Manual de relaciones internacionales: herramientas para la comprensión de la disciplina
 9781449295042, 1449295045, 9789562849760, 9562849767

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Daniel Bello (Editor)

MANUAL DE RELACIONES INTERNACIONALES Herramientas para la comprensión de la disciplina

RiL editores

Manual de Relaciones Internacionales: herramientas PARA LA COMPRENSIÓN DE LA DISCIPLINA

RIL editores bibliodiversidad

Daniel Bello

Manual de Relaciones Internacionales: herramientas para la comprensión de la disciplina

RiL editores

Bello, Daniel. Manual de Relaciones Internacionales/ Daniel Bello. — Santiago : RIL editores, 2013.

318 p. ; 23 cm. ISBN: 978-956-284-976-0

i Relaciones internacionales.

Manual de Relaciones Internacionales: HERRAMIENTAS PARA LA COMPRENSIÓN DE LA DISCIPLINA

Primera edición: abril de 2013

© Daniel Bello, 2013 Registro de Propiedad Intelectual N° 226.955

© RIL® editores, 2013 Los Leones 2258 CP 751 1055 Providencia Santiago de Chile Tel. Fax. (56-2) 22238100 [email protected] • www.rileditorcs.com Composición, diseño de portada e impresión: RIL® editores

Impreso en Chile • Printcd in Chile

ISBN 978-956-284-976-0 Derechos reservados.

Indice

Presentación Esteban Valenzuela y Daniel Bello................................................................. 9

Capítulo i El estudio de las Relaciones Internacionales Isaac Caro, Isabel Rodríguez......................................................................... 11

Capítulo ii Análisis histórico: la evolución de la sociedad internacional entre los siglos XX y XXI Shirley Gbtz Betancourt................................................................................. 33

Capítulo iii Teoría de las Relaciones Internacionales: del Primer al Tercer debate Isabel Rodríguez ..............................................................................................85

Capítulo iv Nuevas corrientes en la teoría de las Relaciones Internacionales Mónica Salomón........................................................................................... 127

Capítulo v Temas y procesos del sistema internacional Isaac Caro....................................................................................................... 167

Capítulo vi Economía política global I José Miguel Ahumada, Armando Di Filippo........................................... 209

Capítulo vi i Economía política global II José Miguel Ahumada, Armando Di Filippo...........................................255

Capítulo vi i i La cooperación internacional: su importancia para América Latina y el Caribe Cristina Lazo................................................................................................. 299

Presentación

Desde que surgió, en la segunda década del siglo XX, la disciplina de las Relaciones Internacionales fue ampliando progresivamente sus márgenes y estableciendo nuevas fronteras a medida que, en el marco de los sucesivos debates que se desarrollaron en su seno, se fueron incorporando problemáticas emergentes o antes desatendi­ das, reconociendo a nuevos actores como protagonistas del acon­ tecer internacional y considerando nuevas perspectivas de análisis. Los estudios que centraban la atención en la interacción entre Estados y tenían como principales preocupaciones la soberanía, la seguridad nacional y las relaciones de poder, fueron complemen­ tados por aquellos que centran la mirada en los distintos agentes nacionales y transnacionales -Estados, organizaciones, empresas, personas, culturas, religiones-, que interactúan en el mundo globalizado. Los marcos interpretativos realistas fueron confrontados y enriquecidos por otros liberales, marxistas, feministas, neorrealistas, neoliberales, etcétera. De este modo, la disciplina de las Relaciones Internacionales fue ganando en diversidad y amplitud al tiempo que consolidaba su autonomía. Hoy en día la disciplina abarca una gran variedad de temáticas que son estudiadas desde múltiples perspectivas teóricas, las que se nutren y obtienen sus herramientas metodológicas de distintas ramas de las ciencias sociales y humanas, como la ciencia política, la sociología, la historia, la economía y el derecho. El manual que aquí presentamos tiene como principal objetivo dar cuenta de la evolución de la disciplina, desde su origen hasta la actualidad, exhibiendo y analizando los sucesivos debates teó­ ricos que se llevaron a cabo en el proceso, y mostrando cómo fue desarrollándose y transformándose en el afán de interpretar los 9

Presentación

vaivenes del escenario internacional. Se propone también estudiar la evolución del sistema internacional, sus transformaciones y las dinámicas -sociales, políticas y económicas- que propulsaron y aún propulsan tales procesos de cambio. Complementando lo anterior, el libro incorpora una revisión detallada de la Economía Política Global, área de estudio que centra los esfuerzos en tratar de entender la relación existente entre sistema político mundial y economía, y en explicar las asimetrías en la distribución de recursos políticos y económicos en el plano global. Finalmente, se examinan las distintas modalidades de cooperación internacional, cómo fueron progresan­ do en el tiempo, y particularmente, el rol que juega y la importancia que adquirió la cooperación sur-sur, en América Latina y el Caribe. Creemos que esta obra será de gran utilidad para todos quienes quieran adentrarse en el campo de las Relaciones Internacionales y para quienes quieran o precisen adquirir las herramientas nece­ sarias para estudiar y comprender aquello -sumamente diverso y dinámico- que acontece en el ámbito internacional. Este libro tendrá por complemento la obra Manual de Ciencia Política: herramientas para la comprensión de la disciplina, que pu­ blicaremos próximamente. Ambos trabajos han sido desarrollados en el marco del convenio de colaboración entre el Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado y RIL editores.

Esteban Valcnzucla Director del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales Universidad Alberto Hurtado

Daniel Bello Editor

TO

Capítulo I

Relaciones Internacionales Isaac Caro Isabel Rodríguez

I. Nacimiento

y desarrollo de las

Relaciones Internacionales

Los inicios y la consolidación de las Relaciones Internacionales como disciplina científica No existe acuerdo sobre qué es el conjunto de fenómenos conocidos como «Relaciones Internacionales». Si se tratase de un objeto de estudio definido y determinado, entonces se podría proponer una definición comúnmente admitida y respetada por la comunidad científica. Sin embargo, la experiencia demuestra que las «Relaciones internacionales» son de tal complejidad que se pueden entender de múltiples maneras. Las definiciones varían de un actor a otro hasta el punto que no es posible acuerdo alguno sobre la delimitación del campo de investigación (Merle 1993). Siguiendo a Aron (1959), podemos señalar que las relaciones internacionales son fenómenos sociales, y, por lo tanto, no tienen fron­ teras trazadas en lo real; ellas no son y no pueden ser materialmente separables de otros fenómenos sociales. Al mismo tiempo, las relaciones internacionales son por definición las relaciones entre naciones, entre unidades políticas. Sin embargo, hay que preguntarse si cabe incluir en las relaciones entre unidades políticas las relaciones entre individuos que pertenecen a esas unidades. ¿Dónde comienzan y dónde terminan las unidades políticas, esto es, las colectividades políticas territorialmente organizadas? Resulta difícil responder esta pregunta (Aron 1959). El término «Relaciones Internacionales» puede ser definido para identificar todas las interacciones entre actores basados en el 11

Isaac Caro • Isabel Rodríguez

Estado más allá de las fronteras estatales, y en este sentido, debe ser distinguido del de «política exterior» y «política internacional» (Evans Newnham 1998). El análisis de las acciones de un Estado hacia el entorno y las condiciones externas -principalmente domés­ ticas- bajo las cuales esas acciones están formuladas, constituye esencialmente un campo que se conoce como «política exterior». La concepción de esas acciones como parte de un aspecto de las gestio­ nes de un Estado y las reacciones y respuestas por otros constituye lo que se denomina «política internacional», que es el proceso de interacción entre dos o más Estados. El término «relaciones inter­ nacionales», en cambio, se refiere a todas las formas de interacción entre miembros de sociedades separadas, lo que incluye el análisis de políticas externas o procesos políticos entre los Estados, y también todas las facetas de las relaciones entre sociedades distintas (sindi­ catos internacionales, Cruz Roja Internacional, turismo, comercio internacional, valores y ética internacional) (Holsti 1994). En otras palabras, las relaciones internacionales comprenden tres formas diferentes de interacciones: a) las que se dan entre Es­ tados; b) las que tienen lugar a nivel no estatal o transnacional, que sobrepasan las fronteras nacionales; c) las que tienen que ver con el funcionamiento del sistema internacional, siendo sus principales componentes los Estados y también las sociedades (Halliday 2002). Las relaciones internacionales, en cuanto disciplina científica, tiene sus inicios en la Primera Guerra Mundial. Un ímpetu importan­ te se produjo cuando Estados Unidos (EUA) emergió como potencia mundial a partir de 1914. Entonces, se desarrolló una dicotomía entre los idealistas, que compartían la visión del Presidente de Esta­ dos Unidos, Woodrow Wilson, sobre la necesidad de crear una Liga de las Naciones, y los políticos realistas, que bloquearon la entrada de Estados Unidos en esta organización mundial. Los historiadores diplomáticos buscaban las «causas» y los «orígenes» de la Gran Guerra de 1914-1918, en tanto que otros historiados exploraban el fenómeno del nacionalismo. Aparecieron escritos especializados en diversas áreas, como problemas de seguridad, guerra y desar­ me, imperialismo, diplomacia y negociación, equilibrio de poder, aspectos geográficos del poder mundial, factores económicos, todo

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lo cual se tradujo en un importante desarrollo de esta disciplina (Dougherty 1993). No obstante lo anterior, los fundamentos históricos de las re­ laciones internacionales están en otras disciplinas más antiguas que han contribuido a su desarrollo, como son la historia diplomática, el derecho internacional, la ciencia política y la sociología (Arenal 1994: 59). Hasta 1914, los teóricos de las relaciones internacionales suponían que la estructura de la sociedad internacional era inaltera­ ble y que la división del mundo en Estados soberanos era necesaria y natural. El estudio de las relaciones internacionales consistía casi enteramente en la historia diplomática y el derecho internacional (Dougherty 1993). Después de la Segunda Guerra, EUA se autoproclamó responsa­ ble de la paz, de la prosperidad, de la existencia misma de la mitad del planeta. Occidente no había conocido algo parecido desde el Imperio Romano. EUA era la primera potencia auténticamente mun­ dial, puesto que la unificación planetaria de la escena diplomática no tenía precedente. Las relaciones internacionales se convirtieron, entonces, en un objeto de disciplina universitaria. Los especialistas de relaciones internacionales querían tener proposiciones generales, crear un cuerpo de doctrina, desarrollar y consolidar una nueva disciplina (Aron 1959). En consecuencia, terminada la Segunda Guerra Mundial, el estudio de las relaciones internacionales estuvo organizado y desa­ rrollado en las universidades estadounidenses, especialmente dentro de los departamentos de ciencia política. Sin embargo, el modelo del sistema político nacional no puede extenderse al reino interna­ cional, porque no hay autoridad efectiva a nivel mundial. Hoy en día, las relaciones internacionales abarcan el funcionamiento de las empresas multinacionales, las balanzas comerciales, las comunica­ ciones satelitales, la contaminación ambiental, el fundamentalismo religioso, los juegos olímpicos (Dougherty 1993), todo lo cual va mucho más allá del ámbito de la ciencia política. En consecuencia, así como el realismo político, paradigma dominante durante la Guerra Fría, consideraba a las relaciones in­ ternacionales como una parte más o menos autónoma de la ciencia política, otro enfoque clásico es el que considera a las relaciones 13

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internacionales como sociología internacional. Este enfoque ha sido menos frecuente que el político, cobrando una especial fuerza solo en los últimos tiempos y, muy particularmente, durante el escenario de pos Guerra Fría. En esto ha tenido un papel especial el propio desarrollo de la sociología, los profundos cambios experimentados por la sociedad internacional y la creciente conciencia de que es necesario romper con el planteamiento exclusivo de la ciencia po­ lítica y del paradigma estatocéntrico, que considera a los Estados como actores principales, centrales y omnipresentes en el sistema internacional (Arenal 1994). En este sentido, «globalización» es el nuevo término para de­ signar los dramáticos cambios que ocurren en la naturaleza de las relaciones internacionales a partir de la última parte del siglo XX, puesto que este concepto enfatiza un contexto global más que uno nacional (Youngs 2002). Hablar de globalización en las relaciones internacionales implica adoptar un aproximación societal a los asuntos mundiales. La tradición estatocéntrica ha estado más orien­ tada hacia la discusión sobre el poder de los Estados que hacia los temas de desigualdad que trascienden las fronteras de los Estados. El giro conceptual hacia la globalización, en cambio, se basa en desarrollos sustantivos, relacionados con un número creciente de actores e influencias no estatales, como instituciones internacionales (Banco Mundial, Organización Mundial de Comercio), ONGs y movimientos sociales de mujeres, medio ambientales, antinucleares, etcétera (Youngs 2002). Globalización significa «los procesos en virtud de los cuales los Estados nacionales soberanos se entremezclan con actores transna­ cionales y sus respectivas probabilidades de poder, orientaciones, identidades y entramados varios» (Beck 1998). Esto implica la ausencia de un Estado mundial, más concretamente una sociedad mundial sin Estado mundial y sin gobierno mundial. La pluridimensionalidad de la globalización en las relaciones internacionales se manifiesta en los siguientes factores (Beck 1998):

• Creciente intercambio internacional, carácter global de la red de mercados financieros y del poder cada vez mayor de las multi­ nacionales. 14

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• Revolución de las comunicaciones. • Política mundial policéntrica: cada vez hay más actores transna­ cionales que tienen mayor poder. • Pobreza global: aumento de la pobreza y de los niveles de des­ igualdad social. • Deterioro medioambiental y cambio climático. • Conflictos transculturales, ya sean étnicos, religiosos o culturales.

En este sentido, podemos señalar que estamos en presencia de una sociedad global, la que se ramifica en muchas dimensiones, no solo económicas, y se entremezcla con el Estado nacional, existiendo una multiplicidad de círculos sociales, redes de comunicaciones, relaciones de mercado y modos de vida que traspasan las fronteras territoriales del Estado nacional1.

El objeto de estudio y los niveles de análisis de las relaciones internacionales Siguiendo a diversos autores (Ortiz 2000; Arenal 1994; Bull 2005), podemos señalar que la sociedad internacional, un concepto sociológico que tiene contenido político, jurídico y económico, es el objeto de estudio de la disciplina de Relaciones Internacionales. Esta sociedad internacional es un ente complejo que está formado por un conjunto de relaciones que se componen a partir del accionar externo de los Estados-naciones, y también de acciones individuales y colectivas, de particulares o entidades de esos Estados-naciones, que tienen una significación internacional (Ortiz 2000). La idea de sociedad internacional es diferente tanto del Estado soberano como de una comunidad mundial (concebida como uto­ pía futura). La sociedad internacional tiene existencia real, supone acciones y acuerdos voluntarios, lo que no ocurre con la idea de comunidad (Bull 2005; Ortiz 2000). He aquí una diferencia básica entre comunidad y sociedad, la que proviene de la sociología: existen formaciones sociales de cariz emocional, basadas en el sentimiento, en el seno de las cuales los individuos se conocen personalmente y participan mutuamente en sus vidas privadas. Se trata de Gemeins-1 1

Para profundizar en este tema, ver el capítulo V de este manual. 15

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chaften, grupos primarios o comunidades. En contraste, existen formaciones sociales basadas en intereses utilitarios, en que sus miembros son conocidos impersonalmente, y se comparte con ellos su vida externa o pública de un modo contractual. Estos grupos son Gesellschaften, grupos secundarios o sociedades (Tóennies 1887). En el ámbito de los estudios internacionales, Hedley Bull (2005), uno de los primeros y principales defensores del concepto de «sociedad internacional» en las relaciones internacionales, señala que esta existe cuando un grupo de Estados, conscientes de ciertos intereses y valores comunes, forman una sociedad en el sentido que ellos conciben la existencia de un conjunto de reglas comunes en sus relaciones con otros y las comparten trabajando en instituciones comunes. La idea de sociedad internacional, agrega Bull, siempre ha estado presente en el sistema internacional moderno. Ahora bien, siguiendo a Arenal (1994), cabe preguntar si da­ das las características que presenta el medio internacional puede hablarse realmente de la existencia de una sociedad internacional. La persistencia de este problema deriva de que la noción de socie­ dad está determinada por el paradigma del Estado y es el modelo de sociedad estatal el que se toma como referencia para afirmar o negar el carácter societario o no de un fenómeno social. La sociedad internacional de nuestros días no es exclusivamente interestatal sino también transnacional. Cuatro son las características básicas en orden a establecer el alcance de la sociedad internacional (Arenal 1994: 431-432):

1. 2. 3. 4.

La existencia de una pluralidad de miembros. Un grado de aceptación de reglas e instituciones comunes. La existencia de un elemento de orden. El hecho de que estas relaciones sociales configuran un todo complejo que es más que la suma de sus partes.

Esta realidad implica un variado elenco de actores, que van desde los Estados, las organizaciones internacionales, las empresas transnacionales, los movimientos de liberación, hasta el individuo, pasando por clases sociales. Esta sociedad internacional es una so­ ciedad compleja cuyos rasgos más sobresalientes son: una sociedad 16

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universal o planetaria, heterogénea y compleja, interdependiente y global, políticamente no estructurada (Arenal 1994: 432). En cuanto a los niveles de análisis de las relaciones interna­ cionales, podemos señalar que los Estados son el tipo de entidad más importante, pero esto no niega que su comportamiento pueda ser influenciado de manera importante por las características del líder individual o por la estructura del sistema internacional. En consecuencia, podemos distinguir varios niveles en los cuales podría centrarse el estudio de las relaciones internacionales (Holsti 1994; Dougherty 1993): Individuos. La mayoría de los teóricos internacionales rechaza la noción de que los individuos son agentes internacionales. Sin embargo, los liberales clásicos señalan que el individuo debe ser el fundamento de cualquier teoría social, dado que solo los individuos son reales, mientras que la sociedad es una abstracción. Los espe­ cialistas en el campo de la historia, la política y las relaciones inter­ nacionales prestan atención a los líderes que han jugado un papel en la escena mundial (Dougherty 1993). Si estudiamos la política internacional concentrándonos en las acciones de los individuos, el nivel de análisis se enfocará en las ideologías, motivaciones, valores o idiosincrasias de aquellos que toman las decisiones (Holsti 1994). Naciones-Estados. Los teóricos realistas suscriben el enfoque centrado en el Estado y se ocupan en especial de la acción de los Es­ tados y de los gobiernos. Morgenthau (1948) realiza el primer estudio sistemático de política internacional, el primer intento de abordar las relaciones internacionales como disciplina autónoma. Propone seis principios de una teoría realista de la política internacional que dicen relación con la existencia de leyes objetivas, el concepto de interés definido como poder, los contextos cultural y político del interés nacional, el significado moral de la acción política, la inexistencia de leyes morales universales y las diferencias entre el realismo y otras escuelas, en especial con la escuela «legal-moralista». Actores transnacionales. Esta categoría incluye a grupos trans­ nacionales y organizaciones no conformadas por Estados, esto es, todas las entidades -políticas, religiosas, económicas- que operan transnacionalmente, pero no tienen a gobiernos o a sus represen­ T7

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tantes formales como miembros. Ejemplos: la Iglesia Católica, la Organización Sionista Mundial, los partidos comunistas, las em­ presas multinacionales, los movimientos de liberación nacional, los grupos terroristas internacionales, los fundamentalismos religiosos. Sistema internacional. En el nivel más abstracto, llegamos al sistema internacional o global, que contempla sistemas centrados en la totalidad más que en las partes que los componen. El modelo sistémico conduce a generalizaciones amplias acerca de cómo se comportan normalmente todos los Estados. En períodos anteriores era posible reconocer sistemas internacionales parciales (por ejem­ plo, las ciudades-estado griegas); en cambio ahora es posible hablar de un «sistema global» (Holsti 1994). Los sistemas internacionales son el aspecto interestatal de la sociedad al que pertenecen las poblaciones, sometidas a soberanías distintas. La sociedad transna­ cional se manifiesta por los intercambios comerciales, migraciones de personas, creencias comunes, organizaciones que sobrepasan las fronteras; se trata de ceremonias y procesos abiertos a los miembros de todas estas unidades (Aron 1959). Uno de los defensores más decididos de la teoría de sistemas es Marcel Merle, al sostener que el análisis sistémico permite establecer un plano en donde se distinguen diferentes niveles de actividad (nacional, subnacional, supranacional) «y las relaciones que se establecen entre ellos, así como las acciones y las reacciones mutuas de los subsistemas y del sistema global». Al mismo tiempo, este análisis, en lugar de forjar una nueva filosofía de la historia o de refugiarse en abstracciones y generalizaciones, incita a la multi­ plicación de los estudios de casos, a la búsqueda de la especificidad en las situaciones particulares. (Merle 1994: 561). Para designar el estado de las relaciones internacionales, algunos autores-dice Merle-hablan de «sociedad internacional» y de «comuni­ dad internacional». Sin necesidad de referirse al debate sobre la diferen­ cia entre solidaridad mecánica (similitud de los miembros individuales de una sociedad, importancia de una conciencia colectiva producto de las similitudes humanas) y solidaridad orgánica (diferencias entre los individuos, producto de la división social del trabajo), basta constatar que no hay sociedad donde no exista una ley admitida y respetada. Por 18

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lo tanto, el autor francés concluye que si no hay derecho internacional, no hay sociedad internacional; si no hay sociedad, tampoco puede haber comunidad, «puesto que ésta supondría un acuerdo previo sobre unos valores comunes para el conjunto del género humano». En cambio, el término «sistema» subraya «la existencia de un‘conjunto de relaciones’, sin prejuzgar sobre el grado de solidaridad alcanzado por las partes en sus relaciones mutuas» (Merle 1994: 563). En esta misma línea, al igual que los analistas de sistemas, algunos neomarxistas sostienen que las estructuras y los procesos globales (capitalistas o no) predominan sobre las de los Estados, por lo cual solo el sistema global es un objeto que merece investigación seria. Esta es la posición de Wallerstein (1997), quien postula que vivimos en un sistema-mundo moderno que se originó en el siglo XV, y que desde finales del siglo XIX alcanzó una expansión a todo el globo, con lo cual se produjo otro cambio cualitativo: por primera vez existió en el planeta un único sistema histórico. El énfasis en el sistema internacional como principal unidad de análisis se caracteriza por destacar las conexiones entre sociedades y sugerir que los temas políticos y de seguridad están inmersos en estructuras socioeconómicas mayores. Este modelo establece que la principal característica del sistema mundial es la unidad, no política, sino social; todas las sociedades están interconectadas y estamos encaminados a la formación de una sociedad mundial genuina. Los patrones sociales (estructura familiar, hábitos de consumo, estilos de vida) son cada vez más similares. Los grandes temas de la agenda global incluyen: preservar el medio ambiente, terminar con la explo­ tación de las mujeres, reducir el crecimiento poblacional, desmantelar los complejos militares, redefinir el desarrollo (Holsti 1994).

ii. Las relaciones internacionales en AMÉRICA LATINA Y CHILE

América Latina El estudio de las Relaciones Internacionales como disciplina en América Latina se inicia en los años 60 y se consolida recién en los 80. Anteriormente, la mirada de las relaciones internacionales de i?

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la región había estado determinada por su inserción internacional, por lo que los énfasis estaban puestos en la historia diplomática, el derecho internacional y la incorporación a instituciones inter­ nacionales. En efecto, después de la Primera Guerra Mundial, los países de la región comienzan su ingreso a la Sociedad de Naciones. Luego, vendrá la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría, periodo en el cual las relaciones internacionales de la región se centrarán casi exclusivamente con Estados Unidos de América. En general, la evolución del tema internacional responde a la historia latinoamericana de independencia y proceso de consolidación de la soberanía de los Estados, buscando legitimización y reconocimiento internacional como forma de evitar cualquier intervención externa. Un hito en este proceso es la creación de la Comisión Econó­ mica para América Latina y el Caribe (CEPAL) a inicios de los años 50, institución que se ubicó en Santiago de Chile y que se dedicó a analizar la posición de América Latina en el sistema internacional poniendo especial atención al problema del subdesarrollo económi­ co, siendo la primera en realizar reflexiones y análisis sistemáticos que luego implicarán importantes insumos para el desarrollo teórico local. Otras instituciones que reforzarán este impulso de formación de espacios académicos para la disciplina serán el Centro de Estudios Internacionales del Colegio de México creado en 1960, el Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile creado en 1966, y más adelante, concretamente en la década del 70, el Pro­ grama de Estudios Conjuntos sobre las Relaciones Internacionales de América Latina (RIAL), que se erigió, a partir de su creación en 1977, en una importante asociación de centros académicos dedica­ dos a promover la enseñanza e investigación en el área. En general, podemos señalar que en los años 70, los países de la región comenzaron a dejar el «aislamiento» para integrarse al sistema internacional. Hay una clara relación entonces entre el sur­ gimiento de la disciplina y los cambios producidos en la orientación externa de América Latina. Según Tickner (2002: 88), es posible visualizar tres nuevos indicadores en la década del 70: primero, que la mayor parte de las personas que se dedican a estudiar Relaciones Internacionales son académicos y no únicamente diplomáticos o miembros del estamento militar; segundo, los supuestos teóricos y 20

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metodológicos que rodean el análisis internacional se hacen más explícitos; y tercero, el interés por crear una teoría que explique los problemas de la región fue en aumento. Como Colocrai (1992) también explica, esta evolución positiva hacia la constitución de la disciplina en la región se puede seguir a partir de los temas que protagonizan los estudios internacionales:

«Entre 1940 y 1960 predominaron los enfoques jurídicos-normativos, la historia diplomática, y la pers­ pectiva geopolítica. A partir de los setenta los enfoques geopolíticos cobraron más significado en tanto discursos aptos para consumo por parte de los regímenes militares. A partir de los ochenta, y entrando en los noventa, se evi­ dencia una mayor riqueza conceptual no solamente por la producción local sino por el crecimiento de la disciplina a nivel internacional» (Merke 2005: 14). En consecuencia, hay lo que podemos llamar una tradición latinoamericana en Relaciones Internacionales que deriva del de­ sarrollo de espacios propios de reflexión y de desarrollo teórico. Ciertamente, se han tomado elementos de la tradición europea y norteamericana, pero como coinciden diversos autores en precisar (Heraldo Muñoz, Luciano Tomassini, Arlene B.Tickner, Gustavo Lagos, Celso Lafer, Manfred Wilhelmy, Francisco Orrego, Walter Sánchez entre otros.), no hay una réplica exacta, sino un híbrido que tiene particularidades y características propias. Veamos a continuación el contenido de esa tradición latinoa­ mericana cuyo objetivo permanente es reducir su dependencia no solo económica sino también política e intelectual de la escuela estadounidense y británica. Al respecto, es importante mencionar que inicialmente hay una prevalencia de un enfoque estatocéntrico que se detalla en estudios sobre equilibrios de poder, política ex­ terior, conflictos regionales, integración regional y organizaciones internacionales. Esta tendencia inicial marcó una línea de trabajo que pondrá el foco en estudiar países de otras áreas geográficas con quienes desarrollamos relaciones políticas y económicas como son EUA y Europa. Al punto que, como señala Orrego (1980: 14), «en América Latina se sabe e investiga notablemente más sobre los

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países desarrollados que acerca de América Latina misma, o acerca de otros países o zonas en desarrollo como Africa o Asia». Quizás esto ha variado en los últimos años cuando Asia se posiciona como un centro fundamental para la región. No obstante, actualmente esto tampoco es equilibrado en toda la zona y la enseñanza e in­ vestigación sobre Asia se produce precisamente en los países con mayores relaciones comerciales con esa región, como son México, Brasil, Chile y Perú. De ellos, el caso de México es paradigmático ya que cuenta en el Colegio de México con un Centro de Estudios de Asia y otro de estudios sobre Africa del Norte, impartiendo incluso doctorados en tales temas, siendo una experiencia única en la región. En cuanto al desarrollo teórico, destacan las escuelas de la dependencia y el estructuralismo. En ellas se sale del paradigma estatocéntrico y se incorpora a nuevos actores no estatales, como son las clases sociales, las empresas transnacionales, las organiza­ ciones regionales, y se le da protagonismo al tema del desarrollo económico. ComoTickner (2002: 13) señala, «en América Latina los programas se estructuran en base a los temas económicos, sociales y de gobernabilidad» y de ninguna manera los proble­ mas de la guerra y la paz son protagónicos; aquí no prima la anarquía internacional, sino la jerarquía y el lugar desfavorable que ocupamos en esa jerarquía, de ahí que el tema de soberanía es relevante pero solo en función de la jerarquía. Como también explica Heraldo Muñoz (1980: 86):

«no sería aventurado sostener que mientras un posible paradigma de los estudios internacionales en los países desarrollados podría girar en torno al concepto de ‘guerra’ o ‘conflicto’, el cimiento de un posible paradigma latino­ americano tendría que ser el concepto de ‘desarrollo’». El estructuralismo de la CEPAL y la teoría de la dependencia son las primeras formulaciones teóricas propiamente latinoamericanas que se enuncian buscando respuestas a los problemas locales, con­ cretamente, desarrollo e inserción internacional. En primer lugar, la propuesta de la CEPAL se centró en analizar los efectos del sistema capitalista de intercambio que producía «relaciones asimétricas entre los grandes países del centro y las naciones de la periferia» 22

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(Tickner 2002: 48). Al respecto, como explica Fishlow (1988: 90) citado por Tickner (2002: 48):

«La concentración de la producción para la exporta­ ción en el área de bienes primarios se identifica como la causa principal de los términos de intercambio desiguales experimentados por los países latinoamericanos, dada la demanda inelástica de los productos primarios en térmi­ nos tanto de los precios como de los ingresos».

Para solucionar lo anterior, el estructuralismo propone el mode­ lo conocido como «industrialización por sustitución de importacio­ nes», que consistía en producir en la región bienes manufacturados para no importarlos desde el centro, para lo cual se necesitaba un rol más activo del Estado en el proceso productivo. Sin embargo, en los años 50 y 60, esta receta cepalina tendrá varios desajustes que llevaron a nuevos análisis. Entre los desajustes estuvo «el debilita­ miento del sector agrícola, una menor capacidad de absorción de mano de obra, crisis e inflación» (Tickner 2002: 48). En segundo lugar, de gran relevancia fue el desarrollo de la teo­ ría de la dependencia que buscó explicar las causas de la condición de subdesarrollo de la región recogiendo los planteamientos de la CEPAL, las ideas del marxismo -concretamente la idea de imperia­ lismo-, además de los enfoques estadounidenses de las teorías de la modernización. Estas últimas focalizaban el análisis en los valo­ res, instituciones y actitudes como las causas que en una sociedad tradicional producen el subdesarrollo y, a partir de ello, se trazaba un camino lineal que llevaba a adquirir valores occidentales para pasar a una sociedad moderna (Tickner 2002: 48). Entre los autores de la teoría de la dependencia destacan André Gunder Frank, Fernando Henrique Cardoso, Enzo Faletto y Helio Jaguaribe. Frank (1977) «argumenta que el subdesarrollo no es una condición precapitalista propia de las sociedades tradicionales, sino más bien una consecuencia necesaria del capitalismo en sí» (Tickner 2002: 49). Es decir, hay un centro y una periferia en todos los países, el problema adicional a ello es que hay alianzas entre los «centros», incluyendo las élites de la periferia, dinámica de relaciones que frena los beneficios de las sociedades en su conjunto. La solución 23

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para Frank será la revolución armada, la liberación nacional y el desarrollo socialista. Por su parte, Cardoso y Faletto, interpretan el diagnóstico de Frank como un «desarrollo dependiente asociado» y explican que el desarrollo no es necesariamente algo incompatible con situaciones de dependencia (Tickner 2002: 49). Sin embargo, para Frank, el desarrollo estará siempre ligado a los intereses ca­ pitalistas del centro y sus clases dominantes, haciendo persistir los problemas de la desigualdad y exclusión. Por ejemplo, luego de la etapa de industrialización por sustitución de importaciones en los 60, Theotonio dos Santos (1970) describía que dicha etapa era un nuevo periodo de dependencia porque se estaba a merced de la in­ versión extranjera. En general, los autores mencionados colocaron las causas de los efectos de la articulación desigual centro-periferia en decisiones externas a los países y en factores globales. Interesante es el trabajo de Helio Jaguaribe (1979) que pre­ cisamente sale de estas determinantes externas para explicar el subdesarrollo y se centra en el concepto de «autonomía nacional», cuyo contenido es «la existencia de recursos humanos y materiales adecuados que están determinados en parte por el grado de cohesión socio-cultural que existe en un país determinado» (Tickner 2002: 52), a lo que se suma la capacidad de hacer frente a las amenazas externas. Es lo que Robert Jackson (1993: 26-31), citado por Tickner (2002: 53), define como «la capacidad del Estado de suministrar bienes políticos y sociales a su población local, así como su habilidad para desarrollarse con otros Estados de una manera recíproca». En consecuencia, con esas capacidades se puede modificar la condición de subdesarrollo. No obstante, los autores también explican que la debilidad interna de los Estados latinoamericanos se produce en parte por las condiciones internacionales, en palabras de Tickner, «la manera en que los países periféricos se insertan en el sistema internacional condiciona el proceso de construcción del Estado de tal forma que la debilidad del Estado es un resultado probable» (Tickner 2002: 55). Juan Carlos Puig (1980:126) explica la construcción de los Es­ tados latinoamericanos bajo el concepto de «autonomía periférica», análisis que va a primar en los años 80, siendo un pilar fundamental de la política exterior de los países de la región, en cuya construcción 2-4

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lineal el autor identifica cuatro etapas: dependencia paracolonial, dependencia nacional, autonomía ortodoxa y autonomía secesio­ nista (1980: 149-155), que son explicadas de la siguiente forma: «La dependencia paracolonial se caracteriza por un patrón de inserción internacional similar al de una colo­ nia, en el sentido de que la inserción es una función de las orientaciones del centro (...). La dependencia nacio­ nal (...) surge cuando los grupos que ejercen el poder a nivel nacional racionalizan su condición de dependencia e intentan elevar al máximo los beneficios derivados de esta situación. Cuando grupos dominantes en la periferia tratan de aprovecharse de las debilidades identificables en el centro a fin de lograr que este acepte la autonomía de la periferia en cuestiones no estratégicas, el resultado es la autonomía heterodoxa. En contraste con el mantenimien­ to de vínculos con el centro al tiempo que se ejerce una autonomía limitada, la autonomía secesionista entraña actos de desafío internacional, con los que la periferia rompe todos sus nexos con el centro» (Tickncr 2002: 57). En los años 90, el esfuerzo en la región por crear una teoría alternativa en Relaciones Internacionales va a recaer en el realismo periférico, siendo Carlos Escudé un autor que destaca por proponer el concepto (1980: 154-156) que se explica al adoptar el enfoque clásico realista pero centrado en el ciudadano y no en los Estados. Sus premisas básicas son:

1. El concepto del interés nacional (al estilo de Morgenthau) debe definirse en términos de desarrollo económico centrado en el bienestar de la ciudadanía. 2. Los países periféricos deben eliminar las confrontaciones polí­ ticas con las potencias del centro en aquellos casos en que las políticas de estas no afecten directamente los intereses materiales del país en cuestión. 3. Los países periféricos deben evitar confrontaciones improduc­ tivas con las grandes potencias, incluso cuando tales confronta­ ciones no generan costos inmediatos.

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4. Los países periféricos deben evitar enfoques de política exterior «idealistas» pero costosos. 5. Los países periféricos deben examinar las ventajas de aliarse con el poder dominante o con una coalición de grandes potencias (Tickner 2002: 59).

Desde el realismo también destacan los estudios en la región desde la geopolítica, con temas como conflictos territoriales, interés nacional, seguridad nacional, capacidad militar, todos ellos analiza­ dos en el marco de una actitud defensiva hacia el sistema interna­ cional. Indudablemente, influyeron las aproximaciones teóricas de militares y el surgimiento de la doctrina de la seguridad nacional en los años 70 y 80. Por último, también en los 90, en el marco de una oleada de integración regional que configura el regionalismo abierto que postula la CEPAL en la región, consistente en la conformación de bloques regionales estilo Comunidad Andina y Mercosur entre otros, se va configurando una literatura centrada en el análisis de la integración como estrategia de inserción internacional y como forma de alcanzar el crecimiento y desarrollo (Rodríguez 2009: 104). Como explica Tomassini: «El desarrollo de los países latinoamericanos ha tenido lugar en condiciones de una integración creciente en el sistema económico internacional. Lo anterior debe ser entendido en el contexto de las grandes opciones que, en esta materia, enfrentan los países en desarrollo y los latinoamericanos en particular» (1980: 109).

Las Relaciones Internacionales en Chile Es común en América Latina que se reemplace el nombre de la disciplina Relaciones Internacionales por «Estudios Internacio­ nales». Con ello se ha buscado abarcar de forma amplia el ámbito de lo internacional. Entonces, por ejemplo, se enseña en programas bajo este nombre, además de Relaciones Internacionales, derecho internacional, ciencia política, historia, economía internacional. No obstante, se mantiene y se comparte la premisa en la región de 2.6

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que los estudios internacionales constituyen un campo académico autónomo que merece ser estudiado desde un punto de vista inter­ disciplinario. A su vez, debemos considerar que en Chile lo común es que los académicos dedicados a los estudios internacionales ten­ gan un origen profesional diverso -cientistas políticos, sociólogos, abogados, entre otros- lo que determina una mayor sensibilidad a la amplitud disciplinaria que se reconoce bajo el nombre «estudios internacionales». Esto se refuerza, según explica Heraldo Muñoz (1980:14), por la falta de un mercado profesional especializado, que solo en un tiempo reciente ha mostrado indicadores que plantean la necesidad de especialistas en el área. En Chile, el primer centro en ser creado (en 1966) dedicado al área de Relaciones Internacionales fue el Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile, el cual implemento un postgrado en Estudios Internacionales -vigente hasta hoy- que fue el único en su tipo hasta la década del 2000. También Chile, al igual que Brasil y México, se caracteriza por tener una Academia Diplomática como espacio de formación para diplomáticos en los temas internacionales, llamada Academia Diplomática de Chile Andrés Bello, creada en 1954. Posteriormente, en 1973 se crea, en el marco del Instituto de Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica, un progra­ ma en Relaciones Internacionales, pero que cierra en 1975 y es repuesto en 1982 solo en modalidad de Mención como parte del Magíster en Ciencia Política, programa vigente hasta hoy. Se crea también, en los años 80, la Escuela Latinoamericana de Ciencia Política (ELACP) de ELACSO, que sin impartir programas de en­ señanza académica, destacó por sus programas de investigación en Relaciones Internacionales. También podemos mencionar como centros de investigación en este periodo, la Corporación de Inves­ tigaciones Económicas para América Latina (CIEPLAN), el Centro Universitario de Desarrollo Andino (CINDA) y la Corporación de Promoción Universitaria (CPU)2. Asimismo, FLACSO destaca hasta 2

En general en los años 80, estas instituciones de investigación y docencia en Chile tuvieron un diálogo fluido y enriquecedor con el Programa de Estudios Conjuntos sobre las Relaciones Internacionales de America Latina (RIAL) que se ubicó en Argentina y que comenzó a publicar infor­ mes anuales sobre las relaciones internacionales de la región. Destaca en 2-7

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la actualidad con sus programas de investigación en el área. En el año 2003, el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago abre un Magíster en Política Exterior y al año siguiente un Magíster en Estudios Internacionales. Anteriormente, el año 1998, el mismo Instituto había iniciado un Doctorado en Estudios Ame­ ricanos que entre sus cuatro especialidades tiene una en Relaciones Internacionales, lo que se mantiene hasta hoy. Por lo tanto, en Chile, inicialmente la enseñanza de las Relacio­ nes Internacionales se concentró únicamente a nivel de postgrado y solo en la Universidad de Chile y la Universidad Católica. Esto contrasta enormemente con la realidad de Brasil, México y Argen­ tina, donde los programas son numerosos, variados e incluyen el pregrado. En Chile, recién en el año 2003 se crean dos pregrados en el área; uno es el de la Facultad de Humanidades de la Univer­ sidad de Santiago como carrera de Estudios Internacionales con tres especializaciones: Política Comparada, Comercio Internacional y Seguridad Global, y el otro, es la carrera de Ciencia Política y Relaciones Internacionales del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado, teniendo una malla que se reparte entre estas dos disciplinas y que se refleja en sus dos especializaciones: Gobierno y Gerencia Pública y Relaciones Internacionales. Entre las instituciones académicas especializadas en Relaciones Internacionales que imparten pregrados, postgrados o diplomados y que a la vez poseen revistas científicas de difusión destaca: el Ins­ tituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile con la Revista Estudios Internacionales, la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos (dependiente del Ministerio de Defensa) con la Revista Política y Estrategia, el Instituto de Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica con su revista Ciencia Política la que incorpora trabajos en Relaciones Internacionales, la Academia Diplomática con la Revista Diplomacia, el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago con la revista electrónica

el RIAL la participación de dos chilenos, Luciano Tomassini y Heraldo Muñoz. También, en el mismo periodo, el Programa de Política Exterior Latinoamericana (PROSPEL) comenzó a publicar un volumen anual sobre las políticas exteriores de los países de la región (Tickncr 2002: 65). 28

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Estudios Avanzados, el Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad Arturo Prat con la Revista Si Somos Americanos, y el Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado con la revista Encrucijada Americana. Otras instituciones con programas especializados son el Centro de Estudios Internacionales de la Universidad del Desarrollo y el Ins­ tituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de Viña del Mar. Por último, mencionar a la CEPAL, que continúa siendo una organización que aporta con sus investigaciones y estudios sobre las relaciones internacionales de los países de la región.

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Capítulo II

La

evolución de la sociedad

INTERNACIONAL ENTRE LOS SIGLOS XX Y XXI1

Shirley Gotz Betancourt

i. Marco

teórico conceptual

Desde su emergencia a comienzos del siglo XX, la trayectoria cien­ tífica de las Relaciones Internacionales está signada por la dificultad en determinar y definir un objeto de estudio comúnmente aceptado por toda una comunidad científica, por la imposibilidad de consen­ suar un único marco teórico y metodológico para el análisis e inter­ pretación de la realidad internacional, así como por arribar a una común denominación para la propia disciplina (Barbé 1989: 173). Esta falta de unanimidad se ve retratada nítidamente en las distintas posiciones que supone el esfuerzo de conceptualizar la realidad internacional. Cada una de las perspectivas analíticas guarda correspondencia no solo con el objeto de interés científico al que se aboca la disciplina de las Relaciones Internacionales, sino que también con el marco teórico y metodológico a través del cual se acomete su estudio. La posición dominante sostenida por las corrientes realistas1 2y liberal-institucionalistas, de raíz norteamericana, deposita su mira­ 1

2

La elaboración de este trabajo contó con la colaboración de Cristóbal Bywaters en su redacción y de Felipe Crowhurst, en la recopilación bibliográfica, ambos estudiantes de la carrera de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado y ayudantes de la cátedra de Introducción a las Relaciones Internacionales. Agradezco sus aportes, comentarios y críticas. Para esta corriente doctrinal existe una identificación entre las relacio­ nes internacionales y las relaciones interestatales, núcleo de la política 33

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da en las unidades y en la estructura de una realidad internacional anárquica que debe su carácter a la ausencia de una autoridad superior. Aun cuando existen claras diferencias en las derivaciones que alcanzan los argumentos teóricos realistas, en los que se sos­ tiene la inevitabilidad de los conflictos entre los actores del sistema internacional dada la naturaleza anárquica de la realidad interna­ cional, y los argumentos liberales, que reconocen las posibilidades de cooperación que se establecen entre distintos actores aún en un ambiente de anarquía, ambas posiciones refutan la existencia de elementos societarios o comunitarios como caracteres propios de la realidad internacional. Como lo argumenta Rafael Calduch:

«Todas estas formulaciones doctrinales comparten el supuesto de considerar al Estado como sociedad re­ ferencia! para determinar las relaciones internacionales de las que no lo son. En este sentido, una relación social se considera internacional porque es interestatal o, al menos, porque transciende de algún modo el contexto de la sociedad referencial: el Estado» (Calduch 2001: 11). Una perspectiva diferente desarrollada por los estudios euro­ peos, principalmente ingleses y españoles, presupone al estudio de las relaciones internacionales un objeto más amplio, dinámico y complejo, conceptualizado en la noción de sociedad internacional. La sociedad internacional corresponde a un tipo particular de sociedad, constituida por una pluralidad de miembros, diferentes por naturaleza e importancia, que mantienen entre sí relaciones estables que les permiten crear una trama compleja de relaciones, definida por el bajo nivel de integración de sus elementos y por la amplia autonomía de los mismos, ante la ausencia de un poder común que regule sus relaciones (Barbé 1989: 180). De acuerdo a Celestino del Arenal (2005), con el concepto de sociedad internacional se hace referencia a tres realidades sociales que coexisten e interactúan de modos diversos a lo largo de la hisintcrnacional, por un doble motivo. En primer lugar, por cuanto ambas son abordadas desde la perspectiva política que domina el horizonte de las preocupaciones y de la temática de los realistas. En segundo termino, porque únicamente los Estados monopolizan el poder y disponen de los medios para utilizarlo en el interior y hacia el exterior (Calduch 2001: 8). 34

Análisis histórico:

la evolución de la sociedad internacional

toria. Estas tres realidades corresponden a: 1) El sistema de comu­ nidades políticas, o sistema político-diplomático, constituido por las vinculaciones que se establecen entre los Estados y organizaciones internacionales; 2) El sistema transnacional estructurado por las vinculaciones entre actores de naturaleza no estatal y trasnacional, entre los que se destacan empresas transnacionales, organizaciones no gubernamentales, fuerzas religiosas, grupos étnicos y naciona­ les, cárteles del narcotráfico, grupos terroristas, entre otros; y 3) La sociedad humana configurada a partir de las relaciones que se establecen entre los seres humanos, más allá de las comunidades políticas y actores transnacionales y subnacionales. No obstante que estas tres realidades configuran un todo social, es el sistema político-diplomático el que confiere a toda sociedad internacional sus rasgos definitorios. En el argumento del catedrático español: «El sistema político-diplomático, debido al poder sobre todo político y militar de las comunidades políti­ cas correspondientes y de lo manifiesto y decisivo de su actuación internacional, especialmente de las grandes potencias, continúa desempeñando un papel fundamental en la conformación de las principales estructuras y diná­ micas constitutivas de la sociedad internacional» (Del Arenal 2005: 463). El concepto de sociedad internacional es dinámico, cambiante y se encuentra sujeto a cambios y determinaciones históricas. Los au­ tores que afirman la existencia de la sociedad internacional plantean que, desde sus orígenes en el siglo XVII, esta se ha hallado sometida crecientemente a procesos de ampliación, en cuanto al número y tipos de actores que la integran, de expansión, en cuanto a la inclusión e integración de todas las regiones del planeta, y de mutación, en cuanto a la naturaleza misma de la sociedad internacional (Truyol 2008:24). Es por ello que, desde una perspectiva histórica, no pueda hablarse de una única sociedad internacional sino de diversas sociedades in­ ternacionales, que van desde la sociedad de Estados europeos, nacida al alero de la paz de Westfalia en 16483, a una sociedad internacional 3

La Paz de Westfalia, suscrita en 1648 al término de la Guerra de los Treinta Años, constituye el hito de origen del sistema de Estados Modernos. El 35

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de alcance mundial, en estado de gestación a partir de la vorágine de transformaciones desatadas a partir de la globalización, la mundialización y el término de la bipolaridad estratégica de la Guerra Fría. El vector fundamental del proceso de transformación de la sociedad internacional lo ha constituido la sociedad europea de Estados, por cuanto fue a partir de su expansión geográfica, eco­ nómica y cultural que vastas regiones fueron incorporadas a la vida internacional. El peso sustantivo que ejerció la sociedad inter­ nacional europea en la transformación hacia una sociedad global es reconocido por historiadores e intemacionalistas, como se deja entrever en el siguiente párrafo: «Que esta acción emprendedora haya tenido, en un principio, por resultado la sumisión total de los mundos nuevos y la sumisión parcial o mcdiatización de los mundos antiguos (...); que haya desembocado, pues, en cualquier caso en una hegemonía de Europa, extendida luego a Occidente, que haya resultado necesario el contra­ golpe de dos guerras mundiales y de una descolonización más o menos libremente aceptada; estos son hechos que no solo no disminuyen, desde el punto de vista histórico, el papel desempeñado por Europa en este proceso, sino que precisamente le confieren su significación objetiva» (Truyol 2008: 27).

Ante la dificultad que supone la comprensión de la sociedad internacional, en tanto realidad social y objeto de estudio de las Relaciones Internacionales, los teóricos de la disciplina han recu­ rrido a la formulación de diversos conceptos, criterios e instrumen­ tos analíticos que permiten dar cuenta, en términos simples, de la complejidad de esta realidad internacional, en consideración a la multiplicidad de actores y relaciones que la componen. Un primer criterio corresponde al de la periodicidad, el que se configura a partir de la evolución histórica que experimenta toda sociedad internacional. Aunque la consideración de una división temporal resulta fundamental en el campo de las relaciones in­ Impcrio Universal desaparece y en su lugar se constituyen un conjunto de Estados soberanos que no reconocen poder superior a ellos y que son esencialmente iguales en derecho.

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Análisis histórico:

la evolución de la sociedad internacional

ternacionales, resulta llamativo que en la literatura clásica de este campo de estudio no se efectúe una referencia específica o se dote de un valor analítico a la periodización de los procesos y fenómenos internacionales. Reafirmando la importancia del criterio de perio­ dicidad, Rafael Calduch argumenta:

«La sociedad internacional experimenta también alteraciones irreversibles en sus estructuras fundamen­ tales, que observadas retroactiva o proyectivamente nos señalarán los procesos generales de cambio, evolutivos o degenerativos, que afectan a la existencia misma de la so­ ciedad internacional en su totalidad» (Calduch 2001: 24). Un segundo criterio corresponde al de orden internacional, en­ tendido como el conjunto de normas y reglas adoptadas en el seno de una sociedad internacional, a través de las cuales se busca regular su funcionamiento, seguridad y estabilidad (Pereira 2009:52).Todo orden internacional descansa sobre la base de tres pilares: en primer lugar, valores y principios dominantes que actúan como marco de referencia para los actores internacionales; en segundo lugar, una configuración determinada de posiciones y fuerzas que conlleva a una jerarquización de los actores que, por lo general, es asumida por los miembros de la sociedad internacional; y, en tercer lugar, mecanismos e instituciones que regulan la dinámica del propio orden internacional (Barbé 1989; Pereira 2009). Valiéndose de los criterios reseñados anteriormente, periodici­ dad temporal y orden internacional, este capítulo tiene por propó­ sito mostrar la evolución que ha tenido la sociedad internacional entre los siglos XX y XXI, distinguiéndose tres tipos de sociedades internacionales: 1) La Sociedad Internacional de Transición que se desarrolla entre los años 1900 y 1945; 2) La Sociedad Internacional de Guerra Fría que va desde 1945 a 1990; y 3) La Sociedad Inter­ nacional Contemporánea de post Guerra Fría. Resulta importante señalar que con el ejercicio que se desarrolla en las páginas sucesivas no se tiene la pretensión de efectuar una cronología y descripción histórica detallada de eventos y sucesos, sino más bien está orientado a proporcionar, a cualquier lector apasionado de los asuntos internacionales, ciertas claves para la 37

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comprensión de los cambios que se constatan en la realidad inter­ nacional en el transcurso del siglo XX y comienzos del siglo XXI. De igual modo, es probable que algunos expertos no concuerden con la periodización o con el tratamiento dado a ciertos elementos inherentes al carácter de las sociedades internacionales analizadas; sin embargo, las tipificaciones realizadas no deben asumirse como categorías definitivas, en tanto solo representan marcos generales de aproximación y de comprensión ante la naturaleza cambiante que presenta la sociedad internacional en su devenir.

ii. La evolución de la sociedad internacional ENTRE LOS SIGLOS XX Y XXI

La Sociedad Internacional de Transición (1900-1945) Fin del orden internacional decimonónico (1900-1914) El período comprendido entre 1900 y 1914 evidencia, a la vez, los últimos vestigios del orden internacional instaurado en el Congreso de Viena de 1815 y los primeros atisbos del siglo que se­ ría recordado por la voracidad de sus conflictos y por los notables avances técnicos que se desarrollarían en su marcha. Estos fueron, además, los últimos años en que Europa gozaría de una posición central en el seno de la sociedad internacional. Hasta entonces, los actores extra-europeos poseían escasa capacidad para influir en la definición de las normas y valores internacionales, ya sea porque se encontraban en pleno proceso de conformación, como los Estados latinoamericanos, o sostenían posiciones tendientes al auto-aislamiento, categoría en la que se inscribían países como Estados Unidos y Japón. Habría que recordar que el orden internacional instaurado por el Congreso de Viena de 1815, tras las guerras napoleónicas, tuvo por objetivos la reorganización del territorio continental europeo y la contención de los movimientos liberales, fuertemente influidos por los ideales de la Revolución Francesa. Sin embargo, a partir de la década de los setenta del siglo XIX, este orden comenzó a verse desafiado por la emergencia de una Alemania unificada (1871) en 38

Análisis histórico:

la evolución de la sociedad internacional

pleno corazón territorial de una Europa dominada por los viejos imperios centrales. Bajo el liderazgo del canciller Otto von Bismarck, el nuevo Imperio Alemán buscó afianzar su influencia en la política internacional europea lo que, en términos prácticos, implicó la ins­ tauración de una nueva dinámica en las relaciones de Europa. Para inicios del siglo XX, Alemania había modificado sustantivamente el equilibrio del poder europeo por medio del despliegue de una acelerada política de industrialización, orientada primariamente al fortalecimiento de su poder bélico, así como por el afianzamiento de una posición central en las relaciones entre las potencias, sustentada en una red de alianzas continentales. Considerando que el sistema político-diplomático europeo carecía de un organismo multilateral que asegurara la estabilidad del continente y la solución pacífica de los conflictos entre las po­ tencias, ante la alteración de los equilibrios imperantes suscitada por la política alemana, los Estados europeos establecieron un imbricado sistema de alianzas (secretas y públicas) con el fin de asegurar sus intereses y preservar, en la medida de lo posible, la paz y la estabilidad del continente. El primer sistema de alianza, conocido como la Entente Cordíale^ fue constituido por los imperios «tradicionales» (Gran Bre­ taña, Rusia y Francia) y su accionar se orientó a la preservación del status quo internacional, a fin de asegurar la conservación de su superioridad de poder. En respuesta, las potencias «emergentes» (Alemania, Italia y Austria-Hungría) conformaron la Triple Alianza, que aspiraba a una modificación del status quo, de manera tal de alcanzar la supremacía en la sociedad internacional. A este tenso panorama se agregó el que las potencias, bajo la idea si vis pacem para bellum (si quieres paz, prepara la guerra), se embarcasen en una carrera armamentista sin precedentes, inaugurando el período conocido como la «Paz Armada» (1870-1914). En el período de la «Paz Armada», previo al estallido de la Primera Guerra Mundial, la inestabilidad alcanzada en el sistema europeo fue de tal magnitud que cualquier incidente, por mínimo que fuese, podía activar el complejo sistema de alianzas establecido entre los Estados europeos. El asesinato del heredero de la corona austro-húngara, Archiduque Francisco Fernando, a manos de Ga39

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vrilo Princip, miembro de la organización separatista serbia «Mano Negra», fue la pieza que desencadenó el efecto dominó del sistema de alianzas4. Lejos de constituir un suceso político relevante per se, fue un hecho que, sin buscarlo, desencadenó la Primera Guerra Mundial. En efecto, si bien «desde hacía muchos decenios no era infrecuente el asesinato de un personaje público» (Kennedy 2004:332), hacia 1914 «cualquier enfrentamiento entre los bloques (...) los situaba al borde de la guerra» (Hobsbawm 2005:332). Al estallar el conflicto, los líderes políticos y militares de las potencias europeas estimaron que la guerra sería una como tantas otras y que su duración, particularmente por los avances técnicos y militares, sería más corta que lo común. Empero, tal apreciación se vería muy pronto refutada por la cruda y descarnada realidad. La Primera Guerra Mundial (1914-1919), o la «Gran Guerra» como la denominaron sus contemporáneos, fue un enfrentamien­ to, hasta entonces, único en su tipo. Esta conflagración enfrentó a prácticamente todos los países europeos, su escenario de batalla trascendió las fronteras del viejo continente, movilizó a sociedades enteras y sus traumáticas consecuencias afectaron tanto a la propia población europea como a diversos pueblos del mundo. Tal y como lo expone Hobsbawm: «(la Guerra) marcó el derrumbe de la civilización (occidental) del siglo XIX. Esta civilización era capitalista desde el punto de vista económico, liberal en su estruc­ tura jurídica y constitucional, burguesa por la imagen de su clase hcgemónica característica y brillante por los adelantos alcanzados en el ámbito de la ciencia, el cono­ cimiento y la educación, así como del progreso material y moral. Además, estaba profundamente convencida de la posición central de Europa, cuna de las revoluciones científica, artística, política e industrial, cuya economía había extendido su influencia sobre una gran parte del mundo, que sus ejércitos habían conquistado y subyu­ gado, cuya población había crecido hasta constituir una 4

Las presiones independentistas de grupos eslavos en la región de Los Balcanes constituían un factor de tensión para el imperio austrohúngaro, particularmente por el respaldo que los pueblos eslavos recibían por parte de Rusia. 40

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tercera parte de la raza humana (...) y cuyos principales Estados constituían el sistema de la política mundial» (Hobsbawm 1998:16).

Concluido el conflicto, la sociedad internacional comenzaría paulatinamente su tránsito desde una sociedad internacional de matriz exclusivamente europea hacia una sociedad internacional verdaderamente mundial.

El orden en la Sociedad Internacional de Transición: De la Sociedad de Naciones a la Segunda Guerra Mundial (1919-19145) A consecuencia de la Primera Guerra Mundial, la fisonomía de la sociedad internacional se vio profundamente alterada. La guerra sepultó el sistema de equilibrio europeo westfaliano y, en su lugar, se emplazaron los cimientos de una sociedad en camino a su plena internacionalización. Asimismo, el conflicto modificó sustancialmente los roles directivos del sistema, a causa no solo del hundimiento de cuatro grandes imperios -austrohúngaro, ruso, alemán y otomano- sino también de la eclosión de nuevas potencias extraeuropeas, particularmente Estados Unidos y Japón. Por último, la incorporación de Estados Unidos a la contienda implicó, más allá del resultado de la misma, una modificación sustancial en las bases sobre las cuales se erigiría el nuevo orden internacional. El rol que asume Estados Unidos en la construcción del nuevo orden internacional, liderado por su presidente Woodrow Wilson, se arraiga en valores y concepciones propias a la identidad nor­ teamericana:

«Portadores de una noción renovadora y revolucio­ naria de las relaciones internacionales, fundada en el liberalismo, la democracia y el capitalismo, su propuesta, a diferencia de los postulados tradicionales de la diplomacia europea, planteaba una global e inédita refundación de los cimientos de la vida internacional (...) amparado en la experiencia histórica y los valores institucionales de la sociedad norteamericana, la extraversión de aquel modelo de relaciones sociales internacionales y la implicación de 4i

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Estados Unidos en las mismas solo sería posible en un mundo donde reinase la paz. Un nuevo orden al que habría que llegar mediante un Covcnant, un pacto solemne y casi religioso, por el cual los Estados se comprometiesen a respetar y asumir aquellas premisas» (Pereira 2009:324). El programa de paz elaborado por el presidente Woodrow Wilson, conocido como el «Programa de los Catorce Puntos», contenía una serie de principios sobre los que se habría de erigir el nuevo orden y regular la convivencia en la sociedad internacional. Entre estos principios, destacaban la supresión de barreras comerciales, libertad de mares, reducción de armamentos, diplomacia abierta y principio de autodeterminación de los pueblos. No obstante, el más significativo de los principios contenidos en el programa decía relación con la conformación de una organización internacional que velase por la paz y seguridad internacional. Inaugurada la Conferencia de Paz en París, en enero de 1919, el Consejo Supremo de las potencias vencedoras adoptó una reso­ lución en la que afirmó que el mantenimiento de la paz exigía la creación de una Sociedad de Naciones, con el propósito de promo­ ver la cooperación internacional, asegurar el cumplimiento de las obligaciones internacionales y procurar poner límites a la guerra. El Tratado constitutivo de la Sociedad de Naciones (Covenant), firmado en 1919, fue incluido en cada uno de los Tratados de Paz suscritos en el marco de la conferencia por los Estados vencidos y en él se establecía como fundamento el principio de seguridad colectiva, base sobre la cual se instituiría un orden internacional más estable, justo y equilibrado. El nuevo orden internacional creado en Versalles y nuciendo en torno a la Sociedad de Naciones contenía en sí mismo una extrema fragilidad, tal y como lo expone José Luis Neila:

«En el epicentro del nuevo sistema internacional, la Sociedad de Naciones, que iniciaría su andadura en 1920, estaba llamada, en principio, a constituirse en el foro esencial de la vida internacional y en el principal baluarte para la salvaguardia de la paz. Sin embargo, los valores y procedimientos de la Sociedad tuvieron que competir con la ambigüedad de sus miembros, especialmente las 42

Análisis histórico:

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grandes potencias, que jugando la carta de Ginebra no tu­ vieron escrúpulos en recurrir de forma permanentemente a las prácticas diplomáticas tradicionales, condicionando la actividad y la credibilidad de la Sociedad» (Pereira 2009:302). En consecuencia, y pese a las razones que llevaron a su consti­ tución, desde su entrada en funcionamiento la Sociedad de Naciones comenzó a exhibir importantes fisuras. En primer lugar, la autoexclusión de Estados Unidos, como resultado de la no ratificación de los Tratados por parte del Senado norteamericano, sumando a la exclusión que afectó a Rusia, Alemania, y al resto de las potencias derrotadas, restó a actores internacionales relevantes de la nueva institucionalidad internacional. Lo anterior determinó que la or­ ganización asumiese un carácter esencialmente europeo, minando su aspiración universalista, y durante mucho tiempo configurara una especie de club de los vencedores, dominado por Erancia y Gran Bretaña. A estas debilidades fundacionales, se sumarían otras vinculadas a las estipulaciones normativas del propio texto, tales como el requisito de unanimidad, la carencia de una fuerza militar propia, la carencia de sanciones obligatorias en caso de violación a la seguridad colectiva. La suma de estas debilidades y fisuras del sistema de seguridad colectiva, consagrado en la constitución de la Liga de Naciones, condujo al fracaso de la organización para prevenir actos de agresión entre sus miembros (Erancia en el Rhur o Japón en Manchuria) y a la inoperatividad para alcanzar acuer­ dos en el marco de las Conferencias de Desarme. Tales condiciones fueron resquebrando el edificio de la paz, el que quedará sitiado a partir de los envites que se manifestarán desde la propia estructura del sistema.

«La asociación genética de la Sociedad de Naciones a los tratados de paz la situó en el epicentro de otra de las líneas de tensión fundamental, la dialéctica entre defen­ sores del statu quo -potencias vencedoras- y los Estados revisionistas, inconformes con el Diktat de la paz, caso de alemanes, austriacos, húngaros y búlgaros, o insatisfechos con el botín de la victoria, como a corto y medio plazo pondrían de manifiesto Italia y Japón» (Pereira 2009:343). 43

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La ansiada garantía de paz refrendada por los Acuerdos de Versalles, pero establecida sobre bases en extremo frágiles, se exhibiría como una ilusión quebrantada por la fuerza de los acontecimientos internacionales de la posguerra que se desatarían a partir de la década del treinta. a) El primero de estos acontecimientos correspondería a la crisis económica que estalla en octubre de 1929. La crisis iniciada en la bolsa de valores de New York se extendió rápidamente a todas las economías capitalistas, alcanzando una magnitud desoladora para vastos sectores de la población mundial en un lapso muy breve de tiempo. La gran depresión devino prontamente, ade­ más, en una crisis política. La democracia se vio acorralada por los impactos de la crisis, en la medida en que las instituciones políticas se mostraron incapaces de responder a las demandas acuciantes de un población devastada, primero por el conflicto y luego por la depresión, favoreciendo el establecimiento de regímenes autoritarios y totalitarios en esta sociedad en crisis. b) El segundo acontecimiento corresponde al surgimiento de los fascismos en Italia, Alemania y otros Estados europeos. Será principalmente la experiencia nacionalsocialista alemana y su agresiva política exterior, que cuestionaría los acuerdos suscritos en el marco de la paz de Versalles, el factor decisivo para el grave desequilibrio que azotó las bases del orden establecido.

Los últimos años del período de posguerra se caracterizaron por la creciente ruptura del orden establecido en Versalles, orden que se quiebra definitivamente tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial a partir de la invasión alemana a Polonia en 1939. Con la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), la fisonomía de la Sociedad Internacional cambiaría definitivamente. Eric Hobsbawm retrata el carácter singular que trasuntaría a esta coyuntura y el que tendría hondas repercusiones en la configuración del orden que se establecería tras el término de esta segunda conflagración mundial: «Solo la alianza -insólita y temporal- del capitalismo liberal y el comunismo para hacer frente a ese desafío permitió salvar la democracia, pues la victoria sobre la 44

Análisis histórico:

la evolución de la sociedad internacional

Alemania de Hitler fue esencialmente obra (no podría haber sido de otro modo) del Ejército Rojo. Desde una multiplicidad de puntos de vista, este período de alianza entre el capitalismo y el comunismo contra el fascismo -fundamentalmente en la década de 1930-1940- es el momento decisivo en la historia del siglo XX. En muchos sentidos es un proceso paradójico, pues durante la mayor parte del siglo -excepto en el breve período del antifas­ cismo- las relaciones entre el capitalismo y el comunismo se caracterizaron por un antagonismo irreconciliable» (Hobsbawm 1998:17).

La Sociedad Internacional de Guerra Fría (1945-1990) Al concluir la Segunda Guerra Mundial en 1945 el panorama humano, social, político y económico era dantesco. El drama hu­ mano se expuso en toda su magnitud con los millares de muertos, heridos, desaparecidos y desplazados5, y se agudizó frente a la trágica realidad de ciudades arrasadas y devastadas, economías en ruinas, infraestructuras viales y comunicacionales destruidas y servicios básicos incapaces de atender las demandas de una población asolada por la destrucción circundante. La historia conceptúa a la Segunda Guerra Mundial como la mayor catástrofe sufrida por la humanidad, tanto por sus daños en términos humanos y materiales como por el impacto moral que supuso, para las concepciones civilizadoras, la realidad de los campos de concentración. Con la Segunda Guerra Mundial se vieron sepultadas todas las certezas sobre las que descansaba la civilización europea y, con ello, el mundo conocido hasta entonces cambió irreversiblemente (Pereira 2009: 443). Al concluir la segunda Guerra Mundial tuvo lugar una recon­ figuración del mapa político en todos aquellos espacios geográficos en los que se desplegó el conflicto, principalmente en el centro y este de Europa. A estos cambios se aunaron las transformaciones que se desatan en el marco de la descolonización en Asia y Africa, producto de la decadencia de las potencias europeas, en un proceso 5

Las cifras arrojadas por la guerra son dramáticas, cincuenta millones de muertos, tres millones de desaparecidos, treinta y cinco millones de heridos y cincuenta millones de desplazados. 45

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de redefinición de fronteras que se verá permeado por la pugna entre Estados Unidos y la Unión Soviética en la determinación de áreas de influencia durante los años de la Guerra Fría. De igual modo, el panorama político se modificó sustancial­ mente. A la caída de las monarquías, se sumó la irrupción de las fuerzas progresistas y de izquierda moderada en los gobiernos de la Europa occidental, mientras que en los países del Este de Europa bajo ocupación soviética, se producía el ascenso del comunismo, primeramente en la forma de coaliciones de izquierda dominadas por los comunistas y posteriormente en la instalación de dictaduras comunistas sometidas al control de la Unión Soviética.

