Memoria de un exilio: diario de la expulsión de los jesuitas de los dominios del rey de España (1767-1768) (Norte crítico ; 5)
 9781282574694, 1282574698, 9788479086398, 8479086394

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MEMORIA DE UN EXILIO Diario de la expulsión de los jesuitas de los dominios del rey de España (1767-1768)

Inmaculada Fernández Arrillaga, 2001, por el estudio y notas © de la presente edición Publicaciones de la Universidad de Alicante Campus de San Vicente, s/n. 03690 San Vicente del Raspeig [email protected] http://publicaciones.ua.es Diseño de portada: Alfredo Candela

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Impresión: Imprenta KADMOS ISBN: 84-7908-639-4 Depósito Legal: S. 117-2002

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Manuel Luengo, S.I.

MEMORIA DE UN EXILIO Diario de la expulsión de los jesuitas de los dominios del rey de España (1767-1768) Estudio introductorio y notas de Inmaculada Fernández Arrillaga

UNIVERSIDAD DE ALICANTE

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A Concha, in memoriam.

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«Por más que un hombre quiera ser breve en sus cosas, suelen ocurrir a ellas tales circunstancias que las prolongan y hacen que sea largo. De esta manera, sin prevenirlo, se encuentra aritmético, y sucede al modo que se multiplican los guarismos con la colocación de un cero que, por sí solo, quiere decir "nada". Los incidentes son de esta condición, y sacan la cuenta con mayor suma de la que se pensaba, lo cual yo experimento, aquel de ir conciso en la narrativa de esta historia, una y otra circunstancia me precisan a dilatarme más de lo que imaginaba.» (BELANDO, Historia Civil, 1740, t. III, p. 322, en MARTÍN GAITE, C., El proceso de Macanaz. Historía de un empapelamiento, Ed. Anagrama, Barcelona, 1969)

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AGRADECIMIENTOS En la publicación de este libro han colaborado una serie de personas que, con su apoyo y estímulo, nos han facilitado enormemente la tarea investigadora. En primer lugar, resulta obligatorio destacar el continuo asesoramiento científico, la confianza y estima que siempre hemos recibido del profesor Giménez López. Él fue quien, en 1992, supo orientar nuestros pasos hacia el Archivo. Histórico de Loyola, para que «descubriéramos» este Diario. Destacar también el asesoramiento bibliográfico y las acertadas revisiones de Marta Diez, fruto del compañerismo del que siempre supo hacer gala y que basa nuestra amistad. Cayetano Mas y Antonio Carrasco hicieron factible la reprografía del grueso de la obra del P. Luengo. Ma del Carmen Irles resolvió las dudas que aparecían con respecto a los cargos de la Administración, Jesús Pradells las relativas a diplomacia, Daniel Sanz y Rafael Palau las concernientes al tratamiento informático del texto. El Servicio de Préstamo Interbibliotecario de la Universidad de Alicante ha sido clave a la hora de proveernos de gran parte del material investigador que hemos necesitado, de ahí nuestro reconocimiento a Encarna Martínez, a María Valero y a Ma José Gutiérrez. La consulta y obtención de gran parte de la documentación que hemos utilizado ha sido posible gracias a las facilidades que nos han dado, entre otros, el P. José Ramón Eguillor, del Archivo Histórico de Loyola, y más recientemente Olatz Berasategui del mismo centro azpeitarra; el P. José Torres, del Archivo Histórico de la Provincia de Toledo, S.J. y Elia Gozálbez que nos trajo desde Paraguay relevantes registros; también P. Woods, encargada de la Russell Library 11

ESTUDIO INTRODUCTORIO en el Colegio de Maynooth, de la República de Irlanda. Damos las gracias a Enrique Matarredona (Jr.) por su complicidad y cálida acogida en Bournemouth, donde se elaboró el estudio preliminar que presentamos. Y a todos los que la brevedad de esta nota nos impide nombrar pero que se saben a nuestro lado, gracias.

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ÍNDICE ESTUDIO INTRODUCTORIO

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DIARIO DE LA EXPULSIÓN DE LOS JESUÍTAS DE LOS DOMINIOS DEL REY DE ESPAÑA Diario del año 1767 Diario del año 1768

63 81 461

BIBLIOGRAFÍA

865

ARCHIVOS Y BIBLIOTECAS CONSULTADOS . . . .

873

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ÍNDICE AUXILIAR Con el fin de facilitar la lectura de la obra, incluimos el siguiente índice auxiliar: Diario del año 1767 Embarque en El Ferrol (18 de mayo) Negativa de Clemente XIII (14 de junio) Desembarco en Calvi (19 de julio) Llegada a Ajaccio (28 de septiembre) Reincorporación de los procuradores (15 de noviembre)

81 141 174 251 378 414

Diario del año 1768 461 Cobro de la pensión (2 de abril) 494 Preparativos para abandonar la isla (25 de agosto) 629 De Córcega a Sestri (19 de septiembre) 678 En los Estados Pontificios (5 de noviembre) 818

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ESTUDIO INTRODUCTORIO REFERENCIAS BIOGRÁFICAS DEL P. LUENGO Fuentes Con ocasión del primer centenario del restablecimiento de la Compañía de Jesús, Constancio Eguía dedicaba un artículo * al Diario inédito del P. Manuel Luengo2; en él citaba a algunos de sus biógrafos, mencionando la existencia de unas páginas «pocas aunque substanciosas» escritas sobre la biografía del P. Luengo por el P. José María Castillo (de las que nada hemos encontrado), y la recopilación de datos que, con el fin de escribir la vida de este jesuita, elaboró el P. Frías, sin que tampoco le fuera posible llevarla a cabo. Estos Apuntes para una biografía del P. Luengo estaban destinados, en principio, por Lesmes Frías para encabezar la tercera parte de su Reseña his1. EGUÍA Rufz, Conrado, «Andanzas de un diario inédito», en Razón y Fe, XL, Madrid, 1914, pp. 323-338. 2. Titulado Diario de la expulsión de los jesuítas de los Dominios del Rey de España, al principio de sola la Provincia de Castilla la Viexa, después más en general de toda la Compañía, aunque siempre con mayor particularidad de la dicha Provincia de Castilla, (a partir de aquí Diario), cuyo original se encuentra custodiado en el Archivo Histórico de Loyola (A.H.L.), y del que parecen existir copias en el Archivo de la Provincia canónica de Aragón, en Barcelona, y en la Biblioteca dell'Instituto Storico della Compagnia di Gesü en Roma. Esta última copia aparece con el título Diario sobre el destierro y vicisitudes de la Provincia de Castilla de la Compañía de Jesús... compendiados por el mismo autor, según BELLETTINI, Pierangelo, «Tipografi romagnoli ed ex gesuiti spagnoli negli ultimi decenni del settecento», II libro in Romagna, Florencia, 1998, p. 558 (3). 15

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tonca ilustrada^ pero la necesidad de compendiar el volumen de la Historia de la Compañía de Jesús3 fue la causa de que estas notas quedasen incompletas e inéditas, valiéndose de ellas el P. Eguía para sus artículos4. En el Archivo Histórico de Loyola hay copia mecanografiada de los datos que aporta Luengo sobre sus propias vivencias, destinadas al mismo fin de componer una biografía del diarista; estos apuntes remiten a las páginas del Diario5. A estos intentos por elaborar una biografía del P. Luengo habría que añadir un trabajo de Conrado Pérez Picón, que se encuentra mecanografiado en el mismo Archivo de la actual Provincia de Loyola, y que también formaba parte de una «Breve reseña de la información del Archivo de Loyola»6, que estaba preparando el P. Pérez Picón. En él se sintetizaban los datos que aportaba el Diario del P. Luengo en una doble vertiente: por una parte, sobre sus vivencias personales y, por otra, sobre los avatares que sufrió el Diario. Copia de este laudatorio compendio puede consultarse en el archivo azpeitarra, ya que tampoco llegó a publicarse7. Pero si editar la vida de este jesuíta semejaba poco menos que una misión imposible, algunos autores sí incluyeron en sus escritos datos biográficos puntuales. Así encontramos un párrafo sobre él en un artículo del P. Eguía8 con notas sacadas de la recopilación citada del P. Frías; a su vez, Evaristo Rivera, en su reconocida obra Galicia y los Jesuítas9, cita los datos publicados por Eguía e interpone el segundo apellido de Luengo, Rodríguez, al primero, por motivos que desconocemos. Por su 3. FRÍAS, Lesmes, Historia de la Compañía de jesús en su Asistencia moderna de España, Administración de Razón y Fe, t. I, Madrid, 1923, y t. II, Madrid, 1944. 4. EGUÍA Ruiz, C., op. cit., (1914), p. 324 (4) 5. A.H.L., Escritos de jesuítas del s. XVIII, caja 40. 6. FERNÁNDEZ ARRILLAGA, I., «El Archivo de Loyola en tiempos de expulsión y las aportaciones de los jesuítas llegados de Italia», en Revista de Historia Moderna, Universidad de Alicante, n° 15, 1996, pp. 137-148. 7. A.H.L., Escritos de jesuítas del s. XVIII, caja 40. 8. EGUÍA Ruiz, C., op. cit, 1914, p. 324. 9. RIVERA VÁZQUEZ, Evaristo, Galicia y los jesuítas. Sus colegios y enseñanza en los siglos XVI al XVIII, Galicia Histórica, La Coruña, 1989, p. 638, n. 21. 16

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parte, Miquel Batllori incorpora al Diccionario de Historia Eclesiástica de España10 una reseña sobre Manuel Luengo. Y el P. Portillo dedicó dos páginas a copiar, lacónicamente, lo que de su propia vida cuenta el diarista u. La singular personalidad que el P. Luengo dejó plasmada en sus escritos ha posibilitado que tenga todo tipo de críticos. Rafael Olaechea se refiere a él como «el impenitente censor, al que no se le puede tachar de estar indocumentado y para el que no había plaga, peste o derrota que no interpretara, machaconamente, como un castigo enviado por Dios a España por haber expulsado a los jesuítas»12. Constancio Eguía presentaba a Luengo como «un sujeto muy fiel y muy cuidadoso» y no dudaba en calificarlo como «el cronista de la expulsión y extinción de la Compañía de jesús» n. Por su parte Teófanes Egido considera que Luengo «es más exacto en sus datos numéricos que en sus enjuiciamientos apasionados» ". En lo referente a su obra, ésta ha suscitado también diferentes análisis; uno de los incondicionales adeptos a la obra del P. Luengo fue, sin duda, Miguel Gascón, quien aseguraba que el Diario era un «tesoro de singular valor», y dedicó un artículo en 1949 a transcribir y comentar parte de éste15. Explicaba, además, los avatares que sufrió el dietario desde la muerte de su autor hasta aglutinar todos los volúmenes en el Archivo de Loyola, formando el grueso del artículo la transcripción del Prólogo que escribió Luengo para su Diario. La inclinación 10. Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. II, C.S.I.C., Madrid, 1972, p. 1.355. 11. PORTILLO, Enrique, «Pío VII restablece solemnemente la Compañía de Jesús», Razón y Fe, XXXIX, Madrid, 1914, pp. 5-15, 208-219 y 417-432. 12. OLAECHEA, Rafael, «En torno al exjesuita Gregorio Iriarte, hermano del conde de Aranda», Archivum Historicum Societatis lesu, 33, 1964, p. 203. 13. ECUÍA Ruíz, C., «Dispersión total de los papeles jesuíticos en España», en Hispania, XI, 1951, p. 683. 14. EciDO, Teófanes, «La expulsión de los jesuítas de España», en Historia de la Iglesia en España, vol. IV, La Iglesia en la España de los siglos XVII y XVIII, B.A.C., Madrid, 1979, p. 756. 15. GASCÓN, Miguel, «Manuel Luengo 1735-1816. Su diario y prólogos inéditos fuente de información para el reinado de Carlos III», en Las Ciencias, n° 14, 1949, p. 519. 17

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que sentía el P. Gascón hacia la obra del diarista quedaba más que manifiesta cuando, en otro artículo, comentaba, al referirse a las anotaciones del P. Luengo, que estaban escritas «en el lenguaje sencillo e imparcial que tanto resalta en sus efemérides» 16. Más fundado parece Maeder al afirmar que los manuscritos inéditos de los expulsos constituyen un testimonio precioso e irreemplazable para conocer sus vivencias17, opinión a la que se sumaba Enrique Portillo cuando escribía: «Varios fueron los jesuítas que [...] tuvieron la feliz idea de escribir en Diarios la larga serie de sus trabajos y peregrinaciones, de sus es peranzas y triunfos, pero pocas de esas relaciones han alcanzado el mérito y la extensión del Diario del P. Luengo»IS. La pérdida, en 1939, de la obra del P. Oleína, jesuíta alicantino que escribió un largo diario, una colección de Papeles varios y otros libros, siempre relacionados con el destierro de 1767, ha hecho que muchos de los especialistas que actualmente investigan estos acontecimientos desconozcan esa rica producción; sobre ella puede consultarse la obra de Domínguez Moltó19 y los datos que ofrece el P. Nonell en su obra sobre José Pignatelli20, apoyándose, también, en muchos de los comentarios que, sobre este jesuíta, escribió Luengo en su obra y reproduciendo partes del Diario. Por el contrario, entre los más críticos con el escrito del P. Luengo ocupa un destacado lugar Miquel Batllori quien, al referirse a las obras que reseñaba a lo largo de su Diario, se sorprende de los elogios que muchos historiadores le han dedicado como fuente histórica en temas literarios y afirma que .las 16. GASCÓN, Miguel, «La emigración de los jesuítas españoles en el siglo XVIII y el Renacimiento de los estudios humanistas en Italia», Anuario Cultural ítalo-Español, vol. I, Valladolid, 1942, p. 53. 17. MAEDER, E., «Las fuentes de información sobre las misiones jesuíticas de Guaraníes», Teología, 24, 1987, pp. 143-163. 18. PORTILLO, Enrique, op. cit., pp. 417-432. 19. DOMÍNGUEZ MOLTÓ, Adolfo, Vicente Oleína, fabulista. Luis Oleína, misionero, Caja de Ahorros Provincial de Alicante, Alicante, 1984. 20. NONELL, Jaime, El V. P. José Pignatelli y la Compañía de Jesús en su extinción y restablecimiento, Manresa, 1894, 2 vols.

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ESTUDIO INTRODUCTORIO críticas del diarista son fruto de unos «aires de suficiencia sorprenents, tan mes que la insuficiencia i la unilateralitat de la seva cultura son paleses»21. El P. Batllori nos pone así en guardia ante la obra que nos ocupa, de la que -aun considerándola muy importante por la enorme cantidad de información que suministra al historiador-, opina que muchos autores la han sobrevalorado y no duda en mostrar una absoluta aversión hacia Luengo cuando se refiere a los comentarios que éste hizo sobre escritores como Esteban Arteaga22: «Luengo es uno de esos viejos cerrados y antipáticos, presa de incomprensión posclimatérica hacia todo lo de los jóvenes...»23. Hay que considerar 21. BATLLORI, M., Els Catalana en la cultura hispanoitaliana, Biblioteca d'Estudis i Investigacions, Tres i Quatre, Barcelona, 1998, p. 70. Nos gustaría prevenir que a Luengo no le llegan los originales de muchas de las obras que comenta, por lo que, en algunas ocasiones, la crítica resulta muy subjetiva, pero siempre indica si le han llegado comentarios sobre la obra en concreto de otros a través de cartas, si sólo conoce la obra por comentarios verbales de allegados o si ha hojeado o no el libro que trata; y decimos hojeado porque ciertamente eso es lo que parece que hace la mayoría de las ocasiones, dejando llevar su pluma hacia críticas poco objetivas dependiendo de los autores de las mismas, sobre todo de si los considera amigos o no de la Compañía. 22. Esteban Arteaga, natural de Madrid, había pertenecido a la Provincia de Toledo, se secularizó después al llegar a Bolonia y durante un tiempo recibió la ayuda económica del P. Francisco Javier Idiáquez. En 1784 le fue concedido el premio de pensión doble por su escrito acerca del Dogma italiano. La primera parte de su obra sobre el Teatro Musical italiano fue publicada en Bolonia en 1783; la segunda salió en 1786 y de nuevo obtuvo aumento de pensión un año más tarde. Fue uno de los pocos expulsos que defendió las ideas renovadoras de la intelectualidad más progresista del momento en Italia. Aunque íntimo de José Nicolás de Azara, nunca dejó de mantener contacto con los expulsos, a los que en ocasiones informó de los pasos que en su contra pretendía efectuar el ministro; ese fue el caso de la carta que escribió a su amigo Antonio Palazuelos, perteneciente a la Provincia de Chile, sobre las consecuencias que podría tener la publicación de la segunda Memoria Católica. Hay copia en LUENGO, M., Colección de Papeles Varios, t. 16, p. 161. En la misma Colección de Papeles Varios se encuentra copia de Las revoluciones del theatro músico italiano. Notas a la disertación italiana de Borsa sobre el gusto presente de la literatura italiana, t. 15, pp. 249-261. 23. En opinión del P. Luengo, Esteban de Arteaga no era más que uno de los secularizados a los que se les concedió el premio de pensión doble en 1784, más que por el aplauso con el que fueron recibidas sus obras, por haberlas dedicado a José Nicolás de Azara, agente de Madrid en Roma y ministro interino, en aquel momento, por la ausencia de Grimaldi. Azara intervino a favor de Arteaga en la corte madrileña y ese trato familiar con los «enemigos de la Compañía» resultaba de todo punto detestable para Luengo y para la amplia mayoría de los expulsos españoles. 19

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que Miquel Batllori pondera el aspecto literario de la obra de Arteaga, de ahí que las críticas efectuadas por Luengo hacia el que, despectivamente, denominaba el amigo de los ministros de España sea considerada por el P. Batllori como una muestra de «cerrazón para cuanto representaba nuevas formas de cultura», y apuntilla que en el P. Luengo «se ve un afán morboso de chismerías políticas y un espíritu de capillita, que llega a hacer antipático su mismo amor a la Compañía»24. Nada más alejado de la mente y la pluma del diarista, que utilizó sus «pocas letras» para dedicar su vida a una obra con la que alabar, defender y memorar los sufrimientos que en su seno soportaron los desterrados. No seremos nosotros los que discutamos al P. Batllori la calidad de las censuras literarias del P. Luengo, pero creemos que las perspectivas de ambos con respecto a Arteaga son irreconciliables porque establecen críticas fragmentadas; Batllori centrado en enaltecer la figura literaria y Luengo en desaprobar su deserción de las filas ignacianas. Nos inclinamos a pensar que la obra de Luengo es fruto del subjetivismo lógico de un expulso que no tenía ningún interés en presentar la vida de los jesuítas en el exilio dentro de una perspectiva objetiva; él era fiel a sus creencias, producto de la formación que había recibido y de una fidelidad sin fisuras a dicha educación, la misma que habían adquirido todos sus cofrades y a la que permanecieron fieles la mayoría de ellos; de ahí el interés de su figura como muestra de la mentalidad de gran parte de los expulsos. Rafael Olaechea añadiría que «fruto de esa adhesión visceral a las opiniones teológico-morales de la "escuela jesuítica", en la que había crecido como quien respira, se había convertido insensiblemente en un maniqueo vergonzante, por lo mismo que era, sin sospechado, un auténtico sectario»25. Verdaderamente tenía pocos principios, aunque firmes: era incuestionablemente monárquico y absolutista, católico y 24. BATLLORI, M., La cultura hispano-italiana de los jesuítas expulsos (1767-1814), Ed. Credos, Madrid, 1966, p. 75. 25. OLAECHEA, Rafael, «Napoleón visto por un jesuíta español exiliado en Italia», en Les espagnols et Napoleón, Études Hispaniques, 7, Université de Provence, 1984, p. 130. 20

ESTUDIO INTRODUCTORIO muy romano, en el sentido ultramontano, es decir acérrimo defensor de las prerrogativas pontificias. El P. Luengo, además, peca de una retórica excesiva y vacua, propia de su monótono y reiterativo estilo, pero aporta con su obra gran cantidad de datos reveladores, fidedignos, y no pocas veces inéditos, de enorme utilidad para conocer el pensamiento de aquellos regulares y su época; de hecho, todos los historiadores hasta aquí nombrados citan en sus trabajos gran cantidad de noticias provenientes de este Diario. Así pues, respetando profundamente la opinión desaprobadora que los dos jesuítas anteriormente mencionados, los padres Olaechea y Batllori, muestran hacia el escrito de su cofrade, la opinión de Giménez López y Martínez Gomis sobre esta obra nos parece más ecuánime: «tras sus apuntes iniciales, el Diario [del P. Luengo] se convirtió en una auténtica historia de la Compañía de Jesús y lógicamente, no puede desprenderse ¿le una notable carga apologética» 26

Manuel Luengo Rodríguez Sobre sus relaciones familiares poco nos cuenta Manuel Luengo en su Diario, en primer lugar porque ese no era el objetivo de la obra, ya que no se trata de un escrito íntimo en que él escribiera sólo sus emociones o sentimientos; de hecho, cuando no es imprescindible, Luengo evita hablar de sí mismo. Esto puede observarse, sobre todo, durante los primeros años del destierro en los que las impresiones son tan fuertes y la cantidad de noticias que llegan a sus manos sobre la situación de la Compañía en Europa es tanta, que prefiere ir narrando lo que él consideraba el fin último de su escrito: compilar todo tipo de datos que probaran una auténtica conspiración de los ministros europeos contra la Compañía, personificada en sus regulares. Ahora bien, con posterioridad, el giro político que se dio en todo el continente con las guerras napoleónicas, el ais26. GIMÉNEZ LÓPEZ, Enrique y MARTÍNEZ GOMIS, Mario, «La llegada de los jesuítas expulsos a Italia según los diarios de los padres Luengo y Peramás» en Relaciones Culturales entre Italia y España, J.A. Ríos y E. Rubio (eds.), Universidad de Alicante, Alicante, 1995, pp. 63-77. 21

ESTUDIO INTRODUCTORIO lamiento que durante algunos años padeció del resto de sus hermanos, fundamentalmente mientras vivió en España, desde 1798 hasta 1801, y el posterior exilio en Roma, hace que aparezca una mayor cantidad de asuntos personales; el objetivo en este caso, como en los anteriores, era mostrar con sus padecimientos el sufrimiento de toda la Compañía encarnada en un achacoso exiliado, él mismo. Manuel Nicolás Luengo Rodríguez, hijo de Manuel Luengo Tejedor e Isabel Rodríguez Chico, nació el 7 de noviembre de 1735 en Nava del Rey, provincia de Valladolid27. Tenía dos hermanos: Joaquín, jesuíta que ejercía como maestro de Gramática en Santander cuando le sorprendió la expulsión, y Fernando, que sería canónigo sacristán en la catedral de Teruel. El mayor, Joaquín, había nacido el 25 de agosto de 1733, siendo bautizado en Nava del Rey por su tío y padrino Francisco Rodríguez Chico28, polémico obispo de Teruel que se enfrentó a la política eclesiástica potenciada por los ministros de Carlos III. Joaquín entró en la Compañía de Jesús en junio de 1752, a los diecinueve años. Además de la docencia, el P. Joaquín -como le llamaba su hermano Manuel Luengo-, era el ministro de la casa de Santander, donde se reunieron casi 300 jesuítas para salir hacia el destierro en 1767, y siguió con esa responsabilidad cuando subieron a bordo del navio «San Genaro»29; a toda la fatiga que le supusieron esos trabajos achacaba Manuel el origen de las enfermedades de su hermano que, a partir de entonces, irían mermando su salud y que no fueron pocas: en Córcega residió un tiempo en Lumio, villa en la que Paoli, jefe de las tropas independentistas corsas, aceptó que vivieran algunos jesuítas enfermos. Con posterioridad, tuvo que encargarse Manuel Luengo de cuidarle; años después, volverían a residir juntos durante algún tiempo en la Legacía de Bolonia, donde, después de unas tercianas en 1773, le aquejó una 27. Archivo Arzobispal de Valladolid (A.A.V.), Bautismos, 1.13, f. 100 v. 28. A.A.V., Bautismos, 1.12, f. 571. 29. Sobre el viaje de Joaquín Luengo por los Estados Pontificios véase Diario t. II p. 577; y acerca de su llegada a la casa Bianchini desde Genova puede verse el mismo tomo, p. 585. 22

ESTUDIO INTRODUCTORIO cojera que ya no le abandonaría, y a la que se uniría una molesta tos crónica. Joaquín Luengo murió el 31 diciembre de 1795 y fue enterrado en la parroquia de Santa María Magdalena de Bolonia30. Por su parte, Fernando, el menor de los tres hermanos, nació el 25 de febrero de 1738 en la misma villa vallisoletana que Manuel y Joaquín. La relación que mantuvieron los hermanos la desconocemos hasta que Fernando aparece en el diario recibiendo a su hermano, Manuel, cuando éste regresó del exilio italiano en 1798, pasaron juntos algunos meses y a partir de ese año intentaron siempre mantenerse en contacto. Cuando Manuel residía ya en Roma, después del segundo destierro de 1801, tuvo las últimas noticias de Fernando: éste había enviado una carta a Manuel en la que le informaba que tuvo que salir de Teruel en 1808 y que, desde entonces, permanecía en S anión tratando de evitar los conflictos bélicos que afectaban a España; la carta estaba fechada en diciembre de 1811. En octubre de ese mismo año recibía Manuel otra carta de una prima suya, Lorenza Rodríguez, religiosa en el Real Convento de las Claras de Tordesillas. Una prueba más de la vinculación de la familia Luengo Rodríguez con el clero: de hecho, un tío de Manuel Luengo, llamado Francisco Luengo Tejedor, fue beneficiado de la iglesia de Nava del Rey, y un hermano del obispo de Teruel, Fernando Rodríguez Chico, era también clérigo de primera tonsura. Esa es la familia que conocemos del diarista, y para aportar otros datos personales podemos añadir que Manuel Luengo era un hombre alto con relación a la media, y con la característica delgadez que identificaba a la mayoría de los expulsos españoles en Italia31. Primeros pasos en la Compañía de Jesús Había ingresado en la Compañía de Jesús a los diecinueve años, finalizó su noviciado en Villagarcía y en Valladolid, y 30. LUENGO, M., Diario, t. XXIX, pp. 587-590. 31. En cuanto a su estatura, él mismo se describe así al explicar los problemas que tenía para adaptarse a las estrechas cámaras de los navios en los que tuvo que viajar a Córcega y desde allí a Italia. De su escasa corpulencia haría mención años más tarde, establecido ya en la legacía boloñesa. 23

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de allí pasó a Medina del Campo en abril de 1757, cursando parte de sus estudios de Filosofía. Más tarde se le destinó a Salamanca donde vivió siete años; los tres primeros realizando estudios de Teología y, a partir de 1762, ejerciendo la docencia como prefecto de las conferencias escolásticas, profesor de Lógica y de Metafísica. En 1765 volvió Luengo a Medina del Campo, ciudad en la que conoció al marqués de la Ensenada32 y donde trabajó como maestro de segundo año de Filosofía, y pasó algunos meses en Arévalo donde, posiblemente, realizó su tercera probación y desde donde partió hacia Galicia. En marzo de 1766, mientras la corte de Madrid se estremecía por los «motines de Esquiladle», el P. Luengo comenzaba a enseñar Filosofía en el colegio de Compostela. Desde allí saldría, la madrugada del 3 de abril de 1767, hacia La Coruña dando comienzo su exilio y su obra. Desde el principio del destierro, Luengo compaginó la elaboración de su diario con su labor docente. En la misma caja coruñesa, esperando su embarque, consiguió permiso del asistente para que los jóvenes pudieran llevar sus libros, y continuó las clases de Lógica con sus alumnos de Santiago, añadiendo unas lecciones de italiano para ir practicando el idioma que utilizarían en los Estados Pontificios. También en Calvi prosiguió su docencia en condiciones dificilísimas, y cuando ya residían en Bolonia, Luengo fue escogido, de entre todos los doctores y profesores de la Provincia de Castilla, junto a otros pocos, para continuar su magisterio con los escolares; de ahí pasó a la casa de los maestros y al teologado con el cargo de profesor y presidente de los casos de conciencia y argumentante en los actos literarios.

La travesía hacia el exilio La orden de destierro no fue una sorpresa para los jesuítas españoles, pues era temida desde que fueron expulsados de sus respectivos países los padres portugueses y franceses. Sus 32. «el Marques de la Ensenada me aseguro entonces [se refiere a finales de abril de 1766] que Moñino era amigo de los jesuítas», LUENGO, M., Diario, t. VI, p. 110. 24

ESTUDIO INTRODUCTORIO

recelos se incrementaron a raíz de los disturbios que tuvieron lugar en Madrid un año antes y que acabaron con el cese y destierro de Esquilache. Uno de los jesuítas que más prevenida tenía a la Compañía, sobre las posibles consecuencias de la animadversión que se agudizaba en amplios sectores dirigentes del país, fue el P. Isidro López, que en 1766 era procurador general en la corte, y que fue desterrado a Monforte en noviembre de aquel año33. Pero además, hasta la misma noche anterior a su exilio estuvieron recibiendo avisos, consejos y advertencias sobre las medidas que iba a tomar la corona contra ellos. Lo que sí resultó una conmoción fue el modo en que se produjo, su eficacia, rapidez y rigurosidad. Al P. Luengo le impactó de especial modo el secretismo con el que se desarrolló la expulsión y la competencia de todos los que se encargaron del embarque34. Es de resaltar la impresión que causó a este vallisoletano encontrarse, por primera vez en su vida, ante el mar35 cuando subió a bordo del «San Juan Nepomuceno» x, el navio 33. LUENGO, M., Diario, t. I, p. 44. Véase a este respecto EGUÍA RuiZ, C., Los Jesuítas y el motín de Esquilache, Inst. J. Zurita, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1947, pp. 63-139, donde se ofrece detallada semblanza de este famoso jesuíta. 34. Archivo del Museo Naval (A.M.N.), Fondo documental de El Ferrol, leg. 13.872: Embarques de religiosos en El Ferrol, 1767. En el Archivo-Museo don Alvaro de Bazán se conservan cinco gruesos legajos sobre cuentas de gastos ocasionados en el transporte, así como en el Archivo General de Simancas (A.G.S.), Marina, leg. 724, y A.G.S., Secretaría de Hacienda, leg. 331. 35. «Tuvo algo de pavorosa esta entrada en La Coruña y era capaz de aterrar y llenar de espanto a cualquiera y especialmente a los que nunca habían estado en plazas de armas ni hubiesen visto el mar, como a muchos nos sucedía. Nosotros, ordenados en alguna manera y rodeados de nuestra numerosa escolta, entramos por la puerta en un profundísimo silencio. En la puerta se descubrían a beneficio de una lóbrega linternilla muchos granaderos sobre las armas y con el mismo silencio que nosotros. Nada en suma se veía sino soldados con toda la gravedad que tienen, cuando se ponen sobre las armas; y nada se oía sino algunos encuentros o tropezones de unas armas con otras y los horribles bramidos que daba el mar, que por sí solos bastan, sin concurrir con tantas circunstancias de espanto y terror, para atemorizarla primera vez.», en LUENGO, M., Diario, t. I, pp. 30-31. 36. El navio de guerra «Son Juan Nepomuceno fue construido en 1766, llevaba a bordo 74 cañones y se hundió en 1801. Véanse la polémica maqueta existente de este navio en el Museo Naval de Madrid y los comentarios que sobre él hace Benito PÉREZ CALDOS en su obra Episodios Nacionales, primera serie: «Trafalgar», cap. VIII. 25

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de guerra que le alejaría de las costas gallegas hacia el éxodo mediterráneo, finalizando con el abandono de los jesuítas españoles en la isla de Córcega. En su Diario anotará hasta los más mínimos detalles de su situación a bordo y la travesía que, como si de un cuaderno de bitácora se tratara, está repleto de detalles del viaje37. Luengo comienza su relato indicando que, el día anterior a la intimación del decreto de expulsión, corrían en boca de toda la ciudad los urgentes movimientos de tropa, habiendo llegado a Santiago una de las compañías del Regimiento de Navarra que se hallaba en Pontevedra, y no dejaba de comentarse que aquel destacamento iba contra los jesuitas. Luengo aseguraba que hicieron poco caso de aquellos rumores, aunque insistentemente fueran distintas personas a advertirle. A la hora acostumbrada se retiraron «sin el menor cuidado por el negocio de los soldados y sin haber tomado la mas mínima precaución ni en punto a libros y papeles, ni en ningún otro asunto»38. Durante la madrugada del 3 de abril, un nutrido grupo de milicianos y la mencionada tropa acordonaron el colegio, pusieron guardias en sus entradas, sin llamar a la puerta hasta casi las cinco de la mañana, hora en la que acostumbraba a levantarse la comunidad. Hasta ese momento todo se desarrolló en silencio, contrastando con los golpes que despertaron al colegio, se abrieron las puertas y entraron el asistente Froilán Feijoo39 con algunos notarios, muchos oficiales y gran número

37. Sobre el viaje de los expulsos a Córcega véanse los artículos de GIMÉNEZ LÓPEZ, E., «El viaje a Italia de los jesuitas españoles expulsos», enQuaderni di filología e lingue romanze, n° 7, Macerata, 1992, pp. 41-58; y del mismo autor «El Ejército y la Marina en la expulsión de los jesuitas de España», Hispania Sacra, XLV, 92, 1993, pp. 577-630. Sobre el viaje del P. Luengo: FERNÁNDEZ ARRILLAGA, I., «El P. Luengo en la antesala del exilio: reflexiones de un jesuíta expulso», Disidencias y exilios en la España Moderna, Actas de la IV Reunión Científica de la A.E.H.M., Antonio Mestre Sanchis y Enrique Giménez López (eds.), Alicante, 1997, t. 2, pp. 639-652. 38. LUENGO, M., Diario, 1.1, p. 2. 39. «Feijoo era Abogado de la Audiencia de Galicia desde 1745 y Asistente y justicia mayor y de apelaciones de la ciudad de Santiago por nombramiento de su arzobispo», en GIMÉNEZ LÓPEZ, E., «El Ejército y la Marina en la expulsión de los jesuitas de España», Hispania Sacra, 45, 1993, p. 586. 26

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de soldados que se repartieron por todos los rincones del edificio. A los sacerdotes se les requirió en el aposento del rector, donde les fue leído el decreto de expulsión y desde allí se dirigieron al encuentro de los escolares y adjuntos que se habían reunido en la capilla. Tras esto se leyó la larga ilnstrucción que había llegado de la corte sobre el modo en que debía ejecutarse la orden real40. Se decía en ella que el asistente debía apoderarse de la procuración, archivo, sacristía, librería y otras oficinas. Le fueron, pues, entregadas las llaves de todos los recintos del colegio, pero Feijoo se las devolvió permitiéndoles que pusieran en sus baúles todo lo que libremente desearan llevar consigo. Mientras tanto, todos los sacerdotes y coadjutores fueron firmando la aceptación del Real Decreto por orden de antigüedad. El P. Luengo, con su encomiástico afán, nos presenta a gran parte de los oficiales y del personal de la administración como gentes que, en el fondo, rechazaban la medida expulsatoria adoptada por el monarca, pero que, por lógica, no pueden desobedecerla, de ahí que los muestre siempre serviciales, brindándose a socorrer a los religiosos y hacerles más llevadero su exilio. La política que se llevó con los novicios fue completamente distinta, ya que se les separó de los padres, siguiendo las órdenes de la disposición en la que se daba opción a los novicios para que eligieran entre seguir o no a los padres camino de su destierro41. Tras leerles la mencionada notificación, la 40. Casi un mes antes de ejecutarse el extrañamiento simultáneo en todos los colegios de los jesuítas, el 5 de marzo de 1767, Campomanes convocó en junta al Consejo Extraordinario para aprobar unas ordenanzas que se incluyeron en Real Cédula de 7 de abril del mismo año, Instrucción de lo que deberán ejecutar los Comisionados para el Extrañamiento, y ocupación de bienes y haciendas de los Jesuítas en estos Reynos de España e Islas adyacentes, en conformidad de lo resuelto por S. M., A.G.S., Gracia y Justicia, leg. 667. 41. «En ios Noviciados (ó Casas en que hubiere algún Novicio por casualidad), se han de separar inmediatamente los que no hubiesen hecho todavía sus Votos Religiosos, para que desde el instante no comuniquen con los demás, transladándolos á Casa particular, donde con plena libertad y conocimiento de la perpetua expatriación, que se impone a los Individuos de su Orden, puedan tomar el partido á que su inclinación indugese. A estos Novicios se les debe asistir de cuenta de la Real Hacienda mientras se resolviesen, según la explicación de cada uno, que ha de resultar por diligencia, firmada de su nombre y puño, para incorporarlo, si quiere 27

ESTUDIO INTRODUCTORIO mayoría de los novicios de los colegios castellanos, fueron alejados de la influencia de los padres para que consideraran su decisión. Tanta fue esta prevención que, en ocasiones, se impedía el contacto de los jóvenes con el resto de los religiosos. No evitaban, por contra, advertirles, pertinazmente, los peligros que corrían en caso de decidir seguir a sus tutores en el exilio, ya que se verían obligados a depender de la caridad de los expulsos para poder sustentarse o tendrían que pedir limosna, en caso de que los padres decidieran no hacerse cargo de ellos. En cambio, se les tentaba con la tranquilidad que disfrutarían, caso de quedarse en el país, pudiendo ingresar en cualquier otra orden. Al día siguiente, los regulares se reunieron por la mañana en el aposento del rector dispuestos para la partida, saliéndoles al encuentro el padre Felipe Diez, portero del colegio, que se despidió del resto afligido, porque sus condiciones físicas no le permitían acompañarles al exilio42. Bajaron después al corral donde estaban dispuestos los caballos y las muías que les transportarían; desde allí Luengo no perdió la ocasión de comentar la congoja de las Religiosas de la Enseñanza43 quienes, desde las ventanas de las que habían retirado las celosías, se lamentaban por la marcha de los regulares. seguir ó ponerlo a su tiempo en libertad con sus vestidos de seglar al que tome este último partido, sin permitir el Comisionado sugestiones, para que abrace el uno, ú el otro extremo, por quedar del todo al único y libre arbitrio del interesado: bien entendido que no se les asignará pensión vitalicia, por hallarse en tiempo de resistirse al siglo, ó trasladarse a otro Orden Religioso, con conocimiento de quedar expatriados para siempre», en A.G.S., Gracia y Justicia, leg. 667, Instrucción de lo que deberán executar los Comisionados para el Estrañamiento, y ocupación de bienes, y haciendas de los Jesuítas en estos Reynos de España e Islas adyacentes, en conformidad de lo resuelto por S.M., cap. X. 42. Días más tarde, el padre Diez será trasladado a La Coruña, a pesar de su estado, uniéndose al resto de sus hermanos el día 5 de mayo, LUENGO, M.,Diario, t. I, p. 128. Se embarcó con ellos en la Saetía «Santa María del mar» con destino a El Ferrol y, como Luengo, haría la travesía en el navio de guerra «San Juan Nepomuceno». Murió en Bolonia catorce años después de haber abandonado España, el 17 de diciembre de 1781. op. cit. tomo 15, p. 696. 43. Esta orden estuvo tradicionalmente vinculada a la Compañía de Jesús como se explica en el artículo de GIMÉNEZ LÓPEZ, E.: «La devoción de la Madre Santísima de la Luz: un aspecto de la represión del jesuitismo en la España de Carlos III», Revista de Historia Moderna, n° 15, 1996, pp. 213-231. 28

ESTUDIO INTRODUCTORIO La disposición que se adoptó para el camino fue la siguiente: el capitán del Regimiento de Navarra con sus soldados al frente y separando al gentío a tambor batiente; tras ellos los padres que, rodeados por los flancos también de soldados, formaban una fila que cerraba otro grupo de tropa a las órdenes del teniente capitán. Cuando salieron de la ciudad se desmontó la parafernalia militar. En un ambiente más distendido, reitera Luengo que los oficiales se excusaron por haber utilizado aquellas maneras para sacar a los religiosos de la ciudad, afirmando que su intención era, únicamente, atemorizar a una multitud conmovida e inquieta que podía reventar en tumulto. A las once de la mañana ya habían recorrido las cuatro leguas ** que separaban Santiago de la pequeña aldea de Poulo, donde pasaron todo el día entre la parvedad de la comida y las dificultades a la hora de dormir. El cura de la aldea sólo pudo abastecerles con seis colchones para todos, y eso con la ayuda de otros tres sacerdotes de villas cercanas que fueron a visitar a los expulsos; el resto se tuvo que ir acomodando sobre mesas, arcas o en el suelo. Lorenzo Uriarte, rector del colegio de Santiago, ofició una misa a primera hora tras la cual retomaron la marcha llegando a Corral, un pueblo que distaba tres leguas de Poulo, a las nueve del día 5. La intención era comer temprano en esta villa y salir hacia La Coruña, pudiendo así llegar a esa ciudad pasada la media tarde, pero en Corral esperaba una orden del capitán general de Galicia por la que se dictaminaba que no entrasen los jesuítas en La Coruña hasta dadas las once de las noche. Aunque la medida disgustó a los padres, se consolaron por dos circunstancias: una, saber que se dirigían al colegio de La Coruña, donde permanecían arrestados sus hermanos y, la otra, el hecho de unirse a la comitiva los padres Cascajedo y Morchón, «que andaban haciendo Misión». Cerca del anochecer salieron de Corral con dirección a la capital gallega; varias veces hicieron altos en el camino para que se cumpliese la hora fijada. Próximos a la ciudad, el capitán destacó a un cabo de escuadra para que preguntase si, efectivamente, 44. Unos veintidós kilómetros. 29

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habían dado las once. Cuando éste volvió, confirmando la hora, se encaminaron hacia la villa. «Tuvo algo de pavorosa esta entrada en La Corana y era capaz de aterrar y llenar de espanto a cualquiera y especialmente a los que nunca habían estado en plazas de armas ni hubiesen visto el mar, como a muchos nos sucedía. Nosotros, ordenados en alguna manera y rodeados de nuestra numerosa escolta, entramos por la puerta en un profundísimo silencio. En la puerta se descubrían a beneficio de una lóbrega linternilla muchos granaderos sobre las armas y con el mismo silencio que nosotros. Nada en suma se veía sino soldados con toda la gravedad que tienen, cuando se ponen sobre las armas; y nada se oía sino algunos encuentros o tropezones de unas armas con otras y los horribles bramidos que daba el mar, que por sí solos bastan, si concurrir con tantas circunstancias de espanto y terror, para atemorizar la primera vez.» ** Caminaron por dentro del arrabal huyendo de las calles más frecuentadas. A las doce menos cuarto se encontraban delante de la portería del colegio y de Gerónimo Romero46, alcalde del crimen de la Audiencia de Galicia, de varios notarios y un buen número de soldados. Desmontaron los jesuitas y entregaron las caballerías y todo lo que traían a la tropa, y siguieron a Romero al tránsito alto del colegio de La Coruña. La noche del 8 al 9 de abril, llegaron al Colegio de La Coruña los jesuitas de Pontevedra. El motivo del retraso estuvo en una parálisis que afectó al padre Isla47 y que, en opinión de los 45. LUENGO, M., Diario, 1.1, pp. 30 y ss. 46. «Romero era natural de Navarra, y había ejercido la docencia en la Universidad de Salamanca. Desde 1763 era Alcalde del Crimen de la Audiencia gallega». En GIMÉNEZ LÓPEZ, E., «El Ejército y la Marina en la expulsión de los jesuitas de España», Hispania Sacra, 45, 1993, p. 585. 47. Sobre José Francisco de Isla véase: OLAECHEA, R., «Perfil psicológico del escritor J. F. de Isla (1703-1781)», en Boletín del Centro de Estudios del Siglo XVIH, n° 9, Oviedo, 1981; GIMÉNEZ LÓPEZ, E. y MARTÍNEZ GOMIS, M.:«E1 Padre Isla en Italia», Españoles en Italia e italianos en España, IV Encuentro de investigadores de las universidades de Alicante y Macerata, V, 1995, Alicante, 1996, pp. 13-26; y GiMÉNEZ LÓPEZ, E., «La apología del jesuitismo en el exilio: el P. Isla en Italia», Disidencias y exilios en la España Moderna, Actas de la IV Reunión Científica de la Asociación Española de Historia Moderna, Alicante, 27-30 de mayo de 1996, 1997, t. 2, pp. 573-608. 30

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médicos que le atendieron, no posibilitaba su traslado; de hecho, se repitió la perlesía en Caldas y en Santiago, no pudiendo salir ya de esa última ciudad y quedándose, junto con los otros tres jesuítas, en el Monasterio de los benitos4". Los expulsos de Pontevedra llegaron a La Coruña disgustadísimos con el Capitán General Maximiliano de la Croix49, quejándose de su rigidez, crueldad e incluso, acusándole de un comportamiento inhumano hacia ellos. Por contra, todo eran halagos para la Marquesa de Figueroa quien, además de haberles entregado buena limosna en dinero y ofrecido socorrerlos allí donde parasen, había asistido al P. Isla prestando su litera para que pudieran trasladarle con mayor comodidad.» El 10 de abril, y también de noche, llegaron siete religiosos de Orense, el resto, enfermos y/o de avanzada edad, se tuvieron que quedar en su colegio. Al día siguiente aparecieron los de Monforte y entre ellos, acabando con los temores de su posible reclusión en el castillo de San Antón, el P. Isidro López, a quien nos hemos referido con anterioridad. El día 12, por la noche, llegaron a La Coruña los del colegio de Monterrey, entrando a la misma hora y en las mismas circunstancias que lo habían hecho todos los demás. Se esperaba que llegasen allí también los jesuítas procedentes del colegio de Villafranca, pero éstos embarcarían en el puerto de Santander. Por lo tanto, se encontraban ya en La Coruña, en este día, todos los colegios de Galicia: Santiago, La Coruña, Pontevedra, Orense, Monforte y Monterrey, que agrupaban a ciento cinco religiosos, sin contar todos los que se habían ido quedando, por distintos motivos, en sus respectivas ciudades. Fue entonces, 48. Sobre esta dolencia del P. Isla véase RIVERA, E., «Pontevedra: el grave achaque del P. Isla», op. cit, 1989, pp. 634-635. 49. Maximiliano de la Croix obtuvo cargo de gobernador y comandante general de Galicia el 1 de enero de 1756, sustituyendo al conde de Ytre; diez años más tarde fue nombrado capitán general y, posteriormente, ocuparía este mismo cargo en Valencia desde 1777, Archivo Histórico Nacional (A.H.N.), Consejos, lib. 737; A.G.S., Guerra Moderna, leg. 1.974, y Gaceta de Madrid del 5 de agosto de 1777. Agradecemos estos datos a la dra. Ma del Carmen Irles Vicente. Por su parte, el P. Luengo realizó algunos comentarios sobre la elección de la Croix cuando fue elegido virrey de Méjico en el t. III de su Diario, p. 180 y ss. También sobre su regreso y arribo a la ciudad de Cádiz en el t. VI, p. 163. 31

ESTUDIO INTRODUCTORIO quince días después de haber llegado Luengo con sus hermanos desde Santiago, cuando se permitió a esta extensa comunidad de religiosos bajar a la huerta a tomar el aire; hasta entonces habían permanecido en el interior del colegio de La Coruña donde, en condiciones normales, residían trece jesuitas. El 21 de abril, después del desayuno, se reunió a todos los regulares en el tránsito alto, allí esperaron durante una hora a que llegase el alcalde Romero, porque tenía que comunicarles algunas cosas: «En este teatro ridículo y en esta indecente postura, arremolinados como unos muchachos alredor de la mesa, oímos en un profundo silencio toda la Pragmática sanción, con la cual, como con una ley irrevocable, se establece el extrañamiento de la Com pañía de jesús de todos los Dominios de España, cubriéndonos al mismo tiempo muy bien de oprobio y de ignominia. Se nos hizo firmar a tocios un papel, que era un Instrumento o certificación de la intimidación de esta Ley y se nos entregaron unos doce o catorce ejemplares para que en ningún tiempo podamos alegar ignorancia de lo que se nos manda en ella»50. Desde las ventanas del colegio vieron entrar y echar anclas en la bahía a una embarcación que traía a bordo jesuítas. Era el día 27 y Luengo había oído que se trataba de los hermanos del colegio de Oviedo51. Sabía también que había sido el puerto de El Ferrol el destinado para que se reuniera a toda la Provincia de Castilla. Pero desconocía la polémica que se había establecido entre el intendente de El Ferrol, Pedro Ordeñana, y el capitán general de Galicia, Maximiliano de la Croix, sobre el puerto en el que debían reunirse para embarcar los jesuítas castellanos. Mientras el primero sostenía que La Coruña era la ciudad más apropiada, por haber allí un colegio, conventos y otras facilidades, de la Croix insistía en que fueran con Ordeñana a El Ferrol, negándose a recogerlos en la localidad coruñesa. Se amparaba en la falta de órdenes que, en este sentido, 50. LUENGO, M., Diario, 1.1, p. 55. 51. Se trataba de 21 religiosos, procedentes efectivamente de Oviedo, que fueron los primeros en embarcar pocos días después en el «San Juan Nepomuceno». A.G.S., Marina, leg. 724, Pedro de Ordeñana a Julián de Arriaga, Esteiro, 6 de mayo de 1767. 32

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había recibido del conde de Aranda52 y en que la responsabilidad de dicho embarque, y previa manutención de los expulsos, debía recaer en la Secretaría de Marina53. Aunque Ordeñana insistió en su- petición a Arriaga54, dadas las muchas deficiencias con las que tenía que enfrentarse en El Ferrol, al final debió hacerse cargo de tan difícil tarea y fue reuniendo a los jesuítas castellanos en esta ciudad según iban llegando de las diferentes casas, seminarios y colegios, y cuando el viento de tierra se lo permitía55. Parecida suerte corrieron los jesuitas procedentes de Asturias; éstos llegaron el día 29, pero tuvieron también que echar áncora en La Coruña tras ardua lucha contra el viento. Por cierto que, ese día, Luengo y todos los encerrados en La Coruña pasaron un buen susto. Se declaró un incendio en la cocina del colegio y el pánico se desencadenó al verse no sólo amenazados por las llamas, sino encerrados e imposibilitados para librarse de su cautiverio. A media mañana pudo ser sofocado «sin otro daño que la ruina de la cocina y las pequeñas resultas que pueda tener esto». El 1 de mayo comenzaron a llegar al colegio de La Coruña algunos jesuitas ancianos, otros enfermos y, en general -exceptuando a los procuradores-, todos aquellos religiosos que, por uno u otro motivo, se habían quedado en sus ciudades de origen y no habían acompañado a sus hermanos al exilio. La nueva orden de Aranda contradecía el espíritu y la letra de lo que indicaba la Instrucción firmada en Madrid, un mes antes, y en cuyo artículo XXIV se lee: «Puede haber viejos ole edad muy crecida, o enfermos que no sea posible remover en el momento; respecto a ellos, sin admitir frau52. A principios de abril, Aranda ya había dispuesto los puertos de embarque de cada provincia según la distancia. A.G.S., Marina, leg. 724, Julián de Arriaga al conde de Vegaflorida, Madrid, 3 de abril de 1767. 53. A.G.S., Marina, leg. 724, Pedro de Ordeñana a Julián de Arriaga, Esteiro, 14 de abril de 1767. 54. A.G.S., Marina, leg. 724, Pedro de Ordeñana a Julián de Arriaga, Esteiro, 18 de abril de 1767. 55. «Están colocados de tal manera estos dos puertos de El Ferrol y La Coruña que el viento que impide entrar a uno, lleva naturalmente al otro», LUENGO, M., Diario, t. I, p. 71. 33

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de ni colasión, se esperará hasta tiempos benignos, o a que su enfermedad se decida»56. Luengo escribe en su Diario que estaban llegando «todos los que no tengan peligro inminente de morir en el viaje». Más tarde se difundieron noticias que alarmaron a los religiosos; la primera fue la negativa papal a recibirlos en los Estados Pontificios, por lo que llegaron a creer que cesarían los preparativos para su envío a Italia57; la otra, la ejecución de un nuevo registro de sus pertenencias, ante lo cual Luengo decidió llevar sus escritos con él y de la forma más oculta posible. Pero a ninguno de los dos rumores otorgaron mucha credibilidad; dudarán de la primera al ver que continuaban, sin cambio alguno, los preparativos para el embarque; en cuanto a la segunda, nunca llegó a efectuarse el citado registro para bien del diario que tratamos. Los jesuítas recluidos en La Coruña recibieron orden formal del capitán general para que se embarcaran hacia El Ferrol, a las diez de la mañana del 17 de mayo, y debían estar todos a bordo a las nueve de la noche de ese mismo día. Comenzó así una agitada actividad. Además de preparar sus efectos personales, se procedió a la formación de un catálogo o lista en la que debían figurar todos los jesuítas; para su ejecución iban entrando, uno a uno, y por orden de antigüedad, al aposento de Romero, donde se les preguntaba su nombre, el de 56. Instrucción de lo que deberán ejecutar los Comisionados para el Extrañamiento y ocupación de bienes, y haciendas de los Jesuítas en estos Reynos de España e Islas adyacentes, en conformidad de lo resuelto por S.M., A.G.S., Gracia y Justicia, leg. 667. 57. El cónsul español en Bolonia, Zambeccari, escribió al marqués de Grimaldi el 2 de mayo de 1767 en estos términos: «En el asunto de los Regulares de la Compañía se ha sabido de Roma que la orden que embio el Papa a los Comandantes la Rl. Escuadra de S.M., vaya a recibirla una faluca suya, ofrezca a los Regios Comandantes la entrada en el Puerto y víveres de todas suertes, y todo lo de que necesiten, pero les suplique al mismo tiempo suspendan el desembarco de los Religiosos hasta llegar algunas respuestas de España...», A.G.S., Estado, leg. 4.732. Agradecemos estos datos al profesor Giménez López, que estudió la correspondencia oficial mantenida por este cónsul, desde Bolonia con Madrid, durante el período 1767-1773, facilitándonos la transcripción íntegra de estas cartas.

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sus padres, lugar de nacimiento, clase social a la que pertenecían antes de entrar en religión y grado dentro de la Orden5S. Además les fue entregando medio año de la pensión que se ordenaba en la Pragmática Sanción59, es decir unos 50 pesos a cada sacerdote y 45 a los legos, pagaderos de las temporalidades, es decir, de todos los bienes que poseía la Compañía de Jesús en España e Indias y de los que fueron desposeídos. Luengo se extrañaba de que no entregasen todo el dinero al rector. Pero no se trataba de una medida casual en absoluto, ya que los oficiales entregaban el dinero de la pensión a cada uno de los regulares, y no a sus provinciales, para conceder a los religiosos una exigua, pero significativa, capacidad económica que podría favorecer a aquellos que en un futuro gustasen secularizarse. De hecho, no todas las provincias españolas ofrecieron esta pensión a su provincial, y Andalucía, por ejemplo, no lo hizo. Al llegar a la isla de Córcega, donde -como agravante- se encontraron inmersos en una cruenta guerra civil, muchos de los padres no fueron capaces de resistir la perspectiva de un largo alejamiento de su patria y optaron por abandonar la Compañía de Jesús para poder volver a España solicitando su secularización60. Además, Luengo se quejaba de que algunos coadjutores huían del trabajo, «por habérseles metido en la cabeza que en este presente estado y teniendo pensión por el rey, ya todos somos iguales, y no tienen obligación a nada»61. Después de desayunar, hacia las dos de la mañana del día 18, bajaron a la portería, se les computó de nuevo y, según se les nombraba, salían a la calle. Caminaban acompañados del alcalde del crimen, algunos escribanos y un piquete de solda58. Véase la Instrucción para el embarco de los Regulares de la Compañía en ocasión de su extrañamiento, hasta ponerlos a bordo. A.G.S., Gracia y Justicia, leg. 667, 3 de marzo de 1767. 59. «Lo más notable y lo que diferencia el tenor español de las resoluciones de Carlos lll (...)fue la asignación que se les destinó para alimentos vitalicios: los 100 pesos anuales que recibiría cada sacerdote y los 90 para cada uno de los legos», ECIDO, T, op. cit., p. 753. 60. Véase a este respecto GIMÉNEZ LÓPEZ, E. y MARTÍNEZ GOMIS, M., «La secularización de los jesuitas expulsos (1767-1773)», Hispania Sacra, n°47, 1995, pp. 421471. 61. LUENGO, M., Diario, 1.1, p. 272

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dos. Las gentes de la ciudad acudieron de nuevo, personas hacia las que Luengo sólo tiene palabras de agradecimiento debido a las muchas muestras de apoyo que, insiste en su escrito, les dieron en esta despedida. Atravesaron los expulsos la ciudad, salieron por una puerta poco frecuentada y «Allí nos vimos de repente con todo el mar sobre nosotros, en un arenal húmedo y lleno de agua (...) confieso ingenuamente que como no había visto el mar desde cerca hasta esta ocasión, la fuerza, ruido y rumor espantoso de las olas, (...) me turbaron de manera que, atónito y casi fuera de mí me dejé caer sobre la arena mojada; y allí, tirado por tierra y haciendo fuerza contra mil horribles imaginaciones, esperé que me llegase el turno de embarcarme»62. El embarque fue lento ya que sólo se disponía de dos botes que, como no podían acercarse a la orilla, para acceder a ellos había que subir por una rampa de madera que iba de la arena a la lancha, «por lo que a mí toca -escribía Luengo-, que no tenía la cabeza para estas tramoyas y andamios, hubiera caído en la mar sino me hubieran subido casi en brazos los marineros». Una vez a bordo de la saetía «Santa María de la Mar», el escribano pasó lista comprobando que, de los ciento nueve que habían salido del colegio, habían subido todos63. Con la luz del amanecer pudieron reconocer las otras dos embarcaciones que habían entrado el día anterior, ya que se encontraban tan cerca de su saetía que incluso podían hacerse entender con los que venían en cubierta; algunos pertenecían al colegio de Falencia, en la otra los de Medina, con lo que se reunieron todos los estudiantes de Filosofía de la Provincia, que sólo cesaron la plática cuando se levantó el suficiente viento como para que pudiesen salir del puerto de La Coruña, llegando a El Ferrol a primeras horas de la tarde del 19 de abril. En Esteiro se reunieron con el resto de las embarcaciones que transportaban a los jesuítas castellanos y, como se encontraban

62. LUENGO, M., Diario, 1.1, pp. 107-108. 63. La lista a la que se refiere Luengo se concluyó a las cuatro de la mañana del día 18 y puede verse en A.G.S., Marina, leg. 724, Fernández de León a Julián de Arriaga, La Coruña, 27 de mayo de 1767. 36

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bastante arrimadas las unas a las otras, pronto el alboroto fue grande; con la alegría del encuentro surgían miles de preguntas, todos querían hablar al mismo tiempo, preguntar por un pariente, un amigo, conocer los sucesos del día, saber cómo habían pasado sus prisiones en los distintos colegios, o quiénes se habían quedado en tierra y por qué. Estos hechos carecerían de relevancia si no fuese porque Luengo se impresiona tanto con los relatos que va oyendo que, aunque confiado en que otros hermanos escribirían sus experiencias, consideró necesario, a partir de ese momento, hablar de toda la Provincia de Castilla en su diario, abandonando la idea inicial que consistía en mencionar, únicamente, lo relativo a los jesuítas del colegio compostelano. La escasez de provisiones para la cena hizo que esa misma noche subieran al navio de guerra «San Juan Nepomuceno»64. En este navio computa Luengo doscientos dos jesuítas procedentes de gran parte de la Provincia de Castilla; otros doscientos viajarían a bordo del otro navio de guerra, el «San Genaro». Para poder transportar ambos buques al mayor número de jesuítas que pudieran fue necesario reducir la tripulación a las dos terceras partes de su regular dotación65; y el día 20 comenta que son ocho las embarcaciones en las que viajarán a Italia. En efecto, éstas fueron: los dos navios de guerra mencionados que en total albergaban a cuatrocientos dos religiosos; dos fragatas, la «Pedro Orenchiolo» con setenta individuos, y «La Victoria», con treinta y uno, una urca «La Posta del Mar», con cincuenta y dos jesuítas; y tres paquebotes, el «San Miguel», el «San Joaquín» y el «San José», que entre los tres cargaban noventa y siete66. A todas ellas fue de visita el padre provincial Ignacio Ossorio, nombrando en cada embarca64. El navio «San Juan Nepomuceno», de 74 cañones y construido en 1766, sirvió en la Armada hasta el 21 de octubre de 1805, fecha en que se hundió en plena batalla de Trafalgar, cuando ya había fallecido en su castillo el brigadier que lo comandaba, Cosme Damián Churruca, arrastrando al fondo del mar a más de trescientos hombres. 65. A.G.S., Marina, leg. 724, Conde de Vegaílorida a Julián de Amaga, El Ferrol, 15 de abril de 1767. 66. A.G.S., Marina, leg. 724, Vegaflorida a Arriaga, El Ferrol, 27 de mayo de 1767. 37

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ción un superior que, en el caso del «San Juan Nepomuceno», sería Lorenzo Uriarte, hasta entonces rector del colegio de Santiago. Ese mismo día se les permitió dar un paseo por la bahía y entrar en las otras embarcaciones de jesuitas, por lo que transcurrió haciendo o recibiendo visitas y en animada charla. A la jornada siguiente observaban desde cubierta cómo se iban embarcando las provisiones «que no pueden ser ni en más abundancia ni más escogidas»67. Luengo estaba convencido de que el trato que recibirían durante la travesía sería excepciona pues tenían la fortuna de contar con dos prestigiosos personajes, leales a la Compañía de Jesús y de gran influjo en las disposiciones para la navegación. El primero Julián de Amaga, secretario de Marina e Indias68, y el segundo, Pedro de Ordeñana, intendente del Departamento de El Ferrol y hermano del padre Miguel de Ordeñana, doctor en la Universidad de Salamanca que, como los demás religiosos, se encontraba entre los desterrados. La impresión que le causó a Luengo descubrirse a bordo de un navio, como el «San Juan Nepomuceno», queda claramente expresada cuando describe las reformas que debieron llevarse a cabo para adecuar un buque destinado a la guerra para el transporte de más de 200 religiosos. «En lo último, o parte posterior del navio que se llama Popa, hay tres buenas piezas o salas, una sobre otra perfectamente. La más alta de todas es la cámara del Capitán, en que vive él solo, y sirve para comer los Oficiales, porque alredor de ellos tienen sus camarotes o aposentillos; y las más profunda es la Santa Bárbara, en la que tienen las municiones de guerra, y viven algunos Artilleros. Desde estas tres salas hasta la proa del Navio hay tres como tránsitos bastante largos, el de arriba desde la cámara del Capitán al descubierto, en donde nadie vive. Los otros dos, que

67. Los comestibles para el viaje estaban fundados en jamones, fiambres, chocolate y vino. A.G.S., Marina, leg. 724, Pedro de Ordeñana a Julián de Arriaga, Esteiro, 22 de abril de 1767. 68. «Con anterioridad a la Secretaría, Arriaga había ocupado los cargos de gobernador de Venezuela entre 1749 y 1751, y los puestos de presidente de la Casa de Contratación e Intendente de Marina de Cádiz», en GIMÉNEZ LÓPEZ, E., op. cit., 1992, p.55. 38

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corren hasta la proa del Navio desde la cámara de en medio, y la Santa Bárbara están cubiertos y en ellos estamos colocados nosotros en esta forma».™ Como se habrá observado, Luengo se refería insistentemente al capitán pero, por tratarse de un navio de guerra, lo idóneo hubiese sido hablar de comandante, máxima autoridad en el barco y que, efectivamente, se alojaba debajo de la cubierta toldilla. En el caso del «San Juan Nepomuceno» se trataba de José Beanes. Otra posible enmienda que habría que hacer a Luengo, dentro del párrafo precedente, sería la referente a la santabárbara o pañol donde se almacenaba la pólvora que, dado el peligro que encerraba, estaba rodeado de medidas de seguridad para poder entrar en él: desde el tipo de calzado que había que llevar para no prender chispa alguna, hasta la cuidada selección que se hacía del personal que accedía. En opinión del modelista naval, apasionado conocedor de este tipo de navios del XVIII, Miguel Godoy y Sánchez70, es posible que a Luengo, quien por razones obvias desconocía la terminología naval, le sorprendiera el nombre de santabárbara y lo ampliara hacia esa zona de popa pero, en el caso de ese tipo de navios, la santabárbara siempre se situaba en el sitio más recóndito y seguro, generalmente hacia el centro del buque, en la parte más profunda y cerca del palo mayor, con el fin de resguardarlo y que el enemigo no la alcanzara. Es pues bastante improbable la disposición que comenta Luengo en cuanto al pañol en el que iba la pólvora, y al que en ningún momento hubiese sido permitida la entrada de intruso alguno y donde, desde luego, no podría realizarse la maniobra al timón que refiere. Cuando Luengo detalla los colchones o camastros se refiere a los coys, es decir, trozos rectangulares de lona que, colgados de sus cuatro puntas, servían de cama a bordo y que 69. LUENGO, M., Diario, t. I, p. 134 70. Agradecemos la desinteresada ayuda que nos ofreció Miguel Godoy, del Museo Naval de Madrid, que nos ayudó a comprender la disposición en la que podían viajar los jesuítas españoles en el navio de guerra «San Juan Nepomuceno», siguiendo los poco clarificantes comentarios del P. Luengo al respecto. Recogemos estos y otros comentarios más adelante, cuando el P. Luengo describe el navio. 39

ESTUDIO INTRODUCTORIO eran, normalmente, utilizados por toda la marinería. Cuando no se usaban para descansar se colocaban en cubierta hechos unos ovillos y pegados unos a otros, a modo de apoyo para hacer fuego y para que sirvieran de parapeto. El P. Luengo, durante esta travesía, nos va describiendo las maniobras que más le llaman la atención a bordo, y se puede observar cómo su argot marinero y sus conocimientos de navegación van aumentando y adquiriendo un muy aceptable nivel para un hombre de tierra adentro que embarcaba por primera vez. La causa, además de un apasionado interés, hay que buscarla en la buena relación que estableció a bordo con alguno de los oficiales; son dignos de mención Juan Romero, teniente de navio al que consideraba hombre piadoso y que siempre les trató con cortesía, o Juan Labaña «de genio muy bondadoso, muy pacífico e incapaz de dar que sentir a ninguno». Pero al que Luengo estaba más agradecido era a Antonio Valdés71, hermano de uno de sus alumnos de Lógica, el H. José Valdés72, que también viajaba en el «Nepomuceno». Fue en el camarote de este oficial donde Luengo escribiría las notas que configurarían el diario de esos meses, y sería él quien le instruiría en los temas navales. Parece lógico que a un religioso, acostumbrado a las dimensiones sencillas, pero desahogadas, de su aposento dentro del colegio, le resultara estrecho y asfixiante el espacio que les fue concedido a bordo, y en el que pasaría dos largos meses y medio; pero no se debe olvidar que era, ni más ni menos, el 71. Antonio Valdés y Bazán era alférez de fragata cuando viajaba en el «San Juan Nepomuceno» , durante el exilio de los jesuítas en Italia, el P. Luengo continuó manteniendo una buena relación con él, especialmente a raíz de ser nombrado secretario de Marina, sustituyendo a Castejón, en 1783 y cuando se encargó de los principales ramos de la Secretaría de Indias, tras la muerte de Calvez en 1787. Se conserva correspondencia de Luengo a Valdés referente a los rumores que corrían en 1792 sobre un posible viaje de retorno a España de los expulsos, Colección de Papeles Varios, t. 19, p. 9. 72. Cuando llegaron a los Estados Pontificios, el H. José Valdés vivió en la casa Bianchini, trasladándose a la de Panzano en 1769; ese mismo año se ordenó en Módena, pero se retiró de los estudios de Filosofía por falta de salud. Al año siguiente se secularizó en Bolonia, el 2 de abril, y en 1792 Luengo supo que lutbía muerto años antes. 40

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espacio que disfrutaba la marinería en los mejores momentos, es decir, cuando no tenían que viajar con los setenta y cuatro cañones montados y abarrotado de pólvora para poder hacer frente al enemigo, en esas situaciones la marinería colgaba sus coys donde buenamente podía. Pero, en 1767, que es la fecha que nos ocupa, este navio de guerra sólo contaba un año, e idéntica edad tenía el «San Genaro»73, que comandaba el convoy que llevaba a los jesuitas de la Provincia de Castilla, el cual, gracias a un madrugador viento del nordeste, tiró cañonazo de leva muy temprano que ponía en movimiento todas las embarcaciones y «a las ocho en punto de la mañana de este día 24 de mayo de este año mil setecientos sesenta y siete empezamos a caminar, saliendo finalmente de España nuestra Patria y de los dominios de Su Majestad Católica en cumplimiento del destierro, a que se nos condena sin saber cuándo se nos permitirá volver a verla, ni de nuestro destino otra cosa, que el que nos llevan a Italia».14 No fue ese el destino de los exiliados. El hecho de que los jesuitas españoles no fueran aceptados por Clemente XIII en los Estados Pontificios se ha entendido como una medida protectora del Papa hacia la Compañía, intentando presionar a Carlos III para que se retractara de la medida expulsatoria y aceptara que volvieran los jesuitas a su patria75. Nada más lejos de las intenciones del monarca borbón y mucho menos de las de sus ministros, que no se amedrentaron ante la negativa papal y desembarcaron a los expulsos en las conflictivas costas corsas, después de aceleradas negociaciones con Genova, que regía la isla -enfrentándose en aquellos momentos a la sublevación de los independentistas corsos-, y con Francia que prestaba ayuda armamentística a los genoveses76. 73. Construido, como el «San Juan Nepomuceno», en 1766 y también de 74 cañones, se hundió en 1801. 74. LUENGO, M., Diario, 1.1, p. 134. 75. MARCH, J. Ma, El restaurador de la Compañía de Jesús, beato José Pignatelli y su tiempo, tomo I, Imprenta Revista «Ibérica», Barcelona, 1935, pp. 259-371. 76. Sobre las relaciones diplomáticas que se mantuvieron en este sentido véase: GlMÉNEZ LÓPEZ, E. y MARTÍNEZ GOMIS, M., «Un aspecto logístico de la expulsión de los jesuitas españoles: la labor de los comisarios Gerónimo y Luis Gnecco (176741

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La estancia en Córcega A finales de julio de 1767, recién llegados a Córcega, los jesuitas españoles pretendieron formar en aquella ciudad tantas casas, colegios o ranchos como tenían en España, conservando los mismos nombres y a los mismos superiores. En Calvi, donde se establecieron los jesuitas castellanos, había cuatro que resultaron singulares. En primer lugar la que llamaron de San Javier, donde fue elegido rector el P. Francisco González, que era secretario de la Provincia y donde se reunieron a los sacerdotes jóvenes que se dedicaban a las Ciencias y a las Matemáticas. La segunda fue la que recogió a los novicios y a los padres que realizaban su tercera probación, con el nombre de casa de Villagarcía en honor al seminario que la Compañía poseía en tierras vallisoletanas; en esta casa se hospedaron también los exprovinciales y otros ancianos. La tercera era la casa en la que vivían todos los escolares teólogos, que en España ocupaban los Colegios de Salamanca y de San Ambrosio en Valladolid. La cuarta agrupaba a los que estudiaban Filosofía en los colegios de Falencia y de Santiago, llevaba el nombre del apóstol y en ella residían unos setenta jesuitas, entre ellos el provincial castellano y el procurador general de la Provincia. Gracias a que el P. Luengo vivía también en esta casa conocemos muchos datos que de otro modo hubieran quedado ignorados: descripción del palacete, horarios de misas y de funciones literarias, localización de las habitaciones y un largo etcétera que muestra detalladamente la forma de vida que los expulsos pretendieron llevar en el exilio77. Tanto en Calvi como cuando llegaron a los Estados Pontificios, el objetivo que perseguían era poder reproducir el sistema de vida que habían dejado en España. Vivir en comunidad y organizar las actividades que llevaban antes del exilio fue su máxima. Los motivos eran varios: en primer lugar, suponía una garantía de continuación de la comunidad y de la actividad religiosa comunitaria que se habían propuesto salvaguardar; 1768)», en Expulsión y exilio de los jesuitas españoles, Universidad de Alicante, 1997, pp. 181-196. 77. Estas descripciones pueden leerse en LUENGO.M., Diario, t. I, pp. 387-394. 42

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por otra parte, garantizaba que sus actividades docentes, piadosas y las relacionadas con sus votos tendrían una prolongación, a pesar del alejamiento de la patria, y en último lugar, pero no de menor importancia, contaba el asunto económico. Permanecer unidos suponía un ahorro considerable en los gastos de manutención, amén de alejar posibles tentaciones de fuga entre sus miembros. Durante el verano de 1767, el P. Luengo se alojó en una miserable casa en la ciudad de Calvi, que compartía con quince escolares discípulos suyos, el P. Lorenzo Uñarte, que había sido rector del colegio de Santiago, y tres coadjutores encargados de las tareas domésticas. Pero no toda la Provincia de Castilla sufría las mismas incomodidades sino peores. No hay que olvidar la situación en la que estaba la isla: una guerra civil que enfrentaba a los corsos, capitaneados por Paoli, contra las guarniciones genovesas que contaban con el soporte de los franceses y que tenían bajo su control las poblaciones litorales en las que se establecieron los expulsos; por su parte, los rebeldes de Paoli controlaban el centro montañoso de la isla78. Así se comprende que supusiera un lujo tener un techo bajo el que cobijarse79. 78. Véase sobre el conflicto corso VENTURI, E, «La rivoluzione di Corsica», Settecento riformatore, vol. V, L'Italia del lumi (1764-1790), Giulio Einaudi editore, Torino, 1976 , pp. 3-220. 79. El ejemplo de las condiciones que padecían los padres que venían del colegio de Falencia nos parece suficientemente significativo: «...dos habitaciones que nos han llenado de admiración y de horror. Una es la que ocupa el Colegio de Falencia, numeroso de más de cuarenta sujetos, en el cual está el curso de los hermanos que estudian Física. Toda su habitación es una bodega o almacén a la orílla del mar, casi soterraneo, húmedo, feo, hediondo, lleno de gusanos y de otros insectos y tan bajo de bóveda que sentados en la cama casi llegan con la cabeza al techo y lo peor de todo es que repartida matemáticamente entre ellos no tocan mas que a cuatro palmos regulares de ancho y ocho de largo y en esta pieza se ha de meter todo y se han de hacer todas las cosas. Allí tener todas sus camas, su baúles y todo el equipaje de los particulares y allí mismo tienen los ajuarcillos, provisiones y casillas de comunidad, hasta la leña y el agua. En aquella misma pieza se hace fuego, se cuece la olla, se come, se cena y después duermen en ella todos... en una sola noche que han dormido en este horrible calabozo se han llenado todos ellos en la cara, manos y todo el cuerpo de unos granos o ronchones tan grandes como unas alubias gruesas...». Sobre el acomodo de la Provincia de Castilla en Calvi: LUENGO, M., Diario, 1.1, pp. 318-327. 43

ESTUDIO INTRODUCTORIO En la casa que ocupaba Luengo comían el rector y él mismo en dos sillas viejas en torno a la única mesa que había, otros dos se sentaban en un arca y les hacían compañía, y el resto, de rodillas, sirviéndoles de mesa un banco. Las penalidades fueron aumentando según se agudizaba la crisis bélica que se desarrollaba en Calvi; a finales de julio abandonaron la plaza los franceses, dejándola en manos de los genoveses, lo que originó un endurecimiento de la ofensiva de los corsos que finalizaría con la suspensión de hostilidades el 25 de agosto y la paz a primeros de septiembre; con anterioridad, los expulsos habían padecido la consiguiente escasez de víveres, inquietudes por el fuego constante que intercambiaban ambos lados, la falta de libros con los que poder seguir los estudios, etc. No es de extrañar, pues, que creciera el número de enfermos entre los expulsos; uno de ellos, Joaquín Luengo, hermano de Manuel y del que hemos hablado anteriormente, sufrió un agravamiento de su dolencia y Manuel, en octubre de ese mismo año, fue a buscarle acomodo en una pequeña ciudad del interior de la isla, llamada Lumio, donde se reunieron algunos de los que necesitaban mayores cuidados con el permiso de Paoli, que mostró siempre un comportamiento condescendiente y protector hacia los expulsos españoles. El mismo día que dejaba la costa corsa el navio de guerra «San Juan Nepomuceno», el 24 de julio de 1767, se iba con él el único vínculo físico que unía a los desterrados castellanos con su pasado, quedando abandonados a merced de una guerra civil, de la que nada sabían, y encerrados en una fortaleza mal provista, cercana al puerto de Calvi y a punto de ser sitiada. Allí, sobrecogido, el P. Luengo escribía: «todo inspira pavor y miedo y todo anuncia combates, sangre y mortandad»80. Fue en aquellas condiciones en las que se planteó, por primera vez, una discusión interna sobre los que pretendían abandonar la Compañía, cuestionándose los desterrados si eran o no apóstatas los hermanos que, ante aquellas duras circunstancias, optaban por apartarse de la Orden y retirarse a un lugar seguro. Se pueden observar dos opiniones enfrentadas, unos 80. LUENGO, M.( Diario, 1.1, p. 363. 44

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-minoritarios- defendían el derecho a guardar sus propias vidas, argumentando que no habían sido enviados a aquel lugar en labor misional o enviados por un superior de la Orden, sino desterrados por enemigos de la Compañía, razón por la cual no tenían ninguna obligación de obedecer y mantenerse en el peligroso lugar elegido para la deportación. Pero otros, mayoría entre los expulsos castellanos, opinaban, tomando como referente cinco jesuitas que habían huido la noche anterior, que esa actitud era indicio de apostasía. Manuel Luengo pretendía, entonces, mantener un «camino medio», es decir, no sabía qué partido tomar. No podía llamar apóstatas a sujetos que hasta pocas horas antes había considerado personas de religiosidad intachable pero, por otra parte, consideraba una desgracia para la Provincia quedarse sin estos individuos y temía que otros siguieran sus pasos, padeciendo incluso por su integridad física, pues consideraba que sufrirían más solos que unidos a sus hermanos. Tal fue, en aquel momento, su respeto hacia los fugados que, aunque no resistió la tentación de dejar puntual constancia de sus nombres en su Diario, lo hizo escribiendo exclusivamente las iniciales, ya que confiaba en que volvieran a la Provincia y temía manchar sus nombres dándolos a conocer. Todas estas consideraciones, de matiz tan humano, cambiaron con tanta rapidez como rigurosidad; la influencia de las discusiones que, sin duda, se llevaron a cabo dentro de la Provincia sobre el riesgo que corría todo el instituto con evasiones de ese tipo hicieron que el P. Luengo, en menos de un mes, diera un vuelco total a su postura. A partir del mes de agosto de 1767 los jesuitas secularizados contaron con la más absoluta incomprensión por parte del diarista y con su total rechazo; aquellos que decidieron abandonar la Compañía eran criticados por Luengo de padecer debilidad de espíritu, y de no poder encontrar en su interior la fuerza necesaria para seguir en aquel «martirio» a sus hermanos. Pero había algo peor: eran peligrosos porque rompían las filas de la Compañía y, para los expulsos, la fuerza residía en su unión; algunos, además, salían de la Orden sin permiso ni conocimiento de su provincial, por lo que también eran desobe45

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dientes, cuestión de todo punto inadmisible dentro de las filas ignacianas, y daban un ejemplo de vía alternativa que otros jesuítas podían verse tentados a seguir, cuestiones todas ellas que repugnaban a Manuel Luengo, bastión del más puro y estricto espíritu jesuítico del siglo XVIII. De hecho, a partir de agosto de 1767, escribió una pequeña biografía de todo aquel jesuíta que decidía salir de la Orden, incluyendo un comentario personal en el que dejaba traslucir su rechazo a esa actitud de huida y agudizaba en sus comentarios los aspectos negativos del carácter del fugitivo; así, si el que huía era persona de demostrado juicio como en el caso de José Blanco, joven que se había señalado por «un proceder bueno y religioso todo el tiempo de sus estudios», Luengo añadía que «su ruina ha nacido de sus mismos talentos unidos a su genio pueril». A los que fueron saliendo de la Compañía desde Calvi con dimisoria del provincial se les daba lo correspondiente a su pensión y sus pertenencias; también, con secreto, se les arreglaba la ropa convirtiendo el traje de jesuíta en el que regularmente vestían los seculares. La mayoría de los secularizados pretendían volver a entrar en España81 pero, en diciembre de ese mismo año, Luengo escribía que se había publicado en un bando que se prohibía la entrada de todo aquel jesuíta que no tuviera licencia expresa de la corte madrileña «y se pone en él contra los tranagresores no menos que pena de muerte, si fuesen coadjutores o legos y de reclusión o cárcel perpetua, si fuesen sacerdotes»8-': No dejó de escandalizar esta actitud contra los expulsos a Luengo, consciente de que, aunque solicitaran el permiso, a nadie se le concedería y se compadecía de aquellos que habían optado por dejar a la Compañía sin poder ahora volver ni a su patria ni a su Orden, temiendo, sobre todo, por los que ya se habían introducido en España sin licencia que, le constaba, no eran pocos. Una vez establecidos en Calvi, se recibió carta del P. provincial en la que se ordenaba que se entregara a todos los superiores la pensión que por la circunstancia que fuere hubiera 81. GIMÉNEZ LÓPEZ, E., op. cit., 1995. 82. LUENGO, M., Diario, 1.1, pp. 654 y ss. 46

ESTUDIO INTRODUCTORIO mantenido consigo cualquiera de los expulsos, tal y como se hacía en los colegios de España. Se trataba de evitar así la fuga de algún religioso y atajar la creciente pérdida de conciencia de vinculación a la Orden con el subsiguiente voto de pobreza que algunos, poseedores de escasos ahorros, pretendían relegar en beneficio propio. Pero, sobre todo, se evidencia el mencionado reforzamiento de la disciplina y la dependencia a que hemos aludido anteriormente. En enero de 1768, Luengo tenía sus dudas sobre si recibirían en Córcega la pensión prometida seis meses después de haberla cobrado en España. Los jesuitas andaluces eran los que parecían necesitarla más; a diferencia de la provincia castellana, los superiores andaluces no habían ordenado unificar el dinero de la Provincia, de ahí que se administrara cada cual su capital, mientras que los castellanos habían hecho con ella prudentemente un fondo común de doble intencionalidad: ahorrar y evitar que el dinero en el bolsillo tentara a posibles desertores, por lo que a mediados de enero todavía tenían fondos y creían que iban a poder resistir unos cuantos días más. Puntualmente, el día 15 de enero, desembarcó en el puerto de Ajaccio Fernando Coronel, uno de los comisarios reales encargado de entregar la pensión a los jesuitas y, a través de esa transferencia, controlar a los que seguían en la Orden, tantear a los posibles secularizados y borrar a los fallecidos de la lista de expulsos que debían recibir pensión83. Los comisarios, además, tenían la función de actuar como correa de transmisión entre la corte madrileña y los jesuitas, manteniendo debidamente informada a aquélla del comportamiento, actividades e intenciones de éstos84. Mientras, Nicolás Azpuru, auditor de La Rota y embajador interino de España en Roma, encargaba al conde de Zambeccari, cónsul español en Bolonia, la responsabilidad de suministrar el socorro económico a los jesuitas 83. Para la correspondencia que se establece sobre el tema de la pensión entre la corte madrileña y los comisarios reales o los jesuitas que solicitan aumento o doble pensión, véanse los legajos 5.042, 5.046, 5.047, 5.049, 5.059, 5.064 y 5.065 del A.G.S., Sección Estado. 84. Hay información de este tipo en el A.H.N., Estado, leg. 3.518; en A.G.S., Gracia y Justicia, leg. 670 y A.G.S., Estado, leg. 5.041. 47

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que estuviesen en su legacía y en las de Ferrara y Sestri -que carecían de cónsul-, sirviéndose para ello de la ayuda que él estimara oportuna, y de la elaboración de una detallada lista con los datos de los jesuítas que se hubieran instalado en la ciudad, requisito imprescindible para la entrega de la pensión &5. A mediados de febrero desembarcó en Calvi «un genovés que hace de thesorero» -se refería Luengo a Migliorini, secretario de otro de los comisarios reales, Luis Gnecco86-, con el objetivo de distribuir entre la Provincia de Castilla 40.000 reales «entregados en tanta variedad de monedas, que parece que las hay de la mitad de los estados de Europa»s7, a razón de 60 reales por cada uno en concepto de atrasos por los 25 días que llevaban esperando que se les entregara el segundo pago de la pensión. Pero los de Castilla todavía tendrían que esperar algún tiempo más pues Migliorini les advirtió que los comisario la Porcada y Coronel no podían entregarles aún el dinero por tener otras ocupaciones que cumplir: el primero debió pagar la pensión a los padres pertenecientes a la Provincia de Aragón, mientras que Coronel, que tenía que haberse encargado del pago a los castellanos, suspendió el viaje porque empezaron a llegar de España los jesuítas procedentes de América y tuvo que proporcionarles acomodo en la ciudad de Ajaccio8S. Durante los tres primeros días de abril se repartió entre los castellanos la pensión correspondiente a los tres meses que se les debía, es decir, 18 pesos duros a cada uno. A Luengo le resultaba indignante que les pagaran de forma individual y no 85. A.G.S., Estado, leg. 5.058: Azpuru a Zambeccari, Roma, 31 de octubre de 1768. 86. Elegido comisario en Genova, le correspondió en 1771 encargarse de los jesuítas que residían en Ferrara, a los que dio siempre buen trato; en octubre de ese año comenzó a encargarse de los que vivían en Bolonia, para consuelo de estos expulsos que no soportaban al comisario español la Porcada. Sobre la labor de Gerónimo y su hijo Luis Gnecco, véase: GIMÉNEZ LÓPEZ, E. y MARTÍNEZ GOMIS, M., op. cit., 1997. 87. LUENGO, M., Diario, t. II, p. 15. 88. Según Luengo el 24 de marzo llegaron a Ajaccio noventa y cinco jesuítas americanos, la mayoría pertenecientes a la Provincia de Méjico, unos pocos a la de Santa Fe y cinco o seis de diferentes provincias europeas que habían quedado en América enfermos. LUENGO, M., Diario, t. II, p. 36. 48

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dejó de llamar la atención ante el espectáculo que ofrecían algunos nobles de la Provincia, como el P. Idiáquez, recogiendo aquella «miseria»89. Cuando, a finales de mayo, recibieron los castellanos el tercer pago, se libraron de esa «humillación» ya que, después de firmar el recibo, le fue entregada la pensión de toda la Provincia a su procurador general. También sorprendió al diarista con respecto a los fallecidos, secularizados y desaparecidos, que se entregara sólo el dinero que les correspondía hasta el último día que pasaron en la Compañía -contaban a 4 reales por día-, sin otorgar a la comunidad ninguna ayuda para gastos de enfermedad, a excepción de algún dinero para, en el caso de los primeros, sufragar el entierro. Luengo se quejaba de que estos gastos recayeran sobre la colectividad, que se veía obligada a mantener a los pacientes y vestir a los que decidían salir al siglo. Hubo, sin embargo, una excepción: la Provincia andaluza estaba pasando tanta necesidad y tenía tan menguados sus fondos que los propios comisarios les entregaron la totalidad del dinero de la pensión, dejando aplazados para más adelante los descuentos por mortandad y otras bajas. Llegados a este punto debemos resaltar la sorpresa y la dificultad que supuso para Luengo entender el significado del cambio de monedas y sus aciagas consecuencias: «...es un embrollo muy grande en cambios y contracambios de monedas, de que nosotros entendemos poco [...] Pondré el ejemplo en un doblón de a ocho, que es como yo lo entendí mejor. Un doblón de a ocho de España vale allá 30 reales y 6 maravedís que es lo mismo que me entregan aquí, 14 pesos duros, 9 reales y una moneda que aquí llaman parpayola, que vale 2 sueldos o dos cuartos, y de hacerlo así dan esta razón: el doblón de a ocho de oro en España no vale en Genova más que 94 liras de la moneda genovesa. Estas noventa y tantas liras no valen más que 14 pesos duros y aquel pico; luego dándome éstos me dan un doblón de a ocho o 30 reales y 10 maravedís ...» 89. «... un F. Javier Idiáquez, que sería ahora si hubiera querido quedarse en el mundo, duque de Granada, hijo del conde de Grajal que tiene al presente tres sobrinos grandes de España (...) llegarse a la mesa en donde estaba el secretarillo y allí, de pie, recibir de su mano aquel dinerillo ...», LUENGO, M., Diario, t. II, p. 40. 49

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Después de todas estas cabalas, Luengo llegaba a la certera conclusión de que venían a tener una cuarta parte menos de pensión tras el canje, ya que el oro en España perdía al cambio en moneda genovesa, aunque no lo hiciera la plata. A esa pérdida había que añadir que el monto de la pensión que recibieron en España fue de 100 pesos sencillos, es decir, 15 reales de vellón y 2 maravedíes. Al realizar la segunda entrega de la pensión desaparecieron esos 2 maravedíes que acompañaban a cada peso, por lo que Luengo concluyó que alguno de los oficiales intermediarios estaba llevándose un sustancioso sobresueldo 90. La tercera entrega fue hecha en mayo de 1768 y, aunque en principio era para 3 meses, se les propuso añadir una cantidad suficiente como para que la siguiente se llevara a cabo a principios de agosto. Pero a mediados de ese mes todavía no habían cobrado los expulsos y las consecuencias se hacían notar en el abastecimiento: muchas casas no podían comprar carne en un país en plena guerra civil, con la consiguiente carestía y aumento de precio de los productos más necesarios. El viaje a los Estados Pontificios La estancia en aquella isla duró hasta la noche del 15 de septiembre de 1768, día en que los jesuítas comenzaron a subir a las naves que los franceses habían dispuesto para sacarlos de la isla y poder así disponer de alojamiento para sus tropas. El embarque fue muy accidentado por la cantidad de personas que subieron a bordo y por la falta de previsión en cuanto a espacio, enseres que se iban a transportar e, incluso, en cuanto al tipo de comida que dispondrían a bordo; sirva de ejemplo la larga descripción que hace Luengo del bochornoso espectáculo que ofrecían más de cien hombres de pie, en una estrecha estancia sin luz, intentando cobijarse de la torrencial lluvia que caía y al mismo tiempo comer, sin cubiertos, el caldoso estofa90. Cuando, años más tarde, murió Pedro de la Porcada en Madrid, ciudad a la que fue destinado en 1785 como alcalde de casa y corte, Luengo incluía una pequeña biografía en la que desarrollaba estas acusaciones. Véase LUENGO, M., Diario, t. XXI, p. 437. 50

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do que les sirvieron. La razón de tales prisas y de los perjuicios causados a los expulsos durante todo su viaje hacia Italia se explica por dos circunstancias: en primer lugar, el Tratado de Compiegne, de 15 de marzo de ese mismo año91, por el que la isla dejaba de pertenecer a la república de Genova y pasaba a la soberanía francesa, que iba a enfrentarse contra Paoli y, por lo tanto, necesitaba que los jesuitas españoles abandonaran Córcega, posibilitando que se establecieran sus tropas en las casas que ellos dejaban; la segunda circunstancia era la aceptación implícita de Clemente XIII para que los jesuitas españoles entraran en los Estados Pontificios, agobiado por las presiones que recibía para que se suprimiera el instituto ignaciano. Del pormenorizado relato que sobre el viaje ofrece el P. Luengo cabe resaltar la incertidumbre inicial de los regulares, al no conocer su destino cuando embarcaron; suponían que les llevaban a Genova, pero a los dos días de haber levado anclas en Córcega, el 21 de septiembre, se vieron frente a las costas de Sestri Levante. Poco duró la incertidumbre, pues sin permitirles desembarcar se les dio orden de continuar hacia Genova, puerto al que llegarían el día siguiente y donde se reunirían con los convoyes de las Provincias de Aragón, Andalucía y todos los de Castilla que salieron juntos de Calvi, siendo los últimos en llegar los de la Provincia de Toledo92. En términos numéricos, Luengo sostenía que frente al puerto genovés, a fecha 27 de septiembre de 1768, se reunieron dos mil quinientos jesuitas españoles93. 91. GIMÉNEZ LÓPEZ, E. y MARTÍNEZ GOMIS, M., op. cit., 1995. 92. De la Provincia de Aragón salieron quinientos cincuenta regulares en cinco embarcaciones; de la de Andalucía cuatrocientos cuarenta en tres navios, y el convoy de la Provincia de Castilla estaba compuesto por siete embarcaciones, una de ellas con los enfermos, pagada por los propios jesuitas. LUENGO, M., Diario, t. II, p. 314. 93. «Espectáculo a la verdad que no le ha visto Genova semejante desde su fundación hasta este día», sobre esta estancia frente al puerto genovés, más adelante añade: «Luego que anochece, se empieza a cantar la letanía de la Virgen en una embarcación, después se hace lo mismo en otra y algunas veces dos y tres a un tiempo y de este modo dura esta piadosa música una hora u hora y media de noche. Y como en todas las embarcaciones se ha procurado escoger cuatro o cinco de buenas voces que llevan el coro, se oye en toda la concha y en buena parte de la ciudad, 51

ESTUDIO INTRODUCTORIO

Por otro lado, el 29 de agosto, con casi un mes de retraso, los padres castellanos recibieron la pensión para tres meses, es decir, hasta octubre. Pero el primer día de ese mes ya se encontraban en el puerto de Genova. Las condiciones en las que realizaron la travesía fueron infrahumanas; el propio Idiáquez fletó una embarcación para trasladar a los ciento y pico que vivían con él y así desahogar un poco los barcos en los que navegaba el resto de la Provincia. Lo mismo tuvieron que hacer los superiores castellanos para poder llevar mínimamente protegidos a los enfermos, llegando a pagar 60 reales por día. Esto, unido a los necesarios gastos que implica todo traslado, hizo que la situación económica de los regulares tomara visos más que preocupantes. Afortunadamente, la corte española no cerró los ojos ante el problema y ordenó el pago de un doblón de a ocho -quince pesos duros-, a modo de socorro extraordinario, para que pudieran realizar el viaje por los Estados Pontificios. Esta ayuda les llegó el día 17 de octubre cuando ya estaban casi todos en Genova, dispuestos para salir hacia Sestri Levante, y a la espera de las barcazas que iban llegando de Córcega con sus escasas pertenencias. Durante todo el tiempo que el P. Luengo estuvo en la bahía de Genova, junto con los otros jesuítas castellanos, las condiciones físicas que padecieron fueron durísimas, no sólo físicamente, también debieron soportar lo que para el P. Luengo era peor: «las tentaciones de los enemigos de la Compañía» ya que, aprovechando precisamente estas dificultades, se ofrecía doble socorro a aquellos que quisieran secularizarse. Además, para Luengo la estancia a bordo se hizo especialmente dura al prohibir el P. Ossorio, su provincial, que abandonaran la embarcación, lo cual «a mí me es muy sensible, no tanto por la moren la cual, según se nos asegura, se oye con muy particular gusto, curiosidad y edificación esta nueva música jamás oída hasta ahora en este puerto. ¡Qué mucho¡, si jamás se han visto en él en tanto numero de navegantes y prisioneros de esta especie. En realidad es cosa que encanta oír resonar por tanto tiempo, y no con mala armonía las glorías y alabanzas de la Santísima Virgen en un puerto y ver empleados en este santo ejercicio con tanto gusto y alegría millares de religiosos tratados con el último desprecio, con un sumo rigor, oprimidos de miserias y trabajos y hartos de oprobios y deshonras». LUENGO, M., Diario, t. II, p. 353 y 363. 52

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tificación que hay en ello, aunque no es pequeña, cuanto porque no puedo tener la comodidad de ver y averiguar cosas que notaría con gusto en este Diario y si no vinieran otros de fuera, nada sabríamos de lo que pasa*4. Advertimos, una vez más, cómo para Luengo se estaba convirtiendo su escrito en un objetivo prioritario y no dejaba de ser la actividad que de algún modo daba sentido a su dramática y azarosa existencia. El 21 de octubre se despertó con el barullo de la tripulación que preparaba el desembarco de los jesuitas para llevarlos al lazareto de Genova. Luengo prefirió alquilar con otros compañeros una falúa para alcanzar la playa y eludir así viajar en una gran nave en la que se apilaban las pocas pertenencias y los muchos jesuitas que estaban a bordo de los navios para ser conducidos a tierra. En el lazareto de Genova permanecieron diez días y de allí, esparcidos en pequeños grupos, los trescientos miembros de la Provincia de Castilla embarcaron hacia Sestri Levante. De esta villa Luengo nos comenta en su escrito que era un lugar pequeño, como de trescientos a cuatrocientos vecinos y bastante hermoso, y estaba convencido de que pasaría a la historia«por haber sido el rincón de la tierra en el continente de Italia, por donde se vio obligada la Compañía de Jesús española a introducirse, contra su voluntad, en el estado de la Iglesia»9S. A primera hora del 25 de octubre comenzó el viaje hacia su destino en los Estados Pontificios, la Legacía de Bolonia. Para ello tuvieron que recorrer a pie y sobre caballerías cerca de 200 kms., bajo unas condiciones climáticas pésimas, pues tuvieron que resistir las fuertes lluvias y el frío característico de esa época del año en los Apeninos, pagando precios excesivos por el transporte. La correspondencia diplomática asegura que llegaron con«bestidos desgarrados y rotos, pero parece que están bien proveydos de doblones de oro»96; esa debió ser la imagen que también recibieron los campesinos italianos y los arrieros que, en ocasiones, estafaron a los expul94. LUENGO, M., Diario, t. II, p. 358. 95. LUENGO, M.: Diario, t. II, p. 464. 96. A.G.S., Estado, leg. 4.733: Zambeccari a Grimaldi, Bolonia 24 de septiembre de 1768. 53

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sos cobrándoles sumas exorbitantes y, además, siendo rechazados por los jesuítas italianos que, desde el principio, dejaron muy claro a los españoles que no recibirían ningún apoyo suyo, y no siempre pudiendo hacer, durante el viaje, más de una comida al día. Atravesaron Parma, Regio, Módena y al cruzar en barcas el río Pamaro, entraron en los estados del Pontífice; era el 5 de noviembre de 176897. Este es el sucinto resumen de lo que ocurrió y escribió Luengo en los dos tomos, hasta ahora inéditos, que presentamos tras este estudio preliminar. Restan 47 años, reflejados en más de 50 volúmenes manuscritos, en los que el P. Luengo relató la larga estancia en la legacía boloñesa, el regreso a España en 1798, el posterior y segundo destierro de 1801, el restablecimiento de la Compañía en 1814 y el retorno definitivo a su patria. El día 12 de noviembre de 1816, cuando llevaba ya un año viviendo en Barcelona, moría el P. Luengo98. Cinco días antes había cumplido 81 años, dejándonos puntual testimonio de sus últimos cuarenta y ocho años en el Diario. En sus últimos apuntes agradecía a Dios que le hubiera dado «ánimo, constancia y fuerzas para escribir este larguísimo Diario», confiando en que sirviera para la formación de una historia de «suma gloria para la Compañía de jesús». El diario del P. Luengo La elaboración de un diario por parte de un miembro de la Compañía de Jesús no es algo insólito, ya que constituye una fomentada costumbre de la que, en diferentes épocas, tenemos numerosos y valiosos ejemplos. Además, la valoración que, dentro del seno de la Compañía, se hace de estos diarios es de gran importancia; de hecho, casi todos los escritos aparecidos de jesuitas expulsos cuentan con una o varias copias, a veces realizadas por los propios autores y otras por mano ajena en momentos posteriores a la fecha de realización; algunas de estas copias son parciales, referidas a aspectos concretos del 97. Sobre este viaje véase también GIMÉNEZ LÓPEZ, E., op. cu., 1992. 98. Catálogo Provincia Hisp. de 1818. 54

ESTUDIO INTRODUCTORIO manuscrito originario, otras se trata de transcripciones completísimas y, en ocasiones, garantizan el testimonio, pues no es extraño que el original haya desaparecido. Los propios expulsos ya realizaron algunas copias de los escritos propios o de los de sus coetáneos; así, por ejemplo, el P. Luengo escribía su propio Compendio al mismo tiempo que el Diario, en el que resumía lo escrito en el segundo, y diferentes estudiosos han realizado copias", si bien no de la totalidad de la obra que, como en el caso de Manuel Luengo resultaría una labor de muchos años, sí de aquellas partes que han considerado de puntual importancia. Dentro de esta tendencia englobaríamos las copias manuscritas y mecanografiadas que se conservan en el Archivo Histórico de la actual Provincia de Loyola sobre diferentes aspectos tratados en el Diario de Luengo (Palafox, biografías de personas ilustres, etc.). Es una tendencia lógica, dadas las persecuciones de las que ha sido objeto la Compañía a lo largo de su historia, mentalizar a sus miembros de la más que probable posibilidad de una pérdida. Ya en época contemporánea, una mirada a las fuentes manuscritas en poder del Instituto de San Ignacio, que cita el P. Lesmes Frías en su obra sobre la Historia de la Compañía de Jesús 10°, supone un extraordinario ejemplo de lo que decimos. Por otra parte, creemos que los diarios de los expulsos se escriben respondiendo a órdenes de los superiores, que encargan a los protagonistas dejar testimonio de todo lo acontecido en momentos claves; así se pidió a los novicios que describieran su viaje hacia el embarque en Santander en 1767, reseña que sirvió de base documental para la obra del P. Isla sobre la intimación del decreto de Carlos III101. Este escrito del P. Isla 99. Copia manuscrita del Compendio del P. Luengo se encuentra en la Biblioteca del Institutum Historicum S. I., de Roma. En MEDINA, Francisco de Borja: «Ocaso de una provincia de fundación ignaciana: la Provincia de Andalucía en el exilio (1767-1773)», Archivo Teológico granadino, 54, 1991, pp. 55 (n. 105). 100. FRÍAS, L.: op. cit., 1923, pp. VII-XXIV. 101. A raíz de la expulsión, el P. Isla escribiría un Memorial dirigido a Carlos III sobre el desarrollo del éxodo, según declaraciones y documentación que fueron aportando los novicios sobre sus experiencias y dificultades a la hora de unirse a 55

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tiene su repetición en Portugal, con el escrito del P. Caeiro m Apología da Companhia de Jesús nos Reinos '3 Dominios de Portugal, dirigida a María I para que la soberana reinstaurara la Compañía de Jesús en el reino luso. Hay otros ejemplos anteriores y posteriores a la expulsión: sobre los primeros valga de ejemplo los diarios que los jesuitas enviados a América hacían sobre sus experiencias con los indios103, en cuanto a los posteriores a la expulsión nos apoyaremos en la petición que realiza Lorenzo Ricci, en julio de 1773, al P. Francisco Javier Idiáquez, entonces provincial de Castilla, para que se formasen relaciones históricas de lo acontecido en la Provincia desde la expulsión de España: «...de aquellos tiempos inmediatos hasta el presente y me la embiara en oportuna ocasión, y lo que después fuere ocurriendo, lo notará asimismo V.R., continuando la misma relación para remitirla también en ocasión oportuna.» 104 El hecho de que el P. Luengo insista varias veces en que nadie le había pedido la realización de su Diario, ni de su Colección de Papeles, parece corroborar esta teoría ya que, en repetidas ocasiones, hace mención a ese aspecto peculiar de su escrito, haciendo gala de su acertada iniciativa105. El Diario del P. Luengo es uno de los más dilatados e interesantes escritos que se conservan sobre aquella experiencia, y hay que leerlo sin abandonar la perspectiva del subjetivismo

102. 103.

104.

105. 56

los padres. Este Memorial nunca fue enviado al monarca pero cuenta con dos ediciones, la primera, publicada en 1882 y otra más reciente con estudio introductorio y notas a cargo de Enrique GIMÉNEZ LÓPEZ: Historia de la expulsión de los jesuitas. Memorial de las cuatro provincias de España de la Compañía de Jesús desterradas del reino a S.M., el rey Don Carlos III, Instituto de Cultura «Juan Gil-Albert», Alicante, 1999. El P. Luengo realizó una copia de este Memorial que introdujo en el t. II de su Colección de Papeles Varios. CAEIRO, José, Historia da expulsao da Companhia de Jesús da Provincia de Portugal, Ed. Verbo, Lisboa, 1991. Archivo Nacional de Paraguay (A.N.), índice General, pág. 97, 1720: Escritos de dos padres jesuitas acerca de lo irreductibles que son los indios paraguayos. Agradecemos esta información a la dra. Elia Gozálbez Esteve. Esta correspondencia aparece copiada por el diarista Luengo en sus Papeles Varios, t. V, p. 26. Pero, sobre este mismo tema puede verse: LUENGO, M., Diario t. VII, p. 310 y t. VII, vol. II, p. 290. LUENGO, M., Diario, t. VII, vol. II, p. 311.

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lógico que contienen las opiniones de un «militante comprometido con su causa», un jesuita en este caso, para quien la Compañía es baremo para diferenciar lo positivo de lo negativo en su concepto más integral. Para él sólo tiene relevancia aquello que sirva para exaltarla y lo que no, sencillamente, la injuria. Su intención al escribirlo no será otra que elaborar un panegírico de la Compañía de Jesús durante uno de los exilios más conmovedores de nuestra historia en la época moderna.La obra de Manuel Luengo, además, es fruto de una constancia férrea y de esa conciencia testimonial a la que nos hemos referido y que, estimulada por el reto del destierro, muestran muchos de los deportados: dejar un testimonio biográfico que pueda servir de base para que otros escriban la historia de la Compañía de Jesús. Se trata de un trabajo discreto, sin pretensiones literarias y realizado en durísimas circunstancias físicas que se agravan por la necesaria clandestinidad a la que se debe el escrito. Conviene recordar las peripecias que tuvieron que pasar los expulsos para poder salvaguardarlos; a este respecto, Constancio Eguía106 escribe: «En los catorce meses que moraron los expatriados en Córcega I07, no era creíble que ningún desterrado, y menos los que posaron en Calvi, [...] hubiese podido emborronar un mísero pliego. ¡Tan prensados estaban todos entre la guerra y el hambre!. Mas cuando, al fin, estos mismos pasaron a Italia con ímprobos trabajos, y desde Sestri llegaron al campo de Bolonia, entonces se vio lo mucho que habían escrito. Porque allí supieron con inmenso dolor que sus baúles, detenidos en Regio, habían sufrido al pasar por Módena un grande y severísimo registro y el decomiso total de muchísimos papeles» los. 106. EGUÍA Ruiz, C., op. cit., 1951, p. 683. 107. Según carta de Aranda a Roda, parece ser del primero la idea de confinar en Córcega a los expulsos tras conocerse la decisión del Papa de no recibirlos en los Estados Pontificios. A.G.S., Gracia y Justicia, leg. 667, Aranda a Roda, 1 de marzo de 1767. 108. En el Archivo Secreto del Vaticano (A.S.V.) se encuentra la relación de los equipajes que transportaban los jesuítas españoles y americanos que transitaban por el Ducado de Parma, entre ellos aparece en el carro 2, conducido por Antonio Candelli, un baúl del P. Luengo: Colegio de Santiago. A.S.V., Gesuiti, 1-2.; dato que agradecemos al profesor Giménez López. 57

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Otra singularidad del diario del P. Luengo es su extensión: sesenta y dos tomos de Diario, veintiséis de la Colección de Papeles Varios y un Compendio del Diario que resume 31 años de exilio, desde 1767 hasta 1798. Además, se trata de un escrito que, continuamente, se debate entre el breviario intimista, donde muestra sin escrúpulos lo que siente, derramando sobre el papel todo aquello que le resulta indignante o laudatorio sin obviar opiniones personales y, por otra parte, la crónica, casi diaria, de los acontecimientos políticos, económicos y eclesiásticos que empujaron los forzosos pasos que tuvieron que dar durante todos esos años. El padre Luengo escribe sin tregua, sin mesura y sin pudor; escribe para dejar constancia de los sacrificios que tuvieron que pasar los expulsos y con una finalidad manifiesta: ofrecer datos que sirvan para la elaboración de una historia apologética de la Compañía de Jesús, la Orden a la que, junto a su Diario, dedicó su vida. En 1782, el P. Luengo escribió el prólogo a su Diario, en el que explica detalladamente los motivos que le impulsaron a su consecución109, y aclara que fue en Córcega donde decidió continuar un escrito que al principio no se tomó más que como un entretenimiento. Hay que mencionar aquí que durante la estancia en aquella isla fue cuando se encargó a los novicios que relataran por escrito la forma en que les fue intimada la expulsión y sus viajes hasta unirse a los expulsos, lo que pudo motivar en el P. Luengo la toma de conciencia de la importancia que su escrito podría adquirir ya que, para entonces, se trataba de un extenso y puntual relato, escrito día a día, que ofrecía datos de singular importancia; no en vano, también entonces, el P. Luengo elaboró una copia del Memorial escrito por el P. Isla, ya mencionado, al que incorporó un prólogo con comentarios personales no y que, recientemente, ha sido publicado con estudio preliminar del profesor Giménez López111. 109. «...su fin principal [el del Diario] es contribuir y ayudar del modo que se pueda a que se conserve sincera y pura la verdad de los sucesos de la presente persecución de la Compañía», LUENGO, M., Diario, t. I, Prólogo, p. 3. 110. LUENGO, M., Colección de Papeles Varios, t. II. 111. GIMÉNEZ LÓPEZ, E., op. cit., 1999.

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El modo de escribir de Luengo es lento, pedante, repetitivo y, en palabras de Rafael Olaechea «mortalmente plúmbeo»; probablemente, el no tener intención alguna de publicar su escrito le lleva a no pulir en lo más mínimo el estilo y en utilizar muchas más palabras de las necesarias para explicar un hecho, dilatando así su escrito y haciendo insufribles para el lector muchas de sus páginas en las que porfía con sus opiniones, sus intuiciones y su incorregible convicción de poseer la verdad absoluta, clarividencia propia de los que jamás se han permitido dudar de sus convicciones. «Sus párrafos parecen inmensas cordilleras, a cuya vista bizquean los ojos del lector»112. En cuanto al contenido, el diarista lo divide en tres aspectos: «sucesos, conjeturas y reflexiones», a lo que habría que añadir las descripciones de los lugares que visita en sus viajes o en las residencias y ciudades en las que vivió. Los sucesos que describe fueron, en ocasiones, vividos directamente por él, pero otros ni los leyó, le fueron relatados aunque, eso sí, siempre especifica de qué modo se enteró de lo que narra, reconociendo que se trata de «una diferencia importante». Las reflexiones son, quizá, lo que más espacio ocupa en el Diario, las más arduas a la hora de estudiarlo, por su descarada inclinación hacia la imparcialidad y su machacona defensa de lo que él considera el auténtico espíritu de la Compañía. Estas reflexiones sólo pueden leerse sin desfallecer o analizarse de una forma cercana al objetivismo si nos proponemos no olvidar que las escribe como desahogo, como válvula de escape de la presión y los padecimientos que está sufriendo, y de la dificultad que conlleva escribir con acierto los acontecimientos tal y como ocurren en el tiempo en que están pasando. El diarista era consciente de lo extenso y espeso que era en sus consideraciones, pero lejos del retoque esgrimía: «no nos hemos de enmendar del todo de este defecto; pues muchas cosas cuando se ven y se palpan y se está sobre ellas con todas sus circunstancias, parecen algo y que no desmerecen ser escritas pasando algún tiempo como que desaparecen y se vuelven nada». Y las conjeturas que es112. OLAECHEA, R., op. cit, 1984, p. 129. 59

ESTUDIO INTRODUCTORIO cribe el P. Luengo en su Diario son, exactamente, eso, sospechas sobre actitudes que pueden tener algunos ministros hacia la Compañía, reacciones que se suponen de algunas personas con relación a hechos que podrían perjudicar o beneficiar la situación de los jesuítas, y circunstancias similares que, en lo sustancial, merecen poco aprecio desde el punto de vista documental, pero que poseen un interés primordial: conocer los temores y las astucias que movían las reacciones personales de la vida cotidiana de los expulsos. Para finalizar, y en reconocimiento a los muchos padres que de forma anónima han desarrollado la paciente labor de copiar, resumir, mecanografiar e indexar parte de esta inmensa obra de Luengo, que se conserva en el Archivo Histórico de Loyola, haremos una pequeña referencia de su contenido. Así encontramos en este archivo azpeitarra un índice alfabético sacado de las personas que aparecen en el Diario,, compuesto de dos tomos manuscritos y fechados en Loyola en el año 1889. Incluyen una introducción firmada por el P. Labarta, de julio de 1871, reproducida por el P. Eguía113, así como una serie de Biografías de padres y hermanos navarros, entre los que resalta el P. Idiáquez, con más de doscientas cuarenta páginas, entre las que pueden leerse algunas cartas escritas por el que fuera provincial de Castilla y recordatorios a su muerte, continuando con las biografías de otros jesuítas navarros, incluyendo un índice elaborado por el P. Ciaurriz y una relación de los Varones insignes de la Provincia de Castilla. También aparecen cinco tomos que recopilan lo expresado por Luengo en su Diario acerca de las Noticias Literarias, el primero comprende los años 1767 hasta 1778, el segundo desde 1779 a 1782, el siguiente desde 1783 a 1790, el cuarto de 1791 hasta 1797 y por último desde 1797 hasta 1815, incluyéndose una serie de índices correspondientes a cada tomo y otro índice, al final, que compila los anteriores y, por si esto fuera poco, estos índices son temáticos y de autores. A la colección de Noticias Literarias le acompaña otra referida a las Noticias de Roma, que 113. EGUÍA Ruiz, C., op. cit., 1914. 60

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dejó de hacerse al llegar al tomo XXX del Diario por razones que desconocemos. Por otra parte, se realizaron una serie de volúmenes referentes a las noticias domésticas, los dos primeros tomos incluyen desde 1767 a 1799 y de 1800 a 1814, respectivamente. Aparece también un pormenorizado índice y una relación de los jesuítas expulsos secularizados durante el destierro. Así mismo, podemos encontrar una serie de índices en los que aparecen personas no pertenecientes a la Compañía pero que, por uno u otro motivo, incluye Luengo en sus escritos. De los que pertenecían a la Compañía pueden encontrarse una serie de fichas con datos biográficos de sacerdotes y coadjutores expulsos en 1767 de diferentes provincias, no sólo de Castilla. No podía faltar una recopilación de los comentarios y documentos que sobre el obispo de Puebla, el venerable Palafox, recogió Luengo en sus escritos con una introducción y un índice al final. Se encuentra también entre esta selección documental una serie de cartas del P. Juan José Carrillo, que escribió al P. Luengo a Roma mientras el primero se encontraba prisionero en Mantua por no haber jurado fidelidad a José I, y el correspondiente índice de estas misivas114. Una copia del Catálogo General de Regulares del director general de temporalidades, Juan Antonio Archimbaud y Solano115, y una serie de Datos para la biografía del P. Manuel Luengo, en dos tomos. En cuanto a las modificaciones que hemos realizado al transcribir el documento han sido mínimas, reduciéndose al desarrollo de las abreviaturas, algún cambio en el uso de las mayúsculas y la ampliación de la fecha, añadiendo al día que cita el P. Luengo el mes en el que se sitúa, para mejor seguimiento del escrito. Los datos que aportamos sobre las personas que se nombran en el escrito de Luengo, si no se cita la

114. FERNÁNDEZ ARRILLAGA, I., «La persecución de los jesuítas que no juraron la Constitución de Bayona en la correspondencia entre los PP. Juan José Carrillo y Manuel Luengo (1808-1813)», Revista de Historia Moderna, n° 18, Alicante, 2000, pp. 223-244. 115. Similar al que puede consultarse en la Biblioteca Nacional (B.N.), ms. 22.072. 61

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fuente, han sido recopilados del propio Diario y de la Colección de Papeles Varios. Bournemouth-Penáguila Junio-diciembre de 2000

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DIARIO DE LA EXPULSIÓN DE LOS JESUÍTAS DE LOS DOMINIOS DEL REY DE ESPAÑA, AL PRINCIPIO DE SOLA LA PROVINCIA DE CASTILLA LA VIEJA, DESPUÉS MÁS EN GENERAL DE TODA LA COMPAÑÍA AUNQUE SIEMPRE CON MAYOR PARTICULARIDAD DE LA DICHA PROVINCIA DE CASTILLA

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PRÓLOGO Prólogol a los que vean este Diario Pocos días después que fui preso en el Colegio de la ciudad de Santiago de Galicia con todos los demás jesuítas que vivían en él, y apenas llegamos todos al Colegio de La Coruña, en donde se juntaron todos los jesuitas de los colegios de aquel Reino, se me ofreció el pensamiento de ir notando las cosas que nos iban sucediendo que pareciesen dignas que se conservase su memoria para en adelante, y sin dilación alguna, empecé a ejecutarle; y como habían pasado muy pocos días desde que había empezado nuestra historia, me fue fácil, y sin peligro alguno de equivocarme, tomar el principio de este Diario desde el día dos de abril, víspera de nuestra desgracia. Cuando puse la mano a este escrito, y aun algún tiempo después, no le miraba sino como cosa de poca o ninguna importancia, poco más que una curiosidad y una pura diversión y que nunca serviría de nada, aunque no dejaba por eso de poner el cuidado conveniente en averiguar las cosas que pasaban y en notarlas con exactitud y con verdad. De este modo, fui prosiguiendo con mi Diario con fidelidad y con constancia todo el tiempo que nos detuvimos en La Coruña, en El Ferrol y en el viaje por el mar de muchas semanas. Así proseguí también en los primeros meses de nuestra habitación en la ciudad de Calvi de la isla de Córcega. Y haciendo entonces reflexión, por un lado, a que ya tenía escritas muchas hojas, en las cuales había por lo menos de apreciable para los tiempos venideros la data puntual y verdadera de los sucesos que tanto se estima en una historia y, por otro, a que, según el semblante de las cortes y las cosas que se oían y veían por todas partes, era muy verosímil que durase nuestro destierro de España por tiempo considerable, empecé a mirar este trabajillo como cosa algo seria, de algún aprecio y estimación para los tiempos adelante; y aunque 1. El prólogo que aquí transcribimos es una copia manuscrita realizada por rnano ajena al autor; conocemos otra copia, mecanografiada hacia 1960, en la que se comentan algunas de las deficiencias que tenía el original. Dado que las diferencias encontradas entre ambas son nimias e intranscendentes, hemos optado por transcribir ésta que es la que figura, actualmente, en el primer tomo del original del Diario. 65

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puntualmente entonces empecé a verme bastante ocupado con mi oficio, por haber empezado el estudio con tanto o mayor rigor que en nuestros colegios de España, animado con la esperanza de (que algún día podría ser de alguna utilidad este Diario, me resolví a continuar con él hasta el fin de nuestro destierro y a poner todos los medios posibles para conservarle, y he estado en esto hasta ahora tan feliz que no se me ha perdido un renglón, ni en tantos viajes atropellados por mar y por tierra, ni en el violento registro de los baúles en Parma, ni en tantos sustos, alarmas y zozobras como hemos tenido en Italia en este particular antes de la extinción de la Compañía; y además de esto, he tenido siempre proporción, tiempo y fuerzas para escribir casi día por día o, por lo menos, notar las cosas que han ido sucediendo. Así he proseguido, constante e invariablemente, por largo espacio de quince años, desde el de mil setecientos sesenta y siete, en que fuimos desterrados de España, hasta el presente de mil setecientos ochenta y dos, y del mismo modo proseguiré en adelante, hasta que a mí me falten las fuerzas o la vida, o nos veamos otra vez en nuestros colegios de España. Pero sin pasar más adelante, teniendo tanta multitud de papeles sueltos y siendo muy fácil que se pierdan o desaparezcan algunos y quede imperfecto el Diario, he resuelto, valiéndome de un amigo de confianza, hacerlos encuadernar y formar con ellos algunos tomos; y esto me obliga a escribir ahora este prólogo, en el cual, después de haber insinuado cómo se ha hecho hasta aquí, el modo con que se empezó y se ha ido continuando esta obrilla, se dirá también alguna otra cosa que pueda ser útil para hacer buen uso de este Diario y para alguna excusa razonable de los yerros y faltas, más propiamente equivocaciones y engaños, que, con el tiempo, verosímilmente se descubrirán en él. A este prólogo seguirán catorce o quince tomos de Diario que se podrán formar de los papeles que están ya escritos, pero no es fácil que podamos decir, ni aun conjeturando, cuántos vendrán a ser finalmente, porque no es posible saber ni cuánto durará nuestro destierro y opresión, ni tampoco si antes que se acabe la persecución nos faltará a nosotros la vida o, por lo menos, las fuerzas para poder continuarle. No obstante, 66

PRÓLOGO siendo nuestro ánimo de proseguir en este Diario con el mismo método y orden que hasta aquí, la misma utilidad puede tener este prólogo para lo que se escribe en adelante que para lo que está ya escrito, pues no se trata en él de hacer examen o crítica en particular de las cosas que se dicen, lo que, en una obra tan larga, es casi imposible. En los primeros años de nuestro destierro en los puertos de España, en el mar, en la Córcega, en el viaje desde esta isla al continente de Italia y al Estado de la Iglesia, casi se ciñe nuestro Diario a nuestras cosas domésticas y la sola Provincia de Castilla. No había en aquel tiempo cartas sino muy pocas y ésas con gran misterio y cuidado se ocultaban; no había gacetas públicas ni otro modo alguno de ser informado de las cosas que pasaban, especialmente en las cortes, aun sobre nuestra misma causa, y era forzoso contentarse con los sucesos que pasaban a nuestra vista; y así, es preciso que para la historia se busquen por otras partes noticias ciertas y bien circunstanciadas de muchos sucesos de importancia de los primeros años de nuestro destierro que no hubiéramos dejado de notar en este escrito si hubiéramos podido informarnos bien de ellos. Pero, después que nos establecimos en los dominios del Papa, que se puso franca del todo la correspondencia con Roma, no tan estrechamente cerrada como en Córcega la comunicación con España y, más añadiéndose a eso una inundación de gacetas de muchas ciudades de Italia y alguna luz con el trato de la gente del país, nos hallamos en estado de distinguir mejor el carácter de las cortes, ministros y otras personas que entran en esta historia, de oír y entender muchas cosas y sucesos de que apenas hubiera llegado a la Córcega un confuso rumor y, por consiguiente, nos vimos con proporción de escribir un Diario más lleno y con mayor variedad de cosas. Pero, en esto mismo, nos acusarán por ventura algunos, por habernos extendido a cosas y sucesos que no parece que tienen relación alguna con el asunto principal de nuestro Diario. Si tratáramos en este prólogo de defendernos y justificarnos, diríamos aquí, francamente, que a un diarista viajante no hay objeto ninguno que le deba ser extraño. Pasa de un reino a otro, de una a otra provincia, de esta a aquella ciudad y por 67

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todas partes nota en su diario lo que lo parece digno de observación. Sagrado y profano, malo y bueno, propio y extraño; todo entra en sus apuntaciones, y todo puede y aun debe entrar. Pero, sin valemos de estas amplísimas facultades y verdaderamente propias de los viajantes diaristas, nos persuadimos que en este particular no se hallará mucho que reprender en nuestro Diario; porque no se encontrarán en él muchas cosas que no tengan alguna conexión con su fin principal, que es contribuir y ayudar, del modo que pueda a que se conserve sincera y pura la verdad de los sucesos de la presente persecución de la Compañía. Para este mismo fin, más que para defendernos o disculparnos, haremos en pocas palabras una como crítica general de este mismo Diario, dando al mismo tiempo alguna luz para el buen uso de las noticias y cosas que se refieren en él. Estas se pueden reducir todas a tres clases o especies. Sucesos, conjeturas y reflexiones porque alguna otra descripción de lugar, ciudad o país, y tal cual cosa semejante ocupan poco papel y no importa mucho que se entiendan de este o del otro modo. Los hechos o los sucesos, que son la primera cosa de que vamos a tratar, son de dos clases diferentes, porque unos han pasado a nuestra presencia y delante de nuestros ojos y otros han llegado a nuestra noticia por cartas o relaciones ajenas, habiendo sucedido en lugares en que no nos hallábamos presentes. Por lo que toca a los primeros no es mucho pedir a los que lean este Diario que nos den crédito en ellos, pues podemos protestar con toda sinceridad y aseveración que hemos puesto muy particular cuidado, no sólo en ver y observar las cosas que escribimos, sino también en no desfigurar ni alterar un punto la verdad de ellas, por respeto ninguno imaginable. En cuanto a los segundos, es preciso hablar con alguna distinción y dividirlos, otra vez, en dos clases. Porque algunos de estos hechos, como es claro, son de tanta grandeza, tan visibles y palpables que, aun desde lejos, casi se ven con los ojos y se tocan con las manos; o por lo menos se saben con tanta certeza y seguridad como si se vieran y se palparan. Quién ha de ignorar, aunque no viva en Roma, la muerte de Clemente XIV y la elección de 68

PRÓLOGO Pío VI. Y lo mismo se debe decir de la deposición de un ministro famoso, de una gran batalla, de una sangrienta derrota, de la conquista de una plaza importante y de otras cien cosas como éstas, aunque no se halle en los lugares en que sucedieron el mismo que las nota y refiere. Y en este género de sucesos no se puede tampoco negar fe a quien protesta sinceramente que ha puesto una competente diligencia en averiguarlos y exactitud y fidelidad en escribirlos. Otros muchos sucesos, por el contrario, ni son de tanta grandeza ni pueden tener por sí mismos aquella pública notoriedad que los pasados. Un destierro, una prisión secreta y misteriosa de una persona de mediana esfera; un premio, un castigo de otra persona semejante por medio de una pensión o con sustracción de ella: un papel o librito que empezó a correr y fue sofocado antes de hacerse público, y otros centenares de cosas como éstas, son sucesos que, desde lejos, no se ven, ni se palpan, y que algunas veces no se pueden averiguar del todo, por más que se hagan las más vivas diligencias. Y así, en este género de sucesos, no es imposible que nos hayamos equivocado alguna otra vez, a pesar de nuestra diligencia en averiguar bien las cosas y de nuestra cautela y miramiento en no asegurar ninguna de ellas, sino cuando a nuestro juicio está ya bien averiguada. Es cosa más difícil y más ardua de lo que parece a primera vista, escribir con tino y acierto las cosas presentes en el tiempo en que están pasando entre nubes y tempestades de relaciones diferentes de una misma cosa, de uno que la afirma de otro que lo niega, de este que la cuenta de un modo, de aquel de otro, no es necesario penetrar muchas veces para llegar al fondo de la verdad de la cosa. Cuánta detención y reserva para no creer, ligeramente, lo que se oye aun a hombres de autoridad y lo que se lee, aun en cartas dignas de crédito para no tener el disgusto y sonrojo de ver el Diario lleno de cuentos, de fábulas y de hechos que nunca existieron. Para prueba de lo que sucede todos los días en este particular, insinuaremos aquí de paso dos solos ejemplares. A fines de setenta y dos y principios del siguiente, por espacio a lo menos de seis meses, corrió tanto en este país entre todo género de gentes, jesuítas y 69

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no jesuítas, que el Rey de España había perdido la cabeza y estaba enteramente loco y que a los que mostrábamos dudas de la cosa, que no éramos muchos, nos tenían por simples y mentecatos y casi por más locos que el mismo Rey. En efecto, llegaron centenares y aun millares de cartas de Roma, de Genova, de Milán, de Turín y otras ciudades, especialmente de Italia, que daban por cierta o indubitable la cosa; y con todo, eso fue una verdadera fábula, con que hubiéramos enriquecido este Diario, si no hubiéramos usado de tanta cautela y miramiento, porque si bien es cierto, o por lo menos muy probable, que el Rey Carlos III tuvo alguna cosa de esta flaqueza con ocasión de la muerte del Infante Don Carlos, su nieto, y de Luis XV, Rey de Francia, el año de setenta y cuatro, no lo es que la padeciese el año de setenta y dos ni setenta y tres. Lo mismo sucedió con la particularísima protección de la Emperatriz María Teresa para con la Compañía de Jesús los últimos meses, antes que fuese extinguida. Había cien indicios no despreciables, otras tantas razones no malas, muchos centenares de cartas de muchas partes que inclinaban y casi obligaban a creer que la Emperatriz Reina estaba constante en estimar y proteger la Compañía y que, por consiguiente, no había por qué temer su extinción a lo menos general. Así lo creían, generalmente todos, y así lo decían francamente, y los pocos que no acabábamos de creer esta tan poderosa protección casi éramos tenidos por hombres que vacilábamos en la vocación o que deseábamos la extinción de la Compañía y, no obstante, el hecho mismo mostró bien presto, que ya había meses y acaso años que María Teresa había abandonado la Compañía y dado su consentimiento para la extinción; y así nuestra detención y dificultad en creer semejante protección nos libró, por esta vez, de adornar con esta fabulilla nuestro Diario. De lo que acabamos de decir en estos últimos párrafos un hombre de buena crítica, que lea este nuestro escrito, debe inferir dos consecuencias que a nosotros, que no buscamos más que la verdad, nos son ciertamente agradables. La primera, que en esta segunda clase de sucesos, a pesar de toda nuestra diligencia y precaución, no tenemos derecho a ser creídos generalmente a ciegas y sin examen pues no es imposible, antes 70

PRÓLOGO es fácil, que algunas cosas nos hayamos engañado. La segunda, que en esta misma especie de hechos no es eficaz ni tiene gran fuerza el argumento negativo que se suele usar en materia de historia, ni tomándole de este Diario contra los de otros que hayan tenido este mismo pensamiento ni de los de otros contra el nuestro ni aun de éste contra el mismo. Porque, en este género de sucesos, es muy fácil que nosotros hayamos tenido proporción y fortuna de averiguar bien este o el otro suceso particular y por eso se halle notado en este escrito y que no la hayan tenido los otros, y es igualmente fácil que en otras cosas haya sucedido lo contrario; y lo mismo se debe decir comparándonos a nosotros con nosotros mismos, pues es bien fácil de entender y aún forzoso, que así suceda, que no siempre hemos tenido igual proporción y las mismas oportunas circunstancias para averiguar las cosas que han sucedido en España, en Roma y en otras partes. Esperamos, pues, que los que lean este nuestro escrito, con estas precauciones, dando fe a las cosas que han pasado a nuestros ojos y a las que son de mucha mole y grandeza, y no dándola sino con juicio y discernimiento a los sucesos de menor monta, a que no nos hemos hallado presentes, aunque no tengan en este, nuestro Diario, una completa historia de la presente persecución de la Compañía y se hallarán medianamente en esta materia y, por lo menos, no llegarán a creer muchas cosas que no sean verdaderas. Las conjeturas o sospechas que se hallaran en este Diario, que son la segunda cosa de que ofrecimos hablar, unas veces son acerca de algún suceso oculto que no ha salido hacia fuera ni por sí mismo ni por sus efectos; otras muchas son sobre las causas, motivos, pretextos, razones o fines de esta o aquella cosa; y algunas también sobre los autores de este o del otro suceso, o que han tenido parte en él. Todo el mundo convendrá fácilmente con nosotros en que, a quien no está dentro de los gabinetes de los príncipes, o por lo menos de los ministros, ni tiene dentro de ellos un amigo de confianza que le comunique sus arcanos y misterios, es absolutamente imposible llegar en el día a sondear y saber con certeza los medios, arbitrios, manejos, máquinas, astucias, intenciones y miras de los que tra71

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tan, manejan, concluyen y aun publican un negocio, aunque sea grande en importancia y estrepitoso. Aun escribiendo, después de mucho tiempo, cuando ya no hay reparo en franquear los archivos, suelen estar, en esta parte, las historias defectuosas, escasas, obscuras e indecisas. ¿Cómo, pues, será posible escribiendo en el año las cosas del año mismo, penetrar y llegar al fondo de las negociaciones, descubrir con seguridad las máquinas que se han manejado en ellas, sus muelles y sus ocultos y secretos movimientos? Por tanto, pueden nuestros lectores hacer, en este particular el juicio que quisieren de las conjeturas o sospechas que encuentren en este Diario. Nosotros no las hemos hecho ligeramente, sin mucha consideración, sin algunos indicios y razones congruentes; pero esto no debe impedir, a ninguno, el juzgar de ellas por sí mismo como le pareciese. Lo mismo que de las conjeturas, se debe entender de las reflexiones que son el último punto que propusimos antes; dejando enteramente al arbitrio y juicio de los que las lean el decidir si son o no justas, razonables y convenientes a las cosas o asuntos sobre que se hacen. Pero, por ventura, nos harán aquí nuestros lectores una acusación que, aunque no es muy grave, ni de mucha importancia, no la queremos disimular. Dirán acaso algunos de los que lean este Diario que hay en él mucha abundancia de reflexiones, epiphonemas, sentencias, exclamaciones y otras cosas semejantes. Y si en una historia, sea del género que fuere, ha de haber mucha parsimonia y moderación en estas gracias y adornos, cuánto más será reprensible el exceso en un simple diario o.en unos comentarios históricos, que es lo más de que puede presumir este nuestro trabajillo. No tendríamos dificultad alguna, ni tampoco sonrojo, en dejar este cargo en toda su fuerza y confesar francamente que hay en este particular algún exceso en nuestro Diario. Pero se nos ofrecen dos razones para responder a esta acusación y, no pareciéndonos del todo malas y despreciables, las insinuaremos de paso. La primera es que es cosa muy diferente escribir un suceso sobre los papeles de un archivo cien años después que pasó, de escribirle cuando el suceso está presente y, de algún modo, le toca al mismo que le escribe. Es muy fácil al primero ir distribuyendo y sem72

PRÓLOGO brando con orden, con simetría y con la moderación que quiera, sentencias, reflexiones, exclamaciones y moralidades. Pero no le es igualmente fácil al segundo que se halla en el suceso mismo y le toca de alguna manera, pues es forzoso que la presencia del suceso y la parte que tiene en él haga más impresión en su ánimo y conmueva más todas las pasiones que los fríos y muertos papeles de un archivo. La segunda es que muchas, las más, y acaso todas las reflexiones y sentencias que con ocasión de este y del otro suceso se hallan en este Diario, no tanto presentan nuestro modo de pensar y de sentir en calidad, por decirlo así, de historiador o diarista, cuanto nuestros pensamientos y afectos como de persona que entra y tiene parte en aquel suceso; y aun podemos añadir que, por lo regular, expresan también los sentimientos de todos o de la mayor parte de los que han participado de aquel hecho. Y este género de reflexiones, epiphonemas y sentencias es claro que no se deben mirar como adornos añadidos a la historia sino como la historia misma; por ellas se entiende qué es lo que pensaban y qué impresiones recibían, de aquellos hechos que se refieren, aquellos hombres que se hallaron en ellos. Y que sean tales, por lo común, nuestras reflexiones lo observarán por sí mismos los que lean este Diario y no hay necesidad de detenernos a mostrarlo aquí. No faltarán, verosímilmente, otros que nos hagan en este lugar otro cargo y acusación y nos reprenderán de haber escrito en este Diario varias cosas muy pequeñas, menudas y despreciables y, al parecer, de ninguna o poquísima importancia. No tenemos dificultad en conceder este capítulo de acusación, pues en la realidad, leídas después de algunos años, aun a nosotros nos parecen pequeñas y que se debían haber omitido varias cosas que se encuentran en nuestro Diario; aunque, es verdad que muchas circunstancias de estos pequeños sucesos, que les hacían más notables, estaban presentes cuando se escribieron y no lo están ahora en el papel, ni aun cuando las hubiéramos explicado todas, en cuanto fuera posible, nunca las comprenderían nuestros lectores. Disimúlese, pues, esta falta en nuestro Diario, pues no es fácil corregirla en lo que está ya escrito, sino en aquellos tomos 73

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de que podamos hacer traslado, y aun en los que escribamos en adelante, tememos que no nos hemos de enmendar del todo de este defecto; pues muchas cosas que cuando se ven, se palpan, y se está sobre ellas con todas sus circunstancias parecen algo y que no desmerecen ser escritas, pasado algún tiempo como que desaparecen y se vuelven nada. Esto es todo lo que tenemos que decir sobre la sustancia y como materia y cuerpo de nuestro Diario. Del estilo, que usamos en este escrito, no había necesidad de decir ni una palabra en este prólogo. En efecto, no hemos hecho estudio particular en este punto, ni debíamos en la realidad hacerle y aun podemos añadir que casi nos ha sido imposible. Este Diario sólo puede ser bueno para que algunos le lean en secreto y privadamente y para que sirva alguna cosa, al que con el tiempo emprendiese escribir la historia de la presente persecución de la Compañía de Jesús, especialmente de la Compañía española y, más en particular, de la Provincia de Castilla la Vieja. Ni se piensa en imprimirle ahora, si se debe pensar en ello en tiempo alguno, o por lo menos sin pasar cincuenta o sesenta años, y aún entonces no sin templar algunas expresiones que en un manuscrito secreto se dicen sin inconveniente particular, y en una obra pública e impresa no conviene que se digan. Pues qué necesidad hay en un escrito de esta naturaleza de hacer estudio en el aseo, hermosura y elegancia del estilo, ni cómo era posible tener tiempo para todo aunque hubiéramos tenido este empeño. No poco tiempo se gasta en diligencias para averiguar cosas, aunque de muchos años a esta parte es necesario hacerlas con disimulo por ocultar nuestro designio y en leer papeles, gacetas, folletos, y aun libros de asuntos, que pertenecen a nuestro Diario. Es necesario hacer muchas apuntaciones que, después que sirven, paran en el fuego. Nos lleva también mucho tiempo el hacer copias de papeles y documentos, que nos parecen que serán de alguna utilidad para la presente historia, y ya hemos recogido y copiado tantos que se podrán formar con ellos algunos tomos. Y después de todo esto falta el trabajo mayor, que es escribir un tomo entero de Diario. 74

PRÓLOGO

Nada de esto hemos dicho ni por ponderar nuestra fatiga, que en la realidad no ha sido pequeña, ni lo será tampoco en adelante mientras prosigamos en este empeño; ni por excusar siempre y francamente las muchas faltas que en esta parte es forzoso que se hallen en este escrito, sino precisamente porque en todo nos gusta la verdad y sinceridad y una vez que escribíamos este prólogo para dar alguna cuenta del modo que se ha tenido en escribir este Diario, era razón decir también una palabra sobre el estilo que se ha usado en él. Y, no habiendo tenido cuidado ni empeño alguno en cultivarle para hacer nuestro Diario más gustoso, porque ni nos pareció conveniente ni casi posible, era justo protestarlo francamente. Por el contrario, debemos también protestar que, así como hemos descuidado de escribir de un modo que, por el estilo y otras gracias pudiese agradar nuestro Diario a los lectores, así hemos tenido todo el empeño posible en escribir de tal manera que en los tiempos en adelante pueda ser de alguna utilidad y provecho para la Historia. Para lograr esto nos han llevado toda nuestra atención tres cosas. La primera y principal, y que es el alma y el mérito de toda historia, ha sido el no desfigurar ni alterar por respeto ninguno la verdad de los sucesos, representándole francamente y sin rodeos en su misma pureza y simplicidad, sea ventajosa o contraria, de honor o de ignominia para nosotros, y llamando siempre las cosas con sus propios nombres, traición a la traición, injusticia a la injusticia, crueldad a la crueldad y despotismo al despotismo. Pero en esto mismo de que más nos preciamos habrá muchos que nos acusen de exceso y nos reprendan por haber hablado con demasiada claridad, con mucha vehemencia y acrimonia y con poco respeto y urbanidad aun de las personas más sublimes y de primer orden como los reyes y los papas. La acusación no deja de ser grave y en materia muy delicada, y así no se puede despreciar, como las otras, sin darle una conveniente respuesta. Nosotros no escribimos este Diario para imprimirle en el día, ni aun para publicarle manuscrito y darle para que le lean a todo género de personas, sino para que, conservado en secreto, sirva de aquí a un siglo o medio, 75

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por lo menos, para formar una historia sincera de la presente persecución de la Compañía. Pues ¿qué inconveniente habrá en que después de un siglo se hable con claridad y sin lisonjas de los que al presente son reyes y papas? ¿Cómo hablan ahora las historias de los que lo fueron hará ciento o doscientos años? Todo el mundo sabe que si el historiador es bueno y exacto no disimula sus faltas y las llama con sus propios nombres, sin faltar por eso al respeto debido a aquellos monarcas y pontífices. Pues ¿por qué no podemos hacer lo mismo nosotros con una historia que nunca ha de hablar al público, o solamente después de muchos años, llamando con sus propios nombres, con toda franqueza y sin lisonjas ni adulaciones, los hechos de los que son al presente reyes y papas? Fuera de que si nuestros lectores no leen separadamente este o el otro pasaje de nuestro Diario, sino todo él con método, orden y seguidamente, comprenderán, sin duda, que por lo que toca al Pontífice Ganganelli se le trata por varios años con toda moderación y buen término y se excusan, en cuanto se pueden, mil pasos suyos imprudentes y muy reprensibles y sólo aparece en este Diario un hombre sin probidad, sin conciencia, sin juicio y sin honor, cuando cien hechos, públicos y notorios a todo el mundo demostraban que lo era. Y así la historia de su pontificado, para ser sincera y verdadera en los primeros años de él, debe de estar más vehemente y más expresiva contra este Pontífice de lo que está por todo aquel tiempo nuestro Diario. Entenderán, asimismo, nuestros lectores, que aún ha sido mucho mayor nuestra detención y reserva en hablar del presente Pontífice Braschi. Al principio de su pontificado formamos de este Pontífice una sublime idea, y la presentamos con viveza y esplendor en nuestro Diario, y no nos arrepentimos de haberlo hecho así hasta que la evidencia misma de las cosas, que se nos metían por los ojos, nos convenció de que no era en la realidad Pío VI cual nosotros nos lo habíamos figurado, aunque con buenos fundamentos, sino un Papa flaco, condescendiente y muy amigo de su paz y de su reposo y hombre que estaba ya o engañado o atemorizado y que, por respetos humanos e intereses temporales, había cobardemente abandonado 76

PRÓLOGO la inocencia inicuamente oprimida. Y lo mismo que de los papas se observara también de los príncipes y reyes que han entrado en la causa de la Compañía, si se lee con atención nuestra Diario. Pero no negaremos que con algunos cardenales, monseñores y con varios ministros de las cortes se lleva la mano bastante dura y sin misericordia y se les trata con aspereza y con rigor. Mas ¿por qué se les ha de tratar de otro modo a unos hombres que se han vendido a la iniquidad, que hacen públicamente profesión de impíos, de protectores de gente infame y malvada y de perseguidores famosos, insolentes y bárbaros de religiosos inocentes, piadosos y pacíficos? En este punto protestamos abiertamente que no nos acusa la conciencia y que hemos procedido con bastante atención y cuidado para no tratar a ninguno fuera de lo que merezca. La segunda cosa, a que hemos tenido atención, ha sido a que no se nos mezclen en nuestro Diario frases, expresiones, palabras, modos de hablar y el aire de explicarse propio de la lengua italiana; porque escribiendo para españoles y para España, sería cosa ridicula que dentro de veinte o treinta años se hallasen con un escrito lleno de voces y de idiotismos italianos, y sin entender acaso muchos de ellos. La cosa no es tan fácil, como parece a primera vista, viviendo en Italia, oyendo hablar italiano a todas horas y no leyendo otra cosa que libros en lengua italiana. Por esto, nos ha sido necesario poner mucha atención y cuidado en este particular y aun después de todo no estamos seguros de haberlo conseguido perfectamente. La tercera y última, que en parte viene a ser la misma que la pasada, ha sido escribir con toda claridad y perspicuidad de modo que todos entiendan lo que se dice, que es la verdadera, y aun única, elocuencia en este género de obras de tanta variedad de asuntos, y escritas siempre deprisa, sobre la marcha y a las veces sobre una rodilla. Esperamos haber logrado a lo menos esto poco, si no tenemos la desgracia de que nuestro Diario caiga en manos de algunos modernos españoles, especialmente de los que componen mercurios y gacetas que hablan un español esquizarofedesco o, por lo menos, francés, con gravísima deshonra de la nación y con gravísimo daño e injuria de su expresiva, hermo77

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sa, abundante y majestuosa lengua porque, así como no entendemos nosotros muchas de sus expresiones por no ser españolas, así tampoco entenderán ellos las nuestras por lo mismo que lo son. Aún nos falta que advertir a nuestros lectores tres cosas antes de poner fin a este prólogo. La primera, y de grandísima importancia, es que, por una necesidad inevitable en este género de escritos, algunas veces se cuenta un suceso sólo por mitad o por solos sus principios, porque en este estado se tuvo por digno de ser notado en esta obra, y el resto y su conclusión es necesario buscarlos más adelante en otro lugar y quizás en otro tomo. Otras varias se cuenta una cosa confusamente y en términos generales, por no saberse de otro modo, ni haber esperanzas de noticias más individuales sobre ella. Pero habiéndose aclarado efectivamente, se cuenta después con más distinción y claridad. Finalmente, alguna otra vez ha sucedido caer en cuenta de algún engaño o equivocación y sernos forzoso retratar algún suceso, o en todo o en parte o en alguna de sus circunstancias. Esta advertencia debe hacer detenidos y cautos a nuestros lectores para no formar un juicio precipitado de las cosas que lean, y para no persuadirse tan fácilmente que están ya al fondo de éste o del otro suceso, por lo que vean en éste o en aquel lugar del Diario. Si después de acabar el traslado de aquellos tomos que sea preciso copiar tuviésemos tiempo, en Italia o en España, para recorrer con alguna pausa y sosiego nuestro voluminoso Diario, además de corregir las mentiras que encontremos y algunas equivocaciones que no dejaremos de descubrir, de numerarle todo él, de formar un índice exacto al principio de cada tomo de las cosas más notables que se hallasen en él, haremos otras dos diligencias que pueden ser de bastante utilidad para el uso de este Diario. Una será ayudar a nuestros lectores, en este punto de que tratamos ahora, poniendo en varios lugares sus citas y reclamos, que les indiquen el tomo y página en que aquel suceso se acaba de referir o se aclara su relación que se retrata de algún modo. La otra será el facilitarlos con otros reclamos o citas el encontrar en la colección de papeles, que se piensa hacer y que se compondrá de muchos tomos, los papeles o monumentos de que 78

PRÓLOGO se habla en el Diario. La segunda es, como ya insinuamos al principio de este prólogo y conviene que no se olvide, que, aunque nuestro Diario empieza desde el día dos de abril, nosotros efectivamente no tuvimos este pensamiento ni empezamos a ponerle en ejecución hasta el día ocho o nueve del mismo mes, cuando ya estábamos encerrados en La Coruña. Pero las cosas que habían pasado por nosotros eran tales y estaban tan frescas y tan presentes en la memoria que, sin peligro ninguno de equivocarnos de la menor circunstancia, pudimos tomar el principio de nuestro Diario por habernos parecido conveniente desde el dicho día dos de abril, víspera de nuestra desgracia. La tercera y última es que este primer tomo y algunos otros, de los que se siguen inmediatamente, según nos pareciere necesario y nos lo permitan el tiempo y nuestras fuerzas, no son los primeros originales sino traslados y copias hechas por nuestra propia mano. Pero protestamos con la mayor seriedad, que nada substancial y de alguna importancia hemos mudado en ellas, ni era posible mudar cosa alguna de monta, no pudiendo tener después de tantos años, memoria fresca y segura de las cosas que escribimos por aquel tiempo. Y así merecen sin duda alguna estas copias o traslados la misma fe y crédito que los mismos originales, que conservaríamos con gusto para demostrar esto mismo si no fuera una ridiculez embarazarnos sin alguna utilidad verdadera, con cuatro, seis u ocho tomos de más. Nada más tenemos que advertir en este prólogo y sólo nos falta, para cerrarle enteramente, el protestar con todas las veras de nuestro corazón que daremos por bien empleado y aun por recompensado abundantísimamente el trabajo que hemos tenido en escribir tantos tomos de papeles y de Diario con que estos puedan servir algún día, aunque sea poco a la historia sincera y verdadera de la presente persecución y, por consiguiente, a la exaltación y gloria de la abatida, desterrada, pisada y extinguida Compañía de Jesús, nuestra tiernísima, estimadísima e inocentísima Madre. Pero, ¿cuánto falta para que esto suceda, como esperamos con una entera seguridad? ¿Cuánto secreto, reserva y cuidado es menester para que no tenga alguna tempestad y perezca o 79

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nosotros mismos nos veamos obligados a arrojarles al mar o en el fuego para que se conviertan en cenizas? ¿Qué vigilancia y diligencia será bastante para que llegue salva, felizmente y con seguridad a nuestros colegios de España una obra tan voluminosa, que no es fácil guardarla y esconderla, como en los primeros viajes desde España y desde Córcega? ¿Quién puede saber ninguna de estas cosas en el día? Pero al fin nosotros esperamos que ha de llegar día en que lean los jesuítas en España, con alguna utilidad y, acaso también con gusto, estos nuestros borrones y en ellos las grandes cosas, los extraños avenimientos y sucesos casi increíbles, que en los años de esta persecución de la Compañía han pasado sobre los jesuitas del mundo, y más en particular sobre los de España, y desde ahora para aquel tiempo les pedimos encarecidamente a todos, que se acuerden de nosotros en sus oraciones y sacrificios o bien estemos todavía en este mundo o hayamos ya pasado al otro de la verdad.

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DIARIO DEL AÑO 1767

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Abril Día 2 de abril No se hablaba este día dos de abril, en la ciudad de Santiago de Galicia, de otra cosa que de la marcha de varias compañías del Regimiento de Navarra, que se hallaba en Pontevedra, a varias ciudades del Reino, y una de ellas había venido a la misma ciudad de Santiago. Se hablaba con mucha variedad sobre una marcha tan misteriosa, que no podía menos de dirigirse a una ejecución militar de consecuencia. Pero, generalmente, prevalecía la voz de que aquella tropa había venido contra nuestro Colegio. Y, además de la voz popular, tuvimos muchos avisitos de la misma cosa de muchas personas de distinción y autoridad2. Muy de mañana se le metió al P. Rector en su aposento, de rebozo y muy asustada, una persona de respeto de la ciudad y le dijo con toda aseveración que la tropa, que había venido de Pontevedra, venía contra el Colegio y le suplicó, encarecidamente, y por el amor de Dios, que viese si algún sujeto de casa tenía consigo algún libro o papel que nos pudiese perjudicar, si le encontraban, haciendo registro de nuestros aposentos. Se asustó tan poco el P. Rector con este aviso que ni tomó en todo el día el pequeño desahogo de decirlo a ninguno de los de casa; y solamente por la noche, estando en quietud después de cenar, con ocasión de contar nosotros la voz que corría en la ciudad y otros varios avisos semejantes, que habían llegado al Colegio, refirió su Reverencia lo que le había sucedido por la mañana sin nombrar la persona. En efecto, en este día dos nos avisaron de dos o tres comunidades por lo menos, que la tropa, que había venido a la ciudad, no tenía otro objeto que el Colegio; que lo sabían con

2. La orden de destierro no fue una sorpresa para los jesuítas españoles, pues la temían desde que fueron expulsados de sus respectivos países los padres portugueses (1759) y franceses (1762), pero además parece evidente que, hasta la misma noche anterior a su exilio, estuvieron recibiendo avisos, consejos y advertencias sobre las medidas que iba a tomar la Corona contra ellos. 83

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toda certeza y que no dudásemos de la cosa. Otros varios sujetos de distinción, eclesiásticos y seculares, vinieron esta tarde al Colegio y tres o cuatro por lo menos hablaron conmigo, y todos nos aseguraron la misma cosa y aun algunos con juiciosas observaciones trataron de convencernos en el asunto. Pero todo fue en vano. Por más que nos aseguraban que así lo creía toda la ciudad, y especialmente las personas que podían estar mejor informadas de todo; que nos hicieron observar que desde Pontevedra había salido tropa para todos aquellos pueblos en que había jesuitas y solamente para ellos; y que los mismos que nos aseguraban la cosa estaban penetrados de pena y aflicción y aun algunos no podían contener las lágrimas; todos estos tristes anuncios no causaron en nosotros otro efecto que la risa y darnos materia y ocasión de dar zumba y vaya a los mismos que nos los daban con tan tristes y turbados semblantes, tratándolos de hombres crédulos que se turban por un rumor popular y de cobardes y afeminados que se espantan de la presencia de un puño de soldados, a los cuales no teníamos porqué temer, aun cuando viniesen contra nosotros por alguna acusación calumniosa. Así se pasó la tarde y la noche, menos las horas regulares de estudio en las cuales trabajé yo buena parte de una plática, que había de hacer dentro de pocos días, y aun la hubiera acabado si, como a eso de las siete y media, no se me hubiera metido en el aposento, llorando y asegurándome la misma cosa, un caballero de Orense llamado Niño, que vivía en nuestro mismo Colegio; y haber sido necesario suspender el estudio para consolarle y animarle. A la hora acostumbrada nos fuimos a recoger con la misma paz y sosiego que otros días, sin el menor cuidado y susto por el negocio de los soldados, y sin haber tomado la más mínima precaución, ni en punto de libros y papeles, ni en ningún otro asunto. Tan difícil es a la inocencia temer y persuadirse que, sin delito, se la quiere hacer mal y oprimir. Día 3 de abril Día famosísimo en la historia por el destierro de la Compañía de Jesús de España. Antes de amanecer este día, ha84

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hiéndese unido a la tropa viva del Regimiento de Navarra un buen número de milicianos que pudieron arrebatadamente juntar, tomaron todas las avenidas o bocas de calles, que salían hacia el Colegio, le acordonaron a éste por todas partes, y pusieron buenos piquetes a todas sus puertas3; pero tuvieron la atención de no meter ruido, ni llamar a la portería hasta muy cerca de las cinco de la mañana, que era la hora de levantarse la comunidad4. Entonces llamaron con mucha fuerza y empeño, y habiendo conocido de algún modo el hermano portero lo que podía ser, dio parte al P. Rector Lorenzo Uriarte5; el cual quiso ir por sí mismo, acompañado del P. Manuel Sisniega, Ministro del Colegio, a abrir la portería y reconocer la gente que llamaba con tanta furia. Apenas de abrir la portería se metieron de tropel y como de mano armada el señor Asistente Feijó6 con algunos notarios, muchos oficiales y grande número de soldados, a manera de hombres que temen se les vuelva a cerrar la puerta o se les dispute la entrada, o lo que yo más creo, aturdidos y turbados con la novedad y extrañeza del caso; y, en pocos minutos, se vieron todos los tránsitos llenos de soldados, habiendo dejado buen número guardando las puertas del Colegio. Desde luego, mostró el señor Asistente su buen corazón y la franqueza y honradez con que se portó en su comisión tan extraña y delicada; pues en el mismo camino, desde la portería 3. Vid. GIMÉNEZ LÓPEZ, Enrique, op. cit, 1993, pp. 577-630. 4. La circular firmada por el conde de Aranda, con las instrucciones que debían seguirse para la ejecución del Real Decreto de expulsión, especificaba que debía realizarse «al amanecer del tres [de abril]», A.G.S., Gracia y Justicia, leg. 667. 5. El P. Lorenzo Uriarte era rector del colegio de Santiago en el momento de la expulsión; con posterioridad fue superior de los jesuítas que iban a bordo del navio «San Juan Nepomuceno» y, ya en Bolonia, lo fue de la casa Bianquini. Sucedió a Ignacio Ossorio como provincial de Castilla en enero de 1770 y, tres años más tarde, ocupó ese cargo el P. Francisco Javier de Idiáquez, siendo Uriarte nombrado consultor ordinario. Era natural de Bilbao, donde nació el 22 de agosto de 1712; había enseñado Filosofía a los novicios en Falencia en 1748 y fue profesor de Teología en el colegio de Salamanca y en el de San Ambrosio de Valladolid. Murió el 30 de marzo de 1779 en Bolonia. 6. Se refiere a Froilán Feijoo, abogado de la Audiencia de Galicia desde 1745 y asistente y justicia mayor y de apelaciones de la ciudad de Santiago por nombramiento de su arzobispo. GIMÉNEZ LÓPEZ, E., op. cit., 1993, p. 586 (35). 85

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a su aposento, a donde se enderezaron todos, le dijo al P. Rector, sin misterio y sin rebozo, el objeto de todo aquel aparato y de su extraña visita. Se dio luz a la comunidad, como otros días, diciendo solamente los despertadores que el Colegio estaba lleno de soldados y que bajásemos al instante al aposento del P. Rector. Bien presto nos juntamos allí casi todos los sacerdotes y de mano en mano se fue comunicando en secreto la cosa y así, cuando fuimos a oír el Decreto, casi todos sabíamos ya su contenido. A los hermanos escolares y coadjutores que, atemorizados como se deja entender, pasando entre soldados y bayonetas, entraban en el aposento del P. Rector y acababan de confundirse al ver allí ministros, muchos oficiales y a los padres de casa, todos con un profundo y melancólico silencio, sin oírse más que algún otro suspiro, se les daba orden de ir a la capilla en que se tenían los ejercicios espirituales y estarse allí esperando. A ella nos enderezamos bien presto todos en compañía: Asistente, notarios, oficiales y nosotros, luego que avisaron que se habían ya vestido todos los sujetos de casa. En la capilla tomó su puesto el señor Asistente en medio de ella, teniendo allí su silla y mesa preparada y cerca de él los notarios. Nosotros nos sentamos en los bancos de una banda de la capilla y los oficiales estaban por allí repartidos sin particular orden. Dijo entonces el señor Asistente que venía a intimarnos un orden del Rey Nuestro Señor y que era razón oírle en pie, en señal de veneración y respeto. Se levantó el Asistente y todos hicimos lo mismo y, en esta postura, nos intimó el Decreto de Su Majestad Católica, que se reduce a desterrar de todos sus dominios a los padres de la Compañía de Jesús, alegando por motivos de ésta su real determinación, la tranquilidad de sus pueblos y otros que tenía reservados en su pecho7. Al oír un rayo tan terrible y espantoso nadie se descompuso; todos, jóvenes y ancianos, sacerdotes y hermanos escolares y coadjutores fueron dueños de sí, y no se oyó en toda la 7. El texto íntegro de la Pragmática Sanción de S. M., en fuerza de Ley, para el extrañamiento de estos Reinos a los Regulares de la Compañía, Ocupación de sus temporalidades y prohibición de su restablecimiento, lo transcribió el P. Luengo en este mismo escrito y puede consultarse pocas páginas más adelante. 86

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 capilla una expresión, una queja, un lamento y una palabra que no fuese de sumisión, de rendimiento y de obediencia al Real Decreto. Y las primeras que se hablaron fueron para preguntar al señor Asistente si nos era permitido decir misa, como deseábamos, para pedir al señor, en aquel santo sacrificio, ánimo y esfuerzo para conformarnos con su santísima voluntad en los trabajos presentes. Con muy buen modo nos respondió el Asistente que no podía permitirnos el celebrar; y así todos juntos, como habíamos venido a la capilla, nos restituimos al aposento del P. Rector que les convidó a todos a tomar en él una jicara de chocolate. Mientras éste se disponía, sacó el señor Asistente una larga Instrucción, que se le había enviado de la Corte8, por la cual se había de gobernar en las cosas que había de ejecutar con nosotros, y como hombre que quería justificarse para con nosotros y darnos satisfacción de que no podía proceder de otro modo empezó a leerla en voz alta, públicamente. Pero, no permitiéndole las lágrimas que le caían de sus ojos y el dolor y afán de su pecho leerla con serenidad, y sin atragantarse a cada cláusula, con su licencia la tomó un padre en la mano y la leyó en alta voz. Allí se decía que se apoderase de la procuración, archivo, sacristía, librería y de otras oficinas9; y todo se hizo entregándole todas las llaves y poniendo guardia a todas las puertas, también le entregamos las llaves de nuestros aposentos; pero, contento con que se verificase la entrega, nos las restituyó al instante y las tuvimos con nosotros todo el día; y así tuvimos entera libertad y franqueza para traer con nosotros, de

8. Instrucción de lo que deberán executar los Comisionados para el Extrañamiento y ocupación de bienes y haciendas de los jesuítas en estos Reynos de España é Islas adjacentes, en conformidad de lo resuelto por S.M. A.G.S., Gracia y Justicia, leg. 667. 9. El apartado VI de la Instrucción decía: «Hecha la intimación procederá sucesivamente en compañía de los Padres Superior y Procurador de la Casa a la judicial ocupación de Archivos, Papeles de toda especie, Biblioteca común, Libros y Escritos de Aposentos; distinguiendo los que pertenecen a cada jesuíta, juntándolos en uno o más lugares, y entregándose de las llaves el Juez de Comisión», A.G.S., Gracia y Justicia, leg. 667. Instrucción de lo que deberán executar los Comisionados para el Extrañamiento y ocupación de bienes y haciendas de los jesuítas ... 87

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las cosas de nuestro uso, todas las que quisimos meter en nuestros baúles y de romper o quemar los papeles que no quisimos traer con nosotros, en los cuales ciertamente no había ninguno de mucha importancia y mucho menos de ofensa del Rey y de ningún otro. Uno de los primeros cuidados del señor Asistente, después de la intimación del Decreto, fue enviar un recado al Ilustrísimo señor Arzobispo don Bartolomé Rajoy y Losada10, que parece debía estar informado de todo antes de la ejecución, especialmente siendo allí señor temporal; pero el efecto mostró que la cosa le cogió de nuevo pues a la primera noticia del caso, según nos contaron muchos, le dio una especie de accidente o de congoja; y aunque no tardó en volver de su desmayo quedó todo el día tan turbado y afligido que suspendió las órdenes menores, que había de hacer aquella tarde; y, en prueba de su dolor y sentimiento, envió dos señores canónigos a visitarnos en su nombre, y a testificarnos su pena y su congoja y con los mismos nos envió una limosna de cien doblones. Otro recado envió el Asistente al Cabildo de la Catedral, diciéndole que no podía el P. Manuel Sisniega ir a predicar el sermón de que estaba encargado para este mismo día. Y entre tanto que se iban tomando todas esas providencias por el señor Asistente, extendieron los escribanos la cabeza de un papel de intimación del Decreto Real, y de aceptación de él por nosotros, el cual fuimos firmando todos por su orden de antigüedad, desde el P. Rector hasta el último de los coadjutores. En todas estas cosas no se notó, en ninguno de los del Colegio, especial turbación, inquietud o caimiento, antes gene-

10. Bartolomé Rajoy, arzobispo de Santiago en 1767, aunque hasta el momento de la expulsión se mostró muy afecto a la Compañía, y así lo declara el propio P. Luengo, cuando en 1769 Carlos III pidió informes a los obispos para solicitar la extinción de la Compañía, el de Rajoy decía que «vivía receloso del espíritu de dominación con que solían valerse [los jesuítas] con el motivo del confesonario y por eso no admitía alguno para mi confesor, recelándome que con este pretexto se metiesen a gobernar la mitra y sus principales cuidados»; y se mostró favorable a «que se disuelva enteramente la Compañía», en RIVERA VÁZQUEZ, E., op. cit., 1989, p. 649. Bartolomé Rajoy falleció en 1772, sustituyéndole como arzobispo de Santiago Francisco Alejandro Bocanegra, que había sido obispo de Guadix. 88

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raímente en todos se veía mucho ánimo y resolución, y en el que menos, resignación y conformidad. Y el maestro de los jóvenes que estudian Lógica, y es el mismo que escribe esto, habiéndolos juntado en su aposento, tuvo una muy singular complacencia en verlos a todos animosos y alegres, como si nada pasara por ellos y que de cosa ninguna mostraban sentimiento sino de no poder llevar consigo los libros de su estudio, para proseguir estudiando en cualquier parte del mundo en que fuesen a vivir; y mostraron en este particular tanto empeño que, aunque el maestro sabía muy bien que en la instrucción de la Corte se mandaba que no se nos permitiese llevar más libros que los breviarios y algún otro de devoción11, no sabiéndose entonces todavía que tendríamos tanta libertad para traer libros, se determinó a pedir esta gracia al señor Asistente. Hízolo del mejor modo que pudo, representándole por una parte cómo aquellos jovencitos que no mostraban aflicción ninguna por perder su patria, sus padres, sus amigos y todas las demás cosas, sentían mucho no poder llevar consigo sus libros. Y por otra que, no estando obligados a rezar el oficio divino, no tenían que llevar breviarios como los sacerdotes. Se enterneció con esta demanda el buen Asistente y haciéndose alguna violencia respondió con estas formales palabras: «sípadre, que lleven sus libros que esos son sus breviarios». Se alegraron mucho con esta noticia todos los jóvenes y al punto se proveyeron de un curso lato de Filosofía del P. Losada12 y de todo el compendio. Y estos son todos los tesoros y riquezas que llevan consigo a Italia. Los primeros a honrar con sus lágrimas nuestro destierro, después de muchos de los que asistieron a la intimación del 11. Concretamente el capítulo XV de la Instrucción ordenaba: «Se les entregará para el uso de sus personas toda su ropa y mudas usuales que acostumbran sin disminución, sus caxas, pañuelos, tabaco, chocolate y utensilios de esta naturaleza; los Breviarios Diurnos y Libros portátiles de oraciones para sus actos devotos». A.G.S., Gracia y Justicia, leg. 667. Instrucción de lo que deberán executar los Comisionados ... 12. Se refiere al autor del Cursus Philosophici, el teólogo jesuíta Luis de Losada, que fue profesor en Salamanca, donde murió en 1748. Sobre su obra y estudios referentes a ella véase: AGUILAR PIÑAL, R, Bibliografía de autores españoles del siglo XVIII, t. V (L-M), CSIC, Madrid, 1989, pp. 240-248. 89

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Decreto, fueron los inocentes niños de la escuela que, viniendo como acostumbran muy temprano a su tarea ordinaria, se hallaron con la puerta cerrada y con soldados de centinela. No tardó mucho en extenderse la cosa por la ciudad y se vio bien presto rodeado el Colegio por todas partes de un inmenso pueblo y especialmente se juntó en grandísimo número en aquellos sitios, desde donde podían vernos si nos asomábamos a las ventanas. El rumor, la inquietud, el asombro y pasmo del pueblo a vista de un espectáculo que, aun viéndole no acababa de creer, era mayor de lo que se puede explicar con palabras. Fue tan grande la turbación y desasosiego que se notaba en la gente de todas clases que, por miedo de mayores males y por darla algún desahogo, a lo que yo juzgo, permitió el Asistente, contra lo que se le mandaba expresamente en la Instrucción de la Corte, que entrasen en el Colegio a vernos y saludarnos y despedirse de nosotros muchas personas, al principio con alguna reserva y un poco más entrado el día casi con una entera franqueza para todas las gentes de alguna forma. Esto hizo este día tres muy trabajoso para todos los que estábamos arrestados y, especialmente, para aquellos que eran más conocidos y tenían mayor estimación en la ciudad; porque me atrevo a decir que no hay en Santiago tres casas, y acaso ni una, de alguna distinción, de la cual no entrase en el Colegio alguna persona de la familia o por lo menos algún orlado; y se hizo muy reparable, que no fueron las últimas en hacer esta expresión con nosotros algunas familias que, hasta este lance, pasaban por indiferentes y aun por desafectas y contrarias de los jesuítas. Y si yo quisiera referir en este lugar las cosas que vi y observé en estas visitas hechas a mí, aun por personas que casi no me conocían, y a otros sujetos de casa en mi presencia, no sería bastante un tomo entero. Basta decir, en general, que fueron mayores que toda ponderación las expresiones de afecto, de amor y de ternura, de aprecio y estimación de nuestras personas y de la Compañía de Jesús, de pena y de dolor por nuestra desgracia. Apenas vi una de tanto número de personas que no prorrumpiese en llanto, en lamentos y suspiros tristísimos y que acertase a despedirse de nosotros sin bañarnos con sus lágrimas las manos al querer por reverencia besarlas. No 90

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hay ponderación ninguna en lo que se acaba de decir, y tenemos tantos testigos de todo, cuantos eran los sujetos del Colegio y aun cuantos son los vecinos de la ilustre ciudad de Santiago, cuyas demostraciones grandes, extraordinarias y sumas de aprecio y amor en nuestro mismo abatimiento y ruina, merecen el más tierno y cordial agradecimiento, de nuestra parte y de toda la Compañía y, de cierto, no se olvidarán de nuestra memoria en tiempo alguno. En estas visitas de tanto honor por una parte para nosotros y de grandísima molestia por otra, pues además de la mucha fatiga que traen consigo tantas despedidas dolorosas, nos era forzoso reprimirnos y hacernos mucha violencia, para mostrar ánimo y esfuerzo y consolar, animar y enjugar las lágrimas de tantos como nos lloraban; y procuramos hacerlos sacando fuerzas de flaqueza; y en preparar nuestros baúles y maletas para el viaje se gastó este funesto día tres de abril. A la hora acostumbrada, como se prevenía también en la Instrucción se nos permitió el irnos a recoger y ordenándose asimismo que para dormir nos reuniésemos en algunas piezas grandes, dejó el señor Asistente, a nuestro arbitrio, que cumpliésemos este artículo de la Instrucción con la menor incomodidad que nos fuese posible y así se hizo, reuniéndonos los sacerdotes de dos en dos, o de tres en tres en algunos aposentos, y los hermanos estudiantes y coadjutores en la capilla en que se nos intimó el Decreto y en un tránsito que está delante. Día 4 de abril Las cosas que ayer pasaron por nosotros fueron tantas, tan grandes, tan nuevas y tan a propósito para turbar el sosiego de la fantasía y la paz del corazón que, aunque se descubría generalmente ánimo, esfuerzo y resolución, creo que ninguno ha dormido esta noche medio cuarto de hora; especialmente que los soldados, por más que en todo se portan con estimación, con respeto y con humanidad y compasión, habiéndose de mudar sus centinelas, en los muchos sitios en que los tenían, metían necesariamente mucho ruido. Por lo que a mí toca, más que todo lo que pasaba a mi vista, me quitó enteramente el 91

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sueño una espantosa reflexión de que no pude desprenderme. Con que lo mismo que en este Colegio de Santiago, se me representaba con mucha viveza, ha sucedido este mismo día en todos los colegios de nuestra Provincia, en todos los de las Provincias de Andalucía, de Toledo y de Aragón, y acaso también en la América y en las Filipinas, o sucederá bien presto. ¡Pobre Compañía española! ¡Pobre España y pobres y desdichadas las Indias! ¡Gran mal, escándalo gravísimo y de espantosas consecuencias! En estos amargos pensamientos, que no podía echar de mí, me anegaba y confundía, y ellos, más que todos mis trabajos personales, me oprimían el corazón, me arrancaron algunas lágrimas y desterraron el sueño de mis ojos. Apenas eran las dos de la mañana y ya se empezó a re\ < > ! . ver la gente y se trató con calor de prevenir todas sus cos'illas para la marcha13. No se pensó ni en decir misa, pues no se nos permitía de modo alguno, ni en oírla, pues no se nos trajo de fuera un sacerdote que la dijese. A las cinco de la mañana, poco más o menos, nos juntamos todos en el aposento del P. Rector, y pronto y dispuestos para marchar, y desde allí todos juntos, y ya de viaje, fuimos a las tribunas a visitar el Santísimo Sacramento y pedir a Su Majestad su bendición, y a despedirnos de los santos que se veneran en aquellos altares. Fue esta una despedida muy tierna, en la cual acaso no hubo uno a quien, considerando que quedaba abandonado para siempre aquel templo, en que con tanto decoro se daba culto al Señor, mudo aquel sagrado pulpito, desiertos los confesionarios y todo perdido enteramente, no se le escapasen suspiros, sollozos y lágri13. La Instrucción ordenaba que, en el plazo de venticuatro horas después de la intimación de la Pragmática de expulsión, todos los jesuítas fueran reunidos en recintos o «cajas»; los que residían en la provincia de Galicia, como era el caso del P. Luengo, debían unirse en el colegio que tenía la Compañía en La Coruña, para desde allí embarcarse hacia el destierro. Los demás seguirían estos destinos: los jesuítas que establecidos en Mallorca se reunirían en Palma, los que vivían en Cataluña en Tarragona, los de Aragón en Teruel, los de Valencia en Segorbe, los de Navarra y Guipúzcoa en San Sebastián, los de La Rioja y Vizcaya en Bilbao, los de Castilla la vieja en Burgos, los de Asturias en Gijón, los de Extremadura en la frontera con Andalucía, los de Córdoba, Jaén y Sevilla en Jerez de la Frontera, los de Granada en Málaga, los de Castilla la Nueva en Cartagena y los de Canarias en Santa Cruz de Tenerife. A.G.S., Gracia y Justicia, leg. 667. 92

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mas y otra dolorosa despedida que hubo al salir de las tribunas, hizo que saltasen las lágrimas de todos o casi todos en una abundancia que en ninguno se había visto hasta entonces. Allí nos salió al encuentro el hermano Felipe Diez14 portero que, por anciano y por estar tan maltratado que no puede andar sin bastón o muleta, se le mandó que no nos siguiese, según se prevenía también en la Instrucción de la Corte15. Se deshacía el buen hermano de pena y de dolor por no poder seguirnos en nuestro destierro, a todos nos estrechaba, nos abrazaba con inexplicable ternura y cariño, y llorando inconsolablemente. Todos nos enternecimos y lloramos con él y no era posible otra cosa, viéndole tan afligido y tan desconsolado como si él sólo fuera el desdichado e infeliz por no poder seguirnos al lugar de nuestro destierro. Bajamos después en derechura a un corralito del Colegio, en donde hallamos ya prevenidas buenas muías o caballos para todos y, sin perder tiempo, empezamos a montar y al instante salíamos a la calle para irnos poniendo en orden. A mí me tocó esperar, después de montado, en un sitio desde donde descubría como a distancia de cien pasos algunas ventanas del convento de las religiosas de la enseñanza; y habiendo quitado de ellas las celosías que tenían siempre, estaban llenas de religiosas que, no obstante que ayer se habían despedido de nosotros ya desde otras ventanas de su convento y por medio de muchas personas que en su nombre habían venido al Colegio, se despedían de nuevo del modo que les era posible. Pero cuando empezamos a movernos fue aquel un tumulto y confusión, pues no tanto parecía que aquellas pobres señoras suspiraban o gemían y lloraban, cuanto que bramaban y se despechaban y que con sus manos despedazaban sus tocas, herían 14. Felipe Diez era portero en el colegio de Santiago; no salió con el resto de los expulsos del colegio por estar enfermo, pero en mayo se unió a ellos. Era natural de La Mota de Toro (Zamora) y falleció el 16 de diciembre de 1781 en el exilio. 15. «Previenese, por regla general, que los procuradores ancianos, enfermos [...] deberán trasladarse a los Conventos de Ordenes que no sigan la Escuela de la Compañía y sean los más cercanos; permaneciendo sin comunicación exterior y a disposición del Gobierno», A.G.S., Gracia y Justicia, leg. 667. Instrucción de lo que deberán executar los Comisionados ... 93

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LOS JESUÍTAS

sus rostros y se estrellaban contra las mismas rejas. No tuve corazón para ver despacio un espectáculo tan lastimoso y así, haciéndolas cortesía, volví los ojos hacia otra parte. La marcha se dispuso de esta manera. En la vanguardia, y rompiendo por la gente, venían el Capitán del Regimiento de Navarra con un buen piquete de soldados y tambor batiente. Por los dos costados nos ceñían dos filas de soldados como de veinticinco hombres y por la retaguardia nos cubría otro buen piquete mandado por el Teniente Capitán, nosotros íbamos en medio de los soldados y nosotros y éstos, oprimidos de un inmenso pueblo que ocupaba todas las calles por donde fuimos pasando y conmovido, turbado, triste y lloroso no cesaba de decir a voz en grito mil expresiones de estimación y aprecio que no sufre la modestia trasladarlas aquí, aunque muchas las conservamos en la memoria. En medio de tanto aparato militar no pocos, rompiendo las filas16 y sin reparar en bayonetas se llegaron a nosotros para darnos el último adiós, besarnos la mano, regarla con sus lágrimas y pedirnos nuestra bendición. Lo peor de todo era que se oían también maldiciones e imprecaciones terribles contra los autores de nuestro destierro y se descubría en muchos semblantes tanta turbación y descontento que si los soldados hubieran hecho algunas descortesías o se hubieran mostrado más fieros, pudiera haber parado en algún exceso y furor. En las ventanas de las casas de distinción no se veía gente, antes todas ellas estaban cerradas, en lo cual procedieron con mucho juicio por no exponerse a decir o hacer en público alguna cosa menos conveniente a su carácter; pero aun así se oían en ellas gritos, llantos y otros violentos desahogos. Así caminamos hasta un buen cuarto de legua fuera de la ciudad, cuando ya el pueblo, parte por fatigado y parte a nuestros ruegos y persuasiones, se había retirado casi del todo. Entonces respiró la tropa que había venido con no poco cuidado y sobresalto, calló el tambor y se acabaron todas las ceremonias y aparato militar. Entonces el Capitán y oficiales se juntaron 16. Hasta aquí el texto del Diario está escrito de mano ajena; a continuación se conserva la escritura autógrafa del P. Luengo, aunque muy deteriorada. 94

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con nosotros y empezamos a caminar como compañeros que hacen un mismo viaje; nos pidieron excusa y perdón de habernos sacado de la ciudad de aquel modo, y con tambor batiente, que debe de ser circunstancia de alguna humillación, en la cual no habían tenido otro intento que el ver si con aquel aparato militar se atemorizaba el pueblo que estaba demasiado conmovido y muy propenso a inquietarse. En efecto, nos contaron los mismos oficiales que anoche hubo algún principio de tumulto, que felizmente se disipó y que esta mañana llegaron a entrar en tanto cuidado, viendo un pueblo tan grande tan conmovido y agitado que el Capitán juntó su consejito de Guerra, al cual asistieron todos los oficiales de las milicias con ellos, y en él se determinó no hacer resistencia si el pueblo llegaba a amotinarse sino dejándonos en sus manos enviar aviso al Capitán General pidiéndole más tropa y sus órdenes. Ello ha sido una particularísima providencia del cielo que, según la multitud inmensa del pueblo que se juntó especialmente esta mañana y la extraordinaria conmoción que se observaba en los semblantes de muchos, no haya llegado a reventar algún furioso tumulto, de lo que damos todos al Señor muy rendidas gracias porque para nosotros hubiera sido una cosa sensibilísima y para todos de tristes consecuencias. De nuestra parte hemos ayudado cuanto nos ha sido posible a la paz y quietud de todos, ya mostrándonos siempre no solo conformes y resignados en nuestra desgracia sino también serenos, tranquilos, contentos y alegres, lo que templaba mucho la pena y dolor de los que nos veían y como que desarmaba su cólera y enojo; y ya reprendiendo con indignación y con vehemencia a dos personas, que fuera de sí y como embriagadas con la aflicción y congoja, tuvieron la inconsideración de dejar caer en nuestra presencia algunas medias palabras de alguna osadía y atrevimiento n. De esta manera se ha logrado que nuestro destierro y partida de la ciudad de Santiago haya sido ejecutada, por una par17. Estas descripciones del P. Luengo sobre la consternación y el apoyo que recibieron del pueblo chocan con las previsiones que tenían en la corte, ya que en la Instrucción se recalcaba que se evitara «con sumo cuidado [ . . . ] el menor insulto a los Religiosos», A.G.S., Gracia y Justicia, leg. 667, Instrucción..., cap. XIV. 95

DIARIO

DE

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LOS JESUÍTAS

te, sin inconveniente ni desorden, y por otra, con tanto honor y gloria nuestra que nuestra salida de esta ilustre ciudad, aunque en traje de reos y como una cadena de malhechores conducidos por la tropa a una galera o presidio, haya oído un verdadero triunfo, magnífico y gloriosísimo. A la verdad si nuestro destierro no tuviera otras consecuencias que nuestros trabajos, miserias e ignominias personales, todas ellas se podían recibir con gusto, aun en el lenguaje de la ambición mundana, por haber unido la complacencia, el honor y gloria de ver interesarse y conmoverse en nuestra desgracia tantos millares de personas de todos sexos, edades y condiciones, llorarnos todos con tanta amargura, colmarnos de bendiciones, de elogios y de alabanzas como si, en perdernos a nosotros, perdieran sus padres, sus maestros, sus directores y todas sus cosas. Si en todas las demás ciudades de España se ha hecho con los jesuítas en su destierro las mismas demostraciones que han hecho con nosotros esta ilustre y numerosa ciudad de Santiago de Galicia, me atrevo a decir, sin miedo de exagerar, que jamás ha tenido la Compañía de Jesús en España día más glorioso que este día gris de abril de este presente año. El resto del viaje de este día se hizo sin más novedad, que repetirse a cada paso sobre nosotros las lágrimas y bendiciones de la ciudad por la pobre gente que vive esparcida por el campo, que exhalada venía desde sus caseríos a vernos pasar por el camino; y haber sucedido lo mismo con la debida proporción en la pequeña aldea llamada Poulo, distante de Santiago cuatro leguas, a la cual llegamos como a las once de la mañana. Aquí pasamos todo este día cuatro y, para colmo de los trabajillos de este día, todo fue malo en esta miserable aldea. Ni a nosotros se nos ofreció, ni tampoco al Asistente, el traer de Santiago algunos buenos pescados de que hay allí tanta abundancia, y así la comida fue mala y escasa. Mayores trabajos hubo para dormir, pues no hubo otras camas que las que se pudieron formar de cuatro o seis colchones que dieron el cura del lugar y otros dos o tres curas de otras aldeas vecinas, que vinieron a visitarnos, las cuales sirvieron para algunos ancianos y enfermizos; todos los demás no tuvieron otra cama que una 96

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mesa, un arca o el suelo, en donde con su propia ropa se acomodaron lo menos mal que pudieron. No teníamos en esta aldea quien nos impidiese decir misa, como deseábamos, porque el Capitán no se metía en estas cosas. Pero deseando ponernos en camino muy presto, se determinó que sólo se dijese una misa y todos la oyésemos y comulgásemos a ella. Así se hizo, diciéndonos la misa el P. Rector y comulgando todos a ella, y todo se hizo tan de mañana que, al salir del sol, ya estábamos prontos para el viaje y, efectivamente, comenzamos a caminar muy presto; y a las nueve de la mañana llegamos a otra aldea llamada Corral, distante de Poulo tres leguas y otras tres de La Coruña. Nuestro ánimo era de comer aquí temprano y partir a buena hora a La Coruña para llegar allá antes de la noche; porque nos parecía menos pesado entrar en la ciudad a media tarde, aunque fuese rodeados de tropa y con tambor batiente y pasar por esta ignominia, que llegar de noche expuestos a mucha confusión y desorden al tiempo de alojarnos y más no sabiendo a dónde habíamos de ir a parar. Todos estos nuestros pensamientos se desvanecieron con una orden del Capitán General de La Coruña intimado al Capitán, nuestro conductor, por un rector o notario que nos estaba ya aguardando en esta aldea, pues por él se mandó que no entrásemos en La Coruña hasta dadas las once de la noche, de la cual disposición no puede haber otra causa que el tener la impresión que hace en el pueblo nuestra vista en un estado tan miserable y que, al cabo, venga a romper algún tumulto popular. A nosotros nos disgusta mucho esta orden por la razón que antes insinuamos, pero era forzoso conformarnos a ella, y dos cosas de consuelo, las que tuvimos en esta aldea, nos hicieron olvidar este pequeño disgusto. La una fue el habernos asegurado el mismo Rector que los padres de La Coruña estaban arrestados en su mismo Colegio, y que allí también nos habíamos de alojar nosotros, lo que nos consoló mucho; así porque con esta noticia se disiparon muchos rumores tristes de que íbamos en derechura a los navios, y otros todavía más funestos que corrían en el país y habían llegado a nuestros oídos, como también porque la compañía y unión de tantos hermanos ha97

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rían sin duda más llevaderos y más suaves los trabajos que viniesen sobre nosotros y, a pesar de todos ellos, viviríamos con gusto y con una santa alegría. La otra fue habérsenos juntado en esta aldea los padres Teodoro Cascajedo y Francisco de Sales Morchón18, misioneros del Señor Arzobispo, que andaban haciendo misión y la cosa ha pasado de esta manera, según cuentan ellos mismos. Luego que se nos intimó en Santiago el Decreto Real de destierr se despachó uno propio a estos padres con carta del P. Rector, ordenándoles que, en el día mismo que la recibiesen, dejándolo todo, se volviesen al Colegio y esto también se prevenía en la Instrucción de la Corte, de que antes se hizo mención 19. No les encontró el propio en el lugar a donde fue dirigido ni llegaron a recibir la carta del Rector, pero tampoco la necesitaron para hacer por ellos mismos lo que se les mandaba en ella, pues luego que estuvieron asegurados de lo que había pasado en el Colegio, y del destierro de todos los jesuítas de España, cortando la misión que estaban haciendo, se vinieron con toda diligencia a Santiago y se pusieron en manos del Señor Asistente para que les enviase donde y como gustase. Antes de su arribo a la ciudad, corrió la voz de que venían los padres misioneros y salió a recibirles fuera de ella en bastante distancia un pueblo innumerable, que en su entrada les acompañó con muchas lágrimas y con mil demostraciones de cariño y estimación y, después de haber descansado allí una noche, salieron esta mañana muy presto de Santiago y con increíble gozo suyo, por seguir la suerte de sus hermanos, y nuestro, por tener dos compañeros más en nuestros trabajos y por la santa 18. Francisco Morchón era natural de Gallegos, en el Obispado de Falencia, donde nació el 28 de enero de 1721; realizó la profesión de tres votos el 15 de agosto de 1771 en Bolonia. Tenía dos hermanos en la Compañía, Manuel, perteneciente a la Provincia de Chile, y José a la de Castilla. Francisco Morchón falleció el 25 de enero de 1783, en Pisa (Toscana) donde había ido a recuperarse de una grave dolencia y a vivir con sus hermanos. 19. «Si hubiese algún jesuíta fuera del Colegio en otro pueblo o parage no distante, requerirá al Superior que lo envíe a llamar para que se restituya instantáneamente, sin otra expresión, dando la carta abierta al Executor, quien la dirigirá por persona segura, que nada revele de las diligencias, sin pérdida de tiempo». A.G.S., Gracia y Justicia, leg. 667, Instrucción... 98

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intrepidez con que se han portado en este lance, se unieron con nosotros en esta aldea malhechores y delincuentes de una especie nueva, o vistos pocas veces en el mundo, que sin que nadie les prenda ni les hable una palabra, por sí mismos y con gran contento y alegría vienen a meterse en los grillos y en las cadenas. La comida en esta aldea fue tan mala como en la otra porque nadie tomó el cuidado de corregir el yerro de ayer. Aún nos fue más sensible que, ya que teníamos tanto tiempo para descansar después de comer pues no habíamos de partir hasta muy tarde, no hubiese comodidad para lograr un alivio tan necesario después de tres días de tantos trabajos y pesadumbres y después de dos noches en que apenas se había dormido una hora. Cerca del anochecer, salimos de Corral hacia La Coruña, que sólo dista tres leguas y como no podíamos entrar antes de las once de la noche se caminaba muy poco a poco y haciendo alto de propósito varias veces. Este modo de caminar y la oscuridad de la noche hizo muy molesto y pesado este pequeño viaje. No contento nuestro Capitán con tanta flema y pesadez en nuestro modo de caminar, cuando nos íbamos arrimando a la ciudad, destacó un cabo de escuadra que preguntase si habían dado las once y mientras volvía nos estuvimos parados. Eran efectivamente las once ya dadas cuando volvió el enviado de la ciudad y así, sin más detención, nos encaminamos a ella. Tuvo algo de pavorosa esta entrada en La Coruña y era capaz de aterrar y llenar de espanto a cualquiera y, especialmente, a los que nunca habían estado en plazas de armas ni hubiesen visto el mar, como a muchos nos sucedía. Nosotros, ordenados en alguna manera y rodeados de nuestra numerosa escolta, entramos por la puerta en un profundísimo silencio. En la puerta se descubrían a beneficio de una lóbrega linternilla muchos granaderos sobre las armas y con el mismo silencio que nosotros. Nada en suma se veía sino soldados, con toda la gravedad que tienen cuando se ponen sobre las armas y nada se oía sino algunos encuentros o tropezones de unas armas, con otras y los horribles bramidos que daba el mar, que por sí solos bastan sin concurrir con tantas circunstancias de espanto y de terror para atemorizar la primera vez. En la ciudad prosi99

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guió el mismo pavoroso silencio, sin interrumpirse sino con los llantos y suspiros de algunas pequeñas cuadrillas de gente, que aun en aquella hora nos salieron al encuentro, y de otras personas que estaban a las ventanas de sus casas. Caminamos mucho tiempo por dentro del arrabal, y así se cree que nos trajeron por algunas calles excusadas, huyendo de las más comunes y frecuentadas, si ya no fue que caminando con aquella especie de pavor y espanto poco tiempo me pareciese a mí mucho. Al mismo dar los tres cuartos para las doce de la noche nos presentamos en una plazuelita, que está delante de la puerta de la iglesia y portería del Colegio, y aquí encontramos a un señor Alcalde del Crimen, llamado Romero, con toda formalidad y vestido de toga acompañado de algunos notarios y de buen número de soldados puestos sobre las armas. Desmontamos al momento y dejando las caballerías y todas las cosas que tratamos a la aventura y en poder de soldados, siguiendo al señor Alcalde, subimos al tránsito alto del Colegio. Allí nos colocamos en orden, estando a nuestra frente el Señor Alcalde y sacando una lista y nombrándonos por nuestro nombre y apellido y casi según nuestra antigüedad, nos fue señalando habitación, seis sacerdotes en cada aposento, a todos los hermanos artistas en una pieza poco mayor que un aposento regular y otro aposentillo muy pequeño, y a los hermanos coadjutores en dos cuartos bien estrechos20. No teniendo otra cosa que mandarnos, el Señor Alcalde nos despidió y todos fuimos a reconocer nuestro alojamiento y en él encontramos una cama para cada uno, pero cama de munición y propiamente de las que están destinadas para los soldados en sus cuarteles: unas tablas por tarima o catre, un colchoncillo sobre ellas, y dos en alguna otra, y todos generalmente de una estopa gruesa y de poca lana, unas sábanas de estopa cruda y sin curar, y una manta tan ordinaria como las 20. A este respecto la Instrucción decía: «Ha de tenere particularísima atención para que, no obstante la priesa y multitud de tantas instantáneas y eficaces diligencias judiciales, no falte, en manera alguna, la más cómoda y puntual asistencia de los Religiosos, aun mayor que la ordinaria, si fuese posible, como de que se recojan a descansar a sus regulares horas, teniendo las camas en parages convenientes para que no estén muy dispersos», A.G.S., Gracia y Justicia, leg. 667. 100

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que suelen usar para cubrir las bestias. Y con ser tan mala y ordinaria la cama no quedamos del todo descontentos, por ser todo cosa nueva y que no se había usado todavía. Bien presto nos llamaron a cenar y bajamos al tránsito de abajo en donde se ha formado el refectorio; pero habiendo ya pasado las doce del domingo y empezado el lunes, que es día de ayuno, sólo cenaron algunos jóvenes, que no llegan a veintiún años; pues aunque yo y otros éramos de parecer que después de tres días de más trabajo y fatiga para nosotros que si hubiéramos estado cavando o arando, casi sin dormir ni comer en todos ellos, podíamos, y aun debíamos, tomar alguna cosa, prevaleció en el ánimo de los Superiores el modo de pensar contrario y rígido, especialmente porque no se escandalizasen los seculares que andaban por allí; y así los más, sin otra cosa que un sorbo de vino, nos fuimos a dormir en nuestras camas de cuartel. Salimos de nuestro Colegio de Santiago como antes se insinuó, cuarenta sujetos y habiéndosenos juntado otros dos en el camino, entramos cuarenta y dos en este Colegio de La Coruña, de los cuales diecisiete somos sacerdotes, quince hermanos estudiantes que están en el primer año de Filosofía, y los diez restantes son hermanos coadjutores21. Y no han quedado en Santiago sino tres que son: el P. Santiago Ayuso22, Rector del Seminario Irlandés, para dar cuentas de sus rentas y hacer 21. Los jesuítas pertenecientes a ese Colegio de Santiago, en 1767, eran: Juan Arévalo, Felipe Asensio, Tomás Asiaín, Santiago Ayuso, Mateo Javier Calderón, Joaquín Campra, Teodoro Cascagedo, Gaspar del Castillo, Agustín Cervela, Pedro Cordón, Juan José Cortázar, Felipe Diez, José Antonio Echezabal, Santiago García, Francisco Gijón, Pedro Gil de Albornoz, Diego Antonio Godoy, Francisco Gómez, Juan Manuel de Leste, José Bautista López, Manuel Luengo, Manuel Francisco Macías, Luis Martínez, José Martín, Manuel Masia, Francisco Morchón, Francisco Morgado, José Ontañón, Gaspar Ordóñez, Joaquín Palomo, Matías de la Peña, José Rodríguez, Esteban Romero, Diego Salgado, Miguel Sánchez, Cayetano Santos, Manuel Sanz Moreno, Jacinto de Silva, Bernardo Simón, Manuel Sisniega, Lorenzo Uriarte, Juan Bautista Urteaga, José Valdés, Manuel Varona, Fernando Vázquez, José Virto. Cfr. ARCHIMBAUD Y SOLANO, Juan Antonio, Catálogo Jesuítas, 1767. 22. Santiago Ayuso era rector en el Seminario de Irlandeses, y se reuniría a los regulares de Santiago en La Coruña el día 5 de mayo. Salió desterrado con Luengo en el navio «San Juan Nepomuceno» y murió en Bolonia el 16 de abril de 1790. 101

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entrega de todo; el H. Santiago García23 para dar también sus cuentas y hacer entrega de los bienes y haciendas del Colegio en el cual era Procurador, y el H. Felipe Diez, portero, como antes se dijo, por causa de sus males, y todos tres, luego que nosotros salimos de la ciudad, fueron encerrados en el famoso Monasterio de San Martín de los reverendos monjes benitos. No vimos anoche a los padres de este Colegio de La Coruña, pero bien presto esta mañana vinieron todos ellos a visitarnos y saludarnos, y nos hemos alegrado mucho de verlos tan animosos y tan alegres y ellos igualmente se han gozado de vernos a nosotros con la misma serenidad y alegría. Todos los padres de este Colegio viven en pocos aposentos del tránsito bajo, retenidos como nosotros, cuatro o cinco en cada uno de ellos24. El Sr. Alcalde Romero, que hace en todo y generalmente de nuestro superior, y se ha tomado para sí el aposento del P. Rector y a un escribano que le acompaña ha dado para habitar el aposento del procurador, y a estos dos, tránsitos, alto en que vivimos nosotros y en el que se reservan aposentos para los que vayan llegando, y bajo en que viven los padres de este Colegio, el Alcalde y escribano, y se ha formado el refectorio y algún otro aposentillo y las tribunas de la iglesia, se reduce toda la habitación que se nos ha señalado para los que somos ya en el día y para los que seremos cuando lleguen todos los de Galicia, sin poder jamás salir de los dos tránsitos. Y así no se nos permite bajar a la iglesia ni decir más que una misa, o a lo sumo dos, y solamente el día de fiesta, como sucedió ayer, que fue domingo. Tampoco podemos ir un rato a paseo o a la huerta del Colegio, lo que nos serviría mucho para la salud y para una honesta recreación. Mucho menos, como se de23. El hermano García también se reuniría con el resto de los expulsos el día 5 de mayo en La Corana. 24. «La comunidad estaba compuesta por trece personas: cinco sacerdotes, dos escolares próximos a ordenarse, cinco hermanos coadjutores y un novicio»; en RIVERA, E., op. cit., 1989, p. 633. Los nombres de los componentes de este colegio eran: Hermenegildo Alfonso, Pedro José Feira, Manuel Granja, Juan Francisco Maquirriain, Manuel Méndez, Juan Andrés Pinedo, Salvador Pórtela, Manuel Ignacio Rodríguez, Antonio Sola, Juan José Tolra, Benito Várela, Juan Antonio Vázquez y Melchor Villelga. Cfr. ARCHIMBAUD, J. A., Catálogo, 1767. 102

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ja entender, se nos permite bajar a la portería, ver y tratar gentes de fuera ni de palabra, ni por escrito; y así estamos propiamente presos y encarcelados o, como dicen estas gentes por conservar algún respeto a nuestro estado, solamente custodiados. Para que en nada nos falte al rigor de esta prisión o custodia nos hace la centinela una entera compañía de tropa de Infantería numerosa, como de unos setenta hombres; y hoy me he divertido en ver montar la guardia a la compañía que vino de nuevo para reemplazar a la que estuvo de guardia desde ayer. Hicieron sus acostumbradas ceremonias yendo y viniendo cada una de ellas con su tambor batiente, y la que se quedó para guardarnos hoy puso su cuerpo de guardia, y lo mismo según creo se había hecho los días antecedentes, dentro de la misma iglesia, entre la primera puerta y el cancel, no obstante que se conserva en ella el Santísimo Sacramento. A todas las puertas del Colegio se pone centinela y aun a la ventana de la botica y todo alrededor se ponen soldados, en tal distancia que se alcancen a ver y pueda correr la voz, como en la muralla de la ciudad. ¿Qué temerán estos hombres que usan tan extrañas diligencias que emplean tanta tropa, y nos rodean de soldados por todas partes? Ya supongo que nada temen de los custodiados jesuítas, y que el fin de usar de tanto aparato de armas es atemorizar al pueblo para que no se inquiete y le impida el llevar adelante sus intentos. En los dos días pasados, siete y ocho, no ha sucedido cosa alguna notable ni ha habido más novedad que las que se dejan entender por si mismas en nuestro miserable estado. La incomodidad y falta de quietud viviendo tantos en un aposento es para nosotros cosa muy pesada por estar acostumbrados a vivir cada uno con sosiego y paz en su cuarto solo. Aún es de mayor mortificación no tener para desahogo entre día y para un poco de oreo y recreación más que el tránsito alto del Colegio, pues al tránsito bajo, así por estar embarazado con las mesas del refectorio, como por andar por allí muchos soldados, nadie se atreve a bajar. En este tránsito pasamos, por decirlo así, todo el día; y todas nuestras conversaciones, no sabiendo nada de lo que pasa por el mundo, se reducen a hablar de nuestras cosas, de nuestro arresto, de mil casos particulares que sucedieron, 103

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así aquí en La Coruña como en Santiago, que sería cosa larga referir en este lugar. Y no menos que lo pasado y nuestro estado presente, nos lleva nuestra atención en las conversaciones nuestra suerte futura y se habla y discurre mucho sobre nuestro establecimiento en Roma y en otras partes del Estado Pontificio, a donde nos dicen que nos han de llevar. En estas conversaciones y discursos, sin ofensa de nadie, vamos gastando el tiempo que nos sobra después de los ordinarios ejercicios espirituales, muchas visitas al Santísimo Sacramento y muchos ratos de oración en las tribunas como hacen generalmente todos con mucha edificación mía. Y no es extraño que así suceda, siendo evidente, como puedo protestar y protesto sin jactancia ni ostentación, sino con toda simplicidad y verdad por ser propio de este nuestro escrito, que los efectos que han causado generalmente en todos los trabajos presentes nuestra opresión y ruina no han sido odio, aversión o mala voluntad contra ninguna persona, y mucho menos pensamientos de venganza ni de hacer mal a ninguno, sino volverse todos más de veras al Señor, recurrir con más fervor y frecuencia a su Divina Majestad, ponerse en sus manos y pedirle instantáneamente, que o nos saque de los males presentes y nos libre de otros que nos amenazan, o nos dé ánimo, esfuerzo, constancia y alegría para llevarlos todos por su amor. Por lo que antes se dijo, se entiende bastante que el Sr. Alcalde Romero, como superior en todos los ramos en este Colegio, cuida también de todo lo necesario para nuestro mantenimiento. Para el desayuno se nos da chocolate en abundante cantidad y nosotros nos componemos a nuestro modo. Todas las demás provisiones para la comida las hace por medio de seglares y aun el cocinero es un secular. El trato en cuanto al aseo y limpieza no es bueno, lo que no es extraño, siendo ya casi setenta en un Colegio en donde eran quince o dieciséis. En cuanto a la cantidad, aún es más abundante de lo que acostumbrábamos nosotros y así en este particular de la comida va absolutamente bien y no tenemos justo motivo de queja. En otra cosa de más importancia, aunque de una manera bastante vergonzosa para nosotros, ha empezado hoy este Sr. Alcalde a hacernos una gracia, que estimamos mucho. A nues104

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tras súplicas e instancias ha permitido que digamos de aquí adelante todos los días seis u ocho misas y, de este modo, lograremos poder celebrar dos o tres veces a la semana. Bajó pues esta mañana a la sacristía un escribano o ministro con las llaves necesarias de cajones y alacenas, y se estuvo allí inmoble hasta dejarlo todo cerrado, dando a entender en su modo y vigilancia que no se fiaba de nosotros y como que temía que ocultásemos alguna patena, cáliz, u otra alhaja. Estado verdaderamente miserable, pues aun de lo que es nuestro no podemos usar sino con una dependencia y esclavitud tan vergonzosa. Esta noche pasada del ocho al nueve llegó, entre once y doce, como nosotros, el Colegio de Pontevedra. Nosotros estábamos ya recogidos a aquella hora; así porque no sabíamos que había de llegar, como porque, aunque hubiéramos querido aguardarle, no se nos hubiera permitido. Esta mañana hemos visto, visitado y abrazado, con mucho consuelo nuestro por verlos tan animosos y alegres, a todos los padres y hermanos de este Colegio25. De ellos hemos sabido que la causa de haber tardado en llegar a La Coruña algún otro día más de lo que debían ha sido precisamente, el haber dado al P. José Francisco de Isla26, en el mismo Pontevedra, un accidente de perlesía, por el cual se debía de haber quedado, a juicio de los médicos, en la dicha villa. Pero, empeñándose el mismo padre en venir 25. El colegio de Pontevedra tenía una comunidad de 14 individuos: nueve sacerdotes, un padre escolar y cuatro hermanos coadjutores, en RIVERA, E., op. cit., 1989, p. 634. Sus nombres eran: Ignacio Aguirre, Juan Araujo, José del Camino, Pedro Candela, Antonio Cervela, Juan Bautista Gaztelu, Joaquín Gómez, Fernando Gutiérrez, José Francisco de Isla, Francisco Orbizu, Simón Otero, Nicolás de Puga, Juan de Soto y José Zueco. C/r. ARCHIMBAUD, J. A., Catálogo, 1767. 26. José Francisco de Isla, escritor polémico y prolijo, ingresó en la Compañía a los dieciséis años, en el noviciado de Villagarcía de Arosa, se había apartado a esa misma ciudad en 1754, donde se entregó a la composición de su conocida novela Fray Gerundio de Campazas y allí se encontraba en el momento de ser intimada la Pragmática Sanción. A raíz de la expulsión, escribiría un Memorial dirigido a Carlos III sobre el desarrollo del éxodo, según declaraciones y documentación que fueron aportando los novicios sobre sus experiencias y dificultades a la hora de unirse a los padres. Este Memorial, de cuyo original guardaba el P. Luengo una copia en su Colección de Papeles Varios, ha sido recientemente reeditado con un estudio introductorio y notas de Enrique GIMÉNEZ LÓPEZ por el Instituto de Cultura «Juan Gil-Albert», Alicante, 1999. 105

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con todos los demás, le repitió otra vez el accidente en Caldas y fue necesario sangrarle allí y darle algún tiempo más de reposo ayudándole todos, por ser tan grande su empeño en seguirles. En Santiago le repitió el accidente con más fuerza que las otras veces y así, siéndole imposible proseguir adelante en su camino, aunque con gran repugnancia y sentimiento suyo, se ha quedado en aquella ciudad, depositado como los otros tres en el Monasterio de los benitos27. Y todo esto se ha hecho con las precauciones convenientes de certificaciones de los médicos y noticias y licencia de aquellos a quienes compete y aun creo que también de este Capitán General, el Excelentísimo Maximiliano de la Croix. Según hablan estos padres del modo con que les ha tratado el Comisionado o Ejecutor en aquel Colegio, comparándole con el que usó con nosotros el Sr. Asistente Feijó, no se puede menos que decir que ha sido un hombre demasiado exacto y rígido en su Comisión y aun cruel, duro e inhumano, y para tener esto por cierto basta insinuar que habiéndose juntado todos en el aposento del P. Rector, para la intimación del Decreto Real, allí les tuvo encerrados todo el tiempo, sin permitirles salir fuera a ninguno sino a una necesidad muy forzosa, y entonces con un soldado, que no le perdiese de vista. De la impresión que hizo en aquella villa su destierro, del sentimiento y pena, lágrimas y demostraciones de caridad y estimación con que ha honrado su partida, hablan con tanto encarecimiento y ponderación estos padres que casi nos hacen dudar si ha excedido en esto Pontevedra a la ciudad de Santiago. Muy en particular se muestran agradecidos a la Sra. marquesa de Figueroa, pues, no contenta con llorarles amargamente como los demás, les favoreció dando su litera para el accidentado P. Isla, enviándoles cuanta ropa blanca la vino a la mano y una buena limosna en dinero y aun les ha ofrecido socorrerlos en cualquier parte que paren.

27. Sobre esta dolencia del P. Isla véase RIVERA, E.: «Pontevedra: el grave achaque del P. Isla», op. cit., 1989, p. 634-635. 106

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 Día 10 de abril Esta noche que acaba de pasar, a la hora acostumbrada después de las once, llegó el Colegio de Orense; pero tan pobre de sujetos, que casi la mitad se han quedado por allá28. Solamente han venido siete, y cinco, entre los cuales uno es el P. Rector Juan Bautista Cavallero29, se han quedado en la ciudad, depositados en otras casas de Religiosos por estar enfermos o muy quebrantados o por ser muy viejos. La ejecución del arresto por parte del Comisionado, según cuentan los mismos padres, se hizo con toda atención y cortesía, con humanidad y compasión. En la misma ciudad de Orense, y en otros pueblos por donde han pasado estos siete jesuitas, ha habido, a lo que ellos ponderan, una conmoción general muy semejante a la que dijimos de Pontevedra y explicamos más en particular de Santiago. Día 11 de abril Llegó a la misma hora esta noche pasada el Colegio de Monforte ^ y aquí también, como en Orense, se hizo la intimación del Decreto y se ejecutaron todas las cosas consiguientes a él con buen modo y urbanidad; y por lo que toca a la impresión que hizo en aquellas gentes el destierro de los padres, las lágrimas y bendiciones con que honraron su partida, cuentan los mismos padres tales cosas que casi nos vemos obligados a confesar que excedieron aquellas gentes a nuestra afectísima 28. Esta comunidad de Orense estaba formada por cinco sacerdotes, dos padres escolares y cinco hermanos coadjutores. En: RIVERA, E., op. cit., 1989, p. 635. Se trataba de Vicente Alconero, Felipe Barreiro, Juan Bautista Cavallero, Juan Benito Dávila, Andrés González, Juan Antonio Guerra, Toribio Lanciego, Andrés Martínez, Juan Sainz, José Torre, Francisco Vázquez y Gregorio de Vega. Cfr. ARCHIMBAUD, J. A., Catálogo, 1767. 29. Juan Bautista Caballero, Rector del colegio de Orense, había nacido en Castaño de Robledo, Sevilla, el 22 de marzo de 1718. Entró en la Compañía en 1738 y murió en Bolonia el 8 de abril de 1792. 30. Residían en el colegio de Monforte: José Añel, Diego Ignacio Henriquez, José Hernando, Isidro López, Juan Domingo Machain, Santiago Maestre, Ignacio Martín, Pedro Morillo, Juan Manuel Noriega, Jacinto Patino, Francisco Pedraza, Gregorio Pereira, Manuel Petisco, Tomás Requejo, Bernardo de la Rúa, Matía de Rueda, Manuel Valgoma y Francisco Javier Velasco. Cfr. ARCHIMBAUD Y SOLANO, J. A., Catálogo, 1767. 107

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y devotísima ciudad de Santiago; y con la experiencia de cuatro distintos lugares: Santiago, Pontevedra, Orense y Monforte y otros muchos pueblos por donde han pasado especialmente los de estos dos últimos colegios, nos vamos inclinando a creer, como antes insinuamos que ese día tres de abril ha de ser el más glorioso que ha tenido la Compañía de Jesús en España, desde que se estableció en estos reinos. Estábamos todos con grandes miedos de que no siguiese la suerte común de los demás el P. Isidro López y hemos tenido un gusto y consuelo muy grande al verle con los otros de su Colegio. Estaba este P. Isidro, Procurador de nuestra Provincia, en la Corte, y este noviembre pasado fue desterrado de ella y enviado al Colegio de Monforte. El motivo de nuestros temores no era algún delito del padre o que hubiese dado algún disgusto a los ministros, sino que todo nuestro recelo se fundaba en que imitando el Ministerio de Madrid en la expulsión de los jesuítas al Ministro de Portugal D. Sebastián Carvallo31, era muy creíble que le imitase también en dejar en cárceles y castillos algún número considerable de los jesuítas españoles más famosos y más conocidos, para aparentar mejor con el pueblo ignorante que aquellos eran los principales autores de los gravísimos delitos por los cuales se desterraba de España la Compañía32. Y en tal caso, no hay la menor duda, de que este P. Isidro sería uno de los primeros que serían encerrados en una fortaleza. El mismo padre lo conocía muy bien y así se lo venía diciendo en el camino a los compañeros; y como hombre que estaba persuadido a que iba en derechura al castillo de San Antón, había hecho con toda seriedad sus encargos a uno de los padres de su Colegio y aun le había entre31. A lo largo de todo el escrito del P. Luengo jamás se verá que llame a Carvallo marqués de Pombal, ni a José Moruno conde de Floridablanca, título adquirido gracias a sus gestiones en Roma a favor de la extinción de la Compañía. De la misma manera el P. Luengo, tras la extinción, «degradó» a Clemente XIV y sólo se referirá a él como Ganganelli, su apellido, a modo -según parece- de pequeña y personal revancha hacia los desafectos a su orden. 32. Véase CAEIRO, J., op. cit., 1991 y MILLER, Samuel J., Portugal and Rome c. 17481830. An aspect ofthe Catholic Enlightenment, Pontificia Universitas Gregoriana, Roma, 1978. 108

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gado un poco de dinero que traía consigo33. Esta persuasión de este padre de venir a parar en un castillo hace más grande y más heroica su intrepidez, parecida a la de los padres misioneros de Santiago, de venirse él mismo al Colegio, hallándose fuera el día tres de abril, cuando fue intimado el Decreto del Rey. Al verse entre nosotros ha respirado y se halla muy contento y alegre, pero ni su Reverencia ni nosotros saldremos enteramente del susto mientras no nos veamos todos fuera de España y del poder de los españoles, pues al fin pueden caer en cuenta de que, para deslumhrar mejor al pueblo, convendrá dejar en prisión a algunos a quienes atribuir el tumulto de la Corte, y todas las demás cosas que quieran34.

33. El P. Isidro López, cuando era procurador general de la Provincia de Castilla, fue desterrado de la corte tras los motines de Madrid que, en 1766, forzaron la caída de Esquilache. Fue desterrado al colegio de Monforte en noviembre de 1766, acusado por el Consejo extraordinario de 21 de septiembre de haber instigado los motines de abril; éste mismo Consejo desterraba al marqués de la Ensenada, al que unía con el P. López una estrecha y conocida amistad. Puede consultarse una interesante correspondencia entre el P. López y el abate Hermoso sobre aquellos motines en la misma Colección, t. 20, p. 63. En palabras de Teófanes ECIDO, «El proceso de expulsión de los jesuítas (proceso en el que no tuvieron posibilidad alguna de defensa al convertirse por el rey en causa secretísima de Estado) debe relacionarse con los motines contra Esquilache o contra quien fuera del 23 al 26 de marzo de 1766, sin que ello quiera ni insinuar su participación en ellos y mucho menos que fueran sus motores.», en «Aranda y la expulsión de los jesuítas», El conde de Aranda y su tiempo, Inst. «Fernando el Católico», Zaragoza, 2000, p. 364. También sobre este tema véase ECUÍA Ruiz, C., op. cit., 1947, pp. 63-139; CORONA, C., «Sobre el conde de Aranda y sobre la expulsión de los jesuítas», Homenaje al Dr. D. Juan Regla, 1975, vol. II; EGIDO, T., «Motines de España y proceso contra los jesuítas», Estudio Agustiniano, 11, 1976, pp. 219-260, y del mismo autor: «Madrid 1766: "Motines de Corte" y oposición al gobierno», Cuadernos de Investigación histórica, 3, 1979, pp. 125-153. 34. Algunos jesuítas portugueses no pudieron salir hacia los Estados Pontificios al ser apresados y encerrados en las cárceles de Lisboa. A este respecto, el P. Luengo recibió una carta, durante el tórrido verano de 1767, de otro jesuíta castellano: Narciso Muñoz, compañero del P. Ossorio y, posteriormente, establecido en Genova como asistente del P. Gervasoni, en la que aseguraba que en el puerto de esa ciudad se encontraba varada una embarcación en la que viajaban treinta y dos jesuítas de los que estaban apresados en las cárceles de Lisboa y que, se suponía, que iban con rumbo a Civitavecchia para entrar en Roma. Otros muchos jesuítas portugueses, quedaron retenidos en el reino por estar sujetos a proceso y permanecieron recluidos en condiciones infrahumanas, hasta la muerte de José I de Portugal y la subsiguiente llegada al trono de su hija, María I, en 1777. 109

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Día 12 de abril Llegaron anoche, a la misma hora que todos, los del Colegio de Monterrey35 que hablan con elogio de la humanidad del Comisionado o Ejecutor que les intimó el Decreto y entendió en todas las demás cosas36 y con no menos expresivas ponderaciones del amor, estimación, sentimiento y lágrimas de aquellas gentes en su partida, y de otras en su viaje. Vienen todos ellos pobrísimamente y aun indecentemente vestidos, y han dejado en el Colegio paño bastante para vestirse todos ellos de nuevo, como en la realidad necesitan; porque lo tenían todavía en piezas sin empezar, y se prevenía expresamente en la Instrucción de los Comisionados, que nos permitiesen llevar el paño, lienzo que estuviese en pedazos, pero no las piezas enteras. Ellos, no obstante, esperan que su Comisionado representará eficazmente a su favor y les enviará paño para vestirse. Día 20 de abril No han sucedido en estos días pasados desde el doce más que dos cosas que merezcan notarse en este Diario. La primera es haber muerto uno de estos días, repentinamente y sin que nadie le hubiese visto, el P. Nicolás Puga37, sujeto del Colegio de Pontevedra. Le dio un accidente o congoja estando en las casillas o lugar común, y cuando se advirtió su falta y se for35. «En el Colegio vivían seis sacerdotes, dos escolares y cinco hermanos coadjutores», en RIVERA, E., op. cit., 1989, p. 637. Sus nombres eran: Francisco Javier Aldao, José Alonso, Manuel del Barrio, José Delgado, Agustín del Frago, Pedro de la Fuente, Felipe Gutiérrez, Miguel Merino, Roque del Río, Ramón Romero, Antonio de la Rosa, Luis Sandianez, Juan Manuel de Santa Cruz, Felipe Seco y Agustín Vázquez. Cfr. ARCHIMBAUD, J. A., Catálogo, 1767 36. «£). José García de Peñalosa, alcalde mayor y justicia ordinaria, fue el comisionado inicial. Falleció en el mes de noviembre y acabó siendo sustituido por D. Francisco Cañete y Junquito», en RIVERA, E., op. cit., p. 637. 37. A partir de aquí el P. Luengo irá anotando, puntualmente, todos los fallecimientos de los jesuítas que tenga noticia. Posteriormente especificará, al margen de su escrito y a la altura en que desarrolla la noticia del fallecimiento, el nombre del difunto. Hará lo mismo con los jesuítas que decidan dejar la orden, denotando que para él, de alguna manera, también han muerto; la única diferencia será que, junto al nombre, añade difunto o secularizado, según el caso.

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D I A R I O D E L A Ñ O 1767 zó la puerta ya estaba muerto. Hablan muchos que estaba enteramente loco y sin juicio, y como si fuera hombre de razón y cuerdo y capaz de haber cometido gravísimos delitos, venía con todos los demás al destierro; lo que es buena prueba del genio y carácter de rigor y de dureza del Ejecutor o Comisionado en el Colegio de Pontevedra, especialmente siendo ya hombre bastante anciano y estando muy pesado y poco menos que impedido. Se le dio sepultura en nuestra iglesia, pero no se nos permitió hacer en su entierro otra cosa que rezar en voz baja las oraciones que se acostumbran al mismo dar tierra al difunto. La segunda es que, finalmente, nos ha permitido el Sr. Alcalde Romero que podamos bajar a la huerta a pasearnos y tomar el aire; lo que nos es de mucho provecho para la salud, de algún alivio y una honesta recreación, especialmente siendo la huerta, como es, muy hermosa, bastante capaz y estando muy bien cultivada. Pero, para que no nos escapemos por encima de la cerca, que es bien alta, como si no bastara estar por de fuera ceñida de soldados, como antes se dijo que estaba todo el Colegio, nos ha puesto dentro de la misma huerta un centinela en tal sitio que pueda ver todo lo que hacemos. No deja de ser bien sensible esta providencia pues nos quita mucha libertad para divertirnos religiosamente. Pero, aun con esta sujeción y esclavitud, es un beneficio muy grande el poder salir a la huerta, y damos por él las gracias al Sr. Romero. Estos días pasados se dudaba si vendría también a La Coruña el Colegio de Villafranca, pero ya en el día es evidente que irá a embarcarse en Santander el dicho Colegio, sin otra razón para obligar a aquellos pobres a hacer un viaje tan largo por tierra y a más larga navegación por el mar, con muchos mayores gastos, que no pertenecer Villafranca al Reino de Galicia, sino al de León, y haberse determinado que los colegios de este último Reino vayan al puerto de Santander. Están pues ya en este Colegio de La Coruña todos los colegios del Reino de Galicia38, que son seis con el de esta misma ciudad, y todos los que se 38. Que eran los de La Coruña, Pontevedra, Orense, Monforte, Monterrey y Santiago. 111

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han de reunir en él para embarcarse y pasar a Italia. El número de sujetos de todos seis no es más que de ciento cinco, aunque es verdad que faltan varios de los que se han quedado por allá o por razón de cuentas, o por estar enfermos o quebrantados. Todos estos ciento cinco sujetos estamos alojados en el estrecho recinto de los tránsitos alto y bajo no enteros y en algún otro rinconcillo, como antes se dijo, habiéndose añadido a esto solamente, con no poca indecencia, las tribunas que están sobre las capillas de la iglesia, en las cuales han puesto sus camas y duermen los más de los coadjutores, no obstante que se dicen todos los días algunas misas y que se conserva el Santísimo Sacramento. Aunque por lo que queda dicho se entiende bastantemente nuestro modo de vivir en esta prisión, pondremos aquí brevemente el orden y método de ejercicios y ocupaciones de un día y por aquí se puede entender el de todos, cuando no se advierta otra cosa. La hora de levantarnos es la acostumbrada a la cual se sigue la hora de oración. Se dicen cada día, ocho o diez misas y si se puede alguna otra más, y se logra varias veces pues en este punto va teniendo un poco más de indulgencia. Para que no haya confusión en la sacristía, se nombran diariamente por turno los que deben decir misa y como somos tantos sacerdotes nos viene a tocar el decir misa cada cinco o seis días. Pero, de los sacerdotes que no tienen misa y aun de los hermanos, así escolares como coadjutores, se ve comulgar diariamente a varios, sin contar los días de comunión por la regla, en que comulgan todos. A estas devociones se añaden otras muchas de visitas frecuentes al Santísimo Sacramento, de novenas, muchos ratos de oración en las tribunas en las que ni mañana ni tarde falta gente y veo, con mucha edificación y aun confusión mía, derramar muchas lágrimas y arrojar muy ardientes suspiros al cielo porque, como antes insinué y vuelvo a repetir aquí, porque es ciertísimo e importa que se inculque, el efecto que han causado en nosotros estas desgracias no es otro en cuanto se puede ver que hacernos entrar dentro de nosotros mismos, aún a los más tibios, y clamar al cielo por la libertad de nuestros males, o por fuerzas para llevarlos como 112

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conviene y no por venganza contra los que nos persiguen y hacen mal. Después de acabar los ejercicios espirituales de la mañana, se emplea todo el tiempo que queda hasta el examen en las devociones dichas y en conversar unos con otros, y ya se deja entender, por el estado en que nos hallamos y por no saber nada de lo que pasa en el mundo, que todas nuestras conversaciones son sobre nuestras cosas presentes y sobre las que nos pueden venir en adelante. En estas conversaciones es preciso emplear mucha parte de la tarde y de la mañana, pues no es posible, sino es que sea en las tribunas, encontrar un rinconcito en donde leer alguna cosa, estando más de cien hombres metidos en un tránsito no grande. Y este es un trabajo no pequeño para muchos que, con gusto, se emplearían en leer y estudiar alguna cosa. Al mediodía vamos a comer, como antes se dijo, al tránsito bajo, teniendo que atravesar por entre soldados que hacen allí su guardia, y se conservan todo el tiempo que estamos a la mesa y aun creo que toda la tarde y noche. A la mesa se nos lee el precioso libro de los trabajos de Jesús que se entiende y gusta más ahora en tiempo de tribulación que en tiempos de prosperidad y bonanza. Los soldados están a tan poca distancia de las mesas que oyen muy bien la lectura, y con los desengaños y verdades que allí oyen y juntamente con vernos a todos nosotros a la mesa con serenidad y mesura, en silencio y con modestia, están todos ellos, aún los oficiales que se dejan ver por allí, aturdidos y confusos, devotos y compungidos, y nos tratan con un sumo respeto y veneración; cuando de comunidad bajamos a comer o después de la comida subimos al tránsito alto, y generalmente la tropa nos ha tratado a todos con atención y respeto, y puedo atestiguar con toda firmeza que no he oído hasta ahora, aunque he oído tanto en el asunto, que alguno de los soldados ni en el arresto, ni en los viajes, ni en el tiempo que hemos estado encerrados aquí se haya hecho a ninguno la menor insolencia o descortesía y pudiera contar, si quisiera, muchos servicios y muy tiernas expresiones de cariño y compasión, y no sólo de todos los señores oficiales, sino también de muchos de los soldados. Después de comer se siguen las cosas ordinarias de nuestros colegios, quie113

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tud, descansar, rezar el Rosario y el Oficio Divino y tener lección espiritual. Alguna otra hora se gasta en la huerta, y por la noche, sin novedad alguna, se hacen las mismas cosas que en los colegios. Esta es nuestra vida en este encerramiento, custodia o prisión y la misma será constantemente mientras nos conservemos aquí.

