Manual De Filosofia Del Lenguaje

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Manual de Filosofía del Lenguaje

Departamento de Filosofía • Universidad del Valle

CONTENIDO

presentación

7 Unidad N° 1 Platón — Aristóteles

Ideas fundadoras acerca del lenguaje

10

Platón

13

«Cratilo o la corrección de los nombres» Comprensión y discusión

15 28

Aristóteles

29

Camilo V ega G o n z á lez

Sobre La interpretación Aristó teles

31

Comprensión y discusión

42

Bibliografía complementaria

44 Unidad N° 2 San Agustín — Guillermo de Ockham

Reflexiones filosóficas sobre el lenguaje en la Edad Media

46

San Agustín

50

Signo y lenguaje en San Agustín [Extractos] ¡Al fo n so R in c ó n G o n z á l e z

52

Comprensión y discusión

61

Guillermo de Ockham

62

«Sobre los universales» [Extractos de Sum a d e lógica ] G uillerm o d e O ck h a m

64

Comprensión y discusión

73

«La concepción lingüística del conocim iento en Ockham» D aniel H e r r e r a R e s t r e p o

74

Bibliografía complementaria

82

Unidad N° 3 — John Locke — Teorías lingüísticas de los siglos X V II y X V III

86

John Locke

89

«De las palabras, o del lenguaje en general» [Extracto de E nsayo sobre el en ten dim iento hu m an o] J ohn L o cke

91

Comprensión y discusión

95

«Lenguaje y pensamiento en Locke» [Extracto de L as palabras, las ideas y las cosas, una presentación de la filo so fía d el lenguaje] 96

M a n u e l G a r c ía C a r p in t e r o

Bibliografía com plem entaría

116

Unidad N° 4 Bertrand Russell — John Langshaw Austin «El problema de la verdad» [Extracto de Lenguaje, com u n icación y verdad] A d o l f o L e ó n G ó m e z G ir a l d o

118

Bertrand Russell

133

«Sobre la naturaleza de la verdad y la falsedad» [Extracto de Ensayos filosóficos] Comprensión y discusión

135 141

John Langshaw Austin

142

B ertran d R u sse l l

«Verdad» [Extracto de E nsayos filosóficos] Comprensión y discusión

144 153

Bibliografía com plem entaria

153

J o h n L a n g sh a w A u s t in

Unidad N° 5 — Ludwig Wittgenstein — Ludwig Wittgenstein

156

«Las dos filosofías de W ittgenstein» B ryan M a g e e - D a v id P e a r s

158

«Verdad como correspondencia en el Tractatus » [Extracto de Verdad sin fu ndam en tos] R a ú l M e l é n d e z A cuña

169

Investigaciones F ilosóficas [Extractos § 1-45) L u d w ig W i t t g e n s t e in

181

Comprensión y discusión

193

Bibliografía com plem entaria

193

Unidad N° 6 John Langshaw Austin — John Rogers Searle «John Langshaw Austin (1911-1960)» 196

D anilo G uzmán

«Perfomativo-constativo» Comprensión y discusión

202 208

John Rogers Searle

209

J ohn L angshaw A ustin

«¿Qué es un acto de habla?» Comprensión y discusión

210 221

Bibliografía complementaria

221

J ohn R ogers S earle

Unidad N° 7 — WilUard van Orinan Quine — «Desbordes de la traducción filosófica» J uan M anuel C uartas R est r e p o

224

Willlard van Orman Quine

236

«Significado y traducción» W illlard van O rman Q uin e

Comprensión y discusión

238 254

«Teoría de la evidencia y holismo moderado en W. v. O, Quine» G ermán G uerrero P ino

255

Bibliografía complementaria

269

PRESENTACION

El Departamento de Filosofía de la Universidad del Valle adelanta en la actualidad — con la colaboración de la Decanatura y la Unidad de Artes Gráficas de la Facultad de Humanidades— un proyecto académico-editorial que se propone dar forma a diversos M anu ales para la enseñanza de la Filosofía en sus distintas áreas. En el espíritu de la presente propuesta editorial entendemos el M anu al d e F ilosofía d el len guaje como un instrumento de aproximación a un campo particular, en este caso la filosofía del lenguaje; instrumento que recoge las ideas principales desarrolladas en ese campo y les da un tratam iento histórico o jerárquico según los problemas derivados del lenguaje y abordados por los diferentes autores. Evidentemente el M an u al reclam a selección, lo que hace apenas obvio tom ar algunas decisiones en relación con las prioridades; como el lector podrá apreciar, el diseño de las unidades plantea un criterio malamente llam ado “económ ico”, razón por la cual otros ensayos sobre los problemas del lenguaje, igualmente im portantes, no han sido tomados en cuenta. Pero el M anual reclama igualmente coherencia y función didáctica para que constituya una herramienta de auto proyección de los estudiantes en su búsqueda de conocim ientos en un campo particular. En nuestra concepción de la filosofía concedemos tanta im portancia a los grandes filósofos y a las grandes obras como a la labor de profesores y com entaristas que recapitulan acerca de los problemas y ponen en relación aspectos que no quedan contemplados en las obras canónicas; si no fuera así, el Manual sería una simple antología de textos sin más guía que la ordenación cronológica de los autores. La filosofía del lenguaje tiene, para fortuna, capítulos muy señalados que es posible recorrer en tres o cuatro movimientos: las reflexiones de la antigüedad, la Edad M edia y el siglo X V II; las reflexiones propiciadas por la apertura cien tífica que em pieza en el siglo X IX , y las lecturas contemporáneas. De cada uno de estos momentos es posible distinguir textos o fragmentos de obras que concentran su reflexión en el lenguaje y en los problemas de él derivados, en los que se .¿vela no sólo una versión de época, un pensamiento, sino también una proyección, un aislamiento de asuntos que retornarán sintomáticamente a lo largo de la historia. Resumiendo, el M anual d e F ilosofía d el L en gu aje llama la atención sobre lo siguiente: a) Ofrece una presentación del 'lenguaje’, no como un asunto cerrado en sí mismo, sino como un problema a partir del cual es posible ingresar en otros problemas; problema que pregunta por los vínculos que se establecen entre el pensamiento, el significado, la verdad y ia realidad. b) Ofrece un recorrido histórico que permite visualizar —como lo expresa Ian Hacking— ¿por qué el lenguaje importa a la filosofía? c) Consigna textos canónicos sobre el lenguaje debidamente acompañados de ‘presentaciones’, ‘pautas para la lectura’ y ‘bibliografía complementaria’. d) Distingue ‘unidades’ orientadas por los problemas propios del lenguaje y por la historia de la filosofía. El momento conclusivo de tales ‘unidades’ es el momento presente, cuando se distinguen diversas aperturas de la reflexión filosófica hacia la lingüística, la escritura, la semiótica, la argumentación, laonto-semántica, etc.

e) Para dar testimonio de nuestras propias reflexiones acerca del lenguaje, el Manual acopla los textos canónicos con textos críticos, principalmente de filósofos colombianos. Agradecemos la colaboración incondicional de los profesores: Alfonso Rincón, Daniel Herrera R., Manuel García Carpintero, Adolfo León Gómez G., Raúl Meléndez A., Danilo Guzmán L., Angélica María Franco y Germán Guerrero R Asimismo encomiamos el apoyo del profesor Luís Humberto H ernández y de las personas que trab ajan en la Unidad de A rtes G ráficas de la Facultad de Hum anidades. Para los editores, Juan Manuel Cuartas R. y Camilo Vega González, es un placer recibir a los lectores.

UNIDAD N° 1 Platón — Aristóteles

Ideas fundadoras acerca del lenguaje

10

Platón

13

«Cratilo o la corrección de los nombres» CajMilo V ega G o n z á l e z

15

Comprensión y discusión

28

Aristóteles

29

Sobre la interpretación ¿'ARISTÓTELES

31

Comprensión y discusión

42

Bibliografía com plementaria

44

10

IDEAS FUNDADORAS ACERCA DEL LENGUAJE

En los análisis filosóficos relacionados con el lenguaje se ha sobreentendido la participación de éstos en la presentación, localización y definición de los seres reales o imaginarios. En sus albores, la reflexión sobre el lenguaje involucraba la doble perspectiva del m ythos y el lógos, la dificultad radicaba en conciliar de un lado si el lenguaje y los nombres eran connaturales, según la consideración de que el lenguaje es transparente; y de otro si la convencionalidad y absoluta arbitrariedad del lenguaje era la versión correcta. Esta disputa perfiló en G recia varias “escuelas” según se aceptara o no que el lenguaje constituye una esfera “lógica” sobrepuesta a la realidad, añadida por el hombre para efectos de su propio conocim iento. Los presupuestos teóricos de los antiguos en relación con el lenguaje partían, no del tratamiento de los ‘nom bres’, sino del Xóyoq (o Valoración lógica del discurso); en el fragmento 50 de Heráclito se advierte, en este sentido, la condición de vinculación que existe entre el lógos y el En (Uno-TodoU nidad-Ser)1. En ese acto concom itante que se da entre “escuchar” (el Xóyoq) y “reconocer” (el En), el A-óyoq afirma su “presencia”. En la misma medida en que H eráclito reconoce en la ‘Unidad’ una versión concentrada de la pluralidad, el Xóyoc, por él propuesto cuenta con una y a su vez diversas valoraciones: a) como “verdad”, el Xóyoq manifiesta la organización ética del Ser; b) como “pensamiento”, el Xóyoc; constituye una versión lógica de la realidad; c) como “sistema”, el Xóyoc; orienta la dinámica cósmica (ontológica) de la realidad; d) como “discurso”, el Xóyoc, revela el universo lingüístico. Intentam os ver en esta pluralidad del Xóyoc, una propuesta en relación con el devenir de las ideas como estadio culminante de la filosofía. Así, una hipótesis central deducida de Heráclito, sería la siguiente: ¿Cóm o ante el hecho de la movilidad y relativa estabilidad de las cosas, podrá existir una esfera nominal que refleje tal realidad? Al efecto, en la alusión al Xóyoc, como organización lógica del discurso, se esperará igual movilidad y relativa estabilidad. La lucha de contrarios vislumbrada por Heráclito, resalta así com o el impedimento más genuino para que el lenguaje, no digamos nombre, sino represente la realidad. Esta temprana puesta en cuestión del lenguaje en la filosofía griega, confronta la aparente estabilidad del lenguaje con el movimiento continuo de la realidad, y apunta a la comprensión de que en el interior de cada individuo existe, en relación con el lenguaje, un ‘sí’ y un ‘no’ que lo exponen sin tregua como movilidad y retorno, como acomodación y tránsito. La “oscuridad" atribuida a Heráclito no invalida, de otro lado, su tratamiento del lenguaje como “oráculo que revela y oculta al mismo tiem po”; la “contradicción” entre proposiciones significaría, en este sentido, la acción del lenguaje que no sólo afirma la realidad, sino igualmente su devenir, su movimiento y su cambio. Pero “contradecir” también remite a “entrar en oposición”, como si el universo de los nombres opusiera barreras insalvables a la realidad. Siendo el Xóyoc, universal: razón, ley del universo, su principio de unidad reside en el nombre (óvofxa), como representación particular de la 1«C uando se escu ch a, no a mí, sin o a la Razón, es sa b io con ven ir en qu e todas las cosas son una.» frag. 50. El Fragm ento que citamos está recogidos de la ordenación H. Diels - W Kranz; traducción de Conrado Eggers Lan y Victoria E Julia, Los filósofos presocráticos I. Editorial Credos. Madrid 1986, pp. 311-397.

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realidad; en esta articulación del Xóyoq com o discurso se vislumbra, por supuesto, el sistema racional dialéctico que se recoge desde H eráclito y que continúa en Sócrates, Platón y Aristóteles; sistema propuesto como forma de integración del Ser individual en un orden armónico del devenir. “Se puede concluir — apunta Jouzas Zaranca— que la realidad y su expresión lingüística no alcanza su plenitud a nivel del óvojia, sino del Xóyoq. La ley universal que opera en el mundo no puede revelarse en una sola palabra, sino en el discurso”2. Así, el Xóyoq (o discurso), ‘declara’ la posición de complementariedad en el plano lingüístico entre sus dos elem entos: el óvofia y el prjua. Para Heráclito, el Aóyoc establece la unidad de los opuestos allí donde el rhéma expresa el devenir; dicho de otra manera, Heráclito reconoce la resistencia que se instala entre el lenguaje y la realidad; tensión simbólica que el Xóyoq dinamiza, tornándola a un tiempo duradera y expresable. Por justa o natural convicción, H eráclito entrevé la dimensión de su exposición sobre el lenguaje tal como lo revela el término “etim ología” (e-ro^oc;), o reconstitución de la “verdad” (de las cosas). En este punto crucial la aspiración de H eráclito en relación con el lenguaje, o más exactam ente, con la “justeza del lenguaje”, consiste en la expresión a través suyo de la unión de los opuestos, en la misma medida en que la realidad se nos presenta bajo una relativa estabilidad en el marco de un flujo continuo. El lenguaje, entonces, encerrando sentidos opuestos, nos da la clave para su valoración en la filosofía de Heráclito. Cambiando de pensador, en varias ocasiones el tema del lenguaje recae entre las inquietudes de Platón, toda vez que en el conjunto de su teoría existe un interés genuino por vislumbrar una conexión ontológicamente válida entre los objeto y los nombres. El Teeteto, que expondrá la madurez de la concepción general del lenguaje en Platón, se sirve de la analogía del espejo para describirla naturaleza del kóyoq como “transparencia de la realidad”: “Veamos, pues — argumenta Sócrates— ¿qué quiere decir el término “explicación” (Xóyoq)? A mi me parece que significa una de estas tres cosas (...). La primera es la manifestación del pensamiento por medio del sonido que se articula en verbos y nombres, revelando así la opinión en la corriente vocálica como si fuera en un espejo o en el agua. ¿N o te parece a ti que “explicación” es algo por el estilo ?” (206c-d .)3 En el Sofista, por su parte, basado en consideraciones eminentemente sem ánticas, queda definido el óvotxa como la señalización por parte del artífice (o sujeto) de las acciones, y el p r^ a como el nombre mismo de la acción, y ambos, tal como lo aprendimos de Heráclito, como los constituyentes inalienables del Xóyoq. El problema de la rectitud del lenguaje se plantea aquí en el marco de la antinomia physis / nom os, que resalta la imposición del nombre. B ajo la misma perspectiva, en su intento por definir una disciplina que integre las reglas de com binación formal de las palabras, Platón dio origen a la lógica formal, cuyo m étodo permite describir adecuadam ente las com binaciones necesarias para llegar a las definiciones de todos los términos, a la vez que hace factible deducir la corrección o incorrección de todas las com binaciones. Pero será en el Cratilo donde se enunciará el problema de los nombres bajo los términos más genuinamente platónicos, abriendo múltiples posibilidades de indagación al lenguaje. El diálogo en su conjunto reabre la discusión acerca de la validez o invalidez del lengu aje para acceder al conocimiento, no bajo un tamiz estrecham ente lingüístico, sino epistemológico. Cratilo, el segundo interlocutor de Sócrates en el diálogo, se nos presenta como discípulo de Heráclito; determinación que nos ubica ya ante una relevancia del problema de los nombres en la filosofía de Heráclito, que Platón se propone recoger; desafortunadamente Cratilo, com o en general los llamados discípulos de Heráclito, está muy por debajo de su maestro, y exagera y distorsiona la versión de aquél en relación con la coin ciden tia oppositorum (o convergencia de significados contrarios de los nom bres), dando lugar a Sócrates para que planee su argumentación alterna en torno a la arbitrariedad de los nombres, inspirada en una versión extrema del panta rei de Heráclito (o flujo incesante de las cosas). 2 ZARANCAS, Jouzas. «El ónoma en la filosofía de Heráclito», en ¡d eas y Valores. Nos. 53/54. Dic. 1978. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá, pp. 115-127. 5 PLATÓN. Teeteto, en D iálogos V. Editorial Gredos. Madrid. 1988, pág 308. Introducción, traducción y notas. Alvaro Vallejo Campos.

12 Sócrates, en efecto, cuestiona: “Pero tampoco es razonable, Cratilo, afirmar que existe conocimiento si todas las cosas cambian sin cesar y nada permanece. Porque, si esto mismo, el conocimiento, no deja de ser conocim iento, seguirá siendo siempre conocim iento y habrá conocimiento. En cambio, si la misma forma (eidos) del conocim iento cambiara sin cesar, se cambiaría automáticamente en otra forma de conocim iento y no habría conocim iento. Pero, si se cambiara sin cesar, no habría nunca conocim iento, y de este razonam iento se sigue que no habría ni sujeto que conozca ni objeto cognoscible.” (4 4 0 a -b .)4 Al respecto Rodolfo Mondolfo expone: “Esta polémica eleática contra el devenir, que deja en la sombra el concepto heraclíteo fundamental de la coin ciden tia oppositorum , determ ina la posición, igualmente polémica, que van asumiendo los heraclíteos (y que aparece netamente en Cratilo) de defensores del devenir y sostenedores del panta rei. En su afirmación del flujo com o cambio y proceso de formación y disolución de las cosas se pierde completamente el concepto heraclíteo del flujo com o transm utación recíproca de los opuestos, revelación y prueba de la identidad de los contrarios.”5 No debe pensarse, sin em bargo, que de m anera definitiva Platón o b jeta la d octrina de la coincidencia de los opuestos de Heráclito circunscribiéndola a una versión absoluta de los nombres; la antinomia heraclítea: convergencia / divergencia, aparece en el tratamiento que efectúa Platón del pensamiento de Heráclito en diálogos diferentes al Cratilo, como incompatible o contradictoria con el flujo universal y las tensiones opuestas; así, en el Teeteto (152d ), diálogo donde se establecen algunas de las conclusiones más importantes de Platón acerca del lenguaje, se resalta igualmente el valor de la doctrina heraclítea y su deslumbrante coherencia en relación con la variabilidad de instancias como el ciclo cósmico, el oráculo, el fuego y los nombres. Platón concede finalmente, como aprendemos de Heráclito, que: “ninguna co sa es en s í y por s í m ism a una sola (...), y n ada es n u n ca , sin o q u e siem pre d ev ie n e”. O tra consideración importante en la G recia antigua en relación con el lenguaje, es la de Aristóteles, para quien el lenguaje lo constituyen sonidos que poseen significados establecidos tan sólo de manera convencional; ninguna parte de los cuales tiene significado si se la considera separada del todo, y ningún sonido es por naturaleza un nombre, más que convirtiéndose en un ‘símbolo’. Si consideramos detenidamente estos juicios, entendemos que como sonido, el nombre está conformado necesariamente por otros sonidos que han conseguido una com binación ideal; que cada sonido no significa en sí mismo absolutamente nada, porque no existe una convención al respecto, y porque se le utiliza simple y llanamente como elemento com binatorio. He aquí, en pocas palabras, una justificación radical del pensamiento griego en relación con la arbitrariedad de los nombres: al adquirir distinción como sím bolo6, el lenguaje y los nombres (ovo^a) se comprenden y distinguen bajo previa convención. Los estoicos, por su parte, defendieron la idea de que los nombres se conforman naturalmente y que los sonidos imitan originalmente a las cosas nombradas; concentrando su estudio del significado en la etimología, sostuvieron que los por ellos denominados “son id os prim arios ” imitan a las cosas; además, basados en criterios estrictam ente lógicos, se propusieron caracterizar el lenguaje sobre la base de las analogías, postulando de paso una estrecha relación entre el significado y la forma gram atical.

