Más nuevas del imperio: Estudios interdisciplinarios acerca de Carlota de México 9783964562692

Ensayos en torno a la figura de la esposa del efímero emperador Maximiliano. Une estudios interculturales y de género so

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Más nuevas del imperio: Estudios interdisciplinarios acerca de Carlota de México
 9783964562692

Table of contents :
INDICE
Prólogo
"Diez pesos a un zapatero Le doy si sabe coser La boca de mi mujer...": Las mujeres del Imperio y la prensa satírica
Carlota en México
El proyecto de constitución del Segundo Imperio Mexicano: Notas sobre el manuscrito de la archiduquesa Carlota
Carlota fue Roja
El dinero de Carlota
Así se vieron a sí mismos: La correspondencia mutua de Maximiliano y Carlota
Carta de Carlota: Enigma de un escrito o Crónica de una investigación (work in progress)
La memoria de Carlota y el modelo de una historiografía intercultural. Reflexiones acerca de la teoría historiográfica implícita en Noticias del Imperio
De la patria a lo exótico: Carlota y su México en Noticias del Imperio
Noticias del Imperio de Fernando del Paso: Una emperatriz en el polo de poder del Segundo Imperio. Invenciones e intervenciones
"Nuestro amor vivirá más que el imperio": Paráfrasis de Zorrilla y el Tenorio en el Don Juan en Chapultepec de Vicente Leñero
Adiós, mamá Carlota de Homero Aridjis: Una visión apocalíptica de la historia mexicana
Historia universal como juicio universal - Carlota y Maximiliano de México en la literatura italiana del Ottocento (Chiaja, Levi, Betteloni, Carducci)
"Rouge gagne". Perspectivas femeninas e interculturales en: Juárez ou la guerre du Mexique (1880/1886) de Alfred Gassier
"Lonely empurpled exiles": Maximilian and Carlota of Mexico in selected English novels
The Music of Carlota's Mind
Entre el costumbrismo y la historia: Carlota. Una revisión de imágenes
Carta de Doña Carlota, ex-emperatriz de México, a la Duquesa de Aosta
Lista de autores

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Lateinamerika-Studien Band 45

Lateinamerika-Studien Herausgegeben von Walther L. Bernecker Titus Heydenreich Gustav Siebenmann

Hanns-Albert Steger Franz Tichy Hermann Kellenbenz fl*

Schriftleitung: Titus Heydenreich Band 45

Más nuevas del imperio Estudios interdisciplinarios acerca de Carlota de México

Edición a cargo de Susanne Iglery Roland Spiller

Vervuert • Iberoamericana • 2001

Anschrift der Schriftleitung: Universität Erlangen-Nürnberg Zentralinstitut für Regionalforschung Sektion Lateinamerika Kochstraße 4 D-91054 Erlangen

Die Deutsche Bibliothek - CIP-Einheitsaufnahme Más nuevas del imperio : Estudios interdisciplinarios acerca de Carlota de México / Susanne Igler y Roland Spiller (eds.). Madrid: Iberoamericana; Frankfurtam Main: Vervuert, 2001 (Lateinamerika-Studien; Bd. 45) ISBN 84-8489-023-6 (Iberoamericana) ISBN 3-89354-745-2 (Vervuert) ©bythe Editors2001 Reservados todos los derechos Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico blanqueado sin cloro. Impreso en Alemania: Difo-Druck, Bamberg

Última fotografia de la emperatriz Carlota durante un paseo con una dama de honor y el castellano (fuente: Bildarchiv, ÖNB Wien)

INDICE

Prólogo

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"Diez pesos a un zapatero le doy si sabe coser la boca de mi mujer ...": Las mujeres del Imperio y la prensa satírica Erika Pañi

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Carlota en México Amparo Gómez Tepexicuapan

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El proyecto de constitución del Segundo Imperio Mexicano: Notas sobre el manuscrito de la archiduquesa Carlota Jaime del Arenal Fenochio

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Carlota fue Roja Patricia Galeana

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El dinero de Carlota José Manuel Villalpando César

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Así se vieron a sí mismos: La correspondencia mutua de Maximiliano y Carlota Konrad Ratz

85

Carta de Carlota: Enigma de un escrito o Crónica de una investigación (work in progress) Verena Teissl

103

La memoria de Carlota y el modelo de una historiografía intercultural. Reflexiones acerca de la teoría historiográfica implícita en Noticias del Imperio Vittoria Borsó

119

De la patria a lo exótico: Carlota y su México en Noticias del Imperio Fátima Gallego

139

Noticias del Imperio de Fernando del Paso: Una emperatriz en el polo de poder del Segundo Imperio. Invenciones e intervenciones Ingeborg Nickel

157

"Nuestro amor vivirá más que el imperio": Paráfrasis de Zorrilla y el Tenorio en el Don Juan en Chapultepec de Vicente Leñero Susanne Igler

171

Adiós, mamá Carlota de Homero Aridjis: Una visión apocalíptica de la historia mexicana Thomas Stauder

189

Historia universal como juicio universal - Carlota y Maximiliano de México en la literatura italiana del Ottocento (Chiaja, Levi, Betteloni, Carducci) Adrián La Salvia

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"Rouge gagne". Perspectivas femeninas e interculturales en: Juarez ou la guerre du Mexique (1880/1886) de Alfred Gassier Roland Spiller

227

"Lonely empurpled exiles": Maximilian and Carlota of Mexico in selected English novels Beatrix Taumann

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The Music of Carlota's Mind Robert Avalon

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Entre el costumbrismo y la historia: Carlota. Una revisión de imágenes Esther Acevedo

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Apéndice Carta de Doña Carlota

307

Lista de autores

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Prólogo

En la tenible aventura de México, los futuros historiadores deben buscar a la mujer. Victor Tissot

La dramática y a la vez grotesca historia del Segundo Imperio Mexicano ha encontrado mucho más transcendencia en la investigación histórica y en la creación artística de más variado tipo que su fugacidad y escasa importancia histórica darían motivo de suponer: a ambos lados del océano existe un vivo debate, que dio resultado en el presente tomo, que abarca aspectos destacados de la aún muy dinámica investigación actual. Como en la ciencia abundan muchos estudios centrados en Maximiliano y el lado masculino de la historia en general, decidimos hacer caso a la sentencia de Victor Tissot citada arriba y concentrarnos en el personaje de Carlota, quien, aparte de sus destacadas capacidades políticas, su fuerza de voluntad y su carácter multifacético, inspiró a muchos creadores de arte por su trágico destino personal. En los sesenta años de locura que padeció la Carlota histórica tras el fracaso del imperio y el fusilamiento de Maximiliano radica su inmensa riqueza dramática y su fascinación personal. Su biografía, sin embargo, no es sino el impulso para investigaciones científicas y obras Acciónales que forman un sistema complejo de relaciones mutuas, que no solamente transforman este impulso inicial, sino que se apoderan de él. El caso de Carlota demuestra a través de las distintas etapas de su recepción, que el descubrimiento de la verdad biográfica e histórica, fácilmente se convierte en un cubrimiento, que, por lo menos en el caso de las obras artístico-literarias, obtiene un sentido sumamente positivo: el de una recepción productiva, crítica y transformadora. Los análisis presentes, que siguen todos decididamente su método propio, forman con sus resultados, a veces contradictorios, ni un conjunto homogéneo ni una verdad única, sino un conjunto interdisciplinario plurifacético que no hace sino confirmar la riqueza de su "objeto de estudio" Carlota. Es precisamente esta característica multivisual, que Fernando del Paso expresa en su novela Noticias del Imperio (1987) con la polifonía de voces, que destaca también en el concepto de este tomo de ensayos. Por eso el título Más nuevas del Imperio: Estudios interdisciplinarios acerca de Carlota de México alude a este hito literario, que ha servido de impulso tanto para la literatura como

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Prólogo

para la investigación histórica, y con eso se propone ofrecer un amplio foro de debate académico sobre la emperatriz de México. El tomo de ensayos abre con un estudio de la situación femenina general durante el Segundo Imperio Mexicano: Erika Pañi indaga en '"Diez pesos a un zapatero le doy si sabe coser la boca de mi mujer...': Las mujeres del Imperio y la prensa satírica" la posición de la mujer durante esta época y especialmente la de la emperatriz. Para este propósito, la prensa satírica le sirve para observar el registro popular y analizar las circunstancias sociales correspondientes. En la siguiente contribución, "Carlota en México", Amparo Gómez Tepexicuapan sigue los pasos de la emperatriz y recrea las estaciones de su estancia en México. Esta introducción en las actividades de la emperatriz sirve de base para luego seguir la argumentación de dos estudios especializados en el papel político de Carlota: Jaime del Arenal, en su ensayo "El proyecto de constitución del Segundo Imperio Mexicano: Notas sobre el manuscrito de la Archiduquesa Carlota", investiga la historia de un escrito que luego se conoció en el campo vasto entre leyenda e historia como "la Constitución de Carlota", argumentando que, aunque Carlota llevaba la voz cantante en muchos proyectos políticos del Imperio, no es la autora singular del documento en cuestión, que, por cierto, nunca llegó a entrar en vigor. Por otra parte, Patricia Galeana, en su texto "Carlota fue Roja", presenta detalladamente la política eclesiástica del Imperio y el papel de Carlota en el disputo con el nuncio papal, que ella, según la tradición popular, hubiera querido arrojar por la ventana, tras el fracaso del anhelado concordato con la Santa Sede. José Manuel Villalpando aclara en el ensayo "El dinero de Carlota" la situación financiera y el destino de la inmensa fortuna de esta mujer, que fue considerada en su época como una de las más ricas del mundo y que, sin embargo, durante los 60 años de su locura, fue mantenida por su hermano, el rey Leopoldo II de Bélgica. Después de dilucidar la faceta "oficial" de la mujer política que era Carlota, Konrad Ratz se preocupa en su texto "Así se vieron a sí mismos: La correspondencia mutua de Maximiliano y Carlota" sobre todo del lado humano de los emperadores. Deduce de la abundante correspondencia de la pareja grafómana que los rumores sobre las supuestas infidelidades de ambos y la crisis matrimonial pertenecen al reino de la fantasía y que a los emperadores, aparte de funcionar excelentemente como equipo político, les unían lazos de ternura y verdadero afecto amoroso. Verena Teipi, al conectar historia y ficción, abre la parte de la literatura. En su texto "Carta de Carlota: Enigma de un escrito o Crónica de una investigación (work in progress)" se propone aclarar la autoría de la carta que supuestamente escribió Carlota a la Duquesa de Aosta en los años 1870, arrepentiéndose dolorosamente de los errores cometidos durante su reino y compromitiéndose

Prólogo

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con la nueva democracia mexicana. La autora aporta pruebas que el verdadero autor del escrito podría haber sido el republicano Manuel Payno, en cuyas obras completas aparece publicado, al igual que otro escritor de la misma banda ideológica. O sea, no se trata de un documento histórico, sino de una excelente obra de ficción. Es la preocupación por las correlaciones complejas entre historia y ficción que también muestra Vittoria Borsd en su estudio de la novela más reciente y más amplia sobre el Segundo Imperio: "La memoria de Carlota y el modelo de una historiografía intercultural. Reflexiones acerca de la teoría historiográfica implícita en Noticias del Imperio". En el amplio contexto de la novela histórica finisecular, la investigadora subraya el papel narrativo de la locura de Carlota, que fue usada por Del Paso para destacar el conflicto entre imaginación e historia. Fernando del Paso y su personaje ficticio Carlota también son objeto de investigación para Fatima Gallego, con su texto "De la patria a lo exótico: Carlota y su México en Noticias del Imperio", que indaga en la visión que desarrolla Carlota de su patria adoptiva en la novela. Mientras se acerca más a lo otro y empieza a identificarse con México, se distancia geográfica y mentalmente más de Europa. Ingeborg Nickel, en su ensayo "Noticias del Imperio de Fernando del Paso: Una emperatriz en el polo de poder del Segundo Imperio. Invenciones e intervenciones", interpreta la obra de Del Paso como proceso de descolonialización espiritual y como acto de emanciparse de Europa, cuya invención de Latinoamérica ha marcado el discurso por generaciones. A lo largo de este proceso se tratan (contra-)discursos europeos a través de la subversión de mitos fundadores y el re-sondeo literario de ciertos ámbitos culturales por una princesa. Volviendo al lado humano y el tema amoroso, Susanne Igler investiga en "Nuestro amor vivirá más que el imperio: Parafrasis de Zorrilla y el Tenorio en el Don Juan en Chapultepec de Vicente Leñero" el ménage á trois que Leñero inventa en su obra teatral entre Maximiliano, Carlota y el poeta de la corte, José Zorrilla, que funciona al mismo tiempo como palimpsesto de Juan Tenorio como versión mexicanizada de los supuestos amores de la emperatriz. Para Thomas Stauder, en su texto "Adiós, mamá Carlota de Homero Aridjis: Una visión apocalíptica de le historia mexicana", se mezclan en la obra teatral de Aridjis la preponderante preocupación del autor por el medio ambiente con una visión filosófica de la historia: los fantasmas del imperio como sobrevivientes del Apocalipsis nuclear. El Apocalipsis, en su forma mundana, es también el tema de los poetas italianos, que presenta Adrián La Salvia en su estudio "Historia universal como juicio universal - Carlota y Maximiliano de México en la literatura italiana del

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Prólogo

Ottocento (Chiaja, Levi, Betteloni, Carducci)". Chiaja relaciona el fracaso del imperio con el juicio final del mundo. Roland Spiller, en un estudio de corte intercultural titulado '"Rouge gagne'. Perspectivas femeninas e interculturales en: Juárez ou la guerre du Mexique (1880/1886) de Alfred Gassier", analiza el drama "Juárez ou la guerre du Mexique", una de las pocas obras francesas sobre el tema, prohibida por la censura además. Alfred Gassier, un ferviente republicano, presenta a una Carlota que se mueve entre los estereotipos de la época y una escenografía muy interesante y compleja, que, al mismo tiempo, afirma y transgrede estas imágenes preestablecidas. El estudio de Beatrix Taumann, '"Lonely empurpled exiles': Maximilian and Carlota of México in selected English novéis", concluye la sección dedicada a las versiones literarias. En su análisis de tres obras procedentes de plumas ingleses y estadounidenses, indaga el topos literario del europeo perdido en el mundo violento de Latinoamérica, que, como ningún otro personaje histórico, han llegado a encarnar Carlota y Maximiliano. Nuestro libro concluye con dos estudios artísticos del tema imperial: el compositor tejano Robert Avalon presenta en su ensayo "The Music of Carlota's Mind" su ópera Carlota recién escrita y explica los conceptos tanto musicales como temáticos de su obra, que fue inspirado, entre otros, por la 'gran novela imperial' Noticias del Imperio. En adición, Esther Acevedo, en su ensayo profusamente ilustrado "Entre el costumbrismo y la historia: Carlota. Una revisión de imágenes", lleva a nuestro conocimiento casi 30 retratos de la emperatriz, hechos entre la niñez y los últimos días del imperio, juntos con sus respectivos pintores y modas artísticas. Nuestros agradecimientos comienzan con el Profesor Titus Heydenreich (Erlangen), un gran aficionado del tema imperial. El inició el presente tomo, nos ofreció la oportunidad de publicarlo en la colección interdisciplinar y multinacional de los Lateinamerika-Studien (Estudios Latinoamericanos de la Sección Latinoamérica del Instituto Central (06) de la Universidad de ErlangenNuremberg) y acompañó el proyecto generosamente. Durante el proceso de edición, nos fue indispensable la valerosa ayuda de la Sra. Erika Reum (Erlangen), que se encargó de la mayor parte de las labores de edición. Agradecemos también a la Sra. Stefanie Schmidt-Janus (Kiel) y el Sr. Martín Diz Vidal M.A. (Kiel) por haber leído una buena parte de las pruebas de imprenta. A todos que nos apoyaron en este proyecto, les expresamos nuestro más cordial agradecimiento. Erlangen / Munich Enero de 2001 Roland Spiller y Susanne Igler

"Diez pesos a un zapatero Le doy si sabe coser La boca de mi mujer...": Las mujeres del Imperio y la prensa satírica ERIKA PAÑI

Los historiadores de lo económico, de lo cultural, de lo social, han tenido que lidiar con la periodización de la historia política, que a menudo se impone, prácticamente por reflejo, a la escritura historiográfica, aun cuando es de manifiesto poco útil para el análisis de fenómenos ajenos al acontecer político, que poseen sus propios tiempos, ritmos e inflexiones. Este puede ser un problema especialmente agudo para aquellos que se dedican a los estudios de género en el siglo XIX mexicano, pues tantas veces, como ha apuntado Carmen Ramos Escandón (1987: 9), en esta historia, "las mujeres constituyen una presencia que ha terminado por parecer invisible pues no existe de ellas una conciencia histórica, y su papel en la historia no forma parte de una memoria colectiva". Así, los tiempos políticos quieren decir muy poco en la historia de la mujer, pues rara vez se le reconoce como actora en el escenario de lo público. No obstante, existen períodos políticos que circunstancias excepcionales transforman en espacios privilegiados para la observación de los actores marginados por la Historia Oficial: criminales, menesterosos, indios, mujeres... Y que mucho nos pueden decir sobre la sociedad que los relega a estos espacios periféricos. En el caso de las mujeres, podría decirse que, por diversas razones, durante el Imperio de Maximiliano (1864-1867), se abre uno de estos espacios. Llama la atención el número inusual de mujeres -Carlota, sus damas de palacio, la mítica "India bonita", Agnes de Salm Salm, Concha Lombardo de Miramón...- que desfilan por las páginas de las historias del Imperio, tanto eruditas como novelescas, tanto extranjeras como mexicanas, en contraste con una presencia más bien transparente durante el resto del siglo. Este breve ensayo pretende, sin hacer un análisis exhaustivo, descubrir las circunstancias particulares del episodio imperial, que explican que en éste la mujer haya estado relativamente menos ausente. Posteriormente, esperamos rescatar la reacción de un sector de la sociedad a esta presencia inusual, a través de un periódico que, independientemente de las dificultades que puede provocar su interpretación, es una de las fuentes más sabrosas del periodo: el diario satírico La Orquesta.

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Erika Pani

I. Las mujeres y el Imperio Como se ha mencionado ya, mientras que para épocas anteriores y posteriores, la historia de México no es especialmente rica en "heroínas" o "villanas" -con excepciones como La Malinche, La Corregidora o Leona Vicario- varias mujeres pueblan la memoria histórica que nos legó el Segundo Imperio. Entre éstas, ocupa un lugar destacado la emperatriz, figura de por sí dotada de un simbolismo más denso que la de Primera Dama republicana. Carlota de Bélgica, además, no encarnó un mero figurín ornamental del brazo de su marido: gobernó como Regente durante las ausencias de éste, con notable habilidad a decir de muchos. En sus manos estuvo la defensa, frente al Consejo de ministros, de importantes proyectos legislativos, como la Ley de Jornaleros de noviembre de 1865, que pretendía proteger a los trabajadores, sobre todo en el campo, fijando el número de horas de trabajo, las condiciones para la redención de deudas, y prohibiendo los castigos corporales, el pago en especie, el trabajo infantil, etc. (Igler 1998). Junto a la princesa belga aparecen también otras mujeres, como Concepción Lombardo de Miramón, mujer del general y presidente conservador, que después escribiría sus monumentales Memorias para exaltar el nombre de su esposo y defender a México de los "crasos errores" y las "groseras calumnias" que le imputaron tras la tragedia de Querétaro aquellos autores extranjeros que buscaron escribir "libros de fantasía y a sensación" (Miramón 1989: 476).1 Entre las mujeres de la Corte, sobresale la teatral figura de Agnes de Salm Salm, que sin éxito implorara a Juárez por la vida del joven Habsburgo. En el extremo opuesto de la escala social, el régimen imperial fue el primero en crear un registro fotográfico pormenorizado de las prostitutas de la ciudad de México, mismo que permitiría a estas mujeres pasar a la historia, con rostro aunque sin voz (Aguilar 1996). Asimismo, para hablar de la Intervención y el Imperio, fueron más las mujeres que se dejaron oír. Entre los testimonios que abundan sobre el período, destacan aquellos relatados por voces femeninas: la condesa Paula Kolonitz, dama de la emperatriz; Sarah Yorke Stevenson, joven norteamericana de simpatías republicanas; las antes mencionadas princesa de Salm Salm y la viuda de Miramón. No cabe duda que el impacto que a nivel internacional provocó la melodramática historia del Imperio mexicano coadyuvó al boom editorial sobre el tema, que seguramente empujó la pluma de estas autoras. Pero también puede argüirse que, por otra parte, el Imperio, por su naturaleza, amplió los espacios de expresión y participación de las mujeres, o por lo menos de aquellas que pertenecían a la élite. Doña Concha condenaba particularmente a Victor Tissot, autor de Un hiver à Vienne.

Diez pesos a un zapatero

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Así, frente al mundo exclusivamente masculino y público que representaba el aparato gubernamental republicano -congreso, gabinete, tribunales-, la Corte imperial, menos "moderna" quizás, reunfa en su seno tanto a los funcionarios de primer nivel como a la "crema y nata" -mujeres y hombres- de la sociedad capitalina adicta al Imperio. Representaba entonces un espacio mixto, a la vez político y social, de forma más marcada, por ejemplo, que las tertulias, donde podía darse un fenómeno similar. La Corte, como instancia oficial, trasladaba los espacios público y privado, y por lo tanto, en el imaginario de la época, superponía los ámbitos privativos del hombre y de la mujer. Esto era resultado de una estrategia consciente, pues se esperaba que los ministros del emperador se sintieran ligados al Imperio no sólo a nivel profesional, sino también social y familiar, al ser sus esposas nombradas damas de palacio (Pañi 1995: 429). Una de las consecuencias fue que estas mujeres abandonaron sus casas, para meterse en Palacio. Así, mientras que la reglamentación imperial de la prostitución procuró, en lo posible, encerrar, y cuando no controlar, a las "malas mujeres", la Corte permitió la inserción de las "buenas" -las mujeres de la élite imperialista- en un espacio híbrido entre lo público y lo privado. Esto realzaba y de cierta manera institucionalizaba el importante papel que éstas habían desempeñado siempre en la construcción de alianzas informales y en el tejido de redes sociales. Precisamente por esto, Ignacio Aguilar y Marocho, ministro de Maximiliano ante la Santa Sede, se regocijaba de que su esposa Josefa hubiera sido nombrada dama de palacio por la emperatriz, y la instruía cuidadosamente para que guardara a todo trance la mejor armonía con las compañeras de oficio, muy particularmente con la Sra. Condesa del Valle y la Sra. Almonte [...] y ahora que digo Escandón, relaciónate y estréchate con las Sras de esta familia ahora que se proporciona: esto vale acaso todo un porvenir, y no debes verlo con indiferencia.2

No obstante, si la vida cortesana parecía revalorizar la presencia y la participación "pública" de la mujer de las clases más altas, formalizándolas y abriéndoles nuevos espacios, no por esto transformaba su naturaleza, rompiendo estereotipos y prejuicios. Si bien Carlota participó abiertamente en el quehacer político del régimen, lo hizo sólo en circunstancias excepcionales: en ausencia de Maximiliano. Las tareas propias de la emperatriz -el Consejo general de beneficencia, la Casa de Maternidad de la ciudad de México, la visita y dotación de establecimientos educativos- se inscribían en el ámbito tradicionalmente femenino de la caridad y la educación. Como había afirmado el joven emperador 2

Carta de Ignacio Aguilar y Marocho a Josefa de Aguilar, julio 29, 1864, en Centro de Estudios de Historia de México Condumex (en adelante CONDUMEX), Fondo IX-I, carpeta 2 (1864), doc. 139. El énfasis en el original.

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a su llegada a tierras mexicanas, los mexicanos debían ver en la emperatriz una "Madre", dulce y bondadosa; un incorpóreo "ángel custodio"... y no una gobernante (Advenimiento 1864: 245; 267). La condecoración que instituyó la emperatriz para recompensar la virtud de las mujeres mexicanas es sintomática de la vigencia, durante el Imperio, de esta visión sublimada y limitante de lo femenino. La orden de San Carlos se impuso, en el extranjero, a las reinas de las potencias amigas; en México, a hermanas de la caridad, a preceptoras, a maestras de primeras letras; o sea a mujeres que respondían al ideal tradicional de la mujer decimonónica, recatada, piadosa, sacrificada, totalmente entregada ya a la educación -básica; no daban para más-, y a a las buenas obras (Pañi 1995: 533).3 Por otra parte, tanto esta orden como las importantes reformas que durante el Imperio se realizaron en el ámbito de la Beneficiencia Pública, y principalmente aquellas medidas que institucionalizaban la presencia de la mujer en estos órganos -los reglamentos establecían que los consejos estuvieran conformados por cinco hombres y cinco mujeres- otorgaban, de cierta manera, un reconocimiento público a estas actividades femeninas, formalizando y ensanchando con ello los espacios en que la mujer podía actuar (Arrom en prensa: 260; 282).4 Es irónico que fuera Carlota la que promoviera estas medidas, cuando ella cuadraba tan mal con este paradigma de Madre Abnegada, Reina del Hogar, Ángel de Misericordia para propios y ajenos. La emperatriz, con sus habilidades políticas, con su participación en la construcción del proyecto político imperial, con la amplitud y eclecticismo de su cultura -que, a decir de la Sra. Miramón, tanto destanteaba e incomodaba a sus damas mexicanas (Miramón 1989: 485486; 511)-, y con su trágica incapacidad de engendrar un heredero al trono, andaba, claramente, por otros caminos. No obstante, fue este modelo, y no el propio, el que buscó promover. El de las mujeres en el Imperio es entonces un universo interesante. Por un lado, en lo que toca a las mujeres de élite, parecen haberse ampliado sus espacios de participación e inserción. Por el otro, se mantuvo incólume una maniquea visión de la mujer, según la cual ésta era a la vez formadora de futuros ciudadanos, guardiana del honor familiar y de las devociones y de la felicidad doméstica, y, al mismo tiempo, fuente de perdición, origen de males sociales e incapaz de regenerarse por sí sola (Franco 1989; Arrom 1988; Carner 1987). De esta manera, si las mujeres del sector dominante ocuparon nuevos terrenos,

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Aunque, como ha demostrado el estudio de Silvia Arrom (1988: 319), para mediados de siglo no se habían "feminizado" completamente la religión y la caridad, sí eran valores que se exaltaban, esencialmente, en la mujer.

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Mucho agradezco a la Dra. Arrom el mecanuscrito de su libro, que está por publicarse en Duke University Press, y sus comentarios sobre este punto.

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siguieron funcionando, dentro de éstos, con viejas expectativas y patrones de conducta, mismos que encauzaron y dieron forma a sus expresiones. De tal forma, el Imperio ensanchó -aunque de forma limitada y para un grupo determinado- los espacios de expresión de las mujeres. En este aspecto, reforzó un fenómeno sutil, que surgió, como bien ha apuntado Silvia Arrom (1988:57-58), con el proceso de Reforma: la participación abierta de las mujeres en lo que hasta entonces había sido un terreno vedado: la política. Como ha demostrado la autora antes citada, con las representaciones de señoras que en 1856 se opusieron la tolerancia religiosa, las mujeres mexicanas, si bien utilizaron términos propios y se refirieron exclusivamente a las "necesidades especiales de su sexo" -preservación del matrimonio y de la moralidad familiar; prevención de la corrupción de los hijos y de las costumbres-, estaban, en efecto, rompiendo las reglas del juego, interviniendo en la vida pública de forma novedosa, abandonando el lugar tras bambalinas que habían ocupado como conspiradoras u organizadoras de tertulias. Así, también durante el Imperio las conservadoras se atrevieron a "alzar su débil voz" con insistencia, en contra de la ratificación de las leyes de Reforma efectuada por el gobierno imperial (Pañi 1998: 324-331). Para manifestar su adhesión al régimen del príncipe católico que creían iba a defender la religión, varias señoras de la capital gastaron "una fuerte suma" para regalar a Carlota "un rico tocador artísticamente labrado de plata maciza por un artista mexicano" (Miramón 1989: 471). Las más jóvenes pasearon por la Alameda, no pocas veces del brazo de un oficial francés, con moños verdes -color del partido conservador- en el pelo, y zapatos rojos en los pies, para ir pisando el color del partido liberal ("Penitencias" La Orquesta: 20-V-1865). ¿Cómo miró la sociedad estas manifestaciones, discretas, apegadas a los cánones del comportamiento femenino, pero al fin exhibiciones abiertas de posturas políticas, ámbito que se suponía ajeno a la mujer? Nos interesa aquí rescatar las reacciones de La Orquesta, periódico satírico y liberal, que consideramos interesante por dos razones: en primer lugar, porque se trata de un periódico de oposición, que quería ser crítico del orden de cosas que reinaba bajo el gobierno imperial. En segundo, porque el "periódico omniscio" era el portavoz del sector más "progresista" de la clase política que permanecía en la capital. Pero mientras uno de sus redactores, Vicente Riva Palacio, combatía a los franceses en Michoacán con las armas en la mano, Constantino Escalante y Juan A. Mateos lo hacían con la pluma, desde la ciudad de México. Nos interesa descubrir cómo respondieron estos liberales a los desplantes de las mujeres conservadoras durante el Imperio.

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II. Las mujeres del Imperio y los "músicos de oposición" A lo largo del siglo, pero sobre todo y no sin cierta razón de causa después de 1856, los "liberales" mexicanos constituirían a la mujer como la aliada -débil, supersticiosa, poco inteligente y por lo tanto manipulable- de la Iglesia en la lucha de ésta en contra del Estado (Arrom 1988: 319; Franco 1989: xviii). Tras la ola de representaciones de señoras enviadas al congreso constituyente oponiéndose a la tolerancia religiosa, el diputado Francisco Zarco afirmaría que: No encontrando el clero bastante apoyo en los hombres, lo ha ido a buscar en las mujeres. A unas les ha arrancado sus firmas, por sorpresa, a otras por condescendencia, a algunas, tal vez, por vanidad, y a todas engañándolas, haciéndoles creer que la religión estaba en peligro [...] que íbamos a levantar templos de Venus en la plaza, a restablecer los sacrificios humanos a Huitzilopochtli, a establecer la poligamia, a disolver el matrimonio. ¡Pobres señoras!, con razón se alarmaron, no quisieron ser abandonadas por sus maridos, ni vivir en el enjambre de las nuevas esposas, ni ser inmoladas en la piedra de los sacrificios... (Citado en González Calzada 1972: 59).

No obstante, no parece ser tanto la credulidad e ignorancia de las señoras peticionarias la que irrita al diputado por Durango, sino su osadía al querer inmiscuirse en lo que no las concernía: la cosa pública. Sus peticiones no merecían la atención del constituyente, pues las señoras, "viviendo en el hogar doméstico, siendo el ornato de sus familias, formando el corazón de sus hijos, ¿qué [tienen] que ver en las cuestiones que agitan a la sociedad?" (Citado en González Calzada 1972: 59). Este mismo sentimiento de exasperación parece ser el que animó a los redactores de La Orquesta durante los años del Imperio. Éstos además se topan, como se ha visto, con una versión más libre y por lo tanto más descarada de las abajo firmantes de 1856. Así, en enero de 1865, tras la publicación de una representación de señoras oponiéndose a las instrucciones de Maximiliano a su ministro de justicia para que se aplicaran, con ciertas modificaciones, las medidas reformistas y "anticlericales" de 1856 y 1859-18605, La Orquesta negaba que "el bello sexo" -madres y esposas- pudiera representar, como afirmaba el periódico conservador La Sociedad, "el mejor órgano de la opinión pública". Estas señoras, aseguraba la publicación satírica, no eran más que "unas cuantas devotas influenciadas por los directores de sus conciencias", unos

Se trataba principalmente de la supresión de fueros, la desamortización y posterior nacionalización de bienes eclesiásticos, la instauración del Registro civil y de la tolerancia de cultos. Carta de Maximiliano a Pedro Escudero y Echanove, diciembre 27, 1864 (Boletín, T. IV, 1863-1865: 285-286).

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"frailecitos" empeñados en "volverse a hacer de pesetas" ("La exposición de las señoras" La Orquesta: 11-1-1865). No obstante, para los redactores del periódico "de buen humor", no se trataba de liberar a las mujeres de las garras de sus confesores, convirtiéndolas en sus aliadas, sino de relegarlas al ámbito que les pertenecía: el privado y doméstico. Aunque de vez en cuando cantarán las alabanzas de mujeres liberales que se morían "por la Reforma aplaudir / Y por cantar los Cangrejos", estos periodistas aseveraban no querer tener nada que ver con estas nuevas mujeres que de política se querían ocupar, desdeñando las tareas propias de su sexo ("Solo de violín" La Orquesta: 20-V-1865):6 Un speach [sic.] o exposición Presentaron las devotas Y tal vez las medias rotas Lleva toda la legión [...] Que es primero la opinión, Nada importa no saber Una media componer Mas yo no sigo la moda A una niña mi alma toda Le doy si sabe coser ("Glosas de payaso" La Orquesta: 14-1-1865)

De esta forma, las prescripciones sobre el comportamiento femenino que impartían estos autores parecen más rígidas, más puritanas y más exigentes que aquellas impuestas por "la ilustre y consabida cofradía" que supuestamente las controlaba desde el confesionario. Así, la mujer de La Orquesta debía ser modesta y austera, poco dada a la creatividad en el vestir y en el peinar -pues "las reformas / Son buenas en política, / Mas no en las modas" ("Sonecitos del país" La Orquesta 9-VIII-1865)-, y entregada en cuerpo y alma a la promoción de los intereses de su marido. En uno de los pocos textos serios que publicara el periódico de Constantino Escalante, se afirma que El hombre busca a una compañera para que cuide de su hacienda, le ayude en su peregrinación en esta vida, y para que eduque y prepare a sus hijos [...] El interés del marido debe ser objeto de la solicitud de su mujer, y su mayor ambición no debe extenderse a más que a procurar su felicidad y bienestar, así como la de sus hijos. Este ha de ser el único objeto de su existencia y de sus esfuerzos. ("Economía doméstica" La Orquesta: 30-VI-1866)

"Los Cangrejos" es una canción satírica, de la época de la Reforma, con que se burlaban los liberales de los conservadores.