Día 21 de abril Esta mañana muy temprano se nos avisó, de parte del Sr. Alcalde Romero, que a buena hora estuviésemos todos juntos en el tránsito alto, porque tenía que comunicarnos algunas cosas. Hicímoslo así todos y a la hora señalada, que era poco después del desayuno, nos juntamos todos en el dicho lugar. Tardó todavía en venir Su Señoría una buena hora, que gastamos nosotros en discurrir qué podía ser aquello, aunque algunos ya lo sabíamos casi con entera seguridad y aun teníamos ya copia de lo que pensaba intimarnos. Llegó finalmente el Sr. Alcalde, acompañado de algunos escribanos y notarios, y tomó asiento en una silla que le estaba preparada con una mesa delante. Entonces nos arrimamos todos nosotros alrededor de la mesa en pie, y confusamente, en un pelotón o remolino sin orden ni concierto alguno. Espectáculo, que no se si me excitó más la indignación o la compasión viendo a tantos hombres recomendables y dignos de respeto y veneración por sus canas, por su sabiduría, por su virtud, por sus empleos y aun por otras cualidades que se estiman en el mundo, tratados por un Alcalde del Crimen con tanta majestad y soberanía de su parte, como si fuera el mismo Rey o a lo menos un Presidente del Consejo y con tan poca atención y urbanidad como si fueran un despreciable vulgo y la más vil canalla de la plebe; y esto me indignó más cuanto era más fácil que en el tránsito que hace de refectorio o en este mismo tránsito alto, que en medio cuarto de hora se hubiera dispuesto, se pudiera haber hecho todo con orden y concierto, con decoro y con decencia. En este teatro ridículo y en esta indecente postura, arremolinados como unos muchachos alrededor de la mesa, oímos en un profundo silencio toda la Pragmática Sanción, con la 114

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cual, como con una ley irrevocable, se establece el extrañamiento de la Compañía de Jesús de todos los dominios de España, cubriéndonos al mismo tiempo muy bien de oprobio y de ignominia. Se nos hizo firmar a todos un papel, que era un instrumento o certificación de la intimación de esta Ley y se nos entregaron unos doce o catorce ejemplares para que en ningún tiempo podamos alegar ignorancia de lo que se nos manda en ella. Y con esto se dio fin a esta magnífica función y se marchó el Señor Alcalde Romero muy ufano, satisfecho y glorioso, como quien acababa de hacer una gran cosa y nosotros nos quedamos en el mismo tránsito, abatidos y confusos, procurando digerir del mejor modo que se pudo aquellos desabridísimos bocados y amarguísimas pildoras que acabábamos de tomar. Extrañé mucho ver entre los que firman esta Pragmática al Sr. D. Francisco Zepeda, Colegial Mayor del Arzobispo de Salamanca, que estima y ama de corazón la Compañía, y preguntamos en qué podía consistir esto al P. Isidro López, que conoce muy bien a todos los consejeros y sabe los usos y costumbres de la Corte de Madrid, y nos respondió que aquella firma era de pura ceremonia y formalidad, por ser aquella semana de la sala de gobierno, que, por lo demás, estaba tan lejos el Señor Zepeda de haber tenido parte en nuestra desgracia que era muy creíble que la pesadumbre por ella le quitase bien presto la vida. Yo tenía ya antes de esta intimación, aunque con mucho secreto, una copia manuscrita de la Pragmática y, aunque hay bien poco peligro que se pierda su memoria, siendo tan propia de este Diario, y como el fundamento de todas las cosas que han pasado por nosotros y que pasarán en adelante, pondremos aquí su traslado y por la misma razón pusiéramos también copia del Decreto Real que se nos intimó en los Colegios, si la hubiéramos recogido a tiempo o ahora nos viniera a la mano. Dice pues así esta famosa Pragmática Sanción39:

39. Esta es la primera muestra del interés que manifiesta el P. Luengo en recopilar textos que considera de interés en la causa de jesuítas, en este caso copió el contenido del documento en el mismo Diario, más adelante se verá en la necesidad de dedicar a estos papeles un lugar separado, configurando así su Colección de Papeles Varios, cuyo primer tomo tituló Papeles Curiosos. 115

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«Pragmática Sanción de S. M., en fuerza de Ley, para el extrañamiento de estos Reinos a los Regulares de la Compañía, Ocupación de sus temporalidades y prohibición de su restablecimiento en tiempo alguno con las demás precauciones que expresa. D. Carlos por la Gracia de Dios Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algeciras, de Gibraltar, de las Isla Canarias, de las Indias Orientales y Occidentales, Islas y Tierra firme del mar Océano, Archiduque de Austria, Duque de Rorgoña, de Rravante y de Milán, Conde de Aspurg, de Flandes, Tirol y Barcelona, Señor de Vizcaya, y de Molina. Al Serenísimo Príncipe D. Carlos, mi muy caro y amado hijo, a los Infantes, Prelados, Duques, Marqueses, Condes, Ricos hombres, Priores de las Ordenes, Comendadores y Subcomendadores, Alcaides de los Castillos, Casas fuertes y llanas, y a los de mi Consejo, Presidentes y Oidores de las mis Audiencias, Alcaldes, Alguaciles de la mi Casa, Corte y Chancillerias y a todos los Corregidores e Intendentes, Asistentes uJ Gobernadores,' AlO caldes Mayores y Ordinarios y otros cualesquiera Jueces y Justicias de estos mis Reinos, asi de Realengo como de señorío, Abadengo y Ordenes de cualquier estado, condición, calidad, preeminencia que sean; asi a los que ahora son como a los que serán de aquí en adelante y a cada uno de cualquiera de vos: Sabed que, habiéndome conformado con el parecer de los de mi consejo Real en el Extraordinario, que se celebró con motivo de las resultas de las ocurrencias pasadas, en consulta de 29 de enero próximo pasado y de lo que sobre ella, conviniendo en el mismo dictamen me han expuesto personas del más elevado carácter y crédito y acreditada experiencia, estimulado de gravísimas causas relativas a la obligación en que me hallo constituido, de mantener en subordinación, tranquilidad y justicia mis pueblos, y otras urgentes, justas y necesarias que reservo en mi Real ánimo; usando de la suprema autoridad económica, que el Todo Poderoso ha depositado en mis manos para la protección de mis vasallos y respeto de mi corona, he venido en mandar extrañar de todos mis Dominios de España, Indias e Islas Filipinas y demás adyacentes, a los Religiosos de la Compañía, así sacerdotes co116

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rao coadjutores o Legos, que hayan hecho la primera profesión y a los novicios que quisieren seguirles, y que se ocupen todas las temporalidades de la Compañía en mis Dominios, y para su ejecución uniforme en todos ellos he dado plena y privativa comisión y autoridad por otro mi Real Decreto de 27 de febrero al conde de Arando, Presidente de mi Consejo, con facultad de proceder desde luego a tomar las providencias correspondientes.40 Y he venido así mismo en mandar que el Consejo haga notoria en todos estos Reinos la citada mi Real Determinación, manifestando a las demás ordenes Religiosas la confianza y satisfacción que me merecen por su fidelidad y doctrina, observancia de vida monástica, ejemplar servicio de la Iglesia, acreditada instrucción de sus estudios y suficiente número de individuos para ayudar a los Obispos y Párrocos en el pasto espiritual de las almas y por su abstracción de negocios de gobierno, como ajenos y distantes de la vida ascética y monacal.41 Dará a entender a los Reverendos Prelados, Diocesanos, Ayuntamientos, Cabildos, Eclesiásticos, y demás Establecimientos o cuerpos políticos del Reino, que en mi Real persona quedan reservados los justos y graves motivos que a pesar mío han obligado mi Real ánimo a esta necesaria providencia, valiéndome únicamente de la económica Potestad, sin proceder por otros medios siguiendo en ello el impulso de mi Real benignidad, como Padre y Protector de mis vasallos.42 Declaro que en la ocupación de temporalidades de la Compañía se comprehenden sus bienes y efectos, así muebles como raíces o rentas eclesiásticas, que legítimamente posean en el Reino, sin perjuicio de sus cargas, mente de sus fundadores y alimentos vitalicios de los individuos que serán de 100 pesos durante su vida a los sacerdotes y 90 a los legos, pagaderos de la masa general, que se forme de los bienes de la Compañía.4* En estos alimentos vitalicios no serán comprendidos jesuítas extranjeros que indebidamente existen en mis Dominios dentro de sus colegios o fuera de ellos o en casas particulares, vistiendo la sotana o en traje de Abades, y en cualquier destino que 40. Añadido de mano ajena y con posterioridad a la copia del documento la numeración de los epígrafes con el siguiente orden: en este punto 1°. 41. 2°. 42. 3°. 43. 4°. 117

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se hallasen empleados, debiendo de salir todos de mis Reinos sin distinción alguna.44 Tampoco serán comprendidos en los alimentos los novicios que quisieren voluntariamente seguir a los demás, por no estar aún empeñados con la profesión y hallarse en libertad de separarse.45 Declaro, que si algún jesuíta saliere del Estado Eclesiástico a donde se remiten todos o diere justo motivo de resentimiento a la Corte con sus operaciones o escritos, le cesará desde luego la pensión que va asignada.4* Aunque no debo presumir que el cuerpo de la Compañía, faltando a las más estrechas y superiores obligaciones, intente o permita que alguno de sus individuos escriba contra el respeto y sumisión debida a mi resolución con título o pretexto de apologías o defensorios dirigidos a perturbar la paz de mis Reinos, o por medio de emisarios secretos conspire al mismo fin, en tal caso no esperado cesará la pensión a todos ellos. De seis en seis meses se entregará la pensión anual a los jesuítas por el Banco de Giro con intervención de mi Ministro en Roma, que tendrá particular cuidado de saber los que fallecen o decaen por su culpa de la pensión para rebatir sus importes.41 Sobre a administración y aplicación equivalentes de los bienes de la Compañía en obras pías, como es Doctrinas de Parroquias pobres, Seminarios Conciliares, casas de Misericordia y otros fines piadosos, oídos los Ordinarios eclesiásticos, en lo que sea necesario y conveniente, reservo tomar separadamente providencias, sin que nada se degrade a la verdadera piedad, ni perjudique la causa pública o derecho de Tercero.I63 Prohibo por ley y regla general, quejamos pueda admitirse en todos mis Reinos en particular a los individuos de la Compañía ni en cuerpo de comunidad con ningún pretexto que sea, ni sobre ello admitirá el mi Consejo ni otro tribunal alguna instancia, antes bien tomarán a prevención las justicias las más severas providencias contra los infractores, auxiliadores y cooperantes de semejante intento, castigándoles como perturbadores del sosiego público.46 Ninguno de los jesuítas actuales Profesos, aunque salga de la orden con licencia formal del Papa, y 44. 45. 46. 47. 48.

5°. 6°. 7°. 8°. 9°.

49. 10°. 118

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 quede de secular o clérigo o pase a otra orden, no podrá volver a estos Reinos sin obtener especial permiso mío.50 En caso de lograrlo, que se concederá tomadas las noticias convenientes, deberá hacer juramento de fidelidad en manos del Presidente de mi Consejo, prometiendo de buena fe, que no tratará ni en público ni en secreto con los individuos de la Compañía o con su General, ni hará diligencias, pasos, ni insinuaciones directas o indirectamente a favor de la Compañía, pena de ser tratado como reo de Estado, y valdrán contra él las pruebas privilegiadas.^ Tampoco podrá enseñar, predicar, ni confesar en estos Reinos, aunque haya salido, como va dicho, de la Orden y sacudido la Obediencia del General; pero podrá gozar rentas eclesiásticas que no requieran estos cargos.52 Ningún vasallo mío, aunque sea eclesiástico, secular o regular, podrá pedir carta de Hermandad al General de la Compañía ni a otro en su nombre; pena de que se le tratará como reo de Estado y valdrán contra él igualmente las pruebas privilegiadas.™ Todos aquellos que las tuvieren al presente, deberán entregarlas al Presidente de mi Consejo ,o a los Corregidores y Justicias del Reino, para que se las remitan, archiven y no se use en adelante de ellas, sin que les sirva de óbice el haberlas tenido en lo pasado, con tal que puntualmente cumplan con dicha entrega, y los Justicias mantendrán en reserva los nombres de las personas, que las entregaren, para que de este modo no les cause nota.54 Todo el que mantuviere correspondencia con los jesuítas, por prohibirse general y absolutamente, será castigado a proporción de su culpa.55 Prohibo expresamente, que ninguno pueda escribir, declamar o conmover con pretexto de esta providencia, ni en pro ni en contra de ella; antes impongo silencio en esta materia a todos mis vasallos y mando que a los contraventores se les castigue como reos de Lesa Magestad.56 Para apartar alteraciones o malas inteligencias entre los particulares a quienes no incumbe juzgar ni interpretar 50. 11°. 51. 52. 54. 54. 55. 56.

12°. 13°. 14°. 15°. 16°. 17°. 119

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las Ordenes del Soberano, mando expresamente que nadie escriba, imprima, ni expenda papeles u obras concernientes a la expulsión de los jesuítas de mis Dominios, no teniendo especial licencia del Gobierno; e invito al Juez de imprentas, a sus subdelegados y todas las Justicias de mis Reinos de conceder tales licencias o permisos por deber correr todo esto bajo las órdenes del Presidente y Ministros de mi Consejo con noticia de mi fiscal.51 Encargo muy estrechamente a los Reverendos Prelados y a los Superiores de las Ordenes Regulares, no permitan que sus subditos escriban e impriman o declamen sobre este asunto; pues se les haría responsables de la no esperada infracción de parte de cualquiera de ellos, la que declaro comprendida en la Ley del Sr. D. Juan el primero y Real Cédula expedida circularmente por mi Consejo en 18 de septiembre del año pasado para su más puntual ejecución, o a que todos deben conspirar por lo que interesa al orden público y la reputación de los mismos individuos, para no atraerse los efectos de mi Real desagrado.58 Ordeno a mi Consejo que, con arreglo a lo que va expresado, haga expedir y publicar la Real Pragmática más estrecha y conveniente, para que llegue a noticia de todos mis vasallos y se observe inviolablemente; publiquen y ejecuten por los Justicias y tribunales las penas que van decretadas contra los que quebranten estas disposiciones para su puntual, pronto e invariable cumplimiento; y dará a este fin todas las órdenes necesarias con preferencia a otro cualquiera negocio, por lo que interesa mi Real servicio; en inteligencia de que a los Consejos de Inquisición, Indias, órdenes y Hacienda he mandado remitir copia de mi Real Decreto, para su respectiva inteligencia y cumplimiento, y para su puntual e invariable observancia en todos mis Dominios, habiéndose publicado en Consejo este día el Real Decreto de 27 de marzo, que contiene la anterior resolución, que se mandó guardar y cumplir, según y como en él se expresa, fue acordado expedir la presente en fuerza de Ley y Pragmática sanción, como si fuese hecha y promulgada en Cortes; pues quiero se esté y pase por ella sin contravenirla en manera alguna; para lo cual, siendo necesario derogo y anulo todas las cosas que sean y ser puedan contrarias a esta. Por lo cual encargo a los muy RR. Ar57. 18°. 58. 19°. 120

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zobispos, Obispos, Superiores de todas las Órdenes Mendicantes y Monacales, Visitadores, Provisores, Vicarios y demás Prelados y Jueces Eclesiásticos de estos Reinos, observen la expresada Ley y Pragmática como en ella se contiene sin permitir que con ningún pretexto se contravenga en manera alguna a cuanto en ella se ordena; y mando a los de mi Consejo, Presidente y Oidores, Alcaldes de casa y corte y de mis audiencias y Chancillerías, Asistentes y Gobernadores, Alcaldes Mayores, y Ordinarios y demás jueces y justicias de todos mis dominios, guarden, cumplan y ejecuten la citada Ley, y Pragmática Sanción y la hagan guardar en todo y por todo, dando para ello las providencias que se requieren, sin que sea necesaria alguna otra declaración más que ésta, que ha de tener su puntual ejecución desde el día que se publique en Madrid y en las ciudades, Villas y lugares de estos mis Reinos, en la forma acostumbrada por convenir así a mi Real servicio, tranquilidad, bien y utilidad de la causa pública de mis vasallos; que así es mi voluntad y que al traslado impreso de esta mi carta firmada de D. Ignacio Igareda mi escribano de Cámara más antiguo y del Gobierno, de mi Consejo se le de la misma fe y crédito que a su original.Dada en el Pardo a 2 de abril de 1767. Yo el Rey. Yo D. José Goyeneche Secretario la hice escribir por su mandato. El conde de Aranda;D. Francisco Zepeda;D. Jacinto de Tudo; D. Francisco de Solazar y Agüero D. José Manuel Domínguez. Registrada. D. Nicolás Verdugo. Teniente del Canciller Mayor.» Hasta aquí la Pragmática Sanción en que se confirma nuestro destierro de España y se toman muchas providencias y determinaciones sobre el mismo asunto. Cuántas reflexiones se pudieran hacer y cuántas cosas se pudieran decir sobre su contenido, si hubiera tiempo para ello y no hubiera por otra parte mi idea en escribir en este asunto y dificultad en ocultar y conservar lo que se escribe. Bastaría insinuar una parte de las observaciones que he oído hacer a otros para que se descubriesen en esta pieza de legislación mil primores y lindezas.

Día 26 de abril Va algo largo el embarcarnos para Italia ni se ven señales algunas de que esté cercana nuestra partida y este género de vida que tenemos aquí es, por necesidad, algo inquieto y bulli121

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cioso y así han determinado los Superiores, con mucho acierto, con gusto mío y de mis jóvenes discípulos, entablar algún género de estudio para que no olviden lo poco que pueden haber aprendido de Filosofía y para tenerlos divertidos y ocupados con una moderada tarea. No hay comodidad ninguna para el estudio, como se puede entender por lo que se ha dicho del modo con que estamos alojados, pero cuando se quiera una cosa con empeño se vencen muchas dificultades y embarazos. Los hermanos artistas viven todos, y algunos coadjutores con ellos, en una pieza algo capaz y en un cuartico muy pequeño, y allí cada uno sobre su cama tiene algunas notas de estudio privado, y allí mismo, estando ellos sentados sobre las camas, tengo la cátedra por la mañana y por la tarde. Y para que se lleve con más gusto esta pequeña tarea, por la mañana tratamos de la Lógica, que es la que estudiaban en Santiago, y por la tarde nos divertimos en aprender todos los elementos de la lengua italiana y en construir y traducir un poco de un librito del Taso59 que pude comprar a uno de estos soldados del Regimiento de Milán que nos hacen guardia; pues al fin, nos hemos de ver precisados a hablar esta lengua en el lugar de nuestro destierro. Y divertidos de este modo estos jóvenes se conservan sin pesadumbre alguna y con la misma alegría inocente que mostraron el primer día de nuestra desgracia.

Día 27 de abril Esta tarde puntualmente se ha visto una señal bien clara de que nuestro viaje es cierto y seguro y que nuestra partida no puede estar muy distante. Desde las ventanas de este Colegio hemos visto entrar y echar áncora en esta concha una embarcación que trae a su bordo jesuítas. Y no falta quien nos asegura que son los del Colegio de Oviedo60. El puerto de El Fe59. Probablemente se refiere a una obra del poeta italiano Bernardo Tasso. 60. Los jesuítas que se encontraban en el colegio de Oviedo en 1767 eran: Cayetano Aguado, Manuel Aguado, Manuel Brita, Juan Isidro Brizuela, Antonio Javier Bustos, Francisco Cañas, Bernardino Carabeo, Antonio del Castillo, Joaquín Díaz, Eugenio Gallardo, Manuel García, Faustino Guerra, Francisco Jiménez, Esteban López, Juan Antonio Martínez de la Mata, Joaquín Medrano, Jerónimo Moguci122

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rrol, que está a cuatro o cinco leguas de aquí, está señalado para que en él se reúna toda nuestra Provincia de Castilla; y el no haber entrado en él esta embarcación y haber venido a este puerto ha nacido precisamente de que el viento no la permitió entrar allá y era bueno para meterse en esta concha. Y efectivamente, están colocados de tal manera estos dos puertos de El Ferrol y La Coruña que el viento que impide entrar en uno lleva naturalmente al otro. Ellos están encerrados en su embarcación y nosotros en este Colegio; y ni a uno de ellos le será permitido venir a vernos ni a uno de nosotros ir a saludarlos a su navio o darles un abrazo en nombre de todos y a llevarles algún regalillo y refresco. Suerte triste y miserable, pero efecto necesario de la situación en que nos hallamos de presos, encarcelados o custodiados por orden del Rey y como reos de Estado.

Día 28 de abril Con un soplito de viento de tierra que se levantó esta mañana, salió del puerto dirigiéndose a El Ferrol la embarcación de los jesuítas de Oviedo, lo que es una prueba bien clara de que el Capitán de ella tiene órdenes muy ejecutivas de entrar en aquel puerto. Pero no pudo conseguirlo por haberse mudado el aire y volvió esta tarde a echar otra vez áncora en esta concha. Con esta ocasión se nos ha vuelto a asegurar que son sin duda alguna, los jesuitas de Oviedo; sin que hayamos podido saber otra cosa alguna de ellos, de su arresto y viajes y si vienen todos con salud.

Día 29 de abril Este ha sido un día de grande afán y trabajo para nosotros y en él nos hemos visto expuestos a gravísinos males y desgracias. Aún estábamos en misa, diciéndola algunos y oyéndola los demás, cuando llegó a las tribunas y a la iglesia, noticia segura que se había encendido un gran fuego en la cocina, que estames, Felipe Osses, Juan Antonio Palomares, Manuel José Rivera, Antonio Rodríguez y Juan Antonio Salgado. Cfr. ARCHIMBAUD, J. A., Catálogo, 1767. 123

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ba casi llena de carbón, el cual, según la fuerza que iba tomando, podía fácilmente apoderarse de todo el Colegio. Se extendió al instante la voz entre todos y a esta se siguió un alboroto y confusión inexplicable, viéndonos tantos hombres, inútiles casi todos para el caso, metidos dentro de una casa no grande, expuestos a quedar abrasados en ella o por lo menos, a que se nos quemasen nuestras camas, nuestros baúles y todas nuestras cosas. Corría pues la gente de una parte a otra sin orden, sin concierto y sin saber casi lo que se hacía; y no fue poco que pudieran los Superiores restablecer de algún modo el sosiego y tranquilidad y disponer las cosas con algún concierto. Se dio pues orden de que todos los más inútiles, como varios de los escolares más niños, todos los ancianos y enfermizos, que no podían trabajar, se fuesen a la huerta sin pensar en otra cosa que en salvarse a sí mismos, y allá fue llevado también, casi en brazos, el padre Juan Bautista Caballero, Rector del Colegio de Orense, que tercianario todavía o por lo menos muy delicado, había llegado uno de estos días y guardaba aún cama. Los demás, que podíamos servir de alguna cosa, nos repartimos por el Colegio hacia aquellos sitios donde había ventanas en mejor proporción para ir echando cosas a la calle y desde luego se empezó a trabajar en ir arrimando cosas hacia las ventanas, para tenerlas más a mano si llegaba a apretar el peligro. Yo, con dos de mis discípulos de fuerzas y animosos, me puse a una ventana que está sobre un tejadillo, que cubre la ventana del despacho de la botica; en aquella pieza estaban todas las cosas de todos mis discípulos, e hice traer las mías de otros varios; y allí estábamos sin mucho miedo pues, aunque el fuego nos cortase la retirada hacia el interior del Colegio, era muy fácil después de echar todas las cosas a la calle, descolgarnos desde la ventana al tejadillo de la botica y desde éste saltar al suelo. El humo espeso que salía fuera dio aviso del incendio en que nos hallábamos y se juntó alrededor del Colegio un pueblo innumerable; pero, por haberse ido esta noche a dormir a su casa el Sr. Alcalde Romero y no dejarse ver, por más que se dio aviso de lo que pasaba con la mayor diligencia, 124

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 ni enviar algún orden al Capitán que estaba de guardia, éste no se atrevía a dejar entrar a nadie, esperando siempre de momento en momento que se dejase ver el Alcalde, o que enviase orden de lo que debía ejecutar. Y temiendo por ventura que el pueblo le atrepellase y quisiese entrar por fuerza en el Colegio, o que nosotros nos escapásemos, puso toda su compañía sobre las armas y con ella y más tropa que le enviaron formó alrededor del Colegio y, especialmente, hacia donde caen las puertas de la iglesia y de nuestra habitación, un cordón muy unido y cerrado y en voz alta, para que todos lo oyésemos, mandó echar dos balas en los fusiles, lo que ejecutaron al momento los soldados. Entre tanto, el fuego iba tomando más fuerza y el pueblo, a vista de este espectáculo, clamaba casi con despecho y desesperación porque no se le dejaba entrar a socorrernos. El Capitán se consumía y abrasaba viendo que, por la pesadez y flema del Alcalde Romero, recargaba sobre él en mucha parte la odiosidad de esta inhumanidad y barbarie; pero no se resolvía a nada, temiendo siempre el disgusto del Alcalde si sucedía algún desconcierto, especialmente habiendo tenido muchos encuentros los oficiales de la tropa con el Alcalde, en los cuales, regularmente, ha salido el Comisionado, porque en esta Comisión, tan importante y delicada a los ojos de los Ministros de Madrid, están revestidos de una autoridad muy grande por las órdenes de la Corte. Al cabo, fuese con licencia del Sr. Alcalde, como yo me inclino a creer, o sin ella, por haberse cansado de esperarla el Capitán, entraron en el Colegio diez o doce marineros, gente para mí nueva y nunca vista, buenos mozos, con sus bragas de verliz o de otra tela alistada desde la cintura hasta los zapatos, y con sus formidables hachas al hombro suben éstos con increíble ligereza e intrepidez sobre las paredes de la cocina, que ardía espantosamente, y a pocos golpes de hachas por las cuatro esquinas, y a un mismo tiempo, cortan las guías o vigas maestras y cae todo el techo y tejado sobre el incendio, que quedó en pocos minutos oprimido y sofocado y en un momento nos vimos enteramente libres y fuera de todo peligro. Dos cosas nos han librado en esta ocasión de muchos males y desgracias. Una ha sido el que la cocina era una obra arrimadiza y 125

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pegada a las paredes del tránsito, sin más comunicación con él que por la puerta, pues si hubiera estado metida en el cuerpo del Colegio, según el tiempo que duró el incendio y su mucha fuerza, se hubiera abrasado todo sin remedio alguno. La otra ha sido el haber entrado todavía a tiempo estos hombres y su valor y destreza; pues si hubieran tardado un cuarto de hora más en entrar, o ellos no hubieran sido tan expeditos y tan prontos, se hubiera apoderado el fuego del tránsito, habiendo ya empezado a arder por dos partes y entonces ya no hubiera habido remedio. Se acabó, en fin bien entrada la mañana este trabajo, sin otro daño que la ruina de la cocina y las pequeñas resultas que pueda tener esto en cuanto a la comida, en la que más por falta de cocina y de otras cosas necesarias que por falta de comestibles, se ha padecido siempre alguna cosa. En la turbación misma de esta mañana y cuando el fuego estaba en su mayor fuerza, vi desde mi ventana salir del puerto la embarcación en que están los jesuítas de Asturias, y no habiendo podido menos de conocer lo que pasaba en el Colegio, ya por el mucho humo que salía y ya también por el tumulto y voces del pueblo, irían los pobres con no poco cuidado y aflicción, dejándonos en un trabajo y peligro tan grande. Pero no habiendo podido entrar en El Ferrol volvieron a este puerto por la tarde y no habrá faltado, ya que no podemos hacerlo nosotros, quien les haya informado de que se acabó todo sin particular desgracia.

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Mayo Día 1 de mayo Esta noche pasada llegaron dos sujetos bastante ancianos y no poco quebrantados que se habían quedado en Orense y, según ellos aseguran, la causa de obligarlos a venir ha sido un orden cerrado del conde de Aranda, Presidente del Consejo, a este Capitán General, ordenándole que haga venir a La Coruña a todos los que no tengan peligro inminente de morir en el viaje; y según este orden, se cree que vendrán otros enfermizos y estropeados que han quedado en otras partes61. En su viaje encontraron estos padres al P. Manuel Laureano Rivera62, que estaba en Benavente en compañía del Ilustrísimo Sr. Obispo de Oviedo, D. Agustín González Pisador63, y sin que nadie le haya intimado decreto ninguno se ha puesto en camino y va a presentarse a El Ferrol por ser aquel el puerto en donde se ha de juntar toda la Provincia. De este P. Rivera supieron que, habiendo puesto a nuestro numeroso noviciado en libertad para que escogieran los novicios el seguir a los padres o irse a sus casas, sólo tres habían escogido esto segundo y todos los demás iban con los padres caminando hacia Santander; y todos nos hemos alegrado y consolado con esta singular firmeza y constancia de nuestros novicios64.

61. Aranda decía: «.. .pareciéndome que las causales de vejez y enfermedad habitual, no debieran ser motivo, como no lo fue en otros embarcaderos, para la detención de ningún jesuíta», en A.G.S., Marina, leg. 724, Aranda a Hordeñana, Madrid, 13 de junio de 1767, en GIMÉNEZ, E., op. cit., 1993, p. 611 (165). 62. Se trata de Manuel José Rivera, perteneciente al colegio de Oviedo. 63. González Pisador era, como el P. Luengo, natural de la villa vallisoletana de Nava del Rey y, antes de ser obispo de Oviedo, fue obispo auxiliar de Toledo. 64. El viaje y peripecias de estos novicios, desde el noviciado de Villagarcía de Campos hasta su embarco en Santander, fue recogido en un escrito que realizó Isidro Arévalo, el mayor de los novicios castellanos. Su relato serviría para la realización del mencionado Memorial del P. José Francisco Isla. 127

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Día 2 de mayo Esta tarde hemos visto entrar en este puerto dos embarcaciones, una urca65 holandesa y un paquebote66, en las cuales se ven muchos jesuitas y habrán venido a este puerto por la misma razón que la otra, que aún se conserva aquí, de no poder tomar el [puerto] de El Ferrol, por ser el viento contrario. Casi con entera seguridad hemos sabido, que son los de San Sebastián67 y Bilbao68, o unos y otros. Día 5 de mayo Hoy han llegado a este Colegio los cuatro que estaban detenidos en la ciudad de Santiago. Dos de ellos son el P. Santiago Ayuso, Rector del Seminario de Irlanda, y el hermano Santiago García69, Procurador del Colegio, que se habían quedado allá por razón de sus cuentas. Y aunque se les daba dos meses de término para este negocio, deseando ellos mismos desembarcarse presto para venir a juntarse con nosotros antes de nuestra partida, lo han podido conseguir. Este empeño de todos, antiguos y novicios de seguir a la Compañía en su destierro, en sí mismo loable, y sin duda glorioso para la Religión, 65. Una urca era una embarcación grande y ancha por el centro, utilizada para el transporte de mercancías. 66. Castellanización de la palabra británica «packet-boat», derivada de packet: valija de correspondencia y boat: barco. Estos «buques correo» eran ambarcaciones parecidas a los bergantines, pero de líneas menos finas. 67. Los jesuitas que residían en el colegio donostiarra eran: Ignacio Aguirre, José María Alcibar, Juan de Aldabalde, Juan de Alustiza, José de Burgaña, Manuel Cayetano Domínguez, Martín José Excurra, José Forcadi, José Gil Muru, Tomás Guridi, Joaquín Ibáñez, Domingo Patricio Meager, José Mendiola, Manuel Nieto Aperregui, Juan Miguel Ruíz, José de Torca y Pedro de Zabala. Cfr. ARCHIMBAUD, J. A., Catálogo Jesuítas, 1767. 68. En Bilbao vivían: Francisco Arana, Juan de Aristi, Juan Manuel de Azpuru, Sebastián de Eizaga, Juan Francisco de Elorriaga, Alfonso Fuentes, Gerónimo González, los hermanos Joaquín y Martín Lariz, Martín Ostiz, Isidro Francisco Oteiza, Manuel Recacoechea, Juan Autista Rentería, Francisco Rivera, Juan Ugarte, Juan Bautista Ugartemendia, Domingo Urquina y Pedro de Zubiate. Cfr. ARCHIMBAUD, J. A., Catálogo Jesuítas, 1767. 69. Santiago García se quedó en Santiago de Compostela para la entrega de los bienes de haciendas del colegio, por ser el procurador del colegio de Santiago. Murió en Bolonia el 6 de octubre de 1780. 128

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debía de haber hecho cautos a los que entienden en la ejecución de este negocio y no creen ligeramente las cosas que deben de haberles escrito, en este particular, contra el P. José Francisco de Isla, como que fingía accidentes y males o les ponderaba y exageraba, con el fin de quedarse en este país. Mentira y calumnia groserísima, pues es evidente que, si se puso en camino desde Pontevedra, si no se quedó después en Caldas, fue precisamente porque, a pesar del parecer de todos los médicos, se empeñó él mismo en seguir a los demás; y si finalmente se detuvo en Santiago fue porque, contra todo su gusto y voluntad, se le obligó a ello. Y ¿qué es necesario más que verle para tener por cierto que ha tenido un gran mal? Pues, ha llegado aquí flaco, macilento y con la lengua tan torpe y tan trabada que apenas pronuncia palabra alguna. Él está contentísimo y alegrísimo por verse entre nosotros; habrá nacido este rigor y dureza que se ha usado con é o de las calumnias que han escrito contra su persona a la Corte, o de la orden general del conde de Aranda de que vengan todos a La Coruña, si no tienen peligro cierto de muerte. Por esto sin duda se ha obligado también a venir, aunque con mucho gusto suyo, al H. Felipe Diez, portero de nuestro Colegio; y así, en la ciudad de Santiago no queda jesuita alguno. No cuentan de ella cosa alguna particular y sólo dicen, en términos generales, que el Señor Arzobispo, canónigos, caballeros y toda la demás gente se conserva en los mismos sentimientos de compasión, ternura y cariño, que mostraron el primer día de nuestro destierro; y han traído sus socorritos y limosnas para varios particulares. De sus huéspedes, los reverendos padres benitos, hablan de tal manera que parece que todo ha ido bien de parte de ellos, menos la exactitud nimia y escrupulosa en impedirles todo trato con los seculares; de suerte que tuvimos más franqueza en este particular por la condescendencia del Señor Asistente, el día de nuestro arresto, que han tenido después en el Monasterio de San Martín y estando en custodia de los padres benedictinos. Día 15 de mayo No ha habido en todos estos días cosa alguna de importancia. Uno de estos días pasados se dio el viático al P. Esteban 129

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Romero70, de nuestro Colegio de Santiago. La función se hizo, por una parte con devoción y con algún género de magnificencia, y por otra con alguna indecencia inevitable en las circunstancias. Se pudo conseguir que, de la provisión de cera que había en el Colegio, se nos diesen velas para todos; y así se formó una procesión de más de cien sujetos, todos con su vela encendida, con devoción y compostura y rezando devotamente los salmos convenientes. Esta procesión, que hubiera sido magnífica caminando por un buen tránsito y aun por las calles de la ciudad, se hizo algo ridicula e indecente por no haber más comunicación desde la iglesia al tránsito, en que nosotros vivimos, que una escalera estrechísima por la que no pueden subir dos juntos y pareados, y por ella subió toda la larga procesión; la cual, además de esto, tuvo que pasar por las tribunas de la iglesia que, como antes se dijo, están llenas de las camas, baúles y otras cosillas de los hermanos coadjutores. Ayer llegaron de Monforte el P. Velasco71, que había quedado allá por enfermo y aún en tan mal estado que sólo el orden rigurosísimo del conde de Aranda le pudiera haber obligado a ponerse en camino; y el H. Machain72, Procurador de aquel Colegio, que ha procurado despachar con sus cuentas, para poder marchar con nosotros. No he oído que cuenten alguna cosa de monta estos sujetos de Monforte. Día 16 de mayo Todos estos días ha corrido mucho entre nosotros, sin que sea fácil averiguar, quién nos trajo esta noticia, que habiendo 70. Esteban Romero residía en el Colegio de Santiago al intimarles la Pragmática pero, por su enfermedad, no se aconsejó su embarque, quedándose en el Colegio de Corana; pero subió a bordo del «San Juan Nepomuceno» en El Ferrol; se le volvió a dar el santo viático en septiembre de 1769 y murió en noviembre, habiendo cumplido 62 años. 71. Francisco Javier Velasco no salió con los demás del Colegio de Monforte por enfermedad. Llegó a Corana el 14, de mayo, pero no embarcaría el mismo día que sus compañeros en Coruña, lo hizo el día 23 de mayo en El Ferrol. Había sido Rector del Colegio de Monforte, donde se quedó a vivir después de renunciar al cargo, era natural de Valdeorras, obispado de Astorga, donde nació el 7 de septiembre de 1716; moriría en Bolonia el 11 de octubre de 1779. 72. Francisco Tomás Machain pasó a la Provincia Provincia del Paraguay en 1772. En el listado de Archimbaud aparece como Juan Domingo Machain. 130

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nuestra Corte avisado a la de Roma que enviaba allá a todos los jesuítas españoles, se ha negado resueltamente el Papa a recibirnos en sus Estados73 y que, en fuerza de esta novedad, se había dejado el proyecto de hacernos pasar a Italia y se añadía alguna verosimilitud y probabilidad a esta nueva, por la tardanza de los que están reunidos en Santander, en donde está reunida la mayor parte de la Provincia74; no obstante que ha habido tiempo para que lleguen los colegios más distantes y que ha corrido estos días pasados un viento muy favorable para venir desde Santander a El Ferrol. Pero al fin todas estas ideas y discursos han ido enteramente por tierra esta tarde, ha-

73. El 31 de marzo de 1767, dos días antes de expulsar a los miembros de la Compañía, Carlos III envió desde El Pardo, una escueta misiva a Clemente XIII, apelando a su obligación de velar por la tranquilidad del Estado, comunicando al Papa que se había visto en la necesidad de expulsar urgentemente de todos sus dominios a los jesuítas que habitaban en ellos y que procedía a enviarlos al Estado Eclesiástico para que quedaran bajo la vigilancia del Santo Padre. Por su parte, Clemente XIII rubricaba, el 16 de abril, la carta con la que contestaba al rey de España. Se trata de un denso documento que refleja la conmoción que supuso para el Papa saber que salían de estos reinos los miembros de la Compañía de Jesús. En esta misiva reprobaba a Carlos III haber prestado su brazo a los enemigos de Dios, privando de socorros espirituales a las misiones y obstaculizando la instrucción de la juventud ademas de atentar contra el decoro de la Iglesia. Insistía en la necesidad de establecer el conocimiento legal de las causas inculpadas a los jesuitas para que pudieran defenderse de ellas y criticaba la usurpación que se había llevado a cabo de todas sus propiedades; asimismo rogaba al Monarca que revocara, o al menos suspendiera el orden expedido, para que se pudiera examinar con más calma la cuestión y buscar alguna alternativa menos tajante. Cuando se recibió en Madrid la carta del Pontífice se reunió el Consejo extraordinario con fecha 30 de abril, para contestar a Clemente XIII. Después de pormenorizadas acusaciones contra los miembros de la Compañía, se acordaba contestar al Papa en términos sucintos y sin entrar en causas particulares que irían contra la ley de silencio decretada por la Pragmática de expulsión y hacerle entender lo irrevocable de la medida expulsatoria. El P. Luengo conservó copia de algunos de estos documentos en su Colección de Papeles Varios, 1.1. También puede consultarse la contestación de Carlos III a través del Consejo extraordinario a Clemente XIII, en los términos referidos, en A.G.S., Estado, leg. 5.044. 74. La Provincia de Castilla estaba compuesta por las casas, colegios y residencias de: Arévalo, Ávila, Azcoitia, Bilbao, Burgos, La Coruña, León, Lequeitio, Logroño, Loyola, Medina del Campo, Monforte de Lemos, Monterrey, Oñate, Orduña, Orense, Oviedo, Falencia, Pamplona, Pontevedra, Salamanca, Santander, Santiago, San Sebastián, Segovia, Soria, Tudela, Valladolid, Vergara, Vitoria, Villafranca del Bierzo, Villagarcía y Zamora. 131

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hiendo visto entrar en esta concha dos embarcaciones con jesuítas y habiendo averiguado presto que son los de Santander. Y así, desde aquel momento se tuvo por segurísimo nuestro embarco y por muy próxima nuestra partida. Esto mismo me ha obligado, a pesar del ningún sosiego y oportunidad para escribir y notar cosas, a apuntar antes de salir de este Colegio, del mejor modo que pueda, varias especies que, por falta de tiempo, no se han escrito antes y otras que, en cualquiera parte, vienen oportunamente. Y la primera de todas es que esta falta de quietud, de tiempo, de un lugar retirado, en que escribir sin testigos, juntamente con los temores en que hemos estado de nuevos registros, no solamente de nuestros baúles sino aun de las personas, han sido causa de que este Diario no esté mucho más abundante y de que no haya contado en él muchos casos particulares, sucedidos especialmente el día de la prisión en los colegios y en los viajes. En efecto, se ha hablado muchas veces de registro de nuestras cosas, y más de una vez nos han dado órdenes de parte de este Sr. Alcalde, que no parece podían tener otro objeto que el registro. Pero al fin, a fuerza de representaciones de que el registrar nuestras cosas que han pasado ya por los ejecutores y comisionados en los colegios sería corregir y enmendar lo que ellos han hecho y otras cosas a este modo, se cree en la hora que estamos seguros de este trabajo. En todo acontecimiento, aunque he vuelto a meter en el baúl algunos libros y papeles que había sacado de él por medio de los registros, estas apuntaciones irán en mi misma persona y lo más oculto que pueda75. 75. A partir de aquí, el hecho de llevar bien escondido su escrito se convertirá, para el P. Luengo, en una de las muchas obsesiones que le acompañarán a lo largo del exilio. Ciertamente, el P. Luengo tenía la costumbre de llevar su Diario «puesto», así lo afirma en numerosas ocasiones: «estas apuntaciones van siempre en mi persona y lo más oculto que pueda», aseguraba cuando estaba en Calvi y, con posterioridad, cuando realizaban viajes, era célebre entre sus compañeros la facilidad que tenía para engordar y adelgazar dependiendo de los rumores existentes de registros. De hecho, cuando llegaron a España en 1798 escribía: «...desde el amanecer tomé conmigo en los bolsos, dentro de los calzones y debajo de la chupa, por detrás y por delante, todos aquellos libros y papeles que quería no fuesen vistos y eran tantos [...], que aparecí tan grueso cuando fui a tomar la práctica del médico-cirujano que todos se reían de mí al ver cuanto había engordado en una noche». 132

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La segunda cosa digna de notarse es una que se insinuó antes acerca de la conducta y proceder de la tropa para con nosotros. No pueden haberse portado mejor con nosotros, así todos los señores oficiales que han venido a hacernos guardia, como también generalmente todos los soldados; pues no solamente les hemos merecido compasión, urbanidad y respeto, sino que también nos han servido con mucha fineza en varias cosas inocentes y sin daño de ninguna persona, como en traer y llevar algunas cartas, algunos recados o avisos y otras diligencias. Pero, siendo tantos, no todos han tenido la cautela conveniente y llegó a entender alguna cosa el Alcalde Romero, y de aquí resultaron muchas quejas de éste al Capitán General contra los oficiales y soldados, y ha habido muchos disgustos y disensiones entre la oficialidad y el Alcalde y por los efectos se conoce que ha vencido éste, pues aunque es tanto deshonor de la tropa no hacer confianza de ella en las cosas que se le encargan y se ponen a su cuidado, se les ha prohibido a los oficiales y soldados el hablar con nosotros y ya hay algunos días que no se nos acerca ningún oficial, y por lo que toca a los soldados ha dispuesto el Sr. Alcalde que no entre ninguno de ellos, como se hacía antes, con el médico, los barberos y otros oficiales necesarios, sino que en su lugar los acompañe a todos un Ministro o Alguacil; y así se ha hecho estos últimos días y todo el tiempo, que suele ser de algunas horas, que están los barberos haciendo su oficio, está un Alguacil delante para que no hablemos con ellos, les entreguemos alguna cosa o la recibamos por su medio. La tercera es el glorioso triunfo del H. Manuel Rodríguez, coadjutor novicio, que estaba cuidando de la botica de este Colegio. Luego que se hizo la intimación del destierro a estos padres fue separado de ellos, según se mandaba en la instrucción de la Corte, este hermano novicio y llevado como en depósito vestido de jesuíta a una casa honrada de la ciudad. En ella estuvo quince días y en este tiempo se le dieron todos los asaltos imaginables y por todo género de personas, y no faltaron entre éstas algunos religiosos. Fácil es imaginar las cosas que le dirían en orden a hacerle desistir de su determinación de seguir a los padres en su destierro, ponderando mucho la cir133

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cunstancia de que a él no se le daría pensión para mantenerse como a los demás, pues está así determinado en la Pragmática Sanción, y llegaron a ofrecerle que se le dejaría el cuidado y dirección de la botica del Colegio con un partido muy ventajoso para él. A pesar de tantos asaltos y tentaciones, estuvo el H. Manuel firme, constante e inmoble en su resolución de seguir a la Compañía, su madre, en su ignominioso destierro. Al fin, cansados de atacarle y viendo que todo era perder tiempo inútilmente, a vuelta de quince días que estuvo depositado en la dicha casa, fue restituido al Colegio en donde fue recibido de todos con un tierno y cariñoso abrazo, dándole mil parabienes por un triunfo y victoria tan gloriosa para él y para todos nosotros. La cuarta es un lance que hubiera sido muy pesado y de grandísimo perjuicio, si todo no hubiera ido con legalidad, así para el P. Melchor Villelga76, Rector de este Colegio de La Coruña, como para el Excelentísimo Sr. D. Pedro Ceballos, Capitán General de Buenos Aires, que está en camino, si no ha llegado ya, para España y es hombre que estima y ama con muy singular afecto a la Compañía77. No sé por qué razón ni con qué fines envió, no hace mucho tiempo, aquel Excelentísimo algunos millares de pesos dirigidos a este P Rector, que poco antes de nuestra desgracia les había recogido y depositado en una casa de confianza. La cosa se había ejecutado sin gran misterio, y así no fue difícil que tuviesen noticia de ella y que algunos hombres mal intencionados avisasen a la Corte, pensando descubrir en este caso alguna ocasión oportuna de hacer mal a los jesuitas y al Excelentísimo Ceballos. Por orden 76. El P. Villelga también sería rector en una de las casas en las que se intalaron en Bolonia, concretamente la de Santi. Moriría en el exilio en 1788. 77. Pedro Ceballos era hombre inclinado hacia la Compañía y el P. Luengo anotó, sistemáticamente, toda información que sobre él le llegaba en el exilio. Así refiere su destierro de la corte española el 23 de enero de 1768; su llegada a Parma como comisionado de dicha corte tres años más tarde; su oposición a la suspensión de Du Tillot; su nombramiento como comandante del ejército que se dirigió a América en 1776, su participación en la conquista de Sacramento y su muerte en Córdoba en 1779. De hecho, ese mismo año, conmovido por su ausencia escribió una pequeña biografía de Ceballos que puede consultarse en el t. XIII de su Diario. 134

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que para ello vino de Madrid tomaron sobre el asunto declaración con juramento a este P. Rector, que declaró la verdad con toda lisura y franqueza. La fortuna ha sido que no ha habido en este negocio embrollo ninguno ni contrabando; pues de otra suerte, aunque éste es un pecado ordinario y común y que se comete todos los días, siendo cosa de los jesuítas y del Excelentísimo Ceballos, se hubieran hecho sobre él grandísimas ponderaciones, como si fuera un inaudito atentado y es creíble que no se hubieran contentado con darle decomiso y apoderarse de todo. La quinta es la conducta extraña de una pobre mujer y desconocida aquí de todos, según hablan estas gentes. Pocos días después de nuestro arresto se presentó esta mujer en una especie de vallado o repecho, que está enfrente de nuestra iglesia como a cien pasos de distancia, y allí se estaba muchas horas mirando fijamente y de hito en hito hacia la iglesia, conservándose siempre en un aire de grande recogimiento y modestia y casi de estática y arrebatada. Su constancia en hacer esto mismo todos los días excitó la curiosidad de muchos, que la rodeaban atónitos sin que ella, aun viéndose rodeada de tanta gente, hablase jamás una palabra ni perdiese su aire de estática mirando en derechura hacia la iglesia. No pudieron dejar de advertir los soldados esta novedad siendo ya mucho el pueblo que se juntaba alrededor de aquella mujer, y dieron parte al Sr. Romero, el cual por dos veces envió un soldado que la mandase marchar de allí. Ella obedecía prontamente y sin decir una palabra; pero volvía sin faltar el día siguiente, hasta que el Sr. Alcalde la hizo encerrar en la cárcel, en donde se halla al presente. Se ha hablado mucho y con mucha variedad de esta mujer a quien parece que nadie conoce, y de su extraña conducta, especialmente viendo que a nadie pide limosna, aunque parece ser sumamente pobre. Pero ¿quién podrá en el día decir con seguridad, si en esta cosa hay algo de Dios o es aquella mujer una simple, una ilusa o una loca? La sexta es la conducta bien extraña y algo dudosa de otra persona, de más cuenta que aquella pobre mujer. En medio de ser tan grande el rigor y severidad en que ninguna persona, ni aún los oficiales mismos y soldados que nos guardan, hable con nosotros una palabra desde el primer día hasta el presente, ha 135

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entrado con toda franqueza en el Colegio, ha hablado y tratado familiarmente con nosotros aun más que el mismo Alcalde Romero, el Sr. D. Marcos Argaiz, Fiscal en esta Audiencia, sin que nadie sepa, ni él tampoco lo diga, qué carácter o título tiene para esta singularidad que él sólo hace ni si tiene sobre nosotros algún poder y autoridad. Algunas veces ha dicho y determinado alguna cosa con bastante resolución, en aire de hombre que parece entrar también en esta Comisión y como que es asociado y compañero en ella del Sr. Alcalde Romero. Pero después de haber visto y observado con mucho cuidado y reflexión el porte y conducta de este Sr. Argaiz, hago juicio que si tiene alguna parte en esta Comisión es solamente para poder entrar y salir más francamente entre nosotros y tener oportunidad de hacer mejor el vilísimo oficio de espía. No digo esto al aire y sin gravísimos fundamentos y espero que, por lo que voy a decir al instante, se me hará la justicia de creer que mi juicio no es temerario. No falta aquí entre nosotros quien tenga muy conocido a este Sr. Argaiz y a mí mismo me ha asegurado que por su genio y carácter es muy capaz de hacer el infame oficio de espía; y que pocas insinuaciones y ofertas habrán sido necesarias para hacerle entrar en él y acaso él mismo se habrá ofrecido a hacerle, sin que nadie le haya solicitado. A la verdad, su modo de portarse con nosotros no puede haber sido más propio y característico de una espía astuta, maliciosa y solapada. Ha sabido Su Señoría adularnos y lisonjearnos muy bien para ganar mejor nuestra confianza; ha sabido sufrir y disimular muchos disgustos y desastres y no se ha descuidado en aprovecharse de algunas ocasiones y medios que le parecían oportunos para averiguar algún secreto. En prueba de lo primero pudiéramos contar muchas cosas, pero baste decir en general que a los principios especialmente nos hizo mil cariños y expresiones, se hacía lenguas de nuestra paciencia, resignación y alegría en los trabajos, nos mostraba una tiernísima compasión en ellos y se derramaba en alabanzas y elogios de la Compañía, y llegó a decir en una ocasión, estando yo presente, que nos tenía envidia de nuestra suerte y que si fuera posible tomaría en el día la ropa para participar de un destierro tan honrado y tan glorioso. Pero decir todo esto con los ojos 136

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tan enjutos y con un alma, por decirlo así, tan seca y tan dura, que yo quedé en duda de si se burlaba de nosotros o si en la realidad nos tenía alguna compasión. Pero que ésta no era ni muy grande ni muy de corazón lo mostró en algunas ocasiones en que algún otro de estos hermanos filósofos le pidió alguna cosilla para su alivio, o de otros; y sin darles lo que deseaban les dio una respuesta muy dura, cruel y sacudida. A todos pues procuraba acariciar el Sr. D. Marcos, con todos se intimaba y se familiarizaba en cuanto podía, pero especialmente tuvo este empeño de insinuarse con el P. Isidro López, con el P. Isla y otros sujetos graves, y aun a mí me alcanzó también este su empeño por tenerme por hombre de alguna suposición, viendo que el maestro de estos jóvenes escolares, y en la realidad me ha molestado varias veces buscándome sin más asunto que hablar, y por más que en varias ocasiones me he mostrado serio y esquivo, no se ha disgustado por eso ni ha dejado de molestarme. El P. Isidro, no una, sino muchas veces a mi presencia, viendo venir hacia él al Sr. Fiscal, sacaba el rosario y se ponía a rezar; y acercándose el Señor Argaiz no hacía más que saludarle brevemente, mostrarle la corona que tenía en la mano y pasar adelante. Estos desaires y esquiveces y desatenciones, tan manifiestas y tan claras, y aun estoy por decir groseras, especialmente hechas a un Señor togado por unos hombres que se hallan en tanta ignominia y abatimiento no fueron bastantes para que se disgustase con nosotros el Sr. Argaiz, y supo sufrirlas y disimularlas todas para lograr su fin de averiguar algunas cosas secretas y hacer este servicio a los ministros de Madrid. De las ocasiones y medios de que se valió para averiguar secretos solamente insinuaré dos, que casi pasaron por mi mano. La primera fue una de estas tardes pasadas, que estaba yo en cátedra con mis discípulos, en aquella pieza retirada en donde tienen sus camas. Allá nos fue a buscar el Sr. Argaiz y habiendo observado desde la puerta que yo tenía en la mano un papel, de un brinco, o por mejor decir, de un vuelo, sin darme lugar a nada, se puso sobre mí y no sosegó hasta ver con sus ojos qué venía a ser aquel escrito, y tuvo el desengaño de reconocer que era un arte o Gramática italiana, que yo estaba dictando a mis discípulos. El otro medio de que se ha valido para su in137

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tentó ha sido más indecente, más vil y al mismo tiempo más eficaz. Me han dicho algunos de estos jóvenes, mis discípulos y puntualmente los más candidos y sencillos, y más incapaces de maliciar en nada, que varias veces el Sr. Argaiz les ha hecho muchas fiestas y como que les quiere abrazar y al mismo tiempo les atienta en el pecho y en las espaldas para ver si tienen allí escondida alguna cosa. ¿Puede haber acción más indecente y más infame, y más en un hombre de su carácter y empleo, y al mismo tiempo más demostrativa de que este Sr. Fiscal D. Marcos Argaiz ha hecho con nosotros el vil oficio de espía? Ciertamente que, a pesar de su talento, su esmero y diligencia, habrá averiguado muy pocas cosas porque se le conoció muy presto, y aunque nos hubiera engañado y le hubiéramos creído un amigo leal y sincero, ¿qué pudiera haber averiguado tampoco? Por ventura en este caso hubiera oído algunos lamentos y quejas de vernos tratados de un modo tan duro, sin saber por qué sin delitos algunos que se nos hayan probado y acaso también algunas expresiones de enojo y enfado contra los que se creen autores de nuestra ruina. Grandes pecados para que un hombre de honra acuse de ellos a unos pobres oprimidos contra toda razón y justicia. En todo caso, aunque no haya hecho el Sr. Argaiz servicios muy importantes, merece un buen premio por el esmero y diligencia con que ha hecho el delicado oficio de espía. La séptima es dar a conocer de algún modo a este Sr. Alcalde del Crimen, de esta Audiencia de La Coruña, D. Gerónimo Romero que, además de haber intimado a los padres de este Colegio el Decreto Real de expatriación, ha tenido después una autoridad absoluta por muchas semanas sobre todos los jesuítas del Reino de Galicia, que nos hemos reunido en este Colegio. Este Sr. Romero es navarro de nación, de familia bastante humilde, fue Abogado en Pamplona y después en la Corte, y desde aquí, ya bien grande de edad, pues no representa menos de 60 años, fue provisto de esta plaza de Alcalde del Crimen y en toda su fortuna, a lo que oigo decir ha debido mucho a la casa de nuestro P. Idiáquez7S, le hacen hombre há78. Se refiere a Francisco Javier de Idiáquez, que renunció al título de duque de Granada para entrar en la Compañía de Jesús. Viajó hacia el destierro con la Pro138

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bil, instruido y buen letrado en su facultad de Leyes. Pero una comisión como la que tiene sobre él, difícil, delicada, llena de cuidados e impertinencias, más que letras y doctrina necesitaba vigor, desembarazo, afabilidad, un buen juicio y mucha cabeza; y así, por no tener estas prendas nuestro Comisionado, aunque en algunas ocasiones ha estado sereno, moderado y comedido, en otras muchas ha salido de sí, se le ha visto aturdido y atropellado, hablar y obrar de mal modo, con descortesía, con violencia, con impetuosidad y casi furor; de todo lo cual son buenas pruebas los pleitos continuos que ha tenido con los oficiales de la tropa, y pudiéramos añadir en prueba de lo mismo muchos lances particulares que han sucedido con nosotros. Todo el tiempo que hemos estado aquí se ha mantenido constantemente día y noche en el Colegio, habiéndose tomado para sí el aposento rectoral, y efectivamente todo este tiempo se puede decir que ha sido nuestro Superior, nuestro Rector y Provincial, y de él hemos dependido en todas las cosas en cuanto al comer, habitación, decir misa y así de todo lo demás. En una sola cosilla se ha visto precisado en alguna manera a depender de nosotros; se iba acercando el Jueves Santo, en que debía de comulgar con el Acuerdo, y quiso encontrar entre los jesuítas que estamos en el Colegio, me consta que se lo pidió a algunos y que todos se excusaron de confesarle, y es muy creíble que se moviesen a ello por no creer que pueda el Sr. Alcalde estar bien dispuesto para recibir la absolución, debiendo de proseguir en una Comisión tan espinosa y tan expuesta por muchas partes, y al parecer contraria a la inmunidad eclesiástica. Pero al fin se supo que el Sr. Alcalde comulgó el Jueves Santo con el Acuerdo, y no habrá faltado quien le absuelva, sin detenerse mucho en la delicadeza de su Comisión. No tuvo este empeño de confesarse el escribano que acompaña en todo al Sr. Romero; antes nos decía francamente, y a mi vincia de Toledo por haberle sorprendido la expulsión en Madrid, destino que tenía tras finalizar su provincialato en Castilla en enero de 1767. Pueden verse varias disertaciones y manuscritos de temática muy variada del P. Idiáquez en el A.H.L., Escritos de jesuítas del s. XV11I, cajas 10 y 11. Véase también BATLLORI, M, ap. cit., 1966. 139

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parecer con juicio, no teniendo ánimo de retirarse del oficio en que se hallaba, que él no quería confesarse hasta acabar con esta maldita Comisión, y que después vería lo que era necesario para componerlo todo bien; aludiendo sin duda a que ya vería que sería necesaria alguna particular absolución de censuras. La octava y última es haberme dicho un padre que vive sobre el aposento del escribano, que allí se ha leído a presencia del Sr. Alcalde una larga Instrucción sobre nosotros, que les debe de haber venido últimamente de la Corte. Hizo sus diligencias y puso toda atención para ver si podía percibir alguna cosa. Pero de sola una expresión de alguna importancia aseguró que la entendió bien y es ésta: en punto de papeles no se desprecie ni un sobrescrito de carta. Raro empeño de los ministros de Madrid que lo mostraron muy desde el principio, pero ¿qué pensarán estos hombres encontrar en nuestros papeles, aunque nos los arrebaten todos? ¿Causas, pecados y delitos que merezcan la pena y destierro con que se nos castiga? Es un delirio pensar así, ni yo creo que los ministros de la Corte se lisonjeen de hallar en nuestros archivos y papeles semejantes cosas. Pues no siendo esto, todo lo demás es inútil, impertinente y fuera del asunto. Día 17 de mayo Hoy, como a las diez de la mañana, se nos intimó formalmente orden del Capitán General de embarcarnos para El Ferrol, y debíamos de estar embarcados a las nueve de la noche. Extrañamos mucho que, habiendo tenido tanto miramiento y delicadeza en que ninguno entrase en la ciudad sino a la medianoche, se haya reparado ahora tan poco en que vayamos todos juntos a embarcarnos de día o al mismo anochecer; y previendo que a esta hora necesariamente sería muy grande el concurso y conmoción del pueblo, que siempre nos es de alguna molestia, y no faltando por otra parte algunas cosillas que disponer para la marcha, se hizo una humilde súplica pidiendo que se nos permitiese diferir el embarco hasta más entrada la noche, y se nos concedió sin dificultad; y después se conoció que esta dilación había sido enteramente necesaria, según las 140

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cosas que después fueron ocurriendo, pues, además de las disposiciones particulares de cada uno de preparar sus cosillas, su baúl y su cama, hubo que hacer dos diligencias comunes a todos y cada una de ellas necesitaba algunas horas. Una de ellas fue formar un catálogo o lista de filiación de todos, para lo cual íbamos entrando uno por uno en el aposento en que estaban el señor Alcalde y escribano y a todos se nos preguntaba nuestro nombre, el de nuestros padres, el lugar de nuestro nacimiento, el obispado, nuestra clase en el siglo, de noble o del estado general, y nuestro grado en la religión, de profeso o no profeso. Y esto se había de hacer por el orden de antigüedad, lo que embarazó mucho y fue causa de que se tardase muchas horas en esta diligencia. La otra fue el entregarnos la pensión para medio año, como se ordena en la Pragmática y hacernos firmar su recibo. Esto se pudiera haber ejecutado en un cuarto de hora entregando todo el dinero al P. Rector o Procurador, como nosotros deseábamos y es más conforme a la pobreza religiosa. Pero ellos deben de tener órdenes en contrario, y así nos fueron llamando a cada uno de por sí, nos contaban el dinero y firmábamos el recibo. Y así, por este empeño ridículo que sólo sirvió para que tuviéramos en nuestro poder un minuto aquel dinero, pues al salir le entregamos al Superior, se gastó mucho tiempo en esta segunda diligencia. Día 18 de mayo Noche ha sido, esta pasada, y día, este dieciocho, de mucha fatiga y trabajo, de grande inquietud y confusión y de no pequeñas novedades. Como si no fuera bastante para tenernos en movimiento y agitación el disponer nuestras cosillas para la marcha, comparecer dos veces todos ante el tribunal del Sr. Alcalde para la filiación y pensión y otras mil impertinencias que ocurrieron, ayudó a la turbación de esta noche el haber traído a sepultar al Colegio al P. Francisco Átela79, muerto en una de las embarcaciones que están detenidas en esta concha. Sé que 79. El P. Átela era natural de Munguía, Vizcaya, y había sido prefecto de estudios mayores en el colegio de Falencia. 141

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hubo sus dificultades sobre la iglesia en que se le había de dar sepultura, y al cabo determinaron que se le trajese al Colegio. Ninguno de los padres, sus compañeros en la embarcación, salió de ella para venir acompañando el cadáver, le entregaron a unos marineros que, de oculto, casi del mismo modo que si fuese un perro, lo trajeron a nuestra iglesia. En su entierro no nos permitió el señor Alcalde sino que bajásemos unos diez o doce, y estos brevemente le rezaron el oficio de sepultura. Era este padre prefecto de estudios mayores en el Colegio de Falencia, y en toda la ciudad era muy estimado de toda la gente más distinguida de ella, y merecía serlo por su piedad y virtud, por su celo y laboriosidad y por su singular doctrina y erudición. He aquí que ha muerto en la mar, en traje de malhechor y de reo, y que ha tenido un entierro más pobre y más humilde que el más infeliz de los que mueren en un hospital. Espantosa e increíble mudanza de nuestras cosas. Como a las once y media de la noche, creyendo que todo estaba concluido, me retiré con todos mis discípulos a la pieza apartada en que vivían, para dormir un par de horas vestido y tirado sobre los colchones ya liados para llevarlos con nosotros. Pero no tardaron en avisarles que el Sr. Alcalde les esperaba para darles su pensión y para que firmasen en el recibo. Con esto se alborotó el sueño que aún no se había cogido y se perdió aún el pensamiento de dormir, y nos levantamos todos. A las dos de la mañana ya habíamos tomado nuestro desayuno y a las tres bajamos a la portería, ya de camino con nuestros manteos80 y aún había muy pocos que no viniesen cargados con alguna alforjilla, mochila, fardo o almohada. Aquí nos paramos todos, se nos fue recontando por lista, y según se nos iba nombrando, íbamos saliendo a la calle. Empezamos a caminar acompañados del Sr. Alcalde Romero, de escribanos y ministros y de un grueso piquete de soldados, y honrados también de mucha gente de la ciudad. Y con esta ocasión quiero protestar aquí, por ser así verdad y no haberlo hecho de un modo conveniente en otra parte, que las demostraciones de ternura y compasión, estima y afecto, de do80. Capa negra y larga que vestían sobre la sotana. 142

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 lor y pena, y su conmoción e inquietud por nuestra desgracia, no han sido por ventura menores en esta ciudad de La Coruña que en la de Santiago, en nuestro arresto y partida. Nunca ha faltado mucha gente en el mes y medio que hemos estado en ella en aquellos sitios desde donde podía vernos si nos asomábamos a las ventanas, y desde que empezamos a salir a la huerta siempre se veían hombres y mujeres, al parecer de alguna distinción, en algunas ventanas que la dominan, sin más objeto que vernos y llorar a nuestra vista. Y cuando se supo en la ciudad que se nos había dado el orden de embarcarnos, concurrió a las cercanías del Colegio un pueblo innumerable, que en gran multitud se conservó allí día y noche, a pesar de todas las formalidades y rigor que suele haber en estas ocasiones en las plazas de armas. Aun a una hora tan incómoda, como las tres de la mañana, encontramos en la calle un pueblo no pequeño, que sin detenerse nada ni en ministros ni en soldados se unió y mezcló con nosotros y con lágrimas y suspiros nos dio el último adiós y despedida. Y así hubiera sido muy fácil, en esta ocasión como en otras muchas, huirnos y escondernos la mitad, si hubiéramos querido, sin que nadie lo hubiera notado. Nuestro honor sólo y nuestra conciencia nos han detenido en las cadenas y prisión en que nos han puesto y no la fuerza y vigilancia de los soldados, aunque ellos hayan cumplido con su obligación y tuviesen sobre nosotros órdenes bien terribles, como se echó de ver una noche que, sin saberse cómo, se escapó por encima de una tapia o tejado un carnero, y suponiendo a lo que parece el centinela que fuese un jesuita le tiró con bala y le dejó muerto. La noche estaba bastante oscura y sólo confusamente pude observar el camino por donde nos trajeron para embarcarnos. Parecía cosa natural y fácil que, estando en el arrabal el Colegio y muy cerca del mar, nos hubiésemos embarcado en el muelle que no ha de estar lejos, pero estos señores por causas y fines que no alcanzamos, aunque verosímilmente no habrán tenido otro que huir de la concurrencia del pueblo, nos llevaron desde el Colegio a la ciudad y entramos en ella por la puerta más apartada del sitio en que nos habíamos de embarcar y un buen cuerpo de guardia que había en ella pudo conseguir 143

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que el pueblo, que nos seguía, quedase en buena parte allá fuera. Proseguimos pues caminando por la ciudad en gran silencio con nuestros conductores y salimos por una puerta que se debe de usar pocas veces y para pocas cosas. Allí nos vimos de repente con todo el mar, por decirlo así, sobre nosotros en un arenal húmedo y lleno de agua, por haber precedido la alta marea y estar entonces bajando. Confieso ingenuamente que como no había visto el mar desde cerca hasta esta ocasión, la fuerza, ruido y rumor espantoso de las olas, aunque dicen que el mar estaba sosegado, y el fétido olor del marisco, y más juntándose a los trabajillos del día y de la noche, y a la falta de sueño, me turbaron de manera que, atónito y casi fuera de mí, me dejé caer sobre la arena mojada y allí tirado por tierra y haciendo fuerza contra mil horribles imaginaciones, que se me excitaron en la fantasía, viéndome por una parte tan inmutado con sola la vista del mar y siéndome preciso por otra hacer un largo viaje sobre sus aguas, esperé que me llegase el turno para embarcarme. ¿Y cuántos que como yo no han visto el mar hasta ahora se habrán visto en esta ocasión en la misma aflicción y congoja? El embarco se ejecutaba con mucha lentitud, porque no había más que dos pequeñas barcas o lanchas, y el modo de ejecutarle, a lo menos para mí que todas estas cosas me cogen de nuevo, se hacía de un modo muy incómodo y no sin algún peligro. Las barcas no se podían arrimar enteramente a la tierra o arenal y para entrar en ellas se subía por una tabla puesta en bastante declive, con una punta en la arena y otra en la barca, y por lo que a mí toca, que no tenía la cabeza para estas tramoyas y andamies, hubiera caído en la mar si no me hubieran subido casi en brazos los marineros. Vino también a nuestra embarcación un escribano y ya pudo, con la luz del día que iba viniendo, volver otra vez a recontarnos; y no faltando ninguno de los que salimos del Colegio en número de ciento y nueve, como si fuéramos otros tantos sacos de lana o fardos de bacalao, o más propiamente como otros tantos malhechores o galeotes condenados a un presidio, nos entregó con toda formalidad y con sus ceremonias de entrega y de recibo al Patrón o Capitán de la embarcación, que es 144

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una saetía81 catalana muy buena y tan grande que no concebía yo que sobre las aguas hubiese casa tan capaz. No le quedan al Sr. Alcalde en el Colegio sino solamente tres, que no nos han podido seguir, y son el P. Esteban Romero, que aún está de algún cuidado y, según es de melancólico y pusilánime, se puede temer que muera viéndose en aquella soledad y abandono; el P. Velasco, que aún está mal convalecido, pero piensa hacer un esfuerzo y alcanzarnos en El Ferrol, y el hermano Pórtela, Procurador de este Colegio de La Coruña, que con las muchas ocupaciones suyas y del Sr. Alcalde por causa de la reunión de los otros colegios no ha podido despachar con sus cuentas particulares82. Ya era enteramente de día cuando nos dejó el escribano y pudimos reconocer fácilmente las otras dos embarcaciones que entraron el día pasado, y estaban tan cerca de nuestra saetía que podíamos hablar y hacernos entender de los que vienen en ellas. En una, además de algunos agregados de otras partes, estaba todo el Colegio de Falencia83, al cual pertenecía el curso de los hermanos que están estudiando la Física, de los cuales es maestro el P. Antonio Nieto84. En la otra venía con algu81. Barco de tres palos que se empleaba para transporte. 82. Salvador Pórtela había nacido en Orense y era procurador del colegio de La Coruña; no embarcó con los demás por tener que despachar cuentas con el alcalde Romero, aunque se incorporó el día 23 de mayo de 1767 y viajó a bordo del «San Juan Nepomuceno»; sobre su muerte en marzo de 1773, a los 45 años y en la casa de San Juan de Bolonia, habla el P. Luengo en su Diario, t. VII, p. 71 y ss. 83. El colegio de Falencia estaba formado por: Manuel Alaguero, Hermenegildo de Amoedo, Francisco Átela, Domingo Azua, José Bedoya, Juan Bengoechea, Jorge de Biedes, José Blanco, Martín Doñamaría, Francisco de Eguía, Manuel Egusquiaguirre, José Antonio Elizaicin, Domingo Ezpeleta, Carlos García, Juan García, Luis García, Mateo Antonio García, Gregorio Gómez, Alejandro Guerra, Antonio Guerra, Martín Izco, José Ramón Larumbe, Manuel Martín Robledo, Feliciano Martínez, Bernardo Melcón, Joaquín Montoya, Rafael Morillo, Pedro Andrés Navarrete, Antonio Nieto, Domingo Oyarzábal, Rafael de la Peña, Manuel Pereira, Miguel Pérez Conde, Miguel Pitillas, Lázaro Ramos, José Salvatierra, Antonio Simón de Gaspar, Pedro de Vega y Manuel Viguri. Cfr. ARCHIMBAUD, J. A., Catálogo..., 1767. 84. El P. Nieto, en el momento de la expulsión, se encontraba predicando en San Sebastián, de donde logró sacar los hierros de hacer hostias; en 1769 intervino en las disputas teológicas de la casa Fontanelli de Bolonia y, dos años más tarde, entró 145

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nos sujetos, que se le habían juntado, todo el Colegio de Medina85, en donde están todos los hermanos que estudian el tercer año de Filosofía, con su maestro el P. Calvo86, y así en esta concha de La Coruña se juntaron todos los jóvenes filósofos de la Provincia. No es necesario decirlo para que se entienda que ha sido inexplicable el gusto y contento de todos, contándonos unos a otros nuestros trabajillos y aventuras y más viendo que en todas partes ha habido el mismo espíritu de resignación y conformidad a la voluntad del Señor, la misma santa alegría e inocente intrepidez. Más larga hubiera ido nuestra conversación si con un vientecillo de tierra, que se levantó al mismo salir el sol, no hubiéramos empezado a caminar. Salimos pues de este puerto de La Coruña, dejando a mano derecha el castillo de San Diego, y a la izquierda la ciudad y el famoso castillo de San Antón. Como a las nueve de la mañana nos alcanzó (y no le costaría mucho porque caminábamos muy poco) la falúa87 del Sr. Comisario León, y de ella subieron a nuestra saetía una buena y abuncomo maestro de Teología para los jóvenes de la misma casa; en 1771 vivía con Luengo en la casa boloñesa de Bianquini y desde allí, un año más tarde, acompañó a los jóvenes que se ordenaron sacerdotes en marzo de 1772. Murió en esa ciudad de Bolonia el 17 de julio de 1807. 85. El colegio de Medina lo componían: Juan Carbajo, Juan Cabrero, Tomás Anchorena, Faustino Arévalo, Juan Ignacio Argaiz, Juan Antonio Bellido, Esteban Bernardo, José de Burgos, Francisco Javier Calvo, Juan Mateo Carrera, Fernando Chico, Antonio Díaz, Fermín Doñamaría, Rafael Elordui, Agustín Escudero, Juan Ambrosio Fernandez, Juan Domingo Fernández, Pedro García, Inocencio González, Lorenzo Hernández, Manuel Herrero, Juan Clemente Huarte y Muzquiz, Vicente Iraola, Juan Antonio Jiménez, Francisco Javier Juárez, José Morchón, Antonio Ocerín, Cristóbal Orduña, Francisco Pavón, Domingo Rodal, Pedro Rodríguez, Francisco de San Juan Benito, Juan Francisco Sandoval, Francisco Tejerizo, Martín ligarte, Diego del Val, José Valdés, Ignacio Vega y Benito Viña. Cfr. ARCHIMBAUD, J. A., Catálogo..., 1767. 86. Francisco Javier Calvo sería también maestro de Teología en la casa de Fontanelli. En 1772 intentó escribir contra los que se oponían a la devoción del Sagrado Corazón pero no lo hizo por llegar de Roma una oden de Ricci, general de la Compañía, por la que se prohibía escribir sobre este tema por temor a la posible extinción de la Orden, que se consumaría un año después. En 1798 recibió licencia del arzobispo de Bolonia para que confesara en la campiña y el 13 de agosto de 1805 moría en Bolonia. 87. Embarcación pequeña destinada al uso de algunas autoridades de los puertos, conocida también como falucho. 146

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dante olla, que creímos sería un almuerzo y después conocimos que lo era todo, o por mejor decir nada; porque aunque el mar estaba sosegado y la embarcación apenas se movía, como los más nunca nos habíamos embarcado, si bien no llegamos a marearnos del todo y vomitar, teníamos las cabezas turbadas y los estómagos revueltos y casi no pudimos comer un bocado. Nos faltó enteramente el poco viento con que salimos de La Coruña y fuimos caminando a remolque alguna cosa sobre la costa que está entre La Coruña y El Ferrol, que aquí llaman la Manola. Y hallándonos en esta situación oí a algunos que parece que lo entienden, y a mí me lo persuadieron, que si se levantase un viento vivo entre oriente y mediodía no podríamos entrar en El Ferrol ni en La Coruña, y nos sacaría a alta mar expuestos a morir de hambre, no trayendo en nuestra saetía ni una libra de pan para nosotros8S. Por lo que parece que ha habido alguna temeridad y barbarie con habernos hecho salir al mar sin provisiones algunas en una embarcación sin remos, que podía ser llevada de los vientos a mar alta. Pero no quiso el Señor permitir que nos viniese este trabajo, antes nos envió, después de algunas horas de calma, un vientecito muy oportuno con el cual entraron las tres embarcaciones que venían de La Coruña, al principio de la tarde, en este gran puerto de El Ferrol. En el largo y estrecho canal, que es la entrada del puerto, nos divertimos mucho viendo tan de cerca las muchas baterías que hay en sus riberas y los dos castillos de San Felipe y La Palma, desde los cuales preguntaban las centinelas, como se acostumbra hacer siempre qué embarcación era, de dónde venía y cuál era su carga, y se les respondía por el Patrón de la saetía que venía de La Coruña y traía jesuitas. 88. Hay que subrayar este interés del P. Luengo por los asuntos de la navegación, no se olvide que era la primera vez que veía el mar y que embarcaba. Es muy de valorar cómo, ese lógico e inicial desconocimiento sobre los asuntos marinos: vientos, velamen, corrientes, maniobras, etc., irá interesando tanto al diarista vallisoletano que, después de algún tiempo, muestra auténtica soltura cuando describe situaciones difíciles a bordo y utiliza con pericia un léxico marinero hasta entonces desconocido. Esa instrucción es debida al gran interés que mostraba por todas las novedades que le rodeaban y las buenas relaciones que estableció con algunos oficiales. Pero eso lo veremos más adelante. 147

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Más golpe que todas las baterías y castillos me dio el formidable martillo cargado de cañones, que miran a la desembocadura del canal o boca interior del puerto; pues es en la realidad cosa magnífica y soberbia. No paramos con nuestra embarcación en la primera concha, que es propiamente El Ferrol o la Grana, y fuimos a echar áncora en otra más interior, llamada del Esteiro. Aquí nos juntamos en unas doce embarcaciones todos los jesuitas de la Provincia de Castilla la Vieja, menos la de Oviedo y algunos que quedan todavía en los pueblos y ciudades, y seríamos cerca de setecientos. Espectáculo verdaderamente grande, terrible y espantoso pues no lo es menos que hallarse setecientos religiosos, y mucho más de la mitad sacerdotes, como otros tantos hombres infames, para ser llevados a un ignominioso destierro. Cosa que acaso no se ha visto jamás en España, o cuando más otra vez con los religiosos franciscos89 desde que hay en ella religión. Pero a la verdad no eran estas serias reflexiones y otras muchas que se pudieran hacer las que ocuparon a todos en este primer encuentro. Estaban las embarcaciones tan arrimadas unas a otras que nos podíamos hablar y entender cómodamente. Y siendo esta la primera vez que nos vemos y hablamos, después de nuestra desgracia, y habiendo pasado tales cosas por nosotros, hubo en esta ocasión una bulla y alboroto, una confusión y algazara, sencilla, inocua, alegre y festiva, pero tan grande, inquieta y bulliciosa que no es posible, no digo explicarla con palabras de modo que se entienda, sino ni aun figurársela con la fantasía. Todos, por decirlo así, queríamos hablar a un tiempo, porque todos teníamos muchas cosas que averiguar. Quién preguntaba por su pariente, por su tío y por su hermano, quién por su conocido, amigo o paisano, éste por su maestro, aquél por sus discípulos y a este modo se hacían otras muchas preguntas personales. Y además de ellas, nos contábamos de unas embarcaciones a otras los sucesos del día famoso del arresto, los trabajos de los viajes y el modo con que se ha89 A este respecto véase FERNÁNDEZ-GALLARDO JIMÉNEZ, Gonzalo, La supresión de los franciscanos conventuales de España, en el marco de la política religiosa de Felipe H, Fund. Universitaria Española, Madrid, 1999. 148

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 bía pasado en las prisiones en los colegios. Qué cosas no se contaron sobre estos asuntos en pocas palabras, y qué historia tan tierna no se podría formar si se pudieran escribir todas ellas. Acaso en todos los colegios habrá habido alguno que haya tenido el mismo pensamiento que yo, y con las apuntaciones de todos se podrá formar a su tiempo una historia exacta puntual y menuda del destierro y viajes de la Provincia de Castilla90. Cuatro cosas, no obstante, quiero advertir en general que me parecen ciertas, según se han explicado los padres de todos los colegios. La primera es que entre los comisionados para la intimación del destierro y sus resultas ha habido algunos que se han portado con poca cortesía y urbanidad, y aun con dureza y rigor. La segunda es que, generalmente, la tropa, oficiales y soldados han tenido para con todos mucha atención y aun respeto y les han tratado siempre con agrado, compasión, ternura y agasajo. La tercera, que ha sido común, general y universalísima en todas las ciudades y pueblos de España en donde había jesuítas, o por donde han pasado, la conmoción, sentimiento, aflicción y lágrimas que nosotros hemos experimentado en este Reino de Galicia. La cuarta y última, y más importante de todas, es que no ha habido en toda la provincia un sólo sujeto que con este lance terrible no se haya portado con la conveniente sumisión, con cristiana resignación y conformidad y, generalmente, ha habido en todas partes, en todos o en 90. Desde luego, el P. Luengo no fue el único en dejar constancia de sus experiencias en un Diario, otros muchos jesuítas, pertenecientes a todas las provincias que componían la Asistencia de España de la Compañía lo hicieron. Todos ellos centraron su interés en que sus anotaciones sirvieran para defender la causa de la Compañía, pudiendo, si se daba el caso, ser utilizados contra sus detractores. Hemos consultado más de una treintena de manuscritos de este tipo, en los que los jesuítas narran la expulsión de España y sus vivencias en el destierro; tras su estudio nos inclinamos a creer que fue el interés apologético el que movió su confección. Casi todos ellos se centran en la descripción de la intimación de la orden de destierro en sus diferentes colegios o provincias, prosiguen con el viaje hasta Córcega y las dificultades padecidas en esta isla y, en menor número, narran su establecimiento en las diferentes legacías de los Estados Pontificios en las que se instalaron. En FERNÁNDEZ DE ARRILLAGA, I., «Manuscritos sobre la expulsión y el exilio de los jesuítas (1767-1815)», Hispania Sacra, 52, 2000, pp. 211-227. 149

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los más, ánimo, resolución, firmeza, serenidad, intrepidez y alegría. Esto es lo que me ha parecido decir de lo mucho que se ha hablado del arresto, viajes y prisiones de los colegios. Pero siendo forzoso que este nuestro Diario, que empezó por sólo el Colegio de la ciudad de Santiago de Galicia, y se extendió después en La Coruña a todos los colegios de estos reinos, hable de aquí en adelante de toda la Provincia91, insinuaremos aquí brevemente algunas cosas u oídas en este puerto o sucedidas en él, que más que a éste o el otro Colegio particular pertenecen al cuerpo mismo de la Provincia. La primera es que al instante nos preguntaron, de todas las embarcaciones a los de ésta, sí venía con nosotros el P. Isidro López, y respondiéndoles que sí mostraban mucho gozo y contento. De donde se infiere que en toda la Provincia ha habido los mismos temores que tuvimos nosotros y el mismo P. Isidro, de que fuese encerrado en una fortaleza; y estos mismos temores de todos demuestran que así se hubiera hecho si los ministros de Madrid, imitando a Carvallo, hubieran resuelto dejar algunos, aunque fueran pocos, en cárceles y castillos. Yo estaba al lado del P. Isidro cuando con tanta ansia y empeño se hacían estas preguntas, y pude notar muy bien que no fue insensible, antes que se enterneció y se protestó muy agradecido a vista del cuidado tan tierno, tan cariñoso y tan solícito de toda la Provincia por la seguridad de su persona. La segunda, que además de todos o casi todos los procuradores de los colegios quedan por allá repartidos, en conventos de religiosos, como unos cuarenta a cincuenta sujetos, entre los cuales hay ciertamente algunos que no están tan mal tratados, como varios de los que vienen aquí con nosotros. De aquí se infiere que no fue a los otros colegios, o no llegó a tiempo, el orden violento y cruel del conde de Aranda, que vino a 91. Las noticias que fue recibiendo en estos encuentros, con padres de otros colegios, hicieron que Luengo determinara ampliar el fin de su Diario y describir lo que sabía de otros lugares pertenecientes a su Provincia de Castilla. Más adelante escribirá también sobre otras provincias y hasta sobre otras Asistencias de la Compañía de Jesús. Este es, pues, sólo el primer paso de una pasión que irá creciendo hasta superarle. 150

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La Corana, de que viniesen a embarcarse todos los que no tuviesen peligro inminente de morir en el camino; y que los ejecutores o comisionados se han arreglado a los dictámenes y declaraciones de los médicos. Y esta diversidad, por ventura, habrá nacido de que no fueron de otras partes a la Corte acusaciones en este punto, como parece que fueron de este Reino con ocasión del P. Isla. La tercera, que en punto de peculios, o dinero de los particulares, hemos salido mucho mejor los de Galicia que los de otras partes; pues por orden expreso de la Corte se ha dado a todos lo que era de su peculio, aunque lo tuviesen depositado en la Procuración, y los de los otros colegios, generalmente hablando, o por la mayor parte los han perdido, aun los que estaban en el depósito regular del padre Ministro92. Acaso habrá nacido esto de que a Galicia despachase este orden el conde de Aranda, y a otras partes el Fiscal Campomanes, porque no se debe extrañar que en materia de intereses tuviese más honrados pensamientos el señor Conde que el Fiscal93.

92. Hasta 1786 no se devolvieron a algunos jesuítas los vitalicios anuos, también negados al principio del exilio. Ese año, fue de grandes padecimientos económicos para los expulsos por lo que solicitaron el peculio privado que, en ocasiones, habían dejado en sus respectivos colegios. Estos pequeños caudales solía conservarlos el procurador de cada centro y se distinguían por alguna marca personal, pero, generalmente, no se conservaba ningún certificado que probase la cantidad que poseía cada individuo. Aún así, alguno que consiguió acreditarlo, recibió de Madrid una modesta aportación económica a cargo de este concepto, lo que animó a muchos a escribir memoriales para que se les pagase lo que dejaron en España. Pueden consultarse en A.G.S., Gracia y Justicia, legs. 676 y 677. Luengo hace comentarios a este respecto en su Diario, t. XX, p. 300 y ss. 93. Las órdenes iban todas despachadas, como era preceptivo, por el conde de Aranda, presidente del Consejo de Castilla; ahora bien, lo interesante aquí es resaltar esos «más honrados pensamientos» que intuía el P. Luengo en el conde ya que pueden dejar entender que los jesuítas supieran que el verdadero inductor de la expulsión había sido Campomanes, de hecho, cuando Luengo describe a Aranda resalta su capacidad ejecutiva a la hora de llevar a cabo las órdenes que se le encargan, siempre destaca que se trata de una persona instruida y de talante noble, aunque ensombrecido por una ambición desmedida y unas tremendas ansias de poder. Sobre el protagonismo del fiscal en la expulsión véase: RODRÍGUEZ de CAMPOMANES, P, Dictamen fiscal de expulsión de los jesuítas de España (1766-67), edición, introducción y notas de J. CEJUDO y T. EciDO, Fund. Univ. Española, Madrid, 1977. 151

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La cuarta que, como eran en tan gran número que pasaban de trescientos en el Colegio de Santander, determinaron llevar los que caían enfermos al convento de los franciscos de la misma ciudad, y que efectivamente fueron conducidos varios, y entre ellos el P. Juan Obrien, que murió y fue enterrado en la iglesia de aquel convento. Era este padre de nación irlandés y en Salamanca le conocí Rector del Seminario de Irlandeses que hay en aquella ciudad. Siempre he oído hablar de este padre como de un hombre hábil, de buen juicio y muy instruido, y en el oficio de operario, en que estaba últimamente en el Colegio de San Ignacio de Valladolid, yo mismo fui testigo de que trabajaba con celo y aplicación. La quinta, que los que han venido de Santander, que hubieran logrado un viaje felicísimo si les hubieran hecho embarcar dos o tres días antes en que corrieron vientos muy favorables, han tenido una navegación trabajosísima, siempre con vientos contrarios; y así los que nunca se habían embarcado hasta ahora, que son los más y casi todos, han padecido muchísimo y cuentan tales miserias, que nos han movido a compasión; su embarco fue arrebatado y su partida del puerto con tal ejecución, que salieron con viento contrario, y no sin algún peligro de perecer, y todo se atribuye a un orden ejecutivo y violento, que llegó allí de la Corte94. La sexta, y última, es una historia tiernísima y trágica al mismo tiempo de los combates, desastres, ruinas y triunfos de nuestros novicios95. No se pueden contar las cosas que hemos 94. Sobre el embarco en Santander véase: GIMÉNEZ LÓPEZ, E., op. cit., 1993, p. 610. 95. Con respecto a los novicios la Instrucción, en su artículo décimo, puntualizaba: «En los Noviciados (o Casas en que hubiere algún Novicio por casualidad) se ha de separar inmediatamente los que no hubiesen hecho todavía sus Votos Religiosos' para que desde el instante no comuniquen con los demás, trasladándolos á Casa particular, donde con plena libertad y conocimiento de la perpetua expatriación, que se impone á los Individuos de su Orden, puedan tomar el partido á que su inclinación los indugese. A estos Novicios se les debe asistir de cuenta de la Real Hacienda, mientras se resolviesen, según la explicación de cada uno, que ha d resultar por diligencia, firmada de su nombre y puño, para incorporarlo, si quiere seguir; ó ponerlo a su tiempo en libertad con sus vestidos de seglar al que tome este último partido, sin permitir el Comisionado sugestiones, para que abrace el uno, ú el otro extremo, por quedar del todo al único y libre arbitrio del interesado; 152

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oído en este asunto en pocas palabras, y así me contentaré con insinuar brevemente los pasos más principales. En Villagarcía96 se les separó a los novicios de los padres; se les examinó formalmente según se ordenaba de la Corte a los comisionados, todos, menos tres, como antes se dijo, determinaron seguir a la Compañía en su destierro y unidos con todos los demás iban caminando hacia Santander. Por un nuevo orden de la Corte fueron separados otra vez de los padres, en Torquemada, y prosiguiendo estos su viaje, ellos se quedaron solos en aquella villa. Allí padecieron muchos insultos, vejaciones y tentaciones diabólicas de parte de alguna gente del lugar y de algunos religiosos, en orden a apartarles de sus intentos. Todos ellos fueron inútiles y para hacer con ellos otras pruebas mayores fueron conducidos a Falencia. Aquí se les hizo por fuerza desnudarse la sotana de la Compañía, obligándoles si querían seguir la Compañía a hacer el viaje hasta el puerto a pie, y con sólo el vestido interior que entre nosotros es muy pobre, vastísimo y por lo regular mal ajustado. Crueldad y tiranía de parte de los ministros, que para hallarla semejante en España será necesario irla a buscar en las persecuciones de los gentiles o de los moros; e ignominia, afrenta y trabajo grandísimo para unos jóvenes de pocos años, bien nacidos y criados con honradez y decencia. Aun así emprendió el viaje hacia el puerto más de la mitad del numeroso noviciado, pero en el camino se separaron varios por haber arrebatado a algunos sus gentes, haber enfermado otros y por otras desgracias en su largo viaje desde Falencia a Santander. En esta ciudad lograron finalmente, como unos veintidós o veinticuatro más animosos, reunirse otra vez a los padres, que con increíble gozo y consuelo les recibieron entre sus brazos y cubrieron con unas sotanas viejas que por allí encontraron y les traen consigo para que nos acompañen, como han deseado con tanto empeño, a nuestro destierro en bien entendido que no se les asignará pensión vitalicia, por hallarse en tiempo de restituirse al siglo, o trasladarse a otro orden Religioso, con conocimiento de quedar expatriados para siempre». A.G.S., Gracia y Justicia, leg. 667. 96. El seminario de Villagarcía de Campos era el noviciado central de la Provincia de Castilla, sobre este centro véase, PÉREZ PICÓN, C., Villagarcía de Campos. Estudio histórico-artístico, Madrid, 1982. 153

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Italia. Jóvenes todos ellos ilustres y gloriosos, y sobre todo gloriosísimos y propiamente unos héroes cristianos, estos que han logrado seguirnos haciendo, para lograrlo, mil acciones grandes, heroicas y comparables a las de los Santos mártires en las persecuciones de la Iglesia. Será mucha lástima que no se forme una relación exacta y puntualísima de todos los combates y tentaciones, de todas las acciones y pasos de estos ilustres novicios 9T; porque además de ser una cosa muy tierna sería de mucho honor para ellos mismos, para esta Provincia y aun para toda la Compañía de Jesús98. Como en nuestra saetía catalana, no había provisiones algunas, esta misma tarde pasamos al navio de guerra, el «San Juan Nepomuceno» casi todos los que hemos venido de La Coruña y los otros pasaron a otras embarcaciones. Cual fuese mi pasmo y asombro al verme al pie de un navio de guerra se puede entender por la maravilla que me causó la saetía catalana que, respecto de un navio de guerra, es lo mismo que si se compara una choza con un gran palacio. Es verdad que todas estas mis admiraciones se deben atribuir principalmente a no haber visto jamás ninguna de estas cosas; pero también lo es que es una mole y máquina tan grande un navio de guerra, que yo no creo que ninguno forme una idea cabal de él antes de verle, por más que haya oído mil cosas y le haya visto cien veces pintado. Aquí, en el «Nepomuceno», encontramos a los padres y hermanos del Colegio de Oviedo, que ya hace días que viven en esta casa y por su dirección metimos nuestros colchones en unas como bodegas del navio y en unas sepulturas de tablas, de todo lo cual hablaremos distintamente cuando lo hayamos visto bien. Nos dio el Sr. Capitán una buena cena de la 97. Nota del autor al margen. La formó después en Calvi con mucha sencillez y candor el H. Isidro Arévalo, que era el más antiguo de todos y se halla copia de ella en la Colección de papeles varios, t. I, p. 51. Se refiere a la relación de los viajes de los novicios desde Villagarcía hasta Santander, que utilizaría el P. Isla en su ya mencionado Memorial. 98. Sobre el viaje de los novicios hasta incorporarse a su Provincia castellana y su exilio puede consultarse, FERNÁNDEZ DE ARRILLAGA, I., «Los Novicios de la Compañía de Jesús: la disyuntiva ante el autoexilio y su estancia en Italia», Hispania Sacra, en prensa. 154

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que teníamos harta necesidad, pues los más no habíamos probado un bocado desde las dos de la mañana que tomamos en el Colegio de La Corana una jicara de chocolate.

Día 19 de mayo No se ve otra cosa en esta rada que barcas y falúas cargadas de jesuítas, que pasan de unas embarcaciones a otras o que andan transbordando, como aquí se dice, para irse acomodando en los navios que han de hacer el viaje de Italia. A este nuestro navio «Nepomuceno» han venido, además de otros varios de otros colegios, todos, o casi todos los sujetos de los colegios de Medina del Campo y de Falencia, y así se hallan aquí juntos todos los escolares filósofos de la Provincia, y entre todos los que nos hallamos en este navio este día somos puntualmente doscientos dos ". Pueblo demasiado grande para una sola casa, aunque sea capaz; y así es preciso que haya mucha confusión y que la reunión de tantos haga la navegación molesta y trabajosa.

Día 20 de mayo Ocho son las embarcaciones en que hemos de ir a Italia y son las siguientes: dos navios de guerra de setenta cañones, el «San Genaro» y éste de «San Juan Nepomuceno» y en cada uno de los dos se han de acomodar con poca diferencia doscientos sujetos. La tercera es una brea holandesa bien capaz, en la que deben de ir como unos ochenta. La cuarta y quinta son dos fragatas de comercio, una sueca y la otra de Bilbao, y en la primera se embarcan como unos ochenta, y de cuarenta a cincuenta en la segunda. Las últimas tres se llaman pataches o paquebotes y son más pequeñas que las otras, y en cada uno de ellos, van como unos treinta sujetos. Estos son los navios destinados a llevarnos a Italia y esta la división con que se nos 99. El «San Juan Nepomuceno» partió finalmente con una tripulación de 249 hombres y 147 soldados, más 202 jesuítas. El «San Genaro» lo hizo con 289 hombres de tripulación, 131 de guarnición y 200 padres. A.G.S., Marina, leg. 724. En GiMÉNEZ LÓPEZ, E., op. cit., 1993, p. 594 (75). 155

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ha repartido en ellos y en el día se puede decir que ya cada uno ocupa su sitio y su rincón. Este mismo día veinte ha visitado nuestro P. Provincial Ignacio Ossorio 10° todas estas embarcaciones, como si fueran otros tantos colegios y ha dado las órdenes y providencias que le han parecido convenientes para el tiempo de la navegación y, entre otras, una de ellas muy oportuna ha sido nombrar en cada una de las embarcaciones un Superior de todos los que van en ella y aquí nos ha dado por Superior al P. Lorenzo Uriarte, que era Rector en el Colegio de Santiago. Nos permiten también a nosotros los señores capitanes, si hay oportunidad, el dar un paseo por la concha y entrar en las otras embarcaciones en que hay jesuitas y así se ha pasado este día con bastante gusto, haciendo y recibiendo visitas de amigos, condiscípulos y otros; y en nuestras conversaciones, como se deja entender, no se habla de otra cosa que de arrestos, viajes y mil particulares sucesos en esta y en la otra parte. Y he oído hablar tanto en estos asuntos, que casi me hallaba en estado de escribir con alguna exactitud del arresto y viajes de la mayor parte de los colegios de la Provincia, y lo dejo de hacer principalmente porque como antes insinué es muy creíble que en todos los colegios haya habido alguno que haya tenido este pensamiento y cuidado.

100. El P. Ossorio nació en Grajal, León, el 15 de julio de 1713, hijo del conde de Grajal, Grande de España, entró en la Compañía de Jesús a los 14 años; enseñó Filosofía en Medina del Campo desde 1740 hasta 1743, cuando tomó el grado de doctor en Teología por la Universidad de Salamanca, pasó al Colegio Romano a enseñar esta materia y desde Roma volvió a Salamanca en 1757, tras jubilarse de la cátedra. En Roma escribió un libro contra el cardenal de Noris titulado Philaletes. En 1758 fue nombrado rector del colegio de Salamanca hasta enero de 1767, que fue elegido provincial de Castilla. Dejó el provincialato en 1770, pasando a asumir el rectorado de la casa de Crespelano, en Bolonia, donde algunos jesuitas recibían la tercera probación. Tras la extinción se retiró a la campiña boloñesa, y allí, en 1776, se vio atacado por un golpe de perlesía de la que no se recuperaría; murió dos años más tarde, el 31 de julio. El P. Luengo le dedicó una pequeña biografía tras su muerte que puede consultarse en su Diario, t. XII, pp. 318 y ss. 156

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 Día 21 de mayo Se observa en los capitanes, y en otros a quienes toca, mucha actividad y empeño en meter en los navios aún las últimas provisiones que sólo se suelen hacer cuando está muy próxima la partida; y nos han hecho observar algunos, que son prácticos en estas cosas, que las provisiones, que se meten en los navios, no pueden ser ni en más abundancia ni más escogidos101. Y por lo que toca a gallinas somos todos testigos que andan con barcas llenas de ellas por nuestras embarcaciones y se toman cuantas se quieren. Las órdenes de nuestra Corte, en cuanto a nuestro trato en tierra, han sido honradas y aun generosas, y no dudo que serán semejantes para nuestra navegación. Y en este particular hay la casualidad, o fortuna, de que dos sujetos, que tienen mucha parte en las disposiciones para esta navegación, son amantísimos de la Compañía y capaces de todo por hacernos algún bien y suavizarnos nuestro penoso viaje. Uno es el Excelentísimo Sr. D. Julián de Amaga102, Secretario de Estado de la Marina, de quien dependen principalmente los navios del Rey. Nos consta que Su Excelencia ha tenido empeño en que en los navios de guerra se nos diese el mismo trato y mesa que a la oficialidad, pero habiendo representado los capitanes ser esto imposible con doscientos hombres, especialmente cuando se camina, se ha convenido en que se nos dé un trato bueno y abundante, aunque sin tanta variedad de platos, como a la oficialidad. El otro es D. Pedro de Ordeñana, Intendente en este Departamento de El Ferrol, hermano del P. Miguel de Ordeñana103, 101. Sobre los alimentos que embarcaron para la travesía consúltese, A.G.S., Marina, Leg. 724: Pedro de Hordeñana a Julián de Arriaga, Esteiro, 22 de abril de 1767. 102. Julián de Arriaga era uno de los miembros más veteranos del equipo ministerial, ya que era secretario de Marina e Indias desde la remodelación que se produjo en las secretarías tras la caída del marqués de la Ensenada en 1754. Vid. Gaceta de Madrid, 23 de julio de 1754. Con anterioridad a la Secretaría, Arriaga había ocupado los cargos de gobernador de Venezuela entre 1749 y 1751, y los puestos de presidente de la Casa de Contratación e intendente de Marina de Cádiz. En GIMÉNEZ LÓPEZ, E.: op. cit., 1992, pp. 41-58. Luengo escribió una biografía comentada sobre Julián de Arriaga que puede consultarse en el Diario, t. X, p. 92. 103. Miguel de Ordeñana era natural de Bilbao, donde nació el 16 de febrero de 1716. Fue maestro de Filosofía en Medina del Campo y de Teología en los colegios de San Ambrosio de Valladolid y en el de Salamanca; en 1755 recibió el gra157

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Doctor en la Universidad de Salamanca que está aquí como todos los demás, para ir a su destierro. Nos ha visitado el Sr. Intendente en todas las embarcaciones ofreciéndose a servirnos en lo que pueda, y procurando animarnos y consolarnos. Pero no puede disimular que está más penetrado de dolor que nosotros, y que necesita más que todos de consuelo. De este Sr. Ordeñana depende principalmente todo el punto de provisiones y más en particular en las embarcaciones que no son de guerra; y no hay que dudar de su cariño y afecto, que todo lo hará del mejor modo que le sea posible para nuestro alivio y regalo. No ha faltado tampoco este día la comunicación entre unos y otros de todas las embarcaciones, y aunque con algún secreto he sabido con seguridad que en este puerto se ha agregado otro novicio a los que vienen de Santander. Este es el H. José Martínez104, que es natural de este mismo puerto. Siguió este joven hacia Santander, aun después que fueron despojados en Falencia de la sotana. Pero habiendo llegado a entender por el camino que toda la Provincia se había de juntar en El Ferrol, y más temiendo no encontrar ya en Santander a los padres, se desprendió de los otros novicios y se vino como pudo a su casa. Y ahora ha logrado reunirse otra vez a la Provincia, y seguirnos al destierro.

Día 22 de mayo Todo, según parece, está pronto y dispuesto para salir al mar y emprender la navegación hacia Italia, como deseamos todos y no menos nosotros que los oficiales y marineros; pero falta un viento favorable, y éste no sabemos cuándo vendrá. Entre tanto, y habiendo visto y observado bien este navio, y estoy por decir estudiado hasta poder formar si fuera necesario una pintura o descripción de él no del todo despreciable, nos do de doctor en la Universidad de esta última ciudad. Falleció el 27 de enero de 1784, en el exilio. 104. José Martínez era natural de El Ferrol, donde nació el 27 de febrero de 1748. Novicio del Colegio de Falencia, fue uno de los firmantes del memorial que los novicios enviaron a España solicitando pensión tras la extinción de la Compañía en 1773. El P. Luengo le dedicó una pequeña biografía tras su muerte en 1780, que puede consultarse en el Diario, t. XIV, pp. 31-38. 158

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divertiremos en explicar la manera con que nos hemos colocado para hacer esta navegación y lo haremos de tal modo que, los que han visto navios, la comprendan fácilmente y los que no los han visto nunca formen lo menos una idea de la estrechez y opresión en que estamos. En lo último, o parte del navio que se llama popa, hay tres buenas piezas o salas, una sobre otra perfectamente. La más alta de todas es la cámara del Capitán105, en que vive él solo, y sirve para comer la oficialidad, y la del medio se llama de los oficiales, porque alrededor de ellos tienen sus camarotes o aposentillos; y la más profunda es la Santa Bárbara, en la que tienen las municiones de guerra, y viven algunos artilleros. Desde estas tres salas hasta la proa del navio hay tres como tránsitos bastante largos, el de arriba desde la cámara del Capitán al descubierto en donde nadie vive. Los otros dos, que corren hasta la proa del navio, desde la cámara de en medio y la Santa Bárbara, están cubiertos y en ellos estamos colocados nosotros en esta forma. Han retirado a la bodega los cañones de uno y otro lado en el pedazo de tránsito desde la Santa Bárbara hasta el árbol mayor, y aquí han hecho una división de tablas, dejando para los marineros una gran pieza desde el palo o árbol mayor hasta la proa, y otra, como de once varas en cuadro, para nosotros, desde el palo mayor hasta la Santa Bárbara; y ésta la dividieron después en dos, y quedaron dos aposentos, de once varas de largo, y de anchos como unas cinco a seis. En cada uno de los lados o bandas han formado dos series o filas de catres o sepulturas de tablas, una encima de la otra, y con ellas han llenado de manera los dichos aposentos que no han dejado más que un senderillo estrecho, en que no caben dos a un tiempo, para entrar y salir de las sepulturas. Cada una de éstas es algo más de dos varas de larga, de ancha cinco cuartas cortas, y lo mismo o poco más de altas, contando no solamente el costado que forma la tabla sino también el aire que queda libre para cada una; y así, ni los que están en la fila u orden inferior se pueden sentar francamente sobre su cama, porque tropiezan con las tablas del orden supe105. Por tratarse de un navio de guerra, su grado era el de comandante. 159

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rior, ni los de éste, porque dan con la cabeza en el techo del navio. En un rinconcito o esconce que hay entre los dos aposentos, y como debajo de una escalera, se ha formado un oratorio en que se han dicho algunas misas. Ciento diez vamos acomodados al modo dicho en los dos aposentos que han formado desde el palo mayor hasta la Santa Bárbara. En esta pieza, que está bastante embarazada con cañones y otras cosas, van solamente unos treinta y dos y con menos estrechez que los otros. Unos veinte tienen sus camas sobre sus tarimas, o catres en el mismo piso o pavimento de la pieza, unidas y pegadas entre él de manera que sólo se ha dejado desocupado algún otro senderito para el paso y comunicación; las otras dos tienen sus colchones en el aire colgados de cordeles y no hay más de esta manera porque lo impide la caña del timón del navio que, con su movimiento de un lado a otro, cuando se va caminando, forma dentro de la misma Santa Bárbara un semicírculo muy grande. Los que restan hasta los doscientos están en parte del tránsito que corre desde la cámara del medio hasta la proa, unos en sus tarimas muy arrimadas sobre el piso y otros en colchones colgados en el aire106. Todos estamos malísimamente, en suma estrechez y opresión, como se puede entender por lo que se acaba de decir; pero peor que todos los de los dos aposentos bajos y menos mal que los otros, los que están en este tránsito alto, pues al fin tienen algo más de oreo y desahogo. Este es el modo con que vamos distribuidos y colocados en este navio de guerra de «San Juan Nepomuceno» los doscientos jesuítas que hemos entrado en él, y con poca diferencia del mismo modo van todos los demás en el otro navio de guerra y en las embarcaciones mercantiles. Situación a la verdad más miserable y más incómoda de lo que se puede figurar quien no haya entrado en navio. Pero, ¿cómo, dirán algunos de 106. Cuando el P. Luengo detalla los colchones se refiere a los coys, es decir: trozos rectangulares de lona que, colgados de sus cuatro puntas, servían de cama a bordo y que eran normalmente utilizados por toda la marinería. Cuando no se usaban para descansar, se colocaban en cubierta hechos unos ovillos y pegados unos a otros, a modo de apoyo para hacer fuego y para que sirvieran de parapeto. 160

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éstos, siendo una nave de guerra una máquina tan grande, tan espaciosa y tan capaz no se nos ha dado más sitio para nuestra habitación? ¿Y dónde se han de meter centenares de hombres entre oficiales, soldados y marineros que vienen aquí con nosotros? ¿Dónde decenas de bueyes, piaras casi de carneros, centenares y acaso millares de corrales, o pipas de treinta y cuarenta cántaros de agua y vino, y tanto género de cosas y provisiones que llenarían una gran plaza si se sacasen fuera? Acaso pudiéramos tener alguna queja de que nos hayan metido a doscientos en un navio; pero habiendo de ser en tan grande número, no es fácil que podamos estar con mayor comodidad y desahogo.

Día 23 de mayo Ha ido llegando estos días algún otro de los que habían quedado en los colegios de La Corana; han venido el P. Velasco y el H. Pórtela, y así ha quedado solamente allí el P. Esteban Romero. Ha venido también el H. Procurador de Monterrey; pero no sé que hayan llegando de Orense y Pontevedra

los hermanos Procuradores Orbiso107 y Lanciego108. Según es-

to, en cuanto yo he podido averiguar, sólo quedan por ver tres jesuítas, que son los dichos, de los que vivíamos en Galicia. A estos se deben añadir otros dos de los que vinieron de. otras partes que se quedan en este puerto. Uno es el P. Bernardino Caraveo109, hombre ya muy anciano y con muchos ayes, que vi-

107. Francisco Orbiso era procurador del colegio de Orense y moriría en 1768 cerca de Bolonia. 108. Anselmo Lanciego era procurador del colegio de Pontevedra, llegó a Ajaccio el 22 de marzo de 1768. Tenía dos hermanos, Basilio y Toribio, pertenecientes también a la Provincia de Castilla y era primo de Ignacio Echauz, procurador en el colegio de Santander. Hacia 1771 vivían los cuatro en Genova y todos ellos habían dejado la Compañía. 109. Bernardino Carabeo era sacerdote en el colegio de Oviedo, había nacido el 21 de mayo de 1690 en Villafranca del Bierzo. Llegó a Córcega con los procuradores de los colegios en noviembre de 1767, en Bolonia vivió en la casa Fangarezzi. Fue profesor de Campomanes en Oviedo y cuando se pidió al fiscal permiso para que este anciano no abandonara España contestó: «\Caraveo!, el primero de todos ha de ir ese diablol», falleció en Bolonia el 31 de marzo de 1771. 161

D I A R I O DE LA E X P U L S I Ó N DE LOS JESUÍTAS

vía en Oviedo. El otro es el P. Pedro Peñalosa110, que a sus muchos años e indisposiciones junta no pequeños principios de escorbuto, que es un mal contagioso y de mucho peligro en la mar. Todo, según se ve, está pronto y dispuesto para la partida y el viento, que nos faltaba, nos ha venido esta tarde, habiéndose levantado un aire muy bueno entre Oriente y Nordeste y es el más a propósito para salir de este puerto y para caminar los primeros días de nuestra navegación. Con esta novedad, toda la gente, los oficiales y nosotros nos hemos alegrado mucho, y no se habla de otra cosa que de la marcha que tocamos ya con la mano. Día 24 de mayo Día del glorioso San Juan Francisco de Regís. El viento de Nordeste, que se levantó ayer tarde, se ha conservado toda la noche, y amanecimos con él esta mañana. Y así muy temprano tiró cañonazo de leva, como dicen los marinos, el navio de guerra de «San Genaro», que es la Nave Capitana o Comandanta de toda la escuadra o convoy111. Toda la gente se puso al instante en movimiento y sólo se pensó en trabajar con diligencia en todas las embarcaciones, subiendo a ellas las barcas y falúas, preparando las velas y sacando las áncoras. Y habiendo proseguido la Nave Comandanta dando las señales acostumbradas, a las ocho en punto de la mañana de este día veinticuatro de mayo de este año mil setecientos sesenta y siete, empeza110. Pedro Peñalosa nació en Segovia el 11 enero de 1692. Había sido maestro de Teología, Prefecto de los estudios mayores del colegio de Segovia y traductor de obras sobre el Sagrado Corazón del francés. Llegó a Calvi con los procuradores de los colegios en noviembre de 1767, viajando desde Segovia a Santander, desde ahí por mar a El Ferrol y desde este puerto por tierra a Cartagena, desde donde embarcó con rumbo a Córcega; tradujo una obra sobre la devoción al Sagrado Corazón, la del P. Croiset. Murió el 5 de octubre de 1772 a causa de un escorbuto que ya se le había declarado en España antes del destierro. En A.G.S., Marina, leg. 724, se encuentra la certificación médica que certifica esta enfermedad del P. Peñalosa en 1767 y recomienda que no efectúe el viaje al destierro. 111. El navio «San Genaro» fue construido, como el «San Juan Nepomuceno», en 1766, y también iba armado con 74 cañones, se hundió en 1805 en la batalla de Trafalgar. 162

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mos a caminar, saliendo finalmente de España, nuestra patria, y de los dominios de Su Majestad Católica, en cumplimiento del destierro a que se nos condena, sin saber cuándo se nos permitirá volver a verla, ni de nuestro destino otra cosa que el que nos llevan a Italia. En esta sensibilísima y dolorosísima partida no hay otro consuelo que el solidísimo del testimonio de nuestra inocencia, y la segurísima confianza de que es igualmente poderoso Jesucristo en la mar que en la tierra, en Italia que en España y en todas las otras partes del mundo. El orden de salir del puerto y de caminar es del modo siguiente. Delante de todas las embarcaciones, o en la vanguardia, va el navio de guerra «San Genaro», que es la Comandanta de todas, porque su Capitán D. Diego de Argote es más antiguo que el Capitán del otro navio. En el medio o centro van las seis embarcaciones mercantiles, y en el último lugar o retaguardia va nuestro navio «San Juan Nepomuceno», mandado por el Capitán D. José Beanes112. El viento se ha mantenido todo el día del mismo lado, y es tan favorable, especialmente después que salimos fuera de las puntas de tierra o cabos, dejando a la mano izquierda la famosa Torre de Hércules, que se puede decir que es de popa, y el mismo es oportunísimo hasta doblar el cabo de San Vicente. Con un viento en popa y bastante vivo ya se deja entender que hemos caminado mucho y hubiéramos caminado mucho más, si los navios de guerra no se fueran acomodando y atemperando a las otras embarcaciones, que no pueden caminar tanto como ellos113. ¿Y cómo podré yo explicar aquí el miserabilísimo estado en que se han hallado y se hallan todavía casi todos los que vinieron de La Coruña, que casi no habían entrado hasta hoy en la mar y aún muchos de los otros que vinieron de otras partes? Todos éstos se han mareado terriblemente, que casi es tanto a 112. José Díaz Veañes. En GIMÉNEZ LÓPEZ, E.: op. cit., 1993, p. 593. 113. Las embarcaciones que salieron el día 24 de mayo de El Ferrol, con un total de 652 jesuítas, fueron: dos navios de guerra, el «San Genaro» y el «San Juan Nepomuceno», una fragata sueca llamada «Pedro Orenchiold», una urca holandesa «La Posta del Mar», una fragata vasca «La Victoria» y tres paquebotes, el «San Miguel», «San Joaquín» y «San José». En GIMÉNEZ LÓPEZ, E., op. cit., 1993, p. 612 (168). 163

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primera vista, como llegar a padecer agonías mortales y casi las ansias de la muerte. ¡Qué espectáculo!, ver a tantos hombres tirados por los rincones del navio, arrojados sobre sus camas sin oírse por todas partes más que suspiros, ayes y lamentos, ansias, arcadas y golpes de vómito violentísimos con unos dolores y convulsiones tan grandes que parece se les arranca el alma. Los oficiales y marineros animan y consuelan a todos la primera vez que navegan y que en pocos días se pasan. Entre tanto se padece mucho, y la mayor parte no ha probado un bocado en todo el día. Yo no lo he pasado tan mal porque, siguiendo el consejo de algunos oficiales, me he esforzado a conservarme al aire en lo alto del navio, a dar mis paseos por él, sin acobardarme, ni desistir de mi empeño, aunque todo, cielo, tierra, aguas y navio se me andaban alrededor y se me turbaba mucho la cabeza y andaba como un borracho.

Día 25 de mayo En la noche ha habido no pocos trabajos como se deja entender, habiendo tantos que no pueden reposar por el mareo y que impiden no poco el reposo de los demás. El viento se ha conservado toda ella, y hemos caminado bien y pasado el cabo de Finisterre; pero, con asombro de todos, hemos amanecido tan en alta mar que apenas, y sólo confusamente, se descubría la tierra. Nos hallamos solos con nuestro navio sin ver por lado ninguno alguna de las otras embarcaciones. Mandó el Capitán que se parase el navio atravesándole o poniéndole de costado al viento, que es una postura muy violenta y muy incómoda para los pobres que están mareados. Empezó entonces nuestro navio a disparar cañonazos y al ruido de ellos se le fueron acercando hasta poderlas hablar y dar las órdenes tres de las embarcaciones mercantiles del convoy, es a saber, la brea holandesa, la fragata turca, y uno de los paquebotes; y hecha esta diligencia, sin verse por parte ninguna, ni el «San Genaro» ni las otras embarcaciones, empezamos a caminar poniéndonos, como dicen los marinos, a camino o a rumbo hacia eso del mediodía, habiendo perdido toda la mañana. 164

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No dejamos de conocer nosotros y nos confirman en nuestro modo de pensar algunos oficiales, aunque con mucho secreto, que todo esto ha sucedido así, por proyecto formado por nuestro Capitán Beanes, de acuerdo con los Patrones de las tres embarcaciones mercantiles, antes de salir de El Ferrol; y la causa de haber tramado este enredo no puede haber sido otra que no gustar de ir sujeto y dependiente del Capitán Argote y deleitarse mucho en hacer él de Comandante; pues si no fuera proyecto formado de antemano, se hubiera sido muy fácil seguir al navio de «San Genaro», que llevaba un gran farol en la popa; y más habiendo sido el viento toda la noche seguido e igual, y aunque vivo, nada violento ni impetuoso. Y la grande solicitud que mostró nuestro Capitán con recoger las tres embarcaciones dichas, sin cuidarse nada de las otras, es prueba evidente de que estaba de acuerdo con ellas en que se separarían del «San Genaro» e irían en su compañía; y por la razón contraria supone que las otras tres van siguiendo al dicho navio. El viento se ha conservado del mismo modo toda la tarde y se ha caminado muy bien.

Día 28 de mayo Estos dos días pasados veintiséis y veintisiete nos ha favorecido también el viento Nordeste, y hemos caminado tanto, aunque nuestro navio se va deteniendo por aguardar a las tres embarcaciones que lleva bajo de su escolta, que esta mañana doblamos el cabo de San Vicente a tanta altura de mar, que apenas se descubría la tierra. Y así hemos caminado en tres días y medio, como unas doscientas leguas que echan desde El Ferrol hasta doblar el dicho cabo. No hemos descubierto en todos estos días al navio «San Genaro», ni a ninguna de las otras embarcaciones, no hemos tenido noticia alguna de ellas; pues una embarcación que encontramos ayer, y es la única que hemos visto desde que salimos de El Ferrol, no quiso responder a las preguntas que se le hicieron por este navio, aunque, según dicen los marinos, la costumbre y leyes de mar piden que la embarcación menor se sujete en alguna manera a la más grande y la haga algún obse165

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quio y responda a las preguntas que se le hagan. La dicha embarcación era un paquebote mercantil de los Jorges (que así llaman nuestros oficiales a los Ingleses) y estuvo tan atrevido, que a la descortesía de no hacer obsequio ninguno al navio de guerra, ni responder a sus preguntas, añadió el insulto de pasar por delante de su proa y casi debajo de ella, que dicen, es una injuria muy grande. Por lo menos, varios de los oficiales montaron en cólera y pidieron al Capitán que se le hiciese fuego, de lo que éste se excusó, aunque estaba también muy alarmado, por no causarnos molestia a nosotros. Muchos de los que se marearon han vuelto ya sobre sí y están buenos y alegres, y solamente algún otro se halla todavía en mal estado. Día 29 de mayo Esta noche se paró el viento Nordeste, que tanto nos ha favorecido hasta ahora, y en esto hemos tenido una gran fortuna y felicidad; pues doblado el cabo de San Vicente mudamos en gran parte de rumbo y el viento, que hasta aquí ha sido oportunísimo, empezaría a ser casi contrario o por lo menos poco favorable. En efecto, desde El Ferrol hasta el cabo de San Vicente hemos llevado la proa mirando entre mediodía y poniente, a Sudoeste y ahora empezamos a llevarla entre Mediodía y Oriente, a Sudeste. Nos mantuvimos en calma hasta las cinco de la tarde, que se levantó de buen lado un vientecito fresco y con él nos pusimos a la entrada del estrecho de Gibraltar. Pero, acercándose la noche, tuvieron por conveniente dejar el paso del estrecho para mañana, y así viraron de bordo, como aquí se dice, y es hacer dar media vuelta al navio y sólo se trata de no apartarnos mucho del estrecho, pero no de ir adelante. Esta tarde misma se descubrió una nave bastante abultada, la que nos trajo por una parte alguna diversión y por otra una grandísima molestia. Sospechó el Capitán y algunos oficiales que fuese algún corsario de moros y aún me inclino a que lo creyeron; pues no pudieron disimular en el semblante que se habían inmutado o de cólera o de miedo. Sólo esto era bastante para que muchos pusilánimes entre nosotros se llena166

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sen de terror; pero esto no fue más que empezar. Mandó el Capitán que se hiciese zafarrancho, que es decir que se preparase el navio y todas las demás cosas necesarias para entrar en combate. Se señaló su sitio a todos, al oficial, al artillero, al soldado, al marinero y al grumete, y entre los muchos oficios que señalaron uno fue el de arrastra muertos y heridos; se abrió la Santa Bárbara, se sacaron cartuchos, se desembarazó todo el navio y se cargaron con bala los cañones; en fin, se hizo todo lo necesario y conveniente para entrar de un momento a otro en batalla. Estaba el navio en esta ocasión tan limpio, tan exento y tan desembarazado que, desde lo más retirado de la popa hasta la proa misma, no se descubría en una distancia tan grande otra cosa que cañones, balas, y otros pertrechos militares. Todo esto para muchos de nosotros fue una diversión gustosa, pero no se logró sin la molestia de muchos, especialmente, en la Santa Bárbara y en las baterías del medio, de ver tiradas y trastornadas sus camas, sus baúles y todas sus cosas y sin otra mayor que alcanzó también a muchos, de que sus colchas, mantas, manteos y otra ropa en montón y confusamente fueron puestas en una grande red, que rodea todo el castillo o toldilla, para que sirviesen a los soldados como de trinchera contra las balas del enemigo. La embarcación era una nave gruesa de comercio de los ingleses, como ella misma lo dijo, habiéndose acercado a nosotros. Día 30 de mayo Esta mañana amanecimos con viento contrario y bastante recio y así no se pensaba en otra cosa que en no volver atrás bordeando de un lado a otro. Pero duró poco este trabajo pues a las cuatro de la tarde se nos puso el viento de Sudoeste que, aunque no es en popa, es bastante bueno para el rumbo que llevamos. Con él antes de acabarse el día nos pusimos muy cerca del estrecho y a las diez de la noche para pasarle con más seguridad y sin riesgo, se nos puso enteramente de popa, y muy blando y suave que es lo que se podía desear. A la hora regular se fueron todos a recoger, pero otro amigo y yo nos quedamos arriba para ver cómo pasábamos el estrecho. De las diez 167

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a las doce de la noche fue el tiempo más crítico; y entonces estaba pronta toda la tripulación, cuando en otras ocasiones la mitad solamente está de guardia y la otra mitad descansando; y los oficiales, hasta el mismo Capitán, todos estaban ocupados, repartidos por los costados y proa del navio. En aquellas dos horas hubo un silencio profundísimo sin oírse siquiera escupir a un hombre y sólo se oyó alguna otra palabra en orden al gobierno y dirección del navio; pero a eso de las doce de la noche repentinamente prorrumpieron todos en alegres vivas y pálmeteos, como que entonces puntualmente acabábamos de salir del estrecho y entrábamos en el Mediterráneo. Las embarcaciones que siguen a nuestro navio pasaron el estrecho con igual felicidad que nosotros y en la misma hora. Día 31 de mayo Cuando nos levantamos esta mañana ya estábamos algunas leguas dentro del Mediterráneo, y así no hemos podido ver ni a Gibraltar ni a Ceuta y de la África solamente hemos visto a Tánger, antes de entrar en el estrecho y a Tetuán, en mucha distancia desde donde estamos ahora. Al ver que hemos pasado el estrecho de noche muchos creen que el no haberle pasado, la noche del veintinueve, no fue por miedo de algún peligro sino por temor de nuestro Capitán de que por ventura le estaría aguardando del otro lado del estrecho el Capitán Argote, y huye en cuanto puede de encontrarse con él. Al amanecer de este día, el viento de Poniente u Oeste, que mientras pasamos el estrecho como entonces nos hacía al caso, había sido blando y suave, se arreció mucho y nos ha durado en la misma fuerza todo el día y así hemos caminado grandemente.

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Junio Día 2 de junio Todo el día de ayer se conservó con bastante fuerza el viento de poniente, que es en popa, según el rumbo que ahora llevamos y así caminamos tanto que, habiendo pasado a Málaga, Almería, doblado el cabo de Gata, nos hallábamos al anochecer casi enfrente de Cartagena. Hoy nos ha favorecido también el mismo viento y como a media mañana montamos el cabo de Palos. Desde este cabo se pueden tomar dos rumbos muy diferentes para ir al puerto de Civitavecchia, en donde debemos desembarcar. Uno es sobre las costas de España y Francia, dejando a mano derecha las islas de Menorca, Mallorca, Cerdeña y Córcega, y metiéndose después entre esta última isla y el continente de Italia arribar por aquella parte a Civitavecchia. El segundo es arrancar en derechura desde este cabo como si hubiéramos de ir a Ñapóles o Sicilia, dejando a mano derecha la África y a la izquierda todas las dichas islas y después de montar la Cerdeña, dejarnos caer en Civitavecchia. Se sacaron públicamente muchos mapas y derroteros, se vio y observó todo, se habló y disputó mucho sobre el caso diciendo también nosotros lo que se nos ofrecía, y al cabo se resolvió seguir el segundo principalmente por estas dos razones. Primera, porque si bien el primero es algo más corto está muy lleno de islas pequeñas, y no deja de haber algún peligro; o por lo menos no es tan seguro como el otro, en el cual todo es mar ancho y abierto sin islas algunas. La segunda, porque habiendo tantas islas hay necesariamente más cabos que montar, que en el otro rumbo, en el que solamente hay que montar la Cerdeña; a lo que se añadió también que el piloto mayor de este navio no es práctico del Mediterráneo, y por tanto no entraba con gusto en caminar, entre tantas islas. Otra razón que ninguno daba es, a mi juicio, la que principalmente ha determinado a nuestro Capitán a seguir el dicho rumbo y ésta es el no encontrarse con el «San Genaro» que, todos suponen, va por el otro rumbo; porque el Sr. Argote, que mandó muchos años los 169

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jabeques114 de corso contra los moros, sí es muy práctico de estos mares y no teme caminar entre las islas. Nuestro Capitán Beanes se halla grandemente y se complace mucho mandando en jefe toda esta escuadrita o convoy. Y esta, su sensible y palpable complacencia, juntamente con los tres sucesos de haber abandonado el rumbo el primer día de navegación, de haberse detenido sin necesidad alguna en pasar el estrecho y de haber escogido ahora este rumbo, por donde no va ciertamente el Sr. Argote, demuestran que antes de salir de El Ferrol formó el proyecto de separarse en la navegación del navio de «San Genaro». Día 4 de junio Aunque se conservó ayer el viento del mismo lado, fue muy flojo y endeble, y así no se caminó gran cosa. Del mismo modo prosiguió hasta esta mañana a eso de las nueve que, repentinamente y sin haber sido observado, vino sobre nosotros un nublado o tempestad. No fue muy grande, pero como vino impensadamente y empezó a correr un viento impetuoso y a caer una lluvia copiosa, estando el navio muy cargado de velas, pudo ser de algún peligro y de cierto fue de grandísimo trabajo para los marineros y oficiales. Estos salieron todos a cielo descubierto, recibiendo sobre sí toda la lluvia, para animar con su ejemplo a los marineros que, con increíble fatiga sin reparar ni en viento ni en agua, recogieron o amainaron todas las velas, menos una pequeña que llaman velacho y está en el palo trinquete, que es el más inmediato a la proa. Con esto se salió enteramente de cuidado y siendo en popa el aire de la tempestad se caminó con él velocísimamente, y lo mejor fue que, aunque algo más templado, se mantuvo de aquella parte y nos ha durado todo el día. Día 5 de junio Duró también hoy el mismo viento que ayer, aunque no ha sido tan vivo y con tanta fuerza; y con él caminamos muy 114. Embarcaciones costaneras de tres palos, con velas latinas que, en ocasiones, podían navegar también a remo. 170

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bien toda la mañana, y lo mismo hubiera sido por la tarde si no nos la hubiera hecho perder casi toda la fragata sueca, que es una de las embarcaciones de nuestro convoy. Pero, después de medio día, se observó que se quedaba muy atrás la fragata sueca, y reparando un poco más en ello se conoció que estaba parada. Se paró entonces nuestro navio atravesándose al viento, puso varias banderas y tiró algún otro cañonazo; y todas estas cosas, según las instrucciones que tienen de antemano, eran señales con las que se la mandaba que caminase y se acercase al navio. Pero, por más que se la llamaba, ella se estaba inmoble y entonces resolvió nuestro Capitán que fuésemos a buscarla del mejor modo que se pudiese, aunque era el viento contrario, íbamos caminando hacia ella y se notó que había puesto bandera de socorro, con lo que en el navio se dobló la diligencia en caminar y todos entramos en miedo de alguna grande desgracia, o de peligro de perderse la embarcación. Ya estábamos sobre la fragata, habiendo caminado hacia atrás con viento contrario como unas tres leguas, cuando ella misma nos sacó del susto habiendo empezado a caminar hacia nosotros. Y preguntado el Patrón o Capitán en qué había consistido aquella tardanza, respondió que se le habían roto ciertas drizas de una de las gavias, que son los palos de que cuelgan las velas. Ya eran las cinco de la tarde cuando volvimos la proa hacia nuestro rumbo y, habiendo aflojado mucho el viento, apenas pudimos ganar antes de la noche lo que perdimos caminando hacia atrás. Es tanto lo que nos detienen estas embarcaciones del convoy, ya porque no son tan veleras como nuestro navio y ya por alguna cosilla, que la sucede a la una o a la otra, que si hubiera venido sólo el «Nepomuceno» estaríamos ya en Civitavecchia.

Día 6 de junio No se ha caminado mucho durante la noche porque aunque el viento ha sido favorable era muy flojo. Del mismo modo ha estado esta mañana y se caminaba lo que se podía. Serían como las nueve cuando los marineros que van de guardia, en las cofas de los palos, avisaron que se veía tierra por la 171

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proa, la que a juicio de todos no puede ser otra que la isla de Cerdeña. Nos alegramos mucho con esta noticia, porque desde el día dos, en que perdimos de vista por la popa las costas de España, no habiendo descubierto ni a la derecha la costa de África, ni a la izquierda isla ninguna, no habíamos visto más que cielo y agua.

Día 7 de junio Al mismo hacerse ayer de noche se puso el viento algo vivo, pero duró muy poco, y volvió otra vez a ponerse endeble como había estado todo el día. No obstante, lo que se ha caminado esta noche ha bastado para descubrir con bastante distinción la isla de Cerdeña; y según parece a la vista, y asegura un oficial que ha andado por estos mares, estamos enfrente de Cagliari, capital de la dicha isla, como a diez o doce leguas de distancia. El viento ha sido muy flojo todo el día; pero con todo esto se ha caminado alguna cosa, dirigiéndonos a tomar la altura conveniente para montar esta isla por la parte más oriental de ella. Esta tarde hemos tenido una diversión muy gustosa y tanto más que ha sido sin molestia alguna de nuestra parte, si no es que algunos demasiado pusilánimes y tímidos hayan entrado en algún miedo. Desde la mañana de este día empezaron algunos oficiales a observar con mucho cuidado una embarcación que, muy temprano, se dejó ver sobre las costas de la Cerdeña. Entre el día han ido notando, con mucha curiosidad, que ha mudado muchas veces de rumbo y de dirección sin necesidad alguna, o por mejor decir que no lleva rumbo ninguno y que está en la mar sin empeño de ir a ninguna parte. De aquí infirieron todos que, necesariamente, era algún corsario de la África. Por la tarde, como dos horas antes de anochecer, se nos puso a nuestra proa en distancia de unas tres o cuatro leguas. Enfadado entonces el Capitán de los movimientos extravagantes de esta embarcación dio orden de perseguirla y dar la caza para descubrir si era corsario de moros. Comenzaron a echar velas al navio y fueron tantas las que extendieron, de las cuales varias no se habían visto hasta ahora, que llegaron a veintinue172

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 ve o a treinta. Iba con tantas velas el navio tan hermoso, tan hinchado, tan majestuoso, y así se puede decir tan ufano y tan soberbio, que era un gusto el mirarle. No había más que un soplillo muy delicado de viento, y con él a fuerza de tantas velas se caminaba, bravamente y dos horas de día más eran bastantes para alcanzar al corsario, no obstante que echó a huir con toda diligencia, luego que conoció el empeño de nuestro navio en perseguirle, con lo cual se confirmaron de nuevo, en que era embarcación de moros. Pero la noche se acercaba y había no poco peligro en conservar el navio tan cargado de velas y verosímilmente sería todo inútil, pudiendo perderla fácilmente de vista faltando la luz del día y no convenía tampoco dejar abandonadas en tanta distancia las embarcaciones del convoy. Por todas estas razones se desistió del empeño, se amainaron muchas de las velas, se detuvo el navio a esperar las otras embarcaciones y se acabó nuestra diversión y gusto.

Día 8 de junio Por la noche se adelantó muy poco porque, aunque no dejó de haber algún viento, el navio más que en caminar pensó en cubrir y proteger a las otras embarcaciones, procurando tenerlas siempre muy cerca de sí por miedo de que el corsario de moros, con el beneficio de la obscuridad, se acercase y arrebatase alguna de ellas. Y en efecto, aseguran que durante la noche se dejó ver el corsario desde el navio; pero no pudo hacer ni aun intentar cosa alguna por estar las embarcaciones al otro costado del navio. Con el día se acabó del todo el viento y hemos estado en una calma perfecta, y el navio y las demás embarcaciones tan paradas e inmobles como si fueran casas fabricadas en tierra.

Día 9 de junio Hasta las doce, de este día nueve, estuvimos inmobles en una calma perfecta; pero desde el mediodía empezó a correr un vientecito vivo y muy favorable, con el cual se caminó bellamente y pudimos finalmente montar el cabo más oriental de 173

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la Cerdeña que parece se llame cabo Tabolaro aunque otros le dan otro nombre115.

Día 10 de junio Por la noche calmó el viento, y así nos convenía que sucediese; pues montada ya la Cerdeña, debemos mudar de rumbo y llevar la proa casi a Norte, habiéndola traído hasta ahora mirando hacia Oriente. Con el amanecer de este día nos entró un aire muy bueno y oportunísimo para el nuevo rumbo, que ahora llevamos, y así se caminó tan bien todo el día que antes de la noche habíamos perdido de vista a la Cerdeña dejándola casi a popa.

Día 13 de junio La noche del diez al once cesó enteramente el viento y la mañana del dicho día once se nos levantó un aire casi de todo contrario, y se ha conservado del mismo modo hasta la tarde de este día trece en que vamos. Con todo esto bordeando de un lado a otro siempre se ha ido ganando alguna cosa. Y hoy al mediodía gritaron con mucho contento y alegría los marineros que van de centinela en las cofas de los árboles, «tierra, tierra por la proa»; la que no puede ser otra que la Italia y, por la tarde ya llegamos nosotros a descubrirla desde abajo, con lo que se ha alegrado mucho la gente viéndose tan cerca del término de su viaje. Por la tarde se dobló un poco el viento hacia poniente y llevando la proa un poco más hacia Oriente, aunque no era en popa, se ha caminado bastante bien sin necesitar de dar bordes a un lado y a otro.

Día 14 de junio Domingo de la Santísima Trinidad. Como a eso de las nueve de la mañana nos entró un viento Sudeste bastante vivo y no era del todo malo por habernos inclinado ayer hacia Oriente algo más de lo que convenía para arribar a nuestro término, 115. Probablemente se refiere al cabo Carbonara, al sudeste de Cerdeña. 174

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obligados del viento de poniente. Se ha hecho en el navio fuerza de vela con todo el empeño posible, y así se logró a las cuatro de la tarde de este día catorce, domingo de la Santísima Trinidad echar áncora en alta mar, como a una legua de Civitavecchia, después de veintiún días y ocho horas de viaje, habiendo salido del puerto de El Ferrol el día veinticuatro del mes pasado de mayo a las ocho de la mañana. Navegación felicísima en cuanto al tiempo que se ha tardado y de la cual, según hablan estos señores marinos, habrá pocos ejemplares, especialmente viniendo en escuadra o convoy, y siendo preciso atemperarse a la más pesada de todas y que haya muchas casualidades o desgracias que hagan perder mucho tiempo. A la verdad, el viaje que hemos hecho en veintiún días desde El Ferrol hasta este puerto de Civitavecchia es no menos que de setecientas leguas y no de un mar ancho, abierto y seguido, sino doblando tantos cabos y puntas que hemos venido a formar en nuestra ruta las tres partes de un círculo y así, cada tres o cuatro días, mudábamos de rumbo y necesitábamos de nuevos aires y hemos tenido la felicidad, de lo que damos las gracias al Señor, que nos hayan venido casi tan oportunamente como si las tuviéramos en nuestra mano. Las otras embarcaciones supieron también aprovecharse del mismo viento y antes de la noche todas estaban ancoradas alrededor de nuestro navio. Luego que se aseguró el navio mandó el Capitán que se tirase un cañonazo, con el cual se pedía a la ciudad un práctico del puerto, y al mismo tiempo se pretendía tomar lengua y las noticias convenientes para nuestro desembarco. Al anochecer llegó de la ciudad, en una barca, una persona de buen porte que después supimos que es el Cónsul de España en Civitavecchia 116. Sin decir cosa ninguna, ni a nosotros ni a los oficiales, se entró en la cámara del Capitán en donde estuvieron los dos a la puerta cerrada un largo rato estando, entre tanto nos116. Se trataba de José Pucitá que fue cónsul en Civitavecchia desde 1765 hasta 1802. Agradecemos estos datos al profesor Pradells Nadal que nos facilitó su obra: Diplomacia y comercio. La expansión consular española en el siglo XVIII, Univ. de Alicante - Inst. «Juan Gil-Albert», Alicante, 1992. Sobre el consulado de Civitavecchia véase pp. 127-132. 175

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otros, con no poca aprehensión y sobresalto sobre el asunto de esta misteriosa comisión. Se volvió a Civitavecchia el Cónsul y entonces nos dijo el Capitán que el objeto de su venida ha sido el intimarle un orden del Señor Azpuru, Auditor de Rota, y Ministro interino de España en la Corte Romana, de que por cuanto el Papa no permite desembarcar a los jesuitas en sus Estados, vaya a un puerto cómodo y seguro de la isla de Córcega y espere en él nuevos órdenes de la Corte de Madrid11T. Mucho más que si estas palabras del Capitán hubieran sido un horrible y espantoso trueno acompañado de muchos rayos y centellas, quedaron al oírlas generalmente todos confusos, atónitos y pálidos, cubiertos de luto y de tristeza y causó entre nosotros esta tristísima nueva una consternación, una congoja y desconsuelo tan grande, tan general, cual no la había visto nunca en todos los trabajos y desgracias pasadas. Después de mes y medio de continua inquietud y sobresalto y después de una navegación, aunque no larga, llena de incomodidades y miserias, como se dirá más adelante, nos mirábamos en el término de todas nuestras desdichas, estábamos en el puerto mismo, prontos a poner el pie en tierra, no deseábamos otra cosa que salir del mar y del poder de España, establecernos en Italia como pudiésemos y pasar una vida tranquila y sosegada, al abrigo y protección de la Santa Sede, mientras el cielo no mejorase las horas. Con estos pensamientos estábamos rebosando gozo y alegría, no pensábamos en otra cosa que en prepararnos para salir a tierra y algunos tenían ya liada su cama y dispuestos sus ajuarcillos. Y en este momento y en es117. No fue ese el destino de los exiliados, el hecho de que los jesuitas españoles no fueran aceptados por Clemente XIII en los Estados Pontificios se ha entendido como una medida protectora del Papa hacia la Compañía, intentando presionar a Carlos III para que se retractara de la medida expulsatoria y aceptara que volvieran los jesuitas a su patria. Nada más lejos de las intenciones del monarca Borbón y mucho menos de las de sus ministros, que no se amedrentaron ante la negativa papal y desembarcaron a los expulsos en las conflictivas costas corsas después de aceleradas negociaciones con Genova, que regía la isla -enfrentándose en aquellos momentos a la sublevación de los independentistas corsos—, y con Francia que prestaba ayuda armamentística a los genoveses. Sobre las relaciones diplomáticas que se mantuvieron en este sentido véase, GIMÉNEZ LÓPEZ, E. y MARTÍNEZ GOMIS, M., op. cit., 1997.

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D I A R I O D E L A Ñ O 1767 ta disposición de ánimo se nos intima resuelta y absolutamente que el Papa no nos quiere en sus Estados. No se debe extrañar mucho, a vista de esto, que a la no esperada nueva de una cosa tan extraña, tan grande y necesariamente de trabajosísimas consecuencias para nosotros, fuese tan extraordinaria y tan general la turbación y terror entre nosotros. A la cosa en sí misma terrible añadían algunos nueva odiosidad y terror con sus tristes y funestas reflexiones. Que los príncipes y cortes, decían muchos, nos persigan, nos destierren y nos cubran de oprobio se puede llevar todo en paciencia y alegría, viéndonos protegidos y amparados del Sumo Pontífice, pero que el Papa mismo, que el Vicario de Jesucristo, también muestre poco aprecio y desestima de nosotros, nos desampare y abandone, esta es una cosa terribilísima y más señalable de lo que se puede explicar con palabras. Otros ponderaban con mucha vehemencia los trabajos y miserias de esta vida de mar, que cada día serán forzosamente mayores. Algunos se confundían viendo la incertidumbre de nuestra suerte. ¿Qué vendrá a ser de nosotros?, clamaban éstos. ¿En dónde vendremos a parar y qué harán al cabo de nosotros? Y por desgracia, no dejó de haber algún otro que se explicó en tales términos como que se podía temer, que nos arrojasen una noche en una playa desierta, nos degollasen a todos o tuviésemos otro fin lamentable. En este doloroso tumulto y en medio de ser la turbación tan grande, todos, con cristiana resignación y humildad, bajaban su cabeza y sujetaban su cuello a los decretos y voluntad del Señor, veneraban profundamente sus soberanos juicios y besaban humildemente la mano que tan en lo vivo nos hiere. Y no faltaban algunos, aunque en la realidad eran pocos, que tuviesen en este terrible trance un momento de pensar sublime, generoso y aun heroico. En nuestra causa, decían estos, no menos en España que en Francia y Portugal, se ha despreciado enteramente la potestad sagrada del Papa, prendiéndonos, desterrándonos y apoderándose de todas nuestras cosas, sin que ella haya entrado para nada. Y ahora, queriendo casi por fuerza la Corte de Madrid meter en los Estados de Su Santidad tres o cuatro mil vasallos suyos, a quienes destierra por inquietos y revoltosos, se tira a ultrajar también la soberanía de 177

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los sumos pontífices, que en sus dominios son reyes tan absolutos como los de Francia y España en los suyos. ¿Se ha visto jamás que un Rey de España, Francia o Inglaterra se hayan metido unos a otros algunos millares de vasallos, de quienes quieren deshacerse por creer que son perjudiciales a sus reinos? Pues ¿qué razón puede haber justa para hacer esta violencia e insulto al Romano Pontífice? Es pues justísima la resistencia del Papa a recibirnos en sus Estados, sin que se deba ni aún presumir que esta determinación ha nacido de poco aprecio y estimación de nosotros, sino precisamente de un justo y razonable empeño en sostener los fueros incontrastables de su soberanía118. Y es también razón que nosotros nos ofrezcamos de buen ánimo a padecer los trabajos que nos pueden resultar de esta repulsa del Papa, por no ver tan abatida, tan ultrajada y pisada tan villanamente, después de su sagrada potestad, su soberanía también. Con esta reflexión tan bella, con otras de consuelo que hacían otros y, principalmente con la gracia y socorro del cielo volverá ciertamente a restablecerse presto entre nosotros aquella santa intrepidez e inocente alegría, que nos ha acompañado desde el primer momento de nuestra desgracia y ahora se ha turbado con esta no esperada novedad, y a vista de ella luego se nos ha venido a todos a la memoria lo que llegó a nuestra noticia, aún estando en la reclusión de nuestro Colegio de La Coruña, conviene a saber, que el Papa no nos quería recibir en sus Estados y que por esta causa se había desistido del empeño de nuestro embarco. Parece pues evidente que ya se sabía en la Corte de Madrid, que el Papa no nos quería recibir en sus Estados cuando se nos 118. Precisamente, esa defensa del poder pontificio, avalada con el cuarto voto que profesaban los jesuítas -de obediciencia al Papa-, fue la causa política en que alimentó el enfrentamiento de estos religiosos con los defensores de los poderes regios: los regalistas. Véase, EGIDO, T., «El regalismo y las relaciones Iglesia-Estado en el siglo XVIII» en Historia de la Iglesia en España, vol. IV, La Iglesia en la España de los siglos XVII y XVIII, B.A.C., Madrid, 1979, pp. 123-249; y «El Regalismo», Iglesia, Sociedad y Estado en España, Francia e Italia (Siglos XVIII al XX), Instituto de Cultura «Juan Gil-Albert», Alicante, 1992, pp. 193-217. MES TRE, A., «Las necesarias y cambiantes relaciones Iglesia-Estado», Iglesia, Sociedad y Estado en España, Francia e Italia, (siglos XVIII al XX), Instituto de Cultura «Juan Gil-Albert», Alicante, 1991, pp. 541-549. 178

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hizo salir de El Ferrol y acaso también de los otros puertos. ¿Puede haber mayor crueldad y barbarie que echarnos al mar sin saber qué han de hacer de nosotros, ni en qué rincón del mundo nos han de dejar? El tiempo irá descubriendo necesariamente estos tratos y negociaciones119. Día 15 de junio No menos anoche que esta mañana se han dejado ver alrededor de este navio, y de las otras embarcaciones del convoy, muchos barcos pequeños de Civitavecchia, que tratan muchas cosillas que vender y especialmente verdura, frutas, limones y tabaco de hoja, de lo cual compraban los marineros aunque con mucha cautela, porque aunque no sea tan bueno como el de España no les cuesta más que una peseta la libra, cuando allá vale treinta y dos reales y medio. De estas gentes que han venido en estos barcos hemos sabido tres cosas. La primera, que han estado ya aquí sucesivamente los convoyes de las tres Provincias de Aragón, Andalucía y Toledo; y que de todos ellos no desembarcó más que algún otro jesuita que venía enfermo y se le recibió en la ciudad. La segunda, que en la plaza está toda la artillería montada y dispuesta, y que se tiene por cierto en la ciudad que se haría fuego si intentaran desembarcarnos por fuerza. Cosa terribilísima por cierto, que yo no acabo de 119. «Mientras que los cuatro convoyes navegaban por el Mediterráneo ajenos a lo que sucedía, en Roma la noticia de una posible ruptura con España, como había acontecido en 1709, se había extendido rápidamente. La negativa del Papa al desembarco fue un duro revés al prestigio de la Monarquía, a cuyos ministros les estallaba entre las manos un inesperado problema, en el que el tiempo jugaba en su contra aceleradamente. El mismo embajador Azpuru se encontraba en una posición delicada, pues se hallaba sin nuevas órdenes de Madrid. Mientras éstas llegaban, el embajador remitió una carta a Tanucci, en Ñapóles, solicitándole consejo sobre cómo actuaren esa tesitura. En su respuesta, Tanucci expresaba sus dudas sobre que, llegado el momento, se negara efectivamente el desembarco, pero ante tal eventualidad había que descartar absolutamente la posibilidad de un regreso de los jesuítas a España por el bien del "servicio y decoro del Rey", y que era preferible desembarcarlos en alguna playa de los Estados Pontificios, o bien en el Piombino, o en la isla de Elba. Buen conocedor de los intríngulis de la política, Tanucci terminaba aconsejando a Azpuru que se entrevistara con el embajador francés, una vía, la de Francia, que pronto se mostraría como una tabla de salvación», en GIMÉNEZ LÓPEZ, E., op. cu., 1992, pp. 44-45. 179

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creer que sucediese aunque intentaran desembarcarnos violentamente; pues no es lo mismo dar orden de que se haga y esparcir, que se piensa en ello, que ejecutarlo, si llegara el caso efectivamente. Pero al fin, si así llegase a suceder sería de parte de Roma una justa defensa, y de parte de los españoles un insolente atrevimiento y una tiranía. La tercera y última, que la cosecha de este año, que está para cogerse, es muy corta y que viene sobre otras dos igualmente malas y escasas; y así que hay en toda esta tierra grande carestía y se padece mucha hambre, y aun hay sus temores de alguna peste y epidemia; y que en público se dice que esta es la causa principal de no querer el Papa recibirnos en sus Estados. De la suma carestía en que se halla este país vi yo con mis ojos una prueba evidente que me llenó de asombro y aun de horror. A mi presencia vendió un soldado de este navio una porción de bizcocho o galleta bien negra, y fatal, y casi toda reducida a rebojos y mendruguillos, a uno de los que venían en los barcos de la ciudad y éste se la pagó a dieciséis cuartos la libra, que es decir, a cuarenta cuartos el cuartal, o las cuarenta onzas de Castilla; precio tan subido y exorbitante que apenas llegó a la mitad de él el pan bueno de Castilla en los miserabilísimos años de cincuenta y dos y cincuenta y tres. Quién sabe si habiendo tanta hambre en el país, y pudiendo seguirse a ella la peste, es un beneficio muy estimable del Señor el que no nos reciba en él. Pensaba nuestro Capitán detenerse delante de Civitavecchia algún otro día y esperar a que llegase el «San Genaro» con su convoy que allí no se ha dejado ver. Pero, por causa de una pequeña tempestad, que nos vino esta mañana a las ocho, habiendo algún peligro en estar parados, y más sobre una áncora sola, se levantó ésta con la diligencia posible y empezamos a caminar. Por tanto, habiendo visto solamente desde lejos a Civitavecchia no puedo decir otra cosa de esta ciudad sino que parece pequeña; que se descubre una batería buena a la entrada del puerto y un castillo cerca y que hacia el mar presenta fábricas buenas, y hace una buena vista. La tempestad vino del Sur o mediodía con alguna inclinación hacia el Este o el oriente, y así era el aire bastante bueno para caminar al rumbo 180

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que ahora llevamos, que es hacia poniente, teniendo a mano derecha y a poca distancia la costa de Italia. Aun pasada la tempestad quedó el viento del mismo lado y con bastante fuerza, y caminamos tan bellamente que a las cinco de la tarde nos hallamos a la boca del puerto de Santo Stefano, distante de Civitavecchia como unas veinte leguas. Nuestro Capitán D. José de Beanes, que tiene tanto gusto y vanidad en hacer de Jefe y Comandante, hizo poner en el palo mayor el gallardete Real, y otro menor en él como si fuera a entrar en Cádiz o en El Ferrol al frente de una escuadra de veinte navios de línea. Pero, apenas montamos la punta oriental del puerto se descubrió en él al navio «San Genaro» y nuestro Capitán tuvo el sonrojo y confusión de hacer retirar, con disimulo sus gallardetes y entró el navio con sola la bandera regular de la popa. Las embarcaciones de nuestro convoy se han quedado tan atrasadas que, no pudiendo entrar en el puerto antes de la noche, lo dejarán para mañana. Día 16 de junio El navio de «San Genaro», Comandante de todo el convoy de nuestra Provincia, que está en este puerto de Santo Stefano con las tres embarcaciones que le siguieron, al cual no habíamos visto desde el primer día que salimos de El Ferrol, ha hecho efectivamente su viaje como en nuestro navio se suponía, sobre las costas de España y Francia, y momentos después la Córcega y, arrimándose a la costa de Italia, hubiera llegado a Civitavecchia casi al mismo tiempo que nosotros, por el otro rumbo y llevando el mismo camino que hemos traído nosotros desde aquella ciudad a este puerto. Pero el haber avistado al convoy de Andalucía, que está también aquí, y haber sabido de su Comandante, que el Papa no permitía desembarcar a los jesuitas en sus Estados, determinó al Sr. Argote a entrarse en este puerto, sin llegar a Civitavecchia, y en él echó áncoras con todas las embarcaciones de su convoy, sin haber tenido desgracia ninguna en todo su viaje. Con mucho disgusto nuestro vimos esta mañana muy temprano levantar áncoras y salir del puerto al convoy de la 181

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LOS JESUÍTAS

Provincia de Andalucía, sin haber tenido tiempo para ver aquellos padres, saludarlos, e informarnos de algún modo de sus cosas. Pero bien presto tuvimos el gusto de que habiéndole faltado un poco de aire de tierra, con que salió al mar, volvió a entrar en el puerto y ancorarse. Y aunque no se puede esperar de nuestros comandantes que nos permitan salir a tierra ni a un lugarcito que tenemos delante, no han tenido dificultad en permitirnos que comuniquemos entre nosotros, aun con los padres de Andalucía, y así se ha gastado el día alegremente en hacer visitas y recibirlas, yendo muchos a las embarcaciones de los padres andaluces y viniendo muchos de ellos a las nuestras. Y en especial a este navio en que yo estoy por venir con el P. José Francisco de Isla, y tener estos padres un deseo muy grande de ver y conocer personalmente a este hombre famoso. En nuestras conversaciones con los padres andaluces ya se entiende, aunque no se diga, que el principal asunto es contarnos nuestras cosas, nuestros arrestos y viajes y cien sucesos particulares, que les han acompañado; animarnos y consolarnos mutuamente en nuestro miserable estado; y me parece que puedo asegurar, sin mucho peligro de engañarme, que el gustoso y festivo bullicio de este día, por este feliz encuentro con los padres andaluces, ha hecho desaparecer del semblante y corazón de todos aquella tristeza y pesadumbre que nos causó la infausta nueva de que el Papa no nos recibía en sus Estados. Sería cosa importantísima referir aquí en particular sucesos y casos pertenecientes a esta Provincia, aunque he oído muchos bien extraños y singulares, no pudiendo faltar en ella alguno y aun muchos que las escriban todos con exactitud y verdad 12° y especialmente que sin entrar en este empeño ten120. Sobre los diarios que escribieron los jesuítas andaluces podemos señalar el de Alonso Pérez de Valdivia, catedrático de Teología del colegio de Jaén en el momento de la expulsión, que constató su exilio en dos obras: Comentarios para la historia del destierro, navegación y establecimiento en Italia de los jesuítas andaluces, y un compendio del anterior. Este fue uno de los escritos que un jesuita secularizado, el P. Vargas-Machuca, solicitó refutar al conde de Aranda en abril de 1773 por considerarlo injurioso contra el rey y sus ministros. Tradujo, solamente, la primera parte del diario del P. Pérez, pero Vargas afirmaba, en su in182

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go no pocas cosas que escribir. Por tanto me contento con decir en general que he tenido un consuelo y gozo muy grande reconociendo, por las muchas cosas que he oído, que en los arrestos, viajes y trabajos de esta Provincia ha reinado generalmente en todos el mismo espíritu que en la nuestra, esto es, no se ha visto otra cosa que resignación cristiana, ánimo, esfuerzo e intrepidez, viniéndose muchos, que no estaban en los colegios, por sí mismos a las cadenas y mostrando un grande empeño los novicios en seguir a los padres, aunque solamente han venido unos cuatro o cinco, y una santa, inocente y apacible alegría. Esta uniformidad de sentimientos en diversas y apartadas Provincias prueba evidentemente que en todas partes hay el testimonio fiel de la conciencia, que no nos reprende de delitos por los cuales merezca la Compañía de Jesús española ser tratada de un modo tan cruel y tan inhumano. troducción, que conocía la existencia de muchos más tomos manuscritos por este jesuíta. El P. Pérez escribió, asimismo, unas Memorias para los Comentarios del destierro que resulta un compendio de la obra anterior. Otro de los expulsos y provincial de esta provincia andaluza, Rafael de Córdoba escribió la Relación inédita del destierro de los padres jesuítas de Andalucía en 1767, que acaba el día dos de mayo en el puerto de Jerez, advirtiendo que quedaron en tierra treinta sujetos, enfermos o ancianos, y escribe: «víctimas de una horrible inquietud. Hablará por nosotros uno de ellos», tras estas letras aparece una copia del diario del P. Tienda, profesor de Filosofía del colegio de San Hermenegildo de Sevilla en 1767, titulado Diario de la navegación de los jesuítas de la Provincia de Andalucía desde el Puerto de Santa María y Málaga hasta Civitavecchia. También escribió una brevísima narración el P. Marcos Cano, sacerdote del mismo colegio sevillano el Viaje de los últimos jesuítas andaluces y descripción de Ajaccio. Señalaremos por último, relativo a la Provincia de Andalucía, dos manuscritos, uno inédito, titulado Diario breve de la navegación a Italia y otro escrito por Diego Tienda. El primero es un sintético cuaderno de bitácora, realizado durante la navegación desde el Puerto de Santa María, en mayo de 1767, hasta su desembarco en Calvi, el 14 de julio. El segundo, el Diario de la navegación de los jesuítas de la Provincia de Andalucía desde el Puerto de Santa María y Málaga hasta Civitavecchia, que escribió el P. Tienda, es un escrito que, ha sido estudiado por los profesores Enrique GIMÉNEZ y Mario MARTÍNEZ en su artículo: «Los diarios del exilio de los jesuítas de la Provincia de Andalucía», en Revista de Historia Moderna, Anales de la Universidad de Alicante, 13-14, Alicante, 1995, pp. 211254 y, posteriormente, por José A. FERRER BENIMELI, «Aproximación al viaje de los jesuítas expulsos desde España a Córcega», El mundo Hispánico en el siglo de las luces, Ed. Complutense, Madrid, 1996, pp. 605-622. Sobre la localización de estos escritos y algunos comentarios al respecto véase FERNÁNDEZ ARRILLAGA, l.,op. cit., 2000. 183

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Las muchas cosas que tenemos que escribir nos las han comunicado los mismos padres andaluces que, como Roma no está lejos, desde que llegaron a este país han tenido tiempo para escribir a dicha ciudad y recibir de ella cartas. Algunas de éstas he podido leer y de las otras he oído hablar a personas que las han visto. Y así no tengo la menor duda de que las cosas que voy a decir se hallan en dichas cartas, aunque no es fácil tener la misma seguridad de que todas sean ciertas, según en ellas se refieren. En lo que no hay que dudar es que este P. Provincial de Andalucía121 ha recibido carta de nuestro R. P. Generalm que se reduce, a lo menos en cuanto de ella se sabe, a animarlos y consolarlos en sus trabajos y desgracias a todos los de la Provincia y a encargar apretadamente al mismo Provincial el cuidado de la educación de la juventud en el país en que nos establezcamos, y que se procure que tenga alguna comodidad para proseguir con sus estudios. Es muy creíble que la misma carta se haya escrito a los Provinciales de Toledo y Aragón, y con el tiempo al nuestro de Castilla. En cartas del P. Montes123, Asistente de España, que es andaluz de nación y en otras de otros españoles, que están en Roma, se refieren las cosas siguientes. Primera, que no hay palabras con que explicar la consternación que causó en todos los 121. El provincial de Andalucía entonces era Fernando Camero, que residía en el colegio de San Pablo de Granada. Había nacido en Osuna el 23 de mayo de 1698. Durante el exilio estuvo viviendo en Ravena y murió en Rímini el 26 de octubre de 1775. 122. El general de la Compañía en 1767 era Lorenzo Ricci. El P. Luengo escribió una pequeña biografía sobre este sacerdote que se conserva en su Diario, t. VII, pp. 330 y ss. 123. El P. Francisco Montes pertenecía a la Provincia de Castilla, pero residía en Roma, donde era el responsable de la Asistencia de España. Sus cartas tuvieron un importantísimo ascendente en los expulsos pues, además de animarlos en todo momento y mantenerlos informados y conectados a sus máximos superiores, supo hacerles recomendaciones de considerable importancia; les advirtió, por ejemplo, que bajo ningún concepto dejasen sus pensiones bajo la custodia de los jesuítas boloñeses, de los que desconfiaba sobremanera dado el pésimo trato que habían dado a sus hermanos desterrados de Portugal años antes. El P. Montes, al poco de extinguirse la Compañía, fue detenido y confinado en el castillo de Sant Angelo. Luengo comenta estos hechos y da algunos datos sobre su carácter en el t. VII de su Diario. Dos años más tarde sería puesto en libertad, falleciendo en 1783. 184

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jesuítas de Roma, y en todos sus apasionados, y el pasmo y asombro en toda la ciudad, la noticia de nuestro arresto y destierro de España, comunicada a Su Santidad en carta del Rey Católico, la que se extendió bien presto por toda aquella Corte. Segunda que, en el día mismo que llegó esta estrepitosa nueva, se retiraron enteramente del trato con los jesuitas todos los españoles que hay en Roma, y muchos italianos que tienen particular conexión o dependencia de la Corte de Madrid o de Ñapóles; y entre estos uno ha sido el duque de Sora, de apellido Buoncompagni124, cuya familia por muchos años ha servido con coche a los Generales de la Compañía, y el presente se ha retirado de hacer este obsequio al P. General Ricci, aunque lo ha hecho de muy buen modo obligado de la necesidad por las conexiones que tiene con las cortes de Madrid y Ñapóles, y los jesuitas no se han ofendido de esta determinación del duque de Sora, especialmente habiendo tenido el gusto de que el mismo día se ofrecía a servir con coche al P. General otro caballero romano que, si no me engaña la memoria y me equivoco, ha de ser el príncipe Rospigliosi. Tercera, que el Papa encargó al Cardenal Torriggiani125, Secretario de Estado, la respuesta a la carta del Rey Católico, en que le había dado parte de su determinación de enviar a los 124. Ignacio Buoncompagni, duque de Sora, pertenecía a una familia romana que, hasta 1767, había permanecido muy cercana a la Compañía. Cuando, en 1769, Buoncompagni fue elegido vicelegado en Bolonia, mantuvo una estrecha relación con los jesuitas de procedencia noble. A Ignacio Ossorio, provincial de Castilla durante los primeros años del exilio, lo tuvo siempre informado sobre las novedades que le llegaban de Roma. En 1779 se le destinó a la legacía boloñesa y regresó a Roma cinco años más tarde. En 1785, pasó a cubrir la Secretaría de Estado, tras la muerte de Pallavicini, dejando en Bolonia a Archetti como legado. Antes de salir de Bolonia hacia Roma escribió una carta de despedida al P. Francisco Javier Idiáquez. 125. Luis María Torriggiani, secretario de Estado romano hasta 1768, era un hombre muy inclinado hacia la Compañía, como dejó claro al ayudar a los jesuitas portugueses que llegaron a los Estados Pontificios tras la expulsión de su país. Torrigiani mantenía una fiel amistad con el general Lorenzo Ricci, del que era paisano y había sido su confesor; Luengo refiere que se encontraba al lado de Ricci cuando a éste le intimaron el breve de extinción. En 1775 fue nombrado Secretario de la Inquisición y, dos años más tarde, moría a la edad de 80 años. 185

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jesuitas a Italia, y que Su Santidad templó y suavizó algunas expresiones de la respuesta del Secretario y así se despachó a la Corte de Madrid. Pero que aun temiendo Su Santidad que aquella carta podía exasperar el ánimo del Rey, envió con otra posta más diligente otra carta más moderada y más tierna, ordenando que la primera no se entregase. Cuarta, que se cree que Su Santidad ha escrito a los cardenales de España, empeñándoles y conjurándoles de todos los modos posibles para que hablen a Su Majestad Católica a favor de la Compañía, y le desengañen en los puntos en que puede haber sido sorprendido y engañado. Quinta, que el Santo Padre, como es de un corazón tierno y compasivo, y ama ciertamente la Compañía, estaba muy inclinado a recibirnos en sus Estados, como recibió siete años ha a los jesuitas portugueses, pero que halló tanta resistencia en la mayor parte de los cardenales, habiendo propuesto la cosa en un Consistorio, que tomó la determinación de no admitirnos y de ella se dio prontamente parte a la Corte de Madrid. Sexta, que los motivos de que principalmente se valieron los cardenales, y más que todos el Secretario de Estado Torriggiani, para disuadir al Papa que nos recibiese en sus dominios, son los cuatro siguientes, según se habla y se cree en Roma. Primero, el hacer presente a Su Santidad que la resolución de la Corte de España de desterrar a los jesuitas de sus dominios y enviarlos al Estado de la Iglesia, sin haber precedido ni consentimiento ni aun noticia de Su Santidad, es no solamente contra su autoridad como Sumo Pontífice, sino también contra su Soberanía como príncipe en sus Estados. Segundo, el representar al Santo Padre que, si ahora admitía a los españoles, se puede temer que mañana le quieran enviar también los jesuitas napolitanos y acaso también los franceses; y hecho este ejemplar con los jesuitas cualquier príncipe que se disguste con estos o aquellos regulares le parecerá que tiene derecho de enviárselos al Papa a sus Estados. Tercero, el hacer entrar al Sumo Pontífice en algún recelo de que la pensión que se nos ha señalado en España no sea efectiva y corriente o por lo menos de que hay gran peligro que se nos retire al primer disgusto que Su Santidad o los jesuitas españoles den a la Cor186

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te de Madrid, o ésta juzgue que se le dan, y en tal caso se verá en la dura necesidad de mantener a los jesuítas o de verlos morir a sus ojos de hambre y de miseria126. El cuarto y último, el hacerle observar al Santo Padre el estado miserabilísimo del país, y la suma carestía de granos, y que cuatro o cinco mil hombres de nuevo en el Estado en tales circunstancias pueden ser gravoso al Estado, de notable perjuicio. A la verdad, aunque no haya habido otras causas de no recibirnos en el Estado Eclesiástico que estas cuatro, que se dicen públicamente y todos pueden conocer que son ciertas, ellas son bastantes para tener por razonable y por justa la determinación de Su Santidad de no admitirnos, y no tenemos justo motivo de queja, aunque nos sea muy sensible y se nos sigan de aquí necesariamente muchas miserias, trabajos y desastres. Séptima, que en Roma se habla mucho de mostrar tesón, pecho y fortaleza apostólica en nuestra causa; y que, a juzgar por las cosas venideras, por el presente semblante, espíritu e intrepidez de aquella Corte, no se puede dudar que se llegará a los extremos que se echará la mano aun de remedios violentos, y se hará uso de las terribles armas de la Iglesia. Grandes cosas nos faltan que ver en nuestra ruinosa tragedia. Octava, que luego que llegó a Ñapóles la noticia del destierro de los jesuítas de España, suponiendo que se hará bien presto lo mismo con los napolitanos, habían acudido a nuestros colegios todos aquellos a quienes se debía alguna cosa, pidien126. La Pragmática Sanción de expulsión, como ya hemos visto, otorgaba el beneficio de una pensión vitalicia a todos los jesuitas profesos y legos; esta gracia fue otorgada por Carlos III ante el temor que tenían sus ministros de que el Papa sustentase el rechazo a recibir a los jesuitas en sus Estados por no poder mantenerlos. La pensión no fue sólo un pago trimestral, más o menos puntual, sino que esta retribución se convertiría en uno de los métodos más eficaces de control de los jesuitas en el exilio. En reiteradas ocasiones, amenazando con no cobrar la pensión, se restringió la movilidad de los expulsos, se les impuso una residencia y un tipo de vida determinada y se moldearon sus intenciones. Pero, también se utilizó la pensión como acicate, premiando a los jesuitas que Madrid consideraba que estaban realizando una buena labor en defensa de los intereses españoles; en estos casos, que ciertamente fueron pocos, se doblaba o triplicaba la cantidad de dinero que solían recibir. El tema de la pensión está perfectamente explicado en EciDO, T., «La expulsión de los jesuitas de España», Historia de la Iglesia en España, vol. IV, Madrid, 1979, p. 753 y ss. 187

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do ejecutivamente que se les pagase y que, para satisfacer a todos prontamente, se habrán vendido algunas alhajas de las iglesias127. Nona, que se habla también en Roma de vender alguna plata de aquellas iglesias para quitar algunas deudas que se contrajeron, o censos que se tomaron, al arribo de los jesuítas portugueses a aquella ciudad128. Décima, que estos pobres jesuitas de Portugal, que serán en el día como unos ochocientos, quedan enteramente abandonados, y sin otro amparo que la Providencia del Señor, en cuyas manos se ponen con mucho fervor y espíritu; pues, por una parte, les faltan con nuestro destierro de España, las grandes limosnas que recibían de la Asistencia Española y, por otra, se han retirado de socorrerles, por motivos que no expresan, algunas provincias de Alemania y de Polonia129. Undécima, que está señalado para tener Congregación de Ritos, en la causa de beatificación del Venerable hermano Alonso Rodríguez 13°, este viernes inmediato a la octava del Corpus.

127. Sobre la situación en Ñapóles en aquel momento véase: BATLLORI, M., «Los jesuitas en tiempos de Carlos de Borbón y de Tanucci», Archivum Historícum Societatís lesu, n° 116, Roma, diciembre 1989, pp 354-371. 128. La situación de los jesuitas lusos era especialmente difícil ya que no contaban con ninguna ayuda económica procedente de su país. Ahora bien, Luengo aseguraba que Clemente XIII, al tener que recibir a estos jesuitas tras su expulsión en 1759, comunicó al general de la Compañía que se pasaría una limosna de unos cuatro o cinco mil escudos por la Reverenda Cámara para auxilio de los jesuitas lusos. La entrega de esa limosna estuvo vigente hasta finales de 1772, momento en que Clemente XIV envió una notificación al P. Ricci informándole de que a partir de ese momento se anulaba dicha ayuda para los jesuitas de Portugal. Sobre éste tema: MlLLER, S., Op. Cit, 1978. CAEIRO, J., op. cit, 1991. GIMÉNEZ LÓPEZ, E., «Portugal y España ante la extinción de los jesuitas», Coloquio Internacional «Los jesuitas españoles expulsos: su contribución al saber sobre el mundo hispánico en la Europa del siglo XVIII», Berlín, 1-10 de abril de 1999. 129. Nota al margen del P. Luengo: «Acaso por lo que se dice en la página 531 se entenderá que hubo equivocación en esta undécima noticia». 130. El P. Luengo conservó unas noticias sobre un milagro obrado en la isla de Madeira relacionado con una obra de este P. Rodríguez; se encuentran en la Colección de Papeles Varios, t. 14, p. 43. 188

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Duodécima y última, que en Roma se tiene por cierto, que se trata con mucho calor de desembarcarnos en las ciudades marítimas de la isla de Córcega131, y que por lo que toca a la República de Genova, suyas son aquellas plazas, se cree que no tendrá mucha dificultad en permitirlo pero que es necesario también el consentimiento de la Francia, por haber en ellas guarnición francesa, y se espera que tampoco por esta parte haya muy grandes embarazos, que impidan este proyecto; sería cosa bella si, en lugar de Roma, y de la Italia a donde veníamos destinados, vamos a parar a la isla de Córcega132. Estas son las cosas más importantes que nos han contado los padres por las cartas que han recibido de Roma, dejando otras varias de no mucha importancia.

Día 17 de junio Ayer y hoy han venido a nuestro navio y a las otras embarcaciones muchos barcos pequeños del lugar de Santo Stefano o San Esteban y traen muchas cosas de venta, como leche, huevos, frutas, limones y así de otras. Pero aprovechándose de nuestra necesidad nos lo venden todo a un precio muy subido, como por ejemplo un limón a cuatro o cinco cuartos, no pudiendo menos de haber mucha abundancia de estas cosas por ser un país muy benigno y templado. En esto pudiéramos tener mucha ventaja si fuéramos al mismo lugar a comprar todas estas cosas. Pero en este particular hay un sumo rigor, y ni aun quiere permitir el Sr. Argote, Comandante de todo el convoy, que se saque a tierra al H. Cosío133, que está enfermo de mucho peligro y morirá sin remedio, a lo que dice el cirujano si prosigue algún tiempo en la mar. 131. Véase la correspondencia entre Juan Cornejo y Juan Antonio Enriquez, comisario de provincia de Marina, sobre el destino y avituallamiento de los expulsos en su viaje a Córcega. Real Academia de la Historia (R.A.H.), 9/5949, ff. 179 a 187. 132. Obsérvese el tono irónico en esta frase de Luengo con la que pretende hacer notar la contradicción que supondría que los jesuítas no fueran admitidos en tierras pontificias y se les cobijase en una isla defendida por tropa francesa, es decir, de un país enemigo de la Compañía. 133. Juan Cosío era natural de Santander. Estaba realizando los estudios de tercer curso de Teología cuando salieron hacia el destierro, enfermando de gravedad en el «San Genaro». Moriría el 24 de julio de 1767. 189

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Más extraño es todavía que no se permite salir ni aun a los señores oficiales lo que ellos, como se deja entender, sienten mucho. Y no pudiendo haber otra causa de este rigor, pocas veces usado con los dichos señores, que el impedir que nos traigan o nos lleven algunas cartas u otras cosas, se desazonan y disgustan con nosotros, como si nosotros tuviéramos la culpa de esos rigores excesivos y más propiamente ridiculeces y extravagancias de los señores capitanes. De este navio, en cuanto yo he visto, no han salido a tierra más que el contador del navio a comprar algunas cosas, y un despensero que nos ha llevado a lavar una camisa por persona de lo que había harta necesidad. No hay tanto rigor en cuanto a impedir que entren en el navio gentes del país, y así hemos tenido algunas visitas de eclesiásticos y de oficiales de la guarnición de Orvitelo, que está aquí cerca, y aun de varios señores, que han mostrado gusto en ver el navio y han sido muy cortejados de los señores oficiales. Día 18 de junio

Jueves de Corpus. Esta mañana (y no ha sido poco) se pudo conseguir el tener comunión general para todos y, aunque con algún trabajo y alguna confusión inevitable, se hizo la función felizmente en el alcázar del navio, casi todos a cielo descubierto y en presencia de toda la oficialidad y marinería. Cerca del mediodía se hizo en el lugar de Santo Stefano la procesión del Santísimo Sacramento, que nosotros estuvimos observando desde el navio con catalejos; y al mismo tiempo nuestros dos navios de guerra el «San Genaro» y «Nepomuceno» se pusieron de gala, o se empavesaron, como dicen los marineros y viene a ser adornarse vistosamente con tantas banderas y gallardetes de todas las naciones marítimas que traen consigo; pero no hicieron salva ninguna de artillería, ni dispararon un cañón. El navio de línea «La Princesa», que es la nave Comandanta del convoy de la Provincia de Andalucía, no tuvo que hacer esta ceremonia, pues se hizo a la vela esta mañana como a eso de las ocho con un viento bueno, pero no muy seguro, por 190

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ser de tierra que con él se suele levantar todos los días. Mas al ñn él se ha conservado en la mar, y no ha vuelto a entrar en esta concha. Se compone este convoy de Andalucía de siete embarcaciones., Una es el dicho navio de línea «La Princesa», en el que vienen pocos jesuítas, mandado por el Sr. Lombardón, Comandante de todo el convoy, de quien hablan poco bien estos padres, como que es un hombre duro, imperioso y violento. Otra es un miserable barco longo de Málaga, que parece sólo puede servir para hacer algún comercio sobre la costa, y es bien dudoso que su dueño se atreviese a enviarle a Civitavecchia, desde Málaga, cargado de bacalao, y con todo eso se ha juzgado a propósito para enviarle al mar lleno de jesuítas. Las otras cinco son buenas embarcaciones mercantiles, en las cuales viene casi toda la Provincia, y habiendo registrado con bastante atención dos de éstas, me atrevo a decir que vienen los padres andaluces aun con mayor estrechez y apretura que nosotros. Tampoco tardaremos nosotros mucho en partir de este puerto, si el tiempo lo permitiera; y así haremos aquí brevemente una descripción de él, aunque no tiene muchas cosas que le hagan recomendable. La concha o ensenada es inmensa y espaciosísima y caben en ella todas las escuadras de la Europa; y su fondo es excelente, pues aun es bastante para navios de línea bien cerca de tierra. A Oriente en parte y al Norte, hay una playa dilatadísima que se ve en grande distancia; a lo que parece, está cultivada bastante bien, y es ya de la Toscana; a mediodía está la entrada del puerto, muy ancha y mal defendida de un castillejo miserable. Al Oriente está el pueblo de Santo Stefano, pequeño, según nos dicen, aunque desde el navio no tiene mala vista y principalmente está habitado de' pescadores. Más allá de Santo Stefano, como a media legua, está la ciudad de Orbitelo, bien fortificada, con su Capitán General y numerosa guarnición, la cual, con el puerto Hercole, por donde se entra a Orbitelo desde el mar y otro puerto en la isla Elba, que está aquí vecina, pertenecen ahora al Rey de Ñapóles, por habérselas regalado su padre cuando heredó la corona de España, de quien eran y le podían servir de mucho, 191

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pudiendo por ellos entrar francamente en la Italia con ejército, cuando hubiese necesidad de ello.

Día 19 de junio Antes de amanecer tiró nuestro Comandante dos o tres cañonazos de leva o de marcha, y así con el día empezó a caminar con un viento no malo, y la siguieron todas las embarcaciones del convoy. Nuestro navio «Nepomuceno» tardó más de dos horas en levantar sus áncoras porque se había puesto en un sitio de un fondo tan gredoso y pegajoso que, aún poniendo en uso todos los ingenios, tornos o cabrestantes, como aquí llaman, y trabajando con toda la gente, no podían acabar de hacer que se desprendiese una de las áncoras. Pero una vez invocaron en alta voz los marineros a San Francisco Javier, Príncipe de la mar como ellos dicen, al mismo hacer todos a un tiempo fuerza y empuje la sacaron felizmente y con esto resonaba todo el navio en vivas y aclamaciones a San Javier134. Empezamos a caminar con bastante diligencia para unirnos presto al convoy y llevarnos la proa hacia mediodía, dejando a Norte, por nuestra popa, la costa del continente de Italia. Poco tiempo después que salimos de Santo Stefano, se nos presentaron a la vista, a un lado y a otro, varias islas pequeñas. A mano izquierda y muy cerca del navio hemos dejado dos pequeñitas y desiertas, en las que suelen esconderse los corsarios de moros que llegan también aquí, según me dice un oficial que ha corrido todos estos mares en las galeras de Malta. A mano derecha, hemos descubierto cuatro islas, de las cuales tres, llamadas Monte Christi, San Crispín y La Planuria, me inclino a que también están desiertas, y a la última de ellas le conviene su nombre con propiedad pues es llana, igual y tan poco levantada sobre las aguas que parece a la vista una batería artificial, como el martillo de El Ferrol. La cuarta, es la de Elba, de que antes se habló, en la que además de puerto Langón, que 134. No es casual que el P. Luengo mencione aquí la veneración de los marineros a este santo; recuérdese que san Francisco Javier fue uno de los fundadores de la Compañía de Jesús, íntimo amigo de Iñigo de Loyola y uno de los primeros mártires jesuítas que murió fundando misiones en Oriente. 192

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pertenece a Ñapóles, hay otro llamado Ferrarlo, que es del Gran duque de Toscana. Como a las doce del día nos unimos a las embarcaciones de nuestro convoy y entonces empezó un género de desafío entre los dos navios de guerra, que nos ha hecho la tarde muy divertida; y éste ha nacido del empeño que tiene uno de estos oficiales llamado D. Antonio Ansoategui de observar y acreditar este navio «Nepomuceno», con cuanto fuere posible, el cual es el primero que ha fabricado un constructor francés, puesto en el Astillero de Guarnito por el Sr. Grimaldi, Secretario de Estado, que tiene mucho deseo que salgan bien los navios de su francés favorito. Desde luego, convienen todos los oficiales en que este navio del francés tiene dos faltas muy grandes. La primera, que la última batería tiene de alta sobre el mar menos de lo que debía tener, y así es fácil que en un combate con el mar algo alborotado se haga del todo inútil. La segunda que, llevando el lastre al modo regular y repartido por el navio, es muy pesado y no sabe caminar; y así, a fuerza de estudio y observación, han hallado un modo de cargarle el lastre, con el cual camina ligeramente y es cargándole todo a la proa; de donde resulta que al caminar mete demasiado la proa en el agua, levanta por consiguiente mucho la popa y hace una figura ridicula y difícilmente pudiera combatir en esta postura. Pero al fin es cosa de franceses y se ha de alabar, aunque no lo merezca y siga siendo interesado en ello el Secretario de Estado. Por eso, después de muchas disputas de palabra en el puerto entre los oficiales sobre cuál de los dos navios era más velero, y aun apuestas de muchos doblones, según dicen algunos, luego que se hallaron todos juntos, los echaron a correr, o por mejor decir a volar. En nuestro navio se tenía mucho cuidado en llevar la misma vela que en el otro y luego que se observaba en él algún nuevo movimiento o maniobra se ejecutaba prontamente la misma. En esto se ha pasado gustosamente la tarde y parece que caminaba más este nuestro «Nepomuceno» que el otro de «San Genaro», aunque es uno de los más veloces veleros de la Escuadra Española. 193

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Día 20 de junio Esta mañana hemos tenido la misma diversión que ayer por el desafío y disputa de los dos navios, que se ha hecho del mismo modo y con el mismo suceso. Esta fiesta duró hasta las dos de la tarde, cuando después de haber caminado como unas treinta y cinco leguas, aunque el viento nos faltó por algunas horas, nos presentamos delante de Bastia, capital de la isla de Córcega, o una de las principales ciudades de ella, y en distancia como de dos o tres leguas, sin echar áncoras, nos paramos, atravesando como acostumbran las embarcaciones al viento. Bien presto despachó el navio de «San Genaro» su falúa a la ciudad para tomar lengua y saber si habían llegado algunas órdenes de Madrid sobre nosotros, especialmente que ya se conocía que podía estar aquí el convoy de la Provincia de Aragón o de Toledo. Mientras se aguardaban noticias de la ciudad tuvimos a nuestra vista un espectáculo, a nuestro parecer bárbaro e inhumano y por lo menos de mucha dureza y crueldad. Vimos acercarse a nuestro convoy un pequeño barco de pescadores, que venía en nuestro seguimiento y alcance. Se llegó a nosotros y en él venía aquel Cónsul o Vicecónsul que, en Civitavecchia estuvo en nuestro navio, y traía consigo dos jesuítas de la Provincia de Toledo que, por enfermos, habían quedado en la dicha ciudad, en la que ha muerto otro tercero de la misma Provincia. Salió este Cónsul con estos padres, por orden que se le dio de Roma, en busca nuestra, y no habiéndonos hallado en Santo Stefano; ha venido a buscarnos a Córcega, caminando en estos viajes por lo menos cincuenta leguas y habiendo estado en la mar dos o tres noches. ¿Y no es una inhumanidad traer en semejante barco, en un viaje de tantas leguas, expuestos al sol del día y al sereno de la noche, no teniendo otra cosa para cubrirse, que un toldo miserable de lona, a unos pobres enfermos o por lo menos delicados y mal convalecidos? Todos creen que el orden de que se embarcasen estos padres no ha sido del Papa, ni de ninguno de sus ministros sino del Señor Azpuru, Ministro de España en Roma, y parece que no se pueden poner dudas en esto, siendo cierta, como lo es, una carta del 194

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dicho Señor Azpuru a nuestro Comandante Argote, que recibió éste en Santo Stefano, aunque yo entonces no tuve noticia de ella. En esta carta dice el Ministro al Comandante que, en la suposición de que jamás volverá a España llevando jesuitas en su navio, deja a su prudencia y celo escoger en la Córcega un puerto seguro, cómodo y en donde sea mejor el dispendio de la Hacienda Real, y que espere allí las órdenes de la Corte, pues aún no están vencidas todas las dificultades135 en cuanto al desembarco de los jesuitas, que es lo mismo que intimó a nuestro Capitán el Cónsul en Civitavecchia. En esta carta le decía también que tomase a su bordo algunos jesuitas que, por enfermos, habían quedado en Civitavecchia. Y ésta sería la razón (y acaso se lo prohibiría el Ministro expresamente) de no permitir el Sr. Argote que se sacase a tierra al H. Cosío, como le rogaron con instancia nuestros superiores. Pues, por lo demás, hablan tan bien todos los padres de este Capitán y nos le pintan hombre tan bueno, tan compasivo y tan atento, que parece imposible que, dejado a sí mismo y no teniendo alguna prohibición, hubiese negado una cosa tan razonable y tan justa. No vinieron de la ciudad noticias algunas de importancia sobre nuestra suerte y paradero y quedamos en la misma indecisión que hasta aquí. Pero tuvimos un gusto y consuelo muy grande por haber venido a visitarnos a nuestras embarcaciones muchos padres de la Provincia de Aragón, que es la que está en este puerto. Están todos ellos muy animosos, alegres y sin pesadumbre alguna, como si nada pasara por ellos, de lo que nos hemos alegrado mucho; como ellos han tenido también gran consuelo en vernos a nosotros con el mismo esfuer-

135. Las negociaciones para que los jesuitas pudieran quedarse en Córcega fueron muy complejas y debieron realizarse con gran rapidez, ya que los jesuitas estaban embarcados, sin posibib'dad de bajar a tierra en los Estados Pontificios y los comandantes de los navios españoles tenían órdenes expresas de que a España no podían regresar con ellos. «Es por la compleja situación en Córcega por lo que las negociaciones se efectuaron en Genova, por parte del cónsul de España Juan Cornejo, en París por el embajador conde de Fuentes, y con Paoli, de manera reservadísima, por medio del propio cónsul Cornejo y del comisario de Marina en Genova Gerónimo Gnecco», en GIMÉNEZ LÓPEZ, E., op. cit., 1992, pp. 46 y 47. 195

DIARIO

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zo y alegría, y la causa es la misma en todos y en todas partes hay el mismo testimonio y experiencia de la inocencia de la Compañía, y ésta es la que principalmente causa la alegría y gozo en medio de tantas miserias, ignominias y trabajos. Y la misma gente de la ciudad, según dicen estos padres, reconoce y confiesa esto mismo diciendo que no pueden ser culpados unos hombres que en tal estado se hallan tan serenos, tan tranquilos y tan alegres. Ya se ve que el tiempo que estuvimos juntos se gastó en contar mutuamente nuestras cosas, los arrestos, las prisiones y los viajes, y los sucesos más particulares que ha habido. Pero, dejando todas estas cosas, por la misma razón, por que no apunté las de la Provincia de Andalucía, me contentaré con insinuar que, a pesar de los terribles combates que tuvieron los novicios de esta Provincia, muy parecidos a los que tuvieron los de la nuestra, les han seguido dieciocho. Constancia verdaderamente heroica de estos jóvenes novicios que dará mucha gloria a la Compañía de Jesús en la historia de la presente persecución. En doce saetías catalanas, como a cuarenta en cada una, y en tres jabeques que traen también algunos jesuitas a su bordo y vienen de escolta de todo el convoy, salió esta Provincia bien presto de España; pues habiendo tenido bastantes calmas en su navegación, no obstante estuvo ya en Civitavecchia, y habiendo recibido allí la respuesta que se da a todos de esperar en un puerto de la Córcega nuevas órdenes de la Corte, ha ya veinte días que están aquí parados. En este puerto lo pasan estos padres grandemente en cuanto lo permite nuestro miserable estado. El Capitán Comandante de su convoy es D. Antonio Barceló136, que suele andar por estos mares en corso contra las embarcaciones de moros. Se hacen lenguas estos padres de la piedad y virtud de su Comandante Barceló, del. agrado, 136. Sobre Barceló: FERRARI BILLOCH, B., Barceló. Su lucha con los ingleses y piratas berberiscos, Barcelona, 1941; LLABRES, J., De cómo ingresó en la Real Armada el General Barceló (Episodios del corso marítimo del siglo XVIII), Palma de Mallorca, 1944, y El último mando del General Barceló (1790-92), en «Boletín de la Sociedad Arqueológica Luliana», XXXVI, 1946, pp. 48-82; MORENO ECHEVARRÍA, J. Ma, Antonio Barceló. Un gran marino mallorquín, «Historia y Vida», n° 20, 1969, pp. 34-47. 196

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 humanidad y buen modo con que les trata en todas las cosas, y procura su alivio y comodidad. Todos los días salen a decir misa a la ciudad todos los que quieren, y muchos de ellos van a la iglesia del Colegio de la Compañía que hay en esta ciudad, en donde son muy bien recibidos por los jesuítas italianos y en todas las demás cosas que se ofrecen les sirven y tratan muy bien y aun les han hecho sus regalitos y dado sus refrescos, en medio de estar muy pobres por la miserable situación en que se halla esta isla. La misma libertad tienen para salir a la ciudad y al campo a divertirse y dar un paseo, lo que sin duda es un alivio muy grande y cosa muy útil para no perder la salud. La ciudad que, desde donde nosotros la miramos, parece grande, bella y hermosa, no es más que una cosa mediana, según dicen estos padres, y no hay en ella magnificencia particular. En esta ciudad, según las voces que corren, han de entrar mil y seiscientos jesuítas, si llega a efectuarse nuestro desembarco en esta isla. ¿Y dónde se han de acomodar tantos hombres, estando tan llena de gente la ciudad que no cabe en ella la que hay? De esto es buena prueba que la tropa francesa, que está de guarnición en esta plaza, como en todas las demás de la isla, se ha tomado para cuarteles varios conventos pedazos de religiosos, y aun uno de monjas, y el intendente francés se ha apoderado de una parte de nuestro Colegio, que es muy buena fábrica y allí vive con toda su familia. La situación y estado de esta isla de Córcega, en donde tratan de arrojarnos, no puede ser más miserable, y está explicado en una palabra. La República de Genova no posee ya en esta isla sino las plazas marítimas fortificadas, y el país que está bajo su cañón. En todas estas plazas hay de guarnición tropa francesa y en esta ciudad de Bastía está el Comandante General de toda ella; y esta circunstancia es la causa porque la gente del país, que se ha rebelado contra la República de Genova y a vuelta de una guerra de muchos años posee ya todo lo interior de la isla, respetan las dichas plazas y no tratan de ponerlas sitio; temiendo justamente que en tal caso tendrían sobre sí un numeroso ejército de franceses. Por la razón contraria de no tener guarnición francesa en una isla no lejos del aquí, que se llama la Caprara, la han atacado los corsos con su bravo General Paoli a su fren197

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te, del cual hacen mil elogios estos padres137, y se la han quitado a los genoveses. En unas plazas como estas, que es preciso se provean de todo por la mar, se trata de meternos a cuatro o cinco mil jesuítas. ¡Gran locura, inhumanidad y barbarie el pensar sólo en tal cosa! Deseaban mucho los padres aragoneses que nos quedásemos aquí con ellos y nosotros también gustábamos mucho de esta cosa, así por estar en su compañía como por ver que lo pasan tan bellamente. Nuestro Capitán Beanes no hallaba dificultad en darnos este gusto; y se solicitó la misma gracia del Sr. Argote, Comandante del convoy. Pero este Capitán, por más que se le suplicó y se le prometió tener siempre pronto un práctico del puerto para todo lo que ocurriese, no quiso convenir en ello. Y no se puede menos de alabar de justa y razonable su determinación, pues en todo caso debe buscar un puerto seguro para los navios de guerra, y éste no lo es por no tener fondo bastante para ellos, sino a mucha distancia de la ciudad, y quedando descubiertos a todos los aires. Se pensó pues en ir a buscar un puerto mejor que este y a las cinco y media de la tarde comenzamos a caminar con la proa entre Norte y poniente y llevando a nuestra mano izquierda la costa de esta isla. Día 21 de junio Día del glorioso San Luis Gonzaga. Por la noche ha habido muy poco viento; y en esto hemos tenido fortuna por haberse vuelto contrario. En el día se ha mantenido el viento del mismo modo, y lo más que se ha podido hacer ha sido no volver atrás y, en efecto, esta tarde estábamos como ayer enfrente de Bastia, aunque en alguna mayor distancia. Como el viento era tan suave esta mañana pudimos conseguir, aunque no sin mucho trabajo, el comulgar todos a algunas misas que se di137. Pascual Paoli, General de los corsos, gozó siempre de la confianza y de todo tipo de elogios por parte de los jesuítas españoles; Luengo aseguraba en su escrito que favoreció a los andaluces y a los castellanos y hace una larga descripción del problema corso, cuando la isla cae en manos de los franceses en 1768, es en aquel momento cuando Paoli tuvo que abandonar Córcega y pasar al exilio en In glaterra. LUENGO, M., Diario, t. III, p. 230. 198

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jeron. Más entrada la mañana se oyeron algunos tiros de cañón en la Córcega y al parecer no lejos de Bastía. Pero no siendo creíble que los corsos quieran atacar a los franceses, por la razón que antes se dijo, se presume que sea alguna salva de corsos que celebran la conquista que acaban de hacer sobre los genoveses. A lo último de esta tarde nos ha venido un viento impetuoso de Sudoeste, o entre mediodía y poniente que, aunque no es el más oportuno para nuestro viaje, basta para caminar a rumbo llevando el navio, como se dice aquí, a bolina, esto es inclinado hacia el lado opuesto al aire y con las velas atravesadas hacia un lado para poder coger el viento.

Día 22 de junio Toda la noche se ha conservado el viento con la misma fuerza que ayer tarde, y se ha caminado con él mucho más de lo que era necesario para montar el cabo Corso, si el mismo viento no lo impidiera. Por tanto, luego que se hizo de día se viró de bordo, y hemos vuelto hacia Córcega por el mismo camino por donde anoche nos apartamos de ella, dejando a nuestra izquierda las islas Górgona y Capraya o Caprara, nuevamente conquistada por los corsos. Por la tarde, conservándose el viento del mismo modo, se viró otra vez y caminando al revés que esta mañana, dejando a mano derecha las mencionadas islas, vamos caminando hacia el continente de Italia, como si hubiéramos de ir a Liorna. Con este caminar arriba y abajo se pretende no apartarse mucho de la Córcega y conservar la altura conveniente para montar el cabo Corso, luego que se incline el viento a este o al otro lado. Una pequeña desgracia que sucedió hoy a un marinero ha sido causa de no pocos disgustos, y si dura mucho tiempo una determinación que se ha tomado por esta causa nos acarreará a nosotros mucha molestia. Al querer hacer no sé qué maniobra se rozó un marinero en una pierna con una de las maromas; y de esta desgracia se echó luego la culpa a unos jesuitas que estaban allí cerca, aunque todo era falso, como que ellos habían embarazado que se hiciese con libertad la maniobra. Montó en cólera nuestro Capitán con esta relación (lo que 199

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hace Su Señoría muy ligeramente y sin causa), y vomitó mil palabras y expresiones indignas de su persona y de su carácter, y mucho más de decirse contra sacerdotes y religiosos. La resulta del enojo y furias del Capitán fue intimarnos nuestro Superior un orden cerrado, de que, siempre que se vaya a hacer en el navio alguna maniobra, bajemos todos a los dormitorios. La ejecución de este orden nos ha sido ya hoy no poco molesta en medio de que, por haber estado el viento igual, constante y seguido, no ha habido necesidad de hacer maniobras muchas veces ¿y cómo puede dejar de ser molesto un orden en fuerza del cual, tres o cuatro veces por lo menos al día, estando ciento y cincuenta o doscientos en la toldilla, antecámara, alcázar y en el resto del navio hasta la proa, leyendo, parlando haciéndose la barba y en otras ocupaciones o diversiones semejantes, al oír el pito o flautilla del Contramaestre, que es la señal de que se va a hacer maniobra, se levanten todos dejándolo todo, echen a correr por el navio y se metan todos tumultuariamente por uno o dos agujeros? Figúrese uno que ve alrededor de un vivar ciento o doscientos conejos, tomando el sol, pastando o jugueteando unos con otros y que hallándose tan descuidados y divertidos, oyen un tiro de escopeta y huyendo cada uno por donde puede, sólo piensan todos ellos en encontrar una boca o agujero por donde meterse en su cueva. Pues esta es una vivísima representación de lo que nos sucede en este navio por esta nueva orden, cuando suena el pito del Contramaestre a hacer alguna maniobra. Cosa indecentísima tratar de esta manera y sin verdadera necesidad a tantos hombres respetables, sacerdotes y religiosos. Día 23 de junio Por la noche se caminó bien con la proa hacia el continente de Italia, como otras veces, y por la mañana fue necesario virar al instante de bordo para volvernos hacia Córcega. Durante la noche se esparció mucho el convoy y, habiendo observado dos embarcaciones que no andaban lejos y parecieron algo sospechosas, se ha andado con mucho cuidado y diligencia y este navio ha trabajado bien en reunir y cubrir a las em200

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barcaciones mercantiles. Por la tarde se han oído muchos cañonazos en un lugar de la Caprara, que tenemos muy cerca, y al anochecer se vieron muchas luminarias y fuegos artificiales. Este regocijo será, sin duda, para celebrar los corsos la conquista de aquella isla. En el día ha ido poco a poco templándose el importuno viento de Sudoeste, y por la tarde se paró del todo y queda más en calma, y al parecer con bastante altura para montar este cabo corso al primer viento que nos entre, que no sea del todo contrario.

Día 24 de junio Hasta esta mañana a las ocho hemos estado en calma y a esta hora nos vino un vientecillo de Norte y con él se hicieron algunos esfuerzos para montar el cabo corso y se hubiera logrado, ciertamente, si hubiéramos estado en dos leguas más de altura; pero por esta falta fue preciso por la tarde virar de bordo, y con la proa hacia la Italia trabajar por la noche en ganar la altura conveniente para montar este importunísimo cabo. Al principio de la noche nos faltó enteramente el viento y hasta las cuatro de la tarde de este día hemos estado en una perfectísima calma, y con el navio tan parado como si estuviera en tierra. A la dicha hora nos entró un vientecito de levante muy bello y muy oportuno para nuestra necesidad. Con él vamos caminando bellamente y con muchas esperanzas de montar presto este molestísimo cabo.

Día 26 de junio Como a las diez de la noche nos faltó el viento de Oriente; pero nos volvió a entrar esta mañana a las seis, aunque tan endeble y tan flojo que apenas se movía el navio con él. No obstante, habiéndonos cogido la última calma sobre el mismo cabo, con el vientecillo de hoy, hemos logrado finalmente montar del todo esta punta de cabo corso, que tanto nos ha molestado estos días, haciéndonos gastar seis o siete en un viaje de pocas horas. En estos nueve días se ha hecho en este navio, por orden de nuestro Padre Superior, la novena del Sagrado Corazón de 201

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Jesús para alcanzar, por una parte, alivio o paciencia en los presentes trabajos y por el buen éxito de la Congregación de Ritos que se debe de haber tenido hoy en Roma, como antes se dijo en la causa de beatificación del H. Alonso Rodríguez. Y en este mismo se ha dado principio a los tres días de ejercicios que deben preceder a la renovación de los votos, que se acostumbra hacer el día de los Apóstoles San Pedro y San Pablo; y todos los ejercicios se reducen, no siendo posible otra cosa, a tener en los dormitorios media hora de lección espiritual y otra media de oración por la mañana y lo mismo por la tarde. Estos ejercicios espirituales, como también la novena de estos días, se tienen en los dichos dormitorios, por no haber otra pieza mejor, de un modo ridículo por una parte y que por necesidad hace reír a muchos, y por otra devoto, y que casi no se puede observar sin lágrimas en los ojos. Cada uno se mete en su cama o en su sepultura, porque no hay otro sitio desocupado y en ella ninguno se pone de rodillas, porque no puede; algún otro se puede sentar escondiendo la cabeza entre dos vigas del techo y los más es forzoso que estén medio echados o recostados. ¡Espectáculo tiernísimo y miserabilísimo al mismo tiempo! Día 27 de junio Una pequeña embarcación, que pasó esta noche cerca de este navio y preguntada respondió que era francesa, que venía de Antibo e iba a Bastía con pliegos de la Corte, nos ha hecho entrar en alguna esperanza de que traiga el orden para nuestro desembarco. Pero esto, como es evidente, es poco más que hablar al aire. El viento al amanecer era muy flojo; pero algunas horas después tomó bastante fuerza y caminamos con él bellamente, dejando ya atrás por la popa, un poco hacia la mano izquierda, el famoso cabo Corso, que tanto ha ejercitado nuestra paciencia, y llevando la proa por el golfo adentro de San Florencio. Una hora más que nos hubiera durado el mismo aire, hubiéramos echado áncora, como lo han hecho todas las embarcaciones de nuestro convoy, en un sitio proporcionado. Pero habiéndose parado el viento enteramente y no habiendo bastado todos los esfuerzos que se hicieron, queriendo 202

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llevar el navio a remolque con tres barcos pequeños que vienen dentro de él y se echaron al mar, y más temiendo que un viento contrario, que se levantó bien presto, nos echara fuera del golfo, se echó áncora con treinta y cinco brazas de fondo para poder pasar aquí la noche.

Día 28 de junio Amanecimos con el mismo viento contrario y, aunque no era fuerte, bastó para que fuesen inútiles todos los esfuerzos que se hicieron para llevar el navio a remolque. Pero al fin, a la mitad de la mañana cesó del todo el viento y pudieron llevar a remolque el navio a echar áncora cerca del navio de «San Genaro» y allí se reunieron todas las embarcaciones del convoy. En este mismo golfo de San Florencio está el convoy de la Provincia de Andalucía, que salió de Santo Stefano un día antes que el nuestro; y está también el convoy de la Provincia de Toledo, que es la única que no habíamos visto y de la cual diremos también alguna cosa después que nos hayamos informado.

Día 29 de junio Día de los Apóstoles San Pedro y San Pablo. Aunque estamos en puerto y se ha tenido comunión de comunidad, no se creyó posible el poder renovar los votos un número tan grande de no profesos, como viene en este navio, y así prudentemente se ha suspendido hasta que nos hallemos en tierra. Hasta hoy no había sabido la muerte, en una de las embarcaciones mercantiles, del P. Tomas Gormand, que sucedió uno de los días que estuvimos trabajando para montar el cabo Corso. Era irlandés de nación y estaba como superior del Seminario de Irlandeses de Santander, cuando fueron arruinados y desterrados los jesuitas franceses vino a parar a nuestra Provincia de Castilla y vivió algunos años en nuestro Colegio de San Ignacio de Valladolid, en donde le conocí algún tiempo y me pareció un hombre muy piadoso y religioso, exacto y observante. En nuestro destierro ha seguido la suerte de nuestra Provincia, después de muchos trabajos y miserias, más sensibles para Su Reverencia que para otros muchos, por ser ya 203

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muy anciano y estar muy lleno de males, dos veces desterrado, siendo inocente y sin culpa ha muerto en la mar y ha sido sepultado en sus aguas138. Hallándose en este golfo de San Florencio y bastante reunidas tres Provincias enteras: la de Andalucía, Castilla y Toledo, y no faltándonos permiso ni una mediana comodidad para visitarnos mutuamente, no es necesario decirlo para que se entienda, que ha habido todo este día un bullicio y confusión muy grande pero muy inocente, alegre y festivo. La mayor parte de las visitas han sido a la Provincia de Toledo; así porque no la habíamos visto hasta ahora, como también por venir en ella nuestro estimado P. Francisco Javier Idiáquez, con su compañero el P. Juan Andrés Navarrete139, los cuales, desde el principio de enero en que el P. Idiáquez acabó su Provincialato de Castilla, pasaron a Madrid, a lo que yo juzgo por temores que había confusamente de malos sucesos en nuestras cosas, y habiéndoles cogido allí el arresto han seguido hasta ahora y seguirán toda la navegación a la Provincia de Toledo. No están los sujetos de ésta menos animosos y esforzados, contentos y alegres que los de las otras tres provincias. La causa es la misma en todas ellas, como antes dijimos, y así no es extraño que en todas partes se vean los mismos efectos, el mismo espíritu, la misma serenidad y constancia. Cada uno sabe de sí 138. Sobre la actividad de los jesuítas anglosajones en España recomendamos visitar el Colegio de Maynooth, en la República de Irlanda; en su Russell Library se custodia gran parte de la documentación relativa a colegios de nobles irlandeses, escoceses e ingleses de España. Estos fondos fueron depositados en el Colegio de Maynooth en 1950 y nos fueron amablemente brindados para su consulta por la encargada del archivo P. Woods; desde aquí nuestro agradecimiento. 139. Juan Andrés Navarrete fue maestro del seminario de Villagarcía y ayudante de novicios. Al dejar de ser provincial el P. Idiáquez le llevó consigo a Madrid, y en aquella ciudad fueron arrestados con los de la Provincia de Toledo en 1767; con ellos hicieron el viaje al destierro hasta Ajaccio, pasaron a Calvi para unirse con el resto de los de la Provincia de Castilla. En 1798 viajó a España y se retiró a vivir en Ortigosa de la Sierra de Cameros, donde había nacido el 21 de febrero de 1730 y donde falleció en abril de 1811. Escribió en lengua latina varios compendios de vidas de varones ilustres de la Provincia de Castilla: De viris illustribus in Castella veteri Societatem Jesu ingresis et in Italia extintis Librí II. Autore Joanne Andrea Navarrete, en Biblioteca Comunale DellArchiginnasio (Bolonia), Sign.: A-518-519. Véase también: BATLLORI, M., ap. cit., 1966. 204

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que es inocente y con la misma seguridad sabe que es inocente la Compañía. Y animado con este dulcísimo testimonio de su conciencia, esforzado con el ejemplo de otros, y ayudado con la gracia del Señor, se pone en sus manos y procura estar sereno, tranquilo y alegre en los trabajos que Su Majestad le envía. Este es el espíritu que generalmente domina y se descubre fácilmente en todas las provincias; aunque en ninguna de ellas deje de haber algunos que se muestran abatidos, tristes y consternados. Hoy han tomado los señores comandantes de los convoyes de las tres provincias una providencia, que nos ha sido de mucho gusto y nos será también muy provechosa para la salud. En este nuestro navio se dio orden de comer algo más presto que otros días, y lo mismo se había hecho en las otras embarcaciones de nuestro convoy, y después de cenar entramos como unos setenta u ochenta en la lancha o barca del navio y nos sacaron a tierra. Y habiendo hecho lo mismo en las otras embarcaciones nuestras y en las de las otras, se cubrió la ribera de jesuitas y efectivamente nos hallaríamos en ella como unos novecientos o mil. Y esta es la primera vez que ponemos el pie en tierra desde que nos embarcamos en los puertos de España. Esperamos que continuarán nuestros comandantes en darnos este alivio tan gustoso y tan necesario para no perder la salud; y las señas son de que habrá muchos días en que puedan hacernos este favor, pues debe de ir algo a la larga nuestra detención en este puerto, de la cual es algún indicio el tratarse de lavarnos una camisa por persona, de lo que hay no poca necesidad.

Día 30 de junio Se ha proseguido este día con el mismo empeño y calor que ayer en visitarnos mutuamente de unos navios a otros, y hemos tenido también el gusto de que hayan sacado a tierra después de cenar a un número grande de sujetos. Una y otra cosa nos es de mucho gusto y alivio y nos las conceden con franqueza los comandantes de nuestro convoy, con solas dos restricciones, justas y razonables: la primera es que ninguno 205

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entre en la plaza de San Florencio, que está en el fondo del golfo, a la que ha dado motivo el haber entrado ayer alguno otro, y haber dado sobre ello quejas el Comandante francés de dicha plaza. La segunda, que ninguno alquile barcos del país para ir de una embarcación a otra, sino que nos hemos de servir precisamente de las falúas o barcos de los navios, y en este nuestro, sin contar la lancha o barca grande, hay tres, un bote y dos serenís; y la causa de este orden puede ser el que no gastemos mucho dinero en estas cosas y también el que la libertad de ir de unas embarcaciones a otras no pare como se pudiera temer en desorden y confusión. Pudiera, si me empeñara en ello, escribir con bastante acierto y puntualidad de los sucesos del arresto y viajes de esta Provincia de Toledo, porque el P. Idiáquez y su compañero nos han informado menudamente de todo. Pero, suponiendo que no faltará en la Provincia quien lo haga con mayor individualidad y exactitud 14°, me contentaré con decir algunas cosas en general. En Madrid fueron arrestados todos los jesuítas a la mitad de la noche del día último de marzo al primero de abril, y esta providencia, en cuanto la intimación del destierro la mañana del día primero de abril, se extendió a los colegios cercanos-a la Corte y en nuestra Provincia comprendió a los de Avila y Segovia. Aún no había amanecido el día primero de abril y ya estaban fuera de la Corte todos los jesuítas, de camino para el puerto de Cartagena, todos ellos en calesas y coches, y bien guardados de tropa. No saben estos padres qué se ha hecho de sus novicios, pero suponen como cierto que, aquella misma mañana del día primero de abril, les quitarían a todos la ropa y les enviarían a sus casas. De Cartagena salieron bien presto para Italia, pues habiendo llegado a Civitavecchia, si bien con una navegación bas140. El mejor relato que nos ha llegado sobre los jesuítas de la Provincia de Toledo, se encuentra dentro del ya citado Memorial del P. Isla, del cual, además de la reciente edición del profesor Giménez López y de la copia que conserva el P. Luengo, ambas ya referidas, se encuentra la reproducción prologada por el P. Uriarte que se localiza en el Archivo Histórico de la Provincia Canónica de Toledo S. I. (A.H.P.C.T.S.I.), Sign.: C-230 (210). 206

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tante feliz, y habiendo recibido allí la orden que se daba a todos de venir a Córcega a esperar nuevas órdenes de la Corte, ya ha un mes que están parados en este golfo de San Florencio, y nada saben en el olía de su destino, ni del nuestro. Vienen estos padres menos oprimidos y ahogados que nosotros. Las embarcaciones de su convoy son doce: diez mercantiles o de transporte, bastante capaces, y dos fragatas de guerra, que vienen escoltando todo el convoy, sin traer a su bordo más que diez o doce padres de los más autorizados. De una fragata es Capitán D. Francisco Sarabia, y de la otra es D. Francisco Vera, que al mismo tiempo es Comandante de todo el convoy; y lo ha hecho tan bien con aquellos padres desde el primer día, y siempre con la misma constancia, que no tienen palabras para explicar su agrado, su atención, su esmero en tratarlos bien en todas las cosas, y con regalo en cuanto lo permiten las circunstancias. Esta misma fortuna tienen los padres de la Provincia de Aragón con su Comandante, el piadoso D. Antonio Barceló, como se dijo los días pasados. De nuestro primer Comandante, D. Diego Argote, hablan bien los padres que vienen en el navio de «San Genaro» y aseguran que les tratan con atención, respeto y buen modo, y aun las faltas que ha habido en el trato las atribuyen, precisamente, o a una necesidad inevitable o a culpa o descuido de algunos subalternos. No podemos hablar nosotros de la misma manera de nuestro Capitán D. José Beanes, como se puede entender por lo que queda dicho, y se entenderá mejor por lo que diremos después, pero nos podemos tener por dichosos comparándonos con los padres andaluces que, en todo género de cosas, son tratados indignamente y casi brutalmente por su Capitán Lombardón. Estamos pues en este golfo de San Florencio como mil setecientos jesuítas de las tres provincias de Andalucía, Castilla y Toledo, en veintisiete embarcaciones, como otros tantos malhechores y reos de Estado, condenados a un presidio o destierro, y estamos aguardando que se encuentre algún rincón en el mundo, por malo que sea, en que tirarnos y arrojarnos. Estado verdaderamente miserable y triste, y oprobio, ¡espectáculo jamás visto, espantoso y terrible, y que no se puede ver con un poco de reflexión sin que el corazón se oprima y las 207

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lágrimas se asomen a los ojos! Y más si se echa la vista hacia atrás, no más que cuatro meses y se considera a estos mismos derramados por casi toda España en honor, en crédito y empleados en los oficios y empleos más ilustres, más distinguidos, más importantes y mas útiles.