2.1 Establecimiento del Orden internacional de Guerra Fría La Segunda Guerra Mundial (1939-1945), junto con implicar catastróficas pérdidas, se expuso como la fuerza supresora del orden que rigió la Sociedad Internacional de Transición y como la matriz de un nuevo orden que configurará los rasgos fundamentales de la Sociedad Internacional de Guerra Fría (1945-1990). En palabras de Esther Barbe: «La Segunda Guerra Mundial supuso, en términos de orden, la globalización del sistema. Desde 1945, y a diferencia de lo que ocurría antes, el orden internacional se globalizó. Se pasó de un sistema mundial en términos geográficos, pero hecho a la medida de Europa en térmi­ nos de orden, a un sistema realmente mundial» (Barbe 2007: 22). El orden internacional de Guerra Fría se caracterizó por cuatro condiciones estructurales, algunas de las cuales se atisbaban antes del estallido de la guerra, mientras que otras se perfilaron en total magnitud en los años inmediatamente sucesivos (Pereira 2009: 471):

a) En primer lugar, la enorme devastación provocada por la guerra entrañó la pérdida de la centralidad ostentada por Europa hasta entonces y puso fin al ciclo expansivo europeo iniciado en los albores de la modernidad. Las tradicionales potencias europeas (Gran Bre­ 46

Análisis histórico:

la evolución de la sociedad internacional

taña, Francia, Alemania, Austria Hungría) se vieron desbordadas y sustituidas del centro de la vida internacional por nuevas potencias surgidas desde la periferia del sistema de Estados europeos. b) En segundo lugar, los Estados Unidos y la Unión Soviética se consolidaron como las superpotencias del sistema internacio­ nal, con capacidad de decidir las normas y estructura del orden internacional (Conferencias de Teherán 1943; Yalta, Potsdam y San Francisco 1945) y de actuar directivamente en los asuntos de la política mundial sobre la base de visiones y valores absolu­ tamente antagónicos. Por una parte, Estados Unidos se presentó como un Estado que defendía el «mundo libre» y sus valores más representativos: la democracia, los derechos de los ciudadanos, el libre mercado y la libertad; valores amenazados por la Unión Soviética y el comunismo. Por su parte, La Unión Soviética se pre­ sentó como el «primer Estado socialista del mundo», amenazado y cercado permanentemente por el imperialismo agresivo que el capitalismo y la burguesía internacional trataban de derribar y, por lo tanto, al que había que defender y salvaguardar. c) En tercer lugar, el viejo orden eurocéntrico y multipolar, basado en un complejo sistema de equilibrio de poder, se vio desplazado por un orden internacional bipolar que, a diferencia de ordenes anteriores, se basó en la enemistad ideológica de los dos polos de poder y se erigió sobre la base de las nuevas capacidades nuclea­ res y estratégicas de las dos potencias en pugna. La bipolaridad del orden de guerra fría se cimentó con la paulatina división de Europa y el establecimiento de una política de bloques, entre el Bloque Oeste, liderado por Estados Unidos y conformado por las democracias capitalistas, y el bloque Este, liderado por la Unión Soviética e integrado por los Estados comunistas de la Europa del Este (Pearson 2004). d) Por último, la disolución de los viejos imperios coloniales europeos y la extensión del sistema de Estados como modelo de organización para los pueblos independizados del espacio afroasiático, durante el proceso de descolonización, consagraron la mundialización de la sociedad internacional y la inserción de todo el planeta en el orden internacional configurado en los años de Guerra Fría (Truyol 2008:89). 47

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2.1.1 . La preparación del nuevo orden internacional El orden internacional de Guerra Fría fue concebido y delineado por las potencias aliadas, antes de la derrota total de la Alemania nazi y de la rendición incondicional del Imperio nipón tras el lan­ zamiento de las bombas atómicas en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en octubre de 1945. Empero, el triunfo aliado no tuvo como corolario la realización de una reunión o conferencia destinada a establecer un acuerdo de paz consensuado entre los vencedores (a la usanza de lo que fueron los Tratados firmados en Versalles tras el término de la Primera Guerra Mundial). La alianza de guerra pierde su sentido en los momentos en que culminan las operaciones bélicas. De este modo, los acuerdos alcanzados en el marco de las grandes conferencias celebradas por los líderes aliados en el contexto del conflicto6 constituyen dispositivos sustitutorios, ante la inexistencia de una paz formal refrendada por los actores de la contienda, con miras a establecer un nuevo orden internacional (Barbe 2007: 238).

a) La Carta Atlántica (1941). La convicción sobre el fracaso del sistema de seguridad colectiva persuadió a los aliados anglo­ sajones a suscribir un nuevo acuerdo, amplio y general, para garantizar la seguridad. Este es el origen de la «Carta Atlántica» suscrita por Churchill y Roosevelt en 1941, en la que se trazaría el rumbo de las negociaciones venideras sostenidas por los países aliados. Entre los puntos más importantes consignados en dicho documento está el rechazo a las modificaciones territoriales impuestas, el derecho de cada pueblo a elegir su sistema de go­ bierno, la colaboración económica y la libertad de circulación marítima, el establecimiento de una paz duradera y la creación de un sistema de seguridad colectivo. b) La Conferencia de Teherán (1943). Esta conferencia fue el marco en el que por primera vez se reunieron los tres líderes aliados, 6

La etapa de posguerra estuvo fuertemente influenciada por el carácter de los compromisos alcanzados en cada una de las conferencias o cumbres sostenidas entre los líderes de las grandes potencias que integraban la Gran Alianza. En el total de catorce conferencias realizadas entre 1941 y 1945, los recursos de la guerra y las condiciones de la paz fueron objeto de tratamiento. 48

Análisis histórico:

la evolución de la sociedad internacional

Churchill, Stalin y Roosevelt. Aunque en la cita no se logró el objetivo de establecer las coordenadas sobre el futuro de Ale­ mania, los líderes aliados concordaron sobre la necesidad de instituir una nueva organización internacional que reemplazase la fenecida Sociedad de Naciones. El encuentro sirvió además para delinear el campo de acciones futuras, con la concreción de una política de cooperación entre norteamericanos y soviéticos para la etapa de posguerra. Comenzaba a proyectarse un mun­ do compartido entre dos en el cual los Estados europeos solo parecían tener reservado un papel secundario. c) La Conferencia de Yalta (Febrero de 1945). Durante la realiza­ ción de este encuentro aparecen las primeras fisuras entre los líderes aliados7. En Yalta, los tres grandes, Churchill, Stalin y Roosevelt, se comprometieron por medio de la «Declaración de la Europa Liberada» a coordinar sus actuaciones y a prestar ayuda conjunta a los pueblos europeos para la celebración de elecciones libres que condujeran al establecimiento de regíme­ nes democráticos, sin especificar qué tipo de democracia era la que se esperaba ver establecida en Europa. Yalta también fue la ocasión para abordar el problema alemán, concertándose la ocupación compartida del territorio entre Estados Unidos (Sur), la Unión Soviética (Este), Gran Bretaña (Noroeste) y Francia (centro-oeste). La ciudad capital, Berlín, enclavada en la zona de ocupación soviética, también se encontraría dividida en cuatro zonas de ocupación compartida. Junto a ello se decidió la insta­ lación de un comité interaliado para coordinar la administración conjunta de las zonas de ocupación y para emprender el proceso de desarme, desmilitarización y desnazificación de Alemania. d) La Conferencia de Potsdam (julio y agosto de 1945). Al iniciarse la conferencia resultaba evidente que las diferencias entre occi­ La postura sostenida por los tres líderes participantes era funcional a los intereses particulares de cada Estado. Por una parte, Stalin dejaba entrever su aspiración a establecer una esfera de influencia y de control en la Europa del Este, como glacis de seguridad para su país. Por otra parte, Churchill pugnaba por la integridad del Imperio Británico por asistir a Grecia contra los comunistas y por restaurar a Francia como potencia de contrapeso respecto de la Unión Soviética. Finalmente, Roosevelt, ciertamente heredero del idealismo wilsoniano, aspiraba a garantizar la creación de un sistema de seguridad colectivo ya adelantado en la Carta del Atlántico. 49

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dentales y soviéticos se iban profundizando significativamente, más aún después de la renovación de los liderazgos norteame­ ricano, tras la asunción a la presidencia de Harry Truman, y británico, con el triunfo del laborista R. Attlee. Los acuerdos alcanzados en esta cita se circunscribieron a la creación de un Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores, como representantes de las potencias vencedoras, para elaborar los tratados de paz con Alemania y sus satélites. Y aunque se firmaron acuerdos de paz con Italia, Rumania, Bulgaria, Hungría y Finlandia, las des­ avenencias entre los aliados impidieron la firma de un acuerdo de paz con Alemania. La situación alemana era particularmente compleja y fue uno de los problemas a los que se enfrentaron más duramente los aliados, pero en el marco de esta reunión se logró acordar la ocupación y tutela provisional en espera de la firma del tratado definitivo de paz. Tampoco se alcanzaron acuerdos respecto de Polonia, reparaciones de guerra, y de la transferencia de territorios ocupados por Japón. El clima de consenso entre los aliados paulatinamente se iba esfumando.

2.1.2 El Sistema de Naciones Unidas Mención aparte merece la Conferencia de San Francisco, cele­ brada en junio de 1945 con el propósito de suscribir los objetivos y principios que orientarían la nueva organización internacional instituida para la seguridad internacional. La «Carta de las Naciones Unidas» fue suscrita por los 45 países asistentes a la Conferencia y con ello se dio vida formal a la «Organización de Naciones Unidas». El intento de crear una asociación de países con el objetivo de preservar la paz a través de un sistema de seguridad colectiva no era algo nuevo, pero frente al dilema de reformar la estructura de la antigua Sociedad de Naciones o de crear una nueva institucionalidad, los países aliados, especialmente los anglosajones, optaron por lo segundo y se transformaron en sus principales impulsores. Para los gestores de la Organización de Naciones Unidas, el nuevo sistema de seguridad estatuido había de corregir el fallido di­ seño que llevó al fracaso de la Sociedad de Naciones, a saber, la regla de la unanimidad de las decisiones, la falta de medios coercitivos 50

Análisis histórico:

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para imponer la paz y la incapacidad institucional de mantener en su seno a las grandes potencias, actores vitales para todo sistema de seguridad colectiva. Al contrario de su antecesora, la estructura con que fue dotada la Organización de Naciones Unidas buscaba favo­ recer la concertación e implementación de decisiones más eficaces en materia de seguridad. Para el nuevo diseño institucional se estimaba que la inestabilidad política debía reducirse a través de una organi­ zación intergubernamental en la que tuviesen representación todos los Estados, pero en la que se otorgase responsabilidad principal a los vencedores de la contienda para conservar la organización del nuevo sistema (Attiná 2001:133). La Carta de las Naciones Unidas consagró el papel directivo de las grandes potencias, al tiempo que comprometía a todos los Estados miembros en el esfuerzo de la paz. A través del Consejo de Seguridad, órgano concebido por las grandes potencias para actuar como un directorio, las decisiones respecto de la paz y la seguridad internacional se cursaban a través del sistema de votos en su seno, donde el acuerdo unánime de los cinco miembros permanentes8 era necesario para cualquier decisión. «El hecho de que los cinco sean además los integrantes del selecto club atómico (...) no hace sino reforzar la profunda relación entre el derecho y la fuerza que caracteriza al sistema» (Pereira 2009: 473). Por otra parte, el corpus democrático del sistema de Naciones Unidas estaba radicado en la Asamblea General, órgano en el que se hallarían representados todos los Estados miembros, organizados según el principio de igualdad de soberanía expresado en la fórmula «un Estado un voto». La potestad de la Asamblea sería exclusiva­ mente propositiva y no vinculante. La estructura organizativa se completó con la Secretaría General, encargada de las funciones administrativas, y un conjunto de organismos especializados9. 8

9

Estados Unidos, Unión Soviética, Gran Bretaña, Francia y China (representada hasta 1971 por el régimen de Taiwán, y desde ese año por la República Popular China). Entre estos órganos destacan el Consejo Económico y Social, encargado de los asuntos económicos de la Organización, el Consejo de Administración Fiduciaria, establecido para la administración de territorios a cargo de las Naciones Unidas, el Tribunal Internacional de Justicia con sede en La Haya con resoluciones de obligado cumplimiento en el caso de que dos naciones presenten sus litigios. Además hay una serie de organismos especializados que van desde el FMI, la FAO, la UNESCO, a UNICEF. 5i

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La penetración del conflicto entre soviéticos y norteamericanos en el seno del Consejo de Seguridad condujo a la parálisis del sis­ tema de seguridad durante gran parte del período de Guerra Fría (Barbé 2007: 240). La existencia del derecho de veto por parte de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad actuó como el rasero para bloquear cualquier iniciativa, marginado a la Orga­ nización cuando determinados problemas comprometían directa­ mente los intereses de los grandes o el de sus aliados10. Este efecto paralizante del veto se reforzó aún más con los contactos entre las grandes potencias al margen de las Naciones Unidas. Con la ampliación de los actores estatales, debido al proceso de descolonización, Naciones Unidas, en particular la Asamblea General, fue adquiriendo un rol más propio en materia de desarro­ llo e instrumentalización de la paz. A partir de entonces, Naciones Unidas se transformó en el principal foro de expresión para las propuestas económicas, políticas y sociales presentadas por muchos de los nuevos Estados y otros miembros del Tercer Mundo.

2.2 La Guerra Fría y el Orden Bipolar Bajo el concepto de Guerra Fría se designa tanto al complejo patrón que adoptan las relaciones internacionales al término de la Segunda Guerra Mundial, a la pugna que se desata entre las dos superpotencias por la hegemonía mundial, como a la aparición de una hostilidad -y temor- entre los dos bloques geopolíticos que se consolidaron tras Yalta, Potsdam y San Francisco. Tradicionalmente, la Guerra Fría es descrita como el estado de tensión permanente, primero entre las dos superpotencias y luego entre los dos bloques liderados por ellas, que no provocó un conflicto directo ante el peligro de destrucción mutua y asegurada por la utilización de las armas nucleares (Pereira 2009: 505). 10 Existe una larga lista de crisis internacionales en las que la Organización no tuvo participación alguna, tales como la Guerra de Descolonización en Argelia (1954-1962), por el veto de Francia, la Guerra de Victnam (19581975), la Guerra en Granada (1983) y la Guerra en Nicaragua (1984) por el veto de los Estados Unidos, el conflicto de Camboya por el veto de China, la crisis de Hungría (1958), Checoslovaquia (1968) y Afganistán (1979) por el veto de la Unión Soviética. 52-

Análisis histórico:

la evolución de la sociedad internacional

De acuerdo a Paul Kennedy (2004), las principales característi­ cas de la Guerra Fría se pueden resumir en tres rasgos fundamentales que describen el período que se extiende desde 1945 hasta 1991. a) En primer término, está la intensificación de la división de Europa entre dos bloques antagónicos. Aunque el fraccionamiento entre bloques no aconteció inme­ diatamente en 1945, las tensiones entre el mundo soviético y occi­ dental eran ya manifiestas poco antes de poner término definitivo a la guerra. Será entre 1946 y 1947 que las diferencias entre los sistemas soviético y norteamericano se ensanchan hasta hacerse irreconciliables. En marzo de 1946, Churchill pronunció un discurso en la Uni­ versidad de Fulton, Missouri, en el que denunció la aparición de un «telón de acero», murallón ideológico que se extendía por el conti­ nente, aislando a los países ocupados por el ejército rojo en los que paulatinamente se instalaban regímenes comunistas prosoviéticos, conminando a sus aliados a detener el expansionismo de la Unión Soviética. Este discurso fue duramente replicado por Stalin, quien impulsaría acciones en Grecia y Turquía, además de respaldar las acciones revolucionarias de grupos prosoviéticos en los gobiernos de Europa Oriental. Como expresión de la decadencia de Europa y la pérdida de la centralidad en la escena internacional, el 21 de febrero de 1947, el gobierno británico enviaba una nota al Secretario de Estado norteamericano, general Marshall, comunicándole su decisión de suspender la ayuda militar que venía dispensando a Grecia y Turquía desde el verano de 194611. A partir de 1947, Estados Unidos dio un giro radical en su política exterior y, desde entonces, pasó a liderar11

11

La retirada británica de la línea de resistencia occidental en Grecia y Turquía suponía también la retirada de las potencias europeo-occidentales de los asuntos internacionales en favor de Estados Unidos, que en el futuro se encargaría de dirigir y coordinar las acciones del bloque occidental en todo el mundo. Era también el símbolo más claro de la decadencia de Europa y lo europeo en el mundo, algo ya anunciado en 1918-1919 y patente en 1947. Era también, de una forma más concreta, el final del Imperio británico, mantenido y fortalecido desde el siglo XIX hasta 1945. 53

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las acciones en el escenario internacional, tras el vacío dejado por las potencias europeas. El presidente Harry Truman formuló las bases de una nueva estrategia exterior, conocida como Doctrina Truman, a través de la cual Estados Unidos decidía apoyar a los países libres para impedir que en ellos se impusiesen regímenes totalitarios. Una de las primeras acciones tomadas en el marco de esta doctrina fue la de presionar a los gobiernos occidentales para que los comunistas abandonaran las coaliciones gobernantes. A ello se agregó una segunda iniciativa de carácter económico, conocida como «Plan Marshall», cuyo propó­ sito era el de fortalecer el proceso de reconstrucción europeo y, de esta forma, alejar a la población de los países de Europa occidental de cualquier tentación revolucionaria. La Doctrina Truman y el Plan Marshall fueron considerados por los soviéticos amenazas directas al socialismo internacional (Pereira 2009: 504). La respuesta a ambas iniciativas fue inmediata. En términos políticos ideológicos se instituye la Kominform, Oficina de Información de los Partidos Comunistas, órgano de enlace para el accionar de los partidos comunistas de Europa central y oriental para hacerse con el control político en los Estados e instaurar de­ mocracias populares. El radio de acción alcanzó a Bulgaria (1946), Polonia (1947), Rumania (1947), Checoslovaquia (1948), Hungría (1949) y la República democrática Alemana (1948). Complemen­ tariamente, los países satélites de la Unión Soviética ingresan a la COMECOM (Consejo de Mutua Asistencia Económica), creada en 1949 con el propósito de alinear sus políticas económicas a las de la Unión Soviética.

b) El segundo elemento relevante de la Guerra Fría lo constituye la creación de alianzas militares y la creciente carrera de armamentos.

La inicial superioridad estratégica de los Estados Unidos descansó en la posesión exclusiva de la bomba atómica, que se convirtió en el principal recurso para la implementación de una diplomacia de poder. No obstante, los avances políticos soviéticos en Europa central y oriental acrecentaron la necesidad de fortalecer y cohesionar el bloque occidental a través de una alianza militar permanente. Este es el origen de la Organización del Tratado del 54

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Atlántico Norte, OTAN, creada en 1949 sobre la base de pactos mi­ litares preexistentes. Con sede en Bruselas, originalmente formaron parte de ella los Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Francia, Portugal, Italia, Islandia, Dinamarca y Noruega. En 1952 se incorporaron Grecia y Turquía; en 1955, la República Federal Alemana; y en 1982, España. En la óptica de la contención, si el Plan Marshall estaba destinado a poner de pie a Europa, la Organización del Tratado del Atlántico Norte, velaría por su seguridad (Kissinger 1995: 444). Para la Unión Soviética resultaba fundamental fortalecer sus recursos militares para desplegar una diplomacia de poder a fin de fortalecer su posicionamiento internacional. En 1949 anunciaba públicamente el éxito de su primera detonación atómica, rompiendo el monopolio ostentado hasta entonces por los Estados Unidos. Esto dio origen a la carrera armamentista y a la estrategia de disuasión nuclear o política de riesgos calculados12. La réplica soviética a la constitución de la OTAN se expresó en la creación del «Pacto de Varsovia» en 1955, alianza militar cons­ tituida por la Unión Soviética, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria, la República Democrática Alemana y Albania13. El riesgo de enfrentamiento nuclear y la necesidad de equi­ parar las fuerzas contrarias bajo la dinámica del equilibrio y la disuasión, desataron una frenética carrera de armamentos entre ambas superpotencias a partir de la década de los cincuenta. En 1952 Estados Unidos probó exitosamente su primera bomba de Hidrógeno (Bomba H); la Unión Soviética lo hizo un año más tarde. Los avances armamentistas más significativos se van a producir en las siguientes dos décadas con el desarrollo de los misiles balísticos y la carrera espacial.

12 Si el potencial militar de ambos bandos era equivalente, se garantizaba la destrucción mutua en caso de conflicto, lo que servía como elemento de disuasión: como ningún país podría obtener la victoria en una contienda, ninguno la iniciaría. 13 Albania abandonó el Pacto de Varsovia en 1968. 55

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c) La tercera característica propia de la Guerra Fría corresponde a la escalada lateral desde Europa hacia el resto del mundo y la constitución de una red de alianzas con países del tercer mundo. El enfrentamiento entre los dos bloques se fue mundializando paulatinamente a partir de los primeros choques en Europa. En la escalada del conflicto, ambas superpotencias trataron de distinguir entre aliados y enemigos, delimitaron sus zonas de influencia o «glacis de seguridad» y trataron de ampliarlas a costa del bloque contrario, impidiendo cualquier desviacionismo político o ideológi­ co en sus respectivas zonas. No hubo posibilidad de que un Estado se declarase neutral sin el consentimiento de las dos superpotencias. De forma progresiva, el antagonismo ideológico y dialéctico se amplió hacia el resto del mundo y en él se integraron factores políticos, psicológicos, sociales, militares y económicos, convirtiéndose de este modo en un enfrentamiento global. d) A las características tipificadas por Paul Kennedy, habría que agregar un cuarto rasgo definidor del carácter de la Guerra Fría catalogado como estado de guerra improbable y de paz impo­ sible, por el destacado intemacionalista Raymond Aron.

La Guerra Fría representa la pugna ideológica, política y eco­ nómica entre dos sistemas enfrentados, liberalismo y comunismo. Como la amenaza constituyó una condición permanente, enraizada en la existencia del bloque enemigo, solo a través de la militari­ zación y la carrera de armamentos podía contrarrestársele. Pero, como el empleo del arma nuclear implicaba el riesgo de la propia autodestrucción, fueron los espacios nuclearizados -principalmente Europa- los que hicieron patente la noción de guerra improbable paz imposible. Los conflictos entre las dos superpotencias fueron siempre indirectos, y se trasladaron desde el teatro de operaciones directo -como era Europa- hacia la periferia del sistema. Sobre este rasgo de la sociedad internacional de Guerra Fría Roberto Mesa (1982) entrega una caracterización pertinente: «Desde el año 1945, la Sociedad Internacional no ha visto repetirse la experiencia de las dos guerras mundiales anteriores. Pero el precio de la contraprestación ha sido 56

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elevadísimo; por doquier se han multiplicado las guerras intermedias, las guerras por procuración o delegación, en las que nunca se han enfrentado directamente Estados Unidos y la Unión Soviética, pero en las que siempre han estado presentes ideológica, estratégica, económica y militarmente. Conflictos armados en los que, a costa de los demás y como si se tratase de partidas ajedrecísticas, se delimitan zonas de esfera influencia respectivas. Bien entendido que, en la mayoría de los supuestos, se han res­ petado escrupulosa y rigurosamente aquellas zonas sobre las que existía acuerdo previo, Europa y, en principio, el continente americano, y se han destrozado aquellas otras sobre las que no obraba ningún tipo de entendimiento anterior: Oriente próximo, Sudeste asiático, etc.» (Mesa 1982: 119).

2.2.1 La Evolución de la Guerra Fría. Etapas y Conflictos tipo La Guerra Fría se extendió entre 1947 y 1991 y su desarrollo es­ tuvo condicionado fundamentalmente por los cambios en la cúpula del poder de cada una de las superpotencias, y por las percepciones que los líderes de ambos bloques tuvieron respecto del enemigo y de la expansión de su poder a escala regional o mundial. Tradicionalmente, se distinguen cuatro etapas en el desarrollo evolutivo de la Guerra Fría. En cada una de ellas se despliegan signos de tensión que terminan por estallar, de acuerdo a Juan Carlos Pereira, en un conflicto tipo, definido como «un momento de máximo enfrentamiento en el que se está al borde de un choque bélico o de la quiebra del sistema bipolar» (Pereira 2009: 511). a) Primera etapa: La consolidación de los bloques (1947-1953). Conflicto tipo: La Guerra de Corea.

Entre 1948 y 1953 se vivió el período de mayor tensión interna­ cional entre el bloque capitalista y el soviético. Se trató del período más álgido de la Guerra Fría, en el que operaron, al interior de ambos bloques, la propaganda más radical, la censura interna y la «caza de brujas» de opositores. En esta etapa, se consolidaron los bloques y pactos militares y económicos, descritos en los párrafos anteriores. A lo anterior se sumó la escalada armamentista, después de que la 57

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Unión Soviética ensayara su primera bomba atómica (1949), a la que se sumarían prontamente el desarrollo de la bomba de hidrógeno y el despliegue de misiles con cabezas atómicas en Europa y en Asia, donde se impuso la lógica del equilibrio del terror. Las tensiones se inician con el irresoluto problema alemán, convertido en el símbolo de la escisión que comenzaba a operar en Europa por parte de ambas potencias. Durante la Conferencia de Yalta se había acordado la creación de una comisión interaliada para la administración de las zonas de ocupación en que fue dividida Alemania. Pero, ante la imposibilidad de arribar a un programa conjunto para la administración de los territorios, los países occi­ dentales decidieron la adopción de una serie de medidas conjuntas para sus respectivas áreas, entre las que se incluyeron planes para la reindustrialización, programas de ayuda económica y establecimien­ to de una moneda única. Para la Unión Soviética, esto suponía una ruptura de los acuerdos de Potsdam, ante lo cual dispuso en junio de 1948 el cierre paulatino de las vías de comunicación terrestre que unían el Berlín oeste con las zonas occidentales de Alemania. La respuesta occidental no se hizo esperar: un puente aéreo abastecería la ciudad partiendo de los aeropuertos occidentales. Truman ame­ nazó con la guerra si la Unión Soviética interceptaba los transportes aéreos de alimentos y mercancías. Tras diez meses de bloqueo, los soviéticos levantaron la medida. Y aunque la contención parecía haber funcionado, tras la crisis de Berlín de 1948, la división de Alemania se había consolidado. Primero, con la unificación de las tres zonas de ocupación occidentales, dando origen a la República Eederal Alemana en 1949. Y, posteriormente, con la constitución de la República Democrática Alemana en el sector soviético. La ciudad berlinesa, aún ocupada, sobreviviría como enclave de la escisión mundial de la Guerra Fría. La crisis de Berlín inauguró una época marcada por la tensión entre los bloques que se fueron conformando y cuyos radios de ac­ ción se extendieron más allá de los confines geográficos de Europa. En este sentido, la Guerra de Corea (1950-1953) corresponderá al conflicto tipo de este período. La península coreana, ocupada por Japón, fue dividida en 1948 como parte de los acuerdos de paz adoptados entre los alia­ 58

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dos tras el término de la Segunda Guerra Mundial. En el norte se estableció el gobierno comunista dirigido por Kim 11 Sung y en el sur el gobierno prooccidental encabezado por Syngman Rhee, cuyos territorios demarcados en torno al paralelo 38 fueron supervisados por la presencia de tropas militares soviéticas y norteamericanas hasta 1948 y 1949, respectivamente. A principios de 1950 comenzaron a producirse una serie de escaramuzas fronterizas en torno al paralelo 38, iniciándose la guerra con la invasión norcoreana al Sur, a través de una fuerte y sorpresiva ofensiva, que terminó con la ocupación, en solo un par de días, de prácticamente la totalidad del territorio de Corea del Sur. Ante el peligro de un triunfo comunista en la región, la reac­ ción estadounidense fue inmediata. El mismo día en que se inició la invasión norcoreana, Estados Unidos convocó al Consejo de Seguridad de la ONU, aprobándose una resolución en la que se calificaba la ofensiva del Norte como una agresión y adoptándose la decisión de conformar un contingente multinacional integrado mayoritariamente por fuerzas norteamericanas. Pocos meses más tarde, la República Popular de China anunciaba su intervención a favor de Corea del Norte, bajo el argumento de que la intervención norteamericana atentaba contra la seguridad nacional de dicho país. En un principio, la respuesta de la fuerza multinacional liderada por los Estados Unidos no resultó exitosa, llegando incluso a estar a punto de ser expulsados de la península coreana; no obstante, la llegada de refuerzos y una segunda ola ofensiva por parte de las fuerzas de la ONU lograron hacer retroceder a los norcoreanos más allá del paralelo 38. Luego de esta avanzada, la guerra pareció estancarse, con triunfos alternados para los dos bandos. Tras una incesante guerra de conquistas y reconquistas, finalmente se inicia­ ron las conversaciones de paz. El 27 de junio de 1953 se firmó el armisticio de Panmunjom, por el que se creaba un área de seguridad de cuatro kilómetros alre­ dedor del paralelo 38, bajo la estricta supervisión de una comisión de Naciones Unidas. Las consecuencias de este enfrentamiento fueron variadas y decisivas para los siguientes años de Guerra Fría (Pereira 2009). En primer lugar, significó el traslado de la pugna Este-Oeste hacia la 59

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región del Asia, situada en la periferia del sistema. Junto con ello, se evidenció que la ONU resultó cooptada por los intereses norteameri­ canos y de sus aliados occidentales, al encubrirse bajo los principios de la organización una intervención militar funcional a los intereses de dominación norteamericanos en la región. En tercer lugar, para la China comunista, el conflicto significó una profunda victoria en el ámbito político-militar, logrando incrementar su influencia en la región, acompañada de un aumento en sus presupuestos militares. Para la Unión Soviética, relegada a un actuar menor, el conflicto derivó en una revisión de su estrategia internacional. Por último, para las relaciones sino-soviéticas, el conflicto sembraría las pri­ meras semillas de una discordia sobre la exportación del modelo comunista que se iría agudizando por la competencia estratégica de ambos Estados en la región. b) Segunda etapa: La coexistencia pacífica (1953-1962) Conflicto tipo: La crisis de los misiles en Cuba.

Esta etapa de la Guerra Ería está caracterizada por una nueva relación entre Este-Oeste, menos beligerante que los años anteriores, pero no por ello exenta de tensiones y conflictos. El advenimiento de una nueva era en las relaciones de ambos bloques fue producto de la concurrencia de dos fenómenos. Por una lado, tras la Guerra de Corea, los bloques se readecuaron, reforzaron y consolidaron definitivamente. Por otra parte, el cambio de los liderazgos en ambas superpotencias se exhibió como un elemento clave para la aproxi­ mación y el naciente diálogo entre los polos. En la Unión Soviética, tras la muerte de Stalin, se consolidaba la figura de Nikita Kruschev, mientras que al gobierno de Washington arribaba el republicano Dwight Eisenhower. El gran movimiento para un cambio en el tono de la relación bipolar fue ejecutado por la nueva estrategia impulsada por los soviéticos como parte del proceso de abandono del legado estalinista, tendiente a establecer una convivencia pacífica entre sistemas antagónicos. No obstante, el recelo norteamericano encarnado en la figura de Eoster Dulles, Secretario de Estado, se plasmó en el establecimiento de un verdadero cordón sanitario alrededor de la Unión Soviética, por medio de una red de acuerdos y pactos mili­ 6o

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tares, como el de reforzamiento de la OTAN, tras la inclusión de la República Federal Alemana, y el establecimiento de la SEATO14, ANZUS15 y el Pacto de Bagdad16. La réplica de Moscú fue la con­ formación del Pacto de Varsovia y el endurecimiento de su posición en Europa central. Así, pese a los augurios iniciales de acercamiento, la relación pronto desembocó en un clima de creciente rigidez. La rivalidad ideológica alcanzó nuevos parámetros con un desarrollo armamentístico sin precedentes, exacerbado con la carrera espacial, el cual termina generando en un verdadero equilibrio del terror. La crisis de Suez17 contribuyó a un nuevo acercamiento. Esto se tradujo en la visita que Kruschev realizó a los Estados Unidos para sostener una entrevista con su homólogo en Camp David, a objeto de fijar criterios para una política de desarme. El espíritu de Camp David se desdibujó prontamente cuando la Unión Soviética denunció la violación de su espacio aéreo por un avión espía nor­ teamericano. El enrarecido clima instalado entre ambos polos no solo se acrecentaría, sino que se agudizaría con el desarrollo de la Crisis de Cuba en 1962, tras la llegada a la presidencia del demó­ crata John F. Kennedy. La Crisis de los Misiles en Cuba (1962) representa el conflicto tipo del período de coexistencia. Es, además, la coyuntura crítica más grave del período de Guerra Fría, por la probabilidad real de empleo del potencial nuclear por parte de los contendientes. Este conflicto arrancó con el triunfo revolucionario de Fidel Castro en 1959 sobre el régimen dictatorial de Batista. El resultado fue la instauración de un régimen marxista a solo 150 kilómetros del territorio estadounidense. Para Washington el régimen de Cas­ 14 Organización del Tratado del Sudeste Asiático, constituido en 1954 por Australia, Francia, Gran Bretaña, Nueva Zelanda, Pakistán, Filipinas, Tailandia y Estados Unidos. 15 Alianza Militar del Pacífico establecida entre Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda en 1951. 16 Alianza de seguridad en el Próximo Oriente, suscrita en 1955 por Gran Bretaña, Turquía, Irak, Pakistán e Irán. 17 En 1956, el líder egipcio decidió la nacionalización del canal de Suez, cuya administración era propiedad de capitales ingleses y americanos. La respuesta franco-británica fue la de efectuar un desembarco militar con el fin de reconquistar el Canal mientras Israel atacaba el Sinaí. La Unión Soviética y los Estados Unidos condenaron la invasión y consiguieron, con el apoyo de la ONU, la retirada de los ocupantes. 6i

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tro constituía una amenaza directa a la seguridad nacional y a los intereses de Estados Unidos en la región latinoamericana. Ante la preocupación estadounidense de que el modelo de la Revolución Cubana se propagara por América Latina, el presidente Kennedy decidió impulsar el proyecto Alianza para el Progreso, un programa de ayuda y cooperación económica para los países de la región a fin de impulsar proyectos de reformas y de mejoramiento de ser­ vicios, cuyo objetivo estratégico último era el de contener posibles estallidos revolucionarios en todo el escenario latinoamericano. En adición a esta iniciativa, la administración de Kennedy aprobó en 1961 el desembarco en Bahía de Cochinos de un grupo de exiliados cubanos, armados por el gobierno e instruidos por la CIA, con el propósito de derrocar el gobierno de la isla. Como la operación devino en un completo fracaso, los norteamericanos reforzaron posiciones alrededor de la isla, estableciendo un embargo comercial y propiciando su expulsión del seno de la Organización de Estados Americanos (OEA). La constante presión norteamericana hizo que Cuba, apelando a la solidaridad comunista internacional, buscara el apoyo desde la Unión Soviética. Kruschev aprovechó la coyuntura para adelantar su posición en América Latina y poder penetrar y erosionar el área de influencia tradicional de los Estados Unidos. A mediados de 1962, los barcos soviéticos que transportaban la asistencia mate­ rial, principalmente alimentos, maquinaria y armas convencionales, incrementaron sus frecuencias a la isla. El gobierno de Washington declaró que tenía pruebas contundentes de la instalación de misiles soviéticos en Cuba que amenazaban directamente la seguridad del país y anunció su decisión de bloquear la isla y reaccionar ante cualquier acción hostil (Pereira 2009; Zorgbibe 2005). El lenguaje utilizado por los máximos dirigentes, la amenaza constante de Kennedy de usar las armas nucleares ante cualquier agresión, como también la movilización de los ejércitos por parte de ambos bandos, puso al mundo al borde del abismo nuclear durante trece días. Tras una intensa labor diplomática desplegada por ambas potencias, el peligro inminente de un conflicto nuclear concluyó el 28 de octubre de 1962, cuando la Unión Soviética decidió retirar los 36 misiles de corto y mediano alcance instalados en la isla. El 62

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acuerdo alcanzado en las negociaciones entre Moscú y Washington contemplaba, a cambio del retiro de los misiles situados en Cuba, la promesa de Estados Unidos de no invadir la isla y de acometer el desmantelamiento de los misiles Júpiter instalados en Turquía. Después de esta crisis, el acercamiento diplomático entre la Unión Soviética y Estados Unidos se intensificó, permitiendo una mayor interacción y negociación entre los bloques.

c) Tercera etapa: la distensión (1962-1979) Conflicto tipo: La guerra de Vietnam La Distensión se caracterizó por ser un período de menor tensión entre los bloques, con pugnas de baja intensidad, pero de mayor conflictividad al interior de los bloques y creciente turbulencia en otros espacios del sistema internacional, principalmente en los países del Tercer Mundo. La mayor interacción y fluidez en las relaciones entre superpo­ tencias se expresó en las visitas de Brézhnev a Washington y Nixon a Moscú, en el establecimiento de acuerdos sobre paridad nuclear y control armamentístico, como también en pactos de no agresión y de cooperación económica entre ambas potencias. Una de las principales características de esta etapa correspon­ de a las numerosas tensiones que se produjeron internamente en cada uno de los bloques, suscitando la incertidumbre en relación a la perdurabilidad, la cohesión y a las lógicas de distribución de poder en términos intrabloques. De acuerdo a Hobsbawn (1998), las contestaciones al liderazgo en ambos polos ponen en el tapete el dilema de las propuestas de las superpotencias frente a sus rea­ les pretensiones hegemónicas e imperialistas. Dichas pretensiones chocaban con el anhelo de diversos países de alcanzar una mayor autonomía a nivel internacional, ante el progresivo desgaste so­ viético y norteamericano, factor que tiene directa relación con el fenómeno de los nacionalismos. En el bloque occidental, la autonomía de la Francia de Charles de Gaulle y su posterior salida de la OTAN, sumado a la política exterior de apertura al Este y de reconocimiento de las fronteras establecidas después de la Segunda Guerra Mundial -Ostpolitikdesarrollada por la Alemania de Willy Brandt, encarnaron claros 63

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cuestionamientos a los designios norteamericanos y, con ello, mi­ naron la cohesión y estabilidad del bloque occidental. En tanto, en el bloque oriental, tendrían lugar una serie de acontecimientos que pondrían en jaque al liderato soviético. El resquebrajamiento se inició con la ruptura de las relaciones chinosoviéticas, las que se venían degradando hacía tiempo producto de las diferencias y de la competencia entre la República Popular China y la Unión Soviética respecto del modelo ideológico comunista, sustentado por ambos Estados, así como por la crítica de China a la hegemonía soviética en el movimiento comunista internacional, que alcanzó su punto álgido tras la Guerra de Vietnam. A este conflicto se sumó el proceso de liberalización política intentado por Checoslovaquia, conocido como la «Primavera de Praga», con el objetivo de cambiar varios aspectos del régimen comunista im­ perante. La esperanza checa acabó abruptamente con la irrupción de los tanques soviéticos para aplastar el movimiento reformista. La sangrienta intervención, sustentada en el principio de soberanía limitada que inspiraba la Doctrina Brézhnev, reforzaba la idea de que la Unión Soviética era el único actor capaz de garantizar la defensa de la institucionalidad socialista dentro de los países que se encontraban en su circuito ideológico. Pero, en un nivel más profundo de la sociedad internacional de Guerra Fría, tenía lugar una transformación mucho más radical que condicionó la estructura del orden internacional impuesto. Como consecuencia directa de los cambios generados en la escena internacional tras la Segunda Guerra Mundial, tuvo lugar una ex­ plosión de sentimientos nacionalistas que activaron el proceso de autodeterminación en diversas colonias que, hasta entonces, habían sido subyugadas por el imperialismo de las principales potencias europeas. Este proceso se inició con la independencia de Pakistán e India en 1947, y fue seguido por la independencia de Indonesia en 1949, la de Camboya en 1953 y la de Vietnam en 1954, entre varias otras. La Descolonización no solo duplicó el número de EstadosNaciones en el sistema político-diplomático de la Guerra Fría, sino que además le confirió una diversidad cultural, económica y religiosa sin paralelos, plagando el escenario internacional de nuevos actores y de nuevas complejidades. 64

Análisis histórico:

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Los países del «Tercer Mundo» recién independizados, poseían un escaso protagonismo a nivel internacional y exiguos márgenes de acción como para ser capaces de sustraerse a la dinámica de enfren­ tamiento entre los polos, lo que prontamente derivó en su forzoso alineamiento. De modo que los países recientemente liberados se vieron obligados a responder a la lógica de los bloques suscitada por el juego impuesto por las superpotencias para ganar influencia sobre la política exterior de los países tercermundistas. No obstante, a medida que el sistema bipolar de la Guerra Fría evolucionaba, fue naciendo una especie de tripolaridad en términos de pertenencia, aun cuando esto no sucedió en la distribución real del poder. «El tercer mundo absorbió la confrontación bipolar, desviando el concepto de enfrentamiento Este-Oeste a una lucha de las naciones del cen­ tro en el escenario de la periferia. Nacía el comúnmente conocido enfrentamiento Norte-Sur» (Pereira 2009: 462) El primer gran esfuerzo por materializar los intereses de los países de la periferia internacional, de neutralidad, descolonización y coexistencia pacífica, lo constituyó la Conferencia de Bandung, celebrada en 1955 entre un conjunto de Estados de Africa y de Asia. En esta conferencia se instituye el primer conjunto de principios validados por el Tercer Mundo, con el objeto de desafiar la lógica de la bipolaridad y de configurar un nuevo modelo de relaciones internacionales sobre la base del respeto a la soberanía y a la inte­ gridad territorial, a la igualdad entre las razas y las naciones, y a la no injerencia de los asuntos internos de otros Estados. A renglón seguido, durante 1961 tuvo lugar la conformación del Movimiento de los Países No Alineados, institucionalización de un grupo de Estados para actuar colectivamente en el sistema internacional, al margen de los bloques, con el fin de presionar por la incorporación en la agenda internacional de temas como la preservación de las independencias nacionales, el derecho a la no pertenencia a ninguna alianza militar, el desarme nuclear y el rechazo a la instalación de bases militares en países del Tercer Mundo. La irrupción del Tercer Mundo en la escena internacional se manifestó con nitidez en la crisis petrolera de 1973, hecho que revela el grado de transformación suscitada en la sociedad internacional tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. La génesis de esta crisis 65

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internacional se encuentra en la «Guerra de Yom Kippur» de 1973, desatada ante la ofensiva desplegada por Egipto y Siria, con el pro­ pósito de recuperar los territorios ocupados por el Estado de Israel en la «Guerra de los Seis Días»18 (1967). El Medio Oriente constituía uno de los puntos más calientes del planeta para la avanzada de las posiciones de ambas superpotencias, lo que resulta graficado en el apoyo que la Unión Soviética otorgaba a los Estados árabes, en particular Egipto y Siria, mientras que Israel era un aliado de Esta­ dos Unidos en la región. El conflicto se extiende por pocos meses y culmina con la victoria de Israel. Las derivaciones internacionales del conflicto se expresaron pocos meses más tarde, cuando la «Or­ ganización de Países Exportadores de Petróleo» (OPEP) adoptó la decisión de no exportar crudo a los países que apoyaban a Israel durante el conflicto, y más tarde resolvió sucesivamente establecer el embargo del producto y elevar el precio del barril de crudo. La Crisis del Petróleo comportó consecuencias inusitadas en la escena internacional. En primer lugar, signa la irrupción del Tercer Mundo como nuevo tipo de actor en la arena internacional, como expresión de las crecientes desigualdades instaladas en el eje Norte-Sur y de la división existente entre los países podero­ sos e industrializados frente a los países pobres, exportadores de materias primas. En segundo lugar, supuso que las dinámicas de poder se complejizaban y ya no podían efectuarse exclusivamente en términos de la bipolaridad del sistema. La OPEP, organización integrada por países no pertenecientes al grupo de potencias del sistema político internacional, había logrado alterar profundamente el funcionamiento de la actividad productiva/económica de las gran­ des potencias, forzándolas a emprender negociaciones diplomáticas con vista a establecer acuerdos para revertir la situación generada (Zorgbibe 2005). La estabilidad en el diálogo que se venía desarrollando entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, no tuvo correlato respecto de los intereses estratégicos de ambas potencias en Asia, región que

18 En junio de 1967, el ejército de Israel lanza un operativo de autodefensa en contra de Egipto, cuyo resultado fue la ocupación de los territorios del Sinaí Egipcio, la franja de Gaza, Cisjordania, la ciudad vieja de Jerusalén y los Altos del Golán. 66

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desde los años sesenta fue adquiriendo un creciente protagonismo en el sistema internacional. Es en este marco que se desarrolló el conflicto tipo del período de la distensión, el que corresponde a la guerra de Vietnam (1964-1975). Desde la derrota francesa de Dien-Bien-Fu en 1954, el territo­ rio correspondiente a la antigua colonia de Indochina terminó por escindirse políticamente en dos partes, el norte liderado por el líder marxista Ho Chi Minh y el sur dirigido por el dictador Ngo Dinh Diem. Ante el vacío dejado por los franceses, la administración nor­ teamericana decidió intervenir, tanto por razones estratégicas como por el deseo de aprovecharse de las riquezas mineras vietnamitas (Pereira 2009: 515). El teatro de una competencia estratégica se desató prontamente. Mientras los dirigentes sudvietnamitas recibie­ ron la ayuda y asesoramiento de la administración de Kennedy, las guerrillas del Vietcong se vieron reforzadas con el material bélico provisto por los soviéticos. Si bien el accionar norteamericano no contempló inicialmente una intervención militar directa, ante el derrocamiento del dictador del sur por un golpe militar en 1963, y el crecimiento de las fuerzas del Vietcong, el sector septentrional abrió un flanco que ponía en peligro las pretensiones de Estados Unidos en Asia, razón por la cual el gobierno de Washington decidió intervenir directamente en el conflicto. Con la incorporación de Estados Unidos a la disputa, la escalada de violencia se acrecentó a niveles sin parangón. El uso de nuevas tecnologías armamentistas, entre las que se cuentan las armas quí­ micas, y el empleo de nuevas estrategias de guerra, como la guerra de guerrillas, serán elementos constitutivos de una guerra que generó cuantiosas pérdidas a los Estados Unidos. La intervención militar estadounidense, que en algunos momentos llegó a contar con más de medio millón de hombres, no pudo lograr una victoria decisiva sobre los norvietnamitas, lo que forzó su retirada en 1973. El conflicto se prolongó hasta la ocupación de Saigón y la derrota de las fuerzas del sur propinada por el ejército de la República Democrática de Vietnam en 1975. La Guerra de Vietnam generó el desgaste del régimen interior y la erosión del poder hegemónico de los Estados Unidos en el ámbito 67

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internacional. Con respecto a lo primero, las administraciones de Kennedy y Johnson estimaron erróneamente que, tras su incursión en el conflicto de Indochina, Vietnam se erigiría como la piedra angu­ lar de la seguridad estadounidense en el Pacífico y sería el elemento decisivo para la culminación de la Guerra Fría. Empero, la guerra terminó por provocar enormes pérdidas humanas y económicas, además de generar un sentimiento de rechazo generalizado en la opinión pública estadounidense. El síndrome de Vietnam marcó a toda una generación y fue causal de la conformación de un activis­ mo pacifista opositor a las estrategias desplegadas por los Estados Unidos en su política exterior. En el ámbito externo, la derrota estadounidense implicó la erosión de su posición internacional y la pérdida de legitimidad de su rol como superpotencia mundial. En contrapartida, para la Unión Soviética y el bloque comunis­ ta, que habían colaborado militar y económicamente con Vietnam del Norte, fue una gran y pomposa victoria que permitió levantar ánimos para extender la idea de lucha de clases en el Tercer Mun­ do, como también establecer una nueva área de influencia regional (Kissinger 1995: 695).Tras el triunfo comunista en Vietnam, nuevos países pasarían a ser gobernados por regímenes comunistas en el Sureste Asiático. A fines de los setenta, la presencia soviética en Afri­ ca se acentuó, interviniendo militarmente e implantando regímenes proclives en Somalia y Etiopía, y consolidando su presencia en An­ gola, Mozambique, Tanzania y Zambia. En el continente americano, aparece el comunismo con la revolución sandinista en Nicaragua, que acaba con el régimen de Somoza (Pereira 2009: 516). En ese mismo año, los soviéticos invaden Afganistán, acontecimiento que tendrá significativas consecuencias para las relaciones entre las dos potencias y producirá la reactivación de la Guerra Fría.

d) Cuarta Etapa: La segunda Guerra Fría (1979-1989) Conflicto tipo: La Guerra de Afganistán.

La cuarta y última etapa de la Guerra Fría estuvo marcada por el retorno a una extrema confrontación entre bloques. La fase se inició con dos sucesos acaecidos en ambos polos de poder. Por una parte, el ascenso de Ronald Reagan a la Casa Blanca en 1981, quien aspiraba a recuperar el prestigio y liderazgo internacional de 68

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Estados Unidos erosionado en la década anterior. Por otro lado, la incursión soviética en Afganistán en 1979, conflicto que signaría el curso de esta fase y que constituiría la antesala del repliegue y definitivo colapso de la Unión Soviética. De forma consecutiva a la revolución fundamentalista iraní de 197919, a través de la cual se expulsó al sah del poder, la Unión Soviética emprendería la invasión de Afganistán, acción que se ex­ tendería por casi una década. El principal objetivo de la intervención soviética, efectuada bajo la lógica de la pugna Este-Oeste, buscaba sostener al hombre fuerte del régimen comunista en el poder, Babrak Karmal, cuya autoridad se vio cuestionada por una insurrección popular. Junto a ello, la incursión del Ejército Rojo en tierras afga­ nas perseguía hacerse de posiciones estratégicas para los soviéticos en Medio Oriente, con miras a evitar una posible desestabilización regional en caso que Estados Unidos interviniera Irán. No obstante, la competencia estratégica entre ambas potencias igualmente termi­ nó por desencadenarse. La guerrilla de los Mujahidines, apoyados logísticamente y materialmente por Estados Unidos para erosionar la permanencia del régimen comunista en el poder, provocó a lo largo de la década en que se extendió la ocupación del territorio afgano significativas pérdidas a las fuerzas soviéticas y terminó por corroer la posición internacional de la superpotencia comunista. Los acontecimientos que tuvieron lugar en la escena inter­ nacional durante la década de los setenta tuvieron importantes repercusiones en la política interna de la sociedad norteamericana. En 1981 llegó a la presidencia el postulante republicano Ronald Reagan, quien, al asumir el poder, emprendió una verdadera cruzada anticomunista con el propósito de recuperar el liderazgo de Estados Unidos perdido tras la guerra de Vietnam. Más allá de cualquier otra consideración, el gobierno de Washington decidió financiar a todo tipo de fuerzas opuestas a las tradicionales guerrillas de izquierdas en Iberoamérica, Africa y Asia. Para reforzar aún más la posición internacional de los Estados Unidos, la administración lanzó el famoso plan de «Guerra de las Galaxias», o Iniciativa de Defensa

19 La revolución iraní inaugura el período en que los extremismos religiosos irrumpen en la escena internacional. 69

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Estratégica (IDS), con el propósito de neutralizar las capacidades defensivas soviéticas y agotar al adversario. La agresividad de la política exterior norteamericana contrasta­ ba con la debilidad estructural de los soviéticos en el campo interno e internacional. La crisis del liderazgo político que afectaba a la Unión Soviética, suscitada por la longevidad de sus gobernantes y la respectiva sucesión de mandatos políticos, y por el estancamiento, dependencia y deterioro en el nivel de vida de la población, tuvo como corolario la pérdida de legitimidad y el desgaste del poder soviético a nivel internacional. El avance en las posiciones de fuerza y de poder de Estados Unidos, evidenciaba las falencias de la Unión Soviética, que se mostraba incapaz de enfrentar la superioridad tec­ nológica y económica de su oponente, dando fuerza al argumento de analistas que afirmaban que Estados Unidos se convirtió, a fines de los años ochenta, virtualmente en el «primero entre iguales» (Pearson 2004; Kennedy 1994).

2.3. 1989 el año que cambió el mundo: El final de la Guerra Fría El ascenso de Gorbachov al poder en la Unión Soviética du­ rante 1985, y la posterior aplicación de las políticas de la Glasnot y Perestroika, representaron un paso decisivo para la apertura política, económica y comunicacional de la Unión Soviética. Cuatro años más tarde, el 7 de diciembre de 1988, ante la Asam­ blea de Naciones Unidas, Gorbachov declaró la desideologización de las relaciones internacionales y la clausura de la hasta entonces cerrada y excluyente sociedad soviética; expresaba su deseo de integrar la comunidad mundial y esperaba fortalecer el proceso de interdependencia. En 1989, el dirigente germano-oriental, Egon Krenz, decretaba la apertura del Muro de Berlín, con lo que desaparecía uno de los signos más tristes y simbólicos de la Guerra Fría. 1989 es un año marcado por profundas turbulencias interna­ cionales. Las revoluciones europeas de 1989, resumidas en la frase «Polonia, diez años; Hungría, diez meses; Alemania del Este, diez semanas; Checoslovaquia, diez días; Rumania, diez horas» (Zorg70

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bibe 2005), ejemplifican las rupturas que echaron abajo el orden establecido tras la segunda conflagración mundial. El 25 de diciembre de 1991, Gorbachov anunciaba en un discurso público que por la fuerza de la situación creada al ser formalmente disuelta la Unión Soviética y ser fundada, en su lugar, la Comunidad de Estados Independientes (CEI), concluía sus acti­ vidades como presidente de la URSS. Sus palabras tenían un gran significado: terminaba no solo la historia de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, también la historia de la Guerra Fría y, para muchos autores, la historia del siglo XX.

3. La Sociedad Internacional Contemporánea de post Guerra Fría La caída del Muro de Berlín en 1989 constituye un punto de inflexión en la historia de las relaciones internacionales. El hecho es expresión del progresivo desmembramiento de la Unión Soviética, proceso que concluye hacia el 1991 cuando se conforma la Federa­ ción Rusa que se haría heredera de la soberanía legal-internacional soviética y, por lo tanto, de su escaño permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Tras el derrumbe de la Unión Soviética y el colapso del bloque oriental, desaparecieron de la faz europea cuatro Estados y catorce nuevas entidades políticas fueron creadas durante la década de los noventa20. Todas estas transfor­ maciones solo resultan comparables al objetivo reorganizador de los Tratados de Versalles de 1919 (Judt 2006). Asimismo, la reu­ nificación alemana, concretada en octubre de 1990, jugó un papel crucial en el nuevo impulso que adquirió la integración europea tras la suscripción del Tratado de Maastricht de 1992, acuerdo que consolida lo que hoy conocemos como Unión Europea. El término de la Guerra Fría, junto con poner coto a la división de Europa y propiciar la descompresión del sistema internacional, 20 Checoslovaquia se dividió en dos Estados independientes (República Checa y Eslovaquia) y Yugoslavia se dividió en cinco (Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia, y Serbia y Montenegro). Además, Biclorrusia, Estonia, Lctonia, Lituania, Moldavia y Ucrania se independizaron de la Unión Soviética, la cual fue sucedida por la Federación Rusa en 1991. 71

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trajo consigo el advenimiento de un orden internacional signado por la incertidumbre derivada de procesos propios del orden anterior y otros, de nueva envergadura, que se vieron detonados por el fin del enfrentamiento bipolar. Durante la década de los noventa, diversas interpretaciones -algunas más optimistas que otras- intentaron desentramar el te­ jido del nuevo orden internacional y, en algunos casos, buscaron «predecir» los procesos venideros. Frederic S. Pearson y J. Martin Rochester (2004) identifican dos importantes grupos de autores en esta materia. Por un lado, se encuentran los autores inscritos en la «vertiente realista»21, quienes han argumentado el advenimiento de una estructura internacional de carácter multipolar, tras 45 años de excepcional bipolaridad, cuyas principales dinámicas están constitui­ das por la difusión del poder22 y la flexibilidad de las alianzas, las que originan un sistema internacional más inseguro e inestable. Por otro lado, se encuentran los autores de la «tendencia globalista», los que observaron un socavamiento de los principios básicos de la soberanía westfaliana, ocasionado por la emergencia de nuevas temáticas y pro­ cesos que tienen como factor común una creciente interdependencia económica y política, dando como resultado un sistema internacional más complejo aunque no necesariamente menos seguro. Cabe agregar a cada una de estas visiones, respectivamente, los clásicos con aspiraciones omnicomprensivas «The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order» de Samuel P. Huntington y «The end of History and the Last Man» de Francis Fukuyama.23 Desde una perspectiva sistémica, además, el orden Ver, por ejemplo, Mcarshcimcr (1990), para quien el fin de la bipolaridad que dio orden al sistema internacional desde 1945 implicaría el retorno a la multipolaridad que caracterizó a Europa entre 1648 y 1945, el cual crearía poderosos incentivos para el uso de la fuerza. 22 De acuerdo a Joscph S. Nyc (1991: 178), las causas de estos fenómenos radican en «la interdependencia económica, los agentes transnacionales, el nacionalismo de los Estados débiles, la difusión de la tecnología y cambiantes temas políticos». 23 Francis Fukuyama (1992) -probablemente el más purista de la vertiente globalista- profetizó la configuración de un sistema internacional caracterizado por la prosperidad mundial bajo la tutela de Estados Unidos y el liberalismo. Por su parte, Samuel P. Huntington (1996) afirma que la nueva y principal fuente de conflicto internacional sería cultural, con expresión en el enfrentamiento entre diversas civilizaciones, las cuales 21

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internacional posterior al colapso soviético fue descrito por diver­ sos autores como unipolar (Krauthammer 1990; 1991), tripolar24 (Tucker 1996), multipolar y multicivilizacional (Huntington 1996) e incluso uni-multipolar25 (Huntington 1999). El transcurso de los acontecimientos de la post Guerra Fría iría comprobando y refutan­ do, en parte, las aventuradas tesis de estos autores. Considerando la proliferación de interpretaciones en extremo divergentes respecto de la realidad internacional que emerge a comienzos de los años noventa, cabe preguntarse: ¿Cómo y cuánto ha cambiado la sociedad internacional desde el fin de la Guerra Fría? En este apartado se desarrollarán algunas claves históricas que orientan la comprensión e interpretación de los fenómenos internacionales. Ante la ausencia del «enemigo» soviético o de algún otro actor capaz de desafiar su posición de poder, los esfuerzos de la diplomacia estadounidense, encabezada por el presidente George H. W. Bush, se enfocaron hacia la construcción de un «nuevo or­ den mundial» que, sustentado en el tradicional «internacionalismo liberal estadounidense»26, fuese reflejo de sus valores y, por lo tanto, funcional a sus intereses. Las bases de dicho orden, a saber, democracia liberal, libre mercado y multilateralismo, se orientaron a reemplazar las tradicionales utopías antagonistas, en lo que ha venido a denominarse pensamiento único. En palabras de Bush:

«Tenemos la visión de una nueva asociación de nacio­ nes que trasciende la Guerra Fría. Una asociación basada en la consulta, la cooperación y la acción colectiva, espe­ cialmente por medio de organizaciones internacionales y regionales. Una asociación unida por el principio y por el imperio del derecho y apoyada por un reparto equitativo de los costos y compromisos. Una asociación cuyas metas sean intensificar la democracia, aumentar la prosperidad, robustecer la paz y reducir las armas» (Bush 1990). reemplazarían a otras divisiones (como los Estados o los tres mundos) como principales puntos de referencia en el nuevo orden mundial. Para una aproximación crítica a éstas y otras tesis, ver Vilanova (2003). 24 Estados Unidos, Alemania y Japón. 25 Un sistema híbrido con una superpotencia y muchas grandes potencias (Huntington 1999). 26 Para una definición e interpretación de este concepto en tres momentos de la historia, ver Ikenberry (2009). 73

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Sin embargo, desde mediados de la década de los noventa, las pretensiones iniciales y los recursos dispuestos en la consecución de los objetivos trazados contrastaron diametralmente con la limitada efectividad que Washington mostró en su accionar, particularmente en lo referido a consolidar una posición de hegemonía que lo situa­ ra de manera efectiva y duradera en el sistema internacional. Esta debilidad en el accionar externo de los Estados Unidos se debió, en buena medida, a la desacertada lectura de la nueva realidad interna­ cional, a la carencia de una estrategia de política exterior que diera cuenta de su adaptabilidad de una escena internacional en cambio y, ciertamente, a la tensión «internacionalista/aislacionista» que ha subsumido a la política exterior estadounidense desde los inicios de su historia y que, en cuanto tal, le ha impuesto constantes frenos a la asunción de un liderazgo efectivo de la sociedad internacional (García Pérez 2009). Como afirmara Henry Kissinger, «lo que sí es nuevo en el naciente orden mundial es que, por vez primera, los Estados Unidos no pueden retirarse del mundo ni tampoco domi­ narlo» (Kissinger 2004: 13). El debate sobre el aparente declive del poder estadounidense ha tenido un nuevo impulso en el marco de la post Guerra Fría y tras los atentados de 2001 en New York y Washington (Nye 1991; Kennedy 1994; Wallerstein 2005). Si bien el relativo éxito de la Guerra del Golfo (o Primera Guerra de Irak), y procesos como el establecimiento de regímenes democráticos en buena parte del mun­ do, la difusión del libre comercio, la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la creciente operatividad de los organismos multilaterales se mostraban como expresión de la voluntad de liderazgo de la diplomacia estadounidense, entrado el siglo XXI la complejidad del sistema internacional ha desbordado los límites de la hegemonía de Estados Unidos.

3.1 Rasgos principales del Orden de Post Guerra Fría En lo fundamental, el principal elemento de continuidad entre el orden de Guerra Fría y el posterior ha sido la existencia de un organismo interestatal de carácter universal como es Naciones Unidas, el cual se erige como el núcleo de un complejo sistema de 74

Análisis histórico:

la evolución de la sociedad internacional

gobernanza global en un contexto de anarquía internacional. Los esfuerzos de dicha organización para adaptarse a los nuevos tiem­ pos no han sido suficientes para atenuar las críticas que la señalan como anacrónica y disfuncional. Estas apuntan principalmente a su Consejo de Seguridad, el cual es reflejo del equilibrio de poder inmediatamente posterior al término de la Segunda Guerra Mundial y no del actual. El rasgo distintivo de la post Guerra Fría ha sido la globalización de las relaciones internacionales27. El fenómeno le ha otorgado un nuevo sentido al orden internacional, modificándolo de manera sustantiva y construyendo una nueva realidad global que evoca las elucubraciones de Marshall McLuhan (1968). En la configura­ ción de este nuevo orden se superponen rasgos de las sociedades internacionales descritas anteriormente, así como también nuevos fenómenos que desafían algunas de las bases fundamentales de la sociedad que ha emergido en las postrimerías del siglo XX y, al menos en apariencia, desafían el protagonismo del Estado. En palabras de Del Arenal (2010), la «nueva sociedad internacio­ nal» se caracteriza por ser universal y planetaria, heterogénea y com­ pleja, crecientemente interdependiente, políticamente no integrada y sin regulación adecuada, y crecientemente desequilibrada y desigual. Ante esta nueva realidad internacional, el Estado ha debido ade­ cuarse y adaptarse a la proliferación de actores, flujos y dinámicas que, si bien ya existían desde hace un tiempo, han adquirido una fisonomía nueva y una relevancia sin precedente. Es así como, fruto de los avances de las tecnologías de información, comunicación y transporte propios de la globalización y la descompresión resultante del fin de la Guerra Fría, las tendencias hacia la heterogeneización e interdependencia iniciadas durante la década de los 70 se han visto notoriamente exacerbadas. Han proliferado un sinfín de actores, distintos de los Estados y con creciente capacidad de influencia, tales como organismos internacionales, instituciones financieras, empresas transnacionales, grupos religiosos y una sociedad civil

27 Existen diversas posturas respecto a la cuestión de la globalización. Para una introducción a este debate, ver el trabajo de David Held y Anthony McGrew (2003). 75

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global cada vez más influyente, dando como resultado una sociedad internacional crecientemente compleja, heterogénea y fragmentada. En desmedro de la tradicional función militar de los Estados, las capacidades económicas y regulatorias han alcanzado cada vez más gravitación en la mantención del orden internacional, en lo que Pearson y Rochester (2004) han llamado el «eclipse del potencial militar». Es por eso que pese a que las características tradicionales de los Estados han sido erosionadas enormemente como fruto de la globalización, «en principio, solo el monopolio legítimo de la violencia, y la territorialidad permanecen como atributos intoca­ bles del Estado» (Del Arenal, 2005: 43). En la medida que aquello que hacia fines de los setenta Robert O. Keohane y Joseph S. Nye ponían en evidencia como los costos crecientes del uso del poder militar se ha convertido en una realidad instalada a partir del fin de la Guerra Fría, el poder económico ha cobrado cada vez mayor importancia, y no solo para los Estados. Dos tipos de actores del ámbito económico ejercen gran influen­ cia en la toma de decisiones tanto a nivel estatal como multilateral. El primero de estos actores está representado por los organismos y foros económicos internacionales tales como el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el foro del G828 y la Organización Mundial de Comercio (OMC), instituciones que han promovido la liberalización de las economías nacionales y del comercio internacional. Fue precisamente la creación de la OMC en 1995, en reemplazo del GATT (siglas para General Agreement on Tariffs and Trade) de 1947, el evento que develó el sentido alcanzado en la dimensión económica del orden de post Guerra Fría, encami­ nado hacia la liberalización universal del comercio internacional. El segundo tipo de actor son las empresas multinacionales, las cuales, ante la carencia de un régimen internacional que las regule y de límites ideológicos que restrinjan sus movimientos y su cre­ ciente poder económico, han adquirido una influencia progresiva en las decisiones tanto en los ámbitos estatales como interestatales, rebasando incluso el ámbito exclusivamente económico.

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Compuesto por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia, Japón, Rusia y la Unión Europea. 76

Análisis histórico:

la evolución de la sociedad internacional

La confluencia y sintonía entre ambos tipos de actores ha limi­ tado en buena medida la capacidad -y voluntad- de los gobiernos para regular los flujos económicos internacionales y para tomar decisiones de manera autónoma. En otro orden de cosas, el término de la lógica de enfrenta­ miento bipolar trajo aparejado el resurgimiento de conflictos que la Guerra Fría había postergado. Los tradicionales conflictos interes­ tatales, que caracterizaron a los períodos anteriores, pasaron a ser una excepción en un nuevo orden internacional determinado por la complejización y multidimensionalidad de los fenómenos que desafían la seguridad internacional. De acuerdo a Javier Solana, las causas de los conflictos internacionales contemporáneos van desde la pobreza y la incapacidad de los Estados para responder a las demandas de sus ciudadanos (Estados fallidos) hasta disputas étnicas y religiosas (Solana 2003:25). Enfrentada a estos desafíos, la sociedad internacional ha dado señales de una nueva forma de concebir el poder y la seguridad, cimentando una nueva arquitectura de seguridad internacional en la medida que la naturaleza de las amenazas ha mutado. Esta nueva forma de comprender la cuestión de la seguridad, propiciada por las experiencias de la ex Yugoslavia -hito inicial del nuevo tipo de conflictos- y el fracaso estadounidense en Irak desde 2003, asume la importancia de la acción multilateral y multidimensional, en con­ traposición al unilateralismo y militarismo propios de un sistema no-cooperativo. En este sentido, las tradicionales operaciones de paz desplegadas por Naciones Unidas, desde la Crisis de Suez de 1956, adquirieron en los albores del nuevo siglo una complejidad acorde a los desafíos actuales. Tras la experiencia fallida en la región balcánica de la exYugoslavia, las operaciones de paz se han orientado a entregar respuestas integrales y multidimensionales a los desafíos de segu­ ridad, teniendo su máxima expresión en la adopción del principio de responsabilidad de proteger, adoptado en el marco de la Cumbre Mundial de Naciones Unidas celebrada el año 2005. Sobre este nuevo cimiento jurídico, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ha adquirido una importancia y eficacia sin precedentes en la resolución de los principales dilemas de seguridad internacional, 77

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a pesar de sus limitaciones y anacronismo. Como correlato de lo anterior, los principios de no-intervención y soberanía29, constitu­ tivos del orden internacional westfaliano y prácticamente dogmas del orden internacional de Guerra Fría, han tendido a relativizarse en favor de la defensa de los Derechos Humanos. Otros factores que han contribuido a la relativización del prin­ cipio de soberanía han sido el aumento de los flujos transnacionales, la creación de instituciones como la Corte Penal Internacional, y la profundización y ampliación del proceso de integración supranacional europeo, así como el nuevo aliento de los procesos de regionalización en América Latina30 y Asia Pacífico.

3.2 El orden internacional después del 11-S Si bien los atentados terroristas contra el World Trade Center y el Pentágono en Estados Unidos el día 11 de Septiembre de 2001 no constituyeron un punto de inflexión histórico, ni mucho menos inauguraron un nuevo período en la historia mundial, son un buen ejemplo de la tónica de la post Guerra Fría31. Junto con demostrar el insospechado poder del que pueden hacer uso algunos actores noestatales, esta coyuntura y las dificultades posteriores refutaron de plano la idea de un orden jerárquico e incuestionablemente liderado por Estados Unidos que, no obstante las distintas visiones descritas más arriba, había prevalecido desde los años noventa. Además, a partir de 2001, los procesos de complejización de la realidad in­ ternacional se ven notoriamente exacerbados. Probablemente, las acciones preeminentemente militares lideradas por Estados Unidos en respuesta a la amenaza terrorista son el ejemplo más claro de las dificultades del hegemón (y, en general, del Estado-nación) para adaptarse a la nueva realidad internacional. 29 Para una visión que complejiza la noción de soberanía, ver Krasner (2001). 30 Es así como, por ejemplo, en 1991 se crea el Mercado Común del Sur (Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y, recientemente, Venezuela) y en 1997 el Pacto Andino pasa a convertirse en la Comunidad Andina. 31 Immanucl Wallcrstcin (2005) propone interpretar este acontecimiento como un símbolo de que el período posterior a la Segunda Guerra Mundial ha generado las condiciones para el declive hcgemónico de Estados Unidos, en el mismo sentido que la Guerra de Vietnam, las revoluciones de 1968 y el fin de la Guerra Fría. 78

Análisis histórico:

la evolución de la sociedad internacional

Los atentados inauguraron la denominada «guerra contra el terrorismo» bajo el liderazgo de George W. Bush y su política exterior neoconservadora, política que contribuyó a erosionar las bases multilaterales del orden internacional que su padre había pretendido consolidar. En contraste con el apoyo multilateral con que contó la Guerra del Golfo de 1991 y, en menor medida, la Gue­ rra de Afganistán de 2001, la invasión a Irak de 2003 constituyó un desafío de grandes dimensiones al orden internacional vigente, particularmente en lo relativo al uso de la fuerza. Contraviniendo la tradicional noción del uso legítimo de la fuerza como auto-defensa de un Estado frente a una agresión externa, Estados Unidos hizo uso de la fuerza militar de manera unilateral contra Irak (es decir, sin la aprobación del Consejo de Seguridad), argumentando la po­ sesión de armas de destrucción masiva -sospechas posteriormente descartadas- en lo que ha venido a denominarse «doctrina de la guerra preventiva» o «doctrina Bush». El fracaso de la intervención estadounidense en Irak demostró que, aunque resultase paradójico, ni siquiera el mismo Estados Unidos podía actuar en detrimento del orden internacional, orden que el propio Estado americano ha contribuido a forjar desde el término de la Primera Guerra Mundial. Como fue demostrado por el peso de los acontecimientos, el uso preventivo y unilateral de la fuerza tiene altísimos costos no solo en términos económicos y militares, sino también en términos de legitimidad y apoyo inter­ nacional (Muñoz 2005). Con particular fuerza a partir de la última década, el orden internacional unipolar se ha visto progresivamente amenazado por la emergencia de nuevas potencias regionales con pretensiones de ejercer influencia a nivel global, provenientes desde el segundo y tercer mundo. Países como China, India, México, Brasil, Sudáfrica y otra serie de potencias medias han adquirido una importancia creciente durante los primeros años del siglo XXI, particularmente en el ejercicio de su rol de potencias regionales-mediadoras32, y a

32 Alberto Rocha y Daniel Morales (2008: 23) los definen como «Estados scmiperifcricos que destacan por el desarrollo intermedio de sus capacidades materiales e inmateriales, su posicionamiento estructural entre los Estados centrales y periféricos, sus proyecciones geopolíticas a nivel regional, su 79

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partir de la creación del G-20 en 1999 y su participación en las reuniones del G8+5. No obstante algunas similitudes, las nuevas potencias emergentes se diferencian del Movimiento de los Países No-Alineados en aspectos específicos de su conformación y obje­ tivos. En lo relativo a su posición frente al orden internacional, la diferencia sustancial es que las nuevas potencias emergentes no buscan modificarlo radicalmente sino introducir reformas encami­ nadas hacia su adaptación al equilibrio de poder de inicios del siglo XXI33. En efecto, la confrontación entre ricos y pobres en el sistema internacional ha sido reemplazada por la búsqueda de consensos (Russell 1993). No obstante lo anterior, es importante tener presente que en la actualidad persiste la fuerza opositora de países provenientes de la periferia del sistema internacional que desafían a Estados Unidos y la no-proliferación de armas nucleares por medio del desarrollo de programas nucleares, accionar que se observa en países tales como Irán, Corea del Norte y Venezuela. El desvío respecto de las bases del orden internacional ha llevado a estos países a ser considerados «Estados parias».

