Maurice Meisner, La China de Mao y después: Una historia de la República Popular

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La China de Mao y después: Una historia de la República Popular Maurice Meisner Córdoba: Editorial Comunicarte. 2007.

PREFACIO A LA TERCERA EDICIÓN EN INGLÉS Terminé el manuscrito de la primera edición de Mao’s China a fines del verano de 1976, unas pocas semanas antes de la muerte de Mao Zedong. Agregué apresuradamente el hecho de la desaparición de Mao (y, como resultó, de la desaparición del maoísmo y de la época de la revolución campesina) al manuscrito mientras lo estaba preparando para enviar a The Free Press para su publicación. En Mao’s China intenté evaluar el registro histórico de los comunistas chinos en el poder, a través de los estándares de sus propios valores socialistas y objetivos marxistas proclamados, y encontrar las deficiencias en ese registro. El primer cuarto de siglo de la República Popular fue una época de inmensos logros sociales y materiales, así como un período de grandes crueldades y crímenes. Inauguró la transformación industrial moderna del país más poblado del mundo, el cual, a lo largo del siglo previo, había llegado a ser uno de los más atrasados y miserables. Durante la época de Mao, los comunistas chinos realizaron un intento notable, aunque imperfecto y al final fallido, de reconciliar los imperativos de la modernización con los objetivos del socialismo. Entre los fallos de “la transición de China al socialismo” (como tanta gente, y con tantas esperanzas, la celebrara alguna vez) sobresalió la ausencia de todo intento serio de crear las condiciones de democracia política esenciales para la nueva sociedad imaginada. El maoísmo fue una doctrina que no apreció la verdad elemental de que “el autogobierno de los productores”, para retomar la famosa expresión de Karl Marx, es un rasgo esencial en toda sociedad que pueda proclamarse socialista. Por esto, al cierre del período de Mao, China permanecía como un orden dominado burocráticamente que no era ni reconociblemente capitalista ni genuinamente socialista 1. Tal, en resumen, era la conclusión de la primera edición de Mao’s China. La redacción de la segunda edición, publicada en 1986 bajo el título Mao’s China and After, fue emprendida, en parte, para corregir errores fácticos e interpretativos, en base a la nueva información sobre el período de Mao que llegó a estar disponible en los primeros años después de su muerte, especialmente acerca de la desventurada campaña del Gran Salto Adelante (1958-1960) y la Revolución Cultural de fines de los años sesenta. En su mayor parte, la segunda edición fue escrita para tomar en cuenta los cambios imprevistos y de gran envergadura que tuvieron lugar en China como resultado de las reformas de Deng Xiaoping. Escribiendo a comienzos de los años ochenta, interpreté el desencadenamiento de las fuerzas del mercado como un recurso para servir a los objetivos nacionalistas y modernizadores del estado comunista

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Maurice Meisner, Mao’s China (New York: The Free Press, 1977), pp. 386-389.

2 chino, un monolito burocrático que parecía erigirse como una barrera infranqueable tanto para el socialismo como para el capitalismo2. Mi conclusión se demostró errada, ya que la verdad es que el estado comunista, lejos de ser un obstáculo para el capitalismo chino, ha sido su agente y promotor esencial. A través de las dos décadas pasadas, China ha experimentado el periodo de desarrollo capitalista más masivo y más intensivo de la historia del mundo, más allá de lo que Deng Xiaoping y los otros dirigentes comunistas hayan pretendido en 1979. Por esto, la redacción de la tercera edición de esta historia ha sido emprendida principalmente para explorar los orígenes, la naturaleza peculiar y las consecuencias sociales del capitalismo chino. La nueva edición agrega forzosamente quince años a la historia política de la China posterior a Mao, llevando la historia del comunismo chino hasta el último año del milenio, el año que también marca el quincuagésimo aniversario de la República Popular. La suma de una década y media al relato histórico, y un intento de presentar un análisis inteligible del desarrollo del capitalismo chino, han hecho al texto más largo de lo que era en la edición previa. He intentado compensar parcialmente esto purgando palabras y frases superfluas a través del texto y eliminando secciones en mi relato de la época de Mao que trataban de eventos que hoy parecen mucho menos significativos e interesantes que en los años setenta. Debería aclarar también que el sistema de transcripción tradicional Wade-Giles para romanizar los nombres y términos chinos ha sido reemplazado a lo largo del libro por el ahora más ampliamente usado sistema pinyin, con la excepción de libros y artículos originalmente publicados con títulos y nombres de autores presentados a la antigua manera. La mayoría de lo escrito en las siguientes páginas está basado en los trabajos de muchos investigadores y periodistas que han producido miles de libros, artículos e informes sobre la China moderna y contemporánea. Mi deuda con ellos está sólo parcial y muy inadecuadamente reconocida por medio de breves referencias a sus escritos en las notas a pie de página y la bibliografía. Temo que he utilizado sus trabajos para arribar a interpretaciones que muchos de ellos no comparten. Estoy agradecido con muchos amigos y colegas que han leído partes o la totalidad de las diversas ediciones del manuscrito a través de los años y me han ofrecido agudas críticas y sugerencias. Entre aquellos que fueron especialmente generosos con su tiempo y sabiduría están Donald Klein, James Sheridan, Arif Dirlik, Robert Pollin, Lin Chun, Robert Marks y Cui Zhiyuan. Estoy en deuda con Carl Riskin por permitirme tomar prestado tan excesivamente de China’s Political Economy, su magnífico libro sobre la historia económica china posterior a 1949, y de sus otros escritos, muy perspicaces. Y le debo especial gratitud a Frederick Vanderbilt Field, un amigo muy especial. Aprecio enormemente el apoyo y los comentarios de muchos de mis colegas en el Departamento de Historia de la Universidad de Wisconsin-Madison, especialmente Theodore Hamerow y Stanley Kutler. Bill Brown y Tom McCormick nunca conocerán cuántos de sus agudos comentarios – la mayoría realizados informalmente durante los almuerzos en el Caspian Cafe – finalmente encontraron su camino hacia esta nueva edición. Les debo mucho a los estudiantes de postgrado que participaron en mi seminario sobre historia moderna de China por más de dos décadas y contribuyeron en gran 2

Maurice Meisner, Mao’s China and After (New York: The Free Press, 1986), pp. 482-485.

3 medida a la realización de este libro. Lo hicieron planteando y discutiendo muy perspicazmente muchos de los problemas que el libro intenta abordar, comentando sobre varios fragmentos o partes del manuscrito que a veces les he impuesto, y permitiéndome generosamente tomar prestado ideas de sus ponencias y tesis. He aprendido mucho de ellos. No los puedo nombrar a todos ellos aquí, pero debo reconocer agradecido las específicas contribuciones de Bob Marks, Paul Pickowicz, Catherine Lynch, Lee Feigon, Brenda Sansom, Wang Yaan-iee, C. K. Kung, Dan Meissner, Tom Lutze, Lisa Brennan y el fallecido Lin Weinan, quien muriera trágicamente joven. También aprecio enormemente los informes de Marilyn Young y William Joseph, los lectores independientes de The Free Press, sobre los nuevos capítulos que conforman la Parte VI. Sus comentarios me alentaron considerablemente en un punto monótono en la preparación de la versión final, y sus sugerencias me salvaron de más errores de hecho y omisión de los que el libro ahora contiene. Con atraso, deseo expresar mi cálido aprecio a Joyce Seltzer, antigua editora jefe en The Free Press, cuyas “intervenciones creativas” fueron en buena medida responsables por la segunda edición y quien realizó los arreglos iniciales para la publicación de esta edición. Estoy muy agradecido con Bruce Nichols, actual editor jefe en The Free Press, por su apoyo, su profesionalismo y su magnífico manejo de autores indisciplinados. Y fui muy afortunado en The Free Press al tener la asistencia editorial de Caryn-Amy King, quien proporcionó habilidad, apoyo y paciencia – todos en abundante medida. Mi mayor deuda es con Lynn Lubkeman, quien, en materia de sustancia y de estilo, fue tan generosa con su conocimiento y tiempo como lo es con su amor. Harvey Goldberg, a quien la segunda edición de este libro estaba dedicada, murió poco después de que el volumen fuera publicado. Esta nueva edición está dedicada a la memoria de Harvey – el mayor de los maestros, el más firme de los amigos, y el más leal de los camaradas, en el mejor sentido de este buen vocablo (aunque se haya abusado mucho de él). M.M. Madison, Wisconsin Agosto 1998

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PARTE I: LA HERENCIA REVOLUCIONARIA CAPÍTULO 1: EL IMPERIALISMO OCCIDENTAL Y LA DEBILIDAD DE LAS CLASES SOCIALES CHINAS La historia de la revolución en la China moderna comienza a mediados del siglo XIX, con una rebelión campesina cristiana que fracasó, y llega a su clímax, aunque de ningún modo a su conclusión, a mediados del siglo XX con una revolución campesina dirigida por marxistas que tuvo éxito. Significativamente, las ideologías tanto de la rebelión Taiping de 1850-1865 como de la revolución comunista, alrededor de un siglo más tarde, fueron extraídas no de la milenaria tradición china, sino de fuentes intelectuales occidentales modernas. Hong Xiuquan, dirigente de la masiva rebelión Taiping que estuvo muy cerca de derrocar a la dinastía manchú reinante, era un autoproclamado discípulo del dios cristiano (y, él creía, el hermano menor de Jesucristo), mientras que Mao Zedong, a su manera particular, fue un moderno discípulo de Karl Marx. Por mucho que sus respectivas ideologías fueran “sinificadas” y adaptadas a las condiciones históricas chinas (y hubo mucha adaptación en ambos casos), ni Hong ni Mao se presentaron a sí mismos como sabios chinos en una tradición china de sabios. En cambio, ambos aparecieron en la escena histórica china como iconoclastas, portadores de nuevas visiones sociales y profetas de nuevos órdenes sociales basados en verdades universales derivadas de tradiciones políticas e intelectuales occidentales. En la toma en préstamo de ideologías occidentales para servir a los objetivos revolucionarios chinos está reflejado el papel central del imperialismo occidental en moldear la historia de la China moderna. Y un papel que el imperialismo jugó fue profundamente revolucionario, si bien no intencionalmente. El imperialismo fue revolucionario no sólo en sentido social y económico, sino también cultural e intelectualmente. El imperialismo no sólo socavó el viejo orden confuciano – haciendo entonces posible y en verdad necesaria una revolución – sino que proveyó, como un subproducto, nuevas ideas e ideologías que volvieron al proceso revolucionario moderno chino contra las tradiciones e instituciones del pasado. Los revolucionarios chinos utilizaron herramientas e ideas occidentales no sólo para librar a China del yugo imperialista extranjero, sino también para sacudirse el yugo de la tradición china. Las nuevas visiones del futuro excluían un orden social basado en el confucianismo tanto como una China dominada por Occidente. El rechazo del pasado histórico-cultural chino proclamado en la versión Taiping del igualitarismo radical cristiano tocó una cuerda iconoclasta que reverberaría por más de un siglo. Teniendo en cuenta el cuadro histórico general de China como la tierra de la tradición petrificada, retratando a los chinos en su “respuesta al Oeste” como virtualmente inmovilizados a causa de su ligazón conservadora a los valores sociales y culturales confucianos tradicionales, es bueno tener en mente que la historia revolucionaria moderna china comenzó de una manera iconoclasta. El rechazo de la herencia histórico-cultural china en la versión Taiping del igualitarismo cristiano radical introdujo un fuerte impulso anti-tradicional que sería asumido de diferentes formas por los movimientos revolucionarios posteriores, especialmente por la intelligentsia iconoclasta de la época del Cuatro de Mayo, desde cuyas filas surgirían los fundadores y primeros dirigentes del Partido Comunista Chino. Por mucho que una defensa conservadora de los valores culturales tradicionales pueda haber inhibido los intentos conservadores chinos de modernización (y en el

5 fracaso de los conservadores en cambiar a China estuvo involucrado algo más que la cultura), hay poca evidencia que apoye la extendida suposición de que el cambio revolucionario moderno chino puede ser comprendido en términos de la supervivencia de los patrones tradicionales de pensamiento y comportamiento. Los revolucionarios chinos tendieron a adoptar lo que era percibido como las ideas e ideologías más radicales que podía ofrecer Occidente, y a derivar de esas ideas e ideologías visiones radicales del futuro que exigían una ruptura fundamental con las vías del pasado. La preocupación revolucionaria estuvo siempre centrada en la difícil situación y el futuro de China; no obstante, el objetivo no era revitalizar las viejas tradiciones chinas, sino encontrar vías para enterrarlas. Sin embargo, las ideas e ideologías solas no crean situaciones revolucionarias, y mucho menos revoluciones. La situación social moderna china era potencialmente revolucionaria, haciendo de las ideas revolucionarias (y los impulsos iconoclastas) fuerzas históricamente dinámicas. De nuevo, en el crucial ámbito social, el imperialismo extranjero jugó un papel decisivo. Pero fue un papel contradictorio, tanto revolucionario como contrarrevolucionario, que creó una situación moderna revolucionaria y no obstante, a la vez, inhibió la consumación de una revolución moderna. El imperialismo, como predijo Karl Marx, sirvió como “la herramienta inconsciente de la Historia” al crear las condiciones para una revolución social en China y, en verdad, en todas las sociedades precapitalistas del mundo no occidental contra las que chocó. Por viles que fueran los motivos que lo impulsaban y por brutales que fueran los métodos que lo caracterizaron, el imperialismo fue una fuerza histórica necesaria para disgregar las sociedades estancadas y atadas a la tradición, aparentemente incapaces de dirigirse hacia la historia moderna por sí mismas. Para Marx, el imperialismo era una fuerza que “derrumba todas las murallas chinas”, que “obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo de producción burgués; las obliga a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burgueses. En una palabra, se forja un mundo a su imagen y semejanza”3. Pero Marx era muy optimista acerca de los efectos socioeconómicos definitivos del imperialismo en China. Seguramente, la arremetida occidental del siglo XIX en verdad demolió las murallas del viejo imperio chino, humillándolo a través de repetidas guerras y de los tratados desiguales impuestos a raíz de ellas, y contribuyendo a la desintegración de la estructura política tradicional. Y la introducción de las modernas fuerzas de producción capitalistas occidentales socavó y transformó en gran medida el orden económico tradicional, particularmente en los puertos de los tratados y sus alrededores, donde dominaba el poder político y militar extranjero. No obstante, el nuevo mundo chino no estaba rehecho a la imagen del mundo burgués occidental, como Marx había anticipado. El capitalismo moderno en China, introducido bajo los auspicios imperialistas extranjeros, mantuvo un carácter ajeno y se desarrolló sólo en forma limitada y distorsionada. Surgió una burguesía moderna china, pero era una clase numéricamente pequeña y económicamente débil, que permanecía en gran medida dependiente de las fuerzas del imperialismo extranjero que le habían dado nacimiento. Además, era una burguesía principalmente comercial y financiera, y no industrial, sirviendo en gran medida como intermediaria entre el mercado chino y el mercado mundial capitalista. En un país semicolonial donde el sector moderno de la economía estaba dominado por la presencia imperialista, es difícil de esperar que la novata 3

Karl Marx y Frederick Engels, “Manifesto of the Communist Party” (1848), en Selected Works (Moscú: Foreign Languages Publishing House, 1950), pp. 36-37. Existe edición en castellano: “Manifiesto del Partido Comunista”, en Carlos Marx y Federico Engels, Obras escogidas, Tomo I (Moscú: Ediciones en Lenguas Extranjeras, sin fecha), p. 26.

6 burguesía china pudiera haber sido algo más que una extensión del capitalismo extranjero, por más que miembros individuales de esa clase puedan haber nutrido resentimientos nacionalistas contra la dominación extranjera. Bastante natural e inevitablemente, una burguesía pequeña y débil – especialmente dedicada más al comercio y a las finanzas que a la industria – estaba acompañada por un proletariado urbano diminuto y mal desarrollado. Cuando cayó el régimen imperial, en 1911, no había más de un millón de trabajadores industriales en un país de cuatrocientos millones de habitantes – y la mayoría trabajando en pequeños talleres carentes de fuerza mecánica. Extraídos principalmente del campesinado, más que de los artesanos urbanos tradicionales, los obreros conservaban fuertes lazos con sus aldeas nativas y con las tradiciones campesinas. Estos factores, sumados a la pobreza numérica de la clase obrera, militaron en contra del desarrollo de un sentido moderno de conciencia de clase proletaria. Por esto, la estructura social moderna de China estaba marcada por la debilidad de las clases sociales modernas: una burguesía débil y un proletariado aún más débil. Pero no sólo las clases modernas eran insignificantes; la situación histórica moderna china se caracterizaba fundamentalmente por la debilidad de todas las clases sociales. Ya que el surgimiento de la burguesía y el proletariado, ambos en estado embrionario, fue acompañado por la decadencia en poder y prestigio de la clase dominante tradicional de aristócratas-terratenientes. Mientras el imperialismo minaba las bases del estado burocrático imperial con el cual la aristocracia estaba tan estrechamente interrelacionada, los propietarios terratenientes-aristocráticos encontraron más redituable continuar explotando a los campesinos en la forma parasitaria tradicional. Y esta forma llegó a ser cada vez más parasitaria en tanto que las oportunidades tradicionales para la obtención de la riqueza a través de la burocracia (y la moral tradicional burocrática y confuciana pone límites a la explotación) declinaron junto con la desintegración del viejo orden político. A causa de la falta de visión, oportunidad y capital, relativamente pocos miembros de la vieja clase dominante se volcaron hacia el comercio y la industria modernos o hacia formas modernas de agricultura comercial. La aristocracia tradicional china, por esto, permaneció mayoritariamente tradicional en un mundo chino social e intelectual post-tradicional; de sus filas no surgió ninguna “elite modernizadora” capaz de promover el desarrollo económico o ejercer el poder político. A pesar de que la aristocracia permaneció económica y políticamente dominante a nivel local en el campo hasta la revolución comunista, fue una clase cada vez más débil y parasitaria, en bancarrota moral e intelectual, e incapaz de expresión política a nivel nacional. La decadencia de la aristocracia fue el factor más importante que impidió la reforma del viejo régimen imperial desde adentro, acelerando por esto la llegada de una situación revolucionaria. Ese factor, sumado a la ausencia de una burguesía viable y de un estado fuerte y centralizado, evitó que China siguiera lo que Barrington Moore ha denominado “la ruta conservadora hacia la modernización”, similar a la seguida por el Japón Meiji. El intento se hizo, por supuesto. Luego de la represión de la rebelión Taiping y las humillaciones de las Guerras del Opio, los conservadores partidarios del “auto-fortalecimiento” buscaron “modernizar” a China para defender el imperio de la amenaza imperialista externa y preservar el viejo orden sociopolítico confuciano interno. Pero fue un esfuerzo débil. Su futilidad se reveló con la aplastante derrota que sufrió China en 1895 a manos de Japón, y en los últimos años del siglo, cuando China fue virtualmente repartida en una media docena de colonias extranjeras. La dinastía moribunda subsistió por otra década y salió calladamente de la escena histórica con la semi-revolución de 1911.

7 La desintegración y colapso del orden imperial, al cual la aristocracia había provisto la base social por tan largo tiempo, aceleró, a su vez, la decadencia de la aristocracia en los tiempos modernos. El final del imperio eliminó los símbolos políticos de la ideología confuciana que tradicionalmente habían justificado la posición dominante de la aristocracia en la sociedad china, y privó a los miembros de esa clase de la red burocrática de la cual habían dependido por tanto tiempo para obtener riqueza y protección política. La aristocracia renqueó por el siglo XX como una clase terrateniente agonizante, capaz de poco más que de proseguir con las más despiadadas formas tradicionales de explotación sociopolítica, ahora sin refrenar por sanciones tradicionales políticas o morales. Los campesinos, que fueron las víctimas de esa explotación, finalmente tendrían la oportunidad de retribuir la crueldad de la aristocracia terrateniente del mismo modo, aunque de diferente manera: en la crueldad de una revolución social agraria que, al fin, eliminaría a la aristocracia como clase social a mediados del siglo XX. Por el momento, es importante tomar nota de un diferente resultado histórico de la decadencia de la aristocracia: la tendencia, en la China moderna, a que el poder político y militar quedara divorciado del poder social y económico. Se da generalmente el caso histórico, al menos en la perspectiva histórica occidental, que la declinación del poder y prestigio de una clase social otrora dominante esté acompañada por el ascenso de una nueva clase social. Casi todas nuestras reflexiones acerca del ascenso y decadencia de las clases sociales, acerca de la relación entre poder económico y político en general, y acerca de la revolución, están dominadas por categorías derivadas de la experiencia histórica occidental moderna. La parte más importante de nuestra conciencia histórica es la transición del feudalismo al capitalismo, una época que vio el surgimiento de nuevas fuerzas capitalistas de producción e intercambio, el socavamiento del poder de la aristocracia y el ascenso final de la burguesía moderna al dominio social y político. No obstante, en la China moderna este no era precisamente el caso histórico. Mientras que la decadencia de la aristocracia puede ser atribuida en gran medida al impacto del imperialismo occidental, ninguna clase social asociada con las nuevas fuerzas de producción capitalistas se alzó para asumir la posición dominante en la sociedad china que la aristocracia había sido forzada a abandonar. Como se ha notado, la burguesía y el proletariado industrial modernos chinos eran clases extraordinariamente débiles. Productos del capitalismo occidental, eran sin embargo pálidos reflejos de sus contrapartes occidentales. Quedaban, por supuesto, las masas campesinas, que constituían la gran mayoría de la población china. Pero la vida campesina permanecía tradicional en una época en que el orden tradicional chino se estaba desintegrando; las nuevas fuerzas económicas aumentaron las ya asombrosas cargas que los campesinos soportaban, agregando nuevas formas de explotación a las cada vez más opresivas formas tradicionales, pero sin cambiar la vieja estructura socioeconómica agraria o los modos de vida y pensamiento tradicionales. En virtud de la real naturaleza de su existencia económica, muy localista y de auto-subsistencia, el campesinado era una clase social débil, provincial en perspectivas y sin los medios para articular políticamente sus reclamos e intereses en la escena política nacional. Como en los tiempos tradicionales, la sociedad china moderna descansaba sobre la base del trabajo campesino, pero durante la mayoría de la historia china moderna los campesinos tuvieron poco que decir o hacer acerca de la dirección social o política que China seguía. El campesinado chino tenía el potencial para la acción política efectiva – y, en verdad, para la revolución – pero no era un potencial que pudiera realizarse espontáneamente; requería el liderazgo, la organización y la ideología

8 provistos por los miembros de las otras clases para hacer de los campesinos chinos los actores históricos modernos y no simplemente las víctimas de la historia moderna. Como clase en sí, el campesinado era políticamente impotente, a la vez que carecía de poder social o económico. Sin embargo, fue crucial la declinación y decadencia de la aristocracia terrateniente, la clase que había sido dominante en la sociedad china por más de dos milenios, sumada a una burguesía moderna que era muy embrionaria para establecerse como una clase social verdaderamente independiente. Una aristocracia cada vez más parasitaria sobrevivió a la caída del viejo orden imperial en 1911, sólo porque la burguesía china era incapaz (y, en verdad, carecía de la voluntad) de eliminarla. Aquí encontramos las bases sociales para un fenómeno histórico chino moderno de crucial importancia: la relativa independencia del poder político respecto a los poderes social y económico. En una situación en la cual ninguna clase social era dominante, en la cual todas eran débiles, el poder político tendía a ser cada vez más independiente de las clases sociales y a dominar a la sociedad en general. Esta tendencia se manifiesta en el crecimiento de bases de poder político-militar regionales durante la última mitad del siglo XIX; en el colapso virtualmente inmediato (excepto de nombre) de la república de tipo burgués establecida por la Revolución de 1911 y la consecuente dictadura del militarista Yuan Shikai (1912-1916), y el subsiguiente surgimiento abierto de un régimen de señores de la guerra a lo largo de la década siguiente. El poder político independiente basado en la fuerza militar no sólo fue característico de estos vestigios de tipo tradicional prolongados para condicionar la vida política del siglo XX, sino que también fue característico de los partidos políticos modernos chinos, el Guomindang y el Partido Comunista Chino (PCCh). Ni la historia del Guomindang ni la del PCCh pueden ser comprendidas simplemente en términos de partidos políticos que representaban los intereses de clases sociales particulares. Seguramente, ambos partidos llegaron a estar involucrados de varias formas con diversos grupos sociales y sus intereses. Pero mientras los terratenientes y las clases mercantiles y financieras de las ciudades costeras llegaron a estar ligados al Guomindang, este no era simplemente un partido de terratenientes y banqueros; los “banqueros de Shanghai” fueron siempre más dependientes del poder militar y político de Chiang Kai-shek de lo que éste y su partido lo fueron del apoyo económico de las clases pudientes urbanas. Y mientras el PCCh llegó al poder gracias al masivo apoyo y participación campesinos, no se transformó en un partido campesino en el proceso de la revolución de base rural que dirigió; era un partido que resultaría ser mucho más revolucionario que los campesinos que lo apoyaron decisivamente para vencer. Ambos partidos políticos modernos operaron en una situación histórica en que los políticos y las políticas no estaban tan determinados por los intereses de las clases sociales, sino que los poseedores del poder político y militar determinaban el destino de las clases sociales. Fue un fenómeno chino moderno que mantuvo un potencial revolucionario especial a la vez que tuvo implicancias históricas conservadoras. Las manifestaciones conservadoras son evidentes en el surgimiento de bases de poder provinciales semiindependientes hacia el final de la dinastía Qing, en las satrapías de los señores de la guerra del siglo XX, y en el régimen del Guomindang posterior a 1927. En todos estos casos, el poder político no servía para cambiar a la sociedad china, sino para preservar las relaciones socioeconómicas existentes, especialmente en el campo. El potencial revolucionario se manifestaría en el surgimiento de una elite político-intelectual que le daría al movimiento revolucionario un impulso más radical que el que su base de clase social hubiera podido garantizar.

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CAPÍTULO 2: LA DESERCIÓN DE LOS INTELECTUALES Aunque los rebeldes campesinos Taiping, a mediados del siglo XIX, habían sido los primeros en presentar un desafío revolucionario a la aristocracia y al orden sociopolítico confuciano, la historia moderna de la revolución china no comenzó verdaderamente hasta alrededores de fin de siglo, cuando algunos miembros de la aristocracia comenzaron a volverse en contra de los valores y modos de obrar confucianos de su propia clase. En la década de los años 1890, un número pequeño pero muy significativo de hijos de la elite burocrático-terrateniente tradicional comenzó a perder confianza en la utilidad (y finalmente en la validez moral) de los valores e instituciones tradicionales confucianos. Influidos por las ideas occidentales y a la vez agudamente conscientes de la incapacidad del viejo régimen para responder con eficacia a la amenaza cada vez más grave que el imperialismo extranjero le planteaba a la verdadera existencia de China, llegaron a estar intelectualmente alienados con respecto a los valores y creencias tradicionales. Y la alienación intelectual pronto llevaría a la alienación política y social. Reacios a aceptar incondicionalmente los valores santificados tradicionalmente, algunos se mostraron renuentes a suceder a sus padres como gobernantes en el viejo sistema. Una porción de jóvenes aristócratas-letrados, los hijos de la elite gobernante tradicional, se desprendió de sus ataduras de clase social y formó el núcleo de un nuevo estrato en la sociedad china – una intelligentsia moderna de cuyas filas surgirían los dirigentes de los movimientos revolucionarios modernos. Los hijos de la aristocracia – en efecto, desertores de su propia clase – serían quienes proveerían la ideología y el liderazgo a una revolución que finalmente destruiría a la aristocracia como clase social. El tradicional prestigio de los letrados en China no fue, como a menudo se ha sugerido, lo que hizo a los intelectuales tan importantes políticamente en la historia del siglo XX, sino más bien las condiciones del ambiente histórico moderno chino. En una situación caracterizada por una desintegración social y cultural masiva, por un increíble caos político, una situación en la cual todas las clases sociales eran débiles y ninguna dominante, la intelligentsia podía operar como una fuerza virtualmente autónoma e influenciar decisivamente el curso del desarrollo histórico. Pero los intelectuales no pueden hacer la historia por sí mismos. Habiendo cortado los lazos con su propia clase social, llegaron a ser socialmente independientes pero permanecieron política e históricamente impotentes. Sólo cuando la intelligentsia sintió la necesidad y percibió la oportunidad de vincularse a otras clases sociales, de llegar a ser la portavoz política que expresara el descontento social y político de las masas empobrecidas y de dirigir las actividades de estas hacia nuevas formas de acción política, sólo entonces la intelligentsia fue capaz de apreciar y apropiarse de las potencialidades para el cambio revolucionario que ofrecía la situación histórica china moderna. Sólo entonces fue capaz de sacar ventaja de la oportunidad de modelar la realidad social de acuerdo con sus ideas, ideales y visiones. Las semillas de la revolución china moderna fueron sembradas en la década de los años 1890, cuando los hijos de la aristocracia perdieron la creencia en su derecho moral a suceder a sus padres como gobernantes y surgieron como un estrato social independiente. Pero la revolución china moderna, hablando propiamente, no comenzó hasta tres décadas más tarde, cuando la historia de la intelligentsia llegó a entrelazarse con la historia de la gente común. Esta relación histórica crucial sólo comenzó a ser forjada en los años veinte, con el surgimiento de un segmento de orientación específicamente marxista en la

10 intelligentsia. Esta, sin embargo, no apareció súbitamente como resultado de ningún simple acto de iluminación instantánea producido por la revolución bolchevique rusa y la coincidente llegada de las teorías de Marx y Lenin. Aquellos que llegarían a ser los dirigentes del PCCh hallaron iluminador el mensaje revolucionario marxista porque percibieron en él una solución para la crisis de la sociedad china. Pero la forma en que percibían la situación china, y aplicaron el marxismo para intentar resolver esa difícil condición, estuvo influenciada profundamente por las predisposiciones intelectuales preexistentes. Nacionalismo e Iconoclastia La curiosa combinación de nacionalismo e iconoclastia cultural es una de las más sorprendentes características de la historia de la intelligentsia china moderna. Es apenas sorprendente que los intelectuales chinos fueran muy nacionalistas, ya que el nacionalismo y el antiimperialismo eran inherentes a las condiciones históricas reales de las que surgió la intelligentsia. No fue fortuito que las primeras acciones políticas significativas de los intelectuales modernos llegaran en el momento en que un imperialismo extranjero más agresivo amenazaba a China con el desmembramiento territorial y la colonización. En 1895, la China imperial fue humillada por la fuerza militar de un Japón modernizador. Y ese fue el año en que Sun Yat-sen lanzó la primera de sus fallidas aventuras revolucionarias anti-manchúes. Y, más significativamente, el año en que Kang Youwei organizó a unos mil trescientos jóvenes miembros de la elite aristocrático-letrada para protestar contra la capitulación del gobierno de Beijing ante Japón y para defender cambios institucionales de gran envergadura, vistos como necesarios para la supervivencia de China como nación. El evento señaló el comienzo de la deserción de los intelectuales del viejo orden; reflejaba no sólo la extendida insatisfacción con el sistema tradicional entre un número sustancial de los hijos más prominentes de la clase gobernante, sino también su resistencia a asumir sus cargos burocráticos asignados en un sistema en el que habían perdido confianza. Para mediados de la década de los años 1890, China no era ya la tierra de los complacientes letrados confucianos que alimentaban una confortante creencia en la superioridad moral de la civilización china frente al inminente desastre nacional. En los años siguientes, durante la ofensiva frenética para dividir a China en esferas de influencia por parte de la colonización extranjera, las actividades políticas de los intelectuales asumieron nuevas formas y una mayor urgencia. Sus esfuerzos culminaron en la heroica pero desventurada “Reforma de los Cien Días” de 1898, el famoso golpe que intentó cambiar a China desde arriba, pero que fue abortado por un contragolpe que puso a China de vuelta donde estaba: en las manos de burócratas corruptos y de una clase gobernante aristocrática decadente. En las actividades políticas y escritos influyentes de los intelectuales desafectos de la década de los años 1890 se reflejaba un nuevo compromiso nacionalista con China como un estado-nación en un mundo dominado por estados-naciones imperialistas predadores. La preocupación predominante no era conservar una cultura china particular o un orden social chino particular (aunque algunos trataron de salvar lo que pareciera ser rescatable de la tradición), sino más bien construir un estado y una sociedad chinos fuertes que pudieran sobrevivir y prosperar en un escenario internacional hostil. Esta preocupación condicionó la comprensión intelectual y los usos políticos de todas las ideas e ideologías nuevas, sin excluir el credo internacionalista del marxismo. Mientras que el surgimiento de una intelligentsia ardientemente nacionalista estuvo en cierto sentido dictado por las circunstancias históricas modernas de China, no

11 es tan fácil comprender por qué la búsqueda nacionalista estuvo acompañada de impulsos fuertemente iconoclastas. El nacionalismo, después de todo, exige generalmente un pasado nacional valorizado y los nacionalistas son proclives en general a celebrar y glorificar su herencia histórica y cultural particular. Sin embargo, este no fue el caso del nacionalismo moderno chino. La tendencia fue a descartar los valores y cultura tradicionales como inútiles para la supervivencia del país, y más tarde condenarlos como la fuente de los problemas de China. Yan Fu y Liang Qichao, los voceros más importantes de la primera generación de la moderna intelligentsia china que surgió alrededor de fines del siglo XIX, llegaron a la conclusión de que las bases para el poder de un estado-nación moderno no eran simplemente los logros materiales de Occidente, sino las dinámicas ideas y valores occidentales que habían hecho surgir estos logros: las ideas de lucha y progreso, los valores que llevaban a la liberación de las energías humanas individuales para el crecimiento económico dinámico y la conquista de la naturaleza. Y estas ideas y valores, presentados como occidentales, fueron ofrecidos para su adopción por China porque la intelligentsia atribuía la debilidad política y económica de la China moderna a la ausencia de tales ideas y valores en la tradición confuciana. De declarar a la tradición incapaz para lograr los objetivos nacionales modernos, sólo había un corto paso a condenarla también moralmente como deficiente. Al profundizarse la difícil situación de China, y cuando crecía la necesidad de explicar y hallar soluciones para esa situación, fue un paso fácil y lógico a dar, prefigurado por la clase de nacionalismo expuesta en los escritos de Liang Qichao e Yan Fu. Aunque un rechazo iconoclasta de la tradición era difícilmente el resultado nacionalista que Liang o Yan buscaban o anticipaban, su búsqueda de la fuente del poder en el mundo moderno los había llevado a una ruptura intelectual fundamental con el pasado, una ruptura que ellos no podían o no querían reconocer completamente. Estableciendo la preservación y el poder del estado como el criterio nacionalista para juzgar el valor de todas las ideas e instituciones, enviaron dos mensajes esenciales con implicancias esencialmente iconoclastas: uno era la convicción de que los valores necesarios para la fuerza nacional en el mundo moderno debían ser buscados en la sabiduría de las teorías e ideologías occidentales, que habían provisto a las potencias extranjeras de su predominio económico y político, y el otro, proviniendo lógicamente del primero, era la necesidad de descartar las creencias y valores tradicionales chinos que no podían servir a los intereses dominantes del poder nacional. Por esto, un rechazo iconoclasta del pasado cultural estaba latente en los verdaderos orígenes del nacionalismo chino, aun cuando esos primeros nacionalistas mantenían profundos lazos emocionales con los valores morales confucianos tradicionales. Ese potencial iconoclasta sería expresado de manera más poderosa por una nueva generación de jóvenes intelectuales en la segunda década del siglo. Expuestos a las ideas occidentales modernas en mayor escala, sus lazos con la cultura y los valores tradicionales llegaron a ser cada vez más tenues. Los acontecimientos políticos de las primeras dos décadas del nuevo siglo le dieron a su anti-tradicionalismo su especial intensidad. La caída de la monarquía (el símbolo del orden moral confuciano), provocada por la revolución de 1911, privó a los valores tradicionales de su reclamo último de legitimidad, aunque los oportunistas políticos manipularan cínicamente elementos de la tradición confuciana con objetivos puramente reaccionarios, usándolos como sostenes de una sociedad decadente y de los corruptos burócratas y militaristas que se cernían parasitariamente sobre ella. Esta continuada asociación del confucianismo con el conservadurismo social y político abrió las

12 compuertas a un asalto fieramente iconoclasta contra la completa herencia cultural tradicional. Esta iconoclastia cultural nacionalista recibió su expresión más completa e importante políticamente en los años 1915-1919, en el Movimiento Nueva Cultura, que convocaba a la total destrucción de las tradiciones y valores del pasado. La convocatoria para la primera revolución cultural china fue formulada por un joven y ardiente francófilo, Chen Duxiu, quien retornó a China en 1915, luego de un exilio autoimpuesto en Japón, para fundar la revista Xin qingnian (Nueva Juventud) – y para asegurar que sus intenciones iconoclastas eran suficientemente claras, más tarde le dio también un título francés, La Jeunesse. En 1921, este apasionado devoto de la democracia y la cultura francesas modernas llegó a ser el primer dirigente del Partido Comunista Chino. Es difícil sobreestimar la importancia de los intelectuales que se unieron en torno a la Nueva Juventud, ya que sus escritos moldearon las creencias de una generación completa de jóvenes estudiantes que lograrían preeminencia política después del incidente del Cuatro de Mayo de 1919 y que llegarían a ser los dirigentes de la revolución china moderna. Entre sus ávidos lectores y seguidores estaba el juvenil Mao Zedong, quien fue influenciado profundamente por Nueva Juventud – y cuyo primer trabajo publicado (un ensayo enfatizando la importancia de la “cultura física”) apareció en esa revista en 1917. Una de las duraderas influencias que Nueva Juventud les transmitió al joven Mao y a sus contemporáneos fue la noción de que una transformación cultural y moral completa era el requisito fundamental para la acción política y la reforma social significativas. Lo que ellos buscaban no era una renovación de la cultura tradicional, ya que la mayoría veía poco o nada del pasado chino que fuera digno de ser preservado. Lo que exigían era la total aniquilación de todos los valores, tradiciones y costumbres del pasado, y su reemplazo por una cultura completamente nueva basada en los valores democráticos y científicos occidentales que tanto admiraban. Los ataques encarnizados y sarcásticos contra el confucianismo y la despiadada condena de la tradición que llenaban las páginas de la Nueva Juventud reflejaban no sólo la visión de que la tradición estaba pasada de moda y era inútil, sino un sentimiento de que también era moralmente corrupta y quizás siempre lo había sido. Este virulento rechazo iconoclasta del pasado chino estuvo acompañado por una fe ardiente en la juventud china del presente. Los jóvenes serían los portadores de una nueva cultura, y por esto los agentes del surgimiento de una nueva y joven sociedad china, ya que la gente joven era percibida como relativamente incorrupta por las viejas tradiciones y esperanzadamente no infectada todavía por una cultura morbosa y una sociedad enferma. Más receptivos a las nuevas ideas y valores que sus mayores, los jóvenes eran vistos como agentes de la transformación cultural, de los que dependía la salvación de la nación. Otro rasgo sorprendente de los intelectuales de la Nueva Juventud – y, en verdad, generalmente característico de la intelligentsia china moderna – era una extraordinaria fe en el poder de las ideas para cambiar la realidad social, una suposición duradera de que los cambios en los valores y la conciencia debían preceder necesariamente a los cambios sociales, económicos y políticos. Sin duda es una proclividad general de los intelectuales el enfatizar (y sobre-enfatizar) la importancia de las ideas, particularmente las propias, pero la intensidad y consistencia de esta tendencia en la historia china del siglo XX (de la cual el maoísmo ofrece una confirmación contemporánea) parece totalmente sin paralelo y sugiere una predisposición general a enfatizar el papel de la conciencia en determinar la dirección del desarrollo histórico.

13 Nueva Juventud no fue una revista marxista – no al menos antes de que Chen Duxiu se convirtiera al marxismo a fines de 1919. Pero finalmente produjo marxistas, una vez que los acontecimientos políticos empujaran a muchos de sus contribuyentes y lectores a abandonar sus creencias liberales occidentales. Del órgano editorial de la Nueva Juventud provinieron dos profesores de la Universidad de Beijing, Chen Duxiu y Li Dazhao, que fueron los cofundadores del PCCh. Y los primeros miembros del Partido fueron en gran medida sus jóvenes seguidores estudiantiles, llevados por las ideas transmitidas por las páginas de esta extraordinaria revista. Los dirigentes del movimiento comunista chino – y mas tarde los dirigentes de la República Popular – surgieron de este primer grupo de jóvenes activistas revolucionarios, más notablemente, por supuesto, Mao Zedong, antes asistente de bibliotecario de Li Dazhao en la Universidad de Beijing. A su fe marxista recién descubierta, ellos aportaron muchas de sus anteriores predisposiciones intelectuales – nacionalismo, iconoclastia cultural y una fe voluntarista en el poder de las ideas para modelar la realidad social. Estas creencias diversas no eran fáciles de reconciliar. El papel crucial atribuido a las ideas y la conciencia iba mucho más allá de los límites de la teoría marxista. Un ardiente nacionalismo estaba difícilmente en armonía con los contenidos y objetivos profundamente internacionalistas del marxismo, y no era totalmente compatible con la demanda marxista de la lucha de clases y la revolución social. Y además el nacionalismo chocaba con un rechazo iconoclasta de la herencia cultural e histórica china. A través de la historia del movimiento comunista chino, estas creencias en conflicto generaron tensiones que tendrían implicancias políticas de profunda importancia. En nuevas formas y bajo circunstancias históricas ampliamente diferentes, los problemas y tensiones generados por la revolución cultural pre-marxista de 19151919 aparecerían de nuevo en la Revolución Cultural de inspiración maoísta de los años sesenta. Involucrados centralmente en ambas estuvieron un asalto iconoclasta contra las tradiciones del pasado, el problema de reconciliar los impulsos iconoclastas con los sentimientos nacionalistas, una creencia duradera en el poder de la conciencia humana para modelar la realidad social y una fe constante en los jóvenes como agentes de la regeneración moral. Un joven Mao Zedong fue el producto intelectual de la primera revolución cultural, y un Mao envejecido fue el promotor político de la segunda. La deserción de los intelectuales recibió su expresión más extrema en la época de la Nueva Juventud de 1915-1919. La iconoclastia absoluta de los nuevos intelectuales fue un reflejo de la falta de raíces sociales tanto como un rechazo intelectual de las tradiciones e instituciones del pasado. La iconoclastia fue también una afirmación de su independencia social, ya que la intelligentsia emergente formó un nuevo estrato en la sociedad china que no estaba ligado, ni era portavoz, de ninguna clase social. Así, desde la clase aristocrática moribunda surgió una intelligentsia autónoma dedicada a construir un nuevo orden social, que impediría la existencia continuada de la clase de la cual provenía. Sin embargo, la intelligentsia carecía de los medios para cambiar a la sociedad china de acuerdo con sus modelos occidentales, ya que la contraparte de su estatus autónomo era su aislamiento social y su impotencia política. Las ideas e instituciones burguesas occidentales modernas que ellos admiraban y defendían tocaban pocas cuerdas sensibles en la China dominada por los señores de la guerra. La burguesía china moderna era una clase demasiado débil y desfigurada para sostener ideas liberales y promover la democracia. Por esto, los intelectuales se encontraron a sí mismos tan aislados en las ciudades modernas como estaban intelectual y físicamente separados del campo atrasado. El aislamiento social y la impotencia política causaron inquietud, frustración y

14 una creciente necesidad de encontrar raíces en la sociedad china. Los estridentes llamados a la transformación cultural no eran sólo su prescripción intelectual para las enfermedades de China, sino también un reflejo de la soledad social y política, la incapacidad para realizar los cambios que deseaban. Las circunstancias de la intelligentsia no cambiarían hasta que los dramáticos acontecimientos de 1919 transformaran la situación política china. Para muchos, esa transformación llevó a la desilusión con el liberalismo occidental, y a algunos los proveyó de una nueva fe marxista que ofrecía la oportunidad de una acción política efectiva y la promesa de un fin al aislamiento social. El Movimiento del Cuatro de Mayo y los Orígenes del Partido Comunista Chino Los acontecimientos que llevaron a la fusión de los intelectuales chinos “desarraigados” con la gente común comenzaron el 4 de mayo de 1919. Ese día, que marca el verdadero comienzo de la revolución china moderna, más de tres mil estudiantes universitarios manifestaron en Beijing contra la decisión de las democracias occidentales, en la conferencia de paz de Versailles, de transferir las antiguas concesiones imperialistas alemanas en la provincia de Shandong a Japón como botín de guerra. La protesta culminó en ataques a las viviendas y oficinas de los ministros del gobierno de Beijing que recibían pagos de los japoneses. Los violentos choques con la policía y los subsiguientes arrestos sólo sirvieron para inflamar los resentimientos nacionalistas contra un gobierno chino débil y corrupto, y contra los gobiernos extranjeros que por tanto tiempo habían explotado y humillado a China. Las manifestaciones crecieron en tamaño y se hicieran más militantes, y se extendieron con rapidez a virtualmente todos los grandes centros urbanos. El significado político del movimiento fue que no permaneció como un movimiento estudiantil. Los activistas estudiantiles pronto fueron acompañados por muchos de sus profesores en la Universidad de Beijing y por trabajadores industriales y asociaciones de comerciantes. Las ciudades chinas fueron inundadas por manifestaciones populares masivas, huelgas, boicots anti-extranjeros y a veces violentos enfrentamientos con las autoridades. El incidente del Cuatro de Mayo sirvió de catalizador para el despertar político de una sociedad que parecía haber estado por mucho tiempo inerte e inactiva. Una ola masiva de antiimperialismo popular sumergió a las ciudades, y el país (aunque no todavía el campo) ardió con una agitación política e intelectual. La situación política dramáticamente nueva politizó radicalmente a un número significativo de intelectuales. Muchos que se habían considerado a sí mismos como liberales cosmopolitas surgieron como militantes nacionalistas, defendiendo al país contra la amenaza del imperialismo extranjero. Muchos que habían rechazado participar políticamente porque atribuían la difícil situación de China a deficiencias fundamentales en la cultura, para quienes las medidas políticas ofrecían sólo soluciones superficiales, ahora comenzaron a favorecer la acción política inmediata para salvar a la nación de la amenaza externa y para resolver la grave crisis social y económica que la amenazaba desde adentro. El nuevo espíritu de activismo político que impregnaba las ciudades elevó esperanzas de que las masas pudieran ser organizadas para la acción efectiva y que los intelectuales pudieran ser eficaces dirigiéndolas. A la vez, las visiones de Occidente de los intelectuales sufrieron una dramática transformación. Los ásperos resentimientos nacionalistas generados por la fatídica decisión de Versailles, complementados con el creciente activismo político nacionalista en el país, llevaron a una rápida erosión de la fe en que las naciones occidentales “avanzadas” instruirían a

15 China en los principios de la democracia y la ciencia. Los maestros extranjeros eran ahora percibidos como opresores, y la vieja imagen de un mundo occidental proveyendo modelos progresistas para la regeneración de China fue reemplazada por la nueva imagen de un Occidente formado por estados imperialistas cínicos y agresivos. Habiendo rechazado los valores políticos e intelectuales chinos tradicionales, los intelectuales todavía miraban hacia el Occidente buscando guía, pero ahora comenzaban a mirar más a las teorías socialistas occidentales, que eran ellas mismas críticas del Occidente como era, en vez de las ideologías liberales convencionales occidentales, que aprobaban el orden capitalista-imperialista existente. En este nuevo ambiente político e intelectual creado luego del incidente del Cuatro de Mayo, una porción de la intelligentsia china comenzó a volverse hacia la revolución rusa y la promesa marxista de una revolución mundial. Hasta el momento, la victoria bolchevique de 1917 había producido mucho interés en los círculos intelectuales chinos, pero había encontrado pocos conversos. Mientras la fe en la democracia occidental se erosionaba, y con el despertar político interno ofreciendo nuevas esperanzas de una acción efectiva e inmediata en el escenario chino, el mensaje bolchevique ofrecía tanto una nueva fe intelectual como un nuevo modelo político. El marxismo era visto como el producto intelectual más avanzado del Occidente moderno, pero que rechazaba al mundo occidental en su forma capitalista y en su relación imperialista con China. Esto último se demostró más enérgicamente a través de los llamados nacionalistas de la teoría leninista del imperialismo (que ofrecía a los países coloniales y semicoloniales un papel revolucionario internacional crucial) y la renuncia del nuevo gobierno soviético a los viejos privilegios imperialistas zaristas en China. Llegar a ser marxista era la manera, para los intelectuales chinos, de rechazar tanto las tradiciones del pasado chino como la dominación occidental del presente. Y abrazar la causa de la revolución rusa y llegar a ser un comunista era la manera de hallar un programa para la acción política concreta a fin de transformar la sociedad China – y la manera de encontrar un lugar para la nación china en lo que se percibía como un proceso internacional de cambio revolucionario. A pesar de que los primeros conversos al marxismo estaban inspirados por la visión de la revolución internacional que la revolución bolchevique parecía anunciar, habían llegado a esa nueva visión socialista a través de una ruta profundamente nacionalista. Así como dos décadas antes la intelligentsia china moderna había surgido de un largo proceso de alienación nacionalista de los valores chinos tradicionales, así ahora la nueva intelligentsia marxista surgía de la desilusión nacionalista con las ideologías democráticas burguesas occidentales. La amenaza inmediata del imperialismo extranjero y una consecuente preocupación nacionalista por el destino y futuro de China eran centrales en ambos casos. En el caso marxista, el nacionalismo se volcaría hacia objetivos sociales revolucionarios, pero los orígenes nacionalistas del marxismo en China permanecerían para condicionar la forma en la cual la nueva doctrina sería interpretada y empleada. Era una condición necesaria, ya que China era un país que requería la independencia nacional tanto como la revolución social – y las dos tareas resultarían inseparables. Los nuevos conversos chinos al marxismo emprendieron la tarea de organizar un partido comunista sobre las bases de los impulsos nacionalistas y el activismo político generados por el Movimiento del Cuatro de Mayo, combinados con las expectativas milenaristas de una inminente insurrección revolucionaria internacional inspirada por los escritos de Lenin y Trotsky. Los cimientos para lo que sería el Partido Comunista Chino se asentaron en 1920, cuando jóvenes activistas marxistas establecieron una variedad de pequeños grupos comunistas (bajo una diversidad de nombres) en las

16 mayores ciudades de China. Estudiantes radicales chinos organizaron grupos similares en el extranjero, en París, Tokio y Berlín. El partido mismo no llegó a existir a nivel nacional formalmente hasta julio de 1921, cuando doce delegados de los diferentes grupos se reunieron en un congreso secreto que se organizó en un internado de niñas en Shanghai y, después de una incursión policial, concluyó sus deliberaciones en una casabote cerca de Hangzhou. Apoyado por un representante de la recién formada (y controlada por Moscú) Tercera Internacional (Komintern), el congreso adoptó los métodos leninistas estándar de organización y proclamó objetivos marxistas-leninistas ortodoxos. El nuevo partido era pequeño en número, joven en composición, y sus miembros inexpertos en la práctica revolucionaria y la teoría marxista. El congreso fundador pudo reclamar la representación de sólo cincuenta y siete miembros. En un país que carecía de tradición política socialista, había pocas bases sobre las que construir la nueva organización. El Partido estaba dirigido por Chen Duxiu y Li Dazhao, que reclutaron a la mayoría de sus seguidores entre sus propios estudiantes. En un país que carecía de una tradición intelectual socialdemócrata marxista, era inevitable que dirigentes y seguidores tuvieran sólo un superficial conocimiento de la teoría marxista que presuntamente guiaba sus actividades revolucionarias. No parecía un comienzo promisorio. CAPÍTULO 3: EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN BURGUESA Y PROLETARIA El período que va desde 1921, cuando se fundó el Partido Comunista Chino, a 1927, cuando Chiang Kai-shek desató la sangrienta contrarrevolución que casi llegó a destruir a los comunistas chinos, estuvo marcado por dos fracasos revolucionarios. Uno fue el fracaso de la revolución democrático-burguesa, que a veces fue llamada “la revolución nacional”. El otro fue el fracaso de la naciente clase obrera urbana china en causar un reordenamiento socialista de la sociedad, aunque hiciera un valiente intento para tal fin durante el gran alzamiento revolucionario de 1925-1927. Las dos revoluciones fallidas tendrían importantes consecuencias. Ya que los fracasos de los años veinte eliminaron en gran medida a la burguesía y al proletariado de la escena política y, después de 1927, trasladaron la revolución de las ciudades al campo, donde crecería el maoísmo y se forjaría la victoria revolucionaria de 1949. Cuando los jóvenes intelectuales que fundaron el PCCh comenzaron sus actividades revolucionarias en 1921 creían que su principal tarea era organizar al proletariado chino para una revolución socialista que sería parte del proceso internacional de transformación socialista que Marx había profetizado y que la revolución rusa parecía vaticinar. Los resultados de aquellos primeros esfuerzos por construir un movimiento de la clase obrera no fueron insignificantes. La organización de los trabajadores industriales en las grandes ciudades, tanto como de los mineros y trabajadores ferroviarios en las áreas más remotas, procedió rápidamente. Las huelgas obreras proliferaron, y estuvieron a menudo motivadas por consideraciones políticas y resentimientos nacionalistas tanto como por demandas de condiciones tolerables de vida y trabajo. En unos pocos años, los jóvenes activistas comunistas pudieron anunciar una federación obrera nacional que representaba a medio millón de trabajadores, y dirigir a cientos de miles en las manifestaciones militantes del 1º de Mayo.

17 Sin embargo, los comunistas pronto aprenderían que en un país gobernado y expoliado por ejércitos saqueadores de señores de la guerra, el poder militar desnudo era crucial al determinar la dirección de los acontecimientos políticos, y los sindicatos y otras organizaciones de masas podían ser reprimidos y aplastados más fácilmente de lo que podían ser construidos. Las visiones de una revolución socialista en China, si no abandonadas, tuvieron que ser pospuestas. Y los comunistas pronto aprenderían también que la prometida revolución mundial había sido igualmente pospuesta. Cuando las revoluciones socialistas previstas fracasaron en materializarse en los países industrializados de Europa Occidental, y la Unión Soviética permaneció como el único estado socialista en un mundo capitalista hostil, tanto los intereses nacionales rusos como la lógica de la estrategia revolucionaria leninista dictaron que el proceso revolucionario chino estaba en su etapa democrático-burguesa y que las perspectivas para una revolución socialista yacían bien en el futuro – ya que la posibilidad de esta última siempre había sido predicha con respecto a una explosión revolucionaria internacional, que la revolución bolchevique rusa había fallado en encender. La nueva y pesimista evaluación soviética de la situación revolucionaria en China – y en el mundo – les fue comunicada a los dirigentes del PCCh en 1922 por los representantes de la Tercera Internacional con sede en Moscú (la Komintern). Los nuevos conversos chinos al marxismo recibieron con renuencia el descorazonador mensaje. Pero tanto la autoridad política de Moscú como las condiciones políticas en China exigían que los comunistas chinos aceptaran la visión de que la revolución fuera confinada a sus límites burgueses. El PCCh se iba a aliar con el Guomindang. El viejo partido revolucionario, todavía dirigido por Sun Yat-sen y revitalizado por el activismo político del Movimiento del Cuatro de Mayo, había conseguido una débil base político-militar en la ciudad de Cantón (Guangzhou) y sus alrededores. La alianza fue planificada para alcanzar los objetivos gemelos de unificación nacional e independencia nacional, o sea, la eliminación del separatismo de los señores de la guerra y del imperialismo extranjero. En esta alianza el PCCh sería con mucho el socio menor. Los comunistas reconocerían al Guomindang como el dirigente de la revolución burguesa o “nacional” y se unirían a ese partido como miembros individuales en un frente unido. La alianza se consumó formalmente en enero de 1924. Hacia el Guomindang en Cantón fluyeron armas, dinero y asesores militares y políticos de la Unión Soviética – con el propósito de construir un ejército moderno que finalmente se dirigiría hacia el norte para unificar el país. A los comunistas, Moscú les ofrecía apoyo moral y asesoramiento político. En retrospectiva, uno es impactado por la muy estrecha definición que los ideólogos de la Komintern le daban al concepto marxista de revolución “democráticoburguesa” – al menos en lo que concierne a China. Una revolución burguesa es una transformación política que arrasa con las instituciones obsoletas que quedaban del viejo orden feudal (o “precapitalista”) y las reemplaza con nuevas instituciones políticas favorables a los intereses de la burguesía y al crecimiento de las relaciones de producción y propiedad capitalistas. En este proceso es esencial la genuina unificación nacional: el establecimiento de un gobierno centralizado con un código uniforme de leyes, una moneda nacional única y un sistema uniforme de impuestos, en suma, la abolición de todos los vestigios de separatismo feudal y la creación de condiciones político-legales modernas que llevaran al crecimiento de un mercado nacional y al desarrollo de la producción capitalista. El proceso también incluye, al menos idealmente, el establecimiento de una democracia parlamentaria, la forma de estado más apropiada para la dominación de clase de la burguesía. Además, suponía que una revolución burguesa permite cierto grado de libertad para las actividades políticas de otras clases sociales, especialmente el creciente proletariado; y que abolirá las

18 relaciones feudales sobrevivientes que encadenaban al campesinado, apresurando por esto el crecimiento del capitalismo en el campo. En su forma específicamente leninista, una revolución democrático-burguesa en Asia y el Medio Oriente venía a incluir una revolución nacionalista para sacudirse el yugo imperialista extranjero. También incluía un énfasis mucho mayor en la revolución social anti-feudal en el campo – y, parcialmente para compensar la debilidad de la burguesía indígena, un papel político mucho mayor para el proletariado y especialmente para el campesinado en la fase burguesa del proceso revolucionario. Con todo, la revolución burguesa que la alianza entre el Guomindang y el PCCh debía llevar a cabo fue concebida como un asunto mucho más limitado. Más allá de la fachada de la retórica revolucionaria del momento, el concepto fue redefinido para incluir no más de lo que los dirigentes del Guomindang estaban dispuestos a aceptar. Y esto quedó reducido a dos objetivos: unificación nacional e independencia nacional. Sólo se dedicaron alabanzas insinceras al ideal de una república democrática; en realidad, se asumió implícitamente desde el comienzo que el nuevo orden político chino sería esencialmente militar. Y muy explícitamente excluida, o al menos pospuesta, quedó la revolución social anti-feudal en el campo. La revolución “democráticoburguesa” china, en suma, lograría sólo objetivos puramente nacionalistas. Por supuesto, una revolución nacionalista exitosa era necesitada desesperadamente. La revolución de 1911 había hecho poco más que remover la anacrónica monarquía. Su resultado político no fue ni un estado fuerte ni democrático, sino que más bien aumentó el caos político y la fragmentación en la edad oscura de los señores de la guerra que llegó inmediatamente después. Dejó sin cambios la red de interferencias políticas y económicas imperialistas que había hecho a China tan dependiente de las potencias extranjeras, así como dejó sin tocar la estructura social interna existente, y especialmente las relaciones socioeconómicas rurales tradicionales y el dominio de la aristocracia terrateniente en el campo. Para los años veinte, la unificación nacional y la independencia nacional habían llegado a ser demandas casi universales entre los chinos políticamente conscientes, uniendo a la mayoría de la clase gobernante tradicional con las clases sociales modernas y los partidos políticos. Y para los dirigentes de una Unión Soviética aislada y cercada, dirigida inexorablemente hacia la doctrina del “socialismo en un solo país” de Stalin y que ahora estaba profundamente involucrada en la política interna china, el objetivo dominante era una revolución nacionalista que produciría un régimen chino amistoso. Pero China necesitaba más que una revolución puramente nacionalista, y más se estaba exigiendo. Nuevas clases y grupos sociales habían aparecido en la escena política para darle a la “revolución nacional” un impulso radical que iba mucho más lejos de los limitados objetivos sobre los que estaba basada la alianza Guomindang-comunistas. En las ciudades, la nueva clase obrera china comenzó a sublevarse contra las injusticias de la industrialización temprana. En el campo, los campesinos se organizaban (y estaban siendo organizados) para derrocar la dominación de la clase terrateniente tradicional. Y la intelligentsia radical, ahora politizada y organizada políticamente en partidos modernos, se hallaba deseosa de dirigir un movimiento revolucionario popular. Estas fuerzas no podían ser confinadas dentro de los estrechos límites de una revolución “nacional” o aun de una revolución definida más ampliamente como “democráticoburguesa”, tal como el gran alzamiento revolucionario de 1925-1927 demostraría. La Revolución de 1925-1927

19 La alianza con el Guomindang les permitió a los comunistas un acceso más amplio a la sociedad china y a las poderosas fuerzas de la revolución latentes en ella. Los comunistas, trabajando bajo la insignia del Guomindang, renovaron sus esfuerzos para organizar a los trabajadores y campesinos cada vez más rebeldes. A través de los años 1925-1927, el movimiento revolucionario de masas, tanto en la ciudad como en el campo, en parte organizado y en parte espontáneo, creció con rapidez sin precedentes y se movió hacia direcciones sociales cada vez más radicales. Fue el movimiento de masas lo que les dio a los dos partidos políticos modernos de China la enorme fuerza que tan rápidamente adquirieron durante aquellos años, y proveyó a la alianza entre ellos de su extraordinario dinamismo. Pero el carácter cada vez más radical del movimiento popular creó tensiones políticas e intensificó los conflictos sociales que socavaron el frente político unido y resultaron en la casi destrucción del PCCh. La fase radical y militante de la revolución estuvo señalada por el Movimiento del 30 de Mayo de 1925. Durante los primeros meses de 1925, la ciudad de Shanghai – el centro y símbolo de la intrusión imperialista extranjera – fue inundada por una oleada de huelgas obreras. En una ocasión, un trabajador chino fue muerto de un tiro por un capataz japonés. El 30 de mayo, obreros y estudiantes organizaron una manifestación de protesta, que culminó en la Concesión Internacional, administrada por los extranjeros, donde la policía dirigida por los británicos dispersó a los manifestantes, matando doce de ellos. El incidente tuvo un efecto explosivo, provocando una sucesión de huelgas, manifestaciones, boicots anti-extranjeros en todas las grandes ciudades y una nueva ola masiva de antiimperialismo a través de todo el país. El choque más notorio entre chinos y extranjeros ocurrió en la concesión internacional de Cantón el 23 de junio, cuando tropas británicas y francesas mataron a cincuenta manifestantes chinos e hirieron a muchos más. La masacre de Cantón provocó una huelga general de los trabajadores chinos de Hong Kong, debilitando el comercio de la colonia y de la propia Inglaterra por dieciséis meses, y también estableciendo un boicot nacional contra las mercaderías inglesas. En una expresión dramática de militancia política, cien mil trabajadores chinos emigraron desde la colonia inglesa a Cantón para formar el Comité de Huelga Hong Kong-Cantón, que llegó a ser uno de los principales centros del creciente movimiento revolucionario. El movimiento militante de masas surgido en el verano de 1925 – que crecería con tan extraordinaria rapidez y fuerza durante los dos años siguientes – nunca fue un movimiento puramente nacionalista ni pudo ser confinado a objetivos estrictamente antiimperialistas. Poderosos resentimientos nacionalistas alimentaron el movimiento revolucionario, seguramente, y los resentimientos fueron exacerbados por el espectáculo de los extranjeros matando chinos en suelo chino. Pero los trabajadores también eran llevados a la revuelta por las horrendas condiciones de trabajo y de vida establecidas por la industrialización capitalista temprana. Los trabajadores que vivían en las ciudades dominadas por los extranjeros y que trabajaban en fábricas que eran propiedad de los extranjeros, naturalmente identificaban la explotación económica con la presencia extranjera. Fue esta combinación de opresión socioeconómica y opresión extranjera lo que le dio al movimiento de los trabajadores su especial militancia. El movimiento de la clase obrera urbana de 1925-1927 estuvo acompañado por el ascenso en el campo de un movimiento campesino no menos militante. Sumándose al resurgimiento de la protesta y la revuelta campesinas a través de las formas tradicionales, principalmente las sociedades secretas y el bandidaje, aparecieron organizaciones rurales nuevas y modernas, las asociaciones campesinas. Compuestas mayoritariamente por los campesinos más pobres, y en gran medida producto de las ideas y actividades organizativas de jóvenes intelectuales revolucionarios, las nuevas

20 organizaciones plantearon una amenaza cada vez más radical a la dominación de la aristocracia. Para mediados de 1925, medio millón de campesinos se habían unido a las nuevas asociaciones en Guangdong, la provincia donde estaban localizadas Cantón y la principal base político-militar de las fuerzas aliadas Guomindang-comunistas. Durante los dos años siguientes, el número de miembros de las organizaciones campesinas de Guangdong se cuadruplicó y las asociaciones campesinas se extendieron rápidamente a otras provincias. Los sentimientos nacionalistas y anti-extranjeros estaban involucrados, pero la fuerza motivadora era una exigencia elemental de justicia social y supervivencia económica. El movimiento de masas animado por el incidente del 30 de mayo tuvo un efecto inmediato y dramático tanto en el Guomindang como en el PCCh. El dinamismo del movimiento popular tanto en la ciudad como en el campo le permitió al Guomindang consolidar su poder en Cantón y expandirse desde allí. Luego de la muerte de Sun Yatsen en marzo de 1925, Chiang Kai-shek se estableció como el líder político del Guomindang gracias a su control del Ejército Nacionalista entrenado por los rusos, y para fines del año había extendido el control del Guomindang a toda Guangdong y a partes de las provincias vecinas. La tanto tiempo esperada Expedición al Norte para unificar el país comenzó en el verano de 1926, y los ejércitos de los señores de la guerra se desintegraron ante su avance. El movimiento revolucionario popular ayudó al nuevo ejército en sus impresionantes victorias, mientras los continuos éxitos militares de las fuerzas de Chiang les insuflaban nuevos ímpetus a los obreros y campesinos. Así como el Movimiento del 30 de Mayo llevó a un espectacular crecimiento del poder del Guomindang, también llevó a un incremento no menos dramático en el poder e influencia de sus aliados comunistas. El PCCh comenzó con menos de 100 miembros en 1921 y había crecido a no más de 500 para 1924. A fines de 1925, y sobre la base de la radicalización masiva de los seis meses precedentes, el Partido podía proclamar 20.000 miembros – y para comienzos de 1927 el número de sus miembros casi se había triplicado a un total de 58.000. Sus organizaciones auxiliares eran aún mayores, particularmente los Cuerpos de Juventudes Socialistas, que atraían a un número cada vez mayor de estudiantes y jóvenes obreros militantes. Además, los activistas comunistas, principales responsables por la organización de sindicatos y asociaciones campesinas, ejercían una enorme influencia dentro de las nuevas organizaciones de masas, aunque bajo la bandera del Guomindang. Y los comunistas tenían importantes posiciones dentro del mismo Guomindang, en el gobierno nacional asentado en Cantón, y en el nuevo ejército de Chiang Kai-shek. Los éxitos del movimiento de masas que le dieron a la alianza Guomindangcomunistas su extraordinario dinamismo político, socavaron finalmente la base política de la alianza y pronto la despedazaron, llevando a la eliminación y virtual destrucción del PCCh. Una vez que las fuerzas de la revolución popular fueron puestas en movimiento, adquirieron vida propia, la que no podía ser confinada dentro de los estrechos límites de una “revolución nacional”. Los trabajadores urbanos hicieron huelga no sólo en las fábricas y empresas de propiedad extranjera, sino también en las de propiedad de la burguesía china; el movimiento de la clase trabajadora amenazó no sólo a la propiedad y los privilegios de los extranjeros, sino a la propiedad en general. En el campo, el movimiento campesino no atacó a los terratenientes extranjeros, sino al poder de los terratenientes chinos y las elites rurales. Desde el movimiento nacionalista de masas se alzó entonces la amenaza de la revolución social – y amenazó a las clases y grupos que formaban la base social del Guomindang: la burguesía urbana, cuyos lazos y dependencia con el Guomindang se solidificaron en directa proporción a la ascendiente amenaza de la revolución social, y el cuerpo de oficiales del ejército de Chiang Kai-

21 shek, muchos de cuyos miembros eran los hijos de la aristocracia rural, una clase que ahora temía a la revolución agraria. Con los intereses de las clases propietarias amenazados, el Guomindang apareció cada vez más como el partido de la propiedad y el orden. Cuando el Ejército Nacionalista se dirigió hacia el norte durante la segunda mitad de 1926, las organizaciones de obreros y campesinos crecieron en proporciones masivas, cada vez más radicales en objetivos y métodos, y crecientemente revolucionarias en carácter, especialmente en el campo. Aun los comunistas más radicales estaban asombrados por el repentino auge y poder de un movimiento desde abajo, en gran medida espontáneo. El sentido de asombro (y la sensación de regocijo) corre a través del famoso informe de Mao Zedong sobre el movimiento campesino en Hunan, un documento escrito durante los primeros meses de 1927, en el cual Mao describía las actividades revolucionarias espontáneas del campesinado como una fuerza tan natural y elemental como “un tornado o tempestad, con una fuerza tan extraordinariamente repentina y violenta que ningún poder, por grande que sea, será capaz de reprimirla”4. Pero la revolución social era incompatible con los términos de la alianza Guomindang-comunistas. Y el mensaje estalinista desde Moscú, debidamente comunicado a los dirigentes comunistas chinos por medio de la Komintern, era restringir el radicalismo de las masas y preservar la alianza política a toda costa. Por esto, los dirigentes del Partido chino se encontraron en la embarazosa y angustiante posición de intentar limitar el radicalismo popular más que promoverlo, de apagar las llamas de la revolución antes que ponerse ellos mismos a la cabeza de las masas insurgentes. No todos los comunistas hicieron caso al “consejo” de Moscú, ni habrían podido implementar las directivas de la Komintern aun cuando hubieran deseado hacerlo, ya que la revolución popular (particularmente en el campo) había adquirido un impulso por sí misma cuyo control estaba más allá del poder de ningún partido. Aunque muchos comunistas individualmente intentaron dirigir el movimiento, el Partido como tal permaneció confuso e inmovilizado. El resultado fue que las masas rebeldes fueron dejadas indefensas y en gran medida carentes de dirigencia frente a las fuerzas organizadas de la contrarrevolución, que se preparaban para reprimirlas. Durante los primeros meses de 1927, el movimiento revolucionario popular alcanzó su apogeo, mientras el Ejército Nacionalista estaba demostrando su supremacía militar en su marcha victoriosa a través de las provincias del sur y el centro de China. La tensión entre los objetivos puramente nacionalistas del Guomindang y las aspiraciones sociales revolucionarias de las masas estaba cercana a su punto de quiebre. El quiebre llegó cuando Chiang Kai-shek hubo adquirido el poder militar (y el apoyo financiero de la alta burguesía de Shanghai) para destruir al movimiento de masas – y abandonar a sus protectores rusos y aliados comunistas. La contrarrevolución comenzó en Shanghai en abril. Los días 21-22 de marzo, una sublevación de la clase obrera dirigida por los comunistas había tenido éxito en apoderarse del control de partes de Shanghai, y los insurgentes victoriosos aguardaron la llegada del cercano Ejército Nacionalista. Chiang y sus fuerzas entraron en la ciudad sin oposición el 26 de marzo y fueron recibidos como libertadores. Los libertadores pronto se volvieron verdugos. Antes del alba del 12 de abril, unidades armadas de la infame Pandilla Verde y otras sociedades secretas del submundo, junto con unidades selectas del Ejército Nacionalista 4

Mao Tse-tung [Mao Zedong], “Report of an Investigation into the Peasant Movement in Hunan”, en Selected Works of Mao Tse-tung (Londres: Lawrence & Wishart, 1954), 1:21-22. Existe edición en castellano: “Informe sobre una investigación del movimiento campesino en Junan”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo I (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1968), pp. 19-20.

22 regular, atacaron los cuarteles de las organizaciones sindicales comunistas y radicales, inaugurando un baño de sangre que virtualmente destruyó tanto al PCCh como al movimiento obrero en la mayor ciudad de China y principal centro del movimiento radical organizado. Desde Shanghai, la represión fue llevada a todas las áreas al sur del Yangtze dentro del alcance del Ejército Nacionalista, extendiéndose hacia el norte a las áreas de los señores de la guerra que todavía no estaban bajo la administración del gobierno nacionalista. En una orgía de violencia contrarrevolucionaria, Chiang volcó su ejército, construido por los soviéticos, a la tarea de destruir a todas las organizaciones radicales de masas tanto como al Partido Comunista Chino. Los sindicatos y las organizaciones estudiantiles fueron aniquilados en las ciudades, pero en ningún lugar fue mayor la masacre que durante la supresión de las asociaciones campesinas en el campo. Organizaciones que habían movilizado a decenas de millones de campesinos fueron brutalmente aplastadas, y en unos pocos meses se habían desvanecido de la escena política, dejando pocos restos de la gran revolución agraria que se había alzado tan rápidamente, prometiendo transformar el campo chino. Los muertos durante la revolución de 1925-1927 sumaban centenares, pero el Terror Blanco de 1927-1930 se cobró un precio en vidas humanas que debe ser sumado en cientos de miles. El Partido Comunista Chino fue virtualmente extinguido. Su estructura organizativa fue rápidamente destrozada en una serie de golpes relámpago asestados por el Ejército Nacionalista, y sus filas fueron diezmadas además en una serie de tardíos y desesperados intentos de revertir la marea contrarrevolucionaria, el último de los cuales fue la Comuna de Cantón y su sangrienta represión en diciembre de 1927. A comienzos de 1927, el Partido Comunista Chino era una organización poderosa con 58.000 miembros. Para fines de año permanecían no más de 10.000, y estaban dispersos, desorganizados, desmoralizados y carentes de dirigencia. Algunos comunistas desertaron, pero la mayoría habían sido muertos en combate o sumariamente ejecutados. Aquellos que sobrevivieron a la carnicería huyeron a las áreas más remotas del campo; ahí intentarían recomenzar la revolución de nuevo. Los comunistas aprendieron amargas lecciones de su aplastante derrota, y estas lecciones guiarían su estrategia revolucionaria en los años que siguieron. Antes que nada, estaba el reconocimiento de que en la situación histórica moderna china el poder militar era decisivo en determinar el desenlace de las luchas políticas y de clases sociales. La superioridad militar del Guomindang fue lo que había derrotado a la revolución en 1927, y este hecho elemental de la vida política china no fue una lección perdida para los dirigentes del PCCh. De ella surgió la máxima maoísta de que “el poder político descansa en el caño de un fusil”. La máxima había sido practicada por Chiang Kai-shek antes de que Mao la enunciara, pero Mao aprendería a ser un mejor practicante de la lección que Chiang le había dictado. Los comunistas ahora sabían que tenían que construir su propio ejército y que la revolución, por necesidad, tomaría la forma de una lucha militar. Muchos habían aprendido también que Moscú no era el único depositario de la sabiduría revolucionaria, al menos no en cuanto a lo que concernía a la revolución china, ya que había sido esa peculiar estrategia de “frente unido” formulada en Moscú la que los había llevado a la derrota y al desastre. Las estrategias de frente unido no eran rechazadas de ningún modo, pero los comunistas chinos ahora estaban determinados a mantener su propia independencia política y militar. Y aquí surgió una nueva apreciación de las potencialidades revolucionarias del campesinado. En parte, esto fue una cuestión de necesidad, porque el Partido ya no era capaz de operar eficazmente en las ciudades gobernadas por el Guomindang; en parte, sería una nueva preferencia revolucionaria. En todo caso, los comunistas no se

23 confinarían más al dogma ortodoxo marxista-leninista sobre las limitaciones revolucionarias del campesinado. Los acontecimientos de 1927 marcaron el fracaso no sólo de una revolución, sino de dos: el movimiento obrero en las ciudades y el movimiento campesino en el campo. El movimiento proletario urbano había sido de naturaleza socialista, o al menos potencialmente socialista, ya que se trató de una revuelta contra el capitalismo tanto indígena como extranjero, dirigida hacia la abolición de la propiedad privada. El potencial socialista quedó sin realizar, pero no fue históricamente inevitable que esto debiera ocurrir así. El proletariado constituía sólo una pequeña minoría de la población china, pero no era insignificante. Para mediados de los años veinte, el número de obreros industriales empleados en empresas de gran envergadura había crecido a aproximadamente dos millones, que estaban altamente concentrados y estratégicamente situados en el sector moderno de la economía china. A éste se le debe sumar un número mucho mayor de semi-proletarios urbanos, quizás los diez millones que Mao Zedong una vez llamó “los culíes de las ciudades”, que llenaban las filas del movimiento revolucionario urbano5. El mismo proletariado industrial chino no era mucho menor que su contraparte rusa en 19176. Ni era menos militante políticamente. En realidad, pocos movimientos obreros en cualquier parte, en el siglo XX, rivalizaron en energías revolucionarias, iniciativa organizativa, el extraordinario heroísmo y espíritu de autosacrificio y dedicación a la causa revolucionaria que desarrolló el proletariado chino. Además, el movimiento obrero urbano se desarrolló en una situación que en muchos aspectos era altamente favorable para la revolución. Con todas las clases sociales en estado de debilidad, el poder político fragmentado y un movimiento proletario militante acompañado por una poderosa revolución agraria, la posibilidad de una revolución exitosa basada en una alianza obrero-campesina no estaba más allá del dominio de lo posible. Lo que faltaba no eran las condiciones objetivas para la revolución, sino más bien sus requisitos subjetivos. Un Partido Comunista políticamente inmaduro permitió que lo encadenaran a las políticas de la Komintern y quedó dependiente de las acciones del Guomindang. De sus filas no surgió ningún dirigente con la audacia y visión de un Lenin o un Trotsky para aprovechar las posibilidades que la situación revolucionaria ofrecía. Los dirigentes comunistas chinos no dirigieron a las masas sino que, aunque remisa e inconscientemente, aceptaron y desarrollaron las políticas planificadas en el extranjero que llevaron al movimiento de masas a su trágico final. Los desastres que les sobrevinieron al movimiento obrero y al Partido Comunista Chino en 1927 no eran bajo ningún concepto históricamente inevitables. No estaba preestablecido que los rusos crearan un ejército chino moderno y que pusieran ese ejército en las manos de un hombre que lo usaría para aplastar la revolución china. Esta fatal ironía histórica sucedió no por la debilidad del movimiento de masas, sino por la debilidad y limitaciones de sus dirigentes – y en última instancia porque las decisiones críticas fueron tomadas en Moscú. No sería la última vez que los intereses nacionales del estado soviético chocarían con los intereses reales de la revolución china. Sin embargo, lo que sucedió en 1927, aunque no necesariamente tenía que pasar, fue crucial en determinar el futuro y la naturaleza de la revolución. La liquidación del movimiento obrero y del poder comunista en las ciudades se demostró irreversible. Cuando la revolución comunista revivió en los años posteriores a la debacle de 1927, lo hizo bajo la forma de una revolución basada en el campesinado en las más remotas 5

Mao Tse-tung, “Análisis of the Classes in Chinese Society” (1926), en Selected Works (1954), 1:19. Existe edición en castellano: “Análisis de las clases de la sociedad china”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo I (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1968), p. 15. 6 En vísperas de la revolución bolchevique, el proletariado industrial ruso sumaba alrededor de tres millones de personas.

24 áreas rurales. El proletariado urbano, tan sangrientamente reprimido en 1927, permaneció políticamente inactivo en la mayoría de las dos décadas siguientes, y los comunistas no recuperarían el poder en las áreas urbanas hasta que sus ejércitos campesinos victoriosos marcharan sobre las ciudades en 1949. Si el potencial revolucionario socialista de 1927 quedó sin realizarse, la revolución burguesa se demostró fallida también. Sin duda, la victoriosa marcha hacia el norte de los ejércitos del Guomindang en 1927-1928 logró obtener una semblanza de unificación nacional, aunque sobre las ruinas del movimiento de masas. Pero el nuevo gobierno nacionalista de Nankín proveyó de pocas oportunidades y ningún impulso para el desarrollo capitalista moderno en las ciudades, donde se asentaba su poder. Y buscó mantener el status quo social en el campo, donde se contentó con hacer descansar su autoridad sobre el poder local de la elite aristocrático-terrateniente. Aun como una revolución puramente nacionalista, el triunfo del Guomindang fue superficial e incompleto, ya que la “unificación nacional” se basó menos en la eliminación de los señores de la guerra que en diversas y débiles alianzas con los ejércitos de los señores de la guerra más poderosos del norte de China. Y la “independencia nacional” significó llegar a un arreglo con las potencias imperialistas y una continuada dependencia de las influencias económicas extranjeras. Por esto, la revolución burguesa quedó inacabada, y la tarea de completarla recayó en los comunistas. CAPÍTULO 4: LA REVOLUCIÓN MAOÍSTA Y LA HERENCIA DE YAN’AN En octubre de 1927 comenzó discretamente una fase radicalmente nueva de la revolución comunista china, cuando Mao Zedong dirigió a los restos de una fuerza militar derrotada a Jinggangshan, una región montañosa remota y viejo escondite de bandidos que bordeaba las provincias de Hunan y Jiangxi. Allí, Mao construyó una pequeña base militar reclutando vagabundos campesinos y uniendo sus tropas con las de varios líderes de bandidos locales. En la primavera de 1928, las fuerzas de Jinggangshan aumentaron con la llegada de mil soldados rebeldes dirigidos por Zhu De, que llegaría a ser el comandante del futuro Ejército Rojo y camarada de armas de Mao durante los veintiún años de guerra revolucionaria que seguirían. La estrategia maoísta de una revolución basada en el campo tiene sus orígenes en el área fronteriza de Jinggangshan. De 1928 a 1931, las fuerzas maoístas aprendieron a utilizar las tácticas de guerra de guerrillas de las que dependía su supervivencia. El “Ejército Mao-Zhu” creció por el reclutamiento de campesinos locales y a través de las convocatorias a un programa radical de redistribución de la tierra, y finalmente se aseguró el predominio militar en el sur de Jiangxi, donde en 1931 se estableció la República Soviética China. Si Mao se había embarcado en un curso independiente de la revolución agraria, no era ese el caso de todo el movimiento comunista chino. Durante los años en que Mao estaba consolidando su base rural en Jiangxi, otros comunistas que seguían instrucciones de Moscú dirigían pequeños ejércitos rebeldes campesinos que atacaban a las ciudades. Pero la desmoralizada clase obrera falló en responder a los llamados comunistas a la revolución. El fin de 1930 marcó el final de las esperanzas comunistas de recuperar sus viejas bases proletarias. Lo que quedaba de las derrotadas fuerzas comunistas fue atraído hacia Jiangxi o se retiró a una docena de pequeñas bases rurales soviéticas localizadas en su mayoría a lo largo de los tramos superiores del río Yangzi. Durante los diez años siguientes, un encarnizado conflicto interno ardería entre los dirigentes comunistas chinos apoyados por la Komintern y los maoístas, por el control

25 del Partido y del Ejército Rojo. Las batallas se librarían en las aisladas áreas rurales donde la revolución y los revolucionarios estaban entonces confinados – y el terreno le resultaría favorable a Mao. La República Soviética China, formalmente proclamada en noviembre de 1931 con su capital en la ciudad de Ruijin en la provincia de Jiangxi, sobreviviría tres años. Los comunistas establecieron un aparato gubernativo funcional, administrando un territorio de alrededor de 38.850 kilómetros cuadrados, habitado por aproximadamente tres millones de personas. El área soviética central fue aumentada por alrededor de una docena de soviets rurales menores, con una población total de unos seis millones de habitantes. Y el Ejército Rojo creció hasta ser una formidable fuerza de combate de trescientos mil hombres. La historia de la República Soviética China fue breve y el experimento terminó en fracaso, pero la experiencia histórica no fue de ningún modo insignificante. Los comunistas establecieron un aparato de gobierno civil considerable y funcional en Jiangxi, y, aunque el gobierno cayó, aquellos que sobrevivieron a su caída surgieron como administradores políticos experimentados así como revolucionarios maduros. Los principios de la guerra de guerrillas que Mao Zedong y Zhu De originaron en Jinggangshan fueron desarrollados y probados en una escala mucho mayor a comienzos de los años treinta. Y quizás de manera más importante aún, los comunistas aprendieron lecciones esenciales sobre las condiciones para la movilización política y social del campesinado. Aprendieron que el requisito para la revolución agraria era el predominio militar del Ejército Rojo y la seguridad que éste garantizaba, ya que los campesinos estaban dispuestos al sacrificio para cambiar las condiciones en las cuales vivían, pero no en situaciones que ellos percibían como sin esperanza y temían la venganza de las fuerzas de la contrarrevolución. También aprendieron que las políticas radicales de nivelación social total que amenazaban a los productivos campesinos medios eran política y económicamente contraproducentes en una situación que exigía una amplia base de apoyo popular en una sociedad rural que existía al nivel de la subsistencia. Y aprendieron que una reforma agraria significativa no podía ser impuesta desde arriba por decreto burocrático, sino que tenía que ser efectuada a través de la organización y participación de los campesinos dentro de cada aldea. Así como Lenin había descrito una vez la revolución rusa de 1905 como un “ensayo general” de la revolución de octubre de 1917, así el breve soviet de Jiangxi fue un “ensayo” para el que resultaría ser el decisivo período de Yan’an de la revolución china. Pero fue un ensayo representado a un terrible costo tanto para los comunistas como para sus partidarios campesinos. En 1934, la República Soviética China comenzó a derrumbarse bajo la embestida de los ejércitos del Guomindang, y en el otoño de ese año los comunistas abandonaron su base en Jiangxi y se embarcaron en el extraordinario viaje hacia el norte, de un año de duración, que llegaría a ser conocido y celebrado como la Larga Marcha. El significado político y psicológico de la Larga Marcha En octubre de 1935, Mao Zedong dirigió lo que quedaba del Primer Ejército del Frente a través de las últimas líneas de soldados enemigos que protegían el monte Liupan, en la provincia de Gansu, y entró en el norte de la provincia de Shaanxi. En esa área remota y primitiva del vasto y escasamente poblado noroeste de China, los revolucionarios comunistas de varias provincias fueron a buscar refugio. Era un asilo precario, pero que podría proveer suficiente tiempo y oportunidad para establecer una nueva área de base desde donde la revolución pudiera comenzar otra vez.

26 De los aproximadamente 80.000 hombres y 35 mujeres que se embarcaron desde Jiangxi en la noche del 15 de octubre de 1934, menos de 10.000 sobrevivieron al torturante viaje para llegar con Mao a Shaanxi, justo al sur de la Gran Muralla. Entre los numerosos muertos, perdidos a lo largo de la tortuosa ruta a través de las traicioneras montañas, ríos y marismas de la China occidental, quedaron muchos de los más cercanos amigos y camaradas de Mao, muertos en las sangrientas batallas libradas contra las tropas del Guomindang que los perseguían y los ejércitos de los señores de la guerra que encontraban en el camino. Entre los perdidos – y que nunca serían encontrados – estaban dos de los hijos de Mao, que quedaron atrás con familias campesinas simpatizantes en Jiangxi, junto con muchos otros niños demasiado jóvenes para emprender la marcha de 9.600 kilómetros. También quedó atrás, en Jiangxi, para librar acciones de retaguardia contra las tropas del Guomindang, el hermano de Mao Zedong, Mao Zetan, muerto en combate a comienzos de 1935. Medida por cualquier criterio de apreciación de logros humanos, y totalmente aparte de las convicciones políticas de cada uno, pocos podrían disentir con la afirmación de Edgar Snow de que la Larga Marcha fue “una odisea inigualada en los tiempos modernos”7. Pero no debería dejarse que el heroísmo y el gran drama humano de la épica ocultaran el hecho de que nació de un fracaso político y militar, y terminó casi en un desastre. Habiendo resistido exitosamente a las primeras cuatro campañas “de cercamiento y aniquilación” de Chiang Kai-shek (1930-1933), los comunistas no tenían recursos económicos ni militares para resistir la nueva estrategia de “bloqueos” que los asesores militares alemanes importados por Chiang habían inventado para la quinta campaña. Abandonar la República Soviética China y dejar a los campesinos que los habían apoyado en manos de las terribles represalias que el Guomindang inevitablemente les infligiría, significó una derrota política de magnitud muy considerable. Y el hecho de que la mayor parte del Ejército Rojo fuera destruida durante las penosas experiencias del año siguiente difícilmente puede ser visto como una victoria. Los exhaustos sobrevivientes de la Larga Marcha que alcanzaron Shaanxi celebraron poco más que el puro hecho de haber logrado sobrevivir. Sin embargo, la Larga Marcha fue el preludio del que resultaría ser el período victorioso de la revolución comunista china, y en ese sentido fue un acontecimiento lleno de implicancias políticas y psicológicas importantes. Políticamente, fue la época en que Mao Zedong alcanzó el control efectivo del Partido Comunista Chino, una autoridad que se le había escapado durante el período de Jiangxi, cuando su poder fue erosionado por los “Veintiocho Bolcheviques” apoyados por la Komintern, un grupo de jóvenes comunistas chinos entrenado en la Universidad Sun Yat-sen de Moscú para obedecer las órdenes de Stalin en China. Recién en enero de 1935, durante el curso de la Larga Marcha, el poder de los Veintiocho Bolcheviques se quebró y Mao surgió como presidente del Politburó del Partido. Su liderazgo no permanecería sin ser desafiado en los años siguientes, pero ahora controlaba suficientemente al Partido (y bastante al ejército) para seguir su propia estrategia revolucionaria. Finalmente, Mao se había deshecho de la pesadilla de la Komintern y había logrado la supremacía política desafiando a Stalin. Era un acontecimiento sin precedentes en la historia de los partidos comunistas durante la época estalinista. Por esto, la Larga Marcha llevó a Mao a una posición de liderazgo supremo en el Partido Comunista Chino, y llevó a los revolucionarios que él dirigía a una posición geográfica relativamente segura, donde podían cumplir su promesa de combatir a los japoneses, y con eso movilizar los sentimientos nacionalistas chinos con objetivos tanto patrióticos como revolucionarios. 7

Edgar Snow, Red Star over China (Nueva York: Random House, 1938), p. 177.

27 Los efectos psicológicos de la Larga Marcha son mucho más intangibles. Para Mao, al menos, la experiencia sirvió para reforzar su fe voluntarista de que los hombres con la voluntad, espíritu y conciencia revolucionaria apropiados podían vencer todos los obstáculos materiales y moldear la realidad histórica de acuerdo con sus ideas e ideales. Para aquellos que sobrevivieron a la penosa situación – y para aquellos que fueron inspirados por la historia de su supervivencia – la experiencia, sin importar cuán amarga fue en su momento, dio origen a un renovado sentido de esperanza y un profundizado sentido de misión. La gente debe ser capaz de tener esperanzas antes de poder actuar; no sólo debe poseer ideales y un sentido de misión, sino tener esperanza y confianza de que será capaz de realizar sus ideales por medio de sus propias acciones. Más que ningún otro acontecimiento en la historia del comunismo chino, la Larga Marcha – y las legendarias historias a las que dio origen – proveyó de este sentimiento esencial de esperanza y confianza en que determinada gente podía imponerse aun en las más desesperadas condiciones. Y más que cualquier otro individuo, era Mao Zedong quien irradiaba e inspiraba esta fe en el futuro. Era una fe no sólo en aquellos considerados capaces de moldear el futuro de acuerdo con las esperanzas comunistas, sino también con los valores contemplados como esenciales para la realización final de esas esperanzas. Las ahora familiares virtudes maoístas de lucha sin fin, sacrificio heroico, abnegación, diligencia, coraje y desprendimiento eran valores adoptados no sólo por Mao, sino sostenidos y trasmitidos por todos los veteranos de la Larga Marcha, ya que estos eran los valores que habían llegado a considerar como esenciales para su propia supervivencia y para la supervivencia de la revolución a la que habían dedicado sus vidas. Estos valores ascéticos yacían en el núcleo de lo que más tarde sería celebrado como “el Espíritu de Yan’an”. Durante la Larga Marcha murieron muchos más que los que sobrevivieron, y este solo hecho hizo su peculiar contribución al “Espíritu de Yan’an”. La conciencia de los sobrevivientes de que ellos habían vivido mientras tantos más habían perecido le prestó un carácter sagrado a su misión revolucionaria, y creó un sentido casi religioso de dedicación. Más tarde, Mao encontraría “raro” que él hubiera sobrevivido y comentó que “la muerte parecía no quererlo”8. La Larga Marcha, tanto en la realidad como más tarde simbólicamente, fue la prueba suprema y definitiva de supervivencia contra la muerte. Para Mao, la experiencia sin duda contribuyó enormemente a la percepción de sí mismo como el hombre del destino que dirigiría a sus seguidores a la culminación de su misión revolucionaria. Y si los otros no necesariamente compartían el especial sentido del destino de Mao, habían compartido similares experiencias, sufrido pérdidas personales igualmente duras y adquirido un similar sentido de ser sobrevivientes. La herencia psicológica formó parte de la construcción del comunismo de Yan’an y se manifestó a través de un compromiso muy especial para llevar adelante la lucha revolucionaria, ya que sólo de tal forma se podían justificar los increíbles sacrificios realizados y prepararse para los que todavía se debían hacer. Por esto, el mero hecho de la supervivencia llegó a ser un asunto de enorme significado psicológico. Fue también un asunto de grandes consecuencias políticas, ya que era testimonio no sólo de la validez de la misión, sino también de las políticas y sabiduría del líder. En efecto, el culto de Mao Zedong, no parece improbable sugerir, surgió de la Larga Marcha, ya que Mao era el profeta que había dirigido a los sobrevivientes a través de la naturaleza salvaje. Y si Shaanxi no era la tierra prometida, los posteriores éxitos revolucionarios cumplirían sus profecías y reivindicarían sus políticas. Aunque no se encuentre en el período de Yan’an nada que se asemeje a las más extremas formas de culto a Mao y a su “pensamiento” contempladas después de 8

Edgar Snow, “Interview with Mao”, New Republic, 27 de febrero de 1965, pp. 17-23.

28 1949, una cierta mística y un sentido de temor reverente ya habían comenzado a rodear a su nombre y persona. Tan temprano como en 1937, Edgar Snow informaba que Mao había adquirido la reputación de tener “una vida encantada”9. Al celebrar el heroísmo de la Larga Marcha, los relatos chinos posteriores saludarían el acontecimiento como una gran victoria que garantizó el inevitable triunfo de la revolución. Sin embargo, la victoria no parecía tan inevitable en ese momento. Si bien lo que quedaba del Primer Ejército del Frente celebraba su supervivencia, tenía poco más que celebrar. Al estimar la situación en 1936, Mao fue bastante más cándido que los escritores posteriores: Salvo la región fronteriza de Shaanxi-Gansu, todas las bases revolucionarias se perdieron, los efectivos del Ejército Rojo se redujeron de trescientos mil a unas pocas decenas de miles, los afiliados al Partido Comunista Chino también disminuyeron de trescientos mil a unas pocas decenas de miles, y las organizaciones del Partido en las áreas del Guomindang fueron casi totalmente eliminadas. En suma, recibimos un castigo histórico extremadamente grave10. Sin duda, Mao atribuía el desastre a los errores políticos e ideológicos de sus opositores del Partido recientemente vencidos, y expresaba la debida confianza en la victoria final y en la nueva estrategia que proponía para alcanzar la victoria. Pero esta evaluación de los activos comunistas al final de la Larga Marcha era sombría y apropiada. Las fuerzas militares bajo el control de Mao en Shaanxi aumentaron a fines de 1935 con varios miles de partisanos comunistas que habían estado realizando una guerra de guerrillas en el noroeste desde 1931 bajo la dirección de Liu Zhidan, un graduado de Whampoa y ex-oficial del Guomindang cuyos heroicas hazañas le habían ganado cierta reputación de Robin Hood entre los campesinos de su nativa Shaanxi. Además, otras tropas comunistas de varios miles de hombres, que habían abandonado una pequeña área base en la provincia de Hunan, llegaron a Shaanxi en setiembre de 1935, varias semanas antes que Mao. En 1936, a estas fuerzas se les unieron los restos de otros dos ejércitos: el ejército comandado por He Long, quien había estado operando en Hunan, y las tropas dirigidas por Zhang Guotao y Zhu De, que se habían separado del ejército principal de la Larga Marcha y finalmente llegaron pasando por Xinjiang. Con todo, para fines de 1936 el Ejército Rojo en Shaanxi sumaba no más de treinta mil hombres, una fuerza lastimosamente pequeña en comparación con las tropas de Chiang Kai-shek que los perseguían. La época de Yan’an y la revolución campesina La posición militar comunista en 1936 era precaria y el ambiente socioeconómico en que entonces se encontraban era descorazonador. El norte de Shaanxi era una de las áreas más pobres y atrasadas de China. Siglos de erosión habían tornado a sus tierras áridas e infértiles, capaces de soportar sólo a una población relativamente pequeña y extremadamente empobrecida; “una parte del país muy pobre, 9

Snow, Red Star over China, p. 67. Mao Tse-tung, “Strategic Problems of China’s Revolutionary War”, en Selected Works of Mao Tsetung (Londres: Lawrence & Wishart, 1954), 1:193. Existe edición en castellano: “Problemas estratégicos de la guerra revolucionaria de China”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo I (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1968), pp. 210-211. 10

29 atrasada, subdesarrollada y montañosa”, le remarcó más tarde Mao Zedong a un visitante extranjero11. Y a Zhou Enlai en 1936 le pareció el lugar menos auspicioso para revivir la revolución. “Los campesinos en Shaanxi son extremadamente pobres”, se quejó entonces, “su tierra es muy improductiva … La población del soviet de Jiangxi sumaba tres millones de habitantes, mientras que aquí es, a lo más, de seiscientos mil … En Jiangxi y Fujian la gente llevaba bultos consigo cuando se unía al Ejército Rojo; aquí no traen ni palillos, son completamente indigentes”12. ¿Y qué hay de la misma Yan’an, la ciudad a la cual ahora se realizan peregrinajes para ver los sagrados sitios revolucionarios, especialmente las austeras casas de madera y las casas-cueva donde Mao y los otros vivieron y trabajaron durante la década legendaria? Aunque es una ciudad antigua, fundada hace unos 3.000 años, no puede reclamar una historia particularmente distinguida. Cuando la civilización china se trasladó hacia el sur con el paso de los siglos, Yan’an llegó a ser una remota ciudad fronteriza, usada principalmente como puesto militar de avanzada para defender las fronteras de los invasores nómadas del Asia central. Era una empobrecida ciudadmercado de quizás unos diez mil habitantes cuando fue ocupada por las tropas comunistas a fines de 1936 y establecida como la capital administrativa de la que sería llamada Región Fronteriza Shaanxi-Gansu-Ningxia. La miserable pobreza y atraso de toda el área se reflejaba en la desolación de Yan’an. Los hoy famosos museos y santuarios de la ciudad no exhiben antiguas glorias, sino que son los productos de la historia revolucionaria moderna – y, en cierto sentido, son el resultado de un accidente de la historia. “Nosotros no lo escogimos”, fue la breve respuesta de Mao a una escritora estadounidense simpatizante que una vez cortésmente alabó el duro clima de Yan’an13. Pero lo que los chinos conmemoran es Yan’an la época, no Yan’an el lugar. Con todo, ¿cómo llegó a ser celebrado cuando el lugar era tan desfavorable? ¿Cómo una andrajosa fuerza de revolucionarios, aislada en un área tan remota y tan carente de recursos materiales, creció en una década hasta convertirse en un poderoso ejército de más de un millón de hombres y adquirió el masivo apoyo campesino sobre el cual basó su trascendente victoria? Para aquellos inclinados a ponderar el papel de los “accidentes” en la historia, la invasión japonesa de China es indudablemente el caso más intrigante. Si no fuera por el intento japonés de conquistar China en 1937, se puede afirmar plausiblemente, las condiciones esenciales para la victoria comunista no podrían haber sido creadas nunca. Yan’an habría permanecido como una oscura ciudad-mercado en una remota provincia china, desconocida tanto para los chinos como para los extranjeros. Nadie en el Beijing de hoy conmemoraría el “espíritu de Yan’an” y ningún “observador de China” extranjero habría ponderado el “síndrome de Yan’an”. La invasión japonesa socavó las bases del régimen del Guomindang, ya que los nacionalistas fueron expulsados de las mayores ciudades, de las cuales habían obtenido sus fuentes más importantes de apoyo político y financiero. Para el Guomindang, los estragos de la guerra produjeron un increíble caos económico y corrupción burocrática – y, finalmente, la casi total desmoralización. Y, de manera más importante aún, la autoridad administrativa que el Guomindang había ejercido en el campo fue en gran medida destruida. La aristocracia, sobre la cual la frágil autoridad había descansado, o huyó de las áreas rurales o fue dejada militar y políticamente indefensa. A la vez, los 11

Citado en Jan Myrdal, Report from a Chinese Village (Nueva York: Pantheon, 1965), p. xxvii. Citado en Edgar Snow, Random Notes on Red China, 1936-1945 (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1957), pp. 60-61. 13 Anna Louise Strong, Tomorrow’s China (Nueva York: Committee for a Democratic Far Eastern Policy, 1948), p. 18. 12

30 comunistas, ya experimentados en trabajar en las aldeas y adaptados a la guerra de guerrillas, recibieron acceso a vastas áreas del campo. Ya que, aunque los invasores japoneses fueron capaces de ocupar las ciudades, no tenían las fuerzas de combate para controlar eficazmente el campo, donde las bases guerrilleras comunistas se multiplicaron rápidamente durante los años de la guerra. La retirada de las fuerzas militares del Guomindang hacia el oeste y el colapso de la autoridad del gobierno nacionalista en la mayoría de China les permitió a los comunistas salir de su remoto santuario en Shaanxi y expandir su influencia militar y política a través de vastas áreas del campo en el norte y centro de China. Aunque el área de base de Yan’an, cada vez más poderosa, permaneció como el centro político e ideológico de la revolución, los cuadros comunistas operaban en muchas partes de la China rural, ganándose el apoyo político de decenas de millones de campesinos y organizando a muchos de estos para la guerra de guerrillas detrás de las líneas japonesas. El crecimiento gradual de los núcleos políticos y militares comunistas en muchas partes de China durante los años de la guerra resultaría decisivo cuando la guerra civil con el Guomindang se reiniciara con toda furia en 1946. Mucho del enorme apoyo popular que los comunistas ganaron durante los años de guerra estaba basado en los llamados patrióticos a la resistencia nacional contra los invasores extranjeros. El nuevo manto del nacionalismo moderno chino había reemplazado al viejo “mandato del cielo” como símbolo de la legitimidad política en la China del siglo XX. Las credenciales nacionalistas que los dirigentes del Guomindang perdieron – al comienzo por su aparente renuencia a defender la nación contra la amenaza japonesa y luego por su obvia incapacidad para hacerlo – fueron heredadas por los comunistas. Durante los años de la guerra, Yan’an no fue solamente el centro revolucionario, sino también (para un creciente número de chinos) el símbolo de la resistencia nacionalista china frente los invasores japoneses. Desde las ciudades, muchos miles de estudiantes e intelectuales emigraron a Yan’an para unirse a la causa comunista (y ahora también nacionalista) – y allí, en primer lugar en la Universidad del Ejército Rojo Anti-Japonés del Noroeste, muchos fueron entrenados y “remodelados” ideológicamente para llegar a ser cuadros políticos, administrativos y militares para las áreas de bases comunistas en rápida expansión. La ocupación japonesa no sólo intensificó la crisis económica en el campo, sino que hizo surgir los más encarnizados sentimientos anti-extranjeros entre los campesinos, que los comunistas fueron capaces de transformar en un movimiento nacionalista moderno de masas y utilizar para objetivos políticos revolucionarios. Esta nueva oportunidad política fue facilitada en gran medida por las despiadadas políticas japonesas – los pillajes militares brutales e indiscriminados en las aldeas del norte y centro de China, donde los soldados japoneses podían saquear y castigar pero no podían mantener y ocupar. La movilización de los campesinos por los comunistas sobre la base de un programa nacionalista anti-japonés contribuyó enormemente a los éxitos militares y políticos del período de Yan’an. En vista de la fuerte tendencia a interpretar el comunismo chino como una especie de nacionalismo chino, o de ver a la revolución como un caso de una nueva elite ascendiendo al poder por una ola casual de nacionalismo masivo, es importante ubicar el fenómeno total del “nacionalismo campesino” en perspectiva histórica. La identificación de los campesinos con China como una entidad política y la resistencia campesina a los intrusos e invasores extranjeros no se originaron en 1937. Ambos son rasgos seculares de la historia china. Incluso la resistencia armada campesina a las incursiones imperialistas modernas tiene una larga historia, que se remonta a la Guerra del Opio de 1839-1842. Podría ser muy engañoso tanto sobreestimar los orígenes

31 espontáneos del sentido moderno de conciencia nacional de los campesinos como subestimar el papel de los cuadros comunistas en infundir ese sentido de nacionalismo moderno. Los comunistas eran ardientes nacionalistas chinos mucho antes de 1937 y jugaron un papel crucial en transformar la respuesta anti-extranjera elemental del campesinado frente a los invasores japoneses en una respuesta nacionalista moderna. Forjando lazos de solidaridad entre campesinos de varias localidades y regiones, los comunistas crearon un movimiento de resistencia a escala nacional y lo imbuyeron de un sentido de misión nacional que de otra manera habría estado ausente. En gran medida, los comunistas llevaron el nacionalismo al campo, no simplemente lo reflejaron. Además, ni los llamados nacionalistas del Partido Comunista ni el surgimiento de un movimiento nacionalista de masas hicieron a los reclamos socioeconómicos de los campesinos menos apremiantes, o a las promesas comunistas de reforma agraria menos convocantes. Precisamente lo opuesto parece haber sido el caso en la mayoría de las áreas donde los comunistas lograron sus mayores éxitos en organizar y movilizar el apoyo campesino. La guerra intensificó las ya horrendas cargas económicas de los campesinos y por esto aumentó el atractivo del programa comunista de reforma agraria. Con seguridad, la política agraria oficial del período de Yan’an fue relativamente moderada para los estándares de Jiangxi. En vez de la directa expropiación y división de las propiedades de los terratenientes, se adoptó un programa para la reducción de las rentas y tasas de interés, en parte para ajustarse a los términos de una débil alianza de tiempo de guerra con el Guomindang, pero más como un intento de sumarse el apoyo de los terratenientes y campesinos ricos tanto como de las masas de campesinos pobres y medios en la lucha contra los invasores japoneses. Pero la reducción de la renta a no más de un tercio de la cosecha y la eliminación de los muchos medios extralegales a través de los cuales los terratenientes y burócratas explotaban tradicionalmente a los campesinos, eran medidas realmente atractivas para aquellos que habían sido sometidos a las más despiadadas formas de opresión social, política y económica. Además, las políticas agrarias oficialmente “moderadas” de ninguna manera fueron seguidas universalmente. En muchos casos fueron distribuidos grandes latifundios entre los campesinos hambrientos de tierra, especialmente en áreas donde los terratenientes habían huido junto con los ejércitos en retirada del Guomindang. Donde la elite aristocrática-terrateniente se quedó, la colaboración entre los terratenientes chinos y los ocupantes japoneses no fue rara. A cambio de los servicios políticos realizados – la función tradicional de “control social” de la aristocracia – los japoneses reconocieron a la aristocracia su tradicional privilegio económico de explotar al campesinado. En tales casos, los terratenientes aparecían ante los campesinos no sólo en su viejo papel de opresores económicos, sino también como traidores a la nación. El odio tradicional a los terratenientes por razones socioeconómicas se intensificó por los nuevos resentimientos nacionalistas, y los comunistas apelaron a ambos simultáneamente, promoviendo la lucha de clases tanto como la nacional. La expropiación de las propiedades de la aristocracia fue una política muy popular en la mayoría del campo – y donde ocurrió, donde los comunistas tuvieron la fuerza militar suficiente para garantizar la seguridad de los campesinos y sus tierras recientemente adquiridas, el Partido ganó la lealtad de las masas campesinas. Las condiciones y las políticas variaron en gran medida. En algunas áreas, la revolución social fue sacrificada para obtener el apoyo de todas las clases rurales en interés de la unidad nacional; en otras, las políticas agrarias radicales resultaron más populares; y en algunas áreas, ni los llamados nacionalistas ni los socioeconómicos fueron eficaces. Pero aun donde se seguían las políticas agrarias oficialmente moderadas, las relaciones

32 sociales agrarias tradicionales fueron profundamente transformadas: el poder político local de la elite aristocrática fue roto, su autoridad y prestigio social socavados, y el reducido poder económico que todavía mantenía dependía de la gracia de los nuevos detentadores del poder político-militar en las áreas locales: los cuadros militares y políticos del Partido Comunista Chino. En las áreas bajo control comunista en la época de Yan’an, la erosión y a menudo la destrucción del poder de la clase aristocráticaterrateniente, la elite gobernante de la sociedad china por 2.000 años, marcó el comienzo de la primera revolución social genuina en la historia china desde el establecimiento del orden imperial en 221aC. Los invasores japoneses contribuyeron involuntariamente a este proceso revolucionario eliminando al ejército y a la burocracia nacionalista de la mayoría de China, permitiendo de tal modo a los comunistas organizar al campesinado tanto con objetivos nacionalistas como sociales revolucionarios. La invasión no creó por sí misma una situación revolucionaria – ya que esta ya existía – pero hizo mucho por intensificar esa situación y para proveer nuevas oportunidades para la acción revolucionaria. Pero las “situaciones revolucionarias”, por muy maduras que sean, no crean revoluciones por sí mismas. Sólo los revolucionarios hacen revoluciones, y sólo cuando son capaces de apreciar las potencialidades de la situación histórica y de actuar de acuerdo a ellas. Para comprender las razones de los éxitos comunistas de los años de Yan’an, es necesario tener en cuenta las fuerzas subjetivas del momento tanto como las objetivas – y especialmente las orientaciones intelectuales e ideológicas particulares de Mao Zedong. Los orígenes del maoísmo El maoísmo no llegó a ser una ortodoxia ideológica oficial hasta comienzos de los años cuarenta, pero su historia como una interpretación diferente (y específicamente china) del marxismo comenzó dos décadas antes. Ver el maoísmo como simplemente el reflejo ideológico de las condiciones “objetivas” del período de Yan’an es ignorar el axioma de que los hombres son los productores tanto como los productos de la historia y que ellos hacen su historia, al menos en parte, sobre la base de lo que piensan. Ni el comunismo de Yan’an ni Mao Zedong son una excepción a esta tesis; la mayoría de lo que contribuyó a la creación del primero fue moldeado por los ahora famosos “pensamientos” del último. Y Mao no llegó a Shaanxi en 1935 con la cabeza vacía. Cuando Mao se convirtió al comunismo en 1919, muchas de las predisposiciones intelectuales básicas que moldearían su comprensión del marxismo y su concepto de revolución ya estaban presentes, y fueron reforzadas por sus experiencias revolucionarias en los años veinte y comienzos de los treinta. De ningún modo lo menos importante de las primeras orientaciones intelectuales de Mao fue una creencia profundamente voluntarista de que el factor decisivo en la historia (y en la realización de la revolución) era la conciencia humana – las ideas, los deseos y las acciones de los hombres. Esta fe en la habilidad de los revolucionarios dedicados a moldear la realidad social de acuerdo con sus ideas e ideales sobrevivió a la influencia de los dogmas más deterministas de la teoría marxista, cuando Mao comenzó a asimilar esa teoría en el transcurso de sus actividades revolucionarias prácticas. Con seguridad, Mao derivó de las leyes objetivas del desarrollo social proclamadas en la teoría marxista cierto grado de seguridad en la inevitabilidad histórica de un futuro socialista. Pero, en el análisis final, la fe de Mao en el futuro no estaba basada en ninguna confianza marxista real en las fuerzas objetivas del desarrollo histórico. Para Mao, el factor esencial para determinar el curso de la historia era la actividad humana consciente, y los ingredientes más importantes para la revolución eran

33 cómo pensaban los hombres y su voluntad de comprometerse en la acción revolucionaria. Esto implicaba que la revolución en China no dependía de ningún nivel predeterminado de desarrollo social y económico y que la acción revolucionaria no necesitaba ser restringida por las ortodoxias marxistas-leninistas heredadas. También implicaba una especial preocupación por desarrollar y mantener una “conciencia ideológica correcta”, el factor decisivo en última instancia para lograr el éxito. El pensamiento correcto, en la visión maoísta, era el requisito esencial para la acción revolucionaria eficaz, y esta suposición originó el gran énfasis maoísta en la “reforma del pensamiento” y la “remodelación ideológica” desarrolladas y refinadas en la época de Yan’an. Este énfasis en la solidaridad ideológica tuvo importancia central en la exitosa conducción de la guerra de guerrillas en la década de Yan’an. En condiciones de guerra de guerrillas, donde el control organizativo centralizado está en su mayor parte excluido, la construcción de fuertes compromisos con una ideología común y una manera común de pensar (y por ende de actuar) llega a ser una cuestión de suprema importancia. Que Mao y los maoístas estuvieran ya dispuestos a enfatizar el papel de los “factores subjetivos” tuvo en gran parte que ver con que los comunistas adoptaran la estrategia de la “guerra popular” y las tácticas de guerra de guerrilla – y con que fueran capaces de utilizar estos principios estratégicos y tácticos tan exitosamente. Si el voluntarismo de Mao mitigó las implicancias más deterministas de la teoría marxista, sus poderosas inclinaciones nacionalistas fueron igualmente importantes en la adaptación del marxismo a las necesidades de la revolución en China. Desde el comienzo de su vida intelectual marxista, los impulsos nacionalistas profundamente arraigados de Mao generaron la creencia de que la revolución china era central en el proceso revolucionario mundial. Tan temprano como en 1930, Mao predijo que “la revolución ciertamente se va a dirigir hacia su auge más rápidamente en China que en Europa Occidental”14. En esta confesión estaba implícita una fe que le asignaba a la nación china un papel muy especial en la construcción de un futuro orden revolucionario internacional. Las aspiraciones y objetivos internacionalistas sin duda estaban inextricablemente entrelazados con los impulsos nacionalistas chinos. Pero fue en esta área tortuosa, llamada por Trotsky cierta vez “nacionalismo revolucionario mesiánico”, que Mao se apartó de otros marxistas chinos, cuyos sentimientos nacionalistas estaban restringidos por consideraciones marxistas más ortodoxas. El componente nacionalista en la visión marxista del mundo de Mao no sólo se reflejaba en su hostilidad de larga data hacia la Komintern, sino también, y de manera más importante, en su concepción del proceso revolucionario chino. Central en su concepción era la convicción de que los enemigos reales no estaban tanto adentro de la sociedad china como afuera. El enemigo real era el imperialismo extranjero, y frente a esta continua amenaza, China se ubicaba como una nación potencialmente proletaria en un orden mundial capitalista-imperialista hostil. Confrontando al enemigo externo, los chinos de todas las clases sociales se podían reunir bajo el paraguas nacionalista revolucionario alzado por el PCCh. Y aquellos que no pudieran, o no quisieran, serían excluidos de integrar la nación, o al menos el “pueblo”, excomulgados como representantes del imperialismo extranjero. Si las circunstancias políticas lo permitían, la lucha de clases entonces podría ser subordinada a la lucha nacional y, en realidad, ambas podían ser consideradas como más o menos sinónimas. La noción de que todos los chinos eran potencialmente revolucionarios le dio a Mao una apreciación 14

Mao Tse-tung, “A Single Spark Can Start a Prairie Fire”, en Selected Works (1954), 1:118. Existe edición en castellano: “Una sola chispa puede incendiar la pradera”, en Obras escogidas de Mao Tsetung, Tomo I (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1968), p. 127.