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Así, para los redactores de La Orquesta, que se decían grandes conocedores del bello sexo, la mujer que manifestaba un apego excesivo a la religión y que se inmiscuía en política para defenderla, corría el riesgo de perder todo encanto femenino: Toda niña de quince años [...] Que haga alarde de fanática Y de mochita se precie Si quiere tener el rostro De arcángel y no de duende Es preciso, indispensable Que no jure guerra a muerte A la libertad, ni llame A sus adictos herejes ("Penitencias" La Orquesta: 20-V-1865)

Consecuentemente, estos galanes descalificaron tajantemente a las "santuchas" que se convertían en "políticos de crinolina", pues no tenían "chic ni gracia", y adoraban a las tinieblas "cual las lechuzas" ("¡Todas me gustan!" La Orquesta: 12-VII-1865). Dado el disgusto que les provocaban estas "devotas indigestas", no debe sorprender que fuera una figura femenina la que, en las páginas de La Orquesta, encarnara a su más funesto enemigo ideológico: el conservadurismo. Se dice que hubo en antaño Cierta mujer más bien bruja Tan imbécil como tonta Tan fanática y tan... nula [...] Doña Reacción (a) Cuca Este era el nombre de pila De nuestra heroína chusca Y era mujer insufrible Más que las chinches y pulgas ("Solo de violín" La Orquesta: 6-V-1865)

Sin embargo, la enconada irritación de los miembros de La Orquesta no se explicaba sólo por su censura a que la mujer se metiera "en asuntos de política / Que ni conoce, ni entiende" ("Penitencias", La Orquesta: 20-V-1865). En el contexto de un imperio sostenido por las bayonetas francesas, la mujer devota y militante de la cual se burlaba la Orquesta cometía un tercer pecado, más grave que los anteriores: el de entregarse gustosa -la Malinche revisited- al invasor. De esta manera, se convirtió en el blanco favorito de los dardos de la Orquesta la mujer ridicula, a la vez afrancesada e ignorante, que había "dado de mano al rebozo", pero seguía diciendo "sifior" y "agora"] que antes de la Intervención iba a irse de monja porque consideraba "que en México no se encuentra / Un novio cual debe ser", pero ahora se derretía por un francés con pies muy grandes

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-terrible defecto en la época- cuya tez le parecía "arroz con leche" ("Cosas de La Orquesta" "Pasatiempos" La Orquesta: mayo 6-V-1865; 8-VII-1865). De esta manera, los redactores del periódico satírico disfrutaron como pocos uno de los incidentes que más revuelo causaron en sociedad capitalina durante la ocupación de las fuerzas francesas: dos señoritas mexicanas "de buena familia" se deschongaron en la Alameda por el amor de un oñcial francés. El comportamiento de las dos muchachas permitió a la acerba pluma de La Orquesta poner en evidencia la decrepitud y lo absurdo de la soi disant "nobleza mexicana": La crónica nos cuenta Que dos señoras Se tornaron en buitres Siendo palomas Y como fieras Se arrebataron ambas [...] Y aquellas cabecitas Tan bien peinadas, Quedaron convertidas En dos marañas [...] Entonces las plebeyas Alzan las voces Diciendo ¿qué nos queda Cuando las nobles? Y muy bien dicho; ¿Por qué armar alborotos en tales sitios?

("El diablo en la Alameda" La Orquesta: 22-VII-1865)

Aunque también aparecen falsos nobles y afrancesados risibles en las páginas de esta publicación, nunca igualan, en cuanto a comicidad, a las mujeres: doña Clara, por ejemplo, que sigue a Luzbel al infierno pues "aquel hereje maldito" le había prometido hacerla condesa "de las cumbres de Acultzingo". No pudo resistirse pues ella quería "ser cosa grande / Para acabar con los chicos / Y comérselos enteros / Como si fueran mosquitos" ("Carta que desde el infierno escribió 'Doña Clara' a una beata amiga suya" {La Orquesta: 13-IX-1865). Aceradas fueron también las flechas en contra de la flamante "Condesa de Ciénega y nopalito", que encantada escribía a su hijo Es que aquí me he vuelto noble Y ya uso túnico fino Ya me quité el zagalejo Y me pongo medias de hilo Que si me estorban un poco Me las bajo hasta el tobillo [...]

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Y lo único que me choca Son los calzones ¡ay hijo! Yo no soporto esas fundas

Con embutidos y picos

("Cosas de la Orquesta" La Orquesta: 6-V-1865)

III. Conclusiones De esta manera, las mujeres fueron el principal objeto de la mordaz crítica social de los ocurrentes redactores de La Orquesta. Mocho y malinchista, ignorante, artificioso, decorado con "copetazos" que parecían "plumeros" y otros "embustes y monadas" ("Sonecitos del país"; "Revoltijo musical" La Orquesta-. 9-VIII-1865; ll-IV-1866), el "bello sexo" parecía ser, naturalmente, más chistoso que el feo y formal. Como se ha visto, las caricaturas que de las mujeres dibujaban los hombres del "periódico omniscio" reflejan de forma acertada los estereotipos femeninos vigentes durante la mayor parte del siglo XIX: débiles y frivolas; descocadas y volubles; las mujeres necesitaban de la firme dirección de un hombre para no caer en el absurdo en el mejor de los casos; en la corrupción en el peor.7 No obstante, el retrato burlesco que de la mujer nos pinta la Orquesta, deja trasminar otros sentimientos y concepciones de los autores, producto de las circunstancias particulares de los años aquí abordados. Por un lado, está la reacción no poco escandalizada de los liberales ante la nefasta irrupción de la mujer en "cosas de política", motivada por las medidas de liberalización religiosa iniciadas por el Congreso de 1856. Aunque esta "intrusión" femenina se realizara de forma tangencial, siguiendo formas y lenguajes propios -las representaciones de señoras; la forma de vestir-, las mujeres del Imperio eran más visibles, y por lo tanto, mucho más molestas. Por otra parte, en el contexto de una invasión extranjera en un país cuya clase política se hallaba profundamente escindida, y en el cual el sentimiento nacional estaba aún por consolidarse, las bromas de la Orquesta, aunque jocosas hostiles, reflejan también la amargura de unos nacionalistas frustrados ante la respuesta tibia y desigual que siguió a la intervención francesa, en que igual se combatía a los soldados de Napoleón III que se les recibía con fiesta y jolgorio. No sorprende entonces que estos republicanos buscaran un chivo expiatorio. Nuevamente, como en el caso de la comicidad, la figura femenina se prestaba mejor a la caricatura: la mujer, siempre en el fondo casquivana, tradicional botín 7

Muy de vez en cuando, asoman en las páginas de La Orquesta mujeres inteligentes y patrióticas, como Josefa, que prefería los mexicanos a los franceses, pues aunque "no [eran] güeros [...] obra la sangre / El patrio espíritu que / Por más que se nos predique / Tiene su influencia también" ("Pasatiempos" La Orquesta: 8-VII-1865).

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de guerra, era la "traidora" irremediable. Podía, por lo tanto, eventualmente disculparse... y evitarse toda una serie de pequeñas vergüenzas nacionales controlándola con mano férrea." Así, durante los años que nos ocupan, prejuicios, angustias y resentimientos se entrelazaron para producir, en la prensa satírica, tanto el negro retrato de la mujer reaccionaria y militante, como el modelo de la "buena mujer" promovido por los liberales, excesivamente rígido y riguroso. Al final, la experiencia imperial reforzaría, de forma soterrada, la convicción de los "progresistas" decimonónicos de que la mujer tenía que ser estrictamente dirigida y controlada.9 Estaba viciada de origen; no podía confiarse ni en sus buenas intenciones, ni en su instinto. Sin el consejo masculino no sabía distinguir lo bueno de lo malo. Tras la victoria republicana de 1867, serían hombres que pensaban como los de la Orquesta los que se pondrían al frente del Estado mexicano y tratarían de llevar a cabo su proyecto político, social y cultural. ¿Qué lugar podían ocupar dentro de éste las mujeres? En palabras de uno de los prohombres de la cultura nacional después de 1867, Ignacio Manuel Altamirano (1944: 53), éstas: [J]uzgaban como juzgan todas las mujeres, por elevadas que sean, y eso en virtud de su organización especial. Aman lo bello y lo buscan antes en la materia que en el alma.

De esta manera, puede sugerirse que los gestos y actitudes de las mujeres del Imperio, que tanto escozor provocaron a los periodistas de La Orquesta, contribuyeron a consolidar el riguroso modelo Victoriano que se impondría, bajo un régimen que alardeaba de liberal, a las mujeres mexicanas del último cuarto del siglo XIX.

8

Véase la concepción, un poco exagerada quizás, de Jean Franco (1989: 101), que basándose sobre los escritos de Octavio Paz afirma que, en México, "la construcción misma de la identidad nacional se funda en la dominación masculina".

*

La actitud de un conservador como Ignacio Aguilar y Marocho es distinta. Aunque este abogado no quería ni siquiera que su mujer aprendiera a leer música, se reía de buena gana de las declaraciones políticas de su hija, que afirmaba que "se le revolvían las tripas de ver en la mesa de S.M." a muchos liberales. Carta de Ana Aguilar a Ignacio Aguilar y Marocho, sin lugar, sin fecha, en CONDUMEX, Fondo IX-I, carpeta 1 (1850-1864), doc. 125.

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Siglas y referencias CONDUMEX

Centro de estudios de historia de México Condumex. Fondo IX-I. Ignacio Aguilar y Marocho. Manuscritos. 1850-1883. Ocho carpetas.

Advenimiento (1864). Advenimiento de S.S.M.M. Maximiliano y Carlota al trono de México. Documentos relativos y narración del viaje de nuestros soberanos de Miramar a Veracruz y del recibimiento que se les hizo en este último puerto y en las ciudades de Córdoba, Orizaba, Puebla y México. Edición de La Sociedad. México: Imprenta de J. M. Andrade y F. Escalante. Aguilar, Arturo (1996). La fotografía durante el Imperio de Maximiliano. México: Universidad Nacional Autónoma de México. Altamirano, Ignacio Manuel (1944): Clemencia. México: Editorial Porrúa. Arrom, Silvia M. (1988). Las mujeres de la ciudad de México. 1790-1857. México, Madrid, Buenos Aires, Bogotá: Siglo XXI Editores. Arrom, Silvia M. (en prensa). Containing the Poor. The Mexico City Poorhouse. 1771-1876. Durham, NC: Duke University Press. Boletín (1863-1865). Boletín de las leyes del Imperio mexicano, o sea código de la restauración. Colección completa de las leyes y demás disposiciones dictadas por la intervención francesa, por el supremo poder ejecutivo provisional y por el imperio mexicano, con un apéndice de los documentos oficiales notables y curiosos de la época, publicados por José Sebastián Segura. Cuatro tomos. México: Imprenta literaria. Carner, Françoise (1987). "Estereotipos femeninos en el siglo XIX", en Ramos Escandón et al., pp. 95-109. Franco, Jean (1989). Plotting Women. Gender and Representación in Mexico. Londres: Verso. González Calzada, Manuel (1972). Los debates sobre la libertad de creencias. México: Cámara de Diputados XLVIII Legislatura del H. Congreso de la Unión. Igler, Susanne (1998). " 'Cuando Carlota se quedaba como regente en México era cuando se hacían las cosas': la vocación política de la Emperatriz reñejada en la literatura". Ponencia. Seminario "La definición de Estado nacional". Archivo General de la Nación. Miramón, Concepción Lombardo de (1989). Memorias. México: Editorial Porrúa. Pañi, Erika (1995). "El proyecto de Estado de Maximiliano a través de la vida cortesana y del ceremonial público". En: Historia Mexicana, XVL: 2 (octubre-diciembre), pp. 423-460. Pañi, Erika: (1998). Para nacionalizar el Segundo Imperio. El imaginario político de los imperialistas. Tesis (Doctor en Historia). El Colegio de México. Ramos Escandón, Carmen, et al. (1987). Presencia y transparencia de la mujer en la historia de México. México: El Colegio de México. La Orquesta. Periódico omniscio, de buen humor y con caricaturas.

Carlota en México AMPARO GÓMEZ TEPEXICUAPAN

Una falacia conservadora En la segunda mitad del siglo XIX, México vivió un episodio crucial para su historia: el denominado Segundo Imperio, en el que fue gobernado por Maximiliano de Habsburgo, un soberano extranjero, y Carlota Amelia, su consorte. La implantación de dicho régimen fue promovida y respaldada militarmente por Napoleón III, quien aspiraba con ello a cumplir "el gran designio de América, que consistía en sustituir las repúblicas por una monarquía 'ilustrada".1 Imponerla en México sería el primer paso, y una vez consolidada se multiplicaría su ejemplo en todos los países de América Latina. Este proceso daría a Francia y a su emperador prestigio, poder y fama mundiales. La suerte quedó echada el 17 de julio de 1861, cuando a consecuencia de la escasez en el erario público, el presidente Benito Juárez se vio obligado a declarar una moratoria de dos años en el pago de la deuda externa.2 Apoyado en la petición que le hacían varios mexicanos del grupo conservador para que enviara un monarca europeo que derrocara al mandatario liberal e impusiera la paz en el país, el gobierno francés aprovechó tal circunstancia para alcanzar uno de sus grandes objetivos: detener, desde México, la expansión imperial de los Estados Unidos. Es necesario decir que Francia no sólo buscaba obstaculizar el avance norteamericano, sino también dirigir los destinos del orbe. En ese escenario, durante el transcurso de 1864 Maximiliano de Austria y su esposa, la princesa Carlota de Bélgica, fundaron su efímero imperio con el apoyo de las armas francesas y conservadoras mexicanas (de la Torre Villar: VII, 310, 317). La pareja aceptó venir a este país porque les brindaba la oportunidad de llevar a cabo sus aspiraciones personales: ser gobernantes; para ello habían nacido y con ese ñn se les había educado. A final de cuentas, ambos fueron víctimas de las circunstancias: él murió fusilado en el Cerro de las Campanas, en Querétaro, el 19 de junio de 1867, y ella vivió en extravío mental durante sesenta años.

1

Napoleón III. Carlos Luis Napoleón Bonaparte (1808- 1873), emperador de Francia.

2

Benito Juárez (21 marzo 1806- 18 de julio 1872). Para detalles, véase Díaz: 854.

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¿Quién era Carlota? El nombre completo de la Emperatriz de México era María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, princesa de Bélgica, Sajonia, Coburgo y Gotha. Nació el 7 de junio de 1840 en el Palacio de Laeken, y era hija de Leopoldo I, rey de Bélgica, y de María Luisa de Orleans. A la edad de dos años y medio hablaba ya como una persona mayor, con asombrosos giros de lenguaje (Reinach 1925: 9; Praviel 1937). La princesa heredó de su padre una inteligencia clara y objetiva, así como ilimitada ambición, vanidad personal y, en general, una sólida percepción de la vida (Corti 1984: 51). Ningún incidente de la primera infancia, ninguna enfermedad fisiológica o síquica hubiera permitido prever la catástrofe de 1866 (Reinach 1925: 12). Carlota perdió a su madre cuando tenía diez años. A partir de entonces, se hizo cargo de ella la condesa de Hulst, amiga de infancia de la reina María Luisa. Ella se encargaría de escoger el entorno de la niña, quien a pesar de su corta edad tendría su propia casa, con mayordoma mayor y damas de honor (Miguel de Grecia 1999: 29). Los profesores de Carlota fueron los mismos que los de sus hermanos Leopoldo, duque de Bravante y heredero del trono, y Felipe, conde de Flandes. La educación espiritual de Carlota fue confiada al padre Deschamps. La princesa llegó a ser una excelente amazona, aficionada también a la natación, el piano, la pintura, la literatura, la filosofía y la historia. Además, tuvo una gran facilidad para las lenguas: hablo francés, inglés, alemán, italiano y español (Hidalgo 1962: 217). Carlota conoció a Maximiliano de Habsburgo en la Corte de Bruselas en 1856, donde éste acudió por una invitación que le hizo el rey Leopoldo I, después de haber cumplido una misión de su hermano, el emperador Francisco José, en París, sede de la Corte de Napoleón III.3 La visita marcó su destino y la boda se efectuó el 27 de julio de 1857. Carlota tenía 17 años y Maximilano 25. Sobre este acontecimiento, Leopoldo, el hermano de la novia recién casada, anotó: Las personas supersticiosas hubieran observado que no llovió en todo el día, que a Carlota se le cayó el ramillete de la cintura, que durante la misa su silla se volcó, que por la mañana, finalmente, mi cruz de San Esteban se había roto. (Miguel de Grecia 1999: 55)

Fernando Maximiliano nació el 6 de julio de 1832, hijo de Francisco, archiduque de Austria y de Sofía, princesa de Baviera. Sus abuelos paternos fueron Francisco n, emperador de Alemania y de Austria, y sus abuelos maternos Maximiliano I, rey de Baviera y Carolina de Baden. Véase Amerlinck y Zirion 1971: 4.

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Difícil será negar que fue un matrimonio de conveniencia dinástica; sin embargo, existió en ambas partes una gran simpatía que se convirtió en amor. Varios de sus biógrafos coinciden en señalar que Maximiliano encontró en Carlota un mentor, además de una esposa. Su intelecto era superior al de su marido y tenía mayores ambiciones (Hanna 1973: 88; Corti 1984: 55).

La Corona de México Maximilano y Carlota aceptaron la Corona de México el 10 de abril de 1864 en su castillo de Miramar, donde acudió la Comisión Mexicana encabezada por José María Gutiérrez de Estrada, Joaquín Velázquez de León, Ignacio Aguilar y Marocho, el religioso Francisco Javier Miranda, José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar, Antonio Suárez de Peredo, conde del Valle, Antonio Escandón, Adrián Woll, José María Landa y Ángel Iglesias. Allí, el obispo de Trieste recibió el juramento de Maximiliano y también el de Carlota. Varios miembros de la Comisión opinaron que la emperatriz de México lucía radiante. El señor Aguilar y Marocho hizo un retrato hablado de ella: La archiduquesa es una de esas personas que no pueden describirse, cuya gracia y simpatía, es decir, cuya parte moral no es dable al pintor trasladar al lienzo, ni al fotógrafo al papel. Figúrate una joven alta, esbelta, llena de salud y de vida y que respira contento y bienestar, elegantísima, pero muy sencillamente vestida; frente pura y despejada; ojos alegres, rasgados y vivos, como los de las mexicanas; boca pequeña y graciosa, labios frescos y encamados, dentadura blanca y menuda, pecho levantado, cuerpo airoso y en que compiten la soltura y majestad de los movimientos: fisonomía inteligente y espiritual, semblante apacible, bondadoso y risueño, y en que sin embargo, hay algo de grave, decoroso y que infunde respeto: figúrate esto y mucho más que esto, y se tendrá una remota idea de la princesa Carlota. (El Pájaro Verde 1 de junio de 1864: 1)

El 14 de abril de 1864, Maximiliano y Carlota zarparon de Miramar en la fragata austríaca Novara.4 Cruzaron el Atlántico y desembarcaron en Veracruz el 28 de mayo. En ese puerto, la población les dio una "acogida glacial' [...] la emperatriz no pudo contener algunas lagrimas" (Kolonitz 1984: 62-63). El frío recibimiento se fue borrando poco a poco en el trayecto de Veracruz a la capital del país, donde se les dio la bienvenida el 12 de junio con jubilosas aclamaciones, arcos de triunfo, alegría y gritos como "¡Viva el emperador!",

4

Fragata de mil quinientas toneladas, de tres palos, con cofas y perchas labradas, de cincuenta cañones entre los dos puentes y orgullo de la marina austriaca. Valadés 1992: 148-152.

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"¡Viva la emperatriz!", "¡Viva Maximiliano Primero!", "¡Viva el rey de los belgas!", que Carlota comunicó a Eugenia de Montijo, la esposa de Napoleón III, de la siguiente manera: "la acogida que se nos hizo ese día fue tal, como no he visto jamás; era la fusión de la redención y como una especie de delirio que se había posesionado de varios millares de caballeros y de todas las damas de México" (Iturriaga 1992: 148-153). En los primeros días de su estancia en México, los emperadores hicieron recorridos por lugares cercanos a la ciudad. Primero visitaron el Hospicio de Pobres, luego la casa de campo del señor Antonio Escandón en Tacubaya y el Castillo de Chapultepec (Angulo Iñiguez Lámina 1). Maximiliano eligió este inmueble como residencia imperial y ordenó iniciar de inmediato los trabajos de remodelación, pasando a habitarlo desde el sábado 18 de junio, apenas seis días después de su llegada a México (El Pájaro Verde 16 de junio de 1864: 3). A partir de entonces, residieron en Chapultepec y despacharon en el Palacio Imperial de México. La casa de la emperatriz constaba de un gran chambelán, una gran maestra, chambelanes, damas de honor y damas de palacio, de las cuales llegó a tener treinta, todas ellas provenientes de las familias más distinguidas y pudientes de México.5 Sobre ellas, Carlota escribió: "Tengo muchas de palacio, que son honorarias, pero se tardan una semana cuando las mando a llamar. Todas están bastante bien. Además tengo una de honor, de categoría media, que vive en Palacio [...] siempre está alegre, tiene muy buen corazón y está muy ocupada con sus tareas; es piadosa y de buen juicio [...] No le encuentro ninguna propensión a la intriga, sino mucha a la devoción. Con el tiempo será mi amiga" (Iturriaga 1992: 221). Sin duda, se refería a Josefa Varela, india de raza pura descendiente de Netzhualcoyotl. Por cierto, hubo una que rechazó el nombramiento, "diciendo que prefería ser reina de su casa y no criada en Palacio" (Blasio 1905: 46). La emperatriz de México imitó a la de Francia al establecer los "Lunes de la Emperatriz". Acerca de ellos, Maximiliano comunicó a su hermano el

En el séquito se encontraban: Dolores Quezada de Almonte, Guadalupe Cervantes de Morán, Josefa Cardeña de Salas, Concepción Lizardi de Suárez Peredo, Faustina G. de Estrada, Manuel Moneada de Raigoza, Dolores Osio de Sánchez Navarro, Ana María Rosso de Rincón Gallardo, Manuela Gutiérrez del Barrio, Rosa Obregón de Uraga, Dolores Garmendia de Elguero, Guadalupe Almonte de Herrín, Rosa Blanco de Robles, María C. del Barrio de Campero, Soledad Vivanco de Cervantes, Catalina Barrón de Escandón, Dolores de la Peña de Hidalgo, Luz Robles de Bringas, Francisca Escandón de Landa, Rafaela Muñoz de Peza, José Zuleta de Estava, Paula Rocha de Robles, Luisa Quijano de Rincón, Concepción Plaves de Pacheco, Guadalupe Moran de Gorospe, Concepción Tagle de Adalid, Javiera Echeverría de Buch, Josefa Almendaro de Velasco, Josefa Varela y Guadalupe Osio de Pardo.

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archiduque Carlos Luis lo siguiente: "todos los lunes da bailes que siempre salen bien y están muy animados, y en los cuales danza un ramillete de las más hermosas mujeres" (Corti 1984: 315). Por su parte, Carlota dijo al respecto: "Mis recepciones terminan después de la una: el próximo lunes tendrá lugar la sexta". Mientras Maximiliano buscaba la sencillez, Carlota se rodea de un mayor aparato que la hiciera más respetable ante el pueblo mexicano, tan desacostumbrado a admirar la opulencia desde que iniciara su vida independiente. El servicio de la emperatriz incluía un mayordomo, dos cocineros franceses, un pastelero, un director de bodega, ocho oficiales de la Cámara, 15 lacayos, dos escuderos de cuadra, 25 cocheros, caballerizos, etcétera, y 50 caballos (Weckmann 1989: 228). Cuando aparecía en publico iba rodeada de numerosas damas de honor, ayudantes de campo y chambelanes. Dentro sus múltiples actividades, Carlota consiguió llevar una vida regular en el Palacio Imperial de Chapultepec, en cuyo bosque practicó su deporte favorito: la equitación.

Carlota regente Durante los tres años que duró el Imperio, Maximiliano realizó tres viajes al interior del país, dejando a Carlota como Regente, con base en el decreto dado en Miramar el 10 de abril de 1864, donde quedo asentado "[...] que en caso de muerte o cualquier otra contingencia que nos ponga en imposibilidad de continuar gobernando, la Emperatriz Nuestra Augusta Esposa, sea la que se encargue desde luego de la Regencia del Imperio" (Decretos y reglamentos 1865: 1). El primer período de regencia fue del 10 de agosto al 30 de octubre de 1864, el segundo del 18 de abril al 24 de junio de 1865 y el tercero lo llevó a cabo del 24 de agosto al 3 de septiembre del mismo, cuando Maximiliano visitó varias entidades como Querétaro, Guanajuato, Morelia, Estado de México, Tlaxcala, Veracruz, Puebla y el distrito de Cuernavaca. Antes de su partida, el emperador aclaró: "No son viajes que emprendo por placer, sino en cumplimiento de mi deber" (El Pájaro Verde 27 de agosto de 1864: 2-3). Sin duda, fueron para conocer las necesidades de su imperio y averiguar la causa de los males que afligían a sus subditos. La responsabilidad que recaía sobre Carlota en esos momentos era inmensa y ella la asumió con gusto. Se trasladaba todos los días del Palacio Imperial de Chapultepec al de México en un coche tirado por seis muías con cascabeles de plata, rodeada de un escuadrón de caballería (Iturriaga 1992: 206). Allí recibía a Achiles Bazaine, jefe de las fuerzas francesas, quien iba todas las semanas a

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informarla. También presidía ceremonias, pronunciaba discursos, presidía el Consejo de Ministros, leía los informes, examinaba las cuestiones financieras, analizaba y sugería soluciones. Sus conocimientos en política y en el arte militar dejaban asombrados a sus ministros, ella preguntaba: "¿Estamos de acuerdo señores ministros?" si la respuesta era positiva, se enviaba el decreto al Boletín Oficial. Los domingos daba audiencia a nombre del emperador en Chapultepec. El cansancio no parecía afectar a la emperatriz, a pesar de que sus actividades las iniciaba desde muy temprano y terminaba por la noche. Además, siguiendo su inclinación, buscó la desgracia para remediarla donde la encontrara: visitaba a los enfermos en los hospitales; con recursos personales fundó la Beneficencia, y para conocer la Ciudad de México y sus alrededores llevó a cabo numerosos recorridos por Mexicaltzingo, Ixtapalapa, San Ángel, Tacuba, Los Remedios, el Hospital de Jesús y su Iglesia, el Paseo de la Viga, Tlalpan, el Museo Nacional, la Academia de San Carlos, y varias escuelas en las que se impartían las primeras letras, para ver los avances de los alumnos, conocer sus planes de estudio y, en aquellos lugares en donde no había escuelas, ordenar su construcción. Estos viajes permitieron a la emperatriz tener un mayor acercamiento con los habitantes de la capital, y también ver de cerca el descuido en que se encontraban las diferentes vías de comunicación, a pesar de ser indispensables para el mejor desarrollo de la urbe. Rápidamente se impulsaron trabajos para arreglar los caminos y calzadas que confluían en ella, cubriendo baches, tapando pozos, construyendo puentes y terraplenes, llevando a la práctica tareas de desazolve y deshierbado continuo, sin descuidar las obras de desagüe del Valle de México, que impidieran las constantes inundaciones que afectaban a la ciudad. El ministro de Fomento, Luis Robles Pezuela, se hizo cargo de todos los trabajos a través del Departamento de Inspección de Caminos.6 La energía y el entusiasmo con que se desempeñaba la emperatriz, sorprendió a todos. Uno de los biógrafos de Carlota registró: Quien hubiese observado atentamente a aquella pareja, vástagos de las dos familias más ilustres de Europa, trasplantados a aquel país exótico México se hubiera convencido de que ella era la que vivía y saboreaba aquel triunfo con la más ardiente plenitud [...] considerábase como el ángel de una nueva cruzada emprendida contra el ateísmo, la anarquía y el crimen. Olvidaba las fatigas del camino: sentíase predestinada. (Praviel 1937: 11-13)

Para mayor detalles, consúltese el Diario del Imperio. México, miércoles 18 de enero de 1865. Tomo I, No. 14: 54-55.

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Esta opinión la confirmó Maximiliano cuando escribió: "La soberana, fresca, alegre y leal, compartiendo todos los trabajos y peligros de su esposo, viajando incansablemente por las extensas comarcas del país" (Corti 1984: 403). Por si quedara todavía alguna duda, Carlota escribió a su abuela, la reina María Amelia: "Soy completamente feliz aquí, y Max también; la actividad nos sienta bien: éramos demasiado jóvenes para no hacer nada" (Weckmann 1989: XI). En verdad, le gustaba trabajar y en su caso trabajar era tanto como gobernar; para eso había nacido.

Monumento a la Independencia El 54° aniversario de la Independencia Nacional, Maximiliano lo celebró en Dolores Hidalgo, mientras Carlota hacía lo mismo en la Ciudad de México, capital del Segundo Imperio. El escenario fue el gran Teatro Imperial, donde se leyó el acta de Independencia y a las once de la noche se escuchó la Salva del Cañón de la Ciudadela, junto con un repique general de campanas. El día 16, a las ocho de la mañana, salió la emperatriz de Palacio, acompañada del mariscal de la corte, y se dirigió a la Catedral en carroza tirada por seis caballos, precedida y seguida por dos coches en los que viajaban los chambelanes y las damas. En la puerta del templo máximo, estuvieron a recibirla el arzobispo Pelagio Antonio de Labastida y los miembros del Cabildo metropolitano, que la acompañaron hasta el dosel donde permaneció hasta el final del Tedeum. Concluida la ceremonia religiosa, se dirigió al centro de la Plaza de Armas, acompañada de su comitiva, para colocar la primera piedra del Monumento de la Independencia de la Patria, que llevaría en la base las estatuas de los principales héroes como Miguel Hidalgo, José María Morelos y Agustín de Iturbide; así como los nombres de los otros caudillos de esa gloriosa gesta con letras de bronce dorado, y remataría todo el conjunto una gran estatua que representaría dignamente a la nación. Esta construcción se haría aprovechando los mármoles que se iban a utilizar en el Arco de la Avenida de la Piedad, el cual llevaría el nombre de Paseo de la Emperatriz (El Pájaro Verde 27 de junio de 1864: 2). Carlota golpeó tres veces la piedra con un martillo de plata y dio una breve alocución: "Me es grato en este día, que recuerda los acontecimientos más gloriosos de nuestra historia, ser llamada por el emperador, a colocar la primera piedra del monumento levantado por el reconocimiento nacional a los héroes de nuestra independencia. Sintiendo el emperador no poder él mismo cumplir con este acto solemne, me encarga deciros que con la mente y el corazón está en medio de vosotros" (Iturriaga 1992: 166).

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Y a los veteranos de la Guerra de Independencia, se dirigió con las siguientes palabras: "Con el mayor gusto veo, alrededor del monumento que acabamos de consagrar a los héroes de nuestra independencia, a los que hace 54 años pelearon por ella. En nombre del emperador, os saludo expresándoos su sentimiento de no poder concurrir a esta fiesta, y asegurándoos que con el corazón de un mexicano os mira desde la cuna histórica de nuestra regeneración" (Iturriaga 1992: 167). Ese mismo día se creó la Casa de la Independencia, designando la emperatriz como jefe de ella al general Mariano Salas. A finales de octubre, regresó Maximiliano. Ella acudió a Toluca a darle la bienvenida y juntos entraron a la capital con un recibimiento "delirante". Al día siguiente le entregó un balance de los logros alcanzados durante su "regencia": los ladrones, pese a su elevado número, habían sido expulsados de los alrededores de la capital, numerosas calles habían sido reparadas o pavimentadas. Carlota había logrado reconciliar al comandante de la plaza de México y al prefecto, que estaban constantemente peleándose; también puso fin a una irritante polémica de prensa, y dio una solemnidad especial a la fiesta de la Independencia, para consolidarla frente a "las barbas de los ministros extranjeros" (Miguel de Grecia 1999: 160). Desbarató mil pequeñas intrigas, calmó las susceptibilidades, suavizando las tirantes y apaciguó a los descontentos. Su éxito en la Regencia lo comunicó a su hermano Leopoldo: "Hoy Max volvió a encargarse de las tareas de gobierno que le entregué en bastante buena condición, como atestigua la buena acogida que le dieron en México y que él retribuyó con extraordinario talento" (Iturriaga 1992: 178). El problema religioso del Segundo Imperio A finales de 1864, el Segundo Imperio Mexicano entabló las negociaciones más difíciles que tuvo que afrontar con el nuncio apostólico, monseñor Pedro Francisco Meglia, quien vino a México para solucionar de una vez el problema eclesiástico. De inmediato exigió a Maximiliano la restitución de todos los bienes del clero con: 1.- La revocación de las funestas Leyes de Reforma-, 2.- La reorganización completa y deseada de los negocios eclesiásticos con la cooperación de los obispos y del mismo Papa; 3.- Que la Religión Católica, con exclusión de otro culto disidente, continúa siendo la gloria y el apoyo de la nación mexicana; 4.- Que los obispos tengan entera libertad en el ejercicio de su ministerio pastoral;

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5.- Que se restablezcan y organicen las órdenes religiosas con arreglo a las instrucciones y poderes que hemos dado; 6.- Que el patrimonio de la Iglesia y los derechos que le son anexos estén defendidos y protegidos; 7.- Que nadie obtenga autorización para enseñar ni publicar máximas falsas y subversivas; 8.- Que la enseñanza tanto pública como privada, sea dirigida y vigilada por la autoridad eclesiástica; 9.- Y que en ñn se rompan todas las cadenas que han tenido hasta ahora a la iglesia bajo la dependencia y el despotismo del gobierno civil (Galeana 1991: 110).

