Mapuche, colonos y el Estado Nacional
 9789563243383, 9789563245332

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Índice
MAPUCHE, COLONOS Y EL ESTADO NACIONAL
Presentaciones
PRESENTACIÓN A LA NUEVA EDICIÓN DE CATALONIA
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN
PRESENTACIÓN A LA SEGUNDA EDICIÓN
PRESENTACIÓN A LA TERCERA EDICIÓN
1. El malestar de las raíces (1999)
2. Los orígenes del conflictoLa ocupación del territorio
3.
4. Las cifras del despojo
5. Tierras fiscales y colonos suizos
6. El empobrecimiento de la sociedad mapuche
7. La nostalgia de la mesa abundante
8. La Gente del Trigo
9. La lucha por la “integración respetuosa”
10. En las tomas de fundo
11. En busca de la comunidad perdida...
12. La división de las comunidades
13. El Parlamento de Nueva Imperial...
14. Fortín Mininco: Viejas heridas, nueva gente...
15. Postdata Final El viento que agita los trigales
NOTAS

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MAPUCHE, COLONOS Y EL ESTADO NACIONAL Alegoría de la Fundación de Temuco. El dibujo de Portada proviene de un libro de bocetos de Celia Leyton Vidal titulado Araucanía. Rostro de una Raza Altiva. Imprenta Zigzag. Santiago de Chile. Octubre de 1945. Ejemplar del autor firmado con el número 66. La autora viajó en la década del cuarenta por La Araucanía y retrató a numerosas personas y dibujó rituales y situaciones históricas y de la vida cotidiana basada en los testimonios que encontró. La autora señala: “Este cuadro está inspirado en el episodio histórico del último Parlamento previo a la fundación de Temuco (23 de febrero de 1881) y al cual asistiera el Ministro del Interior don Manuel Recabarren; el ingeniero civil don Teodoro Schmidt; el Teniente Coronel Don Pedro Cartes; el teniente coronel don Evaristo Marín; el abanderado Alejandro Santander; el lenguaraz Bernardo Salazar; y los caciques Venancio Coñoepan, Francisco Paillay y Huete Rucan, siendo este último dueño de los terrenos en que se asienta la ciudad. El paisaje corresponde a la Isla Huapi, frente al Cerro Ñielol, sitio en el cual se llevó a efecto dicho parlamento”. La existencia de esta reunión es muy poco probable, por ello es válida como alegoría. Hay tradiciones que señalan que se habría efectuado en “La Patagua” en el mismo Cerro Ñielol. Sin embargo los presentes difícilmente podrían haber coincidido. Personalmente creo que no existió esta reunión, ni mucho menos un Parlamento en que los mapuche cedieran territorio para la construcción del Fuerte Temuco. Este libro se enmarca en el Programa del Centro Interdisciplinario de Estudios Interculturales e Indígenas, programa conjunto de la Pontificia Universidad Católica de Chile, la Universidad Academia de Humanismo Cristiano y la Universidad Diego Portales. Debo agradecer a la antropóloga Daniela Peña, asistente de Investigación de este programa, por el apoyo en la obtención de documentos, archivos y mapas. JOSÉ BENGOA  MAPUCHE, COLONOS Y EL ESTADO NACIONAL Bengoa, José MAPUCHE, COLONOS Y EL ESTADO NACIONAL/ José Bengoa Santiago de Chile: Catalonia, 2017 ISBN: 978-956-324-338-3 ISBN Digital: 978-956-324-533-2 HISTORIA DE CHILE 983 Diseño y diagramación:  Sebastián Valdebenito M. Diseño de portada: Guarulo & Aloms Fotografía de portada: Libro de Celia Leyton Vidal

Composición: Salgó Ltda. Dirección editorial: Arturo Infante Reñasco  Este libro tuvo tres ediciones por Editorial Planeta chilena S.A., que posteriormente liberó los derechos al autor: Primera edición Catalonia, corregida, aumentada y actualizada: octubre de 2014 Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, en todo o en parte, ni registrada o transmitida por sistema alguno de recuperación de información, en ninguna forma o medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo, por escrito, de la editorial. ISBN: 978-956-324-338-3 ISBN Digital: 978-956-324-533-2 Registro de Propiedad Intelectual N°246.752 © José Bengoa, 2017 © Catalonia Ltda., 2017 Santa Isabel 1235, Providencia Santiago de Chile www.catalonia.cl  –  @catalonialibros Índice de contenido Portada Créditos Índice MAPUCHE, COLONOS Y EL ESTADO NACIONAL Presentaciones PRESENTACIÓN A LA NUEVA EDICIÓN DE CATALONIA PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN PRESENTACIÓN A LA SEGUNDA EDICIÓN PRESENTACIÓN A LA TERCERA EDICIÓN 1. El malestar de las raíces (1999) 2. Los orígenes del conflicto

La ocupación del territorio 3. 4. Las cifras del despojo 5. Tierras fiscales y colonos suizos 6. El empobrecimiento de la sociedad mapuche 7. La nostalgia de la mesa abundante 8. La Gente del Trigo 9. La lucha por la “integración respetuosa” 10. En las tomas de fundo 11. En busca de la comunidad perdida... 12. La división de las comunidades 13. El Parlamento de Nueva Imperial... 14. Fortín Mininco: Viejas heridas, nueva gente... 15. Postdata Final El viento que agita los trigales NOTAS A Luciano MAPUCHE SIN “ESE” Nota lingüística En las ediciones anteriores escribí siempre la palabra mapuche en castellano; por ello cuando se hablaba en plural de “los mapuche”, lo empleaba con “ese”. Por cierto que nunca he utilizado la “ese” para hablar del “Pueblo Mapuche”. Sin embargo en los últimos años, como parte de la “emergencia mapuche”, se ha comenzado a utilizar el término en su traducción literal de “gente de la tierra”. Por cierto que en ese entendido el plural de “gente” no es “gentes”, lo que es inaceptable en castellano. Como una aceptación de esta “emergencia lingüística”, expresión de símbolos altamente significativos y respetables, en esta edición por primera vez ocupo el término “mapuche”, ya sea en singular o plural, esto es, concibiéndolo como una palabra propia del mapudungun , idioma mapuche, salvo que en otros textos citados venga con “ese”. Los apellidos y toponimia mapuche han sido transcritos del modo como suelen escribirse en los textos citados. Sirva esta nota como reconocimiento de los cambios culturales ocurridos en este tiempo y de los que trata de hacerse cargo este libro.

Don Anselmo Raguileo, sabio lingüista mapuche, creador del alfabeto que lleva su nombre. Presentaciones PRESENTACIÓN A LA NUEVA EDICIÓN DE CATALONIA  OCTUBRE DE 2014 Era el año 1997. Me llamó Carlos Orellana, editor de Planeta, entrañable persona. Me sugirió un libro que explicara de manera sencilla pero ilustrada el conflicto en el sur de Chile, que en esos días recrudecía una vez más. “Fuerte Mininco” había titulado El Mercurio a unas quemas de bosques y camiones ocurridas en esos días en la Araucanía, justamente en el campamento de esa forestal. Llené cuadernos con anotaciones y recuerdos. Fue surgiendo un texto. Se agotó la primera edición y fui agregando otros datos de nuevas investigaciones para las siguientes. Agotada la tercera edición, Catalonia me ha solicitado una nueva “corregida y aumentada”. Así es esta una nueva versión.

Hay libros que una vez que se transforman en objetos se separan de tal suerte del autor que son intocables. No es este el caso. Aquí hay una suerte de crónica que continúa y de la que es necesario dar cuenta. No se trata de cambiar lo dicho, pero sí de agregar elementos de comprensión de un proceso en marcha. Porque el conflicto del sur de Chile sigue su curso y el sentido de este trabajo es dar luces, parciales por cierto, para su comprensión. Hay quienes creen que la Historia se construye de atrás hacia adelante, lo que es falso. La Historia siempre se piensa desde el presente hacia atrás. Es “la anatomía del hombre la que explica la anatomía del mono”, dijo con su toque evolucionista y sabio Carlos Marx. ¿Quién iba a pensar el año 1997 lo que iba a estar ocurriendo diecisiete años después, el año 2014, en que reviso este texto? En las historias que están contadas en este libro, hay “pistas” que permitirían pensar que las (no) relaciones entre mapuche y chilenos podrían haber adquirido diferentes destinos, direcciones, signos, en fin, caminos de paz y conflicto. Así es la Historia finalmente. Todo depende de lo que los propios actores van haciendo u omitiendo. Hoy por hoy, la “cuestión mapuche” está entre los asuntos públicos y políticos de mayor importancia del país. Nadie puede obviarlo en su agenda política. Pero a la vez, es de los asuntos más insolubles que tiene el país. La salud y la educación, por citar dos de las grandes preocupaciones de los gobernantes, se pueden solucionar con mayores recursos; no así la convivencia en un mismo territorio de un pueblo originario –y que reclama su ancestralidad y por lo tanto, dominio– y, por el otro lado, colonos, migrantes, “chilenos” que por las más diversas razones han ido a vivir a esas provincias del sur. Hay un evidente cuestionamiento del Estado, de su homogeneidad, de su unidad, de su impotencia en considerar las diversidades históricas de esta sociedad. Hace veinte años atrás era uno de los tantos temas de la denominada “transición a la democracia”, pero no tenía, ni de asomo, la centralidad que hoy día ostenta. En este lapso de tiempo ha aparecido, como consecuencia de estos procesos, la imagen del “colono”. Hay quienes se molestan con ese apelativo, señalando que todos son y somos chilenos, lo que es cierto. Pero en la medida que los mapuche apelan al origen, los no mapuche, también de una u otra manera, lo hacen. La violencia de las relaciones ha conducido a que la opinión pública comience a comprender el origen de estos conflictos. La aparición de banderas suizas en manifestaciones e incluso funerales, conlleva recuerdos de los orígenes de unos y de otros. La legítima búsqueda de las identidades históricas conlleva la afirmación de sus orígenes diferenciados. Es por ello que este libro ha adoptado en su título Mapuche (sin ese) y colonos (con ese), dando cuenta de la aparición de este nuevo actor. Quizá esta perspectiva ha cambiado mucho este libro en referencia a sus ediciones pasadas. Se han quitado páginas y se han adicionado más de ciento cincuenta. Sobre todo, hemos querido explicar al lector con mayor detalle el modo cómo se fue poblando la Araucanía, que pareciera ser en este momento, 2014, uno de los principales asuntos. Ya no es solamente la relación histórica entre el Pueblo Mapuche y el Estado Nacional, sino

también la relación con la sociedad regional, y en particular sus agricultores, muchos de ellos descendientes de la colonización. Esta edición además contiene fotografías que a veces hablan mucho más que el texto, como aquella en que contraponemos a los hermanos Ricci, colonizadores italianos, y al cacique Saihueque, tratando de romper los estereotipos. La investigación de estos años nos ha permitido incorporar planos y mapas muy significativos, que no aparecían en ediciones anteriores. En estos últimos veinte años, han ocurrido a lo menos cinco grandes transformaciones o procesos significativos, que a mi modo de ver deben mirarse en su conjunto para explicar lo que es el tema de este libro. El primero, es la profunda transformación de la sociedad mapuche. Alrededor de doscientas mil personas mapuche viven en el campo y a lo menos unas quinientas mil viven en las ciudades, muchas de ellas en Santiago. Ha habido no solamente una urbanización de la población mapuche sino al mismo tiempo una nueva generación de jóvenes con altos estándares educativos, profesionales, y que no aceptan el trato discriminador que soportaron a veces en silencio sus antepasados. Se acabó la sumisión rural tradicional que existía en todo el campo chileno, indígena y no indígena. Quienes viven en las ciudades y quienes habitan y trabajan en el campo están íntimamente comunicados, muchas veces haciendo difícil la definición de si sus vidas son de carácter rural o urbano. Todas o la gran mayoría de las personas tienen teléfonos celulares, televisión y crecientemente, acceso a Internet, con los efectos de globalización consecuentes. En segundo lugar, y relacionado con lo anterior, se ha producido una “emergencia” de la cultura e identidad mapuche, tanto en los campos como en las ciudades, que es evidente. Hoy por hoy existe el “ orgullo mapuche ”, esto es, las personas que adscriben a esa identidad están conscientes de ello y la estiman como su valor más preciado. Se trata hoy en día de una “ identidad prestigiosa ”. Conviven de manera conflictiva las relaciones históricas de desprecio y discriminación con la creciente conciencia de que aquello es un atropello y hay que erradicarlo. Nadie puede, como antaño en Chile, hacer bromas sobre este asunto o esbozar una sonrisita conmiserativa. No cabe duda que esto es fruto de dos décadas de movilizaciones.

Esto nos lleva a la tercera adquisición de este período, en que la población no mapuche apoya en forma masiva la causa mapuche y sus demandas. Es algo muy impresionante el fenómeno de popularización, por ejemplo, de la “bandera mapuche”, que en las manifestaciones estudiantiles y de cualquier clase ondea a veces más que la nacional. En los últimos años en Fiestas Patrias, en Santiago, vemos muchas casas en que se comparten las dos banderas en balcones y astas. Es una suerte de emblema lleno de significados, quizá un recuerdo de los orígenes de nuestra nacionalidad, del carácter libertario ancestral de nuestro pueblo y de un sector de personas, chilenos por cierto, que no se han dejado vencer. Son muchas las interpretaciones que se pueden hacer, pero es indudable que la mapuche es una causa con mucho apoyo. El cuarto proceso, o no proceso, es el ocurrido en las clases dirigentes, que a diferencia de lo anterior no han cambiado un ápice su mirada sobre este sector, sus ideas, y sus demandas. El debate a nivel parlamentario, a nivel de la prensa, a nivel de las agendas políticas, no se ha movido un centímetro desde el mismo día que comenzó la transición a la democracia, hace ya casi veinticinco años a lo menos. El proyecto de Reforma Constitucional que establecía el “reconocimiento de los pueblos indígenas en Chile” lleva exactamente esa misma cantidad de años en el Congreso y duerme el sueño del olvido. El Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo fue aprobado después de veinte años, en las postrimerías del primer gobierno de la presidenta Bachelet, pero no se ha consensuado realmente el sistema de consultas, o lo que se ha aprobado es impropio, lo cual lo vuelve inoperante. En la última campaña presidencial del 2013, el tema estuvo ausente, a pesar de que uno de los ejes fue la Reforma Constitucional, marco justo y adecuado para enfrentar este asunto. Al final el tema se centró en si aplicar o no la Ley Antiterrorista en La Araucanía. La defensa del carácter unitarista del Estado, el temor a cualquier mención acerca de autonomías, la incomprensión de los conceptos de libre determinación o autodeterminación, siguen en el mismo pie que hace veinticinco años. Escuchamos día tras día que el problema mapuche es un asunto de pobreza; que hay pobreza es evidente, pero no reside allí el eje del conflicto. El no reconocimiento que el asunto es de carácter político, como ha señalado recientemente (2014), el intendente Huenchumilla de la Araucanía, conduce al silencio, a la no existencia de canales políticos de participación, a la no presencia de mapuche en el Congreso, a reducir el asunto a planes de desarrollo, la mayor parte de las veces fracasados, y a reprimir cualquier manifestación. Las cuestiones se han reducido al carácter que debe asumir la represión, si es terrorismo o no lo que ocurre en la Araucanía. El pensamiento de las sociedades regionales, de sus dirigentes, de los líderes políticos, y sobre todo de los descendientes de los colonos de fines del siglo diecinueve, ha sido especialmente refractario a comprender los cambios que se vienen produciendo. Hay una suerte de inmovilismo. Las élites regionales solamente demandan al Estado central dureza, contención, mantener la situación en el statu quo de la dominación colonial tradicional. La quinta cuestión es una derivada de las cuatro anteriores, la violencia en el sur. Una población, no pequeña, con creciente conciencia de sí misma, con una generación cada vez más instruida tanto en los elementos de la cultura general, mal llamada a veces “occidental”, y en la propia cultura

emergente en términos de conciencia, con un enorme orgullo de la propia identidad, y con un apoyo transversal de la población chilena; y por otra parte, un sector político que comprende la “Nación chilena” como un ente natural, abstracto, unitario e inamovible, y que se niega a cualquier modificación de las estructuras político-administrativas del país. A lo que se agrega una sociedad regional no indígena, dominada aún por una mentalidad colonizadora, extractiva, incapaz de tomar iniciativas, acosada por la culpa muchas veces, aterrada por el conflicto, muchas veces con razón, y que exige a los sectores líderes del país-nación chilena que cumplan con las promesas que les hizo en el siglo diecinueve, cuando comenzó la colonización. Las promesas, como veremos en un capítulo, de una tierra pacificada y de oportunidades. A ello se agrega un crecimiento económico forestal desatado, esto es, sin ataduras, salvaje, entregado a la voracidad de la tasa de ganancia que ha conducido a enardecer el conflicto. Comunidades cercadas por plantaciones forestales, impedidas de hacer agricultura por la sequía de sus tierras, sin trabajo asalariado, y observando la riqueza que se extrae de territorios que fueron efectivamente de su propiedad. El concepto de una sociedad laboriosa, industrial, integrada, si es que la hubo alguna vez, en este momento no la hay, y por el contrario se comprende el territorio como un espacio de explotación de recursos. La espiral de violencia la hemos podido rastrear y en este libro la reanalizamos, pero nunca pudimos imaginar que llegaría a los niveles actuales. Estas cinco grandes modificaciones o procesos que ocurren en nuestra sociedad chilena actual, en sus relaciones interétnicas, son las que guían este trabajo, y la revisión de las ediciones anteriores nos permite buscar las raíces de estos conflictos. Es por ello que hemos agregado en esta edición más antecedentes sobre la colonización y la llegada de los colonos al sur. Otro capítulo, a nuestro modo de ver de la mayor importancia, trata de la forma cómo el Estado fue construyendo el concepto de terrorismo. Seremos más explícitos también en el estudio de las oportunidades que han existido, tanto en el pasado como en los años recientes, para dar un curso diferente a los acontecimientos. He transcrito los tres prólogos anteriores como una manera de ir mostrando el curso de los acontecimientos –a lo menos en mi percepción– en los últimos quince años. Solo me resta agradecer especialmente a los lectores, que me han ido llevando de la mano en cada edición, de modo de continuar con esta crónica que a veces se transforma en pesadilla. PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN  JULIO DE 1999 La sociedad chilena no ha resuelto su relación con la sociedad mapuche. El pueblo originario de Chile sigue siendo el grupo social más discriminado, pobre y marginalizado. Al finalizar el siglo, el Estado y la sociedad se encuentran en una encrucijada, o continuar con la política de despojo y conflicto o encaminarse por la vía del diálogo, del respeto mutuo, de la reparación del daño histórico cometido. El Estado chileno ha sido el principal actor y responsable de las políticas que se han desarrollado en torno de la sociedad mapuche. La política de

colonización y reparto de tierras que el Estado aplicó a fines del siglo pasado una vez que ocupó militarmente la Araucanía, es el origen de la situación actual. Los mapuche han tratado de obtener un espacio en la sociedad, se han opuesto a los intentos reiterados de asimilación que ha guiado permanentemente al Estado. El conflicto es evidente. En las pantallas de televisión hemos visto a mujeres mapuche golpear a funcionarios del Estado; se ha visto una larga marcha caminando desde el sur a Santiago y también escenas con altos contenidos de violencia. Hay una larga historia de conflictos y podríamos jugar con las palabras diciendo que es también un conflicto que tiene una larga historia. Los mapuche sufrieron el despojo de sus tierras. Despojo es, según el diccionario, «lo que se ha perdido». Es igualmente, «la presa y el botín del vencedor». Es también la acción de desposeerle a una persona o grupo de personas «un bien con violencia». Esta es por tanto la historia que quisiéramos relatar. Es una historia necesaria de contar. Servirá quizá para entender lo que pasa en la actualidad. El primer período analizado es el de la ocupación militar de la Araucanía y reducción de los mapuche a las reservaciones. Tratamos de comprender el contexto cultural del despojo. Los mapuche se empobrecieron por la fuerza del Estado y colmaron su memoria de recuerdos y nostalgias del pasado que habían sido obligados a dejar. Este es el segundo período. Allí se constituye, a mi modo de ver, la cultura mapuche moderna. Combinación de nostalgias, resentimientos y afirmación de su propio futuro e identidad. Se originan sin duda los odios primordiales. Los mapuche son convertidos en agricultores, gente del trigo. Comienza un largo tercer período en que los líderes «araucanos», que así se autodenominaban, luchan por una «integración respetuosa» a la sociedad chilena. Participan activamente en política, llegan al Parlamento donde denuncian el despojo de que son objeto, buscan por todos los medios obtener un lugar en la sociedad. Son rechazados. Como todas las cosas de la vida, el péndulo se carga hacia el otro lado y los mapuche buscan a través de los hechos obtener sus reivindicaciones: es el cuarto período marcado por las tomas de fundos, la reacción frente al despojo. El Golpe Militar y las leyes de división de las comunidades abren un quinto y nuevo período que va a concluir con la “transición a la democracia”. Durante esos años, y producto de la división de las tierras comunales, surgen nuevas organizaciones y se incuba, por primera vez quizá con tanta claridad y fuerza, una ideología que afirma la identidad mapuche separada de la chilena. El acuerdo de Nueva Imperial entre la Concertación de Partidos por la Democracia y los mapuche, inaugura un último y sexto período que permitió el paso a la dictación de leyes y una nueva imagen de los mapuche en la sociedad chilena. Sin embargo, pareciera que este período se ha agotado y llega a su término en estos días. Sospechamos que estamos en vías de iniciar otro momento de las relaciones entre el Estado y la sociedad mapuche. Este libro surge de una larga trayectoria de investigación tanto histórica como etnográfica, y una convivencia prolongada con los mapuche y sus ideales. Puede ser leído como una mirada de «un amigo de los mapuche» sobre los mapuche. No es por cierto la mirada de los mapuche sobre sí mismos. No pretende serlo y ellos tienen la obligación y derecho a

entregarla. Por su carácter dialogal este libro no cita ni fuentes ni autores. Los antecedentes y datos que se presentan son producto de investigaciones posteriores a los libros que sobre historia mapuche hemos publicado. Buena parte de la investigación ha podido ser realizada gracias al apoyo de mis colegas del Centro de Estudios Sociales Sur y de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano y los proyectos Fondecyt que me han permitido continuar estas investigaciones. Por ello estoy agradecido de muchas personas, mapuche y no mapuche, que nombro en el texto y otras que quizá he olvidado y que se sentirán posiblemente parte de lo que aquí se relata.  PRESENTACIÓN A LA SEGUNDA EDICIÓN  JUNIO DE 2002 Nueva Imperial, enero del 2002. La Plaza está tranquila. Cruza una carreta tirada por bueyes cargada de leña. En una esquina hay gente que conversa, como lo han hecho desde siempre. Pienso que ese tranquilo pueblo de hoy pudo ser en algún lejano momento la capital de Chile. Imperial la denominó Valdivia por tener, dice la leyenda, los mapuche en las puertas de sus casas unas águilas dibujadas en los maderos. Fue años más tarde destruida en el gran levantamiento. Carahue significa el lugar de las ruinas. Hoy es un pequeño pueblo cercano a la reconstruida Nueva Imperial, a fines del siglo diecinueve. Está en pleno territorio indígena del sur de Chile. El sol era hermoso ese día. Ciudad acuarela fue el nombre que le colocó un entusiasta alcalde después del golpe de Estado del setenta y tres. Pintó la ciudad de chillones colores rojos, amarillos, verdes y azules. Hasta las piedras estaban pintadas. Pensaba quizá que de esa forma se olvidarían las penas e iras mapuche. Las pinturas se fueron descascarando con las lluvias del sur. Pero este día de enero los muros de la ciudad habían amanecido una vez más rayados, pero no de colores chillones, sino de consignas, con gruesa pintura negra. Estaban firmadas por un grupo de jóvenes mapuche. Gritos de autonomía, de lucha sin cuartel, de apoyo a la causa mapuche habían sido estampados en las murallas de adobe de la ciudad. La gente pasaba silenciosa. Yo también guardé silencio. Saqué la cámara fotográfica y dejé constancia. El conflicto mapuche se ha transformado en el principal asunto político y económico del sur de Chile y en uno de los más importantes temas del país. Nadie lo hubiese imaginado unos pocos años atrás. Los conflictos de raíces étnicas son altamente complejos, como se observa hoy día en el mundo. Se sabe cómo comienzan pero nadie sabe cómo terminan. Es el conflicto de la actual modernidad. Es por ello que el conflicto mapuche del sur de Chile no es un síntoma de atraso, sino por el contrario consecuencia de la modernidad adquirida por el país. En las sociedades tradicionales los conflictos étnicos eran (y son) de carácter local. Se circunscribían a las relaciones, a veces muy conflictivas, entre terratenientes locales e indígenas siempre visualizados como campesinos. Los conflictos modernos, en cambio, tienen como reivindicación central los derechos colectivos indígenas, el reconocimiento de la diversidad en la sociedad, y por tanto la capacidad reivindicada de autonomía, autogestión y autogobierno. Ese es su horizonte y utopía. Por razones evidentes y objetivas, influencias de lo que ocurre en el mundo globalizado, el conflicto mapuche ha ido transitando de un conflicto tradicional a uno moderno. Los jóvenes indígenas, muchos de ellos

universitarios, releen la historia, su historia, y le otorgan nuevos significados. Estamos en presencia de un período de alta recreación cultural y política en la comunidad mapuche del sur del país, en la que el debate es cotidiano, las organizaciones activas y emergentes, y las movilizaciones de todo tipo y sentido copan las páginas de los periódicos y noticieros de la televisión. No se saca mucho con negar el carácter del conflicto. La sociedad chilena se está enfrentando a un conflicto de carácter étnico moderno, con un actor en formación que reivindica el establecimiento de un lugar propio en la sociedad chilena, un trato diferenciado, privilegios por su carácter de minoría y un estatuto propio en el nivel político y de manejo de recursos, tanto naturales como presupuestarios. Las informaciones que entrega la prensa acerca de este conflicto, muestran que los actores son jóvenes. En su mayoría habitantes de comunidades. Los estudios que hemos realizado indican en los últimos años un fenómeno nuevo. Ya no se puede catalogar a un joven de urbano o rural. No es tan fácil decir si es campesino o estudiante. La mayor parte de ellos transita entre el campo y la ciudad. Las comunicaciones han mejorado mucho en La Araucanía y en general en las áreas rurales del sur del país. Hay caminos asfaltados, microbuses con recorridos regulares y rápidos, teléfonos instalados en el campo, electricidad y televisión en casi todas las comunidades, y una red amplia de telefonía celular a la que tienen acceso los jóvenes indígenas y en particular los dirigentes. Muchos estudian en las universidades regionales, viven en la ciudad cabecera local, y además van al campo donde sus padres, cotidianamente, e incluso trabajan allí colaborando en la agricultura. Ya en el Censo de Población de 1992 percibíamos una cantidad muy grande de hombres jóvenes que vivían en el campo y en situación de cesantía. Las mujeres jóvenes en cambio tienen más posibilidades de trabajo en labores domésticas, en las ciudades, y tienden a migrar. Esos jóvenes transitan permanentemente entre la comunidad y la ciudad, entre el supuesto mundo «tradicional» de la reducción indígena y la modernidad urbana del Chile del siglo veintiuno. Esas son las bases objetivas de casi todos los nuevos movimientos indígenas, los movimientos étnicos y de minorías en el mundo contemporáneo. Ya no son actores rurales puros, ni urbanos puros. Es una combinación compleja en la que por cierto, las ideas circulan sin fronteras. El uso que los jóvenes dan a Internet y la cantidad de páginas con información del conflicto en la red, es una evidencia de esta nueva realidad. En los últimos años, las imágenes acerca del conflicto indígena también se han revuelto enormemente. La cuestión mapuche del sur ha sido dibujada por la prensa como un asunto de violencia, y esa violencia se la hace provenir de las hondas y boleadoras de los mapuche. Cada vez que aparece el tema en la televisión aparecen jóvenes encapuchados tirando piedras en una asociación subliminal con la violencia que vivió el conjunto del país en los años de la Unidad Popular. Se ha llegado a pensar y establecer que toda movilización es violencia lo cual es una falacia muy peligrosa. Los mapuche como cualquier agrupación de ciudadanos tienen derecho a expresar sus puntos de vista en la calle, con manifestaciones públicas, actos simbólicos de toda naturaleza. Lo único que no es legítimo, lo cual es evidente y claro, es proceder a la realización de actos propiamente delictuales. Se ha recurrido, sin embargo, a los antiguos imaginarios existentes en el

subconsciente colectivo chileno, acerca de la cuestión indígena y la antigua violencia de la guerra de Arauco. Durante siglos éste fue un asunto en que se oponía la civilización contra la barbarie. Hoy día se revierten nuevamente los actores: las víctimas aparecen como victimarios, los humillados como humilladores. La violencia provendría de quienes se oponen a la violencia contra ellos ejercida durante siglos. Se asiste a una cierta campaña por delincuenciar el movimiento indígena. Asuntos que no son delitos son considerados como tales. Un juez regional acusó a una comunidad de «asociación ilícita» ya que la comunidad se había reunido, como siempre lo han hecho, para organizar una protesta y acción reivindicatoria por unas tierras disputadas. La aparición de una voz tan fuerte y potente en el sur del país, molesta a muchos. Los preferirían en silencio. El silencio tradicional del indio , su negación, su inexistencia, su invisibilidad. Nos preguntamos en estos días cuáles serían las fronteras étnicas que el Estado chileno estaría dispuesto a reconocer. Como se podrá leer en este libro, durante mucho tiempo, quizá siempre, el Estado no reconoció ninguna frontera étnica en la sociedad chilena y por el contrario hizo de la asimilación cultural una bandera y un programa. Esa integración impositiva no tuvo éxito. Confinó a los indígenas a los estratos más bajos de la sociedad y a los agricultores mapuche a la extrema pobreza. Además, no logró la ansiada asimilación. La pertinacia indígena se impuso. Al comenzar el siglo veintiuno se plantea de nuevo el desafío. ¿Serán capaces el Estado y la sociedad chilena de establecer nuevas relaciones con el mundo indígena o reiterará su tradicional posición asimilacionista de homogeneidad etnocultural del país y de no reconocimiento de la diversidad existente? En estos años la institucionalidad estatal y política del país ha dado señales reiteradas de no aceptar el reconocimiento pleno de los derechos indígenas. El ejecutivo envió al Congreso un proyecto de reforma de la Constitución en que se reconoce formalmente la especificidad de los pueblos indígenas. La ausencia de parlamentarios en esa sesión de la Cámara que debía votar la reforma constitucional y la consiguiente falta de cuórum con que se la rechazó, implicó una ofensa legislativa a los miles de chilenos mapuche y no mapuche que esperan una conducta dialogante de parte del Estado y sus personeros. Las dificultades en la aprobación del Convenio 169 de la OIT, ha sido otro elemento de la causa. El Congreso ha colocado todo tipo de obstáculos constitucionales a la ratificación de este instrumento internacional, mostrando una buena parte de los representantes ninguna sensibilidad a la cuestión en debate. Los mapuche legítimamente pueden pensar que la sociedad chilena (en particular la clase política) no toma en serio este asunto, no le interesa y lo desconoce. O simplemente se opone. En una buena medida, el Estado y la mayor parte de la sociedad política chilena no comprenden o no quieren comprender los cambios que se han producido en la cuestión indígena, su tránsito desde un movimiento campesino tradicional a un movimiento de reivindicación étnica de carácter moderno. La mayor parte de quienes aceptan la globalización en el ámbito de la economía y los negocios, no acepta de la misma manera la globalización de las ideas, de las relaciones entre las personas y, menos aún, la globalización de los derechos que cada sociedad posee, ya sea mayoritaria o minoritaria. La cuestión mapuche le plantea a la sociedad nacional

redefiniciones que van en la línea de los problemas y asuntos más actuales del mundo contemporáneo. El Estado necesita enfrentar una reestructuración y replanteo de lo que fueron las bases ideológicas que lo constituyeron al comenzar el siglo diecinueve, doscientos años atrás. Es por ello que este conflicto se presenta para muchos chilenos como el punto más alto de la lucha por la construcción de la diversidad en Chile, es el punto cien de la tolerancia, un barómetro donde se medirá la calidad de las relaciones de la sociedad chilena del siglo veintiuno. PRESENTACIÓN A LA TERCERA EDICIÓN  JULIO DE 2007 Los Mapuche son el pueblo indígena más numeroso de Chile. Casi un millón de personas se consideran miembros de esa cultura. La Historia del país es inseparable de la Historia Mapuche. Los españoles los denominaron araucanos, y la voz la hizo famosa en el poema de La Araucana , el poeta Alonso de Ercilla y Zúñiga. Habitaban a la llegada de los españoles un enorme territorio desde los valles al norte de lo que hoy es la capital de Chile, Santiago, hasta donde comienzan las islas del Sur, el Archipiélago de Chiloé. Hoy, habitan en comunidades rurales en el sur de Chile y en menor medida en el sur de Argentina y muchos han migrado a las ciudades. Es un pueblo con una fuerte identidad y que mantiene viva la mayor parte de sus tradiciones y su lengua. La sociedad chilena del siglo veintiuno no ha resuelto aún su relación con la sociedad mapuche. El pueblo originario de Chile sigue siendo el grupo social más discriminado, pobre y marginalizado del país. A pocos años del Bicentenario de la República sigue siendo una “asignatura pendiente”. El Estado y la sociedad se encuentran en una encrucijada, o continuar con la política de intolerancia y conflicto que ha caracterizado largos períodos de la Historia de Chile y concretamente los últimos diez años, o encaminarse a superarlo por la vía del diálogo, del respeto mutuo, del reconocimiento, de la reparación del daño histórico cometido. Los mapuche han tratado de obtener un espacio en la sociedad, se han opuesto a los intentos reiterados de asimilación que ha conducido las políticas del Estado. Durante todo el siglo veinte se organizaron para mantener vivas sus costumbres, formas de vida y cultura heredada de sus antepasados. En los últimos quince años, como parte de la redemocratización y modernización del país, la sociedad mapuche ha adquirido renovadas energías y demanda cada vez más un sitio en la sociedad. Se ha producido una suerte de “emergencia mapuche”, sobre todo en el sur del país, la cual no es siempre comprendida por el resto de la sociedad chilena. Nuevos liderazgos, conflictos ambientales, exigencias de participación y protagonismo, revitalización de costumbres, introducción de la educación bilingüe en las escuelas y la salud intercultural en los Hospitales, Municipalidades en manos de alcaldes mapuche, gran cantidad y presencia de profesionales, intelectuales y poetas mapuche, son algunas de las expresiones de esta emergencia indígena. Es un proceso de enorme vitalidad que contribuye a aumentar el respeto y valor de la diversidad en Chile, un elemento indispensable para una democracia moderna.

El proceso de “emergencia mapuche” no está exento de contradicciones. Hay una larga historia de conflictos y podríamos jugar con las palabras diciendo que es también un conflicto que tiene una larga historia. Los mapuche sufrieron el despojo de sus tierras. Despojo es, según el diccionario, “lo que se ha perdido”. Es igualmente, “la presa y el botín del vencedor”. Es también la acción de desposeerle a una persona o grupo de personas “un bien con violencia”. A fines del siglo diecinueve fueron “reducidos” y buena parte de la tierra del sur de Chile, se entregó a colonos. Durante el siglo veinte hubo relaciones en muchos momentos, tensas entre los mapuche y el Estado. Momentos de violencia, de discriminación abierta, de intentos de cooptación y asimilación, momentos de esperanza y otros de frustración. Esta es por lo tanto la historia que quisiéramos relatar. Es una historia necesaria de contar. Servirá quizá, para entender lo que pasa en la actualidad. El primer período analizado es el de la ocupación militar de la Araucanía y reducción de los mapuche a las reservaciones. Tratamos de comprender el contexto cultural del despojo. Los mapuche se empobrecieron por la fuerza del Estado y colmaron su memoria de recuerdos y nostalgias del pasado que habían sido obligados a dejar. Entramos al segundo período. Allí se constituye, a mi modo de ver, la cultura mapuche moderna. Combinación de nostalgia, resentimientos, y afirmación de su propio futuro e identidad. Se originan sin duda los odios primordiales. Los mapuche son convertidos en agricultores, en campesinos pobres, la gente del trigo. Comienza un largo tercer período en que los líderes “araucanos”, que así se autodenominaban, luchan por una “integración respetuosa” a la sociedad chilena. Participan activamente en política, llegan al Parlamento donde denuncian el despojo de que son objeto, buscan por todos los medios obtener un lugar en la sociedad. Son rechazados. Como todas las cosas de la vida, el péndulo se carga hacia el otro lado y los mapuche buscan a través de los hechos obtener sus reivindicaciones: es el cuarto período marcado por las tomas de fundos, la reacción frente al despojo. El Golpe Militar y las leyes de división de las comunidades en los años setenta abren un quinto y nuevo período que va a concluir con la transición a la democracia iniciada el año noventa, a fin del siglo. Durante esos años, y producto de la división de las tierras comunales, surgen nuevas organizaciones y se incuba, por primera vez quizá con claridad y fuerza, una ideología que afirma la identidad mapuche en su etnicidad y cultura, relativamente separada de la chilena. El acuerdo de Nueva Imperial entre la Concertación de Partidos por la Democracia y los mapuche, abre un último y sexto período que permitió el paso a la dictación de leyes y una nueva imagen de los mapuche en la sociedad chilena. Sin embargo, pareciera que este período se ha agotado y llega a su término con el final del siglo veinte. Sospechamos que estamos en vías de iniciar otro momento de las relaciones entre el Estado y la sociedad mapuche, pero es allí donde se detiene este relato. Este libro surge de una larga trayectoria de investigación tanto histórica como etnográfica, y una convivencia prolongada con los mapuche y sus ideales. Puede ser leído como una mirada desde “un amigo de los mapuche” sobre los mapuche. No es por cierto la mirada de los mapuche sobre sí mismos. No pretende serlo y ellos tienen la obligación y derecho a entregarla. Una primera edición fue publicada por Planeta el año 2000 y una

segunda dos años más tarde. Esta Tercera Edición ha sido corregida y aumentada considerablemente con capítulos nuevos que no estaban en las ediciones anteriores, producto de nuevas investigaciones, y sobre todo puesta al día. Se han agregado muchas notas de pie de página que en las ediciones anteriores no estaban contempladas. Encontré, pues en Santiago a cierto cacique, el cual me dijo esto: “En el terreno donde estás, se han asentado dos casas y el terreno ha sido declarado fiscal”. Entonces, habiéndome dicho esto, le pedí a mi Hermano Preceptor; “Hazme el favor, dame por escrito este asunto”, le dije. Entonces mandó por mí al Hermano León, para que me lo apuntara: este apuntó mi asunto. Le dije: “Hazme el servicio de hablarme con este diputado’. “El lunes entregarás tú mismo tu papel”, me dijo Este lunes no lo entregué; enfermé más y por eso el Hermano me mandó al Hospital. Allí me quedé veintidós días. Después de haber sanado, llegué otra vez donde mi Hermano Solamente al lunes siguiente, entregué el papel al diputado. Señor Echenique, Joaquín se llamaba este diputado. Es pues realmente así que mi casa y mi terreno han sido declarados fiscales. Me han tomado mucho de mi terreno; Más de diez cuadras me han quitado. Por eso se afligió mucho mi mujer y mi tío también. Hasta lloró con mi mujer, porque ella se afligía tanto. El colono abrió mi trigal y la tranca. Entonces los bueyes entraron en mi siembra;

cuando llegué el trigo estaba acabado. A mi vuelta me contó mi tío que le dijeron: “Si no sales de la casa, quemaremos tu casa” “Porque no conozco el habla de los huincas me ha hecho tanto mal este colono”, dijo mi tío Ignacio Ancán. También a Victorio Pueñ se le dijo: “Le voy a quemar su casa” A mi primo Farolo Huinca, le hicieron muchas heridas en la cabeza porque estaba enojado por haberle quitado su vega cercándola... Carta que le dictó el joven Kuriñanco al Padre Félix José de Augusta en Puerto Saavedra, aproximadamente hacia 1910, acerca de cómo fue a Santiago a reclamar sus tierras.  1. El malestar de las raíces (1999) Suena el “cultrún” en el paseo Ahumada. En el centro de Santiago de Chile; del actual, moderno, globalizado, apresurado Reino de Chile. Comienza el siglo veintiuno y el Bicentenario de la Independencia Nacional se acerca a pasos agigantados. Apresuré el paso. Al llegar a la Plaza de Armas, el sonido es más nítido. La trutruca trompetea sones de guerra; los antiguos sonidos depositados como cimientos de nuestro inconsciente colectivo. Recuerdos de las historias que nos contaban en el colegio cuando éramos niños. Una mujer joven, vestida con la ropa mapuche, vestido negro grueso, faja de colores, chamal negro con ribetes verdes, un cintillo en el pelo, baila junto a unos niños, ataviados de ponchos, que posiblemente son sus hijos. El padre, uno podría suponer, toca la “trutruca”, ceñido su pelo también con un trarilonco o cintillo de tela bordada. La gente hace un redondel. Iban a ser las doce del día, de un día común de Santiago. El cañón del cerro Santa Lucía dispararía las doce horas y las campanas de la Catedral sonarán. Sólo las palomas se dan cuenta y vuelan confusas. Gente que va aparentemente apurada, sin embargo, se detiene a observar el baile; el purrún, como se dice en lengua mapuche. Ritmo cadencioso, pausado, sin remembranzas tropicales, nacido y criado en las lluvias eternas y frías del sur de Chile. Es el sonido más antiguo que escuchó el ser humano; el ritmo de su propio corazón... Sístole, diástole; “pum pum”, un pequeño alto o silencio, y luego, “pum pum”. Nació en el corazón humano y fue reproducido en los primeros tambores, en los cueros estirados y sonoros de las ovejas de la tierra, los “chilihueques”. El ritmo se repite lento, firme, seguro, por horas. Los tambores roncan —pum pum, pum pum, pum pum— y el propio corazón va adquiriendo poco a poco el ritmo de los tambores. Se acelera el ritmo sanguíneo, los músicos comienzan a controlar la sangre interior de los bailarines, danzantes que durante horas y horas repiten en sí mismos el golpe de los tambores hasta llegar el éxtasis. Pineda y Bascuñán, cautivo de

los araucanos al comenzar el siglo diecisiete, relata de manera majadera, impresionado sin duda por lo que ve, los bailes interminables. Llueve fuera de las enormes rucas, en la Araucanía, llenas de fogones encendidos en torno a los cuales la gente conversa y bebe, relata en su famoso libro titulado El cautiverio feliz . En el medio de la habitación, “ruca” se la denomina en mapuche, los jóvenes bailaban al son de sus tambores y tamboriles, al parecer de múltiples formas y tamaños. El ritmo era fuerte y persistente, nos dice el cautivo español. La fiesta no paraba hasta el amanecer en que iban a bañarse al río, aunque lloviera y tronara. Al ritmo de la chicha, la música de las “pifilcas”, “trutrucas” y los “cultrunes” se pasaban las noches bailando, transportados, llegando, sin saberlo, al éxtasis. No necesitaban más droga que la música. Pareciera que esa sensación extraña, recuerdos de cosas que ya hemos olvidado, recorre esta mañana a los hombres y mujeres que hacen ronda, siglos después, a esa joven familia mapuche en el Paseo Ahumada de Santiago del Nuevo Extremo de este moderno Reyno de Chile. Respeto se observa en las miradas de esas personas. Alguno con corbata pequeña y maletín de mandados, se detiene un momento a observar. Otro que andaba posiblemente en un inútil trámite, nunca resuelto, en el centro de la ciudad, también se queda mirando esos bailes monótonos. Una joven de traje gris azulado, de aquellos que usan quienes venden seguros de vida, escucha con rostro serio y sereno. La niña joven que baila, con su trapelacucha y trarilonko de plata en la cabeza, interrumpe su movimiento y se dirige al público hablando de los araucanos. “Nosotros los mapuche”, dice y subraya con la convicción evidente en su rostro, “estamos en Santiago porque nos han quitado las tierras del sur”. A nadie de los presentes le cabe duda. Anda descalza. Vuelve a sonar acompasado el cultrún y los corazones comienzan nuevamente a latir a su ritmo. Los rostros de los presentes son expresivos. Nadie se sonríe. No es un asunto sobre el cual los chilenos nos sonreímos. Más bien, la vista se fija en un infinito personal, traspasa las figuras de los niños, “pichiche”, gente chica, que bailan con cascahuillas, cultruncitos y pifilkas, y se expande hacia reflexiones evidentes, pero no por ser evidentes menos ciertas. Los pensamientos más profundos que la gente común tiene y puede tener sobre nuestra historia y nuestra identidad. Se observan miradas meditabundas a las doce de un día cualquiera en el Paseo Ahumada al llegar a la Plaza de Armas donde desde hace años estas personas suelen hacer su representación. Son reflexiones que pasan por la cabeza de cualquier chileno bien nacido, de no importa quién sea uno, de toda persona nacida en este territorio. Pum pum, pum pum, suena la conciencia de la gente que pasa y se detiene. Sentimiento de raíces, dirá alguien que trata de expresar con palabras esa escena cotidiana del centro de Santiago. Durante años, mi amigo Wenceslao Norín hacía lo propio frente al mercado de Concepción. Junto a sus hijos, este apóstol de la cultura mapuche interpretaba piezas de trutruca de una rara intensidad. Era capaz de sacarle un sonido lleno de matices desesperados a esa caña sencilla, sin boquilla, curvada en varias vueltas redondas, como las antiguas trompas de las culturas clásicas. Al final de la caña le incrustan un cacho de buey que expande el sonido emitido con la boca. Es la trompeta de los araucanos. Wenceslao explicaba a su auditorio cada uno de sus ritmos, de acuerdo al

tipo de purrún o baile. El baile del avestruz, choique purrún, más rápido y juguetón; el baile ceremonial del nguillatún, más cadencioso, monótono, repetitivo hasta el extremo de posibilitar el trance de la machi, el éxtasis total, el traspaso hacia el otro mundo, el encuentro con los antepasados y las noticias que les traen a sus descendientes; los bailes del amor cotidiano y las marchas guerreras que los hicieron famosos desde La Araucana de don Alonso de Ercilla hasta los del Canto General de Neruda. Porque la música mapuche es fuerte, rotunda, simple y divina: permite comunicarse con la trascendencia del ser humano, huir hacia “ estados alterados de conciencia ”, otros conocimientos, otros medio de comunicarse; lleva capacidades desconocidas de curar enfermos, sabidurías recónditas que hoy día la psiquiatría más avanzada estudia con pasión. Todo eso lo sabe y lo explicaba en el mercado de Concepción, entre las verduras y frutas, Wenceslao Norín. Relata la manera como sus ascendientes mataron en Tucapel al gobernador Pedro de Valdivia y en versos que reúnen palabras en lengua mapuche y español va relatando su versión de las cosas. Sus hijos hacen sonar los pitos, pifilkas, cultrunes, cuando en el momento culminante recuerda cómo le sacaron el corazón al primero que llegó a estas latitudes y cada uno fue besando esa sangre en un rito amoroso que pareciera haber marcado huellas de carácter indeleble en estas tierras del sur. Porque en la memoria mapuche se encuentra hasta el día de hoy marcada la huella de la hazaña de haber ajusticiado al primer invasor, cuestión que no ocurrió en ningún otro pueblo latinoamericano. Da lo mismo cómo se interprete, pero ahí está el recuerdo vivo, una y otra vez cantado por estos verdaderos bardos contemporáneos en plazas, mercados, paseos de ciudades, fiestas del campo y rogativas. Los mapuche escuchan, los no mapuche observan, por lo general callados. Años y años Wenceslao Norín junto a sus hijos cantaba y representaba su cultura en las calles de Concepción. Las cosas afortunadamente han ido cambiando y hoy ha sido incorporado a la Universidad de Concepción donde da clases de lengua y cultura mapuche con gran éxito. La gente nunca se detuvo de manera escéptica o miraron con ironía a estas familias indígenas que bailan en las calles de Santiago, Concepción u otras plazas del país. Ni la niña en el Paseo Ahumada, ni Wenceslao Norín en el mercado de Concepción han sido insultados, pifiados, tratados con sorna, ridiculizados. Probablemente mucha gente ha pasado sin detenerse, habrá pensado para sus adentros, “¡Ah! Son indios”. Otros miraron y siguieron. Apurados. Pero nos llaman la atención los que se detienen diariamente. Ocurre casi todos los días del año y ya por muchos años. La gente entrega unas monedas al finalizar el acto. Las raíces provocan malestar, incomodidad individual y colectiva, mala conciencia, sentimiento de culpa quizá. Nadie se atreve, tan fácilmente, en Chile, a reírse con la cuestión indígena. Las raíces están demasiado ocultas y a la vez demasiado presentes. Hace muchos años que nadie propone a Cornelio Saavedra, Basilio y Gregorio Urrutia u otros coroneles de la frontera, como héroes nacionales. Se podría pensar que fue un “mal necesario” el sometimiento de los indígenas del sur, pero nadie ha escrito La Araucana al revés, nadie ha cantado las glorias de los generales conquistadores de la Araucanía moderna. Los pocos libros en que se intentó algo así, son piezas de libros raros.

La gente no se ríe de los mapuche en esta sociedad. Se los puede despreciar, discriminar, aprovechar de ellos, explotar, insultar y gritar incluso enrabiado “indio de mierda”, o mirar con brava mirada occidental y lanzar un bromista y discriminador “parecís indio” o “se te salió el indio”, para designar un despropósito. Pero no hay elaboraciones abiertas y públicas antiindígenas. Los contrarios a la causa indígena se callan. Aplican medidas contra los indígenas llenos de palabras favorables a la raza primigenia de nuestra patria; la “sangre araucana que tiñe de rojo nuestra bandera” y que llevamos todos adentro y nos hace tan valientes, como se dice a menudo en las bravatas patrióticas, sigue siendo un techo ideológico que tapa y esconde la discriminación y el racismo.. La mala conciencia en Chile es más fuerte. Nuestra cultura es más solapada que en otras partes. Tiene un complejo mayor que en muchas otras partes con sus raíces. El argentino Sarmiento, que llegaría a la Presidencia de la República, vio en la indiada, la barbarie; y en el interior del país, la vida que había que eliminar. Los chilenos, en cambio, se dejaron atrapar por su mestizaje histórico y no resolvieron su mala conciencia, su malestar con sus raíces indígenas. Es una sociedad que se cree blanca y europea, pero que sabe ciertamente que no lo es. Se reconoce en el mestizaje. En la raíz perdida del inconsciente colectivo la cuestión indígena sigue penando… Compleja relación de la sociedad chilena con la sociedad indígena. No cabe en estereotipos sencillos. No es fácil de explicar que en las encuestas recientes un ochenta y más por ciento de los santiaguinos afirme que los mapuche tienen la razón en su lucha por la tierra, y que son el Estado y el Gobierno quienes tienen que hacer algo para solucionar esta guerra interminable. Es preciso, por tanto, hacerse cargo de esta complejidad al tratar del tema indígena en Chile, y en particular al tratar la cuestión de los mapuche y el Estado. Ninguna simplificación maniquea, ningún trazo de colores blancos y negros, logrará comprender mejor esta situación; peor aún, la caricaturización de las relaciones entre la sociedad chilena y la sociedad mapuche sólo conduciría a reproducir las incomprensiones que ya llevan demasiados siglos. Al analizar las cuestiones de sus raíces, la sociedad chilena se llena de conflictos morales. No es una sociedad que se haya quedado satisfecha y tranquila con su historia, con su pasado remoto y presente. La historia araucana, repetida miles de veces en las escuelas, se revierte con los años en contra de los invasores; en contra de sus descendientes, de los actuales miembros de esta sociedad que un día cualquiera, de sorpresa y sin haberlo premeditado, se encuentran observando un baile mapuche, a pies pelados, en una esquina del Paseo Ahumada de Santiago, y piensan en la identidad rota, compleja, no asimilada de esta sociedad.

Don Wenceslao Norín Post Data 1 La Bandera Wenufoye Era 1992, los días del Quinto Centenario del arribo, descubrimiento, llegada, en fin, viaje de Cristóbal Colón a las islas del Caribe, creyendo que iría a las afamadas “Indias”. El solo darle un nombre a este episodio, quizá el de mayor importancia en la Historia humana a lo menos la moderna, es y ha sido imposible. Unos le llamaron “Encuentro de Dos Mundos” y fueron pifiados o linchados, por quienes consideraban, entre ellos quien esto escribe, que era algo más que un simple “encuentro”. Otros le llamaron “Resistencia”. A veces el nombrar es de una dificultad superlativa. “Descubrimiento” era una palabra de un eurocentrismo excesivo, quizá indignante; los tiempos ya no estaban para ello. Muchos han constatado que fue un momento cúlmine ya que las diferentes “memorias” se distanciaron de tal suerte que crearon un foso profundo. La imagen de la enorme cruz luminosa construida por Balaguer en Santo Domingo, refleja de manera ridícula lo ocurrido. Trataba de celebrar el “Descubrimiento” y cada vez que la encendían se apagaban, por cortocircuito o recarga excesiva, todas las luces no solo de la ciudad sino de la isla. Pareciera ser que en esa coyuntura se produjeron una serie de fenómenos ideológicos, sociales, culturales del más alto significado para el futuro de América Latina. Los españoles quisieron celebrar no solo el “Descubrimiento” sino su renovada presencia y ofensiva económica en el continente. Bancos, telefónicas, petroleras, empresas eléctricas, y muchas más reemplazaron a las tres humildes carabelas, transformando la “resistencia indígena” en un asunto de actualidad. La Iglesia Católica pretendió señalar que se conmemoraban “500 años de evangelización”, y que este era el continente más católico del mundo. Frente a la secularización europea el Vaticano afirmaba el carácter católico indisoluble de América Latina y su cultura. Los presidentes y Estados americanos aprovechaban la oportunidad para sostener la raigambre europea de nuestras sociedades y el carácter “civilizado” de las culturas criollas. Chile viaja a la exposición internacional de Sevilla, con un enorme trozo de hielo, el afamado “Iceberg”, queriendo demostrar que éramos un país frío y no tropical, transparente y no corrupto, y de alta capacidad tecnológica capaz de llevar desde la “Antártida famosa” unas cuantas toneladas de hielo a las cálidas tierras del Guadalquivir. Nadie asumió que veníamos saliendo de la noche menos transparente y más oscura de nuestra historia, la Dictadura Militar, que las dictaduras tropicales eran un suave reflejo de lo que había ocurrido y que la corrupción como se ha visto posteriormente, no tenía, ni ha tenido parangón con lo ocurrido en los trópicos. La imagen del Iceberg, hundiéndose y fundiéndose en las turbias aguas del río sevillano terminó por ridiculizar todos los símbolos.

Bandera mapuche frente a la estación de trenes de Cornavin en Ginebra, Suiza. Los efectos no deseados por tanto fueron mucho más importantes que aquellos programados para recordar esas fechas conflictivas. Uno de ellos, sino el de mayor importancia es el que hemos denominado “la emergencia indígena en América latina”; este fue el comienzo de las ideologías etno nacionales en la mayor parte de nuestros países y concretamente en Chile. Los indígenas se apartaron por completo del criollismo y de las ideologías que los querían encerrar en el mestizaje ; también se hundieron, como el Iceberg andaluz, los restos de “indigenismo” que quedaban. Comenzaron las grandes movilizaciones en Quito, en Chiapas, en todas partes y en Chile también. En ese contexto la organización Consejo de Todas las Tierras llama a un concurso público para presentar diseños de una “bandera mapuche”. Como es bien sabido, las diferencias entre el concepto de pueblo y el de nación son muy sutiles. Quizá lo único que las diferencia es la voluntad simbólica de constituirse en un Estado, en un territorio, en un espacio simbólico autónomo. Es por ello que en todos los procesos modernos de construcción nacional una de las primeras acciones es la confección de una bandera que exprese el deseo unitario de ser un colectivo y el Himno Nacional, que expresa la voluntad sagrada de luchar por ello. Así nacieron desde La Marsellesa, hasta el “Va pensiero” italiano; cantos de inflamación de voluntades. Este proceso en el mundo mapuche comenzó sin duda en esos años con la bandera y posiblemente continuará más adelante con símbolos cada vez más complejos. Al comienzo la bandera mapuche fue solamente reconocida por la organización Consejo de Todas las Tierras; pero poco a poco fue siendo adaptada por el público en general. Un fenómeno de rebasamiento de sus orígenes organizacionales, de los cuáles esta se debe sentir orgullosa. Así fue apareciendo en marchas, manifestaciones mapuche y poco a poco en las no mapuche. Hoy por hoy, se vende en todas partes, es enarbolada al igual que “la chilena”, en todo tipo de actos, como una premonición de un país

que es en la práctica bicultural y binacional. Con el tiempo fue adquiriendo un nombre propio: Wenufoye, cuyo significado es el Canelo (foye) del cielo (Wenu o Huenu), lleno de sentidos ya que el árbol del canelo (o la Canela como lo nominaban los españoles) es reconocido desde los primeros cronistas como el árbol sagrado de los mapuche, utilizado en las ceremonias chamánicas de las machi y también como símbolo de la paz. Y el Huenu o Wenu, que fue traducido como el cielo y que por la influencia cristiana quedó como la tierra de arriba (Wenumapu). Hemos investigado el significado de la bandera. Para los mapuche es obvio. Se trata de la insignia protonacional. Allí reside el proyecto, de manera simbólica de autonomía territorial, de autogestión política y de recursos, en fin, la bandera que algún día flameará libre. Para los no mapuche, es un símbolo mucho más ambiguo y polisémico. El popular equipo de football, el Colo Colo, muchas veces estigmatizado como “indios” o “el cacique”, agregó a su vestimenta deportiva, la bandera. Es una suerte de “parche” que va en el hombro de la camiseta, como insignia de pertenencia, mando, “orgullo indígena”. Es en cierto modo traer al sabio cacique de La Araucana , al mundo actual, a las luchas presentes y combinar el orgullo popular con el mapuche, “de Arica a Magallanes”, como dice su himno. Por cierto que la aparición multitudinaria de la bandera mapuche en las manifestaciones estudiantiles, populares, en el embaderamiento de la ciudad, son señales de esperanza, de solidaridad con el pueblo mapuche y sus luchas.  (15 de Julio de 2014) 1. Los orígenes del conflicto Por cierto, las ideas que circulaban en Santiago a fines del siglo diecinueve no eran proclives a la comprensión y valoración de la vida que llevaban en el sur del país los llamados araucanos. Don Diego Barros Arana, solo por citar a uno de los intelectuales más destacados de la segunda mitad de siglo XIX, se había imbuido en las ideas evolucionistas que prendían fuego a la intelectualidad europea. Carlos Darwin había recorrido el mundo, incluso había estado en Chile, y enseñaba que las especies habían evolucionado desde lo inferior a lo superior. Más aún, establecía la relación –hasta ese entonces sacrílega– entre el mundo de los animales y el ser humano. Los enemigos de Darwin desfiguraban su teoría y lo dibujaban en caricaturas con cola de mono. El evolucionismo se impuso entre la gente culta, entre los intelectuales de fines del siglo, entre los librepensadores principalmente. Darwin en su viaje por el sur de Chiloé señala: Tan pronto como desembarcamos parecieron un tanto alarmados los salvajes pero siguieron hablando y haciendo gestos con mucha rapidez. Este fue sin duda el espectáculo más curioso e interesante a que he asistido en mi vida. No me figuraba cuán enorme es la diferencia que separa al hombre salvaje del civilizado; diferencia en verdad, mayor que la que existe entre el animal silvestre y el doméstico; lo que se explica por ser susceptible el hombre de realizar mayores progresos Su encuentro circunstancial en Tierra del Fuego con un pequeño grupo de posiblemente “Yámanas”, fue determinante para la construcción de las imágenes en la segunda mitad del siglo diecinueve tanto en Chile como en

todo el mundo que siguió las ideas, sin duda progresistas para la época, del naturalista: En nuestro concepto el lenguaje de este pueblo apenas merece el nombre de articulado. El Capitán Cook lo ha comparado al ruido que haría un hombre despejándose la garganta; pero con seguridad ningún europeo ha producido nunca ruidos tan duros, notas tan guturales al aclarar la voz ¹ La imagen del “buen salvaje” Habían cambiado las ideas y las miradas de los europeos acerca de los indígenas. Porque Rousseau, en los años anteriores a la revolución francesa, hablaba del “buen salvaje”. El hombre en “estado natural”, decía, es bueno por naturaleza. Podrá ser salvaje, pero está lleno de la bondad natural. La sociedad natural, la de los salvajes, decía, es igualitaria, es pura. La gente vive libre. Por cierto, libre en medio de la naturaleza, entre plantas y animales. Es diferente al que vive libre como ciudadano, como habitante de una ciudad – civitas –, de una civilización, donde imperan las leyes, afirmaba el sabio ginebrino. Esa idea del “buen salvaje” influyó mucho en la literatura y sigue presente hasta el día de hoy, por ejemplo entre los partidarios del ecologismo. Es una imagen positiva de las sociedades que viven en una situación precaria en términos materiales, pero democrática y “natural” en cuanto forma de relacionarse entre sus miembros. Pero ese había sido el siglo dieciocho. En nuestro país, Chile colonial aún, Juan Ignacio Molina, conocido como el abate Molina, uno de los intelectuales más inteligentes y brillantes que ha dado esta tierra, apreciaba a los indígenas como personas casi perfectas. Sus relatos acerca de los araucanos, como se los denominaba en aquella época, las descripciones de sus fiestas, actividades religiosas, y en especial de sus juegos, nos muestran una sociedad casi utópica, siendo la expresión máxima de la mentalidad de esa época anterior al evolucionismo darwinista. Molina vio en los araucanos a los primeros chilenos, los nacidos en la tierra; igual que él, nacido cerca de Talca, crecido entre mar y cordillera y luego exiliado, tras la expulsión de los jesuitas, a Italia, a Bolonia, en cuya universidad enseñó y donde murió pensando en su patria ² . Ya había llegado la Independencia, mil ochocientos diez; ya Chile se había independizado de España, pero a los chilenos de ese tiempo, a los gobernantes, se les olvidó la existencia de esos viejos jesuitas prechilenos exiliados que lloraban por volver a ver la cordillera, respirar el aire fresco de las mañanas y morir en la tierra que los vio nacer. Los llamados patriotas miraron también con ojos románticos a los araucanos. Es interesante analizarlo, aunque no sea más que brevemente. Vieron la necesidad de encontrar antecedentes históricos en su lucha independentista contra España, y la encontraron en ellos, en su historia, un tanto idealizada. Ciertamente los peruanos también la encontraron en los Incas, en especial en Manco Cápac, que se opuso a la Conquista. Y los mexicanos, por su parte, levantaron estatuas a Cuauhtémoc, el que no se doblegó frente a Cortés. O’Higgins, particularmente, tenía una relativa familiaridad con los mapuche, dada su niñez “fronteriza” en Chillán. María Graham, la viajera norteamericana que visitó Chile en los primeros años de la Independencia, nos ha dejado una anécdota ocurrida en el Palacio de

Gobierno, donde el Jefe Supremo tenía viviendo un grupo de niños y niñas mapuche. Era costumbre en esos años que los jefes militares tuvieran niños y niñas indígenas que, por una u otra razón, habían quedado huérfanas o simplemente habían sido enviadas como rehenes tras algún acuerdo de paz. Habiendo entrado los niños en la sala donde se encontraban, el Director Supremo, que así se denominaba su cargo, les habría hablado en su lengua, dice la viajera, señalando de este modo que sabía a lo menos algunas palabras en mapudungun. Ese testimonio ha dado pie a muchas elucubraciones respecto de cuánto sabía de mapuche el héroe nacional y más de alguno, con algún evidente exceso, ha sostenido que O’Higgins era araucano, dado su origen en la frontera chillaneja.  ³ Lo cierto es que los primeros independentistas tenían una visión positiva de los antiguos araucanos. Don Juan Egaña, el más rousseauniano de los criollos de esos días, escribió un libro titulado Cartas pehuenches , un extraño y raro texto en que dos caciques pehuenches, uno ubicado en las montañas del sur y el otro en Santiago, en su ficción, reflexionan sobre diversas materias filosóficas y políticas de la época. Lo interesante no es tanto la reflexión que realizan los dos ficticios pehuenches, sino el hecho de que Egaña haya colocado en boca de dos indígenas esos pensamientos. El hecho de ser indígenas, para los intelectuales de esos días, garantizaba una suerte de pensamiento naturalista, sabio y profundo. La sabiduría de la naturaleza, podríamos decir. Por primera vez leí en ese tiempo La Araucana de Ercilla, y nos reuníamos en corrillo para saborear su lectura. No era porque gustáramos de las bellezas de la poesía (…) sino por las heroicas hazañas de araucanos y españoles, que las considerábamos como propias, por ser compatriotas de los primeros y descendientes de los segundos ⁴ Esto lo escribe Francisco Antonio Pinto, activo partícipe de la Independencia de Chile y luego Presidente de la República entre 1827 y 1829. Es interesante señalar que repite casi textualmente lo que escribe en numerosos trabajos Simón Bolívar, esto es, el carácter mixto del criollo, europeos por lengua, derecho, religión pero “hijos de una misma madre” con el indígena, esto es, descendientes. Desde el inicio republicano tanto en Chile como en el resto de América se plantea una relación contradictoria entre criollos e indígenas. ⁵ Vera y Pintado, era uno de los poetas más encendidos de la revolución libertadora, escribía obras de teatro en las que los araucanos aparecían como los griegos del sur de Chile. Los caciques eran denominados “cíclopes”. Según el historiador Simón Collier, una de esas obras terminaba en una escena llena de pasión en que los patriotas, tocados con gorros frigios de la Revolución Francesa, se aproximaban cantando algún himno a las orillas del río Bío Bío y llamaban a los araucanos a unirse en un solo abrazo: unión de los que habían luchado en la antigüedad contra los españoles y los que luchaban en ese momento fundando la nueva República. Obra de teatro, por cierto. En la vida real, los patriotas chilenos que perseguían a los oficiales del ejército realista en su fuga hacia el sur, se encontraron con la oposición férrea de los araucanos, que defendían al Rey de España y los tratados firmados con sus representantes en pactos y

parlamentos. Fue quizá el primer “encontronazo” entre la imagen romántica creada por los poetas patriotas y la realidad viviente del sur de Chile. Las leyes liberales Allí en ese momento, justo al iniciarse la República, se produjo el primer desentendimiento entre el recién nacido Estado chileno y los mapuche. Estos, los mapuche, no se habían independizado de España. La Independencia no los había involucrado, era asunto de criollos. Los araucanos del sur incluso temían más a los nuevos ocupantes del gobierno de Santiago que a los antiguos. No les faltó razón. Los antiguos gobernantes les respetaban sus fronteras y realizaban cada cierto tiempo parlamentos con ellos, en que se le reconocían sus fueros. A los nuevos no los conocían, y se les notaba en los ojos su ambición. En el origen del Estado Republicano se encuentra esta contradicción, que perseguirá quizá la historia de Chile: por un lado, patrióticos discursos en torno a la “valerosa sangre araucana”; por el otro, un comportamiento de enfrentamiento, discriminación y conflicto. ⁶ El mismo Egaña dictó las primeras leyes acerca de los indígenas en la nueva República de Chile, en el año trece del siglo diecinueve. Sin duda, imbuido de múltiples buenas intenciones. Son leyes que pudiéramos denominar “ liberales ”, ya que se orientaban a “liberar a los indígenas de la condición oprobiosa a que los había sometido la Corona”, como rezaba más o menos el preámbulo de la ley. El sistema liberal que ha adoptado Chile no puede permitir que los indígenas, esa porción preciosa de nuestra especie, continúen en tal estado de abatimiento. Por tanto declaro que para lo sucesivo deben ser llamados ciudadanos chilenos y libres como los demás habitantes del Estado ⁷ Principalmente se trataba de otorgar a los indígenas libertad de comercio y constituirlos en “ciudadanos” de la nueva República. En la práctica, lo que hicieron fue poner en el mercado las tierras de los “pueblos de indios”, que en la zona central eran muchas. Durante la Colonia, los indígenas estuvieron sujetos a ciertas prohibiciones, entre ellas la de vender las tierras comunales en que habitaban. Los liberales, considerando equivocado este régimen de protectorado y sus leyes, las derogaron en casi toda América Latina y en particular en Chile. La consecuencia fue simple: todos los pueblos indígenas de la zona central de Chile desaparecieron. No quedó ningún indígena ni pueblo indígena hasta el río Bío Bío: todas las tierras que les pertenecían fueron compradas, o tan solo apropiadas, por los fundos y haciendas que los rodeaban. Los indígenas que no desaparecieron quedaron reducidos a habitar y trabajar pequeños retazos de tierra. La población indígena se transformó en meramente campesina, se mezcló con la no indígena, y surgió el mestizaje, ese que constituye el campesinado de los pequeños poblados de Chile Central. De esos antiguos pueblos de indios quedan solamente los nombres y algunos resabios de agrupaciones de pequeños agricultores, artesanos y campesinos pobres. Cuncumén, Pomaire, Rari, Quinchamalí, Putú, San Vicente de Tagua Tagua eran antiguos pueblos de indios que con las leyes liberales desaparecieron en su calidad de indígenas. Ocurrió en muchos casos que, al perder las tierras, debieron

dedicarse a las artesanías, como por ejemplo Pomaire, que se especializó en fabricar cántaros de greda, y lo hace hasta el día de hoy. Sin duda, las leyes liberales les otorgaron la ciudadanía a los indígenas. Es una paradoja, ya que ese derecho no pudo ser ejercido de ninguna manera del río Bío Bío al sur, donde los mapuche se mantuvieron independientes del Estado chileno, y más bien contra él, durante largas décadas, casi todo el siglo diecinueve. Pero las leyes del año trece y diecinueve los habían reconocido como ciudadanos chilenos. Yo considero a los Pehuenches, puelches y patagones tan paisanos nuestros como los demás nacidos al norte del Bío Bío; y después de la Independencia de nuestra Patria ningún acontecimiento favorable podría darme mayor satisfacción que presenciar la civilización de todos los hijos de Chile de ambas bandas de la gran cordillera y su unión en una gran familia ⁸ Si así fuera, deberíamos cambiar nuestra visión de la historia chilena y sacar como consecuencia que lo que ocurrió años después en el sur de Chile, la así llamada “Pacificación de la Araucanía”, fue una guerra civil, la más importante que ha habido en Chile. Por cierto, la más sangrienta. Salvo que no tomemos en serio esas leyes y no creamos que eran ciudadanos chilenos como lo afirmaba el Libertador Don Bernardo O´Higgins Riquelme, y por tanto debería ser caracterizada como una guerra de conquista de tipo colonial, muy propia de esa época. La historiografía no ha tomado en serio el asunto. Dice, por una parte, que se declaró a todos los indígenas ciudadanos, pero al llegar a las guerras del sur, cae en una suerte de ambigüedad, puesto que esos mismos “indígenas ciudadanos” no aparecen como miembros de la población del país, sino como una imprecisa “otra nacionalidad”, gente que era necesario conquistar. Ciertamente la historiografía oficial considera a esos indígenas “bárbaros”, por lo tanto no plenamente personas, en absoluto ciudadanos, y mucho menos “civiles”: imposible, entonces, hablar de “guerra civil”. Las palabras, como se ve, son engañosas en la Historia. ⁹ Los denominados “ Pueblos de Indios ” en la zona central de Chile fueron reconocidos casi hasta el fin del siglo diecinueve. De hecho los planos y mapas de esos años aún los consignan. Como habían surgido de procesos de “reducción a pueblos”, lo que fue quedando fue la villa central, las casas y sus quintas, que dieron origen a la mayor parte de los poblados que hasta el día de hoy conocemos entre La Serena y Concepción. Es interesante observar que el afán chileno por la “unidad racial” fue sacando a los indígenas de la zona central del discurso nacional y del imaginario de La Nación. En este caso es importante señalar que primero los indígenas fueron eliminados del discurso público y luego desaparecieron étnicamente y se fundieron en el mestizaje. Lo mismo ocurrió con la población africana, “negra”, que no era poca. De los fenotipos quedaron formas de decir, por ejemplo a las niñas del campo, “chinas” dado sus ojos rasgados y a los descendientes mestizos de los esclavos, “morenos” y a las mujeres “negra”, “mi negra” en el trato cariñoso. Los últimos encuentros

Eran hasta acá, las ideas de comienzos del siglo diecinueve, herederas del período anterior. Ideas sin duda valorativas del mundo indígena, pero –es necesario reconocerlo– fundamentalmente románticas. Sus propugnadores amaban al indígena en general, pero no necesariamente a los indígenas en concreto. Más aún, no había puentes culturales que posibilitaran un diálogo entre la sociedad que surgía en Chile central y la que se mantenía independiente en el sur. El último momento al parecer de mantenimiento de las antiguas relaciones entre el Estado y los indígenas ocurrió en el gobierno de don Ramón Freire en el contexto de las guerras que se desarrollaban en el sur de Chile contra las guerrillas españolas apoyadas por los indígenas. El 30 de septiembre de 1824 hay un encuentro en Tapihue, lugar donde se habían desarrollado parlamentos coloniales, esta vez entre el coronel Barnechea y el Cacique Mariluán. ¹⁰  A decir verdad, si bien el militar estableció algunos acuerdos semejantes a los que solemnemente firmaban los antiguos gobernadores en nombre del Rey durante el período colonial, nada de eso el Estado de Chile lo cumplió. Mariluán, que poseía enormes terrenos cerca de Angol, fue expropiado de la manera más vil por los mismos oficiales del Ejército chileno, en una historia que ha sido relatada por Alberto Blest Gana que lleva el mismo título del afamado cacique. Este escritor, embajador, personaje de la clase alta chilena, asume la tradición de La Araucana y relata la vida, en ficción, de Fermín Mariluán quien habría sido entregado por su padre como rehén después de este Parlamento. Lo dice: Nuestra causa no ha menester de la traición para triunfar. Serán sus defensores los que van a pelear por sus hogares violados, por sus hijos arrebatados de los brazos de sus madres para venir a ser esclavos de los que se llaman civilizados ya que los regalan a un amigo como quien regala un animal. Tan justa causa no debe ser manchada por el que pretende como yo, ser su jefe. Los hombres de buena voluntad, que comprenden que esos indios son parte de la familia humana y tengan la energía de consagrar sus vidas a redimirlos de su largo infortunio, ésos, encontrarán un lugar en nuestras filas. Como afirma el profesor Gilberto Triviños en un artículo de la Revista de la Universidad de Concepción Atenea, Blest Gana escribe esta novela, que será escondida y olvidada, en el mismo momento en que los periódicos El Mercurio de Valparaíso y El Ferrocarril de Santiago, los de mayor importancia en la época, llamaban a la ocupación definitiva de la Araucanía y a la “guerra de exterminio de los salvajes”. Casi un siglo después Mariano Latorre en su novela titulada Mapu, recoge diversas leyendas e historias de este período nefasto. Traer a colación estos textos empolvados es solamente para mostrar que hay una larga tradición en los intelectuales chilenos de crítica y denuncia de la situación que se vivía en el sur.

Blest Gana escribe un hermoso poema denominado La muerte de Lautaro, que muestra sus inclinaciones favorables a los mapuche. Considero que inaugura una manera positiva pero triste de ver por parte de los chilenos al Pueblo Mapuche. Los intelectuales cultos, los músicos como Isamitt, los escritores criollistas, más adelante folkloristas como Violeta Parra, poetas como Neruda y Mistral, en fin, la alta intelectualidad chilena, observará “la derrota araucana”, con tristeza y melancolía. “Hora de melancólica belleza”, dirá en el poema que reproducimos en su versión facsimilar, Blest Gana.

La vieja frontera La frontera se mantuvo en el período posterior a la Independencia. Chillán y Concepción eran las dos ciudades más cercanas a la frontera del río Bío Bío. Había un ejército fronterizo heredero del tiempo colonial y numerosos personajes encargados de las cuestiones fronterizas. Se los denominaba “Capitanes de amigos”, “Comisarios de Naciones”, “lenguaraces” o “lenguas” a los traductores. Existía un comercio muy activo que se incrementó en las décadas del treinta y cuarenta. Poco a poco comienzan a “infiltrarse” más allá del Bío Bío numerosos colonos y personajes aventureros. De hecho, la guerra que dio Bulnes a los bandidos Pincheira de las serranías de Chillán, condujo a que muchos campesinos alzados arrancaran a las montañas de la Cordillera de Nahuelbuta cercana a Angol. En un estudio que realizamos en base a historias orales, los campesinos de esa zona nos señalaban que sus orígenes provenían de San Fabián de Alico y las tierras de los Pincheira y que huyendo se adentraron en esas cordilleras ubicadas a más de doscientos kilómetros al sur. Se fueron fundando villorrios al sur del Bío Bío y Angol comenzó una vez más a ser habitado. En 1851 una insurrección mapuche ocurrida en el contexto de la Guerra Civil de ese año, condujo nuevamente a la destrucción de esa ciudad que por algo se la denominó La Ciudad de los Confines. La Araucanía se transformó en esos años en un lugar de fantasías que muchos viajeros querían conocer. La lista es larga. El alemán Poeppig visitó la zona y subió hasta el Antuco; el afamado polaco Ignacio Domeyko viajó por la Araucanía dejando numerosas impresiones de su sociedad; otro alemán posteriormente, Paul Treutler tiene un libro de viajes llenos de informaciones. Hay que tener en cuenta que, para los europeos, ese fue un tiempo de descubrimientos y grandes viajes hacia sociedades primitivas. Edmond Reuel Smith, norteamericano, uno de los tantos viajeros de ese período, se internó en la Araucanía, observó con curiosidad a los indígenas, y nos ha dejado geniales descripciones de sus encuentros, además de dibujos muy hermosos. Le sorprendió una conversación con don Juan Mañil Huenu, el más importante cacique mapuche de la región de Angol, quien le hizo muchas preguntas. Entre ellas le consultó por la situación política en España. Mañil señaló que había asistido de niño al último Parlamento en Negrete donde el entonces Gobernador de Chile Don Ambrosio O´Higgins, padre de Don Bernardo el Libertador y Padre de la Patria, se había comprometido y pactado las paces con los entonces denominados araucanos. En esos compromisos solemnes había un acuerdo de apoyo mutuo con la Corona que los mapuche cumplieron a cabalidad participando en el bando del Rey, los realistas, durante el período de las guerras de la Independencia. Mañil Huenu, pensaba que una vez que se recuperara la situación de la Corona Española, vendrían nuevamente a gobernar Chile. Pensaba que esa era la mejor situación para los mapuche, lo que le maravilló y asombró al norteamericano Smith. Smith percibe, sobre todo en la visita a la casa de Huinca Pinolevi, otro cacique mapuche que vivía cerca de Angol, que los jefes a lo menos, poseían muchos conocimientos de las costumbres chilenas o si se quiere españolas. Incluso el anfitrión vestía a la criolla, al igual que muchos jefes indígenas. A estos viajeros que pasaron el Bío Bío al sur, les llamó la atención, no

encontrarse con “buen salvaje” soñado por los románticos de las décadas anteriores. Por el contrario fueron señalando costumbres consideradas en ese entonces como bárbaras. Smith relata en su viaje donde los Pehuenches un ajusticiamiento en que los lanceros toman entre sí al sentenciado y lo lanzan al aire para luego clavarlo con sus decenas de lanzas. Era la costumbre de ajusticiamiento entre los Pehuenches pero que para la mirada europea de esa época parecían repulsivas. La sociedad chilena, agraria, santiaguina, que miraba hacia Europa y que nació a la vida en las primeras décadas del siglo diecinueve, no tenía capacidad de comprender las historias que se contaban acerca del modo de vida que ocurría en los territorios desconocidos de la Araucanía. Ya no eran los tiempos de Pineda y Bascuñán, el famoso Cautivo Feliz que al comenzar el siglo diez y siete sentía que la vida entre los mapuche era muy placentera. Habría que decir que en ese período de la temprana colonia la relación entre las condiciones de vida de un campesino e incluso quizá de un criollo, y la de un cacique mapuche era muy similar. Cuando no eran mejores las del cacique en términos de abundancia de comidas, abrigo, y relativo confort de esas enormes habitaciones que se nos han descrito en el libro “El Cautiverio feliz”. El evolucionismo hace su ingreso Esas ideas dieciochescas fueron, sin embargo, criticadas en la segunda mitad del siglo diecinueve. Barros Arana criticó al abate Molina, diciendo que no había comprendido a cabalidad la situación de barbarie en que vivían los araucanos –en esa época no se hablaba de mapuche, sino de araucanos, siguiendo a don Alonso de Ercilla y la tradición hispánica–. Se había impuesto la dicotomía entre “civilización y barbarie”; y en ese escenario, Europa era el ejemplo máximo de civilización, tras haber pasado por un largo proceso desde la época salvaje, primitiva, a través de todos los estadios de la barbarie, hasta llegar a lo que ahora era. ¹¹  Correspondía esta visión a la de Morgan, antropólogo de gran influencia en la época, que establecía tres grandes períodos en la vida de la humanidad: salvajismo, barbarie y civilización. Si hasta hoy leemos en los libros de escuela esas trasnochadas ideas acerca de la evolución de la humanidad, ellas eran dominantes en el tiempo de que estamos hablando: fines del siglo diecinueve. Desde Santiago, a los araucanos se los miraba con conmiseración. Eran seres primitivos, salvajes; a lo más, bárbaros. En esas tierras del sur de Chile no había llegado aún la civilización. Eso lo pensaba toda la sociedad chilena de Santiago y sus alrededores. No había una voz discordante. Los misioneros franciscanos, italianos en ese entonces, abogaban por un buen trato al indio, pero no opinaban que fuesen civilizados; más aún, en sus escritos señalaban sus imperfecciones, en particular la poligamia, la bebida, el alcoholismo. Para comprender cabalmente lo ocurrido es preciso ubicarse en las ideas de la época, de lo contrario o no se entiende nada o se cree que “la maldad” se adueñó de todas las conciencias. Un personaje tan culto y de interés como Vicuña Mackenna solamente va a ver riquezas inexploradas en el sur; su viaje al sur de Chile en los momentos de su campaña a la Presidencia es una muestra clara de la mentalidad de la época de una persona que no era precisamente un conservador.

La poligamia fue el símbolo de la barbarie, nunca fue ni comprendida ni aceptada por los europeos, ni mucho menos por los católicos criollos. Como es bien sabido, los mapuche o araucanos tenían un sistema de familias poligámicas, al igual que lo han tenido muchos pueblos en la historia de la humanidad. Un hombre podía establecer matrimonio con varias mujeres, pero lo normal era que cada mujer tuviera su propia casa, ruka en lengua mapuche, donde vivía con sus hijos. El jefe de la familia atendía a cada familia de acuerdo a un código establecido. Una señora mapuche me contó cómo era el sistema, según se lo había relatado su madre, que era hija de un cacique que tenía varias esposas. Me decía que, en la costumbre de los viejos –como la denominaba– existía un sistema de invitaciones. La mujer le decía al hombre “esta noche tengo un caldito para ti, que te va a gustar”. Y él le respondía, “muy bien, esta noche dormiré en tu casa”. La mujer preparaba un caldo, amasaba el pan y esperaba a su marido junto con sus hijos. El hombre participaba de la vida familiar y dormía en la casa. He conocido algunas personas antiguas con dos mujeres, por lo general hermanas. En antropología se la conoce como la poligamia sororal, y sucede cuando una de las hermanas queda soltera y el cuñado la incluye en su vida familiar. La misma señora me contaba que, en ese tiempo, entre las mujeres había mucha amistad y buenas relaciones. Me decía que se juntaban todas en el patio común que dejaban las rucas a hacer los trabajos de tejidos, a desgranar el maíz al calor del sol. Algo muy notable es que los hijos se sentían todos hermanos. No hay historias, que yo haya conocido, de celos entre mujeres de un mismo hombre. No aparecen en la historia mapuche los celos que en la historia de Roma, por ejemplo, llevaban a grandes conspiraciones, muertes y asesinatos, o no la hemos estudiado suficientemente. Uno podría pensar que, en la medida en que había códigos transparentes y aceptados por todos, no se producían más roces y conflictos que los normales en un grupo familiar. La poligamia era vista por los propios araucanos como una necesidad para mantener y aumentar la población. A comienzos del siglo diecinueve, el ya nombrado Manguil Huenu –Manguil, “del cielo”; “paja del cielo”, según algunos lo traducen–, que vivía en lo que hoy día es el pueblo de Victoria, en la Novena Región, les decía a los mapuche que los padres no debían cobrar tanto dinero o animales por sus hijas, para que así los hombres pudieran casarse con más mujeres y tener más hijos. Si tenemos más hijos, decía, defenderemos mejor nuestra tierra. Los mapuche de esa época tenían plena conciencia de cuán importante era el tamaño de la población para la supervivencia de su pueblo. La poligamia, sin embargo, fue el símbolo de la barbarie indígena para las clases “civilizadas” del Chile central. Por ello no hubo conmiseración al solicitar al Estado y aplaudir la ocupación de la Araucanía. Se produjo en esos años de la mitad del siglo pasado, una grieta insalvable entre la vida chilena santiaguina y la forma de vida que llevaban los indígenas del sur de Chile. Había triunfado entre los chilenos la idea de la decadencia: “Ya no son los mismos indios cantados por el poeta en la Araucana”. Hoy, se decía hace cien años, son una pálida remembranza de lo que fueron. “Raza degradada por el alcohol”, se afirmaba, sin capacidad de sobrevivir civilizadamente, son gente acabada. La prensa de la segunda mitad del siglo diecinueve está llena de artículos de este tenor. Más aún, se

afirmaba que quedaban muy pocos indígenas en el sur y que las tierras estaban desocupadas. El país del centro se formó una idea, falsa por cierto, pero apropiada, para ocupar la Araucanía y someter a los indígenas al régimen reduccional. Cornelio Saavedra, al entregar su informe en 1866 sobre las campañas que llevaba a cabo en el sur, decía, “ Sr. Presidente, esta campaña le ha costado al erario nacional, mucho mosto, mucha música y poca pólvora ”. Si bien decía una verdad a medias, daba a entender el estereotipo que todos aceptaban: eran pocos y estaban derrotados. Los libros de escuela y algunos historiadores chilenos, incluso modernos, se han hecho eco de esas informaciones antojadizas y de esa mirada despreciativa del indígena. Con palabras más modernas, se dice que la “aculturación” los había liquidado; esto es, que habían cambiado sus costumbres y que ya no eran los antiguos guerreros del tiempo glorioso de la Conquista. Esas ideas que circularon y circulan en el Valle Central de Chile sobre el desconocido sur del país, fueron abonando el terreno para la ocupación y el encierro de los indígenas en las reservaciones.