4 PLATÓN. Cratilo o d el Lenguaje. Editorial Trotta. Madrid. 2002, pág. 150. Edición y traducción de Atilano Domínguez. ' MONDOLFO, Rodolfo. H eráclito, textos y problem as de su interpretación. Siglo XXI editores, S.A. México 1966., pp 349350. 6 Va en la etimología de la palabra sím bolo (oúufioAo) encontramos una versión material bastante rica, que contempla las ¡deas de ‘enlace’, ‘encuentro’, ‘contribución’, ‘confluencia’ (entre ríos o caminos).

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PLATÓN

Arístocles de Atenas, apodado ‘Platón’ «el de anchas espaldas», nace, probablemente, el año 428-427 a. de C. en Atenas, o quizás en Aegina. Pertenecía a una familia noble. Su padre, Aristón, se proclamaba descendiente del rey Codro, el último rey de Atenas. Su madre Períctiona, descendía de la familia de Solón, el antiguo legislador griego. Era además hermana de Cármides y prima de Critias, dos de los treinta tiranos que protagonizaron un golpe de estado oligárquico el año 404. Platón tuvo una educación esmerada en todos los ámbitos del conocimiento. Es posible que se iniciara en la filosofía con las enseñanzas del heracliteano Cratilo. A los veinte años (407) tiene lugar el encuentro con Sócrates: acontecimiento decisivo para Platón. Sócrates contaba entonces 63 años y se convertirá en su único maestro hasta su muerte. Tanto por sus relaciones familiares, como por vocación, Platón tuvo la intención de adentrarse en la vida política. Pero, según narra en la Carta Vil, dos sucesos decisivos le hicieron desistir de ello. Durante el régimen de los treinta tiranos sus parientes (Critias, Cármides) y conocidos le invitan a colaborar con el gobierno: «Yo me hice unas ilusiones que nada tenían de sorprendente a causa de mi juventud. Me imaginaba, en efecto, que ellos iban a gobernar la ciudad, conduciéndola de los caminos de la injusticia a los de la justicia». Pero las acciones criminales iniciadas por el nuevo gobierno desilusionaron a Platón; sobre todo por el intento de mezclar a Sócrates («el hombre más justo de su tiempo») en el prendimiento de León de Salamina (un exiliado del partido demócrata) para condenarlo a muerte. Pero “Sócrates no obedeció y prefirió exponerse a los peores peligros antes de hacerse cómplice de acciones criminales”. Los exiliados del partido democrático se rehicieron bajo la dirección de Trasíbulo y, con el apoyo del pueblo ateniense, derrotaron a los oligarcas. Al principio los hombres del nuevo gobierno utilizaron una gran moderación, votando

incluso una amnistía, para poner fin a la guerra civil. De nuevo Platón se siente inclinado a mezclarse en los asuntos del estado; pero ocurre que bajo el nuevo gobierno tiene lugar el proceso y condena de Sócrates: “He aquí que gentes poderosas llevan a los tribunales a este mismo Sócrates, nuestro amigo, y presentan contra él una acusación de las más graves, que él ciertamente no merecía de manera alguna: fue por impiedad por lo que los unos le procesaron y los otros lo condenaron, e hicieron morir a un hombre que no había querido tomar parte en el criminal arresto de uno de los amigos de aquéllos, desterrado entonces, cuando, desterrados, ellos mismos estaban en desgracia”. La injusticia del orden oligárquico y los errores de la democracia conducen a Platón a orientar su pensamiento en el sentido de encontrar un fundamento sólido para poder instaurar un orden justo: “Entonces me sentí irresistiblemente movido a alabar la verdadera filosofía y a proclamar que sólo con su luz se puede reconocer dónde está la justicia en la vida pública y en la vida privada. Así, pues, no acabarán los males para los hombres hasta que llegue la raza de los puros y auténticos filósofos al poder o hasta que los jefes de las ciudades, por una especial gracia de la divinidad no se pongan verdaderamente a filosofar”. El año 399 tiene lugar la condena y muerte de Sócrates que despejarán los posteriores caminos del padre de la Filosofía académica. Temiendo ser molestado por su condición de amigo y discípulo de Sócrates, Platón se refugia en Megara donde permaneció probablemente tres años, entrando en relación con la escuela y con Euclides de Megara. Posteriormente partió pa' . Africa, visitando, primero, Egipto y, después, la Cirenaica, donde frecuentó a Aristipo de Cirene y al matemático Teodoro. A partir de este momento se dan varias versiones de sus viajes. Para unos regresa directamente a Atenas, para otros va a Italia meridional a fin de conocer las sedes pitagóricas y a Arquitas de Tarento. Hacia el año 388 abandona Italia (o Atenas) para dirigirse a Sicilia. En Siracusa reina un griego, Dionisio I el Anciano, que tiene en jaque a los cartagineses y se ha convertido en amo de Sicilia. Platón intima con Dión, cuñado de Dionisio, gran admirador de los socráticos. El caso es que después de ser llamado por el rey, el propio Dionisio lo expulsa (no se conocen exactamente los motivos). Embarca en una nave espartana que hace escala en la isla de Aegina, a la sazón en guerra con Atenas, y Platón es hecho esclavo y luego rescatado por Anníceris, a quien había conocido en Cirene. En el 387 regresa a Atenas y funda la Academia, primera escuela de filosofía organizada, origen de las actuales universidades. Allí

14 permanecerá durante veinte años dedicado al estudio y a la enseñanza. Pero el filósofo volverá en otras dos ocasiones a Siracusa. El año 367 muere Dionisio I y le sucede en el trono su primogénito Dionisio II. Dión concibe la idea de traer a Platón a Siracusa como tutor del sucesor de su cuñado. Platón no era optimista sobre los resultados, pero Dión y Arquitas le convencen haciéndole ver las perspectivas de reformas políticas que se le ofrecen. Platón acude a Siracusa dejando a Eudoxo al frente de la Academia. Muy pronto el joven Dionisio ve en Dión y en Platón dos rivales, por lo que destierra a Dión y más tarde hace lo mismo con el filósofo. Con todo les promete el regreso. El año 366 vuelve a Atenas donde permanecerá seis años. Posteriormente (361) Dionisio invita de nuevo a Platón y el filósofo se dirige a Siracusa acompañado de varios discípulos. Heráclides Póntico es ahora el encargado de regir la Academia. De nuevo, la actitud de Dionisio fue tajante con el ateniense que, preso, consiguió ser liberado merced a la intervención de Arquitas. Una vez libre regresó a Atenas. Pero Dión no cejó en su empeño, sino que reclutó un ejército del que formaban parte discípulos de Platón, venció a Dionisio e instauró una dictadura. Sin embargo a los tres años fue asesinado por su amigo, el platónico Calipo. Es difícil resumir la filosofía de Platón —una de las más influyentes en la historia de la filosofía— no sólo a causa de su complejidad, sino también porque pueden considerarse en ella distintas etapas, marcadas especial­ mente por la evolución de su más sonada —y discutida— doctrina filosófica: la teoría de las ideas. Platón escribió

muchas obras, generalmente diálogos, en los que suele aparecer su maestro Sócrates. Las más importantes son: — Gorgias, sobre la virtud y la cuestión de si se puede enseñar. — Banquete; trata del eros como fuerza que nos impulsa hacia la belleza y la bondad. — Fedón, sobre la inmortalidad. — Pedro, sobre la teoría de las ideas y la división del alma en tres partes. — Timeo, donde se expone la filosofía platónica de la naturaleza. — Leyes, su última obra, que dejó inacabada, sobre los fu nd am entos del Estado y la educación de los ciudadanos. — M enón, sobre el co n o cim ien to “anámnesis” o recuerdo.

como

— República. Sin duda, la obra más importante y donde Platón expone su pensamiento de forma más completa, desde el estudio del individuo hasta la teoría de la sociedad y la metafísica. Su tema central es la relación entre felicidad y justicia. Platón continuó en Atenas su trabajo al frente de la Academia hasta el año 348-347, fecha probable de su muerte.

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CRATILO O LA CORRECCIÓN DE LOS NOMBRES

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Camilo Vega González* «El Cratilo de Platón n o es tan ridículo com o parece» Jean-Jacques Rousseau

[ «Le mot ch ien ne mord pas» (Im p alab ra perro no m u erde), con esta contundente afirmación el ¡emiólogo francés Gérard GENETTE inicia su rico libro M im ológicas. V iaje en C ratilia1, donde la )bvia referencia al nombre del D iálogo platónico en absoluto resulta una simple coincidencia. La nmersión más profunda en cuestiones cratilian as como propósito. La citada afirmación con que mancamos es otra prueba fidedigna de ello. «Le mot chien ne mord pas», cifra y resume el motivo principal, junto con las dos variaciones características, del D iálog o. Las variaciones, hipótesis alternativas propuestas al motivo principal, son: i i.) la teoría naturalista, que admite el lenguaje, específicamente los nombres, como signo natural, siendo éstos exactos por naturaleza (katá physin) ; y

I ii.) la teoría convencionalista, donde la exactitud de los nombres se considera «pacto» y «consenso» (synthéké y hom ología), como «convención» o «costumbre» (katá nóm on o éthos) de quienes adquieren ei hábito de hablar.

[ El motivo principal, el inferirlo no resulta difícil ya, es la cuestión de la «exactitud de los nombres» I orthótés on om átón ). En una esquina, defendiendo la hipótesis n aturalista tenemos a Cratilo; en la ptra esquina, defendiendo la con v en cion alista, tenem os a Hermógenes, dram atis persones, a los ^jue se suma Sócrates como árbitro, contendiente en una y otra escuadras, además de catalizador Entrambas. Antes de proseguir, y de entrar de lleno en ellas, valga destacar una precisión etimológica común a dos de los nombres que comandan el D iálogo: Cratilo (K ratylos) y Sócrates (Sokrátes), formados ambos sobre el sustantivo kr á to s «dominio»; el prim ero encabezánd olo, el segundo Ejerciéndolo a lo largo de su discurrir, durante su desenvolvimiento entero. La postura de Sócrates es ambigüa y determinante al no adscribirse ni total ni unilateralm ente a ninguna de las dos variaciones propuestas, demostrando la complejidad y el largo aliento, asimismo sus alcances, del motivo principal. El ejercicio más puro de la dialéctica2. La forma dialógica perfecta. El acabado. A quien primero adhiere Sócrates es a Cratilo y su hipótesis n aturalista, en una supuesta decidida oposición a la hipótesis con ven cion alista de Hermógenes, al cual también adherirá tangencialmente más adelante. Ya lo veremos3. En su apología de la tesis n aturalista Sócrates apelará al recurso de la etimología í Camilo Vega González es candidato al título de ‘Profesional en Filosofía’, por la Universidad dél Valle, con la monografía de grado: «Preliminares para la consideración del movimiento (y de P hysica entera) en Aristóteles [sección primera]»; autor de diversos artículos sobre cine recogidos en la Revista Kin etoscopio, de Medellín. ÍG. GENETTE: M imologiques. Voyage en Cratylie. Éditions du Seuil. París. 1976. 'Al respecto comenta del D iálogo W. K. C. GUTHR1E: "E stam os en presen cia d e la d ialéctica real, con Platón en su n ivel «as elevado d e chan za en su esfuerzo p or hacern os pensar. Para ex a m in ar la cu estión tópica d e la «corrección de los nombres» d esde todos los ángulos, é l h a ap rov ech ad o por com pleto la ven taja d e la form a dialógica. Ella le posibilita Exponer las teorías contrapuestas, a fin d e m ostrar q u e ninguna es com pletam en te correcta y llegar a la ún ica con clu sión de p e la cuestión n ecesita m ayor con sideración" («Cratilo», en H istoria d e la filo so fía griega, vol. V [«Platón Segunda época I la Academia»]. Gredos. Madrid. 1992. Págs. 26-27). 1Dice i M CROMBIE: “Sócrates p arece fav orecer una solución in term edia d e acu erdo con la cu al lo estrictamente ¡íecesario para la significación es el uso con ven cion al, pero sin em bargo ciertos son idos son naturalmente apropiados para iportar ciertos significados, d e m an era q u e es mejor usar estos sonidos p ara tales sign ificados" («El lenguaje en el C ratilo», fnAnálisis d e las doctrinas d e Platón. Volumen 2, capítulo 4 [«Lógica y lenguaje»]. Alianza. Madrid 1988. Pág. 471).

16 para confirmarla, en uno de los pasajes más característicos y conocidos del D iálogo (383a-427d). En su posterior asalto a la misma tesis, fuera de ponerla en duda le asesta un golpe definitivo admitiendo un cierto grado de convención en el lenguaje (427d -440e; cf., especialmente, 4 3 3 e -4 3 5 c ). Eso también lo veremos. Mientras tanto, antes de ocuparnos del vivaz Sócrates que “se nos m uestra m ás caprichoso y travieso q u e nunca, ad op tan d o prim ero una postura y después la otra"*, es preciso considerar las dos posturas en cuestión, los dos frentes en contienda. Cratilo -v ía H erm ógenes- dixit: “cad a uno

de los seres tien e el n om bre ex a cto por n aturaleza. No q u e sea éste el nom bre q u e im ponen algunos llegan do a un acu erd o para n om brar y asig n án d ole u na fracción d e su propia lengua, sin o que todos los hom bres, tan to griegos co m o bárbaros, tienen la m ism a exactitud [connatural] en sus n om b res” (3 8 3 a 3 -b l) — El nombre que corresponde a cualquier cosa siendo el mismo, propio, para todos los hombres y en todas las lenguas, sin distinción ni intercambio. Hermógenes, por su parte,

dixit: “no soy cap az d e creerm e q u e la exactitu d d e un n om bre sea otra qu e p acto y con sen so 3. Creo yo, en efecto, q u e cu alqu iera q u e sea el n om bre q u e se le p on e a alguien, éste es el n om bre exacto. Y q u e si, d e nuevo, se le ca m b ia por otro y ya no se llam a a q u él -c o m o solem os cam b iárselo a los e s c l a v o s n o es m en os ex acto éste q u e le sustituye q u e el prim ero. Y es q u e no tien e cad a uno su n om bre por n atu raleza alguna, sin o por con ven ción y h áb ito d e qu ien es suelen pon er n om b res” (3 8 4 c l0 -e l) — El nombre intercambiable, dispensable y sustituible, tal cual en los casos más abyectos. En la afirm ación de Herm ógenes ocurre un p a s o del ám bito personal de uso, al más extenso e intrincado del intersubjetivo; ésto constituye ya, per se, un grande avance en favor de su argumentación, no obstante implique otro tanto de confusión, confusión que Sócrates, artero, no dudará en aprovechar, haciendo gala de sus dotes más finas. L a confusión como método de adquisición de conocim iento. El doloroso parto. Sócrates: partera de ideas. La m ayeú tica realizada. Sócrates: “la señ al d em ón ica

q u e se m e p resenta m e im pide tener trato con algunos, pero m e lo perm ite con otros, y éstos d e nuevo vuelven a h acer progresos. A hora bien, los q u e tienen relación conm igo experim entan lo m ism o qu e les p asa a las q u e d an a luz, pu es sufren los dolores d el parto y se llenan d e p erplejidades d e d ía y d e n oche, con lo cu a l lo p asan m u cho peor q u e ellas. Pero m i arte pu ed e suscitar este dolor o hacer q u e llegue a su fin ” (Teeteto, 151a).