A cambio, Maximiliano le entregó al nuncio un Concordato con principios liberales, compuesto por nueve puntos, y manteniendo al catolicismo como religión oficial del Estado: 1.- El gobierno mexicano tolera todos los cultos que estaban prohibidos por las leyes del país, pero concede su protección especial a la religión católica, apostólica y romana como religión de Estado. 2.- El tesoro público proveerá a los gastos del culto y pagará sus ministros de la misma manera, en la misma proporción y bajo el mismo título que los otros servicios civiles del Estado. 3.- Los ministros del culto católico administrarán los sacramentos y ejercerán su ministerio gratuitamente, sin que tengan facultad para cobrar algo, y sin que los fieles estén obligados a pagar retribuciones, emolumentos o cualquier otra cosa a título de derechos parroquiales, despensas, diezmos, primicias, etc. 4.- La Iglesia hace sesión al gobierno de todas sus rentas procedentes de bienes eclesiásticas, que han sido declarados nacionales durante la República. 5.- El emperador Maximiliano y sus sucesores en el trono, gozarán in perpetuara, respecto de la iglesia mexicana, de derechos equivalentes a los concedidos a los reyes de España respecto de la Iglesia de América. 6.- El Santo Padre, de acuerdo con el emperador, determinará cuáles de las órdenes religiosas extinguidas durante la República deberán restablecerse, especificando de qué manera subsistirán, y bajo qué condiciones. Las comunidades de religiosas que existen de hecho actualmente podrán continuar subsistiendo, pero con prohibición de recibir novicias hasta que el Santo Padre, de acuerdo con el emperador, haya especificado su modo y sus condiciones de existencia. 7.- Jurisdicción del Clero. 8.- En los lugares en que lo juzgue conveniente, el emperador encargará del registro civil de los nacimientos, matrimonios y defunciones a sacerdotes

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católicos que deberán desempeñar esta comisión como funcionarios del orden civil. 9.- Cementerios (Galeana 1991: 113). Al leer la propuesta, monseñor Meglia objetó inmediatamente cualquier arreglo, con el pretexto de que "carecía de instrucciones", pues las que tenía se reducían sencillamente a la aceptación de que fueran abolidas en principio Las leyes de Reforma, la nulidad de las ventas de los bienes eclesiásticos, su restitución a la Iglesia con indemnización por lo que se hubiera perdido. Al enterarse de los resultados negativos para llegar a un arreglo con el nuncio apostólico, Carlota decidió hablar personalmente, segura de que conseguiría lo que Maximiliano y sus ministros no habían logrado. Ella externó al religioso sus ideas con respecto al catolicismo mexicano, mismas que ya había comunicado en diversas cartas a la esposa de Napoleón III y a su padre Leopoldo I: México es un país "mediocremente católico". "La Conquista formó un pseudo catolicismo mezclado con la religión india, que murió con los bienes del clero que eran su base principal". "Los sacramentos católicos costaban una enormidad", y "Una religión de Estado era cuestión de forma más bien que de fondo".7

Sin embargo, su intervención fue inútil, al nuncio "todo se le resbalaba como sobre mármol pulido" y ella experimentó en esa negociación, según dejó asentado, "el infierno, es decir, 'un callejón sin salida" (Miguel de Grecia 1999: 162). Esta fue la primera derrota que sufrió la emperatriz Carlota en México, después vendrían otras. La intransigencia de Meglia obligó a Maximiliano a ratificar las Leyes de Reforma, adoptando el criterio de la nacionalización de los bienes del clero y muchas de las ideas liberales del gobierno republicano.

Un decreto en favor de los indios Como los viajes de Maximiliano continuaron, Carlota obtuvo del Consejo de Ministros un decreto en favor de los peones al [...] promulgar la abolición de los castigos corporales y una justa limitación de las horas de trabajo; hizo garantizar a los indios el pago regular de sus salarios, y tomó diversas medias para librarlos del odioso engranaje de sus deudas. Decretó especialmente que la cifra de los anticipos que podría consentir el propietario a sus criados sería de seis pesos

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Para la versión original de esta carta, redactada en francés, compárese "Carlota a Eugenia, 8 de diciembre de 1846": Corti 1984: 636-637.

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y que los hijos de un peón quedarían descargados de las obligaciones pecuniarias de sus padres. Esas decisiones constituían un verdadero progreso. Carlota no dudaba que tuviesen por resultado el reunir a todos los espíritus libres en torno a la Corona. (Itumaga 1992: 68)

Su regreso a Europa Cuando el 15 de enero 1866 Napoleón III comunicó a Maximiliano que abandonaría la "regeneración de México" y por tanto sería inminente el regreso de las tropas expedicionarias a Francia, Maximiliano pensó en abdicar al trono imperial. Carlota se lo impidió y le aconsejó conservarlo mientras ella acudía a Europa a negociar el cumplimiento del Tratado de Miramar con Napoleón III y el arreglo de la Iglesia con el Santo Padre.8 Maximiliano aceptó el consejo y Carlota partió de la ciudad de México el 9 de julio de 1866, rumbo a Veracruz donde zarpó a bordo del vapor La Emperatriz Eugenia (Rivera 1972: 234). Llegó a París el 9 de agosto, hospedándose en el Gran Hotel. Para no recibirla, el emperador de los franceses pretextó estar enfermo, pero ella se impuso y logró tres entrevistas. Durante ellas, la emperatriz de México rogó que el regreso del ejército expedicionario se aplazase hasta el mes de abril del año siguiente, y que se concediesen dos años de respiro para el pago de la duda contraída por el Imperio de México con Francia. Sin embargo, la negativa de Napoleón fue absoluta. Ante tal fracaso, salió de París el 18 de septiembre con destino a Roma, a fin de entrevistarse con el Papa Pío IX. Éste le negó cualquier ayuda, recordándole además que Maximiliano había ratificado las Leyes de Reforma y, por tanto, la Iglesia podía abandonarlos a su suerte, tal y como lo hizo (Rivera 1972: 236). Tantas presiones y noches sin conciliar el sueño, seguramente provocaron el extravío mental de Carlota, quien nunca se recuperó. Empero, llegó a tener algunos momentos de lucidez, como lo prueban el cuadro que mandó a pintar con Maximiliano en traje de marino en la proa de un bote, abrazando una bandera en medio de un mar con olas agitadas, el cual ordenó fotografiar para enviarlo a sus ex-colaboradores en México con una dedicatoria: "Rogad por el descanso del alma de su majestad Fernando Maximiliano José, emperador de México" (Blasio 1905: 422-423). Con períodos de lucidez y oscuridad vivió hasta 1927. Falleció a la edad de 87 años. Habitó cuatro castillos: Miramar, Laeken, Terveuren y el de Bouchout.

Estos fueron los motivos de su regreso a Europa y no como se dice que se fue para ocultar su embarazo de un hijo que no era de Maximiliano. Para más detalles acerca del supuesto embarazo imperial, consúltese el ensayo de Ratz dentro del presente tomo.

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Según uno de sus biógrafos, sus últimas palabras fueron: "Todo aquello terminó sin haber alcanzado el éxito" (Weckmann 1989: VII). Estudios recientes reconocen que en su correspondencia se deja ver a una mujer que sabía haber nacido para los altos destinos y con un altísimo sentido de la responsabilidad, sinceramente interesada al mismo tiempo en ayudar al desvalido, según las tradiciones de la monarquía europea. Era una verdadera femme d'Etat; no como la atolondrada Eugenia de Montijo, sino a la altura de la reina Victoria de Inglaterra (Weckmann 1989: XI-XII).

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El proyecto de constitución del Segundo Imperio Mexicano: Notas sobre el manuscrito de la archiduquesa Carlota JAIME DEL ARENAL FENOCHIO

Presentación El viernes 24 de enero de 1934, en el Hotel Drouot-Salle de la ciudad de París, salió a pública subasta -organizada por M. Etienne Ader- un manuscrito redactado en español por la Emperatriz Carlota de México y titulado en el catálogo respectivo como Constitution de l'Empire du Mexique. Su „más grande importancia" era reconocida por los autores de dicho catálogo quienes informaban a los posibles compradores que el documento formaba parte de una „colección de piezas autógrafas y documentos históricos". La autenticidad de la pieza era garantizada por Pierre Cornau, perito en autógrafos del Tribunal Civil de la Siene y quien era asimismo la persona que lo ofrecía a remate. El manuscrito lo formaban trece páginas que comprendían nueve capítulos divididos en 65 artículos (Cuevas Cancino 67/68). Durante los años siguientes nadie más pareció conocer la existencia de un documento sobre el que pocos historiadores habían reparado. Fue hasta el año de 1957, cuando en la serie de conferencias que organizó la Barra Mexicana de Abogados con motivo del primer centenario de la promulgación de la Constitución Federal de 1857 don Francisco Cuevas Cancino, abogado egresado de la Escuela Libre de Derecho, internacionalista, historiador, diplomático y escritor, dio a conocer públicamente el texto del manuscrito ofrecido en París más de dos décadas atrás. Al parecer, tanto el catálogo como el manuscrito le fueron proporcionados por su amigo y colega, el también jurista e historiador del Derecho egresado de las aulas de la misma institución, don Javier de Cervantes.1 En las páginas de El Foro, la prestigiosa revista de la Barra Mexicana, transcribió el texto del documento imperial como apéndice a su conferencia titulada „a Constitución de 1857 y el Estatuto Provisional del Imperio Mexicano" (Cuevas Cancino 67-73). Tal vez este título, y la ocasión nada propicia para reflexionar sobre documentos constitucionales no republicanos fueron las causas de que por décadas se desconociera, una vez más, el proyecto del texto constitucional imperial, y que ninguno de nuestros constitucionalistas 1

Compárese: „Para elaborar esta conferencia, el autor contó con documentación de la biblioteca del señor licenciado don Javier de Cervantes" (Cuevas Cancino 51, notal), y, al transcribir el Proyecto, afirma: „[...] este documento fue proporcionado al autor, con su característica cortesía, por el Sr. Lic. Don Javier de Cervantes" (Cuevas Cancino 68).

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e historiadores de las constituciones mexicanas, hiciera la mínima referencia al mismo. La tierra pareció tragárselo de nuevo, como durante mucho tiempo ocurrió con el propio Estatuto Provisional del Imperio, redescubierto primero en la tesis profesional El derecho público del segundo imperio del estudiante de la Escuela Libre Emilio González de Castilla en 1944 y, más tarde y en forma definitiva, en las Leyes Fundamentales de México (1957) de Felipe Tena Ramírez, también egresado de la mencionada escuela. Durante casi cuarenta años, entre 1958 y 1997, ninguno de los que nos ocupamos en la historia jurídica del Segundo Imperio, supimos ni de la existencia del texto escrito por la Archiduquesa, ni del artículo de Cuevas Cancino; tampoco los historiadores de esa etapa de nuestra historia, ni los biógrafos modernos de Maximiliano y de Carlota. En 1997, con motivo de un ciclo de conferencias organizadas por la maestra Patricia Galeana2, directora entonces del Archivo General de la Nación, fui invitado a presentar un comentario sobre el Estatuto Provisional (del Arenal 1999); fue entonces cuando me topé con el artículo de Cuevas Cancino y volví a llamar la atención sobre el ignorado documento imperial, que por entonces ni siquiera se mencionaba en las más modernas colecciones documentales de la Emperatriz, compiladas por Luis Weckmann (1989) o por José N. Iturriaga (1992). Acicateado por el redescubrimiento traté de localizar el manuscrito original de Carlota. Con el embajador Francisco Cuevas Cancino no tuve suerte, pues vagamente recordaba los hechos que yo le narré hacia el mes de abril de 1997, así que dirigí mis pesquisas a la figura de Javier de Cervantes. Sabía que parte de su biblioteca había pasado a su muerte, ocurrida en 1963, a la biblioteca de la Escuela Libre de Derecho pero no sus manuscritos, los que pudieron pasar a las manos de don Ignacio Conde, erudito abogado también egresado de la mencionada institución, especialista en la historia del Segundo Imperio y familiar político de don Javier. A través de mi buen amigo el jurista historiador Alejandro Mayagoitia hice la indagatoria correspondiente sin resultado alguno: Conde ignoraba la existencia del manuscrito. Para fortuna mía, en ese tiempo conocía la joven y talentosa historiadora Erika Pañi, quien estaba concluyendo en El Colegio de México su tesis de doctorado precisamente sobre el Segundo Imperio Mexicano (Pañi 1998). Fue ella quien halló nuevamente el manuscrito de la Emperatriz Carlota y quien, con toda generosidad, me obsequió copias fotostáticas del mismo. Lo localizó en la colección de manuscritos de la Bancroft Library, de la Universidad de California en Berkeley. La carátula difiere un poco de los datos aportados por Cuevas Cancino, si bien está autentificado por el mismo P. Cornau -quien aparece como el director de la negociación 2

"La definición del Estado Mexicano: 1857-1867", Archivo General de la Nación, México, del 5 al 7 de agosto de 1998.

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„Autographes & Documents. Vente et achat"- y está numerado con el mismo número 139 del catálogo de 1934 y con la misma identificación (Mexique. Constitution de l'Empire du Mexique./ Manuscrit autographe de l 'Impératrice Charlotte. 13 pp. 'A in fol. / Précieux document historique de la plus grande importance. Il comprend/ 9 chapitres divisés en 65 articles. Magnifique pièce entièrement de la main/ de l'Impératrice Charlotte), por lo que se puede concluir que se trata del mismo manuscrito que estuvo en poder de don Javier de Cervantes y que reprodujo Cuevas Cancino en las páginas de El Foro en 1958. En esta ocasión considero oportuno dedicar unas líneas, en forma particular por vez primera, al análisis del todavía desconocido proyecto de Constitución del Segundo Imperio, en la versión escrita de puño y letra de Carlota Amalia, princesa de Bélgica, archiduquesa de Austria, y emperatriz de México entre abril de 1864 y su muerte, ocurrida en enero de 1927.

El manuscrito Tal y como lo certificara el perito Cornau, el documento fue escrito por la Archiduquesa, lo que no necesariamente obliga a concluir que fuera la autora del texto constitucional que contiene, pues bien pudo haberlo copiado de un ejemplar de autor diverso. Lo integran no 13 páginas sino 14 y no lleva ningún título, ni está fechado. Se encuentra dividido en nueve títulos, el primero de los cuales los 8 primeros artículos- no lleva ningún rubro, los otros ocho, por el contrario, sí: „Del Imperio" -artículos 9 a 24-, „Del Consejo de Estado" -artículos 25 a 31-, „Del Senado" -del 32 al 43-, „Del Poder Judicial" -44 a 50-, „De las Provincias y los municipios" -artículos 51 y 52-, „De la Hacienda" -53 a 57-, „De la Fuerza Pública" -del 58 al 60- y, el último, „Disposiciones Generales y Transitorias", con los artículos 61 al 65. Este último resulta de extraordinaria importancia porque permite ubicar temporalmente la redacción del manuscrito. En efecto, dispone que „la Regencia del Imperio gobernará el Estado hasta la llegada del Emperador y sus decretos se publicarán en nombre del Soberano sin perjuicio de su ratificación", lo que permite ubicar la redacción entre julio de 1863, cuando la Asamblea de Notables nombró al Archiduque Fernando Maximiliano emperador de México y quedó establecida la Regencia (Tafolla 1977: 149 y 155), y abril de 1864, cuando Maximiliano aceptó la Corona del Imperio y prestó el juramento respectivo en su palacio de Miramar, después de lo cual ordenó la disolución de la Regencia y nombró a Juan Nepomuceno Almonte como Lugarteniente del Imperio (Arrangoiz 1974: 579 y 676). Por otra parte, el artículo 10 dispuso que „[...] los poderes constitucionales del Emperador son hereditarios en la descendencia directa y legítima de S. M. Fernando I de Habsbourg-Lorena"; es decir, la constitución hubo de ser redactada cuando

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Maximiliano aún no había preferido utilizar su segundo nombre en lugar del primero, que mucho recordaría a los mexicanos el del conquistador Fernando Cortés. Los meses que corren de julio de 1863 a abril de 1864 son de enorme importancia y de una intensa actividad política y diplomática tanto en México como en Europa. Hay que recordar que Maximiliano va a condicionar su aceptación al trono mexicano a la ayuda militar y financiera de Francia, al asentimiento del emperador Francisco José de Austria y a la manifestación expresa del pueblo de México a favor de la monarquía que él encabezaría; por otra parte, su hermano insistirá, hasta lograrlo, en la renuncia de Maximiliano a sus derechos hereditarios a la corona austríaca, lo que estuvo a punto de dar al traste con los planes de los monárquicos mexicanos. Inglaterra tratará de disuadir al Archiduque ofreciéndole la corona de Grecia, y al fracasar en su intento, mostrará una prudente y escéptica actitud frente al apoyo solicitado por aquél. Leopoldo I de Bélgica, por su parte, apoyará el establecimiento del Imperio pero se limitará a darles consejos -algunos no tan prudentes- a su hija y al esposo de ésta, sin implicarse mayormente en la aventura mexicana. En México, el problema de la ratificación de las Leyes de Reforma, particularmente de la libertad de cultos, por parte de los franceses hará crisis y provocará la caída del Arzobispo Labastida como miembro de la Regencia, mientras que continuará la oposición bélica de los republicanos. Meses de viajes de la pareja imperial a Viena, a Bruselas, a París y a Londres; de planes y proyectos para ultimar satisfactoriamente el establecimiento de un imperio latino que contuviera el expansionismo norteamericano sobre el Golfo de México y el Istmo de Panamá; de consultas, negociaciones y consejos, públicos y privados, familiares incluso, sobre la forma de organización más conveniente para este segundo imperio mexicano. En fin, meses de dudas, de esperanzas y de temores, pero sobre todo, de una intensa labor epistolar entre los actores europeos y americanos de aquella tragedia cuyos frutos hoy se encuentran dispersos en decenas de archivos junto con memorias y otros documentos muy significativos para el presente estudio, algunos hoy por desgracia destruidos para siempre. Esta documentación resulta clave para reconstruir el fallido intento de establecer un Imperio constitucional en México en la sexta década del siglo XIX, pues precisamente durante estos meses se conserva el mayor número de referencias documentales acerca del interés de los potenciales emperadores y sus aliados para dotar a su imperio de una constitución política. Los testimonios, sin embargo, en ocasiones difieren y provocan cierta confusión.

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Testimonios y referencias En Miramar, el 3 de octubre de 1863 Fernando Maximiliano de Habsburgo declaró a la diputación mexicana encargada de ofrecerle el trono de México su „[...] firme resolución de seguir el ejemplo del Emperador, mi hermano, abriendo a vuestro país, por medio de un régimen constitucional, la ancha vía del progreso, basada en el orden y en lo moral, y de sellar con mi juramento, luego que aquel vasto territorio esté pacificado, el pacto fundamental con la nación" (Tafolla 1977: 176); palabras que se interpretaron como una promesa de conducir la marcha del imperio sobre la vigencia de un orden constitucional. Sin embargo, el tiempo del cumplimiento de dicha promesa quedó indeterminado, pues si por una parte indicaba que abriría la ancha vía del progreso „[...] por medio de un régimen constitucional", luego aclaró que „[...] el pacto fundamental con la nación" se sellaría „[...] luego que aquel vasto territorio" estuviera pacificado. Ralph Roeder afirma, sin fundamentarlo, que antes de este ofrecimiento un miembro de la delegación ya había recibido la comisión de preparar un proyecto constitucional conforme a las ideas del Archiduque; éstas abarcaban la libertad de cultos, la libertad de prensa, la igualdad ante la ley y otros preceptos que se apartaban imperceptiblemente [sic] de los principios de la Constitución de 1857; el texto había sido sometido a Napoleón, quien lo aprobó en principio, pero desaconsejó la precipitación al poner el proyecto en práctica. No era con la libertad parlamentaria como se regeneraría a un pueblo en las convulsiones de la anarquía: lo que se necesitaba en México -decía- era una dictadura liberal; la libertad seguiría espontáneamente. El proyecto quedó, pues, en suspenso y hasta Gutiérrez Estrada, adversario declarado de la monarquía constitucional y clerical fanático, no se inquietó ante el porvenir. (Roeder 1972: 824) Ernesto de la Torre, por su parte, sostiene que: Desde los días en que se le ofreció el trono, Maximiliano, con el ejemplo de lo que ocurría en Europa, trató de que se elaborara una Constitución que pudiera regir a México y desde Miramar, en 1863, con el Consejo de emigrados preparó un anteproyecto que fue presentado por Carlota al rey Leopoldo. Es posible que Napoleón III fuera informado del mismo, mas este monarca, acostumbrado como estaba a los golpes de Estado y a vivir fuera de la constitución, le había aconsejado que gobernara personalmente pero a base de los grandes principios de la civilización moderna [...] (de la Torre 1985: 2099) La idea, pues, de dotar al imperio de una constitución parecería haber surgido de la iniciativa del propio Maximiliano. Sin embargo, no fue así, al menos no del todo, puesto que la proposición surgió de la entrevista que sostuvieron el emperador Fernando José y su hermano en el palacio de

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Schónbrunn en agosto del 63. Aquí se decidió que el segundo declararía a la comisión de mexicanos nombrados para ofrecerle el trono que „[...] estaba decidido, siguiendo el ejemplo del augusto jefe de su casa, a reinar constitucionalmente" (Corti 1971: 171). La constitución del Imperio se convertiría en cortísimo plazo en un importante argumento para obtener el apoyo de Inglaterra y de Bélgica, no sólo para ratificar una vez más la política liberal sostenida por el propio imperio francés. Por lo mismo, su redacción se convirtió en una cuestión de relativa urgencia ya que no era lo mismo prometer un régimen constitucional que acompañar la promesa con el texto de un proyecto constitucional. Así lo deseaban los austríacos y Napoleón III no se opondría a ello, al menos no al principio, si con la constitución ayudaba a decidirse a Maximiliano y obtenía el apoyo de ingleses y belgas. Por esta misma razón tampoco se resistirían algunos de los mexicanos que más se encontraban implicados en la aventura imperial, como José Manuel Hidalgo, quien en agosto del mismo año se encontraba en el castillo de Miramar junto con el Archiduque (Arrangoiz 1974: 554), donde pudieron comenzar a elaborar el proyecto de constitución.3 Como quiera que sea, ni Napoleón III ni la propia Carlota, quien había acompañado a su esposo a la entrevista de Schónbrunn, fueron ajenos a este plan. En los Apuntes que Hidalgo formó para elaborar su propia biografía o para colaborar con Luis García Pimentel en la redacción de su frustrada Historia del Imperio de Maximiliano confiesa, sin precisar fechas, que estando en Biarritz, Napoleón III le dio „un embrión de Constitución", del que se lamentaba no tener copia, y al cual el emperador francés no pareció darle demasiada importancia, recomendando a Hidalgo dársela al Archiduque con esta frase: „Donnez-lui cela et puis il fera ce qu'il voudra". 4 Hidalgo llevó el proyecto a Miramar y aquí debió haberlo discutido con Maximiliano. Según esta versión la autoría del proyecto sería del propio Napoleón, lo que explicaría, de ser éste el texto redactado por Carlota, el parecido con la Constitución Francesa de 1852 que Cuevas Cancino hiciera notar en su oportunidad (Cuevas Cancino 1958: 65). Por otro lado, existe la versión del propio Maximiliano, quien el 23 de agosto asentó en su diario refiriéndose a la constitución mexicana -escrita en francés, según Brigitte Hamann-: „Las frases melodiosas y las libertades autónomas las tomamos de la Constitución belga; el armazón enérgico, de la Constitución imperial [francesa]. En conjunto espero que tenga una forma buena y lógica y que

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Hidalgo asienta, refiriéndose a Maximiliano, que „[...] respecto de su futura política, convenía, y aun trabajó en su gabinete sobre esto con el autor de estos apuntes, en la necesidad de dar una constitución, pero hasta que la tranquilidad pública estuviese asegurada en todo el Imperio mexicano" (Hidalgo 1962: 148).

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„Dásela y después él hará lo que él quiera" (Verea de Bernal 1960: 51).

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constituya un acertado término medio" (Hamann 1989: 40). El uso del plural confirma la intervención de Hidalgo. Conde Corti confirma la estancia de éste en Miramar en la segunda quincena de agosto de 1863, trasladándose después a Biarritz, a donde llegó después del 12 de septiembre, entrevistándose con el emperador francés antes del día 20 para discutir el proyecto de constitución que con toda seguridad había trabajado con el Archiduque: Días después llamó Napoleón a Hidalgo a su despacho donde, en unión con la emperatriz Eugenia, examinaron el proyecto de constitución y conferenciaron durante dos horas y media sobre el alcance de determinados artículos que, como decía Hidalgo, parecían atar demasiado las manos del nuevo monarca de México. Napoleón vio sobre todo un peligro en la creación de una sola cámara y, en particular, las disposiciones sobre el derecho electoral le parecieron peligrosas. (Corti 1971: 189)

Según estas dos y otras fuentes5, la iniciativa partió originalmente de Miramar, lo que no impide suponer que el proyecto analizado en Biarritz por Napoleón y por la Emperatriz Eugenia fuera el mismo enviado a Maximiliano en agosto y devuelto ahora a uno de sus autores incluyendo las correcciones, reformas y supresiones realizadas por el Archiduque y por Hidalgo, entre las cuales estaría, tal vez, la supresión de la libertad de cultos a la que se refiere Roeder. En lo que no se puede dudar es que para comienzos de septiembre se había ya redactado un proyecto de constitución para el Imperio Mexicano, que en su elaboración intervinieron, Maximiliano e Hidalgo, cuando menos; que el dicho proyecto fue presentado para su discusión a Napoleón III; que su existencia pudo asegurarse el 11 de septiembre por Arrangoiz ante el ministro inglés Palmerston, quien mostraría su beneplácito porque Maximiliano otorgara „una especie de constitución" (Corti 1971: 182); y, lo más importante, que Carlota, a mediados del mismo mes, llevó consigo una copia a Bruselas, a donde llegó el mismo 11 de septiembre para entrevistarse con su padre el rey Leopoldo I (Corti 1971: 182). Se puede concluir que los proyectos enviados a Napoleón y a Leopoldo eran iguales y que ambos salieron de Miramar, bien sea que su redacción original correspondiera al emperador francés o a Maximilano e Hidalgo, o que éstos enmendasen el proyecto original enviado por el primero.

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Compárese Roeder 1972: 824, De la Torre 1985: 2099, Corti 1971: 184; el Baron Camille Buffin afirma que Maximiliano había preparado una constitución (citado por González de Castilla 1944: 21).

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La intervención de la Archiduquesa Carlota El texto de la Princesa belga que actualmente se conserva en California fue redactado en español después de las conversaciones que sostuvo con su padre entre el 12 y el 19 de septiembre, y donde presentó para su discusión el proyecto surgido en Miramar. La prueba se encontraba en un documento al parecer hoy perdido que se guardaba en el Archivo Mexicano del emperador Maximiliano, del Archivo del Estado, en Viena, escrito por Carlota y titulado Conversations avec cher Papa6, pero por fortuna parcialmente transcrito por Conté Corti, lo que permite hacer el cotejo respectivo. En efecto, en esta obra se transcribe ampliamente parte de la conversación sostenida entre padre e hija con motivo de la lectura de la constitución „[...] que se pensaba dar a México y que había proyectado en Miramar el archiduque con los mexicanos" (Corti 1971: 184). Carlota leyó varios artículos que corresponden casi literalmente al texto conservado, y sobre los cuales recayó la opinión de Leopoldo I. Aprobó expresamente el artículo primero („La nación mexicana es libre, soberana, e independiente"), el tercero („Todos los ciudadanos son iguales ante la ley"), una fórmula corta y restrictiva de la libertad de prensa, y el establecimiento de la católica como religión de Estado, aunque opinó que más tarde habría que pensar en la tolerancia de cultos. En lo que el rey no estuvo de acuerdo fue en el establecimiento de „una sola cámara", a la que también se oponía Carlota. En general, el monarca belga opinó: „Estoy de acuerdo en que Max se declare emperador constitucional y también en que haga votar una constitución por el congreso nacional en vez de otorgarla. Por lo demás está muy bien adaptarse un poco a los deseos de los mexicanos y es muy natural que se les pregunte." Finalmente, se inclinó por un senado de tipo norteamericano, „[...] aconsejó las organizaciones provinciales y municipales, y la creación de un tribunal de cuentas permanente nombrado por el soberano." El texto de Carlota no contempla ni la libertad de cultos, ni el sistema bicamaral, pero sí el tribunal de cuentas y una libertad de prensa restringida. El hecho de que en estas conversaciones se hiciera alusión a „dos fórmulas" del artículo sobre la libertad de prensa -una corta, sencilla y enérgica que apoyaba la futura emperatriz, y una restrictiva, más extensa y detallada- y que el artículo 31 hable de „ciudadanos" y no de „mexicanos" permite, sin embargo, pensar que tal vez Carlota llevó consigo dos proyectos, o que, teniendo uno escrito, en el curso de las conversaciones trajera a cuenta otras alternativas e introdujera algunas de las

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Compárese Corti 1971: 183, nota 89, las fechas están, una vez más, equivocadas: las conversaciones se llevaron a cabo en septiembre no „[...] desde el 12 hasta el 19, XI [sic], 1863". No lo mencionan ni Weckmann ni Iturriaga. Sobre estos escritos véase Hanna 1985: 143 y 144.

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modificaciones sugeridas por el rey, como el tribunal de cuentas, lo que no parece descabellado. La versión conservada en la Bancroft Library no parece ser un simple borrador, sino una limpia versión resultado de esas conversaciones. Otros documentos de enorme trascendencia para precisar la intervención personal de Carlota en este proyecto son las „Pro Memorias" „ escritas pero no fechadas por la propia Carlota en Miramar, poco antes de su traslado a Bélgica (principios de septiembre) o a pocos días de su regreso, y conservadas hoy en el Archivo del Palacio Real de Bruselas. En ellas alude reiteradamente al proyecto constitucional y significan, al decir de Weckmann, „[...] testimonios de la parte activa que esa princesa tuvo en las negociaciones que condujeron a la creación del Segundo Imperio" (Weckmann 1989: 155). En efecto, antes de la partida de Arrangoiz a Inglaterra, la futura emperatriz escribió: Habría que hacer comprender al gobierno británico que el archiduque está muy ajeno a toda idea de fanatismo religioso o de tendencias retrógradas en materia política. Que, muy por el contrario, ha sido el primero en reclamar una base constitucional y que este deseo será explicado ampliamente a la diputación mexicana que se espera para fines de mes. (Iturriaga 1992: 130, nota 5 Memoria) Hablar de la constitución, de las ideas liberales moderadas en cuestión religiosa. Sería bueno que todo esto se supiera en Inglaterra. (Iturriaga 1992: 133, nota 7 Memoria) Y ante la inminente llegada de la comisión mexicana nombrada para ofrecerle el trono de México a su esposo, ante la cual Maximiliano habría de pronunciar un discurso, asentó: El archiduque dirá [...] Que, de todas maneras, si alguna vez asciende al trono de México, espera que su gobierno tenga un fundamento constitucional. Que, a su juicio, la mejor vía a seguir para lograr este objetivo seria la siguiente: después de que se hayan emitido pronunciamientos análogos al de la capital en las principales ciudades de México, con lo que quedaría bien establecido el deseo de la nación de instaurar un imperio constitucional y ofrecer la corona al archiduque, convocaría a un congreso constituido por diputados de todos los departamentos, electos según el sistema electoral de 1856, con el fin de que elaboren y sometan a la sanción del futuro soberano el proyecto de constitución. [...] Al mismo tiempo se escribirá a Almonte, de la manera más confidencial posible, para explicarle el deseo del archiduque de que la constitución tenga como base una combinación del programa adjunto con las disposiciones esenciales de la constitución del imperio francés (sin las modificaciones que se le introdujeron en 1859 y que, en el estado actual del país, aún no parecerían apropiadas a sus necesidades, y para comprometerlo a hacer que el congreso adopte un proyecto de constitución redactada con sus puntos de vista) [...] Que en cuanto la nación haya ratificado el voto de la junta de México [se refiere al de la Asamblea de Notables], que el proyecto de constitución haya recibido la sanción del príncipe [Napoleón III] y que hayan desaparecido los obstáculos que quedan por

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superar en Europa, se declare al archiduque emperador de México y se aliste a partir hacia Veracruz. (Iturriaga 1992: 132, nota 6 Memoria; Las cursivas son mías)

Y todavía, en un memorándum escrito antes de embarcarse rumbo a México, insistió: „Constitución, ideas liberales, moderadas en la cuestión religiosa, nada de fanatismo. Sería bueno decirlo en Inglaterra y, en particular, a Lord Rusell" (Iturriaga 1992: 138), ministro de la reina Victoria.7

El destino de la Constitución Destaca en los anteriores documentos el papel asignado a Francia, tanto porque Napoleón III debería otorgar su sanción al proyecto de constitución, como por el hecho de que este último debía resultar de la combinación de las „disposiciones esenciales" de la Constitución francesa de 1852 con un „programa adjunto" que no aparece en los escritos de Carlota y cuyo paradero se desconoce. No cabe duda, sin embargo, que el proyecto de puño y letra de la Archiduquesa está claramente inspirado en aquel texto constitucional francés que cuenta con 58 artículos agrupados en VIII títulos, y si bien se trata de una constitución republicana, orientó al texto imperial mexicano hacia un poder ejecutivo fuerte, como se puede apreciar tanto en las facultades del emperador como en las facultades de los demás poderes, salvo en lo que se refiere al sistema bicamaral cuya ausencia en el proyecto mexicano tanto disgustó al rey de Bélgica.8 Paradójicamente, será el mismo Napoleón quien frustrará una propuesta que pudo partir de él mismo, así como el propio padre de la princesa Carlota acabará por rematarla. El 2 de octubre, habiendo recibido de Maximiliano el borrador del discurso „[...] a la comisión mexicana que se esperaba y que debía ofrecerle la corona", el Príncipe le contestó: Hermano mío [....] permítame que llame su atención sobre un punto: no se puede regenerar con libertad parlamentaria una nación hundida en la anarquía. Lo que México necesita es una dictadura liberal. Esto es, un poder fuerte que proclame los grandes principios de la moderna civilización, tales como la igualdad ante la ley, la libertad civil y religiosa, la honorabilidad de la administración, y la rectitud de la justicia. En lo que se refiere a la constitución, debe ser obra del tiempo y creo que, aunque esté prometida

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Iturriaga lo ubica hacia marzo de 1864.

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Véase la constitución francesa de 14 de enero de 1852 en Duguit / Monnier 1915: 274280.

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y redactada, sólo debe ser aplicada después de varios años cuando el país esté pacificado y el gobierno bien consolidado. (Corti 1971: 193; cursiva mía)9

Al decir de Conté Corti, „[...] de esta manera juzgó Napoleón el proyecto de constitución que le envió Fernando Max, el cual testimoniaba una manera de pensar liberal [de ambos, añado yo], pero en atención a la situación de México le inspiró todo género de reparos" (Corti 1971: 193). El 9 de octubre, Maximiliano confesó a Napoleón que las alusiones a un régimen constitucional hechas en su discurso del día tres ante la comisión, respondían a „[...] consideraciones que terna que guardar a la opinión pública de Inglaterra y de Austria" (Corti 1971: 196).10 ¿Cómo conciliar este rechazo con el hecho de que fuera el propio francés quien, al decir de Hidalgo, fuera el padre del proyecto inicial de constitución? Para mí, el proyecto constitucional fue un instrumento más en manos de Napoleón III, de Maximiliano o de Carlota, para cumplir con cuatro objetivos: satisfacer los deseos del emperador austríaco, obtener el apoyo de Inglaterra y de Bélgica, ratificar el camino liberal que había tomado la intervención francesa en México, e inclinar la voluntad de todos para obligar al indeciso Maximiliano -quien se veía a sí mismo como un liberal- a aceptar la corona de México; la de Carlota, la de su padre, la del emperador Francisco José o la de la opinión pública; pero nunca nadie pensó en que tuviera vigencia inmediata, ni menos que se discutiera o se ratificase por una asamblea de mexicanos. Una vez alcanzadas las metas, la constitución bien podía guardarse en un cajón, en espera de mejores tiempos, lo que explicaría la tranquilidad de Gutiérrez Estrada y demás conservadores mexicanos enemigos del régimen constitucional. De aquí la poca importancia que desde un principio notara Hidalgo cuando recibió el proyecto de las manos del emperador de los franceses, y la frase „dásela y después él hará lo que él quiera." Ya se encargaría el propio Napoleón de indicarle a Maximiliano lo que éste debía querer, como cuando le aconsejó, ya siendo emperador, „[...] conservar mucho tiempo el poder absoluto" y que los mexicanos le diesen un „[...] poder dictatorial durante algunos años aún" (Napoleón a Maximiliano, 16 de noviembre de 1864, según Galeana 1991: 53-54). Leopoldo I, por su parte, no mostraría una opinión diferente, la que expresó en carta de 28 de mayo de 1864, cuando la pareja imperial llegaba a San Juan de Ulúa: „Sobre todo en los primeros tiempos habrá que evitar debilitar el poder del 9

El texto completo en francés en la p. 614; José C. Valadés 1976: 133 da una traducción diferente.