34 particularmente aguda de las potencialidades revolucionarias del nacionalismo chino y le permitió utilizar los sentimientos nacionalistas para objetivos comunistas. La noción de inspiración populista de una “gran unión de las masas populares”15 que Mao defendía al comienzo de su carrera de revolucionario en 1919 también sobrevivió para influenciar la adaptación maoísta del marxismo-leninismo. Los impulsos populistas crecieron para reforzar la fe de inspiración nacionalista de Mao en la unidad básica del pueblo chino frente a los enemigos externos y también lo llevaron a atribuirle a “el pueblo” una conciencia socialista revolucionaria casi innata. “En las masas está encarnado un gran activismo socialista” fue una consigna maoísta derivada de una temprana fe populista, expresada en 1919 en la afirmación de que “nuestro pueblo chino posee gran energía intrínseca”16. El impulso populista de Mao, con su orientación esencialmente rural y su celebración romántica del ideal rural de “la unidad de vida y trabajo” definía al “pueblo” como las masas campesinas (ya que el campesinado, después de todo, constituía la abrumadora mayoría de la población china) y lo llevó a apreciar las espontáneas energías revolucionarias que creía que poseían. Por esto, el populismo de Mao lo llevó al campo cuando la revolución comunista todavía estaba centrada en las ciudades. En su famoso (y herético) “Informe de Hunan” de febrero de 1927, había encontrado en el campesinado chino una fuerza revolucionaria elemental tan grande que arrasaría con todo lo que tuviera delante, incluidos, predijo, aquellos intelectuales revolucionarios que se mostraran reacios a llegar a ser uno con las masas campesinas. Entonces, como más adelante, expresaba desconfianza hacia el “conocimiento” aportado por los intelectuales urbanos y admiración por la “sabiduría” innata del campesinado. Muchos otros rasgos de la mentalidad maoísta eran típicamente populistas: la hostilidad a la especialización laboral, una aguda desconfianza hacia los intelectuales y especialistas, una profunda antipatía hacia la burocracia, un prejuicio anti-urbano y un ánimo romántico de auto-sacrificio revolucionario heroico. Mao no era simplemente un populista con máscara marxista (ni simplemente un nacionalista chino en hábitos comunistas), sino que las ideas e impulsos populistas influenciaron profundamente la forma en que él adaptó y empleó el marxismo. La fe populista de Mao en las masas campesinas dictó la tan celebrada noción maoísta de la “línea de masas”, los diversos principios y normas por los cuales los cuadros comunistas llegaron a estar íntimamente involucrados con las masas campesinas. En efecto, la máxima maoísta de que los intelectuales y los cuadros del Partido deben ser los alumnos de las masas antes de poder llegar a ser sus maestros era ampliamente practicada en los días de Yan’an. Si hubiera sido de otra manera, los comunistas nunca habrían podido adquirir el apoyo popular que fue tan esencial para la estrategia de la “guerra del pueblo”. Al atribuirle una conciencia socialista latente al campesinado, Mao se separaba no sólo de Marx sino también de Lenin. Para Marx, el portador de la conciencia socialista era el proletariado urbano. Y para Lenin, la conciencia socialista le sería impuesta al movimiento proletario de masas “espontáneo” por una elite de intelectuales revolucionarios organizada en un partido comunista disciplinado, con el campesinado jugando un ambiguo papel auxiliar en el proceso revolucionario. Mao se alejó del leninismo no sólo en su desinterés casi total por la clase obrera urbana, sino también en 15

Este era el título de un artículo de Mao publicado en el verano de 1919. Para una traducción de extractos del artículo, ver Stuart R. Schram, The Political Thought of Mao Tse-tung (Nueva York: Praeger, 1963), pp. 105-106. 16 Ibid., p. 106.

35 su concepto de la naturaleza y papel del Partido. Para Lenin, el Partido era sacrosanto porque era la encarnación de la “conciencia proletaria”, y no había cuestionamiento sobre quiénes serían los maestros y quiénes los alumnos. Para Mao, por otro lado, esta era precisamente la cuestión, y permaneció sin resolverse. Se demostró remiso a definir totalmente la relación entre la conciencia organizada del Partido y la conciencia espontánea de las masas en una manera puramente leninista. Su fe en el Partido como el portador de una conciencia revolucionaria nunca fue completa, ya que estaba acompañada por una fe populista en las masas campesinas, una creencia en que el verdadero conocimiento y la creatividad revolucionarios emanaban en última instancia del mismo pueblo. Aunque Mao se demostró un maestro en materia de organización y estrategia, ni los métodos de organización que ideó, ni la estrategia revolucionaria que siguió se derivaron de principios estrictamente leninistas. Aunque Mao puede haber adquirido una fe absoluta en su propia sabiduría revolucionaria, su fe en la sabiduría revolucionaria del Partido era menos que absolutamente leninista. Habría sido más difícil que los marxistas-leninistas ortodoxos pudieran haber apreciado totalmente las oportunidades revolucionarias ofrecidas por la situación de tiempo de guerra, y mucho menos actuado en base a ellas para construir un movimiento comunista sobre una base puramente campesina. Fueron precisamente las heterodoxias ideológicas de Mao las que les permitieron a los comunistas aprovechar estas oportunidades durante el período de Yan’an. Fue su fe voluntarista en el poder de la voluntad y conciencia humanas para modelar la realidad histórica lo que le permitió ignorar (o redefinir) los requisitos económicos y las consideraciones de clase social marxianos que de otra manera podrían haber restringido las posibilidades para la acción revolucionaria. Fueron sus impulsos nacionalistas-populistas los que le hicieron buscar las fuentes más amplias posibles de apoyo popular y que lo llevaron de las ciudades al campo. Y fue su confianza populista en las energías revolucionarias espontáneas de las masas campesinas la que le permitió desarrollar y seguir la estrategia heterodoxa de la “guerra del pueblo”. El marxismo de Yan’an La época de Yan’an fue el período más productivo de Mao como teórico marxista tanto como estratega revolucionario. La mayor parte de sus escritos, después canonizada como los “pensamientos de Mao Zedong” fue compuesta durante el periodo de Yan’an. Aunque los escritos de Yan’an de Mao hacen más para oscurecer que para aclarar la naturaleza de la variante maoísta del marxismo-leninismo, no obstante son importantes. En primer lugar, establecieron la posición de Mao como un teórico marxista independiente. Habiendo logrado la independencia política de facto de Moscú, los comunistas chinos podían ahora reclamar haber establecido también su independencia ideológica – bajo la forma de un cuerpo de doctrina marxista china que fue saludada por haber aplicado las “verdades universales” del marxismo-leninismo a las condiciones históricas chinas específicas. En segundo lugar, los tratados de Mao sobre dialéctica proveyeron de una base filosófica rudimentaria a algunos de los rasgos característicos de la teoría y prácticas comunistas chinas. Finalmente, los escritos teóricos marxistas de la época de Yan’an (de Mao y de otros) reafirmaban la ortodoxia marxista-leninista del PCCh, trasmitían algún conocimiento elemental de la doctrina a los numerosos miembros recientemente reclutados por el Partido y racionalizaban la práctica política de los comunistas chinos en términos de la teoría marxista-leninista. Aun si esta última tarea fue cumplida para la satisfacción de Mao y de otros dirigentes del Partido, fue realizada sin abordar los más cruciales problemas teóricos

36 planteados por la revolución comunista china. Ya que los escritos maoístas no dicen prácticamente nada sobre la cuestión de cómo un partido comunista, casi totalmente separado de las ciudades y del proletariado urbano y basado completamente en el apoyo campesino, podría llevar a cabo una revolución que se dirigía a crear una sociedad socialista, si bien precedida por una fase “burguesa” de duración imprecisa. La cuestión planteaba no sólo un dilema marxista teórico, sino también un enorme problema práctico referido directamente a los objetivos y futuro de la revolución. Ya que mientras los campesinos estaban muy interesados en la reforma socioeconómica y la redistribución de la tierra, ni aun Mao, con toda su fe en el “activismo socialista” innato de las masas campesinas, creía realmente que los campesinos, como clase, estaban inclinados (espontáneamente o de otra manera) al socialismo. A lo más, los campesinos estaban interesados en la distribución igualitaria de la tierra sobre la base de la propiedad campesina individual – una revolución agraria, con seguridad, pero que excluía la reorganización socialista de la sociedad, tanto según las definiciones marxistas como las no marxistas. No hay nada en el maoísmo o en la realidad social china que sugiera que el campesinado, como tal, es el portador del futuro socialista. ¿Quiénes serían, entonces, los agentes de la revolución socialista? En la literatura teórica maoísta encontramos poco más que repeticiones de la ortodoxia marxista sobre que la revolución socialista va a ser dirigida por el proletariado, y de la ortodoxia leninista sobre que el Partido Comunista es la vanguardia del proletariado y la encarnación de la “conciencia proletaria”. Mao agrega sólo el concepto de “la dictadura democrática del pueblo”, una noción nacida de la estrategia del frente unido de la época de Yan’an y formalmente proclamada en 1949, en vísperas del establecimiento oficial de la República Popular. La fórmula para la etapa burguesa de la revolución presenta un gobierno que represente una coalición de cuatro clases (proletariado, campesinado, pequeña burguesía y burguesía nacional), aunque bajo la “hegemonía proletaria”, es decir que el poder político real reside en el Partido Comunista. Poco se gana diseccionando estas fórmulas ideológicas. Lo cierto del caso es que durante los cruciales años de Yan’an, el PCCh careció del apoyo activo del proletariado urbano e hizo muy pocos esfuerzos para adquirirlo. En verdad, tal esfuerzo fue evitado en gran medida por una estrategia que dictaba que las fuerzas cruciales de la revolución residían en el campesinado y que su movilización llevaría a una situación en la cual las áreas rurales revolucionarias cercarían y finalmente ocuparían las ciudades no revolucionarias. Los “factores subjetivos” de la historia (sobre los cuales el mismo maoísmo ponía tan gran énfasis) y más particularmente la determinación consciente de los dirigentes comunistas de perseguir objetivos socialistas, resultarían cruciales para determinar que la revolución iría más allá de la fase democrático-burguesa. Por muy heterodoxa que fuera su estrategia de revolución, los maoístas permanecían firmemente comprometidos con los objetivos marxistas ortodoxos. Si no se identificaban con el proletariado real, perseguían los objetivos políticos y sociales y la misión histórica que Marx le había atribuido a esa clase. Y este “factor subjetivo” resultaría tener enorme significación histórica al determinar el carácter y la dirección de la revolución china. Lo que está entonces implícito en la teoría maoísta, y demostrado en su práctica, es la noción de que los portadores del socialismo son aquellos que poseen la “conciencia proletaria” y que esta última existe independientemente de una clase social específica, ni dependiente de la presencia real del proletariado ni atribuida al campesinado. Una elite revolucionaria (el Partido y sus dirigentes) mantiene el objetivo socialista firmemente en mente y dirige el movimiento de masas hacia su realización. En un sentido más amplio, la “conciencia proletaria” es vista como un potencial innato

37 en “el pueblo” en su conjunto, ya que todos son potencialmente capaces de alcanzar (a través de la acción revolucionaria) la transformación espiritual e ideológica necesaria para adquirir un verdadero espíritu proletario y una visión socialista del mundo. El énfasis en el papel de la conciencia en la realización de la historia y la revolución refleja, por supuesto, las predisposiciones voluntaristas y populistas de larga data del maoísmo, y el particular tratamiento maoísta de la teoría marxista de la lucha de clases. Mao, con seguridad, estuvo siempre intensamente preocupado por las condiciones objetivas de clase en la sociedad china y fue un ardiente promotor de la lucha de clases, tanto en teoría como en la práctica. Pero también tendía a definir la “posición de clase” menos sobre la base de criterios sociales objetivos que por criterios morales e ideológicos. Mientras que para Marx la existencia de una clase proletaria potencialmente revolucionaria era el requisito para el ascenso de las ideas proletarias revolucionarias, para Mao la existencia de aquellos que se consideraba poseían ideas “proletarias” era suficiente para confirmar la existencia de una clase revolucionaria. La herencia de Yan’an El período de Yan’an no sólo se demostró decisivo para la victoria comunista de 1949, sino que transmitió a los vencedores una heroica tradición de lucha revolucionaria, que sería canonizada como el “espíritu de Yan’an” y el “estilo Yan’an”. Dado que quienes labraron la victoria revolucionaria eran los que llegaron a ser los dirigentes de la nueva sociedad nacida de esa victoria, es apenas sorprendente que las políticas que ellos desarrollaron en los años posteriores a 1949 estuvieran influidas significativamente por sus experiencias de aquellos días tempranos y más heroicos. Todos los comunistas celebrarían el “espíritu de Yan’an” como el símbolo de un pasado revolucionario heroico. Pero para muchos – y es suficientemente natural para los revolucionarios que llegaron a ser gobernantes – era un pasado revolucionario que podía ser enterrado a salvo en el pasado, una época a ser conmemorada en las ocasiones apropiadas, pero no considerada verdaderamente relevante para las necesidades contemporáneas. Para otros, especialmente para Mao y aquellos más inspirados por él, la experiencia de Yan’an no llegaría a ser simplemente un objeto de conmemoración, sino una tradición revolucionaria viviente que proveía un modelo para el futuro. La herencia de Yan’an que los maoístas alababan era en parte un legado institucional y en parte un legado de valores revolucionarios sagrados – y las dos partes no pueden ser fácilmente separadas. Mucho de lo que sería característicamente maoísta en la vida política, económica y educativa de la República Popular fue prefigurado por las instituciones y prácticas de los años de Yan’an. En el campo político, el control burocrático desde arriba fue mitigado por los muy celebrados principios de la línea de masas, las campañas por una “administración simple”, la insistencia en estructuras políticas descentralizadas que respondieran a las necesidades y condiciones locales, y varias campañas xiafang (“enviar hacia abajo”) y xiaxiang (“a la aldea”) que exigían que los cuadros del Partido, funcionarios del gobierno e intelectuales participaran periódicamente en el trabajo productivo junto con las masas. Tales medidas tendían a reducir (aunque de ninguna manera a eliminar) la brecha entre dirigentes y dirigidos. Fueron las precursoras de las campañas antiburocráticas masivas que marcarían la historia de la República Popular durante la época de Mao. Además, las duras condiciones impuestas por la guerra y el bloqueo crearon la necesidad de la autosuficiencia económica en las regiones fronterizas y áreas de guerrilla – y dieron origen a una variedad de experimentos e innovaciones en política económica. Para mantener la producción agrícola durante los años de guerra, los

38 comunistas promovieron formas cooperativas de organización del trabajo en las aldeas, planificadas, en parte, sobre los métodos tradicionales de ayuda mutua. Se establecieron nuevas industrias en las áreas rurales gobernadas por los comunistas, en parte para cubrir necesidades militares y en parte para proveer al campesinado de productos no agrícolas esenciales previamente suministrados por el comercio con las ciudades. En un ambiente totalmente rural, casi completamente carente de recursos de capital, los nuevos emprendimientos industriales cooperativos dependían de métodos de trabajo intensivo, del empleo de tecnologías simples e indígenas, y del uso de recursos y materias primas locales. La autosuficiencia, la auto-confianza y la iniciativa local llegaron a ser las consignas y principios de la política económica de Yan’an – y de la experiencia de emplear estos principios surgió el ideal de combinar la producción industrial con la agrícola en un marco rural. Además, combinar la educación con la producción moldeó las políticas educativas adoptadas durante el período de Yan’an. El énfasis estuvo en la educación popular, en escuelas de tiempo parcial, escuelas nocturnas y varios programas de estudio y trabajo. Planificadas no sólo para promover la lecto-escritura básica e impartir conciencia política, estas políticas también proveyeron el conocimiento tecnológico práctico particularmente relevante para las necesidades de las comunidades locales. Así como las instituciones y prácticas políticas, económicas y educativas particulares que surgieron durante la época de Yan’an resultarían de enorme importancia para moldear la particular aproximación maoísta a los problemas del desarrollo posrevolucionario, el sistema de valores que subyacía tras esas instituciones y prácticas fue igualmente significativo. El “espíritu de Yan’an”, en efecto, estaba relacionado en gran medida con temas espirituales y morales y, más específicamente, con los tipos de valores sociales y éticos y orientaciones de vida otrora considerados como esenciales para un proceso continuo de transformación revolucionaria. Los valores que los maoístas derivaron de la época de Yan’an, y que son atribuidos a ese heroico pasado revolucionario, son esencialmente ascéticos e igualitarios. Son los valores de lucha desinteresada y auto-sacrificio a favor del pueblo, los valores de trabajo duro, diligencia, abnegación, frugalidad, altruismo y autodisciplina. En la década de Yan’an, estos valores eran practicados, en efecto, por los comunistas chinos, ya que eran impuestos por los duros imperativos de la lucha revolucionaria y el modo de vida espartano e igualitario que tal lucha demandaba. En la visión maoísta, tales valores no sólo eran responsables por los éxitos revolucionarios del pasado, sino que permanecían esenciales para crear la sociedad socialista del futuro. Es paradójico que de un proceso revolucionario chino que fue tan incongruente con la concepción marxista de revolución surgieran instituciones y valores que (en muchos aspectos) eran específicamente conducentes a la consecución de objetivos finales marxistas. Ciertamente ni Marx ni Lenin habrían podido concebir una revolución de orientación socialista en la cual las fuerzas revolucionarias del campo rodearan y arrollaran a las ciudades no revolucionarias, con la clase obrera urbana esperando pasivamente su liberación por los ejércitos revolucionarios compuestos por campesinos. Con todo, con el uso de la más heterodoxa estrategia revolucionaria, en los años de Yan’an surgieron visiones y prácticas sociales que curiosamente armonizaban con los objetivos sociales utópicos profetizados en la teoría marxista original. Las prácticas de Yan’an de combinar la producción industrial con la agrícola y de combinar la educación con el trabajo productivo eran medidas eminentemente marxistas para lograr un reordenamiento socialista de la sociedad17. Desde una perspectiva marxista, eran los 17

Entre las medidas “posrevolucionarias” que Marx sugiere en el Manifiesto para alcanzar una sociedad socialista están la “combinación de la agricultura con las industrias manufactureras” y la “régimen de

39 primeros pasos esenciales hacia el logro de los amplios objetivos comunistas de abolir las distinciones entre ciudad y campo, entre obreros y campesinos y entre trabajo mental y manual, y serían saludados como tales en las posteriores celebraciones maoístas de la herencia de Yan’an. El requerimiento de los años de Yan’an de que los funcionarios e intelectuales participaran regularmente en las actividades productivas tocaba un trompetazo al menos simbólico con respecto a la separación china tradicional particularmente aguda entre trabajo mental y manual. Y el ideal maoísta del líder guerrillero de Yan’an, el hombre de aptitudes y conocimientos variados, ideológicamente puro, capaz de realizar una multiplicidad de tareas económicas, políticas y militares, guarda fuertes afinidades con la persona “versátil” marxista de la futura sociedad comunista. En la revolución comunista china, más que en el caso de ninguna otra revolución socialista del siglo XX, las formas y valores socialistas de la nueva sociedad fueron ideados (al menos en forma embrionaria) en el verdadero curso de la misma lucha revolucionaria. Sin embargo, la herencia de Yan’an no consistió solamente en valores que apuntaban a la liberación. La época de Yan’an fue también el tiempo en que Mao y los maoístas establecieron rígidos dogmas y ortodoxias en la vida política y cultural, dirigieron cazas de brujas contra aquellos que fallaron en adecuarse a estas ortodoxias, y eliminaron despiadadamente el disenso político e intelectual en general. La incongruencia entre la liberación socioeconómica, por un lado, y la represión políticointelectual, por el otro, es lo que caracterizó al maoísmo tanto antes como después de 1949. Las experiencias de la década de Yan’an reforzaron la creencia maoísta en la primacía de las fuerzas morales sobre las materiales, de la gente sobre las máquinas, la convicción de que las fuerzas revolucionarias verdaderamente creativas residían más en el campo que en las ciudades, y la visión de que la solidaridad ideológica y moral es más importante que la unidad artificial impuesta por cualquier organización burocrática formal. Y de manera más importante aún, la victoria llegó basada en una revolución social popular masiva que involucraba el apoyo activo de decenas de millones de campesinos. Al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando la difícil tregua GuomindangPCCh inevitablemente colapsó en una guerra civil abierta, los ejércitos del Guomindang disfrutaban de una superioridad en fuerza militar de cuatro a uno sobre las fuerzas regulares comunistas y de una ventaja aún mayor en la moderna tecnología militar, en gran medida suministrada por los Estados Unidos. Sin embargo, la victoria comunista en las batallas masivas que marcaron la guerra civil de 1946-1949, aunque muy sangrienta y difícil, fue sorprendentemente rápida. Fue, como Stuart Schram la ha caracterizado tan bien, “uno de los más asombrosos ejemplos en la Historia de la victoria de una fuerza más pequeña pero dedicada y bien organizada que disfrutaba apoyo popular, contra una fuerza mayor pero impopular con pobre moral e incompetente liderazgo”18. El 1º de octubre de 1949, Mao proclamaría en Beijing el nacimiento de la República Popular China, mientras Chiang Kai-shek, con aquellos que quedaban de su derrotado ejército y burocracia, ya había huido a la isla de Taiwan, a educación combinado con la producción material”, Karl Marx y Frederick Engels, Selected Works (Moscú: Foreign Languages Publishing House, 1950), 1:51. Existe edición en castellano: “Manifiesto del Partido Comunista”, en Carlos Marx y Federico Engels, Obras escogidas, Tomo I (Moscú: Ediciones en Lenguas Extranjeras, sin fecha), pp. 42-43. 18 Stuart R. Schram, Mao Tse-tung (Nueva York: Simon & Schuster, 1967), p. 225.

40 imponer su gobierno allí sobre una población hostil y a encontrar un refugio garantizado por la Séptima Flota de los Estados Unidos. Los comunistas atribuyen correctamente su victoria a los principios y prácticas de la época de Yan’an. Aquellos principios no serían totalmente olvidados, y en la época posrevolucionaria a veces serían retomados y revividos para anunciar la apertura de nuevos dramas revolucionarios.

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PARTE II: EL NUEVO ORDEN, 1949-1955 CAPÍTULO 5: EL NUEVO ESTADO Los comunistas chinos llegaron al poder en 1949 sin las esperanzas revolucionarias mesiánicas que los dirigentes bolcheviques rusos habían mantenido tan fervientemente en 1917. Para Lenin, la revolución bolchevique era el preludio de la realización de la profecía marxista de la revolución mundial y el socialismo internacional. Sin embargo, las esperanzas revolucionarias utópicas pronto fueron frustradas por las duras realidades de la guerra civil, la intervención extranjera y el aislamiento de la revolución en la atrasada Rusia. En vez de un “semi-estado” comunal de los trabajadores que pronto se marchitaría, como Lenin había previsto en El Estado y la Revolución, la pura supervivencia política exigía un aparato estatal cada vez más centralizado y represivo. En vez del prometido control del lugar de trabajo por parte de los productores, basado en la “libre y consciente disciplina de los propios trabajadores”, la supervivencia económica dictó una disciplina burocráticamente impuesta desde arriba y el uso de métodos e incentivos capitalistas. En vez del sueño de la revolución mundial, pronto todas las consideraciones se subordinarían a los intereses de la supervivencia del poder soviético en un solo país. En cuanto las semillas del despotismo estalinista estuvieron plantadas, no fue el estado sino las visiones utópicas las que comenzaron a marchitarse. En su lecho de muerte, Lenin cuestionó sombríamente la moralidad y la validez histórica de la revolución que había dirigido y la destrucción del sueño revolucionario que había sido obligado a dirigir. Cerca del fin, se sintió obligado a confesar que se consideraba culpable “frente a los trabajadores de Rusia”19. Los vencedores chinos de 1949, por el contrario, aparecen como sobrios realistas; no poseídos por las mismas visiones revolucionarias milenaristas de sus predecesores rusos, no sufrirían similares desilusiones. En los primeros años luego de la revolución, las mentes de los dirigentes comunistas chinos se dedicaron a los problemas políticos y económicos inmediatos de su nación, no a pensamientos utópicos de revolución mundial. Por más de dos décadas, la revolución china había crecido en un molde nacional insular. Se había desarrollado independientemente de las corrientes revolucionarias internacionales y estaba aislada tanto física como espiritualmente de ellas. El profundo carácter nacionalista de la experiencia revolucionaria china, y un mundo ampliamente diferente al de 1917, habían hecho del “internacionalismo proletario” una frase ideológica ritualizada, ya no una creencia marxista revolucionaria genuina. A diferencia de Lenin o Trotsky, Mao Zedong era un líder revolucionario eminentemente nacional, no un portavoz de la revolución internacional. Además, para 1949 la noción del socialismo en un país – y aun en un único país atrasado – no era ya considerada una herejía ideológica. La China de 1949 difería de la Rusia de 1917 en muchos otros aspectos. En 1949 Mao no necesitaba escribir un equivalente del tratado utópico de Lenin El Estado y la Revolución. Era suficiente escribir “Sobre la dictadura democrática del pueblo”. En este ensayo, Mao reafirmaba el compromiso con los objetivos socialistas y comunistas, pero relegaba su realización a una época futura imprecisa, mientras enfatizaba que los objetivos inmediatos eran la creación de un fuerte poder estatal y la construcción económica. En China, a diferencia de Rusia, el establecimiento de un estado autoritario (cualquiera que sea su descripción ideológica formal) que unificó la nación y proveyó 19

Citado en Isaac Deutscher, Ironies of History (Londres: Oxford University Press, 1966), p. 173. Existe edición en castellano: Ironías de la Historia (Barcelona: Editorial Península, 1969).

42 un orden político, fue más la realización de las esperanzas populares que la traición de una promesa revolucionaria. Tampoco encontraron oposición popular significativa las políticas socioeconómicas iniciales del nuevo régimen. Lo que se hizo estuvo en gran medida de acuerdo con lo que se había prometido y se esperaba. En el sector industrial urbano, el amplio margen de autoridad gerencial permitida tanto en las nuevas empresas de propiedad estatal como en las viejas empresas capitalistas no originó demandas de los trabajadores para un control directo por parte de los productores, como había sucedido en Rusia tres décadas antes; el proletariado chino, políticamente inactivo por largo tiempo, tenía pocas exigencias y no podía servir como base social de una “oposición de los trabajadores”. Y en el campo, el nuevo estado resultaría capaz de satisfacer las exigencias inmediatas de tierra de un campesinado que llevaba largo tiempo oprimido. Para la gran mayoría del pueblo chino y para sus nuevos dirigentes comunistas, 1949 fue un momento de gran optimismo y esperanza. Pero sus esperanzas fueron moderadas por un reconocimiento marcadamente pragmático de lo que era posible. Y lo que era posible en ese momento era esencialmente la realización de la largamente postergada fase “burguesa” de la revolución china: unificación política nacional, reforma agraria y lo que prometía ser un largo y arduo proceso de desarrollo económico moderno. En los primeros años, estas tareas fueron realizadas sobre la base de políticas comparativamente moderadas y dentro de un contexto de estabilidad política y social inusual en situaciones posrevolucionarias. En China, a diferencia de Rusia, la victoria política no produjo esperanzas mesiánicas del inminente surgimiento de un orden perfecto de justicia y equidad. Como Mao lo planteó en el momento del triunfo comunista, “nuestro trabajo ya realizado es tan sólo el primer paso dado en una larga marcha de diez mil li”20. Y la nueva larga marcha sería emprendida en China para resolver los problemas particulares chinos de la construcción política y económica; no había esperanza de que el deus ex machina de la “revolución mundial” realizara una llegada oportuna para precipitar el proceso. La consigna del momento era “tres años de recuperación y diez años de desarrollo”, y reflejaba el temperamento relativamente sobrio de la época. La estabilidad política y el desarrollo económico eran el orden del día. Nadie hubiera caracterizado a Mao como un visionario utópico en ese momento, ya que él entonces aceptaba, como la mayoría de los dirigentes comunistas, la visión marxista fundamental de que el desarrollo de las fuerzas materiales de la producción era el requisito esencial para la transformación socialista de la sociedad. El utopismo revolucionario no aparecería en la escena histórica hasta mucho después de que el nuevo orden se consolidara y aparentemente se institucionalizara. En muchos aspectos, los chinos disfrutaban de condiciones más favorables que las que tuvieron los rusos para consolidar la victoria revolucionaria en el corto término y para establecer los requisitos para una transformación socialista final. Mientras que los bolcheviques habían sido forzados a sostener después de la revolución de octubre una guerra civil que los debilitó material y espiritualmente, en China la guerra civil había sido combatida y ganada durante los años de la revolución. Cuando los comunistas establecieron el poder estatal en 1949 sólo enfrentaron una resistencia 20

Mao Tse-tung, “On the People’s Democratic Dictatorship”, en Selected Works of Mao Tse-tung (Peking, Foreign Languages Press, 1967); 4:422. Existe edición en castellano: “Sobre la dictadura democrática popular”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo IV (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1969), p. 437.

43 contrarrevolucionaria dispersa. Además, décadas de lucha revolucionaria les habían permitido desarrollar sus propias formas de organización y estructuras administrativas, y los habían provisto de considerable experiencia como gobernantes y de muchos administradores expertos. Por esto, eran mucho menos dependientes del aparato burocrático superviviente del antiguo régimen de lo que los bolcheviques habían sido. Y, quizás en forma más significativa, los comunistas chinos habían llegado al poder con mucho mayor apoyo popular del que habían recibido sus predecesores rusos, especialmente, por supuesto, en el campo, donde vivía el 80 % del pueblo chino. A diferencia de Lenin, Mao no se enfrentó al problema de un campesinado hostil en un país principalmente agrario. Aunque los comunistas tenían pocas raíces organizadas en las ciudades, tenían al menos la colaboración benévola de la mayoría de la intelligentsia democrática y de la población urbana en general, ambas sobre bases nacionalistas y sobre la promesa de traer orden a un pueblo cansado y largamente sometido al desgobierno. El nacionalismo, que no había sido un factor significativo en la revolución rusa, era una fuerza importante que trabajaba a favor de los nuevos dirigentes chinos. El PCCh había surgido de la guerra anti-japonesa como el dirigente de la resistencia nacionalista ante las intrusiones extranjeras, y la habilidad del Partido para continuar apelando a los sentimientos patrióticos en los primeros años de la posguerra sirvió para fortificar y expandir la base de apoyo popular a los comunistas. Además, a diferencia del estado soviético de los inicios, la República Popular no estaba totalmente aislada ni amenazada en el mismo grado por la intervención contrarrevolucionaria extranjera. Más allá de la ambigua relación entre Beijing y Moscú, la mera existencia de un poderoso país comunista en sus fronteras proveyó al nuevo estado chino de cierto grado de seguridad en un escenario internacional que de otro modo hubiera sido mucho más hostil. Además, estaba la perspectiva de ayuda económica y técnica soviética, la cual, si bien resultaría mucho menor de lo esperado, fue sin embargo importante. Pero estas ventajas relativas fueron eclipsadas, y quizás superadas en peso, por el terrible atraso chino, un atraso que era social y económico: el legado histórico de un siglo de fracasos tanto de la reforma como de la revolución. En 1949, los comunistas chinos heredaron una economía arrasada por la guerra, mucho menos desarrollada que la economía rusa en momentos de la revolución de octubre. El factor crítico en la situación histórica china fue esta condición de atraso y empobrecimiento masivos, y las respuestas subjetivas al problema de cómo tratar con ello serían cruciales para determinar el desarrollo social chino después de 1949. Tres meses antes de la proclamación formal de la República Popular China, Mao Zedong expuso otra vez los principios de la “Nueva Democracia”, de acuerdo con los cuales sería establecido el nuevo gobierno, y estableció una justificación ideológica racional para la supremacía política comunista. Comenzando con la premisa de que la “democracia burguesa” estaba en bancarrota en una China por tanto tiempo oprimida por las democracias burguesas de Occidente, Mao anunció que el nuevo estado no sería una república burguesa, sino una “república popular”. Y, más precisamente, la nueva república popular sería “un estado de la dictadura democrática del pueblo, un estado bajo el liderazgo de la clase trabajadora y basado en la alianza de obreros y campesinos”. Además, el nuevo orden político descansaría sobre una base social aún más amplia, ya que los obreros y campesinos formarían parte de un “frente nacional unido” que incluiría a la pequeña burguesía y a la burguesía nacional. De acuerdo a esta fórmula, al capitalismo chino indígena (fuerzas y clases capitalistas no ligadas con el

44 orden imperialista externo) se le permitiría desarrollarse para satisfacer la necesidad de un desarrollo económico moderno. Mao declaró que China “debe utilizar todos los elementos del capitalismo urbano y rural que sean beneficiosos y no dañinos para la economía nacional. … Nuestra política actual es controlar, no eliminar, el capitalismo”. Sin embargo, Mao enfatizó repetidamente que la dictadura democrática del pueblo estaría firmemente “bajo el liderazgo de la clase obrera y del Partido Comunista”, ya que su objetivo final era transformar a China de una “nueva democracia” en una sociedad socialista y comunista. Precisamente cuándo y cómo llegarían el socialismo y el comunismo quedó en la ambigüedad, aunque esto implicaba que se presuponía un prolongado proceso de desarrollo económico que transformaría a China de un país agrícola en otro predominantemente industrial21. ¿Cuál es la relación entre estas diversas afirmaciones maoístas y la realidad sociopolítica china en los primeros años luego de la revolución? A uno lo choca primero la aparente contradicción en el término “dictadura democrática” con que Mao eligió caracterizar al nuevo estado. ¿La República Popular sería una democracia o una dictadura? Hasta donde Mao estuvo dispuesto a contestar la pregunta, su ambigua respuesta fue que sería ambas; mientras que la democracia se extendería hacia “el pueblo”, los métodos dictatoriales les serían aplicados a aquellos excluidos de las filas del “pueblo”. La función dictatorial del nuevo estado se hizo muy clara: el gobierno ejercería “una dictadura sobre los lacayos del imperialismo, la clase terrateniente y la burguesía burocrática, tanto como los representantes de estas clases, los reaccionarios del Guomindang y sus cómplices”. Tales grupos y clases serían privados de sus derechos democráticos y suprimidos, y todas las fuerzas de la violencia estatal serían utilizadas para asegurar que su supresión fuera completa22. Intentando comprender lo que significaba la “democracia” en la teoría y la práctica maoístas, se entra en un mundo mucho más oscuro. La democracia, escribió Mao, es algo para que disfrute el “pueblo”, es decir, lo opuesto a los reaccionarios. Un terreno ambiguo, por supuesto, es precisamente la cuestión que Mao planteó retóricamente: “¿Quiénes integran el pueblo?” Y, uno puede agregar, ¿quién va a determinar quiénes integran el pueblo, y sobre la base de qué criterios? Implícita y a veces explícitamente, estas cuestiones fueron planteadas una y otra vez a lo largo de la historia de la República Popular y en diferentes momentos se darían diferentes respuestas. En 1949, la respuesta de Mao fue engañosamente simple; “el pueblo” eran los miembros de las cuatro clases sociales que supuestamente habían ingresado en el frente político unido: la clase obrera, el campesinado, la pequeña burguesía y la burguesía nacional. Y “democracia”, como se usaba el término en la teoría maoísta del momento, significaba tres cosas. En primer lugar, significaba democracia burguesa en el sentido convencional. Según Mao, el pueblo “disfrutaría de las libertades de expresión, reunión y asociación”; tendría el derecho al voto y a “elegir su propio gobierno”, un gobierno que, a su vez, ejercería una dictadura sobre los reaccionarios que caerían fuera de las filas del pueblo23. Si se cumpliría la promesa de estos derechos democráticos elementales es una cuestión a plantear más tarde – a la luz de la práctica política real del nuevo estado. En segundo lugar, por democracia se refería a una etapa específica del desarrollo socioeconómico chino y a las políticas gubernamentales que correspondían a esa etapa. Más precisamente, en términos marxistas, estaba referida a realizar los objetivos de la 21

Ibid., pp. 417-421. En la edición en castellano: pp. 432-436. Ibid., pp. 417-418. En la edición en castellano: p. 432. 23 Ibid. 22

45 fase “democrático-burguesa” del desarrollo histórico. El apoyo a las empresas económicas capitalistas en las ciudades y la redistribución de la tierra entre los campesinos en el agro no eran medidas socialistas sino democráticas. Y “democracia”, en este sentido, describía un periodo histórico durante el cual las cuatro clases populares cooperarían en un prolongado proceso de desarrollo económico moderno para asentar las bases materiales de una futura sociedad socialista. En el tiempo intermedio, la sociedad china era post-feudal y sin embargo también “pre-socialista” y entonces, ipso facto, “democrática”. En tercer lugar, democracia significaría la representación política de las cuatro clases definidas como “el pueblo”. Aquí se encuentra una de las áreas más oscuras de la teoría y la práctica maoístas, la cuestión de la relación entre poder político y clases sociales. Que el papel de la docena de partidos “democráticos” no comunistas, formalmente representados en la creación de la República Popular, sería no más que ceremonial, no hay necesidad de decirlo, estaba predeterminado desde el comienzo. Aun los más conocidos de estos semi-partidos, tales como la Liga Democrática y el Comité Revolucionario del Guomindang, presuntamente los representantes políticos de porciones de la pequeña burguesía y de la burguesía nacional, eran partidos políticos más de nombre que en realidad. Ninguno tenía apoyo popular significativo ni mucha estructura organizativa formal. Habiendo triunfado en la guerra civil, no se cuestionó (y nadie cuestionó) que el poder político real en el nuevo estado (cualquiera que fuera su estructura formal y descripción ideológica oficial) fuera monopolizado por el PCCh y el Ejército Rojo, que se ubicaba detrás de él. Ni se hizo mucho esfuerzo para ocultar este hecho político elemental en la ideología comunista china. La relación entre el Partido Comunista y las dos mayores clases sociales de la época posrevolucionaria, el proletariado y el campesinado, era ambigua. Por un lado, la doctrina oficial proclama que el PCCh era el partido del proletariado, aunque los lazos entre el partido y la clase obrera urbana se habían cortado en 1927 y esta última había permanecido políticamente pasiva mientras la revolución comunista se desarrollaba y triunfaba en el campo. En verdad, aun tan tarde como en 1957, cuando el tamaño del proletariado había crecido enormemente y los comunistas estaban bien establecidos en las ciudades, el Partido podía afirmar que sólo el 14 % de sus miembros eran obreros. Por otro lado, no se hizo una proclamación específica sobre que el PCCh fuera el partido del campesinado, aunque fueron los campesinos quienes le dieron al partido maoísta su victoria política. Y la abrumadora mayoría de los miembros del Partido continuó siendo extraída del campesinado24. Aquí estaba la paradoja de un partido revolucionario que proclamaba ser el partido de una clase políticamente inactiva, pero no proclamaba, al menos no explícitamente, ser el representante político de la clase revolucionaria que formaba su base social real. La paradoja no fue aclarada cuando el órgano que oficialmente estableció la República Popular, la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino, se reunió en Beijing entre el 21 y el 30 de setiembre de 1949. El término, si no la institución, derivó de la fútil propuesta de los comunistas de un gobierno de coalición con el Guomindang en la posguerra. Con el Guomindang aplastado, no hubo más necesidad, o base política, para un gobierno de coalición en ningún sentido significativo. No obstante, la apariencia de un régimen genuinamente nacional y más que puramente comunista era políticamente útil. Una amplia variedad de grupos e individuos, políticos y sociales, no 24

De los 12.720.000 miembros del Partido en 1957, de acuerdo a las cifras oficiales, 1.740.000 fueron clasificados como obreros, 8.500.000 como campesinos, 1.880.000 como intelectuales y 600.000 como “otros”. Ver Franz Schurmann, Ideology and Organization in Communist China (Berkeley: University of California Press, 1966), p. 132.

46 comunistas (o “personalidades democráticas”, como fueron llamados en ese momento) participaron en la Conferencia Consultiva Política25 y, habiendo sido debidamente consultados, dieron su aprobación formal a un nuevo gobierno, organizado de acuerdo con las propuestas que Mao Zedong había establecido tres meses antes, nombrando a éste como Jefe de Estado. Muchos no comunistas recibieron altos cargos, o al menos fueron provistos de títulos elevados, en los órganos administrativos del nuevo estado. Once de los veinticuatro ministerios originales, por ejemplo, fueron dirigidos por extra-partidarios, tres de los seis vicepresidentes de la República eran no comunistas, siendo la más famosa de ellos Song Qingling, la viuda de Sun Yat-sen. Aunque este aspecto del nuevo estado era en gran medida decorativo y ceremonial, no carecía totalmente de sentido. La cooperación política de muchas luminarias no comunistas reflejaba la extendida convocatoria nacionalista de la revolución y el amplio apoyo popular de que el nuevo régimen disfrutaba. Y varios objetivos concretos se cumplían bien: ayudaba a conseguir el apoyo de los chinos no comunistas para la causa nacional, garantizaba a los empresarios privados y a la intelligentsia técnica que se permitiría la existencia de las empresas capitalistas por el momento, y le daba algún crédito a la afirmación ideológica maoísta de que el nuevo estado se basaba en una alianza de las cuatro clases que constituían “el pueblo” – y la promesa implícita en esta afirmación era que el nuevo gobierno seguiría políticas relativamente moderadas. No hay necesidad de demorarse en la estructura administrativa del nuevo gobierno, sobre la cual no había nada excepcional. El mayor órgano ejecutivo estuvo bajo el Primer Ministro Zhou Enlai desde el comienzo; originalmente llamado Consejo Administrativo de Gobierno, su nombre fue cambiado a Consejo de Estado cuando se promulgó una constitución formal en 1954. Bajo este órgano emergió un aparato burocrático centralizado que se extendía para abajo hacia los niveles provincial, de los condados (xian) y de las aldeas administrativas (xiang). Como Presidente de la República, Mao nombró originalmente a Zhou como Primer Ministro y, con diferentes capacidades, lo reafirmó en el cargo. Zhou aportó mucha de la continuidad y estabilidad que la estructura civil del estado disfrutaría durante sus primeros, y a menudo turbulentos, veinticinco años. Durante el primer lustro, la administración civil estuvo dominada por la militar. La revolución había triunfado y el nuevo régimen había llegado al poder gracias al poderoso y altamente disciplinado Ejército Rojo, y este ejército fue utilizado inicialmente para establecer el orden y un nuevo aparato administrativo en el país tanto como para protegerlo del exterior. En 1949, China fue dividida en seis regiones militares, y el país permaneció bajo lo que fue esencialmente control militar hasta 1954. El Partido Comunista Chino fusionó las administraciones civil y militar en un poderoso estado centralizado. La tarea política que afrontaban los comunistas victoriosos en 1949 no era la de tratar de volver a reunir los viejos pedazos de nuevo – ya que quedaban pocos restos del pasado que pudieran servir a las necesidades de la unidad nacional moderna – sino más bien forjar una estructura política totalmente nueva. Y esto debía ser emprendido en condiciones de extremo atraso económico, en un país que poseía sólo el más primitivo sistema de comunicaciones y transportes, donde la persistencia de fuertes lealtades tradiciones locales y regionales había retrasado el desarrollo de una moderna conciencia nacional y donde el predominio de formas de vida económica en buena medida precapitalistas brindaba sólo las más frágiles bases materiales para la integración nacional. Lograr la unificación política moderna en tales condiciones – y en el país más poblado del mundo y uno de los más grandes 25

De los 662 delegados a la conferencia, sólo 16 eran formalmente miembros del PCCh.

47 territorialmente – era una tarea de asombrosas proporciones. Que se lograra tan efectiva y tan rápidamente entre 1949 y 1952 puede ser atribuido, en gran medida, al hecho de que los nuevos gobernantes de China tenían a mano un instrumento organizativo singularmente eficaz en el Partido Comunista Chino. El Partido había surgido de los años de la revolución como una organización altamente disciplinada y estrechamente unida, con alrededor de cinco millones de miembros. Dos décadas de conflicto armado habían impartido una disciplina casi militar a su organización y a los hábitos de sus miembros. Sus cuadros no sólo eran organizadores revolucionarios experimentados, sino también administradores gubernamentales probados, y poseían un fuerte sentido de conciencia y objetivos nacionales. Funcionando casi como un gobierno mucho antes del formal establecimiento de la República Popular, el Partido proveyó la principal base organizativa, liderazgo y métodos de organización de masas al nuevo estado. La popularidad personal de Mao Zedong y las habilidades administrativas de Zhou Enlai, a pesar de ser grandes, no eran sustituto del aparato organizativo del Partido y de sus dedicados y disciplinados cuadros. Por supuesto, hay una diferencia entre la organización del Partido y los órganos administrativos del estado, pero la distinción es fina. En su mayor parte, los líderes del Partido también ocupaban las posiciones clave en la administración formal del estado, inicialmente simbolizado en la cumbre por Mao Zedong, que era el presidente del Partido y el Presidente de la República Popular. Este patrón se repetía hasta los niveles más bajos de la estructura estatal; los cuadros del Partido igualmente tenían puestos ofíciales formales en la burocracia o estaban situados en posiciones de supervisión del trabajo administrativo de los funcionarios que no eran miembros del Partido. Por supuesto, una situación similar prevalecía en el Ejército Rojo, gracias a la temprana adopción del sistema soviético de “comisarios políticos” y de acuerdo con la bien conocida sentencia de Mao de que “el Partido dirige las armas, nunca debemos permitir que las armas dirijan al Partido”. En 1949, los generales del Ejército Popular de Liberación y la mayoría de sus oficiales se ubicaban en lo alto de la jerarquía del Partido, y un elaborado sistema de controles políticos se instaló firmemente a través de los rangos militares. Además, la red organizativa del Partido atravesaba todas las organizaciones de masas e instituciones semi-gubernamentales que fueron reestablecidas (o reorganizadas) en 1949 o poco después. En los sindicatos, las asociaciones campesinas, el sistema educativo, las “cortes populares” y las milicias populares, las posiciones de liderazgo estuvieron también en manos de miembros del Partido o el control se ejerció a través de estructuras organizativas paralelas. Entre 1949 y 1952, la red organizativa del PCCh fue tejida a través de la tela de la sociedad china. A pesar de que el nuevo orden político se representaba oficialmente como basado en una alianza de cuatro clases sociales y estaba apropiadamente decorado con una variedad de “personalidades democráticas”, la sede del poder estatal residía en el PCCh, que oficialmente se representaba a sí mismo como el partido del proletariado. O, más exactamente, el poder político descansaba en el Comité Central del Partido (que tenía 44 miembros en 1949) y más particularmente en su Buró Político (Politburó) de 14 miembros; o más precisamente aún, las palancas del poder estatal estaban en las manos de los 5 hombres que integraban el Comité Permanente del Politburó en 1949: Mao Zedong, Liu Shaoqi, Zhou Enlai, Zhu De y Chen Yun. La historia política de la República Popular es en gran medida la historia política interna del PCCh y de sus órganos dirigentes.

48 En un sentido marxiano, la situación política caótica que heredaron los comunistas chinos victoriosos ofrecía una ventaja revolucionaria única. Es una creencia marxista que todo éxito revolucionario duradero exige la destrucción completa de las instituciones políticas del antiguo régimen. La clase obrera, escribió Marx en su famoso comentario sobre la Comuna de París de 1871, “no puede simplemente apoderarse de la maquinaria estatal ya establecida y usarla para sus propios objetivos”; más bien, lo que Marx llamaba los “ubicuos órganos” del poder estatal centralizado – la burocracia, el ejército y la policía – tenían que ser totalmente eliminados antes de que las instituciones genuinamente revolucionarias pudieran tomar su lugar26. Esta fue una noción que Lenin enfatizó una y otra vez, y más enérgicamente en El Estado y la Revolución; la burocracia estatal existente no puede ser “apropiada”, sino que debe ser “destruida”. Y poco antes de su muerte, Lenin atribuyó parcialmente el fracaso de la Revolución de Octubre (o al menos su fracaso en cumplir sus promesas) a la persistencia de los viejos métodos de la burocracia zarista. A este respecto, la situación política china de 1949 era prometedora para el futuro de la revolución. Los comunistas chinos tuvieron escasa necesidad de destruir la vieja burocracia estatal, ya que poco quedaba. No estorbados por supervivencias burocráticas del viejo orden, los comunistas tuvieron una oportunidad sin paralelo para crear de nuevo sus propias instituciones políticas. Pero esto no solucionaría el quizás irresoluble problema de la burocracia. La persistencia de patrones de pensamiento y comportamiento burocráticos tradicionales (si no de las estructuras burocráticas mismas) y, en forma más importante aún, las condiciones sociales particulares de la situación posrevolucionaria y en realidad la estructura organizativa muy leninista del PCCh mismo eran algunas de las fuerzas que nutrirían el rápido crecimiento de la burocracia. Si los comunistas chinos no estaban agobiados por las viejas estructuras burocráticas, pronto estarían oprimidos por las nuevas que ellos mismos construirían. Unificación territorial: la tarea inacabada Cuando la República Popular fue formalmente proclamada en octubre de 1949, todavía tenían que ser sometidas al control del nuevo gobierno grandes regiones de China. El poder militar del Guomindang había sido roto varios meses antes y Chiang Kai-shek había huido a Taiwan. Pero la mayoría de la China del Sur, así como la mayoría de las provincias y dependencias fronterizas en el Oeste y el Noroeste estaban todavía ocupadas por restos del ejército nacionalista o por los ejércitos de varios señores de la guerra que habían estado aliados con el Guomindang durante la guerra civil. Por lo tanto, la primera tarea del nuevo estado era extender su control militar sobre estos territorios. El Ejército Rojo se trasladó hacia el sur con extraordinaria rapidez, encontrando sólo resistencia aislada. “La batalla de los pies”, como se la llamó, no fue un combate militar serio sino la cuestión de si las tropas del Guomindang podían retirarse más rápidamente de lo que los comunistas avanzaban. La ciudad de Cantón, la última capital oficial del régimen nacionalista en el continente, fue ocupada el 13 de octubre, habiendo sido abandonada por las tropas del Guomindang el día anterior. Las provincias del sudoeste fueron ocupadas en los dos meses siguientes. La provincia de Guizhou estaba bajo control comunista a mediados de noviembre, y Guangxi cayó en manos del Cuarto 26

Karl Marx, “The Civil War in France”, en Karl Mark and Frederick Engels, Selected Works (Moscú: Foreign Languages Publishing House, 1950), 1:468. Existe edición en castellano: “La guerra civil en Francia”, en Carlos Marx y Federico Engels, Obras Escogidas, Tomo I (Moscú: Ediciones en Lenguas Extranjeras, s. f.), p. 539.

49 Ejército de Campo (comandado por Lin Piao) a comienzos de diciembre; la isla de Hainan, donde se habían retirado algunas tropas nacionalistas de Guangxi, fue ocupada por el Ejército Rojo en abril de 1950. El gobernador de Yunnan se rindió en diciembre de 1949 y el control comunista de esta área remota del sudoeste produjo un extraño derivado internacional. Las fuerzas nacionalistas restantes huyeron a la región Shan de Birmania, donde se mantuvieron por casi veinte años, apoyándose en el tráfico ilícito de opio y pertrechos estadounidenses arrojados por vía aérea desde Taiwan. Las operaciones militares en el este y el noroeste fueron de alguna manera más difíciles y prolongadas. Mientras la provincia de Sichuan estaba bajo el control del Ejército Rojo para diciembre de 1949, la resistencia del Guomindang en Xinjiang continuó hasta marzo del siguiente año. Esta fecha marcó el fin de la oposición militar organizada del Guomindang en el continente. El reestablecimiento del control chino sobre el Tíbet no planteó un problema militar (ya que el minúsculo ejército tibetano fue aplastado en octubre de 1950), sino más bien un problema cultural y político. La relación entre China y Tíbet estaba marcada por más de mil años de ambigüedades políticas y hostilidad cultural. El Tíbet, incorporado dentro del Imperio Chino por la dinastía Qing en el siglo XVIII, comenzó a deslizarse fuera del control chino cuando el imperio empezó a desintegrarse ante la arremetida imperialista a fines del siglo XIX, y a través de las intromisiones inglesas desde la India colonial. Cuando la dinastía Qing se derrumbó en 1911, el Tíbet llegó a ser formalmente independiente. Sin embargo, durante todo el siglo XX, los nacionalistas chinos, comunistas y no comunistas por igual, consideraron al Tíbet como parte del moderno estado-nación chino, a pesar de que el problema político se complicó por el paso de una vaga soberanía británica sobre el Tíbet a un todavía más vago interés por parte de la recientemente independizada India. Aunque los dirigentes de la República Popular estaban determinados a reafirmar el control chino sobre el Tíbet por razones tanto nacionalistas como estratégicas, fueron sensibles a los problemas culturales y políticos involucrados. Las negociaciones con los dirigentes indios y tibetanos llevaron al acuerdo de 1951 que reconocía el control chino a la vez que otorgaba en gran medida autonomía cultural y sociopolítica al Tíbet. Las tropas chinas ocuparon Lhasa en el otoño de ese año. Esto no resolvió la cuestión, como lo demostraría la revuelta tibetana de 1959. Un tema de mucha mayor preocupación era la ocupación de Taiwan por el derrotado régimen del Guomindang, ya que esto no sólo dejaba incompleta la tarea de la ocupación del territorio nacional sino también la guerra civil. Los preparativos comunistas para invadir Taiwan, aparentemente planificados para el verano de 1950, fueron frustrados por la orden del presidente Truman del 27 de junio, que envió a la Séptima Flota de los Estados Unidos a “neutralizar” el estrecho de Taiwan. La justificación para la intervención fue el estallido de la Guerra de Corea. Esto no fue más que un pretexto, ya que los chinos no estuvieron envueltos en el conflicto hasta que la desdichada “marcha hacia el Yalu” del general MacArthur amenazó directamente las fronteras chinas, ni hubo nunca otra explicación satisfactoria de que la situación de Taiwan tuviera que ver con la Guerra de Corea. En realidad, cuando se firmó la tregua que terminaba con las hostilidades en Corea en julio de 1953, la “neutralización” de los estrechos de Taiwan permaneció en vigor. El protectorado militar “de facto” de Estados Unidos sobre Taiwan permitió al régimen nacionalista sobrevivir y presentarse en los organismos internacionales como el gobierno de China. Y los Estados Unidos establecieron otra base en el cordón militar que estaban formando en torno a China, en un anillo desde Corea hasta el Sudeste Asiático. Existían obstáculos aún más grandes a la unificación territorial en la larga frontera norte con la Unión Soviética. Además de los vastos territorios que el viejo

50 imperio zarista se había anexado de la antigua dinastía Qing a fines del siglo XIX (principalmente las provincias marítimas en el este y partes del Xinjiang en el oeste), los rusos habían reasumido su antiguo predominio en Manchuria como resultado de la derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial. Ocuparon Port Arthur, Dairen y el Ferrocarril Chino del Este, y desmantelaron toda la industria de Manchuria que fueron capaces de llevarse. El nacimiento de la República Popular marcó el surgimiento de China como un estado-nación moderno y unificado, pero el cumplimiento de la exigencia nacionalista de unificación territorial permaneció incompleto. La intervención extranjera previno la recuperación de Taiwan y el permanente expansionismo ruso impidió la recuperación de los territorios del norte. Y ambas situaciones estaban cargadas de peligro. Represión y terror El poder del nuevo gobierno chino descansaba en última instancia en las fuerzas de la violencia que todos los estados ejercen sobre la sociedad: el ejército y la policía. Sería apenas necesario repetir esta banal perogrullada si no fuera por el mito de que el estado maoísta estaba caracterizado singularmente por el gobierno a través de la educación ideológica y la “persuasión moral”. Esta noción ha sido propagada menos por los comunistas chinos que por varios observadores extranjeros, especialmente aquellos inclinados a encontrar paralelos entre el pasado confuciano y el presente comunista. Dada la inclinación de los sinólogos a aceptar la racionalización ideológica confuciana para el estado chino tradicional – el mito de que los emperadores y mandarines gobernaban el imperio a través del “ejemplo moral” – no hubo sino un breve salto intelectual en la oscuridad para darle a Mao Zedong el viejo papel imperial, dirigiendo a un revivido “Imperio del Centro” de acuerdo a un perenne “mandato” para gobernar en base al ejemplo virtuoso. Mao Zedong, por lo menos, nunca fue culpable de diseminar tal tontería. “Nuestra actual tarea es fortalecer el aparato del estado popular”, escribió en 1949, y prosiguió definiendo la naturaleza del nuevo gobierno en términos marxistas, no de acuerdo con los preceptos ideológicos confucianos: “El aparato del estado, incluyendo el ejército, la policía y los tribunales, es el instrumento de opresión de una clase por otra. Es el instrumento para la opresión de las clases enemigas, se trata de violencia y no de ‘benevolencia’”.27 Ciertamente, el nuevo estado debía su existencia y supervivencia a las formas de violencia que Mao enumeró, más destacadamente las fuerzas militares y policiales; y los dirigentes del estado han hecho abundante uso de esos medios convencionales del poder estatal para conseguir sus objetivos. Sin duda, Mao propugnaba una “política benevolente” para gobernar al “pueblo”, empleando métodos “democráticos” de “persuasión y no de compulsión”, diferenciándolos de la “dictadura sobre los reaccionarios como clase”. Aun los miembros individuales de las clases reaccionarias eran potencialmente pasibles de “remodelación” educativa, a pesar de que, como clases, los terratenientes y la burguesía burocrática serían, como Mao lo planteó, “eliminados definitivamente”28. Pero detrás de los procesos de “persuasión” maoístas – métodos educativos, técnicas sicológicas, campañas de “reforma del pensamiento” – siempre se encontraban las instituciones convencionales de “compulsión”, las fuerzas de la violencia organizada sobre las cuales

27

Mao, “On the People’s Democratic Dictatorship”, p. 418. En la edición en castellano: “Sobre la dictadura democrática popular”, p. 433. 28 Ibid., p. 419. En la edición en castellano: p. 434.

51 todos los estados dependen en última instancia. Y estas fuerzas no permanecerían ociosas. Además del Ejército Rojo, los nuevos gobernantes tenían a su disposición poderosas organizaciones de policía secreta establecidas durante los años de la revolución. Todas las unidades del Ejército Rojo contenían “cuarteles de seguridad pública”, y ya que China estuvo esencialmente bajo gobierno militar hasta 1954, estos organismos cumplieron funciones policiales en la sociedad civil y su personal supervisaba el funcionamiento de los organismos de policía locales tanto en las ciudades como en los distritos rurales. Además, existía dentro del Partido un aparato de policía secreta, dirigido por Kang Sheng (sumado a la comisión de control que se ocupaba de la disciplina interna del Partido); dada la organización del Partido que penetraba todos los niveles de la administración formal del estado tanto como las organizaciones de masas y grandes empresas económicas, es evidente que las unidades policiales propias del Partido también ejercían considerable control sobre la población civil. Además, el establecimiento de una administración estatal formal en 1949 fue acompañado por el establecimiento de una organización formal de policía secreta estatal, las “Fuerzas de Seguridad Pública”, bajo la jurisdicción del Ministerio de Seguridad Pública del gobierno central, dirigido por Luo Ruiqing de 1949 a 1958, y rápidamente se desarrolló como un vasto aparato de seguridad interna que penetraba hasta los más bajos niveles de la administración estatal. Además de estas actividades policiales independientes, las Fuerzas de Seguridad Pública eran responsables de la supervisión y control de todos los organismos policiales civiles locales. En las ciudades, cada comité de residencia urbana (consistente en alrededor de cien hogares en promedio) tenía una sección de seguridad pública, al igual que cada unidad administrativa xiang en el campo. Es imposible especificar la función política de estos diversos organismos; las actividades de la policía secreta (en China como en todas partes) son, después de todo, “secretas” – y en la China contemporánea la situación está más oscurecida por las funciones sobrepuestas del Partido, el ejército y la administración formal del estado, cada uno de los cuales tiene su propia organización policial; sus actividades se fusionan ambiguamente en varios niveles de control en la sociedad civil. A pesar de que nunca adquirieron el gigantesco poder político de sus contrapartes soviéticas, las policías secretas chinas siempre constituyeron un arma formidable de control político. Forman buena parte del aparato estatal, el cual, como escribió Mao, “es un instrumento de opresión”. Las funciones opresivas del nuevo estado fueron particularmente claras de 1949 a 1953. Estos fueron años de grandes logros sociales y económicos, pero también años marcados por severa represión política y a menudo terror político. Las transformaciones sociales y políticas radicales son seguidas en casi todas partes por regímenes de terror, ya que las clases y grupos económica y políticamente dominantes bajo el antiguo régimen son tan reacios a renunciar a sus privilegios como los revolucionarios victoriosos están determinados a garantizar los frutos de su victoria. Las revoluciones exitosas siempre producen reacciones contrarrevolucionarias y estas, a su vez, obligan a los nuevos gobernantes a utilizar todas las formas de violencia que poseen para mantener el poder recientemente adquirido. El impulso contrarrevolucionario fue comparativamente débil en China, ya que la mayoría del viejo orden se había desintegrado o había sido destruido en los años previos a 1949. La burguesía compradora y los terratenientes eran clases sociales relativamente débiles y carentes de cohesión política, y muchos de sus miembros con el dinero o la oportunidad para hacerlo habían huido a Hong Kong, Taiwan o, más a salvo,

52 a los Estados Unidos. Muchos que se quedaron se oponían o temían a los comunistas (y a menudo por buenos motivos), pero no hubo movimientos políticos que los cohesionaran. La “tercera fuerza” democrática, menospreciada por los comunistas y suprimida por el Guomindang, desde hacía tiempo había resultado ser una invención de la imaginación política de un pequeño número de intelectuales disidentes, con sus dirigentes ahora mayoritariamente en el exilio. Y el Guomindang, derrotado militarmente y desde hacía tiempo en bancarrota política, no inspiraba ni entusiasmo ni esperanza ni siquiera entre aquellos que lo habían apoyado activamente y quizás aún deseaban hacerlo. Incluso las otrora poderosas familias Song y Gong, por largo tiempo los pilares financieros del gobierno nacionalista, no sólo habían huido de China, sino también abandonado al Guomindang en Taiwan, retirándose a Nueva York y Nueva Jersey con una parte sustancial del tesoro del antiguo régimen. Otros partidos y movimientos políticos habían salido del escenario histórico desde hacía tiempo. A fines de 1949 y durante los primeros meses de 1950, los comunistas tenían pocas razones para temer ninguna contrarrevolución. Causaban mucha mayor preocupación los problemas internos de gobernar el continente. Establecer el control administrativo sobre el país y revivir una economía derrumbada fueron tareas formidables que exigieron medidas políticas represivas. Pero la resistencia política interna organizada de alguna clase era relativamente insignificante, y los gobernantes del nuevo estado no abrigaron temores hacia la contrarrevolución durante esos meses iniciales. Lo que elevó el espectro de la contrarrevolución y amenazó la supervivencia de la nueva república – y en consecuencia precipitó un período de terror político interno – fue un acontecimiento externo y, para China, totalmente fortuito: el estallido de la Guerra de Corea, a fines de junio de 1950. No nos detendremos aquí a investigar la cuestión todavía oscura de los orígenes de ese conflicto, excepto para notar que los chinos no estuvieron inicialmente envueltos de ninguna manera29. Los dirigentes chinos ciertamente no podrían haber bienvenido una guerra de consecuencias internacionales potencialmente graves en un país fronterizo en el momento en que estaban preocupados en la consolidación interna del nuevo estado, cuando estaban comenzando a desmovilizar gran parte del Ejército Rojo, en el preciso momento en que sus mejores unidades militares estaban siendo desplegadas sobre la costa sur para la anticipada invasión de Taiwan y cuando acababa de ser anunciada la apertura de la campaña de reforma agraria. Sólo cuando las tropas de Estados Unidos avanzaron hasta amenazar la frontera de Manchuria, en noviembre, las fuerzas chinas cruzaron el Yalu e infligieron a las tropas del general MacArthur la mayor derrota en la historia militar estadounidense. En lo que llegó a ser una guerra chino-estadounidense de facto, China sostuvo que sus tropas eran meramente “voluntarios” ayudando fraternalmente a un país socialista, y los Estados Unidos sostuvieron que su ejército estaba actuando bajo el “comando” de las Naciones Unidas. Ambas pretensiones eran ficticias. Por dos años y medio, los ejércitos chino y estadounidense lucharon, la mayoría del tiempo en una 29

Las interpretaciones de los orígenes de la Guerra de Corea abarcan desde el punto de vista de que fue una decisión independiente de Corea del Norte, que Corea del Norte fue estimulada y manipulada por Moscú, que fue provocada por el gobierno de Rhee en Corea del Sur, hasta el punto de vista de que fue sutilmente instigada por los Estados Unidos. Pocos historiadores de la diplomacia dan más crédito a la otrora popular teoría de que fue parte de un proyecto chino. En verdad, la evidencia reciente indica que mientras los rusos eran conscientes de que se estaba preparando una guerra, no le comunicaron esta información a Beijing. Para un estudio del papel chino, ver Allen Whiting, China crosses the Yalu: The Decision to Enter the Korean War (Nueva York: Macmillan, 1960). Sobre las complejas causas de la Guerra de Corea, ver el magnífico trabajo de Bruce Cumings, The Origins of the Korean War (2 vols., Princeton: Princeton University Press, 1981, 1990).

53 sangrienta guerra de desgaste aproximadamente alrededor de la línea fronteriza donde la guerra se inició y donde terminaría. A pesar de que China recibió sustancial cantidad de equipamiento militar soviético (pero menos y con más atraso de lo anticipado), la guerra impuso una severa carga sobre la frágil economía china que recién comenzaba a recuperarse de las destrucciones de la invasión y de la guerra civil. Y las pérdidas humanas chinas fueron impactantes; entre las víctimas estaba uno de los hijos de Mao Zedong, Mao Anying, muerto en combate en 1951. A pesar de que las pérdidas materiales y humanas fueron enormes, la guerra aportó beneficios políticos inesperados. La amenaza de una invasión más por parte de una potencia extranjera solidificó el apoyo popular nacionalista hacia el gobierno. La campaña de “Resistir a Estados Unidos y ayudar a Corea” apeló exitosamente a los sentimientos patrióticos, pero más importantes fueron las primeras victorias militares chinas. Por más de un siglo, China había sido humillada repetidamente por las fuerzas militares occidentales, pero ahora, por primera vez, un ejército chino había derrotado a uno occidental, y entonces llevado al mayor poder militar del mundo a una situación de estancamiento en una guerra convencional mayor. Este hecho, quizás más que ningún otro en la historia moderna de China, sirvió para estimular intensos sentimientos de orgullo nacional y confianza entre el pueblo chino, sentimientos compartidos también por muchos anticomunistas. El soldado chino, por tanto tiempo objeto de escarnio y ridículo, se había probado a sí mismo en batalla, y la lección no se perdería para el mundo. Así como la inesperada victoria japonesa sobre Rusia en 1905 había marcado el surgimiento de Japón como una potencia mayor en la escena mundial (y estimulado los sentimientos nacionalistas a través de Asia), así los éxitos militares chinos impactaron en las mentes militares occidentales y anunciaron dramáticamente que la nueva China era una nación a la que había que tener en cuenta en el escenario internacional. Esto confirmaba lo que Mao había afirmado orgullosamente en 1949: “Nuestra nación nunca más será una nación humillada. Nos hemos puesto de pie … a ningún imperialista se le permitirá invadir nuestro territorio de nuevo …”30. Pero esta es una mirada en retrospectiva. En ese momento – a fines de 1950 y en 1951 – el enfrentamiento militar con Estados Unidos tuvo un efecto diferente: los dirigentes chinos estaban entonces más llenos de temor por la supervivencia de la nueva república que de orgullo por la nueva China que finalmente se había “puesto de pie” ante el mundo. Estos temores no carecían de sustento. El enfrentamiento con los Estados Unidos no sólo planteó la amenaza de un ataque directo a China y de una guerra en gran escala (un rumbo defendido por muchos dirigentes políticos y militares estadounidenses), sino que también alzó el espectro de la contrarrevolución. En el momento del estallido de la Guerra de Corea, los Estados Unidos habían establecido un protectorado militar sobre Taiwan, prolongando así la vida del régimen nacionalista sobreviviente y conectando un conflicto político interno chino con otro internacional potencialmente explosivo. La verdadera amenaza que enfrentaban los comunistas chinos era esa combinación mortal que había aplastado tantas revoluciones: la combinación de guerra civil e invasión extranjera. Esas fuerzas gemelas de la “restauración” habían distorsionado la Revolución Francesa, aplastado la Comuna de París y estado muy cerca de destruir el régimen bolchevique ruso, y la larga historia de contrarrevoluciones externas e internas estaba profundamente grabada en la memoria histórica marxista. Ciertamente, los dirigentes chinos en ese momento deben haber sido tan agudamente 30

Mao Tse-tung, “Speech to the First Plenary Session of the Chinese People’s Political Consultive conference” (21 de setiembre de 1949), en Selected Works of Mao Tse-tung (Londres: Lawrence & Wishart, 1954), 4: 411-424. Existe edición en castellano: “El pueblo chino se ha puesto en pie”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo V (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1977), p. 11.

54 conscientes de los antecedentes pasados como estaban advertidos del peligro presente. Si las fuerzas internas de la contrarrevolución eran relativamente débiles, la amenaza de una invasión extranjera era muy fuerte. Y escasamente un año después de la fundación de la República Popular asomaba la posibilidad de una renovada guerra civil apoyada por el país más poderoso del mundo. En Taiwan, el revivido régimen nacionalista hizo todo lo que pudo para convertir esa posibilidad en una realidad contrarrevolucionaria, ayudado y apoyado por el influyente “lobby chino” en los Estados Unidos. Los agentes políticos del Guomindang infiltraron el continente a través de Hong Kong y las unidades del ejército nacionalista cruzaron el presuntamente “neutralizado” estrecho de Taiwan para dirigir ataques comando sobre las costas chinas. Y en los Estados Unidos se oían fuertes reclamos políticos presionando a la administración Truman a llevar la Guerra de Corea directamente a China y a “desatar” a Chiang Kai-shek. La amenaza esencialmente externa a la supervivencia de la revolución convirtió las prácticas y políticas inicialmente moderadas del nuevo estado en otras crecientemente represivas, y finalmente llevó al reino del terror a la mayoría del país en 1951. El empleo de métodos abiertamente terroristas fue oficialmente sancionado por el decreto de Mao del 21 de febrero de 1951 sobre “Regulaciones para el castigo a los contrarrevolucionarios”. Sobra decir, no había nada nuevo acerca de castigar contrarrevolucionarios; los agentes, partidarios y simpatizantes del Guomindang siempre habían sido sistemáticamente suprimidos en las áreas bajo control comunista tanto antes como después de 1949, y los esfuerzos para reprimir la oposición política real o potencial se intensificaron durante la Guerra de Corea. Pero el propósito del decreto de febrero era algo diferente; no sólo extendía el alcance de la represión política definiendo más ampliamente lo que se considerarían actividades contrarrevolucionarias, sino que también estaba planificado para infundir una atmósfera de terror en la sociedad a través de campañas oficiales contra todas las formas de disidencia política. Además de la intensificación de la represión de la policía secreta en general, los meses siguientes contemplaron una serie infinita de movilizaciones masivas en los mayores centros urbanos, donde los más prominentes contrarrevolucionarios acusados eran públicamente denunciados y sentenciados a muerte, mientras que los menos prominentes eran arrestados y juzgados a través de la policía regular y los organismos estatales judiciales. Los diarios publicaban diariamente largas listas con los nombres de los ejecutados y destacaban especialmente relatos espantosos de supuestos crímenes políticos y sus castigos. Si el propósito de la campaña fue crear un clima público de miedo y terror tanto como eliminar a la oposición potencial al estado, fue exitoso en ambos cálculos. La República Popular nunca ha divulgado estadísticas amplias sobre el número de las víctimas del terror (si en verdad hay registros detallados) y las estimaciones de los observadores del exterior varían grandemente, dependiendo de las inclinaciones políticas del observador. Sin embargo, los fragmentarios informes oficiales disponibles sugieren que el número fue sustancial. Por ejemplo, sólo en la provincia de Guangdong, las autoridades locales reportaron unas veintiocho mil ejecuciones en el período de diez meses entre octubre de 1950 y agosto de 195131. En un discurso pronunciado en 1957, Zhou Enlai afirmó que, de un número no especificado de casos de contrarrevolucionarios tratados oficialmente por el gobierno durante 1952, el 16,8 % fue condenado a muerte, el 42,3 % a la “reforma a través del trabajo”, el 32 % puesto bajo “vigilancia” y el 8,9 % sujeto sólo a “reeducación”32. Usando la cifra gubernamental de ochocientos mil juicios contrarrevolucionarios durante la primera mitad de 1951, hubo 31

Citado en Ezra Vogel, Canton Under Communism (Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1969), p. 64.

55 unas ciento treinta y cinco mil ejecuciones durante ese periodo de seis meses solamente. Las cifras reales son, sin duda, mayores, y tomando en cuenta el periodo mucho mayor involucrado y el considerable número de ejecuciones que tuvo lugar fuera de los procedimientos formales, la estimación de muchos observadores relativamente imparciales de que hubo dos millones de personas ejecutadas durante los primeros tres años de la República Popular es probablemente tan certera como toda conjetura que se pueda hacer sobre la base de información insuficiente. Esta cifra incluye las “ejecuciones” semi-espontáneas en el campo cuando los odios reprimidos por largo tiempo de un campesinado oprimido se liberaron durante las campañas de reforma agraria de 1950-1952. Y mucho más de dos millones de personas fueron encarceladas o enviadas a campos de trabajo forzado durante estos años. El número de víctimas humanas, cualquiera que sea el número real, no se menoscaba por resaltar que probablemente mayores porcentajes de la población fueron asesinados en los diversos reinos de terror que siguieron inmediatamente después de las revoluciones francesa y rusa. Ni puede la cifra ser reducida recordando los innumerables millones que morían anualmente de hambre y desnutrición en la China de antes de 1949, o acordándose de las largas listas de ejecuciones oficiales y el mayor número cobrado por las desenfrenadas carnicerías que marcaron al Terror Blanco de Chiang Kai-shek a fines de los años veinte y comienzos de los treinta. Sobre estos temas nadie mantuvo estadísticas y pocos se molestaron en hacer estimaciones. Estas macabras comparaciones no se presentan como apología de la revolución, sino sólo para mantener algún grado de perspectiva histórica sobre un tema que no se presta fácilmente ni a la complacencia ni a la indignación moral. En la mayoría de las situaciones revolucionarias, la elección no se da entre el terror y su ausencia, sino más bien entre el terror revolucionario y el terror contrarrevolucionario; y dado que China había sufrido tanto de este último a través de las décadas, no se debería ser tan rápido en pronunciar condenas morales sobre el primero. Como ha observado Barrington Moore, se ha dado el caso histórico en que “la violencia revolucionaria ha sido parte de la ruptura con un pasado represivo y del esfuerzo por construir un futuro menos represivo”33. Pero también se da el caso histórico en que la brecha entre las promesas de la revolución y el desempeño real de los revolucionarios ha sido demasiado grande como para justificar a priori la violencia revolucionaria sólo con promesas a futuro. En el caso chino, se necesita examinar mucho más antes de comenzar a tratar de sopesar los logros sociales de la revolución contra sus costos humanos. Si hay una causa para la sorpresa en la historia política de aquellos primeros años luego de la revolución, esta estriba en la relativa brevedad del período de terror político abierto y la rapidez de la consolidación del nuevo orden estatal. Con la supresión de las fuentes de oposición interna, reales o potenciales, y por cuanto la Guerra de Corea se estancó en un punto muerto en 1951 y el miedo a un ataque militar directo de Estados Unidos comenzó a menguar, el uso del terror como método de control político comenzó a disminuir también. Para fines de 1951, el país comenzó a retornar a métodos más “normales” de control administrativo y gobierno burocrático, aunque el terror todavía reinaba en algunas partes del campo, donde la finalización del programa de reforma agraria llevaría otro año más. Pero si el retorno a la “normalidad” 32

Chou En-lai [Zhou Enlai], “Report on the Work of the Government”, presentado a la Cuarta Sesión de la Primera Asamblea Popular Nacional (26 de junio de 1957), en Robert R. Bowie y John K. Fairbank, Communist China 1955-1959: Policy Documents with Analysis (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1962), p. 303. 33 Barrington Moore, Social Origins of Dictatorship and Democracy (Boston: Beacon Press, 1966), p. 506. Existe edición en castellano: Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia (Barcelona: Ediciones Península, 1973, 1976, 1991), p. 408.

56 señaló el fin de un período de terror político abierto, no marcó el fin de un período continuo de represión política. Tres años después del establecimiento de la República Popular, se había logrado el objetivo de un estado fuerte. No hay duda de que las experiencias del terror de 1951 y la Guerra de Corea prestaron una impronta más dura y más autoritaria al nuevo orden de lo que de otra manera hubiera sido el caso. Pero si se puede extraer una lección clara de estos acontecimientos políticos es el simple axioma de Mao de que el estado es un instrumento de opresión y compulsión. Y la historia de China en aquellos años, así como en los siguientes, ha demostrado más que ampliamente la verdad de la tesis marxista de que, como lo planteó Engels y cierta vez lo repitió Lenin, “mientras existe el estado no hay libertad”. CAPÍTULO 6: LAS CIUDADES: EL ASCENSO Y CAÍDA DEL CAPITALISMO NACIONAL Es muy difícil gobernar un país luego de una revolución y cuando el talento político es un bien escaso34. Este axioma resultó menos apropiado para la China posterior a 1949 que para la mayoría de las situaciones posrevolucionarias. Tres años después de la victoria comunista, China estaba mejor gobernada que en ningún otro momento de su historia moderna, y había una relativa abundancia de talento político y administrativo. Fue la naturaleza original de la revolución china, no ningún talento chino especial para gobernar, la responsable de esta singular situación posrevolucionaria. Los comunistas chinos no habían triunfado en la manera clásica de insurrección por la cual los revolucionarios son catapultados de repente a la poco familiar posición de gobernantes. La victoria comunista china había llegado recién después de más de dos décadas de lucha armada durante la cual habían sido gobernantes tanto como revolucionarios, gobernando territorios y poblaciones importantes de acuerdo con sus propios métodos organizativos. Pero esa experiencia había estado confinada al campo. En las ciudades, que cayeron en manos de los comunistas más rápido de lo esperado, el talento administrativo era, en verdad, un bien muy escaso. El problema no era totalmente inesperado. Tan temprano como en 1939, Mao Zedong notó que “la captura de las ciudades que ahora sirven como las bases principales del enemigo es el objetivo final de la revolución, un objetivo que no puede ser logrado sin un trabajo adecuado en las ciudades”35. Y, en efecto, cuando los ejércitos comunistas estaban capturando las ciudades, Mao anunció que “el centro de gravedad del trabajo del Partido se ha desplazado desde la aldea a la ciudad” y que “debemos esforzarnos al máximo para aprender cómo administrar y construir las ciudades36. La tarea resultaría formidable. A pesar de que los dirigentes del Partido Comunista Chino habían surgido originalmente de la intelligentsia urbana, la mayoría de los que habían sobrevivido la larga prueba revolucionaria había vivido y luchado en las regiones rurales interiores por más de 34

John Dunn, Modern Revolutions (Londres, Cambridge University Press, 1972), p. 17. Mao Tse-tung, The Chinese Revolution and the Chinese Communist Party (1939) (Beijing, Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1954), p. 32. Existe edición en castellano: “La Revolución China y el Partido Comunista de China”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo II (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1968), pp. 328-329. 36 Mao Tse-tung, “Report to the Second Plenary Session of the Seventh Central Committee of the Communist Party of China”, en Selected Works of Mao Tse-tung (Beijing, Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1961), 4: 363-364. Existe edición en castellano: “Informe ante la II Sesión Plenaria del Comité Central elegido en el VII Congreso Nacional del Partido Comunista de China”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo IV (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1969), p. 378. 35

57 veinte años. Y para los cuadros campesinos del Ejército Rojo las ciudades eran lugares extraños y totalmente desconocidos. Un investigador estadounidense, residente en Beijing en ese momento, observó que “algunos de estos comunistas no han visto antes ninguna ciudad grande; ni siquiera saben como prender la luz eléctrica …”37. Además, el desconocimiento estaba acompañado por la desconfianza. Una estrategia revolucionaria basada en el agrupamiento de las fuerzas de la revolución rural para rodear y derrotar a las ciudades no revolucionarias alimenta poderosos sentimientos anti-urbanos. En los años previos a 1949, los revolucionarios veían a las ciudades como bastiones del conservadurismo, las plazas fuertes del Guomindang, los centros del imperialismo extranjero, y los criaderos de desigualdades sociales, impurezas ideológicas y corrupción moral. Entraron en las ciudades en 1949 como ocupantes tanto como libertadores y, para la población urbana que había contribuido tan poco a la victoria revolucionaria, los sentimientos de simpatía se entremezclaban con fuertes sentimientos de sospecha. La dicotomía entre el campo revolucionario y las ciudades conservadoras, que toda la experiencia revolucionaria produjo, había llegado a ser una noción fijada profundamente en la mentalidad maoísta, y este residuo ideológico de la revolución jugaría un papel en la manera en que los nuevos gobernantes abordaran uno de los problemas cruciales en la historia de la República Popular: el problema de la relación entre ciudad y campo. Aunque China era un país mayoritariamente agrario en 1949, más de sesenta millones de chinos vivían en ciudades de más de cien mil habitantes, y la población urbana crecería rápidamente. Shanghai tenía unos seis millones de habitantes en 1949; más de dos millones de personas vivían en Beijing y Tianjin, y más de un millón en Cantón. La tarea de gobernar este terreno poco familiar se complicó a causa de las caóticas condiciones que tan trágicamente marcaron la vida urbana durante los últimos días del gobierno del Guomindang. Además de los problemas crónicos (y entonces exacerbados) de desempleo y subempleo masivos, de administraciones locales corruptas e ineficientes, de una población oprimida por un vasto submundo de organizaciones mafiosas y sociedades secretas, la extendida adicción al opio, la prostitución y la falta de elementales niveles de sanidad y servicios municipales, las condiciones de la guerra y el desgobierno de un régimen moribundo imponían agudísimos problemas que destruían la vida económica de las ciudades e infligían cruel opresión a sus habitantes. La aguda falta de alimentos provocaba desnutrición crónica y a menudo hambrunas, motines, saqueos y nuevas oleadas de crímenes en ciudades famosas hacía rato por su elevada criminalidad. Las fábricas y negocios cerraban por falta de abastecimientos y porque a menudo los trabajadores estaban demasiado debilitados por la desnutrición para trabajar. La inflación durante la guerra y la posguerra alcanzó proporciones vertiginosas. Durante los seis meses finales de la administración del Guomindang en las ciudades, el incremento promedio del costo de la vida fue del 25 % por semana. En Beijing, por ejemplo, el precio de la harina aumentó 4.500 veces el año previo a la ocupación comunista de la ciudad38. El dinero llegó a ser virtualmente inútil, mientras que varias “reformas monetarias” decretadas por el gobierno de Nanjing provocaron meramente nuevas inundaciones de papel inservible sobre una economía que había regresado en gran medida al primitivo trueque para intercambiar bienes y servicios. La situación en Mukden, la ciudad manchuriana, la más industrializada de China, no era atípica: 37

Derk Bodde, Peking Diary (Nueva York: Henry Schuman, 1950), p. 72. Este libro es el relato más perspicaz y el más revelador de la situación en las ciudades a fines del dominio del Guomindang y en los primeros meses del gobierno comunista. 38 Ibid., p. 100.

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Medio millón de personas se ha ido, o a las áreas comunistas o como refugiados al norte de China. La producción industrial ha caído hasta casi cero. La causa principal es la falta de comida, causada por el cerco. La comida racionada le alcanza a un trabajador sólo diez días de cada mes. Mucha gente se ve obligada a vivir de las grandes tortas de soja manchurianas, comúnmente utilizadas para el ganado o como fertilizantes. Estas, probablemente a causa de la deficiencia vitamínica, terminan causando ceguera nocturna en los adultos y ceguera permanente en los niños – en algunos casos incluso la verdadera desintegración de los globos oculares. La falta de comida resulta en menor producción de carbón, que corta la energía eléctrica, que a su vez lleva a la inundación de las minas de carbón. La producción parece haber llegado a una completa detención. Este invierno próximo seguramente habrá hambruna.39 En Shanghai, los conductores de rickshaw estaban demasiado debilitados por la desnutrición para transportar pasajeros. Y de muchas ciudades chinas llegaban noticias de gente desnutrida yaciendo abandonada y muriendo en las calles. Tal fue el legado final del período del Guomindang, la total destrucción de las ciudades. Los nuevos gobernantes comunistas no sólo estaban mal preparados para gobernar las ciudades, sino que las ciudades que tenían que gobernar estaban en ruinas. Los comunistas carecían de apoyo político organizado entre la población urbana y de sustentación material para una economía viable. A las cargas de una primitiva economía agrícola se añadió entonces otra nueva y sin aviso: la ruina de todo el sector moderno de la economía. La historia de la República Popular comenzó en esta condición de total empobrecimiento. Los comunistas poseían una ventaja política en las ciudades: una casi universal antipatía hacia el Guomindang. El descontento político engendrado por las miserias económicas de la época se intensificó por las prácticas cada vez más corruptas del régimen moribundo y su utilización de métodos totalmente terroristas de control político, arrestos y ejecuciones arbitrarios, la supresión de la intelligentsia liberal y la destrucción de un movimiento sindical anticomunista, pero independiente, que había surgido en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. La vasta mayoría de la población urbana, tan poco familiar con los comunistas como los revolucionarios rurales lo eran con ella, no pudo sino dar la bienvenida al triunfo del campo sobre las ciudades, aunque más no fuera por la razón de que la victoria comunista traía la promesa de paz y orden. Aunque el disgusto general con el viejo régimen está bien documentado, raramente se vio expresado a través de alguna acción política abierta u organizada, y hay poca evidencia confiable para medir los sentimientos hacia el nuevo orden. Los sentimientos variaban de acuerdo al lugar y a las clases y grupos sociales. Desde Beijing se informó que “los comunistas llegaron aquí con la mayoría del pueblo de su parte. Mientras uno camina por las calles, el nuevo sentimiento de alivio y relajación se puede sentir definidamente, aun cuando es difícil de describir en términos palpables.”40 El 39

Citado en ibid., p. 33. Ibid., p. 99. Sobre los participantes civiles en el desfile de la victoria del Ejército Rojo por las calles de Beijing, Bodde observó que “el entusiasmo de los más era demasiado obvio como para ser fingido … La reacción de los espectadores, por otra parte, fue, como la de la mayoría de las masas chinas, menos abierta. Sin embargo, parecían en general muy favorablemente dispuestos y obviamente muy impresionados por el despliegue de poder [p. 104]”. 40

59 pueblo de Cantón, de acuerdo a un relato, esperó la llegada del Ejército Rojo con ánimo “más cauteloso que exuberante” y “su principal sentimiento era el alivio por que la ciudad había caído pacíficamente.”41 Los comunistas encontraron sus más entusiastas y activos partidarios en las áreas urbanas entre los estudiantes secundarios y universitarios, a pesar de que el genuino idealismo a menudo estaba mezclado con el oportunismo y la hipocresía. Los miembros de la intelligentsia, no comprometida políticamente, parecían, en su mayor parte, dispuestos a trabajar bajo el nuevo orden. Un profesor liberal comentaba, en setiembre de 1948, cuatro meses antes de que Beijing cayera en manos del Ejército Rojo: La mayoría de los intelectuales chinos preferiría no hacer caso a la política. Pero mientras habían oído al gobierno proclamar repetidamente su intención de brindar democracia y administración honesta a China, han visto estas proclamas repetidamente burladas por los hechos reales. En realidad, lejos de mejorar, el gobierno empeoró constantemente, por lo que hoy poca gente pensante tiene muchas esperanzas en su reforma. … Al comienzo, muchos de nosotros apoyábamos el gobierno [nacionalista], reconociendo sus muchos defectos, pero esperando que pudiera reformarse. … Hemos quedado tan completamente convencidos de lo incurable del gobierno actual que sentimos que mientras más pronto sea derrocado será mejor. Ya que los comunistas chinos son obviamente la única fuerza capaz de realizar este cambio, deseamos ahora apoyarlos como el mal menor. Preferiríamos un camino intermedio, pero esto ya no es posible.”42 Muchos de los miembros más ricos de la burguesía huyeron junto con el Guomindang, pero la mayoría de los clasificados por los comunistas como la “burguesía nacional” permanecieron: un variado surtido de empresarios comerciales, pequeños tenderos, propietarios de pequeñas fábricas y talleres, y administradores de establecimientos industriales y comerciales. Casi arruinados por las exacciones ilegales de una burocracia corrupta y el caos de la guerra civil, tenían poco que perder. Difícilmente podrían haber sido entusiastas de un gobierno que proclamaba al socialismo y al comunismo como sus objetivos, pero podían esperar que los nuevos gobernantes cumplieran con la promesa de controlar el capitalismo sin eliminarlo inmediatamente. Sus actitudes hacia el nuevo régimen fueron, sin duda, muy ambiguas, tanto como los comunistas los veían a ellos de una manera ambigua y sospechosa. Sobre las actitudes y sentimientos políticos de la clase obrera y las masas de pobres urbanos – el oprimido lumpenproletariado de los conductores de rickshaw, trabajadores ocasionales “coolies”, mendigos y pequeños ladrones – aún puede decirse menos con un mínimo grado de precisión. Ellos conformaban la mayoría de la población de las ciudades, pero eran el segmento menos articulado de la población. Entre la gente de las ciudades, eran los que más se beneficiaban con el nuevo régimen, a pesar de ser los menos conocidos. De sus filas salió el grueso de los participantes en las celebraciones de la victoria de 1949 y las manifestaciones y mítines en las ciudades durante los años siguientes, pero deben haber tenido los más ambiguos sentimientos al celebrar una victoria revolucionaria a la que habían contribuido tan poco. Sólo se puede conjeturar, sobre las bases de la escasa información, que en 1949 los trabajadores 41

Ezra Vogel, Canton under Communism (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1969), pp. 4546. 42 Como fue relatado por Derk Bodde en Peking Diary, pp. 23-24.

60 urbanos saludaron la victoria comunista con esperanza y entusiasmo. Los miembros de una clase victimizada durante tanto tiempo por la más extrema opresión socioeconómica, durante largo tiempo desempleados y medio hambreados en los últimos años del viejo régimen, sólo podrían haber dado la bienvenida al triunfo del nuevo régimen, aun si tal vez encontraban extraño que el partido dirigente en ese régimen se proclamara como su partido. A pesar de que el espectáculo de un ejército compuesto mayoritariamente por campesinos ocupando las ciudades pudo haber generado sentimientos profundamente ambiguos entre la población urbana, la vasta mayoría de los habitantes de las ciudades probablemente dio la bienvenida al nuevo orden, aunque sólo fuera por su profundo rechazo hacia el viejo. La esperanza se entremezclaba con la aprehensión, puesto que la población urbana era tan poco familiar con los comunistas como estos lo eran con las ciudades. Pero el ánimo dominante era la disposición a cooperar con los nuevos gobernantes de China para terminar con el caos en las ciudades que el desacreditado régimen del Guomindang había dejado tras de sí. Las sospechas y desconfianzas mutuas permanecieron, pero al comienzo fueron subordinadas a un deseo compartido de paz, orden social, un adecuado aprovisionamiento de comida, la restauración de una economía destrozada y reformas sociales elementales. Lo que a los comunistas les faltaba de apoyo político organizado en las ciudades fue compensado, al menos en parte, por un anhelo general y genuino de la gente de participar en el trabajo de revivir la vida social y económica de las ciudades. La primera tarea fue establecer el orden público y restaurar los servicios municipales ordinarios, que habían caído en el desorden. En notable contraste con la situación en el campo, donde los comunistas habían comenzado con sus propios cuadros y formas organizativas, en las ciudades tuvieron que confiar en el aparato burocrático abandonado por el viejo régimen. A pesar de que la mayoría de los altos funcionarios del Guomindang habían huido con el ejército nacionalista, muchos burócratas de bajo nivel permanecieron en las administraciones municipales. En menor grado, lo mismo sucedió con las fuerzas policiales locales; los viejos órganos de la policía civil y buena parte de su personal fueron mantenidos en interés del orden en restauración. Con los años, casi todos los viejos funcionarios fueron reemplazados por cuadros del Partido, muchos de los cuales eran de reciente reclutamiento entre la juventud urbana. La estructura administrativa y policial formal de las ciudades no era muy diferente de la que había existido bajo los nacionalistas, pero ahora estaba bajo el control de los organismos de seguridad pública tanto del ejército como del gobierno central de Beijing. Aunque la organización formal de las viejas administraciones municipales permaneció, al igual que muchos de los viejos funcionarios, los miembros del Partido ocuparon posiciones clave para asegurar que las burocracias urbanas locales obedecieran las políticas del nuevo gobierno nacional. El control centralizado fue aumentado a través de una variedad de organizaciones de masas urbanas formalmente autónomas, las cuales estaban, de hecho, íntimamente ligadas al aparato del estado. Tales organizaciones de nivel nacional, como la Federación de Sindicatos de China, la Federación de Mujeres de China, la Asociación de Estudiantes y varias asociaciones profesionales, organizaron las clases y grupos claves en la sociedad urbana. Establecidas sobre la base de las estructuras organizativas preexistentes, estas organizaciones eran en esencia brazos del aparato de estado centralizado, dominadas por el mismo Partido que controlaba el gobierno nacional. Las asociaciones organizaron y controlaron a la mayoría de la población urbana y sirvieron de contrapeso centralizado a las tendencias localistas de las administraciones urbanas y las empresas económicas.

61 Comenzando en 1952, los “comités de residentes urbanos” (generalmente conformados por alrededor de 100 a 500 hogares) agregaron otro estrato de control organizativo sobre la población urbana. Fueron encargados de una asombrosa variedad de propósitos y funciones. Además del objetivo general de comunicar (y popularizar) las políticas y programas gubernamentales a sus miembros, le comunicarían al gobierno los puntos de vista y opiniones de los ciudadanos; tenían la función casi judicial de arbitrar disputas familiares y de barrio y la función policial de controlar (y reportar) actividades criminales y disidencias políticas; se harían cargo de los servicios municipales tales como la higiene pública y la prevención de incendios, así como de funciones de bienestar social tales como brindar ayuda a familias necesitadas y la organización de programas recreativos y culturales para los barrios. A pesar de que el bienestar social y otros servicios positivos provistos por los comités de residentes eran tanto necesitados como apreciados, se trataba básicamente de instrumentos de control coercitivos. Como Franz Schurmann ha observado: “Uno de los objetivos básicos de los comités de residentes era mantener vigilada a la población bajo su jurisdicción y enviar informes regularmente a la estación de policía local, más o menos de la forma conocida desde los días del baojia.”43 Las funciones casi policiales y judiciales de los comités se inmiscuían en las vidas privadas y provocaron un profundo resentimiento popular, tal como había sido el caso de sus contrapartes anteriores a 1949. Así, a pesar de su confianza en muchas formas burocráticas antiguas y muchos viejos burócratas, el poder político comunista fue rápida y firmemente establecido en las ciudades. Los revolucionarios en el poder no fueron abrumados por los restos de la vieja burocracia, simplemente los utilizaron. Si el poder político comunista fue firme, había poco específicamente “comunista” o “socialista” en relación a los fines que este gobierno se había fijado en los primeros años. Las políticas y programas urbanos eran los que cualquier gobierno nacional fuerte habría implementado bajo esas circunstancias y, en realidad, en gran medida eran los que el viejo régimen del Guomindang había intentado desarrollar. El establecimiento del orden social, registro de la población, recolección de armas ocultas, control de la inflación y establecimiento de un sistema monetario viable, revitalización de la producción industrial y el comercio, restauración de los servicios municipales, mejoramiento de las instalaciones sanitarias y control centralizado sobre las administraciones urbanas viables, eran las tareas inmediatas que cualquier nuevo gobierno chino habría enfrentado. Como le tocó al gobierno comunista encargarse de los problemas sociales crónicos de las ciudades, tales como la extendida adicción al opio, la prostitución y el crimen y la corrupción manejados por un vasto submundo de sociedades secretas y pandillas. El problema de la adicción al opio es un ejemplo particularmente notable de los fracasos del viejo régimen y de los éxitos del nuevo. El problema de las drogas había plagado la sociedad china desde fines del siglo XVIII, y alcanzado proporciones epidémicas luego de la Guerra del Opio de 1839. En la época en que el régimen nacionalista heredó el extendido problema, la mayoría del tráfico estaba en manos de organizaciones criminales chinas. Las leyes y campañas del Guomindang contra el opio resultaron inútiles no sólo por la ineptitud del régimen, sino también por razones de conveniencia política y económica; el Guomindang había encontrado políticamente útiles a las sociedades secretas y organizaciones mafiosas que se beneficiaban del 43

Franz Schurmann, Ideology and Organization in Communist China (Berkeley: University of California Press, 1966), p. 376. El Baojia era un sistema tradicional de control sociopolítico impuesto por el estado; idealmente, era una agrupación de cien hogares, cada uno compartiendo responsabilidades por las acciones y comportamiento de los otros miembros.

62 tráfico de drogas, mientras que una burocracia y una fuerza policial corruptas encontraban financieramente remunerable protegerlas. Sin embargo, un problema que había persistido y crecido bajo diversos gobiernos chinos durante casi dos siglos fue resuelto por el nuevo gobierno en dos años. Los comunistas emplearon una combinación de drásticas penas criminales (incluida la ejecución) para los mayores proveedores y traficantes, amnistía para los pequeños traficantes, programas de rehabilitación para los adictos y una campaña masiva a nivel nacional de educación y marchas “contra el opio”, apelando a los sentimientos patrióticos al destacar los orígenes imperialistas de la aflicción, en el siglo XIX. Para 1952, la adicción al opio ya no era uno de los problemas sociales mayores, y se podían encontrar pocos adictos a las drogas en China. Otros vicios urbanos comunes fueron tratados con la misma eficacia y a través de similares medidas de represión, reforma, movilización de masas y educación. En Cantón, una de las más controladas por el vicio de las viejas ciudades chinas, Ezra Vogel sintetiza uno de los resultados de los primeros tres años de gobierno comunista: “prostitución, adicción al opio, juego ilegal y alcoholismo fueron virtualmente extirpados. Por primera vez en un siglo la moral pública fue restaurada y así la gente no tuvo que preocuparse por los robos o por caminar sola de noche por las calles. Una combinación de asistencia y estrecha supervisión no alteró la naturaleza humana pero puso al crimen organizado bajo control.”44 Así como las reformas sociales internas en las ciudades cumplieron con los deseos de regeneración de China frustrados por largo tiempo, también la partida de los extranjeros satisfizo los profundos resentimientos nacionalistas contra los ataques externos que llevaban más de un siglo. La expulsión de los extranjeros de las ciudades no fue un acto de “tiranía comunista”, como fue descrita y condenada por la prensa occidental de la época, sino una medida nacionalista enormemente popular, que simbolizaba el final de la época de la dominación imperialista. A pesar de que la expulsión estuvo marcada por ocasionales incidentes de violencia popular xenófoba, el proceso se desarrolló de manera relativamente ordenada. Al comienzo, se requirió que los residentes extranjeros se registraran ante las nuevas autoridades y sus actividades y viajes fueron limitados y supervisados. Las empresas extranjeras fueron reguladas y finalmente confiscadas y nacionalizadas. A fines de 1950, como consecuencia de tensiones generadas por la Guerra de Corea, la política gubernamental exigió la expulsión de casi todos los occidentales del suelo chino. Para entonces, la mayoría de los occidentales ya había abandonado el país, pero los pocos empresarios, misioneros y educadores extranjeros restantes fueron forzados a partir durante el año siguiente, en medio de una serie de manifestaciones antiimperialistas masivas. La mayoría se fue pacíficamente, a pesar del terror político que prevalecía en la época y de las pasiones nacionalistas elevadas por la guerra en Corea. Todos los activos extranjeros fueron congelados, las propiedades extranjeras confiscadas, y los cristianos chinos fueron forzados a romper lazos con las iglesias extranjeras. Entre los extranjeros expulsados había un buen número que era favorable al nuevo orden y que deseaba permanecer y trabajar en China. Y toda la campaña antiextranjera creó problemas en las relaciones diplomáticas y el comercio con las naciones occidentales. Pero estas consideraciones fueron compensadas con mucho en ese momento por las necesidades internas políticas y sicológicas. Como un intelectual liberal chino no comunista explicó la situación a un amigo norteamericano, “la xenofobia comunista es el resultado de la humillación y opresión sufridas por China en el pasado siglo. Los comunistas han salido a mostrar a su pueblo que son los dueños de 44

Vogel, Canton under Communism, p. 67.

63 su propia casa y que ningún extranjero puede enseñorearse aquí nunca más.” 45 No hubo beneficios o temas concretos, políticos o económicos, involucrados; más bien fue una compensación emocional por un siglo de humillaciones. La expulsión de los extranjeros fue el requisito sicológico necesario para que China se enfrentara a las naciones occidentales en términos de igualdad. Desde 1842 los políticos y gobernantes chinos, tradicionales y nacionalistas modernos, habían deseado sacudirse el yugo extranjero, pero la República Popular fue el primer gobierno en la historia moderna china en demostrar que tenía el poder para hacerlo. La economía urbana en los primeros años Las políticas económicas de la República Popular no fueron nunca puramente “nacionalistas”, pero en los primeros años se ajustaron en gran medida a la concepción maoísta de un proceso revolucionario que todavía estaba en su etapa “nacional” o “democrático-burguesa”. En las áreas rurales, la campaña de reforma agraria de 19491952 no produjo una economía socialista, sino una gran clase de agricultores campesinos individuales pequeño-burgueses. En las ciudades, las formas socialistas y capitalistas se mezclaron por un tiempo en una “economía mixta”, pero de un tipo casi único. Las industrias, organizaciones comerciales y bancos de propiedad de la “burguesía burocrática” (aquellos que habían estado aliados políticamente con el Guomindang o económicamente vinculados a intereses extranjeros) fueron inmediatamente confiscados y nacionalizados sin compensación. Para 1949, la mayoría de la gran burguesía ya había huido del país, en todo caso. A través de la nacionalización, el nuevo estado fue propietario de la mayoría del sector moderno de la economía desde el principio. Si se define el socialismo simplemente (y tal vez simplísticamente) en términos de propiedad estatal, entonces la mayoría de la economía urbana fue “socialista” desde el principio. Sin embargo, significativas partes de la economía permanecieron capitalistas. Además de más de un millón de pequeños comerciantes y artesanos que quedaron en gran medida sin ser tocados por el nuevo orden en los primeros años, a la “burguesía nacional”, definida principalmente en base al criterio de lealtad política, se le permitió continuar con la propiedad privada de sus empresas industriales y comerciales y dirigirlas de una manera formalmente capitalista. En realidad, sus integrantes fueron instados a expandir sus operaciones y a establecer nuevas firmas. Para 1953, el número de establecimientos industriales de propiedad privada se había incrementado de 123.000 a 150.000 y el número de trabajadores de las empresas privadas había aumentado de 1.644.000 a 2.231.000, contando con aproximadamente el 37 % de la producción industrial.46 El funcionamiento del sector privado, sin embargo, estaba estrechamente restringido. Precios, salarios y condiciones de trabajo eran determinados por el estado. En las fábricas de propiedad privada, los sindicatos y consejos obreros, ambos bajo la dirección del Partido, imponían las políticas y regulaciones estatales, y también jugaban un papel de supervisión en la administración de las empresas. Y de manera más importante aún, las fábricas privadas dependían del estado tanto para el suministro de materias primas a fin de producir sus bienes como para los mercados a fin de venderlos, y las empresas comerciales privadas dependían totalmente de las organizaciones estatales de comercio, tanto para las compras al mayoreo como para las ventas al menudeo. Esta, en resumen, era una forma de capitalismo de estado, no una economía 45

Bodde, Peking Diary, p. 158. Cifras calculadas por Barry M. Richman, Industrial Society in Communist China (Nueva York: Random House, 1969), p. 899. 46

64 de laissez-faire. La “burguesía nacional” de la República Popular era ahora mucho más dependiente de la burocracia estatal de lo que la vieja y condenada “burguesía burocrática” había sido nunca. La diferencia era esencialmente política; se trataba de un nuevo estado persiguiendo nuevos fines sociales. No obstante, sí era capitalismo. Los dueños del capital obtenían ganancias con las mercancías que producían y vendían, y aunque las ganancias estaban controladas, eran más que adecuadas para permitir a los capitalistas “nacionales” disfrutar de un confortable estilo de vida burgués. En el apoyo al renacimiento del “capitalismo nacional” estaban involucradas consideraciones más que puramente ideológicas. Los comunistas no estaban tratando simplemente de cumplir las promesas de la “nueva democracia”, ni estaban intentando documentar históricamente la tesis marxista de que una fase de desarrollo “democráticoburguesa” debía preceder a otra socialista. La principal consideración fue más mundana. Para reconstruir una economía destruida y establecer la base para el futuro desarrollo económico, era oportuno rehacer lo que había existido y entonces edificar sobre ello. Cualquier programa para la expropiación y nacionalización total habría desembocado inevitablemente en un caos organizativo. Y de manera más importante aún, el renacimiento del capitalismo era necesario para utilizar la capacidad administrativa y la experiencia técnica que sólo la burguesía poseía. A través de una combinación de incentivos económicos y patrióticos, el nuevo gobierno consiguió el apoyo de los miembros de la burguesía y de los técnicos especialistas que habían permanecido, y alentó a muchos de los que se habían ido del país a retornar, a participar en la tarea de la reconstrucción económica de la nación. La época del “capitalismo nacional” alcanzó su pico en 1952-1953 y declinó rápidamente después de ese momento, cuando las empresas privadas industriales y comerciales fueron nacionalizadas completamente, o, más típicamente, reorganizadas como “empresas conjuntas privadas-estatales”. En este último caso, el estado asumió una participación en el control, y finalmente una participación completa en las empresas, al administrar las inversiones de capital, con los ex propietarios permaneciendo usualmente en roles administrativos y recibiendo dividendos del 5 % sobre lo que el gobierno calculaba que era su participación restante en el capital. De facto, si no de nombre, las empresas llegaron a ser de propiedad estatal así como administradas por el estado. Para 1956, el sector privado de la economía urbana había dejado de existir, y todas las empresas industriales y comerciales de tamaño significativo habían sido efectivamente nacionalizadas. Lo poco que quedaba de las empresas privadas quedó confinado a los artesanos independientes, pequeños comerciantes y vendedores ambulantes. El “capitalismo nacional” sobrevivió sólo como un vestigio – en la forma de una exigua burguesía que recibía dividendos trimestrales por lo que el gobierno determinaba eran sus “inversiones en capital” en las fábricas y establecimientos comerciales que otrora poseyera, o recibía intereses sobre bonos no rescatables del gobierno que había recibido en compensación. A pesar de que continuó disfrutando de un nivel de vida relativamente alto en las ciudades, la burguesía nacional era una clase agonizante, ya que sus dividendos y bonos no podían ser transferidos a sus herederos. Pero si el capitalismo nacional sólo había disfrutado de una vida breve en la historia de la República Popular, había cumplido con el papel económico que le había sido asignado; para 1952, la industria y el comercio urbanos prosperaban. El nuevo gobierno había solicitado la cooperación de las elites urbanas que poseían los conocimientos especializados necesarios para la reconstrucción nacional: los intelectuales liberales y la intelligentsia tecnológica, los burócratas y administradores urbanos que quedaron del viejo régimen, y la burguesía nacional. Una vez logradas la estabilidad política y económica, los comunistas se dispusieron rápidamente a dejar de

65 apoyarse en quienes consideraban eran los elementos menos políticamente confiables de la población urbana. Comenzando a fines de 1951, este proceso tomó la forma de tres campañas políticamente represivas: el movimiento de reforma del pensamiento, dirigido principalmente contra los intelectuales; la campaña Sanfan (“tres anti-”), contra la corrupción e ineficiencia burocráticas; y la campaña Wufan (“cinco anti-”), que fue esencialmente un ataque contra la burguesía. A diferencia de la campaña anterior contra los “contrarrevolucionarios”, que intentaba eliminar el disenso político en la sociedad en general, los nuevos movimientos tenían como objetivos específicos a los grupos particulares de elite en las ciudades. Y, a diferencia de la campaña paralela de reforma agraria, que sirvió para destruir a la aristocracia rural, una clase que no tenía nada que ofrecer a la nueva sociedad, las campañas urbanas no iban dirigidas a destruir grupos, sino más bien a establecer un firme control político sobre ellos. La arremetida era para politizar a la gente con habilidades, a la vez que se los preservaba a ellos y a sus talentos para servir a la sociedad. A diferencia de la aristocracia y los contrarrevolucionarios, la gente a ser politizada era todavía vista como parte del “pueblo”. La primera de las mayores campañas de reforma del pensamiento posrevolucionarias comenzó en el otoño de 1951, cuando Mao Zedong declaró que la reforma de los intelectuales era esencial para “una completa transformación democrática y una progresiva industrialización de nuestro país”.47 Por esto, la campaña estuvo unida a la culminación de la fase democrático-burguesa de la revolución y al establecimiento de las condiciones económicas para la futura transición al socialismo. Comenzando con un movimiento para el estudio intensivo de los escritos de Mao, con particular énfasis en las conversaciones de Yan’an sobre arte y literatura que definieron las responsabilidades sociales y políticas de los intelectuales, la campaña se extendió a todas las mayores áreas urbanas, empleando las técnicas maoístas familiares de concentraciones de masas, “sesiones de lucha” de crítica y autocrítica en pequeños grupos, humillaciones públicas y “confesiones” orales y escritas de quienes eran estimados culpables de desviaciones ideológicas. Las tendencias individualistas y los pensamientos burgueses “liberales” serían descartados a favor de los ascéticos valores maoístas y de la mentalidad colectivista de “servir al pueblo”. Las campañas comenzaban generalmente por los intelectuales en las universidades y se extendían a los profesores y maestros de las escuelas media y elemental tanto como a los estudiantes y los escritores y artistas individuales. Había poca coerción política abierta (a pesar de que algunos intelectuales fueron enviados al campo para “reeducación a través del trabajo”), pero las presiones sociales y sicológicas eran intensas. El vago criterio para el éxito era un juicio subjetivo, realizado por los “reformadores del pensamiento”, sobre si las confesiones y autocríticas reconociendo pasados errores y aceptando la nueva moralidad social eran “sinceras” o no. Si bien se puede dudar si muchos intelectuales lograron la deseada transformación espiritual interior maoísta, los resultados externos estaban patentemente claros; la campaña terminó en 1952 con un control más estrecho del Partido sobre el sistema educativo y el cierre del estrecho campo de libertad de expresión del que los intelectuales habían disfrutado cautelosamente durante los dos primeros años de la República Popular. Cuatro años más tarde, el período de las “Cien Flores” revelaría cómo la represión había fomentado profundos resentimientos. El movimiento Sanfan contra “la corrupción, el despilfarro y el espíritu burocrático” fue lanzado a comienzos de 1952 y se desarrolló simultáneamente con la campaña de reforma del pensamiento. El movimiento de los “tres anti-” fue planificado 47

Jen-min jih-pao [Renmin Ribao] (Diario del Pueblo), 24 de octubre de 1951. Existe edición en castellano: “Grandiosos triunfos en los tres grandes movimientos”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo V (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1977), p. 62.