Hermógenes sometido. El minado de la teoría convencionalista «Todo lo h erm oso es difícil, cu an d o hay qu e aprenderlo». Sócrates, recordando un antiguo proverbio (C ra t, 384b)

Tal vez aquí valga la pena recordar el attrezzo que circunscribe el desenvolvimiento dramático del D iálog o: el problema de \a orthótés planteado dentro de la típica antítesis sofística physis-n óm os 6 contem poránea al D iálogo, vigente para cuando la fecha de su composición. Con esto en mente podemos, entonces, m ejor entender porqué Sócrates hace inclinar a Hermógenes, y a su postura 4 lbídem . 5 Vale aquí consignar una nota muy a propósito que uno de los traductores españoles del D iálogo trae a cuento: “[aquí] H erm ógenes em p lea una term inología vaga, propia d e qu ien no tien e las ideas m uy claras o expresa, no una teoría, sin o un clim a d e opinión" («Crátilo», versión castellana de J. L. CALVO [esta es la versión por la que nos regimos], en D iálogos, vol II. Credos. Madrid. 1983. Pág. 365, nota 6. El én fa s isc s nuestro). 6 “L a oposición physis/nómos constituye, sin duda, una de las grandes creacion es d e la filosofía griega. Con ella se crea un instrumento de reflexión crítica ap licado, en prim er lugar, a la cuestión d el origen y valor d e las leyes y de las norm as m orales. Pero ad em ás esta op osición h a c e p o sib le la crítica generalizada acerca de la cultura, si entendem os p or cultura todo aq u ello q u e en el h om bre no es producto d e la naturaleza. D e este m odo, la cultura griega pudo autocriticarse, reflexion ar sobre sí m ism a ” (T. CALVO MARTÍNEZ: «Naturaleza y “nomos’’», en D e los sofistas a Platón: P olítica y pen sam ien to [Segunda parte: «L os sofistas, m aestros y críticos de la cultura»] Cincel Madrid. 1986. Pág. 75. R ecom endam os revisar, especialmente e in extenso, el apartado referido, págs. 74-79). Un tratamiento sucinto y adecuado de la antinomia sofística physis/n óm os y lo que ella suscita, se encuentra en W K. C. GUTHRIE: «La antítesis “n om os-p h fsis” en moral y política», en H istoria d e la filo so fía griega, vol. III («Siglo V Ilustración»], parte primera [«El m undo de los sofistas»], cap. 4. C redos Madrid. 1994 Págs. 64-138. R ecom en dam os confrontarlo, tam bién, in extenso.

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moderadamente convencionalista, hacia una extrem a individualista harto afín a la epistemología del sofista Protágoras, no olvidemos el énfasis puesto en el attrezzo 7, de la que inicialm ente Hermógenes disentía. Tal vez valga tam bién aquí tra e r una fina precisión que Jo sé Luis CALVO hace en la Introducción al D iálogo, respecto al tratam iento que del lenguaje com o problema Platón en éste articula: “el lenguaje com o tal n o es e l o b jeto d el d ebate, sin o u na ex cu sa d e P latón p ara sen tar su propia epistem ología y -e n últim o térm in o- su propia ontología. El Crátiio n o es un estudio del lenguaje en su estructura y fu n cion am ien to 8. Es un d eb a te sobre la v alid ez d el m ism o p ara llegar al con ocim ien to9 (...) [:] el p roblem a rea l no es lingüístico, sin o ep istem oló g ico”10. El movimiento que efectúa Platón, a través de su clásico alter ego Sócrates, de establecer lím ites a la teoría con v en cion alista que Hermógenes representa (hasta hacerlo inclinar, infam e, ante Protágoras, y más allá), es pausado y en varias estaciones, manteniendo una dirección única e inamovible: a la con ven cion alista contrapone una teoría n atu ralista harto sui generis. El movimiento citado, las cortapisas impuestas al convencionalismo nominal más radical, ocurre en una parcela del discurso bien demarcada: entre 385a y 390e. Veamos. A ntes, los relevos. Las estaciones que la caída de Hermógenes en las redes de la argumentación dialéctica socrática supone. Los diestros «persuadir» y «disuadir» socráticos11 aplicados y puestos en marcha. En un primer momento, Sócrates aprovecha la oportunidad que un lapsus en la argumentación de Hermógenes dejó abierta: mientras intenta definir el “clim a d e o p in ió n ’’ en que se debate su postura, H erm ógenes habla, para definirla, indistintamente de syn théké y hom ología («pacto» y «consenso») o de n om os y éth os («convención» y «costumbre»), evidenciando su poca delicadeza lingüística para con el correcto empleo de los términos; así en su versión de teoría con v en cion alista pasa, olímpicamente por cierto, de enunciarla desde una esfera de uso puram ente personal a hacerlo desde una social (cf, de nuevo, supra, 3 8 4 c l0 -e l). Un descuidado lapsus com o éste para Sócrates resulta un apetitoso bocadillo. En dos preguntas, en dos movimientos perfectos, Sócrates enreda a Hermógenes, y su mesurada -vaguísim apostura convencionalista, en una extrem a individualista. Sócrates a Hermógenes: “¿A quello qu e se llam a a ca d a cosa es, según tú, el n om bre d e ca d a cosa? (...) ¿Tanto si se lo llam a un particular com o una ciu d ad?” [“¿Lo m ism o si lo p on e un particu lar qu e si lo p on e la ciu d a d ? ”] 12 (385a). Con la sumisión de Hermógenes granjeada, Sócrates continua en su intento de llevarlo a la admisión del relativismo — El reconocim iento de un lógos verdadero y otro lógos falso por Hermógenes, y de entrambos partes o verdaderas o falsas según sea el caso, asimismo de los nom bres -la s partes más pequeñas del discurso- le lleva a consentir, incitado por el insistente Sócrates, lo siguiente, afirmándolo:

"Yo d esd e luego, no reconozco para e l n om bre otra exactitu d qu e ésta: e l q u e yo p u ed a dar a cad a cosa un nom bre, eL q u e yo h ay a dispuesto, y q u e tú pu ed as darle otro, e l que, a tu vez, dispongas. De esta form a veo tam bién qu e en ca d a una d e las ciu dades hay n om bres distintos p ara los ..listnos objetos: tanto para unos griegos a d iferen cia d e otros, com o p ara los griegos a d iferen cia d e los 7 Cabe recordar aquí también la mención irónica que del sofista Pródico de Ceos hizo Sócrates, supra, en 384b La 'cuestión sofistica' pendiendo en el fondo. Sócrates, in loe. c it.: “Y ciertam en te q u e el apren dizaje relativo a los nom bres no es un asunto baladí. D e a h í qu e si yo h u biera escu ch ad o y a d e b oca d e Pródico la exposición d e cin cu en ta dracm as que, según él dice, basta para qu e el oyente esté instruido sobre el particular, n ada im pediría sin du da q u e tú su pieras a l m om ento la verdad acerca d e la rectitud d e los nom bres Pero lo cierto es q u e no le h e escu ch ad o m ás q u e la exposición de un dracm a. ¿Cómo estaré, pues, seguro d e con ocer la verdad acerca d e cosas tan im portantes?” (Versión de Atilano DOMÍNGUEZ [Platón. Cratilo o d el lenguaje, introducción, versión castellana y notas] , Trotta. Madrid. 2002). Una entrañable semblanza de los sofistas del siglo V nos la ofrece Madame Jacqueline de ROMILLY en su hermosa obra L os grandes sofistas en la Atenas de Pericles (Seix Barral. Barcelona. 1997). Recomendamos la lectura de tan estimulante trabajo. " A. E. TAYLOR: Plato, the Man an d his Work, Londres, 1929, aun reconociendo que el tema básico del diálogo es la corrección de los nombres, piensa que es un estudio del uso y funciones de la lengua. Cf., también, P. FR1EDLÁNDER, The Dialogs, First Period, Nueva York, 1964. (Nota de J L. CALVO) 9 Sobre la finalidad, básicamente epistemológica del Crátiio, cf. H. STE1NTHAL, G esch ich te der S prachw issen schaft bei den G riechen und Róm ern [«Historia de la lingüística en los griegos y romanos»], Berlín, 1961, así como A. DIÉS, Autour de Platón, If: Les dialogues (págs. 482 y ss.), París, 1927. (Nota de J. L CALVO). 10]. L. CALVO: «Introducción a! Crátiio», en ed cit., págs. 349; 350. - • “ Cf Diógencs LAERCIO, Vidas, II, 29. 12 Versión de A. DOMÍNGUEZ.

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bárbaros" (385d -e) — Los nom bres que c a d a u no pone com o sien d o exactos, indistintam ente: suposición que contradice la noción misma de n óm os («convención»), contraviniéndola en su centro más profundo -valga aquí, también, señalar que nóm os significa, además, costum bre o uso sociales-; dicho tácito reconocim iento de un extrem o individualismo niega, de ja cto , y por principio, las implicaciones que tanto sy n th éké («pacto») como hom ología («consenso») conllevan, su carácter de ser previo «acuerdo» intersu b jetiv o. O portunidad óptim a para que S ócrates traiga a cuento a Protágoras y su tesis del «hombre medida de todas las cosas» («hom o m en su ra»)13. El cén it del relativismo antiguo. Sócrates a Hermógenes: “v eam os si tam bién te p arece q u e su cede a s í con los seres: q u e su esen cia es distin ta p ara ca d a in dividu o com o m an ten ía P rotágoras a l decir qu e «el hom bre es la m edida d e todas las cosas» (en e l sentido, sin duda, d e qu e tal com o m e parecen a m í la s cosas, a s í son p ara mí, y tal com o te p arecen a ti, a s í son para tí) ’’ ( Crat., 385e-386a) = “¿Acaso [Protágoras] n o d ice algo a s í com o qu e las co sas son para m í tal com o a m í m e p arece qu e son y q u e son p ara ti tal y co m o a ti te p arece q u e son ?” (Teet., 152a). Una vez hace convenir dialógicam ente a Hermógenes con Protágoras, pese a la resistencia del primero14, Sócrates pasa a la discusión de la tesis fundamental del segundo, refutándola al dem ostrar las inconsistencias en que reposan sus supuestos. La crítica a que el relativism o su bjetivista, que pretende negar validez objetiva al conocim iento, de Protágoras es sometida en este D iálogo es mucho más moderada y sencilla a la que lo será sometido después15 en Teeteto, donde la refutación es más radical y conclusiva. Podemos decir, si la especulación no resulta tan traída de los cabellos, que Cratilo constituye un estadio inicial y moderado de la crítica hecha, con exitosos resultados, en Teeteto sobre la tesis central de Protágoras. Aquí referiremos, simplemente, a dicha crítica de manera oblicua y no transversal, que reservamos, mejor, para otra investigación donde dicho ítem sea decididamente específico. Teeteto constituye un magnífico ejemplo de la m ayeú tica socrática puesta en obra. El hacer parir definiciones a su personaje principal, en torno a un problema particular (¿cuál es la esencia de, qué es verdaderamente, la epistem e?), como leitm otiv. El intento será, entonces, dentro de las varias definiciones, arribar a la más adecuada que de epistém é pueda darse. La primera que ‘alumbra’ Teeteto, la primera que será sometida a la fiscalización de la partera Sócrates, conduce, inevitablem ente, a Protágoras y su consabida tesis característica, es una definición que identifica ep istém é con aísth esis. Es esta primera definición la que aquí nos interesa16. Teeteto, a Sócrates, dixit: “Yo, d e h ech o, creo q u e el q u e sabe 15 Esta expresión se acuñó como cifra de la más extensa suya: «El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en tanto que son y de las que no son en tanto que no son» ( k ó v t ú v x iJ rH‘ ¿T , p á ¿ 7 l 7 1 “ TLP, pág 181. 12 TB, Anhang II (Aufzeichnungen, die G. E. Moore in Norwege nach Diktat niedergeschrieben hat, A prill914), pág 209.

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de cómo es posible el sentido y la verdad en el lenguaje parece chocar, entonces, contra límites que no se pueden rebasar, so pena de caer en lo inefable e impensable. Las condiciones lógicas de posibilidad del lenguaje son, o bien in justificables e inexpresables, o bien tendrían que auto-justificarse y ser evidentes sin necesidad de ser expresadas en el lenguaje (esto trae a la memoria la primera frase de los Tagebücher 1914-1916: “La lógica debe bastarse a sí m ism a”, TB, pág. 8 9). Para resolver, por lo menos parcialmente, esta dificultad W ittgenstein apela a su fundamental distinción entre decir y mostrar. Pero antes de aclarar el papel que juega tal distinción en el tratam iento de esta dificultad, tratemos de ahondar un poco más en la dificultad misma. ¿En qué consiste propiamente la imposibilidad o problematicidad de un lenguaje en el que se pretendan dar explicaciones y justificaciones últimas de las condiciones lógicas para que él misino pueda tener sentido? Intentem os ilustrar la dificultad a través de un ejemplo un tanto extremo. Supongamos que preguntamos a alguien acerca de la verdad o falsedad de cierta proposición p (por ejemplo: “mi ejem plar del Tractatus está sobre mi escritorio”). La persona interrogada reacciona de m anera muy excé n trica e inesperada a nuestra pregunta, mostrando claramente que no logra comprender en absoluto el sentido de la proposición p. Pero no sólo no logra reconocer cuál es el estado de cosas o la situación representada por p, sino que, a juzgar por sus reacciones, ni siquiera parece entender que la proposición se emplea para representar cierta situación. Podríamos intentar explicarle el sentido de p apelando a otras proposiciones que expresen lo mismo. Supongamos, empero, que tras estas explicaciones nuestro desconcertado personaje todavía sigue sin entender, ni las explicaciones, ni el sentido de p. Podríamos intentar ahora, ya algo desesperados, la enorm e empresa de llevar a cabo un análisis lógico de la proposición hasta llegar a sus com ponentes elementales últimas, que figuran estados de cosas atóm icos y que se conectan de manera inm ediata con la realidad. Luego de los esfuerzos extremos que hay que empeñar para lograr esto (se trata, sin duda, un ejemplo muy idealizado), la persona no comprende aún la proposición, ni su exhaustivo análisis, ni su relación con la realidad. Comenzamos ya a sospechar que estamos ante un caso absolutam ente irremediable y hasta ahora no visto de incompetencia lingüística. Tal vez esta persona es totalm ente incapaz de entender hasta lo más obvio, lo que para cualquier otra persona en uso del habla es absolutamente claro13. Quizá, en nuestra desesperación, se nos llegue a ocurrir que lo que le hace falta a este pobre hombre es una comprensión muy básica de lo que se requiere, en general, para que una proposición cualquiera tenga sentido, y entonces tal vez podamos, com o último recurso, tratar de (habiéndole dado y una buena repasada al Tractatus) explicarle una concepción lógico-filosófica muy fundamental de lo que es en general el sentido de una proposición, de las cor.alciones lógicas que debe cumplir una proposición cualquiera para te n e r sentido, para poder rep resentar lo real. Por supuesto, inmediatamente nos daríamos cuenta, antes de siquiera intentarlo, de que la persona no podrá comprender nuestra pretendida explicación general por las m ism ísim as razones por las que no comprendía la, a primera vista poco problem ática, proposición original p. Y si todavía llegara a ocurrírsenos la feliz idea de emplear otro lenguaje que no presuponga las mismas condiciones lógicas de sentido que el nuestro, con la vana esperanza de poder, ahora sí, entendernos con nuestro desamparado personaje, lo que ocurriría, más bien, sería que ya ni siquiera podríamos entendemos nosotros mismos. Pues recordemos que en el Tractatus se sostiene que las condiciones de sentido de nuestro lenguaje son también las de cualquier lenguaje posible que pretenda reflejar la realidad (y ésta se ha asumido com o la función esencial de todo lenguaje), por lo tanto un supuesto lenguaje que no las cumpliese carecería com pletam ente de sentido14. 15 En ese punto (¡probablemente mucho antes!) el ejemplo puede resultar demasiado inverosímil. ¿Cómo puede haber comunicación con alguien así? Sin embargo, en aras de la aclaración que pretendemos hacer, supongamos que la persona en cuestión ha dicho cosas totalmente fuera de lugar luego de las explicaciones y que, sin embargo, con una obstinación casi inquebrantable seguimos insistiendo en entrar en comunicación con él. La inevitable implausibilidad del ejemplo no le resta fuerza, confiamos, al punto que se quiere ilustrar con él. “ El ejemplo se complica todavía más si se tiene en cuenta que el propio Wittgenstein reconoce al final de su Tractatus, que sus intentos en esta obra de trazar los límites de lo decible y lo pensable, chocan con esos mismos límites. Es decir, las

178 ' El problema radica aquí en que cualquier explicación “com pleta”, “últim a” del sentido de las proposiciones del lenguaje descansa sobre o presupone lo que se pretende explicar. Si alguien entiende ya la proposición p no necesita de tal explicación (¡suponiendo que no sea filósofo y cierto tipo; de filósofo!), y si alguien tiene tal incom petencia lingüística como la que hemos tabulado aquí, ninguna explicación le servirá para superarla, pues en cualquiera se emplearía ineludiblemente lo que no comprende aún y se requeriría, justam ente, la competencia de la que carece. Con el ejemplo hemos tratado de m ostrar que ninguna explicación general del sentido y de las condiciones de verdad de una proposición puede ser completa o absoluta. Las explicaciones deben terminar en algún punto en el que el sentido se muestre de manera inmediata sin que se necesite explicar m ás15. Si no se llega a este punto, o si éste no existiera, las explicaciones no aclararían nada. D icho de otro modo: toda explicación de las condiciones lógicas de sentido debe reposar sobre la previa posesión de un sentido que no requiera, a su vez, de explicación. De lo contrario no podría explicarse nada. En el Tra.cta.tus se asume que el nivel en el cual el sentido se muestra de modo com pletamente perspicuo, sin necesidad de decirlo expresamente o de dar explicaciones ulteriores, es el nivel de las proposiciones elementales. En este nivel el sentido debería poder mostrarse y captarse de manera inmediata, diáfana, transparente. Las proposiciones elementales deberían poder cumplir la aspiración de claridad completa que tanto desvelaba a Wittgenstein. Vemos aquí cómo la distinción entre decir y mostrar juega un papel esencial. Entre las variadas cosas de las que Wittgenstein afirma que no pueden decirse, sino mostrarse, se cuentan las condiciones lógicas que deben satisfacer las proposiciones para tener sentido, poder ser verdaderas o falsas, y la forma lógica que debe tener el lenguaje para poder reflejar la realidad. Dada una proposición elemental, en ella debe estar mostrada, exhibida su forma lógica de representación o de figuración; la cual debe coincidir con la forma lógica de lo representado, coincidencia que es condición para que ella tenga sentido, para que pueda representar o figurar un estado de cosas. Pero lo que ¡a proposición muestra, ella no lo puede decir o representar: 2.172 La figura, sin embargo, no puede figurar su forma de figuración; la muestra. 2.173 La figura representa su objeto desde fuera (su punto de vista es su forma de representación), porque la figura representa su objeto, justa o falsamente. 2.174 La figura no puede sin embargo situarse fuera de su forma de representación16. Con estas palabras Wittgenstein sintetiza muy condensadamente lo que hemos venido tratando de aclarar: si describo o trato de explicar la forma lógica usando proposiciones fácticas, la descripción debe poder ser correcta o falsa y entonces ella debe representarla “desde fuera”, es decir, sin poseer dicha forma lógica. Pero al nó poseerla la descripción carece de sentido, no puede representar ni describir nada, no puede ser justa o incorrecta. La imposibilidad de dar una explicación absolutamente com pleta, en un lenguaje fáctico, de los requerim ientos lógicos para que una proposición tenga sentido, comporta una imposibilidad de dar cuenta de manera completa, en tal lenguaje, de la noción de verdad com o correspondencia. El que una proposición sea verdadera depende de su concordancia proposiciones del Tractatus no cumplen con los requisitos que se exigen en él para que una proposición tenga sentido. En efecto, las proposiciones del ltactatus no figuran estados de cosas y, de acuerdo con las ideas mismas de esta obra, carecen de sentido. Wittgenstein, al pretender examinar las condiciones que debe cumplir un lenguaje para poder reflejar lo real, ha traspasado los límites que separan lo que tiene sentido de lo que no lo tiene, pues ha necesitado recurrir a “proposiciones” que no cumplen tales condiciones. Se ha tropezado, pues, con laso mismísimas dificultades que estamos señalando en esta parte de nuestro trabajo La clara conciencia que él tiene de este problema se expresa en su bella y famosa metáfora de la escalera: “Mis proposiciones son esclarecedoras de este modo; quien me comprende acaba por reconocer que carecen de sentido, siempre que él haya salido a través de ellas fuera de ellas (Debe, por así decirlo, tirar la escalera después de haber subido por ella ) ” (TLP, 6 54, pág. 203) 15 La idea de que las explicaciones o razones se agotan y que deben, entonces, reposar finalmente (si es que reposan en absoluto y no quedan suspendidas en el aire) sobre algo que ya no hay que explicar, de lo cual no hay que dar razones, es una idea que será también muy importante en los puntos de vista sobre el significado y la aplicación de reglas que expone Wittgenstein en sus Investigacion es filosóficas Pero en esta obra aquello que no hay que explicar más, el punto en el que podemos dejar de dar razones es muy distinto, como lo veremos posteriormente 16 TLP, pág.47.