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Julio Día 1 de julio Por un accidente o descuido de algunos de los que ayer salieron a tierra ha habido su peligro de que no se nos concediese en adelante este alivio o recreo. Algunos, o jesuítas o marineros, debieron de encender fuego, o por diversión o porque tuviesen alguna merienda, y el fuego debió de dañar un olivo lo bastante para que no pueda dar más fruto. Lo cierto es que un corso, que se da por dueño del olivo, ha estado tan insolente, tan arrogante y tan osado, que ha jurado matar al primer español que salga a tierra, si no se le satisface el daño que se le ha hecho. El tal corso, como todos los demás que se dejan ver en esta costa, más que hombre, parece un oso o un jabalí, vestido más de pelos o cerdas que de lana, y siempre con su fusil al hombro. Se puede pues temer que este temerario, desde algún matorral o cueva, tire un fusilazo al primero que vea en la costa, y después se meta tierra adentro. Ha sido pues prudencia darle lo que ha pedido por el daño que se le ha hecho, y no se ha contentado con menos que doscientos reales. Y acomodado de esta manera este pleito se ha salido a tierra como los otros días, así como también se ha proseguido con toda libertad en las visitas de unos navios a otros. En carta de diez del mes pasado de junio del P. Francisco Cabrera141, de la Provincia de Aragón, que tiene oficio en la Asistencia de España en Roma a los hermanos Fermín Donamaría 142 y Juan Ignacio Argaiz143, escolares metafísicos de esta Provincia, que yo mismo he leído, se confirman muchas de las 141. El P. Cabrera era amanuense en Roma de la Asistencia de España. Mantuvo mucha correspondencia con algunos expulsos y durante un tiempo, en 1769, se hospedó en la casa de San Luis en Bolonia. 142. Donamaría era natural de Murillete y pertenecía a la Provincia de Castilla, siendo en 1767 escolar metafísico. En 1773 administró la extremaunción y le dio la comunión al agonizante P. Calatayud. 143. Argaiz era natural de Peralta y, como el anterior, pertenecía a la Provincia de Castilla siendo escolar metafísico en 1767. Sobrino del que fuera secretario de Hacienda, Muzquiz. 209

DIARIO

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cosas que se notaron en este Diario cuando estábamos en Santo Stefano, como oídas a los padres andaluces144. En el mismo puerto, a lo que yo juzgo, recibieron esta carta los dichos hermanos, o por lo menos llegó a manos de los Superiores. Yo no hago aquí mención de ella, por razón de las dichas noticias, sino por haber tenido inclusas en ella la carta de Su Majestad Católica al Santo Padre en que, con fecha de primero de abril, le comunica su resolución de desterrar de sus dominios a los jesuítas, y de enviarlos al Estado Eclesiástico, y la respuesta de Su Santidad a ésta del Rey Católico, en data del dieciséis del mismo mes de abril. La carta del Rey es brevecita, y se reduce a lo dicho de comunicar nuestro destierro y nuestro destino, asegurando que se ha visto precisado a hacerlo así por la obligación que tiene de mirar por la tranquilidad de sus vasallos. Le da también parte a Su Santidad de que ha tenido cuidado de que se nos provea de una conveniente pensión para no gravar la Cámara Apostólica, y le suplica que mire esta su determinación como una indispensable económica providencia, tomada con previo, maduro examen y muy profunda meditación. La respuesta del Papa es más larga y está muy respetuosa, muy expresiva y muy tierna. Su principal fuerza consiste, después de mil tiernas expresiones y de hacerle entrever al Monarca la cuenta que se le tomará algún día de este paso, en que no se debe confundir al inocente con el culpado y que, aunque haya habido algunos individuos particulares, que justamente hayan merecido su indignación, el cuerpo de la Compañía es inocente. Y sobre todo, insiste Su Santidad, en que se dé lugar a la justicia y se trate el negocio por los términos regulares del Derecho145. Es muy creíble, y aun se debe tener por cierto, que juntamente con esta respuesta de Su Santidad iría otra Bula de su 144. Copia de esta carta puede leerse en la Colección de Papeles Vanos del P. Luengo, t. 1. 145. Nota del P. Luengo al margen: «la carta del Rey al Papa, la respuesta de éste en italiano y español y una consulta sobre esta del Fiscal de Consejo D. Pedro Rodríguez Campomanes, se hallan en el primer tomo de la Colección de Papeles varios desde la página primera hasta la veintinueve». 210

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Secretario de Estado, en la que más abiertamente se dijese, que Su Santidad no quería recibir en sus Estados a los jesuítas españoles; y según la mucha velocidad de las postas llegaría esta noticia a nuestra Corte antes que se acabase el mes de abril, o cuando aún no había salido de España ninguna de las provincias, y por lo que toca a la nuestra no había empezado a moverse, si no es que se hubiese embarcado el Colegio de Oviedo. Luego salimos de España, y por lo menos de El Ferrol, el veinticuatro de mayo, cuando ya sabían los ministros de Madrid que el Papa no quería recibirnos en sus Estados. Es indudable y evidentísimo pues, ¿cómo nos echaron al mar, sin saber en dónde nos habían de arrojar? Es muy creíble que ocultasen al Rey esta determinación del Papa o, por lo menos, que le deslumhrasen diciéndole que no es lo mismo negar la entrada a los jesuítas en una carta, que negársela cuando les vea sobre sus costas, y en sus mismos puertos. Pero el Papa ha estado constante en su resolución y nosotros nos vemos obligados a vivir en la mar, y los ministros en el embarazo de buscar un rincón en donde arrojarnos. Día 2 de julio Ha venido hoy carta a nuestros comandantes del Gobernador francés de estas plazas de la Córcega, que reside en Bastía, y según los efectos de ella parece que en aquel correo francés, que pasó cerca de nuestro navio una de las noches pasadas, pudo venir la resolución sobre nuestro destino. Lo cierto es que el Capitán D. Diego de Argote, que es el más antiguo de todos los comandantes de los tres convoyes, de resulta de esta carta de Bastía, les ha llamado a consejo a su navio «San Genaro», y fue tan largo que nuestro Capitán no volvió a su navio hasta las diez y media de la noche, y sin saber cosa alguna de cierto nos fuimos a recoger146. 146. La inmovilidad finalizó el 2 de julio, cuando el conde de Marbeuf, máximo responsable francés en la isla, informó que los jesuítas podían ser desembarcados en los puertos corsos, excepción de Bastía y San Florencio, radas donde se hallaban los buques de Barceló y de los restantes comandantes, en GIMÉNEZ LÓPEZ, E., op. cit., 1993, p. 622. 211

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Día 3 de julio No se explica con claridad nuestro Capitán Beanes sobre la resolución que se tomó ayer en el Consejo de los Comandantes. Pero se sabe, con bastante seguridad, que el General francés Comandante de Bastía, según las instrucciones que tiene de su Corte, conviene en que puedan desembarcarnos en las plazas de Argayola, Calvi, Ajaccio y Bonifacio; pero no en esta de San Florencio, ni en aquella suya de Bastía. Y dando por cierto este paso de la Francia, se discurre que nuestros comandantes han deliberado en su consejo si con sólo este aviso de la Corte de París pueden pasar a desembarcarnos. Pero no se sabe cuál ha sido su resolución o si ha quedado el punto indeciso. Dos cosas, que se han observado, dan a entender que se van inclinando a dejarnos cuanto antes en estas plazas. La primera es que se ven en los navios algunas disposiciones, aunque algo remotas, de viaje. La otra, que se ha enviado aviso al Sr. Barceló, que está en Bastía, de lo que han determinado en su consejo, y aun algunos creen que se le dice en qué plaza debe desembarcar la Provincia de Aragón, de que es Comandante. Día 4 de julio Toda esta noche pasada y todo este día ha corrido un viento de Sudoeste, o entre poniente y mediodía, muy fuerte y violento, y ha sido causa de que se deshagan las pocas disposiciones de viaje. Aunque el viento ha sido tan impetuoso, como acabo de decir, y nosotros por esta causa no hemos salido ni a tierra, ni a otras embarcaciones, nuestro Comandante y todos los demás han ido al «San Genaro», habiéndose visto en él la señal de consejo, que es un gallardete puesto en el tope del palo de mesana. Y ¿qué han resuelto en él sobre nosotros? No lo sabemos con certidumbre. Pero ya no se puede menos de tener por cierto de que el punto de que se trata es el que insinuamos antes. Conviene a saber. Si pueden desembarcarnos en vista de este aviso de la Corte de París, que permite el desembarco en las dichas plazas, sin aguardar orden de la Corte de España. Y se cree que no concuerdan entre sí los comandan212

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 tes, queriendo algunos que se espere el orden expreso y formal de la Corte de Madrid, y otros que se pase desde luego al desembarco, y no se duda que es de éste parecer nuestro Capitán Beanes, que muestra muchas ganas de desprenderse de nosotros. Pero, por cuanto no se ve disposición alguna de viaje, si ya no es porque el viento sea la causa, se debe tener por cierto que aún no está determinado resueltamente nuestro desembarco en estas plazas. Por tanto, nos parece este tiempo oportuno para exponer aquí nuestro método de vida en el navio, como lo hicimos también en La Coruña y los trabajos y miserias de nuestra navegación, que son en la realidad tales que, expuestas sencillamente sin hipérboles ni exageraciones, podrán servir de alguna razonable excusa de la general turbación de toda la gente, cuando en Civitavecchia nos hallamos con la novedad de que el Papa no nos quería recibir en sus Estados; a la cual se seguía, necesariamente, el proseguir y por tiempo largo, viviendo en los navios con la opresión, miserias e incomodidades que hasta allí y aun acaso mayores. Una choza de pastor en tierra con un rebojo de pan hubiéramos escogido, especialmente los de este navio «Nepomuceno», y la escogeríamos en el día como un gran regalo, antes que vivir en esta embarcación del modo con que vamos, y de la manera con que se nos trata. Yo desconfío de persuadirlo así a los que lean este Diario. Pero la cosa es ciertísima y se entenderá de algún modo, por lo que voy a decir de nuestro método de vida y de las indecencias, trabajos y miserias que la acompañan. Cuando el tiempo ha estado sereno y sin viento, impetuoso, o estamos en puerto, como ahora, se empieza muy temprano a decir misa en un oratorio bajo, que está al mismo bajar la escalera de la cámara del medio a la Santa Bárbara, en un pasadizo de un dormitorio a otro, como ya se dijo en otra parte. Es tan pequeño que no caben en él cuatro de rodillas, y está tan de cerca rodeado de camas por un lado y otro que puedo yo desde la mía, y lo mismo otros desde la suya, sin más que extender el brazo, tocar en la mesa del altar. Y como no todos se pueden levantar siempre tan de madrugada, como algunos devotos y fervorosos empiezan a decir misa, se deja entender 213

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la indecencia de estar algunos durmiendo, bostezando y roncando tan cerca del altar en que se está diciendo misa. En este oratorio, o más bien calabozo indecente, se dicen diariamente cuatro, cinco o seis misas y a ellas comulgan todos los días tal número de sujetos que todos viniésemos a comulgar un día a la semana. Y cómo se podrá explicar ni entender la confusión y trabajo en alguna otra comunión de comunidad, que se ha tenido en este oratorio, no pudiendo ponerse en la fila para comulgar más que dos, ni entrar en él o salir sino de uno en uno y estando todo el sitio alrededor embarazado con camas y siendo doscientos los que han de comulgar. De este trabajo, como de otros varios, ha sido la causa la dureza, la falta de atención y de condescendencia de nuestro Capitán Beanes que, aún sin haber inconveniente ninguno, casi nunca nos ha permitido decir misa en el alcázar. De aquí ha nacido que yo y otros muchos, y acaso la mayor parte de los sacerdotes, que por parecemos poca decencia celebrar en el oratorio de abajo, o por otras causas y respetos, no hemos celebrado en él, no hemos dicho misa ninguna desde que entramos en el navio y verosímilmente no la diremos hasta que nos veamos en tierra. Mientras se celebran las misas, que duran de dos a tres horas, se visten todos y cada uno tiene su oración sobre su cama, y en donde puede hallar alguna quietud y silencio; sigúese inmediatamente el desayuno, que es de chocolate para todos, pero hecho y servido con tanta porquería e indecencia, y tomado tan sin orden, sosiego y con tanta tropelía y bullicio que es uno de los pasos que más disgustan y dan en rostro a los hombres de juicio y de crianza. Pudiérase haber puesto al principio algún orden en esto, aunque era bien difícil habiéndose de desayunar doscientos hombres a un mismo tiempo en una pieza no grande, con malos instrumentos para todo, seis u ocho jicaras y dos o tres vasos para los doscientos y así de las demás cosas. Pero ya en el día es imposible y no hay otro remedio que cerrar los ojos a la porquería y suciedad, y hacer que no sea la grosería e indecencia de estar tantos hombres respetables de honra y de crianza amontonados de tropel y confusamente de pie casi todos y oprimidos por la multitud y en esta indecente postura tomar su desayuno. El resto de la mañana se pasa con 214

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poco gusto esparcidos por el navio o en algún escondrijo leyendo o escribiendo alguna cosa, para lo que hay bien poca comodidad y sosiego, a excepción de algún otro, como yo, que podemos retirarnos a algún aposentico o camarote de algún señor oficial. A las diez y media de la mañana empezamos a comer, por ser necesario dividirnos en cuatro mesas. De refectorio sirve la cámara del medio y en ella alrededor de tres mesas y de algunos cajones, sentados en bancos y por esta parte sin indecencia, nos acomodamos como unos cuarenta y cuatro o cuarenta y seis. Pero fuera de las mesas y bancos todo es indecente, ordinario, sucio y puerco. Los manteles y servilletas que sirven cada día ocho veces, cuatro por la mañana para comer y cuatro por la tarde para cenar, en tres o cuatro días, como es necesario, se ponen sucias y puerquísimas y más que mantelería de una mesa de gente bien nacida, y acostumbrada a comer con algún aseo parecen rodillas y estropajos asquerosos de una cocina; y así tiran sin mudarse por semanas enteras. Los cubiertos corresponden bellamente a la delicada y limpia mantelería. Algunos son de bronce, de los que usábamos nosotros en los colegios; pero rotos, desdentados y desiguales, y en suma el deshecho y desperdicio de ellos; otros son de estaño, y otros de madera. Y lo más gracioso en esto es que, aunque no se hubiera hecho provisión ninguna de estas cosas a cuenta del Rey, lo que es poco creíble, bastaban los cubiertos y mantelería que ha entrado en el navio, de la que se trajo de nuestros colegios, para que se nos tratase con aseo y con decencia, aunque hubiéramos de comer todos doscientos a una mesa. De platos no se pone más que uno por persona, y este ha de servir para todo, y si se hiciera así con los vasos, estuviéramos muy contentos; pero no se pone más que uno para cuatro o cinco; en lo cual, además de la indecencia de beber muchos por un vaso mismo, hay un trabajo muy grande por razón del bizcocho o galleta, que a todos nos haría al caso ablandarla y remojarla en un poco de agua o vino, y a algunos viejos o de mala dentadura les es absolutamente necesario. Con más porquería y suciedad que en el refectorio van fuera de él todas las cosas que pertenecen a la comida, de las 215

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cuales solamente insinuaré una que, sin pensar en ella, se me metió por los ojos. Vi una vez, mientras estaban comiendo, que habiendo echado en un baño de madera pestífero y asqueroso la carne ya cocida, desde allí la trasladaba a las fuentes para llevarla a la mesa un cocinero tan puerco y hediondo, y de una manera tan puerca, que quedé horrorizado y me guardaré si puedo de volverlo a ver, porque será después imposible poder probar un bocado. Dos oficiales, que se paseaban conmigo cuando vi aquella hediondez y que ellos también vieron, mostraron mucho disgusto y enfado, aunque inútilmente por no poder remediarlos. Y ¿qué mucho que a los señores oficiales que tienen una mesa y una comida muy limpia, muy aseada, bien compuesta y bien servida, les diese en rostro aquella porquería y suciedad, cuando me consta que más de una vez los marineros, que ven bien todas las cosas, se han explicado como hombres que comen mejor que nosotros o por lo menos mejor guisado y sazonado y con menos porquería y hediondez? No se ha dejado de representar alguna cosa sobre tanta hediondez y asquerosidad; pero todo ha sido en vano y es creíble que del mismo modo prosiga en adelante. Si en esto se nos diera gusto y hubiera en todas estas cosas la decencia y aseo conveniente para muchos, que son de un comer muy moderado, importaría bien poco la calidad y cantidad de la comida, en las cuales cosas se ha faltado mucho en este navio a las órdenes que vinieron de la Corte sobre el trato que se nos había de dar, como ya se dijo en otra parte de algún modo y ahora explicaremos aquí con mayor distinción. Los órdenes de la Corte, en cuanto a que se nos trate bien en todo, con abundancia y con regalo, no pueden haber sido más amplias, más eficaces y expresivas. Y así en las embarcaciones mercantiles, en las que según las órdenes de la Corte hizo meter el intendente de El Ferrol abundancia de gallinas, pemiles, escabeches, todo género de postres, de chocolate, limones, dulces, huevos y de otras muchas cosas, lo han pasado muy bien en esta parte; porque todo estaba a disposición de los mismos padres, sin que nadie tuviese autoridad sobre ellos. No se puede hacer la cosa del mismo modo en los navios de guerra, porque en estos todo depende de los Sres. Capitanes. A éstos 216

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mandó el Sr. Secretario de Marina que nos diesen mesa de oficiales; y representando ellos ser esto imposible, siendo en un número tan grande, paró la cosa en que se nos diese un trato bueno, dándonos una buena olla, un buen plato de pemil u otra cosa equivalente, chocolate, y aun refresco con dulce por la tarde, y como que se nos quería tratar de este modo se hicieron en los navios de guerra provisiones igualmente abundantes que en las embarcaciones mercantiles. Pero cuánto ha faltado para que se nos dé un trato semejante al que han tenido en aquellas, conforme a las intenciones de la Corte y correspondiente a los nueve reales diarios que se les abonan a los capitanes por cada uno de nosotros. En el navio de «San Genaro» han tenido, y tienen los que vienen en él, algunos trabajillos en este particular, pero no son comparables con los nuestros; y allí no han nacido de ruindad, miseria y genio interesado del Sr. Argote, sino de la desgracia de haberse maleado algunos víveres, de algún desgobierno casi inevitable en una multitud tan grande de hombres, y de algunas vilezas y ruindades de los subalternos. Aquí por el contrario, en este navio «Nepomuceno» todo ha ido muy mal, como se verá por lo que vamos a decir y de todo tiene principalmente la culpa la codicia insaciable de este nuestro Capitán D. José de Beanes. Los días que estuvimos en El Ferrol y los ocho primeros días después, que nos hicimos a la vela, se nos dio por comida una sopa, o en su lugar una menestra de fideos o de arroz, una olla de vaca fresca en el puerto y en la mar de carne salada con algunos desperdicios de vaca. Los postres al principio se ponían con alguna variedad, pero con mucha escasez; después, una cosa sola en mediana cantidad, y ahora hemos parado en una rebanada sutilísima de queso, y para que no se siga el gravísimo inconveniente de que uno tome dos, nos lo va repartiendo un muchacho poniéndole a cada uno la suya en su mano. A vista de este modo de tratarnos, no ignorándose las honradas órdenes de nuestra Corte, habrá sus hablillas entre nosotros, y con más fuerza hablaban los oficiales, lo que no pudo ocultarse al Capitán, especialmente si es cierto que uno de ellos le habló sobre el asunto con frente y entereza. 217

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A los ocho días de navegación puso en este puerto el Capitán alguna reforma y mandó que se echase en la olla gallina y pemil, o jamón. La gallina era muy poca en cantidad y duró muy pocos días. El jamón ha sido en mayor abundancia y va durando hasta ahora. Y a esto se ha reducido nuestra comida, desde que entramos en este navio; escasa y miserable ha sido siempre la cena, por lo regular se ha dado un estofado o guiso caldoso con poquísimas tajadas, pero de un color tan malo y tan asqueroso que yo no le he podido probar jamás y pocos tienen ánimo y valor para entrar con él. Algunas veces se nos ha dado por cena la mazamorra de los marineros, que se compone de lentejas o alubias y unas cortezas de tocino; y por haberla pedido nosotros como regalo, dándonos en esto gusto el Sr. Capitán, hemos tenido alguna otra vez por cena las sopas de ajo. A éstas, o a la mazamorra, o al guiso, precedía una docena de pasas, o en su lugar se seguía un postrecillo, que ahora es la rebanadilla de queso; sin que ni una ni siquiera, ni aun estando en puerto y siendo una cosa tan fácil y aun tan barata, se nos haya dado una ensalada o un poco de fruta fresca. Este es el trato que se nos ha dado en cena y comida en este navio el «Nepomuceno», y así será en adelante, si no fuere peor todavía. Y según lo que se ha dicho, es fácil entender que cuando haya un plato de sopas que se puedan comer, añadiendo a él cuatro hebritas de jamón y un poco de vaca con algún postrecillo se hace una comida, con la cual la gente delicada y de poco comer puede absolutamente pasar. Pero cuando en lugar de la sopa se da menestra de fideos, de que muchos no gustan, o de arroz, que no se puede comer por estar lleno de chinas, aun la gente más parca no hace una comida suficiente. Pues ¿qué sucederá a tantos jóvenes, como vienen en este navio, de buen estómago y apetito, y que necesitan más alimento por estar creciendo todavía? La conclusión de todo lo dicho debe de ser que tan lejos de tratarnos con delicadeza, con abundancia y con regalo, como se mandó de nuestra Corte, como podía y debía hacerlo el Capitán, dándosele por cada uno de nosotros nueve reales al día, se nos ha dado y se nos da un trato muy corto y escaso en la cantidad, malísimo en la calidad, indecente, puerco y sucio en el modo. 218

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 Si a lo menos en el pan, vino y agua se nos hubiera tratado bien, se pudiera suplir de algún modo a la mala comida y peor cena. Pero en todas estas cosas ha habido y hay sus trabajos, y las explicaremos aquí. En la provisión de pan, tres cosas son reprensibles, y de todas ellas tiene principalmente la culpa el Sr. Beanes. La primera es que ofreciéndose el hornero o panadero del navio a darnos pan fresco a la mitad todos los días y demostrando que puede hacerlo, pues además de proveer a todos los oficiales y a algunos padres ancianos, a quienes se da todos los días pan fresco y nos vende a nosotros muchos panecillos que nos hace pagar muy bien, nunca ha querido el Capitán entrar en este partido. La segunda es que ni en Santo Stefano ni aquí se nos ha dado hasta ahora una libra de pan fresco, siendo muy fácil comprarlo en tierra, como hacen en las embarcaciones mercantiles. La tercera es que el bizcocho o galleta que se nos da es bastante negra, y tan antigua que aseguran algunas gentes del navio que ha hecho viaje a la América, debiendo de ser, como era razón para tales huéspedes y según las intenciones de la Corte, blanca, escogida y reciente. No puede comprender el trabajo que hay en esto el que no pase por él, viéndose unos hombres que toda su vida han comido buen pan, blanco y fresco, obligados a no comer otro que una galleta negra y tan dura como un morrillo, y que casi es necesario molerla o por lo menos remojarla para poderla comer. En el vino ha habido un trabajo muy grande más de la mitad del tiempo que hemos estado en el navio. Al principio de la navegación se nos puso un vino que llaman de Jerez, que yo no dudo que sea bueno y aun generoso pero sea por ser demasiado nuevo, por algún tufo propio o pegadizo que tiene, o por haberle usado, cuando en el mareo estaban revueltos los estómagos, todos generalmente le cobraron desde los primeros días un horror y hastío tan grande que, a excepción de seis u ocho estómagos valientes, ninguno podía arrostrarle ni para echar un sorbo siquiera, y por lo que a mí toca, ni aun podía echar cuatro gotas en la galleta para ablandarla. Y así el gasto diario de vino entre doscientos hombres no pasaba de tres o cuatro azumbres. Sabía muy bien esto el Capitán y se le hizo 219

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presente padeciendo mucho en ello muchos pobres ancianos. Y con todo eso se tiró con el vino de Jerez por muchos días. Pero al fin se nos dio un vino tinto decente y regular del que gustaron todos. Y aunque entre nosotros hay mucha moderación en este punto, siendo doscientos salía un gasto no pequeño de siete u ocho cántaros al día, y así volvió otra vez el primer vino fastidioso, de que no se consume casi nada y con él estamos ahora y estaremos todo el año, si se ha de aguardar a que se acabe, aunque no sea muy abundante la provisión. Si el haberse vuelto a dar este vino, y retirado el tinto, fuese porque éste se había acabado y no había otro, no tendríamos motivo de queja, pero viendo que en el «San Genaro», por la misma razón de no haber gustado el vino de Jerez, se les ha dado a los doscientos que vienen en él vino tinto toda la navegación y siendo las mismas las provisiones en un navio que en otro, es preciso concluir que el haberse retirado el vino tinto en éste nace de codicia del Capitán y de una dureza grande de corazón, no dando otro más de la mitad de los días que aquel de que sabe que ninguno bebe, en lo que para muchos necesitados de un poco de vino hay un trabajo muy grande. En el agua ha habido su mortificación por dos lados. El uno es inevitable y solamente el mar tiene la culpa. A pocos días de navegación, como siempre sucede, se mareó el agua que es tanto como ponerse de color de jabón o azufre, con el sabor de este último, o de pólvora y así se bebe con mucha repugnancia y disgusto; y el mayor trabajo fue que esta corrupción pasajera del agua, que después de cuatro o cinco días volvió a ponerse natural, concurrió al mismo tiempo con el fastidioso vino de Jerez y así ni con agua ni con vino se podía apagar con algún gusto la sed. El otro trabajo en este punto vino todo del Capitán por cuyo orden, algunos días antes de llegar a Civitavecchia, se empezó a escasearnos el agua. Fuera de las horas ordinarias no se nos quería dar un poco de agua en parte ninguna, y aun a los oficiales que nos daban de lo que tenían en sus camarotes se les daba también por tasa. Yo estaba acostumbrado de esta providencia del Capitán pues sabía que se habían metido en la bodega quinientas o seiscientas pipas de agua de treinta o cuarenta cántaros, que es agua bastante para 220

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cinco o seis meses y, por otra parte, no podíamos menos de llegar a este o al otro puerto y en cualquier parte se pueden llenar todas las pipas que se quiera. Y efectivamente, en «San Genaro», siempre han tenido tinajas de agua abiertas y francas para todos. En efecto, no hubo peligro ninguno de que nos faltase el agua, pero tiene su interés el Capitán en que le sobre mucha de la que sacó de El Ferrol, y todo el misterio consiste, como me dijo un señor oficial, en que este navio, después que nos deje a nosotros en alguna parte, ha de ir a Cartagena, y en este puerto se estima mucho el agua de El Ferrol y así logran con ella los capitanes hacer regalos, que se aprecian y aun venderla a un precio muy bueno, y por la misma causa, luego que entramos en Santo Stefano, la primera diligencia que se hizo fue llenar de agua las pipas vacías, para que bebiendo de ésta le sobre más de la de El Ferrol. No reprendemos esta providencia, sólo tiene su interés en hacerlo así, pero escasearnos un vaso de agua por tener cincuenta o cien cántaros más que regalar o vender es otra dureza y crueldad tan grande o mayor que la antecedente de negarnos un sorbo de vino por tantos días. Por otro lado, hubo otro trabajillo en la comida de que al cabo salimos bien. Se nos daba carne, aun en los días de viernes, lo que disgustaba a muchos y no creyendo o dudando a lo menos que las facultades concedidas a los navios del Rey, por grandes que sean, puedan servirnos a nosotros en las presentes circunstancias, y más no ignorándose que fácilmente se nos puede dar de comer de vigilia, se suplicó con empeño al Capitán que nos diese este gusto y, aunque con dificultad, condescendió finalmente con nuestros ruegos, después de haber comido carne dos o tres días de vigilia. Era muy fácil darnos de comer bien de pescado pues se hizo una grande provisión de escabeches, que apenas hemos probado, aunque se han visto obligados a echar al mar muchos barriles, pero aún así con un poco de bacalao comíamos estos días con más gusto y más regaladamente que todos los días de carne. Por lo dicho sin exageración ni ponderación alguna, es fácil entender que se ha padecido y se padece mucho en el alimento que tomamos, no habiendo cosa perteneciente a él en que no haya habido sus tra221

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bajos. Trabajos en el agua, mayores en el vino, y no inferiores y más generales en el pan, no pequeños en la cantidad y calidad de las viandas y sumos en la indecencia, suciedad y porquería de todo lo que pertenece a la cocina, a la mesa y al modo de servirnos en ella. Y con todo me atrevo a decir que, más que en la comida, se padece en el sueño y en las cosas que pertenecen al dormir, como se entenderá por lo que voy a decir al instante, si es que yo acierto a explicarlo. Después de comer nunca se puede lograr un cuarto de hora de sosiego porque, habiendo tantas mesas, siempre anda entrando y saliendo gente en los dormitorios, no siendo posible que todos concurran al mismo tiempo. Se pasa la tarde en rezar el oficio y otras devociones, en conversación y en leer alguna cosa, como por la mañana, y tomando su cena antes de anochecer, al principio de la noche, como a eso de las nueve, se retiran generalmente todos a los dormitorios, cuya pintura hicimos en otro lugar y conviene tenerla presente aquí. Los que tienen sus camas en los transitillos del piso de la cámara del medio y en la Santa Bárbara, no padecen tanto por el vaho y calor como los que las tenemos en los dormitorios que formaron en el entrepuente desde la Santa Bárbara hasta el palo mayor, pero no les faltan por otras partes otras incomodidades y trabajillos que no tenemos nosotros, que no son menos molestos y pesados. Pero me contentaré con exponer en particular lo que se padece en mi dormitorio, y aún me ceñiré a mí mismo, que no soy ciertamente el más desgraciado de todos, y por aquí se podrá conocer en alguna manera lo que se padece en este punto. Yo tengo mi cama en uno de los dos dormitorios del entrepuente, pero a la entrada, en donde no es tanto como en lo interior el calor y fuego, y no obstante tiemblo todo y me estremezco de pies a cabeza cuando se va llegando la hora de entrar en aquel infierno. Por tanto, aunque la hora de irse a acostar es a las nueve, yo me detengo en lo alto del navio hasta las diez, once o más tarde y sola la necesidad, el miedo de perder por otra parte la salud, aunque no faltan varios que duermen vestidos sobre una tabla, o cajón, en un rincón de la toldilla y a cielo descubierto, me obliga a bajar al dormitorio. Apenas 222

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pongo el pie en la escalera se siente un aire, o bao tan espeso que parece se puede cortar, tan caliente y tan pestífero, que algunas veces se me ha turbado tanto la cabeza y como cortado de tal manera la respiración, que me ha sido forzoso volverme otra vez arriba para respirar y tomar aliento y qué maravilla que estuviese tan caliente y tan llena de vaho espeso y pestífero, cuando yo bajaba a acostarme, una pieza de once bazas de larga y cinco de ancha, sin ventana ni respiración alguna, en que muchas veces por estar el mar inquieto ni aun de día entraba aire nuevo, y nunca han faltado dos, tres o más enfermos y en el principio de la navegación había docenas de hombres vomitando día y noche, y después que estaban acostados en ella dos o tres horas, cuarenta o cincuenta, y entre ellos varios viejos de malos humores. Protesto con toda aseveración que jamás he visto hospital, cárcel ni calabozo alguno que se pueda comparar con estos nuestros dormitorios, especialmente los días en que no se abrían las ventanas o portas de las troneras de los cañones en el calor y fuego y en la hediondez, pestilencia, y espesura del aire Yo mismo, le oí a un soldado, y me parece que tiene razón en ello, que con más gusto estaríamos horas en un cepo de cabeza que de centinela en estos dormitorios, aunque no llega a entrar dentro de ellos. Pero al fin, es preciso romper por aquella peste y hediondez, y entrando por un senderito estrechísimo, que hay entre las camas de un lado y otro, a pocos pasos me presento delante de la mía. Allí en pie en el mismo sendero me desnudo de todo, menos de la sotana por la decencia, y metiendo todas mis cosas, aún los zapatos, debajo del colchón, pues no hay otro sitio, sirviendo de estribo la cama del que duerme debajo de mí subo a la mía por los pies, que son la punta que sale al caminito que se ha dejado entre las dos filas, y encogiéndome y estirándome, a manera de quien nada, pues no es posible de otro modo, a vuelta de algunos esfuerzos llego finalmente a poner en la almohada la cabeza y después me falta la operación y maniobra más difícil, que es quitarme la sotana estando casi echado, no pudiendo sentarme en la cama, y no hay otro modo de hacerlo, sino volviéndome y revolviéndome con gran afán de un lado a otro y procurando guardar la modestia y de223

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cencía que se puede. Ya estoy metido en la cama y acostado, pero ¿cómo se ha de conciliar el sueño en tal cama, en tal sitio y con tantas cosas que le impiden y le traban? Uno es un calor y fuego tan grande que casi se abrasa uno y se derrite, aunque ninguno tiene sobre sí más que la sábana por la decencia, otro un sofocamiento y sudor que es cosa de ahogarse y de deshacerse. El tercero es el olor pestífero y hediondo que casi no se puede sufrir. Y ¿qué diré del ronquido de tantos, oyéndose, no solamente el de los de este dormitorio, sino también el de los del otro semejante y aun el de los marineros, de los que no nos divide sino una tabla mal ajustada? ¿Qué de la molestia de tantas bestiezuelas y animalejos, de que hablaré después de propósito? ¿Y qué de una música desapacibilísima y más sonora y estrepitosa de lo que puede concebir quien no la oiga, de tantos que dormidos y despiertos despiadadamente se rascan? Y si el mar está inquieto y levantado y el viento algo fuerte e impetuoso se estrellan con gran fuerza las olas en las mismas tablas a que van arrimadas las cabezas de muchos, crujen y rechinan terriblemente las vigas y maderas del navio, y en tales ocasiones no suele pasar un cuarto de hora sin que se ponga en movimiento la marinería para hacer alguna maniobra con un ruido, estrépito y bullicio muy grande. A estos enemigos del sueño, comunes a todos, añadiré algunos particulares míos y de otros varios, aunque no les faltarán otros diferentes a los que no les molestan éstos. Uno de los dos, que duermen a mis lados en sus colchones tan unidos al mío que se pueden coser con él, sin tener el trabajo de arrimarlos como sucede a todos los demás de estos dormitorios, tiene un dormir muy desasosegado e inquieto, sin parar en toda la noche de volverse a un lado y a otro, y en estas continuas vueltas que da ya mete su pierna en mi cama y ya me echa su brazo sobre mi cara o mi pecho, y como si esto no bastara para quitarme el sueño, está casi continuamente rascándose con ambas manos a un tiempo, sonora y desapoderadamente, y muy a menudo ruge y rechina los dientes con tanta fuerza que me hace estremecer todo, y creyendo que le da algún accident por compasión le despierto. 224

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Enfrente de mí, y a pocos pasos, hay una lámpara cuya luz me da en los ojos, y allí mismo está un soldado de centinela con su sable desenvainado, paseándose del modo que puede y respondiendo de cuarto en cuarto de hora a la voz que corre por todos los centinelas del navio, como se hace en una plaza de armas. A mi cabecera sin más división que una mala cortina que yo mismo he puesto por la decencia y en tan poca distancia, que como en otra parte dije, alcanzo con la mano al altar, se empieza a decir misa a las tres de la mañana. Y si estamos en puerto, o el viento y el mar lo permite, aunque se vaya caminando, se hace sobre mi cama, y sobre otras que tienen la misma desgracia, una maniobra muy curiosa y muy molesta. Sobre mi cama está asegurada una cuerda gruesa, o más bien maroma, como una buena muñeca que sirve para abrir y cerrar una de las ventanas o troneras de los cañones. Vienen pues al amanecer en los dichos tiempos dos artilleros, y no pudiendo de otra manera se sientan sobre mi cama y aún sobre mis piernas, si no las retiro a tiempo, y así sentados van tirando o izando, como ellos dicen, hasta que a fuerza de muchos golpes logran abrir del todo la ventana, y la maroma que van recogiendo, se va enroscando sobre mí mismo y alguna vez he despertado teniendo sobre mi pecho muchas roscas de la maroma. En esto nos hacen un beneficio muy singular, pues de este modo entra aire nuevo en la pieza y se templa el fuego y mal olor que por la noche siempre va en aumento, pero a mí me suelen quitar el sueñecito de la aurora, que es el único que suelo coger, ¿hay en tierra, ni choza o cabana de pastores, ni hospital de enfermos, ni cárceles, ni calabozos en donde haya tantos y tan terribles enemigos del sueño y del reposo? De ciertas bestiezuelas o animalejos, que pidiendo antes perdón se llaman en buen castellano piojos, prometí hablar de propósito y voy a hacerlo al instante. Apenas habíamos estado dos días en el navio cuando ya todos, mozos y viejos, estábamos por dentro y fuera cubiertos de estos asquerosos animalejos. Luego que se echó de ver esta plaga se acudió al remedio, mudándonos una tras de otra todas nuestras camisas. Pero como estas no son muchas y por otra parte se había apoderado también la peste de la ropa negra, sirvió muy poco nuestra dili225

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gencia. Y, ¿qué mucho, que nosotros no pudiésemos librarnos de ella, cuando los oficiales mismos que traen docenas de mudas de ropa blanca, y aún varios uniformes y tienen además de esto su aposento separado y su criado, que les limpie la ropa, no se ven tampoco libres? Hace esta peste e inundación espantosa e increíble a los que no han hecho viaje en navio de guerra, de la numerosa tripulación o marinería, que está regularmente llena de estos animalejos y como anda por todo el navio por razón de las maniobras y de los demás trabajos que se ofrecen, por todas partes van dejando rebaños y piaras de estas bestiezuelas. Al vernos tan miserables y piojosos, nos reíamos al principio unos de nosotros y nos llenábamos de rubor y vergüenza, y más viéndonos obligados de la necesidad a expurgarnos en público por no haber un rincón en donde hacerlo, en los puños de la camisa, en el cabezón y aún en el pecho, pero al fin, viendo que los oficiales hacían esto mismo con gran franqueza, aun delante de nosotros, todos nos hemos ido animando y perdiendo el miedo en este punto, y más de una vez he visto un espectáculo miserabilísimo por una parte, y por otra tan tierno que casi no podía contener las lágrimas y este era ver a varios pobres viejos plagados como todos los demás de animalejos, que no pudiendo valerse de sus manos estaban en las de algunos caritativos hermanos estudiantes y aún de algún otro piadoso soldado, que como si fueran sus madres les expurgaban y limpiaban. En este navio, el «Nepomuceno», que acaba ahora de fabricarse, nos hemos visto libres por esta razón de dos castas de bestiezuelas que han molestado mucho a los que vienen en el navio «San Genaro» Una es de ratones que todo lo roen y lo destruyen, y causan no poca molestia con el ruido, la otra es de chinches de que hay mucha abundancia en aquel navio, y son una casta de animalejos aún más molestos y más asquerosos que los piojos. Las pulgas han estado discretas y juiciosas, sin que se pueda saber la causa, y parece que han hecho su concierto con los otros animalejos, así para no molestarnos a un mismo tiempo, como también para no dejarnos en paz ni un día siquiera a fuerza de persecución y diligencia contra la in226

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undación de animalejos y usando de más recato y cautela en andar por el navio, y ver en dónde se sienta y acaso también por la mudanza del aire, con haber salido a tierra y haberse lavado muchos en la mar se disminuyó notablemente este trabajo, a los primeros días después de haber echado áncora en este puerto, pero puntualmente entonces por las mismas causas, o por otras que no sabemos, vino sobre nosotros, habiendo habido antes muy pocas, propiamente una tempestad o una lluvia copiosísima de pulgas, que tenemos ahora sobre nosotros. Y aunque es casta de bestezuelas más limpia y más honrada que la otra de animalejos, en cuanto a mortificarnos y molestarnos llena cumplidamente el oficio de sus puercos y viles antecesores. Y, ¿qué cosa hay en que no haya miseria, trabajo y mortificación en esta casa de madera, aunque grande, magnífica y una obra casi increíble del arte y del ingenio, especialmente viniendo en tan gran número como nosotros, amontonados, hacinados y echados unos sobre los otros? ¿Qué trabajo no hay para hacerse la barba?; muchas veces no se encuentra quien la quiere hacer, aunque viene aquí un muchacho con el oficio de nuestro barbero. Otras se pone uno en manos de un aprendiz, que es criado de un oficial, o uno de tantos pilluelos, como hay en esta república o ciudad, el agua siempre fría y algunas veces se nos ha negado para hacernos la barba un pañuelo por paño, una rodilla por navajero, y una malísima navaja son todos los instrumentos y aparejos de desollarnos, más que de afeitarnos. En las más forzosas necesidades de la naturaleza no faltan tampoco trabajos y miserias. En este particular hay todos los días pasajes muy divertidos, especialmente media hora o poco más después del desayuno, cuando son en gran número los concurrentes y necesitados los que yo pintaría aquí con alguna gracia, si supiese y tuviese, por otra parte, gana, tiempo y humor de hacerlo. Para los doscientos que estamos en este navio no hay más que dos lugares comunes o asientos que en términos de marina se llaman jardines, y están en la cámara del medio, porque los jardines de la cámara del Capitán son lugares cerrados y entredichos para nosotros. Muchas veces, pues, a la hora dicha se ven diez y doce hombres en fila, a cada una de 227

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las puertas de los jardines, esperando a que le toque su vez; y en estas ocasiones se ven y se oyen cosas preciosas: de uno alega lo ejecutivo de su necesidad, de éste que se vale de sus años y canas, de aquél que se aprovecha de su autoridad y magisterio y de muchos que dicen que en este género de aprietos y necesidades no hay privilegio, autoridad ni título que deba valer, y que todos en estos debemos de ser iguales. ¡Gran miseria! Vida miserabilísima e infelicísima, sin comodidad alguna, sin orden, sin sosiego, sin reposo para nada, en la que ni se estudia ni se reza, ni se ora, ni se come, ni se duerme, ni se puede decir que se vive. ¿Qué mucho que, después de veinte días de navegación tan trabajosa y miserable, hartos de mar, de miserias y trabajos y gozosísimos por ver que todo se iba a acabar y que íbamos a saltar en tierra, se consternasen generalmente todos con la tristísima nueva de que el Papa no nos recibía en sus dominios, y por tanto que nos sería preciso proseguir con esta vida disgustosísima y desconcertada por muchos días, por semanas y acaso meses. Y después de todo lo dicho, nos falta todavía decir una palabra del trabajo mayor o por lo menos más sensible para la gente de honra, y es la desatención y mal modo con que se nos ha tratado, no sólo por criadillos de oficiales y otra canalla, que hay en este navio, sino por varios oficiales, especialmente por el Sr. Capitán. El asunto es bien delicado y odioso, y le pasaría con gusto en silencio, si ya antes no hubiese prometido hablar de él y si la exactitud de nuestro Diario no pidiera que se explique, también, la mortificación y cruz que se ha tenido por esta parte, como lo hizo el mártir san Ignacio, diciendo los trabajos que padecía de los diez soldados que le acompañaban en su viaje hacia Roma. Pero habiendo de hablar del modo con que nos tratan estos señores oficiales, es razón no confundir unos con otros, pues no son todos culpados; antes hay algunos, que en todo se portan con nosotros con cortesía y agrado y así les nombraremos aquí en muestra de nuestro reconocimiento. El Sr. Juan Romero, Teniente de navio, hombre muy piadoso y de mucha paz, siempre nos ha tratado a todos, con atención y cortesía y a estos jóvenes les ha hecho sus regalitos de frutas y de otras cosas semejantes. Muy parecido a este Sr. Ro228

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mero es otro, D. Juan Labaña de genio muy bondadoso, muy pacífico e incapaz de dar que sentir a ninguno y en todo le hemos merecido buen término y compasión y los jóvenes también sus cariños. Aun más que a estos dos oficiales debemos al Sr. D. Antonio Valdés147, hermano carnal del H. José Valdés148, que estudia Lógica y es discípulo mío y viene en este navio «Nepomuceno», pues no solamente le somos deudores de la urbanidad y buen modo con que nos trata, sino de las muchas impertinencias que nos sufre, teniendo su camarote franco y abierto para lo que se nos puede ofrecer, y gastando con gusto todo lo que tiene en esta y en la otra necesidad que ha ocurrido; no es esto todo ni aún lo principal, aunque es muy joven y no tiene más grado que de Alférez de fragata, ha hablado algunas veces con entereza al Capitán en favor nuestro y a él se debe el que aún no vayan peor las cosas y que en alguna otra se haya puesto remedio. Es joven bien nacido, de honra, de un juicio bien puesto, moderado y se conoce que tiene en Madrid poderosos amigos y protectores. Por eso el Capitán le tiene algún miedo, procura tenerle contento y ganarle con algunas comisiones de honor, que se han ofrecido, para que no cuente en España, y mucho menos al Secretario de Marina y otros superiores suyos, sus ruindades y vilezas. D. Ramón Topete, Alférez de fragata y un Echevarría, que aún es Guardia Marina, son dos jóvenes de buenos respetos y que sólo, por el mal ejemplo de los otros oficiales de que vamos a hablar, nos han dado que sentir alguna cosa. Además de los cinco oficiales de que acabamos de hablar vienen en el navio otros cuatro, que son los que tienen más autoridad en todas las cosas, y siendo muy diferentes de los otros han tenido poder y ocasiones para darnos muchos disgustos y 147. En 1783 Antonio Valdés y Bazán fue nombrado secretario de Marina, sustituyendo a Castejón; cinco años más tarde Luengo escribía orgulloso que se le habían encargado a este marino los principales ramos de la Secretaría de Indias, tras la muerte de Calvez en 1787. 148. José Valdés se ordenó sacerdote en Módena en 1769, pero, ese mismo año, se retiró de los estudios de Filosofía por falta de salud. Un año después se secularizó en Bolonia. Había nacido en 1736 y Luengo tuvo noticia de su muerte en 1792, pero suponía que había sido uno o dos años antes. 229

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efectivamente nos los han dado. Estos son, el Capitán D. José de Beanes, el Sr. D. Pedro Pareja, Teniente de navio, que hace de segundo Capitán, o de Capitán del «detallo», como aquí dicen, y dependen de él muchas cosas. El Sr. D. Antonio Ansoategui, que aunque no es más que Teniente de fragata, por ser algo más hábil o instruido que los otros y por su genio libre y sacudido, es respetado o por lo menos temido de los demás y, finalmente, un montañés llamado Vitorica, que hace interinamente de contador del navio y tiene por consiguiente mucha mano en las provisiones y en otras cosas. Estos tres últimos, de quienes hablamos ahora, dejando al Capitán para después, regularmente se han portado con nosotros con un aire dominante, imperioso, de poco agrado y urbanidad y no pocas veces con desabrimiento y mal modo, y para que se tenga por cierto que así se han portado en cien casos particulares con éste y con el otro sujeto, como pudiéramos referir aquí, basta insinuar dos sucesos en que, de algún modo nos insultaron o nos trataron con un sumo desprecio a todos. En la cámara del medio se juntan a cena los oficiales y suelen cenar muy entrada la noche, aquí sobre cena se quejó uno de los dichos oficiales de que algunos de nosotros, poniéndose a rezar cerca de su camarote, le había interrumpido el sueño; una media palabra a los mismos sujetos o al Superior hubiese sido bastante para que se corrigiese esta falta, y esto es lo que hubiera hecho cualquier hombre de crianza y de respetos honrados, pero estos señores oficiales quisieron tomarse por sí mismos la venganza y satisfacción y esta fue el empezar a medianoche a dar con las llaves y con otras cosas sobre las mesas y hacer de este modo mucho ruido, gritando al mismo tiempo en voz alta, que no duerman ellos, que tampoco nos dejan dormir a nosotros. ¿Una acción tan vil, tan baja, tan indecente y tan propia de unos muchachos de la escuela, o de unos pillos o grumetes de navio pudiera caber en unos señores oficiales de marina de treinta, cuarenta años o más, si estos no fueran hombres sin crianza, y sin ningún respeto bueno, ni de cristiandad, ni de honor y no tuvieran de nosotros un vilísimo y bajísimo concepto? 230

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Al tiempo de cenar o sobre cena, sucedió también el otro caso y fue de esta manera: una noche, como sucedía todas ellas, se habían contado muchos cuentecillos contra nosotros, varios sucesos particulares con este o con el otro sujeto y mil especies en descrédito y deshonra nuestra, y acalorado uno de ellos dijo con tono decisivo y resolutorio que nos cansamos sobre que son unos pillos, unos frailes y no más. A todas estas conversaciones callaban regularmente y no se oponían los oficiales que nos estiman, pero al oír esta resolución tan absoluta y tan magistral respondió uno de ellos con buen modo y con mucha gracia: «eso no señor mío porque, si como traemos doscientos jesuítas trajéramos doscientos frailes franciscos se les tratara como a estos, ya hubiéramos andado a palos muchas veces unos con otros». Hombres que piensan y hablan así, ¿qué cosa habrá que les detenga para insultarnos y tratarnos con desprecio y mal modo, en cien ocasiones que se ofrecen todos los días? En el navio de «San Genaro», según hablan los padres que vienen en él, nada han tenido que sentir de parte de la oficialidad y ni aun de los marineros, y lo mismo hubiera sucedido en éste si, como en aquel, nos hubiera tratado el Sr. Capitán con el conveniente decoro y cortesía, pues en tal caso ni la gente vil del navio hubiera tenido atrevimiento para, insultarnos, ni los oficiales se hubieran mostrado tan descorteses y desatentos. Por lo que la culpa de este nuestro trabajo viene a recaer principalmente en el Sr. Beanes que ha estado muy lejos de portarse con nosotros como el Sr. Argote con los padres que vienen en su navio. No es necesaria otra cosa, para que esto se crea, que hacer un breve cotejo de la conducta de estos dos capitanes, por lo que dejamos dicho consta evidentemente que los trabajillos, que no les han faltado en la comida a los padres del «San Genaro», han nacido precisamente de casualidades y desgracias o de una necesidad inevitable y de algún descuido o malignidad de los criados, pero todo ello sin culpa del Capitán. Y al contrario, en nuestro navio las miserias casi increíbles, en todo lo que toca el trato y alimento, todas han nacido de la ruindad y codicia del Sr. Beanes y él sólo o principalmente tiene la culpa de todas. 231

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Fuera de esto, ¿qué diferencia no ha habido en todas las demás cosas en aquel navio y en éste? El Sr. Argote ha hecho poner en su misma cámara todas las camas que se pudieran acomodar y todo cuanto hay en ella está franco para todos. Los jardines, la tinaja de agua, el balcón y la cámara misma para estarse allí, parlar, leer o estudiar, y es tan bueno y tan sufrido aquel Sr. Capitán que nuestro mismo Provincial ha dado alguna vez sus órdenes para que en ciertas horas, en que el Sr. Capitán reposaba, no se hiciese ruido en la cámara. Todo al contrario es nuestro navio, la cámara de nuestro Capitán es como un gabinete de un príncipe, en la que no entra jamás sino tal cual sujeto de circunstancias, todo en ella nos está cerrado y prohibido, y no se ha puesto allí sino la cama de un padre, que debía de serle muy recomendado por algunas personas de distinción, a quienes ha querido dar gusto el Sr. Beanes. En el navio de «San Genaro» publicó el Capitán un orden para que todos tratasen a los padres con todo respeto y no les molestasen, aun cuando sirviesen de algún embarazo y estorbo cuando se iba a hacer alguna maniobra. En este navio casi se puede decir que se publicó el orden contrario, o por lo menos el modo indecente de tratarnos el Capitán ha animado y autorizado a los demás a que hagan lo mismo, y por lo que toca al tiempo de algún movimiento o maniobra en este navio, ya se dijo el orden duro y ridículo que se nos dio y que se ejecutó por algunos días, y en uno de ellos, en que el viento estaba algo vario e inconstante, se nos obligó a estar encerrados toda la mañana en los dormitorios sin subir ninguno a lo alto del navio, ni siquiera a la antecámara del Capitán, que es una pieza bastante capaz y en ella no se impide a los marineros en la maniobra, por no llegar allí cuerda ninguna Por acabar cuanto antes, con este desapacible asunto, no quiero llevar más a la larga este cotejo fastidioso y me contento con decir últimamente que el Capitán del «San Genaro», D. Diego Argote, según hablan los padres que vienen en su compañía, siempre se ha mostrado con ellos atento y cortés, tierno y compasivo en sus desgracias, natural, franco y humano. Hágase, si se quiere, una perfecta antítesis o contraposición a la conducta del Sr. Argote y ella presentará el porte del Sr. Bea232

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nes para con nosotros. En efecto, este señor Capitán, que es hombre nuevo, de crianza ordinaria, de modales groseros, de un juicio atropellado, nos ha ofendido muchas veces con su modo de hablar nada atento ni urbano, sin un indicio de sincera compasión en nuestras desgracias y con un modo de proceder en todas las cosas dominante, imperioso y soberano. Si quisiera, me sería muy fácil hacer aquí una lista o catálogo de expresiones suyas o más bien palabradas indignas de su carácter, y más indignas de decirse contra sacerdotes y religiosos respetables por muchos títulos, y aun por sola su sangre y nacimiento, ¿qué cosas no habrá dicho un hombre que, en una ocasión a voces que se oían en todo el navio, se atrevió a decir que haría con uno de nosotros un castigo ejemplar, y en otra que le pondría sobre un cañón, que viene a ser lo mismo o poco menos que dar en tierra doscientos azotes por las calles?. Él mismo explicó bien su carácter que hace todo esto, y mucho más creíble, estando en conversación familiar con su confidente, el contador. Suponía el Sr. Beanes que nos trataba mal, que nosotros estábamos quejosos de él, y que escribíamos contra él muchas cosas a España; pero explicó su consuelo en este caso con estas palabras, que no faltó quien las oyese. Pero a mí ¿qué se me da en ellos? ¿qué pueden ellos ya en España? Un hombre que no tiene en su conducta otro motivo de sus acciones que un vil y mundano temor, ¿qué no habrá dicho y no habrá hecho contra nosotros viéndonos en tanto abatimiento y en un estado tan miserable, que es mérito para con los poderosos en la Corte el pisarnos, abatirnos y hacernos mal? Añadiéndose a lo que hemos contado de los oficiales de este navio el proceder casi bárbaro del Comandante Lombardón para con los padres de Andalucía, tenemos el desconsuelo de no poder protestar aquí de la oficialidad de marina con tanta generalidad como lo hicimos en otra parte de la oficialidad de tierra, que a todos los señores oficiales hemos debido atención, urbanidad, respeto, agrado, empeño y esmero en favorecernos y consolarnos en nuestros trabajos y desgracias, y con esto, dejando del todo y en cuanto me sea posible para siempre este odiosísimo asunto, vuelvo a tomar el hilo del Diario, que se ha quedado atrás algunos días. 233

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Día 5 de julio El viento, que el día cuatro era violento e impetuoso, se fue templando este día cinco y con todo eso no se vio señal alguna de viaje en los navios. No se pensaba esta tarde en sacarnos a tierra, ni entre día se ha andado en visitas de unas embarcaciones a otras. No obstante, pareciéndonos a unos cuanto amigos que el viento era poco y que el mar no estaba muy alto, con la protección del Sr. D. Antonio Valdés que nos proveyó de todo, salimos esta tarde a tierra a dar un paseíllo y tener una merienda. Bien presto tuvimos motivo de arrepentirnos de nuestra empresa pues el viento era bastante fuerte y el mar estaba muy alto, tuvimos en la realidad mucho peligro de que se volcase cien veces la lancha y quedásemos todos sepultados en la mar. Los marineros iban con mucho cuidado y uno de ellos llevaba siempre en la mano la punta o escota de la vela, para aflojarla siempre que venía un golpe de aire o de mar fuerte y violento, y nosotros ayudábamos también a evitar el naufragio a lo menos estándonos quietos e inmobles, para conservar el barco en equilibro, aunque las olas nos diesen en las espaldas y montasen sobre nuestras cabezas, pero al fin, sin otra desgracia que habernos mojado muy bien, llegamos a la playa, que está al Oriente del golfo; después de haber caminado cerca de dos leguas, nos metimos un poco tierra adentro y llegamos muy cerca de un lugarcito llamado Patrimonio, del cual salió mucha gente a vernos y contemplarnos, y en ella algún niño, que estudia Gramática con un preceptor, y todos nos convidaron con mucho empeño y cariño a que entrásemos en el pueblo. Pero, no pareciéndonos conveniente nos retiramos a un sitio oportuno a tomar nuestra merienda. Y acercándose ya la noche vinimos a la playa para volver al navio, al cual llegamos dos o tres horas después de anochecer y con el disgusto de habérsenos huido el criado del Sr. Valdés, y llevándose consigo los cubiertos de plata, las servilletas y todo lo que había servido para la merienda. El mar y el viento se habían templado mucho, y así no tuvimos peligro en nuestra vuelta al navio, y aquí no encontramos cosa alguna de nuevo en orden a nuestra partida. 234

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Día 7 de julio El día seis estuvimos sin viento alguno y lo mismo ha sucedido este día siete, y como estamos en una especie de hondonada, como luego se dirá, se ha dejado caer sobre nosotros un calor terribilísimo y casi insufrible. No se vio el dicho día seis señal alguna de viaje, ni fueron llamados los capitanes a consejo de guerra al «San Genaro», pero lo fueron, y muy de mañana, este día siete; y esto nos hizo presumir que habría venido por la noche algún correo en el que hubiesen llegado despachos y órdenes sobre nuestro destino. Pero no habiéndose visto novedad ninguna en orden a viaje, ni hablando con claridad los comandantes sobre este punto, es preciso concluir que el negocio está en el mismo estado y que no convienen los comandantes sobre el punto de desembarcarnos en esta isla antes que lleguen órdenes claros y expresos de la Corte de Madrid. A nuestro Capitán Beanes, se supone, que se ha juntado el Comandante Lombardón en orden a votar por el desembarco; así como se supone de cierto, que los señores Vera y Saravia (si es que éste asiste a los consejos) se oponen a la dicha resolución, y del Sr. Argote, Presidente en el consejo se cree que está irresoluto e indeciso.

Día 8 de julio Esta mañana fueron también llamados los comandantes a consejo, y habiendo vuelto de él nada se ha visto que indique viaje, y nada se ha dicho que dé a entender que se ha tomado todavía alguna resolución sobre nosotros. Pero trajo nuestro Capitán un orden de nuestro Comandante D. Diego Argote, que se nos leyó al tiempo de mesas, como se suele hacer entre nosotros con las cartas del Provincial o General, y la orden es común a todas las embarcaciones y está concebida en estos términos: «A bordo del navio "San Genaro" en San Florencio, a 7 de julio de 1767. Los capitanes y patronos de las embarcacio nes de los convoyes de mi mando no permitirán que los padres jesuítas se embarquen en otras embarcaciones que las de sus respectivos bordos, y en éstas cuando estén desocupadas de las diligencias precisas y después de haber perdido el sol su fuer235

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za por la tarde, con prevención que si alguno se opusiere al cumplimiento de esta orden, será severamente amonestado por el superior a quien le compete. Es copia Argote». Ya estaba esto mandado antes, aunque no con la severidad y rigor que ahora; y se empezó a faltar al orden disimulándolo los capitanes; porque las embarcaciones pequeñas, que en los navios son cuatro con la lancha o barca grande, pocas veces se hallan desocupadas. Pero en el día había llegado ya esta franqueza de embarcarse en las chalupas del país a exceso y desorden, no reparando algunos en andar por la concha, aun en la mayor fuerza del calor. Por eso no se puede menos de confesar que el orden es justo y razonable; y aun que nos será muy provechoso, porque si bien el calor es tan grande en el navio que propiamente se derrite y deshace uno en sudor, siempre es mucho más dañoso tomar el sol al descubierto; y no habiendo por otra parte expresión alguna que no sea respetuosa para con nosotros, no tenemos queja ninguna del Sr. Argote, y aun no tendré mucha dificultad en persuadirme, que ha dado este orden a insinuación del P. Provincial que habrá conocido muy bien, que éste es un medio eficacísino para cortar de raíz este desorden. Día 9 de julio Ayer por la tarde pidió el hermano ropero licencia al Sr. Capitán para ir hoy a lavarnos alguna ropa y se la concedió fácilmente, y queriendo el hermano hacer una lavadura general, especialmente de ropa de cama, nos ha dejado esta noche con una sábana sola recogiendo todas las demás. Pero todo ha sido en vano pues esta mañana se le ha dado contraorden y se ha atendido principalmente a llenar de agua todas las pipas, que se han ido desocupando para que se gaste menos de la estimada agua de El Ferrol. Si no se hubiera dado este contraorden al ropero, hubiéramos tenido el gusto de ver a algunos coadjutores, que repetían el buen ejemplo, que con mucha edificación nuestra nos dieron el día pasado en una lavadura general, lavando ellos por sí mismos la ropa, aunque no solían hacerlo en nuestros colegios. Cosa tanto más loable en estos humildes 236

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hermanos cuanto que no faltan algunos coadjutores que huyen enteramente del trabajo, por habérseles metido en la cabeza que en este presente estado y teniendo pensión por el Rey, ya todos somos iguales, y no tienen obligación a nada. Máxima muy necia que hará que se pierdan varios de ellos149. Todas estas novedades de esta mañana han nacido de que, en fuerza de algunas cartas que debieron de llegar en una tartana que al principio de la noche pudo echar áncora en este golfo, se piensa en viaje. En efecto, como a las cinco de la mañana, tiró nuestra capitana el «San Genaro» cañonazo de leva y alargó el velacho del palo trinquete, que viene a ser dejar colgar un poco una vela, que es señal evidente de marcha. Al momento imitaron al «San Genaro» el navio «La Princesa», que es la Comandanta del convoy de la Provincia de Andalucía, y este nuestro, en el que empezaron al instante a hacer sus maniobras, disponiendo las cosas para el viaje. Pero entre tanto que todos los navios de guerra se preparan para la partida, las dos fragatas de guerra, que escoltan el convoy de la Provincia de Toledo no han hecho movimiento alguno, ni dado el menor indicio de viaje, y hallándose en esta disposición todas las naves de guerra, se oyó otro tiro en el navio de «San Genaro», que puso al instante gallardete en el tope de mesana, llamando los comandantes a consejo. Y efectivamente acudieron todos como a eso de las diez de la mañana. No fue muy largo el consejo y de resulta de él, ni se nos ha dicho cosa alguna formalmente, ni se ha visto tampoco mucha actividad en las disposiciones para el viaje. Es verdad que esto habrá nacido, no de que se haya abandonado la partida, pues en tal caso no conservarían los navios extendida la vela, que es señal de viaje; sino de haberse levantado un viento contrario para salir de este 149. Generalmente, era responsabilidad de los coadjutores desarrollar tareas domésticas dentro de las casas y colegios de la Compañía. Luengo reivindica aquí la teoría generalizada entre los expulsos de defensa de sus costumbres para preservar la unidad e impedir fracciones dentro de la Orden. La relajación en el cumplimiento de las tareas que cada uno tenía determinada en España, no sólo podría abrir fisuras y dar una imagen de desorganización sino que podía atentar contra temas tan inamovibles como la disciplina interna fundamentada en el voto de obediencia. 237

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golfo y seguir el rumbo que se piensa hemos de llevar desde aquí. En este estado quedan las disposiciones de nuestro viaje este día nueve pues, parece segura la partida, y que no puede tardar mucho. Ya que hemos estado tanto tiempo en este golfo, haremos aquí brevemente su pintura. Este golfo de San Florencio, por lo mismo que es propiamente un golfo, no es un puerto con su concha o ensenada defendida por todos lados de las olas del mar, como la de El Ferrol y otras semejantes. Es pues propiamente un brazo de mar que, entre dos cadenas de montañas, se va metiendo e internando dentro de la tierra. Su entrada, abierta siempre a mar alta, es casi por Norte y mira en derechura al golfo de Genova. Hacia poniente cubren al golfo unas montañas bastante altas e incultas, en las que no se descubre otra cosa que dos torrecitas o castillitos con uno o dos cañones de artillería, que pertenecen a los corsos y, efectivamente, hay en ellos unos pocos hombres de guarnición. Hacia el mediodía y en el fondo del golfo, que siempre conserva una anchura como de una legua, está San Florencio, lugar bien reducido, rodeado de una muralla bien endeble y defendido de un castillo miserable, en el cual, como también en la plaza hay de guarnición tropa francesa. Hacia Oriente hay otras montañas que empiezan desde la punta del famoso cabo corso, tan elevadas como las de poniente, pero bien cultivadas a lo que parece a la vista, pobladas de varios pequeños lugares y de muchas casas de campo. Y aun se ve en la falda de uno de estos montes un convento de religiosos, que parece son alcantaristas, o de otra reforma o de San Francisco, y a él hizo sacar el Sr. Vera dos padres que se hallaban gravemente enfermos, de los cuales uno, llamado Mayo, ha muerto ya en dicho convento. No se ha pensado con todo eso en nuestro convoy en sacar a tierra ningún enfermo aunque no faltan algunos que están bien de cuidado. Aquí, como sucedió en los otros puertos, han venido a nuestras embarcaciones muchos barquitos del país, y han traído de venta frutas, y otras varias cosas; y al principio nos las vendían a un precio muy moderado, pero después ya se han ido aprovechando bien de la ocasión y de nuestra necesidad. 238

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El vino es muy bueno y a un precio no muy alto; pero el pan está casi tan caro como en el continente de Italia; pues por las cuarenta onzas o cuarta de Castilla nos llevan tres reales y medio. Han venido también a este navio, estos días que hemos estado aquí, varios de la gente principal del país que nos han contado mil cosas de su isla y de su General Paoli, a quien hacen un hombre singular. En suma, como antes insinuamos todo lo interior de la isla es de los corsos, mandados y gobernados casi como si fuera su Rey, por el General Paoli, que es sin duda hombre de buena cabeza y de mucha política, que trata por una parte de civilizar a sus corsos y, por otra, de aguerrirlos y de conservar en ellos una grande enemiga contra los genoveses sus señores; y según hablan todos los corsos que han venido por aquí, jamás la República de Genova, que solamente conserva las plazas marítimas, llegará a ser señora de la isla sino reduciendo a esta a una soledad o desierto. Día 10 de julio En todo el día no se vio movimiento alguno en nuestros navios en orden a viaje hasta las seis y media de la tarde, en que el «San Genaro» tiró segundo cañonazo de leva, y en este navio sacaron una de las áncoras; y supongo que en el «San Genaro» y en «La Princesa» habrán hecho lo mismo. Y no obstante, las dos fragatas de guerra del convoy de la Provincia de Toledo se están inmobles sin el menor indicio de marcha. Con estas tales cuales disposiciones de viaje, y pretextando siempre que tienen muchas cosas que hacer, ni ayer ni hoy nos han sacado a tierra a dar un paseo, aunque el tiempo lo permitía, ni han dado licencia para ir a otras embarcaciones de jesuitas, y lo que es todavía más, y nunca se ha hecho hasta ahora, se ha dado orden al oficial que está de guardia de que no deje entrar en el navio a ningún jesuíta de fuera. El fin de todos estos órdenes no es otro que impedir que nos informemos de lo que han tratado en sus consejos 15°, especialmente de los padres to150. Nota de Luengo: «En el Memorial al Rey, escrito en Calvi por el P. José Francisco de Isla, que es el Tomo II de la Colección de Papeles Varías, se refieren estos consejos de guerra con más distinción que aquí, desde la p. 268». 239

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ledanos, con quienes hablan con más franqueza sus comandantes que con nosotros los nuestros. Pero nunca lograrán estos señores oficiales el persuadirnos, como lo intentan algunos con todo empeño, que ha venido orden claro, expreso y formal de la Corte de España para desembarcarnos en esta isla; porque si así fuera ¿qué necesidad había de tantas consultas, consejos y deliberaciones sobre el caso? Y ¿cómo era posible que el Sr. Vera dejase de conformarse con esta orden si la hubiera tenido? Es pues evidente, y se palpa con las manos, que los señores Lombardón y Beanes, e inducido por éstos el Sr. Argote, cansados ya de tenernos en sus navios y de esperar órdenes, que nunca llegan, por sólo el aviso de la Corte de Francia o a lo más en fuerza de alguna carta y no de oficio del Ministro en Roma, o en Genova, o de los de España, han determinado dejarnos presto en esta isla; en lo que no se acuerda con ellos el Comandante de la Provincia de Toledo, y por tanto no piensa en moverse. Día 11 de julio Al salir el sol esta mañana nos entró aire muy bueno y favorable para el rumbo que debemos tomar si piensan dejarnos en las plazas de esta isla y, queriendo aprovecharse de él, el Sr. Lombardón tiró cañonazo de leva para su convoy e hizo otras disposiciones muy próximas para la partida, pero habiendo calmado enteramente el viento no ha podido marchar. En nuestro navio, no obstante ser el viento tan oportuno, se vio poca actividad toda la mañana en disponer las cosas para el viaje. Pero después de comer, en medio de haber faltado el aire, se ha trabajado con mucho calor en las disposiciones para la partida. Y no menor empeño que en estas preparaciones, muestran algunos señores oficiales en persuadirnos que ha llegado efectivamente el orden de Madrid para nuestro desembarco en esta isla; y no se descuidan en decirnos, viéndonos un poco desconfiados en este punto, que estemos seguros de que nada se hará con nosotros sin mandato de la Corte. Pero este su mismo empeño en hacernos creer esta cosa es una razón eficacísima de que no ha llegado el orden conveniente del Rey, 240

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pues si les tuvieran en la mano tendrían mil modos de hacérnosle saber auténticamente. Y ¿cómo se puede pensar del Sr. Vera, que a vista de un orden legitimo de la Corte, se estuviese, como efectivamente se está, sin dar el menor indicio de marcha cuando todos los otros navios están ya prontos a partir?

Día 12 de julio El H. José Martín151, coadjutor, se ha puesto muy de peligro y esta mañana se tuvo por conveniente que recibiese el santo viático. La función se hizo con mucha decencia. En un instante colgaron con banderas y gallardetes la escalera y todo alrededor de la cama del enfermo y dejaron todo el camino, por donde había de pasar el Señor, aseado, hermoso y casi magnífico; porque en este navio de guerra se halla todo y hay arte, maña, talento y expedición para todo género de cosas. Se puso sobre las armas todo el cuerpo de guardia con su oficial en grande uniforme a su frente, e hicieron sus acostumbradas evoluciones. De nuestra parte, no hicimos otra cosa que acompañar al Señor y rodear la cama del enfermo. Al principio de la mañana estuvo el viento no malo para salir de este golfo y con todo eso no nos movimos, lo que es otra prueba evidente de que no ha llegado el orden de Madrid; pues si hubiera llegado este según las ganas que tienen de desprenderse de nosotros, aun a remolque y con viento contrario nos sacarían del puerto. Como a las diez de la mañana se puso el aire entre poniente y mediodía, que es enteramente contrario para el rumbo que hemos de llevar desde aquí. Por momentos se fue el viento arreciando y en este navio sucedió un desastre de algún peligro para nosotros y de mayor para los que vienen en la fragata sueca. No estaba nuestro navio más que sobre un áncora para estar más pronto a ponerse en camino, y como el aire llegó a ponerse muy fuerte y no debía de ser de buen barro el fondo en que estaba el áncora, viniendo ésta a la rastra, sin que nadie lo advirtiese, empezó el navio a cami151. José Martín había sido boticario segundo en el colegio de Salamanca y de allí pasó a dirigir la botica del colegio de Santiago. 241

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nar de popa, llevándole el viento desde las montañas de poniente hacia las de levante. Iba nuestro navio a embestir en derechura sobre la dicha fragata de nuestro convoy, desde la cual daban muchos gritos y voces advirtiéndonos que nuestro navio se movía, se cayó finalmente en cuenta aunque ya tarde, para poder echar otra áncora con que detener el navio, y para poder extender alguna vela y tirarnos hacia el mar. La fragata sueca por su parte alargó cuanto pudo la maroma o cable de su áncora y aun añadió otro de nuevo, y nada fue bastante para evitar el encuentro. Tropezó pues, nuestro navio con la fragata y se recostó sobre ella, cogiéndola en alguna manera debajo. Se enredaron unos palos con otros, gabias con gabias y las cuerdas de la jarcia de una embarcación con las de la otra. Todo era confusión en este caso, todo era tumulto, voces y gritos por todas partes, alborotada la oficialidad, del mismo modo los marineros, se oían cien órdenes y contraórdenes, no estando acordes entre ellas lo que se debía hacer, debiendo de tener cuidado al mismo tiempo a no oprimir la fragata sueca y a salvar nuestro navio. Nosotros, entre tanto, como se deja entender, estábamos llenos de susto y de pavor, y con mayor motivo estaban los de la fragata sueca, en la que viene el Colegio de Villagarcía con los pobrecitos novicios que a todos nos causaban mucha lástima y compasión. Saltaron pues a la fragata algunos marineros intrépidos y valientes de este navio cortaron cuerdas, hicieron pedazos cuanto se les ponía por delante que podía impedir que se separasen las dos embarcaciones, echaron un poco de vela en la fragata y habiendo podido coger un poco de viento la sacaron por delante de la proa de nuestro navio, en el cual se había preparado al mismo tiempo una áncora gruesa, y echándola al mar se logró que se detuviese y no se arrastrase más; y así nos vimos todos fuera de peligro de perecer y, según nos han asegurado las gentes del país, a poco más que hubiera caminado nuestro navio y se hubiera hecho pedazos contra una peña, que apenas la cubre el agua. La tarde se ha gastado en recoger el áncora y cables de la fragata y en reparar en ella todos los daño que se le han hecho, que no son pocos, y todo, según se asegura, a costa de nuestro Capitán, que perderá acaso en es242

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ta desgracia lo que puede haber ahorrado escaseándonos el vino y agua. En este navio se ha trabajado en restituirle al sitio en que estaba antes de este mal caso, llevándole ella a la espía, esto es, echando un áncora en alguna distancia, y haciéndole escurrir sobre la maroma o cable hasta que llega a ponerse sobre el áncora misma, y repitiendo una o más veces lo mismo.

Día 13 de julio Nuestro enfermo, el H. José va siempre perdiendo y padece el pobre mucho en esta confusión del navio. Se han hecho por tanto todos los esfuerzos posibles para poder sacarle a tierra al convento de los religiosos franciscos o a otra cualquiera parte. Pero no se ha podido doblar a nuestro Comandante para que dé su permiso; y así es forzoso decir que el Sr. Argote ha tenido en este particular órdenes más rigurosos que el Sr. Vera, Comandante de la Provincia de Toledo, o que éste ha excedido a aquel en compasión y humanidad para con nosotros. No ha estado malo el viento para salir de este golfo y caminar hacia poniente, que es a donde debemos de dirigirnos, y con todo eso todos nos hemos estado quietos, aunque siempre a pique, como dicen aquí, esto es prontos a ponerse en camino al primer orden que se dé.

Día 14 de julio Ayer, luego que se hizo de noche, recibió nuestro Capitán aviso del «San Genaro» de que se pusiese en camino luego que observase un farol en la cofa del palo mayor de aquella nave. No tardó mucho en verse este señal y a las dos de la noche, habiendo sacado la última áncora, empezamos a caminar dejando este golfo de San Florencio después de haber estado detenidos en él desde el día veintiocho del mes pasado de junio. Luego que amaneció, observamos que venía también con nosotros el Sr. Lombardón con todas las embarcaciones de su convoy; y caminamos de tal manera que, a las ocho de la mañana, nos hallábamos ya sobre la punta de la cadena de montañas del golfo hacia poniente, que es necesario montar para ir a las plazas de Calvi y Argayola, a donde sabemos que nos llevan, aunque 243

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nuestros comandantes no han querido decirlo con la conveniente claridad y resolución. Así nos hallábamos cuando por la punta opuesta, que es el cabo Corso, se descubrió el convoy de los padres aragoneses, que hasta ahora se ha mantenido en Bastía. Y en este punto por la primera vez se vieron de algún modo juntos, o por lo menos se descubrieron a un mismo tiempo, los convoyes de las cuatro Provincias de España. Los dos convoyes de Castilla la Vieja y Andalucía se hallaban sobre la punta o cabo occidental del golfo de San Florencio; el de Aragón sobre la punta oriental del mismo golfo y el de Toledo quieto y parado, dentro del mismo golfo. Luego que se dejó ver el convoy de Aragón, le vino orden del navio de «San Genaro» a nuestro Capitán de salir al encuentro al Sr. Barceló y comunicar con él algunas cosas; y en cumplimiento de este orden, dejando de seguir a nuestro convoy, que caminaba bastante bien sobre el cabo, pusimos la proa hacia el Norte. Serían como las dos de la tarde cuando, hallándose cerca de nosotros el jabeque del Sr. Barceló, envió éste a nuestro navio su falúa y en ella vinieron uno, que se dice ser Comisario con algún encargo o comisión sobre nosotros, el cual ha venido de Genova152, y un oficial de marina y después de haber estado en conferencia con nuestro Capitán, marcharon otra vez a su jabeque del cual vino poco después otro oficial de marina y se ha observado también que el Sr. Barceló ha despachado otra falúa al Sr. Vera, que se está quieto con su convoy en lo interior del golfo. Estas dos circunstancias, de haber venido este Comisario y de haberse enviado aviso al Comandante de Toledo, inclinan algún tanto a creer que haya venido orden de la Corte para nuestro desembarco en esta isla. Pero el hablar misterioso, obscuro, y nada resuelto de estos oficiales que han estado en este navio es una prueba irrefutable de que, si hay algún orden, no es cual debía ser claro, perspicuo, absoluto y formal. 152. Posiblemente se tratara de Gerónimo Gnecco. Sobre la labor de éste comisario y de su hijo Luis, véase: GIMÉNEZ LÓPEZ, E. y MARTÍNEZ GÓMIS, M., op. cit., 1997, pp. 181-196. 244

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En todo caso nuestro navio Comandante, el «San Genaro», con las seis embarcaciones del convoy, a buena hora echó esta tarde áncora en el puerto de Calvi, que se supone es el destino de nuestra Provincia de Castilla. Allí mismo ha echado áncora también el navio «La Princesa» con todo su convoy; porque Argayola, para donde está destinada la Provincia de Andalucía, está muy cerca de allí y no debe de tener buena rada para navios grandes. Este nuestro navio, después de acabar con su comisión nuestro Capitán, separándose del convoy de Aragón, que tomó su rumbo para montar un cabo que está más allá de Calvi y enderezarse a Bonifacio, para donde está destinada la dicha Provincia, puso la proa en derechura hacia Calvi, y hubiéramos tomado el puerto a pesar del mucho tiempo que se había perdido en la ejecución de las órdenes del Sr. Argote si al último de la tarde no nos hubiera faltado el viento enteramente. Quedamos pues, al hacerse de noche, en calma y como a tres leguas del puerto. Día 15 de julio Casi toda la mañana estuvimos sin viento y un airecillo, que nos vino a lo último de ella, duró tan poco y se mudaba tan a menudo qu no fue posible, por más que se hicieron esfuerzos extraordinarios, entrar dentro de la concha y echar áncora. Lo peor ha sid que al mismo hacerse de noche se nos puso el viento contrario del todo y empezó a tomar mucha fuerza. Y así fue preciso, hallándonos entre cabos o puntas, virar de bordo, volver la proa hacia alta mar y la popa hacia el puerto para pasar la noche sin peligro de que se estrelle el navio en alguna peña. Esta desgracia ha disgustado mucho a todos y aun más que a nosotros a los señores oficiales que hablan fuertemente contra el Sr. Argote por la orden que dio a este Capitán de abocarse con Barceló, sin haber necesidad de tal abocamiento, y sin más asunto, dicen algunos oficiales, que hacer la competencia de los dos navios, en la cual había quedado mal el «San Genaro», y sin más causa, según otros, que mortificar a este Sr. Beanes y ejercitar su obediencia, por lo mismo que éste había siempre andado huyendo de estar bajo de su mando. Sea de 245

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esto lo que se fuere, lo cierto es que el Sr. Argote con necesidad o sin ella, con mala o buena mención, con las órdenes que dio ayer a este Capitán, nos impidió tomar el puerto como todos los demás y ahora nos vemos en la mar solos, con un viento contrario y fuerte y no sabemos el tiempo que durará y qué trabajos nos hará padecer.

Día 16 de julio La noche ha sido terrible, trabajosísima, poderosa y llena de confusión. Ya el aire estaba bien fuerte y el mar bien encrespado cuando a eso de las diez de la noche, con asombro de todos, se observó entre las tinieblas y obscuridad, un pequeño barco, que trabajaba con toda fuerza por acercarse a nuestro navio. Se les socorrió del mejor modo que se pudo, y con grande dificultad pudieron hacer que se arrimase, o atracase como dicen aquí, el pequeño barco a nuestro navio y que por las cañoneras de la Santa Bárbara entrasen dentro los que venían en él. El barco que, abandonado o poco menos, se le puso a la popa del navio es la falúa de «San Genaro», despedida por el Sr. Argote con ocho marineros valientes y un práctico del puerto para darnos socorro del mejor modo que puede. Y no dejará de servirnos alguna cosa el tener un práctico del puerto y de estas costas; pero ha sido casi un milagro que, en una noche tan obscura y tenebrosa, pudiesen descubrir el navio y acercarse a él sin perderle de vista y que no pereciesen, estando ya el viento impetuoso y el mar muy alto; y lo que no tiene duda es que si tardara una hora más en encontrar el navio perecen todos ellos, porque el viento y el mar por momentos se han ido enfureciendo y alborotando toda la noche. El silbar del viento más impetuoso que todo lo que hemos visto hasta ahora, el bramar terribilísimo de las olas, dando unos golpes y empujes tan violentos y fuertes en los costados del navio que parece no podían las tablas resistir la bulla, estrépito y confusión de toda la oficialidad y toda la marinería que, sin cesar un momento, han estado trabajando y maniobrando, nos han dado, como se deja entender, una noche sin un momento de reposo, tristísima, llena de sustos y temores. 246

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Amanecido este día dieciséis, y casi se puede decir que no amanecido para nosotros, pues casi todo el día nos hemos estado encerrados en los dormitorios hediondos y obscuros, no pudiéndose abrir casi ninguna de las troneras de los cañones y no permitiéndonos subir al alcázar del navio por estar casi continuamente en maniobras y trabajos. Con la luz del día ha subido todo de punto y el viento se ha enfurecido más y se han encrespado más las olas, qué desconsuelo y aflicción no es para todos nosotros el vernos en este trabajo y miseria, pudiendo estar seguros en el puerto como los están todos los otros, y acaso también en tierra, como verosímilmente habrán empezado a salir hoy los de nuestra Provincia y de cierto han salido los padres andaluces. En efecto, este práctico del país, y los marineros que vinieron anoche en la falúa, nos cuentan que el Comandante Lombardón, haciendo entrar a todos los padres andaluces en el barco longo de Málaga que viene en su convoy y en alguna otra barca, los envió a Argayola, que está poco antes de llegar a Calvi viniendo desde San Florencio. La precipitación en echarlos a tierra, el modo y hora del desembarco y más siendo un lugar muy pequeño y muy miserable, prueban bastantemente, que no les faltarán a los pobres buenos trabajos, aunque no sean tan grandes como los nuestros en este navio, en este día y con este tiempo. A la verdad, no hemos tenido en toda la navegación de tantas semanas día ninguno que se le haya parecido a este en los trabajos y miserias. A los trabajos, que se dejan entender por sí mismos, de la fuerza extraordinaria del viento y de la hinchazón y alboroto del mar que no son menos, que una grande inquietud y zozobra, sustos y temores; a mareos de muchos, con grandes vómitos, como si fuera el primer día que entran en la mar, reclusión casi todo el día en los fétidos y tenebrosos dormitorios, y otros semejantes, tenemos que añadir dos que son casi enteramente nuevos, el uno es que se nos ha tratado hoy peor que nunca en cuanto a comida y cena, como si quisiera el Sr. Beanes ahorrar a costa nuestra lo que tuvo que gastar en San Florencio, por haberse arrastrado el navio y haber causado algunos daños a la fragata sueca. 247

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Como el viento ha estado tan fuerte, ha habido más trabajo y dificultad en disponer la comida en los fogones y, por esta causa, que por ventura se pondera más de lo justo, no nos dio de comer hasta muy tarde y entonces poco, malo, duro y mal compuesto. Lo peor de todo ha sido que esta malísima comida había de servir también de cena. En efecto, acercándose la noche se nos dijo que el Sr. Capitán ordenaba que no se nos diese cena y se alegaba que por el viento, no se podían encender los fogones. Luego que se supo esto en el navio se notó que entre todo género de gentes, oficiales, soldados y marineros se hablaba muy mal de esta determinación del Comandante; pues al fin el viento no impidió que se preparase una buena cena para los oficiales y aun toda la demás gente pudo calentar al fuego su mazamorra. Al ver una indecencia y dureza tan grande, no faltó un oficial que hablase sobre ella al Sr. Beanes y supongo que le diría lo que todos dicen y por sí mismo salta luego a los ojos. Conviene a saber que, cuando efectivamente no se pudiese preparar cena caliente, qué dificultad podía haber en darnos de cenar escabeches que no pueden faltar, aunque hayan arrojado al agua muchos barriles y por lo menos, ya que no se nos quiera dar a probar, por una vez, el dulce que a quintales se metió en el navio, ¿por qué no se nos han de dar unas aceitunas, unas pasas, un poco de queso?, de todas las cuales cosas hay todavía buena provisión, y a mal dar no puede menos de haber un poco de galleta y un sorbo de vino. El Capitán estuvo atinado en su resolución y ya entrada la noche, compadecidos de nosotros el Sr. D. Antonio Valdés, algún otro oficial, contramaestre y aun soldados y marineros, nos dieron lo que pudieron recoger para que tomásemos un bocado. El otro trabajo de este día es habérsenos muerto esta mañana el H. José Martín, a quien ciertamente le ha acelerado la muerte algunos días el trabajo en que nos ha puesto, la temporada fuerte que nos ha venido. Fue este H. Martín boticario segundo en Salamanca y de esta ciudad pasó a dirigir la botica de nuestro Colegio de Santiago y, a juicio de todos los que le han conocido, tenía un talento e inteligencia muy particular de las cosas de su oficio. En la dicha ciudad de Santiago fuimos arrestados al mismo tiempo y después hemos andado siempre 248

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juntos hasta este día de su muerte. Y en todos los trabajos y males que han venido sobre nosotros en estos tres o cuatro meses, le he visto siempre sufrido, callado, resignado y conforme con la voluntad del Señor y portarse en todas las demás cosas como bueno, exacto y observante religioso. A lo último de la tarde se hizo su entierro de una manera nunca vista por nosotros, que no dejó de causar algún género de asombro y consternación. Se trajo el cadáver a la cámara del medio y se le puso sobre una tabla puesta en una de las ventanas que miran al mar. Tenía hacia abajo los pies y a ellos atada una espuerta con piedras o cascajo, y estando en esta postura, llena la cámara de jesuitas hermanos suyos, tristes, sobrecogidos y asombrados con un espectáculo tan nuevo, le dijo brevemente el oficio de sepultura el capellán del navio con sobrepelliza y estola, y acabado éste se le dejó resbalar por la tabla y quedó sepultado en la mar. Dichoso él, pues con una muerte, aunque al parecer miserable, en la realidad feliz, preciosa y santa, librándose de las miserias de este mundo se ha ido a gozar el premio de su sufrimiento y paciencia en tantos y tan grandes trabajos. Y por lo que toca al cuerpo, lo mismo es que le coman los peces del mar que los gusanos de la tierra. Se cree que ha muerto tísico y por esta causa se ha echado también al mar su cama, y toda su ropa. Era natural de Viudas en el Obispado de Plasencia y se hallaba en los cuarenta y cinco años de su edad. Día 17 de julio La noche ha sido tan molesta y tan pesada como la otra, pues se ha mantenido el viento con la misma fuerza y el mar en la misma altura y además del trabajo grandísimo que trae consigo por muchos lados un tiempo tan borrascoso, nos hemos hallado en ella en un evidente peligro de perdernos todos. No se hace otra cosa en todo este tiempo que nos persigue este aire furioso, que ir con el navio a una bolina forzadísima hacia Genova y volver hacía la Córcega, trayendo la proa regularmente a Isola Rosa, que es un puertecillo de los corsos entre Calvi y San Florencio, procurando de esta manera apartarnos poco de esta isla, para meternos en el dicho puerto de Cal249

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vi, luego que el aire se incline hacía un lado u otro. Veníamos pues esta noche caminando hacia Córcega y, cuando se pensaba que estábamos aún lejos de esta isla, se hallaron en medio de la oscuridad y tinieblas con la tierra tan cerca por la proa que casi se tocaba con las manos. El susto, el alboroto, el miedo y la consternación fue grandísima en todo el navio y por explicarlo todo en una palabra basta decir que se armaron de hachas los marineros para cortar los árboles o palos, que es ya un paso y remedio en la última desesperación. Pero quiso Dios que aún se pudiese virar y volver hacia el mar la proa y con esta diligencia se salió enteramente de peligro, el que según me ha asegurado D. Antonio Valdé fue gravísimo y el naufragio en tal sitio, en tal hora y de tal modo hubiera sido tan universal, que no se hubiera salvado un hombres de cuantos estamos en el navio. Caminamos hacia mar alta desde que se viró por la noche, y luego que amaneció se puso la proa hacia la isla y habiéndose templado algo el viento, e inclinado un poco hacia poniente al mediodía, se entró en esperanzas de tomar esta tarde el puerto. Pero, a pesar de todos los esfuerzos extraordinarios que se han hecho, forzando el navio con el timón y las velas cuanto ha sido posible, al anochecer tuvimos el desconsuelo de volver a pasar la noche en alta mar, volviendo la popa y las espaldas al punto. Era preciso que nuestro Capitán obrase con consecuencia; y por tanto, no habiendo querido darnos ayer para cenar ni aceitunas ni pasas, ni queso, ni otra cosa semejante, hoy no se nos ha dado de postre cosa alguna ni al medio día ni a la noche, para dar a entender que se han acabado ya todos estos géneros. Pero se sabe muy bien, aún por los mismos reporteros y despenseros que cuidan de estas cosas, que de todas hay provisión abundante en el navio, y no se ignora tampoco que el Sr. Capitán tiene grandes ideas y ha echado cuentas muy galanas en orden a tener grandes ganancias con esta campaña o viaje, y por lo que antes se dijo, se puede entender, que lo logrará en mucha parte153. 153. Sobre el avituallamiento que se preparó para el viaje de los expulsos a Córcega, véase la correspondencia entre Cornejo y Enriquez en R.A.H., 9/5949, ff. 179 a 187. 250

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Día 18 de julio En la noche se trabajó muy bien y con buen suceso en ganar la altura que nos faltaba. Luego que se hizo de día, se volvió la proa hacia el puerto y se tuvo por seguro, aunque el viento era del mismo lado según la situación en que estábamos entonces, que de esta vez le tomábamos. En efecto, llevando el navio forzado en cuanto era posible con las velas atravesadas y con el timón a la una de la tarde entramos finalmente en este deseado puerto de Calvi y a la entrada misma, como hombres que casi temen que se les vuelva al mar el navio, echaron áncora al instante. No bien se había asegurado el navio y recogido las velas, abrieron todas las escotillas o trampas de las bodegas y empezaron con toda furia a sacar baúles y todas nuestras cosas, como hombres que pensaban echarnos esta tarde en tierra. Pero reflexionando mejor sobre la cosa, determinaron suspender nuestro desembarco hasta mañana, movidos especialmente de la mucha distancia que hay desde el navio hasta el muelle, a donde nos han de llevar con todas nuestras cosas, y para evitar este inconveniente se ha trabajado esta tarde en llevar el navio a la espía más dentro del puerto y cerca del «San Genaro» y de las otras embarcaciones del convoy. Nosotros también nos hemos alegrado mucho de esta determinación; pues sería una confusión muy grande entrar cerca de la noche en la ciudad y al fin siempre es mejor tener todo el día para entender en nuestro acomodo en las nuevas habitaciones. Día 19 de julio Domingo y día de las gloriosas santas Justa y Rufina. Después de dos meses cumplidos que nos embarcamos en el puerto de la Coruña y en el mismo día en El Ferrol en el navio de guerra el «San Juan Nepomuceno», hemos saltado hoy en tierra en esta ciudad de Calvi de la isla de Córcega, en cuanto se presenta a la vista, para tan grandes o mayores trabajos como los que hemos tenido en los arrestos, en las prisiones y en los navios, si es posible, que en tierra les haya comparables con estos últimos. Nos pusimos todos en pie muy temprano y se dijeron al instante dos misas en el alcázar, a las cuales asistimos 251

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todos para cumplir con el precepto y quedar desocupados para los trabajos de este día, que era fácil entender que serían muchos y grandes. Se tomó después el desayuno; pero con grandísima dificultad, embarazo y confusión, por una nueva grosería y vileza de las gentes del navio, mayor acaso que todas las pasadas, no presentando para tomar chocolate doscientos hombres más que cuatro o cinco jicaras, haciéndolo sin duda por un malicioso y temerario recelo, de que nos las trajésemos con nosotros; en lo que, aun cuando alguno otro lo hiciera, y no se les haría injuria alguna, pues en el Ferrol se hizo pagar a cada uno de los padres rectores, tantas jicaras como subditos suyos vienen en el navio. A este tumultuario desayuno se siguió inmediatamente el recoger cada uno sus cosillas, enrollar y liar su cama, en lo que tuvimos una fatiga y trabajo tan grande los que habíamos venido en las dos piezas del entrepuente, que no es posible explicarle de modo que se pueda entender. No había otro sitio en donde enrollar y liar el colchón o colchones, sino en las mismas sepulturas que estaban llenas y ocupadas por ellos. Figúrese, pues, cualquiera a su modo, cómo se haría esta maniobra, habiendo de hacerla estando sobre los mismos colchones, que se han de enrollar, y con tanta estrechura y opresión que no se podía estar allí ni en pie, ni de rodillas, ni aún sentado. Yo tuve un caritativo discípulo que me ayudase en esta faena, y con todo esto sudé tanto y quedé tan rendido, como si hubiera hecho un trabajo violento de remar o segar por algunas horas. Nuestro capitán D. José Beanes no quiso dejarse ver a nuestra despedida y se estuvo encerrado en su cámara o metido en la cama, como es más creíble, lo que no se puede excusar de una indecentísima grosería, habiendo de salir de su casa doscientos huéspedes honrados que han vivido en ella no menos que por dos meses. Es verdad, que para alguna excusa de esta descortesía y rusticidad se hizo correr por el navio; que no salía él Capitán a darnos un abrazó a la despedida, porque no tenía corazón para desprenderse de unos huéspedes tan de su estimación y de su cariño. Si es cierto que el Sr. Beanes dijo esta expresión, no puedo menos de protestar, que jamás he oído salir de los labios de hombre alguno un cumplimiento 252

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más desmentido por sus obras y más contrario a su corazón, si por aquéllas se pueden conjeturar los afectos de éste. Presidió pues a nuestro desembarco la segunda persona del navio o el segundo Capitán, D. Pedro Pareja, a quien nunca he visto de tan mal genio y humor tan imperioso y dominante como esta mañana, cuando toda buena razón, la honradez y aun su interés propio debían de haberle persuadido a que en este último momento nos tratase con todo buen término y cortesía y aún con cariño y ternura para que estas tiernas expresiones nos hiciesen olvidar las injurias y desacatos, que nos habían hecho en el tiempo del viaje. Muy lejos de portarse de este modo el Sr. D. Pedro si alguno, aunque fuese un hombre respetable, ocupado en recoger su hatillo tardaba un momento más de lo que él mandaba, le reprendía con tanta autoridad y dureza como si fuera un marinero, un grumete o un paje de escoba y estuvo tan duro, tan cruel y tan inexorable en cuanto a meter mucha gente en la lancha que, hallándonos en ella tantos que no podíamos ya revolvernos, por más que le suplicamos que no hiciese entrar más, especialmente no estando el muelle muy cerca y ni el mar muy sosegado, no desistió de su empeño hasta que nos hizo estrechar en la barca, de manera que los más estábamos de pie pegados unos con otros. Tan poca atención hemos merecido aun en el último día a este Sr. D. Pedro Pareja, no obstante que esta mañana misma, que quiso confesarse, luego encontró un jesuita pronto a servirle. Pero según ha estado de desabrido y furioso es preciso decir que no salió muy contento de su confesión o por lo menos nada enmendado y corregido. Arrancamos finalmente del navio «Nepomuceno» y llegamos al muelle de este puerto de Calvi como a las seis de la mañana y pusimos el pie en el lugar de nuestro destierro. Y en dos solos viajes con la lancha o barca grande nos sacaron a todos a tierra, o por decirlo con más verdad, nos tiraron y arrojaron en esta playa con peor modo y más indecencia que si fuéramos unos malhechores que se arrojan en los presidios del África. Nadie nos acompañó al salir del navio, a nadie hemos sido entregados o dirigidos; nadie ha cuidado de que tengamos casas O O ' JL O o habitaciones en que vivir y nadie ha pensado en que tenga253

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mos hoy alguna o cosa que comer. En suma, nuestro amantísimo y tiernísimo capitán D. José Beanes nos ha sacado del navio, nos ha tirado en la playa y dejándonos en ella abandonados sin un rebojo de pan para comer este día, se estará regocijando en su navio de haberse desembarazado tan felizmente de nosotros y comenzará a alegrarse de las grandes ganancias que ha tenido a costa de nuestro sufrimiento y paciencia. Quedamos pues solos y abandonados en este muelle de Calvi sin saber qué hacernos, ni tener de quién informarnos y como hombres faltos enteramente de consejo, nos tiramos en el suelo a la sombra de unas casas que allí había, esperando a que se dejasen ver algunos de los de nuestra Provincia, que habían desembarcado los días antecedentes. No tardaron en juntarse a nosotros muchos de ellos, y nos contaron que el desembarco de los de la Provincia que habían venido en el navio de «San Genaro» y en las seis embarcaciones mercantiles, se había ejecutado los días dieciséis y diecisiete. Nos dijeron también que los que habían venido en las embarcaciones de transportes, así como en el tiempo de la navegación lo habían pasado mucho mejor en cuanto al trato y comida que los de los navios de guerra, por haberse podido aprovechar de las abundantes provisiones que se hicieron en El Ferrol; así también ahora, al salir de las embarcaciones, han traído consigo chocolate, pemil y otras muchas cosas y por el contrario los que han venido en el navio del comandante Argote fueron echados a tierra sin cosa alguna y del mismo modo que nosotros. Y así el primer día el Colegio de Salamanca no tuvo para comer otra cosa que un poco de pan y queso. Después, nos añadieron que se va haciendo lo que se puede para pasarlo con alguna decencia, aunque todo está muy malo y todo es una gran miseria. Pero de las cosas de este lugar en que nos han echado hablaremos después más largamente, cuando estemos más informados154. 154. Sobre los problemas a los que se enfrentaron los expulsos en la isla véase: MARTÍNEZ GOMIS, M., «Los problemas económicos y de habitación de los jesuítas españoles exiliados en Córcega (1767-1768)», Disidencias ij exilios en la España Moderna, Antonio Mestre Sanchís y Enrique Giménez López eds., Alicante, 1997, pp. 679-690. 254

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En cuanto a casa o habitación para nosotros, nos dijeron, que era preciso recurrir al Comandante francés, que vive allá arriba en la ciudad o fortaleza. Sin perder un momento partió allá nuestro P. Rector Lorenzo Uriarte y entre tanto que volvía su Reverencia, no sabiendo qué hacer nos estuvimos sentados a la sombra, a excepción de algunos que recibían en el arenal nuestras camas y demás cosas que nos iban sacando del navio. Volvió el P. Rector como a las diez de la mañana y traía su boleta del Comandante francés al modo de la que suelen dar en España los alcaldes a los soldados, y en ella nos señalaba para alojamiento de nuestro Colegio de Santiago tres casitas de campo que están fuera del arrabal. Al punto se puso en movimiento toda la gente y reconocida la casa más cercana en la que no hay en nuestra habitación más que las paredes, se trabajó con empeño en buscar las casas necesarias para tener algún género de comida, para la cual no había a las diez de la mañana nada absolutamente, sino los hombres que habían de comer y el hambre y apetito o por lo menos necesidad y flaqueza. Unos, pues, se destinaron a comprar algunos instrumentos más necesarios, como pucheros, cazuelas, platos, cucharas, vasos y así de otras. Otros a buscar qué comer y beber hasta un poco de agua, pues ni ésta había en la casa de campo; y todo esto se había de hacer en pocas y malas tiendas, sin entender la lengua de estas gentes y con un calor insufrible. Todos trabajamos bien, pero mucho más varios jóvenes filósofos y los hermanos coadjutores, que tuvieron que ir tres o cuatro veces cargados, ya con las cosas más ligeras de nuestro equipaje y ya con las que se iba comprando, a la primera de nuestras casas distante del arrabal cuatrocientos o quinientos pasos, con un sol tan vivo y picante como se deja entender fácilmente, a diecinueve de julio y al medio día. Mas al fin, a la una y media de la tarde, nos pusimos a tomar un bocado de que había harta necesidad, no habiendo tomado ni un sorbo de agua desde que tomamos una mala jicara de chocolate en el navio a las cuatro o cinco de la mañana. No hay mesa, ni asiento ninguno en nuestra habitación; y así para comer nos sentamos cada uno sobre su manteo, hatillo o mochila, alrededor de las paredes de dos cuarticos que son ca255

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si toda nuestra casa, y distribuidos en esta forma comimos unas sopitas y un torreznito en gran paz, con mucho gusto y alegría, y a todos nos supo grandemente; aunque para que el convite fuese completo, faltó un poco de vino por haberse olvidado o porque no se encontró y suplió sus veces el agua. Refrigerados un poco con este bocadillo y con haber estado un poco a la sombra, se puso otra vez toda la gente en movimiento, porque esta tarde temamos muchas cosas que hacer. Era preciso buscar alguna cosa para la cena y todas las cosas necesarias para poner mañana olla en las tres casas, no habiendo en ninguna de ellas la más mínima cosa de las que se necesitan para hacer una comida, ni en lo que toca a la cocina, ni al refectorio. No menos era necesario acudir a la playa en donde estaban tiradas nuestras camas y todo nuestro equipaje, separar en un inmenso montón de cosas de los doscientos que hemos venido en el navio las que nos tocan a nosotros, conducirlas a las tres casas y acomodarlas en ellas, y todo se ha hecho aunque no sin mucho trabajo y fatiga y con no pequeño gasto; pues el conducir a las casas las cuarenta camas y como unos treinta baúles que no podíamos cargar sobre nuestras espaldas, abusando esta gente de nuestra necesidad, nos ha costado más de ciento y cincuenta reales, siendo así que la casa más distante de la playa estará otro tanto, que esta más cercana, que dista como cuatrocientos pasos. En esta misma casa cenamos juntos todos los del Colegio y la cena fue lo mismo que la comida, con la sola diferencia de haber tenido ya un poco de vino, y después de cenar se fueron a las otras casas los que han de vivir en ellas. Después del modo indecentísimo con que nos ha tirado en tierra el Sr. Capitán Beanes nada se debe extrañar en otros asuntos por vil y grosero que sea. En todo esto se me cubre la cara de vergüenza y de rubor al querer notar otras vilezas y ruindades que se han usado este día con nosotros. Compróse en El Ferrol, a cuenta del Rey, para nuestro servicio un gran número de vasos y de cubiertos, los que parece nos debían entregar, especialmente viéndonos en un país desprovisto de todo y en tanta necesidad, y no obstante se han quedado con todo en el navio. Pero qué mucho que no nos hayan dado estas 256

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cosas, que al fin no son nuestras, cuando han hecho lo mismo con las que se sacaron de nuestros colegios y aún con las que nos costaron nuestro dinero. Nos consta que se metieron en gran número en nuestro navio cubiertos de bronce de nuestros colegios, y con todos ellos se quedan sin enviarnos siquiera aquellos miserables que usábamos en la navegación. Con igual certeza sabemos que vino al navio de nuestros colegios mucha ropa de mesa; y no nos han dado ni una servilleta ni unos manteles; y añadieron estos últimos días la grosería y vileza casi increíble de hacernos pagar el coste de la levadura de toda la ropa de mesa. Así mismo, es cierto que se metió en el navio lo más escogido de nuestras cocinas, cinco tarteras y ollas de cobre, peroles, platos de peltre y otras muchas cosas como éstas, y de todas las cosas pertenecientes a cocina no nos han enviado más que un miserabilísimo deshecho. Más que todo es todavía el haberse quedado también en el navio con las jicaras del desayuno, que nos hicieron pagar en El Ferrol. De todas estas groserías y vilezas se ha de echar la culpa principalmente al Capitán que, o las ha mandado o debía por lo menos impedirlas no pudiendo ignorarlas; al contador y a la vil canalla de reposteros, despenseros y otros semejantes y, en ninguna manera, a la ilustre oficialidad de marina que viene en el navio, que para no cometer ni aprobar estas vilezas y groserías la basta el haber nacido con honra. No se puede menos de confesar, por lo que dejamos dicho con toda verdad y sin ponderación alguna, que el modo con que han echado en tierra a nuestra Provincia de Castilla los señores capitanes D. Diego Argote y D. José Beanes, ha sido descortés, desatento e inhumano, y no obstante, podemos estar contentísimos, vista la manera que ha tenido en desembarcar a la Provincia de Andalucía el señor Lombardón, su Comandante 155. Les hizo entrar a todos, como ya dijimos, en bar155. «Durante los días 13 y 14 de julio se efectuó el desembarco de toda la Provincia de Andalucía. La primera que ponía los pies en Córcega de las expulsadas de España. De los 593 jesuítas que transportaba el convoy, 390 fueron desembarcados en Algaiola y los otros 202 en Calvi, a muy poca distancia de aquella. El 17 de julio evacuó Algaiola la pequeña guarnición francesa de 60 hombres, siendo inmediatamente ocupada por los corsos. El navio "Princesa" partió de Calvi el martes

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cas de remos y metiendo con ellos sus camas y todas sus cosas, y desde este puerto de Calvi les envió a Algaiola, que dista de aquí como dos leguas. Llegaron allá de noche y al momento con todo su equipaje les echaron en la playa, dejándoles allí abandonados, de noche, en un país y lugar desconocidos y, al mismo tiempo miserabilísimo como se dirá al instante. No tuvieron otro arbitrio aquellos pobres que pasar la noche en un soportalillo y otros al descubierto, sin cena y sin otro socorro humano, abandonadas, o poco menos, todas sus cosas en una playa. Brutalidad, bestialidad y barbarie de que sólo puede ser capaz un humanísimo, afabilísimo y urbanísimo francés, cual debe de ser a lo que oigo este Sr. Lombardón o porque él nació en Francia o sus padres a lo menos. Lo más gracioso es que Algaiola es un lugar tan infeliz y tan pequeño, con tan pocas casas y éstas por la mayor parte desbaratadas y ruinosas (lo que debía de saber el señor Lombardón antes de desembarcar a los padres), que ya se han venido por tierra a este puerto doscientos de los padres andaluces, y se han metido en algunos rincones de este arrabal de CalviI56. ¿Pueden imaginarse cosa más bárbara que el desembarcar a unos sacerdotes y religiosos en un pueblo tan miserable que ni aún siquiera tengan en donde meter su cama? Pues tal es Algaiola, según dicen estos padres andaluces, y es prueba bien clara de que en esto no hay ponderaciones, el haberse venido aquí, en donde no pueden tener otra cosa que un rinconcillo en que esconder su cama, no obstante que aseguran que en Algaiola hay buenos víveres y a un precio muy moderado, y que una gran novedad que ha habido en aquel pueblo más les debía mover a estarse quietos que a venirse a Calvi. Esta ha sido que, en el día en que entraron en Algaiola los padres, se retiraron del lugar y de un castillejo que la defiende los soldados franceses, que estaban de guarnición, y en el momento se apoderaron de todos los corsos que en gran número andaban en aquellas cercanías como sucede también aquí. Por tan21 de julio rumbo a Barcelona, y diez días más tarde Lombardón se encontraba ya en la capital del Principado», en GIMÉNEZ LÓPEZ, E., op. cit., 1993, p. 624. 156. Véase a este respecto: FERRER BENIMELI, José A., op. cit., 1996, pp. 359-368. 258

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to ha perdido en este día la República de Genova aquella plaza y ha pasado al dominio del General Paoli y de sus corsos, y yo creo que aquellos padres lo pasarán mejor en un lugar de éstos que en uno en que manden españoles, franceses o genoveses157. Día 20 de julio Ya he visto hoy las otras dos casas de campo en las que, además de ésta en que yo vivo y sirvió ayer para comer y cenar, está distribuido nuestro Colegio de Santiago. Las dos están como a doscientos pasos de ésta, y una y otra es bien miserable. En una que se reduce a tres aposentillos y un miserable portal, viven diez, entre padres y coadjutores. Doce viven en la otra que es algo mayor, pero está tan desbaratada, tan ruinosa, casi sin techo, sin puerta ni ventana ninguna, y tan arruinada la escalera, que no debía de vivir ninguno y debía de servir para guardar paja. Esta nuestra casa es bastante decente, está bien reparada y pudiéramos estar con alguna decencia, según lo que ahora se usa, si no tuviera ocupada la mitad y la mejor de ella un Capitán de los corsos que manda varios piquetes de éstos que andan esparcidos por estos alrededores y él, con todos ellos, está sujeto a otro oficial mayor que, con mucha más gente, tiene su alojamiento en un convento de capuchinos que está un cuarto de legua subiendo por la montaña. Este Capitán corso, que se llama Colonna y presume ser de los Colonnas de Roma15S; es hombre muy bueno, y nos trata con mucha compasión, cariño y agrado; y ocupando él todo el piso bajo de la casa, que se reduce a una sala y dos buenos cuartos me ha cedido a mí, en el mismo piso, un rinconcito o más bien alacena 157. A estos problemas de los jesuítas andaluces había que añadir la profunda depresión en la que cayó el provincial de Andalucía, el P. Camero que, incapacitado para tomar decisiones en aquellos difíciles momentos, propuso «que cada uno se salvase como pudiese». En MARCH, J. M., op. cu., 1935, vol. 1, p. 237. MARTÍNEZ GOMIS, M., op. cit, 1997, p. 682. 158. Posiblemente Luengo se refiera aquí a los hermanos Lorenzo y Nicolás Colonna, éste último nuncio del papa en Madrid en 1786 y posteriormente legado en Ravena, y a Marco Antonio Colonna, legado del Papa en Bolonia cuando, en 1768, llegaron a aquella ciudad los jesuítas españoles. 259

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y allí he pasado la noche. Extendí el colchón y venía cortado con el aposentito sin que se pudiese meter en él ninguna otra cosa. Aun así es un grande regalo, si se compara con la sepultura del navio; y he dormido grandemente, aunque en la sala a donde sale la puerta de mi escondrijo han estado toda la noche muchos de estos soldados corsos parlando, jugando, comiendo y bebiendo como sucede en un gran cuerpo de guardia y más de tropa, de poca o ninguna disciplina como es ésta. Los otros diecinueve que viven en esta casa, a saber: el P. Rector Lorenzo Uñarte, quince jóvenes escolares discípulos míos y tres hermanos coadjutores están en el segundo alto, distribuidos en esta forma: el P. Rector ocupa un rinconcillo aún más estrecho que el que yo tengo abajo, que sirvió en otro tiempo de pajarera, y ahora solamente le falta para serlo el tener pájaros. El hermano cocinero tiene su cama en un rinconcito de la cocina; los otros dos coadjutores y un estudiante tienen las suyas en un pequeño pasadizo para la cocina y para otras partes. En dos aposenticos decentes que son casi toda nuestra habitación se han acomodado ocho hermanos artistas, cuatro en cada uno, y cuando extienden sus cuatro colchones para dormir queda el aposento como si los colchones fueran otras tantas baldosas cortadas para embaldosar aquel cuarto, y aún les sobra un poco y uno de los colchones sale por una punta por la puerta afuera. Los otros seis han puesto sus camas en dos desvancillos o pajares a tejavana y tan bajos que no pueden estar en pie. Para subir allá y meterse por una ventanilla o agujero se usa de una escalera de mano, que es necesario mudar de un lado a otro cuando alguno de ellos quiere subir o bajar, y lo peor que tienen estos pobres de los desvanes no es ni la estrechez ni esta otra incomodidad, sino que es tanto el calor y fuego que hay allá arrib que aun de noche se abrasan y derriten. Así estamos alojados en esta casita, y aunque es tanta la incomodidad y estrechez, estamos contentos y alegres y como que habitamos palacios grandes y espaciosos, cotejando esta opresión y apretura con la que teníamos en el navio «Nepomuceno». Y he querido pintar tan menudamente esta nuestra casita y el modo con que estamos repartidos en ella, así por ser cosa más propiamente nuestra, como también porque sirve y 260

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es bastante para que se forme alguna idea del modo con que está al presente alojada en Calvi toda nuestra Provincia, pues habiendo recorrido todas las habitaciones que ocupa en alguna otra casita de campo cerca de la nuestra, en el arrabal y en la ciudad o plaza, puedo asegurar sin peligro ni de engaño ni de exageración que son muy pocos en toda la Provincia los que están más cómodamente alojados que nosotros en esta casa, y la mayor parte está tan mal o peor, con igual o mayor incomodidad y estrechez. Bastaba haber dicho esto en general de toda la Provincia si no fuera preciso decir en particular una palabra de dos habitaciones, que nos han llenado de admiración y de horror. Una es la que ocupa el Colegio de Falencia, numeroso de más de cuarenta sujetos en el cual está el curso de los hermanos que estudian Física. Toda su habitación es una bodega o almacén a la orilla del mar, casi subterráneo, húmedo, feo, hediondo, lleno de gusanos y de otros insectos y tan bajo de bóveda que sentados en la cama casi llegan con la cabeza al techo, y lo peor de todo es, que para tanto número de sujetos, es tan pequeña que repartida matemáticamente entre ellos no tocan más que a cuatro palmos regulares de ancho, y ocho de largo; y en esta pieza se ha de meter todo y se han de hacer todas las cosas. Allí tienen todas sus camas, sus baúles y todo el equipaje de los particulares y allí mismo tienen los ajuarcillos, provisiones y cosillas de comunidad, hasta la leña y el agua. En aquella misma pieza se hace fuego, se cuece la olla, se come y se cena, y después duermen en ella todos. ¿Qué le falta a este almacén o bodega para ser una mazmorra o calabozo de malhechores y forajidos? Y así estos pobres del Colegio de Falencia, que estuvieron con nosotros en los infernales dormitorios bajos del navio «Nepomuceno», están en tierra casi con tanta estrechez como en la mar y, por otra parte, mucho peor que en el navio, pues en una sola noche que han dormido en este horrible calabozo se han llenado todo ellos en cara, manos y todo el cuerpo de unos granos o ronchones tan grandes como unas alubias gruesas. Y si prosiguen viviendo en aquella pieza, no más que seis u ocho días, se puede temer con mucha razón que todos ellos pierdan la salud, se pudran y se mueran. 261

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La otra habitación de los de nuestra Provincia que nos ha llenado de pasmo y de horror es un conventico de frailes franciscos observantes, que está entre el arrabal y ésta nuestra casa y es cosa tan reducida que no tiene más que un transitico muy estrecho, con unas doce o catorce celdicas, y una iglesia más capaz de lo que corresponde a la miserable fábrica del convento, pero no absolutamente grande. En este conventico están alojados como unos ciento de nuestra Provincia. En el transitillo y algunas celdicas se han metido como unos treinta y los setenta restantes están en la misma iglesia, de la cual por esta causa se ha retirado el Sacramento, y se ha colocado en la sacristía. Todo el piso o pavimento de la iglesia, aunque es tan húmedo que está chorreando agua por encima de las losas y hasta las mismas tarimas de los altares, está cubierto y como embaldosado de colchones. Y así son tantas las camas de los vivos en esta iglesia como pudieran ser las sepulturas de los muertos. ¿Puede haber espectáculo más horrendo y espantoso?. ¿Quién nos diría pocos meses ha, que en lugar de los aposentos cómodos y decentes de nuestros colegios habíamos de tener por habitación las sepulturas de los difuntos? A este estado nos han reducido los que tienen autoridad y poder sobre nosotros, al mismo tiempo que hacen alarde de hombres que viven en el siglo de la moderación, de la humanidad y dulzura. Pues la cosa es tan cierta que tiene tantos testigos como personas hay en el lugar y los mismos oficiales españoles han ido a ver este espectáculo. Yo estuve esta mañana en la dicha iglesia, oyendo una misa que acaso hubiera sido mejor que no se hubiera dicho, y estuve viendo a muchos sentados en sus colchones, y entre estos muchos sujetos respetables de la Provincia, uno era el P. Eugenio Colmenares159 que después de haber sido Rector en los principales colegios fue un trienio Provincial y Viceprovincial por dos veces. Otros se estaban vistiendo y algunos estaban recogidos todavía. Esta miserable situación tenemos el consuelo de que 159. Eugenio Colmenares fue provincial de Castilla durante tres años, fue un trienio Irovincial de Castilla y viceprovincial por dos veces, cargo que también tendría en el lazareto de Genova. Había sido rector del seminario de Villagarcía, del colegio de Salamanca, del de San Ambrosio y del de San Ignacio de Valladolid. Falleció el 31 de diciembre de 1783 en Bolonia. 262

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durará poco, porque la numerosa guarnición de franceses que hay en la plaza y en el arrabal ha de marchar presto a Francia y dejar vacías muchas casas. En efecto, para hacer este viaje han fletado o alquilado varias embarcaciones de nuestros convoyes y ya empiezan a embarcar cosas de su equipaje. Volviendo ahora a nuestra casita hemos tenido ya hoy nuestra comida casi regular. Hemos ya comido nuestra olla, un poquitito de queso de postre con nuestro pan y vino y todo se ha hecho con gran paz, con mucho gusto y alegría. Y especialmente nos han dado mucho que reír los extraños aparatos del refectorio que quiero pintar aquí para que se diviertan también los que lean en otro tiempo estos borrones. No se ha podido encontrar en toda la casa y en todos sus rincones y desvanes otra cosa que una mesa en que pueden comer unos seis, dos sillas viejas y un banco sin respaldar, a las cuales alhajas hemos podido añadir un arca algo grande. Con estos aparatos hemos comido distribuidos en esta forma: el P. Rector y yo ocupábamos las dos sillas viejas y estábamos alrededor de la mesa; otros dos sentados en el arca nos hacían compañía; y habiendo escogido otros dos hermanos de los más espigados y alticos, comieron de rodillas a nuestra mesa, a todos los demás les sirvió de mesa el banco poniéndose de rodillas por uno y otro lado. Y aunque todo este aparato es tan pobre, tan miserable y tan ridículo, hay ciertamente muchos que no le tienen tan bueno. Día 21 de julio Esta mañana a buena hora levantó sus áncoras el navio «La Princesa», mandado por el Sr. Lombardón, que ahora oigo decir se llama D. Juan, y dejando a los padres de Andalucía, de quienes ha sido conductor en un estado tan miserable ha marchado a Cartagena160. Bien es necesario tener un corazón 160. «En los tensos y largos consejos celebrados en San Florencio por los tres comandantes Argote, Vera y Lombardón, únicamente éste último se manifestó partidario de efectuar el desembarco sin esperar instrucciones de Madrid, ni hacer consideraciones sobre la difícil situación en que podían quedar los jesuítas en tierra». A.G.S., Marina, leg. 724: Lombardón a Arríaga, San Florencio, 4 de julio de 1767. En GIMÉNEZ, LÓPEZ, E., op. cit., 1992, p. 47. 263

DIARIO DE LA EXPULSIÓN DE

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de tigre para abandonar en tanta miseria y desventura a tantos hombres honrados, sacerdotes y religiosos, y una cara sin rubor para presentarse en España después de una acción tan infame, tan inhumana y cruel, especialmente no teniendo orden expresa y formal de la Corte, de dejarnos en esta isla, como cada vez se tiene por más seguro y más cierto161. Él pintará la cosa a su modo, y estará muy lejos de decir la verdad sobre el estado en que nos deja en esta isla. Nuestros comandantes aún se están quietos con sus navios y ha entrado también en este puerto el Sr. Barceló con todos sus jabeques y saetías; porque el viento, que tanto nos molestó a nosotros, es también contrario para el rumbo que debe llevar, rodeando por poniente una buena parte de la isla para llegar a San Bonifacio, que es la ciudad señalada para la Provincia de Aragón. Un poco más entrada la mañana, como a eso de las diez, se reconocieron desde cerca y con toda seguridad dos galeras de la República de Genova, que se decía se estaban esperando con alguna tropa para guarnecer esta plaza cuando saliesen de ella los franceses, y efectivamente después de mediodía entró en este puerto una galera con alguna tropa para guarnición de la plaza, dirigiéndose la otra para el mismo efecto a la ciudad de Ajaccio, destinada para la Provincia de Toledo, en la cual hay también guarnición de tropa francesa. No fue necesario 161. Aunque Carlos III no envió orden directa sobre desembarcar a los expulsos en Córcega, esta decisión sí contó con su aprobación y aplauso. «Por carta deV.M escrita en Calvi con fecha de 21 de julio último y otras dos en Genova con la de 27 del mismo se ha enterado el Rey de todas las ocurrencias de su navegación, y han sido de la aprobación de S.M. las providencias con que VM contribuyó, según de ellas expressa, al mejor desempeño de la expedición de los Regulares de la Compañía a su cargo», y en otra misiva puede leerse: «D. Juan Cornejo, Ministro plenipotenciario de S.M. Catholica en esta ^erenissima República de Genova. Certifico y atesto como el Exmo. Sr. Marqués de Grímaldi, en carta de 21 de julio, me escribió lo siguiente: "Incluyeme V.S. en su carta de 6 de julio numero 2, la que le había escrito D. Juan Antonio Enríquez y el Rey aplaude el Ze/o de este sujeto en las útiles noticias que comunica. Y en carta sucesiva de 11 de agosto S. E. me escribió también acerca de los primeros desembarcos de extrañados en Córcega. La relación que hace Enríquez ha parecido al Rey muy individual y muy propia de su zelo" Todo lo qual para que conste donde convenga, doy la presente firmada de mi mano y sellada con sello de mis Armas. Genova a 6 de octubre de 1767. D. Juan Cornejo». Ambos documentos en R.A.H., 9/5949, f. 178. 264

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más que avistarse la galera genovesa, para que se inquietasen y pusiesen en movimiento los corsos, que en gran número andan en estas cercanías; porque habían entrado en grandes esperanzas de tomar esta importante plaza de Calvi con tanta facilidad como se habían apoderado de Algaiola, embarcándose la guarnición francesa, antes que llegase tropa de Genova. Y efectivamente así hubiera sucedido, a lo que se asegura cuanto es de parte del Gobernador de la plaza, si un Comisario o Intendente bien intencionado, pareciéndole como era en la realidad, una acción infame y vilísima abandonarlo todo en manos de los rebeldes a la República, no se hubiera ido poco a poco en prevenir las provisiones para el viaje. No cayeron de ánimo los corsos, ni perdieron aún esperanzas de apoderarse presto de la ciudad, aunque vieron que se acercaba la galera de Genova con tropa ellos contaban mucho con los tratos y conciertos que habían hecho con los franceses, de que a su retirada quedarían de tal modo dispuestas las cosas que no pudiesen menos de tomar la ciudad y se supone que se lo habían pagado bien. Mi Capitán Colonna segurísimo de que la plaza era suya, y francamente, me dijo que todo estaba acordado con los franceses, y me explicó en confianza el modo que de concierto de unos y otros se habla de tener para apoderarse de ella, y estaba tan cierto y tan seguro de esta cosa que, aun viendo muchos pasos de parte de los franceses que indicaban que no pensaban en entregarles la ciudad, no acababa de persuadirse que obrasen de veras y por orden de principal Comandante porque no es posible, me decía, que los francesas falten tan a las claras a la palabra y promesa que nos han hecho de entregarnos la plaza. Es pues evidente que los corsos tenían seguridades de los franceses, de que a su partida les entregarían la plaza, o por lo menos que ellos así lo habían creído. Si esto no fuera cierto no parece creíble que el General Paoli se hubiera determinado a nombrar Gobernador de Calvi a un hombre de distinción entre ellos, y a hacerle entrar en la plaza, como efectivamente está en ella. Ni como tampoco los ciudadanos de Calvi, aun los más distinguidos y más parciales de la República de Genova se hubieran dado prisa a reconciliarse con el General Paoli, a pe265

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dirle su gracia, si no estuvieran ciertos de que la ciudad iba a ser entregada a los corsos. Y qué puede significar la estrecha comunicación de los franceses con los del país, el permitirlos tener cuerpo de guardia y piquetes, no sólo bajo del cañón de la ciudad, como esté esta casa, sino a tiro de fusil del arrabal, como sucede en el convento de San Francisco, haber dejado entrar en Calvi en gran número a los del partido de Paoli y que metan todas las armas que gusten. Una de dos es preciso que sea: o que los franceses efectivamente han dado palabra a los corsos como ellos dicen, de entregarles la ciudad, o por lo menos que habían determinado marchar a Francia antes que llegase la tropa genovesa; y cualquiera de las dos cosas parece una grandísima iniquidad e injusticia, para lo cual no se puede creer que haya dado Genova justo motivo a la Francia. Pero al fin no quisieron los franceses añadir otra tercera crueldad que sería más grave que las otras dos, aunque una y otra sea cierta. Tal hubiera sido entregar la plaza al Gobernador genovés y a su tropa en tal estado que fuese degollada la primera noche, como sucedería necesariamente si se la entregaran como se halla en el día. Determinó pues el Gobernador de la plaza ponerla en tal estado que, en cuanto fuese posible, pudiese entrar en ella con seguridad la tropa de la República. Para lograr esto ha habido hoy un tumulto y confusión, que es imposible explicarla aquí, y una especie de rotura entre corsos y franceses y casi batallas y combates. Empezaron los franceses a mostrar su determinación de limpiar la plaza y sus cercanías de tanta multitud de corsos, con la ocasión de que uno de estos introducía en la plaza escondidos algunos fusiles. Se destacó contra él un piquete de los franceses, le persiguió hasta el convento de los franciscos, de donde hizo que se retirase la guardia de los corsos, y en esta especie de alarma que se hizo con mucho ímpetu de parte de los franceses, se oyeron algunos fusilazos, y efectivamente, o silvar por el aire algunas balas, que no creo hayan hecho daño a ninguno. Como en esta mi casa está el Capitán que manda a los corsos, que andan alrededor de la ciudad, a cada instante llegaban piquetes de ellos alborotados y furiosos dándole cuenta de lo que pasaba y pidiéndole sus órdenes. El Capitán, estando yo presente, les 266

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consolaba y sosegaba a todos, asegurándoles que todo aquel alboroto no podía ser otra cosa que un ímpetu del oficial que estaba de guardia en la puerta de la plaza, que no podría menos de desaprobar el Comandante, luego que fuese bien informado. Tanta seguridad tenía mi buen Capitán Colonna de que los franceses habían prometido entregarles la plaza y de que cumplirían su promesa. Pero a lo menos en esta segunda parte se engañó y se llevó un chasco pesadísimo, como sucedió también a todos los demás corsos que se hallaban dentro y fuera de la ciudad, porque los franceses, llevando adelante su empeño de entregar la plaza a los genoveses en algún estado de seguridad, con muchos piquetes a un mismo tiempo registraron todas las casas del arrabal y ciudad, recogiendo en ellas gran multitud de fusiles que ellos mismos habían dejado meter, y aun echaron mano y pusieron presos a varios corsos y entre ellos al que estaba señalado Gobernador por Paoli, o porque eran abiertamente enemigos de la República de Genova o porque al ver la extraña conducta de los franceses, nada conformes a sus palabras y promesas, mostraron de este modo o del otro algún disgusto y resentimiento. Aquí perdió toda su paciencia y todas sus esperanzas mi buen Capitán Colonna y prorrumpió en mil pestes y horrores contra los franceses llamándoles abiertamente traidores, hombres sin fe y sin palabra, de quienes no se podía fiar ningún hombre de bien, y fuese por las cosas que pasaban en la ciudad o por haber tenido, como yo creo, aviso secreto de que no se le permitiría estar en esta casa que está bajo del cañón de la plaza, juntó cerca de sí toda su gente y montando a caballo se marchó con toda ella al convento de los capuchinos, en donde se halla un oficial mayor de los suyos. De mí se despidió el señor Colonna con mucho cariño y agrado, y me dijo que nos tenía a todos los jesuitas que estamos aquí una muy tierna compasión por vernos expuestos a muchas miserias y trabajos, en el sitio que se pondrá necesariamente a la plaza luego que marche la tropa francesa. Esto que acabamos de decir no es más que una idea confusa y general de las inquietudes, alarmas y alborotos que ha habido en la plaza, en el arrabal y en sus cercanías. Ni es posi267

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ble verlo y observarlo todo y mucho menos notarlo y escribirlo; especialmente bastante esto poco que se ha insinuado para nuestro principal asunto, que es representar de algún modo nuestra situación tristísima y lamentable. Apenas hemos puesto el pie en este país miserable por muchos títulos, saliendo de las miserias, trabajos y opresión de los navios, nos hallamos sobre otras muchas aflicciones y penalidades, envueltos en asonadas de guerra, en alborotos y confusiones, casi en batallas y ataques, sin saber a dónde escondernos, qué debemos hacer, ni cómo hallar sosiego y amparo. La turbación, los temores, el sobresalto y congoja de muchos, y acaso de los más, y especialmente de tantos como es preciso que haya pusilánimes, de poco ánimo y corazón, no es posible explicarlo aunque escribiera un tomo sobre este punto. Me contentaré con insinuar lo que ha pasado en esta casa, aunque no parece que hemos estado tan metidos en el fuego y confusión como los del Convento de San Francisco, los de la plaza y arrabal, y de esto se podrá inferir en alguna manera la inquietud y turbación que ha habido entre nosotros. Nuestro P. Rector Lorenzo Uñarte, aunque parece hombre animoso, viendo llegar a esta casa tantos corsos armados, llenos de furor y de rabia, y que parece no aguardaban otra cosa para entrar en acción con los franceses que la permisión del Capitán, y todas las cosas de terror que antes insinuamos, se turbó y consternó tanto que nos mandó a todos que, abandonando la casa, le siguiésemos tierra adentro, diciendo al mismo tiempo con toda resolución: «que se pierda todo, primero es guardar la vida»; y así su determinación fue que nos fuésemos tierra adentro sin camas y sin ninguna otra cosa. Y estaba tan firme, en esta su resolución, que no me costó mucho trabajo para sacarle licencia de quedarme en la casa con un discípulo mío más animoso, que se ofrecía con gusto a acompañarme para cuidar en todo caso de nuestras cosas. Pero al fin me la concedió y me he estado en la casa al lado de mi buen Capitán Colona, viendo y observando las cosas que referí antes. El P. Rector seguido de toda la demás gente salía de casa sin saber a dónde iba, ni a dónde debía de ir. Empezó a caminar tierra adentro pero, cayendo en cuenta de que por todas partes había peligros y de que iban expuestos a tener que 268

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pasar la noche en un descampado, falto de consejo, se acogió con toda su comitiva a la casa del P. Provincial Ignacio Ossorío, que está en el arrabal, y allí se estuvo quieto hasta que habiéndose retirado los corsos de todas estas cercanías y de nuestra casa, y sosegado de esta manera el alboroto y tumulto, se volvió a casa con todo su acompañamiento. No se han acabado con esto las consecuencias de las revoluciones y novedades de este día, antes es preciso que se sigan otras muchas muy funestas y terribles, las que nosotros expondremos aquí según vayan sucediendo y procuraremos hacerlo con toda exactitud y verdad. En los pocos días que hemos estado aquí se ha conocido bastantemente que el oro no se estima tanto como la plata y que, por tanto, en la moneda de ésta, al cambiarla en otra del país o al comprar con ella las cosas necesarias, no se pierde nada y aun se espera ganar, y por el contrario en la moneda de oro se habrá de perder alguna cosa. Se ha procurado pues, antes que se vayan las embarcaciones españolas, reducir a plata en cuanto se pueda, así el dinero de las casas como el de particulares, y según oigo decir no ha sido poco el oro que se ha convertido en plata, en la que nos hacen un beneficio muy estimable estos españoles sin daño ninguno suyo, pues para ellos, que vuelven en derechura a España, lo mismo es el oro que la plata. A este efecto de convertir en plata alguna moneda de oro envió esta mañana este P. Rector al navio «Nepomuceno» un sujeto grave subdito suyo, que le parecía más a propósito, por haber tenido bastante trato con toda la oficialidad y ser bien visto de ella. Con todo eso tuvo el sonrojo y confusión de que el señor Beanes no le permitiese entrar en el navio. Grosería y villanía indecentísima que sólo puede caber en un hombre sin honra y sin crianza. Una fineza y regalo hemos debido a este señor Beanes, y aunque él nos la hizo de mala gana y en alguna manera forzado, la notaremos no obstante aquí. El Sr. Argote regaló a los que vinieron en su navio con un baúl de doscientas libras de chocolate; se vio pues, precisado el señor Beanes a hacer lo mismo, enviando otro baúl semejante, que dirigió la tarde de nuestro desembarco o la mañana siguiente a nuestro P. Provincial y por eso no lo supimos aquel día, ni pu269

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dimos notarlo. Éramos doscientos en el navio y así tocamos a libra por persona, que es una cosa bien miserable, y por lo mismo parece que piensa el P. Provincial aprovecharse de estos regalos para dar algún socorrillo a nuestros novicios que no tienen pensión como nosotros.

Día 22 de julio No hay palabras con que poder explicar, de modo que se entienda, el miserabilísimo estado en que se hallan la mitad, y acaso dos partes de tres de los vecinos y habitadores de la plaza y arrabal de Calvi. Solamente nuestra situación puede ser más triste y miserable que la suya. Muchas de estas familias siguieron en otro tiempo el partido de los corsos contra la República de Genova, y en el largo armisticio o tregua, en el tiempo que los franceses han estado de guarnición, consintiéndolo éstos se habían vuelto a la ciudad y establecido pacíficamente en sus casas; y otras muchas, viendo que la plaza iba a parar a manos de los corsos o porque los franceses se marcharían antes que llegase la tropa genovesa, o porque de todos modos habían concertado entregársela, habían procurado merecer la gracia del General Paoli y hacerse de su partido, abandonando a su República de Genova. Todas estas familias se hallan en una grandísima consternación, dudosas y perplejas sin saber qué partido y resolución deben tomar. Los franceses se marchan a su país; la nación genovesa entra en posesión de la plaza, a la que pondrán sitio los corsos y acaso la tomarán. En este crítico estado de esta plaza por todas partes hay peligros, males y miserias para las dichas familias. Si se salen de la ciudad y pasan al partido de los corsos pierden su patria, sus casas y todas las demás cosas que tengan, pues serán tratados como rebeldes por la República de Genova. Y a cuántos desastres y miserias no se exponen metiéndose a vivir tierra adentro en donde no tendrán muchos un pedazo de paz. Si se guardan en la plaza, aun cuando Genova les disimule y perdone sus infidelidades pasadas, ¿qué no tienen que temer del resentimiento de los corsos si llegan a tomar la plaza? Los franceses comprenden mejor que nosotros la suerte miserabi270

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lísima de estas pobres familias; y por lo mismo, no atrepellando su marcha, les dan algún tiempo, para que piensen, resuelvan y ejecuten lo que más les convenga; y por la misma razón han puesto en libertad a todos los que prendieron ayer en el primer ímpetu de las presentes novedades. Yo creeré que no falten muchas familias que hayan tomado la determinación de quedarse en la ciudad; pero ciertísimamente llegan a algunos centenares las que han resuelto salir de ella, y éstas nos han dado hoy un espectáculo que no se puede ver sin lágrimas en los ojos. Todo este día ha estado este camino que, desde la ciudad, pasando por esta casa, va al convento de los Capuchinos, cubierto de todo género de bestias cargadas con camas, arcas y baúles y toda especie de muebles y ajuares, y de hombres y mujeres con sus hatillos a cuestas; y a cada paso se encontraban padres y mayores rodeados de sus hijuelos o llevándolos en sus brazos; y entre ellos se ven muchos hombres de buen porte y de buen traje, y no pocas mujeres que por sus modales y vestido parecen gente honrada y de conveniencias. En su semblante se ve la aflicción, el dolor y la amargura, y de su boca no salen sino pestes y horrores contra los franceses, expresiones de indignación y de enojo contra Genova, amenazas y terrores contra la ciudad, y especialmente el que se cree estaba señalado por Paoli por Gobernador de la plaza ha hablado con tal valentía y resolución en orden al sitio que sea pondrá la ciudad, que parece no se puede poner en duda que Calvi será sitiada. Y en medio de ser esto al parecer indubitable, y al mismo tiempo que abandonar la ciudad sus moradores, se ha dado orden de entrar en ella a todos los jesuítas que vivimos en las casas de campo, en el Convento de San Francisco y aun los que viven dentro del arrabal. Y si la plaza ha de ser sitiada por los corsos, como parece cierto, no hay duda alguna de que debemos abandonar las casas de campo y el Convento de San Francisco; pues éste y aquéllos están, por una parte, expuestos al cañón de la plaza y, por otra, a insultos y hostilidades por parte de los corsos, especialmente por la noche. Aun el arrabal es habitación poco segura por estar abierto por muchas partes y 271

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serlo muy fácil a los sitiadores entrar en él en tiempo de la noche, siempre que quieran. ¿Y a dónde nos hemos de meter y en dónde efectivamente se nos manda que entremos a todos los que vivimos en las casas, que es forzoso abandonar? En la ciudad o fortaleza que va a ser sitiada de los corsos. Cosa terribilísima y durísima, con la cual no tienen comparación alguna ni semejanza todos los arrestos, prisiones, viajes de mar y tierra, y todas las miserias y trabajos por que hemos pasado hasta ahora; especialmente que se sabe muy bien que la plaza está poco provista de víveres y que aun en el agua habrá muchos trabajos. En un estado tan lamentable y en una situación tan crítica, tan dura y tan arriesgada como ésta en que en el día nos vemos, no es necesario decirlo para que se entienda que no se habla entre nosotros de otra cosa que de la terrible necesidad de meternos en una fortaleza mal provista que va a ser sitiada con vigor, y del orden que se nos ha dado de ejecutarle así. En las casas, en las calles, y en todos los sitios de la plaza y del arrabal no se ve otra cosa que corrillos y cuadrillas de jesuitas que piensan, que hablan, que deliberan y que resuelven sobre este punto; y para no disimular nada de la verdad de este suceso debo añadir que hay una especie de tumulto y alboroto, aunque con moderación y sin desorden, y que se oye clamar de muchos, y entre ellos a varios sujetos de los más graves y autorizados de la Provincia, que es una temeridad encerrarnos en la fortaleza en estas circunstancias, y no se deja de oír que no hay ley, derecho, ni autoridad que pueda obligarnos a ello contra los incontrastables fueros de cada uno de conservar su propia vida. La máxima o principio, en general y considerada especulativamente, no deja de tener su fuerza y no es tan fácil rebatirse con eficacia y con sólidas razones; pues al fin no somos soldados de la República de Genova, que tengamos obligación de exponer nuestra vida en su servicio, y ni por otra parte se ve motivo alguno de donde pueda nacer en nosotros semejante obligación. Con todo eso, hablando prácticamente y según las circunstancias en que nos vemos, es mucho más acertado y más conveniente a cada uno dejarse en las manos de Dios y en las de los superiores, resueltos a todo y esperando de su Divina Majestad 272

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que nos librare de estos peligros o nos sacara sin daño de ellos. Y el no pensar de esta manera y recalentarse demasiado, como hacen algunos sobre los derechos de cada uno de conservar su propia vida, vendrá a ser funesto y causa de ruina para muchos. No se puede improbar con todo esto que varios, aun de los sujetos más respetables, hayan hecho sus representaciones al P. Provincial y haciéndole tocar con la mano los peligros a que nos exponemos, si nos encerramos en la plaza, le han suplicado que se piense y se busque algún arbitrio para librarnos de ellos. Pero ¿qué puede hacer el Provincial en este caso? No está en su mano el hacernos volver a las embarcaciones y, por ventura, habrá hecho ya alguno súplica sobre ello a nuestros conductores, que es todo lo que puede hacer de su parte. El entrarnos tierra adentro tiene más dificultades e inconvenientes de lo que piensan muchos y parece a primera vista. ¡Qué gastos e incomodidad no habría en movernos todos con todas nuestras cosas, y entrarnos tierra adentro en una isla que no presenta a nuestros ojos sino montes inaccesibles, casi despoblados y casi sin camino para penetrar en su interior! Y no obstante, esto es lo menos. La isla está habitada de hombres que se miran en la Europa como rebeldes a su príncipe, la República de Genova y, efectivamente, están con las armas en la mano haciendo la guerra en muchas partes. Pues quién no aprehende, o teme por lo menos, absurdos e inconvenientes en meternos por elección propia entre esta gente, exponiéndonos por lo menos a perder toda comunicación privada y pública con Roma y con España, a que ésta no apruebe nuestra determinación, nos abandone, nos niegue la pensión y nos veamos morir de hambre y de miseria. No hay pues en este caso, en cuanto depende de nosotros, arbitrio ni medio alguno prudente y razonable para evitar el encerrarnos en la plaza. Y así respondió el P. Provincial, sabia y santamente, que él iría delante de todos y entraría el primero en la fortaleza de Calvi. No han faltado con todo esto algunos de los más acalorados en este particular, que han hecho sus representaciones a nuestros comandantes para que nos admitan otra vez en sus navios. Pero ¿qué necesitan ellos? ¿que nosotros les digamos el miserabilísimo estado a que nos hemos reducido, cuando ellos 273

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le ven, le conocen y comprenden mucho mejor que nosotros? Por tanto no es posible que dejen de estar inquietos y turbados, con mil recelos y temores; pues al fin puede suceder muy fácilmente que perezcamos todos, o la mitad, o muertos en el sitio de esta plaza y que llegue el caso, que se les pida cuenta de nuestra sangre. Y qué podrán responder entonces especialmente si nos han arrojado en esta ciudad como parece indubitable, sin orden clara, expresa y formal de nuestra Corte. Por eso yo no tengo la menor razón de dudar de que si el señor D. Diego Argote, principal Comandante de nuestro convoy, que es ciertamente hombre de buen juicio, de rectitud y equidad, hubiera comprendido la miserable suerte a que nos sujetaba, y que si los franceses le hubieran informado bien, como debían, del estado del país y de la plaza, jamás se hubiera determinado a echarnos en tierra sin un orden expresísimo y auténtico de Su Majestad. Y aun me han asegurado que ha estado este buen señor tan inquieto, tan perplejo y tan desazonado que ya se vieron en su navio algunos indicios de que se determinaba a hacernos entrar en él. Pero al fin el paso está dado y es muy difícil volver atrás y todas las señas son de que echan el pecho al agua, cierran los ojos a todos los absurdos y horrores que puedan sucedemos y, abandonándonos en nuestros males y peligros, piensan partir cuanto antes de este puerto. Por lo menos se prepara a la partida el navio de guerra el «San Juan Nepomuceno», y ha venido a despedirse de nosotros el señor D. Antonio Valdés, uno de sus oficiales, como que no será extraño, aunque no sea todavía cierto, que marche mañana temprano. Y para que no se crea que nosotros, como hombres sin experiencia en estas cosas, aprehendemos peligros que no hay en meternos en la ciudad, o los ponderamos más de lo justo, pondremos aquí en substancia, y casi con las mismas palabras, una especie de arenga o más bien súplica que hizo el señor D. Antonio a su hermano y discípulo mío el H. José Valdés: Yo lo he visto y observado todo con cuidado y atención, le dijo en mi presencia. La plaza está muy falta de provisiones. La guarnición que viene de Genova es muy poco numerosa; los corsos por el contrario son muchos y no tan ignorantes, como se pensaba, de las cosas de la guerra y, por otra par274

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te, están rabiosos y llenos de furor por habérseles escapado de entre las manos esta plaza y todas las señas son de que emprenderán con todo calor y empeño el sitio de la ciudad. Ya andan recogiendo fagina y abriendo zanjas para levantar baterías y no les falta artillería gruesa para montarla en ellas. El meterse en la plaza, en este estado de cosas, es exponerse manifiestamente a perecer en un asalto o arrebato, aun más que en otros sitios y ataques regulares de otras fortalezas, así por tener los corsos muchos amigos dentro de la ciudad, como tambien por la poca regularidad y disciplina de la tropa. Y cuando no suceda nada de esto,' ni el fuego de las baterías os mate,' J O ni quedéis sepultados en las ruinas de las casas, es inevitable la muerte de pura hambre y necesidad. Yo no veo que pueda haber superior que se pueda obligar a entrar en estas circunstancias en la plaza. Toma todo el dinero que tengo conmigo, métete tierra adentro mientras pasan éstos alborotos y peligros; y después, según queden las cosas, puedes volver a juntarte con los padres; pues yo estoy muy lejos de persuadirte que dejes tu vocación y te apartes de tu estado. Dijo todas estas cosas el buen D. Antonio con la pena y dolor que se deja entender, hablando con un hermano a otro en circunstancias tan duras y tan terribles, y con tanta fuerza y empeño como quien trataba de persuadirle no menos que el que salvase su vida. Pero ni hizo impresión alguna en el ánimo del H. José. Agradeció mucho a su hermano su cariño y desvelo por su bien y conservación, le animó y consoló del mejor modo que pudo en su dolor y congoja y después, con una santa intrepidez y serenidad, le protestó que en todo caso y en cualquier acontecimiento estaba determinado a seguir a los demás, y que no era razón, ni bien parecido, que él huyese el cuerpo a los peligros a vista de tantos hombres de bien, muchos ancianos y respetables por muchos títulos, que intrépidamente se metían en ellos, que él esperaba que el Señor nos sacaría felizmente de todos estos males, pero que si el cielo disponía otra cosa tendría a gloria suya el morir con tan buenos compañeros. Se despidió, pues, de nosotros el señor D. Antonio con la pena y amargura que se puede entender, dejando a un hermano suyo, y muy O

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querido y estimado, en un estado tan miserable y condenado en su parecer de un modo o de otro en el sitio de una plaza.

Día 23 de julio Hoy hemos subido a la ciudad o fortaleza todos los que nos hallábamos esparcidos por varias casas de campo, los que vivían en el Convento de San Francisco y todos, o la mayor parte, de los que estaban en el arrabal, y por lo que toca a la fatiga, al afán, al trabajo y al sudor, puede ser que en todos los pasados no haya habido día alguno que haya excedido a éste. Muy de madrugada, hice que fuese este día el H. José Valdés al convento de capuchinos a despedirse, en nombre de toda la casa, del señor Capitán Colonna, que nos trató, el poco tiempo que nos conocimos, con tanta atención y agrado. Agradeció mucho nuestra expresión y protestó de nuevo su afecto y estimación para con nosotros, y la grande compasión que nos tenía por los muchos peligros y males a que nos exponíamos metiéndonos en la ciudad. Observó con cuidado todas aquellas cosas del convento de los capuchinos el P. José y dice que todo aquello es una confusión, tumulto y behetría inexplicable, pues todos los corsos, que andaban por estas cercanías, y todas las familias que salieron ayer de Calvi y del arrabal, todos, se han reunido con los muchos soldados que ya había allí en el conventico de los capuchinos, y así todo él, tránsitos, capilla e iglesia, todo estaba lleno de hombres y mujeres de todas edades y condiciones, todos revueltos, amontonados y hacinados unos sobre otros; de suerte que, según asegura este hermano Valdés, está más llena de hombres y mujeres del convento de los capuchinos que lo está de jesuitas ésta del convento de los franciscos. Extraña revolución y confusión de cosas se ha excitado en este país con nuestra llegada a él, sin tener nosotros más parte ni más culpa en ella que habernos sacrificado nuestros comandantes arrojándonos en esta playa. No ha sido hoy menor el alboroto y tumulto en la ciudad que en el Convento de Capuchinos, pues al mismo tiempo que nosotros estábamos en la fatiga y afán de meter todas nuestras cosas en la plaza, estaban también en la misma ocupación las 276

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familias que se retiran de ella y que no acabaron ayer de sacar todos sus ajuares. Por su parte los franceses trabajaban con mucho empeño y calor en bajar desde la plaza al muelle todas sus cosas, para llevarlas desde allí a las embarcaciones en que han de pasar a Francia y, por la suya, la guarnición genovesa entendía con la misma actividad en subir desde el muelle a la plaza su equipaje. De suerte que, casi no se veía en todos estos alrededores y especialmente en la grande cuesta que hay que subir y bajar para entrar y salir de la plaza, sino bestias, hombres y mujeres, soldados y jesuítas cargados con camas, baúles y todo género de cosas. Esta concurrencia, de tanto número de gente en moverse a un mismo tiempo y en meter o sacar de la plaza sus cosas, ha hecho nuestra mudanza a la ciudad trabajosísima y de un gasto exorbitante. No se encontraba quien quisiese transportar nuestras cosas, aun pagándolo bien; y así no ha habido otro remedio que cargar sobre nuestros hombros todas aquellas cosas a que absolutamente podían alcanzar nuestras fuerzas, aunque fuese con una suma fatiga y afán. Y el viaje que había que hacer con estas cargas, desde nuestras casas de campo a la ciudad, no es menos que de un buen cuarto de legua con un repecho muy agrio y pendiente a la entrada. ¿Qué trabajo, pues, no habrá sido, especialmente para los jóvenes escolares y para los coadjutores mozos, que han hecho este camino cuatro, seis, y más veces, cargados como unos jumentos y con un sol que abrasa? Dios tiene particular cuidado de nosotros pues, de otra suerte, era preciso que hubiésemos caído enfermos la mitad o todos. El transporte o conducción de las pocas cosas que, por muy pesadas no han podido ir sobre nuestros hombros y que son tan pocas que un jumento solo las pudiera transportar en un día, nos ha costado más de cuatrocientos reales, como me consta muy bien, pues casi todo esto ha pasado por mi mano. Parece que no puede llegar a más la codicia e interés de estas miserables gentes y la iniquidad de aprovecharse de la necesidad en que nos ven. En la ciudad casi nos hemos alojado en el primer rincón que se ha podido encontrar, pues se sabe que este establecimiento no ha de durar más que uno o dos días, que es lo que 277

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pueden tardar en salir de la plaza los franceses; y entonces se verá qué habitaciones y casas se pueden coger para la Provincia y pensarán los superiores en formar colegios y comunidades y entablar, en cuanto sea posible, el orden y disciplina regular. Los del Colegio de Santiago nos hemos dividido en cuatro partes, y de aquí se puede inferir lo que habrá sucedido a los demás. Unos pocos se han metido en unos cuartos bajos, o más bien subterráneo o bodega, del Palacio del Gobernador, otros pocos han entrado en unos cuartos de una buena casa en que viven algunos oficiales franceses, varios se han esparcido y, de dos en dos, han metido su cama en algunos rincones en que les han dejado entrar, y otros nueve y yo hemos entrado en tres aposentillos miserables y un portalillo. Y aunque esta división es para poco tiempo, es de mucha confusión y trabajo, pues al fin es necesario repartir entre todos los pocos y miserables muebles de cocina y refectorio para que todos podamos comer estos días en nuestras casas. ¿Cuándo querrá el cielo que tengamos algún sosiego y descanso, y que podamos vivir con paz y concierto, con el orden y método de vida que tentamos en nuestros colegios? Día 24 de julio Ha marchado finalmente esta mañana nuestro famoso navio de guerra el «San Juan Nepomuceno» en el que hicimos el viaje desde El Ferrol hasta este miserable país. Se asegura que, antes de enderezarse a España, va al puerto de Genova, y no hay duda que todo el día ha caminado llevando el rumbo hacia la dicha ciudad162. Su comisión parece que es conformar al se-

162. «El 24 de julio, el navio "San Genaro", abandonó Córcega con rumbo a Cartagena, pero el viento le obligó a refugiarse en Genova el 3 de agosto, donde todavía se hallaba el "San Juan Nepomuceno", desde el 27 de julio. El propósito inicial, de que el navio transportara provisiones a los exhaustos convoyes de Barceló y Vera, tuvo que modificarse. Al pasar los barcos que transportaban a los jesuitas de las provincias de Toledo y Aragón al puerto de Bonifacio, ante las dificultades que presentaba el desembarco en Ajaccio a causa de la situación política, ello impidió utilizar un navio de las dimensiones del "San Juan Nepomuceno" que no podía aventurarse en un puerto de escaso fondo como Bonifacio. Se decidió fletar un buque de dimensiones más modestas -un pingue inglés-, y juntos 278

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ñor D. Juan Cornejo, Ministro de España en aquella República, del estado en que quedamos especialmente en punto de víveres, de los que hay mucha falta, para que procure socorrernos. Y yo me inclino mucho a creer que en el mismo navio va carta de nuestro P. Provincial Ignacio Ossorio para el dicho señor Cornejo, en la que le expone nuestra miserabilísima situación y le ruega que se apiade de nosotros y nos socorra con algunas provisiones. Ha marchado también esta mañana el señor D. Antonio Bárcelo con todas las embarcaciones de su convoy, y ha tomado el rumbo hacia San Bonifacio, que es la ciudad destinada para la Provincia de Aragón. Después de lo que ha visto aquí en Calvi este piadoso Capitán, no es creíble que tenga corazón para arrojar a los padres aragoneses en San Bonifacio si se halla aquella ciudad en las mismas circunstancias que ésta y en peligro de ser atacada y sitiada por los corsos. Con la bulla, atropellamiento y confusión de la mudanza, ninguno se acordó ayer de cerrar la puerta de nuestra casa y traer las llaves de ella para entregárselas a una señora Espinóla que, cuanto es de su parte, nos la entregó a nosotros y, aunque de nada servirá el cerrar la casa y traer las llaves, pues siempre que quieran se apoderarán de ella los corsos, pareció conveniente recogerlas para ponerlas en las manos de dicha señora, y yo me ofrecí a traerlas. Salí, pues, esta mañana a buena hora de la ciudad y llegué a nuestra casa sin haber visto persona ninguna en todo aquel campo, y en todos los alrededores y cercanías. Los corsos se están en la montaña, en su Convento de Capuchinos, y los de la plaza y arrabal dentro de sus murallas, como hombres que no se fían unos de otros, aunque todavía no están en guerra. Entré en mi casa, la registré toda ella para ver si habíamos dejado olvidada alguna cosilla y empecé a cerrar ventanas y puertas. En esto, se me mete en casa un joven no mal vestido y armado con su fusil. Díjome que era un oficial del General Paoli, y que venía a impedirme cerrar la casa, dándome por razón que ya que ellos habían perdido sus casas en la ciudad querían apoderarse de las que tienen los de la ambos navios iniciaron su regreso a Cartagena el 9 de agosto, donde fondearon el 22 de ese mismo mes», en GIMÉNEZ LÓPEZ, E., op. cit., 1993, p. 625. 279

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ciudad en el campo. Yo le respondí que a nosotros nos tocaba entregar aquellas llaves a la señora de quien era la casa y nos había hecho el favor de tranqueárnoslas para vivir en ella y que, por tanto, me permitiese cerrar las puertas y llevar las llaves, especialmente que a ellos no se les hacía daño ninguno, pues siempre que quisiesen podrían entrar en la casa. Disputamos y altercamos largo rato sobre esto, y el oficialito estuvo firme en no permitirme cerrar las puertas y ventanas, y mientras duraba con algún calor nuestra disputa tuvo el cuidado, o más bien insolencia de meter la baqueta en el fusil, para que yo viese que tenía tres o cuatro dedos de carga y de levantar la cazueleta, para que observase que el fogón estaba bien preparado, que fue tanto como amenazarme si no desistía de mi empeño. Me fue pues forzoso desistir y, dejando la casa abierta, empecé a caminar hacia la plaza. Pero a pocos pasos oigo que me llama el oficialito, me llego a él y me dice que me dejará cerrar la casa y llevar las llaves si le doy palabra de enviarle a tal sitio determinado, en donde él esperaría, una libra de chocolate de España. Se la ofrecí con indignación y con desprecio y, vuelto a la ciudad con las llaves de la casa, se la envié al sitio señalado la libra de chocolate; porque si hubiera yo faltado a la palabra sería capaz de tirarme un balazo y aun al primer español que viese. He averiguado después que este oficialito es un hijo del que hacía de Cónsul de Francia en esta ciudad y ha salido ahora de ella con toda su familia, por ser del partido de los corsos. ¡Qué gentes son estas entre quienes hemos venido a vivir! Si la gente que parece debía tener alguna honra y buena crianza hace estas vilezas y groserías, ¿qué no se puede temer de la gente pobre, vil y miserable? No mucho después que volví de mi expedición militar, de traer las llaves de la casa, vi entrar en la plaza, bien formada y con buen orden, la tropa de la República de Genova, que viene a guarnecer esta ciudad. Es buena tropa, parte de tedescos y parte de genoveses, pero es en muy corto número pues no pasa de doscientos hombres. ¿Cómo ha de defender tan poca gente un castillo pequeño, que está más allá de los franciscos y la plaza que, aunque muy pequeña en razón de ciudad, es por lo menos una fortaleza o cindadela grande? Los franceses hicieron la ceremonia de la 280

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entrega formal de la plaza al Gobernador por la República de Genova y, como a las tres de la tarde, salieron de la ciudad formados y pasaron a algunas de las embarcaciones mercantiles que nos trajeron a nosotros para pasar en ellas a Francia. Luego que salieron de la plaza los franceses, por orden del nuevo Gobernador por la República de Genova, se armaron todos los paisanos del arrabal y de la plaza, ricos y pobres, y en número como de trescientos se presentaron en una pequeña plaza que está a la puerta del Palacio del Gobernador. Fueron todos pasados en revista, distribuidos en compañía y se nombraron los oficiales de ellas y, desde la misma plaza, se enviaron piquetes de esta nueva tropa a defender las puertas del arrabal y la plaza, una fuente que está allí cerca, de donde principalmente se trae el agua, y otros puestos avanzados. La tropa reglada, que ha venido de Genova, toma sobre sí el defender un pequeño castillo, que está dominando al convento de los franciscos y allá ha ido un destacamento de veinticinco o treinta hombres, y la plaza misma, y si ella no la defiende, poco se puede esperar de estas milicias levantadas de repente y más, que es bien creíble, que en ellas hay muchos que son en su corazón más corsos que genoveses, y que habrá muy pocos que no tengan entre los sitiadores amigos y parientes. En efecto, habiendo asistido nosotros a estos aparatos y disposiciones militares, vimos muchas mujeres de todas edades que se afligían, suspiraban y se lamentaban dando señales de mucha aflicción y sentimiento y ellas mismas, sin preguntárselas, explicaban la causa de su pena diciendo unas que entre los que aquí se arman tienen al padre, y entre los corsos uno o más hermanos; otras que entre éstos está su marido y entre los sitiadores su padre y toda su familia, y a este modo otras contaban parientes por una y otra parte y, en realidad, apenas habrá familia entre estas gentes de Calvi que no tenga algunas prendas entre los corsos. No hay circunstancia ninguna en esta guerra civil, en que nos vemos envueltos, que no añada nuevo espanto y terror. ¡Qué espectáculo este que acabamos de ver de armarse todos los hombres del pueblo y deshacerse en llanto todas las mujeres de él, para que dejen de afligirse y turbarse muchos, especialmente los que son de poco corazón y pusilá281

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nimes, cuando todo inspira pavor y miedo, todo anuncia combates, sangre y mortandad! No es extraño que, siendo cada día nuestra situación más triste, más miserable y más llena de peligro, se sostenga aún con calor el modo de pensar de muchos y entre ellos no pocos sujetos de autoridad, que no debíamos entrar en la plaza y se debía abrazar cualquier partido antes que éste de encerrarnos en una fortaleza tan mal provista y que va a ser sitiada con fuerza, y dando un paso más adelante en esta disputa, se ha reducido ya en el día a estos términos: si es o no apóstata el que se aparta del cuerpo en estas circunstancias y se retira a lugar seguro, con ánimo de volverse a unir luego que pasen estos peligros y terrores, y hay muchos que, francamente, dicen que no es apóstata el que huya en el caso presente y con la dicha intención. Y a la verdad es muy difícil convencer, con buenas razones, de falsa esta opinión; porque los derechos de guardar la propia vida son muy grandes y tienen mucha fuerza y eficacia; y más en un caso como éste, en el que ni propiamente el Instituto y Regla que profeso, ni orden de algún legítimo superior, sino una determinación bárbara de hombres que injustamente me persiguen, es la que me ha hecho entrar en esta plaza con peligro de perder la vida. Otros por el contrario, y son más que los primeros, resuelta y francamente dicen, que son apóstatas los que se huyen, y con la misma franqueza llaman apóstatas a cinco de nuestra Provincia, que huyeron esta noche pasada, y se cree que están escondidos en alguna de las embarcaciones que están en el puerto. Yo quisiera, y procuro efectivamente, y otros muchos piensan como yo, llevar en esta disputa un camino medio163. No puedo apro163. Sobre los secularizados se observaron dos opiniones enfrentadas, unos -minoritarios- defendían el derecho a guardar sus propias vidas, argumentando que no habían sido enviados a aquel lugar en labor misional o enviados por un superior de la Orden, sino desterrados por enemigos de la Compañía, razón por la cual no tenían ninguna obligación de obedecer y mantenerse en el peligroso lugar elegido para la deportación. Pero otros, mayoría entre los expulsos castellanos, opinaban que los cinco que habían huido la noche anterior eran, sin lugar a dudas, auténticos apóstatas. Manuel Luengo pretendía entonces mantener un «camino 282

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 bar que se llame con tanta franqueza apóstata el retirarse a un lugar seguro en las presentes circunstancias; y mucho menos que se llame apóstata a los sujetos que se han huido, especialmente siendo, cuatro de los cinco, hombres de buena conducta, de honra y de religiosidad de quienes nadie puede presumir con razón que jamás hayan pensado en dejar la Compañía. Pero tampoco apruebo la importunidad de los que se empeñan en defender públicamente que no es apóstata el huir en este caso. De qué puede servir esto sino de facilitar la fuga de muchos, la que, aunque no sea apostasía, es a mi juicio un mal y desgracia muy grande de la Provincia, que perderá muchos sujetos apreciables y de los mismos que huyen que difícilmente volverán a ceñirse con el cuerpo y, desunidos y solos, padecerán por otros lados más trabajos y miserias que los que nos mantengamos unidos en donde el Señor nos ha puesto. Me compadezco, pues, mucho de los que se han huido, por los males a que se exponen; pero no les miro como apóstatas; antes espero que algunos vuelvan otra vez a la Provincia; y por lo mismo, mirando del modo que puedo por su honor, me contentaré con poner aquí sus nombres por las letras iniciales y finales de nombre y apellido, y son los siguientes: P.A.B.164, P.L.B.165, P.R.O.166, P.M.A.167, P.A.M.168.

medio», es decir, no sabía qué partido tomar. Tal fue, en aquel momento, su respeto hacia los fugados que, aunque no resistió la tentación de dejar puntual constancia de sus nombres en su Diario, lo hizo escribiendo exclusivamente las siglas, ya que confiaba en que volvieran a la provincia y temía manchar sus nombres. Todas estas consideraciones de tan humano matiz cambiaron con tanta rapidez como rigurosidad; la influencia de las discusiones que, sin duda, se llevaron a cabo dentro de la provincia sobre el riesgo que corría todo el Instituto con evasiones de ese tipo, forzaron a que el P. Luengo, en menos de un mes, como veremos, diera un vuelco total a sus posturas. De ahí que, con posterioridad, escribiera al margen los nombres completos de los huidos y los datos que de ellos tenía más a mano. Sobre lo ocurrido con estos jesuítas que decidieron abandonar la Compañía véase: GIMÉNEZ LÓPEZ, E. y MARTÍNEZ GOMIS, M., op. cit., (1995). 164. Nota del autor: «Antonio Bayón de la villa de la Seca muerto en Francia». El P. Bayón, profeso de cuatro votos, nació el año 1731. Había sido maestro de Teología en Salamanca y compañero de viaje de Mezcorta. Luengo tuvo alguna noticia de sus viajes, registrándolo en el t. VI, pp. 230 y 282; falleció en 1780 en Francia, país al que llegó tras su secularización y donde era párroco. 283

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Además de estos cinco, que se han huido propiamente, ha marchado también llevando su dimisoria el P. Ramón Orduña, a quien conocí y traté en Salamanca dos años antes de nuestro destierro enseñando los dos Filosofía, y ya entonces tenía méritos muy sobrados para ser despedido de la Religión y a estos añadió otros de nuevo en el Colegio de Santander, en donde 165. Nota del autor: «Lorenzo Badarán de Logroño; profeso como el antecedente. Vive en Francia». El P. Badarán en el momento de la expulsión era maestro de Teología en Salamanca y profeso de cuatro votos. En 1768 tuvo Luengo malas noticias sobre su situación en la frontera hispano-francesa y anotó en su Diario algunas noticias que tuvo sobre sus viajes en el t. VI pp. 230 y 282. En 1780 era párroco en Bayona. 166. Nota del autor: «Ramón Ormaza, vive aún en Londres». El P. Ormaza era natural de Bilbao y en el momento del destierro estudiaba Matemáticas en el colegio de Salamanca, escribió al provincial explicando su huida en 1769, Luengo escribió sobre las noticias que le llegaron de sus viajes un año más tarde; en 1778 era párroco en Londres y falleció en Liverpool en enero de 1789. 167. Nota del autor: «Manuel Arenillas, de Becerril, volvió a la Provincia pero salió otra vez». Manuel Arenillas Arguelles había nacido en 1742, después de secularizarse se reintegró a la provincia el 28 de septiembre de ese mismo año, afirmaba que huyó por temor a la situación bélica que sufría Calvi cuando entraron en esa plaza y que desde allí viajó hasta el puerto de Bastía, embarcó y en Genova pidió protección al P. Idiáquez con quien se quedó; en 1769 escribió una carta al duque de Parma, sobre el asunto de la pérdida de los baúles en el viaje hacia Bolonia y, por este motivo, fue despedido de la Compañía. Contaba 29 años y el P. Luengo le describía como «alocado y de poquísimo juicio»; salió de la Compañía con dimisoria el 17 de febrero de 1769 en Bolonia y los comisarios reales consultaron con Aranda si debían pagarle la pensión después de haber dejado la Orden y el presidente del Consejo de Castilla contestó que ni se le pagara la pensión ni se le diera permiso para volver a España; después de permanecer un tiempo en prisión se le desterró de Bolonia, se dirigió hacia Imola donde pretendía establecerse en 1773, no tenía pensión y le ayudaban económicamente un jesuíta de la provincia del Perú, el P. Doncel y el P. Idiáquez. 168. Nota del autor: «Antonio Mezcorta, de Bilbao; volvió a la Provincia y perseveró» El P. Mezcorta escribió al general de la Compañía desde Holanda en 1772, explicando los motivos de su huida de Córcega en 1768, se consultó a su provincia si sería bien recibida su reincorporación y el provincial respondió «lo será con los brazos abiertos». Luengo escribió en su Diario sobre la llegada de Mezcorta a Roma y, el 31 de agosto de 1772, se unió a los jesuítas en Bolonia. Ese mismo año se aceptó su petición de doble pensión y realizó la profesión de cuatro votos el 15 de agosto de 1773 en Bolonia. En mayo de 1801 respondió a la orden de segundo destierro dictada por Carlos IV, realizando el viaje desde Barcelona a Civitavecchia, a bordo del «Minerva» y, en enero de 1809, prestó juramento de fidelidad al rey José Bonaparte y a la Constitución de Bayona en Roma. 284

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enseñaba Filosofía, al tiempo de nuestra desgracia. En efecto, ya se había pedido su dimisoria al P. General y se asegura que llegó a España antes que nosotros saliésemos y que la interceptó el conde de Aranda. Por su parte, deseándolo también salir de la Compañía, hizo cuanto pudo para que se le intimase la dimisoria, y solicitó con todo empeño quedarse en España protestando que él no era jesuíta y que no debía de ser tratado como ellos. Pero no pudo conseguir nada y se vio obligado a embarcarse en Santander con todos los demás y nos ha seguido en todos los trabajos y miserias que hemos tenido hasta ahora, las que necesariamente le habrán sido más pesadas que a nosotros, por carecer de aquel consuelo y satisfacción que sabe dar aún conciencia serena y tranquila, y por no tener aquel esfuerzo y valor que inspira a los demás el pensamiento de que se padece por Jesucristo y por lograr su eterna salvación, perseverando hasta la muerte en la Compañía de Jesús, aborrecida y perseguida por el mundo, siendo santa e inocente. Demasiado se le conocía al infeliz la inquietud y turbación de su ánimo y lo mucho que padecía con los trabajos y miserias, en que nos hemos visto, hallándose siempre de mal humor, disgustado e inquieto, y como quien no tenía gusto en vivir con nosotros, como con hermanos suyos, estaba regularmente en el navio entre la chusma de marineros y grumetes. Es bastante hábil pero de un genio impetuoso y turbulento y se puede temer mucho que en el mundo se vea expuesto a muchos trabajos, pesadumbres y desastres. Es natural de La Guardia, en el Obispado de Tuy y se halla en los treinta y cinco años de su edad169. Entre los padres andaluces ha habido la misma variedad de opiniones que entre nosotros sobre si se puede o no, lícitamente, retirarse uno de estos peligros por su propia elección, y acaso ha prevalecido más que entre nosotros la opinión benigna, o por lo menos se ha extendido con más franqueza y libertad aun entre los jóvenes. Lo cierto es que añadiéndose a 169. El P. Orduña había nacido en La Guardia, en 1732; su hermano Cristóbal tam bién pertenecía a la provincia de Castilla. Su expediente solicitando la salida de la Compañía se encuentra en la R.A.H., Secc. Jesuítas, 11-12-3/107 y está fechado en Barcelona el año de 1767. Ramón murió en Roma el 23 de mayo de 1773 a los 40 años. 285

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los peligros de los que viven aquí con nosotros, la opresión y estrechez en que están los de Algaiola, han marchado de una y otra parte, a lo que me aseguran, como unos treinta y de estos algún otro con la dimisoria de la Religión, y los demás sin hablar palabra a nadie. Verdaderamente es terrible la prueba en que el Señor ha puesto nuestra firmeza en la vocación y nuestro amor a la Compañía, y se puede temer que se vean flaquezas y escándalos aun de los que parecen fuertes y robustos, como columnas, y que jamás habían pensado en volver atrás del camino que habrán tomado. Al irnos esta noche a recoger, apenas habrá uno en toda la plaza que no está persuadido, o se incline mucho a creer, que le den los corsos un asalto antes que venga el día. Y a la verdad, todo inclina a pensar así y a tener por seguro que lo toman esta noche si la asaltan con dos o tres mil hombres. Ya no hay en la plaza franceses que puedan contener a los corsos; están en sus embarcaciones y, según el aire que corre, es creíble, que antes de amanecer salgan del puerto. En su lugar ha entrado la guarnición genovesa, que saben muy bien los corsos que es poco numerosa y no pueden menos de conocer que siendo esta la primera noche que está en la plaza no puede tener el conocimiento y práctica conveniente de sus calles, de sus entradas y salidas, para acudir con expedición en un asalto de noche a donde convenga. No ignoran tampoco que, entre los paisanos de la plaza y del arrabal, hay muchos o por lo menos algunos que a poco que se acerquen se pondrán fácilmente de su parte. Ellos están furiosos y llenos de indignación, y más que la tropa los jefes o comandantes, porque se les ha huido de entre las manos esta plaza. Es pues, cierto o muy verosímil por lo menos, que sin aguardar más la asalten esta noche y lo es también que se hagan dueños de ella. En este terrible aprieto los que estamos en esta casa (y lo mismo harán los de las otras), hemos tomado para nuestra seguridad las precauciones que hemos podido. Se ha cerrado la puerta de la calle no sólo al modo regular sino poniendo también detrás de ella una muralla, por decirlo así, de baúles, mesas y de todas las cosas que hemos encontrado en la casa. Hemos quedado de acuerdo de vestirnos todos y ponernos nuestra sotana, y al pri286

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mer rumor y alboroto que se oiga meternos en el aposento más retirado y más seguro, y hablar si llega el lance puro español y en voz alta, y debemos de esperar que no pudiendo menos de conocer que somos españoles y jesuítas no nos atrepellen y tengan algún respeto por acalorados y furiosos que vengan.

Día 25 de julio No es necesario decirlo para que se tenga por cierto que, habiéndonos ido a dormir con tantos sustos y sobresaltos se ha pasado mal la noche y se ha dormido muy poco. Mas al fin hemos llegado a la luz del día que, aunque las noches son cortas, nos parecía que tardaba mucho sin que en la plaza haya sucedido lo que con tanto fundamento se temía. Es verdad que no podemos asegurar del todo que los corsos no hayan tenido sus pensamientos de asaltar esta noche la plaza, pues al fin esta misma noche se ha roto y empezado la guerra, y se han hecho hostilidades y ataques, que por ventura tuvieron por fin el ver si los paisanos de la plaza se ponían de su parte y les ayudaban de algún modo para meterse en la ciudad. Una multitud no pequeña de corsos, dejando atrás el pequeño fuerte o castillo, en que hay de guarnición un grueso piquete de granaderos, se metió entre el arrabal y la plaza e intentó destruir la fuente, de donde se provee de agua la ciudad y poner fuego al molino de viento, que es el único que hay para hacer harina. Los paisanos que guardaban estos puntos se defendieron muy bien e hicieron fuego sobre los corsos con bastante viveza, y después de un grande estrépito y ruido de fusilazos de parte a parte, que molestó mucho a los que viven en el arrabal y poco a los que estamos en la plaza, se retiraron los Paolinos sin haber logrado sus intentos y sin haber hecho daño alguno a los paisanos, y dejando ellos un hombre herido de muerte. Acudieron luego los sacerdotes del país a socorrer a este miserable y él se obstinó en que no se había de confesar con ninguno de ellos, protestando que quería más morir sin confesión que confesarse con uno del partido genovés. Tan grande y tan furioso es el odio y enemiga 17° que se tienen entre sí los de los partidos corsos y 170. Sic. 287

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genoveses. Viendo a este infeliz abandonado se pensó en socorrerle de nuestra parte del modo que se pudiese y con el consentimiento de los párrocos, que se creyó necesario y suficiente en estas circunstancias, le ha confesado el P. Joaquín Parada de nuestra Provincia171. Han marchado, efectivamente, esta noche todas las embarcaciones que llevan a Francia la tropa que estaba de guarnición en esta ciudad y en Algaiola; las que trajeron aquí la guarnición genovesa, y nuestro navio Comandante el «San Genaro», no quedando en el puerto más que alguna otra de las embarcaciones de transporte de nuestro convoy y del de los padres de Andalucía. Es muy creíble que, antes de salir del puerto, o desde el mar, oyesen el ataque de esta noche que, aunque no ha habido en él mucha sangre, fue en la realidad de bastante ruido y estrépito. Y así podrá el señor D. Diego de Argote, Comandante principal de la Provincia de Castilla, su oficialidad y marinería, decir en España que nos dejan encerrados en una plaza desprovista de todo, sitiada por sus enemigos y que ellos han oído las primeras hostilidades contra ella. Puede ser que los furiosos enemigos de la Compañía les agradezcan esta noticia y les den premio por ella. ¿Pero qué dirá la Nación? ¿Y qué dirán tantas familias honradas, nobles y de la más distinguida grandeza, que tienen prendas en esta fortaleza de Calvi, de un hecho tan cruel, tan inhumano y tan bárbaro? Aunque el orden del día pasado de subir a la plaza fue general para todos, a lo menos de los de nuestra Provincia, con todo eso se han quedado en el arrabal como unos cincuenta de los nuestros, y casi todos los padres de Andalucía que se vinieron aquí desde Algaiola, y yo creo que en los de nuestra Provincia, a excepción de algunos que cuidaban de un enfermo que no se le podía mover sin peligro, provino de que ellos lo 171. El P. Parada se incorporaría a la casa Fangarezi cuando llegaron a Bolonia. En febrero de 1770 pasó a vivir a la casa de Santa Lucía, de jesuitas boloñeses; en 1773 se discutió si debía salir de la casa de Santa Lucía, dadas las visitas que estaba realizando a las casas de los jesuitas italianos el arzobispo Malvezzi. En enero de 1809 no prestó juramento de fidelidad al rey José Bonaparte y a la Constitución de Bayona en Roma. 288

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quisieron así. Por una parte creyeron que el peligro de las balas sería el mismo en el arrabal que en la plaza, y por otra, les pareció que estarían allí menos mal en punto de habitación que acá arriba y que lograrían algunas ventajas en cuanto a proveerse de víveres. Yo creo que pasaban bien en estos dos últimos puntos, pero todas las señas son de que se han engañado en el primero y de ésta han tenido una prueba en el ataque de esta noche. Por tanto, veo que varios quisieran subir a la plaza y dejar el arrabal. En este murió ayer por la tarde el H. Juan Cosío, joven que estaba en el tercer año de Teología. Era de muy buenos talentos para las ciencias, de gran juicio, de mucho sosiego, de virtud más que ordinaria, exacto, puntual en todo y observante y fervoroso. ¿Y cuánto no ha tenido que padecer este pobre en las estrecheces e incomodidades del navio, en el cual contrajo su enfermedad y del cual no fue posible sacarle a tierra por más que se solicitó algunas veces? Ha muerto con suma paz y tranquilidad, muy resignado y conforme con la voluntad del Señor y con muy ciertas señales de su salvación eterna. Dichoso él que colmado de méritos con la paciencia en tantos trabajos y males como ha sufrido, librándose de tantas miserias y peligros en que quedamos envueltos nosotros, se ha volado a la gloria a gozar el premio de ellos. Los que viven en el arrabal pertenecen a una parroquia que no es más que una pequeña ermita que está en el campo entre el mismo arrabal y el Convento de San Francisco. Habiéndose empezado la guerra no se puede hacer el entierro en aquella parroquia con el conveniente sosiego y tranquilidad y, por tanto, determinó el P. Provincial justamente que se le trajese a la parroquia de la plaza. No fue menester más para que se alborotase el párroco del arrabal, y fue preciso para que se aquietase, aunque no había obligación ninguna pues no es culpa nuestra que su parroquia esté expuesta a los insultos de los sitiadores, pagarle sus derechos parroquianos. Se le trajo, pues, esta mañana a la parroquia de la ciudad, sin hacer nosotros otra cosa que acompañarle formando en dos filas una larguísima procesión y asistiendo después en la iglesia al oficio y misa cantada, todo lo cual se ha ejecutado sin entrar nosotros en nada por los pocos 289

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sacerdotes que hay en la plaza y en el arrabal pagándoles a todos sus derechos correspondientes. Era natural, este H. Cosío, de Carmena, en el Obispado de Santander y se hallaba en los veintiún años de su edad. Día 26 de julio Han marchado finalmente las últimas embarcaciones españolas que habían quedado en el puerto y esta concha, que estaba los días pasados tan bella, cubierta y adornada de navios de alto bordo, de galeras, de jabeques, de muchas embarcaciones grandes de comercio y de gran número de saetías, y paseada continuamente de todo género de barcos, lanchas y falúas ha amanecido esta mañana enteramente limpia, despoblada y desierta. Y como que al verla tan triste y solitaria, y que se han ido todos nuestros españoles, sin esperanza de ver tan presto paisanos, ha caído sobre nosotros una especie de tristeza y desconsuelo y como que nos hallamos en un nuevo mundo, porque mientras teníamos a la vista navios españoles nos servían de algún consuelo y no acertábamos a mirarnos como abandonados del todo. Pero, al fin, para desprendernos de estos pensamientos amargos y sacudir la tristeza y melancolía, nos ha venido hoy de algún modo oportunamente la molesta e ímproba ocupación de mudarse de casa. Luego que salieron los franceses se tomaron por nuestra cuenta todas las casas y habitaciones que nos han querido dar, y reconocidas éstas por el P. Provincial, u otros sujetos de su satisfacción, ha distribuido su Reverencia la Provincia del modo que le ha parecido más conveniente, para que pueda entablarse la observancia y vida religiosa con buen orden y concierto, en cuanto por las circunstancias sea posible. Cumpliendo pues el orden del P. Provincial cada uno se ha movido a buscar el rincón que se le señala, y en donde debe meterse. Y como el primer establecimiento en esta plaza se hizo tumultuariamente y sin método, metiendo cada uno la cabeza, por decirlo así, en donde pudo, creeré que tres partes, de dos de la Provincia, están puestas en movimiento, y así no se vio otra cosa por estas callejuelas de la ciudad que camas, baúles y otras cosillas que pasan de una par290

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te a otra. Es verdad que como la ciudad es tan pequeña nada está lejos y así esta mudanza, aunque no deja de ser molestia andar continuamente con el hatillo a cuestas, liando y desliando colchones y baúles, casi no merece el nombre de fatiga y trabajo si se compara con las otras dos desde el navio a las casas de campo y desde éstas a la ciudad; después que estemos acomodados y distribuidos en las nuevas casas y habitaciones no dejaremos de decir una palabra del modo con que estamos en ellas.

Día 27 de julio Ayer estuvieron los corsos quietos y sosegados y, ni de noche ni de día, se oyó por parte alguna que emprendiesen alguna cosa o hiciesen algún ataque. Hoy han vuelto a las hostilidades y por una y otra parte se ha hecho mucho fuego. Se han apostado los corsos, sin que les haya embarazado el encontrarla cerrada, en la casa de campo en que con otros varios viví yo algunos días, y se han apostado también en el Convento de San Francisco y desde éste han hecho un fuego de fusilería muy vivo contra la puerta del arrabal y las casas que caen hacia aquella parte, y desde el arrabal les han correspondido muy bien los paisanos que le guardan. Pero como unos y otros estando bien cubiertos, se cree que no hagan mucho daño, y por lo que toca en los paisanos que defienden el arrabal no parece que ha habido hombre ninguno ni herido ni muerto; más creíble es que hayan hecho algún daño algunos tiros de cañón que se han disparado en la plaza desde un baluarte que está inmediato a la puerta. Las balas pasan por encima del arrabal y sobre las cabezas de los que viven en él y van a dar el golpe en el Convento de San Francisco. En este nuevo trabajo, bien molesto, aunque no haya peligro, sobre la grandísima molestia con algún peligro de la continua fusilería de una y otra parte, han caído en cuenta los que viven en el arrabal de su engaño y error en no haber subido a la plaza. Ahora quisieran hacerlo y claman muchos para que se les conceda; y por lo que a nosotros toca no hay en ello dificultad aunque se nos siga de aquí alguna mayor estrechez en 291

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las casas, y estamos prontísimos a recibir a todos y no solamente a los de nuestra Provincia, sino también a todos los padres de la Provincia de Andalucía a los cuales debemos mirar y miramos en efecto como si fueran de nuestra misma Provincia. Pero tenemos el desconsuelo de que no se les puede dar gusto, por no permitirlo el señor D. Carlos Espinóla que es el Gobernador de esta plaza por la República de Genova. Estima mucho este caballero a nuestro P. Provincial, Ignacio Ossorio, y aun le trata de pariente en lo que no aventurará nada el señor Espinóla y con todo eso, por más que le ha suplicado Su Reverencia que dio este consuelo a los pobres que están afligidos y turbados en el arrabal, ha estado inflexible alegando la estrechez y opresión con que está toda la gente en la plaza, y que por muchos lados puede tener gravísimos inconvenientes el estrecharnos y apretarnos más que solamente le concedió que puede ser traído a la ciudad el P. Manuel Amaya172, que en el arrabal está enfermo de cuidado y no se le puede administrar allí, como se desea y hay necesidad, el santo viático. La parroquia del arrabal, que está fuera de él y hacia el convento de los franciscos, está ya abandonada y sin sacramento, ni se puede ir a ella a decir misa, pues allí es puntualmente el campo de batalla de todas horas y donde se hace continuamente fuego por unos y por otros. De la parroquia de la plaza no era imposible llevar el viático al arrabal, aunque no deja de haber algún peligro de irreverencia. Por tanto, han resuelto los superiores que se le traiga mañana a la plaza para que se le puedan administrar con todo sosiego los sacramentos, asistirle lo mejor que se pueda en su enfermedad y librarle al pobre enfermo de oír tan de cerca la desapacible música de una continua fusilería y de algunos tiros de cañón. Después de la conferencia de nuestro Provincial con el señor Espinóla dio este orden, ciertamente contra las intenciones del P. Ossorio, de que todos los padres andaluces, que se han establecido en la plaza, bajen a vivir al arrabal, en lo cual pretende el Gobernador que saliendo de la ciudad estos padres, que son aquí advenedizos y ex172. El P. Amaya era natural de Simancas y había sido rector del colegio de Arévalo, residiendo con anterioridad en Valladolid y Soria. 292

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tranjeros, pues su destino fue el puerto de Algaiola, se haga de este modo lugar a los de Castilla que desean subir a la plaza y tienen derecho, por ser esta ciudad su propio destino. Pero estando muy lejos los padres de Castilla, que están en al arrabal, de querer subir a la plaza a este precio y haciendo daño a los padres andaluces se puede dar por seguro que nada se ejecutará de este orden y que, ni los nuestros del arrabal subirán a la plaza, ni saldrán de ella los padres andaluces.

Día 28 de julio Esta mañana hemos traído, para ser enterrado en la ciudad al P. Manuel Amaya a quien se pensaba traer para administrarle los sacramentos, asistirle y curarle en su enfermedad. Pero ésta ha sido un tabardillo tan ejecutivo y violento que esta noche le ha quitado la vida sin dar lugar a nada, ni a viático ni aun, según creo, a la extremaunción. El entierro se ha hecho del mismo modo que el del H. Cosío, no haciendo nosotros en él otra cosa que acompañar el cadáver a la iglesia y asistir en ella al oficio y misa, y pagar a los sacerdotes del país, que lo hacen todo, sus propinas y derechos, y se le ha dado sepultura en la misma parroquia en que se le dio al H. Cosío, y en ella se dará a todos los que mueran en esta plaza, pues no hay en ella otra parroquia ni iglesia. Se ha sentido mucho en toda la Provincia la muerte del P. Amaya, así por el modo tan atropellado y ejecutivo como, principalmente, porque de todos era querido y estimado, y en la realidad merecía serlo con particularidad de todos porque a unos talentos buenos, a un corazón honradísimo y generosísimo, y a una conducta religiosa en todo, juntaba un agrado tan singular, un modo de tratar a todos tan cortesano, tan cariñoso, tan dulce y tan festivo, y un don de gentes tan particular que en todas partes se ganaba a todos cuantos trataba, grandes y pequeños, de la nobleza y del vulgo. En la villa de Arévalo, en donde había empezado a ser Rector de nuestro Colegio, pocos meses antes de nuestra desgracia, se había ganado tanto el corazón de la gente distinguida que pudo cortar felizmente un pleito ruidoso entre dos familias principales, por el cual estaba dividido en dos bandos 293

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casi todo el pueblo y, por su mediation e industria, se reconciliaron perfectamente las dos familias enemistadas con gusto y edification de todo el pueblo. En el navio el «San Genaro», en que hizo su viaje a este pais, luego se gano toda la gente de el, oficiales, marineros y soldados, y pocos y acaso ninguno ha habido entre todos ellos, segun me aseguraron los padres que vinieron en aquel navio, que no se confesasen con el P. Amaya. Y cuantas cosas semejantes a estas podriamos contar ejecutadas por este amabilisimo jesuita en Valladolid, en Soria, y en otras partes, si no temieramos pasar los limites de un simple Diario. jEstos son los alborotadores de los pueblos y que se destierran de Espana para conservar la paz y tranquilidad de las familias! Era este P. Manuel Amaya natural de la villa de Sinn ancas en el Obispado de Valladolid y se hallaba hacia los cincuenta anos de su edad.

Dia 29 de julio No hubo ayer hora en todo el dia en que no hubiese un fuego vivo entre los del arrabal y los del convento de los franciscos, y a ratos se jugo tambien la artilleria especialmente contra el dicho convento. El fuego de los corsos no hace dano ninguno en el arrabal porque los paisanos, que corresponden a el, estan bien cubiertos y la demas gente, jesuitas y los del pais, se estan metidos en sus casas. No creo que reciban tampoco los corsos mucho dano porque tambien estan bien cubiertos. Hoy, ademas del fuego de todos los dias entre los del arrabal y los del convento, ha habido grande estrepito de fusilazos mas alia del pequeno castillo, de que hemos hablado varias veces. Hay alii cerca una fuente de mejor agua que la otra que esta mas inmediata a la ciudad y a ella van nuestros jovenes, especialmente novicios y filosofos con ollas, cantarillas y botijos y nos proveen de agua buena sin que les hayan molestado hasta ahora los corsos, como parece que pudieran facilmente. Aun viendo ir y volver sin inconveniente a nuestros jovenes, no se atreveria a hacer lo mismo la gente del pais y para que pudiese ir sin recelo, de la noche a la manana, ha hecho el Gobernador levantar alii cerca un pequeno fortin que pueda servir para es294

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tar a cubierto un piquete de paisanos o soldados destinado a guardar aquella fuente. Pero luego que vieron por la manana los corsos la nueva fabrica, acudieron en buen numero a atacarla y todo el dia ha habido en aquel paraje un fuego bastante vivo sin que con todo eso hayan llegado a la ciudad noticias algunas de muertos o heridos. Por otro lado hemos tenido hoy un disgusto muy sensible de parte de esta tropa genovesa. No se como se habian podido ingeniar algunos procuradores nuestros y habian recogido un buey que hicieron matar, para repartir entre nuestras casas y proveerlas de came. Pero antes que se hiciese la division vinieron unos soldados de esta tropa y se apoderaron de el y se lo llevaron todo entero o la mayor parte. No parece creible que la tropa se atreviese a hacer una insolencia tan grande sin el orden del senor Gobernador o a lo menos sin su noticia y consentimiento: y de cualquier modo que sea, se ha extrafiado mucho porque el senor Espmola parece buen caballero, de atencion y de buenos respetos. Por otra parte es este hecho una cosa graciosisima pues debiendo el Gobernador o el que cuida de los viveres proveernos de vituallas a todos los que estan en la ciudad, nos arrebatan de las manos con ejecucion militar un poco de came que, a fuerza de ingenio y de industria hemos buscado nosotros. Solo este paso indica bastantemente que se padece mucho en cuanto a la comida y sustento, pero de este particular hablaremos mas adelante. Ahora se puede ya mirar la Provincia distribuida y asentada del modo que tendra en adelante en esta ciudad y a lo menos mientras no se muden las circunstancias. Me parecia a mi al principio que podriamos tener en esta plaza un establecimiento comodo y ventajoso; y me movia a pensar de esta manera el haber visto salir una guarnicion francesa mucho mas numerosa que la que ha venido de Geneva y abandonar al mismo tiempo sus casas un gran numero de familias. Pero yo me engane, y a pesar de todas estas esperanzas puedo asegurar con toda firmeza, despues de haber visto todas las casas, que estamos con suma estrechez y opresion y que es en esta parte miserabilisimo nuestro presente estado. Y no hay necesidad, para que se entienda ser esto cierto, presentar aqui un diseno de las casas que habitamos pues bastaba hacer una pintura de 295

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esta en que yo vivo que es sin disputa la mas capaz, mas aseada y mejor distribuida para nuestro modo, y en ella estamos los sacerdotes con mas comodidad y desahogo que todos los demas de la Provincia. Se ban formado en esta plaza y arrabal de Calvi casi tantas casas, comunidades o ranches que con todos estos nombres se llaman como los colegios que teniamos en Espana y, por lo comun, conservan sus nombres antiguos y los mismo superiores que tenian alia. Cuatro hay entre todas algo singulares, y al mismo tiempo mas numerosa que las demas, y por eso diremos de ellas en particular una palabra. La primera, es una que se ha formado enteramente de nuevo reuniendose en ella un buen numero de sacerdotes jovenes y de talentos, con el fin de dedicarse a alguna ciencia y especialmente a las Matematicas, si se pudiesen traer los libros necesarios. Se le ha dado el nombre de San Javier, y ha sido nombrado Rector de ella el P. Francisco Gonzalez, que era Secretario de Provincia. La segunda es un agregado de las reliquias de nuestro noviciado de Espana y de los padres de Tercera Probacion con el nombre de casa o Colegio de Villagarcia, conservandose por otra parte el Colegio de San Ignacio de Valladolid con los padres ex provinciales y otros ancianos, al cual estaba reunida en Espana la Tercera Probacion. La tercera es la casa en que se han reunido todos los hermanos escolares, que en Espana estaban divididos en los colegios de Salamanca y de San Ambrosio, en Valladolid, estudiaban Teologia. Muchos no aprueban esta reunion y para nada efectivamente es util, y el que hubiese dos casas de Teologia traia desde luego la utilidad de que estuviese empleado un numero mayor de maestros, de tantos como quedan ociosos y en ocupacion, y de que hubiese entre ellos dos casas de estudios de Teologia una honesta y provechosa emulation. Es esta una comunidad tan numerosa que pasa de ciento, y no pudiendo acomodarse todos, por mas que se estrechen en la casa principal aunque es buena, se ha tornado para la misma comunidad una casita inmediata a la otra y aun algun otro cuarto en otra tercera, y los que viven fuera de la casa principal han de acudir a ella para todas las funciones y cosas de comunidad. Los 296

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dos colegios de San Ambrosio en Valladolid y el de los que se han separado los escolares teologos se conservan al mismo tiempo, y con sus nombres antiguos, y a esta nueva casa de estudios de Teologfa se le ha dado el nombre de San Luis. La cuarta y ultima es esta en que yo vivo y en la cual se han reunido los dos cursos de Filosofia que estaban en Palencia y en Santiago, lleva esta casa el nombre de este segundo. Y esta es toda la Filosofia presente, pues los jovenes que estudiaban Metafisica en Medina del Campo se han unido ya a la de los teologos y no debe de haber, entre los pocos novicios que nos han quedado, jovenes bastantes en proportion para dar principio a la Logica. Se ha venido tambien a esta casa el P. Provincial con su secretario y companero, y el padre Procurador General de Provincia con el suyo, y entre todos llegamos al numero de setenta. Esta es la comunidad de esta casa que vamos a pintar exactamente, segun antes prometimos, para que se pueda entender el modo con que estamos distribuidos en ella y por aqui la manera con que esta acomodada toda la Provincia en esta plaza y arrabal de Calvi. Esta casa, que ha de ser de un marques Marini de Genova, y que es sin duda la mejor de toda la ciudad, es de buena planta, bastante aseada y muy bien repartida. Tiene cuatro pisos todos iguales y en cada uno de ellos hay una buena pieza o sala y cinco aposentos, unos buenos y otros decentes. Las dos salas de los dos pisos de en medio quedan desocupadas y una sirve para refectorio y otras muchas cosas, y la otra para los ejercicios espirituales y en ella se pondra, cuando se pueda, un altar para decir misa, y ha de servir tambien para todos los actos y demas funciones literarias que se ofrezcan. Y en los aposentos que rodean estas dos salas estamos distribuidos de dos en dps y de tres en tres casi todos los sacerdotes de la casa. Es sin duda grande trabajo o incomodidad y lleno de mil impertinencias el vivir reunidos de este modo, especialmente estando acostumbrados a vivir toda la vida solos y con libertad en su cuarto. Pero este establecimiento de los sacerdotes de esta casa es propiamente delicadeza y comodidad si se compara con el modo con que estan acomodados los demas sacerdotes de la Provincia y aun los otros gremios de esta misma casa. 297

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En el piso bajo, que es propiamente subterraneo o bodega, aunque con un poco de luz, viven en lo que sobra de cocina, despensa y otras oficinas necesarias, muchos hermanos coadjutores y estan con bastante estrechez y apretura. Y en el piso alto, que es un desvan desahogado o tejavana o mas propiamente cubierto de una simple pizarra, y en el que hace un calor insufrible, estan todos los hermanos filosofos con su P. Ministro y el H. ropero con su oficina, repartidos en esta forma: trece camas estan en la sala o pieza grande, y veintidos en los cinco aposentos; tres en el que sirve de roperia, cuatro en el que vive el P. Ministro y cinco en cada uno de los otros tres. Y ve aqui pintada toda esta casa magnifica y explicado el modo con que estamos distribuidos en ella. Y en cuanto a la opresion y estrechez podemos decir, con toda verdad, que no hay en toda la Provincia cuatro sujetos que estan con mas desahogo que los sacerdotes de esta casa y generalmente todos estan mas oprimidos y apretados, y en cualquiera otra casa un aposento, como estos en que vivimos dos o tres, estaria ocupado de cuatro, cinco y aun mas porque la regla general, que comunmente se ha llevado en este punto en todas las casas, es el meter en todos los aposentos todas las camas que caben en ellos no dejando estas mas desocupado que un senderito para entrar y poner en el un taburetillo o banquilla. Gran miseria y trabajo comparable casi con la opresion en los navios y por otro lado mucho mas sensible que aquella, pues al fin nuestra habitation en los navios era pasajera y para poco tiempo y esta de Calvi puede durar muchos anos, y en la intention de los que nos han arrojado aquf sera tan larga como nuestra vida y no puede haber tampoco esperanzas de mejorar mucho en esta parte, aunque se muden las circunstancias de la plaza, se acabe la guerra y se restituya la paz, pues nunca se aumentaran las casas ni se disminuira la gente, y asi solamente se puede esperar un alivio considerable en este punto cuando haya muerto la mitad de la Provincia.

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Dia 30 de Julio Este dia treinta, vigilia de nuestro P. San Ignacio, ha sido muy inquieto y revoltoso, y se ban hecho en el mayores hostilidades y mas fuego que hasta aqui y se ban visto nuevas maneras de hacerle. La ocasion de todo este estruendo belicoso fue el haber echado esta mafiana ancora en esta concha, casi debajo de nuestras ventanas, un pingue o paquebote con bandera inglesa en el cual venian algunas provisiones que, en fuerza del aviso del navio «Nepomuceno» o de la carta del P. Provincial, nos envia de Genova el Ministro de Espafia o el Comisario que se dejo ver por aqui y debia de volverse a la misma ciudad. No bien habia echado ancora la embarcacion cuando tuvo sobre si un canonazo disparado por los corsos desde un montecillo o montana muy elevada, puesta entre poniente y mediodia de la concha y por encima de la casa de campo en que yo vivi algunos dias. Nadie habia sospechado que los corsos trabajasen en poner un canon en aquel sitio, ni parecia posible que lo ejecutasen, siendo tanta la altura del monte, y el canon a lo que se puede conjeturar por el ruido, de veinticuatro o poco menos. No tardo un momento la embarcacion en levantar ancora y en hacer sus esfuerzos para salir cuanto antes de la concha, pero por mucha diligencia que usase antes de llegar a ponerse al Oriente de la plaza y cubrirse con la ciudad tuvo sobre si seis cafionazos, todos bien dirigidos pero un poco cortos, y como los tiros no eran horizontales sino de alto a bajo se hundieron las balas en el agua y no le hicieron algun dafio. Hemos visto esta fiesta y a poca distancia desde las ventanas de esta casa y aun de mas cerca otra funcion que se siguio luego al instante. Irritado el Gobernador de la plaza de que no estuviese segura la concha del puerto mando disparar contra el canon o bateria de los corsos con dos buenos canones que estan bajo las ventanas de esta casa y pocos pasos de sus cimientos; pero como las balas iban, por decirlo asi, aire arriba y de lo bajo a lo alto, no llegaban al montecito en que esta montado el canon del enemigo. Volvieron pues los canones contra otra bateria que estan formando los corsos en la playa, del otro lado de la concha, e hicieron fuego contra ella con bastante ardor, 299

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estremeciendose toda nuestra casa cada vez que se disparaba un canon. Hizo ademas de esto el senor Espinola batir con mucha viveza el Convento de San Francisco, ya con las balas desde el baluarte que esta cercano a la puerta y ya tambien, por la primera vez, con bombas habiendo hecho montar un mortero en sitio conveniente. Los religiosos, como se supone, ban abandonado su convento y unos andan entre los corsos y otros estan aqui en la plaza y estaban viendo como todos nosotros como les van arruinando su casa. La fusileria desde el arrabal, y desde los fortines o castillejos, no se ha cortado en todo el dia de parte de los paisanos, y los corsos por la suya aunque, al parecer, oprimidos con tantas balas y bombas han correspondido muy bien desde el Convento de San Francisco y desde otros varies parajes. Entre los corsos no podran menos de haber habido desgracias, que ellos procuraran ocultar para que no tengan este consuelo los genoveses. Por la tarde venfan a entrar en el puerto una galera y otra media galera de los genoveses, pero se les aviso con tiempo del sitio en que debian echar ancora para estar a cubierto del canon de los enemigos. De estas embarcaciones ha entrado en la plaza por una puerta secreta algiin refuerzo de tropa y alguna provision de municiones de guerra, y por la misma se han metido tambien en la plaza los vfveres que han venido de Genova para nosotros. Y segun hablan nuestros procuradores todo, a exception del vino que es bastante bueno, es en poca cantidad, malo y a un precio muy subido. Puede servir de alguna disculpa el empeno de enviarnos este socorro con puntualidad y diligencia.

Dia 31 de Julio Dia de N. P. y Patriarca S. Ignacio de Loyola. Todos hemos hecho las diligencias que hemos podido para lograr decir misa en este dia tan grande para nosotros. Pero, no siendo posible que lo logren sino muy pocos como se dira mas adelante, se ha procurado suplir del modo que se puede y ha habido esta manana en la iglesia un concierto tan grande de jesuitas a comulgar como un dia de jubileo en una de nuestras iglesias de 300

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Espafia. No se pensaba por nuestra parte en otra fiesta, pero los padres andaluces han tenido un pensamiento muy oportuno y tres de ellos, con licencia del parroco o preboste, han cantado muy bien una misa al santo Patriarca, llevando el coro los clerigos por lo que, como por todo lo demas que han puesto de su parte, hasta por la iglesia misma, les han pagado los dichos padres alguna cosa. La iglesia es medianamente capaz y toda estaba llena de jesuitas, y en la realidad seriamos a lo menos unos setecientos pues no habia habido ni en la plaza ni en el arrabal uno que no este absolutamente impedido, que no se haya hallado presente a esta fiesta pobre, humilde y sin esplendor pero piadosa, devota y tiernisima por la asistencia de tantos centenares de jesuitas con toda modestia, compostura y recogimiento, y por ventura le habra agradado mas a nuestro Santo Padre que las magnificas y lucidisimas que le haciamos en nuestros colegios. La fiesta del refectorio ha sido correspondiente a la funcion de iglesia. Ha sido dia de viernes y, hallandonos en una pefia rodeados del mar casi por todas cuatro partes, no ha habido ni una onza de pescado fresco para la mesa del P. Provincial, y con esto esta dicho suficientemente que no la hubo para ninguno. Estos mares, segun dicen, son poco abundantes de pescados y por otra parte no hay un hombre que pueda salir a pescar. Y si el mismo santo no nos hubiera enviado ayer en la embarcacion que vino de Genova un poco de bacalao que, si no sirvio para su vigilia, ha servido para su fiesta, ni aun esto siquiera hubieramos tenido. Al bacalao, haciendo en esta casa todos los esfuerzos posibles y lo mismo cuando mas habra sucedido en las otras, han anadido otros tres platos. Uno ha sido de sopas, otro de unas habas gruesisimas y el ultimo de un poco de arroz casi sin otro condimento que estar cocido. Esta ha sido la comida en la fiesta del Santo Patriarca de donde se podra inferir cual sera la de los otros dias, pero de esto diremos tambien una palabra un poco mas adelante. En medio de tantas miserias y trabajillos, y de los sustos y sobresaltos por las cosas de la guerra, se mantiene la gente bastante bien de salud y estamos contentos, tranquilos y alegres, y hoy hemos tenido tambien el gusto de estar este dia en paz, en 301

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sosiego y en quietud porque los corsos, por obsequio a nuestro Santo Padre y por nuestro respeto, y para dejarnos celebrar su fiesta con tranquilidad y reposo, no ban disparado en todo el dfa un fusil y los de la plaza no viendose provocados por ellos les ban imitado tambien. Y no se extrane que aseguremos que los corsos ban dejado hoy de hacer hostilidades por obsequio a San Ignacio y por respeto a nosotros porque, aunque estamos sitiados, no deja de haber alguna comunicacion entre los de la plaza y los de fuera; y aun yo creere que muchos de los paisanos, que estan ahora entre los genoveses y estaban antes entre los corsos, como yo mismo les vi, comuniquen todas las noches en los sitios avanzados con los sitiadores. Lo cierto es que, muy presto se extendio la voz en la plaza de que hoy no hacian fuego los corsos en obsequio de San Ignacio y que, efectivamente, asi ha sucedido todo el dia, por lo que todos, al modo que pueden, dan muestras de agradecimiento por la piadosa atencion de los comandantes de los corsos.

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Agosto Dia 2 de agosto Ayer volvieron los corsos a dar principio a las hostilidades, lo que es una prueba evidente de que el dia de San Ignacio se abstuvieron de todas ellas por obsequio al glorioso Patriarca. Y no solo hicieron fuego de fusileria en los sitios acostumbrados, sino tambien de artilleria con el canon de la montana contra las embarcaciones de aventureros que, sin saber la poca seguridad de la concha, habian entrado en ella por la noche. Luego que con el dia las descubrieron los corsos empezaron a tirar contra ellas las que, no obstante, sin haber recibido dafio ninguno, usando los marineros de toda diligencia, pudieron salir de la concha y ponerse al Oriente de la plaza y a cubierto del canon de los corsos. Pero aun aqui pudieron conservarse por poco tiempo, porque han empezado hoy los corsos a hacer fuego con un canon de la bateria que han formado en la playa, casi al mediodia de la ciudad y este los puede maltratar en aquel sitio, y asi todas las embarcaciones, que estaban ancoradas a la entrada del puerto y cubriendose con la ciudad del otro canon de los corsos, han tenido que levantar sus ancoras y han marchado, menos una de las que trajeron tropa de Geneva que volvio a echar ancora en alta mar y al Norte de la plaza, que es el unico sitio en que puede estar sin miedo de los canones de los corsos, pero este es tal, como se deja entender, que a poco que se alborote la mar ni podran conservarse alii las embarcaciones ni mucho menos desembarcar cosa alguna en tierra con los botes o faluas. Dia 3 de agosto Ayer murio en esta plaza el H. Juan Barandiaran, coadjutor del cual no tengo noticias algunas particulares, y hoy se ha enterrado en la parroquia de esta ciudad, llevandole a ella y haciendole el oficio del mismo modo que a los otros dos. Era na303

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tural de Ataun en el Obispado de Pamplona, y se hallaba en los cincuenta y siete anos de su edad173.

Dia 6 de agosto En estos tres dias pasados ha habido fuego de parte a parte, especialmente de fusileria, pero no lo hemos notado en particular por ser esto ya cosa comun y ordinaria y no haber habido en todos ellos circunstancia alguna notable. Hoy, por el contrario, al fuego comun de todos los dias han anadido los corsos una manera de dirigir su artilleria que nos ha hecho entrar en mucho cuidado. No puede disimular el Gobernador su disgusto al ver que los corsos, con dos solos canones, han quitado toda la seguridad al puerto sin que haya en todo el, ni aun en la entrada, un pequeno rincon en que pueda echar ancora ningun barco, por pequeno que sea, sin exponerse a ser destruido. Y no pudiendo hacer nada contra el canon que esta sobre la pena, por no alcanzar a ella su artilleria, se la ha tornado hoy con mucho empeno contra el otro que esta en la playa. Se hizo, pues, fuego con calor y actividad, y no solo con los canones que estan al pie de esta casa sino tambien con otros de otros baluartes, intentando arruinar su baterfa o inutilizarles el canon. Sufrieron los corsos por bastante tiempo este vivo fuego de la plaza sin hacer movimiento alguno. Pero al fin irritados, a lo que yo juzgo, de la obstinacion de este Comandante en hacerles un fuego inutil para sus intentos, pues nada ha padecido con tantos tiros su baterfa, y para darle a entender que si les hace fuego contra sus baterias sin recibirle en las de los baluartes de la plaza y en la ciudad misma es por otros respetos y no porque no puedan o no sepan, empezaron a disparar con sus dos canones especialmente contra el baluarte, que esta debajo de esta casa, y un pequeno almacen de polvora que esta aqui mismo. Todas las balas que venian de la baterfa del arenal contra este baluarte, si llegaban a montar la muralla, daban ne173. Juan Bautista Barandiaran era coadjutor con oficio de ropero en el colegio de Pamplona. Natural de Ataun (Guipiizcoa), nacio el 19 de agosto de 1718. Murio en Calvi el 2 de agosto de 1768. 304

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cesariamente en las paredes o cimientos de esta casa, pero hubo la fortuna de que, aunque varias dieron en la muralla misma, ninguna llego a montarla. Las que disparaban desde la bateria del monte venian contra este baluarte de travesia o de flanco, y una sola monto la muralla y corrio largo trecho por su piano o terraplen resbalando, por decirlo asi, por los cimientos y paredes de nuestra casa. Y con esto han demostrado los corsos que si quieren pueden hacer mucho dafio con su artilleria en el arrabal y aun en la plaza. Y no ha la menor duda que si quisieran los corsos con sus dos canones, y mucho mas si montaran algunos otros que no les faltan en las mismas baterias, echarian por tierra todo el arrabal que esta bajo del mismo canon del monte y aun harian mucho estrago en la ciudad, porque sus balas alcanzan a ella y las casas, por estar mas altas que las murallas, aun en sus mismos cimientos estan muchas de ellas descubiertas al canon. Pues, (jpor que no meten sus balas en el arrabal y en la plaza, y aun ahora que han hecho fuego contra el baluarte ha sido con tal miramiento que apenas ha entrado una bala en la ciudad, siendoles muy facil meterlas todas? >

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con ellos la misma cautela que con los otros poniendo solamente las letras iniciales de sus nombres y apellidos. El primero de estos cuatro fugitivos es el P. José Blanco19°, condiscípulo mío de Filosofía en Medina del Campo y de Teología en Salamanca, joven de buenos talentos para todo y no menos para las cosas amenas que para las graves, y de un proceder bueno y religioso todo el tiempo de los estudios. Su ruina ha nacido de sus mismos talentos unidos a un genio pueril y a su poca humildad, pues de aquí provino que no creyese bien empleados y premiados sus talentos y que por esta causa se disgustase tanto que, antes de salir de España, ya había solicitado la dimisoria de la Religión como, con asombro mío, me ha asegurado ahora el P. Francisco González191 que era Secretario de Provincia en aquel tiempo. Se halla en la fresca edad de veintiocho o veintinueve años y es natural de una pequeña aldea de Campos llamada Gordontillo, en el Obispado de León. El segundo es el H. Domingo Asua, escolar que estudiaba el segundo año de Filosofía en esta casa192. Su maestro, el P. Antonio Nieto, ha sentido mucho la pérdida de este joven y hace grandes elogios de sus talentos, de su religiosidad y de su juicio, y no ve de dónde le puede haber nacido el disgusto de vivir en la Compañía y la determinación de marcharse, sino de 190. Después de secularizado el P. Luengo supo que José Blanco fue premiado en 1808 por Godoy, concediéndole segunda pensión. 191. Francisco González fue nombrado rector de la comunidad de San Javier que se abrió en Calvi para enseñar Matemáticas, y con anterioridad había sido secretario de la Provincia castellana. En 1769 fue elegido rector del colegio de San Javier en Bolonia, donde se reunieron los mismos maestros de Matemáticas que residían en la comunidad de Calvi. Se encargó en Bolonia de los novicios acompañándolos en sus viajes para las profesiones de voto y, tras la extinción, era consejero de los novicios italianos. Fue miembro de la Academia de Bolonia en 1791 y falleció en Toledo en octubre de 1801. 192. Domingo Asua nació en 1745. El 16 de mayo de 1771, una orden del Consejo le suspendía la paga de la pensión. En 1776 Luengo tuvo noticias de que había obtenido permiso para entrar a residir en el Gesú de Roma, pero al enterarse otros jesuítas pretendieron que Azara ampliara estas licencias y el ministro, disgustado, revocó el permiso de Asua. En enero de 1809 seguía residiendo en Roma, donde prestó juramento de fidelidad a la Constitución de Bayona. Falleció el 19 de mayo de 1811 en la misma ciudad. 328

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su misma madurez y gravedad, que le hacían algo pesado y molesto el trato familiar con los otros jóvenes. Su edad puede ser de veintitrés a veinticuatro años, es vizcaíno de nación, pero no sé el lugar de su nacimiento193. El tercero es un hermano coadjutor joven llamado Francisco Eguía194 de familia ilustre como lo prueba bastantemente el haber sido cadete en las guardias españolas. Su vocación de entrada en la Compañía fue bastante ruidosa, paso su noviciado con bastante fervor y acababa de hacer los votos del bienio cuando salimos de España. Ahora vivía en la casa que conserva el nombre de Colegio de Falencia y allí hacía el oficio de cocinero. El cuarto y último es otro H. coadjutor llamado Ramón Rodríguez195, joven también que en España hacía de maestro de escuela y estaba en la casa o Colegio de Soria. Cuántos mayores trabajos y miserias tendrán estos mal aconsejados fugitivos en su viaje, y aun en Roma, desprovistos de todo, que nosotros en esta ciudad reunidos todos en caridad y en una agradable compañía especialmente si, como esperamos, se acaba del todo la guerra y queda todo franco, la campiña para pasearnos y el puerto para que vengan provisiones en abundancia, de buena calidad y a un precio moderado del Comisario francés de quien hablamos. En efecto, el Comisario francés de quien hablamos el otro día entra a menudo en la plaza y sale de ella como hombre que anda tratando de paces, y lleva artículos y condiciones para la conclusión del tratado. Entre tanto, todas las cosas se mantienen en el mismo estado en que estaban en tiempo de guerra, y cada uno de los dos partidos conserva sus baterías y trincheras, sus cuerpos de guardia y piquetes en los mismos puestos en que los tenía antes. Nosotros nos contenemos también en los mismos límites que en tiempo de guerra y sólo salimos de la plaza para dar un paseíto por un camino que está sobre la costa del mar, y cubierto enteramente del Convento de San 193. Nota del autor: «es natural de Durango». 194. Francisco Eguía nació en 1738 y falleció en 1771 mientras residía en Roma. 195. Ramón Rodríguez volvió a España en 1798 junto al P. Luengo. 329

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Francisco y de todos los otros puestos desde donde solían hacer fuego los corsos, y cuando más se extienden algunos hacia la fuente y el fortín que la guarda, como se hacía también en tiempo de guerra cuando se iba por agua. No obstante, algún otro y yo con ellos hemos ido más allá del fortín de la fuente y hemos encontrado allí cortaduras de todos los caminos y senderos hechos por los corsos, y sus atrincheramientos de piedra con sus agujeros o troneras para hacer fuego desde allí sin peligro alguno. Se conservan en todos estos sitios piquetes de corsos que nos han recibido en ellos, como ha sucedido varias veces en tiempo de guerra que éste o aquél, por descuido o yerro, de cuenta tropezó con algú corso, con mucho agrado y respeto y con muestras de muy sincera alegría y en medio de un recibimiento tan atento y cariñoso, hoy más que nunca me han parecido horrorosos, casi salvajes y fieros en todo lo que por de fuera se ve. He aquí pintado en pocas palabras un corso de la tropa ordinaria que nos han hecho la guerra. Él es un hombre de barba larga, con el pelo desgreñado, de semblante flaco, negro y tostado de sol, como de quien anda mal comido y muy trabajado, vestido de pies a cabeza de un paño burdísimo y groserísimo de cerdas o de lana de cabras, con su mal fusil al hombro, su cartuchera en la cintura y su puñal o pistola al costado. Todas sus fiestas y caricias paraban en pedirnos tabaco, al que son aficionadísimos aquí casi desde que nacen y no menos las mujeres que los hombres, y a ofrecernos de su parte llenarnos los pañuelos de uvas, como efectivamente lo hicieron, aunque en esto no parece que dan nada suyo pues las viñas son, por la mayor parte, de los que viven en la plaza.

Día 31 de agosto Esta tarde hemos salido ya por la puerta del arrabal hacia el convento de los franciscos y hemos entrado en él, no obstante que conservan allí los corsos un buen cuerpo de guardia. Nos ha dado mucha compasión el ver tan maltratado el convento de estos pobres religiosos. Por todas partes se ven roturas y agujeros en las paredes hechos por las muchas balas que se han disparado contra él, así desde la ciudad como también 330

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desde el pequeño castillo que está cerca del convento y le domina, y desde el principio de la guerra se llevó a él desde la plaza un buen cañón de veinticuatro. Pero mucho más que las balas han maltratado al convento las bombas que se han tirado desde la plaza. No tenía mucha gana el principal artillero de arruinar con las bombas el convento de estos religiosos. Con todo eso, una que reventó dentro de él arruinó casi todo el transitillo, que es toda la habitación que tiene. Dentro de la iglesia no ha entrado bomba ninguna porque una que dio en su bóveda por fortuna encontró con un arco muy fuerte, y aunque en él abrió una boca muy grande saltó fuera la bomba. Así que la iglesia, no teniendo más que tapar agujeros, aunque son muchos, se puede esperar que si se acaban de ajustar las paces o treguas, se pueda habilitar presto para poder decir misa en ella, lo que para nosotros sería un beneficio muy grande por lo mucho que se padece en este particular.