Los araucanos no vivían de manera demasiado diferente a como lo hacían los agricultores del sur de Chile. Tampoco eran demasiado diferentes de los gauchos de las pampas argentinas. Las casas de los campesinos de Chile, de todo Chile, tenían techos de paja, muros de quincha, esto es de barro y paja, suelo de tierra apisonada. Cocinaban en el fuego abierto de sus fogones y sus ollas y platos eran de greda rústica. Las casas tenían pocas mesas y se usaban, como hasta el día de hoy, pequeñas sillas bajitas –bancos de madera– que los mapuche tradujeron como wancos . La comida de una casa mapuche no debe haber diferido demasiado de la que se servía en una casa campesina, incluso en una casa de mediana propiedad agrícola: locros, pucheros, carne asada, valdivianos y ajiacos, esto es, combinación de carne seca con papas y cebollas, sopas y caldos de ají bien picantes para el invierno, porotos secos cocinados en grasa de cerdo, arvejas y otros granos secos, de larga tradición en el sur. Mucho pan, harina tostada, mote a destajo, papas en cantidades exuberantes, chicha de manzana o de lo que hubiera para fermentar, y yerba mate chupada hasta que pierde el gusto. Los viajeros efectivamente señalan que nada diferenciaba demasiado a un cacique de un pequeño o mediano agricultor. Colipí, cacique de Purén, tenía una enorme casa de adobes y tejas del mismo tipo y tenor que las casas patronales de la zona centro sur de aquella época. Se cuenta en las historias familiares que en su interior podían alojarse más de cincuenta personas. Esa casa, como muchas otras, estaba rodeada por un foso con agua a modo de protección de los ataques sorpresivos y los robos. Había muchas casas resguardadas por empalizadas o cercos altos, al igual que las casas patronales del campo estaban rodeadas de altas tapias de adobe y vidrios quebrados en su borde, de modo de prevenirse de intrusos y ladrones. Para qué decir que las monturas y aperos que usaban los araucanos de esa época les competían en guarniciones y riquezas a las del mejor patrón de fundo de la zona central. Muchas de ellas tenían arreos de plata, riendas con bozales de ese metal y no pocos estribos de plata también. Pero las diferencias entre agricultores mapuche y chilenos no estaba en las formas de vida, sino en el hecho de que unos y otros eran diferentes, sencillamente diferentes. Esa diferencia fue magnificada por las teorías evolucionistas que dijeron “científicamente”, así se decía, que las razas indígenas eran inferiores. A pesar de las posibles evidencias, ese fue el pensamiento dominante durante esos años. Ganaderos y viajeros Contribuyó a la creación de este estereotipo por parte de los santiaguinos, el hecho de que los mapuche se hubiesen transformado cada vez más en ganaderos trashumantes. Se los veía viajar con sus grandes piños de animales de un lado hacia otro del territorio, de una parte a otra de la Cordillera. En las teorías evolucionistas de la historia también el nomadismo ha sido visto como más cercano a la barbarie que a la civilización que ofrecen la vida sedentaria y la agricultura. Es cierto que los araucanos que vivían cercanos a las fronteras habían dejado de ser agricultores y se habían transformado en ganaderos. Fue un largo proceso al que la guerra no estuvo ajena. La agricultura había sido el blanco de los ataques que año tras año asolaban los terrenos más cercanos al Bío Bío: se los llamaba “campeadas” y los realizaban todos los veranos, los ejércitos fronterizos, el “Ejército de la Frontera”, primero pagado por el Real Situado de la Corona y luego por el

presupuesto nacional de la República. Cualquier conflicto que hubiese en la frontera, cualquier amenaza de insurrección, cualquier rumor desde el interior de la tierra, como se decía, conducía a que, llegado el verano, cruzaran las tropas el río Bío Bío y se adentraran en territorio mapuche. Quemar sementeras y ranchos, arrear los animales y “sacar chinas”, esto es, niñitas mapuche, era la costumbre. Les decían “chinitas” por sus ojitos rasgados. De ahí se traspasó el apelativo a la “china” de los campos chilenos; y de ahí el “delantal de la china”, que no se refiere a Pekín, sino a las mujeres campesinas mestizas de Colchagua, con sus ojos un poco “achinados”. Se había transformado en costumbre, la atroz costumbre de robarse las niñitas. Costumbres de la guerra, del desprecio, de la discriminación histórica. Alguno podrá pensar que eran “costumbres fronterizas”, palabra eufemística, como pensando o diciendo que eran asuntos folklóricos que ocurrían en el sur bárbaro del país. En el far south criollo. Por cierto, esos ataques y depravaciones ocurrieron reiterada y sistemáticamente por varios siglos. Fueron, en el lenguaje de hoy, “violaciones reiteradas y persistentes de los derechos humanos”. En consecuencia, los indígenas buscaron lugares escondidos donde vivir, sembraron el mínimo necesario para su subsistencia y se dedicaron al arreo de animales. Era una actividad más segura y menos a merced de los robos ejecutados por esos ejércitos de la frontera, que no eran sino verdaderas bandas de desarrapados y los primeros en aprovecharse de los indios, en quitarles sus tierras. No es casualidad que la mayor parte de los oficiales de ese ejército se transformara en dueños de extensiones no mensurables en el sur de Chile. En este sentido se produjo una cierta diferenciación entre los mapuche que vivían más cercanos a las fronteras y los que habitaban más al sur. Por ejemplo, quienes vivían en los bordes del Toltén, entre los ríos Cautín y Toltén, tenían una tradición más pacífica. Ellos mismos se definían como “cultivadores”. Los regimientos no llegaban tan al sur todos los años y, por tanto, sus sementeras, chacras y trabajos agrícolas se habían consolidado. El entonces joven oficial Orozimbo Barbosa, que después llegaría a ser famoso en la historia militar y política de Chile, fue destinado a un pequeño acantonamiento en la desembocadura del río Toltén allá por los años sesenta del siglo antepasado. Por esa época Barbosa debe haber tenido unos treinta años, ya que treinta años después estará, con el cargo de general, junto a Del Canto, al mando del ejército constitucionalista derrotado, en una de las páginas más tristes y no relatadas de la historia de Chile, en Con Con y Placilla, donde encontró la muerte. Barbosa, coronel por aquel entonces, o capitán –no recuerdo– “bastoneó” a los caciques del Toltén: les otorgó a cada cual un bastón de mando. Eran unos bastones con cacha de plata con que los investía de caciques oficiales. Hace no mucho tiempo atrás, en los años noventa, en el marco de una investigación, conversaba debajo de un árbol en la comunidad de Calof sobre estos asuntos. Una persona de edad recordaba que sus abuelos contaban que viajaban cada cierto tiempo a Toltén, “Toltén Viejo” le dicen, ya que el terremoto y maremoto de 1961 se lo llevó todo, el pueblo desapareció, y lo que existe hoy día se denomina Nueva Toltén. Iban a buscar una moneda de plata que les entregaba el Gobierno. Esos caciques eran reconocidos por el Gobierno con un cierto rango de funcionarios. Tenían el derecho de administrar justicia, y a veces se les destinaba policías para apoyarlos en su tarea de poner orden en la zona. El joven oficial Barbosa invitaba a los

caciques del Toltén a parlamentar y les brindaba las atenciones típicas de ese entonces, “mucho mosto y mucha música”. Se les daba vino o aguardiente, bien temprano en la mañana, siguiendo la antigua y tradicional costumbre indígena de ofrecer chicha al invitado que recién llegaba. La chicha, de bajo o escaso nivel alcohólico, servía para refrescarse del camino; en cambio, el vino y el aguardiente rápidamente emborrachaba a la concurrencia. Ponían la música las bandas militares de los regimientos, que tocaban marchas y piezas adaptadas que hasta el día de hoy se escuchan en las plazas de los pueblos. En los recuerdos de la gente mayor han quedado imágenes de esos días, por cierto no tan lejanos. Parece que algunos regimientos tenían ciertos animales de mascota, los que eran adornados con arreos militares. Había, al parecer, una cabra –no puedo saber si hembra o macho– muy famosa a la que se le ponía capa militar, insignias en los cachos, y otras coloridas cintas que le daban un particular aire circense. Al escuchar las marchas militares, el animal comenzaba a marcar el paso, levantando las patitas, y cabeceaba rítmicamente, lo que causaba gran entusiasmo y risas entre los viejos caciques allí reunidos. Tanta era la maravilla con la música, que el oficial mandaba a buscar licores para halagar a sus invitados. Se abrían botellas de un ron de marca Jamaica, de pésima condición y muy afamado como “trago fino” en ese entonces. En la etiqueta aparecía una mujer de color negro con un sombrero de frutas en la cabeza. Hasta hoy en los recuerdos de los mapuche se rememora ese licor servido en los días de parlas o parlamentos a los que convocaba la Autoridad. Había una suerte de plaza en el Fuerte Toltén, y allí ocurría esta historia que estoy contando y que me han contado. Los caciques se reunían allí y el oficial les hablaba de una y otra cosa. Una de estas ocasiones debe haber ocurrido en los años del gobierno de José Joaquín Pérez, en que amenazaba una guerra con España, y Barbosa trataba de convencer a los caciques de que no se fuesen a aliar con los españoles. Hay un canto que recogió a comienzos de este siglo el Padre Augusta, en que se relata en detalle el viaje que hacen los caciques, desde Villarrica hasta el mar, a San José de la Mariquina, para asistir a esos parlamentos.  Entonces el jefe Quilche hacía correr la voz, enviaba un hombre entendido que sabía parlamentar. Este traía la nueva. Llegaba la noticia a Malalhue... pasaba el mensaje a otra parte. Salió de allí y venía a Comohue. Ahora pasó la noticia, el agua llegando a Panguipulli... La recibió el ulmen de Cod Cod. Ahora pasaba el agua para Kayumapu... así llegó a Llukuñe [Liquiñe],

bajaba hacia Purulom [Pucón]. Siguió camino en la misma dirección, y llegaba hasta San José [de la Mariquina]. Los lugares aún existen y se llaman con esos nombres mapuche. En aquella época, todos eran parientes, ya que se casaban entre ellos, y sus alianzas matrimoniales les permitían vivir en paz. Y luego vino Barbosa, que los “pacificó” tempranamente a punta de música y licor de Jamaica, bastones de mando con cacha de plata y una moneda al mes. Estos métodos de dominación se mantienen en la Araucanía. No son pocos los candidatos a cualquier cargo público que en el sur han continuado esta tradición maldita. No hace muchos años, candidatos a senadores y diputados invitaban a los mapuche a comer y beber como forma de obtener un voto. Dicen por ahí que para salir elegido basta hacer un gran asado. El mapuche, con una larga tradición de respeto por las invitaciones, se ve comprometido por el agasajo y considera que ha contraído una deuda de honor. No es una cultura del aprovechamiento. Por el contrario, la mapuche es una cultura del honor, de la palabra empeñada que vale oro. En el día de la votación se ve en la obligación cultural de retribuir el favor recibido, la “atención” otorgada. Hasta hoy, no pocos “honorables” han logrado obtener votos mapuche mediante este antiguo y desleal mecanismo. No son extraños los expertos electorales que en el sur recomiendan agregar al presupuesto de la candidatura unas cuantas vaquillas y muchas damajuanas de vino tinto. Viejo dicho del colonizador: “mucho mosto y mucha música”. Los ricos caciques Los viejos mapuche, en algunos casos, eran ricos, muy ricos. Poseían tierras muy bien labradas a orillas de los ríos Imperial, Cautín, Quepe y Toltén. El cacique Painemal de Chol chol, dejó escrito su testamento en los años ochenta del siglo XIX. Aparece repartiendo cientos de animales vacunos, decenas de caballos, platería, monturas, arreos, en fin, una cantidad no despreciable de recursos. Hay un dicho que quizá me lo relató Eusebio Painemal, querido profesor y sabio mapuche que vivía cerca de Chol chol, en la tierra de sus antepasados, y que habría sido dicho por Colipí: “A Painemal se le están pudriendo los cachos de sus bueyes”: poseía tantos bueyes que no tenía manera de enyugarlos y, por tanto, se deshacían los cachos de viejos que se ponían. Son dichos del tiempo en que estos caciques hablaban y la gente los escuchaba. Viajaban con los animales desde Argentina y luego los engordaban en sus campos. “Los pastos les llegaban hasta las verijas”, decían que decía el viejo Painemal. Cuando estaban bien gordos, se dirigían a las ferias de la época, principalmente Nacimiento en la frontera norte del territorio mapuche y Pitrufquén en la sur. San José de la Mariquina, cerca de Valdivia, era otro lugar donde llegaban cantidades de animales a ser intercambiados. El viajero norteamericano Edmond Reuel Smith, que recorrió la Araucanía en la primera mitad del siglo antepasado, señala que en las ciudades de la Frontera había muy poca moneda circulante, ya que la plata se utilizaba para los intercambios de animales. Al parecer, además, se utilizaban piezas de plata, muy bien recibidas por los caciques comerciantes de ganados. No faltaba tampoco el “aguardiente de Ñipas” utilizado como

intercambio. Ñipas es un pueblito cerca de Chillán, famoso por la fabricación de aguardientes que servían para los intercambios de animales, los “conchavos” de esa época. Esos animales eran por lo general convertidos en carne seca, charqui, enfardados y enviados por Concepción, Tomé y otros puertos, con dirección al norte del país, destinados a las minas, al abastecimiento de los barcos que en esos años comenzaban a explorar el Océano Pacífico, o a Lima. Es extraña la historia, pero así es. Los mapuche, ganaderos ricos, arreadores de animales desde la Argentina, contribuyeron a la apertura de las rutas del Pacífico que, no existiendo aún el Canal de Panamá, se realizó por el Cabo de Hornos. Los barcos cruzaban el difícil paso del sur de América y recalaban en los puertos chilenos, en particular en Valparaíso, a apertrecharse de alimentos para lanzarse al cruce del Pacífico y llegar a la Oceanía, nombre por cierto expresivo de la inmensidad en la que se encontraban. Esos barcos adquirían trigo para el pan, todo tipo de alimentos secos, provenientes de las Haciendas del Valle Central y el charqui que les daría la alimentación animal durante la larga travesía. Caballos, vacas, bueyes y todo animal de cuatro patas, terminaban sus días convertido en “cecina”, que así se llamaba genéricamente el charqui, y subido en fardos a bordo de los buques que irían a aventurar al otro lado del mundo. Los araucanos de esos años se encontraban integrados al mercado mundial de producción de alimentos. Tenían sus sistemas productivos, sus mercados, comerciaban, y entendían perfectamente de precios, pesos y medidas. La riqueza ganadera se expresó en la platería araucana. Es inconmensurable la cantidad de platería antigua que hay en colecciones privadas, museos, y que a pesar de todo aún permanece en poder de las mujeres mapuche. Durante cien años las mujeres se han visto obligadas a ir al mercado a vender sus joyas cada vez que un hijo se les ha enfermado. Cada joya vendida es un desgarro, una desgracia que ha ocurrido en una familia mapuche. Hay, hasta el día de hoy, comerciantes que recogen de las mujeres esas joyas en estado de apuro y desesperación. En los mercados de los pueblos hay compradores de joyas que saben su valor y les pagan irrisorios precios. Luego las revenden “a precio de mercado”. Así se han construido colecciones esplendidas que son un silencioso testimonio de años y años de acumulación ganadera, de idas y venidas de arreos de animales desde las pampas argentinas, de aventuras de gente que hasta el fin del siglo diecinueve era libre de desplazarse por donde quisiera. Terra Nullius La sociedad santiaguina y el Estado consideraron que esos territorios del sur estaban desocupados. Tierra de nadie, se dijo: Terra Nullius . Los gobiernos lo tenían como tema pendiente del “desarrollo nacional”. A mitad del siglo se mandó a realizar un “censo de población” y se estimó que sólo vivían treinta mil personas en toda la Araucanía, lo cual sin duda era una cifra pequeña para el gran territorio comprendido desde el río Bío Bío hasta Valdivia. Casi con el inicio de la República, surgió la idea de colonizar las tierras australes. Ya don Mariano Egaña, uno de los próceres civiles de la construcción de la República, viajó a Europa con esa misión. Siguió el tema dando vueltas en las mentes de los políticos e intelectuales criollos más

progresistas de la época. Vicente Pérez Rosales, por ejemplo, no era especialmente un “antiindígena”, pero sí fue un decidido partidario de la inmigración extranjera. Ciertamente Chile poseía una población muy exigua y no tenía la capacidad de poblar el norte minero y el sur agrícola que se abrían en ese entonces a las posibilidades expansivas del Estado central de Santiago. El sur fue creciendo en el imaginario nacional como una “tierra de promisión”, un espacio vacío lleno de potencialidades. A partir de los años cincuenta del siglo antepasado llegaron los primeros colonos alemanes a Valdivia, Puerto Octay, Puerto Montt. Las noticias que comenzaron a llegar del sur no podían ser mejores. Se había construido allí una economía pujante que exportaba al centro del país, y sobre todo a Europa, todo tipo de bienes. Los alemanes construían industrias, procesaban productos, propusieron y luego crearon la primera siderurgia del país en el puerto de Corral, comenzaron a fabricar vapores; Haverbek y Steinbeik, armadores de barcos y vapores, recorrían el mundo con los productos y banderas chilenas. La suerte de los mapuche estaba ya jugada. Es preciso que entendamos lo ocurrido y no culpemos a nuestras generaciones pasadas de una miopía que no tuvieron o no pudieron tener. Cada generación es dueña de un conjunto de datos culturales y hace lo mejor que puede con ellos. No había, frente al éxito de la política migratoria, alternativa realista de respetar la autonomía indígena de la Araucanía. Los chilenos cultos, no sólo los bandoleros, vieron un territorio del sur desocupado, vacío, sin producir nada de su potencial agrícola y ganadero; vieron un pequeño grupo de indígenas a los que había que reducir, educar e integrar lo más rápida y pacíficamente posible al pueblo chileno. Si somos serios con la historia, nadie vio otra cosa, otra alternativa, otro camino. Enclave alemán Quisiera que me acompañaran en forma ponderada en esta reflexión. Leí alguna vez, una historia que no he vuelto a encontrar entre tantos papeles que inundan este escritorio. Se trataba de un viajero, no recuerdo de qué nacionalidad sería, que llegó a Valdivia en esos años. Estamos hablando de la década del sesenta del siglo antepasado. Valdivia era un pequeño poblado promisorio, dueño de más industrias que cualquier otra ciudad de Chile. Este viajero tomó un pequeño barco a vapor que lo llevó río abajo hasta la isla Mancera, en la desembocadura del río Calle Calle, frente al mar. Descendió en un muelle de madera, con barandas muy bien arregladas. El camino lo fue conduciendo por escaleras rodeadas de hortensias y otras flores hasta una casa en el alto de una loma desde donde se dominaba toda la bahía. Me parece que era la casa de Rudolfo Philippi, quien había sido uno de los promotores de la migración alemana. No estoy seguro absolutamente de si él o su padre habían escrito en alemán un libro sobre las maravillas que ofrecía Chile a los migrantes que vinieran a colonizar el país. Alguna vez tuve ese libro hermoso en mis manos y he leído una versión en castellano. El dueño de casa salió a saludar a la visita y lo hizo pasar a una amplia sala que, llena de ventanales, daba a la bahía. En la sala había un piano de cola. Estaban sus muros llenos de libros. Una chimenea prendida calentaba el clima valdiviano. Esa noche se conversó largamente acerca de la ciencia, de las industrias y del futuro del sur de Chile. Era insólito –y por eso traigo a colación esta historia que contextualiza las

historias que relatamos– que a poco menos de diez años de llegados los alemanes al sur de nuestro país, hubieran trasladado no sólo pianos y libros, sino también la pujanza de la industria que nacía en Europa. Hablamos de alemanes que habían llegado a Hamburgo huyendo del fracaso de la revolución democrática del cuarenta y ocho. Gente culta, algunos con capital, personas con ánimo fundacional. Se encontraron con Pérez Rosales, uno de los intelectuales más lúcidos y progresistas de la segunda mitad del siglo ante pasado. Trataron de organizar un paraíso en la tierra. Estuvieron a punto de hacerlo, pero lo perdieron el día en que los chilenos también los invadieron. Como lo he escrito en otra parte, les construyeron un ferrocarril, los unieron a Chile Central, a la mediocridad hacendal, a la oligárquica idea de que hay personas superiores a otras por ostentar un apellido más o menos. Hoy día, esos alemanes corretean vaquillas en los rodeos igual que los huasos colchagüinos. Se parecen en todo. Lamentablemente se adaptaron al territorio y sus costumbres. En esos años, los cincuenta y sesenta del siglo antepasado, Chile llegaba hasta Chillán y Concepción. Allí el territorio se pegaba un salto violento hasta Valdivia. Sarmiento, argentino, sabio, liberal famoso, dice algo así en uno de sus libros: “es necesario entender que en medio del territorio de Chile, vive un pueblo que no reconoce las leyes del país, que tiene otras costumbres, que habla otro idioma”. Sarmiento se sorprendió con esta realidad. Chillán y Concepción eran dos pueblos pequeños en esos años. Había haciendas y fundos en los alrededores y muchos campesinos de origen español criollo, chilenos. A partir del río Bío Bío comenzaba el mundo mapuche. Poco a poco algunos chilenos iban metiéndose en el territorio araucano. Muchos fugitivos de la justicia buscaban refugio en esas tierras, entre los araucanos. Pero de allí hasta el río Cruces en la provincia de Valdivia, en los años sesenta no había administración del Estado chileno. Una serie de personajes pagados por el Estado trataban de controlar ese enorme espacio. Se denominaban igual que en la Colonia como se ha dicho, Capitanes de Amigos. Vivían en las reparticiones indígenas y vigilaban que no ocurriesen desmanes ni desórdenes. Había algunos de rango mayor que se denominaban Comisarios de Naciones. Aburto, uno de los más famosos, que debe haber residido en Osorno, fue el que les otorgó “Títulos de Comisario” a los mapuche huilliches de San Juan de la Costa y esas regiones sureñas. El Gobierno, siguiendo la costumbre colonial, les pagaba, al parecer muy poco. Pero tenían cierto poder entre las comunidades. Eran la burocracia fronteriza, la manera de gobernar mínimamente ese territorio que estaba fuera de la jurisdicción de la República de Chile, aunque todos los mapas del país lo tuvieran plenamente incorporado a su territorio.

Al poblarse de alemanes la zona austral, la suerte de los mapuche quedó sellada. Se encontraron entre dos fuegos expansivos. Por el norte era la República de Chile agrícola y hacendal que requería más tierras de labranza. Por el sur era la colonia alemana exitosa, industrial, modelo de lo que debían ser esas tierras maravillosas. No había, en esos años, espacio para pensar en otras alternativas. Es necesario señalarlo y decirlo, ya que de lo contrario la historia sería incomprensible. O sería un conjunto de maldades, de perversidades, como aparecería si se piensa con categorías de hoy las cosas que ocurrieron ayer. Los mapuche aprisionados entre dos fuegos se encontraron inermes frente al proceso de colonización que se les venía encima. Respondieron con la dignidad y el honor.

Fotografía del Ejército chileno en las ruinas de la ciudad de Villarrica el año 1894. La ciudad destruida por los mapuche en la insurrección del 1600 había permanecido casi 300 años escondida y el bosque la había cubierto 1. La ocupación del territorio La radicación, dicen que pasó, anduvo así como andan ustedes,

y si había una persona que fuera extraña, le decían que se allegue, y lo radicaban. Así los radicaron. El título de merced se lo dieron al abuelo. Se radicó aquí, pero no era de aquí. Entonces donde le tocó, le tocó. Don Luis Marileo Colipí, de Purén Se sabe lo ocurrido. En el año 66 , mil ochocientos sesenta y seis, se dictaron las primeras leyes de ocupación. Cornelio Saavedra, coronel primero y luego general, fue el verdadero pensador y ejecutor del avance del territorio chileno hacia el sur. Las tierras fueron declaradas fiscales para evitar que los aventureros y especuladores se apropiaran de todos los recursos y no dejaran espacio para la inmigración extranjera, verdadero objetivo y palanca del desarrollo, según esa propuesta. Entre el año sesenta y seis y el ochenta hubo avances y retrocesos, pero en buena medida los mapuche lograron mantener su territorio. Fueron quince años de guerras, destrucción de casas, robo de ganados, incendio de sementeras, por parte del Ejército de Chile. Quince malos años para los mapuche. Muchos huyeron. Hay muchas historias que hemos recogido de esta huida a las montañas. Dicen los Meliñir del Valle de Quinquén que provienen de la zona de Victoria o Traiguén. De allí habría huido el primer Meliñir, en esos años que aquí recorremos. Habría construido su ruca bajo una araucaria, probablemente donde hoy está La Capilla en Quinquén, comuna de Lonquimay, en la cordillera del sur de Chile. Allí se instaló y armó familia. Quinquén, dicen los viejos, se debiera traducir como “lugar escondido” o escondite. En ese lugar escondido encontraron la tranquilidad que en el Valle Central, en Victoria, no existía. Aprendieron a “piñonear” las araucarias, manejar los animales bajo metros de nieve en el invierno, y sobrevivir. Se fueron mezclando con los pehuenches de la zona. Me decía don Mauricio Meliñir que él fue a buscar mujer a donde Bernardo Ñanco –Ñanco significa “águila”– en Lonquimay. Se llaman Meliñir Ñanco los descendientes. Es una comunidad indígena que hasta hoy queda ubicada al lado del pueblo de Lonquimay. En esos años se formó allí un fuerte chileno. Sabemos por la historia que lo construyó don Martín Drouilly, uno de los más activos personajes en la ocupación de la Araucanía. Hombre culto para la época, organizador, visionario, lleno de iniciativas. Los Meliñir miraban desde lejos a los chilenos instalándose en la cordillera y seguían su vida, calmadamente. Eran los años ochenta del siglo diecinueve. La ocupación militar Las tropas chilenas habían vencido en las batallas de Chorrillos y Miraflores. Se conoce en la historia chilena como la Guerra del Pacífico, y había comenzado el año 1879. Habían ingresado a Lima y en un gesto insólito se

habían instalado en el Perú, casi para quedarse. Durante unos meses constituyeron gobierno y no pusieron fecha a su retiro. Enviaron tropas de regreso a Chile, confiando en que el ejército peruano estaba destruido. Esas tropas pasaron de largo por Valparaíso, desembarcaron en Talcahuano y tomaron el tren que las condujo hasta Angol. El ministro del Interior, don Manuel Recabarren, se puso al frente de la operación, así como el civil ministro de la Guerra se había puesto al mando de las tropas que fueron al norte. El poder civil se imponía sobre el poder militar en la tradición civilista chilena. Verano de mil ochocientos ochenta y uno. Avanza una marcha de carretas interminable, de soldados, de zapadores que abren caminos y construyen puentes, desde Angol al sur. Se fundan fuertes, se construyen puentes, se levantan pueblos y futuras ciudades. Se llega al río Cautín y en su borde se funda el Fuerte Temuco, centro de operaciones de la Araucanía ocupada desde ese entonces hasta hoy. Era el lugar de mayor densidad indígena en todo el sur de Chile. Se pone el Fuerte en medio de las viviendas mapuche o araucanas. No hay conversaciones ni tratados de paz, como insiste alguna tradición. El parlamento de La Patagua en el Cerro Ñielol, en que los caciques le entregaban la tierra al ministro Recabarren para que fundara Temuco, nunca existió. No he encontrado nunca un documento que pueda atestiguar esa leyenda. Si alguien sube hoy día el Cerro Ñielol al lado de Temuco, encontrará el árbol con la leyenda de que allí se realizó el acto de entrega de Temuco y pacificación de los mapuche. Es sólo leyenda, a mi modo de entender. Me puedo equivocar, por cierto. Los mapuche observan a las tropas militares que ingresan en sus tierras. Las miran de lejos, al comienzo. Más tarde las atacan brevemente, cortan cables del telégrafo, roban caballos, se sorprenden, sobre todo se sorprenden. Se han dividido, también. Es algo propio de estas guerras, la división del enemigo. Los arribanos, conocidos como wenteche, habían llevado todo el peso de la guerra durante los quince años del far south; sus enemigos históricos habían sido los abajinos de Purén, Chol chol y la cordillera de Nahuelbuta. El ejército chileno los convence de que la expedición es contra sus enemigos, los “mapuche abajinos”. Acompañan al ejército en la caravana, como auxiliares. Allí van con sus caballos de largos crines. En alguna parte leí, o me contaron, que cuando se paraban a descansar en las tardes, los soldados chilenos les pedían a los arribanos, conocidos como diestros jinetes, que hicieran sus demostraciones ecuestres. Venían corriendo al galope tendido y se tiraban al suelo, quedando tiesos como muertos. Galopaban desnudos y agarrados al caballo de tal modo por el costado contrario a quienes los observaban, que parecía que los animales anduvieran solos, sin jinetes. Se subían y bajaban de los caballos por la cabeza, por la cola, y hacían cientos de piruetas que fascinaban a los soldados criollos, acostumbrados quizá al paso militar de la caballería. Era un tiempo de caballos. La mayoría de los chilenos que iba en esa expedición había nacido y crecido en las haciendas del Valle Central. Admiraban los animales diestros y respetaban a los buenos jinetes. Los mapuche quedaron en la historia popular chilena como los mejores. Muchas de las pruebas que años más tarde realizara el “Cuadro Verde” de los Carabineros chilenos –el equipo de demostraciones ecuestres de la institución– provienen de estas proezas indígenas, que se hicieron míticas en el ejército que iba camino al

sur. Los wenteche cabalgaban con sus lanzas al lado del ejército chileno que ingresaba en la Araucanía profunda. Hay una historia que me ha costado mucho reconstruir, ya que no es fácil imaginar el modo como se había ido construyendo la sociedad del sur del país. En esos años comenzó una migración silenciosa de chilenos, campesinos pobres, que se trasladó al sur. Alrededor de Angol y en la Cordillera de Nahuelbuta se habían asentado numerosas familias. Algunos descendientes cuentan, como hemos dicho, que su origen se remonta a la derrota de las bandas de los Pincheira en Chillán durante el gobierno del general Bulnes. Dicen que se instalaron en los cerros de Nahuelbuta huyendo de la justicia de aquellos años, que no era liviana con los campesinos alzados. En la última década del siglo diecinueve, esas familias eran numerosas y ya estaban asentadas en la región. El ejército reclutó parte de esa población, formando una suerte de milicias –“paramilitares” diríamos hoy día–, a las que algunos documentos denominan “guardias rurales”. Acompañaron al ejército en su incursión a la Araucanía. Podemos imaginar la columna que ingresaba: militares uniformados con armas livianas y pesadas; cañones de verdad por primera vez en el sur de Chile; mapuche “amigos” con sus cintillos en la cabeza y “guardias rurales” de a caballo, marchando junto a carretas encarpadas con pertrechos de todo tipo financiados por don José Bunster, rico empresario de Angol que instaló el primer banco, los primeros molinos y empresas en la región recién conquistada. La conquista de la Araucanía se realizó también mediante el concurso del capital privado. Se produjo en el país una verdadera fiebre colonizadora. Se abrían nuevas tierras y eran muchos los que soñaban con instalarse en el sur. La gran insurrección El 4 de noviembre de 1881, después de unos meses de la ocupación militar, los mapuche se concertaron para atacar los fuertes recién construidos. Fueron derrotados en su intento. Atacaron Temuco, el Fuerte Temuco, por varios costados pero no pudieron frente a la metralla de las armas modernas. Muchos murieron en la refriega. La historia oral mapuche los recuerda hasta el día de hoy. Muchos de ellos se escondieron y fueron perseguidos por los militares, pero especialmente por los “guardias rurales”. Allí se cometieron grandes atrocidades. Se inauguró la división racial local entre “chilenos” y “mapuche”. El chileno pobre fue tan huinca como el soldado. Hubo un tal Barra de apellido, que se hizo famoso “persiguiendo indios”. Eso debe haber sido en los años ochenta y cuatro al noventa, al final del siglo diecinueve. Era la ley del más fuerte. Los colonos chilenos, por cierto pobres y esforzados, se dedicaron lamentablemente a perseguir indígenas. El cacique de Boroa, de apellido Neculmán, don Juan de Dios, cuentan sus descendientes, debió esconderse durante años en los bosques por el temor a las represalias. Allá a su escondite le llevaba la comida una hija. Esa historia se guarda en la memoria de esa familia que hasta hoy vive en Boroa, y entre cuyos descendientes hay abogados, profesionales y personas de mucho prestigio. Me la han relatado y la cuento con mucho respeto, sabiendo que es una suerte de secreto de sus descendientes. En Chol Chol nos han relatado estos últimos años una historia muy dramática. Millapán era hermano de Coñoepán. Este último era el cacique principal de

esa zona y al apreciar la situación se puso de parte de los chilenos. Se reúnen en la casa de Millapán que estaba exactamente donde hoy se encuentra el pueblo de Chol Chol y discuten. Coñoepán decide ir a encerrarse al Fuerte Ñielol que estaba situado cerca de lo que hoy es el pueblo de Galvarino, de modo de mostrarse neutral frente a la insurrección que se preparaba. Millapán rechaza esa alternativa y junto a sus guerreros ataca ese fuerte. Muchas personas recuerdan la historia de Coñoepán y sus seguidores ingresando al fuerte con una gran bandera blanca. Por ese motivo el general Gregorio Urrutia lo condecoró como “Cacique General de la Pacificación de la Araucanía”. Le regaló una espada con ese título que perteneció por muchos años a la familia y lo tenía su descendiente Venancio Coñoepán Huenchual en su casa. Hoy se encuentra en el Museo de Temuco. Los militares chilenos en venganza por lo ocurrido fueron a la casa de Millapán, la incendiaron y mataron, dice la tradición oral, a su dueño. En el mismo lugar habrían fundado el fuerte de Chol Chol hoy cabecera de la comuna del mismo nombre. En definitiva, fueron años muy malos para los mapuche. Las tropas del ejército chileno ocupaban la Araucanía, construían fuertes, y en torno a esos fuertes comenzaban a formarse poblaciones, pueblos y ciudades. Si uno va al sur, hoy día, puede ver que en todas las ciudades hay un fuerte, esto es, un regimiento. Los Húsares de la Muerte en Angol, por ejemplo. Si se va a la ciudad de Lautaro, se verá que el fuerte domina el río Cautín desde el centro del pueblo. La Conquista del Desierto En abril del año 1879, el general Julio Argentino Roca al mando de “cinco columnas de las tres armas del ejército entraron simultáneamente en la Pampa y en un año barrieron veinte mil leguas de desierto” ¹² . Quien escribe es el coronel Olaoscaga, secretario de Roca y enlace posteriormente de la campaña denominada en el lado chileno “Pacificación de la Araucanía”.

“La Campaña del desierto”, nombre de la ocupación militar por el lado argentino, fue una operación coordinada que atrapó a los mapuche entre dos fuegos. Muchos huyeron desde las Pampas, que fue un poco antes, hacia el lado chileno y se instalaron en las quebradas de la Cordillera. Namuncurá era en ese momento el jefe máximo de los pampeanos, ubicado en Salinas Grandes. Era hijo del famoso Calfucurá el mayor jefe de las pampas durante la segunda mitad del siglo diecinueve. Al ver que lo van a apresar el cacique entierra una gran cantidad de documentos. Estanislao Zeballos, un intelectual famoso en Argentina, que acompañaba a las tropas de Roca, dice haber encontrado ese “Archivo del Reino de Salinas Grandes”. Escribió libros un tanto novelescos en que no se sabe muy bien si estas informaciones son verdaderas o falsas. Sin embargo hace menos de dos años un historiador y obispo católico, ha encontrado en un archivo de Luján, los papeles escondidos por los pampeanos al huir de las tropas del ejército argentino. Estos muestran un alto nivel de conciencia de los líderes mapuche de lo que les estaba ocurriendo. Muchas cartas con misioneros van dando una visión muy distinta de lo que creeríamos que ocurrió en esos días. ¹³  Namuncurá fue hecho prisionero y llevado a una isla prisión, Martín García, lamentablemente famosa en el Río de la Plata, donde muchos políticos argentinos, entre ellos Avellaneda y Perón, fueron a parar. Como se puede ver, la ocupación de las tierras de los mapuche fue un proceso binacional, realizado en forma simultánea por dos ejércitos profesionales y modernos. Los topógrafos y agrimensores Junto con las tropas llegaron los agrimensores. Como jefe de la comisión que iba a medir los terrenos en la Araucanía chilena se contrató a don Teodoro Schmidt, quien había llegado hacía años al país, contratado por la familia Ovalle para construir una represa en Cabildo, al norte del país. Al llegar a Chile, este ingeniero alemán enfrentó y resolvió, con la construcción de la “Cuesta del Melón”, una de las mayores dificultades que había para unir el centro del país con el norte. Se hizo famoso y fue contratado para organizar el territorio recién conquistado del sur. Los primeros planos, que aún se conservan, están fechados en los últimos años de la década de los ochenta. Uno de ellos, denominado “Plano de terrenos ubicados entre el río Cautín y Quepe”, nos muestra que todo el campo estaba dividido en propiedades indígenas claramente constituidas. La idea de “tierras vacías” que se había propagado en Santiago, se iba disolviendo en la realidad de los hechos. El Ejército se había apoderado de facto de un gran terreno en las afueras del Fuerte Temuco, seguramente para dar pasto a sus caballos y animales de tiro. El resto del enorme territorio aparece subdividido con los nombres de los caciques y propietarios a que pertenecía cada propiedad. No hay un solo espacio vacío. Todo estaba poblado por personas con nombre y apellido. Apellidos mapuche, sin duda. Hay algunas propiedades con nombres chilenos o españoles, y se trataba de ocupantes que como se ha dicho se habían ido a instalar desde hacía mucho tiempo entre las familias mapuche. Muchos de ellos se habían casado con indígenas y no se diferenciaban en nada de sus vecinos. Lo mismo aparece en todos los planos levantados en la primera época. Ciertamente no gustó mucho a las autoridades darse cuenta de que había una suerte de propiedad ya establecida en la zona y que lo que se creía vacío estaba ocupado. Hubo, pues, que buscar sitio donde instalar a

los colonos, nacionales y extranjeros, que se aprestaban a partir al sur. Cincuenta años antes le había ocurrido lo mismo a Vicente Pérez Rosales, quien al llegar con sus alemanes a la Isla Teja en el río Valdivia, no tuvo dónde instalarlos, ya que toda la tierra tenía propiedad. La idea de una “tierra vacía” se había construido e imaginado en Santiago. El sur sin gente y sin propiedades era solamente una “realidad virtual”. ¹⁴

El croquis permite comprender con un mayor detalle lo ocurrido y las consecuencias que tuvo este proceder cien años después y en la actualidad.  ¹⁵  Curaco era un fuerte de la línea de la Frontera denominada Línea del Malleco , que albergaba un conjunto de tropas. Las montañas alrededor de ese fuerte fueron siendo ocupadas por colonos nacionales y luego extranjeros migrantes. Los agrimensores dibujaron cotas de alturas y luego tiraron líneas con reglas que obviamente no se adaptan a las contingencias del terreno, ni mucho menos a los habitantes que previamente vivían allí. Los agrimensores debían buscar “tierras vacías” y eran presionados para ello; no las había. Año a año llegaban colonos tanto del centro del país como del extranjero y eran necesarios los remates. En Chol Chol la población mapuche era muy numerosa y por tanto no era fácil decidir los espacios de colonización. En el siguiente mapa que se encuentra en los archivos del Ministerio de Bienes nacionales, se puede ver los preparativos para el remate del año 1889.

El cacique Coñoepán de Chol Chol había recibido “plena seguridad de su compadre”, según le relata en su testimonio a Don Manuel Manquilef, el ya en ese entonces general Gregorio Urrutia, de larga barba, respecto de que no tocarían el campo de su propiedad. Había sido fiel a los chilenos en la ocupación, como hemos dicho, por lo que Urrutia lo había nombrado “Cacique General de la Pacificación de la Araucanía”. Título curioso, sin duda, pero que Coñoepán consideraba un honor. Grande sería la sorpresa de este fiel cacique de los chilenos al darse cuenta de que la “Comisión Radicadora de Indígenas” le había otorgado un Título de Merced por menos de un tercio de lo que le pertenecía, aunque se le asignó una de las mayores reservas en esa región. Esa misma sorpresa se llevó la mayoría de los caciques de la Araucanía. Quien recibe una superficie mayor de tierras será el conocido cacique de esa época Don Antonio Painemal de cuya descendencia provienen los principales líderes mapuche del siglo veinte, Don Martín Segundo Painemal, líder mapuche desde los años treinta, fundador de las organizaciones y sindicatos de panaderos en Santiago, del Partido Comunista en la Araucanía, Eusebio Painemal, profesor, presidente de las juventudes araucanas, así se denominaban, en los años cuarenta y luego presidente durante largos períodos de la Asociación Indígena de Chile que vino a unirse con la organización de los campesinos dando origen a la FEI, Federación de Campesinos e Indígenas Ranquil, Melillán Painemal, quien fuera Vicepresidente de la organización mundial de pueblos indígenas y fundador de los Centros Culturales Mapuche, y una enorme descendencia de dirigentes, hombres y mujeres hasta el día de hoy, que honran ese apellido. Se puede observar en el plano que los topógrafos han delineado de manera recta, con regla y escuadra, las “reservaciones” de los propios mapuche, sin respetar sus deslindes naturales. Esto va a provocar una enorme cantidad de conflictos entre los propios mapuche, y sobre todo con los colonos no mapuche que han sido allí instalados en medio de las comunidades como se puede ver en el Plano. En esta misma zona donde estamos situados, Nueva Imperial, va a ocurrir un hecho dramático, que está aún en la memoria de las atrocidades de este período. Un colono de apellido Becker se va a enfurecer de tal modo con su vecino, Painemal, al parecer porque sus animales se pasaban a su potrero, que lo tomará por la fuerza junto con otros vecinos, y lo marcarán a fuego, con el fierro ardiente que se marcan en el campo los animales. Este hecho se denominará hasta hoy “Marcación Painemal” y será el inicio, 1907, de enormes protestas. En Purén los colonos franceses se instalan entre los intersticios de las comunidades que sobre todo en Ipinco, la antigua laguna, eran y siguen siendo hasta hoy numerosos. Las comunidades de Valentín Ancamilla y Juan Huenupi (sic) quedan vecinas, por una parte, de los colonos franceses que han sido contratados por el Gobierno de Chile y por rematadores de campos, que han postulado en los remates públicos que se hacían cada cierto tiempo, tanto en Santiago como en la misma Araucanía. Quien vea con cuidado estos planos verá que los apellidos mapuche se repiten hasta el día de hoy, muchas veces con nombre y apellido de dirigentes bien conocidos en estos años; lo mismo se puede decir de apellidos extranjeros que tienen sus orígenes en estas regiones de colonización.

La cantidad de mapas y planos es enorme y se conserva adecuadamente en los archivos. En este libro mostramos solamente unos pocos de modo de poder comprender cabalmente el modo cómo se realizó la constitución del territorio de La Araucanía hace un poco más, apenas, de cien años. En buena medida de allí surgen los conflictos que hasta hoy, e in crescendo , afectan a esas regiones.

Plano de la colonización francesa en Purén. Reducciones y reservaciones Había surgido la idea de “ reducción ” ¹⁶ . La ley de 1866 y las leyes posteriores establecían que a los indígenas se les daría un título gratuito

sobre las tierras que poseían. De su carácter gratuito y el haber sido dados como una merced por parte del Estado viene su nombre: “título de merced”. Pero hasta que no se llegó a “medir” físicamente la Araucanía no se percibió que esas “propiedades” indígenas eran muy grandes y en muchas áreas ocupaban en forma plena el territorio. Se le consultaba a un cacique por los “deslindes” de su propiedad y los señalaba con claridad, al igual que se hace hoy en día en cualquier propiedad, nombrando a sus vecinos y los accidentes del terreno que los separaban. La idea de “reservación” o “reducción” no es de origen nacional como se imaginarán los lectores. En los mismos años que ocurrían estos hechos se producía el avance hacia el oeste, “La Conquista del Oeste” en Estados Unidos y en torno a ello se discutía largamente lo que debería y podría hacerse con los indígenas. Lo mismo estaba en esos días ocurriendo en Australia, Canadá, Nueva Zelanda, y de un modo diferente pero con similitudes ideológicas, en muchas partes de África y en especial en Argelia, por parte de los franceses. Se trataba de un período de expansión de las fronteras del capitalismo europeo de carácter explosivo. Todos estos procesos partieron del concepto colonialista de Terra Nullius esto es, de que no existía propiedad previa de la tierra por parte de los indígenas y que el Estado era el propietario y debía repartir los territorios. Se pretendía por tanto realizar una colonización planificada y ordenada y no como había sido hasta entonces un proceso en que los aventureros se enfrentaban con los indígenas, les “compraban” sus tierras y si no se las robaban. Muchos debates se produjeron en torno a qué hacer con los indígenas y debemos decir, que las posiciones más humanitarias de aquel entonces, se inclinaron por entregarles “tierras adecuadas a sus costumbres”, las que se denominaron “reservaciones de tierras”. El nombre era adecuado a las ideas de entonces, ya que esas tierras eran “reservadas” para los indígenas y el resto de las tierras eran entregadas a la colonización europea que presionaba en ese período masivamente. La “reservación” fue entendida, aunque hoy en día sea incomprensible, como un sistema de protección. Se suponía que a partir de esa situación protegida se iría produciendo un creciente y paulatino proceso de integración/asimilación de los indígenas hasta su desaparición no física pero sí cultural como población diferenciada. En Estados Unidos la ideología conocida como del Manifeste Destiny presidió esta campaña, que con ribetes místico religiosos pretendía “llevar la civilización” hasta las tierras dominadas por la barbarie. Estas teorías y prácticas fueron conocidas por los líderes chilenos que llevaron a cabo el proceso del que estamos hablando. Se consideraba esta forma de actuar como la más moderna de aquella época y estaba avalada por la experiencia internacional. Los militares de la Araucanía en el primer momento pretendieron seguir más de cerca la experiencia norteamericana entregando grandes espacios territoriales a los mapuche, pero eso fue en contra de las presiones por tierras para los nuevos colonos, por lo que finalmente se radicó a familia extensa por familia extensa, produciendo un gran fraccionamiento. En Estados Unidos las reservaciones abarcaron un “pueblo” completo, como por ejemplo en el caso de los Cherokees que fueron trasladados desde sus antiguos territorios cerca del Missisipi hasta las Smoky Mountains, donde hasta el día de hoy viven.

Llegó la noticia a Santiago de que no había espacios vacíos en el sur y se le encomendó a la Comisión que “redujera” las tierras de los indígenas. Hay un documento antiguo, de los años noventa, en que se llega a establecer cuántas hectáreas se le deben otorgar al jefe de familia, a la mujer indígena y a los hijos, esto es, estableciendo un criterio diferente al de la tierra que ocupan. No se aplicó literalmente el principio allí establecido, pero se impuso la idea de reducir la tierra indígena. El documento dice: La Comisión de Títulos de Merced de indíjenas elegirá en cada sección el lote de terreno más despejado, buscando, en lo posible, agua abundante i buena calidad de tierra para el cultivo, i en él medirá las hijuelas que correspondan a todos los indíjenas residentes en la sección conforme a las siguientes bases:  1) A cada jefe de familia entregará doce hectáreas de terreno de cultivo i tres de monte, o un lote de quince si el monte permite el cultivo; diez hectáreas más por cada hijo varón de más de 18 años. Si en el lote escogido no hubiera monte, reservará en el más cercano el número de hectáreas que correspondiere al total de las familias para uso común. 2) Si el jefe no tuviera hijos varones mayores de diez años i su prole constara de cuatro miembros, se le entregará una hijuela de veinte hectáreas; si tuviere cinco i no llegase a siete, una de treinta; si tuviese siete i no llegare a diez, una de cuarenta, i una de cuarenta i cinco si tuviese diez o más hijos. Y agregaba: 3) Los caciques reconocidos como tales antes del 1 de enero de 1892, tendrán para sí i sus hijos mayores de 18 años el doble de lo que corresponde al indíjena cabeza de familia si su reducción contaba en la fecha indicada de más de diez ranchos; tres veces más si la reducción contuviera veinte i cuatro, si contuviera cuarenta o más, en la misma fecha. Es interesante observar que el Estado les entregaba más tierras a los hijos varones. Por una parte le entregaba al padre de familia y, por la otra, a los hijos, reforzando de esa suerte el patrilinealismo y poniendo en desventaja a las mujeres y sus herencias. Uno podría preguntarse si el fuerte patriarcado mapuche proviene de la tradición o es un asunto promovido por el Estado. Podría ser una combinación de ambos asuntos, una tradición que fue reforzada por el Estado al realizar la radicación. Decía más adelante este documento que, “ sin embargo, el Presidente podrá agraciar con una estención mayor de terreno a los caciques que en la ocupación i Pacificación de la Araucanía hubieren prestado servicios a la Nación ”. Se refería a los que, como Coñoepán, habían estado de parte de la colonización chilena y no se habían alzado en armas. Más adelante dice: 4) Los lotes destinados a los jefes de familia se medirán alrededor de la hijuela concedida al cacique a que obedecen, si así lo piden. Agregaba: Medidas las hijuelas o lotes, la Comisión de Títulos de Merced otorgará al indíjena un título provisorio, enviando un duplicado al Presidente de la República, el cual, encontrándolo en debida forma, autorizará el título definitivo en nombre de la Nación.

Este documento está firmado de la siguiente manera: “Cámara de Senadores, sesión del 3 de enero de 1895, Presidente de la República Don Jorge Montt”. Esta ley no fue aprobada de este modo por el Parlamento, pero explica el tenor del proceso de radicación de los indígenas y el modo en que en Santiago se analizaba la cuestión del sur. Se dictó una breve legislación en que se reiteraba la prohibición de ventas directas y se renombraba la Comisión Radicadora de Indíjenas –así se lo escribía–, a cargo del proceso. Esta Comisión debía seguir los criterios que antes hemos consignado; sin embargo, no tomó en cuenta las indicaciones de hectáreas según número de familias y, por lo general, sobre todo al comenzar el siglo veinte, se comportó mucho más “tacaña” en la entrega de tierras. En definitiva, siguió parcialmente los criterios aquí descritos por el Senado de la República. Los Títulos de Merced El proceso de radicación, reducción y entrega de títulos de merced ocurrió entre los años 1884 y 1929, esto es, durante 45 años. El primer Título de Merced se le entregó el 6 de febrero de 1884 al Cacique Ancapi Ñancucheo en la localidad de Huequén hoy día transformada en un barrio de Angol. Fueron 880 hectáreas de superficie para sí y 98 personas más de su familia. Firmaron este documento don E. Fuentes, Don Raimundo Ansieta y Don Teodoro Schmidt, de quien ya hemos hablado. El último Título de Merced entregado por el Estado fue a Don Juan Melivilu el 14 de Noviembre de 1929 por una extensión de 230 hectáreas en la zona de Truful Truful en la Comuna de Cunco. La entrega de Títulos de Merced significó la liquidación de los espacios territoriales jurisdiccionales de los mapuche y la “reducción” de las propiedades a las tierras de labranza alrededor de las casas que con anterioridad habían tenido. Los “defensores de indígenas” que eran abogados que nombraba el gobierno de la época criticaban el sistema de radicación. Como es sabido, se decidió radicar por familias extensas que obedecieran de alguna forma a un cacique. El sistema en uso de radicar agrupadas a numerosas familias bajo la dependencia nominal de un cacique, da orijen a la mayor parte de las dificultades que impiden a los indíjenas dedicarse tranquilamente a sus trabajos de agricultura... mientras han disminuido considerablemente las cuestiones que se producen con los usurpadores, las que se promueven constantemente entre los mismos indíjenas son las más numerosas, i casi la totalidad tiene su orijen en el réjimen de comunidad. Jeneralmente el cacique o algún otro comunero se impone a los demás reservándose para sí la parte mejor de los terrenos. Eso lo decía un “defensor de los indíjenas”, abogado chileno, el año mil novecientos doce en una llamada “Memoria de Colonización”. El sistema de radicación provocó una crisis en la sociedad mapuche. La reducción a espacios pequeños llevó a numerosísimas disputas internas. Junto a las usurpaciones por parte de particulares no indígenas, se producían conflictos que no podían ya ser resueltos al interior de las comunidades, por lo que debían recurrir a las autoridades de gobierno.

El timbre de “cancelado” se colocó en el proceso conocido como de División de las Tierras y Comunidades Mapuche ocurrido durante la Dictadura Militar, 1978-1989, mediante el Decreto Ley 1508. Se cancelaba la propiedad en común de las tierras provenientes de los Títulos de Merced y se entregaban hijuelas en propiedad individual. El Título de Merced está cuidadosamente enmarcado, muestra del valor que se le ha conferido. La discusión acerca de la vida en comunidad, o la preferencia por “radicar” a cada familia en forma aislada, continuó mucho tiempo, y hubo partidarios de las comunidades, reservas o reducciones, y de la propiedad familiar. Las cifras de reclamos no son pocas, por el contrario muestran el descontento existente en esos años en La Araucanía. Dice otro “defensor” que, a fin de ir concluyendo con las desavenencias que continuamente se orijinan entre los indíjenas, con motivo de vivir en comunidad, se efectuaron sesenta i tres particiones … por asuntos concernientes a su radicación; se oyeron en audiencia a siete mil seiscientos uno indíjenas (7.601), audiencias estas que han sido anotadas ... No se anotaron por no permitirle el tiempo i la escasez de personal, más o menos tres mil quinientas. De manera que el número de indíjenas que ha concurrido a esta Comisión durante estos dos años ha sido más o menos once mil ciento uno ... La labor de mayor importancia que desarrollan los protectores de indíjenas i a la vez la más pesada, es la que se refiere a los innumerables reclamos que los indíjenas hacen a estos funcionarios, reclamos estos que en la mayoría de los casos son motivados por diverjencias que se suscitan entre ellos, como consecuencia del réjimen de comunidad en que viven... Estas extrañas observaciones se realizaban en las “Memorias” del año mil novecientos dieciocho. ¿Qué había ocurrido? El Estado determinó de la manera más arbitraria imaginable lo que era la sociedad mapuche de esa época. Determinó, además, quiénes eran los caciques y les entregó tierras. Junto al cacique, ubicó dentro de la reserva o reducción a otras familias, con sus jefes y caciques, y los transformó en dependientes del jefe nominado en el título de merced. Fue una verdadera intervención explosiva la que hizo el Estado chileno en la sociedad mapuche. No sólo les quitó las tierras, sino que los agrupó en forma arbitraria y, así, los obligó a convivir de un modo por completo artificial. Es por ello que se rompió profundamente la sociedad mapuche en sus sistemas institucionales más fundamentales. El Estado chileno actuó de manera tal que partió en pedazos las solidaridades y propugnó la división al interior de las familias mapuche. La división interna mapuche comienza allí. No es casualidad que hoy día sigan en muchos casos divididos y que las desconfianzas entre ellos sean tan fuertes. En buena medida, esa es obra también de la dominación, de la colonización, de la acción del Estado. Las causas que los mapuche ventilaban en esos años en los tribunales de justicia chilenos eran más entre ellos que con los huincas, esto es, los colonos. Fue una política maquiavélica: dividir para reinar. Un plano de la época muestra la complejidad de este asunto. Se ha radicado en un sector a “alemanes”, indígenas refugiados de Argentina, mapuche que vivían en el lugar, etc…

Estamos en Lautaro, que se observa abajo del mapa, y en Quillem un poco más arriba por la orilla norte del río Cautín. Lautaro es hoy en día una ciudad que queda yendo de norte a sur, a menos de una hora de Temuco, muy cerca de la carretera. Los agrimensores han dibujado los predios en un papel, con regla. Son cuadraditos perfectos. No hay ninguna relación con el terreno, su topografía, los deslindes naturales, en fin, es un plano abstracto. Si el lector tiene la paciencia de observar el plano, verá que la familia Huenulaf fue “asentada” en la mitad de uno de estos cuadraditos que lleva el número 47. A la Señora Rosario Troncoso le entregaron 200 hectáreas que llevan por número 47 letra a. Pero además, y es lo interesante de este plano, el río Perquenco cruza ambos predios, lo que los hace inviables como una unidad. Al mismo tiempo el lector puede observar que al colono Santiago Mundt le asignaron tres de esas parcelas. Una de ellas colinda con la familia de Don Luciano Cayul, que casi se cae al río Cautín. Más allá se nombra al Cacique Pitruquén, también obviamente desposeído de buena parte de sus tierras. Entre el camino a Victoria y las líneas de las Tierras declaradas fiscales y entregadas a colonos nacionales, extranjeros y otras personas quedaron atrapados los nombrados Cacique Zapata, Martín Quinenao, y varios otros nombres. Por su parte el bien conocido José Bunster, quien ya tenía amplias extensiones de tierras entre Victoria y Traiguén, aparece con otras parcelas. La 60 y 61. Finalmente se entrega tierras a los indígenas que venían siendo expulsados de Argentina por el ejército de Roca. La llamada campaña del desierto fue muy violenta, apresó a muchos indígenas como hemos visto y muchos otros arrancaron hacia el lado chileno, donde fueron “radicados”. El plano de hijuelación de terrenos fiscales cerca de Lautaro es de 1887, y se puede ver en la página siguiente. El impacto de este sistema de reparto de la tierra, de reducción de las tierras indígenas, fue enorme. Es por ello que el viejo cacique Pascual Coña del Lago Budi es tan pesimista cuando le dice al Padre Ernesto el año 1927: En nuestros días la vida ha cambiado; la generación nueva se ha chilenizado mucho; poco a poco ha ido olvidándose del designio y de la índole de nuestra raza; que pasen unos cuantos años y casi ni sabrán ya hablar su lengua nativa. Entonces ¡que lean algunas veces este libro! He dicho. ¹⁷ La reducción operó de diversas maneras, pero la más común consistió en otorgarle al dueño de casa, la tierra que tenía abierta, cercada, limpia para la agricultura; esto es, evidentemente trabajada. Las tierras de montaña casi nunca se les reconocieron, como tampoco ocurrió con las tierras de grandes vegas o lomajes que no estaban siendo trabajados en ese momento. “Se nos apretó como el trigo en un costal”, le dijo Taita Cayupi, viejo sabio mapuche a don Tomás Guevara, en ese entonces rector del Liceo de Temuco, en la primera década del veinte, y fue cierto. Las cifras son elocuentes.

1. Las cifras del despojo Es un período muy oscuro de la historia de Chile. Se cometieron todo tipo de abusos con los indígenas y lo que es peor se construyó un conflicto que dura hasta el día de hoy. El Estado hizo de tal suerte las cosas que construyó uno de los problemas más complejos que ha tenido y tiene la sociedad chilena moderna. El lector perdonará la interrupción del relato para pasar a entregar las cifras del despojo. Son necesarias para comprender la dimensión del asunto que tratamos. ¿Cuántos eran los mapuche al comenzar el siglo XX? ¿Cuántos de ellos fueron radicados, esto es, se le entregaron tierras? ¿Cuánta tierra se le entregó a cada familia? Estas son algunas preguntas que es necesario responder a pesar de la complejidad de las cifras y su carácter polémico. El primer Censo del siglo Veinte El Censo Nacional de Población de 1907 realizó un especial Censo de Indígenas, el cual fue supervisado por los padres capuchinos. El padre Jerónimo de Amberga, sabio alemán, dice que, por temor, muchos indígenas se negaron a responder y que los encuestadores no llegaron a todas partes, como es evidente al estudiar las localidades analizadas. Sin embargo es un dato muy importante para saber el tamaño de la población indígena en el momento que los mapuche dejaban de ser independientes. El “Censo de los indios araucanos” de 1907, que así se lo denominó, se detalla por provincias y por comunas de la época: en Arauco había 4.706 personas, en Malleco 12.259, en Cautín 46.781, en Valdivia 26.134, y en Osorno y Carelmapu 11.358. No se consignaban los de Chiloé. El total era de 101.118 araucanos o mapuche según la actual nomenclatura. Ese Censo sorprendió a los chilenos, que creían que los indígenas ya no existían o eran muy pocos, como hemos dicho más arriba, y se afirmaba en Santiago. Las cifras estuvieron, como siempre, contaminadas de intereses: para quienes querían colonizar esas tierras y apoderarse de ellas, la población era mínima y no fueron pocos, entre ellos Vicuña Mackena, quienes señalaban que bordeaba los treinta mil habitantes; los militares, por el otro lado, daban cifras mayores de modo de pedir más armamento y plazas en el ejército. Es por ello la importancia del Censo del comienzo del siglo veinte; sin embargo hay muchos conocedores de esa zona que en esos mismo años consideraban que el Censo no había reflejado correctamente el tamaño de la población. Tomás Guevara por ejemplo, Rector en esos años del Liceo de Temuco, consideraba que los mapuche deberían haber sido más de ciento cincuenta mil. Se afirma por parte de los entes públicos responsables de la “radicación de indígenas” que se entregaron 536 mil hectáreas en Títulos de Merced, por lo que la superficie promedio por persona habría sido menos de cinco hectáreas. Sin embargo, como suele ocurrir, los datos de la radicación de indígenas no son siempre consistentes. La cifra oficial que se maneja es que la superficie promedio que se entregó por persona en los títulos de merced fue de 6,4 hectáreas. Es, de todos modos, un dato incierto. El informe del Comité Interamericano de Desarrollo Agrícola (CIDA) que es uno de los más autorizados, señala las siguientes cifras:

Radicación de indígenas en Chile

Las cifras varían como puede verse. Según el Archivo General de Asuntos Indígenas, que hoy día está en el Archivo especialmente construido para el efecto en Temuco, y que fue organizado por Dasin-Indap (Departamento de Asuntos Indígenas / Instituto Nacional de Desarrollo Agropecuario), habría solamente 2.919 reservaciones o comunidades actualmente consignadas ¹⁸ , lo que implica una diferencia de 168 con referencia a las 3.087 originales. Estas se habrían perdido o simplemente desaparecido en el período. Las mediciones de los años ochenta, del siglo veinte, durante el proceso de divisiones de los Títulos de Merced arrojaron 510.768 hectáreas bajo esos títulos. Esto se debe a diferencias de medición producto de los instrumentos modernos utilizados. En las comunidades de cordillera, por ejemplo, los títulos antiguos daban cifras muy imperfectas. Al redimensionarlas con los instrumentos modernos aumentaron las hectáreas pero su tamaño real permaneció por cierto, inalterado. En resumen podemos decir que el Estado entregó 3.078 Títulos de Merced que con los sistemas de medición de la época equivalían a 475.423 hectáreas y favorecieron a 77.751 indígenas. El Censo de 1907 había establecido la existencia de casi 101 mil indígenas por lo que muchos, más de veinte mil de los censados, quedaron sin tierras. Si se asume que la subdeclaración fue importante podremos suponer que mucho más de la mitad de los mapuche de esa época quedó sin ser radicado. Muchos de ellos quedaron en los mismos lugares en que vivían, pero sin propiedad sobre la tierra, lo que implicó una fuente enorme de conflictos posteriores.  ¹⁹ La población mapuche en el siglo veinte Los datos durante el siglo veinte son relativamente confusos para saber el desarrollo de la población mapuche y el volumen de tierras que poseían. Los censos dejaron de consultar directamente por el carácter étnico de la población en una combinación de ocultamiento y de no establecer categorías “raciales” que diferenciaran a la población chilena. El censo nacional de Población de 1960, permitió entregar algunas cifras parciales, válidas exclusivamente para las “reducciones indígenas” y que son las siguientes: Censo Nacional de Población 1960.  Población de Reducciones Indígenas

Este Censo solamente tomaba en cuenta a las personas que vivían en las comunidades mapuche rurales y por tanto dejaba fuera a la población migrante. Se percibe que existía una fuerte migración especialmente de mujeres, ya que en todos los casos hay más hombres que mujeres en el campo.  ²⁰  No es fácil determinar el tamaño de la población mapuche que no vivía en reducciones en esos años. Lo que no cabe mucha duda es que a fines de los cincuenta y sobre todo en los sesenta, la población mapuche comienza a aumentar de modo explosivo. Las enfermedades contagiosas, a las que no estaban acostumbrados los mapuche, mantuvieron tasas muy bajas de crecimiento en las primeras décadas del siglo. Pascual Coña, por ejemplo, relata que tuvo su mujer siete hijos y que todos murieron muy niños. Al pasar las décadas y mejorar la salud pública, y sobre todo las defensas naturales, las tasas de mortalidad, sobre todo infantil, disminuyeron en la población mapuche. Un proceso natural de inmunologización frente a sarampiones, resfríos, viruelas, tuberculosis, etc., debe de haber contribuido a ello. La Dirección de Asuntos Indígenas de esa época, denominada Dasin, percibió este fenómeno. El año 1965 realiza un estudio en que corrige la cifra censal de cinco años antes. Se señala en el estudio que se corrigieron las “reducciones” ya que el censo no había simplemente llegado a censar todas ellas. La cifra total será de 202.131 habitantes mapuche de las reducciones. Las diferencias mayores se dan en las provincias de Malleco y Cautín en que se contabiliza a casi cincuenta mil personas más. Es interesante anotar que para el año 1966, un año después el propio Dasin establece una nueva cifra de 241.816, en que se suma a una corrección en las cifras de reducciones y al aumento de población al parecer en ese momento explosivo según los propios testigos de esa época. El año 1971 el Instituto de Investigaciones de la Reforma Agraria, Icira, realiza un estudio que arroja una cifra mucho más alta de población mapuche. Se calcula en 360.451 personas ²¹  que viven en reducciones indígenas . Hay una serie de cálculos acerca de los mapuche que no viven en las reducciones o comunidades, que son inquilinos de fundos, que no tienen tierras o que no tienen títulos de propiedad. Estas cifras eran muy discutibles y sin mayor fundamento, pero señalaban que ya en esos años la población mapuche era muy grande y se debería aproximar al medio millón de personas. Los abogados que preparaban la ley indígena el año 1971 señalan: “La población indígena se encuentra medianamente determinada y bien puede decirse que alcanza a una cifra cercana a las 800.000 personas. En la Región de la Araucanía no son menos de 400.00”  ²²  Veinte años

después, en el Censo del año 1992, justamente se duplicaba, siendo de un poco más de un millón de personas. ²³ Con estos datos podemos describir aproximadamente la trayectoria de la población mapuche durante el siglo veinte. Estas cifras señalarían que la población mapuche al concluir su período independiente o pre reduccional, era mayor que la señalada por el Censo de 1907, esto es, de unas ciento cincuenta a doscientas mil personas de las que fueron radicadas por el Estado menos de la mitad. Se produce un bajo crecimiento de esta población durante las décadas siguientes, dando un salto en la década del cuarenta y sobre todo del cincuenta. Allí comienzan las migraciones a las ciudades, dado que “la tierra no alcanza para todos”. En la década del sesenta la presión sobre la tierra será muy grande llegando a un promedio de 1.2 hectáreas totales por persona y según el estudio que citamos, 0.3 hectáreas de tierra cultivable por persona. Esta enorme “presión sobre la tierra”, como se decía en esa época, permite explica el entusiasmo que provocó en las comunidades mapuche la propuesta de Reforma Agraria y la posibilidad de ampliar esas escasas y apretadas tierras el año 1970. Es evidente que el origen del minifundio indígena se encuentra en estas cifras. Diversos procesos contribuyeron a una mayor minifundización y también a la pérdida de tierras. El Estado entregó al parecer inicialmente a los indígenas 6.1 hectáreas por persona. Las familias crecieron y en 1963, casi cuarenta años después, esto es una generación, se había llegado a 1.8 hectárea por persona. Hoy en día nuestros estudios en las zonas del valle de Cautín señalan que existe 3.6 hectáreas por familia y el tamaño de las familias mapuche es 4.7 personas, lo que significa que en la mayor parte de los casos el promedio es menos de una hectárea por persona. ²⁴  Es en estas zonas de valles y colinas donde habita la mayor parte de la población mapuche rural. Los promedios cambian con las propiedades de la Cordillera que son más grandes, pero mucho más improductivas. Según el Censo de 1992, viven en el campo 235 mil mapuche en comunidades y si las tierras son alrededor de 500 mil hectáreas como se ha dicho, tenemos un poco menos de dos hectáreas por persona. Muchas de estas tierras se han degradado y han perdido su calidad.  ²⁵ El año 1927, como veremos más adelante, se dictó una ley que permitió la división de los Títulos de Merced. Muchas “comunidades” dividieron sus tierras entre las familias, y jurídicamente, aunque no en la práctica, se disolvieron. Esto ocurrió en particular en las provincias de Malleco y Arauco. Fue esta la causa de numerosas ventas de tierras, usurpaciones legales en base a escritos y papeles llenos de timbres y estampillas que llenaron los Conservadores de Bienes Raíces. Es el origen de los actuales conflictos. Entre 1927 y 1973, 168 comunidades desaparecieron totalmente y sus tierras fueron usurpadas. Esas tierras pasaron a privados y los indígenas tuvieron que migrar. 2.134 se mantuvieron bajo el régimen de propiedad común de la tierra de los Títulos de Merced y 784 se dividieron en hijuelas. En 1970 los abogados de Dasin, Osses y Ormeño calculaban que de las tierras de los Títulos de Merced los mapuche habían perdido 131.000 hectáreas. Esto es, que quedaban solamente unas cuatrocientas mil hectáreas.

Los datos que poseen en el Archivo de la Dirección de Asuntos Indígenas señalan que la referida superficie fue de 536.000 hectáreas. Sin embargo en la actualidad esta superficie no pasa de las 400.000 hectáreas, por lo que la relación es de 1 hectárea de suelo por indígena. Esta pequeña cantidad de tierra, que ciertamente condiciona toda solución, se encuentra por lo general sobre explotada, erosionada o exigida hasta el máximo. Es decir el suelo es poco y malo ²⁶ Después de entregados los Títulos de Merced el Estado continuó cediendo tierras a los mapuche a través de diversos mecanismos, ya que como vimos, muchos se quedaron sin ser radicados. Por ejemplo, en algunos casos los mapuche continuaron viviendo en el lugar tradicional sin título de ninguna especie y el Estado le entregó “título gratuito de dominio”. También ha habido traspaso de tierras fiscales ²⁷ . Se calculan en 661 títulos gratuitos entregados en este siglo a indígenas por los Ministerios de Tierras y Colonización y otras agencias del Estado y 100 títulos otorgados por la Corte de Concepción. A esto hay que agregar los llamados Títulos de Comisario que se emplearon en la Provincia de Osorno y en particular en San Juan de la Costa. Estos habrían correspondido a unas 500 mil hectáreas pero no fueron legalmente reconocidos. Los huilliche en la medida que siguieron viviendo en sus tierras finalmente fueron recibiendo del Estado retazos de esos títulos, hasta hoy, en que Bienes Nacionales les ha entregado los últimos fundos. Esto significa que las actuales tierras que poseen los mapuche no son necesariamente las mismas tierras entregadas hace 100 años en los Títulos de Merced. Las aproximadamente 550 mil hectáreas que hoy día, 2007, protege la Ley Indígena y que los indígenas tienen en la actualidad, no son necesariamente las mismas que se les entregaron. En estas últimas hay muchas tierras que nunca se originaron en Títulos de Merced. Si sumamos estas tierras, más las entregadas por el Estado deberíamos tener una cifra mucho mayor. La diferencia se origina en las tierras usurpadas, vendidas, arrendadas a noventa y nueve años y diversas otras formas en que se ha disminuido la propiedad indígena. Usurpaciones Los mapuche viajaban a Santiago a solicitar justicia, tal como señalamos el caso en el epígrafe que encabeza este libro. Se llenan los Juzgados de Indios de litigios entre mapuche y entre estos y colonos. En la primera década del siglo pasado viaja al sur un profesor del Liceo de Talca que escribirá con seudónimo del Doctor Valdés Canje. Escribe al Presidente de la República con ocasión del Centenario de la Independencia de Chile unas cartas que reúne en un afamado libro titulado Sinceridad con el subtítulo de Chile Íntimo. Es uno de los clásicos en Chile de la “cuestión social”. Cuenta Alejandro Venegas, que así se llamaba el profesor y escritor, que estando en un Hotel en Valdivia, en que las paredes eran muy delgadas, escuchaba en la habitación contigua cómo fabricaban papeles y títulos de propiedad en forma descarada y robaban las tierras de los indígenas. La descripción es muy viva e indesmentible. Lo mismo va a señalar el Intendente de esas provincias y los Defensores de Indígenas que observan impotentes el despojo que se estaba cometiendo.

El estudio de los Títulos de Merced realizado por la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato, llamada también Comisión Aylwin ya que la presidió el expresidente de la República Don Patricio Aylwin Azócar, el año 2004 y entregado al presidente de la República Ricardo Lagos Escobar, es muy claro al respecto. Se trabajó con sistemas modernos de planimetría superponiendo los antiguos mapas de los Títulos de Merced sobre mapas aereofotogramétricos computarizados. A ello se le agregaron los planos de las propiedades y encima los de uso del suelo, sobre todo si trataba de bosques de pino y empresas forestales. El estudio se realizó sobre 413 Títulos de Merced arrojando un 31.6% de “tierras perdidas”, es decir que no están actualmente en manos de familias mapuche. ²⁸  Un porcentaje muy importante se encuentra en poder de empresas forestales. Es absolutamente evidente que allí reside un foco de conflicto sobre el cual lamentablemente el Estado y la sociedad no se han hecho cargo. La tierra de los Títulos de Merced teóricamente no podía ser traspasada ni vendida a personas que no fueran indígenas. La legislación durante todo el siglo veinte y hasta la actualidad ha sido extremadamente clara en este aspecto. ¿Cómo llegaron esas tierras a manos de personas particulares, no indígenas? Los procesos son, por ejemplo, ventas fraudulentas, mejoramiento de títulos de propiedad mediante compras y ventas continuas e inscripciones en los Conservadores de Bienes Raíces, en fin, papeles sobre papeles. Lo concreto es que un tercio de la tierra entregada por el Estado a comienzos del siglo veinte no está en manos de los mapuche. Si ya fue poca la tierra que se les dejó al ser reducidos, mucho menos es la que les resta. El conflicto tiene una historia y la seguirá teniendo. Post Data 2 Población y tierras en la actualidad (2014) El año 2007 se realizó el Censo Nacional Agropecuario. Se censaron en terreno todas las propiedades agropecuarias o en las que se realiza alguna actividad productiva por mínima que ella sea. Se dejaron fuera las propiedades exclusivamente residenciales. El estudio de estos datos nos permite establecer el tamaño de la población mapuche rural en la actualidad, las tierras que poseen, sus características y muchos antecedentes de primera importancia. ²⁹ El censo revela que hay 42 893 explotaciones manejadas por personas pertenecientes al pueblo mapuche en las tres regiones del sur, y que la superficie total sería de 810.989,9 hectáreas. El aumento en la superficie o cabida total, se debería en primer lugar a 172.252 hectáreas que hoy día están en comunidad y que en su casi mayoría, o en su totalidad, provienen de traspasos de tierras fiscales o de adquisiciones del Fondo de Tierras Indígenas, entre los años 1993 y 2007, fecha del Censo ³⁰ . A ello se agregarían las tierras compradas por el fondo pero entregadas en propiedad individual. También se agregarían tierras que sin provenir de títulos de Merced tienen propietarios mapuche y que hoy las reconocen como tales. Sospechamos, sin poder establecerlo en este estudio, que estas tierras han aumentado mucho. No son las mismas tierras “de las reservaciones”, como se ha visto en este recuento, sino tierras que por las

más diversas razones están en manos de propietarios que hoy en día se auto reconocen como indígenas de acuerdo a la Ley Indígena. No son en todo caso todas ellas, “Tierras Indígenas ” de acuerdo con el régimen de protección que tiene la Ley y que por tanto no se pueden vender a particulares. Como es bien sabido, la Ley Indígena establece que las tierras mapuche solamente pueden ser compradas y vendidas entre mapuche. Propiedad mapuche individual y colectiva según provincia

La población mapuche que vive en las explotaciones mapuche es de 153.862 personas. No es toda la población rural mapuche que según el Censo del año 2002 se empinaría sobre las doscientas mil personas, pero allí se contaría población rural no agrícola, sobre todo en los pequeños pueblos o villorrios rurales. Esta cifra, corroborada en los trabajos de terreno, muestra una tendencia a la disminución de la población rural de carácter productivo agrícola y también no agrícola ya que se contabilizan las actividades productivas rurales no agrícolas propiamente tales. Los promedios son por tanto, como siempre, engañosos. Es evidente que dado el aumento de tierras, sobre todo de cordilleras, la superficie promedio de los predios mapuche ha aumentado a 18.9 has. y la por persona a 5.3. Pero, como es fácil comprender, tanto el tamaño promedio de las explotaciones, como el número de hectáreas por persona, es muy diferente según las zonas, en particular si se trata de explotaciones cordilleranas, por ejemplo en el Alto Bío Bío, donde el promedio es de 69.6 hectáreas, o en zonas de valle, dedicadas a la agricultura, donde la densidad y concentración es muy superior, caso de Cautín un promedio de 10 hectáreas

y un per cápita de 2.8 has por persona. En estas áreas se mantiene la tendencia a la minifundización. Si en estas mismas áreas antes de la Reforma Agraria el promedio estimado que entregaba CIDA/FAO era de 1.8, en estos cuarenta años de procesos altamente complejos, el promedio ha aumentado a 2.8, esto es, en una hectárea. Sin embargo este fenómeno tiene dos componentes, uno, una pequeña ampliación de las tierras y, dos, una mucho mayor emigración y consecuente disminución de la población mapuche rural agrícola. Cifras de Población actual Pareciera que el “dato duro” muestra que la Población rural mapuche va en disminución, lo cual es coherente con la tendencia a la urbanización y modernización de la sociedad chilena. Podríamos desarrollar la hipótesis que el desarrollo creciente de las comunicaciones ha construido en estos últimos años, o décadas últimas, una suerte de complejo urbano rural, en el que una importante población mapuche, cercana o superior a las doscientas mil personas se desplaza entre los centros urbanos del sur de Chile y sus comunidades, esto es, que se produce una suerte de continuum urbano rural . Estudiantes que habitan durante la semana en las ciudades y van a la casa de sus padres o abuelos al campo en el fin de semana. Trabajadores que van a los trabajos de temporada y regresan, trabajadores forestales, funcionarios de Municipios. En términos históricos este proceso tiene sentido. En los años sesenta la población rural mapuche era prácticamente toda la población mapuche del país, con algunas pequeñas migraciones sobre todo en Santiago. El Dasin de aquella época, calculaba, en base al análisis de las comunidades, en 322.916 personas mapuche el año 1963. La población entre el año 1927 y el 1963 habría aumentado en las comunidades; esto es, en las tierras bajo Títulos de Merced, reservaciones o reducciones indígenas según se las quiera denominar, de 85.170 personas según la misma entidad de esa época, a las señaladas 322.916. En casi 30 años habría aumentado la población en 3.7 veces. De esa forma, si mantenemos la misma tasa de crecimiento, treinta años después, esto es, al momento de hacerse el Censo del año 1992, la población mapuche estimada debería de haber sido de 1.294.892, lo cual corresponde casi exactamente a lo que el propio Censo nacional obtuvo, a pesar de que se trataba de autoadscripción sobre mayores de 14 años. La cifra de mayores de 14 años fue de 928.060, que considerando una estimación de la población menor de 14 años daría una cifra parecida. Quizá la disminución se trate de la evidente caída en ese período de la tasa de crecimiento de la población mapuche. ³¹  Ese millón y un poco más de personas consignadas el año 1992, se redujo a 604.349, en el Censo del año 2002. La explicación es a nuestro modo de ver sencilla. El primer Censo consignaba, como estamos argumentando, el conjunto de la ascendencia mapuche (un abuelo o incluso un ascendiente lejano), más sectores de cercanía, fronteras o “simpatizantes”, como se ha sostenido. El censo del 2002 refleja la población mapuche que se ha “legalizado”, esto es, quienes dijeron que se identificaban y pertenecían al Pueblo Mapuche, y eran personas que contaban con los requisitos legales para ser declarados jurídicamente indígenas de acuerdo con la Ley que regula estas materias. Como es bien sabido este requisito es necesario para optar por becas

indígenas, concursos a fondos especiales, compras de tierras, en fin, una cantidad importante de beneficios del Estado. Es por ello que en el Censo del año 2002, disminuye fuertemente la población mapuche (e indígena) urbana, en particular de Concepción y Santiago, y aumenta en forma muy importante la población mapuche del sur de Chile, sobre todo de provincias como La Unión, Valdivia, Llanquihue, etc…donde el grado de autoidentificación en el primer censo había sido escaso. El censo Nacional Agropecuario del año 2007, permite introducirnos a la población que vive en las explotaciones rurales, esto es, las comunidades provenientes de los Títulos de Merced, las propiedades que provienen de cesiones de tierras, y las tierras cuyos propietarios se declaran mapuche. La pirámide de población agrícola rural del año 2007, es la siguiente:

La pirámide actual tiene un enorme estrangulamiento en su parte media y una creciente disminución en su base. Como es evidente esto expresa las migraciones y la baja de la natalidad consecuente. Las mujeres comienzan a abandonar el campo a partir de los 19 años y a los 24 se produce un éxodo masivo. ³²  Esto sin duda repercute en las tasas de natalidad que como se ve disminuyen violentamente, dado que las mujeres en edad de procrear justamente no se encuentran en el campo. La cohorte juvenil pierde 5.147 personas pasando de 13 mil individuos a siete mil, un poco menos de la mitad. En mujeres el caso es más agudo.

La cohorte activa superior a los cincuenta años es de 7.333 personas, y la nueva cohorte es apenas de 8.233, lo que significaría un crecimiento a una tasa de 1.1. La población mapuche rural agraria junto con estabilizarse se envejecerá crecientemente. Concluyendo, si comparamos el año 1992 para el cual tenemos nuestros propios datos, en base a la reelaboración del censo nacional, y los datos del 2007, también en base a nuestra propia reelaboración del censo, podemos ver que la población mapuche de las comunidades mapuche y localidades mapuche rurales homogéneas, pasó de 234.541 mil a 136.965. ³³ Las personas que como quien acá escribe, recorremos desde hace muchos años las tierras del sur, no podemos menos que observar un cambio profundo en el sentido que tiene la tierra, en particular para los jóvenes mapuche. Ya no es, ni puede concebirse, como la única fuente o alternativa de sustento. Por el contrario, un predio de una hectárea, salvo que la calidad de la tierra y su explotación sea excepcional, condena a la familia a la pobreza. Es por ello que la tierra adquiere valoraciones culturales cada vez más poderosas, y representa capacidades simbólicas de la mayor importancia para la sociedad mapuche. No por casualidad se ha ido produciendo un deslizamiento desde un concepto agrario productivo de tierra, que aún hoy subsiste, a una idea de territorio”, mucho más holística, ambientalista y propia de una valoración compleja, en que se entremezcla lo productivo, con lo cultural y también religioso. La población que vive in situ , disminuye y la tierra y territorialidad aumenta su valor. Minifundio Se habla, hoy en día, de los asuntos mapuche sin hacer las distinciones necesarias de una sociedad muy diversa. Hay sectores dónde el minifundio es muy riguroso y condena a las personas y familias a situaciones muy duras de pobreza. Hemos seleccionado un conjunto de 19.163 explotaciones ubicadas en comunas agrícolamente productivas y donde no hay grandes predios o fundos ni tampoco tierras colectivas de comunidades mapuche. Es un área homogénea. Allí habitan 67.700 personas, lo que es una muestra ampliamente representativa de lo que hoy por hoy es el centro de la vida de las comunidades mapuche. Nos permite que no haya distorsión por la existencia de grandes propiedades de Cordillera o de dunas y tierras cercanas al mar. Un tercio de esa población vive y trabaja en propiedades menores de cinco hectáreas, lo que puede ser calificado técnicamente como “minifundio extremo”. El promedio de esas explotaciones es de 2.6 has. y el promedio por persona, es de 0.79 has. por persona. El 10.3% de las tierras mapuche se encuentran en este estrato. Por otra parte, el 50 % de las explotaciones y de las personas mapuche se encuentra trabajando y viviendo en explotaciones que están en el rango entre cinco y veinte hectáreas. Esto significa que el 62.3 de las explotaciones está sobre el límite del minifundio extremo, ya que en suelos del Valle una explotación sobre el límite de las cinco hectáreas tiene, o podría tener, alternativas productivas ³⁴

Por lo tanto, las cifras señalan una tendencia hacia la minifundización extrema de un tercio o más de la población mapuche rural, lo que implicará por un lado mayores presiones migratorias y demandas de subsidios directos por parte del Estado y por el otro lado, otro tercio de la población, con tierras pequeñas pero aptas para la agricultura que presionará sin duda sobre aspectos que dicen relación con el desarrollo, esto es, créditos, subsidios agrícolas, en fin, demandas más agrocampesinas, dado el nivel de tierra, producción e importancia que tienen sus explotaciones en su vida cotidiana. Comunidades El Censo del año 2007 permite conocer, por primera vez, la existencia de “Comunidades Indígenas” en la Araucanía. Como es bien sabido las comunidades mapuche provenientes de los Títulos de Merced fueron “Canceladas”, ese fue el término jurídico utilizado, durante la Dictadura militar. Las comunidades que tenían su tierra en común, fueron divididas por el Estado en pequeñas parcelas o propiedades individuales. A cada cual se le otorgó un Título de propiedad privada e individual. Solamente en algunas zonas de montaña se dejaron algunas reservas indivisas, pero estas fueron muy pocas. La ley Indígena del año 1993 estableció un Fondo de Tierras Indígenas que permitía y permite al Estado adquirir tierras para las comunidades. Tierras que les habían pertenecido, tierras que estaban en manos del fisco o particulares, tierras en conflicto. Estas tierras se han titulado de manera comunitaria. En el Censo del 2007, hay 172.252 hectáreas en propiedad comunitaria mapuche en el sur de Chile. Más aún sabemos que son 238 comunidades o explotaciones de ese carácter. Propiedad mapuche en comunidad

En ese cuadro vemos que en el Alto Bío Bío, Provincia del Bío Bío, por ejemplo, hay 14 comunidades con 108.351,7 hectáreas. Allí viven solamente cinco personas, porque ocurre que son tierras de Cordilleras y los habitantes viven en sus antiguas casas habitaciones que están en las llamadas “invernadas”, esto es, lugares al borde de los ríos más protegidos. En Malleco en cambio son 77 comunidades, mucho más pequeñas que las de la Cordillera y donde viven familias, en este caso 1.252 personas. En muchos de estos casos, que conocemos en terreno, también se trata de ampliaciones, así que no se puede sacar como conclusión de que toda esa tierra fue adquirida solamente para esas personas a razón de 15.6 hectáreas por persona. Como bien se sabe el sector de mayor conflictividad ha sido la Provincia de Malleco. Estas cifras muestran la enorme diferenciación interna que se ha ido produciendo en la sociedad mapuche del siglo veintiuno. Por una parte, casi setenta mil personas viviendo en condiciones muy duras de minifundismo, y en el otro extremo, comunidades que poseen enormes territorios de montaña, de paisajes espectaculares. Las llamadas tierras abandonadas Los críticos a la política estatal de traspaso y adquisición de tierras han señalado, durante años, que las tierras compradas por el Estado están abandonadas. Tal es así que se ha transformado casi en una verdad. No hay ningún estudio, ni serio, ni no serio, que permita sostener el tal abandono.