179 con la realidad a la que representa. La verdad, en general, depende de la m anera com o están relacionados lenguaje y realidad. Pero no hay un punto de vista exterior y privilegiado que permita pensar y describir esta relación, por así decirlo, “desde fuera”. Al pensar, explicar, describir estamos necesariamente inmersos en el lenguaje, o en algún lenguaje, y todo lo que digamos en él tiene que cumplir ya sus, en últimas, inexpresables e injustificables condiciones de sentido y verdad. Como no podemos salimos de uno de los extrem os de la relación de isomorfismo en que se fundan el sentido y la verdad, no podemos ver desde un pretendido punto de vista exterior y privilegiado los extremos, para explicar cómo están relacionados. Sólo podemos ver de la relación lo que de ella se nos muestra en una de las partes relacionadas, la del lenguaje y el pensamiento, y esto que se nos muestra de ella no podemos decirlo, ni dar razones o justificaciones de ello. La concepción de verdad como correspondencia del Tractatus se apoya sobre la concepción pictórica del sentido de las proposiciones. Sólo de una proposición con sentido se puede decir si es verdadera o falsa y sólo si una proposición figura una situación posible en la realidad, se puede comparar el sentido de la proposición con los hechos para determinar su valor de verdad, es decir, para determinar si el sentido de la proposición está de acuerdo con los hechos. Pero, ¿én qué consiste propiamente esta concordancia? ¿En qué consiste la com paración entre la proposición (o su sentido) y la realidad que perm itiría estab lecer la verdad o falsed ad de la prim era? ¿y cóm o podría ju stifica rse o fundamentarse la idea de que la verdad consiste en tal concordancia? Respecto a estos interrogantes ya la posibilidad de resolverlos se presentan dificultades análogas a las que encontram os al discutir la cuestión de cómo explicar las condiciones de sentido de una proposición. No debemos esperar, entonces, que se pueda dar una solución última y completa a estas preguntas. Con argumentos similares a los que m uestran la inefabilidad de los presupuestos lógicos del sentido, tratemos de mostrar ahora la injustificabilidad de la teoría de verdad Como correspondencia y la inefabilidad de esta noción. Volvamos a la sencilla proposición p (que ya nos causó no pocas dificultades) y supongamos que ella es verdadera, esto es, que corresponde a un hecho. Supongamos también que un nuevo personaje (éste no sufre de incom petencia lingüística pero es un escéptico irredimible) nos pide una justificación de la verdad de p. Le decimos simplemente, esperando con ello resolver la cuestión, esta vez en pocos segundos y sin mayores esfuerzos, que es evidente que la proposición p está de acuerdo con los hechos. El escéptico no queda, sin embargo, muy satisfecho y nos pide que expliquemos y justifiquem os esta relación de concordancia o correspondencia entre p y los hechos a la que, según él, hemos recurrido com o si fuera algo com pletam ente sobreentendido (y ya anticipam os al oír esta exigen cia nuevos dolores de cab eza). Si quisiéram os describir esta concordancia entre p y el hecho representado por p usando otras proposiciones fácticas, estaríamos asumiendo que dicha concordancia es un nuevo hecho, en cierto sentido de segundo orden, en el que se conectan los elementos de la proposición con los del hecho figurado por ella. En otras palabras estaríamos asumiendo que hay una figura de segundo orden en la que la figura original p concuerda con el hecho, y si expresáramos y afirmáramos la concordancia entre p y lo figurado por p, entendida como un hecho de segundo orden, mediante una nueva proposición q, que sería una figura de segundo orden, el escéptico no desperdiciaría la oportunidad de exigir ahora una justificación de la verdad de esta figura de segundo orden q. Se vislumbra ya la amenaza de una caída en una regresión infinita. Para seguir la muy recomendable estrategia de atajar las regresiones infinitas desde el mismo comienzo, tendríamos que negar que la concordancia entre p y el hecho sea un nuevo hecho de segundo orden expresable en una nueva proposición fáctica. La moraleja que habría que extraer, entonces, de nuestro fabulado encuentro con el escéptico es que la concordancia entre una proposición verdadera y el hecho figurado por ella no es, ella misma, un nuevo hecho y, por consiguiente, no puede describirse en el lenguaje fáctico que W ittgenstein delimita en el Tractatus . Asi com o la forma lógica, en cuanto condición de sentido, ya quedó confinada dentro de lo inefable, lo trascendental, la concordancia entre proposiciones y hechos, que es la condición de verdad, tam bién queda más allá de los límites que Wittgenstein traza a lo decible. La concordancia entre p y el hecho, que constituyen la verdad de p, debe estar mostrada, exhibida cuando se hace la com paración entre p y la realidad;

180 pero ella no puede decirse, describirse ni justificarse mediante otras proposiciones tácticas, ya que esto nos precipitaría en una regresión infinita. N uevam ente, com o en el caso del sentido, los fundamentos o presupuestos lógicos mismos de la concepción de la verdad resultan ser inefables e injustificables. La pretendida verdad acerca de la verdad no podría ser demostrada, sino que tendría que asumirse. La plausibilidad de la teoría de correspondencia que Wittgenstein asume, reposa sobre el hecho de que ciertas cosas que no pueden decirse, ni explicarse, ni justificarse se muestren en las proposiciones del lenguaje y en sus com paraciones con los hechos. Si, por ejemplo, alguien dijese “yo quiero saber cuáles son las condiciones que deben darse para que la proposición p sea verdadera, quiero que se me explique Cómo compararla con los hechos y cuál es exactamente la relación de concordancia que debo buscar ver para establecer su verdad, si es que realmente la verdad consiste en una concordancia con los hechos”, lo único que podríamos responderle, si p es elemental, sería algo parecido a “lo que tiene que ocurrir es que p” y tal vez señalar, exhibir de algún modo lo que no puede expresarse ni explicarse recurriendo a otras proposiciones: la correspondencia entre la proposición y el hecho. En este nivel muy básico de nuestra exposición de la concepción pictórica del sentido y de la noción de verdad com o correspondencia en el Tractatus nos chocam os con el infranqueable límite de lo decible, nos topamos con lo inefable y quedamos condenados al silencio. Silencio que tendremos que romper en el siguiente capítulo para examinar las críticas que formula el propio Wittgenstein a sus concepciones del Tractatus. Estas críticas deben poder conducirnos a nuevas perspectivas que nos permitan volver a decir algo positivo sobre el significado y la verdad.

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INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS* [Extractos § 1-45] Ludwig W ittgenstein

1. Agustín, en las C onfesiones (I, 8): «Cum ipsi (m ajores homines) appellabant rem aliquam, et cum secundum eam vocem corpus ad aliquid movebant, videbam, et tenebam hoc ab eis vocari rem illam, quot sonabant, cum eam veilent ostendere. H oc autem eos velle ex motu corporis aperiebatur: tamquam verbis naturalibus omnium gentium, quae fiunt vultu et nutu oculorum, ceterorumque membrorum actu, et sonitu vocis indicante affectionem animi in petendis, avendis, rejiciendis, fugiendisve rebus. Ita verba in variis sententiis locis surs posita, et erebo auditat, quarum rerum, signa essent, paulatim colligebam, measque jam voluntates, edom ito in eis signis ore, per haec enuntiabam». [Cuando ellos (los mayores) nombraban alguna cosa y consecuentem ente con esa apelación se movían hacia algo, lo veía y comprendía que con los sonidos que pronunciaban llamaban ellos a aquella cosa cuando pretendían señalarla. Pues lo que ellos pretendían se en tresacaba de su movimiento corporal: cual lenguaje natural de todos los pueblos que con mímica y juegos de ojos, con el movimiento del resto de los miembros y con el sonido de la voz hacen indicación de las afecciones del alma al apetecer, tener, rechazar o evitar cosas. Así, oyendo repetidamente las palabras colocadas en sus lugares apropiados en diferentes oraciones, colegía paulatinamente de qué cosas eran signos y, una vez adiestrada la lengua en esos signos, expresaba ya con ellos mis deseos]. En estas palabras obtenem os, a mi parecer, una determinada figura de la esencia del lenguaje humano. C oncretam ente esta: Las palabras del lenguaje nom bran objetos — las oraciones son com binaciones de esas denominaciones. — En esta figura del lenguaje encontramos las raíces de la idea: Cada palabra tiene un significado Este significado está coordinado con la palabra. Es el objeto por el que está la palabra. De una diferencia entre géneros de palabras no habla Agustín. Q u i e n así describe el aprendizaje del lenguaje piensa, creo yo, primariamente en sustantivos com o «mesa», «silla», «pan» y en nombres de personas, y sólo en segundo plano en los nombres de ciertas acciones y propiedades, y piensa en los restantes géneros de palabras com o algo que ya se acomodará. Piensa ahora en este empleo del lenguaje: Envío a alguien a comprar. Le doy una hoja que tiene los signos: «cinco manzanas rojas». Lleva la hoja al tendero, y éste abre el cajón que tiene el signo «manzanas»; luego busca en una tabla la palabra «rojo» y frente a ella encuentra una muestra de color; después dice la serie de los números cardinales — asumo que la sabe de memoria-— hasta la palabra «cinco» y por cada numeral toma del cajón una manzana que tiene el color de la muestra. — Así, y similarmente, se opera con palabras. — «¿Pero cóm o sabe dónde y cómo debe consultar la palabra ‘rojo’ y qué tiene que hacer con la palabra ‘cin co’?». — Bueno, yo asumo que actú a com o he descrito. Las explicaciones tienen en algún lugar un final. — ¿Pero cuál es el significado de la palabra «cinco»? — No se habla aquí en absoluto de tal cosa; sólo de cóm o se usa la palabra «cinco». 2. Este concepto filosófico del significado reside en una imagen primitiva del modo y manera en que funciona el lenguaje. Pero también puede decirse que es la imagen de un lenguaje más primitivo que el nuestro. “ Tomado de: Ludwig WITTGENSTEIN, Investigacion es filo s ó fic a s , Parte I § 1-45. Editorial Crítica - UNAM México. 1988, pp. 17-65. Traducido por: Alfonso García Suáres - Carlos Ulises Moulines.

182 Imaginémonos un lenguaje para el que vale una descripción como la que ha dado Agustín: El lenguaje debe servir a la com unicación de un albañil A con su ayudante B. A construye un edificio con piedras de construcción; hay cubos, pilares, losas y vigas. B tiene que pasarle las piedras y justam ente en el orden en que A las necesita. A este fin se sirven de un lenguaje que consta de las palabras: «cubo», «pilar», «losa», «viga». A las grita — B le lleva la piedra que ha aprendido a llevar a ese grito. — Concibe éste como un lenguaje primitivo completo. 3. Agustín describe, podríamos decir, un sistema de comunicación; sólo que no todo lo que llamamos lenguaje es este sistema. Y esto debe decirse en muchos casos en que surge la cuestión: «¿Es esta representación apropiada o inapropiada?» La respuesta es entonces: «Sí, apropiada; pero sólo para este dominio estrictam ente circunscrito, no para la totalidad de lo que pretendemos representar» Es como si alguien explicara: «Los juegos consisten en desplazar cosas sobre una superficie según ciertas reglas...» —y le respondiéramos: Pareces pensar en juegos de tablero; pero ésos no son todos los juegos. Puedes corregir tu explicación restringiéndola expresamente a esos juegos. 4. Imagínate una escritura en que las letras sirviesen para designar los sonidos, pero también para designar la acentuación, y com o signos de puntuación. (Una escritura puede concebirse como un lenguaje para describir pautas sonoras). Imagínate ahora que alguien entendiese esa escritura com o si cada letra correspondiera simplemente a un sonido y no tuviesen también las letras funciones enteramente diferentes. Una concepción tan simplista de la escritura se asem eja a la concepción del lenguaje de Agustín. 5. Si se considera el ejemplo de § 1, se puede quizá vislumbrar hasta qué punto la concepción general del significado de la palabra circunda al lenguaje de un halo que hace imposible la visión clara. — Disipa la niebla estudiar los fenómenos del lenguaje en géneros primitivos de su empleo en los que se puede dominar con la vista claramente la finalidad y el funcionamiento de las palabras. El niño emplea esas formas primitivas del lenguaje cuando aprende a hablar. El aprendizaje del lenguaje no es aquí una explicación, sino un adiestramiento. 6. Podríamos imaginarnos que el lenguaje de § 2 fuese el lenguaje total de A y B, y hasta el lenguaje total de una tribu. Los niños son educados para realizar estas acciones, para usar con ellas estas palabras y para reaccionar a s í a las palabras de los demás. Una parte importante del adiestram iento consistirá en que el instructor señale los objetos, dirija la atención del niño hacia ellos y pronuncie a la vez una palabra; por ejemplo, la palabra «losa» mientras muestra esa forma. (No quiero llamar a esto «explicación ostensiva» o «definición ostensiva», porque el niño aún no puede pregu n tar por la denom inación. Lo llamaré «enseñanza ostensiva de las palabras». — Digo que formará una parte importante del adiestramiento porque así ocurre entre los seres humanos, no porque no pudiera imaginarse de otro modo). Puede decirse que esta enseñanza ostensiva de palabras establece una conexión asociativa entre la palabra y la cosa. ¿Pero qué quiere decir esto? Pues bien, puede querer decir diversas cosas; pero se piensa muy de inmediato en que al niño le viene a la mente la figura de la cosa cuando oye la palabra. Pero entonces, si sucede esto — ¿es esta la finalidad de la palabra? — Sí, p u ed e ser la finalidad. — Puedo imaginarme tal empleo de las palabras (de series de sonidos). (Pronunciar una palabra es como tocar una tecla en el piano de la im aginación). Pero en el lenguaje de § 2 no es la finalidad de las palabras evocar imágenes. (Pudiera ciertamente descubrirse que es provechoso para la verdadera finalidad). Pero si la enseñanza ostensiva produce esto — ¿debo decir que produce la comprensión de la palabra? ¿No entiende la exclam ación «¡losa!» el que actúa de acuerdo con ella de tal y cual modo? — La enseñanza ostensiva ayudó indudablemente a producir esto, pero sólo junto con una determinada instrucción. Con una diferente instrucción la misma enseñanza ostensiva habría producido una comprensión enteramente diferente.