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Véase también: „la mention que j'y fais d'un régime constitutionnel m'a été dictée principalement par les égards que réclame l'opinion publique de l'Angleterre et en Autriche même, et déjà, par l'effect de cette indication, on peut constater ici un revirement très favorable dans les idées" (Corti 1971: 615).

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gobierno. Las formas constitucionales pueden ser guardadas sólo para después, pues traen consigo demoras y conviene cambiar en primer lugar las propias dificultades y después aquellas que surgen en toda asamblea política" (Corti 1971: 282). El tiempo, en efecto, no estaba para constituciones. Sólo unas semanas atrás, el 10 de abril de 1864, Maximiliano al aceptar, por fin, el trono de México, había dicho: Acepto el poder constituyente con que ha querido investirme la Nación, cuyo órgano sois vosotros, pero sólo lo conservaré el tiempo preciso para crear en México un orden regular, y para establecer instituciones sabiamente liberales. Así que, como os lo anuncié en mi discurso del tres de octubre, me apresuraré a colocar la Monarquía bajo la autoridad de leyes constitucionales, tan luego como la pacificación del país se haya conseguido completamente. (Arrangoiz 1974: 675-676) Meses después, estando ya en México, le escribió a su suegro confesándole que no se ocupaba „[...] por el momento de ninguna tentativa constitucional; la autoridad en pleno debe quedar en manos del gobierno hasta que el país quede pacificado" (Cuevas Cancino 1958: 58-59). El camino estaba claramente marcado pero el tiempo, su tiempo de monarca constitucional, nunca llegó." Maximiliano alcanzaría únicamente a promulgar -exactamente un año despuésun Estatuto Provisional del Imperio Mexicano. Pero ni fue una constitución, ni en nada se parece a un proyecto que se salvó gracias al puño y letra de una emperatriz, a la vez inteligente y loca.

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Resulta insostenible pues lo afirmado por los Hanna en el sentido de que en su viaje rumbo a México Maximiliano y Carlota „[...] estudiaron una constitución que habían esbozado el año antes con los consejos del rey Leopoldo y de Napoleón". (Hanna 1973: 115). Para entonces no hay duda que el proyecto constitucional se había postergado indefinidamente para otro momento.

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Carlota fue Roja PATRICIA GALEANA

A través del tiempo, la creación literaria ha ofrecido diferentes interpretaciones sobre acontecimientos y personajes, difundiendo en todo tipo de público el interés por el conocimiento histórico. No obstante, el común de los lectores se queda solamente con la imagen que recrean los escritores, sin distinguir dónde termina la verdad y empieza la imaginación, permaneciendo, en muchos casos, ideas distorsionadas de la verdad histórica. Carlos Monsiváis, en su reciente obra Aires de familia, hace una revisión de la cultura latinoamericana, y destaca la importancia que ha retomado en nuestra época la novela histórica, a la que denomina "género fundado en la nostalgia de lo que se desconoce, se intuye o se ha vivido fragmentariamente", con lo que "la historia, una disciplina siempre popular, vuelve como género pop" (Monsiváis 2000: 47). En la obra Latinoamérica en la conciencia europea. Europa en la conciencia latinoamericana, Ignacio Díaz Ruiz, en el ensayo "América Latina: apuntes para el fin de siglo", se refiere a Noticias del Imperio de Fernando del Paso, como una de las novelas históricas que marcan un hito en la literatura latinoamericana (Díaz Ruiz 1999: 54). Producto de una ardua investigación de diez años, la obra de Del Paso ha hecho que se retome el interés en el Imperio Mexicano, en particular, en su protagonista, la Emperatriz Carlota. Si bien la historia de las mujeres ha sido una historia olvidada en la historiografía universal, hasta el triunfo del movimiento de la liberación femenina a partir de los 60, y en la historiografía mexicana, hasta más recientemente en la década de los 90; las figuras femeninas de acciones trascendentes al frente de reinos e imperios han logrado romper de tiempo atrás el techo de cristal y hacer que se fije la atención sobre su vida y su obra. Es el caso de Carlota de Bélgica, emperatriz de México, quien nunca ha sido eclipsada por la figura de Maximiliano. En la diversa historiografía que existe sobre el Segundo Imperio Mexicano, la acción de Carlota siempre ha trascendido, no sólo por haber sido la regente del Imperio, sino que por su recia personalidad, todos los historiadores fijan en ella su atención; ya para ensalzarla, ya para atacarla. En todo caso, siempre contrastan el carácter de la Emperatriz con la personalidad romántica y poco pragmática del Emperador, que es quien resulta eclipsado cuando Émile de Kératry declara: "Toda su fuerza residía en el alma ardiente de la emperatriz Carlota" (Kératry 1867: 355-356; trad. mía).

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Cabe recordar que desde la biografía de Hélène de Reinach Foussemagne, Charlotte de Belgique Impératrice du Mexique (1925), hasta la obra reciente de José Manuel Villalpando (1999), la emperatriz no sólo es la heroína, sino incluso la víctima de Maximiliano. Mientras Conte Corti (1944) hizo la apología del archiduque Maximiliano, la condesa Reinach Foussemagne tuvo como objetivo probar la extraordinaria importancia política y cultural de su biografiada. La condesa revisó la correspondencia de la emperatriz, recogió los testimonios de quienes la habían conocido tanto en Europa como en México, y se apoyó en las obras L'Empire Libéral de Emile Ollivier y la Histoire du Second Empire de Pierre de la Gorce. Para Reinach Foussemagne, Carlota fue "una niña precoz, inteligente y reflexiva", que se transformó a la muerte de su madre en "una adolescente pensativa, seria, razonadora" (Reinach en Quirarte 1970:167). En contrapartida, Maximiliano es visto con desagrado por la condesa, lo considera un personaje mediocre, torpe y apático, comparado con Carlota, que es la aguda, enérgica, creativa; en una palabra, para la condesa, la emperatriz es superior a Maximiliano en voluntad y perseverancia (Reinach en Quirarte 1970: 167/169). Son muchos los autores que exaltan a Carlota en menoscabo de Maximiliano, Gabriel de Diesbach-Torny, capitán de la Legión Extranjera en México, por ejemplo, considera que "[s]ólo la Emperatriz tiene cabeza para pensar y llevar los pantalones" (citado según Castelot 1985: 223). Mientras sólo algunos de sus biógrafos encuentran parecido entre Carlota y su abuelo Luis Felipe, el "ciudadano rey" de los franceses, todos coinciden en que "era sagaz", que tenía talento y "poseía un verdadero dominio de sí misma". Así el historiador mexicano José C. Valadés concluye: "No buscaba lo bello, sino lo útil" (Valadés 1993: 99), leía obras de filosofía e historia "[...] con verdadera fruición. Sobresalía a las enseñanzas de sus preceptores" (Valadés 1993: 99). Al lado de su espíritu de grandeza se movía un insondable orgullo de su casa y de sí misma. Llevaba lo Coburgo de su padre y lo Borbón del lado materno. Una alianza con los Habsburgo era importante, ya que Austria todavía tenía todos los visos de una potencia mundial. Deseaba que Max fuese nombrado virrey de Lombardía, así sería la virreina. "Esa posición ya respondía a las ambiciones de su padre el Rey de los belgas" (Valadés 1993: 100). Esta última es la razón por la que Valadés considera que se casó con Maximiliano (Valadés 1993: 96-100). Para no pocos historiadores Carlota poseía dimensiones de estadista. Además se congratulan por su extraversión, gracias a la cual se "puede penetrar fácilmente en el fondo de su pensamiento" (Quirarte 1970: 169), según afirma Martín Quirarte, uno de los historiadores mexicanos que mejor han estudiado al Segundo Imperio.

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Como puede constatarse, tanto en la historiografía europea como en la mexicana, la del siglo XIX así como la del que acaba de concluir, los diferentes autores coinciden en reconocer la inteligencia y el carácter de Carlota. De igual forma, existe la opinión generalizada de que Maximiliano era lo opuesto. Siendo ésta la imagen que de él propalaron sus detractores, misma que es ciertamente inexacta. No debemos caer en maniqueísmos, y por exaltar a Carlota minimizar a Maximiliano. El emperador tenía también una inteligencia clara y su propio carácter. De personalidad distinta a la emperatriz, por ello se complementaron en el terreno político, independientemente de su relación de pareja. El aparente distanciamiento en sus relaciones íntimas ha llevado a conclusiones absolutamente subjetivas a algunos historiadores como es el caso de Desternes y Chandet, quienes consideran que: "El deseo sexual insatisfecho [...] fomentó la ambición de Carlota, y ésta, frustrada, la empujó a la locura. La ambición fue su amor verdadero o, si se quiere, su consolador de amores verdaderos" (Desternes/Chandet 1968: 456). Ciertamente la gran asesora de Maximiliano, en la toma de decisiones políticas, fue Carlota. No hay acción política que no haya sido consultada con la Emperatriz, en quien el emperador reconocía gran capacidad. Por ello, se convirtió ciertamente en su alter ego, fue la interlocutora inteligente, con quien intercambió sus ideas. Pero no corresponde a la realidad, atribuir a Carlota los aciertos del imperio y al emperador los fracasos. Maximiliano tenía ideas claras del tipo de gobierno que habría querido establecer. En su programa vemos las influencias del ilustre socialista utópico austríaco: Leopoldo von Stein. Maximiliano se describe a sí mismo en los siguientes términos: "mi carácter no es de los más felices y, entre otras faltas, tengo un sentimiento de independencia absoluta, de manera que ni la misma Emperatriz, con su tacto, no interrumpe ni desarregla mi trabajo, a menos que yo la invite a venir. Conoce sobre este punto mi debilidad y como ella logre respetarla la buena armonía nunca será trastornada" (Masseras 1985: 31). Martín Quirarte considera que se ha exagerado la influencia que ejerció Carlota en Maximiliano. "La influencia es indudable, pero no en el grado que se ha supuesto" (Quirarte 1970: 170). Entretanto otros historiadores en su afán por exaltar a la emperatriz, dentro de una visión tradicionalista, creen que era tal el amor que Carlota tenía por Maximiliano "[...] que acababa por someterse a él. Sus cualidades no podía desplegarlas mientras él viviera o estuviera presente" (Quirarte 1970: 170). Podemos concluir que, la mayoría de los historiadores del Segundo Imperio coinciden en que Carlota "se mezclaba de una manera muy activa en la dirección de los negocios militares y políticos" (Kératry 1870: 86). Domenech, rayando en el panegírico, asegura que, con su alta inteligencia, gran corazón y "espíritu

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recto, consecuente y liberal, la Emperatriz examina las cuestiones más trascendentales y complicadas con marcada prudencia. Al escucharla uno se olvida de su edad, de su sexo y de su trono" (Domenech 1922: 204-205). Mientras, el monárquico Francisco de Paula de Arrangoiz se queja de que Carlota: "intervenía desgraciadamente en todos los negocios públicos" (Arrangoiz 1968: 632), presidía el consejo de ministros, no sometía los asuntos a discusión, sino presionaba su aprobación. El secretario de Maximiliano, José Luis Blasio, apunta: "a nadie se le escapa" que la emperatriz tenía intervención en "los asuntos de estado" (Blasio: 1905: 169). Finalmente, la condesa Reinach Foussemagne refiere que "[d]urante los años de 1864 y 1865, su acción fue más profunda y su influencia más señalada de lo que se cree en general. Y si, a fines de 1865, algunos acontecimientos bastante misteriosos la tuvieron durante algún tiempo alejada de una empresa a la cual se había consagrado apasionadamente, volvió finalmente a dedicar sus últimas fuerzas al triunfo de una causa que era ya desesperada" (Reinach 1925: 140). Así, la imagen de Carlota, como impulsora de la empresa imperial y como la que infunde fortaleza en el indeciso Emperador, que titubea incluso en aceptar la corona mexicana, está presente en prácticamente todas las obras sobre el Imperio, tanto las apologías del mismo, como las que fueron escritas para denostarlo. Es frecuente que cuando las obras históricas se centran en un personaje y no en un proceso histórico, se asumen actitudes maniqueas. El historiador, igual que sucede con el escritor, se enamora de sus personajes y suele resaltar sus virtudes y disimular sus defectos. En este sentido, es lamentable que en aras de revalorar la acción de Carlota, se deprecie la obra de Maximiliano. Se falta así a la razón misma del quéhacer historiográfico, de dilucidar la verdad, de entender y explicar a los personajes, superando subjetivismos. Dicho lo anterior, pasemos a analizar la ideología de Carlota recordando que por sus convicciones políticas, el propio Maximiliano declaró que si él era liberal, Carlota era "Roja" (Reinach 1925: 141). El calificativo de "roja", sinónimo de radical en cuanto a su liberalismo, se equipara al término de puros que se aplicaba a los liberales radicales que militaban bajo el republicanismo mexicano. Hoy, también podríamos decir -de acuerdo con la terminología mundialmente aceptada que Norberto Bobbio recoge en nuestros días en su obra Derecha e Izquierda-, que Carlota era de izquierda. Su inteligencia y ambición -atributos propios de quien ocupa una función pública-, hicieron que la emperatriz participara en asuntos de Estado, particularmente en los que se refirieron a la política eclesiástica. De acuerdo con la impetuosidad de su carácter defendió con vehemencia su liberalismo. Carlota elogiaba al sistema civilizador de Juárez, cuyo único defecto era utilizar a

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Estados Unidos como modelo, en vez de hacerlo por conducto de Francia. Atacaba al clero, por su conservadurismo obsoleto. El liberalismo de los emperadores se manifiesta en sus acciones de gobierno al frente de las provincias lombardo-venecianas. La política liberal que pretendió establecer, le costó a Maximiliano haber sido removido de su cargo de Gobernador y ser recluido en el Castillo de Miramar. En los artículos secretos del Tratado de Miramar (Galeana 1984: 950), el Archiduque austríaco se compromete a poner en práctica una política liberal, congruente con su ideología. Fue precisamente ésta ideología afín, una de las razones que tuvo Napoléon III para pensar que Maximiliano sería el gobernante idóneo para poner en práctica su empresa imperial. Podemos distinguir tres diferentes etapas en la política eclesiástica del Segundo Imperio. La primera fue la política conciliadora en Europa. Maximiliano escuchó pacientemente a los representantes del grupo clerical como Francisco de Paula de Arrangoiz y el propio arzobispo Pelagio Pablo Labastida y Dávalos. Después visitó al Papa, desestimando la sugerencia de Napoléon de no reunirse con Pío IX para no comprometer su política liberal. Su intención era relajar la tensión que habían provocado las proclamas de Forey, General en Jefe del Ejército francés, al declarar que Napoleón III veía con buenos ojos el establecimiento de la libertad de cultos, principio esencial de todo Estado moderno. En una segunda etapa, ya en México, Maximiliano emprende una política liberal radical, invitando a Juárez a gobernar juntos. Este hecho lo refiere Carlota con orgullo a la Emperatriz Eugenia, señalando que el gobierno que pondrían en práctica, sería más liberal que el que había emprendido el propio Juárez. El emperador se había fijado como primer objetivo conquistar a los liberales, con quienes ideológicamente era afín. A los conservadores y a la Iglesia los consideraba fuera de su época y creyó que estando ya comprometidos con el Imperio, no perdería su apoyo. En su proyecto de Concordato pretendía ejercer el Patronato sobre la Iglesia. Consideraba tener ese derecho por haber declarado a la religión católica religión de Estado. Pero mantendría la legislación reformista decretada por Juárez, hecho que lo llevó a una ruptura con el Nuncio pontificio monseñor Meglia. Ya en la parte final de su efímero imperio, al haber sido abandonado por Napoleón, en una tercera etapa, y sin Carlota a su lado, claudicó a su política liberal. La política liberal del emperador desconcertó a los conservadores. Estaban sorprendidos de que no apareciera la cruz en el escudo imperial; de que no firmara "por la gracia de Dios"; de que no usara su nombre español, Fernando, y de que en su gabinete incluyera a liberales como José Fernando Ramírez, que se había negado a adornar su casa para darle la bienvenida a los emperadores el

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día de su entrada a la capital. El primer ministerio que estableció estuvo formado, en su mayoría, por liberales moderados, ya que los puros permanecieron fieles a la república. Maximiliano alejó del país a los generales conservadores más conspicuos: Miguel Miramón y Leonardo Márquez. El comandante francés Bazaine temía que traicionaran a la intervención, igual que ésta los había traicionado al ratificar la Reforma. Se llegó al grado de vigilarlos con un cuerpo policíaco. Sin un ejército imperial mexicano, Bazaine hizo depender al Imperio únicamente del ejército francés, imposibilitando su propia existencia. Carlota hace una aguda crítica de la situación política prevaleciente en México al inicio de su gestión imperial: "todos los partidos están en suspenso, todos esperan su redención, pero no sé si contribuirán, puesto que aquí les gusta mucho que las cosas se hagan por milagros. Así sucedió en ocasión de la Independencia, todo el mundo estaba convencido que sería la gallina de los huevos de oro y que no había más que cruzarse de brazos; la historia lo ha desmentido" (Carlota a Eugenia, 18-VI-1864, Correspondencia...-. 98-106).1 Desde su llegada al país la Emperatriz manifestó gran antipatía al alto clero, al regular y a las monjas. La primera impresión que recibió de los dirigentes de la Iglesia mexicana fue totalmente negativa; aunque reconocía que en el bajo clero había elementos valiosos, decía que "los sacerdotes no enseñaban ni el catecismo en las escuelas" (Carlota a Eugenia, 18-VI-1864, Correspondencia...-. 103). Describe la avidez de los prelados mexicanos, preocupados "sólo de poseer los bienes que se les habían quitado, indiferentes respecto a la instrucción y moral de sus diocesanos" (Zamacois 1881: XVII 802-803), y confiaba: "espero que, gracias a nosotros, este país llegue a ser sanamente católico y al mismo tiempo liberal, porque hoy no es ni lo uno, ni lo otro" (Carlota a su abuela, 10VIII-1864, según García Gutiérrez 1955: 50). Carlota envió a los emperadores franceses, en diciembre de 1864, el proyecto de concordato de Maximiliano, pieza angular de la política eclesiástica del Segundo Imperio: "A mí me parece estar perfectamente redactado, pues a primera vista parece inofensivo y sin embargo es muy liberal" (Carlota a Eugenia, 8-XII-1864, Correspondencia...: 140). Acompañando al concordato, Carlota envió un ejemplar de La Orquesta, periódico satírico liberal, con el fin de que Napoleón comprobara que el concordato llenaba y aun sobrepasaba el programa del partido liberal: "El dibujo es característico, los liberales en forma de abejas entran en la colmena del emperador, porque en ella encuentran más

Las citas de las cartas están tomadas de la Correspondencia sostenida entre el emperador Napoléon 111, la emperatriz Eugenia, el archiduque Maximiliano y la archiduquesa Carlota, de octubre de 1861 al 8 de noviembre de 1866. Copias tomadas del archivo de Viena en traducción al español. Archivo José C. Valadés.

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miel que en las flores silvestres de Juárez, el que en vano se esfuerza por agarrarlos en su red" (Carlota a Eugenia, 8-XII-1864, Correspondencia...: 141142). En el proyecto de concordato había solamente un punto que no era muy del agrado de la emperatriz Carlota: "el reconocimiento de una religión del Estado". Pero a continuación encuentra las razones que lo justificaban en un país como México "mediocremente católico"; tan diferente a Francia, cuyo catolicismo, "tanto en esencia como por sus tradiciones", era capaz de prescindir de una religión de Estado; "cuestión de forma más bien que de fondo" (Carlota a Eugenia, 8-XII-1864, Correspondencia... '. 141-142). La emperatriz encontraba la catolicidad del pueblo mexicano totalmente distinta a la que pintó Gutiérrez de Estrada. La Conquista había formado un pseudocatolicismo mezclado con la religión india, que según Carlota había "muerto junto con los bienes del clero que eran su base principal". Posteriormente se había pensado en el protestantismo por ser menos costoso, pues "los sacramentos católicos costaban una enormidad", y con miras a la unión con Estados Unidos. Por ello "el reconocimiento de la religión católica como religión de Estado, sería de hecho hacer suceder al catolicismo del siglo diecinueve con sus luces, su caridad y sus lealtades, a los restos descompuestos del catolicismo del siglo dieciséis, e introducir un nuevo culto depurado, y desde el punto de vista político indispensable para la conservación de la raza española en América, como único capaz de detener la invasión de las sectas norteamericanas" (Carlota a Eugenia, 8-XII-1864, Correspondencia...: 141-142). Por lo anterior Carlota explica que se "han reconciliado con la palabra 'religión de Estado', al cual da su verdadero sentido la tolerancia de cultos puesta en primer lugar, asegurando la libertad de conciencia tal como existe en Francia" (Carlota a Eugenia, 8-XII-1864, Correspondencia...: 141-142). El otro punto del proyecto que Carlota destaca en su carta con un optimismo fuera de la realidad, es la nacionalización de los bienes del clero. Esperaba que causaría "un inmenso entusiasmo", cuando sucedió exactamente lo contrario en el grupo monárquico. También creyó que se llenarían "hasta más no poder" las arcas del Estado; "pues obteniendo de balde los bienes que no han sido vendidos que tienen un precio muy alto, y vendiéndolos después, se hará un negocio magnífico", cuando todo se consumió en la guerra. Haciendo honor al dicho del emperador de que si él era liberal, Carlota era roja, la emperatriz se manifiesta en esta carta satisfecha y orgullosa de la política de su marido que sobrepasa en liberalidad a la del partido juarista.2 Asimismo reñere con gran encomio el que el antiguo presidente de la Suprema Corte de Justicia, Cortés y Esparza, fuera "ardiente admirador del emperador y el más avanzado

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En diciembre de 1864 llegó a México el enviado del Papa, Monseñor Francisco Meglia. Su misión era arreglar los asuntos pendientes de la Iglesia y formalizar las relaciones con el gobierno imperial. Tuvo entonces lugar una singular tragicomedia en la que cada parte creyó tener la razón y se dio por ofendida, sin llegar a ningún acuerdo. El emperador presentó al nuncio su proyecto de concordato en nueve puntos, que incluía en primer lugar el establecimiento del Regio Patronato, al que consideraba tener derecho por ser un príncipe católico. Coincidía con las leyes de Juárez en cuanto a libertad de cultos, supresión del fuero eclesiástico, nacionalización de los bienes de la Iglesia, registro civil y secularización de cementerios. Por su educación europea e ideas liberales, Maximiliano veía a la libertad de cultos como un hecho natural, y consideraba a las Leyes de Reforma dictadas por Juárez, necesarias para la organización de todo Estado soberano. No obstante, consideraba que la situación de la Iglesia mejoraba en relación a la que tenía bajo la República, por lo que la institución eclesiástica debía darse por satisfecha con que su gobierno diera a la religión católica la categoría de religión de Estado. Las instrucciones del Papa Pío IX al representante pontificio eran muy precisas: revocar toda la legislación reformista, lograr la devolución de todos sus bienes así como la reparación de todos los daños sufridos, el reconocimiento de sus derechos de adquirir y poseer propiedades y la absoluta independencia de la institución respecto de la autoridad civil. Carlota intervino activamente en las reuniones con el Nuncio. Con posiciones tan opuestas era imposible la conciliación entre el pontificado y el gobierno imperial. Ante la posición terminante del Representante del Pontificado de exigir la derogación total de la legislación liberal, Carlota escribió que Meglia creía vivir en tiempos de Felipe II y que le dieron ganas de tirar al Nuncio por la ventana. Esta escena es recreada en la obra de Del Paso, cuando describe cómo el Nuncio salió en efecto, volando por la ventana como ave de rapiña, de mal agüero, con su sotana negra. Carlota chocó en innumerables ocasiones con los clérigos mexicanos, que en efecto hubieran querido vivir en tiempo de Felipe II. Al calor de estos encuentros exclama que lo peor que había en México eran los clérigos. En cuanto a Meglia, la emperatriz consideró que tenía "un cerebro transtornado" (Carlota a Eugenia, 27-XII-1864, Correspondencia...: 153), "de una ceguera y una obstinación nunca vistas"; todo se le resbalaba "como sobre un mármol pulido". de los liberales en el gabinete" (Carlota a Eugenia, 8-XII-1864, Correspondencia...: 142).

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Meglia, al igual que la Iglesia mexicana, consideraba que el imperio había sido instaurado "por el propio Clero", por lo que la emperatriz no pudo conmover al enviado papal. Maximiliano reunió al Consejo de Ministros y se resolvió que si el nuncio no se "rendía", se publicaría una "carta ratificando las leyes de Juárez" (Carlota a Eugenia, 27-XII-1864, Correspondencia...: 153154). En su comunicación a la emperatriz Eugenia, Carlota describe la ruptura con el Nuncio en los siguientes términos: Al día siguiente, víspera de la Navidad, hago venir al Nuncio de acuerdo con los deseos del Emperador que no quiso volver a verlo después del mentís que dio a las afirmaciones que le hizo; le hablé por espacio de dos horas. Puedo decir a Vuestra Majestad, que nada me ha podido dar una idea más exacta del infierno, que esa conversación; pues el infierno no es otra cosa más que un callejón sin salida. Querer convencer a alguno sabiendo que es en vano, es como si se le hablase en griego, puesto que él ve como negro lo que nosotros vemos como blanco, eso es una obra digna de un réprobo [...] Por fin, terminó diciéndome, que era el clero el que había hecho el Imperio. 'Un momento', le dije, 'no fue el clero, sino el Emperador el día de su llegada'. Le hice todas las representaciones que es posible hacer y en todos los tonos, serio, jovial, grave y casi profético, pues las circunstancias me parecían entrañar serias complicaciones, quizá hasta una ruptura con la Santa Sede, con grave perjuicio para la religión. Pero nada sirvió; él sacudía mis argumentos como quien sacude el polvo, no ponía nada de su parte y al contrario, parecía complacerse en el vacío que creaba a su alrededor y en la negación universal de la luz. Entonces le plantee el ultimátum de la carta del Emperador y le dije levantándome: 'Monseñor, suceda lo que sucediere, me tomaré la libertad de recordaros esta conversación. Nosotros no seremos responsables de las consecuencias. Nosotros hemos hecho todo lo posible para evitar lo que va a suceder, pero si la Iglesia no quiere ayudarnos, le serviremos aun a pesar de ella. (Carlota a Eugenia, 27-XII-1864, Correspondencia... : 154-155) Carlota consideraba que Meglia estaba loco al querer establecer una teocracia en México. La antipatía que siempre había sentido Carlota por el clero, se tornó en verdadera aversión, particularmente hacia el nuncio y el arzobispo Labastida. El ministro de Negocios Extranjeros, Justicia y Negocios Eclesiásticos, José Fernando Ramírez, rompió las negociaciones con el representante pontificio. El hecho de que no se llegara a ningún acuerdo con la Santa Sede y de que el nuncio abandonara el país, alarmó a la población católica. El emperador estaba persuadido de continuar una política liberal, pero necesitaba apoyos, por lo cual envió de inmediato una comisión a Roma, encabezada por Ignacio Aguilar y Marocho, para que hablara con el Papa, pues suponía que, por estar mal informado por el clero mexicano y los conservadores clericales, no aprobaba su política eclesiástica. Maximiliano sobrestimó la debilidad del Papa, seguro de que éste necesitaba el apoyo francés ante los embates de la unidad italiana y no

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podía dejar de aceptar el concordato que le proponía un imperio sostenido por Francia. Pero Pío IX se lamentaba de tener necesidad del apoyo francés y no cedería ante el tambaleante imperio mexicano. El Pontíñce siguió con México el camino de las dilaciones, pues no quería sentar un precedente de debilidad que habría afectado sus relaciones con el resto de América Latina. Maximiliano, sin esperar resultados de la comisión enviada a Roma, decidió poner en práctica una serie de medidas reformistas, que desde la perspectiva de un gobierno católico, constituyeron una tercera reforma. En carta a Napoleón le comenta los acontecimientos en estos términos: Como consecuencia de la política tan notable adoptada por Vuestra Majestad, para terminar la cuestión italiana, contaba yo con que la Corte de Roma entraría, con respecto a Méjico, en un camino razonable y conciliador; pero si se puede creer el telegrama, del que envío una copia a Vuestra Majestad, las pretensiones del clero mexicano son aún menores que las exigencias del gobierno pontiñcial. De consiguiente, me veré obligado a mostrar, en la solución de esa importante cuestión, una firmeza inquebrantable, que además exigen mis deberes contraídos con el pueblo que me ha elegido y con el porvenir de Méjico. (Maximiliano a Napoléon, ll-XI-1864, Correspondencia...: 129-130) [...] "Reorganizar y catolizar al clero que pierde su tiempo, energía y capital nacional jugando a la política y descuidando sus deberes pastorales. (Maximiliano a Gutiérrez, según Cleven 1929: 343-344)

El 27 de diciembre de 1864, el Imperio, al igual que las Leyes de Reforma dadas por la República, nacionalizó los bienes del clero y suprimió el pago de obvenciones parroquiales. El mismo mes prohibió la publicación de la encíclica pontificia que condenaba la libertad de cultos, la formación de Estados laicos y el principio de soberanía de los pueblos. Carlota comentaba a Eugenia que la Encíclica de diciembre de 1864, tenía que provenir de un "espíritu cualquiera" mas no del "Espíritu Santo" (Carlota a Eugenia, 3-II-1865, Correspondencia...: 183). En Francia, Napoleón había prohibido su publicación y en Italia habían quemado el documento por considerarlo una vuelta a la Inquisición. Paradójicamente, al triunfo de la República en México los documentos pontificios circularían con mayor libertad. El imperio decretó también la libertad de cultos y la de prensa. Ambas leyes quedaron en el capítulo de las garantías individuales del Estatuto Provisional del Imperio. Organizó el registro civil en la misma forma que había pretendido hacerlo el movimiento liberal de 1833, quiso convertir a los sacerdotes en asalariados al servicio del Estado. El episcopado en pleno se rebeló contra la legislación imperial. Los arzobispos de México y Michoacán y los obispos de Oaxaca, Querétaro y Tulancingo escribieron un manifiesto donde exponían al emperador sus objeciones a dicha

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legislación. Maximiliano les contestó con una enérgica reprimenda, condenando su clericalismo, o sea la utilización incorrecta de su calidad sacerdotal para asuntos que no eran de índole religiosa, sino política. Les negaba toda autoridad para juzgar los actos del emperador y la atribuía a Dios y a la historia. La actitud triunfalista del emperador frente al clero estuvo alentada por el caluroso recibimiento que recibió en sus viajes al interior, donde la novedad de ver al emperador y su séquito fue motivo de fiesta. El pueblo mexicano vio desconcertado las disputas entre el Imperio salvador de la religión católica y su Iglesia. Se entablaron enconadas polémicas entre el representante pontificio y el ministro de Negocios Extranjeros del emperador, entre el propio emperador y las autoridades eclesiásticas, el clero mexicano y clérigos franceses en México. El abate Testory, capellán mayor del ejército de ocupación de Francia, tachó a los clérigos mexicanos de retrógrados, por ser más papistas que el Papa. En sus escritos, el clérigo francés hizo gala de una mentalidad moderna, manejando principios de economía, bienestar social y repartición de riqueza, exhortó a la Iglesia mexicana a sacrificar sus bienes en pro de la paz de su patria. No obstante las protestas, el emperador siguió adelante con su idea de reformar al clero que consideraba un obstáculo para la consolidación de un Estado moderno, que suponía en primer lugar el control de las corporaciones para ser verdaderamente soberano. Escribió que lo peor que había encontrado en México eran los funcionarios judiciales, los oficiales del ejército y el clero. Los primeros eran corruptos, los segundos no tenían sentido del honor y los terceros carecían de carácter cristiano. Carlota se jactaba de que la reforma del Imperio iba a llegar más allá que la de Juárez. A finales de 1865 Maximiliano promulgó las últimas leyes que podemos llamar reformistas. Entre ellas tiene principal importancia la referente a educación, pues se estableció la enseñanza primaria gratuita y obligatoria, medida que la República adoptaría hasta 1867. La ley de instrucción pública del Imperio dejaba la enseñanza religiosa en manos de los sacerdotes de los diversos cultos, bajo la supervisión del Estado. Igual que la República, decretó también la supresión de la Universidad por considerarla un centro de la reacción. Maximiliano se lamentaba con su antiguo secretario el barón De Pont de los conservadores, que vivían fuera de la realidad de su época: "Por eso no me entrego a ninguna ilusión, el nuevo edificio en el cual trabajamos puede derrumbarse con las tormentas, yo puedo perecer bajo él, pero nadie me puede privar de la conciencia de haber colaborado con buena voluntad a una idea noble y esto es siempre mejor y más consolador que pudrirse en la vieja Europa sin hacer nada" (Maximiliano a Alfonso de Pont, 19-1X-1865, según Corti 1944: 384-385). Aparte de su política eclesiástica, otro factor de la política liberal de los emperadores que debe destacarse es su liberalismo social, puesto de manifiesto