El Censo del 2007 en cambio dice otra cosa. Hay que distinguir donde lo que predomina es el bosque nativo y las propiedades, individuales o comunitarias, que son de carácter agropecuario. Volvemos la vista nuevamente al Alto Bío Bío y vemos que allí no hay cultivos porque no puede haberlos. Inviernos nevados, cerros escarpados y el 67,2% de bosque nativo. En Ranco, Chiloé y Osorno es similar. La sociedad chilena cuestiona en forma estereotipada la actividad productiva mapuche, señalando que el bajo uso del suelo, su baja intensidad de uso, es la causa de la pobreza allí existente. Nada más alejado de la realidad. Lo que se puede ver en las cifras es un uso del suelo intensivo, como resulta obvio dada la pequeña cantidad de tierras que se manejan. Volvamos a decirlo de manera clara, los mapuche son buenos agricultores y tienen una importancia productiva indudable, tanto a nivel regional como nacional. Los estereotipos han llevado a que se diga de una manera despreciativa, que “no son buenos agricultores”, que “no saben de agricultura”, en fin, elementos propios de la discriminación con que ha sido tratada esta sociedad y no de la realidad de los hechos. La producción mapuche es al mismo tiempo para la subsistencia y para el mercado. Se produce trigo para el consumo de la casa, hacer el pan, para las aves y también para venderlo. Lo mismo ocurre con las papas, las leguminosas y muchos otros productos. Por ejemplo, el nivel de producción de papas, hace imposible pensar que sea exclusivamente para el autoconsumo. Es cuestión de ver el movimiento de camiones que acude a la costa de Arauco y la Araucanía cada temporada y las toneladas de papas, ampliamente apreciadas, que salen de allí. Porotos, lentejas, chícharos, lupino, remolacha y muchos otros cultivos tienen una orientación particularmente de mercado. Vemos en el Censo que las comunas cercanas de Temuco, se han ido especializando en la producción de hortalizas, las que abastecen en buena medida las ciudades del sur. Todo eso aparece claramente en los Censos a pesar de que en los debates se lo niega sin fundamento alguno, solamente por racismo y discriminación prejuiciosa. La producción de trigo y alimentos El Trigo, es de una importancia relativamente grande. En el estudio que realizamos el año 81/82, esto es, hace treinta años, y que describimos en un capítulo de este libro, la superficie promedio dedicada a la siembra de este cereal era de 1.8 hectáreas y el promedio de rendimiento de 12.8 quintales por hectárea. El 2007, la superficie ha disminuido a 0.9 hectáreas de trigo, esto justo a la mitad, y los rendimientos se han exactamente duplicado. 21,8 quintales por hectárea como promedio, con algunas regiones donde la productividad ha aumentado mucho más. A medida que aumenta el rendimiento disminuye la superficie, ya que se obtiene el mismo resultado productivo, el cual tiene como orientación el sustento de la familia ³⁵ . Las tierras sobrantes de la producción triguera se pueden destinar a otros cultivos. Se podría decir que el aumento de la productividad triguera, su duplicación en el período estudiado, ha liberado una superficie importante de tierras, casi una hectárea por explotación, y por lo tanto permite el desarrollo de actividades más variadas.

Las papas son un fenómeno interesante ya que destruyen todos los estereotipos. El promedio total de la producción es de 44.3 quintales métricos de papas por productor, lo cual reúne “en el mismo saco”, a productores de mercado con otros que justamente producen solo para sus familias. Esto muestra que es absolutamente imposible autoconsumir esta enorme masa de productos. Los rendimientos de la costa de Arauco, de la Costa de Cautín, de Ranco en Valdivia y de Chiloé son extraordinarios, superando la tonelada de papas por hectárea, ¡cómo promedio! La descripción que estamos entregando nos muestra que hay diversas tendencias en la agricultura mapuche. Por un lado, aquellas que mantienen el carácter de subsistencia y refugio de esta economía y, por el otro lado, las que se abren a los mercados locales. Hay áreas, como las comunas de Nueva Imperial y Chol Chol, en la provincia de Cautín donde la superficie de cultivos industriales es importante y creciente. Esta es una orientación completa hacia el mercado ya que no se pueden utilizar, como el lupino, para el autoconsumo. Lo mismo ocurre con las hortalizas ³⁶ . Los animales no son pocos, confirmando el carácter cerealero y ganadero de las explotaciones mapuche. La ganadería se ha visto perjudicada por las medidas asumidas en materias de control sanitario, calificaciones de las carnes, en fin, control sobre este tipo de producción por parte del Estado. Sin embargo ha habido programas de fomento de la ganadería mapuche ³⁷ , de creación de empastadas artificiales, de galpones y bodegaje de pastos, en fin, una inversión importante, que a pesar de los enormes fracasos que se señalan comúnmente en la prensa, se desmienten y expresan positivamente en las cifras del Censo. Si analizamos el total de las explotaciones mapuche, llegamos a la conclusión que el promedio es de 4.8 vacunos por cada una de ellas. Y la cifra de cerdos es de 3.3 por explotación, lo que viene a mostrar que son actividades no solamente destinadas al autoconsumo sino también al mercado. Si estos promedios los analizamos con mayor detalle por zonas y regiones, veremos que hay actividades pecuarias muy eficientes. Por cierto la discriminación opera en contra del libre acceso a los mercados. Llama la atención la existencia de invernaderos y de gallineros , que son dos formas altamente intensivas de producción de alimentos Los primeros permiten explicar el porqué desde las comunidades de las áreas de Valle, antes descritas, se produce cada vez más verduras frescas que van a los mercados urbanos regionales. La existencia de 24.572 gallineros caseros, muestra que el 60% de las explotaciones lo tienen. La relación entre siembras de trigo y existencia de aves es directa. Allí se produce un síndrome de autosubsistencia virtuoso ³⁸ . Las familias mapuche son muy cuidadosas de mantener una alta producción de huevos, pollos, en fin, alimentación sana y nutritiva, sobre todo para los niños. Esta es una tendencia que podría entenderse como de un nivel mayor de intensidad en el uso de los recursos, ya que al aumentar el nivel de rendimiento de los trigos, se puede aumentar la cantidad de aves de corral. La huerta tradicional de la mujer mapuche se ha reemplazado por estos invernaderos, que permiten ampliar el período de producción de verduras y por un lado mejorar el autoconsumo familiar y por el otro vender los excedentes en los mercados.

Mirados estos datos desde la perspectiva de cambio en el uso de la tierra, y la función de centro cultural de la comunidad mapuche, que hemos venido señalando, la existencia de alimentos sanos adquiere una importancia central. Cuando los hijos van y vienen a las cosechas, a trabajos urbanos, a estudiar en las ciudades, es de la mayor importancia que la casa esté bien “aperada” de una “mesa abundante”. Quizá esa sea la explicación de la resistencia de las familias mapuche a comprar el pan, denominado de “panadería” y a confeccionarlo en forma propia. Prácticamente en todos los campos del país hay recorridos de panadería, para lo que se usan pequeños vehículos, menos en las zonas mapuche. A la evidente razón de falta de recursos monetarios, de un grado más alto de autosubsistencia, también debería agregarse el hecho de mantener la costumbre, valorar el “pan amasado” o la “ tortilla de rescoldo ”, cocida en las brazas de la noche anterior. Discrimación Aquí es dónde se produce una contradicción entre las tendencias productivistas, tanto de auto subsistencia como de mercado, que tiene la economía agraria mapuche y el apoyo o más bien, no apoyo, de la sociedad y el Estado. Se podría afirmar sin temor a equivocarse demasiado, que la agricultura mapuche ha estado y está totalmente abandonada, a pesar de algunos programas puntuales. Veamos: Solamente 5.839 productores, esto es, el 13.9% recibe créditos del Estado a través del Instituto de Desarrollo Agropecuario, según el Censo del 2007, que no ha sido desmentido. Esto se debe por una parte a los altos intereses que cobra y que atemorizan con razón a los productores, y por la otra parte a la “desidia” estatal producto de los estereotipos acá ya majaderamente señalados. ³⁹  Un análisis conservador de las cifras que estamos entregando, señalaría que las explotaciones mapuche con capacidad de crédito, si éste fuera mínimamente adecuado, se podrían mucho más que triplicar. Señalemos que 2.717 explotaciones controlan el 42.7 de las tierras de las comunidades y explotaciones mapuche, lo que equivale a 77.273 hectáreas. Estos productores obviamente tienen enormes posibilidades productivas pero no existe casi ninguna vía expedita para ello. Muchos están obligados a endeudarse con prestamistas privados, “cochenchos”, dueños de camiones, feriantes de las ciudades o incluso, de la Vega de Santiago. Hemos visto también las “compras en verde”, producto de la falta de financiamiento, lo que obliga al productor a anticipar su producción a mucho menor valor. Las cifras muestran un número mayor de “asistencia técnica” que crediticia de las Municipalidades o de los organismos del Estado hacia las comunidades, lo que expresa la inadecuación de los instrumentos financieros de modo de permitir un mayor desarrollo de las actividades agropecuarias y por ende un mayor bienestar de las familias mapuche. La evidencia de que son motivos extraeconómicos los que operan es la reticencia de la Banca Privada a otorgar créditos. Los mapuche no son sujetos de crédito para la Banca regional, así de simple. Los datos muestran que no hay créditos de estas instituciones, incluyendo el Banco del Estado a propietarios, comuneros o comunidades mapuche. Como puede

comprenderse se trata de una “profecía autocumplida”, en la que la mirada discriminadora, sobre todo regional, conduce a no valorar la actividad productiva mapuche, a no otorgarles crédito, a depreciar su producción, en fin, a someter a esa sociedad a la pobreza. ⁴⁰ Ingresos La pregunta es obvia, para finalizar con este análisis pormenorizado de la sociedad rural mapuche actual. Estas tierras, uno se debería preguntar, ¿representan ingresos importantes para las familias mapuche?, o dicho de otro modo, estas explotaciones, esto es, el trabajo de la tierra en la actualidad alcanza para vivir o es un trabajo absolutamente deficitario, provocador solamente de pobreza. El Censo del 2007, preguntó si la actividad agropecuaria era más del 75% de los ingresos totales o del 50%, etc….Es una pregunta indirecta pero mucho más relevante que la de los simples ingresos totales, que no tienen fácil punto de comparación. ⁴¹  Podemos por lo tanto estimar que aquellas familias cuyos ingresos son en más de 50% provenientes de sus explotaciones agrícolas serían propiamente productores campesinos. En cambio aquellas en que los ingresos mayoritarios provienen de actividades no agrícolas en la explotación, serían familias cuyas características estarían más cercanas a los trabajadores rurales, o estarían dependiendo de subsidios puramente. El 40.4% de las explotaciones mapuche obtienen más del 50% de sus ingresos de su actividad agropecuaria. En esta cifra se confunden a lo menos dos situaciones: por un lado en el Alto Bío Bío, por ejemplo, se vive una cultura de mucha mayor autosubsistencia, por lo que el predio representa para el 60% de las explotaciones más de la mitad de los ingresos. La segunda situación es la que encontramos en el valle central, en que quienes obtienen un mayor porcentaje de ingresos prediales, son también quienes están más integrados a los mercados de productos agropecuarios y cuentan con tierras suficientes para ello. En cambio las cifras de Arauco y Malleco muestran que allí es dónde la situación es peor y un 50% en un caso y el 40% de las explotaciones en el otro, solamente reciben del predio un aporte menor al 25% del ingreso familiar total. Esto significa que en estas áreas existe una muy fuerte descampesinización, asalarización forzosa, o simplemente pobreza rural. La relación que hemos realizado entre forestación, minifundismo y movimientos sociales étnicos es de toda evidencia con estas cifras ⁴² . De las 42 mil explotaciones, por lo tanto, un 40 %, son fundamentalmente agropecuarias. Estamos hablando entre 15 mil y 20 mil explotaciones, aproximadamente, donde hay vocación productiva, ya que el predio implica buena parte de sus ingresos ⁴³ . En cambio, en comunas de alta densidad de explotaciones mapuche, los predios en que el ingreso agropecuario es determinante, aumentan mucho más. En el Budi, por ejemplo, un 57% son en lo fundamental agricultores y complementan sus ingresos con salarios y subsidios. ⁴⁴ Tendencias Tres tendencias nos parecieran importantes de resaltar. La primera se refiere al curioso equilibrio entre tierra y población que se ha dado

históricamente en la sociedad mapuche rural. La segunda, a la heterogeneidad creciente de la sociedad mapuche como consecuencia de las políticas del Estado y la tercera a la ausencia de políticas de desarrollo y su reemplazo por políticas de donaciones y subsidios que fomentan exclusivamente el clientelismo de esa población frente a los entes y personeros de los sucesivos gobiernos. El estudio de la población mapuche en 100 años permite comprender las dinámicas profundas que la recorren. Es una obviedad decir que el carácter urbano se impone sobre el rural. Lo que llama la atención es, por el contrario, que la población rural se mantiene más o menos estable desde comienzos del siglo veinte a comienzos del veintiuno. Más aún, mirada en la “larga duración” estas cifras muestran una suerte de sistema de equilibrio y adaptación de la denominada relación “hombre/tierra”, esto es, tamaños de las explotaciones y población agrícola. La población al crecer emigra y mantiene un remanente rural indispensable y culturalmente determinado. La gran diferencia a nuestro modo de ver es que hoy día existe una suerte de continuum urbano rural, producto de las comunicaciones, el acceso a los mercados e incluso la globalización de muchos procesos. En este contexto la tierra no adquiere sola y exclusivamente un valor productivo, sino también simbólico y cultural. La segunda tendencia se refiere a la heterogeneidad de la sociedad mapuche rural, donde por una parte existe un sector de población mapuche muy empobrecido y con muy pocas posibilidades de transformar el trabajo agrícola en la fuente de su sustento y progreso. Hemos señalado que en las Provincias de Arauco y Malleco, los niveles de pobreza se mantienen o crecen en términos relativos. Minifundización, actividad forestal depredadora, aridez de los suelos, en fin un conjunto de restricciones para hacer de la agricultura la base de la economía de esas comunidades. La autosubsistencia familiar se debe combinar con salidas a trabajar a las temporadas de cosechas, migraciones a las ciudades y envío de remesas ⁴⁵ , subsidios del Estado, en fin, estrategias múltiples de sobrevivencia. No cabe duda sobre la evidencia de un foco objetivo de conflictos. Esta tendencia a la heterogeneidad, no siendo nueva, se ha incrementado con la acción del Fondo de Tierras Indígenas y la aparición legal de comunidades indígenas con enormes superficies de tierras. Este fenómeno conlleva a que si en un extremo tenemos el minifundio como gran problema, en el otro tenemos esta nueva situación de comunidades en su mayoría, cuidadoras de parques naturales, que como se ha visto, son depositarios del bosque nativo chileno. Son comunidades donde las restricciones a la agricultura son muy grandes y por tanto el uso de los recursos pasa por la ganadería de montaña, y sobre todo, por la explotación de las bellezas paisajísticas que allí existen. Finalmente vemos que hay una tendencia hacia la producción, en una combinatoria virtuosa de autosubsistencia y orientación a los mercados. Calculamos casi en dos tercios a los productores mapuche potenciales que se encontrarían en esta tendencia. Por cierto son las comunidades ubicadas en los valles, en suelos de mediana calidad, en lugares donde la aridez no es

determinante, donde la actividad forestal aún no ha deteriorado el medio ambiente, y dónde los recursos paisajísticos son de menor importancia. Acá vemos mejorías sustantivas en rendimientos, en adaptación de nuevos cultivos, en mejoramiento de infraestructura productiva, en fin, en la importancia que tiene la agricultura para esas comunidades y familias. La invisibilidad de estos procesos productivos es quizá el asunto más importante de estas conclusiones. La sociedad rural mapuche ha sido sentenciada por observadores externos en una multiplicidad de ocasiones. Cada “comisión” formada en Santiago que viaja al sur, regresa con la convicción de que no hay nada que hacer en estas materias y plantea llenar de subsidios, plantar bosques de pino y esperar que crezcan, en fin, a cada cual se le ocurre alguna idea, que se la autoconsidera “genial”. Se decreta pomposamente “la muerte de la agricultura mapuche”. Los datos duros dicen otra cosa. Por cierto que hay minifundio y pobreza. Hay zonas, como las ya señaladas en que no se perciben avances aunque sea ligeros. Hay sin embargo un porcentaje de la sociedad rural mapuche que tiene una vocación productiva clara y cuyos recursos, rendimientos, producciones en general, no son ni pequeños ni despreciables. El Estado coherentemente con estas percepciones estereotipadas, en estos últimos veinte años, a lo menos, ha tenido una política principalmente de subsidios, directos esto es monetarios, que han afectado a la sociedad agraria y rural. Con los datos que poseemos no podemos calcular con exactitud el porcentaje que implican los subsidios en el ingreso total, sin embargo, los estudios de caso nos señalan que se mueven entre un 25% y un 35% de los ingresos familiares totales. Estos, más los salarios vienen a complementar los ingresos prediales. En cambio, las políticas de inversión predial han tenido buenos resultados. Galpones, establos, riego, en fin, actividad predial productiva, explican aumento en la producción, rendimientos y volumen de recursos pecuarios. Si a ello se agrega la inversión en vivienda rural habría que decir que allí hay un foco que es demostrable de una relativa eficacia de la política estatal. Planes realistas de desarrollo productivo e inversión, permitirían una relación mucho más digna y virtuosa entre el Estado y la sociedad rural mapuche. Sin embargo las razones no son demasiado difíciles de encontrar y sospechar. Junto con las concepciones estereotipadas, ya reiteradas, de la sociedad criolla respecto a la sociedad productiva mapuche, se une la búsqueda de políticas clientelares por parte de las autoridades. A nivel regional, local, municipal, en fin, en todos los niveles, el “dar” redunda en clientelas cautivas que responderán a la hora de solicitarles el voto. 1. Tierras fiscales y colonos suizos ⁴⁶

Entre los colonos que más honor hacen a Quechereguas oí mencionar al suizo Luchsinger, hombre que llegó al país con un pequeño capital de 4.000 francos y al frente de una familia numerosa. Hoy es dueño de 30 animales vacunos y de centenares de puercos que mantiene a pesebrera y su cosecha de este año pasa de 300 fanegas. A más de algunos de sus 11 hijos trabajan bajo sus órdenes, dos peones chilenos Isidoro Errázuriz Tres Razas. 1887. ⁴⁷ La historia es curiosa. Un grupo de personas viajaba en el tren de Angol a Traiguén el año 1887. Se trataba de un pequeño tren que iba a inaugurar los ramales de Malleco. El tren jugó un papel fundamental en la Ocupación Militar de la Araucanía y en el arribo de los colonos. El año 1876 se había conectado el puerto de Talcahuano al lado de Concepción, con Angol, que era la Punta de Rieles más al sur de los ferrocarriles chilenos. Por ejemplo, esto posibilitó el año 1881 que las tropas que venían desde el Perú, fuertemente armadas y “victoriosas”, desembarcaran en Talcahuano, subieran a los convoyes y en menos de un día estuvieran a las puertas de La Araucanía. Fue el mismo camino que siguieron los colonos que venían desde Europa. En el pequeño departamento de pasajeros del tren que salió de Angol en dirección a Los Sauces a las 8.30 de la mañana de un día del mes de Marzo de este año 1887, reinaba una animación, si no considerable, por lo menos inusitada. Ocupaban asientos, en la sección del carro de sistema norte-americano, destinada a los de primera clase, diez o doce individuos que solamente en fuerza de circunstancias extraordinarias pasaban la antigua y misteriosa frontera que durante largos y tristes años, ha separado la cultura de Chile independiente de lo que hemos convenido en llamar la barbarie araucana ⁴⁸

La Transcripción del Contrato es la siguiente: ⁴⁹

Isidoro Errázuriz visitaba las colonias ya que había sido nombrado recientemente “Agente General de Colonización en Europa” encargado de

atraer colonos a Chile, y se aprestaba a partir a su Misión. Cuenta que iban con Martín Drouilly “Inspector General de las colonias”, uno de los militares y personajes más importantes en la expansión del Chile Central hacia el sur, “el Señor Wharton P. Jones empleado de la colonización de Chile en Europa. Además viajaban, residentes acaudalados de Angol y propietarios de terrenos vendidos por el Estado en subasta pública, para quienes el viaje tenía el doble encanto y de la aventura, pues se trataba de unas carreras de caballo y de un rodeo de animales, que debían tener lugar, al día siguiente en un fundo a inmediaciones de Traiguén y a los cuales se esperaba ver concurrir en masa a los agricultores chilenos al sur del Malleco y probablemente a artistas de hábitos menos sedentarios e inofensivos que los cultivadores del virginal suelo araucano Isidoro Errázuriz fue un personaje curioso, aventurero, político y escritor progresista y liberal, no se lo podría acusar de un aprovechador. Por el contrario, fue de los visionarios que, siguiendo las ideas de Pérez Rosales, consideraba que Chile debería ser un país industrial, progresista, y criticaba profundamente el latifundismo de la zona central. Su espíritu cultivado no comulgaba con las corridas de vacas, rodeos, francachelas, borracheras y el ambiente prostibulario y chabacano que venía acompañando la expansión al sur. La escena permite comprender la vida cotidiana que se iba construyendo en las regiones de colonización. Solamente hacía tres años que el ejército chileno había llegado a Villarrica y dominado a los mapuche en su vida independiente. Las costumbres del centro del país ya estaban presentes y habían migrado con los ocupantes; carreras de caballo, “artistas”, fiesta, rodeo, vino, licores, en fin, las “civilizadas costumbres” del campo latifundista chileno. La revolución industrial en la Araucanía La vida de la Araucanía estará marcada por “Los trenes de la noche”, el maravilloso poema de Jorge Teillier, nacido en el pueblo de Lautaro. El olor de esos pueblos y campos durante decenios fue el humo picante del carbón de piedra arrojado por las locomotoras. El ruido de los rieles y durmientes, se pegó en el ritmo del joven Neftalí Reyes Basualto, el poeta Neruda, que desde pequeño vio a su padre manejando esas enormes locomotoras. Las estaciones de ferrocarril fueron el centro de los pueblos y cuando este se detuvo, los pueblos se murieron. El Estado emprendió grandes obras ferroviarias, construyendo monumentos que hasta hoy son la admiración de todos quienes viajan al sur: el viaducto del Malleco, el Túnel de Las Raíces, los ramales que cruzaban a punta de quejidos las cordilleras y lomajes del sur de Chile. Dos horas después de haber salido de la Estación inicial de Angol, a las 10.30 AM, nos encontramos en Los Sauces y nos echamos a recorrer en busca de almuerzo, las tristes y sucias casuchas de madera que llevan el nombre de fondas en este villorrio improvisado en una desierta colina… hemos recorrido 34 kilómetros en dos horas. No era poco demorar dos horas en un camino que a caballo o en carreta habría tardado tres a cuatro veces. Hasta ese pequeño poblado que bordea

la Cordillera de Nahuelbuta, llegaba en ese momento el tren. Las pretensiones eran altas; se trataba de unir todo el país con vías férreas. Se fue construyendo una gran “costilla” cuya “columna vertebral” corría por el Valle Central, entre la Cordillera de Los Andes y las diversas Cordilleras que la separan del Océano Pacífico. Quienes viajamos de niños en tren al sur, recordamos esos gritos en la noche: estación Renaico, Ramal a Angol, Los Sauces, Purén… Estación Púa, Ramal Curacautín, Malacahuello, combinación Lonquimay, que se escuchaban chirriando por los altoparlantes, mientras el vapor de las calderas salía a borbotones de las máquinas. Los viajes demoraban y había que llevar provisiones, huevos duros, pollos fríos, panes amasados o comprarlos en todas las estaciones donde decenas de “ palomas ” mujeres por lo general vestidas de blanco vendían sus productos. Fue un sueño utópico quizá, pero hay que consignarlo, para comprender lo que ocurre hoy día en que se escriben estas líneas. Las riquezas obtenidas en el norte salitrero fueron invertidas o más bien, quisieron ser invertidas, en infraestructura. Puertos, ferrocarriles, caminos, bodegaje, etc… Para el Presidente Balmaceda se transformó en una obsesión. Creía que si la larga faja de tierra estuviese conectada, el país sería desarrollado, tan desarrollado como Europa. Y así lo creyeron muchos. Para el Centenario de la República de Chile, 1910, por cierto si se tenía el dinero suficiente, se podía tomar el tren en la estación de Curacautín, transbordar en Púa, viajar una larga noche, durmiendo en una cama de un hermoso departamento, cenando en el coche comedor, llegar a la Estación Central, cambiar a la Estación Mapocho, descender en Llay Llay, cambiar en Los Andes al tren Trasandino, llegar a Mendoza, cambiar tren a Buenos Aires, arribar de mañana a la Estación Retiro y abordar el barco que lo llevaría a Marsella, por ejemplo. Largos viajes, caros por cierto, pero que alimentaron el imaginario criollo, angustiado desde el inicio de los tiempos por ser el “fin del mundo”, el Finis Terrae olvidado. Era evidente además que los trenes ofrecían la oportunidad de sacar las cosechas y venderlas en los mercados mundiales. Junto con los trenes y la presencia del Estado en las zonas de colonización, aparecen los comerciantes. El día 7 de febrero de 1888, el diario El Colono de Angol, consigna el aviso de una empresa de seguros “La Equitativa” establecida en 1859 y cuyos dueños podríamos decir, junta de vigilancia, está conformado por don Adolfo Ibáñez y Miguel Cruchaga, personas bastante conocidas en la historia antigua y reciente en Chile. Aparecen en todas partes los avisos de consignatarios: Agustín Bustos, agente consignatario Collipulli, “Compra TRIGO al mejor precio de la plaza, maderas, frutos del país”, otro aviso señala: “COMPRAS Y VENTAS. Comisionistas C.H Lawrence, Talcahuano, agente comisionista y aduanas”, es decir comienza a aparecer a un año de terminada la guerra del sur una nube de empresas comerciales de importación y exportación. Muchas firmas de Valparaíso estarán presentes en este momento de la apertura de la Frontera.

El locomóvil o máquina a vapor movible, fue el símbolo de la Revolución Industrial en la Araucanía. Fue la máquina determinante para el faenamiento maderero y causa de la deforestación. En Angol y Traiguén principalmente, se estaba en esos primeros años constituyendo una sociedad de colonos en la que los indígenas no tenían cabida. Los grandes empresarios Manuel Bunster y José Bunster, iban a ser los impulsores mayores de esa colonización, van a ser los comerciantes de maquinarias, de los primeros molinos de cilindro, por ejemplo, aparecen las primeras excavadoras Priestman para excavación de canales y limpias de ríos, las primeras máquinas a vapor; es decir, el conjunto de elementos que van a caracterizar esta colonización del sur, producto fundamentalmente de la falta de mano de obra existente. Esta colonización va a ser posible por la Revolución Industrial, la máquina a vapor, los trenes, el telégrafo. Se constituirá una agricultura mucho más moderna que la de la zona central de Chile, donde no había maquinaria y todo se realizaba a fuerza humana de peones e inquilinos y tracción animal. En la ciudad de Carahue, hoy, existe una suerte de exposición de decenas de locomóviles, o máquinas a vapor que sirvieron a los aserraderos y a todo tipo de faenas. Vale la pena consignarlo, la Revolución industrial, no comenzó desde el centro del país hacia el sur sino justamente al revés. Del centro del país, como diría don Isidoro, venían las peores plagas: el latifundismo y la especulación.

Viaducto del Malleco La sociedad escindida de la nueva frontera En la mañana dejamos Traiguén para arribar a la desconocida colonia de Quechereguas, la que tiene muy mal camino especialmente en invierno. Visitamos varios suizos entre ellos Villiger quien era el director de la colonia, que vive en una bonita y ordenada casa. El señor Villiger cuenta de la esperanza de estos suizos quienes con mucho esfuerzo y trabajos pudiesen tener un mejor pasar en el futuro. Un tal señor Luchsinger a una hora de distancia manda la noticia de que el Cónsul suizo había llegado con otros señores suizos. Mientras tanto la señora Villiger nos había preparado un desayuno. Más tarde se acopla el señor Luchsinger quien nos cuenta que había sido asaltado ya dos veces pero que pensaba que lo más difícil había ya pasado. Me puedo dar cuenta que la gente se ve extenuada y cansada pudiendo ser porque cuando ellos llegaron no tenían ni siquiera camas y por un tiempo acamparon a cielo descubierto casi sin comida. En Suiza les habían dicho que el clima era bueno y habían pensado que no era necesario mayormente nada v después de haber estado enfermos se acordaban de sus camas en

Suiza pero lamentablemente ya era muy tarde. Pienso que la gente baja de peso en un año más que en cuatro años en Suiza. Ya en Angol me había hecho la observación Martin Drouilly que la gente cuando se bajaba del barco se veía relativamente bien pero que después de estar un mes en las colonias habían evidenciado un cambio facial muy importante. Por ejemplo todo lo que son frutas prácticamente no existen porque los árboles están comenzando a crecer, poca agua de buena calidad para beber, la carne de cerdo es bastante contraindicada pero como es más barata que la carne de vacuno, la gente la prefiere. La colonia de Quechereguas en general no me gustó mucho a pesar de que se encuentra madera y agua suficiente. Por lo demás en esta colonia ya no quedan tierras para colonos. Además de suizos en esta colonia hay de Berlín y que de agricultura no entienden nada . ⁵⁰ La Frontera estaba, y concretamente, el Departamento de Angol, estaba en ese momento manejado por un gobernador; todavía no existían las provincias de Malleco y Cautín, cuestión que va hacer discutida el año 1886. El militar Alejandro Gorostiaga era el gobernador del territorio de Angol y comandante general de armas de esa ciudad; Gorostiaga es bien conocido en todo el proceso de ocupación de la Araucanía, en que fue uno de sus comandantes. Se consigna ese día 14 de febrero que el Coronel Gorostiaga “partió el jueves para las Termas de Chillan y ha quedado al mando del departamento el Coronel José María del Canto”, que también va ser bien conocido tanto en las guerras de ocupación y conquista de la Araucanía, como posteriormente en la guerra civil del 91. Esta anécdota es singular, ya que muestra que a dos años del violento sometimiento de los mapuche, la sociedad fronteriza se había transformado radicalmente. Ya no son los tiempos de los fieros soldados de la Frontera, descritos por Vicuña Mackenna en la Guerra a Muerte, ni siquiera los de las campañas de 1866. Se ha ido construyendo con una rapidez increíble, una sociedad criollo europea enclavada en el sur. A lo menos ese fue el intento inicial. Una sociedad refinada o con deseos de serlo. Llama la atención para captar la vida cotidiana de esos años, lo que ofrecían los almacenes de Angol. Permiten comprender los gustos de la época y sobre todo el entusiasmo de los colonos llegados en su mayoría pobres de origen. Por ejemplo, el almacén de don Carlos Sanhueza en el Edificio de Francisco Ottone en la Plaza de Angol, ofrecía todo tipo de champaña, coñac, oporto, jerez, curazao, licor “Padre Kerman”, pisco, vermuth, burdeos, o sea una cantidad de licores de los distintos orígenes de los colonos. En los libros que llegan a la administración de correos y que están en venta en ese lugar, viene un listado de títulos que nos permiten saber cuáles eran las lecturas de la época: hay libros de Derecho, un libro sobre Elisa Bravo, Elisa Bravo que fue el caso de la niña que naufragó en el barco El joven Daniel , muchos sobre legislación chilena, gramática castellana, la “batalla de Rancagua”, los “candidatos liberales”, es decir, una cantidad de material que uno podría pensar era utilizado o se los llevaba para producir una rápida chilenización , por decir así, de los que venían llegando.

Se va a construir en esos años una sociedad totalmente escindida. El mundo de los colonos, consignado en este caso por los periódicos de la época, se va a instalar en la zona como por encima de todo lo que anteriormente existía, que queda invisible o invisibilizado. Casi no hay menciones a situaciones de indígenas, a la vida de los mapuche. Una vez, por ejemplo, se consigna que el paso del tren, por cierto a carbón, había incendiado las sementeras de un cacique que vivía cerca de Angol y que había ido a protestar. El resto de esa población, que en ese momento era evidentemente mayoritaria, como se lo ha visto, era invisible, nadie de los recién llegados la veía, ni nadie por cierto la quería ver. No se produjo ninguna integración inicial. Ni siquiera en cuanto mano de obra. Este es un fenómeno complejo de analizar, pero de la mayor importancia a nuestro modo de ver. Los listados que tenemos ante nuestra vista de informes de Inspectores de colonización, señalan que los colonos extranjeros trabajan con sus familias, hijos obviamente, y con “peones chilenos”; estos están muchas veces consignados tanto en su número como en sus apellidos. Eran en todo caso muy pocos, ya que como hemos señalado y vamos a profundizar, los campesinos chilenos que migraban del centro al sur, iban con la idea de obtener tierras y no transformarse una vez más en inquilinos, ahora de extranjeros. La diferencia con la antigua colonización de Valdivia es clara y evidente. Del río Toltén al sur, había ocurrido un proceso de exterminio de los indígenas sobre todo en el siglo XVIII, anterior incluso a la Independencia de Chile. La Fundación de Osorno por Juan Mackenna, irlandés, compañero de Ambrosio O’Higgins, y el Pacto de las canoas que allí se produjo, fue el final de una guerra en que a los denominados Huilliche se los expulsó prácticamente del territorio. La propiedad no indígena estaba constituida como la ha demostrado el historiador Gabriel Guarda casi cien años antes que llegaran los migrantes alemanes. Por una parte no había población indígena que apoyara como mano de obra la nueva colonización, pero existía una sobre población chilota, tanto en el extremo del continente, Carelmapu y alrededores, y en las islas, que sabía de agricultura, de carpintería, en fin de trabajar el campo. La sociedad alemana de Llanquihue, Osorno y Valdivia se construyó fundamentalmente con la mano de obra familiar por cierto, y la mano de obra chilota. En el Malleco, 500 kilómetros más al norte, y cincuenta largos años después, la colonización se encontró con una situación radicalmente diferente. La falta de mano de obra disponible fue evidente y por ello que la maquinización fue acelerada. Los mapuche quedaron fuera de este proceso. El estereotipo se propagó: “no son agricultores, no saben producir, son flojos y borrachos”. No creo que exista colono o descendiente de colono en el sur de Chile que no piense o directamente diga y repita este estereotipo. De nada sirve observar los valles sembrados. El propio Isidoro Errázuriz en su vista que comentamos es contradictorio. Visita las casas de Ramón y Antonio Painemal en Chol Chol, las de Pedro Cayuqueo (sic), y comprueba que la mayor parte de ellos andaba en esos

días en Argentina. Da cuenta de la riqueza ganadera de todos ellos. Pensemos que en ese momento aún no se había producido la “radicación” y por tanto todas esas familias seguían viviendo como antes de la ocupación de la Araucanía. No se cambia así nomás de la noche a la mañana, la lanza por el arado, la vida brillante y ociosa del guerrero, por la vida humilde y sacrificada del agricultor. Hoy quien desempeña en la ruca y en torno a la ruca, toda la tarea, es la mujer. Ella es la que trasquila las ovejas, a medida que necesita lana para sus tejidos. Ella es la que rasguña un poco la tierra…la que siembra i cosecha la pequeña cantidad de granos y legumbres que necesita la familia para el consumo…La tarea del hombre era en los buenos tiempos, la expedición a la pampa, el malón y la guerra contra el huinca. En el día no pelea ni maloquea, pero tampoco trabaja. Vigila un poco el ganado, duerme y trafica. Las observaciones de este personaje, Isidoro Errázuriz, van a dar pie de un modo quizá más sofisticado, al estereotipo. Ciertamente, como lo hemos mostrado en numerosos trabajos, la sociedad mapuche se ecuestrizó como consecuencias de la guerra. No era para menos. Todos los años entraban, así se decía, las tropas del “ejército de la Frontera” y quemaban sementeras, rucas, y todo lo que pillaban a su alrededor, en un intento de exterminar la sociedad indígena y hacer de ella un campo arrasado. En varios siglos de terror, los mapuche se transformaron en ganaderos y anduvieron más seguros arriba de sus briosos caballos que instalados de modo sedentario en un lugar fácilmente vulnerable. Viajar a Argentina se transformó en un ritual social, económico y simbólico como lo ha destacado en un hermoso libro Álvaro Bello. Nuestro observador curioso, agrega que todos los hombres andaban con “largas botas de cuero de potro”, sombreros gauchescos, cinturones de plata. Las fotos de Saihueque con sus botas, sombrero, e increíble postura, y los hermanos Ricci, colonos de Nueva Italia en Capitán Pastene, de similares atuendos, permiten emprender el viaje hacia el complejo carácter ideológico del racismo.

Junto a esta invisibilización surge la pregunta acerca del tamaño de la población mapuche, en esos años recientes a la ocupación militar de la Araucanía. Los chilenos y colonos, según nuestro guía del año 87, le señalaban cifras que iban entre 25 y 60.000, personas. Los más antiguos habitantes de la comarca….entre los cuales debo mencionar al coronel Gregorio Urrutia, se inclinan decididamente, a las cifras más elevadas (de población). Esta es también mi impresión. Señala Errázuriz que se habría hecho una estadística en la zona de Malleco que daba la cifra de 6.000 indígenas y que había sorprendido a muchos que consideraban que la población era mucho menor.

El mayor número se encuentra ahora (1887) en las riberas del Chol Chol y de sus afluentes, el río Renaico y los esteros Pitraco, Tremeu, Repocura. La vega del Cautín está sembrada de rucas y no son pocas las reducciones que se hallan establecidas e hijueladas en el Valle Central entre Temuco y Lautaro y las colonias de Victoria y Ercilla. Me inclino a creer que el día en que se levante cuidadosamente un censo de los restos de la población araucana se obtendrá un resultado superior a los cálculos que circulan en el día y no veo motivo para que se postergue por mucho tiempo más esa operación en el territorio de las nuevas provincias de Cautín y Malleco. Una vez más vemos que las estadísticas son relativas y dependen de los intereses en juego. Tal como lo hemos señalado al analizar el Censo del 1907, la población era el doble de la más optimista. En Malleco se señalaba que eran 6.000 según el estudio realizado y el Censo, veinte años después entregó el doble de habitantes. Los intereses saltaban a la vista. Por cierto que los militares, como Urrutia, se aproximaban más a la realidad ya que también sus intereses eran diferentes: mantener una tropa más nutrida en los cuarteles. Paisaje y medio ambiente Malleco es, a diferencia de más al sur, Cautín, una provincia muy pobre y lo sigue siendo hasta ahora. Allí se encuentran las comunidades de mayor pobreza hoy en día, como ha sido analizado en el capítulo anterior. Errázuriz viaja por esos lugares recién comenzada la colonización y a muy pocos años de ocupado el territorio. Describe el paisaje con duras palabras, dice: … …el bosque ha sido completamente destruido o lo que es más probable no existió jamás…falta el bosque y lo que es más serio para el porvenir agrícola de la región, falta también el agua…lomajes desnudos, a propósito, en toda su extensión, para la siembra, con escasísima existencia de agua para las bebidas, y sin otra provisión de combustible que la que proporcionan las apartadas montañas El viajero perspicaz se da cuenta que “la fuerza productiva del suelo va agotándose con rapidez…” y agrega una observación que con un lenguaje propio de la época y que hoy puede molestar al lector, señala: a la barbarie araucana, conservadora de la riqueza de los terrenos, ha sucedido un sistema no menos bárbaro de explotación. Si el sistema de cosechas sucesivas continúa por algún tiempo más, el empobrecimiento del suelo se hará sentir de tal suerte, que no costeará sembrar y habrá que destinar los campos a la ovejería. Y así fue. Los campos se deterioraron, depredaron los suelos, y vino la ganadería extensiva y luego la desertificación. Ya en el siglo veinte, en la segunda mitad, los pinos primero y luego los eucaliptus van a cubrir esos lomajes, produciendo leña y maderas y el conflicto más grande con las comunidades circunvecinas.

No era una zona de bosques como podría creerse. Los árboles se veían desde lejos en la Cordillera de Nahuelbuta. Allí no vivían normal y cotidianamente las familias mapuche. Iban a buscar maderas, lawenes o remedios, en fin, a cazar. La vida estaba alrededor de los ríos tal como observó nuestro viajero. Las familias mapuche vivían en los valles cordilleranos bajos, como es evidente, cerca de las fuentes de agua. Por eso las tierras fiscales se fueron constituyendo en colinas y arriba de la Cordillera a donde se abrió la denominada en ese tiempo, “colonización nacional” con campesinos pobres de la zona central y también muchos soldados que volvían de las guerras del norte. Esas fueron pequeñas propiedades que son el origen de las poblaciones no indígenas de la Cordillera. Por ejemplo si una persona sale de la ciudad de Carahue rumbo a Nahuelbuta, pasará primero por la reservación o comunidad de Colico, ubicada en un hermoso valle cruzado por el río. El vehículo o bus, sube la cuesta y comienzan a aparecer los nombres de las localidades de colonos nacionales o campesinos no indígenas, el Fiscal, el Aromo, y así sucesivamente, hasta, pasando por muchos caseríos, bajar por el camino que viene de la reserva “ Piedra del Aguila ”, a Angol. Muchas de estas tierras fueron devastadas por la erosión cuando se cortaron sus árboles y luego fueron adquiridas por empresas y plantadas de pinos primero y de eucaliptus posteriormente. Hasta no hace muchos años el camino a Traiguén era un paisaje desértico que contrastaba con el oasis que se veía al fondo de la quebrada donde estaba el poblado o ciudad. Con los años las praderas de los lomajes se habían degradado de tal suerte que ya no permitían las siembras de trigo, se habían dejado a la ganadería extensiva y hoy son enormes bosques. Colonos nacionales y extranjeros La discusión será desde un inicio fuerte. Muchos se cuestionaban si se debía privilegiar a los colonos extranjeros o había que colonizar solamente con población nacional del centro del país. Más aún, comienza a darse una pelea, una competencia entre ambos sectores que conducirá a una ola de violencia en las nuevas colonias. Nuestro guía del 87 dice: Es mui escaso el número de delitos que cometen los indígenas y aún en los casos en que se les cree culpables habría que averiguar, si, en el fondo, no anda por ahí la mano del huinca malo. Oí hablar de un robo de animales en la montaña, jamás de crímenes feroces o alevosos, como los que se cometen, hora por hora, en todo el país El diario El Colono , de Angol, comienza a publicarse el 13 diciembre 1885. Llama la atención que a menos de un año de concluida la ocupación de la Araucanía comience una publicación de esta naturaleza. El periódico da cuenta de la llegada de los colonos, de los problemas existentes y de la polémica acerca del carácter de la colonización. Los colonos que existen poblando la frontera, importados desde septiembre de 1883 hasta el 3 de diciembre de este año, 1885, son 833 familias, que suman 3.726 personas de diferentes nacionalidades: 151 españoles, 605 franceses, 1975 suizos, 950 alemanes, 25 rusos, 7 italianos, 2 belgas, 3 norteamericanos, 8 ingleses.

Pero lo más interesante de esta publicación es cuando señala que, “hemos observado que existe en la generalidad de los habitantes del país un sentimiento que es una preocupación: se creen humillados cuando manos extrañas poseen lo que fue propiedad de la nación: les parece que se desmiembra la integridad del territorio y que ellos ya no tienen derecho a que se les considere con los mismos privilegios que a los colonos. Sin embargo, la historia de las grandes naciones nos manifiesta con hechos reales y positivos que nada se pierde y aún se gana atrayendo un pueblo para radicar en él habitantes de otros poseedores de talentos especiales de conocimientos aplicables al adelantamiento de la agricultura o de la industria o en fin, de capitales en efectivo que refluyen siempre en beneficio de todos. Tal vez no se haya apreciado bastante entre nosotros el influjo que han tenido en el continente europeo en pro del acrecimiento de la riqueza inglesa las numerosas emigraciones a las islas británicas”. El primer número del diario El Colono ya trae el debate en editorial respecto a si es necesaria la colonización con extranjeros y pareciera ser que había contradicciones en el seno de la sociedad angolina en el sentido de menospreciar a los que venían. Por ejemplo, continúa: …para conseguir este feliz porvenir como para hacer desaparecer el descontento que notamos en los nacionales de este vasto territorio, menester es que el gobierno adopte estas dos resoluciones, es la primera recomendar al agente en Europa tenga especial cuidado de que los emigrantes que emita sean idóneos para la agricultura y la industria y no tan inútiles como los que llegaron en la primera temporada; y la otra, ordenar que las hijuelas de los colonos se intercalen con las de los nacionales, a fin de que estos, estando en contacto con aquellos puedan ilustrarse con las nociones que reciban y desaparezcan las preocupaciones que existen hoy con grave perjuicio del desarrollo de la gran riqueza que contienen los feraces terrenos de la Araucanía… Aparece una noticia en este primer número fechada diciembre 5 de 1885 del Ministerio de Relaciones Exteriores que dice lo siguiente: Con esta fecha su S.E el Presidente de la República ha decretado lo que sigue: “Vistos las solicitudes adjuntas que presentan los vecinos del Territorio de Angol y otras personas interesadas de tomar parte en el remate de tierras fiscales; visto lo informado por el Gobernador de dicho Territorio, 1º que uno de los fines que ha tenido principalmente en vista al ordenar el remate del 15 del presente mes ha sido el de propender la más conveniente subdivisión de la propiedad rural de aquella región dando facilidades a los pequeños capitales para concurrir a la subasta. 2º Que la fecha del remate de que se hace mérito coincide con la época en que la mayoría de los agricultores necesita hacer uso de un crédito personal para procurarse los elementos indispensables para efectuar las cosechas y que esta circunstancia les haría difícil concurrir a la subasta, puesto que no podrían, con la necesaria holgura verificar el pago de la tercera parte del predio al contado que determina el artículo 2º del decreto de 1º de septiembre último. 3º Que por otra parte no conviene postergar la fecha del remate por cuanto en vista del decreto que lo fija el 15 del mes actual ha podido, según aparece

en el oficio del Gobernador de Angol, comprometer a muchas personas a efectuar arreglos que los obligan a concurrir en esa época. Decreto: el pago de la tercera parte de las hijuelas rematadas podrá efectuarse en las Tesorerías Fiscales de Santiago o de Angol hasta cuatro meses después de verificada la subasta. La mora en el pago de esta primera cuota del precio será asimismo penada por el interés del dos por ciento mensual. Tómese razón, anótese, comuníquese y publíquese. Lo comunico a Ud. para su conocimiento y demás fines. Dios guarde a Ud. Aníbal Zañartu, al señor gobernador de Angol. Es necesario señalar que entonces la colonización dependía del Ministerio de Relaciones Exteriores y por lo tanto, el Ministro Zañartu era el encargado de estas materias. El procedimiento era como se ha explicado: los topógrafos establecían “terrenos fiscales”, trazaban cuadraditos en el mapa numerándolos y estos salían a remate tal como se señala en el párrafo citado. La discusión durante todos esos años será entre quienes querían fomentar la pequeña propiedad y entre quienes querían remates de trozos mayores de tierras y que por lo tanto solamente los más poderosos podrían adquirir. El número 3, del Diario El Colono del 20 de diciembre de ese mismo año 1885, ya trae los resultados de los remates que ha habido el día 16 del corriente, y aparecen las hijuelas regadas por el río Lumaco, en la cual destaca la hijuela Nº1023 de 292 hectáreas que se adjudicó a don Arsenio Lavín a 20 pesos la hectárea. Arsenio Lavín, como veremos más adelante, va a rematar en esa fecha la tierra que va a corresponder a un largo proceso de conflicto con el Fundo Alaska que va a demorar hasta el día de hoy en esta zona afamada por los conflictos actuales. La Hijuela 124 va a ser rematada por un italiano, Emilio Biffoli que va a tener un almacén de productos en Angol. Después vienen los Figueroa, Don Florentino Figueroa, que va a rematar la hijuela número 1026 de 187 hectáreas, la 1027 de 526 hectáreas y la 1028 de 455 hectáreas, con lo cual va a constituir la base del fundo de los Figueroa que dura hasta el día de hoy. Ese fundo como es de conocimiento público continua siendo del que fuera ministro Juan Agustín Figueroa y el conflicto se resolvió hace unos años atrás tomando preso al cacique, lonco Pascual Pichún. Como veremos en capítulos siguientes en estos predios surgió la idea de acusaciones tales como “terrorismo”, y un conjunto de demandas y contrademandas que han terminado en la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Biffoli se va a adjudicar varias otras parcelas, don Federico Varela se adjudica la 799 de 348 hectáreas, la 800 de 434 hectáreas y todas ellas sobre el río Traiguén. Así continúa el listado sobre las hijuelas rematadas tempranamente en la ciudad de Angol, sobre el río Traiguén, sobre el río Lumaco, es decir, en toda la zona donde hoy día el conflicto mapuche por tierras es más álgido. El número 6, de El Colono , nos trae la lista de las hijuelas rematadas los días 15 y 16 de diciembre de 1885, el número del lote, el área, la tasación y precio. Ahí aparece claramente los precios pagados por estas tierras y aparece el listado de los rematantes de tierras en ese momento. Hemos destacado las hijuelas que con los años, y en la actualidad, van a estar en conflicto.

Sociedad suiza de beneficiencia. Victoria. Aprox 1900 Listado parcial de remates de Tierras del año 1885

El Colono , Angol, enero 3, 1886, Núm. 7 nos dice que el último vapor de Europa trajo de Talcahuano algunas familias de colonos, en número de ochenta y nueve personas, para establecerse como los que han venido anteriormente, en los terrenos de este departamento; y agrega: No es muy satisfactorio comunicar a nuestros lectores que, según las noticias que tenemos de fuente autorizada, este grupo de colonos aventaja con mucho a los ya establecidos aquí y corresponderá sin duda a los propósitos del gobierno y las expectativas que el país tiene cifradas en la colonización extranjera. La superioridad de estos colonos sobre aquellos proviene de que los recién llegados son todos agricultores, vienen provistos de semillas y herramientas para la labranza y traen consigo en su mayor parte, un pequeño capital para dar impulso a sus trabajos desde el primer momento, dice el editorialista. Luego viene una impresión muy curiosa en este momento tan temprano. A diferencia del remate anterior, en las colonias se ubicaba a los extranjeros a “título gratuito” como se ha señalado más atrás. Es por ello que en los remates la mayor parte son o chilenos o extranjeros migrantes que venían de manera individual con un pequeño capital, como los españoles. En el plano de la colonia de Quechereguas se puede ver con claridad los nombres de suizos alemanes en su mayoría, que están instalándose allí.

A Quechereguas llegaron familias de colonos, cuyos apellidos con los años han sido de personas muy conocidas en Chile y por cierto con toda legitimidad se consideran absolutamente pertenecientes a este país: el suizo Cottet, el francés Coulon, los suizos Koenig, Laborde Keller, Menard que se repartieron por todo el país; el suizo, mal señalado como francés en los

listado Alberto Dufey, abuelo de quien lleva el mismo nombre y es uno de los más importantes estudiosos y conocedores de estos procesos y con quien hemos trabajado estos temas y viajado por el Valais en Suiza, lugar de origen de estas migraciones.  ⁵¹ La familia Luchsinger ha sido estudiada al igual que los otros colonos en completos árboles genealógicos por el profesor Venegas Aedo. Se trata de un estudio increíblemente minucioso de las familias arribadas en esos años, colonia por colonia. Llama la atención la cantidad de hijos que tuvo el matrimonio Luchsinger, pero sobre todo, para los efectos del trabajo que estamos haciendo, el carácter “endogámico” de los enlaces matrimoniales. Salvo tres casos de nombres y apellidos españoles, todos los demás matrimonios fueron entre apellidos suizos alemanes o suizos franceses. Esta es la muestra más decisiva de la escisión social que se estableció en el sur de Chile, a lo menos en estas áreas de colonización extranjera. Ha sido el comportamiento típico de este tipo de migraciones que se establecieron en colonias, muchas veces lingüísticamente cerradas. En Traiguén creo que hasta ahora existe la Alianza Francesa. El origen de los predios está en los remates. Posteriormente se van agrandando los campos hasta hacerse fundos. En el caso de la familia Luchsinger, hay compras a vecinos, por ejemplo Betancourt que aparecen en el plano, u otros como Shultz, que también allí han rematado tierras y después se han ido. Se formó con los años un predio que se le denominó con el nombre de la Señora Margarita Ruff Studer y que es el controvertido predio Fundo Santa Margarita. Ese estero dibujado en el croquis “Lipilican”, ha sido el hito controvertido en todos estos años. El Fundo finalmente quedó rodeado por comunidades y todas ellas señalan demandas de límites.

Las colonias no fueron siempre bien vistas por los chilenos e incluso por los periodistas del mismo diario  El Colono  de Angol. Quizá ese fue el motivo por el cual muchos las dejaron para irse a otros lugares. El profesor Venegas ha seguido a las familias que se quedaron y a las que se fueron; algunos se volvieron a sus países de origen desanimados y otros se repartieron por Chile. De esta manera se produjo una disminución de más de 20 familias venidas en el segundo grupo de 1883. Echegoyen, señala además que: “Algunos colonos han vendido sus tierras sin haber cumplido ninguno o solo alguna de las condiciones de sus contratos. Los compradores han agregado el terreno a sus fundos i los vendedores o se han ausentado sin que se conozca su residencia o han establecido una industria en los pueblos o trabajan aquí o allí” (18) Y agrega “Conozco varias hijuelas que nunca fueron trabajadas por el colono, sino que por un particular que ha concluido por quedarse con ellas” Con respecto a las estadísticas dice que “de las 324 familias visitadas con el detenimiento suficiente para formar la estadística i poder informar si han cumplido o no las condiciones de sus contratos, 58 no viven en la hijuela;19 la tienen arrendadas,20 las han vendido,36 tienen mediero;7 las han abandonado. De manera que, por uno u otro motivo, hai 140 familias, de las 324, que no trabajan en sus hijuelas.” No vamos a cansar al lector con los miles de datos que traen los informes de los encargados de la colonización y que tenemos a nuestra vista. Hay observaciones muy graciosas sobre la ineptitud de algunos colonos que no sabían efectivamente clavar un clavo. Pero lo que importa es otra cosa: muchos de quienes les fue bien en la agricultura y que permanecieron en las colonias, se fueron quedando con las propiedades de quienes se iban y de esa manera se fueron formando fundos y a veces propiedades de muchas hectáreas. Este estudio es difícil de seguir, pero no cabe duda que allí reside en buena medida el origen del latifundio en la zona; por cierto que este ímpetu expansivo abarcó también la usurpación de tierras mapuche, fuera de las de la colonia, lo cual es necesario analizar y demostrar. El diario  El Colono  es muy crítico con el tipo de inmigrante que llegaba de Europa: A ninguno que haya visitado las colonias establecidas les ha dejado su visita una impresión favorable Y la crítica no se deja esperar. Se señala comúnmente en esos días que los colonos no saben nada de agricultura. Errázuriz toma nota que los únicos que saben de las faenas agrícolas son los franceses que vienen de La Gironda y que comenzaron a ver las posibilidades de plantar vides y confeccionar vinos. Las dificultades climáticas llevaron a que muchos de ellos se fueran a la zona central de Chile contratados por las grandes viñas. Los ingleses y franceses al parecer fueron quienes más temprano abandonaron el campo. Critican en esos días en el Diario los fundamentos mismos de la colonización extranjera:

Con excepciones limitadas para el número de colonos que han venido, en ninguno de los centros o grupos radicados se ha podido notar la influencia que ejerce siempre en un país nuevo la presencia o acción de una civilización más aventajada. Es posible que, tomando en cuenta los desembolsos que este servicio impone a la nación, y la idea exagerada que acaso tenemos de la superioridad de los europeos, sin fijarnos tampoco en que no es obra de corto tiempo para recoger los frutos de esta clase de planteles, es posible que, aumentándonos las proporciones de aquellas circunstancias seamos demasiado exigentes y encontremos que todo no se ha cumplido a medida de nuestros deseos. Pero la verdad, es que en vez de encontrar en los campos colonizados grupos de familias laboriosas, con hábitos de vida y sistemas de trabajo superiores a nuestra clase agricultora, satisfechas de su situación y en vías de creciente bienestar, sólo hemos visto gente atrasada, de costumbres iguales o peores que las nuestras, descontentadiza y quejosa de todo, perdidos o agotados hasta los elementos de trabajo y de prosperidad que el país ha puesto en sus manos Muchos de ellos han abandonado sus concesiones y se han retirado de las colonias en términos que puede asegurarse que el número de los que tal han hecho no bajará de la cuarta o quinta parte de los venidos. Finalmente dice: Felizmente, como decíamos al principio, pasadas las primeras dificultades y recibidas las indispensables lecciones de la experiencia se ha enmendado el rumbo y sabemos que en adelante no se contratará ninguna familia que no cuente siquiera con un capital propio de dos mil francos lo que significa una garantía de que esa gente no será de aquellos proletarios de las grandes ciudades europeas entre los cuales se recluta fácilmente colonos para el extranjero. Celebramos tan oportuna medida. Con ello se salvará y asegurará el éxito de una importante empresa nacional que principiaba ya justamente a desacreditarse”. (El Colono, Angol, enero 3, 1886, Núm. 7) La colonización de Cautín y Malleco, a diferencia de la de Valdivia fue un fracaso. La mayor parte de los llegados dejó las tierras y no se logró el deseo explícito de construir un enclave europeo en esa Región, como es evidente que ocurrió cincuenta años más al sur en Valdivia y sobre todo en Llanquihue, cuestión que cualquier turista reconoce. Angol, Traiguén, Victoria, Lautaro, no son pueblos europeos y más bien, ni siquiera tienen el encanto de los pueblos de la zona central de Chile. Como dice o decía nuestro guía Isidoro, son agrupaciones de tablas que parecieran improvisadas y con muchas ganas de irse. 1. El empobrecimiento de la sociedad mapuche Los mapuche se transformaron en pequeños agricultores por la fuerza. Allí comenzó un nuevo período en la historia indígena. Por razones externas, violentas, se terminó el tiempo de los grandes jinetes, de los viajes a Argentina, las aventuras en la cordillera que transformaban a los jóvenes en

verdaderos hombres y guerreros, los famosos viajes que pueblan el recuerdo y el imaginario mapuche. La variedad de alternativas propias se empobreció de súbito. Los pastos para los grandes piños de animales no existieron más. No es este el lugar donde llenar de estadísticas al lector, pero tenemos noticias de la cantidad de animales que poseían diecinueve comunidades cerca de Chol chol. Fueron censos que se realizaron en el momento en que se estaba radicando a los indígenas a fines del siglo diecinueve. Por ejemplo, en la comunidad Colimán se contaban seiscientos vacunos. En los años treinta se realizó otro censo que casualmente incluyó esa “reducción”, y en él aparecen solamente trescientos animales, lo cual aún continuaba siendo una cantidad importante. Por cierto, la población humana había aumentado en el doble. En el año mil novecientos ochenta y en el noventa y seis, regresamos a esa comunidad, y no había más de cincuenta animales en total, contando los bueyes de trabajo. ⁵² Los mapuche denominaron al ganado cullín y con el mismo término se señala el dinero, la plata, la moneda. La razón es sencilla: fueron los animales los primeros productos de mercado intercambiables por dinero. En muchas culturas ha ocurrido lo mismo, y se ha denominado al ganado y al dinero con igual palabra. Valga decir que los propios romanos utilizaban el término pecullium para ambos propósitos, palabra cuya versión castellana, “peculio”, es rara, pero se utiliza para ciertas maneras de decir, como “lo sacó de su propio peculio”, esto es, de la fortuna propia. Y no es raro que sea así, ya que los animales representan el ahorro del campesino. La imagen del “chanchito” como el símbolo del ahorro está muy expandida y proviene de las sociedades campesinas en que el cerdo es el animal de mayor importancia. Es por ello que el perder animales es una expresión evidente de empobrecimiento, de pobreza. Ello fue sucediendo con la reducción de los mapuche a tierras pequeñas, que luego se fueron degradando por su uso cada vez más intensivo y luego subdividiendo entre los hijos, hasta llegar al minifundio de hoy día que obviamente no permite tener ganadería en grandes cantidades. Las concesionarias de tierras  ⁵³ Las tierras australes, como hemos dicho, fueron entregadas en “títulos de merced” a los indígenas en una pequeña proporción, y todo el resto sacado a remate. Llegaron colonos de diversas partes del mundo a la Araucanía. Quizá el asunto más complicado fueron las “ Empresas de colonización ” las que adquirían tierras en concesiones y contrataban colonos en Europa. En la medida que cumplían con esos compromisos el Estado les entregaba la tierra en propiedad. Fue un escándalo de proporciones al comenzar el siglo veinte. Quizá la explicación se deba al fracaso que ocurrió con la colonización europea en las dos últimas décadas del diecinueve y de las que hemos dado cuenta en el capítulo anterior. Esa primera etapa de la colonización, que es la más conocida, fue de carácter estatal, en la medida que era el representante del Estado quien firmaba los contratos en Europa, en forma directa con los futuros colonos. El Estado les pagaba el viaje, les otorgaba dinero y los instalaba en las tierras fiscales, como hemos visto. Después de la Guerra Civil del 91 se detiene durante años este sistema de colonización. Como es bien sabido, una marea liberal inundó todos los

niveles de la vida social chilena, económica y política en el período posterior. Los gobiernos de la época, inicios del siglo veinte, privatizaron la inmigración, para lo cual le otorgaban concesiones a empresas. Estas empresas estaban formadas por personeros poderosos de Santiago, principalmente, y muchas de ellas se denominaron fatalmente, “Compañía Explotadora de…”. Con estas concesiones se pagaban favores políticos y se hicieron riquezas gigantescas provenientes de la audacia y contactos con los gobiernos de turno. Esto ocurrió en el sur mapuche, en Aysén, en Punta Arenas y Tierra del Fuego. ⁵⁴  Españoles fueron traídos a Cunco a las tierras de la concesión Silva Rivas, o llamada también Sociedad del Llaima. Allí en el pueblo de Cunco se instaló, o lo creó, esta sociedad concesionaria y arrasó con las comunidades mapuche. Fue de tal suerte la violencia de esos lugares que los frailes capuchinos, se instalaron en el lugar. Allí fundaron Asociaciones mapuche, como la Moderna Araucanía , presidida por Don Antonio Chihuaylaf y muchas otras que trataban de defender a las comunidades del latrocinio de esta compañía. El Estado otorgaba la concesión sobre tierras que estaban completamente ocupadas por las comunidades. La empresa madereaba sin respetar la propiedad de las comunidades y trataba de sacarlas del terreno para instalar colonos, tanto nacionales como extranjeros. La concesión no establecía propiedad pero lo que era lo mismo o peor, permitía el uso extractivo del campo. Fueron décadas de agudos conflictos que incluso llegaron al Congreso Nacional. Numerosas otras concesiones se instalaron en ese período, quizá mucho más violento que el que analizamos en el capítulo anterior. Las comunidades fueron diezmadas y los colonos instalados a la fuerza. Había ocurrido a fines del siglo la guerra entre el Imperio Británico y los boers del Transvaal en Sudáfrica. Muchos de estos “holandeses” buscaban lugares en el mundo dónde instalarse. Un grupo de ellos formó la colonia Nueva Transvaal en Gorbea. Hasta hoy sus descendientes se encuentran en lo que se llama Faja Meisen y otros campos al sur de Temuco. En este caso firmaron un contrato con el Agente de Inmigración en Europa del Gobierno chileno, el Señor Víctor Echaurren Valero. Esto ocurría en 1903. Al llegar a Pitrufquén los agentes de inmigración se dieron cuenta, una vez más, que no había lugares baldíos donde instalar a los Boers/holandeses. Un largo conflicto se produjo en la medida que hubo que sacar a colonos nacionales que ya estaban por esas tierras instalados ⁵⁵ . Quizá esas dificultades que debía asumir el Gobierno directamente fue lo que condujo a encargar la colonización a empresarios. Uno de ellos de apellido Ricci intentó formar varias colonias y logró traer migrantes de su país a unos cerros cerca de Lumaco, lugar que denominó Capitán Pastene, en honor del marino italiano que acompañaba a Pedro de Valdivia. La denominó la Colonia Roma, y el lema que usaba era el de Alberdi que decía “Colonizar es poblar, poblar es enriquecer”. El empresario de colonización se transformó en un personaje en esos años. Prometía un paraíso, ya que competía con quienes invitaban a “hacer la América” en Argentina, Estados Unidos y otros probados países de promisión. Desde 1901 hasta 1905 durante el Gobierno del Presidente Riesco se repartieron 200.000 hectáreas entre diferentes empresas de colonización. Los concesionarios se obligaron

a introducir al país 1.310 familias extranjeras y hasta 1915 sólo habían colocado en sus respectivas concesiones alrededor de 400 familias. Normalmente estos migrantes viajaban en barco hasta Valparaíso o Talcahuano, donde se los esperaba. Allí tomaban el tren que los conducía hasta Angol, que fue durante muchos años el final de la línea. En el año noventa el Presidente Balmaceda inauguró el afamado viaducto del Malleco, un largo puente sobre ese río con el sistema de construcción de Eiffel. El tren pudo continuar hacia el sur. En esas estaciones los esperaban las carretas, que partían en largas caravanas llevando los enseres traídos de Europa, la familia y, por cierto, las inquietudes y esperanzas de los recién llegados. En la revista santiaguina Zig-Zag, que comenzó a ser publicada en 1905, hay fotos de la llegada de estos grupos de inmigrantes. Largas caravanas cubiertas con carpas al estilo de lo que vemos hoy en las películas del far west. Fotos de familias llegando a Valparaíso, vestidos con los trajes de fiesta de los pobres de la Europa de ese tiempo; las mujeres con sombreritos menudos, los hombres con el sombrero alón. La sociedad de Santiago veía con buenos ojos la llegada de esos inmigrantes de Europa. El desarrollo del sur de Chile se trasladaba en esas carretas cubiertas de lonas blancas. Traerían “la civilización” se pensaba en esos años, en que Chile miraba en forma insistente hacia Europa. Sin embargo, tampoco fue fácil la vida para estas familias. El Estado chileno no les dio nunca el apoyo prometido. Allí se reveló el carácter “apocado” de nuestra cultura. Eran tiempos en que Chile tenía enormes recursos y al Estado lo menos que le faltaba era dinero. Una política activa de colonización sin duda habría transformado el sur del país. No fue así. A los migrantes se les ofrecía tierra, y por lo general les fue muy difícil obtenerlas. Competían los inmigrantes con los intereses de los grandes especuladores de las tierras del sur, generalmente miembros de las grandes familias oligarcas del centro del país, o ligados a ellas. La burocracia les jugaba malas pasadas y muchas personas, al ver tantos problemas, remigraron a sus países o se fueron a Estados Unidos. La migración de fines de siglo y sobre todo del inicio del siglo veinte, no logró la densidad necesaria para constituir una región de progreso. Eran pequeños grupos dispersos, de diversas procedencias y lenguas, y sin real apoyo del Estado. Muchos de ellos fueron engañados y estafados por las empresas de colonización. Es lo que ocurrió con la Sociedad Llaima en Cunco, la Sociedad Lago Budi o Concesión Domínguez en Puerto Saavedra ⁵⁶  y la famosa Sociedad Rupanco en Osorno, que fue motivo de décadas de conflicto ⁵⁷ . La Sociedad del Budi, por ejemplo, fue una de las que más violencia provocó, como nos recuerda el indesmentible testimonio de Pascual Coña: Muchas injusticias me hacían en este terreno los vecinos: me ponían cercos por medio de mi tierra (mapu), continuamente me violaron la línea de demarcación…por mi suelo (mapu) no más pasaron sus cercos esos huincas ⁵⁸ El Lago Budi, ha sido y es uno de los lugares de mayor concentración de población indígena, hasta el día de hoy. Sin considerar que todas las tierras

estaban ocupadas por una enorme población mapuche, fueron entregadas miles de hectáreas a una empresa concesionaria de la que era propietario el Sr Eleuterio Domínguez. De allí el nombre del pueblo hasta hoy ubicado a las orillas del lago, Puerto Domínguez, donde estaban y aún se pueden ver, las oficinas y bodegas de esta Compañía Explotadora del Lago Budi, como se denominaba. Este concesionario se comprometió con el Gobierno a traer colonos, entregar parcelas, etc… Los colonos, al no existir tierras libres sin propietarios indígenas, eran instalados en los predios de los propios mapuche como se ve en este testimonio y en el epígrafe del comienzo de este libro recogido por el Padre Félix de Augusta que en esos días de comienzos del siglo veinte era el misionero en esa zona y quien se oponía a las acciones de Domínguez. ⁵⁹  Pascual Coña ha descrito estos episodios: En aquel tiempo era 1903, llegó a mi fundo Calfulemu cierto Francisco Olivier. En seguida construyó una casa en el suelo mío, en el sitio donde está actualmente la huerta de la Misión Budi… otra casa levantó abajo en la vega donde está ahora Pedro Larrére. “Me manda el gobierno” me dijo no más. Como se puede ver, se actuó de la manera más arbitraria y por la fuerza. Los colonos de origen francés, eran instalados en los predios mapuche y muchas veces debieron sacar a los indígenas de sus casas, no pocas, quemarlas, etc… La Concesión Lago Budi posteriormente pasó de mano en mano. Durante muchos años era presidida por el hijo mayor del presidente Alessandri Palma, Don Arturo Alessandri Rodríguez, hermano de quien posteriormente fuese también presidente de la República, Don Jorge Alessandri Rodríguez. Esto muestra que los intereses que se jugaron en el sur no eran marginales, ni producto de la acción irresponsable de “aventureros”. El contrato de estas “concesionarias” estipulaba que podían explotar la madera de la zona siempre y cuando introdujesen familias extranjeras. La región que se les entregaba era enorme, desde el río Imperial por el norte al río Toltén por el sur, lo que implica más de cincuenta kilómetros de ancho y desde lo que hoy día es Teodoro Schmidt hasta la costa, más de sesenta kilómetros de este a oeste. Se entregaban las tierras desde lo que hoy es Puerto Saavedra hasta Nueva Toltén, donde comenzaba otra concesión que llegaba hasta lo que hoy es la caleta Mehuín, cercana a Valdivia. Hacia el interior se entregaban las cordilleras de la costa cubiertas de bosques. Durante casi treinta años, dice una memoria de la propia Sociedad El Budi publicada para sus accionistas de Santiago, funcionaron cuarenta y siete aserraderos sin parar sábados ni domingos. Se talaron uno a uno los árboles de la costa de la Provincia de Cautín. La región concesionada estaba totalmente poblada de comunidades indígenas. Hubo una suerte de superposición de propiedad, ya que la concesión, si bien no tenía la propiedad de la tierra, sí tenía derecho a sacar el bosque. Por esa razón, ya en los años treinta el Budi estaba deforestado y las comunidades sufrían de miseria absoluta, como hasta el día de hoy. Habría que cuantificar las ganancias obtenidas por estas sociedades anónimas en el período de las concesiones que entregó el Estado para comprender las causas de la actual pobreza indígena, y las necesidades que el Estado debe cubrir, e inversiones y reparaciones que debe hacer. Allí no hubo producción, sino extracción brutal de recursos. Nada dejaron en el terreno esas “sociedades”. No hay

rastro de ellas, salvo la degradación ambiental. Los permisos y derechos se obtenían en Santiago por compadrazgos y amistades. Eran “ tierras de indios ”. Si revisamos los nombres de esos directivos, veremos que están llenos de apellidos ilustres de la oligarquía nacional, la misma que hoy sigue actuando en la política y en el control del aparato económico y estatal. Si nos detenemos en estos hechos, es porque pareciera muy fácil culpar al “destino” de lo ocurrido en el sur de Chile. No es así. La historia del despojo de los recursos mapuche es reciente, y tiene nombres y apellidos. ⁶⁰ Las expulsiones de las comunidades Panguipulli es hoy día uno de los lagos y lugares más turísticos del sur de Chile. Hasta ese lugar llegó el Padre Sigifredo, alemán capuchino. Cuenta él mismo que en la noche del 21 de abril de 1904, llegaron a la Misión los primeros indígenas que J.M. ⁶¹  (nombre chileno) a raíz de una sentencia judicial, aquel mismo día había expulsado de su tierra; eran un total de veintiocho personas, entre ellos catorce niños. La expulsión se había efectuado con ayuda de la policía y del juez regional de Purolón. Al día siguiente el padre Sigifredo fue a caballo al lugar indicado y describe así su impresión: El aspecto de la desolación me dolía el alma. Las rucas todas derribadas, víveres y enseres domésticos tirados al camino, sacos, pellejos, banquitas, ollas, los pobres utensilios de una ruca mapuche echados en el montón y destrozados, trigo y papa dispersados por todas partes. Las aves habían sido robadas en la misma noche, según decían los mapuche, los mismos policías y una docena de mozos de JM se las habían llevado para hacerse una cazuelas…El pretexto jurídico para la expulsión había sido un préstamo de 300 escudos pero que el mapuche había cancelado pues tenía el recibo en su poder Las historias suman y siguen. El padre Sigifredo ⁶²  cuenta cómo la resolución del Juez decide la expulsión de las familias y que luego el nominado JM sigue expulsando y quemando rucas a todo el rededor del lago. El Padre capuchino nombra a numerosos chilenos y alemanes que en Panguipulli expulsaron a los indígenas. Un día les incendiaron todos los botes, que eran cientos, de modo que a partir de ese momento solamente se pudo cruzar el lago en el barco de una compañía alemana. El barco se llamaba “El Lanco” y hacía el cabotaje por los pequeños atracaderos del lago. Su dueño era el propietario del fundo Chan Chan. Cuenta el fraile, por ejemplo, el siguiente caso: Así, el abogado Pedro C. de la ciudad de Valdivia, compró un terreno de ochenta hectáreas a dos mapuche y abusando de la ignorancia de los indios aprovechó la ocasión en que su hermano Plácido servía de Notario interino, para escriturar la mitad del Fundo Panguilelfún, que tiene catorce mil hectáreas…y cuando los indios reclamaron la plata, les rompió en la Plaza Pública de Valdivia, el vale y no les pagó ni un centavo ⁶³ Eran tantos los escándalos que llegaban del sur de Chile hasta el centro del país, que en las primeras décadas del siglo se formó una comisión

parlamentaria presidida por un senador, que se conoció como Comisión Risopatrón. Sus integrantes fueron al sur a calmar los ánimos, pero se encontraron con un conjunto de “ollas podridas”. Las actas de esa comisión fueron publicadas por el Parlamento chileno y podrían ser republicadas, por este mismo cuerpo legislativo, hoy día que resurge la cuestión de las tierras indígenas en el sur de Chile. En resumen, la comisión llegó a la conclusión de que la “ley de la selva” se había impuesto como único marco legal en las tierras australes. El gobernador de la provincia de Valdivia testimonia diciendo que todas las propiedades australes se habían constituido mediante la usurpación de tierras a los indígenas. Agrega que las notarías y oficinas de conservadores de Bienes Raíces funcionan hasta sábados y domingos. Se habían transformado en verdaderas fábricas de papeles. La Comisión Parlamentaria de Colonización  ⁶⁴  es quizá el primer “recurso de amparo” masivo que se produjo en la historia moderna de Chile. Cada sesión se transcribió y publicó, pero finalmente nada se hizo. Los intereses en esos años del Centenario de la República eran mucho más fuertes como ya se ha dicho, y el sur de Chile se había transformado en un verdadero botín. El Estado le entregaba “concesiones” a personas poderosas, lo que implicaba enormes territorios que pasaban a manos privadas. Fueron años de mucha confusión y aprovechamiento, en que los mapuche se llevaron la peor parte. Papeles y títulos ¿Qué había ocurrido? Los títulos de merced otorgados a los indígenas establecían límites imprecisos. Los remates de tierras se realizaban sobre el papel de los planos. Líneas rectas y trazos cuadriculados, dibujados con regla en una oficina lejana, pasaban por encima de cerros, ríos, valles y todos los accidentes del terreno. Cada cuadrado tenía un número. Se pueden ver los planos del sur de la época: un territorio cuadriculado. Nada correspondía a la realidad de la topografía. Los extranjeros que llegaban y los chilenos o “nacionales” remataban esos “predios virtuales”. Algunos nunca fueron al lugar o ni siquiera pudieron encontrar el lugar rematado. Otros fueron a ver lo rematado y se encontraron con una comunidad indígena viviente, sin título de merced, por ejemplo, ya que allí “no había llegado la Comisión Radicadora”. En algunos casos, los nuevos propietarios llegaron a acuerdo con la familia indígena que allí habitaba y “contrataron” a su jefe como “administrador del predio”. Es lo que ocurrió el año veinte, más o menos, con el “propietario del papel” de Quinquén, en Lonquimay, quien contrató al viejo Meliñir para que le cuidase algunos animales. Era un alemán que tenía un negocio en Lonquimay y la gente lo conocía. Fue un acuerdo de caballeros. En otros casos fue menos amable la relación, y el “propietario del papel” se instaló en el lugar y sacó por la fuerza a las familias “ocupantes”. Se les llamaba “ocupantes ilegales”. Extrema ironía, sin duda. Había también “ocupantes ilegales” no mapuche que habían colonizado muchos años antes el lugar, pero que no poseían los papeles que los declaraban propietarios. El conflicto fue generalizado. En las primeras décadas del siglo XX “se perdieron” más de seiscientas comunidades que tuvieron títulos de merced. En los años ochenta, de ese siglo, durante el gobierno del general Pinochet, el Departamento de Asuntos Indígenas (Dasin) de Temuco, hizo publicaciones, creo yo de buena fe, para dar con el paradero de personas descendientes de estas “comunidades

perdidas”. No apareció nadie, evidentemente, y fueron legalmente liquidadas. En nuestras investigaciones hemos consultado planos antiguos y los hemos comparado con planos de propiedad de diferentes épocas de ese siglo. Se puede ver con toda claridad la manera cómo se fueron estructurando los fundos en las provincias del sur. Las propiedades de papel tiradas con regla y escuadra en los primeros planos dibujados, se van adaptando al curso de los ríos, a las montañas y deslindes naturales. Se van ampliando hacia las comunidades y hacia otras propiedades de colonos nacionales o chilenos, que habían recibido o comprado pequeños pedazos de tierra. Es un largo y complejo proceso de expansión de la gran propiedad en desmedro de la pequeña propiedad. Los mapuche las denominan “las tierras usurpadas”. Son aquellas tierras que les fueron entregadas por el Estado en los Títulos de Merced y que luego, con presiones y artimañas legales, les arrebataron. Todos saben esas historias. Los unos conocen a quienes les quitaron la tierra, y los otros saben muy bien que fueron mal habidas. En las discusiones sobre estas materias a las que me ha tocado asistir, nunca los propietarios acuden a los hechos históricos, sino se refugian en la “legalidad” de sus papeles. Ciertamente esos papeles fueron legalizados en oficinas de Conservadores de Bienes Raíces y Notarías, los fueron vendiendo, y con el tiempo se transformaron en “legales” frente a la legislación vigente, pero su origen no es ni legal ni legítimo. Es del mayor interés solicitar los títulos de cualquier predio del sur de Chile. Se trata de fojas de papeles llenos de firmas, de traspasos de propiedad entre personas de la misma familia; de cambios de dimensiones de los predios. Los papeles “se afirman” en esas transacciones; mientras más traspasos tiene una propiedad, mientras más timbres de Conservadores de Bienes Raíces, mientras más firmas de notarios, mayor apariencia de legalidad. Son papeles que se afirman en papeles. Los abogados de las empresas forestales que desde los años setenta y ochenta –esto es, en estos últimos años– revisan esos documentos, creen encontrarse frente a “títulos sanos”, legales, “sin mácula”. Los aprueban. Las empresas dicen que los títulos han sido estudiados por los mejores bufetes de abogados. Mientras exista la fuerza jurídica –y el poder policial– para “sostener” esos títulos, ellos serán sin mancha. En el momento en que la sociedad, como ocurre crecientemente hoy día, decide revisar lo obrado, sin duda que la legalidad se relativiza y la administración de justicia se verá obligada a mirar qué hay debajo de tanto timbre. Se enfrentaban una sociedad ágrafa, en que valía la palabra empeñada, y una sociedad que arrebataba las tierras mediante la argucia de la “propiedad inscrita”. Fue una cadena interminable de usurpaciones. Alguien creerá que nos referimos a tiempos muy antiguos. Nada de eso. Las notarías han seguido funcionando en el sur de Chile hasta hoy. Permítame detenerme un poco en este asunto. Arriendos por 99 años El decreto ley de número dos mil quinientos ocho dictado por el general Augusto Pinochet Ugarte en 1978, impedía la venta de las tierras indígenas provenientes de la división de las comunidades por un plazo determinado de años. Se las denominó las hijuelas resultantes de las divisiones de las reservaciones o reducciones. Sin embargo, no impedía su arriendo. Los

abogados y notarios encontraron el camino para realizar transacciones de tierras mapuche mediante la argucia denominada “ arriendo por noventa y nueve años ”. Por cierto que en la esencia misma del concepto de arriendo está en el hecho de que la propiedad o asunto arrendado, pueda regresar a manos del arrendador. Así lo puede estudiar cualquier alumno de primer año de Derecho. Por cierto, también, nadie pensaría que un arrendador esperaría noventa y nueve años para recuperar lo arrendado. Se trataba de una “venta fraudulenta”. Se realizaron cientos de cientos de ellas, especialmente frente a lagos de gran atractivo turístico. El Calafquén, por ejemplo, es un lago hermoso y sus orillas estaban ocupadas por familias mapuche. Hoy día las casas de veraneo circundan el lago. Casi en su totalidad son predios adquiridos de manera fraudulenta. En 1990, con el apoyo de la Comunidad Europea iniciamos un programa jurídico de atención gratuita a los indígenas. Abogados jóvenes y entusiastas atendían las demandas que llegaban a diversas oficinas del sur y de Santiago. Nos encontramos con muchos casos en que el dueño de la propiedad decía no haber firmado ninguna venta de su tierra. Las mujeres, generalmente, acudían a conocer qué asunto había firmado su marido. Tamaña sorpresa se llevaban cuando se les leía que habían alquilado el potrero que daba al lago por noventa y nueve años, esto es, lo habían vendido. Recuerdo un caso en que el pago había sido un televisor. Con Huilcamán, en una reunión en que estaba presente y me habían invitado a hablar, escuchamos un relato de engaño que una mujer contó, ocurrido en el año noventa y uno. El marido, allí presente, y por cierto cabizbajo y con cara de culpable, había ido al pueblo y sin saber había firmado la venta de su terreno. La mujer, indignada, lo retaba en público y a la vez solicitaba ayuda. Cuando llevamos estas denuncias al Parlamento, se nos señaló que la ley no podía tener carácter retroactivo, por lo que no había nada que hacer con estos famosos y generalizados arriendos de noventa y nueve años. Se determinó la realización de un estudio, cuestión que no sé si habrá ocurrido. La corrupción permanente Las usurpaciones de tierras han sido la expresión de la relación desigual y discriminatoria de la sociedad local, regional y nacional, con la sociedad indígena. ¿Para qué quieren tierra si no la saben aprovechar?, se escucha a menudo. Hace pocos años, en plena democracia reconstruida, unos amigos filmaron en video a una comunidad indígena que no tenía aún sus títulos de propiedad constituidos en el Alto Bío Bío. Casualmente esa comunidad, siendo muy pobre, poseía grandes bosques nativos explotables. Un empresario de la zona tomó en sus manos el trámite. Fue al Ministerio de Bienes Nacionales, oficina local, y ofreció toda su “colaboración” para acelerar la entrega de títulos a los indígenas. Al mismo tiempo, hablaba con el director local de la Corporación Nacional Forestal, conocida como Conaf, para que acelerara los “planes de manejo”, palabra eufemística que significa “permisos de corte” y extracción de maderas. Finalmente estableció contacto con un indígena de la comunidad, como intermediario, ofreciéndole comprar la madera, entregándole motosierras, cascos e implementos de trabajo. En las camionetas del empresario subieron todos los funcionarios en cuestión. Salieron en brazos de la empresa privada de las oficinas, rumbo a la comunidad. Allí los esperaban los comuneros, quienes en un mismo acto recibieron sus “títulos de propiedad saneados”, sus “permisos de manejo”,

las motosierras y cascos para comenzar a faenar el bosque nativo. El precio de la madera, en este caso “metro ruma”, era considerablemente más bajo que el que se pagaba en el pueblo vecino a cualquier persona que fuese a vender su producto. Esta denuncia llegó hasta las máximas autoridades encargadas de los asuntos estatales de la agricultura, sin que nada se pudiera hacer, ni se establecieran responsabilidades ni sanciones. Todo había sido realizado legalmente, nadie se saltó ningún procedimiento establecido. Hablar en este caso de corrupción, de aprovechamiento indebido del cargo, o asuntos semejantes, es considerado una exageración y posiblemente quien lo hiciera sería llevado a los tribunales por difamación. Pero estos asuntos son aún cotidianos en el sur de Chile. Tepuhueico En Memoria de Don Carlos Lincomán  Tengo conmigo aún la carpeta con la triste historia del fundo Tepuhueico, en la Isla de Chiloé. Leo la carpeta, las cartas, los informes, y en especial la carta del Consejo de caciques de Chiloé, y me vuelve la rabia y la vergüenza. La vergüenza por haberme visto involucrado en medio de esa situación y quizá no haber gritado más fuerte. La comunidad del sabio cacique de Compu don Carlos Lincomán, quien ha fallecido hace un tiempo, había luchado durante años y años para obtener ese predio que les perteneció a sus antepasados. Al comenzar el primer gobierno democrático, 1990, se inició el estudio de los papeles de los fundos reclamados por las comunidades huilliche. Los expertos del Ministerio de Bienes Nacionales llegaron a establecer que esas tierras pertenecían al fisco y que, por tanto, podían ser entregadas a los indígenas. Los especialistas reconstruyeron planos. Se les anunció a los caciques la entrega un día domingo 10 de enero de 1993. Ministro y comitiva llegaron a Castro el día antes. Íbamos entusiasmados. Me sorprendió la abundancia de asado de cordero con que nos recibieron los funcionarios locales y la imprecisión evasiva de las palabras. Pareciera que Ministro y comitiva hubiesen viajado tantos kilómetros solamente a comer cordero con papas y chicha de manzana.