66 para destituir a los funcionarios del gobierno y cuadros del Partido políticamente indignos de confianza tanto como para corregir problemas específicos en el funcionamiento de los órganos administrativos del nuevo estado. Las reuniones de ciudadanos para criticar a los funcionarios corruptos u opresivos, una técnica política específica del maoísmo, caracterizaron esta campaña como lo hicieron virtualmente con todas las otras. A la vez que esto estaba muy lejos de ser el control popular sobre la burocracia, era una práctica totalmente ajena al estalinismo, tanto en espíritu como en método. El Sanfan golpeó mas duramente sobre la burocracia, especialmente los viejos funcionarios del Guomindang que habían sido mantenidos en las administraciones urbanas y que ahora eran prescindibles, los nuevos miembros del Partido apresuradamente reclutados durante los años finales de la guerra civil y que resultaron incompetentes para las nuevas tareas de trabajo administrativo posrevolucionario, y los viejos cuadros del Partido que eran considerados corrompidos por las influencias burguesas urbanas. Este último fue un tema específicamente maoísta, la opinión de que la vida urbana fomentaba mentalidades burocráticas y erosionaba los valores revolucionarios. Al final, sin embargo, el movimiento resultó ser bastante menos que un ataque masivo contra la burocracia. Menos del 5 % de los funcionarios administrativos fue sujeto a castigos formales; algunos fueron arrestados, pero la mayoría fue simplemente dejada cesante o degradada.48 La campaña Wufang (contra los sobornos, evasión fiscal, fraude, robo de propiedad gubernamental y hurto de secretos económicos estatales) fue un movimiento de mayor amplitud y significado. Dirigida contra las prácticas corruptas en la economía urbana en general, su peso principal cayó sobre la burguesía, y más de 450.000 empresas fueron investigadas oficialmente por las autoridades estatales en 1952 y a comienzos de 1953. A pesar de que algunos empresarios fueron encarcelados por actividades económicas ilegales, las penas fueron mayoritariamente financieras. A través del cobro de impuestos atrasados, pesadas multas y otras exacciones económicas, los activos de la burguesía que quedaban fueron reducidos más, y la mayoría de las empresas y fábricas forzadas a ser empresas conjuntas estatales-privadas, es decir, bien en el camino de ser nacionalizadas. Las campañas de 1951 y 1952 sirvieron para consolidar el poder comunista en las ciudades y marcaron el comienzo del fin de la época de la “nueva democracia”. Para comienzos de 1953, las administraciones civiles, la economía y las instituciones educativas de la China urbana estaban firmemente bajo el control del Partido y del centralizado aparato de estado que dirigía. El nuevo régimen era autoritario y represivo, pero las ciudades eran gobernadas con honestidad y eficacia por primera vez en la historia moderna de China. En 1949 los comunistas habían anunciado que su objetivo sería: “tres años de recuperación y luego diez años de desarrollo”. Para fines de 1952, con la restauración de las ciudades y el final de la campaña de reforma agraria en el campo (que discutiremos en el próximo capítulo) los nuevos gobernantes habían cumplido la mitad de esa promesa. El gobierno volvería ahora su atención a los “diez años de desarrollo”, la tarea de industrializar un país todavía atrasado y empobrecido. Pero la industrialización traería consecuencias sociales, políticas e ideológicas imprevistas y, para Mao, indeseables. Y el desarrollo industrial de las ciudades plantearía más agudamente el problema crítico de la relación entre ciudad y campo en la nueva sociedad, una cuestión 48

Schurmann, Ideology and Organization, p. 318.

67 que dominaría la entera historia de la República Popular, así como había dominado la historia de la revolución que produjo esta República. Un creciente antagonismo entre ciudad y campo es quizás inherente al proceso real de la industrialización moderna. Pero en China el antagonismo sería acentuado por los orígenes y la herencia rurales de la revolución y por un curioso desequilibrio entre el poder político y el económico en las áreas rurales y urbanas. En las ciudades, los comunistas habían tenido éxito en revivir la economía, y el poderoso estado que habían creado ejercía un control centralizado efectivo sobre las áreas urbanas, pero sus lazos sociopolíticos con la creciente clase obrera urbana permanecían débiles y tenues. A pesar de los intensos esfuerzos realizados para obtener una base proletaria urbana en los primeros años posrevolucionarios, los trabajadores, o las personas de origen obrero, constituían menos del 10 % de los seis millones de miembros del Partido Comunista en 1953, y el porcentaje no aumentaría significativamente en los años que siguieron. En el campo, por otro lado, los comunistas tenían profundas raíces políticas entre el campesinado, raíces que la campaña de reforma agraria de 1950-1952 extendió y reforzó. Y el Partido Comunista permaneció como un “partido campesino” en el sentido de que los campesinos constituían la mayoría abrumadora de sus miembros. Pero estas raíces políticas existían en una economía agraria de baja productividad y todavía basada en el sistema de propiedades individuales campesinas. Por esto, la industrialización de la República Popular comenzaría sobre la base de una frágil economía agrícola pequeñoburguesa y en ciudades donde los comunistas tenían una ambigua relación con la clase obrera. Aunque el campesinado permaneció siendo la base social del Partido Comunista Chino, los órganos superiores del Partido estaban ahora asentados en las ciudades y la mayoría de sus dirigentes llegó a estar rápidamente urbanizada. Estos difícilmente llegaban a ser los intelectuales “orgánicos” de la clase obrera en el sentido en que Antonio Gramsci había formulado ese concepto49, pero hacían coincidir sus destinos y el futuro de China con el crecimiento de la industria urbana, y entonces por inferencia, al menos, con el creciente proletariado urbano chino. Otros dirigentes comunistas, que bien pueden ser caracterizados como los intelectuales orgánicos del campesinado, no aceptaron fácilmente la vida urbana y la perspectiva del dominio de la ciudad sobre el campo. Primero entre estos últimos estaba Mao Zedong, quien, cuando anunció en 1949 la inauguración del período de “la ciudad dirigiendo la aldea”, también advirtió del peligro de que la urbanización pudiera corromper el espíritu e ideología de los revolucionarios victoriosos: que el estilo rural de “vida simple y lucha dura” pudiera dar lugar a la “afición a los placeres y aversión a continuar una vida dura” que la vida urbana propiciaba.50 La advertencia resultaría profética. La brecha existente entre ciudad y campo pronto se ensancharía bajo el impacto de la rápida industrialización urbana, y esta brecha encontraría expresión dentro del propio Partido Comunista, bajo la forma de la división entre los dirigentes comunistas orientados hacia la ciudad o hacia el campo, entre aquellos que depositaban sus esperanzas en un futuro socialista en el desarrollo de 49

Para la noción de Gramsci de intelectual “orgánico” (perteneciendo orgánicamente a una clase social particular) y su distinción entre intelectuales urbanos y rurales, ver su provocativo ensayo “Los Intelectuales” en Antonio Gramsci, Selections from the Prison Notebooks (Nueva York: International Publishers, 1971), pp. 5-23. Existe edición en castellano: Los intelectuales y la organización de la cultura (Buenos Aires: Lautaro, 1960). 50 Mao Tse-tung, “Report to the Second Plenary Session of the Seventh Central Committee of the Communist Party of China”, en Selected Works (1961), 4:363-364, 374. Existe edición en castellano: “Informe ante la II Sesión Plenaria del Comité Central elegido en el VII Congreso Nacional del Partido Comunista de China”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo IV (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1969), pp. 378, 389.

68 la industria urbana moderna y aquellos que continuaban identificándose con las masas campesinas y apuntaban más hacia la transformación socialista del campo. CAPÍTULO 7: LA REFORMA AGRARIA: LA REVOLUCIÓN BURGUESA EN EL CAMPO En 1952, tres años después del establecimiento de la República Popular, la aristocracia agraria cesó de existir como clase social. La destrucción de la elite que había dominado la sociedad china por más de dos milenios marcó la consumación de una revolución social trascendental, pero no socialista. A pesar de que ese proceso de destrucción de clase fue realizado bajo el auspicio político de los comunistas, la eliminación de la aristocracia agraria fue social y económicamente un acto revolucionario eminentemente burgués. Al igual que la Revolución Francesa del siglo XVIII había destruido el poder de la aristocracia agraria y eliminado las instituciones feudales que obstaculizaban el crecimiento de la propiedad burguesa, la revolución comunista china en el campo, al expropiar a los terratenientes y redistribuir la tierra entre el campesinado, creó una amplia clase de propietarios campesinos individuales dedicados a la pequeña producción capitalista. Que la aristocracia y las relaciones socioeconómicas agrarias precapitalistas hayan sobrevivido hasta mediados del siglo XX era reflejo del fracaso de los movimientos revolucionarios burgueses en la historia moderna de China. Le correspondió a un Partido Comunista que deseaba abolir la propiedad privada el establecer las condiciones para el florecimiento de las relaciones de propiedad capitalista en el campo. Esta paradoja histórica no se produjo, por supuesto, sin antecedentes. Un fracaso similar por parte de los partidos políticos burgueses en Rusia había forzado a los bolcheviques a dirigir una revolución agraria burguesa, con el resultado de que la primera década de la historia soviética contempló el surgimiento y crecimiento de un campesinado capitalista. Tanto en Rusia como en China, sin embargo, la existencia de una economía burguesa en el campo fue de corta vida, y en ambos países el mismo poder político que había permitido que se desarrollara una revolución agraria burguesa también resultaría ser el instrumento de destrucción de la propiedad burguesa. Una de las ironías de la historia del marxismo en el mundo moderno puede ser notada aquí. El fracaso de los movimientos revolucionarios burgueses en Rusia y China produjo una ventaja política socialista. Si las revoluciones burguesas hubieran ocurrido más temprano, antes de que las condiciones políticas permitieran a los revolucionarios marxistas tomar el poder, los campesinados de ambos países probablemente se habrían vuelto fuerzas políticamente conservadoras intentando preservar sus minifundios y por esto oponiéndose a la revolución. Este fue el caso en la mayoría de Europa Occidental, y especialmente en Francia. El radicalismo del campesinado francés durante la revolución de 1789 fue seguido por más de un siglo de conservadurismo político; Marx comentó a menudo sobre este fenómeno, resumido en su sarcástico comentario de que “los Bonaparte son la dinastía de los campesinos”51. Este no fue el caso cuando la revolución agraria se atrasó y tuvo lugar en combinación con (o como parte de) un proceso revolucionario socialista. En Rusia, los nuevos propietarios campesinos 51

Karl Marx, “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, en Karl Marx y Frederick Engels, Selected Works (Moscú: Ediciones en lenguas extranjeras, 1950), 1:302. Existe edición en castellano: “El dieciocho brumario de Luis Bonaparte”, en Carlos Marx y Federico Engels, Obras Escogidas, Tomo I (Moscú: Ediciones en Lenguas Extranjeras, s. f.), p. 340.

69 minifundistas no tuvieron el tiempo de consolidarse como clase lo suficientemente fuerte como para resistir el terror de la colectivización estalinista. En China, la ventaja política fue mucho mayor, Los comunistas chinos, a diferencia de los bolcheviques rusos, llegaron al poder sobre la base del apoyo campesino masivo y con profundas raíces organizativas en el campo. La resistencia campesina a la colectivización resultaría mínima, y el apoyo campesino a la transformación social radical resultó sustancial. La socialización de la agricultura en China procedería de una manera sorprendentemente distinta de lo que había sido en la Unión Soviética, y con resultados sociales y consecuencias políticas ampliamente diferentes. La Reforma Agraria, 1950-1952 Cuando se proclamó formalmente la República Popular en 1949, la reforma agraria había sido llevada a cabo en no más de un quinto de las aldeas de China. Los comunistas estaban determinados a extender el proceso desde el área de sus viejas bases revolucionarias a través de la vasta zona rural que sólo recientemente había quedado bajo su control, y a hacerlo muy rápido. Detrás de esta determinación yacía algo más que una exigencia ideológica de eliminar las relaciones socioeconómicas feudales en las áreas rurales (y por esto cumplir con una de las mayores promesas de la “nueva democracia”). También estaban involucradas una variedad de consideraciones económicas y políticas cruciales. Por un lado, la reforma agraria era necesaria para mantener la base de apoyo popular del nuevo régimen; “la tierra para el que la trabaja” era la promesa hecha a los campesinos pobres, que constituían más del 70 % de la población rural china de 500 millones de habitantes, y de quienes los comunistas habían extraído el grueso de su apoyo político. La universalización de la reforma agraria era una necesidad por otras dos razones. En primer lugar, destruiría a la clase de aristócratas-terratenientes (y así eliminaría una potencial amenaza contrarrevolucionaria), establecería el poder político comunista en las aldeas y por esto promovería la construcción de un estado centralizado que ejerciera firme control administrativo sobre el campo. En segundo orden, la reforma agraria era una necesidad económica para la nueva sociedad. Se había anticipado que expandiría la producción agrícola, al menos dentro de los límites impuestos por la tecnología tradicional, establecería la base política para una revolución tecnológica en la agricultura sobre la cual descansaban las esperanzas de un desarrollo industrial moderno, y proveería la base para una futura transformación socialista del campo. Si bien los comunistas estaban resueltos a completar la revolución social agraria, estaban determinados a evitar la violencia que había viciado varias de las campañas de reforma agraria en las provincias del norte durante los últimos años de la guerra civil. Con la victoria militar asegurada para la primavera de 1949, el énfasis se dirigió desde la movilización política del campesinado al establecimiento de un nuevo orden estatal y a la preocupación por una economía agraria estable. Los dirigentes del Partido llamaron a terminar con el terror revolucionario en las aldeas y trataron de controlar las fuerzas espontáneas del radicalismo campesino, que parecían ahora política y económicamente desorganizadoras para los revolucionarios tornados gobernantes. Muchos de los cuadros aldeanos más jóvenes, ahora acusados de “desviaciones izquierdistas” y “asesinatos indiscriminados” fueron expulsados del Partido a comienzos de 1950. En el ínterin, mientras se formulaban nuevas directivas nacionales, se ralentizó o detuvo la reforma agraria y se restringieron las acciones de los campesinos y cuadros locales en las áreas recién liberadas de las provincias del sur y del centro.

70 Una fuerte reacción contra la violencia y el desorden de las primeras campañas de reforma agraria figuró con preeminencia en los debates del Partido de fines de 1949 y comienzos de 1950 sobre cómo debería seguir el proceso. El debate estuvo dominado por dos consideraciones: la determinación de destruir la aristocracia terrateniente como clase social, y una determinación igualmente fuerte de completar la reforma agraria de forma compatible con la continuación de la producción agrícola. Los dos objetivos no eran de ningún modo incompatibles. La aristocracia tradicionalmente había sido una clase básicamente parasitaria, derivando su riqueza de las rentas de sus arrendamientos pero contribuyendo poco o nada a la producción. Totalmente aparte de consideraciones políticas o sociales, la simple realidad económica del caso fue bien establecida por el antropólogo Fei Xiaotong: “El terrateniente no puede hallar el modo de eliminar al arrendatario y obtener directamente los ingresos de la tierra, pero el arrendatario puede cultivar la tierra sin la ayuda del terrateniente.”52 A diferencia de la burguesía urbana, cuyas habilidades económicas y técnicas eran necesitadas y cultivadas por el nuevo régimen, la aristocracia no tenía nada que ofrecer a la sociedad. Era una clase prescindible en términos económicos, a la vez que social y políticamente indeseable. Los resultados de las deliberaciones sobre la reforma agraria fueron resumidos en un discurso de Liu Shaoqi a la Conferencia Consultiva Política del Pueblo, el 14 de junio de 1950, y formalmente adoptados por el gobierno dos semanas después en la Ley de Reforma Agraria. A pesar de que el discurso de Liu fue citado – dieciocho años más tarde – como evidencia de su “tendencia capitalista”, no hay razón para creer que Mao Zedong estuviera en desacuerdo en ese momento con la tendencia moderada de su informe: que el viejo sistema agrario sería eliminado “paso a paso y con discriminación”, a la vez que se mantendría la producción agrícola durante el proceso.53 La necesidad de mantener la productividad de la economía rural durante el curso de la transformación social revolucionaria fue reconocida como esencial para la viabilidad política y económica del nuevo estado por todos los dirigentes comunistas, incluido Mao. En verdad, una semana antes del discurso de Liu, Mao había presentado un informe al Comité Central del Partido anunciando el programa agrario relativamente moderado a adoptar. Era económicamente necesario, argumentaba Mao, seguir una política de “conservar la economía del campesino rico, a fin de facilitar la pronta recuperación de la producción en las zonas rurales”.54 Y lo que Liu propuso como la “línea general” a seguirse en la campaña de reforma agraria – “apoyarse en los campesinos pobres y trabajadores agrícolas, unirse con los campesinos medios y neutralizar a los campesinos ricos” – era un principio cardinal que Mao propugnó y practicó antes y después de 1949. En términos socioeconómicos prácticos, esto significaba proteger las granjas económicamente eficientes de los campesinos medios y ricos de las exigencias radicales igualitarias de una completa e inmediata equiparación social. Esta preocupación por mantener la productividad se reflejó en las disposiciones que regulaban el tratamiento del estimado 30 % de la población rural no clasificado como campesinos pobres o trabajadores agrícolas bajo la Ley de Reforma Agraria y las subsiguientes directivas gubernamentales, durante el verano de 1950. Las tierras y 52

Fei Hsiao-t’ung, China’s Gentry (Chicago: University of Chicago Press, 1953), p. 119. Liu Shao-ch’i, “Informe sobre el problema de la reforma agraria”, 14 de junio de 1950. Para extractos traducidos, ver Chao Kuo-chün, Agrarian Policies of Mainland China: A Documentary Study (19491956) (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1957), pp. 38-41. 54 New China’s Economic Achievements (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1952), p. 6. Existe edición en castellano: “Luchemos por un mejoramiento fundamental de la situación financiera y económica del país”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo V (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1977), pp. 26-27. 53

71 propiedades de los terratenientes (el 4 % de la población rural que poseía alrededor del 30 % de las tierras cultivadas) serían confiscadas y redistribuidas entre los campesinos pobres y sin tierra, así como las tierras institucionales (por lo general controladas indirectamente por las familias de la aristocracia) tales como las propiedades en manos de los santuarios y templos de las aldeas, monasterios, iglesias y escuelas. Pero los terratenientes desposeídos recibirían parcelas de tierra del mismo tamaño que los campesinos pobres “para que así puedan ganarse la vida con su propio trabajo y por ende reformarse a través del trabajo”. Después de cinco años de actividad productiva y lealtad política demostrada, el estigma del “estatus de clase terrateniente” podría ser eliminado. Más significativa fue la disposición prohibiendo la confiscación de “la tierra y otras propiedades usadas por los terratenientes directamente para la operación de empresas industriales y comerciales”, una disposición acorde con el mandato de Mao de 1949 de que “China debe utilizar todos los elementos del capitalismo urbano y rural que sean beneficiosos y no dañinos para la economía nacional” y que permitió a las familias de la aristocracia involucradas en actividades empresariales en las ciudades y pueblos ser reclasificadas como miembros de la “burguesía nacional”. Por esto, mientras el papel tradicional económicamente parasitario de la aristocracia agraria sería eliminado, sus funciones económicamente beneficiosas serían preservadas, aun cuando estas últimas a menudo involucraban la explotación de la mano de obra. Más reveladora de la voluntad comunista de subordinar las consideraciones sociales a los intereses económicos inmediatos fue la política relativamente indulgente adoptada hacia los campesinos ricos. A pesar de ser sólo el 6 % de la población rural, sus granjas sumaban casi la mitad de la producción agrícola total. La Ley Agraria estipulaba que las tierras “cultivadas por ellos mismos o por trabajadores contratados, y sus otras propiedades, serán protegidas de ataques” [el énfasis está agregado]. Además, a los campesinos ricos se les permitió continuar arrendando tierras a granjeros aparceros; sólo la tierra arrendada que excediera en tamaño la cantidad cultivada por ellos mismos y sus trabajadores contratados estaría sujeta a confiscación.55 A los campesinos ricos les estaba permitido involucrarse en dos tipos tradicionales de explotación rural: podían contratar trabajadores agrícolas y arrendar parte de sus propiedades a granjeros aparceros. Se hicieron esfuerzos especiales para incrementar la productividad económica y ganarse la cooperación política de los campesinos medios. A pesar de que constituían el 20 % de la población rural, un tercio de la dirigencia de las asociaciones campesinas sería extraído de los campesinos medios. Ninguna de sus tierras o propiedades fue sujeta a confiscación, y la introducción de la nueva categoría de “campesinos medios acomodados” les permitió extraer el 25 % de sus ingresos de la explotación, o sea, contratando trabajadores o arrendando parte de sus tierras.56 A pesar de que la Ley Agraria de 1950 fue un documento relativamente moderado, que preservó la posición económica de los campesinos medios y de la mayoría de los campesinos ricos, mantuvo el impulso revolucionario social principal de la reforma agraria – la destrucción de la clase aristocrática terrateniente. Sin embargo, dispuso menos de lo que había sido prometido en las consignas alrededor de las cuales las masas de campesinos pobres se habían unido a la causa comunista durante la guerra civil: “la equitativa distribución de la tierra” y “la tierra pertenece al que la trabaja”. La promesa fue dejada incumplida porque todo intento de obtener la completa igualdad en el campo habría causado estragos en la economía rural, como lo habían 55

Ver el Artículo 6 de la Ley de Reforma Agraria en Chao, Agrarian Policies, p. 48. Ibid. La Ley de Reforma Agraria estipulaba un límite del 15 %. Fue elevado al 25 % por una instrucción del gobierno del 4 de agosto de 1950. 56

72 demostrado las campañas de reforma agraria de 1947-1949 en el norte. La atenuación del radicalismo social en el nuevo programa agrario reflejaba las lecciones de esa experiencia tanto como las nuevas preocupaciones por la estabilidad económica y política, intereses que convenían a los revolucionarios que ahora habían llegado a ser gobernantes. Estas consideraciones políticas y económicas son evidentes en los documentos oficiales y declaraciones de la época. La destrucción de la aristocracia como clase social era vista como un objetivo bueno y necesario, pero no un fin en sí mismo. Como el párrafo inicial de la nueva Ley Agraria aclaraba, el objetivo a largo plazo era “liberar las fuerzas productivas rurales, desarrollar la producción agrícola y por esto establecer el camino para la industrialización de la Nueva China”.57 Y como los dirigentes comunistas enfatizaban una y otra vez, la misma reforma agraria, por muy igualitaria que fuera, no resolvería el problema de la pobreza del campesinado, un problema que sólo podría ser resuelto incrementando la producción agrícola total y mediante el desarrollo de la industria y tecnología modernas. La reforma agraria, de todos modos, era considerada por los comunistas, aunque quizás no por sus partidarios campesinos en ese momento, sólo como la primera etapa de una revolución social y económica a largo plazo en el campo, sólo un primer paso en el camino hacia la colectivización final de la agricultura y a la industrialización. En el ínterin, los intereses de la nación serían mejor atendidos manteniendo el orden social y la productividad económica en las zonas rurales. Otorgar concesiones temporarias a los campesinos medios y ricos parecía un pequeño precio a pagar para facilitar el proceso de desarrollo a largo plazo. Desde la perspectiva sostenida por la mayoría de los dirigentes comunistas a mediados de los años cincuenta, las provisiones específicas de la ley eran menos importantes que los métodos por los cuales se llevaría a cabo el proceso. A diferencia de la reforma agraria temprana de China del norte, donde las cuestiones fueron dejadas en gran medida a los cuadros campesinos jóvenes y radicales y al radicalismo espontáneo del campesinado pobre, la nueva campaña procedería de una manera más controlada, con los cuadros de la reforma agraria actuando de acuerdo a instrucciones centralizadas por el estado y el Partido. Si las necesidades políticas y económicas exigían una aproximación más gradual, entonces esto implicaba también un precio que se debería pagar. Como Liu Shaoqi resaltó en su informe de junio de 1950, “Si se producen desviaciones en algunas áreas después de comenzar la reforma agraria y ocasionan ciertas condiciones caóticas que no pueden ser corregidas rápidamente, entonces la reforma agraria deberá ser detenida en esas regiones hasta el año próximo.”58 La campaña no seguiría el curso ordenado previsto en el verano de 1950. Una vez que las fuerzas de la lucha de clases dentro de las aldeas se desataron, no serían fácilmente controladas por las regulaciones oficiales o las restricciones burocráticas. Tanto la resistencia de las clases rurales relativamente privilegiadas como la exigencia de tierra de los campesinos pobres (y de venganza contra sus antiguos opresores) resultarían más fuertes de lo que los dirigentes de Beijing habían previsto. El movimiento comenzó bastante pacíficamente en el verano de 1950 con el entrenamiento de cuadros locales para el trabajo en la reforma agraria, la organización y expansión de las asociaciones y congresos campesinos locales, agrimensuras de propiedad de la tierra, la clasificación social de la población en las áreas recién liberadas de China del sur y del centro, campañas educativas y la popularización de proyectos “piloto” modelo. Dado que se presentaba gran cantidad de variantes regionales en las condiciones sociales y económicas, las directivas de Beijing ponían especial énfasis en 57 58

Ibid., p. 41. Ibid., p. 35.

73 la necesidad de que las autoridades provinciales adaptaran el movimiento a las necesidades locales. Se produjeron, sin ninguna duda, serios problemas desde el principio. En el sur, las organizaciones clánicas (que atravesaban las líneas de clase) eran más fuertes que en el norte, y la organización del Partido era más débil. El poder social y económico de los terratenientes también era mayor en la mayoría de las nuevas áreas liberadas de lo que había sido en las provincias del norte, y la aristocracia utilizaba los lazos de parentesco para protegerse a sí misma y a todo lo que pudiera de sus propiedades de la inminente revolución social; muchos huyeron a las ciudades para esconderse entre sus parientes, ocultaron algunas de sus propiedades “prestándolas” a los miembros más pobres de su clan en las aldeas. A veces simplemente sobornaron a los campesinos para que resistieran la transformación de las relaciones tradicionales. Además, el envío de trabajadores norteños para la reforma agraria al sur y al oeste a menudo creaba conflictos políticos con los cuadros y funcionarios locales del Partido. Los norteños estaban intentando desarrollar la reforma agraria lo más completa y rápidamente posible, los cuadros locales estaban constreñidos a menudo por relaciones de parentesco y amistad personal. En el conjunto, sin embargo, la campaña procedió fácilmente, con relativamente poca violencia física, a través de los últimos meses de 1950. La reforma agraria usualmente comenzaba con la organización de las asociaciones campesinas y las milicias populares, las primeras reemplazaban al tradicional sistema de los ancianos de la aldea extraídos de las familias más ricas, mientras las últimas reemplazaban lo que quedaba del viejo sistema baojia de “autodefensa” militar local – y que continuaban siendo mayoritariamente “matones locales”, pandillas criminales armadas, usualmente a disposición de la aristocracia, involucradas en terrorismo y extorsión contra los campesinos. Muchos de los matones locales fueron ejecutados o arrestados cuando las fuerzas militares comunistas entraron en las aldeas. Con el poder político comunista establecido a través de estas nuevas organizaciones aldeanas, la campaña se volcó hacia objetivos sociales y económicos. Primero, los terratenientes debieron rembolsar los depósitos de arriendo, y luego comenzó el complejo proceso de definir el estatus de clase de los aldeanos e identificar la propiedad de las tierras. Estos eran asuntos controvertidos y las decisiones fueron a menudo arbitrarias, ya que las líneas de clase social dentro de las aldeas tendían a ser fluidas, puesto que la superposición y los derechos de propiedad eran a veces inciertos. Sin embargo, en general, los resultados estuvieron conformes a la realidad socioeconómica, aun cuando fueran atemperados por juicios políticos. El sociólogo C. K. Yang, que dirigió un estudio sobre una aldea en Guangdong durante el último año de gobierno del Guomindang y los dos primeros años de la República Popular, informó que “La proporción general de las clases [como fue determinada por las encuestas sobre la reforma agraria] correspondía grosso modo a lo que habíamos aprendido sobre la composición de clase de la aldea antes del gobierno comunista.”59 La determinación del estatus de clase y la propiedad de la tierra fue el preludio a la confiscación de la tierra y su redistribución, y produjo el fenómeno más inusual: un esfuerzo de los aldeanos para presentarse lo más abajo posible en la jerarquía social. También aumentó el temor entre los aldeanos menos empobrecidos: Una gran ansiedad y tensión invadió la aldea, ya que desde ahora a cada familia le era asignado un estatus cargado de consecuencias sociales, económicas y políticas. Aquellas 59

C. K. Yang, A Chinese Village in Early Communist Transition (Cambridge, Mass.: MIT Press, 1959), p. 143.

74 familias clasificadas como terratenientes esperaban la caída del hacha. Aquellos clasificados como campesinos ricos estaban extremadamente intranquilos, ya que sabían que su destino no estaba decidido, a pesar de la política temporal de “preservación de la economía de los campesinos ricos”. … Los campesinos medios experimentaban una considerable ansiedad … no estaban seguros de por cuánto tiempo podrían conservar la propiedad de sus tierras. Además, muchos de los relativamente acomodados estaban yuxtapuestos con los campesinos ricos, y no sabían si algún día podían ser “promovidos” a ese rango.60 El trazado de líneas de clase inauguró el período de lucha de clases abierta en las aldeas. El propósito de la reforma agraria no era solo desposeer económicamente a la aristocracia, sino humillarla socialmente y desacreditarla políticamente ante los ojos del campesinado. A través de las movilizaciones masivas de los aldeanos en “reuniones de lucha”, los campesinos pobres fueron impulsados a expresar sus rencores por largo tiempo reprimidos, a denunciar públicamente las opresiones y los opresores del pasado. Los terratenientes, que eran los principales objetivos de estas sesiones, podían esperar a lo mejor recibir una pequeña parcela de tierra para cultivar a cambio de “inclinar sus cabezas” ante las masas y admitir sinceramente su culpa; a lo peor, enfrentaban ejecuciones sumarias en juicios públicos masivos. Un gran potencial para la violencia y el terror era inherente, sin duda, a la dinámica interna del conflicto social rural que el movimiento de reforma agraria desató, pero es improbable que el terror que pronto sería desatado sobre la aristocracia hubiera sido tan masivo de no haber sido por la Guerra de Corea. La guerra en Corea estalló el mismo mes en que fue promulgada la Ley de Reforma Agraria, auque no fue hasta que las tropas chinas quedaron directamente involucradas, a fines de año – y se alzó el espectro de una guerra a gran escala con los Estados Unidos – que tuvo serias repercusiones políticas internas. Muchos terratenientes, esperando que el régimen comunista resultara de corta vida y que el viejo régimen fuera restaurado, endurecieron su resistencia. Para el nuevo gobierno, la guerra aumentó el temor a la contrarrevolución, y este temor se centró en la aristocracia. De las dos clases sociales que los comunistas habían prometido eliminar, la burguesía burocrática se había auto-eliminado en gran medida abandonando el país con el Guomindang, pero la mayoría de los miembros de la aristocracia permanecían, o en el campo o escondidos en las ciudades. A medida que la guerra en Corea se fue intensificando y las tensiones políticas fueron creciendo a fines de 1950, las instrucciones de Beijing convocaron a políticas agrarias más radicales, una intensificación de la lucha de clases rural y una general aceleración de la campaña de reforma agraria para romper la amenaza real o potencial planteada por la prolongada existencia de la clase aristocrática. Las consideraciones políticas comenzaron a pesar más que los intereses económicos, llevando a más frecuentes reuniones de lucha en las aldeas y a más juicios públicos masivos que pronunciaban veredictos más duros. La reforma agraria comenzó a tomar las características de terrorismo de la primera campaña de revolución agraria en el norte de China, aunque ahora era menos espontánea en carácter. La campaña permaneció bajo control y dirección centrales y llegó a estar entrelazada con el terror general de la policía secreta contra los sospechosos de ser contrarrevolucionarios, que continuó a lo largo de la mayoría de 1951. Muchos terratenientes fueron ejecutados o enviados a campos de trabajo forzado, 60

Ibid., pp. 143-144.

75 pero la gran mayoría de las aproximadamente veinte millones de personas clasificadas como miembros de familias terratenientes recibieron pequeñas parcelas de tierra y fueron reducidas al desacostumbrado papel de cultivadores del suelo, aunque todavía eran designadas socialmente como “terratenientes”. Excepto por las regiones pobladas por las minorías nacionales, la campaña de reforma agraria estaba sustancialmente completada para fines de 1952. Su gran e histórico logro fue precisamente el que había sido anunciado al lanzarse el movimiento en 1950, la destrucción de la aristocracia como clase social, a pesar de que este proceso de destrucción de clase involucrara más violencia física y terror de lo que originalmente había sido previsto. Los temores de que el movimiento pudiera socavar la producción agrícola resultaron injustificados. Entre 1950 y 1952, el producto agrícola total aumentó a una tasa del 15 % anual, produciéndose el mayor incremento en 1952. 61 A pesar de que la mayoría del incremento puede ser atribuido al establecimiento del orden político (y a la restauración del comercio y el transporte), después de una década de invasión extranjera y guerra civil, la producción agrícola era todavía marcadamente superior en 1952 que en 1936, el mejor de los años de la preguerra. Los efectos disruptivos de la reforma agraria fueron más que compensados por los nuevos proyectos de irrigación y control de inundaciones comenzados en 1949, y por un incremento limitado en la superficie cultivada, las campañas organizadas contra las plagas y un importante aumento en el uso de insecticidas y fertilizantes. Y los granjeros que ahora cultivaban su propia tierra tenían un mayor incentivo para trabajar con más eficiencia y adoptar mejores métodos de cultivo. La reforma agraria completó una revolución social trascendental en la China rural, pero no produjo una revolución económica en la agricultura. Los patrones de producción en las aldeas no fueron alterados por la sola reforma agraria, y los avances tecnológicos fueron pequeños. Sin duda, los frutos del trabajo campesino estaban ahora mucho más equitativamente distribuidos y ya no era posible para los “caballeros” que utilizaban largas vestimentas y cultivaban largas uñas en sus dedos vivir a costa del trabajo de otros. Algunos de los peores horrores del viejo sistema fueron eliminados, pero la pobreza general permaneció. Si la producción total de granos alimenticios en 1952 fue 9 % mayor que durante el pico de los años de la preguerra, como las cifras oficiales aseguraban, difícilmente marchaba pareja con el crecimiento de la población, y mucho menos proveía la mayoría del excedente para las inversiones de capital en la agricultura o en la industria. La tecnología agrícola tradicional y los patrones productivos imponían límites restrictivos sobre los incrementos en la productividad – y aun esto dependía de los caprichos del clima. Los límites económicos de la reforma agraria habían sido reconocidos desde el comienzo. Como Liu Shaoqi había advertido, en vísperas de la campaña, “El objetivo básico de la reforma agraria no es simplemente socorrer a los campesinos empobrecidos. … El problema de la pobreza entre los campesinos podrá ser resuelto finalmente sólo si la producción agrícola se puede desarrollar ampliamente, si se puede realizar la industrialización de la Nueva China. …”62 Hasta esa revolución económica moderna, las cargas del atraso deberían ser soportadas, aunque ahora podían ser compartidas más equitativamente. Sin embargo, los campesinos pobres y sin tierra se beneficiaron inmediatamente de la confiscación y redistribución de alrededor de la mitad de la tierra cultivada en China. Los arrendatarios y trabajadores agrícolas ahora tenían sus propias parcelas para cultivar y los agricultores propietarios más pobres recibieron tierra adicional, 61 62

State Statistical Bureau, communiqué, reproducido en People’s China (Beijing), 16 de julio de 1956. “Report on Agrarian Reform Problem”, p. 38.

76 usualmente de mejor calidad. Aunque ahora eran favorecidos social y políticamente bajo el nuevo sistema, los campesinos pobres eran todavía relativamente pobres en aldeas que todavía sufrían condiciones de pobreza general. La reforma agraria fue un amplio proceso de nivelación social, pero no fue de ninguna manera una completa nivelación igualitaria. Permanecieron marcadas diferenciaciones económicas entre la población rural. La totalidad de las granjas de campesinos pobres constituían alrededor del 90 % del promedio de las propiedades de sus localidades, las propiedades de los campesinos medios estaban algo arriba del xiang promedio establecido, y las propiedades de los campesinos ricos eran generalmente el doble del promedio. Además, la explotación del trabajo no estaba totalmente abolida; los campesinos ricos y algunos de los medios todavía arrendaban tierra a algunos aparceros y empleaban trabajadores asalariados. Por otra parte, los beneficios económicos de la reforma agraria fueron neutralizados en cierto grado por los nuevos problemas económicos que crearon. La redistribución de la tierra creó un número mayor de pequeñas unidades agrícolas y mayor fragmentación, intensificando por esto las tradicionales barreras a la productividad. A pesar de que la usura había sido abolida, el viejo problema del crédito rural adecuado para los pequeños propietarios campesinos se agravó; los campesinos ricos y medios que tenían dinero para prestar eran reacios a hacerlo a las bajas tasas de interés impuestas por el nuevo estado. Y el estado sólo contaba con los más limitados medios para establecer un nuevo sistema de crédito rural. La recaudación impositiva general era ahora mayor de lo que había sido bajo los regímenes anteriores; se estima en general que los impuestos estatales después de la reforma agraria consistían aproximadamente en el 30 % de la cosecha gruesa, alrededor del doble de la tasa anterior a 1949, aunque ahora eran los campesinos ricos los que soportaban las cargas más pesadas. Y mientras la mayoría de los antiguos arrendatarios se beneficiaron de la reforma agraria, no fue el caso general que la redistribución de la tierra incrementara su productividad e ingresos; en algunas zonas del sur de China donde las granjas arrendadas eran relativamente grandes y los derechos de arriendo relativamente seguros, la reforma agraria a veces resultó en granjas más chicas y menos eficientes y propietarios campesinos más pobres de lo que habían sido antes como arrendatarios. En su conjunto, sin embargo, las condiciones materiales de la mayoría del campesinado mejoraron, aunque el problema general del empobrecimiento rural permaneció. En cualquier caso, la significación de la campaña de reforma agraria no puede ser medida en términos del inmediato mejoramiento de los niveles de vida. No menos importante a largo plazo que la eliminación de las peores formas de explotación fue el establecimiento de los fundamentos sociales y políticos para el futuro desarrollo económico y la transformación social del campo. Una revolución desde abajo, llevada a cabo de aldea en aldea por la activación política de las masas campesinas, creó las bases para que el poder estatal centralizado se estableciera firmemente en las aldeas. La aristocracia fue entonces reemplazada por una nueva dirección rural de jóvenes activistas campesinos extraídos del campesinado pobre e íntimamente ligados a la estructura política nacional. Aunque los órganos formales de la administración estatal permanecían al nivel de los xiang, la organización de los campesinos por el Partido Comunista Chino en los niveles más bajos extendió la autoridad del estado centralizado hacia abajo, hacia la misma aldea “natural”. Con la destrucción de las lealtades tradicionales regionales, locales y familiares y el establecimiento del control del estado centralizado, el aislamiento local de las aldeas fue roto, los campesinos llegaron a ser parte de la política nacional y fueron introducidos cada vez más en la economía de mercado nacional.

77 Indudablemente, la consecuencia singular más importante de la penetración de la autoridad del estado en las aldeas, y la simultánea abolición del latifundismo parasitario, fue permitir al gobierno apropiarse de la mayor parte del excedente económico agrario. Este, como veremos, será el requisito esencial para la industrialización de China. Otro resultado de la reforma agraria digno de mención fue una transformación general de la conciencia política del campesinado. La campaña de reforma agraria no fue llevada a cabo por decretos administrativos, sino a través de la estimulación de los conflictos de clase dentro de cada aldea, conflictos de los cuales todos los aldeanos participaron y a cuyas consecuencias ninguno pudo escapar. Las energías y los odios latentes del campesinado fueron liberados en las reuniones masivas de lucha y juicios públicos, donde las antes pasivas víctimas de la opresión ahora denunciaban, juzgaban y castigaban a sus antiguos opresores. Si los objetivos de la reforma agraria estaban determinados desde arriba, el proceso mismo fue llevado a cabo desde abajo, proveyendo a los campesinos con el sentimiento de que ellos mismos estaban cambiando las condiciones bajo las cuales habían vivido y de que podían ser los dueños de su propio destino. Especialmente para los campesinos que no habían estado involucrados en las luchas revolucionarias previas a 1949, la reforma agraria fue una experiencia sicológica profundamente traumática y una acción política profundamente reveladora que les infundió una nueva sensación de su propio poder y les dio nuevas esperanzas para el futuro. La consumación de la campaña provocó el establecimiento de un sistema de propiedades campesinas individuales que reflejaba el carácter burgués del proceso revolucionario chino. El gobierno emitió títulos de propiedad para los nuevos propietarios y estos fueron habilitados para comprar, vender o arrendar legalmente sus tierras. A pesar de que el poder político estaba en las manos de un Partido que proclamaba objetivos socialistas, la situación socioeconómica rural en 1953 era favorable al desarrollo de la propiedad burguesa y llevaba al crecimiento de una clase capitalista rural. Los comunistas no ocultaban que para ellos la propiedad individual campesina era una fase temporaria en el desarrollo socioeconómico del campo, un paso transitorio en la vía a la colectivización. Un año antes del lanzamiento de la campaña de reforma agraria, Mao había anunciado que la colectivización agraria era sólo cuestión de tiempo, pero había sugerido entonces que podría tomar un largo tiempo: Como la economía campesina está descentralizada, la socialización de la agricultura, de acuerdo a la experiencia de la Unión Soviética, requerirá de un largo tiempo y mucho trabajo esmerado. Sin la socialización de la agricultura no puede haber un socialismo completo y consolidado. Y para socializar la agricultura debemos desarrollar una poderosa industria con las empresas estatales como su principal componente.63 Cuándo y cómo sería colectivizada la producción agrícola, y la cuestión de la relación entre la industrialización de las ciudades y la socialización del campo, eran cuestiones que dominarían la historia de la década siguiente.

63

Mao Tse-tung, On People’s Democratic Dictatorship (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1959), p. 14. Existe edición en castellano: “Sobre la dictadura democrática popular”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo IV (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1969), p. 434.

78 CAPÍTULO 8: LAS CONSECUENCIAS SOCIALES Y POLÍTICAS DE LA INDUSTRIALIZACIÓN La historia inicial de la República Popular es incomprensible si atribuimos el conservadurismo actual del comunismo chino a su pasado revolucionario, y por esto no podremos apreciar cuán ardientemente los vencedores de 1949 estaban comprometidos en lograr los objetivos socialistas y comunistas proclamados por la teoría marxista. Ya que por mucho que la estrategia revolucionaria maoísta se alejara de las premisas del marxismo, los dirigentes del Partido Comunista Chino surgieron de su larga experiencia revolucionaria rural sin abandonar su visión de un futuro socialista para China. Esta visión fue crucial al determinar las políticas que los revolucionarios victoriosos persiguieron inicialmente. En los tres primeros años de la República Popular, los comunistas llevaron a cabo más cambios fundamentales en la estructura social china de los que habían ocurrido en los 2000 años anteriores. Y a fines de 1952, habiendo decidido (quizás prematuramente) que habían completado los objetivos “burgueses” esenciales de la revolución, los comunistas se preparaban para llevar el proceso revolucionario hacia una nueva etapa, a la que llamaban “la transición al socialismo”. Si los comunistas compartían con el Guomindang el objetivo eminentemente nacionalista de lograr “riqueza y poder” en el mundo moderno, diferían de sus vencidos predecesores en que ellos contemplaban a la riqueza y el poder de la nación no como un fin en sí mismo, sino más bien como medios para alcanzar objetivos socialistas marxistas. Tal era el caso, por lo menos en 1952. Atraso económico y socialismo Si un compromiso intelectual con el marxismo había inspirado el esfuerzo para producir una transformación socialista de la sociedad china, esa misma doctrina enseñaba que el socialismo era imposible bajo condiciones de atraso económico. Nada es más central en el marxismo que la tesis de que el socialismo presupone el capitalismo, que el socialismo llega a ser una posibilidad histórica real sólo sobre la base de los logros materiales y sociales de la producción capitalista moderna. Para Marx (al igual que para Lenin) el desarrollo capitalista en gran escala y la organización de la industria moderna, un alto nivel de especialización en la división del trabajo basada en la tecnología moderna, y los patrones colectivistas del trabajo social producido de tal modo, son los requisitos esenciales para el socialismo, ya que sólo estos procesos crean las condiciones necesarias de abundancia económica sobre las que la futura sociedad socialista debe reposar inevitablemente. Además, no puede haber retroceso del curso que la historia dicta. A aquellos que abogaban por la reorganización socialista de la sociedad antes de que el capitalismo haya realizado su trabajo histórico necesario, a aquellos “utopistas” que deseaban evitar los males sociales que la industrialización capitalista acarreaba, Marx una vez les replicó que “el país industrialmente más desarrollado no hace más que mostrar a los menos desarrollados la imagen de su propio futuro.”64 En efecto, los predecesores marxistas de Mao a menudo advirtieron que una revolución socialista “prematura” – intentada antes de que el pleno desarrollo de la industrialización capitalista hiciera posible la abolición de la propiedad privada – sería históricamente inútil y posiblemente regresiva. Bajo condiciones de escasez económica, el socialismo sería lo que Marx llamó una forma “cruda” y “primitiva” de “nivelación 64

Karl Marx, Preface to Capital (Chicago: Kerr, 1906), 1:13. Existe edición en castellano: “Prólogo a la primera edición alemana del primer tomo de El Capital”, en Carlos Marx y Federico Engels, Obras Escogidas, Tomo I (Moscú: Ediciones en Lenguas Extranjeras, s. f.), p. 468.

79 social” que sólo establecería las bases para el desarrollo de las más extremas desigualdades sociales y las más opresivas clases de despotismo político. Los dirigentes del Partido Comunista Chino no ignoraban las condiciones materiales para el socialismo definidas por el marxismo, y eran penosamente conscientes de que una China preindustrial y empobrecida carecía de esas condiciones. Pero enfrentaban una cruel paradoja histórica. Ya que fue justamente el fracaso del moderno capitalismo en desarrollar a China lo que había permitido a los revolucionarios socialistas llegar al poder en primer lugar, mientras que era también precisamente ese fracaso el que les negaba a los revolucionarios en el poder los medios materiales para realizar sus objetivos socialistas. Si el capitalismo burocrático del Guomindang hubiera tenido éxito en establecer una economía industrial moderna, como había sido el caso en Japón y Alemania, entonces el camino hacia la revolución se habría cerrado en China, así como se cerró en otros países “llegados tarde” al escenario industrial y donde la modernización conservadora había resultado exitosa. Así como ocurrió, el fracaso de la industrialización bajo regímenes conservadores había creado condiciones socioeconómicas favorables para la revolución bajo auspicios políticos socialistas, pero dejado condiciones económicas que impedían la reorganización socialista de la sociedad. Los comunistas eran así, a la vez, los beneficiarios y las víctimas del retraso del desarrollo capitalista moderno en China y la consecuente herencia de atraso económico. Poseyendo el poder estatal, no tenían más alternativa que usar ese poder para seguir un camino no capitalista hacia el socialismo. Los chinos no eran los primeros en enfrentar el dilema. Los populistas rusos del siglo XIX habían extraído una virtud socialista del atraso económico de Rusia sosteniendo que era precisamente la relativa ausencia de desarrollo capitalista lo que daba a Rusia ventajas especiales morales y sociales que le permitirían llegar a ser el país pionero del socialismo. Rusia podría “pasar por alto” la fase capitalista del desarrollo y proceder inmediatamente a una reestructuración socialista de la sociedad sobre las bases de la comunidad aldeana precapitalista (mir). Apropiándose de la tecnología moderna de las naciones industriales avanzadas de Occidente dentro de una nueva estructura socialista, Rusia podría evitar los males sociales de la industrialización capitalista y la decadencia moral de la sociedad burguesa. Marx no descartó el argumento populista. Reconoció que algunas de las posibles “ventajas del atraso”, tales como el papel del contacto cultural, los préstamos extranjeros y el uso de las formas comunales tradicionales de vida social podrían comprimir las fases socioeconómicas del desarrollo histórico moderno.65 Pero su conclusión definitiva fue que tales ventajas podían volcarse hacia objetivos socialistas sólo si una revolución en la Rusia preindustrial coincidiera con las revoluciones proletarias en los países desarrollados de Europa Occidental. 66 En el análisis final, la potencialidad para el socialismo residía en los productos sociales y materiales que sólo el capitalismo había traído a la existencia: la industria moderna y el proletariado moderno. 65

Para un fascinante análisis de las consideraciones de Marx sobre las ideas populistas rusas y de la influencia de estas sobre él, ver A. Walicki, The Controversy over Capitalism (Oxford: Clarendon Press, 1969), pp. 179-194. Que Marx tomara en consideración que la tradicional comunidad aldeana pudiera servir como la base para la regeneración socialista moderna de Rusia está sugerido en su carta a Vera Zasulich del 8 de marzo de 1881. Ver Karl Marx y Frederick Engels, Selected Correspondence (Moscú, Ediciones en Lenguas Extranjeras, s. f.), pp. 411-412. Existe edición en castellano: Karl Marx, “Carta a Vera Zasúlich (8 de marzo de 1881)”, en Escritos sobre Rusia II (México: Cuadernos de Pasado y Presente, 1980) pp. 60-61. 66 En su prefacio a la edición rusa de 1882 del Capital, Marx propuso la posibilidad de que la comuna aldeana precapitalista pudiera servir de “punto de partida” para el desarrollo socialista, pero sólo si una revolución en Rusia servía como “señal” para las revoluciones proletarias en los países europeos occidentales.

80 La conclusión de Marx conformaba las perspectivas teóricas básicas mantenidas por Lenin en vísperas de la revolución bolchevique de 1917. Por mucho que se alejara del marxismo original en el campo de la estrategia revolucionaria, para Lenin la revolución rusa sería la “chispa” que encendería las revoluciones socialistas largamente demoradas en Europa Occidental. La revolución en Rusia no era vista como una vía no capitalista hacia el socialismo, sino más bien como un acontecimiento político cuya promesa socialista dependía en última instancia de la oportuna intervención del proletariado de los países industriales avanzados. Pero para Lenin, a diferencia de Marx y de los populistas, la posibilidad de pasar por alto el capitalismo pronto llegaría a ser una cuestión política concreta y no mera teoría. Cuando las anticipadas revoluciones socialistas no se materializaron, los bolcheviques se enfrentaron con el problema de qué hacer con una revolución anticapitalista exitosa en un país económicamente atrasado y políticamente aislado, un problema no anticipado ni en las teorías de Marx ni de Lenin. Mientras Lenin abrigaba las mayores dudas acerca de la viabilidad histórica y de la validez moral de intentar construir una sociedad socialista en condiciones de atraso económico y cultural, su respuesta al problema anunciaba en general la “revolución desde arriba” que dirigiría Stalin. La conclusión de Lenin, en resumidas cuentas, fue que la supervivencia del poder político bolchevique dependía del uso de ese poder para completar una revolución burguesa, y desarrollar de la manera más veloz posible el todavía inalcanzado objetivo del desarrollo económico capitalista, pero bajo auspicios políticos socialistas. Sobre todo, esto significaba rápida industrialización urbana, lo que a su vez presuponía un estado autoritario que impondría su control sobre el campo y extraería de la producción agrícola el capital necesario para el desarrollo industrial de las ciudades. La preocupación de Lenin por el rápido desarrollo económico (que enfatizó crecientemente desde mediados de 1918) fue reforzada por la que a menudo es considerada como su “inclinación tecnocrática” (resumida en su sorprendente fórmula taquigráfica de que “electrificación más soviets” equivale a socialismo, su consigna “aprendan de los capitalistas”, su fascinación con la eficiencia laboral y la racionalidad administrativa del “taylorismo” y su énfasis en la supremacía de la industria pesada) tanto como su incondicional alabanza de las virtudes de la centralización de la vida política y económica. Mientras que las brutalidades y las irracionalidades del estalinismo no eran intrínsecas al leninismo en ningún sentido, Lenin proveyó los puntos de partida ideológicos y políticos para la estrategia estalinista de rápida industrialización urbana basada en la colectivización rural forzosa. En vista de sus enconadas polémicas anti-populistas, es irónico que Lenin fuera forzado a asumir el papel histórico de un pionero de la “vía no capitalista al socialismo” o, más exactamente, una vía que se presuponía llevara a un objetivo socialista. La premisa teórica principal del leninismo posrevolucionario (y más explícitamente del estalinismo) era decepcionantemente simple: la combinación de rápido desarrollo económico con la existencia de un poder estatal socialista y la nacionalización de los medios claves de producción garantizarían más o menos automáticamente la llegada de una sociedad socialista. Y en 1952 los comunistas chinos aceptaban incondicionalmente esta presunción, la razón ideológica fundamental para la adopción en masa de los métodos soviéticos de desarrollo y organización. El Primer Plan Quinquenal: la industrialización y la transición al socialismo A diferencia de los bolcheviques rusos tres décadas antes, los comunistas chinos no estaban obsesionados por los dilemas marxistas planteados por el subdesarrollo económico, ya que la experiencia histórica soviética había demostrado para su

81 satisfacción que era posible emplear el poder de un estado socialista para industrializar un país atrasado. Con todo, si los chinos podían extraer satisfacción ideológica y sicológica de la experiencia rusa, no había nada reconfortante en los problemas económicos objetivos que enfrentaban. Aun en sus niveles máximos previos a 1949, el sector industrial moderno de la economía china era menos de la mitad del tamaño de su atrasada contraparte de la Rusia zarista; y la población de China era el cuádruple de la de Rusia. Aun esta comparación tiende a oscurecer la extensión del subdesarrollo chino. La base industrial moderna de China no sólo era pequeña, sino construida en gran medida bajo patrocinio imperialista extranjero, y por esto mucho más dependiente de las relaciones económicas exteriores de lo que había sido el caso de Rusia. Además, la tecnología agrícola era aún más primitiva de lo que había sido en la Rusia prerrevolucionaria. Y China sufría de una tasa de analfabetismo mayor y de un nivel educativo menor, especialmente en la ciencia y tecnología modernas. A pesar del renacimiento de una economía arruinada por la guerra, a fines de 1952, cuando el gobierno anunció el Primer Plan Quinquenal, la producción agrícola e industrial total era todavía apenas mayor que los niveles alcanzados a mediados de los años treinta. En un momento comparable de la historia posrevolucionaria rusa, cuando Stalin lanzó el Primer Plan Quinquenal de la Unión Soviética en 1927, la producción industrial per cápita de Rusia era más de cuatro veces mayor que la de China de 1952. La producción agrícola de China en 1952 era sólo alrededor del 20 % de lo que había sido en la Unión Soviética veinticinco años antes, ofreciendo entonces un potencial mucho menor para extraer capital del sector rural para la industrialización urbana. Además, las infraestructuras de transporte moderno estaban mucho menos desarrolladas. Por esto, China comenzó su campaña para lograr el desarrollo industrial moderno en circunstancias económicas mucho menos favorables que aquellas de las que la industrialización soviética había partido. Si Rusia carecía de los requisitos materiales para el socialismo, como los definía el marxismo, el caso era infinitamente peor en China. Con todo, la total ausencia de las condiciones objetivas para el socialismo sirvió para estimular los esfuerzos para hacer realidad estas condiciones. Si China era aún más atrasada que Rusia, fue la verdadera conciencia de este atraso la que les dio a los comunistas chinos una determinación aún mayor para superarlo. Así como los revolucionarios marxistas chinos no esperaron pasivamente al capitalismo, sin intervenir históricamente, para establecer las bases materiales y sociales de la revolución, los marxistas chinos en el poder no estaban dispuestos a confiar en un proceso “natural” de desarrollo económico para producir una sociedad socialista o sus requisitos materiales. El reordenamiento socialista de la sociedad y la construcción de las condiciones económicas para tal fin, debían ser realizados utilizando los recursos políticos y humanos disponibles, y ambas cosas debían ser efectuadas simultáneamente, y en el presente. Por esto, el comienzo del Primer Plan Quinquenal de industrialización, en enero de 1953, estuvo acompañado por anuncios de que la fase democráticoburguesa de la revolución estaba terminando y que estaba comenzando su fase socialista. El 1º de octubre de 1953, el cuarto aniversario de la fundación de la República Popular, el gobierno formalmente proclamó “la línea general para la transición al socialismo”. A pesar de la prominencia por más de una década de la teoría de la Nueva Democracia en la teoría maoísta formal, y de su similar promesa de una larga etapa de desarrollo capitalista (o al menos semi-capitalista), la fase burguesa de la historia posrevolucionaria china fue terminada abruptamente después de unos escasos cuatro años. Sin duda, en gran medida responsable por la apresurada proclamación de la

82 “transición al socialismo” fue la hostilidad de tipo populista de larga data de Mao Zedong hacia todas las formas de capitalismo, y su persistente rechazo a aceptar intelectualmente la tesis marxista de que el socialismo presupone el capitalismo. Los comunistas chinos contemplaban el problema de construir una sociedad socialista en un país económicamente atrasado como una enorme tarea práctica, pero no como una cuestión teórica marxista angustiante, tal vez en parte porque nunca habían sido agobiados intelectualmente por las perspectivas marxistas ortodoxas sobre la relación entre las fuerzas políticas y económicas en la Historia. Sin embargo, no creían que el socialismo pudiera ser construido en medio de condiciones de pobreza. La tesis de que el socialismo exigía (aun si no necesariamente presuponía) la industrialización fue un tema constantemente enfatizado en los escritos marxistas chinos, y ninguno lo enfatizó de manera más fuerte que Mao Zedong. El desarrollo de “una poderosa industria con las empresas de propiedad estatal como su principal componente” era el requisito para la colectivización de la agricultura, mientras que esta última era el requisito para un “socialismo completo y consolidado”67, insistía Mao en esa época. En 1953, el orden del día era la industrialización, y el Primer Plan Quinquenal fue esencialmente un plan para el desarrollo de la industria pesada. Sin duda, a la vez que los comunistas lanzaban el Primer Plan Quinquenal también anunciaron el comienzo de la transición de China hacia el socialismo. Pero el énfasis estaba menos en la transformación de las relaciones sociales que en el desarrollo económico moderno. “Socialismo” en ese momento significaba la abolición más o menos gradual de la propiedad privada. En las ciudades esto resultó en la nacionalización de la mayoría de lo que quedaba del sector privado de la economía urbana, entre 1953 y 1956. En el campo, esto se limitó a la gradual introducción de formas cooperativas de cultivo de la tierra en una economía rural basada en la propiedad campesina individual. No fue hasta fines de 1955, con el lanzamiento de una campaña para la rápida colectivización, que las relaciones sociales rurales fueron repentina y dramáticamente transformadas en una dirección socialista. Pero la esencia del Primer Plan Quinquenal, al menos hasta 1955, fue un impulso intensivo para la rápida industrialización urbana, a fin de establecer las bases económicas para el socialismo. Fue un impulso caracterizado por la adopción en masa de métodos, técnicas y presupuestos ideológicos estalinistas. En retrospectiva, parece extraño que los chinos hayan aceptado el modelo soviético de desarrollo tan incondicionalmente. Después de todo, Mao había advertido por largo tiempo sobre el peligro de aplicar técnicas extranjeras a las condiciones chinas. “China ha sufrido mucho por la mecánica absorción de lo extranjero”, escribió en 1940.68 La revolución china en sí misma era una masiva prueba histórica de la determinación maoísta de domesticar las teorías occidentales y adaptar las fórmulas de origen extranjero a las necesidades concretas del ambiente histórico chino. Los comunistas chinos, después de todo, habían llegado al poder forjando su propia estrategia revolucionaria, rechazando la dominación rusa, y Mao Zedong había llegado al poder en el PCCh en directo desafío a Stalin. Sin embargo, por mucho que los chinos desconfiaran del asesoramiento revolucionario de Stalin, aparentemente tenían pocas reservas sobre su estrategia de desarrollo posrevolucionario. La Unión Soviética proporcionaba el único modelo histórico para industrializar un país económicamente atrasado bajo auspicios políticos socialistas. Ni había ninguna duda en ese momento con 67

Mao Tse-tung, On People’s Democratic Dictatorship (Peking: Foreign Language Press, 1959), p. 14. Existe edición en castellano: “Sobre la dictadura democrática popular”, en Obras escogidas de Mao Tsetung, Tomo IV (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1969), p. 434. 68 Mao Tse-tung, “On New Democracy”, Selected Works of Mao Tse-tung (Peking: Foreign Language Press, 1967), 2:380. Existe edición en castellano: “Sobre la nueva democracia”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo II (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1968), p. 396.

83 respecto a si los medios estalinistas de desarrollo económico llevarían hacia los objetivos sociales deseados. Nunca se debatió la cuestión de si la Unión Soviética era una sociedad socialista o no; simplemente se asumió que ese era el caso. A pesar de que los chinos sabían poco acerca de la naturaleza de la sociedad soviética más allá de lo que habían leído en los libros de texto soviéticos oficiales, era un artículo de fe que Rusia era “el país del socialismo”, como Mao había establecido en 1940, y “un grande y espléndido estado socialista”, como proclamó en 1949.69 Y a pesar de que Mao había sido un constante crítico de la “absorción mecánica de lo extranjero”, fue notablemente falto de crítica al aceptar el modelo soviético de desarrollo como apropiado para China. Si alguien abrigaba dudas acerca de estas opiniones, no las expresó (y no osó hacerlo). Muy aparte de la fe general en la Unión Soviética como “el país del socialismo”, había otras razones más inmediatas y prácticas por las cuales los chinos miraban a Rusia. Por un lado, los dirigentes chinos consideraban que la ayuda económica y tecnológica rusa era esencial para su programa de industrialización. China difícilmente podía esperar tal ayuda de los países capitalistas, especialmente en los años de la guerra fría, y la asistencia provista por un país presuntamente socialista era considerada como más deseable, en todo caso. La ayuda económica y los técnicos rusos comenzaron a fluir hacia China con la firma del Tratado Chino-Soviético de Amistad, Alianza y Ayuda Mutua, firmado en febrero de 1950, luego del primero de los dos peregrinajes de Mao a Moscú. Entre otras previsiones, los rusos acordaron proveer a China con cincuenta unidades industriales modelo. Las fábricas rusas, dirigidas por especialistas rusos en economía, exigían la adopción de métodos soviéticos de organización económica y administrativa. Con el lanzamiento del Primer Plan Quinquenal, la ayuda económica rusa y quizás aún más importante, el acceso a la tecnología rusa y a su experiencia en la planificación económica centralizada, llegaron a ser más esenciales que antes. Los nuevos acuerdos chino-soviéticos de 1953, 1954 y 1956 se ocuparon precisamente de esto. A pesar de que la asistencia soviética resultaría mucho más limitada de lo que los chinos habían esperado, y que tendría mucho mayores implicancias políticas de las anticipadas, de cualquier manera fue un factor muy importante en el desarrollo industrial inicial de la República Popular. La adopción del modelo soviético de desarrollo económico estuvo también relacionada estrechamente con las preocupaciones chinas por la seguridad nacional. Mucho antes de la victoria de 1949, Mao había proclamado la inevitabilidad de que China “se inclinara por un lado” en los asuntos internacionales. Como expuso la cuestión en 1940, “a menos que exista la política de alianza con Rusia, con el país del socialismo, habrá inevitablemente una política de alianza con el imperialismo ...”70. Por mucho que los maoístas hayan llegado a sentir desconfianza política hacia los rusos durante los años de la revolución, nunca hubo ningún cuestionamiento sobre hacia qué lado se inclinaría la China gobernada por los comunistas. La necesidad de una alianza política con la Unión Soviética en un escenario internacional hostil fue reforzada poderosamente por el apoyo norteamericano a Chiang Kai-shek durante la guerra civil, y aún más por la intervención estadounidense en Corea y Taiwan. Y el lazo político 69

Mao, Selected Works (1967), 2:364 y 4:423. En la edición en castellano, Obras escogidas de Mao Tsetung, Tomo II (1968), p. 379, y Tomo IV (1969), p. 438. 70 Mao, Selected Works (1967), 2:364 [En la edición en castellano, Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo II (1968), p. 379]. Con la obtención del poder estatal, Mao expuso la cuestión en términos más enérgicos: “Todos los chinos sin excepción deben inclinarse o del lado del imperialismo o del lado del socialismo, sentarse en el medio no funcionará, no hay tercera vía” (4:423) [En la edición en castellano, Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo IV (1969), p. 430]. En el contexto del momento, “el lado del socialismo” era por cierto la Unión Soviética.

84 sirvió para reforzar la ya fuerte predisposición de emular el modelo soviético de desarrollo económico. Al comienzo, Mao Zedong asumió el liderazgo en propugnar la vía rusa. “El Partido Comunista de la Unión Soviética es nuestro mejor maestro y debemos aprender de él”, proclamó en vísperas del establecimiento de la República Popular.71 Así como Lenin había propugnado “aprender de los capitalistas”, la consigna maoísta durante los primeros años de la República Popular fue “aprender de la Unión Soviética”, a pesar de que los maoístas creían entonces que estaban emulando un modelo de sociedad socialista tanto como aprendiendo la tecnología necesaria para el desarrollo económico moderno. El grito más popular de las manifestaciones callejeras de entonces era: “seamos modernos y soviéticos”. En los años formativos de su desarrollo intelectual, durante el período de la Nueva Cultura de 1915-1919, Mao había sido partidario de los intelectuales de la Nueva Juventud que creían que la panacea para China era aprender los principios de la “ciencia” y la “democracia” de los países capitalistas avanzados de Occidente. Ahora, los comunistas chinos miraban a Rusia no menos incondicional y calurosamente para que les enseñara la ciencia y el socialismo modernos. Los maoístas pronto llegarían a desilusionarse con su modelo soviético, así como el joven Mao y sus mentores intelectuales se habían desilusionado con sus modelos burgueses occidentales casi cuatro décadas antes. Resultados Económicos del Primer Plan Quinquenal (1953-1957) El Primer Plan Quinquenal comenzó en enero de 1953, basado en la premisa marxista ortodoxa de que el socialismo presuponía un alto nivel de desarrollo industrial y que la industrialización podía ser lograda de la mejor manera en un país económicamente atrasado bajo la dirección centralizada de un fuerte poder estatal socialista. Además, se asumió, de buena manera leninista y estalinista, que la transformación socialista de las relaciones sociales, o sea lo que los maoístas llamaban “proletarización”, vendría más o menos naturalmente después de la industrialización. Los dirigentes chinos también aceptaban el criterio marxista y occidental general de que la industrialización exigía urbanización. La mayoría de la historia de la República Popular giraría alrededor de disputas sobre estos temas. Pero en 1953 estas eran las premisas universalmente aceptadas con las que China comenzó su búsqueda de “riqueza y poder” (y del socialismo). Los detalles del Primer Plan Quinquenal no fueron revelados públicamente hasta mediados de 1955 – justo en el momento, paradójicamente, en que los maoístas comenzaban a cuestionar sus premisas teóricas – pero su perfil general había sido determinado en una reunión del Comité Central del Partido en el otoño de 1952. 72 El plan chino copiaba de cerca al Primer Plan Quinquenal soviético de 1928-1932, y se anticipó que China podría lograr tasas similares de crecimiento tanto en la producción 71

Mao, On People’s Democratic Dictatorship, p. 19. Existe edición en castellano: “Sobre la dictadura democrática popular”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo IV (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1969), p. 438. 72 Los principios generales del plan fueron reseñados públicamente en un editorial del Diario del Pueblo del 16 de setiembre de 1953. El plan detallado, probablemente revisado a la baja durante los dos años siguientes, fue presentado a la segunda sesión de la Primera Asamblea Popular Nacional los días 5 y 6 de julio de 1955 por Li Fuchun, entonces presidente de la Comisión de Planificación del Estado. Ver Li Fuch’un, “Report on the First Five Year Plan for Development of the National Economy of the People’s Republic of China in 1953-1957”, traducido en Robert R. Bowie y John K. Fairbank, Communist China 1955-1959: Policy Documents with Analysis (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1962), pp. 42-91.

85 industrial como en el empleo industrial.73 Mientras se esperaba que la industrialización se desarrollara rápidamente, los dirigentes chinos mantenían en esa época expectativas de largo plazo sobre la transición al socialismo. Mao predijo que requeriría tres planes quinquenales establecer las bases económicas mínimas necesarias para una sociedad socialista, y el resto del siglo para “construir un país poderoso con un alto grado de industrialización socialista”.74 La Comisión de Planificación Estatal fue fundada en 1952 para determinar los objetivos y cuotas de producción y cómo se conseguirían. Durante los años siguientes fue acompañada por la creación de una variedad de ministerios y órganos económicos más especializados de planificación y control del gobierno central. El plan chino enfatizaba en un grado aún mayor que en la Unión Soviética el desarrollo de las industrias pesadas como el acero, construcción de maquinarias, combustible, energía eléctrica, metalurgia y química básica. Sólo el 11,2 % de las inversiones de capital estatal en la industria serían dirigidas a la industria ligera (productos de consumo), mientras que el 88,8 % iría a la industria pesada.75 La prioridad fue justificada por el desequilibrio estructural del sector moderno de la economía anterior a 1949, dominado por el imperialismo, donde el atraso industrial en general estaba agravado por el predominio de industrias procesadoras dependientes de materias primas importadas.76 Se asumió que el establecimiento de una industria pesada de base era el requisito tanto para el desarrollo de industrias de consumo como para la modernización tecnológica de la agricultura. El monto de la inversión del estado en el sector rural fue insignificante.77 Mientras lo que quedaba de las empresas urbanas de propiedad privada era nacionalizado entre 1953 y 1956, la socialización de la agricultura era vista como un proceso a largo plazo dependiente de la previa industrialización socialista de las ciudades. De acuerdo con Li Fuchun: “Para los campesinos trabajadores ... terminar finalmente con la forma del pequeño productor individual … requiere un proceso paso a paso [y] un período bastante largo de trabajo duro …”.78 Mientras se efectuaban esfuerzos intensivos para desarrollar la industria pesada de base establecida por los japoneses en Manchuria, el gobierno enfatizó la necesidad “de construir nuevas bases industriales [como opuestas a las grandes ciudades portuarias de los tratados como Shanghai o Cantón] en la China del norte, del noroeste y del centro, y de comenzar con una parte de nuestra construcción industrial en China del Sudoeste”. De las 694 mayores empresas industriales a construirse durante el período de cinco años, 472 serían localizadas en el interior. El propósito era corregir el desequilibrio geográfico dejado por la herencia del imperialismo, y construir nuevas 73

De acuerdo a las estadísticas oficiales, la producción industrial creció aproximadamente el 18 % anual en Rusia durante el Primer Plan Quinquenal soviético, mientras la clase obrera industrial creció de 3 a 8 millones. Para un análisis de por qué los chinos creían que podían igualar el desempeño ruso, ver Christopher Howe, Employement and Economic Growth in Urban China, 1949-1957 (Londres: Cambridge University Press, 1971), pp. 102-104. 74 Li Fu-ch’un, “Report on the First Five Year Plan”, p. 48. 75 Ibid, p. 59. Como calculó Li Choh-ming, el porcentaje real para el período 1953-1957 fue de 87 % para la industria pesada y del 13 % para la industria ligera. Li Choh-ming, “Economic Development”, China Quarterly, enero-marzo 1960, p. 40. [Existe edición en castellano: Choh-Ming Li, “El desarrollo económico”, en Franz Schurmann y Orville Schell, China Comunista (México: Fondo de Cultura Económica, 1971), p. 283.] 76 Li Fu-ch’un, “Report on the First Five Year Plan”, pp. 46-47. 77 Del total de las inversiones estatales para el desarrollo durante el Primer Plan Quinquenal, sólo el 8 % fue para la agricultura, forestación y conservación del agua. (Li Choh-ming, “Economic Development”, p. 40 [en la edición en castellano p. 283]; las cifras están tomadas del “Comunicado sobre los resultados del Primer Plan Quinquenal para el Desarrollo Nacional” de la Oficina de Estadística del Estado, 1959) 78 Li Fu-ch’un, “Report on the First Five Year Plan”, pp. 48-49.

86 industrias más cerca de las fuentes de materias primas y de las áreas de consumo y distribución.79 Las 156 unidades industriales que los rusos habían acordado proporcionar fueron contempladas por los planificadores chinos como “el núcleo del programa de construcción industrial” y los modelos económicos para todo el Primer Plan Quinquenal.80 Mao y otros dirigentes comunistas chinos fueron tan efusivos en su alabanza de la generosidad soviética como más tarde serían encarnizados en sus condenas de la perfidia rusa. En el momento, la “asistencia fraternal de la Unión Soviética” era típicamente descrita como “una expresión del más noble y elevado espíritu del internacionalismo”.81 En realidad, la ayuda financiera rusa fue muy limitada, sumando sólo el 3 % del total de las inversiones estatales chinas para el desarrollo económico durante el período del Primer Plan Quinquenal. Y los rusos incluso pagaron menos de un tercio del costo de las 156 unidades industriales originales. 82 Más importante que la asistencia financiera soviética fue el acceso a su tecnología y experiencia en planificación económica centralizada. Los rusos proveyeron el equipo necesario para la rápida instalación de fábricas modelo y el personal (y el entrenamiento de personal chino) necesario para su operación. Además, los soviéticos proveyeron detallados diseños e información tecnológica para el establecimiento de una amplia variedad de plantas industriales y proyectos de construcción. Más de 12.000 ingenieros y técnicos rusos y europeos orientales fueron enviados a China en los años cincuenta, mientras que más de 6.000 estudiantes chinos eran entrenados en la ciencia y tecnología modernas en las universidades rusas y unos 7.000 trabajadores chinos fueron enviados a la Unión Soviética a adquirir experiencia en las fábricas modernas. Por esto, los chinos no dependían totalmente de sus propios y magros recursos tecnológicos. Sin embargo, durante el Primer Plan Quinquenal, “el 97 % de las inversiones para el desarrollo básico provino del mismo pueblo chino”.83 Entre 1952 y 1957, la industria china creció a un ritmo mucho más veloz que el ambicioso 14,7 % anual establecido en el Plan.84 El incremento anual real fue del 18 %, de acuerdo a las estadísticas oficiales, y del 16 %, de acuerdo a más conservadoras estimaciones occidentales.85 El producto industrial chino total aumentó más del doble, y la tasa de crecimiento de las industrias pesadas claves fue aún mayor. La producción de acero enrollado, por ejemplo, se incrementó de 1,31 millones de toneladas métricas en 1952 a 4,48 millones en 1957; el cemento de 2,86 millones a 6,86 millones; el hierro en lingotes de 1,9 millones a 5,9 millones; el carbón de 66 millones a 130 millones; y la energía eléctrica de 7,26 mil millones de kilovatios/hora a 19,34 mil millones.86 Además, China estaba ahora produciendo por primera vez pequeños pero significativos 79

Ibid., p. 60. Ibid., p. 51. 81 Ibid., p. 44. 82 Li Choh-ming, “Economic Development”, p. 38 [En la edición en castellano, p. 281]. 83 Ibid., p. 39. 84 Li Fu-ch’un, “Report on the First Five Year Plan”, pp. 53, 61. Una tasa mayor de crecimiento estaba prevista en el borrador original del plan en 1952, sin embargo no puede determinarse cuánto más alta era, ya que el borrador original nunca fue publicado. Se informó, sin embargo, que se habían efectuado revisiones a la baja en 1953 y 1955. 85 Para las cifras del gobierno chino, ver Ten Great Years (Peking: Foreign Language Press, 1960), p. 87. Para el consenso general de los economistas occidentales, ver Joint Economic Committee of the U. S. Congress, An Economic Profile of Mainland China (Washington, D. C.: Government Printing Office, 1967), 1:273. 86 Ver Tablas 7-12 en Barry M. Richman, Industrial Society in Communist China (Nueva York, Random House, 1969), pp. 636-637. 80

87 números de camiones, tractores, aviones jet y barcos mercantes. En conjunto, los chinos habían resultado ser excelentes estudiantes del modelo soviético, ya que la producción industrial china entre 1952 y 1957 creció más rápido que la industria rusa durante el Primer Plan Quinquenal soviético de 1928-1932.87 A la vez, por supuesto, el empleo industrial urbano se incrementó sustancialmente, de aproximadamente seis millones de trabajadores (incluidos los de la construcción) en 1952 a una clase obrera industrial de alrededor de diez millones en 1957.88 Y la población urbana de China aumentó de setenta millones a casi cien millones en el período de cinco años. El incremento más rápido se produjo en las nuevas ciudades industrializadas del interior, en el norte y el noroeste. En 1957, había trece ciudades con poblaciones de más de un millón de habitantes, comparadas con sólo cinco en 1949. El Primer Plan Quinquenal proveyó a China de una base industrial moderna importante y estable, aunque fuera todavía pequeña en comparación con los países industriales avanzados. Pero este éxito no se logró sin costos sociales y económicos, y los mayores costos fueron soportados por los quinientos millones de campesinos chinos, ya que la industrialización de las ciudades estuvo basada en gran medida en la explotación del campo. Mientras las ciudades se industrializaban rápidamente, la producción agrícola se estancaba. De acuerdo a estadísticas oficiales probablemente infladas, la producción de granos comestibles entre 1952 y 1957 se incrementó a una tasa anual del 3,7 %; de acuerdo a estimaciones extranjeras, el incremento estuvo más en el orden del 2,7 %, manteniendo a duras penas el ritmo con el incremento promedio de la población del 2,2 % anual. Sin embargo, el capital para la industrialización urbana fue extraído principalmente del campo a través de un impuesto relativamente alto sobre el grano y de altas cuotas de granos que los campesinos eran forzados a vender a los almacenes estatales a precios bajos fijados por el estado. La industrialización de los años cincuenta fue un logro económico remarcable desde todo punto de vista, pero como todos los avances económicos en la Historia, estuvo basado en la explotación de una parte de la sociedad por la otra. La industrialización tampoco resolvió los crónicos problemas de desempleo y subempleo urbanos, que se vieron agravados por la emigración espontánea de millones de campesinos de las áreas rurales deprimidas hacia las ciudades en desarrollo. Tanto como cualquiera, fue Mao Zedong quien lanzó el programa para la rápida industrialización urbana. Pero había poco específicamente “maoísta” en la forma en que el proceso tuvo lugar. Ya que el “maoísmo”, como estrategia diferenciada de desarrollo socioeconómico, todavía tenía que presentarse, y lo haría sólo como respuesta a las consecuencias sociales y políticas de la industrialización de estilo soviético. Resultados Políticos del Quinto Plan Quinquenal La decisión de adoptar el modelo soviético de industrialización necesitaba formas de tipo soviético de organización política y administración estatal. La planificación económica centralizada exigió la rápida burocratización y regularización de los procedimientos del estado y la sociedad. La preferencia maoísta por la simplicidad administrativa dio paso a estructuras complejas y cada vez más especializadas; los cuadros del partido revolucionario fueron transformados en administradores y funcionarios burocráticos; los trabajadores en las fábricas fueron 87

Las estadísticas oficiales soviéticas proclaman una tasa de crecimiento del 18,5 % anual, pero la mayoría de las estimaciones occidentales dan una cifra de alrededor del 12 % 88 Ver Tablas 8 y 9 en Howe, Employment and Economic Growth, p. 14.

88 sujetos a un creciente control por parte de los administradores; el ideal revolucionario del guerrillero de aptitudes y conocimientos variados fue reemplazado por una nueva fe en las virtudes de la especialización y de los especialistas en tecnología; las viejas ideas igualitarias chocaron con una nueva jerarquía de rangos y nuevos patrones de desigualdad social; la fe revolucionaria en la iniciativa de las masas se debilitó en tanto la industrialización exigía disciplina autoritaria, estabilidad social y racionalidad económica; los objetivos socialistas fueron pospuestos y parcialmente ritualizados a favor del inmediato y omnímodo objetivo del desarrollo económico. La tendencia a que los revolucionarios llegaran a ser gobernantes burocráticos comenzó en 1949, pero ahora se veía en gran medida acelerada. Todo el carácter de la vida política y social estuvo cada vez más determinado por los objetivos económicos del Plan. Se trató de un desarrollo eminentemente estalinista, aunque sin las irracionalidades y brutalidades de un Stalin que dirigiera el proceso. La burocratización fue más clara en la expansión y centralización del aparato formal del estado, particularmente en la proliferación de organismos gubernamentales responsables del desarrollo y control del sector moderno de la economía. La Comisión de Planificación Estatal, similar en organización y funciones al Gosplan de Stalin, fue fundada en noviembre de 1952 para dirigir el proceso de industrialización. Fue dirigida originariamente por Gao Gang, el zar político y económico de Manchuria, donde la influencia soviética era más fuerte y los métodos políticos y económicos soviéticos estaban más firmemente arraigados. La centralización burocrática fue formalizada en 1954 con la creación del Consejo de Estado, el principal órgano del gobierno central y sucesor del Consejo Administrativo Gubernamental; su poder, y por ende el poder estatal en general, residía en su comité permanente, cuyos integrantes eran casi los mismos del Politburó del Partido. El Consejo de Estado originaba y dirigía un enorme número de organismos especializados que se ocupaban de la vida económica, una variedad de comités temporales y permanentes (como los que se ocupaban de la construcción de capital, la economía estatal, la planificación estatal y la ciencia y tecnología) y una multitud de ministerios económicos centralizados. Entre estos últimos, el mayor número y los más poderosos estaban relacionados con el desarrollo de la industria pesada; había, por ejemplo, seis ministerios distintos que se ocupaban sólo de la construcción de maquinarias. Otro resultado político del plan fue la centralización y expansión, en 1954, del Ministerio de Control Estatal, un amplio y penetrante aparato burocrático para revisar ineficiencias y corrupción en el sector industrial de la economía y combatir desviaciones locales y regionales de las directivas y cuotas económicas del estado. Modelado en base a su equivalente soviético y al sistema soviético de controles económicos externos, trabajaba estrechamente con los organismos de la policía secreta y, como había sido el caso en la Unión Soviética, el poder de la policía secreta creció con el poder del Ministerio de Control Estatal. Pero las fuerzas de la policía secreta en China, ahora centralizadas bajo el Ministerio de Seguridad Pública dirigido por Luo Ruiqing, nunca adquirirían ni una fracción del terrible poder que tenían en la Rusia estalinista. Sin embargo, la estructura política general que comenzó a surgir en China a mediados de los años cincuenta se parecía cada vez más a la estructura del estado soviético, consistente en formas centralizadas “verticales” de dominio y control burocráticos, así como el Primer Plan Quinquenal chino se parecía al ruso. Mientras la burocracia formal del estado crecía en tamaño y poder, la autoridad política e ideológica del PCCh se diluía y sus funciones sufrían sutiles cambios. En las empresas industriales esta tendencia fue clara con la adopción por China del sistema soviético de “administración de un hombre”, aunque (salvo en Manchuria) el sistema

89 fue introducido en forma menos extrema y con menos entusiasmo. El rápido desarrollo y el eficiente funcionamiento de la industria a gran escala exigían un sistema altamente especializado de división del trabajo y responsabilidades basado en el criterio de pericia tecnológica. Para satisfacer esta necesidad era crucial el administrador de fábrica especializado que definía claramente las líneas de responsabilidad y autoridad, un hombre que era el responsable de aplicar las directivas del gobierno central desde arriba y con el poder para implementar esas directivas hacia abajo en la fábrica sobre la que tenía la única autoridad. Reflejando el temperamento soviético del momento, la necesidad de lo que fue definido como “el sistema de único responsable de administración” fue justificada por el dicho de Lenin “Toda industria a gran escala – que es la fuente material y la base de la producción en el socialismo – incondicionalmente debe tener una voluntad rigurosamente unificada para dirigir el trabajo colectivo de cientos, miles, y a veces millones de hombres. Pero, ¿como puede ser asegurada la rigurosa unidad de voluntades? Sólo sometiendo las voluntades de miles o millones a la voluntad de un solo individuo”.89 La introducción de un sistema de administración de empresas de tipo soviético fue el resultado lógico del Primer Plan Quinquenal y estaba bien a tono con la general burocratización del estado y la sociedad, ya que la “administración de un solo hombre” establecía firmemente una cadena de mando desde el gobierno central en Beijing hasta los más bajos niveles de las plantas o empresas individuales. El sistema tuvo graves implicancias tanto para el papel de las organizaciones del Partido en las fábricas como para los obreros que trabajaban en estas. Como Franz Schurmann observó: A comienzos de los años cincuenta los chinos, emulando la experiencia soviética, buscaron poner grandes poderes en las manos de los administradores de las empresas. El papel del Partido sería limitado al liderazgo moral. Las órdenes que importaban venían de los altos escalones del sistema administrativo. La administración mandaba y los trabajadores tenían que obedecer… La fábrica, bajo la administración de un solo hombre, era concebida como un orden fríamente racional de trabajadores individuales dirigido por un administrador autoritario.90 Los administradores industriales profesionales fueron extraídos en gran medida de la intelligentsia tecnológica anterior a 1949, ya que pocos miembros del Partido poseían la necesaria pericia en economía. Y aquellos miembros del Partido que tenían o habían adquirido este conocimiento servían como administradores económicos primero y como dirigentes políticos después. El administrador de la fábrica era en primer lugar responsable frente a las exigencias económicas de los ministerios del gobierno central, y cada vez menos frente a las exigencias políticas de la organización del Partido en la fábrica. Tampoco los funcionarios y los cuadros locales del Partido eran capaces de desafiar la autoridad del administrador, ya que ellos mismos eran responsables frente a las directivas de los órganos de alto nivel del Partido, y en última instancia frente a los dirigentes del Partido que controlaban el estado y determinaban sus políticas 89

Tientsin [Tianjin] Ta Kung Pao [Da Gongbao], 31 de diciembre de 1953. Citado en Franz Schurmann, Ideology and Organization in Communist China (Berkeley: University of California Press, 1966), p. 255. Para un brillante y prolijo análisis de este complejo tema, ver pp. 220-308. 90 Ibid., p. 256.

90 económicas. A pesar de que se repetía constantemente que los administradores estarían bajo “el liderazgo ideológico del Partido”, el significado de este mandato era problemático. Era el Partido, después de todo, el que les había dado a los administradores su autoridad en primer lugar, y la ideología operativa del Partido en ese momento estaba centrada en el cumplimiento de los objetivos económicos del Plan Quinquenal. Para los trabajadores, la campaña de industrialización significó la sujeción a códigos cada vez más estrictos de disciplina de trabajo. También significó crecientes diferencias de salarios y estatus en sus filas. Los trabajadores más calificados fueron puestos a cargo de equipos de trabajo en las fábricas o llegaron a ser capataces ejerciendo su autoridad sobre sus antiguos compañeros de trabajo. En la política salarial se puso un creciente énfasis en los incentivos materiales, con premios monetarios por capacidad, conocimiento y productividad. Esta política culminó en la “reforma salarial” de 1956, que formalizó amplias diferencias salariales, basadas en los criterios de capacitación y producción. Antes del Primer Plan Quinquenal, los sindicatos habían adquirido cierto grado de independencia como representantes de los intereses de los trabajadores, pero para mediados de los años cincuenta se habían transformado en instrumentos de la política estatal para aumentar la productividad de los trabajadores. Por supuesto, el papel político de los trabajadores urbanos fue ambiguo desde el comienzo, como era necesariamente el caso en una sociedad nacida de una revolución rural en la que los trabajadores habían tenido escasa participación. A medida que la industrialización avanzaba y que el proletariado consecuentemente crecía en tamaño y en importancia socioeconómica a mediados de los años cincuenta, la cuestión de la relación del proletariado con el estado y la sociedad llegó a ser aún más ambigua. Ya que, aun cuando los trabajadores se beneficiaron económica y materialmente de la industrialización, la forma en que esta fue desarrollada dejó a los obreros chinos con poco más que opinar acerca del manejo de las fábricas en las que trabajaban que los trabajadores de los países capitalistas. El sistema de administración de empresas autoritario negaba toda esperanza de avanzar hacia el principio socialista de control de la industria por los trabajadores, mientras que la burocratización general de la vida política alejó más a la clase obrera de los centros de poder político de un estado al que, en teoría, ellos “dirigían”, y de un Partido Comunista que era teóricamente el partido del proletariado. La composición social del Partido y sus patrones de reclutamiento son reveladores a este respecto, aun si tales estadísticas no revelan mucho acerca de adónde se apoyaban las palancas reales de poder político y quién las controlaba. En 1949, los dirigentes comunistas enfatizaban la necesidad de construir una base de proletariado urbano para un partido entonces compuesto casi enteramente por campesinos, pero los resultados del esfuerzo para hacer del “partido del proletariado” un verdadero partido proletario desembocaron a lo más en un éxito parcial. En 1957, al final del Primer Plan Quinquenal, aquellos oficialmente clasificados como trabajadores conformaban menos del 13 % de los miembros del Partido. Los trabajadores estaban sobrepasados por los intelectuales, y estos últimos estaban siendo reclutados en mucha mayor escala. Desde comienzos de 1949, los miembros del Partido se habían cuadruplicado, desde un poco más de 3.000.000 a 12.700.000, pero la mayoría de los nuevos miembros provenían del campo.91 Además, el énfasis en el reclutamiento urbano a mediados de los años 91

De los 12.700.000 miembros en 1957, 1.740.000 estaban clasificados oficialmente como trabajadores, 1.880.000 como intelectuales, 8.500.000 como campesinos, y 600.000 como “otros”, presumiblemente en su mayoría soldados. El total de miembros era aproximadamente el 2,5 % de la población, la tasa más baja de miembros del Partido por población de todos los países comunistas de ese momento (ibid., pp. 128-139).

91 cincuenta fue fortaleciendo los niveles superiores del Partido al atraer a aquellos que ya ocupaban posiciones de importancia socioeconómica. Los intelectuales y técnicos fueron favorecidos sobre los trabajadores, y los trabajadores calificados fueron preferidos sobre los no calificados. Más importante que la composición social del Partido Comunista Chino fue su transformación en una organización burocrática y la erosión de su espíritu revolucionario, tendencias reflejadas particularmente en la cambiante naturaleza y función de los cuadros del Partido en los años cincuenta. El término “cuadro” (ganbu) estrechamente definido, significa alguien que ocupa una posición de liderazgo en una organización. Para todos los propósitos prácticos, se refiere a un miembro del Partido Comunista que es dirigente en un órgano del Partido o en una institución u organización de masas dominada por el Partido. Durante los años de la revolución, el concepto de cuadro adquirió un significado mucho más amplio como líder revolucionario. Idealmente, el cuadro es una persona desinteresada, imbuida de los valores revolucionarios apropiados y comprometida con el logro de objetivos revolucionarios, una persona de idoneidad general, capaz de desempeñar una variedad de tareas y capaz de adaptarse rápidamente a situaciones y requerimientos cambiantes, alguien que es “rojo y experto”, pero primero y sobre todo política e ideológicamente “rojo” y potencialmente “experto”, una persona que lleva a cabo fielmente las políticas del Partido, aunque lo hace con independencia e iniciativa, una persona que se subordina a la disciplina de la organización partidaria pero al mismo tiempo está íntimamente ligada a las masas. Como Mao lo enunció, el cuadro es tanto “el maestro y el alumno de las masas”, y en verdad debe ser su alumno antes de poder llegar a ser su maestro. El cuadro ideal es la verdadera antítesis del burócrata que “dormita en su escritorio” o el funcionario que dirige desde detrás de su escritorio. La revolución comunista debió su éxito en gran medida al hecho de que hubo en la realidad muchos de estos cuadros del Partido que más o menos se correspondieron con este ideal maoísta del liderazgo revolucionario. Eran gente comprometida con los objetivos y los ideales de la revolución, no con una vocación o una carrera. Fue inevitable que la realidad, si no el ideal, del cuadro cambiara después de 1949, cuando los revolucionarios llegaron a ser gobernantes. Los cuadros que ocupaban puestos en el nuevo aparato de estado tuvieron que encargarse de funciones más específicas en la administración política y económica, y se les requirió aprender habilidades especializadas. Antes dirigentes de las masas en una situación revolucionaria, los cuadros del Partido estaban llegando a ser administradores del estado gobernando a las masas, y a menudo haciéndolo desde los escritorios de sus oficinas, lo que separó más a la nueva elite gobernante de las masas gobernadas. Antes de 1949, el Partido atraía y reclutaba revolucionarios; después de 1949, de manera creciente atrajo gente que consideraba que ser miembro del Partido era la ruta para hacer carrera en el gobierno. Además, un creciente número de personas que no pertenecían al Partido, y tenían experiencia y pericia en administración y asuntos económicos, llegaron a ser cuadros después de 1949 para dirigir la burocracia en expansión, y luego fueron reclutados en el Partido, menos a causa de su compromiso político e ideológico que porque ahora ocupaban posiciones de liderazgo en el nuevo orden posrevolucionario. Durante el Primer Plan Quinquenal, los “viejos revolucionarios” que persistían en los valores simples y los ideales heroicos de la época revolucionaria, fueron eclipsados cada vez más por los “nuevos cuadros”, que estaban más motivados por la ética vocacional y los valores asociados con la industrialización. Los conflictos y tensiones entre los “viejos” y los “nuevos” cuadros se intensificaron a medida que la industrialización avanzaba y que los técnicos e ingenieros reemplazaban a los

92 revolucionarios como el nuevo modelo social. De los “viejos revolucionarios” provinieron quejas de que la burocratización de la vida política y económica significaba el repudio de la herencia revolucionaria y una traición a los ideales socialistas. Desde las residencias oficiales llegaron críticas a los “hábitos aldeanos” y la “mentalidad guerrillera” de los viejos cuadros incapaces de adaptarse a la división racional del trabajo y a las responsabilidades que demandaba el nuevo orden industrial. Los viejos cuadros procedían de un medio revolucionario y eran portadores de valores de un estilo de vida y trabajo espartano e igualitario. En los primeros años de la República Popular, habían sido tratados de una manera relativamente igualitaria, el gobierno les había provisto de alojamiento, comida y una pequeña asignación monetaria para las necesidades básicas de la vida. Para 1955, sin embargo, los cuadros habían sido divididos en 26 rangos diferentes con sus correspondientes salarios, que iban de 30 a 560 yuan (de 12 a 224 dólares) por mes, y en las ciudades, por lo menos, el rango asignado en gran medida estuvo determinado por la importancia del cuadro en el proceso de industrialización. La nueva desigualdad fue defendida en la teoría oficial con el argumento de que China no era una sociedad comunista, sino sólo en transición al socialismo, una situación que requería que la gente fuera pagada de acuerdo a su contribución y no de acuerdo a sus necesidades. Los viejos cuadros revolucionarios que no se habían reconciliado con el nuevo orden de cosas fueron acusados de las herejías ideológicas de “absoluto igualitarismo” y “tráfico de igualdad”. La burocratización del Partido y de sus cuadros fue un desarrollo que se ajustó bien al ánimo general del momento, un ánimo moldeado por el omnímodo apremio por la industrialización moderna, y caracterizado por una nueva fe en los poderes de la ciencia moderna y de la especialización tecnológica. “Racionalizar”, “sistematizar” y “regularizar” eran las órdenes del día, y reflejaban, como Vogel ha observado, “una diferenciación radical de la ‘mentalidad guerrillera’”92, en verdad, un repudio implícito de la herencia revolucionaria maoísta. En el proceso, los objetivos proclamados en la teoría marxista tendieron a ser ritualizados. Mientras los objetivos socialistas y comunistas seguían siendo proclamados ardientemente, y sin duda creídos, el objetivo verdaderamente operativo era el rápido desarrollo industrial, y los verdaderos valores que prevalecían eran aquellos más apropiados para la industrialización – los valores de la racionalidad económica y la eficiencia administrativa. El caso Gao Gang Aunque los dirigentes chinos consideraban que los métodos económicos soviéticos eran necesarios y deseables, no estaban al punto de permitir que los rusos adquirieran dominio político sobre China en el proceso. Habían luchado por mucho tiempo para evitar que Moscú ganara control sobre su partido durante los años de la revolución como para permitir que los soviéticos cosecharan ahora los frutos políticos de su victoria. Fue este temor lo que yació detrás de la primera purga política mayor en el Partido Comunista Chino en la historia de la República Popular (y que sería un indicador profético de la historia futura de las relaciones chino-soviéticas). La principal víctima de la purga de 1953-1954 fue Gao Gang, el jefe del aparato del Partido y del estado en Manchuria, y la cuestión principal implicada, aunque no explicitada en ese momento, fue la influencia política rusa en Manchuria. 92

Ezra Vogel, Canton under Communism (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1969), pp. 127128. Para un análisis de la transformación de los cuadros en funcionarios, ver idem, “From Revolutionary to Semi-Bureaucrat: The ‘Regularisation’ of Cadres”, The China Quarterly, nº 29 (enero-marzo 1967), pp. 36-60.

93 Durante los años de la revolución, Gao Gang había adquirido aparentemente impecables credenciales políticas maoístas. Líder de las fuerzas guerrilleras campesinas en China del noreste a comienzos de los años treinta, Gao fue uno de los fundadores de la base de los comunistas en Shaanxi donde Mao condujo a los sobrevivientes de la Larga Marcha, a fines de 1935. Durante los años de la guerra trabajó estrechamente con Mao para consolidar el control sobre el Partido y fue el jefe de su Oficina del Noroeste de China en Yan’an. Después de la derrota de los japoneses en 1945 y el subsiguiente reinicio de la guerra civil con el Guomindang, Gao fue enviado con el ejército de Lin Piao a Manchuria, donde llegó a ser el jefe del aparato del Partido y del estado en el noreste. También era miembro del Politburó, jefe de su secretariado, y en 1952 fue nombrado presidente de la nueva Comisión de Planificación Estatal, y por lo tanto el principal responsable por llevar adelante el Primer Plan Quinquenal. La caída política de Gao Gang y la expulsión de sus seguidores del Partido fue decidida en una reunión del Politburó en diciembre de 1953 y formalizada por el Comité Central del Partido en febrero de 1954. Gao fue acusado de haber establecido un “reino independiente” en Manchuria (esto es, independiente del gobierno de Beijing) y haber organizado una conspiración para apoderarse del poder estatal. Supuestamente, Gao respondió de forma muy conveniente a las acusaciones, suicidándose. Es un reflejo de la inclinación al ocultamiento que generalmente ha envuelto las decisiones políticas en la República Popular que la purga no fuera revelada al pueblo chino hasta más de un año después, en marzo de 1955. Lo que no se mencionó públicamente para nada fue el temor a la penetración política soviética que simbolizaba el “reino independiente” de Gao en Manchuria. Aunque hay escasa evidencia para comprobar las vagas acusaciones de alguna conspiración a escala nacional para tomar el poder, hay mucho que sugiere que Gao mantenía estrechos lazos políticos con los rusos, quienes continuaban ejerciendo fuerte influencia en Manchuria mucho después de que su ocupación militar de posguerra hubiera terminado. La ayuda soviética había restaurado la industria pesada de base de Manchuria después de que las tropas soviéticas se llevaran la mayoría de la industria manchuriana como “botín de guerra” durante el período de ocupación. Los rusos controlaban las acciones de las compañías conjuntas chino-soviéticas establecidas en 1950 y mantenían su dominio sobre el Ferrocarril Oriental Chino (y sus subsidiarias económicas), lo mismo que sobre Dairen y Port Arthur. Estas no serían devueltas a control chino hasta 1955, después de la muerte de Stalin y la destitución de Gao Gang. Mientras éste último reinaba en Manchuria, sin embargo, la influencia política y económica soviética también era predominante, y hay poco que sugiera que Gao la habría objetado. Según se ha dicho, Gao fue en misión a Moscú tan temprano como en 1945.93 Lo hizo de nuevo en julio de 1949, cuando como Jefe del Gobierno Popular de China del Noreste (Manchuria) negoció un acuerdo económico con la Unión Soviética, varios meses antes del formal establecimiento de la República Popular en Beijing y antes de las negociaciones de Mao con Stalin en febrero de 1950. Además, Gao fue el principal defensor de los métodos soviéticos de organización industrial, y en ninguna parte fueron estos métodos introducidos y desarrollados más rigurosamente que en Manchuria, el centro principal de la industria pesada china. El caso Gao Gang fue en parte lo que el gobierno presentó – el caso de una región que adquiría un intolerable grado de autonomía del gobierno central. Pero el 93

De acuerdo con una fuente soviética, Gao y Liu Shaoqi fueron a la Unión Soviética en 1945 a discutir temas derivados de la ocupación soviética de Manchuria, y la Oficina del Noreste de China de Gao mantuvo contactos con el Partido Comunista soviético desde ese momento. Ver James Harrison, The Long March to Power (Nueva York: Praeger, 1972), p. 376.

94 “reino independiente” de Gao en Manchuria estaba íntimamente ligado al predominio soviético en un área que históricamente había sido un objetivo clave para el expansionismo ruso en Asia Oriental. Poner a Manchuria bajo el control de Beijing significaba eliminar el control ruso. No fue totalmente casual que la caída de Gao Gang ocurriera poco después de la muerte de Stalin. Fue la aparente debilidad de la dirigencia soviética post-estalinista la que le dio a Beijing suficiente confianza para destituir a Gao Gang y actuar contra la influencia soviética en Manchuria. La maniobra resultó en un mejoramiento temporal de las relaciones chino-soviéticas y en una relación más equitativa entre los dos países, simbolizada por la visita de Jrushchov de fines de 1954 a Beijing y el acuerdo ruso de entregar sus posiciones en Manchuria. A pesar de que la caída de Gao Gang es uno de los episodios más opacos de la historia política de la República Popular, no hay duda de que Mao veía al ex-zar de Manchuria como el principal representante de Stalin en China. Varios años después del episodio, en una conversación privada muy crítica de la influencia soviética sobre el partido chino a lo largo de las décadas, Mao observó: “Stalin era muy afecto a Gao Gang y le dio como regalo especial un automóvil. Gao Gang le enviaba a Stalin un telegrama de congratulaciones cada 15 de agosto.” (El 15 de agosto de 1945 fue la fecha de la rendición de Japón a la Unión Soviética) Y Mao se refería a Manchuria y Xinjiang como dos ex-“colonias” soviéticas en la República Popular.94 La purga de Gao Gang fue acompañada por la purga y desaparición de Rao Shushi, que controlaba el aparato del estado y del Partido en la región de Shanghai (Oficina Central de China del Este). Rao también era el jefe del Departamento de Organización (Orgburó) del Comité Central del Partido y uno de los miembros originales de la Comisión de Planificación Estatal. Como Gao, fue acusado de dirigir un “reino independiente” y de haberse aliado a Gao Gang en una conspiración para apoderarse del poder del Estado. No hay nada que indicara que Rao Shushi mantuviera alguna relación con los soviéticos ni tuviera una inclinación especial hacia éstos. Lo que tenía en común con Gao era que controlaban los dos mayores centros industriales de China, Manchuria y Shanghai. Por qué los dos fueron vinculados en lo que más tarde llegó a ser denunciado como “la conspiración anti-partido de Gao-Rao” permanece oscuro, como la naturaleza misma de la supuesta conspiración. La Campaña Sufan La conferencia del Partido de marzo de 1955 también lanzó una purga burocrática más general y extendida, el movimiento Sufan, o la “Campaña para extirpar los contrarrevolucionarios escondidos”, que continuó a través de los primeros meses de 1956. Inmediatamente después del incidente de Gao Gang, el término “escondido” adquirió un significado ominoso. Si dirigentes tan prominentes y poderosos como Gao Gang y Rao Shushi podían resultar ser conspiradores contrarrevolucionarios, entonces nadie estaba por encima de toda sospecha. A diferencia de la campaña de 1951 contra los contrarrevolucionarios, Sufan fue principalmente un asunto interno del Partido, marcado por constantes referencias a reaccionarios “disfrazados de marxistasleninistas”. Todos los cuadros bajo sospecha fueron detenidos e interrogados y, a la manera de las pasadas campañas de “rectificación”, se les exigió hacer “confesiones” escritas u orales detallando sus opiniones políticas pasadas y presentes y sus amistades. Una atmósfera de temor invadió a la burocracia durante la última mitad de 1955, cuando fueron investigados unos 150.000 cuadros del Partido y del gobierno. Muchas decenas 94

Mao Tse-tung, “Talks at the Chengtu Conference” (10 de marzo de 1958), Mao Tse-tung Unrehearsed: Talks and Letters, 1956-71, Ed. por Stuart R. Schram (Middlesex: Penguin, 1974), pp. 100-101.

95 de miles de los que se estimó que mantenían “actitudes equivocadas” y fueron etiquetados como “contrarrevolucionarios” fueron enviados a campos de “reeducación por el trabajo”, usualmente por decretos administrativos que pasaban por encima de los procedimientos regulares en lo criminal. La mayoría fue liberada y restablecida en sus puestos a mediados de 1956, a menudo con disculpas oficiales por haber sido falsamente acusados. La campaña Sufan fue emprendida, en parte, para eliminar los sospechados seguidores de Gao Gang y Rao Shushi. Más significativamente, fue un intento por reestablecer el control centralizado del Partido sobre las burocracias política y económica que el Primer Plan Quinquenal había producido en abundancia. El poder de la Comisión de Planificación Estatal, dominada por profesionales pro-soviéticos, fue drásticamente reducido, como lo fue el poder de los administradores en las empresas industriales. Se estableció una estrecha supervisión del Partido sobre los diversos organismos de control económico, y especialmente sobre el Ministerio de Control Estatal. La reafirmación del poder del Partido sobre el estado fue quizás el más importante desarrollo a largo plazo. Mientras Sufan se asemejaba a una purga burocrática estalinista en muchos aspectos, difirió significativamente en que sirvió para reducir más que acrecentar el hasta aquí creciente poder e independencia de la policía secreta. Como más tarde fue oficialmente interpretado: “La primera tarea del movimiento (Sufan) fue fortalecer el liderazgo del Partido sobre el trabajo de seguridad pública, poner los organismos de seguridad pública bajo la dirigencia del Partido”.95 La campaña Sufan, aunque extensa, fue una respuesta casi débil al problema endémico de la burocracia en una sociedad supuestamente socialista, ya que no contribuyó en nada al único remedio socialista para el problema: el control popular sobre los órganos burocráticos de gobierno. Los males de la burocracia, que Mao había denunciado por tan largo tiempo, permanecieron y crecieron, y en ninguna parte más que dentro del Partido que Mao presidía. El creciente poder de los burócratas del Partido se reveló dramáticamente cuando el movimiento Sufan cayó de manera particularmente dura sobre los intelectuales, en 1955, un desarrollo oscurecido por la extraordinaria campaña políticoideológica contra el crítico literario marxista Hu Feng. Seguidor del celebrado Lu Xun, por largo tiempo había sido un crítico abierto de las políticas literarias oficiales del Partido y de los mandatos del Partido a los escritores y artistas. Uno de los más prominentes inconformistas dentro del movimiento literario de izquierda, sus debates con figuras literarias comunistas ortodoxas se retrotraían a mediados de los años treinta. Después del establecimiento de la República Popular, Hu Feng se comprometió con objetivos socialistas marxistas y generalmente apoyó las políticas del Partido, aunque continuó oponiéndose a la política que sofocaba la creatividad artística e intelectual y advirtiendo de un cercano “desierto cultural”. Continuó siendo atacado, como lo había sido desde fines de los años treinta, por su “subjetivismo” y por sus desviaciones “burguesas” de los principios maoístas sobre el arte y la literatura. Su principal antagonista en los primeros debates, Zhou Yang, estaba en ese momento firmemente atrincherado como el zar del Partido en lo que respectaba a materias literarias y culturales. Aunque Hu Feng encontró difícil publicar sus escritos después de 1949, y mientras muchos de sus seguidores fueron víctimas del movimiento de reforma del pensamiento de 1951 y la subsiguiente campaña de “remodelación literaria”, todavía era considerado como un escritor revolucionario cuyos errores ideológicos eran tratables 95

Ho Kan-chih {He Ganzhi], Chung-kuo Hsien-tai Ko-ming-shih [Zhongguo Xiandai Gemingshi] (1958) citado en Schurmann, Ideology and Organization, p. 344.

96 con la apropiada terapia maoísta. En verdad, en un breve período de relativa libertad para los intelectuales en 1953, Hu fue nombrado en el consejo ejecutivo de la Unión de Escritores Chinos. Tomando de manera optimista la promesa de un renacimiento de la libertad, escribió un informe al Comité Central del Partido en julio de 1954 criticando las restricciones impuestas por los burócratas literarios del Partido y solicitando libertad para que los escritores y artistas expresaran sus talentos creativos. La discusión abierta del informe pronto dio paso, a fin de año, a una campaña nacional de desprestigio contra Hu Feng como un arquetípico representante de la ideología burguesa. El ataque fue dirigido primero por el viejo adversario de Hu, Zhou Yang, pero el peso total del Partido fue arrojado contra él cuando Zhou Enlai se sumó a las denuncias públicas. Mientras el movimiento Sufan se desarrollaba en la primavera de 1955, Hu Feng fue retratado no sólo como un hereje ideológico, sino como un subversivo político también – un agente del Guomindang y del imperialismo, se dijo. En julio fue arrestado como “contrarrevolucionario”. La campaña contra el “Hu Fengismo” continuó después de que Hu fuera eliminado de la escena, ya que su propósito real era establecer estrictos controles ideológicos sobre la intelligentsia en general. La campaña sirvió tanto para silenciar a los intelectuales disidentes como para crear profundos resentimientos contra el Partido entre los intelectuales. Consecuencias sociales Dado que la industrialización china procedió en gran medida en base a métodos soviéticos, es difícilmente sorprendente que produjera similares tendencias sociales. El resultado social más significativo del Primer Plan Quinquenal fue el surgimiento de nuevos patrones de desigualdad. Los imperativos del rápido desarrollo industrial, o al menos los imperativos de la forma en que fue realizado, generaron el ascenso de dos nuevas elites burocráticas (aunque todavía embrionarias) que ejercían cada vez más control formal basadas en sus respectivas esferas de especialización. Una era la elite política de dirigentes comunistas que rápidamente llegaron a ser administradores y funcionarios en el creciente aparato de estado que dirigía el proceso de industrialización. La segunda era una elite tecnológica de ingenieros, científicos y administradores de empresas responsables de la operación del creciente sector económico moderno. Estos nuevos grupos sociales emergentes tendían a estar cada vez más motivados por éticas profesionales y vocacionales, más que por objetivos marxistas y valores comunistas, y cada vez más separados de las masas de obreros y campesinos gracias al estatus, poder y beneficios materiales.96 Para los trabajadores, el Primer Plan Quinquenal trajo condiciones de vida y trabajo crecientemente represivas. Mientras las fábricas eran dirigidas por administradores profesionales o por funcionarios del Partido que funcionaban como administradores de empresas, los trabajadores fueron forzados a someterse a la disciplina laboral cada vez mayor, exigida por el impulso para incrementar la productividad. Fueron sujetos a formas de control cada vez más represivas en los sitios donde trabajaban y, a través de los comités de residentes de barrios urbanos, también en los lugares donde vivían. Además, las desigualdades dentro de los rangos de la misma 96

A mitad de los años cincuenta, los administradores de empresas e ingenieros de alto nivel recibían de salario 280 yuanes por mes, mientras que el salario promedio de los trabajadores era de 65 yuanes. Además, los miembros superiores de la elite tecnológica y administrativa recibían mejor alojamiento, vacaciones pagas y a menudo aun sirvientes. El acta de “reforma salarial” de 1956 formalizó y amplió las diferencias salariales.