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DIARIO

DE

LA E X P U L S I Ó N

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LOS J E S U Í T A S

Septiembre Día 1 de septiembre En todas nuestras casas se ha leído hoy, al tiempo de la mesa, una carta del P. Provincial en la que se ordenan tres cosas de no poca importancia en el estado presente y todas ellas muy razonables y muy justas. La primera es que entreguen todos a sus superiores la pensión, que por algún motivo puedan haber conservado consigo hasta ahora y que en los mismos depositen todos sus peculios, como se hacía en nuestros colegios de España y lo pide la pobreza religiosa. Esta determinación del P. Provincial es muy útil, pues es claro que, al tener consigo su peculio y mucho más si se tiene la pensión, podrá facilitar la fuga de algunos que se estarán quietos o solamente marcharían llevando la conveniente dimisoria, si no tienen consigo su dinero. Es también necesaria porque no faltan algunos hombres extravagantes que piensan y se atreven a decir que cada uno es dueño de disponer de la pensión que le da el Rey, que en su administración todos somos interesados y todos debemos de entender y otras cosas a este modo. No es necesario detenernos a mostrar que los que así hablan, los que en nuestra Provincia son bien pocos, deliran propiamente y dan a entender que han perdido hasta la idea de lo que es el estado religioso. Como si por darme los ministros del Rey la pensión en la mano me dieran alguna facultad que antes no tenía o me dispensaran en el voto de pobreza, o como si por haber sido desterrada la Compañía se hubiera mudado su instituto o se hubieran abolido sus reglas. Es preciso, no obstante, confesar que con esta determinada resolución del P. Provincial se disiparían en nuestra Provincia estos principios de espíritu de propiedad, y acaso no se hubieran insinuado en ella si no se hallaran aquí con nosotros tantos sujetos de la Provincia de Andalucía en la que por evitar quejas, disgustos y murmuraciones se ha entregado a cada uno su pensión y por consiguiente también su dinero particular o su peculio. Gran mal del que necesariamente nacerán grandes desconciertos y desórdenes, según es la miseria y fragilidad humana. 332

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La segunda cosa de la dicha carta es encargar apretadamente el juicio y moderación en hablar sobre la antigua disputa, sobre si son o no apóstatas los que se huyen en las presentes circunstancias, y si bastan o no los presentes trabajos y miserias para que cese la obligación de estar aquí unidos al cuerpo de la Provincia. Ya dije sobre este punto mi parecer particular en otro lugar y ahora sólo hay que añadir que, habiéndose mudado mucho las circunstancias de nuestro estado, es necesario también mudar en alguna manera de modo de pensar en este asunto. No hay ya al presente temores de una muerte violenta, como los había antes, no hay miedos de morir de hambre y necesidad, como se podía temer en sitio de una plaza desprovista de todo; antes por el contrario, empiezan a llegar buenas provisiones, y se puede esperar que presto se pase en este particular con decencia. Es preciso, pues, que siendo ahora mucho menos las calamidades, miserias y temores de perder la vida, que en tiempo de la guerra, sea menos probable que no hay en huirse apostasía. Y lo cierto es que el presente, aún más que antes, importaría qu o no se hablase de este asunto o se hablase de tal manera que todos concibiesen horror de semejantes huidas, que no dejan de ser malas y reprensibles, aun cuando no sean apostasía, pues si la conciencia y el temor de cometer un grande pecado no detiene a la gente, habiendo ya huido nueve o diez de nuestra Provincia y cuarenta o pocos menos de la de Andalucía, se puede temer que de una y otra les sigan otros muchos. La tercera cosa de la carta del P. Provincial es ordenar muy seriamente que ninguno coja, por sí mismo uvas, ni ninguna otra fruta en heredad alguna por abandonada y destruida que esté, ni la reciba tampoco de los sitiadores de la plaza si no entendiese que es suya propia del que la da, en lo cual se mira principalmente a atajar en sus principios algunas quejas razonables de los vecinos de la ciudad que no gustan de ver a los corsos tan generosos y liberales, regalándonos con las uvas que son de sus viñas, aunque por causa de la guerra están en manos y a la discreción de los sitiadores. 333

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LOS JESUÍTAS

Día 2 de septiembre En la casa de San Luis, en que viven todos los escolares teólogos, se ha puesto hoy un oratorio y se ha celebrado su colocación con una misa cantada en él con toda la solemnidad que se ha podido, llevando el coro la nueva capilla de música que cada día lo va haciendo con más primor y con un concurso dos o tres veces mayor del que cabía en la nueva iglesia. Esta es una pieza o sala bastante capaz, pero no muy decente por estar las paredes muy ahumadas a causa de estar la cocina muy cerca. Mas ¿qué se ha de hacer? Nuestro miserabilísimo estado hace tolerables y dignas de excusa estas indecencias. No hay en la casa otra pieza proporcionada para este uso, no se puede llevar a otra parte la cocina con que es forzoso no reparar en este inconveniente. Y de cuántas cosas más que de oratorio servirá la dicha pieza. Ha de servir para todos los ejercicios espirituales de los jóvenes y coadjutores, para todas las acciones de comunidad, para letanías, ejercicios, pláticas y quietud después de la comida y de la cena y, además de todo esto, ha de ser el general o aula en que se tengan todas las cátedras de Teología, y teatro en que se tengan también todas las disputas o funciones literarias, que en aquella casa necesariamente serán muchas. ¿Qué prueba mayor de la apretura y estrechez con que estamos en las casas que la que acabamos de decir? Día 3 de septiembre Ayer murió el H. Juan Albisu, coadjutor temporal, que en España vivía en el Colegio de León y aquí se conservaba en la casa que lleva este nombre. No tengo de este hermano particulares noticias ni aun me acuerdo de haberle visto. En su entierro no ha habido disputa ni contienda ninguna con el preboste y supongo que todo habrá ido, en cuanto a la sepultura, del mismo modo que en el último. La casa en que murió este hermano está casi sobre la muralla, al lado opuesto que la parroquia y desde allí a la iglesia hay una calle casi tan larga como la ciudad, estrecha y muy derecha, y así era un gusto esta mañana y causaba devoción ver, de un golpe de vista, una procesión tan larga de solos jesuítas en dos filas con gran silencio, 334

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modestia y compostura. Su edad era de sesenta y cuatro años pero no puedo decir cual era su patria196. Se ha concluido finalmente el tratado de treguas o armisticio y hoy se ha publicado solemnemente en la plaza, y ha de durar todo el tiempo que hubiera durado con los franceses si se hubieran conservado en la ciudad que, según unos, es por dos años, aunque otros dicen que es solamente por uno y no entero, aunque esto importa muy poco pues siempre es tiempo bastante para que los franceses puedan manejar y concluir la renovación y prórroga del armisticio. Todas las condiciones de este tratado se vienen a reducir a que todas las cosas queden en el mismo estado en que estaban antes de la guerra y así los de la plaza deben echar por tierra al fortín que levantaron para defender la fuente y los corsos todas sus trincheras y baterías, pero podrán conservar su cuerpo de guardia en el Convento de los Capuchinos y desde aquí enviar sus piquetes a donde quisiesen, aunque sin acercarse mucho a la plaza, y por medio de ellos podrán registrar todo lo que de la plaza haya de entrar en la isla o de ésta en la ciudad, del mismo modo que lo hacen los genoveses a la puerta de la plaza, y pidiendo si quisiesen alguna cosa de alcabala. De aquí se infiere que para las cosas que nos vengan de la isla tendremos que pagar en dos aduanas. Una entre los corsos, por medio de sus piquetes, y otra entre los genoveses a la entrada de la ciudad, las que no dejarán de causarnos algunos desazones, gastos y molestias. Pero al fin, por muchas y grandes que sean, todas serán ligerísimas y despreciables si se comparan con los trabajos y miserias que hemos padecido en tiempo de la guerra y que proseguiríamos padeciendo si esta fuera adelante. No hay la menor razón de dudar en esto, y todos por sí mismos lo conocen, sin que haya necesidad de probarlo. Y así, por todas partes en el día no se habla de otra cosa entre nosotros que de este felicísimo suceso, del cual damos principalmente las gracias al Señor, que nos ha sacado de una suerte tan miserable, y después a los señores franceses que han manejado y concluido con tan196. Juan Albizu era natural de Idiazábal (Guipúzcoa), donde nació el 30 de junio de 1703. 335

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ta actividad y presteza esta tregua o armisticio. Todos respiramos con esta importantísima nueva, todos estamos sumamente contentos y alegres. Ya, nos decimos unos a otros, se acabó la guerra y se ha establecido la paz, y de un modo sólido, firme y duradero. Ya estamos libres de tanto estrépito militar, de tanto y tan molesto ruido de cañones y fusiles, y de tantas y tan continuas hostilidades y combates. Ya no hay que temer el morir violentamente de un balazo, oprimido con las ruinas de una casa o atropellado en el tumulto y confusión de un asalto; y aun en punto de provisiones y víveres se irá reparando poco a poco la suma escasez y miseria en que nos hemos visto. ¡Gran mudanza de cosas para nosotros! Beneficio singularísimo y mayor de lo que se puede explicar con palabras. Y así, este día tres de septiembre, en que se han publicado las treguas, forma una época casi enteramente nueva en nuestro establecimiento en esta isla, y por eso, sin pasar más adelante, presentaremos aquí con toda sencillez y verdad, y sin sombra alguna de exageraciones o hipérboles nuestras miserias y trabajos en este tiempo de guerra, de las cuales sólo confusamente hemos dicho alguna cosa en el Diario. No pensamos por esto pintar difusamente todos nuestros males y miserias, pues esto sería cosa muy difícil y obra muy larga. Dejaremos pues varias miserias y trabajos, aunque comunes a todos o a varios, y mucho más las que han sido precisamente de pocos, de esta o aquella casa, de este o aquel particular. No tenemos tampoco que detenernos a exponer la incomodidad en la habitación, aunque es un grandísimo trabajo y que durará aun después de acabada la guerra, por haberlo hecho ya en otro lugar de un modo suficiente para que en alguna manera se pueda entender, y si no basta lo dicho, figúrese uno que ve la mayor parte de nuestros aposentos casi cubiertos de colchones extendidos en el suelo, como si estuvieran embaldosados o entarimados con ellos, y no se apartará mucho de la verdad. Tampoco queremos decir nada del gravísimo trabajo de vivir entre armas y soldados, entre cañones, morteros y fusiles, molestados de día y de noche de tanto estrépito y rumor de ataques, asaltos, balas, tiros y cañonazos, y en un continuo susto y sobresalto por sí mismo y por los demás, especialmen336

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te siendo preciso que haya muchos tímidos y pusilánimes, porque de esto se ha dicho también lo bastante para que se pueda conocer que no se ha padecido poco en este particular. Hablaremos, pues, solamente de otros males y miserias de que apenas se ha dicho nada y, en primer lugar, de los trabajos que ha habido en las cosas y ejercicios espirituales, el que dura todavía y durará necesariamente por algún tiempo. Y esto no tanto lo decimos por la mucha incomodidad y poco sosiego que hay en las casas para los ejercicios ordinarios de oración, exámenes y lección espiritual, pues al fin el que le busca encuentra un rinconcito en su casa o en su cuarto en donde poder retirarse, cuanto precisamente por la misa, que es el primero y principal de todos los ejercicios espirituales, y en este particular hemos padecido mucho y se padece en el día. Desde que se dio principio a la guerra se hicieron inútiles la iglesia del Convento de San Francisco y la parroquia del arrabal. Quedamos pues para decir misa quinientos o más sacerdotes con una capilla de un altar, que pertenece a una cofradía, en la que han celebrado tres o cuatro, que se han compuesto con los cofrades con dos o tres oratorios en algunos rinconcitos de algunas casas y con la iglesia parroquial de la plaza, pues ni en ésta ni en el arrabal hay ninguna otra iglesia, capilla u oratorio. En la iglesia parroquial no había para nosotros más que cuatro paramentos o recados: dos que suministraba la iglesia y otros dos de los nuestros, que les trajeron de España y les pusieron en la sacristía para que sirviesen a todos. Y no se daba allí más que altar y ornamento, y todo lo demás necesario para decir misa era forzoso llevarlo cada uno consigo. Nos proveímos pues de amito, purificador, cerca, hostia, vino, agua y vinajeras. Para que hiciesen el oficio de estas últimas, pues no se hallaban en todo el lugar, compramos a la gente del país unos frasquitos de vidrio, bastante largos, estrechos y cuadrados que suelen servir para algunos licores o siropes. En la provisión de hostias hubiera habido mucho trabajo si el P. Manuel Nieto197, que estaba de predicador en el Colegio de San Se197. Manuel Nieto Aperregui volvió a España con el P. Luengo y murió en Falencia en 1810. 337

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hastian no hubiera tenido el ofrecimiento de traer consigo los hierros de hacer hostias; pues de este modo, contribuyendo todas las casas con la porción de harina correspondiente, ha provisto a todas de hostias con abundancia. Cargado con todas las cosas dichas se iba a la sacristía de la iglesia y, siendo tantos centenares de sacerdotes, se encontraba llena a todas horas, y así unos días era preciso abandonar el pensamiento de decir misa y otras sólo se lograba después de estar esperando dos o tres horas, y en este tiempo había regularmente el disgusto de ver algún bullicio, alguna disputa o competencia sobre si le toca a éste la vez o le toca al otro. Desorden inevitable, a pesar de toda nuestra moderación y compostura, estando por lo regular la sacristía llena de sacerdotes y no siendo posible que todos estén atentos a aguardar su vez y su turno. Grande miseria, por cierto, gran disgusto y no pequeña humillación, especialmente estando tan fresca la memoria de nuestras iglesias y sacristías en las que todo iba con tanto sosiego, con tan bello orden y método, en las que todo estaba con aseo, con limpieza y con abundancia, y en las que había siempre una entera franqueza para todos cuantos sacerdotes quisiesen decir misa en ellas. Así fuimos tirando hasta el diecisiete de agosto, en que se acabaron estos cuatro ornamentos de la iglesia. Los jesuitas retiraron los suyos para poner oratorios en sus casas, y uno de ellos creo que fue el del Colegio de Oviedo, de que como antes se dijo usamos en esta casa. Los otros dos de la iglesia estuvieron en peligro de ser retirados como a ocho o diez de agosto y, por entonces, les dejaron por las súplicas y ruegos que se hicieron y porque se ofreció alguna cosa a los sacerdotes que mandan en la sacristía, pero al cabo desaparecieron el día diecisiete, aunque se ofreció pagar a su gusto todos los daños que se pudiesen seguir, y desde aquel día estamos reducidos a unos cinco oratorios que se han puesto en la Provincia con recados que vinieron de España y así, en este nuestro oratorio y lo mismo sucederá en los otros a los que digan misa en ellos, nos toca el celebrar cada cinco o seis días. Y de este modo será preciso continuar hasta que nos lleguen de Genova los mu338

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chos recados enteros de decir misa que se han enviado a pedir, parte a costa de varios particulares y parte de las mismas casas. Aun para comulgar, como lo hacían todos los días gran número de sacerdotes y los días de fiesta además de éstos todos los hermanos escolares y coadjutores, hubo al principio sus trabajos y no falta todavía al presente. No fueron necesarios muchos días para conocer que se nos daba con poco gusto comunión del copón de la iglesia, y según la miseria suma de la iglesia y sacristía, si hubieran gastado con nosotros todas las formas que se han consumido hubiera sido por ventura un gasto sobre sus rentas. Pensó pues cada uno de los que querían comulgar en proveerse de forma, que llevaba desde su casa y muchas veces allí mismo, en la sacristía, con unas tijeras reducía a forma o partícula la hostia que llevaba prevenida para decir misa, se la entregaba a alguno que iba a decir misa y al fin de ella comulgaba. En el día, como se dicen pocas misas en la iglesia, van muy pocos a comulgar en ella y cada uno se ingenia como puede para comulgar en ella alguno de los cinco oratorios. Y en otras partes sucederá como en esta casa, en la cual, especialmente los días de fiesta, además de las dos comunidades de Santiago y Oviedo vienen a comulgar en gran número de otras casas. Grande y casi increíble miseria que hallándonos en un pueblo, o por mejor decir dos, uno que se llama arrabal y otro que se ve honrado con el nombre y título de ciudad, no ha de haber un poco de franqueza para decir misa ni aun para comulgarla siquiera, ni más iglesia que una pobrísima, como la de una aldea, la más miserable del mundo. En efecto, es suma la miseria y pobreza de esta única iglesia de la ciudad de Calvi. No se ha visto hasta ahora en las misas solemnes que hemos cantado nosotros, y en las que han cantado los sacerdotes del país, aun en un día tan grande como el de la Asunción de Nuestro Señor, un paramento no digo de tisú o de otra tela preciosa, pero ni aun siquiera mediano que exceda los ornamentos ordinarios de todos los días de cualquiera de nuestros colegios de España. De alhajas de plata, fuera de las que tocan inmediatamente el sacrificio, no se ha visto más que un caldero de agua bendita con su hisopo, aunque dije mal, pues no es 339

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en la realidad caldero de agua bendita de una iglesia sino una pila o aguabenditera, y no grande, para colgarse a la cabecera de la cama y a este modo son las demás cosas de la iglesia y sacristía. Y al talle de éstas son los sacerdotes, canónigos o beneficiados de esta ciudad. En todos ellos, exceptuando cuando más al párroco o preboste, se descubre en todas sus cosas, en vestidos, casas y semblantes, hambre, desaliño, hostilidad y pobreza, y he oído contar muchos y muy raros lances con éste y con el otro jesuita, y todos prueban una suma miseria y casi mendicidad de estos clérigos. Pero dejándolos todos me contentaré con insinuar uno sólo, ciertísimo, pues me ha sucedido a mí mismo, y acaso más expresivo que ningún otro, de la suma indigencia de estos miserables sacerdotes. Entra en esta casa y trata alguna cosa con nosotros un sacerdote hermano del administrador del marqués Marini, y habiendo observado que había entre nosotros bastante abundancia de hostias me dijo un día que le diese una. No se le levantó al miserable el corazón a pedir más. Se la ofrecí con gusto, aunque no se la pude dar por entonces. Dos veces en pocos días me reconvino con mi promesa y tuve la desgracia de no poderla cumplir, por estar cerrada una alacena o aparador en que se guarda la caja de las hostias. Pero al fin busqué un día la llave, saqué del aparador la caja y metiendo en ella la mano saqué de un golpe seis u ocho hostias y se las di a este miserable sacerdote, que al ver mi bizarría y liberalidad, pues le daba tantas hostias, no habiéndole prometido más que una, quedó atónito, confuso y asombrado y casi fuera de sí de gozo y de contento, quiso besarme cien veces las manos y no se hartaba de darme gracias y de decirme expresiones de estimación y agradecimiento. No menores que en el pasto espiritual han sido las miserias y dificultades en el mantenimiento corporal o en la comida; y para que se entienda ser esto ciertísimo, no era necesario otra cosa que tener presente que ochocientos hombres entramos en una plaza desprovista de todo, hasta del agua y que, en el tiempo de la guerra, casi no nos han llegado provisiones, que unas malas, pocas y a un precio sumo, enviadas o por el Ministro de España en Genova o por el Comisario Gnecco, como consta por lo que se ha dicho en sus días en la serie del Diario. 340

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Añádase a esto que dentro del lugar no hay cosa alguna de que proveerse. No ha habido un hombre que en todo este tiempo haya salido a pasear y, así aun rodeados de mares, no hemos tenido una onza de pescado fresco en todo el tiempo de la guerra. Apenas hay tampoco gallinas, ni aun hay en dónde tenerlas, y por consiguiente apenas hay pollos y huevos, y algunos pocos de éstos, que se han comprado para algún enfermo, ha sido preciso pagarlos a cuatro y cinco cuartos cada huevo, y tal cual gallina que se ha comprado para el mismo fin ha costado diez o doce reales cada una, y a estas ventas aludía principalmente en sus declamaciones el preboste al tiempo de explicar la doctrina cristiana como se insinuó en otro lugar. No obstante, porque este es un punto de mucha importancia, diremos brevemente algunas cosas para que se entienda bien lo mucho que se ha padecido en este particular. Los primeros ocho días, después que se fue la tropa francesa y en su compañía sus panaderos y horneros, hubo mucha escasez de pan y si no hubiera venido alguna porción de trigo en la embarcación que de Genova llegó a este puerto la víspera de San Ignacio, nos hubiera faltado muy presto enteramente el pan. En los ocho primeros días, después que nos encerramos en la plaza, no teniendo nosotros generalmente hablando provisión ninguna ni de trigo, ni de harina, fue preciso comprar en la plaza y a la gente de ella el pan para mantenernos, y el que se encontraba, y con escasez, era el de munición de los soldados u otro tan malo y a un precio sumo. Un caso que me sucedió a mí mismo demuestra compendiosamente, y mejor que todas las ponderaciones y relaciones que yo pudiera hacer, estas tres calidades del pan en los ocho primeros días; es a saber: pésima calidad, suma escasez y precio exorbitante. Me encontré uno de aquellos días con un soldado genovés y me dijo si le quería comprar su ración de pan, que era puntualmente como otros panes que habíamos comido en casa: negrísimo, áspero y soso, pues aquí no se usa echar sal en el pan, en todo, en color, en sabor, en figura y aspereza como la perruna o caniles que se dan en mi tierra a los perros, y su peso sería de unas dieciséis o dieciocho onzas, y nos ajustamos en doce cuartos. Llevé mi pan a casa y se le presenté al P. Procurador, el que me dio las 341

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gracias por ello y me dijo que había hecho una buena compra y que otros varios panes se habían comprado más caros. No duró para esta casa una miseria tan grande sino hasta que llegó el barco de Genova el día 30 de julio, y en él una porción de trigo muy menudo, moreno y agorgojado, del que se compró una cantidad en esta casa, como hicieron también todas las otras, y desde entonces dejamos de comprar pan a los soldados y a la gente del país y nos hemos manejado de esta manera. Todos los días se muele en un molino de mano una taleguita del nuevo trigo, como de tres o cuatro celemines, por lo que se paga una peseta. Se mezcla después esta harina con otra igual cantidad de flor de harina de unas cuantas pipas o barricas que se compraron a los franceses y se reservaban para alguna extrema necesidad, que no hubiera tardado en venir si no hubiera llegado el barco de Genova, y de este modo se hace un pan decente y pasadero y que es, por decirlo así, la envidia de toda la ciudad. Pero esta fortuna es de muy pocos, porque no tuvieron la oportunidad que nosotros de comprar alguna harina de los franceses. Y así, los más prosiguen hasta el día de hoy con la misma miseria o poco menos, en punto de pan, que nosotros y ellos en los ocho primeros días porque, aunque todos compraron trigo de sémola muchos no lo han podido moler por falta de molino, pues no hay aquí, como ya se dijo en otra parte, a excepción de algún otro de mano que proveen muy poco, más que un molino de viento, que sólo anda cuando hay aire y entonces le suelen ocupar o el Gobernador Civil para el pueblo o el Gobernador Militar para la tropa. Y aun los que han podido moler algún trigo de lo de Genova, si hacen pan de sola esta harina es casi lo mismo que comer el pan de munición de los soldados. Por donde es fácil de conocer que, en este ramo principalísimo del pan, se ha padecido mucho generalmente en toda la Provincia y aun se padece hasta ahora, si bien hay esperanzas de que las diligencias que se hacen con calor para traer de fuera harina en abundancia, nos pondrán presto en estado de tener un pedazo de pan decente con que satisfacer el hambre. En el vino hemos estado también afortunados los de esta casa por la misma razón de haber comprado alguna cantidad 342

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de vino bueno a los franceses, y mezclando con el otro malo de aquí quedaba todavía un vino razonable y pasadero. Pero el común de la Provincia, que no ha tenido esta oportunidad ni otra semejante y ha sido forzoso que se contente con el vino que ha comprado a este Vicecomisario Pachola, ha padecido mucho en este particular, y basta para prueba de esto lo que sucedió uno de estos días en esta casa. Hubo en ella necesidad de un poco de vino y, no habiendo otra parte en donde proveerse sino en casa del Vicecomisario Pachola, el mismo P. Provincial le pidió que nos diese un vino bueno. El mismo Comisario en persona trajo una ampollita del vino que pensaba darnos y se la entregó a Su Reverencia estando comiendo y muchos de nosotros en su compañía. Probamos todos del vino y entre trece o catorce, que estábamos a la mesa, no hubo uno siquiera que se atreviese a decir resueltamente que se podía sin escrúpulo decir misa con él. Pues si al P. Provincial a quien desea ciertamente obsequiar este señor Vicecomisario, especialmente porque no ignora que es de familia de grandes de España y que su Gobernador Espinóla le mira como su pariente, ha presentado un vino tan miserable ¿cuál habrá sido el que ha dado a las otras casas? Aun en el agua ha habido sus trabajos pues las cisternas del lugar, no habiéndose podido llenar después que se previo la guerra, están por lo común vacías, y la fuente, que está cerca de la ciudad, es de mala agua y la de buena, que está algo más apartada, estaba continuamente molestada de las balas de los corsos. Todas las demás cosas que formaban como la substancia y cuerpo de nuestra comida y cena eran escasas y de mala calidad comúnmente. Bastaba decir la comida y cena ordinaria en todo este tiempo en esta casa del P. Provincial para que por aquí se entienda cuál ha sido generalmente el trato en toda la Provincia, pues es ciertísimo que en pocas partes lo habrán pasado menos mal que nosotros y en las demás del mismo modo o peor. La comida, pues, que constantemente se nos ha dado este tiempo, ha sido un plato de sopas de galleta de los navios, que nos han regalado o nos la han vendido algunos que la pudieron sacar a tierra, y otro plato, unos días de arroz, casi sin otro condimento que estar cocido en agua, y otros de unas ha343

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bas muy gordas, casi como cabezas de dedos que, a lo que oigo hasta ahora que hemos venido nosotros, solamente las comían las bestias, con un pellejo casi de ante y muchas de ellas con gusanos. En este plato de habas o de arroz se echa un torreznito de un tocino húmedo y rancio que vino de Genova, y cuando ha habido carne, que habrá sido la mitad de los días, un pedacito de ella poco mayor que el torreznillo. Por postre hemos tenido constantemente, a la comida y a la cena, una rebanadita de queso que, por fortuna, se compró a los franceses, y es la única cosa decente y razonable que se saca a la mesa y se come con gusto. La cena en todo este tiempo sobre el postrecito de queso ha sido, constantemente, únicamente o un plato de sopa o un plato de arroz, como al mediodía. Basta esta comida para no morirse de hambre, y de esto perdimos el miedo a los ocho días cuando llegó la primera embarcación de Genova con algunas provisiones para nosotros. Pero ello es cosa muy miserable y pobrísima, y no es poco trabajo y mortificación aun para los sanos y robustos el tener por tanto tiempo una cena y comida tan corta, tan ordinaria y tan triste. ¿Y qué será para los pobres que han tenido la desgracia de estar enfermos? No han sido muchos los que han tenido enfermedades graves, aunque ha habido causas suficientes en los arrestos, en los viajes y en la morada en este país para que todos o los más hubiéramos enfermado gravemente. Pero al fin, además de los que han muerto, ha habido algunos enfermos de cuidado que por un prodigio se han quedado por acá, y de estos hablaremos después de decir una palabra de una indisposición no peligrosa, pero muy molesta, que ha sido casi común a todos. Parece que es un trabajillo bastante ordinario, después de una navegación algo larga, el ser molestado de cámaras o diarrea y en nosotros, además del viaje del mar, había también el habernos fogeado y acalorado mucho con las mudanzas atropelladas y bulliciosas los primeros días que estuvimos en este país. Pero al fin sea ésta o aquélla la causa, o las dos juntas, lo cierto es que apenas hay uno que no haya padecido esta miseria, y más de la mitad de la Provincia con tal desenfreno y continuación que se han visto obligados a hacer cama por ocho y por quince días. Es inexplicable lo que han padecido muchos 344

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que han sido más trabajados de esta indisposición, porque no hay cosa que pueda hacerla más trabajosa que no se halle en este miserabilísimo estado y faltan todas las que pudieran ser de alivio. Basta considerar a uno de estos pobres, como ha habido varios en esta casa, molestado de esta incomodidad hasta tener que levantarse veinte o treinta veces de la cama, metido en un cuarto, que es un horno de fuego, tirado en un colchoncillo sobre la tierra, con otro u otros compañeros con el mismo mal en el mismo aposento, sin un reparo para la decencia y sin un refresco u otra cosa alguna que pueda darle algún alivio, y sin otra comida, regularmente, en medio del hastío aun a los buenos bocados que suele causar este mal, que la común y miserable de todos. Aun los que no han padecido una diarrea desenfrenada y de tantos días que les haya obligado a la cama, como me ha sucedido a mí por haber encontrado un poco de vinagre con que refrescar, han tenido con ella mayor trabajo aquí y mayor incomodidad que en cualquier otro rincón del mundo. Casi estaba por no tocar este punto, porque temo que los que le lean han de sospechar que yo sueño o deliro, o que por lo menos pondero y exagero mucho las cosas, pero lo cierto es que en lo que voy a decir, como en todo lo dicho, no hay más que una pura y sencilla verdad, que tiene tantos testigos como jesuítas y no jesuitas estamos en esta plaza. Hay en ella una grande incomodidad para satisfacer las necesidades de la naturaleza y así en aquellos días que fue más general la diarrea, y que aún no se habían tomado algunos arbitrios que se han ido discurriendo después, era una compasión, y al mismo tiempo motivo de risa, el ver a tantos hombres perdidos sin encontrar, ni dentro ni fuera de casa, un rincón retirado en que poder con decencia proveerse en su necesidad. Y no parecerá esto tan increíble si se tiene presente que ésta, que se llama ciudad de Calvi, no es más que una fortaleza o cindadela tan llena de casas, aunque son bien pocas, que fuera de ellas no hay más que el terraplén de la muralla y algunas callejuelas estrechas, y para las casas anda tan escaso el terreno que no hay una en toda la ciudad que tenga corral, patio o jardín, ni un palmo de tierra más que lo que ocupan las 345

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cuatro paredes. Dentro de las casas, en las que estamos unos sobre otros, no hay comodidad alguna para estas necesidades, y fuera, siendo tal el lugar, no la hay sino en unas secretas o casillas voladas sobre la muralla, que no son más que una tabla con cuatro agujeros, sin división ninguna de un asiento a otro y abiertas para todo género de gentes; y así ha sucedido entrar allí, estando alguno de los nuestros, un soldado, un paisano y aun una mujer y sentarse codo con codo si no se retira. ¿Puede ser mayor la miseria e incomodidad en estas necesidades tan forzosas y ejecutivas, especialmente padeciendo tantos a un mismo tiempo una desenfrenada diarrea? Para algún alivio en este trabajo, se discurrió en varias casas poner en algún rinconcillo algunos vasos mayores u otras vasijas equivalentes que sirviesen entre día para todos los sujetos, y después por la noche llevan dos hermanos toda la inmundicia en un cubeto y la arrojan al mar por la muralla. En esta casa se ha encontrado finalmente un rinconcito en la bodega, y con tablas se ha fabricado un lugar común o secretas con la conveniente división para la decencia, y en el día, sin ponderación alguna, acude a ésta casa para sus necesidades la mitad de la Provincia. Acaso parecerá más increíble, y es igualmente cierto, lo que vamos a decir de los que han tenido enfermedades peligrosas, y somos en esto más dignos de crédito porque la gravísima enfermedad que ha padecido el P. Joaquín Luengo198, nuestro hermano, nos ha puesto en ocasión y aun en obligación de informarnos bien de todo. Se supone, sin haber necesidad de decirlo, que padecen mucho estos pobres enfermos por la estrechez de la habitación, costando mucha dificultad en muchas cosas el dejarles para ellos un rinconcito de ellas, por el calor y fuego extraordinario con que se abrasan sobre el ardor de la calentura y de la falta de todas las cosas con que darles algún alivio y refrigerio; pues no hay regularmente con qué hacerle un poco de caldo sustancioso y nunca un azucarillo, un limón, un bizcocho, ni un poco de agua de nieve. Todo esto es fácil de suponer y de creerse también en un estado tan mise198. Sobre el hermano de Manuel Luengo, Joaquín, se habla en el estudio introductorio a esta edición. 346

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rabie como el nuestro; y hallándonos en una plaza que empezó a ser sitiada, estando desprovista de todo y así no es esto lo que hay increíble en cuanto a estos pobres enfermos. Lo increíble, si no se viera y se tocara, es lo que ha pasado y pasa todavía en punto de médicos, cirujanos y medicinas. Al principio, cuanto entramos en esta plaza no había absolutamente nada de todas estas cosas. Los franceses se llevaron consigo todo lo que tenían o mucho o poco de médicos, cirujanos y botica, y un boticario que vivía en el arrabal, por ser del partido de los corsos, se metió tierra adentro con su botica antes que empezase la guerra. Los genoveses no trajeron consigo médico ni cirujano, ni le había tampoco en el arrabal, ni en la plaza, con que quedaron todos nuestros enfermos a la disposición de los boticarios y de algún otro aficionado entre los nuestros. Y mejoramos bien poco de condición en esta parte con un médico y cirujano que hicieron venir de Genova. Aquél es ignorantísimo, como lo he conocido en las visitas que ha hecho a mi hermano, las que me he hallado presente, y el juicio que he llegado a formar de este médico, que se nos ha venido de Genova, es que será algún mancebo de boticario o algún mal boticario. No es capaz de decir tres palabras latinas sin uno o más solecismos y no se descubre en él cosa alguna de verdadera ciencia en su facultad. Tan miserables e infames son sus medicinas como su latinidad y su ciencia, y para prueba de esto no diré más que una cosa que ha pasado por mis manos. Recetó el señor doctor genovés al enfermo unas cantáridas que se fueron a buscar a su casa, pues no las hay en otra parte. Las tuvo aplicadas por dos días enteros, habiendo renovado la dosis alguna otra vez, y al cabo lo tiré yo mismo a la calle todo ello, dejando la parte a que habían estado aplicadas tan sana y tan sin daño alguno como si se le hubiera puesto un parche con tierra. El cirujano que nos ha venido de Genova sangra bien, y no ha hecho mal alguna otra cosa de no mucha importancia que se ha ofrecido. Pero es interesadísimo y propiamente un tirano que abusa inicuamente de la necesidad en que nos vemos de valemos de él. Por hacer una sangría nos lleva seis reales, y cuatro por la visita que hace al enfermo, al mismo tiempo que le sangra, que es lo mismo que llevar diez reales por venir a 347

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hacer una sangría y por hacerla. Por unas ventosas, de las cuales sajó dos solamente, tres pesetas por la operación y una peseta por la visita. Por haber metido a uno las tripas, que se le habían caído, no pedía menos que dos pesos duros y al cabo paró en veintiocho reales. Esta es toda la provisión de médicos, cirujanos y medicinas que tenemos al presente en esta ciudad de Calvi, hallándonos en ella ochocientos jesuítas, y no veo que en este punto podamos mejorar mucho de suerte, a lo menos por ahora. No es pequeño trabajo tampoco el desaliño de nuestras casas, desprovistas casi del todo, aun de los muebles y ajuares más necesarios. Esta casa en que yo vivo es sin duda la que está mejor provista de ajuares, así por haber comprado varias cosillas a los franceses, como por estar en ella el P. Provincial, por cuyo respeto se logran más fácilmente aquellas alhajuelas que puede suministrarnos la industria y habilidad de los de la Provincia. Y con todo eso, he aquí en dos palabras todos sus muelles o ajuares: seis o siete mesas, que se compraron a los franceses, repartidas por los aposentos de los padres, y una silleta de paja para cada uno de los sacerdotes y dudo que alcance para todos; tres mesas grandes, que no son más que unas tablas toscas sin cepillar montadas sobre cuatro palitroques, una de las cuales sirve para la mesa del altar y las otras dos para el refectorio; cuatro bancos, que son otras tantas tablas al natural, que es necesario subir del refectorio a la capilla y bajar de ésta a aquél, según ocurre la necesidad, y en cuanto a tarimas con que levantar las camas del suelo no se ven en el día más que unas ocho, y todas las demás tienen aún su colchoncillo tirado en tierra. Se me olvidaban las mejores alhajas de la casa pues, además de algunas cosillas bien miserables pertenecientes a la cocina, hay dos alacenas o aparadores que se debieron de comprar también a los franceses o se hallaron en la casa y uno sirve para guardar las cosas de la capilla y el otro las del refectorio. Y estas son todas las alhajas, ajuares y muebles de una casa en que viven setenta hombres, y en medio de tener algún motivo de ser privilegiados en este punto. Y por aquí se puede entender cuánta incomodidad se padece en la Provincia con la 348

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falta de tantas cosas necesarias para vivir con aquellas conveniencias que no desdicen de la pobreza religiosa. Pero ¿cómo en casi dos meses que hemos estado en esta ciudad no se ha adelantado algo más en orden a proveernos de muebles y ajuares? No tienen ciertamente la culpa de esto los Superiores, que muestran generalmente empeño en dar a sus pobres subditos el alivio de levantar sus camas del suelo. Pero ¿qué han de hacer si, no hay en el arrabal y en la plaza más que un hombre que trabaje alguna cosa en carpintería, y no se han podido encontrar en ninguna parte algunas herramientas para que puedan trabajar algunos hermanos coadjutores, que entienden algo de este oficio? En el día, que ha cesado la guerra, se han aplicado a la carpintería dos soldados, y si llegan presto las herramientas e instrumentos que se han pedido a Genova para nuestros coadjutores se puede esperar que, antes que llegue el invierno, se haya adelantado mucho en este particular. No puedo menos de decir en último lugar una palabra de la falta de otra cosa, aun más sensible para nosotros que la falta de todos los ajuares. Y esta es la falta de todo género de libros. Ni hemos encontrado libros en el país, ni los hemos traído con nosotros. Qué libros ha de haber aquí no habiendo librería ninguna en la ciudad, ni aun creo que en el convento de los franciscos, ni más gente de literatura que seis u ocho sacerdotes miserables que no tienen qué comer. Nosotros de España hemos traído poquísimos porque no se permitió traer más que algún libro de devoción, y generalmente todos se conformaron con este orden. En efecto, de Filosofía no hay más libros que los que trajeron mis discípulos de Santiago por una casualidad, que se contó a su tiempo, los que habrán de servir para ellos, para los jóvenes que estudian Física, para los que están en el noviciado y para los que están en la Teología, que en muchas ocasiones necesitan también de libros de Filosofía. Más escasa de libros está la Teología, pues no hay en toda la Provincia más que algún otro tomo de la colección de tratados teológicos que se empezaba a imprimir en España, y algunos tratados o materias manuscritas. Y fuera de esto no se ven por las casas más que algunos libritos de humanidad, que trajeron del seminario de Villagarcía y alguna otra sumista de Busem349

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baum 199. Esta es toda la provisión de libros para seiscientos hombres que o han pasado la vida entre ellos, o siendo jóvenes empezaban a aficionarse el estudio, y así es forzoso pasar los días, generalmente todos, en una ociosidad molesta y fastidiosa, sin tener siquiera cartas y gacetas que nos diesen alguna materia y asunto para nuestras conversaciones. Esto es lo que nos ha parecido decir de nuestros trabajos en el tiempo que hemos vivido en esta ciudad hasta el presente. En adelante, habiendo cesado la guerra, esperamos mejorar mucho de suerte, aunque siempre será en este país bien triste y bien miserable. Hemos dejado muchas cosas que se podían decir en este propósito porque no es posible decirlas todas, y porque las dichas pueden bastar para que los que lean estos borrones formen alguna idea de nuestro miserabilísimo estado en esta ciudad de Calvi, y pueden creernos sin miedo de ser engañados en lo que vamos a decir en términos generales, es a saber, que si se pudiera hacer un retrato cabal de nuestras miserias e incomodidades en casas y aposentos, en el dormir y comer, en el decir misa, en los sustos y temores de la guerra, y pintar al vivo lo que padecen en especial los jóvenes y los ancianos, los de salud delicada y enfermizos, los convalecientes y los enfermos, sacaría lágrimas a las piedras y merecería compasión a los tigres y demás fieras del África. ¡Grande infamia y deshonra!, a lo menos en los tiempos adelante, de los que fueron los autores españoles, franceses y genoveses, de meternos en este miserable peñasco desprovisto de todo y, al mismo tiempo, que iba a ser sitiado de enemigos. Día 7 de septiembre Ha entrado hoy en este puerto un paquebote con bandera inglesa que viene en derechura desde San Bonifacio, y en él ha venido un genovés que parece que sirve de secretario al Comisario Gnecco. Por lo que éste ha referido y mucho más por algunas cartas que han venido de los padres aragoneses, se sabe con toda seguridad que desembarcaron en aquella ciudad 199. Hermán Busembaum, autor de Teología Moralis (1645). 350

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de San Bonifacio el día veintiocho del mes pasado de agosto, y por las mismas cartas se conoce bastantemente que su desembarco se ha ejecutado con buen orden y concierto, con toda atención y cortesía de parte del señor Comandante D. Antonio Barceló, como se debía suponer, habiéndoles tratado siempre con tanta compasión, urbanidad y cariño, y aún están también seguros, según se infiere de las mismas cartas, de no verse envueltos en una guerra, como nos sucedió a nosotros. Pero no dicen estas cartas que haya llegado orden de Madrid para el desembarco en aquella ciudad y así se debe tener por cierto, como antes dijimos, que el señor Barceló, animado sin duda con algunas cartas privadas y secretas de algunos ministros y, especialmente, viéndose falto de todo, se resolvió finalmente a desembarcar a los padres. Este secretario del señor Gnecco trae, a lo que él dice, comisión y encargo de los padres aragoneses de comprarles muchas cosas en Genova y remitirlas a San Bonifacio antes que entre el invierno, y se ofrece a hacer lo mismo para nosotros, y así se lo ha propuesto al P. Provincial. Juntó éste al instante a todos los padres rectores, así para examinar la propuesta del secretario, como también para que en caso de admitirla cada uno diese lista de las cosas que necesita para su casa. Resolvieron en su junta los Superiores no valerse para nada de este secretario, como tampoco del Comisario Gnecco, y es una resolución muy razonable y muy justa pues nos ha enseñado ya bien claramente la experiencia que estos hombres, que tanto afectan en las cosas que hacen de mirar por nuestro bien y por nuestro alivio, sólo intentan enriquecerse a nuestra costa y con grave daño nuestro. A las muchas cosas que van esparcidas por el Diario, que prueban lo que acabamos de decir, solamente añadiremos una que está pasando en el día que bastaba para no fiarse de estos hombres. Entre las provisiones que le han llegado a este Vicecomisario Pachola, una es alguna harina que se ha creído forzoso tomarla, parte por la necesidad y parte por haber venido destinada para nosotros, y es tan mala, que me ha asegurado quien la ha examinado con toda la diligencia y exactitud posible haciendo, por decirlo así, análisis de ella, que tiene mezcla de varias harinas y, especial351

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mente de habas y cebada, y lo peor de todo es que está llena de arena. Y aunque no sea tan mala como acabo de decir, lo cierto es que en algunas casas en que se ha hecho pan de ella, no pudiendo los estómagos acostumbrados a galleta y a tantas miserias con el pan de esta harina, han determinado venderla a menos precio o darla de limosna a los pobres. Ha sentido mucho el secretario la resolución de los padres rectores de no valerse para nada de su persona, y ha hecho muy extraordinarios esfuerzos para apartarlos de ella, y especialmente al P. Provincial, ponderando mucho el gravísimo peligro de entrar en el invierno sin las convenientes provisiones que en aquel tiempo ya no podremos hacer porque el mar no lo permite. ¡Qué celo por nuestro bien! ¡Qué caridad tan tierna por nuestra conveniencia y alivio! Pero ¿por qué no podremos hacer por medio de otros antes que llegue el invierno lo que piensa hacer por sí mismo este secretario? Fuera de que estamos bien informados de que el mar no se pone tan impracticable constantemente por el invierno, que no se pueda esperar que aun en este tiempo no se dejen ver varias embarcaciones. Y así estuvieron constantes en su resolución el P. Provincial y los padres rectores y no han querido encargar cosa alguna a este secretario. Vivamos, por una parte, sin guerra y se conserve el puerto franco y seguro y no nos falten, por otra, pesos duros de España que se estiman mucho en todas las naciones, que no faltarán italianos y franceses que vengan en busca de ellos aun en el corazón del invierno, y para llevarlos consigo nos traigan todo género de provisiones de mejor calidad y a precio más moderado que las que podemos prudentemente esperar de este secretario y del Comisario Gnecco. Día 10 de septiembre

En poco más de veinte días han salido de la Compañía cinco sujetos llevando sus dimisorias del P. Provincial, que se supone tiene de Roma la autoridad suficiente para poderlas dar. De algunos de ellos nos olvidamos hablar cuando salieron de la Religión y así diremos aquí de todos ellos una palabra. El 352

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primero de ellos es el H. Francisco Juárez200, coadjutor temporal, cuya expulsión de la Compañía es una buena confirmación de lo que suelen decir algunos, que el que llega una vez a vacilar en la vocación al cabo no persevera hasta la muerte. Hizo este hermano en España muchos despropósitos y locuras, precipitado por su presunción y soberbia, viéndose a su parecer desentendido de los Superiores. Se huyó por esta causa del Colegio de Falencia y apareció en Santiago de Galicia; pero no para aquí tampoco y, después de algunos meses, se huyó otra vez secretamente, y después de haber corrido por varias partes vino a parar en el Colegio de Medina del Campo, en donde yo viví con él seis u ocho meses el año pasado de sesenta y seis. Allí estuvo por muchos meses solicitando salir de la Compañía y, en medio de sus pretensiones y de tener méritos sobrados para ser despedido, con asombro de todos los que le veíamos, no acabaron de despedirle los Superiores. Pero al cabo se vio que la tardanza en despedirle fue una gracia especial del Señor que quería conservarle en la Religión. En efecto, en la novena de San Javier de dicho año se halló este H. Francisco tan tocado de la mano del Señor que, en medio de ser un hombre altivo, fiero y de un corazón de un león o de un tigre, hecho un mar de lágrimas se arrojó a los pies del P. Rector pidiendo encarecidamente que, si aún había remedio para él, solicitase con el P. Provincial que no le deshiciesen de la Compañía, ofreciéndose a hacer toda su vida con gusto el oficio de cocinero. Yo fui testigo de esta extraña mudanza de este hermano, como también lo fui por cuatro o cinco meses de la vida ejemplarísima que entabló después de unos largos y fervorosos ejercicios, empezando después de ellos a hacer con mucha exactitud y diligencia la cocina, y en este humilde oficio y en el de granjero, que le dieron después, se mantuvo hasta que salimos de España, viviendo siempre con mucho fervor y con edificación de toda la comunidad, y haciendo todas las cosas del oficio y de re200. Francisco Javier Juárez estaba destinado en el colegio de Medina del Campo donde ejercía labores de granjero. Había nacido en Aguilar de Campo en octubre de 1724. Salió en 1767 hacia Roma para secularizarse y allí murió un año más tarde. 353

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ligioso muy a satisfacción de los Superiores. Con el destierro se le levantaron otra vez los humos de su presunción y soberbia, se negó a todo oficio y trabajo, y se entregó a la ociosidad y a sus pensamientos y así, a vuelta de un mes que vinimos a este país, el día dieciséis de agosto pasado, fue despedido de la Compañía con dimisoria del P. Provincial. Es natural de Aguilar de Campoo en el Obispado de León, y de familia muy honrada. Se halla en los cuarenta y tres años de su edad. El segundo es el H. Pedro Santos201, coadjutor también de quien no tengo noticias algunas. Es natural de San Salvador de Cairo, en el Arzobispado de Santiago, está en la fresca edad de treinta y cuatro años y fue despedido a treinta del mes pasado. El tercero es otro hermano coadjutor llamado José Valdivieso, que ya en España tuvo sus penitencias más graves que las que se dan por las faltas ordinarias y estaba retirado en el Colegio de Loyola, de donde vino al destierro, y no habiéndose corregido con ellas fue despedido este día cinco de septiembre. Está en los cuarenta y siete años de su edad y es natural de la ciudad de Valladolid. El cuarto es el hermano Antonio Barandalla, escolar, que estaba estudiando en Salamanca el tercer año de Teología. Es joven de bastantes buenos talentos y no mal instruido en cosas de humanidad, pero de un genio y conducta muy singular y extravagante. ¿Qué hará este joven desaconsejado en el mundo y en país extraño, viéndose solo, sin juicio, sin experiencia de cosa alguna y dueño de su libertad? Antes de ayer le dio el P. Provincial su dimisoria y con ella salió de la Compañía. Se halla en la tierna edad de veintitrés años y, por consiguiente, entró en la Compañía de quince años y acaso de catorce solamente. Es natural de Santiváñez en el Arzobispado de Burgos. El quinto y último que ha recibido hoy su dimisoria del P. Provincial es el P. Matías Rueda202, sacerdote joven, 201. Pedro Santos Vidal, había nacido en 1733 y pertenecía al colegio de Logroño antes de la expulsión. Salió con otros cuatro hacia Liorna en la Toscana. Desde allí fue sólo y a pie hacia España; llegó a Santiago, donde permaneció un tiempo escondido, y después partió hacia Roma, donde se encontraba en mayo de 1768 «en condiciones lamentables», LUENGO, M., Diario, t. II, p. 80. 202. El P. Rueda pasó a Francia donde vivió hasta 1789, sin cobrar la pensión. Mas tarde se supo que había publicado en Madrid dos gramáticas de las lenguas fran354

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 de veintiséis años solamente, que estaba enseñando Gramática en el Colegio de Monforte, en el Reino de Galicia. No es de malos talentos, pero serviría muy poco en la Compañía por tener la lengua tan trabada que difícilmente podría ni predicar ni enseñar ciencia ninguna de las que piden hablar algunas veces en público, y él mismo se valió de este su impedimento y de esta misma razón para solicitar su dimisoria. Es natural de la ciudad de León. A todos estos que salen al siglo con la dimisoria de la Religión se les dan todas sus cosillas, su dinero particular o peculio si le tienen y la pensión que les corresponde, contando desde el día en que salen al mundo. Se les hace también, del modo que se puede, su vestido de secular y regularmente se hace de la misma ropa de jesuítas que usaban. Todo esto se hace en cuanto se puede con mucho secreto, como también el embarcarse y marchar de aquí, pues estando reunida en esta ciudad toda la Provincia, a todos o los más de ellos les causaría mucha vergüenza y rubor el dejarse ver vestidos de seculares, y por lo mismo si alguno no logra marchar al instante se conserva retirado en alguna casa. Por esto sucede más de una vez que haya sido despedido alguno y no llegar en muchos días a hacerse público, especialmente si no es algún sujeto conocido y que tratase con muchos. Y aun no tengo por imposible que o haya marchado o haya sido despedido alguno, especialmente coadjutor, a quien yo no conociese, y más en los días de confusión y tumulto, y no haya llegado a mí noticia. Los dos coadjutores Juárez y Santos, a lo que se asegura, se han dirigido a Roma y el P. Rueda y los hermanos Barandalla y Valdivieso tiran hacia Francia con ánimo, según parece, de meterse si pueden en España.

Día 14 de septiembre A los cinco sujetos que se perdieron para la Provincia y para la Religión, como referimos el día pasado, tenemos hoy que cesa y española, obteniendo el premio de doble pensión. Volvieron a expulsarle, como al resto de los regulares de la Compañía, en 1801, sorprendiéndole la orden de destierro en Valencia, desde donde salió hacia Perpiñán. Había sido íntimo amigo de Luengo en el colegio de Salamanca y tuvieron un afectuoso rencuentro en Castellón, en mayo de 1801. 355

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añadir otros tres, aunque con una gran diferencia entre unos y otros, pues aquellos son muy dignos de compasión por su miserabilísima suerte y éstos lo son solamente de una santa envidia, pues librándose de tantas miserias y trabajos como nos rodean a nosotros, salen de nuestra Compañía con segurísimas esperanzas de su eterna salvación y de unirse a la Compañía gloriosa y triunfante en el cielo. Este día diez murió el hermano José Gárate, coadjutor, de quien oigo hablar con mucho elogio como de un hermano muy piadoso, a los que conocieron y trataron. Estaba en el Colegio de Loyola al tiempo que fuimos arrestados. Era natural de Lequeitio, del Obispado de Calahorra, y se hallaba cerca de cumplir los sesenta años de su edad. Antes de ayer murió el P. Juan Soto, que vivía en el Colegio de Pontevedra al tiempo del arresto y así nos hallamos juntos en la reclusión en La Coruña, y en el navio «Nepomuceno», y en todo este tiempo de tantos trabajos y miserias para todos, y mucho mayores para este hombre anciano y lleno de males como era este P. Soto, me ha agradado y edificado mucho viéndole siempre y para con todos sumamente afable, festivo y cariñoso. Era natural de Vigüesa, en el Obispado de Tarazona, y se hallaba en los sesenta y dos años de su edad. Y ayer finalmente murió el P. Domingo Santacoloma que, después de haber pasado en el humilde y trabajoso oficio de enseñar Gramática hasta más de los cincuenta años de su edad, estaba al tiempo de nuestra salida de España de operario en el Colegio de Lequeitio. Era natural de Bilbao, en el Obispado de Calahorra, y tenía cincuenta y cuatro años cumplidos. Día 15 de septiembre203 Se han dejando ver en este puerto varias embarcaciones especialmente de Italia, y de sólo Genova han llegado tres en pocos días, y nuestros procuradores van comprando para sus 203. Nota del autor: «Por este tiempo o algo antes pudo ir a Roma una carta latina de nuestro P. Provincial con fecha de 25 de agosto, extendida por el P. José Petisco, en la que se da razón de nuestro arresto, viaje y desembarco, y de ella se halla copia en el tomo primero de Papeles Varios, pag. 35». 356

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casas las cosas y provisiones de que tienen mayor necesidad. Vuelvo a repetir lo que no hace mucho que dije, es, a saber, que como no nos falten pesos duros de España no nos faltará cosa alguna en este puerto, sin necesitar en este punto ni del Comisario Gnecco ni de su secretario, ni de ningún otro. En una de las embarcaciones que han venido de Genova ha llegado carta del P. Idiáquez, que se halla en aquel puerto con todos los padres toledanos en el convoy mandado por el señor Vera. En su carta cuenta el P. Idiáquez una horribilísima tempestad que ha habido allí, la cual despidió por lo menos quince centellas, de las cuales unas cayeron en la ciudad y otras en el puerto, y de éstas, una en una de las dos fragatas de guerra, a la que maltrató alguna cosa y mató a dos marineros; pero ninguno de los jesuítas ha recibido daño alguno. Dice también el P. Idiáquez que se les ha prohibido expresamente el tratar ni de palabra ni por escrito con los jesuitas italianos de la ciudad, y que le han asegurado que el señor Cornejo, Ministro de España en aquella ciudad, según las órdenes que le han venido de la Corte, se apodera de todas las cartas que llegan de España para jesuitas y las remite a Madrid. ¿Cómo es posible que nos lleguen cartas de nuestras familias y de nuestros amigos, siendo forzoso que vengan a parar a Genova y habiendo tales órdenes en esta ciudad? Por lo que toca al desembarco de aquella Provincia, o no habla el P. Idiáquez con claridad, por no saber el estado en que se hallaba en el día este negocio o no han querido comunicarlo los que han visto la carta. Pero del modo con que hablan éstos se infiere que entre el Comandante Vera y el Ministro Cornejo hay muchas altercaciones y debates; porque aquél está firme y constante en no querer desembarcar a los padres en la Córcega sin un orden de la Corte por escrito, expreso, legítimo y absoluto, y tiene mucha razón en esto. Pues aún en cosas de menor importancia deben hacerlo así y sería castigado cualquier Comandante y oficial que obrara de otra manera. Pero el Ministro quisiera que se contentara con menos, porque él no podrá darle el orden que pide por no tenerle y, por otra parte, tendrá instrucciones privadas y vivas instancias de alguno, o de varios de los ministros, para que persuada al Comandante Vera que desembarque a los 357

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jesuítas en la Córcega. De todo lo cual se infiere, manifiestamente, que nuestro desembarco en esta isla se ha hecho sin noticia del Rey y que ninguno de los ministros quiere soltar prenda, por donde se le pueda probar que ha sido autor de esta cosa no estando seguros de que Su Majestad, cuando al cabo se le dé parte de este desembarco, como es preciso, aprobará esta crueldad y barbarie, por más que procuren desfigurárselo y ocultarle todo su horror y dureza. Han llegado también algunas cartas de Roma y de ellas nos han contado las tres cosas siguientes: primera, que muchos fugitivos de las Provincias españolas escriben desde varias partes a aquella ciudad pidiendo su dimisoria de la Compañía y que, generalmente, todos cuentan de sí mismos mil trabajos, miserias y desastres, como era bien claro que les había de suceder hallándose solos en un país extraño, sin amigos, ni conocidos y sin entender la lengua, y varios de ellos sin dinero y desprovistos de todo. La segunda cosa es graciosísima y nos ha hecho reír mucho, y ella no puede ser más ridicula y aun increíble, no obstante que la aseguran de Roma. Es pues la siguiente: que en España se han pedido por el Gobierno a nuestros procuradores, que aún están allá, sus poderes por escrito para la administración de nuestras haciendas. No acabo de creer una cosa así, aunque las cartas de Roma la cuentan y en aire de darla por cierto y segura. Pero si así fuera, me atrevo a decir que no se ha visto jamás en el mundo escrúpulo y delicadeza de conciencia más necia, más insensata, más farisaica y más ridicula que ésta del conde de Aranda, del secretario Roda y del fiscal Campomanes, que son las que principalmente entienden en nuestras cosas. Es bueno que no han tenido escrúpulo ninguno en arrestarnos, en oprimirnos, en arrastrarnos por mar y tierra, en desterrarnos para siempre de nuestra patria y apoderarse de mano armada de todas nuestras casas y colegios, y de todos nuestro bienes, y ahora han de tener reparo en administrar nuestras haciendas. Y si se persuaden que necesitan algún poder para la dicha administración, qué mayor necesidad que contentarse con el que den los procuradores, que no tienen autoridad ninguna por sí solos para semejante cosas y así sólo le habrán dado con algún género de protesta so358

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bre que ellos no reconocen en sí suficiente autoridad para otorgar el poder que se les pide. La tercera es que se ha dado en la Corte de España la dignidad de chantre, en la catedral de Tarazona, al P. Gregorio Iriarte204 de nuestra Provincia, que se quedó en España al tiempo que fuimos desterrados y se supone que ha salido ya de la Compañía. Es cosa algo larga la historia de este P. Gregorio, pero el modo de quedarse en España, su confianza con los que tienen más poder en la Corte de Madrid, y sus primeros pasos al mismo salir de la Compañía dan bastantemente a entender que puede llegar a subir mucho, ser hombre famoso y hacer figura en el mundo, como ha sucedido más de una vez a algunos que han salido de la Compañía, y esto mismo nos empeña en darle aquí a conocer del mejor modo que podamos, aunque procuraremos hacerlo con toda la posible brevedad. La patria de este P. Gregorio fue la ciudad de Corella, del Reino de Navarra, en el Obispado de Pamplona, en donde nació de padres honrados, según se creía en el marzo del año 1732. Estudió, siendo aún secular, la Filosofía en la ciudad de Valladolid, en donde yo le conocí y traté como amigo; y allí mismo, en el Colegio de San Ambrosio, entró en la Compañía en abril del año 1750. Muchas veces había oído, y ahora lo confirman aquí todos sus condiscípulos, que el tiempo del noviciado y de los estudios de Filosofía y Teología, no sólo le habrá pasado con regularidad y observancia, sino con muy particular fama de un joven ejemplar, inocente y santo, a quien por esta causa miraban los otros jóvenes con algún respeto y veneración. Pero todo esto duró muy poco y se desconoció al P. Iriarte cuando empezó a entrar en oficios y ejercitar ministerios; o porque su virtud no había sido sólida y verdadera, o porque no correspondió a los 204. Gregorio Iriarte y Luengo se conocieron el colegio de Ingleses de Valladolid, cuando ambos cursaban Filosofía. Se conserva una interesante correspondencia entre Aranda, Ossorio e Idiáquez sobre la salida de la Compañía del P. Iriarte en la Colección de Papeles Varios T. 14, pp. 101 a 110, estudiada por Rafael OLAECHEA en su artículo: «En torno al exjesuita Gregorio Iriarte, hermano del conde de Aranda», op. cit., 1964, pp. 157-234. Véase también del mismo autor junto con FERRER BENIMELI, El conde de Aranda (Mito y realidad de un político aragonés), Zaragoza, 1978, p. 131. 359

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designios del Señor, mereció ser abandonado. En efecto, estando en cátedra de Filosofía hace ya algunos años en la ciudad de Pamplona, no hacía.ya cosa bien hecha ni en lo que tocaba a su empleo, ni en los ejercicios de la vida religiosa, como me consta con toda evidencia por relación de un amigo mío que enseñaba allí mismo Filosofía al mismo tiempo, y se puede temer mucho que su relajación nació principalmente de haberse entremetido al trato con algunos señores y señoras, por cuyo respeto descuidaba de las obligaciones de su oficio y estado. Desde Pamplona, a pesar del empeño de algunas personas de distinción para que no le sacasen de allí, le enviaron los Superiores con el mismo empleo de enseñar Filosofía a la ciudad de Segovia, y el efecto mostró que hubiera tenido menos inconveniente el dejarle en Pamplona que enviarle a una ciudad tan cercana a uno de los sitios reales, a donde va por algún tiempo la Corte. En Segovia se le vio bien presto entremetido en el trato con señores y grande familiaridad con algunos de ellos y en mucha correspondencia por cartas, y para que los Superiores no pudiesen entender el asunto de ellas tuvieron orden, o por lo menos aviso del conde de Aranda, Presidente del Consejo de Castilla, para que no se le interceptasen sus cartas, ni se le impidiese escribir, ni se le molestase de modo alguno por esto. Informado el P. Idiáquez, que era entonces Provincial, de todo este tumulto de cosas pudo componer el sacarle cuanto antes de Segovia y, en diciembre del año pasado de sesenta y seis, le hizo marchar a Valladolid al mismo oficio de maestro de Filosofía, dándole una cátedra de mayor graduación, de lo que correspondía a sus talentos para ver si de este modo se lograba que estuviese contento y se aplicase al estudio. Pero aquí prosiguió de la misma manera que antes en cuanto podía, descuidado enteramente en las cosas de su oficio y en los ejercicios de religioso retirado de todos los de casa, encerrado por lo regular en su aposento y en él se estaba ocioso u ocupado en responder a los pliegos que por caminos reservados le llegaban. No duró mucho en estado tan violento pues, a últimos del mes de enero de este año o a principios de febrero, le envió a llamar el señor marqués de Pejas, Presi360

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 dente de aquella Cancillería, y habiéndose presentado a Su Señoría Ilustrísima y díchole éste cuatro palabras al oído, se volvió al Colegio acompañado siempre del P. Ángel Sánchez205, que era maestro de Teología en el mismo Colegio de San Ambrosio y ahora está aquí en Calvi, y lo cuenta francamente. No tardó después de esto en presentarse a la portería del Colegio una calesa con un portero de la Cancillería, y llamando éste al P. Gregorio Iriarte bajó prontamente y, metiéndose en la calesa, se dirigieron los dos hacia Madrid. Se extendió este suceso por la Provincia y generalmente todos sospechaban que, o por haberse descuidado el padre en algunas palabras en ésta o en la otra ocasión contra el Ministerio, o por haber sido calumniado en este punto siendo inocente, iba como reo y prisionero de Estado, y en todo se excitó, como es regular en semejantes lances, una gran compasión del pobre sacrificado y un gran temor de que se hiciese lo mismo con otros, especialmente que no se ignoraba que, en aquel tiempo, teníamos sobre nosotros espías que observasen lo que predicábamos y aun hablábamos en nuestras conversaciones. Pero no tardó mucho en convertirse la compasión y el miedo en confusión y en pasmo, habiendo llegado noticias ciertas de su entrada en la Corte muy diferente de la de un reo de Estado. Salió a encontrarle, a algunas leguas de Madrid, un coche con un tiro de muías, y habiendo entrado en él el P. Gregorio se fue en derechura a apear en casa del Presidente del Consejo, y habiendo estado en larga conversación con Su Excelencia se fue después al Colegio Imperial, cuyo P. Rector tuvo orden del conde de Aranda de dar francamente licencia y compañero al P. Iriarte para salir de casa siempre que quisiese. Todos 205. El P. Sánchez convivió con Luengo también en la casa Fontanelli de Bolonia, donde intervino en las disputas teológicas. En 1784, escribió un memorial al Rey, con carta a Floridablanca, en el que se exponía la difícil situación económica que pasaban los expulsos y se solicitaba un aumento de la pensión. Este escrito está firmado por unos diez nombres representativos de las distintas provincias españolas y personas de todas clases y estados: sacerdotes, legos, secularizados, casados, etc., y se encuentra en la Colección de Papeles Vanos, t. 13, p. 3. En 1787, se imprimió en Madrid una traducción de Ángel Sánchez, en verso, de algunos Salmos y libros de escritura. Tradujo también a rima castellana: Philosophia del Spirittt y del Corazón, con comentarios y anotaciones propias. 361

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estábamos confusos y asombrados de este recibimiento tan honorífico, y nuestro asombro y confusión crecía todos los correos, pues siempre llegaban nuevas finezas y expresiones del conde de Aranda para el padre Gregorio y, en general, todas las cartas de aquel tiempo aseguraban que el P. Iriarte entraba a todas horas, y con toda franqueza, en el palacio del Presidente del Consejo, y tenía con Su Excelencia frecuentes conversaciones privadas, y se había hecho ya tan familiar y tan de casa que los criados del conde estaban asombrados de los cariños, expresiones y finezas que hacía al P. Gregorio, y decían que ellos no sabían la causa de este amor y ternura de su amo para con este padrecito jesuita, pero que no había en toda la Corte empeño ninguno más poderoso para él que el dicho P. Gregorio. No se descuidó el P. Idiáquez, que desde principios de enero se hallaba en Madrid, en averiguar estos misterios y habló en este tiempo muchas veces con el mismo P. Gregorio, pero no creo que llegase a entender, a lo menos con seguridad y certeza, la verdadera causa de la singular estimación que hacía del dicho padre el conde de Aranda. En este estado de oscuridad y confusión se conservó este misterioso negocio hasta dos o tres días antes de nuestra desgracia. Entonces el P. Gregorio, dando a entender que había concluido ya sus negocios, se despidió del P. Idiáquez como quien pensaba restituirse a su Colegio de Valladolid. Pero o no salió de la Corte o salió por una puerta para entrar por otra y ocultarse en el mismo palacio del conde de Aranda, o en otra casa que se le hubiese dispuesto. Desde su retiro vio la horrible tempestad que vino sobre todos los jesuitas de la Corte, la noche del día último de marzo al primero de abril, y les arrojó de ella y de toda España sin que a él le hiciese daño alguno, y es bien creíble que estuviese bien informado, antes que sucediese,de todo. Aun antes que saliésemos de España se supo todo esto con bastante seguridad y después se averiguó todo mejor, habiendo concurrido con la Provincia el P. Idiáquez en el puerto de San Florencio. Se hallaba el P. Provincial en Santander, con mucha parte de la Provincia, y allí recibió carta del P. Gregorio, con fecha de Madrid, pidiéndole su dimisoria de la Compañía y el mis362

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 mo conde de Aranda le escribió también para el mismo asunto, y no dejaban de traslucirse en las dichas cartas algunas expresiones como de amenaza y de grandes inconvenientes si no daba la dimisoria que se le pedía. El punto no dejaba de ser grave y delicado, así por no tener los Provinciales de la Compañía en España autoridad ordinaria para dar estas dimisorias, como también por estar ordenado que, cuando los que pretenden salir de la Compañía se valen de la intercesión o mediación de los seculares, se dificulten o retarden más las dimisorias. Para proceder con acierto en un caso tan espinoso, juntó el padre Provincial una gran consulta de muchos sujetos graves y les propuso la cosa encargándoles mucho secreto, y protestando juntamente que él estaba pronto a padecer cualquiera vejación, con que se le quisiese molestar, por no faltar en nada a las obligaciones de su oficio y a su conciencia. Pero al fin, con el consejo de los padres consultores, atendidas las extrañas circunstancias en que se hallaban, envió el P. Provincial la dimisoria206 al P. Gregorio Iriarte en los términos en que se juzgó que podía hacerlo, esto es, con la cláusula in quantum pessum u otra semejante, y previniéndole al mismo padre que no quedaba seguro en conciencia con su dimisoria y que, en todo caso, sería mejor que se la pidiese al P. General. Mas al fin, con esta dimisoria de nuestro Provincial Ignacio Ossorio, o con otra que sacase después del P. General, el P. Gregorio Iriarte dejó en Madrid la ropa de la Compañía y salió al siglo y nada hemos sabido después de él hasta que ahora nos dicen las cartas de Roma, que acaban de llegar, que se le ha dado la dignidad de chantre en la catedral de Tarazona. Novedad sin duda bien extraña, y premio demasiado para el P. Gregorio si él no tuviera otros méritos, en el tribunal de los que le premian, que el haber dejado la Compañía, especialmente que en este mismo Diario se ha podido ver cómo el P. Ramón Orduña deseó y pretendió dejar en España la Compañía, y tan lejos de conseguir por esto una pingue prebenda en una catedral, no habiéndole oído en su pretensión, se vio obligado el miserable, 206. Nota del Autor: «En el Tomo XIV de Papeles Varios, desde la p. 104, se hallan copias de todas estas cartas y de la dimisoria». 363

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a pesar suyo, a seguirnos en el destierro. Es preciso, pues, que en el P. Gregorio haya habido otra causa y mérito para tantas finezas de parte del conde de Aranda y para un premio tan sobresaliente, y esta es necesariamente una de dos o las dos juntas. La primera es que el P. Gregorio Iriarte no es hijo de los que eran tenidos por padres suyos, sino hermano a lo menos de padres del mismo conde de Aranda. Esto se habla entre nosotros con secreto, pero lo hallan muchos y todos generalmente lo creen, y algunos para hacerlo creíble cuentan una historia de que yo no me he enterado bien, y ella principalmente consiste en que los que se creían padres de este P. Gregorio eran mayordomos o administradores de los condes de Aranda, y que la madre del presente conde estuvo largo tiempo en su casa por aquellos años en que nació este P. Gregorio. Sea lo que fuere de esta historia, lo cierto es que las demostraciones de cariño y ternura del conde de Aranda para con este P. Gregorio, la confianza y familiaridad que se observaba entre los dos, no habiéndose visto jamás hasta entonces, prueban que había alguna cosa entre el conde y el P. Gregorio, y los mismos criados, como ya insinuamos antes, estaban pasmados de la estimación que hacía su amo de aquel padrecito y no se detenían en decir que allí había algún misterio oculto que ellos no entendían. Estas generalidades de expresiones y finezas tan singulares y extraordinarias del conde para con el P. Gregorio asentada, por otro lado, la sospecha de ser hermanos, prueban bastante bien el asunto, pero añadiendo a ellas las dos cosas que vamos a decir, casi que llegan a demostrarle. Una es que habiendo muerto, como un año antes que saliésemos de España, la que se creía madre del P. Gregorio, se halló bien presto el P. Idiáquez con carta del conde de Aranda207 en que le pedía un informe muy por menor del dicho padre, especificando su patria y su edad, sus talentos, su instrucción y doctrina, y a este modo otras cosas. El informe es cierto, pero no son para mí 207. Nota del autor: «La carta y el informe se hallan tomo XIV de papeles varios, p. 101». 364

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igualmente ciertas, aunque las oigo asegurar, las otras circunstancias de la muerte de su madre y la concurrencia de ésta con el informe. De todos modos, prueba mucho este informe, pues no se descubre por otra parte causa o motivo por donde pudiese tener interés el conde de Aranda en ser informado tan menudamente de las cosas del P. Gregorio Iriarte, y más no siendo éste entonces hombre famoso por lado ninguno, ni por virtud, ni por literatura, ni por su nacimiento ilustre. La otra es que habiendo sido preguntado, aún antes de salir de España, un jesuita muy instruido de la Corte por otro amigo suyo, de dónde podían nacer tantos honores y finezas del conde de Aranda para con el P. Gregorio Iriarte, le respondió que trajese a la memoria el caso de Villagarcía, de D. Luis Quijada y Da Magdalena de Ulloa con D. Juan de Austria, que es tanto como decir que así como éste no era hijo de aquellos señores, aunque él lo había creído así y otras muchas gentes, así tampoco lo era el P. Gregorio Iriarte de los que eran tenidos por padres suyos, y aun ahora, que está aquí en Calvi el dicho sujeto, lo ha vuelto a asegurar aunque con mucha cautela. La segunda causa de los honores que se han hecho, y del premio que se ha dado a este P. Gregorio puede haber sido, el que viendo él las malas disposiciones de algunos ministros para con la Compañía se ofreciese a decir cosas contra ella, a revelar arcanos y misterios importantísimos que tenían del gusto de los ministros, pidiendo para poderlo hacer con libertad su defensa y protección. No faltan en la historia de la Compañía algunos ejemplos de hombres tan viles y perfectos imitadores de Judas que han vendido y hecho una negra traición a su Madre la Compañía de Jesús, como aquél vendió y se la hizo a su inocentísimo maestro. Pero, por una parte, parece que los honores que hizo desde luego el conde de Aranda al P. Gregorio exceden a las esperanzas que podía haberle dado de servirle contra la Compañía, y que el premio que se le ha dado a vuelta de pocos meses es superior a los servicios que le puede haber hecho y, por otra, los que vivieron con el P. Gregorio en los últimos tiempos que estuvo entre nosotros no creen que fuera capaz de una malignidad tan infame, tan refinada y tan diabólica que pudiese llegar hasta vender a la Compañía y hacerle 365

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traición de un modo tan vil y tan inicuo, calumniándola e infamándola con mentiras e imposturas. Esto es lo que podemos decir de este padre, D. Gregorio Triarte, y ya dignidad en la iglesia de Tarazona, que será necesariamente hombre célebre y famoso o porque llegue a valer mucho y ser alguna cosa grande en el mundo, o porque con algún castigo ejemplar del cielo por su infame maldad venga a ser ejemplo y escarmiento para otros. Y mucho se puede temer que suceda esto segundo por la calidad y genio y carácter del sujeto, porque no es posible que habiendo sido ya que no un santo, por lo menos un fervoroso jesuita, cuando se calme un poco el tumulto de las pasiones que le han agitado, y pierdan algo de su fuerza el resplandor y honor de la Corte, dando alguna a la razón, deje de caer en cuenta de su yerro y descamino, se avergüence y confunda de haber hecho una traición tan infame, se llene de escozores, remordimientos y pesares; y llegándose a todo esto el ser de un genio suspicaz, caviloso y aprehensivo, y tener una sangre viva, ardiente y ligera, pierda enteramente la cabeza y el juicio m. Veremos, en cuanto nos sea posible, los pasos y sucesos de este hombre vil y desconocido a su buena y afligida madre, y les trataremos con toda exactitud y verdad en este Diario. En este mismo día quince han partido de esta ciudad para Corti, en lo interior de la isla, que es la capital de los corsos y residencia ordinaria de su jefe el General Pascual Paoli, los padres Isidro López, de nuestra Provincia, y Patricio Barrio209 208. Gregorio Iriarte se suicidó el 18 de julio de 1774, a los 42 años en Corella. A raíz de su muerte Luengo escribió una pequeña semblanza biográfica del ex jesuíta en su Diario, t. VIII, pp. 352 y ss. 209. El P. Barrio nació en Araya, Álava, el 17 de marzo de 1718. Ingresó en la Orden de San Ignacio el 2 de abril de 1735, arribando a las islas en 1747. Era sacerdote profeso de cuarto voto desde 1752. Estuvo destinado en la Procuraduría de Roma como asistente del P. Ignacio Málaga, procurador de la Provincia de Filipinas en aquella capital. En el momento del extrañamiento, se encontraba en Valladolid y fue expulsado junto con los jesuítas de la Provincia de Castilla, embarcando en el paquebote «San José» el 25 de mayo de 1767, rumbo a Italia. Residió primero en Calvi pasando, más tarde, a Bagnacavallo, Legación de Ferrara, donde murió finalmente el 1 de septiembre de 1772. Agradecemos estos datos al profesor Giménez López y han sido publicados en LORENZO GARCÍA, S., La expulsión de los jesuítas de Filipinas, Universidad de Alicante, 1999, p. 91. 366

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de la de Filipinas que, hallándose en Valladolid el tiempo de nuestro destierro, fue arrestado con todos los demás y nos ha seguido hasta esta ciudad de Calvi. Irán como diputados o comisionados del P. Provincial, y el asunto principal de su viaje es dar, en nombre de Su Reverencia y de todos los jesuítas españoles de esta ciudad, muy rendidas y expresivas gracias al dicho General Paoli por la humanidad y atenciones que ha usado con nosotros en el tiempo de la guerra, y es dignísimo de que se las den con toda expresión y fineza, así por haber hallado en él compasión cuando no la han tenido con nosotros ni con nuestros paisanos, ni otras naciones, como porque en la realidad nos ha hecho un obsequio y beneficio muy grande y no poco costoso para él y para su nación; pues es evidente, como ya dijimos en otra parte, que si los corsos hubieran querido, con los dos solos cañones que tenían montados en el montecito y en la playa, hubieran reducido a un montón de piedra y de tierra, o poco menos, todas las casas de la plaza y del arrabal, y es muy creíble que, haciendo los esfuerzos que han dejado de hacer por no dañarnos a nosotros, hubieran tomado esta ciudad de grandísima importancia para ellos. Llevan para el señor Paoli un pequeño regalo, pobre y religioso, principalmente de tabaco de España que se estima mucho en este país. Y van encargados de informarse de los géneros y frutos de la isla que nos puedan hacer al caso a nosotros, y de la manera de proveernos de ellos con utilidad y ventaja. Día 16 de septiembre Luego que se empezó a tratar de treguas, se metió en este arrabal un francés y asentado el armisticio abrió su horno, comenzó a hacer y vender un pan muy decente y, comparado con el que se había comido hasta entonces en la mayor parte de nuestras casas, regaladísimo, floreado y exquisito, y a un precio no excesivo y muy moderado, si se compara con el que habíamos pagado aun por el pan de munición. Y así al momento acudieron a comprar pan al francés muchas de nuestras casas. Pero esto los disgusta mucho a los del país que, con los géneros y provisiones que tienen, malas, corrompidas y ca367

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rísimas, quisieran ser solos a disfrutar de nuestros pesos duros. Por eso, no atreviéndose a hacer salir del arrabal al francés, le persiguen de todos los modos que pueden, pesándole a cada paso sus panes y haciéndole todas las vejaciones a que pueden tener algún derecho o arbitrio. El panadero francés anda por lo mismo con mucho cuidado en todas las cosas de su panadería y, no obstante eso, justa o injustamente, le han echado una multa muy grande. Y todo esto, como es claro, viene a parar en daño nuestro pues si no se le persiguiera de este modo por la gente del país pudiera hacer mucho más pan del que ahora hace y proveer a todos los que quisiesen comprarle, y libre de multas y vendiendo mucho más lo podría dar a un precio más bajo. Han sacado su dimisoria del P. Provincial el P. Rafael Navarro210 y el H. José Borja, coadjutor, que por parientes, o por lo menos paisanos y naturales los dos de Tudela de Navarra, se han unido para salir de la Compañía y marchar a otra parte, lo que ejecutarán luego que puedan. El primero, a quien conocí en el noviciado y en la Teología, es hombre de muy cortos talentos para todo y que apenas podía servir para nada en la Compañía. El segundo entró ya muy grande en la Religión y después de haber sido capitán de caballos, y por lo mismo se ha extrañado bastante que se vuelva a meter en el mundo un hombre que le dejó ya en estado de haberle conocido bien y desengañado de sus vanidades y locuras. Se halla en la edad de cincuenta y ocho años, de los cuales no son muchos los que ha vivido en la Compañía. Día 19 de septiembre Antes de ayer entró en esta concha un falucón grande que viene en derechura desde Genova y con todo eso no ha traído carta del P. Idiáquez, lo que pudo haber nacido de no haber tenido noticia Su Reverencia de su viaje, o acaso también de no 210. El P. Navarro había nacido en 1738. Luengo volvió a tener noticias suyas cuando respondió a la orden de segundo destierro dictada por Carlos IV, ya que realizó el viaje desde Barcelona a Civitavecchia, en mayo de 1801, a bordo del «Minerva» junto al diarista. En enero de 1809 residía en Roma, donde prestó juramento de fidelidad a la Constitución de Bayona en Roma. 368

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hallarse ya en aquel puerto, pues se ha visto hoy pasar hacia Ajaccio un convoy bastante numeroso que se supone es el de la Provincia de Toledo, que va finalmente a desembarcar en aquel puerto. En este falucón viene una limosna de algunas sotanas viejas y de otra ropa bien usada y bien pobre, y la envía el P. Rector del noviciado de Genova al P. Julián Fonseca211, Rector de este nuestro noviciado que debió de escribirle algo sobre esto. Aunque tal cual acabo de decir se estima y agradece y es en la realidad útil para estos pobrecitos novicios, que salieron muy mal vestidos de España, no trayendo sobre sí otra cosa que lo que se les pudo dar de las sobras de otros en el Colegio de Santander. ¡Gran mudanza de cosas por cierto! Que se reciban de limosna con gusto para vestirnos cuatro trapos viejos que, cinco meses atrás, dábamos nosotros y acaso mejores que estos, de limosna a los pobres. En el mismo falucón han venido por encargo del P. Provincial unos pocos libros y seis recados enteros de decir misa, bastante decentes pero los más pobres y más baratos que se han podido encontrar, y las casullas tienen variedad de colores para que unas mismas puedan servir para mártires y confesores, y aun para otros días. Además de estos ha venido algún otro de la misma calidad para algunos particulares; y con ellos adelantaremos alguna cosa en orden a poder decir misa con alguna mayor frecuencia. Y con una buena provisión que ha venido también de instrumentos de carpintería, sierras, azuelas, escoplos, barrenos y otros semejantes, podemos esperar adelantar presto mucho en cuanto a proveernos de tarimas, de camas y otras alhajuelas necesarias 211. El P. Fonseca era natural de Santiago y fue rector del colegio de Falencia, del noviciado de Villagarcía y del que se formó en Calvi. Posteriormente desarrolló tareas de superior en el colegio de San Ignacio, que funcionó a modo de casa profesa en Crespelano, Bolonia, y sucedió al P. Pereira como rector de la casa del Espíritu Santo de la misma ciudad. Escribió el Compendio de la Vida del Padre Agustín de Cardaveraz y fue nombrado consultor extraordinario, al ser elegido como provincial de Castilla el P. Idiáquez, en 1773. El P. Fonseca murió en Galicia el 18 de abril de 1803. Luengo conservó en su Colección de Papeles Varios parte de la correspondencia que mantuvo con Losada sobre pensiones, con Carlos Serna, sobre las resoluciones de Brabante y otras misivas que recibió Fonseca desde Bruselas. También tradujo al castellano la obra del P. Pallavicini, jesuíta italiano que escribió 11 sacerdote santificat en 1789. 369

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en una casa, pues algunos hermanos coadjutores, que entienden algo de este oficio, casi sin instrumento ninguno han ido trabajando algunas cosas y ahora, provistos de buenos instrumentos, dan muestras de querer trabajar con empeño y aplicación. Y no son estos los únicos coadjutores que se aplican bien al trabajo, aun en cosas en que no solían ocuparse en España. Además, debe decirse en honor del gremio de hermanos coadjutores de esta Provincia de Castilla que, generalmente, todos trabajan muy bien y hacen sus humildes oficios con aplicación y esmero, aunque con mucho más trabajo y fatiga que en nuestros colegios de España por no tener ni las oficinas, ni los instrumentos que allá tenían. Los cocineros, los sastres y los demás hacen bien sus oficios pero casi sin cocinas ni roperías, como se deja entender viviendo en unas casas tan pequeñas para el número de sujetos que las habita, que es necesario que estén cuatro y cinco en un mismo aposento. Como han quedado en España, por la mayor parte, los hermanos coadjutores que estaban en las procuraciones de los colegios y como, por otra parte, están aquí ociosos todos los sacerdotes, han entrado muchos de estos en el oficio de procuradores de estas nuestras casas y, para que les ayuden, ha nombrado el P. Provincial en cada una de las casas uno o dos hermanos coadjutores con el oficio de compradores, y estos tienen sobre sí un trabajo bien grande pues el bajar, solamente dos o tres veces al día, desde la plaza al muelle en donde se compran las cosas, y volver a subir a la ciudad es ya ocupación de un hombre. Pues qué será como la hacen muchos de ellos, aun de los más autorizados, y que habían sido en España procuradores o habían tenido otros oficios de alguna distinción, subir la gran cuesta desde el arrabal a la plaza con una buena carga sobre sus hombros, como si fueran mozos del trabajo, por ahorrar en cuanto pueden a las casas el coste de la conducción. Otros hermanos coadjutores han aprendido a afeitar y andan por las casas de la Provincia, por días, haciendo a todos la barba; en lo que nos hacen un servicio muy estimable, pues había mucha falta de barberos y de un ahorro no despreciable en las presentes circunstancias, y no falta entre ellos quien con un borriquito va por agua a la fuente, ni tampoco quien con un ca370

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bailo y un jumento va a un monte, hace sus cargas de leña o de cepos y las trae públicamente a su casa, y algunos están prontos para entrar a trabajar en un horno, que se piensa poner a nuestra cuenta, y hacer pan para proveer a la Provincia. Es ciertamente un gusto ver a los hermanos coadjutores tan aplicados a tantos oficios humildes, y de no poco trabajo y fatiga. Ellos nos sirven bien y con no pequeña utilidad de las casas edifican grandemente la Provincia y se santifican a sí mismos, y juntan un gran tesoro de méritos para la otra vida. Dios les conserve a todos en tan buenos pensamientos y principios y en tanta afición al trabajo, pues serán de mucha utilidad para la Provincia y dejarán un muy suave olor de su sólida virtud. Ha venido a establecerse a este arrabal otro francés que ha puesto también su horno y panadería, y los dos franceses panaderos temen ya poco a las gentes del país, por estar al abrigo y bajo la protección de un Comisario francés que se ha establecido también en el arrabal, como fiador, a lo que parece, de las treguas y para velar sobre la observancia y cumplimiento de los artículos y condiciones de ellas. Esto pudiera hacer que se desistiese del pensamiento de poner horno a nuestra cuenta, estando ya asegurados de que no nos faltaría pan y a un precio no muy exorbitante. Pero se observa que los franceses tienen entre sí trato de compañía y van muy de acuerdo en el precio y así no se puede esperar que lo pongan jamás más barato, como sería razón habiendo cada día más abundancia, si no llegan a palpar poniendo nuestro horno que no necesitamos de ellos para proveernos de buen pan, y por esta razón se lleva adelante la idea de poner un horno para la Provincia. Las gentes del lugar se han puesto furiosas viendo que con los hornos de los franceses, que no pueden impedir, se les escapan muchos de nuestros pesos duros que empleamos en la provisión de pan, y para resarcirse de algún modo de esta pérdida han tomado un arbitrio muy injusto, muy extravagante y muy temerario. No es menos este arbitrio que empeñarse en comprar por junto los géneros de las embarcaciones que van llegando, y ya lo han hecho con alguna otra para obligarnos de esta manera a que después les compremos a ellos aquellas cosas al precio que quisieran venderlas. Pero a estos miserables 371

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les ciega su codicia y su hambre insaciable de nuestro dinero, pues es evidente que ni ellos tienen caudales para llevar adelante este proyecto, ni aun cuando los tuvieran lograrían obligarnos a que les comprásemos a ellos, pues no pueden impedirnos el comprar en las embarcaciones que vayan viniendo y los italianos del continente y de otras partes, y lo mismo los franceses, han de estimar más los pesos duros de España que su miserable moneda. Día 24 de septiembre Ayer murió en esta ciudad el P. Pedro Candela, uno de los sujetos más antiguos o ancianos de la Provincia. Fue maestro y doctor en la Universidad de Santiago de Galicia y, después de haberse jubilado de su cátedra, se retiró al Colegio de Pontevedra en donde vivió hasta que salió desterrado. Todos los que le trataron a este P. Candela hablan de él como de hombre de grandes talentos y verdaderamente sabio, y en el día era muy consultado de muchas partes de Galicia en cosas de conciencia y casos morales. En La Coruña vi por primera vez a este respetable anciano y me agradó much pues, en medio de los trabajos que había entonces y mayores que hubo después en el navio, bastantes para oprimir al más joven y más robusto, no obstante sus muchos años y su salud quebrantada, siempre se mantuvo apacible, agradable, festivo y de bello humor. Hoy se le ha enterrado en esta parroquia de la plaza al modo regular que a los otros. Estaba en los setenta y siete años de su edad y era de La Puebla, en el Obispado de Lugo. Ha llegado hoy una embarcación no grande del puerto de Liorna en la Toscana y en ella ha venido para nuestra Provincia una buena porción de harina, de habas y de queso, y habiéndole repartido entre todos los sujetos de ella nos ha tocado a una arroba de harina y a la libra de las otras dos cosas para cada uno, y alguna cantidad que sobró de todas ellas después de esta repartición la aplicó el P. Provincial a los pobres novicios que, como no tienen pensión, merecen ser ayudados y socorridos de todos los modos que se pueda. Esta limosna o socorro viene ordenado desde Roma, en fuerza de las noticias 372

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que allá llegaron de la miseria y necesidad en que nos hallábamos en esta plaza. Y aunque algunos creen, y lo dicen, que es propiamente una limosna que el P. General u otros compadecidos de nosotros nos envían, yo tengo por cierto que no es limosna sino que todo se ha comprado con dinero que la Provincia tenía en Roma para alguna causa o para otros negocios. De todos modos viene bien y aunque tarde para socorrernos en las necesidades de la guerra siempre es de alguna utilidad. En las cartas que han llegado de Roma en esta embarcación, en cuanto se ha comunicado hacia fuera, no se dicen grandes cosas. Se confirma lo que ya se ha dicho en otras ocasiones sobre el trato con los jesuítas, esto es, que españoles, napolitanos y romanos, que tienen alguna dependencia de las cortes de Madrid y de Ñapóles se han retirado enteramente de los jesuitas, no sólo españoles sino también de los italianos, según la prohibición que se hizo de todo trato, a lo menos a los españoles no jesuitas con los jesuitas españoles, y ahora solamente añaden las cartas sobre este punto que un español, llamado Torres, gallego de nación, por no haberse retirado de los jesuitas ha sido desnaturalizado y declarado por no español212. ¡Qué furor de hombres tan brutal y tan loco!, ¿qué harían con nosotros, aunque hubiéramos sido unos hombres que hubiéramos tomado las armas contra el Rey o hubiéramos hecho otra maldad semejante? En las mismas cartas se dice que no se ha tenido la Congregación de Ritos en la causa de beatificación del Venerable padre Francisco Gerónimo, en el día que estaba señalado y que no se ha transferido para otro, que es tanto como decir que se abandona del todo o a lo menos hasta que vengan tiempos más pacíficos. En otra parte dijimos que estaba señalado el día después de la octava del Corpus para tener congregación en la causa del venerable hermano Alonso Rodríguez, y después no tenemos presente que se haya escrito de Roma, ni notado en este escrito, que se tuviese o se dejase de tener y acaso hay equivocación ahora o antes y no se ha tratado de tener dos congregaciones, una en la causa del H. Alon212. El P. Luengo se refiere a José de la Torre. Hay varios comentarios sobre este asunto en A.G.S., Gracia y Justicia, legs. 667, 668 y 670. 373

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so Rodríguez, y otra en la del venerable padre Francisco Gerónimo. No obstante lo más verosímil es que hubo día señalado para las dos, y que las dos se han suspendido por tiempos miserables que corren, en los cuales ni aun gusta el mundo de santos jesuitas por más que ellos sean dignos de culto y veneración y de ser puestos en los altares.

Día 26 de septiembre Acaba de suceder, entre los padres andaluces que están en este arrabal, un caso con algunos visos de prodigioso y por lo menos singular, extraordinario y que por ventura no se ha visto otra vez en el mundo. Había en la Provincia de Andalucía dos padres de vida muy ajustada y religiosa, que toda su vida la habían pasado juntos en una santa, estrechísima y cordialísíma amistad, con mucha mayor unión, concordia y familiaridad que si fueran hermanos, que se quisiesen y amasen tiernamente, y éstos dos murieron ayer en una misma casa del arrabal, y no sólo en el mismo día y hora, sino casi en el mismo punto y momento, y hoy han sido llevados al mismo tiempo a enterrar y han sido sepultados en la misma iglesia y en la misma sepultura. Siento no haber conservado los nombres de estos dos singulares jesuitas; pero ya no es fácil reparar este descuido. En su entierro ha habido muchos disgustos y desazones de parte de los sacerdotes del país porque no han tenido en éste, como en los otros, alguna ganancia o interés. Determinó el P. Rector de aquella casa hacerles el oficio y darles sepultura en la iglesia del convento de los franciscos, que se ha empezado ya a usar habiendo tapado de algún modo los agujeros que hicieron las bombas y las balas, y aun han entrado en el convento algunos religiosos, aunque está casi del todo arruinado. Habló, pues, el P. Rector al párroco de la parroquia del arrabal, que está ya también abierta, a la cual pertenece aquella casa, y le dijo su resolución de enterrar aquellos padres en la Iglesia de San Francisco y que a él se le pagarían sus derechos, así de sepultura como de acompañamiento de los difuntos a la iglesia; pero que para éste no quería que viniesen los otros sacerdotes, como se ha hecho en todos los demás entierros, sino solamen374

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te él con su cruz. El párroco del arrabal, que aquí llaman el Pievano, o no entendió al P. Rector en este punto o hizo que no le entendía, y así no obstante que debía venir sólo con su cruz para llevar los difuntos a la iglesia, vino acompañado del párroco de la ciudad o preboste y de todos los demás sacerdotes; pues ellos se habrían persuadido que una vez que se presentasen todos, procesionalmente a la puerta de la casa, todos irían en el acompañamiento y ganarían su propina. Pero el P. Rector andaluz estuvo firme, constante e inmoble en su resolución y dijo resueltamente que no saldrían los cuerpos de casa mientras no quedase sólo para acompañarlos el párroco del arrabal. No tuvieron, pues, otro arbitrio el preboste y los otros sacerdotes que el de retirarse con la confusión y vergüenza que se deja entender, estando ya a la puerta de la casa con sobrepelliza y con el sentimiento de que se les ha escapado esta candela y propina. El preboste y todo su cabildo se ha mostrado muy ofendido con este caso y han venido a desahogar su sentimiento con nuestro P. Provincial, que les ha dado la razón y ha echado toda la culpa al párroco del arrabal que, o no entendió o como es más creíble no les comunicó fielmente la determinación del P. Rector andaluz. Por lo que toca a estos pobres y miserables sacerdotes se sosegarán bien presto y olvidarán sus quejas a la primera ocasión que tengan de ganar alguna cosa. Pero el párroco del arrabal ha tomado el negocio con mucho empeño, calor, y ha consultado a nuestro P. Provincial pretendiendo que tiene derechos por los entierros de su parroquia los sacerdotes que gustase, y habiéndosele respondido que no tiene semejante derecho, se ha enfurecido mucho más y trata de enviar la consulta a Roma y acompañarla con otra más necia de que se le ha oído hablar varias veces, y esta no es menos que pretender que a él le tocan los expolios y peculios de todos los que mueren en su parroquia y disponer de todo en sus entierros, porque dice este gran teólogo de Calvi, que ya no hay Religión, no hay colegios, ni Superiores entre nosotros. Ya se ve que por todos lados es una necedad y locura lo que pretende este párroco y así es muy creíble que pasándosele la cólera deje sus necias consultas a Roma, y cuando las envíe allá serán cierta375

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mente despreciadas, por lo que no hay necesidad de detenernos a hablar más largamente de ellas. Día 27 de septiembre

Hoy ha salido de la Compañía el H. Gaspar Ordóñez Castañón, que estudiaba Lógica en esta casa y era discípulo mío, y lleva la dimisoria del P. Provincial. Su entrada en la Compañía en la ciudad de Santiago de Galicia habrá como tres años, fue muy ruidosa por estar en el Colegio de San Clemente, ser sobrino del Ilustrísimo señor D. Manuel Castañón, Obispo de Tuy, de buena casa, joven de buenos talentos y muy conocido en toda aquella ciudad. Pero en el noviciado, por haber padecido algo en la salud, por haberle dominado la melancolía y por algunas indiscreciones, se hizo un joven muy extravagante e irregular, y cuando llegó a Santiago para ser discípulo mío estaba en tal estado, aunque acababa de hacer los votos, que parecía que no se les debían de haber dado. Todo el tiempo que estuvo en aquella ciudad, hasta el destierro, vivió con mucha irregularidad y con cien caprichos y extravagancias, y así trataba ya de salirse de la Compañía y se empezaba a pensar en darle su dimisoria y serían interceptadas varias cartas sobre este asunto. Cuando fuimos arrestados, tan lejos de turbarse y afligirse estuvo mas alegre, más animoso, más arreglado y regular que nunca, y así se conservó, hasta que en esta casa se empezó a vivir con orden y concierto, con los ejercicios acostumbrados de oración, exámenes y los demás, y se le dio principio al estudio, pues luego que comenzó este género de vida volvió a sus antiguas extravagancias e irregularidades y ha sido forzoso despedirle, con sentimiento de todos los que lo tratamos de cerca, por ver que este pobre joven sin consejo, sin juicio y sin conducta, en un país extraño, se hallará necesariamente envuelto en muchos trabajos y miserias. Se le ha vestido de seglar lo mejor que se ha podido, y se le ha puesto en una casa de gente del país, mientras se ofrece ocasión oportuna de hacerle partir al continente de Italia. Es natural de la ciudad de Tuy, en el Reino de Galicia y se halla en los 29 años de su edad. 376

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Han vuelto de Corti los padres López y Barrio que fueron allá, como antes se dijo, en calidad de comisionados del P. Provincial y aun de toda la Provincia a visitar y dar gracias al General Paoli, y vienen muy contentos y satisfechos de su viaje pues, por una parte, han tenido el gusto de haber sido recibidos y cortejados con mucha atención, urbanidad y bizarría por el General Pascual Paoli, jefe y Gobernador de todos los corsos, de quien hablan con mucho elogio y nos le pintan de buena presencia, de un aire y modales señoriales y caballerescos, muy bien instruido, de buen corazón para con nosotros y de mucha estimación de la Compañía y por otra les ha asegurado que dará las órdenes convenientes para que todas las semanas se tenga un día de mercado cerca de esta ciudad de Calvi, a donde sin mucho trabajo, podamos salir a comprar las cosas de que tengamos necesidad y, además de esto, que dispondrá que en Isola Rosa, que es el puerto de comercio de los corsos, se nos venda aun con preferencia a otros el aceite que necesitemos. Cuántas veces hemos de protestar que hemos encontrado más humanidad y compasión que en los de otras naciones, en este General y jefe de los corsos, que las gacetas de España nos le representaban poco más que como un capitán de bandoleros y forajidos, fiero, rústico y bárbaro. Pero en la realidad es un hombre de prendas, de talento, de cabeza y de buen gobierno, y para ser un Rey, un Príncipe o por lo menos, un Gobernador absoluto de toda esta isla, no le falta más que apoderarse de unas pocas plazas que están en manos de los genoveses y, si llega a conseguirlo, hará de ella un estado lucido y floreciente. Una desgracia, que sucedió uno de los días pasados, ha dado ocasión a que uno de los del país muestre en un nuevo ramo su genio interesado y avariento, y a que los hermanos coadjutores nos hayan edificado de nuevo con su aplicación al trabajo. Se pegó guego en una casa en que vivían cinco viejos de nuestra Provincia, tres sacerdotes y dos coadjutores, y componían su ranchillo o comunidad por sí solos, habiendo condescendido con ellos el P. Provincial. La casa ardía muy bien y se quemó todo el techo y tejado, y aun se hizo también algún daño en las paredes, y no se dudó que el incendio provino de 377

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descuido de los viejos pues lo primero que ardió fue la ventana de un cuarto cerca de la cual tenían un brasero o barreñón con lumbre, en el que cocían su olla. Se trató, pues, con el dueño de pagarle por los daños que había recibido su casa. Pero éste no se contentaba con nada y todo le parecía poco, y teniendo esta ocasión entre las manos de ganar mucho no quería dejarla pasar. No fue posible por más que se hizo de convenir en una cosa razonable y moderada, y así se tomó el partido de ponerle nosotros a nuestra costa su casa en el mismo estado o mejor que el que tenía antes del incendio. Se buscó para ésta algún otro albañil que se pudo encontrar, y haciendo algunos hermanos coadjutores de peones y trabajando además de esto en todo lo que era de carpintería, de que ellos entienden alguna cosa, se reparó la casa con una parte de cuatro de gusto de lo que se ofrecía a su dueño. En esta ocasión hubo también la desgracia de que uno de los viejos perdiese o le quitasen su pensión, y por esto y por el descuido del incendio deshizo justamente el P. Provincial aquel ranchillo y repartió a los viejos por varias casas. Día 28 de septiembre El convoy que se vio caminar el día diecinueve como desde Genova hacia Ajaccio es, efectivamente, el de la Provincia de Toledo, mandado por el señor Vera que venía resuelto a desembarcar los padres en la dicha ciudad. Al acercarse a Ajaccio se levantó una tempestad bastante fuerte que esparció todo el convoy y, después de ella fueron entrando las embarcaciones cada una de por sí, y cuando salieron de aquel puerto el P. Idiáquez y otros tres que han llegado hoy aquí en su compañía, aun faltaba una brea y no se tenía noticia de ella. Como el P. Idiáquez no seguía la Provincia de Toledo, sino por la casualidad de haberle cogido el arresto en Madrid, luego que el señor Vera se determinó a desembarcar a aquellos padres, sin poner el pie en tierra y dejando a la Provincia de Toledo todavía en las embarcaciones, tomando un pequeño barco del país se ha venido a juntar con su Provincia. Su viaje desde Ajaccio a este puerto ha sido sobre la costa y esta noche pasada, que 378

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venían caminando, se arreció mucho el viento y el mar se puso muy alto y así les fue preciso tomar tierra en una playa, y después de algunas horas prosiguieron su camino y llegaron felizmente esta mañana a este puerto. Aún está algo confuso y oscuro el modo que se ha tenido en Genova para hacer finalmente que el señor Vera se determinase a desembarcar la Provincia de su convoy. Pero según se explica el P. Idiáquez, parece que se debe tener por cierto que estando firme y constante el señor Vera en no desembarcar a los padres sin el conveniente orden de la Corte, el Ministro de Madrid en Genova, D. Juan Cornejo, bien instruido de las intenciones de los ministros de España, se ofreció a darle como Ministro del Rey el orden del desembarco y así, efectivamente, se ha hecho, dándole el dicho señor Cornejo al Comandante D. Francisco Vera el orden de desembarcar a los jesuítas de su convoy en la Córcega, lo que sin duda es bastante para su resguardo y defensa, y por otra parte, faltándole todo para proseguir en la mar, y no ignorando que su firmeza y constancia no ha sido del agrado del Ministerio, no le era ya posible retardar más el desembarco. Es bien temible que cuando vuelva a España este ilustre y bravo oficial, tenga que padecer de parte del Ministerio, que no ha gustado de que haya estado tan detenido en desembarcar a los jesuítas en Córcega. Pero él tendrá en sus trabajos el sólido consuelo de que padece siendo inocente y sin culpa, y precisamente porque sabe servir al Rey mejor que los otros comandantes y como se debe en cualquier negocio de importancia. Uno de los tres compañeros que han venido con el P. Idiáquez es el P. Juan Andrés Navarrete, de nuestra Provincia, que hallándose con Su Reverencia en Madrid le ha seguido en todos sus viajes. Otro es uno de los cinco que se huyeron de aquí el día que entramos en la plaza y notamos aquel día con estas letras M.A.213. Hoy ha comido con nosotros y nos ha contado sus miserias y aventuras. Sobrecogido el pobre de miedo y de terror cuando vio que entrábamos en la plaza, se metió sólo tierra adentro y atravesando con no pocos trabajos casi toda la 213. Nota del autor: «Manuel Arenillas». 379

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isla, llegó al puerto de Bastía; allí, ya sin sotana, se embarcó y fue a parar a Genova, y habiendo sabido que estaba en aquel puerto el P. Idiáquez, acudió a Su Reverencia, que le acogió con toda la caridad y le hizo vestir al instante con una sotana al uso de los jesuitas italianos con que allí mismo le habrán regalado, y desde entonces ha seguido siempre al lado del P. Idiáquez, y ahora proseguirá incorporado en la Provincia sin nota particular por su fuga en tales circunstancias. El tercer compañero del P. Idiáquez es un joven llamado Francisco Martínez214, que estuvo algunos meses en nuestro noviciado de Villagarcía, y yendo ya de camino para el Perú, donde estaba destinado, se confirmó el arresto, ya después de haber hecho los votos en Villarejo, y ha seguido en sus viajes a los padres toledanos. Pero, por desear proseguir sus estudios en esta Provincia le ha traído consigo el P. Idiáquez, y se ha agregado a mis discípulos en esta casa. Todos estos cuentan que en Ajaccio había malas noticias en cuanto a provisiones de los padres aragoneses, que están en Bonifacio, y en particular cuentan que el Comandante genovés en la ciudad escribía al Comandante de Ajaccio y le decía, para explicarle la mucha falta que allí había de víveres, que si tardaban en llevar provisiones se comerían los genoveses a los jesuitas, o estos a aquellos. Pero es muy creíble que luego que haya llegado a Cerdeña, a Francia y a Italia la noticia del desembarco de los jesuitas de Aragón en Bonifacio, se hayan puesto muchos en movimiento para acudir allí con todo género de víveres en busca de los pesos duros de España, como ha sucedido en este puerto. En este mismo día, o por medio del P. Idiáquez o por algún barco que había venido de Genova, ha recibido nuestro P. Provincial una carta muy larga del Comisario Gnecco en la que le habla como Ministro del Rey y a nombre de Su Majestad, y ya suponiendo que nos hallamos en la isla de Córcega, a la que llama fugar o país provisional de nuestro destierro, así como 214. Francisco Martínez había nacido en Orihuela y pasó a residir con los jesuítas de la provincia de Castilla cuando llegaron a Bolonia en 1768, después dejó la casa Bianchini para dirigirse hacia Ferrara y unirse allí a su provincia de Perú. En 1773, a los 28 años, pidió la dimisoria. 380

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llama el país o lugar natural de nuestro destierro al Estado del Papa. Raro vocabulario tienen nuestros ministros de España, de los cuales vienen estas necedades y simplezas. Pero al fin, con ellas dan a entender que el Papa está obligado a recibir en sus dominios a todos los eclesiásticos o por lo menos regulares, o siquiera a los jesuitas, que son tan adictos a la Santa Sede, cuando quiera que los Príncipes le destierren de sus estados que, por consiguiente, ha hecho mal el Papa en no recibirnos en sus Estados y que no desisten en este particular de su empeño, como se entiende muy bien por uno de los cuatro artículos a que se reduce esta carta. El primero es, que todos aquellos, que teniendo las condiciones necesarias siguiendo la Real Pragmática, quisieren volver a España deben pedir su pasaporte o licencia a la Corte desde la isla de Córcega, lugar provisional, o desde el Estado Eclesiástico, lugar natural de su destierro. Esta condición es nueva en cuanto me acuerdo y no se halla en la Pragmática Real de nuestro destierro, y ella es bastante para que pocos logren volver a España y acaso ninguno, pues con no responder a la carta en que se pida la licencia y no enviar el pasaporte, ninguno se puede mover, ni entrarse en España. Y para evitar este inconveniente, de que algunos cansados de esperar su pasaporte, se metan en España, viene el segundo artículo de la carta del Comisario, por el cual se nos intima a todos a nombre del Rey, que cualquiera que se atreviese a entrar en España, o de jesuíta o de seglar, sin el pasaporte en la forma dicha queda sujeto a todas las penas del artículo sexto de la Real Pragmática, las que allí solo se fulminaban, si no me engaño, contra los que entrasen en España de jesuitas. El tercero y cuarto artículo miran a darnos algún alivio en este nuestro miserable estado. Por el tercero se nos permite entrarnos a vivir en lo interior de la isla, pero se nos previene que no debemos autorizarnos del nombre del Rey para este negocio, que es tanto como decirnos que lo haremos contra las intenciones de Su Majestad, ni se nos quitará la pensión aunque nos metamos en los lugares de la isla sujetos a los corsos, tratando para ello con quien convenga a nuestro propio nombre y como cosa propia nuestra. Desde luego, se ha hablado largamente sobre este punto y se presentan en su ejecu381

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ción muchas dificultades sobre el modo de cobrar la pensión estando tierra a dentro, de proveernos de muchas cosas que no nos puede suministrar la isla y otras a este modo y así creen que esta licencia que se nos da de nuestra Corte no nos servirá de nada o de muy poco. La limitación que se nos pone en esta licencia de no tratar este negocio en nombre del Rey es muy razonable y muy justa, pues al fin, aunque el gran General Pascual Paoli es todo lo que se dijo antes y mucho más y acaso será mucho más con el tiempo, en el día no es en la realidad más que un jefe de unos vasallos que han tomado las armas contra su príncipe y no es razón que suene el nombre del Rey de España en una súplica a este jefe, pidiéndole su permiso para que entremos a vivir en los lugares de la isla. El cuarto y último artículo de la carta del Comisario es darnos noticia de que se halla con orden de la Corte de proveernos de ornamentos para decir misa y que cuanto antes cumplirá con él. Mucho nos alegraremos que lo haga así y no imite a los que en Santander entendieron en el embarco de los padres, que después de haber prometido enviar a cada una de las embarcaciones un recado entero de decir misa, al cabo no llegó ninguno. No dejará de constar en este Diario este oportuno socorro si se nos envía, y será prueba demostrativa de que no se nos ha enviado, si aquí no se hallare noticia de él. En estas providencias a favor nuestro preparan los ministros de Madrid una defensa y apología de su bárbara determinación de arrojarnos en esta isla, para excusarse con el Monarca si alguna vez les hiciese cargo de ella o a lo menos con la nación, que no dejará de resentirse y murmurar de un hecho tan inhumano. ¿Qué podíamos hacer nosotros, dirán lo ministros, si por una parte no era posible que los jesuitas volviesen a España y por otra ni el Papa, ni ningún otro Príncipe les quería recibir en sus estados? Fue pues forzoso hacerlos desembarcar en Córcega en medio de las críticas circunstancias en que se halla esta isla. Pero al mismo tiempo se ha tenido cuidado de procurar su alivio y comodidad proveyéndoles de todo, aun de ornamentos para decir misa. ¡Cuántas cosas se pudieran decir contra esta miserable y ridicula apología, con que ciertamente procuran nuestros ministros excusarse a lo menos a los ojos de la nación! 382

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Y ¿por qué no dieron fielmente parte a Su Majestad de la resolución del Papa de no recibirnos en sus estados? Porque si le dieran parte de ella (lo que yo no creo) le persuadieron no obstante que saliésemos de los puertos. ¿No es una locura y temeridad hacer salir desterrados dos o tres mil religiosos en cuarenta o cincuenta embarcaciones, con unos gastos inmensos, sin saber en qué rincón del mundo les han de arrojar? Basta esto poco para que se entienda la irracionalidad y brutalidad de este hecho de los presentes ministros de Madrid, que asombrará con razón a todos los siglos venideros.

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Octubre Día 2 de octubre El P. Francisco Javier de Idiáquez, que acaba de venir de Ajaccio y que en España estaba señalado Rector del Real Colegio de Salamanca, ha pasado con el mismo empleo a la casa de San Luis, en la que está reunida toda la juventud que estudia la Teología y el P. Francisco Tejerizo215, que estaba de Superior en esta casa, ha pasado a serlo en la que se llama del Espíritu Santo, que era la advocación de la iglesia del Colegio de Salamanca, y en ella se conservan los padres graduados y los demás maestros de Teología, y aún se les han agregado algunos sacerdotes jóvenes con el designio, como los que se han reunido en la casa de San Javier, de dedicarse con empeño a algún estudio particular. En estas dos casas, como en todas las demás de la Provincia, por orden del P. Provincial se ha dado hoy principio a los ejercicios de año, que se hacían en todos nuestros colegios de España.

Día 10 de octubre Día de San Francisco de Borja. Hoy se ha puesto fin a los ejercicios de ocho días, que se han tenido con el mismo orden, método y regularidad que en nuestros colegios de España, a excepción de alguna otra cosilla impracticable en este estado, como por ejemplo las disciplinas de comunidad en el refectorio. Pero por otro lado, como se deja entender, estando tan estrechos y oprimidos en las casas y faltándonos otras muchas cosas que temamos en los colegios, es mucho más pesada y molesta en estas circunstancias esta vida de un entero retiro. En uno de estos días de ejercicios tuvimos el gusto de que el san215. El P. Tejerizo fue también rector en 1769 de la casa que se abrió en Castel Franco, cerca de Bolonia, donde se reunieron unos veinte antiguos maestros de Teología que enseñaban en Salamanca y Valladolid; posteriormente, fueron trasladados a la ciudad de Bolonia, quedando el colegio con el mismo nombre y siguiendo Tejerizo como superior. Un año más tarde lo fue de la casa Bianquini, sustituyendo al P. Manuel Pereira. 384

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to P. Pedro Calatayud216 platicase a los de esta casa y a los de la casa de Oviedo, con quienes vive Su Reverencia, la que tiene, como en otra parte se dijo, comunicación interior con esta nuestra casa. Y parece que aún el cielo ha querido contribuir para que se hagan estos santos ejercicios con más tranquilidad y sosiego, y sin necesidad de distraerse en otros negocios ni aún los procuradores y compradores, pues casi todos los ocho días han corrido unos vientos muy fuertes y muy violentos, y así no han venido como los días antecedentes embarcaciones ni de Italia, ni de Francia, de lo que se ha seguido la pequeña incomodidad de que hayan faltado algunas cosas menudas, como verdura, huevos y otras semejantes. Pero cada día es más cierto, y se palpa más sensiblemente con las manos, que si no nos faltan los pesos duros de España seremos bien provistos de todas las cosas por italianos y franceses. Día 11 de octubre Desde que a los principios de nuestro establecimiento en esta plaza fuimos casi todos molestados, como se dijo en otro lugar, de una impertinentísima diarrea, nunca ha faltado en esta casa algún enfermo, así entre los padres como entre los hermanos coadjutores, y entre los hermanos estudiantes nunca han bajado de siete u ocho los enfermos; de suerte que, hasta ahora, no ha habido día en que no hayan estado en cama diez o doce, y así casi no hay aposento en toda la casa en que no ha216. El P. Calatayud era natural de Tafalla donde había nacido en 1689. En 1769 escribió al arzobispo de Sevilla, Solis, cuando éste pasaba por Bolonia, ya que habían tenido en España una relación muy cercana, pero el prelado no le contestó; el P. Donamaría le administró la extremaunción el día 18 de febrero y falleció el 27 en la casa Fontanelli de Bolonia. En esa misma fecha Luengo escribió en su Diario una pequeña biografía que puede consultarse en el t. VII, p. 43. Como ya se ha dicho, el P. Petisco, maestro de Escritura en Fontanelli, escribió su elogio sepulcral y, en la Colección de Papeles Varios, Luengo guardó copia de una solicitud que hizo Calatayud al P. Cardiel para que escribiera una relación sobre las misiones del Paraguay. Por su parte, el Archivo Histórico de Loyola custodia una interesante colección de escritos de este sacerdote, entre ellos una apología de la Compañía, un tratado sobre privilegios e indulgencias de la Orden y tratados morales; véase A.H.L., Escritos de jesuítas del s. XVIII, cajas 01 a 03. En la caja CF, del mismo archivo, se encuentra correspondencia entre el P. Cardaveraz y el P. Calatayud. 385

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ya habido constantemente algún enfermo, con mucha incomodidad de los sanos que viven en él y mayor de los pobres dolientes. A la verdad es un espectáculo que no se puede ver sin ternura, sin lágrimas en los ojos y sin que se parta el corazón de dolor y pena el miserabilísimo estado en que se han visto y se ven todavía en estas indisposiciones y miserias. Por lo regular han estado en un colchoncillo tirado en el suelo, casi sin médico, como todos los demás enfermos, sin botica, sin alimento de gusto y de sustancia y sin ninguno de aquellos regalitos que tendrían en casa de sus padres y que aun en la Religión no se niegan a los enfermos. Todo les falta en suma, sino la caridad de sus hermanos, no sólo para compadecerse de sus males sino también para asistirles en ellos con todo esmero y diligencia. Pero al fin, aunque ha habido tantas miserias y varias enfermedades, y tanta falta de todas las cosas necesarias para asistirles en ellas, no había muerto ninguno en esta casa hasta esta noche en que ha muerto el P. Tomás Asiaín, coadjutor temporal. El día tres de este mes de octubre le dimos el viático santo y la función se hizo de esta manera. No hay en casa ni copón ni otro cáliz que aquél en que se dio misa en el único altar que hay en el oratorio. Fue pues preciso que el mismo sacerdote que consagró la forma, que le había de servir de viático al enfermo, después de consumir y purificar el cáliz la colocase en él y, acabada la misa, se formó la comunidad procesionalmente, aunque muy pocos llevaban velas por no haber más en casa, y así bajamos a la bodega o subterráneo en donde estaba el enfermo en un cuarto muy miserable y desaseado. ¡Cómo es posible ver esta miseria, y aun indecencia, con que por necesidad hacemos una función tan grave y tan sagrada, y más acordándose del decoro y casi magnificencia con que pocos meses ha la hacíamos en nuestros colegios sin entristecerse y derramar copiosas lágrimas! Ayer por la tarde se le dio la extremaunción y leyó la recomendación del alma asistiendo toda la comunidad, y esta noche ha muerto con gran sosiego y apacibilidad, y ha tenido, a lo que dice el padre que le asistió, una muerte verdaderamente santa y envidiable. Y era bien natural que fuese su muerte 386

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 preciosa habiendo sido un hermano coadjutor humilde, silencioso, devoto, trabajador y muy servicial y obsequioso para con todos, y muriendo después de tantos trabajos padecidos con resignación cristiana y en tanta pobreza e ignominia. Pensó nuestro P. Rector llevarle a enterrar al convento de los franciscos, así porque cuesta algo menos, aunque se paguen sus derechos a la parroquia, como también porque temió que el preboste y los sacerdotes de la ciudad estuviesen desazonados y resentidos con el lance del día pasado con los padres andaluces, y hubiese algún disgusto o contienda. Pero luego que tuvo noticia de esto el preboste, vino a buscar al P. Rector y se humilló tanto, rogó y suplicó tan encarecidamente que no se le llevase a enterrar al convento, y se puso con tanta franqueza en manos del mismo Rector para que pagase por el entierro lo que a Su Reverencia le pareciese justo, que se llevó a enterrar a esta parroquia de la plaza, y en ella se le hizo el oficio al modo regular que a todos los otros. Era natural de Zizur en el Obispado de Pamplona, y estaba en los treinta y nueve años de su edad. Día 12 de octubre No ha podido tener efecto hasta ahora, ni hay muchas esperanzas de que le tenga en adelante, el día de mercado que prometió el General Paoli a los padres López y Barrio cuando estuvieron en Corti. Y no ha nacido esto ciertamente de que al dicho General le haya faltado el deseo de cumplir su palabra, sino de haber encontrado, a lo que parece, en la ejecución de este proyecto mayores dificultades de las que al principio pensó. No obstante, desde luego se ha logrado una cosa que de algún modo equivale al mercado, pues van entrando nuestros compradores en algunos lugarcitos de la isla que no están lejos de esta ciudad y allí compran algunas cosas, especialmente frutas y queso. Es verdad que en hacer estas provisiones de este modo hay una incomodidad y trabajo no pequeño, porque el piquete de los corsos que, según las condiciones del armisticio, está apostado en la playa no deja meter cosa alguna en la ciudad sin que vaya el que la trae al Convento de los Capuchinos y pague allí alguna cosilla de alcabala o tributo, y traiga pape387

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leta o pasaporte de su Comandante. No nos quejamos de esta determination de los corsos, pues al fin ellos son duenos de toda la isla y es razon que saquen algun interes de las ventas y compras que se hacen en su pais, y que obren con autoridad y jurisdiction en su distrito. Nuestra desgracia, en este punto, esta en que no puedan poner su aduana y la residencia de su comandancia sino en el dicho convento, que esta muy fuera de mano y extraviado para los que vienen desde la isla a la ciudad. Y asi, por esta causa, creo que nos ha de ser de poca utilidad la franqueza de entrar a comprar cosas en los lugares de tierra adentro. Es creible que nos sea mas ventajoso el permiso, y aun recomendacion, del General Paoli para proveernos de aceite en su puerto de Isola Rosa, en donde solamente se vende este genero para tener la comodidad de cobrar allf sus derechos y alcabalas. Sin perder, pues, tiempo han marchado alia algunos padres procuradores para hacer una buena provision para la mayor parte de nuestras casas, que les han dado poder para ello, y se hace cuenta de que siendo alii moderado el precio del aceite, no grandes los derechos o alcabalas sobre el y poco costosa la conduction, trayendole por mar, tendremos un aceite riquisimo y acaso no inferior a ninguno de la Europa y a un precio no caro. Cada paso de estos que se da por nuestra parte en orden a proveernos como mas nos conviene, sin dependencia de estas gentes del lugar, les inquieta y alborota, y hace salir de si viendo que se les escapan de las manos tantos pesos duros que ellos pensaban coger vendiendonos las cosas que tienen y otras de que ellos se proveerian al precio que se les antojase. Y asi, luego que supieron del viaje de los padres procuradores a Isola Rosa a comprar aceite se dejo ver una prohibition de que no se vendiese aceite en la ciudad a ninguno de los jesuitas. Esta prohibition nos es muy perjudicial, asi por no haber llegado todavia el aceite de Isola Rosa como tambien porque algunas casas de las nuestras, y todas las de los padres andaluces, no han entrado en hacer esta provision igual que las otras, y siempre necesitaran comprar en la abaceria publica. Por otra parte nos es tambien injuriosa, excluyendosenos por ella sin justa razon, 388

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de comprar en las tiendas en que compran todos los otros vecinos y moradores de la ciudad. Por esto, nuestro P. Provincial se determinó a hacer recurso por escrito y formalmente al Gobernador deseando saber si aquella prohibición era verdaderamente suya pues, en tal caso, pensaba dar sus quejas a la Serenísima República. El Gobernador conoció fácilmente el embarazo en que se metía si confesaba que era suya aquella prohibición y así, aunque ciertamente no se hizo sin su noticia y consentimiento, procuró salirse fuera del negocio y echar toda la culpa a nuestro Vicecomisario Pachola, retirándose en todo caso la dicha prohibición. De estos disgustos es preciso que haya todos los días mientras vivamos entre estas gentes tan hambrientas de dinero que jamás desistirán de formar sus proyectos para forzarnos a que les compremos a ellos sus cosas, y al precio que ellos gustasen. Se ha dado por nuestra parte otro paso muy importante en orden a nuestra subsistencia en este país y, según las circunstancias de él, no ha sido poco difícil. No hay en la ciudad carnicería arreglada, ni este es género que se pueda traer fácilmente por mar, como el vino, harina y otras cosas semejantes, ni se puede hacer provisión de carne de una vez, como de otras cosas, para un año o para muchos meses. Ha sido pues preciso buscar uno que quiera hacer obligación de proveernos diariamente de carne a un precio fijo y asentado. Y no se tardó en encontrar quien quiere entrar en proveernos de este ramo y parece que es un extranjero de Francia o de Ñapóles, según dicen otros. Este ha hecho obligación de proveernos de vaca, mezclando también algunos castrones, unos meses del año a tres sueldos y otros a cuatro la libra de aquí, que viene a tener como tres cuarterones de la nuestra, y así viene a salir la libra castellana como a seis cuartos de nuestra moneda, que es un precio no caro y con el cual estamos contentos, aunque no es tampoco muy bajo, especialmente pudiendo el obligado mezclar con los bueyes algunos castrones. No ha habido oposición en este contratito de parte de los de la plaza; porque no poseyendo ellos más que el recinto de la plaza y del arrabal, ni tienen bueyes que vendernos ni con qué mantenerlos si se empeñaran en traerlos de fuera. Pero la 389

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ha habido muy grande de parte de los corsos porque dicen que éste que se ha encargado de proveernos de carne había de comprar los bueyes en la isla con mucho daño suyo por haber falta de ellos para la labranza. Esto alegaban con mucho empeño, entre otras cosas, para impedir que tuviese efecto la prohibición de carne para nosotros al modo dicho. Pero yo creo que la razón principal de oponerse a este establecimiento era el tener, cada uno de ellos, libertad de matar su buey cuando quisiese, esperando de este modo sacar mucho más de lo que sacaran vendiéndole vivo y por entero al que tiene hecha la obligación con nosotros. Pero al fin se han vencido todas estas dificultades y han convenido los corsos en la providencia que se ha tomado, pero con una condición muy gravosa para nosotros, pues no es menos que el que se hayan de matar los bueyes y poner la carnicería en el Convento de los Capuchinos, o en una casa allí cerca, que está distante de lo alto de esta ciudad en donde están casi todas nuestras casas, un buen cuarto y medio de legua con una subida muy agria para llegar al convento y otra no menos escabrosa a la vuelta para subir a la plaza. Y así, a nuestros hermanos compradores se les ha añadido nuevamente una fatiga casi diaria, grande en todos tiempos y casi insoportable en el rigor del invierno y del verano. Pero al fin ellos han entrado con buen ánimo en esta molesta ocupación y han dado ya principio a ella, y no se puede menos de edificar mucho el verlos venir cargados con muchas libras y aun arrobas de carne, y más habiendo entre ellos algunos ya de años y que han tenido en la Religión oficios condecorados en su clase. De este modo van tomando nuestros Superiores las medidas que pueden para pasarlo, en este nuestro destierro, con alguna decencia y con un trato que sea bastante para poder vivir, aunque siempre con estrechez, con trabajo y con miseria. Y estas acertadas providencias que se van tomando para proveernos de todo género de cosas, sin vernos obligados a comprarlas a un precio desmesurado a las gentes de la ciudad, juntamente con una grande economía y parsimonia en todo son, a mi parecer, necesarias para que podamos vivir con la pensión que se nos da, que no es más de cuatro reales al día, de los cuales ha de salir para 390

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casa, para comida y para vestido; en este último ramo no se ha pensado hasta ahora, porque nos duran todavía las sotanas y demás ropas que sacamos de España. Pero al fin no debernos presumir que quiera el Señor repetir en nosotros el prodigio que hizo con los israelitas en el desierto, y será necesario gastar mucho en todo género de ropa, y no será poco si a fuerza de buen gobierno y de moderación en las otras cosas alcanza también la pensión para vestirnos con decencia. Día 14 de octubre Habrá ya un mes largo que huyeron de esta ciudad secretamente dos sujetos de nuestra Provincia y de propósito dejamos de notar su fuga, porque siendo los dos profesos de cuatro votos no se comprendía cuáles podían ser sus intentos, pues no era creíble que ellos quisiesen pedir la dimisoria o secularización, ni lo era tampoco que, aunque la pidiesen, la alcanzasen ni del General, ni del Papa. Pero según las noticias que han ido llegando, en Roma con la misma facilidad se da la dimisoria al profeso de cuatro votos que al que no lo es, y así podemos ya contar por perdidos y secularizados a estos dos profesos, y por lo mismo pondremos aquí sus nombres sin rebozo. Uno es el P. Juan Antonio Vázquez217, que fue algunos años Rector en el Colegio de Monforte y al tiempo de nuestro destierro estaba de operario en el Colegio de La Coruña en donde le conocí la primera vez, y es, puntualmente hablando con toda franqueza, el único jesuita que he tratado inconsolable en nuestra desgracia y poco conforme en ella con la voluntad del Señor, y ésta su poca resignación en los presentes trabajos le ha arrastrado hasta un exceso tan grande como huirse de la Provincia y salir de la Compañía, siendo profeso en ella. Es natural de Villaza en el Obispado de Orense y se halla en los cincuenta y ocho años de su edad. El otro es el P. Manuel Losada, joven de treinta y siete años que hará uno o dos que hizo la profesión de cuatro votos. No tengo noticias particula217. El P. Vázquez tenía un hermano, que también era jesuíta, llamado Agustín; en 1780 el P. Luengo afirmaba que éste último había intentado convencer a Juan Antonio de que no abandonara la Orden, evidentemente, sin ningún éxito. 391

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res de este padre. Es natural del Reino de Galicia, como el otro, pero no sé el lugar de su nacimiento. Día 15 de octubre Ya han llegado aquí noticias ciertas y seguras de que han entrado en el puerto de Ajaccio todas las embarcaciones del convoy del señor Vera, y que ha desembarcado en aquella ciudad la Provincia de Toledo, habiéndose ejecutado el desembarco con bello orden, con toda atención y con acertadas providencias, para que ni en el primer día les faltase cosa alguna a aquellos padres en cuanto sea posible. No se debía esperar menos de la honradez, cristiandad y rectitud en todo del ilustre oficial D. Francisco Vera, cuyo nombre se leerá con muy particular gloria entre los de todos los que han sido empleados en conducir a su destierro a los jesuítas. Y he aquí que en el día se halla ya desterrada en cuatro lugares o presidios de la isla de Córcega, Algaiola, Calvi, Ajaccio y Bonifacio toda la Compañía de Jesús de España en cuatro numerosas Provincias de Aragón, Toledo, Andalucía y Castilla, y en ellas de dos a tres mil hombres entre los cuales hay varios aún de la más encumbrada grandeza española, muchos insignes en sabiduría y en todo género de literatura, no pocos recomendables por una distinguida piedad y por una singular virtud, y todos, desde el primero al último, inocentes y sin culpa alguna. Y aún faltan de venir a esta isla otras siete provincias de Filipinas y de América, llenas de hombres respetables por todos los títulos de nobleza, de sabiduría, de santidad y sobre todo de centenares de apóstoles, que han predicado el Evangelio y la fe de Jesucristo a muchas naciones bárbaras. Gran suceso, increíble si no se viera, de que se hallarán pocos ejemplares en las historias de todas las naciones y que hará necesariamente a la isla de Córcega más famosa, y más célebre en los siglos que se sigan al de las luces, al de la humanidad, al de la Filosofía, al decimoctavo que lo ha sido hasta ahora, por haber sido desterrados a él en tiempo de los emperadores romanos, los Sénecas y otros ilustres varones. Ajaccio es mucho mayor y mejor ciudad que Algaiola, destinada para los padres andaluces, y que Calvi, con su arrabal 392

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 para los castellanos, y así parece que estarán menos oprimidos y ahogados en la habitación que nosotros. ¿Y cómo estarán cuando lleguen las once provincias que se esperan de la Asia y de la América, para los cuales no se destinan, ni se pueden destinar en esta isla, otros lugares poseídos por los genoveses sino San Florencio, que es poco más que una aldea y Bastía, que aunque es una ciudad mediana está muy llena de gente?

Día 20 de octubre No parece que piensan los Superiores, por las dificultades que antes insinuamos aprovechándose de la permisión de la Corte de Madrid, hacer establecimientos en lo interior de la isla. Pero ha parecido conveniente aprovecharnos de esta facultad para alivio de algunos pobres delicados y enfermizos, a quienes se juzgue que pueda ser más provechoso el aire de tierra que el del mar, y hallándose mi hermano Joaquín después de una gravísima enfermedad en un estado muy miserable, sin poder adelantar nada en su convalecencia, yo mismo fui ayer a un lugar de la isla llamada Lumio, a dos leguas de esta ciudad y puerto, en la espalda de un monte altísimo que tenemos aquí a la vista, y el asunto de mi viaje fue buscar una habitación decente para el pobre enfermo y para un hermano coadjutor que cuide de él. Luego que entró en el lugar (que es bastante grande y de mucha gente, pero de una situación muy mala y, puntualmente con un estante de libros o un aparador y así es necesario subir escaleras para pasar de una calle a otra) me vi rodeado de bastante pueblo que me miraba con extraña curiosidad, como si fuera algún monstruo que había venido del otro mundo. No tardaron en acercárseme muchos sacerdotes, todos ellos, menos dos, tan zafios y rústicos y tan groseramente vestidos como los jornaleros o gentes del campo de Castilla. Estos juntamente con algún otro secular, decentemente vestido, que se me juntó también, me dieron luz sobre el objeto de mi viaje, me ayudaron y se sirvieron con mucho cariño y fineza en mi encargo que pude concluir presto, dejando ajustada una decente habitación para el enfermo con todas las demás cosas necesarias. Después de haber acabado con mi negocio 393

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no sabía qué hacerme, pues era ya hora de comer y en el lugar no hay mesón, ni posada alguna y un buen clérigo me sacó del embarazo llevándome a su casa, en cuyo portalillo me pusieron una comida bien frugal, que se redujo a un par de huevos, un poco de queso y unas almendras tan grandes que jamás las he visto semejantes, pues, sin ponderación alguna, sin cascara, eran tan grandes, o las faltaban muy poco, como un peso duro de barra. No quiso tomar nada el sacerdote por la comida, y por la tarde, contento por la buena acogida de aquellas gentes y por el buen suceso de mi viaje, me volví a esta ciudad. Día 21 de octubre El día diecinueve llegó a esta ciudad, viniendo desde Ajaccio, el P. Belingen, jesuita alemán que estaba en la Corte de Madrid en el oficio de maestro de los reales infantes. En el arresto, viajes de tierra y mar, y en el desembarco ha seguido a la Provincia de Toledo, y confirma todo lo que dejamos dicho acerca del modo de desembarcar y establecerse la dicha Provincia en Ajaccio. Viene este padre aquí con el intento de pasar a su Provincia en Germania, pues ya en España no puede servir de cosa alguna. Pero quisiera no marchar a Alemania sin dar noticia a la Corte de Madrid y saber si se le continuará dando el sueldo en adelante, o a lo menos alguna pensión, y no hay duda que la merece y es muy creíble que se la den, pues al fin él vino de países muy distantes, sin haberlo él pretendido, a servir a la Corte de España en un oficio tan importante como el de maestro de los hijos del Rey, y en él ha servido bien y por muchos años218. Entretanto que maneja estos negocios piensa retirarse al puerto de los corsos de Isola Rosa, y divertirse allí en trasladar de buena letra la segunda parte de la Historia de Fray Gerundio que, manuscrita, corría ya por España y hacer con ella un presente a nuestra Infanta Doña María Luisa, gran duquesa de Toscana, cuando pase por Florencia de camino pa218. La Instrucción ordenaba que los jesuítas extranjeros, que estuviesen en colegios o casas de la Asistencia de España en el momento de la expulsión, debían ser trasladados con el resto de los expulsos y del mismo modo. A.G.S., Gracia y Justicia, leg. 667: Instrucción, cap. XXVII. 394

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 ra Alemania, porque Su Alteza se lo haya insinuado o porque sin esto él crea que le será agradable. Día 23 de octubre Al día siguiente a mi viaje a Lumio marchó allí el enfermo con un hermano coadjutor a quienes no pude acompañar por la ocupación de mi cátedra, y luego me vino aviso de que no les han querido dar la habitación que yo dejé ajustada, y se han visto obligados a meterse en un miserable y desabrigado desván. Es la gente de este país de otra especie que la española, pues para ellos no tiene fuerza alguna ni la palabra, ni los ajustes, ni los contratos, aunque sean tan solemnes como el que yo hice con el dueño de aquella casa y teniendo por testigos en él ocho o diez sacerdotes. Esto me ha obligado a volver hoy allá y no habiendo podido conseguir que se cumpliese el primer contrato, tuve a lo menos el gusto de encontrar otra habitación algo cómoda, aunque poco aseada, y dejarlos colocados en ella. A lo que dije el día pasado de este lugar, sólo quiero añadir que hay en él, y lo mismo será en los otros lugares de tierra adentro, mucha rusticidad y barbarie, y así tiene mucho que hacer el General Paoli si ha de civilizar a estos isleños. Aunque tiene algunos frutos buenos, como la almendra de que hablé el otro día, el aceite, que es muy especial y otros varios, hay generalmente mucha pobreza y miseria, y de ello es buena prueba el que en medio de ser un lugar bastante grande y bien poblado no hay carnicería arreglada y sólo mata este o el otro vecino un buey o un carnero cuando se le antoja, y entonces las gentes de convenirles le compran carne para todo el tiempo que se puede conservar. Mayor prueba es de esto mismo el que, a excepción de dos o tres sacerdotes y algún otro seglar que comen pan de trigo, toda la demás gente y entre ella muchos sacerdotes comen pan de cebada cocido una vez para toda la semana; y así está tan áspero como un cardo y tan duro como una piedra, y es preciso, como yo mismo hice la experiencia, o tener dientes de acero o molerlo entre dos morrillos para poderlo comer. Es verdad que la falta de cultura y gobierno y la miseria y la pobreza de es395

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tas gentes habrá nacido en mucha parte de la guerra civil, sangrienta y obstinada en que han estado envueltas por tantos años. Día 24 de octubre El día después de San Lucas empezamos en esta casa y en la de San Luis el curso de estudios, con el mismo rigor y formalidad que si estuviéramos en nuestros colegios de España, en cuanto lo permite nuestro miserable estado en el cual faltan mil cosas necesarias o convenientes a los maestros y a los discípulos. Por la mañana tenemos la cátedra el maestro de Física y yo, uno después de otro, con sus respectivos discípulos, en un aposentillo casi sin luz en el que hay también una cama porque ha parecido conveniente dejar desembarazada la pieza del oratorio, así para que se pueda decir mayor número de misas, como para algún desahogo de la casa y de los muchos que a todas horas vienen de fuera a tratar sus cosas con el P. Provincial, cuyo aposento sale a la dicha pieza. Por la noche tiene su cátedra el maestro de Física en el dicho aposentillo, y yo subo a tenerla a la pieza grande del desván, en la que hay dieciséis camas. En un pasadizo que hay entre ellas se ha puesto una mesa larga de dos tablas toscas y un banquillo, y las camas inmediatas sirven de asientos por el otro lado, así para estudiar entre día los hermanos, como para el tiempo de cátedra. Por dos razones muy buenas se ha determinado que no se tengan las cátedras por la tarde sino por la noche, desde las seis y cuarto hasta las ocho menos cuarto, que es la hora de letanía, aunque de esta manera se nos quita a todos el tiempo mejor de estudio quieto y sosegado. Una es porque no hay candiles ni otras cosas necesarias para que tantos puedan estudiar por la noche, y la otra, porque de este modo se hace un ahorro de aceite no despreciable en el estado presente. Y en medio de tantas incomodidades, miserias y trabajos, es un gusto ver a estos jóvenes alegres y contentos, aplicados a su estudio con tanto tesón y empeño como si estuvieran con todas las comodidades de nuestros colegios, y así, a pesar de haber perdido casi la mitad del año en viajes por mar y tierra, estarán bien prestos todos en estado de hacer sus exámenes, unos de Física y otros 396

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de Lógica, para poder proseguir adelante a lo que les corresponde sin perder año ninguno. Día 25 de octubre Hoy han llegado de Genova dos falúas grandes, y el día veintidós llegó otra semejante o un poco mayor de Liorna, y dos personas que vinieron en esta y cartas que han venido en todas, nos dan materia abundante para divertirnos un rato, escribiendo cosas en este Diario. Desde luego, en la embarcación de Liorna nos ha llegado una cosa muy estimable para nosotros en las presentes circunstancias, aunque en sí mismo es bien despreciable y vale bien poco. Esta es una porción de libros viejos y de obras descabaladas por lo regular de Teología, Filosofía, Historia y Humanidad que, con las licencias necesarias, han sacado de algunos aposentos de los padres de la Asistencia de España. Luego acudieron muchos a buscar algún libro con que divertirse y bien presto se vieron empleados todos porque, como hemos dicho ya más de una vez, es suma la falta de libros que hay en esta ciudad y entre nosotros y no es ello el menor de los trabajos en este destierro, porque si hubiera libros en abundancia con que estar divertidos y ocupados serviría esto de grande alivio en todos los demás trabajos. Y quién sabe, si hallándose tantos hombres de talentos, de doctrina y erudición y, por otra parte, laboriosos en un ocio tan grande, sin cátedra, sin pulpitos ni confesionarios y sin ninguna otra ocupación, bien provistos de buenos libros, se emprenderían y se concluirían algunas obras de importancia. Una de las dos personas que han venido en el barco de Liorna es un jovencito catalán, como de dieciséis años, que ha hecho raros viajes. Vino a Civitavecchia con los padres aragoneses y pudo saltar en tierra e ir a Roma con cartas para el P. General y para otros padres. Cuando volvió al puerto con las respuestas ya no estaba allí el convoy de los padres aragoneses; pero habiendo llegado en aquel tiempo el convoy de la Provincia de Toledo logró embarcarse en él y, habiéndose después juntado los dos en el puerto de Ajaccio, volvió a unirse con los padres aragoneses y con ellos fue a Bonifacio y desembarcó en 397

D I A R I O DE LA EXPULSIÓN DE LOS J E S U Í T A S

aquella ciudad. Pero apenas puso el pie en tierra le despacharon otra vez con cartas a Roma y ahora viene de vuelta para Bonifacio. Ha traído cartas para estas dos Provincias de Andalucía y Castilla, las lleva también para la de Toledo en Ajaccio y finalmente para la de Aragón en Bonifacio. Trae este jovencito consigo una chinela de las que ha usado el Papa, con su cruz en medio, y el motivo de traerla fue éste: cuando el muchacho se despidió de los padres aragoneses para volver a Roma, uno de ellos le dijo: «hombre, yo no quiero que me traigas de Roma otra cosa que el pie del Padre Santo». Contó esto el joven a unos padres de la casa profesa que lo celebraron mucho, y alguno de ellos se lo dijo a un Cardenal, y este dio esta chinela del Papa para que la trajese a Córcega y ahora anda por todas nuestras casas y todos la besan con tanta devoción como si besaran el pie de Su Santidad, y después la llevará el muchacho consigo a Bonifacio para regalársela a aquel padre que con su encargo dio ocasión a traerla. La otra persona que ha venido de Roma en la dicha embarcación es un español llamado D. José de la Torre, establecido y aun creo que casado en la dicha ciudad, y tendrá algunas agencias de España para poder vivir; y este es, puntualmente, aquel español de quien antes dijimos que, por no haberse querido apartar del trato con los jesuítas no obstante la prohibición de la Corte de Madrid, se le castigó con la desnaturalización u otra pena semejante. Y este hecho, en el que no ha tenido otro que le imite, en cuanto por aquí se sabe, juntamente con el emprender su viaje y en tiempo en que los mares suelen estar bien alborotados, sin otro fin que traer algunas cartas que se creerán de importancia, con mayor seguridad, y visitar todas las provincias, en este destierro de Córcega, para informar de todo al P. General prueban que es un hombre afectísimo a la Compañía y de un amor y ley muy singular y extraordinaria. Está hospedado en esta misma casa y anda en todo con mucha cautela y secreto; pues como está aquí este Vicecomisario, no conviene meter mucha bulla y hacer rumor sobre su venida. Él mismo en confianza habrá comunicado al P. Provincial muchas cosas, y otras le habrán venido en las cartas que ha en398

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 tregado que no salen hacia fuera, y por lo mismo no podemos notarlas en este Diario. Las que se han hecho públicas son las siguientes: primera, que en España se hace embarcar por fuerza y pasar a la América a muchos religiosos de varias órdenes, sin duda con el fin de llenar con ellos el vacío grandísimo que quedará sacando a los jesuítas de tantos pueblos y misiones que tienen a su cuidado en todas las Provincias de la América. Y ¿qué se puede esperar de estos misioneros o apóstoles que entran en un ministerio tan arduo y tan difícil, tan lleno de peligros para el alma y de trabajos y fatigas para el cuerpo, sin más vocación que la violencia de unos furiosos ministros, que atropellan y oprimen a los que el cielo había colocado en él? ¿Cómo se sujetarán al ímprobo trabajo de aprender lenguas tan extrañas y tan difíciles? ¿Cómo tendrán aliento para entrar por los bosques en busca de los pobrecitos indios? Ni cómo podrán tener gusto en una vida tan laboriosa y, al mismo tiempo, sin alivio ni consuelo ninguno humano. Desgraciadas misiones, reunidas, formadas y cultivadas con los sudores y con la sangre de tantos ilustres jesuítas, ¿en qué vendréis a parar después que ellos sean arrojados y traídos a la Europa? ¡Gran mal, daño gravísimo e irreparable para la Religión, y para el Estado! La segunda es que llegan muchos rumores de España, y no mal fundados, de que no faltarán trabajos a las demás religiones, y por lo menos es cierto que en los pocos meses que hemos faltado de allá se ha renovado otra vez, y con más fuerza y rigor, el orden de la Corte de que todos los regulares se retiren a sus claustros sin permitirles estar fuera de ellos ni aun con el motivo de recoger los frutos de sus haciendas. Pues ¿cómo se han olvidado de presto las tan lisonjeras expresiones, que se dicen en la Pragmática del destierro de la Compañía, en elogio y recomendación de las otras órdenes regulares, como que todos eran perfectos y santos y de una conducta y proceder que merecía toda la satisfacción del Soberano? Presto tienen a su vista un desengaño bien palpable tantos religiosos de casi todas los órdenes, que han ayudado a nuestra ruina y otras muchas más que la han aplaudido y celebrado para aprender en él lo que se debe fiar de adulaciones de tales ministros. Quiera Dios que todo pare en rumores y no tengan tantos ma399

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lignos o engañados religiosos sucesos más trágicos que les enseñen prácticamente que no han medrado nada, antes han perdido mucho con la ruina y opresión de los jesuítas. La tercera es que varios de los que han huido de esta isla y han llegado a Roma, han tenido en el viaje grandísimos trabajos y han entrado en aquella ciudad llenos de hambre, de miseria y de pobreza. La cuarta, que los españoles no jesuítas de Roma huyen de tratar con otros fugitivos del mismo modo que con los jesuitas. Y así, los infelices se ven desprivados de todos y sin tener casi con quien tratar sino entre ellos mismos. Esta esquivez y desprecio, para con estos infelices, de parte de los españoles de Roma es una injusticia manifiesta; pues en la Pragmática real se declara que, con sólo dejar la Compañía sean tenidos por fieles vasallos de Su Majestad; así como es otra manifiesta injusticia para con los mismos de parte del ministerio de Madrid el no permitirlos volver a su patria, como se les ofrece en la dicha Pragmática Sanción. Pero de parte del cielo una y otra cosa es un justísimo castigo de la flaqueza e inconstancia de estos miserables y un aviso muy saludable, para que no caigamos los que aún estamos en pie y a vista de las miserias, trabajos, ignominias y deshonras de los que faltan a su vocación nos conservemos firmes y constantes en ella a todo trance, pecho por tierra y aunque sea preciso perder la vida en la demanda. Mas al fin, asegura este señor Torre, y lo dicen también las cartas, que a estos pobres fugitivos se les dará en Roma la pensión del mismo modo que a nosotros aquí para que tengan con qué remediarse y puedan vivir con ella. La quinta, que han llegado a Roma como unos treinta jesuitas portugueses, y son aquellos mismos que, según antes se dijo, estuvieron algunos días en una embarcación en el puerto de Genova. Todos ellos, o las más, son portugueses de nación y así han sido repartidos en algunas casas o palacios, en los que ya viven otros jesuitas de Portugal de los que vinieron siete y ocho años ha219. Nadie dice, cuál puede ser la causa, que ha movido al Ministro Carvallo a enviar estos treinta jesuitas por219. Los jesuítas de la Asistencia de Portugal cuando llegaron a los Estados Pontificios, en 1759, se instalaron en los colegios y casas que tenía allí la Compañía, 400

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tugueses a Roma, sacándoles de las mazmorras y calabozos, dejando todavía en ellos otros muchos de los mismos, ni quién podrá adivinarla si él no la dice, procediendo estos hombres aun en el mal que nos hacen sin juicio, sin conexión y sin racionalidad, por sólo antojo y capricho. La sexta, que los jesuitas de Roma han sacado permiso de Su Santidad para poder enajenar algunas alhajas de iglesia, lo que parece que no pueden los regulares en aquella ciudad sin licencia del Papa, y el producto de dichas alhajas se destina para redimir algunos censos que tomaron al arribo de los primeros portugueses a aquella capital. La séptima y última, que ha muerto en el mismo Roma o no lejos de allí, una religiosa capuchina llamada la madre Florida, que estaba en grande opinión de santidad y que en su corazón se han descubierto cosas muy particulares como ella había dicho antes de morir, y como se ven en un dibujo del mismo corazón, que ha llegado aquí. Todo esto, aunque tan grande y tan prodigioso, no era propio de este lugar y lo hubiéramos pasado en silencio, si no añadieran las mismas cartas que esta santa religiosa ha asegurado que será restablecida en España la Compañía de Jesús. Y, aunque, no parece que ha señalado tiempo para el cumplimiento de su profecía, sino que preaunque, según supo cuando llegó a Italia el P. Luengo, el trato que recibieron de sus hermanos italianos fue siempre desatento y, en ocasiones, degradante. Además, la situación de los jesuítas portugueses era especialmente difícil ya que no contaban con ninguna ayuda económica procedente de su país. Sólo recibieron de Clemente XIII una limosna, de unos cuatro o cinco mil escudos, por la Reverenda Cámara para su auxilio. La entrega de ese dinero estuvo, vigente hasta finales de 1772, momento en que Clemente XIV envió una notificación al P. Ricci informándole de que a partir de ese momento se anulaba dicha ayuda. Fue entonces cuando algunos cardenales como Torriggiani, Albani, Borromei y Calini, todos ellos afectos a la Compañía, hicieron públicas sus donaciones para favorecer a estos regulares, lo que Luengo interpretó como una reprimenda hacia el Pontífice por lo que acababa de hacer contra los lusos y se permitía recomendarle cautela «porque no se de por ofendido su Santidad y aprenda en este modo de proceder de estos Eminentísimos que se le trata de hombre duro, sin misericordia ni caridad». Los jesuítas portugueses se mantenían pues, de la caridad, del favor de sus allegados y de los trabajos que pudieron ir haciendo en Italia hasta 1773, momento en que, con la extinción de la Compañía, cambiaría la situación para los jesuítas de todas las Asistencias. 401

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LA E X P U L S I Ó N DE LOS JESUÍTAS

cisamente ha dicho que no sucedería en sus días; como se habla tanto entre nosotros, se espera tanto y aun se cree tanto sobre nuestra próxima vuelta a España, viendo que ha muerto ya esta religiosa, se han avivado mucho las esperanzas y se han afianzado mucho las seguridades de nuestra pronta restitución a la patria220.

Día 30 de octubre Ha entrado hoy en este puerto una tartana francesa que trae sus cosas que vender y viene en derechura desde Barcelona o por lo menos, un sacerdote natural de esta isla de Córcega, que ha sido capellán de un regimiento en España, habla como hombre que hace poco tiempo que salió de aquella ciudad. Solamente cuenta dos cosas de aquellos países por lo que toca a la Compañía: una es que en Barcelona han sido presos varios de los jesuítas que han huido de estas plazas; aunque no dice sus nombres ni es fácil que nosotros podamos adivinarlos, habiendo sido tantos los que se han huido de todas las Provincias. Pero sean los que fueren, son unos temerarios y unos locos, metiéndose en España sin licencia; pues según los decretos que se han publicado están muy expuestos a parar en un castillo. Y no pudiendo vivir a cara descubierta y con libertad y en su misma patria ¿qué mayor miseria que andar siempre ocultos y retirados y entre sustos y temores de ser descubiertos? La otra que a fuerza de terrores, de amenazas, y aun de 220. Hay un objetivo común en la recopilación e interpretación de las profecías y los milagros por parte del P. Luengo: demostrar la inocencia de la Compañía de Jesús, señalar a los culpables de su exterminio y pronosticar su rápido restablecimiento. Con ese afán recogió en su obra los escritos y rumores que le llegaron desde el momento de la expulsión hasta su restablecimiento, superando, en ocasiones, momentos de muy bajo estado de ánimo gracias a esos aires providencialistas que corrían por las provincias de la Asistencia de España y trataban de paliar los sufrimientos de los expulsos con la promesa de un rápido fin del exilio. Véase a este respecto: LÓPEZ MUÑOZ, M., «Un arma de los jesuítas españoles expulsos: la sátira política», Disidencias y Exilios en la España Moderna, Actas de la IV Reunión Científica de la A.E.H.M., C.A.M., A.E.H.M. y Univ. de Alicante, 1997, pp. 703-718 y FERNÁNDEZ ARRILLAGA, I., «Profecías, coplas, creencias y devociones de los jesuítas expulsos durante su exilio en Italia», Revista de Historia Moderna, Universidad de Alicante, 16, 1998, pp. 83-98. 402

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 castigos, ha logrado el ministerio aterrar la nación y que haya un sumo y profundo silencio sobre las cosas de la Compañía, no atreviéndose nadie a hablar bien de los desterrados jesuítas por miedo de ser acusado a la Corte y oprimido. Día 31 de octubre Ha muerto en una casa del arrabal el hermano Manuel Aguado, coadjutor de quien oigo hablar muy bien a los que le conocieron y trataron. Siguiendo el ejemplo de los padres andaluces, determinó el P. Rector de aquella casa llevarle a enterrar al convento de los franciscos. Con esta noticia el párroco de aquella parroquia, que tiene tantas ideas en su fantasía de hacerse rico no solamente con nuestros entierros sino también con nuestros expolios y peculios, se enfureció más de lo que se puede explicar con palabras y no pudiendo ni impedirlos, ni vengarse de otra manera, negó resueltamente las andas o ataúd de su iglesia para llevar al difunto a la de los religiosos franciscos y fue necesario acudir por ellas a la parroquia de la ciudad y si aquí se hubieran negado también, hubiéramos tenido que hacerlas nosotros o llevar el cadáver del modo que se pudiese. Es imponderable la avaricia de estas gentes, y mayor de lo que se puede creer el enojo y furia que conciben cuando se les huye alguna ganancilla que ya creían segura y que tenían segura entre las manos. No sé el lugar del nacimiento de este hermano que se hallaba en los sesenta y cuatro años de su edad.

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Noviembre Día 1 de noviembre Ayer por la tarde se levantó de repente en esta ciudad, sin saber nosotros la causa, un tumulto y alboroto tan grande que entramos en gran cuidado o de una nueva guerra, o de algún asalto, o de alguna traición de algunos de la plaza. En efecto, repentinamente cerraron las puertas del arrabal y todas las gentes, aun los paisanos, corrieron a tomar las armas y poco después se vio que llevaban presos a algunos del partido de los corsos que, después de la tregua, con daño nuestro como diremos al instante, se han venido a establecer aquí. Todo el motivo de esta novedad fue el haber llegado noticia a la plaza de que los corsos habían arrestado a un oficial al servicio de la República, de la gente más distinguida de esta ciudad, y suponían que le habían dado la muerte; y los de la plaza querían vengarla en los del partido de los corsos establecidos aquí. Pero en el día ya se ha salido de cuidado pues se sabe que el oficial está vivo y se espera que se acomodará todo sin sangre con el General Paoli, especialmente que la causa de haberle preso no ha sido odio personal, como aquí decían sus parientes, sino el haber entrado a cazar en un sitio que está prohibido a los de la ciudad, a lo menos a juicio de los corsos. Peor que todos lo ha pasado en esta alarma o alboroto un pobrecito de nuestra Provincia tan pusilánime y de tan poco corazón que en todo el tiempo de la guerra no se atrevió a salir una vez de casa. Por desgracia suya, venía de paseo hacia el arrabal cuando todo estaba alborotado y puesto en armas. Vuelve pies atrás al ver aquel tumulto, huye sin saber a dónde por el campo, cógele la noche y fuera de sí fue caminando hasta Lumio, en donde está mi hermano Joaquín, a cuya casa llegó a las doce de la noche todo pasado de agua, por haber llovido alguna cosa y haber vadeado dos riachuelos a pie, pero sin haberlo conocido. Mi hermano escribe todo esto al P. Provincial para que Su Reverencia, su P. Rector y todos salgan del cuidado en que estaban por la falta de aquel padre. 404

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 Algunos de los que salieron de la plaza y del arrabal, cuando se dio principio a la guerra, dejando abandonadas sus casas, establecida la tregua se han vuelto aquí pacíficamente, sin que nadie se meta con ellos porque debe ser ésta una de las condiciones del armisticio. En sus casas habíamos entrado nosotros a vivir, tasando el Gobernador el alquiler que habíamos de pagar por ellas; el cual ciertamente no es bajo, antes es mayor de lo que parece justo. Con todo eso, generalmente hablando, no han querido pasar por él todos estos que han vuelto después de la guerra; y el Gobernador o no puede o, como es más verosímil no quiere hacernos la justicia que debía, obligando a los dueños de las casas a contentarse con el alquiler que ha señalado. Las violencias e injusticias que se nos han hecho en este particular son muchas y muy grandes, como se puede entender teniendo presente, por una parte, la extrema necesidad en que nos hallamos de conservar nuestras casas a cualquier precio, pues no hay otras en que meternos y, por otra, el genio interesadísimo y codicioso sin límites de estas gentes que, en sacando quince por una cosa, empiezan ya a discurrir cómo al día siguiente han de sacar por la misma dieciocho o veinte. Algún otro de estos dueños de casas, que con nada se contentan, se ha llevado un chasco pesadísimo porque pidiendo un precio exorbitantísimo por su casa, seguro de que no por eso se la habían de dejar, ha tenido el de perderlo todo, abandonándola los sujetos que la vivían, aunque haya sido forzoso meterse veinte en donde no cabían diez. Entre todos estos dueños de casas el más injusto y violento de todos ha sido uno que es en alguna manera español, y por eso hablaremos de él en particular. Vino a la plaza, luego que se asentaron las treguas, una de las familias algo acomodadas de esta ciudad, que era del partido de los corsos, y luego se echó al sombrero escarapela o cucarda española porque dice que tiene patente de Vicecónsul de España en este puerto. Pudiera este hombre, cumpliendo bien con su oficio, servirnos mucho en las cosas que se ofrezcan, especialmente en orden a cosas que vengan por mar. Pero todas las señas son de que teniendo ya alguna sombra de Ministro de España quiere seguir el humor dominante de los ministros de España de aquella 405

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Corte y pisar y oprimir a los jesuítas. Vivían en su casa, al volver el señor Vicecónsul a la ciudad, veinte sujetos de la comunidad de San Luis o de la casa de la Teología, y con mucha humildad les pidió que le diesen un rinconcito en que meterse, como se hizo, dejándole desocupado un buen aposento. A pocos días que estaba en la casa, dejando el tono humilde de suplicante, empezó a alborotarse y a protestar que no se contentaba con el alquiler que había señalado el Gobernador, y a pedir por su casa una paga exorbitantísima y, solemnemente de este modo, no quería consentir en que los padres prosiguiesen viviendo en su casa. No se trataba de menos que de desalojar a veinte sujetos que se habían de meter en la casa de San Luis, en donde estaban ya con suma estrechez y opresión, y así no ha habido medio alguno de que no se haya echado mano para arrancar a este furioso y traerle de algún modo la razón. Pero todo ha sido en vano y sin fruto y han salido de su casa todos menos dos padres antiguos, que por un aposentillo miserable le pagan todo lo que él quiere. Día 3 de noviembre Hoy ha marchado de esta ciudad el español José de la Torre, de quien antes hablamos, y después de las cosas que contó los primeros días no he oído cosa alguna, contada por él, que merezca notarse. Va a la ciudad de Ajaccio a ver la Provincia de Toledo, entregar en ella cartas de Roma y desde allí a Bonifacio, a hacer lo mismo en la Provincia de Aragón, y después volver a Roma habiendo visitado todas las provincias y bien informado de todo para dar cuenta al P. General y a los demás padres de nuestro establecimiento en esta isla. Ese trabajo que se ha tomado este buen español por servirnos, y de que se ven pocos ejemplares en estos tiempos, merece todo nuestro agradecimiento, que por nuestro miserable estado no puede en el día explicarse más que con cuatro buenas palabras inútiles y estériles.

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Día 6 de noviembre Por lo que se ha dicho en este Diario sobre la conducta del Comisario Gnecco y de este Vicecomisario Pachola, y la del P. Provincial y padres Rectores en punto de víveres, constan con toda evidencia dos cosas: la primera, que aquellos señores tomaron el empeño de comprar varias provisiones tratando, al mismo tiempo, de obligarnos a comprárselas al precio que ellos quisiesen, y la otra es que nuestros Superiores han hecho todos los esfuerzos posibles para no quedar dependientes en este punto de unos hombres que, desde el primer día, mostraron bien elocuentemente que sus intenciones principalmente eran de enriquecerse a nuestra costa. Pero no teniendo ellos autoridad ni para obligarnos a comprar sus cosas, ni para impedir que vengan embarcaciones al puerto y compremos de ellas lo que queramos, y habiéndoles salido mal los arbitrios viles e injustos que tomaron al principio para que no viniesen embarcaciones de fuera, o no pudiesen vendernos cosa alguna, ha resultado de todo esto que este señor Pachola tiene en almacenes varias cosas suyas o del señor Gnecco o de los dos, que se van perdiendo a toda prisa. Y viéndose en este aprieto ha acudido al P. Provincial, más como hombre que suplica y ruega, que de quien hace alarde de su autoridad de Comisario, para que se le tomen las cosas que tiene en sus almacenes, alegando que fueron compradas y traídas para socorrernos en nuestras necesidades. El P. Provincial, más por compasión y condescendencia que por obligación que haya a ello, convino en tomar para la Provincia las provisiones que tenga en sus almacenes con dos precisas condiciones: la una, de que se haga un examen jurídico, por aquellos a quienes toca, para tomar las provisiones que estuviesen buenas y sanas y desechar las que estuviesen datadas y corrompidas; y la otra, de que el precio había de ser razonable y moderado, según el juicio de hombres prácticos. Se ha hecho efectivamente el registro y examen de las provisiones y, aunque todos los que han entrado en él son paisanos, amigos y acaso también parientes del Vicecomisario, han declarado corrompidas y datadas muchas de las cosas que tenía en sus almacenes, y las otras, que a su juicio están toda407

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vía sanas y de uso se han repartido en la Provincia, pagando por ellas un precio razonable y moderado. Y con esto se puede creer que han acabado para siempre estos disgustos y desazones con estos comisarios, pues ni ellos se meterán otra vez en comprar cosas con peligro de perderlas, ni nosotros nos valdremos jamás de ellos para nuestras provisiones.

Día 8 de noviembre El día cuatro de este mes empezaron a correr en esta ciudad voces, que no parecían mal fundadas, del arribo al puerto de Ajaccio de un convoy de jesuítas que se suponían los procuradores de las Provincias, y con ellas se conturbaron no pocos que creían próxima nuestra vuelta, principalmente por la tardanza de los procuradores. En el día ya es este un hecho cierto, seguro e indubitable, y así muchos han caído enteramente de ánimo en cuanto a volver por ahora a España. En efecto, ha llegado aquí desde Ajaccio un jesuita italiano que, desde aquella ciudad, pasa a su colegio de Bastia y, además de haber visto él mismo el convoy, ha traído innumerables cartas de los mismos procuradores y de otros que han venido en su compañía para el P. Provincial, para los padres rectores y para otros muchos sujetos. En ellas, como es natural, todos cuentan las cosas que les sucedieron en su detención en España, en sus viajes y en la navegación, y otros mil sucesos particulares que tumultuariamente han andado en el día de casa en casa y de boca en boca, como se deja entender, contando cada uno lo que escribe el Procurador de su Colegio, éste o aquél padre o hermano. Dejaremos, pues, que pase este tumulto y torbellino y después notaremos aquí alguna otra cosa que nos parezca de más importancia, no siendo posible notarlas todas, aunque escribiéramos de ellas solas un tomo entero. Por ahora nos contentaremos con explicar su navegación, que no ha sido ciertamente tan pronta como la nuestra, desde El Ferrol a Civitavecchia, aunque hay desde aquel puerto a éste más de otro tanto camino que desde Cartagena a Ajaccio. Llegaron pues a éste el día de las ánimas, dos de éste de noviembre, habiendo gastado en la navegación veinte y seis días 408

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 y así salieron de Cartagena el seis o siete de octubre. El número de sujetos que ha llegado es de doscientos cuarenta, y vienen en algunas embarcaciones de transporte escoltadas por una nave de guerra. De nuestra Provincia vienen sesenta y cuatro; pues a los procuradores de los colegios se les han juntado otros varios de los que habían quedado allá por ancianos o por enfermos, y entre estos se cuenta a los padres Antonio Villafame221, Clemente Recio222, Bernardino Caraveo y Pedr Peñalosa. Pero si a estos pobres viejos, cargados de años y años, de ayes y miserias, se les obliga a venir al destierro parece que no debía de quedar ninguno en España, y no obstante de sola nuestra Provincia quedan todavía allí unos veintiséis o veintiocho, sin contar a los novicios. Eso me persuade que muchos de estos ancianos habrán venido porque ellos mismos lo habrán solicitado, por pasarlo mal en los conventos en que estaban depositados. Los demás, desde sesenta y cuatro hasta doscientos cuarenta, son de las otras tres Provincias y de la de Andalucía habrá mayor numero que de las otras, por haber venido los sujetos del Colegio de Canarias, que era de dicha Pro• * 90*í vincia . 221. El P. Villafame (o Villafañe, según la documentación oficial) era natural de Cádiz y había nacido el 9 de febrero de 1701; falleció el 29 de mayo de 1772 y Luengo escribió algunos datos sobre su vida en el t. VI de su Diario. 222. El P. Recio tenía un hermano que era procurador de la Provincia de Quito, Bernardo Recio, y con el que mantenía una asidua correspondencia de la que el P. Luengo habla en varias ocasiones en su Diario. Clemente Recio era natural de Torrecilla de la Orden en León, según un catálogo que guarda Luengo, de la Villa de Alaejos, según otros y, según otras informaciones que le llegan al diarista, de Tordecilla de la Orden, pueblo cercano al anterior y ambos pertenecientes a la provincia de Valladolid; nació el 23 de noviembre de 1703 y ejerció las cátedras principales de la Provincia castellana, impartiendo Teología y Filosofía, fue secretario del provincial y después rector del colegio de Santiago, del Real de Salamanca y del de San Ignacio en Valladolid. Se hallaba en el rectorado del colegio de Salamanca cuando fue llamado a asistir a la penúltima Congregación General de Roma, en 1755; allí hizo amistad con el P. Lorenzo Ricci y, desde entonces, mantuvieron correspondencia. Tras la expulsión de los jesuítas de Portugal y Francia el P. Recio se sintió muy afectado y decidió retirarse a vivir al colegio de San Ignacio de Valladolid, donde le sorprendió el decreto de 1767. Falleció el 3 de diciembre de 1779 en el exilio. 223. A este respecto véase: ESCRIBANO GARRIDO, J., Los jesuítas y Canarias (15661767), Facultad de Teología, Granada, 1987. 409

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Día 10 de noviembre En una embarcación que ha entrado hoy en este puerto y viene de Liorna han venido seis recados enteros de decir misa dirigidos, a nuestro padre Provincial. Y aunque no nos cuestan nada, ni se habían encargado, no son los que prometió enviarnos el Comisario Gnecco, como me consta con toda evidencia, para tenerlo por cierto basta el ser en tan corto número y venir de Liorna y no de Genova, de donde vendrán ciertamente si el Comisario cumple su palabra y los envía. Al mismo tiempo han venido algunos libros que se estiman mucho por la mucha falta que hay de ellos y el deseo que todos tienen de tener algo en que divertirse. Vienen también algunas estampas, unas medallas y otras cositas de devoción. Y se dice que todo es de regalo, y por lo que toca a estas últimas cosas yo lo creo, pues no pensarían en estas circunstancias en Roma emplear el dinero que pueda tener nuestra Provincia en aquella ciudad en estas cosas, pero no nos dicen quién es el que nos favorece y nos regala. Las cartas, que al mismo tiempo han venido, cuentan una cosa muy grande, muy singular y extraordinaria, que ha sucedido en la Corte de Ñapóles en estos últimos días. Todo estaba ya pronto y dispuesto en aquella Corte para la prisión y destierro de los jesuitas, y la ejecución debía de haber sido la noche del diecinueve del mes pasado de octubre. Esto, dicen las cartas de Roma, es ciertísimo e indubitable y aun público y notorio en Ñapóles, y por millares de cartas de esta Corte que así lo aseguran en el mismo Roma. Y a la verdad, una sola prueba que está a la vista de todo Ñapóles es demostrativa de que el destierro de aquellos jesuitas estaba determinado y muy cerca de ejecutarse. Esta no es menos que estar en aquel puerto, del todo pronto y preparado, un convoy de dos galeras, tres fragatas, dos jabeques y veinte embarcaciones mercantiles o de transporte, y éstas dispuestas de tal modo que se conoce evidentemente que querían hacer entrar en ellas mucha gente honrada y que se quería tratar con alguna distinción y decoro, y no soldados, ni marineros, ni forajidos condenados a presidio o a destierro. Y ¿qué clase o gremio hay en Ñapóles de gente 410

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de alguna honra que tema ser desterrada de aquel reino y que ni aun deba sospechar que se ha soñado en tal cosa? Y por el contrario, aquellos jesuitas después del destierro de la Compañía de España deben necesariamente temer, y aun estar ciertos, que también serán desterrados, pues el Ministerio de Madrid manda tan despóticamente como en esta Corte en la de Ñapóles, y el Ministro principal de ésta es muy a propósito para promover y llevar adelante estos impíos proyectos224. Es pues evidentísimo que el convoy depuesto en Ñapóles era para hacer entrar en él a los jesuitas y llevarlos desterrados a los dominios del Papa, como dicen las cartas de Roma, o a otra parte que no sabemos. Pero qué fácil le es al cielo, cuando se complace de hacerlo así, el trastornar los consejos y providencias de los hombres, aunque sean grandes ministros y príncipes y aunque tengan muy bien tomadas todas las disposiciones y medidas. El día mismo diecinueve de octubre [el Vesubio] se alborotó furiosamente y empezó a vomitar fuego y materias derretidas con grande violencia, y en una copia y abundancia extraordinaria. La Corte, que se hallaba en el real sitio de Portici, marchó en diligencia a Ñapóles y no creyéndose aún aquí segura, por irse dilatando mucho aquel mar de fuego, se retiró a Caserta, que debe de estar en paraje más apartado del Vesubio. El pueblo de Ñapóles, viendo en peligro la ciudad, andaba por aquellas calles, como se deja entender, inquieto, turbado y lleno de espanto y de terror, clamando con grandes voces a su especialísimo protector San Genaro e invocando con grandes clamores a los santos de la Compañía, a los que nombraba con muy particular empeño por sus mismos nombres de San Ignacio, de San Javier y de otros, y diciendo públicamente y sin rebozo que aquella desgracia era, evidentemente, un castigo del cielo por la maldad que se iba a hacer con los inocentes jesuitas. Aun en su misma casa le dijeron esto mismo al Cardenal 224. Vid. BATLLORI, M., «Los jesuítas en tiempos de Carlos de Borbón y de Tanucci», Archivum Historicum Societatis lesu, n° 116, Roma, diciembre 1989, pp 354371; del mismo autor: «Carlos III y Tanucci. Entre la leyenda y la historia», Cuadernos Hispanoamericanos, Los Complementarios 2, 1988, pp. 243-249. 411

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Arzobispo de Ñapóles, que en una iglesia exhortaba a la penitencia con mucho fervor y diciendo que aquel trabajo era castigo del Señor por los pecados del pueblo. No, le interrumpieron al prelado muchos a un tiempo y a gritos clamaban: no, no es castigo por nuestros pecados, aunque sean muchos, sino de la iniquidad que se iba a hacer con los padres de la Compañía, echándoles a todos del Reino. Con este formidable azote del cielo, que prosiguió algún otro día después y que ha hecho horribles estragos, y más viendo al pueblo tan conmovido a favor de los jesuítas, no se pensó en prenderlos y desterrarlos. Y dos o tres días después envió el Ministro D. Bernardo Tanucci, por medio de su médico, un recado muy atento y cortés al P. Provincial y se venía a reducir a estos dos puntos. El primero era una interpretación tan benigna de un decreto que poco antes se había publicado contra la posesión de bienes por nuestros colegios, que venía a ser una perfecta revocación de él. Y el segundo era asegurarle a Su Reverencia la protección de Su Majestad para con la Compañía y protestarle, al mismo tiempo, que el convoy preparado no era para los jesuitas y que tenía otro objeto muy diferente. Mentira manifiesta, solemne, palmar y sonora que conocen todos, aun los del más bajo pueblo y que no podrá menos de suponer el mismo Tanucci que todos la han de conocer y tenerle, por consiguiente, por un mentiroso y por un hombre sin verdad y sin vergüenza. Pero qué le importa a él todo esto, si ninguno se atreverá a echárselo en cara mientras le dure el mando y autoridad, ni nadie le ha de castigar por ello. Esta es la casta, el genio y carácter de estos hombres, enemigos y perseguidores de la Compañía; todos ellos sin conciencia, sin probidad, sin temor de Dios, y aun sin pudor y sin honra, sólo piensan en llevar adelante sus intentos malvados, sin detenerse nada en la torpeza, iniquidad e infamia de los medios. Si esto no fuera demasiado cierto y aun público, debíamos esperar que no fuesen desterrados los jesuitas de Ñapóles, aunque lo hayamos sido los de España. Qué prendas de esto pudiera haber más seguras, si Tanucci fuera hombre de rectitud y de verdad que una protesta suya tan solemne, ya de que no se ha pensado en desterrar a los jesuitas y ya de que éstos 412

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merecen al Rey su protección, y más añadiéndose la común persuasión del pueblo de que la horrible erupción del Vesubio ha sido un castigo del cielo porque se trataba de desterrar a los jesuitas y, por consiguiente, se pueden temer mayores males si se obstinan en llevar al cabo y ejecutar el destierro, y acaso también inquietudes y alborotos populares. Con todo eso, no siendo posible que el Ministerio de España lleve en paciencia que se conserven los jesuitas en Ñapóles, y siendo Tanucci un hombre que tardará bien poco en olvidar el castigo del cielo, si es que él le ha creído en alguna manera, y que se embarazara menos con sus protestas y palabras, siéndoles muy fácil a los ministros de este temple hallar algún arbitrio o pretexto ridículo o alguna sofistería para faltar a ellas, siempre es más verosímil que los jesuitas de Ñapóles salgan al fin desterrados como hemos salido los de España. Si así sucediere no dejaremos de notarlo a su tiempo. Día 11 de noviembre Todas las cosas que pertenecen a los estudios de nuestros jóvenes, así teólogos como filósofos, así en la casa de San Luis como en esta, se van poniendo en el mejor orden y concierto que se puede en este miserable estado. Y hoy en la casa de San Luis se ha dado ya principio a los actos o funciones literarias y ésta primera ha sido de Filosofía, que se debía de haber tenido por el mayo o abril en Medina del Campo al acabar su tercer año los jóvenes que estudiaban Metafísica. Todo ha estado bueno y lucido y el concurso ha sido tan numeroso, y acaso más, que si se hubiera tenido el acto en la Universidad de Salamanca, pues se puede decir que ha asistido, en cuanto lo permitía la pieza, toda nuestra Provincia y no pocos padres andaluces de los que están establecidos aquí y aún, argüyó también uno de ellos. El estar a vista de toda la Provincia y de todos los maestros de ella, y esta concurrencia de los padres andaluces, servirá no poco para que los discípulos y sus maestros tomen con más empeño el hacer estas funciones literarias con todo el esplendor que puedan. 413

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Día 15 de noviembre Anteayer llegaron a esta ciudad viniendo desde Ajaccio el P. Gerónimo Obeso225, que era Procurador en el Colegio de San Ignacio de Valladolid, y el H. Joaquín Echauri226, que era compañero del P. Procurador General de Provincia, y los dos quedaron allá para dar sus cuentas como otros muchos, y ahora han venido con todos los demás en el convoy que llegó los días pasados a la dicha ciudad de Ajaccio. Ellos cuentan de sí mismos mil cosas y otras muchas de los otros, y han traído también muchas cartas en que se refieren otras muchas diferentes de las que se escribieron en las primeras, y así es preciso volver otra vez a protestar que no bastaría un tomo entero para notar las cosas que cuentan, de sí mismos y de otros, estos dos sujetos que han venido de Ajaccio y las que cuentan las innumerables cartas que han venido de aquella ciudad. Pero no siendo razón omitirlas todas, para proponerlas con algún orden y método, las reduciremos a algunos puntos o artículos generales. Sea pues el primero alguna mudanza que ha habido en la Corte de Madrid sobre nuestras cosas, que parece llegó hasta revocarse o poco menos la Pragmática de nuestro destierro. Aquí creían muchos que estaba muy próxima nuestra vuelta a nuestros colegios y se fundaban en estas tres razones no despreciables. La primera de todas era la indecisión y cobardía de los ministros de Madrid en cuanto a hablar al Rey sobre nuestro destino a la Córcega y en cuanto a dar orden absoluto y expreso de desembarcar en dicha isla, porque si no había alguna mudanza en el ánimo del Rey y estaba tan determinado como al principio de nuestra desgracia en no querer jesuitas en sus estados, qué dificultad podían tener los astutos y malignos ministros que le rodean en decirle que, pues el Papa no quería recibir a los jesuitas en sus Estados y a España no podían volver, según las determinaciones de Su Majestad, se les coloca225. El P. Obeso realizó la profesión de tres votos el 15 de agosto de 1773 en Bolonia y falleció en Imola cuatro años más tarde. 226. Joaquín Echauri era natural de Tafalla, Navarra, y murió el 28 de octubre de 1769 en Bolonia. 414

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ría en la isla de Córcega y se tomarían eficaces providencias para que lo pasasen allí bien y cómodamente. Parece que sólo pudo detener a los ministros de hablar al Rey de esta manera, el haber ya en su ánimo alguna mudanza sobre la Compañía y temer que, con esta novedad de habernos de desembarcar en Córcega, acabase de resolverse a revocar nuestro destierro. La segunda era la tardanza de los padres procuradores, no viéndoles salir de España a vuelta de seis meses después de nuestro arresto, cuando a nosotros se nos hizo salir al mar antes de dos meses desde el día en que se nos intimó el decreto del Rey. Luego no van las cosas con tanto furor como al principio inferíamos aquí ni tienen los ministros las manos tan sueltas como entonces para arrojar jesuitas de España. La tercera y última se fundaba en algunas cartas no solamente de Genova y de Roma, sino también de España, en las que se decía que había mucha novedad en nuestras cosas en la Corte de Madrid. A estas tres razones que teníamos aquí, de que había alguna novedad en nuestra Corte, se deben añadir otras tres aun de mayor eficacia que nos han contado estos padres. La primera es la calidad de las órdenes que llegaban de la Corte a Cartagena para su embarco; pues todos eran tales que en fuerza de ellos, todo estaba pronto y preparado para la marcha, pero no bastaban para emprender el viaje, de suerte que se veía en ellos, con toda claridad, que los ministros no tenía el brazo suelto para ordenar la partida pero que querían tener todas las cosas en tal estado que, un momento que lograsen la libertad para mandar absolutamente, la marcha se pudiese ejecutar. La segunda es el orden efectivo, con que al cabo salieron de España, que fue tan ejecutivo, tan arrebatado y tan furioso, que daba bien claramente a entender que ha sido despedido por unos hombres que se han hallado en un peligro muy grande de ver trastornadas sus ideas y que al fin, después de muchos sustos y temores se ven en libertad de llevar adelante sus malvados intentos. La prisa, la aceleración y atropellamiento en dar estos últimos órdenes de partida de estos padres ha sido tan grande y tan bullicioso que no se han acordado los ministros de Madrid de dar algunas instrucciones para el ejercicio de su empleo a dos comisarios reales que estuvieron en Cartagena tres o cuatro me415

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ses con orden de embarcarse con los padres y juntamente se embarcaron con ellos y han desembarcado en Ajaccio. Estos son D. Pedro de la Porcada, abogado en Madrid227 y D. Fernando Coronel22S, secretario personal del conde de Aranda y los dos están en Ajaccio, y saben en general que son comisarios del Rey, pero ignoran absolutamente lo que deben hacer en cumplimiento de su oficio, porque nada se les ha dicho hasta ahora sobre esto. La tercera y última, que no solamente ha estado toda España llena de rumores y voces de que se revocara nuestro destierro, las que regularmente se fundan en algo, sino que, en el mismo Cartagena, aun las personas de más distinción y autoridad lo tuvieron por tan cierto y tan seguro que llegaron a dar a los mismos padres el parabién y enhorabuena por este feliz suceso. Parece pues indubitable que, después que nosotros salimos de España, ha habido en nuestra Corte alguna revolución y novedad en orden a la revocación de la Pragmática de nuestro destierro. Cuál haya sido ésta, ni hasta qué punto ha llegado, no podemos decirlo con certeza, ni tampoco con mucha probabilidad. No obstante, insinuaremos de paso una conjetura no del todo inverosímil de la manera con 227. Pedro de la Porcada y Miranda fue comisario real, encargado de los exiliados jesuítas hasta 1784, en que se le nombró alcalde de casa y corte. No pudo salir de Bolonia en 1784 por una enfermedad que padeció su mujer, retraso que lamentaba profundamente el P. Luengo «... porque todos tendremos mucho gusto en vernos libres quanto antes de un hombre tan prepotente y soberbio, tan importuno y tan molesto y de un espía y fiscal tan vil, y tan impertinente de nuestras acciones, de nuestras palabras y aun de nuestros mas inocentes suspiros.», Diario, t. XVIII, p. 250. Pedro de la Porcada falleció en Madrid en 1788, y el diarista se explayó sobre este Comisario en el t. XXI, p. 437 y ss., del mismo escrito. 228. La opinión de Luengo sobre Fernando Coronel no era mucho mejor que la expresada hacia la Porcada; aunque le consideraba persona más comprensiva nunca perdonaría a los comisarios el empeño que pusieron en presionar a los jesuítas para que abandonaran la Orden y, una vez fuera de ella, distanciarlos del resto de los regulares. A este respecto, Luengo conservó un comunicado que envió Coronel a los secularizados ordenándoles que no hablaran con los jesuítas; les amenazaba, en caso de incumplimiento con el consabido riesgo de perder la pensión, perpetua amenaza que siempre estuvo sobre las cabezas de los expulsos. Puede consultarse este documento en la Colección de Papeles Varios, t. 5, pp. 134 y ss. Coronel falleció en 1774, Luengo hizo entonces un resumen de lo que había sido su labor entre ellos en que se encuentra el Diario, t. VIII, pp. 617 y ss. 416

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 que ha pasado este negocio, que a lo menos podrá servir para averiguar otro día la verdad de este suceso. Ha llegado a la Corte de Madrid, según aseguran estos padres, un nuevo Nuncio del Papa en lugar del Cardenal Pallaviccini229, a quien hacen hombre muy hábil y de singulares talentos 23°, y éste supo abrirse la puerta para hablar al Rey, insinuarse en su ánimo y comunicarle las cosas que Su Santidad le ha ordenado sobre nuestra causa y, de este modo, llegó a inclinar al Soberano a la revocación de nuestro destierro. No pudieron los ministros impedir este paso, pero llegando a la ejecución tuvieron la fortuna de desconcertar todo lo acordado. Presentaron pues al Nuncio una minuta, o extracto del decreto de revocación, suponiendo en él tantos y tan graves delitos de los jesuitas, y tan lleno de indulgencias y perdones que el Nuncio se vio obligado a decir que un decreto de aquel tenor no podía ser del agrado del Papa, y los astutos ministros se valieron diestramente de esta respuesta del Nuncio para exasperar el ánimo del Rey y para hacer que se confirmase de nuevo su resolución de destierro de los jesuitas, y ellos se vieron con las manos sueltas para llevar adelante sus impíos proyectos231. 229. Lázaro Opicio Pallavicini fue nuncio de Roma en España hasta 1767, y cardenal en Bolonia en 1769. Mantuvo siempre relaciones con algunos de los jesuítas españoles en el exilio; al P. Cordón le ayudó para que pudiera publicar una obra en 1771 y el P. Isla solía cenar en su mesa. Fue precisamente allí donde una noche se enfrentó el jesuíta a la canonización de Palafox, lo cual, según Luengo, fue el motivo de su prisión en julio de 1773. Pallavicini fue secretario de Estado, cargo que mantuvo cuando subió al papado Pío VI en 1776 y pretendió, sin éxito, expulsar de Roma al famoso jesuita italiano P. Zacearía en 1779. Ese mismo año comenzó a desarrollar un papel protagonista en los conflictos que se mantuvieron entre la Santa Sede y Catalina de Rusia a raíz del establecimiento de la Compañía en tierras de la Zarina, y de la apertura de un noviciado en Polock. A este respecto, el P. Luengo guardó copia de la circular que dirigió Pallavicini, conio secretario de Estado, a los nuncios pontificios instruyéndoles sobre este noviciado ruso, puede verse en su Colección de Papeles Varios, t. 7, p. 249 a 280. Falleció en Roma en 1786. 230. Se refiere al milanés Monseñor Luccini, que sustituyó a Pallavicini como nuncio de España y que murió al poco tiempo de llegar a Madrid. Luengo sospechaba que había sido envenenado después de tomar un refresco en casa del conde de Aranda. 231. Nota del autor: «Esto es lo que ha corrido por España y lo que estos padres oyeron allá y puede servir para averiguar afondo otro día este negocio». 417

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El segundo artículo o punto es una oferta que se ha hecho en España a los hermanos coadjutores. Parecerá un enigma, una paradoja y aun un sueño y delirio lo que vamos a decir, y ello es una verdad lisa, llana y manifiesta. Apenas hay en todas las cuatro provincias de España un hermano coadjutor de todos los que quedaron allá por razón de las cuentas, a quien no se le haya ofrecido por parte del conde de Aranda que si quiere dejar la Compañía se quedará en España y se le dará la administración o cuidado de esta hacienda o de aquella grande, o de otra cosa semejante, y a todos se le hacía un partido muy ventajoso. ¡Santo Dios! ¡No somos todos los jesuitas en las lenguas y en las plumas de los ministros otros tantos traidores al Rey, alborotadores de pueblos, regicidas y los hombres más malvados del mundo! ¿Y qué? ¿Con sólo despojarse de la sotana se han de desnudar también de todos estos vicios monstruosos y aparecer en un momento vasallos fieles, hombres de bien y de conciencia a quienes se pueden fiar comisiones de importancia? ¿Y no es esto una verdadera paradoja y un delirio? Pues no es la primera vez que lo dicen nuestros ministros, hallándose casi lo mismo en la famosa Pragmática de nuestro destierro. En nuestra Provincia, y creo que lo mismo ha sucedido en las otras, no ha habido ni uno siquiera entre todos los coadjutores que quedaron en España que no haya preferido, con nueva gloria suya y de la Compañía, ignominia y trabajos del destierro por seguir su vocación y conservar su estado a todas las conveniencias y utilidades de un establecimiento ventajoso en su misma patria. El tercer artículo es sobre el peculio y dinero de los particulares. En este punto fuimos afortunados los que vivíamos en Galicia, o a lo menos en el Colegio de Santiago, como creo que se dijo a su tiempo, pues por un orden expreso del conde de Aranda se entregó a todos su peculio religioso. Ahora ha logrado traer los peculios de los padres del Colegio de Oviedo el P. Bernabé Camus232, que era allí Procurador y algunos pocos le pudieron coger el día del arresto. Todos los demás, de todos 232. El P. Camús era natural de Cueto, Santander, donde nació en 1728. Falleció en Bolonia el 25 de junio de 1791. 418

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los otros colegios, han quedado allá en manos de los ejecutores de nuestro destierro con no pequeño daño de muchos pobres, que con su peculio pudieran socorrerse en muchas necesidades particulares a que no se puede extender la pensión. Y aunque en nuestra Provincia había muchos que no tenían dinero ninguno particular y ninguno había, generalmente hablando, que tuviese mucho, con todo esto, entre todos los peculios que han quedado allá forman ciertamente una suma no pequeña de dinero. Y con qué conciencia se pueden quedar con ella ni los comisionados, ni los ministros, diciéndose expresamente en la instrucción que se envió de la Corte para la ejecución de nuestro arresto, que se entregase a todos el dinero de su pertenencia. Ya habiéndose quedado allá, no es fácil hallar medio para recobrarlo, y así se puede dar por perdido • o*n para siempre . El cuarto artículo o punto es la conducta y modo de portarse, en general, de los religiosos de España así con los que han estado depositados en sus conventos o monasterios, como en común con la Compañía española en su tribulación y desgracia, sobre el cual se pudiera escribir un tomo y muy grueso, si hubiera de notar todas las cosas que cuentan estos padres y escriben otros. En prueba de que no hay exageración en lo que acabo de decir pudiera contar a docenas casos particulares y 233. La situación económica de los expulsos nunca fue boyante y a duras penas pudieron mantenerse durante su exilio. En 1782, sus penalidades se acrecentaron por la carestía de la vida en los Estados Pontificios. Ese año, en el que seguían manteniéndose con 4 reales diarios, comenzaron a escribir gran cantidad de memoriales de forma sistemática y organizada, solicitando aumento de pensión. No llegaría ese incremento, ya que en Madrid se aseguraba que no quedaban reservas en las arcas de la Contaduría General de Temporalidades, responsable de la administración de los bienes que habían pertenecido a los jesuítas en España y que se encargaba del pago de la pensión. Los regulares entonces, propusieron que se les entregaran sus vitalicios anuos que no les habían permitido cobrar desde que dejaron sus colegios y los peculios a los que aquí se refería Luengo, para ello realizaron cientos de escritos en los que justificaban la propiedad de estos fondos. A partir de 1786, gran parte de los solicitantes recibieron -con atrasos incluidos- estos pequeños caudales que solía conservar el procurador de cada centro y que se distinguían por alguna marca personal, a modo de certificado de propiedad. Muchos de estos memoriales se encuentran en A.G.S., Gracia y Justicia, legs. 676 y 677. 419

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muchos bien graciosos de este y del otro padre o hermano coadjutor con este y aquel religioso ignorante, atolondrado o maligno, ya con ocasión de confesarse con él, o ya por esta o la otra casualidad. Vayan para prueba dos casos solamente: se confesó en un convento de Pamplona, en donde estaba depositado el H. Juan Gamiz234, Procurador de nuestro Colegio en aquella ciudad, y se franqueó con el religioso, su confesor, diciéndole que tenía consigo algún dinero, aunque mucha parte de él era de un particular y que el Rey mandaba que se entregasen sus peculios a los sujetos. Esta fue su acusación y el ignorante o maligno confesor dijo que no le quería absolver si no entregaba todo aquel dinero, y como este pobre H. Gamiz es muy pusilánime, encogido y aun escrupuloso y estaba aturdido y turbado, todo lo entregó como el fraile se lo dijo, privando al P. Joaquín Solanosas de un copioso regalo que acababa de hacerle el Reino de Navarra por haber cuidado de la reimpresión de su Historia236. El otro sucedió a un coadjutor de otra Provincia al cual, después de haberse acusado de sus faltas el fraile, su confesor, antes de darle la absolución regular le echó otra ad cautelam, como él le dijo, y con forma y ceremonias particulares le absolvió de las censuras y excomuniones en que pudiese haber incurrido. ¿Puede haber simpleza, necedad e insensatez más palmar y más grosera? Si aquel simple y necio religioso echara aquella absolución a los ministros reales, al consejo extraordinario, centenares de ejecutores de la prisión y destierro de los jesuitas a los secretarios, ministros o alguaciles, a los oficiales y soldados, si la echara también a millares de religiosos empe234. Juan Gamiz había nacido en Abando, obispado de Calahorra y falleció a los setenta años en la casa de Lequio, a las afueras de Bolonia, en abril de 1773. 235. Nota del autor: «En el memorial del P. Isla se dice que esto sucedió al P. Rector de Ubeda». 236. El pamplónica P. Solano recibió el dinero, que menciona Luengo en 1772, como pago por haber cuidado la edición de su Historia de Navarra. El año de 1778, envió a España desde Bolonia una copia de las Irreflexiones que escribió el jesuíta Benvenuti contra el polémico escrito de José Moñino titulado Reflexiones y, en mayo de 1801, respondiendo a la orden de segundo destierro dictada por Carlos IV realizó el viaje desde Barcelona a Civitavecchia a bordo del «Minerva». 420

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zando por el confesor de Su Majestad237, que con sus lenguas y con sus plumas, con sus votos y aprobaciones han influido no poco a la injusta opresión de la Compañía, sería una absolución muy bien echada si ellos la merecían y estaban bien dispuestos y arrepentidos; pues es más que probable que todos éstos a quienes no haya excusado la ignorancia, la irreflexión o algún otro motivo razonable, han incurrido en todas las censuras y excomuniones fulminadas contra los profanadores de la inmunidad eclesiástica238 en todo género de cosas sagradas y aun en las personas mismas. Pero con aquel pobre jesuíta que no ha hecho en esta tragedia otro papel que de preso, pisado, despojado de todas sus cosas y desterrado de su patria ¿a qué propósito puede venir aquella absolución de excomuniones y censuras? ¿Y de quién serán aquellas excomuniones o censuras en que pudiera haber incurrido? Pues, en nuestra prisión y destierro para nada ha entrado Papa, ni Concilio, ni Nuncio, ni Obispo, ni siquiera un sacristán, y todo ello ha sido obra del conde de Aranda, del fiscal Campomanes y de otros tan legos como estos dos. Pero es inútil buscar alguna razón y causa de esta necedad y locura, pues todo el principio de ella y de otras muchas semejantes de otros religiosos, es que no hay insolencia, necedad y locura de que no sea capaz un fraile en punto de jesuítas, parte por ignorancia, parte por las necias preocupaciones de que abundan los claustros religiosos y parte también por envidia, por pasión, por odio y malignidad. Y pluguiese al cielo que en esta nuestra opresión no hubiese habido en las órdenes religiosas de España más que éste y aquél, y aun muchos particulares, que por necias prevenciones, por malignidad o por ignorancia hubiesen hecho estas y otras maldades y locuras. Pero la lástima es que con los Superiores mismos de las órdenes religiosas y en las religiones en cuerpo, a excepción de alguna otra, se ha observado en esta nuestra desgracia una conducta nada loable y verdaderamente 237. Se refiere a Joaquín de Eleta, también conocido como P. Osma. 238. Luengo no perdonaba al clero la complicidad demostrada contra los que atacaban la inmunidad eclesiástica, es decir, contra los que para él se englobaban en «enemigos de la Compañía». 421

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mala y reprensible y de esto daremos dos pruebas en términos generales claras y evidentes, sacadas de los muchos casos particulares que hemos oído referir o leído en cartas, que no es posible contar por menor. ¿Qué hubiera hecho la Compañía de Jesús y qué hubieran hecho los rectores de sus colegios, si en ellos hubieran sido depositados algunos religiosos benitos, dominicos, franciscos, agustinos y de cualquiera otra orden en las mismas circunstancias, estado y situación en que se hallaban los jesuítas que fueron depositados en sus conventos y monasterios? Lejos de añadir aflicción al afligido, todo hubiera sido para con ellos atención, dulzura, compasión, afabilidad, ternura, cariño, arbitrios, medios y razones para consolarles en su trabajo y desgracia, y hacerles menos pesada y desabrida su tribulación y desventura. El trato en la comida y en todo lo demás hubiera sido el mejor y más regalado que hubiera sido posible en las circunstancias y se hubieran discurrido mil ingenios, arbitrios y benignas interpretaciones para que, sin faltar a las órdenes de la Corte, pudiesen tener algún desahogo, alguna libertad y comunicación inocente con sus parientes y amigos. Y para hacerlo así no necesitaban los jesuítas (permítaseme decirlo de esta manera) de la virtud y caridad cristiana y religiosa, y les bastaba la honrada educación que tuvieron en sus casas, que después se perfeccionó en la Compañía. Y en la realidad no hacerlo así con hombres de alguna honra, aun cuando fueran reos y culpados y mucho más siendo inocentes, es una rusticidad grosera, una crueldad, una dureza de corazón y propiamente una impía inhumanidad en la que no incurrió la gente de alguna honra y crianza, a excepción de unos pocos que piensan levantarse pisando a los desvalidos jesuítas, y ni aun el más menudo pueblo que dio muestras bien grandes de pena y de dolor por nuestra desgracia y honró nuestro destierro con lagrimas copiosísimas. Sólo el gremio de religiosos, generalmente hablando, que no tiene corazón de carne, cuando se trata de males y trabajos de jesuítas. Por lo menos las cosas que cuentan estos padres que han estado en conventos y monasterios, y que no se pueden oír sin indignación, prueban con toda evidencia que aun a los Superiores mismos no les han merecido gran ternura y 422

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compasión. Unos cuentan desatenciones groseras y descortesías que han tenido que sufrir en sus reclusiones; otros dichos picantes y palabras injuriosas, varios, improperios, insultos, burlas y mofas sobre su miserable suerte, algunos y no pocos, solicitaciones para dejar la Compañía y más de dos que les ofrecieron el hábito de sus órdenes, muchos y casi todos, vaciedades, mentiras, calumnias y fabulillas miserables contra la Compañía, más de uno miseria y ruindad en el trato y, generalmente todos, nimia exactitud, rigor y severidad hasta el exceso en no dejarlos hablar una palabra con nadie. Y aún ha habido Superior de religión, que no permitió al jesuita que estaba en su convento que fuese, ni aun los días de fiesta, a oír mp sa desde una tribuna, y otro no le dejó cumplir con el precepto de la Pascua. Si todas estas cosas que hemos dicho en cúmulo y en términos generales las contáramos, como pudiéramos las más de ellas, en particular y por menor, nombrando conventos y monasterios, priores, guardianes y abades, y los jesuitas con quienes pasaron ¿no serían una prueba evidente, de que la conducta de las religiones de España, en la presente desgracia de la Compañía ha sido verdaderamente mala y reprensible? Pues no lo es menos evidente de lo mismo lo que vamos a dar ahora. Varios de los primeros Superiores de las órdenes regulares de España han escrito por cartas, encíclicas o circulares a sus casas con ocasión del destierro de la Compañía, y en particular hablan estos padres de las del Vicario General de los carmelitas descalzos239, del General de los mercedarios calzados, del misionero Garcés, Provincial de los dominicos y de un Provincial de los agustinos calzados 24°; porque las cartas de estos se deben de haber hecho más públicas y más famosas. ¿Y qué dicen estos reverendísimos en sus circulares? ¿Se contentan con encargar a sus subditos el respeto y veneración a los decretos del Soberano? ¿Les ordenan en ellas que no hablen ni por un lado, ni por otro, ni en pro de los jesuitas ni contra ellos, como se manda en la Pragmática del Rey? Esto y no más 239. Nota del autor: «Está en el Tomo I de Papeles Varios, p. 143». 240. Nota del autor: «Está en el mismo Tomo p. 139». 423

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debían hacer en el caso presente los primeros Superiores de las órdenes regulares en España si quisieran proceder con juicio, con moderación, con sabiduría y religiosidad. Y esto a lo sumo hubieran hecho los Superiores de la Compañía si a otra religión la hubiera sucedido la desgracia que ha venido sobre ella. Pero han estado muy lejos de escribir con esta prudencia y juicio los Superiores de las religiones en España, y especialmente los cuatro de que antes hicimos mención. Todos estos se alegran, exultan, triunfan y dan gracias al cielo por la providencia que se ha tomado contra los jesuitas, la alaban y elogian con mayor o menor energía, pero ninguno con poca y el carmelita descalzo consuma y santifica. Esta viene a ser la mitad de sus circulares y la otra mitad la gastan en animar y exhortar a sus subditos al trabajo, a los ministerios de confesar y predicar y de todos los demás con el santo, purísimo y elevadísimo fin de que no se echa de menos para nada a los jesuitas y para que no se crea, ni se diga que son necesarios para cosa alguna. Después de una conducta tan reprensible de la mayor parte de los Superiores en cuyas casas han estado depositados los jesuitas y después de tales encíclicas de los superiores mayores, qué hay que extrañar que sea cierto, como se asegura, que un ejército de religiosos particulares que con ocasión de la Semana Santa, de sermones y de sus guerras ande siempre por las villas y aldeas, vomite por todas partes pestes, horrores y abominaciones contra los jesuitas, triunfe y cante con algazara la victoria que se figura que ha conseguido, insulte, escarnezca a los amigos, afectos y discípulos de la Compañía echándoles en cara que han amado, estimado se han confiado y entregado a una religión, que de ningún modo lo merecía, como se ve con toda evidencia por las presentes determinaciones del Gobierno y del mismo Soberano. Pobres inconsiderados y desaconsejados religiosos particulares y prelados, mayores y menores ¿Cómo les ciega tanto la pasión y la envidia que no vean que, en alabar y exaltar las determinaciones tan irregulares, tan violentas, tan despóticas y tan manifiestamente injustas contra la Compañía, no hacen otra cosa que afilar la espada con que ser degollados y torcer la cuerda con que ser ahorcados algún día? ¿Pues qué no habrá quien piense y diga alguna vez a la po424

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testad, que lo que basta a juicio los otros religiosos para oprimir a los jesuitas, debe bastar para oprimirlos a ellos y que el modo que se ha tenido en proceder contra la Compañía, loable y justo, al parecer de las otras religiones, lo debe de ser también para proceder contra ellas? El tiempo nos enseñará si nos engañamos en este modo de pensar; pero lo cierto es, como antes se notó, que han empezado ya las religiones en España a tener de parte del Gobierno las mortificaciones y disgustos. El quinto arbitrio es sobre pastorales de obispos a favor de la Compañía y contra ellaM1; aunque es preciso confesar que, sobre este punto o porque en sus retiros no han podido averiguar bien las cosas, o porque hay pocas ciertas sobre él, casi no cuentan más que voces y rumores que han oído por España, de que varios obispos han publicado pastorales, unos defendiendo la Compañía y otros atacándola. Entre los primeros cuentan a los señores obispos de Tarazona, Cuenca, y Teruel, y no hay duda en que todos ellos, como otros muchos obispos de España, son muy capaces de escribir con fuerza a favor de la Compañía y que escribirán si tuvieran proporción para ello y pudieran, en un estado tan delicado y tan crítico, esperar algún fruto de su trabajo. Pero, por lo menos, parece que se debe creer que el grande obispo de Cuenca, el Ilustrísimo Carvajal242, ha hecho o escrito alguna cosa que ha desagradado a los ministros; pues se sabe con toda seguridad, aunque solamente en términos generales, que ha tenido sus disgustos y reprensiones 241. Véase: EciDO, T., «Actitudes regalistas de los obispos de Carlos III», Actas del I Symposium Internacional: Estado y Fiscalidad en el Antiguo Régimen, Murcia, junio de 1988, pp. 67-83. Y a modo de ejemplo provincial: LÓPEZ-GUADALUPE MUÑOZ, M. L., «Los obispos andaluces frente a la expulsión y extinción de la Compañía de Jesús», Estudios sobre Iglesia y Sociedad en Andalucía en la Edad Moderna, Universidad de Granada, 1999, pp. 177-195. 242. Se refiere a Carvajal y Lancaster, hermano del marqués de Sarria. El entonces obispo de Cuenca era un prelado muy favorable a los jesuítas y Luengo hizo algunos comentarios sobre su relación con Francisco de Alba, autor de La Verdad desnuda. A este respecto: PRADELLS NADAL, J., «Fanatismo y disidencia políticoreligiosa. La Verdad desnuda y el P. Francisco Alba en el Diario del jesuíta Luengo», Disidencias y Exilios en la España Moderna, Actas de la IV Reunión Científica de la A.E. H. M., Alicante, 1997, pp. 719-730. 425

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de parte de la Corte. Entre los que han escrito contra la Compañía cuentan al Arzobispo de Burgos y a los obispos de Falencia y de Albarracín, y no hay tampoco la menor duda en que son muy abonados para ello. Todos tres son discípulos de los padres dominicos, y así estos, como regularmente todos los demás que hayan estudiado con dichos padres, estarán prontos a escribir contra la Compañía todo lo que quieran los ministros, y aun algo más todavía porque comúnmente los que estudian con los dichos religiosos aprenden de sus maestros las malignas y necias preocupaciones contra los jesuítas de que ellos están encaprichados. Por lo menos parece que se debe creer que el señor Rodríguez, Arzobispo de Burgos343, ha escrito su Pastoral en la que trata con mucho empeño de persuadir a su grey el respeto y veneración a las resoluciones del Soberano, sin tomarse la libertad de juzgarlas244. El sexto artículo es sobre revelaciones y profecías que han corrido por España anunciando el regreso y restitución de la Compañía, y como estas cosas se interpretan siempre favorablemente, en especial por los interesados, dicen estos padres que nuestros amigos nos esperan presto por allá. En efecto, cuentan muy en particular y con todas sus circunstancias, revelación o profecía en este propósito de una religiosa de Sevilla, de un niño de Zaragoza y otras muchas. Pero como todas sus revelaciones no son más que las que corrían por el vulgo y oyeron en sus viajes, y en estas cosas es muy fácil haber ilusión y engaño, dejándolas todas, insinuaremos solamente una de cierta religiosa capuchina de Murcia, de la cual estamos bien informados, así por este P. Obeso, que estuvo en el mismo convento de aquellas religiosas y las dio a todas un día la comu243. José Javier Rodríguez de Arellano escribió varias pastorales contra la Compañía de Jesús, y los expulsos tuvieron noticia de alguna de esas cartas en 1768. Un año más tarde, el P. Luengo plasma sus comentarios sobre la que denomina «famosa Pastoral» en su Diario y en 1771 escribe las repercusiones que tuvo esa pastoral en el mismo escrito, t. V, pp. 56 y ss. En 1782 por cartas a su sobrino Sebastián Pérez, jesuíta desterrado también en Bolonia, intuía Luengo que el prelado había moderado su ímpetu contra los jesuítas. 244. Nota del autor: «Al año siguiente escribió otra insolentísima y desvergonzadísima, de la que se habla a su tiempo». 426

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nión, como por cartas del P. Agustín Escudero245, procurador del Colegio de Medina del Campo y del H. José Seco246, procurador del Colegio de Avila, en las que aseguran haber visto el terebinto que entra en esta profecía, que vamos a referir en pocas palabras. Una de aquellas religiosas capuchinas de Murcia, encomendaba con mucho fervor y espíritu a nuestro Señor la Compañía, y el mismo Señor le dijo que la Compañía volvería a reflorecer como el terebinto seco que estaba en la leñera. En efecto, el terebinto seco volvió a echar nuevos y hermosos tallos247, de lo que fue testigo todo el convento, y otras muchas personas de fuera. Y así, esta profecía que, al parecer está confirmada con un milagro248, merece sin duda ser mirada con respeto249. Una cosa cierta y segura que ha sucedido en España prueba, evidentemente, que ha habido por allá mucho más bullicio y tumulto por causa de revelaciones y profecías que se han esparcido en el Reino sobre nuestra vuelta, que lo que puede haber concebido el lector por lo que acabamos de decir. Esta es que el Consejo de Castilla, en el extraordinario y como es creíble, ha escrito un orden circular a todos los obispos del Reino encargándolos con mucha seriedad que en los conventos de ju245. El P. Escudero murió en Vecilla, en enero de 1804. 246. José Seco fallecía en Bolonia el 1 de noviembre de 1784. 247. Se trata de un arbusto caducifolio (pistacia terebinthus) cuya flor renace todas las primaveras y que popularmente es conocido como cornicabra, debido a una malformación que, por efecto de parásitos, puede sufrir en su tronco desarrollando unos bultos exteriores que simulan la forma de un cuerno. Agradecemos el asesoramiento fitográfico a nuestros amigos los profesores Juan Antonio Marco y Ascensión Padilla. 248. Nota del autor: «En el tomo 10 de papeles varios p. 147 va copia de carta de la misma religiosa capuchina en la que con festividad cuenta este prodigio». 249. Teófanes Egido recoge este trance profético como réplica al de una monja de Castelló, en los Estados Pontificios, que había profetizado, con anterioridad a la religiosa murciana, el pronto retorno de los jesuítas a su patria. Véase EGIDO, T., «La expulsión de los jesuítas de España» en Historia de la Iglesia en España, vol. IV, B.A.C., Madrid, 1979, p. 781. Para Ferrer del Río, que también relata este suceso, «a pesar de lo inverosímil del abuso, era indudable que varios ministros evangélicos propagaban la sedición entre candorosas penitentes, bajo pretexto de purificar sus conciencias, y propendían a trasmitir a la muchedumbre ideas contrarias al reposo», en: FERRER DEL Río, A., Historia del Reinado de Carlos III en España, tomo II, Madrid, 1856, p. 196. 427

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risdicción repriman estos abusos, escándalos de publicar revelaciones y profecías capaces de turbar la paz y quietud de los pueblos. No se dice que se haya enviado el mismo orden, aunque acaso será cierto, a los Superiores religiosos para que ejecuten lo mismo en los conventos de su filiación. Quizá no habrá en ellos necesidad del dicho orden porque las monjas, sujetas a los regulares, no tendrían revelaciones en favor de los jesuítas; y si las han tenido habrán estado con mucha advertencia sus Superiores para que no turben con ellas la tranquilidad de los pueblos. Y quién sabe si alguna de estas religiosas, especialmente de las que dirigen los padres carmelitas descalzos, habrá tenido también alguna media revelación o a lo menos de que ha sido muy del agrado del Señor todo lo que se ha ejecutado con los jesuítas y que éstos jamás volverán a poner el pie en España. Y si hubiere algunas revelacioncillas de esta especie, no dejarán de publicarlas ni habrá peligro ninguno de que con ellas se turbe la tranquilidad de los pueblos. El séptimo artículo es sobre sus viajes por España y su detención en Cartagena. Ya dijimos que juntamente con los procuradores han llegado muchos sujetos de nuestra Provincia y lo mismo sucede en las otras, de los que habían quedado en España por ancianos o por enfermos, y aunque hay varios entre estos que vienen por su gusto, y porque lo desearon y pidieron, otros muchos vienen porque se les ha obligado por el Gobierno, como ha sucedido a los dos ancianos Caraveo y Peñalosa, que dejamos en El Ferrol. Y por lo que ha pasado con estos, de lo que estamos bien informados, se puede entender la severidad y rigor que se ha usado en este punto con todos los demás. Luego que salimos de El Ferrol dio parte el Intendente, D. Pedro de Ordeñana, al Excelentísimo Sr. D. Julián de Amaga, Secretario de Marina, de haberse quedado en aquel puerto tal y tal jesuíta, por haber juzgado los médicos que no podían embarcarse. El Ministro de Marina se lo comunicó al Rey y Su Majestad lo dio por bien hecho, y así se lo escribió el Sr. Amaga al Intendente de El Ferrol. No obstante, habiendo subido por otra parte, el conde de Aranda y el fiscal Campomanes que habían quedado en El Ferrol aquellos jesuítas, se 428

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 hizo cargo sobre ello al señor Ordeñana, el cual satisfizo fácilmente con la carta del Secretario de Marina, y si no hubiera tenido una respuesta tan sólida y tan concluyente se le hubiera dado seguramente que sentir por lo mismo que saben, que aquel señor Intendente tiene un hermano jesuita y que estima y ama a la Compañía. Pero si la aprobación y consentimiento del Soberano bastó para que no se oprimiese al señor Ordeñana, les sirvió de cosa alguna a aquellos pobres ancianos pues llegó a El Ferrol orden cerrado y resuelto de que todos los jesuitas que estuviesen allí se pusiesen en camino para Cartagena, en donde debían embarcarse y así se ejecutó prontamente. A los padres Caraveo y Peñalosa se les juntó el P. Esteban Romero, a quien dejamos enfermo de peligro en La Coruña y, habiendo salido estos de Galicia, no ha quedado en aquel Reino jesuita alguno ni joven, ni viejo, ni enfermo, ni sano, ni cuerdo, ni loco; lo que acaso no ha sucedido en ningún otro Reino, ni Provincia de España, especialmente de las grandes, en las que había muchos colegios de la Compañía. ¡Felicísimo y afortunadísimo Reino, que ha arrojado de sí tantos hombres revoltosos, pestíferos y malvados! Y cuánto debe de estar agradecido al valor e intrepidez, del Capitán General de los ejércitos de Su Majestad y Presidente del Consejo de Castilla, el Excelentísimo señor conde de Aranda, y a la vigilancia y actividad del incomparable Fiscal del Consejo D. Pedro Rodríguez Campomanes, por haberle arrancado de su seno con tanto dolor, pena y lágrimas suyas, cien pacíficos y útiles religiosos que no le han hecho mal alguno, y que han procurado hacerle todo el bien que han podido en escuelas, en pulpitos, en confesionarios, en cárceles y hospitales y en otras obras de caridad. Ya se deja entender, sin que haya necesidad de decirlo, cuánto habrán padecido estos pobres ancianos en un viaje por tierra de casi doscientas leguas, atravesando casi toda España, desde El Ferrol al puerto de Cartagena, cuánto habrán padecido otros varios que han hecho otro viaje poco menor, desde Santander y sus alrededores hasta el mismo puerto. Y aun todos los de nuestra Provincia, pues los que menos han hecho por tierra un viaje de cien leguas desde el centro de Castilla 429

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hasta el dicho puerto de Cartagena. Y más siendo muchos y aun la mayor parte enfermizos, achacosos y ancianos. Cuánto habrán padecido estos pobres en tan largos viajes. Cuántas incomodidades en posadas y mesones. Cuánta ignominia e infamia, atravesando todo el Reino, después de lo que ha pasado con la Compañía y siendo el espectáculo y fábula de las ciudades, villas y pueblos. Y cuánta también de la dureza, mal humor o extravagancia de los que les acompañaban y guardaban por comisión de la Corte. En todos estos puntos se pudiera escribir largamente y contar muchos casos particulares, si fuera posible notarlo todo, y si estas miserias y trabajos en largos viajes, y más viniéndonos en tal estado, no se conociesen bastantemente sin que se cuenten por menor. Sólo quiero referir en particular un lance muy gracioso que sucedió a dos de nuestra Provincia por la ridiculez y extravagancia de uno de sus conductores. Llegó un padre con su conductor a una posada en que estaba ya hospedado otro de la Provincia, y luego que se vieron los dos se tiraron uno a otro y se dieron un estrecho y cariñoso abrazo. No de otra suerte que si aquel abrazo de caridad, que se usa en la Compañía por regla con todos los que van o vienen de viaje, hubiera sido un tocar alarma o una señal de tumultuar y alborotarse todo el pueblo, se inquietó y se llenó de cólera y enojo uno de los conductores y se empeñó en sacar de aquella posada al padre que venía en su custodia, y no hubo súplicas, ruegos, excusas, razones y protestas que fuesen bastantes para apear a aquel insensato y extravagante conductor de su necio y ridículo empeño. Se salió pues de aquella posada, en que había sucedido aquel horribilísimo escándalo de abrazarse dos jesuitas y llevándose consigo el que traía en su custodia a otra posada, le encerró en un cuarto para que no se repitiese en aquella el peligrosísimo atentado de aquel abrazo de caridad, con riesgo de que se pusiesen en armas los pueblos contra el Rey. En Cartagena estuvieron todos de todas las provincias alojados en el magnífico hospital real de aquel puerto, en el que caben, a lo que dicen los que han estado en él, algunos millares de hombres. Y con todo eso estaban estrechos y apretados en cuanto a la habitación, pero mucho más oprimidos por la vi430

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gilancia y rigor con que eran guardados y se celaba que no tuviesen comunicación con ningún género de personas. El trato en la comida, aunque el Gobierno daba una buena paga por cada uno de ellos al día, como sucedió en nuestro navio de guerra, era escaso, puerco, mal servido y mal compuesto. Y no obstante de estar con tanta estrechez y opresión y padecer tantas miserias, aunque en la ciudad había muchas enfermedades y una especie de epidemia, ellos lo pasaron bien, y gozaron de buena salud. Más que de todo lo dicho se lamentan estos padres, que estuvieron en aquel hospital, de las vejaciones y descortesías e insolencias que tuvieron que padecer de una chusma innumerable de ministriles y de otra canalla que tenían alguna autoridad sobre ellos, y todos la ejercían con tanta soberanía y resolución como si fueran unos presidentes del Consejo; y a éstos, más que al principal comisionado, atribuyen el haberles molestado, a lo menos a muchos, con registros de sus baúles que ya venían registrados en donde convenía y aun a algunos les registraron sus camas, y a uno por lo menos en su persona. Después de haber estado esperando tres o cuatro meses en este hospital el orden de partir para el destierro llegó finalmente, y a seis o siete del mes de octubre salieron de Cartagena, y después de una navegación larga y trabajosa, llegaron a Ajaccio el día dos de este mes de noviembre, como antes se dijo. El octavo y último artículo es sobre los que han muerto de nuestra Provincia desde que nosotros salimos de España, hasta que salieron estos padres de Cartagena, que no son más que tres, y yo no extrañaría que fuesen diez, quince o veinte, según los largos y penosos viajes que han obligado hacer a muchos pobres enfermos y ancianos, como por ejemplo al P. Juan Antonio Giménez250 desde Medina del Campo a Santander y desde esta ciudad a Cartagena; al P. Pedro Peñalosa desde Segovia a Santander, desde aquí por mar a El Ferrol, y desde este puerto por tierra a Cartagena, y a este modo a otros muchos. ¡Gran talento ha demostrado el incomparable conde de Aran250. El P. Giménez murió en Ajaccio el 27 de diciembre de 1767, había nacido en Salamanca en 1706. 431

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da, y su compañero en esta empresa, el inmortal Campomanes, de mortificarnos, de oprimirnos y de deshacerse cuanto antes de unos hombres que les son tan molestos. El primero, pues, de los difuntos en España es el P. Francisco Javier Calonge, que murió a nueve del mes de junio y, a lo que yo creo, en la misma ciudad de Burgos en que estaba al tiempo de nuestro arresto, porque estaba ya tan pesado y tan hecho tierra que no es creíble que le hiciesen pasar a otra parte. En otro tiempo conocí en Medina del Campo a este padre y me pareció un religioso muy ajustado y un hombre muy pacífico y muy humilde. Nada sabemos de las circunstancias de su muerte, ni en qué convento o monasterio murió y ha sido enterrado. Tenía solamente cincuenta y seis años y era natural de Gallegos en el Obispado de Falencia. El segundo murió a doce del mismo mes de junio en el convento de los reverendos padres observantes de la ciudad de Valladolid y éste es el P. Antonio Guerra251, doctor y ya jubilado en aquella Universidad, y su Vicecanciller y Rector al tiempo del arresto en el Colegio de San Ambrosio de la misma ciudad. No hay uno en toda la Provincia que no haya sentido mucho la muerte del P. Antonio, y más habiendo sido acompañada de circunstancias tan sensibles e ignominiosas, porque no hay uno que no le estimase por sus singulares prendas y talentos y que no le amase por su seno, noble y piadoso corazón. Tenía talentos para todo y para todo grandes y aun extraordinarios. Todo, se puede decir, cargaba sobre él dentro de casa y fuera en la ciudad, y a todo daba expediente con felicidad y con acierto por sus talentos singulares, por su mucha sabiduría, por su desembarazo, expedición, actividad y destreza. En el confesionario se le veía rodeado todos los días de fiesta de mucha gente y se puede decir que a él acudía la mayor parte de la nobleza y gente de distinción de la ciudad. En el pulpito se le oía con gusto particular y siempre asistía a sus sermones un auditorio muy numeroso y lucido, y lo merecía porque predicaba siempre con juicio, con piedad, con celo, 251. El P. Guerra fue el encargado de la impresión de la autobiografía de Román Ojeda y contaba con dos hermanos, Ignacio y José Guerra, en la Compañía. 432

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 con sabiduría y aun con gracia. En la cátedra y en todo lo que pertenece al magisterio de Teología, que era propiamente su oficio, era escuchado siempre con admiración y con pasmo. Para con los dos obispos de Valladolid que ha alcanzado en su tiempo, el Sr. Delgado y el Sr. Cosío y, especialmente para con este último, era el principal consultor en los negocios graves que ocurrían en el Obispado. Con los señores presidentes de la Cancillería y generalmente con todos los señores togados tuvo siempre mucha cabida y su recomendación era de mucho peso y autoridad. En la Universidad fue siempre muy estimado y empleado muchas veces en cosas de su servicio. Y sobre todo el Tribunal de la Santa Inquisición apreció sus talentos y su sabiduría y se valió por muchos años del P. Guerra para todas sus resoluciones y juicios. Y aun se puede decir, con toda verdad, que no había gremio o clase de gentes en aquella populosa ciudad, conventos de monjes, eclesiásticos, nobles, hombres de mediana esfera y del pueblo, que no acudiese en sus negocios y en los de sus conciencias al P. Antonio, y en todo entraba y en todo género de cosas entendía porque tenía dos prendas y talentos muy singulares que le hacían ser buscado de todos. Tenía un don y talento muy particular de tratar y ganarse todas las gentes con su agrado, humanidad, festividad y dulzura, y tenía también gran juicio y prudencia, habilidad y tino en dirigir, manejar y llevar al cabo felizmente cualquier negocio. Y no se encerraba ni la fama y estimación del P. Antonio, ni su beneficencia dentro de los muros de Valladolid. En muchas leguas al contorno era conocido y estimado y de todas partes se le buscaba para el consejo, dirección y protección en sus negocios, y por mi mano pasaron muchos de éstos al padre Guerra, por encargo de gente de mi patria, que lo es la tierra de Medina del Campo. Es casi incomprensible cómo un hombre sólo podía con tantas cosas a un tiempo, con tantas ocupaciones y negocios y aun lo es más todavía cómo con un género de vida, por decirlo así, bulliciosa e inquieta y en un continuo trato con todo género de gentes, pudo leer tanto, saber tanto y escribir tanto. Escribió a su tiempo su curso de Filosofía y bien difuso y con muy particulares muestras de sutileza e ingenio. Escribió mu433

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chos tratados o materia de Teología que dictó desde la cátedra a sus discípulos y fueron siempre muy estimados. Escribió varios papeles en varios asuntos y especialmente en cosas de la Universidad, y varios sermones que se dieron a la luz y, entre ellos, uno muy hermoso en las honras o exequias del venerable hermano Antonio Alonso Bermejo en la parroquia de su lugar y mío, que lo es la villa de la Nava del Rey, en la tierra de Medina del Campo. Y todo esto se debe reputar por casi nada en comparación de lo que escribió respondiendo a consultas, casi diarias, del tribunal del Santo Oficio, pues, estoy informado con toda seguridad que si se reunieran los papeles que escribió en asuntos y consultas del Santo Oficio se pudiera formar con ellos un gran número de gruesos y abultados volúmenes. después de lo que acabamos de decir sin ponderación alguna, es más incomprensible que todo que con tantos negocios, ocupaciones y empleos, bastantes para oprimir a seis u ocho hombres hábiles y laboriosos, parecía que siempre estaba el P. Guerra desembarazado y desocupado, y siempre con la puerta de su aposento franca para todos, pronto para oír a todos, para servir a todos y aun para divertirse graciosamente y honestamente en festivas y amenas conversaciones con sus discípulos y otras gentes, como por muchos años lo experimentamos nosotros mismos. Todas estas cosas, no haciéndolas por interés, ni por otro fin humano y terreno, como no las hacía el P. Guerra, no se pueden ejecutar sin el continuo ejercicio de muchas y sólidas virtudes. Pues además del talento, del juicio, de la prudencia, de la habilidad en el manejo de los negocios, del don de gentes, del discernimiento práctico de las cosas, qué laboriosidad, aplicación y constancia, ¿qué beneficencia, qué celo y qué caridad no es necesaria para satisfacer a tantos ministerios y oficios, a tantas ocupaciones y negocios? ¿Qué caudal no se necesita de afabilidad y mansedumbre, de sufrimiento y paciencia, para tratar con tantas gentes de talentos, de genios y humores tan diversos? Qué grandeza de alma, qué superioridad de espíritu y qué fondo de virtud sólida y bien fundada no es menester, no digo para no distraerse, sino aun para no derramarse y disiparse enteramente en medio de tanto tumulto de 434

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cosas y negocios. Y efectivamente, entre tantas ocupaciones y negocios supo el P. Guerra ser un hombre piadoso, devoto y aun tierno, y un religioso exacto y observante. Y todas estas virtudes que hemos nombrado, juntamente con un amor tiernísimo por su Madre la Compañía, y por corona y esmalte de todas ellas el ser dentro y fuera de casa como le llamaban todos el Ángel de Paz, forman el verdadero carácter de este grande, insigne e incomparable jesuíta. Por lo dicho se deja entender bastantemente que, el P. Antonio Guerra en la ciudad de Valladolid y en todos aquellos alrededores, era un hombre muy conocido, estimado, consultado y como un oráculo para con todo género de gentes, aun las más distinguidas y de más elevada esfera, y por lo mismo su muerte, en la misma ciudad, con apariencias de infeliz y miserable a los ojos de los hombres, es uno de aquellos saludables desengaños y lecciones prácticas que se ven algunas veces de la volubilidad e inconstancia de la honra, gloria y aplausos del mundo. En su misma cama, en la que se hallaba enfermo, fue arrestado y se le puso al instante una centinela a la puerta de la alcoba y allí mismo se le intimó el decreto de destierro de España que, con grandísimo dolor suyo, no pudo cumplir siguiendo en su desgracia a sus hermanos. Desde la cama fue llevado al convento de los reverendos padres franciscos observantes, de donde no sabemos otra cosa sino su muerte a doce de junio, como antes notamos. Pero dos cosas se deben tener por ciertas y seguras. La primera, que no siendo grave y peligroso el mal que tenía cuando fue arrestado y desterrada la Compañía, la verdadera causa de su muerte, en una edad no muy avanzada, ha sido la injusta, violenta, y bárbara persecución contra los jesuítas de España y los trabajos, desgracias, ignominias y deshonras que se han ido siguiendo después de ella; y la otra, que aprovechándose de su grande entendimiento, mucha virtud y sólida piedad, habrá sabido perdonar muy de corazón a los autores de su muerte, conformarse con la voluntad y disposiciones del Señor y aprovecharse de un tiempo tan precioso y tan lleno de cruces, por todos lados, para purificarse y santificarse más. 435

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Aun después de muerto, como sucedió muchas veces a los Santos Mártires, tuvo que padecer sus afrentas y deshonras. Era ya pública en la ciudad su muerte, y con asombro y aun escándalo de toda ella no se oía a las horas acostumbradas hacer señal con las campanas del convento y, efectivamente, se pensó en enterrarle sin esta honra y ceremonia eclesiástica, aunque después, reconvenidos los religiosos por esta falta, tocaron finalmente las campanas al modo regular. Más afrentosa e indecente fue la manera de presentar el cadáver de este respetable jesuíta y hombre verdaderamente grande, pues le presentaron en la iglesia o a lo menos en la sacristía, sin vestidos sacerdotales, con una sotanilla corta y con marca y señal de delincuente, bien fuese algún género de grillos en los pies o alguna soga o dogal al cuello252. Pero, parece que al haber el horror y escándalo de todo género de gentes, con un espectáculo tan indecente, tan inhumano y tan impío, fue retirado el cadáver y se le vistió con alguna decencia. Quien haya sido el autor de estas insolencias y brutalidades, si los religiosos franciscos de aquel convento o el Intendente Bustamente, que en todas las cosas de los jesuitas se ha portado con rigor y con fiereza, no lo pueden asegurar estos padres que tampoco han contado estas indecencias usadas con el cadáver con tanta claridad y distinción, como quisiéramos nosotros. El Intendente, viendo el escándalo que se había causado en todo el pueblo, echaba la culpa de todo a los frailes y éstos se la echaban al Intendente, y esto ya lo aseguran estos padres porque después del suceso se hizo público en toda la ciudad. Y así yo me inclino mucho a creer que todos ellos tuvieron parte. El Intendente, porque de algún modo mostraría su voluntad, en cuanto a que al difunto se le tratase como reo, y los religiosos porque condescenderían con demasiada facilidad a una cosa tan injusta y acaso llevarían la infamia y deshonra del difunto más allá de la intenciones y deseos del Intendente. Aquella Universidad de la que era miembro y aun su Vicecanciller, y a la que había servido bien en muchas ocasiones 252. Nota del autor: «De toda esta historia habla mejor y más copiosamente el P. Francisco de Isla en su Memorial al Rey, desde la p. 316». 436

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 el difunto P. Antonio, se halló también embarazada sobre el partido que había de tomar en orden a hacerle las exequias acostumbradas con los demás doctores. Pero como la cosa se podía suspender, consultaron sobre ella a la Corte para saber su voluntad; y el conde de Aranda la respondió con su acostumbrada marcialidad e intrepidez que «Su Majestad no se metía con los muertos sino solamente con los vivos»; y así se le hicieron en aquella Universidad los sufragios y honras que acostumbra hacer a todos sus miembros. Nació este insigne jesuita en el febrero del año once de este siglo en una aldea llamada Maniblas, en el Obispado de Ávila. El tercer y último de que estos padres tienen noticia, murió a veintitrés del mismo mes de junio en el convento de los padres franciscos de la ciudad de Santander, y fue el H. coadjutor Juan Carvajo253. Estaba al tiempo de nuestra partida de España en el oficio de portero del Colegio de Medina del Campo, en donde yo le conocí y me pareció un religioso muy observante, muy cuidadoso del cumplimiento de su oficio, callado, humilde y atento con todos. Por sus muchos años, que eran setenta y ocho, y mucho más por estar postrado y poco menos que impedido, no siguió a los demás del Colegio cuando marcharon a Santander a principios de abril. Pero debió de llegar por allí, como notamos que había llegado a Galicia el bárbaro orden del conde de Aranda, que sería inhumano, aunque se tratase de hombres de la ínfima plebe, facinerosos y condenados a galeras por sus delitos, concebido en estos o en otros términos muy semejantes, «que vayan todos los que no tengan peligro inminente de morir en el camino». Salió pues este hermano de Medina en fuerza de este orden, y al mismo tiempo y del mismo Colegio salieron el H. Antonio Giménez aun más falto de fuerzas que el dicho hermano, y un hermano escolar llamado Segundo Cabrero, que un año antes había perdido la cabeza, estaba loco rematado y para siempre, y los tres juntos llegaron al puerto de Santander en la hora misma en que se estaban embarcando los padres para pasar a El Ferrol; 253. Carvajo escribió varios papeles, que quedaron en España, sobre la vida del P. Calatayud, del que fue su amigo más íntimo. 437

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y no habiendo tenido por conveniente el hacerlos embarcar al instante, fueron depositados en el Convento de San Francisco, en donde murió este H. Juan Carvajo, que era natural de Rosas, en el Obispado de Astorga. No será extraño que, en los meses de julio, agosto, septiembre y octubre, en que estos padres han estado encerrados en Cartagena, o en la mar, haya muerto en España algún otro, de que ellos no han podido tener noticia, ni es fácil saber cuándo y cómo la tendremos nosotros en esta isla. Día 20 de noviembre Va probando muy bien, para los pobres enfermos, el aire del lugar de Lumio, a donde pasó hará como un mes mi hermano y después le han seguido otros dos convalecientes con sus compañeros coadjutores para asistirlos, y han tenido la fortuna de ponerse todos en casa de un sacerdote, en donde lo pasan bien, con gusto y con alivio. Pero ahora se hallan los pobres en una tribulación muy grande y en peligro de ser echados de aquella casa y del lugar. El magistrado o Corregidor de Algaiola a quien está sujeto Lumio, sin que se pueda entender qué le mueve a ello, ha dado ya por tres veces orden al sacerdote, en cuya casa están, de que les eche fuera de ella, que sería en las circunstancias lo mismo que echarlos del lugar. El sacerdote y, en general, todo el pueblo siente mucho esta determinación del Corregidor de Algaiola, pues los jesuitas no les hacen mal alguno y por lo menos les hacen el pequeño beneficio de dejar allí algún dinero, del que hay mucha escasez en toda la isla, y así se van resistiendo del modo que pueden al dicho orden; esperando que el Corregidor, que entrará a principios del año nuevo, no llevará adelante esta resolución del presente, lo que para todos sería muy sensible pues siempre es cosa oportuna tener la puerta franca para que puedan ir al dicho lugar algunos enfermizos y convalecientes. Día 21 de noviembre Este día han hecho los votos del bienio algunos de los jóvenes que salieron de España novicios y han cumplido ya los 438

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dos años de noviciado. Ya se ve que no se debía de dudar en conceder a estos jóvenes, que han hecho acciones tan grandes y verdaderamente heroicas por seguir a la Compañía, al hacer sus votos al tiempo regular y acostumbrado. No obstante me inclino mucho a creer que, por causa de no tener pensión como los demás, ha habido en el caso sus dificultades de parte de Roma, que quedan en secreto entre los Superiores y consultores y de las que sólo ha salido hacia fuera un confuso rumor, y de aquí puede haber nacido de que a cada uno de estos jóvenes, antes de hacer sus votos, se le ha preguntado por orden del P. General si se halla con fuerzas y ánimo para seguir a la Compañía en los presentes trabajos. Y así se practicará en adelante con todos los demás, según vayan cumpliendo el tiempo necesario para hacer los votos. Día 24 de noviembre El P. Gerónimo Obeso y el H. Joaquín Echauri, que dijimos haber venido de Ajaccio, han tenido tiempo para ver cómo estamos acomodados en esta ciudad, y aseguran que es mucho mayor la estrechez y apretura con que estamos aquí que la que tienen en Ajaccio, no solamente los padres de la Provincia de Toledo que desembarcaron los primeros en aquella ciudad, sino aun los doscientos cuarenta que acaban de llegar de España. Y en particular de los de nuestra Provincia, dicen que están decentemente acomodados y algunos, que han alquilado una casa de campo del General Paoli, están todavía con más holgura y desahogo. Por esta causa se han vuelto hoy estos padres a Ajaccio y allá se quedarán con todos los demás que vinieron de España, formando en aquella ciudad una especie de colonia, o un Colegio de nuestra Provincia de Castilla. Por las casas han dicho estos padres que les llevan un alquiler muy alto, como por todas las demás cosas, un precio bien subido en cuanto pueden, según las circunstancias, porque en este punto todos son iguales y no menos procuran aprovecharse de la ocasión y de la necesidad, los de aquella ciudad que los de ésta. 439

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Día 28 de noviembre Estamos muy ocupados piadosa y devotamente en hacer en todas las casas, por orden del P. Provincial, las novenas del Sagrado Corazón de Jesús y de San Francisco Javier. Aquélla se empezó el día veintiuno y ésta el veintiséis, y las dos se hacen juntamente con la comunidad en el oratorio. En el mismo día veintiséis dio también principio a la novena del grande Apóstol de las Indias, en la iglesia del convento de los religiosos franciscos, y se hace la función con mucho decoro, piedad y devoción y casi estoy por decir con magnificencia. El altar está decentemente adornado, hay en él mucho número de velas y yo supongo que hacen el gasto algunos particulares devotos de San Javier. Está el Santísimo patente y cantan los gozos del santo y las demás cosas convenientes algunos de los de la capilla de música que se ha formado aquí, y que cada día lo van haciendo mejor. Y no obstante que el tiempo ha estado, y está todavía, muy áspero y crudo y que para ir a la dicha iglesia hay que atravesar un descampado bastante grande desde el arrabal, y otro además de éste, muy molesto desde la plaza, acuden a centenares los jesuitas a esta devota función y me edifica mucho y me enternece el ver a tantos respetables ancianos que, casi a la rastra y sin detenerse por incomodidades, van con todos los demás a la dicha iglesia a pedir a nuestro protector y Padre S. Francisco Javier que nos dé a mano y socorra en los presentes trabajos y tribulaciones.