Don Carlos Lincomán, Cacique General del Butahuilimapu de Chiloé.

Al día siguiente esperaba la gente reunida en la Capilla de Compu, lugar conocido como Coihuín, donde está la sede de los caciques. Antes de dirigirse al lugar, se produjo una reunión con las autoridades locales. Las caras eran ya no evasivas, sino preocupadas. No existe el fundo, dijeron, ante la sorpresa del Ministro y su comitiva. Hace ya un tiempo que fue rematado, vendido a particulares. Mudos se quedaron las visitas ilustres. Lentamente todos se dirigieron al lugar donde se preparaba un gigantesco curanto en el suelo. Se habló y se explicó lo inexplicable. Todo había sido hecho legalmente. No tenía obligación de avisar a Santiago, dijo el encargado local. Estaba en su potestad vender, rematar. Mostraron fotos aéreas, todo estaba pelado, no había ni un miserable árbol en la cumbre de los cerros vendidos entre gallos y medianoche. A la vista y paciencia de un Ministro y su comitiva, un fundo entero se perdió en el aire, se esfumó. Meses después aparecían en los diarios avisos de parcelas de agrado en un área circundante, en las tierras que los huilliche reclamaban desde largos años. Más adelante, la empresa Golden Spring –de capitales filipinos, según se sabe– comenzó a abrir caminos para explotar lo que quedaba de bosque en Tepuhueico. Como esto es verdad y para que se vea que lo es, permítanme copiar algunos documentos: La propiedad de los caciques de Chiloé proviene del período español y fue posteriormente reconocida por la República. El documento original comienza así: En la capilla de Compu, a diez días del mes de noviembre de 1823, don Santiago Gómez, capitán con grado de teniente coronel, comandante militar, alcalde constitucional de Chonchi y Queilén, pasó a la costa a reconocer los potreros realengos que gozan sus habitantes, en consecuencia reconoció públicamente el potrero que posee el cacique don Miguel Inaicheo y sus vasallos Severino Cheuquemán, Ignacio Mañao, Ignacio Loncuante, con citación de los peritos tasadores, quienes tasaron dichos potreros nombrados Coiguín … Y agrega, “ a los cuales se les da posesión del potrero en nombre del Rey ”. Esta escritura, encontrada por Correa y Molina, de la Comisión Especial de Pueblos Indígenas, ⁶⁵  aparece en la protocolización que realizó don Benedicto Cheuquemán en 1897 en la ciudad de Castro. Se llamaron títulos sobre “potreros realengos”. Los deslindes de estos potreros eran imprecisos, en especial en las montañas, donde dice el texto, en forma sin duda hermosa pero ingenua, que limita “ al sur, una cruz puesta en un palo de roble, bajo cuyos límites se sujetarán ”. Esta cruz habría sido puesta en el comienzo del siglo diecinueve. Los huilliche vivían al borde del mar y no ocupaban de modo estable esas enormes serranías. Esas tierras se las había dado el Rey en la misma Capilla de Compu, donde 170 años después nos aprestábamos a entregar lo que había sobrado de años y años de despojos. Así pasó el tiempo hasta que en la década del treinta del siglo veinte, frente a las necesidades y presiones por la colonización y como parte de la Ley de Propiedad Austral, esas tierras, todas ellas, pasaron a ser fiscales. Transcurrió el tiempo y esas enormes superficies se fueron transformando en diversos fundos. El Estado mantuvo la propiedad y se les entregaba la explotación de los bosques a particulares. Otras tierras eran rematadas,

vendidas o simplemente regaladas; “cedidas”, en el lenguaje jurídico. Las comunidades comenzaron a reclamar sus derechos al ver cómo sus tierras eran ocupadas por otras personas. Durante los años cincuenta y sesenta dirigió las reivindicaciones una personalidad excepcional, don José Santos Lincomán, poeta, escritor, músico. Un personaje chilote huilliche. El bastón con cacha de plata que caracteriza a los caciques lo tomó posteriormente don Carlos Lincomán. La Reforma Agraria no tuvo grandes efectos en la zona, a pesar de que se trató de traspasar algunos predios a las comunidades y regularizar la situación de las tierras, que a esa fecha era extraordinariamente compleja. Fundos en manos de privados, fundos en manos del Estado, y comunidades campesinas y huilliches, muchas de ellas sin título moderno alguno de propiedad. Después del Golpe de Estado, entre los años 1976 a 1983, se entregó esos fundos a una serie de personas en concesión gratuita o arriendos simbólicos, para que explotaran la madera. Estas personas, “ amparadas en las normativas legales de la época, se dedicaron única y exclusivamente a la explotación del recurso madera, haciendo una extracción denominada de ‘tala rasa’, que minimizó en extremo ese potencial forestal ”. Al año 1983, el bosque había sido talado a cero. Un Decreto Ley de 1977 permitía vender esas tierras en forma “directa a particulares”. Los entrecomillados son de un documento preparado por el señor Barría, encargado de la oficina de Bienes Nacionales de Castro el año 1993. Todo esto significó que enormes fundos alrededor del Lago Tepuhueico fueran entregados a personas y entidades particulares, y que cuando la comitiva ministerial llegó a hacer entrega de lo último que quedaba, un peladero por cierto, ya esto también había sido regalado a vaya saber quién. Tengo acá delante de mí el Acta de compromiso de entrega de tierras fiscales a comunidades indígenas de Chiloé, que nunca se firmó. Decía: “ En Compu a 10 de enero de 1993, teniendo presente los derechos históricos sobre las tierras ancestrales que asisten a las comunidades indígenas de Chiloé, se acuerda el traspaso de las tierras fiscales de Tepuhueico a las comunidades huilliches nombradas ”. Se decía que se suspendería cualquier acción destinada a vender esos fundos por parte del Estado. Pero ya estaban vendidos, y en Santiago no se sabía. La ley de 1977 le permitía al funcionario local vender esas tierras fiscales sin avisar a sus superiores. El informe que cito, del 5 de enero de 1993, dirigido al Ministro, señalaba que “ las áreas que se encuentran disponibles a la fecha suman un total de 1.345 hectáreas y no existirían inconvenientes por parte de nuestro ministerio para que estos sean transferidos a particulares ”. Entre el 5 y el 10 del mismo mes la cuestión cambió y el propio Ministro se encontró ante la sorpresa de que esas tierras también habían sido vendidas. Los huilliches, por cierto, se molestaron, incluso conmigo, lo que entiendo y comprendo, por lo que aprovecho estas líneas para explicar lo ocurrido y disculparme. Estas historias de ayer y hoy podrían llenar tomos y tomos y cansar finalmente al lector. Explican el origen de los problemas de tierras en el sur, pero permiten comprender que no son asuntos solamente del pasado, son situaciones presentes. En el corazón de la discriminación indígena se encuentra este largo y permanente proceso de usurpación de sus recursos. Los mapuche se llenaron de nostalgia por ese pasado perdido. Esa mirada consciente del despojo se transformó en centro de su cultura. Mapas del despojo

Los ejemplos son abundantes y la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato del año 1999, presidida por el ex Presidente Patricio Aylwin realizó un estudio de un tercio de los Títulos de Merced, para saber cuál era la situación actual. Estos mapas son públicos y sin embargo muy pocas personas los conocen. Cuando se entregó el informe, no hubo siquiera comentario sobre este asunto. El ejemplo del Título de Merced Número 2899 entregado a la Comunidad de Don Eugenio Araya Huiliñir cerca de Renaico es un buen ejemplo. Allí el año 1922 se les entregó por parte del Estado 1.304 hectáreas. Con el tiempo se fueron dividiendo entre las familias y se fueron traspasando a personas ajenas a la comunidad, cuestión que legalmente nunca estuvo permitido. En la actualidad el lector podrá observar que hay micro unidades pertenecientes a familias mapuche, unidades en manos de privados no mapuche, y enormes unidades forestales. Nadie podría extrañarse de que allí exista un polvorín social, como dice el informe y hemos repetido numerosas veces.

En el caso siguiente, a modo de ejemplo, el Título de Merced está en su totalidad ocupado por una Empresa Forestal.

En los siguientes hay fundos junto a las pequeñas propiedades mapuche, pero todas dentro de lo que fue el Título de Merced, que como ya hemos dicho no era legal su venta.

Repetimos que todos estos Planos, indesmentibles, fueron elaborados formal y oficialmente por la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato, encargada y nombrada por el Presidente de la República Sr Ricardo Lagos Escobar y presidida por el ex Presidente de la República Sr Patricio Aylwin Azócar. Son cientos de planos que se pueden ver en las publicaciones ya señaladas de la Comisión y en Internet. 1. La nostalgia de la mesa abundante Sobre el volcán Hay enjambre de tordos. Voy a pisotear

la saliva de los choroyes. Me pateó el jilguero se me quebró la costilla. Aquí el hoyo, señora. No caigas, señora. Vengo, pues, señora se ha dicho que hay trilla. Por eso vengo. Dije: le voy a ayudar en la trilla, y quiero comer también cuando hace la harina. Pisaré, pues, este trigo, sin mezquinar. Son canciones que cantaban los antiguos mapuche cuando iban a las trillas. Se veían a lo lejos los tordos negros que se abalanzaban sobre las semillas, señal de que el trigo estaba maduro. Iban a cosechar y luego pisotear las espigas para limpiar el trigo de la paja. Bailaban en la era. Cantaban canciones como ésta, que todavía podemos conservar y que alguien por allí recordará. Fueron tiempos felices para los actuales mapuche. Tiempos de abundancia. Una señora de Nueva Imperial me recordaba esos momentos con estas palabras: Mi abuelita me decía que su papá siempre exigía que le tuvieran carne asada en la comida. Yo me acuerdo de niña que comíamos rico; cuando llovía, mi mamá comenzaba a hacer sopaipillas, había un tarro grande de manteca siempre en la casa. Nunca faltaba la harina. A mi papá le gustaba que le hicieran catrutros. Usted sabe, las mujeres se pasaban todo el día cocinando, que para una cosa, que para la otra, que las gallinas, que matar un cordero. No faltaba trabajo, porque había mucha comida y a la gente de antes le gustaba comer mucho. Comían en la mañana un buen desayuno, con sopa, pan, carne cuando había sobrado del día anterior; la carne seca del chancho, parecido a los tocinos, que se dejaba arriba del fogón, colgado de unos palos, les gustaba a los viejos para el desayuno. Se la freían en unos ollones grandes que había, porque no había sartenes en ese tiempo, todo se hacía en esos ollones de fierro, unos que tienen unas patas y que todavía hay en el campo, pero menos que antes. Ahí le freían esos pedazos de comida que untaban con el pan. Al medio día se comía otra vez, pero menos, y en la tarde se volvía a comer bien.

Antes se comía bien, no como ahora. La conversación en las casas mapuche se desliza a los tiempos de la abundancia. Se dice que todo tiempo pasado fue mejor, ¿será cierto en este caso? El recuerdo se confunde en el imaginario mapuche con el futuro. El pasado y el futuro se mezclan de una manera natural. “Vendrán tiempos mejores”, nos dijo un día don Juan Millabur, de Elicura. Hablaba de una manera que recordaban muchos pasajes de la Biblia, del Antiguo Testamento. En su lengua mapuche decía: Florecerán los pastos, los animales engordarán, las sementeras se llenarán de espigas, las flores cubrirán nuestras colinas, y las mujeres tendrán muchos hi jos. El futuro feliz de la comunidad era visto por don Juan como una vuelta al período de la abundancia. Pensaba que eso vendría con el comunismo, porque él combinaba su militancia mapuche con la evangélica y comunista. El pensamiento de que “algo va a cambiar” –la vuelta a la situación de prosperidad– está siempre presente en las conversaciones mapuche. El sueño de la “ mesa abundante ” es un sueño sobre el pasado y un sueño sobre el futuro. Está ligado estrechamente a la tierra, a la propia tierra, al querido mapu, a la tierra de los padres, a la hermosura de los paisajes. Hermano, pues, hermano. ¿Adónde pasaremos, hermano? ¿A qué tierra iremos, hermanos? ¿Dónde no habrá pesares? Bonita es la tierra que se ve tan azul. Lloraremos amargamente, hermano. Viene, pues, el alba, hermano. El lucero está en el cielo, hermano. El gallo cantó. Casi es de alba, hermano. Entonces, pues, ya viene el alba. La identidad profunda del pueblo mapuche quizá se encuentra en esta idea de pasado íntimamente relacionada con la idea de futuro. Es la imagen repetida cien veces en discursos, conversaciones: vendrá el “amanecer”, “llegará el alba”, “volverán a verdear los campos”. En el recuerdo se reúnen, probablemente, dos historias reales. La primera es la remembranza del

tiempo ganadero y de la abundancia de carne. La gente se acuerda poco de los detalles, pero la idea general de la abundancia está presente. Las joyas de las mujeres que hasta hoy, a pesar del saqueo, se mantienen en las familias mapuche, es una prueba testimonial de esa abundancia pasada. Los escritos de los viajeros del siglo dieciocho y diecinueve dan fe de la abundancia de ganados entre los mapuche, de las grandes comidas. Esto debe haber durado hasta las primeras décadas de este siglo, en que el ganado se redujo a niveles ínfimos por la ocupación de todas las tierras de la Araucanía, el cierre de los fundos y haciendas y la inexistencia de “pastos libres” donde criar los animales. El segundo recuerdo es el de la agricultura pródiga, el trigo especialmente, que pareciera haber existido en los últimos años del período independiente y en los primeros años de la vida reduccional. Las tierras de las reservaciones no estaban agotadas y por ello mismo las cosechas eran mayores. La población, por otra parte, era menor. Los testimonios son todos coincidentes: existía mucho ganado, y se comía carne en todas las fiestas, y sobre todo cuando se recibían visitas. Isaac Morris, quien escribe el próximo relato, era un náufrago inglés que fue tomado prisionero y vivió durante largos años entre las tribus tehuelches y mapuche de la Patagonia y la pampa. Al fin llegamos al término de nuestro viaje (...) y que esta “ciudad” consiste en unas treinta chozas construidas de una manera baja e irregular con palos y cueros de caballos, rodeadas con empalizadas de cerca de tres pies entre uno y uno. Los habitantes entre hombre mujeres y niños sumaban alrededor de unos ochenta. En seguida fuimos citados a comparecer ante “su majestad”. Cuando hubo terminado su interrogatorio ordenó que inmediatamente fuera muerto un caballo y asado para nosotros; nos alojó en su propia choza por esa noche hasta que tuviéramos construida una para nosotros, lo que fue al día siguiente. Allí permanecimos ocho meses e invernamos. Nuestro trabajo consistía principalmente en ir a buscar leña o agua y desollar todos los caballos que ellos mataban, y aunque nosotros éramos sus esclavos, éramos tratados muy humanamente y no habría tolerado [el cacique] que nadie nos hiciera daño. Había en “la ciudad” cuatro mujeres españolas a quienes ellos habían hecho cautivas en una escaramuza cerca de Buenos Aires, y el rey nos dijo, con una sonrisa, que nos las daría por esposas. El país donde estos indios residían, al igual que toda la costa de la Patagonia, es muy fértil en pastos y abundan en él muchos caballos salvajes y un poco de ganado vacuno, los cuales no llaman enteramente la atención de los indios, pues ellos prefieren comer la carne de caballo a cualquier otra y de ella se alimentan constantemente. El relato pertenece al libro que escribió Morris tras volver a Europa, el que tituló en una traducción libre, como “los desvelos, desventuras y demás sufrimientos de un inglés vagando en las Pampas del Sur de América”. ⁶⁶  Es discutible dónde ocurre lo que él cuenta, pero según algunos autores sería el denominado Choel Choel, en la pampa argentina sur. No es fácil saber si los así llamados patagones eran mapuche o eran “tehuelches araucanizados”, como sugiere Rodolfo Casamiquella. Algunos autores suponen que la preferencia de los mapuche por la carne de caballo corresponde a que era más rápido conducir las tropas de caballos que los

arreos de ganado vacuno y ovejuno, y ello era preferible en tiempos de guerras y malocas. Hay quienes señalan que la carne de caballo tiene un sabor parecido muy cercano a la carne del ñandú o avestruz pampeano, que habría sido la preferida y el alimento ceremonial antes de la llegada del caballo a América. El gusto por la carne de caballo es un largo tema de conversación y opinión. Lo concreto es que hasta el día de hoy, en los buenos nguillatunes se sacrifica un caballo y se lo come con ceremonia y tradición. Dice Morris que los arreos de animales hasta la vertiente chilena de la cordillera eran enormes. Don Tomás Guevara afirma lo siguiente: “ La carne entra en una parte de su alimentación, pero no habitualmente sino por excepción. En las fiestas, sobre todo, es de regla imprescindible. Cómenla de todos sus animales, de cordero, buey, cerdo, caballo i de preferencia la de yegua, que fue la regalía de sus antepasados. Los mapuche no se dedican a la crianza del ganado cabrío ”. Esta observación, realizada a comienzos del siglo, muestra que la idea de la abundancia de carne sólo se realizaba en las fiestas. La reducción había cambiado necesariamente la costumbre ganadero-pampeana de comer carne habitualmente. Sin embargo, en el recuerdo, en la memoria colectiva, queda confusamente entremezclado el recuerdo de la abundancia con el recuerdo de las fiestas, donde sin duda había abundancia de carne. En un Noticiario Emelco de 1952 –de los que se producían para los cines en esa época–, donde se había filmado un nguillatún en Huentelolén, provincia de Arauco, se puede apreciar en primer lugar la enorme cantidad de caballos que participaban en el awun, que es el trote o troya alrededor de la cancha de nguillatún . Posiblemente había más de doscientos caballos dando vueltas. Hoy por hoy, apenas se logra juntar un puñado. El documental también muestra los asados, que eran cuantiosos. La actividad ganadera debió de durar hasta las primeras décadas de este siglo, en que aún había suficiente terreno para tener una cantidad importante de animales. Guevara señala que “ al lado del conjunto de habitaciones, se halla el corral donde se hace pernoctar invariablemente el ganado ”. Decía en el año diez de este siglo que “ aún se ejerce por turnos de algunos individuos la vijilancia de los animales durante la noche ”. Ese es un dato importante, ya que, como es bien sabido, el abigeato o robo de animales es compañero inseparable de las sociedades ganaderas. Hoy por hoy, el ganado es tan escaso que esas costumbres en torno al cuidado del ganado no se mantienen. De todos modos, hay familias que son cuidadosas en guardar todas las noches el poco ganado existente en el corral, especialmente en el caso de las ovejas, ya que, además de los robos, se pueden perder. En algunas comunidades continúa existiendo el pastoreo de animales, dado que no hay cierros que separen los potreros y muchas veces los animales se pueden meter a las sementeras de trigo o a las chacras. En el Censo de Comunidades Indígenas que hemos citado y que se realizó en Chol chol en 1890, se puede ver la abundancia de animales que aún existía en ese tiempo. Aunque repitamos en esta idea de riqueza, que pareciera de la mayor importancia cultural, vemos por ejemplo que el famoso cacique Domingo Coñoepán, de Piuchén, tenía 110 vacunos, 80 caballos y 100 ovejas; su vecino Juan Melinao, apellido muy conocido hoy en día, no le iba en menos, con 55 vacunos, 54 caballos y 200 ovejas; los Cayunao, de

Piuchén, también tenían 50 vacunos, 60 caballos y 100 ovejas. Es evidente que con esa cantidad de animales la abundancia de comida y carne era aún posible de sostener. Un piño de cien ovejas permite un consumo importante de corderos, cuestión que efectivamente ocurría. Setenta años después, en 1965, en el caso de la reducción de don Domingo Coñoepán, en las mismas tierras anteriores, los vacunos eran 60, los caballares 18 y los lanares 188, lo que no era poco para el promedio de las familias mapuche ya que los Coñoepán eran y son de los más ricos. Se consignan 162 porcinos. La situación también había cambiado en cuanto el número de personas y familias de esa comunidad. Si en 1890 había 4 familias con 72 personas, en 1965 eran 28 casas, o familias, y 145 personas. En el caso de Melinao, la reducción fue drástica: en 1965 tenían solamente 31 vacunos, 5 caballos y 82 ovejas; y en el caso Cayunao, 70 vacunos, 6 caballos, y 199 ovejas. En términos generales, en las cuarenta comunidades de Chol chol que pueden ser comparadas en el plazo de setenta años, se puede ver que la disminución se produce principalmente en los caballos, los que pasan de ser 1.057 en 1890 a 217 en 1965. Los vacunos, en cambio, vistos en total, se mantienen (1.165 en 1890 y 1.114 en 1965), al igual que los ovejunos (3.345 en 1890 y 3.328 en 1965). Por su parte, la población se duplicó de 1.733 personas en las cuarenta comunidades en 1890 a 2.618 personas en 1965, y las viviendas –esto es, las familias asentadas, los goces familiares– más que se duplicaron en el período, pasando de 193 casas –“ranchos” los denomina el censor– en el censo de 1890, a 476 en 1965. Los últimos cuarenta años, esto es, después del sesenta y cinco, han sido mucho más duros para la economía indígena. Las familias se multiplicaron cada vez más y las tierras se agotaron. En la Comunidad Pedro Colihuinca, por ejemplo, eran dos casas a finales del siglo XIX; en 1965 eran cinco y en 1996 eran doce. La población pasó de 25 a 52 personas. Los animales siguen siendo en número parecido, pero antes eran vacas y ahora sólo son bueyes para el trabajo. En la Comunidad Juan Colipí Huenchunao se mantuvieron las once casas entre el año noventa del siglo antepasado y el año sesenta y cinco del siguiente. A partir de esa fecha han aumentado de tal suerte, que hoy son cuarenta familias y casas las que allí se encuentran. La población se ha duplicado y los animales incluso han aumentado, pero –como ya hemos dicho– no son destinados a leche y comida, sino al trabajo. Hoy en día los animales casi son exclusivamente para el uso en la agricultura, bueyes de trabajo, y hay cada vez menos espacio para caballos y vacunos. Por lo general se tiene a los bueyes y un hato de ovejas, nunca suficiente ni para la lana ni tampoco para la alimentación. La tierra sigue siendo la misma, o menos en los casos de usurpaciones; las familias son más numerosas, y los pastos más escasos. La mesa abundante va quedando en un sueño, del pasado y del futuro. ¿No será, me pregunto, además, que la riqueza y la pobreza también son un asunto extremadamente cultural y relativo? Antes, probablemente, no se requería tanto dinero para vivir. La vida abundante dependía del comer abundante, de las mantas abrigadas y calientes del invierno, de la amistad, el vino y la chicha. Hoy día es evidente que las relaciones entre la vida del campo y la vida de la ciudad moderna hacen imposible pensar que se vive bien sólo comiendo pan y a veces un pobre

caldo de gallina. La nostalgia de esos tiempos está en las historias y los recuerdos. 1. La Gente del Trigo El trigo ha sido el centro de la economía indígena del sur de Chile. Así como en Guatemala y otras partes se ha hablado de los indígenas como los hombres del maíz, en Chile se debería hablar de los hombres del trigo y la gente del pan, ya que en torno a esos elementos ha girado la vida y la reproducción de la sociedad indígena durante largos siglos, pero especialmente en estos últimos cien años. En el siglo veinte. Extrañamente, y a diferencia de lo que ocurrió en el resto de América, el trigo fue adoptado por los mapuche inmediatamente a la llegada de los españoles. Se ha producido una paradoja: los indígenas que más han defendido su territorio, que lo mantuvieron independiente hasta fines del siglo diecinueve, no tuvieron ningún problema en adoptar el alimento consustancial a la cultura occidental: el pan. La vida cotidiana de las familias mapuche circula en torno a la preparación del pan, a la molienda de la harina, al tostado de la harina, al amasado de pantrucas y diversas sopaipillas y panecillos fritos que se han instalado en el centro del imaginario culinario mapuche. El cultivo del trigo es la principal actividad agrícola productiva de las economías mapuche desde fines del siglo dieciséis. Es la principal, por tanto, preocupación del dueño de casa. Conversando con los productores mapuche, lo primero que surge son las dudas en torno a dónde, cuánto y cuándo iniciar las siembras. Es evidente que se va a sembrar. El asunto es elegir bien el lugar dentro de las alternativas de terrenos que se tienen en la parcela. “Creo que este año viene húmedo”, comentaba un agricultor de Imperial. Numerosas decisiones se derivan de esa aseveración. Observaciones acuciosas han llevado a estimar y predecir que el año será húmedo. Hemos recorrido el campo y mirado los agujeros de las hormigas que se aprovisionan. Me indica con cuidado de viejo observador que este año llevan más comida que la habitual y eso ocurre en años húmedos, ya que las lluvias les impedirán salir de sus cuevitas y deberán tapar bien sus galerías para no inundarse. Si las lluvias son muy fuertes, será necesario escoger un terreno que no sea demasiado pronunciado para que la fuerza de las aguas no se lleve la semilla. Las observaciones han sido hechas con cuidado. Es el mes de abril. Han comenzado los preparativos. Se ha arado con las primeras lluvias, ha salido el sol, es un día apreciado. Uno camina por el campo y ve cómo las personas van a buscar sus bueyes, los enyugan y los ponen en el arado. Comienzan las faenas del trigo. Todo el mundo está trabajando en las cercanías. El trigo va ordenando también las amistades, las relaciones, las asociaciones. Ese año, me recuerda otra conversación, no había quedado semilla y se debió ir a buscar un socio. Me encontraba en la casa del socio cuando llegó su amigo a conversarle su problema. Tengo terreno, dijo, y falta semilla. Hemos hecho sociedad otras veces, dijo. Acordaron la mediería. Ahora se usa cada vez más poner, además de la semilla y el trabajo, dinero para los fertilizantes. A la gente ya no le interesa sembrar “a la fuerza de la tierra”. La tierra está desgastada y no tiene cómo entregar más producto. Conversan acerca de los fertilizantes. Superfosfato triple,

salitre, urea, diversos productos industriales que son de conocimiento técnico de los productores. Saben que para determinado suelo es mejor un producto que otro; se recuerdan experiencias de años anteriores, de otros productores del vecindario; se mira, se observa. El trigo va ordenando las conversaciones, va estableciendo las alianzas, las sociedades entre los productores. El día de San Juan coincidió siempre con el año nuevo mapuche. En el campo lo siguen llamando San Juan. En la ciudad los jóvenes han preferido revitalizar la vieja idea del Año Nuevo mapuche, y también americano, el We Tripantu. El San Juan parece ser proveniente de España. Coincide con el momento en que el trigo está comenzando a salir. Las sementeras se han llenado de matitas verdes y ya se ve si la cosecha será buena, regular o mala. Junto al trigo han empezado a salir los nabos, que se comerán al trigo, lo ahogarán incluso. Los pájaros, los insectos, hongos, bichos de todas las clases comienzan a amenazar la sementera. Acompaño a la gente a ver el trigo. Se llevan palos y cintas de papel, de colores –cruces, les dicen–, y las ponen en las sementeras. Al ver los nabos, se acuerda volver al día siguiente a limpiar el trigal. Con cuidado, los niños, las mujeres y el dueño de casa comienzan a limpiar y preparar la siembra para el segundo período, el tiempo en que crecerán las espigas, en que se levantará y madurará el trigo. La fiesta de San Juan se celebra en las casas con una comida mejor, con la visita de algún familiar, y si hay algún miembro que se llame Juan, que casi nunca falta, la celebración será mayor. Algunas ONG han trabajado con gran éxito la siembra del trigo a “cola de buey”, esto es, en hileras. Las hileras se limpian manualmente como si se aporcaran las papas. En esos días cercanos al San Juan se trabaja el trigo. Hay otros que han experimentado con “rastrear” el trigo en macolla. Es una técnica que ha sido también muy eficiente. Los productores “de primera” miran con temor este sistema que da vuelta el trigo macollado y pareciera romper la sementera. Después se dan cuenta de que al dar vuelta la tierra, las yerbas quedan sepultadas y las matas de trigo más fuertes surgen con más potencia. Estos sistemas de control de yerbas son muy apreciados por los agricultores, quienes conversan largas horas acerca de las ventajas de uno u otro. Los agricultores mapuche tienen una gran capacidad de discutir la tecnología, de adaptar tecnologías foráneas, de experimentar nuevas variantes tecnológicas. Muy lejos de la realidad esa imagen de personas incultas que no saben trabajar la tierra, que suele darse entre los no mapuche La cosecha del trigo es, sin duda, la principal actividad productiva del año. No hay otra que se le asemeje. Antes, posiblemente sería la marca de los animales, pero desde hace mucho tiempo los animales han disminuido tanto, que esa ya no constituye la actividad y fiesta principal. Antes, también se hacían las trillas a mano. Se segaba el trigo con echona, la hoz manual; se amarraban las gavillas y se las subía con horquetas a las carretas tiradas por los bueyes, las que las llevaban a la “era”. Desde hace mucho tiempo hay “máquinas de planta” que hacen el trabajo que antiguamente les correspondía a las bestias, las yeguas que galopaban encima del trigo para separar los granos. Es desde los años treinta y cuarenta que ha ido desapareciendo esa costumbre, y por razones muy sencillas de comprender. Las yeguas y animales no tienen espacio y son muy caras de mantener. Lo mismo ha ido ocurriendo desde hace veinte o más años con las cosechadoras

de planta, que han sido reemplazadas por las automotrices, que realizan todo el trabajo. Por lo general, son viejas máquinas cosechadoras que se desplazan por el campo en el período de las cosechas y van sirviendo a los agricultores. La gente ha ido a conversar al pueblo para saber qué día irán, las esperan en el camino, se ponen de acuerdo sobre quién cosecha primero y a quién le toca después. Se conversa. Se compara. Se analiza el año, cómo vino. Es más barato, se dice, que invitar a trabajar a muchas personas, como se hacía antes, con un mingaco. El mingaco cuesta caro. La máquina se paga sola. Es la maquila, son máquinas maquiladoras: así se les dice. La máquina cobra un saco por hectárea, a veces dos sacos, depende el trabajo. Es un sistema establecido y donde no hay disputa. Por eso se paga sola. Saca el trigo, lo deja ensacado y se lleva los sacos que le corresponden. La máquina ya se ha ido. Se comienza a subir los sacos de trigo a la carreta. Es un momento central de la vida mapuche. Cualquiera que haya estado allí más de alguna vez puede comprender los pensamientos que cruzan la cabeza de las personas de la familia. “Nos fue bien”, dice jefe de la familia sin mayor énfasis, con lo que me está diciendo que hay comida para el año, y a lo mejor sobró algo para vender. Es tan importante ese momento, ya que se puede ver el futuro familiar del año con intranquilidad y temor, o con tranquilidad y confianza. Las pequeñas máquinas moledoras de granos se encuentran en casi todas las casas mapuche. Son molinillos antiguos que muelen el trigo no demasiado fino, pero de manera que queda muy apropiado para la harina tostada, por ejemplo, u otras clases de harinas. La confección de la harina tostada es una ceremonia que por lo general provoca mucha felicidad en las familias. Es un alimento que todos aprecian. Antes se hacía en callanas de greda, pero las que me ha tocado ver se hacen en callanas metálicas. Son como un gran sartén con un mango de madera largo, de un metro o más. Muchas veces se cuelga con un alambre del techo, para no quemarse y hacerlo más fácil. Se la pone sobre el fogón al medio de la ruca, la llamada cocina-fogón. Ahora también hay muchas cocinas a leña –cocinas económicas, les dicen– y allí se calienta o en la cocina a gas licuado, que se va imponiendo también. Se pone el trigo en la callana y se la mueve para que se tueste y no se queme. Un muchacho, por lo general, ayuda a la mamá en esa tarea, hasta que el trigo está bien tostado y caliente. Allí se lo lleva a la moledora, desde donde sale un humo perfumado. Va saliendo la harina tostada, que se junta con agua caliente para hacer el “ulpo”, o se deja enfriar y se le pone a la chicha de manzana, en una de las combinaciones más exitosas de la culinaria mapuche. Los invitados van tomando la chicha en el vaso y revolviendo con la cuchara la harina tostada. El trigo va nuevamente ordenando las conversaciones. Hasta hoy se puede ver la larga fila de carretas que va temprano en la mañana desde las comunidades de Chol chol hasta Nueva Imperial los días de feria. Cada carreta lleva diversos enseres y uno o dos sacos de trigo para moler en el molino del pueblo. Van el hombre y la mujer y algún chiquillo. Es un día importante en la rutinaria vida del campo. Se va al molino en la mañana, se espera a que entreguen la harina, el afrecho y afrechillo. Los molinos, me han dicho, se dejan una parte como pago por la molienda, si es que no se tiene el dinero para pagarlo. Por cada cien kilos de trigo, salen unos sesenta de harina. Con dos sacos de trigo, una familia de siete u ocho

bocas tiene harina suficiente para el pan durante un largo mes. Va a ser la principal alimentación. Ese día se pasó a conversar un trago de vino a un boliche y si había algo de dinero, se almorzó en el pueblo. Carahue, Puerto Saavedra, Nueva Imperial, Cañete, Lautaro y todos los pueblos que están rodeados de comunidades mapuche, conocen esta visita periódica de las carretas. En estos últimos años no han disminuido las carretas. Los estudios y cifras que tenemos muestran, aunque no se lo crea, que han aumentado los bueyes en el último tiempo, y también las carretas. Sigue siendo la carreta el medio de transporte local para ir de la comunidad al pueblo cercano. No es, por supuesto, ni nunca lo fue, el medio utilizado para viajar a lugares más lejanos. Es demasiado lento. Pero para llevar el trigo al molino, ir a visitar a las familias amigas cercanas, es y sigue siendo muy adecuado. Todavía no se ha constituido en las comunidades mapuche un submercado de vehículos motorizados de carga, como ocurre en otras comunidades indígenas de países más desarrollados; probablemente en los próximos años ocurra y veamos reemplazar las carretas de bueyes por vehículos utilitarios. Se vuelve a la casa. Los bueyes tienen la ventaja de conocer el camino. Las señoras se arropan con los rebozos negros. Cuando llueve, se meten todos debajo de un plástico de colores. Se ha pasado un día en el pueblo. La confección del pan sigue siendo la actividad principal de la mujer mapuche. Le ocupa buena parte del día. Hay diversas costumbres. Algunas mujeres prefieren dejar en la noche la masa lista para hacer pan en la mañana, a otras les gusta aprovechar las brasas de la cocina y dejar listo el pan. Es la tortilla al rescoldo , pan cocinado en las cenizas calientes del fogón. Se deja a veces toda la noche y al día siguiente, al levantarse, el pan está listo y aún caliente. Otras mujeres, mientras todos duermen, se levantan y amasan y preparan el pan para el desayuno. La gente se levanta temprano en el campo. Muchas veces la familia mapuche está tomando el mate antes de que salga el sol. Se matea y come el pan recién amasado. En ocasiones, a la gente le gusta el pan de panadería, para variar. Calculamos que las mujeres gastan alrededor de dos horas diarias en hacer el pan, en buscar la leña para prender el fuego, amasar, hornear y terminar la faena. Algunas casas sólo tienen el fogón al medio de la antigua ruca, por lo que el pan, por obligación, tiene que hacerse en las cenizas. En las casas que tienen la cocina económica a leña, el horno de la cocina sirve para hacer con mayor rapidez el pan. Hay también cocinas a gas, por ejemplo, que tienen también horno y que hacen más fácil el trabajo. La confección del pan es dura para las mujeres. Las señoras de más edad ya están acostumbradas y no les parece ni bien ni mal. Las muchachas más jóvenes ven en esa actividad una suerte de esclavitud de por vida y opinan que les gustaría poder comprar el pan. Es un tema sobre el cual es difícil opinar para quien ve desde fuera la vida familiar. No cabe duda de que la mujer es la última en acostarse y la primera en levantarse, y que su vida da vueltas en torno al pan. El pan, las frituras de harina, las comidas con trigo, constituyen los olores y sabores de la cultura mapuche. Muchas veces hemos conversado que las culturas se reconocen más por los olores que por los discursos. Lo que provoca fuertes identidades entre las personas es el sentimiento impronunciado de lo que es común, agradable, placentero, y no cabe mayor

duda de que en la cultura mapuche las actividades asociadas al trigo, a la factura del pan, a las frituras de olorosas sopaipillas, catrutros y masitas, se encuentran en el centro de la vida social. No es una casualidad, tampoco, que los mapuche que se han ido a la ciudad se han concentrado hasta el día de hoy en las actividades panaderas. Es cierto y muy cierto que están entre las actividades peor pagadas. También es cierto que, al llegar en los años treinta, las panaderías les ofrecían alojamiento a los primeros emigrantes a Santiago. Se les llamaba los “huachos”, según nos relató alguna vez don Martín Segundo Painemal, dirigente de los panificadores durante largas décadas. Pero se terminó hace muchos años el régimen de los “huachos”. Fue prohibido por ley. Y también es cierto que existen muchas actividades mal pagadas en Santiago. Pero hasta el día de hoy, una de las ocupaciones más comunes de los mapuche sigue siendo la panificación. Son considerados excelentes panificadores, y el sindicato de panificadores sigue dominado por los mapuche, que son mayoría. No es demasiado aventurado decir que es una actividad en la que los mapuche han nacido, han mirado y han practicado. Nada es necesariamente consustancial a las culturas. Más aún, nos sorprendemos siempre de la manera como cambian las culturas. No quisiera decir, por tanto, que el trigo y el pan son consustanciales a la cultura mapuche. Pero sí lo han sido. El trigo ha sido la condición necesaria de la supervivencia, tanto biológica como económico-social. En primer lugar, y no de modo despreciable, es un producto de fácil manejo productivo. El producir trigo no es demasiado difícil. No hay grandes plagas que hayan destruido en forma total las sementeras, como a veces ha ocurrido en el campesinado costero del norte con la roya, que les ha dejado algunos años sin cosechas de lentejas. O las plagas que queman las papas. El trigo es un cereal resistente a las heladas, a las sequías, a las lluvias torrenciales; en fin, se adapta como “yerba” a la tierra. Las semillas utilizadas se han adaptado. Las estaciones agrícolas de la zona, además, han producido numerosas variedades de semillas muy adecuadas a las exigencias de la región indígena. Todas estas características hacen de la producción triguera una actividad segura. Es un tema que hemos conversado largamente con los productores. Ellos saben aproximadamente lo que van a cosechar. No es un juego de la lotería. Saben que si se siembra bien, se trabaja bien la tierra, se coloca fertilizante y la semilla es de buena calidad, no debería haber problema en producir. La alternativa de desastre productivo es extrema. Una tormenta de proporciones desusadas y desconocidas, una sequedad mayor de la acostumbrada, en fin, imponderables que, si bien existen, pueden ser controlados. Me atrevería a decir que el trigo es una de las pocas actividades seguras. Provoca seguridad, además. El trigo tiene diversos propósitos en la economía de los campesinos mapuche. Se puede usar para la casa y también se puede vender. El precio del trigo es muy estable, como es bien sabido. Tan estable es, que muchas veces ha servido como criterio para fijar los precios generales de la agricultura. Siempre es posible vender una parte del trigo o venderlo todo, si así se requiere por una desgracia o emergencia. Se lo puede usar para la comida de la gente de la casa, pero también es un alimento excelente para los animales, puesto que el subproducto de la molienda se usa para los

cerdos y aves. Como alguien me observó en el campo, “con el trigo comemos todos”. Es muy cierto. A la vuelta de un tiempo, las aves ponen huevos y ellos constituyen la proteína necesaria para la alimentación, la de los hijos especialmente. Nos ha llamado la atención, al analizar las detalladas encuestas que hacemos la enorme cantidad de huevos por familia que se producen en las granjas mapuche. Esta producción, en un porcentaje casi completo, es para el consumo de la familia, en particular de los niños. Es “la crianza”, como la denominan las mujeres. “Me gusta criar”, dicen las señoras que tienen gran cantidad de pollos, gallinas, patos, gansos; más al sur, pavos en ciertas áreas más secas. Hemos visto casas con abundancia de estas aves y, por tanto, con una disponibilidad muy grande de huevos para la cocina, y de pollos. Es un nivel de abundancia relativa de alimentos ricos en proteínas que, junto al pan, las papas, algunas hortalizas y legumbres, pueden constituir una dieta completa. En el hospital de Nueva Imperial, el control que se lleva de los niños no muestra casos graves de desnutrición; más aún, nos sorprendemos con las cifras de crecimiento de los niños, sobre todo al conocer los niveles de pobreza en que se encuentran las familias mapuche de esa región. Los datos de nuestros estudios muestran, además, la existencia en las comunidades indígenas de una gran cantidad de niños a quienes sus padres, que trabajan en Santiago o en otras partes, han sido dejados allí, a cargo de los abuelos. Conversando con las familias, siempre la explicación es la misma: “Me vinieron a dejar los nietos, porque acá la vida es más tranquila, se crían mejor y hay comida”. Los agricultores mapuche le temen mucho a los créditos. Tuvieron malas experiencias en el pasado. Las instituciones crediticias les marcaban los animales como prenda, y si no pagaban el crédito en el momento convenido, les quitaban las prendas, utilizando incluso la fuerza pública. Muchos campesinos se quedaron sin bueyes por ese motivo. Es una desgracia muy grande no tener bueyes con qué trabajar el campo, con qué mover la carreta. Así, si el trigo está en el centro de la economía mapuche, los llamados a la reconversión productiva son mirados más que como convocatorias, como amenazas. Y no es algo tan alejado de la realidad. Las imágenes de abundancia persiguen el imaginario mapuche. Su sentimiento de postergación se relaciona con un pasado donde la mesa estaba llena de comida y bien servida. 1. La lucha por la “integración respetuosa” Años atrás fui a la casa de don Venancio Coñoepán Huenchual. Volví hace unos años, el 2004. Es una casa de campo, de madera como las casas del sur, ubicada en las cercanías de Chol-Chol en un lugar llamado Piguchén o Piuchén, camino a Galvarino. El camino llega hasta una verja junto a la cual se han plantado unos enormes pinos que aíslan la casa del bullicio que pueden acometer los camiones que por ahí pasan. Subimos por un sendero hasta llegar a un jardín. Paisaje quizá un poco húmedo y sombrío como suele ser el tiempo en el sur de Chile. La primera vez nos esperaba la señora Ruth, su viuda. Ella no era mapuche. Veneraba a su marido. Ingresamos al salón de la casa, donde todo estaba como si aún viviese el gran dirigente araucano. Fuimos al dormitorio, la cama limpia y estirada y en el velador,

como esperando, los anteojos redondos, que lo acompañaron toda su vida parlamentaria y que lo caracterizan en sus fotos. Fue una experiencia inolvidable. Como ingresar en el mundo privado de una persona que reunió contradictoriamente a los araucanos, como les decía, durante buena parte del siglo veinte. Nos sentamos a ver fotos y cartas. Le escribía una tarjeta postal desde Patzcuaro, en México, donde se realizaba el Primer Congreso Indigenista interamericano, el año cuarenta y uno. Mi “ trutruquita ” le decía, lleno de cariño y amor a su mujer. Había viajado desde Valparaíso en barco hasta Acapulco, el puerto del pacífico de México. De allí a la capital y de allí en tren a Morelia, al lago de Patzcuaro donde por primera vez se reunían todos los indigenistas del continente. De a poco hemos ido, con los años, reconstruyendo estas historias. Había llegado una invitación del Presidente Lázaro Cárdenas al Gobierno de Chile para asistir a la Conferencia Indigenista Interamericana. Cárdenas comandaba el segundo aire de la revolución mexicana que se había iniciado a comienzos del siglo veinte y por diferentes razones se había empantanado. Eran los años treinta, de los Frente Populares, de la nacionalización del petróleo mexicano. Se hablaba de respetar al indio, de la explotación, de indigenismo. Se hablaba también de reforma agraria y Cárdenas organizaba ejido tras ejido, restituyéndole a las comunidades las tierras ejidales, las tierras usurpadas a los indios. Cuentan las historias que se sentaba con sus mostachos y galas de general revolucionario a escuchar por horas a los indígenas que le venían a relatar sus dolores. Hasta hoy su recuerdo es imborrable en México. Su hijo por eso mismo bautizado como Cuauhtémoc estuvo cerca de llegar a ser Presidente de ese país. Don Pedro Aguirre Cerda por su parte en Chile había, hacía poco, sido elegido Presidente en brazos del Frente Popular el año treinta y ocho. Le llegó la invitación mexicana. No había quién fuese a esa reunión. El tema indígena, aunque parezca extraño, no existía en Chile. No había ni especialistas, ni oficinas de asuntos indígenas, ni ningún político al parecer interesado en esas temáticas. Mas de alguno debe haber pensado, pero “si en Chile ya no hay indios” “¿A qué tenemos que ir?” Pareciera ser que el embajador mexicano en Santiago hizo ver la importancia de la reunión y la necesidad de enviar una persona adecuada. Alguien, que no sabemos quién fue, le recomendó a don Pedro un joven dirigente mapuche de Temuco. Lo mandó llamar y le propuso el viaje a lo que Venancio aceptó. Debe de haber tenido menos de cuarenta años en ese momento. De contextura baja, regordete, de frente más bien amplia y con sus inconfundibles anteojos pequeños y redondos. Fue el primer representante chileno y mapuche en la construcción del indigenismo americano ⁶⁷ . Pátzcuaro fue un evento de la mayor importancia en la historia social latinoamericana. Las ideas indigenistas habían comenzado a principios de siglo con la revolución mexicana, principalmente. La explotación del indio comenzó a ser el tema recurrente de los intelectuales de Indoamérica, como se denominó en cierto momento a nuestro continente. Los novelistas escribieron “en indigenismo”, unos con gran finura y otros con trazos gruesos de compasión: Huasipungo , en el Ecuador de Icaza, quien fue a Pátzcuaro; Miguel Angel Asturias, en sus novelas sobre Guatemala, Ciro Alegría, El mundo es ancho y ajeno , y José María Arguedas, más adelante, en Perú, quien siendo muy joven presidió la delegación peruana a esa

reunión; Rosario Castellanos, unos años después, acerca de su Chiapas natal; y tantos más que fueron forjando una idea denunciativa del indio. Diego Rivera y los muralistas, por su parte pintaban la grandeza de los reinos indígenas destruidos. Premonitorio Valcárcel escribe en esos años desde el Cuzco, “ Tempestad en los Andes ”, adelantándose en medio siglo a las tragedias que traerá Sendero Luminoso. Por su parte el Amauta José Carlos Mariátegui afirmaba que en América Latina, “el problema del indio es la tierra”. Se construye así uno de los más importantes movimientos intelectuales y culturales que ha habido en América Latina, solo comparable con el movimiento independentista de comienzos del siglo diecinueve. Todos o la gran mayoría de los intelectuales latinoamericanos harán profesión de su fe indigenista en los años cuarenta y cincuenta. Gabriela Mistral y Pablo Neruda, entre muchos, se convierten a esta doctrina en México y se transforman en voceros de esos planteamientos en Chile. El indigenismo era más bien la visión de los no indígenas sobre los indígenas. Con excepción de Coñoepán muy pocos indígenas participaron de la reunión de Pátzcuaro. Allí asistieron antropólogos, diplomáticos, políticos e intelectuales preocupados por la suerte de las grandes masas indígenas del continente. El diagnóstico de la situación no podía haber sido peor. Dijeron al unísono, viven marginados, excluidos del desarrollo, en manos de gamonales inescrupulosos. Ciertamente sus tierras les eran arrebatadas, las enfermedades hacían estragos. Fue la primera reunión internacional con representantes de las tres américas en que se dijeron esas verdades. La solución se encontró en torno a la promoción de la educación, en el desarrollo de las comunidades, en su mayor integración a la vida nacional. Poco se habló de reforma agraria aunque el tema estaba en los pasillos. Pocos años después Guatemala, la de Jacobo Arbenz, inicia el proceso de entrega de tierras a las comunidades y Paz Estenssoro en la Bolivia del Movimiento Nacional Revolucionario reparte las haciendas entre los indígenas el cincuenta y dos. Venancio, joven dirigente escuchaba todos estos alegatos. Toma nota y procesa. Le escribe a su mujer una carta: “Trutruquita”, le dice, estoy cada vez más convencido de la necesidad de crear en Chile la República Indígena. La carta está escrita al parecer en el vapor que lo trae rumbo a Valparaíso. Son las reflexiones de un indígena sobre el indigenismo. Lo que dijeron los indigenistas no era ciertamente la creación de Repúblicas Indígenas. Más bien allí se habló de integración de los indígenas a los Estados Nacionales. Venancio en cambio escuchó lo que se decía con otra óptica ⁶⁸ . Eran tantos los problemas, era tanta la discriminación, que no podía menos que pensar en que la solución pasaba por la creación de estructuras políticas propias. De regreso a Chile formó la Corporación Araucana, la mayor organización política que han tenido los mapuche durante el siglo pasado. Coñoepán procedía de la más ilustre cuna. Llama la atención la continuidad de las posiciones políticas de las familias o linajes mapuche. Se remontan a siglos. Porque el primer Venancio Coñoepán que aparece en la historia chilena coincide con la Independencia y la después denominada guerra a muerte , según expresión de Vicuña Mackenna. Coihuepán o Coñoepán fue el más afamado cacique de aquellos años de comienzo del siglo diecinueve. Como es sabido, los araucanos habían convenido diversas alianzas con los

gobernadores de Chile colonial. Eran los parlamentos. Uno de los últimos lo celebró Ambrosio O´Higgins en la localidad de Negrete. Al sobrevenir las guerras de la Independencia los mapuche se mostraron leales a los pactos que los unían con el Rey de España. Se dice además que ciertos frailes españoles en su mayoría, del Colegio Propaganda Fidei de Chillán que tenían mucha influencia entre los caciques, los animaron en contra de los chilenos independentistas. En la alta colonia los caciques enviaban a sus hijos a estudiar a ese colegio de los frailes franciscanos. Uno de los pocos caciques que no fue partidario del Rey fue este Venancio Coñoepán, el primero de nuestra larga serie. Se presentó en Concepción con los suyos, donde llegó a acuerdo con las nuevas autoridades. Después de las batallas de Maipú en que la guerra se desplaza al sur, apoya a los regimientos “patriotas” combatiendo en contra de Benavides, Pico y las montoneras araucanas que habían organizado. Vicuña Mackenna con su tono rimbombante lo bautiza como “la primera lanza de Arauco”. Hasta hace pocos años la familia guardaba los recuerdos de ese primer Venancio. Don Arturo Coñoepan Huenchual nos relató la suerte que había corrido este prohombre. Después de terminadas las guerras de la independencia habría armado un viaje a la Argentina junto a los boroanos y en una batalla habría muerto en la localidad de Azul en la Provincia de Buenos Aires. Estanislao Zeballos el cronista de la Conquista del Desierto argentino, corrobora esta información recordada por tradición oral. Pasan los años y surge un nuevo Venancio Coñoepán que será gran cacique en el área Chol-Chol. Como vimos, se va a aliar con el ejército chileno y será declarado Cacique General de la Pacificación de la Araucanía. Así se escribió la historia de este segundo Venancio Coñoepán. Antes de llegar al tercero hagamos un rodeo. La Sociedad Caupolicán Defensora de la Araucanía Decíamos que algunos hijos de caciques eran enviados a Chillán a estudiar. Uno de ellos se llamaba Antonio Neculmán, hijo de un afamado cacique de Metrenco. Hablaba el mapuche y el castellano por lo que el Ministro del Interior, Manuel Recabarren lo contrató como intérprete del ejército “pacificador” de la Araucanía. Era el año mil ochocientos noventa y uno. Construido el Fuerte de Temuco, Don Antonio comienza a dar clases de elementos básicos a hijos de caciques de los alrededores. Fue la primera escuela formada en la Araucanía por un profesor mapuche.

Fotografía de Don Antonio Neculman probablemente con la Sociedad Caupolicán a comienzos del siglo XX. Esta fotografía al igual que la libreta de familia me ha sido enviada gentilmente por el Señor Hermann Schmidlin, descendiente directo y quien me permitió gentilmente reproducirlas en este libro. En su entorno se forma la primera asociación de indígenas después de la ocupación y reducción. Se llamó la Sociedad Caupolicán Defensora de la Araucanía. Era el tiempo, en Santiago y sobre todo en Iquique y en el norte del país, de las sociedades obreras: sociedades de socorros mutuos, sociedades de artesanos, sociedades de diverso tipo para defensa de sus afiliados. Esta sociedad de indígenas como la denominan los diarios, es la primera organización moderna, fuera del sistema tradicional de comunidades, linajes, caciques que habían existido tradicionalmente en la sociedad mapuche. Se adopta un tipo de organización chilena, podríamos decir, para resolver los asuntos indígenas.

La Sociedad Caupolicán fue muy activa durante los años 10 y 20. La dirigían profesores primarios que buscaban un tipo de “integración respetuosa” con la sociedad chilena. Muchos de sus dirigentes eran hijos de caciques, gente de linaje que había estudiado español y que les permitía moverse en la sociedad local. Llama la atención que esta generación reacciona muy rápidamente a las nuevas condiciones que les planteaba el hecho ya inequívoco de la “reducción”. Cualquier otra sociedad se hubiese derrumbado ante el golpe brutal que se le había dado. En los años diez y veinte surge una generación de jóvenes. Sus mentores son los profesores araucanos Antonio Neculmán que muere de mucha edad, ⁶⁹  Onofre y César Colima, este último profesor de fuertes planteamientos y varias veces reprimido e incluso desterrado; Manuel Manquilef encargado de la Biblioteca del Liceo de Temuco, traductor de los textos de don Tomás Guevara y diputado posteriormente por el partido liberal. Lo mismo ocurrió con el primer diputado mapuche que fue electo por el partido demócrata, de gran presencia en el sur en esos años, Don Francisco Melivilu Henríquez ⁷⁰ . Al leer en las actas parlamentarias los discursos de este primer diputado mapuche, sorprende la voz fuerte de defensa de su gente. Denuncia los atropellos de la Concesión Silva Rivas que expulsaba a indígenas de la zona de Cunco. Interviene en la Cámara para denunciar asesinatos de indígenas en Nueva Imperial, atropellos por cientos, despojo de tierras. Para dar una idea de lo que hablamos en las actas parlamentarias hay 231 intervenciones de este diputado en los años que fue delegado al parlamento. Desde 1927 hasta que se cerró el parlamento con Carlos Ibáñez denunció y denunció sin parar lo que ocurría en el sur. Nadie podría decir que no hubo voces que se alzaron para la defensa indígena. O que las voces eran solo en el sur y no llegaban a Santiago. Hay que decir que nadie quiso escuchar, que es algo diferente. El racismo hacía estragos en los oídos de los Honorables de la época. Melivilu al igual que todos los jóvenes araucanos de la época trata de adaptarse para que lo acepten. Viaja a Estados Unidos, invitado por el Bureau de Asuntos Indígenas de ese país a conocer las políticas que allí se aplicaban. En la recepción que le hacen en Washington usa frac y corbata de humita; se saca fotos que nos permiten recordarlo hasta hoy. Manquilef años después editó una pequeña biografía. Don Francisco murió muy joven al parecer de cáncer. Don Manuel Manquilef dirigió posteriormente la Sociedad Caupolicán y aparece como el principal líder indígena en los años veinte. Es un hombre culto tanto en la lengua y cultura mapuche como también en la chilena occidental. Nació en Quepe en la reducción de Pelal, hijo del cacique Manquilef, afamado en toda la Araucanía. Se hizo parte del partido liberal. La razón de su adscripción política es interesante y permite asomarse al comportamiento político electoral mapuche que sin duda ha sido y es tan complejo y sorprendente. Dice él mismo en un texto que hemos leído hace poco, gracias al escritor y amigo Darío Osses, que su abuelo era amigo del general Orozimbo Barbosa, de quien hemos hablado, y que en ese entonces estaba a cargo de la línea del Toltén y del cuartel militar de Freire. Recordaba que Barbosa había recomendado al cacique Manquilef que educara a sus hijos y les había ayudado a ello, incluso llevándose a los niños a su casa. Era una costumbre muy antigua de prestarle un niño a un capitán español o chileno en prueba de amistad y confianza. Generalmente cuando

se realizaba un pacto entre mapuche o entre mapuche y españoles o chilenos, también argentinos, se sellaba entre otras cosas, entregando un hijo. Muchos hijos de caciques en la historia colonial vivieron en casa de algún español en Chillán u otra ciudad fronteriza. Por esa razón se estableció una relación estrecha entre este cacicazgo de Quepe y Barbosa, que comandaba la frontera sur en esos años. Como ya hemos recordado Barbosa fue general balmacedista en la Guerra Civil del 91. Esta razón llevaba a Manquilef a decir que “toda esta familia pertenece al Partido Balmacedista”. Un suelto de prensa señala que “Afiliado de joven al balmacedismo ha sido un incansable propagandista, llegando a reconstruir el partido en toda la provincia de Cautín. Candidato de Agricultores, indígenas, profesores y balmacedistas, en el acto electoral de noviembre (de 1926) obtuvo la segunda mayoría en la lista de los partidos unidos” Manquilef fue el principal propulsor de la ley indígena de 1927 que terminaba con la “Radicación de Indígenas” y planteaba la división de las comunidades, de modo de darles tierra en propiedad privada. En esos años los indígenas si bien se consideraban diferentes a los chilenos, no estaban ajenos a las situaciones políticas que afectaban al país, como se podría pensar. Las familias mapuche más importantes tenían relaciones, preferencias ideológicas, lealtades políticas, construidas de diversos modos. En Diciembre del año 1916 el entonces obispo de Santiago, Monseñor Crescente Errázuriz, preocupado como toda la sociedad mínimamente humanitaria con lo que ocurría en el sur de Chile, convoca a un “Congreso Araucanista” en Santiago. No es el momento de comentar todas las discusiones que allí hubo. Participaron los misioneros, con sus voces germano chilenas de defensa de los indígenas. Entre los que habló destacó un joven mapuche, don Manuel Manquilef, de quien estamos hablando. Debe de haber sido una de las primeras veces que un joven indígena se enfrenta a un público de esta naturaleza, el poder santiaguino. Su discurso afortunadamente fue reproducido por un diario de Temuco y lo conservamos hasta hoy. Comienza de este modo: Señores: No vengo a llorar como mujer lo que mis abuelos supieron defender como hombres ⁷¹ ; pero permitidme que os diga que mientras los valientes conquistadores nos trataron francamente como enemigos, pudimos defender nuestra tierra, pero cuando algunos malos gobernantes de la República se hicieron nuestros amigos, su amistad debilitó el vigor de nuestra raza, alcoholizándola, y nos sumió en la miseria arrebatándonos nuestras tierras El discurso de Manquilef el año 1916 es sumamente pesimista, al igual que la mayor parte de los líderes mapuche de esa época. Pensaban que la sociedad mapuche la habían liquidado. De una manera brutal dice: ¿Qué esperáis señores? Los indios no queremos ni aspiramos ya ser vuestros iguales. Los últimos caciques no esperan ya que el Gobierno como en otros tiempos, mande emisarios a parlamentar con ellos, ni escoltas después a recibirlos cuando invitados a Santiago dejaban sus campos para venir a esta ciudad a recibir halagos y promesas falaces. Nada de eso señores. Los últimos caciques me encargan venir a depositar a vuestros pies lo único que les queda: la vida de sus hijos y el vigor de sus mocetones, para que los

recojáis, les den en vuestras casas un rincón donde dormir y os sirváis de ellos como buenos colaboradores en el engrandecimiento patrio…hasta aquí señores ha querido demostrarse un indio en su pobre lenguaje que hay razones de justicia que os obligan a darnos educación… ⁷² Manquilef siendo Presidente de la Sociedad Caupolicán el año 1927 y Parlamentario en el Congreso apoyó una nueva legislación indígena que cerrará la etapa de la radicación iniciada en el año 1884. Se promulgaron un conjunto de leyes que finalmente se ordenaron en una sola el año 1931. En estas legislaciones se establece la posibilidad de que las comunidades surgidas de los Títulos de Merced se dividan. Para ello se crean Juzgados de Indígenas donde se deberían ventilar esos procesos. Manquilef le daba una interpretación positiva a la ley que incluso llevaba su nombre ya que él la había promovido, decía: …en virtud de las nuevas disposiciones se viene a poner punto final al largo proceso de usurpaciones de la propiedad de los aborígenes….Este Tribunal tendrá como obligación y facultad restituir las tierras comprendidas en el Título de Merced…procederá si fórmula de juicio a restituir la integridad de los terrenos…Los usurpadores tendrán que devolver las tierras que detengan sin derecho, sin necesidad de recurrir a la justicia ordinaria ⁷³ La cuestión de la división de las comunidades enfrentó a los dirigentes mapuche entre quienes estaban a favor y en contra. El año 1928 un número importante envía una carta al presidente de la República solicitando se cambie algunos artículos de la ley ya que, la ley constituye una amenaza para los indígenas pues se reducirían los terrenos a hijuelas pequeñas lo que daría como resultado la eliminación de la raza en pocos años ⁷⁴ La discusión va a continuar prácticamente todo el siglo veinte como se verá en las páginas que siguen. Los frailes capuchinos y en especial el famoso Guido Beck de Ramberga serán partidarios de la división. Los jóvenes araucanos de la Sociedad Caupolicán se opondrán. Dos años más tarde fue elegido diputado Arturo Huenchullán Medel un valiente congresista que se enfrentó directamente hasta con el presidente de la República en ese entonces, Arturo Alessandri Palma. Ante una petición de la Federación Araucana, el año 1933, el León de Tarapacá responde en alusión a Huenchullán: Perdone que no tome en cuenta ninguna petición de ustedes (los araucanos) mientras los representantes de ustedes (Huenchullán) en el Congreso ataquen al Gobierno con la injusticia y la deslealtad con que hoy lo hacen. Firma Arturo Alessandri. Se había enojado el León por algunas palabras dichas en su contra. Nos llama la atención hoy día el tono del debate y la capacidad de estos diputados mapuche de entrabar discusiones con el propio presidente de la República. Huenchullán toma la palabra en el Congreso, en la calle Compañía de Santiago por cierto, y le dice al Presidente:

El Pueblo Araucano como cualquier otra sección de los habitantes de este país tiene el derecho de petición al gobierno quien puede resolver favorablemente o no, pero yo estimo improcedente y eminentemente injusto que el Primer Mandatario le diga que no atenderá sus pedidos….El telegrama del Presidente es injusto y además es desleal a la raza araucana. Lo interrumpe el presidente de la Cámara según consta en las actas del Congreso, y le dice: Su señoría ha dicho que es desleal la actitud de S. E el presidente de la República. Yo ruego a Su Señoría se sirva retirar este concepto o emplear uno parlamentario. A lo que Huenchullán agrega: Puedo retirar los conceptos que se consideren hirientes para el presidente de la República El Señor De la Jara, que preside la sesión del Congreso, dice: “Quedan retirados”, y a continuación Huenchullán, con un arrojo y verbo que da envidia, retoma su discurso reiterando los dichos contra el Presidente Alessandri y justificándolos, diciendo: El telegrama del Señor Presidente es injusto y desleal a la raza araucana, ya he retirado estos conceptos señor Presidente, porque (los araucanos) por primera vez en su vida política acordaron apoyar en masa la candidatura de Alessandri el año 1931 y cuando S. E. era impedido en Temuco para usar la palabra, por los señores monteristas, Manuel Aburto Panguilef ordenó desde la tribuna que los disolvieran a sus mocetones. Más de cien indios montados a caballo procedieron y S. E. admiraba a la raza. ⁷⁵ Es muy interesante y sorprendente observar que durante todos esos años, los veinte y los treinta, hay mucha actividad política indígena. No parecieran ser estos dirigentes marginales. Se enfrentan como se ve con el propio presidente de la República y eso no pareciera algo censurable. Aparece en los periódicos bastante destacados. Los mapuche de las comunidades seguramente escuchaban de estos pleitos y se sentían respaldados por sus representantes. Por cierto que participan, como ha sido visto, en sus caballos atacando la contra manifestación que impedía hablar al León de Tarapacá en Temuco. Muchos mapuche se presentan de candidatos a diputados, a los municipios y en todas las contiendas electorales hay participación activa. Uno tiene la sensación, leyendo diarios de la época, que los mapuche han tratado de acercarse al Estado desde hace muchos años. Y el Estado ciertamente no los ha escuchado. Esa generación joven de los años veinte y treinta, tenía confianza en las posibilidades de integración que les ofrecía la sociedad chilena. Esa es la historia de nuestro tercer Venancio Coñoepán. Venancio Coñoepán, la educación en las misiones Estudió Venancio la educación básica con los pastores anglicanos de la denominada “Misión Araucana” de Chol chol; allí llegó por los años veinte un personaje central en la formación de esa generación de jóvenes mapuche.

Mr. Wilson, misionero inglés o americano, no estoy seguro, él y su señora se instalaron en ese pequeño pueblo. Creo yo que a él se debe una de las primeras traducciones del evangelio a la lengua mapuche. Formó a muchos jóvenes en la idea de exigir respeto por la cultura de sus antepasados y tratar de integrarse a una nueva vida, la vida moderna. Las misiones fueron el factor clave para la formación de las primeras generaciones de dirigentes mapuche. Debemos detenernos un tanto en ellas. Dos eran las misiones que se habían instalado entre los mapuche, una anglicana y la otra capuchina católica alemana ⁷⁶ . Tengo la impresión de que fue mayor en esos años la influencia de los anglicanos sobre los jóvenes, que de los frailes capuchinos que se instalaron en la misión de Boroa, luego en Padre las Casas y Villarrica. Quisiera explicar las razones. El padre Félix de Augusta, de quien hemos hablado, en particular, y también Jerónimo de Amberga, dos de los más prominentes capuchinos, tienen una actitud diferente a los anglicanos respecto a la cultura mapuche. La estudian detenidamente y la llegan a aceptar de manera muy sincera. Consideran incluso que la religión araucana era algo semejante al “antiguo testamento” para el cristianismo, aceptado y criticado. Augusta llega a realizar una combinación entre Misa y Nguillatún, sacrificando en medio de la misa católica, un cordero al estilo del ceremonial mapuche. Esa generación de viejos capuchinos bávaros está contra la modernización de la vida indígena. No creen en su capacidad de adaptación a la vida moderna. Más aún, se deslumbran con la cultura indígena y no por casualidad son los primeros grandes etnógrafos de la vida araucana. Jerónimo de Amberga con su larga barba de capuchino alemán viajaba a comienzos del siglo con los mapuche a Santiago a reclamar por las injusticias. Sus textos publicados en la Revista Chilena de Historia y Geografía son hermosos. Augusta por su parte, nos dejó las Lecturas Araucanas conjunto de relatos religiosos de los indígenas y acerca de ellos, del más grande valor en la actualidad que ya hemos citado. En esos años el padre Wilheim de Moesbach se encontraba en la Misión del lago Budi en la costa de la Provincia de Cautín. Allí conoció al cacique Pascual Coña. Convencido Moesbach de que la cultura indígena iba a desaparecer, se sienta por días y semanas a copiar la Vida y costumbres de los antiguos araucanos relatada por el cacique Pascual Coña del Budi. Escribe con cuidado monacal una versión bilingüe que el sabio Rodolfo Lenz le publica entusiasmado en Santiago. Tenemos allí un compendio único de sabiduría mapuche gracias a la paciente labor de este capuchino. Los primeros capuchinos tienen una voluntad increíble de integrar la cultura mapuche con el catolicismo que ellos traen. Un recuerdo señala: A las 10 AM el R.P. Mamerto de San José subió a las gradas del altar erigido en la escuela misional de Quecheregua (cerca de Cunco) para ofrecer el gran sacrificio del cordero inmaculado al único y verdadero Dios de las cosechas, en agradecimientos por los beneficios que nos había dispensado durante todo el año pasado. “Chau ka fotam ka Espíritu Santo tañi ñi meu. Amen” dijo. No hay lengua que no lo adore. Y seguían después rezando “Jesús ñi duam mongen” Por Jesús vivo, por Jesús muero...Y, continúa el relato, lo que al culto dio una nota especial y fue la causa de verdadera sorpresa eran los cánticos religiosos que sonaban en idioma indígena “Emi kochi, Virgen, Kesús (Jesús) ñi naqpeyún” y “Kesús ñi kume piuke kem mapu

fel pikel” traducción del “Dem Herzen Jesu singe” como otros que se hallan en el devocionario que hace poco salió de la pluma inspirada de su sabio autor el Padre Félix José de Augusta. Daba gusto oír cuán fácil la lengua indígena se adaptaba al ritmo y melodía de las canciones alemanas. Un cierto grado de surrealismo sugieren estos recuerdos de las actividades de estos misioneros alemanes en el sur de Chile, que buscaban por todos los medios acercar dos culturas tan distantes. El sacrificio del cordero mapuche en el nguillatún, el hueque ceremonial, lo asimilaron al concepto mediterráneo del “Cordero de Dios” en un acto ritual de carácter sincrético. Fue, como se ve, una generación de frailes angustiados con el fin de la cultura y que trataron de fundir la religión católica en la cultura mapuche como forma o camino de lograr la transformación y perduración. Augusta es sin duda, un precursor de lo que ha sido la Teología de la Liberación, sobre todo en su propuesta ritual, esto es, reunir el catolicismo en la cultura popular, en este caso en la cultura mapuche. Mr. Wilson y la Misión Anglicana eran en cambio, de ideas más modernizadoras y conducían al reemplazo de la antigua cultura por una nueva forma de vida. Había que estudiar, decían, integrarse a la sociedad chilena, con el orgullo de pertenecer a la “raza araucana”, pero cambiando las costumbres de los antiguos. Venancio, joven brillante, asume esta idea de sus maestros, y se va a instalar a Temuco donde se dedica exitosamente al comercio. A los pocos años, siendo muy joven, obtiene la concesión de la marca de vehículos Ford, con lo que su prestigio iba más allá de su propio pueblo. Como distribuidor de la Ford en Temuco va a tener el suficiente poder para transformarse en el líder de su gente. El mismo había encarnado el éxito de navegar en las dos aguas, ser respetado en su comunidad y tener éxito en la sociedad temucana.

Coñoepán aparece en las fotos de joven, de impecable terno y corbata, pelo corto, como era la usanza de la época. Junto a él su equipo de jóvenes que lo seguiría por más de treinta años. Esteban Romero, quien llevaba el mismo nombre y apellido que su abuelo, cacique de Truf Truf y que fue muerto en el ataque a Temuco del año 1881. Romero en este caso era un nombre mapuche popularmente conocido. Esteban Romero será diputado por la Corporación Araucana en la década del cincuenta. Otro nieto de cacique famoso era el joven José Cayupi Catrilaf quien junto a Romero será también diputado por la Corporación Araucana. Originario de Lautaro, su abuelo fue conocido como Taita Cayupi, afamado cacique de la zona cordillerana. Don Tomás Guevara lo entrevistó ya viejo en los primeros años del siglo veinte. Expresaba decepción y desprecio por la cultura occidental. Su nieto se convirtió en comerciante de productos agrícolas, se instaló joven en Temuco y le fue bien en los negocios. Varios profesores jóvenes acompañaban a Coñoepán. Por coincidencia eran descendientes de familias patricias dentro de la sociedad mapuche, lo que muestra el poder que tenían los jefes o lonkos antes de la reducción. Don Heriberto Manquilef, proveniente de Quepe, donde tenía su casa, fue uno de estos jóvenes profesores. Con los

años llegó a ser el Director del Liceo Politécnico de Temuco y una persona de fuerte influencia en varias generaciones de jóvenes mapuche. Al comenzar los años treinta estos jóvenes se apoderan de la Sociedad Caupolicán Defensora de la Araucanía que habían formado hacía veinte años los primeros profesores primarios. Se transforman en un movimiento de renovación que se auto asigna el nombre de “juventud araucana”. Inician una serie de actividades y se presentan dos o tres veces a las elecciones parlamentarias sin mayor éxito. No era aún su tiempo. En Santiago ocurrían muchos cambios políticos que repercutían en el sur. El más interesante sería la República Socialista y la lucha por la tierra en la Araucanía.

Venancio Coñoepan Huenchual, segundo de pie de izquierda a derecha, Ministro de Tierras y Colonización del Gabinete de Carlos Ibáñez del Campo. 1952. La fotografía fue obtenida en 1980, del propio archivo de la viuda de Don Venancio Coñoepan, en su casa de Piguchen, Chol Chol, cuando la vistamos con el profesor Rolf Foerster quien sacó la foto del original.  República socialista y repúblicas araucanas

Fueron, los treinta, años de desórdenes y revoluciones. La crisis mundial había golpeado la industria salitrera en forma definitiva, la cesantía se expresaba en ollas comunes y por todas partes surgía la insurgencia revolucionaria. Alessandri Palma ha dejado a Carlos Ibáñez el poder y al huir este, años después,, se produce un vacío que en un acto de arrojo y aventurerismo lleva a la junta militar de Marmaduke Grove, Carlos Dávila y Eugenio Matte a proclamar, ni más ni menos, la República Socialista . La historia es conocida, doce días de acuerdos y cien días de Dávila en solitario, hasta que todo comienza de nuevo y vuelve Alessandri Palma a gobernar el país. En el sur se reúnen varios dirigentes indígenas y ni cortos ni perezosos proclaman la República Araucana, símil sureño de la República Socialista. Allí se encontraban tendencias de diferentes orígenes; Manuel Aburto Panguilef, iluminado y carismático dirigente de la Federación Araucana de quien hablaremos más adelante y que en otros trabajos hemos relatado con detalle sus peripecias; César Colima, profesor de la sociedad Caupolicán; grupos de comunidades agrupadas bajo diferentes denominaciones. Se muestra una vez más lo que es característico de la historia política mapuche: no tienen normalmente organizaciones unitarias, no conocen de la centralización política, pero se unen frente a causas comunes. En ese momento les pareció una oportunidad el subirse al carro de los cambios revolucionarios de Santiago, a su manera. Por cierto no habían siquiera interlocutores para una propuesta de esta naturaleza por lo que no pasó de ser un manifiesto, pero el hecho quedó consignado en la conciencia. Comenzaba la década del treinta. En medio de estos complejos procesos políticos que ocurrían en Santiago, en el sur la situación de conflicto había aumentado. Uno de los conflictos más importantes de esos años fue el ocurrido cerca de Osorno, en la zona del lago Puyehue y Rupanco, como consecuencia de la concesión de tierras a la que nos hemos referido, que se denominó posteriormente y conoció como la Sociedad Ñuble Rupanco ⁷⁷ . El año 1931 al parecer desesperados por esta situación un grupo importante de mapuche, huichilles, diríamos hoy día, de esa zona marcharon a pie a Santiago. Los indios mapuche que han venido a pie desde Osorno a esta capital han declarado que muchas caravanas de indios hambrientos invadirán los campos si el gobierno no escucha sus clamores ⁷⁸ Esto ocurría el año 31. En mayo del año 1928, esto es, tres años antes, había ocurrido un episodio en Osorno que muestra el tenor de los conflictos y el pensamiento y demanda de los jefes mapuche. Veamos lo que dice un diario de la época: ⁷⁹

Este tipo de demandas políticas por el reconocimiento son muy antiguas y no son pocas en la historia mapuche del siglo veinte. Son sin duda poco conocidas y se cree que las demandas por autonomía son muy recientes. El conocido profesor Alejandro Lipschutz cita el manifiesto de Llanquihue del año 1894, quizá uno de los primeros de su tipo, en que los caciques denunciaban, Los crímenes cometidos en Remehue, en Quilacahuín, Rahue, San Pablo, La Costa, y en todas partes del Departamento de Osorno y en el Departamento de Llanquihue… ⁸⁰ Esa región fue sin duda muy castigada y se mantuvo movilizada contra estos atropellos durante muchos años. Las ideas de un arreglo político que les otorgara a los indígenas un mayor control sobre sus problemas y recursos estuvieron presentes en todo este período. No será extraño por tanto que Venancio Coñoepán ese mismo año de 1941, cuando viene de regreso de la reunión indigenista de Pátzcuaro en México, esté pensando también en la República Independiente Mapuche. El Frente Popular araucano El profesor Gregorio Seguel Capitán me relató, en varias oportunidades que conversé con él, la manera cómo habían organizado el Frente Único Araucano, símil en el sur, del Frente Popular que se había construido con la alianza del partido Radical, Comunista y el recientemente formado

Socialista. Se produjo una enorme ilusión popular con la llegada al gobierno de Aguirre Cerda el año 1938. Los mapuche no estuvieron ajenos a esas esperanzas. Solicitaban desarrollo para las comunidades y educación para los hijos. Allí participan activamente los hermanos Chiguailaf o Chihuailaf, ascendientes del actual poeta mapuche Elicura Chihuailaf y de nuestro amigo profesor en París, Arauco Chihuaylaf. Estos dirigentes de Cunco, adhieren a las ideas socialistas que en la época se expandían por el mundo y el país. En muchas comunidades el problema principal era la ausencia absoluta de caminos. Los remates de tierra, no previeron el diseño de caminos vecinales por lo que muchas comunidades o reducciones quedaron literalmente encerradas. Para salir debían cruzar por propiedades particulares y en muchos casos se les prohibía el paso. Un abuelo de Ana Llao, dirigenta muy valiente y conocida, nos relató lo que ocurría en Purén, en Tranamán en esos años. Los mapuche, decía, llegaron a no tener por donde salir de su tierra. Los ricos, así les llamaba a los propietarios, le echaban los perros apenas los veía pasando por su propiedad. Había un médico joven en Purén que comenzó a organizar a la gente en torno al partido socialista. Con él fueron a Santiago a exigir soluciones a sus problemas. Llegó a haber tal grado de violencia que en una oportunidad el propietario furioso por el motivo que la gente cruzaba por sus potreros, le quemó la ruca a uno de los comuneros. Llegó junto a un grupo de inquilinos montados a caballo y ante la vista y desesperación de la familia, le prendió fuego a la casa con todos sus enseres adentro. Fueron muchos los reclamos infructuosos hasta que llegó el gobierno del Frente Popular y comenzó a solucionar este asunto. Se devolvió un trozo de tierra en disputa y se construyó un camino que permitió la salida de las comunidades que allí se encuentran. La cuestión de los caminos fue quizá la de mayor importancia en esos años iniciales del frente Popular. La ley del más fuerte mandaba en las regiones del sur y muchos propietarios no daban servidumbre de paso a los comuneros. En el Fundo Pilmaiquén en la Comuna de Río Bueno los conflictos terminaron en muertes: Encarcelada en su propia hijuela, Purrupulo, por imposición de los latifundistas de la sucesión Caminondo y Edmundo Vázquez Becker, propietarios del Fundo Choroi o Choroico, quienes han luchado desde años por apoderarse de esas tierras, está la familia formada por Sara Rios Huenchul….Se les ha prohibido transitar por los caminos de servidumbre que atraviesan los predios de estos modernos verdugos. Han sido hostilizados hasta la desesperación culminando la odiosa persecución con un hecho de sangre, la muerte de Pedro Caminondo y el encarcelamiento de Ruperto Ríos Lavados Los hechos comenzaron el año 41 con los reclamos de los comuneros e hijueleros ante las autoridades, y la muerte se produjo el 12 de Mayo de 1949, en las calles del pueblo de La Unión. El autor del crimen fue sentenciado a 15 años de prisión y salió de la cárcel el 9 de Junio de 1956 ⁸¹ . El año 1962 aún no se resolvían estos derechos de tránsito o servidumbres de paso a los que toda propiedad se supone que tiene derecho.