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en su indigenismo. La perspectiva de ambos emperadores sobre el indígena difería de la que tenía el liberalismo mexicano. Mientras que los liberales mexicanos desde Miguel Hidalgo hasta Juárez habrían querido borrar las estructuras coloniales suprimiendo las diferencias raciales, equiparando a todos los mexicanos, Carlota y Maximiliano con una óptica diferente, centraron su atención en los grupos indígenas, considerándolos diferentes a los demás, y creyeron necesaria una política especial, para mejorar su condición. Carlota censuraba a los diversos grupos beligerantes de la política mexicana que no habían "tenido sus raíces en la población india, que era la única que trabajaba y conservaba al Estado" (Corti 1944: 384-385). La emperatriz había sido educada en la tradición liberal por su padre, el Rey Leopoldo de Bélgica, quien fungió también como consejero de Maximiliano. Respecto a los indígenas, Leopoldo recordaba a su yerno que eran los verdaderos dueños de México y que debería gobernar para ellos logrando el mejoramiento de sus condiciones de vida. Maximiliano, congruente con estas ideas formó una comisión para que estudiara los problemas de las comunidades indígenas. Esto dio por resultado la promulgación de varias leyes para mejorar su precaria situación. Se abolieron los castigos corporales, se limitó el horario de trabajo, se estableció el pago regular de salarios a los peones, se decretó la supresión de las tiendas de raya y del pago en especie. Se liberó a los peones acasillados, es decir, aquellos que por sus deudas vivían prácticamente en calidad de siervos medievales, sin gozar de libertad para cambiar de domicilio ni de trabajo, mediante el odioso engranaje de sus deudas. Los hijos de los peones quedarían descargados de las obligaciones pecuniarias de sus padres. En este punto la legislación imperial aventajó a las leyes promulgadas hasta ese momento por la República. Carlota no dudaba de que esta política social "tuviese por resultado el reunir a todos los espíritus en torno a la corona" (Praviel 1937: 95). Tanto Carlota como Maximiliano creyeron más en la influencia de su personalidad que en la fuerza de los obstáculos que se les opusieron; pero sucumbieron ante los esquemas forjados en Miramar, por completo ajenos a la realidad mexicana. Por ello la realización de su imperio resultó una utopía. Al fin de la aventura imperial, con la entereza que la caracteriza, Carlota se opuso a la abdicación. Francisco de Paula de Arrangoiz la critica por ello en estos términos: "La emperatriz, no pudiendo conformarse con bajar de un trono para volver a ser archiduquesa de Austria, se opuso [...] con la energía que caracterizaba a S.M." (Arrangoiz 1968: 760). Otros autores piensan que "Maximiliano hubiera encontrado valor moral suficiente para abdicar si no hubiese intervenido Carlota [...] concentrando todo el peso de su personalidad, decididamente más fuerte" (Hanna 1973: 234). De hecho, el emperador decretó "que en caso de muerte ó cualquiera otra contin-

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gencia que Nos ponga en imposibilidad de continuar gobernando, la Emperatriz Nuestra Augusta Esposa, sea la que se encargue desde luego de la regencia del Imperio" (Decretos...1865: 1). Maximiliano claudicó de su política liberal y, como quien se agarra de una brasa ardiente, se unió a los conservadores para morir con ellos. Su acto no se debió a un abandono de sus convicciones, sino a la pérdida de todas sus esperanzas. Habiendo perdido todos los apoyos y no teniendo ya a Carlota a su lado para infundirle ánimos. Antes de la claudicación, el emperador trató de arrancar, por todos los medios, el concordato a Roma. La comisión que había mandado a esa ciudad nada había logrado en un año. El último enviado con este objeto antes de la propia emperatriz, fue el padre Fisher, consejero del ocaso imperial. Fisher regresó de Roma con la idea de que se realizara un sínodo, para que fueran los obispos mexicanos los que revisaran el proyecto de concordato imperial, que así sí sería aprobado por el Papa. El sínodo nunca se realizó por la caída del Imperio. Carlota, después de enfrentarse al Emperador de Francia para exigirle el cumplimiento de los Tratados de Miramar, aun con el quebranto que esto causó en su salud, escribió uno de los textos más lúcidos como asesora del Segundo Imperio Mexicano, el verdadero poder tras el trono de Maximiliano. Con gran visión política señala al emperador que el principal obstáculo que ha enfrentado para poder consolidar su Imperio, a pesar de su magnífico programa de gobierno, es el estar apoyado por las bayonetas napoleónicas. Ahora, libre de la intervención francesa podría consolidar su Imperio si lograra hacer una alianza con Estados Unidos, hecho que podría hacerse fácilmente, otorgándoles el paso por el Istmo de Tehuantepec. En esta carta, Carlota muestra una vez más sus habilidades políticas y el importante papel que jugó a lo largo de toda la empresa imperial, como su asesora de primera línea. A pesar de la claridad que nosotros encontramos en estos escritos, otros autores perciben en los mismos claras muestras de desequilibrio, como en el que se opone a la abdicación en los siguientes términos totalmente coherentes, independientemente de que se pueda estar de acuerdo o no con ellos: Abdicar es condenarse, extenderse a sí mismo un certificado de incapacidad y esto es sólo aceptable en ancianos o en imbéciles, no es la manera de obrar de un principe de 34 años lleno de vida y de esperanzas en el porvenir... Yo no conozco ninguna situación en la cual la abdicación no fuese otra cosa que una falta o una cobardía, sólo podría ser necesaria en caso de un crimen cometido contra los intereses que se deben salvaguardar... Emperador ¡no se entregue usted prisionero! En tanto que haya aqui un emperador, habrá un imperio, incluso aunque sólo le pertenezcan seis pies de tierra. El imperio no es otra cosa que un emperador. Que no tenga dinero no es una objeción

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suficiente, se obtiene a crédito, éste se obtiene con el éxito y el éxito se conquista. (Corti 1944: 471)

Mientras que la condesa Hélène de Reinach Foussemagne no percibe ningún desequilibrio, Pierre Loo, doctor en psicología, encuentra aquí indicios de demencia. Si Carlota hubiera vivido en nuestros días su paranoia habría sido controlada con algún fármaco y no habría tenido que vivir aislada tantísimos años en el Palacio de Bouchout, donde exclamaba: "Señor, veo rojo... Creo que ocurre algo, porque no estoy alegre... La frontera está negra, muy negra... [...] El tiempo siguió su curso; ella ocupada en nada: paseos en coche, bordados interminables, largos monólogos en español, francés, inglés, alemán, italiano; en todas las lenguas que se disputaban aquel confuso cerebro" (Praviel 1932: 211) hasta los ochenta y seis años. Pierre de la Gorce reflexiona sobre la tragedia de Carlota: Yo no sé si me equivoco, pero me parece que en el porvenir todo lo que fue la pobre princesa: cualidades y defectos, se fundirán en la imagen única: la de su inmensa desgracia. Ella aparecerá como otra Ofelia que espera a su Shakespeare, pero una Ofelia más sombríamente trágica porque sus días se prolongan hasta la extrema ancianidad, como si la muerte misma vacilase en apoderarse de ella. Sucede a veces que al pasar un ciclón que ha arrancado todo, un árbol, una columna, un fragmento de muro subsiste, como para testimoniar cómo fue. Cosa igual ha pasado con la emperatriz, (de la Gorce en Quirarte 1970: 121)

"Le habían gustado mucho los honores, la pompa, el aparato" que se han usado a lo largo de todos los tiempos para vestir al poder. A su muerte, concedieron a sus restos "cuanto hubiera podido desear. Las Cámaras de diputados y senadores belgas levantaron la sesión en señal de duelo. La corte guardó luto durante diez semanas. En la cámara imperial de Bouchout, transformada en capilla ardiente, la pusieron en un lecho de roble, cubierto por un alud de rosas y de ciclaminos, coronado por un alto baldaquino azul celeste" (Praviel 1932: 213). Se llevó el cadáver de Carlota, a través de las borrascas de nieve hasta la iglesia parroquial de Meysse. Sobre el féretro se leía: Su Majestad la Emperatriz María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, Princesa de Bélgica. Nació en Laeken el 8 de junio de 1840, falleció en el Castillo de Bouchout el 19 de enero de 1927, viuda de su Majestad Imperial

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el Archiduque Maximiliano de Austria, Emperador de Méjico. (Praviel 1932: 214)

Vicente Riva Palacio (1832-1896), político liberal, militar republicano, poeta, historiador y dramaturgo, escribió el poema Adiós Mamá Carlota, que con diversas modiñcaciones, era recitado o cantado por el pueblo. Se dice que Riva Palacio lo escribió al enterarse de la partida de la emperatriz (13 de julio de 1866) rumbo a Europa para solicitar de Napoleón III la permanencia de las tropas francesas en México. En la última estrofa refiere cómo se guardará su memoria sin miedo ni rencor: Y en tanto los chinacos que ya cantan victoria, guardando tu memoria sin miedo ni rencor, dicen mientras el viento tu embarcación azota: adiós, mamá Carlota, adiós, mi tierno amor. (Riva Palacio 1976: 10-11)

A Maximiliano se le ataca por su romanticismo, minimizando la importancia de su sensibilidad; a Carlota se le ataca por su ambición, como si hubiera algún personaje de la política carente de este impulso, que sirvió de motor al imperio mexicano. En efecto, Carlota ambicionaba ser la Emperatriz de un gran Imperio e hizo todo lo que estuvo a su alcance para lograrlo.

Bibliografía consultada: de Anangoiz, Francisco de Paula (1968). México desde 1808 hasta 1867. México. José Luis Biasio, José Luis (1905). Maximiliano íntimo; el emperador y su corte (Memorias de un secretario particular). París/México. Bobbio, Norberto (1995). Derecha y Izquierda. Razones y significados de una distinción política. Barcelona. Castelot, André (1985). Maximiliano y Carlota. La tragedia de la ambición. México. Cleven, Andrew N. (1929). "The ecclesiastical Policy of Maximiliano of Mexico". En: The Hispanic American Historical Review. Duke University Press. Correspondencia sostenida entre el emperador Napoléon III, la emperatriz Eugenia, el archiduque Maximiliano y la archiduquesa Carlota, de octubre de 1861 al 8 de noviembre de 1866. Copias tomadas del archivo de Viena en traducción al español. Archivo José C. Valadés. Corti, Egon Caesar, Conte (1944). Maximiliano y Carlota. Traducción de Vicente Caridad. México.

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Patricia Gatearía

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El dinero de Carlota JOSÉ MANUEL VILLALPANDO CÉSAR

Recientemente, nuevos hallazgos e interpretaciones han revolucionado el conocimiento sobre la historia de la vida privada de Maximiliano y Carlota. Especialmente, son dos los trabajos que gracias al acceso —todavía restrictivo— a los documentos que se custodian en el Archivo del Palacio Real en Bruselas, han planteado y confirmado una serie de hipótesis que transforman buena parte de la leyenda romántica que en tonos de rosa arropó a la pareja imperial mexicana, en un trágico relato donde la ambición, la frustración, el desamor y los conflictos conyugales superan en mucho a la imaginación más desbordada. Me refiero a la obra recientemente publicada del Príncipe Miguel de Grecia, La emperatriz del adiós, y a mi propio libro, Maximiliano. Llama la atención el hecho de que los dos autores, sin conocernos, abrevamos de las ricas fuentes conservadas en Bélgica y llegamos gracias a ellas a las mismas conclusiones. Coincidimos en proponer y demostrar, entre otras cosas, la sospechosa conducta sexual de Maximiliano, más cercana a la homosexualidad que a la fama de "don Juan" que se le ha labrado; también, y este es el meollo del presente trabajo, corroboramos que el matrimonio entre Maximiliano y Carlota tuvo como causa no el amor que supuestamente se teman los novios, sino el interés desmedido del entonces archiduque de Austria por la fortuna de Carlota y de su padre, el rey Leopoldo I de Bélgica. Además, por mi parte, he llegado a concluir que la ambición de Maximiliano por poseer la riqueza de su esposa no desapareció nunca, y que buena parte de las actitudes del emperador de México son ahora explicables a la luz de su desmedido afán de enriquecerse. He trasladado a este breve estudio los principales argumentos y los más significativos documentos que he publicado en mi obra Maximiliano sobre el asunto que nos ocupa, el de la fortuna personal de Carlota. He añadido algunos datos nuevos, aportados por el Príncipe Miguel de Grecia, que comprueban y fortalecen mis afirmaciones.1 Vale hacer una aclaración pertinente: en esta historia participan tres elementos que conviene identificar de una vez: Primero, un sujeto activo, que lo es Maximiliano, empeñado en hacerse rico. Segundo, un sujeto pasivo, Carlota, que hereda una fortuna que crece y aumenta sin que ella intervenga jamás en su manejo. Tercero: el objeto directo del conflicto de

En este estudio utilizo ampliamente mi libro Maximiliano, al cual pertenecen las citas y los comentarios. Por razones de economía de texto, remito al amable lector a él para confrontar los datos y verificar las fuentes.

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intereses, que lo es el dinero de Carlota, preciado bien del que nadie, nunca jamás, disfrutará. En la primavera de 1856, el archiduque Maximiliano de Austria pensó que debía casarse. No solo porque ya lo hubieran hecho sus dos hermanos, el emperador Francisco José y el archiduque Carlos Luis, sino por su propia situación. Era el segundón de la familia imperial austríaca; su carácter de heredero desapareció al procrear la emperatriz Isabel, Sissi, dos niñas, Sofía, nacida en 1855 y Gisela al siguiente año. Eran muchas las probabilidades de que Sissi le diera un heredero varón al imperio, y si no, de cualquier forma la sucesión ya estaba asegurada, lo que significaba que Maximiliano perdía el carácter de heredero a la corona. Para vivir, Maximiliano dependía de la pensión que, en su condición de archiduque, buenamente le concediera su hermano el emperador, además de que contaba con su sueldo de vicealmirante de la marina de guerra. Los ingresos por ambos conceptos no eran nada despreciables, pero no eran lo suficientemente elevados como para cubrir las necesidades de Maximiliano ni sostener el tren de vida que se había propuesto alcanzar. En la primavera de 1856, Maximiliano necesitaba dinero, necesitaba mucho dinero (Villalpando 1999: 56). Y esta no es una afirmación gratuita. Una serie de hechos permite afirmar que el archiduque estaba urgido de dinero en ese momento, que coincide con el viaje que realizará a Bélgica, después de haber visitado a Napoleón III en París. Conoce a Carlota a mediados de ese mismo año, y al siguiente, después de desgastantes y enojosas negociaciones pecuniarias, se casa con ella y resuelve el problema económico que enfrentaba, o más bien, obtiene el dinero que necesitaba. Recientes hallazgos documentales, propios y ajenos, así como la reinterpretación de datos ya conocidos a la luz de esta nueva información, permiten afirmar, con alto grado de certeza, que Maximiliano se casó con Carlota por interés (Villalpando 1999: 57). Para ir en orden, primeramente debe decirse que al momento en que Maximiliano emprende el viaje a Bélgica, está seriamente comprometido económicamente. El día 28 de marzo de 1856, autorizó la suscripción de un contrato firmado en su nombre para iniciar los trabajos de construcción del que será, con los años, el castillo de Miramar (Fabiani 1989: 67). Ese día, el conde Von Hadig, apoderado de Maximiliano acordó con los empresarios Francisco de Gossleth y Antonio Hauser, el inicio de las obras del castillo, según los planos del arquitecto Carlos Junker. En el contrato se estipuló que las obras concluirían dos años después, en marzo de 1858. Se acordó, además, que el costo de la obra sería de 280,000 florines, cantidad que el archiduque no tenía. Para agravar más las cosas, las frecuentes modificaciones arquitectónicas, añadidos de ornamentos, adquisición de muebles, estatuas, fuentes, y demás objetos suntuarios, todo ello ordenado por el propio Maximiliano, modificaron substancialmente el presu-

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puesto acordado. Para diciembre de 1858, el costo real ascendió a 300,000 florines por la obra negra, y 600,000 por los acabados (Pilastra 1985: 4). ¿Cómo se financió tan costosa construcción? Con el dinero que le dio el rey Leopoldo I de Bélgica, por haberse casado con su hija Carlota (Villalpando 1999: 58). Carlota tenía dieciséis años cuando conoció a Maximiliano a fines de mayo de 1856. El archiduque, a punto de cumplir los veinticuatro, llegaba a Bruselas con una finalidad clara: conseguir esposa. Para ello, el gobierno austríaco le organizó una gira por varios pequeños países europeos donde existían princesas casaderas, para que el joven hermano del emperador las conociera, eligiera, y se hicieran las respectivas negociaciones. Como era ya simplemente el "segundón", no se pensó siquiera en las grandes casas reales de Europa para que Maximiliano encontrara a su futura consorte. Así, solamente visitaría tres pequeños reinos: Bélgica, los Países Bajos y Hannover. Naturalmente, el verdadero objetivo del viaje tenía el carácter de confidencial, pues no se decía abiertamente la finalidad ni el interés del archiduque pero, con el lenguaje diplomático de los valores entendidos, en los tres países se aceptó su visita y las jóvenes princesas se prepararon para recibir al hermano del emperador de Austria, que si bien no sería un monarca jamás, si en cambio era un Habsburgo y pertenecía a uno de los imperios más importantes del momento, con el cual, cualquiera de los tres reinos, desearía establecer alianzas matrimoniales. Maximiliano deslumhró a Carlota, quien quedó perdidamente enamorada de él. No relataré los incidentes del idilio ni tampoco me referiré al intercambio epistolar por el cual quedó definitivamente acordado el enlace matrimonial de los dos jóvenes, momentos en los cuales Maximiliano cuidó de que su prometida no percibiera sus intenciones fríamente calculadas de asegurarse una esposa rica. Así, fijado el compromiso, nada más faltaban las negociaciones, que se realizarían lentamente. Mientras tanto Carlota, sin sospechar nada de los intereses que envolvía la petición de su mano, estaba exultante, sobre todo por los favorables comentarios que sus parientes le hacían por su próxima boda. Nadie se atrevió a incomodarla diciéndole la verdad. El rey Leopoldo, que sospechó siempre de los motivos de Maximiliano, nunca le confesó que, como se sabe, él forzó el matrimonio; Maximiliano no le diría jamás que su intención era obtener dinero. Todos estaban en el engaño, hasta su hermano Leopoldo, el heredero de la corona. Los biógrafos hacen grandes alabanzas de que Leopoldo, "que denigraba tan fácilmente a todo el mundo y que juzgaba a los príncipes con celosa sinceridad", le haya dicho a su hermana, en un arranque de fervor fraternal: "El archiduque es un ser superior en todos los aspectos; si supiera yo alguna cosa en su contra la hubiera dicho, pero no hay nada, puedes estar convencida de ello" (Desternes 1967: 64). Hoy sabemos que Leopoldo le mintió piadosamente a su hermana: en mi libro Maximiliano, consigné que en su Diario, aún inédito, el futuro rey Leopoldo II, escribió que el matrimonio de Maximiliano con Carlota

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"fue motivado en parte por interés pecuniario" (Villalpando 1999: 62). Para abundar más, el Príncipe Miguel de Grecia, quien tuvo oportunidad de leer más páginas del mismo Diario2, hace este demoledor comentario: "Leopoldo nunca ha visto una rapacidad comparable ni un deseo similar de riqueza. Leopoldo está convencido de que Max ha querido hacer simplemente un matrimonio de interés. Él y sus austríacos creyeron haber encontrado una mina de diamantes el día que se les prometió la mano de Carlota" (Miguel de Grecia 1999: 45). El rey Leopoldo era uno de los hombres más acaudalados de su época, pero al mismo tiempo tenía fama de avaro. Maximiliano, en plenas negociaciones, llegó a llamarlo "tacaño". Negociar un matrimonio real implicaba mucho más de cuestiones financieras que de amor. En diciembre de 1856, Maximiliano regresó a Bruselas acompañado del barón De Pont, su hombre de confianza, para tratar con el conde Conway, asesor financiero de Leopoldo, lo relativo a la dote de Carlota. Pronto se empantanaron las discusiones: el rey Leopoldo no quería dar a su hija nada más que su propia herencia, que ya disfrutaba, y la pensión que autorizara el parlamento belga. No quería ni contribuir al ajuar de Carlota. Maximiliano se exasperó. Después de varios días de inútiles enfrentamientos, se atrevió a enviar un escrito a Leopoldo, "concebido en términos muy moderados", según le explicó a Francisco José, en el que le hizo notar "lo necesario que es que los matrimonios de príncipes gocen de una posición adecuada y hacerle observar al mismo tiempo que, a mi vuelta, tenía que poner el asunto en conocimiento de Vuestra Majestad y que en Austria no podía por menos de producir la peor impresión si se llegaba a conocer que el rey belga no consiente en contribuir de su propia bolsa en favor de su querida hija" (Maximiliano a Francisco José; citado Corti 1971: 53). Maximiliano chantajeaba a Leopoldo; veladamente le anunciaba el rompimiento del compromiso, por causas imputables al dinero que no quería dar el padre de Carlota. El chantaje surtió efecto: Maximiliano le dijo a su hermano que no recibió ninguna respuesta a su escrito, pero el conde Conway le pidió una entrevista para reanudar las

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Vale la pena comentar que la Casa Real de Bélgica ha mostrado buena disposición para abrir sus archivos a los historiadores interesados en Carlota y Maximiliano. En mi caso personal, obtuve generosamente apoyo del curador de los Archivos del Palacio Real de Bruselas, Mr. Gustaaf Janssens, quien me facilitó documentos suficientes como para fundamentar en ellos las afirmaciones que sobre esa pareja vertí en mi libro Maximiliano. Sin embargo, el Príncipe Miguel de Grecia, según se deduce de su libro, y según lo comenté con él personalmente, obtuvo mayores facilidades y más documentos inéditos, información que aprovecho en este estudio. Vale la pena también aclarar que la familia Real de Bélgica aún mantiene ciertos fondos documentales en reserva, clasificados y sin acceso al público, como la correspondencia de Carlota con su padre, el Rey Leopoldo, que son más de 300 cartas con noticias seguramente sensacionales.

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negociaciones. Maximiliano no se conformaba con resolver favorablemente el asunto de la dote de Carlota. El dinero que para este fin diera Leopoldo, y la contradote que otorgaría Francisco José, no era susceptible de la apropiación de Maximiliano, en virtud de que la cantidad que se acordara por dote y contradote, según las Capitulaciones Matrimoniales que para ese efecto se firmaron, sería aplicada en inversiones hipotecarias sobre bienes pertenecientes a la familia de los Habsburgo y administrada como parte de los ingresos de la monarquía austríaca. Maximiliano y Carlota recibirían aparte, de las dos casas reinantes, sumas anuales iguales para sus gastos personales. La dote, la contradote y las anualidades no eran la solución a los problemas económicos de Maximiliano. Él quería más, y lo consiguió. Sobre la base del chantaje que tuvo tan buen efecto, presionó al rey Leopoldo. Obtuvo la promesa de un regalo particular, que en un principio no pudo cuantificar, pero que creía suficiente para cubrir sus necesidades y compromisos. Según le explicó a Francisco José, el conde Conway le participó "que el rey había decidido hacer algo; sin embargo, no quería decir todavía la suma y esta contribución no debía figurar en las capitulaciones matrimoniales. Me envanezco un poco de haber arrancado, por fin, al viejo tacaño algo de lo que le es más caro" (Maximiliano a Francisco José; citado según Corti 1971: 53). Este es el "moderado" lenguaje de Maximiliano, el futuro yerno de Leopoldo. El texto de esta carta deja ver clara y directamente las verdaderas intenciones de Maximiliano al casarse con Carlota. Los biógrafos de Maximiliano no se han detenido para examinar este texto, escrito de puño y letra por el archiduque. Nadie nunca intentó averiguar nada sobre este penoso asunto, que permaneció oculto, en el olvido, como la mancha que limpiar en la leyenda romántica de Maximiliano y Carlota. ¿Cuál fue la cantidad que dio Leopoldo fuera de las capitulaciones matrimoniales? Hoy podemos saberla ya (Villalpando 1999: 64). Fue lo suficiente para pagar las obras de Miramar: tres millones de francos. Nuevamente, sobre la pista del Diario de Leopoldo, de donde proviene la información de la cifra exacta concedida por el rey Leopoldo, el Príncipe Miguel de Grecia cita al heredero de la corona belga, quien discutió con Maximiliano la "tacañería" del rey: "La acusación de avaricia es terrible, odiosa [...] En lugar de recibir de la mano de mi hermana tres millones, habríais recibido cinco de no ser por la revolución de 1848" (Miguel de Grecia 1999: 44). Como señalamos antes, el costo de la construcción de Miramar, para diciembre de 1858, ascendía a 900,000 florines. El tipo de cambio por aquel tiempo era, aproximadamente, de tres francos por un florín, así es que los tres millones de francos alcanzaron perfectamente para pagar las obras efectuadas hasta ese momento en el castillo. La fecha de diciembre de 1858 es muy importante en este análisis. Sabemos que en ese mes y año, Maximiliano ordenó

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al arquitecto Carlos Junker modificar el proyecto original del castillo de Miramar, eliminándole un piso, "por consideraciones arquitectónicas y por motivos económicos" (Fabiani 1989: 67). Es decir, porque se acabaron los tres millones de francos y ya no tenía más dinero. A pesar de ello, Maximiliano hizo un buen negocio (Villalpando 1999: 64). En el Archivo del Palacio Real de Bruselas se conserva uno de los dos ejemplares autógrafos de las capitulaciones matrimoniales de Maximiliano y Carlota, firmadas por los representantes del rey Leopoldo y del emperador Francisco José el día primero de junio de 1857. Los compromisos que aceptaron los dos monarcas fueron los siguientes: Leopoldo se comprometió a otorgar una dote de 100,000 florines, previa autorización del parlamento belga. Esa suma sería recogida por la casa imperial de Austria, para aplicarla en inversiones hipotecarias, como ya se dijo. Además, el rey de los belgas proveería el ajuar de la "Serenísima Princesa", incluidas las joyas y las prendas de oro y plata de conformidad con su alta cuna. Por su parte, Francisco José otorgaría una contradote, también de 100,000 florines, que igualmente serían invertidos y administrados por la familia Habsburgo. El emperador de Austria y su hermano el archiduque Maximiliano darían a Carlota, por concepto de regalo de bodas, la cantidad de 30,000 florines, "después de la consumación del matrimonio". También, el emperador Francisco José concedió a Carlota la suma de 20,000 florines al año, "a título de alfileres", pagaderos mensualmente, y el rey Leopoldo, de la misma manera, daría igualmente 20,000 florines al año, en el entendido de que "estas dos sumas no deberán servir más que para los gastos de su guardarropa, limosnas y otros gastos de este género, ya que el mantenimiento de la casa y del servicio, en conformidad con su alto rango, quedará a cargo de su Augusto Esposo". Maximiliano tendría que trabajar para sostener su hogar (Villalpando 1999: 65). Por último, también se acordó que los bienes, de cualquier naturaleza, que eran propiedad personal de Carlota antes de la celebración del matrimonio, quedarían fuera del patrimonio familiar y ella conservaría para si, sin la intervención de su esposo, su disfrute y administración. Esta medida precautoria, incluida por el representante de Leopoldo, tenía la finalidad de que Maximiliano no dispusiera libremente de la fortuna personal de Carlota, que ya para entonces era considerable. Según informó el conde Conway a Maximiliano, que eso sí, tenía derecho a conocer la situación financiera de su consorte según las propias capitulaciones, al momento de la boda Carlota tenía una fortuna personal, en efectivo, valores y propiedades, estimada en 2*874,460 francos, además de joyas valuadas en 535,805 francos (Janssens 1997: documento 25). La previsión de Leopoldo, que de seguro conocía ya la desaforada ambición de su nuevo yerno, resultó en parte inútil. En efecto, Maximiliano nunca pudo disponer de ese capital, propiedad de su esposa, pero después de la boda la convenció para que

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trasladara la administración de sus bienes a Austria y que la confiara a Eduardo Radonetz, el hombre de confianza de Maximiliano para asuntos financieros. De seguro, el nuevo administrador informaba con detalle a Maximiliano de las operaciones y crecimiento de la fortuna de su mujer. Carlota, enamorada, accedió a la petición de su marido. Finalmente, se casaron el 27 de julio de 1857, en Bruselas. Fue desde el primer día un matrimonio muy disparejo: Carlota se casó por amor, Maximiliano por interés. No tenían nada en común; necesitaban algo que los uniera, quizá un hijo, quizá un imperio; fracasaron en ambos intentos y el destino les cobraría la cuenta: a una por ciega y al otro por ambicioso (Villalpando 1999: 66). Al archiduque Maximiliano le gustaba gastar el dinero que no tenía. Gracias a esto pudo edificar el Castillo de Miramar. Los bocetos de esa construcción los llevó Maximiliano a Bélgica cuando fue a comprometerse con Carlota, a finales de 1856. Con toda probabilidad, de seguro nunca le dijo que el objeto secreto de casarse con ella era obtener recursos para la construcción de su palacio ni que presionaría al rey Leopoldo para que le diera el dinero necesario para cumplir su caprichoso sueño. Más bien, Maximiliano se dedicó a entusiasmar a su prometida explicándole, con los planos frente a sí, las maravillas que tendría ese magnífico edificio, así como los exuberantes jardines que lo rodearían. Carlota, que sólo conocía los paisajes del norte de Europa, se sintió "deslumbrada con las descripciones de Max, con las fantasías que proyecta" (Desternes 1967:63), que gracias a su suegro pudo convertir en realidad. Los tres millones de francos que este le regaló por casarse con su hija, rindieron de mucho. El mismo rey de Bélgica quedó admirado con el resultado y contribuyó a su embellecimiento: le obsequió a Maximiliano una batería de cañones para que los colocara en una de las terrazas del castillo. Para diciembre de 1858 se le terminó el dinero, y el castillo no estaba concluido, al menos no conforme a los gustos y deseos de Maximiliano. Sin pensarlo mucho, para hacer economías suprimió un piso del proyecto aprobado, pero continuó enriqueciéndolo con pinturas valiosas, esculturas, bustos de poetas, una inmensa escalera de madera tallada, muebles raros, y hasta una bien formada biblioteca con obras científicas, históricas, literarias así como numerosos tratados sobre navegación y construcción de barcos. Mandó traer tierra especial para los jardines así como plantas exóticas; compró granito y mármol para los pisos y paredes, construyó un pequeño puerto, y remató su obra colocando al final del muelle una esfinge, auténtica, traída de Egipto. En abril de 1860, Maximiliano y Carlota llegaron a vivir definitivamente en Miramar. Sólo pudieron ocupar la planta baja, porque el segundo piso seguía en obras. Aún así se instalaron, cada uno en su propia habitación. La de Maximiliano, reflejando su afición marinera, era una réplica exacta de su camarote a bordo de

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la Novara. A partir del otoño de 1860, decidieron abrir sus jardines al público para que los domingos la gente pudiera "tomar su almuerzo, a la sombra de las camelias, sobre un delicado tapiz de césped" (Maximiliano; citado según Villalpando 1999: 83) frente a las aguas del Adriático, como se deleitaba en explicar el propio archiduque. Para amenizar las tardes dominicales, Maximiliano contrataba una orquesta, que tocaba mientras las personas admiraban y envidiaban su palacio. Lo que los visitantes no sabían es que para sostener ese tren de vida, y para pagar las obras adicionales y los objetos de lujo que adornaban el interior, Maximiliano tuvo que hipotecar el castillo y hacerse de otras deudas más, contraídas por préstamos personales (Desternes 1967: 95). El emperador Francisco José le negó toda ayuda financiera. No le autorizó ni siquiera un aumento a su pensión como archiduque, de 100,000 florines anuales, para poder hacer frente a los acreedores, que con el tiempo, se fueron volviendo cada vez más amenazantes. En el colmo del derroche, Maximiliano utilizó parte del producto de la hipoteca y de los préstamos para adquirir una segunda morada. La había encontrado en la costa dálmata, frente a las murallas de la ciudad fortificada de Ragusa, y se la describió a Carlota: "una isla de cuento de hadas", de apenas dos kilómetros de largo por cincuenta metros de ancho, llamada Lacroma. Un viejo monasterio abandonado completaba el romántico paisaje, donde según se decía, el rey Ricardo Corazón de León se refugió cuando regresaba de las cruzadas. Maximiliano entusiasmó a Carlota y compraron la isla (Villalpando 1999: 84). Para ocultar la nueva propiedad a los acreedores, el archiduque recurrió a una estratagema legal. Le escribió a su suegro, expresándole su temor de que los italianos, enemigos de Austria, se apoderaran de los países de la costa del Adriático, con lo que perdería sus posesiones. Leopoldo lo tranquilizó y le explicó que difícilmente se atrevería el rey Víctor Manuel a salir de los límites naturales de Italia, que era lo que le interesaba conquistar. Maximiliano insistió y el rey de Bélgica accedió a su petición: Leopoldo simularía ser el comprador de Lacroma. Maximiliano se salió con la suya. Legalmente la propiedad sería de su suegro, quien le sirvió de prestanombres, pero en realidad los auténticos propietarios serían él y Carlota; Lacroma estaría a salvo de los acreedores que rondaban por Miramar (Corti 1971: 70). Maximiliano disfrutó de Lacroma; quizá llegó a enterarse que corría una leyenda sobre la isla: "Todos los que la poseen, mueren de muerte violenta" (Desternes 1967: 85; Villalpando 1999: 84). Maximiliano siempre estaba en apuros económicos. Afortunadamente, recibió la invitación para convertirse en emperador de México. Resultaba ser la mejor manera de saldar sus deudas y librarse honrosamente de sus acreedores. Puede afirmarse que aparte de la ambición de poder y de gloria, el dinero fue otro de los motivos determinantes para que Maximiliano viniese a México.