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Diciembre Día 1 de diciembre En una pequeña embarcación de remos, que ha venido hoy de Ajaccio, han llegado cuatro escolares jóvenes que estuvieron algún tiempo en nuestro noviciado de Villagarcía, marcharon de allí para embarcarse y pasar a la América y les cogió nuestra desgracia estando aún en la Provincia de Toledo. Uno de ellos había hecho ya los votos y siguió, por consiguiente, a la dicha Provincia en sus viajes de tierra y en su desembarco en la dicha ciudad de Ajaccio. Los otros tres eran y son todavía novicios, pero no se hallaban en Madrid y así no se les gustó la sotana tan ejecutivamente como a los novicios de la Corte. Quedaron estos tres novicios en España pero haciéndose fuertes con la permisión que les daba el Rey de seguir a los padres, contrastando siempre con el Alcalde o Comisionado, en cuyo poder estaban y escribiendo sobre el asunto sus representaciones y carta al Presidente del Consejo, y el fruto de su fuerte y vigoroso combate que merecía se hiciese de él, como del de nuestros novicios, una relación particular, fue el que al cabo se les permitió seguir a la Compañía en su destierro. Parece que, no teniendo en la Provincia de Toledo novicio alguno, podía ser de poca carga el mantener a estos tres jóvenes cuando a ésta que tiene ya tantos no dejan de ser de peso otros tres añadidos nuevamente. Pero sea lo que se fuere de la causa de no haberse quedado en aquella Provincia estos jóvenes y haberse venido a ésta, lo cierto es que les habrá costado poca dificultad el unirse a esta Provincia; porque en ella los primeros Superiores y, especialmente, el P. Provincial Ignacio Ossorio y el P. Reverendo Francisco Javier Idiáquez, tienen en este particular pecho y corazón muy dilatado y generalmente todos los particulares tienen bastante caridad para partir con gusto hasta el último bocado de pan con unos jóvenes tan gloriosos y cuya constancia es de tanta gloria para la Compañía de Jesús. Se han agregado, pues, estos tres jóvenes que se llaman D. Ambrosio 441

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Fernández254, Matías López255 y Rosendo Castro256 a este nuestro noviciado y en él, a su tiempo harán sus votos y en todo serán tratados como nuestros novicios. Día 2 de diciembre Por cartas de Roma, que acaban de llegar en un barco de Liorna, se sabe, con bastante seguridad, tres cosas de España todas tristes y disgustosas y que prueban que va subiendo todos los días de punto el furor contra nosotros del Ministerio de Madrid. La primera es que al Eminentísimo señor Córdoba, Arzobispo de Toledo a57, se le ha dado orden de no acercarse ni a la Corte, ni a los sitios reales. No dicen la causa de esta prohibición a una persona por todas sus circunstancias tan respetable, pero según el genio y humor de los ministros de Madrid y el carácter del Eminentísimo Córdoba, prelado piadosísimo y amantísímo de la Compañía, es preciso que sea o porque ha dicho o hecho alguna cosa a favor de los jesuítas, o porque teman que la diga o que la haga, y acaso movido e incitado del Sumo Pontífice, que es bien verosímil que le haya animado a que hable al Rey sobre la Compañía. La segunda es que se ha publicado en toda España un bando terrible contra los jesuítas que, sin licencia de la Corte, entren en el Reino, y se pone en él contra los transgresores no 254. Juan Ambrosio Fernández nació el 26 de diciembre de 1745 en San Juan Villa, Obispado de Oviedo. Fue uno de los firmantes del memorial que los novicios enviaron a España solicitando pensión tras la extinción de la Compañía y terminó sus estudios de Filosofía en Bolonia, el 24 de septiembre de 1771. 255. Matías López era natural de Salze, en el Obispado de Zamora, había nacido el 24 de febrero de 1742; fue otro de los firmantes del memorial que los novicios enviaron a España solicitando pensión tras la extinción, y también terminó sus estudios de Filosofía en Bolonia el 24 de septiembre de 1771. 256. Rosendo Castro había nacido en Lugo el 27 de mayo de 1745, firmó el mismo memorial que los anteriores y también finalizó la Filosofía en Bolonia el 24 de septiembre de 1771. 257. Luis Antonio Fernández de Córdoba pertenecía a la familia de los condes de Teba y era sobrino de Portocarrero. Fue presentado por Fernando VI para la mitra de Toledo en 1755, año en el que estaba en esa ciudad como vicario general F. A. Lorenzana, en Diccionario de historia eclesiástica de España, Madrid, 1972, p. 918. El P. Luengo siempre le consideró afín a los jesuítas y escribió una reseña sobre la vida de este prelado cuando falleció en 1771. Diario, t. V, p. 91. 442

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menos que pena de muerte si fueren coadjutores o legos y de reclusión o cárcel perpetua si fueren sacerdotes. ¡Qué furor, qué rabia, qué brutalidad! Así se cumple lo poco que hay favorable a los jesuitas en la Pragmática Real en la que, con ciertas condiciones, se permitía la vuelta a España. Por una parte, a nadie se da licencia aunque la pida y, por otra, se añaden cada día nuevos rigores contra los que entraren sin ella. Pobres infelices y dignos de compasión los que por amor a la patria han dejado la Compañía, perdiendo las muchas ventajas que hay en vivir en ésta, sin lograr el pequeño consuelo de entrar en aquélla; y más miserables todavía algunos temerarios que, como antes dijimos y se ha confirmado después por muchas partes, han entrado en España sin licencia, y así se ven allá expuestos a parar en una horca o en un calabozo por lo menos. La tercera y última es que contra este D. José de la Torre, que estuvo en esta ciudad y que aún no habrá vuelto a Roma, ha llegado de la Corte de Madrid decreto formal de desnaturalización y que no se le tenga por español en adelante para cosa alguna. Antes insinuamos esto mismo, pero entonces no debió de ser más que amenaza del Ministro en Roma o alguna determinación suya, solamente que ahora se ha confirmado con decreto de la Corte. Todo su delito es el no haberse retirado de tratar con los jesuitas aun después de la prohibición de la Corte de Madrid. Si creerán los venideros estos horrores y bestialidades que sólo el tratar con los jesuitas sea un crimen de lesa majestad, que se castiga en un español que está en Roma no menos que con borrarle de la nación, desnaturalizarle y hacer que en nada se le mire como español. Día 3 de diciembre Día del grande Apóstol de las Indias San Francisco Javier. Se ha puesto hoy fin a su novena y se ha celebrado su fiesta del mejor modo que se ha podido en dos iglesias al mismo tiempo. Los padres andaluces han cantado una misa con mucha solemnidad en la iglesia del Convento de San Francisco, y nuestra Provincia la ha cantado en la parroquia de la ciudad, llevando el coro la capilla de música de que hemos hablado tan443

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tas veces. Todo salió muy bien y se hizo con toda devoción. Pero hubo una novedad que nos sorprendió mucho a todos los que no estábamos informados de la cosa, que éramos los más. Antes del Evangelio, como por motete o villancico, cantaron nuestros músicos y de un modo muy inteligible unas coplitas muy bellas compuestas por el P. Idiáquez en alabanza de San Javier. Hasta aquí no había cosa que nos pudiese sorprender mucho, aunque sea ésta la primera vez que se cantan coplas en español258. Lo extraño y singular, y que con razón nos sorprendió, es el asunto y tenor de las mismas coplas que no vienen a ser otra cosa que un himno triunfal y cántico de vencedores, suponiendo que muy presto volvemos a España conducidos por San Javier y a entrar en posesión de nuestros colegios. Es así que muchos, y aun se puede decir que los más de los jesuitas que están en esta ciudad, creen que presto iremos de camino hacia España fundados en lo que diremos un poco más adelante. Pero con todo eso, no se puede aprobar que se haya cantado esto en público, y es preciso decir que la poesía y la música, ambas facultades alegres y que recalientan la fantasía, no les ha dejado advertir hien la irregularidad de este paso porque es muy fácil que la gente del país haya entendido, a lo menos en general, el asunto de las coplas y es muy fácil también que alguno de los jesuitas que está hoy con nosotros deje mañana de serlo y pase a Italia y lleve consigo una copia de esta composición o villancico. Y si después no vamos a España y nos quedamos aquí en medio de nuestros himnos y canciones triunfales, es preciso pasar por la confusión de que se rían de nosotros y nos tengan por demasiado sencillos e inocentes, por no decir simples, que cantamos triunfos y victorias estando muy lejos de haber vencido. Y en la realidad esto es lo único reprensible en este paso, pues por lo demás a nadie se hace daño con esta inocente diversión.

Día 6 de diciembre Ya que en otro tiempo cantábamos pocas misas en nuestras iglesias, por estar ocupados en cátedras y en otros minis258. Nota del autor: «Hay copia de ellas en la Colección de Papeles Varios, T. I, p. 127». 444

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teños, ahora que no tenemos nada de esto nos vamos aficionando a cantar misas solemnes y, en la realidad, además de ser cosa muy buena y muy santa, tiene también la conveniencia de servir de una inocente y piadosa ocupación. En efecto, esta mañana a expensas de un particular se ha cantado una misa con toda la posible solemnidad al dulcísimo y Sagrado Corazón de Jesús. Y esto, juntamente con la novena que se hizo los días pasados en toda la Provincia, sirve maravillosamente para encender y avivar más entre nosotros esta santísima y útilísima devoción, tan perseguida hoy en el mundo precisamente porque se mira en alguna manera como propia de los jesuitas. Día 7 de diciembre

Ayer murió en una de nuestras casas del arrabal el H. Manuel Viguri, coadjutor que al tiempo del destierro era maestro de escuela en el Colegio de Falencia. Tenía ya setenta años cumplidos, estaba bastante grueso y muy postrado; y así padeció mucho a mi vista en el navio «Nepomuceno», no pudiendo el pobre manejarse para entrar y salir, vestirse y desnudarse en aquellas miserables sepulturas, que nos servían de camas; y entonces me pareció un hermano de buen juicio, piadoso y devoto. Hoy se le ha hecho el oficio con la decencia acostumbrada. Era natural de Orduña. Murió ayer en esta ciudad el P. José Ontañón, con quien viví algún tiempo en el Colegio de Santiago de Galicia, de donde salió a predicar la última cuaresma en el puerto de El Ferrol, y allí fue arrestado. Era hombre de talentos más que comunes para las ciencias y enseñó Filosofía y Teología en las cátedras principales; pero aún tenía mejor talento para el pulpito, especialmente para sermones morales y misiones, ayudándole mucho para esto su genio ardiente, intrépido y fogoso y mucho más el ser hombre de celo, de mucha religiosidad y muy exacto y observante en todas las cosas. Hoy se le ha hecho el oficio al modo regular en la parroquia de la plaza. Tenía cincuenta y dos años cumplidos y era natural de Tafalla. 445

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Día 12 de diciembre Tenemos aquí la comodidad de que no hace frío la mitad del que en Castilla la Vieja. Pero soplan casi continuamente unos vientos muy fuertes y casi furiosos, los que si bien nos son muy útiles para impedir alguna peste o epidemia que se pudiera temer estando tan estrechos, tan apretados y propiamente oprimidos, no dejan de ser molestos y a ellos se debe atribuir una abundancia tan grande de resfriados, que una tercera parte de la Provincia está en cama y pudiera estarlo también otra tercera por el mismo motivo. Cuando yo subo por la noche a la pieza grande del desván a tener la cátedra, siete de mis discípulos oyen la explicación sentados cerca de mí y los otros siete desde sus camas, que están en la dicha pieza con otras nueve más como ya se dijo en otra parte. Pero al fin, como el mal ni es grave ni tampoco pegadizo, aunque no deja de ser molestia para los enfermos y para los sanos, por estar, digámoslo así, unos sobre otros, no se mira como gran trabajo. Día 15 de diciembre Uno de los padres pasantes que había de tener su acto de Teología en la Universidad de Salamanca le ha tenido hoy en esta ciudad de Calvi, en la casa de San Luis. El concurso de los de la Provincia, como se deja entender, ha sido muy grande y han asistido también muchos padres andaluces; la función ha salido muy bien y con mucho lucimiento de todos. Y como en aquella casa se han reunido todos los jóvenes escolares de Teología, que en España estaban repartidos entre Salamanca y Valladolid, habrá muchas de estas funciones literarias que, además de ser útiles a los maestros y discípulos, sirven de una honesta y gustosa recreación a toda la Provincia en este miserable estado en que no se sabe en qué gastar el tiempo. Día 19 de diciembre Por cartas seguras de Ajaccio se sabe que aquellos comisarios que vinieron de España deben de haber recibido ya instrucciones para el ejercicio de su empleo, y parece que éste se 446

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reduce, hasta añora, a hacer el oficio de tentadores y demonios con el fin de reducirnos a pequeño número y aun acabar con nosotros, haciéndonos a todos dejar la Compañía y salir al siglo. En efecto, se sabe con certeza allí en Ajaccio que los comisarios por sí mismos han sentado y solicitado a éste y a aquél para que salga de la Compañía, y además de esto han dado a los provinciales, de oficio y como ministros del Rey, dos avisos u órdenes que si se cumplen, como ellos quieren, ayudarán mucho para que varios dejen la Religión. El primero es que a cada uno de los particulares se deje el uso libre de la pensión del Rey, y el segundo es que no se metan los Superiores en impedir de algún modo a ninguno el que salga, si quiere, de la Compañía. Claro está y no es necesario decirlo para que se entienda, que el cumplimiento de estos dos órdenes facilitará mucho la secularización de varios, especialmente jóvenes y coadjutores. Pues, por una parte, cada uno tiene consigo el dinero de su pensión, es más fácil el consentir en una tentación que le venga de huirse y marcharse a Roma, y sacar allí su secularización y por otra, faltándoles un buen consejo de los hombres graves y de autoridad, y la dirección, las correcciones y avisos oportunos de los Superiores, es mucho más fácil que consientan en la tentación de dejar la Compañía. Y no son estos órdenes, si se quiere hablar con libertad, franqueza y llamando las cosas con sus propios nombres, una iniquidad e impiedad sacrilega y diabólica con que unos ministros legos (que estos son, y no el Rey, los que dan semejantes órdenes) casi nos han de dispensar del voto de pobreza religiosa, o por lo menos han de obligar a Superiores y subditos a que no guarden y observen el dicho voto, concediendo a éstos el uso libre del dinero, y quitando a aquéllos la autoridad que tienen en éste punto. Con que estos ministros han de atar las manos a los Superiores y a todos los demás para que no puedan socorrer ni aun con un buen consejo y un aviso saludable, a un pobre que está al borde del precipicio, que va a caer y perderse, abandonando su estado, volviendo a Dios las espaldas y faltando a los votos religiosos con que para siempre se ha consagrado al Señor. No es éste con toda propiedad el ardid más común y más diabólico de los tiranos y perseguidores, impidiendo con sus de447

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cretos y con sus órdenes que los sacerdotes y prelados, con sus amonestaciones y consejos fortaleciesen en la fe y apartasen de la apostasía al pueblo incauto, sencillo y expuesto a ser engañado por los malignos y astutos enemigos de Jesucristo y de su Iglesia. Hasta qué abismo de impiedad se han precipitado un conde de Aranda, un Fiscal Campomanes y otros ministros de Madrid, que son los verdaderos autores de estas maldades casi increíbles, aunque se están viendo y palpando. En efecto, me consta con toda certeza que a este P. Provincial, Ignacio Ossorio, le ha llegado carta de los comisarios con los dichos órdenes, lo que se procura ocultar cuanto se puede; porque no faltan entre nosotros algunos espíritus inquietos y extravagantes que, autorizándose con el orden del Rey, se empeñasen en que se entregase a cada uno el dinero de su pensión. No se ignora que en las otras provincias o por lo menos en la de Andalucía, que en parte está aquí con nosotros, se hace así del todo o en alguna manera. Pero también es cierto que, sin contar nada con la facilidad que puede dar a muchos para huirse el tener su dinero consigo, ni con la falta de pobreza que puede haber en ello, es por otro lado un mal muy grave de que deseo mucho que el Señor nos libre a nosotros, porque a esta cosa es consiguiente, que no se puedan hacer compras por mayor, ni provisiones a tiempo, y añadiéndose también que muchos gasten mal su dinero, es forzoso que haya desgobierno y desórdenes, miserias, trabajos, hambre y necesidades. Nuestro Provincial hasta ahora está muy lejos de pensar en entregar a cada uno su dinero, no obstante el orden que le ha venido en la carta de los comisarios, a la cual ha respondido con mucha urbanidad y cortesía, y al mismo tiempo con religiosa entereza, diciéndoles en suma que nunca se persuadirá que sea conforme a las intenciones de Su Majestad, que él falte a las obligaciones más esenciales de su oficio. Veremos si tiene alguna mala resulta esta su firmeza y constancia. Día 21 de diciembre Murió ayer en esta ciudad el P. Roque del Río, sacerdote joven que era muy inocente y angelical, religioso muy obser448

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 vante, devoto y fervoroso y al mismo tiempo de un genio y carácter muy pacífico y amable; y así era muy querido y estimado de todos y, por esta parte, se ha sentido mucho en toda la Provincia su muerte. Pero, por otra, ha habido en ella un contento y alegría grande, porque en vez de una congojosa e inquieta agonía experimentó en aquella hora, en medio de ser tímido y pusilánime, una paz, quietud y seguridad tan grande, unas delicias y gozos tan extraordinarios, que no son ciertamente frutos de este valle de lágrimas; y él mismo pocos momentos antes de morir decía que era tanto el consuelo y gozo que sentía en su corazón que le parecía que estaba ya en el cielo. Dichoso destierro y dichosos trabajos, si por ellos logramos una muerte tan suave, tan santa y tan preciosa como este hermano nuestro. Hoy se le ha hecho el oficio con la decencia acostumbrada. Tenía treinta y seis años de edad y era natural de Allariz en Orense. Día 22 de diciembre Ayer día veintiuno, día del glorioso Apóstol Santo Tomé, fue el último término de nuestras alegres y seguras esperanzas de volver a España y a nuestros colegios, de las cuales hemos hecho mención alguna otra vez en este Diario, y a ellas aludían también las copletas o villancicos que se cantaron en la parroquia, el día de San Francisco Javier, como no hace mucho que contamos aquí. Y ellas eran tan universales que por lo menos dos partes de tres de la Provincia creían firmemente que marchábamos a España, y tan firmes, tan seguras y tan constantes que aun ayer mismo al anochecer se esperaba ver entrar en el puerto los navios españoles que nos llevasen. Según esto, es más fácil el concebir cada uno a su modo que poder yo explicar así la inquietud, bulla y algarabía inocente y a ninguno perjudicial el día de ayer, término de estas esperanzas hasta haber ido algunos hasta los montes más altos a ver si se descubría el convoy; como también hoy, primer día en que se acabaron las esperanzas, la confusión, encogimiento y vergüenza de tantos, como hemos creído (pues no quiero disimular que yo he sido uno de ellos), que volvíamos luego a España aunque todas 449

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las razones humanas y todos los sucesos, que se veían, inclinaban a creer lo contrario. ¿Y cuál ha podido ser el apoyo y fundamento de una esperanza tan universal y tan segura, aun de muchos de los sujetos más graves de la Provincia? Yo lo diré con franqueza y sin rebozo. El P. Joaquín de Iturri259, de nuestra Provincia, hombre ya anciano 26° piadosísimo y devotísimo, tenido con mucha razón por un santo, por un jesuíta ejemplar y de singular virtud a quien le ven todos siempre absorto, por decirlo así, y arrebatado en Dios. Sujeto hábil, sabio, muy versado e instruido en cosas de espíritu, habiendo sido ayudante de novicios e instructor de los padres de la Tercera Probación. Este hombre, de este carácter y circunstancias y venerado de todos, empezó a decir tiempo hace con mucha aseveración y firmeza, con estas o con las otras palabras, que se acababa nuestro destierro el día de Santo Tomé Apóstol. Y habiéndolo repetido cien veces y siempre que se ofrecía la ocasión, y siempre con la misma resolución y seguridad, se extendió por la Provincia y se ha creído no poco por las dos partes de los sujetos de ella, y pasando, como era natural, de nuestra Provincia a la de Andalucía, que está aquí, y aun a las de Toledo y Aragón, en todas ellas y especialmente en la primera de las tres ha habido algunos o muchos que lo han creído también. Éste es el hecho referido sencillamente y sin disimular cosa alguna, aunque nos pueda ser de algún rubor y vergüenza. Con que ya es preciso decir que el P. Iturri se ha engañado asegurándonos con tanta firmeza que el día de Santo Tomé volveríamos a España. Es así y Su Reverencia mismo lo confiesa con humildad y un santo encogimiento. Pero por lo que toca al P. Joaquín, aunque no puede ignorar que su dicho se había extendido por toda nuestra Provincia y aun había llegado a las otras y que, por consiguiente, viéndose tantos burlados se pensarán y dirán muchas cosas en poco crédito y honor su259. El P. Iturri realizó un escrito contra Palafox, en 1787, acerca del modo en que se debía interpretar la escritura del venerable. 260. Tenía 70 años, no obstante, falleció en Bolonia veintidós años más tarde, el 18 de marzo de 1789. 450

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yo, y aun no han faltado ni faltarán otros muchos que le reconvenían en su propia casa, todo esto no tiene inconveniente particular porque, como el P. Joaquín es verdaderamente santo y humilde, le servirá esta confusión e ignominia en un punto tan sensible y delicado para humillarse profundamente delante del Señor y merecer mucho en su divino acatamiento. Por lo que toca a nuestra Provincia no tiene tampoco este engaño inconveniente ninguno de consecuencia; y todo ello viene a parar en que los que no creyeron se burlan festivamente de los que creímos, y nos dan sobre ello alguna baya; que todo viene a ser un poco de fiesta y diversión. Pues por lo demás, los Superiores y los demás que entienden en el gobierno y provisión de las casas, aunque había entre ellos muchos que creían como los otros, han tenido el juicio y prudencia de proceder en todas las cosas del mismo modo que si nada creyeran ni esperaran. No sucede así, a lo que oigo asegurar, entre los padres andaluces, de los cuales muchos creían aun con más seguridad que nosotros lo que decía el P. Iturri. Y como por otra parte cada uno tiene consigo su pensión y su peculio y es preciso que haya muchos de poco gobierno y prudencia, especialmente los jóvenes, no pocos de ellos, pensando que esto se iba a acabar, han gastado su dinerillo, comiéndose alegremente sus fritadas y gazpachitos, como ellos dicen, y se han quedado sin un cuarto para comer en adelante, y lo peor es que aunque se va acercando el término de la paga de nueva pensión, no se ven disposiciones de que pueda venir tan presto. Y es posible, dirán algunos al leer ésta, que un hombre de tal carácter, cual pintamos al del P. Joaquín Iturri, se haya engañado y alucinado enteramente en una cosa de tanta importancia sin motivo ni fundamento alguno. Yo he procurado informarme de esta cosa de los que han andado más cerca del P. Iturri, y esto es todo lo que he podido averiguar en el asunto. En la villa de Torquemada, no lejos de la ciudad de Falencia, yendo el P. Joaquín de viaje desde Valladolid a Santander para embarcarse en este puerto, estuvo un gran rato delante de una devota imagen de San Francisco Javier, que se venera en la iglesia de aquella villa, y en fuerza de lo que allí vio, oyó o sintió se persuadió firmemente y empezó a decirlo con franqueza 451

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y aseveración que nuestro destierro no duraría, que baste el día de Santo Tomé Apóstol de este mismo año. En esta circunstancia se engañó ciertamente el P. Iturri; pues ha pasado el día de Santo Tomé y nos estamos quietos en nuestro destierro de Calvi. Pero si se engañó en todo y no hubo allí delante de la imagen de San Javier más que un piadoso, santo y ardiente deseo del mismo padre, que él creyó alguna revelación, locución o sentimiento divino y extraordinario, esto nos lo ha de decir el tiempo. Porque si yo viere en adelante algún suceso particular en orden al establecimiento de la Compañía en España el día de Santo Tomé Apóstol, creeré que el santo padre tuvo alguna inteligencia del cielo sobre esta cosa, pero que no entendió el año en que había de suceder, y sus piadosas ansias y ardientes deseos fueron causas de que se persuadiese que había de ser este presente año. Día 25 de diciembre Día de Pascua de Navidad. Nada se ha hecho esta noche de lo que se acostumbraba en nuestros colegios, ni en cuanto a función de iglesia, ni en cuanto a regalillos del refectorio, pues nuestro miserable estado no nos permite ni uno ni otro. Esta mañana se ha hecho en esta parroquia de la plaza el oficio al modo regular, en cuanto el día lo permite, al P. Manuel Amezqueta, que habiendo entrado ya diácono y con muchos años de estudios, desde el noviciado pasó a estudiar Teología en esta casa de San Luis, en la que murió ayer. Era un joven de buenos talentos, de buen juicio y muy buen religioso. Era natural de Azanza, pueblo del valle de Goñi en Navarra, diócesis de Pamplona, donde nació en 1741261. Día 28 de diciembre Se van pasando las pascuas sin regalo alguno, antes con estrechez y pobreza y sin aquellas inocentes diversiones que solía haber en nuestros colegios, especialmente en donde había juventud, pero con paz, con gusto y con alegría, y lo que más 261. Esta última frase no fue escrita por el P. Luengo. 452

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molesta en el día es el frío que, aunque todavía es moderado si se compara con el de Castilla la Vieja, se deja sentir bastante por falta de abrigo en las casas, que en punto de ventanas y puertas están por lo regular muy descuidadas, y por la escasez de ropa con que abrigarnos, y lo peor es que la peste de resfriados y catarros va adelante y aun se ha aumentado con el frío de estos días. Y así hago juicio que al presente está en cama la mitad de la Provincia, lo que en tanta estrechez de habitación, aunque el mal no sea grave, siempre es mucha molestia y trabajo. Día 31 de diciembre El jesuita alemán Belingen, de quien antes dijimos haber ido a Isola Rosa debió de marchar muy prestp desde allí a Ajaccio y hoy ha llegado aquí viniendo desde la dicha ciudad. Viene poco contento del estado de su negocio, que era sacar el permiso de la Corte de Madrid para retirarse a Alemania y su sueldo o alguna pensión por sus servicios en el empleo de maestro de los infantes, y asegura que habiendo escrito a este intento a todos los secretarios de Estado, de ninguno ha venido respuesta ni a él en derechura, ni por medio de los comisarios. Con uno de los dos, que es D. Fernando Coronel, le sucedió a este padre lo que antes dijimos en términos generales que practicaban los comisarios con varios sujetos, esto es, que le ha tentado y solicitado para que salga de la Compañía, y lo mismo ha hecho el Comisario Coronel por carta con un sujeto grave de esta Provincia, haciéndoles, como se supone, a los dos grandes promesas si salen al siglo, aunque después que les ven fuera de la Compañía no cumplen ninguna. De los dos ha tenido el Comisario la respuesta que merecía su temeraria, impía y sacrilega solicitación. Y si esto hacen estos comisarios con unos hombres tan respetables como estos dos, qué notarán con los coadjutores y jóvenes con quienes pueden tener mayores esperanzas de lograr sus impíos intentos y de quienes no pueden tener una respuesta que les cubre de rubor y de vergüenza. Es, pues, evidente que estos dos comisarios reales que han venido de España, D. Pedro de la Porcada y D. Fernando Co453

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ronel, tienen el oficio de demonios y tentadores para sacarnos de la Religión, como antes dijimos y aún se puede decir por lo que hasta ahora se ve que no tienen otro oficio, que este vil, infame y diabólico de tentadores. Por este P. Belingen ha venido carta de Ajaccio en que dan aviso de la muerte en aquella ciudad del P. Juan Antonio Giménez, que es uno de los que vinieron de España el mes pasado. Un año antes de nuestra expulsión vi a este padre en el Colegio de Medina del Campo muy trémulo, lleno de males, accidentado y tan pesado y falto de fuerzas que casi no salía de casa, y absolutamente no podía ya subir cuatro pasos de escalera. Y así con mucha razón dejó de seguir a los padres de aquel Colegio a embarcarse en Santander. Pero el segundo orden, violento, impetuoso, cruel y bárbaro, de que marchasen todos los que no tuviesen peligro inminente de morir en el camino le hizo salir de Medina y marchar a Santander; y no habiendo llegado allí a tiempo para embarcar con los de la Provincia, se le obligó a hacer el largo viaje desde Santander a Cartagena, en donde se embarcó para venir a Ajaccio. ¡Cuánto habrá padecido este pobre estropeado y casi hecho tierra en estos largos e incómodos viajes! Y aunque puede tener por evidente que ellos le han llevado a la sepultura algunos años antes de lo que verosímilmente hubiera muerto. Y a cuenta de quién irá la muerte de este respetable anciano y de otros muchos, que como él han sido oprimidos y atropellados, sino de los autores de tan inhumanas y bárbaras providencias: el conde de Aranda, el Fiscal Campomanes y otros amigos suyos piensan poco en esto, triunfan y se alegran como hombres que han vencido y han salido con la suya; pero aunque no piensen en ello, llegará ciertamente un día en que se les haga cargo de la muerte de tantos religiosos inocentes de que han sido causa con sus crueles e injustas determinaciones. Era este P. Giménez hombre de buenos talentos para todo, pero muy escogidos para el pulpito; y yo puedo decir con franqueza que habiéndole oído predicar, cuando ya estaba muy quebrantado, me agradó tanto como el mejor de todos cuantos he oído. Era hombre de muy buen juicio, de un porte y conducta regular y ajustada. Nació en la ciudad de Salaman454

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ca el año seis de este siglo; y así no tenía más que sesenta y un años. En Ajaccio, en donde murió el día veintiséis de este mes de diciembre, se le ha hecho el oficio y dado sepultura. Este mismo día treinta y uno de diciembre, y último de este año de sesenta y siete, se ha sabido aquí en Calvi con toda certeza y seguridad la expulsión de la Compañía de todos los estados de Su Majestad siciliana. Nueva tristísima y funesta que ha llenado a todos de aflicción y de amargura más de lo que yo pudiera explicar con palabras. Todos, concordemente y a una voz infieren de esta resolución de la Corte de Ñapóles que están muy lejos de amansarse los fieros ministros de Madrid y de entrar en el benigno pensamiento de sacarnos a nosotros de este destierro y llevarnos a nuestra patria; pues es evidente que la Corte de Ñapóles no ha tomado esta determinación de desterrar a todos sus jesuitas, sino a impulso y persuasión y, aun se puede decir también por orden de los ministros de España. Y para tener esto por cierto, sin contar nada con la autoridad que se sabe que tiene la Corte de Madrid sobre la de Ñapóles, basta leer dos decretos que ésta ha publicado y han llegado ya aquí con ocasión del destierro de sus jesuitas. Uno es para dar al príncipe de Campoflorido un poder absoluto e ilimitado en un negocio de la expulsión de los jesuitas, como se dio en Madrid al conde de Aranda, Presidente del Consejo de Castilla. Y el otro, aunque más breve, equivale a la Pragmática Real publicada en Madrid para el destierro de los jesuitas de toda la Monarquía. Y efectivamente en él, aunque en menos palabras, se contienen los puntos principales de nuestra Pragmática cuales son el destierro perpetuo de todos los jesuitas señalándoles su pensión, aunque con dos diferencias que notaremos después, la prohibición de volver jamás al Reino, declarando la transgresión de este orden delito de lesa majestad, la prohibición de escribir apologías o defensas bajo la pena de perder la pensión, y aun la prohibición de retener o pedir cartas de hermandad de la Compañía. Aún más que en estas disposiciones se parece este decreto de Ñapóles a la Pragmática de Madrid en el espíritu con que están formadas las dos. En ninguna parte se dice una palabra de algún delito particular de algún jesuita, de la religión o de 455

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los Superiores de ella; y todo se viene a reducir a generalidades sobre tumultos y alborotos de los pueblos, como que los jesuitas los causan o los fomentan y otras semejantes sobre la obligación de los Soberanos de mantener en paz y tranquilidad a sus vasallos. Pero cuándo será capaz el gran Ministro D. Bernardo Tanucci de probar, con buenas razones, que los jesuitas han excitado un motín popular en la más miserable aldea de todo el Reino; y ellos probarán por el contrario con buenas razones, si se les permite hablar, que más de una vez han trabajado, y con feliz suceso, en restablecer la paz y tranquilidad pública en la misma populosa Corte de Ñapóles. De las dos diferencias, y i)ien notables, sobre la pensión de España y de Ñapóles, que poco ha insinuamos, una es acerca de la cantidad que se señala, y la otra sobre los sujetos a quienes se concede. En España se nos ha señalado de pensión como setenta y cinco pesos duros o escudos al año, y en Ñapóles como unos sesenta, que en una cantidad tan corta es una rebaja considerable. Pero es sin duda mucho más notable la otra diferencia. En España se señaló a todos los que habían hecho los primeros votos religiosos, sacerdotes, escolares y coadjutores, y solamente fueron excluidos los novicios, que podían sin faltar a votos algunos dejar la Compañía y retirarse a sus casas. En Ñapóles solamente se da pensión a los que están ordenados con algún orden sagrado, y son excluidos de ella no sólo los novicios, sino también todos los escolares que no están ordenados a lo menos de subdiáconos, y todos los hermanos coadjutores. Y estas tres clases de sujetos, escolares, coadjutores y novicios, componen en la Compañía, y principalmente en Italia que tardan más en ordenarse los jóvenes que en España, la mitad por lo menos de las Provincias. Y la intención del Ministro de Ñapóles bien claramente se conoce que es que todos los dichos coadjutores y escolares, sin detenerse nada en sus votos, se queden en el Reino y se retiren a sus casas; pues parece que ni aun se les da a estos, como en España se hizo con muchos novicios, lo necesario para hacer su viaje al país de su destierro. Por lo que es muy regula que, así de los coadjutores como de los escolares, se queden muchos en sus casas, dejando la ropa de la Compañía. 456

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La ejecución del decreto se hizo en la ciudad de Ñapóles, y lo mismo sería con poca diferencia en las otras partes, la noche del día diecinueve de noviembre, un mes puntualísimamente después del día en que se había determinado ejecutar y se suspendió por la erupción espantosa del Vesubio. Poco tiempo ha sido bastante para echar en olvido aquel azote terrible del cielo, que puso en consternación a la Corte y a toda la ciudad. Se les hizo entrar al momento a los jesuitas de Ñapóles en el convoy, que estaba preparado en el puerto como antes dijimos; y así estos, como otros de otras partes, sin aguardar el consentimiento del Papa y ni aun pedirle han sido arrojados en Terracina y en otros lugares de las costas del dominio pontificio vengándose, a lo menos en el modo, con este hecho del Papa, que no quiso recibir en sus estados a los jesuitas españoles, aunque es más verosímil que por habernos recibido a nosotros no se hubiera librado Su Santidad de que no le metiesen también en sus estados los jesuitas de Ñapóles. La injuria, el desacato e insulto que se ha hecho al Santo Padre en este caso, sin contar nada con su divina y respetabilísima dignidad de Sumo Pontífice es gravísimo y atrocísimo, como todos por sí mismos pueden conocer; pues es evidentísimo que Clemente XIII en el Estado Eclesiástico es Rey, Soberano y Monarca tan independiente y absoluto como Carlos III en España, y como su hijo, y acaso más que él, en Ñapóles y en Sicilia. Y así Roma, aunque ha disimulado otros muchos agravios y ultrajes que se le han hecho en estos años, no ha tenido por conveniente el callar viendo pisada y ultrajada su Soberanía con la violenta introducción de tantos jesuitas en sus estados, y ha escrito una carta muy sentida sobre este punto, quejándose al mismo tiempo del embargo que se ha hecho de algunas haciendas de los jesuitas de Roma contra los concordatos que están en vigor entre las dos cortes. Según esto, mintió solemnísimamente el gran Ministro Tanucci cuando envió a decir, a veinte o veintiuno de octubre por medio de su médico al P. Provincial de Ñapóles, que la Compañía estaba bajo la protección del Rey, y que el convoy que estaba preparado en el puerto no era para llevar desterrados a los jesuitas. No era necesario ver este suceso para estar ciertos y seguros de las groseras 457

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mentiras de Tanucci, siendo evidentísimo por cien razones que estaba determinado el destierro de los jesuítas y que aquel convoy era precisamente para este efecto. Pero más que sus mentiras, me asombra el necio artificio o arbitrio que ha usado para deslumbrar a los simples y dar a entender al público que no mintió en aquellas cosas, que envió a decir al P. Provincial. Para este efecto hace que aparezca el Decreto Real firmado el día 25 de octubre, dos o cuatro días después de la visita de su médico al P. Provincial, y en él supone que una gran junta de ministros y otras personas distinguidas han hecho sus instancias al Rey para que destierre de sus estados a la Compañía, y Su Majestad, conformándose con ellas, ha determinado su destierro. De aquí se infiere claramente por el cotejo de las fechas, que el día veinte o veintiuno de octubre estaba la Compañía bajo la protección del Rey, y no se había pensado en su destierro, ni el convoy preparado tenía este destino, aunque vino bien tenerle dispuesto para otra empresa. Quién no ve en este maravilloso arbitrio la gran política, el singular talento y la prodigiosa fecundidad de ingenio del gran jurisconsulto, político, filósofo y Ministro D. Bernardo Tanucci o, por mejor decir, quién no ve la necedad e insensatez de este hombre, si se persuade que hay uno siquiera con algún vislumbre de razón que le crea su villanía y desvergüenza, teniendo frente para ser tenido por todos por un solemne impostor y mentiroso. Esto último es lo que se puede creer que ha pasad por su corazón; pues no es creíble que se persuada que los hombres de juicio, de entendimiento y discreción dejen de conocer este su insulso juego de manos, este artificio y manejo ridículo, pueril y tonto. Pero en esto se parece Tanucci a los ministros de Madrid, y aun al de Francia, y al de Portugal, y todos son iguales en no detenerse en mentiras e imposturas, ni en los delitos más feos, más viles, más vergonzosos y más ajenos no sólo de un cristiano, y de un hombre de conciencia, sino de un mundano de alguna honra y pudor, como sean útiles para atar las manos a los jesuitas, taparles la boca para que no hablen y se defiendan, y para poder a su capricho y antojo pisarlos, oprimirlos y perderlos. 458

D I A R I O D E L A Ñ O 1767 Ya está en el día la Compañía de Jesús desterrada de los dominios del Rey de Portugal desde el año cincuenta y nueve, y se hallan los jesuitas portugueses desde aquel tiempo pobre y miserablemente establecidos en el Estado Eclesiástico. Ya desde el año sesenta y dos está la Compañía echada por tierra en los dominios de la Francia, y los jesuitas franceses sin colegios en traje de seculares se hallan tirados y esparcidos por todo el Reino. Ya ha sido arrojada este año la Compañía de los dominios de Su Majestad Católica en Córcega, y los jesuitas españoles de cuatro numerosas Provincias nos hallamos encerrados en algunas plazas de esta isla de Córcega, y las muchas Provincias de los dominios de España en el Asia y en la América estarán ya, en el día, arrestadas y acaso vendrán de camino. Y ya finalmente, en estos últimos días ha sido también arrojada de los dominios del Rey de Ñapóles, y los jesuitas napolitanos y sicilianos estarán al presente en el afán y trabajo de establecerse como pueden en el Estado del Papa. Y así para que salga la Compañía de todos los dilatados dominios de la Casa de Borbón sólo falta que sea arrojada del pequeño Estado de Parma y lo será, ciertamente, al primer orden de los ministerios de España y Francia, y aun es extraño que se hayan detenido tanto en darle. Este es el estado en que se halla la combatida Compañía de Jesús al salir de este trágico y funesto año de mil setecientos sesenta y siete, y habiendo dado fin con esto al Diario de dicho año. Sin perder un momento, daremos principio con el mismo método al Diario del año que entra de mil setecientos sesenta y ocho.

FIN

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DIARIO DEL AÑO 1768

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Enero Día 2 de enero Ayer murió en la casa de S. Luis el H. Félix Cabezas, coadjutor. Era un excelente hermano, de gran juicio, de inteligencia en los negocios y cosas propias de su estado, muy observante y gran religioso. En la dicha casa, que es la de la Teología, y muy numerosa, hacía el oficio de comprador y lo ha hecho con tanta aplicación, cuidado y diligencia, y con tanta fatiga y trabajo corporal, andando casi siempre cargado como si fuera una bestia de carga, que ha sido la edificación y aun admiración de todos en medio de que hay muchos hermanos coadjutores que dan muy buenos ejemplos en este particular. Su enfermedad ha sido violentísima y le ha arrebatado con muy pocos días, pero tuvo tiempo bastante para disponerse a morir y, efectivamente, ha tenido una muerte santa y envidiable. Todos hablan con muy particular elogio de este hermano y no hay duda que merece todo lo bueno que se dice de él, pues a una gran religiosidad y una suma laboriosidad juntaba un buen juicio, un modo muy atento y grato, y otras buenas prendas naturales y todos dicen, comúnmente, que su misma laboriosidad y tanto trabajo corporal, sin reparar mucho en fríos, aires y otras incomodidades, por servir a sus hermanos y en ellos a Jesucristo, han sido causa de la enfermedad aguda que le ha quitado la vida. Era natural de Cabreros, cerca de Villagarcía de Campos, del Obispado de León. Estaba aún en la fresca edad de 40 años. Hoy se le ha hecho el oficio acostumbrado. Ayer vine yo mismo de Lumio y pasé con alguna dificultad un riachuelo que se encuentra en el camino para venir a la ciudad. Poco después quiso venir el H. Juan Navas para comprar algunas cosas para mi hermano y otros enfermos, que se han ido juntamente allí, y le ha sucedido al pobre un trabajo muy grande. O erró el vado, o por ventura el río había tomado más agua que cuando yo le pasé, o no era tan valiente la caballería que él traía; por una o por otra razón, cayó en el río y no pu463

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diendo valerse, ni habiendo por allí quien le socorriese, se ahogó. La caballería que se volvió al lugar dio aviso de la desgracia, y habiendo acudido gente le encontraron muerto a la orilla, le llevaron al lugar y allí le harán el oficio con la decencia posible. Era un hermano intrépido, vivo y que jamás ha conocido miedo para cosa ninguna. Gran trabajador, muy servicial, sin saber estar un momento sin alguna cosa que hacer. Era un hombre ejemplar, gran religioso, muy devoto y muy exacto en los ejercicios espirituales. Para prueba de lo cual basta lo que yo he visto estos días que he estado en aquel lugar, y aun procuré disuadírselo por miedo de que le hiciese daño. Todas las mañanas constantemente se levantaba algunas horas antes de amanecer y, después de hacer en casa mil cosas, se iba a la puerta de la iglesia una hora antes de amanecer y antes que se abriese la iglesia, y allí se estaba en oración de rodillas sin sombrero y aun sin becoquín262 en medio de ser un tiempo tan frío. Tenía ya sesenta y cinco años, y era natural de Maguiarriain en el Obispado de Pamplona. Día 6 de enero Hoy hemos hecho la renovación de los votos los no-profesos, y se ha hecho esta función en los oratorios de las casas con la misma formalidad que en las iglesias de nuestros colegios de España. Han precedido tres días de ejercicios con todo retiro y anoche hubo plática de comunidad. En cuanto es posible se conserva en todo la misma observancia regular que en nuestros colegios, lo que sirve mucho para conservar el espíritu, para llevar con alegría los trabajos o ignominia del destierro y para estimar su vocación y estado, aunque tan abatido y despreciable a los ojos de los hombres. Hoy ha llegado de Lumio aviso de la muerte del P. José Fernand, que era uno de los enfermos que había ido a aquel lugar. Cuando yo vine de allí el día dos ya le dejé bien malo. Padecía muchísimo con una tos violenta y continua que le des262. Se trata de gorro con dos prolongaciones para cubrir las orejas. También denominado papalina. 464

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pedazaba el pecho y le hacía arrojar mucha sangre. Y todo lo sufría con gran paz, conformidad y aun alegría y contento, de lo cual fui yo mismo testigo los días que me detuve allí; y no me maravillaba este modo de llevar su enfermedad y tantos dolores porque le conocía de antemano, y sabía muy bien que era un hombre angelical, de mucho espíritu y de mucha oración y uno de los sujetos más cabales, más piadosos y más santos de la Provincia. Ha muerto, según escriben de allí, como regularmente mueren los de una vida tan ejemplar y fervorosa como la suya, y como mueren los santos. Su muerte fue ayer, y hoy se le ha hecho el oficio con mucha decencia; porque se han empeñado en hacerlo del mejor modo que pueden los muchos sacerdotes del lugar, que serán unos veinte, y lo mismo hicieron en el entierro del H. Navas, y en uno y otro han gastado muy poco; porque los dichos sacerdotes, con un ejemplo de desinterés heroico en este país, lo hacen casi todo por caridad y sin llevar sus derechos. Era aún joven, habiendo nacido el año de 29 y era natural de Fuente Pelayo, en el Obispado de Segovia. Día 14 de enero Ha estado estos días el mar muy alborotado y tempestuoso. Se ha sosegado un poco y luego se han dejado ver algunas embarcaciones con víveres. Como no nos falten los pesos duros de España no nos faltará que comer, si no lo impide alguna guerra; porque les gustan mucho a los franceses e italianos. La lástima es que en el día hay poco dinero para poder alargarse en provisiones y lograr algunas ocasiones oportunas que se presenten; hoy o mañana se les acaba la pensión a los padres andaluces y a nosotros se nos acaba dentro de dos o cuatro días, pues cumplimos todos los seis meses, que es el tiempo para que se nos dio pensión en España, de la cual empezamos a comer desde el día en que desembarcamos en esta ciudad; parecía razón que ya que nos echaron y abandonaron en un país casi desierto, en donde ha sido preciso proveernos de todas las cosas necesarias en una casa sin encontrar en ninguna parte más que las paredes desnudas, que se nos diese este primer 465

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año alguna ayuda de costa o socorro para poder sobrellevar tantos gastos extraordinarios como ha sido necesario hacer, y aún faltan otros muchos para establecernos de un modo razonable, aunque siempre pobre e incómodo. Por lo menos, si tuvieran alguna compasión de nosotros nuestros ministros debían haber dado, con toda solicitud los órdenes convenientes para que se nos diese con alguna anticipación la pensión inmediata; pues de ese modo se pudiera pasar supliendo con el ahorro en el tiempo adelante los mayores gastos que ha sido necesario hacer para establecernos. Pero no se ven señales de que se nos dé tan presto la pensión. Entretanto hay su trabajo y dificultad en poder vivir. En nuestra Provincia, como se vive de comunidad y está a cargo de los Superiores el mantenernos, se van ingeniando y buscando con que hacer el gasto conveniente y, hasta ahora, se nos trata del mismo modo que si hubiera mucho dinero y se nos hubiera dado la pensión. Y creeré que así se haga mientras que de cualquier modo se pueda encontrar dinero, o en los peculios de los particulares o pedido prestado. Al contrario, entre los padres andaluces, por no vivir tan de común como nosotros, hay muchas miserias y lástimas y varios pobres se deshacen de sus alhajuelas para poder comer alguna cosa. Han entrado estos días muchas embarcaciones con víveres de las cuales se compra lo que se puede, pero se puede poco por falta de dinero. Le han visitado, como era razón, al P. Provincial los padres rectores y otros muchos sujetos de la Provincia. Se había esparcido la voz de que venía a darnos la pensión; pero no parece que por ahora piensa en otra cosa que en hacer recuento y lista de la gente. Algunos de los que han visitado a este señor Coronel le han preguntado por cosas de España, y ha asegurado que la última carta que recibió aquí le llegó en noviembre y era de fecha de 28 de octubre, y así va ya dos meses que no tiene carta de España. Entre nosotros, en cuanto se sabe, apenas ha llegado una carta de España; y así estamos en una entera ignorancia de las cosas que pasan por allá; lo que no es el menor de los trabajos en esta soledad y abandono. 466

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Día 19 de enero Ayer murió en esta ciudad el P. Joaquín Medrano. Fue en España, hacia el año cincuenta y siete, Secretario de la Provincia y al tiempo de nuestra salida de España era Rector en el Colegio de Oviedo; y en el mismo oficio ha continuado en una de las casas establecidas aquí. He conocido poco a este padre, pero me ha parecido un hombre sosegado y religioso, observante y de piedad. Hoy se le ha hecho el oficio con la decencia acostumbrada. Era natural de Villa Vieja en el Obispado de Valladolid y acababa de cumplir los sesenta años de edad. Día 23 de enero Anda la gente muy triste y afligida porque algunas cartas de Genova, que han llegado, hablan muy tristemente de las cosas de la Compañía. Es verdad que en particular casi no se cuenta cosa ninguna. No obstante, una expresión en carta del padre Secretario de la Provincia a que pertenece Genova, que no es menos que decir que son increíbles las máquinas y diabluras que se inventan para perdernos y arruinarnos del todo, ha consternado mucho a la gente; pues se conoce por ella que, antes que esperar salir de nuestro destierro debemos temer mayores males. En particular cuenta que ha salido de la Corte, verosímilmente desterrado, el Excelentísimo-Sr. D. Pedro Ceballos, que no hace mucho que vino de Buenos Aires en donde había sido por muchos años Capitán General, y está muy bien informado de las cosas de la América y de lo mucho que trabajaban allá los jesuítas; y siendo por otra parte un gran cristiano y amantísimo de la Compañía, se podía esperar que en alguna ocasión oportuna hablase a nuestro favor y, verosímilmente por miedo de que alguna vez lo haga, han procurado los ministros echarle de la Corte. Pero esto es prueba bien clara de que los que han determinado nuestro destierro están muy dominantes y tienen muchos privanza con el Rey. También han dicho en confuso que el marqués de la Ensenada, que cuando salimos nosotros quedaba desterrado en Medina del Campo, ha tenido que padecer alguna cosa por nuestra causa. 467

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Día 24 de enero Este señor Comisario Coronel, que aún se mantiene aquí, había estado hasta ahora detenido en cuanto a tentar o solicitar a algunos a que salgan de la Compañía. Por lo menos, aunque he estado con alguna observación, no había oído contar cosa alguna en este particular. En el día ha habido un lance muy curioso con un hermano estudiante. Queriendo el hermano Martín Ozerín263, que aún está entre los novicios, aunque ya había hecho en España los votos del bienio, hacer renuncia de un mayorazgo que, o posee ya, o por lo menos es el heredero inmediato, fue a estar con el señor Coronel para suplicarle que dirigiese a España una carta en la cual pensaba incluir la renuncia de dicho mayorazgo. Aquí tomó la palabra el Comisario y valiéndose de esta ocasión, a su parecer tan oportuna, le dijo en substancia: «¿Pues no será mejor que V. se vaya a España a gozar de su mayorazgo? No sea V bobo, que después le ha de pesar. ¿Qué ha de hacer V. aquí en tanta miseria y con tantos trabajos?» Lo gracioso es que ofreciendo con tanta franqueza el volver a España a los que quieran salir de la Compañía después no cumplen la palabra a ninguno, pues a vuelta de siete meses que estamos en este destierro no se sabe hasta ahora que se haya dado licencia a ninguno para volver a la patria. Y no hay duda que si, de buena fe, abriesen la puerta para irse a sus casas a vivir perfectamente en el seno de sus familias, que nos harían mucho daño en esta parte y que para muchos sería esta libertad de volverse a España una tentación muy fuerte para dejar la Compañía. Pero no creo que lo fuese tal para el H. Ozerín, y que aún en este caso hubiera respon263. Martín Ozerín, novicio que hizo los votos del bienio antes de la expulsión y que en Calvi, al pedir permiso al comisario Coronel para la venta de un mayorazgo que le quedaba en España, éste le aconsejó que abandonase la miseria de la Compañía y se volviera a España; en abril de 1768, el comisario Coronel presentó un escrito de secularización con su nombre, pero Ozerín volvió a negar que quisiera abandonar la Compañía. De hecho, el 12 de marzo de 1769 profesó el tercer voto cuando cursaba segundo año de Filosofía, renunciando ante notario a sus posesiones en España; aun así, continuaba apareciendo en la lista de secularizados de Roma en 1772 y hasta un año más tarde, las diligencias que se efectuaron para que se le borrase de la lista de secularizados no tuvieron buen efecto. Murió en Cento el año 1780. 468

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 dido con la misma firmeza y resolución con que respondió efectivamente al Comisario no aceptando su oferta y diciéndolo al mismo tiempo de un modo bien claro, que aquel su consejo era malo, impío y sacrilego. Y es muy regular que al ver el Comisario tanta resolución en un joven, que aún esté en el noviciado, se guarde bien de tocar semejante punto a otros sujetos por no exponerse a oír mayores desengaños. Día 26 de enero Ayer murió en esta ciudad el H. Ambrosio del Río, coadjutor temporal. Estaba en la flor de su edad, pues acababa de cumplir treinta y seis años. Era muy robusto y de muchas fuerzas, y las empleaba bien trabajando con aplicación y constancia en los oficios propios de su estado. Era un mozo callado, de respeto para con los sacerdotes y buen religioso. Hoy se le ha hecho el oficio al modo regular. Era natural de Rioseco, en el Reino de Galicia. Por el noviembre pasado se nos olvidó notar la muerte de un coadjutor en el hospital de Cartagena. Murió, pues, en dicho hospital el día doce del mes de octubre el H. Domingo Orense, a quien nunca conocí en España. Era ya anciano de sesenta y siete años y era natural de Corcuesto, en el Arzobispado de Santiago. Día 28 de enero Se ha descubierto estos días una miseria de muchos sujetos de la Provincia de Andalucía, que hasta ahora había estado encubierta. Algunos de los que escaparon de esta isla en los primeros meses de guerra, y de tanta inquietud y turbación, llevaron poderes de otros muchos de los que quedaron aquí para que se les sacase en Roma la dimisoria o rescripto de secularización. Lo han sacado efectivamente y ya ha días que llegó despachado por la penitenciaría para veinticuatro padres de la Provincia de Andalucía. Viene remitida la ejecución o comunicación de las dichas dimisorias a un vicario apostólico que hay en Ajaccio y también al Sr. preboste de esta ciudad. Se ha hablado mucho estos días de esta cosa, de los pasos y diligen469

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cias que ha habido en este negocio, y especialmente ha dado mucho que pensar y ha sido de mucho embarazo para la ejecución una cláusula del rescripto de Roma la cual, en substancia, dice que los sujetos a quienes se concede aquella dimisoria queden enterados de que aquel rescripto no tendrá su efecto, ni ellos podrán decir misa, hasta que hagan constar ante el Obispo, en cuyo territorio se establezcan, que tienen una congrua sustentación con que mantenerse. En lo cual creeré que sólo pretendía Roma que se les asegurase a los secularizados la pensión de España, pues si pretendiera que sin contar con la dicha pensión hubiesen de hacer constar que tenían por otro lado una renta suficiente para mantenerse, siendo esto imposible a los más y aun a todos, lo mismo era poner esta condición como necesaria para el efecto del rescripto que negar absolutamente la dimisoria. Varios de los sujetos a quienes ha venido esta dimisoria están disgustados con ella. Unos por la cláusula dicha y otros porque habiéndose ya mudado las circunstancias de este país, en alguna manera, o porque lo han pensado mejor, están ya arrepentidos y quisieran quedarse en la Compañía. Pero habiéndose ya declarado quienes son y aun sabiéndolo los comisarios será preciso que la acepten y marchen de aquí, pues es claro que a ellos les costará mucha vergüenza y rubor quedarse entre los demás que saben su miseria, y los comisarios mirarán como un delito volver atrás en este punto. Se sabe de cierto que el Comisario D. Pedro de la Porcada, que está en Ajaccio y que debe ser el principal, ya ha dado parte a Madrid de esta cláusula de los rescriptos de Roma, que puede retraer a muchos de salir de la Compañía, sin duda con el fin de que se solicite que se suprima semejante cláusula, y es muy regular que así se haga para hacernos más fácil el abandonar la Religión.

Día 30 de enero Las necesidades y miserias cada día son mayores entre los padres andaluces y en la realidad son muy grandes y quiebran el corazón las cosas que se cuentan, especialmente de los que viven en Argayola. Queriendo el P. Provincial de Andalucía re470

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mediar del modo que pueda a tantas necesidades, ha acudido a este Comisario D. Fernando Coronel preguntándole formalmente si puede pedir prestado sobre la pensión del Rey, dándola por segura. El Comisario ha respondido que puede hacerlo y aún creo que le ha dado algún dinero de testimonio que haga fe. Con esta seguridad se ingeniará a buscar algún dinero prestado y no será poco, si lo encuentra en un país tan pobre y miserable. En nuestra Provincia no se ven efectos tan tristes de la falta de la pensión. Los padres Rectores se van ingeniando y van manteniendo sus comunidades; y algún otro, a quien absolutamente se le acabó el dinero y no tenía arbitrio para encontrar con qué mantener su casa, ha recurrido al P. Provincial y éste ha ordenado que en la Procuración General se les dé un socorro de algún dinerillo que allí se ha podido juntar.

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Febrero Día 4 de febrero Acaban de llegar uno de estos días a Algaiola dos novicios de la Provincia de Andalucía. Ellos vienen sin pensión y la Provincia se halla en la pobreza y miseria que poco ha se dijo. Con todo eso les ha acogido y recibido, y cómo era posible tener entrañas para desecharlos y negarles la ropa, después de haber padecido tantos trabajos por seguir su vocación y vivir en la Compañía. Salieron de España, y verosímilmente de alguna ciudad de Andalucía, y fueron a pie a Roma, a donde no habrá menos de quinientas leguas. No fueron tantas las que anduvo por el mismo fin San Estanislao de Kostka, yendo desde Viena a Roma y se cuenta con razón este hecho entre las acciones heroicas del santo264. Desde Roma han venido a esta isla a vivir en el lugar del destierro de la Compañía de Jesús de España, y participar de los trabajos e infamia que en él se padecen, verosímilmente habrán traído cartas de Roma, a lo menos para su Provincia, pero no se cuenta novedad alguna. Tampoco ha llegado aquí cosa particular que hayan contado de España. Es verdad que, en su largo viaje, es preciso que hayan tardado algunos meses y así pudieron salir de España poco después que nosotros. Una cosa singular que les sucedió con un Gobernador en una ciudad de España merece ser notada, porque parece que hay en ella alguna particular providencia del Señor. Se presentaron al Gobernador de Barcelona, si no me engaño, con un pasaporte no legítimo para ver si le podían sacar uno legítimo para proseguir su viaje más autorizados. Conoció el Gobernador que era falso el pasaporte que traían y no les quiso dar otro, pero apenas habían salido de su presencia tan mal despedidos les hizo llamar y les dio un pasaporte con la autenticidad conve264. San Estanislao de Kostka fue un novicio jesuíta polaco al que su padre envió a estudiar a Viena. Al poco tiempo escapó hacia Roma para ingresar en la Compañía de Jesús. Murió pocos meses después, cuando sólo contaba dieciocho años de edad. Fue canonizado en 1726. Véase CASSANI, José, Vida, virtudes y milagros de san Estanislao de Kostka, Madrid. 1715. B.N. Sign.: 2/9191. 472

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niente, diciéndoles al mismo tiempo: «tomen Uds., que yo no sé lo que siento dentro de mí mismo y me obliga a dárseles». Y este pasaporte les fue muy útil para librarlos de muchas molestias y pesquisas.

Día 8 de febrero Han llegado de Ajaccio los padres Luis Medinilla265 y Cristóbal Sánchez, que son dos que quedaron en España por procuradores, el primero en Sevilla por razón de algunos caudales que venían de la América, y el segundo del Colegio de San Ambrosio de Valladolid. No parece que hay particular novedad en los sujetos de la Provincia que se conservan en Ajaccio y por lo demás no cuentan más que las dos cosas siguientes: primera, que al Comisario Porcada le han llegado pliegos de la Corte, que parece son algo misteriosos y por lo menos es cierto que a él le han puesto algo triste y de mal humor; segunda, que se anda recogiendo por allí algún dinero entre los del país dándoles sus ganancias de dos o cuatro por ciento para traernos algún socorrillo, lo que es prueba de que no está todavía preparado el dinero para pagarnos la pensión. Día 10 de febrero Hay noticia cierta de que los padres sicilianos han tenido una navegación muy trabajosa y han padecido una tempestad muy grande, aunque no dicen desgracia ninguna en particular. Después de tantos trabajos llegaron a Orbitelo, presidio de Ñapóles en la Toscana, muy cerca de Santo Stefano, en donde estuvimos nosotros detenidos algunos días. Allí se les ha dado orden de entrarse en el Estado del Papa, que está bien cerca y lo van ejecutando. Hacia aquella parte está la ciudad de Viterbo, y según escriben de por allá, ha pedido a Su Santidad que les dejen allí ciento de estos jesuitas desterrados y es muy creíble que no haya dificultad en concedérselo. No es necesario hacer observar otra vez aquí la suma violencia e injusticia que 265. El P. Luengo escribió una pequeña biografía de este P. Medinilla a raíz de su fallecimiento en Sevilla «sirviendo a los apestados» en 1800, puede localizarse en el Diario, t. 34, p. 201. 473

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hay en este proceder de la Corte de Ñapóles contra el Sumo Pontífice. Día 11 de febrero Ha llegado noticia, que se da como cierta y segura, de que N.R.P. General ha recibido carta de la Emperatriz Reina María Teresa, en la cual se ofrece y aun le asegura su protección para con la Compañía. No es pequeño consuelo que una Soberana tan poderosa como Su Majestad proteja la Compañía en circunstancias tan críticas, de tanta humillación y trabajo, y si le falta este apoyo estando tan resueltas a perderla todas las cortes borbonas, ¿qué le podrá suceder, sino ser arruinada en todo el mundo? Día 12 de febrero Habrá como unos dos o tres días que salió de la Compañía con dimisoria del padre Provincial el H. Juan Clemente Huarte y Muzquiz266, coadjutor joven de veinticuatro años. Estaba de cocinero en el Colegio de Medina del Campo el año de sesenta y seis en donde yo me hallaba también cuando, de resulta del tumulto en que fue echado de España el marqués de Esquilache, entró a Secretario de Hacienda el Sr. Muzquiz, a quien este H. llamaba tío, y parece cierto, que tiene algún parentesco con él. Con este ensalzamiento de su tío se puso muy insolente y soberbio, y por esta falta y por otras mayores que tenía merecía haber sido despedido de la Compañía antes de salir de España, y acaso contuvo a los Superiores para no hacerlo así el respeto al Sr. Secretario, que gustaba que fuese je266. Juan Clemente Huarte de Muzquiz era cocinero del colegio de Medina del Campo. Había nacido en Pamplona en 1743. Salió de Calvi a principios de febrero de 1768; se supo que había llegado a España y en el verano de 1772 se presentó al conde de Aranda haciéndose pasar Juan Ignacio Argaiz, es decir un sobrino del Secretario de Hacienda Muzquiz; cuando se enteró la familia de Argaiz, escribieron a Bolonia, donde se encontraba exiliado el auténtico, y éste último confirmó la identidad del impostor quien fue obligado a volver a Italia, aunque se le conservó la pensión. Hacia enero de 1773 se le vio por Faenza cubriendo plaza de soldado de un regimiento de Pavía cuyo capellán mantenía correspondencia con el P. Idiáquez. 474

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 suita y ahora ciertamente no gustará de verle fuera de la Compañía, especialmente si sabe que ha salido por su culpa y pidiéndolo él mismo, engañado como se cree por el Comisario Coronel, que le ha sabido llenar la cabeza de mil grandezas y vanidades. Siendo tal este hermano se ha sentido poco el que se vaya pero, los que le conocemos, le tenemos mucha compasión porque si su tío, u otra persona a quien tenga respeto, no le sujeta según el poco juicio que tiene hará muchos y muy grandes desatinos y locuras, y no extrañaré que tenga un lastimoso paradero. Es natural de la ciudad de Pamplona. Esta noche pasada entró en este puerto una saetía catalana y es la primera o, cuando más, la segunda embarcación que ha venido con víveres. Los catalanes no son menos industriosos y traficantes que los franceses e italianos y así no dejarán de aficionarse a venir con géneros de España, si no nos falta la pensión y tenemos con qué comprarlos. Esta embarcación trae mucho vino y bueno pero lo puso a un precio muy alto, y así en todo el día casi no vendió nada, a la tarde se moderó algo en el precio y se le ha comprado bastante. Preguntado el patrón por cosas de España nada ha dicho en particular y sólo en general dice que está aquello muy revuelto Día 13 de febrero Ha llegado de Ajaccio un genovés que hace de Secretario o tesorero y trae algún dinerillo para darnos algún socorro para la Provincia de Andalucía por estar más necesitada, no obstante que son menos sujetos, trae cuarenta y cinco mil reales y para la nuestra de Castilla solamente cuarenta mil, que ha entregado ya en tanta variedad de monedas que parece que las hay de la mitad de los estados de Europa. Repartidos los cuarenta mil reales entre los sujetos que estamos aquí de la Provincia, nos tocan a cada uno como unos sesenta reales, que hacen la pensión de quince días y ya llevamos de pensión caída como unos veinticinco días. Día 15 de febrero Se han celebrado, lo mejor que se ha podido y en realidad con mucha decencia, las cuarenta horas estos tres días de car475

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nestolendas La fiesta ha sido en la iglesia del Convento de San Francisco. Todos los días ha habido misa cantada con toda solemnidad, y exposición del Santísimo Sacramento, con muchas luces y por muchas horas, terminando la función al fin de la tarde con la reservación del Señor, como se acostumbra hacer en España, cantando el Alabado. Todo el gasto de esta fiesta, que no ha sido poco, lo ha hecho un padre de la casa de S. Luis.

Día 21 de febrero Los que comían de todo pescado, por no tener motivo bastante para comer de carne, o a lo menos de lacticinios, lo han pasado muy mal estos días de cuaresma, y no sé cómo habían de poder tirar toda ella si no les hubiera venido alguna indulgencia. Estamos en puerto de mar, y casi rodeados de él por todas partes, y con todo eso hay una suma escasez de pescados. Ni el mar tiene abundancia de peces ni aun cuando la tuviera, estuviéramos bien provistos de ellos, porque hay poquísimos pescadores. Previendo esta necesidad, se pidió a Roma alguna gracia e indulgencia en este punto y avisan de Roma que Su Santidad ha concedido la dispensa de que todos puedan usar de lacticinios cuatro días a la semana. Con esto, si se encuentran huevos en abundancia todos lo pasaremos menos mal. Por las cartas de Roma se sabe una fuerte determinación que ha tomado Su Santidad contra la Corte de Parma que, necesariamente, tendrá grandes consecuencias. No ha sido menos que haberse fijado en el campo de flora, y en los sitios acostumbrados, un conmonitorio y declaración, en la cual se declara haber incurrido en censuras el Gobierno o principales ministros de Parma. Los delitos de este Gobierno para esta declaración parece que son algunos decretos contra la libertad e inmunidad de la Iglesia, en puntos de amortización y otros semejantes. ¿Cómo llevarán este conmonitorio267 las cortes de España y de Francia, debajo de cuya protección están el Gobierno y ministros de Parma? Por aquí se ha alegrado mucho 267. Nota del autor: «Se halla en el Tomo I de Papeles Varios». 476

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la gente con esta noticia viendo que el Padre Santo muestra frente y resolución para defender los sagrados derechos de la Iglesia; pero no puede menos de extrañarse alguna cosa, que haya en Roma tanta entereza contra el Gobierno de Parma no habiendo tenido resolución para hacer nada de esto ni contra el Parlamento de París, ni contra el Ministerio de España, de Lisboa, ni aun de Ñapóles, que lo merecían mil veces más que la Corte de Parma, y siempre es alguna flaqueza y casi injusticia disimular en los poderosos grandes pecados y castigar en los que no lo son, aun en los pequeños. Veremos en qué para esta estrepitosa novedad268. Desde luego se puede creer que ha sido resulta de una determinación de Roma269, por el destierro de los jesuitas de Parma, que se sabe sucedió el día siete de este mes aunque no cuentan sus circunstancias. No deja de ser gloria de la Compañía que, para vengarse de Roma, se vuelvan los príncipes contra los jesuitas y se desahoguen haciéndoles mal a ellos, como que de este modo dan que sentir al Papa y le hieren en cosa que estima mucho. Mientras la Compañía logre la protección de la Silla Apostólica no la podrán empecar todas las calumnias que se esparzan contra ella, aunque sean sostenidas por el poder de muchas cortes. A lo menos para los hombres de juicio y de probidad, siempre tendrá más fuerza para tener a la Compañía por inocente el verla favorecida por los Papas que para tenerla por culpada el verla aborrecida y perseguida por algunas cortes. Aunque parece que esta expulsión de los jesuitas de Parma ha sido como venganza por lo que ha hecho Roma contra ella; con todo eso es indubitable que sin nada de 268. «La Litterae informa brevis del 30 de enero de 1768, conocida como el Monitorio de Parma, reclamaba el dominio feudal del Papa sobre los territorios parmesanos, declaraba la nulidad de los actos que pudieran afectar al clero y liberaba a los subditos de la obediencia debida al duque Fernando», en PORTILLO VALDÉS, José María, «El Monitorio de Parma y la Constitución de la República civil en el "juicio imparcial" de Campomanes», Iglesia, Sociedad y Estado en España, Francia e Italia (ss. XVH al XX), Inst. de Cultura «Juan Gil-Albert», Diputación de Alicante, 1991, p. 252. 269. Nota del autor: «La Pragmática del destierro está en el T. 1 de Papeles Varios, p. 185». 477

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esto se hubiera ejecutado, estando tan sujeta la dicha Corte a los ministerios de Francia y España y aún se debe extrañar que se haya tardado tanto en desterrarlos. Pero al fin ya se ha hecho por este o por el otro motivo y se halla la Compañía de Jesús desterrada de todos los inmensos estados de la Casa de Borbón. ¡Horrible trastorno de cosas!, que ni por sueño se le podía haber venido a uno a la cabeza algunos años ha. Día 26 de febrero Habiendo sido tan pequeño el socorro que se nos dio los días pasados, claro está que podía servir poco para sacarnos de necesidad y miseria. Esta va creciendo todos los días, como se deja entender no sólo en la Provincia de Andalucía, sino también en la nuestra, no obstante que se conserva la vida común. En el día apenas hay cosa alguna que nos mantenga con algún dinerillo que no se le haya dado a la Procuración General por orden del P. Provincial o con los peculios de algunos particulares. Al fin hay el consuelo que mientras haya dinero en algún rincón no nos hemos de morir de hambre. De pensión se habla poco, y solamente en confuso de que en Genova se va preparando el dinero. Se ha esparcido haber dicho el General Paoli que la República de Genova no gusta de que se nos envíe la pensión; porque este dinero, del cual la mayor parte se queda en la isla, dará mucho poder y fuerzas a los rebeldes. No hay duda alguna en que será así y que con nuestro dinero se enriquecerán los corsos si estamos mucho tiempo aquí y que tomarán mayores fuerzas para acabar de echar de la isla a los genoveses. Pero no se debe pensar por eso que Genova pretenda que, conservándonos aquí, se nos deje sin pensión y, por consiguiente, que nos muramos de hambre, sino cuando más que nos saquen de esta isla y nos lleven a otro país.

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Marzo Día 1 de marzo Esta noche ha entrado en el puerto un pingue genovés bastante grande, y el Capitán o Patrón de él dice que trae dinero para nosotros. Se ha consolado mucho la gente con la llegada de esta embarcación, pues parece que en ella tenemos ya nuestra pensión. No se halla aquí ninguno de los comisarios, pues así el Sr. Coronel, como el otro italiano que nos trajo el socorrillo, se volvieron a Ajaccio y así se ha enviado con toda diligencia un correo a dar aviso de la llegada de esta embarcación. De Genova no parece que han venido cartas que cuenten algunas cosas de nuevo. Sólo en una carta se dice que a los secularizados o fugitivos que se hallan en aquella ciudad se les ha dado ya su pensión, y además de eso veinte pesos o un doblón de a ocho, como de enganche para que puedan vestirse de seculares. Día 3 de marzo Ha vuelto de Ajaccio el correo que se envió»allá dando aviso de la llegada de esta embarcación, que trae el dinero y ha traído orden de los señores comisarios de que marche allá la embarcación con la cual determinación a buen librar se nos atrasará la paga a nosotros y a los padres andaluces unos quince días. ¿No hubiera sido muy fácil y aun más razonable que hubiera venido aquí uno de los señores comisarios o todos ellos, y después de darnos la pensión a nosotros llevarse consigo el dinero a las otras partes? Y más que es difícil que entre los padres toledanos y aragoneses haya tanta necesidad, como entre los padres de Andalucía; pero ellos lo han de hacer a su modo y reparan poco en nuestro provecho y utilidad. Por las cartas que han venido de Ajaccio, se sabe que ha salido de la Compañía, o por lo menos se ha declarado pretendiente de la secularización separándose de la comunidad, el H. Ignacio Echauz270, que en España era Procurador en el Cole270. En 1785 residía en Genova y estaba enfermo, por lo que solicitó socorro económico a Madrid, en A.G.S., Gracia y Justicia, leg. 685. En julio de 1786 le fue 479

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gio de Santander. Se quedó allí para dar sus cuentas y después se vino a Cartagena, y desde este puerto vino con los demás a Ajaccio. Los que conocieron y trataron en España a este hermano se maravillan mucho de su determinación de dejar la Compañía porque todos aseguran que era un buen coadjutor, hombre devoto, exacto y muy observante y aplicado al trabajo. En la realidad no es extraño que en tantos meses que vivió por allá solo, con tantos peligros y tentaciones como habrá tenido, se haya resfriado y haya tenido esta miseria. Según oigo decir, la causa de haberse precipitado este hermano ha sido una Providencia de nuestro P. Provincial. Ha ordenado Su Reverencia a todos los procuradores que le digan si traen algún dinero que, de algún modo, pertenezca a sus colegios. Y aún yo creo que todos, o los más de los procuradores, lo habrán hecho por sí mismos, como era razón; y de lo que ha sacado de los dichos procuradores se ha formado una caja en la Procuración General de donde se han sacado y sacan en el día los socorros que necesitan las casas, y servirá para ir manteniendo a los novicios, que no tienen pensión. Pues este hermano se ha resistido a este orden y por no ser molestado en el asunto se ha secularizado, para gozar a sus solas del dinerillo que traía. Es natural de Labraza, cerca de Logroño, y tiene cuarenta y seis años. Por las mismas cartas de Ajaccio, se sabe que los comisarios reales han recibido orden de la Corte para que a los que salen de la Compañía se les dé la pensión como a los demás y se les den veinte pesos para vestirse, lo que ya dijimos que se había hecho en Genova. Juntamente se les da licencia de salir de esta isla e irse a establecer donde gusten, exceptuando España, Francia, Parma, Ñapóles y la Toscana. En esta licencia se deben notar dos cosas: la primera, que se les niega a los que salen de la Compañía el volver a España, siendo así que en la Pragmática Sanción, irrevocable y valedera para siempre, se concede el volver a la patria con ciertas condiciones, pero en las cosas que sean favorables a los jesuítas siempre será variable la Pragmática según los caprichos y antojos del Ministerio. concedida una ayuda de 1000 reales de vellón, en A.G.S., Gracia y Justicia, leg. 676. 480

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La segunda, el chasco que se han llevado estos miserables expulsos, de los cuales muchos han dejado la Compañía por volver a su patria a vivir con sus padres y parientes, y ahora se verán obligados a vivir esparcidos en países extraños. Día 6 de marzo Hasta esta mañana se ha estado quieta en el puerto la embarcación, en que está el dinero para nuestras pensiones, o porque no había viento o porque el que corría no era conveniente para Ajaccio. Esta mañana, finalmente, ha marchado y según empezó a caminar se puede esperar que llegue pronto a su destierro, pero mientras más tarde en salir más tardará en volver y se irá atrasando más nuestra paga. Día 8 de marzo Ayer murió en esta ciudad el P. José Codorniga, ya anciano de setenta y dos años. Le conocí en La Coruña y después vinimos juntos en el navio y, aunque estaba con la cabeza algo turbada algunos años antes de nuestro destierro, en todo se portaba con mucha piedad y devoción. Hoy se le ha hecho el oficio con la decencia acostumbrada. Era natural de Pontevedra, en el Arzobispado de Santiago, y en su mismo lugar vivía cuando fuimos desterrados. Día 9 de marzo Empiezan a correr algunos rumores de que volverá la guerra en esta isla. Hasta ahora no cuentan otros fundamentos de esta novedad que el observarse que el Comandante francés en Bastía recibe muchas postas de su Corte, y que ha desalojado una casa de campo, como que no piensa habitarla más. Aunque estos fundamentos son en la realidad muy leves para creer, y aun para temer una cosa como ésta, con todo eso, por nuestra miserable situación en este país y por la variedad de genios, hay ya muchos que tienen sus miedos por esta causa, y no pequeña cruz y mortificación con ellos, porque ¿qué será de nosotros, dicen, si vuelve otra vez la guerra, y más si es en481

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tre los franceses y corsos? No hay duda que será un trabajo muy grande y acaso mayor que todos los pasados, pero ¿de qué sirve turbarse y afligirse antes de tiempo, y cuando no hay fundamento ninguno grave de que así suceda? Se puede temer que el demonio se valga diestramente de estos terrores y que, por ellos, varios flacos abandonen su puesto. Oigo decir que algunos padres andaluces, de los que viven aquí en Calvi, han entrado tierra adentro en la isla, a tantear algunas aldeas y lugarcitos a donde retirarse a vivir, si llega el caso de guerra. Este es un paso no mal dado, si no fueran aún tan ligeros los motivos de temer guerra. Hay nuevas confirmaciones de que a los que salen de la Compañía se les da como en premio, enganche y socorro para vestirse veinte pesos sencillos o un doblón de a ocho, y así de esto no se puede ya dudar. Pero añaden ahora una circunstancia muy digna de ser notada, y ésta es que a los mismos les aseguran los comisarios, con mucha formalidad y como de oficio, que están bajo la protección de Su Majestad y que de aquí adelante serán tenidos por fieles vasallos del Rey. ¡Rara ceremonia, trampantojo y ridiculez! Con que estos hombres, que antes eran malos vasallos, traidores y reos de lesa majestad, sin otras diligencias ni pruebas que haber sido cortados del cuerpo de la Compañía por miembros podridos, o por haberse ellos separado por falta de constancia y de paciencia para llevar los trabajos y deshonras que, con la gracia del Señor, procuramos llevar los demás, ya se libraron de la nota de tantos y tan infames delitos, ya son hombres de bien, de lealtad y fidelidad al Rey. ¿Quién creerá en los tiempos venideros este furor y rabia de los que aborrecen y persiguen la inocente Compañía de Jesús? Día 12 de marzo Hoy se ha puesto fin a la novena de S. Francisco Javier, que se ha hecho con toda la solemnidad posible en la iglesia de los padres franciscanos. El primero y último día ha habido misa cantada, llevando el coro la capilla de música de nuestra Provincia, de que hemos hablado varias veces, la cual canta en 482

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todas las funciones que ocurren y cada día con más primor. Todos los días ha habido exposición del Santísimo Sacramento y no obstante que el tiempo ha estado frío, revuelto y de aires muy violentos, y que para ir a la iglesia hay que pasar un buen descampado, ha asistido nueva gente y estaba todos los días la iglesia llena de jesuítas. Día 17 de marzo Hará como unos ocho días que llegó a este puerto, en un miserable barco, un religioso agustino calzado español, viene de Roma de solicitar rescripto de secularización para salir de la Orden. No ha logrado más que rescripto benévolo receptori y él quisiera absolutamente quedar en el siglo, y así va poco contento con su despacho, si bien espera componerlo todo y lograr sus intentos. No sé cuál puede haber sido el fin de este religioso en venir a este puerto, no siendo camino para pasar de Roma a Genova, ya se embarcase en Civitavecchia o ya en Liorna. Pero sin temeridad se puede sospechar por su modo de proceder y por los efectos, que no ha tenido otro fin en su viaje a esta ciudad que el solicitar a que saliesen de la Compañía algunos paisanos y conocidos suyos. Ha contado mil cosas de los jesuítas que se han secularizado y se hallan en Roma, que nosotros sabemos que son falsas, pero que son muy a propósito para trastornar a algunos flacos, como por ejemplo que lo pasan grandemente, que están muy estimados, que se les dan seis reales de pensión al día, etc. Y el efecto ha sido que han marchado en su compañía a Genova seis u ocho de la Provincia de Andalucía, los que han sacado dimisoria de su Provincial. Este mismo religioso agustino ha contado que muchos frailes de España han venido a Roma a hacer lo mismo que él ha hecho y sacar su secularización. Yo creeré que este mal fraile, por disculpar su flaqueza, haya ponderado esta concurrencia de religiosos españoles a Roma para secularizarse pero ya por otras partes se ha oído que ha habido algo de esto, y la causa parece que ha sido el que en España, para poder llenar de algún modo el hueco que dejan en la América los jesuítas, se 483

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ha querido obligar a varios religiosos a pasar a las Indias; y varios de éstos, que no tenían ni vocación, ni gusto para hacer este viaje, se han escapado y deben de haber venido a Roma a sacar su secularización. Qué se puede esperar de misioneros que vayan forzados y sin vocación, especialmente habiendo muchas misiones entre las que dejan los jesuítas, en las cuales hay mucho que padecer. Día 19 de marzo Para mayor trabajo de los que comen de todo pescado, varios días ha sucedido una desgracia bien rara. Ha varios días que dicen los pescadores que se ha dejado ver en estos mares un pez, que no se cómo ellos llaman, del cual huyen todos los demás peces o a lo menos aquellos de que suelen hacer su pesca, y así están los pobres muy afligidos y han suplicado que vaya un padre con ellos en el barco a conjurarle y así se ha hecho. Día 21 de marzo Ha vuelto hoy de Ajaccio el P. Anselmo Lanciego, a donde había ido desde esta ciudad para ver a un hermano suyo que vino con los procuradores y, más principalmente, para impedir la secularización del H. Echauz, que es su pariente, en el cual asunto no ha podido hacer nada porque ya no tenía remedio. Sólo cuenta tres cosas que merezcan notarse: primera, que han dado buenas esperanzas los comisarios de que en todo este mes vendrán a darnos la pensión; segunda, que allí se ha hablado de una gaceta de Holanda, que hablaba de jesuitas, sin saberse en particular lo que decía, porque los comisarios procuraron ocultarla. Pero que al fin, según allí decían, se ha averiguado qué trae esta expresión: «Ya al cabo se ha averiguado el verdadero motivo de haber desterrado de España a los jesuitas y este es el estar infecto de jansenismo el ministerio». No dice en esto la gaceta sino la verdad pero no deja por eso de ser cosa extraña que se haya atrevido a decirlo, ofendiendo con ello a tantos hombres que tienen poder y autoridad. La tercera es acerca de los que se han secularizado, y di484

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ce que habrán marchado a Genova desde Ajaccio como unos cincuenta y cinco, y que otros varios, vestidos de seglares, andan por allí esperando oportunidad para marchar a Genova. De sola la Provincia de Toledo, que fue la última que entró en la isla, dice este padre que se habrán secularizado unos sesenta. Una carta que ha venido al mismo tiempo de Ajaccio cuenta un lance muy precioso que sucedió a algunos de aquellos secularizados al tiempo de cobrar la pensión. Habiendo acabado el Comisario de dar la pensión a los jesuítas, dijo, hablando con los secularizados: «vengan ahora los del mendrugo», tratándolos de pordioseros y con un sumo desprecio. Y sintieron tanto algunos de ellos la dicha expresión que lloraban de rabia y de vergüenza. Así permite el cielo que traten el mundo y los hombres a los que dejaron a Dios por su respeto. ¿Quién diría que son estos mismos los que pocos días ha fueron declarados fíeles vasallos del Rey y asegurados de su real protección? Pero estas expresiones son unas ceremonias vanas, que nunca impedirán que los mismos comisarios estimen mas a los que se conserven constantes en la Compañía, que a los que atraídos de semejantes lisonjas la dejen y salgan al mundo. Día 23 de marzo En una gaceta de París, que ha llegado a esta ciudad, se pone un artículo en el que se apuntan las materias en que ha de entender una junta en Madrid y son las siguientes: primera, la causa de los jesuitas; segunda, el empleo o destino de sus bienes. Tercera, dar censura a sus doctrinas morales y otras. Cuarta, reforma de universidades y colegios. Quinta, nuevo método de enseñar. Sexta, modo de proveer cátedras y beneficios. Séptima, modo de restringir la inmunidad eclesiástica. Octava, quitar el abuso de las censuras. Novena, reforma del clero secular y regular. Décima, que no se ordene a título de patrimonio. Onceava, de la bula de la cruzada, Comisaría y modo de pedir los breves del subsidio. Doceava, del Tribunal de la Nunciatura e Inquisición. Decimotercera, sobre no acudir a Roma, sino en cosas de grande importancia. Decimo485

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cuarta, sobre las causas o dispensas matrimoniales, arreglándolas a lo que escribe Maians a Roda271. Decimoquinta, sobre los Concilios Provinciales y diocesanos. Decimosexta, sobre erigir seminarios en todos los obispados. Decimoséptima, sobre la usurpación de la autoridad real o sobre la censura que se debe dar a los que han escrito sobre este punto. Muchas cosas tiene que tratar la dicha junta y de mucha importancia, y muchísimos disparates se resolverán sobre ellas si llegan, efectivamente a tratarse habiendo de ser en la tal junta el arbitro y oráculo el fiscal Campomanes. De algunas de las cosas dichas, como concilios, nunciaturas, dispensas etc., se conoce claramente que se quiere tratar o al menos mostrar semblante de que se quiere tratar, por dar que sentir a Roma sujetar u oprimir con pesadumbres al Papa. Día 24 de marzo Esta tarde acaba de llegar un novicio, que viene de España y pasa a la Provincia de donde salió para ir a Indias, que creo es la de Aragón. He tenido el gusto de darle un abrazo, mirando en él un San Estanislao o por lo menos, un joven que desea ardentísimamente vivir en la Compañía de Jesús pues, por conseguirlo, ha hecho tan largos viajes, con tanta incomodidad y trabajos. Le cogió el decreto de nuestro destierro en el Puerto de Santa María, en donde estaba esperando ocasión oportuna para pasar a Indias, y se vio precisado a quedarse allá porque, como sucedió en otras partes, no se usó con él atención de dar libertad de seguir a los padres. Resolvió, pues, venirnos a buscar al lugar de nuestro destierro y atravesando toda España llegó a Barcelona desde donde, certificado ya de que nuestro destino era la Córcega, salió por el mes de octubre, dirigiéndose a Roma, para lograr del P. General ser recibido en la Compañía. Atravesando Pirineos, Alpes y Apeninos, 271. MESTRE SANCHÍS, A., Mayans y la España de la Ilustración, Instituto de España Espasa Calpe, Madrid, 1990. GIMÉNEZ LÓPEZ, E., «Gregorio Mayans y la Compañía de Jesús. Razones de un desencuentro», en MESTRE SANCHÍS, Antonio (coord.), Actas del Congreso Internacional sobre Gregorio Mayans, Valencia, 1999, pp. 529-558. 486

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en lo más fuerte del invierno, llegó a Roma a últimos de enero. Allí se detuvo un mes, y otro ha tardado en venir desde Roma a esta ciudad, y ha tenido una navegación bien trabajosa, habiendo padecido una tempestad muy fuerte en la cual vio perecer otras dos embarcaciones, de las cuales una llevaba muchos pasajeros y según su rumbo podía haber salido de esta ciudad. Sería cosa terrible que hubiesen padecido naufragio algunos de los que se han secularizado. Cuenta que en Roma fue muy bien acogido de nuestro P. General y que Su Paternidad está muy tranquilo, sereno y aun alegre en medio de tantas pesadumbres y trabajos. Este joven viene vestido de abate y del mismo modo vinieron los otros dos novicios andaluces y supongo que en Roma les han vestido así de caridad. Por las cartas que ha traído se saben las cosas siguientes: primera, que el destierro de los padres parmesanos sucedió como se dijo el día 7 de febrero. Segunda, que la ejecución del destierro se hizo sorprendiéndoles por la noche y llevándolos algunos ministros reales hasta Reggio, que es ya ciudad del duque de Módena, y desde allí se fueron por sí mismos o todos o los más, a Bolonia, que pertenece a la misma Provincia de Venecia. Tercera, que se ha señalado pensión de sesenta escudos a los sacerdotes y a los coadjutores incorporados, que son vasallos del duque de Parma y a los demás no se les da nada. Cuarta, que el Rey de Cerdeña ha pedido que le envíen a sus estados los sujetos a quienes no ha señalado pensión y es muy regular que le den gusto en cuanto sea posible. Quinta, se confirma en estas cartas que el P. General ha recibido carta de la Emperatriz de Alemania, como ya se dijo, en la que le asegura de su protección para con la Compañía, que es cosa de mucho consuelo en las miserables circunstancias en que nos hallamos. Sexta, se quejan mucho de Roma de que llegan pocas cartas de esta isla, siéndose así que se escribe en todas las ocasiones que se presentan ya por Liorna, ya por Genova, las que son en la realidad muy frecuentes y aún añaden, que algunas de las pocas que han llegado han sido abiertas en el camino. Y así es preciso que en alguna parte intercepten nuestras cartas y las abran, aunque ni aquí ni aun en Roma discurren dónde pueda suceder esto. Pero sea en donde quisiere, es una iniqui487

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dad, una crueldad y tiranía. Finalmente hablan de los muchos secularizados que se van dejando ver por allí y entre ellos hay ya varios de los jesuitas napolitanos. De los españoles en particular cuentan que lo pasan muy tristemente y que no tratan con nadie sino solamente entre sí mismos. Con los jesuitas italianos ni querrán los secularizados tratar, ni acaso se lo permitirán. Con los españoles establecidos en Roma no pueden comunicar, porque se les ha prohibido, como ya se dijo en otra parte. Con la gente del país, cuya lengua no entienden y para con la cual han caído en un gran desprecio por su flaqueza, no tendrán tampoco mucha entrada, especialmente ahora a los principios. Suerte verdaderamente triste y miserable, que debía aunque no hubiera otras cien razones divinas y humanas, bastar para que todos tuviésemos firmeza y constancia en nuestra vocación y estado. Día 25 de marzo Hoy ha salido de la Compañía en esta ciudad, con dimisoria del padre Provincial, el H. Pedro Cartón, coadjutor. No conozco a este hermano ni me acuerdo siquiera de haberle visto, aunque vivimos en el mismo lugar. Pero según oigo hablar no hay mucho por qué sentir, por lo que toca a la Compañía, que se haya marchado. Es muy joven, pues nació en la ciudad de Valladolid en el mayo del año mil setecientos cuarenta y dos. Para que no le falten compañeros de su misma calidad para hacer el viaje al continente de Italia llegaron esta noche unos ocho, que este hermano Cartón se vea obligado a esperar aquí a los comisarios o ir a Ajaccio para cobrar su pensión y los 20 pesos del enganche. Estos secularizados, que han llegado aquí y han hablado con algún otro, cuentan que, después de haberles dado la pensión y el socorro, se les ha mandado salir de la isla e irse al continente de Italia, de lo cual gustan ellos pues nunca pueden vivir con gusto y con honra a nuestra presencia, y también gustamos nosotros pues tales hombres son objeto poco gustoso y por otra parte pueden servir de tropiezo a algunos sencillos. 488

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Día 27 de marzo Han llegado dos embarcaciones, una de Genova y otra de Liorna. En las dos han venido cartas, pero las de Genova parece que no cuentan cosa ninguna digna de notarse. En las que vienen por Liorna se cuenta un suceso bien extraño, y que merecer ser notado con particular distinción. Después que salió de Madrid en donde era Nuncio al tiempo de nuestro destierro el Cardenal Pallavicini, fue enviado por Nuncio a aquella Corte, un monseñor llamado Lucini, muy hábil, piadoso y de gran talento para manejar negocios, escogido a posta por Su Santidad por las circunstancias en que al presente se halla dicha Corte. Esto pudo suceder pocos meses después de nuestro destierro, como por el julio o agosto. Y a este Nuncio se ha de atribuir aquella novedad que se notó en España en cuanto a la revocación del decreto de nuestro destierro. Escriben, pues, ahora que este Nuncio en Madrid ha muerto repentinamente y de un modo que no se puede menos de sospechar y de tener por muy verosimil que se le ha dado veneno272. De resulta a lo que parece, de haber asistido a un gran refresco en casa del conde de Aranda, sintió un grande ardor y fuego interior que le sofocaba. Se trató con toda diligencia de sangrarle y antes que se acabase de hacer la sangría, murió. Si este Monseñor, con su talento y habilidad, iba poniéndose en estado de poder desengañar al Rey sobre las calumnias y mentiras contra la Compañía, qué le han hecho creer para sacarle la firma del decreto de destierro y no hallaban el conde de Aranda, Campomanes, el confesor del Rey y D. Manuel de Roda otro arbitrio para impedir este paso, que sería bastante para perderlos a todos, son muy abonados para una maldad tan grande, como quitar del medio al Nuncio, que les incomodaba, con veneno o de cualquier otro modo que pudiese quedar oculto. Una carta cierta de una noble y piadosa matrona española, dice esta notable expresión: que se va conociendo demasiado aprisa, que el fin del destierro de la Compañía de Jesús 272. Sobre la muerte del nuncio Lucini véase: EciDO, T. y PINEDO, I., Las causas «gravísimas» y secretas de la expulsión de los jesuítas por Carlos III, Fundación Universitaria Española, Madrid, 1994, pp. 115-117. 489

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no es otro que el que en España se corrompen las costumbres y se introduzca la herejía lo cual va sucediendo a muy largos pasos.» ¿Cómo pueden, pues, menos de ser impíos y estar tiznados de herejía los autores de tantas maldades, que son puntualmente los que acabamos de nombrar? ¿Y qué escrúpulo ni reparo tendrán semejantes hombres en añadir a tantas impiedades, como han hecho ya, esta nueva infamia de quitar la vida al Nuncio, si éste trataba con calor y con destreza, de atajar sus impíos intentos, siguiéndose naturalmente a este suceso, el que ellos quedasen perdidos? Día 27 de marzo Ha llegado hoy finalmente el secretario del Comisario genovés Gnecco, que parece hacer de tesorero de los caudales para nuestra pensión, y se llama Migliorini273 y trae dinero para darnos la pensión. Se ha extrañado que venga solo y que no haya venido alguno de los dos comisarios españoles, Forcada o Coronel, pero dice este tesorero que el señor Forcada ha ido a San Bonifacio a dar la pensión a los padres aragoneses, y el señor Coronel, que pensaba venir acá, suspendió el viaje, por haber llegado de España una embarcación llena de jesuítas, y estar ocupado en acomodarlos en aquella ciudad. No 'sabemos hasta ahora más de estos jesuitas. Por este mismo tesorero le ha llegado al P. Idiáquez licencia de la Corte para escribir siempre que quiera a su casa pero con la condición de que el sobrescrito o última cubierta ha de ser para el conde de Aranda, el cual entregará después las cartas a su hermano y éste dirigirá las respuestas por el mismo conde. ¡Estado verdaderamente miserable que un P. Idiáquez ha de necesitar semejantes licencias para escribir a su hermano, el duque de Granada, y sólo se le ha de conceder con tales precauciones! Y si esto se hace con estos hombres, fácil es de entender que a los demás 273. Migliorini actuó como tesorero de Fernando Coronel en mayo de 1768, cuando abonaban la pensión a los jesuitas en Córcega y llegó a Bolonia en febrero de 1769. El P. Luengo escribió en su Diario sobre su repentina muerte en 1780. Véase t. XIV, p. 490. 490

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no se nos permite ni aún saludar por escrito a nuestros padres, hermanos, etc.

Día 28 de marzo Ayer llegó también a este puerto, o en la misma embarcación que Migliorini o en otra diferente, otra segunda cuadrilla de secularizados que pasa también a Genova. No dejan de hablar con algunos jesuitas varios de estos secularizados, especialmente, que algunos que han vivido en Madrid tienen aquí sus conocidos. No falta entre estos pobres, quien esté ya bien arrepentido y pesaroso de la locura que ha hecho, y que, como hombre desengañado, nos aconseje que nos estemos quietos, y confesaba el miserable que ya sentía el castigo del cielo y que la mano del Señor le seguía. Y aunque ni él ni ninguno otro lo dijera basta lo que nosotros vemos para tenerlo por cierto. Varios de ellos han dormido en una bodega y sin cama o casi sin ella, y para comer se han visto obligados a hacer fuego en el muelle mismo al descubierto, y allí han compuesto alguna cosilla de comida como si fueran soldados o marineros. Pero el castigo mayor del cielo, a mi parecer, es su misma conducta y aire. En el tiempo que han estado aquí no les ha quedado ya reliquia, ni señal alguna de la buena crianza, circunspección y gravedad que aprendieron en la Compañía, y más que sacerdotes que acaban de ser religiosos parecen en su modo de portarse, en su descaro y desvergüenza unos pillos y gente ordinaria. Y estas cosas prueban una especie de abandono del Señor, al cual se sigue necesariamente el precipitarse en todo género de maldades y abominaciones. Con muy particular cuidado encarga, el que se muestra arrepentido, que nos guardemos mucho del Comisario Porcada; porque con agrado, con buen modo e insinuaciones cariñosas, va haciendo mucho más daño que el otro comisario Coronel con sus solicitaciones a las claras y sin rebozo.

Día 29 de marzo Esta noche pasada marcharon a Genova las dos tropillas de secularizados que han estado aquí algún otro día. Y esta 491

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misma noche ha llegado otra cuadrilla que viene también de Ajaccio para hacer el mismo viaje de Genova y, según parece, marcharán presto y acaso esta misma noche. A vista de los muchos secularizados que van pasando por aquí desde Ajaccio, no parece que fue exageración lo que antes se dijo, que de sola la Provincia de Toledo eran ya sesenta, antes es preciso, a vista de los que por aquí pasan, que se hayan secularizado otros de nuevo y que no sean pocos los que se han secularizado también en la Provincia de Aragón, que son los que principalmente se deben de pasar por Ajaccio para ir a Genova.

Día 30 de marzo Ha llegado un barco de Ajaccio y en él cartas que hablan de los jesuítas, que acaban de llegar allí. Llegaron a aquella ciudad el día veinte de este mes en número de noventa y cinco. Los ochenta y cinco pertenecen a la Provincia de México y acaso algunos a la de Santa Fe, otros cinco a las provincias de Europa que quedarían allá por enfermos, y al cabo se les hace venir, como ha sucedido a uno de nuestra Provincia que viene también y es el P. Fernando Borrego274, sacerdote joven, que acababa de ordenarse y estaba aún en el cuarto año de Teología. Al tiempo de nuestro destierro estaba en su lugar, que lo es Villamayor de Campos, por estar bien malo y con muchos principios de tisis; y por esta causa se quedó en su mismo lugar. Este mismo P. Borrego escribe y dice de sí mismo, que de Valladolid salió todavía con calentura, y que al presente se halla sin ella, y gracias a Dios bueno y sin novedad ni resulta ninguna mala en su salud. Piensa venir a unirse con la Provincia y entonces contará sus aventuras275. Ahora sólo dice que en España están más furiosos y enconados contra nosotros que cuando salimos de allá, y que aún no perdonan a nuestros santos, habiéndose prohibido, parece que generalmente, el que se haga la novena de S. Francisco Javier. 274. Fernando Borrego murió en Bolonia el 29 de diciembre de 1794. 275. Llegó a Calvi un mes más tarde, pero Luengo sólo registró su desembarco en el Diario. 492

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Día 31 de marzo Jueves Santo. Toda nuestra función este día se ha reducido a decir nuestro P. Provincial misa en el oratorio y darnos la comunión a todos los de casa, y a algunos que vinieron de alguna otra casa pequeñita en que no hay oratorio. Y a esto se reducirán todos nuestros oficios esta Semana Santa, no teniendo iglesias, ni las demás cosas necesarias para hacer las sagradas funciones de esta semana como las hacíamos en nuestros colegios. El señor preboste ha pedido que la capilla de nuestros músicos vaya a cantar estos días a la parroquia, como efectivamente han ido hoy, e irán los demás días, y así tendremos el gusto de ver celebrados los divinos oficios de esta semana con solemnidad y con gravedad.

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Abril Día 2 de abril Hoy o ayer ha salido de la Compañía con dimisoria del P. Provincial el P. Luis Corral, sacerdote joven de veintisiete años que estaba al presente en la Tercera Probación. El año de 59 entró en Salamanca en la Compañía con una vocación muy estrepitosa y contra la voluntad, y con gran sentimiento de sus padres. Era un mozo muy vano y presumido y con mucha satisfacción de sus prendas y talentos276. Se le ha sufrido no poco, y aún se lo hubiera sufrido más; pero él mismo lo ha pretendido y ha pedido su dimisoria y sale por su gusto al mundo, en donde no le faltarán trabajos ni acaso un fin miserable. Es natural de Medina del Campo en el Obispado de Valladolid. Estos tres días pasados, miércoles, jueves, viernes santo y hoy sábado, se han gastado en darnos el tesorero que ha venido de Ajaccio la pensión solamente para tres meses, siendo así que se nos había prometido dar de una vez para seis meses y así se hizo efectivamente al salir de España, y en ello en la realidad había mucha ventaja para nosotros, pues mientras más dinero haya junto mejor se hacen las provisiones y hay más ánimo para comprar las cosas por mayor y en más abundancia. Pero en cosas que son a nuestro favor se detienen poco en cuanto a faltar a su cumplimiento, aunque se hayan determinado por órdenes expresas del Rey y en la misma Pragmática Sanción277. 276. A continuación hay seis líneas que parecen tachadas por el mismo P. Luengo. 277. La Provincia de Castilla, en los dos años que nos interesan, cobró con algunas irregularidades. Para mejor entendimiento hemos realizado la siguiente tabla explicativa: Fecha de pago

Atraso

3 de abril de 1768

3 meses Tenían que haberla cobrado en enero (pensión para 3 meses) Era para tres meses, hasta el 18 de julio, pero lo arreglaron con algún adelanto para que se cobrara la siguiente a primeros de agosto (pensión para 4 meses)

28 de mayo de 1768

29 de agosto de 1768

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Observaciones Antes de embarcar en España (pensión para 6 meses)

17 de mayo de 1767

1 mes

Se les pagó agosto, septiembre y octubre.

12 de octubre de 1768

Pago del resto del año.

1 de octubre de 1768

El 17 de octubre se les pagó un doblón de a ocho para gastos del viaje desde Genova a su lugar de destino.

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El modo de pagar esta parte de pensión es muy digno de notarse. Parecía cosa más conveniente a la pobreza religiosa que el P. Provincial recibiese la pensión para toda la Provincia y fírmase el recibo de ella; o cuando más que los Superiores y procuradores lo hiciesen por sus casas y subditos; y todos nos hubiéramos alegrado mucho por librarnos de tantas formalidades y ceremonias, y no poca vergüenza que se ha pasado en esta función. Pero los señores comisarios según los avisos que, como antes se dijo, han dado a los Provinciales, quieren que todos en particular firmemos los recibos y tomemos en nuestra mano el dinero. Según está en el día esta Provincia no logran de modo alguno sus intentos, que son que cada uno tenga su pensión y la gobierne a su modo; pues allí mismo los más entregaban a su Superior, o al Procurador de su casa y todos ciertamente la han entregado, sin pasar del día en que la recibieron. íbamos, pues, entrando uno por uno, quedando otros muchos esperando fuera, en un aposento, en que estaba sentado como en su tribunal el tesorero o Secretario Migliorini. Se nos hacía firmar tres recibos, uno que se ha de remitir a la Corte, otro a Genova y el tercero para resguardo de estos comisarios. Echadas estas firmas, le daba a cada uno el dicho tesorero dieciocho pesos duros, que es lo que parece que corresponde para tres meses. Acción para los más de nosotros que no estamos acostumbrados a estas cosas de mucha vergüenza y confusión. Y si para todos es paso de alguna humillación esta cobranza del modo dicho, qué espectáculo tan extraño y que no se puede considerar con un poco de reflexión sin que se salten las lágrimas ver a un P. Francisco Javier de Idiáquez, que sería ahora si hubiera querido quedarse en el mundo, duque de Granada y Grande de España, a un P. Ignacio Ossorio, hijo del conde de Grajal, que tiene al presente tres sobrinos Grandes de España, y está emparentado con lo más distinguido de ella, y a otros ciento por su ciencia, por su talentos, por sus empleos y por su nobleza, hombres respetables, ver digo, a todos estos llegarse de la mesa en donde estaba el secretarillo y allí, de pie, recibir 495

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en su mano aquel dinerillo. Es en la realidad una humillación y abatimiento bien grande Además de lo dicho, ha habido en la paga de la pensión tres cosas muy dignas de notarse. La primera es que se ha pedido lista de los sujetos que han muerto y razón del día de su muerte. Hasta aquí no tenía inconveniente ninguno esta cosa. Después han pedido, o por mejor decir, han obligado a dar la pensión de los muertos desde el día en que murieron, contando a cuatro reales por día, sin haber podido conseguir que se dejase nada por gastos de enfermedad, sino a lo sumo alguna cosilla por el entierro. Este hecho es una injusticia manifiesta por dos razones. La primera, porque no hay razón ninguna para que los gastos de las enfermedades de los que mueren se hayan de cargar sobre nuestras pensiones. La segunda, porque si su intención es que cada uno tenga, maneje y gobierne su pensión por sí mismo ¿con qué consecuencia ni con qué justicia piden ahora a los Superiores la pensión de los muertos? Los Superiores no la recibieron, los subditos no estaban obligados, según el modo de pensar y los órdenes de los ministros y comisarios a entregársela; pues ¿de dónde les ha de venir el ser responsables de la pensión de los muertos? Fuera de que no creo que se use jamás en ningún género de gentes que reciben sueldos o pensiones adelantadas, que se les haga a sus herederos restituir al Rey lo que sobre desde el día de la muerte hasta el cumplimiento de la paga; y en sí misma es esta cosa tan vil y tan soez que no puede ser orden, no digo del Rey, como era razón que lo fuese para que se ejecutara con justicia, pero ni del conde de Aranda; y si ha venido orden de Madrid para hacerlo así, y no es todo máquina y enredo de estos comisarios y de los banqueros de Genova, sólo puede ser autor de ella el Fiscal Campomanes, que no tiene obligación ninguna de tener pensamientos y porte honrados. Segunda, lo mismo que con la pensión de los muertos se ha hecho con la pensión de los fugitivos o secularizados. En este particular, si se contentaran con pedir lo justo y se lo dieran a los secularizados no habría tanto que reparar. No sabemos si, efectivamente, se lo restituirán a los dichos secularizados, aunque se puede temer mucho que haya sus faltas en ello; y des496

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de luego, se puede tener por cierto que lo que pertenezca a algunos que hayan muerto no se restituirá al erario. Pero sabemos con toda certeza que han pedido y han llevado más de lo justo, no queriendo satisfacer los gastos que se hicieron con algunos de ellos al salir de la Compañía y aun después que habían salido. De esta casa en que yo vivo salió de la Compañía el H. Castañón, y se gastó en vestirle con decencia de secular y mantenerle algunos días todo el resto de su pensión. Después de acabada su pensión se le mantuvo un mes por caridad y se le pagó la embarcación para pasar a Ajaccio. Nada de esto se ha querido pasar por gasto legítimo y se ha obligado a dar su pensión a cuatro reales por día, desde que salió al siglo27S. Si estas no son injusticias y esto no es robar, ¿en dónde se encontrarán ladrones y hombres injustos? ¿Y cómo he de creer yo que darán este dinero a aquel pobre, que ni lo pedirá ni pensará en tal cosa? La tercera es un embrollo muy grande en cambios y contracambios de monedas, de que nosotros entendemos poco, aunque todos éramos habilísimos comerciantes y banqueros. Se ha hablado mucho de embrollo y enredo de cambios y contracambios, y los más se han quedado sin entenderle porque son especies que nos cogen enteramente de nuevo. Yo he llegado a entender la cosa tal cual, aunque con bastante trabajo y la explicaré a mi modo. Pondré el ejemplo en un doblón de a ocho, que es como yo lo entendí mejor. Un doblón de a ocho de España vale allá 301 reales y seis maravedíes, y por un doblón de a ocho o por 301 reales y seis maravedíes, que es lo mismo, me entregan aquí catorce pesos duros, nueve reales y una moneda de aquí que llaman parpayola, que vale dos sueldos o dos cuartos y de hacerlo así dan esta razón. El doblón de a ocho de oro de España no vale en Genova más que noventa y cuatro o noventa y seis liras de la moneda genovesa. Estas noventa y tantas liras no valen más que catorce pesos duros y 278. Gaspar Ordóñez Castañón, en mayo de 1768 salió de Calvi para ingresar en la casa de los locos de Genova, era sobrino del obispo de Tuy, ciudad de la que era natural. 497

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aquel pico, luego dándome estos me dan un doblón de a ocho, ó 301 reales y diez maravedíes. Por donde se conoce que el oro de España pierde en el cambio en moneda, pero no pierde la plata. De este modo, por estos cambios venimos a perder cada uno, en cada cuarta parte de la pensión, como unos catorce o quince reales, y por consiguiente, en la pensión de todo el año como unos sesenta reales, y en la pensión de mil, dos mil, tres mil y aun cuatro mil, que llegaremos a ser, mil, dos mil, tres o cuatro mil doblones. He protestado y vuelvo a protestar que no entiendo de bancos, giros y cambios de moneda; y así no puedo decidir si esto que se hace con nosotros es justo o injusto. No obstante, yo ya llego a entender que si el Rey de España nos enviará nuestra pensión en un papel o vale, para cobrarla en Genova, que aquí no se nos debía dar más en moneda del país, que lo que corresponda al valor de las monedas de España en Genova. Pero a nosotros se nos ha dado la pensión en moneda de España, y no de Genova, traída de España y no acuñada en Genova. Parece, pues, que si por haber traído de España la moneda nos llevaran alguna cosa sería justo y razonable; pero no lo parece el llevarnos un cuatro por ciento por hacer dos cambios imaginarios; uno del oro de España en moneda de Genova, y otro de esta moneda en plata de España. He dicho solamente parece, porque en estas cosas es muy fácil alucinarse los que no estamos bien informados e instruidos. Más cierto es que, por otro lado, se nos quitan a cada uno como unos seis reales. La pensión del Rey es de cien pesos sencillos; que en España son moneda imaginaria y cada uno vale quince reales de vellón y dos maravedíes, y según este valor se nos pagó el salir de España la pensión de medio año, a lo menos en varias partes. Pues ahora no se ha hecho cuenta de estos dos maravedíes de cada peso. Esto es todo lo que hay que decir de la cobranza de esta pensión. En la cual, sin juicio temerario, se puede creer que con estos maravedíes, con parte o algo de lo que se nos recorta por los cambios, y con alguna cosilla de lo que se nos saca por la pensión de los muertos y secularizados, que los que andan en el manejo de estos cau498

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dales o todos o algunos sabrán formarse a nuestra costa un buen sobresueldo. Día 3 de abril Día del aniversario de nuestra prisión de España. Por orden de nuestro P. Provincial, Ignacio Ossorio se ha cantado con toda la solemnidad posible una misa en la iglesia de los padres franciscos, y ha estado todo el día expuesto el Santísimo Sacramento hasta lo último de la tarde, en que se hizo la reservación al modo regular. Ha estado el día desapacible, frío y con un aire bien molesto y que hacía muy incómodo el paso del descampado desde el arrabal al convento. Con todo eso hago juicio que de novecientos o mil jesuítas, que estamos aquí, no ha habido uno que pueda moverse, ni viejo ni mozo, que no haya ido a dar gracias al Señor de haberle hecho digno de padecer alguna cosa por su santo nombre y por su amor, a pedirle constancia y perseverancia en la Compañía a pesar de los presentes trabajos, y también de los que puedan venir en adelante, por grandes y pesados que sean; y que se digne de alumbrar y dar a conocer la verdad especialmente a aquellos que, engañados, nos trabajan y oprimen sin caer en cuenta de que con ello persiguen a la Iglesia de Jesucristo y favorecen la herejía y la corrupción de las costumbres. Ha sido este un ofrecimiento oportunísimo y una función muy devota y muy tierna, y además de que sirve para alcanzar del cielo las gracias dichas, es útilísima para dar ánimo, consuelo y alegría en los trabajos que se padecen; porque es increíble cuánto ensancha y dilata el corazón el persuadirse prácticamente y como tocar con las manos, a lo cual ayuda mucho esta fiesta, que no se padece por malhechor sino por la justicia y por una causa gloriosa. Ayer murió en la casa de S. Luis el P. Francisco Arévalo. Fue algunos años Procurador en el Colegio de Salamanca, en donde yo le conocí y traté, y hacía el oficio con extraordinaria aplicación y diligencia sin perdonar a trabajo ni a fatiga propia. Después quedó operario en el mismo colegio, y estuvo en este oficio como unos tres o cuatro años hasta el destierro. Su ca499

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rácter era propiamente de un hombre que nada sabe hacer sino muy de veras, con todo el corazón y con la aplicación e intención posible. Y así, desde el primer día de operario era ya fervoroso y diligente en su oficio, de lo cual es buena prueba haber desde luego determinado el dormir vestido, para estar pronto a cualquier hora de la noche que llamasen para ministerio y hacer con esta puntualidad que siempre le señalen a Su Reverencia por estar siempre vestido y a la mano. Pudiera contar mil acciones virtuosas nada comunes de este padre si fuera propio de este lugar. Basta decir, en general, que era un operario celoso, trabajador lo más que podía y un hombre de vida ejemplar. Aquí le ha querido purificar y perfeccionar el Señor y le ha dado una enfermedad larga y penosa, con dolores muy agudos, que ha sufrido con una constancia, paciencia y resignación que ha edificado toda la Provincia; y así ha logrado una muerte preciosa y propia de los santos. Hoy se le ha hecho el oficio con la decencia acostumbrada. Era natural de Campanario en la Extremadura, en donde nació a 4 de octubre de 1714. Día 5 de abril Los pobres padres andaluces, que están muy necesitados de la pensión, han enviado dos o tres propios a este tesorero o Secretario suplicándole que se dé prisa en ir a Algaiola cuanto antes, porque es mucha su necesidad; pero con tantas ceremonias y menudencias en el modo de dar la pensión y con tantas cuentas por las pensiones de los muertos y secularizados no ha podido marchar hasta esta mañana. Va primero a Algaiola, donde está la mayor parte de la Provincia de Andalucía y después volverá a esta ciudad para dar la pensión a los padres andaluces que están establecidos aquí. Día 7 de abril La noche del cinco al seis murió, de repente, el P. José Camino; y con éste son cuatro los ancianos que han muerto del Colegio de Pontevedra, lo que verosímilmente no hubiera sucedido así si los hubieran dejado vivir en paz en su Colegio, y 500

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no se les hubiera obligado a tales y tantos viajes con tantos trabajos y miserias. Aunque concurrí con este padre en el Colegio de La Coruña, y después vinimos juntos en el navio, le traté poco pero me pareció hombre muy humilde, amigo de estar retirado, pacífico y piadoso. Hoy se le ha hecho el oficio al modo regular. Nació en la ciudad de Oviedo a veintidós de septiembre del año 1698. Día 8 de abril Los padres de Andalucía tenían tan preparadas las cosas para el recibo de la pensión, y aun firmados ya los recibos, que el tesorero despachó en un día en Algaiola y volvió aquí el día seis. Ayer siete dio aquí la pensión a los padres andaluces, y hoy ha vuelto a embarcarse para Ajaccio. Venía el mismo tesorero muy compadecido de la pobreza y necesidad en que se hallan aquellos pobres, y por sí mismo resolvió, a vista de ella, dejarles doce mil reales que habían de restituir por las pensiones de los muertos y secularizados; los cuales se descontarán en otras pagas, cuando estén menos necesitados. Día 12 de abril Luego que llegó a esta ciudad el tesorero Migliorini, se esparció la voz de que traía consigo diez rescriptos de Roma de secularización, para sujetos de esta Provincia de Castilla y de la de Andalucía. Hemos procurado averiguar esta cosa y la contaremos aquí brevemente. Trajo este señor Secretario rescripto de secularización, despedido por la Penitenciaría para el P. Francisco Javier Iturbe279, que está en la Tercera Probación, y para el H. Martín Ozerín, escolar, que está aún entre los novicios y es, puntualmente, el mismo a quien solicitó el Comisario Coronel para que saliese de la Compañía. Estos pobres, que ni han pedido la secularización, ni han dado poder para que ninguno la pida en su nombre, ni aun tenían la más míni279. Javier Iturbe siempre negó que quisiera abandonar la Compañía, aunque en 1772 continuaba apareciendo en la lista de secularizados de Roma, se tomaron varias diligencias para que se le borrase de la lista de secularizados y se consiguió en 1773. Iturbe murió en Vitoria en mayo de 1814. 501

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ma noticia de la cosa, han quedado aturdidos, espantados y casi fuera de sí y sumamente afligidos, temiendo que sin saber ellos nada ni tener parte ninguna en ello se viesen obligados a salir de la Compañía; pero en este punto se les consoló presto dándoles toda la seguridad conveniente de que, no queriendo ellos, nada importaban aquellos rescriptos. Con esta ocasión se ha hablado de otro sujeto para quien el Ministro de España en Roma, a solicitación de sus parientes sin saber él nada, le sacó la dimisoria del P. General. Es creíble que no sean estos solos los que han tenido esta pesadumbre, y de algún otro se sabe de cierto que se le ha escrito de Roma ofreciéndole a vuelta de correo el rescripto de secularización. Cosa terrible, impía y diabólica, más de lo que se puede pensar, y que no sé si acertarán a creer los que vengan después de nosotros. Nos hacen pesado y aborrecible, cuanto es de su parte, el estado en que vivimos, oprimiendo, infamando y ultrajando de mil modos la Compañía; nos tientan, nos solicitan para que la dejemos; nos premian por haberla dejado; y como si todo fuera poco, nos ponen en la mano sin pedirlo nosotros, y aún sin noticia nuestra, un rescripto del Papa en que nos da licencia para salir de la Compañía y volver al mundo. ¡Qué tiempos, santo Dios, son estos en que vivimos! ¿Y quién se podrá tener por seguro? En algunos, o a lo menos en alguno, de estos rescriptos de secularización ha tenido parte y los ha sacado de la Penitenciaría el P. Salazar, benedictino español muy famoso, que se halla en Roma, Procurador por su Religión. Me aseguran que este padre escribe al mismo tiempo a uno de aquellos a quienes envía el rescripto animándole a que acepte el rescripto y se conforme con él; y entre otras bellas expresiones que dice a este propósito hay la siguiente: «que no se fíe de los teólogos de Calvi (esto es de los jesuitas de la Provincia de Castilla), porque son la quinta esencia de la ignorancia». Es sin duda un bello cumplimiento y lisonja, por la cual podemos estar muy agradecidos los jesuitas de Castilla y, especialmente, tantos padres doctores de Salamanca, Valladolid y Santiago, y tantos maestros de Teología respetados en España, consultados y oídos con respeto en toda ella, hará poco más de un año. No hay 502

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necesidad de detenernos aquí a mostrar que la Teología de este benedictino, que trata de ignorantes a todos los jesuítas castellanos, según la cual le debe parecer lícito y aun un partido sabio, prudente y piadoso, dejar su estado religioso y volverse al siglo, y aun lícito también el sacar de Roma dispensa para ello, sin podere y sin noticia del interesado, es una iniquidad e impiedad horrible, y una necedad muy simple y casi una locura. Esta es la mejor disculpa que se puede dar de este hecho del P. Salazar. Cuentan de él los que le conocen que, por escrúpulos o extravagancias de su genio, ha estado loco o poco menos. Y en realidad si fuera hombre de juicio asentado y de reflexión, cómo se había de atrever a escribir una carta tan necia que debía suponer llegaría a manos de muchos hombres graves que le conocen, y que no tendría otro efecto que reírse de su tontería y necedad. Lo más gracioso es que me aseguran que al mismo tiempo escribe al P. Rector de Jaén, de la Provincia de Andalucía, y se muestra lleno de compasión por nuestros trabajos y habla con grande elogio de la Compañía de Jesús. Pues si la Compañía es una Religión tan santa, ¿cómo ha de ser virtud el dejarla porque haya algunos trabajillos en vivir en ella y cómo será lícito y conforme a una cristiana teología el solicitar a un joven a que la deje y facilitarle tanto la deserción, como ha hecho Su Reverencia sacando el rescripto de secularización en Roma? Esta carta del P. Salazar al P. Rector de Jaén indica que tiene también conocidos entre los padres andaluces y mueve alguna sospecha de que todos, o algunos de los rescriptos que han venido para la Provincia de Andalucía, sean también afectos del celo y teología de este padre. De las diez secularizaciones que trajo consigo el tesorero dos eran para esta Provincia, y son las dichas del P. Iturbe y del H. Ozerín, y las otras ocho eran para la Provincia de Andalucía. De estas ocho, alguna otra era para sujetos que las habían pedido, pero la mayor parte ha venido como las dos de esta Provincia, sin haberlas pedido los interesados, sin haber dado poder para semejante cosa y aun sin noticia alguna. Se asegura que ninguno de los padres andaluces ha recibido ni aceptado el tal rescripto, ni aun aque503

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líos que habían dado algún poder para que se pidiese en su nombre, por estar arrepentidos. No sé si éstos se podrán componer con los Superiores para quedarse en la Compañía y con los comisarios para que no les molesten por esta causa, ni tampoco sé si, por lo que toca a los rescriptos de los que no los habían pedido, se contentan con no hacer uso de ellos, o si piensan en alguna cosa más. En esta Provincia se ha tomado este negocio con la seriedad y empeño que es justo. En el día se está disponiendo una querella formal y legalizada, por notario, contra los que han sacado estos rescriptos sin la comisión y poderes necesarios. Todo irá autenticado y legalizado y se remitirá a Roma, para que hagan de ello el uso conveniente. Es verdad que son tan miserables los tiempos y tan críticas las circunstancias en que se halla la Compañía, que acaso tendrán en Roma por más acertado el sufrir y padecer en silencio aun esta gravísima insolencia, que el quejarnos y lamentarnos. Y por lo menos es cierto que, aunque se presente la dicha querella en donde convenga, no tendrá nada que padecer la persona contra quien se da; porque en el día tiene todo el mundo facultad para pisarnos y ultrajarnos cuanto quiera, con la seguridad de que no será castigado por ello; antes con esperanza de ser premiado por servir de este modo a hombres que tienen mucho poder y que están empeñados en perdernos y arruinarnos. Yo me daría por contento con que se lograse, con esta querella, que no se atreviesen otros a repetir semejante maldad o que, a lo menos, hubiese un poco más de cautela y detención en la Penitenciaría en despachar tales rescriptos no presentándose, de algún modo, el poder del interesado.

Día 14 de abril Nunca faltan sus trabajillos y mortificaciones de parte de la gente del país, que sería cosa larga y molesta referir en particular. Un dueño de una casa en que viven unos pocos entró en los cuartos que ocupan, sin preceder un recado o aviso, y les quitó algunas mesas y silletas y les dejó sin ningún asiento, sin saber la causa del enojo de este hombre. Otro ha reído fuerte504

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mente con los de su casa, porque se le pidió que abonase un reparillo necesario hecho en ella y porque no le dieron gusto en pagarle el alquiler en pesos duros, en lo cual ganaba él mucho; porque excede tanto la moneda de España, en pesos duros, a la moneda de Genova, en pargáyolas, y a las de los corsos rebeldes a Genova, que con un peso duro se pueden hacer dos o tres de aquella, y tres o cuatro o más de esta. Y así unos y otros buscan con mucha ansia nuestros pesos duros y nos dan un buen premio por ellos. Se irritó tanto este hombre, porque no se le dieron pesos duros, que se ha vengado del modo que ha podido, cerrándonos una puerta de una heredad suya. Otro disgusto más sensible puede haber de parte de los que cobran los derechos o alcabalas en el puerto. Ellos se empeñan en que hemos de pagar todos los derechos de aduana de las cosas que compramos, lo mismo que los seglares. De nuestra parte protestamos que estamos prontos a pagarlos siempre que se nos muestre que así lo hacen los demás eclesiásticos, o que se nos haga saber algún orden de hacerlo así de la Serenísima República de Genova. Demasiado se conoce por las inconsecuencias que cometen los mismos aduaneros, y por el modo de hablar, que no tienen derecho ninguno para pedirnos semejantes alcabalas. Pero ellos quisieran sacar alguna cosa, aunque no tengan derecho para nada. Sería esto en realidad robarnos, pero en esto se repara poco. La cosa está indecisa, aunque se puede tener por cierto que no encuentran razón alguna, justa y legítima, para obligarnos a pagar; pero no sé si lo será igualmente el que se nos obligue a ello. Día 16 de abril Ha llegado aquí desde Ajaccio el H. Domingo Larragorri280, que es uno de los que vinieron de España con los procuradores y se quedó allá por ser compañero del Procurador de Salamanca. Dice que en las cercanías de Ajaccio se ha visto una escuadra de seis o siete navios de guerra, que se creen ingleses; 280. Larragorri se secularizó en Bolonia el 14 de septiembre de 1770. Había nacido en 1732, y murió en Bolonia el 25 de abril de 1808. 505

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pero que no se sabe a qué vienen por estos mares. Dice también que faltan allí muchas cartas y que se tiene por cierto que las interceptan los comisarios. Cómo hacen esto no es fácil saberlo, pero se cree que agasajan bien a los patronos de las embarcaciones que llegan allí de esta ciudad y de otras partes, y así se apoderan de nuestras cartas. ¿Puede haber mayor infamia, mayor tiranía y despotismo? Hacer unos hombres particulares, pues esto son y no más nuestros comisarios en este país, sin carácter ninguno y mucho más sin autoridad, una acción que sólo puede hacerla en sus estados un príncipe y con gravísimas causas. De este modo puede fácilmente suceder que una carta escrita de un amigo a otro, en que diga alguna expresión contra este o el otro Ministro, o de poco aprecio del Monarca, interceptada por estos comisarios y puesta en Madrid, aparezca un gran delito o un crimen de lesa majestad, cuando no es más que una venialidad o un simple desahogo. Día 17 de abril Por algún barco que debió llegar esta noche de Genova, han venido varias cartas y por ellas se sabe que la República disgusta de que se vayan a establecer allí tantos de los que se han secularizado, y que han tomado sus providencias para impedir su establecimiento. Y así que no logran quedarse allí sino muy pocos, que con empeños lo consiguen. Aún en los Estados del Papa, según escriben, tienen sus dificultades para poderse establecer. ¡Pobres miserables! que aún no encuentran un rincón en donde vivir en paz y sosiego, cuando pensaban, a lo menos, que con dejar la Compañía lograrían vivir en España y en sus casas. En las cartas de este correo, o acaso en otras de los días pasados, le llegaron al P. Provincial copias de la carta del Rey de España, respuesta a la primera de Su Santidad después de nuestro destierro, de la que se habló en otro lugar, y de otro papel o carta perteneciente al mismo asunto. Yo me alegraría mucho de ver estas copias y aun haría traslado de ellas281. Pero el P. Provincial las oculta y habremos de tener paciencia. 281. Nota del autor: «Ya se dijo en el tomo antecedente, que en el T. 10 de papeles varios de la página 19 hasta la 34, se hallan la consulta del Fiscal y la respuesta del Rey». 506

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Aseguran, no obstante, que están muy contrarias a nosotros y aún al Papa; y por lo mismo no querrá el P. Provincial desazonar a la gente con noticias tan tristes. Ayuda también mucho a que los Superiores usen de más reserva en comunicar cosas, la miserable facilidad de salir de la Compañía, y más viendo que hacen esto varios de quienes no se tenía la más mínima sospecha. Esta facilidad es causa de que ignoremos muchas cosas dignas de ser notadas, y de que otras no se averigüen con tanta seguridad como nosotros quisiéramos.

Día 20 de abril Nuestro P. Provincial ha escrito una carta circular a todas las casas. En ella ordena lo que se le ha de dar a un sujeto cuando pasa a vivir de una casa a otra, para que se guarde uniformidad y para evitar algunas quejillas y disgustos. En ella encarga, al mismo tiempo, algunas cosas de devoción para con el Sagrado Corazón de Jesús. Es a saber, que se ayune todos los primeros viernes de mes; que el mismo día haya comunión de comunidad de todos los hermanos; que los tres días antes de la fiesta del Sagrado Corazón se hagan algunos ejercicios espirituales para prepararse a celebrar dignamente la dicha fiesta, en la cual se ha de empezar, ya este año, a rezar el oficio propio del Sagrado Corazón de Jesús, del cual han enviado algunos ejemplares. Todo esto lo ha ordenado así el P. Provincial por encargo de N. P. General, y así será esto común a todas las Provincias. Se asegura que el P. General ha tomado por particular protector y abogado en los presentes trabajos y tribulaciones de la Compañía al Sagrado Corazón de Jesús; y es mucha razón que todos entremos en los mismos pensamientos del P. General y que procuremos por todos los medios posibles mover al divinísimo Corazón de Jesús a que nos dé la mano y proteja en la presente persecución282. 282. No debe interpretarse esta elección como algo aleatorio o casual, sino como otra de las formas que utilizó el Instituto ignaciano para afirmarse en momentos tan difíciles. Recordemos que en España fueron los jesuítas quienes introdujeron esta devoción que, procedente de Francia, se difundió gracias a san Juan Eudes después de que santa Margarita María Alacoque afirmara haber tenido tres vi507

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Día 21 de abril Ha llegado aquí desde Ajaccio el jesuíta alemán Belingen, de quien hemos hablado ya varias veces. Ha estado en Ajaccio a ver si acababan de recibir aquellos comisarios algún orden de la Corte sobre su persona, y parece que ha llegado permiso para que pueda marcharse a su patria, y sospecho que también de que se le dé algún socorrito para el viaje; pero nada de su sueldo o pensión. Cuenta este padre que cuando venían de camino hacia Cartagena recibieron él, el P. Zacanini, maestro también de los infantes, y el P. Bramieri, que había sido confesor de la Reina Madre, una carta del conde de Aranda en la que les decía que iban en la gracia del Rey, que no tenían más pecado que ser miembros de tal cuerpo y que se les pasarían sus sueldos o pensiones. Con todo eso y después de esta formal declaración de su inocencia, a vuelta de un año que salieron de Madrid no se les ha dado nada sino la pensión como a los demás, la que no quiso recibir el P. Bramieri. El P. Belingen se despide para marchar a Alemania, y hace muy bien en irse a vivir en paz en un Colegio de su Provincia, especialmente habiendo tenido licencia para ello de la Emperatriz Reina y con muestras de mucho cariño y estimación. Le encarga Su Majestad, al mismo tiempo, que pase por Florencia, que es el camino derecho, y haga una visita a su hijo el Gran Duque de Toscana. Pero por otra parte se asegura que al mismo tiempo que de Madrid se le da el permiso de siones de Cristo, durante las cuales recibió el encargo de extender la devoción al Sagrado Corazón y de lograr la institución de una fiesta en su honor. El padre Hoyos se encargó de propagar el culto por nuestro país; de hecho, Felipe V influido por el confesor jesuíta se hizo muy devoto del Sagrado Corazón; pero pronto aparecerían también sus detractores: los obispos de corte rigorista, que no lo consideraban algo serio sino propio del fanatismo religioso que alejaba a los cristianos de la ortodoxia de una religión interiorizada. Antonio Mestre asegura que la corte española de Carlos III identificaba la devoción al Sagrado Corazón con el «fanatismo» jesuíta, en MESTRE SANGHÍS, A., «Religión y cultura en el siglo XVIII español», en Historia de la Iglesia en España, vol. IV, B.A.C., Madrid, 1979, p. 662. Para entender mejor cómo se llegó a esa división de pareceres con respecto a este culto véase: SÁNCHEZ-BLANCO, F., «La situación espiritual en España hacia mediados del siglo XVIII vista por Pedro Calatayud: lo que un jesuíta predicaba antes de la expulsión», Archivo Hispalense, tomo LXXI, n° 217, Sevilla, 1988, p. 18 y ss. 508

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marchar a su patria, se le prohibe el pasar por Florencia; sin duda por miedo de que informe de las cosas que han hecho con nosotros, y de las que han hecho creer al Rey, a la Gran Duquesa, la Infanta de España, Da María Luisa, que es amantísima de la Compañía de Jesús, y tiene muy particular estimación del mismo padre. ¡Qué cosa ésta tan dura, tan violenta y tan irracional! Pero al mismo tiempo prueba demasiado que los ministros de Madrid están con cien ojos abiertos para cerrar todos los caminos por donde pudiera llegar al Rey la luz y la verdad. Era mucha razó que el padre tiene gusto a la Emperatriz Reina, que benignamente le acoge, sin detenerse en los órdenes contrarios de la Corte de Madrid, que sin culpa alguna suya le ha desterrado tan descortésmente. Pero es preciso que tenga mucha atención a no irritar el furioso Ministerio de Madrid, por no acabar de echar por tierra las esperanzas que aún tiene de recobrar su sueldo o pensión. Ni creeré que haga la cosa de tal manera, en cuanto sea posible, que dé gusto a la Emperatriz Reina, sin ofensión de la Corte de España. Ha venido también de Ajaccio un P. Butler283, inglés de origen, pero que debió de nacer en España. Pertenece a la Provincia de México y fue arrestado en La Habana con los demás jesuitas que había allí, y es uno de los que acaban de llegar a Ajaccio. Cuando los ingleses sitiaron y tomaron La Habana, cinco años ha, estaba ya allí este padre e hizo tan buenos oficios, en esta ocasión, a favor de los españoles para con los jefes ingleses, Albemalle y Pocob, que mereció que la Corte de Madrid le escribiese en particular las gracias; y ahora, a vuelta de cinco años, sin haber hecho delito ninguno, le prende como a un malhechor y le destierra ignominiosamente. Dice que va a Roma y que desde allí pasará a alguna de las misiones de Inglaterra a trabajar, ya que se lo impiden en las de España.

283. Nota del autor: «Este P. Bulter salió hombre fingido y de máquina. En Roma salió de la Compañía, se ha hecho Doctor en la Sapiencia y se ha establecido allí». 509

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Día 22 de abril Ayer o antes de ayer llegó una posta de Francia a un Comisario de Guerra francés, que se ha conservado siempre aquí, de la cual se habla mucho en el día, y lo más verosímil es que le ha traído aviso de que presto vendrá aquí tropa francesa. Aun cuando no hubiera tan buenas razones para creerlo habría muchos que lo creyesen; ¿qué será ahora que en la realidad tiene fundamento? Y esta es una cosa que, sólo mirada como posible, desazona y turba mucho a la gente; porque si ahora con una pequeña guarnición de genoveses estamos con mucha incomodidad en la habitación y en otras cosas ¿qué será si viene tropa borbona, y en mucho mayor número, como será regular? ¿Pero de qué sirve afligirnos antes de tiempo y más en cosas que no está en nuestra mano evitarlas?

Día 24 de abril Hoy han hecho la profesión de cuatro votos, cuatro padres, y la incorporación, siete hermanos coadjutores. Los extraños viajes que se han hecho, y la irregularidad de los correos, son la causa de que se hagan estas profesiones e incorporaciones fuera de los tiempos regulares. Esta función, por ser de votos solemnes, pide publicidad y testigos y por eso ha parecido conveniente que no se haga en los oratorios de las casas, sino en la parroquia del lugar. El P. Provincial fue allá a decir misa y a ella hicieron las profesiones e incorporaciones todos los dichos padres y hermanos.

Día 26 de abril El día 24 llegó aquí desde Ajaccio el P. Fernando Borrego284 que, como antes se dijo, acaba de llegar de España con los padres indianos. Todos creíamos, y mucho más los que le habían visto poco antes del destierro, que este padre no podía vivir y que moriría presto en España, añadiéndose al mucho mal que padecía la grandísima pesadumbre y sentimiento de 284. El P. Borrego murió en Bolonia el 29 de diciembre de 1794. 510

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ver la tristísima suerte de la Compañía, y más hallándose solo, abandonado y sin aquel consuelo que hemos tenido nosotros por andar siempre muchos unidos, y en compañía; y ahora le vemos con asombro no sólo vivo, sino sano, sin calentura y medianamente reparado de sus males. De su suerte y viajes diremos en compendio alguna cosa, pues decirlo todo por menor sería cosa muy larga. Cuando nosotros fuimos arrestados y echados de los colegios a él se le dio la casa de sus padres, en donde estaba, por lugar de su prisión y su cárcel. No sé si era con tanto rigor que no le dejasen oír misa, porque en particular no se le ha preguntado esta circunstancia, aunque es muy creíble que ni esto se le permitiese. Y de cierto no se le permitía dar un paseo, que le era cosa muy necesaria, estando tomando leche de burra, por estar tocado de tísica. Cuando él sólo pensaba en llevar con paciencia su trabajoso estado, y sus padres en cuidarle para que se restableciese, se hallaron estos con orden ejecutivo de la Corte de hacerle marchar sin detención a Cartagena, aunque hubiese en ello peligro de la vida, como le había ciertamente y bien grande, estando con calentura y siendo el viaje de mar de cien leguas. Y así se hizo poniéndose al instante en camino. ¡Qué inhumanidad y barbarie! ¡Qué pena y sentimiento para los padres en echar de casa un hijo en un estado tan lastimoso!, y qué dolor el del hijo en arrancarse de los brazos de sus padres en circunstancias tan tristes y dolorosas. De Villamayor fue a Valladolid; y en aquella ciudad fue depositado en el Convento de S. Juan de Dios. En el mismo convento estaba el P. José Muro2&5, que al tiempo de nuestro destierro estaba de operario en el Colegio de San Ignacio, y por estar enteramente impedido había quedado allá. Se muestra este P. Borrego muy agradecido a aquellos religiosos porque, dice que, les trataban muy bien de todos modos, y que mostraban mucho cariño y afecto, y que habían sentido mucho el que les habían quitado por fuerza, como ha sucedido a todos, la carta de hermandad de la Compañía. La 285. Algunas veces aparece como José Mura, que había nacido en Pamplona el 5 de mayo de 1719 y murió en Cento en enero de 1777. 511

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prisa que daba el orden de la Corte eran tan grande que no dio lugar a hacerse en su casa alguna ropa, que necesitaba para el viaje, y así en Valladolid la pidió con instancia al Sr. Intendente y no pudo lograr nada. ^No obstante, habiendo salido de Valladolid mal vestido y con calentura se puso bueno en el viaje. Así como dice este padre, en los que mandan en la Corte es el mismo el odio y furor contra nosotros, si no es mayor que cuando salimos de España, así también, en los pueblos y en la nación, es el mismo el sentimiento y dolor por nuestra pérdida que los primeros días de nuestro destierro. Por todos los pueblos y ciudades por donde ha pasado ha experimentado las mismas demostraciones de cariño, de pena y de dolor que nosotros en nuestros viajes hacia los puertos. En este particular cuenta cosas de mucha ternura que nosotros pasaremos en silencio, por no alargarnos demasiado, y sólo insinuaremos lo que le pasó en el convento de las monjas capuchinas de Murcia, famoso aquí y mucho más en España por el caso del terebinto, de que hablamos en otra parte. Luego que supieron las religiosas su llegada le enviaron un recado muy eficaz y con mucho empeño de que viniese a su iglesia. Hízolo así el padre por darles gusto y fue a la iglesia, y se detuvo un buen rato. Las religiosas se juntaron en el coro y allí estuvieron viéndole a su gusto y llorando; y cuando al padre le pareció que habían satisfecho su piadosa curiosidad se retiró sin hablarlas una palabra; porque tienen orden las religiosas de no hablar con los jesuitas que pasen por allí. Este orden no ha sido dado a aquellas religiosas por el Ilustrísimo Rojas y Contreras de su grado y voluntad; pues ama y estima mucho a los jesuitas y este su amor por la Compañía fue la causa de haberle quitado el empleo de Gobernador del Consejo y haberle hecho retirar a su Obispado de Murcia y Cartagena; sino que necesariamente ha sido dado inmediatamente por la Corte o por el Obispo, obligado por la misma Corte286. Del Colegio de Villagarcía dice este P. Borrego que está desalojado y que todo se ha vendido, y se ha malbaratado. 286. A la muerte de este prelado, en 1772, el P. Luengo escribió una pequeña semblanza de su vida, que se encuentra en el Diario, t. VI, p. 396 y ss. 512

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¿Qué se habrán hecho tantas y tan preciosas láminas y pinturas, y otras mil cosas de devoción de la hermosa, devota y santa capilla del Noviciado? ¡Qué desconcierto y trastorno de cosas! Un siglo no bastaría para adornar aquella capilla del modo con que estaba adornada, y un día bastó para echarlo todo por tierra. Ha habido tan poco gobierno en las cosas de Villagarcía que han quedado sin sembrarse las muchas tierras del Colegio, por no tener con qué sembrarlas los que las han tomado en arriendo, y por no haber tenido providencia para dárselo287. Es verdad que, hay tanta falta de trigo en España que es de algún modo excusable este descuido. El trigo, dice este padre, vale cuanto quiere pedir el que tiene que vender y ha habido ejemplar de vender la fanega a ochenta reales. Cosa extraordinarísima que acaso no habrán visto jamás los nacidos en España y trabajo insoportable, especialmente para los pobres que con toda su fatiga no podrán ganar para comer un poco de pan. Dejadas otras muchas cosas como estas, que cuenta este padre, referiremos el caso de Mallorca que ha dado mucho que hablar aquí y mucho más en España, y sobre el cual se han formado largos procesos288. Sobre la puerta del Colegio de la Compañía de Jesús de la ciudad de Palma, en la isla de Mallorca, hay una imagen de Nuestra Señora, de piedra, creo que del misterio de la Concepción. Esta imagen tenía las manos juntas y unidas delante del pecho, como en acto de orar, del cual modo tienen regularmente las manos las dichas imágenes. A la salida de los padres de aquel Colegio mudó la santa imagen la postura de las manos y las cruzó debajo de los brazos, que parece postura que indica aflicción, tristeza, y congoja. Muchos en la dicha ciudad observaron esta novedad con asombro, se empezó a hablar mucho de ella en toda España y no menos en la Corte, la que entró en cuidado por esta causa, no fuese que el pueblo tomase de aquí motivo de improbar el destierro de los jesuítas y pasase a otros excesos. Y así se despachó 287. Sobre este noviciado véase: W.AA., Villagarcía de Campos. Evocación histórica de un pasado glorioso, Ed. El mensajero del Corazón de Jesús, Bilbao, 1952. 288. Nota del autor: «De este mismo suceso se habla en este tomo, p. 466».

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orden al Obispo de Mallorca, el señor Garrido289, de que se tomasen declaraciones y examinasen testigos sobre el caso; y todo el punto del examen se venía a reducir a si la santa imagen había mudado la postura de las manos, o si las había tenido siempre como las tiene ahora. Se supone con toda certeza que al Ilustrísimo Garrido se le hicieron de parte de la Corte todas las insinuaciones y ofertas convenientes para hacerle entrar en el empeño de desacreditar este prodigio; y también se conoce demasiado que Su Ilustrísima entró con todo calor y fuerza en las intenciones de la Corte, como lo demuestran la parcialidad en hacer los procesos y una providencia dada por él mismo. Se tomaron, pues, los medios que comúnmente se usan de promesas, amenazas y castigos cuando se quiere corromper un juicio y sobornar testigos. Con todo el empeño de la Corte y del Obispo en formar procesos que desacreditasen el milagro han salido tales que ellos mismos, aunque no hubiera ninguna otra prueba, son una demostración palmar y sensible de que ha habido mudanza en la postura de las manos de la Virgen. En medio de los terrores, de las prisiones y cárceles con que se amenazaba a los que depusiesen contra las intenciones demasiado sabidas de la Corte, aparecen en los procesos, según dicen los que les han visto, noventa testigos, que con juramento afirman que la Virgen tenía antes las manos juntas delante del pecho; y sólo dos, un curtidor y un zapatero, que dicen lo contrario. Si fuera al revés, que sólo dos depusiesen en las circunstancias del día y del caso la dicha mudanza de postura de las manos, y noventa la negasen, en un tribunal recto y juicios debían ser creídos los dos más que los noventa. Pues ¿qué se debe pensar, siendo noventa los que atestiguan la dicha mudanza y dos solamente los que la niegan y estos, infames y viles, cuales son un curtidor y un zapatero? Y ¿qué se ha determinado en Madrid a vista de estos procesos? Se han visto, o no se han visto, en el Consejo que llaman 289. Francisco Garrido de la Vega «fallece dos veces», o al menos Luengo reseña su fallecimiento en 1772 y otra vez en 1776, ésta última además de la biografía que ya incluyó en la primera, realiza una serie de comentarios sobre la labor de este prelado contra la Compañía. Véase Diario, t. VI, p. 373, y t. X, p. 107. 514

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Extraordinario; y de cualquier modo que esto haya sucedido, el Fiscal Campomanes, que es el que da la ley en todas estas cosas, ha resuelto ex trípode, como si fuera una Divinidad, que los que deponen la mudanza de las manos están poseídos de fanatismo; que los que la niegan son dignos de crédito y dicen la verdad; y, por consiguiente, que en la piedra de Mallorca (así llama Campomanes, con una horrible blasfemia, a la estatua de la Virgen) no ha habido novedad ni milagro alguno. Y con esta resolución del gran legislador Campomanes está acabado este negocio. ¿Se pudiera creer que pudieran suceder tan presto en España ni nunca tales horrores, impiedades y sacrilegios? ¿Qué es necesario más que esto para conocer qué casta de hombres es la que aborrece y persigue la Compañía de Jesús? El Obispo Garrido por su parte, según se dice, ha prohibido que se hable del dicho milagro ni de ninguna otra cosa semejante en punto de jesuitas. No dejará la intrepidez del celo de este Ilustrísimo en reprimir a los jesuitas de merecerle del Ministerio un premio correspondiente a sus servicios. Día 27 de abril Ayer murió en la casa de S. Luis el H. Francisco Javier Larrañaga, escolar teólogo. Yo no conocía a este hermano y así, sólo puedo decir lo que oigo a todos y especialmente a sus condiscípulos, que era un joven inocente, angelical y muy observante y exacto religioso; y lo que hemos visto todos, por decirlo así, que ha muerto como un ángel, con una paz, serenidad, resignación y aun contento que casi no se conciben posibles en aquella hora y en un trance tan terrible como es la muerte. Se le ha hecho el oficio al modo regular. Nació a 16 de noviembre del año 1743 en Dinia, del Obispado de Calahorra. No sé si lograrán muerte tan feliz y sosegadísima seis jesuitas de la Provincia de Andalucía que ayer tarde, públicamente, con increíble descaro y desvergüenza, y vestidos todavía con la ropa de la Compañía, pasaron a bordo de una embarcación que estaba en el puerto con cuyo Patrón estaban ya ajustados para que les lleve al continente de Italia; y efectivamente esta noche ha desaparecido la embarcación y han marchado en ella. Merecían es515

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tos hombres insolentes haber sido sacados de la embarcación y puestos en reclusión, y así se haría si por las circunstancias miserables en que se halla la Compañía no fuera esto impracticable y expuesto a grandísimos inconvenientes.

Día 28 de abril El Comisario Real D. Pedro de la Porcada, quien no hemos visto todavía por aquí, y que como se dijo fue a Bonifacio a dar la pensión a los padres aragoneses, va haciendo muy bien por allí, según cartas de aquella ciudad, el oficio de tentador y propiamente demonio, la cual ocupación parece que se les ha dado de la Corte. Con su artificio, maña y maligno agrado ha hecho ya que seis salgan de la Compañía. Con otros muchos, añaden las mismas cartas, le han salido mal sus astucias y diligencias, y se ha visto obligado a oír buenos desengaños. En particular cuentan un lance, que le sucedió con un joven, que creo ha de ser el padre Nicolás Pignatelli290, hermano del conde de Fuentes que al presente es Embajador de España en la Corte de París. Hízole el Comisario una platiquita al asunto de persuadirle de que saliese de la Compañía y después le entregó una carta de un hermano, en la cual le dijo que se le decía lo mismo que él le aconsejaba. El joven, habiendo cogido la carta, la hizo pedazos sin quererla leer, estando presente el mismo Porcada, de cuya mano no quiso recibir otra carta de una persona de autoridad; y si el joven es el P. Nicolás, como creemos, esta persona será verosímilmente el conde de Aranda, con quien ha de tener parentesco y conexiones291. Terrible cosa es que, después de oprimirnos de tantos modos, no nos han dejar vivir en paz en nuestra misma opresión y miseria. 290. Nicolás Pignatelli había nacido en Zaragoza y pertenecía a la Provincia de Aragón. Tenía un hermano, José, en la Compañía. Sobre éste véase: MARCH, José M., El restaurador de la Compañía de Jesús, beato José Pignatelli y su tiempo, tomo I, Imprenta Revista «Ibérica», Barcelona, 1935. Nicolás fue arrestado en 1785 y recluido en Fuerte Urbano a raíz de un escrito que envió a los ministros de España. Junto a él encerraron a Palomo, otro jesuita español, en el castillo de Sant Angelo acusado de colaborar con Pignatelli. Un año después volvió a ser detenido en Fuerte Urbano «más por providencia que por castigo». 291. Era primo del conde de Aranda. Vid. OLAECHEA y FERRER BENIMELI, op. cit., 1978, p. 171 y pp. 287 a 371. 516

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Día 29 de abril Por algunas quejas de algunos del país, ha dado el P. Provincial orden general a todos de que no se entre, cuando se va de paseo, por viña ni heredad ninguna que tenga alguna cosa de frutos. No se ha dado motivo justo para estas quejas, haciendo daño en algunas heredades, pero es razón que con este orden del P. Provincial se eviten las cosa que aun remotamente pueden dar ocasión a semejantes quejas. Si estuviera el campo como en otras partes claro está que ninguno entraría por heredad ninguna en tiempo en que se pudiera hacer daño, pero en estas cercanías de la ciudad está todo abandonado y sin cultivo, de muchos años a esta parte, por causa de la guerra entre los genoveses y corsos, que se han rebelado a la República de Genova; y así las viñas no son más que unas tierras llenas de maleza y unos verdaderos eriales con algunas cepas, que se han conservado a pesar del abandono y falta de cultivo por tantos años. Y por esta causa puede ser que alguno, inocentemente, haya entrado por alguna viña o heredad y de ello se haya ofendido el dueño. Día 30 de abril Está en este puerto una fragata de guerra inglesa cuyo Capitán dice que pertenece a una escuadra de su nación que está en el Mediterráneo. Anda esta fragata con suma franqueza y libertad, sondeando el puerto por todos lados como quien trata de informarse de su fondo y capacidad, y hasta dónde hay bastante agua para navios grandes. Si fuera en otra parte ya se guardaría el Capitán inglés de hacer esta cosa, a lo menos con la publicidad y descaro con que la hace, pues se exponía a que le hiciesen fuego desde la plaza; pero los genoveses son de buena condición y pasan por todo; si bien esto no quita que de parte del inglés sea una insolencia. El arribo de esta fragata, que ha dado algún cuidado al Comisario francés y ha enviado, según se cree, aviso de ello a Bastia por tierra y a Francia con una tartana, nos lo da mayor a nosotros; especialmente que los corsos se lisonjean de que si los franceses, que de cierto vuelven otra vez a esta plaza, les quieren hacer la guerra, serán pro517

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tegidos y ayudados por los ingleses. Será cosa buena, por cierto, que este rinconcito de Córcega, a donde nos han arrojado por no querernos nadie en su casa, venga a ser un teatro de guerra entre franceses e ingleses con los corsos. Este suceso mirado sólo desde lejos y como posible, o cuando más algo probable, no puede menos de consternar mucho a la gente, siendo tan miserable nuestra situación; tan fácil que se nos corten por mar y por tierra las provisiones, y que sucedan otros mil trabajos y desgracias. No hay otro arbitrio que arrojarse en los brazos de la Divina Providencia, y ofrecerse resueltamente a todo lo que el Señor disponga que venga sobre nosotros.

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Mayo Día 1 de mayo Esta noche entró en este puerto un barco napolitano, que viene últimamente desde Liorna, y en él han venido cartas de Roma en las que se cuentan varias cosas y una especialmente de suma importancia. Esta es que los tres ministros de las cortes borbonas, París, Madrid y Ñapóles, habiendo tenido entre sí una junta, pidieron a Su Santidad audiencia para el día siguiente, que era martes de la Semana Santa, y el Papa no se la concedió para aquel día por tiempo muy ocupado. Y así no tuvieron los ministros la audiencia que deseaban hasta el miércoles de la semana siguiente después de las fiestas de Pascua. En esta audiencia pidieron los dichos ministros al Santo Padre, en nombre de sus cortes, que revocase el edicto o publicación de censuras contra la Corte de Parma, que apartase del Gobierno al Cardenal Torrigiani y a algún otro más que no nombran, haciendo al mismo tiempo grandes amenazas a Su Santidad si no acordaba sus peticiones y, en particular, que vería presto su Estado lleno de tropas292. El Santo Padre negó resueltamente lo que se le pedía, y aún se dice en las cartas de Roma que, tomando Su Santidad en la mano el Santo Cristo que tenía sobre la mesa y encarándose con el Embajador de París le dijo, con grande resolución y entereza, que estaba resuelto a derramar toda su sangre por la fe de aquel Señor, a imitación de tantos antiguos predeceso292. «Clemente XIII y sobre todo su secretario de Estado, Luigi Torrigiani, consideraron siempre al ducado de Parma como Feudo de la Santa Sede. [...] El breve Alias ad apostolatus de 30 de enero de 1768 ha pasado a la historia con el nombre más conocido de Monitorio de Parma. Por él el Papa reafirmaba sus derechos soberanos sobre los ducados que administraban los infantes de España y, en virtud de su autoridad, anulaba todos los edictos desde el de amortización de octubre de 1764 como contrarios a la libertad, inmunidad y jurisdicción eclesiástica, daba órdenes a los obispos y a los sacerdotes para que no obedecieran los decretos del infante y declaraba a los autores, consejeros y ejecutores de los mismos incursos en las censuras expresadas en los cánones, en los decretos de los concilios generales y, sobre todo, en la bula In Coena Domini», en EciDO, T. y PINEDO, I., op. cit., 1994, pp. 109 a 111. 519

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res suyos; que lo escribiese así a su Corte y que jamás volvería atrás de las resoluciones que ha tomado a favor de la fe de aquel Señor. Del Ministro francés dicen las mismas cartas que quedó tan cortado con esta generosa respuesta del Papa que, sin hablar una palabra y casi sin saber lo que se hacía, besando el pie al Santo Padre, se retiró de la audiencia. Aún fue más fuerte la respuesta de Su Santidad al Ministro de Ñapóles, que lo es el Cardenal Orsini293, diciéndole en sustancia que extrañaba mucho que un Ministro de la Iglesia se uniese con los enemigos de ella; que tuviese por entendido que se las tomaba con Jesucristo, y otras expresiones como estas; con las cuales quedó tan trastornado que salió de la presencia del Papa medio muerto, de la cual voz usa una de las cartas de Roma. No se dice si Su Santidad dijo alguna cosa en particular al Ministro de España, el Sr. Azpuru294, o porque por alguna casualidad no asistiese a la audiencia, o porque siendo también eclesiástico debía tener por dicha a sí mismo la respuesta dada al Cardenal Orsini. Este suceso es público y notorio en Roma ya este aire con que acabamos de representarle, se ha esparcido y publicado por allá; aunque siempre es preciso que se nos oculten aquí, en este rincón de Córcega, muchas circunstancias de este grande suceso muy dignas de saberse y de ser notadas. Roma ha aplaudido grandemente la constancia y firmeza del Santo Padre, y como que se nota en ella fervor y ánimo para derramar su sangre al lado de su Santo Pastor. Los emba293. En opinión de Luengo, Orsini, ministro en Roma de la corte de Ñapóles, fue el que en enero de 1769 dio los primeros pasos hacia la extinción de la Compañía; había sido duque de Gravina y, después de enviudar, recibió el capelo bajo el pontificado de Benedicto XIV. En 1772, cuando ya se fraguaba la extinción de la Orden, fue uno de los visitadores de los colegios de los jesuítas y de otros en donde prohibió que las monjas se confesaran con jesuítas. 294. Nicolás de Azpuru era natural de Zaragoza y fue educado por los jesuitas. También fue tachado por el P. Luengo de haber solicitado la extinción de la Compañía a Clemente XIII, pero cinco días después que Orsini, el 15 de enero de 1769, y Luengo le acusó de espiar en Roma y de la autoría de unas cartas en las que se informaba al P. Eleta, confesor de Carlos III, sobre algunos cardenales afectos a los jesuitas, entre ellos Torrigiani. En 1769 Azpuru censuró a Clemente XIV por su actitud condescendiente hacia los jesuitas. En 1771 Luengo escribió una serie de comentarios sobre su lamentable estado físico y acerca del papel que desarrolló en la extinción de la Compañía de Jesús. 520

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j adores por su parte darán aviso a sus respectivas cortes de la respuesta del Santo Padre, y en este estado queda por ahora este gran negocio que, verosímilmente, pasará más adelante. Por su parte ya han procurado las cortes borbonas, como se dice en las mismas cartas, quitar del todo la autoridad y fuerza al decreto del Pontífice contra la Corte de Parma. En esta misma Corte ha salido un decreto o declaración en nombre del duquecito, que es un niño de dieciséis o diez y siete años, en que se dice francamente que en los edictos de aquella Corte, que han dado ocasión a la declaración de Su Santidad, no se hallan las cosas que el Papa supone, y que así le han engañado sus ministros. Verdaderamente es arrojo y cosa escandalosísima que se atreva un Ministro de una Corte católica a hacer hablar de esta suerte a un niño con la cabeza de la Iglesia y Vicario de Jesucristo. En Madrid y en Ñapóles han sido suprimidos el dicho decreto de Roma contra la Corte de Parma, y con más estrépito y solemnidad, o por mejor decir, con más insolencia y mayor impiedad por el Parlamento de París con un arresto publicado el día 26 de febrero. Se sabe ya aquí por la Francia que se han ido arrimando tropas francesas hacia Aviñón, y estas cartas de Roma de que ahora hablamos aseguran que han hecho lo mismo hacia Benevento algunas tropas napolitanas. Y así se puede temer que estos Estados del Papa se vean atacados bien presto por las tropas borbonas. Otra guerra, que será mucho más sangrienta que la de los borbones contra los Estados del Papa, se anuncia en las mismas cartas como muy próxima, la que insinuaremos de paso, aunque en nada nos toca a nosotros. Dicen, pues, que se van arrimando cuarenta mil turcos a las fronteras de la Polonia con intento de hacer guerra a la Emperatriz de la Rusia, que mantiene algunas tropas en la misma Polonia y la tiene en no poca sujeción. En las mismas cartas se cuenta también un favor y honra que ha hecho el Santo Padre, Clemente XIII, a los jesuitas del Colegio Romano, que siempre sería grande y muy digna de estimación, pero en las circunstancias en que al presente se halla la Compañía de Jesús, aborrecida, perseguida y combatida terriblemente de tantas y tan poderosas cortes, es singularísi521

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LOS JESUÍTAS

ma e imponderable. El día del glorioso San José, en el que teman los padres del Colegio Romano el jubileo de las doctrinas, fue Su Santidad a él, celebró allí misa y dio la comunión a nuestros jóvenes. Esta sola demostración tan expresiva y cariñosa de un Pontífice, tan grande y tan santo, es una victoriosa apología, a los ojos de los hombres de juicio y rectitud, de que la Compañía de Jesús, no obstante que tiene tantos enemigos y se la hace padecer tanto, está inocente y sin culpa alguna. Porque ¿qué hombre de razón puede creer que el grande Clemente XIII haría a los jesuítas una expresión de tanto amor y cariño, si creyera que son hombres de mala doctrina, alborotadores de los pueblos, asesinos de los reyes, y otras cosas como estas, que son las maldades que se nos atribuyen y con que nos infaman? De los jesuítas de la Toscana cuentan estas cartas de Roma un gran susto que han tenido, del cual se ven ya libres al presente. Habiendo muerto el año pasado por el octubre o noviembre una hija de la Emperatriz que, desposada con el Rey de Ñapóles, iba ya de viaje para esta Corte, está para llegar a Florencia, y acaso habrá ya llegado, otra hija de la misma Emperatriz, que va a ser esposa del Rey de Ñapóles en lugar de su hermana. A lo que parece, para poder alojar mejor en su palacio a su hermana la Reina de Ñapóles, y los de su comitiva que llegarán presto y acaso habrán llegado ya, mandó salir de él algún otro jesuíta que, o por confesor o por otro título tenía allí su habitación. Esta debió de ser la ocasión por la cual llegó a correr la voz en el pueblo de que el Gran Duque echaba de sus Estados a los jesuítas, y tomó tanto cuerpo esta voz y se veían, o figuraban, tantas razones con que apoyarla que los jesuítas mismos la tuvieron por cierto, y la noche del cinco de marzo estuvieron tan persuadidos que se iba a ejecutar su destierro que varios dejaron compuesto su baúl y equipaje. Llegaron a noticia del Gran Duque estos grandes temores en que estaban los jesuítas; y por sí mismo se dignó disiparlos diciendo a un jesuíta predicador de la Corte que nada tenían que temer en sus Estados y enviando, además de eso, un gentilhombre al Colegio para que asegurase lo mismo al P. Rector y a los demás padres. No es el Gran Duque de Toscana un Tanucci, un Roda, 522

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u otro Ministro como estos; ni cabe en el ánimo real de un príncipe la doblez, la falsedad, la simulación y mentira, que son las prendas más comunes de los corazones y lenguas de los ministros que mandan al presente en las cortes borbonas. Y así han quedado aquellos padres, y con mucha razón, perfectamente sosegados y tranquilos. Esto no quita que sea cierto, como dicen las citadas cartas de Roma, que el Ministerio de España mete un fuego horrible contra los jesuitas en la Corte de Florencia, como es también cierto que lo hace por otras partes pretendiendo, si fuere posible, echarnos de todo el mundo. Y por lo que toca a esta Corte de Florencia, ya que no haya conseguido que se haga mal a aquellos jesuitas, ha logrado por lo menos que el jesuita alemán Belingen no pase por aquella Corte, no obstante que la Emperatriz Reina se lo había mandado, y que nuestra Infanta la Gran Duquesa lo deseaba mucho. Y ha trabajado con tanto empeño en este asunto el Ministerio de Madrid, para que este jesuita no informe a la Infanta de sus maldades y villanías, que ella misma contra su voluntad ha escrito al padre para que suspenda su viaje por aquella Corte, lo que no puede nacer de otra causa que de haber inducido aquel Ministerio al Rey, su padre, a que se lo haya ordenado así. Mientras que los ministros de España no piensan en otra cosa que en furores y hostilidades contra los jesuitas, según las cartas de Roma, hay nuevas muy tristes de Méjico, como que están allí muy revueltas las cosa con esta gran novedad; y acaso lo estarán mucho más en el Perú, de donde ha mucho tiempo que no llegan cartas a España. A la verdad, será un milagro si la ruina de la Compañía de Jesús en la América no trajese consigo peligrosas novedades y daños muy grandes al Estado. Finalmente dan estas cartas de Roma alguna razón de los padres A° B" y L° Bn 295. Dicen que se han recibido allí cartas suyas en las que refieren mil trabajos y miserias, y que tienen el desconsuelo de que por más que desde la raya de Francia, 295. Nota del autor: «padres Antonio Bayón y Lorenzo Badarán. maestros de teología en Salamanca al tiempo del arresto, y que huyeron de aquí a los primeros días de nuestro desembarco». 523

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en donde están, han escrito a sus familias, no han recibido de ellas ni un socorro, ni aun siquiera una respuesta a sus cartas. Cuánto menos hubieran padecido, aunque no han faltado trabajos, si se hubieran mantenido constantes en donde les colocó la Divina Providencia, y en compañía de tantos, lo que sirve de gran consuelo en las miserias y aflicciones que se ofrecen. En sus cartas piden perdón de su ligereza e inconstancia y suplican al P. General que les conceda las facultades que se han dado a los padres franceses por el tiempo de la dispersión, y es muy creíble que se las concedan. Hablan de otro de los fugitivos que anda por aquel mismo país, aunque no en su compañía. No le nombra pero es muy creíble que sea o el P. Antonio Ma o el P. Ramón O, los cuales salieron con los otros de esta ciudad. Día 3 de mayo La fragata inglesa, que dijimos haber estado en este puerto y salido de él, dio fondo en una ensenada no lejos de aquí, lo que parece no puede tener otro objeto que comunicar con los corsos algunas cosas de su Corte e informarse bien de los surgideros de la isla. Esta mañana ha levantado áncora, y va caminando a nuestra vista con la proa hacia el continente de Italia; y esta tarde misma ha entrado en este puerto un pingue inglés, que viene de Genova y trae cincuenta a sesenta mil duros para nuestra pensión. Dentro de la misma concha estuvo ya dos veces muy cerca de perderse, como hemos estado viendo nosotros mismos y aseguran los que entienden de estas cosas. Hubiera sido un chasco muy grande para nosotros, pues quién sabe cuánto tiempo se tardaría en preparar y conducir otra igual cantidad, pero hubiera sido mucho mayor para aquellos, a cuya cuenta fuese la pérdida del dinero. Y, aún sin comparación, mucho más sensible para tres jesuítas secularizados que vienen en esta embarcación; y es muy temible que hubieran quedado anegados. No deben de haber sido recibidos en Genova y vendrán a cobrar su pensión para marchar a Roma o a otra parte. 524

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Día 4 de mayo Esta mañana levantó áncoras y marchó a Ajaccio, en donde están los comisarios reales, el pingue inglés que tiene a bordo el dinero para nuestra pensión. En el día ya se ha cumplido para todos el término de la paga antecedente y nos haría muy al caso que nos la pagaran cuanto antes; ya porque a los más se les ha acabado el dinero de la otra paga y lo necesitan para ir comiendo, y ya también porque es muy temible que, en llegando los franceses, rompa presto la guerra y haya sus dificultades en traerla a esta ciudad, y desde luego sería un grande beneficio para nosotros tener dinero con que hacer algunas provisiones de antemano, para no vernos en tanta miseria y necesidad como en la otra guerra de genoveses y corsos. Pero nuestros comisarios toman estas cosas con grande pausa y sosiego y sabe Dios cuándo vendrán a darnos la pensión. La venida de los franceses a esta ciudad es cada día mas segura y anda ya por aquí un francés que, según se cree, es proveedor de la tropa. Y no lo parece menos que, a su arribo, se volverá a encender otra vez la guerra, así por las gestiones que se observan de parte de los ingleses como también por el modo de explicarse los vecinos de la ciudad, y aún mucho más por las cosas que dicen sobre este asunto los corsos o paolistas. Cuánta sea nuestra inquietud y turbación por estos rumores demasiado fundados es fácil entenderse siendo tan miserable nuestra presente situación. Día 8 de mayo En la Provincia de Andalucía se ha hecho saber un orden de N. M. R. P. General, en el cual se dice que están todos persuadidos que los que negocien su dimisoria de secularización, o rescripto de la Sagrada Penitenciaría, no quedan en adelante jesuítas ni pertenecen al cuerpo de la Compañía. Según parece por este orden, ha prevalecido o ha corrido, por lo menos entre los jesuitas andaluces, este modo bien extraordinario de pensar; es a saber, que les era lícito separarse ahora de la Religión y huir el cuerpo a los trabajos que padece por medio de un rescripto de la Penitenciaría, conservando entre tanto su 525

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derecho de unirse otra vez a ella cuando vuelva a estar en bonanza y prosperidad. Pero sea lo que fuere, de que su secularización sea válida o nula, más o menos amplia y absoluta, y de que ellos queden o no queden con los votos, no hay duda alguna que la Compañía no puede quedar obligada296 a recibir otra vez a estos fugitivos, que sacan su tal cual secularización del Papa por medio de la Penitenciaría o de los Superiores de la Religión. En esta Provincia no se ha intimado hasta ahora semejante orden; o porque no ha venido de Roma para ello, o porque el P. Provincial no le ha tenido por necesario ni conveniente. Y en la realidad, en cuanto yo sé, no ha corrido entre nosotros un modo de opinar tan extravagante e insensato. Una carta de Genova, que debió de venir en el pingue inglés, explica bien el sistema que ha adoptado aquella República con los jesuitas españoles que de esta isla llegan a aquella ciudad, y parece se debe tener por cierto. Si llegan sin pasaporte de los comisarios reales no se les deja de modo alguno salir a tierra. Pero si llevan pasaporte de los comisarios se les permite detenerse ocho días, pasados los cuales deben marchar a otra parte. Esto no quita que algún otro, con buenos empeños, consiga que se haga con la vista larga y se le deje vivir en la ciudad. Día 9 de mayo Ha vivido con los padres andaluces en esta ciudad un P. Butler, distinto de otro de este apellido que vino de La Habana. Este P. Butler, que es oriundo de Irlanda, aunque nació en Francia, fue desterrado de este Reino con los demás jesuitas, y habiendo entrado en España se había establecido en el Colegio de Cádiz. Aquí fue arrestado con los demás padres de aquel Colegio y les ha seguido en sus viajes y en su establecimiento en este país. Es ya hombre muy anciano y como por extranjero no tiene pensión por España, ha conseguido del P. General el poder pasar a Aviñón, en Francia, para vivir con paz 296. Añadido por el autor. 526

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en aquel Colegio de la Compañía los pocos días que le pueden faltar y, efectivamente, marchó uno de estos días pasados. Día 12 de mayo A pocas leguas de aquí, hacia cabo Corso, ha habido un fiero combate entre un corsario de moro y una embarcación que pertenece a la ciudad de Ajaccio. Por tres veces intentó el moro abordarla; pero todas ellas lo impidieron los marineros corsos, matando no poca gente en el corsario, y en una de estas ocasiones logró escabullirse y meterse en un puertecillo cerca del cabo Corso. Más feliz ha sido una embarcación que, desde Civitavecchia, ha entrado en este puerto sin encontrarse con el corsario de los moros. En ella han llegado cartas de Roma de fecha de 20 de abril en las cuales, después de confirmar y asegurar de nuevo lo que ya dejamos dicho de la audiencia de los ministros borbones con el Papa, y las respuestas de éste a sus pretensiones, solamente se cuentan las aventuras y miserias de un fugitivo de esta isla que al cabo ha parado en Roma. Este es el H. Santos, coadjutor que pertenecía al Colegio de Logroño297. Huyó de aquí poco después de nuestro desembarco y fue a parar, con otros cuatro, a Liorna en la Toscana. Desde aquí se encaminó solo y a pie hacia España y, atravesándola toda entre sustos y temores de ser descubierto, con grandes trabajos y miserias y caminando por caminos extraviados y monstruosos, llegó hasta Santiago de Galicia. Allí estuvo algún tiempo oculto, socorrido secretamente de una persona de confianza. Pero viendo el peligro en que estaban, uno y otro, de ser descubiertos y quedar perdidos los dos, por consejo de su mismo bienhecho volvió a ponerse en camino hacia Italia y ha llegado ya efectivamente a Roma, habiendo caminado en ida y vuelta a pie más de ochocientas leguas, con los desastres, trabajos y miserias que se dejan entender por sí mismas. Y para colmo de su desgracia e infelicidad se halla al presente en Roma, pobre, desnudo, abandonado de todos y aún sin poder cobrar la pensión, por ha297.

Sobre este colegio véase ARMAS LERENA, N., «Los primeros años de la Compañía de Jesús en Logroño». Brocar, 1995, n° 19, pp. 65-83.

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ber marchado sin dimisoria de la Religión y sin secularización por la Penitenciaría, y ser necesario presentar una u otra fuera de aquí para cobrarla. Es verdad que este inconveniente se podrá corregir presto si tiene quien le dirija, pues bastará pedirla o al P. General o a la Penitenciaría y la conseguirá al instante. Cuan cierto es que quien huye de la cruz que el Señor le envió, por pesada que le parezca, viene a encontrar con otra que lo sea mucho más.

Día 13 de mayo Entre ayer y hoy han llegado dos pequeños barcos de Ajaccio y en las cartas que han llegado se nos dice que se va entregando por allí y que, como dentro de quince días la podremos esperar acá, lo que nos es poco sensible, habiendo ya casi un mes que se nos acabó la otra paga. Pero al mismo tiempo escriben una cosa buena, especialmente para esta Provincia. Ya creo que se diría en otra parte, cómo al darnos en España pensión para medio año se dudó si los hermanos estudiantes habían de ser tratados como sacerdotes o como coadjutores, y que a muchos de ellos se les dio la pensión como a los coadjutores, que es de cinco pesos menos cada medio año; sobre lo cual se hizo su protesta y su representación a la Corte. Y ahora escriben de Ajaccio, que ha llegado orden de Madrid para que se les resarza a los hermanos estudiantes lo que les falta para igualarlos con los sacerdotes en la pensión, y para que en adelante se les dé igual cantidad que a ellos. Esta honradez que muestra nuestra Corte en punto de intereses, especialmente cuando lo resuelve por sí mismo el Fiscal Campomanes, que no tiene obligación ninguna de tener pensamientos honrados, me hace creer que todas las miserias y ruindades que usaron con nosotros en la paga antecedente de la pensión, y de las que se hizo mención por aquel tiempo, son invenciones de los comisarios y especialmente de los genoveses que entran en esta comisión, y no órdenes de la Corte.

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Día 14 de mayo Ya había algunos días que no se dejaba ver por aquí alguna embarcación francesa, lo que se extrañaba mucho; porque no han sido los franceses los últimos en venir en busca de los pesos duros de España, y aún se sentía porque empezaba a haber falta de algunas cosas. Y parece que esta tardanza de los franceses sólo se puede atribuir a que en los puertos cercanos a esta isla hayan embargado las embarcaciones para el transporte de la tropa a este país. Ayer por la tarde, finalmente, llegó aquí una embarcación francesa bastante grande, que llaman polacra; y viene cargada principalmente de harina que se cree provisión ya para la tropa; y así es muy temible que nada nos quiera vender a nosotros. Por esta embarcación francesa se nos asegura más y más la venida de tropa francesa en abundancia a esta isla y, en tal caso, la voz pública por la Francia es que a nosotros nos sacaran de aquí y nos arrojarán en una playa del Estado Pontificio. No es hasta ahora esta especie más que un rumor del vulgo sin fundamento sólido o a lo menos para nosotros; bien es verdad que según pintan de agrias, disgustadas y furiosas a las cortes de Madrid y París contra el Papa, por la respuesta que dio a sus ministros a principios de abril sobre el negocio de Parma, se puede temer que hagan con Su Santidad esta insolencia y aún otras mayores. Día 16 de mayo Ayer se puso fin a la novena de S. Juan Nepomuceno, que se ha hecho privadamente en muchas de nuestras casas, y además de eso públicamente en la iglesia del convento de los religiosos de San Francisco, a donde han acudido diariamente muchos jesuítas de las dos provincias de Andalucía y Castilla. Y hoy se ha cantado en la misma iglesia al glorioso abogado de la buena fama, de cuya protección tanto necesitamos al presente, una misa con toda la solemnidad que ha sido posible, llevando al coro la famosa capilla de músicos de que tantas veces hemos hablado y que cada día lo hace con más primor. 529

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Día 17 de mayo Ayer murió en esta ciudad el H. Francisco Izquierdo, de edad de cuarenta y dos años, y hoy se le ha hecho el oficio al modo regular. Al tiempo de nuestro arresto estaba en Zamora, en donde hacía el oficio de boticario. Oigo hablar muy bien de este H. a los que le conocieron, así por lo que toca a su oficio, como también a su religiosidad. Era natural de Buedas en el Obispado de Plasencia. Salió antes de ayer de aquí un barco de un napolitano que nos ha servido muy bien y, según se iban ordenando las cosas nos serviría mejor en adelante. Iba a Ñapóles a cargar de algunos géneros, pero había de tocar en Civitavecchia y desembarcar allí un marinero, el cual con nuestras cartas habla de ir a Roma a entregarlas por sí mismo al padre General y a los demás padres, y con las respuestas debía de volver a Civitavecchia, donde le cogería otra vez el Patrón napolitano para venir a este puerto. De este modo se hacía cuenta de tener entablado un correo, costoso sí, pero también seguro, para mantener correspondencia con Roma y recibir de allá cartas acaso todos los meses. Y ahora por una desgracia ha ido por tierra quizá para siempre este bello proyecto. A pocas leguas que se apartó de aquí el napolitano se encontró con el corsario de los moros, que anda en estos mares, y se halló en tal situación que no tuvo otro remedio que saltar el Patrón y los marineros en el bote, por no quedar esclavos, y con las cartas, con algún dinerillo, que llevaba y otras pocas cosillas ha entrado hoy en este puerto, dejando su embarcación en manos de los moros. Día 19 de mayo En un barco pequeño, que ha llegado de Ajaccio, han venido algunas cartas que sólo dicen que se piensa en traernos presto nuestra pensión. Al mismo tiempo se ha esparcido que el corsario de la África, que no se aparta de estas costas, ha cogido otra embarcación perteneciente al mismo Ajaccio. Sería cosa buena que, después de estar esperando tanto tiempo nuestra pensión y con tanta necesidad de ella, nos la arrebatase este molesto corsario; pues aunque los moros respetan la 530

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 bandera inglesa, que viene enarbolada en la embarcación que nos la trae, esto no le impedirá, si se encuentra con ella, el registrarla y llevarse consigo nuestro dinero y los españoles que vengan a su bordo. Por lo cual parece temeridad de los que gobiernan este negocio fiar tanto dinero a una embarcación que no tiene fuerza ninguna para defenderse de un corsario de cuatro cañones. Por el mismo camino de Ajaccio debe de haber venido una carta de España, cierta y segura, que corre en el día entre nosotros. Se ocultan el nombre del que la escribe y del que la ha recibido, y hacen muy bien en ello; pues si se descubriera y llegara a noticia de estos comisarios, como sería muy fácil, siendo tantos, y no todos del juicio y reserva conveniente, tendrían que sentir uno y otro. La carta toda ella casi se reduce a generalidades con las que nos representa a España en un estado bien lamentable e infeliz. Se nos dice en ella que, cada día están más llenos de odio y de rabia, y de furor contra la Compañía, los ministros de Madrid que, a pesar de todo su encono porque se toca ya con las manos la falta que hacen los jesuítas en España y por las oraciones que por todas partes se hacen por nosotros, muchas buenas almas esperan nuestro pronto regreso que los pueblos a una mano, y especialmente los que no son ciudades grandes, están sumamente horrorizados y escandalizados de lo que se ha hecho con nosotros, arrojándonos en este país; y que aún algunos religiosos desaprueban nuestro destierro y hablan bien de los jesuitas, que el año viene malo, que van creciendo los tributos y que, en suma, todo está lleno de disgustos, desazones e inquietudes. ¡Pobre España, nuestra querida patria! a dónde la van precipitando cuatro o cinco hombres sin conciencia y un Monarca sencillo e incauto, que se ha dejado engañar y sorprender. En particular sólo cuenta esta carta el destierro de la ciudad de Toledo de un eclesiástico respetable. El señor Tuezos, dignidad en aquella primaria iglesia y Vicario General del Eminentísimo Arzobispo; hombre sabio, de vida muy ejemplar, grande amigo y estimador de los jesuitas, tuvo orden del conde de Aranda, Presidente del Consejo, de salir desterrado de Toledo, previniéndole que podía tomarse el tiempo conve531

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niente para disponer su viaje. Pero este grande eclesiástico, harto más digno de una mitra que muchos de los que el presente Ministerio va colocando en las iglesias, con intrepidez apostólica, toma su breviario y el Santo Cristo, preséntase al Sr. Arzobispo, le pide su bendición y al momento parte en cumplimiento del destierro que se le ha intimado, pidiendo testimonio de haber obedecido. No hay duda alguna que la causa del destierro de este ilustre eclesiástico ha sido su amor a la Compañía de Jesús, en fuerza del cual o ha hablado en público de un modo que ha desagradado a la Corte, o estaba escribiendo sobre este asunto, según dicen otros, y se tuvo de ello aviso en Madrid.

Día 22 de mayo Han llegado algunas embarcaciones, y entre ellas una de Liorna, en la que han venido cartas de Roma para la Provincia, de varias fechas, y las últimas han venido en tan pocos días que traen la data de 14 de este mes de mayo. Hablan mucho estas cartas como también lo hacen las gacetas, según se conoce por alguna otra que llegó por aquí, del viaje de la hija de la Emperatriz, que va como Reina de Ñapóles, ya por otras provincias de Italia y ya últimamente es por el Estado Eclesiástico. No son de nuestro asunto estas cosas, y así nos contentaremos con insinuar lo que sucedió al pasar por Roma. No entró la Reina de Ñapóles con su hermano Leopoldo y cuñada en Roma, sino precisamente a visitar los sepulcros de los Apóstoles S. Pedro y S. Pablo, y Su Santidad, sin dejarse ver, les envió un regalito de algunas coronas y otras cositas de devoción, y la Reina envió al Santo Padre un principal caballero tedesco de su comitiva, a saludarle en su nombre y darle las gracias. No parece que se presentó a la Reina ningún Cardenal; lo que atribuyen las cartas a disgusto de la Corte de Ñapóles por el ceremonial y etiquetas que se usaron en Roma en la concurrencia de cardenales con la Reina difunta. Estas mismas cartas refieren haber llegado a Civitavecchia los jesuítas que había en un Colegio o residencia de la isla de Malta. Aun las gacetas públicas han hablado del destierro y ex532

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pulsión de los jesuítas de Malta, pintando a su modo las causas y ejecución de ella. La verdad es que las cortes de Lisboa, Madrid y París, y Ñapóles pueden mucho y aun todo lo que quieren en la isla de Malta y que, por su empeño y violencia, han obligado a los malteses a echar de su isla a los jesuítas, a quienes estimaban mucho, y con los cuales estaban muy contentos. Aún se tiene por cierto en Roma que el Gran Maestre no ha hecho salir de Malta a los jesuítas sin ir de acuerdo con el Papa, o a lo menos sin su permiso, haciéndose cargo Su Santidad del mucho daño que pueden hacer a la Religión las dichas cortes, si no las da gusto en su empeño de arruinar por todas partes a los jesuítas. De esto es buena prueba el haber sido bien recibidos en Civitavecchia los jesuítas malteses, a donde llegaron el día siete de este mes. El furor y empeño de las cortes borbonas por arruinar la Compañía en todo el mundo, no hallándose satisfecho con haberla exterminado en todos sus Estados, no tiene límites algunos ni se puede explicar, según hablan estas últimas cartas de Roma. En Viena, en Florencia, en Genova y en otras muchas partes hacen los mayores esfuerzos por arruinar a los jesuítas. Pero hasta ahora todos en vano y sin fruto alguno; y antes, por el contrario, redundan en mayor gloria y estimación de la Compañía. De Viena nos aseguran estas cartas, y aún otras que han venido por otras partes, que habiéndole pedido a la Emperatriz los embajadores borbones que se deshiciese de los jesuítas, a imitación de sus cortes, había respondido Su Majestad negándose resueltamente a hacerlo, y protestando su estimación de los jesuítas, y su satisfacción de sus servicios y de su proceder. De la Corte de Florencia nos dice que la Emperatriz Reina ha escrito a su hijo, el Gran Duque, confirmándole en el amor y estimación de la Compañía; pero que no lo necesita; pues por sí mismo le ama y estima, de manera que no hay que temer que le venzan los manejos y esfuerzos de los ministros borbones. En Genova, añaden también las cartas de Roma, está tan lejos aquel senado de arruinar a los jesuítas por las sugestiones de las cortes borbonas que, cada día, les dan aquellos señores mayores muestras de cariño y de estimación, lo que es sin du533

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da muy estimable y muy digno de loa y de nuestro agradecimiento, siendo tantas las conexiones y dependencia de intereses de la República de aquella Corte y en especial de las de Francia y España. Y en general, dicen estas cartas romanas, son tantos los elogios que dan a la Compañía y tanta la estimación que muestran de ella, penetrados de compasión por la dureza con que nos tratan las cortes borbonas, muchos príncipes de Alemania, otros muchos personajes de distinción, y aun señores y personas de cuenta entre los mismos protestantes, que casi se pueden dar por bien empleados nuestros trabajos y oprobios, y mirarlos como gloria y corona de la Compañía de Jesús, más que como ignominia y deshonra suya. Así hablan estas cartas que acaban de llegar de Roma y nosotros no hacemos más que explicar a nuestro modo lo que en ellas se dice más a la larga. Fuera de lo dicho, cuentan otras tres cosas las cartas de Roma. La primera es que, habiendo con nuestro destierro faltado los grandes socorros que se enviaban para mantener a los jesuitas portugueses, y no pudiendo mantenerlos por sí solos los padres italianos, especialmente habiendo perdido el Colegio Romano una buena parte de sus rentas en el Reino de Ñapóles sin que hasta ahora las haya podido recobrar, por más diligencias que se hayan hecho, el Santo Padre se ha compadecido de tantos pobres abandonados y ha señalado, aunque la Cámara Apostólica no está sobrada, una limosna de cinco mil escudos al año para ayuda de mantener a los portugueses298. La segunda es que, ha salido en Roma la siguiente pasquinada: Clemens XIII Pontifez Maximus anno 1767 Pontificatus suí annus primus. El cual parece que quiere decir que hasta este año, que ha empezado a mostrar en lo de Parma pecho y fortaleza apostólica, no merecía el nombre de Papa. Y no hay duda que en Lisboa, Madrid y París ha sufrido horribles desacatos sin otra demostración por su parte que algunos lamentos inútiles. La tercera es que, en Ñapóles tiene mucha gana la Corte de vender las haciendas de la Compañía pero está la 298. Nota del autor: «En el tomo 10 de papeles varios p. 131, hay copia de una carta de Turín, en que se habla de los jesuitas portugueses presos en Lisboa». 534

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gente muy tímida y encogida en cuanto a comprarlas, y que efectivamente no salen compradores; y que en España sucede al contrario, pues hay muchos pretendientes a nuestras haciendas, pero que la Corte no está por ahora de humor de enajenarlas, a lo menos algunas, de las cuales se sabe que hay quienes pretenden comprarlas. Una carta del mismo Liorna, que llegó juntamente con las de Roma, sólo cuenta el arribo a aquel puerto de tres jesuitas españoles secularizados que desde esta isla pasaron a Genova, y no habiéndoles dejado desembarcar allí, pasaron a Liorna. En este puerto les permitieron desembarcar, pero luego que llegaron al muelle, sin dejarlos descansar un cuarto de hora, un centinela les acompañó hasta hacerles salir por la puerta. No sé cual sea la causa de un rigor tan grande, especialmente en una ciudad tan franca, y de tanta libertad, como Liorna. Pero las más de las veces sucede así en todas nuestras cosas, que es imposible adivinar el motivo, ni aún el pretexto de mortificar y oprimir a los jesuitas y a los que lo han sido. Día 24 de mayo Hoy puntualmente cumple el año de nuestra partida de El Ferrol, saliendo del todo de España. Después de dos meses de una navegación trabajosísima desembarcamos en este presidio, en donde hemos pasado por todas las miserias que pueden venir sobre un hombre en este mundo, expuesto a peligros de la vida, a la hambre, y a todo género de opresiones e incomodidades. No obstante, a fuerza de industria, de aplicación y vigilancia, especialmente en los Superiores, habíamos ido estableciendo y asentando las cosas a nuestro modo, y al presente se vivía, aunque siempre con mucha estrechez en la habitación y con otros trabajillos inevitables, pero al fin con paz y sosiego, con orden y concierto en la disciplina religiosa, en el estudio diario y aun en las funciones literarias acostumbradas de Filosofía y Teología, y con un trato en la comida y en las demás cosas suficiente y pasable. En una palabra, a fuerza de gastos, fatigas y diligencias nos habíamos colocado y entablado un género de vida como si estuviéramos en nuestros colegios, con 535

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solas tres diferencias: de no ejercitar ministerios, de estar muy incomodados en la habitación y alguna cosa en el trato ordinario. Así estábamos contentos, alegres y pacíficos sin pensar en otra cosa, mientras que el Señor no dispusiese que volviésemos a nuestra patria y a nuestros colegios. Y ve aquí que en este mismo día veinticuatro nos hallamos con una novedad que todo lo revuelve y desconcierta, todo lo trastorna y echa por tierra. Es indubitable la vuelta y ejecutiva de tropa francesa en mucho número a esta ciudad. Y esta mañana misma ha enviado el Comisario francés, que ha estado aquí desde las paces, un recado al P. Provincial diciéndole que necesita, para la oficialidad francesa, dos de tres casas grandes que ocupa nuestra Provincia. En estas tres casas está toda nuestra juventud; en una, toda la numerosa teología; en otra, los padres de la Tercera Probación y los hermanos novicios; y en la tercera, los hermanos filósofos; y así, todas son muy numerosas, y debiendo de desocupar dos de ellas quedarán en la calle como unos ciento y cincuenta. No es decible el embarazo, alboroto y consternación que ha causado en toda la Provincia este orden del Comisario francés, y más siendo tan ejecutivo, que se le ha de dar cumplimiento entre hoy y mañana. ¡Qué destrozo de nuestros pobres ajuarcillos, que a tanta costa y con tanta fatiga nos habíamos procurado, con una mudanza tan ejecutiva y atropellada! ¡Qué de gastos en transportar todas las cosas de comunidad y de particulares! Y después de todo esto y otras mil incomodidades que trae consigo esta novedad, ¿en dónde se han de meter estos ciento y cincuenta hombres que son arrojados de sus casas? Al momento se empezó a tomar medidas para esto, y se despachó un propio al Convento de los Capuchinos, en donde está el Comandante corso en este país, pidiéndole su permiso para que puedan algunos pasar a vivir en los lugares vecinos tierra adentro. Y habiendo respondido que no tenía autoridad para permitirlo, sin perder tiempo, se despachó otro propio al mismo General Paoli pidiéndole la licencia dicha. Pero porque se teme mucho que la niegue, o que no llegue a tiempo; y también porque, aunque conceda la licencia usarán de ella los menos que sea posible, creyéndose que debiendo llevar muchas 536

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de las provisiones del puerto saldrán los alimentos más caros que aquí, andan ya varios con los colchones y demás ajuarcillos al hombro, para meterse en algún miserable rinconcillo que han encontrado. Y esto, según todas las señas, no es más que principio de mayores trabajos, tribulaciones y fatigas, y como el primer eslabón de una larguísima cadena de nuevas angustias y miserias. El Comisario francés, que hasta ahora se había portado con nosotros con atención y buen término, se ha acalorado mucho, nos habla con mucho imperio y su modo de hablar nos anuncia demasiado nuevas y mayores violencias. «Eso de tener tesis o funciones literarias», dijo lleno de fuego, entre otras muchas expresiones violentas, a uno de los nuestros, «ya se acabó padre mío. Les hubiera recibido a ustedes el Papa y con eso se verían libres de ser arrojados de las casas». ¿Y a quién más que a nosotros hubiera sido útil que el Papa nos hubiera recibido en sus Estados, librándonos de este modo de una navegación penosísima y de un desembarco y establecimiento en este país tan miserable y trabajoso? ¿Y qué culpa tendremos nosotros de que el Rey de España nos haya echado despóticamente de su Reino, el Papa no nos haya recibido en su Estado, y los franceses, genoveses y españoles con una suma imprudencia, con una increíble inhumanidad y brutalidad nos arrojasen en estos miserables presidios desprovistos de todo, casi desiertos y arruinados? ¿Ni qué culpa podemos tener nosotros de la ligereza y volubilidad de franceses y genoveses, mudando cada día de planes, de resoluciones y sistemas? El año pasado por julio salió de aquí la guarnición francesa y entró en posesión de la plaza la tropa de la República de Genova. Y ahora, a vuelta de diez meses vuelve otra vez la tropa francesa y se retiran los genoveses. Pero es un trabajo insoportable haber de tratar con hombres a quienes no hace fuerza la razón, si por otra parte tienen autoridad y poder para oprimir y hacer lo que quieren por violencia. Día 25 de mayo Ha llegado una tartana francesa y trae el hospital o botica para la tropa, y ha llegado también una embarcación genovesa, 537

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que ha traído al Comandante de la plaza el orden de entregarla a los franceses. Además de los ciento y cincuenta, que tienen sobre sí el orden de dejar sus casas y que andan discurriendo dónde meter la cabeza, han sido en el día echados ejecutivamente unos diez o doce, que vivían en unos cuartos bajos de la casa del cCorregidor o Gobernador Civil de la ciudad, y se habrán metido en algunos agujeros o rinconcillos que la caridad de otros jesuitas les haya cedido, estrechándose ellos aún más de lo sumo que ya estaban. Qué inquietud, qué turbación y congoja causan estas violencias y tropelías, no es fácil explicarlo, aunque me empeñara en hacerlo. Pero aún estoy por decir que es mayor que la nuestra la consternación de los infelices habitantes de esta ciudad, que aborrecen a los franceses y su dominio más de lo que se puede decir y, por otra parte, con su venida quedan en una tristísima situación. No pueden cultivar un palmo de tierra, porque se lo impiden los corsos, y ahora se mantenían principalmente con el sueldo que les daba la República de Genova. Los franceses por consolarlos en su desolación les ofrecen continuar dándoles el mismo sueldo; pero no se fían de sus palabras y le miran como poco seguro. En fin esta venida precipitada de los franceses, sin saberse más que en confuso el fin y causa de ella, nos ha llenado de aflicción y congoja no menos a los paisanos que a nosotros. Día 26 de mayo Este día ha sido de increíble confusión y trabajo. Estando comiendo entró en el puerto con grande bulla y gritería un convoy francés de ocho gruesas embarcaciones de transporte, que vienen de Antibes, y traen a bordo un batallón de tropa francesa de seiscientos o setecientos hombres. Por la precipitación con que han venido, por el puerto de donde vienen, por el modo de hablar de los mismos franceses, por el empeño de saltar en tierra, y mucho más por haber protestado muchas veces el General Paoli, aún después de los rumores de la venida de la tropa francesa, que no sabía nada de ella, ni la creía, se conoce evidentemente que vienen como de sorpresa a apoderarse de las plazas marítimas y que querrán hacer lo mismo de 538

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toda la isla, sin dar lugar a los corsos para ponerse en defensa, ni a los ingleses de protegerlos y socorrerlos. Esta misma tarde ha desembarcado la tropa y ha entrado en la plaza, aunque no ha tomado posesión de ella; y así en pocas horas ha sido preciso desocupar las dos grandes casas en que estaban los teólogos, los novicios, y los padres de la Tercera Probación, con la fatiga y afán que se deja entender, tirando y arrastrando por las calles sus ajuares y camas, y metiéndolas donde han podido, dividiéndose en partidas por las otras casas que tenemos, entrando seis y ocho en donde estaban con suma incomodidad tres o cuatro. En esta tropelía y opresión que en el día padecemos de parte de los franceses, echándonos de las dos casas dichas, hay una circunstancia muy digna de notarse, y que hace la violencia más torpe de parte de los franceses y más sensible para nosotros. En una de ellas, numerosa de noventa sujetos, está la teología de la Provincia, que por la mayor parte vivía antes de nuestro destierro en el Real Colegio de Salamanca, y en ella es Rector el P. Francisco Javier de Idiáquez, digno de todo respeto y veneración por sus prendas personales y por su ilustre y distinguida casa. Este, pues, mismo Francisco Javier de Idiáquez que, juntamente con sus jóvenes teólogos, es echado de su casa con tanta ignominia por los franceses, siendo Rector en Salamanca de los escolares teólogos el año de sesenta y dos, en aquel Real y capacísimo Colegio de dos mil a tres mil hombres de tropa francesa con gran número de oficiales, con tanto agrado, afabilidad y aun magnificencia, que por ese servicio y otros que se hicieron a los franceses, le escribió después desde Madrid el príncipe de Beaubau, Comandante General de la tropa, una carta llena de expresiones de agradecimiento, de cariño y estimación. Entre ellas, una era que no dejaría de informar a la Corte de Francia, ni de publicar en su Nación, las grandes atenciones que esta debía no sólo a su persona, sino a todos sus subditos y hermanos. No creería ciertamente el príncipe de Beaubau que, sin aguardar más que seis años escasos, su Nación y aun la tropa misma había de tratar con tanta insolencia y desacato al mismo P. Idiáquez, a sus mismos subditos y hermanos, 539

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que con tanto empeño y esmero agasajaron a la tropa francesa no sólo en Salamanca, sino también en Valladolid y en otras partes; pues en tal caso no hubiera escrito una carta que sólo puede servir para hacerla más fea, más torpe y más monstruosa. Y no es creíble que toda la oficialidad francesa ignore estas cosas que fueron bien públicas en España y aun en Francia, y que fácilmente pasan de unos oficiales a otros y de unos en otros regimientos. Por lo menos es más natural que uno de estos oficiales las oyese de la boca misma del príncipe Beaubau al recibir de su mano una carta para el P. Idiáquez; la que le entregó esta misma tarde, cuando Su Reverencia estaba más acalorado, y sofocado con el alboroto y afán de la arrebatada mudanza de su casa. En ella renueva el príncipe la memoria de las cosas que pasaron en Salamanca el año de sesenta y dos, y vuelve a protestar su reconocimiento y su estimación para con el P. Idiáquez, y para con todos sus subditos. Si hubiera a lo menos imaginado posible el príncipe de Beaubau que esta su segunda carta, en que renueva el agradecimiento suyo y de su Nación por el cariñoso hospedaje hecho por el P. Idiáquez a la tropa francesa en Salamanca, había de llegar a sus manos en el momento mismo en que la misma tropa francesa con violencia, con ignominia y desacato le estaba echando de su casa, parece que lo hubiera dejado de escribir por no hacer con ella más reprensible y más fea la descortesía y desatención de sus franceses. Esta misma tarde ha llegado de Ajaccio D. Fernando Coronel, uno de los dos comisarios españoles y el Secretario o tesorero Migliorini, y traen el dinero para la paga de nuestra pensión. Asegura el Comisario que están para venir de España a esta isla más de ochocientos jesuitas de los que han ido llegando de la América; y dice que piensan distribuirlos de esta manera: doscientos en Bastía, otros tantos en Bonifacio, los mismos en Ajaccio y finalmente otros doscientos en esta ciudad de Calvi. No pudiera venirnos esta noticia, aunque muy de propósito lo hubieran ideado, en día más oportuno para turbarnos y afligirnos. No hay dónde poder acomodar, sino amontonándonos unos sobre otros, a ciento y cincuenta que se ven en la calle y es muy temible que no sean los últimos que pa540

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 dezcan esta vejación del humor bizarro e imperioso de los franceses, y al mismo tiempo se nos hace saber que nos vendrán de fuera otros doscientos. Yo espero que después que el Comisario vea la opresión y estrechez con que estamos en las casas no han de ser tan inhumanos que no desistan del empeño de traernos otros doscientos aquí. Vienen en compañía del Comisario y tesorero seis jesuítas secularizados para hacerlos pasar a Genova o a otra ciudad de Italia. Cinco de ellos son de los indianos que están establecidos en Ajaccio, y el otro es el miserable hermano Gaspar Oróñez, que salió de esta casa, y como era bien temible ha perdido del todo la cabeza y le envían a la casa de los locos de Genova. Así han entrado los franceses en posesión de la plaza, de todos sus puertos y guardias, quedando ociosa la guarnición genovesa que se supone marchará luego que venga proporción para ello; y, por consiguiente, han empezado a mandar los franceses con más despotismo y autoridad. Pareció conveniente suplicar al Comisario D. Fernando Coronel que, pues él mismo protesta que ha sido enviado por el Rey a este país para cuidar de nosotros y protegernos, vaya a hablar al Comandante francés a favor nuestro para que no se nos hagan tantas violencias y vejaciones. Hízolo así esta mañana; y le dijo al marqués de Tilly, que es el Comandante francés, como era Ministro del Rey de España enviado por Su Majestad para cuidar de nosotros; que los jesuítas españoles, aunque desterrados están bajo la protección del Rey, y a ese modo las cosas correspondientes. El Comandante francés respondió al Comisario con mucha atención y dándole muy buenas palabras y, efectivamente, dice que es buen caballero y que las cumpliría si se lo permitiese la delicadeza de los oficiales, y estos no le obligasen a hacer varias cosas que él por sí mismo no hiciera. En efecto, esta oficialidad francesa da muestras de querer mucha magnificencia en sus habitaciones, especialmente cogiéndolas de balde y sin pagar nada por ellas. Diez o doce jesuitas sacerdotes nos contentaríamos con la habitación que pretende para sí un alférez u otro inferior oficial, si le hay en la tropa francesa. En el mismo día de la representación del Comisario y de las buenas palabras del Comandante francés, que al fin han si541

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do del todo inútiles como luego diremos, se han padecido tantas vejaciones que no es posible ni informarse puntualmente de todas, ni explicarlas en particular y por menudo; y así solamente en confuso hablaremos de dos que han sido las mayores y más pesadas. Han sido echados en el día los sujetos que ocupaban tres casas pequeñas y entre todos serán como unos setenta; los cuales han andado todo el día perdidos, buscando un miserable rinconcillo donde meterse y, al cabo, se habrán metido donde hayan encontrado, apretándose y estrechándose más los de las otras casas. Esta es la primera vejación de ese día, que encierra en sí misma muchas. La segunda es habernos quitado un horno en que se trabajaba y amasaba pan para casi toda la Provincia, con algunas oficinas pertenecientes a él y alguna habitación para algunos hermanos y un sacerdote que están empleados en aquella fatiga y oficio. Es verdad que el Comandante francés nos ofrece otro horno en que poder proseguir aquel trabajo, pero ¿qué afán y qué gasto no costará el transportar una buena cantidad de harina que hay, la leña y los demás ajuares del horno y de los sujetos que vivían allí? Dos cosas muy injustas y violentas han intentado en el día contra el mismo P. Idiáquez algunos oficiales franceses, y en ellas le ha favorecido el marqués de Tilly, y será acaso fruto de la representación del Comisario y de sus buenas palabras. Una buena señora de aquí, compadecida de la incomodidad y miseria en que se halla el P. Idiáquez y su numerosa comunidad, estrechándose casi hasta la indecencia en su habitación, le ofreció dos o tres cuartos de ella. Luego que se supo esto volaron unos oficiales franceses a apoderarse de aquellos cuartos. Acudió el P. Idiáquez al Comandante francés y, habiéndole expuesto la cosa con toda sinceridad, tuvo a bien de dar orden a los oficiales de que desistiesen de su empeño. Otros oficiales le quisieron quitar una cocina, cuyo uso le había concedido expresamente y por escrito el Comandante francés, la cual servía para hacer de comer a toda su comunidad, esparcida y derramada por varios rinconcillos. Volvió a estar con el Comandante, si bien éste estaba muy inclinado a dar gusto a los oficiales, pero al fin respetó su firma y conservó en posesión de la cocina disputada al P. Idiáquez. 542

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En esta casa en que yo vivo, y en que está el P. Provincial y los jóvenes filósofos, no han faltado trabajos y fatigas, aunque no nos han echado en la calle como a los otros. Hemos andado casi todos con las camas y demás cosillas al hombro, estrechándonos y reduciéndonos más de lo que parecía posible para ceder algunos cuartos a algunos de los que se han visto arrojados de sus casas. Entre otros se han reunido a este siete hermanos de los que estaban en el Noviciado, que van a empezar la Filosofía, y un padre que ha de ser su maestro. Por más que hagan los que nos trabajan y oprimen no lograrán jamás quitarnos los libros de las manos, ni que dejemos la aplicación, método y regularidad en los estudios. Es verdad que, por los tumultos, alborotos y confusiones en que nos hallamos todos, han dado orden los Superiores de que se suspendan dos funciones literarias de Filosofía y otras de Teología, que se habían de tener muy luego. Pero también lo es que, a poco sosiego y paz que se logre, se volverán a entablar y continuar con el mismo empeño y constancia que hasta aquí. Aun el Gobernador Civil o Corregidor genovés, llamado a lo que oigo decir Rossi, que hasta ahora se había portado con nosotros con moderación y cortesía, ha querido estos días de tanta tribulación mortificarnos por su parte. Trata de marcharse a Genova y así los franceses quedarán absolutamente dueños de la ciudad y de todos los ramos de Gobierno; y antes de su partida ha andado en la cobranza de los alquileres de algunas casas que son o de la República, o de algunos particulares de Genova, y ha tenido el empeño de que se le ha de pagar precisamente en pesos duros y abonándolos menos de su justo valor; porque acaso estará tasado así por el Gobierno de Genova. En lo cual nos hace un agravio quizá de dos reales en cada peso duro, por ser esta una moneda muy estimada de todas las naciones y dar por él un premio muy grande. Ello es una manifiesta violencia e injusticia, no teniendo mas obligación que de pagar en moneda usual y corriente en el país. ¿Pero qué hemos de hacer y adonde hemos de acudir por justicia, que nos libre de esta vejación? Y así no ha habido otro remedio que pagarle en la moneda y al precio que ha querido. 543

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Día 28 de mayo Hoy hemos firmado los recibos de la pensión, como se dijo la otra vez; pero nos hemos visto libres de la mecánica y humillante gestión de recibirlo cada uno por sí de mano del Comisario o tesorero. Éste, después de firmar todos el recibo, lo entregará todo al P. Procurador General y después ira entregando éste a cada uno de los Rectores la cantidad que le corresponde, según los sujetos que tenga en su casa. Este es sin duda un modo de darnos la pensión más honrado, más expedito y más religioso; y nos alegraremos mucho que siempre lo hagan así; pues en esta Provincia no ha entrado hasta ahora (ni quiera Dios que entre) el método que en las otras va prevaleciendo demasiado, de que los particulares toman su pensión y la manejan casi a su arbitrio; aunque por razón de la pobreza haya alguna formalidad de dependencia de los Superiores. La pensión antecedente se cumplió al dieciocho de abril, y así la presente paga, que es de tres meses, llega hasta el 18 de julio; y con unos cuarenta mil reales, que habían dado adelantados, lo han compuesto de manera que llega la pensión hasta el primero de agosto. Se han recibido cartas de Ajaccio, y por ellas se sabe que han llegado a aquella ciudad mil hombres de tropa francesa y con ellos muchas miserias y trabajos. Han tomado los franceses todas las iglesias de la ciudad menos una, no grande, para cuarteles de su tropa; y así toda la ciudad, que no es tan reducida como esta, y unos mil jesuítas que había allí se han de componer con ella. Se han apoderado también de un seminario, en que han gastado muy bien los padres de la Provincia de Toledo y habían colocado en él toda o la mayor parte de su juventud, y ciertamente tienen que esperar poco que los franceses les abonen los gastos hechos. En suma, la oficialidad francesa se ha apoderado de tantas casas y habitaciones en Ajaccio que aquellos padres pintan su estrechez y apretura muy parecida y acaso mayor que la nuestra; pues para que la podamos entender mejor, nos dicen que están casi tan estrechos y apretados como cuando venían en la embarcación. 544

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Día 30 de mayo Ha llegado carta de unos ocho o diez jesuítas de la Provincia de Andalucía que marcharon de aquí secularizados o para secularizarse en Italia. En ella cuentan un gran trabajo que han padecido en su embarcación aunque no fue tan grande como llegaron a temer. Aunque iban en embarcación francesa, habiéndose encontrado con un corsario de moros pasaron éstos a ella y, reconociendo que no eran franceses, se empeñaban en llevarlos consigo por esclavos. Pero al fin, a ruegos de los marineros franceses, los dejaron contentándose con llevar sus baúles y sus cosillas, quedando los infelices sin otra cosa que lo que tenían sobre sí. Estos son trabajos y miserias de otra especie y mucho más sensibles que las que padecemos nosotros y padecerían ello si estuvieran constantes en su vocación, y se conservaran a pie firme en el sitio donde, sin propia elección, les habían colocado; pues por grandes que sean las molestias y aflicciones, como efectivamente le van siendo cada día mayores en nuestro miserable estado, siempre es un consuelo indecible sufrirlas con una conciencia serena y tranquila, y la compañía de tantos de mil maneras las aligeran y suavizan y se logra vivir en medio de todas ellas, no sólo con paz y quietud, sino también con contento y alegría. En el día ha habido alguna otra pequeña vejación. Dos padres, viéndose echados de su casa, habían buscado un cuartico para los dos; le pareció bien aquel cuarto al cirujano de la tropa y se vieron obligados a dejarla y buscar por la segunda vez algún rincón en que meterse. En otro cuartico estaba un maestro de Teología con tres hermanos teólogos, y también han sido echados de él. No obstante estas violencias debemos protestar algún agradecimiento al Comandante francés, marqués de Tilly, porque si este diera gusto en todo a los descontentadizos y delicados oficiales serían muchas más y mayores las vejaciones que padeceríamos en esta parte. La numerosa casa de S. Luis o de la Teología está todavía derramada por muchos rinconcitos separados con increíble incomodidad para juntarse para comer, cenar y otras cosas de comunidad. Y no obstante de hallarse así ha empezado otra vez el estudio con regulari545

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dad, juntando a maestros y discípulos en una pieza que sirve de refectorio, en la cual se abrasan de calor por ser muy pequeña para tanta gente y por calentarla mucho por una parte el sol, que la da fuertemente, y por otra la cocina que le está pegada. Con todo eso, mucho mayor trabajo que toda esa opresión en las casas es el que se va teniendo de vernos otra vez en guerra. Los franceses por su parte han quitado las armas en el día a todos los vecinos de la ciudad y arrabal; porque acaso no se fiaran de ellos y en todo obran como hombres que son dueños del país y lo quieren ser de toda la isla. Pero los corsos que ha muchos años que están en posesión de todo el interior de ella están muy lejos de pensar en sujetarse espontáneamente a los franceses. Ellos cuentan con la protección y socorros de algunos príncipes de Europa y, especialmente, de Su Majestad británica y por su parte no se descuidan en prepararse para hacer una vigorosa resistencia. Paoli ha echado una gruesa contribución por todo el país; se ha ordenado una leva de treinta hombres por parroquia, para formar algunos cuerpos de tropa arreglada, y tiene además de eso orden todo el paisanaje de mantenerse armado y pronto para lo que se mande. Todas las señas en suma son de que los franceses, si intentan hacerse dueños de la isla, no lo lograrán sin sangre y, por consiguiente, nos veremos otra vez envueltos en las miserias y desaires de una guerra.

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Junio Día 2 de junio Día del Corpus. El Señor preboste de la iglesia convidó, por medio de una esquela, a los Superiores para que asistiésemos a la procesión de esta mañana, advirtiendo que fuésemos o de casulla o con manteo, y llevando de nuestras casas candelas. Efectivamente hemos asistido muchísimos, unos pocos con casullas, por no haber más, y todos los otros con manteos y han llevado su vela de cera encendida todos los que la han podido encontrar; pero no todos, porque ni en nuestras casas podía haber cuatrocientas o quinientas candelas, ni era fácil hallarlas en un lugar tan desprovisto como este. Hubo un poco de competencia con los padres franciscos que querían para sí el lugar preeminente, haciéndonos ir a nosotros delante. Cosa pueril y ridicula con su trastulo de descaro frailengo, atreviéndose cuatro o cinco pobres frailes (que no son más en el convento) a proponer semejantes pretensiones a presencia de ochocientos o mil jesuítas, por cuyo respeto debían de disimular por entonces aun cuando fuera claro su derecho; no siendo de consecuencia alguna este disimulo y debiendo a los jesuítas que estamos aquí muchos favores y entre otros que con nuestras limosnas, como ellos mismos confiesan, lo pasan mejor que nunca. Ningún jesuíta habló palabra en esta frivola contienda; pero viendo nuestro silencio y la impertinencia del fraile, tomó la mano un clérigo y, con despejo y autoridad, les dijo a los frailes que los jesuítas hacían un cuerpo con ellos e iban bajo de su cruz, y así que fuesen delante y no replicasen más; y con esto se acabó esta inane contienda. La procesión se hizo alrededor de la ciudad, sobre la muralla, en donde estaba en dos filas la tropa que hizo sus salvas, como también la artillería de la plaza y algunas embarcaciones que estaban en el puerto, y tienen alguna artillería. La función ha salido en la realidad piadosa, devota y aun magnífica; y puede ser que haya muchos años que Calvi no la vea semejante, y por el término de ésta de asistir cuatrocientos, quinientos, o más jesuítas, ciertamente no la ha visto jamás. 547

DIARIO DE LA E X P U L S I Ó N

DE LOS JESUÍTAS

Día 3 de junio Nuestro Comisario Coronel, que aún se conserva en esta ciudad, ha leído a varios padres un párrafo de carta2" escrita desde Aranjuez por el Secretario de Estado Grimaldi, a él mismo o a D. Pedro de la Porcada, que está en Ajaccio y es el principal de estos dos comisarios españoles. En esta carta se dice que están para venir a esta isla no ya ochocientos jesuitas, como nos dijo el señor Coronel a su arribo a esta ciudad, sino dos mil de los que han ido llegando al Puerto de Santa María de las Provincias de la América. Ha ya dos o tres días que el Comisario anda esparciendo de propósito, y aun haciendo gala y pompa de ello, esta desapacible y tristísima noticia; que bien ve que nos ha de disgustar y turbar mucho, y que acaso será causa de que algunos flacos abandonen su puesto y la Religión, que es lo que ellos por todos los modos posibles solicitan. A la verdad no será extraño que viéndonos en una suma estrechez y opresión, con miedos de que aún nos quiten los franceses alguna parte de la poca habitación que tenemos, al oír que vienen a establecerse entre nosotros otros dos mil sobre los que ya estamos en estos miserables puertos, expuestos por otros cien lados a miserias y peligros, algunos pusilánimes se turben y consternen demasiado y huyan de aquí a buscar en otra parte un rinconcito en que vivir con alguna quietud y desahogo. No hago injuria ninguna al Comisario en sospechar en él una intención tan maligna en la publicación de esta funestísima nueva, pues él mismo nos da motivo para pensar así, sabiéndose de cierto que, a cara descubierta y sin rebozo ni rodeos, ha hecho de tentador y de demonio con varios y les ha solicitado para que dejen la Religión y marchen a otra parte; bien es verdad que es un hombre de tan cortos talentos, de tan poca maña y artificio, cosas muy necesarias para el oficio de enganchador que, en cuanto yo sé, no ha hecho hasta ahora aquí recluta ninguna. Más vale que sea así este nuestro Comisario 299. Véase A.G.S., Gracia y Justicia, leg. 667. Sobre el visto bueno del rey de Francia al desembarco en Bastía y San Florencio de jesuítas de América, y correspondencia entre Grimaldi y Gnecco para que se coordinen los comisarios reales, fechadas en octubre de 1767. 548

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 aunque, por otra parte, nos ha hecho mucho daño el que sea de tan pocos alcances; porque en varias cosas, en que ha querido sacar la cara a nuestro favor, no ha sabido delante del Comandante francés sostener el decoro de un Ministro del Rey de España, ni hacer valer nuestras razones. En el Convento de San Francisco que, como se ha dicho muchas veces, está fuera del arrabal vivían unos seis jesuítas, y han tenido orden de salir de él y lo están ejecutando en el día. Aun los frailes mismos han tenido orden del Comandante francés de abandonar el convento, y que a lo más quede en él el Padre Guardián y un compañero. El convento está en tal sitio que si rompe la guerra entre los franceses y corsos le podrá servir a estos para cubrirse de la artillería de la plaza, como les sirvió en la otra guerra con los genoveses; y así se puede temer que, si llega este caso, le echen los franceses enteramente por tierra.