El Frente Popular trató de resolver los temas mapuche pero al igual que con los asuntos campesinos no tuvo éxito. Muchas son las explicaciones. Una de ellas señalaría la importancia que el voto radical y socialista tenían en el sur de Chile y que provenía en buena medida de los colonos extranjeros y chilenos. Durante buena parte del siglo veinte los agricultores de Temuco, Valdivia y Osorno eran pro estatistas a diferencia de los del centro del país, la antigua oligarquía agraria liberal y conservadora. Por ello en Temuco tuvo mucha importancia primero el Partido Demócrata, luego el Radical, mas adelante el Partido Agrario, que finalmente en un congreso realizado en la propia ciudad de Temuco se funde formando el Partido Agrario Laborista, que fue el instrumento político del ibañismo. En Valdivia el voto del partido socialista fue siempre también muy seguro. No está demás recordar que muchos de los colonos europeos que llegaron al sur de Chile, venían a su vez arrancando de situaciones de injusticia en Europa, y adscribían a ideologías anarquistas y socialistas. Esconder estas situaciones hoy día, es simplificar inútilmente la historia. Se producía una contradicción entre una política pro mapuche activa y el apoyo de los colonos, como se ve, muchos de ellos ligados al Frente Popular. Quizá esa contradicción llevará a Venancio Coñoepán a buscar alianzas con la derecha conservadora, que en esa región no tenía nada que perder. Pero la hipótesis histórica más relevante es sin duda la que señala que el Frente Popular optó por el desarrollo industrial y la urbanización acelerada frente al desarrollo del campo que pasaba necesariamente por su transformación. Veamos en detalle este asunto central a nuestro modo de ver en la historia del siglo veinte chileno. Durante los años del Frente Popular, el Frente Único Araucano fue muy activo y realizaba grandes movilizaciones. En el año cuarenta y uno, mientras sesionaba esta Comisión, hubo grandes manifestaciones por “la tierra”. Una de las marchas que transitaba por las calles de Temuco constituye una de esas fotografías emblemáticas de aquel período, aparece en casi todos los afiches acerca de la historia campesina de Chile. La Liga de los Campesinos Pobres se llamó un amplio frente social que luchaba por obtener tierras para los campesinos. En esos días se esperaba que la colonización de las tierras fiscales del sur permitiera paliar la cesantía existente. Se formaron numerosos comités de colonos que presionaban a la Caja de Colonización Agrícola por tierras. La demanda del Frente ese año 41 eran las siguientes según se pueden extraer de un Memorial presentado al Ministro de Tierras y Colonización de esa época: Retiro inmediato del Proyecto de Ley sobre División de Comunidades Indígenas, que pende de la consideración de la Cámara de Diputados; Nombramiento de una Comisión que estudie dicho proyecto en forma que este contemple las verdaderas aspiraciones de la raza; Restitución de todas las tierras usurpadas; Colonización de tierras cultivables preferentemente con indígenas y facilitando a estos los medios necesarios para el trabajo;

Los indígenas ocupantes de terrenos fiscales deben ser radicados de inmediato en ellos; Legalización de los títulos de Comisario otorgados a indígenas; Re mensura de fundos ubicados en zonas indígenas; Suspensión inmediata de los lanzamientos de indígenas en toda la zona sur y especialmente en Valdivia y Chiloé; Creación dentro de las facultades de la Caja Agraria de un Departamento de Crédito Indígena; y, Organizar la Procuraduría integrándola con un indígena que será designado por una terna que pasará el Frente Único de Araucanos de Chile Firmaban Andrés Chihuaylaf y Gregorio Seguel, Presidente y Vicepresidente. Lo concreto es que el año cuarenta se forma una Comisión para analizar los problemas mapuche del sur. Como el lector podrá percibir, en el tema mapuche lo que no ha faltado han sido las comisiones. Estuvo formada por el director general de Tierras, el director de Colonización, don Ramón Astorga Barriga, abogado socialista, muy conocedor de estos temas y relacionado estrechamente con el cardenismo mexicano, Venancio Coñoepán de quien estamos hablando, Andrés Chihuaylaf del Frente Único Araucano y varios representantes de otras sociedades indígenas que se incorporaron después y que fueron la fuente de los conflictos, la Sociedad Galvarino que estaba formada por mapuche emigrantes en Santiago ligados al Partido Socialista, y un Padre capuchino que representaba a la Unión Araucana. Lo más interesante de los resultados de esta Comisión fue que trató de resolver tres tipos de asuntos altamente controversiales. Por una parte que no se dividieran las comunidades o reducciones de derecho pero que si pudieran fijarse los límites internos de los Títulos de Merced, o divisiones de las hijuelas de hecho. A esto se le llamaba “ individualizar el patrimonio indígena actualmente en comunidad ” Lo segundo, consistía en remensurar los Títulos de Merced y si estos tuviesen partes usurpadas, restituirlas; y lo tercero, declaraba nulas todas las “ventas de acciones” de tierras indígenas, que era la forma simulada de comprarlas ya que como se ha dicho no podían legalmente ser vendidas. Se compraban supuestos “derechos” sobre una tierra intransferible. “ Deben ser declaradas nulas, de nulidad absoluta porque este ha sido un sistema ideado para burlar la ley, decía el documento, y agregaba que “El Título de Radicación es inembargable y no podrá ser enajenado sino con autorización fundada de la Dirección general de Tierras ”, de la que Astorga Barriga era el Director. ⁸² Don Andrés Chihualaf Huenulef, dirigente como ya hemos dicho de Cunco y relacionado con el Partido Socialista, fue a Santiago como representante del Frente Único Araucano en esa comisión. Ante la ampliación de la Comisión a otras personas y la imposición del Padre Francisco de los Capuchinos y del representante de los mapuche de Santiago de la Sociedad Galvarino, decidió retirarse. La cuestión de fondo finalmente fue que el Gobierno el Frente

Popular no tenía la intención de enviar al parlamento un proyecto de Ley con estas consideraciones. ⁸³  Luis Morales Zuaznábar, director general de Tierras y Colonización que presidía esa Comisión, señala que: Según información del Sr. Chihuaylaf el trabajo de esta Comisión estaría destinado a preparar un proyecto de ley que después de aprobado por ella y aceptado por el Sr Presidente de la República, se enviaría al Congreso Nacional…etc… ⁸⁴ Niega que ese haya sido el objeto de esa comisión, lo que desde la lejanía de los documentos parece ser falso. Lo que ocurrió en ese año cuarenta y uno fue algo mucho más profundo y que marcará la Historia de Chile por más de treinta años. Las cuestiones agrarias, campesinas e indígenas se negociaron ese año entre los dirigentes del Frente Popular y las Sociedades representantes de la oligarquía rural chilena. La comisión ministerial, que funcionó el año cuarenta en el ministerio del Interior, llegó finalmente a la convicción de que no se podía atacar el proceso de industrialización que era la prioridad del gobierno frentista y al mismo tiempo resolver los problemas del campo. La decisión ministerial del año cuarenta y uno prohibió la sindicalización campesina y postergó el tema del inquilinaje y la servidumbre rural hasta fines de la década del sesenta con consecuencias fáciles de comprender y por todos conocidas. La decisión afectó la labor de la Comisión de Asuntos Indígenas que sesionaba paralelamente, e inhibió las propuestas que había preparado. Arturo Olavarría Bravo, que en ese tiempo era el ministro del Interior de Aguirre Cerda, lo trata en detalle en sus memorias, Chile entre dos Alessandri . Don Ramón Astorga Barriga, con quien conversé muchas veces de este asunto, señalaba que allí se había perdido una de las grandes oportunidades de justicia con los mapuche.  ⁸⁵  En definitiva el Frente Popular no realizó las transformaciones que había prometido. Viene un nuevo período en que el movimiento indígena se carga hacia la derecha política con Venancio Coñoepán a la cabeza. La Corporación Araucana El Frente Único Araucano se fue disolviendo al igual que el Frente Popular que le había otorgado su inspiración. Consiguió del Estado la edificación de escuelas rurales y la apertura de caminos. Se detuvieron durante un tiempo los atropellos más flagrantes. Seguel Capitán y los Chihuailaf recorrían la tierra defendiendo a la gente. Viajaban a Santiago, volvían y volvían a viajar. Los diarios de la época están llenos de declaraciones, marchas, reuniones y peticiones de justicia. El movimiento mapuche se había enmarcado en el tipo de acción política democrática de la época: Demandas nacionales, partidos políticos, y el Estado que trato de resolver los asuntos planteados. Coñoepán en esos años apoya a Aguirre Cerda, pero se distancia de los socialistas. Su viuda señalaba que era más amigo de los radicales. Más adelante fue ibañista. Le gustaba el orden de los militares. Decía siempre que los mapuche eran militares. Más adelante se comprometió con el Partido Conservador. Junto a sus jóvenes dirigentes inicia un nuevo planteamiento. En Santiago se ha creado la Corporación de Fomento de la Producción, la Corfo, que era considerada como la palanca básica para realizar la industrialización del país y lograr su desarrollo. La imagen de la

Corfo domina los años cuarenta. Venancio tiene una posición más autónoma frente al Estado que los dirigentes del Frente Único Araucano. Él considera que no solo se le debe solicitar beneficios al Gobierno sino que construir instituciones propias de los indígenas que le permitan su desarrollo. Es la idea oculta de una República Araucana la que tiene en su mente. Para lograrlo, dice, necesita poder social y poder económico. Funda en esos años la Corporación Araucana, institución de fomento y desarrollo del pueblo araucano y de la Araucanía como reza su acta constitutiva. Vemos una tercera “idea espejo” en el curso de esos años. Los mapuche perciben que el camino hacia la integración respetuosa, consiste en asumir las instituciones “huincas”, las de la sociedad chilena, y reproducirlas –o resignificarlas– en el ámbito indígena. Así como la Corfo sería la palanca del desarrollo chileno, otra corporación, en este caso “la Araucana” sería la palanca del desarrollo indígena.

Fotografía del Diputado José Cayupi Catrilaf, de la Corporación Araucana, obtenida desde su álbum de fotografías personal en una vista realizada en 1981 junto al profesor Rolf Foerster. La juventud araucana de los treinta ya se había convertido, en los años cuarenta, en una elite indígena urbana principalmente de Temuco. Más bien, es la primera generación mapuche urbana con relaciones estables con la sociedad chilena. En la medida que se desgastan las otras organizaciones la corporación crece. Coñoepán se presenta a todas las elecciones parlamentarias, primero como independiente y pierde, luego se une al Partido Conservador. Allí gana un puesto en el Parlamento.

El afiche del año 41 de la candidatura de Coñoepán o “Coñuepán” como a veces se escribía, decía: Don Venancio Coñuepán, nacido de una familia indígena con tradiciones desde varias generaciones y que cooperaron en la formación de la República, con educación, cultura y experiencias, debido a su actuación en la agricultura, en el comercio y en la vida societaria está plenamente capacitado para representar dignamente a esta Provincia en el Congreso Nacional y habiendo extraído sus conocimientos desde sus raíces que forman la colectividad de Cautín Terminaba en grandes letras diciendo que “ El triunfo de Venancio Coñuepán será la expresión de la auténtica chilenidad ”. Firmaba el comité central de la candidatura indígena: José Cayupi, presidente, Esteban Romero, secretario y Abelino Ovando, tesorero. Su discurso al presentarse en el Parlamento es hermoso. Pronunció frases en lengua mapuche, quizá por primera vez en el famoso hemiciclo de la democracia republicana chilena, ya que Melivilu, al parecer por ser hijo de madre no indígena, no hablaba bien el idioma. Coñoepán en cambio, era un gran orador mapuche. Hablaba un mapuche de mucha calidad me señalaba Melillán Painemal, profesor y culto conocedor de la lengua indígena. Dice en su discurso parlamentario que por sus venas corre sangre noble, de la más alta nobleza de Chile, la nobleza araucana. Habla de los sufrimientos de su pueblo y clama por la dignidad de los indígenas. Dice en el Congreso Nacional: Mis antepasados desde varias generaciones figuraron siempre como jefes, pues ya lo eran en la Colonia. Por tal motivo puedo declarar que vengo desde el fondo heroico de la Historia de la raza aborigen y continúa: Claro está que ninguno de mis colegas aquí en el Parlamento puede sentir o pensar igual que un indio. Pues que aunque convivimos en un mismo territorio, estamos caminando por caminos distintos... los hechos históricos mencionados, la usurpación de las tierras, produjeron incontables desgracias y sufrimientos, odios y resentimientos, que los años todavía no logran borrar Muchas veces pregunté a personas que pertenecieron a la Corporación Araucana, el porqué de esa alianza con el Partido Conservador Unido. Sin duda era extraño que los mapuche se afiliaran al partido político de la oligarquía terrateniente chilena, al partido de los católicos. Las explicaciones que se han dado son muchas. Veamos algunas. El Partido Conservador Unido era católico ultramontano pero paternalista, posiblemente no veía con malos ojos proteger a los indios del sur. Por otro lado, era un partido de los terratenientes de la zona central del país. En la Araucanía los dueños de fundos o eran del Partido Radical, en el poder en esos años, o eran del Partido Agrario que posteriormente formó el Agrario Laborista, principal fuerza política del ibañismo el año mil novecientos cincuenta y dos. Le interesaba, dicen algunos, a los conservadores tener votos, aunque fuesen indígenas, en el sur de Chile. Hay una explicación, que

dicen que el propio Coñoepán sugería. Afirmaba que para lograr las conquistas araucanas había que aliarse con los que tenían el poder en forma directa. Entendía así la alianza con la derecha. Otros dirigentes señalan que era solo instrumental la relación con el Partido Conservador, o con el Agrario Laborista o con el ibañismo, después. Que siempre ellos fueron a las elecciones como Corporación Araucana. Sin llegar a acuerdo del porqué de esta alianza hay que hacer notar que el principal movimiento indigenista de este siglo, fue aliado político electoral de la derecha. A lo menos es un asunto curioso que debe ser consignado. Son muchas las personas que creen que las demandas indígenas son nuevas. Posiblemente cuando Coñoepán hablaba en el hemiciclo del Parlamento no era escuchado o ni siquiera entendido por muchos de los allí presentes. Los oídos de las personas son asuntos también muy extraños. Se escucha lo que se quiere oír, normalmente. La lista de discursos de Coñoepán es tan larga como la de Melivilu, Manquilef y los otros diputados indígenas. Denunciaron los atropellos, los litigios, las usurpaciones de tierras. Unos desde la izquierda política chilena de la época, otros desde la derecha política. En fin, buscaron todos los caminos para lograr sus propósitos. Con Carlos Ibáñez del Campo la Corporación Araucana llegó al despliegue máximo de su poder de convocatoria. Para la campaña electoral del “caballo Ibáñez” como se le decía, juntó, sin duda con su qué, más de “cuatro mil jinetes araucanos bien montados” en una manifestación en Temuco. Nunca se había visto algo igual en esa ciudad. Ganó Ibáñez. Coñoepán fue nombrado ministro de Tierras y Colonización y la Corporación elegía a los diputados Romero y Cayupi. Varias gobernaciones de la Araucanía fueron ocupadas por dirigentes de la Corporación Araucana, entre ellas, Pitrufquén, por don Arturo Coñoepán Huenchual, hermano de Venancio. Se funda el Departamento de Asuntos Indígenas, Dasin, primer aparato institucional del Estado a cargo de los asuntos indígenas. Se organiza el primer programa de becas para estudiantes indígenas, el que fue durante años coordinado por el profesor mapuche don Lorenzo Lemunguier. Muchos jóvenes indígenas pudieron estudiar y hoy son profesionales gracias a ese programa. Comenzaron a entregarse créditos desde el Banco del Estado, del que Venancio fue miembro de su directorio, a los comuneros mapuche, cuestión que hasta ese momento no existía. En fin, no fueron pocos los cambios que logró la política de la Corporación. El mayor logro fue la oposición de Coñoepán a la división de las reservas o comunidades indígenas. Coñoepán fue un enemigo de las leyes de división. Consideraba que la comunidad era la defensa de la cultura, de la vida de la sociedad indígena. En su casa de Piguchén revisé el libro del profesor Alejandro Lipschutz, La comunidad indígena en América Latina y en Chile , que don Venancio tenía en su biblioteca. El libro del sabio comunista estaba subrayado completamente y lleno de signos de exclamación tales como ¡estoy absolutamente de acuerdo! o ¡eso es verdad! La tesis de Lipschutz era acerca de la importancia de la comunidad como preservadora de la cultura indígena en América Latina. Señalaba que quienes quieren destruir estas culturas comienzan su trabajo dividiendo las comunidades, repartiendo sus tierras. El diputado del Partido Conservador Unido estaba de acuerdo con las tesis del antropólogo comunista. Esta complejidad que

aquí señalo es para llamar la atención, justamente, acerca de la contradictoria aproximación que los mapuche han tenido y tienen a la política chilena. Lo único que explica estas contradicciones aparentes son los propios intereses indígenas, su sentido de grupo minoritario discriminado, que lo conduce a utilizar de manera pragmática los diversos aspectos y posibilidades que la política chilena les entrega. Y eso dura hasta hoy. La colonización en esos años provocó también muchas esperanzas. Se pensó que era el camino de encontrar nuevas tierras para los indígenas. De restituir los terrenos despojados. Se formaron comités de Colonos que con el tiempo se llenaron de frustraciones ya que no pudieron conseguir tierras. Hubo algunas colonias, como cerca de Temuco, en un lugar conocido como Huichahue y en otras pocas partes. Muchos se fueron al extremo sur. Aunque es un detalle en medio de estos relatos, bien vale detenerse un minuto en conocerlo. Varios de estos comités de colonos estaban compuestos por mapuche. Se trataba de grupos organizados que presionaban por tierras para colonizar. Se les ofrecieron parcelas en Chile Chico y otros lugares al borde del lago General Carrera en lo que hoy se conoce como Aysén. Muchos grupos de mapuche aceptaron viajar a esas tierras del sur. Se formaron colonias en Puerto Ibáñez, en honor del ex presidente y “dictador”, en Cerro Castillo, Lago Caro y otros lugares de esa región hasta ese entonces de muy poca población. Otros llegaron en forma espontánea siguiendo a sus parientes. Se trasladaron a más de mil kilómetros de distancia de la Araucanía. Años atrás recibí una carta hermosa de la comunidad de Cerro Castillo en que relataban el origen mapuche de todos ellos, de cómo se sienten orgullosos de ser araucanos, de que conservan sus tradiciones y recuerdos. Ciertamente si uno observa los apellidos en esas regiones se encontrará con una gran cantidad de descendiente de mapuche. Víctor Alonqueo que durante años vivió en Coyahique, hijo de don Martín, profesor a quien hemos citado, reunió a gran cantidad de descendientes de mapuche, los que en su mayoría provienen de la colonización de este período. No deja de ser interesante comprobar que los mapuche continúan siendo tales sea cual sea el lugar en que se encuentren viviendo. El desarrollismo indígena de Coñoepán se vio reforzado por la existencia de condiciones favorables de crecimiento económico en el país. Durante los años de la posguerra se produce un sostenido crecimiento de la economía sobre la base de la política de sustitución de importaciones. Aumentó el empleo. Fue un período de grandes migraciones desde el campo hacia las ciudades. Los mapuche no fueron ajenos a ese proceso. El discurso modernizador iba pues en la línea de las posibilidades que se estaban abriendo en el país. La crisis en el desarrollo nacional que eclosionó en los años sesenta, el agotamiento del modelo sustitutivo, como señalan los historiadores de la economía, los cambios políticos que van a ocurrir no solo en Chile sino en casi todo el mundo, conducirán al descrédito de este discurso y su relevo por uno de corte radical, heredero también de viejas posiciones nativistas del pasado.

Durante este período de posguerra dos son las organizaciones que más influencia tienen en el pueblo mapuche, la ya analizada Corporación Araucana y la Unión Araucana apoyada por los misioneros capuchinos. Entre ambas hubo diferencias muy sustantivas, si bien las dos luchaban por una “integración respetuosa”. Don Martín Alonqueo fue Presidente en varias oportunidades de esta organización relacionada con la Iglesia Católica y escribe: En consecuencia hay inquietudes de cambios, de transformaciones evolutivas en la mente de los mapuche y solo esperan hallar comprensión abierta libre de egoísmo, prejuicios y oportunidades favorables y decisivas por donde canalizar esta aspiración de superación que actualmente brota desde lo más profundo en cada pecho mapuche ⁸⁶ La Unión Araucana fue fundada a fines del año 1920 en Padre las Casas. Tenía un carácter más modernizador y muchos de sus dirigentes por ejemplo

no enseñaban el idioma mapuche a sus hijos de modo que se pudiesen integrar mejor en la sociedad chilena. Louis Faron, un afamado antropólogo que visitó el sur de Chile en los años cincuenta y que conoció muy de cerca de la familia Alonqueo, señala: La Unión favorece la repartición de la tierra de la reducción en posesiones privadas de tierra y algunos de sus miembros se mantienen a favor de una absorción rápida de los mapuche dentro de la sociedad chilena ⁸⁷ A lo largo del siglo veinte las organizaciones mapuche tendrán posiciones diferentes y en algunos casos encontradas frente a temas de tanta importancia como la vida de las comunidades, los sistemas de propiedad, en fin, la asimilación, integración o autonomía de la sociedad mapuche. Esta etapa llena de esperanzas de los mapuche y llenas de frustraciones por la ninguna acción del Estado, primero del Frente Popular y luego de los gobiernos de Ibáñez y Alessandri Rodríguez, conducirá a una nueva etapa en que el movimiento indígena se cargará esta vez hacia la izquierda del espectro político chileno. 1. En las tomas de fundo

Don Juan de Dios Coliqueo, de la localidad de Vega Larga, fundo El Vergel en la comuna de Lautaro, había sido nombrado presidente del comité de independientes por la candidatura de don Jorge Alessandri Rodríguez el año mil novecientos sesenta y nueve. Era un viejo coñoepanista y con los avatares del tiempo había pasado del Partido Conservador Unido a ser adherente independiente del Partido Nacional que en los años sesenta reunió a los diversos escombros de los viejos partidos de la derecha, el conservador y liberal, más los nacionalistas pratistas seguidores del líder Prat Echaurren. Era el partido de Onofre Jarpa, de la vieja derecha chilena. Alessandri Rodríguez había sido presidente de la República entre el cincuenta y ocho y el sesenta y cuatro y ya viejo, y sin ganas, es llevado a una segunda campaña para detener a Salvador Allende Gossens. Como es bien sabido ganó este último y los ecos de su triunfo llegaron hasta los campos de Cautín. Don Juan de Dios, en su pequeña radio de baterías en la reducción Coliqueo Huenchuán en la Vega Larga, escuchaba las promesas y discursos de la campaña. Desde hacía décadas que tenía un conflicto de tierras con un propietario de apellido Datwille o algo similar según me fue explicado. Se trata de un valle hermoso, rodeado de colinas. Por el medio corre el río Muco, afluente del Cautín. Hay vegas prodigiosas donde se puede sembrar cualquier cosa con éxito. La comunidad de don Juan de Dios fue siendo arrinconada poco a poco hacia la parte baja del valle, hasta arrojarla al lado del camino donde el valle pierde su carácter plano y fértil. Me decía alguna vez que se trataba de un arriendo que el rico le había hecho a su padre y que sin saber leer ni escribir había firmado en una notaría, dándose cuenta años después que en vez de arriendo el papel decía venta. El viejo Coliqueo había dividido la reducción en el año 27. Habían recorrido dos generaciones de tribunales, de juzgados de indios de juicios interminables en que los expedientes se extraviaban en cada rincón de un escritorio. Su problema lo había llevado a estar al lado de Venancio y solicitar al Dasin las tierras usurpadas. Sin éxito. A pesar de ello seguía en lo que siempre había estado y apoyaba a Alessandri pensando que lograría hacer justicia a los mapuche. Escuchando la radio en esos días de septiembre de mil novecientos setenta, junto a sus hijos se decidieron a invadir el fundo del lado. Años más tarde consultándole por los motivos de su acción, me dijo que pensó que no debía temer en nada, porque tenía la protección de gente rica y poderosa de la Comuna, que sabían que él no era un extremista sino una persona honorable. La campaña electoral estaba por terminar en esos días y no se notaría demasiado, dijo. Por otro lado, pensaba, que el nuevo presidente debería cumplir las promesas que se decían por la radio. Con esas razones en mente, el derecho que le pertenecía por haber litigado tantos años esas tierras, en fin, con gran fortaleza, reunió a hijos y parientes, y una madrugada se congregaron portando banderas chilenas, cruzaron el camino público, cortaron los alambres de púas y se instalaron en medio del potrero del Vergel. Fue la primera toma de terreno en la Comuna de Lautaro, cinco días antes de ser elegido el Presidente Allende. Fue la “chispa que incendió la pradera” como habría dicho poéticamente Mao Tse Tung. Nadie prendió el fósforo. Es falso que fue una obra planificada del Movimiento de Izquierda Revolucionaria o de su filial agraria al Movimiento Campesino Revolucionario. Posteriormente llegaron los “comandantes” colocando sus banderas en las tomas, tratando de constituir militancias y dándole sentido

revolucionario a una historia tan larga como la que aquí hemos estado contando. No sabemos tampoco, aunque más de alguien lo ha afirmado, que fue en su inicio una provocación para crear un ambiente de desorden y apoyar la candidatura del “orden”. El Diario Austral de la época dice que Los terrenos de Tres Hijuelas fueron junto a El Vergel los primeros en sufrir las consecuencias de esta reacción mapuche. Escudados en las sombras de la noche las comunidades vecinas a los fundos trabajaron ayudados por otros campesinos en la corrida de los cercos. Debido a la posición de tranquilidad de parte de las autoridades posteriormente continuaron realizando las labores a plena luz del día. Esta información era titulada “Los mapuche han usurpado mil hectáreas de terreno” el día primero de Septiembre de 1970. Como es bien sabido las elecciones fueron el día cuatro de ese mismo mes. Tres Hijuelas fue bautizado en Diciembre de ese año “Campamento Lautaro” y su foto publicada por la revista Vea mostraba las trancas de la puerta de entrada al predio con una enorme foto del Che Guevara. Fue sindicado como uno de los bastiones del MIR y de su filial el Movimiento Campesino Revolucionario. Agregaba el Diario que, frente a las autoridades y periodistas que los visitaron, hicieron ver que exigen entrega de terrenos que anteriormente pertenecieron a sus antepasados, exhibiendo documentos entregados por el Juzgado de Indios de Temuco y fechados en 1900 y 1906. Dos días después los agricultores afectados señalaban en el mismo periódico de la ciudad de Temuco que los mapuche estaban errados por cuanto exhiben planos de deslindes que datan de 1900 y 1933 donde aparecen como legítimos dueños de algunos sectores. Sin embargo lo que desconocen, es que posterior a esas fechas las propiedades fueron divididas y los comuneros procedieron a vender. Esta polémica ocurría el tres de septiembre, justo antes de las elecciones donde ganó la Unidad Popular. En esos días había poca credibilidad pública a los títulos de propiedad esgrimidos por los agricultores. El Austral realiza una investigación de los hechos y dice: Periodistas de este diario tuvieron oportunidad de visitar el Fundo Dollinco de Aquiles Matus donde los mapuche se encontraban en plena faena de variar el linde de las tierras. No opusieron dificultades ni en el acceso a ellas ni en la conversación. Indicaron que desde hacía más de 30 años que les habían quitado sus tierras y que siete comités se habían unido a fin de recuperarlas. Indicaron que poseían documentos que en forma clara los indicaban como propietarios. Antes Dollinco pertenecía al cacique José Catricura. Efectivamente las tomas se propagaron como aceite caliente por la provincia de Cautín y la prensa lo llamó el Cautinazo.

Indígenas de la reducción Saravia ocuparon ochenta hectáreas del Fundo El Progreso de propiedad de Victorino Sepúlveda y arrendado por Ernesto Paslack. Los indígenas alegaron que el predio les corresponde por tradición. Era el 28 de noviembre del setenta. Al día siguiente, se decía, Anoche se recibió en este diario la información de que había ocurrido una nueva toma de un fundo de Lautaro. Esta vez fue el predio Huerquenco de 345 hectáreas de Guillermo Fauré Silva. Agregaba el periódico que “este mismo fundo ya había sufrido la ocupación de 45 hectáreas”. En otro recuadro se consigna ese mismo día la toma de 37 hectáreas del fundo Brasil, conocido predio ubicado en Lautaro. Se señala que 60 personas corrieron en la noche el cerco. El primero de diciembre de 1970 había 25 corridas de cercos en la Comuna de Lautaro. Noviembre de mil novecientos setenta, asume Allende, entre otros problemas bien conocidos, en medio del conflicto mapuche. Jacques Chonchol nombrado Ministro de Agricultura se debe constituir con su Gabinete y papelería en Temuco a ver la manera cómo ordenar el caos que se ha armado en el campo. Los agricultores han reaccionado en algunos casos con violencia defendiendo sus propiedades. En la mayor parte de los casos el gobierno expropió los fundos de acuerdo a lo que le permitía la ley de la Reforma Agraria. Los mapuche se dieron cuenta que su acción había sido exitosa. Se constituyeron Centros de Reforma Agraria, de curiosos nombres, que muy poco tenían que ver con la larga trayectoria de luchas indígenas. La izquierda no mapuche, como veremos, en un nuevo acto de invasión cultural, les puso los nombres de sus héroes, Centro de Reforma Agraria Che Guevara, Ho Chi Min, “Avanzar sin transar”, y otros curiosos epítetos que no creo que hayan sido del gusto de don Juan de Dios. En esos años se consolida la imagen del mapuche revolucionario y extremista. Afiliado a la extrema izquierda para obtener sus propósitos de tierra. El lector que ha seguido estas páginas puede ver que no es una imagen tradicional, más bien, en el período anterior “los araucanos” habían tratado de crear una imagen diferente; una imagen de respeto que incluso los había llevado a militar en los partidos de la derecha. ¿Qué había ocurrido? Al leer la historia moderna de los mapuche uno tiene la impresión que los indígenas chilenos han tratado de obtener sus objetivos de dignidad y desarrollo por todos los caminos posibles. Sobre todo han tratado de hacerse entender. Han buscado “plataformas de comprensión” con la sociedad chilena. Han tratado de “traducir” sus aspiraciones en imágenes y lenguajes comprensibles al resto de los chilenos. Cuando en las organizaciones populares de comienzos de siglo se utilizaba el concepto de “sociedades” ellos formaron sus propias “sociedades”, la Sociedad Caupolicán, la Sociedad Galvarino y numerosas otras. Al hablarse en el país de “frentes” ellos formaron sus propios frentes, el Frente Único Araucano, que hemos relatado. Al hablar de “corporaciones de desarrollo”, hicieron lo propio, creando la Corporación Araucana. Hoy en día, cuando la cuestión territorial es de suma importancia y se valora el poder local municipal, como veremos al final de este libro, los dirigentes mapuche también buscan

caminos por ese lado. Ha sido la necesidad de establecer una comunicación comprensible con la sociedad mayor y colonizadora. Mostrar que existen puentes por los cuales se puede transitar. Ha sido, desde mi punto de vista, también un esfuerzo extremadamente frustrante para los dirigentes indígenas. Ellos siempre han buscado a través de los métodos más diversos, de nombres cambiantes, la dignidad mínima para su gente, el respeto, la abolición de la discriminación. No lo han logrado. Han visto una sociedad cerrada, inflexible, racista, incapaz de escuchar sus palabras. Se han encontrado, por lo general, con la sonrisa bobalicona de los políticos que los miran con paternalismo y cara de simpáticos. Han visto una y otra vez, que el candidato se pone el poncho de cacique, un poco incómodo, sintiéndose un poco ridículo, pero pensando en los votos, sonríe para la foto y hasta agarra una ramita de canelo y da unos pasos absurdos de baile alrededor del Rehue. La sociedad chilena y en especial la sociedad política no ha tomado en serio a los mapuche y sus intentos de “integración respetuosa”. A ese convencimiento llegaron muchos dirigentes en esos años, en que promediaba la década del sesenta. Se agotó el indigenismo coñoepanista frente a las sonrisas condescendientes pero desprovistas de todo contenido del sistema político. Quizá Carlos Ibáñez del Campo fue quien más seriamente asumió el asunto, simplemente abriéndole espacios a los entonces denominados araucanos para que desarrollaran su estrategia en el Estado. Pero no consiguieron mucho o nada. La derecha chilena tampoco hizo nada importante. De Alessandri se recuerdan las “casas rucas” proyecto de viviendas que se entregaron en esos años en las comunidades y que consistían en unas casas de madera adaptadas supuestamente a las características del lugar. La Reforma Agraria los dejó inicialmente fuera. Durante Frei se constituyeron cooperativas campesinas e indígenas y el Indap entregó créditos para semillas. La ley que se había comenzado a discutir quedó pendiente. Los mapuche, como consecuencia de esta posición discriminatoria del Estado, han tenido diversas aproximaciones a la sociedad chilena. Ha habido en este siglo dos grandes posiciones entre ellos: la desarrollista y la nativista. La desarrollista ha planteado que es preciso el desarrollo moderno del pueblo mapuche, entendido como progreso, como una cierta integración respetuosa en la sociedad chilena. Nunca ha habido dirigentes que quisieran abandonar el hecho de ser mapuche, pero muchos han pensado que era necesario abandonar las viejas costumbres de los abuelos y modernizarse. Coñoepán como hemos visto, fue una de las vertientes, de derecha política chilena por cierto, de esta tendencia desarrollista. Ha habido desarrollismo tanto por la derecha política chilena como por el centro y por la izquierda. En general las tendencias de izquierda chilena han buscado el desarrollo de los mapuche y han promovido su “integración” como veremos más adelante en este capítulo. Pero ha habido una tendencia alternativa al desarrollismo que se denomina generalmente en antropología como “nativismo”. Es una tendencia a volver a los orígenes, a los inicios, a lo “nativo” de la cultura. Nativo es lo innato, lo propio, la “naturaleza de cada cosa”, dice el diccionario. Es una postura social, cultural y también política que trata de separarse de las contaminaciones culturales y buscar con ahínco, lo propio, lo tradicional, lo autóctono. Es una mirada antimoderna, que expresa desconfianza en la modernidad. Es, en cambio, afirmación de los valores y

costumbres tradicionales. Una definición señala que “ el nativismo es un proceso de acción colectiva conducido por la idea de restaurar una conciencia de grupo comprometida por la irrupción de una cultura extranjera más fuerte ”. El famoso antropólogo Ralph Linton decía que era “ toda tentativa consciente y organizada de los miembros de una sociedad para reactualizar o perpetuar determinados aspectos de una cultura ”. Linton estudiaba la “Danza del sol” de los indígenas norteamericanos en los años treinta de este siglo. Cada cierto tiempo en el mundo mapuche como en muchas situaciones parecidas, surgen tendencias de este tipo; dirigentes que llaman a separarse de la sociedad mayor, a no participar de los valores y conductas de la sociedad occidental y volver al pasado, recuperar los valores y costumbres de los antepasados. De esto queremos hablar en las próximas líneas. El redentorismo Las machis, o los machis porque hay también hombres que cumplen ese oficio, no se cansan de predicar el retorno a las costumbres pasadas. Las machis son la expresión más pura del nativismo, del tradicionalismo de la sociedad mapuche. La machi cumple numerosas funciones en la sociedad mapuche contemporánea. Es por una parte la “sanadora” de la comunidad, conocedora y sabia administradora de lawenes o yerbas medicinales, remedios naturales, agüitas y medicamentos. Conocedora de los secretos del alma y por tanto eficaz psicóloga, consultora, reponedora de estados de ánimo individuales y colectivos. Si una persona está enferma de depresión, tan común hoy día hasta en el campo, va donde la machi quien le propone un tratamiento. Muchas veces deja a la persona enferma en su casa durante varios días, la “interna” podemos traducir. Es capaz la machi de realizar grandes ritos de sanación conocidos en legua mapuche como “machitunes”. Son de gran eficacia. Se trata de un ritual comunitario que restituye equilibrios colectivos quebrados, tales como odios, envidias, desprecios y diversos otros males que aquejan a los seres humanos y que suelen afectar profundamente la salud de las personas. Solo recientemente la psiquiatría está percibiendo la importancia del entorno social en las enfermedades psíquicas de los individuos. Esto lo saben desde siglos nuestras sabias machis. No me resisto a no contar una historia que me ocurrió y que muestra la eficacia simbólica de estos ritos. En esos días ocupaba un puesto de asesoría en el Gobierno y poseía un pequeño fondo para financiar pasajes de mapuche que iban y venían a hacer trámites a las comunidades. Una mañana, Lucía, mi secretaria, me comenta que hay un grupo grande de personas esperándome en la antesala. Curioso, los hice pasar y me relataron que en una comunidad cercana a Puerto Saavedra estaban ocurriendo asuntos graves. Se había muerto una persona, muchos estaban gravemente enfermos y los animales morían como si fuese una peste la que azotaba la comunidad. Me presentaban a un machi, allí presente, quien vestía de blanco y no hablaba. Usaba una capa como de enfermero y yo imaginé que era el modo de aparecer como un “sanador” y no levantar sospechas de brujería o malas artes. Trataba de “traducir” en el medio urbano su práctica ancestral vistiendo un traje de paramédico, lo cual sin duda es muy inteligente. La señora que hablaba debía ser su dungumachife que es quien

habla por el machi, cuestión común en todas las religiones y prácticas chamánicas. El machi se dirige al pueblo a través de su “profeta”. El profeta, esto es, el que habla por otro. Así el grupo me planteaba viajar en masa a Puerto Saavedra a sanar a la comunidad de la que originaban. Probablemente los males provenían de la separación que existía entre la comunidad migrante y la que se había quedado en el campo. Hipótesis posible me dije. Solicitaban apoyo del Presidente para los pasajes en microbús hasta su comunidad. Miré las arcas y agregué para mis adentros “gana la gente” que había sido el slogan de la campaña unos meses antes que había llevado al presidente Aylwin al Gobierno. Los fondos asignados para este efecto provenían de su presupuesto, por lo que accedí a entregarles el valor de los pasajes para ir a machitunear a la comunidad. Ya, les dije, y me quedaron mirando señalando que aún faltaba algo más... Como en pedir no hay engaño, y en cualquier cultura es igual, me señalaron que los calcus esto es, “los males” eran tan grandes que había que disparar tiros de escopeta para que fuese realizada la ceremonia de manera perfecta. Es sabido y lo he podido observar en unas dos oportunidades, que cuando se hacen futamachitunes esto es “grandes sanaciones”, los chuequeros o jóvenes ayudantes del machi, salen fuera de la casa y disparan los tralca o escopetas. Esto se produce en el clímax del rito y es una manera simbólica de matar con ruido y tiros, al mal que ha hecho tanto daño. Me dije para mis adentros, “quien da lo más tiene que dar también lo menos”, y por primera vez quizá, con dinero fiscal, se compraron tiros para matar calcus y uecufes . Con una larga explicación envié la boleta en cuestión al entonces responsable de esas cuentas, el ya entonces fruncido fiscalizador y hoy afamado diputado Nelson Ávila quien me respondió con un sonriente y comprensivo memo de visto bueno en que agregaba que la contraloría entendía que esos recursos habían sido muy bien gastados. Semanas después volvió la comitiva del sur y me relataron con todo detalle lo ocurrido. La comunidad se había hermanado, los animales engordaban, las personas ya sanaban y todo empezaba a andar bien. Estaban eternamente agradecidos de los pasajes y aseguraban que los tiros se habían empleado como corresponde, sin dilapidar el dinero de “todos los chilenos”. Por una vez, me dije, que se le retribuya algo, aunque sea un poquito, a los mapuche. No me cupo duda de la eficacia simbólica de esa ceremonia. Se había reunido mucha gente en la casa más importante de la comunidad. Habían llegado los parientes de Santiago y de todas las localidades en que estaban dispersos. Se había conversado de los problemas. La gente aquejada de nostalgias, soledades, depresiones, disgustos, riñas terribles entre hermanos, se fue reencontrando al sonido de los cultrunes, de las trutrucas, del baile y los tiros de escopeta disparados en la noche. El rito sana. Se provoca un estado de reequilibrio de las personas entre sí y de las personas con su medio comunitario, su familia. No es demasiado diferente del efecto sanador y vitalizador que tiene para cualquier persona, familia o grupo humano un encuentro fecundo, una fiesta o una convivencia. Lo único diferente es que nuestra secularizada sociedad ha perdido el carácter ritual, que permite mayor eficacia a los símbolos, permite una mejor distribución de la energía simbólica, como dicen los especialistas. Cada vez aprendemos más que la mente se conecta de manera íntima e incomprensible con el cuerpo, los estados de ánimo con los cánceres y las enfermedades de todo tipo. Es preciso tomar muy en serio esta sabiduría ancestral, que de una u otra forma se ha perdido en nuestra sociedad.

Las machis y los machis creen y predican el poder de la tradición. Son eficientes y eficaces. Mucha gente los va a visitar, incluso chilenos no mapuche. Hay algunos machis muy afamados y efectivamente han sanado a personas de enfermedades incurables. Las machis manejan el cuerpo humano con otros códigos, efectivamente diferentes a los de la medicina alópata, esto es, la que se practica en los hospitales y que es enseñada en las escuelas de medicina. Hay que decir, sin jugar siquiera a ser “alternativo” o “hippie”, que la medicina de las escuelas de medicina, llamémosle así, logró en estos últimos dos siglos y en especial en este último, grandes o gigantescos avances, pero al mismo tiempo sepultó, destruyó y transformó en no conocimiento, todo el saber acerca del cuerpo humano que había aprendido la humanidad, o las culturas, por miles y miles de años. Nadie puede ser tan estúpido para creer que las machis herederas de esa sabiduría, realizan sólo charlatanerías. Nadie las habría ido a ver nunca si no demostraran una eficiencia mínima. Pues bien, al parecer son eficientes, en particular en todo aquel enorme ámbito de lo psicosomático. Ciertamente no podrán operar como lo hace un cirujano pero son capaces de poner en equilibrio al individuo consigo mismo, mediante ritos, yerbas, consejos, humo de sus cigarros y sonidos maravillosos de sus cultrunes. Esas mismas machis, que tienen este poder aquí descrito brevemente, predican a la gente el apego a las costumbres antiguas. Son por antonomasia la voz nativista de las comunidades mapuche. En los nguillatunes , ellas predican el mismo esquema de todos los profetas que ha habido en la historia: “ grandes males caerán sobre el pueblo ”, dicen, porque se han desviado de la sana doctrina, del ad mapu, esto es, la tradición, el conjunto de reglas que forman la base de la cultura mapuche. Se han ahuincado, predican, esto es, se han ido transformando en chilenos, han aceptado sus costumbres, sus usos y vestimentas. El machi Panchito de Colico señalaba la importancia de la ropa que llevan las mujeres en el Nguillatún . No le gusta que se saquen el delantal, el rebozo, las prendas de plata, “ salvo que se esté pidiendo lluvia ya que la plata trae escarcha y hay que sacársela para acercarse al Rehue o altar ” me lo traduce, para que yo, huinca, lo entienda. Dicen que si no se vuelve a las costumbres mapuche la tierra va a explotar, no va a llover, habrá calamidades. Pide hacer sacrificios. Se matan corderos, a veces caballos, vacas, toros en alguna ocasión y se reestablece el sentido de las cosas. El discurso más profundo de la cultura mapuche es en cierto modo antimoderno, va contra el desarrollo, este desarrollo, nuestro desarrollo, se afirma en el conocimiento heredado de los antiguos, llama a la “conversión”, a arrepentirse por haber caído en el pecado mayor: ahuincarse , dejar de ser mapuche, no respetar la tradición heredada.

Pareciera que hoy en día hay más machis que nunca. Incluso hay muchas machis en las ciudades, en Santiago por ejemplo. Es un signo de los tiempos; la emergencia indígena, el retorno de la cultura tradicional que emerge desde la década del ochenta, y el retroceso de las tendencias más ligadas al desarrollismo. La integración frustrada conlleva una reacción a estas posiciones. Las machis son respetadas, son personalidades en las comunidades. También son temidas, pueden ocasionar males a la gente; conocen muchos secretos. Es la doble dimensión de la magia, sanación y brujería. Manejan el bien y el mal. Esa fuerza está en la base de lo que hoy día ocurre en el mundo mapuche. Manuel Aburto Panguilef Ese discurso nativista fue recogido en los años veinte por Manuel Aburto Panguilef dirigente mapuche de la zona de Loncoche, que recorrió la Araucanía predicando el retorno a las costumbres de los antiguos. En Loncoche ocurrieron graves conflictos en las primeras décadas del siglo. Hubo masacres de mapuche por parte de colonos. Conflictos de tierras que terminaron con la desaparición de una gran cantidad de comunidades en esa zona. La gente indígena huyó frente al despojo, arbitrariedad y violencia que un grupo de agricultores había desatado. En otros trabajos hemos detallado con nombres y fechas estos hechos que se encuentran tozudamente en la memoria de los descendientes. El Diario Austral de Diciembre de 1970 consignaba una toma realizada en esas tierras y que se justificaba con esta vieja ofensa: ⁸⁸ La Asociación de Pequeños Agricultores de Loncoche que agrupa a más de 1.800 campesinos organizados en 37 Comités, quiere comunicar a todos sus asociados que hemos acompañado a las comunidades mapuche de Pérez Molfinqueo y Francisco Briceño en la acción de corridas de cerco para recuperación de las tierras usurpadas. [Agregaba más adelante que] esta acción se ha realizado por la tramitación de más de 30 años por parte de los Tribunales de Justicia y para recuperar más de 120 hectáreas de tierras que a pesar de pertenecerles según consta en Actas de la Comisión de Títulos de Merced a Indígenas de fecha 5 de Mayo de 1913, se encontraba en manos de particulares. El principal usurpador de la tierra después de la entrega de los Títulos de Merced a las comunidades mapuche fue Elías Montecinos, quien arrebató la tierra violentamente en un hecho que resultó sangriento. La gente lo recordaba y lo recuerda. Fue el origen de un movimiento indígena en los años veinte. Aburto provenía por su padre de familia de caciques, aunque el apellido era español. Vaya a saber el origen, pero probablemente se trataba como en muchos casos de algún chileno que se avecindó en la Araucanía siglos atrás y se mapuchizó. Panguilef era el nombre de los caciques de Pitrufquén, de grandes riquezas y estilo de vida dispendioso en el siglo diecinueve. Por tanto a don Manuel no le falta estirpe. Los primeros rastros de don Manuel lo encuentran organizando una “sociedad de resistencia”, que así se llamaban en el caso de los obreros, artesanos y trabajadores de aquella época. Ocurría esto en Loncoche en la década del diez. Pareciera que esa sociedad no tuvo mayor éxito en sus

propósitos y don Manuel junta un grupo de personas, inicia una gira “artístico cultural” de modo de mostrar la “cultura araucana” por el país, en especial por el sur de Chile. Durante más de quince años Aburto recorre los pueblos y ciudades del sur en compañía de un “circo”. Cuando niño, década de cincuenta, me tocó ver en Concepción un señor de edad que actuaba en los circos demostrando la fortaleza y capacidad del araucano. Tenía el pelo blanco y largo. Decía que los mapuche poseían una fuerza especial en el pelo y lo demostraba haciéndose una trenza y amarrando pesos y piedras que tiraba del cabello ante el estupor y entusiasmo de los niños. Recuerdo que hacía pruebas de pasar por encima de fierros ardientes a pies descalzos y numerosos desafíos como los que acostumbraban a realizar los faquires. Me encantaría saber quién era este ya anciano mapuche que deleitaba a los niños de Concepción con sus proezas araucanas. Panguilef unía esas proezas a la mística y al baile folklórico. A él se debe uno de los primeros grupos de baile araucanos que hubo seguramente en Chile. Me imagino que esas giras lo hicieron muy famoso y en un momento logró convocar a la gente mapuche del campo.

Su movimiento a diferencia de los anteriores, de los que hemos hablado, la Corporación Araucana por ejemplo, era rural ciento por ciento. Las reuniones se hacían “a la antigua” en pleno campo. Se reunían cientos de personas en lugares apartados, donde a la usanza de los cahuines , trawunes o reuniones indígenas, se construían ramadas para protegerse del frío y la

lluvia, se prendían fuegos, se cocinaba, se asaban animales y se bebía en cantidad. Días y días duraban los congresos, que así los llama de la Federación Araucana. El nombre Federación provenía de la Federación Obrera, nombre que recordaba a la Federación Obrera de Chile, la famosa Foch. Los nombres de las organizaciones, como se ha visto, permiten identificar las referencias sociales, culturales y políticas de las organizaciones mapuche. Panguilef llamaba a reunirse, como diría el cronista, “en un lugar señalado”. Llegaban con caballos y carretas. A veces se juntaban miles de personas en los llamados “Congresos Araucanos”, Don Manuel mandaba a levantarse temprano, mirar el oriente, gritar fuerte ¡ya, ya!, lavarse con agua fría y tirarse al río si había uno cerca, ponerse el poncho y acercarse al estrado. Allí se sentaba al lado de los caciques solemnemente y una hija abría un gran libro de actas, de aquellos que usaban las empresas para sus cuentas y comenzaba a tomar nota de los dichos. Los caciques iban solicitando uno a uno la palabra y contaban los sueños que habían tenido esa noche. La hija prodigiosa, tomaba nota de los sueños en ese gran cuaderno que con los años se ha transformado en un mito. Varias personas, seguidoras de estas historias, han dicho tener en su poder ese maravilloso cuaderno que reuniría cientos de sueños de viejos caciques araucanos. Nunca he visto ese cuaderno. Solo hemos visto un cuaderno que habría escrito el propio Panguilef al final de sus días. No sabemos si la hija escribía los sueños en la lengua mapuche o los iba traduciendo al castellano. Lo que sí todos los testimonios recuerdan es ese gran cuaderno de tapas duras donde se depositaban los peumas , los sueños de los antiguos caciques. Ojalá algún día se conozca esa maravilla, si es que existe. Panguilef escuchaba arropado en su poncho de lana, su cabeza estaba enfundada en un trarilonco pesado de tela con incrustaciones de plata. Los caciques usaban chiripá al estilo antiguo, una suerte de bombachas en vez de pantalones, poncho grueso y trariloncos de colores. Al finalizar el relato de los sueños y sus interpretaciones, llegaban a acuerdos. Generalmente el acuerdo consistía en una carta al presidente de la República solicitando respeto para los mapuche, alegando las usurpaciones de tierras, exigiendo justicia y restitución de sus territorios ancestrales. En un Congreso en las inmediaciones de Loncoche, realizado el año 24 se dice que: A las cinco de la tarde se disolvió la reunión de caciques y demás mapuche que se habían congregado. Antes de dar por terminadas las rogativas hicieron una emocionante oración los caciques Aburto, Tragonanllanca, Rajhuanque, Quintumán. Los asistentes mientras oraban permanecían de pie con sus lanzas y macanas en las manos. El presidente Aburto rogó para que la raza Araucana mantenga latente y firme su fe en el Todopoderoso, para que la sublimación de sus actos religiosos y sociales en el marco de la civilización y para su bienestar en todo sentido. El Presidente Aburto espada en mano, hizo una emocionante exhortación al machi Ignacio Quipajhuanque, para una oración especial, con el sacrificio de una vaquilla, lo cual se efectuó poco después. Los asistentes que pasaban de quince mil, de ambos sexos, presenciaron el acto con la cabeza descubierta...De diez y media a doce de la mañana el Presidente Aburto, de rodillas, acompañado

de los directores generales rodeados de los concurrentes con lanzas y macanas hizo la oración para los fines indicados. Después los mapuche comenzaron a regresar a sus reducciones... Panguilef se vincula, a su manera, a la política. El año 21 se une, como ya hemos señalado, a la candidatura de Arturo Alessandri Palma y manda a todas sus bases con la siguiente consigna: Que todos los presidentes de los Consejos Federales y demás caciques adherentes a la Federación deben tocar sus cornetas, cuil cuil o trutrucas en la mañana del día 27 del presente mes de Septiembre, día domingo rayando el sol, y a las diez de la mañana, invocándose las virtudes propias de la raza para que sea presidente de la República el señor Arturo Alessandri Palma y para que su Gobierno resuelva el problema de tierras, cortando todas las injusticias y educación de la raza araucana. La oración se hará con muday. Las esperanzas de recuperar las tierras se animaban, y se animan, con cada cambio de gobierno en Santiago. Hace ya casi cien años la candidatura del León de Tarapacá, hizo soplar un pequeño viento de esperanzas de justicia frente al despojo. Como hemos relatado siguiendo la voz del diputado Huenchullán, en la Plaza de Temuco llevó cientos de jinetes, “mocetones araucanos, que a su orden, disolvieron la contramanifestación que hacían los opositores del León. Panguilef con los años fue radicalizando sus posiciones y llegó a clamar que no bautizaran a los niños, que no los mandaran a escuelas, en fin, un rechazo total a la cultura chilena. Esto produjo las iras de don Guido Beck de Ramberga, fraile capuchino, primero cura del pueblo de Cunco y luego por muchos años Vicario Apostólico de la Araucanía. Don Guido era alemán, usaba sandalias y una enorme barba larga de bávaro empedernido. Alguna vez, de niño lo vi llegar al colegio donde yo estudiaba, a predicar en favor de las misiones entre los araucanos y pedir apoyo y pasar la “colecta”. Fue sin duda un hombre de bien y un gran indigenista; pero odió fieramente a Manuel Aburto Panguilef. Decía en sus prédicas que era el demonio encarnado, el anticristo, el profeta del mal. Hoy día es gracioso leer en los diarios de la región las diatribas que le lanzaba Beck de Ramberga a Aburto Panguilef. “ Ningún indígena que quiere ser verdadero católico e hijo fiel de la Iglesia puede pertenecer a la Federación Araucana por ser de tendencias netamente paganas y antipatrióticas ” decía el entonces cura de Cunco. Fue una guerra de años entre el misionero que quería convertir a los araucanos y el líder carismático que abogaba por la mantención de sus tradiciones incontaminadas. Panguilef buscó, sin duda, apoyos y los encontró en la Federación Obrera de Chile, la Foch de orientación comunista en esa época. Era en cierta manera su “filial araucana”. En algunos congresos tardíos, ya en los años treinta y comienzo de los cuarenta, asisten los representantes del Partido Comunista. En uno de ellos asiste incluso el embajador de la España Republicana, símbolo en ese año de las izquierdas del mundo. No sabemos muy bien la cara que pusieron estos personajes al encontrarse con un paisaje y un ritual como el que hemos contado aquí. Por cierto que el pensamiento marxista leninista no era muy útil para comprender que los caciques pasaran días y

días contándose sueños en su lengua y que además los escribieran en un enorme libro de actas. Adherían las visitas, a la lucha indígena, por aquello de “ arriba los pobres del mundo ”, pero los separaba un abismo cultural. Eran tiempos de indigenismo y por tanto se observaba con aprecio y cariño a los indígenas y sus costumbres. Seguramente no las entendían mucho. Los sueños son parte de la vida y la cultura mapuche. Pineda y Bascuñán en el siglo diecisiete nos relata los hermosos sueños que le contaban sus amigos mapuche cada mañana al despertar. Hasta hoy, la familia que se reúne alrededor del fuego a tomar desayuno, en la mañana, cuando hay fuego y no cocina a gas, se cuentan los sueños; los que, afirman, se van con el humo, por el techo de la casa. Son grandes soñadores los mapuche. Nada de lo que pasa en la vida real es verdaderamente cierto si no se ha soñado antes. La machi Juanita de Paicaví, cuando la visitaba, siempre me solía saludar diciendo que ya sabía que iba a llegar. Me contaba el sueño que había tenido y lo interpretaba de la manera más curiosa, señalando que precisamente yo iba a ser la visita. Así pasa siempre. El sueño es tan parte de la realidad como la vida en vigilia, como el conocimiento que logramos cuando estamos despiertos. Es otro elemento del cual los mapuche se han adelantado a la psicología y psiquiatría moderna. El Partido Comunista Araucano Martín Segundo Painemal soñó que viajaba a Moscú. Nos decía cuando lo visitábamos, con imágenes vivas, que había visto a todo el Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética sesionando. Cuando se le preguntaba si había estado en Moscú decía que sí. Y posiblemente era verdad. ¿Quién puede saberlo? Tuvo un sueño maravilloso en que soñaba con pájaros, cientos de pájaros que caían del cielo, muertos. Me soñé. Vi esa vez millones de pájaros que estaban en guerra. Se hacían pedazos entre sí los pájaros. Era incontenible, millares y millares de pájaros se destrozaban como en una guerra. Se hacían pedazos los pájaros y era para derrocar a Allende. Lo soñé antes que sucediera. Quedé pensando y resultó que era eso. Era un aviso. Cuando cayó Allende llegué allá a Moscú, sin conocerlo, en mis sueños. Conocí Moscú y a los dirigentes. Era una reunión importante. Fui a saludarlos a todos. Estaban reunidos los grandes dirigentes ahí. Vi la ciudad. Más o menos similar a Santiago, lindos edificios. Llegué así. Por primera vez en mi vida. En sueños, llegué a Moscú. Vino la terrible represión pero yo estaba prevenido por el de arriba. En eso tengo fe y eso me salvó. Al mirar caer esos pájaros, lloraba, sufría. Esos días anduvo triste y lleno de presagios, hasta que llegó el 11 de septiembre de mil novecientos setenta y tres y el golpe de Estado. Don Martín ya lo sabía. Había visto el presagio. Los pájaros que caían del cielo. Martín Segundo Painemal era llamado por su sobrino Eusebio, el “pobre obrero”. Así dicen que se autocalificaba medio en broma y medio en serio. Andaba con un pequeño maletín por el campo repartiendo panfletos y volantes. Fue quizá el primer mapuche comunista. Salió en los años treinta de su tierra a trabajar como panadero a Santiago. Les llamaban “huachos”, porque no tenían casa y dormían en las mismas panaderías. Contaba que un

día había conocido a Elías Lafferte, lo escuchó asombrado. Desde ese día hasta su muerte, hace años en la década del ochenta, fue comunista. Comenzó organizando a los panaderos, en su mayoría mapuche, en Santiago. Luchaba por la jornada de ocho horas y la regulación del trabajo nocturno en las panaderías. Peleó por las condiciones higiénicas de la fabricación del pan, ya que en muchos casos los trabajadores dormían y vivían en el mismo lugar donde se fabricaban las marraquetas y hallullas, metiendo dentro de la masa no sólo la harina y la levadura. En Junio de 1934 comienzan los hechos de Ranquil, del Alto Bío Bío, y fue enviado por el Partido Comunista al sur a proteger a los hermanos Sagredo que se habían arrancado de la matanza. Era el comienzo de los años treinta, gobierno de Ibáñez del Campo. Allí contaba que habían organizado con Bascuñán Zurita un grupo de gente que escondió a los insurgentes de Ranquil. Tenía historias para contar por miles don Martín Painemal. Es parte de la Historia. El primer pronunciamiento, hasta lo que sabemos, del partido Comunista sobre la cuestión mapuche es el año 27 y dice así: Defendemos el régimen de los indios porque respetamos las costumbres de esta minoría nacional y respetamos igualmente su idioma e idiosincrasia particular de la raza, pero aspiramos naturalmente a perfeccionarla y la ayudamos a superar sus propias deficiencias.” Está a la vista que el régimen capitalista no se ha preocupado de los araucanos para mejorar sus condiciones de vida, para llevar a esta raza heroica al máximo de su desarrollo, para fomentar su cultura, para mejorar sus costumbres... La burguesía no tiene interés en redimir a la raza araucana sino en oprimirla y explotarla sin piedad... Por eso los araucanos deben convencerse de una vez para siempre que la redención de su raza dentro del Estado capitalista actual, es una esperanza inaccesible, una utopía...,  y concluía con un llamado: El Partido Comunista les dice a los araucanos que deben unirse a los obreros de las ciudades y los campos y con ellos emprender una lucha formidable contra los terratenientes y los ladrones de tierras Este fue el discurso central del comunismo frente a los mapuche. Que se unieran a la revolución. En esa línea el Partido Comunista, en los años cuarenta, consideró necesario formar sindicatos en el campo. Los mapuche también debían hacerlo. Martín Painemal trabajó esos años con Juan Chacón Corona el máximo líder ruralista del Partido Comunista en las décadas del cuarenta y cincuenta. Chacón fue una especie de Manuel Rodríguez moderno. Organizó el Partido Comunista en el campo. Se lo recuerda o recordaba en todas partes de Chile. En las comunidades del Norte Chico es común escuchar, mi padre trabajó con Chacón. Chacón estuvo acá. Fue el impulsor de las huelgas en Talca. Al mismo tiempo andaba en las comunidades mapuche. Eran tiempos de clandestinidad. Eusebio Painemal decía que Chacón era “aindiado” por lo que era fácil esconderlo en las comunidades sobre todo después de dictada la ley de defensa de la democracia, durante el Gobierno de González Videla, que proscribió y persiguió al Partido Comunista. Se le ponía un poncho y listo, decía

Painemal. Chacón en la biografía que le hiciera el escritor José Miguel Varas, relata sus peripecias cuando se va a esconder entre los mapuche. El año 52 hubo una reunión en el comedor del segundo piso del Mercado de Temuco a la que asistió clandestino Chacón. Allí se formó la Asociación Nacional Indígena de Chile que presidió Don Martín Segundo Painemal y en cuya directiva estaba Don Eusebio Painemal de Chol Chol, quien nos contó estas historias, y Don Gumersindo y Don Jacinto Cayuqueo de Nueva Imperial, ambas familias de larga tradición combativa hasta el día de hoy. Sus hijos han tomado el bastón y continúan con los tercos ideales de sus padres, a mucho mérito. Don Eusebio, como los viejos comunistas chilenos, “bautizó” a sus hijos con nombres emblemáticos, combinando los viejos apelativos mapuche, Necul, por ejemplo, reconocido linguísta, con Wladimiro, periodista y símbolo de sus hermosas convicciones. A esa reunión fundacional en el mercado de Temuco, viajaron de Santiago varios miembros de la Sociedad Galvarino que se había formado hacía unos años, ligada al Partido Socialista. Esta sociedad fue una de las primeras que en Santiago hizo oír la voz mapuche. Chacón en un artículo aparecido en el Diario El Siglo en Noviembre del año 53 señala su posición frente a este asunto diciendo que Los indígenas de Chile, como campesinos, son pues aliados naturales de la clase obrera y como tales se están incorporando a las luchas por la Reforma Agraria, contra la vida cara, la derogación de las leyes represivas, y por la solución de todos los problemas nacionales que afectan al pueblo... En esta forma vienen a unirse a la clase obrera que encabeza el Frente Democrático de Liberación Nacional ya que en la medida que se libere el pueblo de la opresión del imperialismo norteamericano en esa medida se liberará también toda la población indígena de nuestro país. Es interesante señalar que esta organización mapuche ligada a la izquierda y al Partido Comunista pone el centro de su preocupación en la defensa de la tierra, inaugurando una perspectiva que será característica en las décadas siguientes. En esos días había un gran conflicto en Truf Truf muy cerca de Temuco en que se quería expropiar a una comunidad su tierra para formar una Estación Experimental. El 20 de Noviembre de 1928 se había dictado una ley que expropiaba 1.357 hectáreas muy cercanas a la ciudad que permitía expropiar las reducciones de Juan Mancheque, Juan Catrilaf, Juan Pravil e Ignacio Mariano. Se pretendía construir la Escuela Práctica de Agricultura de Temuco. Este conflicto duró largos años. Décadas. La Asociación organizó una gran marcha de mapuche a Temuco. El Partido Comunista fue formando a través de esas pequeñas batallas sociales, un pequeño pero sólido contingente de militantes mapuche. Hubo muchos conflictos de tierras que fueron apoyados por los comunistas y que les significó credibilidad entre el mundo indígena. Cerca del aeropuerto de Maquehua en Temuco la comunidad de la familia Gineo fue violentamente sacada de su tierra. Allí se produjo el conflicto “emblemático” de los años cincuenta. La señora Bartola Gineo fue en esos años el símbolo de la lucha irreductible de los mapuche a abandonar sus tierras. En una foto, del año cincuenta y ocho en el Teatro Caupolicán, de la calle San Diego en Santiago, escenario principal de la política chilena en varias décadas del siglo veinte, aparecía la señora Bartola junto a Salvador Allende y los líderes del recién

formado Frap, el Frente de Acción Popular, antecesor de la Unidad Popular. En las pancartas aparecía la figura de Lautaro, y la de Manuel Aburto Panguilef. Los comunistas en esos años, aún recordaban al viejo lider nativista y lo consideraban como parte del origen de su movimiento. Ciertamente en la historia de la “izquierda” entre los mapuche, la figura de Panguilef es el antecedente necesario. Años después, en 1962, Eusebio Painemal, nuestro querido profesor, dirigía la Asociación Indígena, la que se reúne con los campesinos comunistas y socialistas del centro del país y forman la Federación Campesina e Indígena de Chile que se conocerá después como la Asociación Ranquil la que aportó el contingente campesino y mapuche para la formación de la Central Única de Trabajadores, la CUT que en esos años se refundaba. En ese entonces los mapuche comunistas formaban sindicatos en el campo, luchaban por “la tierra para quien la trabaja” y consideraban que el problema mapuche sólo se resolvería mediante una fuerte alianza obrero campesina que condujera a la Revolución en Chile. La izquierda en el tema mapuche fue campesinista, esto es, consideró a los mapuche como campesinos, igual al resto de los campesinos del país. La cuestión étnica propiamente tal, esto es el carácter de “pueblo diferente”, no fue nunca considerado por socialistas y comunistas. Los socialistas colocaron un hacha de toqui en su escudo de armas para reemplazar con elementos nativos la hoz y el martillo del escudo comunista. Con esa toquicurra se quedaron tranquilos y consideraron que ya eran lo suficiente indigenistas como para no preocuparse mucho más del asunto. Un grupo vinculado a ese partido participó en Santiago en la ya mencionada Sociedad Galvarino que en algún momento tuvo bastante influencia entre los mapuche urbanos. Eran modernistas y desarrollistas. En la revista Arauco del Partido Socialista algunos abogaron por la liquidación de las comunidades indígenas y entregar tierras en propiedad, como hemos visto más atrás, lo que provocó el retiro de don Andrés Chihualaf de la Comisión del año 41. Por lo general los socialistas de esos años creían que se arreglarían los asuntos indígenas dividiendo las comunidades y formando cooperativas en el campo. Los comunistas no plantearon la división de las reservas, pero consideraban la cuestión mapuche como un asunto campesino. David Baytelman que fue uno de los más activos intelectuales comunistas en el medio rural y posteriormente jefe de la Corporación de la Reforma Agraria, en tiempos de Allende, se refería al “coñoepanismo” como la esencia de la traición araucana. Lo comentamos un día, años después, y decía que efectivamente durante los años cincuenta el enemigo principal para los comunistas en el mundo mapuche, era Venancio Coñoepán y la Corporación Araucana. Los comunistas no integraban a su discurso revolucionario la cuestión étnica. El profesor Lipschutz era en este sentido una excepción, producto quizá de su carácter Letón, y del conocimiento que poseía de la “cuestión nacional” en esos países. Ya hemos visto que las ideas de Lipschutz eran más apreciadas por la Corporación Araucana que por la línea política de su propio partido. En los homenajes que le hace el diario El Siglo el año setenta y dos, expone su pensamiento indigenista Álvaro Jara, fallecido Premio Nacional de Historia, señalando justamente que su pensamiento fue una isla, y que no tuvo seguidores prácticos. El famosos sabio, como se le decía, hablaba de la “Nación autónoma mapuche”. Señalaba en una entrevista que le realizamos para Chile Hoy , semanario muy conocido en esa época, en el setenta y dos,

que “ se hace imperiosa la creación de una representación legal autónoma de la tribu o nación de los mapuche en el contexto de una gran Nación chilena, parecida a la de la organización Suiza, cuyas cuatro lenguas diferentes y 24 cantones ensamblan perfectamente bien... ” y agregaba, por eso me permito opinar que lo más conveniente sería que los representantes de los mapuche se reunieran para discutir y resolver esta importante cuestión, en colaboración estrecha con la actual Dirección de Asuntos Indígenas...no hay que olvidar, decía, que la nueva ley trata problemas relacionados con la propiedad de los mapuche; entonces tiene que haber un cuerpo legal de los mapuche que los represente. Esta autoridad tribal no alejaría a los indígenas de la mayoría nacional chilena, sino que consolidaría un caso de doble patriotismo que serviría de ejemplo al resto de los países latinoamericanos donde viven unos nueve millones de indígenas. Estas palabras dichas hace casi 45 años por Don Alejandro tienen plena actualidad. Es lo que hoy día se está discutiendo en las organizaciones indígenas, en el parlamento chileno, en México, y en casi todos los países donde existe el asunto indígena. El pensador creía que el socialismo debía liberar a los pueblos oprimidos, no solo a las clases explotadas. Esa doble dimensión sin embargo, no la comprendió la izquierda política. Wilson Cantoni, antropólogo brasilero que vivía en Chile, captó antes que muchos la verdadera situación de los mapuche, escribía durante la Unidad Popular lo siguiente: Es así que, en un balance de tendencias de la política puesta en marcha por las corrientes de izquierda en el período del Gobierno Popular, no es sorprendente encontrar posiciones que van desde la negación lisa y llana de la personalidad cultural diferenciada del mapuche hasta la valorización romántica y folklórica del conjunto de su actual situación cultural. Dice en 1972 que, “ en nombre de una política general común a campesinos indígenas y no indígenas, tendían a considerar como reaccionaria toda consideración estratégica de la personalidad cultural diferenciada del mapuche y de sus conflictos específicos de integración nacional ”. Estas palabras escritas en los Cuadernos de la Realidad Nacional de la Universidad Católica, muestran la posición de la izquierda chilena, en su conjunto, esto es, parlamentaria y no parlamentaria, frente a la cuestión indígena.

Muchos dirigentes mapuche del Partido Comunista habían tenido experiencia sindical fuera de las comunidades lo que explica bien la relación entre clasismo y reivindicación étnica. Es el caso de Don Rosendo Huenumán quien relataba que su toma de conciencia se produjo en las minas de carbón de la provincia de Arauco. Rosendo Huenumán reemplazará en la dirección de las organizaciones mapuche comunistas a los Painemal y será elegido diputado por la zona sur a fines de los sesenta. Con esas ideas obtenidas en el sindicalismo obrero se trasladaron a las comunidades a formar sindicatos y núcleos de su organización. Sin embargo, es necesario reconocer, que esa política no tuvo mucho éxito y por tanto todo ese período hasta los sesenta estuvo dominado por el movimiento que dirigía Coñoepán. La Reforma Agraria en Arauco En homenaje a Don Juan Huenupi Antimán  La cuestión mapuche cambia en los años sesenta con la Reforma Agraria. El cambio no solo se produce en Chile sino en toda América Latina. El indigenismo se criticó solo. No logró casi ningún resultado salvo poner el tema indígena en la mesa de discusiones y quizá permitir un “mayor grado de integración” del indígena a la sociedad mediante la creación de escuelas. Ponemos entre comillas esta aseveración ya que en muchos casos no fue así. Pero cada vez más fue apareciendo como una ideología paternalista, populista y falsa. Venancio tiene sus días de gloria con Carlos Ibáñez del Campo, pero a partir del sesenta su influencia va a ir decreciendo. Muchos sectores mapuche van a denunciar la manipulación política a que sometía a sus seguidores. Se lo acusa de acarreo político, de uso de los indígenas para fines electorales. Y ciertamente algo extraño se puede ver en esas fotos de los periódicos en que el Partido Conservador se reunía en el Congreso Nacional y aparecen dos tercios de las tribunas repletas de los señorones más señorones que en este país había, y en un tercio de la tribuna, aislados, en una suerte de apartheid , cincuenta o más delegados mapuche sentados en la tribuna, silenciosos y posiblemente pensativos. La alianza no podía continuar. Coñoepán se muestra partidario de la Reforma Agraria que se debatía en el Congreso al final del Gobierno de Alessandri. En un discurso señala su apoyo a la entrega de tierras a los campesinos; sus camaradas terratenientes obviamente lo miraban con curiosidad y no con demasiada simpatía. El Partido Conservador expresión de los terratenientes se opuso, aislado y solitario, a la Reforma Agraria. A partir de la declinación de la Corporación Araucana, se crearon decenas de organizaciones mapuche Eran agrupaciones de carácter local que reivindicaban sus problemas. En el año sesenta y ocho ya en plena Reforma Agraria convergen a la localidad de Ercilla apoyados por el Instituto de Desarrollo Agropecuario, Indap, del Gobierno de Frei Montalva. El Congreso de Ercilla reunió a casi la totalidad de esas organizaciones nuevas que se habían creado. La lista es bastante larga. Se tomó allí la decisión de obtener una nueva ley indígena que permitiera el desarrollo de las comunidades y que sobre todo las incorporara a los beneficios de la Reforma Agraria. En ese Congreso los dirigentes socialistas y comunistas trataron de conducir el conflicto por las vías legales. Lamentablemente el proyecto de nueva ley se

empantanó y no se logró avanzar casi nada durante el gobierno de Frei. No había pues marco jurídico adecuado para el conflicto que se venía encima. Las tomas empezaron en la Provincia de Arauco en la década del sesenta y no por casualidad. La relación de los mapuche con la minería en esa provincia se remonta al siglo pasado. Esa ha sido la razón de que los mapuche de esa provincia hayan participado en los partidos socialista y comunista desde hace mucho tiempo. Pero hay más razones. Algo poco conocido es la forma en que se produjo la formación de las haciendas y fundos en la provincia de Arauco a fines del siglo pasado. A través de los testimonios que recuerdan los hechos, la ocupación fue muy violenta. Los mapuche habían sido barridos de la parte norte de la provincia, esto es, de los campos cercanos a las minas del carbón de Lota, Curanilahue y Coronel. Allí llegaron empresarios a explotar el bosque ya que las minas requerían sobre todo de postes para afirmar las galerías. Salvo una que otra comunidad, Yane, por ejemplo, no quedaron indígenas en esos lugares. La mayor parte de ellos se incorporó a la fuerza de trabajo minera de aquellos días del Sub sole de Baldomero Lillo. Es evidente que los primeros obreros del carbón fueron esas personas desplazadas, que se fueron casando con la gente que venía llegando de diversas partes del país al anuncio de trabajo. Así surgió el carbón. Los mapuche que no se transformaron en obreros, se refugiaron, ya en la mitad del siglo pasado, en lo que quedaba al sur de Cañete o en la costa y orillas del Golfo de Arauco. Hasta mil ochocientos noventa, más allá de Cañete, en el lago Lanalhue y en el lago Lleu-Lleu, en Tirúa, solo vivían mapuche. Todo cambió con la migración de fin de siglo, principalmente vascos de origen francés y alemanes, a la región. Se les ofrecieron tierras que quedaban apretadas en medio de comunidades indígenas. No fue fácil probablemente, ni para los unos ni para los otros, pero lo concreto es que quienes se instalaron en la tierra lo hicieron a punta de revólver. Una comunidad de alemanes se instaló en Contulmo y ha sido quizá una excepción. Formaron allí una sociedad cerrada, pero honesta. Pequeños agricultores, muchos de ellos, respetaron las propiedades mapuche. Hasta hoy hay apellidos como Müller y otros que son queridos entre los mapuche. Ebensperger, en cambio, se instaló en el Fundo Tranaquepe, cerca de Tirúa, y fue arrebatando hectárea tras hectárea a las comunidades vecinas al lago Lleu-Lleu, hasta formar una de las haciendas más grandes del sur. Se lo recuerda vestido con una larga capa negra, un sombrero de alas anchas y dos enormes pistolas al cinto. Buenos caballos. Siempre andaba rodeado de mayordomos e inquilinos de su confianza. No habitaba su familia en el campo, sino en el pueblo de Lebu, ya que temía que le pasara algo a su familia en sus largas ausencias arreando animales en la Cordillera de Nahuelbuta. Hasta hoy se puede ver su casa o lo que fue una mansión un tanto destartalada en esa ciudad. Se recuerdan esos enormes piños de vacunos que llevaba para abastecer a las minas de Lota y Shwager, en Coronel. Carretas de trigo, largas caravanas llenas de sacos, salían de sus campos. Tenía cepo y calabozo. A más de alguno, por castigo, se les cortó una oreja. Se lo había acusado de robar un animal, por ejemplo. Nada de esto está escrito, pero se cuenta de boca en boca, de viejo en viejo, de abuelo en nieto en esas lejanas tierras de Tirúa. No es de extrañar que hoy

día las comunidades del lago Lleu-Lleu reivindiquen los antiguos límites de la Hacienda Tranaquepe para establecer allí un territorio autogestionado. El territorio lafquemche le dicen. Cada historia tiene su historia, habría que decir. Una tercera razón del porqué las tomas comenzaron en Arauco, tiene que ver con la pérdida del valor económico de esos fundos. “Sara de Lebu”, por ejemplo, es un fundo de la costa del golfo de Arauco. La historia de esas comunidades ha sido relatada en detalle por el padre Campos Menchaca, sacerdote jesuita, que poco a poco se fue entusiasmado en el mundo mapuche y terminó sus días viviendo en ese lugar. El ha contado la vida de esa enorme hacienda en los años cincuenta y es necesario reconocer que estaba ya prácticamente abandonada por sus dueños. Su dueña, la señora o Misiá Sara, estaba ya vieja, dice, no iba nunca. Era y es una hacienda rodeada e incrustada, por comunidades mapuche. Los mapuche habían llegado a ser algo parecido a los inquilinos de las haciendas del centro del país, que aunque vivían en sus comunidades, trabajaban en el fundo. Se realizaban muchas medierías. La producción de esas tierras había bajado y por diversas razones que no interesan, perdían su valor económico. Lo mismo ocurrió en Rucarraqui, tierras de mi amigo el dirigente Juan Huenupi Antimán, Paicaví, Huentelolén, Pangueco y muchos otros fundos de la provincia, por cierto, una de las más pobres del país. Empezando los años sesenta aterricé en casa de don Juan Millabur en el Valle de Elicura. Don Juan había trabajado en las minas y volvió a Elicura, al lado del lago Lanalhue, enfermo de los pulmones como todos los mineros del carbón. Allí cultivaba una casi nada de terreno. Fue la primera vez que vi un Título de Merced. Me lo enseñó una tarde en el patio que su señora tenía repleto de flores maravillosas. Las flores eran su pasión. Un papel amarillento, con unas líneas y croquis y luego el escrito que determinaba que el cacique Ignacio Meliñan había recibido del Estado una superficie de 134 Hectáreas. Más adelante, hemos reconstruido, en base al archivo, que se trataba del Título de Merced número 2.310 del 12 de Agosto de 1912. El abuelo de don Juan había recibido del Estado una cantidad de hectáreas de terrenos en Elicura. Me fue a mostrar las tierras, unos potreros que quedaban cerca del lago. El lago Lanalhue, para quien no se ubique en el mapa de Chile, queda al borde del mar entre los cerros de la Cordillera de Nahuelbuta. Es muy hermoso. Fue el escenario de los primeros enfrentamientos entre araucanos y españoles y en su orilla encontró la muerte el primer Gobernador de Chile don Pedro de Valdivia. Los comuneros reclamaban varios potreros que en ese tiempo estaban en poder de los “fundos Las Vertientes y Santa Elmira”. Le quedaban en ese entonces 31 hectáreas a la comunidad y reclamaban más de cien contra un señor nombrado como Rómulo Rivas. Nosotros escuchábamos y enseñábamos a leer y escribir. Eran las campañas de alfabetización en que participaban los estudiantes de la época. Allí se produjo años más tarde una toma. La gente discutía todo el tiempo acerca de sus tierras usurpadas. Era el tema de conversación permanente. En un documento que transcribe Cantoni, se señala que el Cacique Don Pedro Huichacura a la sazón de 98 años no participó en la toma junto con 17 familias porque “ después de 30 años de espera tenía confianza en que las autoridades devolverían las tierras ” El cacique señalaba que, 

a principios del siglo empezaron a llegar chilenos que entraron en calidad de medieros de los indígenas. Poco a poco, empezaron a cercar los potreros que trabajaban en calidad de medieros, hasta que, mediante componendas con los miembros del Juzgado de Indios y políticos de la época, se fueron adueñando no sólo de las tierras que tenían en mediería, sino que también robando la de los mapuche, que hoy viven en los peores terrenos arrinconados al final del valle y prácticamente en los cerros y con menos de una hectárea por familia.

Fotografía emblemática del período de la Reforma Agraria en la Araucanía. Probablemente sacada de Patricio Guzmán, La batalla de Chile . Sin antecedentes Las tierras de la familia Rivas pasaron de un lado a otro durante esos últimos treinta años. La Reforma Agraria expropió parte de los predios, después fueron devueltos. En mil novecientos noventa fue uno de los primeros casos que estudió la Comisión Especial de Pueblos Indígenas para ver la posibilidad de que esa tierra pasara a la comunidad. Hace unos pocos años según me han dicho, el Fondo de Tierras, creado por ley en 1993, entregó unas pocas tierras a la gente de Elicura. Don Juan Millabur era un gran orador mapuche. En una ocasión en Concepción hizo llorar a toda la

audiencia que entendía su lengua cuando dijo “ no teman hermanos, volverán a verdear nuestros campos ”. Por ahí por el año sesenta y seis y sesenta y siete se iniciaba la Reforma Agraria en la Provincia de Arauco. Eran tiempos de ilusiones, de ideales fuertes, de utopías se podría decir, y a la sede de la Corporación de la Reforma Agraria de Cañete llegó un grupo de “ángeles”, jóvenes profesionales que creían en la “Revolución en Libertad”. Lizardo Piña, creo yo, dirigía el coro central, Omar Rebolledo llevaba la segunda voz y se me olvidan varios más seguramente, como Claudio Huepe que era el gobernador, intendente, o algo así, de esa provincia. Esa es sin duda la cuarta razón de por qué las tomas comenzaron por la Provincia de Arauco. Esa gente, jóvenes profesionales llenos de ideales, algunos ya no tan jóvenes los siguen teniendo, apoyaban claramente a los mapuche y ellos lo sabían. Estaban decididos a hacer la Reforma Agraria en la provincia de Arauco. Los mapuche, creo yo, de Huape en 1962 en Contulmo fueron los primeros en tomarse un fundo en la Provincia de Arauco. Me puedo equivocar pero creo que esta historia ocurrió en Paicaví Grande, año sesenta y cinco. Salieron en la noche. La machi Juanita me contaba que la fueron a buscar, y que llevara su cultrún, le habían dicho, que había que cultrunear toda la noche porque “ la gente se iba a tomar el fundo del rico ”. Ella se fue adentro de la ruca y rezó a Nguechén. Sintió que le obligaban a ir. “ Porque yo nunca me he metido en política ”, insistía. Pero esa noche se puso todas sus galas, sus platerías, sus trariloncos , trapelacuchas , sus cintas de veinte colores en el pelo, calentó su cultrún en su fuego siempre encendido al medio de su ruca y partió a la línea , como la llamaban; el deslinde entre la comunidad y el fundo. La revista Vea que en ese tiempo era muy famosa, publicó una foto en que uno de los caciques de Paicaví, de apellido Porma quizá, no recuerdo y no tengo las notas a la mano, mostraba su Título de Merced donde se legitimaba lo que estaba haciendo su gente. El viejo cacique afirmaba con ese amarillento papel que había colocado en un marco de madera, que esa tierra le pertenecía. Si leen estas líneas la Marcelina y Juan Flores Painemil se recordarán de lo que estoy relatando. Ella, la Marcelina siguió peleando hasta hace pocos años por esas tierras, robadas por el rico de esa hacienda. Las tomas siguieron en casi todos los fundos de la provincia de Arauco, durante el gobierno del Presidente Frei Montalva. Se decía que era un caso aislado. Así fue. Fue aislado hasta el año setenta. Los fundos de Arauco se expropiaron, se constituyeron asentamientos y se organizaron cooperativas. Hubo esperanzas en los mapuche de la costa, los lafquenches. Trabajaron bien esas tierras y algunos se quedaron hasta el día de hoy con ellas. Sin embargo, muchos fundos fueron devueltos a sus antiguos dueños después del golpe de Estado. También fueron licitados, rematados, entregados a precio vil a la Forestal Arauco y otras sociedades malamente afamadas. Los mapuche pelearon años por esas tierras. Qué duda cabe que van a seguir peleando por ellas. Si se lee la lista, de las primeras tomas de esos años, gobierno del Presidente Frei Montalva, se verá que no difieren en nada de las actuales tomas de fundos, cuarenta y cinco años después, en el siglo veintiuno. Fundo Chiguaigue en Collipulli, Malleco en 1961, Fundo Huape en Contulmo, Arauco, en 1962; Fundo Huitronlebu en la comuna de Los Sauces, Malleco

en 1963 y ese mismo año el Fundo Pangue en Los Álamos, Provincia de Arauco. El sesenta y cinco, el Fundo Lloncao de Cañete, Paicaví Grande, Antiquina, Elicura, Pangueco y Huentelolén en las comunas de Cañete y Contulmo, al año siguiente Pulebu y Tranaquepe en lo que hoy es la Comuna de Tirúa. Hoy, 2007, hay jóvenes presos en las cárceles chilenas de esas tierras, entre ellos José Huenchunao, acusado de terrorismo y uno de los líderes de la Coordinadora de Arauco y Malleco. A la luz de estos hechos uno se podría pregunta quién es el terrorista. Finalmente en Lonquimay los fundos de Fresard y Lamouliatt, empresas madereras que explotaban maderas reclamadas por las comunidades. En el caso de Fresard, pinos araucarias transformados en madera terciada en la planta que tenía Mozzo y Cía. en Curacautín. Son prácticamente los mismos lugares desde donde se ha iniciado el conflicto al final del siglo veinte y continúa el conflicto mapuche. Otra generación de dirigentes. Historias de despojos que se han contado de padres a hijos. Herencia de situaciones nunca resueltas por el Estado. Así, creo yo, se fue instalando en el imaginario mapuche el camino de las tomas de fundos. Los mapuche encontraron un derrotero eficaz para resolver sus pleitos históricos a los que la justicia nunca les había dado solución. Es por ello que don Juan de Dios Collipal, de Lautaro, proviniendo de un origen político diametralmente distante de don Juan, de Elicura, procedió a tomarse la Vega Larga de El Vergel, cuando vio la oportunidad para ello. 1. En busca de la comunidad perdida... Cautín ardió el año setenta. De eso no cabe duda. Allá llegaron todos. Incluso yo aperé mi Citroneta Azam y ese enero partí rumbo a Temuco. Observador distante y admirado de lo que ocurría. Esa noche se formaba el Consejo Comunal Campesino de la comuna de Lautaro. La ceremonia era larga. En la Escuela Municipal sesionaban los jefes y quienes ahí tenían que estar. Muchos mirábamos desde fuera. Un grupo de jóvenes mapuche realizaba su ceremonia en el patio. Me ha quedado dando vueltas esa imagen, camisa abierta, pecho al aire, trarilonco de tela en la cabeza. Un colihue en la mano. Actitudes hieráticas, esto es, rígidas, serias hasta el infinito. Se sentían en la obligación de jugar el papel teatral de los guerreros de Arauco. Así parece que son las identidades. Como espejos. Alguien dijo que los mapuche eran guerreros y ellos tuvieron que serlo. La historia de las imágenes contrapuestas les había otorgado su papel en el “Gran Teatro del Mundo”, para recurrir a los clásicos. Esa tarde en Lautaro fue impresionante. Varios cientos de jóvenes mapuche golpeaban las maderas de un corredor, me imagino hoy que así sería, con sus colihues y bastones de chueca, marchando con paso tranquilo y marcial, como en el purrún, baile, del nguillatun. Cantaban y deletreaban algo que yo no podía entender bien. Pasaron horas marchando alrededor de la escuela donde adentro sesionaban los jefes con las autoridades de gobierno. Eran los nuevos guerreros. Trataban de infundir temor en la noche del pueblo, cuyo silencio había sido cantado por el poeta Teillier.  Ninguna ciudad es más grande que mis sueños.