97 clase obrera crecieron al introducirse mayores diferencias salariales y premios monetarios basados en la calificación y la productividad. La desigualdad fue más notoriamente evidente en la agudizada distinción entre ciudad y campo. La industrialización de las ciudades estuvo basada en buena medida en la explotación del campo. Mientras las condiciones materiales en las ciudades mejoraban, la economía rural estaba en gran medida estancada, ampliando por esto la brecha económica y cultural entre las ciudades en tren de modernización y el campo atrasado. El nuevo sistema educativo, fuertemente influenciado por los métodos y los planes de estudios tomados prestados de los soviéticos, tendía a reforzar estas tendencias hacia la desigualdad y la estratificación sociales. El crecimiento de la educación formal fue muy impresionante. Entre 1949 y 1957, el número de estudiantes primarios pasó a ser más del doble (de aproximadamente 26.000.000 a más de 64.000.000) y las inscripciones en las universidades aumentaron el cuádruple, pasando de 117.000 a 441.000. Pero la población urbana se benefició de las nuevas oportunidades educativas mucho más que la gente que vivía en las áreas rurales. A pesar de que las políticas proclamadas oficialmente daban preferencia a los hijos de los obreros y campesinos, en la práctica los exámenes exigidos para ingresar a las escuelas medias y a las universidades favorecían fuertemente a los hijos e hijas de los estratos ya privilegiados: la vieja burguesía, altos funcionarios del Partido y del gobierno, intelectuales y técnicos. Y para cubrir las necesidades de la industrialización, el sistema educativo en general, y la educación universitaria en particular, enfatizaban abrumadoramente la ciencia y la tecnología. Casi como su equivalente soviética, la educación superior china funcionaba para crear y perpetuar una intelligentsia tecnológica. Cuando se lanzó el Primer Plan Quinquenal a comienzos de 1953, el gobierno también anunció la inauguración de la época de la “transición al socialismo”. Aunque la búsqueda del desarrollo industrial y económico moderno era suficientemente clara, el significado del socialismo llegó a ser crecientemente ambiguo. La sociedad china parecía estar alejándose (más que acercándose) del futuro socialista que la revolución había prometido. La industrialización sirvió para incrementar más la división entre ciudad y campo, la separación entre trabajo mental y manual tendió a crecer más agudamente; nuevas elites sociales surgieron para dedicarse a las más complejas tareas exigidas por el nuevo orden industrial emergente; y el estado llegó a ser más fuerte y más opresivo, dirigido por un Partido crecientemente burocratizado. El desarrollo industrial moderno fue concebido como el medio para alcanzar objetivos socialistas, pero a medida que pasaba el tiempo, la industrialización misma llego a ser el objetivo principal, mientras los objetivos socialistas tendían a ser pospuestos para un futuro cada vez más distante. Mao y el “maoísmo” pronto serían forzados a enfrentar el dilema de los medios y los objetivos que los resultados del Primer Plan Quinquenal planteaban. Y así como la misma revolución maoísta nació y se desarrolló en las zonas rurales, los maoístas se volverían de nuevo hacia el campo para revivir los objetivos socialistas y el espíritu de una revolución que estaba muriendo. CAPÍTULO 9: LA COLECTIVIZACIÓN DE LA AGRICULTURA, 1953-1957 En 1953, con la finalización de la campaña de reforma agraria, China era básicamente un país de propietarios campesinos individuales que cultivaban sus propias

98 tierras. El moderno estado comunista, irónicamente, había recreado el ideal tradicional chino de un sistema de granjas más o menos iguales, trabajadas por sus familias propietarias. Y por unos pocos años probablemente el ideal tradicional fue realizado más completamente que nunca en la larga historia china. A pesar de que permanecían diferencias socioeconómicas entre la mayoría de campesinos pobres, un cuerpo importante de “campesinos medios” y una pequeña minoría de “campesinos ricos”, las diferencias en la posesión de la tierra y los ingresos eran relativamente pequeñas. Virtualmente cada campesino tenía ahora un título de propiedad de la tierra, libre de terratenientes, hipotecas, usura, exacciones burocráticas ilegales, ejércitos de señores de la guerra o pandillas de bandidos saqueadores. Estaba más cerca de la “utopía campesina” que lo logrado por ninguna otra sociedad en los tiempos modernos, el ideal de una sociedad relativamente igualitaria en la cual la mayoría de las familias cultivaba sus propias granjas en relativa seguridad. Social y económicamente, la República Popular fue por un tiempo la sociedad “pequeño burguesa” por excelencia. Los campesinos, en su mayor parte, estaban profundamente aferrados a la granja familiar individual, una ligazón fuertemente reforzada por los hábitos de trabajo, prácticas religiosas y valores sociales tradicionales. Y la mayoría que se benefició con la reforma agraria esperaba llevar la vida relativamente próspera que preveía que el trabajo en sus tierras le brindaría. Sin embargo, la situación rural posterior a la reforma agraria no llevaba ni a la prosperidad en el campo ni al moderno desarrollo económico de la nación. La fragmentación de las parcelas inhibía la introducción de patrones de trabajo más eficientes y el uso de tecnología agrícola moderna, limitando severamente el incremento de la productividad. En 1953 y 1954, la producción de granos alimenticios apenas mantuvo el ritmo del crecimiento de la población. Además, los campesinos estaban agobiados por la carga del alto impuesto sobre el grano y por las entregas compulsivas de grano a los almacenes del gobierno a precios fijos bajos. Aunque el estado extraía mucho de la economía rural para financiar la industrialización urbana, devolvía muy poco. Bajo el Primer Plan Quinquenal, menos del 10 % de las inversiones del estado para el desarrollo fueron al sector agrario. Totalmente aparte de la pobres cosechas de 1953 y 1954, había otros indicadores de la existencia de problemas sociales y económicos en el campo. No mucho después de haberse concluido la reforma agraria, reapareció la práctica tradicional de la usura. Los campesinos más acomodados y más eficientes económicamente comenzaron a prestar dinero a los más pobres, y en algunos casos los deudores fueron forzados a vender sus tierras a sus acreedores.97 La economía rural, si se la dejaba a sí misma, inevitablemente generaría formas tradicionales de explotación y reproduciría los viejos patrones de diferenciación socioeconómica. Las dificultades económicas en el campo también produjeron una inundación de inmigrantes campesinos sobre las ciudades. Aunque algunos fueron a emplearse en la industria, la mayoría huyó hacia las ciudades a causa de la escasez de alimentos en el campo. El resultado vino a intensificar los ya serios problemas de desempleo y subempleo urbanos. Durante el Primer Plan Quinquenal, el incremento de la población de las ciudades excedió mucho la tasa de crecimiento del empleo urbano, en parte porque los planificadores sobreestimaron gravemente la capacidad de las nuevas 97

Aunque es imposible determinar la extensión de esta práctica particular, parece haber estado bastante extendida. Vogel, por ejemplo, ha resaltado que una encuesta realizada en un área rural de Guangdong en 1953 revelaba que el 10 % de las familias del área estaban involucradas en préstamos de dinero. Ezra Vogel, Canton under Communism (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1969), p. 142.

99 industrias para absorber una mayor fuerza de trabajo. Y el problema fue más agravado por la desmovilización de la mayoría del ejército en 1954-1955, luego de la firma de la tregua en la Guerra de Corea. Los comunistas nunca asumieron que la reforma agraria sola ocasionaría la necesaria revolución económica en la producción agrícola ni la deseada reorganización social de las áreas rurales. Desde el comienzo consideraron la reforma agraria como una etapa necesaria pero transitoria en el proceso que llevaría a la colectivización de la agricultura. Pero contemplaban la transformación de la propiedad campesina individual al cultivo colectivo como un proceso a largo plazo que procedería gradualmente a través de tres fases diferenciadas de desarrollo. El primer paso sería la organización de equipos de ayuda mutua por medio de los cuales los miembros de alrededor de seis o más familias se asistirían unos a los otros en el trabajo de sus granjas, todavía pertenecientes a las familias individuales, inicialmente sobre bases estacionales y más tarde con una organización anual, sirviendo para ampliar las unidades de trabajo y para forjar patrones de trabajo cooperativo. En segundo lugar, los equipos de ayuda mutua se combinarían en cooperativas de productores agrícolas “semi-socialistas” o “inferiores” donde la tierra sería mancomunada y cultivada en forma de cooperativa, aunque cada familia retendría la propiedad privada de la tierra y las familias se dividirían las cosechas (o sus réditos) en parte de acuerdo a su contribución en trabajo y en parte de acuerdo a la cantidad de propiedad entregada para trabajar a la cooperativa. Finalmente, las cooperativas “inferiores” serían amalgamadas con las “superiores” o “avanzadas”, es decir, granjas colectivas, lo que aboliría la propiedad privada de la tierra y remuneraría a sus miembros de acuerdo con el principio socialista de “a cada uno de acuerdo a su trabajo”. Tanto la formación de equipos de ayuda mutua como de cooperativas “inferiores” serían enteramente voluntarias, y los campesinos que se unieran serían libres, al menos de acuerdo a la política oficial, para retirarse de ellos.98 A los cuadros del Partido en el campo se los instruyó para utilizar sólo métodos de persuasión, se los alentó a establecer ejemplos modelo de equipos y cooperativas, y se les advirtió constantemente en contra del “comandantismo”. Como los líderes del Partido eran bien conscientes de la profunda ligazón de los campesinos con sus granjas familiares, un asunto resaltado repetidamente en los documentos del Partido en esa época, el proceso de transformación socialista presuponía un largo período de educación popular. Además, la suposición general era que la socialización de la agricultura requería los medios modernos de mecanización y tecnología que sólo la industrialización podía proveer; y, como Mao, entre otros, había dicho que el nivel necesario de industrialización requeriría al menos tres planes quinquenales, la colectivización era vista como un objetivo casi distante. Aquellos que instaban a una transición más rápida fueron denunciados por la herejía de defender un “socialismo agrario utópico”. Como el Comité Central del Partido sintetizaba la situación en febrero de 1953: “Bajo las actuales condiciones económicas de nuestro país, la economía individual de los campesinos continuará existiendo en gran medida y por un considerable período de tiempo ...”99 98

La política oficial del Partido sobre esta cuestión estipulaba que “los miembros que se retiraran de un equipo de ayuda mutua o de una cooperativa estarían autorizados a retirar sus inversiones en capital y fondos de reserva. Pero si un miembro de una CPA que compró sus acciones con tierra quiere retirarse, es mejor si lo efectúa después de que la cosecha anual haya sido recogida.” Citado en Chao Kuo-chun, Agrarian Policies of Mainland China: A Documentary Study (1949-1956) (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1957), pp. 63-64. 99 Ibid., p. 61.

100 Esta aproximación cauta y gradual al cambio social rural estaba totalmente de acuerdo con la tesis de Mao Zedong de 1949 de que la industrialización moderna era el requisito para la socialización de la agricultura, y no hay evidencia que sugiera que él disentía con las políticas adoptadas por el Partido en 1953. No sería sino hasta dos años más tarde que Mao iba a surgir como el primer defensor del “socialismo agrario utópico”. Las previsiones para el desarrollo agrícola del Primer Plan Quinquenal incorporaron estas perspectivas gradualistas. El modesto objetivo anunciado en el plan era que sólo un tercio de los hogares campesinos estaría organizado en cooperativas de productores agrícolas de la etapa inferior para fines de 1957. No decía nada acerca del establecimiento de granjas colectivas totalmente socialistas. El cambio social agrario no fue más rápido de lo previsto; para mediados de 1955, alrededor del 15 % de los campesinos se había unido a las cooperativas inferiores. Pero la persistencia de una economía de pequeños productores planteaba problemas económicos mucho mayores que los previstos. El Primer Plan Quinquenal presuponía un 23 % de aumento en la producción agrícola y en la producción rural subsidiaria100; en 1953 y 1954, sin embargo, la producción agrícola fue cayendo lejos de ese objetivo. Ya que la industrialización dependía de una economía agraria en desarrollo o, más precisamente, de extraer del campo un excedente económico razonable para inversiones en las ciudades, el estancamiento de la economía rural amenazaba el programa de industrialización y creaba crecientes dificultades económicas entre el campesinado.101 La difícil situación de los campesinos fue agravada a mediados de 1954 por una decisión que prohibía la venta de los excedentes de grano en el mercado privado. En adelante, todo el grano que no fuera consumido por los mismos campesinos sería vendido (a una tasa baja y controlada) al gobierno, reduciendo por esto el ingreso de muchos campesinos. Los ingresos campesinos fueron reducidos más (y el programa de industrialización puesto en peligro) cuando los éstos respondieron a la escasez de alimentos de comienzos de 1955 plantando más grano y desatendiendo las cosechas industriales. Más tarde, Zhou Enlai admitió cautelosamente que las exigencias del Primer Plan Quinquenal habían impuesto graves penalidades sobre el campesinado: “En 1954, porque no entendimos completamente la situación de la producción de granos en todo el país y compramos un poco más de grano a los campesinos de lo que debíamos, se alzó el descontento entre una parte de los campesinos.”102 Los dirigentes del Partido, por mucho tiempo sensibles al “individualismo campesino”, reconocían que la reforma agraria reforzaría la ligazón de los campesinos a sus parcelas privadas. Por esto, siempre habían insistido en que las formas cooperativas de la agricultura fueran introducidas sólo gradualmente y ganándose el apoyo voluntario de los campesinos, principalmente demostrando que las cooperativas aumentarían la producción y los ingresos. Los comunistas estaban determinados a no alienarse a la clase a cuyo apoyo debían su éxito revolucionario. Sin embargo, a comienzos de 1955, 100

El plan requería un 17,6 % de aumento en la producción de granos comestibles y aumentos mucho mayores en la producción de cosechas industriales. Enfatizaba que “No podemos industrializar nuestro país sin un adecuado desarrollo de la agricultura”. Li Fu-ch’un, “Report on First Five-Year Plan”, en Robert Bowie y John K. Fairbank, Communist China 1955-1959: Policy Documents with Analysis (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1962), p. 62. 101 El informe de una reunión del Comité Central en octubre de 1955 sobre la cooperativización presentó el problema de la siguiente manera: “La industria china está creciendo rápidamente. Los hechos muestran que el desarrollo de la cooperación agrícola no logra mantenerse a la par con ella, si el incremento en los cultivos industriales y de granos se queda atrás, la industrialización socialista de China va a dirigirse hacia grandes dificultades.” Citado en Bowie y Fairbank, Communist China, pp. 106-107. 102 Chou En-lai, “Report on the Proposals for the Second Five-Year Plan for Development of the National Economy”, 16 de setiembre de 1956, en Bowie y Fairbank, Communist China, p. 62.

101 veían al individualismo campesino no sólo como una barrera al cambio social en el campo, sino como un obstáculo para el desarrollo de la economía nacional. Una economía rural estancada amenazaba la industrialización y planteaba una amenaza a la viabilidad política interna del nuevo estado, su seguridad externa y los objetivos socialistas de su dirigencia comunista. Las preocupaciones sobre la productividad agraria estaban acompañadas por un creciente temor acerca de la dirección social que estaba tomando el campo. Como lo planteó Mao a mediados de 1955: “Durante los últimos años, la influencia de las fuerzas espontáneas hacia el capitalismo ha ido creciendo diariamente en el campo; en todas partes han surgido nuevos campesinos ricos, y muchos campesinos medios acomodados están procurando convertirse en campesinos ricos. Por otro lado, multitud de campesinos pobres siguen en la miseria debido a la escasez de medios de producción; algunos de ellos se han endeudado, otros están vendiendo su tierra o la han dado en arriendo. Si se deja que esta situación prosiga, se irá agravando día a día la polarización [de clase] en el campo.”103 Los dirigentes comunistas manifestaban ansiedad acerca del ascenso de una clase de “kulaks” explotadores y la recreación de las tradicionales diferenciaciones de clases sociales en el campo, como resultado de las “cuatro libertades” mantenidas por la reforma agraria: libertad para comprar, vender y arrendar tierra, para contratar trabajadores agrícolas, para prestar dinero y para ocuparse del comercio en el mercado privado. Otra manifestación de la persistencia del individualismo campesino fue la inclinación de los propios cuadros rurales del Partido a sucumbir a la “ideología campesina” pequeño burguesa. En el periodo posterior a la campaña de reforma agraria, muchos cuadros que habían sido dirigentes en esa campaña se retiraron de las actividades políticas para ocuparse por sí mismos de sus propias granjas y del bienestar de sus familias. Dado que los cuadros rurales eran ellos mismos campesinos, el fenómeno reflejaba sus propios deseos latentes y su propia visión campesina de una buena sociedad. En algunos casos, reflejaba resentimientos debido a que las áreas rurales, la fuente de la revolución, estaban siendo descuidadas al volcar el nuevo estado sus energías a la industrialización de las ciudades. En otros casos, reflejaba resentimientos por haber sido forzados a permanecer en las zonas rurales interiores cuando el centro de gravedad político se había mudado a las dinámicas áreas urbanas. Muchos cuadros rurales sólo tenían la más vaga comprensión de los objetivos socialistas del Partido, y contemplaban su papel político como representantes del deseo general campesino de llegar a ser “campesinos ricos” en una nueva era de paz y estabilidad. Como los dirigentes del Partido se comenzaban a quejar, “la actitud de algunos de nuestros camaradas hacia la cuestión campesina todavía permanece en la etapa antigua. Están satisfechos de que los campesinos hayan obtenido la tierra de los terratenientes y quieren mantener las cosas como están en las aldeas ... No logran comprender que esto significa ... permitir que el capitalismo se desarrolle libremente en las áreas rurales.”104 La situación era en gran medida producto de la acción del propio Partido. Cuando el énfasis se volcó hacia la industrialización urbana, los comunistas estuvieron satisfechos de gobernar el campo a través del aparato formal burocrático del estado, los gobiernos de los xiang y los organismos de seguridad pública ligados a éstos. Esto era 103

Mao Tse-tung, “On the Cooperativization of the Agriculture”, 31 de julio de 1955, en Chao, Agrarian Policies, pp. 85-86. Sobre el texto original de Mao existe edición en castellano: “Sobre el problema de la cooperativización agrícola”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo V (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1977), pp. 215-216. 104 Comité Central del PCCh, “Decisions on Agricultural Cooperation”, 11 de octubre de 1955, Bowie y Fairbank, Communist China, p. 107.

102 suficiente para servir a las necesidades inmediatas del estado de control político de las zonas rurales y la recolección de impuestos y compras compulsivas de grano al campesinado. Se otorgó poca atención al desarrollo de las organizaciones del Partido en las aldeas, y los cuadros que quedaban en ellas, no estando ya más en la vanguardia de ningún movimiento social, tendieron a dedicarse a sus emprendimientos privados. La Nueva Revolución Agraria Los dirigentes comunistas habían asumido originalmente que la organización del campesinado en equipos de ayuda mutua y el gradual desarrollo de cooperativas de producción agrícola “inferiores” sería suficiente para mitigar las tendencias capitalistas espontáneas en el campo y también para incrementar la productividad. Haciendo un uso más eficiente de la tierra, el trabajo y el utillaje agrícola a través de los esfuerzos colectivos, se creía que la producción agrícola crecería, los campesinos serían atraídos por las virtudes de la organización cooperativa y la mentalidad de pequeños productores sería superada gradualmente. Han existido precedentes tradicionales y comunistas tempranos para el trabajo cooperativo en la agricultura. En los tiempos tradicionales, era una práctica común entre los campesinos, especialmente aquellos que no podían costearse contratar jornaleros, intercambiar trabajo durante las estaciones de plantado y cosecha, a pesar de que tales arreglos estaban limitados a unas pocas familias, y generalmente estaban basados en lazos de parentesco. Y en las áreas de sus bases de tiempos de guerra, los comunistas habían agrupado a los campesinos en organizaciones de ayuda mutua y también en granjas experimentales de tipo cooperativo.105 En términos cuantitativos, el desarrollo posterior a 1949 del movimiento cooperativo fue impresionante, especialmente en vista de que estaba organizado sobre bases en gran medida voluntarias. Tan pronto como la redistribución de tierra era completada en una determinada zona, los propietarios campesinos individuales eran organizados en equipos de ayuda mutua. A diferencia de las formas tradicionales de trabajo en cooperación, los nuevos equipos eran mayores (consistiendo de entre seis y veinte o más familias), cortaban las líneas de parentesco y fueron rápidamente transformados de acuerdos estacionales a organizaciones permanentes. Además, los miembros de los equipos permanentes se involucraron en la producción artesanal suplementaria sobre bases colectivas. Para fines de 1952, el 40 % de los hogares campesinos se había unido a los equipos de ayuda mutua, y la cifra crecería rápidamente a aproximadamente el 65 % a comienzos de 1955. Los porcentajes eran mayores en el norte de China, donde la reforma agraria había llegado antes, y más bajos en las regiones del centro y sur. Y aunque sólo el 15 % del campesinado había sido organizado en cooperativas semi-socialistas para comienzos de 1955, esto estaba totalmente de acuerdo con las políticas gradualistas que se habían seguido. Sin embargo, los equipos de ayuda mutua y las cooperativas de productores eran perseguidos por una serie de dificultades. El entusiasmo popular de los años revolucionarios y de las campañas de reforma agraria disminuyó en una época dominada por un ánimo de retorno a la normalidad después de décadas de disturbios y luchas. Los informes periodísticos se quejaban de que los equipos de ayuda mutua eran a menudo sólo organizaciones simuladas. Los campesinos medios más acomodados, 105

El ímpetu para el movimiento cooperativo provino del informe de Mao sobre problemas económicos presentado en una reunión del Comité Central de diciembre de 1942. Para descripciones y análisis perspicaces del movimiento cooperativo de Yan’an, ver Franz Schurmann, Ideology and Organization in Communist China (Berkeley: University of California Press, 1966), pp. 416-427, y Mark Selden, The Yenan Way in Revolutionary China (Cambridge, Mass.:Harvard University Press, 1971), pp. 237-254.

103 poseyendo más tierra y mejores técnicas, a menudo se rehusaban a unirse a los campesinos pobres en esfuerzos cooperativos. En otros casos, los campesinos medios y ricos llegaron a controlar las nuevas cooperativas, en detrimento de los campesinos pobres. Aunque los equipos de ayuda mutua y cooperativas facilitaban la recolección por parte del estado de impuestos y grano, fracasaron en incrementar la productividad. Las cosechas de 1953 y 1954 fueron pobres, y había poco que indicara que las cooperativas de producción “inferiores” podrían cumplir la expectativa de incrementar la productividad del 30 al 50 % “dentro de dos o tres años”.106 A pesar de que la mayoría de los campesinos había sido organizada en varias formas de trabajo cooperativo y de interdependencia económica para fines de 1954, esto no detuvo el proceso de creciente diferenciación de clase. Los problemas se atribuyeron al sistema de propiedad campesina individual y a la mentalidad de pequeños productores que lo acompañaba. Los artículos de los diarios y los informes del Partido comenzaban citando el bien conocido dicho de Lenin que “la producción en pequeña escala da nacimiento al capitalismo y a la burguesía constantemente, diariamente, cada hora, con fuerza elemental y en vastas proporciones.” En respuesta a una economía rural estancada, un problema que amenazaba con socavar enteramente el Primer Plan Quinquenal de desarrollo industrial, y en menor medida, al fenómeno que Mao más tarde llamaría “las fuerzas autónomas capitalistas [que] se han estado desarrollando día tras día en las aldeas”, Beijing volvió de nuevo su atención al campo. Una reunión del Politburó de octubre de 1954 estableció un cronograma más rápido para organizar granjas cooperativas. Preparándose para la nueva campaña, una conferencia del Partido de marzo de 1955 estableció un programa para revitalizar las organizaciones del Partido en las áreas rurales. La decisión formal de acelerar el camino de la cooperativización fue tomada por el Comité Central del Partido en mayo. Entre las reuniones del Partido de octubre de 1954 y mayo de 1955 sucedieron muchas cosas tanto en el campo como en las reuniones secretas de la dirigencia comunista (y hay mucho que permanece oscuro). De acuerdo al relato posterior de Mao Zedong, la decisión de octubre de 1954 fue de incrementar seis veces el número de cooperativas de clase inferior, de 100.000 a 600.000. Y, de nuevo según Mao, ese objetivo había sido logrado y superado para junio de 1955, cuando había unas 650.000 granjas cooperativas funcionando, comprendiendo a 16.900.000 de los 110.000.000 de familias campesinas existentes en China.107 Sin embargo, surgió oposición política al paso más rápido de la cooperativización, y en marzo de 1955 el Consejo de Estado ordenó detener una expansión mayor. La reunión del Comité Central de mayo reinició la campaña, pero a una marcha mucho más gradual; serían organizadas 400.000 cooperativas adicionales durante el año y medio siguiente. No fue una decisión satisfactoria para Mao, y dos meses más tarde la pasaría por alto de manera dramática. El disimulo que oculta la historia interna del Partido Comunista Chino y la ausencia de debate público hacen imposible ser absolutamente preciso al reconstruir los acontecimientos políticos y las consideraciones ideológicas involucradas en las nuevas políticas agrarias en las que se embarcaron desde 1955 en adelante. Parecería que, desde comienzos de 1955, la cúpula del Partido había llegado a un vago consenso – que Mao no compartía. La mayoría del Comité Central creía que un programa acelerado de 106

Teng Tzu-hui [Deng Zihui], “Report to the Rural Work Conference of the Central Committee, New Democratic Youth League”, 15 de julio de 1954, en Chao, Agrarian Politics, p. 73. 107 Mao Tse-tung, “The Question of Agricultural Cooperation”, 31 de julio de 1955, en Bowie y Fairbank, Communist China, p. 95. Existe edición en castellano: “Sobre el problema de la cooperativización agrícola”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo V (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1977), p. 199.

104 formación de cooperativas agrícolas era necesario sólo si la consideración principal era asegurar alcanzar los requisitos económicos para la industrialización y, en realidad, satisfacer las necesidades industriales. Pero ellos también creían que las cooperativas deberían ser establecidas de forma ordenada y a una marcha gradual para no amenazar la productividad agrícola. Además, las cooperativas todavía debían ser las cooperativas de producción semi-socialistas o “inferiores”; generalmente se asumía que un nivel mayor de desarrollo tecnológico y los medios para mecanizar la producción agrícola eran los requisitos esenciales para las granjas colectivas totalmente socialistas, una perspectiva que permanecía bien en el futuro. La experiencia de la colectivización soviética estaba muy presente en la mente de los comunistas chinos en sus debates sobre políticas agrarias, y de esa experiencia extrajeron dos lecciones. La primera era que una colectivización demasiado demorada en el tiempo puede llevar a la polarización de clases rurales y a la consolidación de una clase dominante de campesinos ricos opuestos al estado socialista. Pero la lección más profundamente marcada fue que la colectivización impuesta rápidamente desde arriba podía tener resultados catastróficos. Los chinos no ignoraban el sangriento cataclismo que la colectivización soviética había llegado a ser bajo Stalin a comienzos de los años treinta: el asesinato o deportación a Siberia de 10.000.000 de campesinos; la total interrupción de la producción, ya que vastas tierras fueron dejadas sin cultivar y el ganado fue sacrificado; y las hambrunas que vinieron a raíz del holocausto. Era más por timidez ideológica que por ignorancia histórica que los chinos hacían sólo las más veladas referencias a esos horrores; difícilmente podían denunciar los métodos de Stalin de colectivización agrícola a la vez que estaban siguiendo su camino hacia la industrialización, muy lejos de las consideraciones ideológicas y políticas generales que hacían imposible ser abiertamente críticos de Stalin. Así, por mucho que estuvieran atraídos por el modelo soviético de desarrollo en general, estaban determinados a evitar los costos económicos y humanos de una colectivización de estilo estalinista. El temor al surgimiento de una clase tipo kulak era materia de menor preocupación. Se suponía generalmente que la expansión de las organizaciones del Partido en las zonas rurales, pareja con el lento y ordenado crecimiento de las granjas cooperativas, sería suficiente para contener cualquier fuerza capitalista espontánea que hubiera aparecido o fuera a aparecer. Lo que había llegado a ser el consenso en el Partido sobre políticas agrarias fue sintetizado en el informe de Li Fuchun sobre el Primer Plan Quinquenal. El énfasis estaba puesto en la necesidad de una economía agraria estable y productiva que sirviera a las necesidades del desarrollo industrial. El establecimiento de granjas cooperativas continuaría, pero en forma sistemática y gradual y sobre bases voluntarias. El modesto objetivo anunciado era expandir las existentes 600.000 cooperativas semi-socialistas hasta 1.000.000, incluyendo alrededor de un tercio de las familias campesinas para fines de 1957. El énfasis del informe estaba puesto en aumentar la productividad agraria para los objetivos de la industrialización urbana. Los campesinos, con seguridad, serían llevados hacia el socialismo, pero se trataría de una transición gradual de duración no especificada, dependiente de la mecanización de la agricultura. En el ínterin, el estado ofrecería “vigorosa asistencia” a los propietarios campesinos individuales que quisieran unirse a la vasta mayoría de productores campesinos en el futuro previsible.108 Estas eran, en resumen, las perspectivas sobre la cuestión agraria generalmente sostenidas por los dirigentes del Partido Comunista Chino a comienzos de julio. Antes de fin de mes, Mao Zedong, en solitario y dramáticamente, acabó con el consenso por medio de su discurso sobre “La cuestión de la cooperación agrícola”, con lo cual lanzó a 108

Li Fu-ch’un, “Report of the First Five-Year Plan”, en Bowie y Fairbank, Communist China, pp. 65-66.

105 China a un camino específicamente maoísta hacia el “socialismo agrario”. Como un alto funcionario del Partido remarcó más tarde cáusticamente, el discurso de Mao, “clausuró el debate de los últimos tres años”.109 El debate fue “clausurado” de una forma sin precedentes en la historia del Partido Comunista Chino. Mao pronunció su discurso no ante el Comité Central, en el que estaba en minoría, sino ante una reunión de secretarios regionales y provinciales del Partido que se encontraban en Beijing en ocasión de realizarse una sesión de la Asamblea Popular Nacional. En efecto, Mao pasó por arriba del Comité Central y apeló al Partido en extenso. Recién en octubre, el Comité Central aceptó ratificar formalmente las nuevas políticas maoístas. En un momento en que otros dirigentes del Partido sentían que las cooperativas rurales estaban siendo establecidas muy apresuradamente, Mao declaró que el movimiento se estaba desarrollando demasiado despacio.110 En vez del objetivo de 1.000.000 de granjas cooperativas a establecerse para fines de 1957, Mao exigió unas 300.000 cooperativas más y adelantó el cronograma al otoño de 1956. Para la primavera de 1958, no menos de la mitad de las familias campesinas de China estarían organizadas en cooperativas semi-socialistas, declaró, y la otra mitad habría sido incluida para 1960. Sin embargo, la importancia del discurso de Mao no estribaba en el cronograma acelerado que establecía, sino más bien en la revitalización del enfoque voluntarista del cambio sociohistórico y en una fe populista en que las masas campesinas efectuarían tal cambio, los mismos impulsos voluntaristas y populistas que habían caracterizado al maoísmo durante los años de la revolución. El discurso de Mao también significaba un rechazo implícito de muchos de los postulados teóricos centrales que habían guiado las políticas comunistas desde 1949, prefigurando entonces el abandono por parte de China del modelo soviético y anunciando la aparición del “maoísmo” en la escena histórica posrevolucionaria. “En las zonas rurales de todo el país se avecina el auge de un nuevo movimiento socialista de masas” fueron las palabras con que Mao comenzó, y esta creencia impregnaba todo el informe. Los campesinos estaban demostrando una espontánea “iniciativa socialista” y había “un activo deseo entre la mayoría de los campesinos de tomar el camino socialista”. Las percepciones y el imaginario eran notablemente similares a aquellos del famoso “Informe de Hunan” de cerca de tres décadas antes, cuando Mao comenzó su carrera como revolucionario agrario. En 1927, Mao había descubierto que el movimiento campesino era una fuerza revolucionaria elemental, como un tornado, que arrasaría con todo lo que se pusiera en su camino. Ahora, veía una “marea de reforma social en el campo” presta a “barrer todo el país ... Este es un enorme movimiento revolucionario socialista que involucra a una población rural de una fuerza de 500 millones, que tiene una importancia mundial enorme”, proclamó, pronosticando con confianza que “pronto se producirá un auge en la transformación socialista a través de todas las zonas rurales del país. Esto es inevitable.” Así como en 1927 Mao había percibido que el campo era el depositario de las verdaderas energías políticas revolucionarias, de nuevo en 1955 se volvió hacia el campo para encontrar el 109

La observación es atribuida a Chen Yi, Ministro de Relaciones Exteriores de la República Popular y miembro del Politburó, y supuestamente fue hecha en noviembre de 1955. Ver James P. Harrison, The Long March to Power (Nueva York, Praeger, 1972), p. 470. 110 El informe de Mao “Sobre el problema de la cooperativización agrícola” no fue publicado hasta octubre de 1955, a pesar de que las nuevas políticas que establecía habían sido comunicadas a las organizaciones del Partido durante los meses precedentes. La edición inglesa, de la cual la discusión y las citas que siguen fueron extraídas, fue publicada en Beijing en 1956 y se encuentra reeditada en Bowie and Fairbank, Communist China, pp. 94-105. La edición en castellano fue editada en las Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo V (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1977), pp. 196-221.

106 ímpetu para el cambio social radical. Así como el “Informe de Hunan” anunciaba la aparición del maoísmo como estrategia heterodoxa de la revolución, el informe de 1955 marcaba el surgimiento de Mao como el defensor de una nueva y no menos heterodoxa estrategia para el desarrollo socialista de un país atrasado. El discurso de Mao de 1955 se remontaba al “Informe de Hunan” en otro aspecto, la forma en que percibía la relación entre el movimiento de masas y el partido leninista. En 1927 había descubierto que las verdaderas fuentes de la creatividad revolucionaria no residían en el Partido sino en el movimiento espontáneo del campesinado actuando por sí mismo; el Partido no sería quien juzgara la capacidad revolucionaria del campesinado, sino más bien serían las acciones de los campesinos mismos las que servirían de criterio para juzgar la eficiencia revolucionaria del Partido.111 De nuevo ahora en 1955, Mao contraponía al campesinado revolucionario con un Partido que era insuficientemente revolucionario. Mientras la mayoría de los campesinos estaba luchando para lograr cambios sociales radicales, muchos miembros del Partido estaban “dando vueltas vacilantes como una mujer con los pies vendados, siempre quejándose de que los demás están yendo muy rápido”. No eran los campesinos los que estaban atrasados, sino más bien era el Partido el que había llegado a ser muy tímido y conservador. Mao hacía la tradicional advertencia de evitar tanto errores “derechistas” como “izquierdistas”, pero era claramente de los primeros de los que el Partido adolecía. “Como están hoy las cosas”, declaró, “el movimiento de masas está delante de su dirigencia” y los miembros del Partido que argumentaban que el movimiento cooperativo había “ido más allá de la comprensión de las masas” simplemente revelaban su propia falta de fe en las masas. Y era enconadamente crítico con los dirigentes del Partido que “encubren su lentitud citando la experiencia de la Unión Soviética”.112 Para Mao, las experiencias y lecciones que realmente contaban se derivarían de la historia de la misma revolución comunista china. Y la más importante lección, revivida en 1955, era el celebrado principio de Yan’an de la “línea de masas”, que exigía esa visión específicamente maoísta de la interrelación íntima entre dirigentes y masas, y que también exigía un proceso de auto-educación a través de la acción revolucionaria. Por esto, en el presente posrevolucionario, tanto como en el pasado revolucionario, era necesario actuar audazmente, y actuar ya: “Tanto cuadros como campesinos se van a cambiar a sí mismos en cuanto aprendan de su propia experiencia en la lucha. Déjenlos ir hacia la acción por sí mismos. Irán aprendiendo mientras actúan, llegando a ser más capaces, y así surgirá gran número de gente excelente. La mayoría de los dirigentes surgirá desde abajo en el curso de la campaña, ya que la transformación socialista del campo no va a ser una revolución impuesta desde arriba por medios burocráticos. Si es necesario “hacer bajar” cuadros desde las ciudades a las zonas rurales, su primera tarea será “aprender como trabajar del movimiento mismo”. 113 La “fuerza principal” de la dirigencia al organizar los campesinos en cooperativas, enfatizó Mao, van a ser “los cuadros locales en las zonas rurales”, los viejos cuadros campesinos 111

“Todos los partidos y camaradas revolucionarios”, había dicho Mao en el Informe de Hunan, “serán sometidos a prueba ante los campesinos, y tendrán que decidir a qué lado colocarse”, Selected Works of Mao Tse-tung (Londres, Lawrence and Wishart, 1954), 1:22. Existe edición en castellano: “Informe sobre una investigación del movimiento campesino en Junan”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo I (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1968), p. 20. 112 Mao Tse-tung, “The Question of the Agricultural Cooperation”, en Bowie y Fairbank, Communist China, pp. 94, 101. Existe edición en castellano: “Sobre el problema de la cooperativización agrícola”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo V (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1977), pp. 197, 212. 113 Ibid., p. 94. En la edición en castellano, p. 197.

107 veteranos de los años de la revolución y la reforma agraria tanto como los recién reclutados cuadros campesinos de las ramas del Partido en los xiang y en las Ligas Juveniles. Los cuadros enviados desde arriba serían sólo “una fuerza auxiliar”, con la función de “guiar y ayudar” en vez de “tomar todo en sus propias manos”.114 El líder apropiado sería el ideal de Yan’an de jefe de la guerrilla local, el cuadro surgido de entre los campesinos de una localidad particular y que permanecía estrechamente ligado a ellos. El discurso de Mao del 31 de julio no sólo marcó una diferenciación de las políticas existentes del Partido sobre la marcha de la cooperativización y los métodos a emplearse, sino que también estableció nuevas perspectivas sobre los objetivos a los que el movimiento serviría y sobre la cuestión más general de la relación entre desarrollo económico y cambio social. Las políticas seguidas por los comunistas hasta mediados de 1955 habían sido guiadas por dos premisas indiscutidas hasta ese momento. Una era que el principal propósito del cultivo cooperativo era incrementar la producción agrícola a fin de proveer el capital necesario para la industrialización de las ciudades. Mientras la construcción de un orden industrial moderno tendía a ser la finalidad a la cual se supeditaba todo lo demás, en vez del medio para lograr un objetivo socialista, la productividad económica y la habilidad del estado para extraer un excedente creciente de la economía rural tendían a ser los criterios para determinar la utilidad y el valor de la cooperativización agrícola. En segundo lugar, se asumía que la socialización del campesinado presuponía la industrialización de las ciudades, ya que sólo la industria moderna podía proveer la tecnología y la mecanización para las granjas colectivas a gran escala. En 1949, Mao había aceptado (y en realidad había promovido) estas opiniones; para 1955 había llegado a rechazar ambas premisas. Su discurso de julio implícitamente desafiaba la primera y explícitamente repudiaba la segunda. Por otro lado, Mao ponía ahora tanto énfasis en los beneficios sociales y económicos que la colectivización les aportaría a los mismos campesinos como lo hacía sobre su capacidad para financiar el desarrollo industrial. La mayoría de los campesinos permanecía pobre, Mao notó, y la socialización de la agricultura era la única forma de “sacudirse la pobreza, mejorar su nivel de vida y resistir las calamidades naturales”. No era simplemente el medio para un objetivo industrial urbano. La industrialización y la transformación socialista del campo eran dos objetivos revolucionarios entrelazados, argumentaba Mao, advirtiendo contra los intentos de “sobreestimar uno y subestimar el otro”. Detrás de esta advertencia subyacía un profundo resentimiento porque el Primer Plan Quinquenal había llevado a la explotación de las áreas rurales en beneficio de las ciudades, y un desafío a toda la estrategia de industrialización urbana y al modelo soviético de desarrollo socioeconómico. En segundo lugar, Mao ahora rechazaba la tesis que él mismo había planteado en 1949: la visión de que la socialización de la agricultura dependía del desarrollo previo de “una poderosa industria”.115 En cambio, ahora argumentaba que “Dadas las condiciones económicas de nuestro país, la transformación técnica requiere más tiempo que la social”.116 Y estimaba que la base industrial moderna necesaria para desarrollar una revolución tecnológica en los cultivos “llevaría aproximadamente cuatro o cinco planes quinquenales, o sea veinte o veinticinco años”. En el ínterin, la transformación 114

Ibid., p. 98. En la edición en castellano, p. 204. Mao Tse-tung, On the People’s Democratic Dictatorship (Beijing: Foreign Language Press, 1959), p. 14. Existe edición en castellano: “Sobre la dictadura democrática popular”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo IV (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1969), p. 434. 116 Mao, “The Question of Agricultural Cooperation”, en Bowie y Fairbank, Communist China, p. 104. Existe edición en castellano: “Sobre el problema de la cooperativización agrícola”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo V (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1977), p. 217. 115

108 socialista del campo no debía ser pospuesta: “En la agricultura, bajo las condiciones prevalecientes en nuestro país, la cooperación debe preceder al uso de grandes maquinarias”. En el verano de 1955, Mao todavía consideraba la transformación socialista de la China rural como un proceso muy lento, aunque más rápido de lo que muchos dirigentes del Partido consideraban práctico o posible. El movimiento, enfatizó, procedería de acuerdo a “los principios de voluntariedad y beneficio mutuo”. No era menos insistente que otros en que había que evitar los métodos coercitivos e interrupciones en la producción. Y se oponía más que nadie a ninguna clase de “revolución desde arriba”. Pero confiaba en que la mayoría del campesinado – el 70 % clasificado como campesinos pobres y de nivel medio- inferior – se dirigiría hacia el socialismo por su propia voluntad y que los restantes seguirían su ejemplo cuando vieran los beneficios económicos de las granjas cooperativas. El programa inmediato todavía se centraba en la organización de cooperativas semi-socialistas o de nivel “inferior”, que tomaría cuatro años y medio para completar. El establecimiento de granjas colectivas totalmente socialistas debería proceder más lentamente y también sobre bases voluntarias, y esto requeriría otra década. El proceso todavía relativamente gradual que Mao prefiguraba en el verano de 1955 sería superado por los extraordinarios eventos del invierno de 19551956. La aprobación formal del Partido de la que ya era la política de facto llegó en octubre, bajo la forma de un documento titulado “Decisiones sobre la cooperación agrícola”, aparentemente escrito por Chen Boda, uno de los aliados ideológicos más cercanos a Mao. El documento repetía esencialmente las opiniones que Mao había planteado en julio y agregaba lineamientos detallados para la operación de granjas cooperativas.117 La oposición de los altos mandos del Partido a las opiniones de Mao permaneció, pero los críticos se mantuvieron en silencio por temor a ser catalogados como “oportunistas de derecha”, cuando el programa maoísta se implementó en octubre, justo después de la cosecha de otoño. En los meses entre el discurso de Mao (julio) y la reunión del Comité Central (octubre), los dirigentes regionales y locales del Partido hicieron frenéticos esfuerzos para revitalizar las organizaciones rurales del Partido a fin de dirigir la “transición al socialismo” en el campo. La cooperativización procedió a una marcha extraordinariamente rápida durante los últimos meses de 1955, y los resultados superaron las esperanzas más optimistas de Mao. Para fin de año habían sido organizadas 1.900.000 cooperativas de bajo nivel, casi el 50 % más que el objetivo propuesto por Mao para el siguiente octubre. El 63 % de las familias campesinas se había unido a las cooperativas para diciembre de 1955, un incremento de más del cuádruple desde mediados de año. El movimiento desde abajo había adquirido impulso propio alimentado por los deseos igualitarios de los campesinos pobres y el celo político de los cuadros locales. Y Mao respondió desde arriba con palabras que anticipaban el abierto utopismo de la época del Gran Salto Adelante. Describió el movimiento como “un furioso maremoto” que había “barrido con todos los demonios y fantasmas”, atribuyendo el éxito a su convicción de que “el pueblo está lleno de un inmenso entusiasmo por el socialismo”.118 Los campesinos que 117

El documento fue adoptado por el Comité Central del Partido el 11 de octubre de 1955. Una traducción al inglés fue publicada en Beijing en 1956, junto con “notas explicativas” de Chen Boda. El nuevo programa recibió la aprobación formal del gobierno en noviembre de 1955, cuando el Consejo de Estado promulgó el “Proyecto Modelo de Regulación para las Cooperativas de Productores Agrícolas”. 118 Las opiniones de Mao aparecieron en los comentarios que hizo de varios informes locales sobre la campaña de colectivización, compilados en tres volúmenes en enero de 1956. Para la traducción inglesa, de donde han sido extraídas las referencias, ver Mao Tse-tung, Socialist Upsurge in China’s Countryside

109 estaban transformando el campo chino y que habían hecho de 1955 “el año decisivo en la lucha entre socialismo y capitalismo” estaban motivados no sólo por interés económico propio, sino, de manera más importante aún, por un espíritu innato de “activismo socialista”. El rasgo más sobresaliente de las opiniones de Mao sobre lo que él llamaba “la marea alta del socialismo” en el campo era su fe de larga data en los esfuerzos espontáneos “socialistas” del campesinado. El movimiento de cooperativización sirvió para fortalecer la fe de Mao en la creatividad revolucionaria del campesinado y en el poder de la voluntad y conciencia humanas para moldear la realidad social. Entonces, predijo confiadamente que “para el fin de este año [1955] la victoria del socialismo estará prácticamente asegurada.”119 Era un indicador profético de la futura evolución del maoísmo – y un eco de su pasado revolucionario – que Mao viera las acciones de los campesinos en las zonas rurales como decisivas para la “transición al socialismo” de China. Como los objetivos establecidos por Mao en el verano de 1955 habían sido superados en unos pocos meses, se anunciaron nuevas metas en diciembre. La cooperativización semi-socialista sería completada para fines de 1956, y la transición a los colectivos totalmente socialistas se produciría durante los siguientes cuatro años.120 En enero de 1956, el Politburó aceleró de nuevo el cronograma, llamando a una total colectivización socialista para 1958.121 Los objetivos revisados, tanto como las condiciones sociales rápidamente cambiantes en el campo, exigieron modificaciones en la política de clases sociales del Partido. Al comienzo, los campesinos pobres y “de nivel medio-inferior”122 serían el núcleo del movimiento. Los campesinos medios superiores o “acomodados” serían atraídos sólo gradualmente, a través de la fuerza del ejemplo y de la educación. Se temía que los campesinos medios acomodados (que proveían la mayoría del excedente recolectado por el estado) redujeran la producción a niveles de subsistencia si sus intereses económicos eran amenazados. Por otro lado, a los campesinos ricos y los exterratenientes se les prohibió unirse a las cooperativas. Había una preocupación particular de que los campesinos ricos, gracias a sus recursos superiores, pudieran tomar el control de las cooperativas de nivel inferior y perpetuar las viejas desigualdades socioeconómicas de manera disfrazada.123 Pero con la colectivización a gran escala produciéndose mucho antes de lo anticipado, fue necesario incluir a toda la población rural, sin excluir a los campesinos ricos que todavía eran propietarios de cantidades sustanciales de tierra tanto como de (Beijing, Foreign Languages Press, 1957), pp. 44, 160. Existe edición en castellano: “Notas a El auge socialista en el campo chino”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo V (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1977), p. 268. 119 Ibid., p. 160. En la edición en castellano, p. 268. 120 Ibid., “Prefacio”, p. 8. Existe edición en castellano: “Prefacio II a El auge socialista en el campo chino”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo V (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1977), p. 256. 121 “The Draft Program for Agricultural Development in the People’s Republic of China, 1956-1967”, 23 de enero de 1956, en Bowie y Fairbank, Communist China, p. 120. 122 Uno de los resultados de la reforma agraria fue convertir a muchos campesinos pobres en los convencionalmente definidos como “campesinos medios”. El término “campesinos de nivel medioinferior” fue inventado para referirse a los campesinos medios que, como Mao lo apuntó, estaban “todavía necesitados”. 123 El documento del Comité Central de octubre de 1955 tomó nota de “terratenientes, campesinos ricos y contrarrevolucionarios [que] ya se habían abierto subrepticiamente camino de varias formas en las cooperativas” y estaban intentando hacerlas caer en sus propias manos. Sin embargo, se les permitiría unirse a las cooperativas a los ex-terratenientes y campesinos ricos “en aquellos sitios donde se hubiera unido la gran mayoría de los campesinos” y donde las cooperativas estaban establecidas “sobre bases sólidas”. Bowie y Fairbank, Communist China, p. 114.

110 buena parte de los mejores implementos agrícolas y ganado. Desde que las granjas colectivas socialistas eran grandes organizaciones formadas a partir de la amalgamación de las cooperativas de nivel inferior, y generalmente incluían una aldea entera, la continuidad del cultivo familiar individual ya no era más factible organizativamente o deseable económicamente. Y como la colectivización implicaba la abolición de la propiedad privada de la tierra y de los otros medios de producción – a favor de que todos los campesinos fueran remunerados de acuerdo con el principio socialista de “a cada uno de acuerdo a su trabajo” – el miedo de que los campesinos ricos pudieran mantener su tradicional dominio económico retrocedió rápidamente a medida que la colectivización avanzaba igual de rápido. Así, en los primeros meses de 1956, el Partido eliminó las barreras de clase social para la admisión en las nuevas organizaciones rurales, convirtiendo a la mayoría de los campesinos ricos y ex-terratenientes en campesinos ordinarios, y virtualmente todos los habitantes del campo llegaron a ser miembros de cooperativas o granjas colectivas, voluntariamente o no.124 La colectivización fue completada esencialmente durante la primera mitad de 1956, cumplida en gran medida sin violencia. A medida que el movimiento desde abajo ganaba impulso en los primeros meses del año, la mayoría de los propietarios individuales campesinos restantes fueron organizados en cooperativas de nivel inferior, y estas fueron transformadas rápidamente en granjas colectivas “socialistas”. Para el final del verano, unos cien millones de familias campesinas (o el 90 % de la población rural) eran miembros de aproximadamente 485.000 granjas colectivas, oficialmente llamadas “cooperativas agrícolas productoras de nivel superior”. Virtualmente todo el resto fue incluido antes de la plantación de primavera de 1957. Excepto por las pequeñas parcelas que los hogares individuales cultivaban para su propio consumo o para la venta en el limitado mercado privado, la propiedad privada de la tierra había sido abolida, y todos los campesinos, al menos en teoría, trabajaban la tierra colectivamente, de acuerdo con el principio de “igual paga por igual trabajo”. Las distinciones de clases sociales en el campo parecían haber sido eliminadas, sobreviviendo sólo en la forma de los rótulos de clase asignados durante la campaña de reforma agraria, designaciones políticas que ya no se ajustaban a las nuevas realidades socioeconómicas. La rapidez de la transición de granjas cooperativas “elementales” o “semisocialistas” a granjas colectivas “avanzadas” o totalmente “socialistas” es uno de los rasgos más sorprendentes de un movimiento cuyo dinamismo sorprendió aun a los dirigentes más radicales de Beijing. La colectivización total, después de todo, requería que las familias campesinas renunciaran a todos los derechos de propiedad privada de la tierra, en muchos casos tierras mantenidas por las familias durante generaciones, y en muchos más casos tierras adquiridas reciente y triunfalmente durante la campaña de reforma agraria. En parte, la rápida colectivización reflejaba las demandas radicales de los campesinos pobres por una nivelación social general. En parte, fue facilitada por los préstamos del gobierno central a las cooperativas más avanzadas.125 Pero más 124

“The Draft Program for Agricultural Development of People’s Republic of China, 1956-1967”, p. 121; First National People’s Congress, “Model Regulations for Higher Stage Agricultural Producer Cooperatives”, 30 de junio de 1956, en Chao, Agrarian Policies, p. 106. 125 Para una discusión muy perspicaz sobre las causas de la rapidez de la transformación hacia la completa colectivización, ver Vivienne Shue, Peasant China in Transition: The Dynamics of Development toward Socialism, 1949-1956 (Berkeley: University of California Press, 1980), pp. 286-317. El libro de Shue es el estudio más abarcador y más analíticamente interesante del cambio social en la China rural en los años que van de la reforma agraria a la colectivización. Las recientes “reevaluaciones” de la colectivización ofrecen poco que desafíe la validez de las conclusiones alcanzadas en este volumen ricamente documentado y agudo. Para los lectores interesados en lo que el autor de una de tales reevaluaciones advierte como “sorprendentes nuevas conclusiones”, basadas, según parece, en evidencias sorprendentemente conocidas, ver Mark Selden, “Cooperation and Conflict: Cooperative and Collective

111 importantes fueron las dificultades encontradas por las cooperativas de “nivel inferior” para reconciliar dos diferentes formas de remuneración, una que involucraba una compensación razonablemente equitativa por la cantidad de tierra y capital individual con que las familias habían contribuido, de manera voluntaria o no, y la otra basada en el pago según el trabajo. Como Vivienne Shue ha observado: La atracción de las granjas colectivas completamente socialistas, en las cuales los conflictos continuos sobre rentas de la tierra e inversiones podrían superarse en general, llegó a ser más y más apremiante, especialmente para los cuadros y miembros pobres. Se realizaron tantas transiciones rápidas hacia el estatus cooperativo avanzado en gran medida como un esfuerzo para escapar de las complejidades financieras y los intereses conflictivos inherentes a la organización cooperativa elemental.126 A pesar de que la socialización de la agricultura tuvo lugar de manera mucho más rápida que lo anticipado y no trajo el caos económico que algunos habían temido, la colectivización no se completó sin crear serios problemas, organizativos y de otras clases. Durante el período más intensivo de la “marea alta”, la primera mitad de 1956, la resistencia campesina fue mínima. Aunque la mayoría de los campesinos ricos y medios-superiores, que constituía alrededor del 20 % de la población rural, eran poco entusiastas respecto a ser reducidos al estatus de campesinos ordinarios, se rindieron pacíficamente ante las abrumadoras presiones económicas, sociales y políticas. Se conocieron informes dispersos de sacrificio de bueyes y otros animales de granja, y vagas referencias en la prensa a “sabotaje” de parte de los antiguos terratenientes y campesinos ricos, pero no hubo resistencia campesina violenta y el estado se abstuvo de utilizar la fuerza. La compulsión generada por el movimiento mismo, sumada al “comandantismo” de los cuadros locales, resultó ser suficiente como para llevar a los campesinos más ricos hacia las granjas colectivas, voluntariamente o no. No se manifestaron señales evidentes de insatisfacción hasta después de que las granjas colectivas se hubieron establecido, y aun entonces la mayoría tomó formas no violentas: la negativa a brindar esfuerzos laborales, retiradas de las nuevas organizaciones, algunos desbandes espontáneos de las granjas colectivas (especialmente en las provincias del sur, donde habían sido organizadas en forma particularmente apresurada) y un renovado éxodo de campesinos hacia las ciudades a fines de 1956 y comienzos de 1957. A pesar de estos problemas, la colectivización agrícola de China se presenta en sorprendente contraste con su brutal precedente soviético. Cómo Stalin les brindó el “socialismo” a los campesinos rusos es bien conocido. Las fuerzas armadas fueron enviadas desde las ciudades a desarrollar lo que llegó a ser una virtual guerra civil entre ciudad y campo. Las aldeas fueron rodeadas por las tropas y obligadas a rendirse, y los campesinos remisos arreados hacia las granjas colectivas amenazados con ametralladoras. Aquellos que abiertamente se resistieron fueron ejecutados en el sitio. La política de Stalin de “liquidar a los kulaks como clase” significó el virtual exterminio de 10.000.000 de campesinos, ya que a los kulaks no se les permitió unirse a las granjas colectivas, ni siquiera cuando querían. Millones fueron asesinados al momento, y Formation in China’s Countryside”, en Mark Selden y Victor Lippit (eds.), The Transition to Socialism in China (Armonk, N. Y.: M. E. Sharpe, 1982), pp. 32-97. 126 Shue, Peasant China in Transition, p. 300.

112 millones más fueron deportados a las desoladas tierras de Siberia. La mayoría de los restantes campesinos “colectivizados” fue arrojada hacia una hosca oposición al régimen, un resultado político que llegaría a obsesionar a Moscú durante la invasión nazi. Los resultados económicos inmediatos fueron catastróficos. La mitad del ganado de Rusia fue destruida, la producción cesó en muchas zonas rurales, y la subsiguiente hambruna llegó hasta a hacer casi naufragar la misma campaña industrializadora a la que la colectivización había sido planificada para servir. En contraste, la colectivización china fue una revolución social casi pacífica. Las granjas colectivas fueron establecidas sin el uso de armas o soldados, la resistencia campesina estuvo confinada a una minoría de la población rural y se expresó en formas no violentas, y el campo no fue arrojado al caos económico. Las referencias a las diferentes tradiciones históricas arrojan poca luz sobre por qué las experiencias rusa y china fueron tan diferentes. Los campesinos chinos, tradicionalmente, no estaban menos firmemente ligados a su tierra que los rusos o los de cualquier otra parte. Además, las viejas tradiciones aldeanas colectivistas no habían sido tan fuertes en la China tradicional como lo fueron en la Rusia zarista, aun descontando las idealizaciones populistas rusas de las tradiciones supuestamente “socialistas” de la aldea mir. En ninguna otra sociedad premoderna se había desarrollado más la propiedad privada de la tierra, o existido durante más tiempo, que en la China imperial, y en ningún lugar estaba el ideal de la propiedad individual familiar más firmemente arraigado. Sobre las bases de las tradiciones sociales y culturales, la abolición de la propiedad privada de la tierra debería haber encontrado una resistencia mucho más enconada en China que en Rusia. Una razón se puede encontrar en las condiciones socioeconómicas de la China rural en vísperas de la colectivización. En China, los campesinos ricos que sobrevivieron a la reforma agraria, proporcionalmente eran una clase mucho menor que los kulaks rusos y mucho menos poderosa. Y, a diferencia de los kulaks, los campesinos ricos chinos no dispusieron del tiempo, o de las condiciones, para consolidarse como clase de granjeros capitalistas dominante en la economía rural. Además, en China, a diferencia de Rusia, la gran mayoría de los campesinos estaba empobrecida, sin excluir a la mayoría de los llamados “campesinos medios”, como resultado de la reforma agraria. Tenían poco que perder y podían ser convencidos de que podían ganar con la colectivización. En Rusia, a fines de los años veinte, por el contrario, dos tercios de los habitantes del campo eran campesinos de “clase media” que aspiraban a un estatus de kulak y se oponían firmemente a la socialización.127 En China, a mediados de los años cincuenta, dos tercios de los campesinos estaban, como Mao los describió, “todavía necesitados”. El campo chino simplemente conservaba una masa mucho mayor de campesinos menesterosos potencialmente favorables al cambio social radical. Sin embargo, si no fuera por el carácter particular de la Revolución China y la naturaleza del Partido Comunista Chino, ese potencial tal vez no se podría haber utilizado. Los bolcheviques rusos no tenían adhesión importante entre los campesinos, y apenas alguna estructura organizada en las zonas rurales. El campo ruso, después de 1917, hasta donde no fue dejado librado a sí mismo, fue gobernado de forma laxa en los años veinte por una administración totalmente urbanizada. La Revolución China, por lo contrario, había sido dirigida por un Partido Comunista compuesto mayoritariamente por campesinos y llevada a cabo por medio de la movilización de decenas de millones 127

De los 25 millones de familias campesinas rusas de fines de los años veinte, se estima generalmente que sólo alrededor de 5 millones eran “familias de campesinos pobres”, 18 millones eran “campesinos medios” y 2 millones kulaks, o “campesinos ricos”. En China, el 70 % de los campesinos clasificados como “pobres” o “de nivel medio-inferior” eran menesterosos o empobrecidos, mientras que en Rusia sólo alrededor del 20 % podía ser descrito así.

113 de habitantes del campo. Sin embargo, por mucho que el Partido se urbanizara a comienzos de los años cincuenta, mantuvo profundas raíces organizativas en las áreas rurales, que fueron revitalizadas en 1955. La socialización del campo chino fue lograda por los cuadros locales del Partido y activistas procedentes de las familias de campesinos pobres (y que permanecieron estrechamente ligados a ellas). Que una transformación tan masiva se haya producido en forma tan rápida y relativamente pacífica no es concebible sin el activo apoyo y participación de un número muy sustancial de campesinos ordinarios. Es igualmente inconcebible que los campesinos hayan sido organizados para realizar tan radical transformación de sus vidas sociales si no fuera por la herencia revolucionaria rural del Partido Comunista Chino. Mao Zedong no tenía ni la necesidad ni la inclinación a llevar a cabo una brutal “revolución desde arriba” al estilo estalinista. En vista de las amplias diferencias tanto en naturaleza y como en resultados de la colectivización en China y Rusia, es extraño que Mao Zedong, al inaugurar la campaña china en 1955, se sintiera obligado a aplaudir los éxitos agrarios de Stalin durante “los seis años entre 1929 y 1934” y a declarar que “la experiencia de la Unión Soviética es nuestro modelo”.128 No se puede atribuir este homenaje a Stalin – en verdad, ahora un Stalin muerto – a la ignorancia de Mao de la historia soviética, ya que él no era ignorante del terrible costo humano y económico que Stalin había impuesto durante esos “seis años”, y no tenía intención de precipitar a China hacia un desastre similar. Que sintiera la necesidad de proclamar que estaba siguiendo el “modelo” soviético es una incongruencia que se basa en la cuestión mayor de la relación entre maoísmo y estalinismo, una relación llena de las más enigmáticas ambigüedades. En cuanto a la colectivización, en todo caso, Mao invocó la autoridad ideológica de Stalin para lanzar un verdadero movimiento de masas no estalinista, tanto como en los años previos a 1949 a menudo había saludado públicamente a Stalin mientras lo desafiaba en la práctica revolucionaria. La colectivización agrícola, más allá de ser celebrada como un acto decisivo de la “transición al socialismo” de China, tenía la intención de lograr varios objetivos más inmediatos y concretos, que se creía redituarían beneficios tanto al estado como al campesinado. En primer lugar, el establecimiento de una red nacional de granjas colectivas lo otorgaría al estado mayor control sobre la producción agrícola y la disposición del excedente. La supervisión del Partido sobre la operación de las granjas colectivas sin duda facilitaba la recolección por parte del estado de impuestos y grano y proveía una cantidad más estable de alimentos para la población urbana e ingresos para financiar la industrialización urbana, a pesar de que difícilmente podría ser considerada una bendición por el campesinado. En segundo lugar, el cultivo colectivo a gran escala permitiría la expansión más rápida del conocimiento tecnológico y la introducción de nuevas tecnologías agrícolas, especialmente aquellas inapropiadas para usar en pequeñas granjas familiares y que los pequeños propietarios carecían de los medios o el interés para adoptar; finalmente, se preveía, las granjas colectivas se prestarían para la moderna mecanización de la agricultura. En 1956, coincidiendo con el establecimiento de las granjas colectivas, el gobierno introdujo precipitadamente varias innovaciones tecnológicas – las más notables fueron el arado de doble rueda y cuchilla, la doble cosechadora y el plantado en menor espacio – aunque los resultados iniciales fueron menos que benéficos.129 En tercer lugar, la colectivización estaba pensada para eliminar 128

Mao, “The Question of Agricultural Cooperation”, p. 102. En la edición en castellano: “Sobre el problema de la cooperativización agrícola”, p. 213. 129 Sobre la nueva tecnología introducida en 1956 y sus deficiencias, ver Shue, Peasant China in Transition, p. 312, y Selden, “Cooperation and Conflict”, p. 79.

114 la mayoría de las desigualdades económicas, al menos dentro de las aldeas, que sobrevivieron a la reforma agraria. Esto se logró a través de la abolición de la propiedad privada de virtualmente todos los medios de producción: tierra, grandes implementos y herramientas agrícolas, y animales de tiro. El resultado fue una nivelación general (aunque no completa) de los ingresos campesinos en las localidades particulares. Esto significó que una porción sustancial de la población rural, aproximadamente el 25 % que eran ex campesinos ricos o medios-superiores, estaban menos acomodados que antes de la colectivización. Presumiblemente, las familias pobres ganaron, pero las ganancias fueron casi magras. La colectivización tuvo el efecto de reducir la producción subsidiaria de las parcelas privadas y debilitar el artesanado rural, lo que afectó adversamente los ingresos campesinos en general. Además, la colectivización dejo intocadas las amplias desigualdades regionales de la China rural, que permanecieron tan grandes en los años posteriores a la “marea alta” como lo habían estado antes. Pero el mayor atractivo del cultivo colectivo, tanto para los dirigentes como para las masas, fue la promesa de que una vez establecido apropiadamente el nuevo sistema, podría redituar en grandes incrementos en la producción y la productividad agrícolas, beneficiando tanto al estado como al conjunto de la población rural. Mientras Mao Zedong prefería creer que la mayoría de los campesinos estaba inspirada por ideales socialistas, las verdaderas políticas del Partido, antes y durante la colectivización, apelaron principalmente al interés material de los sectores pobres del campesinado.130 Para los campesinos pobres, que apoyaron la campaña de colectivización con tan gran entusiasmo, había todas las razones para confiar en la promesas del Partido de que sus esfuerzos pronto producirían un mayor nivel de vida. Después de todo, había sido el movimiento de reforma agraria dirigido por el Partido el que había destruido a la vieja clase de terratenientes parasitarios y resultado en una importante redistribución de la tierra. Y en los años inmediatamente posteriores a la reforma agraria, las políticas de crédito y mercado del Partido trabajaron a favor de los campesinos pobres – y en detrimento de las actividades comerciales y de préstamo de los productores más ricos.131 Ahora la colectivización no sólo prometía los inmediatos beneficios que provendrían de la reunión de los superiores activos de los campesinos ricos y medios-superiores, sino también el potencial para grandes logros económicos cuyos frutos, se había prometido, podrían ser compartidos por todos en un ambiente social cooperativo. Este potencial permanecería sin realizarse durante las dos décadas restantes de la época maoísta. La colectivización no trajo ni el desastre económico que algunos habían temido ni el crecimiento económico que sus defensores anticiparon. Algunas granjas colectivas prosperaron, otras fueron tristes fracasos, mientras que para la mayoría la transición resultó en poco cambio económico.132 En su conjunto, el ingreso per cápita campesino aumentó poco desde 1956 y hasta fines de los años setenta133, en parte a causa de la crisis económica producida por el Gran Salto; en parte por las continuas exigencias estatales a la economía rural para financiar la industrialización; y quizás en mayor 130

Como Vivienne Shue lo demuestra con gran detalle, y convincentemente concluye: “El meollo del asunto se encuentra … en los numerosos y deliberados llamados a los campesinos, basados en su propio interés, para abandonar la pequeña empresa capitalista e ingresar a las instituciones pre-socialistas y luego completamente socialistas”. Peasant China in Transition, p. 334. 131 Para las políticas del Partido sobre el comercio y el crédito rurales en los años entre la reforma agraria y la colectivización, ver Shue, Peasant China in Transition, capítulos 5 y 6, pp. 195-274. 132 Para un informe sobre un área donde el cultivo colectivo fracasó, ver William H. Hinton, “A Trip to Fengyang County: Investigating China’s New Family Contract System”, Monthly Review, Vol. 35, Nº 6 (noviembre 1983), pp. 1-28. Para la historia detallada de una aldea donde fue relativamente exitosa, ver William Hinton, Shenfan, (Nueva York: Random House, 1983). 133 Nicholas R. Lardy, Agriculture in China’s Modern Economic Development (Cambridge, Inglaterra: Cambridge University Press, 1983), tabla 4.6, p. 160, y discusión, pp. 159-163.

115 medida a causa del fracaso de la mayoría de las granjas colectivas en proveer incentivos materiales y morales para estimular la producción campesina. Con la excepción de los años del Gran Salto, las granjas colectivas se las arreglaron para alimentar a una población en rápido crecimiento a través de las últimas dos décadas de la época maoísta (aunque no sin incrementar la fuerza de trabajo rural), y el campesinado se benefició en formas que no son cuantificables en las estadísticas de ingresos: a través de mayor seguridad, programas de bienestar para los necesitados y minusválidos, la expansión de la educación y la atención médica en las áreas rurales, y el comienzo de la industrialización rural. Pero la colectivización en general no produjo ganancias económicas importantes. El primer año completo de cultivo colectivo (1956-1957) estuvo plagado por la confusión organizativa. Las granjas colectivas eran organizaciones mucho mayores que las cooperativas de “nivel inferior” a las que habían reemplazado, promediando inicialmente 246 familias (o alrededor de 1.200 personas) mientras que antes incluían varias docenas. Su operación planteaba tareas difíciles y poco familiares de administración económica y contabilidad fiscal. Con virtualmente toda la tierra, animales e implementos agrícolas ahora de propiedad colectiva, los campesinos serían remunerados de acuerdo con su trabajo, la mayoría bajo la forma de una parte de la cosecha y en parte en pequeños pagos en dinero en efectivo. Cada granja colectiva estaba entonces enfrentada con la tarea de calcular, sobre la base de esquemas estatales muy generales, un sistema equitativo para evaluar las contribuciones en trabajo y calcular “puntos de trabajo”, una tarea que inevitablemente fomentaba disputas y alimentaba resentimientos. En suma, hubo mucha confusión inicial acerca de la responsabilidad por el cuidado de los animales y el equipo colectivizados, y a veces los animales murieron por falta de cuidados adecuados. Las granjas colectivas se enfrentaron luego con la tarea de planificación económica a bastante largo plazo, de determinar qué cantidad de la cosecha debía ser distribuida entre sus miembros y qué cantidad debía ser ahorrada para inversiones de capital y bienestar después de cumplir con los impuestos y entregas obligatorias de grano al estado. Aunque los cuadros jóvenes, procedentes en su mayoría de familias campesinas pobres, habían resultado dirigentes eficaces al movilizar la población rural para organizar las granjas colectivas, carecían de los conocimientos de administración, contabilidad y finanzas necesarios para la operación eficaz de las nuevas organizaciones. El envío de cuadros urbanos y graduados del secundario al campo hizo poco para aliviar los problemas; el conocimiento de estos temas que los recién llegados poseían estaba más que contrapesado por su ignorancia de la vida rural y su arrogante “forma de ser urbana” que generalmente provocaba resentimiento en los campesinos. Los dirigentes del Partido al comienzo atribuyeron los primeros problemas económicos y organizativos de la colectivización a las maquinaciones contrarrevolucionarias de los ex terratenientes y campesinos ricos, pero pronto se reconoció que los campesinos recién colectivizados carecían de los incentivos para incrementar la producción. Por esto, a lo largo de la mayoría de 1957 se produjo un general relajamiento de las regulaciones estatales que regían las granjas colectivas. Mao, con un ánimo temporalmente menos optimista, predijo que serían necesarios otros cinco años para establecer la agricultura colectivizada sobre bases sólidas. En el ínterin, las políticas gubernamentales ofrecerían mayores incentivos materiales al campesinado. Los impuestos y las compras compulsivas de grano por parte del estado fueron reducidos al 25 % de la producción total en 1956-1957; se les garantizó a los

116 campesinos mayor libertad para cultivar sus parcelas privadas y vender en el mercado privado; se producirían más bienes de consumo; y las granjas colectivas difíciles de manejar fueron reducidas en tamaño, a un promedio de 169 familias en 1957. El relajamiento de las presiones estatales sobre la economía agraria fue planeado para aumentar la producción agrícola. Pero las políticas gubernamentales liberalizadas también plantearon un problema aparentemente irresoluble. El propósito de una mayor producción agrícola no era sólo aliviar las dificultades económicas del campesinado, sino también proveer al estado de un mayor excedente comercializable de granos y materias primas para financiar la expansión de la industria urbana. Puesto que las medidas reales tomadas para dar a los campesinos los medios y los incentivos materiales para incrementar la producción privaban al estado del excedente para cumplir los objetivos industriales del Primer Plan Quinquenal y los más ambiciosos objetivos anunciados para el Segundo, que debía comenzar en 1958. Tomando una parte menor del campo e invirtiendo más en industrias de consumo, el estado ayudaba al campesinado, pero debilitaba, al menos en el corto plazo, sus propios planes para una rápida industrialización. El dilema sería resuelto – y se crearían otros nuevos – cuando Mao Zedong dirigió al Partido a embarcarse en la aventura del Gran Salto Adelante en 1958. Al igual que había intervenido personalmente en el verano de 1955 para “concluir” el debate sobre la colectivización, ahora intervendría con un esquema mucho más radical para acelerar el desarrollo industrial y agrícola, y en un intento por reconciliar los intereses en conflicto entre el campesinado y el estado. Las políticas del Gran Salto harían madurar el debate que se había venido dando por largo tiempo en el Partido sobre el curso entero del desarrollo posrevolucionario, y a crear divisiones entre los dirigentes comunistas que resultarían irreparables. Las diferencias permanecerían ocultas dentro de los concilios internos del Partido por otra década, sin ser reveladas públicamente hasta que el mismo Partido se rompiera en dos durante la Revolución Cultural. Pero los orígenes del conflicto se retrotraen a mediados de 1955, cuando Mao pronunció su discurso sobre la socialización agrícola. Mientras la rápida cooperativización era seguida por una rápida colectivización, muchos dirigentes del Partido llegaron a ver a Mao y a sus seguidores como utopistas temerarios, que forzaban el cambio social radical mucho más de lo que podía ser soportado por la débil base económica china. Y Mao estaba convencido de que el burocratizado aparato del Partido había llegado a ser un obstáculo conservador en el nuevo camino al socialismo que estaba trazando. El debate llegó a ser particularmente agudo en 1957, cuando los maoístas, inspirados y envalentonados por el éxito de la “marea alta”, propusieron políticas aún más radicales. Los conflictos ahora ya no estarían sólo confinados a la cuestión agraria. Una variedad de otros temas políticos e ideológicos, tanto internacionales como domésticos, quedarían entrelazados con las diferencias sobre políticas económicas para ampliar la envergadura del debate. Para comprender qué se estaba discutiendo en vísperas del Gran Salto, y la atmósfera política en la que se decidían las cuestiones, es necesario volver al año 1956 para considerar ese breve pero crucial episodio en la historia de la República Popular conocido como las “Cien Flores”.

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PARTE III: UTOPISMO, 1956-1960 CAPÍTULO 10: LAS CIEN FLORES: SOCIALISMO, BUROCRACIA, Y LIBERTAD A comienzos de 1956, China, según sus dirigentes comunistas, estaba a punto de completar “la transición al socialismo”. Mao proclamó, en enero del nuevo año, que los sucesos de la última mitad de 1955 habían resultado ser decisivos para determinar el éxito en “la batalla entre el socialismo y el capitalismo” y predijo que “para finales de este año [1956] la victoria del socialismo estará prácticamente asegurada”134. En el mismo mes, Zhou Enlai, entre otros, celebraba “la marea alta de la transformación socialista”135. Un año más tarde, en febrero de 1957, Mao dirigiría su atención al problema de “las contradicciones en una sociedad socialista”; que la sociedad china era ahora socialista se daba por hecho, aunque se reconocía que el nuevo sistema social aún debía ser “consolidado completamente”136. Si la sociedad China de 1956-1957 era realmente socialista es una cuestión sobre la que volveremos. Por el momento es suficiente notar que, siete años después de la fundación de la República Popular, los dirigentes del Partido Comunista Chino creían haber transformado a China en un país socialista. Y, basándose en la forma en que se definía el socialismo en lo que entonces era conocido como “el campo comunista”, tenían buenas y suficientes razones para pensar así. Si el socialismo se interpreta como la abolición de la propiedad privada y el control de los medios de producción por el estado, en manos de un partido socialista, entonces China no era menos socialista que la Unión Soviética, el país todavía aclamado como “la patria del socialismo”. Para mediados de 1956, la colectivización agrícola había sido completada en gran medida, y las empresas industriales y comerciales que todavía permanecían en manos privadas serían nacionalizadas para fines de año. Aun las empresas individuales de producción artesanal habían sido reorganizadas en gran medida en cooperativas socialistas. Al igual que la Unión Soviética, a fines de 1956 China era, esencialmente, un país con un sistema dual de propiedad; en la economía urbana predominaba la propiedad estatal, mientras en las áreas rurales prevalecía la propiedad colectiva. Tanto en la ciudad como en el campo, la propiedad privada había sido abolida, y para los criterios marxistasleninistas predominantes del momento, China era una sociedad socialista. Con la suposición de que la transición al socialismo estaba completa, o lo estaría pronto, los comunistas comenzaron a diagramar, a comienzos de 1956, el rumbo futuro del desarrollo socioeconómico, y volvieron su atención hacia los problemas que la rápida socialización de la sociedad había creado y que todavía había que resolver. Un problema que la llegada de una sociedad supuestamente socialista no había resuelto era el atraso económico de China. Si los comunistas podían saludar los éxitos del Primer Plan Quinquenal, también debían reconocer que el moderno sector industrial chino era 134

Mao Tse-tung, Socialist Upsurge in China’s Countryside (Peking: Foreign Languages Press, 1957), pp. 159-160. 135 Chou En-lai, “On the Question of Intellectuals”, 14 de enero de 1956, en Robert R. Bowie y John K. Fairbank, Communist China 1955-1959: Policy Documents with Analysis (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1962), p. 133. 136 Mao Tse-tung, On the Correct Handling of Contradictions Among the People (Peking: Foreign Languages Press, 1957), p. 24. Existe edición en castellano: “Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo V (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1977), p. 430.

118 todavía frágil y minúsculo. Aunque la colectivización de la agricultura se había completado sin arrastrar al país al caos económico y sin llevar al campesinado a la oposición política, había tenido lugar, sin embargo, sin ninguna revolución tecnológica en la producción agrícola. China permanecía como un país pobre y su pueblo estaba empobrecido. Nadie, ni aun Mao, creía que una sociedad socialista podía mantenerse por sí misma por largo tiempo, y mucho menos prosperar, en condiciones de escasez económica general. La cuestión era cómo crear una base económica moderna que pudiera sostener a una superestructura supuestamente socialista. El desarrollo económico moderno estaba, claramente, en el orden del día, pero no estaba de ningún modo claro quién fijaría este orden y cómo se llevaría a cabo. Como si quisiera desafiar al Segundo Plan Quinquenal, que ya estaba siendo diseñado a comienzos de 1956, surgió una alternativa maoísta radicalmente diferente, que exigía el abandono total del “modelo soviético” de desarrollo. Para Mao y los maoístas, el problema de cómo lograr una economía moderna era inseparable de la cuestión de cómo evitar la burocratización del estado y la sociedad que el moderno desarrollo económico fomentaba. La “transición al socialismo” de China había sido acompañada por una transición de formas revolucionarias de organización a formas burocráticas de gobierno. La institucionalización general del orden posrevolucionario, y especialmente los métodos tomados prestados de los soviéticos para el Primer Plan Quinquenal, habían generado el surgimiento de nuevas elites políticas y económicas. Este desarrollo era, quizás, inherente al proceso de industrialización, pero chocaba con los objetivos socialistas que la industrialización presuntamente debía servir, y chocaba más directamente con la visión emergente maoísta del que debía ser el curso apropiado para la sociedad china. Se pretendió parcialmente que lo que llegaría a ser conocido como la campaña de las “Cien Flores” sirviera, al menos por parte de los maoístas, para objetivos anti-burocráticos. El problema de la burocracia era reflejo de un fenómeno mayor y más general, la creciente brecha entre el estado y la sociedad. El socialismo, de acuerdo con la teoría marxista, es un proceso histórico por medio del cual los poderes sociales usurpados por el estado son devueltos a la sociedad. Pero en la República Popular, como en la Unión Soviética, “la transición al socialismo” había producido precisamente la tendencia histórica opuesta: el crecimiento de un vasto aparato burocrático de estado, que se estaba alienando crecientemente de la sociedad. El problema no era totalmente desconocido. La nueva constitución del Partido adoptada en el VIII Congreso, en setiembre de 1956, convocaba “al máximo esfuerzo … para combatir cada práctica burocrática que aleje a las masas o lleve al aislamiento de las realidades de la vida” 137. Y, en febrero de 1957, Mao habló de “ciertas contradicciones” que existían “entre el gobierno y las masas”138. La relación entre el estado y la sociedad no fue tratada como una cuestión teórica abstracta. En 1956 y 1957 los gobernantes comunistas comenzaron a reevaluar el papel del pueblo sobre el que ejercían su dominio político, y enfrentaron las exigencias que el pueblo planteaba. Las exigencias más dramáticas y políticamente explosivas vinieron de las clases urbanas, la clase obrera industrial y la intelligentsia, y plantearon las cuestiones más fundamentales acerca de la naturaleza de una sociedad socialista en general, y sobre la naturaleza del socialismo en China en particular. Para el proletariado chino en rápido crecimiento, la “transformación socialista” había traído controles 137

The Eighth National Congress of the Communist Party of China: Documents (Beijing: Forign Languages Press, 1956), 1:142. 138 Mao, On the Correct Handling, p. 9. En la edición en castellano: “Sobre el tratamiento correcto…”, p. 421.

119 políticos y sociales cada vez más represivos sobre sus vidas, y una disciplina de trabajo cada vez más dura en las fábricas. La creciente inquietud entre los trabajadores se manifestó, en 1956, a través de huelgas, motivadas tanto por el descontento político como por el socioeconómico. Las huelgas eran dispersas y fueron rápidamente reprimidas, pero presentaban el problema del papel del proletariado en una sociedad supuestamente socialista que, de acuerdo a la ideología oficial, estaba comandada por un estado “dirigido por la clase trabajadora”. Para los intelectuales chinos, la transición al socialismo significó menos libertad, no más. Por un tiempo, pareció que los comunistas estaban dispuestos a garantizar la promesa marxista de que socialismo y libertad iban juntos. Los sucesos de 1956-1957 revelarían las limitaciones de la concepción maoísta de la democracia tanto como los límites que una burocracia arraigada le ponía a la libertad de pensamiento. Lo que sería llamado el “florecer y contender” de 1956-1957 significó un momento en que surgieron y se debatieron las cuestiones más críticas sobre el presente y el futuro del socialismo en China. Las cuestiones acerca de la relación entre el estado y la sociedad, entre los dirigentes y los dirigidos, y las cuestiones sobre la libertad humana e intelectual se discutieron más abierta e ingenuamente que nunca antes en la República Popular. En parte, estas cuestiones fueron planteadas por los mismos dirigentes comunistas cuando reflexionaron sobre los logros de la “transformación socialista” y la industrialización (y los problemas que siete años de rápido cambio socioeconómico habían creado). En parte, los comunistas fueron forzados a enfrentar cuestiones planteadas desde abajo por aquellos a quienes gobernaban. La manera en que fueron percibidos los problemas o “contradicciones” del momento, la forma en que fueron resueltos o dejados sin resolver, y el resultado de los debates públicos y los debates secretos del Partido de 1956-1957 son cruciales para comprender la naturaleza del socialismo en China y la característica teoría maoísta del desarrollo socioeconómico que cristalizó durante estos años. La Constitución de la República Popular, promulgada en 1954, garantizaba formalmente a los ciudadanos de China la libertad de expresión, la libertad de reunión y la libertad de prensa. Que la práctica y las políticas reales del gobierno no estaban limitadas por tales formalidades legales había sido obvio desde hacía tiempo, particularmente para los intelectuales chinos. Desde la fundación del régimen en 1949, habían sido sometidos a continuos procesos de reforma de pensamiento y remodelación ideológica; si sus ideas no habían sido “reformadas”, habían llegado a darse cuenta dolorosamente de que a las ideas no reformadas era mejor no expresarlas. La Constitución no hacía nada para aliviar las cargas de conformismo intelectual que el estado exigía. En efecto, la campaña Sufan y el arresto de Hu Feng en 1955 intensificaron la represión e hicieron una burla del derecho legal de “libertad de expresión” proclamado el año anterior. En 1949, los comunistas habían llegado al poder con el apoyo de la gran mayoría de la intelligentsia; ahora, mucho de ese apoyo se había disipado, y las esperanzas de 1949 habían degenerado en pasiva complacencia con los dictados ideológicos y políticos de un poder estatal crecientemente represivo. En los últimos meses de 1955, los dirigentes del Partido comenzaron a formular nuevas políticas para recuperar el apoyo activo de una intelligentsia desafecta. No era que los comunistas de repente hubieran comenzado a apreciar las virtudes de la libertad intelectual. El propósito era en gran medida económico (aunque los motivos propios de Mao Zedong eran algo más complejos, como veremos). Mientras avanzaba la industrialización, se necesitó un desarrollo más rápido de la investigación científica y

120 tecnológica, y la creación de una intelligentsia tecnológica mayor y mejor entrenada. Así, se impartieron instrucciones para trazar un plan de doce años para el desarrollo científico. Al mismo tiempo, Mao propuso un programa de doce años para la agricultura, que convocaba a una amplia revolución tecnológica en la producción agrícola. No era probable que una intelligentsia aterrorizada hasta el silencio y llevada a la hostilidad política contribuyera con la cooperación o la creatividad intelectual necesaria. La represión intelectual había llegado a ser un riesgo económico. En el otoño de 1955, se requirió a los representantes no pertenecientes al Partido en la Asamblea Popular Nacional que prepararan informes sobre las condiciones de trabajo de los intelectuales. Se solicitó el consejo de los partidos no comunistas con respecto a la cuestión de cómo “unificar” a los mejores intelectuales, y de como reunificarlos con el PCCh. Cuando Mao presentó su nuevo programa agrícola al Politburó, en diciembre de 1955, se tomó especial trabajo en instar a que los intelectuales fueran atraídos a una participación más completa en la vida económica y política del país. Fue la primera convocatoria en la campaña que pronto se desarrollaría bajo la consigna “Permitan que cien flores florezcan, permitan que cien escuelas de pensamiento contiendan”. En enero de 1956, el Comité Central del Partido se reunió en una conferencia especial para tratar el asunto. Representantes no partidarios de instituciones y organizaciones académicas fueron invitados a participar y a oír los discursos de Mao y Zhou Enlai. El discurso de Zhou reflejó el consenso de la dirigencia partidaria en el momento: “De la cuestión de los intelectuales”. La clasificación social de los intelectuales siempre había planteado dificultades ideológicas, ya que, a diferencia de los trabajadores, los campesinos o la burguesía, su estatus de clase no podía ser definido por los criterios marxistas usuales de su relación con los medios de producción. Aunque algunos intelectuales importantes participaban de la vida económica, política y cultural del país, permanecían sólo como un “estrato” o “elemento” social, y ocupaban el lugar más ambiguo en la alianza de las cuatro clases sobre la cual la República Popular supuestamente descansaba. Pero si los intelectuales no constituían una clase social como tales, eran los portadores de ideologías de clase, especialmente ideologías de clase burguesas, y por esto eran política e ideológicamente sospechosos. Zhou intentó eliminar las sospechas asignando a los intelectuales un estatus de clase que nunca antes habían recibido. “La aplastante mayoría de los intelectuales”, anunció, “han llegado a ser trabajadores del gobierno en la causa del Socialismo y son ya parte de la clase obrera”. Entonces, la “cuestión de los intelectuales” no sería por más tiempo el problema de su confiabilidad política e ideológica, sino más bien un problema de escasez de expertos. “Ahora la cuestión fundamental”, afirmó Zhou, “es que las fuerzas de nuestra intelligentsia son insuficientes en número, habilidades profesionales y conciencia política para satisfacer las necesidades de nuestra rápida construcción socialista”. El problema podría ser resuelto con grandes medios técnicos. Zhou sugirió que, a través de una organización más racional y asignaciones de trabajo, los intelectuales podrían ser más capaces de “desarrollar sus habilidades especiales para beneficio del estado”. Y para el mismo propósito deberían ser provistos con mejor equipamiento y más libros, mejores alojamientos y mayores salarios, más recompensas y rápidas promociones, y no ser cargados indebidamente con tareas administrativas y sesiones de estudios políticos en detrimento de su trabajo profesional. Se deberían incrementar las inscripciones en las universidades e implementar programas a largo plazo para el desarrollo del conocimiento científico y tecnológico. El problema político, sugirió Zhou, radicaba más en el Partido que entre los intelectuales. Se quejó de “ciertos rasgos irracionales en nuestro actual empleo y

121 tratamiento de los intelectuales y, en particular, ciertas actitudes sectarias entre algunos de nuestros camaradas hacia los intelectuales de afuera del Partido”, de “sospechas innecesarias” a las cuales los intelectuales han estado sujetos, y una proclividad a rotular a los intelectuales leales como contrarrevolucionarios. Esto no significaba que la intelligentsia sería liberada de los controles políticos y la “reforma ideológica”. Pero el Partido sería tolerante: “Si ellos no se vuelven en contra del pueblo en palabra y acción y, aún más, si están preparados a dedicar su conocimiento y sus energías a servir al pueblo, debemos ser capaces de esperar el despertar gradual de sus conciencias y ayudarlos pacientemente, mientras criticamos a la vez su ideología incorrecta.” Entre tanto, a los intelectuales se les garantizaría un amplio campo de autonomía profesional a fin de dominar el conocimiento científico que era esencial para el moderno desarrollo económico de China139. Aunque el Partido mantenía su supremacía política e ideológica, los intelectuales serían reconocidos como los encargados de la ciencia y la tecnología y, en verdad, apoyados para dominar un cuerpo universal de conocimiento científico moderno. El Partido estaba tomando la iniciativa para terminar con lo que Zhou llamó “un cierto estado de enajenación” que existía entre los intelectuales y el estado. Una manifestación de esta nueva confianza en la intelligentsia fue el llamado de Zhou a eliminar las barreras para el reclutamiento de los intelectuales en el Partido. El resultado fue un aumento del 50 % en el número de intelectuales en el Partido durante el año siguiente. En 1957 había más intelectuales en el “partido del proletariado” chino que miembros de la clase trabajadora140. Es poco probable que Mao Zedong haya encontrado el discurso de Zhou Enlai de su agrado, ya que la nueva política implicaba la creación de una intelligentsia tecnológica que podría separar efectivamente sus actividades profesionales de las políticas e ideológicas, por lo menos hasta donde no fueran abiertamente hostiles hacia el estado y el marxismo. Era una política que hubiera acelerado la estratificación de elites profesionales separadas de las masas gracias a sus conocimientos especializados y su posición social y económica privilegiada. Era precisamente este resultado social del Plan Quinquenal de modelo soviético lo que Mao estaba ya intentando revertir, y contra el cual pronto se rebelaría abiertamente. Sin duda, Mao compartía los deseos de Zhou de un moderno desarrollo económico y la necesidad de dominar la ciencia moderna. Y estaba exigiendo más fuertemente que Zhou que se aliviara el peso que los burócratas del Partido representaban sobre las espaldas de los intelectuales. Pero defendía una vía de desarrollo económico muy diferente de la que el Partido estaba siguiendo en ese momento, y que tenía implicaciones sociales radicalmente diferentes, en particular para los intelectuales. Si Mao encontraba incompatibles las implicaciones sociales del discurso de Zhou, había un punto político con el que debe haber acordado de corazón. Entre las razones adelantadas por Zhou para la nueva política del Partido hacia los intelectuales estaba la necesidad que tenía China de terminar con su dependencia de la Unión Soviética. “No podemos confiar indefinidamente en los expertos soviéticos”, enfatizó, y criticó la tendencia “sectaria” de la “prisa indebida, el aprendizaje arbitrario y la aplicación mecánica” de los métodos soviéticos. Era un reflejo de la falta de autoconfianza nacional, sugirió, y enfatizó la necesidad de China de lograr la “autosuficiencia” en la ciencia y la tecnología modernas. Este tema particularmente 139

Chou, “On the Question of Intellectuals”, pp. 128-144. El número de miembros del Partido oficialmente clasificados como intelectuales saltó dramáticamente de 1.255.923 en 1956 a 1.880.000 en 1957, de un total de 12.720.000. Los trabajadores sumaban 1.740.000 en 1957. Ver Franz Schurmann, Ideology and Organization in Communist China (Berkeley: University of California Press, 1966), p. 132. 140

122 maoísta resultaría ser profético para el futuro, y probablemente ni Zhou ni Mao apreciaron totalmente su significado en ese momento. Cuando Zhou Enlai pronunció su discurso “Sobre la cuestión de los intelectuales”, en enero de 1956, Mao Zedong estaba presionando al Partido para adoptar políticas sociales y económicas más radicales; el desarrollo económico procedería de manera que fuera “más grande, más rápido, mejor y más económico” que bajo el Plan Quinquenal, mientras la reorganización socialista de la sociedad también sería acelerada141. En la creciente disputa interna del Partido no sólo estaba en discusión la velocidad del cambio socioeconómico, sino su naturaleza. Mientras muchos comunistas estaban aferrados al modelo soviético de desarrollo y pensaban en términos de un Segundo Plan Quinquenal que debía ser, básicamente, una extensión del Primero, Mao proponía políticas que presuponían el total abandono del modelo soviético. En vez de proceder de acuerdo a los dictados de la racionalidad burocrática, la industrialización urbana y el control centralizado del estado, la nueva concepción maoísta surgía de una generalización del modelo de Yan’an de la “línea de masas” y, más inmediatamente, estaba inspirada por el movimiento rural ascendiente de tipo populista que Mao había lanzado con su discurso de julio de 1955 sobre la colectivización agrícola. La rápida reorganización socialista de la sociedad sería combinada con un rápido desarrollo económico, y la industria sería desarrollada simultáneamente con la agricultura en forma descentralizada y a través de una confianza populista en la iniciativa de las masas. La concepción maoísta emergente planteaba una amenaza a las burocracias existentes del estado y del Partido, y fue enconadamente resistida. El debate sobre el curso apropiado del desarrollo socioeconómico se hizo más intenso a lo largo de 19561957 y solamente fue resuelto (y entonces sólo temporalmente) a fines de 1957, cuando la concepción maoísta comenzó a aplicarse en la campaña del Gran Salto Adelante. Mientras la “cuestión de los intelectuales” se debatía abiertamente, la discusión en el Partido sobre la política socioeconómica era secreta. Pero las dos estaban íntimamente relacionadas. El discurso de Zhou Enlai de enero de 1956 surgió muy lógicamente de las premisas del Plan Quinquenal, ya que implicaba la creación de una intelligentsia tecnológica de tipo soviético, esencial para el desarrollo industrial moderno bajo dirección burocrática. Pero mientras Zhou, y muchos dirigentes del Partido, querían utilizar a los intelectuales con fines económicos, Mao quería usarlos también con fines políticos, como parte de un movimiento socioeconómico de masas que pasara por arriba de los canales burocráticos establecidos a fin de efectuar cambios sociales y económicos radicales. Mao ya había recibido considerables críticas del Partido por forzar una transición muy rápida hacia la colectivización agraria. A pesar de que su plan de doce años para la agricultura fue aprobado formalmente por el Comité Central en enero de 1956, Mao más tarde denunciaría que la mayoría de los dirigentes del Partido recibieron sus propuestas con indiferencia. El plan mismo fue olvidado en los siguientes dieciocho meses, mientras el Partido seguía políticas de moderación y retracción. 141

Mao presentó sus nuevos puntos de vista sobre desarrollo económico el 25 de abril de 1956, en su discurso “Sobre las diez grandes relaciones”. Para una traducción al inglés del texto, que sólo estuvo disponible durante el curso de la Revolución Cultural, ver Stuart R. Schram, ed., Mao Tse-tung Unrehearsed: Talks and Letters, 1956-1971 (Middlesex, England: Penguin, 1974), pp. 61-83. El documento es discutido en gran detalle en el capítulo 12 más adelante. Existe edición en castellano: “Sobre diez grandes relaciones”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo V (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1977), pp. 308-333.

123 Parece probable que Mao se estaba preparando para comenzar su movimiento antiburocrático cuando anunció un levantamiento de restricciones políticas a los intelectuales mucho más dramático que el propuesto por Zhou Enlai. Pero el lanzamiento de la campaña de las “Cien Flores” fue diferido por el traumático impacto del discurso “secreto” de Nikita Jrushchov denunciando a Stalin en el XX Congreso del Partido Soviético en febrero de 1956. La condena de los crímenes de Stalin por Jrushchov sorprendió a los chinos tanto como al resto del mundo, y ellos más tarde se quejaron de la “omisión” rusa “en consultar con anticipación a los partidos hermanos”. Fue un resentimiento que compartieron con los otros Partidos Comunistas. Jrushchov pronunció su discurso en la sesión de clausura del Congreso y la decisión de hacerlo así se tomó, aparentemente, en el último minuto, ya que el discurso lleva las marcas de una redacción apresurada y en su mayoría fue de naturaleza improvisada. Pero lo que trajo problemas fueron las implicaciones políticas internas en China de la condena de Stalin, no lo sorpresivo del acontecimiento. Los dirigentes del Partido Comunista Chino no eran tan ignorantes de la historia soviética como para encontrar muy reveladoras a las “revelaciones” de Jrushchov sobre Stalin, aun cuando pudieron haber sido sorprendidos por alguno de los aspectos más grotescos de la personalidad y los métodos de gobierno de Stalin que Jrushchov detalló. De los crímenes mayores y generales de Stalin, ya estaban bien enterados. El problema inmediato era cómo explicar la cuestión a la masa de los miembros del Partido Comunista Chino y al pueblo chino. ¿Cómo iban a explicar los dirigentes chinos por qué habían ensalzado por décadas como gran líder revolucionario a un hombre que ahora era condenado como un tirano sediento de sangre? Sea lo que fuere que pensaran Mao y los otros dirigentes comunistas en privado de Stalin, el registro público siempre fue pródigo en alabanzas. Y fue un largo registro. En 1939, Mao había celebrado el sexagésimo cumpleaños de Stalin llamándolo “Camarada Stalin [como] el salvador de todos los oprimidos”. “El Camarada Stalin es el maestro y amigo de la humanidad y del pueblo chino”, escribió Mao sobre el septuagésimo cumpleaños del dictador. Y por la muerte de Stalin en 1953, Mao lamentaba la desaparición de “el mayor genio de la época actual”. Panegíricos similares habían provenido de los otros dirigentes comunistas y llenado la prensa china a través de los años. El embarazoso problema se pudo aliviar, pero difícilmente resolver, simplemente no publicando el texto del discurso de Jrushchov. Como Jrushchov había concluido sus observaciones con una admonición de no “lavar nuestras ropas sucias” en público y dejado la cuestión de la publicación al Departamento de Estado Norteamericano, los chinos se abstuvieron de publicarlo, y los detalles del discurso que llegaron a ser de público conocimiento en China aparecieron sólo en 1957, en forma de extractos traducidos del texto inglés, que aparecieron en carteles murales escritos por manos anónimas. El ataque general del discurso, aunque sin sus especificaciones, por supuesto se filtró hacia abajo a través de los círculos del Partido, y entre la intelligentsia, poco después de ser pronunciado. La condena de Stalin por los soviéticos planteó problemas políticos e ideológicos más serios para los comunistas chinos que el embarazo personal que podrían haber sentido a causa de las alabanzas públicas idólatras que habían dedicado al dictador ruso por más de un cuarto de siglo, o cualquier disgusto por no haber sido advertidos acerca de su desacralización. Surgieron graves cuestiones acerca de la validez social y moral del sistema socialista, al que los chinos estaban emulando

124 entonces. Si el socialismo era la etapa más alta del desarrollo sociohistórico, y el socialismo soviético su modelo más avanzado, entonces ¿cómo pudo haber producido y sido presidido tanto tiempo por un dirigente cuyos crímenes y brutalidades Jrushchov había descrito tan vívida, aunque selectivamente? Y surgió el más específico, y para los chinos el más inmediato problema de la relación entre líder y Partido en una sociedad presuntamente socialista. El principal tema del discurso de Jrushchov, después de todo, y su “explicación” para las maldades que relataba, era que Stalin había sido un usurpador que se había “puesto a sí mismo por sobre el Partido” y ubicado a sí mismo más allá de toda crítica, fomentando un “culto a la personalidad”. ¿Mao no se había puesto a sí mismo sobre el Partido con su discurso de julio de 1955 y la campaña de colectivización? ¿Y no había llegado a ser también Mao objeto de una similar forma de adoración del héroe? Los chinos ponderaron estas cuestiones por más de un mes antes de comentar el discurso de Jrushchov. El comentario apareció el 5 de abril bajo la forma de un editorial del Diario del Pueblo, titulado “Sobre la experiencia histórica de la dictadura del proletariado”, un texto escrito probablemente por el propio Mao. El editorial se refería a los “errores” de Stalin sólo en los términos más generales, y exponía pocos detalles de la denuncia de Jrushchov. Los nuevos dirigentes rusos eran alabados por su “valiente autocrítica de ... pasados errores”, mientras Stalin era descrito como un gran líder socialista que “aplicó y desarrolló el marxismo-leninismo creativamente” y llevó a cabo las políticas de Lenin de industrialización y colectivización. Reconociendo que Stalin “cometió algunos errores serios” en sus últimos años, el comentario chino era implícitamente más crítico con Jrushchov por su fracaso en explicar cómo llegaron a producirse estos errores. En su mayor parte, el documento era una defensa del sistema socialista que Stalin construyó en Rusia – y, por extensión, del sistema socialista que estaba siendo construido en China – y un intento de explicar (y disculpar dando explicaciones) el problema del “culto del individuo”142. El comentario chino fue apenas más satisfactorio que el discurso de Jrushchov en explicar cómo las maldades de Stalin se pudieron cometer en una sociedad supuestamente socialista, pero Mao, a diferencia de Jrushchov, era renuente a separar a Stalin de la época estalinista. Jrushchov solucionó el problema simplemente atribuyendo todos los logros socialistas de la Unión Soviética al Partido, a las masas y al leninismo, y acusando de todos los fracasos y horrores del periodo únicamente a Stalin; las maldades, repetía una y otra vez, se debían a la “obstinación de un hombre”. Mao, por otro lado, insistía: “Deberíamos ver a Stalin desde un punto de vista histórico, hacer un análisis apropiado y completo para ver dónde estaba acertado y dónde estaba equivocado, y extraer lecciones aprovechables de ello. Tanto las cosas que hizo bien como las cosas que hizo mal fueron fenómenos del movimiento comunista internacional, y llevaron la impronta de los tiempos”. Entonces Stalin recibiría el crédito por los logros de la Unión Soviética tanto como sería hallado responsable por sus defectos. Y como los logros excedían a los defectos, el retrato histórico de Stalin era en general favorable. Por lo tanto, se enfatizaba que “los trabajos de Stalin deberían, como antes, ser estudiados seriamente, y deberíamos aceptar como un importante legado histórico todo lo que hay de valor en ellos, especialmente los numerosos trabajos en los cuales defendió el leninismo y resumió correctamente la experiencia de construir la Unión Soviética”. Con seguridad, serían estudiados más críticamente que antes. Pero, 142

“Sobre la experiencia histórica de la dictadura del proletariado” fue seguido por una secuela en diciembre de 1956, otro editorial más largo en el Diario del Pueblo titulado: “Más sobre la experiencia histórica de la dictadura del proletariado”, que también trataba de “la cuestión de Stalin”, y de manera más favorable. La segunda entrega fue escrita en gran medida en respuesta a los últimos eventos, y especialmente a la revolución húngara.

125 para los maoístas, Stalin permaneció como un “gran revolucionario marxista-leninista”, aunque imperfecto (al menos en el registro público143). Mao también ofreció una explicación histórica para el problema de los “cultos a la personalidad”, pero el intento fue más para enterrar la cuestión históricamente que para confrontarla políticamente. “El culto a los individuos”, explicó, “es una tonta persistencia de la larga historia de la humanidad. El culto a los individuos está enraizado no sólo en las clases explotadoras, sino en los pequeños productores. Como es bien conocido, el patriarcalismo es producto de una economía de pequeños productores”. La aparición de tales cultos en una sociedad socialista fue atribuida a las “venenosas supervivencias ideológicas de la vieja sociedad” que “todavía permanecen en la mente de la gente por muy largo tiempo.” Aunque era “muy natural para el nombre de Stalin ser muy alabado por todo el mundo” por sus contribuciones al socialismo, se debió deplorar que él exagerara su papel y sucumbiera a las influencias ideológicas retrógradas. No es probable que el problema aparezca en China, estaba implícito, ya que el Partido chino “ha luchado incesantemente contra la auto-exaltación de los individuos, y contra el heroísmo individualista.” En todo caso, las medidas necesarias para prevenir la aparición del problema estaban disponibles: un apropiado equilibrio entre “democracia” y “centralismo”: modestia y prudencia de parte de los dirigentes; y confianza en “la línea de masas”144. Habiéndose librado temporalmente de la cuestión de Stalin, Mao se dispuso a tratar con una dirigencia y un aparato partidarios crecientemente resistentes a las políticas sociales y económicas radicales que estaba proponiendo. Un camino para revivir el espíritu revolucionario de un Partido al que veía como degenerando en una burocracia conservadora y rutinaria, era desafiarlo desde afuera. La tarea fue asignada en primer lugar a la intelligentsia no perteneciente al Partido. Mao revivió el slogan “dejen que cien flores florezcan, dejen que cien escuelas de pensamiento contiendan” en un discurso dirigido a la Conferencia Suprema del Estado el 2 de mayo de 1956, más para revitalizar al Partido que a causa de algún deseo de liberar a los intelectuales de la disciplina ideológica y política, a pesar de que consideraba que algunas limitadas virtudes se derivarían de un limitado grado de agitación y oposición intelectuales. Se le encargó a Lu Dingyi, jefe del Departamento de Propaganda del Comité Central, anunciar la nueva política maoísta cuando éste se dirigió a una reunión de artistas, escritores y científicos en Pekín el 26 de mayo145. La frase “dejen que cien escuelas de pensamiento contiendan” se aplicaba a los científicos, mientras que “dejen que cien flores florezcan” era dirigida a los escritores y artistas. La distinción era significativa. Se declaraba que las ciencias naturales no tenían “carácter de clase” y por esto los científicos eran libres de defender y debatir diferentes teorías científicas sin temer la intrusión política o el dictado ideológico; el objetivo era el progreso científico, una cuestión políticamente neutral. Para los escritores, artistas e 143

Mao Tse-tung, The Historical Experience of the Dictatorship of the Proletariat (Peking: Foreign Languages Press, 1961), pp. 14-18. Los puntos de vista “privados” de Mao sobre Stalin eran mucho menos lisonjeros. En una charla de 1958, por ejemplo: “La revolución china obtuvo la victoria actuando contra la voluntad de Stalin ... Si hubiéramos seguido ... los métodos de Stalin, la revolución china nunca habría triunfado. Cuando nuestra revolución triunfó, Stalin dijo que era una farsa.” Mao Tse-tung “Talks at Chengtu” en Schram (ed.), Mao Tse-tung Unrehearsed, pp. 102-103. 144 Mao, Historical Experience, pp. 7-13. 145 “¡Dejen que cien flores florezcan, que cien escuelas de pensamiento contiendan!” apareció en el Diario del Pueblo el 13 de junio de 1956. Una traducción al inglés fue publicada en Beijing en 1958 y de nuevo en Bowie y Fairbank, Communist China, 151-163.

126 investigadores, por otro lado, la extensión de la libertad fue definida más ambiguamente. Existió, seguramente, la promesa de libertad intelectual para todos. “La historia muestra”, observó Lu Dingyi, “que a menos que sean apoyados el pensamiento independiente y la libre discusión, la vida académica se estanca”. Y proclamó que la nueva política “significa que nosotros sostenemos la libertad de pensamiento independiente, de debate, de trabajo creativo; libertad de criticar y libertad de expresarse, sostener y conservar nuestras opiniones en cuestiones de arte, literatura o investigación científica”146. Pero la promesa de libertad estaba sujeta a numerosas limitaciones. Aunque los artistas y escritores eran libres para “florecer” en el campo del estilo y la materia objeto – el “realismo socialista” fue el método preferido pero ya no el único permitido – no se les ofrecía la posibilidad de decidir libremente el contenido social y político de sus obras. A diferencia de las ciencias naturales, el trabajo en arte, literatura, historia y filosofía mantenía un carácter de clase, y por ello debía estar bajo supervisión política, en un país donde “la lucha de clases está todavía desarrollándose”. Además, la libertad garantizada era “libertad entre el pueblo”, y los trabajos artísticos y literarios producidos bajo la nueva dispensa eran “para servir al pueblo”. Lu dejó pendientes las cuestiones de quiénes constituían “el pueblo” y qué les servía (y quién determinaría esto). Además, los objetivos de la campaña para “florecer y contender” estaban en gran medida predeterminados. “Sólo a través del debate abierto”, notó Lu, “puede el materialismo conquistar el idealismo”147. Podría ser una libre “batalla de ideas”, pero la posibilidad de que las ideas no marxistas pudieran triunfar estaba excluida desde el comienzo. Pero lo que Mao lanzó por medio del discurso de Lu Dingyi no pretendía ser otro movimiento para rectificar el pensamiento de los intelectuales. Mao ahora estaba intentando devolver la pelota: era el Partido el que debía ser rectificado, y la intelligentsia no perteneciente al Partido sería el instrumento a utilizar para este propósito. El discurso de Lu Dingyi estaba lleno de amargos y sarcásticos comentarios sobre la arrogancia y la ignorancia de los miembros del Partido: Ellos proclaman tener siempre la razón y no ven los méritos de los demás ... Toman como ofensa la opinión crítica de los otros. Siempre se ven a sí mismos como los eruditos maestros y a los otros como sus pequeños alumnos ... Estos camaradas deberían mejor detener su auto-glorificación ... Deberían mejor ser modestos, escuchar más a menudo la crítica de los otros … hacer objeto de aprendizaje lo que puedan de la gente de fuera del Partido ... El punto que quiero remarcar es que es tiempo de que los miembros del Partido tomen nota de sus propias insuficiencias y las remedien. Sólo hay una vía para hacerlo: buscar asesoramiento y aprender honesta y modestamente de aquellos que saben. La gran mayoría de aquellos intelectuales que no son miembros del Partido Comunista estudian muy duramente. Los miembros del Partido Comunista no deben ir a la zaga en aprender de ellos148.

146

Ibid., pp. 152-153. Ibid., pp. 152-157. 148 Ibid., pp. 157-162. 147

127 Ya que se declaraba ahora a las ciencias naturales libres del carácter de clase, los científicos comenzaron a protestar por la indiferencia y la incompetencia científica de los cuadros del Partido. Se criticaron las ortodoxias ideológicas adaptadas de los soviéticos, y se desarrolló un debate notablemente libre en la todavía sensible materia de genética. La intelligentsia como un todo, sin embargo, estaba temerosa de “florecer” y “contender” en la manera en que ahora presuntamente era libre para hacerlo. Un discurso era poco suficiente para eliminar los miedos que resultaban de seis años de represión. El discurso mismo de Lu Dingyi no significó de ninguna manera una seguridad total: sus repetidas referencias a las ideas “reaccionarias” y “contrarrevolucionarias” de Hu Feng deben haber tenido un efecto desalentador, tanto como su advertencia de que “el trabajo de descubrir las ideas contrarevolucionarias ocultas no ha sido completado”149. Además, Lu había sido cuidadoso en trazar distinciones entre “amigos” y “enemigos”, entre “el pueblo” y los “contrarrevolucionarios”, y las distinciones eran vagas. ¿Qué garantías tenían los intelectuales de que los puntos de vista discutidos abiertamente no serían usados como evidencia para condenarlos como “enemigos” o “contrarrevolucionarios” más que como miembros del “pueblo”? Quizás aún más inhibitoria fue la abierta hostilidad de la mayoría de los cuadros y funcionarios del Partido. Mientras Mao alentaba a los intelectuales para que expresaran sus críticas, los funcionarios del Partido que estos enfrentaban en su trabajo cotidiano no eran para nada tan alentadores. Como Luo Longqi, jefe de la Liga Democrática y ministro en el gobierno de Pekín explicó después el problema: Durante el año pasado no muchas flores florecieron y pocas escuelas de pensamiento contendieron en los campos académico e ideológico ... la causa básica yace en que los intelectuales más importantes son todavía suspicaces ... este fenómeno se debe principalmente a la falta de una correcta apreciación y comprensión de estas dos consignas por parte de algunos cuadros del Partido. ... Ellos sienten que, desde el avance de estas consignas, la sociedad ha hervido de herejías. Son, además, excesivamente ansiosos en la tarea de defender la fe150. Sin embargo, en el verano de 1956, un significativo número de intelectuales, especialmente escritores, alentados por los foros especiales organizados por la Unión de Escritores y por publicaciones literarias, comenzaron a expresar sus puntos de vista sobre materias de importancia no solo literaria. Las críticas a los males de la burocracia y a la mano pesada de los burócratas del Partido fueron un tema especialmente predominante y muy acorde al deseado espíritu maoísta del momento. El realismo socialista fue atacado como “optimismo barato” y se oyeron llamados para el renacimiento del realismo occidental decimonónico a fin de exponer los apuros económicos casi ocultos de las masas y sus reales condiciones sociales. El mismo Partido fue criticado por haber descuidado los ideales humanitarios del marxismo. Ahora se oían muchas de las ideas por las cuales Hu Feng había sido encarcelado el año anterior, y aparecían en prensa trabajos inéditos de comienzos de los años cincuenta. En la Universidad de Pekín se ofrecieron cursos sobre economía keynesiana y la filosofía 149

Ibid., p. 155. El discurso de Luo ante la Conferencia Consultiva Política Popular China fue pronunciado el 18 de marzo de 1957, y publicado en el Diario del Pueblo el 23 de marzo. Para una traducción parcial, ver Roderick MacFarquhar, The Hundred Flowers Campaign and the Chinese Intellectuals (Nueva York: Praeger, 1960), pp. 20-21. 150

128 de Bertrand Russell en el año académico 1956-1957. El control de la natalidad, hasta aquí considerado una herejía malthusiana en lo que a los intelectuales concernía (a pesar de que había sido discutido y promovido en círculos oficiales desde 1954), era defendido ahora públicamente. A pesar de que la campaña de las Cien Flores recibió apoyo oficial en el VIII Congreso del Partido, en setiembre de 1956, la aprobación fue poco más que formal. El aparato del Partido en su mayor parte, y muchos de sus dirigentes más importantes, se opusieron a la campaña desde el comienzo; y la arremetida antiburocrática implicada en mucho de lo que los intelectuales estaban ahora escribiendo confirmaba las sospechas de que la política de Mao planteaba una amenaza a sus posiciones y poder. La revuelta antiestalinista en Hungría, en noviembre, sirvió para consolidar la hostilidad del Partido hacia el movimiento. A pesar de que la situación en los dos países era escasamente análoga, la analogía sin embargo se dedujo. La libertad para los intelectuales húngaros había llevado a la insurrección de los trabajadores contra el estado comunista. ¿No presagiaba la agitación intelectual crítica entre la intelligentsia china el mismo resultado, especialmente desde que la inquietud en la clase obrera china había desembocado en una ola de huelgas sin precedentes a comienzos de año? Si los dirigentes del Partido realmente temían una “situación húngara” es dudoso, pero la revolución en Hungría sirvió de pretexto para lanzar un contraataque. A fin de año, los órganos del Partido fueron advertidos de las “hierbas venenosas” que habían crecido entre las flores. La crítica del dogmatismo y el burocratismo en el Partido fue contestada de repente por la crítica por parte de éste de “derechismo” hacia la intelligentsia. A comienzos de 1957, la campaña fue suprimida y los intelectuales esperaban el castigo por parte los burócratas del Partido que los habían invitado a criticar. El momento del castigo sería pospuesto, y la campaña de la Cien Flores revivida en forma mucho más radical, como resultado del ahora famoso discurso de Mao “Sobre el correcto manejo de las contradicciones entre el pueblo”, pronunciado a fines de febrero de 1957. El extenso discurso de Mao es, sin duda, uno de las más importantes expresiones teóricas del “maoísmo” en la época posrevolucionaria. Para entender su significado es necesario volver al debate que ardía a fines de 1956 sobre la política socioeconómica, dividiendo inexorablemente al Partido en las facciones “maoísta” y “no maoísta”. En 1956, los dirigentes chinos estaban celebrando los éxitos industriales del Primer Plan Quinquenal y preparando el Segundo, programado para comenzar en 1958. En ese momento, los planificadores económicos chinos estaban todavía empeñados en seguir el modelo económico soviético de desarrollo, si bien modificado de alguna forma. Aunque las modificaciones no eran insignificantes, el impulso general del Segundo Plan Quinquenal propuesto y los presupuestos fundamentales sobre los que descansaba estaban básicamente de acuerdo con el modelo soviético que había guiado el Primero. Todavía se daba prioridad al desarrollo de la industria pesada y, de acuerdo a ello, se ponía un énfasis especial en el rápido entrenamiento de una moderna intelligentsia científica y tecnológica151. Se daba por garantizado que la industrialización significaba industrialización urbana y urbanización; como Zhou Enlai proclamó con entusiasmo en su informe sobre el plan propuesto, “construiremos muchas ciudades

151

“Proposals of the Eighth National Congress of the Communist Party of China for the Second FiveYear Plan for Development of the National Economy”, 27 de setiembre de 1956, en Bowie y Fairbank, Communist China, pp. 204-216.