3.3 El orden venidero Durante la última década se han planteado una serie de pro­ puestas teóricas respecto de la configuración que asume el orden internacional actual y el venidero. Entre estas propuestas se encuen­ tran las tesis de la «apolaridad» (nonpolarity) de Richard N. Haass (2008), la del «Imperio» de Michael Hardt y Toni Negri (2000), la del «orden post-americano» de Fareed Zakaria (2008) y la de la inevitabilidad de la creación de un «Estado mundial» de Alexander Wendt (2003). Además, es de interés la propuesta normativa rol de liderazgo regional y su función de mediación entre las potencias mundiales y los Estados periféricos». 33 Destaca entre esas reformas las pretensiones de modificación de la composición del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. No obstante esta y otras demandas pueden ser legítimas c, incluso, deseables, lo cierto es que su factibilidad, en el mediano plazo, ronda en la incertidumbre toda vez que la modificación del statu quo del orden internacional no ofrece incentivos para aquellos que se ven beneficiados por su vigencia (por ejemplo, los países europeos). 8o

Análisis histórico:

la evolución de la sociedad internacional

de David Held y Daniele Archibugi (1995). No obstante, tal como señalara Henry Kissinger (2004), la forma final del nuevo orden internacional será solo visible hasta bien entrado nuestro siglo. La crisis económica de 2008-2009 y las réplicas que al cierre de estas líneas aún se sienten con particular intensidad en la Unión Europea han puesto en jaque tanto el pilar libremercantil del or­ den internacional de post Guerra Fría, como el proceso mismo de integración multidimensional europeo, paradigma de la visión regionalista que alguna vez se dijo ordenaría el sistema internacional. El signo de la post Guerra Fría ha sido la carencia de un orden internacional claramente delimitado, en término de reglas, patro­ nes de acción de los actores estatales y procesos constitutivos. Con todo, es preciso recalcar que, incluso frente al gran desafío que los fenómenos descritos han implicado para la sociedad internacional, los Estados siguen constituyendo el principal punto de referencia al hablar del orden internacional, toda vez que son la máxima auto­ ridad soberana y, por lo tanto, sobre estos recae la responsabilidad de construir orden en la anarquía.

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Capítulo iii Teorías de las Relaciones Internacionales: del Primer al Tercer Debate1 Isabel Rodríguez Aranda

i. Introducción

Desde que las Relaciones Internacionales comenzaron a conformarse como disciplina al finalizar la Primera Guerra Mundial (1914-1918), se han desarrollado tres debates teóricos principales: el primero, en­ tre el idealismo -llamado también liberalismo utópico- y el realismo; el segundo, entre los enfoques tradicionales y el conductismo; y el tercero, entre el neorrealismo y el neoliberalismo, en el que también podemos agregar al neomarxismo. Este capítulo se propone expli­ car cada uno de estos debates, analizando las principales teorías y autores que les dan contenidos. Resulta interesante constatar que estas distintas teorías que repasaremos coexisten hasta hoy para explicar el objeto de estudio de las Relaciones Internacionales, la sociedad internacional. Cuando decimos que coexisten, nos referi­ mos a dos fenómenos: primero, que todas las teorías desarrolladas en la disciplina, incluso las primeras que surgen a inicios del siglo XX, se mantienen vigentes y son válidas para explicar la realidad internacional, y segundo, que ninguna de esas teorías es excluyeme de las otras para analizar un mismo hecho. Estos dos aspectos, o características, son los que explican una coexistencia teórica que es*

Se agradece la colaboración de Diego Leiva Van de Maele y su aporte a los contenidos de este capítulo. 85

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importante tener en cuenta para poder abarcar los hechos y proble­ mas internacionales en su más profunda complejidad. En general, las distintas teorías -llamadas también paradigmas en la literatura de la disciplina- dan respuestas a preguntas sobre los principales actores, problemas y procesos. Así, desde su propia visión, cada teoría explica los hechos, identifica los problemas y ofrece las respuestas o soluciones. Sin embargo, esas distintas respuestas coexisten y la mayoría de las veces se complementan. ii. Idealismo

Iniciando nuestro análisis con el idealismo, debemos señalar que corresponde a la primera reflexión o intento teórico para explicar las Relaciones Internacionales propiamente, situando su desarrollo entre los años 1919 y 1939. En dicho contexto, posterior a la Primera Guerra Mundial, la guerra como acontecimiento internacional será el problema identificado como central en la discusión teórica, cuyo objetivo será pensar y proponer posibles soluciones a dicho proble­ ma, para lo cual el énfasis estará en activar elementos normativos e institucionales en las relaciones internacionales que evitarán una segunda guerra de esas dimensiones. Siguiendo la tradición kantiana y racionalista de las Relaciones Internacionales que han sostenido destacados autores como Platón, Dante, Vitoria, Suarez, Grocio y Pudendorf, los idealistas se basaron en las premisas filosóficas que construían una concepción positiva de la naturaleza humana, donde la razón y la existencia de intereses complementarios y no antagónicos llevan a resaltar una visión de progreso que se aleja del determinismo. Hay, por lo tanto, extrapoladas estas características humanas a los Estados, una constante búsqueda de racionalidad y moralidad en el plano internacional. Es así como una visión optimista del hombre, donde priman atributos como la razón, la templanza, la sociabilidad y la cultura, permitirá, según los idealistas, superar situaciones de conflicto y violencia. Por ello, la política internacional resalta el ejercicio consecuente de la razón, que implica un análisis de los intereses, ventajas y condiciones para que de las negociaciones surjan acuerdos duraderos y estables. Sin duda, la apuesta es por la cooperación, sea 86

Teorías de la Relaciones Internacionales

esta de regulación como el Derecho Internacional, de organización como las Organizaciones Internacionales, o de cultura y valores políticos como es la democracia. En el plano de los actores, entra a jugar un rol muy influyente un actor internacional que explica en parte la influencia liberal en las Relaciones Internacionales desde los inicios de la disciplina (Jackson y Sorensen 2003: 37). Nos referimos a Estados Unidos, país que ingresa a la Primera Guerra Mundial en 1917, lo que a la postre determina el resultado a favor de los aliados democráticos Gran Bretaña y Erancia, y la derrota de los poderes autocráticos de Alemania, Austria y Turquía. También es relevante mencionar que EE.UU. tenía un presidente que era académico de la ciencia política, Woodrow Wilson, quien tomará el desafío impuesto por la Primera Guerra Mundial como una forma de llevar los valores democráticos liberales a Europa y al resto del mundo (Jackson y Sorensen 2003: 37). En este sentido, hay una clara relación entre las ideas de reformar el sistema internacional y reformar las estructuras internas de los Estados autoritarios. La famosa frase de Wilson «la democracia hará seguro al mundo» es la que resume su visión de las Relaciones Internacionales, y la hará explícita en su programa de 14 puntos que presentó al Congreso de EE.UU. en 1918, lo que fue razón para que recibiera el Premio Nobel de la Paz en 1919 (Griffiths 1999: 98). Pero lo relevante fue que estos 14 puntos influenciaron la Conferencia de París que inaugura un nuevo orden internacional post Primera Guerra Mundial. De esos 14 puntos, podemos nom­ brar resumidamente (Keohane 1990: 169): el fin de la diplomacia secreta, el fin de las barreras a la libre navegación de los mares, el fin de las barreras al comercio, la reducción de armamento bajo el concepto de seguridad colectiva, respetar el principio de la auto­ determinación de los pueblos y la creación de una Organización Internacional que garantice el respeto por la independencia política e integridad territorial de todas las naciones. Este último punto se concretará con la creación de la Sociedad de Naciones que junto al Derecho Internacional ofrecerán todos los elementos -eso se es­ pera «idealistamente»- para resolver diferencias y conflictos entre los Estados antes de que se llegue a una guerra. En este sentido, el 87

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punto más destacable de la Sociedad de Naciones fue la firma del Pacto de Briand Kelloggs en 1928, que fue suscrito por todas las naciones y abolía la guerra y la justificaba solo como opción en casos extremos de legítima defensa (Jackson y Sorensen 2003: 38). Entre los autores destacados, Norman Angelí, ya en 1912, es­ cribía en su libro «La Gran Ilusión» que los costos de la guerra son mayores a la cooperación porque esta produce división política y afecta gravemente al comercio; por lo tanto, no es tal la creencia de algunos gobernantes de que la guerra trae beneficios (Angelí 1912). Por su parte, Kelsen, en su libro «Derecho y Paz en las Relaciones Internacionales», escrito en plena Segunda Guerra Mundial, tra­ bajaba la idea de que el Derecho Internacional tendría todas las soluciones a los posibles conflictos entre los Estados señalando que:

«El derecho es, en esencia, un orden para promover la paz. Tiene por objeto que un grupo de individuos pueda convivir en tal forma que los conflictos que se susciten entre ellos puedan solucionarse de una manera pacífica; esto es, sin recurrir a la fuerza y de conformidad con un orden de validez general. Este orden es el derecho» (Kelsen 1986: 152).

David Mitrany, (1933) proponía un orden internacional inspi­ rado principalmente en el auge y desarrollo de las organizaciones internacionales. En definitiva, todos los autores tenían como objetivo construir un sistema universal de paz. Con ellos también se inicia­ ron las primeras cátedras de Relaciones Internacionales en Gran Bretaña y Gales, en las Universidades de Aberystwyth, Oxford y en la London School of Economics. Otros autores destacados del periodo son G. Lowes Dickinson («The European Anarchy», 1916); Leonard Woolf («International Government», 1916), Arthur Ponsonby («Democracy and Diplomacy», 1915), Jan Smuts («The League of Nations», 1918), entre otros (García Picazo 1998: 56). Además, en la propia institución de la Liga de las Naciones se creó un grupo de estudio en el ámbito de la cultura que convocó a 12 miembros, intelectuales destacados del periodo, como Bergson, Einstein, Marie Curie, Lorentz, Freud, Thomas Mann entre otros (García Picazo 1998: 59). 88

Teorías de la Relaciones Internacionales

Sobresale también la contribución de Oswald Spengler, quien en 1918 publica el primer tomo de su libro «La Decadencia de Occidente», y en 1922 publica el segundo tomo, obra que es reedi­ tada treinta veces en los cinco primeros años incluyendo la edición revisada de 1923 (García Picazo 1998: 62). Su planteamiento es pesimista en el contexto idealista descrito, ya que interpreta la his­ toria como cíclica, colocando el énfasis en lo que él llama las «altas culturas», las que tendrían un nacimiento, desarrollo, plenitud, de­ cadencia y muerte, y donde la cultura occidental estaría destinada a este proceso cuyo principal indicador de la etapa de decadencia son las grandes guerras y crisis. Como balance general del periodo idealista, podemos men­ cionar que se lograron definir los principios teóricos básicos de las Relaciones Internacionales para posicionarla como futura materia de indagación científica en instancias académicas. Al mismo tiempo, se logró discutir abiertamente el fundamento de las instituciones rectoras del orden internacional vigente -por lo menos, hasta la Segunda Guerra Mundial (1939-1945)-, y de los valores que arti­ culan la política internacional como son la soberanía, la diplomacia y el Derecho. No obstante lo anterior, y a pesar de la identificación de autores y de sus trabajos, debemos recalcar que sus respectivos aportes de construcción intelectual no lograron constituirse en un todo coherente y compacto que pudiéramos identificar como una comunidad académica especializada. Serán los realistas, a finales de los años 30, quienes les darán identidad de grupo denominándoles «idealistas», tras refutarles sus explicaciones doctrinarias, teóricas e ideológicas para dar forma a un segundo enfoque de la disciplina, el realismo. III. Carr, entre el idealismo y el realismo

A finales de la década del 30, Edward Hallet Carr, con su libro «La Crisis de los Veinte Años (1919-1939)», marca un momento crucial en el inicio del desarrollo teórico de las Relaciones Internacionales. Su publicación se da justo en septiembre de 1939, un poco antes de que Hitler invadiera Polonia, hecho que da inicio a la Segunda Guerra Mundial, causando mucho interés en el marco de las Relacio­

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nes Internacionales. Carr reflexiona sobre el problema de la guerra desde una nueva perspectiva que expresa en su libro basándose en la crítica y la negación de la validez de las premisas idealistas y en función de los acontecimientos que se iban desencadenando para provocar la segunda guerra de dimensiones mundiales. En dicho contexto, para el autor, el pensamiento idealista se sustenta en generalizaciones superficiales, imaginarias, deseosas del deber ser, pero alejadas de la realidad tal como es. El apuesta por crear un pensamiento teórico y sistemático de las Relaciones Internacionales pero no alejado de la realidad ni centrado en fines y metas utópicas, sino desde una mirada de proceso. Y en dicho proceso son muchos más los factores a considerar en los análisis, como por ejemplo, el poder, los intereses cambiantes de las naciones y la moralidad individual distinta a la moralidad estatal. En ese sentido, el autor, remontándose a Maquiavelo, se pregunta cómo es posible que el poder, siendo un elemento tan antiguo en la doctrina política, haya quedado fuera del análisis idealista. Carr toma como punto de partida a Maquiavelo y los siguientes tres principios desarrollados de forma implícita en su teoría (Carr 1939: 110): primero, que la historia es una secuencia de causa y efecto, y puede ser analizada y comprendida mediante un esfuerzo intelectual, pero no -como creen los utópicos- dirigido por la «ima­ ginación»; segundo, la teoría no crea la práctica, sino la práctica a la teoría; y tercero, la política no es -como pretenden, según Carr, los utópicos- una función de la ética, sino la ética de la política. Según Maquiavelo, la moralidad es producto del poder (Carr 1939: 110), y esta puede ser efectiva en la medida que exista una autoridad efectiva. Carr afirma que Bodino y Hobbes lograron en su trabajo desarrollar la idea de separar la ética de la política y «com­ pletar a través de los medios teóricos la división que Maquiavelo había hecho en el terreno práctico» (1939: 111). Para Carr (1939: 157), «mientras que la política no puede ser satisfactoriamente definida exclusivamente en términos de poder, se puede decir con seguridad que el poder siempre es un elemento esencial de la polí­ tica». Siguiendo al autor, el poder político entonces puede dividirse en tres categorías (1939: 164): poder militar, poder económico y

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poder sobre la opinión. Estas categorías son interdependientes, pero la predominante es el poder militar:

«La importancia suprema del instrumento militar radica en el hecho de que la ultima ratio del poder en las relaciones internacionales es la guerra. Todo acto del Estado, en su aspecto del poder, se dirige a la guerra, no como un arma deseable, sino como arma que puede utilizarse como último recurso» (1939: 164). Einalmente, el autor concluye que «el poder militar, siendo un elemento esencial en la vida del Estado, se convierte no solo en un instrumento, sino en un fin en sí mismo» (1939: 167). Carr distingue también entre la moralidad individual y la mo­ ralidad del Estado hacia el exterior, existiendo distintos criterios para actuar en cada ámbito (1939: 219-224), sin que esto impli­ que la ausencia de moralidad en el ámbito internacional. También señala que si se considera una utopía el ignorar el elemento de poder -principal crítica a los idealistas-, el ignorar a la moralidad en cualquier orden mundial sería irreal. Esto debido a que cualquier orden internacional necesita una dosis de consenso general aparte de su base de poder, al igual que los gobiernos de los Estados, que necesitan tanto el poder como el consentimiento de los gobernados para dar base a su autoridad (Del Arenal 1984: 130). No obstante, el autor realiza una profunda crítica a la idea de la armonía de intereses, porque acusa a los países más poderosos de justificar sus acciones generalizando sus propios intereses a los más débiles, utilizando los recursos legales y morales para convencer que lo que es bueno para ellos es bueno para todos. Hay, por lo tanto, detrás de la armonía de intereses, una intencionalidad, una estrategia de poder, que presupone ser un pensamiento objetivo que engloba a la comunidad internacional y que permite desacreditar moralmente la política del enemigo y justificar moralmente la propia (Oro 2006: 235-341). Así: «La doctrina de la armonía de intereses sirve como un recurso ingenuo con el fin de justificar y mantener su posición dominante. En un sentido, es cierto que sus

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intereses son los de la comunidad, ya que su bienestar ne­ cesariamente conlleva cierto grado de bienestar para otros miembros de la comunidad y su colapso supone el colapso de la comunidad en su conjunto» (Carr 1939: 127). En este análisis de Carr, encontramos una importante influencia de Reinhold Nieburh, teólogo político norteamericano, quien en su libro «Hombre Moral y Sociedad Inmoral» de 1932, explica que la ciudad terrena está inevitablemente marcada por intereses diversos y contrapuestos, lo que hace imposible una auténtica justicia y paz duradera para todos. A partir de esta idea base, Nieburh configuró la siguiente explicación de la realidad internacional: que los Esta­ dos, al ser por naturaleza egoístas, tienen muchas dificultades para establecer relaciones éticas y esto se debe fundamentalmente a la naturaleza egoísta de los ciudadanos, quienes identifican su bienestar solo con el espacio nacional y no con el resto de la humanidad. En consecuencia, la forma de mitigar el conflicto es que los mismos Estados asuman su responsabilidad moral con la humanidad y la articulen en su política exterior. Nieburh, y en esto se diferencia de Carr, resalta el rol de Estados Unidos en este proceso y destaca que es un país que puede definir su interés nacional de forma amplia para poder incluir los intereses y derechos del resto de la humanidad, es decir, lo que es bueno para EE.UU. es bueno para el resto del mundo (por ejemplo, detener el comunismo, detener la destrucción nuclear, eliminar el autoritarismo, entre otros temas). Por supuesto, para Carr, un vencedor que quiere igualar sus intereses al resto de la humanidad es sospechoso de tener una estrategia que busque mantener o acrecentar su poder. Con esta crítica articulada en base al poder, los intereses y la ética, Carr construye las bases del enfoque realista que tendrá un importante protagonismo en el estudio de las Relaciones Interna­ cionales del periodo de Guerra Fría (1947-1991), protagonismo que se mantiene relativamente hasta la actualidad. El punto de partida del enfoque realista es una concepción antropológica pesimista de la naturaleza humana donde el hom­ bre es egoísta y conflictivo, y dicha explicación se extrapola al comportamiento de los Estados. Aquí, la tradición de pensamiento está en autores clásicos como Aristóteles, Tucídides, Maquiavelo, 92

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Hobbes, Bodino y Hegel. Esto lleva necesariamente a una visión determinista del mundo, donde el conflicto estará siempre presen­ te en las Relaciones Internacionales, y donde la cooperación será efímera porque prevalecerá la constante competencia de intereses y la búsqueda de poder de los actores. Por lo tanto, los periodos de paz en las Relaciones Internacionales se entenderán como periodos de ausencia de guerra. El concepto de poder en este enfoque realista será fundamental; de alguna manera, el poder se transforma en un medio y en un fin al mismo tiempo. Los Estados buscan más poder y lo logran a tra­ vés de recursos de poder. La política internacional se entiende y se denomina la «política del poder», es decir, una política de fuerzas. En este sentido, el Derecho Internacional es también expresión y sanción de poder, así como los Tratados Internacionales y las Orga­ nizaciones Internacionales tienen una validez limitada, y la justicia o sanción finalmente la coloca el más poderoso, es decir, el vencedor. La anarquía, condición natural del sistema internacional, en­ tendida como la ausencia de autoridad legítima y ordenadora fuera de los Estados, provoca que estos busquen y deban sobrevivir. Para ello, el único medio posible es generar equilibrios de poder y para lograrlos, necesitan mayor poder. No obstante, la condición de anar­ quía no significa mirar el sistema internacional desde una perspectiva hobbesiana de guerra de todos contra todos, sino únicamente como ausencia de una jerarquía de poder por sobre los Estados. En efecto, Hobbes, en su obra «Leviatán» (1978), construye la concepción del «estado de naturaleza» del ser humano, en el cual hay una situación de guerra de «todos contra todos» que implica una amenaza e inseguridad constante para cada individuo. La forma de superar este «estado de naturaleza» es a partir de la creación y mantenimiento de un Estado soberano; así, cada individuo colabora con el otro en un pacto instrumental que les garantiza seguridad. De esta forma, «están básicamente impelidos a instituir un Estado soberano no por su razón (inteligencia), sino más bien por su pasión (emoción)»2 (Jackson y Sorensen 2003: 74). Siguiendo a Jackson y Sorensen (2003), podemos identificar tres elementos centrales del análisis de Hobbes: primero, que la 2

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instauración de los Estados soberanos resuelve un problema, pero instala otro inmediatamente; «el mismo acto de institución de un Estado soberano para escapar del temido estado de naturaleza si­ multáneamente crea otro estado de naturaleza entre Estados» (2003: 75). Esto se conoce como el «Dilema de Seguridad» en la política mundial, situación de la que no es posible escapar tal y como se logra a nivel de individuos, puesto que «no existe la posibilidad de constituir un Estado global o gobierno mundial»3 (2003: 75). Segundo, el estado de naturaleza internacional es una condición de guerra efectiva o potencial, en donde la guerra puede ser incluso necesaria en caso de considerarse como el último recurso. Y tercero, para Hobbes, el valor fundamental es la «paz doméstica», aun por sobre la seguridad y la sobrevivencia. En este sentido, el objetivo de los Estados es adquirir el ma­ yor poder posible y la política internacional se transforma en un perpetuo juego cuyo objeto es adquirir el máximo de poder. No importa el sistema político o económico de un Estado; todos se comportan igual. Esto nos lleva a mencionar que la imagen de análisis del realismo es el modelo de bolas de billar, en el cual los Estados son unidades políticas compactas y coherentes que hacia sus pares resultan impenetrables y, por lo tanto, impredecibles en sus movimientos. Asimismo, estas unidades están en choque cons­ tante (conflicto) porque no hay movimientos o reglas establecidas; además, cualquier movimiento de una bola afecta a todas las otras (Barbé 2007: 62). El elemento normativo del realismo se encuentra en el concepto de seguridad nacional y la sobrevivencia del Estado, consideran­ do que este último es esencial para la vida de los ciudadanos al garantizarles los medios y condiciones de seguridad y bienestar básicos (Jackson y Sorensen 2003: 69). Así, si la unidad de análisis del realismo es el Estado como actor principal de las Relaciones Internacionales y el modelo es el de bolas de billar, la problemática de estudio es la seguridad nacional en un medio hostil donde la amenaza es constante y se da en el plano militar. Consideremos que el contexto internacional que acompaña el desarrollo del enfoque realista es precisamente el periodo de Guerra Fría; en consecuen­ 3

Traducción del editor. 94

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cia, los discursos se articulan en torno a conceptos como guerra y paz, estrategia y diplomacia, alianzas militares y armamentos. Los realistas presuponen entonces una jerarquía de los problemas en la política internacional, la cual es encabezada por las cuestiones de seguridad militar, que denominan «alta política», diferenciándola de la «baja política», la cual se encarga de los otros temas interna­ cionales: economía, medio ambiente, derechos humanos entre otros.

iv. Morgenthau

y el realismo neoclásico

Hans Morgenthau destaca por tres obras; la primera, «Scientific Man v/s Power Politics», publicada en 1946 en el plano de la filo­ sofía política; la segunda, «Politics among Nations», publicada en 1948, sobre teoría de las Relaciones Internacionales y la tercera, «In Defense of National Interest» (1951), que corresponde a un análisis de la política exterior de EE.UU. De ellas, la segunda se conoce como el primer estudio sistemático para explicar la política internacional y el primer intento de abordar las Relaciones Internacionales como disciplina autónoma distinta a la historia, el Derecho Internacional o la historia diplomática. Morgenthau logra formular una autentica teoría general de la política internacional, siendo su objetivo aportar orden y significado a una masa de fenómenos que parecían desconec­ tados e ininteligibles (Del Arenal 1984: 135). Sin embargo, el autor entiende que la política es un arte y no una ciencia, y su objetivo es identificar tendencias de comportamiento de los Estados. Desde ese punto de vista, son leyes objetivas pero que hunden sus raíces en la naturaleza humana que es necesario comprender (Del Arenal 1984: 139) y que dan espacio para conformar una disciplina autó­ noma. Eavorecerá a este proceso teórico el contexto internacional caracterizado por la Guerra Fría, que permitirá que sus principios teóricos se correlacionen con la política internacional contingente. Según el autor, hombres y mujeres son por naturaleza animales políticos -tal y como lo había afirmado Aristóteles-, y nacen para perseguir y disfrutar el poder. Morgenthau habla del animus dominandi para referirse al hombre en este estado natural, y menciona que es por este estado y sus características que los hombres entran

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inevitablemente en conflicto entre unos y otros, por el deseo de poder (Morgenthau 1965: 192). Entre los elementos centrales de su teoría, podemos mencionar dos: primero, define la política como «una lucha por el poder sobre los hombres, y cualquiera que sea su meta final, el poder es su objeti­ vo inmediato y las maneras de adquirirlo, mantenerlo y demostrarlo determinan la estrategia de acción política»4 (Morgenthau 1965: 195); y segundo, que el sistema internacional de Estados tiende a la anarquía y al conflicto. En la justificación del poder, el autor se apoya en Tucídides y Maquiavelo para afirmar que existe una moralidad para la esfera privada y otra diferente para la pública, en donde la ética política permite algunas acciones que no serían toleradas en el ámbito privado (Jackson y Sorensen 2003: 77). En el caso de Tucídides, su estudio se basó en los conflictos entre las antiguas ciudades-Estado griegas (Guerra del Peloponeso, 431-404 a.c.), y entre estas y los imperios externos (Guerras médicas en el siglo V a.c., por ejemplo). Según Tucídides, en su libro «Historia de la Guerra del Peloponeso», todos los Estados, independiente de su tamaño, deben adaptarse a la realidad dada la desigualdad de poderes y comportarse acorde a esto. Si logran adaptarse, podrán sobrevivir; en caso contrario, se encontrarán en una situación peligrosa que los podría llevar incluso a su destrucción (Jackson y Sorensen 2003: 71). En consecuencia, desde la visión del realismo clásico debemos entender las relaciones internacionales como «una anarquía de Estados separados que no tienen otra opción que actuar de acuerdo a los principios y prácticas del poder político, en el cual la seguridad y sobrevivencia son los valores principales, y la guerra es el árbitro final» (Jackson y Sorensen, 2003: 72). Por otra parte, el aporte de Maquiavelo al realismo clásico se centra en la importancia que le otorga al líder del Estado en la protección del mismo y de sus ciudadanos, sin importar en muchos casos los medios para la consecución de dichos objetivos. En este sentido, siendo la libertad nacional el valor supremo de un Estado según el autor, el uso del poder y el engaño son perfectamente justificables para el manejo de la política exterior de los Estados y por el contrario, señala que los principios éticos cristianos como amar al prójimo o ser pacífico 4

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deberían ser ignorados para de este modo asegurar esta libertad e independencia y defender los intereses del mismo en pos de lograr su sobrevivencia. Uno de los más importantes aportes de la teoría de Morgenthau es lo que el autor denomina los seis principios del realismo político, que en términos simples señalan (Ortiz 2000: 114-116): Los Estados se rigen por leyes objetivas de la política internacio­ nal derivadas de la naturaleza humana y la anarquía internacional. Para mejorar la sociedad es necesario entender dichas leyes, de ahí la necesidad de desarrollar una teoría racional. Los intereses nacionales se definen en términos de poder, proporcionando continuidad y unidad a las distintas políticas exteriores de los Estados, haciendo posible su estudio sistemático e interpretación. El poder, entonces, es el eslabón que conecta la razón y los hechos. El interés es un criterio objetivo y universalmente válido que se centra en la supervivencia de los Estados al proteger su patrimonio físico, político y cultural de los ataques de los otros Estados. No obstante, el interés y el poder no tienen un significado inmutable y van cambiando de acuerdo al contexto histórico y cultural. Importa la ética de los resultados y no de la acción. En lo abstracto, la ética juzga las acciones humanas de acuerdo con su conformidad con la ley moral; la ética política la juzga de acuerdo con sus consecuencias políticas. No existe una moral universal porque todos persiguen sus respectivos intereses definidos en términos de poder. La especificidad de la política es necesaria para comprender los anteriores principios y las acciones políticas deben juzgarse por criterios políticos. Morgenthau también destaca los elementos necesarios para la existencia de periodos de paz en el sistema internacional, como son las limitaciones normativas del tipo Derecho Internacional, moral internacional y opinión pública mundial, aunados a mecanismos autoregulatorios que conceptualiza como equilibrio de poder, para el cual es fundamental la construcción de consensos a nivel interna­ cional que actúen como restricciones a las acciones de los Estados y permitan que todos acepten un determinado equilibrio de poder. 97

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En esta misma línea, Henry Kissinger (1964) destaca la nece­ sidad de construir un orden internacional que dé estabilidad y es precisamente a los EE.UU. a quien le corresponde buscar una nueva legitimidad de los consensos internacionales, principalmente con las otras grandes potencias. El autor reconoce tres aspectos nuevos de la realidad internacional del periodo de Guerra Fría: primero, el número de participantes en la vida internacional se ha incrementado y su naturaleza se ha alterado al pasar a un sistema bipolar; segundo, la capacidad técnica que poseen las dos potencias para afectarse mutuamente ha crecido muchísimo en base al armamento nuclear; y tercero, el alcance de sus objetivos exteriores ha aumentado, dando paso a un conflicto político e ideológico mundial. Por lo tanto, la reflexión del autor apunta a cómo llegar a construir un orden internacional estable y propone que la estructura interna de los Estados es un factor fundamental en cuanto determina las decisiones en política exterior (Del Arenal 1984: 143). Asimismo, Kissinger llama la atención sobre los riesgos de algunas estructuras internas explicando que: «Las estructuras internas contemporáneas presentan una amenaza sin precedentes para el nacimiento de un orden estable de alcance internacional. Las sociedades burocráticas-pragmáticas se concentran en la manipu­ lación de una realidad empírica que tratan tal y como se muestra; las sociedades ideológicas se encuentran divididas entre un enfoque esencialmente burocrático y un grupo que utiliza la ideología principalmente para fines revolucionarios. Y los nuevos países poseen un alto incentivo para buscar en la política exterior la perpetua­ ción de la dirección carismática» (1970: 47).

Desde este punto de vista, la estructura de un Estado puede ser una panacea o un obstáculo para esos consensos. Al mismo tiempo, la diplomacia tiene un rol fundamental en la construcción de esos consensos y para el establecimiento de un orden legítimo. Como explica Del Arenal (1984:150), un sistema internacional estable está caracterizado por Estados cuyas estructuras políticas están basadas en nociones compatibles sobre los medios y los fines de la política exterior, lo que permite un acuerdo en esos puntos y hace que sean 98

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mínimas las tentaciones de usar una política exterior aventurera para lograr la cohesión interna.

V. Realismo

y conductismo

Al realismo se le ha criticado el tener poco rigor científico en sus investigaciones. Tal crítica ha sido formulada principalmente por los miembros del conductismo, corriente teórica centrada en EE.UU. y Gran Bretaña que desde los años 50 afecta a todas las ciencias socia­ les con importantes consecuencias en el campo de la Ciencia Política. Esto da origen al segundo debate en las Relaciones Internacionales -entre los enfoques clásicos y los conductistas o behavioristas- que se institucionaliza como tal en la disciplina desde fines de los años sesenta. Como señala Halliday (2002: 54), este espacio se podría entender como un debate entre dos tradiciones «nacionales», esto es, el enfoque inglés (clásico) y el enfoque estadounidense (conductista). Según los conductistas, el comportamiento humano debía observarse de manera sistemática y comprensiva a fin de obtener evidencia empírica suficiente para lograr elaborar leyes científicas, para lo cual impulsarán una metodología cuantitativa y el uso de modelos matemáticos. Por supuesto, aspectos que no están presen­ tes en las obras de Morgenthau o Kissinger, ni tampoco en otros destacados autores realistas como Kennan, Wigth, Mestre, Fraga, Schwarzenberger, entre otros. La crítica al realismo se enfoca principalmente en su explicación sobre la política mundial centrada casi por completo en la lucha por el poder y en su estatocentrismo respecto de la consideración de sus actores principales. Morton Kaplan (1957), uno de los principales conductistas, en su obra «The Revolution in World Politics», critica al realismo desde el lenguaje sistémico. Para él, la teoría de sistemas, y no el realismo, es la herramienta adecuada para el estudio de la política internacional en tanto permite la integración de variables de diferentes disciplinas. Kaplan entendía al sistema como un conjunto de variables interrelacionadas, que se mantenían bajo el efecto de las perturbaciones de dicho entorno con procesos de retroalimentación en base a tensiones y reacomodaciones del sistema. Otro autor crítico del realismo perteneciente a este enfoque es Karl Deutsch

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(1961), quien contribuyó en la teoría de la integración internacional a partir de la teoría de la comunicación. En respuesta a los planteamientos de esta nueva corriente que Halliday (2002: 54) llama «cuantitativa, ahistórica y rigurosa», destaca el trabajo de Hedley Bull desde la escuela inglesa, quien defiende el enfoque clásico publicando su artículo «International Theory. The Case for Classical Approach»5. Como explica del Arenal (1984: 113), Bull (1966) definirá el enfoque clásico como: «El enfoque teórico que deriva de la filosofía, la his­ toria y el derecho, y que se caracteriza sobre todo por su manifiesta confianza en el ejercicio de la razón y por la suposición de que si nos ceñimos a las normas estrictas de prueba y verificación, poco queda por decir sobre las relaciones internacionales; que las proposiciones gene­ rales sobre este campo deben en consecuencia derivarse de un proceso de percepción o intuición científicamente imperfecto, y que estas proposiciones generales ni pueden ser establecidas más que en base al estatus provisional e inconcluso apropiado a su problemático origen».

No obstante, existiendo estas oposiciones entre clásicos y conductistas, debemos señalar que ambas corrientes reconocen una cosa: «las relaciones internacionales son demasiado amplias y com­ plejas para quedar confinadas al campo de la Ciencia Política o de cualquier otra disciplina» (Del Arenal 1984: 114); con ello, ambas posiciones reconocen la autonomía de las Relaciones Internacionales como disciplina y a su vez, reconocen su carácter intrínsecamente interdisciplinario, tomando los aportes no solo de las ciencias socia­ les, sino también de las «llamadas ciencias naturales» (Del Arenal 1984: 115). En palabras de Bull (1966), «la crítica que se hace por los tradicionalistas al enfoque científico no es un ataque a la ciencia sino al cientifismo en las Relaciones Internacionales». En consecuencia, para entender este segundo debate, hay que tener una perspectiva de proceso en la conformación de la disciplina, y para ello es necesario reconocer el legado permanente del primer 5

Este artículo forma parte del libro colectivo que da cuenta del debate del momento «Contending Approaches to International Politics» de K.K Knorr y J.N. Rosenau. TOO

Teorías de la Relaciones Internacionales

debate entre realistas e idealistas, que en los años setenta resurgirá al posicionarse nuevamente, pero reformulado en base al nuevo con­ texto internacional. En ese sentido, y como explica Del Arenal (1984: 117), «en el fondo del debate entre el enfoque clásico y el científico, existe una importante divergencia en cuanto al modelo mismo de sociedad internacional que es el objeto de estudio», por lo tanto, el componente ideológico es parte del mismo debate. Como revisamos al inicio de este capítulo, el realismo construye su objeto de estudio -la sociedad internacional-, desde la anarquía, el poder y los Estados como actores; por otra parte, los cientificistas se inscriben en la tra­ dición grociana o intemacionalista y amplían su objeto de estudio a una sociedad internacional que incorpora a actores transnacionales y temas económicos, alejándose de la matriz estatocéntrica. Es así como del segundo debate se pasará al tercer debate, que más bien corresponde a un diálogo entre neo-realistas y neo-liberales en la década del setenta. En efecto, una vez finalizado el debate con los conductistas, se hicieron algunos replanteamientos al interior del realismo con el propósito de responder con sus premisas a las nuevas circunstancias que aparecían en el contexto internacional. Con ello, Kenneth Waltz (1959; 1979) desarrolla su teoría de la política inter­ nacional a partir del estudio de la estructura del sistema internacional y su carácter restrictivo y determinante del comportamiento de las unidades funcionales indiferenciadas que la componen, los Estados. El postulado básico del realismo respecto del estado de guerra del sistema internacional se mantiene, atribuyendo su origen y causa a la estructura de poder del sistema internacional -de naturaleza anár­ quica- antes que a la naturaleza humana o a la injerencia de actores estatales. Así, Waltz (1979) reformula el realismo concentrando su estudio en una nueva unidad de análisis, las estructuras de poder del sistema internacional, conformadas por Estados que se posicionarán en ellas en función de sus capacidades o recursos de poder.

vi. Waltz y

el neorrealismo

En el año 1979 Kenneth N. Waltz publica su libro «Theory of In­ ternational Politics», dando inicio a una reformulación del realismo tradicional al recoger toda la discusión conductista, presentando roí

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nuevos elementos teóricos y metodológicos. Neorrealista o realista estructural será el nuevo enfoque de las Relaciones Internacionales y marcará el inicio de un debate concreto con el liberalismo de los años 70 que también se reformula. Decimos concreto, porque el llamado debate entre idealistas y realistas nunca consistió en un intercambio de ideas y argumentaciones que afectaran su consistencia, lo que había eran críticas sin respuestas ya que la coincidencia temporal tampoco acompañó el proceso. Por el contrario, en este tercer debate de las Relaciones Internacionales sí hubo coincidencia temporal entre los autores de ambas posturas -neorrealistas y liberales-, y se desarrolló un debate concreto entre el enfoque estatocéntrico y el de la interde­ pendencia (o transnacionalista), favorecido por el acercamiento de las visiones que permitió, como señala Mónica Salomón (2002), un verdadero diálogo y contra-argumentación entre autores como Waltz, representante del primer enfoque, y Keohane y Nye, representantes del transnacionalismo. Los últimos dos, considerados como los principales responsables del acercamiento entre el neorrealismo y el neoliberalismo, son los autores de dos de las obras más importantes de la corriente transnacionalista: «Transnational Relations and World Politics» (1971) y «Power and Interdependence» (1977). En palabras de Mónica Salomón (2002: 19): «El cuestionamiento al estatocentrismo del modelo realista fue el aspecto principal de la crítica transnacio­ nalista de ese momento. En un mundo cada vez más in­ terdependiente, las teorizaciones basadas en la preponde­ rancia del Estado-nación eran juzgadas insuficientes para describir y explicar la realidad internacional. La noción de «interdependencia» y el papel de la fuerza militar en las relaciones internacionales fueron también cuestiones centrales en la controversia». Sin embargo, existe un punto en común entre este tercer debate y el primero entre realismo-idealismo, y es que «se trata de la per­ cepción del punto de vista contrario como un punto de vista más ideológico que científico». Un ejemplo de ello es la crítica de Waltz al concepto de interdependencia, que lo considera un «mito» que oscurece y falsea la realidad internacional.

TO2

Teorías de la Relaciones Internacionales

Siguiendo con el análisis de Waltz, lo que caracteriza al neo­ rrealismo es que junto a la lucha por el poder y el interés nacional como los principios rectores de la política internacional, introduce al mismo nivel de relevancia las influencias y condicionamientos que se derivan de la estructura de poder del sistema internacional (Jackson y Sorensen 2003). La estructura será determinante para explicar el comportamiento y la política exterior de los Estados; en consecuencia, es la estructura que explica por qué son usados repetidamente los mismos métodos por los Estados a pesar de las diferencias entre las personas que toman las decisiones y los mo­ mentos históricos que los acompañan. No obstante, quienes definen la estructura son los mismos Estados, de acuerdo a una jerarquía que resulta de la distribución de sus recursos de poder efectivo y potencial, y que determina un orden que condiciona las relaciones entre los Estados. Para el autor, el sistema internacional consta de tres principios que se resumen a continuación (Battistella 2009: 141-144): En primer lugar, el principio ordenador, que corresponde al estado ge­ neral de un sistema y se basa en la diferencia radical entre el sistema político interno, caracterizado por la existencia legítima del mono­ polio de la violencia física, y el sistema político internacional, que se encuentra desprovisto de esta instancia. En palabras de Waltz, «los sistemas políticos internos son centralizados y jerárquicos [...] los sistemas internacionales son descentralizados y anárquicos» (1979: 88). La política nacional «está en el dominio de la autoridad, la ad­ ministración y el Derecho», mientras que la política internacional, «está en el dominio del poder, la lucha y el acomodamiento» (1979: 113). En definitiva, Waltz no le atribuye importancia al régimen interno de los Estados en la política internacional. En segundo lugar, el principio de diferenciación, donde la es­ tructura del sistema internacional está conformada por los Estados -unidades del sistema-, que son funcionalmente indiferenciados. En otras palabras, todos los Estados están, debido a la anarquía, obligados a asegurar su seguridad antes de perseguir cualquier otro objetivo (Battistella 2009: 142). Además, se parte de la premisa de que cada Estado puede confiar solo en sí mismo para asegurar este

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objetivo, lo que genera como consecuencia el balance o equilibrio de poder entre todas las unidades. Y en tercer lugar, el principio de distribución de capacidades. Según este principio, la estructura de un sistema varía con los cam­ bios en la distribución de las capacidades entre las unidades del mismo (Waltz 1979: 97). Además, se plantea que a pesar de que los Estados son unidades funcionalmente indiferenciadas, se distinguen entre sí en función de su mayor o menor capacidad para cumplir la función de asegurar su seguridad (Battistella 2009: 144). En base a los principios explicados, la estructura de un sistema de­ pende de la cantidad de grandes potencias existentes. En consecuencia, y a diferencia de los realistas, no prima el interés nacional para explicar las causas de la guerra, sino la estructura; por ello, determinadas estruc­ turas desarrollan más tendencias al conflicto y a la guerra que otras. Waltz propone tres modelos de estructuras en base al número de potencias y al concepto de equilibrio de poder y de hegemonía. La primera es la estructura bipolar de poder, con un equilibrio en­ tre dos potencias que tienen capacidades de poder equivalentes y superiores a otros Estados. Esta estructura puede ser homogénea, donde los Estados en general comparten normas y valores, o bien, heterogénea, donde los Estados no coinciden en estas y las potencias buscan imponer sus propias normas y valores al resto. El cambio de la estructura se puede dar, en el caso de ser bipolar, por: el fracaso del equilibrio de poder por una guerra; la erosión del liderazgo de una o ambas potencias respecto de los Estados que lideran; o bien por erosión generalizada por relaciones interbloques (Barbé 2007: 240). El ejemplo es la estructura de poder del sistema de Guerra Fría, donde el equilibrio entre las dos grandes potencias se mantiene por la capacidad de disuasión nuclear de ambas. Waltz defiende el sistema bipolar a partir de tres argumentos (Jackson y Sorensen 2003: 89): Primero, el menor número de grandes potencias reduce las posibili­ dades de guerra entre ellas; segundo, al coexistir menor número de grandes potencias es más fácil manejar eficientemente un sistema de disuasión; y tercero, al existir solo dos potencias dominantes en el sistema la posibilidad de error de cálculo y desgracia son menores. La segunda estructura es la multipolar, con un equilibrio entre tres o más potencias, donde las alianzas son el medio para contra­ T04

Teorías de la Relaciones Internacionales

pesar cualquier intento de hegemonía de alguna de ellas; es lo que se denomina en el modelo como alianzas reactivas (Barbé 2007: 242). Aquí, el cambio de la estructura se puede dar por el fin de las alianzas, por una guerra entre las potencias o porque surgen nuevas potencias con mayor capacidad de poder. Esta estructura también puede ser homogénea o heterogénea; por ejemplo, para el primer caso está el sistema europeo que surge con el Congreso de Viena en 1815, y para el segundo caso, el sistema europeo de los años treinta en que se contraponen tres sistemas de valores: liberalismo, socialismo y fascismo (Barbé 2007: 243). Y como tercer modelo de estructura, está la unipolar, en la cual una única potencia establece la agenda internacional, dicta las normas y controla todas las fuentes de poder (Barbé 2007: 240). Es, por lo tanto, una estructura homogénea por naturaleza. Aquí entra en crisis la estructura cuando la lógica se altera por la acción de otra potencia que erosiona su poder, o bien porque la propia potencia se erosiona internamente. Gilpin (1981) defiende este tipo de estructura en un análisis de tipo económico, puesto que la unipolaridad permitiría lograr una estabilidad internacional como ocurrió en la pax romana, la pax británica o la pax americana -desde 1945 esta última-, siempre y cuando los Estados acepten el liderazgo de uno de ellos y no busquen equilibrarse los unos con los otros. El autor realiza un análisis económico en la medida que afirma que el poder hegemónico se funda en los cambios económicos y tecnológicos antes que en la distribución de capacidades, ya que las capacidades militares de una potencia reposan en efecto en sus fuerzas productivas, las que constituyen la condición material sine qua non de sus pretensiones de hegemonía (Battistella 2009: 149). Mearsheimer (2001) hace un aporte relevante al análisis del enfoque neorrealista -principalmente como complemento y crí­ tica a los postulados de Waltz- al establecer una distinción entre los denominados «neorrealistas defensivos» y los «neorrealistas ofensivos». Los primeros serían los que asumen que la estructura internacional incita a los Estados a mantener el equilibrio de poder existente. Mantener su poder, más que intentar aumentarlo, sería el objetivo principal de los Estados. Afirman que la seguridad es relativamente abundante en el sistema internacional, por lo que el 105

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conflicto armado «es más posible que probable» (Battistella 2009: 155-156). Según Mearsheimer (2001), tanto K. Waltz como Gilpin serían representantes de este enfoque al suponer estos últimos que los Estados son optimizadores de seguridad y que lograr un orden en la anarquía internacional es posible en la medida en que los Estados tienen un interés común en mantener un statu quo, ya sea a partir de un duopolio como en la perspectiva de Waltz, o de un Monopolio desde la de Gilpin. Por el contrario, los «neorrealistas ofensivos» serían los que asumen que lograr una anarquía internacional organizada es imposible, y que el sistema internacional en vez de incitar a un equilibrio de poder obliga a los Estados a maximizar su poder relativo y a mejorar su posición relativa en la estructura de poder, existiendo rara vez potencias que estén conformes con el statu quo de la política mundial (Battistella 2009: 155). Mearsheimer (2001) formaría parte de esta corriente y retoma para su argumentación elementos del realismo clásico de Morgenthau, principalmente su visión respecto de los objetivos principales de los Estados, esto es, asegurar su seguridad y sobrevivencia a partir de la maximización de su poder. En el fondo, los Estados buscarían ser el hegemón del sistema internacional y la agresión sería siempre probable en la medida que puede ser necesaria para asegurar su sobrevivencia o para mejorar su posición relativa en el sistema internacional. Es en base a estos modelos iniciales que el neorrealismo mantie­ ne su desarrollo teórico buscando explicar la estructura de poder glo­ bal de postguerra fría y su evolución hasta la actualidad. Al respecto, destaca el análisis de Samuel Huntington en su libro «El Choque de Civilizaciones y la Reconfiguración del Orden Mundial» (1996), en el que propone una estructura uni-multipolar para explicar el perio­ do postguerra fría. En ella, define la unipolaridad estadounidense como una combinación de multipolaridad y unipolaridad y predice que esta última se irá debilitando paulatinamente considerando los recursos limitados de EE.UU. y la reacción de otras potencias que define como hegemones regionales, por ejemplo, Alemania, Erancia, China y Rusia. Para el autor, hay una percepción negativa de EE.UU. por el resto de los Estados que él explica en función de análisis de diferencias civilizacionales (1996: 21). En general, es evaluado por TOÓ

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los otros como un país arrogante, unilateral, que se transforma en un hegemón canalla y no benigno para el orden internacional. Entre los factores de erosión del poder norteamericano, el autor precisa los siguientes: desequilibrios económicos, falta de recursos energéticos, amenaza terrorista, cambios de gobierno, entre otras razones. A su vez, como explican Kegley y Raymond (2008: 31), hay consenso en base a las evidencias disponibles que «la capacidad militar y económica en el siglo XXI es probable que sufra una in­ cesante dispersión entre un número creciente de grandes potencias relativamente equiparadas». Este análisis de un hegemón benigno o maligno en una estruc­ tura de poder unipolar ha llevado a los autores a diferenciar las estructuras entre un unipolarismo de consenso y un unipolarismo jerárquico. El primero se entiende como un sistema anárquico con supremacía de una potencia que no amenaza al resto, que no impone sus intereses, que busca consensos y construye multilateralismo. En el segundo, la unilateralidad se acentúa tanto que termina por ha­ cer irrelevantes a las otras potencias, instaurando una jerarquía de acuerdo a sus intereses. Esta última es una hegemonía que anula al resto, una «política imperial» donde prima la fuerza en las relaciones más que los consensos (Palacio de Oteyza 2003: 15). Un ejemplo de la unipolaridad de consenso sería el sistema internacional inmediato al fin de la Guerra Ería con una hegemonía de EE.UU. que busca acuerdos y se limita a las reglas e instituciones internacionales, aspecto que queda claro al analizar las dinámicas internacionales de reacción ante la invasión de Irak a Kuwait en 1991, que movi­ lizó el consenso internacional en apoyo a EE.UU. para defender a Kuwait. Por el contrario, un ejemplo de unipolarismo jerárquico es la invasión a Irak por parte de EE.UU. en el año 2003. Otro análisis neorrealista es el de Joseph S. Nye, que en su libro «La Paradoja del Poder Norteamericano» (2003), explica la distribución de poder actual como una estructura tridimensional en la que una primera dimensión, la militar, sería unipolar, siendo EE.UU. el hegemón; una segunda dimensión, la económica, sería multipolar, siendo EE.UU. más China, Japón y la Unión Europea las potencias económicas principales, y por último, la tercera di­ mensión tendría una estructura indefinida en su jerarquía de poder, 107

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porque correspondería a las relaciones de actores transnacionales que son diversos en capacidades de poder y objetivos en el sistema internacional (2003: 67). Es interesante cómo el neorrealismo ha incorporado a los ac­ tores transnacionales en su análisis, entendiendo que estos actores no estatales juegan un rol cada vez más relevante en las relaciones de poder con los Estados. Así, Richard Haass, en su artículo «La Era de la No Polaridad» (2008), explica que la estructura de poder actual carece de polos de poder diferenciados y se caracteriza por estar «dominada por docenas de actores que tienen y ejercen diver­ sos tipos de poder» (2008: 66). El poder, entonces, es más difuso y está más distribuido entre actores estatales y transnacionales. Por lo tanto, un sistema no polar es una estructura con numerosos centros de poder, donde no domina ninguna potencia y donde muchos de esos polos no son Estados-nación. No habría en esta estructura lo que Susan Strange (1988: 246) ha definido como poder estructural, donde una potencia sobresale por tener control sobre la seguridad, sobre la producción, las finanzas y las ideas (ciencia y cultura). Para Haass ya no hay un actor internacional que tenga todos los recursos de poder y explica «los Estado-nación han perdido el monopolio del poder, y en algunos casos, incluso la superioridad» (2008: 66). Desarrolla esta idea explicando que sobre los Estados ahora están las Organizaciones Internacionales, las organizaciones regionales, las organizaciones supranacionales, compañías globales, medios de comunicación globales, entre otros. Y dentro del Estado, las Orga­ nizaciones No Gubernamentales, movimientos sociales, partidos políticos organizados que condicionan su poder, además de actores en el margen de la legalidad que también, eventualmente, pueden afectar su poder como son las milicias (2008: 67). vil

Liberalismo en relaciones internacionales

El enfoque liberal, llamado también enfoque de la Política Mundial, estudia las relaciones internacionales desde una perspectiva distinta a los realistas y a los idealistas; sin embargo, recoge las premisas liberales del primer debate de las Relaciones Internacionales y las reformula en los años setenta a la luz de los cambios internacionato8

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les del momento. Se conforma en base a una visión positiva de la naturaleza humana sobre la cual se construye la convicción de que las relaciones en el sistema internacional pueden ser más coopera­ tivas y menos conflictivas, entendiendo la capacidad de progreso del hombre como algo innato. Se inicia en 1971 con los autores Robert Keohane y Joseph Nye que escriben el libro «Internacionals Relations and World Politics», y se consolida en 1977 con el libro «Power and Interdependence». En sus propuestas teóricas ellos plantean salir del modelo estatocéntrico para pasar a un modelo multicéntrico que explique la realidad internacional, la cual ya no está dominada por las relaciones entre Estados y la preocupación de la seguridad nacional, sino que hay un conjunto amplio y diverso de relaciones que incorpora a actores transnacionales, es decir, no estatales, y a otros temas importantes como el bienestar económico y social. Para dar cuenta de este sistema multicéntrico, los autores propo­ nen el concepto de «interdependencia compleja» que se explica por tres características definitorias (Keohane y Nye 1977:41): En primer lugar, la existencia de canales múltiples que conectan las sociedades. Estos se pueden resumir en tres tipos de relaciones: canales interes­ tatales, donde el Estado se entiende como una unidad coherente y compacta en la práctica de su política exterior; relaciones transgu­ bernamentales, que surgen cuando el supuesto anterior se flexibiliza, ya que supone que las distintas partes del gobierno, es decir, los ministerios, el parlamento, los gobiernos regionales, también tienen relaciones internacionales, sin que eso forme parte necesariamente de la política exterior formal del Estado; y relaciones transnacionales, que surgen cuando se flexibiliza la idea de que el Estado es el único actor importante, reconociéndose una diversidad de actores no estatales. Como segundo componente del concepto de interdependencia compleja, está la agenda de las relaciones interestatales, la cual cam­ bia, se amplía y diversifica sin que exista una clara y sólida jerarquía entre los distintos temas. En consecuencia, la seguridad militar ya no domina la agenda y surgen otros temas internacionales o de la política interna de los Estados que pueden adquirir gran relevancia. Y en tercer lugar, el concepto de interdependencia compleja resalta el hecho de que la fuerza militar deja de ser una opción para 109

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los Estados en política exterior. Esto no quiere decir que la fuerza militar deje de ser relevante, pero el enfoque destaca el costo e ineficiencia de este tipo de poder para resolver temas, por ejemplo, de naturaleza económica, donde la interdependencia económica debiera tener mejores y más eficientes resultados que el uso de la fuerza militar. En síntesis, las ideas principales de este enfoque son que la modernización aumenta el nivel de interdependencia y cooperación entre los Estados, que la fuerza militar es menos utilizada para re­ solver las cuestiones internacionales por ser un instrumento cada vez más inútil e ineficiente conforme a la naturaleza de los nuevos temas de la agenda, y que los actores transnacionales son cada vez más importantes y diversos. Además, es ahora el bienestar y no la seguridad el principal objetivo o meta de los Estados (Jackson y Sorensen 2003: 116). Es importante considerar que estas nuevas teorías liberales bus­ can explicar un sistema internacional que estaba afectado por cambios fundamentales que se producen en la década del setenta. Podríamos decir que es un momento de declive de la hegemonía estadounidense, que marca un periodo de distensión de la Guerra Fría. Diversos hechos permiten este análisis: las sucesivas crisis del petróleo desde 1973, las turbulencias del sistema monetario internacional originadas por la flotación del dólar derivada de las medidas económicas tomadas en 1971 por Richard Nixon -conocidas como el Nixon shock-, la derrota en Vietnam, además del ascenso de potencias económicas como la Comunidad Económica Europea (CEE) y Japón (Ortiz 2000: 155-163). En su libro «After hegemony: Cooperation and discord in the world political economy», Keohane (1984) define hegemonía como la posesión de una preponderancia visible en la disposición de recursos materiales, como materias primas, fuentes de capital, control de mercados o una posición competitivamente ventajosa en la producción de bienes de alta demanda. Lo que el autor quiere destacar, es que en el actual sistema internacional estaban surgiendo nuevos actores no estatales con capacidades de poder diversas y que son fundamentales para la cooperación. Desde esta perspectiva, el sistema internacional debe compren­ derse como un sistema multicéntrico, donde la interdependencia es ITO

Teorías de la Relaciones Internacionales

una realidad que a medida que se vuelve más compleja favorece a la cooperación. Sin embargo, esta cooperación se entiende no en términos idealistas, sino como una negociación en donde existen intereses diversos entre los actores participantes, que llegan a ceder en ciertos aspectos y construir consensos gracias a las relaciones de interdependencia, entendiendo que siempre la cooperación tiene costos y beneficios, de los cuales los beneficios son posibles de pre­ decir, mas no los costos. Dicha construcción de consensos permite mantener una situación favorable para todos y es, por lo tanto, una mejor opción frente a la opción de no cooperar. A partir de este enfoque, el juego no es de suma cero como lo explicaban los realistas; aquí todos ganan algo, mas no lo mismo. Hay una interdependencia asimétrica y también costos y beneficios asimétricos. Así, se mantienen las diferencias de recursos de poder que afectan la negociación, pero todos tienen la impresión de estar ganando algo. El fenómeno que sigue siendo interesante acá es el del poder. Hemos revisado en el neorrealismo una concepción material del poder entendido como capacidades que se obtienen por recursos de poder medibles, que determinan la distribución jerárquica de poder de los Estados configurando una y otra estructura de poder. Por el contrario, el liberalismo, haciéndose cargo del poder como recursos y capacidades que afectan la cooperación, agrega la idea del con­ senso y legitimidad del mismo. En este sentido, el poder legítimo no requiere del uso de la fuerza, y dicho poder se logra únicamente en base a la construcción de consensos sobre quienes tienen y ejercen el poder, sean Estados, Organizaciones Internacionales, y/o actores transnacionales entre otros. Esta última explicación del poder se enmarca en el enfoque que lo estudia como una relación y no como algo material (Rodríguez 2010: 137). El poder político es una relación que simultáneamente contiene elementos coercitivos y elementos de consentimiento. Entre las posibles definiciones, cabe destacar la de Philippe Braud (1985: 336), para quien el poder, entendido como relación, es un sistema organizado de interacciones cuya eficacia reposa en una alianza especial entre la tendencia al monopolio de la coacción y la bús­ queda de una mínima legitimidad (Rodríguez 2011: 137). En tanto ni

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que ambas dimensiones no son excluyentes, sus proporciones son las que determinan las características de dicha relación, es decir, en algunos casos puede primar la coerción y en otros el consentimiento. Por ejemplo, en los regímenes democráticos dicha relación de poder se legitima por el sistema de elección de los gobernantes mediante sufragio universal. No obstante, y llevando la explicación a las re­ laciones internacionales, este enfoque relacional se puede identificar precisamente en las relaciones de cooperación donde las diferencias de intereses y recursos de poder transforman dicha cooperación en una negociación en la que todos ganan pero de forma asimétrica. Luego de revisar los elementos claves del concepto de interde­ pendencia compleja que articula la teoría en el enfoque liberal de las Relaciones Internacionales, revisemos ahora los espacios de análisis que proponen enfatizar para favorecer y potenciar la cooperación y disminuir las opciones de conflicto. Siguiendo a Jackson y Sorensen (2003: 109), estas líneas de análisis dentro del liberalismo son cuatro: liberalismo sociológico o transnacional, liberalismo de la interdependencia económica, liberalismo institucional y el libera­ lismo republicano o democrático. El primero, el liberalismo sociológico o transnacional, coloca el énfasis en las relaciones transnacionales que se dan entre personas, grupos sociales, organizaciones civiles entre otros, que pertenecen a diversos países, partiendo de la premisa básica de que las relaciones entre personas son más cooperativas que las relaciones entre Estados (Burton 1972). Al respecto, Jackson y Sorensen (2003) -citando a Rosenau (1992; 1997)- explican que la importancia de los ciuda­ danos ha aumentado al menos por cinco razones: 1. La erosión y dispersión del Estado y el poder gubernamental; 2. el advenimiento de la televisión global, el mayor uso del computador en el lugar de trabajo, el aumento de los viajes al extranjero y las migraciones, la expansión de las instituciones educacionales, que han mejorado -y aumentado-, y las habilidades analíticas de las personas; 3. La entrada de nuevos temas de interdependencia a la agenda global -como la contaminación medioambiental, las crisis económicas, el terrorismo, el narcotráfico, entre otros, que han hecho sobresalir los procesos a través de los cuales las dinámicas globales afectan el bienestar de los individuos; 4. La revolución de las tecnologías de la H2

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información que han hecho posible para los ciudadanos y políticos literalmente «ver» cómo las acciones micro tienen consecuencias macro; 5. Los líderes están pasando a ser «seguidores» debido a que los individuos están cada vez más conscientes de que sus acciones tienen consecuencias. En el mismo sentido, James Rosenau (1997) explica una pro­ funda transformación del sistema internacional, que se concreta al constatar el paso de un sistema estatocéntrico a uno multicéntrico caracterizado por la abundancia de actores libres del concepto de soberanía que existen aparte de los Estados y que muchas veces están en competencia con estos. Lo relevante para el liberalismo sociológico es focalizar que entre dichos actores se generan redes y percepciones comunes que favorecen la cooperación. Por su parte, Karl Deutsch (1961) y Donald Puchala (1984) precisan su análisis sobre las percepciones comunes y la construcción de identidades colectivas como los agentes del cambio pacífico en las relaciones internacionales. Deutsch, propone que las relaciones transnaciona­ les entre sociedades de distintos Estados pueden conformar lo que conceptualiza como «comunidad de seguridad», explicando que la podemos definir como «un grupo que ha llegado a integrarse, donde la integración es definida como el logro de un sentido de comunidad, acompañado por instituciones y prácticas formales e informales, lo suficientemente fuertes y rutinizadas, que permitan asegurar el cambio pacífico entre los miembros del grupo con razonable certeza de ser constante por un largo tiempo» (1961: 99). Los elementos de análisis del enfoque de Deutsch llamado «transaccionalismo» son, en primer lugar, la alta comunicación entre sus sociedades y la alta movilidad de las personas considerando, por ejemplo, los medios de comunicación, el intercambio de estudiantes universitarios, los vuelos directos, las políticas migratorias, y en segundo lugar, la con­ sistencia y permanencia de los lazos económicos (Robert Jackson 2000: 109). El argumento general aquí es que a mayor presencia de estas relaciones, mayor desarrollo de relaciones pacíficas entre esas sociedades y mayor ausencia de guerra. Por su parte, el liberalismo institucional se centra en los benefi­ cios y efectos positivos de las instituciones internacionales. Woodrow Wilson buscaba transformar las relaciones internacionales, caóticas 113

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en ese entonces según su perspectiva, a partir de la construcción de organizaciones internacionales como la Sociedad de Naciones. Los autores institucionalistas actuales (Little; Dunne; Keohane; Krasner; Lamy; entre otros) consideran que la instituciones ayudan a regular la anarquía pero son menos optimistas que los idealistas; están de acuerdo en que las instituciones internacionales pueden favorecer la cooperación, pero no aseguran que las instituciones por sí mismas garanticen una transformación de las relaciones internacionales (Jackson y Sorensen 2003: 117). Para apoyar sus supuestos, los teóricos de este enfoque han adoptado en muchos casos el enfoque behaviorista o conductista, que aporta datos empíricos posibles de contrastar y someter a pruebas de hipótesis. Las instituciones se entienden como un espacio para construir confianzas entre los actores, compartiendo abundante información, teniendo espacios formales para negociar por diferencias de intere­ ses y percibiendo la credibilidad de los distintos Estados al cumplir compromisos, permitiendo aminorar el problema de la desconfianza y la inseguridad entre ellos. Con todas estas características, las instituciones son entonces un espacio que permite de cierta forma regular y predecir a través de principios y normas compartidas la conducta de los Estados. En consecuencia, podemos afirmar que el liberalismo institucional se enfoca principalmente en las institu­ ciones internacionales y en cómo estas favorecen y promueven la cooperación entre los Estados. El liberalismo de la interdependencia económica se basa en la idea de la dependencia mutua de los Estados, donde los gobiernos y las personas se afectan mutuamente y las relaciones transnacio­ nales de naturaleza económica y comercial son fundamentales, considerando que a mayores relaciones transnacionales, mayor es la interdependencia entre los Estados. Estos mayores niveles de interdependencia se logran cuando todos los actores se centran en los procesos de modernización económica, buscando crecimiento económico y desarrollo de sus países. Estos procesos y objetivos compartidos llevan a buscar espacios de cooperación económica y técnica que van de menos a más, en una constante que genera una interdependencia compleja que hace que los costos de ir a una guerra sean tan altos que esta opción no resulta viable. IT4

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En resumen, los procesos de modernización económica y aper­ tura incrementan los niveles de interdependencia compleja entre los Estados (Keohane 1977) y los actores transnacionales aumentan en importancia, principalmente los actores económicos; al mismo tiempo, la fuerza militar disminuye como instrumento para los nue­ vos logros de crecimiento y desarrollo, entendiéndose la seguridad como el bienestar social y económico de las personas. La meta de los Estados es entonces el bienestar de su población, y eso nece­ sariamente lleva a buscar relaciones internacionales cooperativas. Autores como Rosencrance (1973; 1981) desarrollan la idea de que en un contexto de interdependencia económica entre dos Estados el costo de usar la fuerza es demasiado alto ya que colocan en peligro todo lo ganado en cooperación. Otro autor, Mitrany (1966), que desarrolla las teorías de la integración regional, explica que cuando los individuos ven que su bienestar está en colaborar más allá del Estado, ellos pueden transferir sus lealtades (Bywaters, Rodríquez, et. al. 2009: 13). Así, la actual lealtad a los Estados eventualmente podría ser trasladada por los individuos a otras unidades que van conformándose como instituciones por sobre los Estados y que no son territoriales. Por lo tanto, su paso secuencial es que la integración económica y social llevará necesariamente a la integración política. Por supuesto, el mejor ejemplo de este proceso es la conformación de la Unión Europea. Por su parte, Ernst Haas (1958) en su libro «The Uniting of Europe», desarrolla la idea de que la cooperación económica y técnica entre los Estados también puede llevar a una cooperación política entre ellos. Haas (1964) realiza una analogía del desarrollo político nacional con el regional, considerando que las elites políticas de distintos Estados pueden resolver sus diferencias de intereses porque se dan cuenta de que la integración política es la mejor vía para cumplir sus objetivos, que por cierto no son altruistas; por el contrario, están en función de sus objetivos de bienestar económico y social (Vieira 2008: 167). Aquí el poder no es separable del bienestar. En ese sentido y en base a ambos enfoques, liberalismo institu­ cional y de la interdependencia, al considerar la integración política y la transferencia de lealtades de los ciudadanos a instituciones fuera del Estado, estamos frente a un proceso de desarrollo institucional 115

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desde los Estados. Es lo que denominamos neoinstitucionalismo liberal, focalizando el análisis en la conformación de instituciones supraestatales y supranacionales. En este sentido, las instituciones supraestatales corresponden a aquellas instituciones internacionales donde los Estados las facultan en base a tratados internacionales que no permiten el desarrollo de legislación secundaria, sino que sus facultades para normar y sancionar requieren una autorización previa desde los mismos Estados. Es el caso de la Corte Internacional de la Haya o la Organización Mundial del Comercio (OMC), que tienen atribución para dirimir y sancionar a los Estados de acuerdo a sus normas y procedimientos establecidos, pero únicamente en los casos en que los Estados solicitan su pronunciamiento. Por otra parte, las instituciones supranacionales son aquellas en donde los Estados han realizado una transferencia de determi­ nadas competencias soberanas a través de tratados internacionales que tienen la facultad de desarrollar legislación secundaria que se transforma en obligatoria y sin posibilidad de modificaciones para los Estados. El mejor ejemplo es el caso de la Unión Europea, cuyas instituciones supranacionales y el derecho comunitario que las rige se ordenan por tres procedimientos: el primero, la no recepción de la norma, es decir, las nuevas normas que resultan de la legislación secundaria no necesitan pasar y ser aprobadas por el Parlamento de cada Estado, sino que son incluidas de inmediato en la legislación nacional; el segundo, es la obligatoriedad de la norma para los Es­ tados y las personas naturales y jurídicas de esos Estados; y tercero, la supremacía de la norma comunitaria, que aunque por alguna razón pueda entrar en conflicto con la legislación nacional, prima para todos los efectos. Aquí hay una importante diferencia con las instituciones internacionales como son la Organización Internacio­ nal del Trabajo (OIT), la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), la Organización Mundial de la Salud (OMS), y la Organización de los Estados Americanos (OEA), entre otras, cuyas decisiones y normas deben pasar necesariamente por los parlamentos nacionales y pueden ser aprobadas o rechazadas, siempre considerando si son compatibles con la legislación nacional o asumiendo los cambios necesarios en la legislación nacional para asumir dichas normas. En este último 116

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caso, el interés nacional -enfoque intergubernamental- prevalece bajo todo punto de vista, en cambio, en la supranacionalidad, prima el interés comunitario. Por último, siguiendo nuestro análisis del enfoque liberal, el liberalismo republicano se articula en base a la idea central de que las democracias liberales son más pacíficas y apegadas a la ley que otros sistemas políticos. El argumento principal es que las demo­ cracias no van a la guerra entre sí (Jackson y Sorensen 2003: 120). Parte de su fundamentación se basa en el incremento del número de regímenes democráticos en el mundo en los últimos años, evidencia empírica que explica en gran medida -según esta perspectiva- por la disminución de los conflictos a lo largo y ancho del orbe. Al respecto, los supuestos que derivan del por qué los sistemas polí­ ticos democráticos no entran en guerra entre ellos son tres, según Michael Doyle (1986: 1155): primero, por la existencia de una cultura política basada en la resolución pacífica de los conflictos que lleva a que las democracias fomenten las relaciones internacionales pacíficas. Esto último debido a que los gobiernos democráticos son controlados por sus ciudadanos, quienes no alentarían una guerra contra otra democracia; segundo, porque las democracias comparten valores morales comunes que los llevan a crear más zonas de paz, entendiendo que la libertad de expresión y la libre comunicación promueven el entendimiento mutuo y ayudan a asegurar que los representantes políticos sean responsables ante el electorado; y terce­ ro, la paz entre democracias es fortalecida mediante la cooperación económica -interdependencia- que se rige por principios liberales. Este enfoque es el que posee el mayor componente normativo de los liberalismos presentados. Los autores de esta corriente entienden que es una «responsabilidad el promover la democracia por todo el mundo» (Jackson y Sorensen 2003: 121). En suma, se afirma que los Estados democráticos no desarrollan guerras entre ellos debido principalmente a que tienen una cultura de resolución de conflictos por vías pacíficas y valores morales comunes, y a los mutuamente beneficiosos lazos de cooperación económica e interdependencia existentes entre ellos. Al respecto, muchas instituciones colocan como requisito a los países miembros tener sistemas democráticos; es la llamada «cláusula democrática» que, por ejemplo, tiene la Or­ 117

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ganización de Estados Americanos (OEA), el Mercado Común del Sur (MERCOSUR), la misma Unión Europea (UE) por mencionar algunos casos. viii.