Volveré al invierno del sur cuando las raíces blanqueadas por la lluvia muestren la calavera del tiempo bajo el sorpresivo vuelo del carbón y nieve de queltehues que no cansan de pedir agua”  Observadores, que ahí estaban, creían a pie juntillas que eran guerreros de verdad, el soviet de mapuche y campesinos de la revolución soviética del Chile socialista. Unión de Repúblicas Socialistas Chilenas, habrían escrito. Una pura fantasmagoría. Muchas lecturas, dijeron de don Quijote, le reblandecieron el seso. Los jóvenes y no tan jóvenes vestidos de verde oliva, venidos de la Universidad de Concepción principalmente, habían leído más sobre Petrogrado el año 17, que sobre los mapuche de carne y hueso allí vivientes. No creo que la izquierda radical haya comprendido mucho más a los mapuche que el resto de la sociedad chilena ⁸⁹ . La incomprensión entre las sociedades conducía a unos y otros jugar con sus propios fantasmas. Se produjo una situación compleja en esos días. En la comuna de Lautaro, enero de 1971, se producían las tomas y los hechos que hemos comentado y en la ciudad de Temuco se realizaba el segundo Congreso Nacional Mapuche, continuidad del de Ercilla que ya comentamos. En ese Congreso de Temuco se revivió el proyecto de ley indígena y se constituyó la organización unitaria mapuche, en la que estaba Antonio Millape y Melillán Painemal; el primero, creo yo, de la Izquierda Cristiana y, el segundo, comunista, uno de los mayores líderes e intelectuales mapuche en el movimiento de renovación indígena de los ochenta. En ese Congreso se aprobó enviar al parlamento una nueva ley indígena. Es una constante de los mapuche a lo largo de su historia –y de la historia de las relaciones con el Estado– que siempre hay dos facciones, la que acepta el camino de las leyes y la que no lo acepta y actúa por la vía de hechos. Algo así pasaba en el verano del año setenta y uno, recién elegido Allende, en que un amplio sector fijaba los marcos para el desarrollo de una política indígena basada en la participación en la Reforma Agraria y en un fuerte apoyo a la educación, y otro sector actuaba en los hechos, formando Consejos Campesinos, tomándose los predios de la zona, y privilegiando el enfrentamiento. ⁹⁰ Los grupos izquierdistas, que estaban fuera de la Unidad Popular, vieron en los mapuche una masa de maniobra para sus propósitos confesos de hacer la revolución de inmediato. Los “chinos” esto es, los militantes del denominado PCR, Partido Comunista Revolucionario, se trasladaron en masa al sur y decían medio en serio medio en broma que “Mao Tsé Tung, era mapuche”. Formaron el Movimiento Revolucionario Ñetuain Mapu, esto es, “recuperaremos las tierras”, que concluyó con una serie de enfrentamientos y varios muertos en la zona de Nueva Imperial. La toma del Fundo Huillío, se registró a las siete de la mañana. Horas después en un acto que la Intendencia de Cautín calificó de “inexplicable saña y crueldad” un grupo de agricultores portando armas desencadenó un

baleo despiadado en que perdió la vida Francisco Cheuquelán Melín quien recibió una bala calibre 22 a la altura del tórax, además hirieron a su hermano de 37 años quien quedó con contusiones múltiples y fractura en el cráneo, producida por un arma contundente. Fue trasladado de urgencia al Hospital Regional de Temuco, falleciendo a las 0.20 horas del día siguiente. Los partes, que abundan, señalan que hubo una toma de fundo a la siete de la mañana y después en un camión cuya patente está señalada, entraron a una “retoma” un grupo de personas armadas y que se armó la balacera. Se había acabado el fair play de los meses anteriores. Dos hermanos habían sido muertos a tiros disparados al parecer por latifundistas, inquilinos y trabajadores agrícolas “chilenos” armados. Nunca se supo. Eran días enredados. Diciembre de 1971. La cosa se ponía cada vez más fea. Los jóvenes maoístas pusieron los pies en polvorosa. Lo mismo hicieron los que andaban poniendo banderas rojas y negras en las tomas y dándole nombres cubanos o vietnamitas a conflictos que desde hacía cuatrocientos y tantos años ocurren en el sur de Chile. No presumo de nada, pero debo decir que no comulgué en esos días de primeras comuniones, con esas ruedas de carretas. En esos días de Febrero del setenta y uno, en Cunco, hacia la Cordillera, se constituía el segundo Consejo Comunal Campesino, democráticamente concebido y “formado por la base”, como se solía afirmar. Este era un caso extraño ya que era un Consejo que se autodefinía formado por campesinos mapuche y “huincas pobres”. La utopía había llegado a esas tierras bañadas por el río Allipén. El caso más avanzado de cooperativismo se había realizado en esa comuna. Los mapuche habían tirado al suelo sus cercos y trabajaban toda la tierra en común. “Huincas pobres” esto es, campesinos chilenos y mapuche transformaban sus pequeñas heredades en un solo paño común. Algo creo yo difícil de ver en la historia campesina en que cada cual defiende su pedazo de tierra, su parcela, su pequeña propiedad. “A desalambrar” decía la canción uruguaya de Viglietti que se escuchaba en esos días en todas las radios. Quizá el único lugar en que se “desalambró” fue en Cunco. Queda ubicado de Temuco a la Cordillera. Allí había gente llena de utopías, de inteligencia y con ánimo de cambiar el mundo. Esa tarde en que se constituyó el Consejo Campesino se trató de tocar el cielo con los dedos. El edicto decía algo así, “nosotros, campesinos mapuche y campesinos pobres de la comuna de Cunco, solemnemente...” y agregaban que la “tierra era para quien la trabaja”. Por cierto que los dueños de fundo de la zona no miraban con buenos ojos lo que allí estaba ocurriendo. Los descendientes de colonos españoles, alemanes, suizos, italianos y chilenos, por cierto, acostumbrados a mandar no se quedaron tranquilos. Movieron su gente, se armaron, corrieron por el campo en sus camionetas. Vieron en los Maripes, Mariqueos y otros dirigentes a Lenin, Trotsky, y Stalin. Allí se complicaron las imágenes. Unos y otros creyeron ver lo que no eran. Los jóvenes de Lautaro jugaron a ser guerreros y los latifundistas de Lautaro creyeron que había guerreros, guerrilleros, soviets armados como en Petrogrado el año diecisiete. Los jóvenes no mapuche que presumían con boinas y trajes verde oliva agregaban su cuota de confusión a las imágenes estereotipadas que se venían construyendo. Lamentablemente para unos y otros, para todos, los

fantasmas llenaron las mentes. Hay que decirlo una y otra vez. Las imágenes nublaron la vista de las personas, de los grupos. Cada cual asumió un papel en la tragedia. Mucha gente creyó que los mapuche eran revolucionarios. Yo creo que imperó el nativismo del que hemos hablado, esto es, la recuperación de lo antiguo, de las costumbres de antes. ⁹¹  Las tomas de fundos fueron un intento de los indígenas de recomponer la comunidad destruida en la ocupación de la Araucanía setenta años antes. Fue un intento de volver a las raíces, a la época en que las tierras eran de ellos. Fue una reconstrucción del lof, de la comunidad perdida. Por eso fue tan fuerte esa movilización. Tocó la fibra más profunda del pueblo mapuche: retornar a la vida verdadera destruida por la colonización. Por eso cuando vieron la posibilidad de salir de sus reducciones y ampliarse a las tierras que les pertenecieron a sus abuelos, lo hicieron. Me temo que lo van a hacer una y otra vez, cada vez que la sociedad les abra espacio para ello. Por eso hemos hablado de nativismo en este capítulo, del origen profundo de la cultura indígena. Un pasado destruido y añorado. Los jóvenes revolucionarios siguiendo quizá a Marx querían hacer saltar la Historia hacia delante, los jóvenes y viejos mapuche en cambio querían dar un salto hacia atrás, recuperar la comunidad perdida. Por cierto son hipótesis acerca de nuestra Historia, puede haber otras… El Cautinazo fue quizá la última batalla de los mapuche junto a los chilenos, esto es en alianza con las organizaciones políticas chilenas. Es fuerte decirlo, pero es mi convicción creciente. Ahí aún se apostó a la “alianza obrero campesina”, a la lucha conjunta entre los chilenos por la revolución y el socialismo y los mapuche por recuperar su comunidad ancestral. En el inconsciente colectivo indígena había la convicción de que la izquierda era capaz de entregar espacios a la recuperación de su sociedad. Esa idea sucumbió con el golpe de Estado. A partir de allí los mapuche no creen en la buena voluntad de los chilenos en general, cada vez creen menos en las alianzas y confían más en sus propias decisiones. El ideal utópico del Consejo Comunal de Cunco, “mapuche y huincas pobres, venceremos”, se fue agotando poco a poco. El golpe Llegó el setenta y tres y la nueva tragedia de la Araucanía tenía su guión ya escrito. Antes del golpe comenzó la represión en las comunidades y después de realizada la destrucción de la Unidad Popular, la represión se desató, sin miramientos. Soldados, policías y terratenientes no perseguían mapuche sino entelequias históricas, guardias rojos que asaltaban Pekín, komsomoles forjando el acero, estudiantes de pelo largo y anteojitos pequeños, que recitaban a Trotsky. Era una guerra en contra del comunismo abstracto enmarcado en jóvenes indígenas que habían jugado quizá el papel equivocado que otros sin responsabilidad les habían dado. Así les tocó. Era su parte del guión de la tragedia chilena. Parte también de esta historia del despojo. Los primeros días después del golpe fueron caóticos. La gente huía frente a la represión indiscriminada que se desataba inmisericorde. Mucha gente no

dijo nunca nada y años y años después, cuando se instaló la Comisión Rettig, Comisión de Verdad y Reconciliación establecida por el Presidente Aylwin, se atrevieron a contar algo de lo ocurrido. La Revista Nutram publicó un trabajo del antropólogo Roberto Morales basado en el Informe Rettig y apoyado por el Servicio Universitario Mundial, con un análisis, descripciones y la lista de los mapuche desaparecidos. Son 137 personas. Casi todos jóvenes. Es enorme. Es simplemente enorme. La represión comenzó antes del golpe. El “regimiento Tucapel de Temuco y el Grupo Número Tres de Helicópteros de esa ciudad en agosto de 1973 allanaron el CERA Jorge Fernández en Nehuentué”. Detuvieron a 27 personas. El informe no lo señala, pero me han contado que los helicópteros subieron a algunos jóvenes mapuche en el aire, con una cuerda amarrada a los pies. Cabeza abajo los pasearon, amenazándolos de tirarlos al mar. A vista y paciencia de familiares y toda la comunidad. Decían que había una escuela de guerrillas. Nunca se probó. En Cunco, donde hemos contado la historia utópica de “a desalambrar”, “la represión causó muchas víctimas y es muy probable que además de carabineros y civiles del sector estén involucrados en los hechos personal militar pertenecientes a las dotaciones de Valdivia. Los antecedentes señalan que se llevó a cabo un fusilamiento masivo sobre el puente Allipén. Los cadáveres de varias personas asesinadas, algunos de los sectores de Cunco y Melipeuco y de otros lugares, fueron sepultados en el cementerio de Cunco, tirados al río Allipén, al Toltén, y al Lago Colico. Respecto de este último se relaciona con el hecho de que por un caso de muerte común, se buceó un sector del lago y se encontraron restos óseos humanos en cantidad significativa y que aun estarían depositados en el lecho del lago. Estas comillas son del informe del antropólogo Morales. Y sigo: “ Además, una persona que estuvo detenida como preso común de Carabineros de Cunco señaló haber visto unos doce cadáveres en la pesebrera del Retén ”. El informe señala que los vecinos del pueblo escuchaban disparos en esos días posteriores al Golpe. Pero se agrega: “ Aquí operó un grupo importante de civiles, quienes eran preparados por un Teniente de Carabineros. Se reunían en un local público y disponían de armas y vehículos ”. Los nombres de Alejandro Ancao, Antonio Aninao, Pedro Curihual, Luis Calfuñir, Juan Ñancufil, y muchos otros quedaron entre los listados de desaparecidos. Nombrarlos es parte de un mínimo homenaje. Hay un hecho, lleno de símbolos extraños y oscuros, que alguien deberá explicar alguna vez. El golpe fue en la primavera del año setenta y tres. Unos meses después la Escuela Militar elige realizar sus maniobras de verano en el sur de Chile en la zona de Trovolhue, donde hemos contado, se había dicho que existía una escuela de guerrillas. Dirigía la Escuela Militar en maniobras, el Coronel Pedro Ewing, hijo y creo que también nieto de militares. Fue muy famoso durante el primer período de la Junta Militar de Gobierno. Los mapuche de la zona, en cuyos relatos me fundamento, cuentan el temor sufrido en esos días de maniobras de los jóvenes cadetes de la Escuela Militar del General Libertador Bernado O’Higgins. En estos largos años que han pasado he escuchado numerosas historias de esos días de campañas militares, en son de guerra, por uno de los territorios mapuche más aislados de Chile. No me atrevo a introducirme demasiado en una suerte de “psicoanálisis de la Patria”, que así se podría llamar este episodio,

pero pareciera necesaria una reflexión. Los cadetes son jóvenes entre 15 y 20 años, cuando más. Se preparan desde muy jóvenes para ser los oficiales del futuro ejército. La oficialidad en ese momento no los saca a reprimir poblaciones urbanas que sin duda era peligroso para niños de esa edad. Los llevan al sur en un acto puramente simbólico: hacer la guerra de Arauco una vez más; la misma guerra de los Valdivia, de los Gobernadores, de la Guerra a Muerte, de Cornelio Saavedra, Basilio y Gregorio Urrutia, el capitán Pedro Lagos, y todos los que se foguearon en la guerra con el indio. Don Mario Góngora decía que Chile se había forjado en la Guerra de Arauco. Que por ello sus ciudades eran como eran, que el talante de su gente y el Estado, era, en fin, depositario de la guerra con los mapuche. No cabe duda que es una de las tesis más firmes y duras acerca de la Historia de Chile y la forma como se constituyó esta sociedad. Don Álvaro Jara en Chile guerra y sociedad abunda en esa idea. Fue Premio Nacional de Historia, y su tesis hoy día podría ser ampliada o reinterpretada con palabras modernas: el papel simbólico que jugó la guerra araucana en la fundación de Chile. La discusión de si acaso la guerra fue muy intensa o poco intensa, si hubo período de paz o fue una guerra continua, es adjetiva y sin interés histórico. Lo concreto y que interesa, fue que existió en el imaginario colectivo chileno colonial, durante tres siglos la idea que en la frontera del sur se desarrollaba un conflicto armado. Había una frontera de guerra. Verdadero o falso, la imaginación de la guerra siempre existió. Ello condujo entre otras cosas, a que el Estado fuera excesivamente centralizado, como debe ocurrir cuando hay una guerra. El Gobernador, Capitán General primero y los gobernadores que le siguieron y más adelante los presidentes, eran comprendidos como jefes que mandaban un regimiento, esto es, la sociedad. Y esa impronta ha permanecido por los siglos de los siglos. Una sociedad civil débil y un gobierno fuerte. Continuemos con el “psicoanálisis de la Patria”. La guerra araucana tiene un poder simbólico lleno de contradicciones, en este país del sur de América. Provoca honores por ambas partes. Dado que el enemigo es valiente, quien lo combate se ubica en ese mismo nivel. Fue La Araucana , de Don Alonso de Ercilla y Zúñiga, con esa doble idea del honor, el poema fundante o fundacional de los chilenos. ¿Quién acaso no lo recuerda? “ Chile fértil provincia señalada de la región antártica famosa ”, y sigue con que la gente que produce es tan granada, gallarda, valiente y belicosa, o algo así. Es el canto que pone los pelos de punta a los nacionalistas patrioteros de este país. Allí en esos versos endecasílabos había comenzado a fundarse la imagen, repetimos falsa o no falsa da lo mismo, de un país nacido de una gesta heroica, tanto de quienes defendían su patria, como de aquellos que la querían conquistar para ocuparla. ⁹² En esos días turbulentos del setenta y tres quienes decidieron llevar a los jóvenes cadetes a campaña de verano, al sur mapuche, como las antiguas “campeadas” de los ejércitos de la frontera que hemos relatado, percibiendo quizá confusamente estos elementos oscuros de la nacionalidad chilena. Comprendieron que estaban fundando un nuevo tiempo, un nuevo Estado, una nueva sociedad. Creyeron con conciencia histórica compleja, que las fundaciones siempre se han hecho en Chile con violencia, con demostración de fuerza y con muertos. Los militares que son aficionados a la Historia, comprendieron esta situación, la centralidad de la cuestión araucana en la

formación del Estado chileno. La imagen “del otro”, para hablar más en difícil, que ha permitido la autoafirmación del chileno. La referencia psicoanalítica de que es necesario para crecer, matar al ancestro. 1. La división de las comunidades Se cuenta que subieron al Cerro Conunhueno, los viejos y los niños, para ver la batalla que se iba a producir justo abajo, en el Fuerte Temuco. Era el cuatro de noviembre de mil ochocientos ochenta y uno. El viejo Quidel de Truf Truf decía que su abuelo lo había llevado junto a otros niños. Vieron cómo el cañón del Fuerte recién construido por los chilenos destartalaba las posibilidades del ataque araucano. Iban premunidos de palos, lanzas, boleadoras y ánimo, mucho, arriba de sus caballos. En el río los mataron, dicen. Exactamente cien años después miles de mapuche, subían nuevamente al Cerro Conunhueno para conmemorar lo ocurrido. Eran convocados por los Centros Culturales Mapuche, organización creada hacía dos años como reacción a la ley, o decreto ley, que la Junta militar de gobierno había dictado con el objeto de dividir las comunidades mapuche. Subimos lentamente entre cientos de carretas ese cerro que está prácticamente encima de la ciudad, “Fuerte Temuco”. Como se sabe Huenu o Wenu ha sido traducido como el cielo, el wenumapu, la tierra de arriba quizá, el territorio a donde van a vivir las personas que mueren. Esa mañana se subía al cielo para recordar a los caídos. Como se puede ver, los mapuche viven cargados de historias, de “Historia” también. En una planicie en la cima del cerro se habían instalado las ramadas al viejo estilo de los nguillatunes. Una enorme cancha al centro y el Rehue con sus banderas y ramas de canelo. Es un tronco labrado con varios peldaños. Es la “escalera al cielo”, que han tenido de una u otra manera todas las religiones y culturas. Ha sido una ansiedad permanente del ser humano el tratar de comunicarse con el cielo. Los chamanes en todas las culturas, hasta en la occidental, tienen por misión la mediación, unir lo espiritual con lo material y terrenal. Ese es el origen de la palabra religión, religió , en latín, religare , volver a atar, ceñir más estrechamente, reunir, congregar, volver a unir o juntar los dos mundos. En muchas religiones el oficiante, sacerdote o como se le denomine, realiza el vuelo chamánico , en que sale de su propia condición humana y se transporta hacia los espacios infinitos de la espiritualidad, a subir las alturas. La Biblia está llena de esas escenas en que el humano asciende a las alturas. El profeta Elías por ejemplo, subiendo en un carro de fuego y tantos otros. Ocurren situaciones del mismo tipo, con diferentes palabras y sentidos, en la mayor parte de las religiones. Todos los que nos hemos criado en las escuelas en las que se enseñaba “historia sagrada” recordamos los dibujos de Moisés subiendo el monte Sinaí. Asciende en un tronar de relámpagos a recibir las tablas de la ley, los diez mandamientos. Al bajar venía transfigurado y Cecil B de Mille en su holliwoodense producción le dibuja a Charlston Heston unos especies de cachos, de cabellos canosos. Es el rostro transfigurado al haber visto la figura divina. Moisés frente a la visión del Supremo quedó pasmado y hablaba una lengua que no era comprensible por los hombres, por lo que su hermano Aarón debió traducirlo, era su profeta. Esa noche en el Cerro Conunhueno, en lo alto del cielo, vimos a una decena de machis entrar en trance y dar vueltas en torno del Rehue con sus cultrunes sonando sin parar.

El dungumachife , profeta y traductor, parado en frente de su machi le decía al pueblo lo que ella estaba viendo en las alturas. La escena era conmovedora. Cientos de mapuche rezando en plena noche con la ciudad de Temuco abajo, prendida, como telón de fondo. Como que los mapuche se hubieran ido masivamente al cielo y vieran la ciudad, el Fortín Temuco, el símbolo de la opresión y discriminación, allá abajo, de manera simbólica, a sus pies. La ceremonia duró varios días. En la noche los fuegos se mantenían prendidos al igual que en los relatos antiguos, y los jóvenes bailaban sus purrunes sin descansar. El sonido del cultrún iba provocando la sensación colectiva de éxtasis. En las ramadas se bebía y comía, se conversaba, se hablaba de política mapuche, se inventaban cantos en la lengua indígena, con letras graciosas para la ocasión. El día final llegaron las visitas, entre ellas el recién nominado Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel. El obispo de Temuco, Monseñor Contreras, gran defensor de los indígenas, también subió el cerro. Se puso una carreta como estrado y hablaron los invitados y los dirigentes Isolde Reuque, Mario Curihuentro y finalmente Melillán Painemal. Melillán resumió esa mañana el ideario mapuche que iba a prevalecer en el movimiento indígena de los años ochenta y noventa. Fue señalando una a una las instituciones y modos de vida occidentales esto es, chilenas y a cada una le oponía la institución histórica del pueblo mapuche. Nos hablan de justicia, decía, pues bien, veamos qué es la justicia para el pueblo mapuche. E iniciaba un relato lleno de recuerdos acerca de cómo antiguamente los mapuche administraban la justicia guiándose por el Ad Mapu , el código de la tierra podríamos traducir. Es el conjunto de normas éticas, morales y jurídicas que la sociedad mapuche poseía antes de ser subsumida por las instituciones de la sociedad chilena. Somos diferentes dijo, con la fuerza y convicción que le caracterizaba; debemos vivir en forma diferente, tenemos derechos diferentes. Miles de personas escuchaban. Se inauguraba un nuevo discurso. Podríamos decir que ese nuevo discurso ha durado ya treinta años. Melillán ⁹³  se había transformado en el “ideólogo” del nuevo movimiento indígena surgido el año setenta y ocho. Es cierto que había tenido una larga trayectoria de dirigente ligado al Partido Comunista, pero después del golpe inició una profunda reflexión sobre lo ocurrido. Como vimos más atrás Melillán había sido vicepresidente de la Asociación Nacional Mapuche que se había formado con la ley indígena promulgada por Allende el año mil novecientos setenta y dos y que había creado el Instituto de Desarrollo Indígena. Ley que casi no alcanzó a operar dado el escaso tiempo que tuvo de funcionamiento. Melillán fue conocido como un dirigente conciliador, cooperador y tranquilo. Quizá fue eso lo que le permitió refugiarse en su comunidad cerca de Chol chol y pasar varios años inadvertido. Me contó varias veces de su “exilio interior”. Era profesor y había sido exonerado por lo que no le quedó otra cosa que volver a trabajar la tierra. Lo hizo con ganas y contaba que no le había ido mal. Allí pasó cinco largos años, pensando, reflexionando sobre lo ocurrido. Estando en su ruca, mateando, le vinieron a avisar que se estaba preparando una reunión en Fuerte Temuco por el asunto de la división de las tierras de las comunidades. Miró, consultó y partió a la Casa de Ejercicios del Obispado de Temuco donde iba a

realizarse la reunión. Esa casa se transformó en esos años, en el único lugar donde se podía hablar con libertad. Don Sergio Contreras, obispo de Temuco, ocupaba un modesto departamento del segundo piso y protegía con el máximo respeto, las reuniones que se realizaban en el primer piso. Ese día del año setenta y ocho llegaron más de cien delegados de comunidades invitadas por el Obispo. El motivo era debatir el proyecto de ley que el Gobierno Militar preparaba sobre la cuestión indígena. Se sabía poco en qué consistiría esa nueva legislación y la inquietud cundía en las comunidades. No recuerdo bien si fue el abogado Eduardo Castillo o Cristián Vives quien presentó los antecedentes que estaban en la prensa y comenzó el debate. Era la primera vez que se producía una reunión de dirigentes mapuche después del golpe militar. Todos esos años habían sido de un silencio total en el campo. Nadie había podido decir nada de lo que estaba ocurriendo. No había organización ni interlocución. Para quien le gusten las estadísticas, un solo dato interesante. La policía lleva las estadísticas de detenciones. En el año setenta y seis y setenta y siete los detenidos cada año, por las más diversas razones fueron casi un millón de personas, insisto, cada año en Chile. Es una cifra muy alta. Significa que un diez por ciento de la población era “detenida” a lo menos una noche, al año. Posiblemente algunos se repetirían el plato. Las causales eran muchas, por ejemplo, toque de queda, ebriedad, riñas y muchas otras, pero la que se llevaba el más alto porcentaje era “por sospecha”. Si uno se da el trabajo de revisar esas cifras verá que los detenidos por sospecha representaban en las ciudades, un cinco a seis por ciento de la población, y en el campo de la novena región, esto es en la zona mapuche en esos años, se llega a un veinte por ciento de la población arrestada por sospecha. Ello significaba que la policía tuvo el método de arrestar a los indígenas simplemente por ser tales. Fue un clima de terror el que existía en el campo en esos años, por lo que esta reunión era de la mayor trascendencia. Este tiempo ocurrido entre el golpe de Estado y el año ochenta tiene un valor simbólico para el pueblo mapuche. Pareciera que allí cambió parte de la historia que hemos venido relatando. Hasta el setenta y tres dominaron desde la derecha o la izquierda los discursos de integración del mapuche a la sociedad chilena. Dominaron las ideas de incorporación de los mapuche a la lucha política partidaria chilena. La represión habida en esos años provocó un quiebre muy profundo. No sabemos si definitivo. Melillán, al igual que otros dirigentes, se fue a la montaña a meditar. Se dieron cuenta que no servían las alianzas anteriores. Cual Zaratustras bajaron del monte a las plazas a decirle a la gente que había llegado un nuevo tiempo, un nuevo período de la vida y la historia. Ese nuevo tiempo se caracterizó por la voluntad de separación de la cultura mapuche de la chilena, por la afirmación de las propias características indígenas y por el rechazo de la asimilación e incluso las antiguas ideas de integración. Después del largo silencio, bajaron, tomaron las micros y se reunieron. Hubo discursos, preguntas y consultas en la Casa de Ejercicios de Temuco. Llegada la tarde todos los asistentes estaban de acuerdo en constituir una organización de carácter social y cultural que se denominó, Centros Culturales Mapuche. A su cabeza se eligió a Mario Curihuentro, joven dirigente de Huillio cerca del Toltén, persona de mucho respeto y

honorabilidad, ligado a las comunidades eclesiales de base. De vicepresidente fue elegido uno de los principales lonkos , jefes, de Lumaco, don José Luis Huilcaman, padre del conocido dirigente Aucán Huilcaman, y como tesorero el ya mencionado Melillan Painemal. De secretaria o a cargo de la secretaría, al igual que ocurre en todas las asociaciones chilenas, buscaron una mujer y el cargo cayó en la valerosa Isolde Reuque, líder en ese tiempo también de comunidades eclesiales de base y de familia de Pitrufquén. ⁹⁴  Esta dirigencia a la que se agregaría al poco tiempo José Luis Levi, José Santos Millao, Juan Huenupi Antimán y muchos otros, sería la que conducirá el movimiento indígena durante los años ochenta y se opondrá activamente a la Dictadura Militar. La división de las comunidades Pero antes de seguir con nuestro relato analicemos lo que había ocurrido con el asunto de la división de las comunidades mapuche. Es un debate antiguo que se remonta a lo menos a los años veinte. Veamos. La llamada radicación de indígenas entre mil ochocientos ochenta y cuatro y mil novecientos veinte y siete entregó Títulos de Merced. Como lo hemos venido insinuando fue un proceso lleno de arbitrariedades. Los límites eran imprecisos pero además se metía dentro de un Título de Merced, a veces a personas que no tenían lazos en común. Hay numerosos casos en que el título fue otorgado a un jefe de familia y el otro jefe de otra familia quedó supeditado a ese título. Esto llevó como ya se ha dicho a numerosos conflictos entre mapuche. Por otro lado ocurría que los Títulos de Merced eran intransables. Nunca en la legislación chilena desde mil ochocientos sesenta y seis hasta hoy en día se pudieron vender los Títulos de Merced, ni las tierras que estaban bajo esa jurisdicción. Repito por si alguien no lo entiende bien, nunca. Lo señalo porque hoy día hay voces que opinan asuntos curiosos sobre estos temas sin conocer lo que ha sido la historia jurídica chilena. Por ello es más grave cuando hay tierras de los Títulos de Merced en manos de personas particulares, ya que no hay forma jurídica válida de haberse apropiado de ellos, salvo que se hubiese aprobado por parte de un Juzgado de Indios la División de la Comunidad y la caducación jurídica de ese Título. En las comunidades que no se dividieron no había forma de vender parte de la tierra del Título de Merced. Sólo la fuerza y el recurso de las notarías y Conservadores de Bienes Raíces lo hicieron posible. La llamada y conocida papelería del sur. Sin embargo, muchas personas criticaron esta imposibilidad de vender las tierras mapuche. A mi modo de ver se han confundido dos argumentos a lo largo de este siglo. Uno, que pretende resolver el asunto mapuche por la vía de la venta de las tierras comunales. Que vendan, que se vayan, que se mezclen, ha sido dicho cien veces. La comunidad de tierras, el Título de Merced indiviso, era una barrera a esa posibilidad. Esta posición considera que el mercado de tierras, la libre venta y compra de los sitios, va a “solucionar” la cuestión mapuche. Ciertamente había y ha existido todavía una posición menos brutal que cree que por no existir propiedad privada individual no hay adelanto en los predios mapuche. Se lo denomina “inseguridad jurídica”. Por ejemplo don Eulogio Robles, abogado defensor de indígenas, relacionado con el socialismo en los años treinta, una

personalidad de mucho respeto, pensaba que era necesario dividir los Títulos de Merced y entregar propiedades individuales. Los frailes capuchinos y en especial don Guido Beck de Ramberga, de quien hemos hablado, también consideraba que era preciso dividir las comunidades en lotes familiares. Por cierto que muchos otros estaban en contra, tal como lo hemos visto al contar la historia de Venancio Coñoepán. La discusión se agitó el año veinte y siete ya que don Manuel Manquilef que en ese entonces era el Presidente de la “Sociedad Caupolicán defensora de la Araucanía” propuso un proyecto de ley para dividir las comunidades indígenas. Su tesis consistía en que el mapuche ya estaba maduro para decidir por sí mismo su desarrollo. Por ello había que eliminar los Títulos de Merced y dar títulos de propiedad individual igual que cualquier otra propiedad particular en Chile. Quizá Manquilef pensaba en sí mismo y en un sector que hasta ese momento controlaba predios relativamente grandes. Como se ha dicho, los caciques obtuvieron más tierras que los que no lo eran. Al año veinte todavía se encontraba familias de caciques con cien o doscientas hectáreas de tierras. Por cierto es una interpretación histórica; pero creo que es posible que haya tenido una influencia particular el hecho de la diferenciación existente al interior de las comunidades. Manquilef luchó por la división. Las leyes de esos años son un gran enredo. El año 25 se había dictado el decreto ley sobre la Constitución de la Propiedad Austral que trataba de poner un mínimo orden sobre uno de los asuntos más desordenados que existía en el país. Fue el tema central de debate y escándalos en esos años. Este Decreto Ley fijaba a las Cortes de Temuco y Valdivia para ver las contiendas entre el Fisco y los particulares, esto es, los propietarios que habían fabricado papeles. Sin embargo se establecía en el articulado que “esta ley no comprende a los indígenas, a quienes se continuará radicando conforme a las leyes vigentes sobre la materia”. Por ello se dictó una nueva ley el año veintisiete que concluyó la entrega de Títulos de Merced y que creaba el Tribunal especial de División de las Comunidades Indígenas. Es interesante señalar que este Tribunal estaba formado por tres personas, un Ministro de la Corte de Apelaciones de Temuco, un agrimensor de la Dirección General de Tierras y un indígena, los tres nombrados por el presidente de la República. Decía que “ el Tribunal hará en cada comunidad tantas hijuelas como jefes de familia ” hubiera en el Título de Merced. Y agregaba” asignando en todo caso a cada jefe, sucesión o persona, una parte de igual valor en la comunidad, respetándose en lo posible al actual poseedor ”. Este asunto era contradictorio y provocó muchos malentendidos. La ley decía por un lado, que se le entregara en partes iguales y por el otro, que se le diera lo realmente ocupado. Como hemos visto, los tamaños de los goces de cada familia al interior de los Títulos de Merced eran diferentes. Los caciques tenían más tierras y los que no lo eran tenían menos. Por eso era imposible repartir en forma equitativa la tierra de las comunidades. En 1980 mucha gente aún creyó que se iban a repartir las tierras por igual y quedaron defraudados al ver que se les asignaba a cada cual la parcela que ocupaban fuese cual fuese su tamaño. Pero lo más complicado de esa ley de 1927 fue que daba 10 años de plazo para vender las tierras. Decía: “ transcurridos diez años después de terminada totalmente la partición de una comunidad, los miembros de ella quedarán habilitados para celebrar

cualquier acto o contrato sobre los terrenos de su propiedad ” Esto significó que a partir de las divisiones que hubo en esos años, se abrió la puerta para que las hijuelas resultantes de esos Títulos de Merced se vendieran. El lector enterado se podrá percatar que esta ley de 1927 fue copiada casi textualmente en 1978 por la Junta Militar de Gobierno. Cincuenta años más tarde se venía a aplicar, con los mismos idearios y fundamentos. Ha habido una creencia durante esos cincuenta años que la solución de la cuestión mapuche pasaba por la división de las comunidades. Si se lee el Reglamento de divisiones del 29 de Agosto de 1927 se verá que es igual a los procedimientos empleados cincuenta años después. El año 29 se dicta una ley sobre la Propiedad Austral que remienda la anterior. El 30 se crean cinco Juzgados de Indios “ que procederán de oficio a dividir los Títulos de Merced ”. Con esto se eliminaba la Comisión anterior. El 31 se refunden todas las leyes anteriores y sigue habiendo decretos y decretos sobre estas cuestiones. Los 10 años de prohibición de ventas de tierras se iban a cumplir en muchos casos el año 1941 por lo que se propuso y dictó una ley que prorrogaba la prohibición de vender las tierras indígenas. Después de una larga discusión se dictó “ que se prorroga por un año las limitaciones y restricciones de la capacidad de los indígenas ” para vender las tierras. Se volvió a repetir el año 42 y el 44. Como veremos más adelante en algunos casos el año 41 se habían cumplido los 10 años desde la ley de 1931 y por eso se produjeron numerosas inscripciones de títulos y documentos. Asimismo se produjeron numerosos conflictos. La prohibición de vender las tierras indígenas se fue prorrogando año tras año hasta el año 61 en que se dictó una nueva legislación completa. En esta ley se define la categoría de “particular” que es uno de los asuntos más curiosos de la nomenclatura jurídica del sur de Chile. “ Se tendrá por particulares a las personas que reclamaren derechos que no emanen directa e inmediatamente de un Título de Merced, ni la calidad de herederos de los que figuren o hayan debido figurar en alguno de estos títulos ”. En esta ley se nombra y otorga estatuto jurídico a los “usurpadores”. La persona que no es indígena pero tiene reclamos sobre tierras indígenas en buen castellano, es un usurpador de tierras que no le pertenecen. Nuestros legisladores les otorgan derechos de reclamo a estos personajes y los denominan “particulares”. Desde ese tiempo se habla en el sur de Chile, de los “particulares”. Se dice normalmente que una comunidad tiene un juicio con un “particular”. Esta ley firmada por don Jorge Alessandri se refiere también a la división de las comunidades y establecía un plazo de quince años en que se prohibía la venta de las tierras. El Decreto Ley de 1978 copió en forma textual numerosos artículos de esta ley. Consagrando en 1978 la usurpación se señaló en ese decreto ley: “ Para los efectos de esta ley se presume de derecho que todos los ocupantes de una reserva son “comuneros” de ella y tienen la calidad de indígenas. Las demás personas se tendrán por “particulares ”. A nadie le puede caber en duda que la división de las comunidades desde 1961 a la fecha tenía por objeto liquidar jurídicamente el problema de las usurpaciones de tierras. Al dividir la comunidad y entregar títulos individuales se les entregaba título a los “comuneros” y también a los “particulares”.

Los cincuenta años que van desde el año veintisiete hasta el setenta y ocho estuvieron marcados por la discusión acerca de la división de las comunidades. El debate se polarizó entre los partidarios de mantener la propiedad comunitaria o “comunitaristas” entre los que me cuento, y los “divisionistas” que propagaban la división de las comunidades y la formación de pequeñas propiedades que se pudieran vender. Como hemos visto, hubo siempre una suerte de empate. Si bien se formularon leyes que permitían la división, se dictaban otras que impedían la venta de las tierras. Es necesario hacer notar además, que los términos del debate siempre estuvieron cruzados. Hubo dirigentes mapuche comunitaristas y divisionistas. Por ejemplo, la Sociedad Galvarino de Santiago, con fuertes relaciones con el Partido Socialista era divisionista. Los frailes capuchinos de Padre las Casas eran divisionistas. Alejandro Lipschutz, nuestro sabio y máximo representante del indigenismo mexicano en Chile, era comunitarista. En general los comunistas eran comunitaristas y Venancio Coñoepán del partido conservador unido también lo era. Digamos que el asunto era complejo. Las leyes plantearon la posibilidad de división de las comunidades. Había que solicitarla al Juzgado de Indios correspondiente. Exigían o que la mayoría de los comuneros estuviese de acuerdo o ponían trabas al proceso, según el tipo de ley. Es por ello que hay uno o dos períodos en que la ley permitió que los Títulos de Merced se dividieran y que las hijuelas resultantes se pudiesen vender en el mercado. Son unos pocos años en que ese proceso fue “legal”, lo que es necesario analizar estudiando cada caso. Este es el origen de la mayoría de los conflictos de tierra que hoy día existen en Arauco y Malleco. Lo que ocurrió esos años tiene consecuencias hasta hoy. Resulta que un comunero, según la ley del treinta y uno, podía solicitar la división y “liquidación” por cierto jurídica, del Título de Merced. El juzgado de indios de la localidad, que así se denominaba, procedía a dividir el título común entre los jefes de familia allí vivientes. Esos títulos nuevos venían a ser títulos de propiedad no protegidos por legislación especial alguna. En muchos casos los comuneros no se percataban de la división ni tampoco recibían ni iban a buscar el título individual. En esos años la mayoría de los jefes de familia no sabía leer el castellano y muchos de ellos lo hablaban con cierta dificultad. En ese contexto se podían producir todos los atropellos imaginables. La historia es larga y abundante. Fueron alrededor de seiscientas reducciones que dividieron sus Títulos de Merced, en especial en las provincias de Arauco y Malleco. Es interesante darse cuenta que en la Provincia de Cautín no ocurrió una división masiva, gracias a la abierta oposición de la Corporación Araucana de Venancio Coñoepán. La división ocurría, sin embargo, en los papeles, entendidos por muy pocos. En la práctica se mantenía la “comunidad” con iguales características que en las reducciones no divididas. Como ya se ha entendido, reducción, comunidad, reservación o reserva son nombres equivalentes que designan la tierra y la agrupación humana que vive en los límites entregados por los Títulos de Merced. Los padres siguieron entregándoles a sus hijos la tierra en herencia de acuerdo con el sistema mapuche tradicional y no de acuerdo con la legislación positiva chilena acerca de la propiedad. Por ejemplo, en muy pocos casos se realizó la “posesión efectiva” que es necesaria para que los hijos hereden la propiedad paterna. Esta situación condujo a que con la ley de Pinochet el año setenta y ocho debieran volver a regularizar las

propiedades divididas por las leyes anteriores, las que se habían transformado en cientos de nuevas hijuelas sin legalidad oficial alguna. La división de las tierras por otra parte, no significó ninguna mejoría, desarrollo o cosa parecida para esos indígenas. Las comunidades divididas podían legalmente solicitar créditos, hipotecar el suelo y funcionar con todas las reglas del mercado. Posiblemente algunos lo hicieron. Pero en términos generales la situación de las tierras divididas, después de cincuenta años, no fue diferente en nada de las tierras no divididas. En ningún estudio se puede observar ninguna diferencia. Nadie podría decir que donde hubo propiedad privada hubo mayor desarrollo. El año ochenta y uno realizamos una larga y profunda investigación sobre este particular y no se encontró ninguna diferencia favorable. Las opiniones que ayer y hoy se esgrimen en razón de que la causa de la pobreza mapuche sería consecuencia de la ausencia de propiedad privada, está desechada por la existencia de seiscientas comunidades que se dividieron en propiedades privadas y que tuvieron igual comportamiento que las otras que no se habían dividido, durante cincuenta años. La comunidad de tierras, en cambio, permitía un uso más flexible de los recursos, lo cual frente a la escasez existente era importante como medio de subsistencia y solidaridad. Los mapuche podían heredar tierras de diversas maneras. Lo más corriente era heredar tierras del padre, pero se podía heredar de la madre, esto es, de otra comunidad. En algunos casos heredaban también de los abuelos. Por ello cada familia mapuche tenía tierras, pocas tierras, en muchas comunidades, en muchos lugares. Estas “muchas pocas tierras” les permitían enfrentar mejor las situaciones de pobreza y escasez. Si a eso se agrega el sistema de medierías que permitía una gran solidaridad en el uso de los recursos, los mapuche que vivían en comunidades estaban mejor provistos que quienes no vivían de ese modo. La comunidad era un sistema de protección.

La operación militar La división de las comunidades mapuche del sur de Chile fue una operación militar. A pesar de las evidencias empíricas acerca de la ninguna relevancia de la división de los Títulos de Merced para el desarrollo, el año setenta y ocho se impuso una única política indígena, la dictación de una legislación que dividiese las reservas. Operaba un criterio posiblemente geopolítico, una combinación de ideas militares y neoliberales que suponía que el mercado vendría, por fin, a resolver la cuestión mapuche. Los militares habían quedado confusos con el movimiento indígena de los años setenta y querían liquidar el posible conflicto étnico. Pensaron, de la mano de algunos liberales, que si se entregaban propiedades privadas, se produciría una selección natural. Algunos venderían sus tierras, otros comprarían. Las empresas ocuparían las tierras de aptitud forestal, muchos mapuche abandonarían el campo y de ese modo se descongestionaría el problema indígena, uno de los asuntos geopolíticos detectados por la dirección militar. El proyecto inicial del decreto ley decía, “ dejarán de ser tierras indígenas e indígenas sus habitantes ”, esto es, que al liquidarse las reservas no tenían esas tierras ninguna característica especial en referencia a otras

propiedades del país. Y agregaba que jurídicamente caducaba la categoría de indígena. Juan Huenupi Antimán en el diario El Sur de Concepción lo denominó el “ intento de muerte legal de los mapuche ”. Y la interpretación era correcta. Se dice que el obispo vicario general de la Araucanía, Monseñor Passinguer, capuchino de largas barbas también, como los anteriores nombrados en estas crónicas y por cierto de sandalias, le habría solicitado personalmente a Pinochet en Villarrica que estableciera un plazo de 20 años para que las hijuelas resultantes de la división pudieran venderse a cualquier persona. Por ello pareciera ser, que se agregó esa cláusula en la redacción definitiva del decreto, lo que impidió que este libelo cumpliera a cabalidad su propósito. Se dividieron las comunidades en hijuelas, pero esas propiedades resultantes estaban impedidas de ser vendidas por dos décadas. Si no hubiese existido esa cláusula, otra sería la situación actual del conflicto mapuche ya que se habría producido una venta masiva de tierras por la presión que en esos años ejercían las empresas forestales. Los Centros Culturales Mapuche reaccionaron frente a la política de dividir las comunidades implementada por la dictadura militar. Las comunidades se sintieron amenazadas. Se inicia allí, como consecuencia de esa amenaza un movimiento étnico que dura hasta el día de hoy. El año setenta y ocho, podría decirse, es la fecha de inicio de la nueva emergencia indígena en Chile. La característica de este nuevo discurso, será una fuerte reafirmación étnica, esto es, marcando las diferencias con la sociedad llamada a veces occidental o, más bien dicho, criolla. A diferencia de lo que había ocurrido durante la Unidad Popular en que los indígenas se habían plegado al movimiento campesino y a la Reforma Agraria, a partir de los ochenta los indígenas van a mostrar su diferencia y distancia con los otros movimientos sociales formando asociaciones y reivindicaciones autónomas. La cuestión étnica se va a separar de la cuestión social en general e incluso van a criticar crecientemente la intermediación de los partidos políticos. En la primera declaración los Centros Culturales se opusieron a la división de las comunidades y en su segundo encuentro unos días después emiten este interesante comunicado:  Los Centros Culturales Mapuche de Chile reunidos en Temuco en nuestra Segunda Jornada nacional, hemos analizado la realidad actual de nuestro pueblo... Los mapuche tenemos una cultura diferente, a los winkas, tenemos nuestras propias costumbres, lenguaje, religión, pensamiento e ideas. Cultura es lo que el hombre piensa, hace y dice. Es propio de nuestra cultura el Nguillatún, el Palín, el trabajo comunitario, hablar nuestra lengua...esto es, sentirnos mapuche....” Nuestra cultura no se ha respetado en tiempos pasados ni se respeta ahora. Pensamos que el idioma o la lengua mapuche es la herramienta que nos une y permite mantener nuestra cultura; también la propiedad comunitaria de nuestra tierra. Por esto nos proponemos mantener nuestra lengua y rechazar la división de nuestras comunidades, ya que con ello se divide también a nuestro pueblo...

Se inauguraba un nuevo discurso indígena marcado por la separación del mundo mapuche del mundo winka. Esa fue la consecuencia mayor de los hechos ocurridos en el período de los setenta con la división de las comunidades. Los ochenta y noventa estarán marcados por la diferencia entre mapuche y chilenos. El despojo condujo a acentuar la visión de la distancia, de la separación, de la exclusión. La división de las comunidades se realizó, finalmente, manu militari . La resistencia a la división fue cediendo ante los hechos consumados. Se habían creado muchos temores que se disiparon en la medida que se aplicaba masivamente la política militar. La gente que vivía en el campo vio que nada cambiaba demasiado para ellos, ya que se les reconocía los límites de sus pedazos de tierra, que en la jerga técnica se conocían como “goces”. Lo que siempre había sido de ellos pasaba a seguir siendo de ellos, ahora constaba en un documento. El Artículo 10 del Decreto Ley 2568 de 1979, era claro como el agua: “ El procedimiento de división de la reserva se iniciará por una solicitud del Abogado Defensor de Indígenas, formulada al juez competente a requerimiento escrito de cualesquiera de los ocupantes de ella ”. Para quien no entiende la jerga jurídica es preciso decir que el denominado “defensor” no era tal, sino que era el abogado jefe del Instituto de Desarrollo Agropecuario, esto es, un funcionario que tenía por misión y trabajo dividir un número determinado de comunidades al mes. Si no lo hacía no cumplía con su labor para la que estaba contratado. El “requerimiento” nos recuerda a los “requerimientos” que hacían los conquistadores a los indios, que como relata Martínez Peláez muchas veces los leían desde un cerro y nadie los escuchaba. Esos requerimientos eran para decirle a los indios que los españoles venían de parte del Rey y que los venían a salvar. Leídos los requerimientos, actuaban. Acá en Chile, durante la década del ochenta se usó el mismo procedimiento con el mismo nombre. Nadie requirió nada. No era necesario. En las oficinas de DASIN había una carta Gandt en que estaban establecidas las comunidades que se dividirían, según mes y año. No hubo una sola posibilidad de participación. Más aun, el Decreto Ley establecía que “un ocupante” podía solicitar o “requerir” la división. Podía ser justamente el no mapuche, el “particular”, que tenía un pedazo de la tierra en su propiedad, como ocurrió muchas veces. El obispo de Temuco, don Sergio Contreras, trató por todos los medios de moderar, si no era posible detener este violento y compulsivo proceso de divisiones. En una carta pública del 27 de diciembre de 1980, señalaba:

El Señor Presidente de la República nos concedió, junto con algunos miembros de su gabinete, una interesante reunión de trabajo. Fruto de ese diálogo, se introdujeron algunas modificaciones formales al decreto Ley, permaneciendo invariable sin embargo, su contenido fundamental. Se reiteró en ánimo de proceder en su aplicación de modo tal que se respetara la voluntad de la mayoría de los integrantes de cada comunidad acerca, de la división de las reducciones y se evitaría favorecer a quienes fueran usurpadores. Desde entonces hasta el presente se ha estado aplicando la ley con una asombrosa eficacia y hace algunos días se ha hecho entrega de títulos de propiedad individual a un importante número de personas mapuche ⁹⁵ Fue una calculada acción de ingeniería social. Los militares creyeron o les hicieron creer que si se dividían las comunidades se disolverían los mapuche como sociedad, perderían fuerza, se integrarían en la sociedad y sobre todo, se solucionarían los litigios. Muchas veces escuchamos que con este proceso, muy costoso en recursos por cierto, se solucionarían de una vez para siempre, todos los conflictos de tierras. Don Ricardo Hepp uno de los autores de estas medidas señalaba: “ esta política tiene por objeto dar una solución al problema que afecta al pueblo mapuche y que le señale un camino positivo para el futuro, que lo integre al desarrollo económico y productivo del país ”. Soñaron, además, que nunca más habría tomas de terrenos. ¡¡Cada uno con su título de propiedad!! Las cosas claras y el chocolate espeso. Me imagino las sonrisas de satisfacción cada vez que se entregaban cifras entusiastas de entrega de títulos. Miles de títulos entregados. La imaginación propietarista corría veloz. Con un título en la mano comienza el desarrollo pontificó más de alguien. La magia del papel. Hay que recordar sin embargo que el proceso militar de división de las comunidades tuvo mucho apoyo de parte de los mismos mapuche. Espiridión Antilef Manquepan, presidente de la autodenominada organización Movimiento Indígena de Chile, señalaba representar a “Sociedades” indígenas de Malleco, Cautín y Valdivia y llamaba a la división de las comunidades por el Diario Austral del 31 de Agosto de 1978. Claro está que el contexto de represión a las comunidades impedía opiniones diferentes. Juan Huenupi Antimán declaró en ese mismo mes en el Diario El Sur de Concepción, y se lo publicaron con un gran titular: “Quieren hacer desaparecer a los Mapuche por Decreto”. Se refería a lo que iba a ser el decreto ley de división de las comunidades. Poco después fue tomado preso. El propio Antilef señalaba que se había producido en 1977 una gran reunión auspiciada por el IDI, Instituto de Desarrollo Indígena en Temuco y que junto a abogados de esa institución, habían elaborado un proyecto de ley y que se lo había enviado al Ministerio de Agricultura en Santiago. Agregaba que ese Ministerio había conformado una comisión dirigida por el Sr Julio Philippi, “hombre de gran prestigio, estudioso y conocedor del Pueblo Mapuche”, la que daría en esos días su veredicto. El Ministro de Agricultura de esa época era el Sr Alfonso Márquez de la Plata, expresidente de la Sociedad Nacional de Agricultura, activo dirigente político gremial del Golpe de Estado y uno de los partidarios más cercanos al general Pinochet, y defensor acérrimo de su persona y obra hasta el día de hoy. Este personaje fue clave en el proceso de divisiones, y aparece en la prensa de la época reuniéndose habitualmente con comunidades y comuneros.

El Coronel Atiliano Jara era en esos días de 1978, el intendente de Temuco, y jugó un papel determinante en el proceso de divisiones. El ideólogo sin embargo era el director de Indap, Sr Ricardo Hepp, quien consideraba que todos los males de los “campesinos mapuche” provenían de su vida en comunidad y la ausencia de un concepto claro de “propiedad privada”. ⁹⁶ Por su parte el obispo de Temuco, monseñor Sergio Contreras, fue quien levantó la voz en contra de las divisiones y a favor del pueblo mapuche. En junio de 1979, los obispos del sur sacan una carta pastoral, muy negociada entre ellos pero que solicitaba al Gobierno contemplar ciertos cambios en la legislación que se venía encima de las comunidades. Pinochet en persona respondió modificando algunos aspectos. En Freire el 6 de agosto del año 1982, la revista del ministerio de Agricultura, Nuestra Tierra informaba del acto en que 8.808 jefes de familia recibían sus títulos de dominio privados. Se habían entregado hasta ese momento, tres años después de iniciado el proceso, 21.287 títulos. La revista muestra numerosas fotos en que hombres y mujeres mapuche muestras silenciosos sus títulos de propiedad. Estaba presente el ministro de Agricultura, expresidente de la Sociedad Nacional de Agricultura y conocido empresario agrícola, Jorge Prado, el vicepresidente de INDAP, posteriormente subsecretario del Interior y actual diputado de Renovación Nacional, el Sr Alberto Cardemil y el teniente coronel Augusto Deichler, quien era el intendente regional de la Araucanía. Los mapuche “bailaron danzas tradicionales” y se los ve en las fotos con los atuendos del choique purrún o baile del avestruz. Como siempre, en todos los gobiernos, se hace bailar a los indígenas frente a las autoridades, que los miran como si fuera por primera vez. “Después de los bailes uno de los nuevos propietarios, Arnoldo Montupil Curín de Freire habló a nombre de todos los mapuche. Lo hizo con voz vibrante, emoción y orgullo”: Hoy vivimos un día de gran trascendencia, un día de verdad feliz que nos muestra una realidad presente y un futuro de esperanza...Señor Ministro, gracias por hacernos propietarios reales de nuestras tierras. El documento que recibimos así lo testifica. De él se derivan la tranquilidad, el amor al trabajo, la educación, el respeto, la obligación de asumir la responsabilidad de buenos chilenos como cualquier otro ciudadano de nuestra Nación y el reconocimiento al Gobierno de las Fuerzas Armadas… Pareciera que en muchos sectores mapuche la división fue bien recibida. La ley apeló al individualismo y a la ruptura de las solidaridades; cuestión, bien se sabe, es tan humana como la solidaridad y la honesta búsqueda de agrupamientos. Al dividir la comunidad se le entregaba la propiedad de la tierra a quien vivía en el campo y se declaraba a todo quien no habitaba físicamente en ese momento, “ausente” ⁹⁷ . A los “ausentes” se les quitaban los derechos que sobre esas tierras tenían. El Estado pagaría “los derechos de los ausentes”, que por ser muy bajo el valor las tierras y muchos los herederos, se transformaron en un dinero irrisorio. Muchos mapuche que vivían en la ciudad se percataron tiempo después que la división les había quitado sus derechos sobre las tierras de sus padres. Se rompieron muchas familias ya que “los del campo” no avisaron a sus hermanos y aprovecharon la oportunidad para quedarse con toda la tierra. Tiempo después los

hermanos urbanos recibían una carta en que se les avisaba que debían pasar a buscar un cheque a las oficinas de la Dirección de Asuntos Indígenas. Muchos no lo fueron a buscar ya que cobrar el cheque significaría simbólicamente aceptar que la división había sido realizada y que ellos habían quedado fuera. Hay que decir que en muchos casos la gente del campo se sintió contenta y satisfecha de la división ya que aparentemente convalidaba su posición frente a sus parientes que se habían ido y que siempre podían volver. Se pusieron en marcha, sin duda, sentimientos humanos de inseguridad, de insolidaridad y, en fin, de egoísmo. No cabe mucha duda que los mapuche también adhirieron al discurso propietarista que en ese momento dominaba todo el país. Se ha visto en esta ya larga historia del siglo veinte que los mapuche no han estado aislados de lo que pasa en el país. Por diversos canales llega la influencia de la sociedad en la que viven. El hiperpropietarismo que azotó a Chile después de la Unidad Popular, como reacción pendular posiblemente, llegó también a las comunidades. Doña Marta Añiñir de Maquehua dijo: Este título es para seguir trabajando la tierra y así tener algo para vivir. Antes no teníamos seguridad de seguir trabajando. Faltaba esto, y muestra el Título. Ahora somos dueños, me alegro, me conformo y doy gracias a Dios Segundo Martín Pirineo de Villarrica decía: ¿Qué voy a hacer con mi tierra? Realmente voy a empezar a trabajarla, porque ahora es Mi tierra y se ha cumplido el sueño de toda mi vida. Estas medidas tuvieron finalmente efectos políticos. Fueron acompañadas al final del gobierno de Pinochet por una agresiva política de subsidios focalizados hacia las familias mapuche pobres. Un general a cargo de la Intendencia de Temuco, organizó ayudas de diverso tipo, donaciones, subsidios de vejez, de viudez y de un cuanto hay. Contó con el apoyo de eficientes alcaldes ligados a la derecha. Fue el único lugar del país donde los alcaldes organizaron un programa agrícola comunal que consistía en la entrega de asistencia técnica, apoyo en semillas y otros pertrechos a los campesinos, especialmente mapuche. Gobierno fuerte: por una parte, control y represión a las organizaciones; por otra, política de divisiones y subsidios lo que condujo a que esta región y las zonas rurales le dieran el triunfo a Pinochet en el plebiscito del año 1988. Como es sabido, fue la única región del país donde ocurrió. Comunas, como Lonquimay, obtuvieron el ochenta por ciento de los votos a favor de Pinochet. Algo menos, pero también obtuvieron amplias mayorías en comunas netamente indígenas como Puerto Saavedra y Nueva Imperial ⁹⁸ . No cabe duda, por lo que ya se ha visto en este libro, que el comportamiento electoral indígena es un asunto altamente complejo y que operan en su decisión de voto múltiples factores. En todo caso la relación electoral con la derecha política de los mapuche ha sido permanente durante el siglo veinte y se ha mantenido, siendo la Araucanía hasta hoy un verdadero feudo de ese sector político. ⁹⁹ Nos podemos preguntar hoy día, ¿qué ocurrió con esta política impulsada a troche y moche por la Junta Militar? La ley de 1979 pretendió regularizar toda la propiedad, esto es, cada uno con su título, como hemos dicho. Esto significaría que al fallecer el titular del documento de propiedad, esta debía

dividirse legalmente, de la forma que los herederos establecieran. Lo que arrojan nuestros estudios y el realizado por el abogado Jaime López es que sigue operando la costumbre de entregar tierras a los hijos a la usanza mapuche. Por ello en palabras de abogado, López dice: “ la propiedad inscrita que el legislador desea aplicar a las hijuelas mapuche se verá sobrepasada con el tiempo por las estructuras informales indígenas produciéndose a la larga la misma situación que se intentó paliar con el decreto ley de 1979 ”. Hoy día vemos en nuestros estudios que el título otorgado hace pocos años por la ley de divisiones está nuevamente dividido entre los herederos de acuerdo al complejo sistema de la herencia mapuche. Todo se enredó de nuevo, dirán los que midieron y trataron de ordenar, lo para ellos, desordenado. En un estudio realizado en tres comunas mapuche el año 2006, Alto Bío Bío, Chol Chol y Puerto Saavedra, llegamos al siguiente cuadro relativo a la propiedad de la tierra.

Lo que muestra este cuadro del año 2006, confeccionado por nosotros, es que de 115 casos solamente 44 tienen propiedad privada, inscrita propiamente tal, a nombre del propietario. Son por lo general personas de edad que recibieron sus títulos hace treinta años. Hay 16 casos que está la propiedad a nombre de todos los hermanos, exactamente como estaba antes de los procesos de división y legalización de la propiedad en tiempos de Pinochet. Hay 55 situaciones en que simplemente no hay título de propiedad. Se debe a que son hijos que están de hecho en un sitio, o situaciones las más curiosas, muchas de ellas regidas por las leyes tradicionales de la herencia mapuche. Solamente en 16 casos se han hecho los trámites legales de la “posesión efectiva” y se ha constituido una “sucesión”  ¹⁰⁰ , una vez que el propietario ha muerto. A treinta años de realizado ese proceso carísimo de “regularización de la propiedad indígena” en que algunos pusieron tantas expectativas, se ha convertido en un fracaso. La situación actual es peor que la que existía anteriormente con las comunidades indivisas donde operaba con libertad la costumbre.

¿Para qué sirvió, entonces, esa ley de divisiones?, se podría preguntar alguien. Por cierto que no se solucionaron los conflictos, como es de evidencia, tampoco mejoró la situación económica de los mapuche, como alguien podría haber esperado en su imaginación, menos aún se ha aclarado el asunto de la propiedad. En pocos años más seguramente alguien propondrá otro costoso plan de “re-regularización de la propiedad indígena”. Creerán algunos nuevamente que en esa magia de “papeles ordenados” se encontrará la solución al problema mapuche. Sin embargo en un punto sí se logró un cambio. Es lo que veremos a continuación. La propiedad privada en las comunidades La introducción de la propiedad privada en las comunidades ha comenzado a tener efectos a largo plazo. Posiblemente estos antecedentes que a continuación analizaremos no serán del gusto de quienes tienen una mirada romántica de la cuestión indígena. El Decreto Ley 2.568 de 1979 que condujo a la división de las comunidades en hijuelas, cada una con su título, ha tenido consecuencias muy profundas en la estructura y conciencia de los mapuche acerca de la propiedad de la tierra. Se está constituyendo, poco a poco, es cierto, un mercado de venta de tierras al interior de las comunidades. En la Comunidad Francisco Curihuentro, por ejemplo, en el sector de Champulli cerca de Carahue viven 30 familias en la comunidad. La comunidad tiene 550 hectáreas. La familia de Don Juan Catriqueo ha comenzado a comprar tierras a los vecinos. Desde 1980 lleva compradas 20 hectáreas en la misma comunidad, ampliando las 10 hectáreas iniciales a treinta. Esta familia tiene la intención de continuar comprando tierras. Los vendedores han sido parientes, personas en general solas, que no tienen posibilidades de trabajar la tierra. En un caso se compró una tierra que aparentemente estaba abandonada. Cuando conversamos con el dueño de casa, la explicación parece ser sencilla. No quiere que se vayan los hijos a la ciudad. Uno de 21 y el otro de 19 le ayudan en la casa. Una joven hijastra de 26 años también ayuda en las tareas de la casa y a la agricultura muchas veces, sobre todo a un hortalizal bastante grande donde trabajan las mujeres y tres personas de edad que viven en la casa. Entre todos cuidan la huerta. Otra hija estudia en la Universidad en Temuco. La parcela se ve muy bien organizada, plantada, sembrada. Para dar una idea de lo que es un buen pequeño productor mapuche, señalemos algunos datos de lo que hace esa familia en la parcela. Trabajan con Indap, de donde reciben un crédito de 300,000 pesos al año. La hija estudia gracias a una beca indígena. Estudia Ingeniería Comercial y por supuesto que sus opiniones son escuchadas. La estrategia productiva consiste en una típica actividad de sembrar un poco de todo. 5 hectáreas de trigo y una de avena, lo que es más que lo normal para el consumo de la casa. Ha habido ventas de trigo, las que sirven para pagar deudas y comprar las cosas necesarias para partir el año en marzo, sobre todo referido al estudio de la hija. Una hectárea de porotos y una de lentejas, con malos resultados por problemas climáticos. Luego la producción de papas y la chacra para la casa. El año 1991 plantaron un bosque de pinos de una hectárea. Se prevé plantar unas dos o tres hectáreas de eucaliptus y pinos. Fuera de las aves y cerdos del corral de la casa que son abundantes, tienen cinco vacas en producción que le ocupan el resto de pastos de la parcela y la

parte de vegas que solo se aprovecha en verano. Va a requerir más infraestructura de bodegas para guardar la producción. Sin embargo aún no ha tenido capacidad para sembrar pasto artificial, mejorar los sistemas de riego; en fin, dotar a la parcela de mayor capacidad productiva. El productor sabe que lo puede hacer y lo mismo los hijos. Si pudiesen tener capital no crediticio, seguramente lo harían. Se mantiene, por lo tanto, el mismo esquema de producción tradicional de cereales y ganadería, ampliándose hacia el vecindario a quien le compran la tierra. Los fondos del Estado, contribuyen a estos procesos de concentración ¹⁰¹ . En el estudio que realizamos el año 2006 en tres comunas, ya señaladas, se percibe la constitución de un mercado de tierras indígenas cada vez más creciente. Contribuye a ello las posibilidades de obtener un subsidio para la vivienda en los pueblos y ciudades de la Araucanía lo que conduce a que personas de edad prefieran vender su tierra y vendérsela a algún pariente o vecino. Hay personas que viviendo en la ciudad, acuden a la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena a realizar sus trámites de autoidentificación, con el fin de comprar tierras en las comunidades. No son parte necesariamente de esas comunidades a pesar que pueden demostrar un origen étnico. Lo que caracterizaba a la sociedad mapuche tradicional era su uso libre de la tierra. Los padres podían dar en herencia a sus hijos hombres y mujeres retazos de terreno. El que no tenía tierra tenía derecho a pedir un pedazo, y se la daban. Milan Stuchlik, antropólogo checo que vivió años en Temuco, consideró que la mediería era la relación que explicaba mejor la vida mapuche. Escribió un libro que se lo han publicado sus alumnas, con enorme cariño. Milan murió como parte del exilio chileno en Irlanda del Norte. Su libro lo tituló La vida en mediería. Porque todo se compartía en las comunidades en los años que este antropólogo vivió en el sur. Todo en mitades. Un uso enormemente flexible de los recursos escasos. Si uno tiene tierras y el otro tiene semillas se concretaba la mediería. Si uno tiene pasto y otro un animal, lo mismo. La intromisión del sistema de propiedad privada, en cambio, ha provocado una “rigidización” en el uso del suelo y de los recursos. Aparece con más fuerza, el famoso “esto es mío”. La idea de propiedad impide la circulación no mercantil de recursos escasos, como en este caso la tierra. En un estudio reciente que hemos concluido, encontramos mucho más tierras compradas que tomadas en medierías. Las tierras compradas en la comunidad en 300 familias eran casi 400 hectáreas, lo que es generalizado en casi un 40% de los casos. Estas tierras compradas triplican las tierras en mediería. Si a ello le agregamos las tierras arrendadas, esto es, utilizadas para ampliar el predio original, pero siguiendo las leyes mercantiles y monetarias del arriendo, vemos que se ha producido un cambio muy grande en los mecanismos internos de funcionamiento de la sociedad mapuche en estos veinte últimos años. Se observa que un tercio de las familias mapuche aumenta sus tierras en detrimento de los otros dos tercios. Fue probablemente el objetivo implícito de la ley de divisiones de la Junta Militar y hay que reconocer que se lo ha logrado Muestra la tendencia y lo que podrá ocurrir en el futuro: familias con necesidad de tierras o con capacidad económica comprarán a sus vecinos y se irá produciendo una

concentración de las tierras comunales. El caso del Sr Llaucamanque en Molco, Pitrufquén es sintomático y nos han contado de otros parecidos. La señora, en este caso no es mapuche y tiene cuarto medio de educación. La casa está muy bien instalada, con agua potable, luz eléctrica, refrigerador y las comodidades modernas básicas. Los hijos están estudiando, terminando la secundaria. Han logrado formar un predio agrícola bastante moderno destinado a la lechería. Trabaja toda la familia. Mantienen las siembras básicas para la casa pero el fuerte de la actividad es la ganadería, contando con 26 vacunos en el predio, 12 para leche y el resto en engorda. Partió con 8 hectáreas y van ya 56, aunque no todas están en el mismo terreno. Pareciera evidente que esta estrategia no puede ser masificable pero tenderá a ampliarse cada vez más. Desde una perspectiva liberal se nos dirá, “está bien”. Los más capaces construirán predios viables y los menos capaces se irán del campo. No es tan fácil opinar. La tendencia es sin embargo fuerte y continúa subrepticiamente imponiéndose. La Ley indígena aprobada en 1993 estableció la compra y venta de tierras indígenas, solo entre personas mapuche. El Fondo de Tierras que se creó con esa ley, tenía por objeto aumentar las tierras mapuche comprando tierras de personas y propietarios no mapuche. Una gran discusión se planteó sobre este asunto. Al confeccionarse los reglamentos de la ley se presionó para que con esos recursos, plata del Estado, los mapuche pudiesen comprar también tierras a otros mapuche. Es evidentemente un absurdo ya que no se aumenta la tierra que el conjunto de mapuche tiene y reivindica. Se produce la paradoja que el Estado es hoy en día el principal promotor de la constitución de un mercado de tierras indígenas, incluso subsidiando la compra de esas tierras. Esa decisión adoptada por la Contraloría de la República fue consecuencia de la presión ejercida por funcionarios, profesionales y técnicos mapuche urbanos, que les permitía abrir las posibilidades de adquirir tierras. Nadie se opuso, salvo el que esto escribe, en ese momento a ese desatino que hoy día rige como ley del país. La tendencia incipiente a la constitución de un mercado de tierras se ha acelerado en los últimos años y se acelerará con la acción del Estado. Se producirá una creciente concentración en la propiedad mapuche al interior de las comunidades. En el Censo del año 2007 esta tendencia que veníamos observando desde hacía años se expresa en cifras contundentes. $2. 655 explotaciones se han constituido en 75.145 con un índice de concentración de 1.8, lo que significa que hay más predios que unidades agrícolas o lo que es lo mismo que hay muchas unidades agrícolas que están formadas por varios predios. En las áreas agrícolas de Valle, es donde la concentración promedio es más alta, esto es, dos predios por cada explotación, y en Chol Chol, en que hay una mayor intensidad del uso de los recursos, es 2.3. ¹⁰² Uno podría realizar en este momento una reflexión válida, ¿Pueden quedarse todos los mapuche en el campo?, o dicho de una manera más directa y brutal, ¿lo quieren hacer? ¿Está condenada la sociedad mapuche a ser una sociedad exclusivamente campesina? La pregunta no es fácil de responder, ni por un observador externo, ni por los propios mapuche. No me parece, en lo personal. No lo creo. Se puede ser mapuche en la ciudad sin duda alguna. Sin embargo, el territorio es fundamental para un pueblo con

identidad. Y vaya que el pueblo mapuche posee identidad. Por ello el contar con un territorio determinado es esencial para su desarrollo, para su cultura, para la reproducción de su cultura. Eso no significa que todos quienes pertenecen a ese pueblo deban vivir en el campo y de la agricultura. En definitiva se dividieron las comunidades. Al finalizar el gobierno de Pinochet solamente dieciocho comunidades se habían negado a aceptar la división. Más de dos mil habían sido divididas sin apelación. Las organizaciones indígenas se habían multiplicado y en cierto modo habían sido incapaces de oponerse eficazmente al proceso. Los Centros Culturales se habían transformado en la Asociación Gremial de pequeños propietarios y artesanos mapuche Ad Mapu. Con el tiempo esta organización se había politizado y se había dividido en varias otras, Caupolicán o Callfullicán, Lautaro, Newen Mapu, Wall mapu o Consejo de Todas las Tierras y numerosas otras denominaciones. Frente a la división se habían encontrado con una muralla infranqueable. El Estado nunca les hizo caso alguno. Los reprimió, los controló, vigiló y finalmente los neutralizó separándolos de la masa indígena votante. En esos últimos años, los mapuche organizados se dedicaron a prepararse, a realizar seminarios y discutir sobre el futuro, a afinar el discurso para el momento en que pudieran llevarlo a la práctica. Eso iba a ocurrir en la década del noventa. 1. El Parlamento de Nueva Imperial... Había mucha expectación esa mañana. Hacía frío y algunos cebaban unos mates con algún licor para entibiar el cuerpo. Se reunía mucha gente en la Escuela Granja de los metodistas, a la entrada del pueblo de Nueva Imperial. Venían incluso algunos dirigentes aymaras del norte del país, uno o dos de la Isla de Pascua; Honorio Ayavire Anza de Ayquina, por primera vez, levantando la bandera de los atacameños. Los mapuche habían llegado temprano con las micros de recorrido que los traían del campo. Había mucha desorganización ya que nadie sabía bien quién había convocado, pero todos sabían a lo que iban. El candidato de la Concertación de Partidos por la Democracia y seguro próximo presidente de la República, iba a reunirse con los dirigentes indígenas en la tarde. La idea que circulaba, era firmar con él un compromiso acerca de la política indígena durante la “Transición Democrática”. No faltó nadie a la cita, hasta el Consejo de todas las Tierras, recién creado, con Huilcamán a la cabeza junto a un grupo de “autoridades tradicionales”, daban entrevistas y explicaban sus puntos de vista ¹⁰³ . En la tarde, este dirigente no subió al estrado a firmar. Fue el único. Se debatía en una sala de la Escuela sobre el contenido del acuerdo y los términos del petitorio. Me puede traicionar la memoria pero creo que fue don José Luis Levi de Victoria el encargado de dar a conocer los puntos de vista indígenas. Los mapuche establecieron esa tarde todas las ceremonias y formalidades de los antiguos parlamentos. Se marchó por la carretera, se gritaban consignas y se entró al teatro de la ciudad. Llegó el candidato Don Patricio Aylwin con toda su comitiva. El escenario era muy chico ciertamente o la comitiva era muy grande. Había mucha expectativa en el próximo comienzo de la democracia. Aylwin como jefe de la Concertación, había ganado en el plebiscito al propio general Pinochet. Comenzaron los largos discursos tradicionales y finalmente Levi dio lectura

al largo petitorio. Consistía principalmente en tierras y desarrollo. Respeto a la dignidad indígena y participación. Se pedía la eliminación y exensión de impuestos a las propiedades mapuche, reivindicación muy antigua y siempre sentida. Aylwin respondió que no estaba de acuerdo con este punto y se llevó una pifia general. Ese día pensé que se había establecido una relación decente y firme con el próximo nuevo presidente. Había acuerdos y había desacuerdos. No se jugaba a ese populismo bobalicón de los candidatos, sonrisa condescendiente y paternalista, que hemos criticado ya varias veces en este libro. No recuerdo cómo se sacó la pifia, pero de algún modo, terminó en aplauso. El acta que se firmaría poseía varios puntos pero los principales consistían en que el gobierno se comprometía a enviar al parlamento una Reforma a la Constitución de la República que reconociese formal y solemnemente a los pueblos indígenas de Chile. Además se comprometía al envío de una nueva ley indígena y creación de una “comisión”, con participación indígena, para que la preparara. Como hemos visto no era la primera vez que se apelaba a una “comisión” para resolver estos complicados asuntos. Por su parte los indígenas se comprometían a resolver sus problemas y canalizar sus demandas por la vía institucional. Esta cláusula se refería al fantasma de las tomas de fundo. Había muchas personas que creían que una vez reinstaurada la democracia iba a volver el conflicto mapuche y la situación en el sur se convertiría en ingobernable. Fue el punto de mayor debate entre los dirigentes. José Santos Millao, presidente de la principal organización y otros dirigentes de Ad Mapu, como se denominaba, ciertamente dudaban al hipotecar el instrumento más importante de lucha de las comunidades. Discutieron toda esa noche y llegaron al convencimiento que era necesario firmar esa cláusula, para asegurar una transición pacífica a la nueva democracia, que ese día de noviembre del año ochenta y nueve aún no se iniciaba. Es absolutamente necesario reconocer la seriedad con que la dirigencia indígena y en especial mapuche, asumió el compromiso. Nunca lo rompieron. Habla bien del valor que tiene la palabra empeñada entre los mapuche. Los principales dirigentes esa tarde en el teatro de Nueva Imperial fueron subiendo al escenario y estamparon con su firma el acuerdo que establecía las características de la transición en el ámbito de los pueblos indígenas. Nueva Imperial significaba, ni más ni menos, que en la construcción de la democracia chilena la alianza triunfante y el gobierno resultante, tendría en cuenta la cuestión indígena, se respetaría a esas culturas, se les haría participar y tomarlos en cuenta como un interlocutor válido. En ese sentido fue un Parlamento como aquellas grandes reuniones del tiempo de la Colonia en que el delegado del Rey se reunía solemnemente con los jefes mapuche y llegaba a acuerdos con ellos y les declaraba las paces. Vinieron las elecciones ganó Aylwin como era de esperarse, y unos días después de asumir invitó a la Moneda a más de cien dirigentes indígenas para constituir la comisión que debía preparar la ley. El año noventa fue un período de debate generalizado sobre lo que debía incluir la nueva ley. Se realizaron congresos en todos los rincones del país donde había indígenas. Se grabaron horas y horas de intervenciones de dirigentes comunales, de líderes de base, mujeres, jóvenes, y todo tipo de participantes. Fueron poco

a poco surgiendo las demandas principales, las que se reunían en una combinación de desarrollo e identidad, “queremos desarrollarnos, dijeron todos, pero queremos continuar siendo mapuche”. “No negociamos la identidad por el desarrollo y la modernización”, se escuchó en todas partes. Se producía una fuerte afirmación de la diferencia que existía con los chilenos. “Somos diferentes” se escuchó en todos los congresos. Desde esa diferencia queremos desarrollarnos, decían. La discusión se realizó en las comunidades, en las comunas, en las provincias y al final en un amplio Congreso Indígena reunido en Temuco. Allí se votó incluso el concepto mismo de indígena. Hubo una propuesta de denominarse “pueblos originarios” para mostrar con las palabras que se trataba de un nuevo movimiento y en especial, sacarse de encima el carácter peyorativo de “indígena”. Originario hacía referencia a la idea norteamericana de “primeras naciones”, los primeros en habitar el suelo, los originados en esta tierra. La discusión fue ardua. Los aymaras dieron la batalla a favor de conservar el término indígena. Uno de ellos señaló, “como indios nos han dominado como indios nos liberaremos”. Ha sido la consigna del movimiento indianista. Agregaban que en su caso no eran originarios de Chile y eso los discriminaría. Otros mapuche apoyaron a los aymaras y finalmente en una votación solemne se decidió por mayoría que se trataría de una “nueva ley para indígenas”. Se fueron votando uno a uno los artículos del proyecto de ley. Conducían la mesa José Santos Millao, Juan Queupuán, Saturnino Yevilao, Raúl Rupailaf, Alberto Hotus de Isla de Pascua, Honorio Ayavire de Atacama y Antonio Mamani del norte aymara. Un equipo que sin duda se jugó entero en la vía institucional. Al finalizar el Congreso en noviembre del año noventa se le entregó un borrador de la ley indígena al Presidente de la República. Fue un momento de enormes expectativas por parte de los indígenas. Quizá alguien podría decir que allí se crearon “ilusiones” imposibles de satisfacer por parte del Estado y lo que ha ocurrido en los años siguientes no es más que su resultado: frustraciones. Puede ser. Pero el ejercicio de ciudadanía, doble ciudadanía, tanto chilena como étnica, que allí se desarrolló solo podrá ser valorado en una mirada más larga acerca de la relación entre la sociedad chilena y la mapuche. Allí en ese año noventa, hubo un ejercicio práctico de democracia. La democracia había llegado materialmente a los indígenas en la forma de abrir un espacio de debate. Bien valió la pena. Fue un gran proceso intelectual en que cada cual planteó sus ideas y de manera ordenada y respetuosa se fue llegando a un enorme consenso sobre lo que debiera ser la relación entre el Estado chileno y los pueblos indígenas en la última década del siglo. ¹⁰⁴

Principalmente se demandó respeto por la dignidad indígena. “ La cuestión mapuche no es solo un saco de trigo más o menos, un saco de abono más o un crédito menor, una beca más o una beca menos ”, dijo en una oportunidad Isolde Reuque, “ hay que ir al fondo del asunto. Hay que ver cómo un pueblo es respetado, un pueblo que reivindica lo que es y ha sido, la forma de ver su futuro, la manera de sentir, su propia cosmovisión ”. Por ello se le exigía al presidente de la República, una reforma Constitucional que reconociera la existencia de los Pueblos indígenas de Chile. Fue la primera y central reivindicación de carácter político. Es una reivindicación simbólica pero de enormes consecuencias prácticas, sobre todo en una sociedad tan legalista como la chilena. Que la sociedad acepte su propia diversidad. Que el Estado reconozca la existencia de pueblos diferentes en su interior. Las tierras eran, por cierto, la principal reivindicación práctica. Se discutía la manera cómo lograr hacer justicia frente al problema de las tierras usurpadas. Por décadas no había habido ningún instrumento eficiente para solucionar mínimamente este asunto, tal como lo hemos visto en este largo relato. Bien sabido era que los Tribunales de Justicia no ofrecían un camino transitable. Las experiencias eran muchas. También se sabía que expropiar propiedades no estaba en la mano de la autoridad y que la Constitución de la República vigente y marco acordado de la Transición a la Democracia, lo rechazaba. Poco a poco, por tanto, se fue ideando y aceptando el Fondo de Tierras, esto es, un fondo con recursos del Estado para adquirir tierras y entregársela a las comunidades y familias indígenas. Muchos no estaban de acuerdo. Decían y se preguntaban ¿por qué se le va a pagar dinero al rico si las tierras son y han sido nuestras? Otros argumentaban los problemas prácticos y jurídicos de los títulos de propiedad legalizados y legales, frente a los cuales no había forma de expropiación compulsiva de ningún tipo. No bastaba con decir “esta tierra es mía” para lograr su restitución; había que probarlo en los tribunales y eso se había demostrado que era muy difícil o directamente imposible. Finalmente se aprobó la idea. Allí está hasta el día de hoy y son cuantiosas las sumas de dinero fiscal que se han empleado exitosamente en compras de predios. Quinquén En esos mismos días sin aviso ni publicidad la Corte Suprema de Justicia en Santiago, aprobaba la orden de desalojo del predio cordillerano Quinquén en la comuna de Lonquimay. Se trataba de un juicio por “comodato precario” en que la Sociedad Galletué decía tener en sus manos los “Títulos de Propiedad” y acusaba a las familias de apellido Meliñir, que habitaban y habitan el Valle, de ser “ocupantes ilegales”. La Corte Suprema dio la razón a la empresa y mandó desalojar de inmediato el predio de sus ocupantes. El tema era que esos “ocupantes”, vivían allí a lo menos desde comienzos del siglo veinte y toda persona decente llegaba a la conclusión que eran ellos los verdaderos dueños y no los “propietarios de papel”, dueños de esas empresas madereras.

Entre el tiempo de las elecciones presidenciales que eligieron a Patricio Aylwin y la toma de posición, la misma Corte Suprema había fallado a favor de la empresa forestal “Sociedad Galletué” una indemnización gigantesca, por haberse suspendido años antes el corte de la Araucanía. Se sintieron perjudicados. El gobierno de Pinochet en el ánimo de congraciarse con los grupos ambientalistas internacionales, procedió a declarar la Araucaria en moratoria. La empresa Galletué de propiedad de la familia Lamouliat, entabló un juicio de indemnización que lo ganó exacta y literalmente, entre gallos y medianoche, esto es, entre diciembre y marzo del noventa, cuando se iba Pinochet y venía asumiendo Aylwin. El Consejo de Defensa del Estado, no defendió bien a todos los chilenos, o no quiso defenderlos, y perdió. Después de negociaciones que iban y venían el 31 de Diciembre de 1990, como regalo de Año Nuevo en el primer año de la democracia, el Estado le canceló la suma de 1.915.651.731 pesos, esto es, mil novecientos quince millones de pesos, por unas Araucarias que habían nacido antes que llegaran los españoles a Chile e incluso que Carlomagno antecesor de esta familia de origen francés, hubiese existido. A diecisiete años de esos primeros días de la transición a la democracia, hay que recordar que el asunto no fue fácil. En esos días de cambio de gobierno se firmaron leyes de amarre como la famosa Ley Orgánica Constitucional de Educación, Loce, la que ha sido violentamente criticada por los estudiantes secundarios durante el año 2006. Curiosamente esa ley tan importante se firmó el día de entrega del mando por parte de Pinochet. Lo mismo ocurrió en numerosos otros ámbitos. Pero esa familia y su empresa de Lonquimay eran insaciables. Al mismo tiempo que se embolsaban esa suma insólita de dinero público, entablaban un juicio por “comodato precario” contra las familias que ocupaban el valle

de Quinquén alegando poseer sus “títulos de propiedad”. Me consta por los muchos papeles que se han reunido, que durante el gobierno de los militares, estos abogaron por mantener las cosas como estaban. Se formaron comisiones y se dejó todo en un statu quo . Los militares tenían peso sobre la administración de justicia y no estaban dispuestos a que unos pocos aprovechados les sacaran de sus arcas millones y millones de pesos. El conflicto se había activado en 1983 y, durante los siete años siguientes, estuvo controlado. Nada se movió, las familias de los Meliñir seguían viviendo en Quinquén, los Lamouliat, con sus demandas presentadas en las cortes y juzgados; y las cortes y juzgados, por su parte, postergando una decisión que no era del agrado político militar. La Corte Suprema, de improviso, y en esos días de transiciones y cambios de gobierno, determinó que la razón la tenía la Sociedad Galletué y daba orden de desalojo a un grupo de familias mapuche, alrededor de ciento veinte personas. La abogada Florinda Cheuquepán, representante legal de los Meliñir, los comuneros de Quinquén, no fue avisada siquiera de que se iba a ver la causa. La resolución se dictó sin defensa. Los abogados del Gobierno, recientemente ingresando, menos de un mes de asumido Aylwin, trataron de interponer recursos de queja y otros escritos, sin éxito alguno. No había nada más que hacer que emplear la fuerza pública y proceder al desalojo. Tengo en mi libreta los llamados telefónicos dejados sin responder por el abogado Hugo Ormeño Melet, representante de la Sociedad Galletué en Temuco, el fono 210 008, de Bulnes 351, octavo piso, de Temuco, y curiosamente uno de los que había redactado la Ley Indígena de 1971, cuando era funcionario de Dasin. Le había servido su experiencia en asuntos indígenas. Nadie respondió a esos llamados a conversar. Era Mayo del noventa. La Comisión Indígena tenía días de recién formada. El fallo de la Suprema valía seis millones de dólares y ellos lo sabían. No se contentaron con los miles de millones de una compensación vil, sino que lo querían todo. Alguien leerá esto y dirá: esas son las reglas del juego. Cada uno defiende sus derechos y aquí no ha pasado nada. No estoy de acuerdo, aunque entiendo el argumento. La amenaza de desalojo comenzó a subir el precio. En toda la prensa se hablaba de Quinquén. Los Meliñir aparecían en televisión explicando su punto de vista. El Mercurio anunciaba el 11 de Abril de 1991 que ¡ahora sí!, los propietarios “pedirán el desalojo de Indígenas en Quinquén”. La fecha era el 16 de Mayo. Quinquén fue una dura piedra en el zapato de la política indígena democrática. ¹⁰⁵  No había más recurso jurídico que presentar. La Sociedad Galletué no aceptaba negociación alguna. Cuando lo hicieron hablaron de millones y millones ¡de dólares! Era el valor del fallo de la Corte Suprema. Personalmente he llegado a tener la firme convicción de que esas tierras nunca les pertenecieron. Nunca tuvieron propiedad sobre ese valle. Esos hermosos bosques de araucarias que hay en Quinquén son el mudo testigo de que ese valle no fue nunca pisado siquiera por esa familia de depredadores forestales. Como lo he analizado en un libro dedicado al tema, no hay nada que asegure que el primer título sea sobre el mismo predio en cuestión. Sin embargo los papeles “autentificados” por la Suprema, validaban la calidad de dueños de esas tierras y a los indígenas se los declaraba “ocupantes ilegales”. Nada había que hacer. Los abogados de la comisión indígena, asesora del Presidente presentaban un recurso tras otro.