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No es aquí el lugar para tratar lo relativo a las gestiones y discusiones sucedidas para que Maximiliano se convirtiera en Emperador de México. Démoslas por conocidas y avancemos hasta el mes de abril de 1864, cuando se firmaron los tratados de Miramar. Ese día Maximiliano recibió, según lo prometido, ocho millones de francos en efectivo. Destinó cinco de ellos a México, para cobrarlos a su llegada, y dispuso de los tres restantes para cubrir los sueldos de los mexicanos que estaban presentes, para los gastos del viaje, para hacer una donación al Papa Pío IX, y le dejó a Eduardo Radonetz, designado prefecto de las residencias imperiales de ultramar, 200,00 francos, "a cuenta de adquisición de varios objetos para la casa imperial" (Payno 1868: 643). En realidad eran para pagar deudas. Ya desde México, según las cuentas de Manuel Payno, Maximiliano remitiría constantemente dinero a Miramar por concepto de "comisiones", hasta alcanzar la cifra de más de 2'250,000 francos, equivalentes a 750,000 florines (Payno 1868: 608). Las deudas eran muchas, y el imperio servía para pagarlas. Pero Maximiliano era un pésimo administrador. Si el imperio mexicano no moría por causa de la guerra contra los republicanos de Benito Juárez, seguramente lo llevaría a la tumba la otra grave enfermedad que padecía: no había dinero ni para lo indispensable. La campaña militar consumía los pocos recursos existentes y, sobre todo, éstos se despilfarraron en otras cuestiones que Maximiliano consideró como necesarias, como por ejemplo, las reparaciones del Palacio Imperial de México, y del Castillo de Chapultepec, el nuevo mobiliario —traído de Europa—para ambas residencias imperiales, las enormes vajillas, los miles de botellas de vino —los republicanos confiscaron las 7,612 botellas que quedaron en Palacio—, el coche para las grandes ceremonias, los coches de uso cotidiano, las cuadras de caballos, los lujosos uniformes de la guardia palatina, la subvención al Teatro de Palacio, la pintura de cuadros, la confección de alfombras, tapetes y cortinas, la fabricación de alhajas para regalos, así como el sostenimiento y "decoro" de la Corte, que implicaba alimentar y vestir a los cortesanos y a los sirvientes, incluyendo los extraordinarios banquetes que requerían de expertos cocineros y pasteleros, además de finos y caros ingredientes. Manuel Payno, que examinó con detalle las cuentas del imperio, es categórico en su conclusión: "Maximiliano no pensaba en el porvenir, ni respecto de él, ni respecto de México. Mientras hubo dinero gastó sin tasa ni medida, mantuvo a su costa multitud de cortesanos, de advenedizos y de gente de mala laya que abusó de su bondad, dilapidó y se aprovechó hasta del recaudo y de la leña" (Payno 1868: 623). El resultado de tal dispendio fue, lógicamente, el que padecen todos los que pecan de largueza incontrolable. Maximiliano tuvo que vender, "a última hora, los vinos, las servilletas, los manteles, los trastes de cocina y las velas", y tal como sucede a los pródigos venidos a menos, "a la hora

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de su desgracia y de su muerte" (Payno 1868: 623) ninguno de los que favoreció estuvo con él. Manuel Payno es indulgente con Maximiliano. Hoy podemos afirmar que no era por "bondad" la razón por la cual dilapidaba el dinero. Simplemente, Maximiliano era un codicioso. Deseaba tener dinero, mucho, tal y como lo demostró cuando negoció su matrimonio con Carlota. Además, sus deudas eran muchas, y su posición de segundón en su casa no le daba para vivir como quería, como lo soñaba. En buena medida, además de la imperativa intervención de Carlota, Maximiliano aceptó la corona de México por ambición, para salir de pobre. Pero su codicia no se detuvo tampoco "a la hora de su desgracia y de su muerte". Hay pruebas de que estando en prisión, estando a punto de ser condenado a la pena capital, todavía deseaba poseer la fortuna de su esposa (Villalpando 1999: 180). Inmediatamente después de que aceptó el trono, estando aún en Miramar, Maximiliano fijó su sueldo como emperador. La cifra es alucinante para la época: ganaría 1*500,000 pesos al año, es decir, 125,000 pesos al mes (Payno 1868: 608). Para comprender la magnitud del sueldo que se autodesignó Maximiliano, conviene hacer dos comparaciones que permiten apreciar lo desorbitado de esta suma. En Inglaterra, potencia mundial de primer orden, en plena expansión económica por los años en que se establece el Imperio Mexicano, la reina Victoria tenía una asignación equivalente a 1 '925,000 pesos al año, superior tan solo en 425,000 pesos a la de Maximiliano, pero se trataba de naciones muy distintas entre sí. La otra comparación es lapidaria: el Presidente de la República, en México, tenía fijado un sueldo anual de 36,000 pesos —3,000 mensuales—, que era el que supuestamente debía recibir Benito Juárez, cuando podía cobrarlo, pues la guerra lo impedía. La desproporción del sueldo del emperador con el sueldo del presidente es evidente. Naturalmente, el sueldo del emperador provenía del erario imperial, es decir, de la nación (Villalpando 1999: 181). Por su parte, a Carlota su posición de emperatriz le daba derecho a disponer también de una asignación anual, pagadera en mensualidades. Maximiliano dispuso que la emperatriz recibiera 200,000 pesos al año —poco más de 16,000 pesos al mes—, a cargo del tesoro público. De nuevo puede hacerse el ejercicio comparativo: en Inglaterra, el príncipe consorte Alberto, esposo de la reina Victoria, recibía anualmente el equivalente a 250,000 pesos, en realidad no mucho más que Carlota, mientras que en México, la esposa del Presidente de la República, que en ese tiempo lo era Margarita Maza de Juárez, no recibía ni un solo centavo, ni tenía por qué hacerlo. Vivía del sueldo del presidente, y cuando éste no podía cobrarlo, su esposa pedía prestado. En suma, la pareja imperial mexicana costaba a México la cantidad de 1 '700,000 pesos al año (Villalpando 1999: 180), cifra escandalosa ante la cruda

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realidad del imperio. En el año de 1865, cuando se alcanzó el apogeo, los ingresos de la hacienda imperial solo fueron de 18'000,000 de pesos. Casi el diez por ciento del ingreso del imperio se destinaba a pagar el sueldo de los monarcas. Esta situación no podía perdurar. A pesar del grave problema financiero que carcomía las entrañas del imperio, Maximiliano y Carlota insistieron en percibir su asignación original durante dos años, de mayo de 1864 a abril de 1866. El emperador entonces aceptó reducir sus emolumentos, los de él y lo de su esposa. Maximiliano fijó su nuevo sueldo en 500,000 pesos al año —40,000 al mes— y a Carlota le concedió "solo" 100,000, es decir, 8,3000 al mes. Para entonces, ya estaban en plena crisis financiera; Maximiliano logró cobrar su sueldo íntegro hasta la retirada definitiva de los franceses. A partir de enero de 1867, el emperador de México redujo nuevamente sus ingresos a la cantidad de 10,000 pesos mensuales. A Carlota ya no era necesario darle nada; para ese momento ella estaba en Europa, demente (Villalpando 1999: 182). En total, Maximiliano, según los números que aporta Manuel Payno, recibió de México la cantidad de 3,350,000 pesos en los tres años de su reinado (Payno 1868: 622). Esta cifra equivale, para establecer comparaciones en la moneda que más se utilizaba para las transacciones, a 16'000,000 de francos, o bien, en moneda austríaca, a más de 5 millones de florines. Para Maximiliano fue un buen negocio. ¿En qué gastó tanto dinero? Existe prueba de que más de 400,000 pesos —2'000,000 de francos—, los remitió a Miramar, al parecer para el pago de acreedores; sobre este particular, Maximiliano decía orgulloso que había hecho "economías", ahorrando la décima parte de su sueldo y enviándola a Europa. Lo demás lo despilfarró en México. Es cierto que daba generosas limosnas para las más variadas obras de caridad, pero el dinero destinado a éste fin no era de su peculio personal sino de su sueldo. Con lo que recibía de México, podía darse el lujo de ser caritativo en abundancia. Lo demás se fue en los lujos de la corte, y en mantener a su lado a muchísimos vividores extranjeros a quienes el emperador sostenía. Cuando se fueron los franceses, se acabó el dinero. Al final de sus días, en Querétaro, Maximiliano no tenía nada de la gran fortuna que recibió del imperio, tuvo que pedir prestado para que se embalsamara su cadáver. Por su parte, la emperatriz, recibió durante su estancia en México, hasta julio de 1866, la cantidad de 415,000 pesos, equivalentes a poco más de 2'000,000 de francos. También hacía caridades, pero con más medida que su esposo. Consta que antes de concederlas, mandaba averiguar si la persona beneficiada en realidad la necesitaba. También consta que se hartaba de que la consideran benefactora. Alguna vez se quejó con Félix Eloin de las ayudas que le pedían los deudos de oficiales franceses muertos en México: "Realmente ya no puedo dar más porque eso empieza a presentarse con mucha frecuencia y creo que el tesoro francés posee los recursos necesarios para solventar las necesidades

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de las viudas y de los hijos... En todo caso, la emperatriz Eugenia podría compartir conmigo esta carga, pues yo lo he hecho sólo por simpatía y sin ninguna obligación" (Carlota a Eloin, citado según Iturriaga 1992: 247). Por lo demás, Carlota indudablemente era más previsora que su marido. Ella también mandaba remesas de dinero a Europa, pero no para pagar deudas. Las enviaba a su banco, para su cuenta de ahorros personal, la que tenía abierta en la afamada casa del barón Rothschild. Al menos le remitió 50,000 pesos, es decir, 200,000 francos, cantidad perfectamente documentable (Payno 1868: 672). La fortuna personal de Carlota era real. Podía administrar y disponer de ese dinero sin la intervención de su esposo, compromiso pactado en sus Capitulaciones Matrimoniales. Según los Archivos del Palacio Real de Bruselas, cuando Maximiliano y Carlota se casaron, ella tenía 2'874,460 de francos en efectivo, valores e inversiones, además de joyas valuadas en 535,805 francos. Un inventario levantado en 1868, indica que Carlota tenía ya para ese entonces 11 '120,000 francos, incluyendo joyas por valor de 1'100,000 francos. De esa enorme cantidad de dinero, 830,000 francos estaban depositados en la banca Rothschild, entre los que estaban los 200,000 que envió de México. Con el paso de los años, su fortuna se incrementaría. Para 1887 tenía más de 29 millones de francos; en un balance posterior, hecho en 1909, su capital era de más de 53 millones de francos. Carlota era una de las mujeres más ricas del mundo (Janssens 1997: documento 25). La locura no le permitió disfrutar su riqueza, que crecía sin que ella se diera cuenta, a pesar de que durante los sesenta años de demencia, cada semestre, cuando el administrador de sus bienes aparecía para rendirle cuentas, Carlota aparentaba sumergirse "en el examen de los números que aquél le presenta y que ella entiende muy bien" (Desternes 1967: 439). En junio de 1867, días antes de ser ejecutado, en su prisión en Querétaro, Maximiliano aprovechó el tiempo para dictar sus últimas disposiciones, que debían agregarse a su testamento. Entre ellas, pidió al emperador de Austria, su hermano, y al rey de Bélgica, su cuñado, que se encargaran de la curación de la emperatriz Carlota; insistió en que se terminaran "los trabajos de embellecimiento del castillo de Miramar"; encomendó a "las bondades" de la emperatriz Isabel de Austria, a la esposa de Miramón; ordenó que se vendiera su yate, el Ondina, y que su producto se repartiera entre sus más cercanos afectos en México: el príncipe de Salm, el padre Fischer, los austríacos Schaffer y Günner, el doctor Basch, el teniente coronel Pradillo, su oficial de órdenes, y su secretario José Luis Blasio. Entusiasmado con la repartición de los pocos bienes de que podía disponer —pues Miramar y Lacroma pertenecerían a C a r l o t a Maximiliano, en un gesto muy suyo, quiso dejarle también un legado a su fiscal, Manuel Azpíroz, pero lo convencieron de que mejor dejara algo para los soldados heridos de la última campaña; accedió a ello (Villalpando 1999: 235).

El dinero de Carlota

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Por último, "a mi pobre y bien amada Carlota" dejó su anillo nupcial, y a su madre, la archiduquesa Sofía, el anillo "que usé diariamente, con el cabello de la bienaventurada María Amelia de Braganza" (Maximiliano a Sofía; citado según Villalpando 1999: 235). El 15 de junio de 1867, recibió la noticia de que Carlota había muerto, lo que fue "un consuelo indecible para mi", dijo Maximiliano. Pidió que lo sepultaran con ella, pero, de paso, sintiendo que renacía la codicia de antaño, ambicionando un dinero que de todas maneras no podría disfrutar, aclaró que "si la emperatriz murió antes que yo, soy el heredero de una parte de su fortuna" (Maximiliano al Barón de Lago; citado según Díaz 1967: 499), y encomendó a sus herederos naturales —sus padres y hermanos— que con esos bienes cumplieran "con gusto" sus últimos deseos. Esta fue la esperanza de los más descarados y ambiciosos de sus allegados, los príncipes de Salm-Salm, que sabiéndose mencionados en el testamento de Maximiliano, exigieron en Viena que se les otorgara una generosa cantidad, lo que fue rechazado por la sencilla razón de que Carlota no murió (Villalpando 1999: 235). No se sabe a ciencia cierta si Maximiliano llegó a enterarse de la verdad respecto de la falsa muerte de su esposa. Lo que sí puede confirmarse es, que a pesar de las suposiciones, no le envió ninguna carta de despedida, puesto que, como él mismo le explicó a la archiduquesa Sofía, "no le escribo a mi pobre Carlota pues no se cual sea su estado de salud". No quiso decirle nada a Carlota; con la locura de ella, su separación fue total. Hubiera sido interesante saber lo que él pensaba de su esposa, en el trance supremo de morir. Quizá suspiró por la enorme fortuna de su mujer que se le escapaba de las manos. Creo que queda demostrada la conducta ambiciosa del sujeto activo de esta historia, Maximiliano. Queda también probada la magnitud del objeto directo de este asunto, que lo es el dinero de Carlota, fortuna enorme que llegó a incluir la tercera parte del Congo Belga. La gran interrogante lo es la extraña actitud del sujeto pasivo, Carlota, quien jamás explicaría nada ni daría pauta para obtener las respuestas que busca el historiador. En la mente de quien investiga la vida privada de los emperadores de México surge de inmediato una pregunta: ¿Por qué Carlota no aportó ni un centavo de su gran fortuna para la salvación del imperio? Entre otras cosas, cuando se entrevistó con Napoleón para suplicarle su apoyo, le pidió dinero para que Maximiliano sobreviviera. ¿Prefirió la humillación de implorar la caridad de Francia, pudiendo ella misma ayudar a su marido? ¿Consideró que dar de su dinero al imperio era perderlo? ¿Ella misma sabía que el imperio mexicano era mala inversión? Luchó tanto por ese trono, obligó a su marido a aceptarlo, lloró frente a Napoleón para implorar su ayuda, y no fue capaz ella misma de aportar algo de su gran fortuna para salvar el imperio que tanto deseaba tener. Seguramente conocía el defecto de su marido,

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tan gastador e irresponsable en materia de dinero; quizá no estaba dispuesta a sufrir el despilfarro de su fortuna en las manos pródigas de Maximiliano. Jamás sabremos la respuesta, pero el caso es que Carlota no le dio ni un centavo ni a su esposo el emperador de México, ni al imperio mexicano, del que ella era emperatriz (Villalpando 1999: 184). Para colmo, Carlota, la demente, nunca disfrutó de su gran riqueza. ¿Cuál fue el destino de esa inmensa fortuna? Nadie lo sabe. El Príncipe Miguel de Grecia aventura una sugerente hipótesis que no ha sido desmentida: Calculado en 60 millones de francos, el dinero de Carlota pudo ser dilapidado por su hermano el rey Leopoldo II de Bélgica (Miguel de Grecia 1999: 339). Avala esta hipótesis el rumor que corrió entre los cortesanos en Bruselas en el sentido de que el rey tenía secuestrada a Carlota para que ésta no reclamara sus derechos a la herencia paterna (Desternes 1967: 438). Se dice que Leopoldo utilizaría la fortuna de su hermana en sus inversiones africanas, específicamente el Congo Belga, razón por la cual Carlota se convirtió en propietaria de la tercera parte de ese enorme territorio situado en el corazón del África negra. El Príncipe Miguel asegura que nadie volvió a oír jamás de los millones de Carlota, ni aún sus más cercanos familiares (Miguel de Grecia 1999: 339). Y lo más probable es que en Zaire no sepan quién fue Carlota ni tampoco les debe interesar.

FUENTES CONSULTADAS Manuscritas: Archivo del Palacio Real, Bruselas, Bélgica. Impresas: Conte Corti, Egon Caesar (1971). Maximiliano y Carlota. México. Destemes, Suzanne /Chandet, Henriette (1967). Maximiliano y Carlota. México. Díaz, Lilia (ed.) (1967). Versión francesa de México. Informes diplomáticos 1864-1867. Voi. IV. México. Fabiani, Rosella (1989). Il Castello di Miramare. Trieste. Grecia, Miguel de (1999). La emperatriz del adiós. Barcelona. Iturriaga de la Fuente, José N. (1992). Escritos mexicanos de Carlota de Bélgica. México. Janssens, Gustaaf /Juan Stengers (1997). Nouveaux regarás sur Leopold I et Leopold II. Fonds d'Archives Gofflnet. Bruxelles. Payno, Manuel (1868). Cuentas, gastos, acreedores y otros asuntos del tiempo de la intervención francesa y el imperio. México. Pilastro, Giorgio / Isoni, Gavino (1985). Miramare, il castello di Massimiliano y Carlotta. Trieste. Villalpando, José Manuel (1999). Maximiliano. México.

Así se vieron a sí mismos: La correspondencia mutua de Maximiliano y Carlota KONRAD RATZ

Nota preliminar En los últimos años, el Segundo Imperio Mexicano con sus trágicos protagonistas Maximiliano y Carlota, ha sido objeto de un creciente número de libros, artículos, conferencias, películas, documentales, exposiciones y simposios.1 Especialistas han analizado las instituciones políticas (Lubienski 1988) y el sistema jurídico del imperio (Villalpando César 1961), sus relaciones exteriores y con la iglesia (Galeana 1991), su impacto sobre el arte (Acevedo 1998), el proceso (Ratz 1985 o Villalpando César 1993) y los testamentos (Springer 1974) de Maximiliano. También las personalidades de Maximiliano y Carlota han suscitado nuevos estudios biográficos (Kerckvoorde 1990/ Villalpando César 1999). Un capítulo especial, que vierte mucha luz sobre los caracteres, pensamientos, y sentimientos de esta famosa y trágica pareja es su correspondencia mutua, que en su tiempo fue secreta. Y que, por paradójico que parezca, lo sigue siendo hoy en su mayor parte. Por cierto, hay valiosas ediciones de cartas de Maximiliano o de Carlota a otras personas, que figuran ya en las obras de E.C. Conté Corti (1924) y de H. de Reinach Foussemagne (1925), y que fueron editados en México por Luis Weckmann (1989) y recientemente por José N. Iturriaga de la Fuente (1992). Sin embargo, ninguna de estas publicaciones contiene cartas de la correspondencia mutua entre Maximiliano y Carlota, que fue adquirido por el Doctor Ransom en 1970 en Bélgica y que desde 1975 es accesible a los investigadores en el Harry Ransom Humanities Research Center, de la Universidad de Tejas en Austin, Estados Unidos.2 Recientemente tuve ocasión de investigar y editar dicha correspondencia, que contiene 311 cartas y 34 telegramas de Maximiliano a Carlota de los años 1856 a 1867 y 89 cartas de Carlota a Maximiliano a partir del 11 de agosto de

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Sirva de ejemplo el coloquio internacional "Cultura y sociedad en México durante el Segundo Imperio", celebrada el 8 y 9 noviembre de 1999, dentro del Programa de Estudios Europeos de la Universidad de Guadalajara (Jalisco), México. El presente ensayo se basa en la conferencia magistral que di en aquella ocasión.

2

Los primeros que hicieron un uso limitado de dicha correspondencia fueron la biógrafa inglesa Joan Haslip y el príncipe Miguel de Grecia en sus respectivos libros.

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1864.3 Las cartas están escritas en alemán, tanto las de Maximiliano como las de Carlota. En el caso de ella, cuyo idioma materno era el francés, el alemán era la lengua de su padre, Leopoldo I de Bélgica, de la familia de Sajonia Coburgo. Carlota lo dominaba bastante bien por muchas lecturas, relaciones familiares y por supuesto, su matrimonio con Maximiliano. Sin embargo, cometía faltas perdonables como la confusión de artículos o el uso de galicismos gramaticales, que no impiden el entendimiento del texto. En cambio, una barrera auténtica para muchos investigadores, sobre todo para los no germanos, es que las cartas se escribieron en escritura gótica, la cual después de 1945 dejó de enseñarse en las escuelas de Alemania y Austria. Sin embargo, una vez transcritos y publicados los textos en alemán, será fácil la edición en español u otros idiomas. Esta correspondencia tiene un doble interés: Por una parte muestra los juicios políticos de ambos después de venir a México (para la época anterior sólo se dispone de las cartas de Maximiliano sin la contrapartida de Carlota, que debe haber existido también). Por otra parte, revela como ninguna otra fuente los verdaderos sentimientos mutuos de la pareja, su relación amorosa. Antes de tratar de presentar este aspecto, que será el tema central de esta conferencia, tenemos que entrar en algo que podría llamarse la "leyenda negra de Maximiliano y Carlota", o sea, los clichés negativos que existen, tanto en México como en Europa, acerca de la vida matrimonial de los que fueron archiduques de Austria y más tarde, emperadores de México. La "leyenda negra" arranca del presunto origen ilegítimo de Maximiliano. Puesto que su madre, la Archiduquesa Sofía, tenía relaciones amistosas con el joven duque de Reichsstadt, hijo de Napoleón I y que vivía en la corte de Viena, se rumoreaba que Maximiliano, nacido en 1832, era hijo del "aguilucho", y por ello, nieto de Napoleón I. Por cierto, esta genealogía no les interesaba o gustaba a los Habsburgos, para los que Napoleón I era un "advenedizo "; en cambio, fue sostenida con fervor por los que como presuntos descendientes ilegítimos de Maximiliano, pretendían tener a Napoleón I como antepasado. Así, el general francés Máxime Weygand, sobre cuyo origen se ha especulado mucho (Duchesne 1971), fue considerado por algunos de sus descendientes (e incluso por el presidente De Gaulle) como hijo ilegítimo de Maximiliano y una mexicana (Tournoux 1980: 162 y 333). Desde luego, esta teoría está reñida con otra que afirma que Weygand era hijo de Carlota y del coronel belga

La correspondencia mutua entre Maximiliano y Carlota de México acaba de ser editada por el autor de la presente bajo el título: Vor Sehnsucht nach dir vergehend, bajo el signo editorial de AMALTHEA LANGEN MÜLLER; Viena 2000, ISBN 3-85002-441-5. Actualmente se está preparando una versión española en México. Tanto las cartas de Maximiliano como las de Carlota están redactadas en alemán, las traducciones al español citadas aquí son las del autor.

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Vandersmissen. Ambas versiones tienen sus defensores. Pero hay poderosos argumentos en contra: Se han realizado investigaciones sobre el verdadero origen del general Weygand con resultados menos espectaculares pero más plausibles.4 Además, existe el testimonio del médico ordinario de Maximiliano en Miramar, el Dr. Jilek, quien examinó a Carlota después de su regreso y constató que estaba loca, pero no embarazada.5 Un capítulo muy discutido son las relaciones matrimoniales de Maximiliano y Carlota, tema para el cual, a falta de confesiones de los protagonistas, sólo caben las pruebas de indicios. Una de ellas es su correspondencia mutua. Al menos puede aclararnos muchas dudas. Veamos un ejemplo: Las primeras sospechas sobre desavenencias matrimoniales surgieron cuando en noviembre de 1859 Maximiliano salió con Carlota en la fragata ELISABETH rumbo al Brasil, pero ya en camino, decidió dejar a Carlota, que estaba mareada, en la isla de Madeira. A diferencia de Maximiliano, acostumbrado a viajar por mar, Carlota estaba propensa al mareo, como más tarde se mostró en su viaje marítimo de Veracruz a Mérida. Ya en Madeira, como ella no sabía exactamente cuándo su marido estaría de regreso, no informaba a sus parientes en Bélgica sobre el viaje de Max. Estos no podían explicarse este silencio más que por problemas matrimoniales de la joven pareja. Sin embargo, si se lee la carta de Maximiliano a Carlota, fechada en Rio de Janeiro el 1 ° de febrero de 1860, en que relata las fatigas del viaje a través de la selva virgen brasileña, uno se da cuenta de lo poco conveniente que tal viaje hubiera sido para una dama tan delicada como Carlota. En Bahía, el primer punto americano, me he detenido cuatro días, y desde allí viajé por agua a San Georges de Ilheos, de donde hice una gran excursión a la selva virgen habitada por salvajes -días que me quedarán para siempre inolvidables - pero en que también teníamos que vivir como salvajes. No teníamos equipajes, y muchas veces ni siquiera comida y bebida, nos tocaba dormir en la selva, comer monos y carne no salada, y hacer el viaje a pié, a caballo o en canoas.

En México, mucha gente no entendía por qué el matrimonio prefirió dormir en recámaras separadas. José Luis Blasio, en su libro Maximiliano Intimo, expresa esta extrañeza de muchos de sus compatriotas. Escribió sobre la estancia de la pareja en Puebla:

4

Según estos, Weygand era hijo de Thérèse Nimal y su futuro esposo Léon de David Cohén, rico comerciante de Marsellas, el cual debido a impedimentos legales sólo pudo contraer matrimonio en 1885 (Ver Duchesne 1971).

5

Albert Duchesne, según el mismo afirma, pudo consultar el diario del Dr. Jilek en 1985, que estaba en poder del Sr. Lowenherz, de Nueva York (Duchesne 1987: 18, nota 9).

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Visitó Maximiliano después del almuerzo las habitaciones que se habían preparado para su imperial consorte, y se mostró muy satisfecho al ver el magnífico lecho matrimonial [...] [pero luego] Su Majestad ordenó a los camaristas que buscasen una pieza distante de la recámara imperial y allí armasen su famoso catre de viaje. [...] Qué drama conyugal se escondía tras esa determinación? Cómo dos esposos jóvenes, unidos de amor, como se sabía en público, hermosos, en el vigor de la edad, no hacían vida marital? [...] pues, ni en Puebla, ni en México en el Palacio imperial ni en Chapúltepec no dormían nunca juntos los Soberanos. (Blasio 1996: 43)

Ahora bien, el dormir en recámaras separadas no era nada inusitado para los matrimonios de la nobleza europea, que disponía de amplios palacios, donde muchas veces cada uno de los esposos ocupaba espaciosos suites con sus propias camareras o camaristas, que les ayudaban a hacer su aseo y vestirse separadamente. Por cierto, también en Europa los gustos eran distintos. Así por ejemplo, la Emperatriz María Teresa de Austria, madre de 16 hijos, prefería el lecho matrimonial. De todas maneras, en México corrió la voz de que el matrimonio imperial estaba desavenido. Sobre las causas hubo hipótesis contradictorias. Por una parte, el chisme de un Maximiliano sifilítico e impotente: Así, por ejemplo, en 1865 se detuvo en México un cierto abate Alleau, cuyos papeles contenían el rumor de que Maximiliano durante su viaje al Brasil en invierno de 1859 se había contagiado con una enfermedad venérea, y aunque se había curado, se había quedado incapaz para la procreación. 6 También el camarista austríaco Grill propagó que Maximiliano se había contagiado de sífilis por una prostituta de Viena y había transmitido esta infección a Carlota recién casada. Ninguno de los médicos que trataron a Maximiliano y Carlota en Austria y en México, los doctores austríacos Jilek, Semeleder, Basch, Bohuslavek y el famoso médico mexicano Lucio lo ha confirmado. Por otra parte, y en contraste con la imagen de un Maximiliano impotente, se creó la leyenda de un emperador donjuanesco, que tuvo sus amoríos secretos y sus hijos ilegítimos. Dicha leyenda se ubicó sobre todo en Cuernavaca, donde el emperador había adquirido la hacienda de Borda como lugar de reposo y además, había mandado construir el chalet Olindo. Fuente principal de los chismes sobre un emperador donjuanesco fue el camarista mayor Antonio Grill que con su esposa Elisabeth vivía en la casa de Borda durante las estancias del emperador. Blasio cuenta en su "Maximiliano Intimo" que Grill le dijo las siguientes palabras misteriosas: ¿No vio Ud. nunca en el muro del jardín una puertecita muy estrecha por la que apenas cabía una persona? Pues bien, esa puertecita que siempre se encontraba cerrada, podría

6

Compárense Corti 1924: II 57 y Gaulot: II 136.

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hacer a Vd. muchas y muy curiosas revelaciones respecto a las personas que por ello pasaban. (Blasio 1996: 135)

Así eran de vagas las insinuaciones de Grill, el cual por precaución o ignorancia, nunca indicó nombres concretos. Pretendió ser hijo de Maximiliano un tal Julio Sedaño y Leguizano, más tarde secretario de la embajada mexicana en París, y que en 1917 fue fusilado por los franceses por espionaje por Alemania. Según él, su madre Concepción Sedaño, la mujer del jardinero de Olindo, era la amante de Maximiliano en los últimos meses de 1865, cuando Carlota estaba aún en Yucatán. Las fechas no concuerdan con la historia: Carlota regresó de su viaje a Yucatán el 20 de diciembre de 1865 y fue sólo unos días después, que ella acompañó a Maximiliano en el primer viaje de éste a Cuernavaca (Alvarez Orihuela 1933: 59 ss.). Lo que más llama la atención es que las leyendas no sólo carecen de pruebas, sino que son contradictorias, se excluyen mutuamente. Son folklore histórico. No obstante, su mera existencia ha influida subconsciente pero poderosamente en la valoración del matrimonio imperial por parte de historiadores y biógrafos. Además, hasta la fecha apenas ha habido documentos que echaran luz sobre la realidad de las relaciones matrimoniales de Maximiliano y Carlota. José Iturriaga de la Fuente, editor de muchos escritos mexicanos de Carlota, escribió que, al proyectar su libro había previsto un capítulo sobre la relación personal de la pareja, pero lo dejó, porque según él "no hay material sustancioso para escribir este apartado" y "no le conocemos ninguna carta de amor" (Iturriaga de la Fuente 1992: 118). Sin embargo, una correspondencia privada entre la pareja imperial sí existió y fue intensa y revelador. Fue consultada y en parte citada por la historiadora inglesa Joan Haslip (Haslip 1972: 363) y, recientemente, el príncipe Miguel de Grecia. Documenta, hasta donde una correspondencia pueda hacerlo, no sólo el pensamiento político sino también la calidad moral y sentimental de las relaciones personales entre los esposos. No son cartas de amor al estilo de las novelas rosas de la época, pero las frases llenas de cariño y de nostalgia no faltan en casi ninguna de las cartas. El itinerario de estas cartas desde México hasta Austin pasó por varias etapas. En 1864 Maximiliano y Carlota se llevaron su archivo de cartas personales a México, donde reanudaron la correspondencia con mucha intensidad. Naturalmente, cubrían así, como en Europa, los períodos de separación. Éstos fueron frecuentes, tanto por los viajes del Emperador al interior, como por el viaje de Carlota a Yucatán, y finalmente por las estancias alternantes de ambos en Cuernavaca. En estas ocasiones se escribían casi a diario sobre asuntos de gobierno, actualidades, amigos comunes y -su amor.

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El viaje de Carlota a Europa a mediados de 1866 significó una dramática cesura en esta relación. Maximiliano, que había perdido su sostén moral, se sintió abandonado. Quiso abdicar a volver a Europa. Mandó embarcar el archivo con destino a Miramar, donde debía recibirlo Carlota quien había destinado como heredera. Cuando en julio de 1867 Carlota, víctima de una manía de persecución incurable, fue llevada a Bélgica, se llevó también el archivo privado. Quedaba bajo la custodia del administrador financiero y archivero de Carlota Barón Adrián Goffínet y su familia (Janssens/Stengers 1997: 15 ss.). Sus descendientes lo sacaron a la venta. En 1970 lo compró el Harry Ransom Humanities Research Center7, que durante 5 años lo mantuvo "restricted". A partir de 1975 es accesible a los investigadores. Asombra la densidad de la correspondencia. El carácter personal de las cartas lo demuestra su redacción en alemán, así como el tono de confianza y las expresiones de cariño. Las cartas de Carlota revelan su marcado interés y su gran talento político, heredado de su padre Leopoldo I. Dentro de las atribuciones que Maximiliano le dio, ella trabajaba activamente, agotando a veces sus últimas fuerzas. Siempre sometía al emperador sus propuestas detalladas para su acuerdo. Aunque nunca escondía su opinión personal y muchas veces ofrecía sugerencias muy dominantes, dejaba la última decisión a su marido. En cambio, a Maximiliano le gustaba aparecer en sus cartas como el augusto soberano que está encima de todos los hombres y cosas, y que tiene todas las situaciones bajo control. Con Cándida satisfacción describe a Carlota las recepciones entusiastas que le hicieron durante sus viajes, los bailes y comidas con la alta sociedad, sin querer darse cuenta del frecuente oportunismo político de los círculos que le adulaban. Le impresionaban los paisajes idílicos y los panoramas grandiosos que pinta con todo detalle para Carlota, que es como él amante de la naturaleza. Siempre daba mucha importancia al clima. Era extremadamente sensible a los cambios de tiempo, sufría mucho por el frío y la lluvia, por lo que instalaba estufas en sus habitaciones; en cambio, se ponía eufórico cuando el calor le hizo por fin "sudar a gusto". En todas las cartas domina un tono de cordialidad y cariño conyugal. Bien es verdad, que los encabezamientos de cartas como "Queridísimo ángel" (Lieber, bester Engel) o "Mi tesoro entrañablemente amado" (Innig geliebter Schatz) podrían considerarse como fórmulas de la conversación culta o del estilo epistolario romántico del siglo XIX. Sin embargo, en las emocionadas quejas de Maximiliano cuando echaba de menos a la esposa ausente, surge el dolor sincero. Veamos algunos ejemplos de este "diario dialogado": Según información al autor de dicho centro.

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Del Brasil escribió a Carlota, que había quedado en Madeira: I.2.60 He estado viajando desde 20 días en el Brasil, y a no ser por la nostalgia que tengo por ti, mi vida, y mi único consuelo verdadero, estaña completamente feliz. Vuelto a Miramar, extraña vivamente a Carlota, que se encuentra en Lacroma. No hay indicio para la pretendida rotura entre ellos. 2.4.60 Aquí en Miramar, te extraño tanto, querido ángel, que no lo puedo expresar, estoy melancólico y triste, quisiera llorar como un niño, y me siento tan incapaz, solitario y abandonado [...] En la esperanza de ir volando a reencontrarte, te abrazo en mi pensamiento. 8.4.60 Para mi gran consuelo y mi alegría indecible he recibido de tí, mi ángel tres cartas cariñosas y cordiales, que te agradezco de todo corazón; eran un rayo de luz en la melancolía de mi existencia que llevo aquí. Lleno de nostalgia, el archiduque se acuerda del idilio amoroso de los jóvenes esposos 8 en el "castelletto", chalet en el parque de Miramar, donde vivían mientras se construía el castillo. 19.7.60 Todo me parece tan vacío y insípido. Cuando tú, mi ángel, estuviste conmigo en el chalet del jardín, el mundo entero parecía ser mío, y mí corazón no pedía nada mejor; ahora, todo me falta, no me ilumina el sol moral, que da luz y calor a mi corazón. Las habitaciones del chalet, tan queridas en otro tiempo, son ahora para mí lúgubres y adustos. El "chalet tranquilo" es para Maximiliano, siempre amante de la soledad, sinónimo de recuerdos amorosos: II.8.60 Aunque mi tiempo está muy limitado, siempre me veo impulsado a escribirte para decirte, cuánto te quiero y que tu imagen flota siempre ante mis ojos y mi corazón. Ojalá estuvieras a mi lado, pero sola, tal como en aquel mes de junio tan feliz para mí, que fue quizá el tiempo más dichoso de mi vida. Nosotros dos en el tranquilo chalet de Miramar, sin recibir ni hacer visitas, esto es el ideal de mi vida. Estos séquitos, aunque fueran tan alegres y amables como el nuestro, siempre son pesados. Es que si uno es feliz y sabe ocuparse pacíficamente, no se necesita ningún testigo de su dicha.