Marxismo y neomarxismo en RELACIONES INTERNACIONALES

Tanto las teorías del materialismo histórico como las teorías del siste­ ma mundo son perspectivas de análisis de las Relaciones Internaciona­ les a partir de los enfoques marxista y neomarxista, respectivamente. El materialismo histórico es un término que deriva directamen­ te de los trabajos de Karl Marx y Friedrich Engels. Los elementos de análisis principales que lo explican y que son el anclaje común a las teorías neomarxistas posteriores son, según Hobden y Wyn Jones (2008), principalmente cuatro: 1. Los modos de producción capitalistas que determinan las fuerzas productivas y establecen las relaciones entre las personas. Esta premisa es el centro de las teorías; 2. La no consideración del Estado-nación como la unidad central de análisis en las relaciones internacionales. En este sentido, las Relaciones Internacionales estudian las relaciones ya no entre Estados sino entre las formaciones sociales que genera el capitalis­ mo; 3. La estructura de clases es el principal problema, siendo las clases sociales los actores de la vida política tanto interna como internacional; y 4. El imperialismo, que se entiende como la causa del conflicto en las relaciones internacionales. El conflicto es un concepto histórico y social propio de las rela­ ciones entre diferentes clases y otros grupos sociales, generado por las diferencias de las posiciones socioeconómicas. La culminación de tales conflictos puede dar lugar a dos procesos, guerra o revolución, o bien, una combinación de ambas (Halliday 2002: 93). La premisa de base es que las revoluciones políticas solo cambian la forma de gobierno, mientras que las revoluciones sociales alteran el sistema de clases. Esto último, aplicado a las relaciones internacionales, nos lleva descartar la seguridad y las acciones de los Estados como lo funda­ mental y colocar el acento en el conflicto social (Halliday 2002: 91). Al respecto, hay que considerar que el marxismo tuvo un escaso desarrollo en la etapa inicial de la disciplina de las Relaciones In­

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ternacionales, que se debió en parte a la alta influencia académica y política de Estados Unidos. Las teorías marxistas y las neomarxistas, especialmente las referidas al denominado «sistema-mundo», entran tardíamente en la disciplina a partir de la década de los setenta, siendo ambas las primeras contribuciones no estadounidenses a ella. Usamos el término «neo» para ubicarlos en el tercer debate de la disciplina junto al neorrealismo y el «neo» liberalismo. Es en la década de los setenta cuando el «neo» marxismo se alejó del marxismo oficial establecido en los países del llamado «socialismo real», porque lo consideraba distanciado del proyecto originario y por enquistar la filosofía marxista en su versión dogmática del materialismo dialéctico. En este sentido, el neomarxismo rechaza el determinismo económico destacado en Marx prefiriendo hacer hincapié en aspectos sociológicos, psicológicos y culturales. Es im­ portante mencionar, principalmente pensando en el desarrollo de las Relaciones Internacionales en América Latina, que el neomarxismo también trabaja o es utilizado en los estudios sobre desigualdades experimentadas por países en vías de desarrollo en el marco del nuevo orden económico internacional. Precisamente, el antecedente teórico del neomarxismo en las Relaciones Internacionales es la teoría de la dependencia, que se origina en la década de los sesenta para explicar por qué América Latina y otras regiones del mundo no alcanzaban mayores niveles de desarrollo. Su origen se encuentra en el estructuralismo de la década de los cincuenta y más específicamente en la teoría centro-periferia, cuyo principal autor es Raúl Prebisch que, desde la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), desarrolla una explicación del subdesarrollo de América Latina que se basa en destacar la concentración de la producción de bienes primarios como principal causa de las relaciones económicas desiguales. La solución que propone Prebisch es que los países de la región orienten su producción hacia bienes manufacturados, proceso que se cono­ ce como Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI). Además, agrega la necesidad de una intervención activa del Estado en la economía, procesos internos que se pueden complementar con impulsar procesos de integración regional. Consideremos que desde estos planteamientos cepalinos surgieron en los años sesenta 119

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las primeras experiencias de creación de bloques regionales de integración económica en la región, como la Asociación Latinoa­ mericana de Libre Comercio (ALALC), el Mercado Común Cen­ troamericano (MCCA), la Comunidad del Caribe (CARICOM), y el Pacto Andino. En consecuencia, para esta línea de análisis, aun cuando el subdesarrollo se explica por las condiciones de la estruc­ tura capitalista internacional, es posible revertir dicha situación y superar el subdesarrollo. Por otra parte, la explicación de la teoría de la dependencia en los setenta se basa en explicar las razones de la posición que los Estado-nación ocupan dentro del mundo capitalista. En este sentido, la política mundial es manejada por las fuerzas del capitalismo y la explicación económica es una parte integral del sistema capitalis­ ta. El funcionamiento del mundo capitalista se condiciona por la desigualdad, la dominación y la dependencia entre las zonas ricas y pobres y es explicada por los conceptos de centro y periferia, que identifican espacios en el mundo diferenciados entre sí de acuerdo a sus modos de control del trabajo y su especialización en la produc­ ción. El centro corresponde a las áreas más avanzadas económica y tecnológicamente, prósperas y poderosas; la periferia, en tanto, ofrece mano de obra y materias primas al centro, y es pobre y débil. Son estas diferencias que marcan la división internacional del tra­ bajo que deriva de la acumulación de capital que divide las clases dentro y entre los Estados, situación que lleva inevitablemente al conflicto. Entonces, a diferencia del estructuralismo, en la década de los setenta la teoría de la dependencia buscará explicar los orígenes, funcionamiento y naturaleza del sistema capitalista mundial, y las razones que explican la perpetuación de la dependencia y del subdesarrollo utilizando la noción marxista del conflicto en base a la explotación y la no existencia de intereses comunes. Hay aquí un análisis determinista de la incidencia de la estructura capitalista sobre la división de países desarrollados y subdesarrollados, ya que los primeros solo pueden estar en ese nivel de desarrollo por la existencia del subdesarrollo. En base a lo anterior, y volviendo al análisis del materialismo histórico y las teorías del sistema-mundo, podemos señalar que ambas miradas teóricas creen en la posibilidad de un cambio radical que destruya el orden mundial capitalista. Sin embargo, junto con 120

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esa coincidencia se encuentra también la principal diferencia entre las dos perspectivas: el materialismo histórico se centra en buscar prácticas emancipadoras que conduzcan a una sociedad socialis­ ta para luego pasar a una sociedad comunista, y las teorías del sistema-mundo buscan las debilidades de la civilización capitalista que permitan pasar a otra civilización capitalista. Wallerstein (1974) entiende el sistema-mundo moderno desde una perspectiva sistémica que le permite analizarlo como una es­ tructura con fronteras, grupos, normas que lo legitiman y le dan coherencia. Es un mundo lleno de conflictos que se mantiene en un estado de cambios y tensión permanente, donde interactúan cons­ tantemente las fuerzas y debilidades del mismo sistema. El autor destaca cinco características distintivas del actual sistema-mundo que se ha forjado en torno a la civilización capitalista: Primero, la dinámica incesante y autogestionada de acumulación de capital impulsada por los poseedores de los medios de producción (Herrera 2006: 79). Para Wallerstein, la única economía mundo es la euro­ pea, constituida a partir del siglo XVI, la que impulsó el desarrollo pleno de los modos de producción capitalista hasta extenderse a la totalidad del planeta a fines del siglo XIX. Segundo, la división del trabajo entre centro y periferia se explica con un intercambio desigual, materializado en múltiples cadenas industriales que garantizan el control de los trabajadores y la monopolización de la producción por una clase burguesa (Wallerstein 1974; 1983). Aquí la existencia de una semiperiferia, como tercera característica, es inherente al sistema cuya jerarquía económica-política se modifica permanentemente. Sin embargo, y como cuarta característica, el sistema interestatal en el marco de la economía mundo capitalista está continuamente condu­ cido por un Estado hegemónico cuya dominación es temporal y contestada. Por último, en quinto lugar, destacan los ritmos cíclicos del capitalismo histórico, con periodos de expansión y de estancamiento, y con recurrentes crisis (Wallerstein 1974; 1983). Como el mismo Wallerstein explica «el capitalismo ha entrado históricamente en una crisis estructural en los primeros años del siglo XX y conocerá sin duda su final como sistema histórico a lo largo del siglo XXI» (1983: 174). 121

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Un aspecto fundamental del análisis de Wallerstein es que este sistema-mundo capitalista carece de un sistema político centralizador, y su éxito descansa precisamente en la multiplicidad de sistemas políticos en su interior. En consecuencia, un sistema-mundo alterna­ tivo, es decir, socialista, tendría que integrar las esferas económica y política al mismo tiempo para poder equilibrar la distribución del poder entre los diferentes grupos sociales. Por cierto, un socialismo que sería muy distinto al socialismo del siglo XX -el soviético- que, como explica el autor, participó del mismo sistema-mundo capita­ lista, aunque formara parte de su periferia. Para Wallerstein, el actual sistema-mundo capitalista está en una crisis terminal que se extenderá por unos cincuenta años más para llegar a su fin. Desde su perspectiva sistémica, todo sistema social histórico aparece, se desarrolla, entra en decadencia y final­ mente muere debido a la acumulación de tensiones que se hacen inmanejables para lograr un reequilibrio nuevo (Wallerstein 1974; 1983). No obstante, sostiene que el nuevo sistema es indeterminado en su contenido social e histórico, es decir, no se puede predecir. Al respecto, analiza tres presiones estructurales que estarían tensionando el sistema: la desruralización del mundo que resulta de la migración campo-ciudad por la búsqueda de mejores salarios y que lleva a que en la periferia la mano de obra barata se esté agotando; la crisis ecológica, que deriva de que los capitalistas productores no se hagan cargo de la externalización de los costos medioambienta­ les y el Estado tenga cada vez menos capacidad para exigirlo, por ejemplo, a través de impuestos; por último, la presión estructural es la polarización socio-económica que se acompaña de regímenes políticos que tienen cada vez más límites para hacerse cargo de la educación, la salud, el bienestar económico y social de la pobla­ ción. En consecuencia, según Wallerstein, el sistema capitalista se está transformando en un sistema no rentable para los principios capitalistas. Es importante enfatizar que las teorías del sistema-mundo capitalista siguen vigentes para comprender las transformaciones del capitalismo a inicios del siglo XXL Al respecto, cuatro autores son los representativos de esta corriente teórica que toman las referencias históricas desde los conceptos marxistas fundamenta­ 122

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les, pasando por la economía mundo de Fernand Braudel, hasta la visión jerárquica de centro-periferia, además de las premisas metodológicas del análisis estructural y la combinación de teoría e historia (Braudel: 1985). Estos son: Samir Amin, de quien destacan sus obras «Imperialismo y globalización, los desafíos de la mundialización» (1997), «Crítica de nuestro tiempo» (2001), y «Salir de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo en crisis» (2009); Giovanni Arrigui y André Gunder Frank, con el libro «Movimientos sociales en el sistema mundial», publicado en 1990. De Gunder Frank sobresalen también los libros «Critica y anticrítica» (1994), «Capitalismo y Subdesarrollo en América Latina» (1967), «Subde­ sarrollo del desarrollo» (1966), además de sus numerosos artículos en la «New Left Review»; y, por último, Inmanuel Wallerstein, cuyo trabajo analizamos anteriormente (1974; 1983; 1997). Todos ellos comparten las ambiciones intelectuales de unir economía, sociedad y política, además de objetivos políticos basados en una crítica radical al capitalismo y a la hegemonía estadounidense (Herrera 2006: 73). Para finalizar, debemos señalar que las Relaciones Internacio­ nales en los últimos años han tenido un nuevo desarrollo que se desmarca bastante de los enfoques clásicos que hemos desarrollado en este capítulo. Así, hablamos de un «cuarto debate», en el cual se proponen nuevos marcos conceptuales y nuevas teorías. Los autores que se inscriben en estas nuevas corrientes son llamados reflectivistas o post-positivistas y se caracterizan por su total oposición a los en­ foques clásicos. Al respecto, hay consenso en la literatura en que este cuarto debate se puede denominar «racionalistas y reflectivistas». Entre las líneas teóricas que se consideran reflectivistas encon­ tramos: la teoría crítica, los feminismos y los postmodernismos. Su factor común es que reclaman una reestructuración de la disciplina de las Relaciones Internacionales donde cuestionan la posibilidad de formular verdades objetivas y empíricamente verificables sobre el mundo natural y, más aún, el social, como se verá más ampliamente en otro capítulo de este manual. No obstante, los enfoques clásicos siguen vigentes y continuamente están desarrollándose para explicar la nueva realidad internacional que los desafía.

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Capítulo iv

Nuevas corrientes en la teoría de Relaciones Internacionales

las

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i. Introducción

El objetivo de este capítulo es introducir al estudiante en las co­ rrientes y enfoques contemporáneos en la teoría de las Relaciones Internacionales (Rl) que no pertenecen al eje principal realismo/ liberalismo: Teoría Crítica (en sus vertientes neogramsciana y norma­ tiva), enfoques postmodernos, enfoques feministas, Constructivismo y Sociología Histórica. Estas corrientes y enfoques, producto de la mayor interacción de las Rl con otras disciplinas (particularmente con corrientes de pensamiento sociológicas y filosóficas) y de una mayor preocupación con cuestiones epistemológicas, fueron incorporados a la teorización en Rl a partir de la década de 1980. Todos ellos, en mayor o menor grado, están hoy consolidados dentro de la disciplina. Vistos en conjunto, estos nuevos enfoques son muy heterogé­ neos. Incluyen teoría pero también metateoría; algunos optan por las ciencias sociales y otros por las humanidades; unos se mantienen fieles al ideal de objetividad en la investigación científica y otros lo rechazan clamorosamente; algunos enfoques se proponen hacer teoría empírica y otros recuperan la teoría normativa. Por último, aunque la mayoría de autores que desarrollan estos nuevos enfo­ ques se consideran miembros de la comunidad académica de las Rl, eso no es así en el caso de la Sociología Histórica. Sin embargo, el notorio acercamiento entre Sociología Histórica y Rl justifica, a nuestro entender, su inclusión en este capítulo. Además de presentar los contenidos de las diferentes propuestas y de situarlas en el contexto de la evolución de la disciplina y de las 127

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influencias externas, nos preguntamos si esas diferentes maneras de entender la teoría de Relaciones Internacionales son tan poco com­ patibles con las aproximaciones más convencionales como muchos de sus exponentes acostumbran sostener. Tal como se señaló antes, el objetivo de este capítulo es presentar las aproximaciones teóricas actuales en Relaciones Internacionales que no pertenecen al eje principal (mainstream teórico) realismo/ liberalismo, tradicional articulador de la disciplina. Antes de entrar en materia, nos parece importante hacer algunas consideraciones preliminares sobre el concepto «teoría de las Relaciones Interna­ cionales», enfatizando primero «Relaciones Internacionales» y luego «teorías». En primer lugar, muchas obras pertinentes para el entendimien­ to de las relaciones internacionales (ya sean de carácter teórico o empírico) se producen, de hecho, en otras disciplinas: la sociología, la historia, la geografía, la ciencia política y la filosofía han con­ tribuido tanto o más al entendimiento de fenómenos considerados (también) propios de las relaciones internacionales que la propia disciplina de las Relaciones Internacionales: guerra, globalización, hegemonía, cooperación, etc. Sin embargo, esos cuerpos teóricos no se consideran parte de la «teoría de las Relaciones Internacionales». En segundo lugar, las que sí son consideradas «teorías de las Relaciones Internacionales» (y aparecen así descritas en los manua­ les y en los programas de los cursos) son fruto de importaciones, totales o parciales, de otras disciplinas: el Constructivismo, la Teo­ ría Crítica, el postestructuralismo o el feminismo no nacieron en las Relaciones Internacionales. Asimismo, los más «autóctonos», liberalismo y realismo (en sus nuevas presentaciones de institucionalismo y neorrealismo) beben también de otras fuentes, como la teoría de la elección racional, la teoría microeconómica o diversas teorías de las organizaciones. Así, pues, el que determinada teoría/enfoque referido a algún aspecto de las relaciones internacionales sea o no considerado como «teoría de las Relaciones Internacionales» depende, ante todo, de factores institucionales: de si ha sido o no producido en el seno de una comunidad académica vinculada a determinados departamen­ tos, asociaciones profesionales y publicaciones. 128

Nuevas corrientes en

la teoría de las

Relaciones Internacionales

Poniendo ahora el énfasis en «teorías», nos interesa llamar la atención sobre el hecho de que ese conjunto de aproximaciones que llamamos «teorías de las Relaciones Internacionales» son teorías en sentidos muy diversos. Simplificando mucho, podemos injerir las teorías de las Relaciones Internacionales en una o varias de estas categorías: teorías explicativas; teorías normativas; metateorías; anti-teorías. La teoría neorrealista de Waltz es un ejemplo de teoría explicativa, en la que la dimensión normativa aparece más soslayada. La Teoría Crítica propuesta por Andrew Linklater es eminentemente normativa, aunque contiene también un programa de investigación empírico menos desarrollado. El componente metateórico (de discu­ sión sobre la propia actividad de teorizar) está presente en todo el cuerpo teórico de las Relaciones Internacionales, pero con un peso bastante diferente en las diferentes aproximaciones. Por último, también incluimos en el catálogo de «teorías de las Relaciones In­ ternacionales» aquellas aproximaciones escépticas (y contrarias) a la propia actividad de teorizar. Es el caso de los postmodernismos/ postestructuralismos y de una buena parte de la producción femi­ nista, que por ello pueden ser descritos como anti-teorías. Hechas estas aclaraciones, pasamos ahora al tema de este ca­ pítulo: las nuevas corrientes en la teoría de las Relaciones Interna­ cionales. Presentes en la disciplina a partir de la segunda mitad de la década de los ochenta, la Teoría Crítica, el Constructivismo, los postmodernismos y los feminismos están ya consolidados institucio­ nalmente como teorías de las Relaciones Internacionales, lo que se traduce en un amplio espacio en las revistas académicas de Relaciones Internacionales, representación en los órganos de las asociaciones profesionales de Relaciones Internacionales y presencia en los cursos universitarios de Relaciones Internacionales. Incluimos también a la Sociología Histórica en el capítulo, que por su diferente procedencia y vinculación institucional no forma parte de las corrientes teóricas reconocidas como propias de la disciplina pero que es cada vez más usada en explicaciones a fenómenos propios de relaciones internacio­ nales elaboradas por autores que sí son reconocidamente miembros de la academia de Relaciones Internacionales. Como acabamos de señalar, aunque toda la producción teórica está vinculada a otras áreas disciplinarias, las nuevas corrientes se 129

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distinguen de las tradicionales por ser fruto de una mayor interac­ ción que en el pasado entre las Relaciones Internacionales y otras disciplinas, particularmente la sociología, la filosofía y la historia. También reflejan la mayor preocupación con la manera de teorizar que se empezó a manifestar en Relaciones Internacionales con la publicación de Theory of International Politics, de Kenneth Waltz (Waltz 1979) y que se materializó en un mayor peso del componente metateórico en los nuevos enfoques. A pesar de esas características comunes (interdisciplinariedad y reflexión metateórica), las nuevas corrientes son muy variadas, tanto en sus diferentes posturas ante la actividad de teorizar como en los contenidos sustantivos de sus propuestas. También divergen en la manera en que se sitúan con respecto a las corrientes principales: mientras que algunas se presentan como opuestas y hasta incompa­ tibles con la teorización tradicional realista y liberal, otras resaltan su disposición a dialogar con esas tradiciones teóricas. Por último -y muy importante- las nuevas corrientes que describimos aquí difieren bastante en cuanto al rigor de sus respectivas propuestas. En ese sentido, la interacción con otras ciencias sociales no siempre ha traído resultados positivos. ii. Enfoques reflectivistas

Exceptuando a la Sociología Histórica (incuestionablemente racio­ nalista y cuyas prácticas se ajustan a lo que consensualmente se en­ tiende como ciencias sociales), las corrientes que vamos a presentar a continuación caben, todas ellas, dentro de la denominación de «enfoques reflectivistas». El término «reflectivistas» fue acuñado por Robert Keohane a fines de la década de 1980 (Keohane 1989) como contrapuesto al «racionalismo» de la teorización vinculada al proyecto de desarrollar las Relaciones Internacionales como ciencia social. Keohane definió las teorías «racionalistas» como aquellas que consideran posible «juzgar objetivamente los comportamientos», como el realismo/neorrealismo y liberalismo/neoliberalismo. Las teorizaciones, entonces incipientes, que Keohane llamó «reflectivis­ tas» (reflectivist), tenían en común, según él a) desconfianza hacia los modelos científicos para el estudio de la política mundial, b) 130

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la teoría de las

Relaciones Internacionales

una metodología basada en la interpretación histórica y textual y c) énfasis en los efectos de la reflexión humana sobre la naturaleza de las instituciones y sobre el carácter de la política mundial. Asimismo, Keohane sostuvo que, pese a su interés, los enfoques «reflectivistas» eran unos enfoques marginales en la disciplina y que lo seguirían siendo si no desarrollaban unos programas de investigación em­ píricos sustantivos y que contribuyeran a la tarea de clarificar las cuestiones centrales de la política mundial. Desde entonces, algunos autores han interpretado la controver­ sia entre estos enfoques reflectivistas y las teorizaciones asentadas en la tradición racionalista occidental como componente principal del llamado «cuarto gran debate» de la disciplina de las Relacio­ nes Internacionales, paralelo en el tiempo pero de naturaleza muy diferente al diálogo neorrealismo-neoliberalismo (Waever 1996; Smith 1997). No hay acuerdo entre los autores sobre la denominación de la familia de enfoques que Keohane llamó «reflectivistas». Algunos autores han optado por la denominación de «tendencias postpo­ sitivistas» aludiendo al posicionamiento de varios de ellos frente a la manera «positivista» de entender la ciencia (Lapid 1989). El problema que supone el uso de esa denominación es que podría su­ gerir que se está aceptando la dicotomía positivismo/postpositivismo tal como algunos de esos autores la plantean, una opción que no compartimos. Otro grupo de autores distingue entre «teoría crítica» (enfoques reflectivistas en general) y «Teoría Crítica» (el enfoque específicamente habermasiano y neomarxista) (George 1989; Brown 1994; Wendt 1995). Es evidente que también esa solución se presta a confusiones. La ventaja de la denominación acuñada por Keohane de «enfoques reflectivistas» es que no parece señalar a ninguno de estos enfoques en particular. Por otra parte, aunque se trata de una denominación dada desde fuera, la han usado también algunos autores que se identifican con esas corrientes, como por ejemplo Steve Smith (Smith 1997) o Mark Neufeld (Neufeld 1993). Aunque un importante elemento en común de los enfoques reflectivistas (que no está entre los destacados por Keohane) es su consideración de las relaciones internacionales como un conjunto de fenómenos «socialmente construidos» -según la terminología 131

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empleada en el área de la sociología del conocimiento (Berger y Luckman 1966)- es posible, sin embargo, que, tal como afirmara Wendt, la «familia» de enfoques reflectivistas esté más unida por lo que rechaza que por lo que acepta (Wendt 1995: 71- 72). Esos rechazos tienen que ver con determinados aspectos en la manera de teorizar que los autores reflectivistas atribuyen a las corrientes dominantes en el estudio de las relaciones internacionales. En primer lugar, con aspectos epistemológicos: los enfoques reflectivistas cues­ tionan, en mayor o menor medida, las bases del conocimiento que -en nuestra opinión, simplificando excesivamente- suelen denominar «positivista»: la posibilidad de formular verdades objetivas y empí­ ricamente verificables sobre el mundo natural y, más aún, el social. En segundo lugar, con aspectos ontológicos: el cuestionamiento de si el conocimiento puede o no fundarse en bases reales y cuáles serían las entidades pertinentes para el estudio de las relaciones internacio­ nales. En tercer lugar, con cuestiones axiológicas: se cuestionan las posibilidades de elaborar una ciencia «neutral» o «libre de valores» (Lapid 1989). Es sobre esas bases que algunos autores pasaron a reclamar la «reestructuración de las Relaciones Internacionales» (Neufeld 1995; Sjolander y Cox 1994; George 1994). Ya han pasado más de veinte años desde la introducción de los llamados enfoques reflectivistas en la teoría de las Relaciones Internacionales. Las trayectorias de los diferentes enfoques han sido bastante diversas. Algunos han crecido significativamente y han dado contenido a lo que inicialmente era poco más que una propuesta, desarrollando una importante producción sobre temas sustanti­ vos. Otros se han quedado atrás, con un componente metateórico hipertrofiado en relación a su contribución real a la comprensión de las relaciones internacionales. A continuación presentamos las propuestas y trayectorias de esos diferentes enfoques.

1. Teoría Crítica de las Relaciones Internacionales A comienzos de la década de los ochenta algunos autores rei­ vindicaron una «Teoría Crítica» de las Relaciones Internacionales, en el sentido de una teoría realizada con mayor conciencia de sus propósitos prácticos. «La teoría es siempre para alguien y para 132

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la teoría de las

Relaciones Internacionales

alguna cosa», escribió Robert Cox en el artículo que introdujo la propuesta de teoría crítica en la disciplina (Cox 1981) y que a partir de entonces se volvió una especie de eslogan. El término «teoría crítica» fue usado inicialmente para des­ cribir el proyecto intelectual (marxista heterodoxo) de la llamada Escuela de Erankfurt, formada por un conjunto de filósofos y so­ ciólogos alemanes que abarca varias generaciones de pensadores y que surgió con la fundación del Instituto de Investigación Social de Erankfurt en 1923. El proyecto de la Escuela de Erankfurt combinaba el análisis intelectual con la práctica política, siendo la «emancipación» (entendida como la búsqueda de la mejoría de las condiciones de vida humana) su principal prioridad. Esa prioridad es precisamente lo que distingue a la teoría crítica de la «teoría tradicional», según la conocida distinción de Max Horkheimer, una de las principales figuras de la primera genera­ ción de la Escuela de Erankfurt (Horkheimer 1972). Además de Horkheimer, formaron parte de esa primera generación Theodor Adorno, Walter Benjamín, Herbert Marcuse y Erich Fromm, entre otros. Jürgen Habermas es sin duda el frankfurtiano más conocido de la llamada «segunda generación». De la tercera y más actual generación sobresalen, en términos de su influencia en autores de Relaciones Internacionales, Axel Honneth y Ulrich Beck. Aunque hay enormes diferencias entre esos autores, todos tienen en común, además del objetivo emancipatorio, una aproximación a las ciencias sociales que busca combinar la reflexión filosófica con la investigación social y que minimiza las distinciones entre teoría empírica y normativa, explicación y comprensión, estructura y agencia. Entre los variados temas tratados por la escuela de Erankfurt se destacan el análisis de las teorías de conocimiento y las diferentes concepciones de racionalidad, el de las diferentes estructuras de autoridad (inclu­ yendo la familia) y el del papel de los medios de comunicación y las «industrias culturales» (término acuñado por Adorno y Horkheimer) (Adorno y Horkheimer 2002). Con el tiempo, el nombre de teoría crítica se pasó a usar en un sentido mucho más amplio, y numerosos pensadores sociales con orientación práctica y que cuestionan el orden social existente 133

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pasaron a asumirse como «teóricos críticos» o a señalar a autores clásicos del pasado como tales1. En la disciplina de las Relaciones Internacionales las prime­ ras referencias a la teoría crítica figuran en un artículo de 1981 de Robert Cox (Cox 1981) y en otro del mismo año de Richard Ashley (Ashley 1981). El objetivo principal de uno y otro era el cuestionamiento de la «Theory of International Politics» de Kenneth Waltz (Waltz 1979), obra que durante muchos años estuvo en el centro de las discusiones teóricas de la disciplina. En 1986 Robert Keohane editó el volumen «Neorrealism and its Critics», (Keohane 1986) que reunía varios capítulos de la obra de Waltz junto con una recopilación de artículos que la discutían y criticaban. Keohane incluyó en la antología los artículos de Cox y Ashley, y fue a partir de ahí que alcanzaron mayor difusión. Ashley se convirtió pronto en un autor representativo del pensamiento postmoderno en Rela­ ciones Internacionales, y solo puede considerarse un exponente de la teoría crítica en la medida en que se admita el solapamiento de esos enfoques. Cox, en cambio, continúa siendo hasta la actualidad uno de los principales referentes de la teoría crítica en Relaciones Internacionales. En ese artículo fundacional, Cox presentaba la teoría neorrealista de Waltz como una «teoría tradicional» en el sentido que le dio Horkheimer al término o, en sus palabras, una «teoría que resuelve problemas» (prohlem-solving theory): un conjunto de directrices para ayudar a resolver problemas dentro de una determinada pers­ pectiva. Ese tipo de teoría, según Cox, toma al mundo tal cual es, aceptando las relaciones sociales y de poder y sus instituciones. Su principal objetivo es que esas relaciones e instituciones funcionen con eficiencia. En concreto, el realismo-neorrealismo habría ayudado a resolver el problema de cómo gestionar las relaciones entre las superpotencias durante la Guerra Fría. Pese a su pretendida neu­ tralidad axiológica, el neorrealismo tendría, según Cox, un sesgo ideológico-normativo anti-emancipatorio. Según la receta neorrea1

Para dar una idea de la diversidad de quienes hoy se consideran o son señalados como teóricos críticos, una obra reciente sobre «teóricos críticos y Relaciones Internacionales» incluye capítulos sobre Adorno, Aganbcm, Baudrillard, Bashkar, de Beauvoir, Deleuze, Foucault, Kant, Hegel, Marx, Nictzschc, Said y Virilio, entre otros (Edkins y Williams 2009).

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lista, en efecto, los Estados que quieran maximizar su seguridad deberán aceptar unas reglas del juego esencialmente conservadoras. Así, la teoría contribuye a la manutención y reproducción de un sistema internacional injusto. Cox abogaba por una manera diferente de teorizar. La teoría crí­ tica que proponía es un tipo de teoría que se cuestiona cómo surgió el orden, que se pregunta por los orígenes de las instituciones y por las relaciones de poder y las instituciones en que están organizadas, única manera, a su entender, de elaborar propuestas de cambio. Así, pues, la dimensión normativa y la dimensión metateórica son componentes importantes de esa propuesta. Pero la propuesta de Cox también contenía -inicialmente de forma bastante embriona­ ria- elementos como para desarrollar una teoría explicativa, que fuera más allá del mero desenmascaramiento de las ideologías pre­ sentes en las teorizaciones tradicionales y de la denuncia del orden internacional existente. En lo sustantivo, la mayor influencia de la propuesta de Cox es la del filósofo, activista político y marxista no ortodoxo Anto­ nio Gramsci. La noción de «estructura histórica», inspirada en el concepto de «bloque histórico» de Gramsci, es la unidad de análisis en la propuesta de Cox. Una estructura histórica es una configura­ ción de fuerzas (capacidades materiales, ideas, e instituciones) que impone presiones y constreñimientos sobre el comportamiento de los Estados. A diferencia del marxismo tradicional, las estructuras históricas de Cox/Gramsci no presuponen la primacía de los fac­ tores materiales: en cada momento histórico cualquiera de los tres factores puede tener primacía sobre los otros dos. La propuesta de investigación es, precisamente, analizar la composición de las diferentes estructuras históricas y sus procesos de transformación. «Hegemonía» es otra de las palabras clave en la aproximación de Cox, que toma también ese concepto de la obra de Gramsci. Para Cox/Gramsci la hegemonía es una forma de dominio basada más en la influencia que en la coerción y que consiste en una configuración particular de factores materiales, ideas e instituciones. El papel de hegemonías específicas (como la británica hasta la Segunda Guerra Mundial o la estadounidense después de ella) en el desarrollo de las diferentes estructuras históricas es uno de los focos de interés de la i35

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teoría crítica neogramsciana, así como el papel de las instituciones internacionales en la construcción y el mantenimiento del sustrato ideológico de la hegemonía. Cox no propuso una teoría acabada de las Relaciones Inter­ nacionales, sino más bien un proyecto de investigación con un objetivo normativo (la emancipación), un método (el método de las estructuras históricas) y unos campos de aplicación concretos. El método de las estructuras históricas se aplica a esferas específicas de actividad humana («totalidades limitadas» o subsistemas): las fuerzas sociales originadas por los procesos de producción; las for­ mas de Estado que surgen de las relaciones Estado- sociedad; y los órdenes mundiales, es decir, la configuración de fuerzas que define la problemática de la guerra y la paz para el conjunto de Estados. Los autores que se definen como neogramscianos han seguido, en términos generales, la propuesta de Cox, aunque no necesaria­ mente aplican el método de las estructuras históricas. Ese conjunto de autores se concentra en la subdisciplina de la Economía Política Internacional y en el análisis de las estructuras e instituciones de gobernanza global, tratando temas como la desigualdad, pobreza o subdesarrollo. Entre ellos destacamos la obra de Craig Murphy y su evaluación crítica de las organizaciones internacionales (Murphy 2005); a Kees van der Pijl y su estudio de las clases transnaciona­ les (Kees van der Pijl 1998); y a Barry Gills y sus aproximaciones críticas a la globalización (Gills 2002; 2011). Andrew Linklater, por su parte, desarrolló otra variante de teoría crítica en Relaciones Internacionales, con un foco fundamentalmente normativo, aunque incluye también una propuesta de investigación empírica sobre la «sociología de los sistemas de Estados». El foco normativo está muy presente desde la primera obra de Linklater, Men and Citizens in International Relations (Linklater 1982). En ella el autor identificó el objetivo de la emancipación con la ampliación de los límites de la comunidad política, que debe ir más allá de los límites del Estado soberano y tender hacia el ideal kantiano de comunidad política mundial. Ese objetivo coincide con la propuesta de Jürgen Habermas de construcción de una «democracia radical» (o democracia deliberativa, un modelo en el que todos los potenciales afectados participan en el proceso de toma de decisiones) 136

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a través de la «acción comunicativa» (Habermas 1987). La acción comunicativa es la que busca el entendimiento y el consenso entre los participantes del diálogo. Habermas opone ese concepto al de «acción estratégica», que busca simplemente el éxito individual. Una de las propuestas de Linklater es avanzar hacia un «buen ciudadano internacional», cuyos derechos y deberes ciudadanos estarían desvinculados de los límites de su Estado soberano. El pro­ ceso de integración europea es señalado como un paso importante hacia la realización del proyecto de comunidad política mundial, en la que la ciudadanía cosmopolita no coincidiría, necesariamente, con un Estado mundial. Como mencionamos, la propuesta normativa de Linklater está acompañada de una propuesta, por el momento embrionaria, de desarrollar una «sociología de los sistemas de Estados» (Linkla­ ter 2002) que dé continuidad a algunas de las reflexiones de los miembros de la Escuela Inglesa, particularmente Martin Wight. En concreto, Linklater se propone avanzar en los estudios comparativos entre los diferentes sistemas de Estados para responder a la pregunta de si ha habido o no avances en cuanto a la restricción del daño sufrido por los individuos como consecuencia de la organización política mundial. Es una propuesta empírica pero que parte de una preocupación claramente normativa. Junto a esas dos grandes corrientes de teoría crítica en Relaciones Internacionales, varias otras aproximaciones han asumido la etique­ ta de «críticas». Entre ellas se destacan los «estudios de seguridad críticos» (Krause y Williams 1997; Booth 2005), que se distancian de los estudios de seguridad tradicionales realizados al servicio de los intereses estratégicos de las grandes potencias, principalmente de Estados Unidos. El objetivo normativo de los estudios de seguridad crítico es el mismo que el de la corriente de la «investigación para la paz», la tradicional alternativa a los estudios estratégicos tradicio­ nales. A diferencia de estos, sin embargo, los estudios de seguridad críticos tienden a adoptar una metodología interpretativa y a integrar elementos de las diversas corrientes reflectivistas. La revisión de la trayectoria de la Teoría Crítica desde su apa­ rición en las Relaciones Internacionales evidencia un programa de investigación consistente y rico, y al mismo tiempo, en palabras de 137

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Linklater, «una invitación a todos los analistas sociales a reflexio­ nar sobre los intereses cognitivos y los supuestos normativos que presiden su investigación» (Linklater 1992: 91).

2. Enfoques postmodernos Los enfoques postmodernos (o postestructuralistas)2 en Rela­ ciones Internacionales provienen, básicamente, de la influencia de la corriente postestructuralista francesa, identificable a partir de los años sesenta y que incluye, entre sus principales exponentes, a Jacques Derrida, Michel Foucault, Fran^ois Lyotard, Julia Kristeva y Roland Barthes. Como ocurre con muchas otras corrientes, los postestructuralistas no se definieron a sí mismos como tales ni for­ maron un movimiento cohesionado. La denominación surgió desde fuera, en referencia a la posición crítica de ese conjunto de autores ante las limitaciones de la corriente estructuralista (centrada en el análisis del lenguaje y la comunicación pero también influyente en áreas como la antropología y el psicoanálisis). Los postestructu­ ralistas también suelen ser identificados como postmodernos (un término de alcance más amplio), ya que la crítica a la herencia de la modernidad y la Ilustración suele ser una constante en su obra. La ruptura con la modernidad o, más específicamente, con el pro­ yecto político de la modernidad, supone un rechazo en bloque al racionalismo, a la ciencia y a la posibilidad de un conocimiento objetivo, entre otras cosas. Los postestructuralistas están asociados también al llamado «giro lingüístico» en filosofía y humanidades, traducido en un mayor interés por cuestiones relacionadas con el papel del lenguaje (o de las diferentes prácticas discursivas) en la estructuración de la realidad. No obstante, y a diferencia de los filósofos analíticos, interesados en el papel del lenguaje en la constitución de la realidad social El término «postmodernismo» tiene un alcance más amplio que el de «postestructuralismo». El primero se refiere a una gran variedad de movimientos culturales, artísticos y de análisis sociológico-filosóficos que en alguna medida intentan apartarse o señalan el fin de la era «moderna» heredada de la Ilustración. El segundo tiene el alcance más restringido señalado en el texto. En Relaciones Internacionales los dos términos se han usado de manera más o menos intercambiable.

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(que presupone una realidad material independiente) (Searle 1995; 2010), los postestructuralistas -vinculados a la llamada «filosofía continental», más identificada con el campo de las humanidades que con las ciencias sociales- no hacen distinciones entre «realidad» y «realidad social», por lo que, desde su punto de vista, el lenguaje (o el discurso) crea o constituye la propia realidad. A partir de esa precedencia ontológica que dan al lenguaje, los postmodernos conciben el mundo como un «gran texto» o conjunto de textos interconectados (intertexto) (Derrida 1967). La función del estudioso será, pues, analizar esos textos, discursos o prácticas discursivas. Ello permitirá, si no conocer, al menos aproximarse al mundo con el fin de «ilustrar cómo los procesos textuales y sociales están intrínsecamente conectados y describir, en contextos específi­ cos, las implicaciones para la manera en la que pensamos y actuamos en el mundo contemporáneo», según explica uno de los adeptos a este enfoque en Relaciones Internacionales (George 1994: 191). De lo que se trata, en definitiva, es de desenmascarar las premisas, pre­ suposiciones y sesgos que subyacen a cualquier discurso, incluidas las teorías que pretenden captar lo que llamamos «realidad», así como mostrar que las relaciones de poder que el discurso dominante intenta hacer pasar como «naturales» no lo son tanto. Los autores postmodernos usan diferentes técnicas y métodos de análisis del discurso (por lo demás, un procedimiento utilizado por diferentes disciplinas y para los más variados propósitos). No obstante, el método de análisis del discurso más asociado a la crí­ tica postmoderna es el de la «deconstrucción», ideado por Jacques Derrida y aplicado por él mismo y por otros autores al análisis del pensamiento de distintos autores (entre ellos el de Platón, Descartes, Kant, Hegel, Nietszche, Freud, Husserl, Heidegger y Sartre). Aunque las definiciones que da el propio Derrida sobre la deconstrucción no son nada claras -e incluso ha negado que se trate de un «méto­ do» (Derrida 1987: 390-391)-, de sus análisis se desprende que la deconstrucción consiste, aproximadamente, en problematizar los significados que el propio autor atribuye a su texto, proponiendo lecturas alternativas («doble lectura»). Para ello, se identifican las «oposiciones binarias» explícitas o implícitas en los textos. Para ello, se parte del supuesto de que, al menos en la tradición de pen­ i39

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samiento occidental, organizamos nuestras ideas a partir de pares de conceptos opuestos (masculino/femenino, fuerte/débil, etc.), en los que uno de los términos tiene connotaciones positivas y otro nega­ tivas. El análisis de discurso permite poner de relieve ese sistema de significados, que en una lectura ingenua puede pasar desapercibido. Características comunes a una parte importante de las obras catalogadas como postmodernas son un lenguaje denso, a veces im­ penetrable, falsamente profundo, la falta de rigor en el uso de fuentes y muy poca precisión en la identificación de los sujetos a los que se hace referencia. Ha sido también detectada (y desenmascarada) (Sokal y Bricmont 1998) la propensión de un número importante de autores postmodernos a usar (erróneamente) conceptos de la física, las matemáticas y otras ciencias frecuentemente denigradas por los postmodernos para hacer más creíble su propio discurso. Las primeras obras de factura postmoderna en Relaciones Inter­ nacionales datan de la segunda mitad de la década de los ochenta. En comparación con otros campos de las ciencias sociales y huma­ nidades, el pensamiento postmoderno penetró bastante tardíamente en las Relaciones Internacionales. La obra de James der Derian On Diplomacy (Der Derian 1987) es una de las pioneras, junto con One World/Many Worlds de R. B. J. Walker (1988). Pero la obra que marcó verdaderamente la entrada (o más bien la irrupción) del enfoque postmoderno en las Relaciones Internacio­ nales fue el número extraordinario de la revista International Studies Quarterly (1990) editado por Richard Ashley y R.B.J. Walker, que recogía varias contribuciones y contenía un texto introductorio que hizo las veces de manifiesto o de declaración programática. El tono del texto es bien ilustrativo de la postura confrontacional que asumió el movimiento, que se propone, según Ashley y Walker,

«la celebración de la diferencia, no la identidad; el cuestionamiento y la transgresión de los límites, no la aserción de límites y marcos; una disposición a cuestionar cómo el significado y el orden se imponen, no la búsqueda de una fuente de significado y orden ya establecida; el incansable y meticuloso análisis de la manera en que el poder opera en la vida global moderna, no la nostalgia por una figura soberana (se trate ya del hombre, de Dios, 140

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de la nación, del Estado, del paradigma o del programa de investigación) que prometa librarnos del poder; la lucha por la libertad, no un deseo religioso de producir algún domicilio territorial o una manera de ser evidente que los hombres de fe inocente puedan llamar hogar» (Ashley y Walker 1990: 264-265, traducción nuestra). El texto ilustra también la tendencia postmoderna a «colocar todo en el mismo saco», estableciendo engañosos paralelos entre conceptos diferentes. A partir del inicio de la década de los noventa las publicaciones de influencia postmoderna/postestructuralista se sucedieron con regularidad en la disciplina, incorporando tanto las técnicas de análisis del discurso como los posicionamientos epistemológicos (subjetivismo, relativismo) y ontológicos (papel constitutivo de las prácticas discursivas) de los postmodernos/postestructuralistas. También incorporaron muchos de los focos de interés de la literatura postmoderna, empezando por las relaciones entre conocimiento y poder a partir del pensamiento de Michel Foucault (Foucault 1976, entre otras)3. En cuanto al contenido, las obras postmodernas sobre relacio­ nes internacionales son tanto de carácter metateórico (crítica a las teorías de las Relaciones Internacionales y sus conceptos) como más sustantivas, abordándose un amplio rango de temáticas «clásicas» de la disciplina. La crítica a la teorización convencional en Relaciones Interna­ cionales ha sido el terreno preferido por los postmodernos, sobre todo en los primeros años tras su surgimiento. En general, los autores postmodernos conciben las teorías convencionales de las Relaciones Internacionales no como explicaciones sino como algo que debe explicarse. Para R. J. B. Walker, por ejemplo, «las teorías de las Relaciones Internacionales son más interesantes como aspectos de la política mundial contemporánea que necesita ser explicada que como explicaciones de la política mundial contemporánea» (Walker 1988: 6). Buena parte de los análisis postmodernos a las 3

En nuestra opinión, el uso de la rica obra foucaultiana como base de inspiración de parte de la producción postmoderna en RI ha contribuido mucho a evitar su caída en la total vacuidad. t4i

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teorías de las Relaciones Internacionales son críticas dirigidas contra el neorrealismo de Waltz, que, como ha señalado un autor (Sorensen 1998:85), es la «metanarrativa» más atacada por este grupo. Richard Ashley, en su primer trabajo decididamente postmoderno, emprendió la deconstrucción de Man, State and War y de Theory of International Politics de Waltz (Ashley 1989). Ashley centró su análisis en la dicotomía hombre/guerra, señalando la dependen­ cia jerárquica de la noción de «hombre» de la de «guerra» en el discurso de Waltz y proponiendo una lectura alternativa en la que se invirtiera la jerarquía. Por su parte, James Der Derian aplicó un análisis genealógico-semiológico a la evolución del realismo en general (Der Derian 1995). Por último, la reinterpretación, en clave deconstructivista o genealógica de autores clásicos (del pensa­ miento internacional o de otras disciplinas) es también un ejercicio habitual de los autores postmodernos. Así, por ejemplo, los textos de Tucídides y de Maquiavelo han sido deconstruidos (por Daniel Garst y Hayward Alker en el caso del primero y por R. J. B. Walker en el del segundo) con el fin de demostrar que la conexión entre estos autores y el realismo/neorrealismo contemporáneo es más débil que lo que suele afirmarse (Garst 1989; Walker 1989). Otros clásicos reinterpretados desde la óptica postmoderna y en relación a su pensamiento internacional han sido Freud, Vico, Marx, Weber y Nietszche (Elshtain 1989; Alker 1990; Der Derian 1993). Las temáticas más sustantivas abordadas por los autores post­ modernos son muy variadas (aunque de una u otra manera las dife­ rentes temáticas se vinculan al tema de la identidad y la construcción discursiva del «otro»),cubriendo prácticamente todo el abanico de temas abordados por las Relaciones Internacionales, desde los más «clásicos», como diplomacia (Der Derian 1987; 1992), soberanía (Bartelson 1995; Edkins, Pin-Fat y Shapiro 2004), política externa (Doty 1993; Campbell 1998; Campbell 2005) o seguridad (Hansen 2006; Jackson 2009) hasta temas incorporados más recientemente a la agenda de RI como hambre y crisis humanitarias (Edkins 2000) o refugiados (Soguk 1999). A medida que los enfoques postmodernos/postestructuralistas se han ido integrando institucionalmente a la disciplina, sus posicionamientos radicales parecen haberse suavizado. Muy ilustrativo 142

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de ese esfuerzo por aumentar la aceptación del postestructuralismo en la academia de RI nos parece el capítulo de David Campbell (Campbell 2007) sobre postestructuralismo en una obra reciente de introducción a las teorías de Relaciones Internacionales (Dunne, Kurki y Smith 2007), en el que sale al paso de las principales críticas con unas afirmaciones que parecen estar en franca contradicción con las manifestaciones tradicionales de los autores postmodernos. En ese texto Campbell se identifica a sí mismo como postestructuralista y desvincula al postestructuralismo del postmodernismo, de modo de distanciarse del discurso anti-Ilustración4. También reconoce la existencia de un mundo material independiente del discurso y destaca el carácter «constructivo» del postestructuralismo para «el estudio de la política internacional de una manera diferente» (es decir, no como ciencia social). No es que Campbell reconozca un cambio en el abordaje postestructuralista en RI en general ni en el suyo propio en particular. No admite estar haciendo ninguna rectificación, sino despejando un malentendido, producto, según él, de la interpretación equivocada de los detractores del postmodernismo. Esa negación de los aspectos más chocantes y cuestionados del postmodernismo/postestructuralismo no resulta, a nuestro juicio, muy convincente. Negar las críticas no es lo mismo que rebatirlas con argumentos válidos. A favor de los abordajes postmodernos/postestructuralistas, cabe decir que toda crítica es saludable y que nunca es un ejercicio ocioso poner de manifiesto las ideologías subyacentes de cualquier teorización social, mucho menos de las extremadamente ideológicas teorías de las Relaciones Internacionales. En contra, que la falta de rigor y claridad conceptual, la falta de foco de las críticas y el tono y estilo vacuo de buena parte de la producción postmoderna opera contra la eficacia de la propia crítica.

3. Enfoques feministas Parece poco discutible que la dimensión de género está pre­ sente en numerosas cuestiones consideradas desde las Relaciones 4

Es significativo el título de la sección del capítulo en que aparece esa argumentación: «Poststructuralism misunderstood as postmodernism» (Campbell 2007: 221).

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Internacionales y que para la mejor comprensión de esas cuestiones resulta fructífero (y a veces indispensable) tenerla en cuenta. En los conflictos armados, el análisis de las diferencias entre los papeles desempeñados por hombres y mujeres, así como el de la manera en que las partes implicadas en un conflicto definen los atributos de los géneros femenino o masculino (en otras palabras, la manera en que el género es socialmente construido) puede tener interés no solo para quienes luchan contra la discriminación sexual sino también para comprender la propia dinámica de los conflictos y también para quienes intentan resolverlos o elaborar políticas pos-conflictos. De la misma manera, comprender las especificidades de la división sexual del trabajo en una situación dada ayudará a comprender mejor la problemática del desarrollo/subdesarrollo y a los encargados de la elaboración e implementación de políticas de desarrollo. Pese a ello, solo en las dos últimas décadas esa idea de que «el género importa» se ha generalizado en las Relaciones Internaciona­ les, y progresivamente, la «ausencia de las mujeres de las Relaciones Internacionales» (Halliday 1994) y, en un sentido más amplio, de las cuestiones de género, se está superando. En los programas de los cursos de Relaciones Internacionales las cuestiones de género y/o los enfoques feministas en Relaciones Internacionales suelen tener un espacio propio. Los principales manuales de Relaciones Internacionales incluyen capítulos sobre género/enfoques feministas, y ya hay una producción intelectual respetable, materializada en numerosos artículos y capítulos de libros. Paralelamente, y en parte debido a la penetración de esas ideas en la academia, en las orga­ nizaciones internacionales, empezando por el sistema de Naciones Unidas, en los últimos años existe una política específica (gender mainstreaming) que exige tomar en cuenta la dimensión de género para la elaboración y aplicación de políticas5. Las cuestiones de género fueron introducidas en la disciplina y en la teoría de las Relaciones Internacionales a partir de los últimos 5

La estrategia de gender mainstreaming fue adoptada en la Plataforma de Acción de Pekín, aprobada por la Cuarta Conferencia de Naciones Unidas sobre la Mujer (Pekín 1995). La resolución 1325/2000 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas hizo un llamamiento a la incorporación de la perspectiva de género en las operaciones de paz y en la negociación de acuerdos de paz. T44

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años de la década de los ochenta por autoras feministas, asociadas al movimiento feminista y a la teoría feminista. Como se sabe, el movimiento feminista es un movimiento político muy activo que surgió en la década de 1960, con antecedentes en los movimientos sufragistas y en defensa de los derechos de la mujer de finales del siglo XIX y comienzos del XX. La teoría feminista (que en realidad abarca enfoques muy variados y diversos) está estrechamente vin­ culada a los objetivos políticos del movimiento feminista. El papel que tuvieron las autoras feministas en la introducción de las cuestiones de género en la disciplina condicionó mucho la manera en que se abordan esos temas en Relaciones Internacionales. Las obras que tratan de género y Relaciones Internacionales son fruto de la interacción entre los objetivos prácticos feministas y los objetivos teórico-analíticos de las Relaciones Internacionales como ciencia social (o al menos como campo de conocimiento). El objetivo práctico feminista es la emancipación o liberación de la mujer de la opresión patriarcal. El objetivo teórico-analítico de las Relaciones Internacionales es comprender la naturaleza de las relaciones socia­ les entre los diferentes gobiernos y sociedades. Esos dos objetivos no siempre resultan fácilmente combinables. En prácticamente todos los casos, las obras catalogables en la categoría «feminismo y Relaciones Internacionales» tienen como preocupación principal la liberación de la mujer, y solo en una medida mucho menor se ocupan de la elucidación de un problema que afecte a las Relaciones Internacionales. Esa subordinación del objetivo analítico al objetivo político afecta, a nuestro modo de ver, la calidad de buena parte de la producción feminista en Relaciones Internacionales. Otra serie de condicionamientos son los impuestos por la propia importación de la teoría feminista a las Relaciones Internacionales. Aunque hay diversos enfoques teóricos dentro del feminismo, en Relaciones Internacionales prevalecen los enfoques postmodernos y el llamado «feminismo de punto de vista» {stand-point feminism), que también rompe con la ciencia social al uso. Ambos, a su vez, se definen como políticamente radicales (en oposición a los enfoques liberales o socialistas/marxistas). Los ya mencionados problemas de los enfoques postmodernos aparecen también en la mayor parte de la producción feminista en RI: falta de rigor y claridad conceptual, T45

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críticas poco focalizadas y poco fundamentadas y una excesiva preocupación por justificar la pertinencia de los enfoques de gé­ nero -muchas veces acompañada de ataques sobredimensionados y poco justificados a la supuesta incapacidad de los enfoques tra­ dicionales para abordar esas cuestiones- en detrimento de análisis más sustantivos. Además de eso, parece evidente que existe cierta contradicción entre el proyecto político feminista de liberación de la mujer y el rechazo postmoderno a cualquier proyecto emancipa­ dor universal. Feministas postmodernas como Silvester (1994) han reconocido esa contradicción. Como la de los autores postmodernos en general, la produc­ ción de las feministas postmodernas se concentra en el análisis del discurso. Les interesa mostrar cómo los discursos y las estructuras dominantes y hegemónicas (entre las que pueden incluirse las teorías tradicionales de las Relaciones Internacionales) están profunda­ mente imbuidas de la ideología patriarcal y el dominio masculino. Un ejercicio bastante frecuente es mostrar los mecanismos de la construcción social de género. Así, por ejemplo, Jean Bethke Elshtain (Elshtain 1987) identificó los estereotipos de «guerrero justo» atribuido al género masculino vs. «alma hermosa» (femenino) en diferentes textos sobre guerra y paz. Jessica West (West 2004/2005), por su parte, mostró cómo los estereotipos sobre género influyeron en la manera en que diferentes medios periodísticos presentaron el fenómeno de las mujeres terroristas chechenas o «viudas negras». El feminismo de «punto de vista» en Relaciones Internacio­ nales pretende reinterpretar la teoría y la práctica de la disciplina a través de una lente feminista. Según sus practicantes, el marco conceptual de las Relaciones Internacionales está «marcado por el género» y refleja unos valores y unas preocupaciones esencial­ mente masculinas. Una perspectiva basada en el punto de vista debería poder mostrar cómo las mujeres están situadas en relación a las estructuras de poder dominantes y cómo esto forja un sen­ tido de identidad y una política de resistencia, además de sugerir maneras en las que tanto la teoría como la práctica puedan ser reorientadas en sentido liberador (Steans 1998). Cinthia Enloe («Bananas, Beaches and Bases», 1989) y Jo Ann Tickner (quien reescribió los seis principios del realismo político de Morgenthau 146

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desde una perspectiva feminista) (Tickner 1988) son dos autoras que se encuadran en este enfoque. Las corrientes feministas en Relaciones Internacionales están consolidadas en los diferentes espacios institucionales de la discipli­ na y ningún manual de Relaciones Internacionales se permite ignorar su contribución. Esta ha sido, sin embargo, marginal y limitada, tanto por la especificidad de su objetivo normativo como por su resistencia a «someterse» a los parámetros de la ciencia social al uso.

4. Constructivismo El constructivismo, también llamado «constructivismo social», es el enfoque que más elementos de la teoría sociológica contem­ poránea aportó a las Relaciones Internacionales. De ahí que pueda hablarse de un «giro sociológico» (sociological turn), paralelo al «giro lingüístico» en la disciplina a partir de los primeros años de la década de los noventa. Inicialmente, el constructivismo era difícilmente distinguible de los demás reflectivismos. De hecho, el supuesto principal del constructivismo (la construcción de la realidad social) es compar­ tido por todos ellos. Pero en muy pocos años el constructivismo adquirió un perfil bastante diferenciado y una gran fuerza dentro de la disciplina, tanto en términos de la cantidad de autores que se adscribieron al nuevo enfoque como de la cantidad y calidad de su producción. Resulta significativo que, ya en 1998, Stephen Walt, en un artículo que alcanzó gran difusión, señalara al constructivismo como el tercer pilar (junto con el realismo y el liberalismo) de la teoría contemporánea de las Relaciones Internacionales. La característica distintiva del constructivismo es la combi­ nación de un programa de investigación centrado en cuestiones socio-cognitivas (bastante diferente del foco del debate neo-neo) y una postura muy contemporizadora hacia los enfoques racionalis­ tas y sus bases epistemológicas. Los autores constructivistas hacen bastante hincapié en que el constructivismo no es una «teoría de las Relaciones Internacionales», en el sentido de que no contiene unos supuestos establecidos sobre la naturaleza o sobre los cambios de la política internacional como el realismo o el liberalismo (Wendt

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1992; Finnemore y Sikkink 2001), sino más bien una «teoría social» más amplia o un «programa de investigación». Esa actitud ilustra la postura de los constructivistas -o de muchos de ellos- hacia la actividad de teorizar: suelen preferir una teorización más inductiva e interpretativa que deductiva y explicativa. Más que premisas o su­ puestos, lo que los constructivistas plantean son hipótesis de trabajo. Además de las obras de clásicos de la sociología como Durkheim y Weber, dos obras importantes de la sociología del conocimiento son especialmente influyentes en el pensamiento constructivista en Relaciones Internacionales. Una es el clásico de Berger y Luckmann «La construcción social de la realidad» (Berger y Luckman 1966). Otra es «Central Problems in Social Theory», donde Anthony Giddens desarrolló su «teoría de la estructuración» (Giddens 1979). De las múltiples influencias provenientes de la propia disciplina de las Relaciones Internacionales los autores constructivistas destacan tres núcleos, todos ellos particularmente interesados en el papel de los factores socio-cognitivos en las Relaciones Internacionales: en primer lugar, la literatura vinculada a la teorización sobre la sociedad internacional, especialmente la obra de Hedley Bull (Bull 1977). En segundo lugar, los aportes de la escuela neofuncionalista de la integración europea (Haas 1968; Lindberg 1970; Nye 1971). En tercer lugar, las de los estudiosos que se ocuparon de los problemas de la percepción en los procesos de toma de decisiones, entre los que se destaca Robert Jervis (1988). La etiqueta de «constructivismo» para designar un programa de investigación en Relaciones Internacionales alternativo a los existentes fue acuñada por Nicholas Onuf en 1989, en su obra «World of Our Making» (Onuf 1989). Sin embargo, el autor más representativo de esta corriente es Alexander Wendt, quien en 1987 ya había planteado el tema central de la problemática constructi­ vista: la mutua constitución de las estructuras sociales y los agentes en las relaciones internacionales (Wendt 1987). John Ruggie y Friedrich Kratochwil se cuentan también entre los primeros autores reconocidamente constructivistas (Ruggie y Kratochwil 1986; Kra­ tochwil 1989). Emmanuel Adler, Peter Katzenstein, Jeffrey Checkel, Michael Barnett, Martha Finnemore y Kathrin Sikkink son otros constructivistas de renombre. 148

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En su influyente artículo de 1992, «La anarquía es lo que los Estados hacen de ella», Wendt presentó una exposición detallada del proyecto constructivista que merece la pena reseñar. Señaló al constructivismo como una perspectiva capaz de contribuir al diálogo neorrealismo-neoliberalismo -reforzando los argumentos neoliberales- y a la vez capaz de acercar las posiciones reflectivistas a las racionalistas (Wendt 1992: 394). Según Wendt, el diálogo entre neorrealistas-neoliberales gira en torno a la medida en que la acción estatal está condicionada por la «estructura» (anarquía y distribución de poder) o por el «proceso» (interacción y aprendizaje) e instituciones. Ese diálogo era posible a partir de la base común: el compromiso «racionalista» de ambas partes y, sobre todo, su uso de los modelos económicos y de la teoría de los juegos. El problema es que la teorización basada en la teoría de los juegos no concede especial interés a las identidades y a los intereses de los participantes, sino que los trata como factores exógenos (a la interacción) fijos, centrándose en la manera en que los actores se comportan y en los resultados de sus acciones. Sin embargo, en opinión de Wendt, las posiciones neoliberales -que sostienen que los procesos e institucio­ nes pueden dar lugar a un comportamiento cooperativo a pesar de la anarquía- se verían reforzadas si contaran con una teoría siste­ mática que explicara la transformación de las identidades e intereses de los actores por parte de los regímenes e instituciones. A su vez, las teorías «reflectivistas» sí se ocupan de «cómo las prácticas de conocimiento constituyen a los individuos», una cuestión cercana, según Wendt, a las inquietudes de los neoliberales. Así, pues, el autor cree posible contribuir al debate (racionalista) entre neorrealistas y neoliberales con elementos constructivistas. Para ilustrar las ventajas de contar con una teoría sistemática que explique la formación de las identidades e intereses de los actores y el papel de las instituciones en las dinámicas de cooperación (y tam­ bién en las de conflicto) del sistema internacional, Wendt desarrolló en su artículo la cuestión del significado de la noción de anarquía y sus implicaciones. Según la teoría neorrealista, la anarquía da lugar, necesariamente, al conflicto, a partir de una concepción de la seguridad basada en la necesidad de la autotutela (self-help). Wendt propuso cuestionar y problematizar este vínculo estrecho, sugiriendo T49

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que la vinculación entre anarquía y política de autotutela podría ser no necesaria sino contingente. Para Wendt, la autotutela no es un rasgo constitutivo de la anarquía sino una «institución», que define como «un conjunto o una estructura relativamente estable de identidades e intereses» (Wendt 1992: 399). Esas estructuras pueden estar codificadas a través de reglas y normas formales, pero son «unas entidades fundamentalmente cognitivas que no existen aparte de las ideas de los actores sobre cómo funciona el mundo». El proceso de institucionalización consiste en la internalización de nuevas identidades e intereses. La autotutela es, pues, una institu­ ción, una estructura particular de identidades e intereses, pero no la única posible en una situación de anarquía. Wendt argumenta que podrían existir otras. Una posibilidad, por ejemplo, la de una estructura opuesta a la de la política de autotutela: la de un sistema de seguridad basado en una estructura cooperativa, en la que los Estados se identificaran positivamente entre sí y percibieran la se­ guridad de cada uno como la responsabilidad de todos (seguridad colectiva). Entre ambos extremos podría hipotetizarse también la posibilidad de que en un sistema anárquico se desarrollara una estructura intermedia, en la que los Estados fueran indiferentes a las relaciones entre su propia seguridad y la de los demás pero se preocuparan más con las ganancias absolutas de la cooperación que con la posición relativa de cada Estado. Evidentemente, esas diferentes instituciones o estructuras no surgirían de la anarquía sino que serían la consecuencia de otros procesos, fundamentalmente de la interacción recíproca entre los actores. Por determinadas circuns­ tancias, la interacción entre los actores puede dar lugar a la creación de unas estructuras más o menos competitivas. Wendt niega, por lo tanto, que las identidades e intereses de los actores preexistan a la interacción sino que se desarrollan a partir de esa interacción:

«[Ello] presupondría una historia de interacción en la que los actores han adquirido identidades e intereses egoístas. Antes de la interacción (...) no tendrían expe­ riencias sobre las que basar semejantes definiciones de sí mismos y de los demás. Asumir lo contrario es atribuir a los Estados en el estado de naturaleza unas cualidades que solo pueden poseer en sociedad» (Wendt 1992: 402). t5o

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Ahora bien, una vez creadas, las estructuras (como por ejemplo la de autotutela), sufren un proceso de «reificación»: se las trata como algo separado de las prácticas que la producen y mantienen. Como las estructuras configuran las identidades e intereses de los actores, un cambio de dinámica (como el que supondría pasar de un sistema de autotutela a un sistema cooperativo) no es nunca sencillo. Sin embargo, a través de largos procesos de interacción los actores podrían redefinir sus identidades e intereses y pasar de un sistema de autotutela a uno de cooperación. Wendt no propuso una teoría de las Relaciones Internacio­ nales -ni siquiera en su posterior «Social Theory of International Politics» (Wendt 1999)- sino un conjunto de hipótesis que sugirió explorar empíricamente. Lo que sí propuso, como ya mencionamos, fue una agenda de investigación que tendría como objetivo evaluar las relaciones causales entre prácticas e interacciones (variable in­ dependiente) y las estructuras cognitivas en el nivel de los Estados individuales y los sistemas de Estados (variable dependiente), lo que equivale a explorar la relación entre lo que los actores hacen y lo que son. Aunque sugirió partir de la idea de la constitución mutua entre agentes (actores) y estructuras, subrayó que no es una idea que pueda ayudar demasiado: lo que hay que averiguar es cómo se constituyen mutuamente. En particular, Wendt señaló la importancia del papel de la práctica al configurar actitudes hacia lo «dado» de esas estructuras: ¿Cómo y porqué los actores reifican las estructuras sociales, y bajo qué condiciones desnaturalizan esas reificaciones? Es también destacable la postura de Wendt frente a la contro­ versia epistemológica definida como «positivismo-postpositivismo». Sencillamente, propuso quitarle importancia, señalando asimismo que «abandonar las restricciones artificiales de las concepciones de investigación del positivismo lógico no nos obliga a abandonar la ‘ciencia’» (Wendt 1992: 425). La agenda propuesta por Wendt y por otros autores constructivistas dio lugar, como ya indicamos, a una importante y rica produc­ ción. Junto con el análisis de los procesos de creación de identidades a partir de la mutua interacción entre agentes y estructuras (foco de la propuesta de Wendt), la producción constructivista ha investigado la cuestión complementaria de cómo las ideas institucionalizadas gene­ 151

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ran prácticas internacionales (Adler 2002: 102). Los constructivistas están interesados, en particular, en un tipo de ideas: las normas. Según Katzenstein (1996: 5), las normas «describen expectativas colectivas sobre el comportamiento adecuado de los actores con una identidad dada. En algunas situaciones las normas operan como reglas que defi­ nen la identidad de un actor, teniendo así «efectos constitutivos» que especifican qué acciones llevarán a otros actores relevantes a reconocer una identidad particular». Entre otras cuestiones, los autores cons­ tructivistas se han ocupado de los procesos de creación de las normas internacionales referentes a cuestiones variadas (derechos humanos, medio ambiente), investigando su ciclo de vida (Finnemore y Sikkink 1998), sus mecanismos de constitución, los actores o agentes con papel relevante en su constitución (emprendedores morales, comunidades epistémicas, organizaciones internacionales, redes de activistas trans­ nacionales, ciertos Estados) (Keck y Sikkink 1998) y en los efectos diferenciados de las normas en los diferentes tipos de Estados. Aunque los autores constructivistas tratan también cuestio­ nes metateóricas, como por ejemplo la (bastante popular) de su compatibilidad/incompatibilidad con las corrientes racionalistas mayoritarias (Fearon y Wendt 2002), la investigación constructivista empírica, sustantiva, supera con creces a ese tipo de ejercicios. Eso muestra, a nuestro modo de ver, que el constructivismo ha superado ampliamente el desafío de la relevancia. ni. Sociología histórica y relaciones INTERNACIONALES

La Sociología Histórica no es un enfoque ni una subdisciplina de las Relaciones Internacionales, sino una disciplina autónoma e indepen­ diente. Hasta hace unos veinte años había muy poco intercambio entre sociólogos históricos y autores de Relaciones Internacionales. En los años noventa comenzó a producirse un acercamiento, que se manifestó en citaciones (a obras de Sociología Histórica por parte de autores de RI y viceversa), publicaciones y el establecimiento de foros institucionalizados para el intercambio académico entre las dos disciplinas. Las obras de Hobden (1998) y la editada por Hobden y Hobson (2005) ilustran bien este esfuerzo. La primera presenta al

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público de Relaciones Internacionales los principales temas y autores de la Sociología Histórica. La segunda, también dirigida al público de las Relaciones Internacionales, está concebida como un «manifiesto» a favor de un mayor acercamiento a la Sociología Histórica y con­ tiene capítulos de autores de Relaciones Internacionales que ilustran las múltiples conexiones entre las dos disciplinas. Alguno de esos autores, como por ejemplo Fred Halliday, identifica su propia obra como parte de la empresa de la Sociología Histórica (Halliday 2005). También Andrew Linklater localiza, en la misma obra, su propuesta de construir una «sociología histórica del daño transnacional» en el campo de la Sociología Histórica (sin que ello resulte incompatible con su adscripción a la Teoría Crítica) (Linklater 2002). También es significativa, como ilustración de los puentes construidos entre las dos disciplinas, la creación del grupo de trabajo Sociología Histórica en BISA (British International Studies Association) en 2004. La Sociología Histórica ha sido definida por Theda Skocpol, una de sus principales exponentes, como «una tradición [...] de investigación dedicada a la comprensión del carácter y los efectos de las estructuras [sociales] a gran escala y de procesos fundamen­ tales de cambio» (Skocpol 1984:4). Esa tradición se subdivide en dos grandes líneas, la de inspiración weberiana («neoweberiana»), centrada en la evolución del Estado y sus instituciones y que incluye a la propia Skocpol, Barrington Moore, Anthony Giddens, Charles Tilly y Michael Mann, y la línea de inspiración marxista, con foco en el análisis del sistema internacional o, en sus términos, del sistemamundo, y que incluye a Immanuel Wallerstein, Giovanni Arrighi, André Gunder Frank o Samir Amin entre sus autores más conocidos. Dentro de la línea neoweberiana, las obras de Michael Mann y de Charles Tilly han sido especialmente influyentes en las Relaciones Internacionales. La principal contribución de Michael Mann es un ambicioso análisis histórico de las fuentes del poder social (Mann 1986; 1993): la ideológica, la económica, la militar y la política. Según el análisis de Mann, cada una de esas fuentes de poder cuenta con su propia red de relaciones e interacciones. El surgimiento y desarrollo del Estado debe entenderse a partir de configuraciones específicas (para cada momento histórico) de esas diversas fuentes de poder social. En particular, Mann señala a la competición militar entre élites políticas i53

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como factor principal en el surgimiento del Estado territorial. Sostie­ ne también que, mientras que en el siglo XVI11 las fuentes de poder económico y militar prevalecieron sobre la política y la ideológica, en el siglo XIX la correlación se invirtió. Mann es contrario a todo determinismo: el peso de las diversas fuentes de poder social varía a lo largo del tiempo. Mann ha intentado responder también a la pregunta, tan actual, de si la globalización está llevando al declive del Estado-nación (Mann 1997). Su tratamiento de la cuestión ilustra bien el rechazo por cualquier determinismo que Mann comparte con los sociólogos históricos neoweberianos en general. Mann identifica, dentro de las diversas tendencias que, según algunos, estarían socavando las bases del Estado contemporáneo (desarrollo del capitalismo financiero, aparición de amenazas globales -medioambientales, demográficas- o creación de movimientos sociales transnacionales), algunos aspectos que esta­ rían socavando el Estado y otros que, por el contrario, lo reforzarían. Así, por ejemplo, aunque los mercados financieros son globales, están parcialmente regulados por leyes y prácticas contables nacionales; y aunque las cuestiones medioambientales son gestionadas en parte por redes locales/transnacionales, por otro lado también lo están por unas agencias intergubernamentales cada vez más numerosas. En definitiva, las pautas identificadas son tan variadas y contradictorias que es im­ posible afirmar si el Estado-nación está debilitándose o reforzándose. Charles Tilly, por su parte, mostró en su obra fundamental «Capital, Coerción y Estados Europeos» (Tilly 1992) que el Estado contemporáneo no es el producto de un diseño institucional precon­ cebido ni tampoco siguió un camino uniforme, sino que evolucionó a partir de trayectorias muy diferentes. En gran medida, estas tra­ yectorias estuvieron determinadas por los diferentes pesos de dos factores principales: la aplicación de la coerción y la disponibilidad de capital entre los diferentes Estados. Según Tilly, la actividad gue­ rrera de los detentores de poder (inicialmente la «construcción de Estado», consistía básicamente en la eliminación o neutralización de los enemigos internos) los involucró en la extracción de recursos (necesarios para la guerra) de las poblaciones controladas por ellos y en la promoción de la acumulación del capital de aquellos sectores que podían contribuir financieramente con la actividad guerrera. Los Estados europeos acabaron convergiendo en el Estado nacional i54