Todos eran inútiles, lo único que servía era para dilatar el desalojo. Un día el ministro de Agricultura, Juan Agustín Figueroa ¹⁰⁶ , mostró unas fotos espeluznantes de un potrero al lado de la Estación de trenes de Malalcahuello, cerca de Curacautín, donde se iban a construir unas mediaguas para llevar a las familias desalojadas. Una parte del Gobierno se oponía a comprar esas tierras al precio exigido por los Lamouliat, más de “¡tres mil millones de pesos!”. La tensión aumentó. A Quinquén viajaban decenas de jóvenes estudiantes, ecologistas, mapuche de la ciudad y todos, en campamento, se habían declarado en “asamblea permanente”. Los Meliñir decían, en serio, que iban a morir en su tierra. La discusión de la ley indígena se había detenido y se estaba a punto de romper todo lo pactado en Nueva Imperial. Finalmente el Presidente dio luz verde a las negociaciones con los Lamouliat. En una tarde vergonzosa en el Palacio de la Moneda pude ver cómo un grupo de personas profitaba –para usar un galicismo dado el origen de estos– de la miseria ajena. El Ministro Boeninguer, acompañado de Correa y Riveros en un gesto que los dignifica se mantuvieron impertérritos y lograron el acuerdo. Al último minuto, los Lamouliat exigieron el traslado de cuatro casas pehuenches de una orilla a la otra del río. “Por joder” como se diría en español castizo. O quizá por no querer tener ante su vista, desde su casa del Lago Galletué, la casa de Don Mauricio Meliñir. Hubo que aceptarles su último antojo. Se sabían con la sartén por el mango. Don Mauricio, especialmente, aceptó llorando el acuerdo que le significaría dejar su hermosa casa que él había construido durante muchos y muchos años, frente al lago Galletué y tener que trasladarse arriba de la montaña, un lugar frío incluso en verano. Uno se comía la rabia y se mordía la lengua. Esas cuatro familias se sacrificaron por todas las otras. Los abogados y propietarios en una sala contigua sacaban cuentas de lo que habían ganado. Seis millones de dólares por algo que nunca había sido de ellos. Tengo ante mi vista el acuerdo del dos de Marzo de 1992, Quinto Centenario de la llegada de las Cara-Belas a las islas de las Antillas e inicio de un despojo no terminado aún. Por cierto que el acuerdo de Quinquén fue una demostración evidente de la voluntad política del gobierno de Don Patricio Aylwin de avanzar en la resolución de los asuntos indígenas. Fue una demostración de la vocación de justicia que poseía la nueva democracia. Salvar del “lanzamiento” a un grupo de familias no tenía precio. Creció la figura del Presidente. Era una demostración, además, de que el Fondo de Tierras que proponía la nueva ley, iba a funcionar. Operó un razonamiento político simple. ¿Cuál habría sido el costo político del desalojo? No cabe duda que el gobierno de Aylwin se habría mal recordado por la expulsión de los pehuenches desde sus tierras donde vivían por generaciones en generaciones. Hubo que pagar por evitar ese daño irreparable justamente en el inicio de un año en que la cuestión indígena estaba en el tapete de todas las discusiones a nivel internacional. Lo vergonzoso fue comprender que “negocios son negocios” y que esa familia propietaria no tuvo piedad. Más aún la prensa de derecha, muchos diputados de la zona, en fin, el stablismment del país, consideró, que los propietarios habían actuado correctamente en la defensa de su derecho. Desde el lado empresarial nadie se percató de la señal que emitía la Sociedad Galletué con esa transacción. Hubo silencio. Fue uno de los primeros símbolos del “capitalismo salvaje” al que un sector del empresariado quiere llevar al país; fue una señal de la falta absoluta de

solidaridad entre los chilenos, de ausencia total de piedad, una de las virtudes básicas de las sociedades humanas. Esa negociación despreciable dejó a mucha gente, entre ellos quien esto escribe, con una mala idea del país que era necesario reconstruir, una idea materialmente configurada de lo que después se han denominado “los poderes fácticos”. Villegas sociólogo y periodista que escribe en los medios, y parlotea en la televisión hasta el día de hoy, tituló el caso como, “Danza con bobos” y dijo: “ Con la compra de los terrenos de la Sociedad Galletué acaba de consumarse una de las iniciativas más extravagantes de que se tenga memoria. Se gastan millones de dólares para que un puñado de indígenas tenga el privilegio de seguir viviendo en las condiciones de una horda recolectora de piñones ” Después de decir otras insensateces, agregaba: “ Mi impresión es que sólo tenemos descendientes de araucanos dedicados últimamente al negocio de jugar al indio bueno ante hordas eco turistas, de progresistas y activistas de derechos humanos ”. Aparecía en la Revista Qué Pasa de Santiago el 16 de Marzo de 1992. Pasados veinte y tantos años de estos dichos parece increíble que en el país “los líderes de opinión” escriban de ese modo. Son sin duda expresión de una racista sociedad chilena en que lo indígena es rechazado, molesto y denigrado. Este escribiente, a lo menos podría argüirse, se atreve a decir lo que otros se callan. En lo personal estas citas de palabras consideradas inteligentes y comúnmente disparadas en los controlados medios de comunicación santiaguinos, me causan una enorme pesadumbre. A lo menos, los Meliñir se quedaron en Quinquén, ciertamente igual de pobres que antes. Peor les habría ido en unas mediaguas en Malalcahuello, donde se los quería llevar el entonces Ministro Juan Agustín Figueroa. Habría sido un “campamento de refugiados” como los que vemos en las pantallas de televisión organizados por el ACNUR. A lo menos no ocurrió. Cuando el Presidente Aylwin quiso entregarle los títulos de propiedad sobre la tierra adquirida, se interpusieron ¡ocho nuevos juicios!, por límites y cercos, por parte de las empresas forestales del sector, tratando de continuar exprimiendo al Estado a causa de la miseria indígena. Para muchos pareciera evidente que una empresa realice todos los juicios que le permita la legislación vigente; para el que esto escribe, le pareció y le parece simplemente vergonzoso, inmoral, propio de país colonial, de confín del mundo donde impera aún la ley de la selva, la ley del más fuerte, disfrazada de cuello y corbata. La legislación chilena es un conjunto de códigos pomposos copiados de países que han tenido propiedad privada constituida por siglos y que ciertamente no se adapta a una historia de pocos años de propiedad como la que he relatado en este libro. Ni las araucarias las plantaron nunca esos dueños de papeles, nunca invirtieron un centavo en esas tierras, nunca pusieron un cerco para que no pasaran las vacas, nunca hicieron una casa decente a los trabajadores, ni tampoco indecente, nunca hicieron nada más que depredar. De joven, al comenzar los años sesenta fui muchas veces a las cordilleras de Lonquimay, al lago Galletué e Icalma. Eran bosques impenetrables de Araucarias, y todo tipo de árboles nativos. Los camiones subían y bajaban con enormes trozos milenarios. Hoy día Lonquimay es un peladero. Fresard, Mosso, Lamouliat y muchos otros grupos madereros dejaron la comuna más pobre de Chile, se enriquecieron medianamente y depredaron todo el bosque existente. Cuando se hacen comparaciones con países desarrollados hay que mirar

este aspecto. La mentalidad rentista y extractiva del empresariado chileno se ha visto una vez más en acción: durante años cortaron árboles y no plantaron nunca ninguno, se llevaron esos “propietarios” para su casa una indemnización gigantesca, por las gigantes araucarias, y una “llapa” de seis millones de dólares a costa de todos los chilenos, por haber logrado declarar “ocupantes ilegales” a los primeros ocupantes del territorio. Cuando se cree que la cuestión indígena es un asunto del destino nacional, sin responsables directos, vale bien recordar una vez más estos hechos recientes. Lo que no cabe duda es que esta historia es muy complicada y en esos años de inicio de la democracia, las cosas se pusieron muy difíciles. Post Data 3 Años después, escribo estas nuevas líneas en el 2014, fui invitado por los Meliñir; no pude viajar y el año ante pasado, 2012, viajamos privadamente al Valle de Quinquén. Es un Paraíso. Llegamos de improviso, sin avisar. El Valle está completamente cultivado, los pastizales sembrados, de modo de poder guardar buenos forrajes para los animales en el invierno en que estará cubierto de nieve. Nos recibió don Mauricio Meliñir, ya de edad y enfermo, con enorme cariño. Sus casas son de buena calidad y enormes bodegas y establos la rodean. Ciertamente tuvo que cambiarse de la orilla del Lago Galletué, donde poseía una vista hermosa; lo recordamos bebiendo un mate. Le saltaban aún las lágrimas. Fue la infamia de los Lamouliat que no lo querían ver en el horizonte siquiera; lo mandaron al cerro, al bosque quemado. Ingresamos por un puente nuevo al valle y fuimos por caminos ahora ripiados hacia las casas de José Meliñir, a quien allí encontramos. Nos contó José, quien es soltero, de las cabalgatas que hacen los jóvenes. Muchos de ellos estudiaron en las universidades; se hicieron cargo del campo. Tienen una empresa de etno turismo, una hostería muy bien instalada en el pueblo de Lonquimay, Restaurante y ventas de artesanía. Organizan viajes a caballo por varios días a la montaña, bosques de Araucarias, lagunas, en fin, una enorme actividad. Tienen, por cierto, página web y los visitan muchos extranjeros. Allí, en esos días habían firmado un contrato con la gran empresa de televisión HBO, que rodaba una serial que se hizo famosa; decenas de artistas, los galanes y estrellas más conocidas de este país, alojaban en la Hostería, en las casas y se preparaban caballos, muchos caballos, para el rodaje. Los más viejos, los que habían dado la pelea por las tierras, miraban un poco de lejos, estos enormes contratos que realizaban los más jóvenes. Nadie ha perdido su identidad, nadie ha olvidado la historia que se vivió, participan en las organizaciones mapuche, por cierto, pero al mismo tiempo se realizan en el mundo moderno que les ha tocado vivir. Ahí está la escuela bilingüe y bicultural que se construyó en tiempos de Richard Dodge, la posta, en fin, un conjunto de servicios, que esperan seguir ampliando. ¿Valió la pena esa lucha por la tierra? No había siquiera que preguntarlo, ahí está a la vista para quien quiera visitarlo. Quinto Centenario Era el año noventa y dos. El Quinto Centenario del descubrimiento de América quiso ser celebrado por los españoles con toda la fanfarria posible de la nueva euroespaña socialista y monárquica. Quisieron tirar la casa por la ventana. Una Feria Internacional en Sevilla, una Olimpíada en Barcelona,

miles de estudios y libros sobre el Descubrimiento, grandes producciones cinematográficas en que se veía el arribo de Cristóbal Depardieu Colón al son de Vangelis a las islas del caribe. El Rey, en Santo Domingo reunió a presidentes y gobernadores de las excolonias y les dijo que Hispanoamérica estaba viva y llena de entusiasmos. Balaguer inauguraba un faro que sin ironía alguna, cada vez que se encendía dejaba a oscuras la capital, Santo Domingo. Solo Carpentier y su realismo maravilloso podría reescribir esta historia. El Rey dijo que se trataba de un “encuentro de dos mundos” y la Iglesia Católica señaló que se trataba de quinientos años desde el inicio de la evangelización.. Los indígenas latinoamericanos obviamente se enojaron ante las definiciones oficiales. Dijeron que no había sido “Descubrimiento” ya que ellos estaban con anterioridad en el continente. Señalaron que de “encuentro” tenía poco, ya que esa palabra escondía la enorme violencia que había existido. La preparación de estos fastos partió mal. Fue un intento desde España de interpretar la historia ocurrida. Las definiciones que iban y venían contribuían solamente a agregar cada vez más ofensas a los malos recuerdos de los ofendidos. Los indígenas llamaron a movilizarse por los “Quinientos años de Resistencia”. El Rey había provocado las iras de “los naturales”, como se les decía en tiempos coloniales. Se veía venir. Los indígenas latinoamericanos encontraron en los preparativos de las celebraciones de los quinientos años del Descubrimiento de América, una oportunidad para sacar su voz. En Ecuador la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador realizó un levantamiento que puso en jaque a la sociedad y política de ese país. En Chiapas se realizó una marcha hasta la capital federal que contó con miles de participantes y es el antecedente inmediato del levantamiento ocurrido dos años después. En todos los países de América las organizaciones indígenas redoblaron su autodefinición étnica. Fue el comienzo de lo que hemos denominado la “emergencia indígena en América Latina”, uno de los principales procesos sociales y políticos que hoy día se viven en el continente. 1992 es una fecha clave en el desarrollo de las nuevas ideas indígenas. Chile no estuvo al margen de estos hechos. Al Rey se le ocurrió visitar las tierras del extremo sur y revisar el estado de los fuertes de Valdivia, Niebla, Corral y Mancera, que sus antepasados, vaya a saber cuáles, habían mandado a construir. El programa del Quinto Centenario había enviado unos doblones como un “proyecto para la reconstrucción”. El viaje estaba previsto por el Calle Calle y un grupo de actores iba a simular las batallas en medio de los cañones de Niebla. Todos iban a aplaudir sonrientes. No preveía Su Majestad que diversas guarniciones de mapuche se harían presentes con la intención de aguarle la fiesta. Y se la aguaron. El Rey o sus asistentes pensaron al comienzo que le ocurriría lo mismo que alguno de sus adelantados. Aucán Huilcamán apareció en escena solicitando una entrevista. Traía una declaración que querían leerle al Rey. Era primera vez que pisaba territorio mapuche un rey de España y el paisaje se llenaba de símbolos. Un grupo de caciques huilliches quería presentarse ante el Rey con sus bastones de cacha de plata que la Corona española les había entregado en el Tratado de Las Canoas a fines del siglo dieciocho. Derecho sin duda tenían de ser recibidos. Hubo un gran desencuentro de los dos mundos esa mañana en Valdivia. Ya no importa lo que finalmente ocurrió, lo determinante de los hechos fue que la visita del Rey fue un bochorno. No

debió nunca entrar a Quinientos Años de ocurridos los hechos, un descendiente de la realeza, sin a lo menos pedir permiso, o dar alguna excusa, a los naturales, que castigaron Austrias y Borbones durante tantos siglos con “la flor de sus Guzmanes.” Cómico o tragicómico el hecho, como se lo quiera observar al paso de los años, un tanto surrealista como lo hemos querido contar, la cuestión es que desató un ambiente de desaveniencias en torno a los Quinientos Años y sus celebraciones. El Consejo de todas las Tierras, organización mapuche creada con esa ocasión y motivo, vio en esas efemérides la oportunidad de mostrar una voz alternativa a la responsable conducta de las organizaciones que habían firmado el Acuerdo de Nueva Imperial. Con el ánimo de celebrar dignamente el Quinto Centenario comenzaron a desarrollar tomas de fundos, en las que ingresaban a la propiedad, hacían una ceremonia y se retiraban. Por cierto que pusieron nerviosas a las autoridades y en un reventón de enojos les aplicaron la Ley de Seguridad Interior del Estado; se metió preso a un grupo y se transformó a Huilcamán en el héroe de la jornada. Estos hechos del año noventa y dos mostraron la constante histórica de que los mapuche nunca negocian en conjunto. Siempre hay alguno que se sale de los acuerdos, o no entra a ellos, y mantiene su independencia. Fue lo que ocurrió con el Consejo de Todas las Tierras. Como las otras organizaciones, incluso las ligadas al Partido Comunista, habían firmado en Nueva Imperial, transitar a la democracia por las vías institucionales, el Consejo se dio cuenta que tenía las manos libres para realizar las tan temidas y recordadas “tomas de fundo”. Traían a la memoria nacional un elemento simbólico determinante. Por cierto, al mismo tiempo, se jugaba con el escepticismo de la eficacia de la vía legislativa. Aunque los mapuche se habían entusiasmado el año noventa, ya el noventa y dos las dudas comenzaban a cundir. El diario El Mercurio le dedicó al dirigente del Consejo de todas las Tierras, denominación ya en sí misma llena de resonancias, una portada dominical con una foto a ocho columnas, como se dice. Aparecía como un héroe. La periodista de coqueto gorrito de lana y poncho de colores, era invitada a pasar una “noche araucana”, en medio de tomas de terreno, sonidos de instrumentos ancestrales, mate con sopaipillas y sueños románticos de aventuras étnicas cual película de Kevin Kostner. Por cierto que para los jóvenes era mucho más entretenido y heroico seguir el camino del “grito mapuche” como se titulaba el reportaje, que el aburrido, burocrático y difícil de confiar camino de las tramitaciones parlamentarias, legales, en fin, el camino institucional. Nadie cambiaría a los 18 años una noche de “corridas de cerco”, con periodista rubia incluida, a una adormilada sesión de la Cámara de Diputados. Con el tiempo, el mismo decano de la prensa nacional se ha transformado en el mayor propugnador de la represión contra los mapuche que se toman fundos, volviendo a su papel de garante en Chile de la propiedad privada. Nadie es responsable de sus dichos. Lo concreto que la vía de las tomas de fundo quedó abierta y volvió a transformarse en el camino audaz pero realista de los comuneros para obtener sus demandas. Valparaíso La ley viajó a Valparaíso, sede del Congreso Nacional inaugurada por el presidente Pinochet, con el ánimo explícito de separar los poderes del

Estado y bajarle su importancia al legislativo. El proyecto aprobado por el Congreso Indígena de Temuco había comenzado a discutirse en el Ejecutivo. Se nombraron diversas comisiones para revisar el borrador que habían discutido los indígenas. Fue un trámite terrible. Convencer a abogados acostumbrados al valor de los papeles, de asuntos complicados como los que hemos descrito, parecía tarea imposible. No se imaginaban que don Andrés Bello nunca subió al altiplano andino, ni sus códigos se aplicaron en buena parte del territorio. Salió a relucir la Constitución del año ochenta, ya a esa altura convertida en texto sagrado. Se temía tocarla. “Ni con el pétalo de una rosa” como diría algún caballero siútico, refiriéndose a alguna dama de cierta fama. Por cierto que diversas legislaciones impedían dictar una ley en el sentido que los indígenas querían. Con la audacia que otorga la ignorancia, el proyecto pasaba de mano en mano y era cambiado, reconvertido, “ despostado ”, reordenado sin ningún respeto por la opinión que miles de indígenas habían emitido a lo largo del país. Hubo seis versiones completas y diferentes. Reviso hoy en el 2014, los borradores de la ley indígena. Puede ser que el primer borrador fuera muy largo y quizá no tenía el lenguaje legislativo usado en forma depurada. Pero tenía una fuerte lógica interna producto de la elaboración minuciosa de decenas de líderes indígenas. Por ejemplo, se hablaba de los territorios indígenas que se deberían ir constituyendo. Allí habría autoridades indígenas. El Fondo de tierras y aguas permitiría ir comprando tierras de modo de establecer espacios territoriales homogéneos. El capítulo sobre la justicia indígena era enorme. Permitía que los jefes, lonkos como se los denomina hoy día comúnmente, hubieran tenido jurisdicción y habrían podido aplicar sus propias leyes, incluso bajo el sistema jurídico consuetudinario. Esos territorios iban abriendo espacios a lo que algún día serían las nuevas formas de autonomía. Un asunto de la mayor importancia era el sistema de controversias con las grandes obras hidroeléctricas, forestales, en fin, fuentes de los conflictos que se desataron años después. Los representantes de los ministerios, especialmente de Agricultura, llegaban portando unas enormes tijeras y una maleta increíble de prejuicios. Nunca habían cruzado siquiera el Bío Bío y no se habían enterado jamás de la existencia mapuche. Si se hubiesen mantenido esas normas que habían preparado las comisiones indígenas, muchas de las cosas que después ocurrieron no hubieran pasado. Todo el capítulo de controversias, por ejemplo, se quitó, dejándolas desprovistas de cualquier mediación legal, con las consecuencias que hemos visto hasta ahora: represa Ralco en un conflicto sin fin, quemas de bosques y plantaciones forestales, en fin, ninguna mediación entre la vida de las comunidades y los afanes extractivos de las empresas. Por cierto que el lenguaje se cambió radicalmente, suprimiendo el concepto de “Pueblo” y reemplazándolo por “Etnias”, Culturas” y cualquier forma ambigua y de ninguna consecuencia jurídica ni nacional, ni internacional. Finalmente, un grupo de abogados jóvenes de la Moneda asumieron el texto en sus manos, lo ordenaron y lo enviaron al Parlamento. Allí comenzó el segundo calvario para los indígenas que veían que cada nueva versión era una edición más desvirtuada de lo que se había debatido y aprobado. En la

Cámara de Diputados se formó una comisión que fuera de su Presidente, Francisco Huenchumilla, que lleva con honor el apellido mapuche de su padre y que además de ser abogado brillante, entiende del asunto, el resto de los miembros eran casi todos, empresarios agrícolas o latifundistas del sur. Algunos eran abogados de la zona, obviamente relacionados con los sectores dominantes regionales y, por cierto, con sus opiniones. Muchos de estos miembros de la Comisión, ostentan apellidos que aparecen a lo largo de este libro en la fila de los colonos. Diputados por las circunscripciones mapuche que solamente conocían a los indígenas como electores. Con muy pocas excepciones, no tenían mayores conocimientos de lo que era la sociedad indígena que desde que nacieron habían visto, pero no necesariamente conocido. En ese contexto comenzó a debatirse una vez a la semana, con una lentitud atroz, la ley que era esperada por miles y miles de indígenas. Demoraron en la discusión un año y medio, ante la desesperación de los dirigentes y de quienes seguíamos, como técnicos, ese proceso. Muchos de estos diputados pusieron sin duda muchas energías. Pero se daba la contradicción, insoportable para los indígenas, que la ley que ellos trataban de llevar adelante estuviera empantanada en una Comisión en que ellos, los indígenas, no tenían presencia. Hubo días de audiciones en que se escuchó a las organizaciones, pero el trámite estaba en manos de estas personas, por cierto elegidas para ello. Es muy difícil para el mundo indígena comprender que “otros” y en particular, no mapuche, wincas , hicieran su ley. Sobre todo que quienes escribían la ley indígena eran, habían sido y siguen siendo los principales detractores del mundo indígena en la sociedad regional del sur de Chile. Finalmente el proyecto de Ley pasó al Senado. Navarrete, Senador por Malleco, quien presidió el asunto, y fue el más decidido impulsor de la legislación, debía rogar a los ilustres para que hicieran quórum. Asistían, de modo regular, un general designado, un almirante designado, un general elegido y un prestigioso abogado, profesor de derecho y también propietario agrícola de la Araucanía. Tengo anotaciones curiosas en mis cuadernos de esas reuniones en que me causaban sorpresa y admiración los comentarios. A más de veinte años me dan un poco de risa y vergüenza. Me percaté de que no les interesaba demasiado el trabajo que habían hecho los diputados y que les daba placer o volver al texto original o inventar nuevas soluciones jurídicas. El general designado se interesaba por los asuntos de soberanía y de integración nacional. Le preocupaba que los indígenas fueran a no ser todo lo chilenos que él pensaba que deberían ser. Un buen día pidieron que comparecieran los habitantes de la Isla de Pascua. Don Alberto Hotus, Presidente del Consejo de Ancianos, les puso collares y los encantó con sus historias y amor entrañable por Rapa Nui. La cultura pascuense es de una seducción irresistible, como es bien sabido. Decidieron que aprobaban la ley indígena siempre y cuando se incorporara un capítulo sobre la Isla de Pascua. El general designado, de apellido Sinclair, dijo que era un asunto de soberanía y que todos los indígenas, incluidos los pascuenses, eran chilenos. Que eso debía quedar estampado en la ley. Se fueron aceptando cambios. Ya habían pasado tantos años en la discusión legal que nadie desde el ejecutivo quiso discutirles más al general y a los miembros de la Comisión. Así se hizo la transición a la democracia, y pensar que pudo ser diferente es un asunto exclusivamente de elucubraciones.

Se había logrado llegar a un consenso en uno de los asuntos más importantes de la ley, la defensa de las tierras indígenas. Había sido al comienzo el punto de discordia en el Parlamento. Los honorables habían aceptado el artículo 11 al 13 donde se establecía que las tierras indígenas no pueden ser vendidas a personas no indígenas. Ese era el objetivo principal de la ley. Si no se hubiese realizado esa prohibición en 1993 hoy día sería un caos la situación del sur. El decreto ley de Pinochet establecía un plazo de 20 años que se habría cumplido en 1997 para que las tierras se pudiesen vender. Con la presión de las empresas forestales, turísticas, muchas tierras indígenas habrían pasado a manos de las empresas y comerciantes. Hoy día el conflicto sería incluso más inmanejable. La aceptación de ese punto central, la protección de las tierras indígenas, por parte del comité del Senado, en particular por el Senador Diez, dio luz verde al proyecto que estaba discutiéndose, dejando otros asuntos, para otra oportunidad. Desde su mirada conservadora el senador pensaba y dijo, “que aún los mapuche no estaban preparados para negociar sus tierras en el mercado”. El argumento era paternalista pero finalmente permitió que la ley se aprobara. La mayor crítica a la Ley Indígena que ha realizado el Instituto Libertad y Desarrollo y la derecha liberal chilena en los últimos años se refiere a este artículo que prohíbe la venta de las tierras. Ha habido y continuarán habiendo intentos por derogarlo. Sin esos artículos de la ley, no habría ocurrido la crisis de la represa Ralco y las familias Pehuenches habrían sido desalojadas sin apelación y sin mayores problemas. En estos artículos sobre la protección de las tierras indígenas está lo central de la actual legislación. Reforma Constitucional La Reforma Constitucional, en cambio, sufrió la enfermedad conocida como muerte súbita . El Presidente Aylwin de su puño y letra escribió, como buen abogado, con lapicera, el texto que reformaría el artículo primero de la Constitución en que se reconocían los Pueblos Indígenas que forman parte de la nación chilena. Así decía. Fue el mensaje al Parlamento y alguien en los pasillos comentó que “ violaba ” la Constitución. Como se sabe, en Chile, desde el tiempo de don Diego Portales, que gozaba con este lenguaje “crudo y carnal”, la Constitución de la República, es considerada de carácter femenino y por, vaya a saber qué razones, se habla de violaciones a los conflictos o interpretaciones que en materia legal puede haber con ella. Un machismo inconsciente se ha apoderado del lenguaje jurídico de nuestras autoridades a lo largo de la historia. Por esas profundas razones se decidió convocar a una reunión a los principales expertos constitucionalistas del país, muchos de los cuales habían participado en la redacción de la Constitución junto a Jaime Guzmán, antes de 1980. Con la pompa que requería el caso, se realizaron unas onces solemnes en el comedor principal del antiguo Congreso Nacional en Santiago. Lámparas de cristal y pesadas cortinas daban un marco adecuado a la discusión acerca de si la Reforma Constitucional enviada al Parlamento violaba o no violaba la Constitución de la República. El texto supremo solo permitía interpretaciones. Cada uno tomó la palabra mientras servían uno a uno los tecitos y galletas. Parecía un conjunto de rabinos analizando la Tora sagrada. Dijeron uno a uno, con voz majestuosa de sabiduría formal e

ignorancia supina sobre las cuestiones de fondo, que el concepto de “Pueblo” en la Constitución era unívoco y no se podía entender que hubiesen dos o más pueblos. Que el pueblo era el soberano. Que en este territorio habitaba un solo pueblo, y por tanto una sola Nación y un Estado que representaba a todos. Que en eso consistía la unidad de la nación chilena y ese era el centro de la Constitución y por tanto inmodificable. Anoté en mi libreta la afamada frase que gritaba enloquecido Hitler: “Deutschland: ein Volk, ein Reich, ein Führer, un pueblo, una Nación, un Estado”. Era y es la misma idea. Allá se enloquecieron con ella y arrastraron a los hornos crematorios a quienes no eran de la raza aria consabida. Acá la locura es semejante y se ha encubierto de leyes y principios constitucionales. La unidad de esa trinidad, aparece en la Constitución como un principio inamovible. El rechazo rotundo a la diversidad. Debo decir, para ser justo, que junto a un abogado joven, de la Secretaría de la Presidencia, don Alejandro Silva Bascuñán, conocido profesor de Derecho, defendieron brillantemente una postura diferente, señalando que podía incluirse a los pueblos indígenas en los “cuerpos intermedios” de la sociedad que señala la Constitución del ochenta, como los gremios y otros asuntos cooperativos parecidos. Todo el resto, profesores de las universidades más copetudas del país, estuvieron de acuerdo en el peligro de violación . Frente a ese argumento de pureza, castidad y autoridad, los ilustres diputados y parlamentarios presentes viajaron a Valparaíso a suspender el trámite constitucional. La reforma quedó guardada en un cajón. Van veinte y tantos años desde esas oncecitas bien servidas y una y otra vez se han empleado los mismos argumentos. No se mira el mundo circundante, no se entiende lo que pasa hoy en el planeta: un Pueblo, una Nación, un Estado, Amén. El Convenio 169 Algo semejante le ocurrió al Convenio 169, de la Organización Internacional del Trabajo, sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes. Este es el principal tratado internacional que favorece los derechos de los indígenas. Fue votado favorablemente por Chile pero se requería y se requiere, su ratificación por parte del Parlamento para que fuese ley de la República. Fue enviado por el Gobierno del Presidente Aylwin a la Cámara de Diputados. Allí pasó a la comisión de Derechos Humanos que presidía la Señora María Maluenda, madre de José Manuel Parada, funcionario de la Vicaría de la Solidaridad asesinado y degollado durante la Dictadura. El ambiente era propicio en esa comisión y fue rápidamente aprobado. Pasó a la comisión de Relaciones Exteriores y allí se trancó. Presidía la Comisión don Sergio Pizarro Mackay, quien consideró muy complicado el asunto y comenzó a enviar cartas de consultas a diversos organismos. Finalmente decidió esperar la discusión que se llevaba acerca de la Reforma Constitucional y concluyó por archivar el tratado. El Convenio 169 durmió desde 1991 al 2009, casi 20 años. Nadie lo movió ni quiso moverlo. A fines del primer gobierno de la Presidenta Bachelet, la violencia se adueñó de La Araucanía. Hubo tres jóvenes mapuche muertos por balas de Carabineros lo que conmovió al país. A meses de terminar el mandato, la Presidenta cambió el tono de las políticas indígenas que habían sido de muy bajo perfil, y organizó algo que se denominó “RE conocer”, un programa de gobierno que tenía como propósito obtener el reconocimiento

de los Pueblos Indígenas. Se le puso urgencias a la Reforma Constitucional, pero los ilustres senadores no comulgaban con el concepto de Pueblo; recordemos que desde la hora de onces se había establecido que solamente era uno solo el Pueblo chileno. Se habló de reconocer las etnias, las culturas y poco a poco se fue muriendo el intento. El Convenio 169 fue igualmente mirado con reservas y después de muchas discusiones, negociaciones, los encargados de La Moneda cedieron a que al Convenio se le formulara una serie de “reservas”. Quienes conocemos los procedimientos sabemos que la Organización Internacional del Trabajo no admite la aprobación de Convenios Internacionales con reservas. Se aprobó finalmente y los congresistas de la derecha lo enviaron al Tribunal Constitucional, quienes en un acto milagroso, señalaron que las reservas no eran válidas y que el Convenio se aprobaba sin más. Terminó el Gobierno de Bachelet con el 169 aprobado pero sin reglamento, necesario para ser operativo. Las discusiones sobre el Reglamento duraron cuatro años más, todo el gobierno de Sebastián Piñera. La cuestión central se refiere a cómo hacer las consultas a los indígenas cuando se trate de algún asunto que les compete o que les va a provocar consecuencias en su vida, etc. En el 169 se señala la obligación de hacer consultas de “buena fe”. La discusión que ha habido sobre la manera de hacer las consultas, lo menos que tiene es la “buena fe”; se trata de ver la mejor forma de hacer un trámite de modo de salir del escollo que este convenio internacional interpone. En eso se está en la actualidad. Los dirigentes mapuche sintieron que estos dos rechazos del Parlamento constituían un mensaje claro de la sociedad chilena hacia la sociedad indígena. No se la reconoce más que como individuos, beneficiarios de leyes especiales. No hubo reconocimiento como colectivo humano con historia, como Pueblo. En la ley especial que se dictó sobre indígenas, se usó la palabra “etnia” para definir a estas agrupaciones humanas, lo que es absolutamente impropio. Personalmente estuve en desacuerdo, pero el Senado escuchando algunas opiniones incluso de antropólogos, la adoptó. La palabra apropiada y utilizada en todas partes del mundo hoy en día es Pueblo, que indica una relación profunda, histórica de un grupo humano, una vida cotidiana que se ha vivido por largo tiempo. Pueblo en la tradición occidental conlleva la idea de territorio, de lengua, de religión, de personas unidas por un tronco común, un mito de origen. Se habla en algunos países de “primeras naciones”. Nación, suele ser invocada como una aspiración para construir una entidad humana con perfil político propio, con símbolos unitarios, con propuestas de futuro político. Etnia es un concepto utilizado solamente por la antropología. Pero la definición no es un asunto de diccionario o de discusión académica. Los instrumentos políticos internacionales para referirse a estos temas, han adoptado el concepto de Pueblos Indígenas. La Carta de Derechos Humanos, y en particular el Pacto de Derechos Civiles y Políticos, se inicia señalando que el derecho a la autodeterminación es inseparable al concepto de pueblo. Todos los pueblos, señala, tienen derecho a la autodeterminación. Nada dice del derecho de las etnias aunque alguien diga que significa lo mismo. Se aprobó el 2007 en la Asamblea de las Naciones Unidas la Declaración Internacional de los

Derechos de los Pueblos Indígenas, que consagra la misma terminología. En la Organización de Estados Americanos, la OEA, se debate hace ya muchos años el Convenio sobre Derechos de los Pueblos Indígenas. Se creó el Foro Permanente de los Pueblos Indígenas a nivel mundial y los países latinoamericanos han aprobado el Fondo de Desarrollo para los Pueblos Indígenas. No hay ninguna convención, declaración o tratado que hable del derecho de las etnias. Más aún el reconocimiento de las “minorías étnicas” por parte de diversos instrumentos internacionales se aplica exclusivamente a las personas pertenecientes a esas minorías pero no al colectivo humano en su conjunto. Explícitamente se han denegado los derechos colectivos de esas minorías denominadas étnicas. Por todas estas razones y por muchas otras, el concepto y término adecuado fue rechazado por el Parlamento. Se buscó un subterfugio, “etnias de Chile”, que no tiene el mismo nivel de reconocimiento jurídico. El rechazo del Parlamento a la Reforma Constitucional y a los Convenios Internacionales fue un duro revés en la política indígena del gobierno del Presidente Aylwin y de la transición a la democracia. Sus consecuencias se iban a conocer años después. Finalmente a fin del año noventa y tres, terminando el gobierno de Aylwin fue aprobada por unanimidad, la “ley indígena” sin Reforma Constitucional. Eran fechas electorales y nadie quería ser acusado de no proclive a las raíces de la Patria. La única discusión que hubo en la sala fue provocada por un médico católico de Rancagua, senador ya olvidado, quien se oponía a la aceptación –y no condena tácita– de la poligamia. Los mapuche en el Congreso Indígena habían decidido no condenarla pero tampoco fomentarla. Que la institución ancestral muriera sola, había dicho, sabiamente, don Anselmo Raguileo. El Senado se opuso a los derechos de las diversas cónyuges por ejemplo si existieran, podrían tener frente a una situación de herencia. No se trataba de reconocer la poligamia jurídicamente si no proteger a quienes de alguna manera mantuvieran esa ancestral costumbre. Fue un casus belli que casi terminó con la propia ley. Ya lo dijimos, hay una larga historia en que la poligamia era vista como la expresión misma de la barbarie indígena, por nuestra sexualizada y represiva sociedad. En 1993 volvió a reproducirse esa vieja polémica. Fuerte Temuco Pero había un asunto controvertido mucho más importante en términos políticos. El Proyecto de Ley consideraba la sede de la Corporación que se formaría con la ley indígena, ubicada en Santiago, cerca del poder político del Estado. Sin embargo, en el Parlamento se había realizado un acuerdo, para que la sede de la Conadi, Corporación de Desarrollo Indígena, que creaba la ley, se instalara en Temuco, “capital indígena de Chile”, como supusieron y escribieron algunos entusiastas. Se hablaba de regionalización. En esos días, alguien dijo que todos los servicios del Estado se deberían descentralizar y que se comenzaba con la cuestión indígena. Eran momentos de campañas electorales y varios regionalistas populistas creyeron acumular votos a sus molinos diciéndoles a sus electores que habían logrado que “un servicio público” se instalara en su Región. Algunos recordamos que siempre el asunto indígena había estado en la frontera del sur y que con esta medida, no se modificaba nada, sino que se lo devolvería a su lugar de origen. Se perdía el carácter nacional que había comenzado a asumir la

cuestión indígena. Un asunto de Estado y no un asunto de fronteras. Carmen Frei, hija del expresidente, fue la única senadora que alzó la voz en contra de esa medida. Se dieron muchos argumentos, siendo el más importante el de la descentralización del Estado. Agregábamos nosotros, que lo más probable iba a ser que la descentralización comenzaría y terminaría con los indígenas. Después de años de dichas esas palabras, los hechos nos han dado la razón. Ni la minería se ha trasladado a Copiapó, ni la agricultura a Talca, ni los encargados de los asuntos forestales a Curanilahue u otro lugar boscoso. La cultura, que al igual que la cuestión indígena es marginal, se la llevaron a Valparaíso en medio del debate con la UNESCO para que se lo declarase “Patrimonio de la Humanidad”. Se descentralizó a los indígenas que siempre estuvieron regionalizados y descentralizados, esto es, marginalizados. Se instaló una autoridad nacional indígena en una región que es por antonomasia discriminadora de los indígenas.

Fuerte Temuco es, hasta hoy, un enclave no indígena, colonizador, en medio del territorio indígena. El escudo de la ciudad trata de reunir en una suerte de síntesis o superposición de todos los elementos iconográficos que juegan en el estereotipo. La industria que nunca llegó, las araucarias que han sido miserablemente transformadas en tableros terciados, alcanzadas por la espiga de trigo y las vacas de los agricultores, el Llaima del turismo y los mapuche desnudos agachados con su chueca. Todo ello bordeado por una trenza de copihues. Hay pocas ciudades tan fronterizas como Fuerte Temuco. La gente está de paso. Neruda, con ironía, dice: “ Temuco es una ciudad pionera, de esas ciudades sin pasado, pero con ferreterías ”. Ya van varias generaciones que están de paso, sin pasado. Es una sociedad de pied noir, como se denominaba a los franceses que habían nacido en Argelia. Solo los pies pisan el lugar, la cabeza piensa en francés. Albert Camus nos ha dejado hermosas páginas sobre la sociedad francesa en Argelia. Fue una sociedad que no entendió nunca el por qué allí había árabes. Se pensaron a sí mismos como depositarios de vaya a saber qué predestinación para poseer esas tierras y transformar a los antiguos dueños en sus servidores. El pied noir , es el símbolo del colonizador ingenuo y que cuando es cuestionado,

reacciona con violencia. Como se sabe, los pied noirs se transformaron en violentos enemigos del General de Gaulle cuando este comprendió que era necesario dialogar con los árabes argelinos. Fuerte Temuco es una sociedad encerrada en sí misma desde su origen, que no ve a los indígenas, aunque pasan diariamente por su puerta vendiendo leña o gritando merkén con una larga e, el ají preparado de los mapuche. Es tan evidente este hecho que el joven Pablo Neruda no se percató en su tierra de la cuestión indígena. Porque nuestro poeta Nobel fue hijo de migrantes que viajaron al sur a colonizar esas tierras. Se publicaron hace unos pocos años los Cuadernos de Temuco . Son los poemas del vate cuando estaba todavía en el Liceo de esa inicial ciudad y aún no soñaba con ser siquiera Neruda. Es admirable. Podrían haber sido escritos en cualquier parte del mundo. En ninguna de sus hermosísimas páginas –porque fue poeta de nacimiento– aparece el asunto indígena. Al leer ese libro me imagino Fuerte Temuco en los años veinte, cuando el niño Neruda, esto es Reyes Basualto– caminaba por las calles, el barro y la lluvia. Ya viejo, lo rememoró en Confieso que he vivido . Pasaban los araucanos como fantasmas con sus carretas, con sus cargas de leña, con sus ponchos de nadie. No eran siquiera vistos por el joven Reyes en vías de ser Neruda, a pesar de toda la sensibilidad poética que demostró en su vida. Se dirige a la playa, a Puerto Saavedra y se le llenan los ojos del paisaje de esas arenas negras y ese mar indómito. Era y es una zona repleta de indígenas. Los mapuche aparecen por todas partes, son los únicos habitantes. Es imposible no verlos. Ninguno de ellos, ninguna de sus imágenes está presente en los Veinte poemas de amor y una canción desesperada , inmortal poesía nacida, según él mismo dijo, de esas playas desoladas del sur indígena de Chile. No los vio. Como Camus en El extranjero , tampoco los vio, no supo de ellos. Creyó que eran parte del paisaje. No le llamaron la atención. Neruda los vino a ver cuando en México descubrió el indigenismo y con él, al indio. Allí volvió a su mítico sur y habló del indio, vio a los indígenas y recordó a los lautaros. Allí pudo escribir que “ los chilenos continuaron lo que fue la “Pacificación de la Araucanía”, la continuación de una guerra a sangre y fuego para desposeer a nuestros compatriotas de sus tierras. Contra los indios todas las armas se usaron con generosidad: el disparo de carabina, el incendio de sus chozas, y luego, en forma más paternal, se empleó la ley y el alcohol ”. Neruda viejo ve lo que no vio cuando joven. Tuvo que pasar por la conciencia de un otro, de una cultura como la mexicana para retornar con sus ojos al sur de su origen. El ver y el mirar, son asuntos muy complicados en el ser humano. No basta con tener ojos como dice el evangelio. No es suficiente con decir, es que yo vivo allí. La cercanía de los árboles muchas veces se ha repetido, no deja ver el bosque. No hay nadie que sepa menos de los mapuche que los habitantes de Fuerte Temuco. No es culpa de ellos, por cierto. No estoy acá haciendo acusaciones morales que no interesan a nadie. Es un desconocimiento de una sociedad local superpuesta sobre una sociedad indígena dominada. Puede que no haya rencor, incluso, pero se los desconoce, los ignoran. Cada año eligen sus autoridades. Descendientes de alemanes, de suizos, de españoles, de árabes, nunca pero nunca, descendientes de araucanos. Una que otra excepción confirma la regla. Sobran los dedos de una mano. Como toda sociedad de frontera es fuerte, aguerrida, pionera posiblemente, pero también inculta.

No ven cine, no hay casi ninguno en Fuerte Temuco, por ejemplo. El último que queda en la plaza da películas de karatecas chinos. Es quizás una de las pocas ciudades de Chile que no tiene Teatro Municipal. Se cayó la Catedral con el terremoto del año sesenta y uno. Se demoraron más de treinta años en construir una nueva. Es la única Catedral en Chile que en su torre hay un edificio de departamentos. Hubo que hacerlo así para poder financiarla. Los habitantes del Fuerte Temuco van a las ferias ganaderas, conversan entre ellos, complotan contra el resto del país y se acuestan temprano. El mismo Neruda recuerda en su libro póstumo, “ Confieso que he vivido ”, el Liceo donde estudió y dice que “ La biblioteca siempre cerrada ”, a continuación comenta, “ Los hijos de los pioneros no gustaban de la sabiduría. Es cierto. La frontera tenía ese sello maravilloso de Far West ”. Por ello también la política siempre ha sido particular en esas regiones. Ha sido diferente en todo caso a la de la zona central. Allí surgieron partidos políticos autonomistas o regionalistas, no los mismos del resto del país. Los dueños de fundos de la zona central se agrupaban en el Partido Conservador. En Cautín estos no tenían fuerza. Primeramente tuvo mucho prestigio el Partido Demócrata y luego el Radical. Partidos de clase media. Estatistas, particularmente. Pedían apoyo y protección al Estado. Después vino el Partido Agrario que se fundió con el Laborista en Temuco y fundaron el conocido Agrario Laborista.. En Temuco tenía fuerza el denominado “jaimismo” de Jaime Larraín García Moreno, de fuertes influencias nacionalistas y autoritarias. El joven jefe del jaimismo en los cincuenta era Sergio Onofre Jarpa. El principal congreso de esa corriente se realizó también en Temuco. A los que nos interesa la historia no nos dejan de sorprender estas situaciones. Es que Cautín es y ha sido diferente al resto del país en materia política. Es la frontera. Son colonos que se saben en territorio no dominado. Su relación con el centro del país es conflictiva, se sienten incomprendidos, no confían en los pobladores de La Moneda. En mil novecientos setenta y ocho realizábamos un estudio sobre la agricultura de Cautín con María Elena Cruz y entrevistamos al entonces presidente del Consorcio Agrícola del Sur, quien nos habló de la “traición” del Gobierno Militar. Era un hombre joven. Que ellos, dijo, habían defendido con las armas en la mano sus fundos, que se habían jugado por la llegada de los militares, que luego se les había solicitado “sembrar hasta las orillas de los caminos” para dar de comer al país, y que lo habían hecho. Se le llenaba de sangre la cara al decir que después los habían abandonado, les habían subido los créditos y los insumos y les habían dejado sin comprar las cosechas. Daba nombres de agricultores quebrados, de fundos vendidos, de gente desesperada por haberle hecho caso a los militares. Para él era una traición de los militares que se habían aliado a los liberales y habían aplicado una política de apertura al exterior y no de protección de la industria nacional. Fuerte Temuco es posiblemente el peor lugar desde donde dirigir una política indígena con perspectiva de cambio de las relaciones entre el Estado y esa sociedad. Le ocurrió al primer director de la CONADI Mauricio Huenchulaf, quien siendo una autoridad nacional de acuerdo a su rango, era tratado como un jefe de servicio menor por las autoridades regionales y locales. La descentralización como se dijo, de la CONADI a Fuerte Temuco, la sometió a las pullas y presiones de los poderes locales, que son muy fuertes y en estas materias impenetrables. No hubo coordinación posible,

solo crítica despiadada. Tengo un recorte del Diario Austral del 21 de Marzo de 1994. Huenchulaf había asumido hacía exactamente 10 días. El titular dice: Diputado Miguel Hernández afirma: “ Es una aberración lo que ocurre en la Conadi ” y agregaba, “ Considero una aberración la forma cómo está operando hoy en día la Conadi en la IX Región ”. ¡Por Dios!, uno exclamaría, si no había siquiera respirado el nuevo director y ya lo habían evaluado de aberrante. Primera vez que un organismo de esta naturaleza y con ese poder era dirigido por un joven profesional mapuche y antes de partir ya le habían decretado la sepultura. La existencia de una sociedad regional como la que aquí estamos contando es una realidad que se debe tomar en cuenta al analizar las cuestiones mapuche. Lo que ocurre es que los estereotipos raciales están muy desarrollados en el sur del país. Realizamos un estudio acerca del racismo local con los estudiantes de antropología. Discutimos con los campesinos no mapuche acerca de las relaciones con los mapuche. Unos dicen que son flojos, borrachos y alzados. Que viven de mala manera, afirman. Que no les interesa el progreso. Que son hediondos, nos han dicho en muchas partes, tanto así que de Pichi-Pellahuén a Traiguén salen dos micros una con mapuche y otra con chilenos. Es cierto que hay personas en el medio local, incluso, que reaccionan frente al ambiente racista, pero todo el mundo sabe y se da cuenta que hay discriminación. El sistema político local no era controlado por los mapuche y más bien opera desde siempre contra ellos. Algo de eso está cambiando. Cuando el observador se entromete en las profundidades del inconsciente colectivo regional, se aterra. La emergencia de la cuestión indígena es vista como una amenaza subversiva. Se repite en el inconsciente la imagen del ataque simbólico al Fuerte Temuco del año 1881. Los culpables van a ser las víctimas: se victimizará a las víctimas una vez más. Los que apoyan la causa indígena, son acusados de instigadores. “E sas cosas antes no se escuchaban ” oí decir en los días en que se discutía la nueva ley indígena. Ciertamente, los pied noirs prefieren el silencio del indio. Que no opine, que se integre calladamente en la sociedad global. Es un asunto complejo sobre el cual solo me sobrevienen pensamientos sombríos. Se podría tener la sospecha que consciente o inconscientemente la instalación de la Conadi en Fuerte Temuco fue un intento de confinar a los indígenas nuevamente en el sur. Un asunto que se comenzaba a ampliar a la esfera nacional era preciso reenviarlo a la vieja frontera. Que se arreglaran allá, entre la lluvia y el barro. No se trataba de legislar sobre la diversidad de la sociedad chilena. Se reducía una vez más el asunto de nuestra sociedad blanca y europea a un enclave indígena fronterizo. Es ésta limitación impuesta en el Parlamento, y otras por cierto, la que explotó en el final de los noventa. Cada día es más evidente que la cuestión indígena es un asunto nacional y no regional. La fuerza que han adquirido las realidades indígenas del norte de Chile, la presencia de miles de miles de indígenas en Santiago, en fin, los temas relacionados con la diversidad de la sociedad, ameritaban un trato no fronterizo. La ley indígena iba a ser, por primera vez, ejecutada por los propios indígenas. Una camada de jóvenes profesionales estaba preparada para

ponerla en funcionamiento. Habían tenido experiencias de gestión en el ámbito de los programas de las organizaciones no gubernamentales. Comenzó lentamente el año 1994, el proceso de construir una nueva institución del Estado, administrada por los propios indígenas. Era una experiencia única, no solo en Chile sino en América Latina. No se trataba de las instituciones indigenistas mexicanas a cargo de antropólogos. Esta vez comenzaba el desafío de que los indígenas estuviesen a cargo de las políticas indígenas. Contaban con una ley, con un presupuesto que si bien no era muy grande, anteriormente no existía. En esta materia se había aumentado en forma absoluta. Antes no había Fondo de Tierras y había que ponerlo en funcionamiento. Había que idear todo, crear todo de la nada. Difícil tarea sin duda. Los enemigos externos se transformaron en internos y los conflictos se multiplicaron. Se nombraron profesionales no indígenas que no tenían ninguna experiencia ni conocimiento en asuntos indígenas. Comenzó quizá con más lentitud de la esperada a construirse la nueva institucionalidad. Las demandas en cambio eran muy grandes. Pero lo que vino a complejizar en exceso la puesta en marcha de este experimento de cogestión indígena fue la construcción de la represa de Ralco. ENDESA la empresa eléctrica chilena, ahora en manos españolas, había ideado un proyecto de siete centrales hidroeléctricas en la cuenca superior del río Bío Bío. La primera había sido Pangue y como no inundaba tierras indígenas no tuvo gran oposición, solamente los ecologistas se pronunciaron en contra. La segunda era Ralco que dejaba bajo las aguas a decenas de familias de las comunidades Quepuca Ralco y Ralco Lepoy. Comenzó un conflicto que dura hasta hoy y que puso en jaque las políticas indígenas, la validez de la Conadi e incluso ha cuestionado la Ley Indígena. Cuando se discutió la Ley Indígena en el Parlamento se sacó el articulado concerniente a los megaproyectos y sus impactos en las comunidades indígenas. Originalmente el proyecto de ley discutido por las comunidades señalaba una serie de procedimientos de consulta para la realización de proyectos tales como represas hidroeléctricas en territorios indígenas. Se establecían sistemas de compensaciones de acuerdo a lo que señala la legislación internacional y el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo. En muchas partes del mundo este es uno de los principales asuntos de contradicción entre el desarrollo económico moderno y las poblaciones indígenas. Muchas personas habíamos estudiado estos temas en detalle y así se planteó ante el Parlamento de Valparaíso. No hubo acuerdos ni voluntad de legislar sobre esta materia y se sacó el tema del articulado en discusión. La Ley Indígena quedó sin mecanismos de resolución de este tipo de conflictos. Al discutirse los artículos referidos a la tierra se estableció, como se ha dicho, la prohibición absoluta de que los indígenas vendieran sus tierras a personas no indígenas. Se impuso una concepción proteccionista de las tierras indígenas. En el debate se planteó la posibilidad de permutar una tierra por otra, si es que la familia indígena le convenía. Se puso por ejemplo el caso de una familia indígena que tuviese un borde de lago o río y que quisiera permutarlo por un paño mayor de tierra agrícola. Si se leen las actas de las sesiones, se verá que en ningún momento se habló que este fuese el mecanismo de resolución de conflictos de intereses tan grandes

como el referido a la construcción de una represa. Así y todo se establecieron numerosas restricciones para la realización de las permutas. Por una parte se puso como condición que el dueño de casa contara con el expreso consentimiento de la “mujer con que había formado familia”, frase muy hermosa que reconoce la costumbre mapuche en materia familiar y no solamente el matrimonio inscrito en el Registro Civil chileno. Le daba a la mujer un papel a jugar en la decisión que corresponde a toda la familia. Además se exigía el consentimiento de la Conadi a través de su Consejo, la que tiene por ley la obligación de velar y proteger las tierras indígenas del país. Los abogados de Endesa vieron en este mecanismo de las permutas la salida para efectuar los traslados de población desde las comunidades de Ralco Lepoy y Quepuca Ralco. Ralco Las decisiones respecto a la construcción de la represa Ralco se realizaron sin considerar mayormente el tema indígena. Se escogió un lugar adecuado según criterios de ingeniería. El Estudio de Impacto Ambiental que toda obra de esta envergadura requiere, establecía un plan de traslado y reasentamiento de estas familias. Las tierras a inundar se “permutarían” por las nuevas tierras adquiridas por Endesa con ese propósito. La historia es larga y está relatada en detalle por Domingo Namuncura en un libro titulado Ralco ¿Represa o Pobreza? Digamos solamente que la Directora de la Comisión Nacional de Medio Ambiente, CONAMA, encargada de calificar este Estudio de Impacto Ambiental fue separada de su cargo por rechazarlo. El primer plan de traslado era muy precario. Endesa había adquirido un fundo cercano al embalse denominado “Fundo El Barco”. Es un predio cordillerano muy poco apto para vivir, salvo en una franja pequeña cercana al río. El plan fue rechazado por el Director de la Corporación de Desarrollo Indígena, Mauricio Huenchulaf, el que por esa razón fue removido de su cargo. Endesa agregó otro fundo a la propuesta de reasentamiento. El fundo “El Guachi”. Se trata de un predio ubicado en el valle, bastante lejano al habitat tradicional Pehuenche. Es un campo pelado. Suaves colinas donde se ha sembrado trigo durante largo tiempo. Tierras desgastadas. Comenzaron a construir casas de color verde. Endesa preparó con arquitectos y diseñadores el traslado. Se contrató maestros carpinteros y construyeron las casas. Se trata de casas de madera, con varias piezas, con cocina a leña, serpentín de agua caliente, ducha y baño y en fin, todas las comodidades imaginables. Alguien señaló que a los pehuenches les agradaba más sentarse alrededor del fogón y se les construyó al lado de la casa una “casa fogón”. Se comentó la necesidad de bodega y establo y se hicieron. Los cierros de los potreros se pintaron de verde. Un informe del Ministerio de Agricultura señala que los cierros solo servirían para ovejas y cabras, ya que para vacas, bueyes y caballos son de tablas muy delgadas y se romperían de inmediato. ¿Por qué no apoyaron a los propios Pehuenches a que construyeran sus casas a la manera que ellos quisieran? Misterio misterioso en tiempos que la palabra “participación” es de fácil uso en todos los medios relacionados con “proyectos sociales”. No quisiera burlarme de nada ni de nadie pero debo contar la cruda realidad que he visto en terreno.

Se le preguntó a Endesa de dónde alimentarían las estufas, cocinas y fogones de leña si en el predio denominado Fundo El Guachi no hay vegetación alguna. Después de golpearse con una mano en la frente se decidió comprar un tercer fundo alejado más de 20 kilómetros del anterior para “proveer de leña” al Guachi. Se llama Fundo Santa Juana. Se supone que “alguien” traerá un camión de leña cada cierto tiempo para los pehuenches. El informe del Ministerio de Agricultura que publica in extenso Namuncura es lapidario para mostrar que no es posible la sustentabilidad de las familias Pehuenches en ninguno de los tres fundos dónde van a ser trasladados. La cuestión más grave de todo este proceso fue la ninguna participación de la comunidad en las decisiones que se han tomado. Al comienzo, los pehuenches no fueron informados ni por el Estado ni por Endesa de lo que iba a ocurrir. Los rumores y el trabajo persistente de una Organización No Gubernamental, el Grupo de Acción por el Bío Bío, fue lo único que existió como información. Cuando las obras de la represa ya habían comenzado Endesa contrató un grupo de profesionales muy connotados, que fue casa por casa solicitando la firma de las permutas. Las personas se vieron presionadas por los hechos consumados a firmar. En el cronograma del Estudio de Impacto Ambiental de Endesa, se establecían dos semanas para “sacar la firma” a las mujeres, lo que constituía una vulneración de la libertad y derechos de esas personas. Los consultores presionaron a los pehuenches con las mismas armas que hemos relatado largamente en este libro. Se les ofreció una canasta de alimentos, vacas paridas, yuntas de bueyes y el famoso “caballo ensillado”, si es que firmaban las escrituras de permuta de sus tierras. Para una cultura ecuestre como la Pehuenche la oferta de un “caballo ensillado” es pecaminosa. No por casualidad, es la

oferta del Diablo cuando quiere comprarle el alma a un cristiano. Con esas ofertas y esas presiones los pehuenches mayoritariamente debieron firmar el papel que le pusieron por delante. Gente que no sabe leer ni escribir en su mayoría no han podido defenderse. Como dice Namuncura eso ha sido solo posible porque se trataba de indígenas. Las permutas debían ser aprobadas por la CONADI, de lo contrario no son válidas ni por tanto se podía comenzar a construir la represa. Esta corporación tiene un consejo con consejeros indígenas elegidos por las comunidades en elecciones abiertas. Hay representantes de ministerios y tres consejeros que representan al presidente de la República. Al inaugurar la represa Pangue el primer mandatario había sido enfático en señalar que se construiría también Ralco. Los consejeros y el director nacional mapuche votaron negativamente y rechazaron el estudio de impacto ambiental preparado por la empresa, ya que según ellos, se oponía a la ley indígena. A partir de esa toma de posición comienza un proceso de desgaste que culminará prácticamente con la destrucción de esa institución. Al primer director, Mauricio Huenchulaf, se lo removió por no dar paso a las permutas de tierras que posibilitarían el traslado de las familias pehuenches y al segundo director, nombrado en su reemplazo, Domingo Namuncura, se lo sacó de su cargo por el mismo delito. La legitimidad de la institución como mediadora de los conflictos indígenas quedaba seriamente dañada. Junto a ellos fueron removidos los dos representantes del presidente de la República ante el Consejo de la Conadi, quienes habían llegado a la convicción ética y jurídica de que las permutas violaban la letra y el espíritu de la ley indígena. No había consentimiento voluntario y tampoco existía un plan de compensaciones que a lo menos permitiese asegurar que los pehuenches trasladados vivirán en el mismo o superior nivel de vida que el actual. La mayoría del Consejo estaba en contra de las permutas. Se los removió y se formó otra mayoría proclive a los traslados. El Consejo se reunió sin la presencia de los consejeros indígenas, los que se encontraban protestando en la calle en las afueras de un edificio del centro de Santiago. Los mismos dirigentes que habían firmado el Pacto de Nueva Imperial se encontraban en la calle viendo como sin su presencia se firmaban las permutas de las tierras de los Pehuenches de Ralco. El año 2006 realizamos una investigación que titulamos “Después de Ralco” y viajamos al alto Bío Bío. Visitamos las comunidades trasladadas. Hicimos grabaciones en sistemas audiovisuales. Miramos y escuchamos. Las comunidades se rompieron absolutamente. Las familias y parientes no se habían visitado desde que fueron traslados hace ya ocho años. Acompañamos a nuestro querido lonco Antolín Curriao a visitar el Huachi y El Barco. Ya estaba aquejado de un cáncer y unos meses después lamentablemente falleció. Había sido uno de los líderes en la oposición a la represa. Conversando con la gente que fue trasladada al fundo el Barco, colindante con la frontera con Argentina, nos contaban de los problemas producto del invierno, el aislamiento y la soledad. La mayor parte de las personas de edad murió en esos inviernos cargados de nieve. De pena, nos dijeron. Nos sorprendió la cantidad de jóvenes que se había suicidado en estos últimos años. Un caso terrible de un joven que les dijo a sus padres que se suicidaría y un día lo encontraron colgado de un árbol frente a su casa.

Don Antolín Curriao, lonko de Ralco. Pero lo peor es que se ha creado un ambiente clientelístico que resulta denigrante. En el fundo el Barco, a las familias se le hicieron las casas, los galpones, se limpió el campo e hicieron empastadas de alfalfa. Hay riego automático. Hay empresas de servicios contratadas por Endesa que les siembran, cosechan, enfardan y dejan algunas colisas de pasto guardadas en la bodega para el invierno. Los dueños de casa miran de lejos el trabajo que les hacen y luego por cierto alegan que es poco o mal hecho. Fue tan alta la presión contra Endesa de que el traslado iba a ser perjudical que ha asumido todos los costos. Las fotografías de propaganda muestran unos prados de alfalfa entre las araucarias, de enorme belleza. En el fundo el Huachi, ubicado camino a Santa Bárbara, las cosas son un poco diferentes. El clima no es tan crudo y las familias que fueron trasladadas se han adaptado a las nuevas condiciones y trabajan relativamente sus campos. El año pasado vimos chacras y sementeras. También hay una dependencia muy grande a Endesa, que les envía las maquinarias y enseres para las actividades agrícolas. Las quejas abundan. Se creó una mentalidad de clientela en que es más fácil pedir que realizar las cosas por sí mismo. Un ejemplo de ello se encuentra en una casa que se quemó. Era de esas casas “apropiadas” que se les habían construidos para el traslado. Allí están los cimientos calcinados. La familia abandonó el lugar y no ha reconstruido nada. Pide que se la hagan de nuevo. La gente de las comunidades quedó peleada entre sí. Unos por conseguir poco dinero de indemnización, otros porque consiguieron mucho. Antolín Curriao nos decía, “nos hicieron pelear a hermanos con hermanos” y se

lamentaba mucho. Se produjo un daño moral irreparable. Un día, del acompasado 2006, almorzábamos en un casino del poblado de Ralco que estaba lleno de indígenas y trabajadores de diferentes faenas. Apareció la señora Nicolasa Quintremán, que había sido el símbolo de la resistencia de los pehuenches contra la represa. Nadie se paró de su silla, nadie le dio un lugar para almorzar. Solamente yo me levanté a saludarla. Vive sola. Adquirió con las indemnizaciones cuantiosas que recibió un vehículo de doble tracción. Un sobrino lo chocó y yace frente a la Comisaría de la policía de Santa Bárbara como mudo testigo de un triste final. Ralco puso a prueba la institucionalidad indígena recién creada y en buena medida la rompió. Fue también la expresión del conflicto de intereses entre los planes de desarrollo y crecimiento económico del país y las pobres comunidades indígenas que buscan por un lado proteger su existencia e identidad y por otro desarrollarse de modo adecuado, sin grandes rupturas ni violencias. En los años noventa y lo que va del siglo veintiuno, Chile crece de manera acelerada. Nuevas plantaciones forestales, plantas de celulosa que demandan más plantaciones, caminos que cruzan todos los territorios. Las áreas indígenas se ven invadidas por este crecimiento económico. No cabe duda que allí reside una fuente de conflictos.

  La Señora Nicolasa Quintreman apareció ahogada en el mismo Lago Ralco, formado por la represa, el 24 de diciembre de 2013. Al parecer se cayó de

un barranco al agua, probablemente en la noche. Siempre decía: “Muerta saldré de mis tierras, pero no viva”. 1. Fortín Mininco: Viejas heridas, nueva gente... El Cacique José Zapata Nahuelcura, domiciliado en el lugar Temulemu, cerca de los Carabineros de Lumaco, Departamento de Traiguén, cuyo hijo firma a su ruego, con el debido respeto dicen: que por las informaciones del 14 y 23 del presente se acusa a 70 indígenas del citado lugar Temulemu como asaltantes a mano armada, a los carabineros Luis Almuna y Luis Riquelme, hechos y demás detalles que niegan los indios de dicho lugar... rogamos respetuosamente se digne impartir instrucciones para que Carabineros no traten con dureza a los detenidos, Juan Zapata, Pedro Coilla, Agustín Curín y Domingo Lemunao, detenidos el 6 del presente, por ser honrados...” “...Solicita estos servicios por el crimen consumado en Temulemu en la persona del finado Segundo Paine Ancamilla el 25 de Octubre próximo pasado. A propósito de la muerte de Segundo Paine Ancamilla, estos indígenas (se dirigen) a la autoridad de esta Provincia, (diciendo) que este pobre mapuche, que jamás fue procesado ni detenido, fue muerto en su ruca, en Temulemu, por dichos Carabineros, sin causa justificada. Los indios de allá se han reunido el 23 del corriente y han acordado manifestar públicamente que fue muerto sin mediar ninguna oposición a estos Carabineros. Inmediatamente después que fue muerto solo acudieron ocho indígenas a la ruca de éste...” “A fojas ocho del mismo expediente, se desprende que los citados detenidos fueron castigados en la casa de Cardenio Lavín en el “Fundo Santa Rosa de Colpi” y obligados a suscribir pagarés pagaderos en trigo a favor del citado Lavín, en el juzgado de Sub Delegación de Lumaco, servido por Don Juan Andrés Morales después de ser amenazados para ser muertos, como Paine Ancamilla, si se negaban a suscribirlos”. “Dígnese Señor Intendente, tomar nota de estos antecedentes y ordenar que ellos pasen donde corresponda para la conducta funcionaria de los Carabineros. A ruego de mi señor padre don José Zapata Nahuelcura, por no saber firmar, Antonio Zapata”. El 5 de Diciembre de 1933. El diario Austral de Temuco reproduce estos antecedentes enviados por la Federación Araucana de Panguilef. Podría ser hoy día. Han pasado más de 80 años. Fortín Mininco tituló el diario El Mercurio en el mes de abril de 1999 un ataque, según el periodista, realizado en la noche por una turba de indígenas al campamento en que dormían los obreros forestales de la empresa Forestal Mininco, en el fundo Santa Rosa de Colpi. La televisión mostraba escenas en que la comunidad de Temulemu se dirigía a invadir las faenas de la Empresa Forestal. Jóvenes mapuche, viejos caciques, mujeres y mucha gente entraron en la madrugada al Fundo. Había neblina y ambiente de película de John Ford, con “indios y vaqueros”. Las comunidades de Temulemu y el Pantano demandaban cincuenta y ocho hectáreas que habrían sido apropiadas hace muchos años por Cardenio Lavín, que luego pasaron de mano en mano hasta llegar a la actual empresa propietaria. Una larga historia tiñe esos campos. El

corresponsal del diario El Mercurio ¹⁰⁷  habló de un nuevo Chiapas en el sur de Chile. Los fantasmas recorrieron el imaginario nacional y en Santiago tocaron campanas a vuelo, anunciando una nueva insurrección araucana. Las mismas campanas coloniales que por siglos han visto venir al enemigo desde el sur. Un ministro en campaña es enviado al igual como fueron muchos gobernadores, adelantados enviados con anterioridad. ¿Tendrá solución la cuestión mapuche? se preguntan seguramente las personas que en el Paseo Ahumada observan a los niños mapuche bailar. Santa Rosa de Colpi, comunidad conocida como Temulemu, se dividió en el año treinta y uno. Un propietario “particular” llamado Cardenio Lavín le compró al propietario resultante de la división un campo de cincuenta y ocho hectáreas y media. Esa compra fue considerada fraudulenta por parte de los indígenas y la comunidad, quienes recurrieron al Juzgado de Indios de Victoria donde el juicio se ventiló por años. En un momento hubo un fallo favorable al propietario indígena pero, cuestión muy común, nunca se ejecutó. Lavín se mantuvo como propietario hasta que vendió el pedazo a otra persona y así se desentendió del conflicto.

2008: marcha Mapuche por las Tierras Las comunidades de Santa Rosa de Colpi, Temulemu y El Pantano, siguieron reclamando por años y años esas propiedades usurpadas. Temulemu fue dividido sin el consentimiento de los comuneros por parte del DASIN, al finalizar los años ochenta. Al comenzar el gobierno de Aylwin solicitaron dejar sin efecto la división ya que esta, según ellos, tenía por objeto liquidar sus aspiraciones a reclamar las tierras que les habían usurpado. Es lo que perseguía la ley de Pinochet, tal como lo hemos dicho. Se liquidaba

(“Cancelaba”), el Título de Merced, esto es, perdía su valor jurídico y por tanto no existía ningún individuo que tuviese los derechos legales de reclamar lo usurpado. La ley del 1993 solamente posibilitaba que la Conadi le comprara esa tierra usurpada a Forestal Mininco, pero esta se negó. El año noventa y nueve, fin del siglo veinte, los comuneros descendientes de estas propiedades despojadas, se tomaron el pedazo de fundo y comenzaron a sacar madera. El cacique de Temulemu se sintió libre para actuar. Había sido la chispa que encendió esta nueva ola de movilizaciones. Como se puede ver era un hecho antiguo, nunca resuelto. La bandera, sin embargo, la tomaban nuevas generaciones, gente nueva, we che para decirlo en mapuche. Muchachos que se preparaban desde hace años para estos acontecimientos. Son nietos de los que fueron muertos en Temulemu el año 33. Posiblemente no conocen ya en detalle los sucesos, pero saben y perciben que deben tomar la posta de una larga carrera, de una larga historia de despojos. Por cierto que las cosas se caldearon en el sur, como se habían caldeado muchas otras veces a lo largo de siglos. Se incendiaron bosques de pinos, vino la policía, unos jóvenes se pusieron pasamontañas y jugaron a reproducir Chiapas y al Comandante Marcos. Ya El Mercurio lo había dicho. Son espejos, así como te ven, me miro. Piedras van y piedras vienen. El Estado los acusó de “terroristas” y apresó a los principales jefes y los sometió a juicio. Fue un juicio inicuo. El Juzgado de Angol donde se estaba produciendo el alegato determinó que no procedía que el Cacique Pascual Pichún y Aniceto Curín y su gente fueran sentenciados por terrorismo. Los absolvió. El querellante era el dueño de fundo y profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, Agustín, “Cucho” Figueroa. Personaje complejo y ya conocido en este libro. Presidente de la Fundación Pablo Neruda, por ejemplo, ex Ministro de Agricultura del Gobierno de Aylwin y miembro del Consejo de Estado. Asociado en empresas con Ricardo Claro, ya fallecido, y uno de los más acaudalados hombres de negocios de Chile, dueño de un canal de televisión y criticado por su pasado y personaje de extrema derecha que desde las sombras manejaba buena parte de la política de ese sector. Figueroa cuestionó el fallo y acudió a la Corte Suprema quien lo declaró nulo. De nulidad absoluta. Nada de lo dicho valía un pepino. Había que hacer otro juicio nuevamente. En el segundo cambiaron el tribunal, y entre “maña y maña” cambiaron también la acusación por “amenazas terroristas” y como era evidente finalmente los condenaron. Es la primera vez que en Chile se utilizaron “testigos sin rostro”. Unos encapuchados declararon que habían visto a los vecinos acarreando bidones de bencina. Fueron a parar a la cárcel. Más adelante condenaron a toda la cúpula, supuesta cúpula, de la organización que se autodenominaba “Coordinadora Arauco Malleco”. Se usó el mismo fallo. Estos recurrieron a las cortes sin llegar a ninguna solución y luego fueron a la Comisión de Interamericana de Derechos Humanos la que declaró “admisible” el caso, señalando que debería pasar a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Era evidente para los jueces internacionalistas que no se había cumplido el “debido proceso” y que las acusaciones eran torcidas. ¹⁰⁸ Digamos simplemente que la acusación de terrorismo era y es extemporánea. Lo que hemos querido afirmar en este libro, que ya está concluyendo, es que los conflictos entre los mapuche, los colonizadores,

hacendados y el Estado chileno tienen una larga historia. Los Norin llevan un siglo de conflictos territoriales con sus vecinos Figueroa. Estos aparecen en los mapas y planos que más atrás hemos mostrado. Desde ese instante comenzaron las querellas entre vecinos. Acusarlos de un cargo moderno y lleno de connotaciones actuales, sobre todo después del atentado a las Torres Gemelas, como es el epíteto de “terrorismo” es absolutamente inadecuado. Pero quien provoca un acto terrorista tiene las penas del infierno al lado de quien solamente es acusado de provocar un incendio. Son los detalles del sistema judicial.  Postdata 4 La condena al Estado de Chile El texto anterior fue escrito hace ya muchos años. El texto de la resolución de la Comisión Interamericana estaba en los pies de páginas de las ediciones anteriores. Al reescribir este libro el 2014, nos encontramos con la sentencia fallada por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el más alto tribunal al cual se puede acudir cuando la justicia no ha operado a nivel local. Los años pasaron. Don Pascual Pichún, murió después de haber pasado largos años de cárcel. Su hijo señalaba hace unos días que allí se enfermó, se entristeció, enfermó y murió. Muchos de los acusados pasaron largas penas de prisión. Hicieron huelgas de hambre significativas, como aquella del Bicentenario de la República en que el país quedó conmocionado. ¿De qué terrorismo se habla? Don Pascual Pichún almorzaba con su esposa e hijos cuando fue la policía a apresarlo. ¹⁰⁹ El Fallo del 24 de Julio del año 2014 en que se condena al Estado de Chile por violaciones a los Derechos Humanos se refiere a:

Don Pascual Pichun, Fallecido el 19 de Marzo del año 2013. La foto corresponde a su participación en el Cerro Ñielol el 16 de enero del año 2013 en la gran reunión mapuche que repudiaba el incendio y muerte de la pareja Luchsinger Mc Kay. 

…el caso se refiere a la alegada “violación de los derechos consagrados en los artículos 8.1, 8.2, 8.2.f, 8.2.h, 9, 13, 23 y 24 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, en relación con las obligaciones establecidas en los artículos 1.1 y 2 de dicho instrumento, en perjuicio de Segundo Aniceto Norín Catrimán, Pascual Huentequeo Pichún Paillalao, Florencio Jaime Marileo Saravia, José Benicio Huenchunao Mariñán, Juan Patricio Marileo Saravia, Juan Ciriaco Millacheo Licán, Patricia Roxana Troncoso Robles y Víctor Manuel Ancalaf Llaupe, debido a su procesamiento y condena por delitos terroristas, en aplicación de una normativa penal contraria al principio de legalidad, con una serie de irregularidades que afectaron el debido proceso y tomando en consideración su origen étnico de manera injustificada y discriminatoria”. Según la Comisión, el caso se inserta dentro de “un reconocido contexto de aplicación selectiva de la legislación antiterrorista en perjuicio de miembros del pueblo indígena Mapuche en Chile. En este caso se utilizaron por primera vez en la historia de Chile, testigos sin rostro. En el caso de don Pascual Pichún, fueron determinantes para su condena como aparece en el Fallo de la Corte Interamericana: b) En cambio, la condena penal del señor Pichún Paillalao como autor del delito de amenaza de incendio terrorista en perjuicio del administrador y dueños del fundo Nancahue estuvo fundada en grado decisivo en la declaración de un testigo de identidad reservada (el “testigo protegido N° 1”), pues si bien se hace referencia a otros medios de prueba, éstos por sí solos no hubiesen bastado para llegar a la condena, ya que las otras tres personas que rindieron testimonio solo tenían un conocimiento indirecto. La sentencia hizo además referencia a una carta sobre supuestas amenazas firmada por el señor Pichún, pero sin fecha, y a un cheque firmado por el administrador del fundo Nancahue a la orden del acusado ¹¹⁰ . También mencionó una declaración testimonial en la que se señaló que la Coordinadora Arauco Malleco es una organización de hecho, de carácter terrorista y que Pichún pertenecía a ella, sin un análisis de su incidencia en la configuración del tipo penal. El fundo Nancahue era y es de propiedad de Juan Agustín Figueroa, y el testigo sin rostro acusó a Pichún de haberlo visto con unos bidones de gasolina. La acusación de terrorismo provoca sentimientos muy fuertes de criminalización, tanto personal como de las demandas históricas mapuche. Don Pascual Norín en el juicio señaló: Al respecto el señor Norín Catrimán explicó que “[n]unca se había visto algo así, se ha generado tanto dolor. Se nos trató como personas extremadamente peligrosas, nosotros nunca dañamos a otra persona. […] Todos fueron cambiando por el trato que nos dio el Estado de Chile, el trato como terroristas a los mapuche. Eso no se había visto en la historia de nuestro pueblo, siempre hubo injusticias serias para quitarnos la tierra, pero el trato de terroristas daña a nuestro pueblo y familias, a la gente de mi comunidad”, y señaló “[s]i uno mira, se nos est[á] juzgando por una cosa que jamás había visto. Juzgando con algo que jamás había oído. Y pagar una consecuencia tan injusta, tan dolorosa, terroristas no sabe uno lo que es, y pagar por algo tan injusto duele. Eso es doloroso, eso duele...”  ¹¹¹

El empecinamiento de las autoridades y en este caso del propietario Figueroa por acusar a los mapuche de terroristas condujo a un espiral sin horizonte. Se sucedieron huelgas de hambre en las cárceles de la Araucanía, tal como han ocurrido en muchos movimientos sociales en el mundo contemporáneo ¹¹² . El Fallo de la Corte Interamericana analiza estos hechos del siguiente modo en el numeral 392: Entre los años 2002 a 2007, durante el tiempo que fueron procesados por delitos de carácter terrorista, los señores Segundo Aniceto Norín Catrimán, Pascual Huentequeo Pichún Paillalao, Juan Patricio y Florencio Jaime Marileo Saravia y José Benicio Huenchunao Mariñán y la señora Patricia Roxana Troncoso Robles llevaron a cabo varias huelgas de hambre 382. Podría pensarse que dichas huelgas Sin ánimo de transcribir toda la sentencia carcelarias inhumanas y como medio para lograr su modificación. Sin embargo, consta en el expediente que estas huelgas se originaron en diversos motivos relacionados con la detención y el procesamiento de las presuntas víctimas y con la utilización de la Ley Antiterrorista a su respecto383. Fueron realizadas con el fin de ser escuchados por las autoridades, denunciar las irregularidades en sus procesos judiciales y exigir su libertad, o en su defecto, buscar la obtención de beneficios intrapenitenciarios, así como impedir que se continuara aplicando la Ley Antiterrorista El Fallo, muy largo y lleno de detalles, como todos los fallos de esta naturaleza, señala los perjuicios en la salud que tuvieron estos hechos en las víctimas, en sus familias, en sus comunidades, etc… Agreguemos finalmente que cuando hoy en día se habla de la violencia en el sur de Chile, se suele olvidar estas historias y responsables. No fueron pocos los medios de comunicación que irresponsablemente atizaron el fuego; no fueron pocos los tribunales que de manera absolutamente irresponsables condenaron a los dirigentes mapuche por causas y razones sin fundamento; no fueron pocos los propietarios que se alegraron de que el señor Figueroa y su hermana condenaran a sus históricos vecinos, con quienes seguramente jugaban de niños, a las penas del infierno. En fin habría que hacer un análisis cómo las autoridades, muchas de ellas que habían sufrido también violaciones a sus derechos durante la Dictadura, fueron de tan poca responsabilidad que decretaron que los mapuche eran terroristas por estar demandando las tierras que les habían quitado. En más de alguna parte se ha escrito y hemos escrito que el “terrorismo” es una construcción social y política, de la cual se sabe cómo comienza, pero no se sabe dónde termina. Aquí sabemos, gracias al Fallo de la Corte Interamericana, cómo comenzó el “terrorismo” en el sur de Chile. La carta que hemos transcrito, en que la comunidad le solicita pastar animales en terrenos que el fundo tiene desocupados, no puede ser vista, por ninguna persona en su sano juicio, como “amenaza terrorista”. Allí hay responsables de haberlo hecho. Los jueces fallaron dos veces en contra de Agustín Figueroa, y con el poder ejercido, la Corte Suprema anuló otras tantas veces el juicio. En Angol comenzó una espiral. Criminalización, acusaciones, contra acusaciones, en fin, el frío y lluvioso sur de Chile se fue calentando. Una noche cerca de Lebu

La primera vez que me encontré con esta nueva dirigencia fue hace ya unos años en un seminario al que me había invitado justamente Huenchunao. Quisiera contar mis impresiones. Estaba muy oscura la noche. Había comprado una linterna en un almacén de Cañete y buscaba una escuela donde supuestamente había una reunión de jóvenes mapuche. No era fácil encontrarla entre caminos de tierra mal señalizados y los bosques de pinos de la provincia de Arauco que hacen que todos los paisajes parezcan iguales. No se veía luz en la escuela y todo estaba oscuro. Al ingresar por una puerta tuve la sensación de que había cientos de personas en silencio. Observaban un pequeño escenario donde con una luz tenue un grupo jóvenes actuaba. Se trataba de una obra compuesta por ellos mismos, acerca de la Conquista de América. Era un guión largo e interminable, como la conquista misma. Probablemente era una lectura mapuche de las “Memorias del fuego” de Eduardo Galeano el ensayista uruguayo. Allí se hablaba del origen de la opresión, de la indignidad de la conquista, del valor de los mapuche o araucanos y su resistencia. Se hablaba del despojo, de la historia del despojo. Trazos gruesos, blancos y negros. Frases rotundas, contundentes, sin espacio para la duda. Los jóvenes en la oscuridad de la enorme sala escuchaban en silencio, meditaban cada una de las palabras que se escuchaban desde el escenario. Impresionaba el respeto casi religioso por lo que allí estaba ocurriendo. Se iba construyendo un relato, una nueva identidad podríamos decir, a partir de una interpretación mapuche, ya no solo de su propia cultura, sino del encuentro de las culturas, del “encontronazo” ocurrido hace quinientos, pareciera que recientes, años. No era un texto extraído de su propia tradición oral como quizá ocurría en las antiguas ceremonias. Probablemente esa tradición oral ya no entrega datos de esos tiempos, solo señala sensaciones, sentimientos morales, recuerdos confusos en que se mezclan las historias aprendidas en la escuela y lo enseñado por los abuelos. No tiene importancia. La vida recrea las tradiciones, no son piezas para conservar en un museo, no es pureza, es un aprendizaje nuevo. La historia se usa como se quiere. Se la usa desde el presente para construir un futuro. Gente nueva que crea su nueva cultura. El Pegun dugun o nueva voz o voz joven, que así se llamaba esa organización, se había formado a mediados de los años ochenta en Concepción. Un grupo de muchachos mapuche trataba de continuar sus estudios en la ciudad después de concluido el Liceo en Tirúa y otros liceos de la provincia de Arauco. Necesitaban donde vivir y obtuvieron el apoyo de dirigentes y algunas instituciones. Juan Huenupi Antimán, incansable dirigente, los apoyó. Un amigo y pastor metodista, Osvaldo Herreros, les consiguió una casa y una institución de servicio universitario de nuestra universidad, obtuvo unos pesos para los colchones y gastos mínimos. Se organizó una residencia de estudiantes. Allí vivían, estudiaban, pero sobre todo maduraban su condición de mapuche. Poco a poco su organización se fue expandiendo por todos los liceos de Arauco y Malleco. Llegaron incluso a Temuco. Muchachos y muchachas se reunían a pensar su identidad, a discurrir acerca de lo que significa ser mapuche en los años finales del siglo veinte. Nadie los dirigía más que ellos mismos: sus propios dirigentes surgidos de los liceos. Formaban “comisiones” que tenían todo en orden. Disciplina espartana como la que se imaginaban ellos mismos que poseían los antiguos araucanos, los lautaros, tan jóvenes como ellos.

Las estadísticas del censo muestran que hay más jóvenes hombres que jóvenes mujeres viviendo en las comunidades. Por diversas razones las mujeres se van, emigran. Hay una suerte de rebelión femenina a vivir en las condiciones rurales de pobreza que caracterizan a las comunidades. Han sido las jóvenes más permeables a los efectos de la modernización. En las entrevistas, las jóvenes dicen no estar dispuestas a seguir el estilo de vida de sus madres. No aceptan las relaciones fuertes del campo entre hombres y mujeres; lo dicen claramente, no quieren soportar a un hombre que se emborracha, que grita y a veces golpea. No quieren romperse el cuerpo trabajando todo el día y toda la noche, y algo importante, les importa no “partirse las manos”. Hay una exigencia mayor en las mujeres jóvenes al derecho a la femineidad, a vestirse como a ellas les guste, a la libertad de hacer lo que ellas quieran en sus tiempos libres. Es un fenómeno muy generalizado. Tienen alternativas de trabajo como empleadas domésticas en las ciudades y, en particular, en Santiago. El movimiento de migraciones a Santiago es antiguo pero se intensificó en los últimos años, en especial en los años ochenta y noventa. El último Censo Nacional de Población, realizado el 2002, estableció que en Santiago viven casi cuatrocientos mil mapuche o descendientes de mapuche. Mucha gente sin duda. En el campo viven doscientas cincuenta mil personas, lo que tampoco es una cifra pequeña ya que están concentrados sobre todo en la Novena Región, donde son mayoría rural. En las ciudades y particularmente en Santiago, hay comunas en que se concentran las familias mapuche, tanto así que ya hay oficinas de asuntos indígenas en varios municipios. La cuestión mapuche urbana es sin duda una nueva realidad de estos años, posterior incluso a la dictación de la ley indígena que es de raigambre principalmente rural. ¿Se puede ser mapuche en la ciudad? se preguntan los jóvenes que realizan seminarios y debates sobre su propia identidad. Pareciera que “sí se puede”, responden todos, pero por cierto, de una manera diferente a la del campo. La ley de divisiones de las comunidades pareciera que desató más aún la migración y separó la cuestión urbana indígena, le dio su propia característica. La conciencia de ser mapuche crece en las ciudades, se realizan ceremonias religiosas, juegos de chueca o palín, hay machis en las ciudades que atienden enfermedades. Por cierto hoy día para los jóvenes que viajan a estudiar a las ciudades o las mujeres jóvenes que se van a Santiago al trabajo doméstico, no se les presenta el dilema de dejar de ser mapuche. Eso pudo ocurrir hace treinta o cuarenta años cuando abandonar la comunidad originaria conllevaba el riesgo de perder las propia identidad, fuertemente asentada a la tierra, el mapu. Hoy día eso no es así. Los jóvenes tienen la alternativa urbana y rural, y muchas veces, por el avance de las comunicaciones, las pueden combinar de modo bastante equilibrado. Hay que tener en cuenta que en una noche de microbús se puede viajar desde la población santiaguina hasta la comunidad rural en el punto más alejado de la Araucanía. En muchas partes del campo incluso hay teléfonos y la mayoría de los jóvenes utilizan un celular.