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Su boda había tenido lugar el 27 de julio de 1857 en Bruselas. El 6 de septiembre de 1857 se instalaron en Milán, donde Maximiliano fue gobernador general. El 22 de abril de 1859, antes de estallar la guerra entre Austria y Piemonte/Sardinia y Francia, abandonaron para siempre su Reino lombardo-véneto, que fue cedido a Francia que lo traspasó a Piemonte-Cerdeña. El verano de 1859 se instalaron en el "chalet del parque" (Gartenhaus) de Miramar, mientras se terminaba el castillo, al que se trasladaron en diciembre de 1859.

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El Archiduque nunca olvidaba enviar a Carlota sus felicitaciones más cariñosas de Año Nuevo. 1.1.61 Mi telegrama te habrá transmitido mis deseos más entrañables a primera hora de la mañana en el querido Miramar, pero no te ha podido expresar todo lo que mi pobre corazón siente, cómo rezaba por tí, mi ángel, y que triste era no estar cerca de tí, su imán y su único centro. Anoche tuve ganas de llorar durante todo el tiempo, estando tan triste y melancólico como no había estado desde hace mucho tiempo. Aquí en mi vivienda instintivamente me entraban ganas de correr hacia la puerta donde estuviste la última vez. No puedo resignarme a estar sin tí. También el cumpleaños de Carlota despertaba sus sentimientos de gratitud: 5.6.61 Ante todo te mando mis más sentidas y cordiales felicitaciones para ese día para mí tan caro y querido. Dios te bendiga con su amor generoso y me conceda la gracia de hacerte verdaderamente feliz durante muchos años. Ojalá pudiera yo ofrecerte, querido ángel, sólo la décima parte de la felicidad que tú me estás dando por tu amor, tu corazón y tu espíritu. - Me duele muchísimo que mañana no pueda yo estar contigo; además, ayer la despedida de tí me era tan penosa como otras veces. Durante largo tiempo fijé mi mirada en Miramar, siguiendo con mis ojos tu querida silueta blanca a través de todo el jardín, hasta que entrando en el castillo desapareciste de mis miradas anhelantes. A Maximiliano le pesaban más que a Carlota las muchas separaciones que le imponían su profesión y sus deberes dinásticos. En estos momentos se puso verdaderamente melancólico y maldecía a Viena, seguramente también por los disgustos y rivalidades con su hermano imperial tan dominante. 20.7.62 Otra vez estoy separado de tí, mi vida, del mar y de todo lo que más quiero, estando en esta Viena, en este Schónbrunn tan lúgubres y aburridos. Ahora mismo, después de sólo 12 horas ya sufro de melancolía y nostalgia; en efecto, no existe cosa mejor que un "at home" feliz. D e Carlota sólo se conservan las cartas escritas a Maximiliano a partir de su llegada a la ciudad de México. En ellas se preocupaba mucho de la delicada salud de su marido imperial al que idealizaba y colmaba de elogios. 4.9.64 Tesoro de mi corazón [escribe estas palabras en español, para seguir en alemán] Alabado sea Dios que ya te hayas puesto bien; mi miedo por tu interesante salud [...] me ha hecho pasar algunos días amargos. Ayer todavía estuve preocupada por la noticia de tu otra enfermedad. Tu no eres como las demás personas. Por eso siempre temo que te enfermes de un modo diferente y peor de lo que me digan, hasta no sé si tienes un cuerpo, porque los relatos de tu viaje me llenan de tanta admiración que más bien te considero un ángel. Estoy bastante celosa de todo el bien que tu haces solo, especialmente de las ideas que te ocurren de un modo tan rápido y práctico. [Concluye]

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[...] Adiós, fidelísimo tesoro. Te abrazo, ya no puedo esperar a volver a verte [...] [y saber] si realmente eres una persona humana y no un ángel, y porque sólo estoy dichosa, cuando vivo a tu lado.

En Maximiliano, hacia el final de un largo viaje siempre crece el deseo de reunirse con Carlota. 28.9.64 Adiós, queridísimo ángel, un deseo indescriptible por verte me martiriza; es un sacrificio grande que hago al país con este viaje tan largo y fatigoso, que tanto me aleja de tí.

Carlota, más reservada que su marido, comparte estos sentimientos, pero se consuela con su trabajo y su ironía: 3.10.64 Te extraño tanto que no te lo puedo decir. Lo mismo les pasa a todos los ministros y autoridades.

Cuando en la primavera de 1865 Maximiliano emprendió su segundo viaje, que le llevó a través de los departamentos de México, Puebla y Veracruz, la despedida de Carlota le causó gran dolor, siendo su único consuelo pensar en el regreso. 20.4.65 Dolorosa me fue otra vez nuestra separación, doloroso es estar sin tí, mi vida, afortunadamente el viaje no será largo y espero poder regresar pronto a mi querido nido en Chapultepec.

Carlota insinuó a Maximiliano su ideal de una armoniosa relación amorosa, describiéndole el idílico encuentro con el mariscal Bazaine y su joven esposa mexicana Pepita de la Peña y Azcárate: 29.4.65 En la plazuela redonda del paseo estaba un coche con la novia y a su derecha Bazaine con la mirada radiante [...] y al regresar yo, todavía estaban los dos inmóviles, y el mariscal con expresión doblemente feliz, que le vieran allí.

Maximiliano, muy amante de la naturaleza, se entusiasmaba de paisajes mexicanos especialmente encantadores. Carlota compartía estos sentimientos: 8.5.65 No te puedo decir cuánto me han alegrado tus dos cartas tan cordiales y cariñosas de Orizaba. Qué bueno eres de decirme todo esto así, y cuánto me gustaría estar contigo; entonces para mí también sería un paraíso. Ojalá no te vayas de estos paisajes tan agraciados, sin que yo las viera y al menos sin que yo fuera a tu encuentro.

La emperatriz se preocupaba mucho de las enfermedades de su marido y le reprochaba que no se cuidara más:

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27.5.65 En primer lugar tengo que decirte que me ha enojado lo indecible que te hayas puesto enfermo otra vez. Creo que no tomas las precauciones precisas para tu salud, que así acabarás por arruinarte. Te cansas demasiado, también físicamente, y en un clima como este, esto acarrea toda clase de males. 30.5.65 Hoy he recibido tu telegrama y me encargaré de todo según tus deseos, pero me preocupa infinitamente saber que estás enfermo en la cama, aunque una disentería no es nada para preocuparse demasiado. Ojalá que te repongas pronto y - que seas razonable contigo mismo. [...] En la esperanza más viva de abrazarte pronto quedo para siempre tu fiel Carlota.

Cuando la emperatriz emprende su largo viaje a Yucatán, Maximiliano se entrega de lleno a su dolor por la separación: 7.11.65 Después de nuestra dolorosa separación en San Isidro, pasé el día desconsolado y triste. Todo me parecía tan desierto y huero. Vagaba por el palacio como un abandonado [...] Adiós, pues, mi ángel y mi vida, cuida bien tu salud, y vuélvete pronto, porque desde que te has ido, me siento desconsolado y perdido.

Sólo el regreso inminente de la esposa le tranquiliza: 25.12.65 Te agradezco de todo corazón tus continuos telegramas, que me han tranquilizado sobremanera. Es que había pasado algunos días con el miedo más horrible y la melancolía más negra.

Durante su estancia en Mérida Carlota escribió para Maximiliano una larga "Relación del viaje desde Veracruz"9 en que contaba a su esposo con todo detalle sus vivas impresiones personales. Todo el viaje fue para ella un triunfo, no sabía que era el último en su vida. Estaba llena de agradecimiento hacia Maximiliano que le había confiado esta misión y se ofrecía para cumplir tareas parecidas. Desde que la pareja imperial posee una nueva residencia en Cuernavaca, los dos esposos pasan allí el mayor tiempo posible, aunque casi inevitablemente separados, ya que muchísimas veces uno de los dos tiene que quedarse en la capital para atender los negocios de gobierno. En este período de la correspondencia hay una carta de Carlota del 17 de marzo de 1866, en que la historiadora Joan Haslip, quien consultó esta correspondencia para escribir la biografía de Maximiliano, creyó hallar indicios de una locura incipiente. Haslip habló de "una secuencia de frases incoherentes y sin lógica" (Haslip 1972: 363; trad. mía) y las cita como sigue:

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HHStA, AMM, K 49, Kv 5, 33-37v, Charlotte an Maximilian, Relation der Reise seit Vera-Cruz; traducción española por Buschhausen, F.y E.; citado en Weckmann 1992: 346 ss.

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Opino que deberías mandarle a Victoria una condecoración, para que obtengas la orden de la Jarretara. Dios tenga misericordia de las pobres almas en el purgatorio. Creo que pronto va a nevar. Ojalá tengas muy fresquito allá [Haslip añade: probablemente en el purgatorio]. La princesa Josefa tenía un resfriado y estuvo aquí ayer. Ella tampoco lo encuentra agradable. (Haslip 1972: 363; trad. mía) Ahora bien, esta versión es incompleta y mal entendida. Traducidas del original alemán completo 10 estas frases significan: Ya sería tiempo de mandar a Victoria una condecoración, para que tú recibas la orden de Jarretara. [Después de terminar las precedentes reñexiones políticas Carlota comienza un nuevo párrafo y escribe:] Te mando un fuerte abrazo, ten piedad, almas del purgatorio [no significa otra cosa que "Dios mío"], bien creo que va a nevar, sólo para que tú tengas fresquito allá [en Cuernavaca]. La Prima esta resfriada y no vino a comer. La visité ayer, tiene algo de tos y tampoco lo encuentra agradable. No hemos tenido ni un solo día bonito. Por esta versión más completa se ve que en las frases de despedida Carlota cambió de tema, hablando del tiempo frío y desagradable, del que de manera burlona le echa la culpa a Maximiliano: "Aquí en México va a nevar sólo para que tú tengas un clima agradable en Cuernavaca". Así entendida, la carta no tiene nada de particular, porque Carlota ya algunas veces había escrito a Maximiliano en tono de burla, que incluso el tiempo estaba a sus órdenes. Mientras duraba el idilio de Cuernavaca, los esposos mutuamente se envidiaban por el privilegio de poder estar allí. Escribe Maximiliano: 6.5.66 Cuanto me alegro de que esta Cuernavaca tan encantadora, sea para tí tan benigno, y que esta estancia pacífica y florida te alegre. Ojalá pueda compartir pronto estos gozos tranquilos, cuento días y horas para otra vez escaparme de aquí. Olindo, el chalet en estilo pompeyano en Acapatzingo, estuvo destinado para la emperatriz, quien lo visitaba muchas veces. Por lo que dicen las cartas, tenía una función parecida a la del "Gartenhaus" -el chalet del parque de Miramar - en que los jóvenes esposos fueron tan felices. Carlota habla de "cierto banco" que debe haber habido para ambos un secreto significado sentimental:

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En el original alemán, estas frases son las siguientes: "Es wäre bald Zeit, der Victoria einen Orden zu geben, um den Hosenband zu bekommen...[aparte] Dich herzlichst umarmend, erbarme Dich unser, Seelen des Fegefeuers, ich glaube wohl es wird schneien, nur um daß Du dort kühl hättest. Die Prima ist verschnupft und kann nicht zu Tisch. Ich habe sie gestern besucht, sie hustet etwas und findet es auch nicht heiter. Nicht einen schönen Tag haben wir gehabt" (Haslip 1972: 363).

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21.5.66 Acabo de regresar de Acapazingo, donde respiré en cierto banco la fragancia de las plantas y la de tus obras.

Maximiliano, atareado en la capital, sigue extrañando a Carlota: 27.5.66 Mil gracias por tu amable carta del 25 de este mes, que el doctor me trajo ayer. Gracias a Dios es el último o penúltimo, ya que, Dios mediante, estaremos reunidos pasado mañana.

A mediados de 1866 el aldabonazo del destino - el anuncio definitivo de Napoleón de retirar sus tropas de México - les separa nuevamente, esta vez para siempre. Carlota, que ahora sí se puso nerviosísima, mordía sus pañuelos y pasaba las noches en blanco (Knechtel: 52) le escribe el ya famoso "memoire" que le dice: "Abdicar es condenarse a sí mismo y extenderse un certificado de incapacidad" (citado según Iturriaga de la Fuente 1996: 449s). A diferencia de sus cartas, es un texto exaltado escrito en francés, lo que hace suponer que le sirvió de ensayo general para su presentación ante Napoleón. Luego se va a Europa, llena de vanas esperanzas, abandonando a Maximiliano, quien inconsolable y vacilante, busca recuerdos por doquier. Ella también sufre: Después de nuestra despedida tan dolorosa, que me abrumó, y tanto más al ver tus lágrimas que me emocionaron, me quedé durante algún tiempo como muda e inconsciente al lado de la Barrio [la dama de palacio que la acompañaba a Europa], arrastrada por las muías, y yo misma llorando, haciendo votos y rezando [...] Terminando esta dramática carta, escribe: Abrazándote con cariño y nostalgia quedo para siempre tu fiel esposa Carlota.

Maximiliano cayó en un abismo de dolor: 10.7.66 Lo que siento en estos días, lo que sufre mi corazón herido, no te lo puedo decir con palabras, ángel mío y estrella mía. Ha muerto toda mi alegría de vivir, y sólo el deber me mantiene en pie.

Durante el viaje de Carlota a Veracruz le lanza carta tras carta, telegrama tras telegrama. 18.7.66 [...] te diré que, desde tu partida, estoy sumido en la melancolía y en el dolor y que no he tenido ni una hora de tranquilidad, ni un minuto de alegría. Horrible fue el día en que pasaste por Veracruz, de tanta angustia no podía comer, teniendo la garganta como oprimida; ha sido el tiempo más doloroso de mi agitada vida.

Fracasada su misión en París, Carlota, ya con ideas fijas de persecución, se fue a Roma, donde a finales de septiembre, durante una visita al Papa su locura llegó a tal grado que su séquito decidió actuar.

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Carlota, convencida de que iba a morir, le escribió a Maximiliano su última carta el 1 ° de octubre: Mi tesoro entrañablemente amado: Me despido de tí, Dios me llama. Te agradezco la felicidad que siempre me has dado. Dios de bendiga y te conceda la bienaventuranza eterna. Tu eternamente fiel Carlota. (Corti 1924: II 52)

El 10 de octubre, conducido por su hermano Felipe, el conde de Flandes, Carlota llegó a Miramar, donde fue aislada por el conde de Bombelles. El 11 de octubre los médicos Riedel y Jilek certificaron su locura. Sólo el 18 de octubre Maximiliano recibió dos cablegramas en que se le informó de que Carlota sufría de una grave enfermedad mental. El doctor Basch le explicó que había muy poca probabilidad de que se curase. Maximiliano, como era natural, se decidió a evitarle cualquier noticia inquietante. No le informó ni de su crisis de abdicación en Orizaba ni de su último intento desesperado de mover a Benito Juárez a que convocasen juntos un congreso nacional, dos ideas que, además, como bien sabía Maximiliano, nunca hubieran obtenido la aprobación de Carlota. Le indicó tan sólo que buscaba en Orizaba "un cambio de clima", que sus médicos le habían recomendado, y fingió estar contento con la marcha de los asuntos de gobierno. 27.11.66 Los médicos me han recomendado un cambio de clima, y así he venido a pasar algunas semanas en Orizaba, donde con el calor tan suave ya me siento muy bien.

Al regresar en diciembre de 1865 de Orizaba, donde sus consejeros se habían pronunciado mayoritariamente contra su abdicación, pasó por Puebla. Allí visitó el mismo palacio episcopal, en que en junio de 1864, durante su viaje a la capital, Carlota y él habían pasado varios días, y Carlota había celebrado su cumpleaños el día 7. Exactamente un año más tarde, habían pasado otra temporada en el mismo palacio y la pareja había sido festejada por la guarnición austríaca. Ahora, camino de México, donde le esperaban graves decisiones, Maximiliano vacilaba entre gratos recuerdos y el dolor por la ausencia de su único sostén Carlota. 25.12.1866 Me encuentro otra vez en este tan querido y simpático palacio del obispo, donde pasamos juntos horas tan alegres y agradables. Desgraciadamente, tú, mi ángel y mi vida, estás tan lejos de mí, y me abruma el corazón, si paso por tus estancias tan entrañables y acogedores. Las fiestas de Navidad sin tí me causan una gran desesperación y me hacen extrañarte indeciblemente.

Maximiliano ha perdido su consejera, pero sigue amando a su esposa. La última carta le escribe el 8 de enero de 1867 desde la Teja, después de haber escuchado el juicio negativo de Bazaine sobre el porvenir de la monarquía.

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"[...] mi opinión es que V.M se retire espontáneamente". Una vez más Maximiliano piensa en su abdicación y sólo espera que otra Junta de Notables le confirme en esta decisión. Nada de esto le dice a Carlota, pero de su carta se desprende su desesperación: 8.1.67 El 1 ° de enero lo pasé bastante melancólicamente pensando en tí, mi ángel y mi vida, y extrañándote de todo corazón. En días como estos, se siente doblemente cuán inmensamente amplio es el océano, pero Dios mediante, todo saldrá bien.

El período que siguió fue turbulento. La junta de notables se pronunció por mayoría de votos por la no abdicación. Alternaban noticias malas y buenas. Los liberales ocuparon San Luis Potosí y ganaron la acción de Guanajuato. Miramón tomó Zacatecas, sin lograr a capturar a Benito Juárez, quien había estado allí. Perdió la batalla de San Jacinto. El general imperial Severo del Castillo ganó la acción de la Quemada. Maximiliano, entre esperanza y desesperación consultó a su jefe de gobierno Teodosio Lares, sobre qué debía hacer. Lares, temeroso de un sitio de la capital, le aconsejó ir a Querétaro y buscar allí una solución militar o política. Desde Querétaro, Maximiliano escribía muchas cartas: a su secretario privado, el Padre Fischer, a su jefe de gobierno, Lares y al presidente del Consejo de Estado Lacunza, el ministro de la casa imperial Sánchez Navarro, etc. A Carlota no le escribía ninguna. Sin embargo, el 8 de marzo en un codicilo redactado en su cuartel general en el Cerro de las Campanas, la destinó como heredera de su archivo. Entretanto podría haber recibido un comunicado de su ministerio de asuntos exteriores que le informó de un mensaje enviado desde Miramar, según el cual la salud de la emperatriz estaba completamente restablecida.11 En todo caso, Maximiliano parece haber quedado en la duda hasta el final sobre la verdadera gravedad de la enfermedad de Carlota, y por ello, como le dijo en su última carta a su madre12, no le escribía para no causarle excitación. Cuando el 15 de junio falsamente le informaron de la muerte de Carlota, Maximiliano sintió a la vez dolor y alivio. En una carta al prefecto de Miramar, Radonetz afirmó: Hoy me trajeron la noticia de que mi pobre mujer está liberada de sus sufrimientos. Esta noticia ha desgarrado mi corazón, pero el ardiente deseo de ser reunido pronto con la

Véase carta al Emperador, México, sin fecha, probablemente de marzo de 1867, HHStA,Viena caja 141, f. 142. Carta de Maximiliano a la archiduquesa Sofía, Querétaro, sin fecha, junio 1867, citada en Anders 1974: 141 ss.

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que amaba y estimaba como a ninguna en el mundo, suaviza mi dolor, y con mayor tranquilidad que antes espero la muerte que no nos ha de separar sino de unir.

Y al enviado de Austria, al barón Lago, escribió: No tengo más que un solo deseo en este tierra, y es que mi cadáver sea enterrado al lado de mi pobre mujer, encargándoselo a Vd. estimado barón, como representante de Austria.

Este último deseo del archiduque de Austria nunca fue cumplido, porque Carlota murió sólo en 1927 en Bélgica, adonde la había llevado su familia con el consentimiento del emperador Francisco José. La reciente publicación de cartas de Carlota (Ypersele 1995) escritas en 1869 - luego prácticamente dejó de escribir - la muestra en medio de un mundo enajenado, fantástico e irreal. La persona de Maximiliano, de cuya muerte ya estaba enterada, queda sustituida por la del oficial francés Charles Loysel, el que como jefe del gabinete militar de Maximiliano, durante las ausencias de éste, debe haber sido para ella una especie de modelo de eficiencia y de un gran atractivo personal, porque en algunas cartas a Maximiliano le había colmado de elogios. Durante su locura le escribía a Loysel cartas que él, que vivía recién casado en París, nunca recibió, porque las personas que vigilaban a Carlota no se las mandaron. Finalmente, Carlota se identificaba tanto con Loysel, que incluso llegó a firmar sus propias cartas con el apellido del oficial francés. Paradójicamente, el centro de su universo loco volvió a ser el propio Napoleón III, a quien tanto había odiado por haberla abandonado. Juntamente con él, Carlota en su fantasía disponía de los destinos de la humanidad. Los sicólogos y los psicoanalistas tendrán sobre ello sus teorías. A mi juicio, aunque disfrazado por la locura, el mensaje simbólico de este universo quizá no sea tan difícil de descifrar. Ya durante el imperio, en el mundo de Carlota el astro rey había sido Napoleón III. Maximiliano -quien después de muerto queda sustituido por el coronel Loysel- había sido el ejecutor de sus designios en México. Carlota siempre se había tratado de imitar a Maximiliano, su "querida perfección" como le llamó en una de sus cartas. En su locura, Carlota y Maximiliano/Loysel se funden en un ser único. Al analizar la correspondencia entre Maximiliano y Carlota se imponen varias conclusiones: 1. Entre la pareja imperial se cruzó correspondencia abundante, lo que desvirtúa la suposición de que el matrimonio funcionaba tan mal que los esposos ni siquiera se escribían cartas personales.

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2. La correspondencia no confirma en absoluto la leyenda negra de un matrimonio desavenido. A pesar de que las cartas contienen muchas veces asuntos políticos, y no son del tipo de novela rosa, están llenas de simpatía mutua, de confianza y de cariño. Muestran un matrimonio, eso sí, difícil por el ambiente en que se desenvuelve, pero con voluntad de luchar en común por una meta, un alto ideal que desde luego no se podía alcanzar, porque políticamente el imperio había muerto antes de haber nacido. 3. En contra de la opinión de que el amor, si existía, era cosa de Carlota y que Maximiliano era el indiferente o infiel, las cartas demuestran que el sentimental, el que evocaba más los poéticos recuerdos e inventaba los giros más románticos de amor, fue el emperador. Cuando Carlota estaba lejos, Maximiliano la extrañaba sobremanera y se ponía casi enfermo del deseo de que volviera. Siempre repetía que Carlota, aparte de ser su "vida" era su "consuelo". Maximiliano era hombre de corazón, y los que le conocían a fondo, como su secretario José Luis Blasio, le querían por esto. En cambio, Carlota aparece en sus cartas como mujer racional y disciplinada. En una carta le escribía con toda franqueza que no era tan poética como él. No cabe duda que ella le admiraba y amaba, pero más que por frases de amor, se lo demostraba por la confianza con que le comunicaba sus ideas. Bien es verdad, que Maximiliano en sus cartas casi nunca discutía con ella sobre estas ideas, nunca la contradecía. Pero las cartas de Carlota le interesaban e inspiraban tanto, que hubo un continuo cambio de impresiones hasta que se declaró su locura. 4. En cuanto a la fidelidad matrimonial las afirmaciones verbales de fidelidad eterna, que abundan en la correspondencia, no "prueban" desde luego que los esposos se fueran siempre fieles. No obstante, tanto las expresiones directas de amor y del dolor por las separaciones, como el tono cariñoso y la asombrosa frecuencia del intercambio de sus cartas son fuertes indicios de un matrimonio intacto. Las circunstancias políticas muy adversas de su reinado parecen haber constituido incluso un desafío vivificante. Desafío que constituía al mismo tiempo la nota trágica y la felicidad de su matrimonio, que sólo se derrumbó con la caída del imperio, que había sido su "misión imposible".

Bibliografía consultada Acevedo, Esther (1998). Testimonios artísticos de un episodio fugaz (1864-1867). México. Alvarez Orihuela, Francisco (Septiembre de 1933). Maximiliano en Cuemavaca. Memoria de los Juegos Florales. Cuemavaca.

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Anders, Ferdinand (1974). Erzherzog Ferdinand Maximilian und das Segundo Imperio Mexicano. Hardegger Beiträge zur Maximilian-Forschung. Hardegg. Blasio, José Luis (1905/1996). Maximiliano Intimo. El emperador Maximiliano y su corte. Memorias de un secretario. París-México, resp. México. Corti, Egon Caesar, Conte (1924). Maximilian und Charlotte von Mexiko. 2 vól. Viena, Zürich, Leipzig. Duchesne, Albert (1971). "A propos de la naissance du Général Weygand". En: Histoire illustrée du Haut de Ville. Teervuren. Duchesne Albert (1987). "Du nouveau au sujet de l'impératrice Charlotte, documents inédits". En: RuaroLoseri, Laura (ed.). Massimiliano. Riletturadi un'esistenza. Am del Convegno Trieste 4-6 marzo 1987. Trieste. Galeana, Patricia (1991). Las relaciones Iglesia-Estado durante el Segundo Imperio. México. Gaulot, Paul (1905). L'expédition du Mexique (1861-1867). Tomo II: L'Empire de Maximilien. Paris. Haslip, Joan (1972). Maximilian Kaiser von Mexiko. Munich. Haus-, Hof-, Staatsarchiv Hausarchiv Archiv Kaiser Maximilian von Mexiko. Viena. (HHStA). Iturriaga de la Fuente, José (1992). Escritos mexicanos de Carlota de Bélgica. México. Janssens G./ Stengers J. (1997). Nouveaux regards sur Léopold I i 4.1

Franz Xaver Winterhalter: Carlota, ca. 1850. Óleo sobre tela. Palacio de la Dinastía, Bruselas, Bélgica

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Franz Xaver Winterhalter: Retrato de una joven, ca.1850. Óleo sobre tela. Castillo de Laeken Colecciones Reales de Bélgica.

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Edwin Henry Landseer: Carlota. 1851. Óleo sobre tela. Colección Palacio Real de Bruselas, Bélgica

Nicaise de Keyser: Carlota. 1857. Óleo sobre tela. Casas Consistoriales de Amberes

Esther Acevedo

Entre el costumbrismo y la historia

Joseph Jacques Ducaju: Carlota, ca.1857. Escultura en pasta. Musée Royal de l'Armée, Bruselas, Bélgica

Cesare dell'Acqua: E1 matrimonio de Cariota y Maximiliano. 1857. Acuarela. Castillo de Miramar, Trieste, Italia

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Jean Portaels: Cariota. 1859. Óleo sobre tela. Castillo de Miramar, Trieste, Italia

Edward Heinrich: Cariota. 1863. Óleo sobre tela. Castillo de Miramar, Trieste, Italia

Esther Acevedo

Entre el costumbrismo y la historia

Mayer & Pierson: Carlota y Maximiliano. ca. 1859. Fotograffa. Biblioteca de Viena

Louis Gtómar: Carlota, ca. 1863. Fotografía. Biblioteca Nacional, París, Francia.

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Giuseppe Malovich: Cariota. 1864. Fotografía. Biblioteca de Viena

Franz Xaver Winterhalter: Cariota. 1864. Óleo sobre tela. Hearst Castle, California

Esther Acevedo

Entre el costumbrismo y la historia

Albert Graefle: Carlota. 1865. Óleo sobre tela. Museo Nacional de Historia, México

Anónimo: SS MM en la Garita de Escamela. 1864. Acuarela. Biblioteca de Viena

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Esther Acevedo

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Santiago Rebull: Carlota. 1865. Óleo sobre tela. Museo Nacional Narodni, Praga

François Aubert: Carlota. 1866. Fotografía. Musée Royale de l'Armée, Bruselas, Bélgica

Entre el costumbrismo y la historia

Tiburcio Sánchez: Carlota. 1866. Óleo sobre tela. Castillo de Miramar, Trieste, Italia

Felipe Sojo: Carlota. 1865. Escultura en mármol. Museo Nacional de Arte, México

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Josef Gasser de Valhorn: Carlota. 1865. Escultura en mármol. Museo Nacional de Historia, México

g¡Mg

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José María Velasco: La Alameda de México. 1865. Óleo sobre tela. Museo Nacional de Arte, México

Entre el costumbrismo y la historia

Salome Pina: Carlota, ca.1865. Óleo sobre madera. Colección particular, México

Jean Adolphe Beaucé: Carlota descansando. 1866. Óleo sobre tela. Escultura en mármol. Castillo de Miramar, Trieste, Italia

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Carta de Doña Carlota, ex-emperatriz de México, a la Duquesa de Aosta

HUA MIA: PERDÓNAME QUE TE LLAME HIJA, ya porque soy viuda, ya porque mis dolores me dan derecho de emplear contigo el sagrado nombre de madre. Te vi en Italia cuando eras bella, joven y feliz; yo era también feliz y joven, aunque no bella como tú. Te vi otra vez, cuando eras dichosa, y yo muy desgraciada. Te escribo hoy para anunciarte que puede llegar día en que seamos desgraciadas las dos. ¡Yo también fui reina, María Victoria. ... Yo también sonreí ... y me engañé! ... Sabes que he perdido el juicio; pero Dios que te ama tanto me envía esta hora de lucidez para que te diga la verdad; ya que tanto ambicioso, tanto adulador, tanto hombre indigno, tanta boca embustera, tanta lengua idiota y tanto corazón gangrenado te mentirán. ¡Yo he sido reina, duquesa de Aosta, y conozco el oficio! ¿Me entiendes? ¡Sí! ¿Me entiendes? Ahora falta que tu corazón de mujer no te venda. Soy Carlota la antigua emperatriz de México. ¿Me entiendes? ¡Sí! ¿Me entiendes? Ahora falta que tu corazón de mujer no te engañe. Tengo prisa de comunicarte mis temores, porque no sé el tiempo que la demencia me dejará libre. ¿Quién nos había de decir lo que ha pasado, cuando nos vimos por primera vez en las arboledas de Frascati y el Tívoli? ¿Te acuerdas de aquellas tardes apacibles? ¡Ay! María, oye con atención lo que mi desgracia va a señalarte y advierte que es la buena ventura, que te dice una infeliz que ha enloquecido de dolor. Una comisión fue a Viena a ofrecer a mi marido la corona de México. Te hablo de una comisión. Maximiliano me llamó y me dijo: "Carlota, me ofrecen el Imperio de un pueblo famoso de América ¿qué te parece?" Yo bajé los ojos y quedé pensativa. Maximiliano volvió a preguntarme "¿Qué te parece?" Yo continuaba meditando y no le respondí. Mi esposo hizo ademán de abandonar el aposento; entonces comprendí que iba a desechar el imperio que venían a ofrecerle, y no sé qué lumbre interior quemó mi vida. "Espera", le dije; y Maximiliano volvió sonriéndose. ¿Qué significaba esa sonrisa? ¡Ay, María Victoria! Mi esposo sabía que yo era mujer, y que se trataba de una diadema. No quiero fingirte, ni engañarte. El resplandor de aquella corona cegó mi alma. Imaginábame ver el brillo de sus perlas, zafiros y brillantes; y en mi fantasía creí ver un pueblo que se arrodillaba en torno mío, besaba mis pies, se agolpaba para mirarme, se desvelaba por bendecirme y clamaba de alegría. ¡Ilusión tremenda, lisonja horrible! Sigue leyendo, amiga mía, y verás lo que aquella lisonja me costó. "Oye, Maximiliano", respondí a mi esposo: "no te digo que no, pero

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Carta de Doña Carlota

tampoco te digo que sí." Mi marido entendió que yo le decía: "No te digo que sí, pero tampoco que no"; y aquí debo confesarte que no se equivocaba. Maximiliano vio lo que significaba mi respuesta, y en sus ojos ardió una luz que no pude explicarme entonces; pero que el tiempo me explicó después. ¡María, ten cuidado contigo, con tu hijo y con el rey Amadeo! La ambición enciende en los ojos del hombre un reflejo diabólico, y convierte a un ángel en demonio. El hombre que quiere ser rey, se torna en demonio. Los ojos de Maximiliano brillaron de una manera, que sentí miedo: Maximiliano era un demonio en aquel instante. "La comisión vendrá a las tres", me dijo, "tú la oirás; arréglate". Mi esposo comprendió que me había oído a mí misma, que había escuchado mi orgullo de mujer, y que no tenía necesidad de escuchar a nadie. Si él hubiera escuchado mi vanidad es muy probable que yo no hubiera visto la comisión. Dios te libre de los hombres que aspiran a ser reyes, una fiera es más razonable. La comisión tenía que venir a las tres y yo estaba arreglada desde las dos. Entonces no sabia ser reina. Un año después, otra comisión debía verme a la una y yo me arreglaba a las cuatro, había aprendido a ser emperatriz. Vuelvo a decirte que estaba arreglada desde las dos. ¿Lo oyes, María? Yo esperaba impaciente y sospechaba que la comisión se habría arrepentido. Maximiliano me decía, mirando mis galas: "Wie shoen [sic!] ist die Kaiserin von México!" (¡Qué bella está la emperatriz de México!) Esta galantería de mi marido me causó dolor, porque imaginé que la comisión había tomado el camino de América. Tres criados anunciaron de improviso: "La serenísima comisión mexicana". Yo sentí estremecimiento de placer. "Ya soy emperatriz", exclamé en el fondo de mi corazón, "ya soy augusta majestad imperial". ¡Oh! Tristes ilusiones, negras vanidades, desgarradores caprichos, terribles realidades de la conciencia. ¡Cuánto me costáis, cuán caro me salís! Sigue leyendo, María Victoria, sigue: La comisión se puso de rodillas y me besó la mano. ¡Era lo que yo quería, era lo que yo soñaba! Luego manifestó que el cielo nos había destinado para salvar a un pueblo célebre, el cual vivía en el fondo de la anarquía más desastrosa; Maximiliano me miró, como si quisiera decirme: "Ya ves lo que aseguran ¿qué hemos de hacer?" Yo moví la cabeza, como si intentara responderle: "Es verdad". La comisión habló después de la frondosidad del suelo, de la riqueza de los frutos, de la dulzura de las estaciones, de las galas del paisaje, donde la naturaleza era una eterna sonrisa. Maximiliano me miraba, como si me dijera: "¿No ves?" Yo miraba a Maximiliano, como si contestara: "Es verdad". La comisión habló extensamente de las grandiosas vistas del Orizaba, de la diafanidad del espacio, de la extensión