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contemporáneo a partir de la evolución de la guerra y por la influen­ cia mutua entre los diferentes Estados. El modelo que Tilly llama de «coerción capitalizada» (combinación de fuentes sustanciales de capital con disponibilidad de recursos humanos suficiente para la creación de un ejército importante e incorporación de los capitalis­ tas a la estructura organizativa de los Estados) fue el que consiguió prevalecer por su mayor capacidad de sustentar los ejércitos con sus propios recursos y su mayor eficiencia en la guerra. Tilly también aporta elementos importantes para entender las diferencias entre el proceso original de formación de Estados-nación en Europa y la creación de los nuevos Estados producto de la descolonización post Segunda Guerra Mundial. Mientras que en el proceso de cons­ trucción de los Estados europeos los factores internos tuvieron un peso mucho mayor que los externos (sistémicos), los nuevos Estados del tercer mundo deben su existencia, principalmente, al apoyo y reconocimiento externo, tanto de sus ex potencias coloniales como del sistema como un todo. En los Estados europeos tuvo lugar un largo proceso negociador entre los agentes de los Estados y de los grupos civiles que controlaban los recursos, en el transcurso del cual se desarrollaron las instituciones políticas representativas como asambleas, Estados generales y parlamentos. Al final de ese proceso los civiles controlaban a los militares. Los nuevos Estados del tercer mundo no experimentaron ese proceso. Las elites, con fuertes componentes militares herederos de las estructuras coloniales represivas, reciben el apoyo económico (asistencia militar y compra de sus recursos) del exterior, por lo que son menos dependientes de los recursos internos y menos proclives a ceder su parcela de poder. Aunque el énfasis de Tilly y de la Sociología Histórica neoweberiana en general en la guerra, en el Estado y también en el sistema internacional se acercan, en cierto sentido, a las preocupaciones de la escuela realista de las Relaciones Internacionales, su preocupación por los procesos internos al Estado y por la interacción entre los procesos internos y los internacionales demuestran que se trata de una aproximación bien diferente. Se aproxima mucho más, a nuestro modo de ver, a los enfoques críticos neogramscianos. Pasamos ahora a la vertiente neomarxista de la Sociología His­ tórica. A diferencia de los neoweberianos, que sí se identifican con la i55

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denominación de Sociología Histórica que ellos mismos acuñaron, los neomarxistas como Wallerstein, Arrighi o Samir Amin, que de­ sarrollaron su aproximación propia, pueden ser considerados tanto como una aproximación diferenciada (sistémica) de la Sociología Histórica como una escuela de Economía Política o de la Historia Económica. De hecho, ellos rechazan cualquier adscripción a una disciplina específica porque rechazan también la propia división de las ciencias sociales en disciplinas separadas, propugnando un enfoque «unidisciplinar» (Wallerstein 2004). De todos modos, la creación de la sección «Economía Política del Sistema Mundo» dentro de la Asociación Americana de Sociología, de alguna manera institucionalizó este campo de investigación. La influencia de la obra de Wallerstein y de los demás autores de la Economía Política del Sistema Mundo antecede al reciente interés por la Sociología Histórica. De hecho, cuando a inicios de los años ochenta se empezó a conceptualizar el panorama teórico de las Relaciones Internacionales como un «debate interparadigmático» (Banks 1984; Holsti 1985), se enmarcó en el «paradigma estructuralista» al conjunto de aproximaciones herederas del marxismo, incluyendo las teorías de la dependencia (antecesora directa del enfoque de sistema-mundo) y la propia aproximación del sistemamundo. Aunque el peso de ese «paradigma» en la disciplina no era comparable al de las corrientes realistas y liberales, esa inclusión manifestó cierto interés por los análisis de un conjunto de autores y enfoques «externos» a la disciplina. El foco de las investigaciones de estos autores es la formación histórica del sistema capitalista a partir de la expansión del capitalismo europeo en el siglo XVI. La unidad de análisis considerada no es el Estado sino los «sistemas sociales», entendidos como sistemas históricos complejos formados por re­ des integradas de procesos económicos, políticos y culturales con dinámicas propias. Históricamente existieron dos tipos de sistemas sociales: los mini-sistemas (economías tribales), ya desaparecidos, y los sistemas-mundo, definidos como una unidad espacio-temporal, con una única división de trabajo, una o más estructuras políticas y múltiples sistemas culturales. A su vez, los sistemas mundo pueden ser imperios-mundo (dos o más grupos diferenciados culturalmente, con un único sistema de gobierno vinculado a una élite) o econo­ 156

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mías-mundo (varias entidades políticas interdependientes desde el punto de vista económico). Actualmente, vivimos en una economía-mundo capitalista que surgió en Europa en el siglo XVI y que a comienzos del siglo XIX se había expandido en todo el planeta. Desde el siglo XVII esa economía-mundo está organizada en un sistema de Estados. En la economía-mundo existe una división de trabajo entre los Estados de «centro» , «semi-periferia» y «periferia», atendiendo, sobre todo, al tipo de actividades productivas desarrolladas, con las más rentables, capital-intensivas desarrolladas en el centro y las menos rentables, trabajo-intensivas en la periferia. Las tres zonas están vinculadas en una relación de explotación, en la cual la riqueza es direccionada de la periferia hacia el centro. El papel del sistema de Estados es contribuir (a partir de reglamentaciones sobre los diferentes factores producti­ vos o por otros medios) a esa división internacional del trabajo, y en particular garantizar la existencia de un mercado parcialmente libre (oligopólico). Según esta interpretación, el sistema interestatal, al igual que todas las instituciones del mundo moderno (clases, grupos étnicos y nacionales, hogares) es consecuencia, no causa de la economíamundo capitalista. El sistema interestatal está pautado por ciclos hegemónicos, en los cuales el sistema es dominado por una potencia hegemónica (las Provincias Unidas desde la mitad del siglo XVII, el Reino Unido desde la mitad del siglo XIX y Estados Unidos desde la mitad del siglo XX). La potencia hegemónica define e impone las reglas de juego de la acumulación capitalista mientras mantiene su dominio. Sin embargo, ese esfuerzo (ideológico y militar) la acaba desgastando a largo plazo. Eso, juntamente con la pérdida de ventajas productivas con respecto a otras potencias, acaba con el declive de la potencia hegemónica. Actualmente estaríamos experimentando el declive de los EEUU como potencia hegemónica y quizás también el declive de la propia economía-mundo capitalista. Quienes más han abogado por una mayor interacción de las Rela­ ciones Internacionales con la Sociología Histórica argumentan que ello ayudaría a corregir algunas tendencias nocivas visibles en las Relaciones Internacionales, especialmente en sus vertientes clásicas: falta de contextualización, presentación de procesos históricos como inmutables o «naturales», poco interés por el estudio de los cambios. También se ha i57

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apuntado que la Sociología Histórica sería una buena fuente de inspira­ ción para ampliar una agenda innecesariamente restringida. De hecho, en otras disciplinas de las ciencias sociales (como la ciencia política, la sociología e incluso la economía) también se reclama una «vuelta a la historia» e incluso se habla de un «giro histórico» materializado en un renovado interés en los métodos de investigación histórica y en las metodologías de explicación históricas (McDonald 1996).

iv. Consideraciones

finales

Como indicábamos al comienzo de este capítulo, los diferentes enfo­ ques descritos han seguido trayectorias bastante diversas en cuanto al peso de sus diferentes componentes (explicativo, normativo, críti­ co), siendo que, inicialmente, en todos ellos, los componente críticos, metateóricos y normativos estaban mucho más desarrollados que el componente explicativo. La Teoría Crítica neogramsciana mantuvo el foco en la emancipa­ ción como objetivo normativo amplio pero compatibilizándolo con un programa de investigación sustantivo muy rico y variado, en el que se trata, básicamente, la temática del desarrollo/subdesarrollo desde pers­ pectivas diversas, con énfasis en el papel de las organizaciones internacio­ nales, clases transnacionales y en las prácticas de la gobernanza global. La Teoría Crítica en la versión de A. Linklater aún tiene una teoría normativa cosmopolita como componente principal, aunque también existe la propuesta, poco desarrollada, de investigar los sistemas internacionales a partir de una aproximación semejante a la Sociología Histórica. En ambos casos, es importante destacar que tanto una como otra vertiente se concentran en sus propias propuestas y no en la crítica o descalificación de las teorías tradicionales, cuestión que ocupa una parte ínfima de la producción. Ocurre lo contrario con los enfoques postmodernos, que continúan justificando su existencia, básicamente, en función de su oposición «al otro» representado por las teorías racionalistas, y particularmente en función de unas diferencias epistemológicas supuestamente irreconciliables. Aquí el componente metateórico sigue teniendo un peso mayor que cualquier otro, aunque ha crecido 158

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perceptiblemente la producción postmoderna que aborda temas sustantivos. Sin embargo, la manera peculiar en que los postmo­ dernos tratan esas temáticas (con un nivel de generalidad en el que resulta casi imposible identificar a los agentes involucrados y con una prosa densa y ambigua) y su rechazo a someterse a la «tiranía» de los procedimientos de la investigación social lleva a que haya muy poco intercambio entre la producción postmoderna sobre esos temas y las investigaciones realizadas por otras corrientes, lo que evidentemente limita el impacto de esa producción. Los enfoques feministas, que en Relaciones Internacionales son, básicamente, de orientación postmoderna, comparten con el postmo­ dernismo su carácter de antiteoría y el sobredimensionamiento del componente metateórico en detrimento del componente explicativo (o descriptivo). Pese a ello, reconocemos que los aportes feministas a la teoría de Relaciones Internacionales contribuyeron a sensibilizar a la academia (y también a las instituciones internacionales) sobre que muchos de los temas tratados tienen una dimensión social de género que conviene considerar. El Constructivismo, por su parte, ha sabido combinar con gran facilidad el énfasis de los factores sociocognitivos en el análisis de los fenómenos internacionales y, en general, un rigor compatible con los estándares de calidad de las ciencias sociales. Esa autodefinición del constructivismo como «teoría social» en oposición a «teoría de las Relaciones Internacionales» es, a nuestro modo de ver, liberadora. Ese pesado lastre ideológico de los enfoques tradi­ cionales, que conduce a determinismos varios, está ausente en el constructivismo. Las respuestas no están prefiguradas, por lo que las preguntas pueden ser respondidas con más rigor. Sin duda, los constructivistas están mucho más ocupados in­ tentando explicar la realidad internacional y el papel de las ideas en la construcción de la realidad social que criticando otras teorías, aunque sí mantienen un diálogo muy constructivo con los enfoques «racionalistas». En este capítulo nos referimos también a la Sociología Histórica, que no forma parte del acervo teórico de las Relaciones Internaciona­ les y que tiene mucho más de racionalista que de reflectivista. Aunque no es una teoría de las Relaciones Internacionales, está cada vez más 159

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presente en las discusiones y debates de la disciplina. Ese interés por la Sociología Histórica responde a una necesidad, cada vez más sen­ tida como tal, de hacer una ciencia social informada históricamente, combinando «grandes estructuras, amplios procesos y grandes com­ paraciones» (Tilly 1989) con información histórica detallada. Concluimos con algunos consejos sobre cómo escoger, entre esa amplia variedad de teorías, la que mejor se adaptará a la propia investigación. Están dirigidos especialmente a los estudiantes que realizan sus primeros trabajos académicos. Primer consejo: empiece por el problema, no por la teoría. Una investigación genuina parte de un problema, que a menudo puede ser formulado como una pregunta que requiere una explicación. Las teorías son explicaciones prefabricadas para ese mismo problema o para problemas similares. Debemos escoger en función de cuál o cuáles de ellas responde(n) nuestra pregunta o explica(n) nuestro problema de manera más convincente. Empezar por la teoría es empezar por la respuesta, no por la pregunta. Segundo consejo: cuidado con la propaganda y con el envoltorio. Las teorías son también productos en venta en el mercado académico. Muchas de ellas vienen acompañadas de un marketing muy agresivo o de envoltorios muy atractivos. Una estrategia de marketing bastante frecuente es denigrar a los productos de la competencia. No se deje engañar por la propaganda y piense que un envoltorio bonito no contiene, necesariamente, un producto de calidad. Tercer consejo: no precisa comprar el paquete entero. Como vimos, esos conglomerados que llamamos teorías tienen diferentes componen­ tes: explicativo, normativo, metateórico. Puede que, por ejemplo, usted simpatice con la propuesta normativa de un determinado enfoque. Pero quizás la explicación (o la antiexplicación) no le sirva a sus propósitos. No importa. Use solo la parte que le conviene y descarte el resto. Cuarto consejo: desconfíe de cualquier texto que no consiga descifrar con facilidad. Tenga por cierto que quien no consigue ex­ presarse con claridad es porque carece -él mismo- de ideas claras. En síntesis, las teorías sirven para ayudarlo a pensar, no para pensar por usted.

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Capítulo v

Temas y procesos del SISTEMA INTERNACIONAL

Isaac Caro

Introducción En este capítulo se considerarán algunos de los principales temas y procesos que están presentes en el sistema internacional, colocando el énfasis en el contexto de globalización y, a partir de este, en la presencia de nuevos actores internacionales. Por lo tanto, más allá de las visiones clásicas en las Relaciones Internacionales, nos cen­ traremos en temas y enfoques que adquieren creciente importancia en el periodo de post Guerra Fría. Cuatro grandes ejes definirán este capítulo. En primer lugar, la importancia de la globalización y en este marco la emergencia de nuevos actores internacionales que implican una crítica al enfoque estatocéntrico. Las relaciones internacionales de la post Guerra Fría no se reducen a los vínculos entre los Estados, sino que consideran nuevos actores. El auge que adquieren los movimientos sociales, especialmente de trabajadores y estudiantes durante la década de 1960, así como la existencia de organizaciones no gubernamentales (ONG), son ejemplos de actores no estatales. Sin embargo, a partir de 1989 y de la creciente importancia de los procesos de globaliza­ ción, el escenario es propicio para un creciente rol de nuevos actores internacionales, que incluyen, entre otros, movimientos religiosos, organizaciones políticas, movimientos de liberación nacional y grupos no legítimos. En segundo lugar, la conformación de un paradigma civilizacional, que da centralidad a los elementos culturales y religiosos en las relaciones internacionales. Este modelo entrega formas de 167

Isaac Caro

análisis para explicar el conflicto entre la civilización occidental y las no occidentales, en particular el choque con el Islam, al tiempo que pone los temas culturales y religiosos en el debate internacional. En tercer lugar, el papel que han tenido los extremismos de derecha y movimientos neonazis y su relación con situaciones de discriminación e intolerancia; especialmente se analizarán la xeno­ fobia, antisemitismo e islamofobia a partir de diversos marcos inter­ pretativos. Finalmente, se considera la importancia de la seguridad, teniendo en cuenta el debate sobre seguridad nacional, internacional y global, recogiendo aproximaciones clásicas y alternativas sobre este concepto, así como la función que cumple la cooperación sobre seguridad, de modo de avanzar hacia esquemas de seguridad común o cooperativa en el marco de la globalización y de la consiguiente conformación de una sociedad global. ii. Globalización y nuevos actores INTERNACIONALES

En este subcapítulo consideraremos la importancia de los actores no estatales, realizando una clasificación de los mismos y luego colocando el énfasis en grupos no legítimos, para finalmente llevar a cabo una crítica al enfoque estatocéntrico en Relaciones Interna­ cionales. Además, nos referiremos al debate sobre globalización a partir de las distintas corrientes que se observan en torno a este tema.

1. Definición, importancia y clasificación de actores no estatales En el período de la Guerra Fría, la arena internacional estaba dividida en dos bloques antagónicos, representados por la Unión Soviética y Estados Unidos (EUA), cada uno de los cuales tenía sus propias organizaciones que se confrontaban entre sí, representadas por el Pacto de Varsovia y la Organización del Tratado del Atlán­ tico Norte (OTAN), respectivamente. Las superpotencias eran los grandes actores del sistema internacional, y el paradigma realista -centrado en el rol de los Estados- fue el que mejor pudo dar cuenta del escenario que vivió el mundo desde el término de la Segunda Guerra Mundial hasta la caída del Muro de Berlín. 168

Temas

y procesos del sistema internacional

El escenario de post Guerra Fría inaugura un nuevo período, que se caracteriza por la emergencia de enfoques, temas y actores, muchos de los cuales existían antes pero estaban eclipsados por la gran atención que suscitaba la lucha entre las superpotencias. En diplomacia, derecho internacional, y periodismo se asume que las relaciones internacionales consisten en relaciones entre Estados. Es posible, por lo tanto, definir las relaciones internacionales como aquellas que cubren este tipo de relaciones interestatales. Este es el enfoque estatocéntrico, sustentado principalmente en el paradigma realista. Sin embargo, un mejor entendimiento de la política global requiere el análisis de las relaciones entre gobiernos y muchos otros actores internacionales. Un enfoque más abierto, conocido como pluralismo, está basado en el argumento de que todos los tipos de actores pueden afectar el sistema internacional (Willets 2008: 332). La idea de actores no estatales o actores transnacionales implica que las relaciones internacionales no están limitadas a los gobiernos, pues estos interactúan con ONG, empresas y organizaciones interna­ cionales. Una definición de actores no estatales incluye organizaciones que tienen tres características centrales: a) tienen autonomía de los gobiernos centrales, y su control emana de la sociedad civil, de la economía de mercado o de los partidos políticos más allá del control y dirección del Estado; b) operan en redes que se extienden más allá de las fronteras estatales, conformando relaciones transnacionales que ligan el sistema político con la economía y la sociedad; c) actúan de tal manera que tienen consecuencias políticas dentro de uno o más Esta­ dos o dentro de las instituciones internacionales (Josselin 2001: 3-4). Siguiendo a Halliday, podemos establecer cinco grandes grupos dentro de esta categoría: ONG, compañías transnacionales, organi­ zaciones políticas, entidades religiosas y organizaciones criminales. Esta definición excluye a organizaciones intergubernamentales como la Organización de Naciones Unidas (ONU), la Cruz Roja Internacional, la OTAN o la Unión Europea, así como a agencias especializadas de la ONU, tales como el Banco Mundial o UNICEF (Halliday 2001: 26). Consideremos brevemente el rol de los cinco grupos de actores no estatales en el sistema internacional. Las ONG, según la definición de la ONU, son aquellas que cumplen con las siguientes condiciones: a) apoyar los objetivos y 169

Isaac Caro

el trabajo de la ONU; b) ser un cuerpo representativo con una sede identificable; c) no puede ser una organización que tenga utilidades; d) no puede usar o abogar por la violencia; e) debe respetar normas de no interferencia en asuntos internos de los Estados; f) no puede ser un partido político; g) no puede ser establecida por acuerdo in­ tergubernamental. Un efecto de la globalización es hacer físicamente y financieramente posible para los pequeños grupos establecer la cooperación, aunque estén a miles de kilómetros unos de otros. Así, es muy fácil para las ONG operar transnacionalmente, aunque no todas hagan esta elección. Además, el advenimiento de Internet ha permitido que ellas formen redes y puedan mantener comunicaciones electrónicas y sitios web conjuntos (Willets 2008: 340-341). Todas las compañías que importan o exportan están compro­ metidas en actividades transnacionales. Sin embargo, ellas no son conocidas como compañías transnacionales hasta que tengan ramas o subsidiarias fuera de su país. La imagen clásica de una compañía transnacional es una compañía grande de EUA, que domina el mer­ cado mundial. La más grande es General Electric. Sin embargo, en el siglo XXI, compañías de países en vías de desarrollo son cada vez más importantes (como Marcopolo, de Brasil). Los gobiernos tienen grandes dificultades en regular las transacciones internacionales. Además, no hay un método garantizado de prevenir el comercio indirecto de un país a otro, lo que se conoce como triangulación. Por ejemplo, productos de Cuba a través de Canadá o México podrían llegar a Estados Unidos (Willets 2008: 334-337) o vice-versa, pese al embargo impuesto por esta potencia a la isla desde hace 50 años. Además, las compañías transnacionales tienen un enorme im­ pacto en el medio ambiente, puesto que ellas consumen gran parte de los recursos de la tierra, contribuyendo a la polución global y a la generación de emisiones de gas (Rowlands 2001:133). El derrame de petróleo producido por la British Petroleum en las costas del Golfo de México, en mayo de 2010, es un ejemplo que muestra que estas compañías, a pesar de su importancia, pueden provocar graves daños medioambientales, escapando a cualquier regulación gubernamental. Las organizaciones políticas, en particular los partidos políticos, son ejemplos de actores no estatales que han tenido un rol transna­ cional, especialmente en el contexto europeo. A través de elecciones 170

Temas

y procesos del sistema internacional

en la Unión Europea, ellos han creado lazos forjando coaliciones al interior del Parlamento, las que alcanzaron a siete grandes grupos en las elecciones del 2009: Grupo del Partido Popular Europeo, incluyendo demócratas cristianos; Grupo de la Alianza Progresista de los Socialistas y Demócratas; Grupo de la Alianza de los Demó­ cratas y Liberales por Europa; Grupo de los Verdes/Alianza Libre Europea; Conservadores y Reformistas Europeos; Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria Europea; Europa de la Libertad y de la Democracia (Parlamento Europeo 2009). En cuanto a las entidades religiosas, cabe mencionar especial­ mente el rol creciente que adquieren los fundamentalismos religio­ sos, los cuales, como actores del sistema internacional, tienen una función que está centrada no solo en el Estado, sino también en el sistema político no estatal (Hermandad Musulmana en Egipto y Jordania, grupos judíos ortodoxos como el Partido Shas en el Parlamento israelí) y en la sociedad (iglesias y movimientos evan­ gélicos protestantes) (Caro y Eediakowa 1998: 45-43; Caro 2002). Un caso particular de actor no estatal está representado por los fundamentalismos islámicos o movimientos islamistas, los que se caracterizan por sus lazos transnacionales (Dalacoura 2001: 235248) y, en los casos más radicales, como Al Qaeda, por la presencia de una red internacional de apoyo al terrorismo que incorpora a organizaciones del Medio Oriente, Africa, Asia central y oriental.

2. Grupos no legítimos y movimientos de

liberación nacional Una variedad de grupos comprometidos en comportamiento violento o criminal tienen una base transnacional, por lo que pue­ den ser considerados también como actores no estatales. Se puede hacer una distinción entre movimientos criminales y aquellos que se consideran de liberación nacional y tienen motivos políticos. Sin embargo, para los gobiernos, ni la actividad criminal ni la violencia política pueden ser legítimos dentro de su propia jurisdicción o en otros países. Las industrias criminales más importantes son el tráfico de armas y el narcotráfico. Hay también un nuevo comercio de esclavos y explotación sexual de jóvenes mujeres, como queda

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Isaac Caro

ejemplificado en países como Tailandia, donde prolifera un turismo sexual (Willets 2008: 337). Como resultado de la revolución tecnológica, el crimen organi­ zado es cada vez más transnacional: los principales grupos operan y están estructurados internacionalmente, lo que significa que están involucrados en tráfico de drogas, de armas, lavado de dinero, todo lo cual constituye una preocupación de carácter global (Galeotti 2001: 203-217). En Sudamérica, un ejemplo de mafia transnacional está constituido por el territorio de la triple frontera de Argentina, Paraguay y Brasil. Esta zona, debido especialmente a una falta de vigilancia por parte de los organismos de seguridad paraguayos, se ha caracterizado por incluir actividades ilícitas, como tráfico de armas y mercancías, presencia de mafias de distintas nacionalida­ des. La relación entre las mafias chinas y ciertos grupos islamistas, concretamente el egipcio Gamaa Islamiya, es expuesta por Saldivia y Eranco, quienes, basándose en informes de inteligencia, señalan que esta conexión incorporaría venta de armamento desde Ciudad del Este al Gamaa., el que sería enviado a Egipto vía marítima, así como manejo de fondos de esta organización por parte de mafias chinas radicadas en esta ciudad, en «un circuito financiero que incluiría a Guyana e Islas Caymán» (Saldivia y Franco 2003: 133). En cuanto a la violencia política, es más común cuando movi­ mientos nacionalistas o minorías étnicas rechazan la legitimidad de un gobierno. Estos grupos son llamados «terroristas» para expresar el rechazo a ellos, «guerrillas» para aquellos que son más neutrales o movimientos de «liberación nacional» por sus partidarios. Desde 11-S, el balance político ha cambiado profundamente. Histórica­ mente, el terrorismo ha sido un instrumento de conflicto interno, pero Al Qaeda presentó al mundo una nueva amenaza al constituir una red global transnacional (Medio Oriente, Asia, Europa) (Willets 2008: 337-338).

3. Críticas al enfoque estatocéntrico Las críticas al enfoque estatocéntrico y, en particular, al para­ digma realista, se hacen evidentes con el nuevo escenario de post Guerra Fría que estamos viviendo y el consiguiente surgimiento 172

Temas

y procesos del sistema internacional

de nuevos actores internacionales, tal como hemos relatado en las páginas anteriores. En particular, existen cuatro problemas mayores con esta concepción (Willets 2008: 332-334): • Ambigüedad entre diferentes significados de lo que es un «Esta­ do». Los autores que utilizan el concepto «Estado» no lo usan del mismo modo y con el mismo significado, confundiendo este concepto con el de «país», esto es, región, provincia o territorio, con una presencia de población que comparte valores comunes. Ejemplos de territorios que no constituyen Estados son, entre otros, Cataluña, País Vasco, Escocia, Kurdistán. También está el concepto de «Estado» como aparato de gobierno. • Ealta de similitud entre los Estados. Las divergencias económi­ cas, poblacionales, territoriales entre los diferentes Estados son muy grandes: por ejemplo, la economía de EUA es 1.400 veces mayor que la de Etiopía. En términos de población y superficie, las diferencias son mayores: las islas del Caribe o Pacífico no se comparan con China o India. • Diferencia entre «sistema de Estados» y «sistema internacional». El enfoque estatocéntrico niega posibilidad de que existan enti­ dades colectivas en un nivel global. Al sistema internacional se lo considera como un conjunto de Estados individuales. Exagerando la coherencia de los Estados y disminuyendo la coherencia de la política global, las relaciones transnacionales y las relaciones intergubernamentales son subestimadas. • Diferencia entre Estado y nación. El Estado no coincide con la nación y viceversa. La mayoría de los Estados son multinacionales y muchos grupos nacionales están presentes en muchos Estados. De este modo, en el Estado chileno coinciden muchas naciones, que incluyen a los mapuches, aymaras y otros grupos nacionales. Por su parte, los Kurdos que ocupan el territorio del Kurdistán, corresponden a una nación que no tiene un Estado autónomo y que están repartidos en cuatro Estados nacionales: Irán, Irak, Turquía y Siria.

A lo anterior, tenemos que sumar la importancia creciente que adquieren los procesos de globalización. Estamos en un período de 173

Isaac Caro

radicalización de la modernidad (Giddens 1990), de una sociedad de riesgo (Beck 1998) o de una sociedad red, que se caracteriza por la crisis del estatismo como sistema, la profundización del capitalismo y nuevas relaciones de poder, con una declinación del Estado-nación en cuanto entidad soberana. Se produce una ruptura con la lógica social institucionalizada, de modo que los nuevos autores tienen autonomía frente al Estado (Castells 1999).

4. El debate sobre globalización ¿Qué es la globalización? ¿Quiénes la defienden y quiénes están en contra? Para responder a esta pregunta, podemos hacer referencia a dos debates, ambos ligados entre sí. El primero, sintetizado por Held y McGrew, identifica seis posiciones principales que refieren a distintas corrientes y teorías sobre la globalización. Las tres primeras son favorables a la globalización, mientras que las tres últimas son contrarias a la misma (Held y McGrew 2003: 115-135):

• Neoliberales. En esta visión la globalización define una nueva época de la historia humana en que los Estados nacionales se han hecho antinaturales. Existe un mercado global único, junto con redes transnacionales de producción, comercio y finanzas. El mercado es quien domina todo (Strange 1988). Al mismo tiempo, se produce la expansión global de la democracia liberal occiden­ tal, lo que refuerza el sentido de una civilización definida en base a criterios universales de organización económica y política. • Intemacionalistas liberales. Reconociendo los desafíos planteados por una creciente interconexión global -a diferencia de un mundo modelado por la competencia global y los mercados globales-, se considera un orden mundial más cooperativo. En esta posición hay tres factores esenciales: la creciente interdependencia, la democracia y las instituciones globales. El objetivo es fortalecer las nociones de ciudadanía global. • Reformadores institucionales. Su base es la iniciativa del Progra­ ma de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Los bienes públicos no pueden reducirse únicamente a los bienes propor­ cionados por el Estado, sino que deben considerarse también los

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Temas

y procesos del sistema internacional

provistos por los diversos actores, estatales y no estatales. Solo mediante un diálogo público ampliado sobre la naturaleza y la provisión de los bienes públicos puede construirse un nuevo or­ den global más controlable y justo. Se debe fortalecer y reformar el papel de los Estados y las instituciones internacionales para favorecer el suministro de bienes públicos globales. • Transformadores globales. Se acepta que la globalización no es nueva ni es intrínsecamente injusta o antidemocrática. La cuestión se refiere a su forma deseable y a sus consecuencias distributivas. La globalización puede ser mejor y estar más equitativamente gobernada, regulada y modelada. Su posición no es una posición directamente a favor o en contra de la globalización. • Estatalistas/proteccionistas. Existen sólidos argumentos a favor de la primacía de las comunidades nacionales, de los Estados-nación. Estos argumentos van acompañados de un marcado escepticismo respecto a la globalización; se dice que se ha exagerado totalmente el grado de la globalización contemporánea. Se sostiene que se infravalora el poder perdurable de los gobiernos nacionales para regular la actividad económica internacional. Hay un rechazo rotundo a los vínculos e instituciones globales. • Radicales. Se subraya la necesidad de mecanismos alternativos de gobernanza basados en comunidades inclusivas y autogobernadas. Los agentes del cambio son movimientos sociales, tales como los movimientos ecologistas, feministas y antiglobalización. Este modelo se basa en las críticas marxistas a la democracia liberal, en el lenguaje de la igualdad, la solidaridad, la emancipación y la transformación de las relaciones de poder. Todas las corrientes anteriores, a diferencia de la quinta, cues­ tionan el paradigma estatocéntrico, que señala que los Estados son actores principales e irremplazables del sistema internacional. Ahora bien, estas seis corrientes podemos reducirlas a solo tres, considerando el grado de aceptación o rechazo que se tiene hacia la globalización (Giddens 2002: 94-97):

• Los escépticos. Señalan que la idea de globalización ha sido sobrevalorada y que los actuales niveles de interdependencia 175

Isaac Caro

económica sí tienen antecedentes en el siglo XIX. La economía del mundo no está tan integrada como para considerarla globalizada, sino que está centrada en Europa, Norteamérica y la zona asiática del Pacífico. Consideran que los Estados nacionales siguen siendo factores claves en la actividad económica. Dentro de los escépticos se encuentran autores como Samuel Huntington con su visión del choque civilizacional (Huntington 1993: 22-49). • Los hiperglobalizadores. Adoptan una posición opuesta, seña­ lando que la globalización es un fenómeno cuyos efectos pueden verse en todas partes. La globalización está produciendo un nuevo orden global que se extiende mediante flujos comerciales y de producción. Se considera que el poder de los gobiernos nacionales también está cuestionado desde arriba, por nuevas instituciones regionales e internacionales. Los autores hiperglobalizadores, como Imanuel Wallerstein, hablan de la conformación de una sociedad global (Wallerstein 1997). • Los transformacionistas. Están en una posición intermedia. La globalización es la fuerza esencial que subyace en un amplio espectro de cambios que conforman las sociedades modernas. El orden global se está transformando, pero se mantienen muchas de las antiguas pautas. Ya no vivimos en un mundo que gira en torno al Estado. Estos se están reestructurando para responder a nuevas formas de organización económica y social que no tienen una base territorial. Giddens (1990), Beck (1998), Castells (1999) pueden considerarse en esta posición intermedia, que habla de la existencia de fuerzas de integración pero también de fragmentación al interior de la sociedad global.

Siguiendo a Beck, sostendremos que el término «globalización» no apunta al final de la política, sino «a una salida de lo político del marco categorial del Estado nacional». En la nueva retórica de la globa­ lización saltan a la vista las consecuencias políticas de la globalización económica. La economía mundial socava los cimientos de las economías nacionales y de los Estados nacionales (Beck 1998b). En el tema de la globalización están amenazados no solo los sindicatos, sino también la política y el Estado. De este modo, se cuestiona el modelo de la primera modernidad, que se organizó sobre la base de la unidad de la identidad 176

Temas

y procesos del sistema internacional

cultural («pueblo»), del espacio y del Estado. Globalización significa los procesos en virtud de los cuales los Estados nacionales soberanos se entremezclan con actores transnacionales, lo que implica la ausencia de un Estado mundial y, al mismo tiempo, la difusión de un capitalismo globalmente desorganizado (Beck 1998b: 15-31).

ni. Paradigma

civilizacional, cultura y religión

En este apartado comenzaremos analizando la relación entre reli­ gión, política y relaciones internacionales, especialmente a partir de la década de 1980. Luego consideraremos la emergencia del paradig­ ma civilizacional en Relaciones Internacionales, con los postulados de Bernard Lewis y Samuel Huntington, y su aplicación al choque civilizacional entre Occidente e Islam. Finalmente, analizaremos algunas perspectivas opuestas a este paradigma.

1. Religión y política La relación entre religión y política se empieza a considerar seriamente a partir de la década de 1980 en la medida que la religión cobró notoriedad en un doble sentido: entró a la esfera pública y ganó publicidad. Los medios de comunicación social, los científicos sociales y el público en general comenzaron a prestar importancia a la religión: este interés derivó del hecho de que la religión, dejando su lugar asignado en la esfera privada, ingresó a la arena pública de contestación moral y política. Cuatro desarrollos dieron a la religión publicidad global: la revolución islámica en Irán, el movimiento Solidaridad en Polonia, el rol del catolicismo en la revolución sandinista y otros conflictos en América Latina (a partir de la teología de la liberación), y la reemergencia del fundamentalismo protestante como fuerza en la política estadounidense (Casanova 1994). Durante toda la década de los 80, la mayoría de los conflictos políticos estaban relacionados con la religión. En el Medio Oriente, todas las religiones y fundamentalismos de la región se alimentaron de viejas disputas que desencadenaron en diferentes guerras: a) guerra entre Irán e Irak: enfrentamiento entre chiítas y sunnitas; b) guerra civil en el Líbano que enfrentó a diferentes facciones religiosas

177

Isaac Caro

(maronitas, chiítas, sunnitas); c) Indiada en Palestina, que implicó la creación de la organización islamista Hamas (Casanova 1994). La década comenzó en 1979, con las revoluciones de Irán y Nicaragua, la visita del Papa a Polonia y el establecimiento de la «Mayoría Moral» (derecha religiosa) en Estados Unidos. Terminó con el affaire Salman Rushdie, la muerte del Ayatolá Komeini, y la visita de Gorbachov al Papa. El año 1989 es clave en las reafirma­ ciones de identidad islámica en Occidente a través de tres hechos centrales: a) el escritor indo-británico Salman Rushdie es condena­ do a muerte por el Ayatola Khomeini debido a su novela «Versos Satánicos»; b) comienza un debate sobre el uso del velo en Francia luego de que a dos alumnas musulmanas se les prohíbe el ingreso a una clase de educación física en un liceo estatal de Grenoble; c) en Estados Unidos, la nación del Islam, partidaria de crear un Es­ tado negro musulmán separado del blanco, logra mediar y unir a bandas rivales de afroamericanos, con lo cual se convierte en una organización mediadora importante (Kepel 2005). A los acontecimientos de la década de 1980, se agregan nuevos desarrollos relacionados con la religión: la Intifada de Al-Aqsa (2000), los ataques terroristas de Al-Qaeda (2001), la victoria de Hamas en las elecciones palestinas (2006), la consolidación de sectores judíos ultraortodoxos -como el Partido Shas- en las elecciones israelíes (2009). A pesar de los sucesos anteriores, el factor religioso no había sido incluido como elemento central en las ciencias sociales y, en particular, en las Relaciones Internacionales. Durante los siglos XIX y XX, la mayoría de los cientistas sociales occidentales no le dieron peso a la religión en sus teorías y a menudo postularon su poca importancia como fuerza política y social significante (Comte, Durkheim, Marx). A partir de la teoría de la secularización, se postulaba que una era de iluminación y racionalismo reemplazaría a la religión como base para el entendimiento del mundo moderno. En suma, las ciencias sociales tienen sus orígenes en el rechazo de la religión como una forma ex­ plicativa para el mundo moderno. Sin embargo, ¿quién cree todavía en el mito de la secularización? El paradigma de la secularización ha sido el principal marco teórico y analítico a través del cual las cien­ cias sociales han visto la relación entre religión y modernidad (Fox y Samlder 2007). Huntington (1993; 1996), con su tesis de «Choque 178

Temas

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civilizacional», es original al plantear la importancia de la religión en el escenario internacional post Guerra Fría.

2. Antecedentes del paradigma civilizacional En el período de post Guerra Fría adquiere importancia una corriente que destaca la centralidad de los factores culturales, siendo los actores principales las civilizaciones. Samuel Huntington, escép­ tico sobre la globalización, es uno de los principales representantes de este modelo, el que aplica al choque entre Occidente y mundo islámico. El paradigma civilizacional no es nuevo, sino que tiene sustento en la filosofía de la historia a través de dos rasgos princi­ pales: a) una concepción cíclica del tiempo y la sociedad, b) rechazo de la noción lineal del progreso sostenido, como fuera postulado por el positivismo (Caro 2002: 29). ¿Cómo llega Huntington al paradigma civilizacional? Tal como él lo reconoce, este tiene antecedentes importantes en la filosofía de la historia y particularmente en autores como Oswald Spengler y Arnold Toynbee. El primero aborda uno de los grandes problemas de la sociología: uniformidades en el curso vital de las culturas. Sus pronósticos de decadencia de la civilización occidental coincidían con la I Guerra Mundial. Para este autor alemán, la historia de la humanidad como un todo no tiene sentido; tampoco lo tiene la división de la historia en antigua, medieval y moderna. Estudia ocho culturas (egipcia, mesopotámica, hindú, china, árabe, maya, clásica o greco-romana, occidental o fáustica), las que considera como organismos de la historia, que tienen un correlato exacto en la historia de un individuo: nacen, crecen, maduran y mueren (Huntington 1996: 41-42; Spengler 1922; Caro 2002: 29-30). Toynbee, por su parte, estudia 21 civilizaciones que han reco­ rrido su ciclo histórico natural completo, entre las cuales se hayan la occidental, la árabe, la andina y la maya. Existen otras cinco que están «detenidas»: polinesia, esquimal, nómada, otomana, espartana. Para el autor inglés, el curso de cada civilización es uni­ forme: pasa por etapas predeterminadas para luego desaparecer: nacimiento, desarrollo, ruptura, desintegración (Huntington 1996: 41-42; Toynbee 1958; Caro 2002: 29-30). 179

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Más cerca en el tiempo y más cercano a Huntington, Raymond Aron estudia el destino de las naciones, de las civilizaciones y de la humanidad. En cuanto al destino de las naciones, y tomando solo como referencia las europeas, el sociólogo francés sostiene que se ha subestimado el rol de los factores materiales y del número -dos categorías sociológicas-, y tampoco se ha considerado la acción propia de la técnica militar, es decir, de la organización, la disciplina y la táctica. Al igual que los otros autores civilizacionales, Aron hace referencia a la decadencia de los Estados y de las civilizaciones. El descenso histórico de las naciones europeas ha sido precipitado por las dos guerras del siglo XX, y por la desintegración de los imperios europeos y su salida de Asia y de Africa. Luego agrega que hay que admitir que la civilización occidental presenta, con relación a todas aquellas del pasado, varios rasgos singulares que interesan a las Relaciones Internacionales: jamás todavía una civilización ha estado en contacto con tantas otras civilizaciones; jamás ha conquistado tantas tierras, transmitido tantos saberes y poderes a los hombres vencidos (Aron 1959: 310, 315-317, 325). Finalmente, Huntington distingue la existencia de cuatro para­ digmas en el campo de la disciplina de Relaciones Internacionales: a) el de un solo mundo, que expresa que el final de la Guerra Fría implica el término de todo conflicto importante en la política glo­ bal, tal como lo expresara Francis Fukuyama; b) el de dos mundos, con una división entre Occidente y Oriente, o entre Norte y Sur; c) la teoría realista, que establece que los Estados son los actores principales del sistema internacional; d) el del caos, que habla de la desintegración de los Estados, de la intensificación de los conflictos tribales, étnicos y religiosos (Huntington 1996: 29-35). Para el autor estadounidense este paradigma civilizacional tiene la particularidad de no ser excluyente con los anteriores, sino que por el contrario, incorpora elementos de los cuatro paradig­ mas anteriores: a) las fuerzas de integración son reales, puesto que existe una tendencia a la unidad y la integración; b) el mundo está dividido en dos, pero no en Oriente y Occidente, sino en un mundo occidental y muchos mundos no occidentales; c) los Estados segui­ rán siendo los actores más importantes; d) el mundo es anárquico y los conflictos más peligrosos son los que surgen de civilizaciones t8o

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diferentes. En la visión de Huntington, varios son los eventos que refuerzan este paradigma, todos ellos referidos al año 1993, año en que escribe su propuesta original en la revista Foreign Affairs (Huntington 1993: 22-49): guerra en Yugoslavia (que enfrenta a serbios, croatas, musulmanes); guerra en Asia Central (que enfren­ ta a Rusia y Chechenia); confrontación entre China y EUA sobre programa nuclear iraní; anuncio de EUA de prepararse para dos conflictos regionales: uno en Corea del Norte, otro en Irán e Irak; admisión de Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia en la OTAN (Huntington 1996: 36-39).

3. El choque de civilizaciones A partir del paradigma civilizacional, dos autores estadouniden­ ses, Bernard Lewis primero (1990), y Samuel Huntington, después (1993), plantean un choque entre la civilización occidental y la civilización islámica. Lewis sostiene que las tres religiones mono­ teístas, el judaismo, el cristianismo y el Islam, están influenciadas por una idea dualista de un choque cósmico entre bien y mal, luz y oscuridad, orden y caos, Dios y Satanás (Lewis 1990: 48). En el Islam, la lucha entre el bien y el mal adquirió una dimen­ sión política y militar, puesto que Mahoma no fue solo un profeta, sino también «el jefe de una polis y de una comunidad, un goberna­ dor y un soldado». De este modo, si los combatientes en la guerra por el Islam están peleando por Dios, entonces sus oponentes están luchando contra Dios. Y dado que Dios es el soberano, entonces El comanda el ejército, el cual es el «ejército de Dios» y su enemigo es «el enemigo de Dios» (Lewis 1990: 49). Teniendo como base estas consideraciones, Lewis sostiene la existencia de un conflicto permanente entre el Islam y el cristianismo, que lleva 13 siglos y que tiene dos etapas principales: a) la primera, de los siglos VII a XV, que viene desde el nacimiento del Islam, se caracteriza porque este permanece en expansión, extendiéndose desde la India hasta los Pirineos; b) la segunda, que viene desde el siglo XV con el ascenso de los imperios coloniales europeos y se extiende hasta nuestros tiempos, está determinada por la deca­ dencia del Islam. De este modo, el Islam se ha visto históricamente

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enfrentado a Europa y luego a su líder indiscutible, Estados Unidos. Debido a que EUA es el legítimo heredero de la civilización europea y el líder indiscutible de Occidente, ha heredado el foco de odio e ira del mundo islámico. Se trata de un choque de civilizaciones, esto es, «una reacción histórica de un antiguo rival contra nuestra herencia judeo-cristiana, nuestro presente secular, y la expansión mundial de ambos» (Lewis 1990: 60). Para este autor, tres son los elementos principales que constituyen el antioccidentalismo en el Islam:

• Influencias provenientes de Alemania, del irracionalismo filosófico representado por autores como Heidegger -quien consideraba a EUA como un ejemplo de civilización sin cultura, esto es, rico, materialmente avanzado, pero artificial- y Spengler, quien con­ cebía la decadencia del mundo occidental, entre otros. • Influencias provenientes del marxismo y del tercermundismo, especialmente en su denuncia del capitalismo occidental y esta­ dounidense. Estas ideologías ganaron apoyo en el mundo islámico porque se oponían a Occidente. • La denuncia del imperialismo: lo que se considera inaceptable en el mundo islámico es la dominación de los infieles (cristianos) sobre los verdaderos creyentes (musulmanes). Esta denuncia es hacia Europa y EUA -no hacia Rusia- porque de allí provienen el capitalismo occidental y la democracia y porque la civilización occidental es el «mayor desafío a la forma de vida que ellos de­ sean retener o restaurar para su pueblo». Además, se considera el apoyo de Estados Unidos hacia Israel (Lewis 1990: 52-56).

Firme sostenedor del choque civilizacional durante la década de 1990, este autor se ha ido apartando de sus tesis originales para sostener que «el Corán habla tanto de guerra como de paz» y que los nuevos acontecimientos en el Medio Oriente - ambiciones de Saddam Hussein en Irak, agravamiento del conflicto entre Israel y Palestina- «han otorgado dimensiones políticas y militares a la intervención extranjera», con lo cual se da «cierta credibilidad a las denuncias de ‘imperialismo’ que se oyen cada vez más en el mundo musulmán (Lewis 2004: 9-24).

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Huntington, por su parte, señala como hipótesis que la fuente fundamental de conflicto en el nuevo mundo no será principalmente ideológica o política, sino que cultural. Las naciones Estados segui­ rán siendo los principales actores de la política mundial, pero los conflictos principales ocurrirán entre naciones y grupos de diferentes civilizaciones. El choque de civilizaciones dominará la política glo­ bal. Frente a la pregunta de ¿por qué chocarán las civilizaciones?, este autor estadounidense responde que la identidad civilizacional será crecientemente importante en el futuro, donde el mundo esta­ rá conformado por la interacción entre siete u ocho civilizaciones (occidental, confuciana, japonesa, islámica, hindú, eslava-ortodoxa, latinoamericana y posiblemente africana). Los conflictos más im­ portantes del futuro ocurrirán a lo largo de las defectuosas líneas que separan a estas civilizaciones (Huntington 1993: 22-49). El conflicto civilizacional, dice Huntington, está profundamente enraizado en Asia: luchas históricas entre musulmanes e hindúes en la India, rivalidad entre Pakistán e India, disputas territoriales de China con todos sus vecinos, especialmente con el pueblo budista de Tíbet. Con el término de la Guerra Fría resurgen diferencias entre China y Estados Unidos en áreas como derechos humanos y pro­ liferación de armamento. También aumentan las dificultades entre Japón y Estados Unidos, donde las diferencias culturales sobrepasan a las económicas (Huntington 1993: 22-49). Y, en lo que se refiere al choque entre Occidente e Islam, siguien­ do los planteamientos de Lewis, Huntington describe que durante 1.300 años existieron una serie de conflictos entre estas civilizacio­ nes, que abarcaron varias etapas: a) desde la fundación del Islam, los árabes se extendieron al norte y oeste; b) en los siglos XI y XII los Cruzados intentaron llevar el cristianismo a la Tierra Santa; c) en los siglos XIX y XX, con la declinación del Imperio Otomano, viene el control de Gran Bretaña y Francia sobre el Medio Oriente; d) a partir de 1945, Occidente comenzó a retirarse y los imperios coloniales desaparecieron, surgiendo el nacionalismo árabe, el fundamentalismo islámico y el conflicto árabe-israelí (Huntington 1993: 22-49).

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4. Visiones contrapuestas al choque de civilizaciones La perspectiva civilizacional desarrollada por Lewis y Huntington fue motivo de un fuerte debate académico desde el mismo momen­ to en que fue elaborada y expuesta en los medios tanto académicos como comunicacionales. Edward Djerejian (1995), de la Universidad de Rice, considera que la posición de choque civilizacional es también asumida por el gobierno de Estados Unidos en sus relaciones con el mundo islámico. Este autor agrega que más que estar en presencia de un «choque de las civilizaciones» como Huntington lo postula, se trata de manifestaciones de conflictos políticos, étnicos, religiosos y culturales particulares que se han intensificado en la era de post Guerra Fría en lo que denomina el «arco de la crisis», que comprende los Balcanes, el Cáucaso, el norte de Africa, el Medio Oriente, el Asia central y del sur (Caro 2002: 50-52; Djerejian 1995). Por su parte, Zachary Karabell, profesor asociado del Center for International Affairs, de la Universidad de Harvard, postula que dado que el comunismo ha declinado en el mundo de post Guerra Fría, se da una mayor atención a la amenaza del fundamentalismo islámico. Por una parte, existe la creencia de que el fundamentalismo islámico es el nuevo comunismo, por lo que se le deben oponer todos los medios necesarios para contenerlo. Por otra parte, el tema no es el fundamentalismo islámico, sino la violencia y el extremismo. Según Karabell, la similitud del fundamentalis­ mo islámico con el comunismo ha sido hecha principalmente por Daniel Pipes en su periódico The Middle East Quarterly, así como en Commentary. En esta línea también se incluyen dos autores civilizacionales: Bernard Lewis y Samuel Huntington (Karabell 1995: 37-48). Karabell señala que si se preguntara a los colegas estadouni­ denses, en las universidades o en cualquier otra parte, qué piensan cuando es mencionada la palabra «musulmán», la respuesta será inevitablemente la misma: armados, barbudos, terroristas fanáticos inclinados a destruir al gran enemigo, Estados Unidos. Una fuente de este estereotipo son los medios de comunicación social. Estas imágenes simplifican y distorsionan, haciendo parecer que el Medio

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Oriente está gobernado por un Dios irracional y por una religión irracional (Karabell 1995: 37-48). En el debate más reciente, posterior a los atentados del 11 de septiembre de 2001, consideraremos brevemente las posturas de cuatro autores de distintas nacionalidades y disciplinas: Fukuyama, Said, Ferguson y Sen. Francis Fukuyama sostiene que el conflicto actual no forma parte de un choque de civilizaciones, sino que se trata de una acción «por parte de quienes se sienten amenazados por la modernización» y, en particular, por los derechos humanos. Los intentos por unir la religión con la política dividen a los mu­ sulmanes, del mismo modo que dividieron a los cristianos en la Europa medieval. Por lo tanto, el conflicto actual no es con el Islam, puesto que esta es «una religión extremadamente heterogénea» (Fukuyama 2001). Para el famoso escritor palestino, Edward Said, «la lucha contra el terrorismo legitima los argumentos de Samuel Huntington». Sin embargo, los que se enfrentan en el conflicto actual no son civili­ zaciones, puesto que se debe rechazar «la idea de que Occidente y el Islam son identidades cerradas». Las conexiones entre distintas civilizaciones aparentemente enfrentadas son más cercanas de lo que se piensa. Según Said, a partir de la oposición establecida por Huntington entre Islam y Occidente, se estableció un discurso oficial «durante los primeros días que siguieron a los ataques del 11 de septiembre». Este discurso ha prevalecido debido a la mayor presencia de musulmanes en Europa y Estados Unidos, lo que sig­ nifica que «el Islam ya no está en la periferia de Occidente sino en su centro» (Said 2002: 221-224). El historiador británico, Niall Ferguson, sostiene que nunca ha creído en la teoría de que «el futuro estará dominado por el conflic­ to de las civilizaciones». Por una parte, el concepto «civilización» es demasiado vago; por otra, la civilización judeo-cristiana no ha sido una entidad armoniosa, sobre todo en la década de 1940. Más que hablar de conflicto entre civilizaciones, Ferguson menciona los conflictos al interior de las civilizaciones y habla de «las civilizacio­ nes chocadas». De este modo, la guerra civil en Irak no se da entre civilizaciones distintas, sino al interior de la civilización islámica, entre sunnitas y chiítas. Por su parte, en la sociedad estadouni­ 185

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dense, la grieta más importante es aquella entre los conservadores protestantes y los liberales secularizados. En China hay una brecha importante entre los burócratas comunistas y los campesinos pobres (Ferguson 2006: 93-95). El economista indio y Premio Nobel de Economía, Amartya Sen, sostiene que las «dificultades de la tesis del choque de civilizaciones empiezan en el momento en que se da por supuesta la relevancia de una única clasificación». Por lo tanto, la pregunta ¿chocan las civilizaciones? se basa en el supuesto de que la humanidad puede ser clasificada en diferentes civilizaciones. Sin embargo, esto implica centrarse solo en una dimensión, la religiosa, y desconocer otras identidades significativas «que mueven a la gente» y que van más allá de la religión (Sen 2006). En síntesis, la importancia del paradigma civilizacional está en descubrir las variables culturales y religiosas como factores explica­ tivos de las relaciones internacionales. Sin embargo, sus desventajas son múltiples: a) no reconoce diferencias mayores al interior de Oc­ cidente (entre EUA y Europa, o entre la Europa latina y la Europa anglófona), ni al interior del mundo islámico (entre chiítas y sunnitas, o entre persas y árabes); b) permite discriminar y marginar a pueblos y naciones: Turquía debería salirse de OTAN; Grecia, por su afinidad con Rusia, debe retirarse de la Unión Europea, de modo que este bloque refleje principalmente los valores del Occidente cristiano; c) existe una tendencia a reflejar la presencia de un fuerte etnocentrismo: sobrevaloración de Occidente y EUA; a la civilización occidental se le atribuyen una serie de características (como la democracia, fuerte sociedad civil), valoradas positivamente, mientras que al resto del mundo (Asia, Rusia, Medio Oriente) se le asignan características negativas (expansión económica, conflictos militares), que son vistas como una amenaza para Occidente y EUA (Caro 2002: 56-57).

iv. Nacionalismos

extremos, xenofobia y

OTRAS FORMAS DE DISCRIMINACIÓN

En este subcapítulo consideraremos el fenómeno de los extremismos de derecha en cuanto actores internacionales. Luego, nos centrare­ mos en el estudio de los movimientos neonazis y su relación con el

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antisemitismo, la xenofobia y distintas formas de discriminación. Para terminar, haremos referencia a la islamofobia y su aumento a partir del 11-S.

1. Extremismos de derecha como actores internacionales Uno de los elementos de los extremismos de derecha es la per­ cepción del otro como amenaza que representa fuerzas destructivas y extranjeras. En este fenómeno existe una patología del odio que, llevada a su extremo, adopta la forma de genocidios. En América Latina, la cultura del odio está sustentada en una dialéctica de la negación, que se expresa bajo el rechazo al otro: indio, negro, mujer, campesino, judío, homosexual. Existe continuidad temporal entre la negación y la exclusión: los descendientes de los negros y de los indígenas tienden a ser en su gran mayoría pobres y marginados. La negación del otro adquiere renovada fuerza a partir del aumento de flujos migratorios: aumenta la percepción del otro como alguien que es distinto, extraño, extranjero (Calderón et al. 1996). El concepto de «extremismos de derecha» denota la existencia de una gran variedad de movimientos sociales y políticos, espe­ cialmente en períodos de gran movilización social, así como de profundas transformaciones. Mientras que en un polo están los extremismos de izquierda, caracterizados por algunos movimientos y partidos comunistas contrarios a la democracia liberal, en el otro polo se ubican los extremismos de derecha, que se definen por una acción política encaminada «hacia la defensa a ultranza y la recon­ quista de las prerrogativas político-sociales tradicionales propias» (Bobbio et al. 1981: 608), lo que incluye: a) casos históricos, como el nazismo y el fascismo; b) movimientos contemporáneos, como los populismos europeos; c) grupos neonazis y skinheads, entre otros. Los extremismos de derecha estuvieron incorporados como una fuerza anticomunista, por lo cual detrás de esa bandera se iban a esconder muchas de estas organizaciones. En el ámbito europeo, este fenómeno siempre estuvo presente, más allá de los ejemplos mostrados por el franquismo en España, el salazarismo en Portugal y el «régimen de los coroneles» en Grecia. En la década de 1980, con la profundización de la Guerra Ería (invasión soviética de

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Afganistán, asunción de Ronald Reagan a la presidencia de Estados Unidos), el culto al militarismo, a la fuerza, a la violencia, se con­ vertirá en una bandera seductora para los jóvenes que ingresan a la extrema derecha. Luego, con la caída de los regímenes de Europa Oriental, se comprobará que efectivamente estos partidos existían (Eagundes 2002). En el escenario de post Guerra Fría, los populismos europeos crecen en el seno de las democracias occidentales con un discurso que se opone a la mundialización, a la integración europea y que representa la principal fuerza de disenso en estas sociedades. Dicha reacción se debe a tres procesos: a) flujos migratorios a Europa, es­ pecialmente provenientes del Magreb; b) concepción ultraliberal que produce incertidumbre, anomia, exclusión y desigualdad económica; c) crisis del Estado-nación a partir de los procesos de integración europea y moneda única europea. Su discurso incorpora: a) defensa de ciudadanos privados de los beneficios del modelo neoliberal; b) concepciones de seguridad ciudadana, combate al crimen; c) lucha contra la inmigración no europea, especialmente la de países mu­ sulmanes (Camus 2002: 8-9).

2. Movimientos neonazis Existen agrupaciones racistas y xenófobas, que se caracterizan por realizar acciones violentas en contra de inmigrantes, árabes, judíos, gitanos, negros, asiáticos. Muchas de estas agrupaciones, además de defender la supremacía de la raza blanca, se proclaman en forma explícita admiradoras de Adolfo Hitler y seguidoras del nacional socialismo. En Estados Unidos, Europa y América Lati­ na existe una gama muy diversa de estos grupos. En la sociedad contemporánea, como efecto de la globalización, distintos grupos reaccionan reafirmando sus identidades raciales y nacionales. Los movimientos neonazis actúan en base a una red de infor­ mación y comunicación, que supera ampliamente las respectivas fronteras nacionales y regionales. En este sentido, el carácter inter­ nacional de estos movimientos está dado porque en ellos subyace un racismo «intemacionalista» o un «supranacionalismo» racista, que tiende a idealizar ciertos tiempos o comunidades, los cuales 188

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operan sin fronteras (Balibar 1990): «los indoeuropeos», «el Oes­ te», el «hombre civilizado», «el hombre blanco», «el ario». En el caso de los skinheads neonazis, este movimiento tiene un marcado carácter internacional, lo que está dado por los siguientes factores: • Formación de una red de organizaciones a través de viajes por bandas de música rock del movimiento. • Venta de publicaciones conocidas como «skinzines». • Intercambio de propaganda, revistas e información. • Utilización de comunicación electrónica, especialmente a través de la mantención de sitios en Internet. • Las relaciones con diferentes partidos políticos de la extrema derecha europea. • La existencia de nexos con barras futbolísticas, conocidas en Europa como hooligan. Aunque no todos los skinheads son neonazis, en este escrito solo se hará referencia a estos grupos. La red internacional de los movimientos neonazis se constituye a partir de tres factores: In­ ternet, la música, el fútbol. El uso de Internet tiene a su vez cuatro manifestaciones centrales: a) presencia de servidores {host} que dan cobertura a grupos de todo el mundo; b) intercambio de pu­ blicaciones, libros, skinzines-, c) utilización de foros, chats, enlaces, listas de correos; d) presencia de simbología compartida, que usa determinadas formas, colores y expresiones. En América Latina, el sitio más importante es Ciudad Libertad de Opinión, de Alejandro Biondini, fundador del Partido Nuevo Triunfo. Definido como «la ciudad del nacionalismo en Internet», no solo presta servicios a movimientos de América Latina, entre ellos a Patria Nueva Sociedad, de Alexis López, de Chile, sino también a grupos de España y del resto de Europa, enarbolándose como uno de los más emblemáticos e importantes a nivel internacional. Es más: ocupa el primer lugar de los «100 sitios nacionalistas y revisionistas históricos más populares en Internet» (Caro 2007). El segundo elemento es la música. Muchos de los grupos neonazis utilizan la música rock de supremacía blanca para atraer a los jóvenes a su causa y para recolectar fondos. El vínculo entre los 189

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skinheads y la música se produce desde el inicio de este movimiento. Los skinheads latinoamericanos trazan su origen en las décadas de 1970 y 1980, cuando se registra la primera organización de este tipo, con la formación de Blood & Honour. Algunos de los nombres de estas bandas dan cuenta del odio racial que pueden llegar a conte­ ner sus canciones: «Gestapo» (Alemania), «Ataque Brutal» (Gran Bretaña), «Odio Extremo» y «Arios Enojados» (Estados Unidos), «Comando Suicida» (Argentina), «Defensa Armada», «Resistencia 88» y «Brigada NS» (Brasil). Un tercer espacio de reclutamiento es el fútbol, y de aquí la relación entre estos movimientos, los skinheads y las barras bravas. En el caso europeo, la polarización del movimiento skinhead se da en la década de 1980, principalmente en los estadios de fútbol, bajo el grupo británico National Front, produciéndose un acercamiento paulatino entre este, los hooligans y los skinheads. En España, Ultrassur, que corresponde a las barras de Real Madrid, está vinculado con Hammerskin: en las páginas de internet de ambos aparecen enlaces mutuos (Salas 2003). En América Latina no es tan clara esta relación: hay ciertas evidencias en Colombia; en Brasil se da lo contrario, puesto que el fútbol es visualizado por estos sectores como un deporte exclusivo de los negros (Caro 2005: 305-330). Una de las principales organizaciones neonazis está formada por los denominados «Skinheads» (cabezas rapadas), los que tienen su origen en Inglaterra, en la década de los 60, para luego extender­ se a Alemania, al resto de Europa, a Estados Unidos y a América Latina. En el caso de los skinheads chilenos, sus rasgos principales son los siguientes: • Reivindican a Hitler como su gran líder. • Se reúnen en Santiago y otras ciudades del país. • Se caracterizan por llevar a cabo amenazas y/o agresiones contra asiáticos, peruanos, judíos, homosexuales y punks. • Su proceso de reclutamiento dura tres años, durante los cuales deben leer libros de racismo e ideología nazi. • Postulan la existencia de una raza chilena superior, que habría heredado la tradición guerrera de los araucanos y los españoles.

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En todos estos casos, se trata de grupos neonazis, antisemitas y xenófobos, que manifiestan opiniones y actitudes negativas hacia diferentes minorías, siendo partidarios de su exclusión de la vida nacional y llevando a cabo acciones violentas, ataques físicos contra las personas y sus propiedades. No se trata de casos aislados, sino que parte de un movimiento organizado, que recibe información y ayuda logística de grupos europeos y norteamericanos (Caro 2007: 9-11).

3. Antisemitismo, xenofobia y distintas

formas de discriminación El problema del antisemitismo durante parte del siglo XX, y en especial en las décadas de 1940 y 1950, se inscribe -como efecto de la Segunda Guerra Mundial- dentro del tema más amplio de los prejuicios y discriminación. Estos estudios tuvieron un impulso importante como resultado de la violencia ejercida por la Alemania nazi contra los judíos. Algunas investigaciones se realizan en Estados Unidos y se sitúan en la teoría crítica. En «Dialéctica del iluminismo», Theodor Adorno y Max Horkheimer estudiaron la «prehistoria filosófica» del antisemitismo y del etnocentrismo, postulando que su irracionalismo se deducía de la «razón dominante» (Adorno y Horkheimer 1944). Otro es­ tudio es el de «La Personalidad Autoritaria» en donde se llevan a cabo escalas para medir antisemitismo y etnocentrismo (Adorno et al. 1950). Estas investigaciones son conducidas en el Instituto de Investigación Social de Erankfurt. Incorporando algunos de los resultados de los estudios anterio­ res, Gordon Allport (1958) establece diferentes grados de prejuicios y discriminación, lo que es aplicable al antisemitismo y a la xeno­ fobia. Según este autor, los prejuicios en cuanto acciones negativas pueden expresarse en cinco grados (Allport 1962): • Nivel moderado de acción hostil, que lleva a hablar mal de los miembros de un determinado grupo. • Nivel más intenso, que conduce al individuo a evitar el contacto con los miembros de un grupo.

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• Nivel que lleva a la discriminación o práctica de una distinción. • Ataque físico y actos de violencia. • Grado máximo en la expresión violenta del prejuicio, que es el exterminio a través de matanzas y genocidios.

Tanto en EUA como en Europa e Israel, se han llevado a cabo varias investigaciones, las que dejan de considerar este fenómeno dentro del tema de los prejuicios. Hannah Arendt postula que la historia del antisemitismo es la historia de las relaciones entre judíos y los que no lo son en condiciones especiales de la diáspora judía. La consecuencia más directa y pura de los movimientos antisemitas del siglo XIX no fue el totalitarismo nazista, sino que, por el con­ trario, fue el sionismo, el cual, en su forma ideológica occidental, se transformó en una contra ideología, es decir, en la respuesta al antisemitismo (Arendt 1951: 18). El análisis sionista del antisemitismo ha colocado énfasis en la influencia que la creación del Estado de Israel ha tenido en las mani­ festaciones antisemitas. En un estudio que aborda el antisemitismo en la ONU, Sidney Liskofsky y Donna E. Arzt constatan una retórica antisionista, antisemita y antiisraelí en esta y otras organizaciones tales como la Organización de Unidad Africana, la Organización de Estados Islámicos, el Movimiento No-Alineado, lo cual devino en un importante hito: resolución 3379 de la Asamblea General de la ONU (1975), equiparando sionismo con racismo (Liskofsky y Arzt 1988). En una línea de análisis que relaciona la judeofobia con el antisionismo, Perednik sostiene que predominó hasta 1990, tanto en el marco de la ONU como de las agencias internacionales, un rechazo hacia Israel y el movimiento nacional judío. Esta situación cambió en el momento de la invasión iraquí de Kuwait y luego como consecuencia de los ataques de Irak contra Israel, donde la comunidad internacional comienza a adoptar nuevas actitudes en relación con Israel y el sionismo (Perednik 1999). Precisamente, en 1991, la resolución 3379 es revocada por la ONU. Para el estudio del antisemitismo y del antisionismo en el mun­ do islámico, son de particular importancia los estudios de Esther Webman. La emergencia del fundamentalismo islámico ha radicali­ 192

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zado la demonización de Israel en términos islámicos. La hostilidad hacia Israel dio origen a un odio profundo que no diferencia entre israelíes, sionistas o judíos. Sin embargo, a diferencia del mundo cristiano, este es un fenómeno nuevo en el Islam (Webman 1994). En cuanto al racismo, la oposición entre lo blanco y lo negro como símbolos culturales estaba profundamente enraizada en la cultura europea. Lo blanco estaba asociado con la pureza; lo negro con la maldad. La invención y difusión del concepto de raza (conce­ bido como conglomerado de características heredadas), proviene del pensamiento europeo. Según el conde Joseph Arthur de Gobineau (1816-1882), considerado el padre del racismo moderno, existen 3 razas: a) la blanca, que posee más inteligencia y moralidad; b) la amarilla, raza intermedia; c) la negra, la menos capaz de las tres, que se define por su naturaleza animal. Estas ideas, presentadas como teorías científicas, influyeron en Hitler. La idea de la superioridad de la raza blanca sigue siendo un elemento clave del racismo blanco. Es parte de la ideología del Ku-Klux-Klan. Siguiendo a Balibar (1990), las teorías raciales de los siglos XIX y XX («indoeuropeo», «mito ario», que servirán de base al nazismo) definen a las comunidades sin coincidir, en términos generales, con las naciones reales, con los Estados históricos. No existe solo una teoría racista, sino diversas teorías, que están ligadas a nacionalismos particulares; se puede suponer que cada racismo es una «universalización específica» de nacionalismo. Ejemplo: el «racismo ario» es una universalización del nacional-socialismo (Balibar 1990). En la actualidad, el racismo sigue siendo un «problema social y político de las sociedades blancas occidentales». El se expresa a través de determinadas políticas gubernamentales y en un discurso de las élites que predomina en Europa, Estados Unidos y otros paí­ ses, y se caracteriza por ejercer un consenso étnico que «sustenta el predominio europeo y blanco sobre las minorías étnicas». En este sentido, las elites blancas «son parte del problema del racismo» (Van Dijk 2003: 38-41). El concepto de xenofobia, por su parte, está relacionado con los movimientos migratorios de los países del sur al norte; es una reacción que se traduce en una «respuesta de miedo», que sirve de 193

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coraza para proteger el «egoísmo de grupo» (Blázquez-Ruiz 1995). Toda migración provoca conflicto, el que conduce a una «xenofobia excluyeme». La xenofobia es una «identidad contra los otros», que consiste en obstaculizar la convivencia pacífica entre comunidades, naciones o etnias que comparten un mismo escenario. Es un racismo externo (dirigido hacia los inmigrantes) a diferencia del racismo interno (contra los indígenas). La xenofobia, en cuanto racismo externo o neorracismo, está en gran medida relacionada con los crecientes flujos migratorios que se producen en todo el mundo.

4. El 11-S y el aumento de la islamofobia En cuanto a la islamofobia, su aumento no es solo característica de los movimientos neonazis, sino también resultado de una nueva geopolítica global a partir de los atentados del 11 de septiembre de 2001. La International Federation for Human Rights, de Helsinki, organización no gubernamental con status consultivo ante la ONU, el año 2005 dio a conocer un informe sobre discriminación contra los musulmanes en Europa, donde se constata que en 11 países de la Unión Europea -Austria, Bélgica, Dinamarca, Erancia, Alemania, Grecia, Italia, Holanda, España, Suecia y Gran Bretaña- aumentaron los ataques contra los musulmanes, y que este aumento está rela­ cionado con los atentados del 11-S en Washington y Nueva York, y con el del 11 de marzo de 2005 en Madrid. El informe indica que sobre todo después del 11-S, la percep­ ción social respecto de los musulmanes en estos países europeos se deterioró, reforzando los prejuicios y discriminación preexistentes: los musulmanes, de manera creciente, son vistos con desconfianza y hostilidad y son estigmatizados por sus creencias. Más aún, las iniciativas en países europeos, tendientes a construir puentes entre las comunidades musulmanes y las otras, promoviendo la tolerancia y la participación de los musulmanes, han sufrido un grave revés tras los atentados del 11-S y en esto juegan un papel importante los populismos europeos que son contrarios a la presencia e inmigración musulmana (International Federation for Human Rights 2005). Más allá de los elementos en común, la extrema derecha ofrece una amplia diversidad, adoptando múltiples formas de inserción y

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participación en las distintas sociedades, por lo que no se agota con los partidos políticos europeos. En este sentido, los extremismos de derecha, junto con los fundamentalismos religiosos, se convierten en actores importantes del período de post Guerra Fría, porque constitu­ yen una alternativa política, social y cultural, frente al vacío que deja la caída del marxismo, por una parte, y frente al nuevo orden mundial impuesto por Estados Unidos, por otra. Su oposición a la igualdad y a la libertad, así como su defensa en un orden natural, se manifiesta en un proyecto que es altamente excluyeme y discriminatorio.