Día 4 de junio Vino finalmente antes de ayer respuesta del General Paoli a la carta de nuestro P. Provincial en que le pedía permiso para que pudiesen entrar algunos tierra adentro m y ha tenido el General la atención de que la traiga en persona el Comandante de los corsos que está establecido en el Convento de los Capuchinos. No ha querido Su Reverencia publicar la dicha respuesta y verosímilmente será porque tenga alguna expresión en que note la dureza y crueldad de franceses, españoles y genoveses en habernos metido en estas plazas. Por lo demás no se duda que haya negado la licencia que se pedía; pues si la hubiera concedido la hubiera comunicado el P. Provincial y se verían algunas disposiciones para aprovecharse de ella. No obstante yo hago juicio que, aunque el General Paoli no tenga por conveniente concedernos una facultad expresa y auténtica para establecernos en los lugares de la isla, con todo eso no se hará mal alguno a nadie, aunque éste o aquél, sin bulla y estrépito, se entre a vivir en algún lugar de la isla. El General Paoli ciertamente nos estima y nos tiene una sincerísima com300. Nota del autor: «de esto mismo a la página 124 de este tomo». 549

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pasión por el miserable estado en que nos vemos. Pero hace de príncipe en su país y tendrá sus buenas razones políticas y de Estado para no permitir en él, con una expresa licencia, nuestro establecimiento a nuestras súplicas precisamente, lo que concederá, a mi parecer, al momento a la menor insinuación de los comisarios reales en nombre del Rey; pero esto, claro está, que no sucederá jamás. El buen corazón para con nosotros del mismo General Paoli nos ha librado de otra confusión y miseria mayor de lo que se puede pensar. De resulta de la venida de los franceses a esta plaza, determinó la justicia o magistrado de Algaiola echar de aquel presidio a los padres andaluces que hay en él, que serán como unos trescientos, y hacerlos entrar en Calvi. El P. Provincial de Andalucía, que se halló con esta novedad, acudió al Comisario Coronel para que recabase del Comandante de esta ciudad el permiso de entrar en ella, en caso de que fuesen echados de Algaiola. Trató el punto el Comisario con el marqués de Tilly; pero o por no saber manejar bien las invencibles razones de que los jesuítas fueron desembarcados en Algaiola habiendo allí guarnición de franceses, los cuales se retiraron sin dar lugar a que llegase la guarnición genovesa y que, por consiguiente, ellos tienen la culpa de que aquel presidio, y de que aquellos jesuitas estén en poder de los corsos, o por una obstinación nada justa, negó absolutamente la licencia que se pedía. Y ¿qué han de hacer aquellos jesuítas? Los corsos les echan de su país, los franceses no les quieren admitir en la ciudad, no les resta otro medio que o vivir en el aire, o en la mar. De este embarazo y confusión nos libró a todos un orden oportuno del General Paoli, revocando el decreto del magistrado de Algaiola, y dando por razón que cuando entraron en aquella plaza ya estaban allí los jesuítas, y que no es cosa razonable arrojarlos de aquellos lugares en que los encontraron ya establecidos. Y de este modo se ha acabado, a lo menos por ahora, ese escabroso negocio. Día 5 de junio Los corsos en su capital, que lo es Corte en el centro de la isla, están ahora en juntas generales de la Nación, de resulta de 550

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la venida de los franceses. Al Congreso de la Nación ha presentado el General Paoli un manifiesto, en el cual da cuenta de las diligencias que ha practicado para concluir una paz honrada y ventajosa a la patria; presentó cartas de la Corte de Francia, y bien modernas, en que se le aseguraba que si la República de Genova no había convenido en el plan de pacificación, propuesto para el tiempo en que se cumplía el armisticio, retiraría enteramente sus tropas de la Córcega; y así protesta francamente que la Francia le ha engañado, y que le ha sorprendido grandemente el arribo de nuevas tropas, por ser enteramente contrario a las seguridades que venían del Ministerio de Francia. A vista de esto, no hay que dudar en que los franceses han venido aquí como de sorpresa, y de trampa, a apoderarse de todo. Por lo demás, Paoli, después de exponer las circunstancias en que se hallan, deja al arbitrio de las juntas el resolver lo que tengan por conveniente, ofreciéndose de su parte a derramar toda su sangre con la espada en la mano en defensa de la libertad de la Nación. Día 6 de junio Esta mañana se ha hecho a la vela la guarnición de genoveses que ha estado en esta plaza desde que nosotros entramos en ella, y se restituye a Genova de donde vino. Con esto han quedado solos los franceses dueños de todo y con el Gobierno de la ciudad en todas líneas. Desde luego han empezado a hacer novedades, y han mudado en el día el uso o método del reloj público que hasta ahora regía a la italiana, esto es, contando veinticuatro horas desde el anochecer de un día hasta el mismo punto del otro, y le han puesto a la francesa o española, que cuenta solamente doce y estas siempre suenan a la media noche y al medio día; con la cual novedad está aturdida y confusa la pobre gente del país que estaba acostumbrada al método antiguo y no acierta a gobernarse por el nuevo. Más inconveniente tiene para nosotros otra novedad que se teme, y aun se empieza ya a experimentar de resulta del dominio de los franceses en esta plaza. Varios vecinos de esta ciudad, que se habían entrado en la isla por creer que no podían 551

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vivir con seguridad dominando los genoveses, quieren ahora restituirse a su patria y quieren sus casas; y algunas de estas son puntualmente en las que nosotros vivimos. Efectivamente, uno de estos ha enviado ya aviso a los padres para que busquen donde vivir, porque necesita su casa. Y de aquí que, como si no fueran bastantes los franceses para incomodarnos en este particular vienen otros por otro lado a hacer lo mismo. Tenían los corsos, desde que se firmó la tregua o armisticio por el septiembre del año pasado, un cuerpo de guardia cerca del convento de los frailes franciscos. Con él nos han hecho no pocas molestias a nosotros, cuando se ofrecía traer de la isla a la plaza algunos víveres, de las cuales alguna otra va apuntada en este Diario; y pudiéramos haber notado otras muchas semejantes a ellas. No era posible que los franceses pudiesen sufrir tan cerca de la plaza y, efectivamente, bajo de su cañón un cuerpo de guardia de los corsos, que casi miran como enemigos. Se les intimó, pues, que se retirasen de allí y ellos obedecieron al punto. Y así al puesto más inmediato a la plaza que tienen ahora los corsos está en la montaña, en el Convento de los Capuchinos de que hemos hablado varias veces. Día 7 de junio Han marchado hoy a la vuelta de Ajaccio nuestro Comisario D. Fernando Coronel y el tesorero Migliorini. A su partida se ha esparcido como cosa segura que se han hecho, o se van a hacer, muchas representaciones sobre la imposibilidad de nuestra subsistencia en estos presidios juntamente con la tropa francesa. La imposibilidad no puede ser más manifiesta y patente. Y es, por otra parte, bien verosímil que los comandantes franceses, no por nuestra comodidad, de la cual se les da muy poco, sino por la suya y porque tantos jesuítas siempre les causan algún generillo de sujeción y de respeto, las hagan con toda energía a su Corte, y efectivamente se asegura que así lo han hecho. Lo mismo se cree de nuestros comisarios D. Pedro de la Porcada y D. Fernando Coronel, y aun hay carta de Ajaccio que dice que hace su representación sobre este asun552

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to el P. Maurín301, Provincial de la Provincia de Toledo. Las representaciones de estos últimos harán ciertamente poquísima fuerza al Ministerio de Madrid, para el cual será un gran negocio y ganancia que nos pudramos todos en estos presidios y se vean presto libres de unos hombres tan odiosos. No sucederá así con las representaciones de los comandantes franceses en el Ministerio de París, ni con las de éste en la Corte de España, si toman la cosa de veras. Entretanto van viniendo sobre nosotros nuevas increíbles e insoportables vejaciones en punto de habitación. Se espera un nuevo batallón o regimiento en la plaza y, para alguna oficialidad, se ha intimado al Colegio de Falencia, numeroso como de cuarenta sujetos, que desocupe una decente casa que ocupa en el arrabal. En ella hay también algunos padres andaluces en unos cuartos bajos. Y todos han de salir y buscar su acomodo en otra parte. Y ¿dónde se han de acomodar estos pobres? No habrá otro remedio que irse metiendo a diez y a doce, si fuere absolutamente posible, en donde estaban antes con incomodidad tres o cuatro. Día 9 de junio

Cada día se ven nuevas miserias y trabajos en cuanto a estrecharnos más en la habitación; ni es posible advertir y notar todas las cosas que suceden en este punto hallándonos en tan grande confusión y alboroto. En el día, unos cuatro se ven obligados a hacer la tercera mudanza de casa en los pocos días que han estado aquí los franceses. Primeramente les echó de su casa un corso, que con la venida de los franceses se vino a vivir a la ciudad perdiendo miedo a los genoveses. Encontraron un rinconcillo y se metieron en él, pero fue preciso que le dejasen por orden del P. Provincial porque era útil para conservar del mejor modo que se pudiese la reunión de los hermanos escolares teólogos, y fueron a parar a un puerco camaranchón o almagacén, y ahora les mandan salir de aquí los franceses para 301. El P. Luengo conservó correspondencia del P. Antonio Maurín con el P. Larraz en su Colección de Papeles Varios, t. 20, pp. 45 y 49. Murió en Forli el 19 de agosto de 1782. 553

D I A R I O DE LA EXPULSIÓN DE LOS JESUÍTAS

meter en él algunos soldados del regimiento que esperan, y andan los miserables buscando aunque sea una cueva en donde esconderse. Y qué destrozos en nuestros pobres ajuares y qué gastos no se nos siguen de tantas y tan tumultuarias mudanza. Bien es necesario todo el gobierno, moderación y economía que se ha usado siempre y se va perfeccionando cada día para no darnos en la calle y sin un bocado que llevar a la boca. En este particular he visto hoy una cosa que me ha gustado mucho por una parte y por otra me ha edificado también. Vinieron a esta numerosa casa tres hermanos coadjutores que han aprendido el oficio de barberos y afeitaron a toda la comunidad, y así proseguirán haciendo todas las semanas un día y de ese modo nos ahorrarán cada semana seis y ocho reales, y al cabo del año una cantidad no despreciable. Día 10 de junio Viernes después de la octava del Corpus, día consagrado al Sagrado Corazón de Jesús. Se ha celebrado su fiesta de todos los modos que ha sido posible en el miserable estado en que nos hallamos. Se ha rezado en la Provincia su oficio del que se recibieron de Roma algunos ejemplares, como acaso se notaría en otra parte. En todas las casas de la Provincia ha habido comunión de comunidad; en todas se ha hecho el acto de desagravios y en todas, o en las más, también la novena; y se ha cantado en la parroquia misa solemne con toda la festividad que ha sido posible. Por la tarde nos platicó en el oratorio de esta casa, con su espíritu y fervor acostumbrado, el santo padre Pedro Calatayud, habiéndose juntado con nosotros a la plática la comunidad de los padres de la Tercera Probación y novicios, que después de haber salido de su casa grande viven en una pequeña y en algunos cuartos que se les cedieron de ésta, conservando comunicación interior entre los dos. Asistiríamos a la plática del P. Calatayud como unos ciento y veinte o treinta, y para que todos, o los más, pudiésemos estar sentados se trajeron los bancos de los refectorios de las dos casas y, siguiéndose inmediatamente a la plática la cena, fue preciso que al instante cargasen algunos con los bancos a cuestas, que es una pobreza y miseria bien grande. 554

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Todos estos obsequios al divinísimo Corazón de Jesús se han practicado generalmente con mucha piedad, espíritu y fervor, y con particular gusto por ser una devoción sobre tan sólida y tan santa, en algún modo propia y peculiar de la Compañía. ¿Con qué celo no se emplearían tantos centenares de hombres apostólicos encerrados en estos presidios en extenderla y propagarla por todo el mundo y levantar por todas partes altares al sacratísimo y dulcísimo Corazón del Salvador y al purísimo de su Santísima Madre? Pero no es ésta por ahora la voluntad del Señor, y conviene aquietarse y conformarse con sus inescrutables juicios. Para fomentar, no obstante, más entre nosotros esta santísima devoción ha aparecido una estampa de los dos corazones, de Jesús y de María, grabada o en plomo o en otra cosa semejante, según oigo decir por el P. Vicente Gutiérrez, predicador en España en el Colegio de San Ignacio de Valladolid, y procuraré recoger y conservar un ejemplar de ella302; porque creo que en los tiempos adelante esta estampa, por el autor, por el tiempo, lugar y demás circunstancias en que ha sido grabada, ha de ser más celebre y famosa que si fuera obra del buril mas celebrado de estos tiempos. Esta mañana antes de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús se hizo, al modo regular, el entierro del P. José Martínez. Antes de salir de España había sido Rector en algún otro Colegio, del cual oficio estaba ya retirado cuando vinimos a Italia. He tratado poco a este padre, pero sé lo bastante para poder decir con toda aseveración que era un gran religioso, muy sosegado y pacífico, de sumo retiro, la suma realidad y veracidad en todas sus cosas; de una observancia, exactitud y puntualidad que se hacía observar y, en suma, de una virtud más que ordinaria. Era natural de la ciudad de Rioseco y se hallaba en la edad de sesenta y seis años. No todo se puede averiguar en el momento mismo en que sucede. En el día se ha aclarado algún tanto más la respuesta del General Paoli a la carta del P. Provincial en que le pidió su permiso para internarnos en la isla; aunque no habiendo visto 302. Nota del autor: «Se halla esta estampa en el T. 1 de Papeles Varios y otra en el T. 3,p. 109». 555

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la misma carta no podemos decir que no haya en ella lo que insinuamos antes. Niega efectivamente lo que se le pedía y de ello da por lo menos dos razones muy buenas y muy sólidas, propuestas con bello modo y con un aire muy caritativo y muy atento. La primera es porque la isla no puede proveer convenientemente a nuestra subsistencia; y yo así lo creo, especialmente por lo que toca al pan y al vino, y mucho menos en las cosas de vestir. La segunda, porque si estableciéndonos en la isla llegaba el caso de que España retirase la pensión que se nos da, lo que se pudiera temer, vendría, dice el General Paoli, el disgusto de verles morir a mis ojos de necesidad sin tener arbitrio para socorrerlos en ella. Y no hay duda que si nos metiésemos en el interior de la isla sin expresa facultad de nuestra Corte, y rompiese la guerra entre los franceses y corsos, habría mucho peligro de que no se nos diese la pensión. Y así no se puede negar que piensa bien y sólidamente en este punto el General Paoli. Día 11 de junio

No se han acabado aún las vejaciones de los franceses en cuanto a estrecharnos, aunque siempre parece que la del día debía de ser la última por no haber lugar absolutamente para más. Acababa de mudarse a un rincón que pudo a duras penas encontrar un Colegio de no muchos sujetos. Asientan sus camas del modo que pueden y colocan sus ajuarcillos y, no bien habían acabado con esta fatiga, se hallan con orden del Comisario francés de desocupar aquella casa, porque la necesita, metiéndose no sé dónde. Es inexplicable, volvemos a decir y lo diremos mil veces, la apretura y estrechez a que se nos ha reducido en medio de que no hay cantina, bodega, almacén y aun caballeriza que no se crea buena para habitación de jesuítas. No ha cuatro días que yo mismo vi en un rinconcillo de una casa del arrabal un borriquillo, que estaba allí como en su propia estancia; y en el día han metido en ella sus camas dos jesuitas sacerdotes. Más que la opresión misma y suma estrechez, se sienten y se lloran comúnmente las resultas y consecuencias de ella. Todo está confuso, alborotado y trastornado; 556

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y no hay, por decirlo así, cosa con cosa en los colegios y casas estando tan esparcidos y derramados los sujetos que las componen. Y así por una inevitable necesidad se ha turbado, en gran parte, el concierto y armonía de la distribución y disciplina religiosa que estaba entablada casi con tanta regularidad como en nuestros colegios de España. En cuanto a poder celebrar el santo sacrificio de la misa se ha adelantado tanto con la industria y habilidad de muchos particulares, y con los muchos altares que se habían ido erigiendo en las casas que hago juicio que, cuando llegaron los franceses en medio de ser tantos centenares de sacerdotes, la mitad de ellos decían misa diariamente y la otra mitad alternando un día sí y otro no. En el día se ha empezado a padecer mucho en ese particular; se han recogido varios oratorios, por no haber lugar decente en que colocarlos y, además, se ha perdido la iglesia de los padres franciscos en donde se celebraba todos los días gran número de misas, por haberse apoderado de ella los franceses para cuartel de la tropa que se espera y está ya a nuestra vista. Día 12 de junio

La tarde del día 10 entró en el puerto una embarcación francesa con tropa y esta noche han entrado otras tres que no la habían podido conseguir antes; y en las cuatro viene el nuevo batallón que se esperaba y una compañía de artilleros. Ha desembarcado en el día esta tropa de la cual parte se ha alojado en la iglesia y convento de los frailes franciscos; y el resto y la oficialidad en las casas que, a fuerza de oprimirnos a nosotros, les estaban preparadas. Han ido también entre el día desembarcando artillería de campaña, muchas municiones de guerra y otras cosas militares; de suerte que todo anuncia que los franceses no han venido precisamente a defender estas plazas y estarse encerrados en ellas. Esta noche se han huido de aquí, secretamente, los padres Manuel Losada y Esteban Quiñones303; no llevan por consi303. El P. Luengo tuvo noticias en 1783 de que el P. Quiñones se había vuelto loco. 557

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LA E X P U L S I Ó N

DE

LOS J E S U Í T A S

guíente dimisoria del P. Provincial, ni se sabe tampoco si la tenían de antemano de Roma, aunque más regular es que vayan allá a sacarla por la Penitenciaría. El primero es del Reino de Galicia, pero no sé su lugar y está en la edad de treinta y ocho años; el segundo es de Villalpando, en el Obispado de León, y tiene treinta y cuatro años. Siempre es sensible una flaqueza y miseria como esta y más haciéndolo del modo dicho. Es verdad que en este caso de estos dos sujetos más se siente por ellos mismos que por la pérdida que ha hecho la Provincia.

Día 13 de junio He dado hoy de propósito y con reflexión una vuelta por muchas casas para ver más de cerca cómo ha quedado la gente de resulta de tantas mudanzas; y con asombro mío he visto que es tanta la apretura que, en las más de ellas, se pudieran casi coser unas camas con otras sin tener el trabajo de arrimarlas. Y en ninguna parte están tan bien como en esta casa en que yo vivo; en la cual, aunque los jóvenes escolares y coadjutores están con una suma estrechura, estamos no obstante algunos en tal cual aposento, en que absolutamente pudieran entrar siete u ocho, solamente cuatro o cinco. Y puntualmente ha venido este grandísimo trabajo de suma estrechez en la habitación cuando todo conspira a hacerle más sensible y más peligroso. Ha entrado ya con fuerza el calor y aún se debe temer que suba todavía de punto; ha crecido mucho la plaga de pulgas de que hay una extraordinaria abundancia en este país y, no pudiendo tener en tanta apretura la limpieza y aseo conveniente, es forzoso que se multipliquen mucho otras castas de animalillos más asquerosos y más molestos. ¡Qué fatiga, qué sofocamiento e incomodidad no será dormir tantos en un mismo aposentillo, impidiéndose por necesidad unos a otros con tanto calor y fuego y molestados por tantos enemigos del sueño! Casi se puede decir que estamos reducidos en esta parte a las intolerables molestias que tuvimos el año pasado por este tiempo en los navios, y de las cuales se habló por entonces o poco después largamente. 558

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Y quiera el Señor que todos los trabajos de nuestra situación miserabilísima sean solamente los que acabamos de exponer, y no venga también sobre nosotros el horribilísimo de una peste o epidemia; el lugar por sí mismo es algo expuesto, por tener cerca unas lagunas de agua estancada y muy pestífera y a propósito para inficionar el aire; a lo cual puede sin duda ayudar mucho la opresión y estrechez en que estamos en un tiempo de tanto calor; añadiéndose también a tanta multitud de jesuitas mil y trescientos o cuatrocientos soldados que hay ya en la plaza, sin contar otras muchas gentes que por esta o por la otra razón nos acompañan. No hay duda alguna en que si prosiguen, como es creíble, los calores, si se escasean los víveres frescos, como es muy temible, que estamos muy expuestos a una epidemia según es la opresión y apretura en que vivimos. Pero también es cierto que el Señor nos ha enviado, de tres meses a esta parte casi sin un día de interrupción, unos aires violentos ya de una parte ya de otra, los cuales purifican maravillosamente la ciudad y las habitaciones; y por beneficio de ellos en medio de tanta inquietud y fatigas, desde que vinieron aquí los franceses no hay al presente más enfermos que los que solía haber otros tiempos. Día 16 de junio En estos cuatro o cinco días, gracias al Señor, hemos estado en paz y sosiego en punto de mudanza de casas y prosigue favoreciéndonos el cielo con vientos frescos, que nos sirven de un refrigerio muy grande en nuestra suma estrechez y nos libra ciertísimamente de otros muchos males y miserias. Por lo demás no ha habido estos días suceso alguno de monta que merezca ser notado y sólo se ocupa la gente, por decirlo así, en pensar por el miserable estado a que nos vemos reducidos y a hacer sobre él tristes y desabridas reflexiones. Nos vemos aquí llenos de tropa y casi oprimidos de ella y lo mismo sucede en las otras plazas en que hay tantos centenares de jesuitas como en esta. No se presenta después a la vista otra cosa que cañones, armas y municiones de guerra, aparejos y preparativos militares. ¿Qué será pues de nosotros si nos dejaran encerrados 559

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en estos presidios en medio de una viva y sangrienta guerra? No es fácil hallar fondo y paradero de algún consuelo y alivio a estas amargas reflexiones, y no hay otro remedio viéndose anegado y perdido en ellas, si nos sacaran de aquí y a dónde iremos a parar, que echarse en los brazos amorosos de la Divina Providencia y bajo de su protección recibir con esfuerzo y alegría todo lo que venga sobre nosotros. En realidad este es el espíritu que generalmente reina y que es causa de que se viva con tranquilidad, y aun con alegría y contento, en medio de tantas cosas tan a propósito para turbarla y para anegarse en una profunda melancolía y tristeza como lo están efectivamente algunos pobres y pusilánimes que no aciertan a sobreponerse a pensamientos tan desapacibles y amargos. Día 17 de junio Han llegado algunas cartas de Ajaccio las que sólo cuentan que de Genova se sabe que por nuestra Corte se ha prohibido a algunos comerciantes españoles, que debe de haber en dicha ciudad, que reciban letras de cambio a favor de los jesuitas. Es muy regular que muchos de los padres, hermanos y otras personas allegadas a los jesuitas que estamos en Córcega, especialmente que en confuso no dejarán de saber los trabajos y miserias que padecemos, anden discurriendo e ingeniándose para enviarnos algún socorro; y por ventura han averiguado o sospechado que alguno intentaba hacerlo por medio de los dichos comerciantes y ha acudido luego con un orden a impedirlo y a cerrarnos ese conducto por donde podíamos recibir algún alivio. No están menos cerrados todos los conductos y canales por donde poder recibir algunas cartas de nuestras gentes e informarlas con las nuestras de nuestro estado. Y así apenas se oye por milagro que alguno, por algún rinconcillo reservado y secreto, haya tenido alguna carta de España. En lo cual, como es fácil de conocer, hay una aflicción y trabajo muy grande no pudiendo tener el consuelo de saber cosa alguna vivamente de tantas personas que amamos y que nos aman a nosotros también; ni recibir ellas de aquí siquiera la noticia de 560

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que en medio de tan miserable situación tenemos salud y estamos alegres y contentos304. Por este mismo barco de Ajaccio han llegado cartas de Roma con fechas de 21 y 29 del mes pasado; pues no se ha visto que haya entrado en el puerto embarcación ninguna que haya venido del continente de Italia. En ellas se dice que Su Santidad había ordenado que se hiciesen las procesiones y rogativas que se acostumbran en las grandes necesidades de la Iglesia. Y demasiada causa hay para clamar al cielo aún cuando no hubiera otras que los males y daños que padece la Iglesia de Jesucristo con la expulsión de la Compañía de los dominios de Portugal, de Francia, España y de otros Estados menores, y los insultos y desacatos que se han hecho en ella a la Silla Apostólica. Pero a estos se añaden ahora la pérdida para la Santa Sede de los Estados de Benevento y Aviñón, que se mira como indubitable y muy próxima305. Y por lo que toca al segundo aseguran estos franceses que está ya en poder de la Francia y que ha entrado en la ciudad la guarnición francesa sin sangre, porque los soldados del Papa, según las órdenes que tenían de Roma, no han hecho resistencia alguna y les han entregado pacíficamente la plaza a los franceses306. 304. Hay varias cartas y escritos que fueron interceptados a los expulsos en A.G.S. Gracia y Justicia, leg. 667. 305. «La lucha entre la Santa Sede y las Cortes Borbónicas que caracterizó el pontificado de Clemente XIII, llegó a su culminación en el año 1768 tras la condena papal del Duque de Parma, Fernando de Barbón y sus ministros. Siendo la respuesta de Francia y España las represalias militares de Aviñón, Benevento y Pontecorvo». En CERCHIELLO, G., «La estrategia antiromana de Bernardo Tanucci ante los acontecimientos de 1768», Revista de Historia Moderna, n° 18, Alicante, 2000, pp. 41-66. 306. «Fue después del monitorio y, sobre todo, de la negativa romana a retractarse, cuando por parte de las Cortes borbónicas se solicitó o, mejor, se exigió del Papa que, en adelante, para tratar de negocios diplomáticos con la curia pontificia, designara a otro cardenal distinto de Torrigiani. Clemente XIII, a mediados de junio de 1768, abrumado por la noticia de la ocupación de Benevento por parte de los napolitanos y la de que el cardenal Ganganelli (futuro Clemente XIV) había firmado un escrito que impugnaba el monitorio de Parma, acabó condescendiendo con los deseos expresados por los embajadores borbónicos y designó alcardenal Negroni como sustituto del secretario de estado para tratar con ellos», 561

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Hablan mucho estas cartas de Roma de los secularizados o expulsos que, de esta isla, han pasado a establecerse en aquella ciudad; los cuales son en buen número, habiendo huido no pocos de todas las cuatro Provincias. No pueden tratar con ellos los jesuitas ni romanos, ni españoles, como tampoco pueden, y notamos en otra parte, con los españoles no jesuitas establecidos en Roma. No obstante, no dejan de saber varios lances y miserias de muchos de ellos y las escriben; pero nos contentaremos con decir en general que, según estas cartas, entre aquellos expulsos varios se han vestido bien, andan muy galanos y aún enrizados y empolvados; y otros, al revés, se dejan ver por aquellas calles muy miserables, desastrados y pobrísimamente vestidos. Y entre estos, cuenta el que escribe, a uno que le causó mucha compasión y risa a un mismo tiempo por su ridiculísima figura y este era puntualmente el que en Alcalá era maestro de escritura. ¡Qué trastorno y confusión de cosas, qué mudanzas y catástrofes tan extrañas, tan increíbles y aun inimaginables, y que aún después que se ven y se tocan con las manos no se acaban de creer todavía! Refieren también estas cartas haber llegado a Roma un novicio de la Provincia de Andalucía que viene a solicitar ser incorporado en la Compañía. Y el mismo novicio, añaden las cartas, ha contado allí un lance muy particular que le sucedió con unos dieciséis secularizados de los que han huido de esta isla. Habiéndose conocido entre sí, el uno por novicio pretendiente y los otros por fugitivos secularizados, tomaron éstos el empeño de apartarle de sus piadosos intentos diciéndole a este propósito mil cosas, como que era una locura irse a meter en los presidios de Córcega; que ya se podía mirar como acabada la Compañía; que no tenía remedio en su desgracia, y todo lo demás que se le ofreció para hacerle desistir y volver atrás. Pero el novicio a pesar de todas sus persuasiones se mantuvo constante en sus piadosos deseos, y para lograr su cumplimiento se ha presentado ya en EGIDO, T. y PINEDO, I., op. cit., 1994, p. 119. Resultan de sumo interés, por su marcado espíritu ultramontano, los comentarios de Luengo cuando conoce la sustitución de Torrigiani por Negroni, que se encuentran en este mismo tomo y con fecha 23 de julio. 562

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en Roma, para solicitar ser admitido en la Compañía. ¡Qué contrariedad y oposición de conducta y proceder tan extraña y singular! Uno, a costa de mil fatigas y sudores aspira y pretende vivir en la Compañía de Jesús y morir en ella, los otros la dejan y abandonan huyendo de los trabajos en que se halla, pero sin mejorar mucho de suerte. Desventurados e infelices ¿qué responderán en el juicio de Dios, cuando Su Majestad les ponga delante uno de tantos novicios que han padecido y sufrido tanto, y que han caminado a pie cuatrocientas y quinientas leguas con increíbles desastres, miserias y peligros por lograr la dicha de entrar en la Compañía, habiéndola ellos abandonado con suma ligereza siendo ya antiguos, profesos, y aún algunos hombres ancianos? No es esto toda la historia del novicio y los expulsos, antes falta el pasaje más célebre, más curioso y más importante de ella. Embarcáronse todos juntos, el novicio y los dieciséis expulsos, dirigiéndose todos a Roma, aunque con fines tan diferentes. Les sobrevino en la corta navegación una tempestad fortísima en la cual se tuvieron por perdidos sin remedio. Entonces, en lugar de las persuasiones de abandonar sus intentos, le hacían al novicio pláticas y exhortaciones muy diferentes. Clamaban públicamente y en alta voz confesaban su yerro y pecado en haber dejado la Religión, y con muchas lágrimas y dolor pedían al cielo perdón de sus delitos; y en aquel aprieto y peligro no se avergonzaban de protestar que se tendrían por dichosos en ser cocineros en la Compañía, los que serían acaso ya, o con el tiempo llegarían a ser, maestros o Superiores en ella. Pero quiso Dios que no pereciesen y llegasen a salvamento, unos para pasarlo en Roma como puedan y el otro más encendido en sus deseos a solicitar ser cuanto antes recibido en la Compañía. Estamos muy expuestos en el día a perder o que a lo menos a que se nos interrumpa este consuelo de que lleguen algunas cartas de Roma, que se puede decir son las únicas que se reciben del continente de Europa. Y aun estas vienen con poca frecuencia y pocas en número, y solamente a los Superiores, por no atreverse a escribirnos por los correos públicos de quienes no se fían. Y así sólo vienen algunas por caminos reservados hacía Genova o Liorna, y desde aquí por algunas em563

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barcaciones de confianza. Ahora, pues, se esparce aquí por los franceses que ha llegado a Liorna una embarcación de Levante cuya tripulación viene apestada, y está haciendo una rigurosa cuarentena; y así que no se dejará parar en este puerto ninguna embarcación que venga de Liorna. No es fácil que nosotros sepamos en el día si es cierto el arribo de dicha nave y el peligro de peste por su llegada. Pero se teme, con mucho fundamento, que todo sea una ficción o por lo menos que haya mucho de ponderación de los franceses, que no gusten de que venga a observar sus preparativos de guerra o que pretendan, ahuyentando las embarcaciones italianas, forzarnos a comprarles a ellos las cosas de que tuviésemos necesidad; lo que no es ningún juicio temerario, pues gustan tanto los franceses de los pesos duros de España, como los genoveses, los liorneses y los corsos.

Día 18 de junio Se va acercando a largos pasos la guerra entre los franceses y corsos. Esta tarde marchó de aquí un Comisario francés a disponer un campo de seis mil hombres entre S. Florencio y Bastía, para conservar comunicación de los dos puertos por tierra. Los corsos, por su parte, aseguran que la guerra es inevitable y se muestran muy resueltos y animosos, y cuentan mucho con la protección y socorros de los ingleses. Aun los más despreciables entre ellos nos dicen con toda seguridad que los ingleses tienen en Puerto Mahón una fuerte escuadra y que en breve se dejará ver en estos mares en su defensa. No es posible que nosotros, encerrados en esta peña, podamos decir con acierto lo que puede haber en este asunto. Pero lo cierto es que la Inglaterra, según su rivalidad con la Francia, no puede mirar con indiferencia que se apodere de esta isla y que ha dado mil indicios de que quiere proteger a los corsos; y aun más cierto es todavía que este presidio de Calvi no puede ser por su construcción cosa más a propósito para que una escuadra la pueda bombardear con feliz suceso y en pocas horas sepultarnos a todos bajo de sus ruinas. Esperamos que el Señor no nos haya traído a este lugar para que perezcamos de este modo, 564

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pero si fuese así su voluntad nos sujetaremos a ella con sumisión y rendimiento. Día 19 de junio

Esta mañana a buena hora entró en el puerto una pequeña embarcación a la cual se la hizo partir al instante. Desde luego se creyó que era una de Liorna, del Patrón Onofre, que se puede decir que está alquilada o fletada a nuestra cuenta, o por lo menos que no se emplea en otra cosa que en traer harina para el horno común, provisiones de frutas, verduras y otros géneros para muchas casas, encargos de particulares de libros, y otras cosas a este modo y las cartas de Roma. Por la tarde se ha averiguado de cierto que era la dicha embarcación; porque desde aquí fue a dar fondo en Algaiola, y desde allí por tierra han llegado con secreto las cartas y algún otro encargo de más importancia y de poco peso. Y ¿qué se hará de toda la demás carga de la embarcación que seguramente viene ya a nuestra cuenta? Muchas cosas que pueden durar poco, verosímilmente, se perderán del todo; y en las otras se padecerán graves daños y gastos, aunque no se pierdan enteramente. Y todo esto sin más motivo que un rumor, o falso o por lo menos exagerado, de haber llegado a Liorna de Levante una embarcación sospechosa de alguna infección o peste. En las cartas de Roma, que son de cuatro de este mes, nada se dice que merezca ser notado, o a lo menos no ha salido hacia fuera. Hablan en ellas ya como que saben el arribo de tropa francesa a estas plazas; y suponen que, siendo imposible el permanecer nosotros aquí juntamente con ella, nos sacarán de esta isla. Pero ni nos dicen de cierto que se piensa sacarnos de aquí y mucho menos el país a donde piensan llevarnos, antes por el contrario encargan muy apretadamente que, luego que paremos en alguna parte, se dé pronto aviso de nuestro paradero. Y así nos estamos inciertos de nuestro destino y sin saber, ni aún siquiera por conjeturas, en qué vendremos a parar. Una carta de Ajaccio dice que el Comisario Coronel ha dicho francamente que tiene carta de nuestra Corte en que se le asegura que el Rey no quiere absolutamente que salgamos de 565

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este país. Pero añade el que escribe que no es esta la primera que finge aquel buen hombre, y quién sabe si serían lo mismo las cartas de que hizo tanto alarde cuando estuvo aquí a darnos la pensión. Hoy han hecho los franceses en esta plaza la ceremonia de levantar la bandera o estandarte por el Rey de Francia; y han tomado de este modo con más solemnidad posesión de ella. Ha habido, como se supone en esta ocasión, grande salva de artillería, han derramado algún dinerillo al pueblo y con esto se ha alegrado la gente, y han gritado por todas partes ¡Viva el Rey I, pasando en este día de subditos de la República de Genova a ser propiamente vasallos del Rey de Francia. Nosotros por consiguiente, muchos centenares de jesuitas, nos hallamos unidos en cuerpo en un país que pertenece propiamente al dominio de la Francia. ¡Qué contradicción tan manifiesta! Dominios de Francia y jesuitas. ¡Qué horror, qué monstruosidad tan disforme! Esta sola idea parece nos debe dar esperanza de que nos sacarán presto de aquí. Día 20 de junio Hoy se nos ha leído al tiempo de la mesa, y lo mismo se ha hecho en las demás casas, una carta del P. Provincial en la que Su Reverencia nos hace saber algunas cosas que N. R. P. General le comunica. Estas se reducen a que Su Santidad le ha concedido para nosotros, vivae vocis oráculo, la gracia de que podamos ganar las indulgencias de la Compañía en la parroquia de la ciudad, y los que no pueden ir a ella las puedan ganar en los oratorios de las casas. También se nos ha concedido, del mismo modo, la facultad de que podamos rezar de los santos de España; de lo cual nos hemos alegrado mucho, pues aunque nuestra patria nos aborrezca y eche de sí, siempre nos preciaremos de haber nacido españoles. Además de estas gracias, contenía la carta del P. Provincial algunos avisos saludables de Su Paternidad en orden a fomentar la regular observancia.

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Día 21 de junio Día del glorioso S. Luis Gonzaga. Se ha hecho estos días la novena al santo en muchas, y acaso en todas las casas; y hoy se ha cantado en la parroquia una misa con toda la solemnidad posible que es todo lo que podemos hacer en este miserable estado. Con las cartas que llegaron ayer, vinieron algunas gacetas de Florencia en las que se cuentan dos cosas muy célebres, especialmente la segunda. Si hubiéramos de creer al gacetero tendríamos por seguro que en Roma se trataba seriamente de declarar incurso en censuras al Gran Maestre de Malta, por la razón del destierro de los jesuitas de aquella isla; aunque no parece que es por la expulsión misma, que siempre se supone hecha con noticia y algún consentimiento de Roma, sino porque en la ejecución no intervino el inquisidor o alguna otra persona eclesiástica. Pero sea de esto lo que se fuere, que acaso será todo falso, pudiéndose contar poco con relaciones de gaceteros, lo cierto es que, aún cuando haya habido alguna falta, se compondrá la cosa con facilidad y no llegará a correr sangre y esta es la primera especie de la gaceta. La segunda es mucho más preciosa y singular, y no es menos que una revelación que atribuye el gacetero a alguno de los jesuitas que estamos en esta ciudad de Calvi. Anuncia pues el gacetero que un jesuita de los de Calvi ha tenido revelación y la ha publicado, pues de otro modo no pudiera saberla el gacetero, de que «los campos de Córcega no darán fruto hasta que sean regados con sangre francesa». A todos los que estamos en Calvi nos ha cogido de nuevo esta revelación que se supone tenida en esta ciudad. Y así podemos francamente asegurar que es una falsedad y mentira y una groserísima calumnia; pues es moralmente imposible que tratando nosotros con tantos de los que están aquí no hubiéramos oído, a lo menos, algún rumorcillo de tal cosa si hubiera sucedido en esta ciudad y se hubiera hablado de ella, aunque entre muy pocos. ¿Pero qué importa que sea impostura y calumnia? Ella es útil para infamarnos y desacreditarnos por el mundo, que es lo que se pretende, y se les dará muy poco si lo consiguen que esto sea, ya que no por verdaderos delitos, que no pueden publicar, por 567

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medio de fabulillas, invenciones y mentiras. Cuántos creerán en Europa, estando tantos dispuestos a creer siempre lo peor de los jesuítas, que estos han tenido la imprudencia y temeridad de hacer pública semejante revelación, o verdadera o fingida, con el maligno intento de atemorizar a los franceses, o a lo menos de vengarse de ellos del modo que pueden. Servirá también mucho esta necia e infame especie para hacernos más odiosos a los franceses y para que nos opriman todavía más si fuere posible. Puede ser que algunos en las conversaciones familiares, que son regularmente de las cosas que se están viendo de franceses y corsos, de aquellos ponderando su empeño y diligencia en llenar la Córcega de tropa, y en prueba de ello hemos tenido hoy a nuestra vista dieciséis gruesas embarcaciones cargadas de soldados franceses, que escoltadas de un navio se dirigen a S. Florencio, y de éstos, reflexionando sobre su ojeriza con los franceses y su determinada resolución de no sujetarse a ellos, hayan dicho que la Francia no logrará sin mucha sangre ser señora de la Córcega; y puede ser que alguno de los franceses oyese algo de esto y, entendiéndolo o sin entenderlo, lo escribiese a Florencia para anunciarlo a toda la Europa por medio de aquella gaceta. Esto es lo único que es posible en este asunto; y lo más cierto es que aún sin este ridículo fundamento se ha fingido de planta toda la cosa y se la ha querido hacer más plausible y más célebre, anunciándola con aire de profecía o revelación de un jesuita.

Día 28 de junio No ha sucedido en estos días pasados cosa alguna de monta que merezca notarse. Vienen y vuelven con frecuencia pequeños barcos de Francia que sirven de correos, en uno de los cuales llegaron algunas cartas de España para algunos jesuítas que están aquí, en las que o nada se dice de importancia o no lo quieren publicar los que las han tenido. También llegó uno de estos días, y volvió a marchar luego, un buen jabeque francé destinado a lo que parece a cruzar en estos mares contra algunos falucones, con algunos pedrecillos, que es toda la mari568

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na de los corsos. Se ha visto volver a Francia el gran convoy que pasó los días pasados hacia S. Florencio con tropa, u otro semejante. De suerte que no se ven en estos mares, y mucho más en este puerto, otras embarcaciones que francesas. La sospecha o temores de peste la extienden ya los franceses a otros muchos puertos fuera de Liorna, y no dejan entrar u obligan luego a salir a los barcos que vienen de la Capraia, de cabo Corso en esta isla, de Sicilia, de Ñapóles , y se puede decir que de toda Italia, y más especialmente de aquellos puertos de donde nos preveíamos de muchas cosas. Y así se tiene por cierto y seguro que no hay tales miedos de peste, a lo menos en tantas partes, y que todo ello es una ficción de los franceses para espantar de este puerto a todos los italianos, y hacer que se queden entre ellos los pesos duros de España. Si los franceses, ya que nos hacen esta injusta vejación, nos proveyeran de todo género de cosas, y a un precio razonable y moderado, sería todavía un despotismo, pero tolerable y sin grandes inconvenientes. Pero sobre impedir que otros nos provean, estar ellos descuidados en hacerlo y vender a un precio muy subido lo poco de que nos proveen es una tiranía cruel e insufrible. En efecto, en los pocos días que han pasado desde que empezó esta novedad ya se siente falta de varias cosas y especialmente de fruta y verdura, géneros casi tan necesarios en el tiempo y estado en que nos hallamos, como el vino y el pan. Además de esto se padece el gravísimo daño que se siente muchísimo de que se corte enteramente o se haga muy difícil la correspondencia con Roma, que era el único consuelo que había en este miserable destierro.

Día 29 de junio Día de los Apóstoles S. Pedro y S. Pablo. Se ha hecho hoy la renovación de los votos de los no profesos en los oratorios de las casas, del mismo modo que se hacían en nuestros colegios; han precedido los tres días de ejercicios, aunque hay tan poca comodidad para tenerlos, plática de comunidad y las demás cosas acostumbradas. Hoy ha venido a estar el Comisario francés con el R. P. Provincial y le ha pedido que se desocupe un 569

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cuarto en que viven cuatro o cinco porque ha dicho que lo necesita para no sé qué mujer que espera de Francia. ¿A quién no encanta y hechiza esta humanidad, cortesía y atención del señor Comisario francés en abatirse a pedir con tanta humildad un pequeño aposento, después de habernos echado casi con ejecución militar de tantos aposentos y de tantas camas enteras, pequeñas y grandes? Puede ser que tenga escrúpulo de usar de su autoridad y poder para alojar mujeres, y más no debiendo de serlo de ninguno de los que están aquí la que viene, que se iría a vivir con su marido. Claro está que esta súplica del Comisario francés en las circunstancias presentes tiene tanta fuerza como un orden y precepto con bayoneta calada; pues si no se le diera gusto nos haría, por otro lado, cien vejaciones. Y así el P. Provincial, aunque de mala gana, dio orden para que saliesen de aquel cuarto los que vivían en él y se acomodasen donde pudiesen, y uno de ellos bien a lo último de la tarde andaba todavía buscando en dónde meter su cama. Día 31 de junio

Sin necesitar orden del P. Provincial ni pasarle siquiera un recado de atención, han sido echados de un aposentillo unos tres o cuatro, y creo que es ya esta la tercera mudanza que hacen estos pobres. No debe de ser mujer sin marido la que ha de ocupar el dicho cuarto. Tampoco lo son unos cuatro o cinco oficiales que se esperan de Francia y para acomodarlos se echan a la calle unos cuarenta jesuitas. Se trata con todo empeño de buscar acomodo para estos miserables pero es imposible encontrarle, y parará necesariamente la cosa en que se repartan de dos en dos por las otras casas y se metan debajo de alguna escalera, o en algún rinconcillo que se les pueda ceder. Según esta bárbara opresión y apretura que se nos hace padecer en la habitación, tomaríamos con gusto el partido de vivir en tiendas de campaña si las tuviéramos y si hubiera un palmo de tierra libre de hostilidades en donde asentarlas. Ha llegado hoy una tartana francesa que viene de Marsella y su Patrón dice, con franqueza, que en aquella ciudad se habla muy mal de nosotros y que nos echan muchas maldicio570

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nes; y la causa de esto, dice el mismo Patrón, es porque allí se cuenta como una cosa indubitable que los jesuitas españoles han tomado las armas, se han unido con los Paolinos y que ya habían muerto más de setecientos franceses. ¡Puede imaginarse locura más tonta, más necia, más inverosímil y aun más imposible de suceder! No somos en la realidad en este país otra cosa que unos esclavos sufridos y pacientes, a quienes pisan y oprimen a su antojo los franceses sin la menor resistencia de nuestra parte; y no pagándoles las injurias que nos hacen sino con encomendarles al Señor según la regla y espíritu de la Compañía; y ¿hemos de pasar a los ojos de la Europa por unos rebeldes homicidas y sanguinarios que hemos derramado ya la sangre de setecientos hombres? Y lo peor es que, aunque la fábula es tan absurda y monstruosa, habrá muchísimos que la crean o a lo menos que muestren que la creen, teniéndonos por capaces de semejantes atentados, y por lo menos se tendrá por cierto que ha habido alguna cosa que ha dado fundamento a la dicha relación, y siempre se logra infamarnos y desacreditamos, que es lo que se pretende con todo empeño.

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Julio Día 1 de julio Hoy ha sucedido una cosilla despreciable y de ninguna monta que solamente insinuaremos porque, por una parte, prueba bien el estado de abatimiento a que nos vemos reducidos y cuan lejos estamos de hacer resistencia a los franceses con espada en mano y, por otra, es alguna prueba de la inanidad, ridiculez y bajeza de estos franceses. Un hermano coadjutor, de la casa de Logroño, echó por la ventana una bocada de vino con que se había enjuagado y, por su desgracia, pasaron por allí entonces dos soldados franceses y les cayeron sobre los uniformes algunas gotas. Subieron al momento los soldados arriba pidiendo que se les diese para sacar las manchas. Dábanles los padres por acallarlos alguna cosa que, por pequeña que fuese, sobraría mucho para aquel gasto de sacar las manchas del vino, para el cual bastaban ciertamente uno o dos cuartos. Pero no era tanto como ellos querían, y así, en aire de hombres que amenazan, se fueron sin tomar cosa alguna. Dieron parte al Comisario francés, quien hizo llamar al que cuida del vestuario para que tasase el daño que se había hecho a los dos uniformes. Fue tasado el daño en tres pesetas y, por una esquela muy formal, se lo participó de oficio el señor Comisario al P. Isidro López para que este diese noticia de ello a quien correspondía y se pagase, como se hizo al momento. Me parece que si se supone el caso sucedido con un francés que se hallara en España y con dos soldados españoles, si bien por su fogosidad de repente eran capaces de hacer algún disparate, pero no es posible que los comisarios y superiores obrasen de un modo tan soez, tan vil y tan interesado.

Día 5 de julio No ha habido estos días cosa alguna de nuevo, pues no lo es sino muy usada y antigua el echarnos de nuestra habitación, como lo acaban de hacer con unos seis, que se habrán metido en algún escondrijo, o madriguera, en donde hayan podido. Y 572

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 cosas de nuevo de fuera no se saben aquí; porque ni de Roma llega carta alguna, ni llega tampoco de España, ni de alguna otra parte. La prohibición de los franceses de entrar embarcaciones de casi toda la Italia en este puerto y el haber hecho marchar sin vender su carga a alguna otra, que vino los días pasados por la soñada peste de Liorna, se habrá extendido por todas partes y de ningún puerto de Italia se atreverá ninguno a venir aquí por no llevarse semejante chasco, con el cual siempre padecen mucho. Sólo no nos falta en tanto abandono la piedad del Señor, que continúa favoreciéndonos casi sin interrupción con aires frescos, y muchas veces violentos y fuertes lo que hace menos penosa la suma estrechez y nos libra de muchos males y miserias. Bien consideradas todas las cosas; la multitud de seiscientos y veinte o treinta hombres, muchos de ellos ancianos y llenos de ayes, la opresión en que vivimos y la falta de víveres frescos, el no haber muerto ninguno en un mes y no haber ningún enfermo de cuidado en el día, ni aun con una terciana o algún otro género de calentura, es una cosa parecida a prodigio.

Día 7 de julio Hoy hemos visto pasar hacia San Florencio un numeroso convoy de Francia, de doce o más embarcaciones gruesas, en el que va, según dicen estos franceses, alguna tropa y además de eso algunos centenares de mulos para el transporte de la artillería y las demás cosas necesarias. Todo anuncia guerra en este país; y por lo que toca a los franceses, no hay duda que van haciendo preparativos tan grandes que parece que quieren inundar de tropa toda la isla y apoderarse de ella en poco tiempo.

Día 9 de julio Antes de ayer llegó a Algaiola un barco liornés que será, sin duda alguna, del Patrón Onofre, que podemos llamar nuestro o destinado a nuestro servicio. Claro está que si hubiera peste en Liorna, o temores fundados de ella, que los corsos no admitirían en sus puertos embarcaciones liornesas. Y así cada día es más evidente que la peste de Liorna ha sido inventada 573

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por estos franceses con mucho daño nuestro y verosímilmente con el fin interesado de apoderarse de nuestros pesos duros. No es menos cierto que el arribo a Algaiola de dicha embarcación no nos puede ser útil para otra cosa que para poder traer por tierra ocultamente algunas cartas y otras pocas cosillas menudas y de poco bulto; pero nada nos puede servir para proveernos de mil cosas de que tenemos necesidad. Efectivamente, han llegado cartas de Roma, unas de fecha del día once del mes pasado, y otras del veinticinco del mismo mes. En las primeras se cuenta la toma de Benevento por las tropas de Ñapóles, del mismo modo que sucedió la de Aviñón por las tropas francesas, sin sangre y sin hacer resistencia alguna las tropas del Papa, por orden expresa de Su Santidad. Y aún parece que en las dos partes se hizo la cosa al mismo tiempo y aun en el mismo día, para que se entienda mejor que van de acuerdo en atacar los Estados del Papa las cortes de París, de Madrid y de Ñapóles. En uno y otro Estado, después de apoderarse de la capital, van haciendo lo mismo con todo lo demás que tiene en aquellos países la Corte de Roma. ¡Gloriosas conquistas por cierto, con las cuales pueden quedar muy ufanas las valerosas tropas de Ñapóles y Francia!307 Entre las cartas de fecha del día 25 hay una del P. General a nuestro P. Provincial, que se comunicará a la Provincia, y se reduce toda ella a mostrarse Su Paternidad muy edificado de nuestra resignación y presencia en la estrechez que nos ha causado el arribo de la tropa francesa, y a animarnos a la perseverancia en los mismos buenos afectos. En las otras cartas sólo se dice que hay allí variedad de opiniones sobre el destino de más de mil jesuítas indianos que están en el Puerto de Santa María, creyendo algunos que vendrán también a Córcega y otros que, por haberse mudado notablemente las circunstancias de esta isla, serán llevados al Estado Eclesiástico y admiti307. A continuación el P. Luengo refiere la secularización de Francisco Juárez que, como él mismo advierte, ya la comentó en el t. I de este escrito. El mismo autor recomienda que se borre en uno u otro lugar. Dado que lo único que aporta en este tomo es el ingreso de Juárez en un hospital antes de morir, no transcribiremos la parte que narra estos hechos y que ocupa media página de la 151, la 152 y las primeras líneas de la 153. 574

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dos en él. Nosotros estamos aquí en la misma incertidumbre, que no aflige poco, temiendo que a pesar de la suma opresión en que estamos nos metan todavía otros doscientos hombres. Hablan también estas cartas de Roma con algunos miedos de que se intenta alguna novedad por la Corte de Madrid contra aquella casa profesa que fue fundada por algún príncipe de la Casa Farnesio. Pero ¿qué derecho le puede dar a la Corte de Madrid aquella fundación si no es que sea de patronato, al cual podrá renunciar si quiere o conservarle si le agrada? Pero como no hay absurdo que no se intente, ni desacato al Pontífice a que no se arrojen, ¿quién sabe cuáles serán estas sus pretensiones y en qué vendrán a parar? Con esta carta llegaron también algunas gacetas de Florencia, en las cuales se publican también la toma de Aviñón por los franceses y la de Benevento y Pontecorvo por los napolitanos. Fuera de esto traen dos cosas en capítulo de Madrid pertenecientes a jesuitas, que merecen ser notadas. La primera es que hay grandes miedos de que hayan naufragado los jesuitas [de Californias] ^ porque después de mucho tiempo no aparecen en el puerto en donde se les esperaba; y la segunda, que ha salido en España un libro con este título Retrato de los Jesuitas hecho al natural por los más sabios y más ilustres católicos, o juicio de los dichos regulares confirmado con auténticos e irrefagables testimonios de los principales personajes de la Iglesia y del Estado para instrucción de todos y desengaño de algunos. El título de suyo es indiferente; pero las circunstancias en que ha salido en España, y más si se ha publicado también en la gaceta de Madrid, lo que no se haría si no fuera del gusto y aprobación de los ministros, prueban hasta la evidencia que es una sátira contra la Compañía. Y ¿dónde está, según esto, el artículo de la Pragmática Sanción en el que se prohibía igualmente escribir en contra que en favor de los jesuitas? Y si se deroga a la Pragmática en cuanto a escribir contra nosotros, ¿por qué no se nos ha de permitir responder y defendernos? Venga acá a Córcega este famoso libro y désenos, como es debido, libertad para darle respuesta, y se verá bien presto en qué vienen a parar su 308. Este añadido es de mano ajena. 575

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pomposo título y los testimonios auténticos e irrefagables de los principales personajes de la Iglesia y del Estado. Pero ya se ve que no se hará nada de esto porque temen la fuerza invencible de la verdad y de la inocencia; y aún si alguno, jesuita o extraño, escribiera cuatro renglones a favor nuestro, al mismo tiempo que se celebra a quien nos infama sería puesto en una horca el que nos defendiere. Por aquí se conoce claramente que en nuestra causa todo es pasión, parcialidad, furor y violencia sin rastro alguno de equidad y justicia; y que sólo se pretende con semejantes calumniosos escritos justificar, del mejor modo que puedan, los horrores y crueldades que han hecho con nosotros y que prosiguen haciendo todavía con escándalo de todos los buenos dentro de España y fuera de ella. No sé si lo conseguirán para con los hombres de cristiandad, de juicio y reflexión, como tampoco quién sea el autor de este famoso libro. Día 11 de julio Entre ayer y hoy han entrado en el puerto una embarcación de Mallorca, alguna otra francesa y creo que también una de Genova, aunque no la he podido observar bien. De resultas del arribo de estas embarcaciones, y por algunas cartas en ellas de Genova y de Roma, tenemos hoy que hablar largamente. La embarcación mallorquína ha venido aquí de paso, de arribada como suelen decir, y sin designio de vender cosa alguna. Como no hay aquí Comisario ninguno español a quien puedan temer, han tratado los mallorquines con nosotros con toda franqueza y dándonos mil muestras de compasión, de estimación y cariño. De España y de la Corte no han contado cosa alguna en particular y sólo en general han dicho que las cosas están allá tan malas para nosotros como el primer día que salimos de España. Del milagro sucedido en la imagen de piedra de la Santísima Virgen, de que hicimos mención en otra parte, hablan con toda aseveración y todos uniformemente, y dicen que es una cosa evidente y ciertísima, pero que no se puede hablar así por allá sin exponerse a perder la vida según los órdenes que hay de la Corte; y dicen también que cuando ellos salieron de Mallorca había como unos setenta en la cárcel, porque ha576

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hiendo sido examinados jurídicamente sobre el dicho milagro habían declarado que era cierto, y que el primero que había sido examinado sobre este punto y preso por haber dicho la verdad había sido un sacerdote, a quien llamaban comúnmente El Capellanón, porque debía ser algún capellán que fuese hombre corpulento y grande, y que éste había muerto en la prisión por el mal tratamiento que le habían dado. Hombre feliz y dichoso, pues en la realidad ha muerto mártir. Porque qué le puede faltar para mártir a un hombre que muere en la cárcel y a fuerza del mal trato que le dan, sin otra causa para todo ello que no querer hacer un juramento y declaración contra su conciencia, por dar gusto y lisonjear a unos poderosos ministros, y por mantenerse constante, aun a vista de la cárcel, de los trabajos y de la misma muerte, en afirmar un verdadero milagro en obsequio y gloria de la Santísima Virgen. Lo mismo a proporción se debe decir de todos los demás inocentes que están padeciendo por la misma causa como es evidente. ¿A dónde se va precipitanto el furor y ceguedad del Ministerio de España, y en qué vendrán al cabo a parar tantos pecados y maldades? En una embarcación francesa que ha venido de Bastia, ha llegado un español llamado D. Pedro Sánchez, que vino en una de las fragatas del convoy de la Provincia de Toledo como contador, y con el mismo oficio se ha quedado en esta isla, y le ejercita en los caudales y paga de nuestra pensión. De suerte que para nuestra pensión hay un tribunal entero compuesto de cuatro hombres, y todos con buenos sueldos. Conviene a saber los dos comisarios D. Pedro de la Porcada y D. Fernando Coronel, el genovés Migliorini, Decretario o tesorero y este Sánchez, contador; y aún en Genova debe de haber otro Comisario y lo es otro genovés llamado Gnecco. ¡Cuántos gastos y cuánto dinero se echa fuera de España por un empeño impío de tres o cuatro ministros! Este, pues, contador Sánchez ha estado una temporada en Bastia, a donde pasó desde Ajaccio con el fin de disponer habitación en aquella ciudad para mil y doscientos jesuitas indianos que se esperan presto de España y tan presto que dice este contador que ya tiene cartas de España, en Bastia el señor D. Alonso Albuquerque, Capitán de navio que viene comandando el convoy. Debemos agradecer que 577

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usen con estos pobres indianos la atención de tenerles un rinconcillo preparado para cuando salten en tierra, ya que a nosotros nos tiraron en la playa inhumanamente y peor que si fuéramos sacos de mercancías medio podridas. Efectivamente se alaba este contador Sánchez de haberlos dispuesto una habitación decentica, en lo cual dice que ha gastado como quince mil pesos y no es increíble porque se repara poco en gastar por este género de oficiales cuando es a cuenta del erario o del Rey lo que se gasta. Lo peor en este caso es que dice este mismo contador que mucha parte de la habitación dispuesta para los tales indianos está, al presente, ocupada por los soldados y oficiales franceses pero con la protesta formal de dejarla y reparar los daños que se hayan causado al arribo de los jesuitas. Pero, cómo se puede esperar de los franceses ni uno ni otro después de ver cómo nos han tratado en este punto aquí en Ajaccio, y lo mismo sucederá en Bonifacio de donde tenemos pocas noticias. Usarán allí del mismo despotismo que aquí, les darán la habitación que se les antoje sin atención ninguna a la disposición de este contador, y aun después de dada se la volverán a quitar si le agrada a un oficial o madamisela francesa. De lo que dejamos dicho, que es cierto e indubitable, parece que se infiere que no se piensa sacarnos de aquí, y por lo menos es seguro que no se había entrado en este pensamiento cuando se dio el orden de disponer la habitación en Bastia, ni tampoco en el tiempo que se ha trabajado en disponerla. Y así parece que nuestra estancia en esta isla irá a la larga; en lo que no se puede pensar sin aflicción ni congoja siendo tanta la miseria y opresión en que nos vemos y estando expuestos a todos los peligros, inquietudes y molestias que trae consigo una guerra en el país donde se hace. Pero debemos advertir que en medio de esta desolación no deja de ser algún consuelo, e infundir alguna esperanza de que nos sacarán de esta isla el asegurarlo así todas las cartas que dijimos haber llegado de Roma y de Genova, en todas ellas se nos dice como cosa cierta que presto saldremos de este país; y aunque no traen de ello razones y pruebas auténticas, no dejan de traer buenas conjeturas y testimonios de haberlo dicho esta o la otra persona que puede saberlo y merece ser creída, y en sobre particular las cartas 578

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de Roma hacen mucha fuerza haber dado permiso el Gran Duque de Toscana para que puedan pasar por su Estado los jesuítas españoles. Pero esto, a mi juicio, se debe entender respecto de los particulares que marchan de esta isla, y no respecto del cuerpo de las provincias españolas; pues si fuera esto segundo, no era posible que estuviese todavía la cosa entre dudas y obscuridades. Las de Genova, al paso que nos aseguran también nuestra salida de estos puertos, nos dicen que no se nos hará saber esta determinación formalmente hasta el momento de embarcarnos, y de aquí infieren y convienen con las de Genova, las cartas de Roma, que nuestro destino al cabo será vernos arrojados en una playa del dominio de la Iglesia o de este o del otro modo obligarnos a entrar en el Estado Eclesiástico. En suma, este es nuestro estado al presente. Estamos inciertos si saldremos o no de aquí; más inciertos de nuestro destino si llegamos a salir, y aun más todavía de la manera con que nos harán llegar a él. Fuera de las dichas seguridades de nuestra partida de este país, sólo se han publicado de las cartas de Roma que son de veintidós del mes pasado dos cosas que merezcan notarse. La primera es que los jesuítas de Portugal, que vivían en no sé qué palacio de los ingleses, han sido reunidos con otros de la misma nación en un palacio del duque de Sosa, y que en el ducado de Urbino se preparan dos grandes palacios a los cuales pasarán muchos de los jesuítas portugueses que están en Roma. No pueden menos de hallarse estos pobres en mucha consternación y miseria, no teniendo pensión de su Corte y habiéndoles faltado los grandes socorros que les enviábamos nosotros de España. La segunda es que Su Santidad ha ido todos los días de la octava del Corpus a hacer oración a la iglesia de nuestro Noviciado de San Andrés, honor y cariño siempre estimable pero mucho más en las circunstancias en que se halla la Compañía, perseguida y aborrecida de muerte por tantas cortes y tan poderosas, y no hay duda de que el Santo Padre muy de estudio da estas muestras de estima y amor a los jesuítas para consolarlos del mejor modo que puede en su aflicción y sostener su crédito y estimación. 579

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Día 13 de julio Aprietan mucho los calores y aunque no dejan de favorecernos oportunamente los vientos con todo esto se dejan sentir mucho y se puede decir que no se corta el sudor ni de día ni de noche. Es verdad que yo vivo en un desván sin más techo que nos cubra del sol, a mí y a mis compañeros, que un simple tejado de pizarra que entre el día se enalbarda al sol y así puede conservar muy bien el calor toda la noche; pero también es verdad que la mayor parte de la Provincia está peor alojada que yo, y que el resto me excede poco en la comodidad de la habitación compensándose bien con la menor estrechez en que yo vivo el estar el cuarto de alguno menos expuesto a los rayos del sol. De aquí se podrá inferir de algún modo los trabajillos que se padecen al presente por la suma estrechez y apretura en la habitación. Con todo eso, gracias a Dios, hay salud dentro de la ciudad y arrabal, y apenas se dice que haya uno que se vea obligado a guardar cama. No sucede así en dos casas en el campo, más allá del Convento de San Francisco, de las que hablamos en el tomo primero, y son puntualmente dos de las que habitamos los primeros días que salimos a tierra. La inexplicable apretura en la habitación fue causa de que algunos se arrojasen a ir a habitar en dichas casas, no obstante que sucediendo la rotura de la guerra, como siempre se ha tenido por segura, están expuestos a mil sustos y peligros. Antes que lleguen los males de la guerra, les han venido otros bien graves por causa de unas lagunas pestíferas y hediondas que tienen entre Oriente y mediodía. Los vapores nocivos y pestíferos de dichas lagunas han llenado tanto de enfermos las dos casas, especialmente de tercianarios y cuartanarios, que son pocos los sanos de ellas. La caridad pedía que se les sacase al instante de aquellas casas y el P. Provincial lo desea con ansia. Pero hallándonos todos en tanta estrechez y apretura, no se acaba de tomar resolución de sacarlos de allí, viendo la dificultad y casi imposibilidad de acomodarlos especialmente necesitando algún mayor desahogo, por lo mismo que están enfermos. 580

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 Uno de los mayores trabajos y mortificaciones que hemos tenido en este destierro, como ya creo que se insinuó en otra parte, ha sido la falta de libros con que divertirse tanta gente desocupada y que tiene gusto en leer, en estudiar e instruirse. La misma falta, y aún más sensible que esta, ha habido de los libros necesarios para que los jóvenes escolares sigan los cursos de sus estudios; y en el día hay en este particular por la escasez de libros de Filosofía una confusión o behetría inexplicable e ininteligible. Los hermanos escolares de Filosofía, que han acabado el tercer año, necesitan todos los libros de Filosofía que hay por haber de ser examinados de toda ella, y aún no les bastan por estar incompletos algunos juegos. Los padres de cuarto año de Teología que han de hacer su examen de proposiciones necesitan otros tantos como los metafísicos. Además de todos estos hay hermanos escolares, físicos y lógicos, que no pueden dejar de la mano sus físicas y lógicas; y así es un alboroto y embrollo increíble lo que pasa en este punto y de lo que soy buen testigo, pues me alcanza también la cosa. Unos toman el libro y otros le dejan; estos le usan por la mañana y aquellos por la tarde, pero algunos se han visto obligados a interrumpir el estudio enteramente; por ocho o diez días mientras se desocupaban los libros de que absolutamente necesitaban. Gran miseria, por cierto, y que sería bastante para que se aburriese la gente y abandonase el estudio, si no estuviera el amor a éste tan entrañado y radicado en la Compañía. Día 14 de julio Con las cartas de Genova, de que acabamos de hablar, llegaron también algunas cartas de España, sin que les haya acobardado y retraído a los que las escriben la noticia, que ellos mismos dan, de que por allá han tenido que padecer algunos porque se les averiguó que conservaban alguna correspondencia por cartas con los jesuítas desterrados; aunque no nombran las personas que han tenido que padecer ni tampoco qué castigo se les ha dado. Por estas cartas se sabe que ha muerto en la ciudad de Valladolid el P. Gerónimo Cabezudo, que quedó allá por enfermo y estropeado, después de haber padecido mu581

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cho en varias operaciones de cirugía muy fuertes por causa de un tumor que le salió en la garganta. Nunca vi a este padre en España, pero me aseguran que era un buen sujeto. Tenía cuarenta y cuatro años de edad y era natural de Villaba de Alcor, en el Obispado de Falencia. También ha venido noticia de la muerte en España del H. Manuel Sola, coadjutor que pertenecía al Colegio de Tudela y quedó allá por enfermo y por viejo, pues le faltaba poco para setenta años. Era natural de Cascante en el Obispado de Tarazona. Por las mismas cartas de España se sabe que el Infante D. Gabriel, como Gran Prior de Castilla, ha escrito una carta circular a todos los conventos de la orden de S. Juan. Ya se ve que en ella no tendrá Su Alteza más que el nombre, siendo un joven de diez y seis años, y que será obra del Fiscal Campomanes, de Roda, o de otro semejante. No sé si ha llegado por aquí, ni aún he oído hablar a ninguno, como hombre que se conozca que esté bien informado de su contenido; pero parece cierto que es sobre jesuitas y principalmente sobre puntos de revelaciones acerca de la Compañía. Será cosa bien singular oír hablar sobre tal asunto y dar sobre él órdenes a un niño de tan pocos años y, siendo obra de alguno de los dichos, no dejarán de decirse en ella disparates y aun impiedades y blasfemias. Finalmente dicen estas cartas de España, que el Inquisidor General de la Suprema ha mandado borrar en la vida del beato Josafat, monje basilio, una expresión muy fuerte que hay en ella contra los perseguidores de la Compañía de Jesús. No tengo presentes las palabras formales de esta expresión; pero poco más o menos dice así: «Que el perseguir la Compañía de Jesús es perseguir la Iglesia y es señal de reprobación». En este Decreto no tiene el Inquisidor otra culpa, que no es pequeña, que el ser un adulador y lisonjero de los ministros que le habrán pedido que lo haga y haberle faltado, como ya le ha sucedido en otras ocasiones, la frente y resolución para negarse a hacer cosas que conoce que son injustas. A los ministros, nuestros perseguidores, les duele que se lea en la vida de un santo una expresión que les hace tan poco honor a ellos. Pero son unos locos y se ciegan manifiestamente en los medios que 582

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tomen para quitarle su fuerza. Si la dejaran haciendo desprecio de ella, sepultada en el libro, todo el inconveniente sería que unos pocos en secreto la leyesen y tuviesen noticia de ella. Y ahora, con este Decreto, que es bien fácil de entender que le ha sacado la pasión y no la equidad, se hará más famosa la dicha expresión, excitará umversalmente la curiosidad de todos y se hará más público en España que, según el dicho de un santo que no fue jesuita, Roda, Campomanes, Fray Joaquín de Osma y otros semejantes son perseguidores de la Iglesia y marcados de reprobos. Esta tarde ha llegado noticia cierta aunque algo en confuso de haber entrado en Ajaccio el convoy de los padres indianos, en el cual vienen mil y treinta y seis. Gran suceso, o por mejor decir grande inhumanidad, crueldad e injusticia de que puede ser que no haya ejemplar en la historia de todos los siglos. Recoger en los reinos de Méjico, Santa Fe, Quito, Perú, Chile y otras Provincias de la América tantos centenares de sacerdotes y religiosos pacíficos, laboriosos y ejemplares, y la mayor parte de aquellos mismos países arrastrarlos por viajes tan inmensos, por tierra y por mar, y traerlos a sepultarlos en un miserable presidio de la Córcega. Aún estándola viendo como que no se acaba de creer una cosa tan grande y de tanta mole, y al mismo tiempo tan bárbara y monstruosa. Es muy regular que se detengan poco en Ajaccio y que marchen a Bastía en donde, como dijimos, se les ha prevenido habitación; y también lo es que no tardará en dejarse ver por aquí alguno que nos cuente las cosas que han pasado por ellos en aquellas remotas Provincias y en sus viajes. Día 15 de julio Anoche llegó aquí un oficial francés, Teniente Coronel de Artillería, y habiendo visto una habitación en que estaban siete padres de la Provincia de Andalucía, le pareció buena para él y entró en el empeño de que en la hora misma saliesen de ella los jesuítas, siendo ya más de una hora después de anochecer. El P. Rafael de Córdoba, hombre ilustre, de talentos y de juicio, que hace aquí de Superior o Viceprovincial de los pa583

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dres andaluces, no pudo llevar en paciencia una grosería e inhumanidad tan grande, y habló a los oficiales franceses con resolución y entereza diciéndoles, entre otras muchas cosas oportunas, que la acción que intentaban hacer era una indignidad y vileza aun ejecutada con unos pillos y galopines de la calle. Al fin supo decir el P. Córdoba tales cosas y con tal fuerza que desistieron de su empeño. Pero hoy a las seis de la mañana ya habían salido de la habitación con sus camas y demás ajuares. Alaban comúnmente a la Nación francesa de humana, afable, cortés y atenta; lo será así, pues que tantos lo dicen. Pero por lo que toca a nosotros, creo que no lo hubiéramos pasado peor que con los franceses con los tártaros o moscovitas, si hubieran venido de guarnición a esta plaza. Día 16 de julio Esta tarde han llegado aquí diez jesuitas alemanes que estaban en la América, y han venido arrestados con todos los demás jesuitas españoles y americanos que llegaron uno de estos días a Ajaccio. Desde aquí pasaron a Genova para restituirse después a sus Provincias de las cuales salieron diez, quince, veinte o treinta años ha para ir a trabajar en las Provincias españolas de la América, en beneficio de aquellos pueblos y servicio del Rey. Y ahora, en premio de sus trabajos y servicios, que los han hecho ciertamente muy grandes y de mucha utilidad para el Estado, así los padres alemanes como los jesuitas italianos, y otros extranjeros, se les prende con ignominia, se les echa como a malhechores de aquellos países y, con el tenue socorro de ciento y veinte pesos para vestirse y para el viaje, se les obliga a volver a su patria, después de haber gastado la flor de su edad y la robustez de sus fuerzas a pasar en ella los inútiles años de una vejez decrépita o de una salud estropeada a cargo y cuenta de sus Provincias. Ingratitud enorme y vergonzosa para con estos beneméritos extranjeros, y para con todos los demás que han trabajado tan gloriosamente en las Provincias españolas de América y del Asia; pues con todos se hace lo mismo. En la cual no hay otro consuelo, si bien este es sólido, que no tener culpa en ella el Monarca, que está muy lejos de 584

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comprender estas consecuencias de su grande determinación de desterrar a los jesuítas, y mucho menos la tiene la Nación española, que generalmente desaprueba todas estas violencias, y así toda ella va a cargo de seis o siete hombres, por la mayor parte viles y casi la mitad extranjeros, que han engañado al Soberano y oprimen y avasallan la Monarquía. Han sido recibidos y hospedados con inexplicable agrado y cariño en las casas que están inmediatas al muelle, estrechándose con muchísimo gusto por darles un rinconcito en ellas, y con el mismo se les tratará el tiempo que se detengan aquí del mejor modo que sea posible en todas las cosas, aunque sea necesario privarse otros de ellas para servirlos. Hemos ido al instante, como se deja entender, tantos a verlos y abrazarlos y preguntarles cosas de la América, de su arresto, de sus viajes, que había en las casas en que están hospedados una especie de bullicio, confusión y alboroto, pero alegre, festivo y que a nadie hace mal. Ya se ve que es imposible en aquel tumulto de gentes haber quedado informado de tantas cosas como han dicho de un modo conveniente para poderlas notar con exactitud y con acierto; y siempre lo será el poder escribir todas siendo como es preciso, tantas y tan acompañadas de innumerables circunstancias y particularidades muy dignas de saberse. Desde luego me ha dado mucho golpe que uno de estos padres, que acaba de llegar aquí, salió de España para la Provincia de Santa Fe en el nuevo Reino, de donde había venido como Procurador el febrero del año de sesenta y siete, poco más de un mes antes de nuestro destierro, y llegó a su Provincia un día después de la prisión de aquellos padres, teniendo que desandar al instante el largo viaje que acababa de hacer, volviendo otra vez a España y añadiéndose ahora el viaje de España a esta isla y faltándole aún, para lograr tener un día de reposo, el viaje desde aquí a Genova por mar y después por tierra hasta el centro de la Alemania.

Día 18 de julio Ni ayer ni hoy han podido marchar los jesuítas alemanes por los vientos fuertes que han corrido aunque lo deseaban 585

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mucho, así por llegar cuanto antes a sus Provincias como también porque conocen que causan molestia e incomodidad a algunos por la estrechez en que vivimos, si bien no dudan tampoco del buen corazón y fina voluntad con que se les hospeda y agasaja. Con esto ha habido lugar para oírles referir mil cosas de sus Provincias de la América, que nosotros escribiríamos aquí con gusto si no fueran tantas que era preciso llenar un tomo, y si no hubiera peligro de equivocarme en varias circunstancias de los hechos por más que las haya oído con atención y con cuidado. Y así me contentaré con notar algunas cosas y las más de ellas comunes a todas las Provincias de América. Sea pues, la primera que en todas las Provincias de América se ha hecho el arresto y destierro de los jesuitas con paz y sin movimiento alguno de los pueblos que merezca el nombre de tumulto o alboroto, lo que en América ha sido cosa más singular y extraña que acá en Europa. Es verdad que aún faltaba cuando estos padres salieron de allá, en varias Provincias el paso más difícil y arriesgado de sacar los misioneros de las misiones, y será un milagro manifiesto, o por lo menos una muy particular providencia del Señor, si en algunas de las más célebres y más numerosas misiones, como los Guaraníes, los Chiquitos, Californias, Cinaloa, no suceden desconciertos y desgracias a pesar de todo el cuidado y diligencia de los padres en impedirlas. La segunda es que, según hablan estos padres, ha sido en los Ejecutores de la América el ansia y solicitud en buscar tesoros y no poco común la persuasión de que los había. Entre todos estos investigadores de tesoros se ha distinguido mucho el Excelentísimo D. Francisco Bucareli309, Capitán General de Buenos Aires, sucesor en aquel Gobierno del Excelentísimo D. Pedro Ceballos, enviado aposta para el arresto de los jesuitas por ser muy a propósito para hacerlo con rigor y aun con 309. El P. Luengo explicó en su Diario el trato que dio Francisco Bucarelli a los jesuitas expulsos procedentes de Perú, concretamente en el t. III, p. 81. Posteriormente comentó su viaje a Parma para defender a Du Tillot en 1771 y su proclamación como virrey de Navarra en 1778. Cuando murió Bucarelli en 1780, Luengo hizo algunos comentarios en el t. XIV, p. 305. 586

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crueldad. Dio orden Su Excelencia al oficial comisionado, que envió al Colegio Máximo de Córdoba de Tucumán, de que desde luego le enviase medio millón de pesos duros. Cuál sería el embarazo y confusión del oficial después de una orden como ésta del Capitán General, no habiendo encontrado en el Colegio en dinero efectivo más que ochenta pesos duros y deudas bien grandes contra sí. No estaba menos impresionado el oficial Ejecutor que el Capitán General en este punto y así, teniendo por imposible lo que veía, se dio a registrar rincones y a cavar en varias partes en busca de los imaginados tesoros, sin otro fruto que cansarse y fatigar su gente. En la América, según hablan estos padres, ha sucedido en este particular lo mismo que en España y para un Colegio que estuviese desempeñado y tuviese algún dinero de sobra, había diez que no tenían un cuarto y estaban más o menos empeñados. Y así hago juicio que si se hiciera, como era muy fácil, una masa por un lado de todo el dinero y deudas a favor de los colegios y por otro de las deudas, que tenían contra sí, que no bastaban aquél y aquellas ni en España, ni en la América, para cubrir del todo éstas. Así lo habían conocido y tocado con las manos los que tanto han ponderado las riquezas de la Compañía española para perderla; pero se guardarán bien de confesarlo, para que no se entienda que en este punto, como en todos los demás, han engañado al Rey, a la Nación y a todo el mundo. La tercera es que en los viajes por la América experimentaron en los pueblos por donde pasaron las mismas demostraciones de amor y de estima, de dolor y sentimiento que nosotros acá en España y que generalmente tuvieron buen trato en ellos, como también en la navegación a Europa, a excepción de los que vinieron en algunas embarcaciones desde Lima que fueron tratados con bastante miseria. Los padres de Méjico tuvieron la desgracia de haber muerto muchos por el vómito prieto310; y los de una embarcación padecieron, del capellán que venía en ella, la no pequeña vejación de haberse empeñado en que todos los jesuítas se habían de confesar con él; y así muchos que no quisieron hacerlo tuvieron el trabajo de no co310. El vómito prieto o negro es uno de los apelativos que recibía la fiebre amarilla. 587

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mulgar, ni celebrar en todo el viaje. Fue también bueno el trato que les dieron en el Puerto de Santa María, y en la navegación hasta Ajaccio. Cuarta, que han seguido en el destierro a los padres no pocos novicios de las Provincias de América; cosa singularísima y muy extraordinaria, y más siendo generalmente los americanos más amantes de su patria que los de Europa. Si los novicios en España fueron en la realidad unos jóvenes heroicos en dejar su patria, en padecer no pocos trabajos y vejaciones, y en abrazarse con un destierro ignominioso por seguir su vocación y vivir en la Compañía de Jesús, ¿qué diremos de los americanos, que por el mismo motivo se han arrojado libremente a las inmensas fatigas de viajes tan largos y a un destierro en un país distante millares de leguas de sus amadas patrias? En España les apartaron de los padres contra toda razón y justicia; pues es constante que los Ejecutores no se descuidarían de practicar con ellos las pruebas que prescribían las órdenes e instrucciones de la Corte. Fueron todos ellos llevados a un convento de religiosos en Jerez y allá quedan encerrados, a lo menos por ahora, ni cuentan de ellos otra cosa después de su reclusión sino el estar los pobres muy afligidos, porque usan con ellos la brutalidad (que no merece otro nombre) de negarles la absolución a todos los que se mantienen constantes en querer seguir en la Compañía. Quinta, que en el tiempo que han estado en el Puerto de Santa María se han valido de varios arbitrios y, especialmente, de la promesa de volver luego a su patria para inclinarlos a declararse pretendientes de la secularización, y todos los que han caído en ese lazo eran puestos en lista y separados de los demás, y así efectivamente vienen juntos en una embarcación todos estos flacos, que han determinado secularizarse, y verosímilmente les llevarán desde luego a Italia, aunque a los otros los dejen en esta isla. No son pocos estos miserables pues pasan de ciento, y algunos dicen que son cerca de doscientos. La mayor parte es de la Provincia del Perú y entre ellos van varios profesos, y casi todos los que eran maestros en Lima al tiempo de su expulsión; como unos veinte son de la Provincia de Méjico y algunos de las otras Provincias. Ya habrá necesariamente muchos que estén arrepentidos y se llamen a engaño viendo 588

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 que, en lugar de caminar hacia su patria por cuyo amor dejaron la Compañía, se les hace venir a Italia con todos los demás. La sexta y última, dejando mil cosas, comprende dos casos muy extraordinarios sucedidos en el Reino de Méjico de los cuales fueron informados los jesuítas por cartas estando para embarcarse en Veracruz. El primero fue en la Puebla de los Angeles, en donde se hallaban en una visita muchas personas de distinción de uno y otro sexo, y se murmuraba con mucha desvergüenza de los jesuitas; lo que no es maravilla sucediese en aquella ciudad en la que todos los afectos de Palafox, que son muchos, son otros tantos enemigos de la Compañía. Se distinguía entre todos por el descaro y desenfreno una señora que no han nombrado, aunque ellos no ignoran su nombre y apellido; y estando sentada, arrimada a la pared, se desprendió por sí mismo un cuadro pequeñito de San Ignacio y vino a darle con tal violencia sobre su cabeza que, dividiéndosela en dos partes, penetró hasta dividirle la lengua, quedando la miserable muerta allí mismo instantáneamente. Caso terribilísimo que sería muy a propósito si bien autenticado se publicase por todas partes para contener, o a lo menos moderar, la mordacidad y veneno de tantas infames lenguas que, ahora más que nunca, vomitan pestes y abominaciones contra nosotros viéndonos tan abatidos y sabiendo muy bien que hacen en ello lisonja a tantos poderosos que nos aborrecen y persiguen. Pero el Ilustrísimo D. Francisco Fabián y Fuero, Obispo de la Puebla, que con todo empeño se empleará siempre que se ofrezca en acreditar y dar peso de autoridad a cualquier bagatela, superchería o necedad sobre Palafox, estará bien lejos de autenticar, como era razón y justicia, ese extraordinario prodigio que puede ser de alguna utilidad y honor a los jesuitas, y procurará de todos los modos posibles sepultarle, desfigurarle, desacreditarle y negarle abiertamente. El otro suceso extraordinario nada tiene de trágico y de triste, antes por el contrario es alegre de todos modos, de consuelo y que sirve para fomentar nuestra esperanza de mejorar 311. Nota del autor: «De este suceso va relación auténtica en el T. ..XV de Papeles Varios, p. 2.»; no se lee el texto completo por haber sido cortado al encuadernar. 589

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algún día de suerte311. Sucedió en la misma ciudad de Méjico y es el siguiente: estaban muchos juntos en conversación y en ella discurrían con variedad, como regularmente sucede, sobre si los jesuitas volverían o no otra vez al Reino de Méjico. Un niño de cuatro años, que estaba en el regazo de su madre y tenía el defecto de tener los pies muy torcidos, decidió esta indisoluble duda y controversia. «Sí volverán, sí volverán», dijo aquel niño con voz alta, clara e inteligible a todos los presentes. Quedaron estos atónitos, pasmados y como fuera de sí al oír hablar a aquel niño de la manera dicha; pero no tanto todos ellos, que uno no estuviese bastante sobre sí y no tuviese advertencia de preguntar al niño de esta manera «¿Y cuándo? Cuando yo ande así», respondió el niño empezando a pasearse con libertad y franqueza. Y pasado el lance volvió a ponerse instantáneamente del mismo modo que estaba antes. Este suceso ha llegado a nosotros por conductos tan buenos y tan dignos de fe que aunque en las circunstancias haya alguna mudanza y variedad, como sucede fácilmente, pasando de mano en mano en cuanto a la substancia de haber profetizado un niño, que apenas sabía hablar, la vuelta de la Compañía al Reino de Méjico, parece innegable y que él sólo basta para asegurarnos que no será para siempre el destierro de la Compañía de Jesús de los dominios de España.

Día 19 de julio No obstante de que han proseguido hoy también los aires violentos de estos días, han marchado esta mañana a Genova los padres alemanes. Llegarán presto allá por serles el tiempo favorable; pero irán muy molestados por ser el aire violento, estar el mar bien alto y ser muy pequeña y miserable la embarcación en que van. A nosotros nos dan la vida, como hemos dicho muchas veces, estos vientos impetuosos que corren con tanta frecuencia; pues si no fuera por ellos estando tan oprimidos en la habitación y en un tiempo de tanto calor no pudiera haber tanta salud como hay en la realidad, menos en las dos casas de campo de que antes hablamos. Pero al fin se ha logrado el poder socorrer a los que vivían en una de ellas. Cua590

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 tro de ellos, que estaban más maltratados han ido a Lumio, aldea vecina, en donde hay ya algunos de la Provincia; pues no obstante la repulsa del General Paoli, en cuanto a establecernos en la isla, no se nos impide el hacer entrar en las aldeas vecinas algún otro enfermo. Algunos otros han sido repartidos en las casas de la ciudad dejándoles algún rinconcillo, en donde meter la cama, a fuerza de estrecharse los otros, y tres han quedado todavía en la casa de campo; el uno por estar gravemente enfermo y los dos para asistirle. Día 21 de julio Habiendo muerto poco hace la piadosa y santa Reina de Francia, María Lenciski, a quien ha debido siempre la Compañía muy particular cariño y estimación, determinó nuestro P. Provincial hacerle las honras con la decencia que fuere posible en esta miserable ciudad, y en cuanto lo permita nuestra pobre y triste situación. Comunicó sus deseos al Comandante francés el cual, desde luego, se mostró muy agradecido y poco después envió a decir al P. Provincial que le parecía mejor que los dos hiciesen las exequias a la Reina de común acuerdo, y así se han hecho este día. Los franceses han concurrido con las ceremonias militares y salvas y, a lo que juzgo, con mucha parte de la cera. Todo lo demás lo hemos hecho nosotros. Se hizo un túmulo bien alto y se cargó de luto la capilla mayor, y para esto sirvieron varias piezas de esterilla que había en las casas y algunos manteos de la misma tela; y aunque desde que se determinaron las honras hasta hoy, que se celebraron, no le han pasado más que dos días, se hicieron tantos epígrafes al asunto que sobrarían los que parecieron mejores. Se dispuso también oración latina que fue recitada en la iglesia por un escolar teólogo. Se han dicho toda la mañana muchas misas rezadas en la parroquia, y después se cantó misa con toda la solemnidad posible llevando el coro nuestra capilla de música. La función en todas sus partes ha salido piadosa y más magnífica de lo que se podía esperar aquí y hallándonos nosotros en un estado tan miserable. Los franceses han quedado muy contentos de ella y aun admirados de lo bien que se ha hecho todo, y más en tan 591

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poco tiempo. El Comandante ha ofrecido informar de la cosa a su Corte y ha pedido copia de la oración y de los epígrafes para remitirla allá al mismo tiempo; lo que se ejecutará al instante.

Día 22 de julio Ayer murió el P. Juan Antonio Salgado, que era el que quedó enfermo en la casa de campo. Hoy se le ha hecho el oficio y ha sido enterrado con alguna distinción, dentro de casa y depositado en la sacristía del convento de los padres franciscos. Al tiempo de nuestra salida de España era operario en el Colegio de Oviedo. En el viaje por mar vino en el navio «San Juan Nepomuceno» y entonces tuve la fortuna de conocerle. Los dos meses de navegación siempre vino en un rinconcito rezando o leyendo en un libro piadoso, y a todas horas con un semblante sumamente apacible, festivo y alegre. En la Provincia no hay uno, y mucho más los que le han tratado de cerca, que no tenga a este padre por un varón ilustre y por un hombre de muy singular virtud312. El P. Provincial, a lo que oigo decir, ha encargado a los sujetos que más han tratado a este santo padre que noten las cosas particulares que sepan de él, o porque Su Reverencia quiera escribir un larga carta de edificación o, lo que es más creíble, para conservarlas para otro tiempo313.

Día 23 de julio Ha llegado un barco de Ajaccio en el cual, además de las cartas de allí mismo, vienen también cartas de Roma, las que 312. Nota del autor: «El P. Juan Antonio Salgado, sacerdote difunto, nació en Celanova, en el Obispado de Orense a 11 de junio de 1698». 313. Durante el exilio se confeccionaban listas con los fallecimientos de cada provincia, de cada asistencia y, mientras duraron, de cada casa en el exilio. Alguno de esos listados llegó a manos de Luengo; el primero trataba sobre los fallecidos castellanos desde principios de abril de 1767 hasta agosto de 1773, es decir, desde la expulsión de la Compañía de España hasta su extinción. El segundo, referido también a la misma provincia, registraba los que habían salido de la Compañía en el mismo tiempo. Vemos, pues, como no sólo para el P. Luengo secularizarse era la otra forma de «morir». Ambos registros se pueden consultar en la Colección de Papeles Varios, t. VII, p. 67. 592

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habrán ido a parar allí en alguna embarcación de Genova o Liorna, porque aquel Comandante francés no debe de haber inventado, como el de aquí, la peste traída del levante a la Italia. Las cartas de Ajaccio cuentan cómo no habiéndoles dado a los padres indianos en España pensión ni para medio año, como se nos dio a nosotros, ni siquiera para un día, aquellos comisarios les habrán dado diez mil pesos para que puedan empezar a vivir en Bastía, para donde partirían luego que el tiempo lo permitiese. Dicen también estas cartas mil cosas que han contado aquellos padres de la América sobre las que referimos antes, y las pasaremos en silencio por las mismas razones que entonces dejamos otras muchas y también porque es muy creíble que en ninguna Provincia falte uno o más sujetos que noten las cosas que van pasando por ellos como vamos notando aquí las que van pasando por nosotros314. Solamente quiero notar la verdadera causa de no tenerse noticia de los misioneros de Californias, la cual no es el haber naufragado ni puede ser, no obstante, que así se haya publicado por España, ciertamente de mala fe para poder ocultar alguna cosa que pueda suceder en la expulsión de aquellos misioneros que no sea del gusto de los ministros. Cuentan estos padres americanos, como cosa indubitable, que se envió una embarcación para sacar de Californias los misioneros; pero por más esfuerzos que hizo para arribar a aquella península no lo pudo conseguir y se vio obligada a entrar otra vez en el puerto de donde había salido. 314. América ha sido, tradicionalmente, la que ha ofrecido a la historia de la Compañía diarios más variados; a modo de ejemplo los que recopila en su El Paraguay Católico, Sánchez Labrador, R.A.H., Cortes, 9/2.276. Desde su implantación en aquellas tierras, los jesuítas cumplieron su tarea de cronistas de los viajes, exploraciones y experiencias que vivieron, elaborando documentos de singular importancia y muy variado interés, publicados algunos de ellos en el capítulo Diarios inéditos de viaje en la obra citada W.AA., Madrid, 1989, pp. 286-290. De hecho, las crónicas jesuíticas han sido consideradas fuentes primordiales para el estudio de la historia americana, como ya señaló M" del Carmen ESPINOSA en su artículo «La palabra conquistadora. Las crónicas jesuítas sobre el noroeste novohispano», Anales de Literatura Española, Universidad de Alicante, n° 13,1999, p. 169. Esta tradición la siguieron los expulsos americanos legándonos más de una docena de escritos sobre sus vivencias en los viajes del destierro. Véase FERNÁNDEZ ARRILLAGA, I., op. cit., 2000. 593

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Se envió otra segunda y tuvo la misma suerte, en lo cual parece que muestra bien claro el cielo que no aprueba que se quiten a aquellos pobrecitos sus Apóstoles, sus padres y sus maestros. Pero el empeño está tomado y no se volverá atrás aunque se vieran prodigios y milagros manifiestos. Salió pues para esta gloriosa expedición de arrancar de los brazos de sus queridos indios unos pocos jesuítas otra tercera embarcación, de la cual aún no había noticia cuando los padres salieron de Veracruz; pero no era todavía tiempo de haberla. Esta es la verdadera causa de no haber noticia de los padres de Californias, y no el peligro de que hayan naufragado como se ha publicado en Madrid, y este el estado en que quedaba este negocio. Los mismos padres indianos hablan de algún otro escrito que ha salido en España sobre nuestras cosas. En particular, dicen que corre por la Nación un papelito en que se reprende la conducta de los obispos españoles en nuestra causa y se les quiere inspirar ánimo y coraje poniéndoles delante el ejemplo de los obispos de Francia. Son muy diferentes las circunstancias en que se hallan los obispos de las dos naciones; y yo tengo por cierto que si los españoles se hallaran en las mismas circunstancias que los franceses, aunque hay entre ellos flacos y lisonjeros de los ministros, sabrían no obstante mostrar frente y hacer resistencia a las sacrilegas determinaciones del Gobierno. Más cierto que el dicho escrito es que ha habido fuertes contestaciones y debates entre el Ilustrísimo Carvajal, por una parte, y por otra los fiscales del Consejo, pues traen consigo lo que han escrito así el señor Obispo de Cuenca como los dichos fiscales. No explican bien el asunto de estas disputas, sólo dicen en general que el Ilustrísimo defiende los derechos de la Iglesia que cree violados por los fiscales. Las cartas de Roma sólo cuentan opresiones e insultos de las cortes borbonas para con el Papa y la Santa Sede. Se ha visto obligado el Santo Padre a condescender con la irracional pretensión de los ministros de dichas cortes de que se les señale otro Cardenal para tratar por su medio los negocios, no queriendo tratarlos con el Cardenal Torriggiani, Secretario de J. OO Estado. Y ha sido elegido para esta comisión el Cardenal Negroni. ¿Qué diría París si el Papa no quisiera tratar sus nego594

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cios con el Duque de Choiseul, y Madrid si excluyera a Roda y Grimaldi, y Ñapóles si hiciera lo mismo con Tanucci? ¿Pues qué? ¿No es el Papa, además de serle digno de todo respeto por su pontificia dignidad, tan Soberano en sus Estados como los reyes en los suyos? ¿Pues porqué se le ha de hacer una violencia que no sufriría el menor príncipe de toda la Europa? Añaden estas cartas que corre por allí, que se obliga también al Papa a recibir en Roma al furioso Comendador Almada, que había como nueve o diez años que salió de allí después de haber insultado con suma desvergüenza a Su Santidad y que, efectivamente, se halla el dicho Comendador en Sena a los confines del Estado Pontificio. Si así sucede irá el Ministro de Lisboa de acuerdo con los ministros borbones, a lo menos en las cosas de la Compañía y tendrá su Santidad en su Corte otro nuevo Embajador que le insulte en su misma presencia. De España, dicen las cartas de Roma, ha llegado una novedad no pequeña y muy sensible para aquella Corte; y es que se ha puesto en planta el Regio exequátur con la mayor amplitud, no exceptuándose de él otra cosa que las dispensas de la Penitenciaría para el fuero interno. Y así, todo lo que de Roma vaya a España ha de ser examinado por el Consejo y desechado o admitido según le parezca. En medio de tantas opresiones y males de la Iglesia, Su Santidad se vale del único medio que le resta, que es el de las súplicas y oraciones. A este fin ha publicado para sus dominios un jubileo que ha de durar quince días prescribiendo para ganarle tres días de ayuno y otras obras de piedad, dirigidas todas a alcanzar del cielo socorro en las presentes necesidades de la Iglesia. Aquí les ha sucedido un trabajo muy grande a los padres andaluces. Empezaban a caer enfermos varios soldados franceses de los que están alojados en la iglesia de San Francisco. Determinaron pues sacarlos de allí y, para acomodarlos, han echado a los padres andaluces de una casa bastante capaz en que estaba recogido un gran número, y en lugar de la casa que les quitan les dan para recogerse unas pocas celdas del mismo convento en que vivían algunos oficiales y en las que es imposible meterse tantos como han quedado en la calle, aunque cosan unos colchones con otros; y así andan varios de estos pobres sin saber dónde recogerse. Se 595

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piensa en empezar a usar cuanto antes aquella iglesia para poder celebrar más misas de las que se celebran en el día. Y con esta será la tercera vez que se vuelve a usar aquella iglesia en un año que hemos estado aquí; habiendo sido abandonada la primera vez por nuestro alojamiento en ella; la segunda, por la guerra entre genoveses y corsos; y la tercera por servir de cuartel a los franceses.

Día 25 de julio Se han recibido hoy nuevas cartas de Roma que son de nueve de este mes, las que según creo han venido desde Algaiola por tierra. El Comendador Almada, según estas cartas, se mantiene en Sena y se va desvaneciendo la voz de que pueda restablecerse en Roma. Por lo demás, aunque cuentan muchas cosas estas cartas, unas no son tales que se deban notar aquí y otras, aunque eran propias, las dejamos porque no las refieren como ciertas. Aseguran no obstante, de los jesuítas de Benevento que después que se ha apoderado de esta ciudad la Corte de Ñapóles han tenido la misma suerte que los jesuítas napolitanos. Por lo que toca a los jesuitas de Aviñón, según escriben de Roma, parece que hasta ahora, se ha contentado la Corte de Francia con apoderarse de sus rentas y señalar pensión de seis reales a los sacerdotes, y de cuatro y medio a los hermanos coadjutores sin obligarles a dividirse y vestirse de seculares, como están los jesuitas franceses. La otra casa de nuestra Provincia, que está en el campo, se halla tan llena de enfermos que no hay en ella más que tres sanos; y así se trata de socorrerla lo más presto que sea posible; y ya se ha sacado algún otro sujeto y a esta mi casa han venido dos. También ha entrado algún otro más en las aldeas vecinas, y esta franqueza en admitir en ellas a nuestros enfermos la debemos, de algún modo, a este Comandante francés. Pidió éste al General Paoli que cediese el Convento de los Capuchinos para los enfermos de los jesuitas, y el General lo negó por tener en él un gran cuerpo de guardia que juzgara conveniente conservar en aquel sitio. Pidióle después de esto, el mismo Comandante que a lo menos permitiese que pudiésemos llevar 596

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 los enfermos a las aldeas vecinas y convino en ello Paoli, porque este General lleva la política de no dar el menor disgusto a los franceses y de obsequiarles todo lo que pueda, para no dar de su parte el más ligero motivo de que puedan agarrarse para declararle la guerra. Por el empeño de no dejar entrar aquí embarcaciones de Italia nos hallamos faltos de muchas cosas y se padece mucho por esta parte. Alcanza este trabajo también a la oficialidad, pues aunque de Francia se provee a la tropa hay escasez de mil cosas que los oficiales desean para su regalo. Viendo el Comandante la plaza tan mal provista ha hecho fijar hoy un edicto en el que se permitiese, por tres meses, la entrada en el puerto de todo género de cosas, libre de todo esto. Es muy regular que haya tomado el Comandante sus providencias para que llegue presto esta noticia a Liorna, Genova y otras partes; pues sin esto serviría poco fijar aquí este edicto. Era esta una ocasión admirable para hacer provisiones en abundancia, y se hartan sin duda alguna, si por una parte no nos detuviera la poca seguridad de permanecer aquí con tanta incomodidad nuestra y aún alguna de los franceses; y por otra, la poca abundancia de dinero estando ya para acabarse la ultima paga que se nos dio. En efecto, si nos aseguráramos de nuestra estancia en esta ciudad y se nos diera presto la pensión, enviaríamos a Italia, estoy por decir, aun por casas, si pudieran venir en las embarcaciones, o a lo menos los materiales para fabricarlas para lograr, ya que no vivir desahogados, a lo menos no vernos tan sofocados y oprimidos. En el día, por causa del alojamiento de los soldados de la iglesia de San Francisco, han echado de un rinconcito de casa a unos seis de nuestra Provincia y se han metido no sé dónde ni cómo, especialmente uno que estaba bastante enfermo.

Día 29 de julio Ha llegado aquí, creo que desde Ajaccio, un español del Reino de Valencia, que va a Roma por algunas cosas particulares del mismo. Ha tratado con franqueza con nosotros y cuenta de España, en general, tantas lástimas y miserias, tantas tro597

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pelías, violencias, disgustos, embrollos y confusiones, que nos han sacado las lágrimas, y él nos ha llegado a asegurar que, aunque vivimos en tanta opresión y con tantos trabajos, somos más dichosos que los que viven en España. ¡Raro trastorno de cosas! Un gran desconcierto y tiranía en el Gobierno debe de haberse apoderado de nuestra Corte, a la cual visiblemente castiga el cielo por tan horribles maldades como ha cometido. En particular, confirma los fuertes debates que ha habido entre el señor Carvajal, Obispo de Cuenca, y los fiscales del Consejo. Asegura que algunos obispos de España han escrito cartas pastorales muy sangrientas contra la Compañía y que uno de los que han sido castigados, por haber acaso dicho alguna palabra contra el Gobierno, ha sido el señor D. Antonio Idiáquez315, hermano de este P. Francisco Javier Idiáquez, de quien hemos hablado varias veces. No sé si por el edicto de este Comandante de que hicimos mención, o sin esto, ha enviado hoy aquí una embarcación genovesa bastante grande a la que llaman polacra316. En ella sólo vienen para nosotros cartas del mismo Genova en las que hablan muy tristemente de nuestras cosas en Roma, aunque sólo en confuso. Dicen que cada día es mayor el empeño de las cortes borbonas, y de sus ministros en Roma, contra la Compañía y que se pueden temer grandísimos males. Por lo demás no dicen otra cosa sino que no nos envían en esta embarcación varios encargos que se habían hecho, y que venían efectivamente preparados, porque dicen que es cierto e indubitable que nos sacan presto de aquí y nos llevan allá. ¿Cómo hemos de entender estas cosas, y qué hemos de creer en esta confusión de especies tan diversas, y aun contrarias? En el mismo día que de Genova se nos dice como indubitable nuestra salida de la Córcega hemos estado viendo pasar a nuestros ojos un convoy de cinco gruesas embarcaciones que, según las noticias de 315. Antonio de Idiáquez entregó una carta de su hermano al confesor real, P. Eleta, solicitando ayuda para los expulsos en 1771, y el P. Luengo escribió algunas cosas sobre la ayuda que prestó a los expulsos con motivo de la muerte de Antonio Idiáquez en 1776. 316. Solían ser barcos de dos o tres palos sin cofas. 598

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Ajaccio y el rumbo que ha traído, es evidentemente el de los padres indianos, y ha ido a parar a San Florencio, no obstante que el viento era bueno para montar el cabo Corso e irse acercando a Bastía; y no sabemos en qué puede haber consistido esta cosa, pues si en el día piensan en desembarcar en la Córcega a los padres indianos, ¿cómo hemos de creer que han determinado el sacarnos a nosotros de aquí? No es posible componer estas cosas tan diferentes, y aun contrarias. La guerra entre corsos y franceses se va acercando cada vez más. Los franceses no cesan de traer a esta isla tropa y otros aparejos militares, y ayer mismo se vieron pasar hacia San Florencio varias embarcaciones gruesas, que venían de la Francia. Indicio aún más cierto de guerra próxima es lo que ha pasado en esta plaza. Pidió este Comandante francés al General Paoli su consentimiento para acampar fuera de la plaza, y diría verosímilmente para lograrlo que habiendo aquí tantos jesuitas, ni éstos, ni la tropa, podían estar alojados con alguna comodidad y decencia. Se negó resueltamente el General Paoli a permitir semejante acampamento, y ha dado orden a todos los suyos que se hallan por estos alrededores de no permitir a los franceses el acampar fuera de la plaza. En una concha de tierra, que se registra desde esta ciudad, hay por lo menos tres lugares, Lumio, Monte Mayor y Calenzana, y el menor de ellos tiene doscientos o trescientos vecinos y el mayor, que es el tercero, puede ser que llegue a seiscientos o setecientos. En ellos todos los hombres, aun los sacerdotes, andan armados y al presente trabajan con mucho calor en hacer cortaduras, trincheras y fortines en los caminos, y aún fortifican del mejor modo que pueden los mismos lugares. Todo lo cual prueba bien la resolución en que están los corsos de hacer resistencia a los franceses. También ha sucedido estos días una cosa que hace creíble que la Inglaterra les sostiene a los corsos y que pueden esperar ser socorridos de los ingleses. El día 24 llegó una fragata inglesa a Isola Rosa, que es un puertecillo de los corsos entre esta plaza y San Florencio. Al momento saltó en tierra un oficial que marchó en diligencia a Corte, donde reside el General Paoli y el Senado o Consejo de la isla, y habiendo vuelto con la 599

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misma diligencia a Isola Rosa, salió de allí la fragata el día 26 dirigiéndose hacia la Saboya. Nadie sabe de cierto la Comisión de este oficial inglés pero todos suponen, y mucho más los mismos corsos, que no puede ser otra en las presentes circunstancias que animarlos a hacer resistencia a los franceses, ofreciéndoles de su parte ayudarlos y socorrerlos. En el tiempo que estuvo en Isola Rosa la fragata inglesa, por dos veces quiso entrar allá un jabeque francés que anda cruzando por estos mares, sin duda para espiar y ver lo que pasaba, y las dos veces se le hizo saber que si se acercaba se le haría fuego, y se prepararon para ejecutarlo la fragata y algunos fortines del puerto; y así no se atrevió el jabeque a entrar en él. Pasaron a bordo de la fragata algunos jesuítas españoles que se hallaban por allí y les recibió el Comandante inglés con mucha cortesía y afabilidad; y habiendo notado en ellos algún género de turbación y congoja les preguntó si tenían miedo. ¿No quiere V. que le tengamos, respondieron ellos, hallándonos en un estado tan miserable y en peligro de vernos envueltos en una guerra furiosa por mar y por tierra? El oficial inglés les dijo entonces mil expresiones de cariño, de estimación y de consuelo en esta substancia que, aunque encerrados en estos presidios, no estaban olvidados en todas partes; que la misma dureza con que se nos trataba había excitado la compasión y estimación de nosotros en todos los hombres de bien de la Europa, y más particularmente en su Nación; que si llegaba el caso de una guerra se usarían con nosotros atenciones muy particulares; y aun dio a entender, no obscuramente, que esta era expresa intención de su Corte, y que habían recibido en el asunto sus instrucciones; con lo cual quedaron muy consolados aquellos padres, y lo han escrito aquí para que nos sirva también a nosotros de algún consuelo. Día 30 de julio Ha llegado hoy aquí el bote del navio de guerra español que manda el señor Alburquerque, Comandante del convoy de los padres indianos, que creíamos que ayer pasó a nuestra vista y entró en el golfo de San Florencio. Viene el bote en bus600

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ca de dos embarcaciones del convoy que ni han entrado en el puerto, ni se ven por estos mares. Cuentan estos españoles que la embarcación en que venían separados los que se han de secularizar, que según dicen pasan de ciento y cincuenta, ha ido en derechura al continente de Italia, y los ha de echar a tierra en Puerto Especie, que es de la República de Genova; que el no haber ido derechamente a Bastía, y haber entrado en San Florencio ha provenido de no ser aquel puerto capaz de navios grandes, y mucho menos de los de guerra; lo que es así verdad y nosotros notamos también en otra parte. Finalmente dicen que cuando salieron de San Florencio aún no se había intimado el orden de desembarco, pero se tenía por cierto que desde allí serían llevados en barcos pequeños sobre la costa a Bastía. Si lo hacen así no será pequeño trabajo para aquellos jesuitas, habiendo desde San Florencio a Bastía quince, o veinte leguas, las cuales ha poco más de un año nos costaron a nosotros siete y ocho días de penosa navegación. He podido averiguar con toda certeza que los franceses han practicado con los jesuitas de dos casas una cosa muy célebre de la cual se hablaba mucho, y es muy verosímil que con otras lo hayan practicado también, aunque no lo puedo asegurar; porque en este tumulto y alboroto de cosas en que nos hallamos no es posible saberlo y observarlo todo. A los sujetos de las dos dichas casas, que son de aquellos que han arrojado los franceses de una habitación menos mala y han parado en otra peor, se les lleva por esta segunda el mismo alquiler o mayor que por la primera, interviniendo en ello los franceses. Estos señores reparten luego el alquiler que pagan los jesuitas entre los dueños de las dos casas y hacen que se contenten los dos, y así sucede que los jesuitas pagan las dos casas y habitan la peor y los franceses ocupan la menos mala y no pagan ninguna. Y lo más gracioso es que quieren justificar este proceder y ve aquí la gran razón de estos ingeniosos y hábiles teólogos. A ustedes, dicen, siempre les había de llevar aquel dinero el dueño de la segunda casa, ¿pues qué más se les da que nosotros lo repartamos entre los dos? No puede ser más tonta y más necia esta razón de los franceses, que a ellos les parece convincente y demostrativa. Basta para tenerlo por cierto el insinuar que el Co601

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mandante francés nos ofreció, al principio, hacer rebajar los alquileres de las casas que pagábamos a los genoveses cuando ellos mandaban aquí, y aunque después no lo hizo, porque no hace a lo menos que por las chozas en que ellos con ejecución militar nos obligan a vivir, no se nos lleve más que un alquiler justo y razonable y entonces no tendrían con él bastante para pagar las dos casas. Y ¿qué disculpa para no hacerlo así? Pues si tienen autoridad y poder para contentar a los dueños de las dos casas con lo que nosotros pagamos por la peor, también la tendrán para contentar al dueño de ésta con la mitad de lo que ahora pagamos, dando ellos otro tanto al dueño de la otra que habitan y de que nos echaron a nosotros. Así que este hecho es una injusticia manifiesta y palmar, y además de eso puerca y grosera. Ha determinado el P. Provincial que den fin a la Tercera Probación los padres que entraron en ella por Nuestra Señora de Agosto del año pasado. No han tenido aquí cárceles y hospitales, en que se ejercitaban mucho en España, los que estaban en la Tercera Probación. Pero sin esto han tenido estos pobres un año pesadísimo y muy molesto, y para que se entienda haber sido así basta decir que todos los ejercicios espirituales ordinarios y extraordinarios, que son muchos en la Tercera Probación, los tenían juntos en una misma pieza y las horas que les sobraban las empleaban en el estudio alrededor de una misma mesa dentro de la misma estancia. Y este trabajo y opresión se les aumentó mucho con la venida de los franceses que los echaron de su casa y se hubieron de acomodar en otra mucho menor. Aunque no se aumenta el número de sujetos, porque estos padres salgan de la Tercera Probación y entren en ella los que acaban ahora los estudios, es no poco embarazo para el P. Provincial no siendo posible hallar rincones donde meterlos, y no siendo regular ni aún conveniente hacerlos entrar en la masa de estudios de Teología. Se aumenta no poco ese embarazo por hallarse despedidos absolutamente de la casa en que viven, por el dueño de ella, los padres del Colegio de Monterrey, que son de quince a veinte sujetos. No sé cómo se ha de vencer esta dificultad, o por mejor decir imposibilidad de buscar en el día acomodo para tantos; como se puede en602

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tender por lo que dejamos dicho en este asunto, lo cual es literalmente cierto y no hay en ello la más mínima ponderación. Día 31 de julio

Día de N. R. P. San Ignacio. Ayer se dio principio a una solemne novena que vendrá a acabarse el día de la octava. Hoy se ha cantado una misa en la parroquia con toda la solemnidad que nos es posible en este miserable estado, asistiendo a ella, como se deja entender, tantos centenares de jesuitas castellanos y andaluces que nos hallamos en esta ciudad. Y esto es todo el obsequio y fiesta que hemos hecho a nuestro gran padre y patriarca San Ignacio; pero esperamos con mucha seguridad que aunque nada tiene de magnífica, especialmente comparada con las que hacíamos en nuestros colegios, le ha de ser muy agradable por ir acompañada de mucha piedad y devoción, y lo que es aún más según el corazón del santo, de mucha paciencia, resignación, conformidad y aun alegría en los no pequeños trabajos que tenemos sobre nosotros. Hoy se cumple la paga última de pensión que nos dieron y no hay la más leve señal de que piensen el venir presto a hacernos otra paga. Antes por el contrario, han escrito de Ajaccio que para dar a los padres indianos los diez mil pesos que antes dijimos tuvieron los comisarios que buscar prestada en el país alguna parte de ellos. No se ha visto tampoco que haya venido en estos días de Genova alguna embarcación con dinero y así es imposible que los comisarios le tengan en Ajaccio para venir presto a darnos la pensión. En ello nos harían un gran beneficio hallándonos con esto en estado de hacer algunas provisiones que la cercanía de la guerra hace cada día más necesarias, y no aclarándose nuestro viaje sería forzoso determinarnos a hacerlas. En las más de las casas se acaba presto el dinero y en algunas acaso en el día porque en estas, viendo que la paga de la pensión se iba poniendo corriente y regular, se han animado a hacer alguna ropa de que tenían necesidad, y así no tienen algunos ahorrillos que han podido hacer otras.

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Agosto Día 1 de agosto Se ha podido componer que no salga de la casa, de que estaba ya despedido, el Colegio de Monterrey. Pero ¿cómo? A fuerza de darle al dueño casi otro tanto alquiler de lo que pagaba hasta aquí, aunque era ya bien grande, y aun excesivo. De suerte que, según es de miserable la casa, puede ser que valga poco más de lo que se paga, por vivir en ella un año. Se ha hecho recurso al Comandante francés para que corrija este exceso y rebaje alguna cosa del excesivo alquiler que pide aquel hombre, y que por la extrema necesidad en que nos hallamos nos es preciso dársele. Se negó el Comandante a hacerlo y dijo, francamente, que no podía remediarlo; y lo mismo dicen otros muchos franceses. Lo cierto es que, desde ayer acá, les ha llegado alguna noticia, y se dice que es la rotura formal de la guerra hacia Bastía, y con ella están esos franceses pensativos, andan con mucho cuidado y muy sobre sí, y con particular atención en no disgustar a los vecinos de la ciudad, cuando antes les trataban con imperio y como se les antojaba. Por ventura temen alguna traición doméstica, o a lo menos querrán ganarlos y aficionarlos a su partido. Si hay algo de esto, como lo parece, se puede disculpar la inacción en nuestro caso del Comandante. Día 2 de agosto Todo está aquí en confusión y alboroto, especialmente de parte de los corsos, y todo anuncia la guerra de momento en momento. Los corsos hasta aquí, según las instrucciones del General Paoli, tenían muy particular cuidado en no dar el menor disgusto a los franceses, y aun cedían en muchas cosas, aunque tuviesen de su parte la razón, porque no tuviesen algún pretexto de que asirse para declararles la guerra. Ahora han mudado de repente de conducta y parece que quieren empezar ellos a hacer hostilidades. Y esto es prueba cierta de que los franceses han dado a los corsos un golpe repentino y 604

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muy sensible para ellos, aunque los oficiales de aquí dicen que no ha sido declarando la guerra, sino solamente para tomar unos puestos necesarios para la comunicación por tierra de Bastía con San Florencio. Pero esto llamarán los corsos, y al parecer con razón, declararles la guerra, pues no tienen derecho a apostarse en aquellos puestos o lugares. Lo cierto es que los corsos andan sumamente inquietos y alborotados, y casi insolentes, como que desafían a los franceses a entrar en guerra cuanto antes. Se sabe con toda seguridad que en los lugares cercanos a esta ciudad han hecho reseña de la gente; han repartido entre sí los puestos importantes, asentando sus señales para ayudarse mutuamente, han reforzado con dos buenas murallas el cuerpo de guardia del Convento de los Capuchinos, y se han multiplicado tanto, que se ven muchos pelotones y piquetes en las cercanías de la plaza; y algunos de estos han tenido el atrevimiento de entrar en la casa habitada de jesuitas un poco más allá del Convento de San Francisco, que está aún bajo de cañón, y diciendo que es suya y que a ellos se les debe pagar el alquiler. Los franceses, viendo a los corsos tan alborotados e inquietos, han entrado en cuidado y, cuando antes entraban y salían con franqueza de la plaza, de dos días a esta parte no sale nadie de ella; y ni aun se han atrevido a sacar los bueyes a pacer como hacían hasta aquí por miedo de que se los quiten los corsos. Y ahora que, estando escribiendo esto, les veo salir por la puerta del arrabal, y les llevan a beber a doscientos pasos de la plaza, van escoltados de un fuerte piquete de granaderos. En el día han llevado los franceses un grueso cañón a un castillete, puesto en un montecito como a cuatrocientos pasos de la plaza, desde donde dicen que pueden arruinar bien presto el Convento de los Capuchinos, en donde están apostados los corsos. Y a este modo van haciendo los franceses las demás disposiciones necesarias, como quienes tienen la guerra muy próxima. ¿Y nosotros? No es posible pintar nuestra tristísima situación; ni yo quiero detenerme a describirla a la larga. Basta tener presente nuestra increíble estrechez en la casa, la guerra en que vamos a entrar verosímilmente más seria y más viva que la del año pasado, que tenemos poca abundancia de provisiones, poco dinero para hacer605

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la, y menos esperanza de que los franceses nos provean bien y a un precio moderado, para que se entienda de algún modo y en confuso la inexplicable miseria de nuestro estado.

Día 3 de agosto Ayer murió en esta ciudad el H. Juan Barandiarán, coadjutor, y hoy se le ha hecho el oficio al modo regular. No conocí a este hermano ni tengo particulares noticias de él; pero oigo decir que era buen hermano coadjutor. Era natural de Ataun en el Obispado de Pamplona, y tenía como unos cincuenta años de edad.

Día 4 de agosto No estamos todavía en guerra abierta y declarada, pero para muchas cosas es lo mismo que si lo estuviéramos. Habían dispuesto los Superiores, en atención a la estrechez en que vivimos, que se trajese de tierra adentro alguna porción de nieve, aunque hubo que vencer no pocas dificultades para lograrlo y se pagaba a un precio muy subido. No había tampoco cantimploras para enfriar el agua; pero todo se allanó con la industria, y se lograba beber un vaso de agua de nieve que, en los calores de la estación presente y en la opresión en que vivimos, era un consuelo y refrigerio muy grande. Esto se nos acabó ya porque no entran corsos en la ciudad y por la misma causa hemos perdido la leche, queso, alguna fruta y otras cosillas que nos traían los mismos corsos y que nos hacen muchísima falta, sin que sea posible hacer provisión de ellas por otra parte. No ha sido posible diferir por más tiempo el sacar de la otra casa de campo a los que hasta hoy han vivido en ella, y no tanto porque aún prosiguen muchos enfermos cuanto porque hallándose aquella casa puntualmente entre la plaza y el Convento de los Capuchinos, en donde están apostados los corsos, aunque ni unos ni otros intenten hacerles mal es muy fácil que lo reciban de los dos en empezando la guerra. Cinco de los sujetos de dicha casa han entrado tierra adentro a establecerse en uno de los lugares vecinos, a lo cual no se han opuesto los corsos no obstante de estar enteramente cortada la comunica606

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ción entre ellos y los franceses, y se puede decir en guerra aunque no han empezado las hostilidades. Para los demás de la casa han cedido los franceses una casita de algunas que se han desocupado estos días, por haber salido varios de la ciudad, u obligados de los franceses por saber su afición a los corsos, o porque ellos persisten en seguir su partido. Día 6 de agosto Este día han acordonado de repente los franceses todo el arrabal y han ido registrando todas las casas de una en una, y recogiendo todas las armas que han encontrado. Cuando entraron los franceses en posesión de la ciudad hicieron dejar a los paisanos las armas que les habían entregado los genoveses; y ahora les han quitado también a los que viven en el arrabal las que tenían propias de ellos. En la realidad no hay precaución que sobre en este punto porque entre la gente del país hay muchos partidarios de los corsos y, generalmente, todos son aficionados a los franceses; y si hallándose con armas se les presentase una ocasión oportuna, no sería extraño que se aprovechasen de ella con mucho daño de los franceses. Qué diversión de tanto gusto para nosotros andar entremetidos entre estas alarmas y ejecuciones militares, especialmente habiendo tantos, como es preciso que haya, tímidos y pusilánimes. Día 7 de agosto No sé por dónde han llegado hoy cartas de Roma de fecha de dieciséis del mes pasado, las que nos han consolado mucho pues nada dicen de malo sobre la Compañía, y así nos han librado de los temores en que estábamos de algún gran trabajo en fuerza de unas cartas de Genova, de que antes hicimos mención. Por lo demás sólo cuentan una acción piadosísima y verdaderamente heroica, en las circunstancias presentes, de la difunta Reina de Francia. Ha dejado Su Majestad en su testamento un legado de ochenta mil libras tornesas, que son casi otras tantas pesetas de España, a favor de una residencia de la Compañía en el Reino de Polonia. Hallándose la Compañía de Jesús en Francia aborrecida, pisada y proscrita, una memoria y 607

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recuerdo tan cariñoso de una Reina tan santa debe de ser en el concepto de todos los hombres de bien, de más honor y gloria para ella, que le pueden haber sido de deshonor e ignominia todos los arrestos y maldiciones contra ella de todos los parlamentos de la misma Francia. De nuestra parte no puede ser más vivo ni más tierno, de lo que en la realidad es, el agradecimiento por una demostración de tanto aprecio de la Compañía, tanto más estimable cuanto es mayor el abatimiento en que nos hallamos. Y ya de Roma se nos ha encargado a los sacerdotes el decir cada uno cuatro misas por esta insigne y augusta bienhechora. Día 8 de agosto Salieron de aquí, algunos días ha, los padres Francisco Paula Gijón317, y Francisco Janausch, y por tierra fueron a Bastía, en donde deseaba ver el primero un pariente suyo, oficial de marina, que viene en el navio de escolta del convoy de los padres indianos, y desde allí escriben el paradero de dichos padres. Aparecieron las dos embarcaciones del convoy que se habían separado de él; y sin perder tiempo se puso mano al desembarco del modo que insinuamos antes, llevándolos en barcos pequeños desde San Florencio a Bastía. Y en el día en que escribieron, ya estaban en tierra todos los padres indianos y españoles habiendo enviado al continente de Italia, en la misma conformidad que antes se dijo de los diez padres alemanes, a todos los jesuítas extranjeros que se hallaban en el convoy. Por lo que toca a la habitación, dicen los que escriben y que saben cómo estamos aquí, que están un poco menos mal que nosotros, que es harta miseria y estrechez, especialmente habiendo gastado tantos millares de pesos para prepararnos casas en que vivir. Por lo que toca a la rotura de guerra en aquel país cuentan la cosa de esta manera. Por un orden de Francia, de repente entró un buen cuerpo de tropa francesa tierra adentro 317. Francisco de Paula Gijón nació en Valladolid en 1735. Se secularizó el 6 de febrero de 1770, y pasó a vivir a Genova. 608

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desde Bastía y otro desde San Florencio, para lograr la comunicación por tierra entre los dos puertos. No esperaban los corsos ser atacados tan presto, con tantas fuerzas y sin preceder alguna declaración o pretensión de parte de los franceses. Pero de esto no hubo nada, o cuando más algún aviso al General Paoli de lo que iban a hacer, al cual no aguardaron respuesta. Aunque les cogieron a los corsos desprevenidos hicieron no obstante buena resistencia en algunos sitios, y especialmente en Patrimonio, lugarcito cerca de San Florencio, en el cual estuve yo una tarde. Y no pudieron entrarle los franceses hasta que la batieron bien con la artillería y casi le arruinaron, matando dentro de él mucha gente. De una y otra parte murieron muchos, aunque no es fácil saber de cual han sido más, ni cuántos de cada una. Los franceses se van fortificando en los puestos convenientes para conservar la comunicación entre las dos plazas, que es de mucha ventaja para ellos, y para los corsos además de otros muchos daños, les ha causado un mal muy grande por quedar separada del resto de la isla una Provincia, acaso la más numerosa, que vive en la punta de tierra de Cabo Corso. Aquí hasta ahora sólo se ven disposiciones para la guerra pero no ha habido hostilidad alguna, y una cosa que se ha observado hoy que han hecho los corsos nos puede librar de muchos sustos, y dar alguna libertad y desahogo. Sea por miedo del cañón que han montado los franceses en el castillo, o de ser sorprendidos alguna noche, sin que puedan recibir socorro, se han retirado los corsos de los capuchinos y han llevado su cuerpo de guardia del otro lado de la concha, como media legua larga de aquí. De este modo queda desembarazada toda la campiña inmediata a la ciudad, en donde principalmente fueron las hostilidades en la guerra del año pasado, libres las fuentes y franco el paseo sobre la costa de mar alta, que es donde vamos todos a pasearnos. Y aun se puede esperar, a vista de esto, que se venga a reducir en este país toda la guerra a estar cerrada la comunicación entre la plaza y la isla y cuando más a algunos encuentrillos de los piquetes avanzados; pues ni los corsos tienen por aquí fuerzas bastantes cara intentar alguna cosa de monta contra la plaza, ni los franceses tienen gente en tan609

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to número que puedan atreverse a ir a atacar a los corsos en su país. En el día nos han divertido los franceses, o por mejor decirnos han desazonado con una ejecución militar dentro de la plaza, parecida a la que practicaron en el arrabal los días pasados. Han hecho registro de todas las casas y han recogido todas las armas que han encontrado en ellas; pero al mismo tiempo han formado una o dos compañías de los paisanos, que creen más afectos a la Francia, o por lo menos no tan partidarios de los corsos, las que servirán como de tropa ligera. Día 9 de agosto Hoy ha estado el P. Idiáquez en el Convento de los Capuchinos para ver si era posible acomodar allí la casa de la Teología, de que es Superior, de lo cual gusta mucho al comandante francés. Ha vuelto muy poco contento de su viaje, y con pocas ganas de llevar allá su Colegio; y yo creo que no tanto por la estrechez, que sería muy grande, siendo un convento muy reducido y habiendo en él algún otro religioso, cuanto por la suma dificultad en proveer en aquel sitio a una casa tan numerosa, y así, en cuanto está de su parte, no tendrá efecto dicha mudanza. Los franceses han puesto en dicho convento un buen piquete de soldados y otro de la compañía de los paisanos en un monte altísimo que está sobre el convento, desde donde se registra bien, por una parte, toda la concha de tierra en donde están los corsos y, por otra, muchas leguas de mar. Pero por la noche se han venido todos a la plaza, temiendo ser sorprendidos de los corsos sin poder ser socorridos a tiempo. Han llegado cartas de Roma, y bien frescas, pues unas son del veintitrés y otras del treinta del mes pasado. En ellas se cuentan mil cosas, de las cuales dejaremos muchas o por no pertenecer a nuestro asunto, o por no contarse como ciertas. Por lo que toca a la mudanza de los jesuitas portugueses, del Palacio Inglés de Roma a otros dos palacios en el ducado de Urbino, dicen estas cartas que no ha habido otro motivo ni causa que la economía y ahorro, teniendo que pagar un grueso alquiler por el Palacio de Roma y no teniendo que pagar nada por los otros, que son de la Cámara Apostólica, que se los 610

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da de caridad. Suponen las mismas cartas que Su Santidad ha escrito, a las cortes de París y de Ñapóles, breves de quejas muy sentidas sobre la ocupación por sus tropas de los estados de la Santa Sede de Aviñón y Benevento, y aún dan a entender que ha hecho lo mismo el Emperador en calidad de protector de la Iglesia y de fiador o garante de dichos estados. Nos aseguran también las dichas cartas que no hay que temer, mientras viva el presente Sumo Pontífice la ruina total, y extinción de la Compañía por más que las cortes borbonas la soliciten con empeño y furor, y usen mil máquinas y artificios y metan un fuego horrible en todas partes para salir con la suya y, especialmente, en la Corte de Viena y en el mismo Roma. Entre otras muchas pruebas, que dan de esto las cartas, cuentan nuevas protestas de protección de la Compañía del Gran Duque de Toscana y del duque de Módena, que están enteramente dependientes de la Corte de Viena. Refieren estas cartas algunas inquietudes en el Reino de Sicilia, por haberse publicado allí un edicto de la Corte de Ñapóles prohibiendo la Bula In Coena Domini, al cual se opone cierto tribunal de aquel Reino que está en posesión de que semejantes decretos no se publiquen ni tengan fuerza sin que él les haya reconocido y aprobado, y aun parece también que algunos obispos se resienten del tal edicto, a lo menos por ciertas expresiones que se usan en él demasiado fuertes y de mucha depresión de los derechos de la Iglesia. ¿Qué prueba más evidente que este paso de la Corte de Ñapóles, de que todo el odio y furor de las cortes borbonas contra la Compañía es injusto y no tiene otro objeto que deprimir la Iglesia, y echar por tierra sus más sagrados derechos? Mayores inquietudes refieren las mismas cartas de Francia con ocasión de un nuevo Consejo privado, o de gabinete, que ha formado aquel Monarca, el cual disgusta mucho a los parlamentos porque temen, y con razón, que ha de servir para recortarles el poder arbitrario y despótico a que han llegado. El Parlamento de Tolosa ha publicado un decreto en que se prohibe el obedecer a las determinaciones del nuevo Consejo, y los parlamentos de París y de Aix han querido hacer prueba de su poder contra el mismo a costa de los pobres jesuítas esparcidos en sus distritos, que en 611

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nada se oponen ni al Consejo, ni a los parlamentos. Les quieren obligar estos a hacer no sé qué juramento inicuo, aunque es muy verosímil que sea el antiguo de abjurar el Instituto, mandándoles salir desterrados si no lo hacen. El nuevo consejo les manda que no se muevan, y así lo hacen hasta ahora sin saber en qué vendrá a parar esta competencia de aquellos cuerpos. Hablan también estas cartas de una especie de sentencia, que ha dado Su Santidad sobre las cosas y haberes de los jesuitas de Malta, suponiendo que ha habido en este negocio alguna disensión entre Roma y el Gran Maestre. Ordena, pues, el Papa que las alhajas de iglesia y otras cosas de valor de los jesuítas se depositen en el Inquisidor, que el Gran Maestre y el Obispo administren las haciendas y bienes del colegio y, enviando a Roma de su producto una decente pensión para los jesuitas que vivían en Malta al tiempo de su expulsión, se ponga en depósito lo restante. Esta decisión de Su Santidad y otras varias cosas que se han contado en este propósito prueban, a mi juicio, que sí ha habido algún disgusto del Papa con el Gran Maestre de Malta con ocasión del destierro de los jesuitas, no tanto ha sido por la expulsión misma, que era inevitable, sino quería exponerse la Religión a gravísimos daños de parte de las cortes borbonas y de Portugal, cuanto por el modo con que se ejecutó. Finalmente, ha llegado en estas cartas un decreto de la Corte de Madrid sobre el Tribunal de la Inquisición. Contiene los seis artículos siguientes. Primero, que no se condene el libro de autor vivo sin darle lugar a volver por sí, ni de autor que haya muerto sin nombrar abogado que le defienda. Segundo, que antes de publicar edicto de prohibición de algún libro se pase minuta de él a Su Majestad, por medio del Secretario de Gracia y Justicia y, en su falta, por el Secretario de Estado, y que no se publique el edicto hasta que Su Majestad devuelva la minuta. Por el tercero se suprime el ínterin de los libros de fuera del Reino, esto es, se quita el uso y costumbre que había de que los libros extranjeros se presentasen en el tribunal y mientras que éste no diese su licencia no se pudiesen vender en el Reino. Por el cuarto se encarga mucho a la Inquisición 612

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 que se ciña precisamente a las cosas del dogma y a las doctrinas laxas. Por el quinto se encarga al tribunal que cuando sólo se han de borrar algunas proposiciones de un libro, no se recoja éste, sino que los mismos dueños de los libros podrán borrarlas. El sexto, finalmente, prohibe a la Inquisición el excusar o dar cumplimiento a ningún orden de Roma sin que primero pase por el Consejo. Habrá como unos cinco o seis años que este Rey Carlos III sacó una Cédula Real muy parecida a este Decreto, y acaso era puntualmente el mismo. Y era entonces Inquisidor General de la Suprema el mismo señor Ilustrísimo Quintano y Bonifaz318, que lo es al presente. En aquel tiempo aquella Cédula Real fue ocasión de que así el Inquisidor General como el Monarca, hiciese cada uno por su parte, un acto de virtud nada vulgar y común. El Inquisidor se opuso con pecho sacerdotal a la ejecución de aquella cédula, y ésta su resistencia le mereció el destierro. El Soberano cayó presto en cuenta de lo mal que había hecho y así llamó del destierro al Inquisidor y retiró su Cédula. No hay apariencia alguna, al presente, de que ninguno de los dos se porte del mismo modo. El Inquisidor se ha hecho más cuerdo o, por mejor decir, ha pasado de animoso y constante, que era, a ser tímido y cobarde, y el Monarca se ha hecho menos escrupuloso y encogido en meter la mano en cosas de la Iglesia y de la Religión, a lo que le habrá ayudado mucho el haberla metido una vez con tanta bravura y resolución y, a su parecer, con tan buen suceso en la causa de la Compañía o, por mejor decir, quedándose el Soberano el mismo que ha sido siempre, los ministros que le rodean y que se han asegurado más en su privanza se han hecho más insolentes, más atrevidos y osados para pisar y echar por tierra los más sagrados derechos de la Religión. ¿Quién se empeñará en sostener que el haber jesuítas en España, en la Corte misma, al lado del Monarca y dentro de la Inquisición, y el haber faltado todo esto al presente, ha sido la causa del diverso suceso de esta empresa de los ministros contra el Tribunal de la Inquisición? 318. Manuel Quintano y Bonifaz fue en un tiempo afecto a la Compañía y cuando falleció, en 1775, Luengo escribió una reseña sobre su vida en el Diario, t. IX, p. 12. 613

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Ciertamente, diría una cosa muy fundada y no iría fuera de la verdad. Pudiera escribir muy a la larga sobre este Decreto del Rey, haciendo sobre cada uno de los puntos algunas reflexiones, si hubiera tiempo para ello y creyera que pudiera ser de alguna utilidad. No obstante, diré brevemente y de paso una palabra sobre todos o los más de los artículos. En el primero no es posible dejar de admirar el cuidado y solicitud de los ministros de Madrid en apartar de la Inquisición todo lo que pueda tener una sombra de despotismo y tiranía; como que parece que toda la tiranía y despotismo los quieren reservar para sí, sin dejar vestigio alguno de él en los tribunales que les pueden incomodar a ellos. ¡Qué flema ni qué paciencia heroica puede bastar para oír, tranquila y serenamente, a estos hombres que ordenan al Tribunal de la Inquisición que no se prohiba un libro, ni de un hombre que vive ni de los muertos, sin darle lugar a la defensa al mismo tiempo que ellos prenden, destierran, infaman, oprimen, a cuatro o cinco mil religiosos y quitan la vida a centenares de ellos con el bárbaro e inhumano modo de tratarlos, sin haberles dado ni un instante siquiera para defenderse, sin haberles dicho hasta ahora cuáles son los delitos porque se les trata de esta manera y cerrándoles además de esto la boca con terribles amenazas para que no digan una palabra en su defensa! En el segundo se toma una providencia muy oportuna para que siendo Secretario de Gracia y Justicia jansenista o filósofo, como lo es el presente, puedan correr impunemente por el Reino los libros de estas sectas dos, cuatro o más años que le dé la gana de detener la minuta del edicto de la Inquisición, teniendo entre tanto el Tribunal atadas las manos. No es menos oportuna la que se toma en el artículo tercero para que, por las gargantas de los Pirineos, entre en pocos años un diluvio de pestíferos libros de la Francia que inunde a toda España y corrompa en ella, como hacen en la misma Francia, en la Italia y en otras partes, la piedad y la religión; pues es una grande ventaja el entrar libremente y siempre se pasarán meses y aun años antes que se descubra el mal y se ataje. La primera parte del artículo cuarto es en su fondo justa y razonable, 614

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y sería absolutamente digna de loa si se ejecutase de un modo conveniente y según derecho, suplicando al Papa que retire tantas bulas con que sus predecesores han extendido el poder y jurisdicción del Santo Oficio, y reduciendo de este modo su autoridad al dogma y a las causas propia y rigurosamente de fe. ¿Cómo es posible aprobar, pongo por ejemplo, que por una palabra inconsiderada de un confesor se prenda el Santo Oficio y que por ella se le pierda e infame y juntamente con él toda su familia o toda una Religión de que es miembro? La segunda parte del artículo es muy curiosa, y muy digna de observación. Se le encarga al Tribunal, como objeto propio de su jurisdicción, no menos que el dogma de las doctrinas laxas. En el lenguaje y vocabulario común en el día a los ministros borbones, jansenistas y frailes, lo mismo es doctrina laxa que doctrina de los jesuitas. Y aquí se le presenta un cambio bien dilatado al Tribunal de la Inquisición de España para ejercer su jurisdicción y autoridad. Proscriba, condene, maldiga con toda la vehemencia posible la enseñanza y doctrina de los jesuitas, levante y encienda hoguera en que reduzca a cenizas los escritos más famosos de los autores de la Compañía y se merecerá toda la gracia y favores del presente Ministerio, y estar bien seguro el Inquisidor General de la Suprema, y los demás miembros de ella, de ser desterrados de la Corte y de ser molestados de modo alguno. El quinto artículo es una puerilidad y bagatela. ¿Qué inconveniente tendrá el que presenten al Tribunal los libros en que se han de borrar algunas palabras los que les tengan y se les restituyan después? Y más, que no deja de haber algún peligro de que dejen de hacerlo los dueños de los libros no teniendo miedo alguno de que se note y castigue su falta. Cosa más seria y más grave es el sexto y último artículo en el cual se sujeta al Consejo todo lo que el Papa mande y ordene al Tribunal de la Inquisición, que es en suma arrogarse el Consejo el conocimiento en las cosas más sagradas y más divinas de la fe y de la religión. En suma, este decreto tiene por fin quitar el vigor y fuerza al Tribunal de la Inquisición para que puedan correr libremente por el Reino los libros franceses, de los jansenistas, filósofos y de otros monstruos. Y no habiendo por otra 615

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parte jesuítas, que son los que principalmente les habían de hacer guerra con sus escritos como la han hecho en Francia y en Italia, no será extraño que antes de mucho tiempo se vean en España horribles estragos en la piedad y religión. Ayer murió en esta ciudad el H. José Odiaga, coadjutor, y hoy se le ha hecho el oficio al modo regular. No he tratado a este coadjutor, pero los que le conocieron le alaban mucho por su juicio, piedad y exactitud en la observancia regular. Lo cierto es que ha logrado una muerte sumamente sosegada y tranquila y verdaderamente envidiable. Estaba cerca de cumplir los ochenta años y era natural de Llodos319. Día 11 de agosto Ayer entró en este puerto un navio de guerra francés que anda por estos mares, y hoy por haberle llamado el navio, ha entrado también un jabeque que cruza por aquí tiempo hace, contra las embarcaciones de los corsos. Por lo demás, nos estamos en punto de guerra del mismo modo que hasta aquí. Los franceses van y vuelven al Convento de los Capuchinos sin dificultad, ni resistencia. Los corsos conservan sus puestos del otro lado de la concha, sin que nadie se meta con ellos. Y cada uno se está quieto en su casa sin comunicación de la plaza con la isla, ni de ésta con la ciudad; no obstante que alguna vez que otra, se deja ver por aquí algún otro corso, que verosímilmente serán espías de unos o de otros, y acaso de los dos. Día 13 de agosto Ayer murió el P. Andrés Cabezudo. Tiempo antes de salir nosotros de España estaba enteramente ciego, y así le vi yo mismo en el Colegio de Villafranca, algunos meses antes del destierro. Tenía, además de la ceguera, otros males no poco molestos y cada uno de ellos en la edad de sesenta y cinco años, que era bastante para concederle la corta gracia de quedarse en un convento a pasar tranquilamente los pocos días que le podían faltar. Pero cargado de todos ellos y en un esta319. Nota al margen escrita de mano ajena: «Llodio, diócesis de Calahorra». 616

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do tan miserable, se le obligó a hacer el largo, molesto y aun peligroso viaje desde Villafranca del Bierzo hasta Santander, y desde aquí, los viajes de/mar que hicimos todos. Era el P. Andrés hombre de muy buen juicio y sólida piedad. Había sido muchos años Superior y aun después de estar ciego, trabajaba gloriosamente y con mucho celo en calidad de operario en el dicho Colegio de Villafranca. Una obra que había emprendido en dicha villa y tenía ya en buen estado y acaso acabada del todo, es una prueba convincente de su gran corazón, de su mucha caridad, de una muy particular industria y de mucha afectación y estima para con la gente principal que le podía socorrer para llevar al cabo sus intentos. Compadecido de unas pobres religiosas, que por tener el convento en un sitio malsano de la villa padecían mucho, emprendió y consiguió fabricarlas un convento nuevo en un paraje más sano. Hoy se le ha hecho el oficio al modo acostumbrado. Era natural de Villaba de Alcor en el Obispado de León. Contrajo este padre la enfermedad de que ha muerto, en la casa de campo que se abandonó últimamente; y es cosa bien singular que de trece que hay vivos de los que vivieron en aquella casa diez están todavía enfermos. Ayer intentó entrar tierra adentro el padre Procurador de Villagarcía, por tener necesidad para alguna cosa. Llegó al cuerpo de guardia de los corsos y habiéndole preguntado estos a dónde iba y dado él su respuesta, sin otra cosa alguna, le dejaron pasar adelante. Hoy ha vuelto a la ciudad y sólo cuenta que los corsos se fortifican de todos los modos posibles, haciendo cortaduras, trincheras y fortines, para que los franceses no puedan llegar a sus lugares. De los padres andaluces que viven en Algaiola dice que están en una continua inquietud y desasosiego; porque los corsos temen a todas horas, y especialmente de noche, ser asaltados de los franceses en aquella plaza y como, por otra parte, es tropa sin disciplina ni regularidad a cualquier sombra que vean se alborotan, hacen resonar sus cornetas por todo el país y se junta en poco tiempo un mundo de gente en tumulto y confusión.

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DE LOS JESUÍTAS

Día 14 de agosto Esta tarde hemos tenido un rato muy divertido paseándonos alrededor de la muralla. De repente y sin saberse por entonces la causa, arroja el jabeque francés al mar los cables de sus áncoras, echa al momento todas sus velas y con increíble presteza, haciendo una vista muy hermosa volando salió a alta mar. La causa de esta instantánea salida fue el haber llegado noticia de que un falucón de los corsos había apresado una embarcación francesa y la llevaba consigo a Isola Rosa, y efectivamente estaban los dos a la vista de este puerto en distancia de poco más de una legua cuando salió al mar el jabeque. Luego que los corsos vieron a éste, que iba a toda vela tras ellos, abandonaron la presa, escapando los que la llevaban en el bote y retirándose todos a Isola Rosa. El jabeque recogió la embarcación francesa y con ella volvió a entrar en el puerto. Ha entrado también aquí una embarcación de Liorna que se vio antes en grande peligro y trabajo por haber querido entrar en S. Florencio. Llamábanla desde la plaza y desde una torre que tienen los corsos sobre la costa del golfo. Si caminaba para obedecer a la plaza, hacían fuego sobre ella los corsos, y si volvía la proa hacia la torre, la tiraban los franceses. Y así no tuvo otro remedio para evitar su ruina que volverse a alta mar y entrar en este puerto. Deben de ser muy frecuentes estas ocasiones y otras semejantes por allí; pues oímos desde aquí muy a menudo cañonazos que se tiran hacia aquellas partes. Día 15 de agosto Día de la Asunción de Nuestra Señora. Después de haber tenido sus ejercicios y hecho las demás cosas convenientes, que aquí se pueden practicar, han hecho hoy la profesión de cuatro votos algunos padres y algunos hermanos coadjutores, la incorporación y todos ellos en manos del P. Provincial Ignacio Ossorio que a este fin dijo misa en la parroquia. Hizo también la profesión al mismo tiempo, y en manos del mismo P. Provincial, un padre de la Provincia de Toledo que se halla aquí, y tenía para esto las convenientes facultades de sus Superiores. 618

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Día 16 de agosto Empieza ya a haber trabajos en puntos de víveres, y no sólo las cosas necesarias, como frutas, verdura, leche, etc., sino también en las de primera necesidad. Ayer en medio de ser un día de tanta solemnidad, algunas casas no tuvieron carne con que poner olla y hoy ha faltado en alguna otra más. Y lo más sensible es que no es porque no haya carne en el lugar, sino por una infamia e injusticia de un hombre, que ha hecho obligación de proveernos de carne aun en caso de guerra, pagándosela por esto a un precio más subido. Se sabe que tiene carne, pero la oculta y después la vende en secreto a algunos como que les hace algún gran favor y fineza y lleva el precio que se le antoja. Han entrado hoy en el puerto algunos marineros franceses en uno o dos botes, los cuales han dejado sus embarcaciones en manos de los corsos. Esto puede haber sido la causa de haber salido al mar el navio de guerra y el jabeque que estaban en este puerto, para dar caza a los falucones de los corsos. No es sólo ya en San Florencio y Bastía en donde hay guerra entre corsos y franceses. Aquí se ha declarado ya abiertamente y esta tarde ha habido una especie de batalla que ha consternado a muchos tímidos y pusilánimes; y ha disgustado a todos por las consecuencias que trae necesariamente consigo una guerra declarada y más en las circunstancias en que nos hallamos. Si bien por lo que toca a esta acción particular, a muchos nos ha servido de diversión, especialmente habiéndose derramado poca sangre. Se oyen casi tantas relaciones de este combate diferentes en muchas cosas cuantos somos los sujetos que nos hemos hallado presentes. Si esto sucede en una acción en que han entrado pocos centenares de hombres, ¿qué será en una batalla de dos ejércitos numerosos de cuarenta o sesenta mil hombres? Yo diré en compendio lo que he visto. Hallándome en lugar oportuno para verlo todo y ciertamente sin susto ni turbación que me hiciese ver unas cosas por otras. El cuerpo de guardia de los corsos, que está como a media legua de aquí se apoderó, uno de estos días, de algunos bueyes de la plaza o por lo menos hizo sus diligencias para co619

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gerlos. Irritados con esto los franceses determinaron hacer en ellos un escarmiento, y hoy a la una y media de la tarde tocaron arrebatadamente al arma y se dispuso a salir un cuerpo de trescientos o cuatrocientos hombres de tropa francesa llevando como unos treinta o cuarenta paisanos de batidores y dos cañoncitos de a seis a su frente. Les vi desfilar cuando salieron por la puerta del arrabal al campo, y con asombro mío que creía que los soldados no conocían el miedo, observé que apenas había uno cuyas piernas y semblantes no diesen indicios bien claros de pavor y susto. Luego que salieron de la huerta se dividió la tropa en dos cuerpos casi iguales. El uno fue a recorrer la campaña que queda a mano derecha por no dejar atrás alguna emboscada que les pudiese atacar por la espalda; y otro con los cañones y la mayor parte de la tropa ligera, siguió su camino por la ribera del mar y fue a apostarse sin haber hallado resistencia alguna, a una casa o ermita en que tenían su cuerpo de guardia los corsos que la habían abandonado al acercarse los franceses y, en aquel lugar, se juntó el otro cuerpo después de haber recorrido la campaña. Por un buen rato de tiempo, estuvieron en aquel sitio los franceses sin observarse otra novedad que oírse algún otro tiro de fusil a lo lejos que ser la de la tropa ligera, y verse bajar de las cuestas y, especialmente, sobre la ribera del mar que se descubría mejor grandes pelotones de corsos que venían a dar por todas partes sobre los franceses. Cayeron estos en cuenta y empezaron a hacer fuego de fusilería y cañón, con toda viveza y actividad; pero empezando desde luego a retirarse y no sin alguna precipitación y desorden temiendo que se les metiesen los corsos entre su espalda y la mar; y en tal caso que estuvo bien cerca de suceder, no hubiera vuelto un soldado a la plaza. Lograron en fin los franceses retirarse hasta el mar y guardar, de este modo, la espalda. Desde entonces no pensaron en otra cosa que en retirarse a la plaza, guardando siempre con la mar o la espalda o el flanco derecho. En su retirada, vino siempre la tropa haciendo fuego y vinieron siempre los corsos cargándoles, aunque divididos y en pelotones. Y estuvieron algunos de ellos tan insolentes y atrevidos que hacían fuego de tan cerca, que casi llegaban sus balas al arrabal. Para sostener a los 620

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 que se venían retirando y ya bien fatigados, hizo salir de la plaza el Comandante dos gruesos piquetes de cincuenta o sesenta hombres cada uno, que empezaron a hacer fuego a los corsos que más habían avanzado, pero siendo ya cerca del anochecer se tocó en la plaza a la retirada; y todos los soldados se encerraron en ella, y así se dio fin a esta batalla que es la primera que he visto en mi vida. No se puede negar que la retirada ha sido poco lucida y de poco honor para la tropa francesa, y por más que hacen no aciertan a disimularlo los mismos franceses. Los corsos por el contrario, a media hora que habían encerrado en la plaza a los franceses, encendieron una grande hoguera en el mismo sitio desde donde empezaron estos a retirarse, a lo que parece, como celebrando su triunfo. Los franceses confiesan que han hecho muy poco daño a los corsos, y que casi no han recibido ninguno de ellos y, efectivamente, con el bulto que hacía la tropa al retirarse, se conocía que podían ser pocos los hombres que faltaban, y que será cierto lo que han dicho algunos soldados que habrán sido como unos seis u ocho hombres los que han muerto. Por donde se conoce que se han hecho el fuego a mucha distancia, lo que desde lejos no se podía observar bien; pues por lo demás ha habido tantos fusilazos de parte a parte, que si cada veinte tiros hubieran muerto un hombre, no sería extraño que fuesen doscientos o más los muertos de cada una de las partes. Día 18 de agosto Nada tenemos que añadir, en punto de guerra, a lo que se dijo el día pasado, ni se ha aclarado más el suceso de aquella acción. Los corsos han quedado llenos de vanidad y efectivamente no tuvieron más que un hombre muerto y algún otro herido. Tampoco se ha averiguado que hayan sido entre los franceses los muertos en mayor número de lo que insinuamos. Y estos días los oficiales procuran reparar el deshonorcillo de la retirada con mil expresiones de intrepidez y valor, ofreciéndose varios de ellos a ir a quemar los lugares de los corsos, si el Comandante les quiere dar quinientos hombres. Pero en to621

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do caso se están dentro de la plaza y como si los jesuítas que estamos en Calvi, tuviéramos la culpa de esta guerra han empezado los isleños a hacernos hostilidades bien sensibles. Hoy se envió una porción de chocolate para uno de los enfermos que están en Lumio, y el cuerpo de guardia de los corsos se apoderó de todo ello pretextando que no llevaba ciertos pasaportes que son necesarios. Pero ¿cómo se han de llevar si no hay noticia de tal cosa? Es una injusticia manifiesta. Pero, ¿a quién se ha de acudir para que lo remedie? Entre nosotros, como es muy regular en semejantes circunstancias, unos se aficionan a los franceses; otros a los corsos, unos alaban a éstos, otros a aquellos; y en la acción del día pasado muchos sostienen a los franceses como que hicieron una retirada necesaria y nada vergonzosa, y muchos otros les condenan defendiendo que su retirada fue sin orden ni concierto y por consiguiente con ignominia. En suma, hay sus partidos y aficiones como es inevitable, pero que no tienen otras consecuencias que algunas contiendas y disputas domésticas de las cuales no se sigue mal ni bien ni a los franceses ni a los corsos. En todo esto ha obrado con mucho juicio y prudencia nuestro P. Provincial escribiendo una carta circular a todas las casas en la que encarga con mucha seriedad, que todos se porten con una entera indiferencia para con las potencias que están en guerra y que de los sucesos de ella, se hable con toda reserva y moderación. En efecto, nosotros necesitamos tener contentos a los franceses con quienes vivimos y nos pueden hacer mucho mal; y es razón también no desazonar a los corsos, con quienes viven algunos centenares de nuestros hermanos. Y el único medio para tenerlos a todos contentos o, por lo menos, no contrarios, es la indiferencia y moderación en las cosas de la guerra; pues fácilmente se persuadirán unos y otros que de nada les puede servir para el buen suceso en ella, nuestro afecto y parcialidad. No menos seriamente encarga Su Reverencia en la misma carta que si sucede otro combate como el del día pasado, todos se retiren a sus casas o dentro de la ciudad; a lo cual ha dado motivo a intrepidez y curiosidad de algunos que el día pasado salieron 622

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 a paseo acercándose lo que pudieron al campo de batalla para observar desde más cerca el combate.

Día 19 de agosto Han llegado cartas de Ajaccio en las que nos dan la gustosa noticia de que el día diecisiete [... ]32° para tres meses y que se disponen para venir presto a traérnosla a nosotros. En lo que nos harán un grande beneficio, pues hay no poca necesidad. De las cosas de guerra en Ajaccio hablan del mismo modo que nosotros de las de aquí. La fortaleza y la ciudad es de los franceses y la campaña de los corsos; y hasta ahora se han estado quietos unos y otros sin que haya habido batalla como aquí ni alguna hostilidad de consecuencia. Se lamentan mucho de que empieza ya a faltarles la carne y aun dicen que en el agua tienen también sus trabajos. Cuentan estas cartas haber llegado a aquel puerto el navio de guerra y algunas otras embarcaciones del convoy de los padres indianos, y entre ellas la que llevó a Puerto Especie los secularizados o que venían separados de los demás para secularizarse, y de algunos de la tripulación han sabido su triste paradero, habiendo llegado al dicho puerto los sacaron a tierra y la embarcación sólo pensó en volverse dejándoles allí abandonados. Levantaban los miserables el grito y las manos hasta el cielo reclamando por las promesas y palabras que les habían dado en España de llevarlos a su patria, si dejaban la Compañía y salían al siglo. Pero a todos sus justísimos lamentos y quejas se satisfizo fácilmente con responder, con frescura, que así convenía al real servicio. Pobres e infelices americanos dignísimos ciertamente de la más tierna compasión. ¡Qué suerte más triste y más lamentable que la suya! Hállanse repentinamente en un país extraño cuya lengua no entienden, distantes de su patria, a donde pensaban volver presto, dos, tres y cuatro mil leguas, sin abrigo en la Religión por haberla dejado, debiendo pensar cada uno a sí mismo, sin otros medios para su subsistencia que una escasísima pensión de la cual no dicen si 320. Falta texto por corte al encuadernar. 623

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les han dado alguna parte para hacer el viaje desde aquel puerto hasta Roma. El fin de haber llegado a Ajaccio las dichas embarcaciones es muy gracioso y digno de ser notado. Parece que han vuelto para llevar a España trescientas y cuatrocientas familias de griegos que, escapados de su país, están establecidos en dicha ciudad. Sin duda que querrán formar con ellas algunos pueblos en los desiertos de Sierra Morena o en otras partes. No deja de ser una concurrencia curiosa que los mismos navios que han traído desterrados sacerdotes y religiosos católicos, vuelvan allá cargados de griegos que a buen librar tendrán una corteza de catolicismo,

Día 24 de agosto Estos cuatro días que acaban de pasar hemos vivido en tanta confusión, inquietud y alboroto que no ha habido un momento de sosiego y de paz; ni yo sé por dónde he de empezar a exponer los trabajos de estos días ni cómo podré hacerlo de manera que se pueda entender de algún modo en adelante nuestro afán y opresión en estos días. Y desde luego protesto, que ha sido la mayor que hemos tenido en este país, aunque ha habido tantas y tan molestas. Se les antojó al Comisario francés y a algún otro oficial que, hasta ahora habían vivido en el arrabal, pasar a vivir dentro de la plaza, pretextando que aquel aire es malsano, pero en la realidad por miedo de los corsos, habiendo experimentado en el combate del día dieciséis que no se espantan de ver soldados franceses y temiendo ser sorprendidos en el arrabal. Entre estos oficiales, uno es aquel Teniente de Artillería tan valiente y animoso que quiso echar una noche a puntapiés de su casa a siete padres andaluces. Para hacer más grosero este nuevo insulto, los oficiales franceses escogieron puntualmente para sí casi toda la habitación que ocupa el P. Francisco Javier de Idiáquez, con su comunidad numerosa de noventa sujetos; repitiendo otra vez la desatención y descortesía que usaron con él a su primer arribo y ahora con menos excusa; pues no hay entre todos ellos uno que ignore el carácter y circunstancias de su persona. No es ponderable la consternación que causó en todos este nuevo 624

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golpe y mucho más con los Superiores, que tienen un justo y razonable empeño en conservar los jóvenes de la Tercera Probación, los teólogos, los filósofos y los novicios reunidos en cuanto sea posible y en estado de lograr la educación conveniente en la piedad y en las letras. Se pensaron mil cosas a vista de la novedad de los franceses; se trataron y revolvieron cien medios y arbitrios, y al cabo se determinó seguir este plan. La casa de la Tercera Probación, numerosa de treinta sujetos, debía de marchar al Convento de los Capuchinos de que hemos hablado tantas veces. La numerosa casa de la Teología debía entrar en la casa en que hasta ahora habíamos vivido los filósofos. Nosotros debíamos ir a ocupar tres casitas, cada una ocupada de quince a veinte sujetos, que están vecinas unas a otras. Los de estas tres casas y otros muchos debían de bajar a la habitación que dejan los oficiales y comisarios franceses. Trescientos hombres pues, o pocos menos, hemos mudado de casa y algunos teniendo que bajar desde la plaza al arrabal y otros que hacer el viaje desde la ciudad al Convento de los Capuchinos. Lo menos que se puede se hace por brazos ajenos, porque llevan lo que quieren por su trabajo aquellos de quienes nos servimos; y por esto han sido los gastos bien grandes aunque ha sido poco en lo que nos hemos valido de hombros ajenos. Todo el peso del trabajo y fatiga ha cargado sobre nosotros y, especialmente, sobre los jóvenes escolares, llevando a cuestas camas, baúles, ajuarcillos y provisiones de unas casas a otras con el afán y cansancio que se deja entender; y más habiéndose de hacer todo tumultuariamente y ejecutivamente, habiendo de dormir unos en la habitación de que en el mismo día salían otros; y aun en las que dejaban los oficiales franceses bien puercas, llenas de fetor y hediondez. Han ayudado a hacer más molesta la fatiga de esta mudanza los oficiales y Comisario franceses por algunas pueriles etiquetas entre sí sobre escoger habitación, de donde han nacido órdenes y contraórdenes de suspender y proseguir con la misma mudanza, las que nos han desazonado y molestado más de lo que se puede decir, haciéndonos pasar teniendo todas las cosas revueltas y fuera de su lugar, y atrepellar después en dos horas lo que se podía haber hecho en cuatro con menos fatiga. 625

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Pero al fin de todo este embrollo, confusión y trabajo, que sólo pueden entender los que lo han padecido, nos hallamos hoy en nuestros nuevos rincones pacíficos, sosegados y alegres; ninguno de los que han andado en estas mudanzas, han ganado cosa particular, y algunos hemos perdido algún tanto. Los que acaban de mudarse a una casa tienen sobre sí ya un oficial que la pretende, y no sé si logrará echarlos de ella. Los que han ido al Convento de los Capuchinos, sobre no haber adelantado cosa en la habitación, han tenido estos tres días que han vivido allí el trabajo de no tener un poco de carne con que poner una olla. Nosotros, en las tres casitas a que hemos venido a parar, estamos con mayor estrechez y apretura que en la que habíamos tenido hasta ahora. En una de ellas se ha escogido una pieza algo capaz, aunque no lo es tanto que quepamos todos en ella ni aun de pie. Y sirve esta pieza de oratorio y por consiguiente para todos los ejercicios espirituales de comunidad, y sirve también de refectorio usando las precauciones que se pueden para el decoro y decencia del altar. Los jóvenes filósofos que no viven en la casita donde está esta pieza no tienen en las suyas una que les pueda servir para la quiete32] después de cena y comida, para algunos ratos de recreación ni tampoco para las cosas de estudio, pasos, conferencias, etc., que en el día mismo se han vuelto a entablar; y así todas estas cosas las han de hacer sentados sobre sus camas; y como las casas, aunque no distantes unas de otras, no tienen comunicación interior entre sí, ni es posible tampoco dársela para todo al amanecer para ir a oración y misa, al mediodía y a la noche a exámenes, letanías, comer y cenar, tienen que salir a la calle, lo que siempre es impertinencia y lo será mucho mayor en el invierno. Como si no fuera bastante trabajo el que se ha tenido estos días, aunque se comiera bien, ha habido en punto a comida bastantes miserias. Los señores franceses nos han prometido más de una vez que por lo que toca a pan, vino y carne, aun en tiempo de viva guerra, nos proveerán en abundancia. Y están tan lejos de hacerlo así, no habiendo más que pocos días 321. Se denomina la quiete a la hora o el tiempo que en algunas comunidades se da para descanso después de comer. 626

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que estamos en guerra, que en lugar de proveernos de carne nos han embargado para su hospital unos cuantos carneros que traía para nosotros nuestro obligado o proveedor. Por lo cual ha habido falta de carne estos días, no sólo en la casa de los capuchinos, sino en otras varias del arrabal y de la plaza; y añadiéndose a esto la falta de mil cosillas, que nos venían antes de Liorna y del interior de la isla, se puede entender fácilmente que se padece no poco en este particular. Los corsos dan muestras de haber quedado muy ufanos y gloriosos con el suceso de la batalla del día pasado; y se asegura que allá en sus lugares han hecho formal y solemne declaración de fuerza a los franceses, y por lo menos es cierto (pues lo hemos visto desde aquí) que en la ermita o casa en donde empezó el combate el día pasado pusieron anteayer una gran bandera, y que se dejan ver muchos en pelotones en bien poca distancia de la plaza; y así los franceses por no parecer que se dejan burlar de ellos les han disparado con el cañón del castillo y con algunos de la plaza, pero haciendo poco o ningún daño. También parece que nos declaran a nosotros la guerra que hasta aquí. A lo menos es cierto que queriendo ir a Algaiola un padre andaluz no le dejaron pasar, y lo es también que queriendo un hermano coadjutor nuestro ir a uno de los lugares en que hay sujetos de la Provincia no le dejaron entrar tierra adentro, sino que le quitaron la caballería que llevaba y para redimirla fue necesario darles el dinero que quisieron. Es verdad que estas vejaciones de parte de los corsos, como tropa que es sin regularidad ni disciplina, no se deben mirar desde luego como hechas de orden de los jefes mayores, y verosímilmente no se hacen sino por capricho y antojo de los que en el día montan la guardia. Y así no será extraño que mañana dejen entrar a cincuenta aunque hoy no hayan dejado entrar a ninguno. Uno de estos días de confusión y turbulencia llegó de Bastia el P. Francisco Paula Gijón, que como antes se dijo había ido a aquella ciudad con ocasión de los padres indianos y parece que se queda por allá el que fue en su compañía. De la guerra entre corsos y franceses por aquel país no cuenta este padre cosa particular sobre lo que aquí queda dicho; como tampoco sobre el establecimiento de los padres indianos en 627

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Bastía. Cuenta, sí, alguna otra vejación que padecen de parte del que hace allí de Comisario que es muy creíble sea el mismo Sánchez que les preparó la habitación. Éste o el que fuere les pide dos pesos duros por persona para reparar a la Real Hacienda los gastos que ha hecho en prepararles habitación. Es inevitable y será preciso dárselos si se empeña en ello el tal Comisario; pero también es bien verosímil que no llegue un maravedí al erario del Rey. Se empeñan también en hacerles recibir unas provisiones podridas y maleadas que no pudieron hacernos tomar a nosotros, y esto me hace sospechar que anda por allí el Comisario genovés Gnecco. Para proveerlos de carne han dado alguna disposición buena para que no les falte, pero se la hacen pagar bien llevando en libra sobre el precio corriente un sueldo de más, que vale algo más de un cuarto de nuestra moneda. En compañía de este padre han venido los hermanos Esteban, Bernardo, y Manuel Herrero322 que por el abril del año sesenta y seis salieron de Medina del Campo en donde estudiaban la Filosofía y pasaron a la Provincia de Santa Fe, a donde apenas hicieron más que llegar y han sido traídos otra vez a Europa; y vienen a esta Provincia para proseguir en ella sus estudios. Han llegado cartas de Roma y creo que las han traído los que acaban de llegar de Bastía. En ellas se cuentan algunos sucesos políticos que no son propios de este lugar. Por lo que toca a nuestras cosas nada cuentan de mucha importancia. En Roma han tenido sus conferencias los ministros borbones con el Cardenal Negroni; las que se supone que son sobre jesuítas pero no se sabe en particular la cosa de que tratan, como tampoco cuál ha sido el asunto de una junta extraordinaria o congregación del Papa con algunos cardenales, aunque por el carácter de estos infieren que será algún punto de inmunidad eclesiástica. Del Serenísimo Duque de Módena refieren una atención para con la Compañía muy digna de nuestro aprecio. Pensaba sacar, como efectivamente ha sacado, un Decreto de supresión de conventos de corto número, y de antemano dio 322. De estos tres hermanos, Luengo sólo recogió la muerte de Manuel que ocurrió en Bolonia el 12 de enero de 1807. 628

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aviso para que se proveyesen los colegios de tantos sujetos que no quedase ninguno comprendido en aquel Decreto.

Día 25 de agosto Día de San Luis, Rey de Francia. No obstante lo mucho que nos han mortificado estos días los señores franceses, su Comandante, como si nos tuviera muy obligados, envió a decir al P. Provincial que tendría gusto en que cantásemos hoy una misa solemne a S. Luis. Así se hizo esta mañana esmerándose todos en que saliese la función lo mejor que fuese posible, y efectivamente salió muy bien. Con gusto ciertamente se entró desde luego en hacer este obsequio al glorioso San Luis, y en servir en ello al señor Comandante. Pero aun cuando no hubiera habido una tan pronta voluntad de ejecutarlo, siempre aunque fuera de mala gana, se haría; porque si no dando a los señores franceses el menor disgusto en cosa ninguna nos tratan con tanta dureza, qué sería de nosotros si se les hubiese negado una petición de suyo piadosa y justa. Esta noche estando en conversación sobre cena llegó un rumor, que dentro de un momento se hizo noticia cierta y auténtica de que nos sacan de aquí. En efecto, acaba de recibir el Comisario francés pliegos de oficio, en que me dicen que están para venir de Tolón embarcaciones para llevarnos de aquí a otra parte, y el Comisario de oficio, formalmente, ha dado aviso al P. Provincial asegurándole también que las embarcaciones vendrán muy presto. Aunque de noche, se extendió ciertamente esta noticia, antes de irnos a recoger en todas las casas que están dentro de la plaza, y a todos les servirá para pasar la noche con algún consuelo viendo cercano el fin de las presentes miserias. Ha sido muy grande el gozo y contento que ha causado generalmente a todos esta nueva, pues al fin, aunque no sabemos ni cómo nos han de llevar ni a qué tierra o Estado, es muy difícil y aun imposible que los ministros que nos trabajan encuentren en todo el mundo un rinconcito en donde se hallen reunidas tantas opresiones, miserias y trabajos, como en estos presidios, especialmente en los de Calvi y Algaiola. Es increíble que los señores franceses no tuviesen noticia funda629

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da de este suceso, y si es así, como parece seguro, qué humanidad y dureza por no tener un poco de paciencia cuatro días y estarse quietos en sus habitaciones, habernos causado tantos gastos, tantas molestias e incomodidades como insinuamos el día pasado. Día 26 de agosto Qué día éste de tanta confusión, de tantos embrollos y de tanta inquietud. Aunque tuviera yo mucho tiempo, como tengo muy poco, no sería posible explicar de un modo que se pueda entender lo que ha pasado hoy con nosotros. No obstante, diré alguna cosa para que, en confuso a lo menos, se pueda formar una idea de este turbulento y trabajoso día. Muy de mañana, se descubrió cerca del puerto un convoy de trece gruesas embarcaciones, de las cuales doce entraron presto en la concha quedándose a la entrada una fragata de guerra que nos ha servido de escolta. Aun antes que entrasen en el puerto nos aseguraron los franceses que estas eran las embarcaciones que venían por nosotros, de lo que nos alegramos mucho por ver que se acercaba nuestra partida de este país. Pero bien presto se turbó nuestra alegría con un orden del Comandante por el cual se nos mandaba que, hoy mismo, nos habíamos de embarcar todos con todas nuestras cosas. Este orden consternó sobremanera a todos y él era muy a propósito para ello, como entenderá cualquiera que sepa alguna cosa de mar y de embarcaciones. Era preciso embarcarnos tantos centenares de hombres, de los cuales algunos habían de venir del Convento de los Capuchinos; otros de los lugares de la isla y todos con todas sus cosas de comunidad y de cada uno que aunque pocas y miserables, siempre son, por ser tantos, muchas y para nosotros estimables y de valor. Qué de otras mil cosas en que pensar al mismo tiempo y sobre que dar alguna providencia. En efecto, en la hora misma que se nos hizo saber este orden, aunque se empezó a manejar de todos los modos que era posible y a suplicar con toda instancia al Comandante para que se suspendiese el orden por uno o dos días, dio el P. Provincial varias providencias. Ordenó Su Reverencia que se diese gusto 630

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a los hermanos filósofos de segundo y tercer año que estaban ya cerca de sus exámenes, y con esta novedad tenían mucho sentimiento temiendo que se les atrasasen por varios meses y se les añadiese después nuevo trabajo. Para poderlo hacer, siendo más de treinta los que se habían de examinar, fueron repartidos de tres en tres por las casas donde había maestros y así a un mismo tiempo estábamos examinando en ocho o diez casas. Dio también orden el P. Provincial para que algunos fuesen recorriendo por todos los ranchos o casas y recogiendo todo el dinero que hubiese de comunidad o de particulares, en moneda de los corsos, para ver si se podía cambiarla en otra, aunque fuese perdiendo la mitad; porque fuera de aquí, así por ser de calidad muy mala, como por ser de un príncipe o República que en ninguna parte está reconocida, por veinte reales no se encontrará quien nos dé ni uno siquiera. Otros por comisión también del P. Provincial andaban en las cosas necesarias para el alivio de los pobres enfermos llevando el médico por las casas, para que declarara qué enfermos no pueden embarcarse, y tomando las medidas que se pueda para que queden bien alojados, bien provistos en cuanto sea posible, y con los sujetos que parezcan necesarios y oportunos para su asistencia espiritual y corporal. Algunos fueron destacados por Su Reverencia para que tomasen lengua de los Patrones de los navios y averiguasen las cosas que pudiesen, y que nos pudiesen servir para arreglar nuestra conducta y las disposiciones para este viaje. De orden de quién salimos de aquí, si de la Corte de Francia o de la nuestra; a dónde iremos a parar; si es larga o corta la navegación; si en las embarcaciones se nos ha de dar lo necesario para comer, o algo por lo menos o nada, si encontraremos en ellas cubiertos, y las demás cosas necesarias para la decencia y aseo en la comida; y a este modo otras muchas cosas que se necesita saber para arreglarse según ellas un cuerpo de seiscientos hombres que van a emprender un viaje por mar, en donde suele haber tantas contingencias. Mientras el P. Provincial daba estas providencias, y otras muchas que dejo, unas por no ser de tanta monta y otras por no estar bien informado de ellas, y empleaba muchos sujetos 631

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en su ejecución, las casas por sí mismas se ocupaban en varias diligencias y dependencias propias. Era preciso hacer cuentas con algunos, o con varios, cobrar o pagar algunas deudillas, recoger ropa de costureras y lavanderas, y otras varias cosas de otros oficiales, tratar de vender algunas provisiones de que hay abundancia o son inútiles para la navegación, y otras cien cosillas y negocios que una casa de veinte, cuarenta o sesenta sujetos, que ayer tarde no pensaban marchar de aquí, es preciso que tenga pendientes y a medio hacer. Entretanto que la mitad de la Provincia se empleaba en exámenes, en los encargos del P. Provincial y en los negocios particulares de las casas, la otra mitad sin exceptuar acaso ni uno por endeble, por viejo o por condecorado que fuese, estaba en el afán de encajonar, embaular, liar y componer todo género de cosas de comunidad y de particulares, corno quienes temían con todo fundamento, teniendo sobre sí orden para ello, verse obligados a pasar a las embarcaciones de hora en hora. Concíbase, si fuese posible, a vista de esto y de otras mil cosas que no se pueden notar, cuál sería nuestro afán, nuestro trabajo y confusión las cinco o seis primeras horas de este día, en que tuvimos sobre nosotros el orden ejecutivo de embarcarnos y en las que se ejecutaron todas estas cosas y las demás, que se dejan de algún modo entender aunque no es posible explicar. Uno de los que fueron a tomar lengua sobre nuestro viaje tuvo la fortuna de encontrar presto con un francés, que trae la comisión de nuestro embarco. Este con franqueza, aunque no como comisionado y de oficio, le dijo que nuestra partida de estos presidios era de acuerdo de las dos cortes de Francia y España, que desde aquí iríamos a Sestri Levante, en donde habrá comisionados para nuestro destino; que en la navegación se nos daría ración de soldado o marinero; y que nuestra salida de aquí no tendría efecto hasta que cuatro de estas embarcaciones que han entrado fuesen a San Bonifacio y volviesen de allá con los jesuítas que están allí, para que fuésemos todos juntos. Con estas noticias, que se averiguaron, se pudo finalmente lograr que el Comandante francés suspendiese el orden ejecutivo de embarcarnos al instante, lo que se nos comunicó como hora y media antes de mediodía. Y con esto respiramos, 632

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 se levantó la mano del trabajo, y salimos del ahogo y fatiga, en que nos había puesto un orden tan violento y atropellado. Solamente los pobres del pequeño rancho o Colegio de Soria, en lugar de descansar, se vieron metidos en una nueva confusión y trabajo. Verdaderamente son dignos de compasión estos doce o catorce sujetos de la pequeña casa, o rancho de Soria y en realidad no hay uno que no se la tenga. Pocos días antes de la revolución de que hablamos, el día 24, habían subido desde el arrabal a la plaza, dejando la casita que tenían por venirles bien a los jóvenes filósofos de la Provincia de Andalucía, que habían sido echados por los franceses de otra casa. En la dicha revolución de nuestra Provincia fue necesario que dejasen la casa, que habían tomado en la ciudad por ser necesaria para la reunión de nuestros jóvenes filósofos; e hiciéronlo así tres días ha, metiéndose en otra casita que pudieron encontrar dentro de la misma plaza. Y hoy, para acomodar al que trae la comisión de nuestro embarco, se les ha hecho salir de ella precipitadamente y casi con ejecución militar. Por más que se suplicó que se les dejase por hoy y que mañana se mudarían, o que a lo menos se les permitiese comer allí y que a la tarde saldrían de la casa, no hubo remedio; todo se les negó a los pobres, y con muy mal modo y con mucha aspereza; diciéndoles bruscamente que diesen gracias a Dios de no estar ya en las embarcaciones. Hicieron su mudanza al mediodía, metiéndose cada uno donde ha podido, y teniendo que llevar con los demás ajuares la olla que habían de comer. En una de nuestras tres casitas se les ha dado una miserable cocina, en que puedan cocer su olla, y un rinconcillo de un fregadero, en donde se juntarán a comer y cenar, y después cada uno se irá a buscar su cama en el rinconcillo donde la ha podido meter.

Día 27 de agosto La fragata de guerra que se conserva en la mar hizo señal a las embarcaciones que deben escoltar a San Bonifacio para que saliesen del puerto, como efectivamente salieron cuatro. De donde se infiere que dijo verdad el Comisionado francés, asegurando que cuatro de estas embarcaciones han de ir a 633

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traer los jesuítas de San Bonifacio. Pero habiéndoles puesto el viento contrario volvieron a entrar otra vez en el puerto, y tras de ellas también la fragata de guerra. Claro está que, mientras más tarden en ir a San Bonifacio estas embarcaciones, más tardarán en venir los padres aragoneses y más se dilatará nuestra partida de aquí; lo cual nos será cosa bien molesta por estar todas las casas revueltas y alborotadas con el orden de ayer de embarcarnos al instante. A esta casa de la Filosofía se han agregado todos los que estaban en el noviciado todavía para empezar el estudio de ella, luego que las circunstancias lo permitan. Uno de estos, que es el hermano Vicente Calvo, habiendo cumplido los dos años de noviciado, ha hecho hoy los votos del bienio en el pobre oratorio de esta casa323. No se descuida la gente en orden a las disposiciones del viaje, en medio de que se ve que es preciso que se retarde por haber de aguardar a los padres de Aragón. El padre Provincial por su parte ha repartido hoy entre todos una porción de dinero, que le dejaron depositada cuando se hizo la última paga de pensión; lo que supongo ha hecho Su Reverencia con noticia y consentimiento de los comisarios. Hemos tocado en este socorrillo a dos pesos duros por persona.

Día 28 de agosto Se ha entregado a nuestro padre Provincial una lista de las embarcaciones destinadas para las dos Provincias de Castilla y Andalucía, que son nueve, señalando al mismo tiempo los sujetos que pueden entrar en cada una de ellas. Cuando se dispuso en Tolón este convoy para sacarnos de aquí se hizo allí cuenta que seríamos entre las dos Provincias como mil y doscientos, como se conoce claramente por el repartimiento que 323. Vicente Antonio Calvo era natural de Iglesario, en el Obispado de Santiago, donde nació el 30 de junio de 1745. En 1767, se unió voluntariamente a la Provincia de Castilla en Santander para embarcar hacia Italia y fue uno de los firmantes del memorial que los novicios enviaron a España solicitando pensión tras la extinción de la Compañía. Había sido destinado a Indias antes de la expulsión y terminó sus estudios de Filosofía en Bolonia el 24 de septiembre de 1771. En 1809 se negó a firmar el juramento de fidelidad a la Constitución de Bayona y fue retenido en Bolonia y llevado preso a Mantua. 634

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hacen de las embarcaciones. En la realidad no seremos en el día más que mil y cincuenta. Y si así lo hubieran creído en Tolón hubieran destinado una o dos embarcaciones menos para nuestro viaje. Y no obstante esta equivocación o engaño de parte de los franceses, según la grandeza de las embarcaciones que tenemos a la vista, hemos de entrar ochenta, noventa, o ciento en una no mayor que otra española de las que nos trajeron aquí, en la que sólo venían, y con no poco trabajo, treinta o cuarenta. Cuál será, según esto, la apretura en que nos meterán estos señores franceses. El repartimiento de las nueve embarcaciones entre las dos Provincias lo han de hacer los padres provinciales y ciertamente lo harán con toda paz y sosiego, y sin pleito ninguno, arreglándose al número de las dos Provincias, que es de cuatrocientos largos el de Andalucía y de algunos más de setecientos el de la de Castilla. El convoy para San Bonifacio y la fragata de guerra se están sin moverse en el puerto. El P. Idiáquez ha pasado a bordo de la fragata a visitar al Capitán de ella y ver si puede averiguar alguna cosa de cierto sobre nuestro viaje y destino. El Capitán ha respondido a todo muy confusa y misteriosamente; y lo más que se ha podido sacar de esta conferencia es que no puede decir a dónde debe conducirnos; pero que estemos seguros que, a cualquier parte donde vayamos, encontraremos comisionados con instrucciones de la Corte para nuestro destino; que nos aconseja que no nos carguemos de ajuares de casa, pero que haremos bien en llevar las provisiones que tengamos. Con las cuales respuestas hemos quedado más al obscuro, en más dudas y confusiones sobre nuestro destino que el primer día, que creímos del todo que nos llevaban a la ribera de Genova. Ha llegado hoy desde Ajaccio el Secretario o tesorero Migliorini, y se ha maravillado no poco con la novedad del convoy destinado a sacarnos de Córcega; pues ayer, cuando él salió de la ciudad, ni los comisarios reales por España, ni el Comandante francés por la Francia, tenían aviso de semejante determinación. Y habiéndose preguntado sobre esto al Capitán de la fragata dijo que él lleva también para Ajaccio las órdenes para que saliesen de allí los jesuitas y que las entregaría al pasar ha635

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cia San Bonifacio. Migliorini viene a darnos la pensión que es bien necesaria para poder hacer este viaje, en el cual, por mucha economía y gobierno que haya, siempre se ha de gastar mucho más que estándonos quietos en un lugar por mal provisto que esté. Estos señores franceses que mandan en esta ciudad han hecho una acción muy indigna con dos religiosos capuchinos, injusta por todos los derechos, inhumana y con la que nos han escandalizado mucho, especialmente habiéndose averiguado bien presto que han procedido precipitadamente y con suma ligereza. Llegó estos días pasados de Francia un breve edicto o Decreto de Su Majestad cristianísima, en el cual se intima a los pueblos de la Córcega que se sujeten a la Corona de Francia; y en caso de no hacerlo así se les amenaza de que serán tratados como rebeldes. Dieron al P. Guardián de los capuchinos la comisión de esparcir por medio de algunos religiosos este formidable Decreto en los lugares vecinos a esta plaza. Siete religiosos que había en el convento estaban enfermos, aunque no sería extraño y ni tampoco gran pecado que algún otro pretextase enfermedad que no tenía o la ponderase alguna cosa para eximirse de una comisión tan contra su gusto e inclinación, y expuesta a que los corsos les trataran como traidores y enemigos de su patria. Se dio pues el encargo de esparcir dicho Decreto por los lugares vecinos a un donado del convento que no pudo alegar excusa alguna. Bien presto se esparció en la ciudad que el donado había sido preso en uno de los lugares y ello era bien natural si descubrieron los corsos que él había traído aquel Decreto tan injurioso para ellos. Con estos rumores, que los franceses tendrían por ciertos, prenden a dos venerables capuchinos, el P. Guardián presente y un viejo que había sido Provincial, y rodeados de tropa y de bayonetas, aunque con semblante que no sería extraño estuviesen enfermos, les traen a vista de todos a la cárcel pública y les encierran en un cuartito o calabozo de ella. Pero qué culpa pueden tener estos religiosos de que los isleños hayan puesto en una cárcel al donado, y por qué se ha de hacer sobre ellos represalias siendo ya ellos vasallos del Rey de Francia. Toda la culpa de estos religiosos parece que está en ser naturales de 636

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aquel lugar en que se creía preso el donado, y se trataba de obligarle a que le pusiera en libertad por librar de la cárcel a estos buenos padres. ¡Para jurisprudencia la de estos franceses! Y no es menos rara la inhumanidad con que han tratado a estos pobres religiosos en medio de que hacen alarde de ser los hombres más humanos del mundo. No sólo no usaron con ellos humanidad alguna, sino que ni permitieron al P. Idiáquez que lo solicitó y procuró con todo empeño que les llevase una cama en que reposar y alguna cosa de cena. En fin, el mismo P. Idiáquez y el P. Isidro López, que entró a visitarlos en su calabozo, han manejado lo que han podido para que sean puestos en libertad y al cabo lo han logrado, habiéndose podido averiguar que el donado o nunca había estado preso o que, a lo menos, estaba ya libre y los pobres religiosos se volvieron a su convento. Día 29 de agosto

Hemos firmado ya los recibos convenientes para la paga de la pensión de tres meses, que son agosto, septiembre y octubre. No era posible entrar tierra adentro, para que pudiesen firmar los dichos recibos los que están en Lumio y Calenzana; y ha convenido el Secretario Migliorini en que firme por ellos el P. Procurador General de la Provincia, y así se ha hecho. No se podía tomar este arbitrio con los padres andaluces que están en Algaiola, por estar allí el P. Provincial y la mayor parte de los sujetos. Se pensó en que fuese por mar un jesuita, ya que por tierra no dejan pasar a ninguno. Marchó en un barquito del país y no halló resistencia ninguna para entrar en el presidio, después que usaron con él los corsos todas las formalidades y ceremonias que se pueden usar en la fortaleza más respetable de toda la Europa, cuando viene a ella alguno de país de enemigos. Volvió con los recibos firmados por los jesuitas de Algaiola, y sin perder tiempo hizo la paga de la pensión al tesorero y marchó al instante a Ajaccio a donde llegará antes que la fragata francesa, que aunque salió esta mañana al mar con todo el convoy ha vuelto a entrar esta tarde y así les dará el primero de todos la alegre nueva de su viaje a aquella ciudad. 637

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En una embarcación genovesa que ha entrado hoy en este puerto, y viene del mismo Genova, han llegado dos jóvenes españoles. Uno era novicio en la Provincia de Aragón, y viene a incorporarse otra vez en la Compañía, lo que por más que se haya hecho ordinario y común, siendo tantos los jóvenes que lo han ejecutado, no deja por esto de ser en cada uno de ellos una acción extraordinaria y heroica. Y son las noticias que por estos y por otras partes se han tenido, si no tuvieran muchos otras dificultades y embarazos que vencer que los trabajos de un largo y penoso viaje, y las miserias del destierro, apenas habría uno de cuantos fueron novicios en todas las Provincias que no viniese volando a unirse con nosotros y a participar de la ignominia y penalidades de nuestra triste situación. Este joven de la Provincia de Aragón por tres veces emprendió el viaje para venir a Córcega; las dos primeras fue descubierto y alcanzado y no pudo lograr sus intentos, pero la tercera vez fue más feliz y logró finalmente escaparse sin haber sido descubierto. El otro joven es uno que no ha sido novicio; pero parece que viene con deseos de entrar en la Compañía. Es un niño de catorce o quince años; se llama Jacinto Vidal234, estaba de críadito en el Colegio de Barcelona y es puntualmente aquel de quien nos contaron varios padres aragoneses que el día de nuestro arresto había tenido una especie de rapto prodigioso delante de una imagen de Nuestra Señora, de lo cual verosímilmente haríamos mención en otra parte cuando llegó a nuestra noticia. También cuenta este niño mil dificultades que tuvo para salir de España y poder emprender este viaje, de lo que le pasó en Barcelona nada habla en público, aunque es muy regular que se haya explicado con el P. Calatayud o con el P. Idiáquez. Por lo demás es un jovencito inocente, candido, 324. Jacinto Vidal salió de la Compañía en 1771, según el padre Luengo, por no estar de acuerdo con ser coadjutor ya que quería ser escolar; se le vio por Roma en septiembre de ese mismo año, intentando que el General le recibiera otra vez en la Compañía; fue mal recibido por Ricci, pero bien tratado por el P. Montes que le recomendó para la Provincia de Andalucía, de la que era asistente; los jesuítas andaluces lo acogieron por un tiempo, pero después se desprendieron de él. Luengo suponía que tras esta negativa experiencia en Rímini marcharía para España en 1772. 638

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modesto y devoto; muy callado y de más juicio y madurez de la que corresponde a sus pocos años. Como ha de pasar por aquí la Provincia de Aragón se les detiene para ahorrarles el trabajo de ir a buscarla a San Bonifacio, y entretanto se les ha hospedado en el rancho o casa de Burgos. Cuentan estos jóvenes tres cosas bien extrañas que nosotros insinuaremos brevemente. La primera es que aunque se supone que muchos religiosos pretenden para sí este y el otro Colegio de los nuestros, y aunque el Secretario Roda y el Fiscal Campomanes desean que así se haga con todo eso, hasta ahora a ninguna religión se ha dado colegio alguno, y todos están como nosotros las dejamos. La segunda, que en Barcelona se empeñó un clérigo desalmado en que no había de rezar a San Ignacio en su día, como debía hacerlo, y que al miserable le costó bien cara su temeridad, pues antes de acabarse el día del santo, murió repentinamente. La tercera, finalmente, que por orden de la Corte había sido recogida o más bien presa y llevada entre alguaciles una pintura de San Ignacio a cuyos pies estaban tres cabezas de tres heresiarcas325 como todos sabían. (y cuántas más se podían poner abatidas por el santo y por sus hijos). Para una demostración tan ruidosa y de tanto escándalo precedió algún género de causa o proceso, en el cual se dio fácilmente por asentado y bien probado que aquellas tres cabezas lo eran de tres reyes. ¿Puede haber bestialidad, insolencia y blasfemia más horrenda? No parecía posible que se llegase en España, y mucho menos tan presto, a tales horrores y monstruosidades. En las cartas de Genova, que han llegado al mismo tiempo, no se dice una palabra de nuestra partida de este país y mucho menos de que vayamos allá, y haya comisarios encargados de recibirnos y de arreglar nuestro establecimiento y destino. Cosa por cierto bien extraña después que ha cinco o seis días que tenemos aquí las embarcaciones que nos han de llevar allá o a otra parte; especialmente habiendo asegurado con tanta anticipación muchas veces las cartas del mismo Genova nuestro viaje, cuándo se empezaría a pensar en él. Otras cuentan 325. Autores de herejías. 639

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que parece se debe mirar como un prodigio y milagro, aunque me parece que no se ha notado en este diario es cierto que a los jesuítas de Aviñón se les había mandado salir del Colegio señalándoles el día en que a más tardar debían ejecutarlo. Desde el día que se les intimó a aquellos jesuítas este fatal Decreto, empezaron a encomendarse muy de veras al Sacratísimo Corazón de Jesús y a hacerle todo género de obsequios. jCosa prodigiosa! El mismo día que se cumplía el plazo llegó orden de Su Majestad cristianísim en que mandaba expresamente que no se hiciese novedad alguna con aquellos jesuítas. Y así se han quedado con sumo contento y alegría en su Colegio, como estaban hasta aquí. Día 30 de agosto Aun para unos pocos días que hemos de estar aquí no nos quieren dejar en paz estos señores, y en el día han echado de dos cuarticos a unos seis sacerdotes que ha bien pocos días que empezaron a habitarlos. El convoy para San Bonifacio no se mueve porque no le favorece el tiempo; y mientras más tarda en marchar más se dilata necesariamente nuestra partida de este país; y no será poco si se llega a efectuar en estos quince días o tres semanas. Entretanto nuestro estado presente es el más triste y miserable que hemos tenido hasta ahora en este país, y no tiene otra cosa de bueno que la seguridad de que no ha de durar mucho. Con las menos palabras que podamos le representaremos aquí. El orden ejecutivo de embarcarnos el primer día fue causa de que todo se trastornase y revolviese, y la suspensión del embarco, que ha sucedido, siendo ya de varios días y pudiendo ser de más, es causa de que haya necesidad de muchas cosas que estaban recogidas, y no pudiendo nunca ser muy larga y aun pudiéndose acabar a cada momento, quita las ganas de poner las cosas en orden. En mi casa (y lo mismo se debe entender con poca diferencia de las demás) hacen mucha falta algunas provisiones que se vendieron arrebatadamente y a desprecio; y es preciso comprar las mismas u otras peores a precio doble o pasarse sin ellas aunque haya en ello mucho trabajo. Se desbarataron pa640

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ra embarcarlas muchas mesas y bancos, y ahora nos pasamos sin ellos aunque con mucha incomodidad. Pero no es posible pasarse sin mucha ropa de comunidad y particulares; y así ha sido preciso deshacer fardos, abrir y revolver arcas y baúles. También ha sido forzoso volver a levantar un oratorio, especialmente que habiéndose multiplicado los jóvenes en esta casa no caben todos con los coadjutores en otro oratorio que hay y es refectorio al mismo tiempo, aunque se pongan como se hace una mesa de espaldas sobre las otras para hacer algún lugar. Se ha puesto pues un oratorio que se había quitado en un aposentillo con cuatro camas, porque no hay otro más proporcionado y entre los dos se dividen los jóvenes para tener sus ejercicios espirituales de exámenes, oración, etc. Así como hay muy particular empeño, y con mucha razón, en que los jóvenes no interrumpan sus distribuciones religiosas, así lo hay también en que no estén ociosos y tengan alguna cosa de estudio en que ocuparse, y ellos mismos lo desean y piden, porque no se les corten los años de sus estudios. Por esta causa se ha empezado otra vez el estudio con tanta regularidad como si hubiéramos de estar aquí muchos meses. Y para esto ha sido preciso desencajonar los libros que estaban ya preparados para llevarlos al navio. Los que ha cuatro o cinco días que se examinaron de Física han dado principio a la Metafísica, y tienen por aula el aposento de su maestro, en el que hay tres camas y es bien pequeño. Los que empezaron la Lógica poco tiempo hace prosiguen con ella, y se juntan en el aposentillo de su maestro, muy reducido, en el que hay solamente dos camas porque no caben más. A los trece que han venido ahora del noviciado y no empiezan la Filosofía por falta de libros necesarios, que aún no se los pueden ceder los lógicos, les junta su maestro en el oratorio, en que hay cuatro camas, y les divierte y ocupa en algunas cosas de humanidad. En suma, nunca ha sido tan grande la opresión y estrechez en las casas, el desaliño, turbación y desconcierto en ellas, y pocas veces ha sido mayor la falta de víveres y provisiones. A la confusión y miseria dentro de las casas se añade que no hay cosa fuera de ellas que no cause nueva aflicción y congoja. En la ciudad cada día más abatidos y pisados por la prepotencia, im641

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periosidad y humor bizarro de los franceses. En el campo, con el desconsuelo de no tener la más pequeña comunicación con muchos de nuestros hermanos que están en los lugares de esta isla. Ciertos de que vamos a salir de esta tierra; pero inciertos del cuándo, con miedos de que se alargue la partida y acaso nos coja el invierno en viajes por mar o por tierra, y entretanto en un estado, el más violento que se puede imaginar, sin reposo ni quietud alguna. Más incierto todavía y dudosos del país a donde hemos de ir a parar, creyendo unos que vamos a vivir a la ribera de Genova, según dijo el Comisionado francés; temiendo otros, por el modo misterioso de hablar del Capitán de la fragata, que nos arrojen en una playa del Estado de la Iglesia; y sospechando no pocos, aunque más por sus genios extravagantes y sombríos que por algún sólido fundamento, otros paraderos más tristes y trágicos, con lo cual se martirizan a sí mismos y a los que tienen la paciencia de oírlos. Pero ciertísimos al mismo tiempo de que a buen librar nos faltan dos o tres meses de inquietud, trabajo y fatiga en embarcos y desembarcos, en navegaciones y viajes, y en disposiciones para establecernos en el país en que nos dejen, y poder vivir en él con algún sosiego y quietud. Suerte a la verdad tristísima y lamentable, con la cual padecen muchísimo todos los que se hallan envueltos en ella, y sobre todo es amarga, desabrida y dolorosa para los muchos que hacen sobre ella estas u otras semejantes reflexiones. Para estos especialmente no hay otro alivio ni consuelo, ni le puede haber en estas perplejidades, incertidumbres y abandono, que arrojarse intrépidamente en los amorosos brazos de la Divina Providencia y dispuestos a todo dejarse llevar cuando, como y a donde quieran estos hombres en cuyas manos nos ha puesto el Señor.

Día 31 de agosto Murió ayer en esta ciudad un padre anciano llamado Goenaga326 que fue en otro tiempo de nuestra Provincia y después pasó a la de Méjico, y al mismo tiempo que salimos de España 326. Se refiere a Martín Goenaga. 642

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quedaba en Cádiz, o en el puerto, como Procurador de dicha Provincia y para eso vino agregado a los padres andaluces con quienes se ha conservado unido hasta ahora. Se le ha enterrado en la iglesia del Convento de San Francisco y le ha cantado el oficio la capilla de músicos de nuestra Provincia, como lo hace siempre con todos nuestros difuntos. Hay muchos trabajos para lograr un poco de carne con que poner una olla. Los franceses que, en este particular, han prometido tantas cosas aún para proveernos a nosotros, andan faltos de carne para sí y nos arrebatan la poca que nosotros nos procuramos por otra parte. Y así, para lograr un buey para nosotros es necesario hacer dos trampas, cada una bien difícil de ejecutarse. Es necesario por una parte sacarle de trampa o de contrabando del país de los corsos, en lo cual ya suelen hacer la vista larga; y por eso es preciso ocultarle de los franceses, o a lo menos que cuando caigan en cuenta ya esté muerto, hecho pedazos y repartido por las casas. Un pobre de esta ciudad trajo uno de estos días diez o doce vacas y pensaba tener una buena ganancia vendiéndonos la carne a nosotros a un precio bastante subido, que lo hubiéramos pagado con gusto. Pero todas se las embargó el Comandante francés para los enfermos de la tropa. En cambio, nos dejó el señor Comandante con increíble garbo y bizarría (se entiende por nuestro dinero) unas cuantas vacas que tenía un particular; de las cuales casi no se ha comido ninguna, ni se comerá en adelante; porque ha declarado el médico que están enfermas y malas, y que se exponen a perder la salud los que coman de ellas.

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DIARIO DE LA E X P U L S I Ó N DE LOS JESUÍTAS

Septiembre Día 1 de septiembre Marcharon finalmente hoy para Ajaccio, y para pasar después a San Bonifacio a traer a los padres de Aragón, las cuatro embarcaciones que han estado aquí tantos días, y la fragata de guerra que las escolta. Uno de los nuestros que está en Calenzana se ha dejado hoy ver aquí y dice que no tuvo particular dificultad en pasar por las guardias de los corsos; y aún espera, que a su tiempo no la tendrá tampoco en pasar con todas sus cosas para venirse a embarcar. No obstante dice que a los que están en Lumio, que son casi todos los de nuestra Provincia que han entrado tierra adentro, no les dejan venir por tierra, sino que les obligan a pasar desde Lumio a Algaiola, para venir después por mar a esta ciudad. Son muchos los que van enfermando entre la gente de la ciudad, entre los soldados, y entre los jesuítas; y si tardamos en salir de este lugar, estando todos en tanta opresión y apretura, y todos, aun los soldados, mal mantenidos por la poca providencia de los Comandantes y proveedores, se puede temer que al cabo suceda lo que hemos estado temiendo tanto tiempo, y por particular providencia del Señor no ha sucedido; es a saber, que entre alguna peste o epidemia en que quedemos sacrificados todos o la mayor parte. Entre los soldados que hago juicio serán mil y doscientos hombres, son más de trescientos los enfermos. Entre nosotros hay muchos, si bien los más de ellos no tienen otro mal que tercianas. En sólo el rancho, o comunidad que se estableció hace once días en el Convento de los Capuchinos hay ya seis o siete con tercianas. Esta miseria que ha sucedido en tan pocos días a los nuestros hace más verosímil el que los religiosos estuviesen malos en la realidad cuando se excusaron de esparcir por la isla el Decreto de que antes hicimos mención.

Día 2 de septiembre Han procurado los Superiores estos días, y especialmente el P. Provincial, informarse lo mejor que se ha podido del mo644

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do con que debemos ir en las embarcaciones destinadas para nuestra Provincia, en cuanto a la estrechez y apretura y del modo con que se nos tratará en la comida. La estrechez se supone que será mayor de lo que se puede imaginar y que excederá la que tuvimos en los navios españoles en nuestra primera navegación; y así se entró en el proyecto de alquilar o fletar alguna otra embarcación, por nuestro dinero, para no ir tan oprimidos y sofocados. Pero no lo han querido permitir los franceses y sólo se permite el alquilar alguna otra embarcación para llevar en ellas los ajuares y trastos que no puedan ir con nosotros en las mismas embarcaciones, y así se hará. La comida que se nos dará en el viaje, como ya dijimos, será la ración del soldado o marinero. Ración de soldado o marinero a un Ignacio Ossorio, tío de tres Grandes de España, a un José y a un Nicolás Pignatelli327, hermanos del conde de Fuentes, a un Javier de Idiáquez, hermano del duque de Granada, y otros muchos de la grandeza y de otras muchas casas distinguidas y de nobleza muy antigua ¡qué monstruosidad, qué desacato y qué vileza! Será pues malísimo el trato que nos darán los franceses en la navegación, y para que podamos pasarlo menos mal ha enviado el P. Provincial a todas las casas el siguiente aviso:

Advertencia sobre lo que será conveniente llevar en la embarcación Primera. El rancho que fuere nombrado el primero para cada embarcado tendrá cuidado de llevar un barril de los de vino vacío, para que pueda un hermano recibir en él la ración de vino para todos los de aquel navio. Segunda. El rancho así mismo nombrado en primer lugar para cada embarcación tendrá cuidado de llevar alguna olla o cesta para recibir la carne o legumbres. Tercera. El mismo rancho llevará un par de sacos vacíos en que se pueda reservar la galleta que vaya sembrando. Cuarta. Cada rancho tendrá cuidado de llevar platos para 327. Sobre los datos familiares y vida de los hermanos Pignatelli véase la conferencia pronunciada por José A. FERRER BENIMELLI en el Centro Pignatelli de Zaragoza, el 15 de noviembre de 1999, titulada «San José Pignatelli» y publicada en Valencia por la imprenta Nacher. 645

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los sujetos de que se compone el rancho; porque en las embarcaciones no dan ni platos, ni vasos, ni servilletas, ni cucharas. Quinta. Por cuanto está averiguado que no traen las embarcaciones provisión de tocino, convendrá que cada rancho lleve tocino, pero cocido, porque no habrá para poderlo cocer lumbre, la cual no se podrá encender algunos días o sólo podrá servir para cocer otras cosas. Sexta. Tampoco traen las embarcaciones pescado alguno salado y así estará bien que los ranchos lleven alguna porción de este, como también los huevos duros que se puedan. Séptima. Convendrá también llevar algunas legumbres como alubias, etc. Octava. Se hacen diligencias para fletar dos embarcaciones en que vaya todo lo que no puedan llevar consigo los ranchos y se hace juicio que todo cabrá en ellas, y así cada rancho recurrirá al P. Martín Bergaz328, con lista de lo que quiera meter en dichas embarcaciones. Novena. Esta tarde se enviará lista de los ranchos que se han de embarcar en cada navio. Efectivamente, envió Su Reverencia esta tarde la lista del embarco que, en general, viene a ser de esta manera: se señalan ciento sesenta para una embarcación que hay algo grande, pero no tanto como aquellas en que de España vinimos sesenta o setenta. Como unos ciento quince en cada una de las tres embarcaciones, y al modo que nos trajeron de España no son capaces más que de treinta o cuarenta, y otros ciento en dos miserables tartanillas, cincuenta por cada una, que irían bien ocupadas en quince o veinte sujetos. De estas dos tartanillas falta todavía una, y con ella y las doce que entraron antes con 328. Martín Ignacio Bergaz era paisano de Luengo. Había nacido este sacerdote el 31 de julio de 1734 en Nava del Rey, y era prefecto de Gramática del colegio de Pamplona cuando les intimaron la expulsión. Ya en Bolonia fue procurador de la casa Bianchini a la que llegó desde la de Panzano en septiembre de 1769 y, tres años más tarde, ocupó el mismo cargo en la casa de Castellfranco. En 1779 escribió unas coplillas sobre la orden de que los jesuítas se vistieran de seculares, que corrieron impresas por Madrid y también fue autor de un sarcástico memorial en verso dirigido a Azara sobre la falta de ayuda económica que solicitaban los expulsos en 1786. Luengo le atribuía la autoría del romance que, a raíz de la extinción de la Compañía, corrió por Italia y que se suponía realizado por el P. Isla. En 1799 ocupaba cargo de confesor en las parroquias de san Segismundo y santa Cristina de Bolonia y falleció en esa ciudad el 7 de noviembre de 1798. 646

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la fragata de guerra se forma el convoy de doce embarcaciones para las tres provincias de Aragón, Andalucía y Castilla; conviene a saber, cuatro para la primera, tres para la segunda, en cada una de las cuales habrán de ir como ciento treinta o cuarenta, y seis de menor buque para la tercera. Día 5 de septiembre Han ido algunos a reconocer las embarcaciones destinadas para nuestra Provincia y han venido muy descontentos de ellas, y se hace juicio, que será aún mucho mayor de lo que creíamos la opresión y estrechez. Se ha pedido facultad para ir llevando algunas cosas a las embarcaciones y la han concedido, y así se ha empezado hoy con esta faena y trabajo para poderlo hacer con algún sosiego y orden, y no vernos después obligados a embarcar todas las cosas arrebatadamente, cuando aparezca la Provincia de Aragón. Hay su dificultad en orden a venir de Algaiola a este puerto, para embarcarse, los padres andaluces, y desde nuestra Provincia, que estaban en algunos lugares de la isla y se han reunido en aquel puerto. Esta dificultad consiste en que los corsos que mandan en Algaiola no sólo no se creen obligados a obedecer a órdenes que envíen los franceses, sino que hacen un estudio muy particular en despreciarlos y en oponerse a ellos. Y así mientras que el salir los jesuitas de Algaiola aparezca como orden de la Corte de Francia no dejarán los corsos que salga ninguno de ellos, porque no se crea que en su país tienen algún poder y autoridad los franceses. Han llegado noticias ciertas y seguras de la marcha de Bastía de los padres indianos, y con ellos va el P. Janausch de nuestra Provincia, que se había quedado en aquella ciudad para servirlos en lo que pudiese. Pudo ser tres o cuatro días ha su partida, y así apenas han estado en tierra un mes, teniendo en tiempo tan corto todo el trabajo de desembarcar, de establecerse y asentar sus cosas en las casas, como quienes pensaban vivir allí muchos años y volverse otra vez a embarcar, teniendo por fuerza en todos estos movimientos grandísimos gastos y destruyéndoseles por necesidad muchas cosas. A todas estas tropelías y violencias ha expuesto a estos pobres la falta de consejo en la 647

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Corte de Francia o de España, y por ventura en una y otra. Sabemos que han salido de Bastia aquellos padres; pero no sabemos a dónde los llevan; porque ellos al salir del puerto no lo sabían tampoco. Y así en cuanto a nuestro destino estamos en la misma incertidumbre que el primer día. Tenemos a nuestra vista un convoy bastante numeroso, que ha salido de San Florencio, y se sabe que va a Ajaccio para sacar de allí la Provincia de Toledo y los demás jesuítas que se hallan en aquella ciudad. Y así están ya destinados y en camino todos los convoyes necesarios para sacar de esta isla a todos los jesuitas españoles.

Día 6 de septiembre Se va prosiguiendo con el embarco de cosas con más calor y actividad de lo que, a mi juicio, era necesario porque muchos aprenden que se puede dejar ver presto la Provincia de Aragón y que, en tal caso como es muy verosímil, se nos hará embarcar en el día y con apresuración. Y así, aunque esta diligencia de ir embarcando nuestras cosas se empezó a practicar para ahorrar trabajo y confusión por el empeño de hacerlo todos cuanto antes, no deja de haber afán y fatiga y los gastos de la conducción hasta el mueble son mucho mayores. En el día hay muchos particulares que no tienen ya consigo otra cosa suya que el colchoncillo tirado en el suelo y alguna mochila o maletilla y, por lo común, se ven las casas desnudas y sin ajuares. Por lo que toca a estas en que está repartida la comunidad de los escolares filósofos, todos quedamos en el día sin otra cosa que la cama y alguna alforjilla, y las cosas precisamente necesarias para comer y para decir alguna otra misa en un solo altar. No obstante la fatiga y confusión en el embarco de cosas, el desaliño y desconcierto de las casas, se va teniendo aquí y en las demás partes el triduo329 de preparación para la Natividad de Nuestra Señora, con todos los ejercicios espirituales acostumbrados en semejantes días. El señor Gobernador de la plaza nos ha condenado en dos pleitos que nos ha puesto estos días, ciertamente contra toda 329. Ejercicios de culto que se desarrollan durante tres días. 648

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justicia y razón. El obligado de la carne, que nos ha provisto bien mal, no quiso recibir por la que nos ha vendido en estos últimos tiempos el dinero correspondiente al precio en que se había convenido con formal escritura. Acudió al Comandante y éste nos obliga a pagarle lo que él quiere. Un vecino de aquí llamado Echacaldi tiene una casa propia, o siendo de otro que está ausente tiene poderes sobre ella en la cual habitaron antes algunos jesuítas, y al salir de ella pagaron todo el alquiler por entero, según la escritura que se había hecho con consentimiento y tasación hecha por el Gobernador genovés, que mandaba entonces en la ciudad. Se quejó Echacaldi al Comandante francés de que aquella tasación hecha por el genovés había sido muy corta y en perjuicio suyo; y al momento se nos ha mandado que se le dé lo que pide, o con una corta rebaja la mayor parte. De este no extraño, como del proveedor de la carne, que nos haya ganado el pleito aunque injusto; pues al fin tiene dos hermanas no mal parecidas a quienes corteja mucho el marqués de Tylli, las cuales habrán sabido abogar irresistiblemente a favor de su hermano. Después de muchos discursos, medios y arbitrios para ver cómo se había de lograr que saliesen de Algaiola los muchos jesuitas españoles que se hallan allí, se ha encontrado finalmente modo de hacerlo, en el cual convienen sin dificultad los corsos. Este es que los padres Provinciales los envíen a llamar, sin que aparezca en este llamamiento indicio alguno ni sombra de orden de los franceses. Así está acordado y así se ejecutará bien presto. Han llegado, aunque no sé por dónde, algunas cartas de Roma. Nada hay en ellas notable sino el profundo silencio sobre nuestra partida de este país. De donde se infiere claramente que o no nos llevan al Estado Eclesiástico o nos quieren meter en él por sorpresa. Tampoco, por otra parte, se ha podido averiguar nada en el asunto, y así nos estamos en la misma incertidumbre de nuestro destino que el primer día. Cartas de Ajaccio que han llegado también y que hablan ya de su viaje, no sólo no dicen nada del destino de aquellos jesuitas, sino que aseguran que aquellos comisarios no tienen noticia alguna de la Corte de Madrid acerca de nuestra partida de este país, y como que quieren oponerse a ella mientras no reciban órdenes e 649

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instrucciones sobre el caso de la Corte de España. Esto prueba claramente que este suceso de nuestro viaje no es más que un ímpetu y furor francés, del cual dará parte a nuestra Corte después de medio ejecutado, y el Ministerio de Madrid callará a todo, así por su miserable esclavitud al Ministerio de Francia como porque tratándose aquí solamente de oprimir, atropellar y maltratar a los jesuítas, es una cosa muy según del genio y humor. Día 7 de septiembre Son tantos ya los que están con tercianas y cuartanas en la comunidad que fueron a vivir al Convento de los Capuchinos, que, aunque no puede estar nuestro embarco, se han movido los Superiores a compasión de aquellos pobres y hoy se les ha traído a la ciudad y se les ha repartido por varias casas, y la mayor parte ha entrado en la casa de la Teología o de San Luis, y la primera noche que les hospedan han tenido el disgusto de no tener una taza de caldo para los enfermos. Lo mismo ha sucedido en la casa del Espíritu Santo en donde hay algunos en cama, y es muy regular que lo mismo haya sucedido en otras varias casas, aunque yo no lo sepa como lo sé de estas dos, por la casualidad de que estando yo presente vinieron a esta casa de las dos dichas a buscar un poco de caldo para los enfermos y tuvimos el gusto de podérsele dar porque, o por trampa o por tercera mano, se había cogido hoy un poco de carne. Si así anda el caldo y la carne para los enfermos ¿cómo lo pasaran en este punto los sanos? En las demás cosas hay también mucha escasez y falta; y las pocas cosas que se encuentran en el país, y por una suma necesidad se compran, nos cuestan no solamente un precio caro y subido, sino exhorbitantísimo e increíble. En esta miserable gente del país se ha excitado en estos últimos días una especie de furor contra nuestros pesos duros. Ven que nos vamos a marchar y en estas pocas horas que nos faltan quisieran, si fuera posible, arrancarnos todos cuantos pesos duros nos quedan, y miran y lloran como una desgracia y pérdida suya cada peso duro que ven que se ha de embarcar con nosotros. Así se me representa, y no la exagero, la insacia650

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 ble hambre de nuestros pesos duros de esta interesada y codiciosa gente. Ha llegado finalmente una tartana que faltaba para el convoy de nuestra Provincia y en ella creo que ha venido un Decreto que en el día se ha hecho público, firmado del Teniente General Chauvelin, que ha venido poco ha de Francia como Comandante General de la Córcega. En él se manda con toda formalidad nuestra partida de las plazas de esta isla. Si aguarda un poco M. Chauvelin a sacar su Decreto ya estaríamos todos fuera de Córcega cuando llegase, y así justamente se ha mirado como una cosa fría e importuna. El convoy destinado para los jesuítas de Ajaccio se ha conservado siempre a nuestra vista, no habiendo podido en todo este tiempo doblar el cabo Espitel que está al poniente de esta plaza, y al cabo se ha visto obligado a entrar esta tarde en este puerto para aguardar tiempo favorable. Con más felicidad camina hacia San Bonifacio el convoy que salió de aquí destinado para la Provincia de Aragón, pues las cartas de Ajaccio cuentan que ya había salido de allí con viento favorable. Las mismas cartas de Ajaccio cuentan que se ha publicado allí, con toda formalidad, un Decreto del Rey de Francia, por el cual Su Majestad Cristianísima destierra de su isla de Córcega (que lo será cuando Dios quiera y a lo que parece no lo será sin mucha sangre) a los jesuítas de Bastia y Ajaccio. No hay más jesuítas en toda esta isla, que unos ocho o diez en Bastia y cinco o seis en Ajaccio. Y la cosa va tan ejecutiva, que en esta última ciudad ya está concluido este negocio. El caballero de Narbona Mariscal de Campo y Gobernador en Ajaccio, de quien hablan muy bien las cartas, no quiso por su buen corazón hacer la ejecución por sí mismo y dio la comisión a otro oficial, encargándole mucho la atención buen término y humanidad con los padres. Fue el oficial al Colegio con un buen piquete de soldados, intimó a los padres el Decreto del Rey y se apoderó de todo. A los padres se les dejó llevar sus cosillas, y aun se usó con ellos la franqueza de dejarlos coger en la librería algunos libros de su gusto; se les ha señalado su pensión, poco más o menos como la nuestra, y ya están efectivamente fuera del Colegio; y el Mariscal Gobernador tu651

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vo la bondad de convidarlos a su mesa el día que salieron de él. Al momento, aún a vista de los mismos padres se empezó a hacer almoneda de todo, hasta de los cálices y vasos sagrados, y es muy regular que antes de quince días venga a parar aquella iglesia y Colegio en almacén o cuartel de soldados. En Bastía, aunque no lo sabemos, se debe suponer que se habrá ejecutado lo mismo; y los jesuítas de una y otra parte marcharán a su Provincia, que es la de Genova y Milán. Y de aquí, que por haber entrado de algún modo en posesión de esta isla los franceses, los hombres más a propósito para revolverlo todo y causar novedades en el mundo nos hallamos en bien pocos días con una no pequeña novedad. No ha quince días que estábamos en la Córcega, quietos y sosegados más de tres mil jesuítas y antes que pasen otros quince no habrá en ella ni uno; ni natural, ni extranjero, a excepción de algunos pocos que estén impedidos y no puedan embarcarse. Día 8 de septiembre

Mientras estamos aquí miramos, de algún modo, como propios los sucesos entre corsos y franceses y así diremos brevemente el estado de este negocio. Los franceses han esparcido por la isla aquel Decreto de que antes hablamos, y que costó tan caro a los religiosos capuchinos. Hablaba en él el nuevo Comandante General Chauvelin; y en él, además de la intimación con amenazas de sujetarse a la Corona de Francia, había una suspensión de armas por ocho días, para que en este tiempo deliberasen sobre el partido que querían tomar. Han tenido los corsos sus juntas o congresos de la Nación y allí, sin detenerse mucho en consultar y conferenciar, han resuelto defender su libertad hasta derramar la última gota de su sangre, y efectivamente están llenos de coraje y ánimo, y dicen con franqueza unas expresiones tan temerarias y bárbaras, en orden a explicar su determinada resolución de defenderse hasta el último aliento, que se puede temer mucho que se derrame mucha sangre de unos y otros, antes que lleguen los franceses a ser señores de la isla. 652

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Más que el negocio de la paz y de la guerra les ha ocupado a los corsos en sus juntas una especie maligna que, aunque falsa y calumniosa, se había hecho algo probable y había tomado algún cuerpo por la industria de los franceses. Estos señores que, aunque buenos soldados, son mucho más poderosos que con las armas, con las máquinas, ardides, enredos y diabluras, no han perdonado a medio alguno de fieros halagos y promesas para ganar algunos de los principales entre los corsos; en lo cual hasta ahora han estado poco felices. Todo esto es nada, y todo se les pudiera disimular en comparación de la manera con que se han portado con el General Paoli. No era posible ganar a este hombre por medio alguno, y así tomaron el partido de desacreditarle y hacer de esta manera que la Nación corsa perdiese el amor y confianza que tiene en su General; y si lo hubieran conseguido los franceses era un golpe decisivo para la Córcega. ¡Cuánto embarazo era para la Nación el elegir en estas circunstancias otro General! ¡Cuan fácil que en semejante elección se dividiese en bandos y facciones! Y en cualquiera de estos dos casos, los franceses que están a la mira en un día se apoderarían, con la mucha tropa que tienen, de toda la Córcega. Y aunque los corsos, con toda brevedad y concordia, lograsen elegir otro General, siempre iban a ganar mucho los franceses; pues saben muy bien que no encontrarían los corsos en su Nación otro hombre comparable con el grande Pascual Paoli. Para lograr este su intento los franceses han esparcido con franqueza por todas partes que Paoli es amigo de la Francia y que es del todo francés. Un tomo entero pudiera escribir, si quisiera recoger las expresiones que se han oído aquí a los oficiales franceses, para que todos creamos que Paoli es de su partido y está ganado por la Francia. Paoli, dicen, «ya estuviera en París y bien premiado, si la Francia no le detuviera en Córcega para ganar y atraer a sus paisanos. El, su hermano Clemente y su sobrino Barbago tiran sueldo de la Francia», y otras muchas semejantes a estas. Para dar algún cuerpo a esta infame y grosera calumnia, se han valido oportunamente de la defensa no muy vigorosa que hizo el último en el ataque entre Bastia y San Florencio, en el cual quedó prisionero de guerra; 653

DIARIO

DE

LA E X P U L S I Ó N DE

LOS JESUÍTAS

y ahora le tratan los franceses con muy extraordinaria atención, cortesía y generosidad, para que se crea que agradecen y premian en él algunos servicios de la mayor importancia. El General Paoli viendo que estos malignos rumores esparcidos por los franceses iban haciendo alguna impresión en sus nacionales, ha procurado con todo empeño justificarse de una tan infame tacha. A este fin ha presentado en las juntas de la Nación las cartas originales del gabinete francés, en las cuales se le promete todo lo contrario de lo que está haciendo. Ha presentado también cartas originales del Ministerio de Londres, con las cuales ha acreditado su celo, actividad y solicitud en procurar a la Nación los socorros y la protección de los ingleses. Con unos documentos tan auténticos y decisivos quedó enteramente satisfecha la Nación de los corsos de la buena fe y de la conducta de su General, más irritada con los franceses por sus artes infames y malignas y más animosa y resuelta a entrar en guerra bajo el mando y órdenes de su Comandante y Gobernador Paoli. Y es muy creíble que hacia Bastía y San Florencio, en donde está la mayor parte de la tropa francesa, hayan empezado ya las hostilidades. Llegándose hoy a la ejecución de enviar por los jesuitas que están en Algaiola, ha estado precioso nuestro gran Comandante marqués de Tylli. Sobre un pie dio en un momento cuatro órdenes diferentes y al cabo se sigue la última, que al Comandante y a los demás franceses no les tiene de costo más que una palabra. El primer orden fue que marchasen a Algaiola por los padres unos falucones italianos que hay en el puerto; pero habiéndosele ofrecido a él mismo, o advertido otros, que los napolitanos no harían el viaje de balde y costarían algún dinero, luego revocó este orden. El segundo fue, que marchasen a Algaiola los botes y lanchas de las embarcaciones del convoy; y el tercero detrás de este, que fuese una de las embarcaciones grandes; pero uno y otro se suspendió; porque los franceses no acabaron de perder el miedo de que los corsos no se apoderasen de sus embarcaciones, por más que hubiese salvoconducto. Salió pues el cuarto orden de la inagotable providencia de nuestro Gobernador; que vengan los jesuitas de Algaiola a su 654

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modo y a su cuenta; y como a este orden nadie, que le haga fuerza puede replicarle, será el que vaya adelante. Día 9 de septiembre Aunque esta noche ha habido una tempestad muy fuerte, con todo eso salieron a buena hora para ir a traer de Algaiola los jesuítas que están allí, o parte de ellos, dos tartanillas fletadas a nuestra cuenta. En el día mismo debían volver; pero el aire está fuerte y contrario y el mar se ha levantado mucho, y así no es extraño que no se hayan dejado ver. Por lo mismo que es malo el viento para venir de Algaiola, que está a nuestro Oriente, lo es también para ir desde aquí a Ajaccio, y así se está sin moverse en este puerto el convoy destinado para la Provincia de Toledo. Para venir de Ajaccio a esta ciudad es un viento muy bueno, y así ha venido de allá un barco y las cartas que ha traído sólo cuentan el solemnísimo desaire que ha hecho la Corte de Francia a la de España sobre el negocio de las familias griegas. Llegaron a Ajaccio el navio de guerra y dos grandes embarcaciones del convoy de los padres indianos y venían como a cosa hecha, pues todo estaba concertado a tomar a su bordo las dichas familias griegas y llevarlas a un puerto de España. El Gobernador francés en Ajaccio se opuso a ello, y dijo que no lo podía permitir hasta dar parte a su Corte y recibir su respuesta. Vino al cabo la respuesta de París y esta fue un no redondo; y así marchó en diligencia el navio y las otras embarcaciones, con el disgusto que se deja entender, habiendo quedado tan desairados. El Ministerio de Madrid, y el gran Fiscal Campomanes, de quien nacen todos estos fanáticos proyectos de populación, callarán y sufrirán en paciencia y silencio este solemne desaire; pues no se trata aquí de oprimir y pisar a pobres religiosos, que no les pueden hacer resistencia alguna, para lo cual principalmente y aun únicamente tienen valor, ánimo y entereza. Día 10 de septiembre Por no repetir una misma cosa a cada paso, no hemos notado la suma miseria que ha habido estos días pasados en pun655

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to de comida. Es un milagro el día que se encuentra alguna otra libra de carne para poner una ollita para los enfermos. Entre los sanos, puede ser que no lleguen a ocho los que en estos días han probado la carne. La comida regular de todos es un poco de bacalao, de que había alguna provisión en las casas; y hay alguno que llega a comer un par de huevos, es un gran regalo y una comida espléndida. Por la misma razón de no repetir una cosa muchas veces, no hemos vuelto a notar que el precio de los que nos vemos precisados a comprar, después de ser muy subido y exorbitante, se ha ido todavía aumentando casi por momentos. La pena y sentimiento de esta miserable gente por ver que aún nos llevamos algunos pesos duros, les saca fuera de sí, y por cada cosilla que nos vende, quisiera arrancárnoslos todos. Como no hay libros en que ocuparse y los días son tan largos que se cansa uno de parlar, me he divertido algunos ratos en leer una colección de papeles pertenecientes a nuestras cosas, que trajo consigo uno de los jóvenes escolares que desde Bastia vinieron aquí los días pasados. Hay en ella cosas muy curiosas que yo conservaría con mucho gusto si hubiera tiempo y oportunidad para sacar copias. No puedo contenerme sin decir una palabrita de tres papeles que he leído en dicha colección. Uno es una carta de los novicios de la Provincia del Paraguay, escrita desde su reclusión en Jerez, al padre Juan de Escanden sujeto grave de la dicha Provincia330. Está esta carta de los novicios tan tierna, tan pavorosa, y tan según el espíritu de Jesucristo que no es posible leerla, sin enternecerse y sin que se asomen las lagrimas a los ojos331. Muy diferente de la carta de los novicios es una circular o encíclica del General de los carmelitas descalzos de España. ¡Qué expresiones en ella de alegría, de gozo y de júbilo por la ruina en España de la Compañía de Jesús!, y después de esto por todas sus líneas destila, o por mejor, chorrea ambición, es330. Sobre Juan Escanden y del Solar, véase FURLONG, G., José Peramás y su Diario del destierro, 1768, Librería del Plata, Buenos Aires, 1952, p. 19 y BATLLORI, M., op. cit., p.353. 331. Nota del autor: «Se halla en el T. I de Papeles Varios, p. 135».