129 nuevas y agrandaremos las existentes”152. Además, se asumió que la construcción de una base industrial moderna era el requisito esencial para la futura transformación socialista de la sociedad, y por esto Mao fue fuertemente criticado por haber forzado la colectivización agrícola prematuramente, porque las condiciones de atraso industrial impedían la mecanización y el uso de la tecnología que una agricultura totalmente socialista supuestamente requería. Mao, a su vez, fue cada vez más crítico del Segundo Plan Quinquenal, presintiendo que sólo incrementaría las consecuencias sociales, políticas e ideológicas indeseables que cuatro años de rápida industrialización urbana ya habían producido. Estas implicaban una mayor expansión y proliferación de la burocracia y la solidificación de elites profesionales y burocráticas, una creciente brecha entre las ciudades modernizadas y el campo atrasado, una postergación del cambio social radical y una mayor decadencia de la ideología. En abril de 1956, Mao ofreció una propuesta alternativa al Politburó; su discurso sobre “Las diez grandes relaciones” (cuyo texto fue sólo revelado una década más tarde), fue crípticamente redactado, pero llamaba claramente al abandono de los planes quinquenales de tipo soviético y delineaba una estrategia radicalmente diferente. A pesar de que la industria pesada crecería no menos rápidamente que antes, las inversiones se concentrarían en el desarrollo de la industria ligera y la agricultura; en lugar del mayor crecimiento de los avanzados sectores costeros, serían desarrolladas las áreas atrasadas del interior; en vez de la industrialización urbana a gran escala, el énfasis se desviaría a las pequeñas y medianas industrias en el campo; en vez de la dirección burocrática centralizada (o los controles burocráticos regionales descentralizados), las comunidades locales relativamente autónomas volverían a ser las principales unidades socioeconómicas, los emprendimientos de mano de obra intensiva serían favorecidos sobre los de capital intensivo, y los incentivos morales reemplazarían a los materiales. El rápido cambio social se produciría simultáneamente con el rápido desarrollo económico, y el factor decisivo para ambos sería la iniciativa y la conciencia de las masas. El desarrollo económico moderno no debería ralentizarse, en realidad continuaría más rápidamente, pero de manera diferente y con implicaciones sociales y políticas ampliamente diferentes153. Las ideas heterodoxas de Mao sobre el desarrollo económico fueron mayormente ignoradas en los documentos del Segundo Plan Quinquenal, aprobado por el VIII Congreso del Partido en setiembre de 1956. Ahora era políticamente posible ignorar las ideas de Mao, porque este ya no ejercía la autoridad suprema que una vez tuvo sobre el Partido. Un vasto y rutinario aparato burocrático no es fácil de doblegar por la voluntad de un solo hombre, no importa de cuánto prestigio personal este pueda disfrutar. En 1955, Mao pasó por encima del Comité Central del Partido – y pudo apelar directamente a los cuadros rurales y al campesinado – a fin de implementar su programa para una rápida colectivización, acontecimiento que fue fuente de continuo resentimiento entre los dirigentes del Partido. Las condiciones en 1956 eran menos propicias para otro tour de force así. La crítica de Jrushchov a Stalin y a los males del gobierno de “un solo hombre”, en febrero, había debilitado la posición de Mao. El VIII Congreso del Partido, en setiembre, el primero llevado a cabo desde 1945, estuvo presidido por Liu Shaoqi y Deng Xiaoping. Fueron Liu y Deng, no Mao, quienes 152

Chou En-lai, “Report on the Proposals for the Second Five-Year Plan for Development of the National Economy”, 16 de setiembre de 1956, en Bowie y Fairbank, Communist China, p. 228. 153 Para la traducción más cuidadosa al inglés de “Sobre las diez grandes relaciones”, ver Schram (ed.), Mao Tse-tung Unrehearsed, pp. 61-83. Existe edición en castellano: “Sobre diez grandes relaciones”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo V (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1977), pp. 308333.

130 presentaron los principales informes al Congreso, y para reforzar el nuevo principio del liderazgo colectivo, la frase “guiada por el pensamiento de Mao Zedong” fue borrada de la nueva constitución del Partido. El VIII Congreso, además, redujo el poder de Mao al reestablecer el cargo de Secretario General, abolido en 1937. Deng Xiaoping fue designado para el revivido cargo, y llegó a ejercer un control considerable sobre el aparato organizativo del Partido. Mao más tarde se quejó, con buenas razones, de que en 1956 sus ideas habían sido recibidas con “indiferencia” por la mayor parte de los dirigentes del Partido. Mientras el prestigio personal de Mao se mantenía enorme, el control de la organización del Partido había caído en otras manos; Mao permanecía dominando la teoría marxista-leninista, pero ya no dominaba la política. El discurso de Mao de febrero de 1957 “Sobre el correcto manejo de las contradicciones entre el pueblo”, debe ser visto a la luz de su relativa impotencia política dentro del Partido y de su convicción de que los órganos conservadores del estado y del Partido impedían el cambio social radical. Por esto, el debate sobre cuestiones de política económica llegó a ser inseparable de la cuestión del poder personal. El quiebre de la resistencia burocrática a las políticas alternativas de desarrollo socioeconómico que Mao estaba proponiendo llegó a ser la tarea inmediata, y el discurso de febrero fue diseñado precisamente para eso. Establecía una justificación ideológica e indicaba una serie de acontecimientos políticos por los que Mao podría ubicarse por encima del Partido (o al menos por encima de la dirigencia establecida del Partido) y surgir como un líder supremo, hablándole directamente al “pueblo”. “Sobre el correcto manejo de las contradicciones entre el pueblo” sirvió para revivir la campaña de las “Cien Flores”, que la burocracia del Partido había estado suprimiendo afanosamente durante los dos meses precedentes. El discurso no fue presentado en una reunión del Partido, sino en una sesión extendida de la Conferencia Suprema del Estado, un órgano del aparato del estado. Así como Mao había utilizado un foro no partidario para pronunciar su discurso de julio de 1955 sobre la colectivización de la agricultura, ahora iría nuevamente por fuera de los canales regulares del Partido para anunciar iniciativas políticas e innovaciones teóricas; en ambas instancias, la posición maoísta no había recibido el apoyo de la mayoría del Politburó, y en ambos casos el Partido fue enfrentado a un fait accompli. Aunque el texto del discurso de febrero no se publicó hasta junio (y entonces sólo en versión revisada), la esencia del original circuló rápidamente entre la intelligentsia. El significado político del discurso de Mao no sólo fue extender una nueva invitación a los intelectuales a expresar sus pensamientos, en el mismo momento en que el aparato del Partido había silenciado a los disidentes y estaba eliminando las “hierbas venenosas” producidas por el limitado “florecimiento” de la última mitad de 1956, sino que lo hacía basándose en un argumento que sugería que el Partido Comunista no poseía necesariamente el monopolio de las ideas correctas y por lo tanto estaba sujeto a la crítica desde afuera de sus filas. La renovación del movimiento de las Cien Flores se justificaba no sólo por el deseo de estimular la creatividad intelectual por razones de desarrollo económico, sino también a causa de la continua existencia de “contradicciones” en una sociedad socialista. Esta última tesis no era ni nueva ni radical. Que las contradicciones son la fuerza motriz del desarrollo social – y que son inevitables, deseables y eternas – ha sido por mucho tiempo un principio fundamental de la teoría maoísta. Ni había nada nuevo en las distinciones de Mao entre contradicciones “antagónicas” y “no antagónicas”, y entre el “pueblo” y sus “enemigos”. Si Mao se hubiera limitado a exponer nuevamente estas ideas familiares, su discurso difícilmente habría hecho alzar alguna ceja política o ideológica. Lo que hizo al discurso políticamente significativo – y políticamente amenazador – fue la

131 introducción de dos nuevas tesis, las cuales resultarían ser indicadores proféticos de la Revolución Cultural. Aunque Mao enumeraba muchas contradicciones, la que enfatizó fue aquella entre “la dirigencia y los dirigidos”. No eran sólo contradicciones entre el gobierno y las masas en general, sino también entre los “dirigentes” y el “pueblo” en particular. Y los “dirigentes” no eran solamente los burócratas de bajo nivel. En ningún lugar excluía Mao la posibilidad de que los dirigentes que estaban en contradicción con el pueblo pudieran ser los más altos funcionarios del Partido, ni la posibilidad de que, en ciertas cuestiones, tales dirigentes pudieran estar equivocados y “el pueblo” acertado: “los cosas correctas y buenas han sido, a menudo, consideradas primero no como flores fragantes sino como hierbas venenosas”, y ese puede bien ser el caso, aún en una sociedad socialista154. Sólo un período de prueba a través de la lucha ideológica permite distinguir las ideas correctas de las incorrectas. Ya que era posible que el Partido, y también sus dirigentes, cayeran en el error, el Partido debería ser expuesto a la crítica del pueblo. “Para un partido tanto como para un individuo”, Mao declaró, “hay una gran necesidad de escuchar opiniones diferentes a las propias”. Dado que el pueblo había sido definido ampliamente como todos aquellos que apoyaban el socialismo, la variación y alcance de la opinión crítica que el Partido podría escuchar era potencialmente muy grande. Los intelectuales, asumidos como básicamente unidos en su apoyo del socialismo, eran, por esto, teóricamente libres de criticar al Partido. Y los “partidos democráticos” que “gozan de la confianza del pueblo” recibieron la orden de “ejercer la supervisión sobre el Partido Comunista” bajo una política de “supervisión mutua”155. Estos cuestionamientos a la infalibilidad del partido leninista tuvieron mucho mayores consecuencias políticas que la oferta hecha a los “partidos democráticos”, en gran medida ficticios, de entrar a la arena política. Si el pueblo en general era ahora libre de criticar al Partido, entonces ¿quién iba a hablar por “el pueblo”, sino el propio Mao? Mao, después de todo, no era solamente el presidente del Partido, sino también el jefe de la República Popular. Además, como líder de la revolución popular, Mao tenía especiales vínculos con las masas que nadie más podía reclamar; si el pueblo era libre de hablar, entonces Mao era su vocero permanente. Lo que hizo el argumento de Mao sobre las “contradicciones entre el pueblo” fue liberar al propio Mao de la disciplina leninista del Partido y permitirle criticar al Partido desde afuera, en su especial papel de representante del pueblo. Este era el papel que pronto asumiría. Si la sugerencia de que el Partido no era infalible (y por lo tanto estaba sujeto a la crítica del pueblo – y de Mao) era una amenaza implícita a las autoridades del Partido, especialmente a aquellos que se oponían a las políticas y programas de Mao, esa amenaza fue reforzada por otra tesis, la idea de que la lucha de clases continúa bajo el socialismo tomando una forma principalmente ideológica. Mucho de lo tratado por Mao partía de la premisa de que el socialismo había sido establecido en China, y que la explotación de clase había sido abolida; por lo tanto, las divisiones y contradicciones sociales que existían entre un pueblo básicamente unido eran no antagónicas por naturaleza. Pero Mao entonces modificó el argumento proclamando que “la lucha de clases aún no ha terminado”. Los restos de las viejas clases explotadoras todavía permanecían, observó, aunque no eran los restos de clases sociales, sino más bien la influencia de sus ideologías lo que estaba en la fuente de la lucha: “la lucha de clases en el terreno ideológico entre el proletariado y la burguesía será todavía larga y tortuosa, y a veces puede llegar a ser muy enconada ... la cuestión de si el socialismo o el 154

Mao, On the Correct Handling, p. 49. En la edición en castellano: “Sobre el tratamiento correcto ...”, p. 445. 155 Ibid., p. 58. En la edición en castellano, p. 450.

132 capitalismo van a ganar no está todavía establecida”156. Aunque el proletariado y la burguesía como tales pueden no haber estado empeñados en el combate, el conflicto entre lo que se consideraba eran sus respectivas ideologías fue suficiente como para proclamar la continua existencia de una grave lucha de clases. La tesis era una lógica culminación de la tendencia maoísta, sostenida mucho tiempo, a definir clases y lucha de clases en términos de actitudes conscientes antes que en base a criterios sociales objetivos, y esto marcaba la aparición de un rígido determinismo ideológico que desde entonces gobernaría la historia del maoísmo. Esto también contradecía directamente la idea oficial expuesta sólo unos pocos meses antes, en el VIII Congreso del Partido, de que la lucha entre capitalismo y socialismo había sido decidida a favor del último y de que las diferencias de clase habían sido reducidas a “sólo una cuestión de división del trabajo dentro de la misma clase”157. Que Mao escogiera proclamar la continua existencia de la lucha de clases en el mismo momento en que buscaba revivir la campaña de las Cien Flores tuvo ominosas implicaciones para el curso y destino del movimiento. Dado que la “lucha de clases” era ahora una cuestión de lucha entre ideologías de clase y no entre clases sociales reales, quedó abierto el camino para condenar como “enemigos de clase” a aquellos que expresaban ideas incorrectas. Las contradicciones no antagónicas entre el pueblo rápidamente podían ser convertidas en contradicciones antagónicas de clase entre el pueblo y sus enemigos, sancionando de este modo el uso de “métodos coercitivos” en lugar de “cuidadoso razonamiento”. Fue precisamente bajo este razonamiento que la segunda fase de “florecer y contender” sería llevada a su fin. La nueva doctrina tenía implicaciones políticas no menos amenazadoras para los opositores de Mao en el Partido. Si el Partido Comunista y sus principales dirigentes no eran ya ideológicamente infalibles, como se sugería ahora, entonces se podía presumir que no eran inmunes a las influencias ideológicas burguesas. Y si la lucha de clases se expresaba ahora en “el campo ideológico”, entonces los conflictos ideológicos y políticos dentro del Partido podían llegar a ser interpretados como conflictos de clase, y el Partido mismo podía convertirse en escenario político de una “lucha de clases” entre el “proletariado” y la “burguesía”. Estas ideas llegarían a ser totalmente explícitas en lo político sólo con la Revolución Cultural, pero en 1957 Mao estableció las bases teóricas para arribar a tales conclusiones, y sería atraído crecientemente hacia ellas durante los años siguientes. El primer resultado político del discurso de febrero de Mao fue la revitalización del movimiento de las Cien Flores. Pero la revitalización no fue inmediata. El aparato del Partido se oponía y los intelectuales eran suspicaces. Los funcionarios del Partido difícilmente podían haber sido entusiastas en promover una campaña para resolver la contradicción entre “dirigentes” y “dirigidos”, especialmente desde que Mao había identificado las prácticas burocráticas del Partido como la fuente de la contradicción, y había convocado a las masas a criticar y supervisar a sus dirigentes como el método para resolverla. Y la resistencia del Partido reforzaba los temores entre los intelectuales de que la convocatoria de Mao fuera una trampa o pudiera llegar a serlo. Los intelectuales, explicaba el historiador Qian Bozan, tienen que especular, por ejemplo, si la convocatoria a que florezcan las flores es sincera o solamente un gesto. Tienen que conjeturar con qué amplitud, si la convocatoria es sincera, se 156

Ibid., p. 50 (itálicas agregadas). En la edición en castellano, p. 446. Teng Hsiao P’ing [Deng Xiaoping], “Report on the Revision of the Constitution of the Communist Party of China”, Eighth National Congress of the Communist Party of China, 1:213. 157

133 permitirá que las flores florezcan, y si la convocatoria será mantenida después de que estén en floración ... Tienen que conjeturar sobre cuáles problemas pueden traer a discusión y cuáles son los problemas que no se pueden discutir ... Cuando los cuadros dirigentes de algunos establecimientos se limitan a dar apoyo fingido a la convocatoria, sin llevar a cabo acciones para que las flores florezcan ... los intelectuales entonces se abstienen de manifestar sus puntos de vista158. Sin embargo, Mao persistió. Aunque el texto de su discurso de febrero permaneció inédito, los principales puntos fueron revelados en el Diario del Pueblo. Hubo foros en las mayores ciudades durante marzo y abril, donde los intelectuales y dirigentes de grupos y partidos no comunistas recibieron la seguridad de que el Partido estaba invitando sinceramente a la crítica. Mao habló de nuevo ante una asamblea de intelectuales y enfatizó que los comunistas daban la bienvenida y necesitaban de la crítica. Aguijoneaba al Comité Central para que aprobara oficialmente el “florecer y contender”; a fines de abril se lanzó una campaña de rectificación del Partido para eliminar los males del “burocratismo, subjetivismo y sectarismo”. La campaña procedería de manera tan afable como “una brisa” y “apacible como una lluvia”, pero se dejó en claro que el rectificado sería el Partido, y que los rectificadores serían los intelectuales no partidarios. Y la crítica se enfocaría en la cuestión eminentemente política de la relación entre “dirigentes y dirigidos”. Una vez que se ordenó a los funcionarios y cuadros del Partido no interferir con la libre expresión, el goteo de insatisfacciones tímidamente expresado en las reuniones organizadas oficialmente en marzo y abril se transformó en un torrente de críticas sociales y políticas en mayo y comienzos de junio. Las críticas aumentaron en atrevimiento y las acusaciones en encono, ya que la virtual ausencia de censura oficial parecía confirmar las solemnes promesas de los dirigentes del Partido de que la crítica era genuinamente deseada. El movimiento se extendió y adquirió un carácter cada vez más espontáneo. Los foros respaldados por los “partidos democráticos” y el Departamento del Frente Unido del Trabajo del Partido Comunista se complementaron con reuniones menos formales convocadas por organizaciones ad hoc. Los periódicos establecidos se llenaron con informes de los discursos y comentarios de los críticos, pero las críticas más duras fueron expresadas en los dazibao (carteles escritos con grandes caracteres), que aparecieron en las paredes de las escuelas y edificios públicos. Las emociones crecieron en tanto que los sentimientos por largo tiempo reprimidos se iban expresando en términos cada vez más estridentes. La atmósfera, por un tiempo, no difirió de la primera fase del Movimiento del Cuatro de Mayo de 1919, cuando el país fue barrido por un sentimiento similar de liberación de las opresiones del pasado y una similar sensación de libertad y de poder atacar las ortodoxias e instituciones establecidas. En verdad, muchos de los estudiantes participantes se comparaban a sí mismos con sus reverenciados predecesores del Cuatro de Mayo. Pero, a diferencia del Movimiento del Cuatro de Mayo, no se permitió que la campaña de las Cien Flores se expandiera de los círculos intelectuales a las masas urbanas. No se establecieron foros de críticas para los trabajadores y campesinos. El movimiento quedó confinado en gran medida a los intelectuales y estudiantes, aunque algunos miembros de la intelligentsia hablaron acerca de la condición de las masas y en defensa de sus intereses. 158

Citado en MacFarquhar, The Hundred Flowers Campaign, p. 28.

134 Las críticas que surgieron durante el breve tiempo en que fueron permitidas, abarcaban desde insignificantes resentimientos cotidianos hasta acusaciones mayores de orden sociopolítico. Muchos intelectuales se limitaron a suplicar por autonomía profesional, pero otros se expresaron acerca de cuestiones políticas y sociales fundamentales, tales como el monopolio del poder político ejercido por el Partido Comunista, una cuestión surgida en la discusión pública por primera vez en la historia de la República Popular. La constitución de 1954 preveía un “papel dirigente” para el Partido, pero tanto la constitución como la teoría maoísta preveían libertad y un papel político significativo para los partidos democráticos. No obstante, en la realidad política, tal papel no existía. La única “libertad” que tenían los partidos democráticos era para ratificar formalmente las decisiones ya tomadas en secreto por el Comité Central del PCCh. Ni se los consultaba por anticipado ni se les permitía debatir temas de importancia, y esta condición se mantenía desde la Asamblea Popular Nacional hasta los consejos populares de los xian. Entonces, se preguntó, ¿cuál era el sentido del proclamado “frente unido”, la “dictadura democrática” de las cuatro clases y la constitución de la república? Mientras los críticos detallaban los abusos específicos de poder perpetrados por órganos y miembros del Partido, también planteaban la cuestión mayor de la validez del gobierno de un solo partido y la ausencia de toda distinción significativa entre el gobierno de la república y el PCCh. Aunque la mayoría de quienes plantearon estos temas políticamente sensibles fueron cuidadosos de señalar que aceptaban el liderazgo general del Partido, hicieron conocer, sin embargo, sus objeciones con respecto a un “país monopolizado por un partido”. Se escucharon llamados a la “legalidad socialista”, justamente cuando también se estaban escuchando en la Unión Soviética y los países de Europa Oriental. Se preguntaba ¿qué había pasado con aquellos derechos constitucionales como la libertad de expresión, de prensa y de residencia y, en particular, la garantía “inviolable” de la “libertad de la persona de los ciudadanos”? Las violaciones de estas libertades fueron reveladas en gran detalle. El Caso de Hu Feng fue planteado frecuentemente. ¿Por qué razón, se preguntaba, el encarcelado Hu Feng no ha sido llevado a juicio? Se propuso que una comisión específica investigara los arrestos ilegales que tuvieron lugar durante las campañas Sanfan y Sufan. Se exigió que aquellos que habían aceptado la invitación en curso para “florecer y contender” no sufrieran destinos similares. Se atacaron aspectos de la vida social y política. Había quejas, por ejemplo, de que no se estaba observando ni la letra ni el espíritu de la Ley de Matrimonio del año 1950; se denunció que persistían antiguas actitudes feudales hacia las mujeres, incluso entre muchos miembros del Partido, y la Federación China de Mujeres Democráticas demostraba escasa preocupación por la continua opresión de las mujeres. Las críticas más impactantes fueron las que juzgaron el orden comunista en base a sus propios parámetros sociales. Aunque las críticas de las Cien Flores serían pronto silenciadas porque, se sostuvo, atacaban al sistema socialista, lo que estaba sido atacado no era el socialismo, sino el fracaso de los comunistas en la puesta en práctica de sus propios principios socialistas. Para los gobernantes comunistas, nada de lo que surgió del movimiento de las Cien Flores fue más amenazador que la acusación de que los comunistas habían traicionado sus promesas socialistas y sus ideales revolucionarios. Las críticas adoptaron diferentes formas, pero todas apuntaron a la conclusión de que los comunistas habían abandonado sus tradiciones revolucionarias, estaban convirtiéndose en una “nueva clase” y fomentaban las desigualdades socioeconómicas en vez de eliminarlas. Así como lo planteó un dirigente del Partido Democrático de los Campesinos y Trabajadores:

135 Dirigiendo a las masas en el trayecto de la revolución, en el pasado el Partido se ubicó entre las masas; después de la liberación, se sintió que la posición había cambiado y, en vez de estar entre las masas, el Partido estaba detrás de las masas y las gobernaba ... [los dirigentes] deberían diferenciarse en cuanto a las obligaciones, no en el estatus. Algunos tienen profunda conciencia de ser funcionarios; ocupan posiciones especiales aún cuando comen o asisten a la ópera159. Se acusó a los funcionarios y cuadros del Partido de haber llegado a adoptar las actitudes de los mandarines tradicionales y de los burócratas del Guomindang, y a gozar de privilegios similares; vivían en residencias especiales, empleaban sirvientes, mandaban a sus hijos a “escuelas aristocráticas” y disfrutaban de un acceso particular a colonias de vacaciones, facilidades recreativas y atención médica: todo negado a las masas, y todo disfrutado a expensas de las masas. “¿Quién es la gente que disfruta de un nivel de vida más alto?” preguntaba un crítico. “Son los miembros y cuadros del Partido que en el pasado calzaban zapatos gastados, pero que ahora andan en coches de lujo y visten uniformes de lana”160. Esta conclusión fue sacada por un veterano comunista revolucionario en una larga carta dirigida a Mao y al Comité Central: “Está surgiendo una clase privilegiada. Aunque todavía no se ha formado una clase unificada a nivel nacional, el embrión de esta clase se está conformando y desarrollándose”161. El enajenamiento del Partido con respecto a las masas, particularmente al campesinado, y su poder de apropiarse de una parte cada vez más desproporcionada del producto de las masas trabajadoras, amenazaban con crear una nueva división entre explotadores y explotados. Para los críticos marxistas del régimen, la libertad intelectual y política no eran principios abstractos que pudieran ser separados de la naturaleza y del contenido del desarrollo social. Tampoco era la libertad un derecho a ser disfrutado exclusivamente por intelectuales. La libertad era no sólo uno de los objetivos esenciales del socialismo, sino también un medio esencial para lograr objetivos socialistas. La libertad intelectual y política para todo el pueblo era necesaria para controlar la creciente burocracia, prevenir la formación y consolidación de una nueva clase burocrática dominante, y necesaria para la realización de una auténtica igualdad social. Un partido gobernante privilegiado atraía a trepadores y burócratas que se separaban de las masas y se ubicaban por encima de ellas. Solamente cuando se eliminaran los privilegios especiales se sumarían auténticos revolucionarios al Partido. Por lo tanto, reclamaban por una reducción del número de funcionarios de tiempo completo, la abolición de los privilegios especiales, la supervisión popular de los órganos estatales y del Partido, el control popular de la vida política y económica, y la introducción de la “democracia socialista” dentro y fuera del Partido. Los críticos no se limitaron a condenar las desigualdades entre dirigentes y dirigidos; también apuntaron a las indeseables desigualdades sociales que habían surgido entre el pueblo. El Partido fue criticado por ignorar las cargas opresivas bajo las cuales trabajaban los campesinos, y por aprobar la creciente brecha entre las ciudades y el campo. Los críticos marxistas lamentaban la falta de control obrero en las fábricas, la ausencia de sindicatos libres y el nuevo sistema de salarios diferenciados, que estaba creando divisiones dentro del proletariado urbano. 159

Ibid., p. 49. Ibid., p. 87. 161 Ibid., p. 75. 160

136 Es sorprendente cuántas de estas críticas repitieron y anticiparon la crítica maoísta del estado y la sociedad chinos. Justamente durante el movimiento de las Cien Flores, Mao también estaba fustigando los privilegios y el poder de la burocracia del Partido, que se había separado de las masas y abandonado sus tradiciones revolucionarias de “vivir sencillo y trabajar duro”. En su discurso de febrero había identificado las “prácticas burocráticas” de los dirigentes como la causa principal de las “contradicciones entre el pueblo” y declarado que “debemos erradicar la burocracia”. Sus ataques contra la burocracia se irían haciendo cada vez más radicales, y pronto condenaba no sólo las “prácticas burocráticas”, sino que demandaba la eliminación de lo que denominaba “la clase burocrática”; y, como los críticos del año 1957, encontraría a esta clase instalada en el Partido Comunista. Ya en 1957, Mao se quejaba de que “una tendencia peligrosa se ha evidenciado últimamente entre muchos de nosotros: una falta de voluntad de compartir las alegrías y penas de las masas, una preocupación por la posición y el provecho personales”162. Y se preocupaba mucho por el incremento de la desigualdad en la sociedad china, en particular de las diferencias entre la ciudad y el campo. Hizo una breve referencia a la cuestión en su discurso de febrero, observando que “los salarios de un reducido número de trabajadores y algún personal gubernamental son demasiado altos”, y que por ende “los campesinos tienen razón de estar descontentos ...”163. El impulso igualitario para estrechar la brecha entre ciudad y campo y para reprimir a las elites urbanas sería uno de los mayores propósitos de las políticas maoístas durante ambas campañas, tanto la del Gran Salto Adelante como la Revolución Cultural. Aún antes de que finalizara el año 1957, Mao reduciría las diferencias salariales entre los trabajadores urbanos, revirtiendo las “reformas salariales” del año 1956. Sin embargo, los críticos socialistas de la primavera de 1957 pronto serían difamados como “enemigos del socialismo” y condenados como “contrarrevolucionarios” en la campaña antiderechista, que terminó de manera trágica con el movimiento de las Cien Flores. Y Mao mismo se pondría a la cabeza de la campaña de caza de herejes, durante la última mitad de 1957, entre cuyas víctimas se encontraban muchos de aquellos que aparentemente compartían su punto de vista respecto a la situación de la sociedad china y sus deficiencias como sociedad socialista. Es tan irónico como trágico que Mao participara en la persecución de intelectuales a los que había invitado a “florecer y contender” y cuyas críticas sociales y políticas fueron similares a las suyas. Aunque Mao compartía los objetivos igualitarios y antiburocráticos de los críticos socialistas, no compartía su compromiso con la libertad y la democracia. La incapacidad de Mao en reconocer que la creación de instituciones de democracia política y las garantías institucionales de la libertad intelectual eran parte integral de la construcción del socialismo, resultaría ser uno de los defectos fatales de la “visión maoísta”. Más allá de los ataques contra la burocracia y la desigualdad, la campaña de las Cien Flores planteó otras cuestiones, que Mao pronto recogió y defendió. Particularmente importantes fueron las críticas hacia la Unión Soviética y la adopción acrítica de métodos soviéticos. Algunos atacaron a los rusos por haber desmantelado, a fines de la Segunda Guerra Mundial, la base industrial de Manchuria, por haber forzado a China a soportar los costes de la Guerra de Corea y por la ayuda económica que ocasionó ataduras políticas y el pago de altos intereses. Por ello, en 1957 serían denunciados como “nacionalistas antisoviéticos y antisocialistas”, aunque Mao y otros 162

Mao, On the Correct Handling, p. 66. En la edición en castellano: “Sobre el tratamiento correcto ...”, p. 456. 163 Ibid., p. 38. En la edición en castellano: “Sobre el tratamiento correcto ...”, p. 438.

137 denunciarían a la Unión Soviética tres años más tarde en términos más virulentos. Otros criticaban el “copiado mecánico” de los planes de estudio y libros de texto escolares soviéticos y la “imitación ciega” de las teorías y técnicas soviéticas en la ciencia y la industria. Y lo hacían en vísperas del total abandono maoísta del “modelo soviético”. Docentes y estudiantes criticaban distinciones jerárquicas y métodos formalistas en las escuelas y universidades, anticipando el ataque maoísta al sistema educativo durante la Revolución Cultural. Se escucharon quejas sobre el descuido de la medicina preventiva para las masas; de que los médicos pasaban mucho de su tiempo atendiendo a los funcionarios del Partido y que se ignoraba la medicina tradicional, quejas que pronto se escucharían del propio Mao. Y al gobierno se le reprochaba por “prestar demasiada atención a las ciudades”. En el verano de 1957, en el pico de la campaña antiderechista, se acusó al crítico literario Chen Qixia de haberse involucrado en una conspiración contra el Partido: la “evidencia” aportada para sostener la acusación incluía el informe de una declaración de que los campesinos podrían rebelarse porque “los niveles de vida son tan desparejos entre la ciudad y el campo”. Seis meses más tarde, Mao lanzaba la campaña del Gran Salto Adelante, que tenía como una de sus metas centrales la eliminación de las desigualdades entre las áreas urbanas y rurales. Los estudiantes universitarios fueron los más radicales y menos inhibidos de los críticos de las Cien Flores. Lo que se conoció como la “tormenta universitaria” comenzó el 19 de mayo en la Universidad de Pekín. Las aulas se vaciaban mientras los estudiantes expresaban sus críticas en la forma de dazibao pegados en los edificios y las aulas de la universidad; el principal escenario en la “batalla de los carteles” se hizo famoso como el Muro de la Democracia, y fue ahí donde apareció la primera traducción al chino del discurso de Jrushchov denunciando a Stalin, una versión abreviada, traducida del Daily Worker de Nueva York. El movimiento se extendió en marchas, manifestaciones y asambleas al aire libre, centradas en un área del campus rebautizada como Plaza de la Democracia. Como el Movimiento del Cuatro de Mayo, el ejemplo sentado por los estudiantes de Pekín fue emulado en las universidades de todo el país. Las críticas de los estudiantes eran muy similares a las de los intelectuales de mayor edad, aunque ponían particular énfasis en la reducción del poder de los comités del Partido en las universidades y la eliminación de las influencias soviéticas en la educación. La diferencia principal era que “florecer y contender” adquirió entre los estudiantes un carácter más explícitamente político. Surgieron organizaciones casi políticas (como la Sociedad de las Cien Flores) que difundieron volantes, organizaron marchas y publicaron diarios mimeografiados. Las asambleas de discusión se tornaron muchas veces en “sesiones de lucha” con los cuadros del Partido y autoridades de la universidad como blanco de las luchas. Algunos dirigentes estudiantiles pronto adquirieron prestigio nacional; entre los más prominentes y francos en hablar estaba Lin Xiling, una estudiante de una escuela de cuadros del Partido en Pekín, la Universidad Popular China. Ella atacó el sistema de la “nueva clase” desde una perspectiva marxista, y sostuvo que China no lograría una sociedad verdaderamente socialista sin antes ser verdaderamente democrática. A comienzos de junio, el creciente movimiento estudiantil (que en ese entonces se había extendido desde las universidades hacia las escuelas medias) se tornó todavía más combativo, y a veces violento; hubo relatos sobre estudiantes que ocupaban oficinas de la universidad, atacaban edificios gubernamentales y del Partido y tenían como rehenes a funcionarios escolares y del Partido. Y, emulando a sus predecesores del Cuatro de Mayo, se propusieron “ir a la gente”, como algunos estudiantes que intentaron organizar a obreros y campesinos.

138 Aunque el floreciente movimiento estudiantil fue interrumpido a mediados de junio, la rapidez con que los estudiantes pudieron organizarse espontáneamente para la acción política contra las autoridades establecidas fue un indicador profético para el futuro. En diferentes circunstancias políticas, y con diferentes fines políticos, el fenómeno se repetiría en la Revolución Cultural y en los años ochenta a escalas mucho mayores. La “tormenta universitaria” de 1957 no era ni de lejos tan tormentosa como la que Mao desataría nueve años más tarde. Un editorial del Diario del Pueblo del 8 de junio señaló el fin de la campaña de las Cien Flores. Hasta este momento, el órgano oficial del Partido había guardado un silencio editorial, limitándose en gran medida a informar sobre las críticas de los críticos. Ahora anunciaba que los “derechistas” habían abusado de su libertad para atacar el socialismo y al Partido Comunista. Los editoriales subsiguientes refutaban específicamente las críticas de la época de “florecer y contender”, alertaban sobre el peligro de la anarquía y enfatizaban la necesidad de la lucha de clases contra los enemigos que se habían desenmascarado durante la campaña. Para mediados del mes, los foros donde los intelectuales habían criticado al Partido se habían tornado en sesiones donde los funcionarios del Partido denunciaban a los críticos. Había comenzado la campaña antiderechista, que continuaría por un año como una caza de herejes contra los disidentes, tanto dentro como fuera del Partido. La consigna “permitir que cien flores florezcan” siguió siendo la política oficial, pero la política ya no era cultivar nuevas flores, sino arrancar las “hierbas venenosas”. Para que el discurso inédito de Mao del 27 de febrero no fuera usado para justificar la continua crítica al Partido, se publicó el 18 de junio una versión revisada para justificar la supresión de los críticos. La versión publicada mencionaba que el autor había hecho “ciertos agregados” al original grabado. Entre los agregados se encontraba una lista de seis criterios para distinguir las ideas permitidas de las no permitidas. Los criterios ex post facto eran suficientemente vagos para permitir la proscripción virtual de toda crítica desde las filas “del pueblo”, mientras que le correspondía únicamente al Partido determinar si una idea determinada tendía a fortalecer o a debilitar “el liderazgo del Partido Comunista”, o si era beneficiosa o perniciosa para la “transformación socialista”. Había otros agregados y eliminaciones significativos, en comparación con la grabación del original, extractos del cual estaban circulando entonces en Polonia. En el discurso de febrero, por ejemplo, Mao sostenía que “Stalin cometió el error de sustituir diferencias internas por antagonismos externos, lo que desembocó en un régimen de terror y la liquidación de miles de comunistas”. Esto fue eliminado en la versión publicada en junio, ya que en ese momento los comunistas chinos se estaban preparando para convertir una cantidad de lo que hasta ese momento eran “contradicciones no antagónicas entre el pueblo” en diferencias antagónicas de clase. También fue eliminada la advertencia de Mao de que el uso de métodos terroristas en el manejo de antagonismos internos podía resultar en su transformación en “antagonismos del tipo nación-enemigo, como ocurrió en Hungría”. La versión de junio se refería a “cierta gente en nuestro país [que] estaba encantada cuando tuvieron lugar los eventos de Hungría. Ellos esperaban que algo similar pasara en China ...” Durante la campaña antiderechista, algunos intelectuales chinos fueron acusados de emular al Club Petöfi de Hungría, con la esperanza de estimular una sublevación para derrocar al gobierno comunista. En el discurso de febrero, Mao había criticado a los funcionarios del Partido que se oponían a la política de las Cien Flores y atribuido su oposición a “un temor a la crítica”; dijo que no había motivos para temer “que la política de las cien flores

139 produjera frutos venenosos”, y agregó que incluso algunos de estos últimos podrían resultar beneficiosos. En la publicación de junio, al contrario, enfatizaba la necesidad de distinguir entre “flores fragantes e hierbas venenosas”. La versión publicada oficialmente tenía un tono notablemente más áspero que el discurso original, y la revisión había sido ideada para justificar la represión en los terrenos en que los intelectuales habían ido más allá de los límites de la crítica aceptable. El peso de la campaña antiderechista cayó primero y más duramente sobre los dirigentes de los “partidos democráticos”. Luo Longqi y Zhang Bojun (ambos titulares de ministerios del gobierno central) fueron los blancos más publicitados, aunque habían estado entre los críticos más cautos. Sometidos a infinitas denuncias en la prensa y a asambleas de rectificación, fueron forzados a confesar que habían formado una “conspiración invisible” contra el sistema socialista. Cuando las confesiones originales fueron consideradas inadecuadas, se exigieron otras, más abyectas. A pesar de que el período del “florecer y contender” duró poco más de un mes, la época del arrepentimiento se arrastró hasta la primavera de 1959. Las confesiones públicas fueron similares a aquellas extraídas durante las cazas de herejes de la Rusia estalinista. Por ejemplo, después de “confesar” una desconcertante variedad de pecados políticos e ideológicos, Luo Longqi concluyó con su autodenuncia: “con pena, confieso que he fracasado en mantener una conducta a la altura de las expectativas del presidente Mao, la dirigencia del Partido y la multitud de miles de miembros de la Liga [Democrática] ... Quiero transformarme radicalmente. Y también quiero trabajar honestamente por la causa socialista y por el pueblo chino”164. Zhang Bojun concluía su detallada retractación de “mi programa político reaccionario” con la siguiente prosternación: “La entera nación está exigiendo firme castigo para mí, un derechista. Esto es lo que debería hacerse, y yo estoy preparado para aceptarlo. Odio mi debilidad. Quiero matar lo viejo y reaccionario en mí para que no vuelva a revivir. Me uniré a la entera nación en su firme lucha contra los derechistas, incluido yo mismo. El gran Partido Comunista Chino ya me había salvado una vez, me ha salvado otra vez hoy. Espero obtener una nueva vida bajo la dirigencia y las enseñanzas del Partido y del presidente Mao, y volver a la situación de amar al Partido y al socialismo”165. Y Qu Anping, editor jefe del Diario Guangming hasta la embestida antiderechista, fue primero denunciado públicamente por su propio hijo, y entonces se autodenunció: “Admito sinceramente mis errores, solicito ser castigado por el pueblo y me rindo ante él”166. Pero, a diferencia de la Rusia estalinista, en donde las “confesiones” flagelantes eran presentadas normalmente como pruebas para pronunciar sentencias de muerte, en China los castigos usualmente terminaban después de tortuosos sufrimientos sicológicos. Luo Longqi y Zhang Bojun, destituidos de sus cargos ministeriales en 164

Lo Lung-Chi [Luo Longqi], “Mi examen preliminar”, declaración presentada a la Asamblea Popular Nacional el 15 de julio de 1957. Traducida en Bowie y Fairbank, Communist China, pp. 331-337. 165 Chang Po-chün [Zhang Bojun], “Inclino mi cabeza y admito mi culpa ante el pueblo”, declaración presentada a la Asamblea Popular Nacional el 15 de julio de 1957. Traducida en Bowie y Fairbank, Communist China, pp. 337-341. 166 De un discurso pronunciado en la Asamblea Popular Nacional el 13 de julio de 1957. Jen-min jih-pao [Renmin Ribao], 15 de julio de 1957. Traducido en MacFarquhar, Hundred Flowers Campaign, pp. 285286.

140 1957, fueron reinstalados como dirigentes de los partidos democráticos, y en 1959 reasumieron sus puestos como delegados en la Conferencia Consultiva Política del Pueblo. Los estudiantes, que habían sido los críticos más vehementes en mayo y junio, fueron tratados con relativa indulgencia y con poco despliegue público. La línea oficial del Partido fue que los jóvenes estudiantes, que habían crecido hacia la madurez en la nueva sociedad, habían sido engañados por los viejos intelectuales burgueses, que eran la resaca del orden prerrevolucionario. Algunos dirigentes estudiantiles fueron enviados al campo para la “reforma a través del trabajo”, pero a la mayoría de los estudiantes catalogados como derechistas se les permitió continuar con sus estudios bajo la supervisión del Partido. El tratamiento más duro les estuvo reservado a los escritores y artistas de izquierda que habían defendido la libertad para describir las condiciones sociales reales. Sus tempranas experiencias con los burócratas del Partido los habían vuelto más suspicaces que la mayoría de los intelectuales, y generalmente se habían limitado a críticas indirectas de las ortodoxias maoístas en materia de arte y literatura. Pero esto no les ahorró la venganza de Zhou Yang, quien fue restablecido como el dictador literario de China durante la campaña antiderechista. La consigna de las Cien Flores, declaró, no significaba una política de “liberalización como ciertos escritores burgueses … imaginan, sino una consigna militante para el desarrollo de la cultura socialista.” El desarrollo militante de la “cultura socialista” significaba militancia en la represión política de los escritores socialistas. Zhou Yang tenía cuentas que saldar con viejos opositores. Una víctima fue la marxista Ding Ling, tal vez la más creativa de los escritores chinos vivientes. Miembro del Partido Comunista desde los tempranos días de la revolución, había pasado tres años en una prisión del Guomindang en los años treinta por otras herejías políticas e ideológicas. Ahora, Ding Ling fue acusada de fomentar actividades anti-Partido, involucrada en la inexistente conspiración de “Lo-Chang” y denunciada como derechista inclinada a subvertir los pensamientos de los jóvenes escritores. Fue expulsada del Partido, destituida de su puesto en la Unión de Escritores, y enviada al norte de Manchuria para su “reforma a través del trabajo” Sus escritos fueron eliminados de los estantes de las librerías. Otros escritores que eran renuentes a confesar sus pecados políticos sufrieron destinos similares, y la Unión de Escritores fue transformada en un órgano policial para castigar a los escritores heréticos. Por esto, la supresión del movimiento de las Cien Flores destruyó la esperanza de que la “transición china al socialismo” pudiera proceder en base a la democracia popular y con alguna medida de libertad intelectual. Esto reforzó el hecho de que el ejercicio del poder estatal era un monopolio del Partido Comunista, arrancando los últimos jirones de la mascarada de que “los partidos democráticos” podían cumplir un papel significativo en la vida política de la nación. También silenció a los intelectuales, tanto marxistas como no marxistas, y los sometió a formas más duras de represión política e intelectual. Además, restituyó la absoluta primacía de la ortodoxia maoísta en las artes y la literatura, lo que continuó ahogando la vida artística e intelectual china. ¿Por qué el Partido – y Mao – traicionaron la promesa de una sociedad más democrática y libre, y rompieron sus solemnes garantías de no tomar represalias contra los intelectuales, a quienes habían invitado a “florecer y contender” libremente y a criticar abiertamente al Partido? Los motivos son difíciles de interpretar, y el transcurso del tiempo no ha hecho más fácil la tarea. Las Cien Flores todavía desafían una interpretación completamente satisfactoria. Un punto de vista, ampliamente sostenido en ese tiempo, tanto adentro como fuera de China, era que todo el movimiento había sido una trampa fabricada por la dirigencia comunista, un complot maquiavélico para

141 “hacer salir de su guarida” a los disidentes y entonces castigarlos una vez que se hubieran expuesto. Con la campaña antiderechista, las Cien Flores se transformaron efectivamente en eso, y algunos dirigentes comunistas, más tarde, sostuvieron que este había sido el único propósito. El 12 de julio, un editorial del Diario del Pueblo sugería que el Partido deliberadamente había permitido brotar a “las hierbas venenosas” para poder destruir a quienes las cultivaban. Y Liu Shaoqi sostuvo la misma interpretación sobre la política de las Cien Flores en mayo de 1958: “Nosotros les permitimos a las hierbas venenosas antisocialistas crecer y enfrentar al pueblo con sus contrastes, para que así, por medio de la comparación, el pueblo pudiera ver claro quienes son realmente y, llevados a la indignación, unirse todos para arrancarlas”167. Esta explicación ex post facto sirve muy bien a la auto-imagen de un partido leninista infalible y unido que consistentemente sigue un curso bien orientado. Pero el Partido difícilmente era una entidad monolítica en 1956-1957, y las evidencias de ese tiempo ubican a la política de las Cien Flores como una iniciativa específicamente maoísta tomada contra la oposición de la mayoría de los dirigentes del Partido. La cuestión de por qué el Partido como tal rompió la promesa no surge en realidad, ya que el Partido como tal nunca realmente hizo esa promesa, en primer lugar. La cuestión es por qué Mao hizo la promesa y después la rompió, y ninguna de las dos partes de la pregunta nos lleva a una explicación fácil. Existe tal vez alguna verdad en la opinión de que Mao estaba respondiendo a los levantamientos en Europa Oriental, y particularmente en Hungría, al aflojar las riendas políticas para prevenir una explosión similar en China; y luego tirando de las riendas nuevamente cuando las Cien Flores parecieron amenazar el poder comunista. Una profunda preocupación por la revolución húngara es ciertamente evidente en el discurso de Mao de febrero de 1957, o al menos en la versión revisada de junio. Pero mientras los acontecimientos en los otros países comunistas tal vez influenciaron el ritmo y el resultado de la segunda fase de la campaña – el discurso de febrero y el resultante “florecer y contender” de mayo y junio – queda el hecho de que Mao estaba defendiendo la política de las Cien Flores bien antes de los levantamientos del otoño de 1956 en Polonia (que los chinos apoyaron contra la Unión Soviética) y Hungría, y, en realidad, aún antes del discurso de Jrushchov de febrero de 1956 sobre Stalin. Los motivos maoístas parecen más complejos y más contradictorios de lo que permite la teoría de “dejar salir el vapor”. La premisa optimista en que se basaba la política de las Cien Flores era que el pueblo estaba básicamente unido en apoyo del sistema socialista establecido. Ciertamente, uno de los caracteres más asombrosos de los discursos y escritos de Mao en 1955-1956 es una concepción populista del “pueblo”, como una entidad orgánica, 600 millones de personas “unidas como uno” en la tarea de construir el socialismo. La convicción de que “los intereses del pueblo son básicamente los mismos”, y de que el pueblo es consciente de su identidad de intereses, es una noción que Mao repitió una y otra vez. Y a pesar de su desconfianza de larga data hacia los intelectuales, Mao estaba convencido también de que aun si la mayoría de los intelectuales no era socialista ni marxista, la abrumadora mayoría era “patriota”, y por lo tanto estaba deseando “servir a su floreciente madre patria socialista”168. El problema de las “contradicciones” no yace tanto en los intelectuales, sino en los funcionarios del Partido, que “no saben congeniar con los intelectuales”169. La visión presentada por Mao en febrero de 1957 (aunque 167

Liu Shao-ch’i, “The Present Situation, the Party’s General Line for Socialist Construction and Its Future Tasks”, informe a la segunda sesión del VIII Congreso Nacional pronunciado el 5 de mayo de 1958. Traducido en Bowie y Fairbank, Communist China, p. 434. 168 Mao, On the Correct Handling, p. 52. En la edición en castellano: “Sobre el tratamiento correcto ...”, p. 447. 169 Ibid., p. 42. En la edición en castellano: “Sobre el tratamiento correcto ...”, p. 441.

142 existían sentidos contradictorios) era de una transición relativamente pacífica al socialismo y al comunismo basada en “el frente unido de todas las fuerzas patrióticas”170. La política de las Cien Flores de crítica desde abajo y “supervisión” desde fuera del Partido serviría para prevenir que los dirigentes comenzaran a alienarse del pueblo y para resolver pacíficamente tales contradicciones no antagónicas entre dirigentes y dirigidos. La crítica popular, se creía, llevaría a niveles aún más altos de unidad, mientras la nación progresaba a través de etapas más altas de transformación socialista. Y se asumía que un pueblo básicamente unido entendía que la “libertad” no debería ir más allá de los límites de la “disciplina” socialista, y que “la democracia” debería combinarse con “el centralismo”. Otra suposición de la política de las Cien Flores era la creencia maoísta de larga data acerca del valor de la lucha, en parte como un fin en sí mismo y en parte como un instrumento terapéutico esencial para el desarrollo de las ideas correctas necesarias para la transformación socialista. El mismo marxismo, enfatizaba Mao, sólo puede desarrollarse a través de la lucha; esto es cierto no sólo para el pasado y el presente, sino necesariamente también para el futuro. Lo correcto se desarrolla siempre en el proceso de la lucha contra lo erróneo. Lo verdadero, lo bueno y lo bello sólo existen en comparación con lo falso, lo malo y lo feo, y siempre se desarrollan en lucha contra estos. En el momento en que la humanidad en general rechace lo que es falso y acepte lo verdadero, una nueva verdad comenzará a luchar contra nuevas ideas erróneas. Tales luchas nunca terminarán. Esta es la ley del desarrollo de la verdad y, desde luego, la ley del desarrollo del marxismo171. Por esto, el florecimiento de las ideas marxistas correctas dependería de que los marxistas fueran enfrentados con el desafío de las ideas incorrectas. Ya que, como Mao lo expuso, “las ideas correctas, si son cultivadas en invernaderos sin ser expuestas a la intemperie o inmunizadas contra las enfermedades, no podrán vencer a las ideas erróneas al enfrentarse con ellas.”172. Sin el desafío de las ideas incorrectas, el marxismo se estancaría y el espíritu revolucionario moriría. Por lo tanto, la lucha de clases “en el campo ideológico” era tan inevitable como beneficiosa, y era necesario sostenerla; en realidad, si no existiera, sería necesario crearla. Por una parte, este tremendo énfasis en la necesidad de la lucha – y una lucha interminable en sí – parece estar en conflicto con la visión maoísta de un pueblo unido siguiendo pacíficamente el camino hacia el socialismo y resolviendo pacíficamente cualquier contradicción no antagónica aparecida en el recorrido. Sin embargo, Mao creía que era precisamente a través de la lucha que “el pueblo” alcanzaba la conciencia adecuada para mantenerse unificado, lograba niveles aún más altos de unidad a través de niveles mayores de transformación ideológica y se mantenía en el curso adecuado del desarrollo social. La noción maoísta de un pueblo unido construyendo pacíficamente el socialismo presupone un proceso constante de lucha y de transformación ideológica. No eran solamente “el pueblo” y la intelectualidad no partidaria quienes necesitaban una transformación ideológica; el Partido mismo necesitaba con urgencia remodelarse y rectificarse. Se asumía que la lucha estimulada por la crítica desde abajo y desde afuera 170

Ibid., p. 47. En la edición en castellano: “Sobre el tratamiento correcto ...”, p. 444. Ibid., p. 51. En la edición en castellano: “Sobre el tratamiento correcto ...”, p. 446. 172 Ibid., p. 53. En la edición en castellano: “Sobre el tratamiento correcto ...”, p. 447. 171

143 del Partido, aun (y tal vez especialmente) si tal crítica demostrara pensamientos incorrectos, serviría para revitalizar una dirigencia cada vez más conservadora y un aparato del Partido que mostraba signos de estancamiento burocrático. La naturaleza de las críticas que estallaron con fuerza en mayo y junio, y la vehemencia con que estas se expresaron, confirmaron los peores temores de muchos dirigentes y cuadros del Partido. Y la fe de Mao en un pueblo básicamente unificado y una intelligentsia pro-socialista se sacudió. Ya que consideró las críticas socialistas de las insuficiencias del socialismo en China como ataques antisocialistas, aunque el mismo Mao más tarde repetiría muchas de las críticas que entonces condenó como “derechismo burgués”. Particularmente perturbador era que los críticos más abiertos fueran jóvenes estudiantes que habían crecido hacia la madurez después de 1949, y cuyos errores ideológicos no podían ser fácilmente atribuidos a las influencias de la vieja sociedad. Sería tentador atribuir el fin de la campaña de las Cien Flores a los burócratas conservadores del Partido que se opusieron a la política de Mao desde un principio, ya que eran los que más temían la libertad de crítica y estaban ansiosos por un pretexto para suprimir el movimiento y desquitarse de sus críticos, y entonces eximir a Mao de la responsabilidad histórica de haber purgado a los críticos que había convocado a expresarse. Pero el peso de la evidencia sugiere que Mao estaba poco más preparado que los otros dirigentes comunistas para tolerar las críticas que traspasaran los vagos límites de la “disciplina socialista”. Tan temprano como el 25 de mayo, se mostró preocupado por la dirección que estaba tomando la campaña: “Todo discurso o acción que se desvíe del socialismo es totalmente erróneo”, advirtió en un discurso dirigido a la Liga de Jóvenes Comunistas. Y en junio, cuando la campaña parecía amenazar el orden político y social, no vaciló en apelar a todo el poder del Partido y del estado para lanzar la caza de brujas antiderechista. Castigó a los periódicos por haber publicado “informes sediciosos mostrando los puntos de vista burgueses”, y sus comunicados durante los meses del verano enfatizaban cada vez más la existencia continuada de la lucha de clases y subrayaban la necesidad de “disciplina” (más que “libertad”) y de “centralismo” (más que “democracia”)173. A pesar de que la mayoría de los dirigentes chinos no habrían permitido la campaña de las Cien Flores en primer lugar, Mao claramente no surgió después de este episodio como el campeón de la libre expresión de las ideas. Si la supresión del movimiento de las Cien Flores y la subsiguiente campaña antiderechista marcaron una derrota para lo que algunos observadores han visto como la visión “liberalizadora” de Mao de un nuevo frente unido de todo el pueblo y una victoria para sus opositores conservadores del Partido, esta derrota fue en gran medida inherente a las propias premisas de la política de Mao sobre las Cien Flores. Tanto la suposición de que “el pueblo” era una entidad básicamente unida como el objetivo de la unidad se prestaban para producir una caza de herejes. Ya que, si el pueblo estaba básicamente unido en sus objetivos e intereses, entonces la suposición implícita era que expresaría más o menos las mismas ideas; las ideas que diferían de lo que se creía que eran los intereses socialistas del pueblo ubicaban a sus expositores fuera de las filas del “pueblo” y los exponían a la sanción de perder el derecho de libertad de expresión, un derecho reservado sólo para el pueblo, y no para sus “enemigos”. Para estos últimos, como Mao agregó de manera arrogante en la versión revisada de su discurso, “la 173

Ver, por ejemplo, los comentarios de Mao sobre “La orientación burguesa del Wen-hui Pao” y “La situación en el verano de 1957”, en Jerome Ch’en (ed.), Mao Papers (London: Oxford University Press, 1970), pp. 55-56. Existe edición en castellano: “La orientación burguesa de Wenjui Pao debe ser criticada” y “La situación en este verano de 1957”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo V (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1977), pp. 491-497 y 516-526.

144 cuestión es simple; simplemente los privaremos de su libertad de expresión”174. Ya que el criterio último para determinar la pertenencia de cada uno a las filas del “pueblo” eran sus actitudes conscientes, el derecho de “libertad de expresión” era muy limitado y tenue desde el principio. Además, el objetivo establecido de la campaña no era la libre expresión de las ideas como un fin en sí mismo, sino más bien como un medio para lograr mayores niveles de unidad sociopolítica. La fórmula maoísta de acuerdo con la cual procedería el movimiento era “unidad-crítica-unidad”. Si la crítica amenazaba con producir desunión, la lógica e inevitable respuesta maoísta sería terminarla. Si el final del movimiento de las Cien Flores marcó una derrota para Mao y una victoria para el aparato establecido del Partido, los maoístas pronto transformarían la subsiguiente campaña antiderechista en un instrumento para servir a sus propios objetivos políticos. La campaña antiderechista comenzó como una caza de brujas del Partido para silenciar y castigar a sus críticos. Pero en una reunión del Comité Central llevada a cabo en Qingdao a fines de julio, Mao anunció que sería extendida desde las ciudades hacia el campo en la forma de campaña de “educación socialista”. El propósito era consolidar la colectivización, combatir “las tendencias espontáneas hacia el capitalismo” en las áreas rurales, y enfrentar la políticas derechistas que habían permitido la expansión de las parcelas privadas y los mercados libres. Para comienzos de otoño, la venta de productos agrícolas en el mercado privado había sido virtualmente eliminada, los campesinos que se habían retirado de las granjas colectivas habían sido persuadidos o forzados a retornar, y se habían establecido controles políticos más estrictos sobre el campo. La vuelta final de tuerca maoísta fue transformar la campaña antiderechista del Partido en una purga masiva de “derechistas” dentro del mismo Partido, una campaña aprobada oficialmente por el Comité Central en setiembre. Invocando el principio de la línea de masas, Mao lanzó ataques contra el burocratismo y la resistencia conservadora a la transformación socialista. El movimiento xiafang, desarrollado desde comienzos de 1957, se intensificó, y las oficinas administrativas urbanas se vaciaron cuando los funcionarios y cuadros del Partido fueron enviados a ocuparse de labores físicas, la mayoría en el campo. Cuando la purga culminó en 1958, más de un millón de miembros del Partido habían sido expulsados, puestos a prueba, u oficialmente reprendidos. En el proceso, los maoístas recuperaron el control de aparato del Partido. Al mismo tiempo, las políticas socioeconómicas maoístas tomaron la delantera en los consejos superiores del Partido, ya que en la atmósfera política creada por la creciente campaña antiderechista había llegado a ser políticamente peligroso defender políticas que pudieran ser consideradas conservadoras. A comienzos de octubre, el Comité Central aprobó formalmente el programa radical de Mao de doce años para la agricultura, clausurando el debate sobre política económica que había ardido durante los dos años anteriores. En efecto, esto significaba el abandono del Segundo Plan Quinquenal y llevaba directamente a la campaña del Gran Salto Adelante de 1958. Un resultado inmediato de la influencia maoísta fue la anulación de las medidas de reforma salarial de comienzos de 1956. Los incentivos materiales eran ahora denunciados como una desviación derechista. La nueva y más igualitaria política salarial adoptada en noviembre de 1957 enfatizaba la movilización social y los incentivos morales.

174

Mao, On the Correct Handling, p. 53. En la edición en castellano: “Sobre el tratamiento correcto ...”, p. 447.

145 El período de las Cien Flores fue el momento en que los chinos abandonaron el modelo soviético de desarrollo y se embarcaron en un camino particularmente chino hacia el socialismo. Fue el momento en que China anunció su autonomía ideológica y social de la Unión Soviética y de su herencia estalinista. Es una ironía cruel y trágica que la ruptura con el patrón estalinista de desarrollo socioeconómico no fuera acompañada por la ruptura con los métodos estalinistas en la vida política e intelectual. Esto último fue impedido por la supresión de las críticas que habían “florecido y contendido” brevemente en mayo y junio de 1957. China, después de esto, seguiría un nuevo sendero hacia el socialismo, pero que no llevaba a los objetivos de democracia política y libertad intelectual que la época de las Cien Flores supuestamente había prometido. CAPÍTULO 11: LA REVOLUCIÓN PERMANENTE: LOS ORÍGENES IDEOLÓGICOS DEL GRAN SALTO La campaña del Gran Salto Adelante de 1958-1960 fue, en parte, la respuesta maoísta a las consecuencias de la temprana industrialización. En los primeros años de la República Popular, los comunistas chinos creían que el camino al socialismo en un país económicamente atrasado comenzaba por la industrialización urbana a fin de crear los requisitos materiales necesarios para la nueva sociedad, requisitos que un capitalismo abortado había fracasado en proporcionar. Para 1956, Mao Zedong, así como otros dirigentes, habían concluido que los costos sociales exigidos por ese camino eran un precio muy alto a pagar por los socialistas. El Primer Plan Quinquenal de China había llevado al crecimiento de la burocracia, nuevas desigualdades sociales y elites privilegiadas, un creciente abismo entre las ciudades en modernización y el campo atrasado, y procesos de decadencia ideológica. Los resultados sociales, políticos e ideológicos parecían estar llevando a China más lejos, en vez de más cerca, de un futuro socialista y comunista. La conclusión maoísta era que los objetivos socialistas sólo pueden ser alcanzados por medios socialistas. Y el remedio maoísta para los males de la industrialización urbana sería industrializar el campo. En las nuevas comunas rurales, los maoístas encontrarían lo que parecía ser el instrumento ideal para reconciliar los medios y los objetivos del socialismo, instrumentos que servirían a las necesidades del desarrollo económico moderno a la vez que conformaban las unidades sociales básicas para el “salto” de China hacia la utopía comunista. En el movimiento comunizador del verano de 1958, los maoístas rechazaron en la práctica social lo que ya habían rechazado en su teoría socialista: la ortodoxia soviética de que la combinación de medios nacionalizados de producción y rápido desarrollo industrial automáticamente garantizaría la llegada de una sociedad comunista. El Segundo Plan Quinquenal, programado para comenzar en 1958, nunca fue formalmente suspendido, pero fue abandonado juntando polvo sobre los tableros de diseño de los planificadores económicos. No hubo borradores detallados para el Gran Salto. Fue el producto de una visión social utópica. Cuando se lanzó la consigna del “Gran Salto Adelante” en enero de 1958, Mao bosquejó las líneas generales para el desarrollo socioeconómico de China, pero es improbable que tuviera las “comunas populares” en mente. Con todo, subyacían en la visión maoísta del Gran Salto un conjunto de premisas teóricas y una teoría diferenciada del desarrollo económico de los cuales las comunas surgirían lógicamente. El impulso ideológico para el Gran Salto tenía raíces profundas en el maoísmo revolucionario. Muchas de las predisposiciones intelectuales que habían moldeado la

146 interpretación y la práctica maoístas del marxismo a través de los años de la revolución volverían a aparecer en escena una década después de la victoria revolucionaria. Una creencia voluntarista en que la conciencia y las cualidades morales de los seres humanos son los factores decisivos que determinan el curso de la historia, una creencia populista en que la verdadera creatividad revolucionaria reside en las masas campesinas, y una fe particular en las desventajas revolucionarias del atraso: tales son algunos de los elementos de la herencia revolucionaria que fueron revividos y recibieron una interpretación más radical. Estas creencias, combinadas con las lecciones derivadas de las experiencias de una década de historia posrevolucionaria, recibieron su expresión teórica más general en lo que se anunció en vísperas del Gran Salto como “la teoría de la revolución permanente”. Mao Zedong surgió como un defensor de la “revolución permanente” en un discurso inédito pronunciado ante la Conferencia Suprema del Estado el 28 de enero de 1958, y se explayó sobre su interpretación del concepto en un informe sobre “métodos de trabajo” preparado para circular dentro del Partido tres días más tarde.175 Liu Shaoqi llevó el término al dominio público en mayo de 1958, cuando declaró que el Partido Comunista Chino siempre había sido guiado por “la teoría marxista-leninista de la revolución permanente”.176 El concepto apareció en forma predominante en la literatura teórica del período del Gran Salto, y pronto fue canonizado como parte del “Pensamiento Mao Zedong”. El término “revolución permanente” se identifica primeramente con Trotsky, pero también fue empleado por Marx. Una breve revisión de su historia temprana puede ser útil para comprender cómo el uso maoísta refleja el lugar que Mao Zedong ocupa en la tradición marxista. El marxismo y la idea de la revolución permanente El término “revolución permanente” o, más precisamente “la revolución en permanencia”, fue establecido explícitamente por Marx en 1850. La teoría original fue formulada con referencia al atraso relativo de Alemania en respuesta al conservadurismo político de la burguesía alemana en la derrotada revolución de 1848. Anticipando que otro levantamiento revolucionario en toda Europa era inminente, Marx ponderó el papel de un proletariado embrionario en un país donde la burguesía no podía ser tenida en cuenta para llevar a cabo sus objetivos democráticos. Su conclusión fue que una vez que el proletariado apareciera en la escena política, no podría permitir que una tímida burguesía detuviera el proceso revolucionario en medio de la corriente; el proletariado se vería impelido a lograr la supremacía política, a establecer una “dictadura del proletariado” y, más o menos inmediatamente, a transformar la revolución democrático-burguesa en socialista.177

175

Mao Tse-tung, “Sixty Points on Working Methods”, en Jerome Ch’en, ed., Mao Papers (Londres: Oxford University Press, 1960), pp. 57-76. 176 Liu Shao-ch’i, “The Present Situation, the Party’s General Line for Socialist Construction and Its Future Tasks”, 5 de mayo de 1958, en Bowie y Fairbank, Communist China, 1955-1959: Policy Documents with Analysis (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1962), p. 425. 177 Karl Marx, “Address of the Central Committee to the Communist League”, marzo de 1850, en Karl Marx y Frederick Engels, Selected Works (Moscú, 1950), 1:102. Existe edición en castellano: “Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas”, en Carlos Marx y Federico Engels, Obras Escogidas, Tomo I (Moscú: Ediciones en Lenguas Extranjeras, s. f.), p. 106.

147 Si los trabajadores alemanes iban a seguir sus propios intereses de clase en vez de ser seducidos por la burguesía, su grito de batalla sería: “¡La Revolución en Permanencia!”.178 El concepto de “revolución permanente” modificó la ortodoxia marxista de que hay etapas políticas bien definidas del desarrollo histórico que necesariamente corresponden a las etapas del desarrollo socioeconómico. A los marxistas posteriores de los países económicamente atrasados los proveyó de autoridad doctrinaria para sostener la posibilidad de que aun un proletariado pequeño y débil puede aprovechar la oportunidad política para transformar una revolución democrático-burguesa en otra socialista, al menos en el contexto de una situación revolucionaria internacional. La noción de revolución permanente no aparece explícitamente en los escritos de Marx y Engels después de 1850, en las décadas en que la situación revolucionaria no se desarrollaba de acuerdo a sus primeras expectativas. Después de 1905, en circunstancias políticas e históricas diferentes, fue revivida y formulada en forma más elaborada por Trotsky, con quien la teoría se identifica principalmente. Trotsky sostenía que en la época de la revolución socialista internacional, las clases trabajadoras de los países atrasados (Rusia, en particular, y los países coloniales y semicoloniales de Asia y Medio Oriente por extensión) eran potencialmente más revolucionarias que sus contrapartes de las maduras naciones del Oeste. Dado que la burguesía rusa había resultado ser demasiado débil y tímida políticamente para representar su tarea histórica democrático-burguesa señalada, esta tarea debería quedar en manos del proletariado con la ayuda del campesinado. La debilidad numérica del proletariado, se presuponía, era contrarrestada por su militancia política en los países económicamente atrasados, y por esto los trabajadores asumirían el liderazgo de la revolución democrático-burguesa. Una vez ganada la hegemonía política, el proletariado encontraría imposible confinar la revolución a sus límites burgueses; el resultado necesario sería el establecimiento de una dictadura del proletariado y la transformación de la revolución en socialista. Este resultado, a su vez, proporcionaría el estímulo para las revoluciones socialistas en los países avanzados de Europa Occidental, las que garantizarían la supervivencia del poder proletario en su patria atrasada. Como Trotsky lo declaró en 1906, en su clásica inversión del marxismo ortodoxo, era probable que “en un país atrasado con un grado menor de desarrollo capitalista, el proletariado pudiera alcanzar la supremacía política más pronto que en un estado capitalista altamente desarrollado”.179 Por esto, para Trotsky la revolución sería “permanente” en dos aspectos. En primer lugar, una revolución en un país económicamente atrasado no se puede limitar a una fase “democrático-burguesa” específica, sino que debería proceder “ininterrumpidamente” hacia el socialismo. En segundo lugar, una revolución no se puede limitar a una sola nación; la supervivencia de una revolución en un país atrasado dependía del oportuno estallido de revoluciones socialistas en los países avanzados, ya que sólo en un contexto internacional revolucionario se podría mantener el proceso revolucionario. Estas perspectivas guiaron a Lenin tanto como a Trotsky en la revolución de octubre en Rusia. Los acontecimientos de 1917-1918 en Rusia disolvieron todas las distinciones, salvo las terminológicas y semánticas, entre la teoría de Lenin de la 178

Ibid., 1:108. En la edición en castellano, p. 111. Leon Trotsky, Our Revolution (Nueva York, 1918), p. 84. Trotsky originalmente planteó la teoría en su Results and Prospects de 1906. Para una edición reciente del trabajo en inglés, ver Leon Trotsky, The Permanent Revolution and Results and Prospects (Nueva York, Pathfinder Press, 1974), pp. 29-122. Existen ediciones en castellano: Resultados y perspectivas (París: Ediciones Ruedo Ibérico, 1971) y La era de la revolución permanente (México: Ediciones Saeta, 1967). 179

148 “dictadura democrática del proletariado y el campesinado” y la teoría de Trotsky de la “revolución permanente”. No fue sino hasta el advenimiento de Stalin que la noción de revolución permanente llegó a ser una herejía en la recién canonizada ortodoxia “marxista-leninista”. La doctrina de Stalin del “socialismo en un solo país” reemplazó la perspectiva revolucionaria internacionalista mientras la noción de un proceso revolucionario “ininterrumpido” era reemplazada por el dogma de que todas las revoluciones (salvo quizás la rusa) deben proceder a través de etapas del desarrollo sociopolítico diferenciadas y bien definidas. Por esto, cuando Mao proclamó en enero de 1958 que “Yo defiendo la teoría de la revolución permanente”180, se atrajo la acusación de “trotskista”, y pronto la oiría, a pesar del hecho de que los trotskistas que se podía encontrar en la República Popular languidecían en las cárceles. Es poco sorprendente que Mao se precipitara a agregar que su teoría no debía ser confundida con la de Trotsky, a pesar de que entre ambas había significativas semejanzas tanto como grandes diferencias. El Maoísmo y el concepto de Revolución Permanente La versión maoísta de la teoría comienza con la visión de que todo el proceso revolucionario, hasta la realización del comunismo, está caracterizado por una infinita serie de contradicciones y luchas sociales que sólo pueden ser resueltas por rupturas revolucionarias radicales con la realidad existente. El progreso de una fase a la otra “debe necesariamente ser una relación entre cambios cualitativos y cuantitativos. Todas las mutaciones, todos lo saltos hacia adelante, son revoluciones que deben suceder a través de luchas. La teoría del fin de las luchas [en una sociedad socialista] es pura metafísica”. Además, la resolución de las contradicciones sólo puede ser transitoria, ya que “el desequilibrio es normal y absoluto mientras que el equilibrio es temporal y relativo”.181 El énfasis de Mao en el “desequilibrio” como ley universal y absoluta del desarrollo histórico era la verdadera antítesis de la mentalidad de la planificación y los cálculos racionales que llevó a la realización de los planes quinquenales de desarrollo económico, una noción que perturbaba profundamente a los planificadores económicos chinos y a la mayoría de los dirigentes del Partido. Para Mao, por otra parte, la combinación de desarrollo económico rápido y un continuo y creciente proceso de transformaciones sociales e ideológicas radicales era necesaria para la liberación plena de las energías productivas latentes de las masas y para prevenir el riesgo siempre presente de deslizarse de nuevo hacia el capitalismo. Como declaró en su discurso del 28 de enero, “Al hacer la revolución, uno debe golpear cuando el hierro está caliente, una revolución siguiendo a la otra; la revolución debe avanzar sin interrupción.”182 Y el avance revolucionario sería tanto social como económico, ya que la premisa central del maoísmo era que la transformación socialista de la “superestructura” era más la condición para el desarrollo económico moderno que su producto. Al establecer el concepto de “revolución permanente” a comienzos de 1958, Mao convocó a una “gran revolución técnica”, pero la convocatoria presuponía una casi completa (o casi por completarse) revolución socialista “en los frentes político e ideológico”.183 Y la práctica maoísta de la revolución permanente, como se reveló en las políticas del Gran Salto, enfatizaba el cultivo de una “conciencia comunista” popular y la creación de formas 180

Mao Zedong, “Discurso ante la Conferencia Suprema del Estado”. Para una traducción al inglés, ver Chinese Law and Government, 1, nº 4:10-14. 181 Mao, “Sixty Points on Working Methods”, pp. 65-66. 182 Mao, “Discurso ante la Conferencia Suprema del Estado”. 183 Mao, “Sixty Points on Working Methods”.

149 embrionarias de organización social comunista tanto como la “revolución técnica”. En la visión maoísta, el proceso de desarrollo económico moderno comienza con la toma del poder estatal, es seguido por la transformación de las relaciones, y esto a su vez despeja el camino para el desarrollo de las fuerzas productivas.184 Lo que la versión maoísta de la revolución permanente rechaza no es el rápido desarrollo económico, sino más bien la noción marxista-leninista de que hay etapas de desarrollo sociopolítico bien definidas y más o menos prolongadas que corresponden a etapas en el desarrollo de las fuerzas productivas materiales. Lo que se afirma es que los cambios en la “superestructura” – en las relaciones sociales, las formas políticas y la conciencia ideológica – debían ser cumplidos lo más rápido posible, “uno tras otro”, si se van a lograr los objetivos de la revolución. Por esto, al resumir el desarrollo sociohistórico chino desde 1949, Mao enfatizaba el carácter ininterrumpido del proceso revolucionario. Apenas se había completado la fase burguesa de la revolución (con la culminación de la campaña de reforma agraria), China se embarcó hacia la transición al socialismo, una revolución “básicamente culminada” en 1956, de acuerdo a Mao. Y ahora (en 1958) la campaña del Gran Salto Adelante estaba diseñada para ocasionar no sólo una revolución tecnológica, sino también para marcar el paso de China del socialismo al comunismo. Para Mao, estos eran “saltos” revolucionarios fundamentales en la vida social, política e ideológica; y el proceso de cambio social obviamente estaba ocurriendo mucho más rápido que el aumento de la tasa de desarrollo económico. Dentro de la década posterior a la victoria revolucionaria, China había pasado a través de las revoluciones democrático-burguesa y socialista y, de acuerdo a la perspectiva maoísta de ese momento, estaba preparada para saltar hacia una sociedad comunista. Pero China, como los maoístas reconocían, seguía siendo un país pobre y económicamente atrasado. Esto, por supuesto, atraía las acusaciones de herejía trotskista de “saltar etapas”. Para detener las acusaciones, los maoístas contraatacaban con una ortodoxia puramente verbal: “Somos los defensores de la revolución permanente pero también creemos en una revolución por etapas”. Pero las “etapas” del desarrollo social, al menos en teoría, eran superadas tan rápido que a este respecto Mao aparece como un súper-trotskista. Al mismo tiempo, también era antiestalinista. Después de todo, una ortodoxia estalinista principal establecía que las contradicciones que existen en una sociedad presuntamente socialista pueden ser resueltas por un proceso gradual de cambio evolutivo. La visión maoísta de que la lucha para alcanzar el socialismo y el comunismo exige “saltos” cualitativos, rupturas radicales con el pasado y una serie continua de revoluciones, aparece como un explícito rechazo teórico del estalinismo – tanto como la práctica maoísta del Gran Salto marca un rechazo total al entero patrón soviético de desarrollo socioeconómico. La visión total de un proceso continuo de cambio revolucionario que transformaría rápidamente a China en un país económicamente moderno y socialmente comunista estaba basada en una fe profunda en la capacidad de la conciencia y la voluntad humana para lograr esa transformación. Así como la estrategia revolucionaria maoísta se había basado en la fe en que determinada gente, motivada por las ideas y valores morales apropiados, podría triunfar sobre los más formidables obstáculos materiales, también ahora una fe similar llevaba a sostener la lucha contra los problemas posrevolucionarios del desarrollo social y económico. Si China carecía de los requisitos económicos para ser una sociedad comunista como los definía el marxismo, esas 184

Como Mao más tarde planteó el asunto en una crítica de 1961 al estalinismo titulada “Notas de lectura sobre la ‘economía política’ de la Unión Soviética”, Mao Tse-tung Ssu-hsiang Wan-sui [Mao Zedong Sixiang Wansui] (Taipei, n. p., 1969), pp. 319-399.

150 condiciones económicas objetivas podían ser generadas en el mismo proceso de esforzarse en lograr los objetivos finales comunistas, un proceso que la noción de revolución permanente exigía fuera emprendido ya. La clave del éxito era un pueblo movilizado y armado con el espíritu, la voluntad y los líderes revolucionarios apropiados. Al lanzar el Gran Salto y establecer los objetivos sociales y económicos utópicos a obtener, Mao apuntaba a los factores “subjetivos” de la Historia, a lo que llamaba “los ilimitados poderes creativos” de las masas y su “incansable entusiasmo por el socialismo”. Si el desarrollo económico moderno por sí mismo no garantizaba la llegada de un futuro comunista, una economía moderna y la vida en abundancia que prometía eran sin embargo parte importante de la visión de ese futuro. Los maoístas no preveían una utopía comunista primitiva existiendo en perpetuas condiciones de escasez económica. Desde el mismo comienzo del Gran Salto, Mao enfatizó la necesidad de una “gran revolución técnica”. Mao declaró en enero de 1958 que la producción industrial china sobrepasaría la de Inglaterra en quince años, y esta llegó a ser una de las principales consignas populares coreadas por las manifestaciones de la época. La manera en que Mao concebía el problema de desarrollar la revolución técnica, que discutió al delinear su teoría de la revolución permanente, refleja el papel decisivo de la conciencia humana que está implícito en esta teoría. Al analizar la relación entre los factores económicos y sicológicos, Mao describió un círculo vicioso en el cual el estancamiento económico y el mental tendían a reforzarse uno al otro. A causa del atraso económico chino, su pueblo todavía estaba “espiritualmente restringido” y era “incapaz de tener mucha iniciativa”. El camino para romper el círculo era estimular la conciencia de las masas, liberar sus energías latentes y volcarlas hacia la tarea del desarrollo económico. Esta tarea era como librar una guerra sin fin: “Después de una victoria, debemos establecer inmediatamente un nuevo objetivo. En este camino, los cuadros y las masas estarán para siempre llenos de fervor revolucionario ...”.185 Una vez que el proceso comenzara, habría un progresivo y dinámico desarrollo cíclico de niveles cada vez más altos de conciencia y progreso económico, cada uno estimulando el movimiento progresivo del otro. Aplicada al desarrollo económico, la “revolución permanente” significaba un proceso constante de activismo de masas inspirado ideológicamente: “El trabajo ideológico y el político son la garantía para la culminación del trabajo económico tecnológico y sirven a las bases económicas. La ideología y la política son los comandantes, el alma”.186 En la visión maoísta del mundo, el surgimiento de la nueva sociedad presupone el surgimiento de un pueblo espiritualmente transformado. Las consignas que guiaron la campaña del Gran Salto Adelante – “el hombre es el factor decisivo” y “los hombres son más importantes que las máquinas” – provenían lógicamente de estas visiones, como los tratados teóricos maoístas que concluían con la sorprendente tesis de que “lo subjetivo puede crear lo objetivo”. La noción de revolución permanente fue sobre todo una fórmula para revolucionar constantemente la conciencia y activar las energías humanas como la clave para alcanzar los objetivos sociales y económicos prometidos por la revolución china. Otro aspecto importante de la versión maoísta de la “revolución permanente”, aun cuando no estaba formulado explícitamente en la teoría misma, era una creencia populista de que las verdaderas fuentes de la creatividad revolucionaria residían en el campo. Así como la estrategia revolucionaria maoísta de la “guerra popular” se basaba en una profunda fe en el esfuerzo revolucionario espontáneo del campesinado, así la 185 186

Mao, “Sixty Points on Working Methods”, p. 63. Ibid., p. 64.

151 estrategia maoísta emergente para el desarrollo socioeconómico posrevolucionario adoptó una orientación agraria igualmente fuerte. En 1958, como en 1927, “el pueblo” fue definido esencialmente como las grandes masas campesinas, y los maoístas de nuevo contemplaron principalmente al campo como fuente de progreso y regeneración. El potencial para lograr la apropiada transformación de la moral y la conciencia fue atribuido esencialmente a los “campesinos pioneros”, no a la plebe urbana. Las funciones de la dictadura del proletariado y las tareas de la transición al comunismo fueron asignadas no al proletariado urbano, sino más bien a las comunas populares rurales. Durante el Gran Salto Adelante, las comunas populares rurales fueron vistas como el instrumento para eliminar las diferencias entre ciudad y campo, entre campesinos y trabajadores, y entre trabajo mental y manual; y, en realidad, hasta para abolir finalmente las funciones internas del estado. Las políticas de la campaña del Gran Salto Adelante enfatizaban “la industrialización del campo” y una de las consignas principales del momento fue “la urbanización del campo y la ruralización de las ciudades”. La revolución permanente significaba la permanencia de la revolución agraria. Estrechamente asociada con el énfasis voluntarista en el papel decisivo de la conciencia humana en la Historia y la fe populista en las capacidades revolucionarias del campesinado estaba otra creencia de antigua data del maoísmo, revivida en vísperas de la campaña del Gran Salto Adelante, que subraya la concepción total de “revolución permanente”: nominalmente, una particular percepción de “las ventajas del atraso”. Lo que está involucrado aquí no es simplemente la ahora familiar idea de que las naciones económicamente atrasadas en el mundo moderno reciben la ventaja de poder acelerar su desarrollo tomando prestada la tecnología de los países industrialmente avanzados. Más bien, se trata de una fe más general y penetrante en las virtudes morales y sociales y las ventajas políticas revolucionarias del atraso como tal, una fe no diferente de la que profesaban los Narodniki rusos del siglo XIX. Ya en 1919, antes de su conversión al marxismo, Mao deploraba la impotencia y el miserable atraso de China, pero a pesar de todo veía en esa misma condición una gran reserva de creatividad juvenil y energía revolucionaria, que auguraba positivamente para el futuro. “Nuestro pueblo chino posee gran energía intrínseca ... Mientas más profunda la opresión, mayor la resistencia; lo que ha acumulado por largo tiempo seguramente estallará hacia fuera rápido.”187 Y desde el comienzo de su carrera como revolucionario, Mao estuvo dispuesto a encontrar las fuentes de la revolución moderna en aquellas zonas de la sociedad menos influidas por las fuerzas económicas modernas: en un campesinado relativamente desvinculado de las relaciones capitalistas y en una intelligentsia des-urbanizada relativamente libre de la corrupción de las ideas burguesas que invadían las ciudades. Esta conversión del atraso chino en una virtud revolucionaria llevó a Mao a predecir en 1930 que “la revolución ciertamente se va a dirigir hacia su auge más rápidamente en China que en Europa Occidental”188 y a deducir una dicotomía entre el campo revolucionario y las ciudades conservadoras en la realización de la revolución china. Esta tendencia a celebrar las ventajas revolucionarias del atraso recibió su más radical – y menos marxista – formulación en la tesis de “pobre y vacío”, las virtudes revolucionarias especiales que Mao atribuía al pueblo chino en abril de 1958: 187

“La gran unión de las masas populares”, Hsiang-chiang p’ing-lun [Xiangjiang pinglun], julio-agosto de 1919. Para una traducción parcial al inglés, ver Stuart Schram, The Political Thought of Mao Tse-tung (Nueva York: Praeger, 1969), p. 163. 188 Mao Tse-tung, “A Single Spark Can Start a Prairie Fire”, en Selected Works of Mao Tse-tung (Beijing, Ediciones en lenguas extranjeras, 1961), 1:118. Existe edición en castellano: “Una sola chispa puede incendiar la pradera”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo I (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1968), p. 127.

152

Además de sus otras características, los seiscientos millones de habitantes de China tienen dos peculiaridades remarcables; ellos son, antes que nada, pobres, y en segundo lugar, están vacíos. Esto puede ser visto como una cosa mala, pero es realmente bueno. La gente pobre quiere cambiar, quiere hacer cosas, quiere la revolución. Una hoja limpia de papel no tiene manchas, y así las palabras más nuevas y más bellas pueden ser escritas en ella, las más nuevas y más bellas pinturas pueden ser pintadas en ella.189 La condición de ser “pobre” y “vacío” no sólo exigía un proceso de “revolución permanente” a fin de ser superada, sino que hacía posible un desarrollo ininterrumpido que llevara al comunismo, ya que era precisamente a causa del atraso de China que su pueblo poseía capacidades revolucionarias especiales y era responsable únicamente de la apropiada transformación espiritual; ellos podían escribir, o podían haber escrito sobre esto, “las más nuevas y más bellas palabras”. Ya que, como Mao más tarde declaró: “En la Historia siempre hay gente con un bajo nivel de cultura que triunfa sobre gente con un alto nivel de cultura”.190 Implícita en la tesis de “pobre y vacío” está una noción sorprendentemente similar a un tema central del pensamiento populista ruso del siglo XIX: la premisa de que un país económicamente atrasado no sufre del “exceso de madurez” histórico y la decadencia moral que han sofocado el espíritu revolucionario en las naciones occidentales avanzadas, y por lo tanto es más revolucionario que otros países. Así como los populistas rusos proclamaban que la Rusia preindustrial estaba más cercana al socialismo que las naciones industrializadas del Occidente precisamente a causa de la relativa ausencia de desarrollo económico capitalista moderno, también Mao proclamó las especiales virtudes revolucionarias chinas de ser pobres y vacíos y vio a la China preindustrial abriendo el camino a un futuro socialista y comunista universal. Al igual que Herzen había declarado que “no tenemos nada” al proclamar su fe en el futuro socialista de Rusia191, Mao encontraba a China como “una hoja limpia de papel”, y en esta condición veía la promesa de su futura grandeza socialista. Si el pueblo chino en general era caracterizado como “pobre y vacío”, esas virtudes eran específicamente características de dos secciones especiales del pueblo. Ya que los más pobres de entre el pueblo eran los campesinos y los más “vacíos”, los jóvenes. Mientras los campesinos pobres en su mayoría querían la revolución, la juventud china era la más receptiva a la apropiada transformación de ideología y espíritu. Si la tesis de “pobre y vacío” servía para reforzar la creencia de Mao de que el campesinado era la clase verdaderamente revolucionaria en la sociedad china, también marcaba la revitalización de la fe especial en la juventud que había caracterizado las etapas formativas de su desarrollo intelectual, la época de la Nueva Juventud de 19151919. “Desde la antigüedad”, resaltaba Mao en un discurso de 1958, “la gente que ha 189

Hongqi (Bandera Roja), 1 de junio de 1958, pp. 3-4. Para una traducción en inglés, ver Peking Review, 10 de junio de 1958. 190 Mao Tse-tung, “Notas de lectura sobre la ‘economía política’ de la Unión Soviética”, Mao Tse-tung Ssu-hsiang Wan-sui [Mao Zedong Sixiang Wansui] (traducción JPRS, p. 307). 191 Alexander Herzen, “The Russian People and Socialism” (1851) en Herzen, From the Other Shore (Londres: Weidenfeld and Nicolson, 1956), p. 199. Existe edición en castellano: Alexandr Ivánovich Herzen, El desarrollo de las ideas revolucionarias en Rusia; El pueblo ruso y el socialismo (cartas a Jules Michelet) (México: Ed. Siglo XXI, 1979).

153 creado nuevas escuelas de pensamiento siembre ha sido gente joven sin mucha educación”.192 ¿Qué relación guarda la concepción maoísta de la revolución permanente con las concepciones de Marx y Trotsky? Que Mao eligiera adoptar el término marxista, y especialmente teniendo en cuenta su posición herética en la ortodoxia marxista-leninista soviética, es en sí misma una cuestión de cierta importancia. La elección agudizó la autonomía política e ideológica china con respecto a Moscú y la determinación maoísta de seguir un camino chino diferenciado hacia el comunismo, reflejando a la vez el deseo de los maoístas de ligarse por sí mismos a la tradición marxista y deducir de ésta sus esfuerzos más voluntaristas. Pero además del uso del término mismo, la teoría maoísta tenía más bien poco en común con las concepciones de Marx o Trotsky. Aunque la versión china mantenía (y en realidad magnificaba) la noción general de que un país atrasado puede comprimir las etapas del desarrollo revolucionario, lo hacía en un contexto histórico, basada en premisas ideológicas y a través de medios propuestos que en su conjunto constituyen un rechazo en su totalidad de muchas de las más fundamentales premisas de la teoría marxista. Mientras que Marx y Trotsky planteaban la posibilidad de la revolución permanente con referencia a una revolución burguesa transformándose en otra socialista y en una situación revolucionaria internacional, la teoría maoísta se refería a lo que se asumía como el período de transición del socialismo al comunismo en China sola, sin referencia a ningún proceso revolucionario internacional. Mientras que Marx y Trotsky asumían que el éxito de una revolución socialista en un país económicamente atrasado dependía en esencia de las revoluciones socialistas exitosas en las naciones industrializadas avanzadas, ya que sólo estas últimas podían proveer las condiciones materiales para toda sociedad genuinamente socialista, la presunción maoísta era que el atraso económico no es una barrera para la reorganización socialista y comunista de la sociedad. En efecto, el atraso es convertido en una virtud revolucionaria que produce las energías humanas y la pureza moral para el proceso de la revolución permanente, y por esto China puede avanzar hacia una utopía comunista sobre las bases de sus propios y magros recursos materiales. Y mientras Trotsky, tanto como Marx, creían que sólo el proletariado urbano podía transformar una revolución burguesa en otra socialista, la creencia maoísta era que la verdadera fuente para la transformación social revolucionaria residía en el campesinado, y que el campo es el principal escenario donde se determinará la lucha para lograr el socialismo y el comunismo. La versión maoísta de la revolución permanente descansa en una interpretación literal de la premisa marxista de que “los hombres hacen la historia”, una creencia extremadamente voluntarista de que la conciencia humana es el factor decisivo para determinar el curso del desarrollo social. Marx, sin duda, creía que “los hombres hacen su propia historia”, pero también insistía, como lo hizo Trotsky, que “no la hacen a su libre arbitrio; bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y trasmite el pasado”193. En Mao, tales limitaciones históricas marxianas a la emergencia y activación de la conciencia humana están en gran medida ausentes, y entonces los hombres dedicados, con las ideas y voluntad apropiadas, son libres para moldear la realidad objetiva de acuerdo a sus conciencias, “justo como desean”, en gran medida sin tener en cuenta la 192

Mao, “Talk at Chengtu”, 22 de marzo de 1958, en Stuart R. Schram, ed., Mao Tse-tung Unrehearsed: Talks and Letters 1956-1971 (Middlessex, Inglaterra: Penguin 1974), p. 118. 193 Karl Marx, “The Eighteenth Brumaire of Louis Bonaparte”, en Marx y Engels, Selected Works (1950), 1:225. Existe edición en castellano: “El dieciocho brumario de Luis Bonaparte”, en Carlos Marx y Federico Engels, Obras Escogidas, Tomo I (Moscú: Ediciones en Lenguas Extranjeras, s. f.), p. 250.

154 condiciones socioeconómicas nacionales particulares ni las condiciones revolucionarias internacionales generales en las cuales se encuentran insertos. Estas desviaciones maoístas de las premisas del marxismo encuentran su expresión más radical en la tesis de “pobre y vacío” con la cual la noción maoísta de revolución permanente está conectada íntimamente. La gente, cierta vez advirtió Marx (e incluso la concepción de Trotsky de la revolución permanente mantuvo la advertencia), “no construye un nuevo mundo en base a los frutos de la tierra, como la superstición vulgar cree, sino en base a los logros históricos de su civilización decadente. Debe, en el curso de su desarrollo, comenzar por sí misma produciendo las condiciones materiales de la nueva sociedad, y ningún esfuerzo de la mente o de la voluntad puede librarla de este destino”194. Para los maoístas, por contraste, no son los logros del pasado lo importante, sino más bien la creencia de que el presente no está agobiado por el peso histórico del pasado. Es la condición de ser “pobre y vacío” la que provoca el aumento de la confianza en el surgimiento de la nueva sociedad. Reflejada en esta celebración de las “ventajas del atraso” está la ausencia de toda fe real marxista en las fuerzas objetivas de la Historia, la falta de la convicción marxista de que el socialismo y el comunismo son inmanentes al movimiento progresivo de la Historia misma. Más bien, lo que es decisivo en la determinación del resultado histórico son “los factores subjetivos”, la conciencia, los valores morales y las acciones de la gente dedicada. Las políticas del Gran Salto Adelante fueron formuladas e implementadas en base a esta convicción principalmente no-marxista. CAPÍTULO 12: LA ECONOMÍA DEL GRAN SALTO ADELANTE La estrategia de desarrollo económico del “Gran Salto” descansaba en última instancia en lo que los maoístas percibían que era el “entusiasmo revolucionario” de las masas, especialmente las masas campesinas, pero no asumía que sólo el celo moral podría producir el desarrollo económico moderno. Los fervores utópicos de 1958 estaban acompañados por una teoría maoísta específica del desarrollo económico, la cual, contemplada a la luz de las realidades socioeconómicas chinas concretas, no se presenta tan irracional como actualmente se la suele describir. Para comprender la racionalidad económica del Gran Salto Adelante es necesario distinguir entre la teoría maoísta del desarrollo económico y la manera en que esta fue implementada durante el desarrollo de la campaña. La distinción es parcialmente artificial porque el maoísmo sólo se revela completamente en la práctica, pero en este caso parece justificada una exposición en gran medida abstracta, a causa de la gran brecha entre lo que se pretendió y lo que realmente se hizo. En el análisis final, por supuesto, los maoístas, como todos los actores históricos, deben ser juzgados por lo que hicieron más que por lo que pretendieron hacer. La teoría económica maoísta específica tomó forma en respuesta a los tres mayores problemas que enfrentaba la sociedad china cuando estaba siendo finalizado el Primer Plan Quinquenal. En primer lugar, estaba el inmediato problema del creciente desempleo en las ciudades y del subempleo en el campo, problemas crónicos que el Primer Plan Quinquenal había fallado en resolver y para los que el Segundo Plan Quinquenal ofrecía pocas promesas de alivio. En segundo lugar, estaba la cuestión más general de cómo acelerar el proceso de “acumulación primitiva socialista”. Con pocas perspectivas de alguna inversión significativa de capital extranjero, la cuestión se 194

Karl Marx, “Die moralisierende Kritik und die kritisierende Moral”, en Karl Marx, Selected Writings in Sociology and Social Philosophy (Londres: Watts, 1956), p. 240.

155 convirtió en cómo hacer un uso más eficiente del mayor recurso chino, la fuerza de trabajo humana. Y esto, a su vez, puso en cuestión la eficacia de concentrarse en el desarrollo de las industrias pesadas de capital intensivo. Totalmente aparte de las consecuencias sociales de la industrialización urbana, los maoístas enarbolaron la cuestión de si las necesidades chinas de desarrollo económico nacional a gran escala podían ser satisfechas por una continuada confianza en el modelo soviético de desarrollo. En tercer lugar, el reconocimiento general de que China necesitaba una “revolución técnica” planteaba el problema de cómo la tecnología y la ciencia modernas podían ser dominadas rápidamente sin reforzar el desarrollo de una intelligentsia tecnológica privilegiada. Problemas de población, desempleo y subempleo Uno de los problemas que aquejan a los países económicamente atrasados en el mundo moderno es que la urbanización ha estado procediendo mucho más rápido que la industrialización. Entre los legados contemporáneos del imperialismo y el colonialismo no está sólo el fenómeno del “desarrollo desequilibrado” entre las ciudades modernas y las áreas rurales atrasadas, sino la tendencia a que las ciudades mismas crezcan en una forma económicamente distorsionada y socialmente desfigurada. En ciudades edificadas sobre bases industriales débiles y estructuralmente deficientes, se aglomeraban enormes poblaciones, la gran mayoría viviendo en la miseria y la suciedad en los márgenes de la vida económica moderna. Las horrendas consecuencias sociales son penosamente evidentes hoy en muchos de los centros urbanos de Asia, África y América Latina, como lo eran en la China anterior a 1949. Aunque los comunistas chinos tuvieron éxito en aliviar los peores abusos sociales en las ciudades durante los primeros años de su gobierno, no fueron exitosos en tratar con los problemas más fundamentales de las ciudades “superpobladas”. Aunque la industria urbana y el proletariado industrial crecieron rápidamente en los años cincuenta, el incremento de la población urbana de 57 millones en 1949 a alrededor de 100 millones en 1957 no puede ser contabilizado sólo en términos del crecimiento de la economía urbana. Muchos de los nuevos habitantes de las ciudades eran inmigrantes campesinos incapaces de encontrar trabajo en las empresas urbanas. El resultado fue un persistente y extendido desempleo y subempleo en las ciudades. El gobierno era reacio a reconocer el problema. Cuando comenzó el Primer Plan Quinquenal en 1953, la mayoría de los planificadores económicos asumió que una industria en rápido crecimiento crearía suficiente empleo para una población urbana en rápido crecimiento. Basándose en esa presunción, rechazaron el control de nacimientos y de la población (denunciados como herejías maltusianas antimarxistas) e hicieron poco para controlar la emigración rural a las ciudades. Sólo en la relativamente libre atmósfera intelectual de las Cien Flores el tema del control de la población se debatió seriamente, y a los defensores del control de la natalidad se les permitió abogar públicamente por éste. Incluso Mao, en la versión original de “Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones entre el pueblo” apareció brevemente como defensor del control de la población.195 El nuevo interés oficial en la cuestión reflejaba un creciente reconocimiento de que la industrialización no resolvería el problema de la población. Varias campañas xiafang para enviar a los citadinos al campo sirvieron sólo para agravar el problema del subempleo de las áreas rurales. 195

Ver Roderick MacFarquhar, ed., The Hundred Flowers Campaign and the Chinese Intellectuals (Nueva York, Praeger, 1960), p. 273.

156 El desempleo urbano alcanzó proporciones de crisis a comienzos de 1957, cuando la pobre cosecha del otoño previo y las dislocaciones resultantes de la colectivización incrementaron en gran medida el flujo de campesinos trasladándose a las ciudades; el problema se agravó a causa de una campaña para reducir el tamaño de la burocracia, el creciente número de soldados desmovilizados y la reducción en el número de egresados del secundario a los que se les permitió ingresar a las universidades. La intensificada campaña xiafang de fines de 1957, en parte un intento de aliviar el desempleo cada vez mayor en las ciudades, no se dirigió contra las causas básicas del desempleo y el subempleo, tanto en el campo como en la ciudad. Para entonces, los dirigentes chinos eran conscientes de que el desempleo urbano era un problema socioeconómico fundamental, inherente a las políticas económicas del momento. Aun el optimista Plan de Doce Años para el Desarrollo Agrícola de Mao asumía que tomaría de cinco a siete años lograr el pleno empleo en las ciudades, e incluso esa esperanza se basaba en la asunción de que una economía rural en rápida expansión absorbería el sobrante de población urbana. Y los planificadores económicos chinos más ortodoxos, al redactar el Segundo Plan Quinquenal, reconocían que se podían anticipar niveles de desempleo cada vez más altos, en el orden de cinco millones de desempleados extra cada año.196 Dada la enorme y rápidamente creciente población china, un énfasis continuado en las industrias modernas de gran escala y capital intensivo significaba cada vez más elevados niveles de desempleo y subempleo crónico. La nueva estrategia económica maoísta de 1958 comprendía un cambio total de énfasis de los proyectos de capital intensivo a los de trabajo intensivo: un cambio de la industria pesada a la agricultura, la industria ligera y las industrias de pequeña y mediana escala, que requerían inversiones de capital relativamente pequeñas, pero más bien dependían de la máxima utilización de la mano de obra. En este sentido, era una política diseñada para resolver el problema del desempleo tanto en el campo como en la ciudad (y para hacerlo de un golpe). Al mismo tiempo, esta política se anunciaba como la solución inmediata para el problema de población chino, ya que en la perspectiva de una estrategia económica basada en la máxima utilización de la mano de obra, una población grande y creciente no era vista como una barrera para el desarrollo moderno, sino más bien como un activo económico. Mientras que a comienzos de 1957 Mao favorecía el control de la población, a comienzos de 1958 declaraba que “a mayor cantidad de gente que haya, mayor el fermento de ideas, mayor el entusiasmo y la energía”.197 El debate sobre el control de población fue entonces clausurado y los defensores del control de la natalidad fueron acusados otra vez de propagar herejías maltusianas. Fuerza de Trabajo y “Acumulación Primitiva Socialista” La tarea de la “acumulación primitiva socialista” (la creación de capital para construir la base industrial moderna sobre la cual la futura sociedad socialista descansaría supuestamente) fue realizada en la Unión Soviética en gran medida a través de la explotación del campesinado. Stalin tomó la decisión consciente de extraer de un campesinado “colectivizado” el capital necesario para llevar a cabo un proyecto intensivo de desarrollo industrial y subordinar totalmente el desarrollo de la agricultura y de las industrias de bienes de consumo al objetivo dominante de crear un amplio sector de industria pesada. Se asumió, además, que una base industrial moderna 196

Christopher Howe, Employment and Economic Growth in Urban China, 1949-1957 (Cambridge, Inglaterra: Cambridge University Press, 1971), p. 125. 197 Hongqi (Bandera Roja), 1 de junio de 1958, p. 3.

157 establecida tendría un efecto de “expansión”, llevando finalmente a la modernización de toda la economía. Como en el caso soviético, el capital para la industrialización de China en los años cincuenta había sido extraído en gran medida del campo. Es muy discutible que la continuidad de la estrategia estalinista, como estaba prevista en el proyecto del Segundo Plan Quinquenal, hubiera modernizado a China como lo hizo con Rusia, en vista del hecho de que China había comenzado su “acumulación primitiva socialista” desde un nivel mucho más bajo y con un amplio campesinado existiendo en los más desamparados márgenes de la subsistencia. A lo mínimo, el continuado desarrollo del modelo soviético habría exigido la introducción de políticas agrarias cada vez más represivas y mucho más explotadoras. La esperanza de evitar la explotación del campo para beneficiar a las ciudades fue un factor que motivó la nueva estrategia maoísta de desarrollo económico. Otro fue la creencia de que el capital puede ser acumulado más rápidamente e invertido más equitativamente a través de la movilización intensiva y del empleo de la fuerza de trabajo de las masas sin utilizar, particularmente de las masas campesinas. Las políticas introducidas en 1958 no rechazaban el desarrollo de la industria pesada, y mucho menos eran un repudio Ludita de la vida económica moderna en general. En verdad, se preveía que las industrias estratégicas y de capital intensivo como las del acero y el hierro, las químicas y de construcción de maquinarias, se desarrollarían aún más rápidamente que antes, pero no a expensas del desarrollo de la agricultura y la industria ligera. Más bien, todos los sectores de la economía se desarrollarían juntos, y lo harían rápidamente a través de la fórmula de “desarrollo simultáneo”, la principal noción económica del Gran Salto. Las fuertes inversiones de capital en el sector industrial avanzado continuarían, pero al mismo tiempo habría inversiones crecientes en la industria ligera y en la agricultura, y las tres crecerían juntas en forma dinámica, cada una estimulando el crecimiento de las otras. El argumento maoísta, para decirlo sencillamente, era que la promoción de las industrias ligeras, que producían bienes de consumo baratos para los campesinos, era esencial para motivar a estos a incrementar la producción agrícola, mientras que un mayor producto agrícola, a su vez, estimularía más el desarrollo de la industria ligera y era el requisito esencial para que el estado acumulara suficiente capital para el desarrollo de la industria pesada. Basado en este concepto de interacción dinámica entre los tres sectores económicos, Mao había declarado que “si tienes un fuerte deseo de desarrollar la industria pesada, entonces prestarás atención al desarrollo de la industria ligera y la agricultura”.198 De esta declaración derivó la política de “desarrollo simultáneo” como el camino más rápido para la construcción de una economía moderna. Aunque la mejor opción económica sería claramente un proceso de “desarrollo simultáneo”, no estaba de ningún modo claro que la política maoísta estuviera dentro del dominio de lo posible. Nadie cuestionaba que fuera deseable desarrollar todos los sectores de la economía de la manera “más rápida, mejor y más barata”, como decía la consigna del momento, pero surgieron preguntas sobre la manera de lograrlo. Se había asumido que el sector industrial moderno podría ser desarrollado rápidamente sólo a expensas de los otros sectores, y la mayoría de los dirigentes comunistas chinos habían aceptado las consecuencias sociales y económicas de tal suposición. Si las inversiones de capital en la industria pesada urbana no se iban a reducir, entonces, ¿cómo se 198

Mao Tse-tung, “On the Ten Great Relationships”, en Stuart R. Schram, ed., Mao Tse-tung Unrehearsed: Talks and Letters, 1956-1971 (Middlesex, Inglaterra: Penguin, 1974), p. 63. Existe edición en castellano: “Sobre diez grandes relaciones”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo V (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1977), p. 310.

158 financiaría un “gran salto adelante” en las industrias ligeras y la agricultura? Los maoístas respondían que la clave para el desarrollo simultáneo era la fuerza de trabajo de las masas chinas; a través del establecimiento de nuevas formas de organización social y de la guía ideológica adecuada, el potencial de trabajo del pueblo hasta ahora subutilizado podría ser liberado y movilizado en una gran cruzada para conquistar la naturaleza. Una premisa maoísta principal era que los nuevos proyectos en trabajo intensivo en la industria tanto como en la agricultura no requerirían nuevo capital sino que más bien lo generarían. Ya que la mayoría de la fuerza de trabajo china, y aún una mayor proporción de su mano de obra subutilizada, residía en el campesinado, la nueva estrategia de rápido desarrollo económico se centraba en el campo más que en las ciudades. La mano de obra potencial de los campesinos, que podía ser utilizada sólo parcialmente en la producción agrícola aun bajo las mejores circunstancias, sería ahora plenamente aprovechada mediante la promoción del desarrollo industrial de las zonas rurales. La enorme reserva de fuerza laboral sobrante dejada por las temporadas “flojas” en la agricultura sería dirigida hacia el desarrollo de industrias de pequeña y mediana escala, que requerían poca inversión de capital. Las industrias de trabajo intensivo tales como el procesamiento de cosechas, fabricación de herramientas, producción de bienes de consumo simples, producción de aceite de esquistos y pequeñas plantas químicas y de fertilizantes podrían crecer en combinación con la producción agrícola en las áreas rurales. Tales proyectos industriales de base local no sólo permitirían un uso más eficiente de la fuerza de trabajo de las masas campesinas, sino que también llevarían a la industria más cerca de las fuentes de materias primas (y por esto reducirían los esfuerzos del frágil sistema de transportes); permitirían explotar materias primas de calidad más pobre no aprovechables para su uso en las empresas de industria pesada establecidas en las ciudades, estimular las innovaciones tecnológicas basadas en las necesidades y condiciones locales, y acelerar la acumulación de capital para apoyar proyectos industriales y de construcción en gran escala. Esta combinación de producción industrial y agrícola era considerada deseable tanto en el terreno social como en el económico. El crecimiento de las industrias locales promovería el desarrollo económico de las regiones más atrasadas del país y reduciría las desigualdades regionales; y la industrialización rural sería un escalón inicial hacia la abolición de las distinciones entre obreros y campesinos y entre ciudad y campo. La nueva estrategia económica maoísta presuponía una descentralización radical de la vida socioeconómica. En contraste con la forma de descentralización que había sido inaugurada en el otoño de 1957, cuando el gobierno central y los ministerios económicos en Pekín les transfirieron un amplio grado de autoridad administrativa a las unidades administrativas provinciales y municipales y a las empresas económicas de gran escala (una forma similar a los cambios post-estalinistas en la Unión Soviética y muchos países de Europa Oriental), las políticas maoístas de 1958 implicaban el desmantelamiento total de los órganos burocráticos de planificación económica, y la transferencia de la toma de decisiones económicas a las unidades básicas de producción. El argumento maoísta era que la plena utilización de los recursos locales y de la fuerza laboral exigía que la descentralización económica fuera llevada hacia las localidades, que la iniciativa y creatividad de las masas en la producción sólo podían ponerse de manifiesto totalmente si el pueblo mismo participaba en la planificación económica en sus propias comunidades. La descentralización y el énfasis en el desarrollo local no significaban, o al menos no se pretendía que significaran, el abandono de la planificación económica nacional, especialmente en lo que concernía al sector industrial moderno. Para el

159 desarrollo de la industria pesada fueron diseñados planes aún más ambiciosos. La nueva política industrial de “caminar con las dos piernas” preveía el rápido desarrollo tanto del sector moderno a gran escala como de las industrias de pequeña y mediana escala en el interior, basadas en tecnologías indígenas y recursos locales. Dado que estas últimas eran operaciones de trabajo intensivo, se asumió que no habría disminución de la tasa de inversión de capital en la industria pesada. La Revolución Tecnológica Lo que a menudo se toma como el “prejuicio anti-tecnocrático” de Mao no era un prejuicio contra la tecnología moderna y la ciencia en cuanto tales, sino más bien una preocupación por las consecuencias sociales del desarrollo tecnológico moderno. En realidad, los grandiosos logros económicos que la estrategia del Gran Salto Adelante prometía presuponían una aplicación extraordinariamente rápida de las tecnologías avanzada e intermedia tanto como el desarrollo general del conocimiento científico y la educación. Y nadie enfatizó más fuerte la necesidad de ciencia moderna y tecnología que Mao. Al lanzar la campaña del Gran Salto Adelante, saludó los éxitos de la transformación socialista de China, pero lamentó el continuado atraso económico del país. “Debemos comenzar ahora una revolución tecnológica”, declaró en enero de 1958, “de tal manera que podamos sobrepasar a Inglaterra en quince años o más ... La revolución tecnológica está diseñada para hacer que cada uno aprenda ciencia y tecnología.”199 Sin embargo, para Mao y los maoístas los objetivos económicos no podían ser separados de los objetivos sociales y políticos. Aunque nadie cuestionaba la necesidad y conveniencia de dominar la ciencia y la tecnología modernas, los maoístas estaban preocupados con la cuestión de cómo serían dominadas y por quién. Parte de la preocupación maoísta era una ansiedad ampliamente compartida de que China hubiera llegado a ser muy dependiente de la tecnología soviética. En 1956, Mao había advertido que “no deberíamos ser unilaterales y copiar todo lo que viene de afuera, e introducirlo mecánicamente.”200 Por “afuera” se entiende de manera inconfundible a la Unión Soviética, y el punto fue establecido de manera más explícita a comienzos de 1958. “El aprendizaje debería ser combinado con la creatividad”, dijo entonces, e “importar códigos y convenciones soviéticas inflexiblemente es carecer de espíritu creativo”. Procedió a dirigir un ataque total contra el Primer Plan Quinquenal, basado en el modelo soviético, quejándose de que todo lo que pudimos hacer en nuestra ignorancia fue importar métodos extranjeros. Nuestro trabajo estadístico fue prácticamente una copia del trabajo soviético; en el campo educativo la copia fue también muy mala. ... Ni siquiera estudiamos nuestra propia experiencia de educación en las áreas liberadas. Lo mismo se aplica a nuestro trabajo en salud pública, con el resultado de que no pudimos tener huevos o sopa de pollo por tres años porque apareció un artículo en la Unión Soviética que decía que uno no debería comerlos. ... Carecimos de la comprensión de la situación económica total y comprendimos 199

Mao Tse-tung, “Sixty Points on Working Methods”, en Jerome Ch’en, ed., Mao Papers (Londres: Oxford University Press, 1970), p. 63. 200 Mao, “On the Ten Great Relationships”, p. 81. Existe edición en castellano: “Sobre diez grandes relaciones”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo V (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1977), p. 329.