V. Seguridad

global y cooperación

1. El concepto y el debate sobre seguridad Uno de los temas más importantes a considerar en las Rela­ ciones Internacionales es si la seguridad internacional es posible de alcanzar en el mundo en que vivimos. En particular, ha habido una diferencia entre los autores realistas e idealistas, que han sido pesimistas y optimistas, respectivamente, en sus respuestas a esta pregunta central en el campo de las Relaciones Internacionales. Existe un consenso de que el concepto de seguridad implica libertad de amenazas a valores centrales, pero hay desacuerdo en si los principales focos de preocupación deberían ser la seguridad individual, nacional o internacional. Durante el periodo de la Guerra Fría, la mayoría de los escritos sobre el tema mencionaban la idea de seguridad nacional, la cual era definida en términos militarizados, a través de las capacidades militares que los Estados debían desarrollar para hacer frente a las amenazas externas (Baylis 2008: 229-230). Una crítica a la concepción tradicional de seguridad se encuen­ tra en la «seguridad común» desarrollada por el ex primer ministro de Suecia, Olaf Palme, hacia principios de la década de 1980, ten­ diente a buscar la cooperación en un mundo caracterizado por los peligros de guerra nuclear: «La seguridad internacional tiene que cimentarse en la cooperación (...) en lugar de hacerlo en la amenaza de la destrucción mutua» (Palme 1982). Más recientemente, esta idea de seguridad ha sido criticada por su unidimensionalidad centrada en aspectos militares. Algunos es­

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critores contemporáneos han defendido una concepción más amplia de seguridad. Barry Buzan, profesor de Relaciones Internacionales en el London School of Economics and Political Science, defiende una concepción de seguridad que incluye aspectos políticos, econó­ micos, sociales, medioambientales y militares, definidos en términos internacionales más amplios (Baylis 2008: 229). Para este autor, el concepto de seguridad provee un marco analítico intermedio que se sitúa entre los extremos del poder y la paz (Buzan 1983). Este foco sobre la tensión entre seguridad nacional e inter­ nacional no es aceptado por todos los escritores sobre seguridad. Para algunos, el proceso dual de integración y fragmentación que caracteriza al mundo contemporáneo significa que se debería dar mayor atención a la «seguridad societal». De acuerdo a esta visión, la creciente integración en regiones como Europa está socavando el orden político clásico basado en las naciones Estados, dejando a las naciones expuestas en marcos políticos más grandes, como la Unión Europea (Baylis 2008: 229). Hay otros autores que señalan que la tensión sobre seguridad nacional e internacional es menos apropiada debido a la emergencia de una sociedad global en la era de post Guerra Fría. Estos escritores señalan que uno de los rasgos contemporáneos más importantes es el amplio proceso de globalización que se está desarrollando. Este proceso trae nuevos riesgos y peligros, que incluyen: a) terrorismo internacional, b) quiebre del sistema monetario global, c) calenta­ miento global, d) peligros de accidente nuclear. En este sentido, se afirma la transformación del Estado y la nueva agenda de seguridad en los primeros años del siglo XXI (Baylis 2008: 229). Después del 11 de septiembre de 2001, Jonathan Friedman intentó desarrollar un marco analítico para entender el aumento de la violencia a escala global, argumentando que: a) estamos viviendo en un mundo donde la polarización, tanto vertical como horizontal, de clase y étnica, ha llegado a ser algo endémico; b) la violencia está más globalizada y más fragmentada, y no es ya una cuestión de guerras entre Estados sino conflictos al interior de los Estados (Baylis 2008: 230; Friedman 2003). En un nivel de análisis similar, Michel Wieviorka postula que existe un nuevo paradigma de la violencia como consecuencia del 196

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término de la Guerra Fría a nivel internacional, por una parte, y la globalización de la economía, por otra. Esto implica un cambio en la seguridad, haciendo más posibles y violentos los conflictos locales, exacerbando la fragmentación cultural y la radicalización de las identidades sociales, en particular de las identidades religiosas (Wieviorka 2003: 117).

2. Aproximaciones tradicionales de seguridad En el debate clásico sobre cómo alcanzar la seguridad nacional, mencionaremos tres grandes perspectivas: el realismo, el neorrealismo y el institucionalismo liberal. Escritores como Hobbes, Maquiavelo y Rousseau tendieron a entregar un cuadro más bien pesimista de la soberanía estatal. El sistema internacional era visto como una arena brutal en la que los Estados buscaban alcanzar su seguridad a costa de sus vecinos. Según esta visión, la paz era difícil de alcanzar. Lo que los Estados podían hacer era mantener un balance de poder con otros Estados para prevenir que cualquiera de ellos tuviera una hegemonía total. Esta era la visión compartida por autores como Carr y Morgenthau, que desarrollaron el realismo clásico (Baylis 2008:230-231). Como parte de esta perspectiva, hay que mencionar la doctrina de seguridad nacional. El término «Estado de Seguridad Nacional» ha sido comúnmente aplicado para referirse a las dictaduras mi­ litares de América Latina. Sin embargo, esta ideología se originó en Estados Unidos y fue deliberadamente exportada a esta región. El Acta de Seguridad Nacional de 1947 creó un «establecimiento militar nacional» (llamado Departamento de Defensa a partir de 1949), con tres nuevas instituciones: a) Estados mayores de las fuerzas armadas, Agencia Central de Inteligencia (CIA), Consejo de Seguridad Nacional. Estas organizaciones fueron complementadas con otras regulaciones que pretendían un amplio control del gobier­ no: a) Acta de Seguridad Interna (1950) del senador Pat McCarran, que estigmatizaba a los miembros de las «clases inmorales», b) Acta McCarran-Walter (1952), que regulaba la inmigración y naturali­ zación; c) Orden Ejecutiva (1953) del presidente Eisenhower, que incluyó la categoría de «perversión sexual» como base para negar empleo (Cleaver y Myers 1993: 171-208). 197

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La visión realista pesimista de las relaciones internacionales es compartida por escritores neorrealistas como Kenneth Waltz y John Mearsheimer, cuyos argumentos claves son los siguientes: 1. El sistema internacional es anárquico. La anarquía implica que no hay una autoridad central capaz de controlar el comporta­ miento de los Estados. 2. Los Estados que buscan soberanía desarrollarán inevitablemente capacidades militares ofensivas para defenderse y extender su poder. 3. La incertidumbre, que conduce a una falta de confianza, es in­ herente en el sistema internacional. 4. Los Estados querrán mantener su independencia y soberanía, y como resultado, la sobrevivencia será la fuerza más básica que influencie su comportamiento. 5. Aunque los Estados son racionales, siempre habrá espacio para el error de cálculo (Baylis 2008: 231). Estos argumentos producen una tendencia para que los Estados actúen agresivamente hacia los otros. La seguridad nacional, o in­ seguridad, es el resultado de la estructura del sistema internacional. La situación de anarquía es vista como algo durable. Esto implica que la política internacional en el futuro será tan violenta como en el pasado. Hay poca posibilidad de un cambio significativo en la naturaleza de la seguridad en el mundo de post Guerra Ería. Seña­ lando la guerra del Golfo en 1991, la desintegración de Yugoslavia y de la Unión Soviética, la violencia en el Medio Oriente, y la guerra de Irak en 2003, se argumenta que continuaremos viviendo en un mundo de desconfianza y constante inseguridad (Baylis 2008: 231). Una de las principales características de la aproximación neorrealista a la seguridad internacional es la creencia de que las ins­ tituciones internacionales no tienen un papel importante que jugar en la prevención de la guerra. Estas visiones han sido desafiadas por políticos y especialistas en Relaciones Internacionales tras el fin de la Guerra Ería, adscritos al denominado «institucionalismo liberal». El secretario del Exterior británico, Douglas Hurd, señaló en 1992 que las instituciones habían jugado y seguirán jugando un rol crucial en mejorar la seguridad, particularmente en Europa. 198

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Esta visión refleja la creencia de que un marco de instituciones -como la Unión Europea, OTAN, Organización para la Seguri­ dad y Cooperación en Europa- podría promover un sistema de seguridad europeo más durable y estable en la era de post Guerra Fría (Baylis 2008: 232-233). Aunque el institucionalismo liberal opera dentro del marco realista, señala que las instituciones internacionales son importantes para ayudar a alcanzar la cooperación y la estabilidad. En un artículo para International Security, Keohane y Martin critican el enfoque realista del cientista político estadounidense John Mearsheimer y, por el contrario, establecen una perspectiva según la cual las insti­ tuciones pueden proveer información, reducir costos de transacción, y facilitar operaciones de reciprocidad; ellas no pueden erradicar la guerra del sistema internacional, pero sí pueden jugar un rol en ayudar a alcanzar una mayor cooperación entre los Estados (Baylis 2008: 232-233; Keohane y Martin 1995: 39-51). Otra aproxima­ ción «liberal» a la seguridad internacional que ha ganado fuerza en el mundo de la post Guerra Fría, se centra en el argumento de que los Estados democráticos tienden a no pelear con otros Estados democráticos. La democracia es vista, entonces, como una fuente mayor de paz y cooperación (Baylis 2008: 232-233).

3. Visiones alternativas de la seguridad Existen otras visiones sobre la seguridad que escapan a los paradigmas arriba señalados y que colocan el énfasis en múltiples dimensiones de la misma. Entre ellas, cabe mencionar el construc­ tivismo social y otros enfoques reflectivistas. Los constructivistas sociales arguyen que cambios en la naturaleza de la interacción social entre los Estados pueden traer un cambio fundamental hacia una mayor seguridad internacional. Muchos constructivistas, como Alexander Wendt, comparten principios realistas sobre la política internacional en relación con el tema de seguridad. Por ejemplo, algunos aceptan que los Estados: a) son el referente clave en el es­ tudio de la política internacional y de la seguridad internacional; b) tienen un deseo fundamental para sobrevivir; c) intentan portarse racionalmente (Baylis 2008: 234-235). 199

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Sin embargo, los constructivistas piensan sobre la política internacional de una manera muy diferente a los neorrealistas. Las estructuras sociales incluyen cosas materiales, como tanques y re­ cursos económicos, pero estas solo adquieren significados a través del conocimiento compartido en el cual ellas se alojan. De acuerdo al constructivismo social, el poder político es una idea que afecta la forma en que los Estados se comportan, pero no describe todo el comportamiento interestatal. Los Estados son también influenciados por otras ideas y normas, tales como la ley y la importancia de la cooperación institucional. Muchos constructivistas son optimistas. Ellos señalan que los cambios en las ideas introducidos por Gorbachev en la década de 1980 condujeron a un conocimiento com­ partido sobre el fin de la Guerra Ería. De acuerdo a esta visión, la estructura social es importante para desarrollar políticas y procesos de interacción, los cuales conducirán hacia la cooperación más que hacia el conflicto. Los pensadores constructivistas basan sus ideas en dos asunciones principales: a) que las estructuras fundamentales de la política internacional son construidas socialmente; b) que cambiar forma en que pensamos sobre las relaciones internaciona­ les puede ayudarnos a traer mayor seguridad internacional (Baylis 2008: 234-235). Los enfoques reflectivistas incluyen diferentes aproximaciones, como son la teoría crítica, las corrientes feministas y las corrientes postmodernistas. La teoría crítica focaliza su atención en la forma en que las instituciones emergieron y en cómo cambiarlas. Los Estados no deberían ser el centro de análisis porque ellos son parte del problema de inseguridad en el sistema internacional. La aten­ ción debería estar focalizada en el individuo más que en el Estado (Baylis 2008: 235). Desde esta perspectiva, la seguridad es definida en forma multidimensional, incluyendo tópicos militares, pero también económicos y ecológicos. Se trata de una seguridad común, que se focaliza en la eliminación de todos los tipos de violencia. Se sugiere que los movimientos sociales relacionados con la paz, el medio ambiente, la democracia, los derechos humanos y el feminismo, tienen el po­ tencial de proveer una visión de la seguridad global que proteja la seguridad de todos los individuos (Tickner 1997: 187-190). 2OO

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Las escritoras feministas también desafían el énfasis tradicional en el rol central del Estado en los estudios sobre seguridad interna­ cional. Todas comparten la visión de que la política internacional en general y la seguridad internacional en particular han sido escritas desde un punto de vista masculino. Las feministas arguyen que incluir las experiencias de las mujeres, introducir el concepto de género como categoría de análisis y examinar las desigualdades en las relaciones de género puede ayudar a construir una definición más comprehensiva de la seguridad. Estas perspectivas buscan reconsi­ derar el análisis tradicional de la seguridad sustentado en un marco exclusivamente estatista; por el contario, se enfatiza la interrelación de la violencia física en todos los niveles de la sociedad, desde el combate militar a la violencia doméstica (Tickner 1997: 190-193). Los años recientes han visto también la emergencia de una aproximación postmodernista a las relaciones internacionales, que ha producido una perspectiva distinta hacia la seguridad in­ ternacional. Los postmodernistas ven el realismo como uno de los problemas centrales de la inseguridad internacional. Esto es debido a que el realismo es un discurso de poder que ha sido dominante en la política internacional en el pasado y que ha promovido la competencia de seguridad entre los Estados. La idea es que una vez que el programa del realismo sea reemplazado por un nuevo programa basado en normas cooperativas, los individuos, Estados y regiones aprenderán a trabajar con los otros y la política global será más pacífica (Baylis 2008: 236).

4. Seguridad, sociedad global y cooperación Escritores de la escuela de pensamiento de la sociedad global explican que al comienzo del siglo XXI el proceso de globalización se ha acelerado hasta el punto de que es evidente el resultado de una sociedad global. Esto ha conducido a la obsolescencia de las guerras territoriales entre los grandes poderes. Al mismo tiempo, la humanidad enfrenta nuevos riesgos asociados con el medio am­ biente, la pobreza y las armas de destrucción masiva, en momentos en que el Estado nacional está en crisis. El fin de la Guerra Fría se ha caracterizado por la creación de movimientos sociales y también 201

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por la fragmentación de los Estados nacionales. Nuevas formas de inseguridad causadas por rivalidades nacionalistas, étnicas y religio­ sas han aparecido: Somalia, Bosnia, Kosovo (Baylis 2008: 236-237). Para Mary Kaldor la seguridad debe ser contemplada en el marco de una sociedad global. Esta autora británica señala que 1989 marcó el fin del conflicto global y la desintegración de los bloques, lo que permitió que los Estados y las instituciones internacionales pudieran compartir de una forma cooperativa y más receptiva a grupos de ciudadanos fuera de las esferas del poder. Esto posibilitó que las agrupaciones que habían luchado por la paz, la democracia y los derechos humanos durante la Guerra Fría tomaran ventaja de la nueva apertura que se inicia a partir de 1989. De este modo, la sociedad global describe un proceso en el cual nuevos actores -movimientos sociales, ONG, redes transnacionales, movimientos fundamentalistas y nacionalistas, movimientos anticapitalistas- se incorporan al sistema internacional (Kaldor 2003: 78-80). Kaldor agrega que el término de la Guerra Fría ha implicado el fin de las guerras de tipo moderno, que eran guerras entre Estados y grupos de Estados, cuyo objetivo era derrotar completamente al oponente. Emergen nuevas guerras, las que tienen lugar en los Balcanes, Africa, Asia Central y otros lugares, se caracterizan por tres componentes principales: a) la formación de redes más allá de las fronteras, lo que ocurre con las denominadas diásporas (tra­ bajadores palestinos o sudaneses en los Estados del Golfo, nuevos grupos de inmigrantes); b) la inclusión de actores globales, merce­ narios y voluntarios extranjeros, activistas humanitarios, ONG; c) la concentración de focos de conflictos en Estados débiles, donde la distinción entre lo interno y lo externo, lo público y lo privado no tiene el mismo significado que antes (Kaldor 2003: 119-120). Según la autora británica, la forma más esperanzadora de contro­ lar la guerra contemporánea es a través de la extensión y aplicación del derecho humanitario y de los derechos humanos. Diversos factores han contribuido a un énfasis renovado en el derecho humanitario desde la década de 1990: a) el cambio en la naturaleza de la guerra: aunque algunos aspectos ya estaban en el holocausto, el núcleo de las nuevas guerras lo constituye las violaciones a los derechos humanos; b) el contexto global de post Guerra Fría: el término de la Guerra 202

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Fría provee una oportunidad para las acciones internacionales; c) la emergencia de una sociedad civil global, con el crecimiento de ONG humanitarias y de derechos humanos (Kaldor 2003: 128-129).

vi. Conclusión Los temas y procesos que definen el sistema internacional post Gue­ rra Fría son múltiples y dan cuenta del predominio de un concepto, el de globalización, así como de un desarrollo que implica la emer­ gencia de nuevos actores internacionales y consecuentemente una crítica al enfoque estatocéntrico, que dominó la disciplina durante el período de Guerra Fría. En este sentido, hemos visto que las relaciones internacionales no pueden reducirse a los vínculos entre los Estados, sino que deben considerar también el rol creciente que tienen nuevos actores. Es a partir de 1989, en el contexto de la globalización -económica, cultural, tecnológica-, que surgen, cada vez con mayor autonomía de los Estados nacionales, movimientos religiosos, organizaciones políticas, movimientos de liberación nacional, grupos no legítimos, entre muchos otros actores transnacionales. En segundo lugar, es sustancial mencionar la conformación de un paradigma civilizacional, que da centralidad a los elementos culturales y religiosos en las relaciones internacionales. Este modelo entrega formas de análisis que permiten explicar particularmente el conflicto entre la civilización occidental y el Islam, al tiempo que coloca los temas culturales y religiosos en el debate internacional. En tercer lugar, debe considerarse el rol que han adquirido los extremismos de derecha y movimientos neonazis, así como la relación de estos con situaciones de discriminación e intolerancia, especialmente en lo que dice relación con manifestaciones de xenofobia, antisemitis­ mo e islamofobia en distintos contextos regionales e internacionales. Finalmente, cabe señalar la importancia de la seguridad, a partir del debate que se ha dado sobre seguridad nacional, internacional y global, recogiendo la función que cumple la cooperación sobre seguridad, de modo de avanzar hacia esquemas de seguridad común o cooperativa en el marco de la globalización y de la consiguiente conformación de una sociedad global. 203

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Capítulo

Economía

vi

política global (i)

José Miguel Ahumada Armando Di Filippo

i. Introducción Crisis financiera internacional; crisis de las instituciones políticas; crisis ecológica; crisis social. La crisis ha devenido en un estado trágicamente común en el escenario mundial actual. La situación no es nueva solo por la suma cuantitativa de situaciones críticas, sino por el giro cualitativo en su forma y alcance. Son crisis que afectan a la sociedad mundial como un todo. En cierta medida, superan la capacidad de las naciones de tomar cartas en el asunto. ¿Qué ha originado estas nuevas situaciones? ¿qué dinámicas globales yacen debajo de tales magros resultados? ¿qué formas de pensar debemos desarrollar para entender y buscar soluciones a dichos fenómenos? Lo que sigue intentará brindar una introducción a una nueva área de pensamiento que ha venido creciendo a lo largo de las últimas décadas y que intenta crear una nueva mirada a las temáticas globa­ les con el fin de buscar soluciones a dichas incógnitas. Nos referimos a la Economía Política Global (desde ahora EPG). Hacer una introducción que sirva de brújula al estudiante que desee profundizar en el tema implica, primero que todo, indicar el origen de esta nueva línea de investigación. Principalmente su­ pone mostrar qué fallas en los desarrollos académicos anteriores generaron tal descontento que abrió la puerta a una nueva mirada. En términos prácticos ¿qué es lo que critica la EPG y justifica su existencia? Aquello será lo primero a desarrollar, con el objetivo de que el estudiante comprenda en qué se diferencia la EPG del estudio de las relaciones internacionales y de la economía internacional. 209

José Miguel Ahumada • Armando Di Filippo

En un segundo lugar, una introducción no solamente debe mos­ trar las diferencias entre las disciplinas, sino también dentro de la disciplina misma. La EPG es ante todo un terreno en disputa, donde debaten diferentes paradigmas internos, con sus propias líneas de investigación, marcos teóricos y premisas normativas. Clasificar di­ chos paradigmas es menos neutral de lo que parece; siempre existen olvidos y sobredimensionamientos dependiendo de la perspectiva del que clasifica1. En nuestro caso, buscaremos abarcar lo más posible dentro de los marcos que tenemos. Por supuesto, deberemos dejar de lado importantes enfoques a los que el estudiante interesado podrá acceder a partir de la bibliografía que presentamos. Hemos analizado cada paradigma considerando brevemente sus perspectivas sobre tres elementos: la visión del Estado y el sistema político internacional; el mercado nacional y la economía internacional; y su visión sobre los obstáculos y posibilidades de desarrollo económico. Consideramos que si el estudiante comprende las diferencias en aproximación respecto a dichas áreas, tendrá un conocimiento suficiente para adentrarse a debates más profundos. A su vez, hemos dividido los paradigmas en dos tendencias generales: la primera es el debate dominante en la disciplina, prin­ cipalmente entre el llamado enfoque liberal, el neorrealista y el realista crítico. Dicho debate será la materia del primer capítulo. La segunda tendencia corresponde a los enfoques radicales y crí­ ticos con el debate dominante: nos centraremos en el análisis del sistema-mundo y el Estructuralismo Latinoamericano, que serán presentados en el segundo capítulo.

ii. Volver

al punto de inicio

Desde el mismo origen de las ciencias sociales, estas han tendido a su propia fragmentación, es decir, a la constante especialización en específicas áreas con sus propios objetos de estudio y problemáticas. En lo que en un momento fue la economía política, hoy encontramos dos disciplinas diferentes: la economía, centrada en el estudio de la1 1

Por ejemplo, Gilpin (1990) divide los paradigmas en liberal, nacionalista y marxista, obviando un paradigma que desde los 60 ha venido buscando crear una nueva forma de ver el escenario internacional; nos referimos al Estructuralismo Latinoamericano. 2TO

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política global (I)

evolución de precios en un mercado, y la ciencia política, centrada en el estudio del poder y del Estado. Asimismo, la filosofía se separa de la religión, la política del derecho, mientras que la sociedad civil encuentra su propia disciplina, la sociología2. Junto con este proceso de fragmentación, viene la dinámica de institucionalización, en la cual cada disciplina busca su diferen­ ciación formal y explícita del resto, encontrando objetos de estu­ dio independientes, metodologías autónomas, y propias matrices ontológicas, epistemológicas y a veces, ya sea en forma explícita o implícitamente, hasta normativas. Un tercer proceso que se ha desenvuelto en el propio seno de las ciencias sociales es un consenso en torno a su arraigo espacial y escalar. El horizonte espacial y la escala privilegiada de investigación ha sido, aunque cada vez más sujeto a críticas3, el Estado- nación. La sociología en general hace referencia a sociedades nacionales (la sociedad chilena, argentina, etc.), al igual que la economía, la ciencia política y el resto de las ciencias sociales. Los conflictos y acuerdos entre los Estados han generado, siguiendo la dinámica de fragmentación antes comentada, una disciplina autónoma del resto, las Relaciones Internacionales, centrada en el análisis de las relaciones entre Estados y no dentro del Estado. En la actualidad, sin embargo, se comienza a vislumbrar un proceso de integración entre disciplinas que por mucho tiempo habían luchado por su separación-diferenciación. Han comenzando fuertes críticas a las problemáticas que el mapa de las diferentes disciplinas no lograba cartografiar. Ha habido nuevos llamados a análisis multidisciplinarios, a unir ciencias anteriormente separadas, y a crear, de este modo, problemáticas nuevas. Dentro del movimiento comentado, encontramos la EPG que se ha constituido como una nueva disciplina por dignidad propia, buscando volver a rescatar lo que fuera la tradición de la economía política. ¿Cómo categorizar la economía política global? El primer elemento para definirla será observar qué razones hicieron necesario su inicio. En segundo lugar, definiremos sus

2 3

Sobre este proceso, ver Wallerstein (coord.) 2006. Véase en especial Sassen (2006), Agnew, Corbridge (1995). 2.II

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principales objetos de estudio, para, finalmente, dar cuenta de los enfoques y debates que ocurren dentro de este campo.

ni. El

horizonte de la economía política global

Tradicionalmente, el estudio del escenario global se sustentó en una específica matriz académica. Por un lado, la ciencia política (en su subárea de Relaciones Internacionales) concentró su horizonte de análisis en las relaciones políticas y militares entre Estados, mientras que, por otro, el campo de la producción y distribución de bienes quedó en manos de la economía internacional. Junto a esta división del trabajo académico se adhiere otra dicotomía, la separación entre lo interno y externo al Estado. Ninguna de las dos disciplinas tiende a abordar temas internos al Estado, por considerarlos propios de otras áreas de estudio y ajenas a sus propias categorías. Bajo esta mirada, las relaciones entre Estados aparecían como autónomas e independientes de las relaciones económicas, mientras que estas últimas se desenvolvían al margen del sistema interestatal y bajo criterios completamente ajenos a los político-militares. Junto a esto, los comportamientos internos a las sociedades nacionales, no tenían, en principio, influencia considerable sobre el campo internacional. ¿Puede esta división del trabajo académico ser útil hoy en día? En lo relativo al área de las RRII, algunas versiones de la EPG consideran que: «lo que cuenta en las relaciones entre Estados ya no es la competencia por el territorio o por el control sobre los recursos naturales del territorio, sino la competencia por las cuotas del mercado mundial (...) En este nuevo juego, la búsqueda de aliados entre otros Estados conti­ núa, pero no por las capacidades militares que puedan aportar, sino por el poder de mercado que confiera una zona más extensa» (Strangc 1996: 28).

De este modo, considerar a la escala global como meramente interestatal (como lo es el horizonte de análisis de las Relaciones

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política global

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Internacionales), es obviar una parte medular del mismo: específica­ mente el orden económico, productor de los recursos que son utili­ zados por los Estados para fortalecer o aumentar su poder relativo4. De la misma forma, en su crítica a la economía internacional en cuanto campo de estudio, la EPG afirma que las relaciones econó­ micas no existen en un espacio neutral de agentes maximizadores, sino que aquellas siempre están arraigadas en instituciones políti­ cas, culturales y sociales que les dan sentido y dirección. Aquellas específicas formas que adquiere el mercado nacional (su estructura productiva, de demanda, distribución de poder económico entre agentes, sus formas de relacionarse con el mercado externo, la relación entre instituciones estatales con instituciones de mercado, etc.) son determinadas por relaciones de poder y autoridad que van más allá del mero análisis económico convencional, lo que hace necesario, para un correcto análisis económico, incluir también un análisis de lo político. A su vez, la economía nacional no se puede analizar como unidad autónoma, sino que su composición está, en gran medida, condicionada por los patrones de inserción en la economía mundial, por lo que obviar dicha escala limita también el horizonte de análisis. En base a lo anterior, la EPG comienza su trayectoria con dos premisas: en primer lugar, la economía (en cuanto campo en que se producen, consumen y distribuyen los bienes que hacen del sustento material del ser humano) y la política (en cuanto espacio en que se determinan los fines que nos establecemos como sociedad), no pueden ser analizados en forma separada, sino que se condicionan mutuamente. En segundo lugar, el análisis debe ampliarse a la escala mundial. Especialmente hoy, gran parte de los fenómenos naciona­ les internos, o están condicionados por procesos internacionales, o tienen fuertes impactos en la estructura global. Cada día más, los 4

Tal como afirma Ibañez, «Si existía una sociedad internacional al margen de las relaciones político-militares, los patrones de especialización académica su­ ponían un obstáculo fundamental para su conocimiento. Por un lado, estaban las separaciones entre Política, Economía, Derecho, Historia o Sociología, entre otras. Por otro lado, estaba la separación entre Ciencia Política (política interna y política comparada) y Relaciones Internacionales (política internacional y exterior). La especialización no contribuía a un mejor conocimiento de la sociedad internacional, sino que la entorpecía» (2005: 30). 213

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procesos sociales adquieren una dinámica supranacional, lo que requiere un análisis que vaya más allá de los límites de los Estados.

La dicotomía economía/política La sociedad moderna se caracteriza por dos subsistemas socia­ les cuyos principios organizativos conviven entre sí, teniendo, cada uno, específicas formas de distribución de recursos materiales y simbólicos. El primer principio organizativo es el del Estado- nación que puede examinarse individualmente o como componente de un sistema interestatal5. El Estado-nación es un subsistema social con una lógica orga­ nizativa dotada con las siguientes características distintivas6: 1. Orden legal-institucional: conjunto de normas y leyes a través del cual el conflicto social interno es coordinado y gobernado, y donde se establecen las normas para el uso de las tres bases materiales del poder: medios de producción, de destrucción y de reproducción. 2. Control territorial: sus límites son territorios específicos, que de­ limitan claras fronteras entre Estados, sustentadas en un control soberano y exclusivo del mismo. 3. Comunidad geográficamente arraigada: los miembros son par­ te de una «comunidad imaginada»7 delimitada por los límites geográficos del Estado (por ejemplo, somos «chilenos», pero no «argentinos»). 4. Lealtad: de lo anterior se deriva el principio de lealtad, esto es, los miembros de dicho territorio poseen una sumisión -derivada de acuerdos consuetudinarios, carismáticos o electorales- a la voluntad emanada del Estado. 5. Monopolio legítimo del uso de la fuerza: el Estado posee el control legítimo de los recursos de violencia.

En este sentido, podemos definir al Estado como: 5 6

Sobre esta caracterización, ver Gilpin (1976) y Arrighi (1999). Para una profundización de estos criterios, ver Wendt (1999: 202). Sobre este concepto, ver Anderson (1993). 214

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política global (I)

«Una forma de organización política, dotada de un orden jurídico y administrativo estable, propio de una comunidad identificada con un territorio determinado, que se caracteriza por la reclamación con éxito por parte del cuerpo administrativo -a través de premios y castigos materiales o simbólicos- de la obediencia ciudadana, en tanto en cuanto satisfaga su compromiso con lo que los conflictos y consensos sociales han establecido que son los intereses comunes» (Monedero 2003: XL).

La noción de sistema interestatal parte del hecho obvio de que el Estado no vive aisladamente, sino que convive e interactúa con otros Estados y busca, exitosamente o no, el reconocimiento de su existencia ante ellos. Un aporte importante de la disciplina de las Relaciones Internacionales ha sido dar cuenta de la «anarquía» en que viven dichos Estados. O sea, no existe un núcleo soberano que pueda establecer normas a los Estados bajo la amenaza de la vio­ lencia legítima. Los Estados viven en una tensión permanente por mantener su existencia y reconocimiento en la arena internacional, bajo la amenaza, ya sea latente o explícita, de ver sus fronteras o sus recursos de poder apropiados o eliminados por agentes forá­ neos (Estados, empresas, etc.). De este modo, la estructura política anárquica dentro de la cual conviven los Estados condiciona las prácticas políticas que estos realicen entre sí8. El segundo principio organizativo es el del mercado capitalista que puede examinarse en un ámbito nacional o como parte de la economía mundial capitalista. La lógica social que determina la producción, consumo y distribución de los bienes que conforman el sustento material del ser humano, se ha desarraigado de antiguas 8

Respecto a si la «estructura anárquica» impone a los Estados la necesidad de la rivalidad y competencia (tesis de Waltz respecto a la naturaleza inherentemente «hobbesiana» de la anarquía internacional), o si mediante instituciones internacionales se pueden generar climas de cooperación (tesis de Keohane), o si por el contrario, las propias interacciones simbólicas entre los Estados generan específicas constelaciones anárquicas (lo que Wendt denomina anarquía hobbesiana, lockcana o kantiana) es un tema que excede este espacio, por lo que solo apuntamos que existen condicionamientos por parte del sistema intcrcstatal sobre los Estados, con el fin de no imponer al lector una única visión al respecto véase Waltz (1979), Keohane (ed.1986), Wendt (1999). 215

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normas consuetudinarias, religiosas, políticas, etc. creándose una dinámica social con sus propias reglas, racionalidades y principios. Tal como afirma Polanyi (2003), con la era moderna, la economía se ha «desarraigado» de las instituciones políticas y religiosas, comenzando la producción a girar en torno a principios ajenos al reconocimiento social (como había sido previamente). La economía, de este modo, se instituye como mercado, es decir, como el espacio en que la producción/ingresos viene determinada por acuerdos contractuales de intercambio de mercancías por dinero o por títulos de crédito dotados de diferente grado de liquidez. Una caracterización más esclarecedora nos la da Polanyi cuando afirma, respecto a la transformación desde las sociedades precapitalistas a las capitalistas, que: «La transformación implica un cambio en la motiva­ ción de la acción de parte de los miembros de la sociedad: la motivación de la subsistencia debe ser sustituida por la motivación de la ganancia. Todas las transacciones se convierten en transacciones monetarias, y éstas requieren a su vez la introducción de un medio de cambio en cada articulación de la vida industrial. Todos los ingresos deben derivar de la venta de algo a otros, y cualquiera que sea la fuente efectiva del ingreso de una persona deberá considerarse como el resultado de una venta... la peculiaridad más sorprendente del sistema reside en el hecho de que, una vez establecido, debe permitirse que funcione sin interferencia externa. Los beneficios ya no están garantizados, y el comerciante debe obtener sus beneficios en el mercado. Debe permitirse que los precios se regulen solos. Tal sistema de mercado autorregulado es lo que entendemos por una economía de mercado» (Polanyi 2003: 90).

La racionalidad que determina las acciones de los agentes viene determinada por «el cálculo de las probabilidades de ganancia por medio del cambio» (Weber 2001:8). ¿Pero quién determina qué se produce y en cuánta cantidad (decisión que determina, a su vez, los ingresos y el empleo de la población)? Este poder económico viene asignado por quien controla a la inversión (o más ampliamente al capital aplicado a la producción de bienes y servicios) y, mediando 2l6

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las «señales del mercado» (precios, expectativas, etc.), se determina el cuánto de la producción. Si en la lógica estatal la distribución de derechos y obligaciones deriva de su condición ciudadana (arraigada geográficamente), en la del mercado, la distribución de recursos se da por la posesión de factores productivos (si se poseen capital, tierra, conocimientos o fuerza de trabajo). Si en el primer mecanismo la lógica es esencial­ mente «territorial» (o sea, guarda relación con fronteras geográ­ ficamente delimitadas), en el segundo, la lógica es esencialmente «desterritorializada» (el capital fluye por los espacios, se mueve de un país a otro cada vez con mayor facilidad). Si en el primero, el principio organizador axiológico es la «razón de Estado», en el segundo, es la rentabilidad. Si bien los Estados despliegan sus soberanías en ámbitos geo­ gráficamente delimitados, los principios organizadores, como tales, son inherentemente «mundiales», o sea, parafraseando a Wallers­ tein, son sistemas sociales que superan los límites de los Estados. El Estado actúa, hacia fuera, en un contexto anárquico mundial, y las empresas (agentes por excelencia de la economía capitalista) se mueven en una economía global. Si el Estado posee poder político (legitimación del monopolio de la violencia), la empresa posee poder económico (posesión de capital que determina producción social). La arena global como espacio de análisis, las relaciones interes­ tatales y económicas como espacios de tensión, cooperación e inte­ racción desde los cuales derivan específicos regímenes económicos y políticos locales, regionales, nacionales y globales y las relaciones de poder que derivan de aquellos regímenes son puntos de referencia indiscutidos de la EPG. Son puntos que nos llevan a definir su área de estudio, tal como la definió Gilpin: «la interacción dinámica y recíproca dentro de las relaciones internacionales, de la búsqueda de riqueza y la búsqueda de poder» (Keohane 1988: 33). A partir de lo anterior, la EPG, como área de estudio, se pre­ gunta concretamente:

1. ¿Cómo se explican las asimetrías en la distribución de recursos políticos y económicos en el plano global? 2. ¿Cuáles son los agentes más relevantes en la arena internacional? 217

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3. ¿Cómo se relaciona el sistema político mundial con la economía mundial? 4. ¿Cuáles son las fuentes de poder de los agentes nacionales y globales?

Cada una de estas preguntas amerita un libro por su propia cuenta, sin considerar que existen diversas respuestas, a partir de distintos enfoques teóricos. Lo que intentaremos aquí será ver cuáles son los principales enfoques que disputan la hegemonía académica de la EPG. Se pondrá un especial énfasis en su visión de lo económico y de lo político, así como en sus perspectivas de las fuentes del poder, que son la base misma a partir de la cual derivan las respuestas al resto de preguntas. Dar cuenta de las respuestas de cada enfoque a estos interrogantes es, consideramos, el mejor punto de arranque para que el estudiante pueda insertarse de lleno al mundo de la EPG. Hoy en día es posible, resumidamente, encontrar cuatro paradigmas teóricos en EPG que se disputan la hegemonía en la disciplina, estos son: el Enfoque Neoclásico; el Neorrealista; el Marxista; y el Estructuralista. Pero estos enfoques no nacieron de un día para otro sino que, por el contrario, tienen sus raíces en los debates insertos en la Economía Política Clásica, especialmente en las líneas de investigación desarrolladas por Smith, Ricardo, Marx y List, como también por economistas críticos contemporáneos (Keynes, Schumpeter) y cientistas sociales en general (tales como Braudel, Gramsci, Polanyi, Veblen, y un largo etcétera).

Enfoque liberal con especial referencia a su expresión neoclásica Este enfoque parte de una matriz ontológica básica. El prin­ cipio de todo orden social son los individuos considerados como propietarios maximizadores de utilidades en un contexto de escasez. A partir de este sujeto naturalmente optimizador, se asume otra premisa: la naturaleza lleva a los sujetos a intercambiar productos entre sí (lo que termina desembocando en la creación de mercados). Los individuos tienden inherentemente a «trocar, traficar e intercam­

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biar» como, previamente, en la historia de las ideas, nos recuerda el clásico Adam Smith. Posteriormente, los neoclásicos en sus dife­ rentes versiones (escuelas de Laussane, de Cambridge, y Austríaca) propusieron que el mercado y la maximización de utilidades de los consumidores serían los puntos de partida de cualquier tipo de análisis social, siendo el resultado el comportamiento de un agente que utiliza las señales del mercado para maximizar utilidades, en un escenario de intercambio de bienes vía sistema de precios. Aquellas premisas son la base de una muy específica lectura de la economía internacional. En primer lugar, la economía sería aquél espacio de intercambio libre de bienes y servicios entre agentespropietarios, comerciando en base a un criterio racional de coste de oportunidad que realiza cada parte. Los agentes-propietarios son los productores y consumidores, siendo las satisfacciones de las necesidades/preferencias de estos últimos las que determinan la producción. Además, dichos intercambios contingentes9 generan orden espontáneo sin necesidad de un ente central dirigente. En segundo lugar, la propuesta liberal (conjuntando en este pun­ to las propuestas clásica y neoclásica) asume una tercera hipótesis, relacionada con el resultado de dichos intercambios mercantiles. Tal como afirma el clásico Adam Smith, el mercado libre incentiva la eficiencia productiva y el crecimiento económico. En la medida en que los productores, compitiendo en el mercado, buscarán (para aumentar su ganancia) satisfacer de mejor medida las necesidades de los consumidores vía la innovación en la producción o en el producto, incrementarán las capacidades productivas, y acrecenta­ rán la producción generando más y mejores bienes y servicios para los consumidores. Todo esto tiene como resultado un constante aumento en el PIB per cápita, que se observa como un indicador de bienestar material. Esta noción de crecimiento económico guiada por el mercado es el fundamento de la riqueza social. A partir de esta idea fundacional de Adam Smith, que era intrínsecamente dinámica, los neoclásicos efectuaron una reformulación metodológicamente estática, según 9

O sea, espontáneos, no determinados por algún agente central, sino por el libre juego de los intereses privados de cada uno cristalizados en los trueques de mercado.

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la cual, a medida que cada agente racional opera en un mercado «perfectamente competitivo», se logra una asignación óptima de una dotación de recursos dados (Optimo Pareto1011 ). Así, se hace más eficiente la actividad económica y se logra una distribución funcional del ingreso que depende de la productividad marginal de cada factor productivo11. De este modo, las intuiciones originales del liberalismo clásico, fueron formalizadas de manera matemática por la economía neoclásica en el siglo XX. El modelo walrasiano de competencia perfecta convierte a los factores productivos en agentes despersonalizados, desestructurados y ahistóricos, por oposición a la teoría de las clases sociales contenida en la distribución funcional del ingreso de los economistas clásicos. La visión neoclásica actualizada y dinamizada en vertientes teóricas alternativas, implica varias cosas. Primero, el mercado es un sistema en el que los empresarios aumentan su riqueza solamente en la medida en que puedan satisfacer de mejor manera a los con­ sumidores en competencia con otros productores. La riqueza de los productores no se sustenta en control de territorios y poblaciones como en otras sociedades no capitalistas-, sino en su capacidad para innovar, o sea, en su capacidad para crear nuevos bienes o formas de producción más eficientes para la población. Como innovador, el empresario (diferente de la mera administración de una empresa), logra generar nuevas estructuras productivas más avanzadas, siendo el agente medular para el desarrollo económico. Esto significa que el mercado, además de aumentar el PIB per cápita, genera nuevos productos y servicios, completamente diferentes de los estados an­ teriores, más sofisticados y, producto de la competencia, tendientes constantemente a la baja de sus precios12. Segundo es que, si bien el sistema de mercado genera desigual­ dades, estas no derivan de relaciones de sometimiento, control o dominación, sino del aporte que cada uno haga al resto, vía el mer­ cado. En cierta medida, los liberales explican la desigualdad como 10 Optimo Pareto: punto de máxima producción, donde no se puede satisfacer a un individuo sin afectar a otro. Dicho de otra manera, es el momento en que la producción llega a su frontera de posibilidades. 11 Un buen resumen de este enfoque está en Gilpin (1990) capítulo 2. 12 Sobre la relación mercado-empresario innovador y desarrollo ver Schumpeter (2010). 220

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un elemento natural al hecho de ser cada uno diferente. A pesar de eso, el mercado tendería a eliminar la pobreza material absoluta, justamente por la competencia entre empresas, que buscan aumentar la demanda de sus productos, entre otras cosas, bajando el precio. Tercero, el mercado, cuando funciona sin elementos exógenos que intervienen, tiende necesariamente al pacifismo. En cuanto principio ordenador, los flujos de bienes se determinan por los intereses maximizadores de cada sujeto, resultando de todos estos intercambios un bienestar general mayor que si no existiera el mercado. Este proceso lima los antagonismos y luchas por recursos, ya que dejados en libertad, los sujetos generarán mercados en que el propio beneficio individual colaborará en el bienestar del resto. Ahora bien, el mercado tiene una tendencia a expandirse, a llegar a espacios que antes no estaban «mercantilizados». De este modo, el mercado logra extenderse a nivel mundial, terminando por fagocitar a todos los mercados locales y nacionales.

La paz perpetua: la visión liberal de la economía internacional ¿Qué es lo que mantiene unida la economía internacional? En ausencia de un Leviatán que asegure un pacto entre naciones ¿por qué los países, maximizadores de recursos políticos y económicos, no estallan en una guerra permanente por el control del resto, como lo pronosticaba la anarquía hobbesiana? La respuesta liberal es una respuesta ilustrada: porque solo la libertad de comercio pacífico permite que se puedan satisfacer en forma constante, permanente y creciente las necesidades de todos los agentes partes. En vez de buscar la paz en la moral o en reglas externas de naturaleza dogmá­ tica (emanadas de algún déspota, monarca, rey, Dios), la dinámica del mercado lograría, según esta visión, conciliarse con las pasiones individuales y ser promotora de paz13. El principio rector del comercio internacional que se ha im­ puesto desde el siglo XIX es el principio ricardiano de los «costos comparativos», el que fue reformulado por la economía neoclásica 13

Sobre el tema de las pasiones, de la moral, y de cómo surge en la filosofía la idea del mercado como el mecanismo vinculante de la sociedad sin necesidad de un agente central, véase Ronsanvallon (2006). 2.2.1

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como principio de las ventajas comparativas, especialmente en la versión de Heckscher y Ohlin. El rasgo central del principio ricardiano de los costos comparativos es que un país puede ser más eficiente, expresado en sus costos laborales, en la producción de todos sus bienes pero sus costos comparativos internos le permiten especializarse en aquellos productos, donde es relativamente más eficiente. El resultado es una mayor y más diversificada oferta de bienes para todas las partes que comercian. En la versión aggiornada por la economía neoclásica del princi­ pio ricardiano se parte postulando que la producción de cada bien tiene un determinado costo de oportunidad, o sea, si produzco X, estoy dejando de producir Y. De este modo, «un país tiene ventaja comparativa en la producción de un bien si el coste de oportunidad en la producción de este bien en términos de otros bienes es inferior en este país de lo que lo es en otros países» (Krugman y Obstfeld 2000:15); por lo tanto, si cada país se especializa en los bienes en que posee dicha ventaja comparativa, el total de producción es mayor. Del principio anterior podemos «explicar» las formas de co­ mercio internacional. Siguiendo el modelo Heckscher-Ohlin14 de raíz netamente neoclásica, cada país, dependiendo de su dotación inicial de factores productivos, se especializará en aquellas actividades que, (bajo condiciones absolutamente irreales de competencia perfecta), registren ventajas comparativas derivadas de aquella especialización. Las verificaciones históricas y empíricas no han avalado esta propuesta teórica. El modelo neoclásico, igual que el clásico, fueron concebidos bajo la premisa de la inmovilidad internacional de los factores productivos. Sin embargo, en sus formulaciones contemporáneas propias de la era global, la escuela afirma que los principales factores productivos (trabajo, capital, tecnologías), pueden desplazarse (ya sea vía inver­ siones extranjeras, migraciones e intercambio comercial) a través de los países bajo el criterio de rentabilidad, siendo el mercado el mejor asignador de dichos recursos en el plano internacional. Así, la teoría insiste en plantear que, a largo plazo, los países -regidos por el libre mercado- convergerán en un nivel de crecimiento similar, tendiendo a homogeneizar el bienestar social mundial. 14

Sobre los fundamentos de este modelo, ver Krugman y Obstfeld (2000). 222

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Ahora bien, la teoría predice que, dejando el mercado funcio­ nar libremente, cada país generará una especialización productiva acorde a sus ventajas comparativas, pero no siempre sucede así. Los mismos cultores de la economía neoclásica reconocen que en la sociedad civil y económica no solo existen sujetos productivos, sino que también existen agentes rentistas. Dichos agentes buscan maximizar ingresos no en base a su eficiencia productiva de cara a aumentar su competitividad en el mercado, sino buscando levantar barreras al intercambio, y generando monopolios vía restricciones al mercado15.

Maximizadores de Rentas, Estado y sistema político Aquellos maximizadores de rentas son agentes que buscan, en la mayoría de los casos, utilizar recursos estatales, vía cabildeos, presiones, etc. para asegurar sus nichos de ingresos derivados de cierto control de algún factor productivo o comercial, impidiendo la competencia y el mercado. Ejemplos son sectores agrícolas (como los vigentes en Estados Unidos y en la Unión Europea) que buscan en el Estado mecanismos arancelarios que limiten la libre competen­ cia, o las industrias que nacen apoyadas por el Estado (como en la estrategia latinoamericana de sustitución de importaciones, aplicada desde los años cincuenta hasta el inicio de la era neoliberal). Merece recordarse que esta crítica a los comportamientos rentísticos toma como supuesto fundamental la capacidad autorreguladora de un mercado eficientemente competitivo. En gran medida, el Estado es el agente privilegiado para las acciones maximizadoras de rentas, fundamentalmente porque el sistema político es, desde este enfoque, un aparato institucional que está gobernado por agentes (burócratas, partidos políticos, etc.) «maximizadores de votos y del presupuesto gubernamental»16, Sobre el enfoque de «buscadores de rentas», ver los artículos fundacionales de Tullock (1967) y Krueger (1974). 16 Es interesante notar que la economía neoclásica, al momento de entender el sistema político como gobernado por agentes maximizadores de votos, busca «endogcncizar» al sistema político en la matriz económica, insertándole una racionalidad instrumental económica a los agentes políticos. Hoy, tanto en EEUU como en algunas academias chilenas, se 15

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que no velan por los intereses de la ciudadanía, sino por los suyos propios (reproducir sus cuotas de utilidades)17. En este contexto, en ausencia de instituciones que permitan una adecuada accountability (verificación de responsabilidades) por parte de la sociedad civil sobre el gobierno, se da el espacio para que los maximizadores de rentas en la sociedad civil se articulen con los maximizadores de votos en el sistema político, generando interferencias en el mercado y, por consiguiente, una asignación ineficiente de recursos (ya que no están determinados por los criterios de mercado), generando externalidades negativas en la población18. De esta forma, las prácticas rentistas, con sus lógicas monopoliza doras, según estas versiones de la teoría neoclásica, generan un juego de suma cero impidiendo la dinámica del mercado libre, y posibilitan­ do un sector rentista (que obtiene sus ganancias no por su capacidad productiva, sino por el control arbitrario de factores restrictivos). El juego suma cero es inherentemente violento y agresivo19, rompiendo la armonía espontánea del mercado, dando pie a conflictos. Para el liberalismo, por tanto, el conflicto político es esencialmente una lucha entre rentistas, producto de estas lógicas antieconómicas. Lo anterior lleva a entender el sistema global como un sistema armónico solo si se generan las instituciones adecuadas: en el plano político, posibilitando adecuados mecanismos de accountability, y en el económico, con instituciones20 que resguarden los derechos

17 18 19

20

considera el término «economía política» justamente como el análisis de elección racional aplicado a los agentes políticos. Sobre esta escuela, ver Tullock y Buchanan (2010). Un interesante análisis empírico chileno sobre esta articulación en el caso de IANSA es Bolívar Ruiz (ed.) (2005). Tal como afirma Wcbcr, refiriéndose a los diferentes tipos de capitalismos, en lo relativo a los «capitalismos irracionales», «todas estas formas de capitalismo se orientan hacia el botín, los impuestos, las prebendas oficiales, la usura oficial» (Weber 2001: 282), mientras que el capitalismo racional y pacífico es aquel «que tiene en cuenta las posibilidades del mercado, esto es, las oportunidades económicas en el sentido más estricto de la palabra, y cuanto más racional es, tanto más se basa en la venta para grandes masas y en la posibilidad de abastecerlas». Las instituciones son, para North (1990), el conjunto de reglas de juego de una sociedad, pudiendo ser formales (leyes, constituciones, etc.) c informales (códigos de conducta, patrones de comportamiento, imaginarios sociales, etc.). 224

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de propiedad, disminuyan los costos de transacción21 y la creación de regímenes rentistas. Dichos regímenes serían el sustento de las lógicas imperialis­ tas en el plano internacional, ya que cada Estado (asediado por la alianza «Burócratas-maximizadores de rentas») ingresa al juego suma cero de control monopólico de recursos económicos interna­ cionales. En este sentido, el imperialismo y la violencia interestatal serían, desde esta perspectiva, unas prácticas ajenas a la armonía del mercado capitalista internacional. Por lo tanto, dejando ac­ tuar a este libremente, la armonía y progreso se desenvolverían espontáneamente. Tal como afirma Schumpeter, «en un mundo fundamentalmente capitalista no podía haber terreno abonado para impulsos imperialistas (...) el pacifismo moderno, en sus fun­ damentos políticos (...) era incuestionablemente un fenómeno del mundo capitalista» (1965: 104-106). Para resguardar los intereses globales del mercado, se afirma el rol dirigente de un país hegemónico que pueda defender lo que es considerado un «bien público global», el mercado mundial. Cada potencia hegemónica liberal, en la medida en que posea capacidad de forzar a otros países a adoptar regímenes liberales, crea las ins­ tituciones que permiten el libre desarrollo del mercado. La llamada hegemonía inglesa junto con la siguiente hegemonía norteamericana serían ejemplos de esto22. Un enfoque alternativo, aunque dentro de la teoría liberal, es el de Keohane (1988), quien postula una racionalidad maximizadora y egoísta por parte de los Estados, planteando que mediante instituciones que disminuyan los costos de transacción y generen flujos de información requeridos por el libre comercio, se pueden generar espacios de cooperación entre Estados que permitan crear el clima requerido para el libre desenvolvimiento del mercado mundial. Un ejemplo de las instituciones a que se refiere Keohane es la OMC que, estableciendo reglas claras de comercio, pres­ cribiendo conductas y amenazando con castigos comerciales a

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Sobre el rol de las instituciones en el mercado desde una perspectiva neoclásica, ver North (1990). 22 Sobre esta teoría, ver Kindleberger (1973). 225

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quienes violen las reglas, logra disminuir la incertidumbre de los acuerdos entre Estados.

Desarrollo, instituciones y mercado Resumiendo lo visto, el enfoque neoclásico propone ver al mercado y su globalización como fenómenos inherentemente pa­ cíficos y armónicos, donde todos los países logran aumentar sus riquezas en la medida en que pueden especializarse en sus ventajas comparativas23. Así, mediante flujos de inversiones, y de procesos migratorios (inherentes al desenvolvimiento del mercado), logran incrementar sus capacidades productivas y de innovación. Este sistema, al margen de fenómenos exógenos, es concebido como esencialmente apolítico. O sea, carece de estructuras de poder, ya que para generar riquezas, no es necesario el sometimiento de tipo, por ejemplo, imperialista. Las relaciones de poder, por el contrario, son generadas por agentes rentistas que, articulados con maximizadores de votos y presupuestos de gobiernos, generan monopolios, dando como resultado juegos de suma cero (ausencia de crecimiento). Dichos juegos limitan el mercado, crean ineficiencias y altos costos sociales y fortalecen relaciones de dominación entre países. El desarrollo para este enfoque es un producto del libre des­ envolvimiento del mercado y el subdesarrollo, por tanto, es una insuficiencia de mercado en las estructuras económicas de dichos territorios. En el marco de estas insuficiencias, la asignación de los factores productivos (recursos naturales, capital, trabajo, conoci­ miento, etc.) y de la producción no necesariamente responden a criterios de mercado, sino a estructuras rentistas oligopólicas que generan asignaciones «subóptimas» de recursos24. En consecuencia, el problema del subdesarrollo es: cómo crear instituciones que ase­ guren la existencia del mercado en aquellos espacios económicos, eso es, cómo asegurar los derechos de propiedad y la reducción de los costos de transacción.

Para una defensa contemporánea a la globalización desde una perspectiva liberal, ver Wolf (2005). 24 Esto es, distribuyen recursos a objetivos ajenos a la producción económica, como el lobby, control político, soborno, y no a inversiones capitalistas. 23

2.2.6

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De este modo, ha emergido un «neoinstitucionalismo conserva­ dor», según el cual el mercado eficiente no es un fenómeno espon­ táneo, sino el resultado de un arreglo institucional que asegura que los bienes y factores tengan un precio de mercado (sean mercancías en un mercado libre). Así, el fundamento del desarrollo es el forta­ lecimiento de instituciones que mermen el crecimiento de agentes rentistas y permitan la eficiencia productiva derivada del mercado25. En el fondo, la diferencia de riquezas entre países afirma este enfoque; es un problema de incapacidad de los países subdesarro­ llados (presos de oligarquías rentistas articuladas con las burocra­ cias nacionales) para crear instituciones que consoliden mercados eficientes26. Del mismo modo se postula que los problemas políticos en el sistema internacional son derivados de los conflictos de juegos de suma cero entre estas mismas oligarquías. La promesa liberal ya nos es clara: el objetivo de crecimiento a largo plazo (objetivo económico) y la armonía (objetivo político) son complementarios con la ampliación del sistema de mercado; el deseo de riquezas con paz puede ser satisfecho por las fuerzas del mercado con su armonía, mientras que los limitantes de un orden internacional pacífico y próspero son los intereses corporativistas, gremiales y rentistas de oligarquías deseosas de mantener privilegios fuera de la competencia económica27. ¿Es todo tan claro? ¿Acaso no crea el mercado en sí mismo conflictos entre Estados? ¿Se comportan los empresarios realmente como precio-aceptantes, deseosos de bañarse en los mares de la competencia? ¿Funciona el mercado capitalista en los términos armónicos planteados anteriormente o también se pueden generar mecanismos igualmente capitalistas pero distintos a la libre compe­ tencia? ¿El Estado debe solamente asegurar derechos de propiedad o tiene también otra función en el desarrollo? Por último, ¿los agentes en juego son únicamente los rentistas violentos y cobardes versus los capitalistas pacíficos e innovadores? La respuestas a estas dudas 25 Sobre este punto, ver el análisis de North (1990). 26 Tal como afirma North, «La incapacidad de sociedades de desarrollar contratos de bajo costo de cumplimiento es la fuente más importante tanto del estancamiento histórico como del subdesarrollo contemporáneo del Tercer Mundo». [Traducción propia) (1990: 54). 27 Uno de los libros más importantes de este enfoque es Olson (1984). 227

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que nos genera el enfoque neoclásico vienen de diferentes visiones, pero comenzaremos con aquella que plantea volver a traer al Estado de vuelta: el neorrealismo.

El enfoque neorrealista El enfoque neorrealista parte de una premisa a partir de la cual se elabora todo su armazón teórico. Si el enfoque liberal se susten­ taba en la armonía del mercado mundial de David Ricardo y en la espontaneidad del intercambio de Adam Smith, el neorrealismo parte del nacionalismo de Friedrich List. Tal como afirma List «el rasgo característico del sistema que expongo es la nacionalidad. Todo mi edificio está construido sobre la idea de la nación como intermediaria entre el individuo y el género humano» (List 1944:16). A diferencia de la economía neoclásica, esta perspectiva plantea que la economía nace arraigada en un Estado; de este modo, las economías privadas (de unidades domésticas y empresas) no exis­ ten en un vacío político, sino en una constante interrelación con los intereses colectivos de los Estados. La nacionalidad, en cuanto «comunidad imaginada», es una fuerza determinante de la estruc­ tura económica, en la medida en que posee intereses relativamente autónomos de las fuerzas económicas individuales internas. En lo que atañe al papel del Estado, los antecedentes más ilus­ tres de esta visión nos remontan al mismo Aristóteles. Sin embargo las formulaciones más modernas referidas al sistema capitalista, se remontan, cabe reiterarlo, a las formulaciones de List. El punto anterior es esencial. Para el neorrealismo, el Estadonación es el agente más importante del sistema económico y político internacional. Sus capacidades de establecer las reglas del juego, de crear instituciones que consoliden su desarrollo interno, de «condu­ cir» las relaciones económicas de cara a sus propios intereses indi­ viduales ha sido el motor de la estructura económica internacional. Más que un desarrollo económico sujeto a conflictos entre rentistas y agentes productivos, el neorrealismo afirmaría que son los Estados los agentes que determinan patrones de relaciones comerciales con el exterior, estructuras productivas internas y presiones económicas a otras naciones. De este modo, el neorrealismo propone al sistema 228

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político internacional como el principio básico a partir del cual se desenvuelve el orden económico, dando a entender que la economía existe siempre incrustada en dicha matriz, y a su vez la economía y su desarrollo expansivo influye sobre los recursos de poder que los Estados utilizan. En la evolución de la perspectiva neorrealista se acepta la presencia y la acción de empresas multinacionales, ONG, etc. en la medida en que son agentes que actúan con criterios pro­ pios aunque se sigue sosteniendo que es el Estado el agente que los condiciona y les pone los marcos de acción. Como excelente síntesis del enfoque (a partir del cual profun­ dizaremos en el mismo), leamos al principal representante actual de este enfoque en la EPG, Robert Gilpin: «El sistema político y de seguridad internacional provee el marco esencial dentro del cual la economía internacional funciona; la economía doméstica e inter­ nacional generan la riqueza, que es la base del sistema político internacional. Luego, con el paso del tiempo, la base económica del sistema político internacional cam­ bia de acuerdo a la «ley del crecimiento desigual»; la transformación resultante sobre el balance internacional de poder provoca en los Estados un cambio en sus inte­ reses y en su política exterior. Aquellos cambios políticos frecuentemente minan la estabilidad del sistema político y económico internacional y puede llevar, incluso, a con­ flictos políticos». [Traducción Propia) (Gilpin 2001: 23).

El párrafo anterior indica dos sistemas autónomos en interac­ ción: el sistema político y de seguridad internacional, cuyo agente medular es el Estado-nación y su principio ordenador, la seguridad interna del Estado en un contexto anárquico, y el sistema económico mundial, cuyo «crecimiento desigual» marca la base de recursos materiales de los Estados y es la matriz de la inestabilidad política. Comencemos por el sistema político.

Sistema Político: Anarquía y Estado-centrismo El Estado en el neorrealismo no es una institución que viene determinada por intereses maximizadores utilitarios de los agentes 229

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políticos de los gobiernos, como pregona la escuela neoclásica. Por el contrario, su identidad viene determinada por dos lógicas, una interna y otra externa. La primera dice relación con el «sistema nacional de economía política». En primer lugar, para Gilpin, la identidad del Estado viene de­ terminada por el sistema económico y político interno, definido este no por una abstracta relación entre un «mercado» preconstituido de antemano y un sistema institucional que, o ayuda al desarrollo del mercado, o le impone trabas rentistas, sino por las específicas formas que adquiere: 1) el objetivo primario de la actividad económica de un país; 2) el rol del Estado en la economía; y 3) la estructura del sector corporativo y de las prácticas comerciales privadas (Gilpin 2001: 149). Dichas formas no vienen determinadas a priori, sino que están constituidas por los derechos y obligaciones legítimamente aceptados por los miembros de un Estado, y su aceptación es a su vez producto del debate político entre grupos socioeconómicos poderosos, en la lucha política contingente28. De esta forma, en la economía política neorrealista de Gilpin:

«La economía es definida como un sistema sociopolítico compuesto por poderosos actores económicos o instituciones como grandes firmas, poderosos sindicatos, agroindustria de gran escala que compiten entre ellos por determinar las políticas gubernamentales como impues­ tos, tarifas y otras materias en forma que beneficien sus intereses. El más importante de estos poderosos actores es el Gobierno Nacional» [Traducción Propia) (Gilpin 2001: 38).

En este sentido, es posible entender la existencia de diversos tipos de capitalismos nacionales, destacando el capitalismo estatal desarrollista de Japón, el orientado al mercado norteamericano y el capitalismo social de mercado alemán, cada uno con sus propias 28 En este sentido, el objetivo económico legítimo y socialmente aceptado por la ciudadanía de un país no viene determinado de antemano (como lo afirman explícita o implícitamente los neoclásicos), sino que emana, al igual que el rol que asume el Estado y la estructura económica, de consensos y pactos sociales internos. Sobre este punto, ver el interesante artículo de Chang (2001) y Gilpin (2001), capítulo II. 230

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formas de intervención del Estado en la economía, criterios orga­ nizadores y estructura productiva29. En segundo lugar, para Gilpin también existe otra escala en que se determinan las identidades de los Estados y la relación Estado-sociedad, esta es la estructura política internacional. Tal como afirma Waltz: «Cada Estado llega a ciertas políticas y decide las acciones según sus propios procesos internos, pero estas decisiones están moldeadas por la presencia de otros Es­ tados, así como por las interacciones con ellos. Cuándo y cómo las fuerzas internas hallan una expresión externa, si es que lo hacen, no puede ser explicado en términos de las partes interactuantes si la situación en la que interac­ túan y actúan las limita, impidiéndoles algunas acciones, disponiéndolas a otras, y afecta los resultados de esas interacciones» (Waltz 1979:98).

¿Cuál es esta estructura? El neorrealismo afirmaría tajantemen­ te, la anarquía internacional. La estructura anárquica implica que el principio organizador internacional es horizontal (no existe un Gran Estado que mono­ police los medios de violencia mundial) y cada Estado es un agente autointeresado que busca mantener su soberanía y autonomía contra otros Estados igualmente auto interesados. Si cada agente está en un contexto anárquico y de auto-ayuda, la primera base de su conducta debe ser la supervivencia, pero eso es solo el principio. La supervivencia también va, posteriormente, ligada a la ausencia de vínculos de dependencia (que limitan so­ beranía y dan el pie para la dominación); tal como afirma Waltz: «Al igual que otras organizaciones, los Estados procu­ ran controlar aquello de lo que dependen, o disminuir el grado de dependencia. Esta simple idea explica gran parte de la conducta de los Estados: sus embates imperiales destinados a ampliar el grado de control, y sus luchas au-

29 Sobre un análisis contemporáneo de las diversidades de capitalismo, véase Hall, Soskice (ed.) (2001). 231

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tárquicas destinadas a lograr una autosuficiencia mayor» (Waltz 1979: 157).

Estos posibles vínculos de dependencia, tal como afirma Waltz, dan pie para expansiones militares, como lo es el «imperialismo de gran poder». Es en este sentido en que cada agente puede, en potencia, ser un enemigo, ya que nunca se obtiene una completa información de lo que está pensando el otro. Pueden existir, por lo tanto, acuerdos tanto políticos o económicos en los cuales exista una ganancia absoluta para cada uno (los países incrementan su riqueza producto de un acuerdo de cooperación, aunque de forma desigual), pero la propia estructura internacional tiende a desincen­ tivar este tipo de acuerdos. Si bien el país X puede ganar 2x con un acuerdo comercial con Y, que recibirá 4x, este tipo de acuerdo permite el crecimiento mayor de Y sobre X lo que, en potencia, puede ser utilizado por Y sobre X. Este tipo de ejercicios nos permite entender dos conductas de los Estados producto de su posición en la estructura internacional: 1. La conducta egoísta de los Estados (tal como lo son las empresas en el mercado) de maximizar sus intereses en forma individual. 2. La conducta en torno a la búsqueda de seguridad por parte de los Estados como acción mínima a seguir.

En términos generales, se afirma que el Estado entra al sistema político internacional con ciertos intereses prefigurados -determi­ nados por los acuerdos sociales de las elites nacionales-, pero estos deben, quieran o no, amoldarse al contexto internacional anárquico, donde el Estado asume intereses en cuanto tal (o sea, al margen de los intereses nacionales)30, como son: independencia nacional, se­ guridad militar y maximización de recursos políticos y económicos. Dicho lo anterior, ¿cómo se relaciona este sistema con el orden económico internacional?