183 «Al conectar la barra con la palanca puse el freno». — Sí, dado todo el resto del mecanismo. Sólo como parte de este es ella la palanca de freno, y separada de su soporte no es siquiera una palanca, sino que puede ser cualquier cosa o nada. 7. En la práctica del uso del lenguaje (2) una parte grita las palabras, la otra actúa de acuerdo con ellas; en la instrucción en el lenguaje se encontrará este proceso: el aprendiz nom bra los objetos. Esto es, pronuncia la palabra cuando el instructor señala la piedra. — Y se encontrará aquí un ejercicio aún más simple: el alumno repite las palabras que el m aestro le dice — ambos procesos se asemejan al lenguaje. Podemos imaginarnos también que todo el proceso del uso de palabras en (2) es uno de esos juegos por medio de los cuales aprenden los niños su lengua materna. Llamaré a estos juegos «juegos de Lenguaje» y hablaré a veces de un lenguaje primitivo como un juego de lenguaje. Y los procesos de nombrar las piedras y repetir las palabras dichas podrían llamarse también juegos de lenguaje. Piensa en muchos usos que se hacen de las palabras en juegos en corro. Llamaré también «juego de lenguaje» al todo formado por el lenguaje y las acciones con las que está entretejido. 8. Contemplemos una ampliación del lenguaje (2). Aparte de las cuatro palabras «cubo», «pilar», etc., contiene una serie de palabras que se usan como el tendero en (1) usó los numerales (puede ser la serie de las letras del alfabeto); además, dos palabras, que pudieran ser «allí» y «esto» (porque ello ya indica aproximadamente su finalidad) y que se usan en conexión con un ademán demostrativo; y finalmente una cantidad de muestras de colores. A da una orden del tipo: «d-losa-allí». A la vez le hace ver al ayudante una muestra de color y con la palabra «allí» señala un lugar del solar. B toma del surtido de losas una del color de la muestra por cada letra del alfabeto hasta la «d» y las lleva al sitio que A designa. — En otras ocasiones A da la orden: «esto-allí». Con «esto» apunta a una piedra de construcción, etc. 9. Cuando el niño aprende este lenguaje, tiene que aprender de memoria la serie de los ‘numerales’ a, b, c... Y tiene que aprender su uso. — ¿ S e encontrará también en esta instrucción una enseñanza ostensiva de las palabras? — Bueno, se señalan, por ejemplo, losas y se cuentan: «a, b, c losas». — Más similar a la enseñanza ostensiva de las palabras «cubo», «pilar», etc., sería la enseñanza ostensiva de los numerales que sirven, no para contar, sino para designar grupos de cosas captables con la vista. Así aprenden de hecho los niños el uso de los primeros cincr o seis numerales. ¿ S e enseñan también «allí» y «esto» ostensivam ente? — ¡Im agínate cómo podría acaso enseñarse su uso! Se señala con ello a lugares y cosas — pero aquí este señalar ocurre también en el uso de las palabras y no sólo en el aprendizaje del uso— . 10. ¿Q ué designan, pues, las palabras de este lenguaje? — ¿Cóm o debe mostrarse lo que designan si no es en su modo de uso? Y ya lo hemos descrito. La expresión «esta palabra designa esto » tiene que convertirse también en una parte de la descripción. O: la descripción debe hacerse en la forma «La palabra... designa...». Ahora bien, se puede por cierto abreviar la descripción del uso de la palabra «losa» de modo que se diga que esa palabra designa este objeto. Esto se hará si, por ejemplo, se trata meramente de eliminar el malentendido de que la palabra «losa» se refiere a la forma de piedra de construcción que de hecho llamamos «cubo» — pero se conoce el modo y manera de este ‘referir’, esto es, el uso de estas palabras en lo restante. Y del mismo modo puede decirse que los signos «a», «b», etc., designan números; cuando esto, pongamos por caso, elimina el malentendido de que «a», «b», «c» desempeñan en el lenguaje el papel que desempeñan en realidad «cubo», «losa», «pilar». Y puede también decirse que «c» designa este número y no aquel; cuando con ello, pongamos por caso, se explica que las letras han de emplearse en la secuencia a, b, c, d, etc., y no en la secuencia a, b, d, c.

184 ¡Pero con asimilar así mutuam ente las descripciones del uso de las palabras no se vuelve este uso más sem ejante! Pues, como vemos, es totalm ente desigual. 11. Piensa en las herramientas de una caja de herramientas: hay un martillo, unas tenazas, una sierra, un destornillador, una regla, un tarro de cola, cola, clavos y tornillos. — Tan diversas como las funciones de estos objetos son las funciones de las palabras. (Y hay sem ejanzas aquí y allí). Ciertamente, lo que nos desconcierta es la uniformidad de sus apariencias cuando las palabras nos son dichas o las encontram os escritas o impresas. Pero su em p leo no se nos presenta tan claramente, i En particular cuando filosofamos! 12. Es com o cuando miramos la cabina de una locomotora: hay allí manubrios que parecen todos más o menos iguales. (Esto es com prensible puesto que todos ellos deben ser asidos con la mano). Pero uno es el manubrio de un cigüeñal que puede graduarse de modo continuo (regula la apertura de una válvula); otro es el manubrio de un conm utador que sólo tiene dos posiciones efectivas: está abierto o cerrado; un tercero es el mango de una palanca de frenado: cuanto más fuerte se tira, más fuerte frena; un cuarto es el manubrio de una bomba: sólo funciona mientras uno lo mueve de acá para allá. 13. Cuando decimos: «toda palabra del lenguaje designa algo» todavía no se ha dicho con ello, por de pronto, absolu tam en te nada, a no ser que expliquemos exactam ente q u é distinción deseamos hacer. (Bien pudiera ser que quisiéram os distinguir las palabras del lenguaje (8) de palabras ‘sin significado’ com o las que aparecen en poemas de Lewis Carroll o de palabras como «ixuxú» en algunas canciones). 14. Imagínate que alguien dijese: «Todas las herramientas sirven para modificar algo. Así, el martillo la posición del claro, la sierra la forma de la tabla, etc.» — ¿Y qué modifican la regla, el tarro de cola, los clavos?— «Nuestro conocim iento de la longitud de una cosa, la temperatura de la cola y la solidez de la cama». — ¿S e ganaría algo con esta asimilación de expresiones? 15. Más directamente se aplica quizá la palabra «designar» cuando el signo está sobre el objeto designado. Supon que las herram ientas que A emplea en la construcción llevan determinados signos. Cuando A le muestra al ayudante un tal signo, éste trae la herramienta provista del signo. Así, y de maneras más o menos sem ejantes, designa un nombre una cosa y se da un nombre a una cosa. — Resultará frecuentem ente provechoso decirnos mientras filosofamos. Nombrar algo es similar a fijar un rótulo en una cosa. 16. ¿Q ué hay de las muestras de color que A le presenta a B ? — ¿pertenecen al len guaje ? Bueno, com o se quiera. No pertenecen al lenguaje de palabras; pero si le digo a alguien: «Pronuncia la palabra ‘la’», contarás esta segunda «’la’» también dentro de la oración. Y sin embargo juega un papel enteram ente similar al de una muestra de color en el juego de lenguaje (8); a saber, es una muestra de lo que el otro debe decir. Es lo más natural, y lo que menos confusión provoca, contar las muestras entre las herramientas del lenguaje. ((Anotación sobre el pronombre reflexivo «esta oración»))

17. Nos sería posible decir: en el lenguaje (8) tenemos diferentes géneros d e palabras. Pues las funciones de la palabra «losa» y de la palabra «cubo» son más sem ejantes entre sí que las de «losa» y «d». Pero, cóm o agrupemos las palabras en géneros dependerá de la finalidad de la clasificación —y de nuestra inclinación.

185 Piensa en los diferentes puntos de vista desde los que pueden clasificarse herramientas en géneros de herramientas. O piezas de ajedrez en géneros de piezas. 18. Que los lenguajes (2) y (8) consten sólo de órdenes no debe perturbarte. Si quieres decir que no son por ello completos, pregúntate si nuestro lenguaje es com pleto — si lo era antes de incorporarle el simbolismo químico y la notación infinitesinal, pues éstos son, por así decirlo, suburbios de nuestro lenguaje. (¿Y con cuántas casas o calles com ienza una ciudad a ser ciudad?) Nuestro lenguaje puede verse como una vieja ciudad: una m araña de callejas y plazas, de viejas y nuevas casas, y de casas con anexos de diversos períodos; y esto rodeado de un conjunto de barrios nuevos con calles rectas y regulares y con casas uniformes. 19. Puede imaginarse fácilm ente un lenguaje que conste sólo de órdenes y partes de batalla. — O un lenguaje que conste sólo de preguntas y de expresiones de afirmación y de negación. E innumerables otros. — E imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida. ¿Pero qué hay de esto: Es el grito «¡Losa!» en el ejemplo (2) una oración o una palabra? — Si es una palabra, no tiene por cierto el mismo significado que-la homófona de nuestro lenguaje ordinario, pues en § 2 es una llamada. Pero si es una oración, no es por cierto la oración elíptica «¡Losa!» de nuestro lenguaje. — Por lo que toca a la primera pregunta, puedes llamar a «¡Losa!» una palabra y también una oración; quizá sea más acertado una ‘oración degenerada’ (como se habla de una hipérbola degenerada), y justamente en nuestra oración ‘elíptica’. — Pero ésa es por cierto sólo una forma abreviada de la oración «¡Tráeme una losa!» una prolongación de la oración «¡Losa!»? — Porque quien grita «¡Losa!» significa en realidad: «¡Tráeme una losa!». — ¿Pero cómo haces esto: sign ificar eso mientras dices «Losa»? Te repites interiormente la oración no abreviada? ¿Y por qué, para decir lo que otro significa con el grito «¡Losa!», debo traducir esa expresión en otra distinta? Y si significan lo mismo — ¿por qué no debo decir: «cuando él dice ‘¡L osa’, significa ‘¡L osa!’»? O: ¿por qué no has de poder significar «¡Losa!», si puedes significar «¡Tráeme la losa!»? — Pero si grito «¡Losa!», ¡lo que quiero decir es que él m e traiga una losa\ — Ciertamente, ¿pero consiste ‘querer esto’ en que pienses de alguna forma una oración diferente de la que dices? 20. Pero cuando alguien dice «¡Tráeme una losa!», parece ahora que él podría significar esta expresión como una sola palabra y otras com o tres palabras? ¿Y cómo se la significa ordinariamente? — Creo que propenderemos a decir: Significam os la oracín como una oración de tres palabras cuando la usamos en contraposición a otras oraciones com o «T ién dem e una losa», «Tráe/e una losa», «Trae dos losas», etc,; en contraposición, pues, a oraciones que contienen la palabra de nuestra orden en otrs combinaciones. — ¿Pero en qué consiste usar una oración en contraposición a otras oraciones? ¿Le vienen a uno a las mientes quizá esas oraciones? ¿Y todas ellas? ¿Y m ientras se dice aquella oración, o antes, o después? — ¡No! Aun cuando una explicación sem ejante resulta para nosotros tentadora, sólo necesitamos pensar un instante en lo que sucede realmente para ver que andamos aquí por mal camino. Decim os que usamos la orden en contraposición a otras oraciones porque nuestro len guaje contiene la posibilidad de esas otras oraciones. Quien no entienda nuestro lenguaje, un extranjero que hubiera oído frecuentem ente que alguien daba la orden «¡Tráeme una losa!», podría formar la opinión de que toda esta serie de sonidos es una palabra y que corresponde quizá a la palabra para «piedra de construcción» en su lenguaje. Si luego él mismo diera esta orden, quizá la pronunciaría de otro modo y nosotros diríamos. La pronuncia tan extrañam ente porque la tiene por una sola palabra. — ¿Pero no ocurre tam bién algo diferente dentro de él cuando la pronuncia — algo que corresponda al hecho de que él concibe la oración com o u na so la palabra? — Puede ocurrir lo mismo dentro de él o algo diferente. ¿Pues qué ocurre dentro de ti cuando das una orden así?, ¿eres consciente de que consta de tres palabras m ien tras la pronuncias? Ciertam ente, tú d om in as ese lenguaje — en el que también hay aquellas otras oraciones— ¿pero es ese dominio algo que ‘su ced e’ mientras pronuncias la oración? — Y ya he admitido que el extraño probablemente pronuncie de modo diferente la oración que concibe de modo diferente; pero lo que llamamos su errónea concepción

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no n ecesita residir en algo que acompañe la emisión de la orden. La oración es ‘elíptica’ no porque omita algo que nosotros significamos cuando la pronunciamos, sino porque es abreviada — en com paración con un determ inado modelo de nuestra gramática — Podría ciertam ente hacerse aquí la objeción: «Concedes que la oración abreviada y la no abreviada tienen el mismo sentido. — Así pues, ¿qué sentido tienen? ¿No hay entonces una expresión verbal de ese sentido?» — ¿Pero no consiste el mismo sentido de las oraciones en su mismo em p leo ? — (En ruso se dice «piedra roja» en vez de «la piedra es roja»; ¿les falta la cópula en el sentido o añaden la cópula m en talm en te ?) 21. Imagínate un juego de lenguaje en el que B , respondiendo a la pregunta de A, dé parte del número de losas o cubos que hay en una pila, o de los colores y formas de las piedras de construcción que están aquí y allá. — Así, un parte podría sonar: «Cinco losas». ¿Cuál es entonces la diferencia entre el parte o la aserción. «Cinco losas», y la orden, «¡Cinco losas!»? — Bueno, el papel que la emisión de estas palabras juega en el juego de lenguaje. Probablemente también será diferente el tono en que se pronuncian, y el semblante y muchas otras cosas. Pero podemos también imaginarnos que el tono es el mismo — pues una orden y un parte pueden pronunciarse en varios tonos y con varios sem blantes— y que la diferencia reside sólo en el empleo. )'Ciertamente también podríamos usar las palabras «aserción» y «orden» para designar una form á gram atical de oración y una entonación; com o llamamos de hecho a «¿No hace hoy un tiempo espléndido?» una pregunta, aunque se use como aserción). Podríamos imaginarnos un lenguaje en el que todas las aserciones tuviesen la forma y el tono de preguntas retóricas; o toda orden la forma de la pregunta: «¿Q uerrías hacer esto?» Quizá entonces se diría: «Lo que él dice tiene la forma de una pregunta, pero es realmente una orden» — esto es, tiene la función de una orden en la práctica del lenguaje. (Similarm ente se dice «Harás esto» no com o profecía, sino como orden. ¿Q ué la convierte en una cosa y qué en la otra?). 22. La opinión de Frege de que una aserción encierra una suposición que es lo que se asevera, se basa realmente en la posibilidad que hay en nuestro lenguaje de escribir toda oración asertiva en la forma «Se asevera que tal y cual es el caso»**. — Pero «Que tal y cual es el caso» no es aún una ju gada en el juego del lenguaje. Y si en vez de «Se asevera que...» escribo «Se asevera: tal y cual es el caso», entonces las palabras «Se asevera» son aquí sencillam ente superfluas. Muy bien podríam os escribir tam bién toda aserción en la forma de una pregunta seguida de afirmación; digamos: «¿Llueve? ¡Sí!» ¿M ostraría esto que toda aserción encierra una pregunta? Se tiene el perfecto derecho a emplear un signo de aserción en contraposición, por ejemplo, a un signo de interrogación; o si se quiere distinguir una aserción de una ficción o de una suposición. Sólo es erróneo cuando se da a entender que la aserción consta entonces de dos actos, el considerar y el aseverar (adjuntar el valor de verdad o algo sim ilar) y que ejecutam os estos actos siguiendo el signo de la oración aproximadamente como cantam os siguiendo las notas. Cantar siguiendo las notas es en verdad com parable con la lectura, en voz alta o en voz baja, de la oración escrita, pero no con el ‘sig n ificar’ (pensar) la oración leída. El signo de aserción fregeano hace resaltar el in icio de la oración . Tiene, pues, una función similar a la del punto final. Distingue el período entero de una oración dentro d el período. Si oigo a alguien decir «llueve», pero no sé si he oído el inicio y el final del período, entonces esa oración no es para mí un medio de com prensión. 2 3 . ¿P ero cu án to s géneros de oracion es hay? ¿A caso aserción, pregunta y orden?

— Hay

in nu m erables géneros: innumerables géneros diferentes de empleo de todo lo que llamamos «signos», ** Imaginemos una figura que represente un boxeador en una determinada posición de combate. Pues bien, esa figura puede usarse para comunicarle a alguien cómo debe estar o mantenerse; o cómo no debe estar; o cómo ha estado parado un determinado hombre en tal y cual lugar: o etc. Se podría llamar a esta figura (en terminología química) un radical proposicional Similarmente concibió Frege la «suposición».