160 todavía menos las diferencias entre la Unión Soviética y China. Entonces, todo lo que pudimos hacer fue seguirlos ciegamente.201 Habiéndose embarcado en una estrategia de desarrollo radicalmente nueva, es poco sorprendente que Mao estuviera determinado a romper también con la confianza china en la asistencia tecnológica soviética. No sólo se trataba de la no adaptabilidad de mucha de la tecnología soviética, especialmente al nuevo énfasis maoísta en la industrialización rural a pequeña escala. También estaba muy involucrado el temor, que reflejaba resentimientos nacionalistas de larga data, de que la dependencia económica y tecnológica con respecto a Rusia implicara también un grado de dependencia política.202 Además, la dependencia política y económica fortalecía la dependencia sicológica, la cual, a su vez, inhibía la iniciativa y el activismo de las masas; en la visión maoísta, la copia del extranjero había dejado al pueblo chino “mentalmente impedido” y “pasivo”, y su completa liberación (y la liberación de su potencial productivo) requería la completa independencia nacional y un espíritu de “auto-confianza”. Por esto, la convocatoria maoísta para que China desarrollara una tecnología independiente e indígena reflejaba una combinación de viejas consideraciones de orgullo nacional y nuevas consideraciones económicas. Esta convocatoria anunciaba uno de los principales temas que surgirían en el período del Gran Salto Adelante: el principio de “autoconfianza”. Aunque el deseo de Mao de terminar con el copiado mecánico de los métodos soviéticos era generalmente compartido por la mayoría de los dirigentes del Partido y por la intelligentsia no-partidaria – en realidad, había estado entre las críticas más importantes que se oyeron durante la campaña de las Cien Flores – es improbable que muchos fueran receptivos al programa alternativo para el desarrollo tecnológico que él proponía. El programa de Mao, planteándolo sencillamente, preveía el desarrollo y la aplicación de la ciencia y la tecnología modernas sin científicos ni tecnócratas profesionales. Para los planificadores económicos del Partido, esta parecía una noción económicamente irracional, y para la intelligentsia tecnológica algo que amenazaba sus profesiones. Pero para Mao la ciencia y la tecnología no eran materias políticamente neutrales. Si se lo dejaba a sí mismo, el desarrollo de la ciencia y la tecnología modernas generaba elites tecnológicas y fortalecía la burocracia y la desigualdad social. Mientras que en 1956 los dirigentes del Partido habían liberado a las ciencias naturales de todo “carácter de clase”, en enero de 1958 Mao restauró los vínculos políticos y sociales. “Con el objetivo en la tecnología”, advirtió, “[somos] capaces de descuidar la política. ... El trabajo ideológico y político es la garantía para la culminación del trabajo económico y tecnológico.203 En la “revolución técnica” de Mao, los políticos , no los técnicos, estarían al mando, para garantizar que los instrumentos de la ciencia y la tecnología modernas 201

Mao Tse-tung, “Talks at the Chengtu Conference”, marzo de 1958, en Schram, ed., Mao Unrehearsed, pp. 96-99. 202 Los ataques de Mao a la copia indiscriminada de los métodos soviéticos por parte de los chinos serían seguidos pronto por amplias críticas a la Unión Soviética en general, y a Stalin en particular. Estas aparecieron en su forma más amplia y enérgica en las “Notas de lectura sobre la ‘economía política’ de la Unión Soviética” de Mao de 1961, Mao Tse-tung Ssu-hsiang Wan-sui [Mao Zedong Sixiang Wansui] (Taipei, 1969). Una traducción al inglés apareció en el documento JPRS nº 61269, pp. 247-313. Para un análisis perspicaz, ver Richard Levy, “New Light on Mao”, China Quarterly, nº 61 (marzo de 1975), pp. 95-117. 203 Mao, “Sixty Points on Working Methods”, p. 64.

161 fueran usados en forma consistente con los objetivos socialistas. . Mientras que dos años antes Zhou Enlai había planteado el problema en términos de una intelligentsia tecnológica que era insuficiente en número y carente de formación profesional, Mao veía ahora el problema en términos de cómo China podía adquirir conocimiento científico y tecnológico moderno sin crear una elite tecnocrática privilegiada. La solución maoísta era engañosamente simple y quizás simplísticamente utópica: las mismas masas de campesinos y trabajadores dominarían la tecnología moderna. Además, lo harían en el transcurso de su trabajo productivo cotidiano, adquiriendo las habilidades y la experiencia necesarias mientras lo hacían, estudiando mientras trabajaban, y aplicando su conocimiento recientemente adquirido a las necesidades productivas inmediatas, y en la manera apropiada para adaptarse a las condiciones locales. No habría “expertos”, sino sólo “rojos y expertos”, una nueva generación de “aprendices de todo y oficiales de nada” políticamente conscientes, que combinarían el trabajo mental con el manual y que serían capaces de involucrarse en “emprendimientos científicos y culturales tanto como trabajo físico”. El resultado sería la creación de una nación entera de los que Mao llamaba “trabajadores cultos de conciencia socialista”. Por esto, la fórmula del “rojo y experto” se interpretó como significando que ni los simples cuadros “rojos” adquirirían experiencia técnica ni los técnicos expertos adquirirían una conciencia política “roja” (aunque significaba eso también), sino que más bien llegó a ser un ideal universal a realizarse universalmente. Así como la nación china llegaría a ser tecnológicamente autosuficiente y no dependiente de otras naciones, así también el pueblo chino llegaría a confiar en sí mismo y a no depender de una elite tecnológica. El desarrollo tecnológico era concebido como un movimiento de masas, y una de las consignas voceadas durante las manifestaciones en los años del Gran Salto Adelante era “las masas deben hacerse a sí mismas dueñas de la cultura y la ciencia”. La campaña del Gran Salto Adelante se desarrolló entre estos fervores utópicos. CAPÍTULO 13: LAS COMUNAS POPULARES Y LA “TRANSICIÓN AL COMUNISMO” (1958-1960) A comienzos de 1958, apenas poco más de ocho años después del nacimiento de la República Popular, Mao Zedong estaba convencido de que la transición al socialismo se había realizado exitosamente. Sin duda, la lucha de clases “ideológica” entre el “proletariado” y la “burguesía” todavía debía ser concluida (en realidad, sugirió que debería tener que sostenerse indefinidamente) y permanecía el peligro siempre presente de una regresión al capitalismo, o al menos a cierto tipo de negocios “pre-socialistas”. Pero las tareas fundamentales involucradas en la reorganización socialista de la sociedad china habían sido logradas, o eso creía Mao. Por esto, había llegado el momento de que China se dirigiera a una etapa más elevada de desarrollo social, un curso dictado por la teoría de la revolución permanente, por la cual “las revoluciones vienen una después de la otra”. “Nuestras revoluciones son como batallas”, declaró Mao. “Después de una victoria, nos debemos de inmediato plantear un nuevo objetivo”.204 El nuevo objetivo era “la transición del socialismo al comunismo”. Para la mayoría de los dirigentes comunistas chinos, el llamado a proceder a una reorganización comunista de la sociedad les debe haber parecido una noción desatinadamente utópica, ya que el proceso de transformación socialista había 204

Mao Tse-tung, “Sixty Points on Working Methods”, en Jerome Ch’en, ed., Mao Papers (Londres: Oxford University Press, 1970), pp. 62-63.

162 comenzado sólo unos pocos años antes, y la industrialización todavía estaba en su infancia. Mao acordaba con que China continuaba siendo un país desastrosamente atrasado, pero de este hecho infería sorprendentemente conclusiones teóricas y prácticas diferentes y novedosas. Si el sistema socialista chino era relativamente nuevo y sin consolidar, entonces esto le parecía a Mao una oportunidad para trasladarse a una etapa social superior más que un imperativo para perfeccionar e institucionalizar el sistema existente. Ya que Mao había llegado a creer que era precisamente la relativa inmadurez de un orden social dado la que ofrecía el mayor potencial para el cambio radical. E, inversamente, creía que, mientras más consolidado y estabilizado llegaba a ser un sistema social, más resistente sería al cambio. Aún más que nunca, Mao enfatizó el papel decisivo de la “conciencia” en el desarrollo sociohistórico. Como lo planteó en las detalladas (pero inéditas) críticas a Stalin y la teoría soviética, que entonces estaba emprendiendo: “No podemos avanzar en consolidar [un sistema social] para siempre. De lo contrario, haríamos inflexible la ideología que reflejara este sistema y volveríamos a la gente incapaz de ajustar sus pensamientos a nuevos cambios”.205 Al realizar la transformación revolucionaria de las relaciones sociales, el principio guía maoísta era “golpear cuando el hierro está caliente”.206 Estabilizar el orden existente – y entonces postergar el paso a una etapa superior de desarrollo – era una prescripción para el estancamiento y la regresión. Mao tampoco veía el atraso económico como barrera para emprender la “transición al comunismo”. En realidad, lo contemplaba como un activo, ya que en 1958 manifestó públicamente su notable tesis sobre las ventajas revolucionarias de ser “pobre y vacío”, que pronto continuaría con la tesis de que mientras más atrasada era la economía, más fácil sería la reorganización socialista y comunista de la sociedad.207 Sin duda, también lamentaba el atraso económico – y por cierto este sería superado – pero sería superado simultáneamente con los procesos de cambio social revolucionario que llevaran al comunismo. Al lanzar la campaña del Gran Salto Adelante, Mao prometió tanto una “revolución técnica” como una revolución social, tanto un milagro económico como un milagro social; pero el último no dependía del previo cumplimiento del primero. En realidad, sería la transformación revolucionaria de las relaciones sociales y de la conciencia social la que liberaría los poderes productivos latentes de las masas y proveería el impulso para la “revolución técnica”, y a la vez garantizaría que el desarrollo económico y tecnológico moderno fuera llevado a cabo de manera consistente con la realización de los objetivos sociales comunistas. Así como durante la campaña de colectivización de 1955, Mao había procedido bajo la premisa de que “siendo como son las condiciones económicas de nuestro país, la reforma técnica tomará más tiempo que la reforma social”, ahora estaba más firmemente convencido de que una revolución social era el requisito necesario para una revolución económica, de que la “proletarización” debía preceder a la “mecanización”. Intentando comprender los casi extraordinarios eventos de 1958-1960, es importante recordar estas suposiciones maoístas sobre la relación entre cambio social y cambio económico. Para Mao y los maoístas, el término “gran salto” – que había sido usado varios años antes, pero sólo en referencia a rápidos aumentos en la producción – ahora adquiría un sentido tanto social como económico. Combinaba la esperanza de una transformación cualitativa de las relaciones sociales con la esperanza de un “salto” en el desarrollo económico. En la mentalidad maoísta, como se revela tanto en la teoría como 205

Mao Tse-tung, “Notas de lectura sobre la ‘economía política’ de la Unión Soviética”, Mao Tse-tung Ssu-hsiang Wan-sui [Mao Zedong Sixiang Wansui] (Taipei: n.p., 1967, 1969), JPRS, p. 272. 206 Mao Tse-tung, “Speech to the Supreme State Conference”, Chinese Law and Government, 1, nº 4:1014. 207 Mao, “Notas de lectura”, pp. 333-334.

163 en la práctica del Gran Salto, la prosecución de objetivos sociales e ideológicos comunistas estaba inextricablemente entrelazada con el objetivo de un rápido desarrollo de las fuerzas materiales de la producción – y los primeros eran vistos como requisitos para el apropiado desarrollo del último. El Gran Salto fue el momento en que los maoístas rechazaron explícitamente la ortodoxia estalinista de que la combinación de la propiedad estatal de los medios claves de producción con un rápido desarrollo económico garantizaba el advenimiento de una sociedad comunista. En la visión maoísta, por el contrario, la promesa de un futuro comunista exigía la introducción de formas comunistas de organización social y el cultivo de una conciencia comunista en el presente, en condiciones de escasez económica, y como requisitos para trascender esas condiciones. Fue el momento en que el maoísmo se anunció como una doctrina que divorciaba al comunismo de sus requisitos económicos definidos por el marxismo. La campaña del Gran Salto Adelante comenzó a fines de 1957 y se intensificó durante los primeros meses de 1958 como un impulso para aumentar la productividad tanto en la industria como en la agricultura. La campaña para producir “más, más rápido, mejor y más barato” (como exhortaba la consigna popular del momento) procedió de acuerdo con la nueva estrategia económica maoísta adoptada formalmente por el Partido en octubre de 1957. Un nuevo énfasis en la agricultura y las pequeñas industrias acompañó al aumento de los objetivos de producción en el sector de la industria pesada. El aparato económico burocrático centralizado fue parcialmente desmantelado a favor de la relativa autonomía y poder en la toma de decisiones de las localidades y las unidades básicas de producción. Las oficinas administrativas fueron vaciadas y los funcionarios fueron enviados (xiafang) a realizar trabajo manual en las granjas y fábricas en nombre de una “administración simple”. Las exhortaciones ideológicas y las convocatorias morales reemplazaron a los premios materiales como incentivo para los trabajadores y campesinos a fin de trabajar más duro y durante más tiempo, acompañados de la promesa de que “tres años de lucha” serían seguidos por “mil años de felicidad comunista”. La movilización social de las masas para el trabajo, más que la dirección burocrática de los trabajadores, llegó a ser el rasgo organizativo central de una campaña que adquirió un carácter crecientemente militar, y en realidad fue descrita como que implicaba “librar batallas contra el mundo natural”, análogas a las batallas libradas durante los años de la revolución, exigiendo las mismas cualidades de heroísmo y autosacrificio. En la industria, el Gran Salto estuvo marcado por la implementación de la política de “caminar con las dos piernas” (una política anunciada tres años antes, pero hasta entonces en gran medida inactiva), de acuerdo con la cual las industrias de mediana y pequeña escala, de trabajo intensivo, operando sobre la base de tecnologías indígenas, serían desarrolladas simultáneamente con el sector industrial moderno. Para los trabajadores de las fábricas modernas era una política que significaba horas de trabajo más largas y duras (y para algunos, salarios más bajos también) para alcanzar cuotas de producción cada vez más altas y cada vez más quiméricas. La “segunda pierna” de la nueva política industrial estaba muy espectacularmente simbolizada por la movilización de decenas de millones de personas en las áreas urbanas y rurales en la inútil campaña de hierro y acero “en el patio”. De los nuevos proyectos industriales locales de trabajo intensivo, fue el más publicitado y antieconómico. Otros emprendimientos a pequeña escala, especialmente fábricas locales químicas y de fertilizantes y minas de carbón en las áreas rurales, fueron menos publicitados pero a menudo eficientes. En el campo, fue reducido el tamaño de las parcelas familiares privadas y expandidas la escala e intensidad del trabajo colectivo; millones de cuadros y técnicos

164 urbanos llegaron para asistir en la organización de nuevas industrias locales; y ejércitos de campesinos fueron movilizados para proyectos de irrigación y de conservación del agua a gran escala. La “campaña para construir trabajos de agua” comenzada en el otoño de 1957, fue expandida enormemente en los primeros meses de 1958. Si los maoístas eran “utópicos” en sus esperanzas económicas, lo eran aún más en su creencia de que el pueblo chino estaba preparado para llevar a cabo “la transición del socialismo al comunismo”. Mientras las campañas para incrementar la productividad crecían en extensión e intensidad, los maoístas estaban buscando una nueva forma de organización social para lograr tanto la revolución económica como la revolución social. La forma descubierta fue la comuna popular, y para el verano de 1958, los maoístas estaban aclamando a la comuna como el instrumento para la transición de China hacia una sociedad comunista. Las Comunas Populares Rurales El vasto movimiento de comunización, que transformó radicalmente el campo chino y las vidas de sus quinientos millones de habitantes en los meses de verano y otoño de 1958, no fue el producto de ningún diseño socioeconómico detallado. La mayoría de lo que pasó durante ese período fue en gran medida espontáneo, y muchas de las decisiones políticas más importantes fueron improvisadas durante el frenético curso del movimiento, o tomadas por dirigentes locales en aprietos. El carácter espontáneo de la campaña fue parcialmente responsable del notable dinamismo que la comunización generó, y contribuyó, en buena medida, al caos organizativo y económico que resultó finalmente. A pesar de que las comunas pueden ser vistas como resultados lógicos de la nueva estrategia socioeconómica de Mao, especialmente cuando esa estrategia llegó a estar conectada con las visiones utópicas del inminente advenimiento del comunismo, no hay evidencia de que los maoístas tuvieran la comunización en mente cuando comenzó el Gran Salto Adelante. Sólo unos pocos meses antes, Mao anticipaba que tomaría cinco años o más consolidar las granjas colectivas existentes.208 Durante los primeros meses de 1958, Mao nunca usó el término “comuna” ni en sus discursos y ni en sus escritos. Ni defendió explícitamente la reorganización “comunista” total de la sociedad. Aunque la reunión del Politburó de diciembre de 1957, que formalmente lanzó el Gran Salto, convocaba a unificar las granjas colectivas en unidades mayores, esto estaba motivado más por las necesidades organizativas del movimiento masivo de irrigación y de conservación del agua (comenzado varios meses antes) que por visiones utópicas del comunismo. La comuna recién se descubrió cuando el Gran Salto Adelante estuvo bien avanzado, y a fines del verano de 1958 los maoístas la tomaron como la forma ideal para la “transición del socialismo al comunismo” de China. El movimiento de comunización involucraba la compleja acción recíproca del radicalismo espontáneo de los cuadros rurales y campesinos pobres desde abajo con el radicalismo utópico de Mao y los maoístas desde arriba. Y, como en la campaña de colectivización de 1955, ambos resultaron reforzarse mutuamente, con el efecto de que el movimiento adquirió un fantástico impulso por sí mismo y procedió a través de un movimiento frenético que excedió de lejos las esperanzas y expectativas incluso de sus exponentes más radicales. La primera de las comunas apareció sobre bases 208

Mao Tse-tung, On the Correct Handling of Contradictions Among the People (Beijing: Foreign Languages Press, 1957), p. 35. Existe edición en castellano: “Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo V (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1977), p. 436.

165 experimentales en la provincia de Henan en abril de 1958. Aún cuando es improbable que el experimento hubiera sido emprendido sin la aprobación de los dirigentes maoístas de Pekín, la iniciativa aparentemente provino de activistas radicales locales. La espontaneidad y las iniciativas locales eran ciertamente predominantes en julio cuando (después de una excelente cosecha de verano) la fusión de las granjas colectivas en comunas se expandió rápidamente por las provincias de Henan y Hebei y ciertas áreas de Manchuria. El movimiento creció sin aprobación oficial del Partido y con poca dirección central desde Pekín, pero recibió poderoso apoyo ideológico de los dirigentes maoístas. En la edición del 1º de julio de 1958 del recién establecido periódico teórico del Partido Bandera Roja, Chen Boda, un importante teórico maoísta y secretario personal de Mao, usó por primera vez el término “comuna popular” para describir una granja colectiva expandida y reorganizada en Hubei. La comuna de Hubei, de acuerdo a Chen, había tenido éxito al combinar la producción agrícola con la industrial, y había producido nuevos “hombres versátiles”, que estaban adquiriendo conocimiento científico y tecnológico mientras trabajaban, integrando la “revolución tecnológica” con la “revolución cultural” y aprendiendo a realizar funciones administrativas esenciales tanto como métodos productivos avanzados. Por esto, la comuna estaba en el proceso de realizar los objetivos marxistas de eliminar las distinciones entre trabajo mental y manual, entre industria y agricultura, y entre ciudad y campo, y con esto abriendo el camino “por el cual nuestro país puede fácilmente pasar del socialismo al comunismo”. Chen atribuía estos logros al espíritu heroico de las masas trabajadoras.209 En un largo discurso pronunciado a comienzos de junio en la Universidad de Pekín para conmemorar el 37º aniversario de la fundación del Partido Comunista Chino, Chen Boda trabajó sobre estos temas en forma aún más utópica y con el apoyo de copiosas citas extraídas de los escritos de Marx, Lenin y Mao. Describió el movimiento hacia el comunismo en el campo en términos casi milenaristas y atribuyó el ascenso revolucionario no sólo a la creatividad de los “campesinos pioneros”, sino también (y especialmente) a la inspiración del pensamiento de Mao Zedong. Y le atribuyó también la idea y el ideal de la comuna a Mao: El camarada Mao Zedong dice que debemos organizar firme y sistemáticamente “la industria, la agricultura, el comercio, la educación y los soldados en una gran comuna, y así formar las unidades básicas de la sociedad”. ... Esta concepción de la comuna es una conclusión extraída por el camarada Mao Zedong de la vida real.210 En vista de la estrecha relación personal e ideológica entre Chen y Mao, los artículos de Chen en Bandera Roja le otorgaban la aprobación maoísta (si no necesariamente la aprobación oficial del Partido) al creciente movimiento de comunización y, a su vez, servían para estimular el desarrollo y el ritmo del movimiento. Para la época en que Liu Shaoqi y otros dirigentes del Partido organizaron giras para inspeccionar la comunización en las provincias del norte a fines de julio, el movimiento ya se había extendido. Mao contribuyó personalmente al impulso al emprender una gira de inspección por su cuenta a comienzos de agosto; su encendida alabanza del sistema de comunas fue prominentemente informada por la prensa, así como su llamado a la extensión del sistema por todo el país. Por esto, cuando los miembros del Politburó se reunieron en “sesión ampliada” (una reunión que incluía a 209 210

Ch’en Po-ta [Chen Boda], “Nueva Sociedad, Nuevo Pueblo”, Hongqi, nº 3, 1 de julio de 1958. Ch’en Po-ta, “Bajo la bandera del Camarada Mao Zedong”, Hongqi, nº 4, 16 de julio de 1958.

166 los secretarios del Partido provinciales y regionales así como al Comité Central completo) en la residencia vacacional costera de Beidaihe, entre el 17 y el 30 de agosto, fueron enfrentados por otro fait accompli maoísta. Muchas comunas ya habían sido establecidas, la campaña para establecer otras fue procediendo a un ritmo acelerado, y la entusiasta aprobación por Mao de la comunización había sido ampliamente publicitada y celebrada en diarios y periódicos. A pesar de las graves reservas de muchos dirigentes del Partido, estos no tenían otra alternativa que ratificar formalmente lo que ya estaba teniendo lugar, a pesar de que la larga duración de la reunión sugiere que lo hicieron sólo después de considerable debate. La ratificación formal llegó bajo la forma de una resolución emitida el 29 de agosto desde Beidaihe en nombre del Comité Central. Observando que “las comunas populares son el resultado lógico de la marcha de los acontecimientos”, que “ya se han extendido”, y que “es altamente probable que vaya a producirse pronto un aumento repentino de establecimientos de comunas populares por todo el país y el desarrollo es irresistible”, la resolución aprobaba la comunización universal y reconocía a la comuna como la organización apropiada para “guiar a los campesinos a acelerar la construcción socialista, completar la edificación del socialismo por anticipado, y llevar a cabo la transición gradual hacia el comunismo.” La resolución recomendaba que, donde fuera posible, la comuna debería ser coextensiva con el xiang y comprender idealmente alrededor de dos mil familias campesinas. Aunque el documento aceptaba la exigencia maoísta de que el sistema de comunas fuera universalizado, al menos en las áreas rurales, también reflejaba las reservas y dudas de los dirigentes no maoístas del Partido. La resolución estaba repleta de advertencias contra “pasos compulsivos o imprudentes” en la organización de las comunas y de cualquier medida que pudiera tener un efecto adverso sobre la producción agrícola. Además, insistía en el carácter socialista, más que comunista, de las nuevas organizaciones. El sistema comunal de propiedad sería “colectivo” más que caracterizado por “la propiedad del pueblo como un todo”, mientras que el sistema de distribución estaría de acuerdo con el principio socialista de “a cada uno de acuerdo con su trabajo” y no con el ideal comunista de “a cada uno de acuerdo a sus necesidades”. Aunque las comunas prepararían el camino para “la transición gradual hacia el comunismo”, la resolución era vaga sobre cuándo podría llegar esa transición. En verdad, implicaba que podría tomar muchas décadas, por lo cual se sugería que las condiciones para la transición al comunismo requerían no sólo un “avance en la conciencia del pueblo” sino también un nivel no especificado de “desarrollo de la producción” y un “incremento del ingreso”.211 La resolución del 29 de agosto fue un documento más bien moderado en contraste con los escritos utópicos maoístas más radicales de la época, que defendían la inmediata introducción de formas comunistas de trabajo y organización y prometían el advenimiento más o menos inmediato de una utopía comunista. La comunización procedió más rápida y radicalmente de lo que la mayoría de los dirigentes del Partido habían anticipado. Antes de fin de año, virtualmente toda la población rural estaba organizada en unas 24.000 comunas populares, que habían surgido de la apresurada fusión de 750.000 granjas colectivas. Mucho mayor que lo oficialmente propuesto, la comuna promedio comprendía 5.000 familias (aproximadamente 30.000 personas); pero las poblaciones variaban enormemente, alcanzando desde menos de 5.000 miembros a más de 100.000. Y desafiando la 211

“Resolution of the Central Committee of the Chinese Communist Party on the Establishment of People’s Comunes in the Rural Areas”, 29 de agosto de 1958, en Robert R. Bowie y John K. Fairbank, Communist China 1955-59: Policy Documents with Analysis (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1962), pp. 454-456.

167 resolución de agosto, muchas comunas se pusieron de inmediato a introducir formas comunistas de vida social, organización del trabajo y distribución. Los meses de verano y otoño de 1958 presenciaron la fase más radical del Gran Salto. Fue la época de las más elevadas esperanzas de un futuro de abundancia económica y una utopía comunista, y del mayor entusiasmo popular. Fue la época en que los objetivos utópicos marxistas pospuestos llegaron a estar cercanos, y los dirigentes maoístas proclamaban que serían más o menos inmediatamente realizables. Los objetivos últimos del marxismo clásico – sin excluir la más utópica de todas las visiones, el “marchitamiento” del Estado – se popularizaron no como fines distantes, sino como los objetivos inmediatos del momento. El logro de estos objetivos sin precedentes históricos fue asignado a las comunas populares, que no fueron concebidas meramente como organizaciones productivas, sino también como nuevas organizaciones sociales que “combinaban las tareas económicas, culturales, políticas y militares”, y por esto fusionaban a “obreros, campesinos, comerciantes, estudiantes y milicianos en una única entidad”. Combinando la industria con la agricultura, la educación con la actividad productiva, y fusionando el poder económico con el político, las comunas desempeñarían todas las transformaciones sociales revolucionarias que el marxismo tradicionalmente le asignaba al período de la “dictadura del proletariado”, la transición del socialismo al comunismo. En la literatura maoísta del Gran Salto, la comuna era vista como “la organizadora de la vida” tanto como la organizadora de la producción; se la concebía no sólo como el medio para lograr los objetivos últimos comunistas, sino también como una sociedad comunista embrionaria que estaba tomando forma en el presente, un embrión que crecería para llegar a ser la unidad social básica de la futura utopía comunista. La comuna también era concebida por igual como el producto y como la productora de nuevos comunistas, los ideales “rojos y expertos”, que desarrollarían una amplia variedad de funciones sociales y que serían los portadores de la “conciencia comunista” de suprema importancia, sobre la cual dependería en última instancia el surgimiento de la nueva sociedad. Muy pronto, se proclamó típicamente, “cada uno será un trabajador mental y a la vez un trabajador físico; cada uno puede ser filósofo, científico, escritor y artista”. Los temas y pasajes más utópicos de los escritos marxistas clásicos eran ampliamente citados para apoyar esta visión. En los primeros días de la comunización, nada fue más frecuentemente citado que el famoso pasaje de La Ideología Alemana donde Marx echa uno de sus raros vistazos hacia el futuro y ve una sociedad comunista: [donde] nadie tanga una esfera exclusiva de actividad sino que cada uno pueda ser culto en la rama que desee, [una sociedad que] regula la producción general y por esto hace posible que yo haga una cosa hoy y otra mañana, cazar en la mañana, pescar en la tarde, criar ganado en la noche, criticar después de cenar, así como yo tengo una mente, sin nunca llegar a ser cazador, pescador, pastor o crítico. Estas visiones utópicas de un futuro sin clases y sin estado obtuvieron respuestas positivas al comienzo entre los campesinos e indudablemente contribuyeron a su buena voluntad para trabajar y sacrificarse a fin de lograr ese futuro. En la atmósfera milenarista que marcaba esos primeros días de la comunización, Mao Zedong fue capaz de pasar por alto, en parte, los canales burocráticos regulares del Partido y del estado para establecer, por un momento, un vínculo directo con el pueblo, un vínculo entre sus

168 visiones utópicas del comunismo y las aspiraciones populares al cambio social y la prosperidad económica. Aún antes del establecimiento de las comunas, las amplias campañas de irrigación y conservación del agua, comenzadas en el otoño de 1957, habían forjado un cambio radical en la organización del trabajo rural. Campesinos de diferentes aldeas fueron conducidos juntos en brigadas de producción y equipos de trabajo que funcionaban con disciplina militar para efectuar tareas especializadas, con la mano de obra organizada (y remunerada) como en una fábrica moderna. Con el establecimiento de las comunas, las grandes brigadas de producción (consistentes generalmente en varios miles de campesinos) llegaron a estar más formalizadas y sus funciones fueron extendidas a la producción agrícola tanto como a la operación de las industrias comunales recién establecidas y los trabajos de construcción en gran escala. Dentro de las grandes brigadas se estableció una docena o más de pequeñas brigadas (más tarde llamadas equipos de trabajo), cuyos miembros eran reclutados en una sola aldea. Coordinando el trabajo de las brigadas estaba la comuna, la cual en teoría funcionaba como una unidad económica, social y política más o menos autónoma y autosuficiente. La movilización de los campesinos a las brigadas de producción exigió cambios inmediatos y de largo alcance en la vida social rural, cambios que fueron celebrados como progresos hacia el comunismo. La transferencia de campesinos varones a los trabajos de irrigación, los proyectos de construcción en gran escala y los nuevos emprendimientos industriales creados, provocó una extendida escasez de mano de obra en la agricultura. La solución obvia fue llevar a las mujeres a los trabajos productivos de tiempo completo en los campos así como en la industria ligera. Aunque había sido instituido como remedio para la aguda escasez de mano de obra, el resultado fue saludado como un gigantesco paso hacia la igualdad entre los sexos y proclamado como uno de los objetivos comunistas que las comunas estaban destinadas a lograr. Las medidas necesarias para liberar a las mujeres de las tradicionales tareas domésticas para realizar el trabajo agrícola – el establecimiento de comedores comunales y guarderías, usualmente dirigidos por las mujeres campesinas mayores – fueron celebradas como “la socialización del trabajo doméstico”. Aunque la movilización intensiva de mano de obra masculina y femenina, junto con la introducción de nuevas formas de vida comunitaria, cambiaron temporalmente el patrón de vida familiar, la familia como tal permaneció intacta. Ocurrieron rupturas, en primer lugar porque algunos trabajadores varones fueron asignados a proyectos distantes de sus aldeas y se vieron separados temporalmente de sus esposas e hijos, pero al contrario de los extendidos informes de la prensa occidental de la época, la estructura familiar existente no fue abolida. Ni hubo ninguna inclinación a hacerlo. Aún los maoístas más radicales permanecieron firmemente comprometidos con el mantenimiento de la familia nuclear, así como permanecían ligados a costumbres sexuales extremadamente puritanas. Aunque la familia permanecía segura, su propiedad privada no. A medida que fueron creciendo las visiones del comunismo, así lo fueron las demandas para la total abolición de las posesiones personales y de una nivelación social general. La demanda ideológica fue reforzada por la lógica económica de la movilización universal de la mano de obra. Con los hombres y mujeres más robustos organizados en brigadas de producción y trabajando del amanecer al ocaso en proyectos colectivos, poco tiempo o energía quedaba para atender las parcelas o los animales familiares. Las posesiones privadas, que sumaban alrededor del 7 % de las tierras cultivadas a comienzos de 1958, fueron virtualmente eliminadas para fines de año y llegaron a ser propiedad comunal, como lo fueron los cerdos y aves de corral, hasta ahora de propiedad familiar. En las áreas donde la comunización fue desarrollada más radicalmente, todo, desde las

169 viviendas hasta los utensilios de cocina, muebles y relojes, fue colectivizado y entregado a la comuna (al menos en teoría). El siguiente paso lógico era distribuir el producto excedente, lo que quedaba después de pagar los impuestos al estado y dejar a un lado lo que sería utilizado para invertir y para bienestar social, de acuerdo con el principio comunista de darle a cada uno de acuerdo con sus necesidades. Aunque las normas oficiales que regulaban el funcionamiento de las comunas especificaban que las nuevas organizaciones serían de naturaleza socialista y que la remuneración estaría basada en el trabajo de cada uno, los problemas en determinar las contribuciones en mano de obra individual por trabajo realizado en forma colectiva resultaron formidables y, en las agitadas circunstancias de la época, imposibles de resolver. Era mucho más fácil distribuir simplemente el excedente de manera equitativa, o de acuerdo a las necesidades individuales, reales o percibidas, que calcular la cantidad o la calidad de la mano de obra. La fórmula nacional llegó cerca de fin de año, recomendando que el 30 % del excedente fuera distribuido de acuerdo a la mano de obra y el 70 % de acuerdo a las necesidades, aunque la extensión con que esta fórmula general se aplicó permanece oscura. En verdad, la evidencia es demasiado escasa para determinar cuánto del ampliamente celebrado radicalismo social de la primera comunización fue realmente practicado, ya que las comunas más radicales y “modelos” eran las más ampliamente publicitadas, tanto dentro como fuera de China. En realidad, las comunas diferían enormemente, no sólo en tamaño y riqueza sino en naturaleza. Algunas implicaban poco más que reorganizaciones administrativas formales de las granjas colectivas existentes, mientras que otras se dirigieron rápidamente a lograr lo que se percibía como un nuevo orden comunista. El único rasgo universal fue la intensiva movilización de mano de obra y la extensión del día laboral. De significado mucho mayor y de más largo alcance que el más espectacular radicalismo social del momento (mucho del cual se desvaneció tan rápidamente como había aparecido) fue la implementación de las nuevas políticas en industria y educación. Una fue la política de promoción de “la industrialización del campo” y la otra fue la introducción de un nuevo sistema educativo rural basado en el principio de “trabajo y estudio”. Los maoístas encontraron apoyo teórico para estas políticas en los escritos de Karl Marx. A pesar de la aversión de Marx a dibujar modelos utópicos de la futura sociedad comunista, bosquejó (en raras ocasiones) en términos generales su concepción de la “dictadura del proletariado” y el correspondiente período de transición del socialismo al comunismo. En el Manifiesto de 1848 estableció diez medidas “de aplicación general” a ser implementadas por los partidos obreros luego del derrocamiento del estado burgués. Entre ellas estaba la “combinación de agricultura con industrias manufactureras” y la “gradual abolición de la distinción entre ciudad y campo, por una distribución más equitativa de la población en el campo”. En política educativa, recomendaba el principio general de la “combinación de la educación con la producción industrial”212. Si las políticas maoístas no estaban necesariamente inspiradas directamente por los escritos de Marx, eran consistentes sin embargo con las medidas que Marx había propuesto, y justificadas teóricamente por repetidas referencias a los textos clásicos, aunque desarrolladas bajo condiciones históricas ampliamente diferentes de aquellas que Marx había previsto. Los resultados positivos del programa para establecer industrias dirigidas por las comunas no deberían ser oscurecidos por el extraño espectáculo de la campaña de producción de hierro y acero “en el patio”, de 1958. Los hornos del patio resultaron ser 212

Karl Marx and Frederick Engels, Selected Works (Moscú: Foreign Languages Publishing House, 1950), 1:50-51. Existe edición en castellano: “Manifiesto del Partido Comunista”, en Carlos Marx y Federico Engels, Obras Completas, Tomo I (Moscú, Ediciones en Lenguas Extranjeras, s. f.), pp. 42-43.

170 un enorme desperdicio de fuerza de trabajo y pronto serían abandonados. Pero otras industrias rurales, establecidas a la vez y con menos fanfarria, resultaron viables y a menudo innovadoras. Apoyándose en recursos humanos y materiales locales, y usando tecnologías primitivas, sirvieron bien a los objetivos inmediatos propuestos de apoyar la productividad y el desarrollo agrícolas, proveyendo a los campesinos con pequeños bienes de consumo que de otra manera no habrían sido producidos, y utilizando la mano de obra rural excedente que de otra manera se habría desperdiciado. Si hubo despilfarro, ineficiencia y falsos comienzos al principio, en el largo plazo la agricultura china se benefició gracias a los emprendimientos dirigidos por las comunas, que fabricaban y reparaban implementos agrícolas, pequeñas plantas químicas que producían fertilizantes e insecticidas, usinas eléctricas a pequeña escala, e industrias locales de procesamiento de cosechas. Y tanto la sociedad rural como la economía nacional se han beneficiado de las operaciones locales de las minas de carbón, pequeñas refinerías de petróleo y bienes de consumo producidos localmente. Estas fueron las precursoras de las enormemente exitosas “empresas municipales y aldeanas” de la época posterior a Mao. Las nuevas políticas educativas estaban estrechamente ligadas al nuevo énfasis puesto en la industrialización del campo. La comunización fue acompañada por un ambicioso esfuerzo para establecer instalaciones educativas de tiempo parcial dirigidas localmente: universidades para “rojos y expertos”, escuelas nocturnas, programas educativos para ratos libres, y una variedad de programas “mitad trabajo y mitad estudio”. El principio guía era la “combinación de educación y producción” y el principal propósito era proveer a los campesinos del mínimo conocimiento tecnológico (además de la lectura y escritura) necesario para la operación de las industrias locales rurales y para facilitar la futura introducción de técnicas agrícolas modernas. El programa se originó en una continuada tradición china moderna de conceptos y experiencias educativos radicales, que incluían el ideal “mitad trabajo y mitad estudio” de los jóvenes intelectuales del período del Cuatro de Mayo (un programa en el que Mao personalmente había tomado parte), tanto como las escuelas minban (de administración popular) y otros experimentos educativos de los años de Yan’an.213 Además de servir a las necesidades productivas inmediatas, el nuevo sistema de escuelas rurales fue visto como un medio para lograr el ideal maoísta de que “las masas se conviertan ellas mismas en dueñas de la tecnología”, reducir la necesidad de universidades y escuelas urbanas especializadas, impedir el crecimiento de una intelligentsia tecnológica, y por esto contribuir a la realización de los objetivos marxistas de abolir las distinciones entre ciudad y campo y entre trabajo mental y manual. En el espíritu utópico de la época, los diversos programas basados en la combinación de educación con trabajo productivo fueron típicamente descritos como “diseñados para alentar a los estudiantes que tienen una mentalidad socialista y son trabajadores cultos, y asegurar su desarrollo moral, intelectual y físico para producir los hombres nuevos del comunismo”.214 “Las universidades de rojos y expertos y de tiempo libre no están destinadas a solucionar necesidades temporarias solamente”, se proclamó. “La coordinación entre la educación y el trabajo productivo es uno de los principios fundamentales que sustentan nuestra educación socialista”, y las nuevas instituciones no son sólo la forma ideal de lograr esta combinación, sino que también “abren nuestros ojos a los embriones del sistema educativo de una sociedad comunista”. 215 El apoyo teórico para el nuevo programa educativo se encontró en la afirmación de Marx de que 213

Para una discusión de los precedentes de los minban, ver Mark Seldon, The Yenan Way in Revolutionary China (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1971), esp. pp. 270-274. 214 Chang Kuang-chun [Zhang Guangzhun], “¿Reducirá el sistema ‘mitad trabajo y mitad estudio’ la calidad educativa?”, Shih-shih Shou-ts’e (Eventos Actuales), nº 20, 27 de octubre de 1958. (SCMM 151; traducción revisada del original).

171 “una temprana combinación de trabajo productivo con educación es una de las más potentes maneras de transformación de la sociedad actual” y la visión de Engels de una futura sociedad comunista que educaría “seres humanos bien desarrollados” que podrían “pasar de una rama de la producción a otra en respuesta a las necesidades de la sociedad o a sus propias inclinaciones”.216 El utopismo radical que caracterizó a la comunización no estuvo confinado a la esfera socioeconómica, sino que se extendió a la esfera política también. La elección maoísta del término “comuna” para caracterizar las nuevas formas de organización social no era de ningún modo fortuita. El término se derivó del análisis de Karl Marx de la Comuna de París de 1871 y de la identificación marxista de la Comuna de París como el modelo histórico de la dictadura del proletariado. Como tal, el término “comuna”, en la tradición marxista conlleva la noción de una forma totalmente nueva de organización del poder político: la comunidad armada de las masas trabajadoras que aplastan el aparato estatal centralizado existente (al cual Marx se refirió como “los ubicuos órganos del ejército, la policía y la burocracia establecidos”) y lo reemplaza con los “cuerpos de trabajadores” populares que le devuelven a la sociedad como un todo los poderes sociales que habían sido usurpados por el estado. En la descripción de Marx de la Comuna, el ejército y la policía establecidos son reemplazados por el pueblo armado; la burocracia estatal es destruida en beneficio de los órganos populares, que combinan las funciones ejecutivas y legislativas; tales funciones administrativas, socialmente necesarias, mientras duran son ejercidas no por funcionarios designados, sino por integrantes del pueblo trabajador seleccionados popularmente, que desarrollan sus funciones con salarios de trabajadores ordinarios, sin estatus especial ni privilegios, y están bajo la constante supervisión del pueblo; y el poder estatal es descentralizado en una “federación libre” de comunas locales autogobernadas.217 Con esta concepción del poder político reorganizado como la dictadura del proletariado, Marx visualizaba el período de transición que llevaría a una sociedad comunista sin clases y, en el proceso, terminaría con la desaparición del mismo poder político. Era la concepción sostenida por los maoístas radicales cuando emprendieron la reorganización de la sociedad china en comunas populares. Una forma en que el modelo marxiano de la Comuna de París se reflejaba (aunque en forma distorsionada) en la práctica maoísta era en la militarización general del trabajo y la vida. “Nuestras revoluciones son como batallas”, había declarado Mao en enero de 1958, y para julio los campesinos en las comunas estaban organizados en batallones marchando a trabajar en los campos al paso de música marcial trompeteada por altavoces. Las consignas de la época convocaban a las masas no sólo a colectivizar, sino también a “militarizar”, “combatir” y “disciplinar”. A pesar de que la militarización del trabajo estaba ideológicamente racionalizada por las referencias marxistas a la Comuna como una comunidad dominada por las masas armadas, el propósito era incrementar la productividad del trabajo. Pero el resultado sería el agotamiento físico de los campesinos, que fueron sometidos a exigencias físicas intolerables y a un creciente y poco práctico aumento de la jornada de trabajo. 215

Chin Hao [Jin Hao], “Repudiar las críticas a las universidades de ‘rojos y expertos’”, Chung-kuo Ch’ing-nien (Juventud China), nº 13, 1 de julio de 1958. (SCMM 143; traducción revisada). 216 Karl Marx, “Critique of the Gotha Program”, en Marx and Engels, Selected Works, 2:36. Existe edición en castellano: “Crítica del Programa de Gotha”, en Carlos Marx y Federico Engels, Obras Escogidas, Tomo II (Moscú: Ediciones en Lenguas Extranjeras, s. f.), p. 29. 217 Karl Marx, “The Civil War in France”, en Marx and Engels, Selected Works, esp. 1:468-475. Existe edición en castellano: “La guerra civil en Francia”, en Carlos Marx y Federico Engels, Obras Escogidas, Tomo I (Moscú: Ediciones en Lenguas Extranjeras, s. f.), p. 539-555.

172 Más en armonía con el concepto marxista de Comuna estuvo el renacimiento de las milicias populares y el armado del campesinado, medidas que acompañaron la comunización y coincidieron con la crisis del Estrecho de Taiwan de agosto de 1958.218 En la literatura de la época, la “guerra contra la naturaleza” interna fue relacionada estrechamente con la amenaza de agresión externa. Como un editorial de Bandera Roja de agosto de 1958 lo afirmaba: Aunque la militarización del trabajo agrícola no tiene el propósito de rechazar a los enemigos de la humanidad, sino el de llevar adelante la lucha contra la naturaleza, es fácil transformar una de estas dos clases de lucha en la otra ... si un enemigo externo osara atacarnos, todo el pueblo podría ser movilizado y armado, y convertido en ejército de manera decisiva, resuelta, cabal y completa para destruir al enemigo.219 A pesar de que el peligro inmediato de guerra sobre Quemoy y Matsu pronto pasó, la campaña de las milicias continuó. Para fines de 1959, unas 220 millones de personas habían sido reclutadas en las milicias y 30 millones habían sido armadas con rifles primitivos.220 El renacimiento de las milicias populares (un acto presentado en términos del ideal de la Comuna de abolir el ejército establecido) pronto sería tema de discusión de una encarnizada lucha política sobre la naturaleza y papel del Ejército Popular de Liberación regular. Quizás el aspecto más radicalmente utópico de la comunización – y cuando por un breve momento las comunas populares se aproximaron más al modelo marxista de la Comuna de París – fue el papel asignado a las comunas en la reorganización y el ejercicio del poder político. La literatura teórica maoísta de 1958 sugiere con fuerza que las comunas habían sido concebidas originalmente como órganos de la “dictadura del proletariado”, aunque sin un proletariado urbano.221 La apropiación por parte de la comuna de las funciones administrativas del xiang se interpretó como la transformación de la comuna en una unidad política “que desempeñara las funciones del poder estatal” y “la más deseable forma organizativa” para el período de transición del socialismo al comunismo.222 Se destacó que las comunas no eran simples organizaciones productivas, sino que “combinaban los asuntos económicos, culturales, políticos y militares” y que combinaban “trabajadores, campesinos, comerciantes, estudiantes y milicianos en una sola entidad”. Se puso un énfasis especial en el papel de la comuna en “fusionar” las unidades económicas básicas de la sociedad con los “órganos del poder estatal” básicos, un paso saludado como el comienzo de un proceso en el cual las funciones internas del 218

Los chinos comenzaron bombardeos intensivos sobre las islas de alta mar Quemoy y Matsu, ocupadas por el Guomindang, a fines de agosto de 1958, luego de la ruptura de las conversaciones chinonorteamericanas en Ginebra. Los Estados Unidos contraatacaron con amenazas de acciones aéreas y navales contra China mientras los chinos hablaban con creciente determinación de la necesidad de liberar a Taiwan. Los bombardeos cesaron un mes más tarde y las conversaciones se reanudaron en Varsovia. 219 Hung-ch’i, nº 7, agosto de 1958, citado en Franz Schurmann, Ideology and Organization in Communist China (Berkeley: University of California Press, 1966), p. 479. 220 Schurmann, Ideology and Organization, p. 478. 221 Debe notarse que el término “dictadura del proletariado” había reemplazado ahora a la fórmula “dictadura del pueblo” como la designación oficial de la naturaleza del poder estatal en la República Popular. 222 Como típicamente lo planteó el teórico maoísta Kuan Feng [Guan Feng], “Una breve discusión sobre la gran significación histórica de las comunas populares”, Che-hsueh Yen-chiu [Zhexue Yanjiu] (Investigación Filosófica), 1958, nº 5.

173 estado (ahora asignadas a la comuna, al menos en teoría) desaparecerían gradualmente.223 La visión del “marchitamiento” del estado fue el más utópico de todos los objetivos utópicos proclamados y popularizados durante el período inicial de la comunización, y probablemente tocó cuerdas sensibles profundas entre el campesinado, ya que se mezcló con los tradicionales sueños anarquistas campesinos de liberación de la tiranía de los funcionarios y los burócratas. En la literatura maoísta de la época aparecen constantes referencias al modelo marxiano. Un teórico marxista chino que escribía en setiembre de 1958 observaba típicamente que “la integración de los xiang con las comunas hará de éstas algo no muy diferente de la Comuna de París, integrando la organización económica con la organización del poder estatal”.224 Más importante que la posible influencia de precedentes marxistas es que las funciones políticas que los maoístas les asignaban a las comunas en teoría, y las realidades de la comunización, planteaban un serio desafío al funcionamiento de las burocracias existentes del Partido y el estado. Si las comunas populares realmente se hubieran desarrollado de la forma en que originalmente los maoístas las visualizaban, el poder político centralizado en China habría sido socavado básicamente, en gran medida de la forma en que Marx le había atribuido a la Comuna de París el potencial para restaurar a los productores los poderes sociales que habían sido usurpados por el estado. Las implicaciones antiburocráticas de la comunización eran inequívocas, y los burócratas con intereses creados en el orden previo al Gran Salto pronto comenzaron a responder a la amenaza. Su primera oportunidad de entorpecer el empuje radical de la comunización llegó a comienzos de diciembre, cuando el Comité Central del Partido se reunió en Wuhan para tratar con las dificultades económicas y organizativas que resultaban de la manera precipitada en que los cuadros rurales de inspiración maoísta implementaban las políticas de Mao. El Primer Retroceso La comunización había comenzado en el verano de 1958 ayudada por una cosecha inusualmente generosa y extendido entusiasmo popular. Para fines del otoño, el movimiento estaba siendo abrumado por la escasez de alimentos y una marcada declinación de la moral campesina. La rapidez con que fueron establecidas las comunas ocasionó un caos organizativo, combinado con la falta de personal capacitado para manejar apropiadamente los complejos asuntos fiscales de las comunas y las nuevas formas de trabajo y vida comunal dentro de ellas. Los campesinos provenientes de las granjas colectivas más ricas se resentían de la nivelación económica que provino de su fusión con los campesinos de granjas colectivas más pobres, y expresaron su insatisfacción sacrificando y consumiendo los animales de granja en vez de entregarlos a la comuna. Y los campesinos en general se llegaron a resentir ante las asignaciones arbitrarias de trabajo, las desigualdades en la remuneración y la administración ineficiente de los comedores y de otras instalaciones comunales. La movilización de la mano de obra campesina para proyectos industriales, de irrigación y construcción causaba a menudo el descuido de la producción agrícola y, en consecuencia, escasez de alimentos. Un quiebre general de la planificación económica nacional llevó a grandes ineficiencias en la producción y distribución de bienes y materiales, cuellos de botella en un sistema de transportes sobrecargado, políticas fiscales basadas en informes de 223

Editorial del Jen-min jih-pao, 3 de setiembre de 1958; Wu Chih-pu [Wu Zhibu], “De las CPS a las comunas populares”, Hung-ch’i (Bandera Roja), 1958, nº 8. Para una traducción de este último, ver SCMM nº 147, pp. 1-10. 224 Wu Chih-pu [Wu Zhibu], “Sobre las comunas populares”, Chung-kuo ch’ing-nien (Juventud China), 6 de setiembre de 1958 (SCMM nº 524, p. 5).

174 producción inflados y escasez de materias primas para la industria. El “comandantismo” practicado por los cuadros locales produjo la militarización del trabajo más que el trabajo comunal, y la extensión de la jornada de trabajo para lograr cuotas de producción irreales produjo el agotamiento físico general de la población trabajadora. Las realidades de la comunización tenían poca semejanza con los principios de la utilización racional de la mano de obra sobre los cuales el Gran Salto Adelante originalmente se había basado, y mucho menos con el ideal de vida y trabajo comunal voluntariamente emprendido. A medida que las dificultades económicas se multiplicaban y la insatisfacción popular crecía, los dirigentes del Partido se reunieron en Wuhan el 28 de noviembre para intentar restaurar la estabilidad económica. Finalizaron el 10 de diciembre con una resolución que mantenía buena parte de la retórica utópica del verano y otoño y reafirmaba que las comunas rurales serían el instrumento para la transición final china al comunismo225, pero que establecía políticas diseñadas para moderar el radicalismo político y social de la comunización. Las políticas fueron aprobadas e implementadas a pesar de la oposición de Mao, marcando el comienzo de una encarnizada lucha política que llegaría a un dramático clímax el siguiente verano. Entre las medidas más importantes adoptadas en Wuhan estaba el reestablecimiento de la “brigada de producción” como la unidad básica de producción, en efecto, una reversión a la granja colectiva anterior a la comuna basada en la aldea natural, aunque la comuna retenía la propiedad de las empresas industriales locales. La resolución discutía extensamente (y en términos ortodoxos marxista-leninistas) la distinción entre las etapas socialista y comunista de desarrollo, identificando firmemente a la comuna con la primera, e insistiendo por ello en que el producto social fuera distribuido solamente sobre la base del trabajo y no de la necesidad. Se enfatizaba que el camino al comunismo implicaba “un largo y complicado proceso”, que una reorganización comunista de la sociedad presuponía un avanzado nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y que esto podría lograrse “sólo después de un considerable lapso de tiempo”. En el ínterin, la resolución advertía contra los “intentos impetuosos” de introducir medidas comunistas y los “sueños utópicos” de pasar por alto las etapas históricamente necesarias del desarrollo social. De acuerdo con esto, llamaba a una restauración de la propiedad individual de los bienes personales, como casas, muebles, bienes de consumo, pequeños instrumentos de labranza, y la restauración de las pequeñas parcelas familiares para producción suplementaria de alimentos y de la propiedad individual familiar de pequeños animales domésticos y aves de corral. Y para socavar la influencia de los cuadros locales rurales que habían extendido la comunización radical, el Comité Central exigía el restablecimiento de la plena autoridad de los órganos regulares del Partido y del estado sobre el campo. Otras reuniones del Partido en los primeros meses de 1959 moderaron más el funcionamiento de las comunas y establecieron controles centralizados más estrictos sobre ellas. Estas reuniones, como el pleno de Wuhan de diciembre, estuvieron dominadas por Liu Shaoqi. Reflejo de las tendencias políticas del momento fue que la decisión supuestamente voluntaria de Mao de renunciar como Jefe de Estado fuera 225

Los párrafos iniciales de la resolución definían la comuna como una institución que “combina industria, agricultura, comercio, educación y asuntos militares”, e integra “la administración del gobierno y la administración económica de la comuna”. Se proclamaba además que las comunas abrirían el camino hacia la “eliminación final de las diferencias entre las áreas rurales y urbanas, entre obreros y campesinos, y entre trabajo mental y manual” tanto como la definitiva “eliminación de las funciones domésticas del Estado”. “Resolution on Questions Concerning People’s Communes, Sixth Plenary Session of the Eighth Central Committee of the CCP (10 de diciembre de 1958). New China News Agency, Beijing, 18 de diciembre de 1958.

175 anunciada por el Comité Central durante al reunión de Wuhan, y que la posición de Presidente de la República Popular le fuera conferida formalmente a Liu en abril de 1959. Mao mantuvo el puesto más importante de presidente del Partido, pero ya no tenía más el control total del aparato del Partido. Más tarde, se quejaría de que, después del pleno de Wuhan, fue tratado como un “antepasado muerto”.226 Aunque Mao pudo haber sido tratado como un muerto, no se comportaba como tal. La primera mitad de 1959 estuvo marcada por debates partidarios cada vez más enconados sobre la política socioeconómica, centrados en las comunas, con los maoístas tratando sin éxito de revivir el radicalismo del Gran Salto. En abril, Mao envió una orden personal a los comités locales del Partido condenando las decisiones de la reunión de Wuhan. Pero el retroceso ordenado en diciembre continuó. Para el verano de 1959, la mayoría de las comunas era poco más que estructuras administrativas huecas. Los comedores comunales fueron abandonados, los campesinos estaban dedicados cada vez más al trabajo de sus parcelas familiares privadas, y los mercados rurales privados (abolidos a fines de 1957) reaparecieron. A pesar de los intentos de los dirigentes de Pekín de restaurar la planificación centralizada y los controles políticos, las condiciones económicas continuaron deteriorándose. La escasez de materias primas y las dificultades de transporte estorbaban gravemente la producción industrial. Y las inundaciones y sequías inusualmente severas en la primavera y el verano (afectando a casi la mitad de las tierras cultivadas) tuvieron ominosas consecuencias para la producción agrícola y la economía nacional en general. A medida que la situación económica se volvía cada vez más crítica, la lucha política entre los maoístas y la jerarquía del Partido se intensificaba. La lucha política giraba en torno a lo que los maoístas más tarde llamarían “los dos caminos” – uno presuntamente llevando de vuelta hacia el capitalismo y el otro progresando hacia el socialismo y el comunismo, aunque las divisorias políticas tenían todavía que ser trazadas del todo. Las cuestiones alcanzaron una crisis (la primera de muchas) a principios de agosto, cuando el Comité Central del Partido se reunió para su 8º Pleno en el centro de vacaciones montañoso de Lushan en la provincia de Jiangxi. El Pleno de Lushan Los dirigentes del Partido Comunista Chino confrontaron tres temas de importancia trascendental en la reunión de Lushan: el futuro de las comunas y el Gran Salto, el futuro político de Mao, y el control del Ejército Popular de Liberación. Los tres temas aparecieron juntos (aunque serían resueltos sólo temporalmente) en la dramática confrontación entre Mao y Peng Dehuai, un revolucionario veterano que había jugado un papel muy importante en la historia del Ejército Rojo desde que se uniera a Mao en Jinggangshan en 1928, y que había dirigido a las fuerzas chinas en la Guerra de Corea. El preludio al drama que se desarrollaría en Lushan comenzó cuando Peng, en su condición de Ministro de Defensa, dirigió una delegación militar china en visita a la Unión Soviética y los países de Europa Oriental, en la primavera de 1959. Durante el curso de sus viajes, Peng les expresó a Jrushchov y a otros dirigentes comunistas extranjeros su descontento (que coincidía con el descontento de los soviéticos) con las políticas del Gran Salto y el liderazgo de Mao. Según el punto de vista de Peng, compartido por otros dirigentes militares, las políticas socioeconómicas internas de China estaban íntimamente ligadas a sus políticas militares y a su relación con la Unión 226

Mao Tse-tung, “Talk at the Report Meeting”, 24 de octubre de 1966, en Stuart R. Schram, ed., Mao Tse-tung Unrehearsed: Talks and Letters, 1956-1971 (Middlesex, Inglaterra: Penguin, 1974), pp. 266267.

176 Soviética. La seguridad militar de China requería un plan racional de desarrollo económico moderno (para modernizar el ejército profesional que Peng dirigía) tanto como las armas sofisticadas y el escudo nuclear provisto por la Unión Soviética. La campaña del Gran Salto Adelante amenazaba ambos, ya que estaba socavando el desarrollo industrial y tecnológico dentro de China y socavando la alianza chinosoviética. Y amenazando aún más directamente al ejército profesional estaba el discurso maoísta de hacer renacer las milicias populares. Cuando Peng volvió a China a mediados de junio, lanzó un ataque total contra las políticas del Gran Salto, culminando un mes más tarde con una “carta de opinión” dirigida directamente a Mao. Con una sorprendente falta de sutileza, condenaba la comunización, el colapso de la planificación nacional, la alienación del Partido de las masas y las condiciones económicas y políticas opresivas, todo lo cual atribuía al “fanatismo pequeño burgués” de los maoístas.227 Aunque es más que dudoso que Peng estuviera involucrado con los rusos en alguna conspiración anti-Mao, este les debe haber parecido el caso a Mao y a otros. Ya que fue precisamente cuando Peng volvió de su misión militar a la Unión Soviética en junio que Jrushchov unilateralmente abrogó el acuerdo de 1957, por el cual la Unión Soviética proveería a China con tecnología militar moderna, incluido, se informó, un espécimen de bomba atómica. Y fue en el mismo momento en que Peng estaba haciendo circular su “carta de opinión” que Jrushchov, en un discurso pronunciado en Polonia el 18 de julio, denunció por primera vez públicamente a las comunas chinas, atribuyéndolas a las ideas de gente que “no comprende adecuadamente lo que es el comunismo o cómo va a ser construido”.228 Mao, de todos modos, estaba firmemente convencido de que Peng (entre otros) había ido “a espaldas de nuestra patria para confabularse con un país extranjero”.229 Mao no era totalmente falto de crítica sobre su propio papel en el Gran Salto. El 23 de julio, en una de las conferencias que precedieron la apertura del pleno de Lushan, Mao se criticó a sí mismo por promover la campaña de acero en el patio (a la que describió como “una gran catástrofe”) y por empujar la comunización con excesivo apuro. “El caos causado lo fue a gran escala y yo asumo la responsabilidad.”230 El discurso, sin embargo, fue una curiosa combinación de confesiones, una defensa de las políticas del Gran Salto en general y de las comunas en particular, una convocatoria a revivir las comunas, y amenazas políticas. Mao todavía encontraba un masivo “entusiasmo por el comunismo” entre el campesinado, reafirmando su propio entusiasmo por las comunas y su futuro (mientras reconocía los errores del pasado), negaba que él y el Partido hubieran quedado aislados de las masas, y era duramente crítico con los camaradas que “vacilan en tiempos de crisis y muestran falta de resolución en las grandes tormentas de la Historia”. Y lanzaba la más amenazadora de 227

P’eng Te-Huai [Peng Dehuai], “Letter of Opinion”, The Case of Peng Teh-huai, 1959-68 (Hong Kong: Union Research Institute, 1968), pp. 7-13. 228 Antes de este momento, los comentarios públicos soviéticos se limitaban en su mayor parte a críticas veladas al Gran Salto y a Mao, a menudo bajo la forma de ataques a la herejía “blanquista” de los comunistas que fracasaban en reconocer las etapas necesarias del desarrollo histórico. Hubo una notable excepción. El 1º de diciembre de 1958, en una conversación privada con el senador Hubert Humphrey, Jrushchov expresó su desaprobación de las comunas. Humphrey resultó incapaz de conservar la noticia para sí, y los comentarios de Jrushchov aparecieron en la edición europea del New York Herald Tribune a fines de diciembre, y en la edición del 12 de enero de 1959 de Life, para poner bastante en aprietos al líder soviético. 229 Mao Tse-tung, “Speech at the Enlarged Session of the Military Affairs Committee and the External Affairs Conference”, 11 de setiembre de 1959, en Schram, ed., Mao Tse-tung Unrehearsed, p. 151. 230 Mao Tse-tung, “Speech at the Lushan Conference”, 23 de julio de 1959, en Schram, ed., Mao Tse-tung Unrehearsed, esp. pp. 143-146.

177 sus amenazas políticas de la forma más dramática. Si se dejaba que el Gran Salto y las comunas perecieran, él prometía “ir al campo a dirigir a los campesinos para derribar el gobierno. Si ustedes en el Ejército de Liberación no me siguen, entonces iré y encontraré un Ejército Rojo y organizaré otro Ejército de Liberación. Pero pienso que el Ejército de Liberación me va a seguir.”231 Mao difícilmente podría haber trazado las divisorias políticas más agudamente. Ni podía haber limitado más estrechamente el alcance de las elecciones políticas que el Politburó y el Comité Central podían tomar. No solo desafiaba al Partido a elegir entre él y Peng Dehuai, sino que ligaba la cuestión de su liderazgo personal sobre el Partido a su política sobre las comunas y al liderazgo maoísta sobre el ejército. Dado que la mayoría de los dirigentes del Partido no estaban dispuestos a arriesgar un trastorno político mayor (y quizás aun una guerra civil) por intentar destituir a Mao, tenían poca opción además de confirmar la supremacía política de Mao, y en la negociación apoyar, al menos formalmente, sus políticas también. Mientras Mao buscaba enfrentamientos dramáticos y decisivos, la mayoría de sus opositores eran, sobretodo, hombres de orden que no estaban como para mezclar una situación económica caótica con caos político. No compartían la audacia de Peng Dehuai y, a pesar de que Liu Shaoqi y algunos otros pueden haber compartido muchas de las críticas de Peng al Gran Salto, retrocedieron antes que seguirlo a una batalla que podía tener consecuencias tan impredecibles. Así, cuando el 8º Pleno del Comité Central se reunió formalmente el 2 de agosto, Peng se encontró políticamente aislado; y su crítica al Gran Salto estaba, por el momento, en descrédito político también. Mao insistió en que Peng cayera políticamente en desgracia, una exigencia que los dirigentes del Partido difícilmente podían rehusar frente a las extendidas sospechas de que Peng estuviera involucrado en los torpes intentos de Jrushchov de interferir en los asuntos internos chinos. Ya que por más grandes que fueran sus diferencias sobre cuestiones de política interna, la mayoría de los comunistas chinos estaban comprometidos no menos ardientemente que Mao con el principio de la independencia nacional china. El Pleno de Lushan, de acuerdo a esto, adoptó como resolución denunciar a “la pandilla anti-Partido dirigida por Peng Dehuai”, que declaraciones subsiguientes vincularon a la conspiración anti-Partido de Gao Gang a comienzos de los años cincuenta, y lo condenaron por haber difamado el Gran Salto. Peng fue destituido como Ministro de Defensa y sus partidarios fueron eliminados de sus posiciones clave en el ejército. En setiembre fue sucedido por el entonces eminentemente maoísta Lin Biao. El comunicado oficial que surgió el 26 de agosto de la reunión de Lushan fue bastante cándido al reconocer los fracasos del Gran Salto. El comunicado fue particularmente crítico con la ahora abandonada campaña de producción de acero en el patio y la ausencia de planificación y dirección central. También se admitía que debido a los inadecuados procedimientos de recuento, los celebrados aumentos en la producción de 1958 habían sido groseramente sobreestimados. La cifra anunciada oficialmente de 375 millones de toneladas para la producción de granos fue corregida a la baja hasta las 250 millones de toneladas. La cifra real estaba probablemente alrededor de los 215 millones de toneladas.232 Sin embargo, la resolución de Lushan convocaba a revivir el Gran Salto Adelante y reafirmaba la validez y viabilidad de las comunas populares. Las dificultades experimentadas por las comunas eran atribuidas ahora a “oportunistas de derecha” que subestimaban los logros y sobreestimaban los defectos. 231

Ibid., p. 139 y pp. 131-143, passim. Mientras Mao catalogaba con algún detalle y con candor los errores y las equivocaciones, propios y ajenos, implícitamente excusaba a los primeros por que nada menos que Confucio y Marx habían cometido errores. 232 La producción cayó peligrosamente en 1959 a 170 millones de toneladas y a 144 millones de toneladas en 1960.

178 Los comedores comunales serían restaurados y las parcelas privadas de los campesinos reducidas. Pero el Pleno de Lushan formalizó la decisión de Wuhan de que la brigada de producción y no la comuna sería la “unidad de cuenta” primaria. Por el momento, el concepto de propiedad comunal de la tierra fue rechazado. La revitalización del Gran Salto en el otoño de 1959 y el invierno de 1960 fue un pálido reflejo del movimiento original y la victoria política de Mao en Lushan pronto resultó ser una victoria vacía. Las exhortaciones ideológicas maoístas cayeron en oídos sordos, mientras las inundaciones y las sequías arruinaban la mayoría del campo y la carestía de alimentos se extendía después de la pobre cosecha. Enfrentando la amenaza de un amargo invierno, los campesinos resistían la introducción de comedores y la abolición de sus parcelas privadas, y los desmoralizados cuadros rurales del Partido estaban poco inclinados a apurar los acontecimientos. Las declaraciones de los dirigentes del Partido eran prologadas por las consignas radicales del Gran Salto, pero la sustancia de la política era continuar con la cauta retirada de la comunización, aprobando implícitamente los incentivos materiales, el resurgimiento de los mercados privados y el retorno del pequeño equipo interno de la aldea (en efecto, el viejo equipo de ayuda mutua) como la unidad básica de producción. Las necesidades económicas inmediatas, más que las visiones sociales radicales, también guiaban la política en las áreas urbanas en la medida en que la escasez de alimentos se extendía hacia las ciudades y la producción industrial era dificultada crecientemente por problemas de abastecimiento y distribución. El fervor utópico y el entusiasmo popular del año anterior se marchitaron a medida que la lucha para lograr el comunismo se convertía en una lucha elemental por la subsistencia básica y la supervivencia pura. Para fines de 1959, Mao había llegado a reconocer la gravedad de la situación económica y aceptar (aunque con reticencia) la inevitabilidad del desmantelamiento del Gran Salto Adelante. En una carta escrita a fines de noviembre y que circuló entre las organizaciones rurales del Partido, invocaba no el principio de la “revolución permanente” con el cual el Gran Salto había comenzado, sino más bien, atípicamente, aconsejaba prestar atención “sólo a las posibilidades reales”, la sombría nota con la que la campaña llegaba a su fin. En los siguientes meses, Mao silenciosamente se retiró de los asuntos cotidianos del Partido y de la vida política, aunque sin renunciar a su posición formal de presidente del Partido, y aparentemente aceptó la reafirmación del poder de las organizaciones regulares del Partido y el estado, personificada en el creciente dominio de Liu Shaoqi. En verdad, hay mucho que sugiere que Mao ya no consideraba más al Partido como un instrumento confiable de cambio social revolucionario. En setiembre de 1959, se había quejado de que “los elementos burgueses han infiltrado nuestro Partido Comunista”233, y para fin de año quizás llegó a concluir que la “burguesía” (como Mao vagamente usaba el término) había llegado a dominar el Partido. En 1960, en todo caso, Mao ya no dirigía ni el Partido ni el estado ni determinaba las políticas que éstos seguían. Lo que quedaba de su victoria de Lushan era un tenue control del ejército a través de su protegido Lin Biao. El último acto en el Gran Salto Adelante, aunque no estaba establecido ni en el espíritu ni en el propósito del movimiento original, fue un intento de establecer “comunas” en las ciudades durante la primera mitad de 1960. Una cantidad de comunas urbanas había sido organizada durante el verano y el otoño de 1958, pero el movimiento urbano fue detenido en diciembre de 1958, aparentemente a causa de las complejidades 233

Mao Tse-tung, “Speech at the Enlarged Session of the Military Affairs Committee and the External Affairs Conference”, 11 de setiembre de 1959, en Schram, ed., Mao Tse-tung Unrehearsed, p. 148.

179 de la vida urbana y de la persistencia de la ideología burguesa en las ciudades, que hacía de la comunización urbana una tarea más difícil que la comunización del campo.234 Cuando el movimiento fue revivido en 1960, todavía estaba acompañado por una cantidad de la retórica utópica del Gran Salto, pero el propósito ya no era la revolución social sino la supervivencia económica. Era un recurso temporal para hacer frente a la escasez de alimentos y de otras necesidades básicas, reorganizando el sistema de abastecimientos y distribución y organizando a los desempleados, jóvenes y mujeres en talleres apresuradamente establecidos para producir bienes de uso doméstico y comida en jardines de vegetales en las afueras de las ciudades. A diferencia de las comunas rurales, que permanecieron, aunque en forma atenuada, las comunas urbanas pronto desaparecerían por completo, a medida que las condiciones económicas mejoraban en 1961. Antes de que este mejoramiento llegara, sin embargo, el pueblo chino, tanto en las ciudades como en el campo, sufriría los años más difíciles y calamitosos en la historia de la República Popular. En 1960, las fuerzas de la naturaleza infligieron reveses aún más crueles que en el año anterior. Los tifones causaron inundaciones sin precedentes en China del sur y Liaoning, la sequía afectó la extensión media y baja del río Amarillo (cuyo caudal se redujo en dos tercios) y las pestes afectaron amplias extensiones del campo. Más del 60 % del área cultivada sufrió inundaciones o sequías y la producción agrícola se derrumbó. A medida que la hambruna amenazaba al país, la producción industrial cayó por el daño a las cosechas industriales, las interrupciones en el sistema de transportes, la transferencia de mano de obra a las áreas designadas oficialmente como de desastre, y porque los trabajadores estaban físicamente exhaustos y debilitados por una escasez de alimentos cada vez más crítica. La crisis económica se complicó gravemente en el verano de 1960, cuando Nikita Jrushchov retiró abruptamente los 1.400 científicos y especialistas industriales soviéticos que trabajaban en unas 250 empresas chinas. La explicación oficial soviética, que llegó recién varios años más tarde, argumentaba que los especialistas rusos habían sido maltratados por sus anfitriones chinos. Las razones reales, por supuesto, yacían en el rápido deterioro de las relaciones chino-soviéticas. Una larga serie de acontecimientos precedió al acto que, quizás más que ningún otro, precipitó la ruptura final entre los dos países. La furia rusa ante el Gran Salto Adelante y el abandono del “modelo soviético” por parte de los chinos coincidió con el resentimiento chino por la falta de apoyo soviético en la crisis de Quemoy-Matsu de 1958 y las disputas fronterizas con la India de 1959. La visita de Jrushchov a Pekín, a fines de setiembre de 1959, llegando directamente después de su reunión “cumbre” con Eisenhower en Camp David, su ridiculización en público de las comunas, y el asunto de Peng Dehuai, sirvieron sólo para exacerbar la creciente hostilidad entre los dos países, y entre Mao y Jrushchov personalmente. Ni siquiera se redactó la usual declaración pro forma de las conversaciones de Pekín. Pero en abril de 1960 los chinos emitieron la que era en efecto una declaración pública de independencia de la Unión Soviética, en el campo de los asuntos internacionales tanto como en la política interna – bajo la forma del tratado Larga vida al Leninismo, publicado en conmemoración del 90º aniversario del nacimiento de Lenin, y probablemente escrito por el mismo Mao. Y en junio, en el congreso del PC rumano en Bucarest, las hostilidades chino-soviéticas llegaron a ser abiertas – o al menos a estallar abiertamente ante una audiencia comunista internacional – cuando Jrushchov lanzó un mordaz ataque contra China y el delegado chino Peng 234

“Resolution on Questions Concerning People’s Communes”, 10 de diciembre de 1958, Current Background, nº 542, p. 6. La resolución todavía llamaba a la transformación de las “viejas ciudades” en “nuevas ciudades”, pero la transformación fue pospuesta, por las razones observadas.

180 Zhen le replicó del mismo modo. Varias semanas más tarde, después de su retorno a Moscú, Jrushchov ordenó a los especialistas rusos que volvieran a casa, y aparentemente los ordenó que trajeran sus diseños con ellos. La jugada sorprendió e impactó a los especialistas rusos tanto como a los chinos. En palabras de Mijail Klochko, un químico soviético (y ganador del Premio Stalin), que integró dos misiones científicas soviéticas en China: Siendo uno de aquellos a los que repentina y sorprendentemente nos fue ordenado regresar a casa en 1960, puedo testimoniar que toda la furia que la jugada produjo no sólo se limitó a los chinos. Sin excepción, mis colegas científicos y los otros especialistas soviéticos que yo había conocido en China, estábamos extremadamente disgustados por ser llamados de vuelta antes de terminar nuestros contratos. Como yo, los otros deben haber tenido dificultad en disimular su asombro cuando los representantes soviéticos en Pekín nos contaron que la insatisfacción con nuestras condiciones de vida y trabajo había sido una importante razón para nuestro retorno. En efecto, pocos de nosotros habíamos vivido mejor en nuestras vidas como lo hicimos en China. Nuestros anfitriones chinos estaban aún más desconcertados; una y otra vez nos preguntaban por qué nos estábamos yendo y si se podía hacer algo para prevenir nuestra partida. … A comienzos de setiembre ni un solo ciudadano soviético quedaba en China, aparte de los diplomáticos y unos pocos funcionarios comerciales.235 Klochko ha proporcionado un vívido recuento del impacto económico inmediato del intento soviético de castigar a los chinos por su insubordinación: Lo abrupto de la retirada significó que la construcción se detuvo en los sitios en que se estaban por iniciar nuevas plantas y fábricas, mientras el trabajo en las muchas existentes se precipitó en la confusión. Las partes sueltas ya no se conseguían más para las plantas construidas de acuerdo a los diseños rusos, y las minas y usinas eléctricas desarrolladas con ayuda rusa fueron cerradas. El planeamiento de nuevos emprendimientos fue abandonado porque los rusos simultáneamente cancelaron los contratos para la entrega de planos y equipos. Un proyecto de energía e irrigación planeado para el río Amarillo, que frecuentemente inundaba sus riberas, fue uno de los que tuvo que ser abandonado.236 Siguiendo a dos años sucesivos de calamidades naturales, cosechas en descenso y caos organizativo generalizado, el fin abrupto de la ayuda tecnológica rusa asestó otro golpe debilitante a la economía china. Así fue como el “fraternal aliado socialista” de 235

“The Sino-Soviet Split – the Withdrawal of the Specialists”, International Journal (Toronto), Vol. XXVI, nº 3 (verano, 1971), p. 556. Klochko, huelga decir, no escribió sus memorias del acontecimiento en la Unión Soviética. Recibió asilo político en Canadá en 1961. 236 Ibid., p. 559.

181 China hizo su contribución a los “años amargos” de 1960-1962. El hambre atravesaba el país mientras la producción de granos caía agudamente a 170 millones de toneladas en 1959 (de 200 millones en 1958) y declinaba aún más a 144 millones en 1960. La producción aumentó levemente recién en 1961, sin volver a las cifras de 1957 hasta 1965. Y la producción de granos alimenticios per cápita fue restaurada a su nivel inmediato anterior al Gran Salto sólo a comienzos de la década de 1970.237 Por largo tiempo se ha sabido que la escasez de alimentos y la desnutrición provocaron enfermedades que causaron un alto número de víctimas humanas a comienzos de los años sesenta. Pero se creía ampliamente que el estado comunista – a través de un efectivo sistema de racionamiento y distribución de reservas de granos (complementado por grandes compras de trigo a Canadá y Australia) – había conseguido prevenir la hambruna masiva. Esta presunción ha resultado errónea. Han aparecido, en los años posteriores a Mao, relatos de testigos sobre gente muriendo de hambre, mientras que las declaraciones oficiales han hecho alusiones (aunque oblicuas) a condiciones de hambruna.238 Además, las estadísticas de mortalidad publicadas a comienzos de los años ochenta muestran un ascenso sustancial en la tasa de mortalidad para 1959-1961, que los demógrafos calculan que indican 15 millones de muertes relacionadas con la hambruna. Tomando otros factores en cuenta, algunos investigadores han concluido que perecieron unas 30 millones de personas.239 La hambruna, desafortunadamente, ha sido un rasgo crónico de la historia china. En el primer capítulo de su libro sobre la hambruna del Gran Salto (un capítulo titulado “China: tierra de hambrunas”), Jasper Becker nota que 1.828 hambrunas mayores han sido registradas durante los años 108aC-1911, que su severidad y frecuencia parecen haberse incrementado a través de los siglos, y que la hambruna de 1876 en el norte de China dejó 13 millones de muertos, un porcentaje de la población mayor que en el caso del Gran Salto.240 “Para muchos de aquellos [extranjeros] que llegaron a estar involucrados con China en la primera mitad de este siglo”, observa Becker, “ser testigos de la hambruna llegó a ser la experiencia definitoria”.241 Por muchos años, tanto en China como en el exterior, existió la creencia casi universal de que uno de los grandes logros de la Revolución de 1949 había sido romper definitivamente con esta terrible herencia de desnutrición crónica. La historia real del Gran Salto, no completamente revelada hasta más de dos décadas después del acontecimiento, ha sacudido esta creencia. Mientras que la extensión de la hambruna todavía permanece incierta, no hay duda de que el Gran Salto se cobró “un alto precio en sangre”, en palabras del destacado economista Sun Yefang.242 Mao Zedong, el principal autor del Gran Salto, obviamente carga con la máxima responsabilidad moral e histórica por el desastre humano que resultó de la aventura. Pero esto no hace a Mao un asesino de masas como Hitler o Stalin, como se lo suele retratar ahora. No fue intención de Mao matar a una parte del campesinado, como Becker y otros indican.243 Hay una amplia diferencia moral entre las consecuencias imprevistas de las acciones políticas, por más horribles que esas consecuencias puedan 237

Nicholas R. Lardy, Agriculture in China’s Modern Economic Development (Cambridge, Inglaterra: Cambridge University Press, 1983), Tabla 4.2, p. 149. 238 Para una traducción al inglés de un artículo chino describiendo las condiciones en un área golpeada por el hambre, ver “Starving to Death in China”, con una introducción de Thomas P. Bernstein y un autor anónimo, en The New York Review of Books, 16 de junio de 1983, pp. 36-38. Otras instancias son relatadas en Jasper Becker, Hungry Ghosts: China’s Secret Famine (Londres: John Murray, 1996). 239 Judith Bannister, China’s Changing Population (Stanford: Stanford University Press, 1987). 240 Jasper Becker, Hungry Ghosts, pp. 9-11. 241 Ibid., p. 13. 242 Citado en el muy perspicaz análisis de la hambruna y sus causas de Thomas Bernstein, “Stalinism, Famine, and Chinese Peasants”, Theory and Society, Vol. 13, nº 3, p. 343.

182 ser, y el genocidio deliberado y voluntario. La confusión de esa diferencia no sirve a la tarea de comprender las terribles ambigüedades morales de este, el más genocida de todos los siglos. La atmósfera política del Gran Salto, no sólo la escasez de alimentos, fue responsable por la hambruna que llevó al movimiento a su trágica conclusión. Los cuadros rurales locales, bajo intensa presión de los altos funcionarios del Partido para producir resultados espectaculares, respondieron inflando groseramente las cifras de producción. El “viento de la exageración”, como llegó a ser llamado, invadió todos los niveles de la burocracia y llevó a los dirigentes del estado a creer que estaba siendo producido mucho más de lo que realmente era. Aun las tardías campañas para “verificar” los resultados de la producción produjeron estadísticas en gran medida infladas. Con la presunción errónea de que el campo mantenía un amplio excedente, el estado abandonó las hasta el momento moderadas políticas de solicitud, y elevó agudamente las cuotas de grano que los campesinos estaban forzados a vender a las tiendas del gobierno a bajo precio. En 1959, mientras la producción agrícola estaba cayendo, las solicitudes por parte del estado de granos alimenticios estaban en alza. 244 La gravedad de la situación no fue reconocida totalmente en Pekín hasta bien entrado 1960. Las cuotas del gobierno fueron eliminadas, pero no antes de que la hambruna amenazara muchas áreas rurales. La crisis se complicó porque los funcionarios locales ocultaron la escasez de alimentos y las condiciones de hambruna. Así como las consideraciones políticas habían impulsado a los cuadros a inflar las cifras de producción en las primeras fases del Gran Salto, los temores por las consecuencias políticas del fracaso económico generaron informes que encubrían las condiciones locales que se deterioraban a medida que la campaña se acercaba a su fatídico final. En un clima político dominado por la constante caza de brujas contra los “derechistas”, los temerosos funcionarios locales a menudo simplemente mentían a sus superiores sobre la grave situación del campesinado. 245 Como consecuencia, los suministros de ayuda nunca fueron enviados a muchas áreas que sufrían de desastres de origen natural o causados por el hombre, o llegaron demasiado tarde. Como resultado, murieron millones. Por muchos años, las explicaciones maoístas estándar le atribuían el fracaso del Gran Salto (hasta donde se reconociera el fracaso) simplemente a una combinación de 243

Aunque nunca expresada del todo abiertamente, la idea de que Mao y otros dirigentes comunistas estaban involucrados en una guerra permanente contra el campesinado está implicada a través del valioso pero bastante defectuoso y esencialmente indocumentado relato de Becker. En sus conclusiones, Becker se las arregla para malinterpretar y condenar tanto a Confucio como a Mao como malignamente anticampesinos en un simple párrafo, aunque (típicamente) sin molestarse en mostrar evidencias que demuestren ningún caso. Escribe: “A comienzos del Gran Salto Adelante, se registra en los documentos del Partido que los funcionarios decían que los campesinos debían ser considerados como el enemigo, dado que se interponen en el camino del progreso. Esta disposición a despojar a los aldeanos de todos sus derechos estaba unida a un desdén general hacia los campesinos que puede retrotraerse muy atrás, hasta Confucio. Este los había descrito como ‘seres inferiores’ que, ya que no pueden ser educados, deben ser explotados” (Becker, Hungry Ghosts, p. 309). 244 Lardy, Agriculture in China’s Modern Economic Development, Tabla 2.1, p. 34. Mientras la producción de granos alimenticios caía de 200 millones de toneladas en 1958 a 170 millones de toneladas en 1959, la venta de granos alimenticios (principalmente a las tiendas del gobierno) se incrementó de 52 millones a 64 millones de toneladas, o de alrededor del 31 % del total a arriba del 45 % en 1959. Sobre las causas del “viento de la exageración” y los trágicos efectos de esta anomalía, ver Bernstein, “Stalinism, Famine, and Chinese Peasants”, pp. 350-360, y William Hinton, Shenfan (Nueva York: Random House, 1983), pp. 247-257. 245 Sobre las razones por las cuales los funcionarios locales ocultaban la escasez de alimentos y la hambruna, y para ejemplos de este fenómeno, ver Bernstein, “Stalinism, Famine, and Chinese Peasants”, pp. 360-369.

183 calamidades naturales y traición soviética. Pero el mismo Mao Zedong estaba enterado desde temprano de la amplia brecha entre las intenciones y los resultados, y las enormes incongruencias entre las políticas que él defendía y la forma en que estaban siendo implementadas. En febrero de 1959, se refirió a las políticas y prácticas que oprimían al campesinado, sugiriendo una infección estalinista: “Con los campesinos, él [Stalin] drenó la laguna para capturar al pez. Justo ahora, tenemos la misma enfermedad”. 246 Y en la conferencia de Lushan, más tarde en ese año, fue crítico (y en parte autocrítico) de la forma apresurada y desordenada en que la comunización y la movilización de la mano de obra estaban siendo realizadas, crítico del “comandantismo” de los cuadros y de la ruptura de la planificación central. Con respecto al caos económico del momento “la principal responsabilidad fue mía”, confesó, “y ustedes tendrían que reprenderme”.247 Sin embargo, para Mao, como para muchos de los cuadros rurales locales que lo buscaban como guía, las consideraciones políticas personales en última instancia resultaban ser más apremiantes que el bienestar del campesinado. Ya que en la reunión de Lushan Mao insistió en la purga de Peng Dehuai y, como tratando de justificar el acto político, insistió más en revivir las políticas radicales que Peng había criticado. Mao debe cargar con la principal responsabilidad por la enorme tragedia humana que en gran medida resultó de la renovación del “viento comunista” que el Presidente había condenado previamente. La campaña del Gran Salto Adelante, que comenzó con tan grandes esperanzas en 1958, terminó por esto en 1960 con un desastre económico y humano para China y una debacle política para Mao Zedong. Creó un legado de amargura y desconfianza entre el campesinado y el Partido Comunista. El Gran Salto contribuyó además al colapso de la alianza chino-soviética, agregando una situación externa cada vez más precaria a una grave crisis económica interna. Medio rodeada por bases militares estadounidenses hostiles (extendiéndose desde Corea, Japón, Okinawa y Taiwan hasta el Sudeste Asiático), China se enfrentaba ahora a una nueva amenaza soviética por el norte. Tanto la crisis interna como la amenaza exterior instaban a actos de extraordinaria sabiduría política, pero mientras China ingresaba en la nueva década, los políticos de la República Popular estaban en hostil confrontación entre ellos.

246

Mao Tse-tung, “Speeches at the Chengchow Conference” (febrero-marzo de 1959), Chinese Law and Government, invierno 1976-1977, p. 18. 247 Mao, “Speech at the Lushan Conference” (23 de julio de 1959), Mao Tse-tung Unrehearsed, pp. 131146.

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PARTE IV: LA REACCIÓN TERMIDORIANA, 1960-1965 CAPÍTULO 14: LA RESTAURACIÓN BUROCRÁTICA La burocratización del estado y la sociedad ha sido un rasgo universal de la historia del siglo XX, pero en ningún otro lado el proceso fue tan pronunciado como en las sociedades “poscapitalistas” que surgieron de revoluciones supuestamente socialistas. La gigantesca burocracia soviética fue el ejemplo más grotesco (y el prototipo). Pero la China comunista no fue una excepción. China, donde el estado burocrático tenía raíces culturales excepcionalmente profundas y se había manifestado con sofisticación en los tiempos antiguos y medievales, estaba lejos de ser inmune a las influencias burocráticas de su pasado y a los imperativos burocráticos de su desarrollo económico y político moderno. Aunque la victoria comunista de 1949 destruyó la burocracia del Guomindang, que era notoriamente corrupta y opresiva, no cambió fundamentalmente las condiciones que permitían que la burocracia pudiera desarrollarse. En realidad, inmediatamente después de la revolución, como en el caso de la mayoría de las revoluciones modernas, tuvo lugar un proceso masivo de centralización burocrática, estrechamente asociado al logro de la unificación nacional y al impulso para una rápida industrialización. La burocracia comunista creció rápidamente en los años cincuenta, siendo acelerada su gran expansión por las exigencias del Primer Plan Quinquenal. El nuevo y masivo aparato del estado y del Partido penetró la sociedad de forma mucho más profunda que cualquier burocracia previa en la historia china. El proceso de crecimiento de la burocracia y su adquisición de un carácter rutinario fue detenido temporalmente durante la época del Gran Salto Adelante, pero se reinició con renovado vigor en el trágico período que siguió a este fallido movimiento. A pesar de que ahora es común – en base a la historia de los regímenes comunistas del siglo XX – la asociación de marxismo y burocracia, debe enfatizarse que la burocratización del estado y la sociedad chinos en los años cincuenta y sesenta fue totalmente inconsistente con las enseñanzas marxistas sobre la naturaleza del socialismo y sus requisitos esenciales. Karl Marx contemplaba al estado como el producto de las contradicciones de clase de la sociedad, y a la burocracia como su típica forma de organización. Para Marx, el estado y la burocracia eran poderes extraños que se alzaban sobre la sociedad para usurpar los poderes sociales humanos. El estado burocrático estaba arraigado en lo que Marx llamaba “la naturaleza no social” de la vida social, en la “propiedad privada, el comercio, la industria y el pillaje mutuo entre diferentes grupos civiles ... esta degradación, esta esclavitud de la sociedad civil, es la base natural en la cual el estado moderno se apoya, así como la sociedad civil de la esclavitud era la base del estado en la antigüedad. La existencia del estado y la existencia de la esclavitud son inseparables.248 Por esto, el socialismo exigía la abolición del estado y la burocracia, así como presuponía la abolición de la sociedad clasista de la cual éstos surgieron. La esperanza marxiana original era que cuando “la actividad organizadora [del socialismo] comienza, donde surge su propio objetivo y espíritu, ahí el socialismo desecha la cáscara política.”249 Para Marx, la emancipación humana se lograría “sólo cuando el 248

Karl Marx, “Critical Notes on ‘The King of Prussia and Social Reform’”, en Writings of the Young Marx on Philosophy and Society, trans. Loyd Easton and Kurt Guddat (Nueva York: Anchor, 1967), p. 349. Existe edición en castellano: Karl Marx, “Notas críticas al artículo ‘El rey de Prusia y la reforma social. Por un prusiano’”, en Obras de Marx y Engels 5 (Barcelona, Ed. Crítica, 1978), pp. 227-245. 249 Ibid., p. 357.

185 hombre haya reconocido y organizado sus propios poderes como poderes sociales, por lo tanto la fuerza social no estará ya separada de él como poder político.”250 Marx reconoció que bajo ciertas condiciones socio-históricas, especialmente cuando todas las clases sociales son débiles, el estado burocrático podía lograr una gran medida de independencia y una burocracia autónoma podía llegar a dominar a la sociedad.251 Pero no creía que tales condiciones pudieran prevalecer inmediatamente después de una revolución socialista. Estaba convencido, como lo había predicho de forma optimista en el Manifiesto, que cuando “las distinciones de clase hayan desaparecido y toda la producción haya sido concentrada en las manos de una vasta asociación de toda la nación, el poder público perderá su carácter político”.252 Desde estas perspectivas celebró la Comuna de París de 1871 y estableció un modelo de cómo debería ser reorganizado el poder político luego de una revolución de orientación socialista. Su quizás romantizado análisis de la revuelta parisina, La Guerra Civil en Francia, influenció en gran medida el pensamiento y la acción de los comunistas chinos durante el Gran Salto, como hemos visto, y lo haría de nuevo durante las primeras etapas de la Revolución Cultural. En este tratado, Marx enfatizaba la necesidad de que la clase trabajadora destruyera (y no simplemente conquistara) lo que llamaba “el poder del estado centralizado, con sus ubicuos órganos del ejército, la policía, la burocracia, el clero y la judicatura establecidos”. Alababa las salvaguardias antiburocráticas adoptadas por los Communards para devolverle el poder político a la sociedad en su conjunto – la realización de las tareas administrativas necesarias por simples trabajadores democráticamente electos y sujetos a inmediata destitución popular, pagados con los sueldos ordinarios de los trabajadores y sin disfrutar de ningún estatus especial o privilegios.253 Este era esencialmente el remedio de Marx para el problema de la burocracia en una sociedad posrevolucionaria. Es una de las ironías de la historia del marxismo en el siglo XX que las revoluciones exitosas de inspiración marxista no hayan resultado en la reducción del poder burocrático, y mucho menos en un proceso de marchitamiento del estado, sino más bien en el crecimiento de burocracias más masivas en escala, más poderosas en funciones y más independientes en naturaleza que aquellas a las que reemplazaron. Que Marx, y los marxistas en general, subestimaran gravemente la amenaza que la burocracia puede representar para una sociedad posrevolucionaria es una cuestión que ha sido remarcada a menudo. Pero igualmente bien remarcado está que Marx nunca anticipó la posibilidad de revoluciones socialistas en los países económicamente atrasados, donde en efecto ocurrieron en el siglo XX; en realidad, ocurrieron precisamente en la clase de situaciones históricas que Marx mismo consideraba como capaces de fomentar poderosos estados burocráticos. El problema apareció poco después de la primera revolución socialista exitosa. Menos de cinco años después de la revolución rusa, Lenin ponderó las razones por las que el nuevo orden soviético había llegado rápidamente a ser tan burocrático y opresivo. En su lecho de muerte, concluyó 250

Karl Marx, “On the Jewish Question”, en Writings of Young Marx, p. 241. Existe edición en castellano: Karl Marx, “La cuestión judía”, en Obras de Marx y Engels 5 (Barcelona, Ed. Crítica, 1978), pp. 178-208. 251 Karl Marx, The Eighteenth Brumaire of Louis Bonaparte (Chicago: Kerr, 1919), p. 146. Existe edición en castellano: “El dieciocho brumario de Luis Bonaparte”, en Carlos Marx y Federico Engels, Obras Escogidas, Tomo I (Moscú: Ediciones en Lenguas Extranjeras, s. f.), p. 341. 252 Marx and Engels, Selected Works, 1:51. Existe edición en castellano: “Manifiesto del Partido Comunista”, en Carlos Marx y Federico Engels, Obras Escogidas, Tomo I (Moscú: Ediciones en Lenguas Extranjeras, s. f.), p. 43. 253 Karl Marx, “The Civil War in France”, en Marx y Engels, Selected Works, 1:468-481. Existe edición en castellano: “La guerra civil en Francia”, en Carlos Marx y Federico Engels, Obras Escogidas, Tomo I (Moscú: Ediciones en Lenguas Extranjeras, s. f.), p. 539-555.

186 sombríamente que había sido testigo de la resurrección de la vieja burocracia zarista, a la cual los bolcheviques “le habían dado sólo un revestimiento soviético”. Los peores temores de Lenin se harían realidad pronto, con la masiva burocratización del estado y la sociedad soviéticos durante la época estalinista, y el desencadenamiento de lo que Isaac Deutscher llamó “una orgía casi permanente de violencia burocrática”.254 Las condiciones en China en la época de la victoria comunista proporcionaron una base aún más fértil para el crecimiento de la burocracia que en el caso de Rusia. China era un país mucho más atrasado económicamente, mucho más eminentemente campesino, y con una estructura de clases sociales mucho más débil. El proletariado chino era menor y menos maduro políticamente que su contraparte ruso, y tenía sólo los más tenues vínculos con el Partido Comunista gobernante. Además, era un país que carecía de tradición democrática y estaba agobiado por una tradición burocrática profundamente arraigada. La revolución misma tuvo lugar en un ambiente profundamente nacionalista; careció casi completamente de una dimensión internacionalista genuina ni en la realidad histórica objetiva ni en la mentalidad de sus dirigentes. En suma, China en 1949 sufría de la ausencia de la mayoría de las condiciones que los marxistas pensaban que producirían una sociedad gobernada por los productores inmediatos en vez de por una nueva burocracia. Sumándose a las condiciones que favorecían la burocratización estaban los imperativos de centralización política y rápido desarrollo económico nacional en un país por largo tiempo agobiado por sublevaciones políticas caóticas y la pobreza. Además, la destrucción de las clases propietarias – la elite aristocrática terrateniente y lo que quedaba de la burguesía – por más socialmente progresista y quizás económicamente necesaria que fuera, eliminó las últimas limitaciones al crecimiento de una burocracia autónoma. La sociedad china después de 1949 estaba dividida menos por diferencias de clase social que por la más elemental distinción entre gobernantes y gobernados, a la que Mao Zedong se refería como a la contradicción entre “aquellos en posiciones de liderazgo y los dirigidos”.255 Y con la nacionalización de los principales medios de producción, los comunistas “en posiciones de liderazgo” no sólo monopolizaban el poder político sino que también controlaban la economía nacional. Bajo tales condiciones, era inevitable que un amplio aparato burocrático se elevara sobre la sociedad y llegara a ser la fuerza dominante. Con todo, mientras la nueva burocracia gobernante crecía en la República Popular, su poder era relativamente restringido, al menos en comparación con la burocracia soviética. Las restricciones fueron impuestas por dos factores. Uno fue la prolongada influencia de la herencia revolucionaria china, que traspasó hacia abajo los valores igualitarios forjados durante las heroicas luchas de los años treinta y cuarenta, valores que dictaban el mantenimiento de estrechas relaciones entre dirigentes y dirigidos, de acuerdo con los principios antijerárquicos de la todavía celebrada “línea de masas”. El otro, y quizás el más importante, fue la enorme autoridad personal y el prestigio popular de Mao Zedong, cuya profunda hostilidad hacia la burocracia se unía con el reclamo de mantener una especial relación con el pueblo, una relación que trascendía todas las estructuras organizativas formales. Las fuentes y la naturaleza del antiburocratismo de Mao son un tema complejo y controvertido que volveremos a encontrar al discutir la Revolución Cultural. Aquí debe 254

Isaac Deutscher, Marxism in Our Time (San Francisco: Ramparts Press, 1971), p. 201. Existe edición en castellano: El Marxismo de nuestro tiempo (México: Era, 1975). 255 Mao Tse-tung, On the Correct Handling of Contradictions Among the People (Beijing: Foreign Languages Press, 1957), p. 9. Existe edición en castellano: “Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo”, en Obras escogidas de Mao Tse-tung, Tomo V (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1977), p. 421.

187 bastar con notar brevemente las dos mayores explicaciones del antiburocratismo de Mao. Si se lo ve como una genuina antipatía hacia la organización burocrática y sus procedimientos, y no simplemente como una maniobra de conveniencia política, se le debe atribuir mucho peso a las influencias anarquistas en el Mao pre-marxista de comienzos del período del Cuatro de Mayo, influencias que persistieron y fueron reforzadas por la atracción de Mao hacia las características más antiburocráticas de la tradición marxista, especialmente el modelo idealizado de la Comuna de París establecido por Marx en La Guerra Civil en Francia, un texto que aparece prominentemente en la ideología tanto del Gran Salto Adelante como en la Revolución Cultural. Muchos observadores, por otro lado, están inclinados a menospreciar las influencias intelectuales, y en cambio consideran las tendencias antiburocráticas de Mao como motivadas por el objetivo político principalmente mundano y práctico de aplastar toda amenaza organizada a la autoridad personal arbitraria del líder supremo. En esta interpretación, Mao es esencialmente la versión comunista china de Stalin. Mao, sin duda, no estaba menos interesado que Stalin en mantener su supremacía personal sobre el aparato organizativo comunista, pero sus métodos fueron muy diferentes. Mientras que Stalin enfrentaba una institución burocrática con otra para mantener su supremacía personal, Mao estaba inclinado a provocar movimientos de masas populares contra sus enemigos burocráticos. Este fue claramente el caso en la revitalización revolucionaria que tuvo lugar durante los años 1955-1960. Cuando Mao lanzó la campaña para colectivizar la agricultura en 1955, por ejemplo, lo hizo en el espíritu populista de los años revolucionarios, pasando por encima de las cabezas de los burócratas del Partido y salteándose la mayoría de la estructura burocrática formal del nuevo estado. La campaña de las Cien Flores planteó una amenaza explícita a los privilegios y a la independencia de los intereses burocráticos arraigados, especialmente cuando Mao apuntó a “las prácticas burocráticas de ciertos funcionarios estatales en sus relaciones con las masas” como la principal contradicción en la sociedad china, y exigió que “debemos suprimir la burocracia”. Además, el empuje igualitario y populista del Gran Salto Adelante tenía profundas implicancias antiburocráticas – y encontró poderosa resistencia burocrática. La revitalización revolucionaria de fines de los años cincuenta no eliminó la burocracia, pero sirvió para mitigar el poder de una burocracia instalada por encima de la sociedad. Sin embargo, la retirada del Gran Salto en 1960, y la retirada de Mao del centro de la escena política, llevaron a la reasunción del poder por las burocracias del Partido y del estado. Enfrentados con lo que estaba llegando a ser una lucha por la pura subsistencia, el ánimo de las masas se volvió hosco y apolítico. Las convocatorias ideológicas maoístas cayeron en oídos sordos. Una población desmoralizada y políticamente apática es una condición en la cual la burocracia siempre prospera, y tal era la condición de China inmediatamente después del Gran Salto. La aguda declinación tanto en la producción agrícola como en la industrial, la escasez de alimentos y abastecimientos, la dislocación en los sistemas de transportes y distribución, el quiebre de la planificación nacional, la amenaza de la hambruna, y las condiciones en general caóticas de la vida social y económica, todo exigía la reintroducción de controles económicos y políticos centralizados. La demanda se reflejó en un renovado énfasis leninista en las virtudes de la disciplina, el orden y la organización. Y hubo una aversión general a las campañas de masas de estilo maoísta, prefiriéndose la estabilidad económica y el orden sociopolítico. El orden del día, y el ánimo de los tiempos, era el retorno al orden. Así, los dos poderosos factores objetivos y subjetivos estaban trabajando para provocar la restauración del gobierno burocrático.

188 La burocratización dominó todos los aspectos de la vida económica, social y política china a comienzos de los años sesenta, pero el fenómeno tuvo su asiento principal en el mismo Partido Comunista Chino, que controlaba la administración formal del estado, el ejército, las organizaciones de masas y las unidades básicas de la organización social tanto en la ciudad como en el campo. La historia del Partido y de sus 17 millones de miembros, entre 1960 y 1965 estaba moldeada por la reafirmación de los principios leninistas fundamentalistas de organización política, particularmente el principio leninista cardinal del papel crucial del partido de vanguardia. El Partido sería un aparato altamente centralizado dirigido por un liderazgo revolucionario poseedor de una conciencia genuinamente socialista y que funcionaba con precisión militar; una organización disciplinada en la cual el centro del Partido (o el “estado mayor general” como Lenin lo llamaba) ejercía la apropiada disciplina sobre sus cuadros, quienes, a su vez, disciplinaban y organizaban a las masas para la acción efectiva. Esta concepción de la naturaleza del Partido estaba naturalmente acompañada por una típica hostilidad leninista a la “espontaneidad” de las masas. Nada describe mejor la mentalidad de quienes controlaban el aparato del Partido durante esos años, y su concepción de la relación entre el Partido y el pueblo, que la afirmación de Lenin de que “el Partido existe para el verdadero propósito de ir delante de las masas y mostrarles a estas el camino.”256 Así como los dirigentes del Partido entrenarían y disciplinarían a sus cuadros, estos últimos entrenarían y organizarían a las masas. Precisamente la “espontaneidad de las masas”, la virtud tan apreciada por los maoístas, fue acusada de socavar la estabilidad del orden posrevolucionario en general, y la organización y la autoridad del Partido en particular. Para finales del Gran Salto, la estructura organizativa del Partido había sido gravemente debilitada y sus miembros habían quedado desmoralizados. Los funcionarios del Partido, que ahora comenzaban a volverse más hacia el liderazgo de Liu Shaoqi que hacia el de Mao Zedong, estaban intentando reestablecer la autoridad leninista y la legitimidad del Partido, restaurando líneas firmes de mando dentro de él, y restaurando su dominio sobre la sociedad en general.257 Desde la perspectiva leninista prevaleciente, este era el requisito inmediato y esencial para tratar con la crisis económica y para restaurar el orden social. Uno de sus primeros actos fue echar la culpa del desastre del Gran Salto a los cuadros de nivel inferior del Partido (la mayoría cuadros rurales de inspiración maoísta), que fueron acusados de un amplio conjunto de deficiencias ideológicas marxistasleninistas. También fueron acusados del pecado de “comandantismo”, ignorando los deseos, esperanzas y quejas de las masas. Fue una acusación lo suficientemente fácil de pronunciar en un momento en que las masas habían perdido su gusto por la acción social radical y el ánimo de la población empobrecida favorecía el orden y la estabilidad. Muchos cuadros locales fueron destituidos, y los que quedaron recibieron orden de actuar estrictamente de acuerdo con las directivas emanadas desde los más altos niveles de la jerarquía del Partido. En consecuencia, no habría que culpar al Partido en sí por las dificultades y problemas que asolaban a la sociedad china, sino más bien a las faltas y errores de algunos de sus miembros individuales. Así fue, por esto, que se mantuvo por el momento el mito de la infalibilidad del partido leninista. 256

Como Lenin lo estableció en el Segundo Congreso de la Komintern, reunido en Petrogrado en 1921. El concepto de partido de vanguardia está, por supuesto, más totalizadoramente afirmado en el tratado de Lenin de 1902 “¿Qué hacer?”. Ver V. I. Lenin, Selected Works (Moscú: Foreign Languages Publishing House, 1952), 1. Parte 1:203-409. Existe edición en castellano: “¿Qué hacer?”, en Vladimir Lenin, Obras Completas, Tomo VI (Moscú: Editorial Progreso, 1981), pp. 1-203. 257 Como Franz Schurmann ha notado, durante los años de dominio de Liu Shaoqi los escritos de Lenin fueron propagados más ampliamente. Franz Schurmann, Ideology and Organization in Communist China (Berkeley: University of California Press, 1966), p. 520.

189 La disminución de la importancia de los cuadros de unidad básica (aquellos que estaban en contacto directo con la gente en las fábricas, comunas, escuelas y organizaciones de residentes) estuvo acompañado naturalmente por un incremento en el poder y la autoridad de los órganos intermedios y altos de la jerarquía del Partido, especialmente la autoridad de los comités del Partido provinciales, regionales y urbanos. Estos últimos estaban dirigidos por los secretarios del Partido, usualmente miembros del Comité Central y directamente responsables ante él, que llegaron a ser las figuras más poderosas en sus áreas de jurisdicción. La centralización del aparato del Partido fue reforzada por el establecimiento en 1960 de nuevas oficinas regionales directamente vinculadas al Comité Central, y de un nuevo énfasis puesto en el papel de las comisiones de control, que hasta el momento habían desempeñado sólo un rol relativamente limitado en la vida del Partido. Se establecieron nuevas escuelas del Partido para el entrenamiento de cuadros disciplinados, y las directivas enfatizaron más fuertemente que nunca las virtudes leninistas de una estructura organizativa estrechamente unida, estricta adherencia a las reglas y procedimientos formales del Partido y la obediencia debida de los órganos de menor nivel a los de mayor nivel, y en última instancia la obediencia al Comité Central y su Politburó, que se ubicaban en el ápice de la estructura de mando ultra-centralista. Una campaña de 1961-1962 para restaurar el espíritu leninista del Partido enfatizaba el principio del “centralismo democrático”, subrayando claramente el centralismo. En vista del firme control ejercido por el Partido sobre los órganos claves del estado, y en realidad la muy considerable superposición en el personal clave, el carácter crecientemente centralizado y burocrático del Partido significaba la creciente burocratización de la estructura administrativa formal del estado. También significaba el creciente control centralizado sobre las comunas rurales por los órganos externos del Partido y la restauración de la autoridad de los ministerios económicos de Beijing sobre las fábricas urbanas y otras grandes empresas. Estas tendencias hacia la centralización burocrática y el profesionalismo se vieron reflejadas en los patrones de reclutamiento y políticas de personal del Partido en el período posterior al Gran Salto. Mientras el papel de los cuadros rurales radicales que habían extendido el movimiento de comunización se reducía y limitaba, muchos funcionarios y cuadros purgados en la campaña antiderechista de 1957-1958 fueron reinstalados en sus puestos. Los nuevos reclutas tendían a poseer conocimientos técnicos y administrativos; las cuestiones tales como los antecedentes de clase y el compromiso ideológico eran factores de importancia decididamente menor. Era un ambiente en el cual el Partido tendía a atraer oportunistas más que revolucionarios, que reforzaba las tendencias latentes a hacer carrera ya presentes en el Partido. Este difícilmente era un fenómeno nuevo. El oportunismo burocrático y la expectativa de hacer carrera habían estado entre los más prominentes objetivos del ataque de los críticos a quienes Mao había invitado brevemente a “florecer y contender” en la primavera de 1957. A comienzos de los años sesenta, la tendencia simplemente era más pronunciada de lo que había sido un lustro antes. Por cierto, la burocratización del Partido y del estado en los años posteriores al Gran Salto fue en gran medida la continuación de una tendencia que había dominado los años cincuenta y había sido interrumpida sólo temporalmente por el utopismo y el populismo del Gran Salto. Tomó la forma de la institucionalización de un sistema de treinta rangos formales para los cuadros del estado y del Partido, la introducción de un sistema diferenciado de pago de salarios correspondientes a la jerarquía del rango de los cuadros, y el crecimiento de la especialización funcional entre los cuadros de los órganos del estado y del Partido. La transformación de los cuadros revolucionarios en funcionarios y administradores

190 burocráticos, el desarrollo de una casta burocrática que disfrutaba de privilegios especiales, el crecimiento del profesionalismo burocrático y la especialización por ocupación, y el crecimiento general de una burocracia crecientemente separada de la sociedad, todos eran fenómenos que tenían sus raíces en el período anterior al Gran Salto y que se desarrollaron en los años posteriores a éste. Si el Partido Comunista Chino estaba en proceso de ser transformado de una organización revolucionaria en un aparato burocrático profesional con fuertes intereses creados en su propia autopreservación y perpetuación, tenía un interés igualmente fuerte en preservar a la sociedad de la cual había surgido y a la cual gobernaba. Y la preservación, en primera instancia, requería superar la grave crisis económica en la cual la campaña del Gran Salto Adelante había degenerado. Cualesquiera que fuesen los males de la burocracia, el Partido demostró las virtudes de la organización burocrática al rescatar a China de su situación crítica y reestablecer una economía nacional viable. A través de la combinación de la restauración del control centralizado sobre la producción y un renovado énfasis en incentivos materiales para los productores, los dirigentes de Beijing, contando principalmente con la efectividad organizativa de un partido leninista revigorizado, tuvieron éxito en revivir la economía nacional en un plazo notablemente corto. Los ministros de Beijing reestablecieron el control y la planificación centralizados sobre el sector industrial moderno de la economía, y la autoridad de los administradores y tecnócratas (actuando de acuerdo a la guía del Partido) fue muy fortalecida. Los órganos superiores del Partido impusieron la dirección central sobre la operación de las comunas y sobre la economía rural en general. La centralización de la vida económica fue acompañada con una política que permitía amplia libertad para las autoridades de las unidades productivas locales para ofrecer incentivos financieros a los obreros y campesinos, a fin de elevar la moral popular y espolear la producción. En las empresas industriales, esto significó tasas de salarios crecientemente diferenciadas y un sistema de bonos y premios. En las áreas rurales, significó el apoyo a las parcelas privadas campesinas, la reaparición de los mercados privados y la tolerancia de una creciente tendencia hacia una economía de mercado. Para fines de 1961, las condiciones tanto en la ciudad como en el campo se habían estabilizado en gran medida, y la producción comenzaba a incrementarse después de tres años sucesivos de declinación. La rapidez de la recuperación desde condiciones económicas casi desastrosas y la renovación del crecimiento pueden ser atribuidas en gran medida a la efectividad organizativa del Partido Comunista Chino y la precisión burocrática con que funcionaba. Durante los primeros años de la década de 1960, Mao Zedong ocupó una posición muy ambigua en la vida política de la República Popular. Mao seguía siendo el presidente del Partido, pero no controlaba su aparato ni determinaba sus políticas; en realidad, las políticas que desarrollaba el Partido le repugnaban cada vez más. Las consignas y las citas maoístas eran propagadas ampliamente, pero se usaban menos para lograr los objetivos sociales radicales maoístas que para promover la unidad nacional, mantener el orden social e incentivar la producción. A Mao se le rendía el debido homenaje como líder de la revolución y del Partido, pero no podía asumir el liderazgo de la nación. Cuando Mao aparecía en las reuniones del Partido, sus discursos eran saludados con el acostumbrado “aplauso entusiástico” (de acuerdo a las transcripciones oficiales), pero la importancia de sus palabras era ignorada en buena medida por la mayoría de los dirigentes del Partido. La brecha entre la teoría comunista china y la

191 práctica se ampliaba, y el conflicto entre los maoístas radicales y los burócratas del Partido se hacía cada vez más agudo, y finalmente irreconciliable. Poco después de su victoria sobre Peng Dehuai en la reunión Lushan en agosto de 1959, Mao se retiró de los asuntos cotidianos del Partido. La retirada fue quizás voluntaria, o al menos elegante, pero estuvo motivada ciertamente por su conocimiento de que las críticas de Peng al Salto Adelante eran ampliamente compartidas por los dirigentes del Partido, aun si éstos no compartían la aspereza de Peng; por un reconocimiento de que no tenía mayoría en el Comité Central para continuar las políticas socialmente radicales del Gran Salto (aún asumiendo que podría haber estado inclinado a hacerlo) y que una economía en derrumbe y un campesinado desmoralizado no proporcionaban circunstancias favorables para ningún intento de pasar por arriba del Comité Central de la forma en que había sucedido en el pasado. Por esto, el control sobre el Partido y sus políticas cayó en las manos de dirigentes cautelosos, los “termidorianos”, que estaban menos interesados en el cambio social que en el orden político y la eficiencia económica. El más prominente de los termidorianos era Liu Shaoqi, el jefe de estado formal de la República Popular, el primer vicepresidente del Partido, el heredero informal de Mao y ciertamente el leninista más ortodoxo de los dirigentes comunistas chinos. Otro era Deng Xiaoping, quien, como secretario general del Partido, mantenía un amplio poder sobre su aparato organizativo. La ascendencia de Liu y Deng estuvo acompañada por la restauración de la autoridad de los burócratas del Partido, cuyo poder había sido eclipsado durante la época del Gran Salto. Los funcionarios que dirigían el Partido eran Lu Dingyi, Peng Zhen y Luo Ruiqing; y los planificadores económicos que habían sido los arquitectos del Primer Plan Quinquenal, como Chen Yun, Li Fuchun y Bo Yibo. Todos habían sido críticos de las políticas del Gran Salto (aunque hasta el momento críticos mayormente silenciosos) y ahora precedían a desmantelar aquellas políticas y hacer volver a China a la condición de “normalidad”. Los primeros años de la década de 1960 fueron indudablemente los más frustrantes de la larga vida política de Mao. Era el reconocido y todavía celebrado líder de la revolución, pero ya no era capaz de determinar la dirección hacia la cual la nueva sociedad se iba dirigiendo. Sus intentos de inaugurar nuevas campañas revolucionarias fueron repetidamente frustrados, distorsionados o ignorados. Habiendo tomado la fatídica decisión de retirarse del liderazgo activo a fines de 1959, Mao encontró imposible retomar las riendas del control sobre una maquinaria del Partido cada vez más burocratizada y rutinaria. En estos años, fue “tratado como un antepasado muerto”, como más tarde acusó. “Deng Xiaoping nunca vino a consultarme”, se quejó en 1966; “desde 1959 hasta el presente nunca me ha consultado sobre nada”.258 Con la desintegración del Gran Salto y su consecuente aislamiento del centro del poder político, Mao comenzó a sufrir de una atípica falta de confianza en el futuro de la revolución. Ya no mantuvo más esperanzas de una inminente transición del socialismo al comunismo. Ya no concebía la visión de un “salto” del “dominio de la necesidad” al “dominio de la libertad” como un cambio cualitativo súbito, sino que ahora la caracterizaba más bien como un proceso gradual de duración indeterminada. La promesa de un milagro económico del Gran Salto Adelante se desvaneció en forma similar. Mientras que en 1958 Mao había declarado que le tomaría a China solamente quince años alcanzar los niveles económicos del Occidente industrializado, en 1962 concluía sombríamente que “será imposible desarrollar nuestro poder productivo tan rápidamente como para alcanzar y sobrepasar a los países capitalistas más avanzados en 258

Mao Tse-tung, “Talk at the Report Meeting”, 24 de octubre de 1966, en Schram (ed.), Mao Tse-tung Unrehearsed, pp. 266-267.