30 Tal como afirma tajantemente Gilpin, «la preocupación central del Estado son sus intereses nacionales, definidos en términos de seguridad militar e independencia». [Traducción propia) (2001: 17). 232

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Economía internacional: competencia imperfecta y crecimiento desigual El neorrealismo, como vimos, parte de una lectura de la economía nacional fuertemente institucionalista. Pero su lectura de la economía internacional es, también, una alternativa al enfoque neoclásico. Tomando las ideas de List (1944), el neorrealismo ve la ne­ cesidad de hacer una diferencia entre la «economía del valor de cambio cosmopolita» (los intercambios en el mercado que vela por los intereses de la «humanidad», descontextualizada de su matriz nacional), y la «economía política nacional» (centrada en la creación de fuerzas productivas nacionales). La primera es la economía smithiana, centrada en la teoría de las ventajas absolutas, posteriormente reformulada en sus versiones ricardianas y neoclásicas, según las cuales el intercambio de bienes entre países con diferentes dotaciones de factores, incrementará el ingreso real de todos, sean productores de materias primas o de alta tecnología. En la versión ricardiana y neoclásica la preocupación central es incrementar los bienes totales de la economía, no incre­ mentar las capacidades productivas del país31. De este modo, no importa quién controla las tecnologías, o las rutas de circulación de bienes y el comercio, sino las ventajas derivadas del intercambio de los bienes en que los países poseen costes relativos inferiores. A esto, List responde: «En el estado actual del mundo, la libertad de comercio traerá no la república universal, sino la dependencia uni­ versal de los pueblos a la supremacía de la potencia preponderante en las manufacturas, el comercio y la navegación» (List 1944:119). De este modo, quien controla las tecnologías, la alta industria y las vías comerciales, posee un poder mayor de influir en el resto de las naciones, traduciendo esa capacidad material en poder político. Un punto central tanto de List como del actual neorrealismo, es que la nación como unidad social debe velar, en la medida en que vive en una anarquía política, por incrementar sus propias fuerzas productivas de forma autónoma y autocentrada, buscando, por 31

«El poder de crear riquezas es, pues, infinitamente más importante que la riqueza misma; garantiza no solamente la posesión y acrecentamiento del bien ya adquirido, sino que además el reemplazamiento de lo perdido» (List 1944:123). 2-33

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tanto, asumir un rol preponderante en la elaboración nacional del principal sector económico que permite una autonomía económi­ ca y seguridad política, el sector industrial, cuna del desarrollo de fuerzas productivas. La visión neorrealista centrada en los intereses de los Estados orientados a perpetuar su soberanía y no tanto en aumentar al ac­ ceso a bienes de consumo, llamará la atención en la forma en que se distribuyen, entre países, las riquezas derivadas del libre comercio. Como el propio enfoque neoclásico afirma, estas riquezas, si bien constantemente aumentan para todos vía el comercio, lo hacen en forma desigual. Unos países crecen más que otros, obtienen más ganancias que otros, aunque el resto puede, igualmente, aumentar su cuota de recursos. Esta situación de desigual acceso a recursos implica que existirán Estados más poderosos (ya que las riquezas se pueden reinvertir en poder duro -armamento-, poder blando -influencia cultural-, etc.), lo que, considerando el contexto político anárquico, lleva necesa­ riamente a tensiones, conflictos y luchas políticas entre Estados por controlar las mismas (o más) riquezas que el resto. Así, el propio comercio internacional (en la medida en que distribuye las ganancias de manera desigual) conlleva la tensión política entre sus agentes fundamentales, los Estados32. De este modo, los Estados buscan in­ tervenir en el comercio de cara a incrementar sus propias capacidades productivas, fortaleciendo su autonomía frente al resto de los Estados. Pero, más allá de las ideas fundacionales de List, el neorrealismo actual, para sustentar su hipótesis, debía demostrar que la conver­ gencia de riquezas entre países vía el comercio en el largo plazo no era real33, sino que podía mantener asimetrías en forma permanente. Para dicho fin, el neorrealismo, en la versión de Gilpin, hace suyas 32 Contrástese con la visión neoclásica del conflicto político como resultado de agentes ajenos al mercado (rentistas), donde el desenvolvimiento del mercado lleva inherentemente a la paz y armonía (ergo, a la desaparición del conflicto político). 33 Recordemos que las primeras teorías liberales del comercio afirmaban que (en términos muy resumidos), producto de los rendimientos decrecientes de la inversión de capital, en el largo plazo, los países pobres comenzarían a igualar las tasas de crecimiento del PIB per cápita con los países ricos, llegando a una convergencia en riquezas. Sobre este punto, ver Sala i Martin (2000). 2-34

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teorías económicas neoclásicas contemporáneas, denominadas «nuevas teorías económicas del crecimiento», específicamente la teoría del crecimiento endógeno, la nueva geografía económica y la teoría del comercio estratégico. Gran parte de las premisas de la teoría del «crecimiento endóge­ no», en especial la centralidad del progreso técnico y la innovación tecnológica, ya habían sido planteadas mucho antes por autores y corrientes tan diversas como Schumpeter, Myrdal, Prebisch, Furtado, Amín, etc. Qué duda cabe, por otro lado, que las dinámicas centro-periferia desarrolladas por Krugman han sido, desde los años cincuenta, la matriz teórica medular del Estructuralismo Latinoamericano. También la teoría del «comercio estratégico» ha sido elaborada, hasta podemos decir con mayor riqueza teórica, por diversas corrientes económicas latinoamericanas, en especial por el mismo estructuralismo y por la escuela de la dependencia. Estas teorías se «redescubren» contemporáneamente, con gran pulcritud formal, haciendo uso del lenguaje matemático de los modelos, bajo premisas abstractas y ahistóricas propias del enfoque neoclásico sin mencionar siquiera las visiones que las precedieron. Hechas estas salvedades, en lo que sigue se efectúa una esquemática presentación de las teorías del «crecimiento endógeno», de «la nueva geografía económica», y del «comercio estratégico», tal como fueron recogidas por la versión neorrealista de Gilpin. Tal como afirma la teoría del crecimiento endógeno34, la inversión en tecnología explica el crecimiento económico en el largo plazo. Esta inversión, en cuanto factor productivo, genera rendimientos crecientes35, por lo que los países pueden crecer indefinidamente (lo que cuestiona la hipótesis neoclásica de con­ vergencia en el largo plazo)36, y su nivel de crecimiento depende 34 Una introducción al enfoque se encuentra en Romcr (1994). 35 La tecnología muestra rendimientos crecientes tanto de escala a nivel de la empresa que introdujo la innovación (un costo fijo total que se reparte en una gran cantidad de unidades vendidas) como también en la medida en que su producción genera beneficios en el área en que se generó dicha difusión c incrementa su valor en su eventual difusión a otros campos (se aplica por otros agentes agregándole nuevos conocimientos, aumentando su eficacia, etc.). 36 «La teoría del crecimiento endógeno considera que el nivel de renta per cápita puede crecer sin límites dependiendo del nivel de inversión en 2-35

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del «cuánto» de la inversión en I+D, capital humano, infraestruc­ turas que fortalezcan la creación de «entornos innovadores», etc. hagan los agentes públicos y privados. A diferencia de inversión en capital fijo, o en la producción de materias primas, la inversión en tecnología genera «efectos de desparrame»; no solo beneficia al agente productivo que la implementa, sino que (debido a los caracteres de bien público que posee la tecnología37) genera externalidades en otros sectores, incrementando su productividad, generando economías de escala, diferenciando la producción, y de este modo, generando una competencia monopolística38. Nótese que solamente la tecnología genérica no patentable privadamente (por ejemplo, la decodificación del genoma humano) es la que puede generar los citados efectos de desparrame. Junto a esto, y considerando las aportaciones de la «nueva geografía económica»39, se afirma que la producción tecnológica (madre del desarrollo económico) no se desenvuelve horizon­ talmente en todos los territorios, sino que tiende a generarse en aglomeraciones industriales arraigadas en específicos espacios geográficos. Por condiciones específicas de partida -histórica, social y geográficas-, las industrias tienden a concentrarse en determina­ dos territorios, y a través de procesos acumulativos, se comienza investigación tecnológica, por lo que la brecha existente entre países ricos y pobres puede ensancharse» (Hernández Rubio 2002:97). 37 A medida que se usa el conocimiento, este no pierde su valor, sino que aumenta. Por otro lado, el uso de otro agente del conocimiento tecnológico no disminuye el uso que puede hacer uno sobre el mismo. 38 Economías de escala: proceso en el que mientras aumenta la producción de un bien, el coste unitario disminuye. Un gran coste inicial (inversión en una novedosa tecnología) implica que, a medida que se producen más bienes, el costo por unidad decrece. Este proceso tiende a generar límites a la entrada a un mercado, las grandes empresas poseen mayores tasas de productividad que las pequeñas empresas, tendiendo a la concentración oligopólica. Diferenciación del producto: acto de innovación tecnológica en que se altera el objetivo o la forma del producto de cara a «diferenciarlo» de los productos semejantes, para generar un mercado relativamente propio. Competencia monopolística: situación de mercado en que pocas empresas se ocupan de un mercado. Cada empresa tiene libertad de entrar o salir, pero debido a las economías de escala y a las prácticas de diferenciación del producto, solo unas pocas son las que realmente compiten. 39 Sobre este enfoque, ver las aportaciones de Krugman (2008; 1997). 236

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a reforzar la concentración territorial. A medida que empresas comienzan a aglutinarse en un territorio geográfico determinado -resultado, en un principio, contingente, según afirma Krugman (1992)-, un tejido industrial espacialmente arraigado comienza a disminuir los costos de transporte entre las empresas que proveen insumos y las que ensamblan las partes, disminuyendo el tiempo de circulación del capital, reduciendo los costos de circulación. Además, siguiendo la hipótesis de Alfred Marshall, los tejidos em­ presariales consolidados permiten que la producción tecnológica generada en una empresa pueda fluir, en forma de externalidad, a toda la aglomeración industrial, fortaleciendo al tejido productivo mismo, incrementando su productividad y, mediante un proceso acumulativo, fortaleciendo aún más al conglomerado, en un cír­ culo virtuoso. Este proceso de concentración industrial (creadora de econo­ mías de escala y externalidades positivas para todo el sector), deviene en la creación de Centros de desarrollo tecnológicos, industrial y de innovaciones, creando estructuras oligopólicas, que a su vez crean periferias arraigadas geográficamente en otros espacios y países. La dinámica centro-periferia que «redescubre» el neorrealismo es medular. Le permite ver la economía internacional como perma­ nentemente jerárquica, donde los principales factores productivos (especialmente la tecnología con sus altos efectos «spillover» [des­ parrame], permiten aumentar la productividad en todo un sector) se concentran en centros, relegando a la periferia el producir insumos y materias primas para dichos centros. Este proceso implica un «Cre­ cimiento Desigual» entre naciones, siendo justamente la fuente de las tensiones entre los Estados. Las ganancias relativas asimétricas derivadas de este crecimiento desigual, tienden a hacer que los Es­ tados, a su vez (producto del contexto anárquico), compitan entre sí por obtener las fuentes del desarrollo productivo (tecnología, control financiero, etc.), a expensas del resto de los Estados (debido a que el control de dichas fuentes es base del control de mercado). Según Gilpin (2001; 1990), la dinámica en el corto plazo es hacia la dualidad centro-periferia, pero en el largo plazo, y vía los flujos comerciales, de inversiones y de migraciones, se comienzan a generar nuevos emplazamientos industriales, nuevos territorios 2-37

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competitivos, cuestionando el liderazgo de un país poseedor de dichas ventajas derivadas de sus tejidos industriales. Producto de «ventajas del retraso» (mano de obra barata, oportunidades de inversión, etc.) las periferias atraen nuevas tecnologías y comienzan a devenir en nuevos centros. Sin embargo, este proceso de «difusión del desarrollo», no se genera, a su vez, en forma homogénea, sino que se condensa en específicos territorios, generando nuevas asi­ metrías, nueva matriz de tensiones, nuevos «tira y afloje» y nuevos conflictos entre Estados. De este modo, el neorrealismo nos llama la atención por el hecho de que el mercado mundial incrementa la riqueza total pero de forma desigual, lo que se traduce en el sistema político anárquico como asimetrías de poder, base misma del conflicto entre Estados.

«Bringing State back in»: la visión Neorrealista del Desarrollo Si de la matriz teórica neoclásica deriva una visión del desarrollo basada en el mercado libre, donde el Estado debe ser un vigilante que asegure los derechos de propiedad y disminuya los costos de transac­ ción, en el neorrealismo el Estado asume una función económica activa. Partiendo de la teoría del «comercio estratégico», hay sectores económicos que, por sus altas externalidades (especialmente en la industria), por sus barreras de mercado y por su importancia para toda la economía nacional, son estratégicos para el desarrollo. En­ tonces, estos sectores pueden ser objeto de políticas industriales por parte de los Estados para distribuir los beneficios al tejido económico nacional. Vía políticas industriales estatales, se puede generar una matriz social, tecnológica, infraestructura! y de distribución que per­ mita la generación de tejidos productivos altamente desarrollados, generando bienes competitivos para el mercado mundial40, superan­ do las ventajas comparativas naturales y creando nuevas ventajas competitivas41 estratégicamente establecidas por políticas activas. 40 Sobre este punto, ver Amsdcn (1997). 41 El concepto de «ventaja competitiva» es bastante ambiguo y diferente para varios enfoques. Resumidamente, y solo para aclarar el tema, entendemos por ventaja competitiva aquellas ventajas de un país en relación a otros sustentada no en su dotación inicial de factores que permite producir un 238

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En este sentido, el enfoque ve en el Estado un agente con intere­ ses en su propio fortalecimiento, y a la burocracia como un estrato social por sobre los intereses de la sociedad civil, lo que permite que el Estado pueda asumir una visión de largo plazo a la hora de determinar las políticas de desarrollo42. El Estado, de este modo, debe «gobernar al mercado» para encaminarlo al Desarrollo y no a la producción de materias primas43. Lo anterior no implica una planificación económica autárquica, sino cambiar los términos del comercio internacional vía políticas estatales estratégicas y selectivas que construyan junto al empresariado un tejido económico competitivo internacionalmente. De este modo, vía inversiones en I+D, en capital humano, en centros tecnológicos y vía políticas de subsidio a empresas, de cara a forta­ lecer procesos innovadores y resguardando a sectores económicos temporalmente de la competencia con grandes empresas multina­ cionales, el Estado guía las fuerzas del mercado hacia el propio fortalecimiento económico nacional. Nótese (a la hora de contrastar con el resto de los enfoques), que el neorrealismo utiliza un armazón teórico económico que le permite ver asimetrías internacionales que no tienden a la convergencia. Vía esta lectura, le permite observar un rol «productivista» al Estado, como agente activo en las relaciones comerciales, productivas y de inversión para fortalecer la «competidvidad» del tejido productivo nacional.

mismo bien a menor costo, sino en sus instituciones, marcos culturales, entorno, innovaciones, creadas socialmente y que además de disminuir costos, también generan productos diferenciados con novedosas cualidades que lo diferencian de sus competidores, creando ventajas scmi-monopólicas. 42 Sobre esta valorización del Estado como un agente con autonomía propia, y no como un producto de las dinámicas de la sociedad civil (ya sea como administrador de los intereses de la burguesía o producto de la lucha de clases en el marxismo, o un conglomerado de agentes maximizadores de rentas como en el enfoque neoclásico), ver Evans, Rueschemeyer y Skocpol (1985). 43 Ejemplos de Estados que gobiernan al Mercado lo son los países del Este Asiático, donde el Estado, en la postguerra: 1. Redistribuyó las tierras agrícolas, 2. Controló el sistema financiero y subordinó el capital financiero privado al capital industrial, 3. Promovió la adquisición de tecnología de empresas multinacionales y construyó un sistema de tecnología nacional, 4. Ayudó a determinadas industrias, etc. Sobre la visión de «gobernar el mercado» y el ejemplo asiático, ver Wade (1999). 2-39

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En general, dichos enfoques económicos (liberales) asumen que el desarrollo y el subdesarrollo dependen de variables estrictamente «nacionales». Es decir, dependen de la voluntad por parte del Estado de «conducir» las fuerzas del mercado. Por un lado, Lucas y Romer plantean que el desarrollo económico depende de la capacidad de inversión en capital humano e I+D, lo que requiere una activa par­ ticipación estatal-privada. Por otro lado, Krugman afirma que el desarrollo depende de la capacidad de movilizar recursos públicos y privados en forma «estratégica». Sea cual sea la opción, las teorías que comentamos comparten, curiosamente, una visión común del mercado internacional, como si esta fuera una herramienta neutral a utilizar por cada Estado. Los países subdesarrollados lo serían no tanto por la forma en cómo los centros capitalistas han configura­ do un régimen de acumulación de capital global estructuralmente asimétrico (como lo afirma el Estructuralismo Latinoamericano, y luego, la teoría de la Economía-Mundo), sino por una errada utilización del mercado (poca inversión en I+D, tecnologías, etc.). En suma, las teorías del crecimiento endógeno, de la nueva geografía económica, y del comercio estratégico, «redescubren» viejas visiones de la teoría económica y de la economía política estructuralista, pero lo hacen dentro de una matriz epistemológica propia del empirismo lógico que, como sabemos, hace caso omiso a la historia y a las estructuras y, por lo tanto, no examina la dinámica de largo plazo del capitalismo a escala global. Tal como se observa, el enfoque neorrealista nos plantea una visión de desarrollo bastante diferente de la neoclásica. En la ver­ sión de Gilpin el Estado es la palanca del crecimiento y el bienestar, realizando justamente políticas que los neoclásicos identifican como los limitantes al desarrollo. Las estrategias alternativas resultantes en materia de EPG, dependen, así, de las preferencias teóricas, de la ma­ nera de obtener la evidencia empírica y de la metodología adoptada. Sin embargo, quedan dudas. ¿Es realmente el Estado un agente relativamente autónomo, con sus propios criterios y exigencias? ¿Puede hoy (en una era de la globalización) ser un agente activo de desarrollo o está perdiendo su soberanía ante nuevas autoridades mundiales (empresas multinacionales, orga­ nizaciones económicas internacionales, etc.)? Dentro del propio 240

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campo realista, Susan Strange asume esos desafíos y construye una nueva aproximación a la EPG.

Realismo crítico: Susan Strange La propuesta de Strange es una aparente crítica radical a prácti­ camente todas las premisas de la escuela neoclásica y neorrealista. A partir de dicha crítica, establece hipótesis que minan prácticamente todo el edificio neorrealista que acabamos de comentar. ¿Cuál es esta propuesta? En primer lugar cuestiona las premisas en común que comparten las propuestas neoclásicas y neorrealistas: 1. Ambas visiones observan las fronteras nacionales como líneas divisorias entre distintos sistemas políticos y económicos autóno­ mos. De este modo, la arena internacional sería un «archipiélago» de distintos sistemas de poder y de producción relativamente independientes unos de otros44. 2. El ámbito del poder, para ambas visiones, yace en el Estado: es dicho espacio institucional y sus relaciones con otros Estados el campo donde se inserta la política, siendo la economía una lógica que interviene en forma exógena a la lógica interestatal. De este modo, ya sea explícita o implícitamente, el poder tiene su base en el monopolio legítimo del uso de la fuerza. A partir del cuestionamiento a estos puntos, Strange elabora una nueva matriz alternativa, que permite observar fenómenos que, según la autora, dichas premisas oscurecen.

El Poder: relacional y estructural La visión pluralista de la política define al poder tal como lo planteó Dahl, «A tiene poder sobre B en la medida en que puede 44 Recordemos que para el enfoque neoclásico, son países los que comercian entre sí, países cuyo Estado o vela por intereses rentistas o por los derechos de propiedad, mientras que para el neorrealismo la unidad básica es el sistema nacional de economía política, cuya unidad sustancial es la soberanía estatal. 241

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conseguir que B haga algo que, de otra manera, no haría» (Lukes 2007:4). Esta definición «relacional» (ya que habla de una interac­ ción entre dos agentes) limita el ámbito de estudios del poder en la medida en que deja fuera de su campo de análisis otras formas multidimensionales de analizarlo, específicamente aquellas que alteran el contexto dentro del cual se toman decisiones, como también aquellas que moldean las propias subjetividades de los agentes subalternos45. Para Strange, el poder no es solo el hecho de que un Estado presione a otro en pos de conducir sus acciones (visión realista), sino:

«El poder moldea y determina las estructuras de la economía política global dentro de la cual otros Estados, sus instituciones políticas, sus empresas y (no por ello menos), los científicos y otros profesionales, deben operar (...) Poder Estructural, en pocas palabras, confiere el poder de decidir cómo se harán las cosas, el poder de moldear los marcos dentro de los cuales los Estados se relacionan entre sí». [Traducción propiaj (Strange 2004:25).

Así, el poder no se muestra solamente en la influencia directa­ mente observable de un Estado a otro, sino en que determinados agentes logran influir en el contexto y estructuras que marcan límites de acción en el campo internacional46. ¿Cuáles son aquellas estructuras que determinan los marcos de acción de los agentes nacionales e internacionales? Strange (2007) plantea que las estructuras básicas de cualquier tipo de sociedad son las siguientes:

45 Sobre las diferentes formas de entender el poder, desde el enfoque liberal de Dahl, pasando por Gramsci y llegando hasta Foucault, ver Lukes (2007). 46 En el plano de la política nacional, esta visión es denominada por Lukes (2007) «bidimensional», en la medida en que observa el poder no solo en quién gana en un choque de proyectos en los espacios de representación formales (cámara de diputados, junta de vecinos, etc.), sino en quien tiene el poder de influir en qué se discute, hasta qué punto, y cuándo un tema será vetado, es decir, quién tiene influencia sobre estructuras ajenas al debate mismo (estructuras económicas, culturales,políticas, etc.) pero que limitan el mismo debate. 242

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1. La Estructura de Seguridad: espacio en que se determinan las formas de uso de la violencia y las formas de prevención de la misma. Posee poder estructural quien puede generar las reglas de seguridad y, de este modo, crear un marco de acción para los que reciben dicha seguridad. 2. La Estructura de Producción: espacio en que se determina qué se produce, por quién y para quién, con qué métodos y en qué términos. Quién controla (mediante el control de la inversión) estos procesos ejerce un poder estructural sobre la economía, estableciendo las reglas esenciales del juego económico. 3. La Estructura Financiera: espacio en que se establecen las reglas de la oferta y demanda de créditos. El poder estructural yace en quien tiene las capacidades de establecer las reglas relativas al acceso al crédito, en qué condiciones, formas de pago, etc. 4. La Estructura de Conocimiento: espacio en que se producen, distribuyen y adquieren formas de conocer y de saber, ya sea en un plano ideológico o tecnológico; quien logra controlar la pro­ ducción y distribución de dichos conocimientos, logra establecer los parámetros simbólicos de acción, como también los límites objetivos de producción.

Lo interesante de esta nueva categorización es que la política y el poder ya no son vistos como exclusivos de los Estados (como en los enfoques anteriores). A partir de las estructuras menciona­ das, el poder ejercido a través de ellas puede reposar en agentes o actores distintos a los Estados47. Strange, por tanto, nos amplía el horizonte de análisis del poder, trascendiendo aquel centrado en el Estado como pregona el neorrealismo (que considera al Estado como el agente «determinante en última instancia»48).

47 Tal como afirma tajantemente Strange, «La noción de poder estructural en la política, en la economía y en la sociedad mundial era lo que permitía liberar a la Economía Política Internacional de la llamada tradición realista de las Relaciones Internacionales» (1996: 8). 48 Recordemos que Gilpin, buscando ampliar el análisis realista a nuevos agentes, plantea que la economía política no es solo Estado y Mercado, sino un sinnúmero de nuevos agentes. Si bien es un reconocimiento válido, aún mantiene al Gobierno como el Agente más importante en la medida en que, afirma Gilpin, determina las reglas del juego. M3

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De este modo, la EPG no sería una mera suma entre el sistema interestatal y el sistema de mercado (como lo ve el neorrealismo), sino una unidad social compuesta de múltiples «autoridades» (cualquier tipo de agente que posea poder estructural) y múltiples mercados (que se ven condicionados por las «autoridades»). De este modo, hablar de la EPG como una mera agregación de dos sistemas diferenciados que se condicionan mutuamente sería, para Strange, «cosificar» cada sistema, impidiendo ver que la EPG no estudia «dos sistemas entrelazados», sino uno que consiste en autoridades que, controlando aquellas estructuras fundamentales, logran determinar los fines sociales. Ahora bien, ¿cuáles son las implicancias de este análisis para Strange? Básicamente la pérdida del rol central del Estado en el estudio de la EPG.

Globalización, Nuevas Autoridades, Retirada del Estado En el período fordista-keynesiano (1930-1970), el Estado era con­ siderado un agente que poseía un muy importante control sobre gran parte de las estructuras antes nombradas. El Estado ejercía un control monopólico sobre la violencia, lo que permitía establecer las reglas de la seguridad ciudadana; por otro lado, el Estado poseía (en términos generales), un control de núcleos estratégicos de la economía, lo que le permitía un flujo de ingresos que posibilitaba controlar una fracción de la demanda efectiva y expandirla al ritmo de la acumulación de capital, mientras que, al mismo tiempo, lograba establecer las reglas del crecimiento económico. Las finanzas estaban en gran medida arraigadas nacionalmente, y los bancos centrales carecían de independencia de los gobiernos. A su vez, la producción de conocimiento, si bien compar­ tida con empresas tecnológicas y comunicacionales, estaba regulada fuertemente por los aparatos de Estado, siendo un agente medular a la hora de establecer las normas de distribución del saber. En este tipo de régimen de crecimiento mundial, el Estado y el sistema interestatal eran, qué duda cabe, el principal actor político y económico. La estructura económica mundial estaba «empotrada» en el sistema político, lo que permitía hacer el símil entre Poder y Estado49. 49 John Ruggie (1988) establece dos regímenes económicos diferenciables hasta 1970: el liberalismo de laissez faire que va desde el siglo XIX hasta 2-44

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política global (I)

Con la crisis de 1973, la tercera revolución tecnológica de las comunicaciones, la transnacionalización del capital financiero y la apertura comercial global, la autoridad estatal comienza, afirma Strange, a perder gran parte de sus antiguas capacidades. En el campo económico, la producción rompe sus límites nacionales y se globaliza, creándose cadenas productivas globales. Este cambio de una producción local a una mundial genera nuevas autoridades pri­ vadas, las Empresas Transnacionales (ETN), que logran determinar la asignación de las inversiones y, con ese poder estructural, tender a imponer las reglas del juego productivo a los Estados-nación. Los Estados, arraigados en sus límites geográficos soberanos, pierden su antigua capacidad de controlar dicha estructura producti­ va hoy mundial, limitando su capacidad negociadora y su capacidad de poder «gobernar al mercado». Lo mismo sucede con la estructura financiera, que, luego del giro neoliberal de la economía, junto a la autonomización de los bancos centrales y el flujo mundial de capital financiero, hace que el Estado limite aún más su antigua autoridad sobre el campo económico. En el campo de la estructura del conocimiento, los nuevos medios globales de comunicación y la Internet han mermado la capacidad del Estado de conducir y producir subjetividades ancla­ das en la idea de nación. La idea de pertenencia a una comunidad nacional imaginada es, cada vez más puesta en duda por los nuevos patrones de consumo transmitidos en tiempo real vía internet, por los intercambios de servicios desde cualquier parte del mundo, etc. El único espacio donde el Estado aún guarda control estructural es (aunque en forma decreciente) el control monopólico de la vio­ lencia legítima sobre un territorio. La seguridad es aún dependiente de las reglas del Estado. Lo anterior es indicativo de que hoy, en la economía política mundial, vemos múltiples autoridades (ETN, grandes cadenas de información, ONG globales, capital financiero, etc.) que van más allá y superan los estrechos límites del Estado-nación, comenzan­

1930, donde las fuerzas del mercado se imponían al sistema interestatal, y el liberalismo «empotrado» desde la pos guerra mundial hasta 1973, donde el mercado estaba conducido por diferentes instituciones de autoridad, especialmente las políticas sociales y rcgulatorias del Estado de Bienestar. M5

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do a funcionar en una escala global. El Estado a su vez, no queda inmune a esto, sino que parte creciente de sus propias instituciones se «desnacionalizan» (ver Sassen 2006)50, funcionando de cara a las lógicas globales económicas, financieras y culturales. Estas múltiples autoridades, que se cruzan y superan los lími­ tes escalares del Estado, pueden ser indicativas del advenimiento de un «neomedievalismo global» (Bull 2005), donde en un mismo territorio «se solapan la autoridad y lealtades múltiples»51, o sea, donde en un territorio diversas autoridades (actuando en escalas diferentes y controlando estructuras diversas) ejercen poder sobre los ciudadanos, siendo el Estado solo un agente más de poder, no el único, y quizás no ya el más importante. El Estado, de este modo, «se está convirtiendo una vez más, como en el pasado, tan solo en una fuente de autoridad más entre otros, con poderes y recursos limitados» (Strange 1996: 112)52. En este sentido, si el desarrollo se tiende a entender no como un fenó­ meno espontáneo, sino como una movilización de fuerzas sociales y económicas bajo un proyecto determinado, ¿cómo ver el desarrollo desde los lentes de Strange?

50 No es una cuestión cualquiera que el Banco Central se «independice» de los gobiernos, y que los ministerios de hacienda comiencen a devenir en instituciones que velan por la estabilidad económica de cara al contexto mundial, y no en ser instrumentos al servicio de criterios nacionales de desarrollo. De este modo, tanto para Sassen como para Strange, el Estado no «desaparece» con la globalización, sino que diversas capacidades estatales se reensamblan en lógicas globales. 51 Tal como afirma Bull, «Si los Estados modernos llegaran a compartir la autoridad sobre sus ciudadanos y la lealtad de los mismos, con las autoridades regionales y mundiales, por un lado, y con las autoridades subestatales y subnacionales, por el otro, hasta el punto de que el concepto de soberanía dejase de ser aplicable, podríamos hablar del surgimiento de un orden político universal de tipo medieval» (Bull 2005: 305). 52 Según Strange, en relación con los principales poderes y responsabilidades que cabría atribuir al Estado, este está dejando de detentar y ejercer un poder monopolice, léase en: territorio y su defensa, mantener valor de la moneda, determinar la estrategia de desarrollo, corrección de tendencias económicas, proveer redes sociales de seguridad, recaudar impuestos, control del comercio exterior, etc. (Strantc 1996: 123). 246

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política global (I)

Autoridades múltiples y Desarrollo El rechazo al «estadocentrismo» por parte de Strange es patente. Pero con ello se derivan varias cosas. El primer punto es la radical desconfianza sobre la viabilidad de los Estados para conducir las fuerzas del mercado hacia el incremento de las capacidades pro­ ductivas del país. Por oposición al enfoque propuesto por Strange, la apuesta del neorrealismo de seguir viendo al Estado como el agente más importante del sistema político y económico, lleva a no perder esperanzas en el Estado Desarrollista (Wade 1999; 2005), tal como se ha practicado en los países del Este Asiático53. En el fondo, «gobernar al mercado» de cara a fortalecer la competitividad de un país no es irreal si consideramos que el Estado es aún el principal agente económico. ¿Pero qué pasa si desechamos aquella premisa? Strange nos indica que el desarrollo económico es hoy en día inmanejable por parte del Estado. Las múltiples autoridades financieras, productivas (ETN), junto a la constante erosión de la identidad nacional por parte de los grandes medios de comunicación global, hacen del Estado un agente soberano de iure, pero no de facto. A pesar de lo anterior, Strange, si bien pierde optimismo en el Estado como agente, no lo pierde en el desarrollo, ya que considera que las fuerzas del mercado mundial conllevan la semilla del desa­ rrollo a los países subdesarrollados. Curiosamente, Strange, luego de una crítica radical a los fundamentos neoclásicos y neorrealistas, llega a conclusiones muy similares a las neoclásicas. 53 Es interesante observar que Strange ve los ejemplos de desarrollo guiado por el Estado en Japón, Corea y Taiwán como meras excepciones, como posibilidades que les fueron «regaladas» por una coyuntura específica. Tal como afirma, «todos estos Estados asiáticos tuvieron una suerte excepcional, pues se aprovecharon en tres sentidos de su ubicación geográfica en la frontera occidental de Estados Unidos durante la Guerra Fría. Su importancia geográfica fue tal que pudieron contar con una generosa ayuda militar y económica estadounidense, una ayuda combinada con un excepcionalmente elevado nivel de ahorro interno y bajo consumo (...) pudieron estar exentos de la presión para plegarse a las normas de la economía liberal abierta (...) la tecnología necesaria para su industrialización se podía adquirir en el mercado, ya fuese en la forma de patentes o a través de alianzas empresariales con las que accedieron a la tecnología sin perder por ello el control directivo» (Strange 1996: 26). M7

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Hay dos tendencias importantes a recalcar sobre los cambios en la estructura de la producción internacional que plantea Strange y que merecen ser resaltados.

1. Pérdida de importancia de las actividades de extracción mineral y agrícola para las ETN. Las ETN ya no tienen como objetivo la producción de materias primas, sino que tienden hoy a realizar es­ trategias de integración vertical54 que generan economías de escala e incrementan la productividad. Este proceso, operado a través de las Inversiones Extranjeras Directas (IED) incrementa las riquezas en países en vías de desarrollo, creando mejores empleos, mayor productividad y mayores ingresos. Si bien aún persisten formas de dependencia (en el sentido de control privado de las estructuras de poder medulares de un país subdesarrollado), estas -paradójicamen­ te- tienden a fortalecer la estructura productiva de las periferias e incrementar sus riquezas55. Strange ve en estas ventajas la razón por la cual los países subdesarrollados hoy tienen una política centrada en incentivar las IED. 2. Producción genuinamente multinacional: el hecho de que hoy existan ETN con casas matrices centradas en varios países, implica que no existe un «centro» único desde donde nacen las inversiones. La nueva globalización implica un orden con mu­ chos centros, que, si bien crean asimetrías, estas generan en los países subdesarrollados nuevas oportunidades de desarrollo. Tal como sentencia Strange: «En definitiva, al abrir sus economías al mercado mundial, los países en desarrollo han aumentado sin 54 La integración vertical es una estrategia de gestión de la propiedad de una empresa en que la empresa busca producir por sí misma, o subcontratando, los insumos de su producto (denominada «integración vertical hacia atrás») o busca controlar los medios de distribución y comercialización de su bien («integración vertical hacia adelante»). 55 «La dependencia todavía existe. Para los países pobres es acaso más duro que nunca seguir siendo verdaderamente independientes de la economía capitalista mundial. Pero la dependencia ya no equivale a relegar a la mano de obra local tareas manuales en los campos o en las minas. El obrero malasiano, ya sea produciendo coches con la ayuda de la tecnología japonesa o acondicionadores de aire para el mercado japonés, estará seguramente mejor y tendrá mejores expectativas que sus padres o abuelos. Gracias a las empresas extranjeras, él o sus hijos tienen a su alcance nuevas oportunidades profesionales como directivos o empresarios» (Strange 1996: 80). 248

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política global (I)

duda sus oportunidades de competir con éxito en las industrias de exportación, pero al precio de aceptar una creciente dependencia de los servicios financieros y de comercialización que ofrecen las grandes empresas de los países desarrollados» (1996: 84). Estas nuevas tendencias llevan a Strange a derivar un conjunto de hipótesis sobre el orden actual. La primera que nombra, se centra en la creciente privatización de los servicios y empresas antes en manos estatales. La producción, el gasto en I+D y las inversiones han pasado radicalmente de los Estados a los mercados. Las ETN han concentrado gran parte del control sobre dichos factores, de­ terminando el ritmo, formas y reglas de las inversiones productivas (ya sea en bienes de consumo o en factores productivos). Pero este proceso ha generado, como consecuencia y curio­ samente, una tendencia al desarrollo de los países. Según Strange, el error de los economistas del desarrollo era la creencia en el rol medular del Estado. «En lo que todo el mundo se equivocó fue en creer que el cambio solo podía venir de las políticas estatales» (Strange 1996: 92). Por el contrario: «Dado el cambio tecnológico acelerado, cuanto mayor fuera la movilidad del capital y la mejora del transporte y las comunicaciones, más irresistibles serían los incenti­ vos para que las empresas industriales en Norteamérica, Europa y Japón (y posteriormente en Corea, Taiwán, India, Brasil, etc.) trasladasen su producción a los países en desarrollo. Serían ellas, y no los programas guberna­ mentales de ayuda, las que acelerarían la modernización de los países en desarrollo» (Strange 1996: 92).

Luego de una radical crítica a las visiones convencionales del poder en las Relaciones Internacionales y en la economía interna­ cional, Strange, a partir de su «realismo crítico», termina asumien­ do las propuestas convencionales de la economía neoclásica. La creencia en que el propio mercado, vía los intercambios comerciales, inversiones extranjeras y migraciones puede (sin la necesidad de un Estado desarrollista, como lo proponen el Estructuralismo Latinoa-

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mericano y el neorrealismo) conducir a los países subdesarrollados al desarrollo, es asumida completamente por Strange. En todo caso, ocupando el mismo armazón teórico de Stran­ ge, el desarrollo sí sería un fenómeno conducido y no espontáneo, pero conducido por estas nuevas autoridades políticas privadas, las ETN. Las preguntas sobre cuán legítimo es un proceso de «desarro­ llo» conducido por autoridades no democráticas es patente, pero igualmente patentes son las preguntas como: ¿es posible tal tipo de desarrollo «privadamente conducido»? ¿Es aceptable hablar de estas «nuevas autoridades» en cuanto sujetos de poder que «utilizan», cual herramienta, las «Estructuras de poder»? ¿Este enfoque no ocul­ ta resortes estructurales que, por sí mismos, producen y reproducen dichas autoridades? Si las estructuras de producción, financieras, armamentísticas y de conocimiento (incluyendo las tecnologías) tienden a concentrarse en espacios geográficos y países específicos, ¿no está ocultando dicha taxonomía de «estructuras de poder» una estructura subyacente aún más jerárquica y asimétrica? En todo caso, ¿por qué los países que concentran dichos poderes estructurales tenderían «a largo plazo» a colaborar en formar, vía el mercado, nuevas competencias económicas en los países subdesarrollados? Este tipo de preguntas son asumidas por el llamado «Enfoque de Economía-Mundo» y el Estructuralismo Latinoamericano, que deja de lado el análisis agencial hasta ahora asumido (el individuo en los neoclásicos, el Estado y sus acciones en el neorrealismo, las «nuevas autoridades» en el «realismo crítico» de Strange), y traen de vuelta el análisis estructural, centrado esta vez en el capitalismo global. Con esto terminamos el primer capítulo y nos adentramos en aquellos enfoques que se han levantado como una radical crítica a los enfoques y debates antes presentados. Aquello será la materia del capítulo siguiente.

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Capítulo

vii

Economía política

global (ii)

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Complementando el capítulo anterior, a continuación nos centra­ remos en dos enfoques representativos de las críticas radicales a los paradigmas dominantes en la EPG. Partiremos por la escuela del Sistema-Mundo, y continuaremos con el Estructuralismo La­ tinoamericano. Como se observará, ambos enfoques comparten muchas premisas, aunque a su vez, difieren en puntos esenciales. Lo importante, sin embargo, es que el estudiante pueda observar las radicales diferencias y puntos de partida entre ambos enfoques y los que yacen en el primer capítulo.

i. El

enfoque del Sistema-Mundo: Immanuel Wallerstein

Con este enfoque ingresamos a las propuestas de análisis de la EPG propias del horizonte marxista. Por cuestiones de límites no hemos podido analizar la otra rama del análisis marxista de la EPG, que es el enfoque gramsciano de Robert Cox, el que, en todo caso, también merecería ser estudiado para una comprensión más acabada de los debates de la disciplina. Se trata, por lo tanto, de una importante asignatura pendiente. El enfoque de Sistema-Mundo (S-M de ahora en adelante) pre­ senta un radical quiebre con los enfoques anteriores, distanciándose en prácticamente todas las premisas subyacentes asumidas hasta ahora. La pregunta con la que parte la crítica de este enfoque y

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que establece Immanuel Wallerstein (su principal representante) es: ¿Cuál es la unidad de análisis correcta para el estudio de lo social? Cuando se habla de sociedad, generalmente se la encuadra en los límites dados por la noción de «Estado-nación» (comunidades ima­ ginadas). En otras palabras, se afirma que la pertenencia a un Estado delimita lo que es una unidad social. Esta premisa estadocéntrica (asumida, por ejemplo, por el neorrealismo) limita pensar en otras «lógicas» que puedan servir de demarcaciones de lo que es dicha unidad. Por ejemplo, la producción económica no necesariamente yace en la misma escala que la autoridad estatal y, de hecho, en la sociedad moderna, las escalas de la producción, distribución y consumo de los bienes que hacen parte del sustento material del ser humano, superan con creces los límites del Estado. Si lo anterior es correcto, ¿por qué no establecer la demarcación de lo que es la «sociedad» en la producción y no en el Estado56? El punto básico desde donde debemos comenzar el análisis, es el S-M, la producción económica. Haciendo suya la premisa central del marxismo, el enfoque S-M afirma que la estructura de la producción de bienes materiales es el determinante principal del funcionamiento del resto de las estructuras sociales, de sus capacidades de movilización de recursos, de sus principios y de sus límites de acción y desenvolvimiento57. De este modo, el principio 56 La noción de Estado, entendido como el punto de inicio del análisis social, es uno de los principales objetos de crítica del enfoque S-M. Tal como afirma Wallerstein, «El análisis Sistema-Mundo significaba, ante todo, la sustitución por la unidad de análisis llamada «sistema-mundo» de la unidad de análisis estándar, que era el Estadio nacional». [Traducción propia| (Wallerstein 2004: 16). 57 La centralidad de la actividad productiva, o infraestructura!, tal como la concibe Wallerstein, no implicaría afirmar que todo lo que no es económico (política, religión, costumbres, etc.) es epifenoménico de la «economía», sino que la política, el parentesco o la religión son instituciones dominantes en una sociedad solo si funcionan además como relación de producción, o sea, si sus criterios logran determinar las formas de apropiación de los recursos productivos y materiales. La capacidad de determinación sobre la sociedad como un todo por parte de ciertos elementos (política, etc.), depende de la capacidad de estos elementos de determinar las relaciones de producción vigentes. Si esta interpretación del enfoque de Wallerstein es correcta, ella parece coincidir con lo propuesto por Godclicr cuando afirma: «para que una actividad social -y con ella las ideas y las instituciones que le corresponden y que la organiza- desempeñe un papel dominante en el 256

Economía política

global

(II)

a través del cual se configura una sociedad son las formas en cómo se instituye la División Social del Trabajo, su estructura y escala. Es ese el punto de arranque. Así, el principio ontológico a partir del cual comienza el análisis S-M no es un individuo propietario, el Estado-nación o las diversas autoridades existentes, sino la estructura de producción material de una sociedad dada. Ahora bien, tomando como criterio delimitador de lo que es una sociedad la estructura productiva, dentro de la historia han existido dos tipos de sistemas sociales, el minisistema y el SistemaMundo58, este último con dos subcategorías (Imperio-Mundo y Economía-Mundo59):

í. Minisistema-. en esta forma de división del trabajo, la recipro­ cidad60 es el principio rector, donde el intercambio de «dones» en base a un criterio de pertenencia a una comunidad pequeña es la institución que determina la forma de división del trabajo. De este modo, la división del trabajo está «arraigada» en las instituciones comunitarias. Este sistema productivo es de peque­ ña escala, donde los límites de la comunidad son los límites de la división del trabajo, y la comunidad posee un pequeño nivel de acumulación, generando un bajo nivel de excedentes para la

funcionamiento y la evolución de una sociedad (luego en el pensamiento y en la acción de los indivudios y los grupos que componen dicha sociedad), no basta con que asuma muchas funciones; es imprescindible que asuma directamente, además de su finalidad y sus funciones explícitas, la función de relaciones de producción» (Godelier 1989:176-177). 58 Un pormenorizado análisis de estos tres tipos de sistemas sociales está en Wallerstein (1984; 1997) y Polanyi (2003). 39 Sistema-Mundo (tanto en su versión de Imperio-Mundo como de EconomíaMundo), no significa un sistema que llegue a todo el planeta, sino que se refiere a un sistema que es un mundo en sí mismo. Tal como afirma Wallerstein, «en el Sistema-Mundo estamos tratando de una zona espacio/ temporal que atraviesa diversas unidades políticas y culturales, y representa una zona de actividad integrada que obedece ciertas reglas sistémicas». [Traducción propia] (Wallerstein 2005: 17). 60 El concepto de «reciprocidad» para categorizar el minisistema, el de «redistribución» para el de Imperio-Mundo, como el de «intercambio de mercado» para la Economía-Mundo, son tomados explícitamente de Polanyi (2003). 2-57

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inversión productiva y para una estructura de dominación muy acrecentada. 2. Imperio-Mundo: Ante un avance en el desarrollo de fuerzas pro­ ductivas, el excedente derivado de la explotación es lo suficiente para formar una clase no productiva que organiza la sociedad en forma jerárquica, teniendo como centro de gravedad, no ya una comunidad, sino un Estado. El Estado, vía tributos e impuestos a diferentes comunidades (que anteriormente hayan podido haber sido minisistemas), centraliza el excedente crea­ do por las diversas comunidades, y luego redistribuye dichos ingresos para reproducir el orden. Esta lógica de redistribución hace que la división del trabajo esté ensamblada al Estado, siendo la frontera del Estado el límite de la división del trabajo. En dicha unidad productiva existen diversas comunidades, y justamente es ésta la característica esencial, «una economía (en cuanto única división del trabajo) una estructura política, por muchas culturas». [Traducción propia] (Wallerstein 1984:135). Ejemplos de este tipo de imperios es la China de los Ming, el Imperio Inca, Azteca, etc. 3. Economía-Mundo: Una economía-mundo es la forma que ad­ quiere el capitalismo en cuanto modo de producción. Si el mini­ sistema era una entidad arraigada culturalmente (la división del trabajo estaba instituida por arreglos de «dones» e intercambios recíprocos), y el Imperio-Mundo era una entidad política (Estado como frontera de la división del trabajo), en este sistema nin­ gún orden político puede determinar la forma de la división del trabajo, sino que se determina por el intercambio de mercado. «Es una entidad económica pero no política, al contrario de los imperios, las ciudades-Estado y las naciones-Estado. De hecho, comprende dentro de sus límites (es difícil hablar de fronteras) imperios, ciudades-Estado y emergentes «naciones-Estados». Es un sistema «mundo», no porque incluya la totalidad del mundo, sino porque es mayor que cualquier unidad jurídica­ mente definida. Y es una «economía-mundo» debido a que el vínculo básico entre las partes del sistema es económico (...)» (Wallerstein 2003: 21).

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Su fundamento es una economía, múltiples Estados y múltiples culturas61. La división del trabajo está organizada por unidades productivas autónomas (empresas) que invierten con el fin de acumular capital indefinidamente en la Economía-Mundo. Estas diversas empresas que dirigen la inversión sustentan su ganancia, en el campo de la producción, mediante la extracción de plusvalor a los productores y, en el plano del intercambio, mediante un intercambio desigual con los proveedores de recursos básicos (lo que se denomina «dinámica centro-periferia»). La Economía-Mundo capitalista actual ha sido el primer sistema histórico que ha logrado colonizar al planeta entero con su lógica. ¿Cuáles son esas reglas sistémicas básicas que hacen del capitalismo en cuanto economía-mundo un sistema tan expansivo y abarcador? ii.

La Economía-Mundo Capitalista

La característica esencial de una Economía-Mundo (E-M) es que no existe una unidad política unitaria que pueda controlar la división del trabajo, sino que el mercado cumple aquella función. Por otro lado, la característica del capitalismo en cuanto sistema histórico es que la acumulación ilimitada de capital es el principal criterio que determina la forma que adquieren la escala y la intensidad de la división del trabajo. El capitalismo solo puede existir como Economía-Mundo, ya que un Imperio-Mundo limitaría la acumulación privada en pos de conducir los excedentes de la producción a la reproducción de la misma maquinaria burocrática y mantener la relación de subor­ dinación con los productores. De este modo, la Economía-Mundo capitalista es una vasta red de cadenas extensivas de producción de mercancías, en la que para cada nodo (o proceso de producción), existe un «vínculo hacia adelante» y un «vínculo hacia atrás»62. Donde ningún Estado por sí mismo puede determinar los flujos económicos de la Economía-Mundo. 62 «Vínculo hacia atrás» de un proceso productivo se refiere a todos los procesos que generan los insumos que se utilizan en el proceso productivo mencionado para crear el producto específico de esc proceso. Por otro

61

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Dicha cadena de valor atraviesa diferentes territorios, Estados, cul­ turas, etc. «integrándolos» en una única división del trabajo. En la medida en que no existe una única institución que determina qué y quiénes producirán dentro de esa cadena, sino que la producción de cada empresa está sujeta a la competencia en el mercado, cada eslabón dentro de la cadena debe regirse (lo quiera o no) por la Ley de la Acumulación de Capital (disminuir los costos de producción y aumentar el precio) para sobrevivir. Para disminuir los costos de producción, las empresas capi­ talistas buscan aumentar la cuota de plusvalía en la producción, aumentando la explotación a la fuerza de trabajo, y generando un antagonismo de clase propio del análisis marxista. Por otro lado, para sostener o aumentar el precio de venta en el mercado, los empresarios capitalistas recurren a la construcción de monopolios. Los empresarios capitalistas no son, como afirma la teoría neoclásica, agentes ansiosos de competir en el mercado; por el contrario, como han afirmado economistas como Chamberlain y Schumpeter, en gran medida, los empresarios buscan crear mo­ nopolios que les permitan aumentar la brecha entre los costos de producción y el precio de venta, y, además, les genere una seguri­ dad de ganancia contra la incertidumbre de la libre competencia en el mercado. Ahora bien, la creación de monopolios en determinados sectores productivos requiere, en gran medida, de una fuerte intervención es­ tatal, ya sea limitando el mercado o incrementando la productividad de las empresas que yacen en sus territorios. El Estado, en la E-M capitalista, cumple una función paradójica. Por un lado, no puede controlar la economía, porque limitaría la acumulación de capital, pero por otro, tampoco puede desaparecer, porque limitaría, a su vez, la «gran ganancia» derivada del control monopólico capitalista. El Estado colabora en un nivel intermedio, específicamente generando patentes que construyan monopolios temporales de productos o lado, «vínculo hacia adelante» se refiere a todos vínculos con los procesos productivos que utilizan como insumo o comercializan el bien el cuestión. Una cadena de valor es una cadena que une diferentes procesos y unidades productivas que genera un específico producto o servicio. Sobre la utilización de estas categorías para explicar la Economía-Mundo, ver Wallcrstcin (1984). 260

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procesos, restricciones a exportaciones o importaciones, presiones políticas a sectores económicos extranjeros, inversión en I+D, etc. Los monopolios en un mercado nunca son eternos, sino que, como afirma Schumpeter, tienen fecha de caducidad por el propio desenvolvimiento del mercado. Pero duran lo suficiente para acu­ mular grandiosas ganancias. En el fondo, la gran ganancia capita­ lista deriva de este control monopólico de determinados sectores económicos63 y no de la libre competencia. A partir de este reconocimiento de la centralidad del control monopólico, Wallerstein afirma que dichos monopolios (genera­ dores de altas ganancias) tienden a concentrarse en determinados nodos de la cadena de producción y, a su vez, en determinados espacios geográficos, mientras que el resto de los espacios y nodos se rigen por la libre competencia. Es esta relación entre sectores monopólicos y sectores de libre concurrencia, la que Wallerstein identifica como relación centro-periferia. Citando explícitamente la teoría estructuralista de Raúl Prebisch, Wallerstein afirma que la economía mundial no es un espacio horizontal donde concurren diversos agentes a intercambiar mercancías, sino uno profundamente asimétrico, existiendo grandes centros acumuladores de riquezas y poder, y un amplio espacio periférico. Ahora bien, para Wallerstein (veremos que el estructuralismo tiene una lectura del centro y la periferia diferente), la diferencia entre un centro y una periferia deriva de cuánto poder monopolizador de la producción tenga, o como dice el mismo autor, «Una relación centro-periferia es una relación entre los sectores más monopolizados de producción, por una parte, y los más competitivos, por otra, y por lo tanto la relación entre actividades de alta ganancia (y generalmen­ te altos salarios) y de baja ganancia (con bajo salario) (...) La consecuencia más importante de la integración de 63 Es en este sentido que Wallerstein concuerda con Braudel en que el capitalismo es esencialmente «anti-mercado», ya que las grandes ganancias capitalistas se generan no en el campo de la libre competencia, sino en el campo de la creación de monopolios. El Capitalismo, de este modo, se distancia del mercado, siendo el primero el producto de fuertes articulaciones entre poderes estatales y empresariales. Sobre la visión de Braudel del capitalismo como «antimercado», ver Braudel (1994). 261

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ambas clases de actividades es la transferencia de plusvalía desde el sector periférico hacia el sector central, es decir no solo de los obreros a los propietarios, sino de los pro­ pietarios de las actividades productivas periféricas hacia los propietarios de las actividades centrales, los grandes capitalistas» (Wallerstein 2005:127).

Vía el intercambio comercial dentro de la cadena productiva, los productos periféricos (altamente competitivos, y por lo tanto, la brecha costes de producción-precio de mercado tiende a ser pequeña) se intercambian por productos centrales (altamente monopolizados, donde existe efectivamente una alta brecha), generándose un «inter­ cambio desigual»6465 , donde gran parte del plusvalor adquirido por el empresario periférico se transfiere a los empresarios centrales. Este intercambio desigual incluye, a su vez, un nuevo sector, la «semiperiferia», siendo aquellos países que en su propio territorio poseen estructuras productivas centrales y periféricas, que tienen la posibilidad de ser centro, pero a su vez, pueden caer a una condición periférica. Veremos que dicha opción ha estado en gran medida determinada por la capacidad política de romper la hegemonía de determinados centros. Pero la Economía-Mundo capitalista no es estática, sino que evoluciona en forma cíclica (los llamados «ciclos Kondratiev»6d). El período A, es el período en que existe una relativa estabilidad de los monopolios, donde los salarios de aquellas estructura produc­ tivas centrales son altos y altas son las ganancias. Pero la propia competencia intercapitalista va, lentamente, minando las bases de los cuasi-monopolios; nuevas empresas logran conquistar mercados antiguamente controlados monopólicamente y la «gran ganan­ cia», que era un producto de la reducción del poder monopólico, La noción de intercambio desigual se asocia con las categorías marxistas fundadas en la teoría del valor trabajo. Esta teoría no es sustentada por los estructuralistas cuando examinan los términos de intercambio entre manufacturas exportadas por los centros a cambio de productos primarios exportados por la periferia. Esta es una diferencia teórica esencial entre la visión centro-periferia sustentada por Prebisch y la sustentada por Wallerstein. 65 Sobre la lectura wallersteniana de los ciclos Kondratiev ver Wallerstein (2005; 2004; 1997). 64

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comienza a caer. La entrada a la «fase B» del ciclo Kondratiev co­ mienza con la entrada masiva de diferentes capitales a los sectores antiguamente monopolizados comenzando a generar procesos de sobreproducción (demasiada producción para la demanda efectiva global), y su derivada disminución de los precios. Esta disminución de los precios genera una reducción de la producción, con su consi­ guiente aumento del desempleo y fortalecimiento de la insuficiencia de demanda efectiva. Estos ciclos no implican una vuelta a la situación inicial, sino que generan un movimiento secular hacia la expansión de la E-M capitalista hacia nuevos territorios a explotar, a encontrar nuevas fuerzas de trabajo baratas y a inversiones en nuevos monopolios (mediante inversiones tecnológicas). En estas tres respuestas del capital (nuevos espacios geográficos, nuevas poblaciones produc­ tivas y nuevas inversiones tecnológicas), solo la última es posible de replicar continuamente; las primeras dos tienen límites (no se puede explotar todo el planeta bajo la amenaza de la destrucción medioambiental, y no se puede mercantilizar a toda la población, ya que, siguiendo el razonamiento polanyiano, sencillamente la población moriría). Según Wallerstein (2004), la acumulación a escala mundial del capital estaría llegando a dichos límites, creando una crisis sistémica (solo se podría reproducir en cuanto modo de producción destruyendo sus propias vías de escape) dando paso a una bifurcación histórica: barbarie o nuevo orden social. Hemos visto que la lógica de la E-M capitalista es sistémica, cíclica y secular, y solamente se ha podido desarrollar con un sistema interestatal que genere capacidad activa de los Estados, pero sin lle­ gar a un control de la división social del trabajo mundial. Así, ¿qué lugar le asigna Wallerstein y su propuesta al sistema político global? ni. Sistema interestatal: superestructura de la

Economía-Mundo

Contrariamente a los enfoques anteriores, para el análisis del S-M, el sistema interestatal no es un sistema autónomo, con sus propias dinámicas, que coexiste con el sistema económico (visión neoclásica y neorrealista), sino que es el marco institucional de la Economía-

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Mundo, su superestructura. Analizarla de forma independiente a su función dentro de la E-M es reificar al sistema interestatal (de ahí la acusación del enfoque de S-M a la disciplina de las Relaciones Internacionales) y obviar las dinámicas económicas que lo mueven. De este modo, tal como afirma Chase-Dunn (1981), en el campo global, no existen dos dinámicas que se condicionan mutuamente (lógica del sistema interestatal y lógica de mercado mundial), sino una misma lógica (desarrollo capitalista a escala mundial) que se desenvuelve tanto política como económicamente. Para Wallerstein, el sistema interestatal (S-I) debe ser analizado desde tres problemáticas: la función estructural del S-I operando como superestructura, los ciclos internos del S-I y sus tendencias seculares. La característica esencial de una E-M es que el sistema polí­ tico no logra determinar la división global del trabajo, existiendo diversas unidades políticas que, aisladamente, no pueden contro­ lar dichos flujos económicos. La fragmentación política permite espacios libres de acumulación capitalista, por lo que la verdadera superestructura política de la E-M capitalista no es el Estado, sino el sistema interestatal. A diferencia de los Imperios-Mundo, el sistema político en la E-M no controla directamente las relaciones de producción, aunque crea el marco legal para su desenvolvimiento. El Estado, en cuanto agente político del S-I, carece de la capacidad de controlar flujos económicos, lo que lo hace estructuralmente dependiente de la E-M. A diferencia del neorrealismo, el enfoque S-M ve al sistema inter­ estatal como un producto de la economía mundial capitalista, tal como afirma Wallerstein, «El sistema interestatal no es una variable exógena traída por Dios que misteriosamente entra e interactúa con el impulso capitalista por la incesante acumulación de capital. Es su expresión en el nivel de la arena política». [Traducción propia] (1984:46). El Estado es, de este modo, en su propia formalidad, un Estado capitalista, pero además, su composición interna viene determinada por intereses de clases. El Estado, en este sentido, no es una ins­ titución aparte y con su propia (potencial) autonomía (tesis neorrealista), sino que tanto su forma (en la medida en que carece de capacidades de controlar los flujos económicos que lo atraviesan) y 264

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su contenido (sus políticas son determinadas por las clases hegemónicas66) son el producto del desenvolvimiento de la E-M capitalista. Ahora bien, ¿cómo se desenvuelve el S-I? Mediante los denomi­ nados ciclos hegemónicos. La hegemonía de un determinado Estado en el S-I67 no es un fenómeno muy recurrente. Más bien, la situación normal son luchas entre países con pretensiones de hegemonía, sien­ do la «situación de hegemonía» la última etapa en que un país puede, durante un determinado período de tiempo, establecer reglas del juego, aunque necesariamente dicha hegemonía comienza a decaer a lo largo del tiempo. Quien logra tener hegemonía sobre el sistema interestatal son aquellos Estados que tienen empresas que controlan los tres pilares del control económico: la producción agroindustrial, el comercio y las finanzas; «hegemonía se refiere, de este modo, al pequeño intervalo en que existen ventajas simultáneas en los tres dominios económicos». [Traducción propia] (Wallerstein 1984:41). Según Wallerstein, en la historia del desarrollo capitalista han existido tres países hegemónicos:

1. Provincias Unidas: 1620-1672 2. Inglaterra: 1815-1873 3. Estados Unidos: 1945-1967 El punto de origen de una hegemonía ha sido siempre una «Guerra Mundial de Treinta Años», en que las potencias protohegemónicas chocan por el poderío mundial definitivo ante la caída hegemónica del país predecesor. Así fue con la Guerra Mundial entre 1618-1648, donde los intereses holandeses triunfaron por sobre los «Los Estados son, por tanto, instituciones creadas que reflejan las necesidades de las fuerzas de clases que operan en la economía mundial». [Traducción propia] (Wallerstein 1984: 33). «La hegemonía en el sistema interestatal hace referencia a la situación en que la rivalidad en curso entre los auto denominados «grandes poderes» es tan desbalanceada que uno de los poderes es el primus ínter pares; esto es, un poder puede, en gran medida, imponer sus reglas y deseos (como mínimo por poder efectivo de veto) en las arenas económicas, políticas, militares, diplomáticas y culturales. La base material de dichos poderes yacen en la habilidad de las empresas domiciliadas en aquellos poderes para operar más eficientemente en las tres mayores arenas económicas -producción agroindustrial, comercio y finanzas». [Traducción propia] (Wallerstein 1984:38). 265

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de Habsburgo; con las Guerras Napoleónicas entre 1792 y 1815, donde los intereses británicos triunfaron sobre los franceses y con la larga guerra Euroasiática (Primera y Segunda Guerra Mundial) entre 1914 y 1945, donde EEUU triunfa sobre Alemania. Cada una de estas nacientes hegemonías ha planteado una nueva arquitectura interestatal. Así, el Tratado de Westfalia se erigió sobre la hegemonía inglesa, el Concierto de Europa sobre la hegemonía inglesa y las Naciones Unidas sobre la norteamericana. Ahora bien, tal como afirma Arrighi (1999), estas diferentes arqui­ tecturas nos dejan ver una tendencia general del sistema interestatal, la constante pérdida soberana del Estado. Un hecho característico de la hegemonía es su discurso liberal global. Siguiendo las propuestas de List (1944) el enfoque de E-M afirma que los países hegemónicos, en la medida en que poseen un amplio control sobre las redes financieras, comerciales y productivas, generan un discurso centrado en naturalizar y petrificar dicha divi­ sión del trabajo bajo un discurso de libre comercio. El libre comercio, de este modo, sería no un «bien público global» (tesis liberal), sino una ideología que naturalizaría una constelación históricamente determinada de fuerzas a nivel internacional. El predominio global de un programa liberal es un indicio de hegemonía, pero este proyecto no dura por mucho tiempo. Solo en el corto plazo, el libre mercado brinda a las empresas de los países he­ gemónicos una ventaja cuasimonopólica, pero la constante presión por la competencia va mermando lentamente dichos monopolios globales (se entra en una fase B del ciclo de Kondratiev). Comienza a generarse, en el mediano plazo, nuevos enclaves altamente pro­ ductivos, nuevos circuitos comerciales y nuevos centros financieros que menguan las altas rentabilidades antiguamente establecidas. Dicho proceso genera un cambio práctico en la política de los países hegemónicos hacia políticas proteccionistas que buscan impedir el surgimiento de nuevos focos exteriores de alta productividad, pero dichas políticas comienzan a minar aún más su posición. El precio de ser hegemónico es caro, y ante el surgimiento de nuevas compe­ tencias, el costo de mantener la estructura política liberal mientras el resto de los países pueden devenir en competitivos sin tales gastos «improductivos» merman, aún más, su situación. 266

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Se entra en los conflictos proteccionistas68, y el conflicto conlleva a la guerra, las guerras de treinta años. Como podemos observar, el sistema político internacional en el enfoque de la E-M es una estructura (superestructura) cuya propia arquitectura permite el desenvolvimiento de la Economía-Mundo capitalista, ya que no llega a ser Imperio-mundo, pero interviene en el mercado para la creación monopólica (núcleo de la alta ga­ nancia). A su vez, el sistema posee ciclos de desarrollo, los llamados ciclos hegemónicos; ciclos inestables pero que marcan una línea de evolución del sistema interestatal. Ahora bien, un punto crucial es que tanto la propia estructura del sistema político como sus ciclos están fuertemente determinados, en el primer caso, por las necesidades del capital en general (marco institucional no muy fuerte que impida la acumulación, pero tam­ poco muy débil que impida las grandes ganancias), y en el segundo, por las necesidades capitalistas individuales (el Estado «debe» crear límites al mercado para la creación de cuasi monopolios), que en la arena de la competencia mundial, hace que algunos Estados ganen hegemonía -esto es, los capitalistas nacionales pueden incrementar su productividad, ganar mercados, controlar redes comerciales y poseer un gran poder financiero- y otros la pierdan, incapaces de crear un clima de inversiones altamente productivas. En el fondo, el enfoque S-M busca eliminar la «reificación» (verlo como un ente au­ tónomo y descontextualizado) del sistema interestatal, planteando su vinculación funcional a las leyes capitalistas generales e individuales.

iv. Desarrollo:

que descanse en paz

«El desarrollo nacional es hoy una ilusión, sin importar qué método se defienda y utilice». Immanuel Wallerstein

El liberalismo nos habla de un desarrollo general de todas las na­ ciones vía el libre mercado; el neorrealismo plantea el desarrollo como proceso guiado por el Estado (políticas industriales activas) y Strange vuelve al mercado como agente de desarrollo. Wallerstein 68

Sobre esto, ver Polanyi (2003). 267

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se distancia de dichos enfoques y afirma la imposibilidad de un desarrollo general de todas las naciones dentro de los marcos de la Economía-Mundo Capitalista. ¿Por qué Wallerstein (y en esto entra toda la tradición del S-M) guarda este pesimismo radical? Es ya sabido que para Wallerstein, a diferencia, por ejemplo, de Marx, el capitalismo no ha implica­ do ningún avance o progreso en ningún espacio social; de hecho, Wallerstein considera que el capitalismo ha implicado efectiva­ mente una pauperización absoluta de la población mundial, y que sus logros tecnológicos solo llegan a una minoría de la población de la Economía-Mundo69. Pero este escenario reacio al desarrollo, ¿puede ser superado mediante políticas industriales guiadas por el Estado?, ¿puede el desarrollo nacional ser una bandera contra estas tendencias seculares regresivas del desarrollo de la economíamundo capitalista? Para responder dicha pregunta en el marco del enfoque de Wallerstein, es necesario recordar que la Economía-Mundo capi­ talista es un gran tejido de cadenas de mercancías, donde el plusvalor fluye desde de los productores a los capitalistas mediante la explotación en el campo productivo directo y de los capitalistas periféricos a los capitalistas centrales mediante relaciones de inter­ cambio desigual derivadas del control monopólico de segmentos de la cadena productiva. Además, bebiendo de las tesis estructuralistas latinoamericanas, Wallerstein afirma que la expansión de la Economía-Mundo no solo «integró» a los nuevos territorios, sino que los modificó política -creando un Estado formal y racional constreñido por el sistema interestatal- y económicamente -rearti­ culando su producción hacia materias primas según las necesidades 69 Nótese cómo Wallerstein se distancia de la propia lectura marxista tradicional. Este ve al capitalismo como una fuerza que logra esparcir el Progreso, creando las posibilidades materiales para una transición al socialismo. Contra las visiones de progreso y evolución, que aglutinan desde el liberalismo hasta el propio Marx, Wallerstein afirma: «Simplemente no es cierto que el capitalismo haya representado un progreso con respecto a los diversos sistemas históricos anteriores que destruyó o transformó (...) Permítaseme decir, como mínimo, que no es en modo alguno obvio que haya más libertad, igualdad y fraternidad en el mundo actual que hace mil años. Se podría sugerir de forma razonada que más bien sucede todo lo contrario» (1998: 89-90). 268

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de los centros-, generando, como resultado, una creciente brecha en términos de riqueza entre centros y periferias (de este modo, el propio desarrollo de la Economía-Mundo, genera el subdesarrollo en las periferias). Esta inserción periférica a la Economía-Mundo implica (con­ trariamente a la tesis liberal) que el propio mercado mundial genera dicha polarización. Así, dejar que el mercado fluya, implica seguir posicionado en una situación de bajos salarios, de producción con muy poco valor agregado, etc. ¿Cómo suplir dicha situación? El proyecto del desarrollo nacional implica, según Wallerstein, dos proyectos contradictorios: incremento de las capacidades pro­ ductivas (catching-up) y transformación social (redistribución del ingreso, bienestar colectivo, formas de «democracia popular», etc.). Todos los proyectos políticos triunfantes de la izquierda antisistémica (Cuba, URSS, China, etc.) han tenido estos dos proyectos en su propio seno, pero solo han podido lograr, en algunos casos, el primero (igualación a los países centrales). El triunfo de proyectos de transformación radical, que tienda al igualitarismo, ha fracasado en todos los países donde ha triunfado alguna expresión de izquier­ da radical, no por una «traición de los dirigentes», sino porque el Estado en la economía-mundo no tiene capacidad de determinar los flujos económicos, siendo dependiente de los mismos, limitando por tanto, sus capacidades de realizar proyectos políticos alternativos, o que pongan en cuestión las relaciones capitalistas. De este modo, los proyectos alternativos solamente han logra­ do, a lo máximo, tender a acercarse a los indicadores económicos de los países centrales, pero no romper con la Economía-Mundo capitalista, ni realizar un proyecto alternativo al mismo. Actualmente, sin embargo, el tema es aún más complejo. La Economía-Mundo, para su sobrevivencia, necesita de una fuerza de trabajo, planetariamente esparcida, ya que un aumento general del salario, impediría una acumulación a escala mundial sostenible en el tiempo. La E-M capitalista usualmente buscaba la fuerza de trabajo en nuevos territorios (vía expansionismo, colonialismo, imperialismo, etc.), proletarizando sectores antes no insertos en las cadenas de mercancías, dando así, a los centros, una población con salarios altos y alta demanda efectiva. Con la completa integración 269

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geográfica de la Economía-Mundo, ya no existen posibilidades fí­ sicas de conquista de nuevos territorios.Todo el mundo ha sido ya integrado a las cadenas de mercancías, por lo que el surgimiento de un nuevo centro industrial (con altos salarios, adelantos tecno­ lógicos, etc.) necesariamente implicaría la caída de otro país a la condición periférica o semiperiférica. El desarrollo nacional es hoy, más que nunca, un juego de suma cero. Tal como afirma Wallerstein:

«La situación de verdad ha cambiado en la actualidad. La geografía de todo el sistema ya no puede expandirse, por lo tanto el alcance geográfico del centro tampoco pue­ de expandirse (...) Si en los próximos 30 años China, la India o Brasil de verdad se «nivelaran», un gran segmento del resto del resto de la población de este Sistema-Mundo tendría que decaer como lugar de acumulación de capital. Esto se cumpliría sin importar si China, la India o Brasil «se nivela» mediante la desvinculación, la orientación a las exportaciones o cualquier otro método; se cumpliría siem­ pre y cuando los Estados, de manera individual, busquen maneras de desarrollarse. Nivelarse implica competencia, y esta significa que el desarrollo de un país, en última ins­ tancia, será a expensas de otro» (Wallerstein 1999: 131). El desarrollo nacional según Wallerstein es, de este modo, una quimera. Si ya es muy poco probable el desarrollo en las periferias por su fuerte dependencia a los centros, el desarrollo de un Estado llevaría a la caída de otro, debido a la necesidad de mantener es­ pacios de bajos costos de la fuerza de trabajo a escala mundial. La propuesta de Wallerstein es que se debe elaborar una estrategia más allá del horizonte estatal. El desarrollo colectivo de las periferias no se realiza en un plano estatal (el desarrollo de un Estado es la caída de otro, afirma Wallerstein), sino en un plano más amplio, centrado en batallas políticas que busquen «cómo en la cadena de las larguísimas cadenas de mercancías puede retenerse un mayor porcentaje de plusvalor. Dicha estrategia, con el tiempo, tendría a «sobrecargar» el sistema al reducir en forma notable los porcen­ tajes globales de ganancia y nivelar la distribución» (Wallerstein 1999: 135). En el fondo, llama a una indisciplina mundial de los

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productores, en cada parte de la cadena de mercancías, que busque apropiarse de mayores cuotas de plusvalía. Dicha estrategia global de apropiación del plusvalor periférico concentrada en los centros, es la única forma, afirma Wallerstein, de alcanzar el desarrollo pleno y global, es decir, el que permite un incremento de capacidades productivas y, además, con altas cuo­ tas de igualdad, sin ser suma-cero. De este modo, la salvación del desarrollo es superar los estrechos marcos superestructurales del Estado llevando la batalla al campo de la producción, recordando que la producción es a escala mundial. Desarrollo, a fin de cuen­ tas, como lucha de los productores a escala mundial, alternativa al desarrollo como proyecto del Estado para fortalecer sus propias ventajas productivas. La crítica wallersteniana busca evadir tanto la «reificación» del sistema internacional (un sistema anárquico autónomo, cerrado e independiente de otros sistemas sociales como pregona el neorrealis­ mo), como la lectura armónica, neutral y horizontal de la economía internacional (premisa del liberalismo), y busca explicar las relacio­ nes asimétricas entre países y territorios no recurriendo a una lectura centrada en los agentes (como la idea de «autoridades» de Strange), sino en la estructura económica global (la Economía-Mundo en sus ciclos y tendencias). La anatomía del sistema internacional está en la economía política global, y son los mecanismos de reproducción capitalistas globales (con sus dicotomías monopolio/mercado, centro/periferia, etc.) los que asignan posiciones de poder y riqueza a algunos Estados y posiciones de pobreza y «subalternidad» a otros. Ahora bien, la radicalidad de la propuesta de la E-M no impide vislumbrar incógnitas que surgen al momento de su análisis. ¿No guarda su lectura de los ciclos económicos -como elementos activos del desarrollo del Sistema-Mundo- un fuerte determinismo, donde los agentes hacen de personificaciones de dichas leyes económicas? Su lectura de la hegemonía únicamente como control económico ¿no implica suplantar «politicismo» del neorrealismo por otro «ismo», esta vez, economicismo? ¿Es el Estado solo un producto pasivo, cual herramienta útil para la burguesía? Estas preguntas han sido abordadas también por una escuela que, si bien asume las asime­ trías internacionales, y la centralidad de la producción capitalista 271

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global como matriz de análisis, no busca caer en el determinismo economicista, dando paso al análisis de la multidimensionalidad, del poder y las instituciones; nos referimos a la tradición estructuralista latinoamericana.

v. El Estructuralismo Latinoamericano

1. La CEPAL y la EPG del Estructuralismo Latinoamericano Hay dos razones para destacar el papel del estructuralismo latinoamericano como una vertiente de la EPG. La primera es que este trabajo es pensado por científicos sociales latinoamericanos y académicamente destinado a la formación de otros científicos sociales en América Latina. Parece mínimamente razonable que estos no desconozcan los aportes latinoamericanos en este ámbito. Pero la segunda razón es aún más importante: la visión estructuralista latinoamericana parece especialmente diseñada para proveer un marco referencial al estudio de los temas de la EPG, y muchas de las contribuciones más recientes que hemos repasado en páginas anteriores, «redescubren» (o se inspiran en) interpretaciones y recomendaciones originalmente formuladas por los estructuralistas latinoamericanos desde los orígenes de esta escuela, a fines de la Segunda Guerra Mundial. En algunos casos, por parte de estas aportaciones posteriores (en Wallerstein, por ejemplo), existe un reconocimiento explícito de la fuente de inspiración latinoamericana de esas ideas, pero en la mayoría de los casos se omiten las citas al pensamiento latinoamericano, o estas son inexactas, reduccionis­ tas y seguidas por presuntas refutaciones que no responden a los aspectos esenciales. El Estructuralismo Latinoamericano nació como una corriente de pensamiento económico articulada en torno a las ideas políticas y sociales de la Organización de la Naciones Unidas expresadas en sus cartas fundamentales. Su objetivo central fue el estudio de los vínculos entre las nociones de desarrollo y subdesarrollo, en un momento histórico en que el proceso de descolonización y la reestructuración del orden internacional requerían un abordaje

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directo y profundo de los problemas de las regiones económica­ mente más pobres y políticamente más débiles del mundo. A su vez, esta corriente de pensamiento, originalmente centrada en la esfera económica, fue un punto de referencia fundamental para otra corriente interdisciplinaria que efectuó lecturas multidimensionales de la realidad social latinoamericana: la Escuela Latinoamericana del Desarrollo (Di Filippo 2007). La referencia a un organismo tecnoburocrático internacional como CEPAL, parece inoportuna y extemporánea para empezar una reseña de naturaleza teórica. Pero la importancia de esta referencia no se refiere a los temas teóricos del estructuralismo, sino al papel aglutinador de científicos sociales latinoamericanos cumplido por CEPAL, los que interactuaron a partir de un planteamiento inicial que se reveló particularmente fructífero. Este planteamiento de extremo interés para la EPG fue la, así denominada, visión centroperiferia propuesta por Raúl Prebisch en los primeros informes preparados para este organismo (CEPAL 1950). El planteamiento pionero efectuado por Prebisch en el Estudio Económico de América Latina 1949, puede verse como una espe­ cificación histórica de estas ideas aplicadas al ascenso hegemónico británico y a su impacto sobre las restantes regiones periféricas del mundo (incluida la América Latina): «La propagación universal del progreso técnico desde los países originarios al resto del mundo ha sido relativa­ mente lenta e irregular, si se toma como punto de mira al de cada generación. En el largo período que transcurre desde la Revolución Industrial hasta la primera Guerra Mundial, las nuevas formas de producir en que la técnica ha venido manifestándose incesantemente solo han abar­ cado una proporción reducida de la población mundial». «El movimiento se inicia en la Gran Bretaña, sigue con distintos grados de intensidad en el continente euro­ peo, adquiere un impulso extraordinario en los Estados Unidos y abarca finalmente al Japón, cuando este país se empeña en asimilar rápidamente los modos occidentales de producir. Fueron formándose así los grandes centros industriales del mundo, en torno de los cuales la periferia

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del nuevo sistema, vasta y heterogénea, tomaba escasa parte en el mejoramiento de la productividad». «Dentro de esa periferia el progreso técnico solo prende en exiguos sectores de su ingente población, pues generalmente no penetra sino allí en donde se hace nece­ sario para producir alimentos y materias primas a bajo costo, con destino a aquellos grandes centros industria­ les (...) Mas hizo falta que sobreviniesen, con el primer conflicto bélico universal, graves dificultades de importa­ ción, para que los hechos demostraran las posibilidades industriales de aquellos países, y que, en seguida, la gran depresión económica de los años treinta corroborase el convencimiento de que era necesario aprovechar tales posibilidades, para compensar así, mediante el desarrollo desde dentro, la notoria insuficiencia del impulso que desde fuera había estimulado hasta entonces la econo­ mía latinoamericana; corroboración ratificada durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la industria de la América Latina, con todas sus improvisaciones y dificul­ tades, se transforma, sin embargo, en fuente de ocupación y de consumo para una parte apreciable y creciente de la población» (CEPAL-ONU 1950: 3).