187 «palabras», «oraciones». Y esta multiplicidad no es algo fijo, dado de una vez por todas; sino que nuevos tipos de lenguaje, nuevos juegos de lenguaje, com o podemos decir, nacen y otros envejecen y se olvidan. (Una figura aproxim ada de ello pueden dárnosla los cambios de la m atem ática). La expresión «ju ego de lenguaje» debe poner de relieve aquí que h a b la r el lenguaje forma parte de una actividad o de una forma de vida. Ten a la vista la multiplicidad de juegos de lenguaje en estos ejemplos y en otros: Dar órdenes y actuar siguiendo órdenes— Describir un objeto por su apariencia o por sus medidas— Fabricar un objeto de acuerdo con una descripción (dibujo)— Relatar un suceso— Hacer conjeturas sobre el suceso— Presentar los resultados de un experimento mediante tablas y diagramas— Inventar una historia; y leerla— Actuar en teatro— Cantar a coro— Adivinar acertijos— Hacer un chiste, contarlo— Resolver un problema de aritmética aplicada— Traducir de un lenguaje a otro— Suplicar, agradecer, maldecir, saludar, rezar. — Es interesante comparar la multiplicidad de herramientas del lenguaje y de sus modos de empleo, la multiplicidad de géneros de palabras y oraciones, con lo que los lógicos han dicho sobre la estructura del lenguaje. (Incluyendo al autor del Tractatus log ico-p h ilosop h icu s). 24. Quien no tenga a la vista la multiplicidad de juegos de lenguaje quizá se vea inclinado a preguntas como ésta. «¿Qué es una pregunta?» — ¿Es la constatación de que no sé esto y aquello o la constatación de que quisiera que el otro me dijera...? ¿O es la descripción de mi estado mental de incertídumbre? — ¿Y es el grito «¡Auxilio!» una descripción de esa índole? Piensa en cuántas cosas heterogéneas se llaman «descripción»: descripción de la posición de un cuerpo por medio de sus coordenadas; descripción de una expresión facial; descripción de una sensación táctil; de un estado de ánimo. Se puede ciertam ente sustituir la form a ordinaria de la pregunt: por la de la constatación o la descripción: «Quiero saber si...» o «Estoy en duda sobre si...-» — pero con ello no se han aproximado mutuamente los diversos juegos de lenguaje. La significación de esas posibilidades de transform ación, por ejemplo, de todas las oraciones asertivas en oraciones que com ienzan con la cláusula «Yo pienso» o «Yo creo» (y por tanto, por así decirlo, en descripciones de mi vida interior) se verá claram ente en otro lugar (Solipcism o). 25 Se dice a veces: los animales no hablan porque les falta la capacidad mental. Y esto quiere decir: «no piensan y por eso no hablan». Pero: sim plemente no hablan. O mejor: no emplean el lenguaje — si prescindimos de las formas más primitivas de lenguaje. — Ordenar, preguntar, relatar, charlar pertenecen a nuestra historia natural tanto com o andar, comer,, beber, jugar. 26. Se piensa que aprender el lenguaje consiste en dar nombres a objetos. A saber: a seres humanos, formas, colores, dolores, estados de ánimo, números, etc. Como se dijo: nombrar es algo similar a fijar un rótulo en una cosa. Se puede llamar a eso una preparación para el uso de una palabra. ¿Pero para q u é es una preparación? 27. «Nombramos las cosas y podemos entonces hablar de ellas, referirnos a ellas en el discurso». —Como si con el acto de nombrar ya estuviera dado lo que hacemos después. Como si sólo hubiera

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una cosa que se llam a: «hablar de cosas». M ientras que en realidad hacem os las cosas más heterogéneas con nuestras oraciones. Pensemos sólo en las exclam aciones. Con sus funciones totalm ente diversas ¡Agua! ¡Fuera! ¡Ay! ¡Auxilio! ¡Bien! ¡No! ¿Estás aún inclinado a llamar a estas palabras «denominaciones de objetos»? En los lenguajes (2) y (8) no había un preguntar por la denominación. Ésta y su correlato, la explicación ostensiva, son, podríamos decir, un juego de lenguaje por sí mismo. Esto quiere decir realmente: somos educados, adiestrados, para preguntar: «¿Cómo se llama esto?» —a lo que sigue el nombrar. Y hay también un juego de lenguaje: Inventar un nombre para albo. Y, por tanto, decir: «Esto se llama...», y entonces emplear el nuevo nombre (así, por ejemplo, los niños dan nombres a sus muñecos y luego hablan de ellos y a ellos. ¡Piensa igualmente cuán singular es el uso del nombre de una persona para llam ar al individuo nom brado!). 28. Se puede definir ostensivam ente un nombre de persona, un nombre de un color, el nombre de un matrerital, un n u m eral, el nombre de un punto cardinal, etc. La definición del número dos «Esto se llama dos’» — mientras se señalan dos nueces— es perfectamente exacta. — ¿Pero cómo se puede definir así el dos? Aquel a quien se da la definición no sabe q u é se quiere nombrar con «dos»; ¡supondrá que nombras ese grupo de nueces! —P u ede suponer eso; pero quizá no lo suponga. A la inversa, cuando quiero asignar un nombre a ese grupo de nueces, él podría también malentenderlo como un numeral. E igualmente, cuando explico ostensivamente un nombre de persona, él podría considerarlo como nombre de un color, com o designación de una raza e incluso com o nombre de un punto cardinal. Es decir, la definición ostensiva puede en todo caso ser interpretada de maneras diferentes. 29. Quizá se diga, el dos sólo puede definirse ostensivamente así: «Este n úm ero se llama ‘dos’». Pues la palabra «número» indica aquí en qué lugar del lenguaje, de la gramática, ponemos la palabra. Pero esto significa que la palabra «número» tiene que ser explicada antes de que esa definición ostensiva pueda ser entendida. — La palabra «número» de la definición indica realmente ese lugar, el puesto en el que colocam os la palabra. Y podemos prevenir malentendidos diciendo: «Este color se llama así y asá», «Esta longitud se llama así y asá», etc. Es decir: De ese modo se evitan a veces malentendidos. ¿Pero se puede interpretar la palabra «color», o «longitud», sólo de ese modo? — Bueno, sólo tenemos que explicarlas. — ¡E xplicarlas, pues, por m edio de otras palabras! Y qué pasa con la última explicación en esta cadena? (No digas «No hay una ‘últim a’ explicación». Eso es justamente como si quisieras decir: «No hay una última casa en esta calle; siempre se puede edificar una m ás»)* **. Que la palabra «número» sea necesaria en la definición ostensiva del dos depende de si sin esa palabra él la interpreta de modo distinto a com o yo deseo. Y eso dependerá de las circunstancias bajo las que se da y de la persona a la que se la doy. Y como ‘interpreta’ él la definición se muestra en el uso que hace de la palabra explicada.

¿Se podría explicar la palabra «rojo», señalar algo no rojo? Esto sería como si a alguien cuyo castellano no es fuerte se le debiera explicar la palabra «modesto» y como explicación se señalase aun hombre arrogante y se dijese: «Ése no es modesto» No es ningún argumento contra tal modo de explicación el que sea equívoca Toda explicación puede ser malentendida. Pero bien pudiera preguntarse: ¿Debemos llamar todavía a esto una «explicación»? — Pues, naturalmente, juega en el cálculo un papel distinto que lo que ordinariamente llamamos «explicación ostensiva» de la palabra «rojo»; aún cuando tenga las mismas consecuencias prácticas, el mismo efecto sobre el aprendiz

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30. Se podría, pues, decir: La definición ostensiva explica el uso — el significado— de la palabra cuando ya está claro qué papel debe jugar en general la palabra en el lenguaje. Así, cuando sé que otro me quiere explicar el nombre de un color, la explicación ostensiva «Esto se llama ‘sepia’» me ayudará a entender la palabra. — Y esto puede decirse si no se olvida que ahora se originan todo tipo de cuestiones en relación con las palabras «saber» o «estar claro». Tiene uno que saber (o poder) ya algo para poder preguntar por la denominación. ¿Pero qué tiene uno que saber? 31. Cuando se le muestra a alguien la pieza del rey en ajedrez y se dice «Éste es el rey», no se le explica con ello el uso de esa pieza — a no ser que él ya conozca las reglas del juego salvo en este último extremo: la forma de una pieza del rey. Se puede imaginar que ha aprendido las reglas del juego sin que se le mostrase realm ente una pieza. La forma de la pieza del juego corresponde aquí al sonido o a la configuración de la palabra. Puede tam bién imaginarse que alguien haya aprendido el juego sin aprender las reglas o sin formularlas. Quizás ha aprendido primero observando juegos de tablero muy simples y ha progresado a otros cada vez más complicados. También se le podría dar la explicación: «Éste es el rey» — si se le mostrasen, por ejemplo, piezas de ajedrez con una forma que le resultase desconocida. También esta explicación le enseña el uso de la pieza sólo porque, com o podríamos decir, ya estaba preparado el lugar en el que se colocaría. O también. Sólo diremos que le enseña el uso si el lugar ya está preparado. Y ese así aquí, no porque aquel a quien le damos la explicación ya conozca las reglas, sino porque en otro sentido ya domina un juego. Considera aún este caso: Le explico a alguien el ajedrez; y com ienzo señalando una pieza y diciendo: «Éste es el rey. Puede moverse así y así, etc.». — En este caso diremos: las palabras «Éste es el rey» (o «Ésta se llama ‘rey’») son una explicación de la palabra sólo si el aprendiz ya ‘sabe lo que es una pieza de un juego’. Es decir, si ya ha jugado otros juegos o ha observado ‘con comprensión’ el juego de otros —y cosas sim ilares. Sólo entonces podrá tam bién preguntar relevantemente al aprender el juego: «¿Cómo se llama esto?» — a saber, esta pieza del juego. Podemos decir: Sólo pregunta con sentido por la denominación quien ya sabe servirse de ella. Podemos también imaginarnos que el interrogado responde: «Decide la denominación tú mismo» —-y ahora el que ha preguntado debe responder de todo por sí mismo.

32. Quien llega a un país extraño aprenderá a veces el lenguaje de los nativos por medio de explicaciones ostensivas que ellos le den; y a menudo tendrá que ad iv in ar la interpretación de estas explicaciones y adivinar unas veces correctam ente y otras erróneamente. Y ahora podemos, creo yo, decir: Agustín describe el aprendizaje del lenguaje humano como si e niño llegase a un país extraño y no entendiese el lenguaje del país, esto es: com o si ya tuviese un lenguaje, sólo que no ése. O también: como si el niño ya pudiera pensar, sólo que no todavía hablar. Y «pensar» querría decir aquí algo como: hablar consigo mismo. 33. Y qué si se objetar: «¡No es verdad que ya tenga uno que dominar un juego de lenguaje a fin de entender una definición ostensiva, sino que sólo tiene — evidentemente— que saber (o conjeturar) a dónde señala el que explica! Si, por ejemplo, a la forma del objeto, o a su color, o al número, etc.». — ¿Y en qué consiste eso — ‘señalar la form a’, ‘señalar el color’? Señala un trozo de papel! — ¡Y ahora señala su forma, ahora su color, ahora su número (esto suena raro)! — Pues bien, ¿cóm o lo has hecho? — Dirás que al señalar has ‘sig n ificad o’ cada vez algo distinto. Y si pregunto cómo sucede esto, dirás que has concentrado tu atención en el color, forma, etc. Pero ahora pregunto una vez más cómo sucede esto Piensa que alguien señala un jarrón y dice: «¡M ira ese magnífico azul! — la forma no viene al caso». — O: «¡M ira qué magnífica forma! — el color es indiferente». Es indudable que harás algo diferen te cuando sigas estas dos invitaciones. ¿Pero siempre haces lo m ism o cuando diriges tu atención al color? Imagínate diferentes casos! Indicaré unos cuantos.

190 «¿Es ese azul el mismo que ese de ahí? ¿Ves alguna diferencia?»— Mezclas colores y dices: «Es difícil acertar con este azul del cielo». «iEstá mejorando, ya se ve de nuevo el cielo azul!». «¡Mira qué distintos efectos hacen estos dos azules!». «¿Ves allí el libro azul? Tráelo aquí». «Esta señal luminosa azul significa...» «¿Cómo se llama este azul? — ¿Es ‘índigo’?»

El dirigir la atención al color se efectúa a veces suprimiendo con la mano el contorno de la forma; o no dirigiendo la vista al perfil de la cosa; o mirando fijam ente el objeto y tratando de recordar dónde se ha visto ya ese color. Se dirige la atención a la forma a veces trazándola, otras veces pestañeando para no ver claramente el color, etc. Quiero decir: esto y cosas similares suceden m ientras se ‘dirige la atención a esto y aquello’. Pero no es sólo esoto lo que nos permite decir que alguien dirige su atención a la forma, el color, etc. Como una jugada de ajedrez no consiste sólo en desplazar una pieza de tal y cual manera sobre el tablero — pero tam poco en los pensamientos y sentimientos del jugador que acompañan la jugada; sino en las circunstancias que llamamos: «jugar una partida de ajedrez», «resolfer un problema de ajedrez» y cosas similares. 34. Pero supon que alguien dijese: «Siempre hago lo mismo cuando dirijo mi atención a la forma: sido el contorno con los ojos y siento con ello...». Y supon que éste le diese a otro la explicación ostensiva «Esto se llama ‘círcu lo’» mientras, con todas esas vivencias, señala un objeto circular — ¿no puede el otro pese a todo interpretar de modo distinto la explicación, aún cuando vea al que explica seguir la forma con los ojos y aún cuando sienta lo que siente el que explica? Es decir: esta ‘interpretación’ puede también consistir en cóm o haga él ahora uso de la palabra explicada; por ejemplo, a dónde señala cuando recibe la orden «¡Señala un círculo!». — Pues ni la expresión «significar la explicación de tal y cual modo» ni la expresión «interpretar la explicación de tal y cual modo» designan un proceso que acompañe al dar y oír la explicación. 35. Hay ciertam ente lo que puede llamarse «vivencias características» del señalar, pongamos por caso, a la forma. Por ejemplo, seguir el contorno con el dedo, o con la mirada, al señalar. — Pero así como esto no sucede en todos los casos en los que ‘significo la forma’, así tampoco sucede en todos estos casos ningún otro proceso característico. — Pero además, aunque una cosa así se repitiese en todos, dependería aún de las circunstancias — o sea, dé lo que sucediese antes y después del señalar— el que dijésemos «Ha señalado la forma y no el color». Pues las palabras «señalar la forma», «significar la forma», no se usan como ésta s: «señalar este libro» (no aquél), «señalar la silla, no la mesa», etc. — Piensa sólo, cuán diferente aprendem os el uso de las palabras: «señalar esta cosa», «señalar aquella cosa», y por otro lado: «señalar el color, no la forma», «significar el color», etc. Como se ha dicho, en determinados casos, especialm ente al señalar ‘la form a’ o ‘el número’, hay vivencias características y modos característicos de señalar — ‘característicos’ porque se repiten frecuentem ente (no siempre) cuando se ‘significa’ forma o número. ¿Pero conoces también una vivencia característica del señalar la pieza del juego en tanto p ieza del ju eg o ? Y sin embargo puede decirse: «Pretendo significar que esta pieza del ju ego se llama ‘rey’, no este determinado trozo de madera al que señalo». (Reconocer, desear, acordarse, etc.) 36. Y hacemos aquí lo que hacem os en miles de casos similares: Puesto que no podemos indicar

una acción corporal que llamemos señalar la forma (en contraposición, por ejemplo, al color), decimos que corresponde a estas palabras una actividad espiritual. Donde nuestro lenguaje hace presumir un cuerpo y no hay un cuerpo, allí, quisiéramos decir, hay un espíritu.

191 37. ¿Cuál es la relación entre el nombre y lo nombrado? — Bien, ¿cuál es? ¡M ira el juego de lenguaje (2) u otro distinto! Allí se ve en qué consiste más o menos esta relación. Esta relación puede también consistir, entre otras muchas cosas, en que el oír el nombre trae a nuestra alma la figura de lo nombrado, y consiste también entre otras cosas en que se escribe el nombre sobre lo nombrado o en que se lo pronuncia mientras se señala lo nom brad o****. 38. ¿Pero qué nombra, por ejemplo, la palabra «esto» en el juego de lenguaje (8) o la palabra «eso» en la explicación ostensiva «Eso se llama...»? — Si no se quiere provocar confusión, es mejor que no se diga en absoluto que estas palabras nombran algo. — Y curiosam ente se ha dicho una vez de la palabra «esto» que es el nombre genuino. De modo que todo lo demás que llamamos «nombres» lo son sólo en un sentido inexacto, aproximativo. Esta extraña concepción proviene de una tendencia a sublimar la lógica de nuestro lenguaje — por así decirlo. La respuesta apropiada a ella es: llamamos «nombre» a muy diferentes cosas; la palabra «nombre» caracteriza muchos diferentes tipos de uso de una palabra, em parentados entre sí de muchas maneras diferentes — pero entre estos tipos de uso no está el de la palabra «esto». Es bien cierto que frecuentemente, por ejemplo, en la definición ostensiva, señalamos lo nombrado y a la vez pronunciamos el nombre. Y sim ilarmente pronunciamos, por ejemplo, en la definición ostensiva, la palabra «esto» mientras señalamos una cosa. Y la palabra «esto» y un nombre están también frecuentemente en la misma posición en el contexto oracional. Pero es característico del nombre justam ente el que se explique por medio de la ostensión «Esto es N» (o «Esto se llama ‘N’»). ¿Pero explicamos también: «eso se llama ‘esto’ o »Esto se llama ‘esto’»? Esto está conectado con la concepción del nom brar como un proceso oculto, por así decirlo. Nombrar aparece como una extraña conexión de una palabra con un objeto. —Y una tal extraña conexión tiene realmente lugar cuando el filósofo, para poner de manifiesta cuál es la relación entre el nombre y lo nombrado, mira fijam ente a un objeto ante sí y a la vez repite innumerables veces un nombre o también la palabra «esto». Pues los problemas filosóficos surgen cuando el lenguaje h a c e fiesta. Y a h í podemos figurarnos ciertam ente que nombra es algún acto mental notable, casi un bautismo de un objeto. Y podemos también decirle la palabra «esto» a l objeto, dirigirle la palabra — un extraño uso de esta palabra que probablemente ocurra sólo al filosofar. 39. ¿Pero por qué surge la idea de querer hacer justam ente de esta palabra un nombre, cuando evidentemente no es un nombre? —Justam ente por esto. Porque se siente la tentación de hacer una objeción contra lo que ordinariamente se llama «nombre»; y se pued expresar así: q u e el nom bre debe designar realm en te un sim ple. Y esto quizá pudiera fundamentarse así: Un nombre propio en sentido ordinario es, pongamos por caso, la palabra «Nothung». La espada Nothung consta de partes en una determinada combinación. Si se com binasen de otra manera, no existiría Nothung. Ahora bien, es evidente que la oración «Nothung tiene un tajo afilado» tiene sentido tanto si Nothung está aún entera como si está ya destrozada. Pero si «Nothung» es el nombre de un objeto, ese objeto ya no existe cuando Nothung está destrozada; y com o ningún objeto correspondería al nombre, éste no tendría significado. Pero entonces en la oración «Nothung tiene un tajo afilado» figuraría una palabra que no tiene significado y por ello la oración sería un sinsentido. Ahora bien, tiene sentido; por tanto, siempre debe corresponder algo a las palabras de las que consta. Así pues, la palabra «Nothung» debe desaparecer con el análisis del sentido y en su lugar deben entrar palabras que nombren simples. ¿Cómo se produce el sign ificarlas palabras «fisto es azul» en un caso, como enunciado acerca del objeto y, en otro, como explicación de la palabra «azul»? Pues bien, en el segundo caso se significa en realidad «Esto se llama ‘azul’». — ¿Se puede entonces significar en un caso la palabra «es» como «se llama» y la palabra «azul» como «’azul’», y significar en otro caso efectivamente el «es» como «es»? También puede suceder que alguien extraiga una explicación de las palabras a partir de lo que se significó como una comunicación. [Nota a l margen'. Aquí yace oculta una crucial superposición]. ¿Puedo significar «Si no llueve, iré a pasear» con la palabra «bububú»? —Sólo en un lenguaje puedo significar algo con algo. Esto muestra claramente que la gramática de «significar» no se parece a la de la expresión «imaginarse algo» y similares.