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píritu de mundo, lisonja y adulaciones de los que mandan. Y esto es todo el contenido de esta gran carta. El tercero es otra carta del Ilustrísimo D. Manuel Abad Illana, monje mostense, Obispo de Córdoba de Tucumán332. La escribió después del arresto de los jesuitas de aquella ciudad a los convictores de un seminario que estaba a la dirección de los jesuitas para consolarlos en la aflicción que tenían por haber perdido sus maestros. Se resiente mucho la carta de este Ilustrísimo de la baja educación que tuvo en Valladolid, siendo hijo de un chocolatero; y así está sumamente zafia y ordinaria, y con varias expresiones indignas de un príncipe de la iglesia. Por lo demás esta muy simple y necia y toda ella se reduce a alabarse a sí mismo y a venderse, por capaz de desterrar de todo el mundo la doctrina de la Compañía333. ¡Pobre hombre!, cuyo capital de doctrina y condición no pasa de la de un muy mediano Doctor de Salamanca en donde le conocimos muchos de los que estamos aquí y le oímos hablar muchas veces en aquella Universidad, sin admiración ninguna, ni nuestra, ni de otros de su gran saber y extraordinaria ciencia. Puede ser que llegue algún día en que estos y los demás regulares, que a una mano triunfan y saltan de placer por el destierro de los jesuitas, tengan que llorar por esto mismo de haber sido arruinada la Compañía. Día 12 de septiembre Estos días pasados se ha mantenido siempre el mar muy alborotado y el viento de poniente y así no han podido volver las tartanas que fueron el día nueve a Algaiola. Hoy ha estado el mar un poco más manso, y el viento se dobló un poco; y así se dejaron ver presto las tartanas trayendo a su bordo todos los 332. El P. Luengo escribió en 1769 unas líneas sobre la visita de Illana a las reducciones del Paraguay, y en la Colección de Papeles Varios, t. 4, p. 11, y copió la entrega de una licencia para confesar que otorgó este prelado al P. Lorenzo Casado, jesuíta perteneciente a la provincia de Paraguay. Abad Illana fue secretario de la Comisión de Jesuitas en A.H.N., Estado, leg. 3.517. Cuando murió, en 1781, el P. Luengo redactó una pequeña biografía de Illana que puede consultarse en su Diario, t. XV, p. 696. 333. Nota del autor: «En la pág. 149 del tomo I de papeles varios, hay carta de los colegiales a los jesuitas, y en la 151, está la del señor Obispo de Córdoba». 657

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jesuítas que pudieron entrar en ellas. El P. Provincial de Andalucía ha tenido la atención de enviar desde luego unos catorce de nuestra Provincia que, como antes se dijo, se habían reunido allí, retirándose de los lugares en que vivían. Los más de ellos vienen o enfermos o convalecientes. Y han metido su colchón en donde han podido. En mi casa y en mi cuarto ha entrado un hermano mío, que fue el primero que entró a vivir en los lugares de la isla, habrá como unos once meses, y con su venida ha quedado mi aposentillo tan cubierto de colchones como si estuviera esterado en ellos. Cuentan estos huéspedes tres cosas que notaremos brevemente. La primera es la suma incomodidad con que han vivido en Algaiola, unos doce días que se han detenido allí, no teniendo para todos los catorce, más habitación que una pieza algo grande pero muy desabrigada, la cual les servía de todo, hasta de cocina. La segunda, que entre los corsos reina una especie de furor y de despecho en orden a defenderse y hacer guerra a los franceses y a padecer todos los males y miserias imaginables antes que sujetarse a ellos. La tercera, que en Lumio, que es el lugar más cercano de esta ciudad, se preparan de todos los modos posibles para impedir la entrada a los franceses. Cortaduras, baterías a su modo y fortines en los caminos que son de suyo bien ásperos y escabrosos. Dentro del lugar cerrada la entrada por todas partes por donde pueden llegar los franceses cerrada la comunicación de unas calles con otras, de modo que está hecho el lugar un laberinto en que sólo pueden entrar y salir los mismos corsos y, además de esto, todas las casas que regularmente son de piedra tosca, pero bastante fuertes, están dispuestas a manera de fortines sin ventana ninguna por el lado en que pueden ser atacadas y con troleras para poder hacer fuego desde ellas. Toda la gente del lugar hasta los curas están armados y tienen entre sí repartidos los puestos y ordenadas todas las cosas para ayudarse y sostenerse cuando haya necesidad. Las mujeres no han de estar tampoco ociosas y tienen repartidas entre ellas los oficios de recoger los heridos y cuidar de ellos, de dar refrescos en tiempo de combate, proveer de municiones, cargar los fusiles, pues hay muchos que tienen dos y cuatro y no faltan entre ellas quienes 658

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manejen el fusil tan bien como los hombres. Según la determinación furiosa de los corsos de no sujetarse a los franceses, y las disposiciones que hace para defenderse de sus armas, no hay duda alguna en que con la ventaja de la artillería, en la cual exceden mucho los franceses a los corsos, no han de sujetar la Córcega sin mucha sangre y sin tal ventaja acaso no la sujetarían jamás. Hacia el medio día llegaron de San Florencio unos cuatro barcos pequeños cargados de bueyes. Unos vinieron destinados para la tropa y los otros los traía para nuestra provisión un aventurero o trujimán llamado El español. Este buen hombre, que confiesa que nos debe mucho por lo que en este año ha ganado por nosotros, viéndonos en tan grande necesidad se determinó aun con mucho peligro de perderlo todo, a buscar alguna carne con que socorrernos, y para que fuese la cosa mejor, pidió licencia para ello al Comandante francés que se la dio con mucho gusto. Había logrado su intento y venía contentísimo por podernos hacer ese servicio en muestra de su agradecimiento. Pero se le ahogó presto su gusto a él y a nosotros se nos frustró la esperanza de tener algún alivio por la crueldad, sevicia y vileza de los franceses. Si solamente a nosotros nos hubieran llegado, bueyes y mandaran aquí no digo unos hombres humanísimos y afabilísimos, como dicen que son los franceses, sino solamente racionales, tomarían para los oficiales y enfermos la mitad de los bueyes y la otra mitad la dejarían para nuestros enfermos. Si por el contrario solamente les hubiera venido a ellos provisión de bueyes y tuvieran no digo cristiandad y caridad, sino sólo un rastro de humanidad, debían darnos alguna cosilla de ella para socorrer nuestros pobres enfermos, pero venirles a ellos una buena porción de bueyes, al mismo tiempo que llegan algunos para nosotros, y quitarnos los nuestros, no se si lo harían los turcos y moros si estuvieran de guarnición en esta plaza. El pobre español que se halló con esta novedad no esperada, pasado de pena y sentimiento vuela en busca del Comandante, le reconviene con su licencia y pasaporte, le protesta las muchas obligaciones que tiene a los padres, a quienes es deudor de todo lo que tiene y de que por servirles y mostrarles su agradecimiento había emprendido 659

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con no poco riesgo este viaje, ruega y suplica de todos los modos posibles y al cabo consigue que se nos de medio buey o a lo sumo uno, que repartido entre todos tocaremos a cuarterón. Hoy mismo llegó también un falucón napolitano cargado principalmente de gallinas y huevos. Se apoderaron al momento de él los franceses y tomaron todo lo que quisieron y al precio que ellos le pusieron que no sería excesivo. Para nosotros dejaron algún deshecho, para que nos lo vendiese al precio que se le antojase. Como es tanta la necesidad que hay, especialmente para los pobres enfermos, luego acudieron casi de tumulto de muchas casas a comprar lo que había quedado en el barco; y las gallinas flacas y pequeñas que habían dejado los franceses, se compraron a diez reales cada una y unos pocos huevos que habían dejado también a siete cuartos el par. Ayer salió de aquí la fragata que escolta el convoy para Ajaccio, cuyo Comandante es un oficial a quien llaman el caballero de Módena. Como el viento era fuerte y en popa, para ir desde aquí a San Florencio, más volando que navegando, pudo llegar allá en dos o tres horas. Ni ayer ni hoy hemos podido saber el verdadero objeto de este arrepentido viaje, pero se puede creer que a la fragata se le debe el que se enviase de aquel puerto alguna provisión de carne para la tropa. Hoy ha vuelto de San Florencio, y desde el mar ha llamado con señales, las embarcaciones del convoy, las cuales levantaron las áncoras al momento y van caminando con viento favorable hacia Ajaccio.

Día 13 de septiembre Los padres andaluces, que vinieron de Algaiola juntamente con los de nuestra Provincia, pasaron inmediatamente desde las tartanas a vivir en una de las embarcaciones destinadas para su Provincia. Estos pobres se han hallado hoy en suma miseria y falta de todo para poder comer alguna cosa. De Algaiola no trajeron provisiones para comer o porque no las tenían o porque no creyeron que aquí fuese la carestía tan grande; y así por poder comer hoy y recoger alguna cosilla para algún otro día, han andado de casa en casa por las de su Provin660

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cia y de la nuestra, pidiendo por caridad alguna cosa y en esta mía se les pudo dar un poco de bacalao por el cual nos dieron muy rendidas gracias. Por esto aunque han ido hoy otra vez las tartanas a Algaiola, se les ha ordenado que o traigan consigo que comer o no se dejen ver aquí hasta el tiempo de embarcarse y marchar.

Día 14 de septiembre Con el día se descubrió, como a rumbo de Genova para este puerto, una embarcación en la cual bien presto los catalejos descubrieron algunos curiosos que venían muchos jesuitas. Se extendió luego esta voz por la ciudad y arrabal y no tardó en verse coronada la muralla de la plaza de jesuitas más que pudiera estarlo de soldados como si estuviera para ser asaltada de enemigos. Conforme se iba acercando la embarcación, se iba reconociendo con más certeza que venían en ella muchos jesuitas causando esto en todos grande pasmo y asombro y aun confusión, no pudiendo comprender qué jesuitas serían aquellos ni de dónde podían venir. Era increíble la variedad de opiniones sobre el caso; e imponderable la curiosidad, y expectación en que estábamos todos. Acercóse finalmente, como a las nueve de la mañana, a donde podía oír la voz del centinela, hízose entre nosotros un mudo y profundísimio silencio y el soldado les hizo las preguntas acostumbradas. ¿De qué Nación? ¿Qué carga? ¿De dónde viene? Y habiendo entendido que de Ajaccio, salimos de nuestro cuidado y duda y se siguió entre nosotros un grande alboroto y un bullicioso murmullo de alegría y contento, viendo finalmente llegada la hora de nuestra partida. Efectivamente, antes de media hora, ya tenían orden los provinciales de que nos embarquemos mañana todos; la que fue comunicada al momento a todas las casas y así, se ha pasado el día en preparar lo que se puede para que mañana haya menos que hacer. La causa de haberse apartado esta embarcación de las otras fue un golpe de viento, que por la noche la llevó mucho más allá de lo que era necesario y por esto se dejo ver esta mañana a un rumbo tan diferente del de Ajaccio. El resto del convoy se ha descubierto al rumbo regular en el 661

D I A R I O DE LA EXPULSIÓN DE LOS JESUÍTAS

cabo Espitel, y ha empezado a entrar, y las embarcaciones que no han llegado a echar áncora lo podrán hacer por la noche o por la mañana. Día 15 de septiembre Octava de la Natividad de Nuestra Señora. Día último de nuestro destierro o prisión en esta plaza o presidio de Calvi, y en el cual vamos a dar principio a una navegación para ir a donde nos quieran llevar los franceses y nosotros no sabemos; pero estamos bien seguros, como ya insinuamos en otra parte, que es muy difícil y aun imposible, que encuentren en todo el mundo un rinconcito peor que este, especialmente con las dos miserias que ahora le afligen de hambre y de guerra. Por esto, y más principalmente porque el testimonio de nuestra inocencia y de la Compañía y la bondad del Señor nos dan prendas seguras de que en cualquier parte del mundo en que nos dejen, no nos faltará su amorosa providencia y particular protección; va toda la gente alegre, contenta y gustosa. Por lo demás, ha sido un día de suma fatiga y trabajo que nos sería imposible explicarle de modo que se pueda entender; no obstante, para que se pueda formar alguna idea del afán y confusión que ha habido, habiéndose de embarcar casi dos Provincias enteras, diremos alguna cosa de lo que ha pasado en esta casa y a nuestra vista. Y por aquí se podrá entender, de algún modo, lo que ha pasado en las otras y la confusión en general concurriendo todas a hacer lo mismo en un mismo día. Nos levantamos mas temprano que de regular, se dijo solamente una misa, y a ella comulgamos todos para alcanzar del Señor, por medio de la Santísima Virgen, un feliz viaje y la gracia de acertar a llevar en paciencia los trabajos que no pueden faltar en él. Tomado brevemente el desayuno, todo el mundo echó mano al trabajo; a liar colchones, a hacer sus alforjillas, mochilas, o maletas, y a disponer otras mil cosas que por más que nos habíamos quedado a la ligera era forzoso conservar como oratorio, ajuares de refectorio, cocina, alguna ropa, etc. En ordenar todas estas cosas, bajarlas a la calle, para que las llevasen al lugar del embarco los hombres del trabajo, se gastó to662

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da la mañana y parte de la tarde, sin haber tenido un momento de reposo, sino el tiempo preciso para comer. Como a las cuatro y media de la tarde, ya estaba enteramente desocupada la casa, y echándose los más al hombro alguna mochila de las cosas que es necesario llevar a la mano, fuimos de comunidad con el P. Rector a la iglesia a visitar al Santísimo Sacramento y tomar su última bendición y, desde la iglesia, nos fuimos en derechura por el camino encubierto y puerta falsa de la ciudad, a esperar a la orilla del mar el bote, para ir a la embarcación que nos está señalada. Ha sido el Señor servido de agravar notablemente los trabajos de este día que llevamos ya referidos y que aún nos faltan que referir, con una lluvia casi continua y a veces muy copiosa que nos ha mortificado mucho. Nunca más que hoy necesitábamos de un día apacible y sereno, y ha sido tan al contrario que no hemos tenido día de tanta lluvia como este en los catorce meses que hemos estado en Calvi, y aun me atrevo a decir, sin miedo de faltar a la verdad, que toda el agua que ha caído en todo el tiempo de nuestra estancia en esta ciudad, reunida en un sólo día, no sería más que la que hoy ha venido sobre nosotros, pues en realidad es un país, este de Calvi y su comarca, en que llueve muy poco334. Como no era posible estarse encerrado en casa siendo preciso salir para mil cosas, todos nos hemos mojado mucho y bastaba el viaje desde casa a la iglesia, y desde aquí a la orilla del mar, y más habiendo esperado allí un buen rato a pie quieto para habernos pasado de 334. La intensidad de precipitación que relata el P. Luengo es característica del litoral mediterráneo en esos meses tardoestivales, mediados de septiembre a mediados de noviembre, y podría estar vinculada a un embolsamiento de aire frío en las capas altas de la atmósfera, coincidente con una circulación azonal de la corriente en chorro, agravada por las cálidas temperaturas que durante el verano atesora el Mediterráneo. En la actualidad, estos fenómenos naturales han recibido la denominación periodística de «gota fría» y se les atribuye tales riesgos que, generalmente, ponen en alerta los servicios de protección civil. Pero los jesuítas castellanos, acostumbrados a un clima continental, desconocían este fenómeno y sus peligros, además ni estaban en condiciones de elegir la fecha de embarque ni era menor el riesgo de quedarse en una isla en la que estaba a punto de estallar la guerra. Sobre los fenómenos meteorológicos mencionados véase: GIL OLCINA, A. y OLCINA CANTOS, J., Climatología general, Ariel Geografía, Barcelona, 1997, pp. 293-296 y 417-420. 663

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agua, habiendo estado lloviendo con fuerza todo este tiempo. Por la misma razón se han mojado mucho los colchones y toda nuestra ropa, habiendo estado mucha parte de ella tirada horas enteras a la orilla del mar y lloviéndole encima. Como al ponerse el sol acabamos de llegar a la embarcación todos los de mi casa y encontramos ya allí a las dos casas de San Ignacio y San Ambrosio en número como de unos cincuenta entre los dos. Encontramos la embarcación sumamente embarazada, todo en confusión y tumulto. Muchas de las cosas que habíamos enviado de tierra, y especialmente colchones, estaban todavía en el piso alto del navio, o porque no había habido tiempo para ponerlas a cubierto, o porque no había dónde meterlas. Lo mismo sucedía a las personas y a los ajuares. Unos cuatro o seis se habían podido esconder en una camarita estrechísima del Capitán, unos pocos estaban pegados y abrazados debajo de un andrajillo de toldo que ya se pasaba del agua, el resto, que era la mayor parte, estaba enteramente al descubierto, recibiendo a pie firme toda el agua que caía del cielo, que era mucha. Otros dos compañeros y yo pudimos, en un rincón del navio, meter la cabeza debajo de una tabla, quedando todo lo demás del cuerpo descubierto enteramente a la lluvia. Es preciso reconocer que en un día de tanto tumulto y alboroto no era posible tomar del todo las medidas convenientes pare evitar esta confusión. Pero también es forzoso confesar que los diputados, para cuidar del embarco y de acomodar las cosas, no han tenido gran talento para desempeñar su comisión y que en mucha parte tienen la culpa de este trabajo algunos padres procuradores que persuadidos, por un lado, de que la navegación ha de ser de muy pocos días y por otro, de que la madera vale mucho en Genova y su Estado, a donde suponen que nos llevan, han cuidado más de meter en la embarcación aún las tablas y palos más despreciables que de dejar lugar en que acomodarse los sujetos. Hízose bien presto de noche y se aumentó no poco la confusión, vehetría y alboroto, como era regular, prosiguiendo la lluvia y habiendo sobrevenido una obscuridad tan grande, que no se veía así mismo las manos. Y qué diré cuando se siguió dentro de poco la cena. Es664

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pecialmente habiendo tenido el cocinero o despensero tan poco talento para prepararnos lo que habíamos de cenar, como los procuradores para disponernos la embarcación. Se caía de su peso darnos de cena un poco de fiambre, una tortilla o unos huevos duros si los había, en fin una cosa seca de cualquier especie que fuese, y en lugar de ésta dispusieron un estofado o guiso muy caldoso, como sí hubiéramos de cenar sentados a una mesa con toda quietud y sosiego. Si la obscuridad hubiera permitido observar bien los pasajes y visiones de esta cena o ahora quisiera informarme, y después me viniera la gana y habilidad para representarlas con viveza, formara una divertida comedia o un gracioso y festivo entremés que divertiría y sacaría la risa, mezclada de alguna compasión, a los más graves y austeros lectores. Más de cien hombres en una pieza no grande, llena de embarazos y tropiezos, todos en pie, cayendo sobre ellos una lluvia copiosa en una suma obscuridad sin ninguna luz; qué figuras tan ridiculas no presentarían al haber de tomar la cena en este estado, faltando por otro lado todo lo que sirve para que semejante función se haga con aseo y limpieza, con método y concierto. Los tres que estábamos cobijados debajo de una tabla fácilmente nos habíamos determinado a pasar la noche sin cena. No obstante uno de los tres quiso probar a ver si se podía hacer a las manos alguna cosilla con que tomar un bocado. Emprendió pues el arduo viaje desde la proa, en donde estábamos, hasta cerca de la popa, en donde estaba el fogón y se repartía la cena. Al cabo (cuántos tropezones en cables sogas y otros mil enredos de la embarcación y cuántos empujones y codazos de los que estaban en medio, supone esta palabra al cabo), al cabo trajo consigo un poco de pan y un plato lleno más de caldo frío que de tajadas. Una mano de cada uno, con que sosteníamos el plato, servía de mesa y la otra nos sirvió de tenedor, de cuchara, de cuchillo, de servilleta y aun estoy por decir de boca y de estómago; pues más se le pegó a ella que no a estos. Pero al fin la festividad y alegría, la bulla y risa con que nos reíamos de nosotros mismos sirvió para sazonar una tan escasa y miserable cena; en la cual nos fue mucho más sensible el no haber podido coger un poco de agua o de vino 665

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con que apagar la sed, que nos mortificaba bastante. Importaba poco que la cena hubiese sido de esta o de la otra suerte, y aunque hubiese faltado del todo no era para los más grande trabajo. Cosa más seria y de más monta era el ver cómo se había de pasar la noche poniéndose siquiera a cubierto de la lluvia, que proseguía y podría durar toda la noche. Pero ¿cómo poder lograr esto? En la camarita del Capitán entraron cuatro o seis de los ancianos y ya no cabían más. El entrepuentes, que es una pieza más capaz y destinada para dormitorio de todos, estaba tan lleno de montones de colchones liados, tan atascada y cerrada la puerta o agujero de la entrada, que era imposible entrar allá dentro ninguno. Todo el mundo veía la dificultad y casi imposibilidad de remediar este desconcierto y así estábamos ya resueltos y abandonados a pasar todos la noche al descubierto, recibiendo sobre nosotros, a pie firme, la lluvia que el cielo quisiese enviarnos. En este aprieto y trabajo grandísimo, que no dejaba de causar algún desconsuelo, ya bien entrada la noche, entró en el empeño de socorrernos el P. Juan de Alustiza, Rector del Colegio de San Ambrosio, hombre de corazón, de ánimo y de muchas fuerzas335. Tomó consigo algún otro sacerdote joven y de valor, y algunos coadjutores de buenos puños. Arrastrando y a gatas, rompiendo por aquellos rimeros de colchones, entraron allá dentro y con un trabajo ímprobo e inexplicable, andando a la rastra o rodando y cuando con más desahogo de rodillas, fueron extendiendo e igualando de algún modo los colchones así liados y enrollados como estaban; pues lo demás era imposible, y a vuelta de un gran rato de tiempo y a costa de una inmensa fatiga, lograron dejar franca la puerta y la pieza del entrepuentes como enladrillada de aquellos fardos y envoltorios desiguales. Hecha esta grande operación fue entrando la gente en aquella pieza a gatas, no pudiendo de otro modo por no haber de hueco entre aquellos rollos y el techo más que una media vara algo larga, y poniéndose pegados y cosidos unos 335. El P. Alustiza era rector del colegio de San Sebastián. Falleció en Bolonia el 20 de abril de 1795. 666

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con otros no pudieron entrar más que de sesenta a setenta; y así unos treinta, poco más o menos, quedaron al descubierto, sin otro abrigo que un miserable toldo pasado enteramente del agua. Día 16 de septiembre Ya se entiende bastantemente, sin que lo digamos aquí, cómo se habrá pasado la noche con tales camas y sin haberse desnudado ninguno, sino a lo más quitarse los zapatos, necesitando por estar pasados de agua mudarse desde los pies a la cabeza. Los de abajo, mal echados sobre aquellos turumbones y sofocados del bao y calor, como era preciso en una pieza tan baja, tan llena de hombres y sin más respiradero que la estrecha puerta de la entrada, lo han pasado muy mal. Mucho peor lo han pasado todavía los pobres que han quedado al descubierto. Prosiguió la lluvia una buena parte de la noche y, habiendo después arrasado, sobrevino hacia la mañana un frío que les mortificó mucho. Con todo eso ha salido esta mañana toda la gente alegre, contenta y sin pesadumbre alguna. A la verdad, si los trabajos del día de ayer, tanto afán y fatiga sin un momento de reposo, tanto sudor propio, mezclado con el agua que caía del cielo, tan mala cena y peor cama, secándose sobre nuestros cuerpos la ropa empapada en agua y chupando, además de eso, la humedad de los colchones, se hubieran tomado por capricho y elección propia serían bastantes en gente delicada, como somos los más, para perder casi todos la salud y acaso la vida. Y ahora que los envía el Señor y que de su mano se reciben con resignación y alegría, nadie teme ni aprende malas resultas de ellos y esperamos que Su Majestad, que según el frío y la nieve suele dar la lana con que cubrirse, nos ha de dar fuerzas y robustez para llevarlos. Entró ayer, efectivamente, toda la Provincia de Aragón en cinco embarcaciones y así parece que se les ha añadido otra a las cuatro que salieron de aquí destinadas para ella, y todas están ancoradas en este puerto. Se embarcó en San Bonifacio el día nueve; pero no salió al mar hasta el día doce porque, aunque el viento era bueno para caminar hacia aquí, no lo era pa667

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LOS JESUÍTAS

ra salir del puerto. Por lo mismo que ha sido bueno el aire para este convoy de Aragón es malo para que vengan de Algaiola los padres andaluces, y así ni aparecieron ayer ni es posible que vengan hoy las tartanas que fueron a traerlos. Por esta razón o por otra, que no sabemos, se movieron poco ayer y aun hoy tampoco se dan mucha prisa a embarcarse los que están aquí de la misma Provincia. También algunas otras casas, de las pequeñas de los de Castilla, se quedaron ayer en tierra; verosímilmente porque, ocupados los botes con otras casas, no hubo tiempo para traerlas a la embarcación. Hoy al mediodía ya estábamos embarcados todos los de la Provincia de Castilla sin que hubiese quedado en tierra ninguno, sino los enfermos y algunos destinados a su asistencia. Los enfermos que quedan en Calvi no son más que cinco. A saber: el P. Juan José Carrillo3X, sujeto de mi casa y maestro de Lógica; el H. Pedro Gil337 escolar físico también de mi casa; el H. Félix Labastidal338 de la Tercera Probación, el H. Penal339 336. El P. Carrillo nació el 8 de febrero de 1737. Había sido maestro de Lógica en el colegio de Santiago, desde donde salió hacia el exilio. Después de quedar enfermo en Córcega se unió al resto de los expulsos en los Estados Pontificios el 20 de octubre de 1768, incorporándose a la docencia de Física en la casa Bianchini de Bolonia a los pocos días de su llegada. El 26 de septiembre de ese mismo año, salió de Bianquini para dirigirse al colegio de maestros de Bolonia; había pasado antes por las casas de San Juan y Ponzano, siempre en compañía del P. Luengo, al que le unía una antigua amistad y juntos realizaron un viaje a Loreto en 1770. Fue retenido en Bolonia, tras negarse a jurar fidelidad a José Bonaparte, en 1808 y salió detenido hacia Mantua en diciembre de ese año, desde allí mantuvo una interesante correspondencia con Luengo. FERNÁNDEZ ARRILLAGA, I., «La persecución de los jesuítas que no juraron la Constitución de Bayona en la correspondencia entre los PP. Juan José Carrillo y Manuel Luengo (1808-1813)», Revista de Historia Moderna, n° 18, Alicante, 2000, pp. 223-244. 337. Pedro Gil de Albornoz se unió al resto de los expulsos en Bolonia el 20 de octubre de 1768; terminó sus estudios de Filosofía en septiembre de 1769, siendo alumno de Luengo en la casa Bianquini; era natural de Arenas, en Extremadura, donde nació en 1741 y murió en Bolonia el 18 de agosto de 1801. 338. Félix Labastida se secularizó en Bolonia el 13 de septiembre de 1770; había nacido en Corella, obispado de Pamplona, en 1744. 339. Francisco Antonio de la Peña continuó como procurador general de la Provincia de Castilla cuando llegó a Bolonia en octubre de 1768, cargo que ya había desempeñado en España antes de la expulsión, siendo antes procurador en Valladolid y rector del colegio de Monterrey. Ocuparía ese mismo cargo en la casa de La Pieve de Cento desde mayo de 1773. Había nacido en Madrid el 3 de mayo de 1713 y murió el 1 de septiembre de 1777. 668

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 del Colegio de Falencia y el H. Pinedo340 del Colegio de La Coruña. Para cuidar de ellos y asistirlos en todo quedan dos sacerdotes que son el P. Bernardo Rodríguez341 como Superior y el P. Javier Buelta342, y tres hermanos coadjutores: Gabriel Aristi343, otro Peña344, hermano del enfermo y Agustín Frago345, boticario. La despedida de ayer, creyendo de no podernos volver a ver, fue tierna y dolorosa más que lo que se puede explicar con palabras. Ellos se miraban como abandonados, y los más infelices del mundo por no tener el consuelo de seguirnos y morir en compañía de sus hermanos; y a nosotros se nos arrancaba el corazón por haberlos de dejar en un país tan expuesto a las miserias del hambre y de la guerra, y a ser ultrajados de mil modos de los franceses, de quienes se podía esperar poco que habiéndonos tratado con tanta descortesía e insolencia siendo tantos, y entre ellos muchos respetables por cien títulos, usasen para con ellos de humanidad y atención. Esta mañana hemos estado algunos en la ciudad, que nos pareció un desierto no encontrándose por sus calles más que algún otro soldado, y fuimos a visitar a nuestros enfermos que se iban reuniendo todos en la casa en que estuvo el Colegio del 340. Ángel Pinedo fue coadjutor temporal desde el 15 de agosto de 1772; era natural de Castrogeriz, obispado de Burgos, donde nació el 25 de febrero de 1716 y falleció en La Pieve el 19 de julio de 1787. 341. Bernardo Rodríguez llegó a Bolonia en octubre de 1768. Fue rector de la casa Tomba en San Juan, y se trasladó con todos los de su casa a la ciudad de Bolonia en 1769; dejó el rectorado en enero de 1772, quedando en la misma casa como sujeto particular. Había sido maestro de novicios en Villagarcía de Campos y compañero de misiones de otros jesuítas. Luengo le conoció como misionero en Salamanca en 1764. Era natural de Rueda, Valladolid, donde nació el 4 de julio de 1715. Murió en Bolonia el 8 de diciembre de 1783. 342. Francisco Javier Buelta mantuvo correspondencia con Goiri sobre la estancia de los franceses en la casa de Loyola, puede consultarse en la Colección de Papeles Varios, t. 21, p. 170. En 1802 murió en Bolonia, y el P. Javier Bouzas escribió la biografía de Buelta ese mismo año. 343. Gabriel Aristi había nacido el 1 de mayo de 1731 y era natural de Azcoitia. Murió en Bolonia el 7 de octubre de 1796. 344. Se refiere a Matías de la Peña. 345. El P. Frago se ordenó sacerdote en 1778. Embarcó en Barcelona en mayo de 1801 cumpliendo la orden de segundo destierro decretada por Carlos IV, llegando a Civitavecchia el día 28 de ese mes en la fragata «Asunta». Murió en Roma el 24 de octubre de 1808. 669

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Espíritu Santo. Les pintamos del mejor modo que pudimos nuestro miserabilísimo estado en las embarcaciones y la imposibilidad de que pudiesen tener en ellas asistencia conveniente en sus enfermedades, lo que les sirvió mucho para conformarse con su suerte, aunque tan miserable, de quedarse por ahora en esta ciudad. Y habiéndoles contado también una cosa, que voy a referir al instante y de la cual estoy bien informado, les dejamos consolados y serenos. Entre la oficialidad francesa, el Coronel del Regimiento de la Marche, el conde de Cousans, es un caballero cumplido. Es muy atento, cortés y afable y, lo que más importa, es hombre muy piadoso y de virtud más que ordinaria, que sobresale mucho más por lo mismo que entre sus paisanos apenas hay quien en estas cosas ni aun a lo lejos le imite. La exactitud en todas las cosas de la milicia, la piadosa conducta en todo lo demás y su frecuencia en la iglesia, en donde pasa todos los días muchas horas con gran compostura y recogimiento, nos han agradado y edificado mucho. Si la Francia hubiera puesto por Gobernador en esta ciudad a este dignísimo caballero, en lugar del marqués de Tylli, hubiéramos sido tratados de un modo muy diferente y tuviéramos el gusto de representar aquí a la Nación francesa, por lo que a nosotros toca, más humana, más atenta y compasiva de lo que nos ha sido forzoso representarla, no queriendo faltar a la verdad. En el estado de particular nos ha hecho todos los favores y finezas que ha podido y nosotros, para muestra de nuestro agradecimiento, conservaremos en este nuestro escrito, cuanto es de nuestra parte, eternamente, el nombre y memoria del piadosísimo conde de Cousans. A este caballero, viendo tan buenas disposiciones en él, le han suplicado con todo el encarecimiento que han podido el P. Provincial y el P. Idiáquez que tome bajo de su protección a nuestros pobres y abandonados enfermos, y el santo Coronel lo ha ofrecido hacer así con expresiones y protestas tan tiernas de que será su padre y su madre, y de que antes le ha de faltar a él mismo que comer que a los enfermos, que ellos han quedado muy consolados y nosotros no lo vamos menos; esperando que este piadoso caballero les ha de amparar y proteger como lo ha prometido. 670

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No son éstos que quedan en Calvi los únicos enfermos que hay en la Provincia. Hay varios con tercianas, y otros que apenas han salido de ellas y están bien expuestos a que vuelvan a trabajarlos. Pero ellos desean seguirnos y no se ha hallado inconveniente en condescender con sus deseos. Además de estos hay dos con enfermedades más graves que los que quedan en la plaza; pero ha juzgado el médico que era segura su muerte, dejándolos en esta tierra, y que hay alguna probabilidad de que se reestablezcan llevándolos con nosotros a otro país. No era posible que estos pobres enfermos fuesen asistidos como es razón, y que tuviesen un poco de sosiego y quietud en estas embarcaciones en que estamos en tanta opresión y apretura. Y así en el día se ha fletado o alquilado, a cuenta de la Provincia, una tartana bastante capaz y a ella han pasado ya unos diez enfermos y pasarán los demás que hubiese necesitados y, juntamente con ellos, la gente necesaria para asistirlos. A la misma embarcación se van llevando algunos ajuares, de tantos como nos embarazan e incomodan en nuestras embarcaciones; pero nunca se podrán llevar tantos que se nos siga algún alivio y desahogo notable. Por lo demás, se ha pasado el día sin particular trabajo y también sin gusto alguno, amontonados todo él en nuestra embarcación. Se ha comido un poco de bacalao y lo mismo se cena, y este le trajimos con nosotros, porque los franceses no parece que empezarán a darnos ración hasta que comencemos a caminar. Ha soplado todo el día un viento muy fuerte, por lo cual parece que había algún peligro en encender fuego en la embarcación y así salieron a tierra a cocer el bacalao, el cual nos ha sabido grandemente porque había no poca necesidad y porque se ha tomado con concierto y orden, y con el aseo y limpieza posible en las circunstancias. Todos tenemos ya nuestra servilleta, vaso y las demás cosas regulares. Se han señalado algunos coadjutores que sirvan la comida y los demás estamos sentados en un madero, o en el suelo mismo de la embarcación tomando pacíficamente lo que se nos sirve. Día 17 de septiembre La cama de esta noche ha sido la misma que la de la pasada; esto es, los colchones enrollados allá abajo en el entre671

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puentes para unos sesenta o setenta, y para unos treinta o cuarenta el piso alto de la embarcación, enteramente al descubierto; y así se ha pasado del mismo modo, con sola la diferencia que nuestra ropa no está tan mojada porque se ha ido secando sobre el cuerpo, ni los colchones tan húmedos porque durmiendo sobre ellos se les ha ido chupando la humedad. Y lo peor es que prevalece, entre los que gobiernan las cosas, la opinión de que nos llevan a la ribera de Genova y que pueda durar poco esté trabajo, y así ni siquiera se piensa en tomar algún arbitrio para mejorar alguna cosa de cama y poderse a lo menos extender en ella, ya que nunca se podrá lograr el desnudarnos, por ser tan poca la habitación que nunca se podrá hacer con decencia. Para que se pueda entender mejor esto, si bien por lo dicho se puede comprender qué cosa sea esta embarcación, haremos no obstante aquí una breve y exacta pintura de ella. Es una tartana en su línea bastante grande, con tres árboles o palos y, por consiguiente, con las velas y demás cosas correspondientes a ellos. De donde sale que su piso alto está más lleno de cables, maromas y otros mil enredos, los cuales juntamente con varios ajuares nuestros, que están tirados en el suelo por no caber en otra parte, hacen que haya muchos embarazos y tropiezos que no dejan de molestarnos. Tiene una camarita a la popa, que es propia del Capitán y la ha cedido, pagándosela muy bien, para seis padres ancianos que apenas caben en ella. La bodega en lo más hondo de la nave es bastante capaz; pero de nada nos sirve para el desahogo, por ir enteramente ocupada con nuestras cosas y las del Patrón del navio. El entrepuentes es una pieza larga, cuarenta pies comunes, ancha como unos diez y ocho y alta como unas cinco cuartas. Y este es el dormitorio destinado para más de cien hombres. ¿Cómo es posible que se pueda jamás lograr el extender un colchón para hacer su cama con sábanas y dormir en ella desnudos? Todo el día ha soplado un aire impetuoso, revuelto con agua que nos ha molestado bastante no pudiendo, en la embarcación, ponernos bien a cubierto. Es de mediodía, por lo mismo es un viento muy malo para que puedan venir de Algaiola los padres andaluces; en lo cual se ha trabajado hoy con 672

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empeño y ha habido sus trabajillos. Esta mañana salieron de aquí hacia Algaiola dos falúas a remo, y hallaron el mar tan alto a la entrada del puerto que no se atrevieron los marineros a pasar adelante. No obstante de estar tan malo el viento y el mar, ha venido de Algaiola una de las dos tartanas que estaban allá y trae muchos ajuares y algún otro sujeto. Otros muchos de los padres andaluces han venido por tierra con grandísima fatiga y ha sido un espectáculo que nos ha causado mucha compasión. Han tenido los pobres que hacer un camino de dos a tres leguas, la mitad de cuestas bien agrias y la otra mitad muy arenoso; y lo peor de todo era que les daba tan de cara el viento impetuoso revuelto con agua que no les dejaba dar un paso adelante, y así no es extraño que todos hayan llegado rendidos y pasados de agua y que un pobre viejo, no pudiendo resistir más, cayese desfallecido en el arenal, a donde se acudió prontamente con una silla para traerle a la ciudad. Aun después de todo este trabajo faltan de venir muchas de sus cosas y algunos sujetos, y así han suplicado al Comandante del convoy que suspenda algún tanto la marcha; y es mucha razón que se les oiga, aunque a nosotros se nos siga la incomodidad de que se dilate algún otro día el habitar en esta embarcación tan pequeña para tanta gente. Aunque por lo que dejamos dicho en varias partes de este diario, se puede entender bastantemente qué cosa sea Calvi, no obstante hallándonos ociosos en nuestra embarcación y a su vista nos ha parecido hacer aquí una descripción de esta ciudad, más famosa en los tiempos venideros por haber sido mera grandeza, muchos de familias nobles y distinguidas, y todos bien nacidos y honrados, no pocos señalados en sabiduría, otros de insigne virtud y santidad y, desde el primero hasta el último, inocentes, que por los grandes y diferentes sucesos políticos y militares que pueden haber pasado por ella. Fue sin duda Calvi en otro tiempo entre la población de dentro y fuera de la plaza una ciudad bastante grande, populosa, rica y de mucho comercio. Así lo aseguran los naturales y de ello hay vestigios bien claros en algunas ruinas que se observan en mucha distancia de lo que ahora es población. Y en la realidad tiene toda la proporción conveniente para haber sido tal, y aun 673

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para volverlo a ser otra vez siempre que haya paz entre la ciudad y la campiña y que uno mismo posea los puertos y la isla. Por haber faltado esto y haber sido dueños de la campiña los corsos, alzados contra la República de Genova, poseyendo ésta solamente las plazas marítimas y habiendo estado en viva guerra por treinta o cuarenta años, todo está asolado, perdido el comercio, medio arruinada y casi despoblada la ciudad, y por consiguiente en una suma miseria. Algunos sacerdotes sin beneficios o sin poder cobrar sus frutos, una docena de familias, que a la rastra tienen con que mantenerse pobremente, y algún otro centenar de miserables pescadores o de gente que se mantiene de su trabajo, era toda la población de Calvi y de su arrabal cuando llegamos a este país, y la misma, con poca diferencia, es al presente pero muy mejorada toda ella cada una en su estado; pues con nuestra habitación aquí por catorce meses todos han ganado mucho, todos se han vestido bien y se han puesto limpios y aseados; y así, ya que no se haya renovado con nuestra presencia la ciudad, se han renovado no poco los vecinos de ella. Mirando desde el puerto la ciudad no se nos ofrece otra figura con que representarla bien sino la de un sombrero de copa redonda y algo levantada, con las alas extendidas e inclinadas un poco hacia abajo. Lo más alto de la copa del sombrero es un montón de casas muy unidas y apiñadas entre sí, entre las cuales hay varias o caídas del todo, o que amenazan ruina. La caída derecha, desde lo superior de la copa hasta el principio de las alas, representa la muralla de la ciudad toda, o casi toda, con sus parapetos, baluartes y las demás cosas de una fortificación regular, cavada y formada en la peña viva y, por consiguiente, impenetrable a las balas, sin que éstas puedan jamás abrir brecha en ella. Por lo dicho se entenderá fácilmente que las casas no están cubiertas de la muralla; y es esto tan cierto que, desde donde está nuestra embarcación, se pudieran batir con bala los cimientos mismos de las casas que están más altas que las murallas. Las alas extendidas y algo inclinadas son unas peñas, que desde la plaza, casi todo alrededor de ella, se descuelgan en declive hasta el mar. Es propiamente esta ciudad o ciudadela de Calvi, que acabamos de describir, un pequeño 674

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promontorio que se avanza en la mar, quedando atado a la isla por una estrecha garganta de tierra en la cual tiene una sola puerta por la que es muy difícil la entrada, así por ser muy áspera la subida, como por estar bien fortificada. Forma este promontorio un buen puerto, entre mediodía y Oriente de la plaza, pero de poco resguardo de la boca para embarcaciones gruesas que necesitan mucho fondo, porque entra poco en la mar. Al bajar de la plaza por la puerta de tierra hay un miserable arrabal de pocas casas, y casi todas fatales y ruinosas, y abrazando a estas casas está el muelle, todo arruinado y echado a perder. Dentro de la plaza hay una parroquia que ellos llaman catedral y, efectivamente, ha tenido Obispo, y acaso le tiene al presente; aunque no se ha visto por aquí. Lo material de la fábrica es decente; pero todo lo demás sumamente pobre y miserable. Una ermita, y no grande, sirve de parroquia a los del arrabal, fuera de éste como a ciento o doscientos pasos hay un convento malo y ruinoso de frailes franciscos y, algo más reparado, de capuchinos, como a una buena milla de la ciudad. Esta y el puerto, menos entre Norte y poniente que es mar alta, está rodeada, a más o menos distancia la mayor, como de tres leguas de montañas inaccesibles, en cuyas faldas se descubren tres lugares no malos, Lumio, Monte Mayor y Calenzana. Su terreno aunque quebrado, menos un buen valle que está entre las cuestas, es muy bueno y, aunque mal cultivado, son sus frutos de muy buen gusto y muy sazonados. La uva, el higo, la almendra y otros varios frutos son excelentes; y sobre todo es cosa muy singular el aceite, tan claro casi como el agua y de una suavidad y gusto en que pocos y acaso ninguno la iguala. Llueve muy poco, a lo menos en este país que está a nuestra vista; pero con los vapores y rocíos del mar cría muy bien todos estos frutos. Pero, o por falta de agua o de vigor en el terreno no puede madurar el trigo y así se coge muy poco de esto, y el pan ordinario del país es de cebada. Y con esto basta de descripción de nuestra famosa ciudad de Calvi, que no es poco lo dicho para quien tiene tan poco sosiego y comodidad de escribir. 675

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DE LOS J E S U Í T A S

Día 18 de septiembre Se ha pasado la noche con la misma o mayor incomodidad que las pasadas. Los colchones enrollados, con tanto estar sobre ellos, se han puesto tan duros que no hay huesos para proseguir durmiendo sobre ellos; y sería mucho mejor dormir sobre las tablas desnudas, si hubiera donde acomodar los colchones u otra pieza desocupada en que echarnos. Los pobres que duermen en el piso alto de la embarcación, sin otro techo que les cubra que el cielo mismo, lo han pasado muy mal porque la noche, especialmente hacia la mañana, ha estado no sólo fresca, sino propiamente fría. Para socorrer pues a estos pobres con algunas mantas con que abrigarse, y para que los que duermen abajo tengan un poco menos de incomodidad se ha determinado, finalmente, que se deslíen los colchones, aunque en ello hay un inconveniente no despreciable y un trabajo no pequeño. El inconveniente es que trayendo todos en sus colchones liada la ropa de la cama, y aun alguna otra ropa más, no pudiendo cada uno tener su colchón con su ropa aparte y habiendo de andar todo tirado y mezclado, hay peligro no sólo de destrozarse y hacerse pedazos, de confundirse y trocarse la de unos con la de otros, sino también de perderse y desaparecerse no siendo solos nosotros en las embarcaciones. El trabajo está en la operación misma de desliarlos y acomodarlos en entrepuentes, en donde es preciso hacerlo todo; la cual es una fatiga tan grande que sólo puede comprenderla el que se halla en ella o en otra semejante, que se ejecute en una pieza en que no se pueda estar ni de pies ni aun de rodillas, y en que la evolución de manejar un par de colchones bien liados se haya de hacer encorvados o echados de bruces. Pero al fin se ha hecho y con ella no se logra que quepa más gente a dormir, pues no se ha hecho la pieza mayor. Tampoco se consigue que haya más desahogo en el entrepuentes, por ser tantos los colchones que es necesario montar, tres o cuatro unos sobre otros, y así queda lo mismo que antes no pudiendo andar sino a gatas entre los colchones y el techo de la embarcación. Por consiguiente, lo único que se ha logrado con esta ardua y peligrosa operación es que, en lugar de echarse unos sobre otros turumbones du676

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 ros, redondos o esquinados, se pueda extender el cuerpo, aunque sin desnudarse, en un colchón igual y seguido. El viento es, como estos días pasados, bueno para ir a la ribera de Genova si no fuera, como dice el Patrón de nuestra embarcación, tan impetuoso y el mar no estuviera tan grueso y encrespado. Hoy, desde luego, se hizo ánimo a estarnos quietos, pues los oficiales de marina admitieron convite de los oficiales de la plaza, al cual han asistido también los dos hermanos Pignatelli de la Provincia de Aragón, que vienen embarcados en una de las fragatas de guerra. Hacen con ellos los franceses estas demostraciones de aprecio, no precisamente por ser de familia de Grandes de España, pues hay otros varios de la misma clase con quienes han estado muy lejos de usarlas, sino porque el conde de Fuentes, su hermano, está de Embajador por la Corte de España en París, y por este respeto habrán tenido los oficiales recomendaciones para tratarlos con distinción 346. Aun cuando el tiempo y todo lo demás hubiera estado oportuno y dispuesto para la marcha, por causa de los padres andaluces, se hubiera suspendido el viaje; pues en el día han ido llegando cosas suyas por mar desde Algaiola, y se han visto varios de ellos venir a pie por el arenal con la fatiga y trabajo que ayer dijimos347. Creo no obstante, que en todo este día estarán todos embarcados con todas sus cosas; y así estaremos prontos a la marcha en el orden siguiente: la Provincia de Aragón en número de quinientos cincuenta va en cinco embarcaciones; la de Andalucía en número de cuatrocientos treinta o cuarenta en tres embarcaciones, finalmente la de Castilla la Vieja va en seis embarcaciones sin contar la de los enfermos alquilada por nuestra cuenta. Con muy poca diferencia, todos los de todas las Provincias van tan estrechos, apretados y oprimidos como los de esta embarcación nuestra, de la cual hemos 346. Vid. BELLOD LÓPEZ, M., «La correspondencia diplomática del conde de Fuentes en torno al conflicto jesuítico», Revista de Historia Moderna. Anales de la Universidad de Alicante, n° 18, Alicante, 2000, pp. 85-108. 347. Nota del autor: «He tenido de los padres aragoneses dos papelitos: uno contiene algunas expresiones proféticas de una señora de Bonifacio y está en la p. 155 del T. 1 de Papeles Varios; el otro es una inscripción dejada en la misma ciudad y está en la p. 161 del T. 1». 677

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hablado en particular; pues se sabe que un Comisario de Marina en Tolón, en donde se dispusieron estos convoyes, los arregló todos dando tonelada y media para cada sujeto, señalando por consiguiente cien sujetos para una embarcación de ciento y cincuenta toneladas y a esta proporción para las otras, más sujetos para las mayores y menos para las de menos toneladas. Ha sido necesario comprar en la ciudad algunas cosillas, y aunque parecía imposible que levantasen los precios de ellas la codicia insaciable de estas gentes sabe vencer todos estos imposibles. Nos han hecho el favor, aunque a un precio excesivo, de vendernos algunos bueyes y carneros, que no sé de dónde han salido, aunque no será extraño que sean los mismos que vinieron para nosotros y nos embargaron los franceses; y esperando alguna provisión de Francia no han querido perder esta ocasión de pillarnos buenos pesos duros. Pero al fin ha habido el alivio de tener carne para el mediodía y para la noche, y aun se ha hecho toda la provisión que se juzga se podrá conservar para los días siguientes; porque se cuenta muy poco con la ración que nos darán los franceses cuando empecemos a caminar. Lo mismo, supongo, habrán hecho las demás embarcaciones de las tres provincias; y así habrá sido mucha la carne que se habrá comprado hoy y toda estaba en la plaza y, no obstante, estos días pasados no nos querían dar una libra para los enfermos.

Día 19 de septiembre Esta mañana salió el viento más moderado, conservándose de la misma parte y, por consiguiente, era bueno para marchar hacia la ribera de Genova a donde todos suponemos que nos llevan, aunque nada se nos ha dicho. Bien presto puso la fragata del Comandante bandera de leva, o de marcha, y al momento empezaron todas las embarcaciones a levantar áncoras y preparar las demás cosas para empezar a navegar. A las nueve en punto de la mañana íbamos saliendo del puerto y tardamos bien poco en meternos en alta mar. Aquí encontramos el aire mucho más fuerte de lo que era o parecía en el puerto 678

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y el mar muy grueso, muy encrespado y furioso. Y así hago juicio que tenía razón nuestro Capitán cuando nos decía, estos días pasados, que el viento y el mar estaban más furiosos de lo que pueden aguantar estas embarcaciones; pues hoy, con ser mucho menos la fuerza de uno y otro, las han traído a todas las embarcaciones como si fueran una pluma o una paja; de modo que al ver desde la nuestra las otras embarcaciones y al levantar la proa hacia arriba y a sepultarla en la mar, inclinarse unas veces hacia un lado y otras al otro hasta llegar al parecer a echarse en la mar, nos daban mucha compasión y aun no dejábamos de tener algún miedo de que pereciesen. Yo no sé en la realidad si hemos estado en algún peligro, aunque me inclino a que no, porque los marineros estaban bastante serenos y tranquilos. Lo cierto es que estaba el mar tan furioso que brincaban frecuentemente las olas de proa a popa, y de un costado al otro, y que se inclinaba tanto la embarcación en los vuelcos que daba que, por unas troneras de cañones que están sobre el último piso, entraba el agua una y dos varas de ella y, no lo es menos, que el movimiento de la embarcación era tan violento y desigual que no había uno que se pudiese mantener en pie, y solamente unos seis o siete de los ciento doce que somos ha dejado de marearse fuertemente, cuando en las otras navegaciones, aunque mucho más largas, hubo varios que se conservaron sin marearse. Por esta causa ha sido este un día de increíble aflicción y trabajo. Casi ninguno ha podido probar un bocado y todo el mundo estaba tirado por el suelo o dentro o fuera del entrepuentes, sin oírse por todas partes otra cosa que lamentos, arcadas y golpes de vómitos. Y en esta disposición se entra a pasar la noche, que yo hago ánimo a pasar sentado en la escalera por no atreverme por una parte a pasarla al descubierto, ni por otra a entrar en el hediondo calabozo del entrepuentes. Día 20 de septiembre Amaneció finalmente este deseado día después de una noche larguísima y sempiterna, tristísima y verdaderamente pavorosa en la que solamente se oían suspiros, ayes y lamentos de 679

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tantos trabajados con el mareo, silbos del viento, crujir de las maderas y bramidos del mar y así creeré que no haya habido ni uno siquiera que haya dormido un cuarto de hora. El entrepuentes, pieza tan ahogada como hemos dicho, en el cual habían estado tantos todo el día vomitando, estaba hecho un infierno, ni sé que pueda haber calabozo alguno más hediondo, más lleno de fetor y de fuego, y de un aire y bao tan podrido y pestífero, y los que no entraron en él cómo habían de conciliar el sueño expuestos a un aire bastante fuerte y teniendo la embarcación un movimiento tan violento e irregular. La luz del día hizo olvidar los trabajos de una noche tan lúgubre, o por lo menos nos sirvió de grandísimo consuelo; especialmente que, luego que se aclaró bien el día, descubrimos por la proa tierra como a unas doce leguas de distancia. Y es puntualmente la ribera de Genova, en donde está Sestri Levante. A nuestra mano izquierda, que es hacia poniente, se descubre el golfo de Genova en donde está la ciudad; pero estamos a mucha distancia de ella. El convoy viene tan abierto y derramado que, por más que he procurado registrar por todas partes con catalejo el horizonte, no he podido descubrir todas las embarcaciones de él. Entre día se ha ido serenando el mar y el viento fue sosegándose aún más de lo que quisiéramos y así, a las nueve de la mañana, estábamos en calma de viento, aunque el mar estaba aún algo agitado y conmovido. Con esta tranquilidad se ha ido reparando y sosegando la gente y se ha podido tomar algún alimento; aunque ha habido el disgusto de que el agua que nos han dado los franceses está mareada o podrida, porque no debieron de querer tomarse el trabajo de renovarla en Calvi, habiendo estado parados allí veinte días. Se ha hecho de comunidad la novena a Nuestro Santo Padre, a la que se dio principio un día antes de salir del puerto para alcanzar del santo una feliz navegación. Como a las cinco de la tarde nos entró un poco de aire de tierra, y aprovechándose de él se va haciendo fuerza de vela cuando esto escribo; pero creo que no ha de bastar para echar áncora antes de la noche y así la habremos de pasar en alta mar. 680

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Día 21 de septiembre Día del Apóstol y Evangelista San Mateo. La noche se ha pasado con mucha incomodidad, como se deja entender, pero no con tanta como la noche antecedente, porque el mar y el viento no nos han molestado y cesó, por consiguiente, en lo más la grande fatiga del mareo. Amaneció y nos hallamos muy cerca de tierra, pero sin saber ni nosotros ni ninguno de la tripulación cuál de tantos lugares como se veían era Sestri Levante, a donde supimos ahora por la primera vez con algún género de autenticidad que éramos llevados, y como nuestra embarcación venía delante de todas las del convo, era preciso averiguar esta cosa por no trabajar en balde y llevarnos algún chasco. Iban y venían de un lugar a otro y pasaban cerca de nuestra embarcación muchos barcos pequeños a quienes se preguntaba por Sestri. Un viento vivo que se levantó, algún ruido que hacía el mar, algo agitado con él, y la diversidad de lengua de los que preguntaban y respondían, fueron causa de que costase tiempo y trabajo el averiguar cuál era el deseado Sestri. Al fin se llegó a entender que era el lugar que estaba a la punta oriental de una especie de golfo, en que nos hallamos, y dirigiéndonos hacia él, como a las nueve de la mañana, la primera de todas, echó áncora nuestra embarcación a vista de Sestri Levante, en distancia como de tres cuartos de legua; no atreviéndose nuestro Capitán a acercarse más a tierra por no ser práctico en estos puertos. Estábamos ancorados a vista de Sestri, y esto era lo único que sabíamos, pero ignorábamos del todo cuándo desembarcaríamos en aquel lugar, si quedaríamos allí o pasaríamos a otra parte. Por eso, en el momento mismo que se echó ancora, marchó a tierra en el bote un padre Procurador a tomar lengua sobre el asunto; averiguar qué se había hecho de los padres indianos y si había por allí algunos de ellos, informarse de su destino y del nuestro. Nosotros empezamos desde luego a disponer las cosas necesarias para poder decir una o dos misas y cumplir con el precepto. Por su parte, la tripulación se ocupaba en aferrar y componer las velas y en asegurar bien la embarcación, especialmente que por estar en mar abierto estaba 681

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más expuesta a los vientos y a los golpes de mar. Media hora se gastaría en estas disposiciones las cuales acabadas sacó el Capitán un papelillo que leyó delante de todos, y en él le mandaba el Comandante del convoy que luego que echase áncora en la playa de Sestri de levante nos hiciese salir a tierra. El orden del Comandante estaba en la realidad ejecutivo y el Patrón de nuestro navio le tomó tan a la letra, aunque pudiera aguardar a que fuesen llegando las otras embarcaciones, que por más que se le rogó que nos diese lugar a decir una misa para cumplir con el precepto y para comer al instante, todo lo negó y no hubo otro remedio que disponernos al momento para saltar en tierra. No hubo en este punto quien no sintiese muchísimo que se hubiesen desliado los colchones, no habiendo traído esta trabajosa operación alivio particular y viendo que se acababa tan presto y que un poco más de paciencia en dormir en los colchones enrollados nos libraba ahora de una confusión y trabajo muy grande. No es fácil explicarle de modo que se entienda, aunque tuviera tiempo y gana de pintarle lo mejor que me fuera posible. Todos los colchones y toda la ropa de cama estaban en el entrepuentes, pieza, como hemos dicho muchas veces, pequeña, oscura aun al mediodía, sin más luz que la que le entraba por el agujero que le servía de puerta, y tan ahogada que no se podía andar por ella sino arrastrando o a gatas. Todos sabían que su cama estaba allá dentro pero ninguno sabía dónde se hallaba ni cuál era. Y así, visto el orden de desembarcar y que la cosa iba ejecutiva, todo el mundo se metió por el agujero a buscar en aquel calabozo su ropa. Allá dentro era una confusión, algarabía y tumulto, andando tantos hombres a gatas y en aquella postura revolviéndolo todo para encontrar lo suyo. Uno se quejaba de que le faltaban las mantas; otro de que no encontraba su colchón; este buscaba sus sábanas habiendo encontrado todo lo demás; y aquel clamaba por un cordel o soga con que liar su colchón. En suma, todo era una confusión y, behetría inevitable e irremediable, y no hubo en efecto otro remedio que el contentarse con lo que cada uno pudo recoger quedándose varios sin parte de su ropa, o llevándola trocada. Y después de este tumulto y alboroto, qué 682

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afán y fatiga en enrollar el colchón o colchones y liarlos en una pieza tan baja, tan obscura y más tantos a un tiempo. Otros varios los sacamos arrastrando y los subimos con harto trabajo al piso alto de la embarcación, para liarlos con algún desembarazo y comodidad; pero en recompensa de ésta daba un sol tan vivo, tan picante y tan de lleno que no se podía sufrir. Puede ser que por estar presente este trabajo nos parezca mayor que otros que, por pasados, se han olvidado ya y no afligen; pero a mi juicio no ha habido en toda nuestra desgracia un rato de tiempo de más tropelía, de más fatiga y trabajo. No estaba aún acabada esta bulliciosa y violenta operación cuando dio orden el Capitán que entrasen unos veinte en la lancha del navio, y así se hizo al instante y habiendo aparecido, cerca de nuestra embarcación, un barco de pescadores se le alquiló y en él entraron otros veinte, y marcharon a tierra. Entre tanto los que quedamos en la embarcación fuimos acabando de liar colchones y de preparar las demás cosas para estar del todo prontos a la vuelta de los barcos. Estábamos en la realidad sofocados, fatigadísimos y llenos de sudor, pero contentos y alegres por ir a salir de ver el mar y de la dominación de los franceses, que por tanto tiempo tan bárbaramente nos han oprimido; deseando, por consiguiente, con ansia que volviesen cuanto antes los barcos para saltar en tierra. Pero ¡qué pasmo, qué asombro y qué consternación la de todos al verles volver cargados de los mismos sujetos que habían llevado! Ya se ve que sería grandísima nuestra impaciencia y curiosidad por saber la causa de este extraño suceso y que sin aguardar a que llegasen, a gritos, se la preguntamos y del mismo modo nos respondieron que no se les permitía desembarcar en Sestri y que debíamos marchar a Genova. No puedo menos de decir que fue generalmente grande el dolor y sentimiento por esta no esperada novedad a la cual se sigue, necesariamente, que ha sido inútil toda nuestra fatiga en liar colchones y en preparar las demás cosas, y no solamente inútil, sino también dañosa, ocasionando muchos trabajos para volver las cosas a su lugar y nueva incomodidad en el dormir. Y sobre todo se siente esta desgracia por haber de proseguir viviendo en la mar y en esta embarcación, y bajo del dominio de 683

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los franceses. De estos señores y de su Ministerio es preciso decir que no tienen cabeza, ni saben lo que se hacen. Dos meses ha, por lo menos, que se determinó en París sacarnos de Córcega y traernos a la ribera de Genova; pues menos tiempo que este no puede bastar para enviar el orden a Tolón, disponer aquí los convoyes, por poco que hubiese que hacer en ello, y llegar estos a Córcega y las demás cosas que se han seguido después. Pues cómo en este tiempo no ha concluido con la República de Genova este negocio y señalado algún puerto en que desembarcásemos todos? Y si la República no quiere consentir en ello; por qué el Ministro de Francia en Genova no ha dado de esto mismo aviso a nuestro Comandante, siendo tan fácil, debiendo de moverle a hacerlo así, ya que no el librarnos a nosotros de algunas molestias y trabajos a lo menos el evitar un sonrojo y desaire tan solemne, no queriendo recibirnos en tierra los ministros de la República de Genova, aunque salíamos a ella por un orden expreso de un Comandante francés. Habiendo observado el Capitán de la fragata lo que pasaba con nosotros, envió en diligencia a Sestri un oficial para que averiguase esta cosa y el suceso de este viaje fue venir el bote de la dicha fragata, por todas las embarcaciones, dándolas orden de dirigirse hacia Genova. Y así, viendo el negocio sin remedio, empezamos al instante a recoger nuestras cosas y a meter los colchones, liados como estaban, en el entrepuentes y el Capitán por su parte, de bien mal humor por el desgobierno y falta de juicio de sus paisanos, a maniobrar con sus marineros y levantar las áncoras. Como a las diez y media empezamos a movernos, no habiendo gastado en todas estas faenas y trabajos más que hora y media; pero apenas caminábamos nada por falta de viento. Esta desgracia solamente nos ha alcanzado a nosotros por haber sido los primeros en echar áncora, y con tanta anticipación que aun en esta hora y media, que hemos estado parados, no ha echado a andar ninguna de las otras embarcaciones. En la misa no se ha pensado después, y no tanto por nuestra parte, aunque estábamos tan cansados y rendidos, cuanto porque el Capitán no quiere permitirlo no estando sobre las áncoras; y en la realidad es muy difícil y casi imposible, siendo la embarcación tan pequeña y estando tan embarazada, 684

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y además de eso es muy expuesto a que suceda un trabajo si, mientras dura la misa, se aviva alguna cosa el viento y el mar se alborota algún tanto. Y así, aunque día de fiesta nos quedamos todos sin misa. Ayer no guardamos tampoco el ayuno y hoy hacemos lo mismo, porque uno y otro día ha dispensado el Superior. Y ha hecho muy bien Su Reverencia para aquietar algunos escrupulosos y espantadizos que nunca faltan, aunque por lo demás poca Teología es bastante para saber que no nos obliga el ayuno en las miserables circunstancias en que nos hallamos: mal comidos, casi sin poder pegar los ojos y con otros muchos trabajillos, especialmente después del fuerte mareo del día diecinueve, de resulta del cual casi todos están como si salieran de una enfermedad grave. Sin embargo, de todos estos trabajos y fatigas debo protestar, porque es así cierto, que no se ha perdido el humor y que va la gente alegre y festiva, sin pensar en otra cosa que el dejarnos llevar por los señores franceses a donde el cielo disponga que vayamos por su medio. Como apenas nos movíamos, por estar casi en calma, fue fácil a nuestro padre Procurador alcanzarnos. Le costó mucho el saltar en tierra por el empeño en no dejarse de embarcar a ninguno, y el poco tiempo que estuvo allá lo empleó principalmente en comprar un poco de fruta que ha traído consigo. Poco después de este padre llegaron a nuestra embarcación, en un barquito del país, dos padres indianos de los que están en Sestri, y han tenido con nosotros la caridad de regalarnos con algunos limones y otras frutas. Uno de ellos es un joven de la Provincia de Méjico, llamado Juan Serrano, a quien yo conocí el año de sesenta en Medina del Campo, estudiando Filosofía con el P. Rafael Moreira348, que viene en esta misma embarcación. Contaron estos padres su viaje desde Bastía, que fue trabajoso como el nuestro, y a su arribo a Sestri, en el que les sucedió lo mismo que a nosotros, no queriendo dejarlos desembarcar allí se les dio orden de ir a Puerto Fino, que está a la otra punta del golfo, escondido entre unas peñas, y por esto no se ve desde aquí, aunque no dista más que unas tres leguas. En 348. El P. Moreira se trasladó de la casa Crochiari a San Juan en marzo de 1769, para seguir impartiendo clases de Filosofía. 685

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este cortísimo viaje tardaron cinco días por haber estado casi siempre en una calma muerta. Llegaron finalmente a Porto Fino y, sin dejarlos saltar en tierra, desde las mismas embarcaciones en que vinieron desde Córcega, a pequeñas cuadrillas, les van trayendo en falúas o barcos de remo a Sestri. Desde aquí se les hace emprender el viaje por tierra hasta el Estado del Papa y, efectivamente, han marchado ya muchos y se irán siguiendo los demás. Para este viaje por tierra, que no es corto, hay malísimas disposiciones. Los más, dicen estos padres, van caminando a pie y para algunos impedidos, por inválidos o muy viejos, se han encontrado algunas caballerías bien malas con peores aparejos y no se les permite llevar otra cosa que un baúl para tres. Por lo cual cada Provincia ha señalado dos sujetos que se queden en este país para guardar y conducir cuando puedan sus baúles y camas. ¡Qué desgobierno, qué despropósito y locura! Y además de esto, ¡qué brutalidad, qué barbarie y tiranía! Obligarnos a que nosotros mismos nos metamos en el Estado del Papa contra la voluntad expresa de Su Santidad y, para eso, forzar a caminar a pie varias jornadas a centenares de eclesiásticos y religiosos, todos bien nacidos y muchos más nobles que los ministros que mandan estas monstruosidades y violencias. Esta es la humanidad y sensibilidad de la Francia y de su decantada Filosofía, a las cuales se les puede desafiar a que busquen en los siglos más rústicos, más ignorantes y más bárbaros del mundo, horrores, impiedades y crueldades mayores que estas. No es posible al oír estas cosas dejar de enternecerse y aun llenarse de dolor y amargura, ¡pobres padres indianos! Después de navegaciones de millares de leguas con increíbles trabajos; después de un establecimiento precipitado en la Córcega, que nada sirvió para el reposo y descanso, y después de otra navegación bien penosa, aunque no larga, después de tanto trabajo, miserias y fatigas para descansar de ellas se ven obligados a ir arrastrando por caminos ásperos y escabrosos por jornadas enteras. ¿Y qué han de comer estos pobres en su viaje?, pues no habiéndoles dado por España la pensión, sino solamente un miserable socorro, y habiendo tenido por necesidad muchos gastos en Bastía para establecerse en aquella ciudad, y habién686

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 doles sacado los franceses, como luego diremos, una buena contribución, es preciso que los más vayan sin dinero y se vean obligados para comer un pedazo de pan irle pidiendo de limosna. Y si así fuere, como parece preciso que lo sea, sirve mucho esta circunstancia para hacer resaltar más la humanidad de los franceses. Por lo que se está practicando con estos pobres jesuitas, se aclara este arcano misterioso de nuestro destino, que viene a ser obligarnos a entrar en el Estado Eclesiástico contra la voluntad del Sumo Pontífice, llevando adelante su empeño los ministros y haciéndose esta gravísima injuria al Papa que, además de su suprema dignidad como cabeza de la Iglesia, es tan Soberano y tan Rey en sus dominios como los reyes de España y de Francia en los suyos. El método de hacer esta grande operación será, según se ve en los padres indianos, ir trayendo a pequeñas partidas a Sestri, primero de una Provincia y después de otra, hasta acabar con todas ellas y, desde Sestri, hacernos entrar tierra adentro. Según estas disposiciones aún habrán de conservarse embarcadas algunos meses las Provincias que hayan de caminar las últimas y seguramente, o a lo más, los coge el invierno en esta miserable situación y antes de establecernos en algún lugar del Estado de la Iglesia. Qué de trabajos, de miserias, de incomodidades y desastres no presenta a la imaginación la idea de un viaje de tres o cuatro mil hombres tan neciamente dispuestos. Pero de qué sirve afligirse, atormentarse anticipadamente; bástale al día su trabajo y no hay otro remedio que atajar todas estas reflexiones amargas, y ofrecerse intrépidamente a lo que el cielo disponga de nosotros. Dejando otras muchas cosas que nos han contado estos padres, es muy digna de ser notada una contribución que les han echado los franceses. Por fuerza les han sacado a cinco pesos duros por persona, sin que haya bastado para impedir esta infamia y verdadero latrocinio el protestar y resistirse del modo que les fuera posible. No han pedido los franceses estos cinco pesos duros por sujeto por razón de los gastos de la navegación desde Córcega a este país, pues estos van a cuenta de la Corte de Francia y, verosímilmente se los pagará España si tiene vergüenza para pedirlos, siendo tan ridículos y cortos co687

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mo ya se ha insinuado y después diremos con puntualidad, sino por los gastos del viaje por tierra del cual, sin pedírselo nadie y contra toda razón, se han hecho directores los franceses. Pero según las nuevas disposiciones que han dado para este viaje es muy verosímil que los cinco pesos duros sobran para el viaje de tierra, de que ellos cuidan, y para el viaje de mar. También es muy verosímil que todo esto sea invención y maldad de los franceses que mandan en el convoy de los padres indianos. Un Comisionado de la República de Genova, que está en Sestil para entender en el viaje de los jesuítas, ha llevado muy a mal, según dicen estos padres, que hayan dado a los franceses aquel dinero que él querría ver en sus manos y hay, por esta causa, entre el genovés y los franceses sus contiendas y disputas de las cuales, verosímilmente, será el paradero que se encarguen con todo los franceses, y aún más cierto es todavía cualquiera que sea el fin de ella a los jesuítas no se les restituirá un maravedí. Por eso nos han encargado muy encarecidamente estos padres que no nos dejemos engañar de los franceses y que, en caso de que nos pidan alguna cosa para el viaje por tierra, acudamos al Comisionado de Genova. Pero no obstante esta noticia, que no hubiéramos dejado de tener a tiempo si hubiéramos desembarcado en Sestri, y no obstante toda la protección del Comisionado de Genova, si los franceses después de echarnos a todos en tierra, según iban haciendo y conservando en sus embarcaciones todas nuestras cosas, nos echaban aquella contribución, no habría otro remedio que pagarla y muchos sospechan, después de haber oído esta especie, que el desembarcarnos a nosotros delante dejando nuestras cosas en la embarcación no podía tener otro fin que ponernos en la precisión de darles lo que pidiesen. Por lo demás, hemos tenido todo el día una vista muy hermosa, no menos de parte del mar que de tierra. Lo mismo fue amanecer que descubrirse una prodigiosa multitud de embarcaciones, de modo que parecía el mar una llanura de tierra sembrada de casas de campo. En alta mar conté setenta y ocho embarcaciones bastante grandes y, entre ellas, se descubrieron dos galeras que según unos son de la República de Genova aunque a otros les parecía, por las banderas, que son del Papa, 688

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y nuestra fragata las hizo una salva muy cumplida con muchos cañonazos. Además de estas embarcaciones se velan sobre la costa ejércitos de embarcaciones pequeñitas, todas con alguna vela, y hacían una vista muy divertida y hermosa. No lo es menos la que hemos gozado todo el día de parte de tierra, de la cual apenas nos hemos apartado nada por falta de viento. Hemos estado todo el día en el centro del golfo, que tiene la figura de una herradura o media luna algo abierta. A la puerta oriental está nuestro famoso Sestri, a la occidental Puerto Fino, encerrado entre peñas, y en el medio se descubren algunos lugares a la orilla del mar que parecen muy buenos, pero lo que más que todo nos ha divertido es una colina que sube desde la playa y abraza todo el golfo, la cual, con tantos palacios y casas de campo como tiene y estando toda ella cubierta de viñas, de arboledas y jardines, forma una vista muy deliciosa y divertida. Día 22 de septiembre La noche se ha pasado con mucha incomodidad porque hemos vuelto a dormir sobre los colchones enrollados y bien mal igualados entre sí. Después de la fatiga de ayer en liar los colchones quedó la gente tan cansada y rendida que no hubo quien se atreviese a emprender la grande obra de desatarlos y extenderlos como estaban antes; especialmente, que el chasco que acabamos de llevar en este punto y la entera incertidumbre de nuestra suerte, y del tiempo que estaremos embarcados, quitan la gana de acometer este trabajo y fatiga. Tan mala, o peor que la cama, ha sido la olla que hemos tenido hoy. Se acabó la carne fresca que sacamos de Calvi y ayer no nos trajo de Sestri el P. Procurador un poco de carne para poner la olla, y así ha sido forzoso echar mano de la ración que nos han dado los franceses. Esta ha sido puntualmente la misma que se da a un soldado o marinero. A cada uno se nos ha dado por día dieciocho onzas de galleta o bizcocho muy viejo, y ya carcomido, tres tacitas de vino, tan aguado que más parece agua que vino, seis onzas de carne salada y en lugar de esta, alternando por días, dos o tres onzas de queso, y una o dos 689

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onzas de legumbres, esto es: habas y arroz. Esta es la comida que se nos ha dado estos tres días. De aquí en adelante, por siete u ocho días, se nos ha de dar solamente media ración, y si dura más nuestra habitación en las embarcaciones, pasado el tiempo dicho, no se nos ha de dar nada. No habiendo pues otra cosa se puso la olla para hoy con la carne salada, habiendo procurado de salarla bien y echando para cada uno la ración de dos días. Pero estaba tan fatal, tan podrida y hedionda, que apenas ha habido uno que haya podido comer un bocado de ella. Por la noche nos vino un vientecito fresco que duró por dos horas y con él se caminó, de manera que amanecimos puntualmente sobre el cabo o punta de Puerto Fino. Hasta las diez de la mañana estuvimos después sin viento. A las diez nos entró un airecito muy bueno, del cual se aprovechó tan bien nuestra embarcación que, a las dos de la tarde, estaba ya la primera de todas a la entrada del puerto de Genova, en donde se detuvo como un cuarto de hora para dejar entrar delante la fragata de guerra, la cual echó áncora muy cerca de la boca del puerto. Nosotros tiramos más adentro caminando por la concha, muy divertidos con la hermosa vista del puerto con tan magníficos muelles, con tan fuertes murallas como se descubren hacia varias partes, y con tan soberbios palacios que caen hacia la concha; de todo lo cual puede ser que digamos más adelante una palabra después de haberlo registrado mejor. Por poco no nos han hecho daño esta vez nuestra diligencia y anticipación, corno nos lo hizo y bien grande en Sestri Levante. Veníamos caminando muy alegres y divertidos por esta concha, cuando vino a turbarnos nuestra alegría un Ministro de la República que, acercándose a nuestra embarcación, intimó formalmente al Capitán que volviese a marchar a Puerto Fino; lo que no dejó de darnos cuidado creyendo que quisiesen hacer con nosotros lo mismo que están haciendo con los padres indianos. Nuestro patrón respondió muy frescamente que fuese a intimar esas órdenes al Comandante de la fragata de guerra, que estaba ancorada a la entrada del puerto, a quien él estaba sujeto y debía obedecer en todo y, sin embarazarse nada por este accidente, prosiguió su camino y llegamos como 690

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a las tres de la tarde a echar áncora, lo que aquí se hace de un modo muy diferente que en los demás puertos en que yo he estado, en los cuales, las embarcaciones con una, dos o más áncoras siempre quedan en libertad para volver la proa hacia el aire y aquí, por el contrario, se ponen las embarcaciones en escuadrón, tan unidas entre sí que casi se puede dar un salto de una a otra, y las aferran tan fuertemente por las cuatro esquinas que quedan fijas e inmobles. Apenas habíamos echado áncora, empezaron a dejarse ver cerca de nuestra embarcación, con gente de la ciudad, muchos pequeños barcos, lo que ha continuado toda la tarde y lo mismo habrá sucedido con las otras embarcaciones que han ido entrando poco a poco en este puerto; y hago juicio que antes de la noche habían entrado todas o casi todas. De los muchos que vinieron en estos barquitos casi ninguno se llegó a nuestra embarcación de modo que pudiese hablarnos y saludarnos. Casi todos ellos se contentaron con mirarnos y contemplarnos desde alguna distancia, mostrando su aire una especie de asombro y de pasmo, y un ademán de hombres estáticos y atónitos, como que no creen lo mismo que están viendo. Una sola embarcación de nuestro convoy dejó de entrar ayer por la tarde y entró después en la noche y, así, en el día están ya en este puerto de Genova los convoyes de las tres Provincias de Aragón, Andalucía y Castilla que salieron juntos de Calvi. Y nada se nos ha hablado en todo el día de marchar a Puerto Fino y así parece que no tendrá efecto el orden con que nos asustó ayer a nosotros aquel Ministro de la República. Esta mañana han venido a esta embarcación muchos barquitos y lo mismo habrá sucedido por las otras embarcaciones, los más traían gente que, por curiosidad, venía a vernos mostrando, a una mano, todos mucha admiración y no menor compasión y ternura por vernos en este estado. En algunos barcos traían frutas y otras varias cosas de las cuales se ha comprado lo que ha parecido necesario. Lo mismo hubiera sucedido por la tarde, si no lo hubiera impedido una tempestad furiosa con la cual se encrespó el mar y no podían andar barcos por la concha. Toda la tarde ha estado relampagueando y tronando, y ha venido sobre nosotros una lluvia copiosa con la que nos hemos 691

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mojado casi tanto como si estuviéramos en una plaza o en un campo abierto, no teniendo para cubrirnos otra cosa que unos andrajillos de un toldo viejo que se pasó al instante del agua. Ha sido en la realidad una tarde pesadísima y pavorosa, y por nuestra parte se ha pasado rezando rosarios, echando conjuros, cantando letanías y en otras devociones. De los trabajos de la noche pasada es inútil hablar, pues no habiendo mejorado ni de dormitorio ni de cama es innecesario que sea suma la incomodidad y que cada día, si es posible, sea mayor. En realidad es inexplicable lo que se padece en este particular. El año pasado explicamos lo que se padecía en este punto de dormir en el navio «Nepomuceno», pero todo aquello era gran regalo si se compara con esto; pues al fin allí tenia cada uno su colchón extendido, ponía sus sábanas y podía desnudarse, aquí sólo hay un colchón para dos o tres y aun quedan todavía muchos sin colchón. Allí aunque en las camas había ahogo y estrechez, en las piezas en que se dormía se podía andar de pie y con desahogo; aquí, por el contrario, en todo el entrepuentes sólo se puede andar arrastrando, a patas o a lo sumo, en donde está más desahogado, de rodillas. En el navio, cuando lo permitía el tiempo, sucedió como los más de los días, se abrían muchas ventanas de las piezas en que se dormía y con eso entraba aire nuevo y se limpiaban y oreaban. En esta embarcación nunca se abre ventana ninguna porque no tiene otra que el agujero por donde se entra en el entrepuentes. Y así es preciso, siendo una pieza tan pequeña y tan baja, y durmiendo en ella más de sesenta hombres, varios viejos, otros enfermizos y malhumorados, que el aire esté hecho un fuego sumamente pestífero y hediondo. Como ya va algo larga la navegación muchos, o todos, han tenido necesidad de mudarse camisa y esto es una obra de romanos en esta miserable situación. He observado en este particular mil ardides e industrias muy graciosas que divertirían no poco, si las quisiera pintar aquí. Lo más regular es hacer esta maniobra de día cuando no hay tantos en el entrepuentes, y el modo más común y que va prevaleciendo es el siguiente: en un ángulo o rincón del entrepuentes, con un cordel y un manteo o una manta, se forma una choza o tienda de campaña y allí 692

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metido, como se puede, manejándose con no poco trabajo, se logra finalmente mudarse. Más trabajo hay en satisfacer a las necesidades naturales porque no hay arbitrio que alcance en este asunto para guardar toda la modestia y decencia a que estamos acostumbrados. Para todos no hay más que dos asientos volados al mar, uno de una banda y otro de la otra de la embarcación, y los costados de ellos están tan poco levantados que se descubre de medio cuerpo arriba los que se sientan en ellos, lo que para todos es un paso de mucho rubor y vergüenza. La comida ha sido hoy decente y a nuestro modo, pues ha habido un poco de verdura, olla de carne fresca y un poco de fruta, y mientras estemos en este puerto, en donde es fácil hacer la provisión conveniente, será siempre de la misma manera. El modo de comer es como ya insinuamos en otra parte: todo el mundo se sienta donde puede, por el piso de la embarcación, y sirviéndonos de mesa nuestra rodillas se va tomando lo que sirven algunos coadjutores destinados a este oficio. A este modo en todas las demás funciones animales y espirituales hay su particular trabajo e incomodidad. ¿Qué no cuesta encontrar un rinconcillo en donde rezar el oficio divino, con un poco de quietud y sosiego, el rosario, u otras devociones? Cómo es posible poder retirarse a leer un poco, como tendríamos mucho gusto, a escribir cuatro renglones, como me es preciso, una vez que he tomado el empeño de escribir este Diario. Se hará de algún modo cargo de las incomodidades que se padecen en estas cosas, y en otras muchas, el que haga reflexión que vamos aquí ciento doce hombres no en un Colegio, no en un palacio, ni aun en una casa, sino en una choza o cabana de pastores que esto o poco más viene a ser esta embarcación349.

Día 24 de septiembre La noche, sobre los trabajos de todos los días, ha sido muy pesada para los que duermen al descubierto, por haber venido 349. Sobre este viaje véase: GIMÉNEZ LÓPEZ, E. y MARTÍNEZ GOMIS, M., «La llegada de los jesuitas expulsos a Italia según los diarios de los padres Luengo y Peramás», en Relaciones Culturales entre Italia y España, Ed.: J.A. Ríos y E. Rubio, Universidad de Alicante, Alicante, 1995, pp. 63-77. 693

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repentinamente un golpe de agua bastante fuerte que les cortó el sueño e hizo levantar para buscar algún rinconcillo donde guardarse alguna cosa de la lluvia. Como nuestra habitación en este navio va mucho más larga de lo que habíamos creído todos, y mucho más los padres Procuradores, va disgustando cada día más el tener la embarcación tan embarazada con tantas cosas como se metieron en ella. Se trata, pues, con actividad en deshacernos de muchas de ellas vendiéndolas o de otro modo. Desde luego teniendo nosotros que poner ya la leña para cocer la olla se van empleando en esto algunas mesas, bancos y catres viejos, de los cuales pensaban nuestros Procuradores sacar mucho dinero, y así reparar un poco en incomodar las personas por traer en la embarcación este tesoro. El día 22, cuando veníamos caminando desde Sestri a este puerto, se nos arrimó una embarcación de nuestra Provincia y de ella nos dijeron que estaba muy malo el P. Juan Bautista Rentería. Efectivamente, murió ayer ya en el puerto, y esta mañana le sacaron a la ciudad en una falúa que pasó a la vista de esta embarcación, en la cual iba tendido y descubierto del todo. En el muelle le recibieron en algunas andas y le llevaron a enterrar a la iglesia de la casa profesa que tiene la Compañía en esta ciudad. No tengo noticias particulares de este padre que estaba en los cincuenta y ocho años de edad y era natural de Baquio, del Obispado de Calahorra. Ha venido hoy a esta embarcación, y lo mismo habrá hecho a las otras, un Comisionado del Gobierno, el cual ha preguntado principalmente dos cosas. La primera si hay algún enfermo de cuidado. A esta providencia es muy creíble que haya dado ocasión la muerte del P. Rentería dentro del mismo puerto, y acaso se moverán a compasión los señores genoveses y permitirán que salgan a tierra los que se hallen gravemente enfermos. En realidad es cosa dura y cruel que no han de poder salir siquiera a un hospital unos sacerdotes y religiosos que se hallan en el puerto, cuando el más miserable marinero de cualquier Nación que fuese no se le negaría este consuelo y alivio. La segunda cosa es sobre la comodidad que tenemos para dormir y habiéndole referido sinceramente lo que pasa en este punto, y que hemos contado varias veces en este Diario, que694

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do el hombre tan asombrado y aturdido que no acababa de creer lo que le decíamos y lo que él mismo estaba viendo por sus ojos. Hoy por la primera vez, en cuanto yo he podido averiguar, ha venido a una de nuestras embarcaciones un jesuíta del país. Este ha sido un padre Pincheti, que fue en Roma discípulo de nuestro P. Provincial Ignacio Ossorio, y que le solía escribir también a Córcega. Le ha hecho esta visita de rebozo y con misterio, y no se entiende qué razón ni causa puede tener este padre para estos misterios, ni los demás para no dejarse ver algunos y servirnos de él algún consuelo y alivio. Yo no creo que su príncipe se lo haya prohibido, ni que haya fundamento para temer que le desagrade. Aun creo que no disgustaría de ello la Corte de España, como no ha mostrado disgusto de que en Ajaccio, en donde estaban los comisarios reales, tratasen con franqueza entre sí los jesuitas italianos y españoles, y aun cuando le disgustase ¿qué tienen ellos con la Corte de Madrid? Pues ¿qué les detiene a estos padres para tratarnos como hermanos suyos y como nosotros tratamos en España a los franceses y portugueses perseguidos que llegaron por allá? ¿Cómo la caridad y unión que reina en la Compañía no les mueve a venir por las embarcaciones a algunos, ya que no a traernos algún regalito, en lo que no hartan mucho, a lo menos para protestar con este hecho, que no se deshonran con nuestras cadenas, y para darnos algún consuelo y alivio, siquiera con buenas palabras? No puedo menos de confesar que me choca y ofende mucho este modo de tratarnos tan frío y tan seco de estos jesuitas. Este P. Pincheti estuvo a solas con nuestro P. Provincial un buen rato, y de resulta de esta conferencia se han publicado tres cosas. La primera es que en Genova están tan ignorantes como nosotros mismos de las intenciones de España y Francia sobre estos viajes y vejaciones nuestras. Un hermano coadjutor de nuestra Provincia, llamado Narciso Muñoz, que vino a Roma con el P. Salvador Ossorio, Asistente de España, y después de la muerte de este padre ha quedado en Genova, y que no ha venido a vernos o porque se habrá hecho tan frío como los jesuitas del país, o porque no se lo habrán permitido, ha escri695

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to y en suma dice lo mismo que el P. Pincheti. Pero uno y otro se debe entender de noticia formal comunicada al Senado por las dichas cortes, pues por lo demás bien claro está en lo que se está haciendo con los padres indianos, que lo que intentan las cortes de España y Francia es que por esta o por la otra parte, de este o del otro modo, nos metamos en los Estados del Papa. La segunda cosa que dijo Pincheti es que los ministros de Francia y España aseguran, sin rebozo, que nada se les ha dicho de sus cortes en el asunto; lo que parece poco creíble y que el Ministro de España, por librarse del embarazo de mil preguntas y recursos a que no podrá satisfacer, se ha salido de la ciudad a alguna casa de campo. La tercera y última, que no puede ser mayor la ternura y compasión que generalmente se ha excitado en toda la ciudad con nuestra vista, lo que no dudo que será así y demasiado lo muestran en sus semblantes los muchos que se dejan ver en la concha en falúas, sin otro objeto que vernos y contemplarnos. Día 25 de septiembre

Domingo. De los trabajos de la noche es inútil repetir lo que hemos contado ya tantas veces. Por ser día de fiesta, aunque con mucho trabajo, se ha dispuesto el altar y se han dicho dos misas y a ellas hemos comulgado todos, guardándose el mejor método que se ha podido; pero siendo tanta la apretura y estrechez no ha sido posible evitar toda confusión. Está ancorada, tan cerca de la nuestra, una embarcación de padres andaluces, que casi nos alcanzamos a dar las manos unos a otros y se conoce que éstos observan con un genero de pasmo el método y orden que hay en esta nuestra embarcación en muchas cosas y, especialmente, en el comer de comunidad todos a un tiempo una misma cosa y con el concierto y aseo posible, en lo cual en su embarcación no debe de haber arreglo ninguno y cada uno come lo que quiere y cuando quiere. Con el mismo pasmo han visto hoy nuestras misas y nuestra comunión de comunidad con todo el orden posible en las circunstancias. Esto les ha hecho caer en la cuenta, a lo que parece, de que no es imposible cumplir con el precepto de oír misa y no teniendo a 696

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 mano recado con qué decirla, nos han pedido el nuestro y se les ha prestado con mucho gusto. Se van animando las gentes de la ciudad a venir a nuestras embarcaciones y van perdiendo un género de miedo que parece tenían en tratarnos. A esta embarcación de los padres andaluces les ha llegado algún otro regalito de la ciudad, lo mismo ha sucedido con alguna otra embarcación de nuestra Provincia y habrá sucedido en otras, sin que yo lo haya podido saber. Al P. Pedro Calatayud le ha ido a visitar una dama de las principales de Genova, llamada Espinóla, y otra llamada Centurioni ha llevado a comer a su casa al P. Idiáquez. A esta nuestra embarcación han venido hoy dos genoveses bien portados que tratan un deseo muy grande de conocer a los novicios de Castilla, de los cuales sabían, a lo menos en confuso, las cosas que habían padecido al salir de España. Se han detenido un gran rato con nosotros, preguntándonos mil cosas sobre nuestros viajes y sobre nuestro presente estado, y mostrándonos mucho cariño y amor y una grande estimación y aprecio, lo que no deja de ser algún consuelo viéndonos tratados por españoles y franceses como los hombres más infames y más facinerosos del mundo. Día 26 de septiembre Aunque no es de fiesta y es no pequeño afán componer y descomponer el altar, se ha tenido el consuelo de decir una misa a la que hemos asistido todos. Poco después de desayunarnos volvieron a visitarnos los dos que estuvieron ayer en esta embarcación. He averiguado que se llaman Lovati y Paganini y que son dos comerciantes, y que el primero es hombre muy rico. El segundo tuvo un hermano jesuita que murió joven con fama de santidad y efectivamente anda impresa su vida. Han estado con nosotros en una conversación muy larga, no hartándose de hacernos preguntas sobre nuestras cosas y de mirar y remirar a estos jóvenes novicios, que hicieron tantas heroicidades en la salida de España. No puede ser mayor el aprecio, el cariño y la estimación que nos muestran estos dos señores mercaderes y a la despedida, llenos de ternura y compasión, 697

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nos dijeron con una sinceridad y realidad que no puede ser falsa que pidiésemos las cosas de que tuviésemos necesidad, porque tendrían mucho gusto en traérnoslas; y efectivamente, para mostrar que se estiman sus ofertas y que las tenemos por sinceras y verdaderas se les ha suplicado que nos traigan algunas cositas de que necesita este o el otro particular. Hacia el mediodía tuvimos otra visita muy apreciable y cariñosa que contaremos aquí en pocas palabras. Acercóse a nuestra embarcación una falúa, en que venían las dos damas genovesas Centurión! y Espinóla, de que ya hemos hablado, y con ellas venían tres abates ex jesuítas españoles. Nos saludaron desde su falúa con mucho cariño a todos pero deseando ver y hablar más de cerca al jovencito Manuel Lanza, que vino de España de marinero, y no siendo la subida a nuestra embarcación decente y cómoda para las damas, bajó a la falúa el P. Rector llevando consigo al H. Manuel. Tuvo un encuentro bien raro el jovencito en dicha ocasión. Uno de los tres jesuítas españoles que venían con las damas era un joven como de treinta años llamado Goiri350, que había sido de la Provincia de Toledo y había salido de la Compañía en Ajaccio, y es hermano de madre de nuestro joven y por eso, habiéndole conocido de antemano, procuró excusarse de aquella visita aunque fue preciso dar gusto a aquella señora. ¡Qué dos hermanos tan diferentes, decía yo y decían otros, viéndolos a los dos juntos en aquel barco! ¡Qué no hizo uno por lograr la felicidad de vivir y morir en la Compañía y cuan fácil y ligeramente la abandonó el otro, teniendo la dicha de vivir en ella! Los otros dos ex jesuitas nos dieron mil elogios de estas damas, lo mucho que a ellos y a otros favorecen por el respeto de haber sido jesuítas, su singularísimo amor a la Compañía y lo mucho que trabajan, no dejando piedra por mover por inclinar al Senado a que nos deje desembarcar para que salgamos de la opresión en que nos vemos. Las damas, por su parte, estaban con increíble gusto y contento preguntando mil cosas y queriendo saberlo todo, y más en particular los pasajes del héroe marinerito, a quien mi350. De Juan Antonio Goiri Lanza hemos hablado al comentar los datos personales de su hermano. 698

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raban y oían con singular ternura y complacencia. Después de un largo, rato muy gustoso para todos, se despidieron con mil demostraciones de cariño y estimación y, cuando empezaron a caminar con su falúa, echando los pañuelos al aire, en voz alta clamaron: «\Viva la Compañía; viva la Compañíal» No deja de ser algún consuelo en nuestra miserable suerte el recibir estas demostraciones de afecto y estimación de la Compañía, pues ellas son unas pruebas evidentes de que el mundo no nos tiene por reos y por merecedores del estado en que nos han puesto. Yo no escribo aquí más que las visitas dignas de alguna memoria que recibimos nosotros en esta embarcación. Pero se debe suponer, como es así cierto, que otras tantas y acaso más reciben los otros de nuestra Provincia en sus embarcaciones, especialmente viniendo en ellas los padres Calatayud, Ossorio, Idiáquez y otros, que por sus particulares circunstancias atraen a ellas más gente. Lo mismo, y aun más, sucede en las embarcaciones de la Provincia de Andalucía, siendo muy regular que las familias y amigos de los padres andaluces que tenían colegios en Málaga, Cádiz, etc., tengan más conocimientos y conexiones en Genova que los castellanos. Sobre todos tienen amigos y conocidos en Genova los padres aragoneses, por el mucho comercio de esta ciudad con Valencia, Barcelona y otros puertos de su país y así es consiguiente que reciban más visitas de la gente del país que los demás. Pero es imposible saberlas y observarlas, y es más imposible anotarlas todas en particular. Basta haber insinuado, en general, esta cosa para que se entienda que el traje de reos de lesa majestad, de facinerosos y de hombres los más malvados del mundo en que hemos aparecido en este gran puerto de Genova no impide que, aun la gente de más distinción, nos trate con aprecio y con cariño, dando con este hecho un público testimonio de que tiene por mentiras y calumnias los enormes delitos que nos atribuyen, y por los cuales nos tratan de esta manera. Día 27 de septiembre Día de San Cosme y San Damián y Aniversario de la Confirmación de la Compañía de Jesús, que cumple hoy doscien699

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tos veintiocho años. Se ha dicho una misa y han comulgado a ella unos pocos solamente, porque no hubo formas para más y no se advirtió esta falta sino cuando ya no era tiempo de remediarla. Vinieron bien presto esta mañana los señores Lovati y Paganini y nos trajeron un buen regalo de fruta y, además de esto, varias cosas que se les había pedido como algunas camisas que necesitaban algunos sujetos, que fiados en la brevedad de la navegación traen a mano muy poca ropa blanca; varios tirabragueros351, para algunos que los necesitan y otras varias cosillas; y Paganini ha regalado a los novicios un ejemplar de la vida de su hermano. También han estado hoy aquí dos jesuítas genoveses que nos han regalado con alguna fruta y lo mismo hacen con las otras embarcaciones, de lo cual yo me alegro mucho, no por el regalo en sí mismo, que importa bien poco, sino porque este hecho es prueba de que esos jesuítas, a lo menos con el ejemplo de tantos seculares de distinción como nos visitan, nos honran y nos regalan, se van animando y perdiendo algún terror y pánico que se había apoderado de ellos. También ha andado hoy por todas las embarcaciones un médico, enviado por el gobierno para ver los enfermos que hay por ellas y ponerlos en lista para que salgan a tierra; lo cual debe de estar ya compuesto con el Senado, aunque no sabemos todavía en dónde los han de poner ni las demás circunstancias de este paso. Poco mal basta para que el médico ponga en lista de enfermo a cualquiera que se le presenta, y es mucha razón hacerlo así porque un mal, por pequeño que sea, en esta miserable situación es de mucha incomodidad para el enfermo y para los sanos; lo que se entenderá bien por un enfermo que tenemos aquí y es el H. Pedro Ceballos332, aunque su mal no da muestras de ser grave. Después de pensar mucho sobre el sitio en que ponerle se resolvió formar una cabañita a una punta de la proa con un pedazo de estera que apareció no sé en dónde y por alguna otra manta, y allí está echado en su cama, sin más 351. Correas que mantenían sujetos los protectores que usaban los herniados. 352. Pedro Cevallos era natural de Támara (Falencia) donde había nacido el 18 de enero de 1737. En 1767 era novicio escolar. Murió en Cento en 1809. 700

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abrigo que el que pudiera tener en la misma choza formada en una plaza o en campo abierto. El día 24 entró en este puerto la fragata de guerra mandada por el caballero de Módena, la que ha venido de escolta del convoy de Ajaccio. Informado por ventura este oficial del método que se tenía con los padres indianos hizo entrar su convoy en Puerto Fino, pero informado después del estado en que se halla nuestro desembarco le ha hecho venir aquí, y hoy ha entrado todo él en este puerto y con su llegada nos hemos juntado todos en esta concha de Genova, lo que hasta ahora no había sucedido ni en Santo Stéfano, ni en San Florencio, ni en Calvi y seremos hoy en el día en este puerto como dos mil quinientos jesuítas españoles. Espectáculo a la verdad que no le ha visto Genova semejante desde su fundación hasta este día. El convoy de Ajaccio es muy numeroso, pues además de toda la Provincia de Toledo, vienen en él algunos padres indianos y varios sujetos de las otras Provincias que, o por enfermos o por el oficio de Procuradores, quedaron allá cuando salimos la mayor parte y después fueron traídos a Ajaccio. Su viaje de esta ciudad a Puerto Fino fue muy parecido al nuestro desde Calvi a Sestri Levante; breve pero molesto y trabajoso, por haber estado el mar inquieto y alborotado. De nuestra Provincia sólo ha quedado en Ajaccio el P. José Ramos153, que fue en España Procurador del Seminario de ingleses de San Urbano, en la ciudad de Valladolid, y de su asistencia quedan encargados algunos sujetos de la Provincia de Toledo que han quedado allá para cuidar de sus enfermos. Por mucho deseo que tengamos nosotros, como ciertamente lo tenemos grande, de salir de las manos de los franceses, no es menor el de estos señores de desprenderse de nosotros. Estos días, especialmente después que llegó el caballero de Módena, han andado los comandantes con el Embajador de Francia en conferencias y manejos, de los que nosotros no podemos 353. El P, Ramos llegó a Bolonia en febrero de 1769; pasó a vivir de la casa de Crociari de la que se trasladó un año más tarde a una nueva de San Juan. Falleció el 14 de mayo de 1781. Era natural de Medina del Campo donde nació el 17 de diciembre de 1717. 701

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decir en particular otra cosa sino que sería resulta y efecto de ellos una junta que se tuvo ayer en una de las fragatas de guerra. Asistieron a ella, por haber sido llamados, los tres padres Provinciales de Andalucía, Aragón y Castilla que solos estaban aquí y el P. Francisco Javier Idiáquez, porque entiende y habla bien el francés. Por parte de los franceses asistieron a la junta los dos comandantes de las fragatas, que han escoltado los convoyes, y el Secretario de Embajada de la Corte de París en esta ciudad de Genova, y no sé si alguno otro más. Todo el asunto de la junta se redujo a proponer los franceses a los padres Provinciales que escogiesen el que más les gustase entre estos dos extremos: o tomar aquí embarcaciones a nuestra costa e irnos en ellas a Civitavecchia en derechura y entrarnos por allí en el Estado del Papa, o irnos allá por tierra desde Sestri, en donde nos desembarcarían ellos. Los padres Provinciales, unánimemente, respondieron que no podían tomar partido y resolverse en aquel asunto sin pensarlo un poco despacio y sin explorar primero el parecer, el gusto e inclinación de sus subditos. Y con esta respuesta se acabó la junta de ayer. Nuestro P. Provincial, desde la fragata marchó a la ciudad a comer con una de las dos señoras que tanto nos favorecen y de que hemos hecho varias veces mención, y en su nombre escribió el P. Idiáquez una carta circular que había de correr por todas las embarcaciones, en la cual se presentaba la propuesta de los señores franceses y se decía que se explicase a cuál de los dos partidos se inclinaba la mayor parte de los que venían en la embarcación y que, en prueba de su inclinación, echasen su firma algunos de los más antiguos. Cuando llegó a esta embarcación la carta circular ya había pasado por dos embarcaciones de nuestra Provincia y en una y otra se inclinaban al partido de irse por tierra. Lo mismo se hizo aquí y en las demás embarcaciones con una entera uniformidad. No sabemos si en las otras provincias hubo tanta conformidad de juicio y de inclinación; pero sí sabemos que en las otras dos prevaleció también el mismo modo de pensar y en todas se resolvió el marchar por tierra desde Sestri Levante. No dudo que habiendo llegado esta mañana la Provincia de Toledo antes que se diese la respuesta a los comandantes, que se le comu702

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nicó este negocio y la resolución de las tres Provincias, y que se conformaría fácilmente con ella. Es muy dudoso, en la realidad, si se quiere pensar la cosa con reflexión y con juicio, cuál de los partidos nos será menos costoso y de menor trabajo y fatiga. Y por lo que a mí toca, sería de parecer que nos sería más cómodo y de menos gasto el irnos en derechura a Civitavecchia, a donde con un tiempo mediano pudiéramos llegar en cuatro o seis días, que hacer e,l viaje por tierra desde Sestri y más habiendo tan mala disposición de caballerías y de otras cosas necesarias para hacerlo con alguna comodidad, según nos contaron los padres indianos y queda insinuado el día 21 de este mismo mes. Es verdad que, en nuestra resolución, en cuanto a los sujetos con quienes he hablado y de otros muchos de quienes tengo noticia, nada ha influido la consideración del mayor o menor gasto, de la mayor o menor fatiga y trabajo nuestro. Todo el móvil e impulso para nuestra uniforme determinación ha venido de nuestro obsequio y respeto para con la Santa Sede y con la sagrada persona del Sumo Pontífice. Sabemos que el año pasado se tentó meternos en el Estado Eclesiástico y que Su Santidad resistió y se opuso a ello. Vemos ahora que los ministros borbones vuelven a insistir en hacernos entrar en el dominio de la Iglesia, sin que haya indicio ninguno de que el Santo Padre haya dado su consentimiento. Este es el semblante de este negocio, en cuanto aparece por los hechos mismos. Y en este caso, sin atender a nuestra comodidad ni a nuestro interés, hemos tomado aquel partido en que se deje ver más a las claras la violencia que se nos hace en este hecho y que si entramos en el Estado Eclesiástico, como desean los franceses y españoles contra el gusto de Su Santidad, es precisamente porque se nos obliga a ello y de ninguna manera por nuestra elección y voluntad. Este es todo el espíritu, todo el motivo y causa de esta nuestra determinación de ir por tierra desde Sestri, antes que meternos en derechura por Civitavecchia en el Estado Eclesiástico, pareciéndonos que de este modo nos ponemos, en cuanto nos es posible, al injusto empeño de las cortes de meternos en los dominios de la Iglesia. 703

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Hoy, pues, respondieron los padres Provinciales a los señores comandantes que, siguiendo la inclinación de la mayor parte de sus subditos, escogían entre los dos extremos el irnos por tierra desde Sestri, después que nos dejasen en aquel lugar. Disgustó mucho a los franceses esta respuesta, pues es claro que para ellos era cosa más breve y más fácil el que, sin salir de aquí, pasásemos todos en poco tiempo a otras embarcaciones, y quedasen las suyas desembarazadas, que el llevarnos a Sestri y desembarcarnos allí. Habrá ayudado mucho a que su disgusto sea mayor el arribo esta mañana de un jabeque francés en el cual, según se dice, les ha venido orden de desocupar cuanto antes estas embarcaciones; porque hacen falta en Tolón para llevar tropa a la Córcega. Lo cierto es que no han perdonado los franceses a diligencia, medio, ni arbitrio para inclinarnos al partido que ellos desean; pero también lo es, que toda su maña y artificio, toda su política y elocuencia no lograrán apartarnos de nuestra determinación, en la cual estaremos fijos e inmobles, mientras no hagan uso del poder y autoridad y nos manden hacerlo como ellos quieren pues, en tal caso, nos sujetaremos con sumisión y rendimiento. En este estado queda este negocio en el día. Día 28 de septiembre Los que duermen abajo en el entrepuentes han tenido los trabajos de todas las noches, que con la continuación no se hacen más ligeros, antes por el contrario afligen y mortifican más. Los pobres que duermen al descubierto lo han pasado muy mal porque ha llovido bastante y les fue preciso levantarse para resguardarse alguna cosa en algún rinconcillo. El mismo trabajo alcanzó también al pobre enfermo que está metido en su choza. Por la mañana se serenó alguna cosa el tiempo y se pudo decir una misa. Ha vuelto esta mañana nuestro caritativo bienhechor el Sr. Lovati y nos ha traído también alguna ropa y cuatro pesos duros para los novicios los cuales, dijo, se los había dado un jesuíta genovés. Hoy han venido a esta embarcación varios jesuítas italianos y lo mismo habrán hecho en otras embarcacio704

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nes, y nos han tratado con agrado, cariño y confianza. A vista del modo con que nos trata aun la gente más distinguida de la ciudad, sería cosa más extraña y no poco sensible que nuestros hermanos no hiciesen caso de nosotros y no se dignasen de venir algunas veces a visitarnos. Si bien los de la ciudad vienen con franqueza a nuestras embarcaciones, a nosotros no se nos permite ir a ella, ni siquiera acercarnos a los muelles y sólo tienen licencia particular para entrar en Genova los padres Pignatellis, Ossorio, Idiáquez y algún otro muy raro; lo que no deja de ser cosa sensible y de humillación, pues a ninguno que está en el puerto, sea el que fuere, se le prohibe ir a la ciudad y tener el gusto de verla y observar las cosas particulares de ella. Pero al fin, los de otras embarcaciones, ya que no pueden ir a la ciudad porque el Gobierno no lo permite, se pasean francamente por la concha, hacen sus visitas a los de otros navios y se divierten en ver las obras exteriores del puerto. Nosotros nada de esto podemos lograr porque nuestro superior se ha empeñado en que no salgamos de la embarcación, lo que a mí me es muy sensible, no tanto por la mortificación que hay en ello, aunque no es pequeña, cuanto porque no puedo tener la comodidad de ver y averiguar cosas que notaría con gusto en este Diario, y si no vinieran otros de fuera nada sabríamos de lo que pasa. Efectivamente, ha estado aquí uno de los que acaban de llegar de Ajaccio y ha confirmado lo que dejamos dicho de su viaje y lo que dijimos tiempo hace de los comisarios reales que estaban en Ajaccio. Nada, dice este padre, se les ha escrito de Madrid en orden a nuestra partida de Córcega y, aun los franceses mismos en Ajaccio, han hecho tan poco caso de ellos que ni les enviaron un recado o aviso de las órdenes que tenían de París para sacarnos de la isla. Los comandantes franceses, viendo nuestra constancia en no seguir el partido que ellos quisieran de irnos en derechura354, o porque las órdenes que les hayan venido en el jabeque les obliguen de algún modo a ello o lo que es más verosímil, por despique y venganza de que no les damos gusto y por sofocarnos y aburrirnos para lograr al cabo 354. Nota del autor: «A Vecchia». 705

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su intento, nos han dado hoy un orden disparatadísimo, bárbaro y cruel más de lo que se puede ponderar con palabras. No es menos que el estrecharnos en las embarcaciones reduciéndose a tres la Provincia que viene en seis y a proporción las otras, por la cual cuenta han de venir a esta embarcación cincuenta o sesenta con todas sus cosas sobre los ciento doce que estamos en ella. Es mucha la inquietud y turbación de toda la gente, como se deja entender, por este precipitado orden, por el cual se nos pone en un estado tan miserable. Por todas partes se hacen vivas representaciones a los comandantes que nosotros nos alegráramos saber en particular, como también las respuestas de los franceses, los cuales es muy creíble que se alegren de nuestra turbación con esta novedad y acaso esperarán que por librarnos de esta vejación entraremos en su proyecto de irnos en derechura a Civitavecchia. El caballero de Módena, apretado por el P. Idiáquez y por otros sobre la irracionalidad de este orden, no pudo menos de confesar que era una cosa inhumana, aunque procuró disculparla con las órdenes que tenían de la Corte, a las cuales no era posible dar cumplimiento sino de este modo o de otro semejante. El Capitán de la fragata, que ha escoltado los convoyes de Calvi, es más impetuoso y en nada da lugar a la razón. El Capitán de esta embarcación en que estamos nosotros fue a representarle sobre este orden, diciéndole que era absolutamente imposible meter en ella las cosas de los sujetos que debían pasar a su bordo porque no cabían en la bodega, ni en ninguna otra parte; «pues si no caben», respondió el inexorable Capitán, «echarles al mar». Y así ha vuelto este Patrón sumamente enfadado y de malísimo humor contra sus paisanos, de los cuales dice tantas pestes cuantas pudiera decir el anti francés más furioso. En todo caso, él no ha querido obedecer, se ha estado quieto desfogando su cólera y a nosotros nos ha dejado en paz. Desde aquí he podido observar que en una embarcación de nuestra Provincia, habiendo empezado a mudarse, lo suspendieron después por orden del P. Provincial, que no desiste de hacer sus diligencias para impedir esta tropelía y está resuelto, a lo que parece, a arrendar algunas embarcaciones en donde colocar los que han de salir de las embarcaciones fran706

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cesas si llega a tener efecto este violento orden. De alguna otra embarcación de otras Provincias se ha visto que han andado en mudanzas. Y así queda por hoy este orden, para unos no empezado a ejecutar, para otros suspenso, para algunos a medio cumplir y para todos intimado y por consiguiente de un gran disgusto y desazón. Aun en un día de tanto sentimiento y confusión no se ha dejado una devoción a que se dio principio en el puerto de Calvi y después se ha continuado con constancia. Luego que anochece, se empieza a cantar la letanía de la Virgen en una embarcación, después se hace lo mismo en otra y algunas veces dos y tres a un tiempo y de este modo dura esta piadosa música una hora u hora y media de noche. Y como en todas las embarcaciones se ha procurado escoger cuatro o cinco de buenas voces que llevan el coro, se oye en toda la concha y en buena parte de la ciudad, en la cual, según se nos asegura, se oye con muy particular gusto, curiosidad y edificación esta nueva música jamás oída hasta ahora en este puerto. ¡Qué mucho!, si jamás se han visto en él en tanto numero de navegantes y prisioneros de esta especie. En realidad es cosa que encanta oír resonar por tanto tiempo, y no con mala armonía las glorias y alabanzas de la Santísima Virgen en un puerto y ver empleados en este santo ejercicio con tanto gusto y alegría millares de religiosos tratados con el último desprecio, con un sumo rigor, oprimidos de miserias y trabajos y hartos de oprobios y deshonras. Día 29 de septiembre Como ha llovido algo estos días y las noches van siendo largas, se siente el frío mucho por los pobres que duermen al descubierto sin que traiga por eso alivio ninguno a los que duermen en el entrepuentes; porque como es pieza sin ventanas y sin respiración alguna, en medio que por de fuera está frío, ella está cada día más caliente y fogueada. El empeño que tuvieron algunos en persuadir que nuestra estancia en la embarcación sería de muy pocos días y la docilidad de muchos en creerlo, ha sido causa de que vengan desprovistos de muchas 707

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cosas que ahora les hacen falta y es imposible buscarlas, estando en los baúles o cajones que están en la bodega tan amontonados que no es posible encontrarlos y mucho menos abrirlos. No son pocos los que por esta persuasión no traen sobre si más que la sotana, sin la ropa de mangas y sin manteo, y como por las mañanas hace también un fresco muy bueno, padecen varios no poco por esta parte y en otros para abrigarse se ven figuras muy ridiculas y risibles. Esta mañana, estándose diciendo misa vi, no sin compasión y sin poder contener la risa al mismo tiempo, el P. Ambrosio García^55, maestro de Teología muchos años en los colegios de Valladolid y Salamanca, pasado de frío y arrebujado, en lugar de manteo con una manta blanca. A los primeros días que llegamos aquí enviaron un regalito a los novicios unas religiosas de Genova y hoy han vuelto a enviarles otro y con eso hemos podido averiguar que son unas monjas dominicas llamadas de Santo Tomás. Al mismo tiempo, escriben una carta muy tierna y cariñosa al P. Superior, pidiéndole sus oraciones y las de su comunidad, y suplicándole encarecidamente que después que paremos en alguna parte se les dé aviso del lugar de nuestro establecimiento. Se les ha respondido dándoles las gracias tan debidas por su memoria y por los regalos que nos han enviado y ofreciéndolas darlas gusto en lo que piden. También ha estado hoy en esta embarcación el P. Rector del noviciado de la Compañía en esta ciudad, y nos ha traído un regalito. Venía en su compañía un novicio que ha hecho hoy los votos del bienio y se han alegrado mucho con él nuestros novicios. Después pasaron los dos a otras embarcaciones. Habiendo quedado ayer en tanta confusión e inquietud con el orden que se nos intimó de reunimos y estrecharnos más en las embarcaciones, pareció conveniente presentar un memorial al señor Cornejo, Ministro de España en Genova, que ya volvió a la ciudad, si efectivamente llegó a salir, pidién355. El P. Ambrosio García era persona de reconocido prestigio entre los jesuítas castellanos; en 1769 intervino en las disputas teológicas de la casa Fontanelli y, en 1771, participó en las funciones literarias de la casa de Teología de Bolonia. Dejó inédita una apología sobre los pleitos de la Compañía cuando falleció el 23 de diciembre de 1804 en esa ciudad. 708

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dolé su amparo y protección en esta violencia y tropelía que quieren hacer con nosotros los franceses. El mismo P. Idiáquez, en persona, fue a presentarle este memorial y habiendo tenido la fortuna de encontrar juntos a los ministros de España y de Francia, les puso delante con toda viveza el miserable estado en que nos hallamos y, por consiguiente, el miserabilísimo a que se nos quiere reducir con la orden de los comandantes, haciendo entrar en las embarcaciones otros muchos sujetos más. El asunto es tal, que no era necesaria mucha elocuencia para persuadir a cualquier hombre que tenga algún rastro de racionalidad que es una crueldad y sevicia lo que se quiere hacer con nosotros y efectivamente, los ministros daban a entender que estaban persuadidos a ello. No obstante el día se ha pasado sin que se haya visto resulta alguna del memorial que nos sea favorable. Acaso ha nacido de alguna recomendación que hiciesen a favor nuestros los ministros, una multitud y variedad increíble de órdenes y contraórdenes, a cuál más necia y más violenta, con que nos han molestado la mayor parte del día y que es imposible decir en particular. Empezaron volviendo a traernos a la memoria el viaje en derechura a Civitavecchia como el medio único para salir ellos y nosotros de embarazo. A esto se les respondió concordemente por los cuatro padres Provinciales y un padre Viceprovincial de Méjico, que ha venido de Ajaccio en esta substancia; que pues ellos mismos han dicho que el orden del Rey de Francia es de dejarnos en Sestri, que nos desembarquen en aquel lugar, que por lo que a nosotros toca, nos estábamos quietos en la isla de Córcega, que de allí, por sólo su arbitrio nos han sacado y nos han traído a este puerto que por el mismo pueden llevarnos a donde quieran, pero que estén seguros que por nuestra elección no emprenderemos viaje ninguno ni a esta, ni a la otra parte y que en esta resolución estaremos inmobles. Después se han seguido en todo el día tantos órdenes y contraórdenes, que se pueden contar por horas desde las once de la mañana hasta la noche. Todas ellas, aunque algo diferentes en lo que disponían, tenían el mismo fin de estrecharnos y apretarnos más en algunas embarcaciones para lograr que se desocupasen otras. Y como ha habido tanto tumulto de 709

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órdenes ya se oían sin miedo, esperando que no tardaría el contraorden o revocación del último que venía. Todo es una confusión, precipitación y desgobierno de parte de los franceses sin que se vea de su parte una determinación justa, razonable y juiciosa. Todo su empeño es desembarcar presto sus embarcaciones y desprenderse de nosotros. Pero, aun cuando sea cierto que estas dieciocho o veinte embarcaciones en que estamos hagan falta en Tolón para llevar tropa a la Córcega, lo que es bien poco creíble, qué cosa más fácil que desocupar sus embarcaciones sin oprimirnos tan bárbara e inhumanamente. Si los ministros de España y Francia de oficio, por orden que tengan para ello de sus cortes, o suponiendo que será según su gusto, pidiesen al senado, que nos permitiese desembarcar en algunos lugarcitos de su ribera desde donde nos fuésemos después en pequeñas partidas al Estado de la Iglesia, no parece que se lo pudiera negar. Nuestro P. Provincial nos ha enviado también varios avisos, y lo mismo habrá hecho a las otras embarcaciones y todos con el fin de que no precipitásemos la ejecución y de suavizar y templar algo el trabajo y fatiga si al cabo era preciso ejecutarle. Y aunque el mayor afán de este día ha consistido en el disgusto de recibir tantos órdenes violentos e inhumanos, no ha parado todo ello en solas palabras. Se han visto por la concha varios barcos cargados de ajuares y camas de jesuitas, pero no es fácil saber ni cuántos han sido, ni quiénes son los que se mudan, ni a dónde van a parar; pero no hay duda que han sido pocos respecto de las órdenes que se nos han dado. A esta embarcación en que estamos nosotros trajeron como a media tarde las camas y demás cosas de veintiún sujetos que debían de venir a dormir aquí; pero de allí a poco tiempo volvieron por todo y se lo llevaron, y así hemos quedado del mismo modo que estábamos ayer y en la misma inquietud y turbación. Día 30 de septiembre Padecen mucho, y cada día más, los que duermen abajo en el entrepuentes, pues cada día es mayor el fuego y mal olor que allí se siente, y cada día están más duros los colchones en710

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rollados, que es la única cama en aquella pieza; pero aún causan mayor compasión los que duermen al descubierto por estar las noches muy frías y caer un rocío bien grande, sin tener siquiera un miserable toldo que los defienda de él. Han venido esta mañana a esta embarcación nuestros caritativos bienhechores, los señores Lovati y Paganini, y nos han traído también su regalo y, además de él, han traído varias cositas para éste y para el otro particular. A la verdad, si se juntara todo lo que hemos recibido de estos dos señores sería una cantidad no pequeña reducidas todas las cosas a dinero, y llegándose a esto el agrado, cariño y buen modo con que nos han visitado tantas veces y nos han hecho todos estos favores, no podemos menos de protestar que siempre será corto nuestro agradecimiento y que estamos muy obligados a encomendarlos al Señor con mucha particularidad en nuestras oraciones, que es lo único que podemos dar por tantos beneficios. Hasta lo último de la tarde se había pasado este día con paz y sosiego suspendidas o revocadas las últimas órdenes de ayer, y sin que hubiesen tenido otras de nuevo hasta cerca del anochecer. Según se ha visto por el efecto, todo el día han gastado nuestros comandantes y los demás que entran en este negocio en proyectar y disponer un nuevo plan y sistema, en orden a lograr su intento de desocupar las embarcaciones francesas en que estamos; el cual, sin que haya arbitrio para otra cosa, se ha empezado a poner en ejecución y es el siguiente. A lo que parece, deben de haber acabado de marchar los padres indianos y concede el Gobierno de Genova que pueda desembarcar de una vez en Sestri toda entera una Provincia y cuando ésta haya acabado de marchar, en pequeñas partidas, desembarcar otra, y con el mismo orden se irán siguiendo las demás. La Provincia de Aragón, siguiendo este plan, ha marchado hoy a Sestri, por haber sido la primera que se embarcó, a ésta seguirá la nuestra de Castilla, por haber sido la segunda que entró en las embarcaciones, en tercer lugar marchará la de Andalucía y, finalmente, la de Toledo que es la última que entró en la mar. De este plan se infiere manifiestamente que nosotros estaremos todavía embarcados quince días o tres semanas mientras marchan los padres aragoneses, los andaluces un 711

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mes o mes y medio, mientras marchamos unos y otros, y los padres toledanos un par de meses, teniendo que aguardar que marchen delante las tres provincias. Y así para nosotros es muy malo y muy trabajoso este nuevo plan y más hallándonos ya a la entrada del invierno. Hasta aquí nada tiene de ventajoso este plan en orden a desocupar las embarcaciones francesas en que estamos, pero para lograr esto han tomado este arbitrio: han fletado o alquilado los franceses algunas embarcaciones, de tantas como hay en este puerto, a las cuales debemos pasar al instante para desocupar las francesas. Tres han sido señaladas para nuestra Provincia y a proporción para las otras dos de Andalucía y Toledo, en las cuales nos aseguran que estaremos otro tanto de estrechos y apretados de lo que hemos estado hasta ahora, lo que no dejaremos de advertir después de haberlo observado. Como a las seis de la tarde volvió nuestro Patrón de la fragata del Comandante, a donde había sido llamado, y ha traído el orden de hacer esta mudanza al instante, ejecutivamente y sin levantar la mano del trabajo en toda la noche y, por consiguiente, sin darnos un momento para reposar. ¡Qué inhumanidad y fiereza de hombres! Pobres de nosotros si el Capitán de nuestra embarcación, estando menos obligado que el oficial Comandante no se hubiera compadecido de nosotros, aun con algún peligro de ser castigado, y hubiera seguido los órdenes que se le dieron. Empezó pues a trabajar luego que vino, se abrieron las escotillas, se cargó y llevó a la nueva embarcación una buena barca de baúles y de otras cosas. Pero habiendo entrado la noche lo ha suspendido para dejarnos reposar un poco y tomar fuerzas para las molestias y fatigas que nos esperan mañana.

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Octubre Día 1 de octubre Día de increíble trabajo, afán, confusión e inquietud para las tres provincias que están en este puerto de Genova, habiendo pasado todas o casi todas en él a las nuevas embarcaciones que han de ocupar en adelante. Cien ojos no eran bastantes para ver y observar lo que ha pasado en una mudanza tan atropellada y repentina de tantos a un mismo tiempo, ni cien manos lo eran para escribirlas y notarlas. Por tanto nos contentaremos con decir brevemente lo poco que ha pasado a nuestra vista. Una hora antes de amanecer nos despertaron los marineros y nos hicieron levantar a todos porque quería nuestro Patrón empezar a trabajar antes que viniese el día para verificar, de algún modo, que había trabajado toda la noche o por lo menos deslumhrar al oficial Comandante, a quien no dejan de temer porque estaba tan furioso que había llegado a decir que colgaría a uno de una verga si no era obedecido a la letra. Se empezó, pues, aun antes del día a sacar cosas de la bodega, a revolver ajuares y baúles, embarcarlos en los barcos pequeños y transportarlos a la nueva embarcación. Todo esto se dice en una palabra, pero es increíble la fatiga, el trabajo y confusión que trae consigo una operación semejante, especialmente siendo tantas las cosas que hay que sacar y llevar, tan pequeña la embarcación y tantos en ella que, habiendo de estar todos en el piso alto por estar enteramente revuelta la bodega y el entrepuentes, apenas cabíamos en pie. ¿Cómo en una revolución tan grande y una apretura no menor, sin poderse volver a un lado y a otro, abrir, revolver, cerrar y liar baúles y cajones?, pues con esta ocasión, muchos que por creer de pocos días el viaje se hallan faltos de muchas cosas han querido proveerse de ellas. Aun nuestros desgraciados colchones, que más nos han servido en esta navegación de incomodidad que de regalo, han aumentado mucho la fatiga de este día por un orden juicioso de los Superiores, pero muy incómodo para nosotros. Viendo que la navegación va tan larga y que después nos espera un viaje por tierra no corto, se ha dado orden de que los que 713

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tengan dos colchones separen uno para venderlo e ir más a la ligera. Por desgracia somos muchos en esta embarcación los comprendidos en el orden y así hemos tenido que hacer, en medio de tanta revolución y apretura, la aparatosa maniobra de liar y desliar colchones no habiéndonos librado por esta vez de este trabajo la constancia en dormir en ellos enrollados y duros como una piedra por ocho o nueve días. Toda la mañana y casi toda la tarde se ha gastado en este trabajo y afán en el cual nos hizo mucho al caso un breve rato que se logró de reposo por un contraorden que vino de suspender el transporte de cosas. Se creyó al principio que fuese efecto de haberse venido algo a la razón el furioso Capitán de la fragata, nuestro Comandante, y haber entrado en algún pensamiento benigno y racional de no estrecharnos y oprimirnos tanto, dando alguna embarcación más para nuestra Provincia. Pero presto se salió de este engaño y se supo que la causa de esta breve suspensión había sido el haber arrendado o fletado a su cuenta al P. Idiáquez una embarcación en la cual se pondrán todos los que vienen con Su Reverencia, que serán como unos ciento sesenta, y así logrará la Provincia alguna holgura y desahogo. Luego que se ejecutaron algunas resultas de esta resolución del P. Idiáquez, cuya ejecución pudiera embarazar el transporte de cosas de otras embarcaciones, se volvió a echar mano al trabajo, en el que se ha proseguido todo el día. Trescientos reales al día cuesta al P. Idiáquez la embarcación que ha alquilado y sesenta por día nos cuesta la que se arrendó en Calvi para los enfermos el día dieciséis del mes pasado. Claro está que estos gastos, juntamente con otros muchos que se han hecho y otros tantos o mayores que será preciso hacer en adelante, a los que los ha expuesto la resolución de Francia de sacarnos de Córcega y su ruindad, miseria y tiranía en conducirnos, son superiores a nuestra pensión ordinaria y sería forzoso vernos presto en una suma pobreza y miseria, si un admirable rasgo de la Providencia del cielo sobre nosotros no hubiera movido a nuestra Corte a socorrernos en esta extrema necesidad, como diremos luego al instante. Entretanto, conviene notar que uno de los mayores daños que padecemos en estas precipitadas mudanzas es la ruina y 714

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menoscabo de nuestras cosas. Aun cuando el transporte de una embarcación a otra de ajuares y cosas como las nuestras se hiciera con mucho miramiento, tino y cuidado siempre padecerían mucho en semejantes transportes de una embarcación a otra. ¿Qué será tratándolas con sumo descuido, como haciendo de hombres desvalidos y miserables, para con quienes no hay necesidad de tener algún miramiento y atención? No es creíble cuánto se quiebra, se rompe, se destruye y hace pedazos y, hago juicio, que si se pudiera hacer una cuenta de lo que se pierde en la Provincia en sola esta mudanza saldría una suma de millares de pesos. En la embarcación que acabamos de dejar, toda ella revuelta y embarazada hicimos nuestra comida del mejor modo que se pudo, aunque fue inevitable la confusión y tumulto. Por la tarde y algo de noche hemos hecho nuestro viaje a esta nueva casa, en la que a los ciento doce, que somos nosotros, se nos han juntado cincuenta y cinco de una embarcación y cuarenta y siete de otra y así venimos a componer en este navio un pueblo inmenso, no menos que de doscientos quince jesuítas. No ha habido desgracia de consecuencia de ningún sujeto en esta mudanza, que casi se puede mirar como un milagro, atendidas todas las circunstancias de ser tantos los que hemos hecho este viaje, muchos de ellos enfermizos, viejos y poco mañosos, de haberse hecho con tanta precipitación, de haber estado el mar bastante inquieto a lo último de la tarde y principio de la noche, por lo cual costaba mucho trabajo tener arrimado el barco pequeño a la embarcación grande, para subir desde aquel a ésta, y más siendo muy alta por su grandeza y por estar muy flotante sobre el agua, no teniendo nada de lastre ni de carga. Dos sujetos, no obstante, han estado en peligro de ahogarse. Del uno, a quien no vi, sé que salió sin daño particular. El otro que cayó a mi vista en la mar, fue el H. Juan Guerra356, coadjutor de más de sesenta años de edad. Algo que le sostuvo la sotana, que se ahuecó, y algo que se sostuvo a sí mismo colgado de una soga fue bastante para que se arrimase un barco y le 356. Juan Guerra era portero del colegio de San Ambrosio de Valladolid, antes de la expulsión. Murió en San Juan de Bolonia el 7 de diciembre de 1788. 715

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socorriese y, aunque bien mojado, entrase en esta embarcación. En ella hemos cenado unos huevos duros y fríos, que era lo único que se podía tomar y aun esto no sin tumulto y confusión, estando con mayor incomodidad en esta embarcación que en la otra. Los trabajos de este día, aunque tantos y tan grandes, se han endulzado no poco con la agradable noticia, cierta y auténtica, que se nos ha comunicado de que este Ministro de España ha recibido orden de la Corte de Madrid de darnos a cada uno un doblón de a ocho, o quince pesos duros, como socorro extraordinario para hacer este viaje. Son excluidos de este socorro los que vinieron novicios como lo están también de la pensión ordinaria. Por el contrario se ofrece doble socorro a los que quieran salir de la Compañía, aunque yo dudo alguna cosa si esta nueva oferta sea distinta de la otra, que van cumpliendo, de dar quince pesos duros a los que se secularizan para vestirse. Nadie pensaba en semejante socorro, que no puede ser más oportuno y aun necesario para no vernos en extrema necesidad. Por eso, muy de corazón, bendecimos la amorosa Providencia del Señor sobre nosotros y agradecemos al Ministerio de España esta atención, que ha usado con nosotros, aunque por otra parte nos haya hecho tantas ofensas e injurias. No es inverosímil (pues según las diligencias de las postas de España ha habido tiempo) que este señor Ministro en Genova representase a la Corte la miseria con que hacían el viaje los padres indianos, y el poco honor que de aquí resultaba a la Nación española y que, a vista de esta representación y a vuelta de correo, haya venido el orden para el socorro y que seamos en mucha parte deudores de él a este Sr. Cornejo. Con esta ocasión han venido a nuestras embarcaciones algún otro de los que están al lado de este Ministro y han contado el modo con que se ha dispuesto este nuestro viaje de Córcega, y él es en la realidad bien verosímil y merece ser creído. Determinó la Francia resueltamente sacarnos de Córcega de la cual iba a apoderarse. Dio parte de su resolución a la Corte de Madrid que gustó muy poco de ella. Y no lo extraño porque nuestros ministros, ya que habían salido felizmente del embarazo en 716

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que les puso el año pasado la repulsa del Papa y habían conseguido meternos a todos en aquella isla, no pensaban en otra cosa que en dejarnos ir muriendo unos tras de otros en aquel rincón. Insistió la Francia y la Corte de Madrid hubo de consentir en ello, y siendo forzoso hacerlo quiso ejecutarlo enviando embarcaciones españolas que nos sacasen de Córcega, pero no convino en esto la Francia, porque tendría por cosa de poco honor y decoro suyo el ocasionar a la España estos gastos y que fuesen embarcaciones extranjeras por nosotros hallándonos en sus Estados, y así se encargó la Francia de nuestro transporte. Gran mal, por cierto, para nosotros que los franceses hayan sido tan puntillosos y se hayan picado de honor en este caso, y más habiéndose acabado todo su honor en la resolución misma sin haber reservado un poco siquiera para el modo de ejecutarla. Si hubieran venido españoles a sacarnos de Córcega, aunque hubieran escogido los peores de toda la Nación, siempre nos hubieran tratado con algún honor, con decencia y humanidad, porque los órdenes de Madrid sobre nosotros hubieran sido muy diversas de las de la Corte de Francia, y de ello es prueba bien clara la atención que ha tenido en enviarnos este socorro y no lo son menos las órdenes que dio el año pasado para nuestro trato en la navegación. Dos palabras, que dijo un jesuíta español a un oficial francés, explican muy bien y con toda verdad la diferencia del modo con que nos trató España el año pasado, y nos trataría este, si se hubiera encargado de nuestro viaje, de aquel con que nos ha tratado la Francia. «Monsieur, le dijo, el año pasado nos trató España como a oficiales, este año nos trata la Francia como a simples marineros». Uno y otro es ciertísimo pues la Corte de Madrid mandó que se nos diese el tratamiento de oficiales y si hubo, como es así cierto, faltas en el cumplimiento de estos órdenes fue o porque la multitud en un mismo navio los hacia impracticables o por la codicia y vileza de algunos subalternos. La Corte de París, por el contrario, dio orden que se nos diese trato de simple hombre de mar y aun éste ruin, miserable y escaso. Tres días de ración de géneros y cosas casi podridas, carcomidas y de ningún servicio, y otros pocos días de media ración de los mismos víveres. Esto es todo lo que nos han da717

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do los franceses. Dirán que ni aun a esto poco tenían obligación ¿pues quién les mandó encargarse de nuestro viaje, si lo habían de hacer con tanto deshonor suyo, y tanta molestia nuestra? Y quién sabe si la Corte de Madrid pedirá razón de los gastos que la Francia ha hecho con nosotros y, en tal caso, no hay duda que quedará bien satisfecha y en la realidad con poco que diesen a los franceses sobre los cinco o seis mil escudos, que sacaron a los padres indianos, quedarían pagados sobradamente. Los novicios desatendidos por la Corte de Madrid para el socorr no han sido olvidados de sus caritativos bienhechores, las monjitas de Santo Tomás; las cuales en este mismo día les han enviado un regalo muy bueno. Y yo espero que esta misma desgracia de haber sido excluidos del socorro ha de ser para ellos principio de recibir nuevas y más copiosas limosnas, porque es natural que excite a socorrerlos la compasión de muchos. Es verdad que el no darles a ellos socorro no tanto es daño suyo cuanto de todos pues, aunque ni se les da pensión, ni socorro extraordinario, se les trata en todo como a los demás, como es razón y sólo les podrá faltar a los novicios cuando no tengan que comer los más antiguos. Día 2 de octubre La nueva embarcación a que hemos venido es mucho mayor que la que dejamos, pero estamos en ella aun con más incomodidad que en la otra. Tiene una cámara en que pudieran acomodarse doce o quince, pero no han querido franquearla y así para nosotros es como si no la tuviera. El entrepuentes es un poquito más alto, alguna cosa más ancho y notablemente más largo que el de la otra embarcación, pero está tan lleno de cables, de pipas de brea y de otros enredos que no han podido entrar en él más que unos sesenta o setenta, como en la otra embarcación. Tiene, además de esto, una bodega muy grande, de alta como de veinticinco a treinta pies comunes, ancha como unos cuarenta y de larga, de popa a proa, como de unos noventa a ciento. Si estuviera a medio llenar esta bodega sería mucho más útil y cabría mucha más gente, por lograrse enton718

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 ees lo más ancho de ella en vez que ahora, por estar tan desocupada que se la ve enteramente la quilla, es necesario poner los colchones en donde ya se recoge y estrecha mucho. No había escalera para bajar a esta bodega y se formó una de provisión en un tablón, suficientemente largo y grueso con unos taruguillos por pasos o banzos; pero hubo la desgracia de clavarlos al revés y así, en lugar de presentar para poner el pie lo ancho y plano de ellos, sólo se puede asentar en la espalda desigual y resbaladiza. Por esta escalera bajaron anoche a obscuras, y hoy han vuelto a subir y bajar, unos cien sujetos, varios de ellos viejos, casi impedidos, muchos jóvenes intrépidos y otros nada mañosos. Y con todo eso no ha caído ni se ha precipitado ninguno, aunque era muy natural que hubiesen rodado por la escalera una o dos docenas y todo cuanto no es haber sucedido esto es un manifiesto prodigio y gracia particular de los ángeles de guarda. Yo he estado casi sin moverme sentado y echado a la boca misma del agujero por donde entran en la bodega, y cada uno de los que suben o bajan sin precipitarse, según está todo de expuesto y peligroso, me parece un nuevo milagro. Según la pintura que acabamos de hacer de esta nueva casa, fácil es de entender que la noche se ha pasado tan mal o peor que en la casa antigua. Como unos sesenta han dormido en el entrepuentes, sumamente estrechos y apretados, como unos ciento con la misma estrechez en la gran bodega y como otros sesenta al descubierto, los que empiezan a tener la comodidad de echarse en colchones por haberse dejado arriba los que se piensa vender. Ha aumentado la incomodidad y trabajo de esta noche el ser la primera que dormimos aquí sin saber sus entradas y salidas y sus rincones, y el estar todas las cosas hacinadas, revueltas y sin asentar. Aún es peor esta embarcación para vivir en ella de día que de noche; porque es tan recogida de borde y se estrecha tanto hacia arriba que el piso alto es poco más ancho que el de la otra embarcación y aún está mucho más embarazado que aquel, y como somos otros tantos que allí y entre día, cuando lo permite el tiempo, todos gustan de orearse y ver el cielo no cabemos en él y es un continuo tumulto y alboroto. 719

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Por ser hoy domingo se han dicho dos misas y a ellas hemos comulgado todos y aun unos seis que están en la embarcación de nuestra Provincia que viene de Ajaccio. Se ha hecho una función tan sagrada, con toda la seriedad y silencio posible, aunque es inevitable algún género de confusión al retirarse unos de comulgar y/ acercarse otros, siendo tan O grande la O apretura y estrechez. No hay ponderación alguna en lo que voy a decir y lo observé con atención y cuidado. Sólo dos o tres que estaban alrededor del sacerdote que celebraba se podían arrodillar, todos los demás, aun a la elevación, nos estábamos en pie, pegados unos con otros, sin poder hacer otra acción de reverencia y veneración que inclinar un poco la cabeza. Esta es la nueva embarcación a que nos han traído los franceses, para la cual habían señalado cuatrocientos y, efectivamente, hubiéramos venido a ella trescientos ochenta si el P. Idiáquez no hubiera fletado, a su costa, otra embarcación para los ciento sesenta que venían en su compañía. ¿Puede haber crueldad y barbarie que sea comparable con ésta? Esta embarcación, que creo es de alguno de Genova, está como abandonada en este puerto sin más que dos o tres hombres que la guardan. Los franceses no pensaron más que en arrendarla y meternos como fardos en ella, sin haber dado disposición alguna sobre algunas cosas indispensables y sin las que no se puede vivir. Es increíble lo que se padece para la necesarísima operación de satisfacer las necesidades de la naturaleza, pues viniendo de nuevo doscientos hombres a esta embarcación no dieron providencia alguna sobre ello los franceses. El mismo descuido tuvieron en todas las demás cosas y, en punto de fogones, para hacer de comer estamos tan mal que no ha sido posible disponer otra cosa que unos huevos pasados por agua, duros y fríos, como es forzoso, lo mismo para comida que para cena. Una y otra se ha hecho más desabrida por la extravagancia del tiempo. A las diez de la mañana empezó a llover con fuerza, ha proseguido toda la tarde y se ha cerrado en agua la noche. Y así no ha habido otro remedio que estarnos metidos en los escondrijos, para guardarnos del modo que se pueda de la lluvia, lo que ha sido causa de que la comida se 720

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haya tomado casi tan a obscuras como la cena, y una y otra con mucho alboroto y confusión. En el día han acabado de pasar a las nuevas embarcaciones los de nuestra Provincia, de los cuales algunos no lo hicieron ayer por serles absolutamente imposible, lo mismo sucede a los de la Provincia de Andalucía y, de unos y otros, se debe suponer que estarán en sus embarcaciones con el mismo ahogo y opresión que nosotros. Así lo dicen algunos que vienen por aquí y, aunque ninguno lo dijera, se debía tener por cierto, pues no hay razón ninguna por donde presumir que nuestro Comandante les trate a ellos con menos rigor e inhumanidad que a nosotros. Nos engañamos en asegurar que la Provincia de Toledo y los demás que han venido de Ajaccio, y están a las órdenes del caballero de Módena, estuviesen ayer pasando de unas embarcaciones a otras, aún hoy se está quieta o porque no se hayan encontrado embarcaciones para su mudanza, o porque el dicho oficial no quiera obrar con la precipitación y violencia que nuestro furioso Comandante. Han marchado hoy, con la licencia conveniente del P. Provincial, a Sestri para pasar desde allí al Estado Eclesiástico, los padres Miguel de Ordeñana, Isidro López y Tomás Anchorenaa57 de nuestra Provincia, y el P. Patricio del Barrio de la de Filipinas, de la cual había venido como Procurador a Europa y le cogió el destierro en un Colegio de Castilla. No sé si llevan estos padres alguna comisión para arreglar nuestro establecimiento en el Estado del Papa pero por lo menos, aunque no lleven autoridad para concluir cosa ninguna, irán encargados de tomar lengua y averiguar las cosas que puedan y que sean conducentes para establecernos con más acierto y prudencia. En este día hemos recibido los regalos que nos han sido muy apreciables, así por la cosa misma como principalmente por lo que nos han favorecido. El jesuita italiano que era Rector en Ajaccio de Córcega, y que fue echado de él poco ha co357. El P. Anchorena había nacido en Tudela, Navarra, el 19 de diciembre de 1719. Junto con los procuradores mencionados se adelantaron al resto de los expulsos para arreglar la estancia de éstos en los Estados Pontificios. Falleció en Bolonia el 9 de agosto de 1794. 721

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mo antes se dijo, ha venido desde San Pedro de Arenas, que está cerca de aquí, con un barco lleno de costales de manzanas que parece ha comprado para nosotros, y los ha ido repartiendo por todas las embarcaciones y ha sido una cantidad tan exorbitante la que ha traído que, en cada una de las embarcaciones, aunque son muchas, ha dejado una porción bien grande. En cuanto yo sé, es esta la mayor expresión que hemos recibido de los jesuitas italianos hasta ahora. Este P. Rector de Ajaccio, a quien alaban mucho los jesuitas españoles que han estado en aquella ciudad, se ha visto perseguido y atribulado, echándole violentamente de su Colegio y de estos trabajos aún no han probado estos jesuitas de Genova, por lo que no es extraño que aquel sea más caritativo y compasivo que éstos con los afligidos y atribulados españoles. El otro regalo ha sido de muchos o de todos los jóvenes escolares que asisten a los estudios de Filosofía y Teología de los jesuitas de Genova, los cuales habiendo recogido entre ellos mismos alguna porción de dinero la han empleado en ternera para regalar a los jóvenes escolares de las tres Provincias que se hallan en este puerto. A esta embarcación, en que están los hermanos filósofos de Castilla, ha venido una ternera y así se puede creer que habrán sido seis u ocho las que han venido para todos. Día 3 de octubre La noche ha sido trabajosísima y comparable con la primera de Calvi en la embarcación, y con la primera después que empezamos a navegar. Basta decir que prosiguió lloviendo y con fuerza hasta el amanecer y así, los que se quedan al descubierto, no han podido reposar un instante en toda la noche y los que están a cubierto, lo han pasado poco mejor, ya porque entraba mucha agua por la puerta de la escotilla, la que iba a parar hasta la misma bodega, ya también porque como la embarcación está tan descuidada, tiene muchas goteras el entrepuentes y se llovía todo y ya, finalmente, por la bulla y algazara de los de arriba, ocupados toda la noche en formar cabanas con que defenderse del agua, fabricándolas de algunos pedazos de esteras que hay por allí, y de los colchones que se han 722

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separado para venderlos. Entre cita se ha serenado algo el tiempo, y habiendo traído fogones se ha podido poner olla a nuestro modo y se ha comido con algo menos de confusión que ayer. También se ha remediado la gravísima incomodidad que padecíamos para el desahogo de las necesidades naturales, habiéndose fabricado algunos asientos según se usan en los navios. Este día ha habido una novedad de mucha importancia que se puede esperar que sea de mucho alivio para todos y, especialmente, para los pobres ancianos y enfermos. Ya advertimos uno de los días pasados que habían sido puestos en lista los enfermos, como que se pensaba sacarlos a tierra y aun notamos que poco mal bastaba para pasar por enfermo. Desde aquel día hasta hoy deben de haber gastado en determinar en dónde han de ser recibidos estos enfermos y en disponer las demás cosas necesarias para este fin. Se ha resuelto, pues, que el hospital de estos enfermos sea una casa de los jesuitas destinada a dar en ella los ejercicios al uso de la Compañía, que aseguran es muy capaz y muy hermosa, y hoy han venido por las embarcaciones para llevar a dicha casa los enfermos puestos en lista, y con franqueza acudían también a otros de nuevo con poco mal que tuviesen. De esta embarcación han salido trece, cuatro hermanos coadjutores, dos escolares y siete sacerdotes, y entre éstos los padres Joaquín Iturri358, Gabriel del Barco339 y Fernando Vázquez360, sujetos graves de la Provincia y según me han informado, entre todos han salido a la casa de 358. Del P. Iturri, hablamos en diciembre de 1767, por realizar una profecía sobre el fin del destierro de los jesuitas el día de Santo Tomé que, al no cumplirse, desmoralizó a los expulsos. 359. El P. del Barco era considerado como uno de los grandes maestros de toda la Provincia de Castilla. Nacido el 17 de septiembre de 1694 en Bilbao, había sido profesor en la Universidad de Salamanca, y tras la expulsión se quedó en España por estar ya enfermo. Posteriormente, intentó desembarcar en Civitavecchia y no se le permitió, teniendo que retroceder a Liorna. Falleció el 8 de diciembre de 1771. 360. Fernando Vázquez había sido profesor de Filosofía en el colegio de Santiago de Compostela, y de Teología en los colegios de Salamanca y San Ambrosio de Valladolid durante más de ocho años; después fue rector en el colegio de Santiago. Llegó a la casa Bianchini de Bolonia en noviembre de 1768. Era natural de Logroño, donde nació el 30 de mayo de 1695. Murió en noviembre de 1777 en Bolonia. 723

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ejercicios entre treinta y cuarenta. Con poca diferencia habrán salido los mismos de cada una de las otras dos Provincias, que están en este puerto y, por lo menos, se puede echar sin peligro de ponderación, un centenar entre las tres Provincias, y así tenemos ya en el día formado en esta ciudad de Genova un hospital de jesuitas españoles numeroso de cien enfermos. ¿Quién pudiera, ni aun soñando, imaginar que podía algún día presentarse a los ojos del mundo semejante espectáculo? Para los pobres enfermos, por mal que lo pasen en tierra, siempre ha de ser de mucho alivio esta providencia, y para los que quedamos en las embarcaciones lo es también por muchos capítulos pues al fin esos menos están en ellas y algún desahogo se logra, y más que cada uno de los enfermos, especialmente de los que guardaban cama, embarazaba la embarcación más que cuatro o seis de los sanos; y además de esto cuánto descuido y trabajo traía el haberles de asistir, y cuánto desconsuelo y dolor el verles en tan miserable estado y no poderles socorrer y servir como era razón. Al principio de la noche hubo un poco de sosiego y quietud porque el tiempo lo permitió, pero como a eso de medianoche empezó a llover con tanta fuerza que se acabó el reposo para todos pero, especialmente, para los que duermen al descubierto, que habiéndoles sorprendido la lluvia les despertó el agua que les cayó encima. Y así en diligencia se revolvieron y alborotaron a todos y empezaron con la bulla que se deja entender, la fábrica de sus chozas y escondrijos con esteras y colchones, los cuales, con tanta agua como cae sobre ellos, se van echando a perder y pudriendo y se puede con razón temer que no saquen nada por ellos o sea muy poco. Toda la mañana ha proseguido lloviendo y nos hemos visto obligados a estar debajo de escotilla en una perpetua noche. Hacia el mediodía cesó la lluvia y aun la tarde ha estado algo serena. Y así se pudo comer con algún sosiego y lograr el alivio de respirar un poco al descubierto. No obstante de haber salido de esta embarcación los enfermos y de no haber venido a ella, como había determinado nuestro Comandante francés, los ciento sesenta que estaban con el P. Idiáquez, es tan grande la opresión y apretura en que estamos, tanta la incomodidad para todas las 724

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cosas y, sobre todo, tanta la confusión de behetría y alboroto, sin que sea posible poner orden y método en las distribuciones, que el P. Rector del Colegio de Santiago, al cual pertenecen todos los escolares filósofos, determinó arrendar una embarcación para pasarnos a ella. Esta determinación del P. Rector es ciertamente justa y razonable y ella es al mismo tiempo, si se consideran bien las circunstancias en que nos hallamos, una demostración palmar de que nuestra opresión es aún mucho mayor de lo que se pueda entender por las cosas que dejamos dichas. No puede ser muy larga nuestra detención en este navio, debiendo de partir para Sestri cuando vayan acabando de marchar los padres aragoneses, y con todo eso se tiene por acertado devorar los increíbles trabajos de la mudanza de una embarcación a otra por dejar de vivir algunos días en ésta y lograr un poco de sosiego en la otra. Aún es más poderosa para persuadir esto mismo la siguiente reflexión. Con el socorro que se nos ha prometido de España y que no hay la menor duda que se nos dará, está la gente algo animosa en punto de gastos. Pero no tanto que se piense en gastar inútilmente, porque todo el mundo conoce que en el viaje por tierra y en el nuevo establecimiento en el Estado del Papa será preciso hacer grandes gastos. Así que no están los Rectores y mucho menos los Procuradores de humor de hacer gastos inútiles para que lo pasemos con comodidad y regalo. Con todo eso se han determinado a que hagamos esta mudanza, que costará no pocos reales y a arrendar una embarcación que costará por lo menos cien reales, al día; es pues preciso que hayan juzgado casi insufrible a una paciencia tan ejercitada como la nuestra en tantos, en tan diferentes y grandes trabajos, la presente miseria y opresión que padecemos en esta embarcación en que estamos. En efecto, se buscó embarcación, se ajustó y se nos dio orden de disponer nuestras cosas para pasar a ella esta tarde. Nos costó esta diligencia mucho tiempo, mucho sudor y trabajo, teniendo que entresacar nuestros baúles, camas y demás cosas de entre el inmenso montón de otras tales que había en la bodega y con las cuales estaban mezcladas, que liar varios colchones que se habían desliado, y tenerlas prontas y a la mano. 725

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Después de toda esta fatiga y afán no ha tenido efecto la mudanza; porque habiendo ido algunos a ver la nueva embarcación la hallaron tan puerca, tan asquerosa y tan incómoda que se deshizo el contrato, se nos dio contraorden y, al anochecer, tuvimos que deshacer todas las cosas y volverlas a su sitio. No sé quién tiene la culpa de este despropósito y de la mala carne que nos han dado, si algún secular de quien se valiesen o alguno de los nuestros que, por ahorrar cuatro reales como sucede muchas veces, se tiran a lo peor que encuentran. Día 5 de octubre La lluvia casi no se corta, ni de día ni de noche, y si nos deja en paz algún rato luego vuelve con mayor fuerza, y así dicho se está que la noche ha sido tan pesada como las otras, y aun el día nos ha sido casi tan molesto como la noche, viéndonos precisados a estar escondidos enteramente a escondidas en el entrepuentes y la bodega, siguiéndose de aquí una grandísima confusión para comer y para todas las demás cosas. Por la misma razón de la continuación de la lluvia, por más que se ha deseado, no se ha podido decir misa estos tres días y por la misma se van pudriendo a largos pasos los muchos colchones que están arriba, sobre los cuales está lloviendo continuamente, en lo cual no se pierde poco. Hoy han salido otros tres de esta embarcación para la casa de ejercicios, y es muy regular que hayan salido otros también de las otras embarcaciones, porque hay mucha franqueza y facilidad. Han hecho Superintendente o Superior de esta casa al P. Zacanini361, que es español, aunque sus padres fueron italianos y creo que de esta misma ciudad de Genova. Al tiempo de nuestro arresto estaba en Madrid y era uno de los maes-

361. Antonio Zacanini, como se dijo en abril de este año, había sido maestro de los infantes españoles y recibió una carta del conde de Aranda en la que se le explicaba que Carlos III nada tenía contra él en particular, pero que se le expulsaba por pertenecer a la Compañía y como tal expulso recibiría la misma pensión que los demás. Fue muy polémico su comportamiento con los expulsos, de los que pretendió diferenciarse para conseguir acercarse a los jesuítas italianos, que tan mal habían acogido a los españoles. 726

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tros de los infantes. Las noticias que hasta ahora han llegado de la casa de ejercicios se reducen a decirnos, en general, que en cuanto a ropa y aseo lo pasan bien, pero mal en cuanto al trato en la comida. Después que estemos informados mejor diremos alguna cosa en particular de esta casa. Hasta hoy se han estado quietos los de la Provincia de Toledo pero ya andan mudándose a otras embarcaciones y, según parece, lo van haciendo con menos precipitación que nosotros porque el caballero de Módena es hombre que se hace cargo de la razón y obra con humanidad y buen modo. Nuestro Comandante, por el contrario, todo lo hizo con furia y precipitación, empeñado en que todos nos habíamos de mudar en un día, y para que los Capitanes de las embarcaciones no anduviesen flojos y descuidados en el trabajo, envió un oficial que velase sobre ellos. ¿Y para qué toda esta prisa y atropellamiento? Parece que debía ser, si este hombre obrara con alguna racionalidad, para partir al instante con las embarcaciones desocupadas a Tolón, en donde se supone que hacen falta. Con todo eso y aunque el viento ha sido favorable, se están todas ellas quietas en este puerto. Así que parece que no fue más que capricho y antojo de nuestro Comandante el hacernos mudar de embarcación tan presto y con tanta precipitación y tropelía. Día 6 de octubre De los trabajos de la noche es inútil hablar pues, no habiendo faltado en ella la lluvia, bastante se dejan conocer por lo que hemos dicho tantas veces. Se ha encontrado otra embarcación mejor y más capaz que la otra y se ha ajustado en sesenta y cinco liras genovesas al día, que vienen a ser doscientos reales con muy poca diferencia. Se nos ha juntado para pasar a esta embarcación el Colegio de Avila y somos entre todos ochenta y cuatro sujetos, y así nos toca a cada uno más de dos reales de casa al día, no teniendo más que cuatro de renta, y teniendo que añadir a esto los gastos de la mudanza de una embarcación a otra, que no son pequeños, aunque no lleguen con mucho al afán, fatiga y trabajo que hay en semejante viaje, como se puede entender por lo que se ha insinuado más de 727

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una vez en semejantes ocasiones. Y no es cosa tampoco despreciable lo mucho que padecen nuestras camas, baúles y demás ajuares en este género de mudanzas, de suerte que se puede temer que, antes que lleguemos a establecernos en alguna parte, se haya hecho todo pedazos o maltratado mucho. Hemos llegado a la nueva embarcación los ochenta y cuatro con las cabezas, manos y pies enteros y sanos, y del mismo modo quedan en la antigua como cien sujetos largos, por lo cual damos al cielo singularísimas gracias, pues según estaba la famosa escalera para subir y bajar a la bodega y más habiendo estado en una casi continua noche por la lluvia, que apenas se ha cortado en los días que hemos estado en aquella embarcación, ha sido un prodigio, y prodigio muy grande a nuestro juicio, que quince, veinte, treinta o más no hayan dado caídas peligrosas y se hayan roto las cabezas, las piernas y los brazos. Uno sólo dio una caída peligrosísima para sí y aun para otros muchos, que era fácil recibiesen con ella un golpe. El H. Juan Bautista Urteaga362 se precipitó por la puerta de la escotilla, abrazado con la misma cubierta de la escotilla, que es de tablas y maderos tan gruesos que pesa muchas arrobas. Parecía imposible que el hermano no se hiciese pedazos contra la escalera misma de la bodega o que no quedase oprimido de la puerta de la escotilla con que bajaba abrazado, pero todo se compuso fácilmente. En el aire se desprendió el H. Juan de la puerta y fue a caer a un lado sobre unos colchones y así no padeció nada, la puerta fue hacia el otro lado y aunque había varios sujetos por allí cerca a ninguno tocó ni hizo daño alguno. Uno de los mayores trabajos que tuvimos en la primera navegación, especialmente los que vinimos en navios de guerra, fue la peste de animalillos o piojos que se nos pegaron de los marineros, que suelen estar plagados de estos asquerosos insectos, y como en las embarcaciones en que hemos estado 362. El H. Urteaga era natural de Ibarranguela, Vizcaya. Terminó sus estudios de Filosofía en septiembre de 1769, siendo alumno de Luengo en la casa Bianchini. Se negó a firmar el juramento de fidelidad a la Constitución de Bayona y fue retenido en Bolonia y llevado preso a Mantua, donde murió el 8 de octubre de 1809 sin llegar a salir de aquella prisión. El P. Carrillo, otro de los encarcelados con Urteaga, comunicó el fallecimiento de éste al P. Luengo cuatro días más tarde. 728

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hasta ahora había pocos marineros nos vimos libres de esta miseria. Pero al fin, para que no falte trabajo de ninguna especie, vino también sobre nosotros en la última embarcación una grande multitud de estas importunas y hediondas bestiezuelas. En nosotros mismos había causa suficiente para esta miseria, sin necesitar que otros nos la pegasen porque tanta opresión y tanta apretura, juntamente con el poco aseo y limpieza que traen consigo la escasez de ropa blanca y el no desnudarse, cómo podía ser menos que dejasen de acarrearnos esta peste y miseria. Día 7 de octubre Esta nueva embarcación, en que estamos ahora los ochenta y cuatro, que es de un Patrón dinamarqués, es algo mayor que la francesa en que vinimos de Calvi ciento doce, y además de eso está enteramente desocupada y así nos hemos podido acomodar en ella al modo que vinimos el año pasado en las embarcaciones españolas. En una camarita se han acomodado cinco, como unos cuarenta en el entrepuentes, que es algo más desahogado que el de las otras dos embarcaciones, y otros tantos en la bodega, y así todos podemos estar a cubierto cuando llueve y todos tenemos nuestro colchón extendido, aunque, como se debe suponer, tan pegados unos con otros que sin arrimarlos más se pudieran coser. Siempre es una grande miseria y trabajo vivir tantos en estas casas de madera; pero después de la insufrible opresión, estrechez y apretura en que nos hemos visto en las otras dos embarcaciones, nos parece que hemos venido a vivir a un gran palacio con grande desahogo y comodidad. Desde luego se ha logrado tener un poco de sosiego y quietud y poder hacer las cosas con orden y concierto y, sobre todo, hemos tenido esta noche la fortuna de podernos desnudar para dormir, lo que no se había podido lograr hasta ahora desde que nos embarcamos en Calvi, el día quince de septiembre, y así hemos dormido vestidos veintiuna noches seguidas y acompañadas de otras muchas miserias y trabajos. Bastaba esto sólo, si el cielo con particularidad no nos protegiera, según la crianza y delicadeza de todos o de los más, para perder 729

DIARIO

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todos la salud y con todo eso no hay más enfermos, ni acaso tantos, como cuando estábamos en nuestros colegios con paz, con buen aposento y cama decente. A muchos les ha sucedido lo mismo que a mí, que con la novedad de hallarse desnudos, entre sábanas y extendido con algún desahogo en su colchoncillo, extrañando después de tanto tiempo un regalo tan grande, hemos dormido poco, aunque siempre se logra el desahogarse y reposar. Esta mañana se nos ha asegurado como cosa cierta que el señor D. Juan Cornejo, Ministro de España en esta República de Genova, ha enviado a Madrid una relación circunstanciada y muy expresiva de nuestras miserias y trabajos y, ciertamente, que por viva que esté la dicha relación no las representará todavía como ellas son en la realidad, como se puede conocer por lo que va insinuado en este Diario, en el que casi no se habla sino de una embarcación de una Provincia. ¿Qué fuera si estuviéramos informados y pudiéramos hacer una relación exacta de lo que ha pasado en todas las demás embarcaciones de la Provincia de Castilla y de las otras, y más en particular de las seis Provincias de la América? Este señor Cornejo, según hablan los padres genoveses, es un hombre muy cristiano y piadoso y no es pequeña prueba el haber sido necesario para apartarle de las iglesias de los jesuítas y de confesarse con ellos no bastando insinuaciones, reprensiones y órdenes expresas del Ministerio de Madrid. A un hombre de este carácter no es extraño que le hayan conmovido y enternecido nuestras miserias, siendo ellas tales que sólo pueden dejar de mover a compasión a los tigres o a la dulzura, afabilidad y humanidad francesa. Por disposición de este mismo señor Cornejo, y como se debe suponer por orden de la Corte, ha marchado a Sestri el Comisario D. Gerónimo Gnecco, de quien hablamos en otras partes de este Diario, y parece que allí como Comisario del Rey atenderá a las cosas que ocurran sobre nuestro viaje por tierra. Ayer y aún esta mañana, han salido de la otra embarcación que dejamos y de ésta algún otro a la casa de ejercicios. Lo mismo habrá sucedido en las otras embarcaciones de nuestra Provincia y así creeré que en el día se hallen en dicha casa sesenta o setenta de Castilla y, entre las tres Provincias, no será 730

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extraño que lleguen a ciento y cincuenta o doscientos. Como han salido tantos ha mostrado el Gobierno de Genova algún resentimiento, dando a entender que se ha abusado de la facultad que ha concedido. De nuestra parte se ha obrado ciertamente de buena fe, y si ha habido en esto algún exceso contra la intención del Senado ha nacido de la franqueza de los comisionados que han venido por las embarcaciones los cuales, sin atender a listas anteriores y sin más que presentarse cualquiera alegando sus males le llevaban consigo a tierra. Informado el P. Ignacio Ossorio, nuestro Provincial, de esto ha escrito una atentísima esquela en la cual, después de justificar brevemente nuestra conducta en esta parte, se ofrece gustosísimo a recibir otra vez en las embarcaciones todos los que el Senado quiera enviarle, y con este paso quedó satisfecho el Senado sin que haya vuelto a las embarcaciones ninguno de los que han salido a tierra.

Día 8 de octubre Se ha recibido hoy carta de Roma del P. Juan de Ormaegui, de nuestra Provincia y substituto del Asistente de España 363 , en la cual dice de los padres indianos que han llegado a la Marca de Ancona, en donde se van estableciendo en algunos lugares pequeños y formando ranchos de pocos sujetos lo que dice, este padre, no parece bien por Roma. Pero se les ha buscado casas grandes de antemano y han encontrado a su arribo algunas casas grandes en donde formar comunidades numerosas. Si así fuere no hacen bien en ponerse en ranchos pequeños, si nada han encontrado dispuesto, como es muy probable, ¿qué han de hacer los pobres sino meterse en donde puedan? Del Papa dice que ha dado orden para que se nos reciba en 363. El P. Ormaegui mantenía frecuente correspondencia con el P. Ossorio y en 1771 Luengo recoge una visita que hace a Bolonia. Tras la extinción de la Compañía no se reciberon cartas de él desde Roma, lo que inquietó mucho a los jesuítas castellanos. Pero, a finales de septiembre de 1773 recibieron la primera carta suya desde Roma y, en noviembre de ese mismo año comunicaba que se abrirían los estudios del colegio romano, impartiendo clases miembros de distintas órdenes y cinco jesuítas llamados Corleti, Caruana, Cunie, Alarorta y Lazzeri. 731

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cualquiera parte de sus Estados a donde lleguemos, con tal que no vayamos escoltados de los franceses. Si hubiéramos sabido esto con tiempo quizá hubiéramos escogido irnos en derechura a Civitavecchia, y nos hubiéramos librado de los muchos trabajos que hemos tenido en este puerto y de otros no menores que nos esperan en el viaje por tierra. Al mismo tiempo encarga Su Santidad que se nos trate bien y con agrado, pero sin incomodar a nadie en sus casas. De aquí se infiere claramente que es una falsedad lo que nos han dicho varios franceses, que estaba ya de acuerdo su Corte con el Santo Padre, en cuanto a nuestra entrada en sus dominios; pues se conoce, evidentemente, que si el Papa nos permite en ellos es por compasión de nuestro miserable estado y no por convenio alguno con la Francia y así, de parte de ésta, es un grandísimo insulto e injuria de la Silla Apostólica el obligarnos a entrar en sus dominios. Los españoles que están en la casa de ejercicios se lamentan mucho de la comida que les dan en ella, así por ser escasísima como por estar compuesta a la italiana. Hay también otra cosa que se ha querido corregir con una providencia que se ha tomado hoy y es el ahorrar algunos criados, con quienes necesariamente se gasta mucho. Para remediar a todos estos inconvenientes, en cuanto se pueda, con las licencias necesarias han ido hoy a la casa de ejercicios cuatro hermanos coadjutores y un sacerdote de cada una de las tres Provincias que tienen sujetos en ella, con lo cual se puede esperar que estén mejor asistidos y tratados aquellos pobres. Ayer se empezó a hablar, y hoy se sabe de cierto que el Senado permite que desembarquemos en el Lazareto, que está fuera de este puerto y de la ciudad, para que esperemos allí nuestro turno para marchar a Sestri a emprender el viaje por tierra. Por mala habitación que sea el Lazareto siempre será mejor que las embarcaciones, y además de eso así como los franceses ahorrarán lo que gastan en el arriendo de varias embarcaciones, así ahorraremos también nosotros el alquiler de otras y, por consiguiente, es para nosotros un beneficio y favor no pequeño. Así nos lo hubieran hecho luego que llegamos aquí, pues nos hubieran librado de muchos disgustos y desa732

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zones, de grandes trabajos y gastos no pequeños. Y ¿qué cosa más fácil que conseguir los franceses esta u otra cosa semejante del Senado de Genova, si hubieran tenido un poco de juicio y manejo en este negocio, siquiera por su interés por gastar menos con nosotros y por desembarazarse cuanto antes de unos huéspedes tan molestos? Ahora no sabemos de cierto a quién debemos este favor, aunque parece más verosímil que nos han sacado esta gracia algunas señoras principales Centurioni, Espinóla, Durazo y quizás algunas otras más. Habiendo, pues, de marchar presto de aquí parece forzoso por la naturaleza de este escrito, hacer antes de partir una descripción de este puerto, en el cual hemos estado tan despacio. Pero no habiendo salido nunca de la embarcación ni entrado en la ciudad, ni aun acercándome a los muelles, no puede ser ni menuda ni exacta. Es, pues, éste de Genova uno de los puertos en que más dinero se ha gastado y más ha trabajado el arte pero le ha favorecido poco la naturaleza. En la realidad no es una ensenada escondida entre montes y defendida por ellos del ímpetu de las aguas de mar alta, como el Ferrol, Calvi y otros puertos, propiamente es un rincón o remate de un golfo, cortado del mar con dos fuertes murallas que dejan entre las dos una cómoda entrada. La concha que se forma, cortado de esta manera el golfo, algo más larga que ancha, es medianamente capaz, pero por ponerse en ella las embarcaciones escuadronadas, como antes dijimos, y pegadas unas con otras, caben en ella muchos centenares y acaso millares de navios. Y efectivamente, en el día hago juicio que habrá aquí trescientas o cuatrocientas embarcaciones bastante grandes de comercio de todas las naciones de Europa. Como están las embarcaciones tan unidas entre sí y las calles o caminos que se dejan entre uno y otro escuadrón de embarcaciones están siempre llenos de falúas, y de cien especies de barcos de remo, casi no vemos el agua estando sobre ella, y parece que más que en la mar estamos en una gran plaza de mercado a que ha concurrido un numeroso pueblo. Al poniente de la concha separada por una fuerte muralla hay una pequeña ensenada a la cual se entra por una puerta estrecha, cerrada con un balcón de madera que corre de parte a parte, y se retira hacia un lado cuando ha de en733

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trar allá dentro alguna embarcación. En esta concha interior sólo entran las embarcaciones de la República y allá dentro tienen su astillero, su arsenal y las demás cosas de guerra. Tiene este puerto dos muelles muy hermosos y capaces, como dos plazas formadas en la mar y en uno de ellos hay una fuente muy copiosa. A un lado y otro de la entrada hay una torre con faroles para dirección de los navegantes. Todo alrededor del puerto hay un paseo deliciosísimo, caminando sobre las murallas y corredores formados sobre arcos debajo de las casas de la ciudad. Desde la embarcación tenemos a Oriente la costa en que está el Lazareto, Puerto Fino y los demás lugares de que antes hablamos; a poniente la costa opuesta en que está el delicioso San Pedro de Arenas. A mediodía tenemos mar alta y a Norte la ciudad, que presenta hacia el mar una fachada de casas hermosísimas de mármoles y jaspes a lo que parece, o por lo menos bien pintadas. Y con esto basta de este asunto, no pudiendo decir más con acierto por no haber salido de la embarcación. Entre muchas expresiones de aprecio y estimación que hemos recibido de gente distinguida de Genova, a pesar del sumo abatimiento en que nos hallamos, es muy digna de ser notada una que ha hecho el Ilustrísimo Sr. Arzobispo a nuestro P. Provincial. Le ha comunicado, sin pedírselas, todas las licencias de ejercitar todo género de ministerios y facultad para comunicarlas también a todos los que gustare de sus subditos. Ya se ve que no nos pueden ser de algún uso estas licencias, porque no es fácil que se presente ocasión de ejercitarlas. Pero de todos modos debemos agradecer mucho esta demostración de este Ilustrísimo, especialmente que, hallándonos en un estado de tanta opresión y abandono, ello es una prueba auténtica de que se tiene por fábulas y calumnias los delitos que se atribuyen a la Compañía española y por los cuales nos tratan de esta manera. Día 9 de octubre Los padres Procuradores de nuestra Provincia, que vinieron en el convoy a Ajaccio, han pasado a una embarcación di734

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namarquesa que está arrimada a ésta, que es de la misma nación. Están muy contentos en ella porque les tratan con mucho agrado y cortesía el Patrón y los marineros. No lo estamos menos nosotros por la misma razón. Es cierto que estos dinamarqueses, en cuya embarcación estamos, son gente muy servicial que nos mira con muy particular respeto y atención, y sufren con mucha paz y buen modo las impertinencias que es preciso que tengan, siendo nosotros tantos y de genios tan diferentes. Hoy, por ser domingo, se han dicho dos misas a las que han comulgado muchos. Nuestros huéspedes son todos protestantes y así, mientras duraron las misas, se estuvieron todos, Capitán y marineros, metidos en un rincón por no ver ni oír cosa ninguna de ellas pero sin perturbarnos nada, antes con sumo silencio y quietud. En el convoy de nuestra Provincia cuando salimos de España venía una embarcación holandesa y otra sueca, y en las otras Provincias, especialmente en la de Andalucía, venía también alguna otra embarcación de las mismas Naciones y de otras de herejes, y es cosa cierta, al mismo tiempo bien singular y digna de ser notada, que generalmente hablando, hemos merecido más cortesía y agrado y hemos hallado más compasión en los protestantes que en los católicos españoles y franceses. Han marchado hoy de este puerto las embarcaciones francesas en que vinieron de Calvi las Provincias de Andalucía y Castilla, y de Ajaccio la Provincia de Toledo. Ocho días ha que salieron de ellas las dos Provincias que vinieron de Calvi. ¿Qué necesidad había de haberlas hecho mudar tan presto o a lo menos con tanta furia y precipitación? Este hecho es una prueba demostrativa de la irracionalidad y violencia de la orden con que se nos hizo dejar arrebatadamente las embarcaciones francesas. Dos padres indianos, que acaban de llegar de Bastia en donde debieron de quedar por algunos negocios de sus Provincias, cuentan en suma de las cosas de Córcega que continuamente vienen a las manos los corsos y los franceses y que estos últimos, sin haber adelantado nada en la conquista de la isla, han perdido tanta gente que comúnmente se hace subir hasta cinco o seis mil hombres. Esto hace creer que la Francia quiera hacer pasar a Córcega mucha más tropa para atrepellar, 735

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si pueden, a los corsos antes que se separen y antes que puedan ser socorridos de los ingleses. Pero no es prueba de que necesiten de estas pocas embarcaciones empleadas en nuestro transporte y así no se puede justificar, por esta parte, las sin razones y tropelías que han usado con nosotros para echarnos de ellas. También ha marchado hoy a Sestri una embarcación en que van los padres Procuradores aragoneses a juntarse con su Provincia y caminar con ella al Estado del Papa. Nada se sabe de cierto del estado en que se halla la partida desde Sestri de la Provincia de Aragón y del modo con que caminan. Pero es muy regular que en los trabajos y miserias que padecieron en su viaje los padres indianos, hayan aprendido los padres aragoneses a hacerlo con más orden y concierto. Por muchas partes se ha asegurado, y lo tenemos por cierto, que en el pasaje de los padres indianos por el Ducado de Parma se les ha tratado con compasión y humanidad, y se les han procurado los alivios que ha sido posible. Pero ahora ha llegado noticia cierta de que, desde el día 22 de septiembre, salió un orden por el cual se manda que dejen atrás sus camas y baúles y pasen los sujetos a la ligera. ¡Cuántos gastos e incomodidades les traerá a aquellos pobres el verse sin camas y sin la mayor parte de su ropa! Y quién sabe si nos sucederá a nosotros lo mismo. El motivo de este orden quieren que sea el haber empezado la vendimia y haber por esta causa escasez de bestias para llevar el equipaje. Si así fuere, podemos esperar que haya cesado esta orden cuando caminemos nosotros por aquel país. Pero aún no está muy cerca nuestra partida para Sestri, como se debe inferir de que se trata con calor de nuestro desembarco en el Lazareto, y no parece que se debía de hacer así si dentro de pocos días hubiéramos de marchar al dicho puerto, a no ser que suceda también en esta transmigración lo que en las otras mudanzas, de que por falta de noticias o por no sé qué fatalidad, sólo han servido para tener el afán y fatiga de mudarnos sin tener tiempo después para disfrutar las ventajas que se podía esperar; en efecto, ayer estuvieron en el Lazareto los tres padres Provinciales de Andalucía, Castilla y Toledo a ver la habitación que se nos señala y repartirla para las tres 736

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Provincias, como se hizo con toda paz y concordia, como sucede en todas las cosas que dependen únicamente de nosotros. Va también este viaje a cuenta de los franceses, que quieren cumplir el orden del Rey de Francia de ponernos en Sestri. Anda en disposiciones para este nuestro viaje al Lazareto un francés que debe de ser el Secretario de Embajada de París en esta ciudad, o algún otro señalado por el Ministro de Francia. En el día, en cuanto he podido observar, se ha estado quieta la gente y no ha empezado a marchar, a no ser que hayan ido algunos pocos como aposentadores a disponer lo que ocurra. Día 10 de octubre Día de San Francisco de Borja. La mañana estaba lluviosa y revuelta y no era posible poner el altar para decir misa al descubierto. Pero siendo tal día se hicieron todos los esfuerzos posibles para lograrlo. Se colocó el altar en la camarita, que es tan pequeña que apenas cabían más que el sacerdote que celebraba y el ayudante. Para comulgar, como lo hicimos todos, era necesario entrar de uno en uno y aguardar el que iba detrás a que saliese el que había ido delante. Y así ha sido una función muy pesada y muy larga. Entretanto nuestro Capitán y marineros se han estado como ayer escondidos en un rincón, pero con mucho sosiego y paciencia, sin dar el menor indicio de que les seamos molestos. En el día se ha trabajado con calor en el viaje al Lazareto. Y se han visto marchar muchas barcas grandes llenas de camas, baúles y ajuares, y van varios sujetos en cada una de ellas, de suerte que hago juicio que puede haber marchado hoy como la mitad de la Provincia. Día 11 de octubre Aún estábamos reposando y durmiendo cuando llegó esta mañana a nuestra embarcación una barca grande destinada a hacer nuestro viaje al Lazareto. Nos vestimos a toda prisa y con la misma diligencia emprendimos la ordinaria, pero siempre grandísima, fatiga de liar colchones y disponer las demás cosas para la marcha. Sin perder tiempo las fueron bajando a la barca en que habían de ser conducidas y antes de acabar de car737

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garla vino un francesillo, que debe de ser dependiente del Ministro o Cónsul de Francia y parece que tiene alguna Comisión sobre este nuestro viaje, pues andaba por todas las embarcaciones, que estaban en la misma ocupación que nosotros, dando sus órdenes. Este francés es como casi todos los demás, que por desgracia nuestra han tenido algún poder sobre nosotros, furioso, impetuoso y violento, quería en un cuarto de hora hacerlo todo y metía prisa a los marineros y a nosotros, y tan mezquino y tan ruin como los otros, aunque en este la principal culpa será de los que le han dado las órdenes e instrucciones. Quería pues este hombre, si fuera posible, meternos a todos con todas nuestras cosas en una barca y acabar presto con este negocio, y ahorrar lo que se pueda en este viaje. El modo de hacerlo era el siguiente. En la barca grande, de que hemos hablado, se metían tantos baúles y colchones cuantos se podía, hasta que rebosase y levantase en el aire un gran copete, o por mejor decir una torre, y después se hacía que fuesen tirados sobre los colchones y baúles, quince, veinte o más sujetos, pareciéndole siempre pocos al furiosillo francés, yendo como se deja entender con suma incomodidad e indecencia. Esta barca grande no tiene ni velas, ni remos, ni timón y camina tirada, o llevada a remolque, como dicen los marineros por un barco pequeño o falúa con algunos remeros, a la cual va atada con una cuerda. Así han determinado los franceses llevarnos desde aquí al Lazareto y así efectivamente fue llevada ayer la mitad de la Provincia, y hoy lo ha sido casi la otra mitad, y en los días siguientes lo serán las otras dos Provincias de Andalucía y Toledo. Cosa indecentísima y de no poca ignominia, llevándonos en aquellas barcas como si fuéramos otros tantos fardos de bacalao, o de otra cosa más ordinaria, siendo cosa muy fácil, por haber aquí una prodigiosa multitud de falúas, llevarnos a todos en un día sólo con alguna decencia y comodidad. Pero esto costaría algo más, y los franceses reparan poco en nuestra infamia y trabajo con tal que a ellos se les siga algún ahorro. A vista de esta indecencia muchos hemos tomado a nuestra cuenta una falúa para hacer el viaje al Lazareto. En una salimos a media tarde cinco, y cuando salimos de la concha a mar 738

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alta hallamos que se había mudado y arreciado el viento y que el mar se había encrespado y estaba bien grueso, y así en el pequeño viaje de una milla o milla y media desde la entrada de la concha hasta el Lazareto ya hubo en mi falúa mareos y vómitos. Esto importaba muy poco en comparación del trabajo y, acaso también, peligro para salir a tierra delante del Lazareto. Delante de esta fábrica no hay más que una playa abierta en la cual se había de hacer el desembarco. Como el mar estaba ya alborotado, venían contra la playa unas olas bien grandes que, estrellándose contra ella, volvían otra vez hacia el mar con tal ímpetu y fuerza que no dejaban arrimar a tierra la falúa y así no era posible desembarcar. Al fin se logró asegurarla una vez en la playa y en hombros de marineros fuimos sacados a tierra. Desde ella vimos con compasión en el mismo trabajo y peligro, y aun mayor, por irse encrespando por momentos el mar, a otros que vinieron después en falúas. Más que todos nosotros tuvieron que padecer todos o muchos de los padres Procuradores que vinieron de Ajaccio, y han venido también esta tarde desde su embarcación a unirse con la Provincia en este Lazareto. Venían como todos los demás en la barca grande tirada o remolcada de otro barquito pequeño. Vinieron como una hora después de nosotros y tuvieron la desgracia de haber venido sobre ellos un grande turbión de agua y, no siendo posible resguardarse de modo alguno, se mojaron muy bien ellos y sus camas. Peor lo pasó todavía un pobre que perdió en este viaje su colchón y toda la ropa que venía dentro de él. Como el mar estaba ya muy bravo, hacía que la barca diese vaivenes y vuelcos muy grandes y en uno de estos se resbaló en el mar su colchón, lo que no extraño viniendo las barcas tan llenas como antes se dijo, y allá quedó abandonado. No fue poco que no cayesen también en la mar algunos de ellos, ya por los balances que daba la barca y mucho más al querer saltar en tierra. Como la barca era grande y venía bien cargada no fue difícil hacerla encallar hacia la orilla, pero no tan cerca que no hubiese todavía un buen pedazo de agua hasta tierra. La violencia de las olas no permitía que los marineros entrasen a sacarlos a cuestas como a nosotros y así no hubo otro arbitrio que poner una tabla larga con una punta en tierra y la 739

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otra en la embarcación, y por ella fueron saliendo todos con la felicidad de no resbalar ninguno, aunque varios eran viejos y pesados, y si alguno hubiera caído en la mar no hubiera sido extraño que alguna ola al retirarse le hubiese llevado consigo y allá hubiera quedado para siempre. A la playa del Lazareto, en donde desembarcábamos, había concurrido mucha gente, y lo mismo y aun más sucedería ayer por ser la primera vez que se veía este espectáculo. No era toda de la plebe, antes se veía mucha de uno y otro sexo, bien vestida y al parecer de alguna forma y distinción y toda ella no hacía otra cosa que vernos y contemplarnos con admiración y con asombro. Concurrió también aquí una de las principales damas de la ciudad que deseaba mucho ver y hablar al P. Pedro Calatayud y lo pudo conseguir fuera del Lazareto, porque allá dentro no dejan entrar a nadie. Cuando se iba acercando la noche y ya no se esperaba más gente, entramos en el Lazareto y se cerraron sus puertas, quedando no obstante esto sus centinelas para guardarlas. Y así propiamente, nos vemos otra vez como en nuestros colegios encerrados en una prisión y guardados por tropa. Está aquí ya casi toda la Provincia, el número de quinientos setenta u ochenta, y es tanta la revolución, confusión y alboroto que en pocas ocasiones lo ha habido mayor. Basta para entender esto el pensar que nos hallamos casi seiscientos hombres al anochecer y casi sin luz en una casa nueva, enteramente desconocida, nada desahogada, como se dirá otro día, en donde ninguno sabe cuál es su rincón, dónde ha de poner sus cosas y su cama y, lo que es todavía peor, en dónde está su colchón, su baúl o maleta, pues todo lo han tirado en un montón según lo iban sacando de las barcas. Al fin, con mucho trabajo y fatiga, se fueron tal cual ordenando las camas y, después de haber gastado en esto algunas horas, bajamos los ochenta y cuatro, que desde que nos pasamos juntos a la embarcación dinamarquesa formamos una comunidad, a tomar alguna cosilla de cena, teniendo que romper para llegar allá por unos transitillos muy estrechos, atestados de gente y cuyas entradas y salidas son tan angostas que no cabe de una vez más que un hombre. En un transitillo bajo, estrecho y húmedo, sentados 740

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 todos en el suelo, arrimados a las paredes y sirviéndonos de mesa las rodillas tomamos un par de huevos duros, que no fue poco el haber podido cocer en un día de tanto tumulto y confusión. Día 12 de octubre La noche, aunque la cama de todos no es más que un colchón tirado en el suelo y casi con tanta estrechez como en las embarcaciones, se ha pasado no obstante mucho mejor pues una habitación en tierra, aunque sea muy miserable, nunca es un entrepuentes o bodega de una embarcación, ni se siente en ella aquel sofocamiento de tener el techo a una cuarta o media vara de altura y, por consiguiente, ni aquel hedor y fuego intolerable. Luego que nos levantamos se pensó en el modo de decir alguna o algunas misas para que todos la pudiesen oír y no hubo otro arbitrio que decirla en una pequeña capilla que está en medio de un corral muy espacioso, y no pudiendo ponernos a oírla en el dicho corral, por estar muy húmedo de la lluvia de estos días y aún estar presentemente lloviendo alguna cosa, nos hemos contentado con oírla desde los transitillos entre rejas, como los pobres encarcelados. Ha estado un día muy revuelto y casi no se ha cortado en todo él la lluvia y con mucha fuerza, y el mar se ha puesto tan bravo y furioso que montan sus olas por encima de las cercas del Lazareto, que no son poco altas y están en alguna distancia del mar cuando éste está sosegado, y así hacía un ruido tan espantoso y daba el mar bramidos tan grandes que no dejaban de causar algún susto y pavor. Por esto no han podido venir a este Lazareto las dos Provincias de Toledo y Andalucía, y aun se hubieran quedado también allá los pocos que faltaban de nuestra Provincia si no se les hubiera permitido venir por tierra, atravesando parte de la ciudad. Con licencia de Gobierno, como se debe suponer, desembarcaron estos sujetos en el muelle regular y desde allí, en dos o tres cuadrillas de veinte a veinticinco, conducidos por un oficial en ademán de guía que les enseña el camino, más que de escolta que les guarda, y permitiéndoles entrar en alguna otra iglesia que encontraron en su 741

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viaje, llegaron a esta casa y con su arribo se halla aquí toda la Provincia de Castilla, aún más numerosa que estaba en Calvi por habérsele juntado los Procuradores, viejos y enfermos que estaban en Ajaccio, los cuales se han unido, según el orden del padre Provincial, a los mismos colegios en que vivían en España y a éste de Santiago ha venido el P. Esteban Romero, a quien dejamos enfermo de cuidado en La Coruña y era el único que le faltaba. Unos veinte o treinta de los que han venido hoy aquí estuvieron ayer en gravísimo peligro de naufragar. Entraron en la barca grande después de aquellos que tanto tuvieron que padecer en el camino, y mucho más al tiempo de desembarcar y por consiguiente cuando estaba el mar alborotado. Antes de salir de la concha del puerto, o porque se cortó la cuerda, o por otra casualidad, se desunió de la falúa que la remolcaba la barca en que venían los padres con sus camas y baúles, ni fue posible que se volviesen a unir otra vez por más que lo intentaron los marineros de la falúa, y así quedó la barca grande sin velas, ni remos, ni timón y sin ningún marinero, abandonada a la discreción de los vientos y de las olas. Su fortuna fue que el P. Idiáquez andaba por la concha en una falúa y pudo observar lo que pasaba. Viendo el peligro de aquellos pobres hizo todos los esfuerzos posibles para llegar a socorrerlos con su falúa, pero siendo esto imposible por la mucha fuerza del mar y del viento volvió en diligencia hacia el muelle e hizo que saliese algún otro barco grande con buen número de buenos marineros, ofreciéndoles un buen premio. Llegaron todavía a tiempo antes que se hubiese volcado o estrellado la barca, que no fue poca fortuna, habiendo andado perdida y errante tanto tiempo. Aunque ya habíamos firmado el recibo del socorro extraordinario que nos da nuestra Corte para hacer el viaje por tierra, se nos ha hecho firmar hoy otra vez alegando, a lo que parece, que en el primer recibo se omitieron algunas formalidades que se debían de haber usado y, efectivamente, el papel que nos presentaban hoy para echar nuestra firma estaba dispuesto de otra manera que el otro. Bien puede ser que haya algo de esto, pero yo me inclino mucho a creer que la verdadera causa de esta novedad es el haber observado que han salido 742

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muchos a la casa de ejercicios y que de éstos algunos morirán allí o por sus males no saldrán tan presto de allí, y como el socorro es para el viaje por tierra no querrán darle a ninguno que efectivamente no le haga. Y para asegurarse más de esto, aunque hemos firmado hoy este segundo recibo los de Castilla, no se nos ha entregado el dinero y acaso no lo entregarán hasta el punto mismo de partir. Por todos estos padres que han venido hoy he sabido que se han secularizado dos de nuestra Provincia y así habrán logrado el socorro doble, según lo que antes se dijo. Estando todavía todos en el puerto de Genova y como unos seis o siete días antes de venir aquí, salió de la Compañía y creo que con dimisoria del P. Provincial, el H. José Barborín364 coadjutor, joven de veintitrés años. No sé por qué vivía en Ajaccio con los padres Procuradores y así vino con ellos a Genova desde dicha ciudad. Yo no había tratado a este hermano, pero los que le co nocieron no muestran mucho sentimiento de que se haya ido. El otro que ha salido de la Compañía y creo que también con dimisoria del P. Provincial es el P. Juan Solís, que ayer se quedó en la ciudad. Era este padre, al tiempo de nuestro destierro, Prefecto de la Congregación de los señores protectores en el Colegio de Salamanca. Todos los que le conocían han extrañado mucho su resolución, porque era un hombre de buen juicio, de corazón sano y religioso observante y, además de eso, se hallaba en edad de cuarenta y dos años y muy trabajado de achaques y miserias. Es natural de la Extremadura, pero no sé su lugar ni tampoco su Obispado. Así como por ocho o diez días no supe la secularización del H. Barborín, así puede ser que haya salido algún otro sin que haya llegado a mí noticia; porque es imposible en una confusión y alboroto tan grande verlo todo y observarlo y así es preciso que se nos pasen por alto mil cosas muy dignas de ser notadas. Pero seguramente ninguna más digna de ser notada que una especie que yo mismo he oído a nuestro P. Provincial, Ignacio Ossorio, y que Su Reveren364. José Barborín, después de secularizarse en Genova, volvió a Ajaccio para contraer matrimonio. En noviembre de 1786 falleció en Roma. Había nacido en Azpeitia (Guipúzcoa) en febrero de 1745. 743

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cía la ha oído a persona que está en estado de saberla y es digna de todo crédito. Esta es que los ministros de Francia y Portugal, en esta ciudad de Genova, han hecho al Serenísimo Dux, o al Senado, una representación muy grave y muy seria, poniéndole delante los inconvenientes y absurdos que se pueden seguir de hallarse tantos jesuitas juntos en un mismo lugar con libertad y franqueza, y aun parece que hablan en ella algo de que podrán maquinar alguna cosa contra sus cortes y sus príncipes y por tanto piden que se tomen las providencias más eficaces para impedir todos estos males y desórdenes. Esta viene a ser la substancia de esta representación de los ministros de París y de Lisboa, los cuales si no están locos o no son unos estólidos y mentecatos es preciso que sean unos impíos, furiosos, sin pudor y sin vergüenza. Un francesillo miserable en Calvi, en la navegación y en el puerto, ha sobrado para hacer de nosotros lo que ha querido y oprimirnos cuanto se le ha antojado y ahora, de repente, nos hemos hecho ya formidables a todo el poder de Genova y hay peligro de que nos hagamos tan poderosos que tengan por qué temernos los reyes de Francia y Portugal y sus cortes. Un tomo entero se podría escribir sobre esta fatua representación de estos ministros presentando, por un lado, nuestra miserable situación y la conducta pacífica y llena de mansedumbre de la Compañía en los bárbaros tratamiento que ha recibido de parte de Francia, España y Portugal y, por otro, los quiméricos y necios inconvenientes que se pueden figurar los dichos ministros. Pero no es de este lugar ni hay comodidad, ni tiempo para tanto. Los senadores de Genova que hayan entendido en este negocio se habrán reído y burlado muy bien interiormente de una representación tan fatua y tan tonta, pero no en lo exterior, siendo ministros de dos cortes tan respetables y de quienes dependen no poco los intereses de su República, habrán mostrado todo aprecio y estimación y se puede creer que sean resultas de ella el haberse doblado la guardia y haberse dado orden estrecho de que nadie entre ni salga del Lazareto, y que no se deje salir carta ninguna nuestra ni entrar carta alguna para nosotros, con lo cual nos hallamos en una prisión más rigurosa y cortada toda comunicación con los del país; y casi podemos alegrarnos de esta opresión a true744

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 que de que de este modo depongan sus fundados temores, su congoja y sobresalto los dichos ministros de Francia y Portugal; porque si estuviéramos libres, ¿qué cosa más fácil que alborotar estos pueblos, apoderarnos de este Estado, formar un ejército poderoso, montar los Alpes, destronizar a Luis XV, dar un salto por los Pirineos, hacer lo mismo con Carlos III y después de esto, qué nos podía costar el quitar la Corona a José I y hacernos señores de la América y de una buena parte del Asia? Día 13 de octubre Después de las grandes conquistas que hicimos ayer, es no poco desconsuelo el haber pasado la noche, aunque nunca con tanta incomodidad como en la embarcación, con no poco desasosiego y trabajo, pues al fin no hay más cama que un miserable colchón tirado en el suelo y con tanta apretura y estrechez como al instante diremos. Luego que nos levantamos, aunque cuesta no poca fatiga, se puso en nuestra habitación, retirando algunas camas, un altar en el que se han dicho dos misas, a las que hemos asistido todos. También creo que han puesto algún otro altar algunos colegios y otros han acudido a decir misa en la capilla de que hablamos ayer. En esto se trabaja y se suda con gusto y esta es toda nuestra ambición, nuestra política y muestras máquinas para lograr con ellas del cielo o paciencia, resignación y mansedumbre con que sufrir tantas miserias, trabajos, opresiones, violencias y crueldades como van viniendo sobre nosotros por la rabia y furor de los enemigos de la Compañía. Sin pasar más adelante haremos aquí una breve descripción de este Lazareto. Es sin duda una obra grande, bastante magnífica y muy a propósito y en buen sitio para el destino que tiene, que es hacer en él la cuarentena los géneros y personas que vienen de países en donde hay peste, o a lo menos se sospecha que la haya, y para esto hay almacenes inmensos para depositar las mercancías y mucha habitación para gente, pero no es tanta que pueda servir de decente alojamiento para mil quinientos o seiscientos hombres honrados, fuera de que no se 745

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nos ha dado toda pues por lo menos han reservado una cuarta parte de la habitación, ya para alguna gente que está ahora haciendo su cuarentena, ya para lo que se pueda ofrecer mientras que estemos aquí nosotros. En la división que hicieron entre sí los padres Provinciales el día antes que empezásemos a venir, tocó a la Provincia de Castilla la habitación más alta, que no es tan buena como la baja de las otras dos Provincias, pero es más capaz y de propósito se hizo así por ser algo más numerosa que las de Andalucía y Toledo; y toda ella se viene a reducir a un tránsito largo y estrecho en el cual caben ciento cincuenta camas por banda, dando a cada cama como vara y media y así, a lo sumo, pueden entrar en él trescientos sujetos, y a dos rincones en cada uno de los cuales no se pueden poner, aun con la mayor apretura, más de ochenta a noventa camas. En uno de estos rincones entró mi Colegio de Santiago con el de Ávila, en número de más de ochenta sujetos entre los dos. Tiene este rinconcito tres aposentos, los dos cuadrados como de treinta pies regulares y en cada uno de ellos hay veinticinco camas, tan unidas entre sí que no se deja lugar regularmente para poner entre una y otra un taburetillo en que sentarse. El otro es una antesala cuadrilonga, con poca diferencia de la misma capacidad de los aposentos y en ella están los que restan, aún más apretados que los otros. Aun con tanta estrechez no cabemos todos en la habitación destinada para nuestra Provincia y así varios han pasado estas dos noches en la habitación señalada para las otras Provincias. Pero debiendo éstas dormir ya hoy en el Lazareto ha sido preciso desocuparla y ceñirnos como es razón a la nuestra. Para podernos acomodar en ella, por una parte, aprovechándonos de una pieza grande y capaz que se ha destinado para enfermería, se ha hecho bajar a ella varios ancianos y enfermizos; y por otra, ha andado el mismo P. Provincial por toda la habitación, haciendo retirar algún otro cajoncillo y taburete que había entre cama y cama y haciéndoles juntar tanto, que ni siquiera se deja un senderillo para ir a cerrar y abrir las ventanas, y aun así dudo mucho que nos podamos acomodar todos. En efecto, han venido hoy a este Lazareto las dos Provincias de Andalucía y Toledo, y han tenido un día muy trabajoso 746

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y un viaje muy incómodo y desastrado. Aunque el mar estaba bien inquieto empezaron a venir en las barcas grandes como nosotros y con no poco peligro, especialmente al saltar en tierra, vinieron de este modo muchos. Pero a media mañana se puso el mar impracticable y empezó una copiosa lluvia. Por tanto, después de haber conocido a costa de muchos sustos y peligros en que se vieron los pobres, que no era posible hacer el viaje por mar, les concedieron venir por tierra en pequeñas partidas como vinieron anteayer algunos de los nuestros. Casi todo el día ha proseguido la lluvia con mucha fuerza y así, aunque el viaje no es largo, lo es bastante para que todos llegasen pasados de agua. Espectáculo, a la verdad, que no se podía ver sin una tiernísima compasión y aun sin lágrimas; y estos pobres en su trabajo han tenido el consuelo, como ellos mismos cuentan, de haber observado en un numeroso pueblo que encontraban por las calles, una conmoción muy tierna y compasiva, viendo caminar con tanta incomodidad y trabajo a tantos jesuitas de todas edades, y que el fin de este viaje es encerrarse en una estrecha y rigurosa prisión y venir algún otro en silla de manos o porque ellos se la procurasen o, lo que es más verosímil, porque algunas piadosas señoras les solicitaron este alivio. Como han hecho tantos el viaje por tierra han dejado allá muchas cosas en poder y a discreción de los franceses. También nos faltan a nosotros algunas, y especialmente la mucha madera que teníamos, y de esta nos han dicho que los franceses la han reunido toda en una embarcación para ahorrar el flete o alquiler de los otros. En un día de tanta confusión y alboroto para las Provincias de Andalucía y Toledo y, especialmente, no viviéndose en ellas generalmente tan de común como en la nuestra, no es extraño que muchos, en una y en otra, se hallasen hoy en el Lazareto sin tener un bocado que llevar a la boca, ni hallarse en los otros de sus Provincias con qué socorrer su necesidad. Corrió esta voz por la Provincia de Castilla y luego se tomó con empeño socorrerlos a todos en cuanto fuere posible. Era un gusto ver a la gente en movimiento recogiendo todo lo que se encontraba de huevos, frutas y de otras cosas que se pudiesen componer presto, a otros muchos preparándolas en las cocinas y a varios, 747

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aun de los sujetos más graves, servirles la comida y con este caritativo empeño se pudo lograr que, aunque tarde, todos tomasen alguna cosa, por lo cual han mostrado los padres toledanos y andaluces aún más agradecimiento de lo que merece la cosa. En este mi Colegio se dio todo lo que había de todo género de cosas, sin reservar ni siquiera para cenar esta noche, y no habiendo sido posible recabar cosa ninguna se echó mano de un poco de carne salada de la que nos dieron los franceses, que había quedado todavía. Cena, en la realidad malísima, pero a todos agradó mucho por ser resulta de una acción honrada y de caridad con sus hermanos. Protesto que me edifiqué mucho del buen humor y alegría con que hablaban todos de la mala cena que habían tenido y que casi les tuve envidia de no haber participado de ella, por hallarme en cama algo indispuesto. Más que en otros alivios se piensa en ver cómo se han de decir muchas misas, en oírlas y en comulgar a ellas. Día 14 de octubre Efectivamente, he visto hoy que en el transitillo estrecho de la habitación que ocupa nuestra Provincia se han colocado varios altares, en los que se han dicho muchas misas y han comulgado muchos. Después se vuelven a recoger los altares para dar lugar a las camas que, como hemos dicho, están unidas unas con otras. Sea que se hable en la ciudad mucho de la apretura en que estamos, o sea una providencia regular del Gobierno, ha estado hoy un Comisario con un médico a registrar la habitación de las tres Provincias. El médico mostraba mucho disgusto y lo dio a entender a las claras de vernos tan estrechos y apretados. Y así en el día mismo ha habido alguna novedad favorable en este punto, bien haya nacido ésta del informe del médico, o como otros creen de un regalillo hecho oportunamente al Superintendente del Lazareto. La novedad es que a nuestra Provincia se le han franqueado dos rincones, cada uno capaz como de unos sesenta o setenta al modo con que estamos, y nosotros hemos cedido alguno de nuestra habitación a la Provincia de Toledo. Con lo cual nos hemos desahogado alguna cosilla pero en la realidad bien poco. 748

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Se nos ha asegurado hoy, que el señor Cornejo, Ministro de España en Genova, ha significado en nombre del Rey al Senado que será de su real agrado que se nos trate con toda compasión y buen término. Aun en medio del odio implacable de los ministros de España contra nosotros, la cosa es muy verosímil a mi modo de pensar, porque llegarán a España tales relaciones del desprecio y crueldad con que nos tratan los franceses que habrán juzgado que no convenía por no irritar contra sí a todo el mundo, y especialmente la Nación española, agravar más la mano antes darnos en cuanto fuese posible algún alivio y consuelo, así como para remediar de algún modo a la ruindad y miseria de los franceses determinaron que se nos diese el socorro extraordinario de quince escudos. Esto no impide que por dar gusto a los ministros de Francia y Portugal tan solícitos y temerosos por la reunión de tantos jesuitas en un mismo lugar, que no use mucho rigor y estrechez en nuestra prisión, no dejándonos los centinelas arrimar a unas rejas de madera que están a la primera puerta, y muestra el Senado, o afecta mostrar por complacer a los dichos ministros, tanto tesón y firmeza en no permitirnos comunicación alguna con los de fuera que deseando mucho una dama de las principales hablar al P. Idiáquez, por tener que comunicarle una cosa, la ha enviado a decir por uno de los mozos destinados a comprar y traernos las cosas necesarias, que vea cómo se ha de ingeniar para verse, porque ella no se atreve a pedir el permiso al Gobierno por no tener el sonrojo de llevar un solemne desaire. Este hecho que es ciertísimo es una prueba bien clara de la firme resolución del Senado, cuanto es de su parte, de no permitir que tratemos con la gente de la ciudad, pero siendo preciso que anden entre nosotros tantos oficiales, soldados y otras gentes para nuestro servicio, especialmente de comprar, hay sobrada comodidad y facilidad de recibir cartas y escribir las que se ofrezcan. Día 15 de octubre Ayer empezó a serenarse el tiempo y hoy prosigue del mismo modo, y podemos esperar que se asiente bien y tengamos 749

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un buen otoño, lo que nos servirá de mucho alivio en nuestro viaje, como por el contrario el tiempo revuelto y lluvioso, que hemos tenido casi continuamente desde que nos embarcamo en Calvi hoy hace puntualmente un mes, ha hecho otro tanto más molestos y pesados los trabajos de nuestra navegación y de tantas mudanzas de una embarcación a otra. En el día no ha ocurrido cosa digna de notarse. Después de algún tiempo de silencio por la mañana en el cual se dijeron muchas misas, porque por todas las habitaciones se han ido erigiendo altares con tanto empeño como si hubiéramos de estar aquí muchos años, se ha pasado todo el día en bulla y tumulto inevitable, como se deja entender estando aquí encerradas en tan corto espacio tres Provincias enteras, sin otro desahogo que un caminito estrecho entre dos filas de camas y así, con más proporción de la que ha habido en otras ocasiones en que se han juntado dos o tres o cuatro Provincias en un mismo puerto, para tratarse entre sí y contarse mutuamente las cosas que han pasado por ellas. Este alegre y bullicioso alboroto en que nos hallamos aquí, que a nadie hace daño sino cuando más a nosotros mismos, es en la realidad inexplicable y sólo lo podrá entender quien acierte a concebir mil seiscientos hombres encerrados en una casa no grande, de diferentes Provincias, por quienes han pasado sucesos grandes en que son todos interesados y todos desean y gustan ser informados de todo.