Estos párrafos de Prebisch delinean una visión de la economía política global y, además, proponen una estrategia industrialista orientada a superar las limitaciones de la inserción periférica en el orden internacional que era válida para el período histórico en que fue formulada. La importancia de la CEPAL en los orígenes del estructuralismo desde el punto de vista de la EPG, radica en su defensa de los inte­ reses de los países periféricos definidos, de manera muy focalizada y acotada, como aquellos que poseen economías mono-exportadoras de productos primarios orientadas al mercado mundial de los cen­ tros y, por lo tanto, carecen de un apropiado desarrollo de su poder productivo global. Las recomendaciones industrialistas de CEPAL a inicios de la década de los años cincuenta, constituyeron un típico ejercicio de economía política, entendida en el sentido de Adam Smith como aquella disciplina económica orientada a asesorar a los gobiernos en la elaboración de sus políticas públicas.

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Sin embargo, el Estructuralismo Latinoamericano como corrien­ te teórica diferenciable y como fuente de pensamiento en la esfera de la economía política fue mucho más lejos. El Estructuralismo Latinoamericano proveyó el corpus inicial de teoría económica subyacente a la economía política estructuralista propuesta por la CEPAL (Di Eilippo 2009). El punto de partida fue la visión centroperiferia de la que hablaremos después con más detalle. En síntesis, según esta visión, el factor determinante del poder hegemónico de los grandes centros capitalistas a escala mundial, radica en el po­ der productivo, detentado por ellos y originado en su control de la ciencia y la tecnología occidental puesta al servicio de sus intereses nacionales (CEPAL 1951; Furtado 1978; Ferrer 1996 y 2000). En el marco de las condiciones específicas del mundo de post­ guerra, y de los valores y principios postulados por el sistema de la ONU, la CEPAL se opuso a la idea liberal de la autorregulación espontánea de los mercados internacionales y planteó, como alter­ nativa, un proceso de cooperación y de negociación entre centros y periferias, orientado a estabilizar los mercados mundiales de productos primarios y a conseguir ayuda tecnológica y financiera por parte de los centros para superar aquella condición periférica. Un fruto institucional de estas ideas inspiradas en la versión centro-periferia de Prebisch fue, a escala mundial, la fundación de UNCTAD (sigla inglesa para la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo) en 1963, donde estas negociacio­ nes entre centros y periferias pretendían paliar los altibajos cíclicos del mercado de productos primarios, y ayudar a generar tenden­ cias estructurales de largo plazo que transformaran la condición «primario-exportadora» de las economías periféricas. Los resultados de este esfuerzo fueron decepcionantes, y pusieron de relieve que los intereses nacionales y el poder efectivo de las potencias hegemónicas se impusieron sobre los esfuerzos de cooperación en las esferas del comercio y las inversiones. Puede reconocerse en estas estrategias postuladas por CEPAL y UNCTAD, el carácter eminentemente reformista de la economía política estructuralista en su versión oficial cepalina, y su fe en la capacidad del diálogo y en las negociaciones para mejorar la situa­ ción de las regiones periféricas del planeta. 2-75

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2. Fundamentos teóricos del Estructuralismo

Latinoamericano Sin embargo, no debe confundirse la versión «oficial» de la estrategia de CEPAL/ONU, orientada a expandir el poder productivo latino­ americano y a lograr mecanismos institucionalizados de coopera­ ción en el plano del comercio y el desarrollo, con los fundamentos teóricos de la corriente de pensamiento que aquí denominamos Estructuralismo Latinoamericano. Esta corriente de pensamiento tiene fundadores muy claros que expresaron sus ideas a través de obras personales ampliamente difundidas por América Latina. La estrategia cepalina respondió a los principios y valores de la Carta de las Naciones Unidas, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y de otros manifiestos similares. Se trató de una apuesta a favor de la prevalencia de la paz, de la democracia, del diálogo y de la cooperación por sobre las formas violentas o, al menos, coercitivas, del colonialismo y del imperialismo ejercidas históricamente por los países hegemónicos sobre las áreas coloniales y dependientes del mundo. Esos valores fueron compartidos por los teóricos del Estructuralismo Latinoamericano, pero estos autores confirieron a aquellas ideas un fundamento epistemológico propio. A partir de estos eventos se ha practicado, por parte de los centros académicos desarrollados, un reduccionismo de las ideas estructuralistas latinoamericanas. En general no se han efectuado las distinciones apropiadas entre el Estructuralismo como propuesta teórica por un lado, y las recomendaciones industrialistas de CEPAL y las propuestas negociadoras de UNCTAD (que corresponden a un determinado pe­ ríodo histórico del desarrollo capitalista), por otro (Di Filippo 1998). Bajo estas interpretaciones restrictivas, la economía política estructuralista latinoamericana y la visión centro-periferia quedarían reducidas a un conjunto de propuestas situadas en las condiciones específicas existentes en la economía mundial en el período que media entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la así deno­ minada Revolución Conservadora (comienzos de los años ochenta). Si se excluye esta interpretación reduccionista, en los instrumen­ tos conceptuales del Estructuralismo es fácil detectar varias fuentes ubicadas a distintos niveles. En primer lugar, dentro de una perspectiva 276

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teórico-epistemológica amplia, se detecta la influencia de grandes paradigmas de larga vigencia en las ciencias sociales de occidente, tales como los de los economistas mercantilistas, los economistas clásicos, las ideas de la economía nacional propuestas por List, y otros seguidores como Carey en Estados Unidos, las ideas de Marx, los planteamientos de Max Weber, la teoría schumpeteriana sobre el desenvolvimiento económico, etc. En suma, esta visión se nutre muy ampliamente del desarrollo de las ciencias sociales en Occidente. En segundo lugar, atendiendo a la revolución keynesiana y a las teorías económicas del desarrollo y del subdesarrollo surgidas a mediados del siglo pasado, los marcos referenciales del Estructuralis­ mo Latinoamericano se han visto influenciados tanto por el enfoque macroeconómico keynesiano y sus proyecciones a los modelos de crecimiento, como por los estudios económicos que sobre el subde­ sarrollo efectuaron pensadores tales como Paul Rosenstein Rodan, Albert Hirschman, Ragnar Nurkse, Hans Singer, Gunnar Myrdal, etc. De alguna manera, la visión centro-periferia permite poner de relieve el tema medular y distintivo de la teoría estructuralista del desarrollo y del subdesarrollo: el de las formas sociales de gene­ ración y apropiación (nacional y/o internacional) de las ganancias de productividad. En relación con el impacto de este proceso sobre América Latina, y usando un lenguaje más propio de los pioneros del Estructuralismo, cabría hablar de la concentración del progreso técnico y de sus frutos sobre la dinámica desarrollo/subdesarrollo a escala regional. El rasgo más distintivo del Estructuralismo Latinoamericano fue el abordaje con que esas fuentes teóricas de referencia fueron tratadas, dando lugar a la única visión (hasta ese momento) de economía política global no marxista capaz de presentar una al­ ternativa epistemológica diferente a la construida por pensadores académicos asociados a los centros hegemónicos del orden mundial. El autor del presente ensayo se permite sugerir que, observada retrospectivamente con el objeto de escrutar sus rasgos esenciales, esta visión se caracteriza por ser sistémica, global, institucional, histórico-estructural, y multidimensional. 70 70 En lo que sigue, la corriente estructuralista latinoamericana se identificará con las ideas personales de cuatro padres fundadores o pioneros liderados 2-77

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La visión es sistémica, entendiendo por sistema un objeto complejo cuyas partes esenciales están unidas entre sí por víncu­ los interdependientes y relativamente estables que constituyen su estructura. Desde esta perspectiva, examina en particular dos siste­ mas concretos íntimamente entrelazados; de un lado, los sistemas socioeconómicos nacionales periféricos y, de otro lado, el sistema centro-periferia de Relaciones Internacionales. Siguiendo a Bunge, esta visión sistémica intenta sintetizar en un recorrido de ida y vuelta los enfoques atomistas -que parten de los individuos para explicar la totalidad social-, con los enfoques bolistas -que parten de la totalidad social para explicar los comportamientos individuales-. Esta visión es global porque efectúa una lectura planetaria de los procesos de desarrollo/subdesarrollo a través de su formulación centro-periferia. Esta visión es institucional, entendiendo por instituciones las reglas técnicas y sociales interiorizadas en el comportamiento ha­ bitual y efectivo de los actores del sistema social de que se trate. La noción de instituciones es la que articula y sintetiza en una visión integrada a los enfoques individualista y bolista. Lo hace a través de la noción de poder institucionalizado que determina los ámbitos de maniobra de los actores individuales, evitando los peligros del voluntarismo individualista y del determinismo holista. La noción de estructura social puede definirse como el conjunto interrelacionado e interdependiente de instituciones que, en cada situación específica, la constituyen. Esta visión es histórico-estructural ya que tiene permanente­ mente en cuenta los procesos de cambio social experimentados por el orden internacional pero, al mismo tiempo, es transhistórica, por­ que los examina siempre bajo el mismo lente: de la distribución del progreso técnico y de sus frutos en el desarrollo a escala mundial. Y es una visión multidimensional porque ha ido incorporando (de manera natural y no forzada) en un análisis integrado a las originalmente por los planteamientos de Prebisch. Nombrados por orden alfabético estos autores son Aldo Fcrrer, Celso Furtado, Aníbal Pinto y Osvaldo Sunkel (ver referencias bibliográficas). Por lo tanto, las citas textuales y las referencias al pie se referirán fundamentalmente a ellos, quienes escribieron desde fines de la década de los años cuarenta del siglo pasado. 278

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dimensiones política, económica, cultural y ambiental. Todos estos elementos se traducen, además, en la teoría del mercado, del valor y de los precios del Estructuralismo Latinoamericano, en donde se reflejan las posiciones de poder de las partes contratantes y se cuantifican en unidades de poder adquisitivo general. El enfoque de los estructuralistas latinoamericanos es fundamen­ talmente macroeconómico, y la utilización del poder adquisitivo se expresa cuantitativamente en la magnitud de la demanda agregada. Por otro lado, el uso de la expresión «centro-periferia» con que suele caracterizarse la visión estructuralista en sus primeras formu­ laciones puede rastrearse en muchos autores, algunos anteriores a los estructuralistas latinoamericanos, como por ejemplo Lenin o Sombart, y otros posteriores, como Wallerstein. Además, el término fue utilizado abundantemente en la teoría económica espacial, en la teoría del desarrollo regional, en la nueva geografía económica (Krugman) y en muchas otras acepciones relacionadas con el análisis y la planificación urbana y regional. Por lo tanto, se impone aclarar, más adelante, cuál es el significado preciso en que dicha expresión es usada en la economía política global del Estructuralismo. La otra noción que requiere aclaración es el propio término «es­ tructuralismo», que inmediatamente evoca las visiones de postguerra asociadas a los métodos y posturas epistemológicas de la antropología de Lévi-Strauss. De hecho, su libro más importante en la formulación del método estructuralista fue «Las estructuras elementales de paren­ tesco». En el pensamiento latinoamericano, el origen de este término no se vincula con las ideas de aquel autor y debe rastrearse diez años después a partir de las polémicas sobre el significado y las raíces de la inflación (véase Noyola 1957, y Sunkel 1958) que afectó a América Latina durante varios episodios de posguerra, claramente asociados a las formas de la industrialización latinoamericana. A diferencia del enfoque individualista liberal, los estructuralistas no creen en la capacidad autorreguladora de los mercados capitalistas. Por lo tanto, no conciben el mercado sino en el marco de las instituciones de los Estados nacionales o supranacionales (como el que podría surgir de la conformación de algún bloque regional). Además, la visión centro-periferia significa que la expan­ sión del capitalismo ha sido asimétrica y fundada en relaciones de 2-79

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poder y dominación. Por lo tanto, los estructuralistas desarrollan una visión de los mercados y de los precios que no es compatible con las teorías del valor trabajo de los liberales clásicos ni con las teorías utilitaristas-marginalistas del valor elaboradas por los libe­ rales neoclásicos. Del mismo modo, las visiones del mercado, del valor y de los precios sustentadas por el Estructuralismo tampoco son asimilables a los puntos de vista de la vertiente (neoclásicaneoliberal-libertaria) austríaca en sus expresiones contractualistas, fundadas en la «santidad» de la propiedad privada y del mercado como fundamento último de la existencia de las sociedades civili­ zadas (North, Hayek, Nozick). En relación con el marxismo, aun aceptando su clara influencia sobre las visiones de los estructuralistas y el uso de nociones simi­ lares (pero teóricamente diferenciales) tales como dominación de clases, generación del excedente, acumulación, difusión planetaria y concentración del poder del capital, etc., los estructuralistas se diferencian profundamente del marxismo por la importancia au­ tónoma que adjudican a los factores culturales y políticos (los que solo florecen en el interior de los Estados nacionales o supranacionales). En efecto, la filosofía de la historia estructuralista no se confunde con el materialismo histórico-dialéctico ni con las ideas de explotación y lucha de clases como motores del cambio social. El Estructuralismo Latinoamericano vincula los fundamentos del cambio social con la noción de creatividad cultural, a la que consi­ dera motor del desarrollo en el largo plazo. Asimismo, en la esfera teórica, las nociones de poder, dominación y dependencia de los estructuralistas no se fundan en la teoría del valor trabajo de Marx ni suponen la adopción de las ideas posteriores sobre el intercambio desigual, fundadas en la teoría del valor y la explotación marxista. En relación con el neorrealismo apoyado en el concepto central de Estado-nación (Eriedrich List), dependiendo de cómo este se defina, existen especiales vínculos y afinidades por parte del Estructuralismo Latinoamericano. En primer lugar, aparece la preeminencia de las instituciones del Estado nacional como marco previo y necesario de la existencia del mercado. Sin embargo, a pesar de la importancia del papel del Estado en la economía polí­ tica estructuralista, su punto de partida es global y se vincula con 280

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la visión centro-periferia referida a la distribución social (nacional e internacional) del control de la tecnología y de los frutos del cambio técnico. Los estructuralistas latinoamericanos le han dado una importancia decisiva a los temas de la distribución, los han vinculado al proceso de democratización, y no han rehuido los pronunciamientos éticos explícitos (Prebisch 1981). Es legítimo vincular a la economía política global del estructuralismo latinoamericano con la protección de los mercados vilipendiada por Adam Smith, y reivindicada (bajo ciertas circunstancias históricas), primero por Eriedrich List y, segundo, por John Maynard Keynes. En particular, Keynes efectuó una interpretación mucho más razonable y comprensiva de las razones profundas que justificaron el mercantilismo dentro del período histórico en que floreció (Keynes 1943). Ahora bien, el mercantilismo se asocia históricamente con gobiernos absolutistas y colonialistas, y está totalmente distante de las formas, de los principios, prácticas y valores de la democracia, tal como este régimen político se gestó a partir de las revoluciones políticas americana y francesa. Los principios de la democracia contemporánea fueron proclamados y defendidos por ONU, donde se encuadra el marco valorativo ori­ ginal sustentado por el enfoque estructuralista. Lo común en todas estas corrientes es el reconocimiento del legítimo papel del Estado en la regulación del mercado y en la promoción y conducción de las relaciones económicas internacionales. Los estructuralistas, igual que los autores mencionados, consideran la regulación y protección de los mercados nacionales, diferente a la noción de proteccionismo, como una actividad necesaria para promover el desarrollo de las regiones periféricas del mundo. Además, creen en un rol activo del Estado en la promoción de las relaciones económicas internacionales. La visión estructuralista no es nacionalista en sentido estrecho, y la teoría y política de la integración latinoamericana se origina claramente en las ideas de CEPAL de los años sesenta del siglo pasado.

3. Centro y Periferia en la EPG estructuralista latinoamericana El hilo conductor que identifica y distingue los razonamientos estructuralistas es el examen de la formas de distribución del poder

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productivo a escala mundial y del cambio técnico que promovió el desarrollo del sistema económico capitalista. La visión de este proceso es sistémica y distingue entre sociedades hegemónicas deno­ minadas centros y sociedades dependientes denominadas periferias. La estructura del sistema centro-periferia toma como punto de partida la división internacional del trabajo entre ambos tipos de sociedades generada a partir de la Revolución Industrial, y detecta las asimetrías que derivan del diferente posicionamiento de centros y periferias respecto de su capacidad para generar, apropiar, y difundir el cambio técnico (y sus frutos) derivado de las sucesivas revolucio­ nes tecnológicas experimentadas por las sociedades occidentales a partir de la era moderna. América Latina fue y es una región periférica de la cultura occidental que alcanzó su independencia política de manera relativa­ mente temprana y contó con una perspectiva histórica muy adecuada para examinar y alcanzar una comprensión de esos períodos his­ tóricos. La conquista y colonización de América fue, precisamente, uno de los hechos esenciales que marcaron el advenimiento de la era moderna y dieron lugar al primer impacto de la tecnología europea sobre las sociedades prehispánicas. Del mismo modo, la indepen­ dencia política de América Latina se inició mientras se producía el despegue de la Revolución Industrial Británica que dotó al sistema capitalista con sus propios fundamentos tecnológicos. De esta manera, América Latina participó de forma pasiva y subordinada, por decirlo de algún modo, primero en la expansión del mercantilismo como principal expresión de mundialización en la era moderna, y segundo en las revoluciones políticas y económicas que dieron lugar al advenimiento de la era contemporánea. Por eso mismo, la primera premisa de las interpretaciones estructuralistas es que la historia económica y política de América Latina desde la conquista y colonización es incomprensible fuera del contexto de la mundialización del orden internacional (Prebisch -como princi­ pal redactor del Estudio Económico 1949-; Furtado 1969; Ferrer 1996 y 2000). El primer esfuerzo industrialista relativamente deliberado, emprendido en los países más adelantados de América del Sur, tuvo lugar, paralelamente, con la propagación de las tecnologías de la 282

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así denominada Segunda Revolución Industrial. De esta manera, se marcó el inicio de la larga transición (primera mitad del siglo XX) desde la hegemonía británica a la hegemonía estadounidense, en el orden global del capitalismo. Este es el período histórico examinado por los trabajos fundacionales de CEPAL en la década de los años cincuenta, y proyectado históricamente hacia atrás sobre la base de los mismos métodos interpretativos. La última de las grandes revoluciones tecnológicas liderada también por las sociedades occidentales, corresponde, desde luego, a las tecnologías de la información y de la comunicación, a los avances de biología molecular y a la búsqueda de nuevas fuentes de energía, que están en pleno proceso de desarrollo, a comienzos de este siglo XXL De nuevo aquí se están produciendo profundas transforma­ ciones que incluso pueden implicar el desplazamiento del centro de la economía mundial desde Occidente hacia Oriente. Sin embargo, el hilo conductor «transhistórico» del enfoque estructuralista sigue siendo el de las formas sociales de control de poder productivo y de generación, distribución y apropiación de los frutos de la técnica. En consecuencia, la noción de progreso técnico tiene en el Es­ tructuralismo Latinoamericano un profundo contenido histórico. La visión sistémica históricamente situada de los estructuralistas, estudia las asimetrías de poder que emergieron de las formas sesgadas de la distribución del progreso técnico, en el proceso de expansión del capitalismo a escala mundial. De un lado, a nivel de los sistemas económicos latinoamericanos, esas asimetrías de poder dieron lugar a interpretaciones históricas de la formación económica latinoamericana, que se convirtieron en textos «clásicos» para la comprensión de la formación económica de las economías latinoamericanas (Furtado 1962; Aldo Ferrer 1963; Aníbal Pinto 1959). De otro lado, en lo que podríamos denominar el tema propio de la economía política global, estos y otros autores de ideas afines desarrollaron su propia interpretación común sobre el origen y de­ sarrollo de la globalización económica vinculada a la construcción de los sucesivos sistemas centro-periferia. En este marco general de referencia, Aldo Ferrer (1996) ha sostenido que el proceso de globalización, en el sentido de mundialización, tuvo lugar a comienzos de la era moderna. 283

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«Alrededor del año 1500, convergieron, pues, el au­ mento persistente de la productividad y la existencia de un sistema internacional globalizado. Recién entonces se plantea, en escala planetaria, el dilema fundamental de las interacciones entre el ámbito interno y el contexto mun­ dial como determinante del desarrollo y el subdesarrollo de los países, y del reparto del poder entre los mismos». «En ese período comenzó también a gestarse la distin­ ción entre el poder tangible y el intangible. El tamaño de su población y sus recursos naturales constituyen el poder tangible de cada país. Pero la respuesta al contrapunto entre el ámbito interno y el contexto externo condiciona la gestación de los factores intangibles asentados en la tecnología y la acumulación de capital. En ausencia de estos componentes el poder tangible se disuelve en el subdesarrollo. Así, desde el despegue del primer orden económico mundial comenzó a tejerse la trama sobre la cual se articuló el sistema internacional y la distribución del poder entre las naciones» (Ferrer 1996: 14). Celso Furtado (1978) también alude a estos factores intangibles de poder, que son el progreso técnico y la acumulación de capital: «Lo que singulariza a la revolución burguesa es la creciente utilización del excedente como instrumento de control del sistema de producción. En los países en los que ocurrió la revolución burguesa el control de las tierras y de las principales instituciones que constituyen el Estado permaneció en manos de las clases dominantes tradicionales, hasta muy avanzado el siglo XIX. El ascen­ so de las burguesías es más un proceso de generación de nuevas formas de poder que la asunción de nuevos grupos sociales a las formas tradicionales. Estas nuevas formas de poder se fundaban en el control de la producción y no en la propiedad de la tierra y en la tutela directa sobre la población. El desvío del excedente de las obras de prestigio y del consumo conspicuo hacia el sistema de producción viene a ser el muelle maestro del proceso de reestructuración del sistema de poder. Tal es la razón fundamental por la que la idea misma de acumulación tendió a confundirse con la de desarrollo de las fuerzas productivas» (Furtado 1978: 43). 284

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Las diferencias de esta interpretación estructuralista latinoame­ ricana respecto de las visiones de Marx y del marxismo ortodoxo con las que suelen ser vinculadas, radican, primero, en enfatizar el significado cultural y no solo económico de los procesos que condu­ cen a la estructuración del capitalismo y, segundo, en la sustitución de la noción marxista de explotación, intrínsecamente económica por las nociones de poder y de dominación, que son multidimensionales. Esta distinción enfatiza el hecho de que, si bien todo proceso de explotación implica un proceso de dominación, no todo proceso de dominación implica un proceso de explotación. Esto es así, en particular, porque la noción de explotación adquiere sentido en la esfera específicamente económica asociada a la disposición de recursos productivos y de bienes considerados como mercancías, en tanto que la noción de dominación no es solo económica, sino también política, cultural, y biológico-ambiental. Además, en sentido lato, la noción de dominación no implica ipso facto la existencia de situaciones socialmente injustas, en tanto que la noción de explo­ tación sí parece suponer este tipo de situaciones (Di Filippo 2012). Esta distinción determina en el plano de la ciencia económica dos teorías diferentes del valor. En el caso de Marx la sustancia creadora de valor es el trabajo abstracto y el excedente una plus­ valía no pagada, ambas variables medidas en horas o jornadas laborales bajo condiciones medias de la técnica correspondientes a una época determinada. En el caso de los estructuralistas, el valor es el poder productivo subordinado al poder adquisitivo del capital. Este poder se traduce macroeconómicamente en el producto social, cuya contrapartida en términos de ingreso se distribuye funcional­ mente entre los propietarios de factores productivos. El excedente es ganancia de productividad, derivada de la aplicación de nuevas condiciones técnicas en el proceso productivo. En otras palabras la creación del valor económico es un fruto de la expansión del poder productivo. Y las estructuras de mercado, especialmente de los factores productivos primarios, reflejan situaciones estructuradas de poder y dominación, modificándose cuando esas estructuras se modifican históricamente. En consecuencia, las nociones de desarrollo y de excedente utilizadas por los estructuralistas latinoamericanos expresan un 285

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fruto simultáneo de la creatividad humana y de las asimetrías de poder. La emergencia del capitalismo responde a ambas fuerzas, concretadas en este período histórico por las revoluciones burguesa y tecnológica (Furtado 1978). Así observa Furtado (1978): «Cualesquiera que sean las antinomias que se pre­ senten entre las visiones de la historia que surgen en una sociedad, el proceso de cambio social que llamamos desa­ rrollo adquiere cierta nitidez cuando lo relacionamos con la idea de creatividad». (...) «En su doble dimensión de fuerza generadora de nuevo excedente e impulso creador de nuevos valores culturales, este proceso liberador de energías humanas constituye la fuente última de lo que entendemos por desarrollo» (Furtado 1978: 97).

Furtado (1978) también enfatiza en otra sección de la obra que citamos los vínculos entre las nociones de poder y de creatividad:

«Dando por supuesta la creatividad, el agente impone su propia voluntad, consciente o inconscientemente, a quienes son alcanzados en sus intereses por las decisiones que toma. Por lo tanto, en la creatividad, hay implícito un elemento de poder. El comportamiento del agente que no ejerce el poder es simplemente adaptativo: identificada la incidencia de los factores aleatorios, tal comportamiento puede ser previsto con relativa facilidad» (Furtado 1978: 13). Por oposición a las nociones de explotación y lucha de clases, los estructuralistas enfatizan las nociones de dominación de clases y de creatividad como principios estructurantes y dinamizadores de las sociedades humanas. De allí la importancia central de la ciencia y la tecnología como dato cultural que en última instancia otorgó poder hegemónico a las sociedades occidentales en el orden global durante los últimos quinientos años.

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vi. Mercado

y

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Estado en la economía

POLÍTICA ESTRUCTURALISTA LATINOAMERICANA

Como se observa en los párrafos «inaugurales» de Prebisch cita­ dos al comienzo de esta parte referida al estructuralismo latinoa­ mericano, dos formas de desarrollo imperaron en las sociedades latinoamericanas hasta los años setenta del siglo XX. La primera fue el proceso de crecimiento hacia fuera, o primario exportador, que imperó en buena parte del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX continuando formas de posicionamiento internacional que ya habían sido establecidas durante la fase colonial. La segunda forma fue el esfuerzo de desarrollo industrial desde dentro que se instaló a comienzos del siglo XX y continuó hasta aproximadamente un cuarto de siglo después de concluida la Segunda Guerra Mundial. El funcionamiento del mercado internacional fue decisivo para explicar estas modalidades de desarrollo. La división internacional del trabajo (tanto técnica como social) instalada a partir de la Revolución Industrial explica sin lugar a dudas el tipo de expor­ taciones de productos primarios (alimentos y materias primas) en que se especializó América Latina durante el período primario exportador. Este proceso no fue privativo de América Latina sino también característico de buena parte de las economías coloniza­ das de Africa y de ciertas regiones de Asia, pero los estructuralistas latinoamericanos pertenecientes a una región de temprana indepen­ dencia política pudieron entenderla y expresarla de manera más sistemática y profunda. Asimismo, las interrupciones del mercado internacional acon­ tecidas durante las dos guerras mundiales y la crisis de los años treinta, crearon tanto la oportunidad para un cierto grado de desarrollo industrial como la estrategia industrialista que emergió en los países grandes y medianos de mayor grado de urbanización e ingreso medio. En resumen, dentro de la ecuación mercado-Estado, ha sido el mercado internacional que impulsó las dos modalidades principales del desarrollo latinoamericano tanto «hacia fuera» como exportado­ ra de productos primarios como «desde dentro» en los procesos así denominados de industrialización por sustitución de importaciones. 287

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Esta gravitación externa explica los procesos formativos del Estado latinoamericano. Al respecto, Aníbal Pinto observa:

«Por una parte, [se verifical que el aparato del Estado está al servicio manifiesto de las clases rectoras en ese período, esto es, los propietarios del sector exportador (nacionales y extranjeros), sus adláteres urbanos y los terratenientes, a menudo también ligados a la exportación. No importan mucho las formas políticas de ese predomi­ nio, tampoco son substanciales las contradicciones dentro de esa coalición aunque den origen a innumerables que­ rellas por el ejercicio del poder, especialmente en el duelo tradicional de «liberales» y «conservadores», estos más vinculados al latifundio; los otros con mayor arraigo en las ciudades y en las actividades «compradoras». Todos, en mayor o menor medida, son solidarios con el patrón de la economía primario exportadora y esto se traduce en una política estatal definida y que en su denominación generalizada, «libre-cambismo», acusa su filiación a la ortodoxia británica de la época». «El modelo de crecimiento hacia fuera contó, pues, con fuerzas políticas y una ideología a la vez dominantes y definidas. Sin embargo, preciso es destacarlo, no fueron esas condiciones internas las decisivas para el funciona­ miento del modelo, que, por su propia naturaleza, estaba subordinado a las tendencias y peripecias de la demanda exterior por productos primarios, o sea, a un factor «exógeno» (Pinto 1991: 251). La noción de demanda externa, originada en los centros, forma parte de la teoría económica estructuralista, y recoge la influencia keynesiana que tanto gravitó en los planteamientos estructuralistas iniciales. Los trabajos teóricos de la corriente estructuralista se encuadran en una visión sistémica que expresa una síntesis entre las influencias keynesianas, por un lado, y las estructuralistas anglosajonas en la vertiente de Leontief, Chenery y Pasinetti, por otro. La matriz de relaciones interindustriales (o intersectoriales) de Leontief71, expresa bien ese marco conceptual y permite enten­ 71

La matriz de Leontief contiene un primer bloque o sección de relaciones interempresariales o intersectoriales que, convenientemente desagregada, puede expresar el grado de diversificación interna de la división técnica 288

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der la interdependencia entre las economías centrales y periféricas, primero, tal como se manifestó para América Latina durante el siglo XIX y hasta la primera mitad del siglo XX (mono exporta­ ción de productos primarios) y, segundo, durante el período de la industrialización por sustitución de importación que va desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de la década de los años setenta. Los países desarrollados (como Estados Unidos, Unión Europea, o Japón) o los actualmente denominados emergentes (por ejemplo, los así denominados BRIC: Brasil, Rusia, India y China), tienen como rasgo común un desarrollo basado en una diversificación exportadora (competitiva) de manufacturas y un mercado interno muy amplio en base al cual pueden sostener una diversificación productiva en el largo plazo. Asimismo, el desarrollo industrial es el marco productivo en donde puede incorporarse el progreso técnico y aplicarse el conocimiento científico (poderes intangibles), tanto el asimilado desde los países desarrollados como el originado en la propia creatividad tecnológica. Por lo tanto, los países dotados de poder tangible (gran tamaño geográfico y demográfico), exporta­ dores de manufacturas competitivas a escala mundial, están en una competencia mundial por un puesto entre los países hegemónicos. y social del trabajo del país bajo análisis. En este bloque se registran en cada columna de la matriz las compras que efectúan las empresas o ramas tanto entre ellas mismas como las provenientes de las importaciones. La matriz tiene un segundo bloque correspondiente al valor agregado por el proceso productivo en donde se expresan las remuneraciones pagadas por las empresas a los factores primarios de la producción, que convenientemente desagregadas, pueden expresar la distribución funcional del ingreso. Finalmente, tiene un tercer bloque de la demanda final en donde los ingresos generados se traducen en el gasto domestico en bienes de consumo e inversión y en el gasto del resto del mundo (demanda externa) expresado en las exportaciones. La estructura de estos gastos domésticos convenientemente desagregados permite tener una idea, por un lado, de las canastas de consumo por estratos de ingreso y, por otro lado, de la composición de los bienes de inversión. A partir de la matriz de Leontief adaptada a sus propios fines, Osvaldo Sunkel primero (1978), y Sunkel c Infante después (2009), dieron expresión formal a las nociones de heterogeneidad estructural que, formuladas con anterioridad en el pensamiento cstructuralista, expresan la desigual asimilación de las formas productivas y organizacionales que acompañaron la difusión mundial de las sucesivas oleadas tecnológicas en la expansión mundial del capitalismo. 289

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De otro lado, la estructura productiva de los países periféricos monoexportadores de productos primarios se caracteriza por una escasa diversificación industrial y por una fuerte dependencia de los productos importados para el abastecimiento de sus canastas de consumo y para las inversiones productivas internas. Como recordó en varias oportunidades Aníbal Pinto, los países monoexportadores de productos primarios que obtienes altos ingresos de exportación suelen ser «subdesarrollados» para producir y «desarrollados» para consumir. Estas condiciones estructurales implican elastici­ dades ingreso de la demanda que suelen conducirlos a situaciones deficitarias y deudoras. Cuando se producen las menguantes cíclicas de los ingresos de exportación, se suspende la demanda internacional de ciertos productos primarios (caso del salitre en Chile a comienzos del si­ glo XX). El déficit de comercio exterior puede desalentar el ritmo de crecimiento del producto y generar crisis profundas, hecho que aconteció reiteradamente durante el proceso de industrialización por sustitución de importaciones en varios países latinoamericanos. Estos hechos no se vinculan necesariamente con relaciones de explotación económica en el reparto de los ingresos entre centros y periferias, sino con herencias histórico-estructurales del pasado colonial, con dinámicas coyunturales propias de los ciclos capitalistas y con el tipo de procesos tecnológicos imperantes en determinados períodos. El tema central del estructuralismo latinoamericano no es, ni ha sido nunca, el de la explotación económica, sino que sus categorías interpretativas centrales han sido las de poder y dominación. Y si bien toda forma de explotación se funda en la existencia de un siste­ ma de poder y dominación, no todo sistema de dominación implica ipso fado una relación de explotación. Obsérvese por ejemplo la relativa benignidad de la dominación británica sobre sus colonias en América, las que luego se convirtieron en los Estados Unidos. La noción de explotación denota relaciones de sumisión predatorias e injustas, pero las nociones de poder y dominación son éticamente más neutras. La noción de explotación conduce a un cálculo basado en la pérdida neta de recursos (por ejemplo, a través del intercambio 290

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desigual o el deterioro de los términos de intercambio) como causa de pobreza y subdesarrollo. En cambio, la noción de dominación expresa más bien un proceso de deformación estructural sufrida por el país dominado. En América Latina, las relaciones de dominación colonial generaron una estructuración social y económica de largo plazo, y consecuentemente una inercia histórica que distorsionó sus estructuras productivas y las predispuso a través del tiempo para que operaran al servicio de los intereses de los países de los centros. La noción de heterogeneidad estructural alude precisa­ mente a estas distorsionadas estructuras internas. El cálculo de los términos de intercambio es un síntoma, empíricamente verificable, de situaciones estructurales internas más profundas que derivan de las formas asumidas por el capitalismo periférico. Así, después de que las relaciones coloniales de dominación-explotación fueron sustituidas por relaciones económicas capitalistas, la inercia histórica del pasado siguió gravitando sobre las estructuraciones sociales ru­ rales (hacienda señorial, plantaciones, latifundio-minifundio) hasta mediados del siglo XX. Los países latinoamericanos que, fundados en mercados pro­ tegidos internos, desarrollaron una industrialización sustitutiva de importaciones (primera mitad del siglo XX) incapaz de competir a escala internacional, mantuvieron todos los problemas previos de inserción externa de la etapa primario-exportadora (siglo XIX). Siguieron dependiendo de la demanda externa de productos pri­ marios, y, además, empezaron a experimentar «cuellos de botella», «estrangulamientos» o asfixias externas, producidas por exportacio­ nes insuficientes para proveer la capacidad para importar requerida para expandir su producto industrial. El meollo permanente o transhistórico de la visión centroperiferia se enfoca, cabe recordarlo, en la sesgada distribución del poder tecnológico autónomo y de sus frutos entre centros y periferias. La distribución del progreso técnico fue modelando la estructura económica interna de los países periféricos. Esta dis­ tribución es típicamente sesgada y, en el caso de América Latina, dada su especial dotación de factores productivos, estuvo orientada hacia las exportaciones con bajo valor agregado industrial. La dis­ tribución de los frutos de ese progreso técnico dice relación con el 291

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reparto de las ganancias de productividad, primero entre centros y periferias, y segundo entre los actores que participan en el proceso productivo periférico. Esa distribución sesgada de las ganancias de productividad es la raíz estructural de una forma de intercambio desigual que, por lo tanto, opera como consecuencia y no como causa de la condición periférica. La última revolución de las tecnologías de la información y la comunicación ha transferido el poder tecnológico a las grandes cor­ poraciones que transnacionalizaron sus actividades a escala global, pero estas megaempresas siguen dependiendo del potencial científico de los Estados nacionales hegemónicos. En consecuencia, el poder tecnológico se ha transnacionalizado y, en cierto modo, privatizado, aun cuando su fuente última sigue siendo el avance científico que radica en Estados nacionales históricamente concretos. A los países emergentes que aspiran a ser centros hegemóni­ cos, como es el caso de China e India, no les basta con su evidente poder tangible (territorio y población), sino que necesitan adquirir el poder intangible del dominio científico y tecnológico que es el único capaz de conferir poder productivo autónomo (Ferrer 1996). En este momento histórico, los países emergentes están ad­ quiriendo rápidamente este poder intangible que fue privativo, a partir de la era moderna, de los grandes centros hegemónicos de Occidente. Aparentemente, el control del poder tecnológico no de­ pende necesariamente de la existencia de subsistemas económicos capitalistas, sino de ciertas condiciones culturales que los Estadosnación deben lograr adquirir. Por ejemplo, la naturaleza híbrida o mixta de la economía china pareciera avanzar hacia la instalación de un subsistema capitalista generalizado, pero se trata de un proceso histórico aún no definido. En todo caso, el ejercicio del poder por parte del capital privado transnacional radica en el control de dicho poder tecnológico. Se ha producido, como sabemos, un auge protagónico de las corporacio­ nes transnacionales que han propagado por el mundo sus cadenas productivas fundando zonas procesadoras de exportaciones o ma­ quiladoras en muchos países subdesarrollados. Estas modalidades han proliferado en Centroamérica, el Caribe y México. Un examen superficial sugeriría que los países periféricos se industrializan y 292

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global (II)

exportan al mundo manufacturas competitivas. Pero, en rigor, se trata de otra manera sesgada de introducir progreso técnico con el objeto de lograr una igualmente sesgada distribución interna­ cional de las ganancias de productividad. Nuevamente podríamos enunciar la relación causal: los países periféricos son «explotados» (damnificados en la distribución internacional de las ganancias de productividad) porque son subdesarrollados y no al revés. Siendo esto así, el meollo de la interpretación de las relaciones económicas internacionales asimétricas, encuentra sus orígenes causales en posiciones de poder y relaciones de dominación estruc­ turadas. Es decir, en posiciones institucionales y productivas que consecuentemente se traducen en intercambio desigual o relaciones de «explotación». Pero la importancia del diagnóstico no radica en la intensidad de la explotación sino en las consecuencias estructu­ rales distorsionantes sobre la vida de las personas involucradas y sobre las sociedades derivadas de aquellas posiciones y relaciones. Los términos de intercambio de los productos exportados por América Latina han mejorado espectacularmente, sustrayendo, por ahora, a la región de los enormes efectos de la crisis financiera global que afecta hoy (2013) al mundo. Sin embargo, aunque los términos de intercambio de los productos que exporta Sudamérica (cobre, soja, etc.) son extremadamente favorables, se está generando una nueva relación centro-periferia en materia de comercio interna­ cional. América Latina arriesga convertirse dentro de poco en una periferia de China. Si la historia se repite, entonces las explicaciones pretéritas de la relación centro-periferia (aggiornadas a los rasgos específicos de la presente era global) adquieren renovada validez. En resumen, la problemática abordada por la EPG del Estruc­ turalismo Latinoamericano no es la de una explotación económica de la periferia traducida en una exacción sistemática de ingresos por parte de los centros (aunque no se niega que dicho fenómeno pueda existir), sino de una estructura internacional de sumisión traducida en una deformación estructural interna que impide un desarrollo autónomo de largo plazo a los países dependientes de dicha estructura global. La falta de autonomía de ese desarrollo y su consiguiente deformación se manifiesta, por ejemplo, en el pro­

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José Miguel Ahumada • Armando Di Filippo

fundo divorcio que existe entre las estructuras de la producción y del consumo en la mayoría de las regiones periféricas del mundo. Resumiendo, en el caso de la EPG tanto de los liberales como de los neorrealistas, predomina la acción de los actores por encima de la dinámica de las estructuras, los primeros haciendo énfasis en los emprendedores privados y los segundos en los Estados nacio­ nales. Lo mismo acontece con la EPG propuesta en los trabajos de Susan Strange, donde los actores protagónicos son las corporaciones transnacionales. Por otro lado, en el caso de la EPG propuesta en el Sistema-Mundo de Wallerstein, predomina la acción de las estructu­ ras del capitalismo que tienen un cierto determinismo incontratable. A diferencia de estos enfoques, la EPG de los estructuralistas parte de las posiciones de poder y de las relaciones de dominación, entendidas multidimensionalmente. La fuente última del poder hegemónico de los centros es de naturaleza cultural y se vincula con el desarrollo de la ciencia pragmática al servicio del poder tecno­ lógico requerido para alcanzar un poder productivo hegemónico. La secuencia que lleva a las posiciones hegemónicas y dominantes (para las naciones dotadas con poder tangible) se expresa en un itinerario que puede resumirse en las siguientes instancias: poder cultural intangible (ciencia y tecnología), poder productivo, poder político militar y poder de mercado. La raíz última del proceso histórico no depende por lo tanto de la evolución determinista del capitalismo ni de la dinámica voluntarista de los actores políticos, sino de la dinámica de las culturas compartidas.

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2-97

Capítulo viii

La

cooperación internacional:

SU IMPORTANCIA PARA AMÉRICA

Latina y

el

Caribe

Cristina Lazo Vergara

i.

Introducción

Durante la última década y particularmente a partir de la definición de los Objetivos de Desarrollo del Milenio1 (PNUD 2000), han sucedido importantes cambios en el sistema internacional de la cooperación para el desarrollo. En un escenario internacional caracterizado por una fuerte interdependencia mundial del comercio, las finanzas, las telecomu­ nicaciones, y las tecnologías de la info-comunicación, por nombrar las más relevantes, las formas de cooperación entre los Estados se han visto significativamente alteradas. Algunos elementos de contexto internacional sobre la coopera­ ción nos permitirán entender la evolución de la política de coope­ ración internacional a nivel global durante estos últimos 10 años, analizar su importancia e impacto en América Latina y el Caribe, así como en un país de desarrollo medio como Chile.

1 Estos Objetivos son: erradicar la pobreza extrema y el hambre; lograr la enseñanza primaria universal; promover la igualdad de genero y la potenciación de la mujer; reducir la mortalidad infantil; mejorar la salud materna; combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades; garantizar la sostenibilidad del medio ambiente y establecer una alianza mundial para el desarrollo. 2-99

Cristina Lazo

II. El contexto internacional de la cooperación

1. De la Ayuda Oficial al Desarrollo a la Cooperación para el Desarrollo La cooperación internacional ha sido -tradicionalmente a lo lar­ go del tiempo- el medio utilizado por los países desarrollados para otorgar asistencia o ayuda a los países en desarrollo2 (AGCI 1999). Esta asistencia se enmarcó durante muchos años en el concepto de Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD)3, que se caracterizaba por un marcado énfasis asistencialista. Sin embargo, los sucesivos cambios registrados a nivel mundial en el último tiempo, así como el crecimiento de algunos países en vías de desarrollo, han contribuido a la generación de una nueva estructura de la cooperación internacional, en una pers­ pectiva más amplia e integradora: la Cooperación para el Desarrollo. Ella conjuga elementos de ayuda, solidaridad social, fortaleci­ miento de estrategias de desarrollo nacional de los países partici­ pantes, con aquellos de promoción comercial e intereses políticos y económicos, entre otros. De este modo, la cooperación también puede entenderse como el conjunto de acciones a través de las cua­ les se intenta coordinar políticas o aunar esfuerzos para alcanzar objetivos comunes en el plano internacional (Insulza 1988: 59). Este nuevo esquema se caracteriza por un marcado énfasis en el diseño y puesta en marcha de programas de cooperación que contribuyen a armonizar y alinear el suministro de la cooperación con el desarrollo de los países beneficiarios. Para ello, y con el objeto de apoyar la agenda concordada el año 2000 orientada al cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio al año 2015 (PNUD 2000), la comunidad internacional -convocada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE)- estableció los nuevos compromisos de cooperación con el fin de ordenar las acciones que ejecutan los países donantes, 2

3

En su acepción más restrictiva, cooperación internacional se define como «actividad ligada a la transferencia o intercambio de recursos y asistencia técnica, por vía concesional, de un país a otro» (AGCI 1999). Entendida como «la transferencia de recursos de origen público a favor de países en desarrollo, realizada con determinado grado de concesionalidad» (CAD-OCDE). 300

La

cooperación internacional

además de orientar esfuerzos para mejorar la eficacia de la Ayuda al Desarrollo, los que fueron plasmados en la Declaración de París, fechada el 2 de marzo del año 2005 (OCDE 2005; 2008). Dichos compromisos se relacionan con la necesidad de asegurar la debida alineación de las iniciativas de cooperación con las prio­ ridades de desarrollo de los países beneficiarios; la armonización a través del uso de procedimientos y programas comunes que son desarrollados por distintos donantes; la apropiación por parte de los países beneficiarios de los contenidos de la cooperación, la gestión orientada a resultados y una activa participación de las contrapartes nacionales del país beneficiario en la definición, ejecución y evalua­ ción de los programas de cooperación de responsabilidad mutua. En los últimos años se han sumado a estos principios la efectividad y sustentabilidad, fruto también de la experiencia de la Cooperación Horizontal o Cooperación sur-sur (CSS). Esta nueva definición de cooperación ha estado acompañada por la reflexión sobre los modelos de desarrollo, sus fortalezas, vul­ nerabilidades, límites y requerimientos, en sintonía con un esfuerzo mundial por desarrollar mecanismos de cooperación internacional más eficientes, replicables y sostenibles en el tiempo. Una Política de Cooperación para el Desarrollo resulta entonces fundamental en la acción de los Estados democráticos en un mundo que no solo es más interdependiente en su comercio y en sus finanzas, sino que también por las relaciones que se desarrollan en la sociedad internacional, cada vez más complejas en sus objetivos y acciones. Es importante señalar que las políticas de cooperación de los países participantes en el sistema internacional de cooperación pue­ den radicarse institucionalmente en los Ministerios de Cooperación, Ministerios de Relaciones Exteriores, Ministerios de la Presidencia o Ministerios de Desarrollo Social, según sean países puramente beneficiarios, o puramente donantes, cooperantes o ambas cosas.

2. La nueva Estructura de la Cooperación y los

Países de Renta Media La aparición de nuevas modalidades y de nuevos actores en el sistema global de cooperación sumado a la evaluación crítica sobre

301

Cristina Lazo

la eficacia de la ayuda otorgada durante los últimos 10 años, ha generado la necesidad de repensar la arquitectura del sistema global de cooperación internacional para el desarrollo (Freres 2010: 13). La nueva arquitectura de la cooperación internacional está deter­ minada sustancialmente por la aparición de nuevos actores (Martínez 2009), entre los cuales destaca uno muy importante: los Países de Renta Media (PRM)4. Bajo esta clasificación se ubican los países que, en principio, han avanzado en materia de desarrollo y bienestar social, estabilidad democrática, fortaleza de sus instituciones, estabilidad de sus políticas públicas, y diversidad cultural y política. Sin embargo, cabe recalcar que la clasificación de los países de acuerdo a su nivel de renta per cápita es objeto de mucha crítica en el continente latinoamericano ya que ello no mide necesariamente los niveles de desarrollo sino más bien los de crecimiento. Condicionar la distribución de la Ayuda Oficial para el Desarrollo a los niveles de renta, no da cuenta de un problema característico de nuestro continente, cual es la desigualdad. Enfrentar la desigualdad y sus soluciones requiere, en muchos casos, de cooperación internacional y también de ayuda (CEPAL 2010ab). Dicho criterio, como lo veremos más adelante, ha generado una tendencia creciente durante los últimos diez años a excluir América Latina y el Caribe de los beneficios de la Ayuda Oficial para el Desarrollo. Paralelamente, si bien los países de renta media latinoameri­ canos fueron en un inicio receptores netos de cooperación inter­ nacional, tienen hoy muchos de ellos una doble condición: por una parte, la de país beneficiario de cooperación, para consolidar áreas aún deficitarias de su desarrollo nacional y, por otra, la de país cooperante, compartiendo sus capacidades técnicas con otros países de igual o menor desarrollo relativo. Las acciones de Cooperación para el Desarrollo llevadas a cabo por los países de renta media, en sus ámbitos de influencia regional, 4 Según la clasificación del Banco Mundial, son de renta media los países cuya renta per cápita (en el año 2008) es superior a 976 dólares c inferior a 11.905 dólares. Este grupo se divide, a su vez, en países de renta media baja (56 países) y países de renta media alta (48 países). Mayor información sobre la clasificación de países se encuentra en http://datos.bancomundial. org/quicncs-somos/clasificacion-paiscs. 302

La

cooperación internacional

están adquiriendo cada vez una mayor importancia. Algunos de estos países hoy se han consolidado como países cooperantes emergentes, pues disponen de capacidades técnicas, recursos y fortalezas que les permite realizar una cooperación eficaz y ajustada a las reales necesidades de los países beneficiarios (SEGIB 2011).

3. La creciente importancia de la Cooperación sur-sur En el actual escenario internacional, varios países en desarrollo comienzan a perfilarse como impulsores regionales y mundiales del comercio, la inversión y las buenas prácticas en materia de cooperación. En este sentido, la «Cooperación sur-sur», vale decir, aquella que se da entre países de igual o menor desarrollo rela­ tivo, está adquiriendo progresivamente una mayor importancia y sus aportes deben ser tan valorados como los de la tradicional Cooperación Norte-Sur, que es ejecutada entre un país altamente desarrollado y uno con bajo nivel de desarrollo. De hecho, los paí­ ses de renta media, por lo menos los de América Latina, presentan claras fortalezas respecto de los países altamente desarrollados para transferir sus capacidades y beneficios de su propio desarrollo más allá de sus fronteras, mediante experiencias que se adaptan, muchas veces, de mejor forma a la realidad específica de los países latinoamericanos. La Cooperación sur-sur tiene entre sus principios básicos la horizontalidad, la reciprocidad y la alineación, lo que la diferencia de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) (SEGIB 2009; 2010). Uno de los objetivos principales de esta cooperación es for­ talecer las capacidades nacionales de los participantes mediante intercambio de experiencias y asistencia técnica que contribuya al mejoramiento de las políticas públicas prioritarias para el desarrollo del país beneficiario. Cabe destacar que a través de la Cooperación sur-sur se han diversificado, en la actualidad, las áreas de interés, las modalidades, las temáticas preferentes y los criterios de asignación de recursos técnicos y financieros. Ella presenta una alta especialización secto­ rial, así como una concentración en áreas temáticas relacionadas fundamentalmente con el fortalecimiento institucional, la supera­

303

Cristina Lazo

ción de la pobreza, el fomento productivo, el medio ambiente y la ciencia y tecnología. Asimismo, los Acuerdos Comerciales y de Complementación Económica están adquiriendo cada vez más relevancia en las agen­ das de cooperación. Los programas y proyectos de cooperación generan condiciones para acceder a nuevos mercados, y consolidar asociaciones para el desarrollo productivo, entre otras acciones.

4. El Auge de la Cooperación sur-sur Triangular En América Latina y el Caribe, la Cooperación sur-sur se ha visto fortalecida gracias a los resultados exitosos obtenidos por la cooperación bilateral Norte-Sur5. La replicabilidad de estas positivas experiencias en un tercer país de la Región dio inicio en América Latina, durante los años noventa, a lo que hoy llamamos «Cooperación Triangular», que consiste en la asociación de una fuente tradicional (bilateral o multilateral) con un país de renta media otorgante de Cooperación Horizontal, para concurrir conjuntamente en favor de un tercer país de igual o menor desarrollo relativo. La Cooperación Triangular, como combinación complementaria de las capacidades de los diferentes actores que participan en ella, contribuye a lograr una mayor eficiencia y eficacia de la cooperación que otorgan los donantes tradicionales. A su vez, multiplica los be­ neficios e impactos de las acciones de cooperación que ejecutan los países de renta media y el conjunto de actores que participan en ella. Desde esta perspectiva, la Cooperación Triangular se ha posicionado progresivamente entre las fuentes internacionales como una modalidad cada vez más relevante a la hora de diseñar programas de cooperación. Posibilita no solo aunar esfuerzos financieros entre el donante tradicional y el cooperante emergente, sino que permite también conjugar los intereses de la cooperación bilateral con las acciones emprendidas en terceros países por dichas fuentes, en el marco de sus programas de cooperación al desarrollo. 5 Es aquella caracterizada por la transferencia de asistencia técnica y/o recursos financieros desde un país de mayor o igual desarrollo relativo, o una fuente multilateral, hacia un país beneficiario del mundo en desarrollo. 304

La

ii.

cooperación internacional

América Latina

en este contexto

El rol de América Latina y el Caribe no puede entenderse sin con­ siderar el actual escenario internacional de la cooperación para el desarrollo, la evolución del sistema global de ayuda, así como las transformaciones ocurridas en los propios países latinoamericanos durante los últimos diez años. Los grandes cambios generados a partir del año 2000, vin­ culados a a eficacia del sistema internacional de ayuda, así como los criterios que se han utilizado para la distribución de la misma, han tenido como consecuencia el fortalecimiento de los principios y modalidades de colaboración desarrollados por los países de América Latina y el Caribe.

1. Características de la Región Latinoamericana América Latina y el Caribe es una región donde persiste una de las mayores tasas mundiales de desigualdad social, a pesar de su alta tasa relativa de crecimiento (entre 4 y 5% para el año 2011). La desigualdad que enfrentan los países de América Latina y el Caribe no es coyuntural, es su vulnerabilidad estructural más importan­ te. La cooperación internacional es, sin duda alguna, un aporte relevante para la solución de esta problemática (CEPAL 2011a). La desigualdad no es un tema que solamente se pueda solucionar con la voluntad política de los Estados; su complejidad y variedad requiere de una mirada multidimensional, muchas veces ausente en nuestras políticas públicas (CEPAL 2010b). En este sentido, podemos afirmar no solo que la cooperación internacional es necesaria para nuestro continente, sino que es el modo más eficaz para enfrentar la especificidad de los problemas de nuestra región. La importancia de la cooperación Sur-Sur intraregional radica justamente en el intercambio de experiencias que contribuyen a encontrar las soluciones a problemas comunes, que se manifiestan de distintas maneras a lo largo y ancho del continente latinoamericano. Es esta complejidad, esta particularidad, esta realidad y esta diversidad, la que no es reconocida en los criterios que determinan

305

Cristina Lazo

la distribución a nivel mundial de la llamada «Ayuda Oficial para el Desarrollo», definida por los países económicamente más desa­ rrollados, pertenecientes a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE). La diferencia de realidades sociales, económicas y culturales que tiene América Latina y el Caribe respecto de otros continentes como Asia o Africa, implica diferencias en las necesidades de coo­ peración internacional. Las de nuestra región tienen relación con combatir la desigualdad, las de Asia y Africa, principalmente, con combatir la pobreza. No se trata, por lo tanto, de competir «entre continentes» por recursos financieros limitados, sino de asociarse en pos de una «alianza mundial para el desarrollo».6

2. Los sinsabores del criterio del ingreso per cápita Es un hecho que el criterio del ingreso per cápita es excluyente. América Latina y el Caribe, salvo raras excepciones, es un continente clasificado como de «renta media» tanto por el Sistema de Naciones Unidas como por la OCDE. Es entonces una región no prioritaria para la asignación de Ayuda Oficial para el Desarrollo y para la cooperación internacional proveniente de los países miembros de la OCDE. La distribución de la Ayuda Oficial para el Desarrollo (AOD) a nivel mundial, se concentró en los países de Africa con un 37% del total, seguidos de Asia con el 28% y América con solo el 8,2% durante el año 2010. De un total de 131,1 billones de dólares, 48 billones se distribuyeron en Africa, 36,7 billones en Asia y solamente 10,8 en el continente Americano (OCDE 2012). Por otro lado, el grupo de países clasificados de «renta media» alberga al 70% de la población mundial y al 72% de los 957 mi­ llones de pobres del año 2000 (CEPAL 2011a :6). Ello muestra la contradicción de la actual gobernanza del sistema de cooperación internacional, la cual conserva una visión restringida de procedimientos y eficacia en el uso de los recursos 6

Concordante con el objetivo 8 de la Declaración del Milenio, destinado a establecer una alianza mundial para el desarrollo, pero no solo económica y comercial. 306

La

cooperación internacional

sin considerar cuestiones de política más amplia, relacionada con los procesos de desarrollo de los países beneficiarios. La importancia de la Cooperación Sur-Sur, que realiza la re­ gión de América Latina y el Caribe, es que a esta última la guían fundamentalmente las necesidades de desarrollo de los países que la solicitan. Ella contribuye al fortalecimiento de políticas públicas y de las capacidades humanas e institucionales, lo que la transforma en un complemento real de las estrategias nacionales de desarrollo en la región. Además, se realiza entre gobiernos y no es financiera, sino principalmente intercambio de conocimiento en el sentido amplio de la palabra7. Por su particularidad, la CSS no pretende sustituir a la tradi­ cional Cooperación Norte-Sur; ella es simplemente diferente, es otra cooperación. Sin embargo, está jugando un papel cada vez más importante, no solo en el sistema internacional actual sino también en el debate existente sobre la nueva arquitectura y gobernanza del sistema global de cooperación para el desarrollo.

ni. El desarrollo de la política de COOPERACIÓN DE CHILE

La política de cooperación internacional de Chile nace como polí­ tica pública el año 1990, con la creación de la Agencia de Coope­ ración Internacional de Chile (AGCI), institución responsable de gestionar la política de cooperación y de articular el sistema nacional de cooperación internacional chileno (Lazo 2012: 367). Durante los últimos 20 años, Chile ha recuperado su sistema democrático y ha desarrollado un reposicionamiento político y comercial en el escenario internacional, que tiene un punto culmi­ nante el año 2010 con la entrada del país a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que reúne a los países desarrollados de mayor influencia en el escenario mundial.

Se incluye aquel que se adquiere mediante el intercambio de experiencias, mediante la formación y/o capacitación de recursos humanos, mediante la asistencia técnica, mediante las buenas y malas prácticas, mediante los éxitos y fracasos. 307

Cristina Lazo

Actualmente, Chile, con un ingreso per cápita que se eleva a 14.394 dólares americanos durante el año 20118, es clasificado como un país de renta media alta. Por ello, deja de ser beneficiario preferente de la cooperación internacional proveniente de los países OCDE. Es así como Chile transita desde una condición preponderantemente de receptor neto de cooperación internacional durante los años 90, momento en que la cooperación internacional jugó un rol muy importante en el proceso de retorno a la democracia, hacia la de socio para el desarrollo, como un cooperante emergente com­ partiendo su experiencia en la definición de políticas públicas, sus capacidades técnicas y su conocimiento con otros países de igual o menor desarrollo, especialmente de la región de América Latina y el Caribe. Si bien Chile ha mantenido, bajo una modalidad de cofinanciamiento, su condición de beneficiario, actualmente las acciones de cooperación internacional que el país emprende son complemento de la Política Exterior. Erente a ello, la Agencia de Cooperación Internacional de Chile (AGCI) ha debido adecuar y actualizar sus políticas a lo largo del tiempo, de acuerdo a las condiciones internacionales y a los reque­ rimientos del país. Es así como desde el año 1993, Chile empieza a jugar un rol como cooperante Sur-Sur a través de la definición y puesta en marcha de un programa de cooperación horizontal, con­ sistente fundamentalmente en la creación de un programa de becas de magíster y programas de entrenamiento de corta duración para latinoamericanos en Chile. Posteriormente se inician programas de asistencia técnica a otros países de igual o menor desarrollo relativo, de América Latina y el Caribe. La evolución económica y social chilena a lo largo de los años noventas, vinculada a las transformaciones del sistema internacional de cooperación, fue perfilando una política de cooperación más vinculada a los objetivos de Política Exterior que a aquellos de desarrollo nacional. Desde el punto de vista institucional, la AGCI se trasladó definitivamente desde el Ministerio de Planificación y Cooperación al Ministerio de Relaciones Exteriores el año 2005. 8

El Producto Interno Bruto per cápita o Ingreso per cápita es el producto interno bruto dividido por la población a mitad de año. Este fue para Chile de 14.394 dólares americanos medidos a precio corriente.

308

La

cooperación internacional

En el entendido de que la cooperación bilateral hacia Chile tendería a desaparecer dado el alto nivel de ingreso del país, las prioridades de política se concentraron, durante los últimos años, en fortalecer la Cooperación Sur-Sur y la Cooperación Triangular como las nuevas formas de colaboración bajo las cuales Chile pue­ de seguir contribuyendo a la integración y desarrollo de la región latinoamericana. La experiencia en cooperación internacional desarrollada por Chile durante los últimos veinte años, la evolución, adaptación y actualización de la misma a lo largo del tiempo, ha contribuido positivamente al desarrollo de la institucionalidad de la cooperación internacional en el escenario latinoamericano. Asimismo, representa un aporte al debate internacional actual sobre el rol que cumple o puede cumplir la cooperación internacional en el desarrollo de las naciones complementando los esfuerzos nacionales, por un lado, y la política exterior, por el otro. Sin embargo, y a pesar de su propia experiencia, Chile enfrenta, a su modo, los mismos desafíos que el conjunto de la región.

iv. Principales

desafíos para la región de y El Caribe

América Latina

La región de América Latina y el Caribe ha desarrollado durante la última década nuevas modalidades y formas de hacer cooperación. A través de ellas ha fortalecido el diálogo político y los procesos de integración regional. Es así como las políticas de cooperación inter­ nacional en nuestro continente son complemento de la política ex­ terior de los Estados y/o de las prioridades nacionales de desarrollo. Este escenario requiere que América Latina y el Caribe enfrente algunos importantes desafíos. Entre los más importantes podemos destacar los siguientes (AUCI 2011):

• El fortalecimiento de las capacidades institucionales existentes. Esto es, fortalecer, visibilizar y hacer una gestión eficiente de la cooperación internacional que se lleva a cabo.

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• Tener las capacidades profesionales necesarias para enfrentar los cambios en el escenario internacional y modificar las polí­ ticas nacionales si se requiere. Tener capacidad de negociación y diálogo con las contrapartes institucionales a nivel nacional, regional e internacional. • El fortalecimiento de las capacidades para la definición, monitoreo, seguimiento y evaluación de los proyectos y/o programas de cooperación que se llevan adelante institucionalmente. • La construcción de políticas públicas de cooperación de mediano y largo plazo, capaces de adaptarse a los cambios en el escenario internacional. • La incorporación de la academia, la sociedad civil organizada y el sector privado como actores que pueden enriquecer las políticas públicas de cooperación internacional. • El fortalecimiento de la coordinación y articulación de políticas a nivel regional y/o subregional con los organismos regionales existentes como MERCOSUR, CAN, SICA, UNASUR y otros.

Conclusión La cooperación internacional es un importante complemento para la política exterior de nuestros países y para las prioridades de desa­ rrollo nacional. Independientemente del ingreso y/o renta per cápita, la complejidad de los problemas económicos y sociales que viven nuestras sociedades requiere de soluciones multidimensionales y, en tal sentido, la cooperación internacional puede ser un aporte relevante. El desarrollo de nuevos modos de hacer cooperación, como lo es la Cooperación sur-sur iniciada hace más de 30 años y su moda­ lidad triangular desarrollada hace unos 15 años en el continente, trae consigo una amplia y diversa experiencia acumulada que hace de América Latina un interlocutor privilegiado para aportar al me­ joramiento efectivo del actual sistema internacional de cooperación, de modo que este responda verdaderamente a las necesidades de desarrollo de los países que la requieran.

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La

cooperación internacional

Bibliografía

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Relación de autores

José Miguel Ahumada Cientista Político, Universidad Diego Portales. Máster en Economía Internacional y Desarrollo, Universidad Complutense de Madrid (España), Máster en Estudios de Desarrollo, London School of Economics (Inglaterra). PhD (c) Estudios de Desarrollo, Universidad de Cambridge (Inglaterra). Isaac Caro Licenciado en Sociología, Pontificia Universidad Católica de Chi­ le. Magíster en Estudios Sociales y Políticos, Universidad Alberto Hurtado (1LADES). Doctor en Estudios Americanos, Universidad de Santiago. Académico del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado.

Armando Di Filippo Licenciado en Economía, Universidad Nacional del Litoral (Argenti­ na). Magíster en Ciencias Económicas (ESCOLATINA), Universidad de Chile. Ex funcionario de CEPAL. Académico del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado y del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile.

Shirley Gótz Licenciada en Educación, Universidad de Concepción. Licenciada en Ciencia Política, Pontificia Universidad Católica de Chile. Ma­ gíster en Ciencia Política mención en Relaciones Internacionales, Pontificia Universidad Católica de Chile. Doctoranda en Estudios Americanos mención Estudios Internacionales, Universidad de San­ tiago. Académica del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado. 313

Cristina Lazo Licenciada en Ciencias Económicas, Universidad de París I - Panteón Sorbonne (Francia). Magíster en Economía, Especialidad Economía Europea, Desarrollo y Relaciones Internacionales, Universidad de París I - Panteón Sorbonne (Francia). Doctora en Ciencias Econó­ micas, Universidad de París X - Nanterre (Francia). Ex Directora Ejecutiva de la Agencia de Cooperación Internacional de Chile. Académica del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado. Isabel Rodríguez Aranda Licenciada en Historia, Universidad Católica de Valparaíso. Magís­ ter en Estudios Internacionales, Universidad de Chile. Postgrado en Procesos de Integración de Asia, Europa y América Latina, Universi­ dad de Leiden (Holanda). Doctora en Ciencia Política y Sociología, Universidad Complutense de Madrid (España). Directora de Ciencia Política y Políticas Públicas, Facultad de Gobierno de la Universidad del Desarrollo (Chile).

Mónica Salomón Licenciada en Lingüística, Universidad de la República Oriental del Uruguay. Licenciada en Ciencias Políticas y Sociología, Uni­ versidad Autónoma de Barcelona (España). Maestría en Análisis Político, Universidad Autónoma de Barcelona (España). Doctora en Ciencia Política y de la Administración, Universidad Autónoma de Barcelona (España). Postdoctorado en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (Brasil). Académica del Departamento de Economía y Relaciones Internacionales de la Universidad Federal de Santa Catarina (Brasil).

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Este libro se terminó de imprimir en los talleres digitales de

RIL® editores Teléfono: 2223-8100/ [email protected] Santiago de Chile, abril de 2013 Se utilizó tecnología de última generación que reduce el impacto medioambiental, pues ocupa estrictamente el papel necesario para su producción, y se aplicaron altos estándares para la gestión y reciclaje de desechos en toda la cadena de producción.

Daniel Bello (Editor)

MANUAL DE RELACIONES INTERNACIONALES Herramientas para la comprensión de la disciplina

Desde que surgió, en la segunda década del siglo XX, la disciplina de las Relaciones Internacionales fue ampliando progresivamente sus márgenes y estableciendo nuevas fronteras a medida que, en el marco de los sucesivos debates que se desarrollaron en su seno, se incorporaron problemáticas emergentes o antes desatendidas. Este manual tiene como principal objetivo dar cuenta de la evolución de la disciplina, desde su origen hasta la actualidad, exhibiendo y analizando los sucesivos debates teóricos que se llevaron a cabo en el proceso, y mostrando cómo fueron desarrollándose y transformándose en el afán de interpretar los vaivenes del escenario internacional. Es­ tudia, también, la evolución del sistema internacional, sus transformaciones y las dinámicas -sociales, políticas y eco­ nómicas- que propulsaron y aún propulsan tales procesos de cambio. Como complemento, el libro incorpora una revisión detallada de la Economía Política Global, área de estudio que centra los esfuerzos en tratar de entender la relación existente entre sistema político mundial y la economía, y en explicar las asimetrías en la distribución de recursos políticos y económicos en el plano global. Finalmente, se examinan las distintas modalidades de cooperación internacional, cómo fueron progresando en el tiempo y el rol que juega, y la impor­ tancia que adquirió, particularmente la cooperación sur-sur, en América Latina y el Caribe.

ISBN 978-956-284-976-0

RiL editores

9 789562 849760