192 A estas palabras las llamaremos con justicia los nombres genuinos. 40. Hablemos primero de este punto del razonam iento: que la palabra no tiene significado si nada le corresponde. — Es importante hacer constar que la palabra «significado» se usa ilícitamente cuando se designa con ella la cosa que ‘corresponde’ a la palabra. Esto es confundir el significado del nombre con el portador del nombre. Cuando el Sr. N. N. muere, se dice que muere el portador del nombr3e, no que muere el significado del nombre. Y sería absurdo hablar así, pues si el nombre dejara de tener significado, no tendría sentido decir «El Sr. N. N. está muerto». 41. En § 15 hemos introducido nombres propios en el lenguaje (8). Supon ahora que se rompe la herramienta con el nombre «N». A no lo sabe y le da a B el signo «N». ¿Tiene ahora este signo significado o no lo tiene — ¿Q ué debe hacer B cuando recibe este signo? — No hemos convenido nada sobre esto. Podría preguntarse: ¿Q ué h a r á ? Bueno, quizá se quede perplejo o le demuestre a A los trozos. Podría decirse aquí: «N» se ha vuelto carente de significado; y esta expresión quería decir que ya no hay empleo para el signo «N» en nuestro juego de lenguaje (a no ser que le demos uno nuevo). «N» podría tam bién volverse carente de significado porque, por cualquier razón, se le diera a la herramienta otra designación y el signo «N» ya no se empleara en el juego de lenguaje. — Pero podríamos también imaginarnos una convención por la que B, cuando una herramienta está rota y A le da el signo de esa herramienta, tiene que menear la cabeza en respuesta. — Con ello podría decirse que la orden «N» se incluye en el juego de lenguaje aunque esa herramienta ya no exista, y que el signo «N» tiene significado aunque su portador deje de existir. 42. ¿Pero tienen tam bién significado en este juego nombres que nunca han sido empleados para una herram ienta? — Supongamos que «X» fuese un tal signo y que A le diese este signo a B — pues bien, podrían incluirse también tales signos en el juego de lenguaje y B tendría quizá que responder también a ellos con un meneo de cabeza. (Podría concebirse esto como una especie de diversión de los dos). 43. Para una gran clase de casos de utilización de la palabra «significado» — aunque no para todos los casos de su utilización— puede explicarse esta palabra así. El significado de una palabra es su uso en el lenguaje. Y el sig n ificado de un nombre se explica a veces señalando a su portador. 44. Dijim os: la oración «Nothung tiene un tajo afilado» tiene sentido también cuando Nothung ya está destrozada. Ahora bien, esto es así porque en este juego de lenguaje se usa también un nombre en ausencia de su portador. Pero podemos imaginarnos un juego de lenguaje con nombres (es decir, con signos que ciertamente también llamaríamos «nombres») en el que éstos se usaran sólo en presencia del portador; y así siem p re podrían sustitu irse por el pronom bre dem ostrativo don el ademán demostrativo. 45. El demostrativo «esto» nunca puede ser carente de portador. Podría decirse: «Mientras haya un esto , la palabra ‘esto’ tiene también significado, ya sea esto simple o compuesto». — Pero esto no hace de la palabra un nombre. Al contrario; pues un nombre no se emplea con el gesto demostrativo, sino que sólo se explica por medio de él.

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Comprensión y discusión 1 Wittgenstein inicia sus Investigaciones Lógicas con una cita de las Confesiones de San Agustín, a partir de la cual elabora su reflexión en tom o al lenguaje. Al modelo agustiniano contenido en la cita lo considera una protofigura del lenguaje, donde la deducción más básica sería: “Las palabras del lenguaje nombran objetos — las oraciones son combinaciones de esas denominaciones”, y donde “Cada palabra tiene un significado. Este significado está coordinado con la palabra. Es el objeto por el que está la palabra”.

D escriba y reconstruya en sus d iferen tes etap a s el p roceso q u e una tal «form a prim itiva d el lenguaje» su p on e p ara W ittgenstein. Ligue en esta descripción la q u e d e la «en señ an za osten siva d e p a la b ra s » h a c e e l autor, explican do a q u é refiere d ich a «en señ an za osten siva d e p a la b ra s ». Más a d elan te W ittgenstein articula la n oción d e «definición osten siva»; ¿qué en tien d e p or ésta el autor? ¿Pueden, acaso , con siderarse tales «enseñanza» y «d efin ic ió n » osten siv as com o tipos, y m edios, de una «form a prim itiva d el lenguaje»? A la luz d e lo an terior com en te el sigu ien te p a s a je : “N uestro len guaje p u ed e verse com o una vieja ciu dad: una m arañ a d e ca llejas y plazas, d e v ieja s y n u ev as casas, y d e ca sa s con an ex o s de diversos p eríodos; y esto rodeado de un con ju n to d e barrios nuevos con calles rectas y regulares y con ca sas u n iform es”.. 2. Elabore una definición aproximada de lo que Wittgenstein llama «juego de lenguaje» (Sprachspzeí) y relaciónelo con las nociones de «uso» (Gebrauch) y «forma de vida» (Lebensform).

Con lo an terior resuelto intente exp licar lo q u e W ittgenstein qu iere decir con la afirm a ció n : “E im aginar un len gu aje sign ifica im agin ar u na fo rm a d e vida". 3. Teniendo en cuenta la exposición que de los nombres hace Wittgenstein, intente establecer en qué consiste definir un nombre y cómo el autor lo hace. Tenga en cuenta las consideraciones que Wittgenstein contempla, tales como: “¿Cuál es la relación del nombre con lo nombrado?”, o “El nombre debe designar un simple”. Resuelva, a lo menos, estas dos que aquí ofrecemos.

¿Cóm o sería p osib le un su puesto «juego de len g u aje» con nom bres? .D e qu é form a intervendrían estos últim os en el «juego» — cóm o p articiparían d e él — ? 4. Según su iectura ¿cómo puede justificar la afirmación de Wittgenstein según la cual “El significado de una palabra es su uso en el lenguaje”? ¿Qué entiende el autor por “significado”? ¿Qué por “uso”?

E stablezca una relación entre la intuición w ittgen stein ian a d el sig n ificad o com o uso y la posterior articulación au stin ian a d el «an álisis del len gu aje corrien te [u ‘ord in a rio’]». ¿Existe a c a s o una decid id a in flu en cia de W ittgenstein sobre Austin? Ju stifiqu e su respuesta.

Bibliografía complementaria I. Estudios sobre el lenguaje en Wittgenstein y, en particular, sobre e/Tractatus Logico-Philosophicus y las Investigaciones filosóficas. L. WITTGENSTEIN. Tractatus L ogico-P hilosophicu s. Alianza Editorial. Madrid. 1987. ________________ . Investigaciones filosóficas. Editorial Crítica. UNAM. Barcelona. México. 1988 G. E. M. ASCOMBE. Introducción a l “Tractatus” de W ittgenstein. El Ateneo. Buenos Aires. 1979. V. ARREGUI. A cción y sen tido en Wittgenstein. Ediciones de la Universidad de Navarra. Pamplona. 1984. A. J. AYER. W ittgenstein. Crítica. Barcelona. 1986.

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UNIDAD N° 6 John Langshaw Austin — John Rogers Searle

«John Langshaw Austin (1911 -1 9 6 0 )» D

a n il o

G

uzm án

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«Perfomativo-constativo» John L angshaw A ustin Comprensión y discusión

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John Rogers Searle

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«¿Qué es un acto de habla?» J ohn Rogers S earle Comprensión y discusión

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Bibliografía complementaria

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JOHN LANGSHAW AUSTIN (1911-1960)* D anilo Guzmán

El filósofo británico John Langshaw Austin se formó en la tradición cultivada por los filósofos John Cook Wilson, quien regentó la cátedra de Lógica en Oxford de 1899 a 1914 y H. A. Prichard, que influyó grandemente en el cuando realizaba su pregrado en Oxford. Las principales características de esta tradición consistían en el análisis detallado, el progreso lento y la atención a situaciones particulares, evitando teorías de ‘alto vuelo’. Austin fue Professor W hite de Filosofía Moral en la Universidad de Oxford; y su aporte más visible Austin ha sido su análisis de los ‘actos de habla’. En 1955 Austin dicta las W illiam Ja m e s Lectures, una serie de clases en la Universidad de Harvard, recopiladas, editadas y publicadas en 1962 bajo el título ‘Cóm o H acer C osas con P alab ras’ (How ío Do Things With Words). En 1940 otro filósofo británico, Bertrand Russell había tam bién dictado las W illiam Ja m es Lectures en Harvard, esa vez, bajo el título ‘Una Investigación Sobre Significado y Verdad’. (An Inquiry into M eaning a n d Truth). Ambas series de clases son aproximaciones al lenguaje y ambas marcan puntos de vista distintos y opuestos. Lo que Austin dice en las suyas resulta ser, sin que Austin mismo lo diga, una réplica y una alternativa a lo que Russell había planteado en las suyas. Bertrand Russell, junto con otros filósofos como Gottlob Frege y Ludwig Wittgenstein, había liderado un programa de explicación y formulación de los fenómenos lingüísticos en términos de ‘formas lógicas’. El mismo Russell había contribuido al perfeccionamiento de un simbolismo, de un grafismo lógico y creía que este podía dar paso, esta vez sí, al desarrollo planteado por Leibniz de una ‘matemática universal’ que en vez de decir ‘pensem os’ nos permitiera decir ‘calculem os’. En el'Tractatus Logico P h ilo sop h icu s’, publicado en 1922 W ittgenstein presenta la quintaesencia del desarrollo de un lenguaje ‘perfecto’ fundado en un formalismo ‘lógico’. Pronto el mismo W ittgenstein se convierte en crítico de su propio desarrollo en lo que se ha denominado su ‘segunda filosofía’. En su perfección el formalismo lógico resultaba demasiado perfecto com o para poderse conectar con el mundo real. Los ‘átomos lógicos’ de los que hablaba el ‘T ractatus’ resultaban demasiado etéreos como para poder establecer con qué era que éstos se podrían conectar en el mundo. En su ‘P refa cio a P la tó n ’ (P refa ce to P lato) Eric Havelock plantea que el surgimiénto de la filosofía en G recia fue posible gracias al desarrollo de un sistem a de escritura que permitía consignar por escrito de m anera fluida la expresión hablada. En las sociedades orales primarias, sociedades que carecen de escritura, la palabra es puro acto: es totalm ente contem poránea con la situación en la que surge. Es con la escritura que la palabra se independiza de quien habla para convertirse en un objeto: en lo que aparece escrito. Con Platón el filósofo se convierte en escritor. Sin tem or a equivocarnos podemos decir que la escritura ha sido el más grande fe tic h e de la filosofía occidental. La escritura ha sido el gran tran sm ogrificador1 de la palabra. El valor de la escritura radica en que a través de esta podemos preservar la palabra en el espacio y en el tiem po: el ‘a c to d e h a b la ’ circunscrito a un espacio y un tiempo particular se transform a a través de la escritura en un objeto, potencialm ente imperecedero. Pero esta ‘inm ortalidad’ tiene su precio y el precio es el cambio de * Ensayo publicado con la debida autorización del autor. Danilo Guzmán es profesor Titular del Departamento de Filosofía de la Universidad del Valle. Autor de: Entre filo so fía y sofística, fundación Filosofía y Ciudad Santiago de Cali. 2001. 1 Del inglés ‘transmogrify’: cambiar o alterar grandemente y frecuentemente con un efecto grotesco o humorístico. (Merriam Webster’s Collegiate Dictionary. X ed. 1993). V.t.r. jo co so transformar, especialmente de una manera mágica o sorprendente (The C oncise Oxford D ictionary IX ed. 1995)

197 naturaleza: el acto se convierte en co sa a través de un proceso de descontextualización. ‘Inm ortalizar’ la palabra no es otra cosa que descontextualizarla sacarla del aquí y el ahora en donde pertenece. Nos quedamos con las solas ‘e x p r e s io n e s ’, frases y decires com o grafos que no logran evocar correctam ente las situaciones de las que originariam ente derivan su sentido. La palabra«escrita, la frase escindida de una situación con creta que la funde no corresponde al acto de habla total sino que es un aspecto parcial de éste del que no es posible reconstruir ni com prender el acto total del que form aría parte. Es la escritu ra la que perm ite efectu ar la ab str a c c ió n : la separación de la palabra de su situación de origen. L a abstracción da lugar a m uchos m alentendidos; la historia de la filosofía occidental es la historia de los intentos de resolver unos y en el proceso crear otros. Para com enzar habría que tratar de separar lo que pertenece a las situaciones en las que hablamos y lo que pertenece a las expresiones escindidas o huérfanas de contexto. Una fotografía puede sernos útil por ejemplo, para ayudarnos a identificar a una persona que no conocem os personalmente pero si comenzamos a atribuirle a la foto características que son exclusivas de la persona o viceversa, Lógicam ente’ que vamos a tener problem as. Lo que Austin hace es llamar la atención sobre algo que debía ser obvio pero que de hecho se había olvidado por parte de quienes en su época y entorno dominaban el discurso sobre el lenguaje: que ‘decir algo es hacer algo’. Comienza Austin planteando que hay casos en los que no simplemente estamos diciendo algo, com o cuando hacemos una afirm ación que puede ser verdadera o falsa, sino que al decir algo hacemos algo; así, al decir ‘B au tizo...’ estoy bautizando; al decir ‘P rom eto...’ estoy prometiendo, y así sucesivamente. A los ‘decires’ que pueden ser verdaderos o falsos Austin los llama constativos; a los que consisten en hacer algo perform ativ os (de perform , realizar en inglés). Examinando la situación más detenidamente Austin encuentra que los con stativ os en última instancia también tienen todas las características de los perform ativos; así cuando digo ‘Está lloviendo’, no solo estoy estoy diciendo que está lloviendo sino que estoy, por ejemplo, in form an do que está lloviendo. Normalmente habrá un verbo P erform ativo que puede permanecer tácito pero que se puede hacer explícito y que indica qué tipo y por lo tanto qué acto de habla es el que estoy realizando: inform ando, d escrib ien d o, b a u tiz a n d o , etc. Lo que quedan son diversos tipos de acto de habla, cada tipo caracterizado por una dim ensión de apreciación: la promesa, por ejem plo, puede ser sin cera o insincera, el consejo bu en o o m alo, el veredicto ju sto o injusto, la información verdadera o falsa, etc., quedando entendido que estas dim ensiones de apreciación son variables y múltiples de acuerdo a las circunstancias particulares del caso; por ejemplo, si algo que se dice que en principio puede ser verdadero o falso, es ambiguo, se tiene que resolver primero la ambigüedad para poder establecer su verdad, la que también estará sujeta a las circunstancias particulares d 'l caso. Introduce Austin una nueva terminología para apreciar los actos de habla; habla de lo que denomina aspectos ‘lo c u c io n a r io ’, ‘ilo c u c io n a r ia ’ y ‘p e r lo c u c io n a r io s del a cto de habla. Es el asp ecto ‘ilo cu cio n a ria’ el que de manera especial le interesa destacar pues es este aspecto que él caracteriza como con v en cion al el que va caracterizar la ‘performatividad’ del acto, el tipo de acto y por lo tanto el acto de habla específico que estamos realizando. El aspecto ‘lo cu c io n a rio ’ tiene que ver con el hecho que al decir algo producimos ciertos sonidos com o pertenecientes a un sistem a de sonidos pertenecientes al lenguaje en cuestión, de acuerdo a una gramática y con un sentido y una referencia determinados. Señala Austin cóm o los análisis de los filósofos que le precedieron inmediatamente se centraban y se reducían a este aspecto. Efectivam ente, estos análisis tienden a concentrar toda la problemática en las expresiones, en las frases mismas. Hay una relación directa entre el con stativ o y el aspecto locucion ario. Cuando la polaridad de la palabra pasa de la situación en la que hablamos a la expresión que usamos para decir lo que decimos es cuando pasamos del Perform ativo al constativo. Cuando la palabra se encuentra no en función de la situación particular en la que hablamos sino de las expresiones usadas se buscan ‘verdades eternas’: ‘2 + 2 = 4 ’ será verdadero siempre sin importar quién lo diga ni cuándo. Es este el ideal platónico que es el ideal de la escritu ra. La palabra potencialrncnte inmortal de la escritura reclama ‘verdades eternas’: para una expresión (una frase) estática se necesita una verdad estática: el con stativo. ‘L a afirm a ció n (‘statem en t’) trad icion al’,

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nos dice Austin, ‘es una ab stracción , un ideal, lo m ism o q u e su verdad o fa lsed a d trad icion al’.2 En su Investigación Sobre Significado y Verdad, por ejemplo, Russell habla de la verdad o falsedad de las frases. Austin dirá que no son las frases como tales las que pueden ser verdaderas o falsas sino que es lo que decim os usando tal o cual frase lo que puede ser verdadero o falso. El aspecto perlocucionario lo presenta Austin fundamentalmente para distinguirlo del ‘ilocucionario’ y tiene que ver con los efectos que lo dicho causa en quien escucha.Es así que te podernos decir a alguien ‘le informo que se ganó la lotería’ pero no ‘lo alegro de que se ganó la lotería’. En su ensayo «Lenguaje A utorizado»1, el sociólogo francés Fierre Bourdieu señala un aspecto de la perspectiva de Austin que se constituye en su verdadero potencial y que Austin dejó bosquejado pero que ni él ni mucho menos que sus seguidores desarrollaron. Señala Bourdieu cómo la ‘fuerza ilo cu cio n a ria’, bautizada con este nombre por el mismo Austin, no se encuentra en las expresiones mismas, en su formalismo, en donde el mismo Austin la buscaba, sino en las condiciones sociales que la determinan. Señala Bourdieu cómo la ‘com petencia lingüística’ no está dada simplemente por la capacidad de articular frases gramaticalmente correctas sino que involucra que quien habla tenga la autoridad o el reconocim iento social suficiente com o para que sus ‘actos de habla’ sean ‘felices’, exitosos. Austin mismo reconoce esto plenamente. Reconoce incluso que el hecho de que exista una institución que garantice la legitimidad del ‘acto de habla’ no es suficiente. Menciona cóm o alguien puede “salirse con la su y a’ co m o en el fú tbol el q u e prim ero cogió e l balón y salió corriendo con