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de los horizontes, de lo igual del cielo, de las salidas y de los ocasos del Sol, de las aves, etc. Yo creía ver el color encendido de la aurora, el tinte pálido de las nubes que despiden al Sol en Occidente; me figuraba presenciar el dulce misterio de aquellos ocasos que presentaban a mi fantasía como plegarias de la tarde; percibir la melodía de aquellos pájaros, el aroma de aquellas ñores, el murmullo de aquellos ríos, el suspiro de aquellos aires al través de las silenciosas espesuras de los bosques y de las selvas. En fin, María, creí ver la deidad de América, en lo más florido y galano del orbe, entre las sonrisas de Dios. Maximiliano volvía a mirarme, como si quisiera repetirme: "¿Ya ves?" Yo miraba a Maximiliano, como queriendo responderle: "Es verdad". Mi marido y yo nos quedamos solos. "¿Qué te han parecido los comisionados?" me preguntó. Yo le respondí: "Me han dejado verdaderamente complacida; son caballeros muy cumplidos y muy corteses". "Te han besado la mano al entrar y al salir. Se conoce que es gente principal". "Sí, sí", dije yo: "debe ser gente principal". Sigue leyendo, duquesa de Aosta, reina electa de un pueblo famoso; ya verás en qué vino a parar tanta complacencia, tanta poesía. ¡Ay!, mil veces aquellos hombres, los comisionados, nos burlaban con mil mentiras, y decíamos con orgullo: "Se conoce que es gente principal". Si nos hubieran dicho la verdad austera, la verdad honrada, si aquellos mendigos hubieran sido personas leales hubiéramos dicho con repugnancia: "Se conoce que es gente plebeya". ... Nos embarcamos, el vapor parte, y las playas de Europa van desapareciendo de nuestra vista; allí quedaban las cenizas de nuestros padres, los recuerdos de la patria que nos vio nacer, de la que renegábamos, alucinados por las glorias desconocidas de nuestra patria adoptiva. He dicho glorias desconocidas. No eran tales, María, sino ¡ay de mí! glorias criminales. Cuando observé que desaparecían las costas alemanas sentí una punzada en el corazón y ahí dio principio la calentura, que más tarde turbó mi mente, y principió este delirio que consume mis fuerzas, esta tisis horrible que devora mi vida. Hay dos clases de fiebres, María Victoria, la del cuerpo y la del espíritu: aquélla mata, ésta enloquece. ¡Ten cuidado de tu esposo y de ti! Cerca ya del anochecer del mismo día en que nos embarcamos, divisé en el horizonte un punto blanquecino, casi amarillo, que parecía moverse como si fuera una bruma del mar. Me acerqué a mi esposo y le dije: "¿Qué es aquel punto blanquecino y movedizo que se ve a lo lejos ?" "Son las playas" "¿Qué playas ?" "Las del Adriático". "Adiós costas del Adriático", grité en mi conciencia, "adiós arenas de mi patria, cuando vuelva a vosotros algún día me veréis vestida de luto!" "¿Qué tienes?", me preguntó Maximiliano. "Nada," le respondí. Yo también lo

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engañaba; todos lo engañábamos, incluso su mujer. ¡Oh, esposo mío, sombra adorada de mi vida, hombre desgraciado, perdóname! ¿Extrañarás, María Victoria, que haya enloquecido? Sigue leyendo. Empleamos en el viaje veintitrés días, tú no sabes lo que es vivir veintitrés días entre cielo y agua, día y noche, sol y estrellas, cuando en la tierra nos está esperando una corona. Yo estaba tan celosa de mi diadema, tan enamorada de mi majestad imperial que cada ola me parecía un escollo en donde el buque iba a estrellarse. Maximiliano me miraba, como si quisiera decirme: "¿Llegaremos, Carlota?" Yo le miraba, como si quisiera decirle: "¿Llegaremos, Maximiliano?" ¡Ay, amiga mía! ¿Por qué el mar no fue caritativo con nosotros? ¿Por qué no abría sus senos misteriosos a la nave que nos conducía? Llegamos a México. ¡Cuánta gente! ¡Cuántas luminarias! ¡Cuántos vítores! ¡Cuántas flores en el camino y en las calles! ¡Cuántas colgaduras! ¡Cuántos himnos! ¡Cuántas alegrías! ¡Cuánto amor! Y, sin embargo, horrorízate, María Victoria, México nos odiaba. Fuimos recibidos como a los ángeles tutelares, como dos espíritus celestes, como dos semidioses; pero México nos aborrecía. Si alguna vez sales de Italia, si el resplandor de una corona te ciega los ojos y el corazón, no te fíes en el número que rodea la portezuela de tu coche, no en la muchedumbre que obstruye tu paso, ni en los ojos que se agolpan a verte. El pueblo ve a los reyes y a los emperadores como presencia un espectáculo teatral, una corrida de novillos, o una colección de animales curiosos. El pueblo ve a los reyes como ve a los ajusticiados. No fíes tampoco en la sonrisa de los que el mundo llama grandes. ¡Si tú supieras cuán pequeños son! ¡si los vieras en su tamaño natural desnudos de pompas como yo los he visto! Los cocodrilos y esos hombres son parecidos en que ambos buscan una presa para desgarrarla con sus dientes: aquéllos lloran para atraerla, éstos para entregarla. El cortesano ríe; el cocodrilo llora; pero cocodrilo y cortesano lloran y ríen para atraer y devorar. No olvidaré nunca que un magnate de México cayó de rodillas a nuestros pies y besó la tierra que nosotros pisábamos. Aquél fue el primero que nos hizo traición, el que primero vendió a mi marido y el primero que conspiró, hasta que logró verlo fusilado. ¡Fusilado, María! ¿Oyes? Mi marido fue fusilado en suelo extranjero. ¿Lo has oído bien? ¡En suelo extranjero! El que más nos adula es el que primero nos entrega. ¡Yo sé lo que te digo! ¡Yo lo sé! ¡No dudes! ¡ay de ti, si dudas! María, te vi en Frascati y en el Tívoli, cuando eras joven, bella y dichosa. Por tu dicha, por tu belleza, por tu juventud, no olvides las palabras de una amiga fiel, que no puede engañarte, porque es muy desgraciada, la más desgraciada que nació de madre alguna. Amaba a un hombre más que mi vida, y me lo asesinaron en México. ¡No, no! Los pueblos no asesinan. Lo asesinaron aquellos hombres que nos vinieron a buscar; los que se sonreían y nos besaban las manos y se arrastraban a nuestros pies. ¡María, cuida de tu esposo, de tu

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hijo, de ti! ¿Tienes conocimiento de que algunos llaman al duque de Aosta? ¡Hija mía, mucho cuidado! ¿Ves esos que lo llaman y humillan la cabeza y se arrodillan? Pues ésos, ésos lo fusilarán. ¡Yo sé lo que te digo! ¡No dudes, María! ¡Colgaduras, himnos, luces! ¡Arcos de triunfo, vítores, flores, todo pasó! Llegaron noticias de la guerra, y mi marido me miró de un modo que yo no pude comprender. Hay misterios que están en la profundidad de la vida, como los abismos en las profundidades de la tierra, los volcanes en las profundidades de los abismos y ciertas penas en las profundidades del alma. Mi marido vio algún arcano, un arcano tremendo, me miró y no me dijo ni palabra. ¿Qué había de decirme, si aquel arcano era su sentencia de muerte? El emperador llamó a un personaje del gobierno, y ambos se encerraron en una estancia. Escondida entre los cortinajes de una puerta, oí parte de lo que hablaron. Mi esposo dijo finalmente al personaje de aquel país: "Pero bien, ¿a cuántos será menester fusilar?" "Bastarán ocho o nueve mil", contestó una voz trémula. ¡Nueve mil criaturas iban a ser sacrificadas, y lo fueron realmente! El personaje del gobierno desapareció y el emperador quedó solo. Yo fui a buscarle. "¿Qué habéis tratado?" "Nada." Yo lo miré de hito en hito por espacio de mucho tiempo. Maximiliano bajó los ojos y los clavó en el suelo. ¿Extrañarás, amiga mía, que esta mujer haya perdido la razón? ¡Oh, María! Antes que mores en ciertos palacios, prefiere vivir en una cueva de gitanos, en una cabaña de pastores, en la choza de un pescador; en la choza, en la cabaña, en la cueva, puedes creer en Dios y esperar en la Providencia de este mundo; puedes amar a un hombre, a un padre, a un hijo. En ciertos palacios no cabe otra cosa que sospechar, aborrecer y maldecir. La comisión dijo que México se encontraba en la más desastrosa anarquía. ¡Era falso, María! La anarquía estaba en la comisión y en los hombres que enviaba para perdernos; en algunos ambulantes políticos, pordioseros de ayer, hambrientos de siempre, metidos a señores y déspotas, sin saber ser ni señores ni déspotas; en algunos corazones henchidos, en algunas conciencias podridas; en unos cuantos miserables plebeyos, metidos de rondón a reyezuelos de sí mismos, los cuales se hacían los honores mandando tocar a su paso la marcha real, mientras que no saben llevar la corbata blanca; y sus trajes y vestidos huelen a legajos de procurador, a drogas de botica, a sala de hospitales, a rancho de cuartel, a cal y canto, a diccionario de Geografía, a mostrador de manteca de Flandes y a carne de puerco. En ellos está el desorden, la gula, la disolución, el latrocinio, la bancarrota, la apostasía, la desvergüenza, el escarnio de toda idea moral, de todo sentimiento digno, de todo instinto honrado, de todo pudor. ¡Ay, María Victoria, tú no sabes lo que sucedió! Los comisionados venían en grandes buques, daban grandes banquetes, se les asignaron para su plato veinticinco duros; trajeron además cinco mil duros en pequeñas monedas de oro, para dar

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de comer a los pobres de otro país, haciéndose los opulentos y los grandes; pues en tanto que esto pasaba, poblaciones importantes de México se veían azotadas de la fiebre amarilla y de la miseria, y los maestros de la niñez se morían de hambre y los soldados corrían las aldeas matando a los hombres para robar los impuestos públicos. ¡No olvides! La caballería invade a los pueblos arrancando a tirones, girones y lágrimas, como en los tiempos de la barbarie, como en los tiempos de Moctezuma. Ahí tienes la anarquía en cuyo negro fondo agonizaba México. ¡Ah, malvados! ¿Por qué os creímos, en lugar de entregaros a la justicia, como los primeros bandidos de América? ¡ Ay, si otra vez sucediese! Mi querida amiga, si en estos instantes se hiciese la anatomía de mi cuerpo verías que mis entrañas están secas. ¡Cuánto he llorado! ¡Cuánto he padecido! ¡María, aprende a mí! Cierra tus oídos y tu cerebro a las falsedades de esos señores de Carnaval. Maximiliano se acostó; pero no dormía. Yo no quise acostarme, sentada en una silla de brazos, recliné la cabeza sobre las almohadas de mi lecho, y apenas hube cerrado los ojos, cuando de mi espíritu se apoderó una pesadilla que no quisiera recordar. ¡Cuánto debes agradecerme este sacrificio de mi conciencia, María Victoria! ¡Estoy desgarrando mis heridas, mi corazón, mi alma! En el delirio de aquella pesadilla creí oír muchos disparos entre los lamentos y gemidos de las nueve mil criaturas sacrificadas. Creí ver muchos escuadrones correr sobre los miembros palpitantes de aquellos cadáveres insepultos, destrozando sus cráneos con las herraduras de sus caballos. Creí ver lobos y tigres saciar su sed en grandes charcos, que no eran de agua. Creí divisar la pupila luciente de las fieras que volvían la cabeza a todos lados para que nadie les sorprendiere, mientras con los dientes arrancaban las carnes y rompían los huesos de las víctimas; oí el crujido de aquellos huesos como la Fedra de Racine; vi destilar sangre de aquellos cabellos desgreñados del mismo modo que goteaba sangre de la barba de Héctor en el sueño espantoso de la Eneida. Maximiliano sintió mi angustia, oyó mis suspiros y me llamó repentinamente; mas no pudo arrancarme de mi pesadilla. Levantóse entonces, sacudióme con fuerza, casi con frenesí y pude volver de aquel sueño. ¡María Victoria, era un mundo de gigantes horribles y extraños! ¡Quién hubiera muerto en aquella hora! ¡Oh, Dios mío! ¡Cuántos dolores me hubieras ahorrado! Mi esposo me preguntó: "¿Qué tienes?" Yo le respondí: "¿Tú me lo preguntas?" "¿Qué tienes?" "Nada" "¿Qué tienes, Carlota?" "Nada, Maximiliano." "Dime lo que tienes, aunque se caiga el cielo, y se hunda la tierra." "¿Quieres que te lo diga?" "Sí." "He visto luces en el aire; no sé qué fantasma me tira de la ropa que llevo; he visto una sombra que figura tres hombres sin cabeza; y yo los conozco:" "¿Quiénes son ?" "El Emperador Maximiliano y los generales Miramón y Mejía. Tú eres en este momento mi único amor; el amigo de toda mi vida. ¡Te veo

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perdido, no digas que no! ¡Estas perdido!" "Ya lo sé." "¡Sálvate y sálvame! Maximiliano, vámonos de aquí." "No puedo." "Tú no eres emperador." "¿Pues qué soy?" "Aquí había una partida de malhechores; no tenían capitán, le necesitaban y te trajeron a ti. Tú no eres emperador de México, eres el capitán de una partida de asesinos y ladrones: tú el capitán y yo la capitana, y esto no puede ser. Si te obstinas en que te sacrifiquen entre nueve mil criaturas que tienes que sacrificar, a mí no me asiste valor para presenciar el sacrificio. Me vestiré de luto y me volveré a Europa. Te dejo mi alma, pero se va mi cuerpo." "¿Dices que te vas?" "Sí, me voy; quiero probar si es posible salvar a un hombre." "Carlota, tú no me amas hoy lo mismo que antes." "Te amo más, pero temo. Amo a mi esposo, pero temo al tirano Tú eres el tirano de un pueblo inocente." ¿Yo soy tirano? ¿Sí.? ¿Te vas a Europa? "Sí." Maximiliano permaneció frío, inmóvil, mudo como una piedra. De repente se cubrió el semblante con ambas manos y rompió a llorar. ¡Hija de mi alma! ¿Extrañarás que esta desdichada haya enloquecido? Llegó la hora de partir... ¡Qué diferencia entre la recepción y la partida! Nadie me habló de la riqueza, de los frutos, de la fecundidad del suelo, de la benignidad del clima, ni del murmullo de las fuentes, ni del aroma de las flores, ni de la melodía de los pájaros, ni de la vista del Orizaba. No vino comisión ninguna. Un periódico publicó por entonces el siguiente anuncio: "Se vuelve a Europa la esposa del emperador mexicano." Yo dije a mi esposo en el momento de partir: "¿Te quedas?" "Es mi destino," replicó. "Pues en Europa," proseguí; "recibiré una carta tuya concebida en estos o semejantes términos: "Tú lo adivinaste, Carlota; el rayo de luz que entra a mi morada es el último sol que veré. Estoy en capilla, arrodillado ante la figura de Jesús. Dentro de una hora caminaré al suplicio entre un sacerdote y el verdugo." No quiero decirte lo que pasó por mi corazón en el momento de separarme de Maximiliano. Yo sabía que me separaba para siempre y era el único amor que he tenido, tengo y tendré. ¡Ojalá que no hubiera amado! El buque parte. El silbido del viento al penetrar por los tubos, me parecía el mido de una batalla. ¡Maldita sea la guerra! ¡Malditos los ambiciosos que la provocan! El continuo embate de las olas me parecía el hervidero de la sangre, el ruido de la máquina el estruendo de las hachas, cañones y fusiles; las chimeneas del vapor se representaban como verdugos. A los veintiún días de navegación subí a cubierta. Mis ojos se extendieron por la mar y en todas partes hallaba el rostro de Maximiliano. Puesto ya el sol, descubrí en el espacio un punto blanquecino y movedizo. "¿Qué es aquel punto que se descubre en el horizonte?" pregunté al capitán del vapor. "Señora, las playas de Europa." "¡Playas de Europa, arenas de mi patria!" dije en mi

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conciencia; "Aquí me tenéis, como os prometí; vuelvo a vosotras vestida de luto." Llegué a París, corrí a las Tullerías y grité al primer palaciego. "Anunciad al emperador que quiere hablarle la viuda de Maximiliano." ¡Ay, María! Napoleón me recibió como un hombre de palo, como una estatua de granito, como una máquina de hierro. Pero yo divisaba una cruz; a su pie lloraba una mujer, más que una mujer: ¡una madre! Yo tenía esa grande esperanza, yo adoraba esa gran fe religiosa y bendecía el dolor del Calvario, y anhelaba recibir un consuelo de Jesús y de María. Volé a Roma, fui al Vaticano, puse los labios en los pies de su Santidad; al besar aquel pie vi nuevamente luces en el aire, vi la sombra que figuraba tres cuerpos sin cabeza, vi dos manos cruzadas que chorreaban de sangre, como los cabellos de las víctimas: manos que enlazaban dos horcas, que hablaban y decían: "Somos Monti y Figneti." Perdí toda la esperanza, se apagó mi fe; me acordé de un hombre y enloquecí. Me condujeron a Viena; pero en Viena hay mucha algazara, y vine a este castillo. Aquí estoy en el campo. Vivo con el silencio, la soledad y una memoria adorable. Aquí me trajeron una caja que contiene los restos del hombre a quien amé, caja que abrí un día sin que nadie me viera. La mano derecha de mi esposo estaba cerrada, como si fuera de bronce. Mis manos abrieron la suya y encontré un papel que decía: Carlota, tú lo adivinaste: la luz que penetra mi morada será el último rayo de sol que veré. Estoy en capilla arrodillado ante un Nazareno. Dentro de algunas horas iré al sacrificio entre el sacerdote y el verdugo. Tú no tienes la culpa; perdóname, consuélate. Saluda a mi familia y a mi patria. Adiós, Carlota; el juicio de Dios me espera. Ya que he vivido mal, quiero morir bien. Mi último suspiro será para ti. ¡Quién te hubiera creído, amada mía!

¿Extrañarás, mi querida amiga, que esta pobre mujer haya perdido la razón? Me miro a menudo al espejo y exclamo: "¿No soy lo que era, no soy Carlota?" No, no soy mujer, no tengo vida; voló mi alma! ¡Una tenía y me la robaron! ¡Volvédmela, ladrones! Napoleón III, ensalzado, me perdió a mí; Napoleón III, caído, te perderá a ti. La historia de hoy cuenta cuatro mujeres destronadas en menos de dos años; Sofía, reina de Nápoles; Carlota, la emperatriz de México; Isabel segunda, reina de España; Eugenia, emperatriz de Francia. La historia hablará de cinco mujeres: la quinta serás tú, María Victoria. Si sales de Italia y surcas el golfo de una ciudad, noble y gloriosa, puedes decir: "¡Adiós, golfo de Génova! Cuando vuelva a surcar tus aguas, ellas me verán vestida de negro." Si permaneces en

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Turín, consientes que vaya tu esposo, fascinado por el brillo de una corona; si le atrae esa serpiente, prepárate para recibir la siguiente carta: "María, todo concluyó; da un beso a nuestro hijo. - Amadeo." He de terminar esta carta. ¡Adiós, María Victoria! Siento que se turba mi mente, que mi alma vuelve a rodar por los insondables abismos de la locura. Vuelvo a ver luces en el aire, la sombra de cuerpo sin cabeza, dos manos cruzadas, oigo el crujido de los huesos. Veo muchas fieras que sacian su sed en charcos de sangre. Tan pronto me parece que soy una Diosa como que soy un monstruo del inñerno. ¡Oh, hija de mi corazón! ¡No salgas de Roma; no abandones a tu patria! ¡Mira que te engañan, como me engañaron, que te venden como a mí me vendieron; que llegará un momento en que tu esperanza no conciba otra ventura que la horrible de morir loca! ¡María, María, cuida de tu esposo, de tu hijo y de ti! Te he dado la prueba más grande de amistad que puede darte una mujer nacida, contándote historias, dolores y misterios que nadie conoce, más que tu infortunada y leal amiga CARLOTA ex-emperatriz de México

según Payno, Manuel (1960). Carta de Doña Carlota, ex-emperatriz de México, a la Duquesa de Aosta. En: Opúsculos de Payno. Prólogo de Rafael Solana. Bibliógrafos mexicanos, editados por Francisco Gonzalez de Cossío. México, pp. 149-159.

Lista de autores

Dra. Esther Acevedo

Instituto Nacional de Historia casa: Peña Pobre 85 Col. Tonello Guerra Tlalpan México D.F. 014050 [email protected]

Lic. Jaime del Arenal

Escuela Libre de Derecho Dr. Vertiz 12 con Arcos de Belén Col.Doctores México, D.F. 06720 eslide® mail, internet. com. mx

Robert Avalon

1211 A Jackson Boulevard Houston, Texas 77006 USA ravalon@swbellnet

Prof. Dr. Vittoria Borsò

Institut für Romanistik Universität Düsseldorf Universitätsstr. 1 /Geb. 23.21 D - 40225 Düsseldorf borso@phil-fak. uni-duesseldorf. de

Dra. Patricia Galeana

Universidad Nacional Autónoma de México casa: Romulo O'Farril 529 Col. Las Aguilas Del. Alvaro Obregón México D.F. [email protected]

Fàtìma Gallego, M.A.

Institut für Romanistik Universität Düsseldorf Universitätsstr. 1 (Geb. 23.21 D - 40225 Düsseldorf gallegof@phil-fak. uni-duesseldorf. de

Lic. Amparo Gómez Tepexicuapan

Museo Nacional de la Historia Castillo de Chapultepec México D.F. 11580 maxing@prodigy. net. mx

Susanne Igler, M.A.

Institut für Romanische Philologie Justus-Liebig-Universität Gießen Karl-Glöckner-Str. 21 G D - 35394 Gießen [email protected]

Dr. Adrian La Salvia

Institut für Romanistik Universität Erlangen-Nürnberg Bismarckstr. 1 D - 91054 Erlangen [email protected]

Ingeborg Nickel, M.A.

Institut für Romanistik Universität Erlangen-Nürnberg Bismarckstr. 1 D - 91054 Erlangen bcpl [email protected]

Dra. Erika Pani

Instituto Mora / Harvard University casa: 1616 Massachusetts Ave, Cambridge, Massachusetts 02138 USA [email protected]

Dr. Konrad Ratz

Untere Weissgerbergasse 61/4 A - 1030 Wien [email protected]

PD Dr. Roland Spiller

Institut für Romanistik Universität Erlangen-Nürnberg Bismarckstr. 1 D - 91054 Erlangen Rdspille@phil. uni-erlangen. de

Dr.Thomas Stauder

Institut für Romanistik Universität Erlangen-Nürnberg Bismarckstr. 1 D - 91054 Erlangen thomas. stauder@debitel. net

Dr. Beatrix Taumann

Auf der Höhe 12 D - 91341 Röttenbach chronus@gmx. de

Dr. Mag. Verena Teissl

Haydnplatz 5/77 A - 6020 Innsbruck [email protected]

Lic. José Manuel Villalpando

Escuela Libre de Derecho Dr. Vertiz 12 con Arcos de Belén Col. Doctores México D.F. 06720 [email protected]

LATEINAMERIKA-STUDIEN Herausgegeben von Walther L. Bernecker, Titus Heydenreich, Hermann Kellenbenzt, Gustav Siebenmann, Hanns-Albert Steger, Franz Tichy Universität Erlangen-Nürnberg, Zentralinstitut (06), Sektion Lateinamerika Band 1:

Sammelband mit Beiträgen von H. Kellenbenz, G. Siebenmann, H.-A. Steger und F. Tichy. 1976. 168 S. (ISBN 3-7705-1473-4)

Band 2:

Manfred Uli Die deutsche Auswanderung nach Lateinamerika. Eine Literaturübersicht. 1977. 176 S. (3-7705-1474-2)

Band 3:

Sammelband mit 10 interdisziplinären Beiträgen über Lateinamerika aus Geographie, Wirtschaftsgeschichte, Literaturwissenschaften und Sozialwissenschaften. 1977. 202 S. (3-7705-1508-0)

Band 4:

Hanns-Albert Steger/Jürgen Schneider (Hg.) Aktuelle Perspektiven Brasiliens. Referate des 1. interdisziplinären Kolloquiums der Sektion Lateinamerika des Zentralinstituts 06. 1979. 327 S. (3-7705-1509-9)

Band 5:

Hans Schneider Die Landwirtschaft im Valsequillo. Eine Untersuchung des agraren Wandels im Hochland von Mexiko im 20. Jh., dargestellt am Beispiel des Raumes Tecali-Tecamachalco. 1979. 214 S. (3-7705-1510-2)

Band 6:

Hanns-Albert Steger/Jürgen Schneider (Hg.) Wirtschaft und gesellschaftliches Bewußtsein in Mexiko seit der Kolonialzeit. Referate des 2. interdisziplinären Kolloquiums der Sektion Lateinamerika des Zentralinstituts 06. 1980. 654 S. (3-7705-1896-9)

Band 7:

Hanns-Albert Steger/Jürgen Schneider (Hg.) Venezuela-Kolumbien-Ekuador. Wirtschaft, Gesellschaft und Geschichte. Referate des 3. interdisziplinären Kolloquiums der Sektion Lateinamerika des Zentralinstituts 06. 1980. 514 S. (3-7705-1897-7). Vergriffen.

Band 8:

Volker G. Lehr Der mexikanische Autoritarismus. 1981. 375 S. (3-7705-1898-5). Vergriffen.

Band 9:

Sammelband mit 21 interdisziplinären Studien über Lateinamerika (insbesondere Brasilien, Chile, Mexiko, Peru, Venezuela). 1982. 596 S. (3-7705-1899-3)

Band 10: Franz Tichy (ed.) Space and Time in the Cosmovision of Mesoamerica. XLIII. International Congress of Americanists, Vancouver, Canada, August 11 to 17, 1979. 1982. 195 S. (3-7705-1900-0). Vergriffen. Band 11: Hanns-Albert Steger/Jürgen Schneider (Hg.) Karibik. Wirtschaft, Gesellschaft und Geschichte. Referate des 4. interdisziplinären Kolloquiums der Sektion Lateinamerika des Zentralinstituts 06. 1983. 502 S. (3-7705-2087-4). Vergriffen. Band 12: Titus Heydenreich/Jürgen Schneider (Hg.) Argentinien und Uruguay. Referate des 5. interdisziplinären Kolloquiums der Sektion Lateinamerika des Zentralinstituts 06. 1983. 346 S. (3-7705-2088-2). Vergriffen. Band 13: José Manuel López de Abiada/Titus Heydenreich (ed.) Iberoamérica. Historia - sociedad - literatura. Homenaje a Gustav Siebenmann. 2 Bde. 1983. 1097 S. (3-7705-2154-4) Band 14: Titus Heydenreich/Jürgen Schneider (Hg.) Paraguay. Referate des 6. interdisziplinären Kolloquiums der Sektion Lateinamerika des Zentralinstituts 06. 1984. 317 S. (3-7705-2217-6). Vergriffen. Band 15: Maria da Guia Santos Außenhandel und industrielle Entwicklung Brasiliens unter besonderer Berücksichtigung der Beziehungen zu Deutschland (1889-1914). 1984. 363 S. (3-7705-2218-4) Band 16: Karl-Ludwig Storck Die Zentralen Orte im Becken von Oaxaca (Mexiko) während der Kolonialzeit. 1984. 258 S. (3-7705-2203-6) Band 17: Esther Contreras de Lehr Zum Altenbild in Mexiko und Deutschland. Eine interkulturelle Vergleichsstudie. 1984. 174 S. (3-7705-2269-9) Vergriffen. Band 18: Hanns-Albert Steger (ed.) La concepción de tiempo y espacio en el mundo andino. Referate des 7. interdisziplinären Kolloquiums der Sektion Lateinamerika des Zentralinstituts 06. 1991. 334 S. (3-89354-718-5) Vergriffen. Band 19: Sammelband mit 25 interdisziplinären Studien über Lateinamerika aus Geographie, Wirtschaftsgeschichte, Ethnologie, Literatur- und Sozialwissenschaften. 1985. 512 S. (3-7705-2351-2)

Band 20:

Ana Maria Barros dos Santos Die Sklaverei in Brasilien und ihre sozialen und wirtschaftlichen Folgen, dargestellt am Beispiel von Pemambuco (1840-1889). 1985. 248 S. (3-7705-2352-0). Vergriffen.

Band 21 : Rüdiger Zoller Verschuldung und Entwicklung. Der Fall Brasilien. 1986. 136 S. (3-7705-2407-1) Band 22:

Titus Heydenreich (Hg.) Der Umgang mit dem Fremden. Beiträge zur Literatur aus und über Lateinamerika. 1986. 233 S. (3-7705-2408-X)

Band 23:

Titus Heydenreich (Hg.) Kuba. Geschichte - Wirtschaft - Kultur. Referate des 8. interdisziplinären Kolloquiums der Sektion Lateinamerika des Zentralinstituts (06). 1987. 326 S. (3-7705-2409-8)

Band 24:

Thomas Gerst Die wirtschaftliche Entwicklung Mexikos und das Problem der ProtoIndustrialisierung am Ausgang der Kolonialzeit. Überlegungen zum Spannungsfeld von Konzept und historischer Wirklichkeit. 988. 135 S. (3-7705-2540-X)

Band 25:

Titus Heydenreich (Hg.) Chile. Geschichte, Wirtschaft und Kultur der Gegenwart. Referate des 9. interdisziplinären Kolloquiums der Sektion Lateinamerika des Zentralinstituts 06. 1990. 279 S. (3-89354-725-8)

Band 26:

Jean-Pierre Blancpain Les Araucans et la Frontière dans l'histoire du Chili des origines au XIX» siècle. 1990. 215 S. (3-89354-726-6)

Band 27:

Hehnbrecht Breinig (Hg.) Interamerikanische Beziehungen. Einfluß - Transfer - Migration. 1990. 213 S. (3-89354-727-4). Vergriffen.

Band 28:

Rolf Walter Preußen und Venezuela. Edition der preußischen Konsularberichte über Venezuela 1842-1850. 1991. 216 S. (3-89354-728-2)

Band 29:

Roland Spiller (ed.) La novela argentina de los anos 80. 2.» ed. 1993. 324 S. (3-89354-729-0) Vergriffen.

Band 30:

Titus Heydenreich (Hg.) Columbus zwischen zwei Welten. Historische und literarische Wertungen aus fünf Jahrhunderten. 2 Bde. 1992. 1008 S. (3-89354-730-4)

Band 31 : Walther L. Bernecker/J. M. López de Abiada (Hg.) Die Lateinamerikanistik in der Schweiz. 1993. 343 S. (3-89354-731-2) Band 32: Rüdiger ZoUer (Hg.) Amerikaner wider Willen. Beiträge zur Sklaverei in Lateinamerika und ihren Folgen. 1994. 352 S. (3-89354-732-0) Band 33: Detlev Schelsky/Rttdiger Zoller (Hg.) Brasilien: Die Unordnung des Fortschritts. 1994. 477 S. (3-89354-733-9 ) Band 34:

Ottmar Ette/Titus Heydenreich (eds.) José Martí. Literatura - Política - Filosofía - Estética. Referate des 10. interdisziplinären Kolloquiums der Sektion Lateinamerika des Zentralinstituts 06. 1994. 297 S. (3-89354-734-7)

Band 35: Thomas Fischer/Ute Guthunz (Hg.) Lateinamerika zwischen Europa und den USA. Wechselwirkungen, Wahrnehmungen und Transformationsprozesse in Politik, Ökonomie und Kultur. 1994. 278 S. (3-89354-735-5) Band 36: Roland Spiller (ed.) Culturas del Río de la Plata. Transgresión Genérica e Intercambio (1973-1993). 1995. 611 S. (3-89354-736-3) Band 37:

Gerhard Wawor/Titus Heydenreich (Hg.) Columbus 1892/1992. Heldenverehrung und Heldendemontage. 1995. 227 S. (3-89354-737-1)

Band 38:

Walther L. Bernecker/Gertrut Krömer (Hg.) Die Wiederentdeckung Lateinamerikas. Die Erfahrung des Subkontinents in Reiseberichten des 19. Jahrhunderts. 1997. 406 S. (3-89354-738-X)

Band 39:

Walther L. Bernecker (ed.) 1898: su significado para Centroamérica y el Caribe. ¿Cesura, Cambio, Continuidad? 1998. 270 S. (3-89354-739-8)

Band 40: Friedrich von Krosigk Panama - Transit als Mission. Leben und Überleben im Schatten von Camino Real und transisthmischem Kanal. 1999. 277 S. (3-89354-740-1) Band 41:

Thomas Fischer/Michael Krennerich (Hg.) Politische Gewalt in Lateinamerika. 2000. 328 S. (3-89354-741-X)

Band 42: Ottmar Ette/Titus Heydenreich (eds.) José Enrique Rodó y su tiempo. Cien años de "Ariel". 2000. 231 S. (3-89354-742-8) Band 43: Ottmar Ette/Walther L. Bernecker (eds.) Ansichten Amerikas. Neue Studien zu Alexander von Humboldt. 2001. 272 S. (3-89354-743-6) Band 44:

Thomas Fischer (Hg.) Ausländische Unternehmen und einheimische Eliten in Lateinamerika. Historische Erfahrungen und aktuelle Tendenzen. 2001. 320 S. (3-89354-744-4)

Band 45: Susanne Igler/Roland Spiller (eds.) Más nuevas del Imperio. Estudios interdisciplinarios acerca de Carlota de México. 2001. 319 S. (3-89354-745-2)

Die Bände 1-17 sowie 19-24 der LATEINAMERIKA-STUDIEN erschienen im Wilhelm Fink Verlag, München. Seit 1990 erscheinen die LATEINAMERIKASTUDIEN im Vervuert Verlag, Frankfurt am Main. Anschrift der Schriftleitung:

Universität Erlangen-Nürnberg Zentralinstitut für Regionalforschung Sektion Lateinamerika Kochstraße 4 D-91054 ERLANGEN