192 menos de cien años”. Observaba que el capitalismo occidental se había desarrollado a lo largo de un período de trescientos años e implicaba que el desarrollo del socialismo y del comunismo tendría lugar en un período histórico igualmente prolongado.259 No sólo las visiones del comunismo se debilitaron, sino que también lo hizo la confianza en la continuación de la viabilidad del sistema existente. Mao comenzó a cavilar sobre la posibilidad de que el trabajo de la revolución pudiera ser destruido y que él pudiera ser forzado a comenzar de nuevo. Especulaba con que el orden revolucionario pudiera “perecer” y ser reemplazado por un estado no revolucionario. Llegó a estar cada vez más obsesionado con la posibilidad de una regresión histórica. Insistía mucho más enérgicamente que antes en que nuevos elementos burgueses estaban siendo producidos en una sociedad socialista, las clases permanecían, la lucha de clases persistía, y “esta lucha de clases es un asunto prolongado, complejo, [y] a veces aun violento”.260 No estaba de ninguna manera asegurado que esta “prolongada” lucha de clases tuviera un final favorable. En el otoño de 1962, Mao planteó la posibilidad de “la restauración de las clases reaccionarias” y advirtió que “un país como el nuestro todavía puede dirigirse hacia su opuesto”.261 En los años que precedieron a la Revolución Cultural, el sentido de indeterminación histórica que caracteriza en general la mentalidad maoísta – y que hasta el momento generalmente se reflejaba en una profunda fe en que determinados revolucionarios podían moldear la Historia de acuerdo con sus ideas e ideales – comenzó a asumir implicancias y a tener alusiones oscuramente pesimistas. Aunque Mao tenía menos confianza que antes acerca del futuro de la República Popular, no cayó en un estado de parálisis política. No estaba dispuesto a jugar el papel de un “antepasado muerto” que clamaba le habían asignado. Si había perdido la fe en el Partido como instrumento revolucionario confiable, o al menos en el Partido como era, seguía confiando en sus propias habilidades para volver a encender las llamas de la revolución por otros medios. Si Mao no podía controlar la burocracia del Partido, los burócratas del Partido eran incapaces de controlar a Mao. No podían eliminarlo físicamente de la escena política o aun de su posición formal como presidente del Partido sin arriesgarse a una lucha política masiva y muy posiblemente una violenta guerra civil. Mao todavía disfrutaba de un enorme prestigio personal en la sociedad china (que él y sus seguidores comenzaron a cultivar a través de la forma del “culto a Mao”) y mantenía una amplia adhesión entre los miembros ordinarios del Partido, la mayoría de los cuales probablemente ignoraba el conflicto existente entre sus máximos dirigentes. En forma más importante, aparentemente contaba con la lealtad de la mayoría del Ejército Popular de Liberación (EPL), en gran medida a través de los esfuerzos de Lin Biao. Mao había perdido el control sobre el Partido, pero no era impotente. Ni es probable que aquellos que llegaron a dominar las burocracias del Partido y el estado a comienzos de los años sesenta estuvieran inclinados a destituir a Mao como titular del Partido. Los “termidorianos”, después de todo, apreciaban el orden y por esto estaban intentando restablecer la estabilidad social, económica y política. No deseaban empeorar el caos que habían heredado precipitando una nueva crisis política de consecuencias impredecibles. Preferían utilizar a Mao para sus propios objetivos más que intentar enterrarlo. Invocaban su nombre como símbolo de unidad nacional y sus consignas para promover el orden no maoísta que estaban intentando construir. Sin 259

Mao Tse-tung, “Talk at an Enlarged Central Work Conference”, 30 de enero de 1962, en Schram (ed.), Mao Tse-tung Unrehearsed, pp. 170-175. 260 Ibid., p. 168. 261 Mao Tse-tung, “Speech at the Tenth Plenum of the Eight Central Committee”, 24 de setiembre de 1962, en Schram (ed.), Mao Tse-tung Unrehearsed, p. 189.

193 embargo, al invocar la autoridad de Mao y sus “pensamientos”, los “termidorianos” estaban contribuyendo inconscientemente a su propia muerte política. En el ínterin, estaban determinados a evitar un choque abierto. Sería Mao quien planteara los desafíos políticos y forzara las confrontaciones. En los años 1960 y 1961 Mao aparentemente intervino poco y nada en el trabajo del Partido. Sus energías se volcaron a fortificar su control político e ideológico sobre el EPL. Surgió de una relativa reclusión política en enero de 1962, con un discurso pronunciado ante una conferencia nacional de trabajo del Partido, a la que acudieron unos 7.000 funcionarios provinciales y distritales. El discurso fue un áspero y amplio ataque crítico sobre los métodos y prácticas burocráticos que habían llegado a dominar la vida del Partido en los años posteriores al Gran Salto. Mao se centró en el principio leninista del centralismo democrático, una fórmula muy enfatizada por Liu Shaoqi y otros dirigentes del Partido durante los últimos dos años. Liu había interpretado y aplicado el principio en una manera súper-leninista y ultra-centralista, quizás mejor descrita en una profética crítica de Rosa Luxemburg al esquema leninista de organización partidaria y la “camisa de fuerza burocrática” que amenazaba con imponer; escribiendo en 1904, ella lo caracterizaba como un esquema que exigía “subordinación ciega” al “centro del Partido, que piensa, guía y decide él sólo por todos”, y significa “la rigurosa separación de los núcleos organizados de revolucionarios” del movimiento de masas.262 No se pueden encontrar mejores palabras para describir el carácter y los métodos del Partido Comunista Chino a comienzos de los años sesenta. Mao, por su parte, afirmaba la validez del principio de centralismo democrático, pero le daba una interpretación muy diferente. En efecto, igualaba la noción leninista con su propio principio de la línea de masas, a la que el Partido había abandonado, según insinuaba fuertemente Mao. Acusando a “algunos de nuestros camaradas” que “todavía no comprenden el centralismo democrático del que hablaron Marx y Lenin”, lo definió por ellos como una fórmula: “Primero democracia, después centralismo; viniendo de las masas, volviendo a las masas; la unidad de la dirigencia y las masas”.263 El tema no era la “democracia” en el sentido convencional, sino más bien si los impulsos que llevaban a las decisiones políticas irían principalmente de abajo hacia arriba o serían impuestos desde arriba hacia abajo. Enfatizando la democracia sobre el centralismo, Mao estaba expresando su fe permanente en la espontaneidad revolucionaria y la iniciativa de las masas – la espontaneidad de las masas de la que la teoría ortodoxa leninista tanto desconfiaba –, y a la vez condenando a los dirigentes del Partido que carecían de esa fe. Para Mao, la democracia significaba que las masas hablarían primero, aunque no necesariamente tendrían la última palabra. La ausencia de una apropiada comprensión maoísta del “centralismo democrático” se reflejaba en los funcionarios del Partido, a los que Mao castigaba por ser temerosos de las masas, temerosos de que las masas hablen de ellos, temerosos de que las masas los critiquen. Hay algunos camaradas que tienen miedo de que las masas inicien discusiones y adelanten ideas que difieran de las de los dirigentes y las organizaciones líderes. Tan pronto como se discuten los problemas, ellos suprimen el activismo de las masas 262

Rosa Luxemburg, “Organizational Questions of Social Democracy”, en Rosa Luxemburg Speaks (Nueva York: Pathfinder Press, 1970), p. 118. Existe edición en castellano: Rosa Luxemburg, “Problemas de organización de la socialdemocracia rusa”, en Rosa Luxemburg. Obras Escogidas, Volumen 2 (Madrid: Ed. Ayuso, 1978), pp. 11-108. 263 Mao, “Talk at an Enlarged Central Work Conference”, pp. 158-160.

194 y no permiten que hablen otros. Esta actitud es extremadamente mala.264 Entre los practicantes de esta maldad estaban los primeros secretarios de los comités del Partido a nivel provincial, distrital y de los condados – los pilares de la burocracia del Partido – a quienes Mao llamó “tiranos” y contra los cuales dirigió algunas de sus más enconadas y sarcásticas púas. Otra tesis que Mao seguía era que la lucha de clases persiste en una sociedad socialista. No era una noción nueva, pero él ahora la presentaba de una forma cualitativamente nueva. La lucha de clases en China ya no era vista bajo la forma relativamente benigna de contradicciones en su mayor parte no antagónicas que tenían lugar principalmente “en el campo ideológico”, como Mao la había caracterizado en 1957. “Las clases reaccionarias que han sido derrocadas están todavía planeando el retorno”, advertía ahora. “En una sociedad socialista, se pueden producir todavía nuevos elementos burgueses”. Pero no era el miedo de que las viejas clases reaccionarias o la burguesía como tal pudieran recuperar el poder del estado lo que preocupaba a Mao, sino más bien el estado del Partido: “Hay cierta gente que adopta la apariencia de miembros del Partido Comunista, pero de ninguna manera representa a la clase obrera; en cambio, representan a la burguesía. No todo es puro dentro del Partido.” Y, con su propia posición minoritaria en las reuniones superiores del Partido sin duda muy en mente, defendía los derechos de una minoría: “Muy a menudo las ideas de una minoría resultarán correctas. La Historia abunda en tales instancias”. Concluía sus apreciaciones con una advertencia y una amenaza: “Dejen que otra gente hable. Los cielos no caerán y ustedes no serán expulsados. Si no permiten que otros hablen, entonces seguramente llegará el día en que ustedes serán expulsados”.265 El discurso de Mao, de acuerdo a la transcripción oficial, fue saludado con el usual “entusiástico aplauso”. Pero no tuvo efecto visible en las políticas y prácticas del Partido. Mao habló de nuevo en setiembre de 1962, en el 10º Pleno del Comité Central. El discurso de Mao en el Pleno (y sus conversaciones en las sesiones informales que lo precedieron) en gran medida repetía los puntos de vista que había presentado en su discurso de los “7.000 cuadros” en enero, destacando particularmente la necesidad e inevitabilidad de la lucha de clases para combatir el creciente peligro del “revisionismo”.266 Mao también convocó a una campaña de educación ideológica masiva para los cuadros del Partido y las masas, a conducirse de acuerdo con los principios del movimiento de rectificación de Yan’an de 1942-1945. Esto fue aprobado debidamente por el Comité Central y, de varias formas y a través de una variedad de medios, se desarrollaría durante los siguientes tres años y medio bajo el nombre de “Movimiento de Educación Socialista”. Para los maoístas, los objetivos de la nueva campaña eran revolucionar el Partido y el pensamiento y comportamiento de sus cuadros, elevar la conciencia ideológica y el espíritu socialista de las masas, y revertir lo que consideraban como tendencias “capitalistas” y “revisionistas” en la vida social y económica del país (y particularmente en el campo). La acometida maoísta del movimiento sería mitigada y sus objetivos subvertidos por una burocracia arraigada, que no quería ni el liderazgo de Mao ni las disrupciones de las campañas de masas maoístas. 264

Ibid., pp. 160-162. Ibid., pp. 168-187. 266 El texto del discurso formal de Mao en el Pleno está traducido en Schram (ed.), Mao Tse-tung Unrehearsed, pp. 188-196. 265

195 Mientras el Movimiento de Educación Socialista zozobraba por la resistencia burocrática y la apatía popular, las frustraciones y temores de Mao y los maoístas crecían. Las propias frustraciones de Mao eran ciertamente, en parte, políticas. Difícilmente podría no haber estado profundamente amargado, ya que era incapaz de controlar al Partido que había construido y guiado a través de más de dos décadas de lucha revolucionaria. Lo más irritante era que él había vivido para contemplar, y era impotente para prevenir, la transformación del Partido de un instrumento revolucionario en un aparato burocrático conservador, un Partido que había sucumbido a todas las prácticas burocráticas contra las que había luchado por tanto tiempo. Para Mao, la burocracia había estado siempre entre los peores males. Veía a la burocracia no tanto, en un sentido marxista, como un reflejo y producto de los males de la sociedad, sino más bien en un sentido anarquista, como un mal que es impuesto sobre la sociedad, como una fuente principal de vicios sociales y desigualdades. Y mientras los marxistas tradicionalmente han sido reacios a asignar estatus de clase social al estrato burocrático, Mao no. Como lo planteó en 1965: La clase burocrática es una clase en aguda oposición a la clase obrera y los campesinos pobres y de nivel medio-inferior. ¿Cómo puede esta gente, que ha llegado a ser o está en proceso de llegar a ser elementos burgueses chupando la sangre de los trabajadores, ser apropiadamente reconocida? Esta gente es el objetivo de la lucha, el objetivo de la revolución.267 Para Mao, entonces, “la clase burocrática” era virtualmente sinónimo de “la burguesía”, y el dominio burocrático era equiparado con el “revisionismo” o el capitalismo, o al menos considerado la fuerza principal que llevaba a una “restauración burguesa”. Los dirigentes de “la clase burocrática” a la cual Mao se refería eran, por supuesto, los dirigentes del Partido Comunista Chino. Pero la preocupación maoísta era más que una sed por el poder puro y simple. Que Mao estaba luchando por el poder político, que estaba determinado a recuperar la supremacía, y que estaba determinado a eliminar los obstáculos burocráticos que se encontraban en su camino, eran todas cuestiones que deben ser dadas por seguras. Pero si Mao consideraba a la burocracia como un mal, también consideraba como un mal a las políticas socioeconómicas que los burócratas del Partido estaban desarrollando. Si encontraba intolerable su propia pérdida de poder, no encontraba menos intolerable la dirección hacia la cual se estaba moviendo la sociedad china. CAPÍTULO 15: LA NUEVA POLÍTICA ECONÓMICA 1961-1965 Durante la Revolución Cultural de 1966-1969, las políticas económicas del lustro precedente fueron condenadas por llevar a China a un retroceso del “socialismo” al “capitalismo”, y los dirigentes del Partido responsables por implementar esas políticas fueron purgados como “seguidores del camino capitalista” que supuestamente habían ejercido una “dictadura burguesa”. Este, en resumen, era el juicio maoísta a comienzos de los años sesenta, o al menos la dramática pintura de una “lucha de vida o muerte” entre el capitalismo y el socialismo que los maoístas presentaron al mundo. Sin embargo, las diferencias entre los que llegarían a ser conocidos como los caminos maoísta y “liuísta” no parecen ser de cerca tan agudas. Es instructivo comparar 267

Mao Tse-tung, “Selecciones del Presidente Mao”, JPRS 49826, p. 23.

196 las políticas económicas desarrolladas por Liu Shaoqi a comienzos de los años sesenta con las adoptadas por Lenin en la Unión Soviética cuarenta años antes. En 1921, Lenin introdujo la Nueva Política Económica para rehabilitar la economía rusa después de las destrucciones de la Primera Guerra Mundial, la revolución y la consiguiente guerra civil. La nueva política, un retroceso de las políticas radicales del período del Comunismo de Guerra, apoyaba las formas capitalistas de actividad económica, como Lenin francamente lo reconociera. La NEP, como fue llamado el programa, establecía una “economía mixta”, parcialmente estatal y parcialmente privada. Mientras las grandes empresas industriales permanecían en manos del gobierno bolchevique, la empresa privada fue permitida (y en verdad fomentada) en las pequeñas industrias y en el comercio. Excepto por las formas estandarizadas de tributación agrícola, el campo en gran medida fue abandonado a sí mismo, es decir, dejado libre para el desarrollo de las granjas capitalistas de pequeña escala y el funcionamiento del mercado. Se fomentó la importación de capital extranjero para el desarrollo industrial, y se adoptaron métodos eminentemente capitalistas de administración y organización del trabajo (como el taylorismo), aun en las empresas de propiedad estatal. El objetivo inmediato de Lenin era la recuperación económica; sus expectativas a largo plazo eran que el sector socialista se expandiera gradualmente y al final resultara victorioso en un proceso de competencia económica esencialmente pacífica. Las políticas económicas adoptadas por los dirigentes chinos cuarenta años más tarde eran en algunos aspectos similares a la NEP de Lenin. Constituían una retirada en gran escala (de hecho si no de nombre) del radicalismo del Gran Salto Adelante en un intento por enfrentar la grave crisis económica y la hambruna de 1960-1961. En la agricultura, se hicieron concesiones al “pequeño capitalismo”, principalmente permitiendo la extensión de las parcelas privadas trabajadas por las familias campesinas individuales. En la industria, el mayor énfasis se puso en el criterio de “productividad” en la operación de las empresas, y se fortaleció la autoridad de los administradores y tecnócratas. Se les dio amplio alcance a las fuerzas del mercado y los precios, y se enfatizaron los incentivos materiales por encima de los morales. No obstante, como una supuesta “retirada hacia el capitalismo”, el programa chino no era sino un pálido reflejo de su anterior contraparte soviético. La producción agrícola permaneció básicamente colectivizada; no se permitió que más del 12 % de la tierra cultivable fuera restaurada como parcelas privadas. Las industrias, tanto grandes como pequeñas, permanecieron bajo la propiedad estatal, y el comercio en general continuó bajo el estricto control centralizado del gobierno. No se extendieron invitaciones a las inversiones de capital extranjero. Si Liu Shaoqi fue un “seguidor del camino capitalista”, siguió un sendero mucho más estrecho y precavido a comienzos de los años sesenta de lo que había hecho Lenin a comienzos de los años veinte. Sin embargo, las diferencias entre los que llegaron a ser conocidos como “los dos caminos”, entre el “liuísmo” y el “maoísmo”, eran profundas, y las políticas dominantes a comienzos de los años sesenta tuvieron significativas consecuencias sociales, que los maoístas encontraban repugnantes. La versión china de la NEP comenzó como una serie de medidas de emergencia ad hoc en 1960 para combatir la crisis inmediata de una extendida escasez de alimentos y la amenaza de la hambruna. Parte del problema era de distribución, y esa parte fue manejada con prontitud por un revigorizado aparato estatal centralizado, a través de un eficiente sistema de racionamiento y transporte. Pero el mayor problema era la aguda declinación de la producción agrícola por tres años sucesivos (1959-1961). La producción fue revivida – aunque no antes de que millones perecieran – a través de una combinación del control centralizado del Partido sobre el campo, la virtual eliminación de los controles de las comunas sobre los productores individuales campesinos, y la

197 asistencia urbana a las zonas rurales. Cientos de miles de cuadros del Partido fueron enviados a las aldeas, desplazando (y criticando) a los cuadros rurales locales de inspiración maoísta. Fueron reforzados con soldados, estudiantes y millones de desempleados urbanos enviados al campo para dedicarse a las labores agrícolas. Las pequeñas parcelas privadas familiares fueron restauradas, el mercado libre fue reabierto en las zonas rurales, los bienes personales y las viviendas que habían sido “comunizados” fueron devueltos, y a los campesinos se les permitió reclamar tierras sin cultivar y trabajarlas para sí. Desde las ciudades llegó ayuda de emergencia como insecticidas, fertilizantes químicos y pequeñas herramientas de labranza. Para fines de 1962, la economía agraria estaba estabilizada. Estas medidas procedieron bajo la política de tomar “la agricultura como base de la economía y la industria como el sector líder”, consigna adoptada por el Comité Central del Partido en enero de 1961. Era un reconocimiento por parte de los dirigentes comunistas de la importancia central de una economía agrícola viable para la economía nacional. Significaba dar prioridad al sector agrario y aceptar una tasa más lenta de desarrollo industrial de la que había sido prevista en el Primer Plan Quinquenal y el Gran Salto. Era una consigna que podía ser aceptada tanto por los maoístas como por los no maoístas, y significaba que no habría retorno a una estrategia estalinista, que subordinaba la agricultura a la industria pesada. Con todo, esta consigna no carecía de ambigüedades. Porque si la agricultura recibiría ahora una cierta prioridad, no estaba de ningún modo claro cómo sería organizada socialmente la producción agrícola. También quedaba en la ambigüedad la cuestión de la relación entre agricultura e industria, entre ciudad y campo, y el destino del programa maoísta para industrializar las áreas rurales. Qué significaba “tomar la agricultura como base” en términos de políticas concretas dependía de quién estaba determinando e implementando las políticas. La declinación de las comunas El abandono del Gran Salto no provocó la abolición de las comunas populares rurales, aunque produjo una drástica reducción de su tamaño. Las 24.000 comunas fueron divididas en aproximadamente 74.000 unidades, cada una con alrededor de 1.600 familias, y cada una correspondiendo de un modo general a la vieja estructura de los xiang y al área de comercialización rural tradicional.268 Las comunas permanecieron como las unidades administrativas básicas en el campo, pero operaban bajo la dirección de funcionarios estatales asalariados que eran responsables por la implementación de las políticas determinadas por el centro. Pero mientras las comunas permanecían como unidades políticas, sus funciones socioeconómicas originales fueron mutiladas. Las directivas del Partido de comienzos de los años sesenta denunciaban el “igualitarismo” en la distribución del producto agrícola y apoyaban el uso de incentivos materiales para promover la producción. No sólo fueron devueltas las parcelas privadas y los campesinos fueron alentados a involucrarse en actividades “suplementarias” y a comerciar en el mercado libre reabierto, sino que la operación de las industrias comunales fue desaconsejada a favor de que los campesinos compraran bienes producidos en las fábricas urbanas. Además, la unidad básica de trabajo fue progresivamente reducida de la comuna como un todo a la 268

El argumento de que los límites del xiang fueron trazados para corresponderse en general con la tradicional “área de comercialización estándar”, consistente en alrededor de una docena de aldeas económica y socialmente orientadas hacia una ciudad mercado, está presentado en G. William Skinner, “Market Town and Social Structure in Rural China”, Journal of Asian Studies, 24, 1 (noviembre de 1964): 32-43.

198 brigada de producción y finalmente al equipo de trabajo. Para comienzos de 1962 el equipo, consistente en alrededor de 20 o 30 familias (el equivalente de la antigua cooperativa de producción agrícola “inferior”) fue establecido como la unidad principal para la organización de la mano de obra y la producción.269 La autonomía de la comuna fue reducida más, transfiriendo el control de sus asuntos comerciales y financieros a los gobiernos de los xian (condados), órganos del aparato administrativo centralizado del estado. La administración del xian también asumió el control de la milicia de la comuna y sus instituciones educativas y servicios de salud. Los tractores y otras maquinarias agrícolas de gran tamaño distribuidos entre las comunas durante el Gran Salto fueron ahora devueltos a las 2.000 estaciones de tractores del estado de estilo soviético, que arrendaban los tractores a las comunas, entregando las ganancias de estos alquileres al estado. Las políticas del período facilitaron el crecimiento de un capitalismo subalterno en el campo, aunque en una escala mucho menor de lo que Lenin y los demás dirigentes rusos habían consentido tolerar en la Unión Soviética cuarenta años antes. Sin embargo, la retirada de las formas colectivas de vida y producción no era de ningún modo insignificante. Aunque las parcelas privadas familiares estaban limitadas al 6 % de la tierra arable, realmente llegaron a constituir el doble de ese porcentaje. Dados los precios relativamente altos de las frutas, vegetales y animales domésticos que podían ser enviados al mercado libre (y los precios aún más altos en el floreciente mercado negro de las ciudades), la mayoría de los campesinos naturalmente estaban dispuestos a dedicar más tiempo y energía a sus tenencias privadas que al trabajo colectivo. Para mediados de la década de 1960, la producción privada probablemente sumaba alrededor de un tercio del ingreso campesino. Además, el trabajo colectivo en los equipos de producción no era de ningún modo conducido igualitariamente. Se introdujeron complejos sistemas de puntos de trabajo para remunerar a los campesinos de acuerdo con su productividad individual más que al monto de tiempo de trabajo con que contribuían. Tanto el sistema de puntos de trabajo en la producción colectiva como las nuevas oportunidades o la producción suplementaria en las parcelas privadas inevitablemente beneficiaban a los campesinos más productivos, físicamente más fuertes, más experimentados y de mente más empresarial. El resultado fueron cada vez mayores diferencias de ingresos entre la población rural. El problema de la creciente desigualdad fue exacerbado por el problema mucho mayor de la corrupción entre los cuadros rurales del Partido. Durante los primeros años de la década de 1960, las comunas estaban plagadas de dirigentes locales involucrados en el desfalco de los fondos comunales y el robo directo de los recursos. Aún más extendida estaba la colusión entre los cuadros de los equipos de nivel inferior y los campesinos (a menudo miembros de la ex elite de la aldea) en la distribución de puntos de trabajo, para ventaja económica de ambos. Las diferencias entre las líneas “maoísta” y “liuísta” al abordar estos problemas de corrupción y desigualdad en el campo no eran tan grandes como después fueron retratadas durante la Revolución Cultural. Liu Shaoqi no estaba menos dispuesto que Mao a eliminar la corrupción de los cuadros y frenar las tendencias espontáneas hacia el capitalismo rural. Las diferencias se centraban más en los métodos a usarse que en las metas a lograr. Mientras que Liu y la mayor parte de los dirigentes del Partido estaban inclinados al uso del aparato centralizado del Partido y del estado para rectificar la 269

Estas medidas fueron implementadas oficialmente de acuerdo a la “Directiva urgente sobre el trabajo rural” (los “doce artículos”) y los “Proyectos de reglamentos sobre las comunas rurales”, emitidos respectivamente por el Comité Central en noviembre de 1960 y marzo de 1961.

199 situación rural, Mao y los maoístas deseaban estimular un movimiento popular basado en la movilización ideológica y política de los campesinos más pobres. La Reorganización de la Industria Como en las áreas rurales, las nuevas políticas en las ciudades fueron inicialmente medidas de emergencia para aliviar una situación económica crítica y en rápido deterioro. En 1960 y 1961, algunas fábricas habían cerrado y muchas estaban operando con su capacidad reducida por falta de materias primas y abastecimientos adecuados. La mayoría de las pequeñas empresas y tiendas, apresuradamente establecidas durante el Gran Salto, eran groseramente ineficientes y despilfarradoras de recursos escasos. Para 1962, la producción industrial había declinado alrededor del 40 % desde los niveles de 1958-1959. Las ciudades estaban llenas de desempleados y subempleados, con sus filas incrementadas por millones de campesinos emigrantes de las áreas rurales más deprimidas. El primer paso dado por el gobierno para reestablecer una economía urbana viable fue una política estricta de ahorro financiero. Miles de fábricas y tiendas pequeñas y económicamente ineficientes fueron cerradas y la mayoría de los trabajadores de las grandes empresas contratados durante los años del Gran Salto fueron despedidos. Se congeló la contratación de nuevos empleados. En total, la fuerza de trabajo industrial total fue reducida a la mitad. Una segunda medida fue enviar la población urbana excedente, económicamente sobrante, al campo, un movimiento que alcanzó su pico en la primavera de 1962 en lo que fue llamado el movimiento de “retorno a la aldea” (huixiang). La campaña no estaba motivada por ningún espíritu populista, ni fue dirigida a la manera de los primeros movimientos xiafang de inspiración maoísta. Estaba dictada por la necesidad económica de aliviar la tensión sobre un precario abastecimiento urbano de alimentos, así como las reducciones de personal en la industria fueron dictadas por la carencia de materias primas y de inversiones estatales de capital. El problema a largo plazo de modernizar el sector industrial fue abordado a través de la reintroducción de la planificación económica centralizada, combinada con cierto grado de autonomía económica para las empresas individuales y la confianza en las fuerzas del semi-mercado, el fortalecimiento de la autoridad de los administradores, un renovado énfasis en el conocimiento tecnológico y científico, y una fuerte insistencia en los incentivos financieros para los trabajadores a fin de espolear la productividad y elevar la calidad de lo que estaba siendo producido. La dirección sobre la economía en general retornó a los ministerios económicos en Beijing, y los arquitectos del Primer Plan Quinquenal volvieron a tener importancia. La autoridad de los administradores en las fábricas y empresas individuales, que había desaparecido virtualmente durante el Gran Salto, fue reestablecida. Los administradores y los expertos en tecnología, que estaban estrechamente vinculados a las organizaciones distritales y provinciales del Partido, recuperaron el control sobre las operaciones de las empresas industriales, aunque ahora bajo un sistema más flexible y autónomo llamado “autoridad operativa independiente”. Resurgió la distinción tradicional entre administradores y trabajadores, y el nuevo énfasis estaba puesto claramente en la capacidad técnica como “experto” más que en la capacidad política como “rojo”. Aunque los trabajadores industriales estaban sujetos otra vez a la autoridad de los administradores, eran compensados a través de la restauración del sistema de incentivos financieros por incremento de productividad y promesas de una mejor vida material. Aparecieron crecientes diferenciaciones económicas dentro de la clase obrera, menos por las revisiones de la estructura de

200 salarios formales que a través de la extendida introducción de tasas de trabajo a destajo, y el uso de premios y bonos para recompensar a los trabajadores por su desempeño productivo individual y por aportar mejoras tecnológicas e invenciones. La confianza en los incentivos materiales fue justificada en razón de la eficiencia económica – la necesidad apremiante de aumentar la productividad en un país todavía atrasado económicamente – y justificada ideológicamente por el principio marxista tradicional de que en una sociedad socialista la distribución de bienes necesariamente sería guiada por el principio “a cada uno de acuerdo a su trabajo” más bien que por el principio comunista de “a cada uno de acuerdo con sus necesidades”. Aunque las nuevas políticas industriales restauraban muchos de los rasgos del Primer Plan Quinquenal, no se trataba de ninguna manera de un retorno total al “modelo estalinista”. La política de “tomar la agricultura como base”, en efecto, se emprendió en serio, hallando expresión concreta en un cambio significativo de inversión de capital del desarrollo industrial urbano a la agricultura. Se reformaron importantes sectores de la industria moderna a fin de incrementar la producción de fertilizantes químicos y herramientas agrícolas modernas. Se establecieron institutos científicos para el desarrollo y aplicación de semillas mejoradas, y se emprendió un programa para la electrificación rural. A pesar de que los principales autores del Primer Plan Quinquenal habían sido restaurados en sus puestos, ahora contemplaban una marcha del desarrollo industrial mucho más modesta que los ambiciosos objetivos que habían planteado en la década anterior, y le daban prioridad a la modernización de la producción agrícola. En este sentido, el período de Liu marca una diferenciación fundamental de la estrategia estalinista de subordinar todas las otras consideraciones económicas a la promoción de la industria pesada. A la luz de las desastrosas condiciones que enfrentaba el gobierno en 1960-1961, la rapidez de la recuperación y la renovación del crecimiento económico fueron muy remarcables. La producción agrícola comenzó a revivir en 1962 y aumentó a velocidad firme, aunque no espectacular, durante los años siguientes. La producción de granos subió de un bajo de 193 millones de toneladas en 1961 a 240 millones de toneladas en 1965270, aumentada por grandes compras de trigo a Canadá y Australia. El sector industrial moderno fue estabilizado en 1962. Entre 1963 y 1965 la producción industrial creció a una tasa anual promedio de aproximadamente el 11 %, el empleo industrial el 7 % y la productividad del trabajo el 5,5 %.271. Las políticas de Liu Shaoqi trajeron recuperación económica y renovado crecimiento, pero los resultados sociales e ideológicos fueron menos saludables. Hubo que pagar un precio social por el progreso económico, y fue el surgimiento de nuevas formas de desigualdad. La tolerancia de las fuerzas del mercado y las siempre presentes tendencias “espontáneas” hacia el capitalismo en el campo dieron ascenso a un nuevo estrato de campesinos relativamente ricos, quienes, a menudo en cooperación con los cuadros y funcionarios locales, comenzaron a desarrollar intereses creados en las nuevas políticas económicas y el gobierno que las implementaba. En las ciudades surgió un estrato relativamente privilegiado de trabajadores industriales más experimentados y calificados, quienes se beneficiaron del sistema de tasa de trabajo a destajo y bonos de incentivo, medidas que fomentaban la productividad pero también inducían a los trabajadores a competir entre ellos y trabajaban contra el desarrollo de un sentido de solidaridad colectiva de clase. La ausencia de una conciencia colectiva entre los 270

Chao Kang, Agricultural Production in Communist China, 1949-1965 (Madison: University of Wisconsin Press, 1970), pp. 242-260. Los datos reconstruidos por Chao dan la cifra de 160 millones de toneladas en 1961 y 200 millones de toneladas en 1965, pero sin embargo reflejan una tasa de crecimiento similar. 271 Barry Richman, Industrial Society in Communist China (Nueva York: Random House, 1969), p. 615.

201 trabajadores facilitó, a su vez, una diferenciación creciente entre la clase trabajadora como un todo y una elite burocrático-tecnológica ascendiente, fomentada por el énfasis en premios materiales a la competencia profesional y las habilidades técnicas. Quizás la manifestación de desigualdad más evidente fue la creciente brecha social, económica y cultural entre las ciudades y las áreas rurales. Si bien una minoría de campesinos prosperaba, el campo en su conjunto permaneció atrasado y quedó más atrás de las ciudades en cuanto a la modernización. La política del Gran Salto Adelante de industrializar el campo fue abandonada y la mayoría de los emprendimientos industriales rurales locales fueron cerrados o se atrofiaron, restableciéndose firmemente por lo tanto las agudas diferencias entre producción industrial y agrícola y entre obreros y campesinos. Los precios de los bienes industriales vendidos a los campesinos (como fertilizantes químicos, maquinaria agrícola, ropas, sal, kerosén, fósforos y, para los pocos que podían costeárselas, radios y bicicletas) fueron mantenidos artificialmente altos, para beneficiar a la economía urbana y en contradicción con la política maoísta de fomentar el consumo campesino manteniendo sólo una estrecha diferencia entre los precios de los productos industriales y los agrícolas.272 Además, dado que la productividad en la industria subía mucho más rápido que en la agricultura, el sistema de bonos servía para aumentar más la diferencia ya considerable entre los ingresos de obreros y campesinos. Ampliando más la brecha entre ciudad y campo estaban las políticas educativas orientadas hacia las ciudades y una desigual distribución de los servicios médicos y sociales. Al igual que durante los años del Primer Plan Quinquenal, el campo estaba siendo explotado en beneficio de las ciudades. Zhou Enlai aludió al crecimiento de nuevas formas de desigualdad económica en su informe a la Tercera Asamblea Popular Nacional, que se reunió en Beijing a fines de diciembre de 1964 y reeligió a Liu Shaoqi como Presidente de la República Popular. Después de alabar los logros económicos de los dos años previos, Zhou observó: En la sociedad, así como también en los órganos del Partido y del gobierno, en las organizaciones económicas y los departamentos culturales y educativos, se van a generar sin cesar nuevos explotadores. Estos nuevos elementos burgueses y otros explotadores van a tratar invariablemente de encontrar a sus protectores y agentes en las más elevadas organizaciones dirigentes. Los viejos y nuevos elementos burgueses y otros explotadores van a unir sus manos invariablemente para oponerse al socialismo y desarrollar el capitalismo.273 ¿Quiénes eran los “nuevos elementos burgueses” a los que se refería Zhou? Obviamente no era gente que se distinguiera por el ejercicio de la propiedad, sino más bien aquellos que disfrutaban de privilegios económicos, prestigio social y poder 272

Las opiniones de Mao sobre el tema fueron expresadas en su discurso de 1956 “Sobre las diez grandes relaciones”: “La carga de la tributación sobre los campesinos es muy pesada mientras el precio de los productos agrícolas es muy bajo y el de los bienes industriales muy alto. Mientras desarrollamos la industria, especialmente la industria pesada, debemos a la vez darle a la agricultura un cierto estatus adoptando políticas correctas en la tributación agrícola y al establecer los precios de los productos industriales y agrícolas ... En el intercambio de productos industriales y agrícolas adoptamos en nuestro país una política de reducir la ‘apertura de tijera’, una política de intercambio de valores iguales o casi iguales, una política de baja ganancia y altas ventas en los productos industriales, y una política de precios estables”. Stuart R. Schram (ed.), Mao Unrehearsed: Talks and Letters, 1956-1971 (Middlesex, Inglaterra: Penguin, 1974), pp. 64, 71. 273 Chou En-lai, “Report on the Work of the Government”, 30 de diciembre de 1964, Peking Review, 8, 1 (1 de enero de 1965): 6-20.

202 político dentro del orden “socialista” existente. Eran privilegiados no por virtud de la propiedad sino a causa de la función y los ingresos. Los nuevos campesinos ricos y los trabajadores industriales mejor pagados difícilmente podían ser descritos como “nuevos explotadores”. Por indeseables que fueran, tales diferencias económicas entre las masas no eran más que síntomas de una enfermedad social más profunda. La naturaleza de la enfermedad estaba sugerida (y parcialmente diagnosticada) en la afirmación de Zhou de que los “nuevos explotadores” eran “generados” en los “órganos del Partido y del gobierno”. Estaba implícita la sugerencia de que la misma burocracia del Partido y del estado era la fuente y el sitio de los “nuevos elementos burgueses”. A lo que Zhou Enlai dejó implícito, Mao Zedong pronto lo haría bruscamente explícito. Para 1965 comenzó a denunciar que “la clase burocrática” era la opresora de las masas de obreros y campesinos, y esta visión de la burocracia como generadora de una nueva clase explotadora era lo que yacía detrás de la insistencia cada vez más fuerte de Mao en que China estaba agobiada por un conflicto cada vez más agudo entre “la burguesía” y “el proletariado”, un creciente énfasis en la necesidad de la “lucha de clases” y la creencia de que el enfrentamiento entre “socialismo” y “capitalismo” se estaba acercando a una etapa decisiva. Sin duda, estas percepciones maoístas estaban influenciadas por el conflicto cada vez más profundo con la Unión Soviética y, en consecuencia, por una conciencia agudizada de que la consecución de políticas “revisionistas” presagiaba una regresión al “capitalismo”. Pero los temores maoístas de esa época crecieron principalmente fuera de las realidades concretas de la situación interna china. Para Mao, las políticas económicas seguidas durante los años posteriores al Gran Salto Adelante planteaban la cuestión de si los objetivos socialistas podían lograrse a través de medios no socialistas. Del sentido de indeterminación histórica que caracteriza la mentalidad maoísta – o sea, la ausencia de toda confianza en la inevitabilidad histórica del socialismo – surgió la creencia de que los hombres son libres para elegir sus objetivos y por esto el mandato moral de que deben elegir medios que sean consistentes con los fines que buscan. A ojos de Mao, los medios que la mayoría de los dirigentes del Partido habían elegido eran incompatibles con el socialismo; en cambio, eran contemplados como dirigiendo lo que los maoístas prefirieron llamar “el camino de retorno al capitalismo”. Los procesos de decadencia ideológica que acompañaban la desigualdad social y el elitismo burocrático no preocupaban menos a los maoístas. Se prestaba el debido homenaje a los “pensamientos de Mao”, pero en su mayoría de manera ritual. Si Mao era tratado políticamente como un “antepasado muerto”, sus ideas e ideales iban poco mejor. Los líderes que dirigían el aparato del Partido y del estado estaban preocupados por el orden social, la eficiencia administrativa, el progreso tecnológico y el desarrollo económico. El ánimo popular estaba dominado por un ansia por la seguridad y una búsqueda de una mejor vida material. Entre los dirigentes del Partido y las masas, en su mayoría apáticas políticamente, se ubicaban una intelligentsia tecnológica y los cuadros del estado y del Partido que ignoraban cada vez más la ética política maoísta en favor de una ética burocrática vocacional. Era una tendencia en armonía con las políticas dominantes y el temperamento general de la época, como lo era la conversión de la noción de “rojo y experto” de un ideal maoísta universal del hombre comunista “versátil” del futuro en una fórmula que priorizaba la adquisición de competencia profesional y tecnológica sobre las consideraciones políticas e ideológicas. Las masas urbanas, se observó, respondían con entusiasmo mayoritariamente no-maoísta a los llamados del estado a incrementar la producción – y por lo tanto a incrementar los ingresos – para adquirir “las cuatro buenas cosas”: relojes pulsera, bicicletas, radios y máquinas de coser. Y en el campo, los maoístas observaban tales “tendencias insanas”

203 entre el campesinado como el renacimiento de festivales religiosos tradicionales, casamientos por dinero, cultos supersticiosos, gastos extravagantes en vacaciones y juego por dinero; y también una aguda declinación en el celo ideológico de los cuadros rurales.274 Educación En una sociedad en que la estratificación está basada principalmente en el ingreso y la función, más que en la propiedad, el sistema educativo es una fuerza particularmente poderosa para promover tanto la igualdad como la desigualdad socioeconómica. Las políticas educativas adoptadas a comienzos de los años sesenta promovían la desigualdad. Durante la década previa había habido una enorme expansión de los medios y oportunidades educativos. Entre 1949 y 1957, el número de estudiantes en las escuelas primarias aumentó de aproximadamente 26 millones a 64 millones, mientras las inscripciones en las universidades casi se cuadruplicaron, de 117.000 a 441.000. Las primeras políticas educativas de la República Popular, como sus políticas económicas, se basaron en gran medida en el modelo soviético, especialmente en las instituciones de educación superior. Se puso un énfasis abrumador en la educación científica y tecnológica a fin de producir los especialistas y expertos necesarios para llevar a cabo los objetivos industriales del Primer Plan Quinquenal. Se produjo una copia general de los métodos pedagógicos, las formas de organización y los libros de texto rusos. Miles de graduados universitarios fueron a la Unión Soviética para entrenamiento avanzado en la ciencia y la tecnología modernas.275 Aunque en los años cincuenta se hicieron grandes progresos en expandir las oportunidades educativas a una franja mucho más amplia de la sociedad que bajo el viejo régimen, las oportunidades seguían siendo muy limitadas y desiguales. A pesar del propósito proclamado de que el nuevo sistema educativo serviría a los obreros y campesinos, el criterio de los logros académicos formales para la admisión en las escuelas medias y universidades favoreció tanto a los viejos como a los nuevos grupos privilegiados de la sociedad china: los hijos e hijas de la burguesía urbana sobreviviente, de los más altos funcionarios del Partido y del gobierno, y de la intelligentsia tecnológica. Además, las oportunidades educativas estaban distribuidas desigualmente entre las ciudades y las áreas rurales. Las universidades estaban establecidas en las ciudades, eran de orientación urbana en sus planes de estudio y extraían a la mayoría de sus estudiantes de las clases urbanas. Mientras a los niños que 274

“Report to the Hsien Three Level Cadre Meeting”, 9 de febrero de 1963, Apéndice A en Richard Baum y Frederick C. Teiwes, Ssu-Ch’ing: The Socialist Education Movement of 1962-1966 (Berkeley: University of California Press, 1968), pp. 49-57. 275 La composición de los graduados de universidades y colegios en el año 1962 refleja en general el fuerte énfasis en la educación científica y tecnológica. De acuerdo a los datos oficiales, sólo 7.000, o el 4 % de los 170.000 graduados, se recibieron en las ciencias sociales y humanidades; 59.000 de los graduados de 1962 eran ingenieros; 11.000 eran graduados en ciencias; 20.000 en agricultura y silvicultura; 17.000 en medicina y salud pública; y los restantes 56.000 eran graduados de colegios normales o de profesores, donde se presentaba una orientación tecnológica similar, así como en las escuelas primaria y media. De los 170.000 graduados de 1962, sólo 1.000 aprobaron los exámenes para ser estudiantes investigadores (estudiantes de posgrado). Antes de 1949, se debe notar, no había ni una sola escuela de graduados en China, salvo por un pequeño número de escuelas médicas y profesionales. La educación de posgrado sólo se desarrolló muy lentamente después de 1949, pero en un nivel alto y rigurosamente académico. La mayoría de los estudiantes chinos que siguieron estudios de posgrado los hicieron en la Unión Soviética, y en menor medida en los países de Europa Oriental.

204 vivían en las ciudades se les facilitaba la oportunidad de al menos una educación primaria, muchos niños del campo no la tenían, o recibían sólo una educación muy rudimentaria. Las políticas educativas de la campaña del Gran Salto Adelante habían sido diseñadas para corregir estas desigualdades a través de la introducción de nuevos programas de educación, particularmente en el campo. Una amplia variedad de programas “mitad trabajo, mitad estudio”, “universidades de rojos y expertos” y escuelas nocturnas de tiempo parcial para campesinos y obreros fueron establecidas apresuradamente, de acuerdo con los objetivos del Gran Salto de permitir a “las masas hacerse a sí mismas dueñas de la ciencia y la tecnología” y eliminar la distinción entre trabajo mental y manual. En las áreas rurales se expandieron las escuelas regulares primarias de seis años y medias de tres años, bajo la administración de las comunas, para servir mejor a las necesidades locales y lograr el objetivo marxiano de combinar la educación con las actividades productivas. A comienzos de los años sesenta, estas políticas igualitarias fueron revertidas a favor de las prácticas de mediados de los años cincuenta. La disminución de recursos financieros forzó a muchas de las escuelas más pobres a cerrar, restringiendo así las oportunidades educativas para los niños de familias de bajos recursos, tanto en la ciudad como en el campo. Muchos de los programas y escuelas de mitad-estudios y de medio tiempo fueron abandonados. Las escuelas primarias y medias de las áreas rurales fueron separadas del control comunal y devueltas a la administración de los departamentos de educación de los xian, restaurando así el control del aparato central del estado sobre el sistema educativo rural. Un renovado énfasis en los criterios de admisión estandarizados para las escuelas medias y universidades a través de los exámenes formales trabajó en ventaja de los niños de los grupos sociales más privilegiados y favoreció a la juventud urbana sobre la rural. Surgió un proceso educativo de doble vía, ásperamente dividido entre ciudad y campo. En las áreas rurales, los niños que recibían una educación escolar primaria (y no todos lo hacían276) avanzaban, si lo hacían de alguna manera, en su mayoría, a las llamadas “escuelas medias agrícolas” para la enseñanza de oficios, más que a escuelas medias regulares de tiempo completo. En las ciudades, las escuelas especiales de alta calidad fueron favorecidas para producir una minoría relativamente pequeña de expertos altamente entrenados para abastecer las filas de la intelligentsia tecnológica y la elite burocrática. El primer deber de los estudiantes era estudiar y adquirir habilidad profesional, se enfatizaba, y en las mejores escuelas y en las universidades las exigencias de educación política y trabajo productivo tendían a convertirse en prácticas rituales. En total, el sistema educativo de comienzos de los años sesenta era probablemente más elitista de lo que había sido una década antes, reforzando las crecientes diferencias socioeconómicas. Así como las desigualdades en el sistema educativo reflejaban y perpetuaban las diferencias sociales y económicas, también se dio el caso en otros servicios financiados y operados por el estado, más notablemente en el campo de la salud pública. En los años posteriores a 1949 se había alcanzado un notable progreso en la eliminación o control de las enfermedades infecciosas y parasíticas y en la construcción de un sistema médico moderno. Comenzando con un énfasis en la medicina preventiva y en campañas populares para elevar los niveles de saneamiento e higiene pública, el nuevo gobierno pronto fue capaz de reclamar el crédito por la virtual eliminación de la viruela, el cólera, el tifus, la fiebre tifoidea, la plaga y la lepra, tanto como las enfermedades venéreas y la 276

En 1965 se reportó que 30 millones de niños en edad de cursar la escuela primaria, la mayoría en las áreas rurales, no estaban recibiendo educación formal de ninguna clase. Diario del Pueblo, 18 de mayo de 1965 (SCMM, nº 3475, p. 14).

205 adicción al opio. La incidencia de la tuberculosis y de la mayoría de las enfermedades parasíticas fue reducida significativamente. Enormes inversiones estatales fundaron el moderno entrenamiento médico y los hospitales, hasta aquí en gran medida dependientes de los esfuerzos filantrópicos extranjeros. Entre 1949 y 1957 se construyeron más de 800 hospitales de tipo occidental, agregando unas 300.000 camas a las 90.000 utilizables cuando se estableció la República Popular. El número de doctores entrenados en la medicina occidental moderna aumentó de 40.000 en 1949 a 150.000 en 1965, apoyados por 170.000 paramédicos; para comienzos de los años sesenta las escuelas de medicina estaban produciendo alrededor de 25.000 nuevos doctores cada año.277 Los logros fueron impresionantes bajo cualquier punto de vista, pero los beneficios estaban desigualmente distribuidos. Los habitantes urbanos disfrutaban de mucho mayor acceso a los servicios médicos modernos que los campesinos, y las diferencias entre ciudad y campo en este área (como en muchas otras áreas a comienzos de los años sesenta) eran evidentes y crecientes. Era una cuestión que produjo algunos cáusticos comentarios de Mao Zedong en junio de 1965: Cuéntenle al Ministro de Salud Pública que sólo trabaja para el 15 % de la población total del país y que este 15 % está compuesto principalmente por caballeros, mientras que las amplias masas de campesinos no consiguen ningún tratamiento médico. En primer lugar, ellos no tienen ningún doctor; en segundo lugar no tienen ninguna medicina. El Ministerio de Salud Pública no es un Ministerio de Salud Pública para el pueblo, entonces, ¿por qué no cambiarle el nombre por el de Ministerio de Salud Urbana, el Ministerio de la Salud de los Caballeros, o aun el Ministerio de la Salud de los Caballeros Urbanos? ... Los métodos de examen médico y los tratamientos usados por los hospitales en estos días no son para nada apropiados para el campo, y la manera en que se entrena a los doctores es sólo para beneficio de las ciudades. Y con todo, en China más de quinientos millones de nuestra población son campesinos.278 Los éxitos económicos de la época, basados en el uso de métodos y formas no maoístas, produjeron por lo tanto resultados sociales y políticos que eran incongruentes con las visiones igualitarias maoístas. El precio por el progreso económico fue el elitismo burocrático y tecnocrático, el surgimiento de nuevas formas de desigualdad tanto en las ciudades como en las áreas rurales, y una brecha creciente entre ciudad y campo. No era un precio que Mao estuviera dispuesto a pagar, y el Movimiento de Educación Socialista, lanzado en 1963, fue el primer intento de rectificar el curso que los “termidorianos” estaban siguiendo.

277

Victor W. Sidel, “Medicine and Public Health”, en Michel Oksenberg (ed.), China’s Developmental Experience (Nueva York: Praeger, 1973), pp. 110-120. Para un relato particularmente perspicaz del desarrollo de los cuidados médicos en la República Popular, ver Joshua Horn, Away with All Pests (Nueva York: Monthly Review Press, 1969). 278 “Directive on Public Health”, 26 de junio de 1965, en Schram (ed.), Mao Tse-tung Unrehearsed, pp. 232-233. Existe traducción al castellano: “Mao Tse-tung: Instrucciones sobre el trabajo en la salud pública: Charla pronunciada ante personal paramédico el 25 de junio de 1965”, en David Milton, Nancy Milton y Franz Schurmann, China Popular (Tomo I) (México: Fondo de Cultura Económica, 1977), pp. 244-245.

206

CAPÍTULO 16: EL MOVIMIENTO DE EDUCACIÓN SOCIALISTA, 1962-1965 A fines de 1962, con la economía estabilizada, Mao Zedong surgió del retiro político para lanzar lo que llegaría a ser conocido como el “Movimiento de Educación Socialista”. La nueva campaña estaba dirigida a contrarrestar la burocratización, revertir las políticas socioeconómicas que los maoístas condenaban como “revisionistas” y creían que estaban creando nuevas formas de capitalismo, y revitalizar un espíritu colectivista, tanto dentro del Partido como en la sociedad en su conjunto. Sería el último intento de Mao, antes de la Revolución Cultural, de implementar su visión de transformación social radical a través de las instituciones existentes del Partido y del estado. La campaña tuvo sus orígenes en el discurso de setiembre de 1962, dirigido al Comité Central, cuando Mao estableció la tesis de que las clases y la lucha de clases existían necesariamente en las sociedades socialistas, subrayó que la lucha de clases en China continuaría por un período prolongado, y levantó el espectro de que el desenlace de la lucha podría ser una “restauración de las clases reaccionarias”. “Un país como el nuestro todavía puede moverse hacia su opuesto”, advirtió. Para emprender la lucha entre el “revisionismo chino” y el “marxismo-leninismo”, Mao propuso un movimiento de estilo Yan’an, basado en el modelo de la campaña de rectificación de 1942-1944.279 Aunque Mao ya no tenía el control del aparato del Partido, no carecía del poder para influenciar las políticas formales del Partido. Todavía disponía de un enorme prestigio personal y, de manera no menos importante, parecía dirigir también el Ejército Popular de Liberación. Por esto, el Comité Central, con abundantes citas de Mao, acordó que el período histórico entero de “la transición al comunismo” estaría caracterizado por una continua lucha de clases entre el proletariado y la burguesía, condenó las tendencias revisionistas dentro del Partido y llamó a fortalecer la vida socialista de las comunas populares rurales.280 La expresión práctica (y casi pálida) de estas resoluciones fue una campaña de rectificación ideológica limitada para mejorar el trabajo de los cuadros rurales del Partido y elevar la conciencia de las masas en áreas rurales seleccionadas durante el invierno de 1962-1963. No fue hasta mayo de 1963 que el “Borrador de la resolución del Comité Central sobre algunos problemas en el actual trabajo rural” estableció concretamente los propósitos y métodos del Movimiento de Educación Socialista y lanzó la campaña sobre bases de amplitud nacional. La resolución de mayo de 1963, o los “Primeros diez puntos”, era un documento eminentemente maoísta, que expresaba las dos mayores preocupaciones que motivaron originalmente el Movimiento de Educación Socialista. Una era la declinación de las comunas y la desintegración del cultivo colectivo. La segunda era el carácter crecientemente burocrático del Partido Comunista y la extendida corrupción que invadía los órganos rurales locales del Partido. Por consiguiente, los objetivos originales del movimiento eran restaurar el colectivismo en las áreas rurales y reestablecer las comunas como unidades socioeconómicas en funcionamiento, y además limpiar el Partido de corrupción y elitismo burocrático. 279

Mao Tse-tung, “Speech at the Tenth Plenum of the Eighth Central Committee”, en Stuart R. Schram (ed.), Mao Tse-tung Unrehearsed: Talks and Letters, 1956-1971 (Middlesex, Inglaterra: Penguin, 1974), pp. 188-196. 280 De las tres resoluciones principales que surgieron del pleno, sólo el comunicado general fue hecho público en el momento. Documents of Chinese Communist Party Central Committee (Hong Kong: Union Research Institute, 1971), pp. 185-192. Los otros dos fueron documentos secretos que circularon a través de canales internos del Partido. Documents of the Chinese Communist Party Central Committee, pp. 193205, 695-725.

207 La expresión más visible de los “Primeros diez puntos” fue la campaña de las “cuatro limpiezas” (siqing), una investigación de cómo los cuadros determinaban los puntos de trabajo, llevaban las cuentas, distribuían las provisiones y manejaban los almacenes y graneros. El objetivo no sólo era extirpar las prácticas corruptas, sino exponer la colusión entre los cuadros del Partido y los campesinos ricos y su explotación de la mayoría de la población rural. El método para desarrollar la campaña era “poner a las masas en movimiento” a través de la organización de las “asociaciones de campesinos pobres y de nivel medio-inferior”. Para combatir la burocracia y la creciente separación entre los dirigentes y las masas, la resolución enfatizaba la necesidad de que los funcionarios y cuadros trabajaran en los campos con regularidad, para demostrar que “los cuadros de nuestro Partido son trabajadores ordinarios ... y no señores que se sientan sobre la cabeza de la gente”. Y para vencer la apatía política de masas y cuadros, la resolución convocaba a nuevas campañas de reeducación ideológicas y ponía un renovado énfasis en la “autoeducación”.281 Lo que marcaba a los “Primeros diez puntos” como distintivamente maoístas no eran tanto los objetivos que anunciaban – ya que todos los dirigentes del Partido compartían la preocupación sobre los problemas de la corrupción de los cuadros y el crecimiento de tendencias capitalistas “espontáneas” – sino más bien la manera por la cual los maoístas proponían restaurar los principios socialistas en el campo. El documento estaba atravesado por impulsos populistas y antiburocráticos, expresados en términos maoístas característicos, enfatizando una confianza mucho mayor en las organizaciones de origen popular y en la iniciativa de las masas campesinas que en el aparato organizativo del Partido. Indicativa del tono populista de la resolución era la inclusión de la afirmación de Mao de 1941 de que “debemos comprender claramente que las masas son los verdaderos héroes, mientras que nosotros mismos somos a menudo infantiles e ignorantes”. Y el documento concluía con un largo pasaje tomado de una directiva de Mao más reciente, donde advertía que el Partido Comunista Chino no sólo estaba en peligro de volverse hacia el revisionismo, sino también hacia el “fascismo”, y en la que describía el Movimiento de Educación Socialista en términos que anunciaban los fervores milenaristas de la Revolución Cultural: Esta es una lucha que convoca a la reeducación del hombre. Esta es una lucha para reorganizar los ejércitos de las clases revolucionarias para una confrontación con las fuerzas del feudalismo y el capitalismo que ahora están atacándonos febrilmente. Debemos cortar su contrarrevolución desde el brote. Debemos realizar un gran movimiento para reformar la masa de elementos en estas fuerzas contrarrevolucionarias y convertirlos en hombres nuevos. Con cuadros y masas uniéndose mano a mano en el trabajo productivo y los experimentos científicos, nuestro Partido dará otro gran paso adelante para llegar a ser más glorioso, mayor y más correcto, nuestros cuadros estarán instruidos en política tanto como en operaciones de negocios, llegando a ser tanto rojos como expertos. Entonces ya no serán más pomposos, no más 281

“Draft Resolution of the Central Committee of the Chinese Communist Party on Some Problems in Current Rural Work”, 20 de mayo de 1963. Texto traducido en Richard Baum y Frederick C. Teiwes, Ssu-Ch’ing: The Socialist Education Movement of 1962-1966 (Berkeley: University of California Press, 1968), Apéndice B, p. 68 y pp. 58-71, passim.

208 burócratas y señores, no estarán más divorciados de las masas. Se fusionarán entonces con las masas, llegando a ser verdaderos buenos cuadros apoyados por las masas.282 A pesar de que los dirigentes del Partido en general compartían la preocupación de Mao sobre la corrupción de los cuadros y el retroceso del colectivismo, contemplaron las nuevas convocatorias maoístas a la movilización masiva del campesinado y a una intensificada lucha de clases como amenazas al mantenimiento de la productividad agrícola y a la viabilidad organizativa del PCCh, y a su propio control sobre el aparato del Partido y del estado. La resistencia burocrática a aplicar las medidas propuestas en los “Primeros diez puntos” fue fortalecida por la aparición de dos directivas adicionales del Partido sobre el Movimiento de Educación Socialista: la primera llegaría a ser llamada los “Diez puntos posteriores” y fue delineada por el Secretario General del Partido Deng Xiaoping en setiembre de 1963, mientras que la segunda (conocida como los “Diez puntos posteriores revisados”) fue emitida por Liu Shaoqi en setiembre de 1964.283 Ambas ofrecían detalladas instrucciones para implementar las políticas establecidas por Mao en su directiva original de mayo de 1963. Ambas citaban debidamente los escritos de Mao. Pero su propósito real era mitigar el empuje radical del movimiento, limitar su alcance y, lo más importante, mantener el movimiento bajo el control centralizado del Partido. El instrumento para lograr esto fue el despacho de “equipos de trabajo” (pequeños grupos de cuadros externos organizados por los altos órganos del Partido) a las aldeas y comunas para supervisar a los cuadros locales y a las masas. El equipo de trabajo era un viejo instrumento organizativo comunista, ampliamente utilizado durante las campañas de reforma agraria. El método fue revivido para contrarrestar la exigencia maoísta de que el Movimiento de Educación Socialista procediera sobre la base de la iniciativa y la movilización de las propias masas campesinas. Mientras que la directiva maoísta original enfatizaba que el primer paso sería “poner a las masas en movimiento”, Liu Shaoqi insistió en que “lanzar el Movimiento de Educación Socialista en cualquier punto requiere el envío de un equipo de trabajo desde los niveles más altos. El movimiento entero debería ser dirigido por los equipos de trabajo”.284 Tampoco la versión de los “Diez puntos posteriores” hacía mención de las asociaciones campesinas que figuraban de manera tan prominente en los “Primeros diez puntos”; en cambio, se decretó que “las reuniones deberían ser convocadas primero dentro del Partido”.285 Más que permitir a los campesinos tener sus propias organizaciones, como Mao había propuesto, Deng y Liu enfatizaban la importancia central del Partido, con los órganos más altos rectificando los errores de los cuadros de nivel local y entonces procediendo a dirigir y educar a las masas: “Consolidar más del 95 % de los cuadros es un requisito para consolidar más del 95 % de las masas. Cuando la cuestión de los cuadros sea tratada apropiadamente, la cuestión de la consolidación de las masas estará también resuelta”.286 282

Ibid., pp. 62-71. Ambos documentos fueron titulados “Algunas formulaciones políticas concretas del Comité Central del Partido Comunista Chino sobre el Movimiento de Educación Socialista Rural” (Ver Baum y Teiwes, Ssu-Ch’ing, Apéndices C y E, pp. 72-94, 102-117.) 284 “Revised Later Ten Points”, Baum y Teiwes, Ssu-Ch’ing, Apéndice E, p. 105. 285 “Later Ten Points”, Baum y Teiwes, Ssu-Ch’ing, Apéndice C, p. 91. 286 “Later Ten Points”, p. 85. La versión revisada por Liu Shaoqi trabajaba (y enfatizaba aun más fuertemente) sobre el punto de que la rectificación de los cuadros era la clave para el apropiado desarrollo del movimiento de masas; “En resumen”, concluía, “para educar a las masas primero debemos educar a los cuadros; y para resolver los problemas de las masas primero debemos resolver los problemas de los cuadros”. (“Revised Later Ten Points”, p. 108.) 283

209 Operando desde las perspectivas leninistas ortodoxas, la mayoría de los dirigentes del Partido – y más notablemente Liu Shaoqi y Deng Xiaoping – creían que la solidez organizativa e ideológica del PCCh y la calidad y disciplina de sus cuadros eran cruciales para un trabajo político y económico exitoso. Esta firme creencia leninista en el Partido como el único portador de una verdadera conciencia socialista (y por lo tanto la única institución capaz de una acción política correcta) estaba sintetizada en el papel crucial asignado a los equipos de trabajo, los instrumentos del aparato centralizado del Partido que disciplinarían a los cuadros y órganos de bajo nivel del Partido y guiarían a las masas desde arriba. Mao Zedong, por el contrario, nunca había llegado a una creencia leninista tan firme en la infalibilidad ideológica del Partido. Su fe en el Partido como el repositorio de la “conciencia proletaria” siempre había estado mitigada por una fe igualmente fuerte en que la fuente verdadera de la creatividad revolucionaria residía en las mismas masas, y particularmente en el campesinado. Para Mao, el Partido era tanto el “alumno” de las masas como su “maestro”, y lo era particularmente a comienzos de los años sesenta cuando su confianza en el Partido como instrumento confiable de la revolución se había poco menos que desvanecido. En el Movimiento de Educación Socialista se orientaba principalmente a los campesinos mismos a una insurgencia más o menos espontánea desde abajo. De su fe esencialmente populista en el pueblo emanó la fuerte insistencia maoísta de que el movimiento para restaurar el colectivismo y revivir un espíritu socialista se basaría en asociaciones que comprendieran a la mayoría del campesinado, y no en “equipos de trabajo” controlados por los órganos superiores del Partido. Las diferencias quedaron explícitas en enero de 1965, cuando Mao convocó una “conferencia nacional de trabajo” (aparentemente bajo los auspicios del Politburó del Comité Central del Partido), y desde ese foro emitió una nueva directiva conocida como los “Veintitrés artículos”.287 Comenzando con la proposición de que la lucha entre “socialismo” y “capitalismo” de la sociedad en general se reflejaba en el Partido en particular, el documento cambiaba la dirección del foco del movimiento lejos de los cuadros de las localidades rurales, hacia “aquellas personas en posiciones de autoridad dentro del Partido que toman el camino capitalista”. Tales “personas que siguen el camino capitalista”, permanecían ocultos, se advertía ominosamente, y algunos estaban operando en los niveles superiores del Partido, incluido el mismo Comité Central. En efecto, se trataba de una declaración de guerra política contra la burocracia del Partido y sus máximos dirigentes. Y la guerra sería desarrollada a través de la implementación radical de los principios de la línea de masas. “Debemos desatar valientemente a las masas”, declaró Mao, y agregó (reviviendo una metáfora hecha famosa en su discurso sobre la colectivización de una década atrás), “no debemos ser como las mujeres con los pies vendados”. Era una convocatoria renovada al establecimiento de asociaciones campesinas y un requerimiento de que los problemas específicos que surgieran durante el curso del movimiento fueran “juzgados y decididos por las masas” y “no fueran decididos desde arriba”. Y las “cuatro limpiezas”, hasta el momento confinadas a corregir irregularidades económicas y políticas específicas en el campo, eran ahora ampliamente redefinidas como “limpiar la política, limpiar la economía, limpiar la organización y limpiar la ideología”, y por lo tanto no dejando a nadie inmune a la campaña purificadora. El documento dejaba pocas dudas de que los maoístas veían al Partido mismo, y particularmente a sus dirigentes superiores, como a la fuente principal 287

El documento fue titulado formalmente “Algunos problemas que surgen actualmente en el curso del Movimiento de Educación Socialista rural”. Baum y Teiwes, Ssu-Ch’ing, Apéndice F, pp. 118-126.

210 de impurezas ideológicas y políticas, y dejaba poco lugar para el compromiso.288 Con el Movimiento de Educación Socialista volviéndose ahora contra “aquellas personas en posiciones de autoridad dentro del Partido que toman el camino capitalista”, las líneas de batalla para la Revolución Cultural se estaban delineando inexorablemente. El Papel del Ejército Mientras los maoístas se desilusionaban cada vez más con el Partido, comenzaron a ver crecientemente al Ejército Popular de Liberación como el principal depositario institucional de los valores revolucionarios, como un modelo para rediseñar la sociedad de acuerdo a los preceptos maoístas, y como un instrumento político para combatir el conservadurismo de la burocracia del Partido. Es paradójico, por supuesto, que un ejército establecido, el órgano más burocrático y jerárquico de la maquinaria del estado, haya podido ser visto como un instrumento para lograr objetivos antiburocráticos e igualitarios. Esta aparente contradicción entre los métodos y los objetivos maoístas parece menos notoria (aunque de ninguna manera desaparece) a la luz de la historia y carácter casi únicos del Ejército Popular de Liberación (EPL). Durante los años de la revolución, el Ejército Rojo fue menos una organización militar profesional que una fuerza popular igualitaria y altamente politizada de luchadores guerrilleros campesinos. En una situación en que la lucha revolucionaria tomó principalmente la forma de combates militares durante un período de dos décadas, la función del ejército no podía limitarse sólo a luchar, sino que necesariamente abarcaba la organización política, la producción económica y la educación ideológica y movilización de las masas. El Partido puede haber dirigido el fusil, como decía la máxima maoísta, pero la distinción entre funciones militares y civiles, entre ejército y Partido, era delgada, o quizás más precisamente, solapada. El ejército era dirigido no por soldados profesionales, sino por hombres eminentemente políticos, los dirigentes del PCCh. La situación generó la percepción, particularmente por parte de Mao, de que el ejército, no menos que el Partido, era el portador de los valores y la conciencia de la revolución. La percepción permaneció, aun cuando el EPL tomó cada vez más las características de un ejército profesional establecido, en los años posteriores a 1949. El ejército, ahora supuestamente remodelado y nuevamente revolucionado de acuerdo a los preceptos maoístas, por Lin Biao a comienzo de los años sesenta, apareció por primera vez en la escena política civil a comienzos de 1963, con el lanzamiento de la campaña “aprender del EPL”. Su papel, inicialmente, estuvo en gran medida confinado a la propaganda, principalmente popularizando los actos heroicos y de autosacrificio de los soldados revolucionarios; el primero y más celebrado de éstos héroes-soldados modelo, que ejemplificaban todas las apropiadas virtudes morales y orientaciones de vida maoístas, fue el legendario Lei Feng, típicamente descrito como “uno de los buenos guerreros del Presidente Mao”. Para 1964, la intervención militar en los asuntos civiles llegó a ser más directa cuando el Departamento de Política General del EPL destinó al personal del ejército para trabajar en las escuelas y oficinas del gobierno y en las organizaciones económicas. En el campo, la influencia del EPL se ejerció principalmente a través de su control sobre las milicias locales, organizaciones 288

A fines de 1964, Liu Shaoqi aparentemente estaba dispuesto a llegar a un compromiso en sus diferencias con Mao, o al menos a ocultarlas, a través del método de combinar la directiva original de Mao sobre el Movimiento de Educación Socialista con sus propios “Diez puntos posteriores revisados” y llamándolos los “Dobles diez puntos”. Mao rehusó la oferta y emitió su directiva de veintitrés puntos de enero de 1965. Liu, a su vez, rehusó aceptar estos últimos, que estaban dirigidos contra la burocracia del Partido sobre la cual todavía mantenía un firme control.

211 compuestas por veteranos del ejército y campesinos jóvenes, que fueron entonces revividas después de haber caído en el desorden con el colapso del Gran Salto. Con todo, la intervención militar fue limitada y su naturaleza, única. El EPL no se hizo cargo de las funciones del Partido ni del gobierno. La operación del Partido y del estado permaneció en las manos de sus dirigentes civiles designados oficialmente. Tampoco demostró el EPL ser decisivo en el éxito del Movimiento de Educación Socialista, cuyos resultados finales, desde un punto de vista maoísta, fueron a lo más, magros. Lo que hizo único al proceso de implicación militar fue que el impulso de intervenir no vino desde dentro del ejército, sino más bien desde afuera, desde el mismo sector político civil. El ejército no intervino en la vida civil por su cuenta, sino que fue llamado a la escena política por los políticos del Partido o, más precisamente, por la facción maoísta del Partido. Y esta última fue la que definió y limitó el papel del ejército. La convocatoria se pretendió en parte para apoyar a los maoístas en el conflicto interno del Partido, pero quizás en su mayor parte para presentar al EPL como un modelo a emular en varias áreas de la vida política, económica e ideológica. Los resultados políticos, en todo caso, no fueron concluyentes. En 1965, los “liuístas” permanecían en el control del aparato del Partido y del estado, mientras que la minoría maoísta dentro del Partido permanecía en una oposición crecientemente hostil, respaldada por el aparente apoyo del ejército. El Culto a Mao La tarea política más curiosa otorgada al ejército durante estos años fue la glorificación de la persona y del pensamiento de Mao Zedong. El culto a Mao no era de ninguna manera un fenómeno completamente nuevo, ya que el Presidente había ocupado por largo tiempo una posición semi-sagrada a ojos de sus seguidores más devotos y entre gran parte del campesinado. Pero antes de los años sesenta esta era una percepción que se desarrollaba más o menos espontáneamente, correspondiendo en gran medida al enorme papel personal que Mao había jugado en la historia de la revolución. Tan pronto como en los años de Yan’an, Edgar Snow reportaba en 1937 que las leyendas de que Mao llevaba una “vida encantada” ya se habían extendido por las áreas soviéticas.289 La popularización de los escritos de Mao y la verdadera canonización de su “pensamiento” durante la campaña de rectificación de comienzos de los años cuarenta contribuyeron al “culto a la personalidad” rápidamente creciente, y las percepciones de Mao como un “salvador” y la “estrella de la salvación” fueron reforzadas indudablemente por la victoria de 1949. Aunque el triunfo revolucionario magnificó el amplio poder y prestigio personales de Mao, en los primeros años de la República Popular no intentó ir más allá de las reglas de las instituciones del Partido y del estado que encabezaba, aunque no faltaron las alabanzas públicas a la creatividad de su pensamiento y la sabiduría de su liderazgo. Recién en 1955 Mao encontró conveniente ponerse por encima del Partido en la campaña de colectivización agrícola, 289

Las propias impresiones de Snow sobre Mao (que tenía 44 años de edad) en 1937, cuando su nombre era apenas conocido fuera de China y poco conocido dentro de China, salvo por las todavía limitadas áreas soviéticas, fueron extraordinariamente perspicaces y proféticas: “Se siente una cierta fuerza del destino en él. No es nada rápido o brillante, sino una clase de sólida vitalidad elemental. Se siente que cualquier cosa extraordinaria que haya en este hombre brota del extraordinario grado en que sintetiza y expresa las exigencias urgentes de millones de chinos, y especialmente el campesinado – aquellos seres humanos empobrecidos, subalimentados, explotados, analfabetos pero amables, generosos, valientes y en este momento casi rebeldes que son la vasta mayoría del pueblo chino. Si estas demandas y el movimiento que las está planteando son la dinámica que puede regenerar a China, entonces, en este sentido profundamente histórico, Mao Zedong posiblemente puede llegar a ser un verdadero gran hombre”. Edgar Snow, Red Star Over China (Nueva York: Random House, 1938), p. 67.

212 y comenzó a fortalecer las condiciones políticas que exigían un líder supremo y un clima político que condujera al florecimiento del culto que estaba creciendo alrededor suyo. Estas condiciones políticas, en resumidas cuentas, se centraban en la habilidad de un líder popular para superar la resistencia burocrática a sus políticas ubicándose por encima de las instituciones políticas establecidas y hablando a y por la sociedad en su conjunto. En esa demostración estaba implícito el mensaje de que la sabiduría política no residía en la institución del Partido sino en su líder y en el pensamiento de éste. El crecimiento del culto a Mao fue retrasado temporalmente por el impacto del discurso de Jrushchov de 1956 denunciando a Stalin y su “culto a la personalidad”. Aunque la respuesta oficial china denunció debidamente los “cultos a la personalidad”, no reflejaba verdaderamente el punto de vista de Mao sobre la materia. En un discurso secreto pronunciado a comienzos de 1958, Mao distinguió entre formas de cultos políticos “correctos” e “incorrectos”: “La cuestión en disputa no es si debería haber o no un culto al individuo, sino más bien si el individuo involucrado representa la verdad o no. Si lo hace, entonces debería ser reverenciado”. 290 La creencia de Mao de que él poseía la verdad y que merecía reverencia fue ampliamente demostrada durante la campaña del Gran Salto Adelante, cuando apareció como un profeta utopista hablando directamente al pueblo, pasando parcialmente por encima de las instituciones regulares del Partido y del estado. El fracaso del Gran Salto socavó gravemente la postura semisagrada que Mao había llegado a asumir, y en verdad llevó a la proliferación de enconados ataques satíricos publicados en su contra, la mayoría en forma de alegorías históricas. La reafirmación del poder de las burocracias del Partido y del estado a comienzos de los años sesenta, a su vez, creó una nueva y urgente necesidad política para Mao de reestablecer su supremacía personal e ideológica. Era una tarea que ahora le correspondía al Ejército Popular de Liberación. En contraste con sus primeras personificaciones, el culto a Mao modelado en los años sesenta era un asunto casi inventado, aunque, como los acontecimientos de la Revolución Cultural pronto demostrarían, no era un fenómeno político menos real a causa de esto. Siguiendo su campaña, lanzada en 1960, para transformar el EPL en “una gran escuela del Pensamiento Mao Zedong”, Lin Biao procedió a utilizar esa escuela para educar a toda la nación y para deificar a Mao y a su “pensamiento” en el proceso. El Departamento de Política del ejército publicó la primera edición de Citas del Presidente Mao en mayo de 1964. En sus introducciones a las diversas ediciones del que pronto sería el famoso – y fetichizado – “librito rojo”, Lin Biao hizo declaraciones cada vez más extravagantes sobre la validez universal y los extraordinarios poderes de los pensamientos de Mao. “El camarada Mao Zedong es el más grande marxistaleninista de nuestra época”, cuyo genio había elevado la doctrina a “una etapa más elevada y completamente nueva”, proclamó Lin. La masa de la gente tanto como los cuadros y los intelectuales fueron advertidos de “estudiar los escritos del Presidente Mao, seguir sus enseñanzas, actuar de acuerdo con sus instrucciones y ser sus buenos luchadores”, ya que, una vez comprendido por las masas, el pensamiento de Mao no era menos que “una inagotable fuente de fuerza y una bomba atómica espiritual de infinito poder”, escribió Lin poco después de la primera prueba nuclear exitosa de octubre de 1964. La campaña para estudiar las obras de Mao, hasta la virtual exclusión de todos los otros escritos, fue conducida en gran medida por el EPL, que imprimió alrededor de mil millones de copias de las Citas junto con unas ciento cincuenta millones de copias de las Obras Selectas de Mao durante los tres años siguientes. Y las figuras heroicas 290

Mao Tse-tung, “Talks at the Chegtu Conference”, 10 de marzo de 1958, en Schram (ed.), Mao Tsetung Unrehearsed, pp. 99-100.

213 popularizadas como modelos a emular fueron en su mayoría soldados del EPL, todos los cuales atribuían sus hazañas milagrosas a la inspiración del pensamiento de Mao. Para 1965 el culto estaba llegando a invadir todo. No sólo estaban siendo deificados los “pensamientos”, sino también su productor. Cuando Edgar Snow visitó la República Popular en el invierno de 1964-1965, se quedó perplejo ante la “inmoderada glorificación” de Mao. Retratos gigantes suyos cuelgan ahora en las calles, hay bustos en cada habitación, sus libros y fotografías están exhibidos en todas partes con exclusión de otros. En el espectáculo revolucionario de danzas y canciones de cuatro horas, El Este es Rojo, Mao era el único héroe. Como un clímax en esa representación – presentada, con un elenco de 2.000, para los visitantes, el Rey Mohammed Zahir Shah y la Reina de Afganistán, acompañados por su anfitrión, el Presidente Liu Shaoqi – vi un retrato copiado de una fotografía que yo mismo le había tomado en 1936, ampliada hasta alrededor de nueve metros de altura. Me produjo sentimientos mezclados de orgullo por mi habilidad en el oficio y de incómoda reminiscencia de similares extravagancias de adoración a Joseph Stalin vistas durante los tiempos de la guerra en Rusia ... El culto de un solo hombre aún no era universal, pero la tendencia era inconfundible.291 Mao aparentemente tenía pocas reservas acerca del culto. No sólo había distinguido entre cultos a la personalidad “buenos” y “malos”, sino que en una entrevista con Edgar Snow (desarrollada en enero de 1965) había sugerido que tales cultos eran un capital político esencial. Reconociendo cándidamente la existencia del fenómeno en China, Mao continuó sugiriendo que la caída de Jrushchov del poder, lo que había ocurrido sólo tres meses antes, podía ser atribuida al hecho de que el exdirigente ruso “no había tenido ningún culto a la personalidad”.292 Sucesores Revolucionarios Uno de los mayores temas de la cercana Revolución Cultural se oyó por primera vez en la primavera de 1964: la necesidad de entrenar “sucesores revolucionarios”. Por supuesto, la convocatoria maoísta estaba dirigida a la juventud china, ya que los jóvenes no sólo eran los sostenedores de la futura sociedad, también se suponía que estaban menos corrompidos por las tradiciones del pasado y por las perniciosas influencias “revisionistas” del presente, y en consecuencia eran más dóciles que sus mayores para adquirir la conciencia y los valores apropiados necesarios para la consecución de los objetivos revolucionarios. Por lo tanto, no es sorprendente que el problema de entrenar “sucesores dignos” fuera discutido públicamente por primera vez en un congreso de la Liga de la Juventud Comunista, reunido en junio de 1964, aunque se produciría cierta ironía histórica en el hecho de que la organización juvenil sería desmantelada poco más de dos años más tarde con el pretexto de remover uno de los obstáculos para continuar la revolución. Y fue completamente apropiado que los cinco criterios para los sucesores revolucionarios que Mao formulara se publicaran primero dentro de la más amplia 291 292

Edgar Snow, The Long Revolution (Nueva York: Random House, 1971), pp. 68-69. Ibid., p. 205.

214 crítica china a la Unión Soviética – el documento titulado “Sobre el falso comunismo de Jrushchov y sus lecciones históricas para el mundo”293 – ya que la Unión Soviética (a ojos de los maoístas) ahora había llegado a ser un ejemplo totalmente negativo de sociedad posrevolucionaria. En ese documento, Mao hizo públicos sus temores de que China estuviera siguiendo el mismo camino revisionista hacia el capitalismo que Rusia, y sus advertencias (hasta el momento limitadas a las reuniones del Partido) de que China estaba amenazada por el peligro de una “restauración contrarrevolucionaria”, de que el Partido Comunista chino estaba en peligro de llegar a ser transformado en revisionista, e incluso en fascista, y de que la lucha entre socialismo y capitalismo en China podría abarcar un período histórico prolongado, de un siglo o más. Los criterios que Mao estableció para entrenar a “millones de sucesores que llevarán adelante la causa de la revolución proletaria” no son especialmente notables, y no nos detendremos en destacarlos aquí.294 Lo que vale la pena notar sobre la campaña es que reflejaba no sólo los temores de Mao por el futuro y destino de la revolución, sino también su desconfianza en el Partido Comunista. En la campaña estaba implícita la suposición de que el Partido ya no era confiable para continuar el trabajo de la revolución. Los verdaderos sucesores debían ser entrenados no por el Partido sino directamente a través del estudio y la práctica del pensamiento del Presidente. Aquí el movimiento para entrenar sucesores revolucionarios se unía con la campaña “aprender del EPL” y el creciente culto a Mao, los dos principales portadores de los valores revolucionarios y las alternativas revolucionarias frente al aparato conservador del Partido y del estado. La preocupación de Mao por la abrumadora necesidad de pureza ideológica entre la juventud estaba reflejada en su creciente insatisfacción con el sistema educativo chino. Se quejaba de que el “aprendizaje basado en los libros”, divorciado de la realidad social y la práctica revolucionaria, estaba corrompiendo tanto las mentes como los cuerpos de los jóvenes. El remedio que propuso en 1964 era reducir el período de educación formal y “poner en práctica la unión de educación y trabajo productivo”.295 Aunque Mao había mantenido una cierta enemistad hacia la educación formal por largo tiempo (y especialmente hacia las instituciones de educación superior), nunca había expresado sus puntos de vista en forma tan extrema como lo hizo en los años inmediatamente anteriores a la Revolución Cultural. “En el presente”, se quejó, “hay mucho estudio desarrollándose, y esto es excesivamente dañino”. De la historia de la China tradicional extrajo la lección de que “cuando los intelectuales tuvieron poder, las cosas fueron para mal [y] el país estuvo en desorden”, y por esto concluyó: “es evidente que leer demasiados libros es dañino”. El verdadero conocimiento viene de las experiencias prácticas de la vida real y no de la educación formal, un punto demostrado por el hecho de que Confucio

293

El largo tratado apareció por primera vez el 14 de julio de 1964 como editoriales en el Diario del Pueblo y en el diario teórico del Partido, Bandera Roja. Era la novena y final réplica china a la “carta abierta” del Comité Central del Partido soviético publicada el 14 de julio de 1963. Una traducción inglesa publicada en forma de panfleto por Ediciones en Lenguas Extranjeras (Beijing, 1964) está reproducida en A. Doak Barnett, China After Mao, Princeton, N. J.: Princeton University Press, 1967), pp. 123-195. 294 Brevemente, los cinco criterios eran que los “sucesores dignos” debían ser genuinos revolucionarios marxistas-leninistas que servirían a la mayoría del pueblo, “estadistas proletarios” capaces de unirse con la vasta mayoría de las masas, modelos en aplicar los principios del centralismo democrático y la línea de masas, y gente que fuera “modesta y prudente”. Ibid., pp. 193-194. Mao trabajó sobre los criterios en una reveladora discusión con su sobrino Mao Yüan-hsin [Mao Yuanxin]; para una transcripción de la charla, ver Schram (ed.), Mao Tse-tung Unrehearsed, pp. 242-250. 295 Mao Tse-tung, “Remarks at the Spring Festival”, 13 de febrero de 1964, Mao Tse-tung Unrehearsed, p. 206.

215 nunca fue a la escuela media o a la universidad ... Gorki tenía sólo dos años de escuela primaria; su aprendizaje fue totalmente autodidacta. Franklin, de los Estados Unidos, fue originalmente un vendedor de diarios, y sin embargo descubrió la electricidad. Watt era un obrero, y sin embargo inventó la máquina de vapor. Tanto en los tiempos antiguos como en los modernos, en China y en el exterior, muchos científicos se entrenaron a sí mismos a través de la práctica. De esto Mao extrajo la extraña conclusión de que “si leen demasiados libros, petrificarán sus mentes al final”. El Presidente también exigió reformar el sistema escolar existente, y sus métodos convencionales de enseñanza y exámenes, a todos los cuales Mao condenaba como “excesivamente destructivos para la gente”.296 Debates sobre Historia y Dialéctica Si Mao estaba preocupado por la educación de la juventud – y si ésta sería educada como portadora de la ética revolucionaria maoísta – sus dudas y temores acerca del futuro probablemente se profundizaron cuando fue conociendo las ideas que entonces estaban siendo propuestas por muchos de los intelectuales chinos más prominentes. A comienzos de los años sesenta, los teóricos, investigadores y escritores marxistas se enfrascaron en debates tales como si la cultura china tradicional podía ser heredada, el papel del campesinado en la historia china, la naturaleza de la naturaleza humana, el materialismo histórico, la teoría literaria marxista y la dialéctica. Los debates y discusiones eran eruditos, en su mayor parte, y se desarrollaron en una atmósfera relativamente libre y abierta, y muchos de los puntos de vista y argumentos que surgieron eran decididamente anti-maoístas en su contenido teórico e implicaciones políticas.297 El destacado filósofo Feng Yulan y el historiador Wu Han (vicealcalde de Beijing y profesor de la Universidad de Beijing) sugirieron, por ejemplo, que el pensamiento confuciano tradicional, especialmente el concepto de ren (“humanismo”) ofrecía un sistema universalmente válido de valores éticos y morales y un rico legado cultural que debería ser heredado por la sociedad socialista contemporánea. No era una sugerencia que concordara con la postura cada vez más anti-tradicionalista que el maoísmo iba asumiendo, o con las exigencias maoístas de una ruptura radical con los vestigios de las tradiciones feudales del pasado. Al mismo tiempo, otros historiadores marxistas, como Liu Jie, planteaban que las leyes de la lucha de clases no habían regido la historia china como lo habían hecho con la historia de Occidente, y que esto había resultado en un proceso evolutivo específicamente chino de desarrollo histórico; también invocando el concepto de ren, que supuestamente había mitigado los conflictos de clase en el pasado, se argumentó que el principio podía ser aplicado para servir al mismo propósito en el presente. El argumento apareció justo en el mismo momento en que Mao estaba insistiendo en que la supervivencia de la revolución requería intensificar la lucha de clases. Otros investigadores se opusieron a la tesis maoísta de que las rebeliones campesinas habían sido la fuerza motriz del desarrollo histórico en la sociedad tradicional, sugiriendo algunos que el campesinado constituía una fuerza social 296

Ibid., pp. 203-211. Para un excelente estudio de los debates y de los temas involucrados, ver Merle Goldman, “The Chinese Communist Party’s ‘Cultural Revolution’ of 1962-64”, en Chalmers Johnson (ed.), Ideology and Politics in Contemporary China (Seattle: University of Washington Press, 1973), pp. 219-254. 297

216 no menos conservadora en el presente de lo que había sido en el pasado, justo cuando los maoístas, en el Movimiento de Educación Socialista, estaban aclamando las energías revolucionarias y el espíritu de lucha latentes en las masas campesinas. Estos puntos de vista históricos opuestos al maoísmo tuvieron eco en los teóricos de la literatura. En una refutación marcadamente explícita del énfasis maoísta en la lucha de clases y la consecuente insistencia maoísta en que todas las formas de conciencia, incluidas toda la literatura y el arte, eran expresiones de intereses particulares de clase, algunos teóricos de la literatura establecieron una posición “historicista” en el sentido de que, en una época histórica dada, varias formas de conciencia convergían inevitablemente en un “espíritu de la época”. De esta proposición se desprendía que tales elementos revolucionarios y no revolucionarios en la sociedad china contemporánea estaban más o menos unidos en un espíritu y conciencia nacional generales, y con las contradicciones reconciliándose por esto naturalmente, no había necesidad de fomentar artificialmente la lucha ideológica y política. Otros escritores desafiaron la visión maoísta de que la función de la literatura y el arte en una sociedad socialista fuera popularizar ejemplos revolucionarios heroicos y condenar a los villanos contrarrevolucionarios. En cambio, se afirmó, el realismo exigía que las masas fueran retratadas como realmente eran más que como los maoístas deseaban que fueran, como lo que se denominaba principalmente “gente promedio”, atrapada en el torbellino del cambio revolucionario, que se ubicaba ambiguamente entre las fuerzas de lo nuevo y la persistencia de lo viejo. Tal, en realidad, era la posición de los campesinos en particular, que serían retratados de forma realista como esencialmente ambivalentes en lo político. No era un retrato muy maoísta del campesinado, huelga decir. Las controversias finalmente llegaron a centrarse en dos temas teóricos marxistas: la interpretación del materialismo histórico y la apropiada comprensión del materialismo dialéctico. Sobre la primera, los participantes no maoístas se mantenían generalmente en una visión marxista ortodoxa, invocando, a menudo en una manera casi determinista, la tesis marxista de que “el ser determina la conciencia”, como opuesta al énfasis maoísta voluntarista en el papel decisivo de la conciencia en transformar la realidad histórica y social. Las implicaciones políticas de estas diferencias se harían casi explícitas en el curso de los debates. Mao, con una excesiva confianza en los factores históricos subjetivos, sugerían sus críticos, había ido más allá de los límites de las posibilidades históricas objetivas en la campaña del Gran Salto Adelante, y estaba intentando hacerlo de nuevo con el Movimiento de Educación Socialista. En resumen, había violado los dictados de las leyes objetivas del desarrollo histórico como era enseñado por la teoría marxista. Para los maoístas, por el contrario, era un artículo de fe principal que “lo subjetivo puede crear lo objetivo”, y nunca se cansaban de citar la afirmación de Marx de que “una vez que la teoría es comprendida por las masas, ella misma llega a ser una fuerza material” y el mandato de Marx de que hasta ese momento “los filósofos sólo habían interpretado al mundo de varias formas; el punto, sin embargo, es cambiarlo”. Los críticos de Mao fueron acusados de fallar en reconocer el papel dinámico de las masas en el desarrollo sociohistórico, de intentar desalentar su entusiasmo revolucionario, y de propagar teorías diseñadas para prevenir que las masas cambiaran el mundo de acuerdo con los objetivos socialistas. Los debates teóricos culminaron en una enconada controversia ideológica sobre materialismo dialéctico en 1964, que se centró en los puntos de vista de Yang Xianzhen, jefe de la Escuela Superior del Partido para entrenar a los cuadros de alto nivel, y teórico ampliamente considerado como portavoz ideológico de Liu Shaoqi. Si bien los debates sobre dialéctica habían producido un voluminoso y casi obtuso cuerpo de literatura sobre epistemología y otros problemas filosóficos, las diferencias fueron

217 popularizadas y súper simplificadas a través de la fórmula matemática de Yang de que “dos se combinan en uno”, lo que constituye la ley fundamental de la dialéctica, como opuesta a la insistencia de Mao de que “uno se divide en dos”. En vista de que Mao sostenía que la unidad de los opuestos era temporal mientras que la lucha entre ellos era eterna, Yang y sus discípulos ponían de relieve la dependencia mutua de los opuestos y la unidad de las contradicciones como la ley principal del materialismo dialéctico y del desarrollo sociohistórico. Los puntos de vista de Yang proporcionaron apoyo teórico para los “liuístas”, entonces todavía políticamente dominantes, y sus políticas de un patrón de desarrollo ordenado y más o menos evolutivo, mientras que los puntos de vista de sus antagonistas maoístas prestaban apoyo al énfasis de Mao en la necesidad de transformaciones revolucionarias a través de la lucha de clases en el presente y a la noción maoísta de la infinitud de las contradicciones y luchas en el futuro. Las teorías propuestas por muchos intelectuales en los años 1962-1964 fueron vistas por los maoístas como reflejos ideológicos de las tendencias “revisionistas” que habían llegado a dominar al Partido; en parte, fueron atribuidas a la persistencia de valores tradicionales chinos entre la intelligentsia y a las influencias igualmente perniciosas de los intelectuales contemporáneos soviéticos y europeos orientales. Pero para Mao las ideas eran más que simples reflejos de la realidad social; la conciencia era una fuerza histórica por sí misma que determinaba la dirección de la sociedad. Y se requerían, para remediar la situación, debates más que puramente académicos. El remedio que Mao propuso primero (en febrero de 1964) fue tan simple como drástico: “Debemos llevar a los actores, poetas, dramaturgos y escritores fuera de las ciudades y despacharlos al campo”.298 En junio de 1964, convocó a una campaña de “rectificación” siguiendo la línea del movimiento antiderechista de la segunda mitad de 1957. Durante los últimos quince años, se quejó, los intelectuales han actuado como altos y poderosos burócratas, no han ido hacia los trabajadores, campesinos y soldados, y no han reflejado la sociedad socialista y la construcción socialista. En años recientes, se han deslizado directamente al borde del revisionismo. A menos que se reformen a sí mismos con verdadera seriedad en el futuro, están sentenciados a llegar a ser un grupo como el Club Petöfi húngaro.299 Si Mao estaba preocupado por las tendencias revisionistas de la inteligentsia, probablemente estaba aún menos feliz con los débiles esfuerzos del Partido para combatir estas tendencias. La tarea de conducir el movimiento de rectificación en la segunda mitad de 1964 recayó en el Departamento de Propaganda del Partido, dirigido por Lu Dingyi y Zhou Yang. Fue un trabajo superficial y pálido comparado con las campañas ideológicas previas, y en gran medida mantenido dentro de los límites del debate académico cortés. No se trató de que Lu Dingyi o Zhou Yang hubieran llegado a ser nuevos conversos a la causa de la libertad intelectual, ya que Zhou Yang se había establecido desde hacía largo tiempo como el guardián de la ortodoxia literaria y cultural, y tenía una reputación bien merecida como cazador de brujas de considerable crueldad. Más bien era su intención aislar al Partido y al Ministerio de Cultura de las influencias maoístas y del EPL. Era muy difícil de esperar, en todo caso, que los dirigentes del aparato del Partido resultaran especialmente ardientes en “reformar” el 298

Mao, “Remarks at the Spring Festival”, p. 207. Mao Tse-tung, “Instrucciones con respecto al arte y la literatura”, 27 de junio de 1964, en Mao Tsetung Ssu-hsiang Wan-sui (Taipei; n. p., 1967). Traducido en Current Background, nº 891. 299

218 pensamiento de aquellos que estaban proveyendo la justificación ideológica para sus políticas. Ni tampoco era que Mao esperara mucho más de lo poco que se hizo. En verdad, su opinión del Partido había caído tan bajo que ya no refrenaba más sus sarcásticos comentarios, como uno que hizo en agosto de 1964: “En el presente, se puede comprar un secretario de rama del Partido por unos pocos paquetes de cigarrillos, sin mencionar con casarlo con una hija”.300 La campaña de rectificación, junto con los debates históricos y filosóficos, acabó poco a poco, tranquilamente, a comienzos de 1965, como lo hizo el Movimiento de Educación Socialista en su conjunto. Las voces más heréticas y heterodoxas fueron acalladas para 1965, pero los problemas ideológicos permanecieron irresueltos, así como la lucha política entre los maoístas y la burocracia del Partido permanecía en un punto muerto. Sólo en un área limitada del campo cultural ganaron los maoístas una victoria simbólica, y que involucró el curioso espectáculo del ejército, asistido por la esposa de Mao, Jiang Qing, involucrándose en la reforma de la tradicional Ópera de Beijing. Por otra parte, el maoísmo sólo era predominante en el campo de la ideología formal. Mientras se le dedicaba la adulación apropiada al “pensamiento de Mao”, el poder real sobre el Partido y el estado permanecía en manos de los no maoístas, y las políticas socioeconómicas básicamente conservadoras continuaron desarrollándose bajo la cobertura de una retórica radical. Los intentos maoístas de revolucionar el pensamiento y la sociedad se vieron frustrados cada vez por la resistencia de la burocracia arraigada y la aparente inercia política de las masas. En ningún momento de la historia de la República Popular la brecha entre teoría y práctica fue tan amplia. El sentido de activismo – y la impaciencia – que continuaron caracterizando la mentalidad de Mao durante esos años se reflejaron en su poema titulado “Réplica a Guo Moruo”, escrito en 1963: “Toma el día, toma la hora! ... Nuestra fuerza es irresistible”. Estos impulsos activistas pronto encontrarían una verdadera expresión política, y en una escala trascendental. Si el lustro que siguió al Gran Salto puede ser visto como una variante de la “reacción termidoriana”, entonces los acontecimientos que comenzaron a manifestarse a comienzos de 1966 marcaron el comienzo de la revolución de Mao contra los “termidorianos”.

300

Mao Tse-tung, “Talk on Questions of Philosophy”, 18 de agosto de 1964, Mao Tse-tung Unrehearsed, p. 217.

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PARTE VI: DENG XIAOPING Y LOS ORÍGENES DEL CAPITALISMO CHINO 1976-1998 CAPÍTULO 21: LAS HERENCIAS DE LA ÉPOCA MAOÍSTA Los comunistas chinos llegaron al poder en 1949 prometiendo no una revolución sino dos: una revolución burguesa que sería seguida, en el debido curso histórico, por otra socialista. La revolución burguesa, dejada inconclusa (en realidad, apenas comenzada) por el régimen nacionalista de Chiang Kai-shek, fue realizada rápidamente por los nuevos gobernantes marxistas de China. A comienzos de los años cincuenta, los comunistas remodelaron rápidamente los fragmentos decadentes del viejo imperio chino convirtiéndolos en un estado-nación moderno, e infundieron en su enorme población poderosos sentimientos de identidad nacional y un fuerte sentido de objetivo social. La revolución agraria, largamente pospuesta, se completó con la conclusión de la campaña de reforma agraria en 1952, que eliminó finalmente a la arcaica clase aristocráticaterrateniente de la escena histórica y liberó a la gran mayoría del pueblo chino de las formas antiguas de explotación económica y opresión social. La unificación territorial del país, el establecimiento de un fuerte estado centralizado, el surgimiento de un mercado nacional y la abolición de las relaciones sociales precapitalistas en el campo crearon, a su vez, las condiciones necesarias para el desarrollo de las fuerzas productivas modernas; ahora podían ser utilizados los inmensos recursos humanos y materiales latentes en el gran país para generar la transformación de una economía atrasada y por largo tiempo estancada en otra industrial moderna. Lo que se logró durante los primeros años de la República Popular fue esencialmente el programa que Sun Yat-sen, el fundador del Guomindang y “padre de la patria”, había expuesto a comienzos del siglo: unificación nacional, independencia del imperialismo extranjero, “la tierra al que la trabaja” y un plan para el desarrollo industrial moderno. Y los comunistas, en quienes recayó la tarea de implementar este programa, pueden reclamar con justicia ser los legítimos herederos de los revolucionarios burgueses chinos más eminentes. Los frutos de la revolución de la “Nueva Democracia” de Mao de comienzos de los años cincuenta son ahora evidentes. China, por largo tiempo (y no hace mucho tiempo) entre los países más miserables y empobrecidos, realmente se ha “puesto de pie” en el mundo, como Mao Zedong orgullosamente proclamó en 1949, y hoy se ubica como una nación independiente, poderosa y en rápida modernización. La fase burguesa de la revolución china no se parece a ningún modelo occidental clásico de revolución capitalista. La revolución burguesa china fue llevada a cabo bajo los auspicios de un partido político marxista que proclamaba objetivos socialistas y comunistas. Los restos de la débil burguesía china no eran ni sus dirigentes ni sus beneficiarios. Además, el rasgo característico de las revoluciones burguesas occidentales – la creación de condiciones que llevaran al florecimiento de la propiedad privada y al desarrollo capitalista – apenas se distinguían en la versión china. El “capitalismo nacional” en las ciudades y la propiedad individual campesina en el campo fueron limitados en extensión y duración. Los límites fueron impuestos por un estado dirigido por marxistas que planeaban abolir la propiedad privada. Y cuando los dirigentes comunistas de Beijing decidieron (quizás prematuramente, parecería ahora) que las objetivos históricos “burgueses” esenciales se habían realizado, se dispusieron a producir la segunda de las dos revoluciones que habían prometido. La época de la “transición al socialismo” se anunció en 1953, menos de cuatro años después del

220 establecimiento de la República Popular, y comenzó en un nivel verdaderamente bajo de desarrollo económico, en realidad en condiciones de escasez y pobreza generales. Durante las dos décadas restantes del período de Mao, la modernización y el socialismo serían perseguidos simultáneamente – y de acuerdo con los dictados de la “revolución permanente”. Entre los rasgos distintivos del período maoísta, por largo tiempo muchos observadores creyeron que hubo un intento único de reconciliar los medios del industrialismo moderno con los fines del socialismo. Ese, sin duda, era el objetivo de Mao, y ciertamente fue lo que los maoístas proclamaron. Pero, al final, Mao Zedong fue mucho más exitoso como modernizador económico que como constructor del socialismo. Este juicio, por supuesto, no coincide con el conocimiento convencional actual, que nos cuenta que Mao sacrificó la “modernización” a la “pureza ideológica” y que el desarrollo económico fue descuidado cuando el difunto Presidente se embarcó en la infructuosa búsqueda de una utopía espiritual socialista. El registro histórico real transmite una historia bastante diferente, que es esencialmente una historia de rápida industrialización. Los críticos post-maoístas de la herencia económica de Mao, que se ocupan menos de los logros del período que de las deficiencias, revelan no obstante que el valor del producto industrial bruto aumentó treinta y ocho veces durante el período de Mao, y el de la industria pesada noventa veces, si bien comenzando desde una pequeña base industrial moderna cuya producción había sido reducida a la mitad por las destrucciones de la invasión extranjera y la guerra civil. Pero, entre 1952 (cuando la producción industrial fue restaurada a sus niveles más altos de la preguerra) y 1977, la producción industrial china creció a una tasa anual promedio de 11,3 %, un ritmo de industrialización más rápido que el logrado por ninguna otra nación durante un período comparable en la historia mundial moderna301. A lo largo de la época de Mao, la contribución de la industria al producto material neto chino aumentó del 23 % a más del 50 %, mientras que la proporción de la agricultura declinaba del 58 % al 34 %302. Como un famoso economista australiano ha observado: Este agudo ascenso (de casi el 30 %) en la proporción de la industria en el ingreso nacional chino es un fenómeno histórico raro. Por ejemplo, durante las primeras cuatro o cinco décadas de expansión de la industrialización moderna, la proporción de la industria aumentó sólo el 11 % en Gran Bretaña (1801-1841) y el 22 % en el Japón (1878/82-1923/27). En la experiencia de posguerra de los nuevos países industrializados, probablemente sólo Taiwan ha demostrado un récord tan impresionante como China a este respecto.303 La transformación de China de un país principalmente agrario en otro relativamente industrializado se reflejó en los dramáticos aumentos en la producción de 301

Ma Hong y Sun Shangqing (eds.), Estudios sobre los problemas de la estructura económica de China (Beijing, 1981), Vol. I, JPRS-CEA-84-064-1 (3 de agosto de 1984), pp. 25-26; Nicholas R. Lardy, Agriculture in China’s Modern Economic Development (Cambridge, Inglaterra: Cambridge University Press, 1983), p. 3. 302 Y. Y. Kueh, “The Maoist Legacy and China’s New Industrialization Strategy”, The China Quarterly, nº 119 (setiembre de 1989), p. 421. Ver también Lardy, Agriculture in China’s Modern Economic Development, p. 1. Otros métodos de calcular muestran un aumento del valor de la producción industrial del 30 al 72 % como proporción del total de la producción durante el periodo maoísta; Ma y Sun, pp. 2526. 303 Kueh, “The Maoist Legacy”, p. 421.

221 los productos asociados con la modernización, al menos antes de la “edad de la información”. Entre 1952 y 1976, la producción de acero de China creció de 1,3 millones a 23 millones de toneladas; el carbón de 66 millones a 448 millones de toneladas; la energía eléctrica de 7 mil millones a 133 mil millones de kw/h; el petróleo crudo desde prácticamente nada hasta 84 millones de toneladas métricas; los fertilizantes químicos de 0,2 millones a 28 millones de toneladas; y el cemento de 3 millones a 49 millones de toneladas304. Para mediados de los años setenta, China estaba fabricando aviones jet, tractores pesados y modernos navíos oceánicos. La República Popular estaba también produciendo armas nucleares y misiles balísticos de largo alcance, habiendo lanzado el primer satélite en 1970, seis años después de su primera prueba exitosa de bomba atómica. La industrialización comenzó a producir cambios significativos en la estructura social china. Aunque el 75 % de la fuerza laboral que sumaba 400.000.000 permaneció ocupada en la producción agrícola durante la época de Mao, la clase obrera industrial creció de 3.000.000 en 1952 a alrededor de 50.000.000 a mediados de los años setenta, cifra que incluye 28.000.000 de campesinos que se transformaron en obreros en las fábricas de las comunas o de las brigadas, bajo la política de industrialización rural en pequeña escala. Además, cerca de 20.000.000 de trabajadores estaban empleados en transportes y construcción, trabajos estrechamente vinculados a la industria. 305 Fue creada una nueva intelligentsia tecnológica. El número de científicos y técnicos chinos creció de 50.000 en 1949 (y 425.000 en 1952) a 2.500.000 en 1966, y a 5.000.000 en 1979, el 99 % entrenado en los años posteriores a 1949.306 También se construyeron obras monumentales de irrigación y control de las aguas durante la época de Mao, que facilitaron en gran medida el alza de la producción y la productividad agrícolas a comienzos de los años ochenta. Se cometieron muchos desatinos durante el curso de la industrialización maoísta, y el proceso en verdad fue estropeado por muchas de las “irracionalidades” y “desequilibrios” que los sucesores de Mao diagnosticarían. Algunos de los desatinos, especialmente el Gran Salto, lo fueron a escala monumental y causaron grandes pérdidas humanas y económicas. Otros fracasos económicos llegaron a estar crónicamente insertos en el patrón posrevolucionario de crecimiento económico, al menos en la práctica, si no en la intención, desafiando obstinadamente todos los correctivos y exhortaciones ideológicas maoístas. Ciertamente el más serio de estos fracasos fue el crecimiento agónicamente lento de la agricultura, burlándose del enorme énfasis que la ideología maoísta puso en desarrollar el campo. Mientras que la producción industrial crecía rápidamente a una tasa anual de más del 11 % entre 1952 y el fin del período maoísta, la producción agrícola creció sólo el 2,3 % anual307, manteniendo apenas el ritmo con el incremento anual de población promedio del 2 % – 304

Datos tomados de la Agencia Central de Inteligencia de los EEUU (CIA), People’s Republic of China: Handbook of Economic Indicators (Washington, D.C., 1976); Departamento de Comercio de los EEUU, The Chinese Economy and Foreign Trade Perspectives (Washington, D.C., 1977); y Comité Económico Conjunto del Congreso, China: A Reassessment of the Economy (Washington, D.C., 1975), como fueron compilados por Mark Selden, The People’s Republic of China: A Documentary History (Nueva York: Monthly Review Press, 1979), Tablas 13 y 14, pp. 135-136. 305 K. C. Yeh, “Macroeconomic Changes in the Chinese Economy During the Readjustment”, The China Quarterly, nº 100 (diciembre de 1984), Tabla A2, p. 716. 306 Tong Dalin y Hu Ping, “Science and Technology”, en Yu Guangyuan (ed.), China’s Socialist Modernization (Beijing: Foreign Languages Press, 1984), p. 644. 307 Lardy, Agriculture in China’s Modern Economic Development, p. 3.

222 lo que casi duplicó la población china en el período de veinticinco años de la época de Mao. El mismo sector industrial moderno tampoco estuvo libre de serias deficiencias. Si las políticas maoístas mitigaron muchas de las desigualdades sociales más llamativas producidas por la industrialización de estilo estalinista, la estrategia económica maoísta, contrariamente a las intenciones de sus autores, no tuvo éxito en transformar en lo fundamental la estructura industrial de modelo soviético construida originalmente en los años cincuenta. Al cierre de la época de Mao, en consecuencia, la industria china estaba sufriendo la mayoría de los problemas que plagaban a sus contrapartes soviética y europea oriental, y que pronto contribuirían a su colapso. Despilfarro, ineficiencia, exceso de personal, inercia burocrática, baja productividad y corrupción a pequeña escala han llegado a ser rasgos crónicos de la vida industrial china. El nivel de vida de la población fue sacrificado a favor de lograr tasas de acumulación de capital cada vez mayores para invertir en la industria pesada. El comercio, los servicios y las industrias de bienes de consumo fueron descuidados. Y el resultado fue una clase obrera desmoralizada. Aunque la producción industrial continuó creciendo al 10 % anual durante los últimos años del régimen maoísta (con la excepción del fatídico año 1976), esta tasa de crecimiento se mantuvo sacrificando la calidad de lo que estaba siendo producido e incrementando las inversiones de capital estatal en el sector industrial moderno. La tasa de acumulación (esto es, la proporción del producto material apartado del consumo e invertido para expandir la capacidad productiva) creció de cerca del 23 % a comienzos de los años sesenta al 33 % a comienzos de los años setenta, alcanzando un pico insostenible de 36,7 % en 1978308. Los fondos estatales se asignaron principalmente para financiar el crecimiento de la industria pesada; sólo el 12 % de las inversiones estatales totales fue a la agricultura durante los años de Mao, y un escaso 5 % al desarrollo de industrias de bienes de consumo309. Estas políticas facilitaron las tasas extraordinariamente altas de crecimiento económico nacional, pero deprimieron el consumo y el nivel de vida popular. Los problemas del sector industrial se complicaron por el atraso tecnológico. Mientras que la política de auto-confianza limitaba (aunque de ningún modo impedía del todo) el acceso a la tecnología extranjera, la Revolución Cultural tuvo efectos devastadores en la educación superior, la investigación básica y la moral de la intelligentsia tecnológica – contribuyendo a la obsolescencia de la planta industrial construida en los años cincuenta y a la grave escasez de científicos calificados en los últimos años del régimen maoísta. Aun así, a pesar de todos los fracasos y retrocesos, es ineludible la conclusión de que el período maoísta fue la época de la revolución industrial moderna en China. Comenzando con una planta industrial menor que la de Bélgica a comienzos de los años cincuenta, China, por tanto tiempo escarnecida como “el hombre enfermo de Asia”, aparecía, a finales del período de Mao, como uno de los seis mayores productores industriales del mundo. El ingreso nacional creció cinco veces durante el período de veinticinco años entre 1952 y 1978, aumentando desde 60 mil millones de yuanes a más de 300 mil millones, contando la industria con la mayor parte del incremento. Sobre la base del per capita, el índice de ingreso nacional (a precios constantes) creció desde 100 308

Dong Furen, “On the Relation between Accumulation and Consumption in China’s Development”, ponencia presentada en la Conferencia Chino-Estadounidense sobre Estrategias Alternativas para el Desarrollo Económico, Racine, Wisconsin, 21-24 de noviembre de 1980, p. 26. Citado en Carl Riskin, China’s Political Economy: The Quest for Development Since 1949 (Nueva York: Oxford University Press, 1987), p. 271. 309 Lardy, Agriculture in China’s Modern Economic Development, Tabla 3.7, p. 130.