Día 16 de octubre Prosigue hoy también el tiempo sereno y, habiéndose secado un gran corral o patio adonde podemos entrar, hemos bajado todos o casi todos esta tarde a orearnos un poco y dar algunos paseos por él. Qué espectáculo tan extraño, tan nuevo y tan increíble que llegase a verse alguna vez en el mundo, y estuve un rato observándolo desde una ventana. ¡Mil quinientos jesuítas españoles, por lo menos, vistos de un golpe en un sólo corral o patio! Vista horrenda por cien títulos, que no es ésta ocasión de insinuar. Vista extrañísima y portentosa por la novedad del suceso y vista juntamente alegre y gustosa por ver tantos centenares de hombres inocentes hartos de opresiones, 750

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de oprobios y miserias y, en medio de todo, alegres, festivos, en suma paz y concordia. Dominan a este corral algunos montéenlos, y una cortina de la muralla y en una y otra parte se veía mucha gente, que viene por allí sin otro asunto que vernos, aunque en mucha distancia. Pero donde se suele juntar mucha más gente para este mismo fin es a la puerta del Lazareto. Encima de la misma puerta hay un mirador o corredor en que caben como unos veinte o treinta sujetos y en donde nunca faltan algunos, porque ya suben unos ya otros a ver el mar, que se registra bien, y extender un poco la vista. Y como en casi todo el día faltan jesuítas del corredor, tampoco falta gente por allí a verlos y observarlos, pero especialmente al caer de la tarde se junta alrededor de la puerta tanta gente de uno y otro sexo, y de todas edades y condiciones que es una especie de tumulto y confusión. Y todos ellos no tienen otro fin, ni hacen allí otra cosa que mirarnos y contemplarnos de hito en hito, sin cansarse de estar allí parados hasta que la noche nos hace retirar a unos y a otros. Propiamente estamos hechos un espectáculo de estas gentes, pero es razón confesar que en el modo mismo con que nos están mirando atónitos y pasmados, y en sus semblantes tristes y como caídos, se conoce bien claramente que no nos miran con desprecio y como quienes nos insultan en nuestra opresión y abatimiento, antes por el contrario muestran en todo su aire mucha compasión y cariño y grande pasmo y asombro. Día 17 de octubre Con estos días serenos que han precedido se ha sosegado enteramente el mar, y así, todo el día, han ido llegando del puerto muchas barcas cargadas de baúles y otras cosas que habían quedado allá, especialmente de las otras dos Provincias. De la nuestra lo que principalmente faltaba era la mucha madera que sacamos de Calvi, y que nos incomodó mucho en el viaje, de la cual se quemó aluna cosa de la más despreciable y otra mucha después de haber padecido no poco con tantas mudanzas, y especialmente en la última que hicieron los franceses para reuniría toda en una sola embarcación, en la cual co751

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mo me ha asegurado quien lo vio, parece que de propósito iban a hacerlo todo pedazos. Pero hicieron mal en esto si ya habían pensado quedarse con casi toda ella, como efectivamente han hecho. No es fácil decir cuánta madera falta a toda la Provincia de la que debía venir y mucho menos decir cuánto sería su valor, pero sí que no es cosa despreciable, ni pequeña cantidad. Basta decir, para que se haga algún concepto de esta cosa en orden a toda la Provincia, lo que ha faltado en mi Colegio en solos dos ramos, que no están expuestos a romperse. Había dieciocho mesas grandes de tablas gruesas, que pudieran muy bien desunirse pero no hacerse pedazos, y sólo han venido dos, de diecinueve bancos de una tabla gruesa y larga solamente se ha visto uno. ¿Qué es robar al mediodía e impunemente, si eso no es hurto y latrocinio manifiesto? Con algunos palitroques que han venido también se ven levantadas del suelo algunas camas, las que apenas llegarán a cincuenta, cuando antes teníamos todos nuestro catre o tarima. Según lo que vamos a decir nuestra partida está inminente y así lograrán pocas noches del fruto de su trabajo los que se han fatigado en levantarla del suelo. Hoy se nos ha dado el socorro extraordinario que se nos prometió de parte de España y del cual hemos firmado ya dos veces el recibo. No obstante que no hay que hacer viaje ninguno con el dinero, por los cambios que se hacen en el barco, hemos perdido como unos diez reales y así solamente se nos han dado doscientos y noventa a cada uno. Se ha suplicado a favor de los novicios para ver si se podía lograr algún socorrillo para hacer su viaje, así como en España y en la navegación primera se les hizo el gasto de orden del Rey como a los demás; pero nada se ha conseguido y no es extraño, si no hay recurso a Madrid, y de allí viene el orden pues los de aquí nada pueden disponer por sí mismos. Creo que sólo se ha dado el socorro a la Provincia de Castilla porque sola ella habrá de marchar ahora. Día 18 de octubre Ya hemos puesto en la habitación de nuestro Colegio otro segundo altar y en cada uno de ellos se han dicho tres misas y 752

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han comulgado muchos; y aún se dirían más misas si no fuera por no ser posible que haya el silencio conveniente, estando los altares en las mismas piezas en que vivimos. Poco después que se acabaron las misas se nos intimó el orden de disponernos para marchar a Sestri, lo que nos ha sido causa de bastante trabajo e inquietud, y esto no tanto por el orden en sí mismo ni por las regulares consecuencias de él, cuanto porque nadie habla con claridad y precisión sobre cuándo ha de ser la marcha, qué cosas podremos llevar con nosotros y otras cosas semejantes sobre las que hay infinidad de opiniones y nada se sabe de cierto, y así hemos estado todo el día empantanados y en una gran confusión, que es mayor trabajo y más sensible que las mismas fatigas de un desastroso viaje. Día 19 de octubre Hoy se ha aclarado alguna cosa la causa y principio de la indecisión sobre nuestro viaje en que estuvimos ayer y de la que aún no hemos salido del todo. Los franceses cuidan también de este nuestro viaje desde el Lazareto a Sestri, y por acabar con esta Comisión tan mal y tan groseramente como dieron principio a ella y la han continuado después, determinaron llevarnos a trescientos que estamos señalados para esta primera marcha en un pingue no grande, en la cual es muy difícil que quepamos todos con nuestras cosas, aunque ellas y nosotros vayamos como fardos o sacos de lana, oprimidos y apretados. Se ha mostrado por otra parte de los Superiores, con toda atención y buen término, alguna dificultad en orden a hacer este viaje del modo dicho. Y sea que los mismos Superiores hayan sabido hacer entrar en este negocio al Gobierno de Genova o que él mismo, sin diligencia alguna por nuestra parte, haya querido entrar en él, de lo cual no estoy informado, es cierto que un tribunal o junta de cuatro Procuradores del Común se ha opuesto a la determinación de los franceses en cuanto a la manera de llevarnos en la dicha embarcación desde el Lazareto a Sestri. Alegan los Procuradores del Común, para sostener su oposición, que es una cosa indecente llevarnos a tantos amon753

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tonados en un pingue y además de eso está muy expuesto a que se haga viaje de muchos días, de muchos trabajos, y aun de peligro, el que haciéndole en falúas sobre la costa es de pocas horas, cómodo y sin peligro alguno. En realidad qué sería de nosotros si, metidos trescientos hombres en un pingue sin remos, nos sobreviniese una calma muerta y tardásemos seis u ocho días en el viaje, como tardaron cinco los padres indianos desde Sestri a Puerto Fino, aunque distan menos entre sí que el Lazareto de Sestri, o si por el contrario nos viniese un viento algo fuerte, que soplase de tierra y nos tirase a alta mar, no siendo posible llevar en la dicha embarcación víveres ni para dos días. A todas estas razones tan sólidas y tan eficaces no respondían otra cosa los franceses, ni era fácil responderla, sino que la Hacienda Real no estaba para tantos gastos. ¿Y qué culpa tendremos nosotros de que se hayan metido en ellos? El fin de todos estos debates y disputas ha sido el haber propuesto la junta de los Procuradores del Común, de acuerdo con los franceses, a los padres Provinciales que se nos dará para el viaje por sujeto una lira genovesa que vale tres reales de vellón y dos o tres maravedíes, y que nosotros le hagamos a nuestra cuenta y a nuestro modo. Y en este estado queda este negocio por hoy, y desde luego estas contiendas no han traído ya la incomodidad de liar inútilmente nuestros colchones y volverlos a desliar, otra vez, si queremos dormir esta noche. Día 20 de octubre Aunque la lira por sujeto no basta, ni con mucho, para hacer el viaje desde el Lazareto a Sestri, lo han aceptado con todo eso los padres Provinciales, pues tiene menos inconveniente el gastar alguna cosa de nuestra parte que exponernos a un grandísimo trabajo si nos metiésemos los trescientos señalados en la embarcación destinada por los franceses. Al mismo tiempo que han dado esta respuesta los padres Provinciales, hacen ver que es muy corta la dicha cantidad para hacer este viaje y suplican que se añada alguna cosa. El fruto de este memorial ha sido añadir doscientas liras a cada una de las provincias, y así venimos a tocar a una peseta de España por sujeto para ha754

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cer un día de viaje por mar con su cama, baúl y otras cosillas, teniendo que pagar la embarcación en que hemos de ir. Pero hay el consuelo de que ésta será la última ruindad y grosería que harán con nosotros nuestros conductores desde Córcega hasta Sestri, los señores franceses; pues con este viaje vamos a salir del todo de su poder y mando sobre nosotros. Han venido hoy a reunirse a este su Colegio de Santiago el P. Juan José Carrillo y el H. Gil, que quedaron a nuestra partida enfermos en Calvi, como por aquel tiempo se dijo. Vienen bastante buenos y bien reparados. Por el contrario los otros que quedaron con ellos enfermos también en Calvi, aunque de allí salieron en buen estado, lo han pasado tan mal en el viaje que ha sido preciso que todos o los más vayan en derechura desde la embarcación a la casa de ejercicios. En Calvi dicen que lo pasaron muy bien por la protección del santo Coronel de la Marche, el conde de Cousans, el cual verdaderamente ha hecho con ellos oficio de padre y de madre como prometió, no obstante que el haber estado en cama todo el tiempo que se detuvieron allí, fue causa de no poderlos visitar personalmente y de hacer más difícil su amparo y protección. Por el contrario el Gobernador, marqués de Tylli, ni aun a estos pocos enfermos quiso dejarlos vivir en paz. Ocupaban los enfermos y asistentes una sola casa, que no era de las medianas del lugar, y porque esperaba de nuevo alguna tropa les envió un recado diciéndoles que desocupasen la casa. ¿Pero a dónde se habían de ir a vivir, que ocupasen menos, si no se iban a vivir en la mar o en campo raso? En parte les vino bien esta desatención y crueldad de Monsieur Tylli, pues teniendo ya algunos pensamientos de marcha, a vista de este recado tan importuno y descortés, se resolvieron al instante a venirse. Alquilaron al momento una tartana y el día siete del mes pasado entraron en ella con todas sus cosas. Siete días estuvieron en el puerto de Calvi parados por falta de viento favorable. El día quince se hicieron a la vela no quedando a su partida, ni en el puerto ni en la ciudad, jesuita alguno en donde un mes antes había tantos centenares de ellos y así quedaría contentísimo Monsieur Tylli, viéndose enteramente libre de esta peste de hombres que tanto le disgustaba. Tuvieron el viento en popa pero muy fuerte, 755

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y así se puso el mar muy bravo, y como la embarcación era muy pequeña se golpeaba mucho y daba vuelcos y vaivenes muy grandes, como es regular, y así han venido los pobres con mucho trabajo y según ellos se explican en un continuo peligro, especialmente, que el Patrón de la tartana o no es práctico en estos mares o no pudo más y se dejó llevar a las costas de Saboya. El lunes diecisiete llegaron finalmente, sin particular desgracia, al puerto de Genova. No obstante que se observa con rigor y exactitud el orden que se nos dio, a contemplación de los ministros de Francia y Portugal, de no tener comunicación con la gente del país, esta tarde ha venido a la puerta del Lazareto la dama Durazo, que creo es sobrina del presente Dux de Genova, y allá fuera salió el P. Pedro Calatayud y estuvieron largo rato en conversación públicamente y en campo abierto, después de la cual volvió el P. Calatayud a entrar en el Lazareto. Claro está que habiendo sido este coloquio con tanta publicidad y consintiendo en ello los centinelas, que todo ha ido con las licencias necesarias. Esta misma señora, a lo que yo pienso, es la que deseó hablar al P. Idiáquez y no sé si lo habrá logrado, a lo menos no ha sido cosa pública como esta conversación con el P. Calatayud. Creo, no obstante, que una limosna de dos pesos duros para cada uno de los novicios, que les ha dado hoy públicamente el P. Idiáquez, lo que no haría así si fueran de Su Reverencia, se la deben a la dicha señora Durazo, y que esto sería lo que quería comunicar con el P. Idiáquez y lo habrá hecho por tercera persona, no pudiendo por sí misma. Pero todo esto no es más que una conjetura, no sólo mía sino también de otros muchos. Les ha venido este socorro a los novicios en un día para ellos muy alegre y de mucho consuelo, pues en medio de las circunstancias en que nos hallamos de tanta incomodidad y revolución por la cercanía del viaje, habiendo cumplido los dos años de noviciado el H. Joaquín Maestre hizo esta mañana los votos acostumbrados del bienio. Casi todo el tiempo de novicio había pasado este hermano como escolar, pero pidió después, y se le concedió, el ser agregado a los hermanos coadjutores. No se han olvidado tampoco en esta cárcel de sus queridos novicios las piadosas y caritativas religiosas de Santo To756

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 más, y uno de estos días les enviaron un regalo muy bueno de ternera, limones y bizcochos, que se empleó con mucho gusto suyo en regalo de los enfermos. En la enfermería que hay aquí dentro ha muerto hoy un hermano coadjutor de la Provincia de Andalucía, el cual ha sido llevado en un ataúd cerrado a la casa profesa de Genova, en donde se le dará sepultura. Mil veces más feliz es este hermano, que ha muerto abrazado con la pesada cruz de la presente persecución que el Señor ha cargado sobre nosotros, que varios de la misma Provincia y de la de Toledo que en estos días de revolución han sacudido la cruz de sus hombros y han salido de la Compañía. De nuestra Provincia no oigo que hayan salido más que los dos de que hablamos los días pasados. Pero éstos con los de las otras Provincias, que todos se van quedando en Genova, se hacen ya reparar y son cosa visible en la ciudad y temiéndose, con razón, que otros varios hagan lo mismo y se llene el lugar de ex jesuítas españoles, ha hecho saber el Senado que los que se quieran secularizar en adelante han de quedar encerrados en el Lazareto y después a su tiempo marchar al Estado Eclesiástico como todos los demás. De resulta de esta providencia, a lo que parece, se ha dado orden a los centinelas de disparar contra cualquiera que intente escaparse del Lazareto o saltar sus cercas. Para los que son en su corazón jesuitas y tienen el espíritu de la Compañía sobran centinelas y murallas, también para que se estén firmes y constantes en el sitio en que les ponen. No son así ciertamente los que vuelven las espaldas a Jesucristo y abandonan la Compañía; pues la experiencia ha mostrado muchas veces que semejantes desertores son capaces de cualquiera vileza. Con todo eso no es creíble que tuviese ninguno el arrojo y temeridad de escaparse montando las cercas del Lazareto o de otro modo semejante, y así no se puede excusar de alguna crueldad y barbarie este orden del Senado. Hoy, por último día que estamos todos juntos los de las tres Provincias en este Lazareto, más famoso por haber sido habitado de tantos centenares de jesuitas que por todos los sucesos que en él se hayan visto, ha tenido una humorada devota un P. S alazar de la Provincia de Andalucía, hombre santo, 757

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apostólico y piadosísimo. Había formado este padre, en medio de la habitación de su Provincia, un altar con todo el aseo posible y quiso, antes que nos dividiésemos, hacer en él una función con toda la solemnidad que se pudiese en las tristes y miserables circunstancias en que nos hallamos. Para ella convidó a la capilla de música que se formó en Calvi en nuestra Provincia y a la cual no había oído nunca, por haberse conservado siempre en Algaiola, y así tenía mucho deseo de oírla, principalmente por ser cosa de la Provincia de Castilla, de la cual tiene este santo padre mucho aprecio y estimación, y con rubor y confusión nuestra lo ha mostrado en público más de una vez. Todo se hizo así. Asistió nuestra música y se esmeró en hacerlo con todo el primor posible, así a la misa solemne por la mañana, como por la tarde a cantar la Salve y la letanía de la Virgen, y asistimos todos, acaso sin faltar uno de las tres Provincias, y estando todos de pie y sumamente apretados por no caber de otra manera. Y así salió una fiesta piadosísima muy devota y muy tierna, especialmente habiendo hecho de preste por la tarde el mismo santo P. Salazar, que estuvo todo aquel tiempo, y principalmente cuando cantó las muchas oraciones que le inspiró su piedad, tan lleno de júbilo, de ternura y devoción que era bastante para enternecernos a todos aun cuando estuviéramos fríos, secos y helados. En el día han marchado ya algunos al Estado Eclesiástico. Cuatro padres graves de la Provincia de Toledo, Espinosa, Rivera, y otros dos, han tomado a su cuenta una falúa y han marchado a Liorna para entrar en el Estado Eclesiástico atravesando la Toscana. Los padres mejicanos que estuvieron en Ajaccio y vinieron a Genova juntamente con la Provincia de Toledo se han metido en una embarcación y han marchado en derechura a Civitavecchia. Y ha partido también para Sestri una tartana alquilada por nuestra cuenta en la que van los baúles y otras cosas de los colegios de los trescientos que marcharemos mañana y aún no ha cabido todo. Como cabrían todas estas cosas y después trescientos hombres con sus trescientas camas y otras cosillas que siempre se llevan a la mano en el pingue destinado por los franceses para nuestro viaje, aunque fuese otro tanto mayor que esta tartana. En ella se han 758

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embarcado dieciséis sujetos, uno de cada Colegio, para cuidar de sus cosas en el viaje y mucho más cuando hayan de salir a tierra. No sé a punto fijo cuánto nos cuesta esta tartana pero, sin ponderación, se puede asegurar que añadiéndose los gastos de conducirlos desde la habitación a la orilla del mar y otros semejantes de desembarcos en Sestri, nos podemos dar por contentos que alcance para ello lo que nos dan los franceses para todo el viaje, y todavía falta el gasto principal que es el flete o alquiler de tantos falucones para llevarnos a todos con las muchas cosas que restan. Y así fuera del gasto de la comida nos costará muy bien este viaje si no es cierta una especie que me ha asegurado persona digna de crédito. Esta es que el Senado de Genova suple todo lo que falte para el viaje hasta Sestri, después de empleada la cantidad que nos han dado los franceses. La cosa es muy extraña y singular para ser creída sin otras pruebas, no teniendo la República título alguno de la más remota obligación para hacer esto con nosotros, pero también es un favor muy particular para dejar de insinuarle aquí en los términos que ha llegado a nuestra noticia, en prueba de nuestro reconocimiento. En este Lazareto, además de los gastos ordinarios de comida, que por el modo de proveernos no son cortos, ha habido otros gastillos no de poca consideración para unos pobres que no tienen de renta más que una escasa peseta al día. Antes de venir nosotros al Lazareto, o por Comisión del Senado o a lo menos con permisión suya, se encargó de disponernos el alojamiento el jesuita Pincheti, de quien ya hablamos en otra parte. Este buscó varios mozos del trabajo que desembarazasen, limpiasen y barriesen nuestra habitación, que trajesen provisión de carbón, leña y otras cosas que asistiesen a nuestro desembarco, que condujesen nuestras cosas a la habitación e hiciesen otras cosas semejantes. Todo como se debe suponer pagándoselo muy bien y a nuestra costa. El mismo padre señaló un comprador y cuatro mozos para traer los víveres para cada una de las Provincias, dando a aquél doce reales y seis a éstos de jornal al día. Lo peor de todo en esta providencia, que se pudiera haber excusado con haber destinado a este oficio tres o cuatro hermanos coadjutore de tantos como estarán des759

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ocupados en los colegios de Genova, era el que no eran muy buenas las cosas que nos compraban y a un precio muy subido, según dicen nuestros procuradores y los que entienden de estas cosas. Además de estos gastos extraordinarios se da un peso duro al día por Provincia al principal Comisionado de la República sobre el Lazareto; es preciso hacer, si ya no se ha hecho, porque así lo dice nuestro director el P. Pincheti, un buen regalo a la tropa que nos ha hecho la guardia, como si esta se hubiera hecho a petición nuestra o para honrarnos y no para tenernos encarcelados; otro al síndico, otro a los guardas de San Jorge, y otros a otros que he oído nombrar por sus nombres o por el de sus oficios y no me he quedado con ellos. La madera que se conserva todavía queda aquí abandonada, y se ha determinado que se vayan aprovechando de ella hasta los últimos que queden aquí y después se deja como limosna a nuestra casa profesa. Aunque cada uno en particular pierda en esto poco, respecto de una casa numerosa y mucho más de toda la Provincia, es una pérdida considerable, especialmente para unos pobres como nosotros. Todos teníamos nuestro catre o tarima de cama, algún asiento y una mesa, por lo menos, por persona contando las de comunidad de altares, refectorio, cocina y otras piezas, y además de esto había comunes en todas las casas, bancos, alacenas y otras varias cosas, como se deja entender. Todo esto lo compramos o lo hicimos de nuevo en el año que estuvimos en Calvi. Y todo se ha perdido sino cuatro palos que se quemaron en la embarcación. No es pérdida tampoco despreciable para unos pobres la de todas las vasijas de vaso de cocina, refectorio y aposentos, lo cual en parte se ha destruido y lo poco que haya se habrá de abandonar a más tardar en Sestri. Si dijera que en estas cosillas, al parecer de ninguna importancia, se pierden en la Provincia dos o tres mil escudos, no diría ciertamente ninguna exorbitancia y ponderación. A la verdad con tantas pérdidas y con tantos gastos, no sé cómo, aun con la buena administración que hay, viviendo en todo de comunidad y en medio de una gran parsimonia en todo, alcanza para poder vivir la triste pensión de una peseta; y lo que no tiene duda es, que según los gastos que tenemos aún que hacer en el viaje por tierra, aun con el oportu760

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no socorro de España, no pudiéramos llegar al Estado Eclesiástico con dinero suficiente para hacer un nuevo establecimiento en aquel país. Pero al fin también ha tenido el cielo cuidado de que se nos provea a esta necesidad y de este favor es muy creíble que seamos deudores a este piadoso Ministro de España, el señor Cornejo. Hoy pues, se nos ha dado pensión para tres meses, empezando a contar desde el primero de noviembre, en que se cumple la paga antecedente y así llevamos pensión hasta febrero en el cual tiempo podrán tomar las medidas convenientes para continuar sin atraso las pagas en el Estado Eclesiástico, y a nosotros nos servirá grandemente para nuestro establecimiento en aquel país. No era posible que en un día de tanta confusión pudiésemos firmar todos, como otras veces, el recibo acostumbrado y así en nombre de todos lo ha firmado nuestro P. Provincial. Día 21 de octubre Se madrugó mucho esta mañana y, tomado en diligencia el desayuno, se puso mano al instante a la ordinaria operación de liar colchones, en la cual con el grande ejercicio que hemos tenido estamos ya muy expeditos y muy sueltos. Trescientos de la Provincia de Castilla salimos hoy del Lazareto para Sestri; después a su tiempo nos seguirán los demás de nuestra Provincia, que son más de otros tantos, y habiéndose de seguir después, como ya se dijo en otra parte, las Provincias de Andalucía y Toledo, fácil es de entender que en todo el invierno no se limpia el Lazareto de jesuitas y que a muchísimos les cogerá un tiempo bien malo en el viaje por tierra. Apartándonos desde ahora de las otras Provincias y aun de la mayor parte de la nuestra, ignoraremos verosímilmente las cosas que les sucedan; y así nos contentaremos con notar en este Diario comúnmente las que pasen a nuestra vista, y a la pequeña porción de compañeros de nuestro viaje; las que no dejarán de ser bastantes para emplear en ellos los ratos de tiempo que nos dejen desocupados las incomodidades del camino. A las nueve de la mañana entramos en una buena falúa seis comisionados de los colegios o aposentadores que íbamos 761

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delante para disponer del modo que se pudiese el alojamiento y alguna cosa para cenar. La falúa venía de cuenta del P. Idiáquez, que la tomó de propósito para traer consigo con toda la comodidad posible al P. Pedro Calatayud, al cual nunca le deja de la mano y valiéndose por una parte de la autoridad de Superior para mandarle y, por otra, no reparando en este particular en gasto alguno, trata con todo empeño de alargar los días de este santo y respetabilísimo anciano. En la playa misma del Lazareto dejamos ya prevenidos diez grandes falucones, en los que podrán venir bien los doscientos ochenta sujetos. En nuestro viaje tuvimos al principio un poco de viento, con el cual se caminó bien, pero nos faltó presto y fue necesario que echasen mano de los remos. Después de mediodía y pasado ya el cabo de Puerto Fino, nos entró un airecillo de tierra y con él pudimos llegar a la playa de Sestri como a las cuatro de la tarde. Encontramos aquí la tartana, en que habían venido el día antes dieciséis sujetos y los baúles y demás equipaje, todo lo cual habían sacado ya a tierra y depositado en una grande lonja o almacén, que habían franqueado para este efecto. Apenas saltamos en tierra fue el P. Idiáquez a buscar a un Coronel de la República que está aquí con la Comisión de distribuirnos en algunas partes para vivir los días que nos detengamos en este lugar. Mientras volvió Su Reverencia estuvimos esperando en la playa y, entre tanto, fueron llegando varios de los falucones con gente, y los otros se veían a poca distancia. Después de un buen rato vinieron a la playa juntos el P. Idiáquez y el Coronel, y trajeron hechas las papeletas o boletas de nuestro alojamiento en la forma siguiente: ciento veinte a un hospital, setenta al Convento de los Dominicos, cincuenta al de los Capuchinos, cuarenta a la lonja en que están los baúles y veinte al Convento de unos religiosos que llaman Antonios Claustrales. Al hospital fue destinado el Colegio de San Luis, de que es Rector el mismo P. Idiáquez, con algunos agregados. A los capuchinos, los colegios del Espíritu Santo y San Javier, a la lonja o almacén, los colegios de Segovia y Soria, a los antonios la casa de la Tercera Probación y al Convento de los Dominicos mi Colegio de Santiago con el de Ávila en número de entre ochenta y noventa, porque pareció menos inconvenien762

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te ir alguno más de los señalados que separarse algunos de sus colegios. Luego que supe el destino de mi Colegio marché allá en diligencia para reconocer la habitación y disponer lo que se pudiese, aunque no podía haber tiempo para hacer mucho, estando ya en la playa la gente. En el viaje desde la playa al convento, viéndome sólo, protesto que me asaltaron mil pensamientos e imaginaciones tristes, lúgubres y extravagantes, que me sería muy difícil trasladar al papel aunque quisiera. ¿A dónde voy yo? Me preguntaba sin poderlo remediar a mí mismo. A un convento de padres dominicos. ¿Y a qué? A buscar posada para ochenta jesuitas españoles. ¡Raras, increíbles y extravagantísimas cosas van pasando por nosotros! En estos y otros mil pensamientos, aún más extravagantes que los dichos, llegué al convento sorprendido y con algún encogimiento. No tardó en llegarse a mí un religioso y bien presto se me juntaron otros y todos me recibieron con mucho agrado y cariño, con lo cual perdí presto aquel género de sorpresa y miedo con que había entrado. Me llevaron a una celda y empezaron a darme algunas instrucciones oportunas en orden a proveernos de las cosas necesarias sin que nos estafen tanto, como a los otros jesuitas que van delante y estuvieron también hospedados en este convento, y especialmente a los padres indianos que fueron los primeros que pasaron por aquí. No permitía el tiempo detenernos más en estas cosas, y así supliqué a los religiosos me enseñasen cuanto antes la habitación destinada para nosotros y todos ellos juntos fueron conmigo a enseñármela, mostrando mucho disgusto y sentimiento de que fuese tan corta y reducida. Andábamos en esta diligencia cuando empezó a llegar gente, y era puntualmente al mismo ponerse el sol, y duró el transporte de camas, baúles, maletas, alforjas y otras cosillas hasta dos horas después de anochecer con la fatiga y gasto que es fácil discurrir, a lo cual ayudó el estar bastante apartado el lugar del desembarco del convento. Con sola la precaución de haber entrado los sacerdotes en las celdas que se nos dieron, todos los demás acomodaron su colchón en donde pudieron, y hecha esta diligencia toma763

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mos la cena acostumbrada en días de alarmas y tropelías que es de huevos duros y nos fuimos a reposar. Día 22 de octubre Estos reverendos dominicos que nos tratan con mucho agrado y atención, nos han franqueado enteramente su iglesia y sacristía con todas las cosas necesarias para que digamos todas las misas que quisiésemos, y como ellos no son más de cinco sacerdotes la hemos podido decir muchos y aun han venido algunos de fuera y la han dicho también. El convento es muy reducido y así la habitación que nos han podido dar es sumamente estrecha para tanta gente. En dos celdas algo capaces nos hemos metido veinte y hubiéramos entrado más si cupiéramos; en otras cuatro celdas muy pequeñitas se han acomodado doce solamente, porque no caben más colchones extendidos en el pavimento. En otra celda decente están, con algún otro compañero, los dos padres Rectores de Ávila y Santiago. Todos los demás, en número como cincuenta, tienen sus camas en un transitillo estrecho en que están nuestras celdas y las de los religiosos y así, luego que se levantan, enrollan sus colchones contra la pared para dejar entre día el paso libre por el tránsito. Después de haber visto las habitaciones que tienen los otros, aunque la nuestra es tan mala como se ha dicho me parece que es la mejor de todas. En el hospital están sumamente estrechos y toda la habitación está puerca, hedionda y amenazando ruina. La única pieza que hay algo decente y limpia es un teatrillo o pequeño patio de comedias y en el cual, con casi todos los padres graves del Colegio, están el P. Rector Idiáquez y el P. Pedro Calatayud. ¡Cosas raras van pasando por nosotros! ¿Quién nos diría dos años ha que habíamos de venir a dormir en un colchoncillo tirado en el suelo a las puertas de las celdas de los padres dominicos? Ni quién pudiera, aun soñando, imaginar que el P. Pedro Calatayud había de llegar a tener por habitación un teatro o patio de comedias. Los de la lonja o almacén todos están en una pieza grande, pero bien estrechos por ser cincuenta y estar embarazada con otras mil cosas. Los que fueron a los antonios, a excepción de dos o cuatro, todos están 764

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en una sacristía no grande, y los de los capuchinos, no cabiendo absolutamente en la habitación que les daba, han arrendado a su cuenta un pedazo de casa vecina al mismo convento. Hoy ha llegado aquí desde el Lazareto nuestro Provincial con el P. Secretario, el Procurador General y los dos hermanos coadjutores que les acompañan. Tuvo Su Reverencia convite de uno o más caballeros de Genova con sus casas o palacios de campo cerca de aquí para su hospedaje, pero sólo admitió la casa de un mayordomo o administrador que está dentro del lugar, porque está resuelto a proseguir mañana adelante su camino con su comitiva hacia el Estado del Papa. En el Lazareto ha dejado nombrado por Viceprovincial al P. Eugenio Colmenares, y aquí ha señalado por Procurador General al P. Manuel Ordóñez365, el cual quedará aquí con algún otro coadjutor hasta que pase toda la Provincia y haga las cuentas finales con los alquiladores de muías y con los demás con quienes hubiese algunos tratos. Sólo ha dicho el P. Provincial que, le escriben de Roma que ha salido de aquella ciudad el P. Jaime Andrés ^ Procurador General de la Asistencia de España y que viene a Bolonia y a otras ciudades vecinas a tratar de nuestro acomodo y alojamiento. Con esta providencia de Roma, con haber ido ya delante tres o cuatro de nuestra Provincia, como antes se dijo, y con el viaje anticipado del P. Provincial, se puede esperar que a nuestro arribo a aquel país encontremos a lo menos casas alquiladas en que meternos. Día 23 de octubre Como tenemos a nuestra disposición la iglesia de estos padres dominicos, hemos dicho misa todos con comodidad, y sien365. Sacerdote perteneciente a la Provincia de Castilla, natural de Roa de Osma, donde nació el 16 de abril de 1720; enseñó Filosofía en San Ambrosio, Valladolid y Teología en Segovia. En octubre de 1766 pasó desde el rectorado de Ávila al oficio de procurador general de la Provincia, en el colegio de San Ignacio de Valladolid. Apenas estuvo un mes en ese oficio, porque Isidro López tuvo que abandonar Madrid y el P. Ordóñez fue destinado como procurador general. Falleció a primeros de abril de 1786 en Medicina, Bolonia. 366. El P. Andrés llegó a Bolonia el 12 de enero de 1769, después de acomodar en Ferrara a su Provincia de Aragón. 765

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do tantos no será extraño que les incomodemos alguna cosa, pero ellos con mucho modo y atención lo disimulan todo. Han tenido comunión de comunidad los hermanos filósofos y coadjutores y lo mismo han hecho también los hermanos teólogos en la colegiata del lugar. Después de las misas convidó el P. Prior al desayuno a nuestros Superiores y les convidó también a comer. El mismo P. Prior llevó a su celda a desayunarse a varios de nuestros jóvenes, y otros religiosos han hecho la misma demostración con otros varios de los padres y de los jóvenes. Es cierto que no puede ser mayor el cariño y buen modo con que nos tratan estos religiosos, ni el aprecio y estimación que hacen de nosotros, aunque nos ven en un estado de tanto abatimiento. Antes debo protestar porque es cierto, por lo que a mi toca, que en ninguna parte he hallado tan tierna y tan sincera compasión de nuestros trabajos, ni tanta franqueza en tenernos y tratarnos como inocentes perseguidos contra justicia y como confesores de Jesucristo. En todas las cosas que pueden se esmeran en darnos gusto y en agasajarnos a todos, y con especialidad a los jóvenes a quienes han tomado mucho cariño y les hacen todos ellos sus regalitos. Y esta tarde con licencia de nuestro P. Rector llevó a todos los jóvenes a ver el lugar el P. Maestro Fray Joaquín della Valle, haciendo con ellos el oficio de Ministro. Vista a la verdad hermosísima y sumamente agradable el ver por las calles públicas de este lugar cuarenta jóvenes jesuítas, conducidos y gobernados por un P. dominico, como si fuera Superior de ellos. Por nuestra parte procuramos todos mostrar nuestro agradecimiento de todos los modos a estos caritativos y corteses religiosos y los jóvenes, por su parte, les han compuesto y presentado algunos versecitos latinos en los que muestran su reconocimiento por las muchas finezas que les han hecho. En compañía del P. Provincial, que ha marchado en efecto esta mañana dejando licencia general, a lo que oigo decir, para que vayan por Liorna todos los que gusten, vino ayer el H. Isidro Arévalo, escolar filósofo que pertenece a este Colegio de Santiago367. Ha estado en la casa de ejercicios de Genova 367. Isidro Arévalo nació en Cabezas del Pozo, Obispado de Ávila, el 15 de mayo de 1745, era el mayor de todos los novicios de Villagarcía y fue su guía en el viaje 766

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por enfermo, y de ella salió con otros varios que han quedado en el Lazareto por estar allí sus colegios. Por las cosas que cuenta este hermano de la dicha casa de ejercicios y por otras muchas que nos han llegado en cartas de los que están en ella, estamos abundantemente informados de este asunto y pudiéramos escribir largamente de él si tuviéramos tiempo para ello y los sucesos que se nos cuentan fueran de más gusto y consuelo para nosotros. Pero ello es preciso decir algo y representar fielmente, aunque sólo con algunas cosas en general, cómo han sido tratados los jesuítas españoles por los padres italianos en la dicha casa de ejercicios. Antes se insinuó que hablaban bien nuestros enfermos del aseo y limpieza que había en aquella casa y es así, que en las más de las cosas la había, aunque no han faltado porquerías y suciedades y vaya sólo una por verbi gratia. A todos daban por la mañana, estando aún en la cama, no sé qué conserva y a todos, tísicos, éticos, tercianarios, etc., se la daban con una misma cuchara. Asquerosidad que no se hará en el más miserable hospital de todo el mundo. La fuerza principal de todo su aseo y limpieza la pusieron especialmente hasta llegar en ello a la delicadeza, al melindre y casi a la superstición, en lavarlos a todos toda su ropa, no sólo blanca, sino también la negra; en lo cual a mi juicio, más o tanto que al alivio de los enfermos miraron a calmar algunos simples pánicos y terrores suyos de alguna infección, mirándolos como hombres apestados y capaces de causar una epidemia. Fuera de esta lavadura universal y casi supersticiosa, todo lo demás va poco bien por no decir muy mal, y para explicarlo con las menos palabras que sea posible, lo reduciremos todo a tres capítulos: es a saber, habitación, comida y paga que se les hace dar por ella. La casa de ejercicios, que les llevó, desde que los separaron de los padres en Torquemada, hasta su reencuentro en Santander, en el mes de mayo de 1767 para salir con ellos hacia el destierro. Escribió en Calvi: Relación de lo que pasó con los Novicios de la Compañía de Jesús de la Provincia de Castilla en su expulsión, publicado por PÉREZ PICÓN, op. cit., 1982, pp. 343-376, y fue uno de los documentos que utilizó el padre Isla para elaborar su Memorial a Carlos III. Se negó a firmar el juramento de fidelidad a la Constitución de Bayona y fue retenido en Bolonia y llevado preso a Mantua, donde falleció el 14 de octubre de 1809. 767

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a lo que dicen, es una fábrica magnífica con cuatro o cinco altos y en la cual, por consiguiente, es necesario que haya gran número de aposentos, que algunos hacen llegar a centenares. Pero para los pobres jesuítas españoles es como si no tuviera ninguno, pues todos los tienen cerrados y a ellos tirados por los tránsitos, como estábamos nosotros en el Lazareto y estamos aquí la mayor parte. No puede ser otra la causa de este extraño hospedaje que sus ridículos temores de que los enfermos les apesten los cuartos, o que por lo menos sea necesario gastar algo en blanquearlos después que salgan los españoles. Poca caridad y compasión con unos hermanos suyos desterrados de su patria y afligidos de tantos modos, era bastante para que motivos tan frivolos ni cada uno de por sí, ni los dos juntos, no hubiesen impedido el dar un aposento a todos, o los más de los cuales pudiesen tener el sosiego, quietud y reposo tan necesario en las enfermedades. Puede ser que aquellos jesuítas no tengan entera facultad de disponer a su arbitrio de aquella casa y de aquellos aposentos y esto sería alguna disculpa de este proceder poco atento y poco caritativo; pero en la realidad es bien difícil de concebir que tengan tan poca, que si hubieran tenido mucha gana de dar este alivio a sus hermanos no lo hubieran podido lograr. La comida es una o dos onzas de vaca o ternera, o a lo sumo tres, añadiendo algo por si acaso hay en las relaciones alguna ponderación y unas sopillas de un caldo sin substancia y blanco como el agua, en lo cual tiene alguna parte el uso del país. La misma escasez y miseria hay en el pan y en el vino, y en las otras cosillas que les dan de desayuno o de cena. Y así, muchos que tenían poco mal o no más que los muchos años padecen unas hambres terribles y se llaman a engaño y a pocos días de casa de ejercicios hubieran salido con gusto de ella, si les hubiera sido posible, o no vieran por otras partes tan grandes o mayores inconvenientes. Aun más que la miseria y escasez en la comida me disgusta cierta igualdad y uniformidad en ella. Lo mismo se da de comer y aun de lo que parece medicina al que tiene calentura que al que no la tiene, al que empieza a convalecer que al que está adelantado en su convalecencia. Conducta que no se tendría en un hospital aun con la 768

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gente mas vil y baja, y así es una prueba demasiado clara de que son tenidos aquellos jesuitas españoles por gente ordinaria y despreciable, habiendo entre ellos muchos de ilustre nacimiento; por hombres de ningún mérito, teniéndole no pocos muy distinguido y lo que es peor que todo esto y mucho más sensible para nosotros que el carácter de jesuitas perseguidos y desterrados no es para con los padres italianos un título y motivo que merezca su estimación y aprecio. Y qué se paga por esta miserable comida, que es lo último de que prometimos hablar, paga cada uno de ellos una peseta al día, que es toda la pensión que tenemos de España, sin que les quede un maravedí para cien cosillas que se ofrecen, ni para atender al vestido y ropa blanca que a todas horas piden algunos gastillos. Yo convengo, aunque parece cosa algo difícil, que se gaste por persona la peseta aun con un trato tan miserable, y convengo también en que se gasten los regalos y limosnas que se habrán hecho a aquellos pobres enfermos que no pueden menos de haber sido muchas y buenas, habiendo recibido nosotros tantas sin estar nuestra miseria tan a la vista de damas, caballeros, y otras personas piadosas de la ciudad. Pero no es posible dejar de improbar el poco gobierno y economía en muchas cosas. ¿Qué necesidad había de una iluminación inmensa en todos los tránsitos, de dar gruesos salarios a seculares, como se hizo también en el Lazareto a nuestra costa, pudiendo hacer aquellas cosas coadjutores españoles o italianos? Y a este modo otros varios gastos de ostentación y grandeza, pero de ninguna utilidad y comodidad de los enfermos. Y si todos estos gastos se creían indispensables y no tenían los padres italianos modo de suplir a ellos, dejando a los españoles parte de su pensión para otras cosas necesarias, era mucha razón que tratasen de socorrerlos pidiendo una limosna a tantas personas ricas, piadosas y afectas a la Compañía como hay en Genova; las que ciertamente no se la negarían si un P. Rector, un padre Maestro u otro padre grave se presentase a pedírsela. Y en esto no harían los padres italianos más que imitar a los españoles, los cuales, así para enviar gruesos socorros a los jesuitas portugueses desterrados en Italia, como para mantener en España a los PP. franceses desterrados de su patria, sin 769

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que ellos gastasen nada de la pensión que les daba la Francia, se sujetaron a pedir limosna a obispos, caballeros, y otras personas piadosas. No puedo menos de protestar que me admira mucho y me disgusta más este proceder de estos padres y que, con sumo disgusto, noto en este Diario estas cosas. Pero es preciso o no decir nada y abandonar este trabajo, o no hacer traición a la verdad. Por la misma causa debo advertir que ha habido jesuítas italianos que se han portado con nosotros con la caridad que era razón; que pocos son los culpables en lo que pasa en la casa de ejercicios y que los principales son el P. Zacanini, Superior en dicha casa, que es español y uno de los desterrados y el P. Prepósito de la casa profesa, que se ha portado con nosotros con mucha frialdad e indiferencia y aun algo más, y es el que principalmente manda y tiene autoridad en la casa de ejercicios. Hoy se ha hecho asiento o ajuste de caballerías para nuestra Provincia y es en la forma siguiente: por una muía al día se pagan nueve reales y cuartillo, y además de eso un peso duro por día de cada uno de dos conductores o capitanes de brigada, que han de ir con nosotros cuidando de los mozos y caballerías. Este asiento sólo es para dos jornadas de a cuatro leguas cada una, pero de camino muy malo, y se les ha de pagar el alquiler de cinco días, dos que caminan con nosotros, dos de retorno y uno de descanso; y así, sin contar los pesos duros de los conductores, nos cuesta cada muía para andar ocho leguas cuarenta y seis reales y cuartillo. Por su parte se obliga el asentista a dar muía y media por sujeto, o tres para dos, que es lo mismo, y de tener prontas caballerías para setenta sujetos, según esta cuenta, dos días seguidos. Otros dos días se ha de suspender el viaje para dar lugar a que vuelvan las caballerías y de este modo, que es bien pausado, ha de ir pasando nuestra Provincia y después las otras, si se acomodasen a él. Por esta cuenta, dando por persona muía y media, que es lo menos que se puede dar, teniendo que llevar cama, sale el gasto de cada sujeto, sin contar la comida por hacer un viaje de ocho leguas a setenta reales largos. A este paso presto damos en tierra con el socorro extraordinario de España y con la pensión. 770

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Día 24 de octubre Hoy ha llegado del Lazareto un barco cargado de baúles que pertenecen a los trescientos que estamos en este lugar, y que no pudieron venir ni en la tartana alquilada para este efecto ni en los falucones, en que vinimos nosotros. ¿Cómo hubiera cabido todo en la embarcación que nos daban para este viaje los franceses? Con esta ocasión oigo asegurar que la República tenía derecho a llevar algún tributo o alcabala por nuestros baúles y la cosa es bien natural, aunque por cada uno de ellos fuese una cosa muy pequeña, siendo tantos centenares, ya llegaría a una cantidad no despreciable. Al mismo tiempo se asegura que generosamente nos la ha perdonado toda, lo que es un nuevo favor de este Senado, digno de todo nuestro agradecimiento. Y la cosa parece cierta, porque si en este mi Colegio se hubiera pagado este tributo es muy regular que hubiera oído hablar de ello. En nuestro convento de estos padres dominicos lo pasamos grandemente en todo lo que depende de los religiosos. Hemos dicho misa con toda franqueza todos los que hemos querido, y después llevó el P. Prior a desayunar a su celda a muchos de los jóvenes escolares, y al mediodía fueron también a comer con los religiosos nuestros dos padres Rectores y a todos prosiguen agasajándonos del mejor modo que pueden. De nuestra parte procuramos corresponder con todo el agradecimiento posible, y hoy que se han ido disponiendo las cosas para marchar les ha regalado nuestro Rector con una buena porción de cera, que traíamos con nosotros de Calvi, con algo de tabaco de España que aquí se estima muchísimo y con cien reales, suplicándoles que digan una misa para alcanzarnos del cielo un feliz viaje. También varios particulares han hecho sus regalitos a los religiosos para mostrar nuestro agradecimiento por el cariño y agasajo con que nos han tratado. Hoy ha marchado de aquí la primera partida, según el plan de viaje de que hablamos ayer. Todos setenta son del Colegio de San Luis, en el que están todos los escolares teólogos y del cual es Rector el P. Idiáquez, y aún quedan de este Colegio diecinueve que irán con nosotros mañana, y otros ocho o 771

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diez que han de ir acompañando al P. Pedro de Calatayud. Montaron como a eso de las nueve de la mañana y tardaron mucho en salir por una sinrazón y tropelía de los mozos de muías, que no dejaban poner en las caballerías que se montaban ni maleta, ni alforjas, ni otra cosa alguna que la persona. En el asiento de las muías no se habló de esta circunstancia ni por una parte ni por otra, ni quedó acordado si se había de llevar alguna cosa en las caballerías que se montasen, ni tampoco lo contrario; pero esto se debía suponer y mucho menos se debían resistir a una cosa tan justa los mozos y los conductores, siendo casi todas las caballerías en que se monta, no caballos de regalo ni muías de paso, sino rocines machos y muías de carga con los mismos aparejos que si hubieran de llevar dos baúles, o dos pellejos de vino; y así con tan malas bestias y tan malos arreos se velan unas figuras ridiculísimas y toda la patrulla formaba una buena mojiganga de carnestolendas. Fue necesaria toda la autoridad, actividad y fuegos del P. Idiáquez que, montado a caballo, corría de una parte a otra, para hacer que los mozos admitiesen alguna maletilla o alforjas y aún creo que no lo pudo conseguir de todos. En esto, y en otras cosas semejantes, nos pudiera servir grandemente el Comisario D. Gerónimo Gnecco que vino a este lugar, como en otra parte se dijo y efectivamente se halla aquí. Revestido del carácter de Comisario del Rey de España pudiera protegernos eficazmente, hablar con entereza al que aquí tenga la autoridad de la República e impedir de este modo que nos oprima y atrepelle, contra justicia y razón; y cuando nada de esto alcanzase debía de hacer recurso al Senado por sí mismo, o por medio del Ministro de España en Genova, para atajar estos desórdenes. Pero este señor Comisario, o no tiene autoridad y poder, o lo que es más cierto, no tiene voluntad de hacer otra cosa que darnos un pasaporte con mucha formalidad, como lo ha hecho con los que han marchado hoy y lo irá haciendo con los que marchemos después. Nosotros hemos tenido un día de mucho afán y trabajo, disponiendo nuestras cosas para la marcha de mañana. Dos diligencias, principalmente, nos han dado mucho que hacer este día, y las dos son consecuencias del diverso modo de viajar por 772

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tierra a que vamos ahora a dar principio, del que hemos tenido por mar hasta aquí. La primera es haberse dado orden de deshacerse de todas las cosas no muy necesarias, para ir más a la ligera; y en la realidad es necesario hacerlo así, no habiendo para setenta sujetos más que treinta y cinco bestias de carga, en las cuales después de las camas de todos y varios cajones de cosas de comunidad, es muy poco lo que se puede acomodar. Por tanto ha sido preciso revolverlo todo y reservando algunas cosas más necesarias darlo todo lo demás o venderlo a desprecio, en lo cual se pierde muchísimo y se abandonan muchas cosas que nos pudieran servir y bien presto nos hará falta y será preciso comprarlas a un precio diez o veinte veces mayor del que ahora se venden. Para entender esta pérdida y desbarato, entre otras cosas que pudiera decir, insinuaré una a que me hallé yo presente. En un corralillo de este convento se hizo un montón de ropa negra y blanca, toda ella bien vieja y andrajosa, pero tan grande e inmenso que, aunque fuera todo de trapos para hacer papel, pudiera haber valido a su justo precio una cosa no despreciable y por todo él no dieron más que treinta reales. Con todo eso es nada lo que nosotros perdemos en comparación de lo que dejaron aquí dado, abandonado o vendido a desprecio los padres indianos, que tuvieron mucho menor comodidad de caballerías que nosotros. La otra diligencia que se ha practicado hoy ha sido de mucha mayor fatiga y trabajo que la pasada para los que hemos entendido en ella. Se trajo, luego que se pudo todo nuestro equipaje de baúles y cajones a un pequeño almacén para evitar la confusión. Como al principio no se pensó en viaje por tierra, y mucho menos por caminos tan montañosos que no pueden ir carros ni coches, sólo se atendió a meter todo lo que se pudo en baúles y cajones y no se ofreció que podía suceder que todo aquello hubiese de ir en cargas de mulos; y así unos son pequeños y otros grandes, unos pesan mucho y otros poco, y especialmente algunos cajones con libros y con otras cosas de comunidad eran tan grandes y pesaban tanto que aun uno solo sobraba para carga de una buena muía. Ha sido pues preciso para igualar, del mejor modo posible, el peso de las cargas en una pieza en que no nos podíamos revolver y en que esta773

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ban los cajones y baúles en torres, abrirlos todos y revolverlos, añadir a unos, quitar a otros, hacer de dos uno y dividir varios en dos, lo que nos ha costado mucho sudor y fatiga. Pero por qué no valerse de estas cosas, dirá alguno que lea estos borrones, de mozos del trabajo y de carpinteros. Lo primero, porque habiéndose de abrir los baúles nos robarían muchas cosas; y lo segundo, porque por este trabajo que hemos hecho nosotros, según nos llevaría por otras cosas, nos llevarían cien reales y acaso más, y así el miedo de que nos falte absolutamente de qué vivir nos obliga a emprender trabajos superiores a nuestras fuerzas. Pero al fin, aunque con tanta fatiga todo queda dispuesto para la marcha de mañana. Pero antes de salir de aquí haremos una breve descripción de este lugar, que no dejará de ser nombrado en la historia por haber sido el punto o rincón de tierra en el continente de Italia por donde se vio obligada la Compañía de Jesús española a introducirse, contra su voluntad, en el Estado de la Iglesia. Es Sestri Levante un lugar pequeño como de trescientos a cuatrocientos, pero bastante aseado y hermoso. Del centro del mismo lugar se avanza en el mar una pequeña montaña o promontorio, formando a los dos lados dos pequeños surgideros de poco fondo y solamente para falúas, barcos de pescadores y otras embarcaciones pequeñas. En lo alto del monte hay un pequeño castillejo y es todavía la fortificación del lugar, el que sólo puede servir para espantar a los moros, que también se dejan ver por aquí algunas veces. Casi por todas partes, menos por mediodía que le baña el mar, está rodeado Sestri de montes bastante elevados que parece son ya parte del Apenino. En las laderas de estas montañas y en alguna otra pequeña llanura hacia el mar, se ven muchos palacios y casas de campo magníficas de algunos señores de Genova, y jardines cultivados con primor, con arte y a mucha costa, y generalmente todas las caídas de estas montaras están bien cultivadas, amenas y deliciosas. Tiene el lugar una colegiata muy decente; tres conventos de religiosos, dominicos, antonios claustrales y capuchinos. Los dos primeros son bien reducidos, pero tienen buenas iglesias y los últimos tienen iglesia y convento, como son regularmente los de España. Hay también un convento de religiosas 774

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salesas, cuya fábrica abulta bien, pero no la he visto. Y es todo lo que hay que decir de Sestri Levante. Día 25 de octubre Esta mañana, destinada a nuestra partida de este lugar madrugamos mucho, dijimos misa los sacerdotes y comulgaron muchos o todos de los hermanos. En diligencia se tomó el desayuno y echamos al instante mano al trabajo de liar los colchones y disponer todas las demás cosas. Las caballerías fueron llegando muy poco a poco, y así se hizo bien tarde antes de ponernos en camino. Por tanto, como a eso de las nueve y media nos hicieron tomar un almuerzo que sirviese de comida, lo cual está bien pensado para gastar poco pues a aquella hora ninguno tenía gana de comer pero está muy mal pensado en orden a que lo pasemos con menor trabajo, pues es cosa muy dura no tomar un bocado desde las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche, como casi nos ha sucedido hoy. Empezamos a montar después del almuerzo y aun entonces faltaban caballerías para tres sujetos, para todos los baúles y para mucha parte de los colchones. Y así sólo hemos caminado sesenta y siete personas, diecinueve de los que quedaron ayer del Colegio de San Luis y cuarenta y ocho del de Santiago, dejando allá casi todas nuestras cosas, ¡qué infamia y qué injusticia de estos hombres! ¿Si nosotros al pagarles no les diéramos más que dos partes de precio convenido, qué dirían ellos y qué no harían contra nosotros? Y ellos con toda franqueza y libertad, y con grandísimo daño nuestro al segundo día de viaje dejan de aprontar una parte de tres caballerías que debían de darnos según el asiento. ¿Y a dónde hemos de acudir a pedir que se nos haga justicia? El Comisario de España Gnecco nos pudiera ayudar mucho en estas cosas, pero ya se ha dicho que no nos sirve de nada sino de darnos un pasaporte que verosímilmente nos será del todo inútil. Más que en lo dicho hubiéramos deseado que nos hubiese protegido el señor Comisario en reprimir la insolencia, atrevimiento y descaro de los mozos de muías. No menos al tiempo de montar y hacer las cargas que en el camino, han estado 775

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atrevidos y desvergonzados más de lo que se puede ponderar. Las pocas cargas que vinieron las hicieron ellos a su placer muy pequeñas, sin que hubiese arbitrio para otra cosa, y uno de ellos, que había hecho la carga con cuatro colchoncillos que no pesaban ocho arrobas, pareciéndole después mucho, deshizo la carga en medio de la calle y, formándola de sólo tres, dejó el otro abandonado en bastante distancia del convento. En las caballerías que montábamos no dejaban poner cosa alguna, y tal cual que permitió llevar alforjas o maleta fue porque se le pagó por ello de antemano cuanto quiso. En el camino es suma e increíble la insolencia de esta gente, la más vil, descortés y desvergonzada que he tratado en toda mi vida. Parar un momento, andar cuatro pasos con alguna prisa, adelantarse un poco o atrasarse, que no fuese por su orden o en beneficio de su bestia, era sobrado motivo para voces, gritos, maldiciones, para llenarnos la cara de villanías y desvergüenzas y aun para amenazar con un palo o con una piedra, como ha sucedido a más de uno, especialmente si se encuentran estos hombres infames con alguno de tantos jovencitos que vienen en esta partida o con algún pobre anciano que no pueda hacerlos frente. Si estos hombres nos trajeran en sus muías de balde y sin que les pagáramos nada por ellos, o si fuésemos unos galeotes condenados a un presidio y ellos nuestros conductores, no sé cómo nos pudieran tratar con más dominio, con mayor villanía y desvergüenza. Las caballerías que nos han traído para montar son tan malas, o peores, que las que llevaron ayer los de la otra partida. Unas diez, o a lo sumo doce, hay con silla, freno y estribos y merecen el nombre de caballerías de paso. Todas las demás, esto es, cincuenta y cinco por lo menos no son más que bestias de carga, como la mayor parte de las de ayer, con una grande albarda o jalma, como la que usan los maragatos en España, y las de mejores aparejos (que otras no tienen nada) con un simple cabestro o cabezada y unos estribos de cordel. Importaría muy poco y se llevaría fácilmente en paciencia la ignominia de caminar en cabalgaduras tan indecentes, si no fueran al mismo tiempo tan incómodas y molestas. Pocos hay en la comitiva que se atrevan a ir sentados en ellas como suelen caminar en Es776

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paña las mujeres, que era el único modo de cabalgar cómodamente en estas bestias y con tales albardas, especialmente que en hacerlo así, aun con los mejores jinetes, hay no poco peligro de precipitarse por alguna cuesta pendiente, de las cuales hemos pasado hoy varias y aún parece que tenemos que montar y bajar otras muchas. No hubo pues otro remedio que ponerse todos a horcajadas o pernacadillas, como se monta en un caballo o muía con silla. Pero ¿con qué trabajo, con qué incomodidad y con qué molestia? Apenas pueden sacar las piernas de los bordes durísimos de las anchísimas jalmas, rozándoseles sin piedad contra ellos en los descompasados trotes de las bestias, especialmente cuesta abajo y abriéndose y rajándose por el medio. Pruebe el que no entienda bien este trabajo a caminar una jornada por caminos ásperos y escabrosos en un mulo de un maragato con una jalma bien grande y entonces lo entenderá a maravilla. En estas infames, ignominiosas y desaseadas bestias que siempre caminaban en recua, una tras otra, o por necesidad de los caminos estrechos o por capricho de los mozos, se veían figuras ridiculísimas que, aunque con pocas ganas de reír, no podían menos de arrancar algunas veces la risa. Los más sin otras botas ni polainas que las medias ordinarísimas y mal ajustadas de la orden, algún otro sin capa ni manteo por no tenerle, varios echados de bruces sobre la cabeza o arzón de la albarda, éstos recostados hacia un lado, aquéllos derrengados hacia el otro y todos buscando alguna postura en su jalma con que descansar un poco de la otra molestísima a horcajadas, que tanto les daba que padecer. En suma, una ridiculísima y extravagante mojiganga que pudiera divertir bien a un populacho si se paseara por las calles de alguna ciudad de España. En este tren y equipaje, habiendo salido de Sestri como a las diez de la mañana, caminamos dos o tres horas por la madre de un riachuelo, toda ella de arena y piedras, pasando y repasando cien veces la escasa corriente de aguas que traía. A una y otra mano del río se levantan montañas asperísimas, pero al parecer no mal cultivadas, y si no engaña la vista descubren en ellas mucho viñedo y olivares. En el monte que traíamos a mano izquierda se dejaron ver tres pequeñas aldeas en 777

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que no se descubría cosa alguna particular. Después que dejamos la madre del río tuvimos que montar a mano derecha una cuesta asperísima y de subida muy larga, muy estrecha y muy pendiente. En la cima del monte hallamos una aldea miserable, que parece se llama Verba. Hicimos aquí alto y nos reunimos como unos cincuenta, y de los otros diecisiete que faltaban algunos venían muy atrasados y otros habían tomado otro camino por dirección de los mozos. Se buscó en la aldea alguna cosilla con que tomar un bocado de que había necesidad después de cuatro horas de camino. Solamente se encontró un poco de queso y se tomó sin pan, para echar un sorbo más de vinagre que de vino, que debe de ser lo que se coge en estas montañas. Como a eso de las dos de la tarde empezamos a caminar desde Verba. El camino ha sido tan malo o peor que el de esta mañana, pero ha sido todo al contrario. Primero tuvimos una bajada larga y precipitada y después se siguió la madre de otro río, que corre al revés del otro, esto es de mediodía hacia Norte. Al viaje de esta tarde ha añadido mucho trabajo una lluvia continua y a ratos copiosa que vino sobre nosotros. Llegamos a ese lugar llamado Várese36S, en donde escribo estos renglones ya de noche obscura y lloviendo con mucha fuerza. Fue en la realidad un gran trabajo y confusión, con peligro de alguna desgracia el haber de desmontar en la calle por donde pasaba un mar de agua, en una entera oscuridad, cayendo lluvia deshecha y estando arremolinados cien mulos a la puerta del mesón. Pero, al fin, sin desgracia ninguna, aunque con mucha fatiga, desmontamos todos y metimos los colchones parte en un portalillo del mesón y, la otra parte, en una ermita o capilla que está dentro del lugar. No había uno que no estuviese pasado de agua y que no necesitase mudarse toda la ropa; pero no creo que hubo ni uno siquiera que pudiese mudar ni aun los zapatos, porque en tanto tumulto y revolución no era posible encontrar sus cosas. Tampoco lo era el secarse la ropa al fuego, por no haber en el 368. Se refiere a Várese Ligure. 778

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 mesón más que una estrecha cocina. Se pensó en disponer cuanto antes la cena para irnos presto a recoger y descansar. Cenamos bastante bien y con gusto porque la cena estuvo decente, habiendo venido delante el P. Procurador y dos hermanos a disponerla, y por otra parte, la necesidad y las ganas no eran pocas, no habiendo tomado cosa de producto desde las nueve de la mañana y habiendo tenido un día de viaje bien molesto y trabajoso. Hecha esta diligencia, nos separamos a dormir en la forma siguiente: dos fueron a casa de un piadoso matrimonio de dos honrados viejos que, con los de nuestra Provincia que llegaron ayer y marcharon hoy, y antes con los de las otras Provincias, han tenido esta devoción, dándoles de cenar muy bien y después camas buenas y aseadas. Como una tercera parte quedó en el mesón, en el cual cuatro o seis lo pudieron pasar decentemente, pero tantos es preciso que tengan mucha incomodidad. El resto fuimos a pasar la noche a la capilla o ermita de que antes hablamos. Día 26 de octubre La noche se ha pasado muy mal y para esto bastaba el no haber podido desnudarse ninguno o casi ninguno, a excepción de los dos que estuvieron en casa de los buenos ancianos, estando todos muy necesitados de desnudarse y aun de mudarse de ropa, por estar bien pasados de agua. La causa de este trabajo ha sido el haber muy pocos colchones, varios de ellos quedaron en Sestri por falta de bestias y de los que vinieron algunos estaban tan empapados en agua que no era posible usar de ellos. Y así fue preciso echarnos dos y tres en un mismo colchoncillo y esto, según nuestro modo, hizo impracticable el desnudarnos, aunque había tanta necesidad de ello. Toda la noche, además de esto, ha estado lloviendo y a veces con fuerza y nos ha impedido no poco el sosiego. Amaneció cerrado por todos los horizontes y bien presto volvió la lluvia otra vez y no se ha cortado en todo el día. No obstante la lluvia, a las nueve de la mañana tomamos nuestro almuerzo comida con ánimo resuelto de nuestra parte de marchar sin dilación; porque el alquiler de las caballerías 779

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nos cuesta por lo menos mil reales al día y no hay fuerzas para soportar estos gastos. El conductor y los mozos de muías se cerraron en que no querían caminar mientras no dejase de llover. Bien está, se les replicaba pero el alquiler de las muías no va hoy a nuestra cuenta y podéis contar este día por uno de los de retorno o por el día de descanso. Tampoco entraban en esto y habiéndose hecho recurso en esta contienda a un oficial Comisionado de la República, que o manda en este lugar o ha venido con nosotros como es más verosímil, aunque yo no le he visto, y mandará a unos cuantos soldados que con el título de servirnos nos vienen escoltando, dio sentencia contra nosotros, sin que fuese posible conseguir que nos rebajase la mitad o la tercera parte siquiera del alquiler del día. Parece en la realidad una sin razón e injusticia, aunque por otra parte no sabemos las leyes que puede haber en este particular en este país. Por tanto se piensa dar aviso al P. Procurador General que quedó en Sestri para que vea si puede evitar el pagar el alquiler de este día, o todo o en parte. Todo el día nos hemos estado metidos en nuestros rincones, sin haber salido a ver el lugar. Pero a lo que parece se ha perdido poco en esto porque todas las señas son de un lugar miserable de ochenta a cien familias, y su situación no puede ser peor pues está tan metido entre montes que es necesario levantar mucho la cabeza para poder ver el cielo. La parroquia es decente, y la he podido ver por estar muy cerca de esta ermita, en donde me he estado encerrado casi todo el día, aprovechándome de este tiempo para apuntar estas cosas. Antes de hacerse de noche, fuimos a cenar para recogernos presto y marchar mañana temprano a todo trance. Nos distribuimos para pasar la noche lo mismo que ayer, y es muy temible que la pasemos tan mal aunque hay la ventaja de haber procurado secar del mejor modo posible los colchones, que estaban mojados. Día 27 de octubre Ha sido la noche trabajosísima y casi es imposible que haya habido uno que haya conciliado el sueño, y esto no por las malas y durísimas camas, aunque no son más que unos col780

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choncillos sobre el suelo, sino porque ha estado una noche de las más revueltas, pavorosas y horribles que yo he tenido en toda mi vida. En casi toda ella hemos tenido sobre nosotros una tempestad furiosa, con continuos y vivísimos relámpagos y truenos vehementísimos y espantosos, que por estar el lugar todo rodeado y aun sepultado de montes resonaban furiosamente. La lluvia ha sido al mismo tiempo un continuo torbellino y propiamente un diluvio, y así dicen estas gentes que los nacidos no han conocido aguacero semejante, y creo que hay en su dicho poco de exageración, pues a pocas noches de estas se acabaría presto el lugar. En efecto, los impetuosos torrentes que han corrido por él han llevado consigo dos casas y han inundado otras muchas. Este trabajo alcanzó también a nuestra ermita, en que estábamos en la cama más de cuarenta. Debió el ímpetu de la lluvia romper la bóveda de la sacristía y, de este modo o de otro que no tuvimos la curiosidad de examinar, se llenó toda ella de agua. Desde aquí rompió con gran fuerza y vino a dar como a media noche sobre los colchones que estaban más cercanos. Con esto se alborotó toda la gente y se perdió aun el pensamiento de dormir. Con toda diligencia se retiraron los colchones que estaban extendidos en el pavimento a una especie de barandilla que había alrededor de la ermita, y desde allí estuvimos viendo llenarse de agua todo el cuerpo de la iglesia. Luego que empezó a venir el día, que salió muy cubierto pero cansadas ya las nubes de tanto llover, liamos nuestros colchones y dispusimos para la marcha todas las demás cosas, y como los que estaban en el mesón habían dormido tan mal como los de la ermita tuvieron dispuesto bien temprano el almuerzo, que nos ha de servir de comida hasta la noche. Y para que todos le tomen sin escrúpulo, no obstante de ser día de ayuno por vigilia de los Santos Apóstoles Simón y Judas, ha dispensado el P. Rector en el ayuno con las facultades que tiene para ello en casos de duda, si bien es constante y evidente que en este estado no nos obliga este precepto. Cuando íbamos a montar llegó una noticia que no dejó de turbarnos porque era muy a propósito para hacernos suspender la marcha. Llegó aviso al lugar de que con la impetuosa lluvia de esta noche se 781

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había desgajado un pedazo o ceja de montaña sobre el mismo camino y le había cerrado enteramente, y puesto absolutamente intransitable. Pero habiendo averiguado que con algún rodeo, aunque era muy difícil, no era imposible ir a buscar el camino más allá de las ruinas nos determinamos a partir sin perder tiempo. Salimos pues todavía de mañana del triste, opaco y, para nosotros, trágico Várese y a poco tiempo que empezamos a caminar, dejando el camino, comenzamos a subir un monte muy elevado sin vereda ni senda alguna cuya subida es muy áspera y pendiente, y de un piso gredoso y resbaladizo con las lluvias de estos días. Y así es un prodigio que, todos o los más especialmente con tan malas bestias y siendo muchos malos jinetes, no rodásemos por la cuesta abajo. En efecto, cayeron varios, escurriéndose por las ancas de las bestias, no pudiendo sostenerse en las albardas, y otros tuvieron que apearse por no poder con ellos las caballerías o por miedo de precipitarse. Pero ninguno padeció cosa notable, ni tuvo otro trabajo que llenarse bien de lodo y subir a gatas el monte. También se cansó un mulo que traía de carga tres o cuatro colchones y allá quedan abandonados en medio de la cuesta, y si alguno por la caridad no los recoge y nos los envía después, quién sabe en qué pararán. Llegamos finalmente a tomar el camino, que es casi tan malo como la montaña que acabamos de trepar. Por él fuimos siempre subiendo hacia unas cinco o seis millas de Várese; y en aquella inmensa altura a que habíamos montado, encontramos una venta llamada Cento croci, cien cruces, en donde se acaba el Estado de la República de Genova y empieza el del duque de Parma. En lo alto del monte corría un viento impetuoso, revuelto con agua y nieve, que casi nos sacaba de las caballerías, y en la realidad nos mortificó mucho y especialmente a algunos pobres que vienen con poca ropa y mal abrigados. Desde aquí empezamos a bajar por un camino bien malo, pero no tan infame e infernal como el que hemos traído hasta ahora desde Sestri, aunque es verdad que con tanta agua como ha caído había algunos pasos y pantanos muy difíciles de pasar y en los que no dejaba de haber algún peligro. 782

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Como a las tres de la tarde, después de haber caminado sin un momento de reposo de siete a ocho horas, llegamos al término de esta jornada, que es Borgo Taro369. Aquí estaban detenidos los setenta que vinieron delante de nosotros y ocupaban dos casas bastante capaces destinadas para nuestra posada en este lugar. Y así fue preciso que a nosotros nos repartiesen por las casas de los vecinos, dando para eso boletas como se usa en España con los soldados. Al P. Juan José Carrillo y a mí nos ha tocado la buena suerte de haber venido a parar a la casa de una buena señora llamada Picinardi, según parece hija de la aya de nuestra princesa de Asturias. Nos ha recibido esta señora con mucho agrado y cariño, nos ha dado bien de cenar y para cada uno su aposento muy bueno con su cama; y así esperamos pasar una buena noche y descansar bien, de lo que tenemos mucha necesidad.

Día 28 de octubre Día de los Santos Apóstoles Simón y Judas. Ha habido bastante proporción para poder decir misa en medio de que somos muchos sacerdotes, entre los que vinimos ayer y los que estaban aquí antes que nosotros, porque nos han recibido muy bien en la parroquia del lugar, en las iglesias de los padres dominicos y de unas religiosas de Santa Clara. Esta mañana ha marchado la división de setenta que camina delante de nosotros. Han salido en tres pequeñas partidas. Una partió de buena hora por la mañana, la segunda a las nueve y, finalmente, la tercera a las once. No llevan consigo más que una pequeña maleta por persona y algunas cosas indispensables de comunidad, dejando aquí amontonados en un grande almacén sus baúles y colchones 37°. Lo mismo se nos obliga a hacer a nosotros y lo mismo les sucederá a los que lleguen después lo que es una cosa durísima, de mucha incomodidad para nosotros y a la que necesariamente se han de seguir mayores gastos y otras conse369. Borgo Val di Taro. 370. Nota del autor: «Su registro en Parma T. III; su arrivo p. 26 tj otras noticias p. 34». 783

DIARIO DE LA EXPULSIÓN DE LOS J E S U Í T A S

cuencias sensibles. Este orden importuno y el haber tenido que hacer aquí nuevo asiento de caballerías, pues el que se hizo en Sestri sólo era hasta este lugar, juntamente con la mucha agua que ha caído también por este país, han sido la causa de que se hayan detenido dos días los que venían delante y de que a nosotros se nos haya repartido por el lugar como soldados. Se dicen mil cosas sobre la causa de hacernos dejar aquí nuestras camas y baúles, y sobre la variedad que ha habido en este mismo orden. Muchas de ellas parecen cavilaciones, sospechas y temores poco fundados, y otras varias tampoco me parecen muy verosímiles, y así es inútil referir aquí ni unas ni otras. Lo que me parece bien fundado en este asunto es lo siguiente. Cuando empezaron a pasar por aquí los padres indianos, que aunque con trabajo y poco a poco pudieron hacer venir de Sestri sus cosas, corrió por el país la voz de este suceso y de que después vendrían otros muchos que como hacían éstos pagarían alquileres muy crecidos por las muías. Con esto fueron acudiendo muchos con muías, y otras caballerías, de que se iban aprovechando los padres indianos. Y bien fuese que por haber empezado la vendimia, como se nos escribió a Genova, y hacer falta las caballerías para portear la uva, si es que se sirven de ellas para este oficio, bien que hiciesen falta para el giro y transporte de géneros de comercio, como es más verosímil, o que sin nada de esto algún asentista quisiese con esta ocasión hacer fortuna, a representación de alguno o algunos se despachó por la Corte de Parma un orden por el cual se mandaba que sólo se suministrasen caballerías para las personas, sin permitirles llevar consigo otra cosa que alguna ropa de la más necesaria, dejando depositados en un almacén sus equipajes. Alcanzó este orden en este lugar todavía a muchos padres indianos, y así tienen almacenadas aquí sus camas y baúles las Provincias del Paraguay y del Perú, y algunos otros de otras Provincias, y han quedado dos de cada una de las primeras para cuidar de su conducción. De esta novedad nos llegaron algunos rumores a Genova, pues corrió por allí que a los padres indianos les embargaban sus cosas en el Estado de Parma. Llegó después la Provincia de Aragón y se le permitió llevar todas sus cosas y suministró caballerías para todo. Esto pro784

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vino, decían muchos y aun así nos lo escribieron al Lazareto, de que ya había cesado la necesidad por la cual se había dado el dicho orden, y así se tuvo por cierto que ya no habría embarazo en el transporte de nuestras cosas. Pero después que se ha visto que no se han dado caballerías a los padres indianos para pasar adelante con sus camas y baúles, debiéndoselas dar antes que a los padres de Aragón y que se ha vuelto a renovar y poner en vigor este orden luego que llegamos nosotros, es preciso decir que esto ha sido una distinción que ha querido usar la Corte con los padres aragoneses, y de ella hay alguna razón no despreciable, como se dijo en otro lugar. Hay en la Provincia de Aragón dos jesuitas Pignatellis, que son hermanos del conde de Fuentes, Embajador de España en la Corte de Francia. ¡Qué maravilla pues que éste, o por sí mismo o por medio del duque de Choiseul, Ministro principal en París, les haya recomendado al Ministro de Parma, que es un francés a hechura del mismo Choiseul! Y si esto es así, como es bien natural, no es maravilla que el Ministro de Parma tenga esta atención y otras muchas con los dichos padres. Esta, a mi parecer, es la verdadera causa de la distinción que ha usado el Ministro de Parma con los padres aragoneses. Pero no es tan fácil señalar, ni aun con verosimilitud, el motivo real y verdadero de la conducta que tiene con todos los demás, ni cuál es el fin que se propone en hacernos dejar aquí todas nuestras cosas. Pues es el hecho mismo de la Provincia de Aragón es bastante prueba de que no es tan grande la necesidad de las bestias para otros usos. Con el tiempo puede ser que se descubra algún misterio que por ahora no se entiende. Ayer, pues, se intimó con toda formalidad dicho orden a los de nuestra Provincia que estaban aquí y no han tenido arbitrio sino para conformarse con él, como también nos será forzoso hacer nosotros lo mismo. Pero para hacer en cuanto está de nuestra parte que se libren otros de esta vejación, se ha escrito a Sestri dando aviso de este suceso, para que marchen todos los que puedan por Liorna, lo que podrán hacer más fácilmente si ha salido cierta una voz que empezó a correr al mismo salir nosotros de aquel lugar, de que el Comisario Gnecco decía que nuestra 785

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Corte, de acuerdo con la de Florencia, nos permitía hacer el viaje por Liorna. Todos, generalmente los de mi comitiva, hablan muy bien de sus huéspedes, en cuyas casas han sido hospedados. Han hallado en todas partes mucho agrado y buen modo, han tenido buenas camas y aun les han hecho también sus regalitos. Y en general toda esta gente, aun la más pobre nos mira con respeto y cariño y compasión; y se cuentan en este particular muchos lances muy tiernos. Una pobre mujer, por dejar otros muchos, ofreció a un hermano escolar un panecillo de limosna, que él agradeció mucho y procuró dejarla consolada y contenta, aunque no se lo recibió. Otra fue más diestra y, sin ser vista, puso cuatro huevos en el sombrero a un hermano coadjutor que estaba oyendo misa y se huyó en diligencia; y a este modo se cuentan otros varios pasajes muy tiernos que sería cosa muy larga contar aquí. Pero no se puede pasar en silencio la mucha caridad que ha usado desde el principio y usa todavía con los jesuítas un caballero rico de este lugar. Siempre ha tenido hospedados en su casa, desde que empezaron a transitar por aquí, algunos jesuítas y les ha tratado grandemente en todo y aun con regalo. Y cuando pasaban los padres indianos que no iban, por lo regular tan unidos en comunidad y colegios como nosotros, salía él mismo en persona por el lugar a recoger y llevar a comer a su mesa a todos los que encontraba que no tuviesen disposición para ello. Ahora están hospedados en su casa un padre indiano que quedó aquí enfermo y el H. Juan Guzmán371, coadjutor que es de la Provincia del Paraguay y está aquí detenido para conducir cuando pueda los baúles y camas que están aquí. Este mismo hermano me ha contado todo esto y he sentido mucho que nadie ha sabido decir su nombre para conservar memoria de él en este Diario, que es todo lo que podemos hacer en prueba de nuestro agradecimiento. En las dos casas buenas en que estaban alojados los que marcharon esta mañana se ha dispuesto comida para todos nosotros; y allí nos hemos juntado a comer y lo mismo será a la noche para la cena. Este es un plan ya asentado con otros y 371. A Juan Guzmán se le concedió aumento de media pensión en 1788. 786

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acaso empezó con los padres aragoneses. Nos ha dado de comer el que tiene este asiento muy decentemente y lo mismo se supone que será a la noche; y por una y otra cosa nos lleva una peseta por persona que es una cosa moderada aunque queda a nuestra cuenta el desayuno. Y lo que no tiene duda es que si hubiéramos de comer del mismo modo que se nos ha dado gobernándolo nosotros nos costaría mucho más. Hemos tenido una tarde bien trabajosa y es resulta de la orden de Parma, y además de eso de mucho disgusto a causa de tener otra vez sobre nosotros por nuestros pecados, y para ejercicio de nuestra paciencia, un francés como Comisionado para las cosas que ocurran en nuestro tránsito. De resulta de la dicha orden ha sido preciso desliar los colchones para sacar las sábanas, ya que aquí no los habíamos desliado para dormir sobre ellos, y revolver maletas y alforjas para recoger algunas cosas más necesarias y formar con ellas la maletilla que se nos permite llevar solamente. Lo peor fue que después de haber hecho este trabajo tuvimos el disgusto de deshacerlo y volverlo a hacer, reduciéndolas y haciéndolas algo más pequeñas por temor de que no puedan ir todas, según nos amenaza furiosamente este francés de que nos ha de dar muy pocas caballerías para el transporte de nuestras cosas. Está, verdaderamente, este Monsiurillo Comisionado furioso y lleno de rabia y enojo, y todo el motivo de su furia se reduce a que los de esta mañana llevaron para su equipaje una, dos o a lo sumo tres caballerías más de las que él había determinado. Debían de llevar solamente para los setenta, ocho muías de carga, sin que se les permita llevar en las que van montados ni siquiera el breviario. Al tiempo de montar se hallaron embarazados porque no podían ir en las bestias que les daban todas las maletillas que habían preparado y, con algún regalillo y agasajo, consiguieron que el asentista les franquease dos o tres más de las señaladas. Gran pecado por cierto para tan grande furia y enojo de nuestro Comisionado francés. Y grande o pequeño el pecado es de los que se fueron y no de los que hemos quedado. Pero como por desgracia nuestra casi todos los franceses que hemos tenido sobre nosotros no se gobiernan por razón, sino por furor y capricho, tememos que quiera cas787

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tigar en nosotros, como él lo dice, la falta de los que marcharon y que tan lejos de hacernos la gracia de franquearnos alguna otra caballería de más, no nos dará ni aun las que nos corresponden según la tasa establecida. Y por esta causa nos hemos visto obligados a hacer muy pequeñas nuestras maletillas. Desde la casa de Madama Picinardi he pasado a vivir a la de un hombre honrado y a lo que parece bastante rico, hombre anciano muy sano y piadoso. Así lo han determinado para que estemos juntos y unidos. Desde esta casa he observado esta noche un fenómeno que para mí, y creo que para los demás españoles también, es cosa nunca vista y así no ha dejado de causarnos alguna admiración aunque no se ignora lo que es. Era una aurora boreal encendidísima, en la cual por una hora u hora y media, al principio de la noche, estuvo una gran parte de cielo tan fogosa, tan encendida y encarnada como si fuera de fuego o de sangre, o de una y otra cosa al mismo tiempo. En este país no debe de ser cosa tan rara el dejarse ver la aurora boreal. Por lo menos este mi buen huésped el Sr. Rufino, que este es su nombre, me ha asegurado que habrá como veinticuatro años que por este mismo tiempo, y acaso en el mismo, estuvo también el cielo del mismo modo. El mismo buen viejo, mi huésped, me ha contado algunas otras cosas que notaremos aquí de paso. Dijo que está la gente del país oprimida y muy disgustada con el Gobierno de los franceses, y así el buen hombre hablaba con sumo recelo y como que temía que las paredes le oyesen y le delatasen al Ministro de Parma, que se había puesto pena de la vida a los que hablasen del breve o bula de Roma, en que se había excomulgado a la Corte de Parma372, que la misma pena se había puesto para que ninguno hablase del destino de los jesuitas españoles. Parece cosa importunísima este orden, siendo cosa pública que se nos obliga a entrar en el Estado del Papa. Pero puede ser que al principio fuese esto un misterio por aquí y juzgase el ministro conveniente quitar la libertad de hablar sobre el caso. Finalmente, por dejar otras muchas cosas de menos importancia, me dijo que uno de estos días habían amane372. Se refiere al Monitorio de Parma, del que hablamos con anterioridad. 788

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cido arrancados de todos los confesionarios del lugar los casos de la bula In coena Domini que, según el uso del país, estaban fijos en ellos, pero que en las ciudades aún no se habían atrevido a hacerlo, sin duda alguna por miedo de algún tumulto y alboroto, lo que aquí no había sucedido por ser un pueblo pequeño, pero que el escándalo por una insolencia tan grande no había podido ser mayor en todo género de gentes. Día 29 de octubre Aquí se ha hecho nuevo ajuste de caballerías para otro tanto de camino, y tan malo o peor como de Sestri hasta aquí, y con muy poca diferencia es tan caro como el otro. Según este asiento llevaron caballerías los que marcharon ayer y dos divisiones de los de mi comitiva, cada una de veinticinco, que han marchado esta mañana. Caminan divididos, del modo dicho, porque han de hacer noche en dos ventas distantes entre sí como una legua. En cuanto pude observar de paso, las caballerías que les han dado son tan malas como las que trajimos desde Sestri a este lugar, de las cuales diremos una palabra cuando marchemos nosotros. A cada una de estas divisiones de veinticinco sólo se han dado dos muías de carga. Es verdad que como no han llegado todavía nuestros baúles, muchos casi no llevan nada y nos han encargado a los veintisiete que quedamos aquí todavía que les formemos sus maletillas y las llevemos con nosotros, lo que no dejará de causarnos impertinencias y trabajos. Entretanto que ellos van caminando y nosotros nos quedamos ociosos aquí aguardando nuestros baúles, nos divertiremos en hacer una breve pintura de este lugar famoso, según dice mi buen huésped Rufino, por tres grandes sucesos que en este siglo han pasado en él a su vista. El primero fue el viaje de nuestra Reina Doña Isabel Farnesio, que pasó por aquí el año de catorce, cuando iba de Parma a Madrid a ser mujer de Felipe V. De este tránsito de la Reina hay por lo menos en el lugar dos monumentos. El uno es llamarse, desde entonces, la Cámara de la Reina un cuarto de una casa llamada Del Boberi, que es una de las dos en que nos juntamos a comer y cenar. 789

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El otro, y mucho más ilustre, es una estatua de mármol de la misma Reina colocada en la plaza, al pie de la cual en una inscripción se cuenta este viaje. El segundo grande suceso fue cuando el ejército español, como de veinticuatro mil hombres, habiendo levantado el sitio de Plasencia viniendo de retirada se alojó todo él y fortificó del mejor modo que pudo en este lugar. El tercero, decía mi bueno y amable anciano, es el que estoy viendo al presente. Tantos centenares de jesuítas inocentes y sin culpa alguna, y arrastrados por estos caminos. Es pues Boro Taro, que toma su nombre del río Taro que le baña a mediodía, una villa pequeña como de doscientos vecinos o poco más. Tiene solamente tres calles, pero todas tres derechas, llanas, bastante anchas, muy limpias y de casas decentes. Hay una sola parroquia que no es más que mediana. Tiene Convento de Dominicos con buena iglesia y de monjas de Santa Clara, con no mala iglesia. Del otro lado del puente que está sobre el río Taro hay un convento de religiosos agustinos, que también tiene buena iglesia. Está el lugar ceñido de una muralla vieja, tiene por Gobernador un Coronel y hay algunos inválidos que guardan las puertas. Después de comer, como a media tarde, llegaron de Sestri tres que no vinieron con nosotros por falta de caballerías y otros siete que pertenecen a nuestro Colegio de Santiago, y han traído consigo los colchones que se quedaron allá, como también todos nuestros baúles y cajones. Fue necesario desliarlos todos, abrirlos y revolverlos y volver después a liarlos y componerlos, porque de todos ellos había que sacar alguna cosa, la camisa, el breviario del tiempo adelante, las sábanas, o para los que estamos aquí o para los que marcharon ya y nos dejaron sus encargos sobre este punto. Además de todo esto era necesario entresacar de los cajones de libros los de Filosofía pues si no los llevamos con nosotros se puede temer que, en algunos meses, no puedan empezar su estudio los hermanos estudiantes. Sin perder pues un momento de tiempo echamos mano al trabajo, así los que estábamos aquí como los que acaban de llegar de Sestri. Llevaríamos como una hora y media de trabajo con el cual estábamos bien fatigados y sudados cuando vino a hacernos 790

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una visita bien importuna en el mismo almacén el francés Comisionado, sin otro objeto que meternos prisa para que acabásemos cuanto antes. Viéndole tan importuno en apresurarnos, sin que se entienda qué interés y utilidad puede tener en que tardemos, le dijo inocentemente un joven que no se podía hacer más de lo que hacíamos. No fue necesario más para que el francés montase furiosamente en cólera y se inquietase y alborotase extraordinariamente. Nos costó no poco trabajo el aquietarle y sosegarle para que nos dejase proseguir en nuestra operación de disponer las maletillas. Pero duró muy poco esta paz y sosiego porque habiendo venido al almacén el asentista de las caballerías y suplicado al Comisionado que nos permitiese llevar alguna otra caballería de carga sobre las señaladas, en atención a que los que iban delante por no haber llegado los baúles no habían podido llevar sus cosas, se enfureció de nuevo el francés y mucho más que antes y empezó a vomitar horrores, pestes y vaciedades, llamándonos a todos los jesuitas españoles mentirosos y otras cosas como estas y aún peores. Es un trabajo inexplicable haber de tratar con hombres tan violentos, tan impetuosos y furiosos como este francesillo, y más teniendo algún género de autoridad y poder sobre nosotros. No obstante, a vista de tan grande insolencia y descaro en un hombre miserable no pude contenerme y cerré con él, y tuve la complacencia de confundirle, de hacerle callar y que retratase sus insolentes proposiciones. Al estrépito de la contienda se juntó mucha gente del lugar y en su semblante mostraban que tenían gusto en ver bien atacado y humillado al francés, y después, en secreto, varios me dieron la enhorabuena de que hubiese públicamente confundido y avergonzado al dicho francés, por donde se conoce cuan desazonada está la gente del país con estos franceses que los dominan. Nuestra victoria fue de solas palabras y nada adelantamos con ella, pues se cerró el francés en no querer dejarnos trabajar más y nos hizo salir del almacén. Y así algunos pobres, para quienes no se ha formado maletilla, quedarán sin cosa alguna, aun de las más necesarias, y sin una camisa con que mudarse. Con todas las naciones hemos tenido nuestros trabajos: con españoles, corsos y 791

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genoveses, pero con los franceses apenas ha habido un paso que no haya sido un furor, una violencia y una crueldad. Salimos pues del almacén, porque así lo manda el Comisionado, dejando en él muchas cosas que nos harán grandísima falta este invierno y allí quedan todas nuestras camas y baúles amontonados y tirados por el suelo, y todo ello a discreción de este francesillo que tiene las llaves. Es un montón tan grande de cosas el que queda allí, que hago juicio que pasan de mil quinientas las camas y de seiscientos y ochocientos los baúles. Antes de salir de allí se nos hizo presentar los botes de tabaco que tenemos y los fueron sellando todos, y se nos ha dicho que a la salida del Estado se hará registro y debemos presentar los botes sellados. En esta diligencia parece que miran a que saquemos con nosotros todo el tabaco que traemos y no vendamos nada en el Estado. Cuando desde el almacén veníamos a nuestras casas cargados con las maletillas que habíamos formado con las mantas de las camas, se les iban los ojos tras de ellas a esta gente, y varios llegaron a preguntarnos si las queríamos vender y, efectivamente, ofrecían precios muy buenos por ellas, por donde se conoce que por aquí tiene estimación la lana de España. Estos padres que acaban de llegar de Sestri cuentan que, aunque no había llegado allí noticia cuando ellos salían de lo que pasaba en Borgo Taro con nuestras camas y baúles, varios hablaban ya de emprender su viaje por Liorna y así que no hay duda que lo ejecutarán varios, después que llegue esta triste nueva. Dicen también que en los pocos días que han pasado desde que salimos de Sestri, si ya no fue antes de nuestra partida, se ha secularizado el H. Miguel Zabala, escolar, que estaba ya en la Tercera Probación. No he conocido a este hermano pero oigo decir que era un joven de poco asiento y nada regular. Tiene veintiséis años y es natural de Ante Iglesia Zorzona en el Obispado de Calahorra. Fuera de lo dicho no han contado estos padres cosa alguna que sea digna de notarse.

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Día 30 de octubre Madrugamos bien esta mañana, y por lo bien que nos han servido en las iglesias de este lugar, pudimos lograr fácilmente decir misa. Nuestros huéspedes han estado en la despedida muy tiernos, muy cariñosos y agasajadores y nos han hecho algunos regalitos, y nosotros hemos correspondido del mejor modo que nos ha sido posible y así, con mucho gusto nuestro, protestamos que la gente de este primer lugar del Estado de Parma nos ha tratado con estimación, con cariño y compasión, sin que de los del país, en cuanto yo sé, haya recibido ninguno disgusto ni injuria alguna, que es cosa muy digna de agradecimiento, especialmente que habiendo sido desterrados del Estado los jesuitas siempre se les mira como en desgracia del príncipe y de la Corte. Una señora de las principales del lugar ha solicitado con mucho empeño una firma del P. Pedro Calatayud y habiéndola encontrado ha quedado muy contenta y alegre con ella y, en general, desea mucho la gente de aquí ver a este venerable anciano y a porfía muestran deseos de hospedarle en sus casas. No sabemos de dónde les ha venido la noticia de este padre, pues es cierto que ni nosotros ni los demás de nuestra Provincia hubieran hablado de él sino preguntados. A las nueve de la mañana tomamos el almuerzo que nos ha de servir de comida y como a las diez fuimos a montar. Como estos hombres hacen tan pequeñas las cargas de sus mulos, por más que habíamos procurado achicar nuestras maletillas y algunos, según ayer se dijo, se van sin ellas, no las podían acomodar en cuatro cargas de bestias con algunas cosas indispensables de comunidad. El Comisionado francés no quería absolutamente darnos más que cuatro bestias de carga y aún estoy casi edificado de que nos haya dado cuatro después de las cosas que pasaron ayer. ¿Qué arbitrio pues se podía tomar en este embarazo pues sería una cosa durísima dejar parte de nuestras maletillas en las que van cosas enteramente necesarias? Se tomó el único que se podía tomar y fue repartir las maletillas en las muías en que vamos montados pero pagándole al asentista el alquiler de una quinta muía de carga, como si efectiva793

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mente fuera pues de otro modo no nos permitiría llevarlas en las muías que montamos. Las cabalgaduras son aún peores que las que trajimos desde Sestri a Borgo Taro. Para veintisiete sólo hay dos de paso con silla, freno y estribos y una de ellas tan ruin y miserable que si hubiera montado en ella uno que pesase seis arrobas no hubiera podido con él. Todas las demás son bestias de carga con jalmas o albardas grandes y con tan malos aparejos como las otras; y así es inútil repetir lo que antes se dijo sobre la incomodidad y trabajo de caminar de este modo, especialmente que, si cabe, ha sido hoy el camino más áspero y escabroso que el pasado. Aun los mozos de muías son tan insolentes, tan desvergonzados y atrevidos como los que trajimos de Sestri. Y uno de ellos ha hecho una acción tan infame, tan vil y tan inicua, que si hubiera justicia en este país y nos la quisieran hacer a nosotros debía de ser castigado severamente. Sabíamos que en el camino había dos ventas o mesones, uno llamado Legiara y otro Pietrimigalana (en cuanto he podido penetrar sus nombres pronunciados por estas gentes con mucha obscuridad y confusión, a lo menos para mis oídos), y teníamos orden de no pasar hasta la más distante que es la segunda y así se lo habíamos dicho a todos los mozos, pero no sabíamos el camino de ellas, ni teníamos señas algunas para distinguir una de otra. Con mentiras y engaños nos llevaron algunos mozos diez o doce a la primera en lugar de llevarnos a la segunda. No caímos en cuenta del engaño hasta que estábamos a la puerta del mesón y resolvimos al instante volver a tomar el camino para ir a la venta señalada. Pero aquí fue el tumulto y alboroto y la insolencia de aquellas gentes. Venteros, hombres y mujeres, y los mozos de muías unidos con ellos y especialmente uno que vivía en la misma venta, a voces, a gritos, a amenazas y a empellones nos querían hacer entrar por fuerza en el mesón. Pero viendo que nada alcanzaba para atemorizarnos y para hacernos mudar de resolución, desesperando de poderlo conseguir todo, se contentaron con hacer entrar en la venta cuatro caballerías que venían al cuidado del mozo que vivía en ella, y haciendo violentamente apear a dos sacerdotes y dos hermanos escolares que venían en ellas las metieron arre794

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batadamente en la cuadra y a ellos les dejaron en el campo, y así no tuvieron otro arbitrio que venirse a pie con nosotros hasta la otra venta, a la que hay una legua de camino malísimo, lleno de agua y de lodo y con varios pantanos muy grandes. A pesar de esta desgracia y trabajo llegamos a la otra venta que, como hemos dicho, se llama, a lo que a nosotros nos suena Pietrimigalana, aún antes de ponerse el sol. Antes que nosotros habían ya llegado algunos, pero otros no llegaron hasta bien entrada la noche. Aquí se cuentan varias aventuras de este día en el que todo ha sido peor que los días pasados. Las caballerías son tan malas que varias de ellas se han cansado y han tenido que venir a pie los que las montaban, y los caminos han sido tan malos con subidas tan ásperas, tan derechas y casi por escaleras, y las bajadas tan precipitadas y resbaladizas que muchos han caído de las muías, pero gracias a Dios sin que ninguno haya recibido daño de consecuencia, y en verdad que en una caída que sucedió a mis ojos fue una especie de prodigio que no se hiciese pedazos un joven. Se pudo disponer una buena cena, de la que había harta necesidad, no habiendo tomado ni un bocado siquiera desde las nueve de la mañana. En la casa o mesón en que hemos cenado hay tres camas solamente, se han encontrado otras cuatro en unas pocas casas que con el mesón forman una miserable aldea. Y se ha franqueado también un pajar pagando alguna cosa por ello, y de este modo vamos a dormir como se pueda. Día 31 de octubre Vigilia de Todos los Santos. Madrugamos mucho y como se gastó poco tiempo en disponer y en tomar un buen almuerzo, a lo menos de sopas, como era razón y aun necesidad que se hiciera, pudimos salir muy temprano con una miserable parva, habiéndosenos obligado a ayunar este día. Claro está que, en el miserable estado en que nos hallamos y habiendo de caminar con mucho más trabajo que si camináramos a pie por un camino decente, no nos obliga el precepto o por lo menos es evidente, aun al parecer del hombre más tímido, que pudiera el P. Rector dispensarnos en él, como ha hecho en otras oca795

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siones aun con menos necesidad que en el día. Pero hoy ha decidido este punto el espíritu de economía y de ahorro de nuestro Procurador, que nos ha mortificado muy bien en el camino y supo inclinar de antemano a su juicio al P. Rector. Estábamos con no poco cuidado por las cuatro caballerías que quedaron anoche en la otra venta, pero vinieron a buscarnos con tiempo y fue necesario tomarlas, no habiendo otras, y aun cuando las hubiera hiciéramos lo mismo pues aún después de la maldad de ayer nos harían pagar unas y otras. Como a las seis de la mañana empezamos a caminar. El camino parece un poco más corto que el de las otras tres jornadas que hemos caminado, pero aun es todavía peor que todos ellos, y hemos encontrado en él lodazales y barrancos casi intransitables, y así ha habido muchas más caídas que los días pasados y muchas de ellas muy peligrosas, pero nadie se ha hecho daño alguno. Y según los caminos que hemos tenido en estas cuatro jornadas, las infames bestias en que hemos venido y siendo muchos por viejos, por niños y por pesados, y de poca maña, malísimos jinetes, el qu no se hayan quebrado varios brazos y piernas es preciso mirarlo como efecto de la particular protección de los ángeles de guarda. Como a la una de la tarde llegamos a Fornovo373, en donde hemos encontrado solamente doce de los de nuestra división habiendo marchado esta mañana treinta y ocho. Hemos tenido una buena comida y había harta necesidad de ella, no habiendo probado casi nada desde antes de amanecer hasta las dos de la tarde en que comimos. Hemos respirado y se nos ha ensanchado y dilatado el corazón con el arribo a este lugar. En efecto, se ha mudado para nosotros y como que entramos en un mundo nuevo. Desde Sestri hasta aquí todo ha sido montes, peñascos, bajadas y subidas, precipicios y peñascos, en suma unos caminos tan ásperos, tan escabrosos y tan malos, que sujetos que han caminado en España por Galicia, Asturias y Vizcaya, aseguran que todas aquellas cuestas y alturas son como una cosa pintada. Y que no tienen comparación con éstas. 373. Fornovo di Taro. 796

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 Y ahora estamos ya en una hermosa llanura que se extiende más que la vista por donde hemos de caminar en adelante. Hasta ahora no pueden haber sido las cabalgaduras ni más indecentes, ni más incómodas, desde aquí empezamos a caminar con decencia y con comodidad en coches y calesas. Desde Calvi hasta este lugar casi no hemos tenido sobre nosotros más que franceses impetuosos y violentos que ni conocían la razón ni la humanidad. Y aquí hemos encontrado un Comisionado por la Corte de Parma, hombre de razón, de cortesía y agrado del cual hablaremos al instante. Aun el cielo mismo parece que se ha mudado, pues habiendo tenido en las montañas truenos, relámpagos y tempestades horrendas, vientos impetuosos, lluvias copiosas y aun diluvios hemos tenido hoy una tarde clara, serena y apacible. Y así salimos casi todos juntos después de comer a dar un paseo a las orillas del río Taro, que baña a Fornovo como entre Norte y mediodía. El lugar es pequeño y tiene como unas cuarenta o cincuenta casas, y no se ve en él cosa notable. En un montecito que no está lejos del lugar se descubre un buen palacio o casa grande de campo, que según nos dicen estas gentes es del famoso Seminario de Nobles de Parma, de que antes de ser desterrados cuidaban los jesuítas y al cual venían todos los arios con un gran número de seminaristas. Al presente están en él los nuevos directores del seminario, que parece son escolapios con un cortísimo número de jóvenes que han quedado en él. Este Comisionado de Parma para entender en las cosas que ocurran en nuestro paso es un Coronel italiano de nación, que ha vivido muchos años en Madrid y así entiende bien nuestra lengua y la habla también pasablemente. Luego que llegamos nos vino a visitar y nos habló a todos con mucho cariño y agrado, y cuidó bien de que la comida en cuanto a la substancia y al modo fuese como era razón. Dos cosas ha hecho con los de nuestra Provincia, que son bastantes para prueba de que es un caballero honrado, de moderación y equidad. Detuvo sin publicar por algunas horas el orden que le vino de hacer detener el equipaje de los jesuítas, para que nuestro P. Provincial pudiese pasar con sus baúles y todas sus cosas; lo cual fue un beneficio muy estimable, pues siempre es preciso 797

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que haya en manos del P. Provincial papeles de alguna importancia. Los que marcharon esta mañana de nuestra división se hallaban sin dinero por venir detrás los padres Rector y Procurador, y luego les aprontó todo lo que quisieron, entregándole un papel para que los cobrase, como se ha hecho. Esta noche ha vuelto a visitarnos y muy despacio, deteniéndose en conversación con nosotros con mucho agrado y humanidad. Ha mostrado mucho sentimiento de que no se nos permita traer nuestras cosas hasta aquí, pues desde este lugar hasta nuestro destino no nos costaría nada el llevarlas con nosotros porque él haría, como lo hizo cuando pasaron los padres aragoneses, que los cocheros y caleseros cargasen bien las zagas y llevasen en ellas todos nuestros baúles y colchones, de donde se infiere necesariamente que todo el gasto que se haga en transportarlos desde Fornovo al lugar de nuestro establecimiento es, precisamente, resulta del orden del francés, Ministro de Parma, de hacernos dejar nuestras cosas en Borgo Taro. Quedan esta noche liadas nuestras maletillas en fardos grandes para llevarlas en las zagas con menos peligro de que se pierdan. Aun para dormir ha dado buenas providencias este señor Comisionado. Nos hemos repartido en tres casas y todos tenemos camas en que dormir, con sola la circunstancia de que en alguna otra grande hayan de dormir dos.

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Noviembre Día 1 de noviembre Día de Todos los Santos. Nos levantamos muy de mañana, se dijeron dos misas para que todos pudiesen oírla y cumplir con el precepto. Y habiéndonos desayunado en diligencia, fuimos a montar al instante no habiendo aún amanecido del todo. Fuimos repartidos, los treinta y nueve que somos, en nueve coches decentes de camino tirados cada uno de dos caballos, en una calesa, y al que quedaba sin acomodarse le dieron un caballo bueno de paso. El carruaje es bueno y para nosotros que acabamos de dejar las infames muías de arrieros, con sus molestísimas jalmas, es más que bueno y excelentísimo pero tiene de malo que nos cuesta mucho. Por un coche, en que venimos cuatro, se paga al día seis pesos duros y por consiguiente treinta reales por persona y añadiendo a ellos diez reales que nos cuesta el comer y dormir, a la manera que en Fornovo, salimos al día a cuarenta reales por sujeto que es una cosa muy exorbitante y sobre nuestras fuerzas. Con todo eso, haciendo la cuenta con todas las cosas que aquí se caminan por día, ocho o más leguas, que no hay que pagar retorno, y que con el mismo gasto pudiéramos traer todo nuestro equipaje, es evidente que nos sale más barato este modo de caminar que el que tuvimos por las montañas. Pero de todos modos es carísimo, según nuestra corta renta y no hay otro consuelo sino la esperanza de que llegaremos presto a nuestro destino, y de que tenemos que hacer pocas jornadas. Desde Fornovo a Parma, a donde llegamos hacia el mediodía habiendo caminado como de cuatro a cinco leguas, hemos traído un camino llano cuanto se puede imaginar y muy ameno y delicioso, descubriéndose a uno y otro lado una campiña bien cultivada y bien cubierta de árboles y de viñas. Mientras el río Parma permitió vadearse iban por fuera de la ciudad, como nos han dicho los caleseros, pero trayendo ahora tanta agua que no se puede pasar el vado y no habiendo puente allá fuera, fue preciso entrar por la misma Corte. A su puerta nos hicieron detener hasta que nos juntásemos todos y entonces, 799

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sin hacer registro alguno, ni pedirnos cosa alguna nos dejaron pasar adelante. Entramos por la puerta de poniente y dando una media vuelta a la ciudad fuimos a salir por la de Oriente. Nada vimos de Parma sino la muralla, que parece buena, alrededor de la cual fuimos llevados, y algunas bocas o entradas de calles que no parecían malas. Por ellas salió mucha gente a vernos y observarnos y generalmente mostraban en su semblante tristeza, ternura y compasión y aun no faltaron tampoco lágrimas, como yo mismo advertí, en personas bien vestidas y de buen porte, lo que aquí es más de extrañar y más digno de nuestro agradecimiento por ser una Corte enteramente dependiente de España y por haber ella desterrado a sus jesuitas como ya en otra parte se dijo. Paramos luego que salimos de la ciudad, en un magnífico mesón llamado de San Lázaro, que está una milla corta de Parma. Encontramos aquí algunos granaderos, que nos hacían centinela, y estuvimos todo el tiempo de nuestra detención acompañados de mucha gente, que no tenía otro oficio que vernos y contemplarnos. Había también un Comisionado por la Corte para nuestro recibimiento y era un catalán, que debe de estar al servicio del duque. Nos trató con muy buen modo y con mucho agrado, y mostrando mucho gusto en vernos contentos, alegres y sin pesadumbre alguna. Se nos dio una comida de bastante variedad, no mal compuesta, bien servida pero algo escasa y pagamos por ella una peseta por persona. Como a eso de las dos de la tarde volvimos a montar y a pocas millas de distancia de San Lázaro encontramos un pequeño lugarcito o un montón de casas y un buen puente, que a lo que me ha sonado se llama Ponte Zeuma. Aquí nos detuvieron los guardas y nos hicieron presentar el tabaco para pasarlo y hacer el cotejo con las listas, que habían recibido de Borgo Taro en donde nos sellaron los botes, en lo que no parece que tienen otra mira que impedir el que lo vendamos dentro del Estado, en lo cual por ventura faltaron alguna cosa algunos de los que han ido delante. Media hora se gastaría en esta ceremonia y, sin molestarnos cosa particular en otros registros, pasamos adelante saliendo del Estado del duque de Parma y entrando inmediatamente en el del duque de Módena. 800

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Al mismo hacerse de noche llegamos a la ciudad de Reggio374 en donde fuimos repartidos en cuatro mesones. Hemos encontrado aquí a todos los de nuestra división, y aun algunos de la antecedente del Colegio de San Luis. Cuatro de los de nuestro Colegio, según ellos cuentan, estuvieron ayer en grandísimo peligro de precipitarse dentro del mismo coche en un foso bastante hondo y de hacerse pedazos. Descuidóse un poco el cochero y, arrimándose demasiado al borde del foso, resbaló un caballo y cayó, y empezó a rodar hacia el fondo y sin remedio hubiera arrastrado tras de sí al otro caballo y al coche, si, llegando en diligencia, un soldado no hubiera cortado muy a tiempo los tirantes del caballo que había caído, el cual fue a parar a lo más profundo del foso; pero el coche, aunque ya bastante inclinado, pudo ser detenido y todos los que venían dentro de él llegaron a la posada sin más desgracia que haber tenido un grandísimo susto. Día 2 de noviembre Día de las Ánimas. Marcharon esta mañana de aquí los que estaban detenidos de la división antecedente y diecinueve que han venido con nosotros y pertenecen al Colegio de San Luis. Nosotros nos repartimos a decir misa en la iglesia de nuestro Colegio y otras, y solamente dijimos una misa porque no hay en este país el privilegio que en España, de decir tres misas este día de las Animas. Después nos divertimos en ver la ciudad y las cosas más notables de ella y no dejaremos de decir, antes que marchemos, una palabrita en este asunto si tuviésemos tiempo para ello. Por todas partes por donde pasamos nos mira la gente con mucha curiosidad, como si fuéramos los primeros españoles que pasásemos por aquí y no fuesen ya delante de nosotros tantos centenares de ellos, y nos muestran mucho cariño, agrado y compasión, y fácilmente se nos juntan por las calles sacerdotes y otras personas de buen porte que nos acompañan y dirigen para ver las cosas de la ciudad. Algunos sacerdotes y caballeros han venido a visitarnos a los meso374. Reggio nell'Emília. 801

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nes y de unos y de otros algunos nos hicieron al mediodía la honra de servirnos por sus propias manos la comida, y no es ésta la primera vez que lo hacen así, ni este en que yo estoy el único mesón en que estos señores han dado al mundo este público testimonio de que no nos miran como reos y como hombres infames por sus delitos, sino como inocentes perseguidos contra justicia cuyas cadenas pretenden ellos honrar con una acción de tanta humildad y caridad. Entre los caballeros hay uno que entra y sale mucho entre nosotros y hace de nuestro agente, de nuestro protector y de nuestro padre. Él lo hace todo en todas partes. Él cuida de que en todos los mesones se nos trate bien y de que no se nos engañe, él mismo hace los ajustes con los caleseros y está sobre todo para que vaya con equidad, con concierto y como es razón. Cuánto siento, al hacer esta copia, no hallar en el original el nombre de este ilustre, piadoso y caritativo caballero, para conservarle eternamente en cuanto está de nuestra parte, en la memoria de los venideros. Pero ya no es posible reparar esta falta, por lo demás excusable, siendo tantas las cosas que ocurrían a un mismo tiempo y que se atrepellaban unas a otras373. Aun el Ilustrísimo Sr. Obispo de esta ciudad, Juan María Castelvetri, ha mostrado estimación y aprecio de nosotros. Insinuó Su Ilustrísima que tendría gusto en ver algunos de los novicios, de quienes se han contado tan grandes cosas. Llevó el P. Ministro a palacio tres de ellos que fueron recibidos del prelado con mucho cariño y afabilidad, y les hizo mil preguntas sobre los sucesos y particularidades de su viaje que oyó con gran gusto y complacencia; les acarició con mucha bondad e hizo mil finezas, y haciéndoles por fin a todos sus regalitos, les despidió con mucha urbanidad y atención. 375. Aquí puede observarse cómo el autor, al realizar el Diario definitivo, corrige los originales en los que basa su relato, añadiendo aquello que considera de interés o que cree haber olvidado, por eso, a veces, puede dar la sensación de que el Diario se realizó con posterioridad a la fecha que figura y que hay intuiciones o datos que se vaticinan con excesiva clarividencia. Estas pequeñas variaciones deben atribuirse más al afán perfeccionista del P. Luengo que a la pretensión de variar los acontecimientos que vivió. Son, además, variaciones que ejecuta con tan poca frecuencia y con tanto tacto que en ocasiones resultan imperceptibles y que jamás restan espontaneidad a su escrito. 802

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Este modo de tratarnos todo género de gentes, aun de las más distinguidas, con tanto aprecio y cariño, es una prueba evidente y palmar de que en hacerlo así no se ofende a la Corte de Módena y que el mostrar estimación de nosotros no desagrada al príncipe, ni al Gobierno. Siendo esto así y después de lo que hemos insinuado del aprecio y agrado que hemos merecido a los seculares de todos estados y condiciones, qué excusa podremos hallar que sea razonable, del modo con que nos tratan nuestros hermanos los jesuitas de esta ciudad. Veníamos nosotros con unos deseos y ansias increíbles de encontrar un Colegio de la Compañía y en él jesuitas hermanos nuestros. Allí encontraremos, decíamos nosotros, quienes nos acaricien, nos aconsejen, nos consuelen, nos ayuden y socorran en cuanto puedan, hasta quitarse el bocado de la boca por partirle con nosotros. Encontraremos hombres, que sabiendo bien quiénes somos y la causa de nuestros trabajos, no se desdeñen de nuestras cadenas, antes las honren y las besen, teniendo por gloria y corona suya estrecharse, familiarizarse y unirse como hermanos, con unos jesuitas tan bárbaramente perseguidos, siendo inocentes y que con su paciencia, resignación y alegría en medio de tratamientos tan inhumanos y crueles se han hecho gloriosísimos para con todos aquellos que no miran estos sucesos con ojos de carne y sangre. Ellos lavarán y besarán los pies de unos hermanos suyos, que desterrados ignominiosamente de su patria sin culpa, ni delito alguno, han hecho tantos y tan desastrosos viajes por mar y por tierra; y especialmente los de estos niños héroes, de estos novicios prodigiosos mirados con respeto en todas partes y por todo género de gentes y que, en la realidad, hicieron tantos actos heroicos de fortaleza cristiana y de amor a la Compañía; cuántos pasos dieron en las doscientas millas desde Villagarcía hasta el puerto de Santander. ¿Y por qué no debíamos de pensar así y esperar todo esto de nuestros hermanos en tales circunstancias y sin que la humildad cristiana, que debe acompañar nuestros trabajos y sin la cual nada valdrían todos ellos, nos deba embarazar el concebir y explicarnos de esta manera? Sobre lo cual no es cosa de detenernos aquí a hacer una disertación ascética. 803

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Nosotros nos habíamos desentrañado y privado de mil cosas por socorrer a los padres portugueses; habíamos recibido en nuestros colegios y entre nuestros brazos a los padres franceses, echados de su patria. ¿Cómo podíamos menos de esperar el ser recibidos del mismo modo por los jesuitas de Italia? Y aun cuando nada de esto hubiéramos hecho nosotros, por no haberse presentado ocasión, hubiéramos esperado del mismo modo y con la misma seguridad ser bien recibidos y tratados con cariño, con aprecio y con caridad por los padres italianos porque, a nuestro modo de pensar, no es posible ser jesuitas y tener una pequeña parte del espíritu de la santísima Compañía de Jesús y proceder y obrar de otra manera. ¿Cuál será pues nuestro pasmo y asombro, nuestra admiración y sorpresa al vernos enteramente burlados, y engañados en este puerto? No hay en la realidad palabras con que explicarlas, como ellas son en efecto. A vista de lo que ha pasado con los que van adelante, y con nosotros mismos, de parte de estos jesuitas, confusos y atónitos nos miramos unos a otros y casi no creemos lo mismo que estamos viendo y palpando. ¿Qué tierra y qué país es este a que hemos venido? ¿Qué jesuitas son estos los de Italia? ¿No deben de tenernos a nosotros por jesuitas o creerán que solamente lo somos de algún orden inferior al suyo?, o por lo menos estarán persuadidos que con nuestros delitos y maldades hemos ensuciado la inocente y blanquísima ropa de la Compañía y nos hemos hecho indignos de ser tratados como hermanos. Algo de esto, aunque todo ello es necio, estólido, injusto y falso, es lo que arregla su conducta y proceder para con nosotros; pues sin que ellos se tengan por hombres de esfera superior, o a nosotros por hombres infames e indignos de su aprecio, no parece posible que se portasen con nosotros en semejantes circunstancias con tanta indiferencia y frialdad, con tanto desdén y despego, como con hombres que nada tienen que ver con nosotros y aun podemos añadir, sin peligro de exageración y de faltar a la verdad, con un grandísimo desprecio y desestima de nosotros y de nuestros trabajos y fatigas. Cuánto dolor y sentimiento nos cuesta el notar estas cosas, y cuan grande es el rubor y vergüenza de que se nos cubre la 804

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cara, al escribir estos renglones sólo lo sabemos nosotros que lo pasamos y sentimos. Casi nos alegraríamos de no haber emprendido este trabajo, por no vernos en la precisión de hablar de tales sucesos; y aun ahora, tiraríamos con gusto la pluma porque no sirviese para conservar la memoria de lo que tanto nos disgusta y deshonra, si no fuera una temeridad y locura rendirse tanto a este sentimiento que por él abandone el trabajo de muchos meses, que con el tiempo puede ser de alguna utilidad. Y no siendo por otra parte justo por respeto ninguno hacer traición a la razón y a la verdad, nos es preciso proseguir en este asunto y confirmar lo que dejamos dicho. Para tenerlo por cierto, basta decir que no tenemos que notar en este Diario expresiones, agasajos, regalos, servicios, ni favor alguno considerable que se nos haya hecho a todos en común o a algunos en particular por el P. Rector, por la Comunidad o por algunos particulares. Si esto no es tratarnos con indiferencia y frialdad, si esto no es portarse con despego con nosotros y aun con desestima y desprecio ¿qué se ha de hacer para que así sea? En efecto, en cuanto yo sé y creo que se me oculta poco del asunto, sólo ha venido a visitarnos a los mesones en donde hemos visto tanta gente distinguida de los seculares, un jesuita italiano que se llama Ignacio Calzamilla, de quien oigo decir que ha estado varios años misionero en el levante, y así parece que aprendió fuera de Italia el agrado y buen modo con que nos trata. Este solamente se deja ver por aquí, nos saluda con agrado, nos informa de las cosas que deseamos saber, nos acompaña por las calles sin desdeñarse de nosotros ni creer que se deshonra por ir rodeado de cuatro, seis o doce jesuítas españoles y tiene muy particular gusto en llevar estos jovencitos a quienes trata con mucho cariño y ternura a ver las casas de la ciudad. Esto que hicieran los demás jesuítas del Colegio, ya unos ya otros, aunque en la realidad es bien poco para lo que debíamos esperar en las presentes circunstancias de nuestros hermanos, hubiera sido bastante para que nos diésemos por contentos y disimulásemos las otras faltas. Pero tan lejos de hacerlo así, aun yendo nosotros a su Colegio, apenas se dignan a saludarnos y hablar una palabra. Fuimos varios esta mañana a celebrar en nuestra iglesia y estando 805

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en la sacristía aguardando oportunidad para ello, vino algún otro de los de casa a decir misa y sin saludarnos, ni decirnos una palabra de excusa o con una inclinación de cabeza darnos a entender que sus ocupaciones no les permitían dilatar más la misa, lo que hubiéramos entendido fácilmente; con una grande majestad y gravedad se pusieron a revestir sin hacer caso alguno de nosotros. ¿Puede haber acción más rústica, más desatenta y descortés y más a las claras insultante y despreciativa de nosotros? He tenido después la curiosidad de averiguar si alguno había sido convidado a desayunarse por algún padre del Colegio y no he encontrado ninguno que haya recibido de ellos este favor. No los he extrañado mucho porque ya sabía que así lo habían hecho con los demás. Con todo eso no acabo de creer esta increíble sequedad de estos jesuítas; el P. Juan José Carrillo, maestro de Física y compañero mío, habiendo determinado ir con todos sus discípulos, entre los cuales hay varios de los que vinieron novicios, a decir misa a la iglesia de nuestro Colegio, dio orden para que no dispusiesen en la posada el desayuno. Dijo misa, dio comunión a los hermanos, dieron las gracias muy despacio y, viendo que nadie les hablaba una palabra, se volvió al mesón a desayunarse, bien asombrado de que habiendo ido a comulgar estos jóvenes, y tales jóvenes, a un Colegio de la Compañía no haya habido un Rector, un Ministro, un Procurador o un particular que les haya convidado a tomar siquiera un poco de fruta; especialmente que está muy fresco para no acordarse el mismo padre, y todos los demás, del empeño de los padres dominicos de Sestri para agasajar y llevar a desayunar a sus celdas a estos mismos jóvenes. Aún es más sensible y de mayor desprecio nuestro lo que pasó a nuestro P. Rector con el Superior de este Colegio. Fue el P. Rector, Lorenzo Uriarte, al frente de cuarenta jóvenes subditos suyos, y entre ellos todos los escolares que vinieron novicios, a visitar al P. Rector italiano ya que Su Reverencia no había tenido la atención, como debía, de venir a visitarnos a nosotros. Entró el P. Uriarte con todos aquellos jóvenes en el aposento del P. Rector y con todos ellos se puso a su obediencia. Fue bien corta la visita porque vista la seriedad y majestad del Rector italiano, muy fuera de propósito, teniendo delante 806

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de sí tantos jóvenes, con quien debía humanarse y a quienes debía hacer las más tiernas y más cariñosas expresiones, se despidieron bien presto. Salió el P. Rector del Colegio a la puerta de su aposento y, sin moverse de allí, les despidió, volviéndose a entrar en él y dejando a una comunidad tan respetable que fuese a buscar por sí misma si acertaba la puerta por donde había entrado. Los seculares mismos me han dicho que es un grande hombre este P. Rector y lo será todo lo que ellos quieran. Pero ciertamente le falta mucho para tener la atención y urbanidad que era razón con unos hermanos suyos extranjeros, desterrados de su patria y que están muy lejos de tener para con nosotros una conducta caritativa, agasajadora, activa y servicial, como es propio de un Superior de la Compañía en las circunstancias presentes. Al talle y del espíritu del Rector son sus discípulos. Nosotros por el cariño y ley a todas las cosas de la Compañía y más siendo este el primer Colegio que vemos después que perdimos los nuestros en España, vamos a él con más gusto y frecuencia que a otras partes y entramos a pasearnos y ver cosas por sus mismos tránsitos. Pasan por ellos los jesuitas italianos, nos ven por allí y se pasan adelante, sin que apenas haya uno que se detenga a saludarnos y mucho menos a conducirnos y enseñarnos el Colegio. ¿No es ésta una frialdad y desprecio sensibilísimo para nosotros y que apenas era imaginable que nos sucediese con jesuitas? Esta noche han venido algunos jóvenes contándonos que algún otro jesuita italiano se ha llegado a ellos en el Colegio y les ha hablado y todos los regalos, agasajos y atenciones que les han hecho se han reducido a tratarnos en la conversación a los españoles de ignorantes e insensatos y aun de mentecatos e ilusos. Y todo estos ¿por qué? Según se explican estos jóvenes, y es muy creíble, porque ellos saben un poco de Filosofía moderna y de la moda y suponen que nosotros la ignoramos del todo. Ligero pecado para una censura y un tratamiento tan insolente. Pero ¿por qué estos sapientísimos filósofos se van a hablar de estas cosas con unos jóvenes que no han estudiado más que quince días, dos meses y los que más un año en el desierto de Calvi, sin libros y sin comodidad alguna para el estudio? ¿Por qué no hablan de ellos con sus maestros y verían 807

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seguramente dos cosas: la una, que no eran del todo extranjeros en su predilecta Filosofía moderna o renovadora y, la otra, que en varios puntos sabían sostener los derechos de la antigua. Y acaso les sucedería a ellos lo que a uno de estos buenos sacerdotes, que nos acompañan y nos sirven, que se metió en esta materia. Delante de mí le puso uno de los maestros tres breves silogismos sobre la famosa disputa de las formas substanciales, que admite la antigua y niega la moderna Filosofía y con ellos quedó enteramente cortado y embarazado y no supo dar otra respuesta sino la siguiente: bien se conoce que es verdad lo que nos dicen nuestros maestros, que ustedes los españoles son muy cavilosos y sofísticos; sobre la cual no es ocasión esta de decir otra cosa sino que este nuevo honor y fineza tenemos que agradecer también a estos jesuitas italianos. Después de lo que acabamos de decir y de la poca atención, cortesía y urbanidad que han usado con nosotros estos jesuitas italianos, siendo así que todo ello no es más que negocio de palabras, claro está que no tenemos que maravillarnos que no hayan hecho en nuestro alivio, socorro y utilidad cosa alguna de tantas como pudiera haber ejecutado una caridad industriosa y activa. Bien está que siendo tantos y teniendo nuestra rentilla con que mantenernos, no nos den nada de lo suyo ni gasten con nosotros cosa alguna de monta. Pero qué les podía haber costado el disponernos hospedaje aunque fuera para setenta u ochenta en un tránsito del colegio con algunos aposentos y piezas comunes, poniendo en él las camas que tengan de sobra y otras que sería fácil buscar entre tantos efectos de la Compañía y otras personas piadosas; disponernos allí una comida religiosa y decente, que nos costase cuatro o cinco reales al día. Con esto, que no les costaba a estos padres más que alguna impertinencia, un poco de trabajo y fatiga, se lograban tres cosas de no poca importancia. Primera, evitar el escándalo que ciertamente se da a los seculares con la frialdad e inacción de los jesuitas italianos y darles por el contrario el buen ejemplo de la caridad y esmero en ayudar y servir a sus hermanos. Segunda, evitar la indecencia que siempre es alguna de estar en los mesones públicos, habiendo en la misma ciudad Colegio de la Compañía y el peligro que puede haber para alguno de tantos jóvenes no siendo posi808

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 ble que los Superiores puedan velar sobre todos como conviene en la presente situación. La tercera, el hacernos ahorrar a nosotros la mitad de lo que gastamos en los mesones, en donde nos llevan diez reales al día por sujeto. Muchas más cosas pudiéramos insinuar, que era fácil a estos padres hacer en beneficio nuestro no las hacen y contar también otros muchos casos particulares en prueba del poco o ningún aprecio que hemos merecido a estos jesuitas y de la frialdad e indiferencia con que nos tratan. Pero es asunto muy desapacible y que a nosotros mismos nos causa rubor y vergüenza, y así lo dejamos aquí, protestando por último, que a todos generalmente nos han disgustado más y tocado más en lo vivo este modo de tratarnos frío, indiferente y seco de los jesuitas de Italia, que los malos tratamientos de algunos españoles en los viajes, que las injusticias de los genoveses en Calvi y aún que los furores, tropelías y violencias de los franceses en muchas partes. Esta tarde ha llegado a esta ciudad una división de setenta y se compone de los colegios de Loyola, Avila y San Javier. No han perdido ni un día de camino, y así en sólo cinco días se han puesto desde Sestri a esta ciudad. A su partida aún no se sabía allí lo que nos sucedió en Borgo Taro, aunque sí los mozos de muías por medio de los cuales se les enviaron muchas cartas con este aviso, hubieran sido fieles y puntuales en entregárselas, ya parece que podían haberlo sabido; pero ellos tienen su interés en que nosotros hagamos el viaje por este camino; y siendo tan viles y no pudiendo menos de sospechar que en aquellas cartas les escribíamos lo que pasaba en Borgo Taro, es muy temible que aunque tuviesen tiempo, no las quisiesen entregar; y así les sucedió en Borgo Taro lo mismo que a nosotros dejando allí sus baúles y sus camas. Cuentan estos padres cien infamias y maldades de los mozos de muías, que sería cosa larga referir aquí. Una de ellas pudo tener consecuencias muy tristes para un hermano coadjutor y acaso las tendrá todavía. Se apeó de la caballería para caminar un poco a pie el hermano José Pedraza376. El mozo se le escapó con la 376. El H. Pedraza murió en Bolonia a finales de febrero de 1769, tenía 28 años y era natural de Oviedo. 809

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muía y le dejó abandonado. Perdió el miserable el camino y toda la noche anduvo por el campo entre mil peligros de ahogarse en varios arroyos, que habían tomado agua con tantas lluvias, y de precipitarse por algún monte o despeñadero. Al amanecer llegó finalmente a Várese, transido y pasado, lleno de lodo y sin zapatos, por haberlos perdido en los atolladeros y lodazales por donde había atravesado. Iban a marchar, cuando apareció este pobre en el mesón. Mandóle su P. Rector irse a la cama y estarse en aquel lugar hasta que se halle bien reparado y después podrá agregarse a algunos de los que vengan detrás y así se ha hecho. Al mismo tiempo que los de esta división, salió de Sestri el P. Pedro Calatayud con los que quedaron allá del Colegio de San Luis para acompañarle y servirle. Ya dos o tres veces se había puesto en camino, pero el mal tiempo le hizo volver atrás. Viene Su Reverencia todo el mal camino desde Sestri a Fornovo en silla de manos, traída por algunos hombres que se remudan en el trabajo. Y no hay otro modo de caminar en estos infames caminos con alguna comodidad y sin peligro, pues no creo que puedan venir por ellos ni aún literas como se usan en Galicia y en otros países montuosos de España. Harto ha sentido su humilde espíritu esta distinción y singularidad que se ha usado con Su Reverencia, pero no ha tenido arbitrio para evitarla. El P. Idiáquez, por un lado, es un Superior y se lo ha mandado así, y por otro, no repara nada en gastos por graves que sean por conservar los preciosos días de este venerable anciano. Se ha detenido en Borgo Taro, y no dudo, según los deseos que tenían de verle en aquel lugar, que las personas principales de él le hayan obligado a ello, para satisfacer la piedad y devoción que mostraban para con este santo padre. Día 3 de noviembre Esta mañana a buena hora marcharon treinta y nueve de mi división, y todos del Colegio de Santiago, y hemos quedado aquí veintiuno. También está aquí con nosotros un padre indiano que, habiéndose quedado enfermo en Borgo Taro, restablecido de sus males sigue su camino en busca de su Provin810

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cia. Este padre nos ha contado que habiendo dicho al español que estaba Comisionado en el mesón de San Lázaro, cerca de Parma, que no había recibido ni la pensión, ni el socorro de España para el viaje y que se hallaba sin dinero, al instante sobre su palabra le dio siete pesos duros, diciéndole que aquello era para limosna, que de orden de Su Alteza se hacía a los necesitados. Y efectivamente he oído, aunque sólo en confuso, que a los padres indianos, que pasaron por Parma con mucha necesidad y pobreza, se les había dado una buena limosna por el duque de Parma. Nosotros hemos pasado el día divirtiéndonos en ver cosas de la ciudad; y esta mañana nos sucedió un lance muy tierno en un convento de monjas benitas llamadas de San Próspero, que contaremos en pocas palabras. Estaba yo en su iglesia con trece jóvenes escolares y habiendo logrado una religiosa hablar a uno de ellos, que había salido fuera, le rogó e importunó a que nos hiciese ir a todos a la puerta reglar y, por no parecer descorteses, nos fue preciso darle este gusto. En un momento bajaron a la dicha puerta muchas religiosas y yo creo que serían todas las de convento. Estuvimos un gran rato en conversación con ellas y, por su parte, según el gusto que mostraban nos hubiéramos estado todo el día. No es posible explicar la piadosa curiosidad, el cariño, agrado, devoción y aun lágrimas con que nos preguntaron mil cosas sobre nuestro destierro, viajes y demás sucesos y con que oían lo que les respondíamos nosotros. Sobre todo las llenaba de una increíble ternura ver tantos jovencitos de tan pocos años, apartados de sus padres y familias para siempre, desterrados de su patria y con tantos trabajos y, en medio de eso, tan alegres y contentos y sin pesadumbre alguna. Ellas, por su parte, dijeron mil cosas en elogio nuestro y de todos los demás jesuitas desterrados, llamándonos apóstoles, santos y otras cosas semejantes que les inspiraba su piedad, su ternura y devoción. Por fin fue preciso despedirnos y entonces, de repente, se pusieron todas de rodillas, pidiéndonos que les diésemos el consuelo de echarles nuestra bendición. Yo era entre todos el único sacerdote y ya con algunas razones serias, ya también con festividad, prometiéndoles venir a echarles mil bendiciones después que me hiciesen Obispo, procuré 811

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excusarme y hacer que se levantasen. Pero todo fue inútil y fue necesario darles este consuelo, echándoles la bendición con la cual quedaron muy satisfechas, enternecidas y las más de ellas con las lágrimas en los ojos. Después de comer, ya bien entrada la tarde, llegó a esta ciudad el P. Pedro Calatayud con los que vienen en su compañía. Luego que corrió la voz de su arribo acudió mucha gente de la principal al mesón para verle y venerarle. Protesto ingenuamente que ni sé, ni aún conjeturo, cómo tienen en este país tanta noticia de este santo padre. Pero no hay duda que de cualquier modo que les haya venido, es manifiestamente una particular providencia del cielo, que quiere honrar la virtud y santidad heroica de este celosísimo misionero y Apóstol de la España, al mismo tiempo que su patria le infama, le persigue y le destierra como a revoltoso y alborotador de los pueblos. Y entrada la noche, me han asegurado que ha llegado también el Colegio del Espíritu Santo, que puede ser como de veinte a veinticinco sujetos. Nada sé de su viaje, ni de la causa por que viene solo y no con otros formando una división de setenta, según el plan entablado. Antes de marchar diremos una palabrita de Reggio. Es una ciudad de mediana grandeza rodeada de muralla bastante fuerte y, dentro de su recinto, tiene un castillo o fortaleza en la cual hay un palacio y en él vive al presente la princesa de Massa Carrara, mujer del príncipe de Módena, del cual está apartada o divorciada. Sus calles son buenas, anchas, llanas, limpias y de casas muy decentes. Los templos a una mano son hermosos y el mejor de todos, y de fábrica muy singular, es el de los padres servitas o Siervos de María. Es de figura ovalada en el centro con cuatro naves o puntas, y en el remate o rincón de cada una de ellas, menos en la que está la puerta, hay un magnífico altar. Hay en esta ciudad tres calles de judíos, lo que sucede en otras muchas ciudades de Italia, pero para mí es cosa nueva y que hasta aquí no había visto jamás, y en las dichas calles hay sus puertas que se cierran por la noche. Los judíos, según dicen aquí, son los principales y más ricos mercaderes y comerciantes de la ciudad. No sólo entré en sus calles que son las únicas que hay puercas, sucias y hediondas de toda la ciu812

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dad, sino también en sus oficios piadosos, en lo cual no hay aquí reparo ninguno y las mismas gentes del país fueron las que nos llevaron allá. Estaban en ella varios judíos embozados y con los sombreros puestos, y por lo mismo nos avisaron a nosotros que nos quitásemos los sombreros y así lo hicimos para no parecer que éramos judíos. Cantaban, a lo que sonaba, algunos salmos, pero de un modo tan desconcertado y desentonado, con tan poca devoción y compostura, que más parecía una escuela de niños que vocean sin concierto alguno que una función seria de religión. La sinagoga es una sala cuadrada no grande, como de veinte a treinta pies, tiene buenas arañas, asientos todo alrededor y está bastante limpia y aseada. De nuestro Colegio, por ser el primero que encontramos después que salimos de España, diremos también una palabrita, más por lo que hemos oído a otros que por lo que nosotros hemos visto de él, pues disgustado de la ninguna cortesía y urbanidad de estos padres, sólo hemos entrado en el aposento de uno que nos buscó para que le sirviésemos en una cosa harto soez y ridicula de su parte, en la cual, aunque lo merecía, tampoco con todo eso lo servimos a su gusto. Tiene pues este Colegio una iglesia capaz, hermosa y muy aseada, la cual está a un lado de la calle separada del Colegio. Al otro lado de la calle y enfrente está la habitación, desde la cual tienen comunicación subterránea con la iglesia. Los tránsitos, las piezas comunes y los aposentos todos son cosa buena, aseada y proporcionada. Al presente viven en él como de veintiséis a veintiocho sujetos, cuatro de los cuales son de los que salieron desterrados de Parma. Pero a lo que parece pudieran vivir en él muchos más. Y esto mismo hace menos excusables a estos jesuitas en no habernos dispuesto, según antes insinuamos, hospedaje en un rincón de su Colegio.

Día 4 de noviembre Muy temprano fuimos a decir misa a nuestro Colegio, y a buena hora nos pusimos en camino los veintiuno y todos del Colegio de Santiago. El carruaje es también de ruedas, pero no tan bueno como el que trajimos desde Fornovo, pues van en él 813

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algunos calesines abiertos enteramente y con sólo un caballo, sobre el cual van las varas de la calera. En ella van los sujetos descubiertos enteramente al aire, al agua y al sol y a los demás temporales que vengan. Con todo eso cuesta por persona, con poca diferencia, lo mismo que nos costó desde Fornovo. El camino es tan llano como el de Parma y la tierra se deja ver bien cultivada y al mismo modo que dijimos de la otra. Como a ocho o diez millas encontramos una pequeña aldea llamada Rubiera de Módena en donde mudaron algún otro coche y varios caballos, en lo que se gastó una media hora, y hecha esta diligencia proseguimos nuestro camino y como a eso del mediodía llegamos a la Corte de Módena, en donde fuimos a parar a un mesón magnífico y soberbio, y que es en la realidad un buen palacio. Aquí encontramos ya noticias y aun disposiciones del P. Provincial en orden a nuestro establecimiento en el Estado Eclesiástico. El Colegio de San Luis marcha ya todo entero a un palacio en el campo, que está a la raya del dominio de la Iglesia y en él se halla también en el día el P. Provincial. Está muy cerca de esta ciudad y de él ha venido hoy aquí un coadjutor a comprar telas para hacer jergones, y parece que no ha dicho otra cosa de monta, de las cuales se servirán mientras que se proveen de otras. También llegó ayer aviso del P. Provincial de tener señalado para el Colegio de Santiago otro palacio en la campiña, como a unas cuatro leguas de aquí. Y en vista de este orden marchó esta mañana nuestro P. Rector llevando consigo otros tres sujetos para reconocer y disponer dicho palacio, dejando aquí orden de que nos estemos quietos hasta recibir aviso suyo de que marchemos. Se nos ha dado bien de comer, pero nos cuesta diez reales al día por persona, como nos ha sucedido desde Fornovo, lo que no es en la realidad mucho para el trato que se da, aunque para quien tiene tan poca renta como nosotros es una cosa exorbitante. La tarde la hemos gastado en ver algunas cosas de esta Corte, y andando por sus calles nos miran y contemplan las gentes con la misma curiosidad, asombro y compasión que en otras partes. La ciudad parece un poco mayor que Reggio, pero está mucho más vieja y menos hermosa que ella. Esto se 814

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entiende a excepción de la calle principal, que es cosa verdaderamente magnífica y que sorprende. Es bien larga, aunque no del todo derecha, muy ancha, y a uno y otro lado de ella todas son casas muy hermosas, nuevas o por lo menos renovadas y hermoseadas hacia fuera. Es ciudad bien murada y tiene antes de entrar dentro, al mismo camino que trae desde Reggio, una cindadela capaz y a lo que parece bastante fuerte. Tiene también un canal navegable, por el cual, a lo que dicen, se puede ir sin interrupción o con muy poca hasta el mar Adriático. Vive en esta Corte el príncipe heredero que, como dijimos, está casado con la princesa de Massa Carrara, aunque está apartado de ella. Su padre el duque vive en Milán, en donde es Gobernador de aquel Estado por la Emperatriz de Alemania. El palacio ducal es cosa buena y digna de un príncipe, especialmente si se llega a acabar una ala de él, que está imperfecta. La librería no me ha parecido muy grande para un príncipe pero atendida su capacidad está copiosamente provista de libros y con mucho aseo y curiosidad. Tanto o más que la librería, me ha gustado la armería que hay en el mismo palacio. No será extraño que haya en ella fusiles para armar veinte o treinta mil hombres, y todos están colocados con tan bello orden y con tanta simetría, y están tan limpios y brillantes que hacen una vista muy hermosa y que da mucho golpe. Hay también en ella, además de muchas armaduras y armas a la antigua, mil cosas curiosas como cañoncitos de plata, pistolas pequeñitas de oro, dagas y puñales con los puños guarnecidos de pedrería, etc. A la entrada misma de la armería hay una culebrina que a mí, que he visto poco de estas cosas de guerra, no ha dejado de darme golpe. Es larga como unas cinco varas castellanas, con exquisitas molduras y a lo que parece es capaz de bala por lo menos de veinticuatro. Tienen en esta Corte Colegio los jesuítas pero no le he visto, ni tampoco he tenido empeño en informarme de los que han estado en él, y así no puedo decir si es grande o pequeño, bueno o malo. De los jesuítas que le viven, me aseguran los que vinieron delante de mí, que muestran la misma indiferencia, frescura y frialdad con nosotros que los de Reggio, y con esto está dicho bastante. Pero conviene que aprendamos de 815

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ellos mismos, ya que no nos hagan ningún otro bien, a no acalorarnos ni desazonarnos con peligro de que se nos pudra la sangre y de perder el buen humor y alegría que el cielo nos ha concedido en medio de nuestros trabajos. Si ellos saben estar frescos y tranquilos en nuestra opresión y miseria no es razón que su indiferencia e insensibilidad, aunque nos disguste y escandalice y sea cosa tan contraria y repugnante a nuestro modo de pensar, nos quite nuestra paz y alegría, entrando tan a menudo en el empeño de hablar de este asunto tan desagradable y enfadoso. Y así nos contentaremos en esta materia de jesuitas con decirc y más por divertirnos que por otra cosa, lo que nos pasó en la librería del duque, de la cual son bibliotecarios. Los que estuvieron por la mañana en dicha librería me habían contado que habían visto en ella un jesuíta que les había dado mucha materia de reírse, de admirarse y aun de enfadarse. Entraron en la biblioteca y anduvieron por ella de una parte a otra viéndolo todo y observando lo que les parecía más curioso y digno de observación. Entretanto un jesuíta italiano que estaba sentado en su silla y arrimado a una mesa en aire de hombre que leía y meditaba profundamente, se estuvo quieto e inmoble sin hablarlos ni saludarles, y si no hubiera sido la casualidad de haber entrado en la librería antes que ellos saliesen, un oficialito de la tropa, a cuya vista se levantó al momento y se derritió en cariños, en finezas y expresiones, casi se hubieran persuadido que era un jesuíta de leño, de estuco o de mármol, puesto allí para guardar la librería en calidad de espantajo. Con esta relación fui yo esta tarde con increíble curiosidad de ver un hombre tan prodigioso, y puntualmente luego que entré en ella le vi muy gordo y reverendo en la misma postura en que me le habían pintado. Anduvimos por toda la librería bastante tiempo y nuestro jesuíta o nuestra estatua, fijo, firme e inmoble. Nos llegamos a la misma mesa en que estaba y yo me acerqué tanto a él que vi que eran unos papeles en lengua griega en los que estaba leyendo. Y este hombre portentoso, rodeado de más de veinte españoles jesuitas y hermanos suyos, se estuvo en aire de estático y arrebatado en su 816

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 lectura, sin hablarnos una palabra, sin mirarnos y aun sin pestañear. ¡Qué estupidez, qué rusticidad y qué insolencia! Casi me iba a enfadar olvidándome del propósito que acabo de hacer. Nosotros nos apartamos de allí riéndonos desapoderadamente y sin podernos contener, y él por ventura quedaría muy satisfecho y persuadido de que los españoles vamos asombrados de la extraordinaria erudición y sabiduría suya, viéndole que estaba leyendo en una lengua que nosotros, a su parecer, no conoceremos los caracteres. Pero, puntualmente entre los que estábamos allí, no había ni uno siquiera que no entendiese alguna cosa de la lengua griega y había más de uno que pudiera ser su maestro, aunque la entendiese medianamente. Según he podido averiguar este desatentísimo jesuíta es el tercer bibliotecario del duque y, aunque he oído también su nombre, no me he quedado con él. Al salir de la biblioteca encontramos otro jesuita que parece es el segundo bibliotecario y que se llama Troilli. Este al fin nos saludó y nos mostró algunas curiosidades de la librería, de lo cual quedamos muy agradecidos. Al anochecer nos volvimos al mesón y nos juntamos a consulta los sacerdotes, que somos diez, para deliberar si no obstante el orden del P. Rector de que aguardásemos aquí su aviso, sería más conveniente marcharnos desde luego todos. Por una parte, el orden mismo del Superior y un tropel de dificultades e incomodidades que se presentaban luego a la vista, habiendo de entrar de repente sesenta hombres en una casa desprovista de todo377, y en un desierto sin llevar consigo ni un puchero para poner una olla y ni un miserable colchón en que tirarse por las noches a descansar un rato, persuadían y casi obligaban a estarnos quietos, especialmente hallándonos en una posada buena, con cama decente y en una ciudad en que podíamos pasar divertidos algunos días. Por otra parte nos movía a emprender el viaje al momento el estar gastando aquí, 377. En enero de 1769 seguían conviviendo en Bianchini sesenta y dos expulsos; como la situación se hizo insostenible en agosto pasaron algunos a la casa Fontanelli de Bolonia, entre ellos el P. Luengo, mientras que otros encontraron una casa nueva, también en la ciudad, a la que se mudaron en febrero de 1770. 817

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por día y por persona diez reales, y más que según los sujetos que había llevado consigo el P. Rector, de los cuales ninguno entiende cosa particular de la lengua del país, ni son los más a propósito para el asunto, es preciso que vaya muy despacio la disposición de la casa y vendremos a gastar aquí tanto que después no tendremos con qué comer en adelante. ¿Y qué vendrán a ser los trabajos que nos esperan, si nos vamos desde luego a nuestra casa? Dormir algunos días vestidos y en el suelo; pero esto ya no nos causa miedo, después de haber dormido de esta manera tres semanas seguidas en los navios. ¿Mala y escasa comida?, pero no es posible que sea tan mala y tan escasa como la que tuvimos algunas veces en la navegación y muchas en el presidio de Calvi. Fuera de que metidos todos en nuestra casa, en un día adelantaremos más las disposiciones de ella que en un mes los que han ido adelante. En esta substancia se ha tratado este punto y todos de común acuerdo fuimos del parecer que marchásemos al instante, seguros por otro lado de que informado el P. Rector del modo con que se había tratado y resuelto este negocio, no llevaría a mal que no cumpliésemos con su orden. Al momento pues se envió aviso al H. Ferdinando, que es un coadjutor italiano a quien no he visto, el cual nos sirve en algunas cosas para que nos prepare el carruaje para mañana a buena hora. Día 5 de noviembre Madrugamos muchos yo y algún otro fuimos a nuestro Colegio a decir misa. Aún era de noche cuando volvimos a la posada y sólo puedo decir que la iglesia me pareció buena y capaz. Salimos de Módena como a las ocho de la mañana todos los del Colegio de Santiago en número de cincuenta y ocho. El carruaje es muy parecido al que trajimos de Reggio: coches, calesas y algunos calesines abiertos y con un solo caballo, y el precio es también el mismo. Como a dos o tres millas de Módena pasamos sobre barcas el río Panaro, pusimos los pies en los Estados del Sumo Pontífice. Y aquí no hubo ninguno a quien no se le excitasen mil afectos de ternura y devoción, de gozo y de consuelo. Al fin, después de tantos peligros y mise818

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rías hemos llegado a los dominios del Papa, padre común de todos los fieles y como esperamos con alguna especialidad nuestro, y en donde nuestros perseguidores nos dejarán vivir tranquilamente a nuestro modo y morir en el mismo tenor de vida si así lo dispusiese el cielo. Estos fueron los sentimientos de todos al empezar a pisar la tierra del Estado Eclesiástico. Al mismo entrar en él a mano izquierda del camino en poca distancia se ve una ciudadela buena al parecer, que se llama Fuerte Urbano por haberla fabricado un Papa de este nombre. A pocos pasos más adelante se encuentra un pequeño lugar, llamado Castelfranco, que no es otra cosa que una corta cera de casas a un lado y otro del camino con su parroquia y un pequeño convento. No paramos aquí, sino que sin detenernos pasamos a hacer mediodía a un mesón en la campiña, como a tres millas de dicho lugar, llamado a lo que me suena en la boca de estas gentes La Samocha. Encontramos aquí al H. Luis Martínez378, que es uno de los cuatro que acompañan al P. Rector, el cual iba a Módena a dar aviso de que podían ponerse en camino algunos por haber encontrado en nuestra casa algunas camas. Comimos todos juntos una comida decente pagando una peseta por persona como otras veces. Y con el deseo de llegar cuanto antes a nuestra casa, salimos inmediatamente después de comer. Como a una milla después que empezamos a caminar, dejamos el camino de travesía, el cual, después de haber caminado por él y por un prado como de dos a tres millas nos sacó a otro camino real que va desde Bolonia a Mantua y enfrente de una casa de campo que, según nos dicen los caleseros, es de un señor Zambeccari, Ministro de la Corte de España379. Desde aquí tomando un camino real, como quien quiere ir a Bolonia, a una corta milla encontramos nuestra casa a mano izquierda del camino y tan cerca de él que sólo hay en medio un prado de cuarenta a cincuenta pasos. 378. El H. Martínez había nacido en Valladolid el 21 de junio de 1740 y murió en Bolonia el 23 de abril de 1794. 379. Precisamente esa residencia del representante en Bolonia de la corte de Madrid, frente a la que pasaban los jesuítas españoles, fue residencia del papa Pío VI en 1782, cuando se dirigía a la corte de José II en Viena. 819

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Yo llegué el primero de todos y a mí vista se sorprendió nuestro Rector y mucho más cuando le dije que detrás de mí venían todos los demás, pero informado de la manera con que se había tomado aquella resolución, se dio fácilmente por contento, aunque tenía el disgusto de no tener dispuesta cosa alguna para cenar, pues no esperaba en el día a ninguno. En el resto de la tarde fueron llegando todos los demás y tenemos el no pequeño consuelo de haber llegado al término de nuestro viaje todos los sujetos del Colegio de Santiago sanos y buenos, y sin desgracia alguna considerable después de tantos trabajos y miserias, de tantas violencias y opresiones y de no pequeños peligros en la mar y mucho mayores en tierra, en lo cual no podemos menos de reconocer una muy particular protección del cielo que ha cuidado de nosotros y mostrar por un beneficio tan grande todo el agradecimiento que nos es posible. El tiempo que ha sobrado se ha gastado en deshacer maletillas, lo que se hace en el día con mucho gusto, pues al fin hemos acabado ya de liar y desliar y nos hallamos en nuestra casa. En frente de esta nuestra casa del otro lado del camino hay algunas casas y entre ellas un mesón. Luego que empezamos a llegar se le dio orden al mesonero para que dispusiese cena y pensase también en la comida del día de mañana para sesenta y dos personas. No está este mesón, a lo que parece, tan bien provisto como los que hemos hallado regularmente desde Fornovo hasta La Samocha, en los cuales, aun llegando al mediodía, en poco tiempo disponían una buena comida para todos, por la que se pagaba peseta por persona. Luego que entró la noche fuimos de comunidad al mesón y tomamos nuestra cena, que se redujo a unas malas sopas, un huevo por sujeto y una rebanadilla de queso que, aunque miserable, es más de lo que esperábamos, viniendo preparados y resueltos a todo. Por esta miserable cena nos ha llevado el mesonero a tres reales por persona, que es una cosa muy exorbitante según se paga en otros mesones. Vueltos del mesón a la casa se trató de disponer las cosas para dormir. Hay en este palacio cinco buenas camas, cada una con dos colchones y un jergón, las cuales nos las ha franqueado un capellán que vive en unos cuartos pegados a esta casa y hace de administrador de estas cosas; se ha 820

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alquilado también una cama a un cirujano que vive en una de las casas de enfrente. Divididas estas seis camas en diecisiete, que otras tantas son las piezas de que se componen, echándonos dos en cada colchón y jergón, nos hemos acomodado treinta y cuatro. Los treinta que restan no tienen otro remedio que acomodarse en el suelo con su manteo y una manta, aunque algún otro hay a quien le falta el manteo y habiendo contado las mantas que han venido, no tocamos a una por sujeto, de lo cual tiene la culpa el furiosillo francés Comisionado en Borgo Taro que nos interrumpió violentamente, como antes se dijo, la disposición de nuestras maletillas. Día 6 de noviembre Todo el mundo está contento y alegre, y con el gusto de hallarnos ya en nuestra casa nadie se queja de que haya dormido mal, no obstante que ninguno o muy raro se ha podido desnudar y todos hemos tenido malísima cama. Tiene este palacio una capilla muy hermosa, muy aseada y muy bella y tan capaz que pudiera ser una iglesia proporcionada de religiosas. Tiene tres altares y se podrán poner más si hubiese necesidad, y todos ellos están provistos de todas las cosas necesarias, menos de cáliz para el tercero, pero es poco inconveniente porque le tenemos nosotros. Todo nos lo ha franqueado el capellán de que antes hablamos, iglesia, sacristía, cálices y ornamentos. Y así hemos podido decir misa hoy todos los sacerdotes y con poco trabajo, diciendo misa a un mismo tiempo en los tres altares. Hay comunicación interior de la casa con la capilla y aun hay dos tribunas en la habitación alta. Es una conveniencia muy grande y de que nos hemos alegrado muchísimo, el tener tan a mano una capilla tan capaz en la que podremos decir misa todos diariamente y juntarse en ella para todas las acciones de comunidad. De la casa hablaremos después de haber registrado bien sus rincones. Pero desde luego podemos decir que hemos encontrado en ella muchas más cosas de las que esperábamos. Las paredes están llenas por todas partes de pinturas y de mapas; y aunque esto nada nos ahorra y sin ello nos pudiéramos pasar, y efectivamente nos pasáramos si no lo 821

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encontráramos en la casa, sirve no obstante para el aseo y adorno y aun para el recreo y diversión. Lo que más nos hace al caso es que está también la casa llena de mesas, sillas, taburetes, escritorios y otras muchas cosas como éstas, y así no tendremos que gastar en lo que es propiamente ajuar y adorno de la casa, que es una ventaja muy grande, pero tendremos que pagar los daños que padeciesen estas cosas, como es mucha razón y así recibirá todo por inventario. Esta mañana marchó a Bolonia nuestro Procurador el P. Martín Ostíz380, y va en calesín abierto, como los muchos que hemos traído en el camino y aquí llaman carrozín. Marchó también el H. Manuel Barrio381 con un borriquito a un lugar que está al lado opuesto de Bolonia y se llama Castel San Giovanni, esto es Castillo de San Juan382. Uno y otro van a tomar lengua y comprar y traer las cosas que puedan para irnos proveyendo de tantas como necesitaremos. Por estar lloviendo al tiempo de comer, se hizo traer del mesón a la casa la comida con las cosas precisamente necesarias para tomarla. Ha sido la comida a nuestro modo religioso, porque así se le encargó al mesonero, y lo mismo será la cena y con todo eso nos lleva por las dos a seis reales por sujeto. Por la tarde volvió el H. Barrio con su borriquillo cargado de platos, ollas y pucheros de barro y una buena pieza de estopa o lona para empezar a hacer jergones. No ha vuelto de Bolonia el Procurador y no es extraño, así por estar más lejos, pues hay seis o siete millas, como por haber estado lloviendo la mayor parte del día. Por lo que toca a las camas nada hay que decir, pues nada absolutamente se ha adelantado en este particular. 380. El P. Ostíz era natural de Ártica, Navarra. En 1808 fue retenido en Bolonia, tras negarse a jurar fidelidad a José Bonaparte y salió detenido hacia Mantua, en diciembre de ese año, moriría en prisión un años más tarde. Había sido traductor de las Disertaciones Ecesiásticas del P. Lazan. 381. Manuel Barrio vivió en Bolonia hasta 1773, después de la extinción de la Compañía se estableció en la Romagna. Era natural de Valladolid, donde había nacido el 28 de diciembre de 1724. Murió en Pesaro en mayo de 1776. 382. Nota del autor: «El nombre de castel más parece que equivale en español al de aldea o lugar que al de Castillo». 822

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Día 7 de noviembre Hoy no se han podido decir sino muy pocas misas, porque no se previo ni remedió en tiempo la falta de hostias y en la hora misma no era posible encontrarlas, teniendo que ir muy lejos por ellas. No se piensa ni se trabaja en otra cosa que en ir disponiendo esta casa en que hemos de vivir de asiento, hasta que el Señor disponga otra cosa. En el día hemos dado un buen paso adelante. Hemos puesto ya olla en casa y la hemos comido a nuestro modo, aunque faltan muchas cosas para hacer esta función con la decencia conveniente, y otras se han tomado alquiladas del mesón, pero va mucho en esto y se debe pasar por todo porque, corriendo por nuestra cuenta la comida se gasta la mitad de lo que gastaríamos si nos diera de comer el mesonero. Se han hecho también trece jergones y más se hubieran hecho en el día si hubiera habido más tela, porque todos echamos mano al trabajo y todos saben hacer una costura buena o mala. Otros han andado por los caseríos que están por aquí alrededor, en los cuales viven los que cultivan la tierra que aquí llaman contadinos para buscar paja para los jergones. No han encontrado mucha y de esa no se ha podido traer una buena parte por estar lloviendo. Pero al fin han venido algunos costales y se han llenado algunos jergones que empezarán en el día a servir. Ha vuelto hoy de Bolonia el P. Procurador y en su calesín o carrozín ha traído alguna loza y otras varias cosillas, con las cuales y con las que ha traído en su borriquillo de San Juan el H. Barrio, a donde ha ido y vuelto hoy también, se van ordenando y componiendo algo las cosas. Pero ya se ve que falta mucho porque es increíble lo que se necesita para proveer una sacristía de todo lo necesario, como es preciso hacerlo, pues aunque nos han franqueado todo lo que hay en ella esto solamente es mientras nos proveemos nosotros una cocina, un refectorio y después la habitación para más de sesenta hombres. Y qué sería si no hubiésemos encontrado en la casa tantos ajuares y tantas cosas que nos son muy útiles. Ha averiguado el Procurador en Bolonia que la casa nos cuesta al año ochenta pesos duros y, habiéndonos parecido cosa muy cara, ha dicho 823

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que nos podemos dar por contentos según el precio que se paga por otras, por ejemplo por la casa o palacio en que está el Colegio de San Luis, se pagan doscientos cuarenta pesos duros. Cosa al parecer carísima y exorbitadísima. Ha visto cerca de Bolonia a los tres de nuestra Provincia y uno de Filipinas que vinieron delante de nosotros, habiendo partido desde el puerto de Genova como se notó por aquél tiempo. Día 8 de noviembre El día se ha pasado como los antecedentes, trabajando y afanando unos en esto y otros en aquello para ir ordenando y disponiendo las cosas a nuestro modo. La ocupación mayor del día ha sido la fábrica de jergones que, habiendo ya bastante lona, hoy se ha tomado con empeño. Estábamos en una pieza grande de todas clases de gentes, viejos y jóvenes, maestros, sacerdotes, escolares y coadjutores. El hermano ropero corta e iguala los jergones y hace las demás cosas propias del maestro en el oficio; todos los demás hacíamos de oficiales y con nuestras agujas gordas cosíamos del mejor modo que nos era posible. Y de este modo se han hecho en el día más de treinta jergones. Pero la lástima es que se encuentra poca paja para llenarlos y aún de esa poca no se puede traer toda a la casa, porque apenas se corta la lluvia. Quién nos diría, dos años ha, que si habíamos de tener un jergoncillo en que echarnos, sería preciso coserle con nuestras propias manos. En medio de tanto afán, de tantos trabajillos y miserias, hay salud y no hay en cama ni uno siquiera; se vive con gusto, con paz, con alegría y sin pesadumbre alguna. Alguna cosa más se ha adelantado en cuanto a la comida que en cuanto a la cama. En el día se ha comido ya decentemente a nuestro modo, y el refectorio y cocina se ven medianamente provistos de las cosas necesarias. Los víveres necesarios para nosotros se encuentran fácilmente en el país y no son malos a excepción del vino que parece agua y no tiene fuerza ni vigor alguno, pero son bastante caros, y así muchos hablan muy melancólicamente creyendo que no nos puede alcanzar la pensión para vivir en este país. Pero en la realidad no es tiem824

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po todavía de formar con acierto este juicio, requiriendo para esto el estar bien informados de las cosas de esta tierra, pues de otro modo es muy fácil que nos engañen y vendan muchos géneros a un precio más subido del regular. El haber dejado nuestros baúles en Borgo Taro es causa de que se nos haya acabado el chocolate del todo; lo que para algunos, acostumbrados veinte, treinta o más años a este desayuno, no deja de ser trabajo; y especialmente causa mucha compasión a todos el pobre padre Rector, que ha muchos años que casi no come otra cosa de sustancia en todo el día, que una buena jicara de chocolate por la mañana, y se ve precisado, como los demás, a tomar cuatro cucharadas de sopa en el refectorio. Se hacen muchas diligencias para proveernos de este género tan necesario para nosotros, pero hasta ahora no se ha descubierto la manera de lograrlo. Día 11 de noviembre Estos tres días se han pasado como los antecedentes trabajando en disponer las cosas de la casa, aunque ya sin tanto afán; se ha proseguido haciendo jergones y en el día ya tenemos todos nuestro jergoncillo, y se puede decir que están provistas a nuestro modo las piezas comunes; y si tuviéramos a mano materiales para hacer un colchoncillo y madera para las tarimas, con cuatro cuchillos viejos, según está la gente aplicada a estos trabajos, y los talentos y habilidad que se van descubriendo con la necesidad y ejercicio, en pocos días tendríamos todos nuestra cama decente con su tarima, jergón y colchón; pero en estas cosas no piensan por ahora los que han de dar providencias sobre ellas, y así nos habremos de contentar con nuestro jergoncillo tirado en el suelo. La lástima es que para lograr esto todos nos hace mucha falta una buena porción de paja. Se ha buscado con empeño paja de maíz que es mucho mejor y casi era necesaria mientras no haya colchón. Aún de la de trigo se ha encontrado con escasez, aunque han andado por los caseríos vecinos muchos hermanos. Pero al fin, esta tarde, vino un hermano con la noticia de que había ajustado un carro de paja, que no venía hoy 825

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por la lluvia, quedando encargados los que han venido de traerlo luego que deje de llover. Como ven nuestra necesidad, nos llevan a un precio exorbitante por la paja, y lo mismo sucede con las casas y las demás cosas que necesitamos comprar. En esta crueldad e injusticia, robándonos cuanto pueden en todos los países por donde hemos andado, han sido iguales. Día 12 de noviembre Se desea mucho que llegue el carro de paja que se espera, porque luego que llegue, aunque con la miseria y pobreza que se puede entender por lo dicho, nos consideramos ya establecidos y en estado de empezar con la distribución religiosa, como si estuviéramos en nuestros colegios, con los mismos ejercicios y ocupaciones, en cuanto permite la situación presente y aplicándose cada uno a su oficio. En efecto, hoy hemos andado registrando la casa con mucho cuidado y atención para ver cómo nos hemos de repartir en ella; pues hasta ahora cada uno ha estado en el rincón que cogió la primera noche, colocándose, como es razón, donde más convenga: los Superiores, los maestros, los discípulos, etc. Y para ver qué puertas y comunicaciones se han de cerrar y cuáles han de dejar abiertas y libres. Y el juicio que he formado de este exacto registro es que estaremos con mucha incomodidad y muy estrechos. Al mismo anochecer de este día llegó finalmente el deseado carro de paja. Acudimos al momento a la diligencia de llenar jergones y en poco tiempo ejecutamos esta operación no muy pequeña, pues era un carro de más de sesenta arrobas de paja. Y todos, sin faltar uno, tienen ya su jergoncillo para dormir esta noche. Día 13 de noviembre Día del glorioso San Estanislao de Kostka. Ha habido esta mañana comunión de comunidad como se debe suponer; pero es cosa particular de que, siendo tantos los hermanos escolares y coadjutores, se haya hecho esta función con tanta decencia, buen orden y concierto como si estuviéramos en nuestros colegios de España; lo cual principalmente se debe a la hermosa iglesia que por fortuna nos ha tocado, a lo bien provista que es826

D I A R I O D E L A Ñ O 1768 tá la sacristía de cosas, y a la franqueza que se nos ha dado de usar de todas ellas mientras nos proveemos de otras. A excepción del segundo día, por haber faltado las hostias, diariamente decimos todos misa y con sosiego y comodidad, empezando a decirlas muy temprano; y así, aunque en cada uno de los altares se digan cuatro o cinco, todavía se acaba a buena hora. Asiste a nuestras misas mucha gente de los caseríos cercanos, y hoy que se ha celebrado la fiesta del santo cantando una misa a lo último de la mañana, se llenó la iglesia del todo y no sólo de la gente del trabajo, que es la que vive en los dichos caseríos, sino también de varios señores y señoras que aún se conservan en varios palacios de campo, como esta nuestra casa, que están en estas cercanías. La música no fue ciertamente gran cosa porque no hay ni uno siquiera de los que compusieron la famosa capilla de Calvi, con todo eso parece que la gente salía contenta y gustosa, ya que no por la armonía de la música, a lo menos por la piedad, devoción, compostura y gravedad que pudieron observar en todas las cosas. Ya es tiempo que digamos una palabra de esta nuestra casa o palacio. Se llama Bianchini, que es el apellido de la familia que la posee. Está, como hemos dicho otras veces, a seis o siete millas de Bolonia y cuatro de Castel San Juan, sobre el camino que va de una parte a otra y que es el camino de Bolonia para Mantua383. Enfrente al otro lado del camino, hay unas cuatro o cinco casas en las cuales hay un mesón, vive un cirujano y algún otro oficial para servicio de la gente trabajadora 383. Fue rector de esta casa Ignacio Ossorio, sustituyéndole en 1770, Lorenzo Uriarte y, posteriormente, Francisco Tejerizo. En agosto de 1769 algunos de estos estudiantes pasaron al Palacio Fontanela', también conocido como casa de San Luis, donde el P. Idiáquez habilitó el noviciado para los escolares teólogos, a su costa. Fue la primera vez que se instaló una casa en el centro de la ciudad de Bolonia, contra los consejos del entonces provincial P. Ossorio, amante de la tranquilidad de la campiña y temeroso de las tentaciones que podrían tener en la urbe los más jóvenes, y contra una recomendación que llegó de Roma en la que el general tampoco aconsejaba un paso de esas características. La actitud del P. Ricci fue criticada dura y largamente por Luengo en su Diario, quien achacaba al P. Ossorio la negativa influencia en Ricci. Este colegio de Teología, situado en la calle san Félix frente a la parroquia de san Nicolás, era una casa amplia y desahogada; el P. Luengo pasó a vivir en ella el 1 de octubre de 1772, con el cargo de maestro de casos. 827

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que vive en el campo. Alrededor, en distancia de media milla, de una y de dos, se descubren varios palacios de señores de Bolonia, que vienen a pasar a ellos algunos meses de verano. En mucho mayor número se ven caseríos en que vive la gente destinada al cultivo de la tierra; y los de cada casa cuidan de la porción de tierra que está alrededor de ella. Todo el país que descubrimos desde Fornovo hasta este palacio es con poca diferencia de la misma suerte: todo muy llano, sembrado de palacios de campo de los señores y de caseríos para la gente labradora. El cultivo de la tierra es muy diferente del que se usa en Castilla. Todo el país está lleno de filas o liños de árboles de todas especies en distancia unas de otras como de cincuenta o sesenta pasos. La tierra que queda en medio sirve para sembrar el trigo, maíz, cáñamo y otros frutos. Para el vino no emplean regularmente tierra alguna destinada a este producto. Y lo que se coge lo dan parrales que suben arrimados y enroscados en los árboles. Y esto poco basta, a lo menos por ahora, de la agricultura de este país. Volviendo a nuestro palacio, todo lo que está fuera de él, además de la campiña cercana, de que acabamos de hablar, es cosa buena. Delante, mirando al camino, tiene un prado bastante capaz, que es cosa muy oportuna para dar un paseo por él, y para que los jóvenes se puedan divertir algunos ratos al juego de la pelota y a otros semejantes; y en la fachada del mismo palacio que cae hacia el prado y mira a mediodía hay una solana muy buena en un soportal para tomar el sol por el invierno. Por la parte de atrás del palacio que mira hacia Norte hay un jardín muy grande, muy ameno y divertido, no obstante que está algo descuidado, tiene este jardín muchos buenos cuadros de bojes, varios caminos que le atraviesan de una parte a otra adornados de estatuas, paseos cubiertos del sol casi todo el día, mucha fruta, verdura y flores; y al fin de él tiene un laberinto cuyas paredes están formadas de ramaje, en el cual se divierte mucho la gente moza, entrando en él y trabajando después para salir fuera384. 384. En Penáguila, pequeña población de La Montaña alicantina, se encuentra un jardín del siglo XVIII llamado Jardín de Santos, de características muy similares a 828

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Todo esto es cosa muy buena y sólo falta que lo fuese también para nosotros esta casa o palacio. Él es bastante capaz y proporcionado para lo que se hizo, esto es, para venir un caballero con su familia para pasar algunos meses del buen tiempo. Pero es muy mala cosa para sesenta hombres y algunos más que se esperan todavía, para los cuales toda la conveniencia y aún regalo consiste en tener cada uno su cuartico, aunque sea muy pequeño, en libertad y con independencia de los otros. Cómo lograrán esto tantos en una casa que no tiene más que doce piezas unas mayores que otras y todas bien grandes y llenas de puertas y ventanas por todos lados. De estas doce, una se destina de refectorio y en las otras once, con algún otro aposentillo que hay en algunos rincones de la casa y de tal cual alcoba en el desván, nos hemos acomodado todos. Y así, hemos entrado a cuatro, a cinco, a seis y aún a diez en una sola pieza. Por donde se puede conocer que en cuanto a este trabajo, que para muchos es el mayor que hemos tenido en nuestro destierro, hemos adelantado poco y estamos casi tan oprimidos como en Calvi. De este modo iremos pasando en este desierto mientras no nos manden otra cosa y nos dejen en paz. Trabajo es en la realidad vivir de esta manera, especialmente en el invierno que nos veremos rodeados de nieve por todas partes. Pero al fin todos estamos contentos pues logramos sosiego y tranquilidad, después de tantos tumultos y revoluciones y podremos aplicarnos con quietud al estudio, después que nos proveamos de libros, de los cuales hay ahora mucha falta, y entablar la vida religiosa como en nuestros colegios. En los ocho días que hemos estado en esta casa no hemos tenido noticia ninguna de los de nuestra Provincia, ni sabemos si caminan o están parados y si se van estableciendo por otras partes. Sería muy grande trabajo este, si durase mucho tiempo; pero es muy creíble que entablemos buena correspondencia entre nosotros, después que se vayan estableciendo los demás y que de este molas narradas aquí por el P. Luengo. Sobre este jardín véase: W.AA., Tierra Adentro, Ed. Diario Información, 1990, p. 305. 829

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do lleguen a nuestra noticia las cosas que sucedan dignas de ser notadas en este Diario. Día 14 de noviembre Hoy se ha empezado la distribución religiosa con la misma regularidad que en nuestros colegios, sin más diferencia que levantarnos a las cinco y media de la mañana y no a las cinco como en España; lo cual se ha resuelto así prudentemente, ya en atención a los trabajos pasados y ya también por no haber aquí las ocupaciones y ministerios que había en España. Se ha dado también principio al estudio de Filosofía por los tres maestros con sus discípulos. El de tercer año, o Metafísica, que es el que escribe estos borrones, con trece discípulos tiene el aula en un aposento grande en que tienen seis de ellos la cama. El de segundo año, o Física, que lo es el P. Juan José Carrillo, junta a sus diez discípulos en un mismo aposento, en el que hay otras tres camas además de la suya, finalmente, el de primer año o de Lógica, que lo es el P. José Chantre385 con tres discípulos que son los últimos jóvenes que había en el noviciado, tiene por aula un camaranchón en que duermen diez de los mismos. Hay mucha escasez de libros porque algunos se han perdido en el camino y otros se quedaron en Borgo Taro por las prisas y tropelías del Comisionado francés. Por esta causa a los de primer año les dictará su maestro las súmulas y hoy se ha enviado a Bolonia por tinta, papel y las demás cosas necesarias, pues en este desierto no se hallan estas cosas. Ha estado hoy en Bolonia nuestro P. Rector a verse con el P. Provincial, que se halla cerca de la misma ciudad en una ca385. El P. Chantre, otro buen amigo de Luengo como el P. Carrillo, viajó con el diarista a Loreto en 1771, año en que realizó la profesión del cuarto en Bolonia donde participó en las funciones literarias de la casa de Teología y, un año más tarde, presidió las funciones literarias que se celebraron en noviembre. El P. Luengo le visitó en Placencia de camino hacia España en 1798 donde residía entonces. En la Colección de Papeles Varios se conservan sus Conclusiones de Teología dedicadas al duque de Parma, el P. Chantre también escribió «De Caritate» contra Bolgeni, otra obra sobre la infalibilidad del Papa y una descripción de las misiones del Marañen y de los Mainas. En 1799 visitó a Lorenzana en Parma y murió dos años más tarde. 830

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sa de campo, en la que se hallan también como cincuenta sujetos. El intento principal de su viaje ha sido sacar licencia del Eminentísimo Arzobispo para poner sacramento en nuestra iglesia, y viene con buenas esperanzas de conseguirlo. Por lo demás no cuenta cosa de monta ni de la Provincia que viene caminando hacia este país, ni tampoco de las cartas que se han recibido estos días de Roma. Nosotros con otros varios padres y todos los jóvenes filósofos, por estar la tarde apacible y buena, salimos temprano a paseo con ánimo de ir a San Juan que, como hemos dicho, está de aquí una legua o cuatro millas. Todo el camino está sembrado de casas y de todas ellas salía la gente en tropel a vernos y contemplarnos con semblantes compasivos y llenos de pasmo. Mayor conmoción hubo en el mismo lugar, en el cual nos rodearon muchas gentes, así eclesiásticas como seculares, de buen porte y con mucho cariño y agrado con acompañaron y llevaron a ver algunas iglesias y capillas muy decentes. El lugar es bastante grande, y podrá tener quinientos o seiscientos vecinos y se ven en él buenas casas. Día 15 de noviembre He visto en el día una carta que acaba de llegar, escrita por el H. José González386, novicio en la Provincia del Paraguay al P. Manuel Granja387, que está aquí, en la que con ocasión de darle noticias y expresiones de su familia, a la que vio en el puerto de La Coruña, le cuenta brevemente sus viajes y trabajos para lograr unirse otra vez a la Compañía y seguirla en su destierro. Haremos aquí un breve y fidelísimo extracto de ella, porque en la realidad ha sido un héroe no inferior a nuestros jóvenes este novicio del Paraguay, y porque tantas acciones he386. José González realizó el viaje desde Buenos Aires al exilio junto con otros jesuítas de la Provincia de Chile, entre ellos el P. Arqueiro, autor de la Breve razón del viage que hicieron las Misiones de Chile y Paraguay a la América el año de 1767 y de la vuelta a España, y de lo que principalmente acaeció tanto a la ida, como a la vuelta, y últimamente del viaje hecho desde España a Italia, escrita a principios del año 1769 y conservada entre los Papeles Varios del P. Luengo y HANISCH, W., op. cit., 1972, pp. 264 y ss. 387. El P. Manuel Granja sustituiría al P. Ibarrola como rector de la casa Fangarezzi de Bolonia en 1771. Murió en Palermo en mayo de 1815. 831

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roicas de los novicios de todas o casi todas las provincias, por seguir en su triste suerte a su madre la religión, serán algún día una de las más gloriosas apologías de la inocente Compañía de Jesús. Dice pues este novicio que, estando en el Río de la Plata para venir a Europa, hizo los votos del bienio, aunque no dice por qué causa no vino con los otros novicios de su Provincia, y así es muy creíble que a su partida se hallase enfermo. Desde Buenos Aires llegó a La Coruña en compañía de un padre y de dos jóvenes que, según parece, no eran novicios. En La Coruña, por orden de la Corte, fue separado de los otros tres y, habiendo sido éstos encerrados en el Convento de San Francisco, él fue puesto en el de los padres dominicos. Aquí, por espacio de cinco meses, obligándole a desnudarse la sotana de la Compañía, fue combatido fuertísimamente para que dejase sus intentos de seguir a los jesuitas. Pero todo fue en vano, y un joven sólo pudo resistir a tantos combates y salir triunfante y vencedor de todos ellos. Al fin, por contumaz, como él se explica en su carta, se le dio permiso para que siguiese a los jesuitas, pero sin dejarle vestir la ropa de la Compañía y sin darle un maravedí para un viaje tan largo. Salió, pues, de La Coruña, el día dos de julio, y el veintiuno de septiembre llegó a esta ciudad de Bolonia, habiendo caminado siempre o casi siempre a pie no menos que cuatrocientas leguas. Joven verdaderamente ilustre y un héroe, al cual, si se consideran bien las circunstancias en que se halló en La Coruña, el estado en que se hallaba entonces la Compañía y el largo viaje que tenía que hacer para encontrarla, no sé que haya joven ninguno de tantos como han hecho en este particular mil acciones heroicas y gloriosísimas que con razón se le deba anteponer. En su tránsito, atravesando toda España, dice que en todas partes y más particularmente en Valladolid halló una memoria muy fresca y muy cariñosa de la Compañía. Finalmente, dice en su carta, que el día 22 de septiembre, un día después que él había llegado a Bolonia, llegaron a la misma ciudad algunos padres de su Provincia que venían de Bastía, a los cuales se agregó con grande consuelo suyo, como se deja entender; y ahora, se halla unido a su Provincia de Paraguay en la ciudad de 832

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Faenza, en donde está gustosísimo y da por bien empleados todos sus trabajos y fatigas. Día 16 de noviembre Han llegado hoy aquí, en un coche, el P. Procurador General de la Provincia, Francisco Peña, el P. Secretario Lorenzo Gamarra388 y el hermano coadjutor compañero del Procurador; y viene con ellos un hermano coadjutor italiano, que es del Colegio de Bolonia de Santa Lucía y se llama Polatello, y les acompaña para ayudarles y dirigirles en el negocio de buscar y alquilar casas y palacios para acomodar la Provincia. Para que entre tanto se hospeden los de la Provincia que van llegando, han franqueado los jesuítas del Colegio de Santa Lucía una casa de campo llamada Crociani, a donde suelen ir por el verano una temporada los seminaristas del Seminario de Nobles, con los jesuítas que cuidan de él; y está la dicha casa como una milla más allá de Bolonia, fuera de la puerta que llaman Romana. Y esto, y el andar el coadjutor que antes se nombró y creo que otro también, haciendo algunas diligencias para el acomodo de la Provincia es todo lo que hacen con nosotros los jesuítas de Bolonia. En todo lo demás se portan con la misma frialdad, indiferencia, despego y esquivez que los de Reggio y Módena; de suerte que todos ellos parece que obran por una misma máxima y sistema, del cual no es fácil que sepamos en el día la causa. Para prueba de esta frialdad y esquivez de los jesuítas de Bolonia, basta decir que nuestro P. Provincial no sólo no se ha hospedado en ninguno de los dos colegios que tienen en Bolonia, ni aun se ha dignado de visitarle el P. Rector de Santa Lucía, sobrándole títulos sobre su oficio de Provincial al P. Ignacio Ossorio para merecer su visita y la de cualquier otro jesuita por grande que sea y por ilustre que sea su nacimiento. Y no lo es menos el haber usado estos jesuítas de Bolonia en su casa de Crociari la misma descortesía e indecencia que los jesuítas genoveses en su casa de ejercicios, no 388. El P. Gamarra se encontraba en Salamanca en el momento de la expulsión, recibió órdenes de Gnecco sobre la prohibición de vender o pasar los derechos de la pensión en 1772 y murió en su villa natal de Lequeitio en 1804. 833

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habiendo querido dar las llaves de los aposentos y obligando a vivir a los muchos que están en ella en algunos transitillos, pasadizos y rincones desaseados de la casa389. Por lo que toca a nuestra Provincia se ha visto toda ella obligada por el asiento de muías que se hizo a venir por los mismos infames caminos que trajimos nosotros, no obstante de haber llegado a tiempo para algunos el aviso de lo que pasaba en Borgo Taro; y en el día se halla toda ella de montes acá. Pero no fue del todo inútil aun para nuestra Provincia aquel aviso, porque en fuerza de él se han enderezado por Liorna los baúles y camas de muchos, yendo para cuidar de todo los convenientes sujetos. Pero será mucho más útil el tal aviso para las otras dos provincias de Andalucía y Toledo, de las cuales podrán venir todos los que quieran por Liorna y librarse de ese modo de los malísimos caminos por donde vinimos nosotros y de la vejación de dejar sus cosas en Borgo Taro. Y además de eso podrán tener la grandísima utilidad de venir mucho antes de lo que pudieran, debiendo de caminar unos tras de otros por Sestri; y efectivamente se van aprovechando también de esta franqueza que han empezado ya a llegar algunos sujetos de la Provincia de Andalucía. 389. En 1769, recordaba el P. Luengo el comentario que le hizo un lugareño italiano: «non crecía padre mió che i Gesuiti italiani perderanno le sue delicie per loro». En aquel momento, Luengo pensó que esa afirmación era fruto de un juicio temerario pero, con el tiempo, confesaba su error y rememoraba aquella conversación viendo en aquel desconocido a un hombre profético y muy bien informado. Ese mismo año empezarían a cambiar las circunstancias para los jesuítas italianos. Vicente Malvezzi, arzobispo de Bolonia, extendió la particular cruzada que mantenía con los regulares españoles hacia los italianos: los jesuítas boloñeses se dirigieron a él para solicitar que ordenara algunos jóvenes o para que diera su consentimiento para que pudiera hacerlo otro obispo de la ciudad, pero Malvezzi les negó el permiso y aprovechó la ocasión para prohibirles, también, que impartieran los ejercicios espirituales en la casa que tenían destinada a este efecto en la ciudad, con el riesgo que suponía dejar un edificio sin utilidad al negarse la misión pastoral para la que estaba creado. Este fue el comienzo de las congojas que sufrirían los jesuítas italianos y del acercamiento hacia sus hermanos españoles, a los que empezaron a ver no como un peligro, sino como cofrades que habían sufrido situaciones difíciles por las que ellos podrían pasar en un futuro. Al mismo tiempo, observamos un giro en el trato que les otorga el P. Luengo en su escrito, utilizando matices más tolerantes hacia sus actitudes y encomiando los esfuerzos que hicieron los italianos por mantener las celebraciones distintivas de su Instituto pese a tanta contrariedad. 834

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Además de lo dicho, cuentan estos padres las cosas siguientes: primera, que a últimos de octubre salió de la Compañía en Sestri el P. Simón Otero, que es natural de Pontevedra en el Arzobispado y tiene cerca de cuarenta años. Es de poquísimos alcances, pero me pareció siempre humilde y piadoso, y así he extrañado alguna cosa que haya tomado semejante determinación. Segunda, que en el mismo lugar y parece que en el mismo día, que pudo ser el treinta de octubre, salió también de la Compañía el H. Juan Vega, coadjutor joven de veinticuatro años, del cual no tengo noticia alguna. Era natural de Fuentes de Valdepedro en el Obispado de Falencia. Tercera, que en Castelfranco, que es aquel lugar pequeñito que encontramos a la entrada del Estado del Papa, se han establecido con bastante estrechez dos colegios y que, por ahora, viven a pupilaje, esto es, a voluntad de un italiano que les da de comer lo que quiere y ellos le pagan un tanto al día y que, en especial, uno de los dos lo pasa malísimamente. Cuarta, que el Eminentísimo Sr. Arzobispo de Bolonia390 ha dado licencia general para que podamos poner sacramento en nuestros oratorios y capillas, en donde se pueda con la decencia conveniente, y así nosotros no tardaremos en usar de ella. Del dicho Sr. Arzobispo aseguran que estima a la Compañía y a los jesuítas, pero que empieza ya a retirarse de ellos, como ve nuestras cosas en tal mal estado, y que dice con toda aseveración y franqueza que la Compañía será sin remedio extinguida por Roma, lo que si bien parece una locura no deja de afligirnos por asegurarlo tanto un Eminentísimo Cardenal. Finalmente, cuentan una cosa chistosa y aun indecente que les ha sucedido a los que se hallan en la casa Crociari con los religiosos carmelitas descalzos, cuyo convento está allí cerca. Enviaron a pedirles los jesuitas a los religiosos unas cuantas hostias por habérseles acabado las suyas, y los santos padres se 390. Nota del autor: «D. Vicente Malvez». Aquí Luengo se refiere a Vicente Malvezzi, quien mantuvo una celosa, vigilante y rigurosa actitud hacia los expulsos españoles instalados en su arzobispado bolones. A partir de la extinción de la Compañía endureció aún más sus posturas y se mostró como uno de los prelados más rigurosos contra los jesuitas hasta su muerte en 1775. 835

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las negaron rotundamente diciendo que las necesitaban para sí. Esto y otras varias cosas que hemos notado nos enseñan que hemos venido a vivir a un país en donde no tenemos que esperar por caridad y gracia, ni de seculares ni de religiosos, ni de nuestros hermanos los jesuitas, un solo vaso de agua. Día 17 de noviembre Marcharon los huéspedes muy temprano a San Juan y volvieron a esta casa a comer, después de haber encontrado y ajustado allí dos casas, en las que se podrán acomodar como unos noventa sujetos. El Cónsul de dicho lugar, que viene a ser como un Alcalde de aldea en España, les ha dicho a los padres que tendría gusto en que enviasen un sujeto que supiese bien la lengua italiana para que pudiese enseñar Gramática y le daría el lugar como unos sesenta escudos de alimentos, y aun ha mostrado gana también de que vaya alguno que tengamos para la escuela de niños. No sería difícil darles gusto, si toda la dificultad estuviera en buscar sujetos proporcionados, pero es muy creíble que por otros respetos haya otros inconvenientes y dificultades y que no pueda tener efecto esta cosa. Luego que comieron marcharon los padres y los dos hermanos a Crociari391 para dar cuenta al P. Provincial de las dos casas que han ajustado en San Juan. Día 19 de noviembre Ha venido orden de Bolonia, que supongo que es del Arzobispo, para que no se abra la puerta de nuestros oratorios y capillas. Este orden se debe atribuir a alguna representación que hayan hecho algunos curas párrocos al ver que sus feligreses no acuden como antes a la parroquia. Si el orden se ciñera a los días festivos, se pudiera tener por razonable y justo de alguna manera, pero no parece que lo es, siendo absoluto y extendiéndose a todos los días. Por lo que a nosotros toca en nada nos incomoda este orden, antes nos trae la utilidad de que 391. Nota del autor: «los italianos escriben Crociari ij pronuncian Crochiari o Crochari». 836

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podamos tener a puerta cerrada con más sosiego y quietud la oración y demás ejercicios espirituales pero a estas pobres gentes, que viven aquí cerca, les desagrada mucho porque tenían grande comodidad para oír una, dos y más misas, y efectivamente venían muchos a oírlas. Día 20 de noviembre Ha llegado hoy desde Crociari a esta casa para vivir en ella el H. Ignacio Martín, coadjutor392. Y no cuenta de nuevo otra cosa sino que el Colegio de Ávila, al cual se le han juntado otros sujetos hasta llegar al número de cincuenta, va a vivir a una casa de campo llamada Rata, que está más allá de Bolonia como unas tres millas sobre el camino de Roma y que a Crociari llegan diariamente nuevas gentes que se hospedan allí, para irse después repartiendo en las casas que se van tomando. Día 22 de noviembre En Calvi se juntó a este Colegio de Santiago para estudiar en él la Filosofía el H. Francisco Martínez, que había sido novicio en nuestro noviciado de Villagarcía y le cogió el arresto de camino para la América en la Provincia de Toledo. Estaba señalado para la Provincia del Perú, y habiéndose establecido ésta en la ciudad de Ferrara ha marchado hoy de esta casa a dicha ciudad para incorporarse con ella. Día 22 de noviembre393 Ha llegado hoy a vivir a esta casa el H. Gabriel Aresti, coadjutor, que ha hecho el viaje desde Sestri a un puertecito no lejos de Livorno llamado Viaréggio, y desde aquí siempre por camino de ruedas con comodidad y menos gasto que nosotros. El mismo camino han hecho varios de siete que han pasado hoy a San Juan a disponer las dos casas que allí se han tomado. Cuatro de estos se han apeado aquí, y uno de ellos es el P. Ber392. Ignacio Martín murió en Salamanca el 3 de junio de 1801. 393. Sic. Posiblemente sea el día 23 de noviembre, en vez de el 22 que aparece repetido. 837

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nardo Rodríguez, que va a ser Superior de una de las dos casas. Cuentan estos padres las cosas siguientes. Primera, que a la entrada de Viaréggio fue un milagro no haber naufragado ellos y otros que venían con ellos en un falucón. Tropezó éste en otra falúa, que había naufragado poco antes y estaba hundida en la misma entrada. No obstante aquel tropiezo pudieron volver a mar alta y allí, a su misma vista pereció otra falúa con alguna gente, por haberse atrevido a entrar en el puerto. Pero ellos tuvieron la fortuna de que habiendo corrido por el lugar la voz de que había naufragado una falúa con jesuitas, salieron hacia el puerto otros varios jesuitas españoles, que estaban allí y viéndoles todavía a salvo, hicieron que saliese al mar un barco con buenos remeros y les introdujeron sin desgracia en el puerto. Segunda, que efectivamente como antes insinuamos, luego que llegó a Sestri noticia del embargo que se hacía de nuestras cosas en Borgo Taro, se determinó llevar todo lo que restaba por la Toscana y que se cargaron varios barcos de camas y baúles, yendo en cada uno de ellos alguno otro sujeto para cuidar de aquellas cosas y que ya hay noticia de que va llegando todo a Florencia. Tercera, que ha llegado ya a Bolonia el P. Eugenio Colmenares, que quedó como de Viceprovincial en el Lazareto y salió de los últimos de Sestri; aunque muchos sujetos de la Provincia están aún detenidos en Módena aguardando allí el destino del P. Provincial. Cuarta, que no solamente de la Provincia de Andalucía van llegando muchos sujetos a Bolonia, y la Toscana está, por decirlo así, llena de los que vienen caminando sino también de la Provincia de Toledo se ven ya muchos que caminan, debiendo de ser la última que había de salir del Lazareto. Y así, con habérsenos abierto la puerta de la Toscana y de otros puertecillos de aquella costa, se nos ha hecho a todos un beneficio muy grande, pero especialmente a las dos Provincias de Andalucía y Toledo y aun más en particular a la última, que se hubiera visto precisada a caminar en el corazón del invierno por los intransitables caminos que trajimos nosotros desde Sestri hasta Fornovo. La quinta y última es el modo con que han sido tratados por los jesuitas de aquel país; del cual asunto, por ser de tanto disgusto y sentimiento para mí, no quisiera decir una palabra si no fuera preciso ha838

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cerlo, puesto en el empeño de escribir este Diario. A los que desembarcan en el mismo Liorna, que es del gran duque, les reciben en el Colegio de Florencia y, por esta circunstancia y alguna otra conjetura de lo mismo, se inclinan estos padres a que el hacerlo así ha sido por alguna insinuación del Gobierno, y no por gusto y determinación de los mismos jesuítas. El trato que les dan es bien moderado y les llevan siete reales al día por persona, lo que parece una cosa muy exorbitante. Pero no es esto lo que principalmente ha disgustado a estos padres en los jesuitas de Florencia. De lo que hablan con tanta o mayor vehemencia y dolor que nosotros de los jesuitas del Reggio, es de la extrañeza, crueldad y despego con que les tratan, como si los jesuitas españoles fuesen unos hombres sin conexión ninguna con ellos y además de eso alguna vil canalla, con quien no se debe usar ninguna atención, cortesía y buen término. No hay palabras con que explicar lo mucho que nos ha herido a los españoles que hemos sabido llevar sin turbación tantos malos tratamientos de todo género de gentes, este trato tan despegado, tan descortés y tan despreciativo de los jesuitas italianos y más, siendo tan universal y en Estados cuyos príncipes no se ofenderían de que nos tratasen con caridad y como a hermanos y aun en el estado mismo del Papa y a vista del mismo General de la Compañía394. Día 24 de noviembre Han pasado hoy por delante de esta casa siete entre coches y calesas, con jesuitas españoles que van a las casas que se han tomado en San Juan. No se detuvieron aquí y así nada podemos decir de ellos. Una de las cosas que más nos mortifica en este desierto es la falta de libros, por haberse quedado todos los que teníamos en Calvi, menos unos pocos de Filosofía, en los baúles que están en Borgo Taro. Se ha hecho alguna diligencia pa394. Este velado reproche a la timorata actitud del P. Lorenzo Ricci, con respecto al trato que reciben los españoles de los jesuitas italianos, se repetirá a lo largo del Diario, ampliándose a asuntos de mayor trascendencia según se fue acercando la extinción de la Compañía. Después de ésta y del encarcelamiento de que fue objeto el General de la Orden, Luengo se referirá a él con mayor deferencia. 839

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ra recaudar algunos en el Colegio de los jesuítas de Bolonia y nada se ha logrado; y parece que con algunos libros viejos y duplicados, que en un Colegio como el de Santa Lucía no podían faltar, sin incomodidad suya, nos podían hacer un beneficio grande a nosotros. Aun es mucho más, que habiendo este nuestro P. Rector, por una carta latina, pedido para su uso propio una Biblia al P. Rector de dicho colegio, este le responde negándosela y notándole una falta de propiedad latina, que es bien dudosa; pero aunque fuera cierta sería siempre una descortesía muy grosera el notarla. Tampoco como esto tenemos que esperar de nuestros hermanos los jesuítas de este país. Pero al fin un canónigo de la colegiata de San Juan, que se muestra muy afecto y que aun siéndolo no tiene obligación a favorecernos como los jesuítas, nos han enviado algunos libros italianos que nos servirán para ir aprendiendo la lengua y de Bolonia nos han enviado algunos que han comprado en algunas librerías de viejo. Día 25 de noviembre Aunque ya notamos antes que el Eminentísimo Arzobispo había dado licencia general, para poner sacramento en nuestros oratorios y capillas, con todo eso hasta este día no se había colocado en esta nuestra, y la razón principal de haberlo dilatado ha sido el lograr la licencia por escrito, como se ha hecho; porque conviene y más estando en país extranjero y que no conocemos todavía, proceder en todas estas cosas con toda la posible seguridad. Día 26 de noviembre Hoy han pasado a las casas de San Juan ocho sujetos entre los cuales va el P. Melchor Villelga, Rector en España en el Colegio de la Coruña, y que va al mismo empleo a una de las dichas casas395. Aunque se han apeado aquí, no han contado cosa alguna particular que merezca ser notada. 395. Se trataba de la casa Sarti, en San Juan, donde el P. Villelga fue rector hasta 1773, los que le sustituyó Ignacio Mateos. Habitaron esta casa entre treinta y cuarenta hombres. 840

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Día 27 de noviembre Ha llegado aviso de la muerte en Castelfranco el día 25, del H. Domingo Fernández, coadjutor de cuarenta años no cumplidos. Era un hermano muy laborioso, inocente, servicial y buen religioso. Se le ha enterrado en la parroquia de aquel lugar y se le ha hecho un entierro muy lucido, a lo cual ha ayudado mucho el estar muy cerca de allí el Colegio de la Teología, en el cual están muchos de los que en Calvi componían la capilla de música y han sido los que han cantado el oficio. Era natural de Villanueva de Carnero en el Obispado de León. Día 28 de noviembre Han llegado hoy para vivir en esta casa el P. Fernando Vázquez, y el H. Manuel Asensio, coadjutor. El P. Fernando fue uno de los que salieron en Genova a la casa de ejercicios, y de ella confirma lo que nosotros dijimos en otra parte y especialmente en cuanto a la escasez en la comida, por la que pagaban una peseta. Y si a este padre que es ya muy anciano al mismo tiempo muy pequeño, flaco y delicadillo, que ¿con cuatro onzas de vianda tiene bastante para su sustento, le parecía con todo eso corta la comida de la casa de ejercicios qué sería para tantos estómagos robustos y sanos como allá había? Fue este padre uno de los que estuvieron para perecer a la boca del puerto de Reggio. Se hospedó en el Colegio de Florencia, y dice que le trataron bien aquellos padres. Es un anciano tan inocente y tan amable, que no es extraño que en medio de la esquivez con que han tratado aquellos jesuítas a los otros, usasen con él de alguna cortesía y atención. El H. Manuel ha hecho el mismo viaje que hicimos nosotros y ha venido de los últimos de la Provincia. Sólo cuenta que en su división hubo muchas caídas y muy peligrosas, pero todas ellas sin desgracia alguna.

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Diciembre Día 1 de diciembre

Han estado hoy aquí cuatro sujetos que vienen de Bolonia y van a San Juan; dos de ellos a una de las casas ya establecida, y los otros a disponer otra de nuevo que ha de servir para los de la Tercera Probación396. Cuentan estos padres que el P. Gabriel Barco, anciano muy respetable en la Provincia y Doctor ya jubilado en la Universidad de Salamanca, ha sido recibido hallándose enfermo en el Colegio de Santa Lucía; lo que noto con muy particular complacencia por ser cosa tan conforme al espíritu de caridad de la Compañía. Por la razón contraria noto con mucho disgusto una especia de inhumanidad que se ha usado con algunos de los jesuitas que han venido por Liorna. Se hospedan también allí en el Colegio, y del trato que reciben de aquellos jesuitas, hablan con poca diferencia, del mismo modo que se explican otros de los jesuitas de Florencia. Pero no recibían en el Colegio más que un número determinado como de dieciocho o veinte; y así ha sucedido que algunos por haber en el Colegio el número dicho y no permitirles irse a hospedar a otra parte, han estado uno y dos días en las falúas, después de llegar al puerto, mojándose muy bien en ellas, por no tener semejantes barcos dónde guardarse de la lluvia, y mucho menos donde poder pasar la noche tomando algún descanso. No sabemos de quién nacía aquel empeño de que todos se hubiesen de hospedar en el colegio, teniendo que esperar su vez con tanta incomodidad; pero no hay duda en que si en aquellos jesuitas hubiese habido el deseo y solicitud que era justo de facilitar el desembarco de aquellos padres, que tanto padecían en el puerto, lo hubieran logrado, aunque hubiese de por medio algún orden o providencia del Gobierno. Cuentan también estos padres haber llegado a Bolonia noticia de la muerte de dos sujetos de la Provincia en la casa de 396. Sería la casa Fangarezzi (la primera que se abrió con ese nombre, ya que la seguirían otras dos), de la que fue Rector el P. Gaspar de Diguja y contaba con unos treinta y cinco miembros. En 1773 esta casa, dedicada a la Tercera Probación, se trasladó a Cento. 842

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ejercicios de Genova. El primero fue el padre Felipe Martínez, de treinta años de edad, joven de muy buenos talentos, de juicio y gran religioso. Era natural de la ciudad de Rioseco, y murió en dicha casa el día 19 de noviembre. El otro murió el día 8 del mismo mes, y fue el P. Diego Henríquez, en edad de setenta años. Desde La Coruña vinimos juntos a Calvi, y le vi padecer mucho a este buen anciano con mucha paciencia y resignación. Era irlandés de nación; pero no sé de qué lugar. Día 2 de diciembre Con ocasión de haber estado aquí un mayordomo del conde Vincencio, que como procurador administra esta casa y hacienda, que es de unas señoritas jóvenes llamadas Bianchini, y habernos mostrado la escritura de arriendo de esta casa, que hasta ahora no habíamos visto, marchó anteayer a Bolonia el P. Procurador para ver si se pueden moderar alunas condiciones gravosísimas y muy duras de ella. Y no son menos que el haber de ser a nuestra cuenta los daños del jardín, aunque vengan de los temporales o de gentes a quienes no podemos impedir la entrada; del mismo modo los daños de la casa, menos los que sean en pared maestra o en el techo, que hemos de hacer los gastos de cierto cultivo del jardín, para conservar en buen estado los cuadros de bojes y las cercas, que hemos de pagar un año adelantado todo el arriendo de la casa, y otras a este modo que prueban, por un lado, la dureza de estas gentes para con unos pobres religiosos desterrados de su patria y oprimidos de mil miserias, y por otro, el descuido de los que han hecho estas escrituras para nosotros en lo cual, la principal parte habrán tenido los coadjutores italianos, cuidando más de hacer el negocio de sus paisanos que el nuestro397. 397. El P. Luengo sintió siempre que les timaban en los precios que pagaban por los alquileres y así lo repitió en su escrito de 1769, denunciando incluso a los procuradores de los jesuítas italianos, que habían realizado el arreglo económico en las primeras casas a las que llegaron los españoles, a este respecto afirmaba que: «Los dos coadjutores italianos Chieríci y Polatelo, que entendieron principalmente en los ajustes de estos palacios y que se pasearon y divirtieron tan lindamente a nuestra costa y recibieron después un buen regalo, como si hubiéramos recibido de ellos un servicio de mucha importancia, hicieron bravamente con 843

D I A R I O DE

LA E X P U L S I Ó N DE

LOS JESUÍTAS

Hoy ha vuelto de Bolonia el P. Procurador y nada o casi nada ha logrado del asunto de su viaje. En compañía del Procurador ha venido el P. Francisco González que pasa a San Juan a reconocer una casa, de que se le ha dado noticia, para pasar allá, si fuese a propósito con el Colegio de San Javier de que es Rector y hasta ahora se conserva en Castelfranco y es uno de los dos que están allí a pupilaje. Cuentan uno y otro, que las cartas de Roma nada dicen de monta, sino que los ex jesuítas españoles, que se han establecido en aquella ciudad, aunque encuentren en la calle a un jesuíta español de los de la Asistencia, y aunque fuese conocido y amigo en otro tiempo, se pasan de largo, sin saludarlos siquiera. Por donde se conoce que por parte de España se les ha puesto a los secularizados el mismo entredicho que a los demás españoles para no tratar con los jesuítas. Aseguran también que al P. Bramieri, que fue confesor de la Reina viuda Dña. Isabel Farnesio y por hallarse en Madrid ha seguido nuestra suerte, y a algunos otros que con él arribaron a Civitavecchia no se les dejó desembarcar allí y tuvieron que retroceder a Liorna. Según esto nos hubiéramos llevado un chasco pesadísimo, si hemos seguido en Genova el partido a que con tanto furor nos inclinaban los franceses. Para cuidar de la conducción de nuestros baúles y camas detenidas en Borgo Taro ha quedado allá con un coadjutor el P. José Zubimendi. Éste acaba de escribir que aunque después que pasó nuestra Provincia, son muy pocos los que pasan por allí y estos aseguran que los más se marchan por la Toscana, con todo eso no acaba de llegar el permiso de la Corte de Parma, aunque le ha pedido ya dos veces para pasar adelante con aquellas cosas. Últimamente, dice el mismo padre que ha presentado un memorial muy respetuoso al duque, pidiendo a Su Alteza esta gracia; y que espera en breve el despacho. No es creíble la incomodidad y trabajo, que se nos sigue de esa providencia en el día por lo menos injusta; pues por ella estamos con poquísima ropa blanca y menos negra, sin abrigo en la cagravísimo daño nuestro el negocio de sus paisanos, de los cuales acaso recibirían también su regalillo por la buena obra que les hicieron», Diario, t. III, p. 382. 844

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ma, no teniendo colchón y el que más una manta; y allá están también nuestros libros y otras cien cosillas que nos hacen mucha falta. Día 3 de diciembre Día del glorioso Apóstol de las Indias, San Francisco Javier. Toda la fiesta que se ha hecho al santo se ha reducido a tener comunión los hermanos. Se hubiera cantado también una misa; pero no pudiendo abrir las puertas de nuestra iglesia, por la prohibición de que antes se habló, ha parecido cosa importuna y se ha dejado. Ayer se dio principio a la novena del santo, para acabarla el día de la octava. Asimismo ayer por ser el primer viernes del mes, fue día de ayuno, se hizo el acto de desagravios en obsequio del Sagrado Corazón de Jesús, según se había empezado a practicar en Calvi y se había interrumpido por las revoluciones del viaje. Día 6 de diciembre Ha venido hoy aquí desde el palacio en que está el Colegio de la Teología, que se llama Panzano, el P. Antonio Roza398, que es Ministro en aquella casa399. Ha traído la noticia de la muerte del hermano Francisco Orbiso, coadjutor. Murió el día de este mes en una casa, que se ha formado al salir de Bolonia, por la puerta, que llaman Gallera. En España estaba este hermano Procurador en el Colegio de Pontevedra, y por el deseo de seguir cuanto antes a sus hermanos, despachó con diligencia sus cuentas y alcanzó a la Provincia en El Ferrol y se incorporó con ella. Tenía cincuenta y tres años de edad y era natural de Orbiso en el Obispado de Calahorra. Se le ha enterra398. El P. Roza fue ministro de la casa de San Luis después de que dejasen la de Panzano en 1769. Con posterioridad fue maestro de Teología y procurador general sustituyendo al P. Peña en 1773. En diciembre de 1808 salió detenido hacia Mantua después de haber sido retenido en Bolonia, por negarse a jurar fidelidad a José Bonaparte. 399. A esta casa de Panzano fueron a curarse algunos enfermos de la casa Bianchini, en el invierno de 1769, llegando a vivir en este palacio más de cien jesuítas y teniendo que dormir unos diez en cada sala. 845

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do en la parroquia fuera de la ciudad, a donde pertenece aquella casa, la que se llama Arco Vecchio. Día 9 de diciembre Ha llegado hoy a esta casa para vivir en ella nuestra Curia, esto es, el P. Provincial con Procurador General con el suyo. Fácil es de entender cuánto nos iremos estrechando con tanta gente como ha ido viniendo después que nos establecimos en esta casa. Vienen todos ellos desde Crociari, en donde quedan todavía como unos cincuenta que se han de repartir en las casas si fuere posible, o se tomará alguna otra de nuevo. En este punto sigue nuestro P. Provincial un sistema, que se imprueba generalmente, y los padres rectores a una mano resisten a recibir más gente de la que tienen en sus casas, en las cuales están todos muy apretados. Se teme que no alcance la pensión para mantenernos en este país, y así amontonando mucha gente en una casa se sigue algún ahorro en el alquiler y en algunos otros gastos comunes como fuego, etc., que se reparten entre más sujetos. Pero a mi parecer, es motivo muy ligero para adoptar un plan tan molesto y de tanto rigor. Lo primero, porque aún no es tiempo de hacer un juicio cabal y ajustado sobre si alcanzará o no alcanzará la pensión para mantenernos; pues no hay las noticias convenientes para formar este juicio, y en caso de que efectivamente no alcance la pensión, siempre estará en tiempo el P. Provincial de estrecharnos, como hace ahora y sin queja de ninguno, vista la imposibilidad de subsistir de otra manera. Lo segundo, porque después de haber visto tantos admirables rasgos de la Providencia del Señor que con particularidad nos protege, como en el socorro impensado de España, en la felicidad de un viaje tan expuesto a desastres y desgracias y otros semejantes, parece que hay alguna poquedad y caimiento de corazón en persuadirse que nos ha de faltar que comer, y para evitarlo tomar tan presto un medio tan violento y tan duro. Lo tercero finalmente, porque aun supuesta la cortedad de la pensión para mantenernos apenas habrá uno en toda la Provincia que no tenga por menos inconve846

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niente que se recortase un poco la ración que el estar cuatro, seis, ocho y aun diez en un mismo aposento. En el tiempo en que nuestro P. Provincial se ha detenido en Crociari ha recibido algunas expresiones y cortejos de algunos caballeros de Bolonia, y aun otro le ha convidado a comer a su palacio. No se ignora del todo en Bolonia quién es Ignacio Ossorio, pues hay en ella más de cuatro que tienen noticia de su nobilísima casa. Con todo eso se ha mantenido fuerte, y no ha querido visitarle el P. Rector del Colegio grande de Santa Lucía, y lo mismo ha hecho el P. Provincial de esta Provincia que ha estado por este tiempo en Bolonia; y a lo que parece, no ha habido ni uno siquiera de ciento, que habrá en el dicho Colegio, que se haya dignado de visitarle en más de un mes que ha andado por allí. El P. Rector del otro Colegio que es noviciado, ha estado bien detenido en ir a visitarle; pero al fin, aunque tarde, ya fue una vez a Crociari a hacerle una visita; lo que sirve de hacer más fea la falta de los otros; pues es prueba de que nadie les impide, ni les ha prohibido de visitarnos. ¿Y quién les habrá de prohibir una acción de pura caridad y cortesía, que siempre sería inocente y loable aunque, como somos sus hermanos fuésemos unos turcos? Hay en Bolonia algunos jesuítas portugueses de los que vinieron a Italia desterrados de Portugal, algunos años antes que nosotros saliésemos desterrados de España. En los colegios de los jesuítas italianos vive algún otro de ellos y varios reunidos viven en una parte de un seminario de ciudadanos o de gente honrada, que no son caballeros ni nobles y está también el cuidado de la Compañía, y entre todos serán como de veinte a treinta. De estos jesuítas portugueses, he oído antes de ahora muchas cosas a varios jesuítas españoles, que han venido de Bolonia, y el P. Provincial y los que han venido con Su Reverencia se hacen lenguas de ellos y no acaban de ponderar su diligencia, actividad y desvelo por servir a todos, de todas maneras, en todo género de cosas, y de todos los modos posibles. En una palabra son unos agentes de todos en cuanto se ofrece y ellos pueden hacer. Algo puede ser que les mueva a portarse con nosotros con tanto esmero, en mostrarse agradecidos por lo mucho que les socorrimos antes que saliésemos de España, 847

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como ha insinuado algún otro de ellos; pero yo creo que harían lo mismo sin nada de esto, a pesar de la antipatía entre las dos naciones portuguesa y española, por sólo ser jesuitas nosotros y serlo ellos también a la española, a la francesa, a la alemana, o al uso de cualquiera otra nación de Europa, de la América, o del Asia, menos de la italiana. Ha recibido nuestro P. Provincial carta reciente de Roma del P. Juan de Ormaegui de nuestra Provincia, y substituto del Asistente de España. En ella le dice haber leído una larguísima carta pastoral del Ilustrísimo Sr. Arzobispo de Burgos D. Francisco Javier Rodríguez de Arellano, que no ha mucho que se publicó en España, y ha llegado a aquella ciudad. Los herejes más furiosos, según este padre se explica, no han dicho de nosotros tantos horrores y maldades como en su pastoral el Sr. Arzobispo. Hace saber el prelado a su grey, que confesábamos sin licencia de los ordinarios, que revelábamos las cosas de la confesión al P. General de la Compañía; que era mala nuestra doctrina, que juntábamos la religión con la idolatría y otras mil necedades, mentiras, calumnias y bestialidades como estas. Parece imposible que, a vuelta de menos de dos años, que faltamos de España, haya en ella un Obispo que tenga frente y valor para decir tales monstruosidades públicamente y a los ojos de toda la Nación española, aunque no tuviera para no dar este paso otro motivo que su propia reputación, pues por mucho que se haya cegado, no puede menos de conocer que gran número de personas que nos han tratado de cerca y sus mismos hermanos, los otros obispos, le tengan por un descarado impostor y calumniador, y por un hombre sin pudor y sin conciencia. Por eso en Roma y aquí creen muchos que ha perdido el juicio y se ha vuelto loco. Pero otros con más acierto piensan que su locura consiste en su educación con los padres dominicos, en la cual regularmente aprenden de sus maestros mil vulgaridades y fabulillas contra los jesuitas, en su conducta nada escrupulosa, ni aun timorata y en su ambición sin límites algunos. Y así fácilmente se habrá persuadido que con cubrirnos bien de oprobio y elogiando las determinaciones de la corte contra nosotros, merecerá el favor y gracia del Ministerio y del Soberano. ¡Pobre señor Ilustrísimo! Si cuando se calme el her848

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vor de estas pasiones que han dado todo el impulso a su impía, sacrilega y escandalosa pastoral, no es ya un hombre endurecido, reprobo y obstinado, porque no es posible que la vista de tantos pecados y maldades juntas y de consecuencias tan funestas y horribles, no le turbe y espante y dé malos días y peores noches. Entretanto se engaña mucho si piensa que con su pastoral ha excitado en nosotros otro afecto, que el de la piedad y compasión de su proceder y de su persona, y puede estar bien seguro que su insolente y necia carta no nos ha de quitar una hora de sueño, ni la paz y tranquilidad de corazón que nos da el testimonio ciertísimo de la inocencia y santidad de la Compañía de Jesús. No lejos de aquí, sobre el camino que va de Bolonia a Módena, se ha formado un numeroso Colegio en un palacio magnifico de campo llamado Magnani que es el apellido de la familia que le posee400. De allá escriben haber muerto antes de ayer el H. Santiago Rosa, coadjutor, y que se le ha enterrado en la parroquia a donde pertenece el palacio. Nunca traté ni conocí a este hermano coadjutor. Tenía sesenta y un años, y era natural de la ciudad y obispado de Salamanca. Por otra parte, ha faltado otro de la Provincia, y es el P. Isidoro Cervantes401 ya profeso de cuatro votos, que al llegar a Bolonia ha desaparecido, y se supone que ha marchado a Roma, y que allí sacará su secularización o la habrá sacado ya de antemano, en lo cual no hay más dificultad de parte de Roma que en comprar una libra de higos en la plaza. Estaba este padre al tiempo que salimos de España, de capellán o prefecto de espíritu del seminario de cadetes nuevamente fundado en la ciudad de Segovia. En el mismo estaba de maestro un padre Eximeno de la Provincia de Aragón, que vino a Córcega con la nuestra, y no aguardó a venir al continente de Italia para secularizarse pues se escapó, y bien presto, de Córcega y al pre400. Era la casa de campo del senador Magnani, donde era rector Manuel Pereira; la casa reunía a más de cien sujetos pertenecientes a la Provincia de Castilla y se desocupó en noviembre de 1769, creándose de esta comunidad cinco casas diferentes, tres de ellas en la ciudad de Bolonia y dos en los alrededores. 401. El P. Cervantes había nacido en 1722. 849

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senté se halla en Roma, a donde se habrá ido a buscar su compañero Cervantes402. Es éste403 natural de Illescas en el Arzobispado de Toledo y tiene al presente cuarenta y seis años.

Día 10 de diciembre Ayer pasaron por aquí dos hermanos coadjutores, que iban a las casas de San Juan. Asimismo llego ayer el P. Joaquín Parada, que acaba de ser pasante de Teología y, habiendo llegado uno de los procuradores de aquella casa y habiendo dicho cómo la casa de la Tercera Probación se ha establecido en una casa de campo llamada Fangarezi, cerca del mismo pueblo, ha marchado hoy a incorporarse con ella. Este padre ha hecho el viaje desde el Lazareto a Río Reggio y después por la Toscana, y habla bien de los jesuitas de Florencia y alaba el trato que le han dado, y no llevando al día por sujeto más que una peseta. Es el segundo jesuita español a quien oigo hablar bien de la manera con que ha sido tratado por los padres italianos, y uno y otro hablan de los jesuitas de Florencia. Ojalá tuviéramos que decir lo mismo de otros muchos, que lo haríamos con gran complacencia. Desde luego, debemos advertir que aunque los padres de Florencia llevaban al principio siete reales al día por persona, lo que era ciertísimamente una exorbitancia y exceso muy reprensible, después se han moderado y no llevan más que una peseta, con la cual no perderán nada, pero tampoco ganarán mucho, como también debemos advertir que ahora reciben también en el Colegio aun a los que no desembarcan en Lior402. Antonio Eximeno era profesor de Matemáticas en el Colegio Militar de Segovia. Había nacido en Valencia en 1729. Se secularizó en noviembre de 1767 y se fue a vivir a Roma, allí escribió Del Origen ij de las reglas de la Música; con la Historia de sus progresos, decadencia y restablecimiento, obra que le proporcionó prestigio y un aumento de la pensión que recibía de la corte de Madrid. Véase con respecto a este escrito la Colección de Papeles Varios t. 25, pp. 249-261. El P. Eximeno falleció en Roma el 9 de junio de 1808. Vid: BONO GUARDIOLA, M. ]., El Espíritu de Maquiavelo de Antonio Eximeno, en Giménez López, E. (ed.), Expulsión y exilio de los jesuitas españoles, Universidad de Alicante, 1997, pp. 331-345. 403. Se refiere a Cervantes. 850

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na y aunque hayan entrado por puertos que no sean del Estado, como el Río Reggio, si no nos engañamos. Aún quisiera este P. disculpar a los padres italianos de la manera con que nos han tratado y tratan a los españoles, y en su abono dice que también los jesuitas italianos han tenido que sufrir sus cosas de algunos jesuitas españoles. Pero eso no tiene fuerza alguna en orden a excusar y disculpar a los jesuitas italianos. Lo primero, porque es muy verosímil y aún cierto que todas ellas no hayan sido más que algunas expresiones fuertes y verdades amargas por su modo de proceder con tan poca caridad y compasión, y así habiendo venido después de su conducta tan errada y tan increíble, no pueden ser excusa para justificarla. Lo segundo, porque aunque no fuera así, si bien es imposible que haya sucedido de otra manera y algunos jesuitas españoles hubiesen dado que sentir a los italianos en algunas cosas, debían disimularlas, haciéndose cargo, que entre tantos centenares de extranjeros que ignoran los usos del país es forzoso que haya algunos que se descuiden en decir o hacer algunas cosas que les disgusten. Por la misma consideración hubiéramos disimulado nosotros sin queja alguna la desatención y descortesía de éste, de aquél y del otro, aun de muchos de ellos, si por lo demás observáramos en el común el fondo y substancia de aquella caridad, desvelo y cuidado en ayudarnos, darnos la mano y favorecernos que en las presentes circunstancias teníamos todo derecho de esperar de unos hermanos nuestros, que están tranquilos en este país y nos ven llegar a él llenos de afán y de miserias. Día 11 de diciembre Se acaban de recibir cartas de la casa de ejercicios de Genova en las que dan parte al P. Provincial de que están para ponerse en camino diez sujetos, siete sacerdotes y tres coadjutores, y casi todos ellos ancianos, y la razón de ponerse en viaje en un tiempo tan malo para caminar por mar y por tierra es porque el Senado de aquella República, sin atender a las incomodidades del temporal, obliga a marchar a los que se han reparado de sus males. Son muy dignos de compasión estos po851

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bres viejos, pues entre otros trabajos que no les faltarán en este viaje, tendrán que pasar el Apenino, que hay entre Bolonia y la Toscana, que aunque de camino abierto y de rueda se carga mucho de nieve y es preciso que haga mucho frío. Uno de estos diez es mi hermano, el P. Joaquín Luengo, que desde mi embarcación salió por enfermo en el puerto de Genova a la casa de ejercicios, en su carta que me acaba también de llegar, y en la que me avisa de su marcha, me cuenta varias cosillas de las que por allí pasan de las cuales sólo quiero insinuar aquí una infamia y maldad de un soldado, del cual por haberles parecido hombre de bien se fiaban varios de aquellos jesuitas. Le habían entregado como unos ciento cincuenta pesos duros para que los cambiase en moneda del país, tres muestras o relojes de faltriquera, dos para que las hiciese componer y la otra para que la vendiese. Con todo ello se escapó llevando además de eso toda la ropa blanca que quiso, pues tenía tanta a su disposición que pudo escoger la que más le agradase y de resulta de esta iniquidad han quedado varios pobres sin ropa blanca, y sin un cuanto para hacer el viaje desde Genova a este país. Las mismas cartas de Genova cuentan que acaba de secularizarse el P. Vicente Alconero, profeso de cuatro votos y era hombre anciano de más de sesenta y tres años de edad, el cual debía de haber pasado también por enfermo a la casa de ejercicios. No conocí ni aun de vista a este padre, pero según hablan los que le conocieron, era hombre exótico, extravagante e irregular y así no se debe extrañar mucho, que aunque profeso y ya tan anciano haya dejado la Compañía. Era natural de la ciudad y Obispado de Badajoz404. Día 13 de diciembre Van apretando los fríos que nos mortifican mucho y hacen mucha impresión, y es preciso que así sea pues no hay cosa que no ayude a que sean los fríos más sensibles y no molesten con mayor fuerza. La casa está por sí misma muy desabrigada, co404. El P. Alconero tradujo algunas obras de Horacio y murió en Roma el 1 de febrero de 1779. 852

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mo es bien regular habiendo estado deshabitada muchos años, siendo las piezas grandes y llenas de ventanas, de entradas y salidas por todas partes, y por lo común agujereadas ventanas y puertas y hechas pedazos varias de las vidrieras. Aun están más desabrigadas las personas que la casa. A varios les falta la ropa exterior de mangas, que usamos por casa en el invierno, y a los más o toda o parte de la ropa interior de lana gruesa que se usa en el tiempo rudo. Y esta misma miseria nace de habernos sido forzoso abandonar mucha de esta ropa en Sestri y dejar el resto en los baúles y cajones en Borgo Taro. Es tanta la escasez que hay de esta ropa que varios de estos jóvenes casi no tienen unos calzones que ponerse. No hay otro recurso para entrar en calor que la cama, y ni aun en la cama llegan a despedir el frío del todo. Un jergoncillo de pajas sobre los ladrillos, una funda llena también de paja con una sola manta para cubrirse en una pieza grande y nada caliente, no es en la realidad cama que pueda dar mucho abrigo y ayudar a entrar en calor. Tan grande o mayor trabajo que en la ropa negra hay en la ropa blanca. Por lo común ninguno tiene más que dos camisas, y así es preciso aguardar que se lave y se seque la puesta para poderse mudar, y como el tiempo esta frío y húmedo se pasan diez o doce días con una camisa. Todo es una miseria en punto de ropa. Estamos casi sin ropa blanca y negra, sin un colchoncillo para la cama (aunque habiéndose vendido nuestros colchones en Borgo Taro, y no mal, por lo mucho que se estima por aquí la lana de España, como ya se dijo en otra parte, es creíble que se piense en hacernos otro de la lana del país) sin una tarimilla con que levantar la cama del suelo, y sin que se vean de remediar presto a una miseria tan grande. Nace esto, a lo que yo juzgo, de que los Superiores, y más teniendo a su lado un Procurador tan económico como el nuestro, están encogidos y acorbadados y temen que les ha de faltar todo; en lo que a mi parecer hacen poco favor a la Providencia del cielo que tan prodigiosamente nos ha favorecido y protegido hasta ahora. Lo mismo que sucede en esta casa se cuenta también de las otras con poca diferencia, y aún he oído de otras partes miserias mayores que las nuestras. Los Superiores de ellas a una 853

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mano, y estoy por decir a excepción de uno o dos solamente, están tan encogidos como el nuestro y las demás causas de nuestra pobreza son comunes a todos, o por lo menos a la mayor parte. Fuera de esto son causa de estas miserias el nuevo método del P. Provincial en establecer la Provincia, y un orden del mismo a los Superiores. Por el nuevo plan, reuniendo a todos en pocas casas de mucho número la mitad de los subditos quedan separados de los que fueron sus Superiores en Calvi y en el viaje; y por su orden retienen los dichos Superiores para satisfacer una contribución de Provincia por los gastos comunes hechos en el mar, en el Lazareto y en otras partes, algún dinerillo que les habían de repartir y con el cual pudieran hacerse alguna ropilla. No se puede negar que se habla y se murmura de estas miserias de los Superiores, así inmediatos como mediatos, que mortifican no poco la gente por su poca resolución y ánimo. Pero también es cierto que, haciéndose generalmente cargo de que el cielo suele permitir estas faltas en los que mandan para ejercicio de la paciencia de los que obedecen, se lleva todo con resignación y conformidad y reina no obstante por todas partes la paz y alegría y la observancia religiosa. Es una delicia por dejar otras muchas cosas en este asunto, ver a estos jóvenes escolares llenos de frío y con mil incomodidades y miserias, aplicados a su estudio con tanto empeño y tesón como pudieran si nos hallaremos en nuestros colegios de España. Día 16 de diciembre Ha venido a esta casa para incorporarse con estos jóvenes y estudiar con ellos la Filosofía el H. Juan Arqueiro405, que con 405. Juan Arqueiro Gómez tuvo que entrevistarse con La Porcada para solicitar que se le pagara la pensión con los de la Provincia de Castilla en 1769, con quienes terminó sus estudios de Filosofía en Bolonia el 24 de septiembre de 1771. Posteriormente se ordenó sacerdote y en 1798 volvió a España, falleciendo en su villa natal de Santa María de Oyn. Escribió la Breve razón del viage que hicieron las Misiones de Chile ij Paraguatj a la América el año de 1767 ij de la vuelta a España, y de lo que principalmente acaeció tanto a la ida, como a la vuelta, ij últimamente del viaje hecho desde España a Italia; a principios del año 1769 gracias a las recomendaciones del P. Luengo. Juan Arqueiro aparece también como au854

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su Provincia de Chile se había establecido en la ciudad de ímola tres o cuatro leguas más allá de Bolonia. Empezó en dicha ciudad a estudiar Lógica con un jesuita italiano, que debe enseñarla allí públicamente. Pero habiendo sabido que se habían reunido en esta casa los jóvenes escolares de la Provincia de Castilla, los cuales, o todos o los más son sus connovicios, por haber estado algún tiempo en nuestro noviciado de Villagarcía, solicitó y consiguió venir a continuar sus estudios en su compañía. Pocos y acaso ninguno de los jesuitas españoles ha hecho viajes tan largos, tan trabajosos y llenos de peligros, como este joven y sus compañeros. Sería cosa larga contarlos aquí todos difusamente y así procuraré que el mismo joven haga de ellos una relación a su modo, que no dejaré de conservar406. Basta decir que el enero de sesenta y siete salió de Cádiz con una misión numerosa como de unos cuarenta. A los pocos días una furiosa tempestad que maltrató mucho la nave les hizo entrar en Algeciras. Reparada la embarcación, en lo que se gastaron no pocos días, salieron al mar otra vez, cuando ya estaba firmado el Decreto del Rey para la expulsión de la Compañía de España y de la América. ¡Qué brutalidad de hombres! Dejan ir a la América a estos pobres misioneros sabiendo que se les había de obligar a volver luego, que llegasen allá. Pero tan lejos de tomar los ministros alguna providencia para ahorrar a estos misioneros un viaje tan inútil y tan trabajoso, obraban todo al contrario promoviendo la partida de la misión; para que de este modo no se creyese ni aun se sospechase la determinación que habían tomado de perder la Compañía en todos los dominios de España. Política diabólica que lleva consigo gran número de horribles pecados, siendo causa de males gravísimos a tantos inocentes, sólo por salir con mayor seguridad con sus intentos. Pero política muy necesaria en el caso presente, pues nunca hubieran llegado a ejecutar una resolución tan initor de otros manuscritos en la segunda parte de la obra de J. E. URIARTE y M. LECINA: Biblioteca de escritores de la Compañía de jesús, Madrid, 1925, en FERNÁNDEZ ARRILLACA, I., «Manuscritos sobre la expulsión y el exilio de los jesuitas (1767-1815)», Hispania Sacra, 52, 2000, p. 225 (94). Sobre Arqueiro véase asimismo: HANISH, M., op. cit., 1972, p. 264. 406. Nota del autor: «Se halla el original tomo tercero de Papeles Varios, p. 1a». 855

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cua, tan sacrilega y tan injusta, habiendo un Soberano pío, religioso y justo, cual es en la realidad Carlos III, sino a beneficio de las tinieblas, de la obscuridad y del secreto. Apenas salieron al mar otra tempestad furiosa les hizo entrar en Canarias, en donde se detuvieron varios días e hicieron una misión allí por habérselo pedido el Ilustrísimo Sr. Obispo D. Francisco Javier Delgado407. Salieron finalmente de Canarias el día dos de abril, un día antes de nuestro destierro y verosímilmente sería en Canarias el mismo día, o por lo menos estarían ya allá los órdenes del destierro. Cosa rara que no se le ofreciese al Gobernador, al Obispo o a algún otro de los que supiesen el secreto algún arbitrio, con que retardar por algún otro día la marcha de la embarcación y ahorrar de este modo a aquellos pobres un viaje de cuatro o cinco mil leguas en ir y volver de la América. Desde Canarias a Montevideo tuvieron muchos trabajos, especialmente por la escasez de los víveres que se vieron reducidos a una o dos jicaras de agua caliente, y así casi todos llegaron enfermos al dicho puerto. ¿Qué alegría sería para estos misioneros después de una navegación tan larga, tan trabajosa y tan llena de peligros, verse finalmente en el puerto y cerca de pisar tierra y repararse de los gravísimos males que habían padecido. ¿Pero qué horror y que espanto, capaz de quitar a todos de repente la poca vida que les restaba, al ver que la primera vista que reciben de la ciudad es de un oficial con un piquete de soldados, y el primer regalo y refresco que les trae es la intimación del arresto dentro del mismo navio, y del orden de volver cuanto antes a Europa. En efecto, desde la misma embarcación fueron llevados en barcos pequeños a Buenos Aires, en donde se estaban preparando navios para traer a Espa407. Después de ser obispo de Canarias, Delgado alcanzó el arzobispado de Sevilla y se le eligió para el patriarcado de Indias. Sobre esto habla Luengo en el t. XI de su Diario, p. 568, ya que su elección fue muy polémica por la conservación del arzobispado después de publicarse su patriarcado. A su repentina muerte en 1782, le sucedió Cayetano de Adsor que era abad de san Ildefonso y contaba con el apoyo del confesor Eleta, pero al poco de formalizarse el patriarcado indiano muere Adsor y se elige a Manuel Buenaventura Figueroa, que era Gobernador del Consejo de Castilla. 856

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ña la Provincia del Paraguay y hubo en este transporte la dolorosísima desgracia de haber naufragado en el río de la Plata uno de los barcos y haber perecido, o por mejor decir haber encontrado presto la palma de su martirio, siete de estos misioneros. Desde Buenos Aires vino con todos los demás a España, y desde aquí pasó a Córcega y desembarcó a los últimos de julio, o muy al principio de agosto en Bastía, contando ya entonces diecisiete a dieciocho meses de mar casi sin haber pisado tierra. Después de un mes corto de descanso en Bastía, turbado no poco con la solicitud, afán y trabajo para establecerse como quien pensaba vivir allí mucho tiempo, se volvió a embarcar para Sestri, y por remate de tantos viajes por mar, llenos de todas las miserias imaginables, tuvo que hacer a pie el penosísimo viaje por tierra desde el dicho lugar hasta la ciudad de ímola, y al presente se halla en esta casa alegre, contento y sólo pensando en aplicarse con empeño al estudio para resarcir era cuanto pueda el tiempo que han perdido andando por esos mares. jCuántos héroes presentará a la historia la presente persecución de la Compañía de Jesús, si llega alguna vez tiempo en que se pueda escribir de verdad! Día 19 de diciembre

Ha venido desde Crociari a vivir a esta casa el H. Sebastián Pérez408, coadjutor que ha hecho su viaje por la Toscana en compañía del que quedó en Sestri, Procurador General de la Provincia y habla, como comúnmente todos, de los jesuitas de aquel país. Es muy curiosa la historia del viaje de este hermano y de otro compañero suyo, y la insinuaremos en pocas palabras: estaban los dos en Extremadura cuando de la cabana de la Provincia, y en el arresto de los colegios nadie les dijo nada. Informados de la suerte de la Compañía, aunque nadie se metía con ellos pusieron en buen orden sus cuentas y todas sus 408. Sebastián Pérez era sobrino del arzobispo de Burgos, Rodríguez de Arellano, con quien se carteaba y a quien solicitó en 1781 que se retractara de sus pastorales en las que recriminaba la actitud de la Compañía. El H. Pérez hizo la profesión de cuarto voto en febrero de 1772. 857

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cosas, se pusieron en camino para Santander para seguir a sus hermanos, dando de ello aviso al conde de Aranda, Presidente del Consejo de Castilla y diputado para la ejecución de nuestro destierro, el cual aprobó su conducta y su resolución. Pero tuvieron la desgracia de que cuando llegaron a Santander ya había marchado de allí la Provincia y tuvieron que emprender el largo viaje desde dicha ciudad hasta Cartagena atravesando toda España, desde donde vinieron con los Procuradores a Ajaccio, y después a Genova y al Lazareto, y aquí se incorporaron en sus colegios. Hoy pasaron también a San Juan el P. Bernabé Camus409 y un hermano coadjutor y van a disponer otra nueva casa en dicho lugar. Día 22 de diciembre Han llegado hoy aquí el P. Manuel Vicente Rivera410 y mi hermano el P. Joaquín Luengo, que con otros diez acaban de llegar desde la casa de ejercicios de Genova. Han hecho su viaje en bastante diligencia con no pocos trabajos, especialmente siendo los más de ellos viejos y achacosos, pero sin desgracia ninguna. En la casa de ejercicios, según estos padres dicen, quedan todavía de la Provincia, como unos treinta y cinco o treinta y seis. Pero vendrán presto todos los que absolutamente puedan ponerse en camino, porque solamente el Gobierno ejecuta por la marcha, sino que también los mismos jesuítas les dan prisa. En Puerto Fino, en la ribera de Genova, se encontraron con cinco jesuitas de la Provincia de Toledo que venían de Ajaccio, en donde habían quedado o por enfermos o por sirvientes de los enfermos, los que en su navegación estuvieron ya perdidos y en un peligro casi inevitable de naufragar. De ellos supieron que el único de nuestra provincia que quedó en Ajaccio estaba ya casi del todo bueno. 409. El P. Camus había nacido en Cueto (Santander), en abril de 1728 y falleció en Bolonia el 25 de junio de 1779. 410. Manuel Vicente Rivera se encontraba enfermo en la ciudad de Toro y, al conocer la orden de expulsión, salió hacia el colegio de Villagarcía, donde llegó tres días después de que el noviciado fuese evacuado, siguió su viaje hacia Santander y allí consiguió embarcar con el resto de los padres hacia el exilio. Murió en Bolonia, el 18 de diciembre de 1790. 858

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Los mismos jesuítas toledanos les contaron a estos padres los sucesos de las armas francesas en Córcega hasta el tiempo de su partida, que nosotros insinuaremos aquí de paso, porque no podemos menos de interesarnos en la suerte de Córcega, acabando ahora de ser el lugar de nuestro destierro. Desde que nosotros salimos de allí, se puede decir que no ha habido acción de alguna consecuencia en que no hayan llevado la peor parte los franceses. En un encuentro cerca de Lonza411 perdieron los franceses como unos ochocientos hombres, en el ataque de una batería de los corsos no lejos de Bastia hubieron de desistir de la empresa después de haber perdido mucha gente, y lo mismo les sucedió en el famoso ataque por mar y por tierra del Puerto de Isola Rosa, viéndose obligados a embarcarse precipitadamente, dejando tendidos en el campo novecientos hombres. En estas acciones y en escaramuzas de todos los días han perdido los franceses mucha gente, sin haber adelantado hasta ahora un palmo en la conquista de la isla. Conservan la comunicación entre Bastia y San Florencio, que ganaron por sorpresa el primer día que declararon la guerra y allí mismo en algunas aldeas, se han acuartelado fortificándose lo mejor que han podido. Algo más felices que en las empresas de la espada han estado los franceses en las del artificio y manejo. Con promesas, con el oro y con la plata han ganado varias de las principales familias de la Córcega. Aunque esto hasta ahora les ha servido poco porque habiendo sido descubiertos, unos se acogieron a las plazas de los mismos franceses y así evitaron el último suplicio, y otros que cayeron en manos de los corsos han sido ajusticiados. En el día se observan en Francia grandes preparativos para hacer pasar mucha tropa a la Córcega y en la realidad puede ser tanta ésta que, al cabo por la muchedumbre venían los franceses a oprimir a los corsos. Pero si no logran introducir entre ellos la discordia y división y se mantienen los isleños bien unidos a su jefe y General Paoli, nunca lograrán esto sin mucho derramamiento de sangre. 411. Debe referirse a Nonza, ciudad costera situada al norte de Córcega, en el golfo de San Florencio. 859

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Día 23 de diciembre En un lugarcillo llamado Crespelano, que está entre Módena y Bolonia, como unas ocho o nueve millas de ésta, se ha formado un Colegio bastante numeroso en un palacio llamado Grassi, por ser de un caballero de este apellido412. En este Colegio murió, el día 14 de éste, el P. Antonio Arribillaga413 anciano ya de setenta y tres años. Estaba este padre retirado en el Colegio de Loyola y a pesar de sus muchos años y ayes, que no le faltaban, siguió la suerte común de todos. No he tratado a este padre, y así nada puedo decir de él en particular. Era natural de la ciudad de San Sebastián y del Obispado de Pamplona. Día 25 de diciembre Día de la Natividad. En medio de nuestra pobreza y falta de todas las cosas, los hermanos escolares se han ingeniado y han formado su nacimiento en la pieza que tiene diez camas y sirve para los que estudian Lógica, porque no hay otra cosa en la casa en que pudiese estar menos mal. La noche pasada y esta ha asistido la comunidad a la letanía cantada, como se hacía en España y lo mismo se harán las demás noches en el tiempo acostumbrado; y los hermanos estudiantes nos divierten muy bien cantando sus coplitas festivas414; de este modo iremos pasando estas pascuas en este desierto sin muchas fiestas ni diversiones, pues no puede haber más que las dichas pero ciertamente con paz, con alegría y sin pesadumbre ni pesar alguno. 412. La casa de Grassi, en Crespelano, fue la residencia del colegio de San Ignacio, que funcionó como Casa Profesa por reunir a miembros destacados de la Provincia. Fueron sus rectores Julián Fonseca, hasta 1771, y Javier Torrano. En esta casa se acogió a más de sesenta individuos, hasta que hacia el mes de septiembre de 1769 se fueron algunos a otra casa en la ciudad de Bolonia y en enero de 1771 pasaron el resto a vivir a Castel San Pedro, a unas cuatro leguas de Bolonia. 413. El P. Antonio de Arribillaga había nacido en 1695. 414. Nota del autor: «Unas sobre los franceses de Cahi y tres inscripciones sobre la guerra de Córcega se hallan en el T. 1 de Papeles Vanos p. 219». 860

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Día 27 de diciembre Han llegado aquí dos hermanos escolares que pasan al colegio de Pantano a estudiar la Teología, alguno es de una Provincia de Indias, pero que desea continuar sus estudios en ésta por haberse criado en nuestro noviciado. El otro el H. Bernardo Caballero415, que quedó enfermo en la casa de ejercicios, este hermano con otros once sujetos que acaban de llegar con él a Bolonia ha tenido un viaje felicísimo y en siete días se han puesto en dicha ciudad desde Genova deteniéndose algún otro día en el camino. El diecinueve de éste salieron de Genova, el veinte llegaron a buena hora a Río Reggio, en Florencia se detuvieron la vigilia y día de Navidad y hoy llegaron todos a Bolonia, y este hermano, siguiendo su viaje en el mismo día a esta casa en el Lazareto dice que hay todavía bastante gente porque no les aprietan a marchar de allí, como sucede a los de la casa de ejercicios. No obstante en Florencia encontró muchos estudiantes de la Provincia de Toledo, que era la última que debía ponerse en camino. Día 30 de diciembre Ha pasado hoy por aquí a una de las casas de San Juan el P. Antonio Villafame, que es uno de los doce que habrá como unos ocho días llegaron de la casa de ejercicios de Genova. Cuenta este padre que venía como Superior de los doce, como habiendo enfermado gravemente el P. Luis de Arrebola en un mesón que está fuera de la puerta de Florencia y se llama Delle tre regine (de las tres reinas) dio aviso al P. Rector del Colegio de Santa Lucía para que socorriese al pobre enfermo. Este P. Villafame, como ha venido por la Toscana donde al fin se hospedaron en los colegios de la Compañía, creyó que al aviso de un jesuita gravemente enfermo en un mesón público, luego daría sus providencias el P. Rector italiano para que fuese traído al Colegio. Pero si hubiera estado informado del modo con que nos han recibido los jesuítas de Reggio, de Módena y 415. Bernardo Caballero sufrió un ataque de locura en la casa de San Juan, en Bolonia, en 1773 y murió en San Juan el 6 de mayo de 1796. 861

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de Bolonia es muy creíble que no hubiera pasado un aviso, aunque tan conforme a la confianza y satisfacción que debe tener un jesuita de otro de cualquier Nación que sea, importuno en las circunstancias, y atendida la frialdad y esquivez de estos jesuítas para con nosotros. Respondió el P. Rector de Santa Lucía que si era castellano le podían llevar a Crociari. La enfermedad se agravó entretanto y murió en dicho mesón anteayer veintiocho, y fue enterrado en la parroquia de campaña a donde pertenece el mesón. No traté ni conocí a este padre y así nada puedo decir de él. Era natural de Cabra en el Obispado de Cuenca. Día 31 de diciembre Se han hecho públicas dos cartas de nuestro General al P. Provincial con algunos órdenes para el gobierno de la Provincia, que insinuaremos aquí brevemente. La primera llegó al mismo salir de Calvi, y contiene dos cosas la que todos los que hubiesen traído de España alguna cosa que perteneciera a los colegios la entreguen a los Superiores, lo que es mucha razón hacerlo así; pues está claro que si algún Procurador por alguna casualidad pudo traer consigo algún dinerillo, debe de ser para utilidad de toda la Provincia, o para los de aquel Colegio, y no para su uso particular. Segunda, que en adelante dé el Prefecto de espíritu el ejercicio o puntos de la oración de palabra y no por libro, como se había introducido en algunos colegios España. La segunda carta acaba de llegar de Roma, y en ella se manda que los Procuradores de los colegios o casas, den las cuentas todos los meses a los padres Consultores, como se hacía en nuestros colegios y se debe hacer siempre; pero nunca más que ahora; porque nunca ha habido tanta necesidad por cierto espíritu solapado de propiedad, que se va introduciendo, de que todos tengan entera satisfacción, de que se administra la pensión, en que consisten todas nuestras rentas con toda economía y que nada se gasta sin mucha cuenta y razón. Para que en todo vaya el gobierno de la Provincia con la formalidad conveniente, se pensó en tener consultas de Provincia estos días. Pero siendo muy difícil el poder hospedar en nin862

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gima casa a los Consultores y estando además de eso muy malos los caminos para ponerse en viaje tantos ancianos, se ha tomado el expediente de que vaya el padre Secretario a las casas en que se hallan los Consultores para oír su parecer sobre los puntos que ocurren. Con esto hemos puesto fin al Diario de este año 1768 en el que tantos viajes por mar y tierra con tantas incomodidades y miserias nos han dado materia bien abundante para ocuparnos. Y después de tanto como hemos escrito, aún no está la Provincia asentada y nos será preciso aguardar algún tiempo para describir con distinción el modo con que se ha establecido. Entretanto lo iremos pasando en este desierto del mejor modo que se pueda, aunque siempre con muchos trabajos, de los cuales no es el menor la soledad misma y falta de comunicación, especialmente que aún en punto de cartas está la cosa poco sendereada todavía. Para nosotros nos servirá de algún alivio y diversión este mismo cuidado de averiguar las cosas que pasan y notar en este Diario las que nos pareciesen dignas de que se sepan en adelante.

FIN

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ARCHIVOS Y BIBLIOTECAS CONSULTADOS Archivo Arzobispal de Valladolid Archivo-Biblioteca Centre Borja (Sant Cugat del Valles) Archivo de la Provincia Canóniga de Toledo (Alcalá de Henares) Archivo del Museo Naval (Madrid) Archivo General de Simancas (Valladolid) Archivo Histórico de Loyola (Azpeitia) Archivo Histórico Nacional (Madrid) Archivo Museo Alvaro de Bazán (Viso del Marqués) Archivo Nacional de Paraguay (Asunción) Archivo Secreto Vaticano (Roma) Biblioteca Comunale DelFArchiginnasio (Bolonia) Biblioteca de'll Instituto Storico della Compagnia di Gesu (Roma) Biblioteca Nacional (Madrid) Biblioteca de la Universidad de Salamanca Real Academia de la Historia (Madrid) Russell Library of Maynooth (Irlanda)

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