Son jóvenes formados en la educación formal de las escuelas chilenas, a diferencia de sus abuelos y padres. Porque aún la sociedad chilena mapuche rural es ágrafa. Los estudios que hemos hecho nos arrojan un promedio de tres coma dos años de escolaridad de los jefes de hogar y sus señoras, esto es, de las personas generalmente de edad, que dirigen hoy día las familias mapuche. Como se sabe la mayor parte de las escuelas rurales hasta hace pocos años tenían cuatro años de clases. Había un solo profesor que se repartía en dos cursos: en la mañana, primero y segundo; y, en la tarde, tercero y cuarto. El límite en el cuarto año era muy fuerte y casi nadie seguía, ya que había que trasladarse al pueblo cercano. Posiblemente los

que siguieron sus estudios fueron los que emigraron y los que los interrumpieron se quedaron en el campo. Lo cierto es que con menos de cuatro años de escolaridad es poco lo que se aprende. Es preciso agregar que la mayoría de esos niños, hoy viejos, cuando entraron a las escuelas eran probablemente mapuche hablantes y monolingües. La escuela pública les enseñó en muchos casos exclusiva y escasamente a hablar castellano, los números, firmar y leer los titulares de los periódicos. Lo aprendido se fue perdiendo como ocurre con todas las cosas que no se usan, analfabetismo por desuso, se denomina. Por ello en el campo es más importante lo que se dice, que lo que está escrito. Los viejos siguen relatando sus historias a los nietos, como antes, produciéndose una hermosa transmisión de la cultura. Cultura oral aún. La radio sigue comandando las comunicaciones y es escuchada para noticias y mensajes que se envían los parientes acerca de cualquier acontecimiento familiar. La televisión ha entrado en los últimos años en gloria y majestad, relacionando las culturas urbanas con las rurales, dando puntos de comparación y provocando diversos y complejos pensamientos. ¹¹³ Los actuales jóvenes en cambio aumentan crecientemente su nivel de escolaridad, más las mujeres que los hombres, llegando a doblar en promedio la escolaridad de sus padres. Son muchos jóvenes que tienen como aspiración la Universidad. Las becas universitarias para indígenas fue el programa mejor considerado durante el Gobierno de Aylwin. Creció con los años y hoy son varios miles de estudiantes que tienen la beca indígena, y cientos que estudian en las Universidades. En la Universidad de la Frontera en Temuco, son más de quinientos los estudiantes mapuche según se ha señalado en los periódicos, lo cual es un cambio muy profundo, a futuro por cierto, que se provocará en la sociedad indígena regional. Una nueva generación de profesionales mapuche está surgiendo. No son pocos sino muchos. Personas con una enorme conciencia de su pertenencia y al mismo tiempo con capacidades técnicas en múltiples dominios. Es un fenómeno nuevo. Los bosques de la ira La expansión forestal fue el foco que desató el conflicto reciente. Se dice que lo único que se puede hacer en esas regiones, es forestar. Sin embargo, el tipo de plantación de pino o eucaliptus que hoy se utiliza en el sur del país es incompatible con la vida humana, con los caseríos, con las poblaciones humanas. Se prepara el terreno limpiándolo de todo otro vegetal y muchas veces bombardeándolo con plaguicidas, insecticidas y mata malezas. Sobre ese suelo limpio se hacen los hoyos y se plantan los pequeños árboles muy juntos unos de otros. El bosque crece tupido y nada se desarrolla junto o dentro de él. Por si las liebres y conejos se comiesen los brotes, muchas veces se los envenena para que así en el contacto envenenen a los otros animales. Si durante el crecimiento se descubre la polilla del pino u otra plaga, se fumiga con aviones. En fin el predio está cerrado con alambres de púas y los portones con gruesos candados. Solamente unos muchachos proveídos de motos todo terreno , vigilan cada cierto tiempo que se mantenga la paz de los bosques.

Las comunidades aledañas a esas gigantescas plantaciones no obtienen beneficio alguno y por el contrario perjuicios múltiples. Las napas de agua que sirven para sus vertientes y pozos se pierden ya que esas gigantescas masas vegetales exigen mucha agua. Son una suerte de esponja que chupa agua a kilómetros a la redonda. Los campos de los campesinos se secan y cada día les es más difícil realizar sus labores agrícolas. Múltiples otras consecuencias tiene este tipo de plantación para las comunidades vivientes ya que es un sistema ideado para espacios desertificados donde no vive nadie. En el sur las empresas han plantado bosques en lugares donde hasta hacía poco se realizaba agricultura. Es el caso del fundo Lleu Lleu en Tirúa. Es una amplia vega que da al mar, seguida de lomajes suaves que se van empinando hasta llegar a la Cordillera de Nahuelbuta. Muchos campesinos mapuche, desde hacía mucho tiempo realizaban medierías en esas tierras sembrando fundamentalmente papas. El año noventa o noventa y uno la empresa Volterra de capitales japoneses, con el concurso de algunos chilenos entre ellos el economista Orlando Sáenz, según aparece en un folleto de propaganda, compraron el fundo y consiguieron con el Servicio Agrícola y Ganadero que le cambiara la calidad del suelo, otorgándole de este modo la aptitud forestal. Sembraron, así habría que denominarlo, de eucaliptus lo que antes se sembraba de trigos, papas y otros alimentos. Los campesinos obviamente protestaron al ver que se quedarían sin tierra donde sembrar. El Gobernador de la Provincia, trató de hacer algo, hubo recursos de amparo, intentos de permutar las tierras, finalmente no se logró nada. Hoy día en esas tierras crecen calmadamente millones de eucaliptus que no dan trabajo a nadie, salvo algún guardia, y que tampoco darán trabajo a la cosecha ya que la actividad está de tal modo mecanizada que entrará una máquina, y cortará de modo maravilloso ese enorme bosque. Por ello decimos que ese modelo forestal es incompatible con la vida de las comunidades. Puede ser altamente rentable, no nos cabe duda pero es una agresión a la gente que allí vive. Los bosques de Arauco y Malleco tienen mucha más historia acumulada. La mayor parte de esos fundos fueron expropiados durante la Reforma Agraria. Algunos estaban plantados de pinos y otros fueron plantados por la Corfo y la Conaf. En algunos casos se constituyeron asentamientos campesinos o posteriormente Centros de Reforma Agraria. Es lo que ocurrió en el Pantano y Temulemu y numerosos otros lugares en conflicto. Los comuneros recibieron los fundos y apoyo de la Corporación de Reforma Agraria para forestarlos. En otros casos la Corporación Forestal, Conaf, contrataba a los comuneros como asalariados para plantar los nuevos bosques. Ocurrió lo mismo en toda la región. Vino el golpe militar y los predios no habían sido titulados a nombre de los campesinos, pertenecían al Estado. A partir del setenta y cuatro comenzaron a venderse en remates. La lista de predios aparecía en los diarios. Eran tiempos de crisis económica y una o dos empresas madereras remataron todo y a precios muy bajos. Se trataba del traspaso del fisco a los privados. Los bosques siguieron creciendo y los mapuche los observaban de lejos. En esos años se produjo una gran cesantía en el país y para paliarla los empresarios forestales ofrecieron realizar un plan masivo de forestación. El gobierno militar estuvo de acuerdo y se dictó el decreto ley setecientos siete que bonificaba la plantación hasta en un cien

por cien. Luego se establecieron diversos sistemas de bonificación y pago de la mano de obra, como el PEM, Programa de Empleo Mínimo, utilizado masivamente por las empresas forestales. En resumen, y como ya habrá comprendido el lector, las empresas recibieron del Estado, la tierra, las plantas, los trabajadores, en fin, recibieron gratis los actuales bosques que cubren el sur del país. Esto lo sabe todo el mundo pero no se dice. Es por ello que se ha constituido en el negocio más rentable del país; dos o tres grandes empresas forestales ligadas a las celulosas se apropiaron y formaron toda la riqueza forestal de Chile. No han realizado investigación alguna acerca de alternativas de plantaciones; en los últimos años acosados por las movilizaciones mapuche y con la mala opinión pública que se han formado han comenzado a realizar planes de Responsabilidad Social de la empresa y actividades de buena vecindad. Autonomías En el origen del conflicto indígena están los elementos históricos que hemos contado en este libro y estos nuevos antecedentes que aquí estamos consignando. Los jóvenes mapuche de la zona sur se han preparado para llevar a cabo planes de desarrollo en sus comunidades y se encuentran ante dificultades de toda naturaleza de parte de las empresas, del modelo de desarrollo imperante y del Estado. Plantean la creación de espacios de autogestión donde se posibilite el desarrollo de sus experiencias. A ello le llaman territorios y el sistema de gestión indígena, autonomía. Autonomía para poder decidir, para poder actuar y para salir con medidas prudentes y adecuadas del subdesarrollo en que se encuentran las comunidades. Porque estos jóvenes ilustrados, comienzan a retomar ideas también antiguas pero de manera diferente. Hablan de autogobierno, de autonomía, de autodeterminación de los Pueblos Indígenas. Palabras nuevas sin duda como se denominaba su organización. Ha sido un tema recurrente en la historia que aquí estamos relatando. Venancio Coñoepán estaba convencido de la necesidad de formar una República Araucana. En Osorno, a comienzo del siglo, los huilliches habían proclamado la República Indígena. El año 31 en medio de los disturbios de la República Socialista se proclamó en Temuco también una República Indígena. Ya en esos años se debatió el tema en los diarios de Valparaíso y Santiago. Por cierto que la mayoría estuvo en desacuerdo pero un artículo de La Unión de Valparaíso fue reproducido en varios periódicos del centro y sur del país. Han pasado los tiempos absurdos del igualitarismo homogeneista que era un corolario del principio individualista. Se mira hoy como base de la política y el derecho a las realidades vivas....En consecuencia se tiende a reconocer las diversidades que en nada se oponen al espíritu nacional, renunciando al sueño bárbaro de hacer tabla rasa de todas las diferenciaciones, aceptándose por el contrario la variedad, opulenta en formas de la naturaleza, manifestada en las instituciones políticas y sociales. El autor de Valparaíso daba ejemplos múltiples que ocurrían en Europa y agregaba que: […]una isla araucana en medio de una República de faz hispánica sería algo que traería ventajas por todos lados y que no ofrecería peligros de ningún

aspecto. [Pensaba el autor en] un parlamento que tratase de los exclusivos asuntos de las tribus, concretando a su raza las leyes generales chilenas, un pequeño código de su derecho consuetudinario, con jueces indígenas aptos, una educación bilingüe que armándoles de la lengua oficial común, contribuyese a fijar, pulir y dar estabilidad al idioma nativo, en suma una organización integral, supervigilada por la acción central del gobierno, incluyendo cuantos aspectos fuesen dignos de ser considerados... de este modo el pueblo araucano entraría triunfalmente en los dominios de la geografía y de la ciencia nuevo aporte al acervo de las buenas cosas chilenas No sabemos ciertamente de quién es esta opinión del año 1930, pero sí podemos estar seguros de su actualidad, a pesar del ripio de algunas palabras propias de la época. El año 2001 el presidente Ricardo Lagos ante la situación que tomaba el conflicto mapuche del sur, formó otra “comisión”. Se la denominó “Comisión de Verdad histórica y Nuevo trato” y la presidió el ex Presidente de Chile Sr, Patricio Aylwin. Se trataba de revisar la historia del país en su relación con los indígenas, no solo los mapuche, para lo que se convocó ampliamente a muchos sectores, quienes gustosos participaron en esos trabajos. Finalmente se pretendía entregar ideas de lo que debería ser el “Nuevo Trato” entre del Estado hacia los Pueblos Indígenas. Después de casi dos años de funcionamiento don Patricio Aylwin le entregó un informe completo al Presidente de la República. En ese informe se decía algo bastante semejante a la cita del diario La Unión de hacía años. Se proponían diversas medidas para entregar a los indígenas y en particular a los mapuche cuotas superiores de “soberanía”. Se planteaban sistemas de participación directa en el parlamento chileno, mediante cuotas especiales. Era un importante avance en términos de derechos políticos indígenas. Lamentablemente no había en Chile condiciones para “escuchar” o “leer” estas propuestas. Se dijo de todo. Antes de que se publicaran un historiador, conocido en el medio, dijo en el diario El Mercurio que “era solamente gasto de papeles”. No faltó un derechista diputado de los “Vientos del Sur” que recibiendo mucha cobertura de prensa dijera que se trataba de la “Comisión del Maltrato”. A quienes habíamos participado en esa comisión se nos dijo que éramos “ingenuos”, “incompetentes”, en fin, todo tipo de epítetos. Lamentable, porque los fuegos se cruzaron además con la desconfianza indígena y hubo varios de sus dirigentes que de manera oportunista se descolgaron de esas conclusiones, las criticaron desde los extremos y dejaron sin piso a los comisionados, tanto indígenas como no indígenas. El inicio del siglo veintiuno comenzó con una nueva comisión fracasada y la violencia continuó haciendo de las suyas. Pero el asunto no es fácil en ninguna parte. Es la cuestión más contemporánea que existe. Hoy es el tema del mundo. No hay asunto más complicado en el planeta de este siglo que comienza que los “arreglos” entre minorías y mayorías, entre culturas de diverso origen, entre los occidentales y orientales, en fin entre los indígenas y los Estados nacionales. Cientos de pueblos sin autodeterminación pelean por ella, la exigen por diversos medios, de diversas formas, se apasionan y se enojan. Hay Estados que niegan toda diversidad. Acá hay un solo pueblo, gritan con voz estentórea. No hay kurdos, son “campesinos de las montañas”, dicen en la Turquía que se quiere acercar a Europa. Son serbios, partes de la gran Serbia. ¡¡Qué

Kosovares y que ocho cuartos!! Miles de muertos, bombas, limpiezas étnicas, Naciones Unidas, gritos y llantos, son las consecuencias. La cuestión étnica es la más contemporánea de las cuestiones, sean cien personas las involucradas, sean mil, sean un millón o sean diez o cien millones. El fenómeno puede tener dimensiones distintas pero es el mismo fenómeno. Los jóvenes mapuche de los que hemos comenzado a hablar en este capítulo final, han ido adquiriendo conciencia de ser un pueblo diferente al chileno. No significa que al mismo tiempo no sean chilenos. Hace más de treinta años don Alejandro Lipschutz, ya lo vimos, habló del “doble patriotismo”. Manuel Gutiérrez tiene un hermoso trabajo titulado “El amor a la Patria y el amor a la Tribu”. Sostiene que no se oponen, que nunca se han opuesto en la historia humana. Europa busca construir el amor a la pequeña patria, Cataluña, Irlanda, Gales, combinado con el amor a la patria intermedia, España, Italia, Inglaterra y el amor a la Patria Grande, la Europa comunitaria. Los nuevos jóvenes europeos serán catalanes, españoles, y europeos, a fuer de seres humanos globalizados, espero. Castrar una de esas categorías pareciera imposible en estos tiempos. Los mapuche por cierto que sabemos gozar y aplaudimos los goles de la selección , me dijo un día don Sergio Painemilla, un sabio maestro del lago Budi, que plantea con fuerza la necesidad de establecer un régimen especial para esa zona tan particular del sur de Chile. La cuestión mapuche es además un asunto globalizado. Es parte de la actual globalización. La “emergencia indígena en América Latina” es una realidad en todos los países donde hay poblaciones de esta naturaleza. Es un renacer de las identidades indígenas en el Continente. Es también un proceso maravilloso de recreación de las viejas identidades en nuevos discursos modernos y actuales. Los dirigentes indígenas viajan a seminarios y se relacionan entre sí. Muchos movimientos tienen páginas en el sistema Internet. Solamente los mapuche tienen cuatro o cinco páginas Web donde se encuentran todas sus propuestas, debates, informativos, posiciones frente a lo que ocurre en el país y en el mundo. No es un movimiento aislado en los campos y comunidades de Traiguén, como alguien quisiera imaginar. No son individuos desquiciados a los que se les ha ocurrido un sueño enloquecido. Son parte estos jóvenes de un renacer cultural que recorre desde el norte de México hasta el sur mapuche. Las similitudes son muy grandes tanto que hablamos de panindigenismo , esto es, una ideología cada vez más globalizada, más común a líderes quechuas, zotziles, guaimíes, aymaras y mapuche, entre muchos otros. La globalización también tiene sus consecuencias en las relaciones interétnicas y en el renacer de las identidades indígenas. Los mapuche le plantean al Estado un desafío maravilloso en el siglo veintiuno. Los jóvenes indígenas le están diciendo a los chilenos: vivamos en la diversidad. Vivamos en un país múltiple en términos culturales, en que cada cual pueda expresarse de manera libre, en que podamos construir nuestros sueños. La demanda mapuche de los jóvenes no tiene que ver solamente con los mapuche, en forma explícita tiene que ver con toda la sociedad chilena. Esta es la cuestión central que han puesto sobre la mesa.

La encrucijada es grande. Los Estados que se cierran a estas demandas comienzan a construir anticuerpos y monstruos. La represión lleva a la violencia, la violencia al cierre de las fronteras y al fundamentalismo. Todos sabemos cómo comienzan estos fenómenos, pero nadie sabe cómo terminan. El fundamentalismo por eso mismo es uno de los males de nuestra época. Cierto, pero tiene orígenes. En Chile hay elementos de fundamentalismo y fuerte racismo en la sociedad chilena no indígena. Hay sectores que no quieren abrir espacio a los mapuche y sus demandas. En el Congreso se sigue rechazando la reforma Constitucional que reconoce la existencia de los Pueblos Indígenas. Hay por tanto, jóvenes mapuche que hablan con voz dura y responden también con posiciones nativistas. Hay acusaciones de “terrorismo” absolutamente desmedidas y también hay presos en las cárceles chilenas. Hay un peligro, sin duda, que las posiciones se extremen y lleguemos a no entendernos con palabras y más aún, los golpes, la violencia se instaure en nuestro territorio, tal como ha ocurrido en muchas otras partes del mundo. El no reconocimiento, el despojo, la nostalgia de un pasado, pueden ir creando una cultura del resentimiento, una cultura de la ira. Es parte de lo que hemos hablado en este libro. Hay razones suficientes para enojarse por parte de los descendientes de los despojados. Hay razones para el enojo. La sociedad si dialoga puede abrir espacios e impedir que los mutuos enconos se levanten como las únicas voces válidas. 1. Postdata Final El viento que agita los trigales ¹¹⁴ La cuestión de la violencia en el sur de Chile se ha transformado en uno de los asuntos de mayor complejidad política en la actualidad. Hace unos meses en un confuso incidente murió una pareja de agricultores, el matrimonio Luchsinger-Mackay quemados en un incendio que arrasó con la casa de campo donde vivían y esa noche dormían. En esta Post Data o capítulo final del libro partimos desde el actual imaginario de modernidades que cruza a este país y desde allí nos preguntamos el modo cómo se podría observar este conflicto de carácter étnico. Hablamos de los puntos de encuentro y desencuentro entre las sociedades chileno-mestizas e indígenas, esto es, de la posible o imposible interculturalidad de esta sociedad. El autor tiene en su cabeza, con terror muchas veces, los conflictos étnicos que han sacudido y sacuden al mundo occidental en los últimos tiempos. Son casi siempre frutos de procesos de modernización que tensionan las sociedades tradicionales y sus costumbres. Nombrarlos no solo sirve para hacer comparaciones, sino para prevenir escaladas mayores. Escenas Las fotografías recorrieron todo el mundo a través de las redes. Sucedió hace pocos meses. El presidente de la República de Chile viajaba a La Araucanía en ánimo de resolver asuntos graves en ese territorio. Un helicóptero sobrevolaba una comunidad indígena mapuche, con dos policías armados, apuntando con armamento pesado y agarrazapados a las parrillas del aparato como se suele ver en las películas o documentales de guerra. Una siguiente fotografía mostraba a un niño, solo, corriendo en la mitad del

campo, llorando y con su carita sangrando. Las imágenes de Ken Loach, The wind that shakes the barley , se vienen a la mente en una asociación no muy feliz.

Miro esas fotos tomando un café en el recién inaugurado Costanera Center . Una joven de apretado traje azul fosforescente, canta en inglés acompañada de un piano con olor a jazz; decenas o más, de personas de clase media almuerzan, se ríen, lo pasan bien en ese enorme edificio, sueño de la modernidad del Chile del siglo veintiuno. En el lejano sur, en esa llamada Frontera , habían muerto calcinados en un incendio dos personas de edad, descendientes directos de colonos suizos. El país había quedado estupefacto. Un “Machi” joven fue apresado en el lugar, herido de bala, como único testigo. Dice el periódico que la Coordinadora Arauco Malleco, la CAM, ha negado cualquier participación en los hechos. No hay detenidos y pasa el tiempo y siguen sin haberlo. Había subido las escaleras mecánicas de ese inmenso mall , de modo de reflexionar un poco en un no lugar , como dice Marc Augé. Un espacio vacío. Buen refugio para mirar con perspectiva y distancia lo que sucede en el sur de Chile, las contradicciones brutales de una sociedad, Chile, que dice

buscar la modernidad y el “desarrollo”. La noche anterior en un programa de televisión, una tal doctora, psiquiatra según la presentaban, lanzaba de modo desaforado frases de una violencia inaudita en contra de los mapuche: que todos son ladrones, borrachos, drogadictos, flojos, que “qué se han creído, que por qué piden tierras, con qué derechos, con mis impuestos se les compra”, en fin… quizá en ninguna parte del mundo se dejaría a una persona gritar tal tamaño de obscenidades etnocidas por un medio de comunicación público. Cuántos, me preguntaba, estarán de acuerdo con esta grotesca fraseología y no lo dicen. Cuántos de quienes están aquí paseando, comprando, mirando, en este mall. Probablemente muchos. Esos días habían sido “étnicamente intensos”. El Ministro del Interior proclamaba a los cuatro vientos la aplicación de la Ley Antiterrorista en todo el sur de Chile. Otros senadores decían con voz supuestamente informada: “hay que ir al fondo de este asunto”. Por cierto, me preguntaba una y otra vez, cuál sería este fondo, en qué consistiría. Recibí llamadas y la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados me invitó a hablar sobre el asunto. Habían invitado también a otro miembro de la antigua Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato, al economista Felipe Larraín, quien fue el ministro de Hacienda de Chile, del Gobierno de Sebastián Piñera, por lo que se excusó. La Comisión del Congreso, estaba presidida por el hijo del dirigente sindical asesinado durante la Dictadura, Tucapel Jiménez, del mismo nombre, lo que daba muchas garantías de seriedad. Las memorias en este país, pensé, son duras, quien más quien menos tiene un pasado lleno de dolores. Nadie se puede escabullir. En los diputados que poblaban la sala, dos cosas me llamaron la atención, una extrema preocupación por lo que ocurre en el sur y al mismo tiempo una reconocida ausencia de conocimiento del porqué de los hechos. Cada cosa que señalaba, como las que se relatan en este libro, aparecían como nueva. Es como que la Historia de Chile no solamente no se conociera sino que se la hubiese olvidado totalmente. Pero no solamente la Historia antigua, la de la Conquista y eterna guerra con los “Araucanos”. Tampoco se conoce lo ocurrido en tiempos recientes. Siendo el fenómeno más antiguo de nuestra sociedad, aparece siempre como “algo nuevo”, desconocido, “antes parece que no era así”, y frases de esa naturaleza. Y sobre todo: ¿qué solución hay?, como si un asunto de esta complejidad se pudiese resolver con dos o tres medidas efectistas. Es que la cuestión étnica en Chile provoca crispación, reacciones histéricas, respuestas excesivas, pasiones nerviosas, como describíamos al inicio de este libro. ¿Cómo explicar la acción policial?, ¿la presencia de estereotipos xenófobos, racistas, etnocidas ?, ¿las acusaciones de terrorismo, sin mayor reflexión? ¿Amnesia colectiva? Relegamiento del asunto a una Frontera más que geográfica, imaginaria, simbólica, un espacio lejano de un país que busca afanosamente ser parte del mundo moderno. La cuestión mapuche en particular, se entromete en los meandros del inconsciente colectivo de la sociedad chilena, en espacios propios del psicoanálisis de la Nación, en asuntos oscuros y normalmente no dichos.

La Comisión Los diputados me invitaron a hablar de la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato, de sus resultados y sobre todo de lo que no ocurrió, recién hace unos años. Quedan normalmente sorprendidos, desde la derecha a la izquierda, cuando se les recuerda que los resultados de esa Comisión, al igual que muchas otras, fueron arrojados al tarro de la basura, y que no se aplicó ni una de las medidas allí propuestas; no se recuerdan que senadores de derecha, que antes que salieran los resultados, ya habían dicho que eran un gasto de papeles. El diario El Mercurio aseguró a sus lectores de que los mapuche no existían y que todo ello era un invento de mentes dislocadas. Honorables senadores pontificaron que las medidas de esa Comisión eran propias de gente ilusa. Lamentable. Muchos creo yo, decidimos no aceptar nunca más participar en comisiones de este tipo. En septiembre de 2007 Chile votó favorablemente en la Asamblea General de las Naciones Unidas, la Declaración Internacional de los Derechos de los Pueblos Indígenas. Esta reconoce en su artículo segundo el derecho a la autodeterminación de todos los pueblos indígenas del mundo y en el tercero señala que es la autonomía la forma de ejercer este derecho. Hay quienes han señalado al justificar la acusación de “terrorismo” el hecho de que esos grupos buscarían “la autonomía”; cuando ese concepto no solo está aprobado en todos los instrumentos internacionales sino además Chile ha sido signatario o ha votado favorablemente. Autonomía y autodeterminación, son el horizonte y consecuencia del reconocimiento de la existencia de Pueblos indígenas. Como es bien sabido, y está establecido en la Declaración Universal de Derechos Humanos y en los dos Pactos, es inherente a la noción de Pueblo, la autodeterminación. El ejercicio de ese derecho se realiza de diferente manera de acuerdo a las circunstancias y condiciones reales. Por cierto, a nadie le parecerá extraño que el ejercicio de la autonomía sea diferente en una isla, como Rapa Nui, a un territorio con población mixta, indígena y no indígena como en el sur de Chile. Hay muchos modelos, pero el asunto no es de ingeniería política sino de voluntad política. A partir de ese complejo diálogo se irá construyendo el conjunto de alternativas. La primera excusa es que se pretende una división territorial o una independencia territorial. Nunca nadie ha planteado aquello y por el contrario es evidente la experiencia internacional en esta materia. Países tan respetados por Chile como Nueva Zelandia, Finlandia, Dinamarca, Noruega, y varios de América Latina tienen estatutos de autonomía efectivos y eficaces. Nada más lejos que esas monsergas de “un Estado dentro del Estado” que se repiten de manera boba una y otra vez. El tipo de arreglo se lo verá en el diálogo, en el debate, en un proceso complejo sobre todo a nivel regional. La segunda excusa, repetida por diferentes congresistas, es que no se tiene con quien hablar. Que no hay liderazgos. Por cierto que es una mala excusa. Cuando ocurrió el crimen contra la pareja Luchsinger y Mackay, una mayoría abrumadora de líderes mapuche invitó al presidente de la República al Cerro Ñielol y este no fue. Pero tampoco fueron los parlamentarios por

ejemplo de la Comisión de Derechos Humanos. En ese momento en ese cerro cercano a Temuco, se encontraban prácticamente todos los líderes mapuche y probablemente todas las organizaciones estaban allí representadas. No estaban de acuerdo con el crimen cometido, y querían justamente aprovechar ese momento de gran impacto nacional y mediático para iniciar un diálogo constructivo. Nadie fue. Porque cuando hay justamente líderes con los que hay que conversar, y por cierto con quienes no necesariamente habrá acuerdos, no se los toma en cuenta. Dialogar con quienes están de acuerdo con uno, no solo es fácil, sino absurdo. Probablemente habrá desacuerdos fuertes entre los propios mapuche; así ha ocurrido muchas veces, pero eso es parte evidente de estos complejos procesos. Pero hay que decir responsablemente, que así como la intolerancia de la sociedad nacional y regional crece, así como también se endurecen las posiciones por parte del Estado, así también ocurre siempre en los movimientos étnicos; surgen procesos cercanos al fundamentalismo, construcción de ideologías rígidas y autoreferidas con enormes dificultades de hacer política. Es una espiral. Palabras sacan palabras, como se dice comúnmente, y el horizonte nadie sabe cuál puede ser. Un día nadie se reconoce en el otro, no hay lazos de ninguna naturaleza, se autoinventan ancestros y orígenes diversos, se pierden los lazos más esenciales de la vida común y ordinaria, y se hace muy difícil regresar sobre esos pasos. Ahí comienza el terror. Acomodaciones La niña del traje azul fosforescente arranca con una conocida melodía tradicional de Sinead O’ Connor. She moved through the fair . Si no me equivoco la canta en la película de Michael Collins, el creador del ejército y jefe militar del IRA. La comparación con Irlanda puede ser para algunos inapropiada, incluso inaceptable, pero permite pensar en qué terminan los conflictos interétnicos, si no se detectan a tiempo. Porque no es cosa de decir vamos a darle una solución a esto; nadie en estas complejidades étnicas tiene ese derecho, el derecho de vencer al otro, de hacerlo olvidar los rencores, sus memorias e historias, muchas de las cuales hemos contado en este libro. Porque cuando se han acumulado tantas tensiones, el reguero de sangre ha sido enorme, solo cabe buscar acuerdos pacíficos, arreglos circunstanciales, acomodations , se dice en inglés, o ethnical acomodations , para ser más preciso. Si no hay disposición ni voluntad, no solo de gobiernos, sino de las sociedades en su conjunto, no hay salida a estos conflictos. Está lleno el mundo de ejemplos. La sociedad regional del sur, está estupefacta. Es una sociedad que se construyó en el colonialismo. Los indígenas fueron vistos y nombrados como “mapuchitos”: se los veía de lejos entre los humos de sus rucas, para dar una imagen folklorizada y fácil de comprender. No se ve por ninguna parte en la actualidad, la voluntad de compartir equilibradamente el territorio. Esto significaría, compartir el poder. Los actores regionales solo claman a Santiago para que detengan la demanda mapuche. Claman policía. No hacen nada por pasar de ser parte del problema, como se dice, a ser parte de la solución. Limitan la política a un asunto judicial. Hay poco que hablar allí.

Estamos frente a un conflicto moderno, propio de sociedades modernas. Los jóvenes comuneros se movilizan, sabiendo lo que hacen, estudian, son muchos de ellos profesionales. Mirar La Frontera con los ojos del colonialismo, de la existencia de mundos primitivos y bárbaros, que hay que “civilizar”, no es real y no le hace bien a nadie. Juan Carlos Reinao, médico, alcalde y autoproclamado miembro de la CAM, decía públicamente, por eso se puede citar, en entrevista el Diario El Dínamo : Juan Carlos Reinao, en la pasada elección municipal ganó la alcaldía de Renaico, con más del 41% de los votos. Tiene 35 años, estudió medicina y decidió postularse al municipio luego de trabajar como médico en el consultorio de la localidad que pertenece a la provincia de Malleco, en el corazón del conflicto de los mapuche con el Estado. … vive en una comunidad cerca de Contulmo y no teme reconocer que pertenece a la Coordinadora Arauco Malleco, “somos gente noble, gente justa”, asegura en conversación con este medio… ¿Cómo se explica que alguien de la Coordinadora Arauco Malleco llegue a un cargo de representación popular? Esto es una señal clara de que la gente que, de una u otra manera, forma parte de la CAM, no son personas de bajo nivel, como dicen los gobiernos. Somos personas con capacidades, de las mismas comunidades, somos de ahí mismo y nos hemos dado cuenta del daño que ha hecho el Estado en relación a nuestras comunidades. Ha sido un daño grande y frente a eso hemos tratado de actuar de forma legítima… El Gobierno no está siendo lo correcto, cree que la solución pasa por aumentar la represión al interior de las comunidades y hoy, cuando se ve a una persona consciente de lo que está ocurriendo, se genera un discurso y una soberbia por parte del Gobierno, eso hace muy mal para la conciliación. ¹¹⁵ Pido la cuenta de mi largo café en el Costanera Center. La luz de la claraboya ilumina ampliamente el espacio. Me digo, con un poco de ironía y escepticismo, no está tan mal la modernidad que llaman. ¿Qué pensarán los que me rodean en este patio de comidas ? Quizá muchos de ellos no piensen nada, otros estarán de acuerdo con las acusaciones de terrorismo y posiblemente algunos también comprenden factible el compartir la modernidad de este tipo de espacios amables, con la existencia de grupos que exigen mayor dignidad y libertad. Podría ser posible una sociedad de mayor diversidad, de un grado menor de conflicto, me digo. Claro que no lo sé. Septiembre del 2014 NOTAS ¹ . Puede el lector seguir con interés los diversos capítulos de Darwin en que profundiza sobre el tema. Recuerda que en el Beagle, el barco en que navegaba, iban varios niños que Fitz Roy había llevado a Inglaterra, uno denominado Jemmy Button y la niña nombrada por los ingleses como “Fueguia Basket”. El nombre de “botón” se debía según unos a que le

llamaban la atención los botones dorados de los marineros y según Darwin a que habría sido comprado en el precio de “un botón”. Charles Darwin. El viaje del Beagle. Editorial Labor. Argentina. 1983. La primera edición inglesa es de 1845. Barros Arana en su Tomo I de la Historia General de Chile, sigue al pie de la letra lo señalado por Darwin, quien sin duda era una autoridad indiscutible en la época. Sobre Jemmy Button se puede ver el maravilloso libro de Benjamín Subercasaux, del cual hay numerosas ediciones y que en la forma de una novela cuenta el viaje de estos niños, posiblemente Yámanas, a Inglaterra y su regreso. B. Subercaseaux Jemmy Button. Editorial Zigzag. Santiago. [1950] 1965. Hay muchos estudios sobre este caso y libros con fotografías que se han publicado recientemente. ² . Es necesario señalar que Darwin viaja con las obras de Juan Ignacio Molina y las consulta de modo frecuente. Ver nota de página 323 de la publicación antes citada. Molina estuvo muy cercano a descubrir la teoría de la evolución de las especies, como es bien sabido por los especialistas, casi cincuenta años antes que Darwin, en su ejemplo del renacuajo y su conversión en rana. Las condiciones de su exilio, de la situación religiosa en que se encontraba, le impidieron sacar las conclusiones de sus hallazgos. ³ . Se trata de un curioso libro de un autor apellidado al parecer Navarrete pero que se firmaba y era conocido como Lonco Quilapán. O´Higgins Araucano. Santiago. Autoedición. 1967. Roberto Bolaño habla de esta curiosa historia en varias de sus obras. ⁴ . La cita proviene del artículo siguiente: Fernando Casanueva. “Indios malos en tierras buenas. Visión y concepción del mapuche según las élites chilenas del siglo XIX”, en: Jorge Pinto (Editor) Modernización, inmigración y mundo indígena. Chile y la Araucanía en el siglo XIX. Ediciones de la Universidad de la Frontera. Temuco. 1998. El autor cita numerosos testimonios acerca de la importancia romántica que los primeros “patriotas” le otorgan al pasado indígena ⁵ . Este tema y las citas de Simón Bolívar las tratamos en el libro, J. Bengoa La emergencia indígena en América Latina. Fondo de Cultura Económica. Santiago/México. Segunda Edición corregida y aumentada. 2007. Uno de los libros clásicos en esta materia es el de Severo Martínez Peláez. La Patria del Criollo, sobre Guatemala, en que analiza el modo cómo los criollos hicieron la revolución de la Independencia en competencia y oposición, en ese caso, a las mayorías indígenas.  ⁶ . El Ejército de Chile es heredero de esta tradición temprana de valoración romántica de los “antiguos araucanos”. Tras el escritorio del Comandante en Jefe del Ejército de Chile, hasta el día de hoy, está un gran cuadro en que se representa al Gran Toqui Lautaro, en su guerra contra los españoles. El manual de Historia del Ejército de Chile, escrito por el General Agustín Toro Dávila, y que se estudia en las academias militares, señala que el Ejército chileno tiene tres etapas, siendo la primera el Ejército de Lautaro y los “heroicos araucanos”. El segundo obviamente es el Ejército fundado por Bernardo O´Higgins y el tercero es el ejército moderno organizado por los alemanes prusianos a fines del siglo diecinueve.

⁷ . Se trata del Bando del 14 de Marzo de 1819 firmado por el Director Supremo Don Bernardo O´Higgins. Ver Fernando Casanueva ya citado, página 61, y el libro, J. Bengoa. Breve historia de la legislación indígena en Chile. Cepi. Santiago. 1992 y varias ediciones posteriores. Y la ya citada, Emergencia indígena en América Latina. Se denomina a estas disposiciones “las leyes de ciudadanía” y fueron dictadas de la misma forma prácticamente en todos los países de América Latina. Se trataba de eliminar las políticas conocidas como “leyes de castas” que fueron de mucha importancia en el último siglo de la Colonia, las leyes borbónicas, y que tenían por objeto la “protección de los indígenas”. Esas leyes de protección si bien impedían a los indígenas realizar muchos actos de comercio, les protegían sus tierras de tal suerte que en muchos casos se enriquecieron. La población indígena aumentó bajo la política proteccionista de los borbones. En muchos países latinoamericanos el período liberal fue el de mayor usurpación de tierras indígenas comunitarias, después del primer período de la Conquista. Sobre las políticas borbónicas ver: “La Araucanía, 1750 a 1850”, en Jorge Pinto, texto ya citado, páginas 17 y ss., “La intervención borbónica en la Araucanía y las Pampas”. ⁸ . Carta de Don Bernardo O´Higgins a Prieto. Lima 24 de Octubre de 1830. Sacada del Epistolario de Don Bernardo O´Higgins. Imprenta Universitaria. Santiago. 1919 y citada por Jorge Pinto Rodríguez, obra citada página 29 de donde la hemos extraído. ⁹ . Será muy interesante observar que una vez concluidas las guerras de ocupación de la Araucanía, el Ejército de Chile va a promover la incorporación de los en ese entonces denominados Araucanos, a las filas del Servicio Militar. Los informes de los oficiales señalan en esa época, fines de los siglos diecinueve comienzos del veinte, que los indígenas eran muy buenos “conscriptos”, lo que reafirma el estereotipo militarista que tenían y tienen de los mapuche. Era una manera de incorporarlos a la soberanía nacional y transformarlos en ciudadanos. De hecho los mapuche de más edad, siempre hablan con mucho orgullo del período de su Servicio Militar. Hoy en día, comienzos del siglo veintiuno, el Servicio Militar es voluntario, y son numerosos los jóvenes mapuche que se presentan a hacerlo. Igualmente como es bien sabido, hay muchos mapuche en los Carabineros de Chile. Por ejemplo el año 1929 el Diario Austral titula, “De los 900 voluntarios inscritos para el servicio militar cerca de 800 son indígenas” y dice que hubo que suspender el sorteo general de inscritos. Agrega que, “las disposiciones del Ministerio de la Guerra en el sentido de que se prefiera para el llamado al servicio a los indígenas que se habían presentado como voluntarios… señalando que, los indígenas encontraban en el ejército su mejor escuela, ya que salían instruidos y convertidos en ciudadanos de orden y trabajo” (Diario Austral de Temuco, 26 de febrero de 1926.) ¹⁰ . Ver J. Bengoa Historia del Pueblo mapuche. Séptima Edición. Editorial Lom. Santiago. 2006. El “Parlamento de Tapihue” en Página 149. Jorge Pinto trae mas detalles en el capítulo de su libro citado. Sobre los Parlamentos de 1836 y 1837 y el celebrado en Santa Fe el 29 de enero de 1838 no tengo más antecedentes que los breves datos que proporciona el historiador Jorge Pinto, página 44 del trabajo ya citado.

¹¹ . La influencia de Domingo Faustino Sarmiento en Chile fue muy grande cuando estuvo exiliado y protegido en el país bajo el gobierno de Manuel Montt. Se dice que el propio presidente le habría sugerido que pusiera en forma de novela sus ideas sobre “civilización barbarie” y de allí su famoso libro Facundo, en que pinta con gruesos trazos la barbarie de ese caudillo del norte argentino. Sarmiento organiza en Chile el sistema educativo primario y es profesor en la Universidad de Chile inspirando con sus ideas liberales a una generación de políticos e intelectuales. ¹² . Ver: David Viñas. Indios, ejércitos y fronteras. Siglo veintiuno editores. 1982. página 250. ¹³ . Juan Guillermo Durán. Frontera, indios, soldados y cautivos. Historias guardadas en el archivo del cacique Manuel Namuncurá. 1870- 1880. Bouquet Editores. Buenos Aires. Septiembre del 2006. El mérito de estos documentos de mucho valor para la historia indígena del sur del Continente, desmerece dado que el autor no critica una posición anti barbarie subyacente a los documentos de la época y el trabajo pierde por ello mucho valor. Los estudios sobre los “araucanos” o mapuche de las pampas y las estrechas relaciones que tenían con los del lado chileno se han desarrollado mucho en los últimos años. Leonardo León Solís fue el pionero quizá en su artículo “Alianzas militares entre los indios de Argentina y Chile. La rebelión araucana de 1867 a 1872” publicado originalmente en Inglaterra en la Revista Nueva Historia el año 1981. Posteriormente el mismo autor publicó el libro: Maloqueros y conchabarles en Araucanía y las Pampas. Editorial de la Universidad de la Frontera. Temuco. 1991. Recientemente ha sido publicado el voluminoso libro de Norberto Ras. La guerra por las vacas. Más de tres siglos de una gesta olvidada. Editorial Galerna. Buenos Aires. 2006. 501 páginas, que ofrece una gran cantidad de información, mucha de ella desconocida. Y también el reciente libro editado por Raúl Mandrini. Vivir entre dos mundos. Las fronteras del sur de la Argentina. Siglos XVIII y XIX. Nueva dimensión argentina. Buenos Aires. 2006. ¹⁴ . El epígrafe que transcribimos al comienzo de este libro puede ser entendido en este momento. Es lo que dice un indígena que le ocurrió. Se le instalaron al lado de su casa los colonos, sin que el supiera por qué. Es por ello que viaja a Santiago y es apoyado por los frailes misioneros capuchinos. ¹⁵ . Este y los otros Planos y Mapas han sido obtenidos por la antropóloga Daniela Peña en los archivos del Ministerio de Bienes Nacionales, como parte del Programas ICIIS/Conicyt. ¹⁶ . Ver: B. Maylbury Lewis y Ted Mc Donald (Editores). Manifeste Destiny. Harvard. 2007. Sobre la historia de los Cherokees, ver: John Ehle. Trail of Tears. Rise and fall of the Cherokee Nation. Ancjor Books. New Cork. 1988, en que relata el traslado obligado de miles de indígenas hasta las nuevas tierras que el Estado norteamericano les entregó como reservaciones, en que además murió una gran cantidad de personas. ¹⁷ . Para los interesados en profundizar este tema es necesario recomendar el libro del cacique Pascual Coña, una de las joyas de la literatura indígena chilena. El padre capuchino alemán Ernesto Wilhelm de Moesbach residía en la localidad de Puerto Saavedra y durante años recibió del sabio Pascual

Coña sus conocimientos en lengua mapuche. El libro está en “mapudungun” y castellano. El mapuche fue transcrito siguiendo el alfabeto fonético que en esos años puso en boga en Chile el sabio lingüista y también de origen germano don Rodolfo Lenz, quien además prologa el libro. La primera publicación fue realizada el año 1929 y hay varias facsimilares. Ver: Pascual Coña Memorias de un cacique mapuche. Icira. Santiago. 1973. Hay versiones más actuales. Y para un análisis de este libro ver la tesis de Susan Foote. Pascual Coña: historias de sobrevivientes. La voz en la letra y la letra en la voz. Tesis para optar al grado de doctora de literatura de la Universidad de Concepción. 2006 ¹⁸ . Señalemos una vez más que las palabras “reservaciones”, “reducciones” e incluso “comunidades” se refieren al mismo fenómeno, esto es, el espacio territorial dejado a los mapuche por el Estado como consecuencia del proceso denominado de “radicación”.  ¹⁹ . Es el caso del conflicto de Quinquén, en la comuna cordillerana de Lonquimay, que implicó que el Estado chileno tuviese que pagar a los poseedores de los Títulos de propiedad, y no ocupantes efectivos, una suma cercana a los seis millones de dólares ya que la Corte Suprema, en un período confuso y de transición entre el Gobierno del General Pinochet y del Presidente Aylwin, dictaminó en contra de los indígenas y determinó que debían ser expulsados de sus tierras. Ver: J. Bengoa Quinquén. 100 años de historia pehuenche. Editorial Cesoc. Santiago. 1992. Copia facsimilar en www.memoriachilena.cl ²⁰ . En esos años el profesor Carlos Munizaga, fundador del Instituto y luego Escuela de Antropología de la Universidad de Chile, comienza a estudiar las migraciones mapuche a Santiago y percibe que son mucho más las mujeres las que migran que los hombres. En su famoso libro estudia la Quinta Normal de Santiago que en esos años se había ya transformado en el lugar de encuentro de los mapuche migrantes. Ver. Carlos Munizaga Aguirre. Estructuras transicionales de los araucanos migrantes en Santiago. Universidad de Chile. 1966. Facsimilar en. www.memoriachilena.cl ²¹ . René Rodríguez, Los mapuche en el largo sendero de la historia de Chile. Estocolmo. Septiembre de 1983. página 458. ²² . Hugo Ormeño Melet y Jorge Osses Dañin, “Nueva legislación sobre indígenas en Chile”, en: Cuadernos de la Realidad Nacional. Número 14, Octubre de 1972, página 29. Los datos que entregan estos abogados son los del Dasin de esa época. En la cifra de los 800.000 incluyen los indígenas del norte del país, los migrantes, etc… ²³ . René Rodríguez que trabajó en esos años en la Reforma Agraria, estimó para el año 1971 una cifra de 688.636 mil personas mapuche. 360.451 en las reducciones, 59.275 ex comuneros o migrantes, 112.250 sin títulos de dominio y 156.660 sin tierras. Sus cifras producto del conocimiento práctico pareciera que eran correctamente aproximadas dado lo que ocurrió en el Censo del año 1992. ²⁴ . Para dimensionar lo que esto significa digamos que una vaca o buey requiere más de una hectárea de terreno al año para alimentarse, siempre

que sea terreno de buen pasto. Una familia para tener trigo para el consumo del año debe sembrar sobre dos hectáreas de terreno apto para ese cultivo. ²⁵ . Para los interesados en estas cifras se puede ver: José Bengoa y Alejandro Sabaj. Los mapuche. Comunidades y localidades en Chile. Instituto Nacional de Estadísticas y Ediciones Sur. Santiago. 1997. En este libro se corrigieron las cifras del Censo de 1992 para el sector rural. Ver parte del texto en: www.sitiosur.cl ²⁶ . Osses y Ormeño, artículo citado, página 29. Señalan los autores que la ley que firmara el Presidente Salvador Allende, pretendía “recuperar para los campesinos indígenas todas las tierras comprendidas en los títulos de merced o títulos gratuitos de dominio a indígenas en virtud de las leyes del 4 de diciembre de 1866 y posteriores. La superficie total de las provincias de Bío Bío a Llanquihue es de 9.476.010 has. Los terrenos concedidos en merced a indígenas 526.285 has. Se calcula que aproximadamente el 25% de las tierras asignadas a indígenas se encuentra actualmente en poder de particulares o no indígenas. Ello significa más o menos, 131.000 hectáreas que, a su vez, constituyen el 1.4% de la superficie total de las provincias mencionadas. En términos absolutos no es nada pero para el pueblo mapuche es bastante”. Página 33. ²⁷ . Durante el período de Reforma Agraria (1967-1973) muchos predios fueron expropiados y traspasadas esas tierras a las comunidades que las litigaban con lo cual la cifra de tierras usurpadas disminuyó, sin embargo después del 73 muchas de estas expropiaciones fueron revocadas o simplemente devueltas. Hemos calculado en 30 mil hectáreas las tierras de la Reforma Agraria que quedaron en manos de campesinos indígenas. Esto significaría que las tierras usurpadas son aproximadamente 100 mil hectáreas. Hay que descontar sin embargo las tierras de las 168 comunidades que desaparecieron absolutamente entre 1929 (o antes) y 1970 que según los cálculos representarían entre 40 y 50 mil hectáreas, con lo cual se llega al tercio señalado en el estudio de Títulos de Merced citado en el texto. ²⁸ . El estudio de los Títulos de Merced realizado por la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato se puede encontrar en http:// bibliotecadigital.indh.cl  ²⁹ . El estudio completo se encuentra en el libro colectivo: Mapuche. Procesos, políticas y culturas en el Chile del Bicentenario. Catalonia. 2013. Nos ha parecido reproducir algunas de estas cifras en este libro, ya que son parte de la discusión y debate actual. ³⁰ . El primer predio adquirido por el Fondo de Tierras fue el fundo La Cumbre en San Juan de la Costa, en el verano de 1993. Habría que agregar a estas cifras las adquisiciones del 2007 en adelante, las que desconocemos en su detalle.  ³¹ . En el año 1988 la Universidad de la Frontera y el INE realizaron un Censo de Comunidades seleccionadas. En ese estudio, de muy buena calidad, se percibía una fuerte disminución de las cohortes de menores de nueve años, como consecuencia de la disminución de la tasa de natalidad y

migraciones. En el año 1981 el estudio del GIA sobre las comunidades mapuche de la Provincia de Malleco, llega a las mismas conclusiones que el libro Economía mapuche, en que el promedio de migrantes era de 1.2 por familia. Se destacaba en ese momento algunas comunas como el Budi en que el promedio llegaba a 2.6. Ver: Censo Experimental de Reducciones Indígenas seleccionadas. Cautín. 1988. Tabulaciones Básicas. Universidad de la Frontera. INE, Fundación Instituto Indígena, Paesmi y Celade. Santiago. 1989. Ivo Babarovic, Pilar Campaña, Cecilia Díaz, y Esteban Durán. Campesinado mapuche y procesos socio económicos regionales. GIA. Academia de Humanismo Cristiano. Santiago. 1987; y Economía mapuche ya citado. ³² . En este libro se verán muchos fenómenos causales de este proceso; señalemos solamente que la experiencia de terreno muestra que las mujeres tienen una exposición mucho más alta a la modernidad y una opinión mucho más negativa de la vida rural, sobre todo de su dureza y a veces violencia. ³³ . Son dos cifras absolutamente comparables ya que la metodología no consistió en una simple autodeclaración de la calidad de indígena/mapuche, sino en cuántas personas viven en un predio que ha sido caracterizado, en forma compleja por el encuestador, como mapuche. Fue lo mismo que hicimos en el 1992 analizando en terreno el carácter mapuche o no mapuche de las explotaciones y de esta manera corrigiendo la mera autoidentificación. ³⁴ . Las comunas de la muestra poseen algunas diferencias en términos de potencial agrícola: En Ercilla, por ejemplo, el potencial agrícola es de medio a alto, y es donde se ha realizado un número mayor de proyectos de regadío en las comunidades; las comunidades de Galvarino, Traiguén y Lumaco, tienen restricciones agropecuarias mayores, dada la sequía intensa en las colinas del secano interior; las comunidades de Lautaro, Cunco, Freire, Teodoro Schmidt, Carahue, Nueva Imperial, Padre las Casas, y Chol Chol, suelen tener pocas restricciones agropecuarias, existiendo muchas tierras planas y de buena calidad, muchas vegas y el resto lomajes suaves. Un estudio más detallado de este censo, permitiría incluso determinar con mucho mayor detalle el potencial agropecuario de las explotaciones mapuche.  ³⁵ . El trigo se usa en primer lugar para hacer el pan, la harina tostada, y en segundo, pero muy importante, para las aves, que son quienes proveen de huevos y carne. Una hectárea que provea 20 quintales de trigo, permite tener para la casa un quintal mensual de harina para el pan y una cantidad considerable de trigo para los otros usos. ³⁶ . Ha habido “Comisiones” que han recomendado políticas increíbles para la sociedad mapuche; una de ellas, en que participaban empresarios muy conocidos del país, señaló la imposibilidad de realizar agricultura y recomendó la forestación de todas las comunidades, pagándoles a sus habitantes una suerte de “anticipo”, mientras veían crecer los bosques. ³⁷ . Programa Orígenes.

³⁸ . La no existencia de situaciones de hambruna, malnutrición infantil aguda, etc…es producto de este conjunto productivo eficiente. ³⁹ . En un proyecto Fondecyt realizado años atrás en comunidades mapuche y no mapuche vecinas de la Araucanía, pudimos constatar que a los campesinos no mapuche se les daba el doble de atención técnica que a sus vecinos. Las entrevistas a los funcionarios señalaban con claridad que “con los mapuche no se puede”, esto es, un estereotipo de no productores, lo cual se transformaba en una suerte de profecía autocumplida. ⁴⁰ . Hay quienes señalan que esto se debería a la imposibilidad legal de poner la tierra en garantía bancaria; es evidente que hay muchas formas de obtener garantías prendarias y no solamente el grabar la tierra. ⁴¹ . Esta pregunta se ha realizado, oralmente, según me han señalado quienes estuvieron responsables de este Censo, fue formulada porque en el mundo campesino chileno de los últimos veinte años han aumentado enormemente los subsidios que el Estado entrega en forma directa, subsidios de vejez, pensiones, becas de estudio en dinero, subsidios de vivienda, de agua potable, etc…Lo mismo interesaba saber cuál sería la importancia del ingreso agropecuario en los propietarios urbanos modernos, que han realizado inversiones en el campo.  ⁴² . No es menor recordar al tener delante estas cifras que la organización justamente se denomina Coordinadora Arauco Malleco. ⁴³ . Esta cifra no es demasiado diferente a la que maneja el Instituto Nacional de Desarrollo Agropecuario, INDAP, que denomina a este sector como el “viable”, esto es “viable agropecuariamente”. ⁴⁴ . Los subsidios monetarios del Estado a las familias son muy importantes en todos los casos, por cierto siendo determinante en el ingreso total en aquellos predios más pequeños.  ⁴⁵ . El tema de las remesas es de la más alta importancia; remesas de familiares en las ciudades, remesas de quienes salen y regresan a trabajar en temporadas, en fin, todo ello es un fondo enorme de recursos externos al campo que ingresan en las economías rurales. ⁴⁶ . Este capítulo ha sido agregado en esta edición 2014, por la importancia que ha asumido el tema en La Araucanía. Los resultados son fruto de una nueva investigación que estamos llevando a cabo en el marco del programa ICIIS un convenio entre la Universidad Católica de Chile, la Universidad Diego Portales y la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Los datos han sido obtenidos de los archivos, por la antropóloga Daniela Peña.  ⁴⁷ . Isidoro Errázuriz. Tres Razas. Imprenta La Patria. Valparaíso. 1887 ⁴⁸ . Esta y las siguientes son citas de Tres Razas. Id anterior. Página 6. ⁴⁹ . La trascripción ha sido obtenida del trabajo de Sergio Venegas Aedo. Huellas de familia. Colonias europeas en la Frontera (1883-1900). Proyecto financiado por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, Fondart

Regional, publicado el año 2008. Agradecemos al autor el envío de copia electrónica. ⁵⁰ . Ulrich Zürcher. Cónsul suizo. Segunda visita a las colonias, febrero 1886. Archivo Embajada de Suiza en Chile. Traducción de Alexander Scürch. Publicado por Patricia Schifferli ⁵¹ . Dufey, Alberto, La Emigración Suiza en la Araucanía, Impresos Regional Ltda., Victoria, 2000, ⁵² . El estudio del año 1980 dio origen a un libro. José Bengoa y Eduardo Valenzuela. Economía mapuche. Pobreza y subsistencia en las comunidades mapuche del sur de Chile. El estudio del año 1996 fue en base al proyecto Fondecyt, Vivir en la subsistencia, el cual se puede consultar en la página web de esa institución. ⁵³ . Este capítulo ha sufrido profundas variaciones respecto a ediciones anteriores. El autor no se había percatado del cambio ocurrido en los procesos de e migración europea con motivo de los cambios políticos ocurridos después de la Revolución del 1891. Efectivamente en estos últimos años al estudiar en detalle la migración suiza especialmente, pudo comprobar que ésta se cerró aproximadamente en la década del noventa del siglo diecinueve, producto de las críticas que hubo en Suiza, el llamado fracaso de la colonización del que hemos dado cuenta, y por otra parte por las consecuencias de la Revolución o Guerra Civil contra Balmaceda. El Estado ya no tendrá en la primera década del siglo veinte el mismo papel promotor del tiempo de Vicente Pérez Rosales, Martín Drouilly o Isidoro Errázuriz y delegará en las empresas concesionarias la “importación”, como se decía en la época, de colonos extranjeros. Este es un detalle no menor cuando se trate de responsabilidades o políticas, por ejemplo, de reparación. ⁵⁴ . Quien quiera profundizar en este tema, a nuestro modo crucial, puede buscar el segundo tomo de nuestra Historia Social de la Agricultura en www.memoriachilena.cl; sobre el extremo austral y las concesiones de gigantescas superficies de tierra, ver el reciente libro: José Luis Alonso Marchante. Menéndez: Rey de la Patagonia. Catalonia. Santiago de Chile. 2014. ⁵⁵ . Ver, Christian Martínez Neira, “Colonización extranjera y reocupación territorial en la Araucanía: el caso de los terrenos del oriente de Gorbea: 1883-1910, en: Nutram. Año VIII, Número 30, pp 5 a 27. Año 1992/94 ⁵⁶ . A esta concesión se trajo a familias provenientes de las Islas Canarias. Se trataba de un acuerdo privado entre la empresa y los migrantes contratados. Hubo muchos problemas, querellas, y violencia; muchos de ellos se fueron de la Concesión Budi. Esto no le convenía a la empresa la que si no cumplía con la cantidad prometida de colonos perdía la concesión. Hubo muchos casos en que las concesiones se “robaban” a los colonos extranjeros para poder cumplir formalmente con las cuotas.  ⁵⁷ . No es el momento de relatar una larga historia sobre esta concesión del sur de Chile; solamente decir que es ello lo que explica que en Osorno se formara muy al comienzo del siglo veinte una sede de la Federación Obrera

de Chile, la FOCH, que tuvo una actividad política muy activa. Esta tradición de izquierda se mantuvo por décadas y quizá explica de algún modo los dolorosos hechos ocurridos en esa misma hacienda para el Golpe de Estado de 1973, en que fueron fusilados y desaparecieron numerosos campesinos descendientes de estos colonos, entre ellos Lucio Angulo, Presidente del Sindicato Campesino El Libertador, amigo desaparecido. ⁵⁸ . Página 451 de la Edición de Icira, facsimilar. Ver el detalle de la historia de la concesión del Lago Budi en nuestra Historia Social de la Agricultura chilena, Tomo II Haciendas y campesinos. Ediciones Sur. 1989. Facsimilar en: www.memoriachilena.cl ⁵⁹ . El padre Félix de Augusta fue un misionero notable y sin duda uno de los más importantes defensores de los indígenas en el comienzo del siglo. Aprendió la lengua mapuche y escribió una completa gramática. Su libro Lecturas araucanas sigue siendo uno de los testimonios más valioso de la literatura antropológica chilena. En el libro de Pascual Coña se cuenta cómo se enfrentaba en forma personal este fraile capuchino a Eleuterio Domínguez. Los capuchinos de comienzos del siglo veinte se instalaron en los lugares más conflictivos, esto es, donde había mucha población mapuche y donde el Estado había entregado concesiones gigantescas y oprobiosas. Una de las misiones se instaló en Cunco, sede también de la Sociedad Silva Rivas. En esa misión hizo sus primeros ejercicios misioneros el famoso padre Guido Beck de Ramberga, nacido en 1885 en Ramberg, Alemania, quien posteriormente y durante casi treinta años fue el Vicario Apostólico de la Araucanía y un personaje muy famoso y conocido en Chile, por su larga barba, sus sandalias y hábitos franciscanos y la defensa que hacía de los mapuche desde su particular punto de vista. Falleció en 1958 en Villarrica. En Cunco tuvo mucha influencia, entre otras personas, en Don Antonio Chihuaylaf, quien fundó la Sociedad La Moderna Araucanía y será un activo dirigente durante todo el siglo veinte. Durante la segunda guerra mundial el Padre Guido fue un declarado antinazi lo que le valió muchos conflictos con los alemanes del sur que más de una vez lo declararon antialemán. Ver: Fray Félix de Augusta, Lecturas araucanas. Primera Edición. Valdivia. 1910. Edición facsimilar moderna por: Editorial Cuse. Temuco. Chile. 1991 y en www.memoriachilena.cl ⁶⁰ . El viajero que se aventure a visitar el pueblo de Carahue en la provincia de Cautín, de Temuco a la costa, podrá ver con sus ojos las decenas de “locomóviles” que están siendo coleccionados por la Municipalidad y que son el mudo testimonio de la catástrofe ambiental ocurrida en esa zona. El “locomóvil” es la máquina a vapor que hacía funcionar los aserraderos hasta hace pocos años atrás. ⁶¹ . Lamentablemente los capuchinos al publicar estos documentos han omitido los nombres y apellidos, por un mal entendido respeto. Los nombres están seguramente en los originales, pero los desconozco. ⁶² . Don Martín Alonqueo, profesor, escritor y sabio conocedor de la cultura mapuche lo denomina: “El Padre Sigifredo el gran abogado defensor de los mapuche de Panguipulli, Villarrica y Loncoche”… “Gracias a su defensa insobornable y valiente…se salvó la gran zona de Panguipulli y muchas

partes de Villarrica y se perdió Loncoche y partes de San José de la Mariquina que cayeron sus tierras en manos de los colonos extranjeros que trajeron nuevas tácticas de destrucción y exterminio por medio de contratos fuleros de arriendos que nunca se terminaban y por fin aparecía vendida la propiedad y el verdadero propietario pasaba a ser un simple mediero y si se negaba a salir a la buena era lanzado por orden judicial y, para borrar las huellas de mapuche, se incendiaban sus rucas y se apoderaban de sus bienes con policías falsos que se presentaban uniformados” Martín Alonqueo Piutrín, Mapuche ayer y hoy. Imprenta Padre Las Casas. 1985. página 168. Don Martín era católico y muy cercano a los capuchinos. ⁶³ . El lector interesado puede ver muchos más casos en: Alberto Noggler, capuchino, Cuatrocientos años de misión entre los araucanos. Editorial San Francisco. Padre Las casas. Temuco. 1982. Página 156. Digamos que el testimonio es difícil de acusar de ideológicamente contaminado. ⁶⁴ . El libro se titula: Comisión Parlamentaria de Colonización, Informe, Proyectos de Ley y Actas de las sesiones y otros antecedentes. Sociedad Imprenta y Litografía Universo. Santiago. 1912. ⁶⁵ . R. Molina y M. Correa, Territorios huilliches de Chiloé. Corporación nacional de Desarrollo Indígena. CONADE. Santiago. 1996 ⁶⁶ . Traducido como: “Una narración fiel de los peligros y desventuras que sobrellevó Isaac Morris”, en Vignati, Miliciades, Viajeros, obras y documentos para el estudio del hombre americano, Editorial Coni, Buenos Aires 1956;  ⁶⁷ . Con los años se ha abierto el archivo de la reunión de Pátzcuaro y han continuado las investigaciones sobre esta materia. A la reunión del Primer Congreso Indigenista Interamericano asistieron: el Embajador Manuel Hidalgo de Chile, y también el profesor y dirigente mapuche de la antigua Sociedad Caupolicán Don César Colima Lobos. Este profesor tenía una mirada mucho más radical respecto a la integración mapuche y autonomía de la sociedad del sur de Chile, lo que le llevó a sufrir prisión y extrañamiento en la isla de Juan Fernández. En Patzcuaro se dieron dos posiciones, una de carácter indigenista integrador y otra, que perdió finalmente, de carácter más autonomista.Ver: Laura Girardo y Juan Martín – Sánchez. La ambivalente historia del indigenismo. Campo Interamericano y trayectorias nacionales. 1940-1970. Instituto de Estudios Peruanos. Octubre del 2011. ⁶⁸ . No cabe duda que a la luz de los nuevos descubrimientos de lo ocurrido, o no ocurrido, en Pátzcuaro, Coñoepán se unió a quienes veían una alternativa indigenista menos tutorial, paternalista y más protagónica de los indígenas. ⁶⁹ . Don Manuel Antonio Neculmán murió a los 92 años el 14 de diciembre de 1946. Era hijo del cacique Huenchumilla Cabulmán Neculmán y de una señora chilena, “chiñurra” se le dice en lengua mapuche, doña María Fabiola. Nació en Metrenco el año 1855. Fue entregado de niño a un Comandante del Ejército de la Frontera lo que le permitió estudiar entre el año 1872 y 1876 en la escuela de Agricultura de Santiago ubicada en la

Quinta Normal. Después entró a la escuela de preceptores donde recibió el título de Profesor el año 1880, siendo posiblemente el primer profesor primario mapuche. Como ya se ha dicho acompañó a Recabarren y Gregorio Urrutia como traductor en el ejército de la llamada “Pacificación de la Araucanía”. En 1882 fundó en Temuco, a un año de la existencia de ese Fuerte, la “Sociedad de Instrucción Primaria”. Al igual que en muchos otros casos de sociedades indígenas colonizadas, en el caso mapuche fueron los profesores primarios quienes lideraron la defensa de su cultura y sociedad. ⁷⁰ . Don Francisco Melivilu estudió en el Liceo de Temuco, luego en la Escuela de Artes y Oficios, posteriormente en el Instituto Pedagógico en que se tituló de profesor de matemáticas y finalmente de abogado en la Universidad de Chile. Fue electo tres períodos hasta que se cerró el Congreso el año 32. ⁷¹ . Nota del editor: Manquilef parafrasea la frase de la mujer del último Rey moro en Granada. Esa frase señala “lo que no supieron defender como hombres”. En la frase Manquilef, omite el “no”. ⁷² . El Diario Austral. Temuco. 23 de diciembre de 1916. ⁷³ . “El proyecto de radicación de indígenas constituye la salvación para la raza araucana”. Declaración del diputado por Temuco y autor de la ley señor Manuel Manquilef explicadas por su autor. El Diario Austral de Temuco, 9 de septiembre de 1927.  ⁷⁴ . “Los indígenas piden al Presidente de la República” EL Heraldo del Sur. Temuco, 13 de Mayo de 1928. ⁷⁵ . “Discurso pronunciado por el diputado Señor Huenchullán en la Cámara”, en El Diario Austral, 27 de Noviembre de 1933. ⁷⁶ . Mucho después de escritas estas líneas Jorge Pavez y Andrés Menard han publicado como compiladores un extraordinario libro con textos y fotografías titulado Mapuches y anglicanos. Ocho Libro Editores. 2017. ⁷⁷ . El interesado en más información puede ver nuestra Historia Social de la Agricultura chilena. Tomo II. Haciendas y Campesinos. Ediciones Sur. Santiago. 1990. En el último capítulo relatamos algo de estos hechos. Ver el facsimilar en. www.memoriachilena.cl ⁷⁸ . El Diario Austral del 11 de diciembre de 1931. ⁷⁹ . Diario El Mercurio . Del 9 de Junio de 1933. ⁸⁰ . Alejandro Lipschutz. La comunidad indígena en América y en Chile. Editorial Universitaria. Santiago. 1956. Página 154. Ver la Tesis de Jorge Vergara del Solar, La Matanza de Forrahue. Escuela de Antropología. Universidad Austral de Valdivia. 1991. Hay numerosos estudios actuales sobre este dramático hecho y se lo ha conmemorado recientemente al cumplirse 100 años. 

⁸¹ . Diario El Siglo. 4 de Noviembre del año 1962. Los diarios de esta época traen una cantidad enorme de hechos de esta naturaleza. Mirados con distancia no son demasiado diferentes de las situaciones que se viven en la actualidad, siglo veintiuno y aún más, se repiten los apellidos de una manera increíble. ⁸² . El Diario Austral de Temuco, 14 de Octubre de 1941, Página 8. Consigna el acta completa de la Comisión. ⁸³ . La polémica se encuentra en la prensa de esa época. El 9 de septiembre de 1941 escribe don Andrés Chihuailaf en el Diario Austral de Temuco un artículo que lleva por título, ¿Porqué fracasó la Comisión de Asuntos Indígenas? Responde el día 14 de septiembre en el mismo periódico el señor Luis Morales Zuaznábar, director general de Tierras y Colonización que presidía esa comisión. ⁸⁴ . Diario Austral de Temuco, 14 de septiembre de 1941. ⁸⁵ . Juan Chacón Corona, el líder comunista rural que participó de estas negociaciones le relató en detalle el asunto al escritor José Miguel Varas en su libro titulado Chacón, cuya re edición ha sido hecha el 2007 con motivo del Premio Nacional de Literatura que se le otorgó el año 2006. Lom Ediciones. Santiago. 2006. ⁸⁶ . Martín Alonqueo, obra ya citada, página 179. ⁸⁷ . Louis Faron. Los mapuche. Su estructura social. Instituto Indigenista Interamericano. México 1969. La obra en inglés es 1961.  ⁸⁸ . El Diario La Mañana de Temuco del jueves 17 de febrero de 1910, titula “Sucesos de Loncoche”…. “Se confirma la noticia de nueve muertos y mas de treinta heridos” Se señala que, “fueron recogidos por la tropa 3 heridos graves,…Eduardo Aburto de 16 años….ayer a las tres de la tarde falleció Lagos y Neira y es seguro que Aburto debe haber fallecido antes de las seis vista la gravedad de sus heridas.”. ⁸⁹ . Se trataba mayoritariamente del Movimiento Campesino Revolucionario, MCR, rama rural del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR. En los días 12 y 14 de febrero de 1971 el MCR realizó su primer congreso nacional en Temuco. Esta es la prueba de que los hechos que se describen en el texto son anteriores a la formación de esta entidad política. Armando Samper Gnecco. La reforma agraria en la encrucijada. IICA. Bogotá. Colombia 1971. Ver el reciente libro testimonio de Julián Bastidas Rebolledo. Memorias de la lucha campesina. Cristiano, mestizo y tomador de fundos. Ediciones Lom. 2009. En este libro el autor relata el modo cómo comenzó y se desarrolló el MCR en la Provincia de Cautín. 

⁹⁰ . En entrevista realizada el año 2013, junto a Mario Garcés y Tomás Moulian a Jacques Chonchol, nos contaba en detalle lo ocurrido en esos días. Chonchol era el Ministro de Agricultura de Salvador Allende y éste lo envió a que se quedara en el sur de modo de arreglar de alguna manera lo que allí estaba ocurriendo. Allende criticó fuertemente a quienes realizaban las tomas de fundos y no respetaban el camino institucional que acordaba con los dirigentes de las organizaciones mapuche.  ⁹¹ . Las corridas de cerco nunca fueron arbitrarias, según lo estudiamos hace años. Uno podía preguntar el porqué se había corrido el cerco hacia determinada propiedad y no a otra, y la respuesta de los más ancianos siempre fue la misma, es que eso nos pertenecía y el otro lado no.  ⁹² . A quien le interese puede ver nuestra interpretación de La Araucana en el último capítulo de nuestro libro, La Comunidad reclamada. Editorial Catalonia. Santiago. 2006, y en la Trilogía del Bicentenario. Catalonia. Tres Tomos. Santiago. 2010. ⁹³ . Melillán Painemal unía en sus nombres dos familias muy famosas en la sociedad mapuche. Hijo del cacique Antonio Painemal de Chol Chol, me señalaba que le habían puesto el nombre en honor del cacique Jerónimo Melillán, su tio abuelo por el lado materno, siguiendo la costumbre antigua. Jerónimo Melillán estuvo presente en la fundación de ChollCholl cuando Gregorio Urrutia citó a todos los caciques y mocetones en la antigua casa de Millapán. Era el cacique de Tromen y en 1881 tenía en su “reducción” con 1.881 personas viviendo. Era muy rico. ⁹⁴ . La historiadora chileno norteamericana, Florencia Mallon ha publicado en inglés una historia de vida relatada por Isolde Reuque, en que ella cuenta en detalle este período. When a flower is rebond. The life and times of a Mapuche feminist. Duke University Press. 2002.  ⁹⁵ . S/a. Dossier de la situación mapuche chilena y la política mapuche del régimen del Presidente Pinochet. Temuco, Junio 1981. Mimeografiado. ⁹⁶ . A fines de los años ochenta fui invitado a un foro en la Televisión Nacional con el Sr Hepp. Obviamente discrepamos fuertemente. ⁹⁷ . Es preciso reconocer que se realizó un “trabajo técnico” notable. Los funcionarios midieron todas las “reservas” con instrumentos modernos y construyeron planos de ellas. Al interior de cada Título de Merced, midieron cada uno de los “goces” o parcelas ocupadas por cada familia. Establecieron el árbol genealógico completo del “dueño de casa” para establecer cuáles eran los derechos hereditarios existentes y de esta manera “cancelarlos ”en fin, fue un trabajo muy tecnologizado cuyos resultados se encuentran en cada una de las más de tres mil carpetas, donde está toda la historia de la propiedad de cada una de las comunidades mapuche. Estas carpetas se encuentra depositadas en el Archivo de Asuntos Indígenas de Temuco que se constituyó de acuerdo a la Ley Indígena del año 1993. El costo de todo este proceso fue enorme y se realizó a costa de un crédito del Banco Mundial. ⁹⁸ . En Chol Chol, el sí a Pinochet obtuvo el año 1988 el 69.3% y, en Freire, el 55.8%. Para las elecciones generales, las primeras en democracia, donde se

eligió al Presidente Patricio Aylwin y se elegía al Congreso Nacional, “fue posible apreciar la tendencia conservadora del electorado mapuche. En circunscripciones con población mayoritariamente mapuche como Chol Chol y Freire, las preferencias por candidatos a la presidencia se inclinaron notoriamente a la Derecha que en conjunto, Büchi y Errázuriz, atrajo el 66.7% y el 53.7%. El resultado no hacía más que mantener las votaciones del Plebiscito de 1988” Pedro Marimán. “Algunas consideraciones en torno al voto mapuche. En Revista Liwen. Número 2, Año 1. 1990. página 26. ⁹⁹ . Algunos intelectuales e historiadores jóvenes mapuche son mucho más duros, en sus análisis, con la izquierda que con la derecha en la “historia de los mapuche durante el siglo veinte”. “Por lo menos la derecha siempre ha tenido claro lo que quiere: chilenizar al indígena” dice, Sergio Caniuqueo, agregando críticamente que la idea de que la izquierda es el “aliado estratégico” de los mapuche y que la “derecha es su enemigo” sería simplemente una idea inventada por la propia izquierda. Todo sería un asunto de cálculo político de las organizaciones mapuche, quienes “han mantenido diversas alianzas con miras a obtener situaciones favorables a su desarrollo como Pueblo”. Se repite acá una idea muy recurrente de la existencia en la historia de una conciencia supra estratégica en que el “Pueblo” o sus representantes, hacen alianzas con unos y con otros de acuerdo a su conveniencia y misión histórica. Creemos que el lector al conocer los hechos complejos que hemos relatado, no verá las cosas de la misma manera. En la Historia hay tensiones, relaciones entre las sociedades, en este caso chilena y mapuche, mutuas influencias y no hiperconciencias capaces de determinar cuáles son las mejores decisiones a tomar para “su desarrollo como Pueblo”. Dice, “Gran parte del siglo XX la relación con los partidos políticos había sido una táctica, un medio para alcanzar objetivos estratégicos”. Personalmente no creo que la historia de los mapuche con la sociedad chilena sea un puro oportunismo. No nos cabe demasiada duda, siguiendo la experiencia internacional, que los nacionalismos, etnonacionalismos y la mayor parte de los movimientos que reivindican ese carácter de supra conciencia étnica suelen tener más relaciones con las derechas políticas que con las izquierdas socialistas o libertarias, que por naturaleza son menos chauvinistas y más internacionalistas. Pablo Marimán y otros, Escucha winca. Lom Ediciones. 2006. Página 172 y ss. ¹⁰⁰ . El Estado para todos sus créditos, construcción de casas, riego, inversiones de todo tipo, exige tener los papeles de propiedad clarificados. Esto conlleva muchas veces a que estas familias no sean sujetos de estos beneficios del Estado. Por lo tanto, es posible suponer que quienes hacen los trámites de “posesión efectiva” y división de la sucesión, lo hacen para obtener algún subsidio del Estado. De lo contrario deben “sacar la firma” a todos los hermanos, muchos de ellos viviendo en las ciudades. ¹⁰¹ . El Programa de Desarrollo Orígenes, que es apoyado por el Banco Interamericano de Desarrollo entrega recursos a las familias. Es evidente que quienes tienen más posibilidades, por ejemplo, para llevar adelante un programa ganadero, son más favorecidos. Se favorece, sin quizá pretenderlo, la “diferenciación” al interior de las comunidades.

¹⁰² . El detalle de estos datos se pueden encontrar en nuestro libro. Mapuche. Procesos, políticas y culturas en el Chile del Bicentenario. Editorial Catalonia. 2012. PP. 90 y ss. ¹⁰³ . Según algunos autores en ese momento esta organización aún no existía. “En 1989 un nuevo quiebre al interior de Ad Mapu da origen a la Comisión contra la Celebración del Quinto Centenario, que derivó en la creación del Consejo de todas las Tierras”, Pablo Marimán y otros, Escucha winca. Lom Ediciones. 2006 . Página 240. ¹⁰⁴ . Estos hechos son reconocidos por todos los actores incluso los más críticos del proceso institucional. “La elaboración del texto original de la ley indígena involucró masivamente a la mayor parte del movimiento mapuche en un proceso de discusión intenso que se desarrolló en diversas jornadas e instancias promovidas por la recién creada Comisión Especial de Pueblos Indígenas Rodrigo Levil Chicahual, Capítulo “Sociedad mapuche contemporánea” en: Pablo Marimán y otros , Escucha, winka. Lom Ediciones. 2006. Página 219 y ss. ¹⁰⁵ . Es a mi modo de ver de importancia señalar el origen de los conflictos, en particular para quienes se quejan hoy día (2014) de la situación que se vive en la Araucanía. El primer conflicto en democracia fue provocado justamente por quienes en este libro denominamos “colonos”, esto es, descendientes de familias europeas que habían llegado a Curacautín y se habían apoderado de enormes predios, los habían arrasado y además quisieron expulsar a las familias mapuche. Hace 24 años en 1990, la sociedad regional apoyó plenamente a los Lamouliat en sus reivindicaciones, en sus derechos a la explotación forestal, y en el desprecio a la sociedad mapuche. No hubo ni una voz disidente. ¹⁰⁶ . Se trata de la misma persona que años después acusó a sus vecinos de terroristas y después de lograr la anulación por dos veces consecutivas del juicio los condenó a presidio. Es el mismo que ha sido juzgado duramente en la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que se transcribe más adelante en este libro. ¹⁰⁷ . La irresponsabilidad del diario El Mercurio en este conflicto ha sido enorme y debería ser analizada y juzgada. Dedicó un número de reportajes, su Suplemento Dominical con el relato de una joven periodista, famosa en la farándula local, que acompañaba de noche a unos jóvenes mapuche a una toma de fundos, el año 1993. Presentaba a los jóvenes como héroes. Eso lo hacía por conveniencias miopes de política contingente. Después este diario ha tergiversado los hechos una y otra vez. Hoy levanta la voz por la existencia de “terrorismo” en el sur sin recordar siquiera el modo cómo prepararon el ambiente. ¹⁰⁸ . INFORME Nº 32/07. PETICIÓN 429-05. ADMISIBILIDAD Juan Patricio Marileo Saravia Y OTROS VERSUS CHILE Washington, 2 de mayo de 2007. I. RESUMEN. El 13 de abril de 2005 la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (en adelante “la Comisión Interamericana” o “la CIDH”) recibió una denuncia presentada por Juan Patricio Marileo Saravia, Florencio Jaime Marileo Saravia, Patricia Roxana Troncoso Robles, José Huenchunao Mariñan y Juan Ciriaco Millacheo Lican (“las presuntas

víctimas”), en contra del Estado de Chile (en adelante “el Estado” o “el Estado chileno”), en la que se alega la violación de los artículos 8(1), 2 y 24 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (en adelante “la Convención Americana” o “la Convención”), durante el juicio criminal seguido en su contra, que resultó en la condena de los 5 peticionarios como autores del delito de incendio terrorista…..” “Tras el análisis de la petición, y de acuerdo con lo establecido en los artículos 46 y 47 de la Convención Americana, así como en los artículos 30, 37 y concordantes de su Reglamento, la CIDH declara la admisibilidad de la petición con respecto a las presuntas violaciones de los artículos 8, 9 y 24, en relación con las obligaciones generales establecidas en los artículos 1(1) y 2 de la Convención Americana. La Comisión Interamericana decide igualmente notificar a las partes, publicar esta decisión e incluirla en su Informe Anual a la Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos” ¹⁰⁹ . Ver el documental: El juicio de Pascual Pichún, que relata en detalle todo lo ocurrido, entrevista a Juan Agustín Figueroa, a su hermana y también propietaria, Aída Figueroa, a sus hijos, y por cierto a los mapuche acusados. Hay en ese documental un seguimiento detallado y en directo del juicio. www.youtube.com/watch?v=8kD1MlLpWco  ¹¹⁰ . Sin ánimo de transcribir toda la sentencia , se señala el contenido de esta carta: “En el considerando décimo sexto de la sentencia emitida el 27 septiembre de 2003, el Tribunal de Juicio Oral en lo Penal de Angol se indicó que “inculpan al acusado Pascual Pichún, por su responsabilidad de autor en el delito de amenazas a los dueños y administrador del fundo Nancahue los siguientes antecedentes: […] [c]arta firmada por Pascual Pichún Paillalao, en su calidad de Presidente de la Comunidad Antonio Ñirripil, sin fecha de expedición, dirigida a don Juan Agustín y señora Aída Figueroa Yávar, por la cual solicita que se le conceda la oportunidad de ralear el fundo de pino de su dominio, de pastar sus animales en los espacios vacíos del mismo, en el caso de carecer de bosques por ralear, solicitan permitirles explotar cien hectáreas del bosque grande. Agregan que algunas empresas han accedido a ese beneficio, y algunas que se han negado, han tenido perjuicios que ha causado alarma en el sector de Lumaco, amplicamente conocido y que por motivo alguno desean que se produzca entre nosotros [, y c]opia del cheque N°.1182177 de la cuenta N° 62300040301 de don Juan A. Figueroa Yávar, firmado por Juan A. Figueroa Elgueta a la orden de Pascual Pichún por la suma de $130.000 y girado el 26 de febrero de 2001”. El otro lugar de esta sentencia en donde se hace referencia a la carta y al cheque es en el considerando octavo C) relativo a la prueba rendida respecto de las “amenazas de incendio terrorista contra los dueños y administradores del Fundo Nancahue”. En el considerando octavo al referirse a “[l]a prueba documental […] incorpora[da]”, indica lo mismo que en el considerando décimo sexto. Respecto del referido cheque, no consta que el tribunal hubiere realizado un análisis sobre la relación de ese documento con el análisis jurídico de la configuración de las supuestas amenazas cometidas por el señor Pichún Paillalao. Cfr. Sentencia emitida el 27 de septiembre de 2003 por el Tribunal de Juicio Oral en lo Penal de Angol. ¹¹¹ . Nota 388 del Fallo de la Corte Interamericana. 

¹¹² . Un extraordinario relato de la gran huelga de hambre del bicentenario se puede ver en el libro: Paula Correa Agurto. Nace una voz. La huelga de hambre de los presos políticos mapuche y el testimonio de Natividad Llanquileo. Ediciones Radio Universidad de Chile. Santiago. 2014. ¹¹³ . En nuestro estudio del año 2006 el casi noventa por ciento de los hogares del campo tienen televisión a color. Desde el año 1997 se comenzó a ampliar la red eléctrica en el campo de la Araucanía, llegando en este momento prácticamente a todos los rincones. Es quizá un cambio de estructuras difícil de medir en el corto plazo. El acceso de las familias mapuche a bienes “modernos” es muy masivo en estos últimos 10 años. Más de la mitad de las casas tienen refrigeradores, casi todas poseen cocinas a gas, hay más del cincuenta por ciento de los hogares con lavadora eléctrica. El acceso a Internet es más reducido pero casi un tercio de la población encuestada tiene acceso a computadoras. En los pueblos, Puerto Saavedra por ejemplo, hay varios terminales en la Biblioteca Municipal, de muy buena calidad y hay varios “cibercafé” privados, donde por una módica suma se puede establecer una conexión. Los subsidios de vivienda rural han cambiado también el paisaje. Ya no hay prácticamente rucas en el campo. Son casas donde no se cocina en el fuego como antiguamente. ¹¹⁴ . Una primera versión de este texto fue publicada por Le Monde Diplomatique, Santiago Marzo del 2013 y luego publicado también en un folleto por la misma publicación. Esta es una versión corregida y puesta al día el año 2014, para dar conclusión a este libro. ¹¹⁵ . Entrevista realizada por el Diario El Dínamo y publicada por Rafael Railaf en el sitio [email protected], el 16 de Febrero del 2013.