223 en 1949 (y 160 en 1952) a 217 en 1957 y 440 en 1978310. Durante las dos últimas décadas de la época maoísta (un período tenido en baja estima por los sucesores de Mao), y aun tomando en cuenta los desastres económicos del Gran Salto, el ingreso nacional chino creció el 63 % per capita durante este periodo de rápido crecimiento de la población, más que duplicando las cifras originales311. El registro económico maoísta, aunque defectuoso, es sin embargo el registro de la época en que se establecieron los fundamentos básicos para la industrialización moderna de China. En verdad, es un registro que se compara favorablemente con similares etapas en la industrialización de Alemania, Japón y Rusia – hasta el momento los casos de modernización tardía más exitosos económicamente (entre los países más importantes). En Alemania, la tasa de crecimiento económico para el período 18801914 fue del 33 % por década. En Japón, entre 1874 y 1929, la tasa de crecimiento por década fue del 43 %312. La Unión Soviética, en el período 1928-1958, logró una tasa de crecimiento por década del 54 %. China durante la época maoísta, en los años 19521972, logró una tasa por década del 64 %313. Este fue difícilmente un crecimiento “a paso de caracol”, como muchos periodistas occidentales persisten en desinformar a sus lectores314. Este logro económico es más remarcable en tanto que fue alcanzado por el pueblo chino mismo, en base a sus propios y magros recursos materiales, con poca ayuda o apoyo externos. Salvo por la limitada ayuda soviética en los años cincuenta, que China había reembolsado totalmente (y con intereses) para mediados de los años sesenta, la industrialización maoísta procedió sin el beneficio de préstamos o inversiones extranjeros. Un ambiente internacional hostil, tanto como el anteriormente reverenciado principio de “auto-confianza”, impusieron condiciones de virtual autarquía hasta finales de los años setenta. Al cierre del período maoísta, por lo tanto, China era la única entre los países desarrollados que podía reclamar una economía no agobiada ni por la deuda externa ni por la inflación interna. Aunque ha llegado a estar un tanto pasado de moda recordar los logros de la época de Mao, permanece el hecho histórico de que el régimen maoísta hizo inmensos progresos en producir la transformación industrial moderna de China, y lo hizo bajo condiciones internas y externas adversas. Sin la revolución industrial de la época de Mao, los reformadores económicos que alcanzaron la preeminencia en la época postmaoísta hubieran tenido poco que reformar. La revolución industrial de Mao reclamó del pueblo chino enormes sacrificios y trabajo duro, como lo había hecho la modernización en Japón y Rusia en épocas anteriores. El consumo popular y los niveles de vida sufrieron cuando el estado comunista se fue apoderando de porciones cada vez mayores del excedente producido, para financiar la expansión de la planta industrial moderna. En resumen, el estado explotó al pueblo que gobernaba, especialmente al campesinado, para construir una base de industria pesada y para mantener la creciente burocracia que lo dirigía. Pero no fue el caso, como algunos de los más celosos campeones del mercado han sugerido, de que el pueblo chino no se beneficiara materialmente durante los años de la industrialización maoísta. Con seguridad, el agudo aumento del ingreso nacional chino no se trasladó por sí mismo a los correspondientes incrementos en los ingresos de la población 310

Ibid., Tabla 1.1, p. 2. Ibid. 312 Simon Kuznets, Economic Growth of Nations: Total Output and Production Structure (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1971), Tabla 4, pp. 38-39. 313 Gilbert Rozman, The Modernization of China (Nueva York: The Free Press, 1981), Tabla 10.2, p. 350. 314 Como es típicamente caracterizada la historia económica del periodo de Mao, por ejemplo, por John Burns en The New York Times, 31 de marzo de 1985, p. E-4. 311

224 trabajadora, cuya labor era responsable por ese aumento. Parte del aumento fue absorbido por una población en rápido crecimiento, en parte como resultado de la ineficacia de las políticas de control de la natalidad introducidas tardíamente. Sin embargo, la mayoría del excedente fluyó hacia los cofres del estado (y de ellos al sector industrial moderno y su burocracia), dejando sólo lo suficiente para magros incrementos en los niveles de ingreso populares durante las dos últimas décadas de la época maoísta. Mientras que el ingreso de los empleados del estado, incluyendo los trabajadores fabriles permanentes, aumentó sustancialmente durante el último período maoísta, el ingreso de los campesinos, que conformaban el 75 % de la población trabajadora, aumentó poco, si lo hizo, después de 1957315. Con todo, entre las ganancias no fácilmente cuantificables en los cálculos de los economistas, pero vitales para medir el bienestar popular, se debe notar la gran expansión de las escuelas y las oportunidades educativas durante la época de Mao, la transformación de una población en su mayoría analfabeta en otra mayoritariamente alfabetizada, y el establecimiento de un sistema de cuidados de la salud relativamente amplio donde antes no existía ninguno. Y la casi duplicación del promedio de esperanza de vida a lo largo del cuarto de siglo de gobierno de Mao – de un promedio de treinta y cinco años en la China anterior a 1949 a sesenta y cinco a mediados de los años setenta – ofrece dramática evidencia estadística de los logros materiales y sociales que la revolución comunista le aportó a la gran mayoría del pueblo chino. Al completar su monumental historia de la Unión Soviética, el gran historiador inglés E. H. Carr advirtió: “El peligro no es que dibujemos un velo sobre las manchas en el registro de la revolución, sobre su costo en sufrimiento humano, sobre los crímenes cometidos en su nombre. El peligro es que estemos tentados a olvidar totalmente, y a dejar en silencio, sus inmensos logros”316. Las palabras de Carr merecen ser tenidas en cuenta por los estudiantes de la historia china moderna tanto como por los de la historia rusa, ya que las revoluciones no se prestan fácilmente a las apreciaciones equilibradas. Las grandes revueltas sociales generan típicamente expectativas amplias e inalcanzables, y cuando esas esperanzas se frustran, siguen inevitablemente largos períodos de desilusión y cinismo, mientras los logros históricos reales son ignorados u olvidados. Usualmente toma varias generaciones, muy alejadas de las batallas políticas e ideológicas de la época revolucionaria, para volver a enfocar el cuadro histórico. Son las manchas en el registro maoísta, especialmente el Gran Salto y la Revolución Cultural, las que ahora están más profundamente impresas en nuestra conciencia política e histórica. Que esos acontecimientos fueron fracasos colosales en alcance, y que infligieron una enorme pérdida en vidas humanas, no puede y no debe ser olvidado. Pero los futuros historiadores, sin ignorar los fracasos y los crímenes, seguramente van a registrar la época maoísta en la historia de la República Popular (de cualquier modo que la vayan a juzgar) como uno de los grandes períodos de modernización de la historia mundial, y que aportó amplios beneficios sociales y humanos al pueblo chino.

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Las estadísticas que se pueden obtener sobre los ingresos distribuidos colectivamente indican incrementos per capita significativos durante las dos últimas décadas de la época de Mao. Pero después de tomar en cuenta otros factores, especialmente las restricciones sobre las parcelas y los mercados privados después de 1966, la mayoría de los observadores acuerda con la conclusión de Nicholas Lardy de que “el ingreso per capita real de las granjas, a lo más, creció muy modestamente entre 1956-1957 y 1977”. Para una discusión de las dificultades para determinar la verdad de la cuestión, ver Lardy, Agriculture in China’s Modern Economic Development, pp. 160-163. 316 Citado en Tariq Ali (ed.), The Stalinist Legacy: Its Impact on Twentieth-Century World Politics (Harmondsworth, Middlesex, Inglaterra: Penguin Books, 1984), p. 9.

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Más cuestionable que el estatus histórico de Mao Zedong como modernizador es su prolongada, si bien deslucida, imagen como creador de una sociedad socialista. Si el maoísmo estableció las bases para la moderna revolución industrial china, ¿generó también una reorganización socialista de la sociedad china, como alguna vez se afirmó con fuerza y algunos todavía suponen – especialmente aquellos que hoy aplauden el abrazo del mercado por parte de la China post-maoísta como un abandono del “socialismo”? ¿A qué resultado social llevó realmente la muy proclamada “transición al socialismo”? La transformación social y económica de China durante la época maoísta no puede ser comprendida simplemente como una versión del “proceso de modernización”, por muy ampliamente que se quiera definir esta expresión bastante vaga. La modernización, después de todo, no implica típicamente la abolición de la propiedad privada. Sin embargo, fue precisamente la ausencia de la propiedad privada de los medios de producción lo que vino a definir fundamentalmente a la sociedad china sólo unos pocos años después de la victoria comunista de 1949. Para 1956, virtualmente todo lo que quedaba del sector privado de la economía urbana había sido nacionalizado efectivamente, y la agricultura había sido colectivizada, quedando la economía de las ciudades y el campo bajo control estatal. Si la propiedad estatal (y “colectiva”) de los medios de producción, junto con el proclamado principio de “pago de acuerdo al trabajo” son los rasgos definitorios del socialismo – que fue la definición que prevalecía en Beijing y también en todas partes en ese momento – entonces China fue transformada en una sociedad socialista bien a comienzos del periodo maoísta. En 1956, cuando los dirigentes comunistas chinos desde Mao Zedong hasta Deng Xiaoping estaban celebrando el triunfo del socialismo, China era de hecho no menos “socialista” que la Unión Soviética. Como ha sido el caso en la Unión Soviética, la nacionalización y la colectivización fueron acompañadas en China por una intensa campaña para la industrialización, y esta última por supuesto es la esencia de todas las versiones de la modernización. Pero el desarrollo industrial de la República Popular procedió totalmente bajo los auspicios del estado, y el proceso fue concebido originalmente no como un fin en sí mismo, sino como un medio para alcanzar objetivos socialistas. Los regímenes posrevolucionarios tanto de Rusia como de China buscaron generar el socialismo y la industrialización moderna simultáneamente, abandonando (de diferentes formas) la creencia marxista ortodoxa de que el socialismo presuponía al capitalismo industrial. Pero en muchos aspectos, el experimento socialista fue perseguido mucho más vigorosamente en la China maoísta que en la Unión Soviética. Ya que Mao, a diferencia de Lenin y Stalin, era renuente a confiar el futuro socialista solamente a las fuerzas impersonales de la tecnología moderna. El maoísmo exigía que el desarrollo económico fuera acompañado (y en realidad precedido) por un proceso “permanente” de transformación radical de las relaciones sociales y la conciencia popular. Mao enseñaba que las instituciones socialistas y los valores comunistas debían ser creados en el mismo proceso en que serían construidos sus requisitos materiales, según la definición marxista. Rechazando la confortante ortodoxia soviética de que el desarrollo de las fuerzas productivas garantizaría más o menos automáticamente una utopía comunista final, el maoísmo insistió en que los medios del desarrollo económico moderno fueran reconciliados con los objetivos del socialismo, y que esto tuviera lugar en el presente. Esta doctrina enseñaba que la nueva sociedad presuponía nueva gente y que el cultivo de los seres humanos socialistas no era menos importante en el establecimiento de una sociedad socialista que la construcción de su base tecnológica.

226 Por esto, el maoísmo insistía en que el progreso hacia el socialismo no sería medido simplemente por el nivel del desarrollo económico, sino también por la reducción de las “tres grandes diferencias” – progresando en perseguir los objetivos marxistas clásicos de eliminar las antiguas distinciones entre trabajo mental y manual, entre obreros y campesinos, y entre ciudad y campo. Con todo, el intento maoísta de construir una sociedad socialista en un país económicamente atrasado, notable de varias formas como fue, se vio al final superado por las contradicciones entre los propósitos modernizadores de Mao y sus aspiraciones socialistas – ofreciendo evidencia histórica fresca para apoyar la insistencia de Karl Marx de que el socialismo sólo puede ser construido exitosamente sobre las bases materiales y sociales provistas por el capitalismo. En China, como en todas partes, la industrialización impuso sus propios imperativos, generando nuevas formas de desigualdad social que eran incongruentes con las visiones socialistas. Mientras se producía el desarrollo industrial, surgían nuevas elites burocráticas y tecnológicas. Las zonas rurales fueron explotadas en beneficio de las ciudades industrializadas en un proceso acelerado de “acumulación primitiva”. Y los valores industriales de racionalidad económica y profesionalismo burocrático llegaron a ser las normas sociales dominantes, subordinando los objetivos socialistas a los cuales originalmente se suponía que serviría la industrialización china. Si el régimen maoísta mitigó estas tendencias hacia la desigualdad, al menos en comparación con su predecesor soviético, de ninguna manera las detuvo. La industrialización exige una división del trabajo cada vez más especializada, y en China, como en todos lados, la nueva división del trabajo sirvió para ampliar, más que para estrechar, las “tres grandes diferencias”, a pesar de las exhortaciones y las proclamas ideológicas maoístas.317 Reducir la brecha entre ciudad y campo fue el más celebrado de los objetivos maoístas, aunque la brecha económica real entre las ciudades y las áreas rurales se amplió, tanto relativa como absolutamente, durante la época de Mao. Entre 1952 y 1975, el consumo anual per capita entre la población rural creció de 62 a 124 yuanes (en precios actuales), mientras que entre la población no agraria creció de 148 a 324 yuanes318. Un defecto mucho más grave en el emprendimiento socialista maoísta fue la contradicción entre el estado comunista y la sociedad china. Un resultado obvio de la victoria revolucionaria de 1949 fue el establecimiento de un poderoso estado centralizado y la enorme expansión de su aparato burocrático. Irónicamente, en un sentido marxista (aunque muy de acuerdo con la lógica del estalinismo), mientras China llegaba a ser más “socialista”, el estado llegaba a ser tanto más dominante. Ya que con la expropiación de las clases propietarias, la nacionalización de la industria y la colectivización de la agricultura, el estado no sólo era el dueño político de la sociedad, sino también su único dueño económico. Mientras los ideólogos maoístas celebraban la espontaneidad y creatividad de las masas, la maquinaria estatal maoísta llegaba a estar cada vez más separada de la sociedad a la cual gobernaba, su burocracia crecía aún mayor y más ajena, y la división entre gobernantes y gobernados llegaba a ser aún más pronunciada. Ante el poder del estado burocrático, la sociedad yacía postrada. En respuesta a este espectáculo degradante del poder social totalmente subordinado al poder político, el maoísmo no ofreció solución – salvo por la fabricación del culto a un dirigente que proclamaba encarnar en su persona la voluntad colectiva del pueblo. El culto a Mao Zedong fue uno de los ejemplos históricos más extremos de la alienación 317

Para las opiniones de Mao sobre la división del trabajo, ver Maurice Meisner, “Marx, Mao and Deng on the Division of Labor in History”, en Arif Dirlik y Maurice Meisner (eds.), Marxism and the Chinese Experience (Armonk, N. Y.: M. E. Sharpe, 1989), pp. 79-116. 318 Riskin, China’s Political Economy, Tabla 10.8, p. 241.

227 del poder social en una autoridad política fetichizada. Al final, todos los monumentos a Mao se mantienen como grotescos símbolos de un fracaso político monumental. Si bien algunos de los requisitos socioeconómicos para el socialismo fueron establecidos durante la época maoísta, este período no contempló la creación de los no menos esenciales requisitos políticos. Ya que el socialismo requiere más que la abolición de la propiedad privada y la construcción de una industria nacionalizada. El socialismo significa, si va a tener algún significado genuino, un sistema donde el poder político es ejercido por el conjunto de la población trabajadora, permitiéndole controlar tanto las condiciones como los productos de su trabajo. El rasgo distintivo del socialismo no es la propiedad estatal, sino más bien lo que Marx denominó “la propiedad de los productores asociados”. Y la “dictadura del proletariado”, tan frecuentemente invocada durante la época de Mao para justificar el despotismo político, es realmente el período (de acuerdo a la teoría marxista) en que los poderes sociales usurpados por el estado son devueltos a la sociedad en su conjunto, el momento en que el estado es transformado en lo que Marx llamó “el autogobierno de los productores”. En la China maoísta, estas concepciones políticas socialistas marxistas elementales estaban ausentes tanto en la teoría como en la práctica. El maoísmo fue una doctrina que enfrentó (aun si no lo resolvió) el dilema de reconciliar los medios del desarrollo económico moderno con los objetivos del socialismo, pero no fue una doctrina que reconociera la democracia popular como el medio necesario para alcanzar el socialismo y como una de sus metas esenciales también. Hubo dos períodos cruciales en la historia de la época de Mao en que el problema de la relación entre el estado comunista y la sociedad china se planteó explícitamente y se presentó para solucionar. Durante la campaña de las Cien Flores, el mismo Mao planteó inicialmente la contradicción entre “la dirigencia” y “los dirigidos”, y desde el mismo movimiento llegaron exigencias de democracia política y libertad intelectual. Pero estas demandas fueron suprimidas en la caza de brujas “antiderechista” que siguió, y la contradicción entre gobernantes y gobernados permaneció irresuelta. La Revolución Cultural comenzó con un ataque general contra las burocracias del Partido y del estado, y al comienzo pareció prometer la reorganización democrática del poder político de acuerdo con los principios marxistas de la Comuna de París. Pero la promesa fue pronto traicionada y la insurrección concluyó con el total restablecimiento del dominio del partido leninista. Mao Zedong inició tanto el movimiento de las Cien Flores como la Revolución Cultural, y por lo tanto soporta la responsabilidad principal por el fracaso de sus promesas de hacer del estado el servidor, en vez del dueño, de la sociedad – tanto como la responsabilidad por los sufrimientos humanos que estos movimientos fracasados causaron. Por muchos años, en los sesenta y los setenta, los maoístas señalaron a la Unión Soviética como un “ejemplo negativo” de la construcción del socialismo. Con todo, ignoraron la lección obvia que la experiencia histórica soviética imparte – que la “transición al socialismo” es imposible sin libertad y democracia popular, y que las condiciones de atraso económico y un escenario internacional hostil no pueden ser invocados indefinidamente para justificar su ausencia. El viejo sueño marxista del “marchitamiento” del estado puede no ser más que una esperanza “utópica” para el futuro histórico previsible, pero no hay absolutamente nada de utópico en la exigencia del pueblo chino de disfrutar de tan elementales libertades democráticas como la libertad de expresión y de asociación. Sin este modesto comienzo, las consignas como “democracia socialista”, por más ardientemente que se proclamen, permanecerán como racionalizaciones ideológicas vacías de la continuada dominación del estado sobre la sociedad. Tal comienzo no fue realizado durante la época maoísta.

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La herencia que Mao Zedong dejó a sus sucesores fue entonces la más ambigua y contradictoria, ya que estuvo marcada por una profunda incongruencia entre sus logros socioeconómicos progresistas y sus características políticas retrógradas. Por un lado, Mao “creó una nación”, como ha dicho Deng Xiaoping, cumpliendo en los primeros años de la República Popular muchas de las tareas no terminadas de la abortada revolución burguesa del Guomindang. El régimen maoísta también estableció algunos de los requisitos para el socialismo. Comenzó la revolución industrial moderna china; abolió la propiedad privada de los medios de producción, una condición necesaria aunque no suficiente para el socialismo, y mantuvo viva (mucho más tiempo en la época posrevolucionaria de lo que se podría haber anticipado) una visión socialista vital del futuro. Por otro lado, el maoísmo mantuvo los métodos estalinistas esenciales de dominio político burocrático, generó sus propios cultos, ortodoxias y dogmas, y constantemente reprimió todas las formas de disenso intelectual y político. Mao, sin duda, consideraba a la burocracia comunista como un gran mal, pero el único remedio que pudo idear para controlar su propia creación fue confiar en su prestigio personal y en la fuerza de su propia personalidad. La herencia maoísta no incluye ni en la teoría ni en la práctica salvaguardias institucionales significativos contra el dominio burocrático. Por esto, al final de la época de Mao, China se encontraba en ese neblinoso espacio histórico de un orden socioeconómico dominado burocráticamente que no era ni capitalista ni socialista, y a veces es llamado, por falta de término mejor, “poscapitalista” o simplemente “posrevolucionario”. La China maoísta no era capitalista porque había abolido la condición esencial del capitalismo – la propiedad privada de los medios de producción. No era genuinamente socialista porque a las masas de productores, obreros y campesinos por igual, les fueron negados los medios para controlar los productos y condiciones de su trabajo, y también negados los medios para controlar el estado, que cada vez más se ubicaba por encima de ellos como el administrador político y económico de la sociedad. Si el régimen maoísta fue a todo respecto exitoso en cumplir con la fase “burguesa” de la revolución, se demostró incapaz de lograr la proclamada “transición al socialismo”. Al final del período de Mao, era como si China estuviese Extraviada entre dos mundos, uno muerto, El otro incapaz de nacer319. Es muy improbable que el impasse se habría roto, y el socialismo habría florecido, si Mao y el maoísmo hubieran sobrevivido más de lo que lo hicieron. Bien antes de la muerte de Mao, el maoísmo había agotado sus grandes energías creativas de otrora. Su método de financiar el desarrollo industrial moderno – esencialmente la explotación de las aldeas – no podría haber sido mantenido por mucho tiempo sin empobrecer a los campesinos que les habían dado a los comunistas chinos su poder en primer lugar. La Revolución Cultural, la última de las grandes campañas populares de Mao, fracasó en sus propósitos declarados, dejando sólo una población políticamente desilusionada después de la debacle. La desilusión fue seguida pronto por el cinismo, en tanto un pueblo cansado observaba desde lejos las luchas políticas e intrigas palaciegas bizantinas que bramaban sobre él en los años setenta, y le otorgaban un aspecto tan 319

Matthew Arnold, “Stanzas from the Grand Chartreuse”, The Poems of Matthew Arnold, ed. Kenneth Allott (Nueva York: Barnes & Noble, 1965), p. 288.

229 grotesco al último capítulo de la historia política de la época maoísta. En respuesta al malestar político popular y a la crisis económica que comenzaba a manifestarse, el maoísmo se demostró incapaz de ofrecer nuevos remedios efectivos. Una población que se había vuelto cínica y políticamente apática ya no podía ser inspirada fácilmente por las viejas consignas revolucionarias o las exhortaciones ideológicas. La difícil situación de China en los últimos años de la época maoísta exigía claramente un nuevo curso, pero un Mao Zedong cada vez más debilitado y un maoísmo dogmatizado eran incapaces de proveer las ideas y la inspiración necesarias para regenerar la revolución. En cierto sentido, el maoísmo sembró la semilla de su propia defunción. Lo que llegó a ser celebrado en la República Popular como el “Pensamiento Mao Zedong” fue una doctrina forjada en las áreas rurales más atrasadas de uno de los países más atrasados del mundo, y bajo el estandarte maoísta las fuerzas de la revuelta campesina fueron organizadas para llevar a cabo la mayor de las revoluciones modernas. Habiendo logrado el éxito político, los revolucionarios victoriosos se establecieron para modernizar tanto como para socializar el gran país que habían llegado a gobernar. Como modernizadores, lograron muchos éxitos sorprendentes, especialmente en vista de la enormidad de la tarea que enfrentaban. Crearon un estado-nación moderno, establecieron un sistema educativo moderno e inauguraron los comienzos de la transformación industrial moderna y la transformación tecnológica de China. Pero los métodos políticos y la ideología maoístas continuaron reflejando muchos de los rasgos del ambiente atrasado en el cual la doctrina había nacido – y esos métodos y hábitos de pensamiento llegaron a ser aún más anacrónicos en una China en proceso de modernización, cada vez más poblada por nuevas generaciones más y más alejadas de las condiciones rurales atrasadas que habían moldeado la revolución y la mentalidad de muchos de sus dirigentes. En muchos aspectos, el maoísmo continuó sobrellevando las marcas de nacimiento del verdadero atraso que se esforzó por superar. Y en tanto el régimen maoísta fue exitoso en modernizar a China, el maoísmo pareció más y más inadecuado frente a las modernas condiciones del país. Fue por esto inevitable que los sucesores de Mao, más pronto o más tarde, descartaran la mayoría de lo que era específicamente maoísta en las políticas y la ideología del fundador de la República Popular. CAPÍTULO 22: EL ASCENSO DE DENG XIAOPING Y LA CRÍTICA AL MAOÍSMO La época post-maoísta comenzó encubierta por una fachada maoísta. Luego de dirigir el “aplastamiento de la Banda de los Cuatro” a comienzos del otoño de 1976320, Hua Guofeng fue inmediatamente instalado como el nuevo presidente del Partido Comunista Chino. La instalación fue legitimada únicamente por supuestos “arreglos” hechos por Mao Zedong en su lecho de muerte. La prensa oficial reprodujo repetidamente el trozo de papel que el moribundo Mao supuestamente le había dado a Hua. “Contigo a cargo, estoy tranquilo”, se dijo que Mao había garabateado. Durante su breve mandato, Hua llegó a grandes extremos para imitar a su predecesor, no sólo en estilo y retórica políticos, sino en vestimenta y apariencia física. Los retratos de Hua aparecieron en todos los lugares públicos, siempre colgados junto a los del difunto presidente. Y el nuevo régimen no ahorró gastos públicos para construir un inmenso mausoleo en la Plaza Tiananmen, donde el cadáver embalsamado de Mao Zedong 320

Sobre la destitución de la Banda, ver el capítulo 20, más atrás.

230 residiría permanentemente en una caja de cristal, para que, como lo planteó el macabro anuncio, “las amplias masas populares puedan rendir respeto a sus restos”. En un vano esfuerzo por presentar credenciales como teórico marxista, Hua Guofeng se nombró a sí mismo como editor en jefe del largamente demorado quinto volumen de las Obras Escogidas de Mao, una versión cuidadosamente editada de los escritos de Mao de los años 1949-1957, que fue publicada con gran fanfarria en 1977 con un breve prefacio escrito por Hua (el volumen sería pronto retirado de las librerías, poco después de que Hua fuera obligado a retirarse de la escena política). Para demostrar continuidad con las políticas económicas de Mao, Hua convocó una serie de conferencias sobre agricultura, el ámbito en que primero se había distinguido políticamente durante la “marea alta socialista” de 1955-1956. Las conferencias tuvieron lugar bajo la antigua consigna de “aprender de Dazhai”, la brigada que Mao había establecido como el modelo que ejemplificaba las virtudes del igualitarismo y la auto-confianza. Y a comienzos de 1977, Hua se comprometió, un poco imprudentemente, junto con otros leales maoístas, “a apoyar toda decisión política tomada por el Presidente Mao” y “seguir constantemente toda instrucción dada por el Presiente Mao”, una promesa que les ganaría a Hua Guofeng y sus asociados el mote de facción “todoísta”, la peyorativa calificación que los opositores políticos de Hua pronto les endilgarían. Pero Hua Guofeng fue selectivo al seguir las “instrucciones” del difunto Presidente. Habiendo construido una elaborada fachada política maoísta, se dispuso, aunque lenta y cuidadosamente, a abandonar las políticas de la época maoísta tardía y a retornar en gran medida al maoísmo de los años cincuenta. Los primeros cambios se produjeron en las políticas culturales y educativas, donde la influencia de la ahora encarcelada “Banda de los Cuatro” había sido mayor. Reviviendo la vieja consigna maoísta de “dejar que cien flores florezcan”, el nuevo régimen eliminó las políticas más oscurantistas del período de la Revolución Cultural. Se presentaron de nuevo en los teatros y cines obras de teatro, óperas y películas prohibidas hasta ese momento. Las revistas literarias y de investigación, suspendidas desde 1966, reiniciaron su publicación, acompañadas por una variedad de nuevos periódicos y revistas. Un producto particularmente notable de la liberalización cultural fue la afluencia de relatos breves de autores jóvenes que describían sus experiencias durante la Revolución Cultural – escritos que llegaron a ser llamados “la literatura de la generación herida”. Invocando el reverenciado mandato maoísta de hacer que “las cosas extranjeras sirvan a China”, el gobierno promovió los intercambios culturales internacionales y apoyó la publicación de nuevas traducciones de los clásicos de la literatura occidental, rechazando el temor xenófobo a la contaminación “burguesa” extranjera que había asfixiado la vida artística por más de una década. Los intelectuales que habían sido encarcelados, enviados a trabajar a remotas áreas rurales, o si no silenciados, durante la Revolución Cultural o antes, fueron discretamente rehabilitados y lentamente traídos de vuelta a las ciudades a reasumir su trabajo, en 1977 y 1978. Junto con la liberalización cultural llegaron nuevas políticas educativas o, más precisamente, el retorno a las viejas. Aun cuando continuaba celebrando los logros de la Revolución Cultural en sus discursos, Hua comenzó a eliminar muchas de las reformas educativas igualitarias que habían surgido de la revuelta, comenzando un proceso que pronto resultaría en el completo reestablecimiento del sistema educativo elitista construido en los años cincuenta. Se prestó particular atención a la revitalización de las universidades y los institutos de investigación superior, que pronto estuvieron funcionando casi como en los años anteriores a la Revolución Cultural. Las nuevas políticas culturales y educativas fueron planeadas con el objetivo de ganar el apoyo de

231 los intelectuales para el régimen de Hua y las “Cuatro Modernizaciones”, un término oficialmente santificado en las nuevas constituciones promulgadas del Partido y del estado. Pero Hua Guofeng, un beneficiario de la Revolución Cultural que se había vestido con ropajes maoístas, ganó pocos adherentes políticos nuevos. Sin embargo, sus políticas revigorizaron la intelligentsia urbana, que mayoritariamente abrigaba sentimientos anti-maoístas, y pronto los articularía. El gobierno de Hua buscó mitigar el descontento entre los trabajadores y campesinos tanto como entre los intelectuales. A los trabajadores de las empresas estatales se les otorgó un aumento de salarios del 10 % el 1º de octubre de 1977, el 28º aniversario de la República Popular, el primer aumento de salarios significativo en las ciudades en veinte años. Se pretendió que esto fuera una compensación, en parte, por la imposición de formas más severas de “administración científica” y de una más severa disciplina laboral. Y mientras en la ideología oficial era alabado el modelo maoísta de Dazhai, en la práctica las políticas agrícolas estatales permitían mayores parcelas familiares privadas para la producción subsidiaria y apoyaban la expansión de los mercados rurales. Hua Guofeng intentó dejar su marca en la historia de la República Popular como un modernizador económico. Las propuestas económicas de Hua estaban decoradas con abundante retórica maoísta, enfatizando especialmente los escritos de Mao anteriores al Gran Salto. La imagen de Zhou Enlai era invocada continuamente para popularizar las Cuatro Modernizaciones. Pero el programa económico de Hua estaba basado principalmente en los documentos políticos que Deng Xiaoping había esbozado para el Consejo de Estado en el otoño de 1975, aunque la deuda con Deng no fuera reconocida. En 1977, como Deng lo había propuesto dos años antes, el gobierno de Hua aumentó la compra de tecnología moderna de los países capitalistas avanzados, financiada en gran medida por las exportaciones chinas de carbón y petróleo. Se puso un enorme énfasis en la rápida adquisición de conocimiento científico moderno y el entrenamiento de una intelligentsia tecnológica, para lo cual era requisito la restauración del sistema de educación superior anterior a la Revolución Cultural. Se diseñaron planes para la mecanización de la agricultura. La productividad y la producción industrial fueron aumentadas a través de una combinación de reglas de trabajo más estrictas en las fábricas y mayores premios materiales para los trabajadores. Reflejo del tenor de los tiempos fue la reaparición de los planificadores económicos de los años cincuenta, que habían estado eclipsados durante la parte final de la época maoísta. El más políticamente importante de ellos fue Chen Yun, uno de los diseñadores del Primer Plan Quinquenal de 1953-1957, que favorecía el uso de mecanismos de mercado para suplementar la planificación estatal. El esfuerzo más ambicioso de Hua Guofeng para lograr las Cuatro Modernizaciones fue su propuesto Plan de Diez Años – para los años 1976-1985 – tardíamente revelado en febrero de 1978. Una especie de versión revisada de un documento redactado por el Consejo de Estado en 1975 (cuando ese cuerpo operaba bajo la dirección de Deng Xiaoping), el plan llamaba a un nuevo empuje de la industria pesada, de la clase frenética del Primer Plan Quinquenal. Para 1985 serían construidos unos 120 proyectos industriales en gran escala, incluidos gigantescos complejos de producción de acero y de hierro, campos de petróleo y gas, minas de carbón, usinas eléctricas, vías férreas y puertos321. Para el año 2000, predijo Hua, la industria china se 321

Hua Kuo-feng, “Report to the Fifth National People’s Congress” (26 de febrero de 1978), Peking Review, 10 de marzo de 1978, pp. 7-40. El “Informe” de Hua delineaba el Plan de Diez Años en términos generales, y en subsiguientes anuncios, el gobierno proveyó objetivos y metas más específicos. Para un perspicaz y detallado análisis del Plan, ver Chu-yuan Cheng, “The Modernization of Chinese Industry”, en Richard Baum (ed.), China’s Four Modernizations: The New Technological Revolution (Boulder,

232 aproximaría a la de las naciones más avanzadas del mundo. Pero Hua no pudo explicar cómo se obtendrían las enormes sumas necesarias para financiar el nuevo impulso industrializador. Tampoco consignaba los desequilibrios y otros problemas económicos heredados de la época maoísta. El programa de modernización de Hua resultó inviable financieramente, y pronto sería abandonado. El fracaso del Plan de Diez Años fue un factor en la desaparición política de Hua Guofeng. Otro fue el creciente poder y popularidad de Deng Xiaoping, que en su tercer ascenso político (y segunda resurrección) estaba determinado a hacer la época posterior a Mao definitivamente post-maoísta. El Triunfo de Deng Xiaoping Deng Xiaoping fue el último miembro importante de la remarcable generación de dirigentes comunistas chinos del Cuatro de Mayo322. Activista del Partido desde comienzos de los años veinte, sus contribuciones no menores a la revolución comunista – y su pertenencia a la facción maoísta – le ganaron un alto puesto en el orden posrevolucionario. En 1956, se ubicaba al lado de Liu Shaoqi y presentó uno de los dos informes principales al VIII Congreso del PCCh, el único congreso del partido posterior a 1949 cuyo espíritu e ideología serían celebrados en la época post-maoísta. En el mismo año, Deng también fue designado en el revivido cargo de Secretario General del Partido, recibiendo considerable control sobre el aparato organizativo del PCCh, lo que le permitió fortalecer los estrechos lazos con los dirigentes políticos y militares que había forjado durante el periodo revolucionario. Pero una década más tarde, durante la Revolución Cultural, Deng Xiaoping fue catalogado como “la segunda persona a cargo que toma el camino capitalista” y enviado a trabajar a una fábrica de tractores en Jiangxi. En 1973, bajo el patronazgo de Zhou Enlai y con el consentimiento de Mao Zedong, fue convocado a Beijing y restaurado en sus elevados cargos oficiales – y sin la exigencia acostumbrada de confesar errores políticos pasados. Deng pronto se estableció como el sucesor aparente del moribundo Zhou – sólo para ser de nuevo destituido del poder como un “impenitente seguidor del camino capitalista” varios meses después de la muerte de Zhou, acusado de instigar el incidente de Tiananmen de abril de 1976323. Perseguido por la “Banda de los Cuatro” durante los últimos tristes meses del reinado de Mao, Deng huyó al sur de China, donde sus viejos aliados del EPL le dieron refugio. Con su voluntad política sin merma, Deng, de setenta y dos años de edad, planeó su retorno al poder, amenazando supuestamente incluso con la guerra civil si era necesario324. Pero, con la muerte de Mao Zedong en setiembre de 1976 y el

Colorado: Westview Press, 1980), pp. 21-48. 322 Nacido en una familia de la aristocracia acomodada en la provincia de Sichuan en 1904, Deng apenas califica para integrar la generación del Cuatro de Mayo. Todavía un joven adolescente en el momento del incidente del Cuatro de Mayo de 1919, sin embargo fue influido por las corrientes políticas e intelectuales radicales del periodo, viajando a Francia como estudiante-trabajador en 1923. Ahí se unió al brazo francés del Partido Comunista Chino, entonces dirigido por Zhou Enlai. 323 Ver Capítulo 20, más atrás. 324 Se dijo que Deng les había expresado a sus partidarios en ese momento: “O aceptamos el destino de ser masacrados y dejar que el Partido y el país degeneren, dejar que el país fundado con el corazón y el alma de nuestros revolucionarios proletarios de la vieja generación sea destruido por aquellas cuatro personas [es decir, la Banda de los Cuatro]… o debemos luchar contra ellos … Si ganamos, todo se puede resolver. Si perdemos, podemos dirigirnos hacia las montañas por lo que nos reste de vida, o encontrar refugio en otros países para esperar otra oportunidad. En el presente, podemos usar al menos la fuerza de la Región Militar de Cantón, la Región Militar de Fuzhou, y la Región Militar de Nanjing para luchar contra ellos …”. Citado en Roger Garside, Coming Alive: China After Mao (Nueva York: Mentor, 1982), p. 130.

233 subsiguiente “aplastamiento de la Banda de los Cuatro” en octubre, se abrió un camino pacífico para la segunda rehabilitación política de Deng. La restauración de Deng Xiaoping en sus altas posiciones en el Partido y el gobierno, y su ascenso al poder dictatorial que lo haría el “líder supremo” de China, requirió romper la coalición política que había derribado a la Banda de los Cuatro. La difícil alianza estaba dirigida por Hua Guofeng, que había comandado el golpe de octubre de 1976 y que se había instalado como presidente del Partido Comunista Chino y Primer Ministro del Consejo de Estado, sucesor oficial tanto de Mao Zedong como de Zhou Enlai. Los acontecimientos que resultarían en el ascenso de Deng y la caída de Hua se desarrollaron a través de un período de dos años, y fueron llevados a cabo por Deng de una manera a la vez despiadada y sofisticada, sin provocar aquellas luchas políticas y sociales “a gran escala y turbulentas” que ahora tanto deploraba. Hubo causas más importantes para el éxito político de Deng que la fuerza de su personalidad y sus tácticas inteligentes. Tenía el apoyo de la mayoría de los dirigentes más viejos del Partido, muchos de los cuales habían sidos sus asociados de larga data. No menos importante fue el amplio apoyo de que disfrutaba entre los comandantes militares, en parte el fruto político de los estrechos lazos que había cultivado con los oficiales del Ejército Rojo durante los años de la revolución. La creencia de Deng de que el Partido Comunista debería adherir a los principios organizativos leninistas y que las promociones políticas deberían tener lugar de manera ordenada – “escalón por escalón” y no “en helicóptero”, como decía – apelaba tanto al interés propio como a los ideales de los dirigentes veteranos del Partido y del EPL. Después del desorden de la Revolución Cultural y sus consecuencias, la promesa de regularidad burocrática y estabilidad social era enormemente atractiva para los funcionarios de mayor edad, tanto militares como civiles, y éstos miraban a Deng cada vez más como su líder natural. Además de los burócratas de alto nivel, los cuadros veteranos y los generales del EPL, Deng podía agregar a la mayoría de los intelectuales a la lista de sus partidarios. Había defendido los intereses sociales de los intelectuales desde el VIII Congreso del Partido de 1956325. Y en sus documentos sobre políticas de 1975, Deng les había ofrecido a los intelectuales un papel importante y lucrativo en lograr las Cuatro Modernizaciones, prometiéndoles mayor estatus y mayor autonomía profesional. En consecuencia, la mayoría de los intelectuales veía a Deng como el sucesor legítimo del venerado Zhou Enlai. Por esto, las ambiciones políticas de Deng Xiaoping descansaban sobre una base poderosa y articulada de apoyo social y político. Pero lo que le dio dinamismo a la coalición política de Deng fue el tema de la Revolución Cultural – y los ardientes deseos de sus víctimas sobrevivientes de buscar justicia y retribución. El hecho de que Deng mismo hubiera estado entre las víctimas de la revuelta – en realidad había sido su víctima dos veces – le ganó la simpatía y el apoyo de millones que habían sufrido durante la década anterior. Fueron atraídos hacia él los cuadros del Partido que habían sido atacados, humillados y “derrocados”, los intelectuales que habían sido silenciados y perseguidos, ex Guardias Rojos desilusionados que habían sido traicionados por el tortuoso curso político seguido por Mao y transformados en la “generación perdida”, millones de jóvenes urbanos que habían sido despachados al campo, y millones de ciudadanos ordinarios más que habían sufrido una variedad de abusos físicos y sicológicos. Todos esperaban que Deng produjera una “revocación de veredictos injustos”.

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Ver Capítulo 17, más atrás.

234 Precisamente donde Deng Xiaoping poseía enormes activos políticos, Hua Guofeng estaba abrumado por pasivos fatales. Mientras que Deng tenía el apoyo de los dirigentes veteranos de las poderosas burocracias militar y civil de China, Hua, habiendo alcanzado la prominencia durante la Revolución Cultural, sólo podía representar a un sector mucho menos importante de la burocracia – el amorfo grupo de funcionarios, en su mayoría de bajo nivel, que había resultado beneficiado en ese caótico periodo. Deng se ganó amplio apoyo popular, al menos en las ciudades, con la promesa de que corregiría los errores de la época de la Revolución Cultural, pero Hua no tenía una base de poder real en la burocracia ni apoyo popular significativo en la sociedad en su conjunto. En realidad, había sido precisamente esta falta de poder y prestigio la que había hecho de él un candidato más o menos aceptable para dirigir los intereses generales de la burocracia dividida en facciones durante los peligrosos días que siguieron a la muerte de Mao – y para dirigir la purga de la Banda de los Cuatro, que parecía amenazar los intereses establecidos de la burocracia. Ocupante temporal de las posiciones dejadas vacantes por Mao y Zhou Enlai, poseía pocas de las cualidades de ambos, mal preparado para desempeñar el papel de revolucionario tanto como el de estadista. Intentando mantenerse en los altos cargos en que había adquirido accidentalmente, Hua reclamaba la herencia de Mao y de la Revolución Cultural – pero lo hacía en el momento en que el aura de Mao estaba palideciendo y la Revolución Cultural estaba comenzando a ser criticada públicamente. La herencia de la época maoísta tardía, el único reclamo de legitimidad política de Hua Guofeng, pendía sobre él como una carga agobiadora; no podía actuar sin ella ni, en la época post-maoísta, podía sobrevivir con ella. La muerte política de Hua Guofeng se vio apresurada por sus propios desatinos políticos. Persistió obstinadamente en mantener una campaña (inicialmente organizada por la Banda de los Cuatro) para criticar la “línea revisionista contrarrevolucionaria” de Deng Xiaoping durante los últimos meses de 1976 – mucho después de que quedara políticamente anacrónica. Después de haber derribado a la Banda de los Cuatro, comenzó a purgar a sus supuestos “seguidores ocultos”, con lo cual socavó el apoyo potencial dentro de las burocracias del Partido y del gobierno. La política de las “cien flores” de Hua facilitó el surgimiento de una fuente articulada de opinión anti-maoísta (y pro-Deng) en las ciudades. Su mal concebido y pronto abandonado Plan de Diez Años sugería ineptitud. Ni la suave personalidad de Hua ni sus escasas credenciales políticas podían agregar la sustancia del poder a los elevados títulos oficiales que había heredado. Por esto, fue impotente para resistir las exigencias de los dirigentes del Partido de mayor edad, apoyados por la creciente fuerza de la opinión pública en las ciudades más grandes, para que Deng Xiaoping fuera invitado a reincorporarse al gobierno. En el verano de 1977, Deng fue restaurado formalmente en las posiciones en el Partido y el estado que había tenido antes de su segunda caída del poder en abril de 1976, y pronto se estableció como uno de los tres líderes más importantes de China, junto con Hua y el Ministro de Defensa Ye Jianying. Una vez que hubo recuperado una posición cerca de la cima de la jerarquía política, Deng Xiaoping fue reacio a compartir el poder con Hua Guofeng – quien, no había olvidado, había ascendido a la prominencia política durante la Revolución Cultural, cuando el mismo Deng había sido purgado y humillado. Deng estaba ahora determinado a asegurarse el poder supremo para sí mismo. Detrás de la usual fachada pública de “unidad y estabilidad”, surgió una nueva lucha en el Politburó entre la autodenominada facción “práctica” de Deng, que había adoptado la consigna un tanto banal pero políticamente potente de “la práctica es el único criterio de la verdad”, y los peyorativamente denominados “todoístas”, dirigidos por Hua Guofeng.

235 A través del año 1978, el poder y la popularidad de Deng crecieron, mientras una continua purga de “izquierdistas” en la burocracia hacía lugar para sus viejos y nuevos aliados políticos. Deng cultivó exitosamente el apoyo de los intelectuales, prometiéndoles mayores beneficios materiales y mayor estatus social, terminar con las suspicacias políticas, el rápido desarrollo de la ciencia y la tecnología, autonomía profesional y mayor autoridad en un sistema modernizado de educación superior326. También insinuó extensas reformas económicas y democratización política. El poder de Deng se vio aumentado además por la reaparición de cuadros veteranos que habían ocupado posiciones en los años cincuenta, viéndose fortalecidas sus filas y confianza por la “rehabilitación” de muchos de los viejos enemigos políticos de Mao que habían sido derribados durante la Revolución Cultural, e incluso antes. Entre los rehabilitados estaban 100.000 prisioneros políticos – intelectuales, cuadros del Partido y otros – que habían estado presos o en desgracia política desde la campaña anti-derechista de 1957327. Fueron discretamente liberados del cautiverio en junio de 1978. No se mencionó públicamente que Deng Xiaoping había sido el jefe de la caza de brujas durante la represión de 1957. Durante 1978 hubo muchas “revocaciones de veredictos”, pero ninguna fue más dramática ni tuvo mayor importancia política que el nuevo juicio del Partido sobre el incidente de Tiananmen del 5 de abril de 1976. Oficialmente condenado como “acto contrarrevolucionario” en el momento, había servido de pretexto para la destitución de Deng Xiaoping del gobierno, su segunda caída del poder. Pero en el otoño de 1978, Wu De, el alcalde de Beijing que había enviado a la milicia a la plaza que se encuentra más allá de la Puerta de la Paz Celestial en 1976, fue destituido de su cargo, y la manifestación de Tiananmen fue rebautizada como “acontecimiento revolucionario”. La prensa oficial alabó ahora el heroísmo de los manifestantes que se habían reunido en la plaza dos años y medio antes. En el tiempo transcurrido entre los dos juicios del Partido, el incidente de Tiananmen había adquirido enorme importancia simbólica como expresión de los anhelos democráticos de la gente contra un estado despótico. Lo que había llegado a ser venerado como el “Movimiento del Cinco de Abril” por los jóvenes disidentes en 1976, reapareció en forma de carteles murales a lo largo de las calles a comienzos de 1978. Nombrando a la democracia como la “quinta modernización”, las filas de los jóvenes activistas (la mayoría ex-Guardias Rojos y jóvenes trabajadores) fueron ampliadas por la revocación del “veredicto” del Partido sobre el incidente de Tiananmen. Los activistas democráticos se vieron alentados además por el aparente apoyo de Deng Xiaoping y sus aliados. En los últimos meses de 1978, las calles del centro de Beijing se llenaron de reuniones y marchas políticas. Carteles murales aún más audaces denunciaban las injusticias del periodo de Mao, especialmente la Revolución Cultural, exigiendo la expulsión de los “maoístas” que todavía se sentaban en el Politburó y reclamando derechos humanos, legalidad socialista y un sistema político democrático. Fue un tiempo de gran alegría y esperanza. Mientras el “Movimiento por la Democracia”, como fue llamado, crecía alrededor de la plaza más allá de la Puerta de la Paz Celestial, los dirigentes del Partido se reunieron en sus salones de conferencias sobre la plaza Tiananmen en una “conferencia de trabajo”, para preparar el Tercer Pleno del 11º Comité Central del 326

Para un ejemplo prototípico de su convocatoria a los intelectuales, ver Teng Hsiao-p’ing, “Speech at the Opening Ceremony of the National Science Conference” (18 de marzo de 1978), Peking Review, 24 de marzo de 1978, pp. 9-18. Existe edición en castellano: “Discurso en el acto inaugural de la conferencia nacional sobre las ciencias”, en Textos Escogidos de Deng Xiaoping, Tomo II (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1984), pp. 112-129. 327 Para un vívido relato de la odisea de una de las víctimas más ilustres, el famoso escritor Ding Ling, ver Jonathan Spence, The Gate of Heavenly Peace (Nueva York: The Viking Press, 1981), esp. pp. 335-369.

236 Partido, que se reunió formalmente entre el 18 y el 22 de diciembre de 1978. Resultaría ser una reunión crítica en la historia de la República Popular. El Tercer Pleno fue un triunfo decisivo, si no completo, para Deng Xiaoping y su “facción práctica”. Fue elevado un número suficiente de partidarios de Deng al Politburó y al Comité Central como para darle a éste control efectivo de ambos cuerpos, y por lo tanto sobre el Partido en su totalidad. La mayoría de los calificados de “todoístas” no fue destituida de sus cargos formales en el Partido por el momento, pero fue relevada de sus responsabilidades políticas y económicas más importantes. Hua Guofeng salió del Pleno de diciembre de 1978 con sus títulos intactos, pero sin su poder; forzado a comprometerse con la “auto-crítica”, después de eso desempeñaría poco más que funciones ceremoniales bajo la dirección de Deng hasta ser obligado a renunciar a todos sus títulos políticos en 1981, mucho después de haber entregado el poder. La que llegó a ser la más celebrada decisión del Tercer Pleno fue “trasladar el énfasis del trabajo del Partido a la modernización socialista”. Modernización socialista no era un nuevo concepto, pero estaba imbuida con un nuevo sentido; ahora significaba, en resumen, la subordinación de todas las otras consideraciones a la tarea del desarrollo económico moderno. De acuerdo con esto, el Comité Central decretó el final de la lucha de clases, o al menos de las luchas de carácter “turbulento” y “masivo”, esperando con eso producir la estabilidad social y política que facilitara la prosecución de las Cuatro Modernizaciones. El Tercer Pleno también prescribió combinar el “ajuste por el mercado” con el “ajuste por el plan”, proveyendo así la aprobación política inicial a las reformas de estilo capitalista que dominarían la historia de la época de Deng. Deng Xiaoping siguió a su triunfo en el Tercer Pleno en Beijing en diciembre de 1978 con una gira triunfal por los Estados Unidos a fines de enero de 1979, para marcar el establecimiento oficial de relaciones diplomáticas entre los dos países, tres décadas después de la fundación de la República Popular. Deng fue el accidental beneficiario político de la diplomacia de realpolitik iniciada por Mao Zedong y Zhou Enlai (junto con Richard Nixon y Henry Kissinger) siete años antes, y esto se sumó a su ya considerable prestigio interno y externo. Menos halagüeñas fueron las arrogantes amenazas públicas de Deng de “enseñarle una lección a Vietnam”. El 17 de febrero, poco después de su retorno de los Estados Unidos, el ejército chino invadió Vietnam. El pretexto fue la ocupación vietnamita de Kampuchea (Camboya) y la expulsión del régimen apoyado por China (y genocida) de Pol Pot. Después de varias semanas de lucha sangrienta pero inconcluyente, las tropas chinas se retiraron ignominiosamente. La guerra china de Vietnam causó grandes pérdidas humanas y económicas de ambos lados, y empañó la imagen internacional del nuevo régimen de Deng. La única lección que enseñó la invasión fue que la efectividad del EPL había declinado marcadamente328. El Movimiento por la Democracia de 1978-1981 Deng Xiaoping pronto descubrió que tenía enemigos tanto en casa como en Vietnam. Los activistas democráticos que lo habían apoyado en su ascenso al poder en los últimos meses de 1978 aumentaron en número y militancia durante los primeros meses de 1979. Muchos eran ex-Guardias Rojos ahora de alrededor de treinta años, 328

Para un breve pero excelente relato de las causas y resultados de la invasión, ver Daniel Tretiak, “China’s Vietnam War and Its Consequences”, The China Quarterly, nº 80 (diciembre de 1979), pp. 740767.

237 autodidactas, miembros de la “generación perdida”, empleados en una variedad de trabajos ordinarios. Unos pocos eran estudiantes; casi ningún intelectual de mayor edad se unió o apoyó abiertamente al movimiento. Con todo, los jóvenes activistas, inspirados por las promesas de la facción de Deng de “democracia socialista” y “legalidad socialista”, demostraron extraordinarios poderes intelectuales y capacidades organizativas, estableciendo rápidamente sus propias sociedades semi-políticas y publicando una creciente variedad de periódicos mimeografiados. La agitación democrática se extendió rápidamente desde Beijing a otras grandes ciudades y centros provinciales. A pesar de que la mayoría del Movimiento por la Democracia había apoyado la ofensiva de Deng por el poder en 1978 y todavía esperaba que éste, a comienzos de 1979, produjera un proceso de democratización, los dirigentes eminentemente leninistas del régimen post-maoísta no aprobarían un movimiento que operaba más allá del control organizativo del Partido Comunista. Y ciertamente no tolerarían grupos independientes que eran vehículos potenciales para la expresión de reclamos sociales más amplios, particularmente en un momento en que millones de jóvenes “enviados al campo”, desocupados y descontentos, estaban retornando ilegalmente a las ciudades. A diferencia de los intelectuales de mayor edad, que se habían beneficiado de la liberalización cultural e intelectual del momento, la mayoría de los jóvenes activistas democráticos mantenía una posición anti-autoritaria inflexible, rechazando la insistencia del Partido en mantener el monopolio del liderazgo político y su reclamo de infalibilidad ideológica. Algunos revivieron la vieja teoría “ultra-izquierdista” procedente de la Revolución Cultural de que China estaba gobernada por una “clase burocrática” privilegiada. La represión comenzó temprano en la primavera de 1979, cuando el gobierno prohibió los periódicos y las organizaciones no oficialistas y comenzó a arrestar a sus dirigentes. Uno de los primeros en ser arrestado fue Wei Jingsheng, editor del periódico Exploraciones, crítico tanto de Deng Xiaoping como de Mao Zedong, y autor del celebrado cartel mural que trataba sobre “La Quinta Modernización – Democracia y demás”. Además de crímenes políticos e ideológicos, fue acusado de haber entregado secretos militares del EPL sobre la invasión de Vietnam a periodistas de diarios extranjeros. Wei, en efecto, fue uno de los pocos ciudadanos chinos que había protestado contra la invasión china de Vietnam. Después de un día de juicio, en octubre de 1979, fue sentenciado a quince años de prisión. Muchos otros lo siguieron a la cárcel durante los dos años siguientes. En el curso de la represión, Deng Xiaoping, ahora firmemente establecido como el “líder supremo” del país, denunció a sus aliados democráticos de otro tiempo como anarquistas y criminales y, de manera más concluyente, los acusó de haber revivido los perniciosos métodos políticos de la Revolución Cultural. Por consiguiente, Deng exigió la abolición de “las cuatro grandes libertades” – el derecho de “hablar libremente, expresar sus opiniones libremente, mantener grandes debates y escribir carteles con grandes caracteres” – agregadas a la constitución del estado por recomendación de Mao en enero de 1975. A pesar de que estos derechos proclamados constitucionalmente raramente habían sido respetados en la práctica, incluso sobre el papel eran considerados por Deng una reminiscencia desagradable del ataque al Partido Comunista durante la Revolución Cultural329. Aun cuando el gobierno estaba ocupado promulgando 329

La exigencia de Deng de abolir las “cuatro grandes” llegó por medio de su discurso ante una conferencia de trabajo del Partido en enero de 1980. Ver “The Present Situation and the Tasks Before Us”, Selected Works of Deng Xiaoping, pp. 224-258. [Existe edición en castellano: “La actual situación y nuestras tareas”, en Textos Escogidos de Deng Xiaoping, Tomo II (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1984), pp. 253-293]. En agosto de 1980, la Quinta Asamblea Popular Nacional, debidamente

238 nuevos códigos legales en 1979 y 1980, evidencia de la “democratización socialista”, como se dijo oficialmente, muchos de aquellos que habían estado activos en el Movimiento por la Democracia estaban siendo enviados a campos de trabajo por decreto administrativo. En vez de las “cuatro grandes libertades” de Mao, Deng proclamó los “cuatro principios cardinales”: “mantenimiento del camino socialista, la dictadura del proletariado, el liderazgo del Partido Comunista y el marxismo-leninismo-pensamiento Mao Zedong”330 De estos, el liderazgo del Partido era el principio más importante, enfatizó Deng; en realidad, resultaría el único duradero. Para la primavera de 1981, el otrora floreciente Movimiento por la Democracia había desaparecido de la vista pública. La mayoría de sus dirigentes estaban en la cárcel y los pocos activistas sobrevivientes habían sido reducidos a una precaria existencia subterránea. El movimiento, de hecho, nunca había adquirido seguidores populares significativos, en parte a causa de la general despolitización de la vida social promovida por el régimen post-maoísta. Para llenar el vacío ideológico y político en una población que se había vuelto cínica durante la “década de la Revolución Cultural”, el gobierno de Deng no ofreció nuevos ideales sociales y políticos que procurar, sino que simplemente prometió una mejor vida material, promoviendo la compra por parte de los ciudadanos de los nuevos y numerosos bienes de consumo que aparecían rápidamente en los estantes de las tiendas por departamentos y eran promocionados en las carteleras que antiguamente desplegaban consignas revolucionarias. Pocas protestas públicas, o incluso interés público, acompañaron la destrucción del Movimiento por la Democracia. Fue la víctima tanto de la represión estatal como de la apatía política popular. Los más notoriamente silenciosos fueron los intelectuales chinos. Mientras el Movimiento por la Democracia estaba siendo suprimido abajo, arriba Deng Xiaoping estaba consolidando su control sobre las burocracias del Partido y el estado, destituyendo metódicamente de posiciones de autoridad a todos aquellos considerados como fieles a Mao y reemplazándolos con miembros de su propia facción. La mayoría de los “todoístas” que quedaban fueron purgados en una reunión del Comité Central en febrero de 1980. Entre ellos estaba Wang Dongxing, el ex-jefe de la unidad militar de elite 8341 que había arrestado a la Banda de los Cuatro en 1976, y Chen Yonggui, el dirigente campesino de la otrora celebrada brigada Dazhai, a quien Mao había elevado al Politburó durante la Revolución Cultural. Los puestos de los “izquierdistas” apartados fueron tomados por veteranos dirigentes del Partido que habían sido rotulados de “derechistas” durante la Revolución Cultural. Para completar la cosa, y reflejando el temperamento político de los tiempos, Liu Shaoqi, el leninista por excelencia en la historia del comunismo chino, fue readmitido póstumamente en el constreñida, eliminó de la constitución del estado a “las cuatro grandes” (sida). Para completar la cosa, la Asamblea también eliminó la cláusula que les garantizaba a los trabajadores el derecho de huelga, otro “derecho” constitucional raramente ejercido. Deng resumió su vitriólico ataque contra los restos del Movimiento por la Democracia en un discurso ante una conferencia del Partido el 25 de diciembre de 1980, tomándose especial trabajo en refutar la noción de “clase burocrática” privilegiada. Ver FBIS Daily Report, 4 de mayo de 1981, p. W8, e Issues and Studies, julio de 1981, pp. 115-116. Existe edición en castellano: “Llevar a cabo la política de reajuste económico y asegurar la situación de estabilidad y unidad”, en Textos Escogidos de Deng Xiaoping, Tomo II (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1984), pp. 393, 395, 399 y 403. 330 Deng Xiaoping, “Uphold the Four Cardinal Principles” (discurso del 30 de marzo de 1979), Selected Works of Deng Xiaoping, pp. 166-191. Existe edición en castellano: “Persistir en los cuatro principios fundamentales”, en Textos Escogidos de Deng Xiaoping, Tomo II (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1984), pp. 185-214.

239 Partido Comunista en una bien publicitada ceremonia que incluyó un discurso de Deng Xiaoping. La purga de Liu durante la Revolución Cultural fue denunciada como “la mayor conspiración para acusar a un inocente que nuestro Partido ha conocido jamás”. El entierro político de Hua Guofeng fue realizado de manera elegante pero pragmáticamente eficiente. Como recompensa por su cooperación política (y para mantener una fachada pública de unidad), a Hua le habían permitido mantener los títulos oficiales heredados de Zhou Enlai y Mao Zedong por varios años, después de que el verdadero poder hubo pasado a Deng Xiaoping. En setiembre de 1980, sin embargo, fue forzado a renunciar a su cargo de Primer Ministro del Consejo de Estado a favor de Zhao Ziyang, a quien Deng había elevado al Politburó en enero331. También en 1980, la posición de Hua como presidente del Partido, por largo tiempo carente de poder, llegó a ser un cargo puramente nominal cuando Deng Xiaoping decidió revivir el título de Secretario del Partido como el puesto dirigente, un puesto que Deng mismo había encabezado en los años cincuenta, antes de que Mao lo aboliera. Fue nombrado Secretario General (y por ende jefe formal del Partido) el más cercano discípulo de Deng, Hu Yaobang332. Hua Guofeng abandonó discretamente su ahora vacío título de presidente del Partido en junio de 1981, en la misma reunión del Comité Central que produjo la evaluación oficial sobre Mao Zedong. Un año más tarde, Hua fue cesado como miembro del Poltiburó, pero se le permitió permanecer como uno de los 348 miembros del Comité Central, un sitio de descanso honorablemente oscuro para el primer y más bien poco distinguido sucesor de Mao. El nuevo orden político moldeado por Deng después del Tercer Pleno fue formalmente consagrado cuando el Partido Comunista Chino (cuyos miembros habían crecido a 40.000.000) reunió su XII Congreso en setiembre de 1982. El Congreso, al que Deng describió como el más importante de la historia del Partido desde 1945, estuvo dedicado en gran medida a ratificar las nuevas políticas económicas de Deng (que serán consideradas en el próximo capítulo) y su renovación de la dirigencia del Partido. Fue confirmada la posición de Hu Yaobang como Secretario General y el cargo de presidente del Partido, ahora redundante, fue abolido. El Congreso puso un inusual énfasis en las virtudes leninistas de una estructura organizativa estrechamente centralizada y en la disciplina de los miembros del Partido, muchos de los cuales, en los bajos niveles de la jerarquía, eran sospechados de persistentes proclividades “izquierdistas”. El término “izquierdista” era ahora ampliamente definido para incluir la falta de entusiasmo por implementar las políticas económicas reformistas del nuevo régimen. Aunque Deng prefería gobernar el Partido desde detrás de la escena, habiendo instalado a sus protegidos como jefes del Partido y del estado, a comienzos de los años ochenta no había duda – y ciertamente ninguno osaba cuestionar – que Deng Xiaoping era verdaderamente el “líder supremo” de China. El problema de Mao y la reinterpretación del “Pensamiento Mao Zedong” 331

Zhao Ziyang, el hijo de un terrateniente de Hunan, nació en 1919. Se unió al Partido Comunista a fines de los años treinta y sirvió como cuadro político en el Ejército Rojo durante la última década de la Revolución Comunista. Ascendió rápidamente en la jerarquía burocrática posrevolucionaria, llegando a ser Secretario del Partido en la provincia de Guangdong a comienzos de los años sesenta. Purgado durante la Revolución Cultural, estuvo entre los numerosos funcionarios veteranos que Mao restauró en el poder a comienzos de los años setenta. Cuando era jefe del Partido en la provincia de Sichuan, después de 1975, sus experimentos económicos orientados hacia el mercado llamaron la atención de Deng – y lo llevaron a Beijing. 332 Hu Yaobang, (1915-1989), nacido en Hunan, se unió al PCCh en 1933 y sirvió como cuadro político bajo Deng en el Segundo Ejército de Campo. Permaneció en el entorno de Deng después de 1949 y su carrera política posrevolucionaria sufrió altibajos junto con la fortuna de su mentor. Elevado al Politburó en el Tercer Pleno en diciembre de 1978.

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La construcción por Deng Xiaoping del orden post-maoísta requería más que la eliminación de sus enemigos políticos izquierdistas y su reemplazo por funcionarios leales al nuevo líder. También se necesitaba la desmitificación de Mao Zedong, cuyo fantasma dominaba la conciencia política de la nueva época casi tanto como su persona había dominado la política de su propio tiempo. La legitimidad del régimen de Deng, dirigido por hombres que compartían el trauma de haber sido purgados durante la Revolución Cultural, podía establecerse mejor reduciendo la todavía semi-sagrada estatura del difunto Presidente, que los había purgado. Y las políticas y doctrinas maoístas podrían ser abandonadas más fácilmente demostrando la falibilidad de su autor. La reevaluación de Mao Zedong y su época estuvo motivada más que por consideraciones pragmáticas de poder político o sed de venganza. Entre las víctimas sobrevivientes de la Revolución Cultural, especialmente intelectuales y burócratas del Partido, había una necesidad moral de homenajear a sus amigos y colegas que no habían sobrevivido. Esta necesidad no sólo impuso rehabilitaciones “póstumas”, sino que también fue una dramática demostración de que habían sido aprendidas las apropiadas lecciones históricas y que los males de la época maoísta no se repetirían. Mao había predicho muchas revoluciones culturales futuras, pero sus sucesores estaban empeñados en demostrar que nunca habría otra. Con todo, cualquier evaluación seria del papel histórico de Mao Zedong era el emprendimiento político más precario, y no sólo porque la imagen del difunto Presidente ocupaba un lugar casi sagrado en la conciencia popular. Más importante era el hecho de que Mao también aparecía mucho en la conciencia y el linaje de los dirigentes post-maoístas de China. Cualquiera que fuesen sus sentimientos personales sobre el ex-presidente, no podían trazar su propia línea de ascendencia política sin un Mao históricamente redimible. Mao, después de todo, fue tanto el Lenin como el Stalin de la revolución china, si bien muy diferente de sus contrapartes rusos en ideología, práctica política y personalidad. Como Lenin, Mao ha sido el líder reconocido de la revolución y el fundador de la nueva sociedad; como Stalin, fue el gobernante supremo del régimen posrevolucionario por más de un cuarto de siglo. Denunciar simplemente a Mao como un tirano y usurpador, como Nikita Jrushchov había denunciado a Stalin en 1956, habría arrojado dudas no sólo sobre la legitimidad política del estado comunista chino, sino también sobre la validez moral de la revolución que lo produjo. Al condenar a Stalin en 1956, Jrushchov pudo invocar la autoridad de Lenin. Pero para los sucesores de Mao, no había un Lenin chino a quien invocar más que el mismo Mao. Con estas consideraciones históricas y políticas elementales en mente, Deng Xiaoping observó, en el verano de 1980, cuando se estaba preparando la reevaluación oficial de Mao, que: “no sólo es su [de Mao] retrato lo que permanece en la plaza Tiananmen, es la memoria de un hombre que nos guió a la victoria y construyó un país”333. El comentario de Deng sugiere que en la evaluación de Mao Zedong no sólo estaban involucradas consideraciones de legitimidad política, sino también la cobertura de moderno nacionalismo chino. Ya que Mao fue el gran héroe patriótico chino del siglo XX tanto como el líder de su revolución comunista. Como dijo Deng Xiaoping, él había “construido un país”, permitiéndole a una China por largo tiempo humillada y sometida, “ponerse de pie en el mundo”. Además, el enorme prestigio popular que Mao había adquirido durante su vida – como líder revolucionario tanto como dirigente nacionalista – persistió por largo tiempo después de su muerte, especialmente entre los campesinos, muchos millones de los cuales continuaron venerando al deificado 333

Entrevista de Deng con Oriana Fallaci, The Washington Post, 31 de agosto de 1980, p. D4.

241 Presidente. Ni le faltaban al difunto Mao adoradores entre los miembros vivientes del Partido Comunista, particularmente entre los viejos cuadros que habían combatido junto con él en los años de la revolución y los millones de jóvenes activistas que habían sido reclutados durante la Revolución Cultural. Deng Xiaoping era agudamente consciente de estos hechos políticos elementales de la vida política china. En una de las más perspicaces expresiones de su celebrado pragmatismo político, Deng aconsejó sobre la necesidad de realizar “una evaluación apropiada” de los méritos de Mao, advirtiendo que de otra manera, “los viejos obreros no se sentirían satisfechos, ni tampoco los campesinos pobres y de nivel medio inferior del período de la reforma agraria, ni un buen número de cuadros que tienen estrechos lazos con ellos”334. Al preparar la evaluación pública de Mao, sus asesores oficiales sabían que deberían proceder con gran cautela política. Mucho antes de que se produjera la evaluación formal de Mao Zedong por el Partido en junio de 1981, la reputación de Mao fue gradualmente socavada por una larga serie de actos y cambios ideológicos políticamente simbólicos. Aunque el Tercer Pleno de diciembre de 1978 abandonó muchas de las ideas y políticas de Mao, lo hizo sin emitir ningún juicio formal sobre Mao o el período maoísta. En realidad, el comunicado oficial que concluía el Tercer Pleno invocaba hipócritamente la autoridad de los escritos de Mao y anunciaba que la evaluación de la Revolución Cultural debería esperar hasta un “momento apropiado” en el futuro. Pero el Pleno convocó a una extensa “revocación de veredictos”, incluyendo la rehabilitación de muchos de los viejos opositores políticos de Mao. De estos, ninguno tuvo mayor importancia política simbólica que la revocación del veredicto sobre Peng Dehuai. La destitución del popular general por Mao en 1959 había sido considerada ampliamente como una de las mayores injusticias de la época maoísta, y por cerca de dos décadas se habían oído desde diversas procedencias muchos llamados a rectificar el error. Peng Dehuai había muerto en 1974, pero su caso permaneció como una de las tantas llagas ulceradas de la vida política china. De acuerdo con la decisión del Pleno, Peng fue públicamente rehabilitado el 25 de diciembre de 1978, pronunciando Deng Xiaoping la apología oficial, alabando al mariscal muerto como uno de los grandes héroes de la revolución y restaurándolo en el honorable sitio que había ocupado en la historia antes de 1959. La ceremonia estuvo preñada de significado político, ya que era imposible honrar a Peng sin sugerir que Mao había sido algo menos que honorable. Tampoco era posible honrar a Peng sin implicar críticas a la campaña del Gran Salto, al que Peng se había opuesto tan vigorosamente, llevando a su purga. El Tercer Pleno fue seguido a través del año 1979 por un torrente de críticas implícitas a Mao en las publicaciones oficiales – y de críticas explícitas por parte de los activistas del Movimiento por la Democracia, que aparecían en los periódicos no oficiales y en los carteles murales. Se aceleró la “rehabilitación” de aquellos tildados de “derechistas” y “seguidores del camino capitalista” durante la época maoísta tardía, y muchos funcionarios y escritores antiguamente purgados fueron restaurados en puestos prominentes en la vida política y cultural, fortaleciendo la opinión anti-maoísta en las mayores ciudades. Entre los rehabilitados estaba el burócrata conservador Peng Zhen, el primero de los dirigentes de alto rango del Partido caídos durante la Revolución Cultural, a quien Deng puso ahora a cargo de bosquejar los nuevos códigos legales. La crítica implícita a Mao se intensificó a través de una campaña del Partido contra el “ultra-izquierdismo”, que permanecería como la principal (aunque no la única) herejía 334

Deng Xiaoping, “Suggestions on the Drafting of the ‘Resolution on Certain Questions in the History of Our Party Since the Founding of the People’s Republic of China’”, Beijing Review, 25 de julio de 1983, p. 18.

242 ideológica y política de la época de Deng. Aunque la campaña estaba supuestamente dirigida contra Lin Biao, muerto hacía ya mucho, y contra la Banda de los Cuatro, en prisión, el estigma de ultra-izquierdismo fue pronto utilizado para caracterizar generalmente a la mayoría de las últimas dos décadas de gobierno de Mao, mientras multitud de investigadores y teóricos del Partido establecían explicaciones cada vez más elaboradas sobre las bases sociales “pequeño-burguesas” y las raíces ideológicas “feudales” de la campaña del Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural335. La crítica del ultra-izquierdismo – y de la época maoísta tardía en general – ganó considerable impulso político cuando el venerable mariscal del EPL (y miembro del Politburó) Ye Jianying conmemoró el 30º aniversario de la República Popular con un discurso pronunciado el 1º de octubre de 1979. En una alocución aprobada de antemano en detalle por el Comité Central del Partido, Ye atribuyó los desastres del Gran Salto a “errores izquierdistas” que violaron las “leyes económicas objetivas” y condenó la Revolución Cultural como una “calamidad” que duró una década (1966-1976), impuesta a China por aquellos que habían seguido una línea de “ultra-izquierda”336. Ye atribuyó la responsabilidad a Lin Biao y la Banda de los Cuatro, como era la costumbre política oficial del momento, pero quedó claro para todos que muchos otros cargaban también con la responsabilidad por la Revolución Cultural, y que principal entre ellos era Mao Zedong. En la crítica oficial del maoísmo que surgió en 1979 y 1980, Mao Zedong era raramente mencionado por su nombre. En realidad, sobre otros asuntos políticos o de políticas, sus escritos eran todavía citados como autoridad (aunque selectivamente) cuando resultaba políticamente conveniente hacerlo. Pero hubo denuncias cada vez más duras del “culto a la personalidad”, un término que cumplió la misma función eufemística, en la China de ese momento, que había cumplido un cuarto de siglo antes, durante los años de la desestalinización en la Unión Soviética. El remedio oficial para los males incentivados por el “culto a la personalidad”, a veces mencionados como “superstición moderna”, era la adherencia a las normas leninistas de “democracia interna del Partido” y “liderazgo colectivo”, aunque estos principios proclamados con fuerza hicieron poco para impedir la concentración de poder en las manos de Deng Xiaoping. El “liderazgo colectivo” halló expresión, sin embargo, en la redefinición en la ideología oficial del “Pensamiento Mao Zedong”, el cual, cada vez más purgado de sus ideas más radicales, fue ahora proclamado como la sabiduría colectiva del Partido, no simplemente la creación de un solo hombre. Cumpliendo similares funciones estaban los nuevos relatos sobre los sesenta años de historia del Partido Comunista Chino, que enfatizaban las contribuciones de revolucionarios olvidados por la historiografía del período de Mao. Para mediados de los años ochenta, aunque la cuestión del papel histórico del mismo Mao todavía tenía que ser confrontada públicamente, las dos últimas décadas del gobierno del difunto Presidente habían sido abiertas al escrutinio de la crítica. Para socavar el prestigio popular de Mao, el nuevo gobierno acudió al juicio televisado de la Banda de los Cuatro, que se inició el 20 de noviembre de 1980, cuatro años después de su arresto. Durante un período de dos meses, en el edificio del 335

Para un análisis excepcionalmente perspicaz de este importante elemento en la historia del comunismo chino, ver William Joseph, The Critique of Ultra-Leftism in China, 1958-1981 (Stanford, California: Stanford University Press, 1984). 336 “Comrade Ye Jianying’s Speech” (29 de setiembre de 1979), Beijing Review, 5 de octubre de 1979, pp. 7-32. Ye habló en nombre del Comité Central del Partido, el Comité Permanente de la Asamblea Popular Nacional (que presidía) y el Consejo de Estado. El hecho de que Ye, y no Hua Guofeng, todavía presidente nominal del Partido, pronunciara el principal discurso del 30º aniversario fue un notable signo político del momento.

243 Ministerio de Seguridad Pública en Beijing, ante un tribunal especial de treinta y cinco jueces, los Cuatro fueron juzgados junto con el antiguo secretario de Mao, Chen Boda. Un panel separado juzgaba simultáneamente a cinco ex-generales del EPL implicados en el complot de Lin Biao de 1971 contra Mao, aunque la relación entre los dos procesos nunca fue clarificada. La larga acusación imputaba a los acusados con cuarenta y ocho delitos penales, incluidos complots para derrocar al gobierno, intentos de asesinar a Mao Zedong, arrestos ilegales, tortura, y la persecución de 700.000 personas, resultando en 34.000 muertes337. Aunque se advirtió que se trataba de un juicio criminal conducido de acuerdo con un código legal moderno, el juicio fue por cierto eminentemente político. Los jueces prestaron mucha menor atención a los códigos legales que al Politburó del Partido, que dictó cuidadosamente los procedimientos desde la acusación original hasta los veredictos finales. Si el juicio a la Banda de los Cuatro no logró convencer a los observadores extranjeros de que el gobierno de Deng había adherido a las normas legales internacionalmente aceptadas – en realidad, para muchos pareció una desagradable reminiscencia de los juicios-espectáculo de estilo estalinista – sirvió para los propósitos políticos internos para los que fue puesto en escena. El muy publicitado juicio sirvió para condenar fuertemente la vida política de la última década de la época maoísta, emitiendo la televisión por las noches segmentos seleccionados de los procedimientos que mostraban testigos que relataban con espantosos detalles los horrorosos incidentes de tortura y muerte que tuvieron lugar durante la “década de la Revolución Cultural”. Para los intelectuales y trabajadores urbanos que habían sido víctimas del ahora llamado reinado “feudal-fascista” de la Banda de los Cuatro y que podían ver a Jiang Qing esposada y exhibida junto con los demás en una jaula de hierro, el juicio sirvió como un parcial “ajuste de cuentas” y de catarsis emocional. Para Deng Xiaoping y sus asociados, el juicio fue un acto sicológicamente satisfactorio de venganza política y también sirvió para la función eminentemente pragmática de facilitar la purga en curso de “izquierdistas” en las burocracias del Partido, el estado y el ejército. El juicio en Beijing fue, de hecho, el modelo para una larga serie de juicios menos publicitados de supuestos “seguidores de la Banda de los Cuatro” en las provincias. Pero el propósito políticamente más importante del espectáculo altamente ritualizado fue plantear la cuestión del papel de Mao Zedong en los acontecimientos por los cuales su viuda y excamaradas fueron condenados como criminales. Por supuesto, estuvo claro desde el comienzo que Mao Zedong era el acusado no nombrado en el juicio a la Banda de los Cuatro. En el transcurso de los procedimientos, una desafiante Jiang Qing, inconscientemente (pero previsiblemente), sirvió a los propósitos políticos de Deng Xiaoping al invocar continuamente la autoridad de su difunto marido en su defensa, declarando en un momento: “Yo fui el perro del Presidente Mao. A cualquiera que me dijera que mordiera, yo lo mordía”. Y el fiscal general, en una declaración final bosquejada por el Politburó, notó (mientras alababa ritualmente a Mao) que el pueblo chino “tiene muy en claro que el Presidente Mao fue responsable … de su difícil situación durante la Revolución Cultural”338. 337

Para el texto de la acusación, ver Beijing Review, nº 48 (1 de diciembre de 1980), pp. 9-28. Jiang Qing y Zhang Chunqiao fueron sentenciados a muerte, pero las sentencias fueron conmutadas por prisión perpetua poco después del juicio. Ambos murieron en prisión. Se dijo que Jiang Qing, que supuestamente sufría de cáncer de garganta, se había suicidado en mayo de 1991. Wang Hongwen, sentenciado a prisión perpetua, murió de enfermedad del hígado en 1992. Yao Wenyuan, sentenciado a un prolongado período de prisión, fue liberado de prisión en 1996 [Se anunció oficialmente que había muerto en Shanghai el 23 de diciembre de 2005, víctima de complicaciones de la diabetes. También se había anunciado que Zhang Chunqiao había muerto a comienzos del mismo año 2005, varios años después de ser liberado de prisión, n. del t.]. 338

244 Pero el objetivo de Deng no era condenar a Mao al olvido histórico junto con la Banda de los Cuatro. Mas bien era rescatar a Mao para la Historia separándolo de la Banda, aunque el rescatado fuera un Mao humanamente falible, considerablemente disminuido en estatura histórica y autoridad moral. La separación fue efectuada a través de la distinción entre “errores políticos” y “delitos penales”, una distinción que Deng Xiaoping había formulado en el verano de 1980. La distinción fue asumida por la prensa oficial durante y después del juicio de la Banda, y se enfatizó repetidamente que hubo “una diferencia en principio entre los errores de Mao y los crímenes de Lin Biao, Jiang Qing y sus cohortes”339. De acuerdo con esta distinción, quizás históricamente dudosa, el Partido establecería públicamente su veredicto histórico sobre Mao Zedong, cinco meses después de que la corte controlada por el Partido hubiera emitido su veredicto de culpabilidad sobre la Banda de los Cuatro. La Resolución sobre Mao Zedong El 27 de junio de 1981, un día después de aceptar la renuncia de Hua Guofeng como presidente del Partido, el Sexto Pleno del 11º Comité Central del Partido Comunista emitió la largamente esperada evaluación oficial sobre el sitio de Mao Zedong en la historia de la revolución china. La “Resolución sobre ciertas cuestiones en la historia de nuestro Partido desde la fundación de la República Popular China” había sido preparada durante un período de quince meses. Se dijo que cuatro mil dirigentes y teóricos del Partido participaron en la redacción del documento, que fue repetidamente revisado de acuerdo a detalladas “sugerencias” ofrecidas por Deng Xiaoping. Muchas de las sugerencias de Deng enfatizaban la necesidad de “afirmar” las contribuciones de Mao a la causa revolucionaria, además de criticar sus errores políticos e ideológicos. Si bien la mayoría de los miembros de mayor edad del Partido, casi todos purgados durante la Revolución Cultural, estaban ansiosos por vengarse del fantasma de Mao, Deng Xiaoping apreciaba la necesidad política de preservar a Mao como un símbolo de legitimidad revolucionaria y nacionalista. Como había insistido Deng, la versión final de la Resolución celebraba generosamente el liderazgo de Mao en la larga lucha revolucionaria y alababa sus “brillantes éxitos” en el desarrollo económico y la “transformación socialista” durante los primeros años de la República Popular. Con todo, mientras alababa a Mao como un gran revolucionario y modernizador, la Resolución era severa al criticar los “errores” del difunto Presidente durante las últimas dos décadas de su gobierno. Entre los errores de Mao estaba su decisión de ampliar la extensión de la campaña anti-derechista de 1957, resultando en la persecución de muchos intelectuales y cuadros inocentes, aunque la fase original de la caza de brujas (que había sido dirigida por Deng Xiaoping) era juzgada “necesaria” y “correcta”. Más serios eran los errores “izquierdistas” de Mao, que fueron responsables por los desastres económicos del Gran Salto, aunque se reconocía que la mayoría de los dirigentes del Partido (incluidos Liu Shaoqi y Deng Xiaoping) habían apoyado inicialmente la desdichada aventura con considerable entusiasmo. Además, se denunció que Mao había socavado los principios leninistas de “centralismo democrático en la vida del Partido” gobernando con “arbitrariedad personal” y apoyando un “culto a la personalidad” durante sus últimos años. Aún más seria fue su invención de “erróneas tesis de izquierda” que aprobaron la Revolución Cultural, ahora condenada sin ambigüedades como una catástrofe que duró una década, 339

Por ejemplo, Beijing Review, nº 1 (5 de enero de 1981). La distinción había sido establecida bien antes del juicio de la “Banda”. Ver, por ejemplo, la entrevista de Deng con Oriana Fallaci, Washington Post, 31 de agosto de 1980, p. D4.

245 “responsable por el más severo retroceso y las más grandes pérdidas sufridas por el Partido, el estado y el pueblo desde la fundación de la República Popular”. Aunque los peores males del periodo les fueron atribuidos a Lin Biao y la Banda de los Cuatro, a Mao no se le ahorraron acusaciones. La Resolución concluía que “la principal responsabilidad por el grave error izquierdista de la Revolución Cultural, un error amplio en magnitud y prolongado en duración, yace verdaderamente en el camarada Mao Zedong”340. Los errores “izquierdistas” del envejecido Mao, que aparecían de manera tan prominente y ominosa en la crítica del Partido, son tendencias ideológicas que los marxistas tradicionalmente han denunciado como “utópicas” y “acientíficas”. La resolución trabajó sobre esto. Mao, de acuerdo a sus evaluadores oficiales, “sobreestimó el papel de la voluntad y los esfuerzos subjetivos del hombre”, se dejó dominar por teorías y políticas “divorciadas de la realidad” y levantó expectativas completamente irreales sobre el inminente advenimiento de una utopía comunista en condiciones de atraso material. Con esto, violó lo que sus sucesores marxistas-leninistas más ortodoxos tomaban por ser “las leyes objetivas” de la historia. Con todo, por muy dura que fuera la crítica oficial en este y otros aspectos, la Resolución, en su evaluación histórica de conjunto, concluía que las “contribuciones de Mao a la revolución china superaban largamente sus errores” y que a causa de esas contribuciones a través de tantas décadas, “el pueblo chino siempre ha considerado al camarada Mao Zedong como su respetado y amado gran líder y maestro”. En los años que siguieron a la promulgación de la Resolución, llegó a ser una ortodoxia popularizada que Mao había estado acertado en un 70 % y equivocado en un 30 %. Las evaluaciones privadas de Mao por parte de muchos intelectuales y dirigentes políticos del orden post-maoísta eran menos generosas que las afirmadas públicamente en el documento del Comité Central de junio de 1981. Pero la alabanza de Mao en la Resolución oficial, que acompañaba incómodamente a la crítica de sus errores “izquierdistas”, reflejaba más que una búsqueda de continuidad revolucionaria y legitimidad política por parte de los nuevos dirigentes del Partido Comunista Chino. La alabanza también reflejaba el genuino respeto y admiración (si no necesariamente afecto) sentidos por los dirigentes veteranos del Partido sobrevivientes hacia el Mao más temprano – el Mao que fue el líder de la revolución, el Mao que fue el libertador de la nación china, y el Mao que había sido un modernizador económico – antes de que llegara a estar infectado con ideas “erróneamente izquierdistas”. Los funcionarios veteranos del Partido, ahora restaurados en el poder después de años de humillación, y a veces de persecución, recordaban nostálgicamente al Mao que había sido el líder del Partido durante sus días de juventud como revolucionarios. Y contemplaban al Mao que dirigió el nuevo estado a comienzos y mediados de los años cincuenta, un tiempo que ahora consideraban como una edad de oro en la historia de su país. Para Deng Xiaoping y muchos de sus asociados, estaban involucradas más que consideraciones políticas pragmáticas en su alabanza de Mao, ya que buscaban recapturar el maoísmo “incorrupto” de los años anteriores a 1957, antes de que Mao sucumbiera a las que consideraban perniciosas ideas radicales y utópicas. En los años posteriores a que la Resolución de 1981 clausurara la cuestión de Mao, al menos oficialmente, los artefactos restantes del culto a Mao fueron discretamente retirados de la exhibición pública, aunque algunos pronto harían extrañas reapariciones en la cultura popular y en la vida política no oficial. Pero en 1981, en la ideología y los rituales políticos oficiales del Partido Comunista, Mao era mantenido 340

Para el texto oficial de la “Resolution on Certain Questions in the History of Our Party Since the Founding of the People’s Republic of China”, ver Beijing Review, nº 27 (6 de julio de 1981), pp. 10-39.

246 como un símbolo revolucionario, nacionalista y modernizador. El propósito, por supuesto, era reforzar la legitimidad del régimen post-maoísta uniéndolo a la tradición revolucionaria comunista china, una tradición en la cual Mao, por supuesto, había desempeñado la parte mayor y más prolongada. En consecuencia, los escritos de Mao continuaron siendo citados con frecuencia en las publicaciones oficiales, si bien muy selectivamente, y la muy des-radicalizada imagen del difunto Presidente continuó siendo utilizada y a veces celebrada a lo largo de los años que siguieron, según lo dictaran las circunstancias políticas. Con todo, quizás más importante que la preservación de Mao Zedong como símbolo político fue el simultáneo repudio del radicalismo social e ideológico de las dos últimas décadas de la época maoísta. Esto, junto con la reducción de Mao de semidiós a líder de proporciones humanamente falibles, capaz de errores “amplios en magnitud”, proporcionaba una necesaria aprobación ideológica para el abandono de las políticas socioeconómicas maoístas a favor de las reformas económicas orientadas hacia el mercado que Deng Xiaoping y los demás estaban preparando. CAPÍTULO 23: LAS REFORMAS DE MERCADO Y EL DESARROLLO DEL CAPITALISMO Deng Xiaoping llegó al poder a fines de 1978 con una plataforma que defendía la “democracia socialista”. La promesa de un socialismo democrático tocaba cuerdas profundamente sensibles en la sociedad china, especialmente entre los intelectuales y la clase obrera urbana, ganándole a Deng entusiástico apoyo popular en las ciudades. El régimen de Deng dirigiría uno de los episodios más extraordinarios de crecimiento económico en la historia mundial, que proporcionaría relativa (aunque muy desigual) prosperidad al pueblo chino, pero ni el socialismo ni la democracia prosperarían en la China post-maoísta. La democracia fue la primera promesa de Deng que fue rota. Apenas tres meses después de su victoria en el Tercer Pleno de diciembre de 1978, Deng se volvió contra los miembros más vulnerables de la coalición política que lo había llevado al poder – los jóvenes activistas que habían escrito los apasionados tratados políticos y las intensas poesías que aparecieron en el Muro de la Democracia, y que habían proporcionado buena parte del brío para el movimiento a favor de Deng durante los últimos meses de 1978. La represión del Movimiento por la Democracia, marcada por el arresto de Wei Jingsheng en marzo de 1979, fue un deprimente indicador profético del futuro político de la China post-maoísta. Sin duda, durante el reinado de Deng Xiaoping el estado comunista relajó en general su control sobre la sociedad china, liberando a cientos de miles de prisioneros políticos y aflojando los controles ideológicos. Estos logros políticos no fueron de ningún modo insignificantes para el pueblo chino. Pero su potencial democrático fue limitado severamente. Ya que cuando el nuevo régimen repetía constantemente que la “reforma política” acompañaría a la “reforma económica”, Deng no estaba hablando de un proceso de democratización, como el que aparentemente había prometido y muchos habían asumido que era su objetivo. Más bien, por reforma política él entendía, antes que nada, la restauración de las normas organizativas leninistas en el Partido Comunista Chino, cuya disciplina había sido socavada por la desorganización de la Revolución Cultural. En segundo lugar, significaba la racionalización del gobierno burocrático, al hacer de la burocracia comunista (en palabras de Deng) “más joven en promedio, mejor

247 educada y calificada profesionalmente”.341 En suma, no habría cambios sustantivos en el sistema político comunista, por muy lejos que llegara la transformación económica. El Partido Comunista Chino, con su carácter leninista restaurado y refinado, mantendría su monopolio del poder político. Y los fundamentos del sistema político estalinista serían preservados. Si había poco contenido democrático en la concepción de Deng de “democracia socialista”, había aún menos sustancia socialista. Cuando Deng Xiaoping y sus colegas políticamente victoriosos comenzaron a considerar las políticas de reforma económica a fines de 1978 y comienzos de 1979, favorecieron varias medidas de descentralización económica y fueron atraídos cada vez más por las soluciones de mercado para romper las rigideces del sistema chino de planificación económica central, de tipo soviético. Pero tenían poco interés en alguna reorganización socialista de la producción, donde los mismos productores adquirieran cierto grado de control sobre las condiciones y productos de su trabajo. Las razones de esta falla en considerar una solución socialista son dignas de examinar. La confusión sobre la definición de socialismo jugó una parte. En sus formas distorsionadas estalinista (y maoísta), tanto en teoría como en la práctica, el “socialismo” tendía a ser medido por el grado de control estatal sobre la producción, poco atractivo para los reformadores, que atribuían los problemas de la economía china a un sistema de planificación estatal excesivamente centralizado y burocratizado. Pero aun aquellos que comprendían apropiadamente al socialismo como el control de los procesos productivos por los productores inmediatos más bien que por el estado, eran reacios a proponer soluciones socialistas. Ya que las soluciones socialistas genuinas presuponían democracia política, y por lo tanto planteaban un desafío directo al poder del Partido Comunista Chino. En realidad, el verdadero socialismo era contemplado como un doble desafío: una amenaza tanto al poder económico como al político de la burocracia comunista. Además, el socialismo bajo la forma del control real de los obreros y campesinos hubiera sido una novedad histórica, no habiendo existido nunca en China o en otro lado; por esto, inevitablemente generaba temores hacia lo desconocido. Los reformistas chinos, por muy audaces e innovadores que hayan aparecido al comienzo, se limitaron a los modelos económicos existentes en la realidad. Así, en las discusiones entre los intelectuales y dirigentes comunistas del bando políticamente victorioso de Deng en la época del Tercer Pleno, nunca fue considerada seriamente una alternativa genuinamente socialista al control económico. Sólo se discutieron las medidas reformistas que se pudieran adaptar al sistema político existente. Estas incluían varios planes para la descentralización económica y la introducción de mecanismos de mercado. Estos últimos les parecían particularmente intrigantes a muchos dirigentes y teóricos comunistas, ya que les fueron presentados en un momento en que la celebración neo-liberal a nivel mundial de la “magia del mercado” estaba alcanzando un crescendo. La descentralización de la administración y de la toma de decisiones económicas, experimentada con anterioridad en la República Popular (más radical y desastrosamente durante la campaña del Gran Salto Adelante de 1958-1960), no planteó una amenaza general al dominio comunista, aunque, dependiendo del esquema particular, la descentralización podía favorecer a algunos sectores de la burocracia y debilitar o limitar a otros. Tampoco era el mercado la amenaza mortal al sistema 341

Deng Xiaoping, “On the Reform of the System of Party and State Leadership” (18 de agosto de 1980), Selected Works of Deng Xiaoping (Beijing: Foreign Languages Press, 1984), p. 308. Existe edición en castellano: “La reforma del sistema de dirección del Partido y del estado”, en Textos Escogidos de Deng Xiaoping, Tomo II (Beijing: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1984), p. 346.

248 político comunista que muchos observadores extranjeros habían creído que era. Los dirigentes comunistas chinos, en parte inspirados por los modelos aparentemente exitosos de “socialismo de mercado” en Hungría y Yugoslavia, calcularon que los mecanismos de mercado podrían ser utilizados para mejorar la cantidad y calidad de la producción industrial y agrícola sin que el Partido renunciara al poder político o el estado perdiera el control sobre las “cumbres dominantes” de la economía. De una manera general, estos cálculos resultaron correctos. El Partido-estado comunista permaneció políticamente dominante y mantuvo una gran medida de control sobre los sectores vitales de la economía. Además, los burócratas comunistas, muchos inicialmente suspicaces con respecto a las relaciones de mercado (en parte a causa de principios ideológicos, en parte por intereses materiales propios), pronto descubrieron que estaban extraordinariamente bien situados para sacar provecho generosamente de una economía de mercado. Por supuesto, muchos se apresuraron a hacerlo, en miles de maneras que exploraremos enseguida. En la historia mundial moderna, el mercado está, por supuesto, íntimamente identificado – económica, social e ideológicamente – con el capitalismo industrial.342 Que una economía de mercado inevitablemente alimenta las relaciones sociales capitalistas y todas las consecuencias injustas del capitalismo, era bien conocido para los dirigentes comunistas chinos a fines de los años setenta. Pero Deng Xiaoping y sus socios reformistas no preveían un futuro capitalista para China. Aunque algunos de los reformadores más celosos tendían a “diseminar una visión ingenua de las maravillas del mercado”, como ha observado Carl Riskin343, la mayoría no defendía la economía de mercado o el régimen capitalista a causa de sus virtudes intrínsecas. En cambio, contemplaban el mecanismo del mercado como un medio para alcanzar objetivos finales socialistas, y como la forma más eficiente de romper el sofocante sistema de planificación estatal centralizada y acelerar el desarrollo de las fuerzas productivas modernas, creando por lo tanto los fundamentos materiales imprescindibles para una futura sociedad socialista. La creencia de que estaban persiguiendo objetivos finalmente socialistas era reforzada por los experimentos de “socialismo de mercado” entonces en desarrollo en las comunistas Hungría y Yugoslavia, cuyos modestos logros habían sido muy exagerados por los comentaristas occidentales simpatizantes. El uso de medios y métodos capitalistas para alcanzar objetivos socialistas futuros fue aprobado ideológicamente por medio de una interpretación de la teoría marxista más ortodoxa de lo que hubiera sido aceptable en el periodo de Mao. Los teóricos de Deng pusieron un énfasis especial en la tesis marxiana de que el socialismo presuponía el capitalismo, la creencia que distinguió al marxismo original de otras teorías socialistas del siglo XIX. Una verdadera sociedad socialista, había afirmado Marx, sólo podía ser construida sobre las bases materiales y sociales del capitalismo, sólo donde existían industrias en gran escala y, en correspondencia, un proletariado urbano maduro, el agente social indispensable del futuro socialista. Por esto, el capitalismo, por muy socialmente destructivo e inhumano que fuera, era una etapa necesaria y progresiva de la Historia, pensaba Marx. En realidad, muchos de los textos clásicos marxistas, sin excluir el Manifiesto Comunista, pueden ser leídos (y ahora de hecho eran leídos en China) como celebraciones de los extraordinarios poderes 342

Sobre la historia social e ideológica del mercado en la Inglaterra del siglo XIX, ver el clásico estudio de Karl Polanyi, The Great Transformation (Boston: Beacon Press, 1957). Existe edición en castellano: La gran transformación (México: Fondo de Cultura Económica, 1992). 343 Carl Riskin, “Market, Maoism and Economic Reform in China”, en Mark Selden y Victor Lippit (eds.), The Transition to Socialism in China (Armonk, N.Y.: M.E. Sharpe, 1982), p. 318.

249 productivos del capitalismo. Los reformadores comunistas chinos, por lo tanto, invocaron la autoridad de Marx para apoyar los métodos capitalistas que favorecían, y también citaban frecuentemente a Lenin, especialmente sus citas bien conocidas como “el único socialismo que podemos imaginar es uno basado en todas las lecciones aprendidas a través de la cultura capitalista en gran escala”.344 En su búsqueda de una justificación racional marxista para las políticas de reforma de mercado, los ideólogos de Deng pusieron un enorme énfasis en las perniciosas influencias de la tradición feudal china. A causa del fracaso del capitalismo en la historia moderna china, afirmaban, las formas precapitalistas de vida y conciencia socioeconómica han sobrevivido en la época socialista, haciendo de los “restos del feudalismo”, y no del capitalismo, la mayor barrera para el desarrollo económico moderno de China – y por esto el mayor obstáculo al verdadero desarrollo del socialismo a largo plazo. Los efectos perniciosos de un capitalismo débil y distorsionado fueron perpetuados por la breve e incompleta revolución de la “Nueva Democracia” de Mao Zedong, agobiando a la República Popular con una persistente “conciencia feudal” que era, afirmaban, responsable en gran medida por los desarrollos negativos del último periodo de la época maoísta, especialmente el Gran Salto y la Revolución Cultural. Dado que el capitalismo es el antagonista histórico natural del feudalismo, de acuerdo a la teoría marxista, se deduce que el capitalismo todavía tiene un papel progresivo y necesario que desempeñar en China. Sobre la cuestión de si los medios capitalistas que defendían eran consistentes con los objetivos socialistas que buscaban, los reformadores estaban quizás en problemas para responder, pero en su mayoría permanecían silenciosos. Otra construcción ideológica usada para proveer una justificación racional semimarxista para el mercado fue una tesis que Deng Xiaoping había establecido más de dos décadas atrás. En el VIII Congreso del Partido en setiembre de 1956, Deng había afirmado que con la “transformación socialista”, o sea, la nacionalización de la industria y la colectivización de la agricultura, las divisiones de clase (y la lucha de clases) habían sido virtualmente eliminadas. Por lo tanto, la principal contradicción en la sociedad china ya no era entre grupos sociales antagónicos, sino más bien entre “el sistema socialista avanzado y las fuerzas productivas atrasadas”345. El remedio, por supuesto, era concentrarse en desarrollar las fuerzas productivas para crear la base económica en sincronización con la “superestructura” política y social supuestamente socialista. Mao Zedong hizo poco uso de las fórmulas del VIII Congreso, que pronto descartaría a favor de un renovado énfasis en la lucha de clases. Pero cuando Deng Xiaoping llegó al poder en 1978, su tesis del VIII Congreso de 1956 fue resucitada para ser la principal ortodoxia ideológica de la época post-maoísta, aprobando la subordinación de todas las preocupaciones sociales (y socialistas) a la persecución nacionalista del rápido desarrollo económico, a ser cumplido a través de los medios más convenientes, sin excluir los recursos del mercado capitalista. En los años ochenta, como veremos, la tesis de Deng fue refinada y explicitada para llegar a ser la teoría de “la primera etapa del socialismo”, una noción económicamente determinista (bajo una casi trillada apariencia marxista) que sirvió para darle prioridad al desarrollo económico nacional, sin importar el costo social.346 344

Citado, por ejemplo, por Hu Ch’iao-mu [Hu Qiaomu], “Observe Economic Laws, Speed Up the Four Modernizations”, Peking Review, 10 de noviembre de 1978, pp. 10-11. 345 “Resolution of the Eight National Congress of the Communist Party of China on the Political Report of the Central Committee” (27 de setiembre de 1956), Eight National Congress of The Communist Party of China, Vol. I: Documents (Beijing: Foreign Languages Press, 1956), p. 116. 346 Ver el Capítulo 24 para una breve discusión de la noción de “la primera etapa del socialismo”.

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El programa de reforma económica de Deng Xiaoping comenzó en 1979, aprobado oficialmente por el mandato un poco ambiguo del Tercer Pleno de combinar el “ajuste por el mercado” con el “ajuste por el plan”. La ambigüedad de la fórmula fue planeada para satisfacer tanto a los defensores de las reformas por medio del mercado como a aquellos que deseaban preservar la supremacía de la planificación estatal central, mientras permitían un papel suplementario para el mercado. En todo caso, las reformas iniciales, diseñadas para corregir los desequilibrios económicos heredados del período de Mao, fueron esencialmente medidas administrativas y no requirieron mayores concesiones al mercado. En la primavera de 1979, abandonando sin ceremonias el Plan de Diez Años de Hua Guofeng, el nuevo gobierno redujo radicalmente las inversiones en la industria pesada y la construcción en beneficio de la industria ligera y la agricultura. Se emprendieron exitosos esfuerzos para bajar la “tasa de acumulación”, o sea la proporción del producto social apropiado por el estado para expandir la capacidad productiva. La tasa se había elevado rápidamente durante la etapa final de la época de Mao y aún más rápido bajo el régimen de Hua Guofeng, deprimiendo, por lo tanto, el consumo. Ahora, esta tendencia fue revertida. Los precios pagados a los campesinos por los productos agrícolas fueron aumentados sustancialmente, incluyendo un 20 % de aumento en los precios pagados a cambio de las entregas compulsivas de grano a los almacenes del estado y un 50 % de premio por ventas arriba de la cuota. Además, el límite de las parcelas familiares privadas fue elevado del 5 al 15 % de la tierra cultivada, y las restricciones estatales a las actividades de los mercados rurales fueron moderadas en gran medida. Los trabajadores urbanos también se beneficiaron, aunque mucho menos que los campesinos, por un nuevo plan de bonos y participación en las utilidades en las empresas estatales que recompensaba los aumentos en la productividad. Las políticas económicas iniciales del régimen de Deng estimularon considerables aumentos en la producción agrícola y la industria ligera, mientras que a la vez proporcionaban a los habitantes del campo y de las ciudades mayores ingresos para adquirir bienes de consumo, que ahora estaban siendo producidos e importados en cantidades cada vez mayores. El marcado mejoramiento de los niveles de vida populares y el boom del consumo, tan evidentes a comienzos de los años ochenta, fueron resultados directos de los cambios de políticas de 1979. Aunque el aumento del consumo se debió principalmente al aumento de los ingresos, fue ayudado por el vigoroso apoyo por parte del gobierno de Deng al que resultó un renacimiento asombrosamente rápido de la empresa privada, tanto en las ciudades como en el campo. Además de los florecientes mercados y ferias rurales, a comienzos de los años ochenta las calles de las ciudades se vieron transformadas rápidamente por la reaparición de vendedores ambulantes que ofrecían diversas mercaderías y comidas, la apertura de restaurantes y hosterías privados, y el establecimiento de muchos negocios nuevos de venta al por menor y de servicios – desde peluquerías hasta tiendas de arreglo de televisores. También hubo un renacimiento de la producción artesanal tradicional, a veces organizada en cooperativas laxamente estructuradas, mientras se producían ropas y diversos artículos para el hogar en talleres apresuradamente levantados por mujeres que trabajaban en sus viviendas mediante el sistema de putting-out. El apoyo del gobierno a estos emprendimientos empresariales, privados y vagamente colectivos, tenía en parte la intención de llenar un vacío de larga data en los sectores económicos de venta al por menor y de servicios. Condenados los mercados y tiendas privados como “apéndices capitalistas” y prohibidos en su mayoría durante el

251 período final de Mao, la gente a menudo tenía que viajar largas distancias para obtener los bienes y servicios que necesitaba en las tiendas del gobierno, que frecuentemente estaban provistas (usualmente en exceso) de empleados indiferentes. En su mayor parte, la promoción de las empresas privadas por parte del gobierno tenía el propósito de mitigar las tensiones sociales producidas por el desempleo. Para 1984, de acuerdo con las cifras oficiales, cerca de cuatro millones de personas estaban empleadas o autoempleadas en el floreciente sector privado de la economía urbana, y más de 32 millones trabajaban en empresas “colectivas” urbanas, que operaban cada vez más de manera capitalista en una economía crecientemente dirigida por el mercado.347 Los números se multiplicaron rápidamente cuando el gobierno eliminó las restricciones al número de trabajadores que podían ser empleados por las empresas capitalistas privadas; para mediados de los años ochenta, los emprendimientos privados y “colectivos” habían llegado a ser los sectores de la economía urbana que más rápidamente crecían. El empleo y semi-empleo de trabajadores por empresarios privados era muy atractivo para el gobierno. Esto quedó en claro desde el comienzo, cuando uno de los principales defensores del mercado observó cándidamente que “no se le requerirá al estado que les pague los salarios”.348 El estado tampoco debería pagarle los salarios al creciente número de gente que se empleaba como sirvientes en viviendas privadas. Los sirvientes no eran de ningún modo desconocidos en el período de Mao, pero la mayoría eran empleados del estado que trabajaban en las oficinas y viviendas de funcionarios gubernamentales de alto rango. En los años posteriores a Mao, doncellas, cocineros, jardineros y niñeras llegaron a ser comunes en las residencias de la creciente elite de tecnócratas, intelectuales y burócratas de nivel medio, tanto como en las viviendas de los más exitosos empresarios capitalistas de China y de los nuevos y numerosos residentes extranjeros. La reaparición de pequeñas empresas privadas contribuyó a la animación de las ciudades chinas a comienzos de la época de Deng, que los extranjeros contrastaban con el austero y monótono carácter de la vida urbana en la China maoísta – una comparación invariablemente hecha aun por aquellos que nunca habían visitado China durante el periodo de Mao. Los vendedores ambulantes y los pequeños restaurantes al aire libre pronto fueron seguidos por hoteles de muchos pisos, clubes nocturnos y tiendas de lujo – y también por mendigos y prostitutas. Las ciudades chinas, por lo tanto, comenzaron a parecerse a las grandes ciudades del resto del mundo, desplegando esos fuertes y penosos contrastes entre la riqueza ostentosa y la pobreza opresiva que marcan a la mayoría de las sociedades capitalistas contemporáneas. A comienzos de los años ochenta, la resurrección del comercio minorista en las ciudades fue saludada por muchos observadores occidentales como signo del nacimiento de un vigoroso capitalismo chino. Por supuesto, no faltaron historias de empresarios que hicieron caso al mandato del gobierno de “hacerse ricos”, publicitadas ampliamente tanto en la prensa china como en la extranjera. Pero la gran mayoría de quienes trabajaban en el nuevo sector privado alcanzaron éxitos muy modestos a lo más, o fueron capaces de mantener a duras penas una existencia marginal, de manera muy similar a sus contrapartes de las ciudades de los otros países del tercer mundo. Los orígenes reales del capitalismo chino se encontrarían no en el pequeño capitalismo comercial de las ciudades, sino en el comercio exterior y las inversiones extranjeras que pasaron a través de las “puertas abiertas” de Deng Xiaoping a lo largo de la costa del sur

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Riskin, China’s Political Economy, Tabla 14.1, p. 355. Xue Muqiao en una entrevista por radio de julio de 1979. Citado por Roger Garside, Coming Alive, p. 358. 348

252 de China – y en el estado comunista chino y sus burócratas que controlaban el paso a través de estas puertas. La política de puertas abiertas Cuando Zhou Enlai estableció la política de las “Cuatro Modernizaciones” en enero de 1975, los dirigentes comunistas chinos asumieron que la consecución de los ambiciosos objetivos económicos que Zhou proponía requeriría una gran expansión del comercio internacional de China, la adquisición de la tecnología más nueva de los países capitalistas avanzados, y probablemente pedir prestados capitales extranjeros. Esto significaría el abandono – de hecho si no de nombre – de la política maoísta de “auto-confianza” nacional. El principio de la “auto-confianza” había adquirido un estatus casi sagrado en la China maoísta. En parte, sin embargo, la celebración de la auto-confianza fue cuestión de hacer de la necesidad una virtud. En gran medida aislada del mercado capitalista mundial por unos Estados Unidos hostiles por más de dos décadas, y luego separada de la mayoría del mundo comunista también, cuando las relaciones con la Unión Soviética se deterioraron a fines de los años cincuenta, China no tuvo otra elección que apoyarse en sus propios recursos durante la mayoría del periodo maoísta. Esta necesidad fue hecha quizás más aceptable, y por cierto racionalizada ideológicamente, por la herencia revolucionaria maoísta, especialmente el ideal de Yan’an de autosuficiencia económica.349 Sin duda, algunos dirigentes comunistas, y ciertamente Mao Zedong entre ellos, estaban deseosos de pagar el precio económico que la auto-confianza exigía, para inmunizar a la China socialista contra los efectos corrosivos del mercado capitalista mundial. En todo caso, Mao y sus colegas, conscientes o no, estaban imitando parcialmente el sistema proteccionista que Friedrich List ideó en la Prusia de fines del siglo XIX, una estrategia que mantuvo a Alemania, que estaba atrasada industrialmente, relativamente aislada hasta que fue capaz de competir con la industrializada Inglaterra. Deliberado o no, permanece el hecho de que cuando China entró en el mercado mundial capitalista a fines de los años setenta, lo hizo en términos mucho más favorables de los que podría haber obtenido en los años cincuenta.350 Con todo, cualesquiera que hubieran sido sus principios y estrategia consciente, cuando la oportunidad se presentó, los dirigentes de la República Popular actuaron rápidamente para llevar a China hacia el mundo capitalista del comercio y las finanzas internacionales. El movimiento se inició en los últimos años del periodo de Mao, luego de la reconciliación con los Estados Unidos y la visita de Richard Nixon a Beijing y Shanghai en febrero de 1972. Entre 1971 y 1974, el comercio exterior de China creció más del triple, la mayor parte con países no comunistas.351 El ritmo del comercio se aceleró bajo el régimen interino de Hua Guofeng y, como se ha notado, el fallido Plan de Diez Años de Hua llamaba a la importación masiva de capital y tecnología extranjeros. La estrategia de desarrollo orientada hacia el mercado de Deng Xiaoping, y sus políticas de “puertas abiertas”, aceleraron en gran medida la integración de China al mercado mundial capitalista. De 1978 a 1988, el comercio exterior creció más de cuatro veces, y entonces se volvió a cuadruplicar otra vez en los siguientes seis años, con Japón, Hong Kong y los Estados Unidos como los principales socios comerciales. 349

Ver Mark Selden, The Yenan Way in Revolutionary China (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1971). 350 Sobre el paralelo entre la República Popular y Prusia, ver el perspicaz artículo de Wolfgang Deckers, “Mao Zedong and Friedrich List on De-Linking”, Journal of Contemporary Asia, Vol. 24, nº 2 (1994), pp. 217-226. 351 Riskin, China’s Political Economy, Tabla 9.1 “China’s foreign trade, 1965-1975”, p. 208.

253 Este floreciente comercio ha sido conducido, en general, de acuerdo al proclamado principio chino de “equidad y beneficios mutuos”, y es seguro asumir que los participantes de todos los lados han sacado provecho de sus diversos negocios. Lo que ha quedado bajo la crítica pública no son las “puertas abiertas” al comercio, sino la apertura de China a las inversiones extranjeras – y, para atraer capital extranjero, el renacimiento de prácticas que recordaban desagradablemente a la vida en los puertos de los tratados, bajo dominio extranjero, durante la época semi-colonial. Los ejemplos más notorios de este último fenómeno se encontrarán en las “zonas económicas especiales”. Las prim