éste’*. El mismo caso de Austin que dicta las W illiam Ja m es Lectures en Harvard puede servirnos como ejemplo de cómo el éxito del ‘acto de habla’ depende de las condiciones sociales en que se ejecuta: si Austin logra imponerse en su visión sobre el lenguaje es porque él ha sido ‘hecho’ profesor de Oxford, ha sido consagrado en la tradición oxoniense que viene desde el siglo X II y que desde este tiempo transm ite su ‘m ana’ institucional que en una secuencia de actos consagratorios, de actos de habla de personajes consagrados con fuerza ilocu cion aria consagratoria, finalmente toca a Austin (magia por contacto) y consagra su palabra: la provee de fuerza ilocu cion aria. Para llegar a la consagración Austin tuvo que superar con distinción todos los ritos de iniciación: lectura de libros consagrados, rutinas de clase y todos los demás actos que dan evidencia de acatam iento a los dictados de la tradición que lo muestran merecedor de encarnar la institución. Austin, com o sus precursores Cook Wilson y H. A. Prichard, desarrolla un trabajo de cierta manera contra la corriente y crítico de la manera com o procede y ha procedido el argumento filosófico tradicional con el que él se encontraba íntimamente familiarizado. Austin expresa su malestar respecto al discurso filosófico. Habla de un ‘punto de vista típicam en te escolástico, atribuible, prim ero a una

obsesión con u nas p o c a s p a lab ras particulares, cuyos usos son ex cesiv am en te sim plificados, no realm en te en ten didos o cu id ad o sa m en te estu diados o correctam en te descritos; y segundo a una o b se s ió n con u n os p o c o s (y c a s i siem p re los m ism o s) ‘h e c h o s ’ estu d ia d o s a m ed ias. (D igo ‘e s c o lá s t ic o ’, p ero p o d r ía ig u a lm en te h a b e r d ic h o ‘fil o s ó fic o ’; la sim p lifica ció n ex ce siv a , la esq u em a tiz a ció n , y la co n sta n te rep etición o b s e s iv a d e l m ism o p eq u e ñ o grupo d e ‘e je m p lo s ’ sim plistas [...] son d em a sia d o com u n es com o para ser d esech ad o s com o una d ebilid ad ocacion al de los filósofos) ’5. Austin tiene la razón al decir que en vez de ‘escolástico’ podría haber dicho ‘filosófico’, por el sencillo hecho de que toda nuestra ‘filosofía’ es escolástica. De varias maneras Austin muestra intentos de rebeldía contra la escolástica, pero él mismo se encuentra fuertemente determinado por ésta. Para tener éxito en el mundo escolástico uno debe incorporar en uno mismo toda una serie de procederes y de maneras de ver las cosas que lo convierten a uno precisamente en eso, en escolástico. Significativamente su nom enclatura ‘P erform ativo/con stativo, etc, muestra su proclividad a aferrarse 2 John Langshaw AUSTIN. H ow lo Do Things with Words. The W illiam Ja m es Lectures delivered at Harvard University in 1955. Oxford University Press. London. 1980, pág. 148. 3 Pierre BOURDIEU. Lan gu age an d S ym bolic Power. Harvard University Press. Cambridge, Mássachusetts. 1991. 4 John Langshaw AUSTIN. H ow to do Things w ith Words. Ed. cit., pág. 30. 5 John Langshaw AUSTIN. Sen se a n d S ensibilia. Oxford University Press. London. 1962, pág. 3

199 al lenguaje estereotipado de la escolástica. El m ism o Austin advierte el peligro del uso de estos neologism os, pero sus seguidores, esco lástico s irredim ibles los fetichizaron h asta el cansancio reproduciendo de manera paradigmática tal y como lo describe Austin en la cita anterior ‘el punto de vista típicam ente escolástico’. Los planteamientos de Austin en sus W illiam ja m e s Lectures se entienden com o una respuesta a los planteamientos de sus antecesores en el campo filosófico dominado por el ‘positivismo lógico’ y los formalismos lógicos. Si sus planteamientos son aceptados, se debe, fuera de su autoridad profesoral al hecho de que tanto el positivismo com o el formalismo se encontraban ya muy desprestigiados. Las condiciones estaban dadas para que los planteam ientos de Austin tuvieran la aceptación, que tuvieron, ni más ni menos. Al encontrarse determinado m entalm ente por la problemática recibida Austin no habría podido ir más lejos en su planteam iento que lo que fué; por eso permaneció cautivo del formalismo. Pero si hubiera ido más lejos, tam poco habría sido aceptado por el medio escolástico en que se movía. Sus planteamientos tam poco habrían sido asimilados por sus pares y más bien habría sido excomulgado; habría estado ‘adelante de su tiem po’, com o también lo habría estado si hubiera dicho exactam ente lo mismo que de hecho dijo pero no cuando lo dijo sino cuando el ‘formalismo lógico’ se encontraba en ‘la cresta de la o la’. De nuevo el ‘caso’ Austin nos sirve como ejemplo para ilustrar cóm o opera la 'fuerza ilocu cionaria'. Austin dijo lo que había que decir como había que decirlo a quienes había que decirlo; su discurso se encontraba correctam ente ajustado a la situación y por eso fue exitoso, exitoso en cuanto acaparó la atención del mundo académ ico en que él se movía y le dio celebridad; sin embargo, no es seguro que logre revolucionar la práctica filosófica como potencialmente se encuentra perfilado para hacerlo. Todo indica que Austin mismo no percibía toda la potencialidad de sus planteamientos. M ientras hace referencia a la importancia de la autoridad, de ser uno la p ersona autorizad a para re a liz a r e x ito sa m en te, por ejem plo, un bautism o, un nombramiento, etc, no probleinatiza la autoridad. Presenta el problema de la autoridad como un aspecto formal; lo m ejor que dice en este sentido es lo siguiente: ‘...la p erson a q u e va a ser el objeto

del verbo ‘le ordeno que... ’ d eb e a través d e un p rocedim ien to previo, tácito o verbal, h ab er constituido a la persona q u e va a dar la orden con au toridad, p or ejem plo, d icien d o ‘prom eto h a cer lo q u e usted m e o rd en e’. Esta, p or supuesto, es una d e las in certidu m bres -y en verdad pu ram en te general- qu e es el fu n d am en to d el d eb ate cu an do en teoría p olítica discu tim os si h ay o n o o si d eb e h a b er un contrato s o c ia l’.6 Esto es entendible; Austin no tiene problemas de autoridad porque en su campo, el campo filosófico, él es autoridad. El problema de la ‘fuerza ilocucionaria’ le ‘pide pita’, que le amplíe la perspectiva pero él no lo hace y como buen escolástico sigue buscando la ‘fu erz a’ en el formalismo. Pero la ‘fu erz a’ no está en otra parte que en la m anera com o e fe c tiv a m e r'j en la situación esp ecifica de la que se trate las fuerzas sociales, políticas, im ponen la p alabra, en la manera com o de hecho logran el reconocim iento de lo que se dice. La fuerza está en la manera particular en que en determinada circunstancia se logra el reconocim iento de la palabra, en las condiciones efectivas que la hacen exitosa. Tanto la ‘lingüística’ como la ‘filosofía del lenguaje' han tenido un desarrollo formalista. Se ha hablado de las llamadas ‘so ciolin g ü ística’ o ‘p ra g m á tica ’ com o aspectos colaterales del estudio del lenguaje. Seguram ente que por ser el lenguaje fundam entalm ente un fenóm eno de in ter-acción humana, lo lógico sería que se buscara el verdadero ‘centro de gravedad’ del lenguaje para colocar precisamente los aspectos sociales y pragmáticos en este centro. Afirma Austin: ‘El acto d e h a b la

total en la situ ación de h a b la total es el ú nico fen óm en o real, q u e en últim a in stan cia estam os com prom etidos en elucidar.7 Podemos decir que el ‘acto de habla’ es com pletamente histórico, en el sentido de que se comprende a partir de la situación única, en un aquí y un ahora completamente particular. No hay lugar, por lo tanto, a generalizaciones espúreas. El que el acto de habla sea ‘exitoso’ quiere decir simplemente que es acatado, pero no que se comprenda de qué manera se obtiene este acatam iento. Podemos decir que en muchos casos, si no en 6 John Langshaw AUSTIN. H ow to d o Things With Words. Ed. cit. pp. 28-29. ; Jbid . pág. 148.

200 todos, el éxito, la eficacia del acto de habla depende de que no se comprenda cómo se logra esta eficacia: la eficacia se funda precisam ente en la ignorancia de los condicionam ientos que la garantizan. L a eficacia es un efecto mágico y el conocim iento de los condicionam ientos rompen el hechizo. Bourdieu coloca com o ejemplo de un caso extrem o de eficacia de un discurso el caso de la misa en latín; dice que se trata de ‘casos en los q u e el locutor au torizado tien e tanta autoridad, o tiene tan

claram en te d e su la d o las instituciones, la s leyes d el m ercado y todo el esp a cio social, qu e puede h a b la r sin decir n ada, so lo h a b la r ’.8 Indudablemente que todo 'acto d e h ab la ' en mayor o menor grado debe su eficacia a diferentes formas de coerción, unas explícitas pero la mayoría disimuladas de diversas maneras. Bourdieu habla de procesos de eufemización. D ice Bourdieu. 'El eu fem ism o es lo q u e perm ite decirlo todo d icien d o lo q u e no se d ic e ’.9 El eufemismo permite obtener la colaboración de quienes se encuentran sometidos, haciendo creer que no existe ninguna forma de coerción. Teniendo la autoridad necesaria, en vez de decirle a alguien ‘cierre la ventana’ puedo decirle ‘por favor, cierre la ventana’; lo que realm ente es una orden se formula como la solicitud de un favor. D ice Bourdieu:

‘Y si yo soy un viejo lord britán ico leyen do su periód ico d e fin d e sem a n a d escan san d o en una poltrona p u ed e ser in clu so su ficien te para m i decir ‘J ohn , ¿no crees q u e h a c e un poqu ito d e frío?’ p ara qu e Joh n cierre la v en ta n a .10 No toda la escolá stica es filoso fía , pero toda la filo so fía sí es escolástica. No porque la filosofía tenga por su naturaleza que ser escolástica sino porque de hecho cayó en manos de la escolástica que la convirtió en su monopolio; posiblemente en nuestros días no hay una actividad tan controlada escolásticam ente, por libros sagrados, por ritos consagratorios (títulos académ icos) y cuyo campo de ingerencia se restringa a la misma escolástica. La filosofía es una actividad de iniciados dirigida a iniciad os; por eso la filo sofía sólo produce p rofesores de filo sofía: se reproduce a sí misma reproduciendo su discurso. Muchos filósofos además de Austin han manifestado de diferentes maneras su malestar por las im posiciones de la tradición escolástica. Su dificultad radica en que ellos mismos han asimilado e incorporado la tradición escolástica de tal manera que resulta imposible que una critica pueda venir de ellos. Si han llegado a ser representantes sobresalientes de esta tradición es porque ellos mismos la han asimilado sin ninguna resistencia. Obviamente pueden darse expresiones de herejía que si no conducen a un cism a que permita que el hereje ‘se salga con la suya’ simplemente dejan al hereje fuera de lugar’ ‘predicando en el desierto’. Es en el campo de la filosofía en donde un estudio de la eficacia de los ‘actos de habla’, precisam ente porque la filosofía se hace diciendo cosas, sería decisivo para establecer la credibilidad de la empresa. Nos podemos anticipar a predecir que mientras tal proyecto sería veneno para la escolástica seria totalm ente liberador para la filosofía. Lo que se h aría sería sim plem en te id e n tifica r los co n streñ im ien to s a los que la esco lá stica ha sistemáticamente sometido a la palabra filosófica. Hablaba Austin de (trabajo de campo en filosofía) 'field zuork in p h ilo so p h y ’.'1 Hacía eco Austin al antropólogo Brom islaw M alinosky quien instituyó la práctica de hacer antropología yendo a las comunidades mismas en vez de teorizar en base a descripciones que otros que sí conocían de primera mano las comunidades en cuestión habian hecho. Tenía en mente Austin ir a las situaciones lingüísticas mismas sin tener que pasar por lo que Platón o Kant o cualquier otro filósofo consagrado dijo respecto al tema. Esto con el fin de obtener una visión fresca de las cosas y no mediada por la tradición. Es este un intento de Austin de sacarle el quite a la escolá stica. Austin logra efectivamente desarrollar un tipo de análisis respecto a qué podemos decir cuándo y en qué circunstancias con un alto grado de precisión y detalle. H ablaba Austin de ‘rastrear la m in u cia’ (hounding dow n the m in u tiae).12 Significativamente, sus seguidores en ésto si ni siquiera intentaron seguirlo. El método de rastrear la m in u cia representa un verdadero potencial que puede ‘cambiarle la cara’ a nuestra filosofía occidental 8 Pierre BORDIEU Sociología y Cultura. Grijalbo. México 1990, pág 146 9 Pierre BORDIEU. R azon es P rácticas. Anagrama, Barcelona. 1999, pág 167 10 Pierre BOURDIEU — J. D. WACQUANT An Invitation to R eflexive Sociology. The University of Chicago Press Chicago 1992, pág. 147. 11 John Langshaw AUSTIN. P h ilosop h ical Pupers Ed. J. O. Urmson y G. J. Warnock. 1961, pág. 183. 12 Ibid , pág. 175

201 y que sería dirigirse a las situaciones mismas ignorando el prejuicio de la tradición. Aún en su rastreo de la m in u cia Austin no logra liberarse de los efectos de la escritura y por lo tanto del formalismo y de la tradición escolá stica. Como el mismo Austin decía, una cosa es buscar una cabeza que le quede bien a una gorra y otra una gorra que le quede bien a una cabeza. Austin busca relacionar las palabras con las situaciones de uso pero es a las palabras a las que le busca situaciones. No podría ser de otra manera pues por original que parezca, su filosofía se mueve en el mundo de la escritura y no de la realidad. En sus escritos imagina situaciones en donde las palabras serían o no adecuadas; en el m ejor de los casos coloca un ejemplo de un caso jurídico real, L a R eina contra Finney,13pero el análisis se funda en lo que aparece escrito en las actas del caso. Las expresiones, el aspecto locu cion ario sigue primando en Austin aún cuando más trata él de distanciarse de la escolástica. Hemos interiorizado tanto la escritura que nos resulta imposible colocarla en perspectiva. Nuestra filosofía ha seguido estando dominada por la lo cu cion areid ad y la lo cu a cid a d que ésta genera. Cuando Austin buscaba la fu erza ilocu cion aria en las formas de expresión, por ejemplo, apelando para distinguir entre el aspecto ilocu ion ario y el p erlocu cion ario a las formulas a l d ecir y d icien d o (in saying, by saying), las buscaba en el campo de lo locu cion ario. Pero él sí sabia qué era lo que buscaba y por eso detectaba las fallas de sus intentos formalistas. La fuerza ilocu cion aria debe ser confrontada en su propio terreno. El m alestar que experimentaba Austin respecto al discurso escolástico era la pauta para llevarlo a buscar la fu erza ilo cu cio n a ria en las circunstancias que permiten que este lenguaje estereotipado e inadecuado para sus propósitos declarados se imponga en el terreno de la filosofía. Seguram ente que este lenguaje satisface propósitos no declarados que la escolástica misma no quiere ver porque sa b e que su fuerza ilocu cion aria quedaría exorcizada.

11 Ibid. pág. 195.

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PERFOMATIVO-CONSTATIVO* John L. Austin

Uno puede muy bien hacerse una idea de enunciado Performativo, término, lo sé bien, que no existe en la lengua francesa, ni en otra parte. Esta idea ha sido introducida para hacer contraste con la de enunciado declarativo o mejor, como voy a llamarlo, constativo. Se ve ya eso que quiero poner en cuestión. ¿Debemos aceptar esta antítesis performativo-constativo? El enunciado constativo tiene, bajo el nombre de afirm ación muy cara a los filósofos, la propiedad de ser verdadero o falso. Al contrario, el enunciado Performativo no puede nunca ser ni lo uno ni lo otro: él tiene su propia función en sí, sirve para efectuar una acción. Formular un enunciado tal1, es efectuar la acción, acción, quizá, que no se podría cumplir, al menos con tal precisión, de ninguna otra manera. Aquí algunos ejemplos: Bautizo a este barco «Libertad». Me excuso. Te deseo la bienvenida. Te aconsejo hacerlo. Tales enunciados son bastante frecuentes : se los encuentra, por ejemplo, siempre en las cláusulas de un instrum ento legal llamadas en inglés «operatives»2. Evidentemente, muchas de entre ellas son de in terés para los filósofos: d ecir «prom eto que..'.», formular, com o se dice, este enunciado Performativo, es el acto mismo de hacer la promesa; acto, se observa, p oco misterioso. Y se cree rápidamente ver que un enunciado tal no puede ser verdadero o falso, — no puede serlo, digo yo, puesto que puede muy bien im plicar que otras proposiciones son verdaderas o son falsas, lo que, si no me equivoco, es otra cosa. No obstante, el enunciado Performativo no está exento de toda crítica: se le puede criticar, pero en una dimensión totalmente diferente de la de lo verdadero o falso. Es necesario que el Performativo sea pronunciado en una situación que-sea en todos los aspectos apropiada al acto en el que se da: si el autor no está en las condiciones requeridas para actuar (y hay muchas de esas condiciones), entonces su enunciado será, como lo nombramos en general, «desafortunado» («unhappy»). Para empezar, nuestro Performativo, com o todo otro rito o ceremonia, puede ser «nulo y sin efecto», como lo dicen los hombres de ley. Si, por ejemplo, la persona no está en posición de efectuar un acto tal, o si el objeto con relación al cual él pretende efectuarlo no es apropiado para hacerlo, entonces, únicamente formulando su enunciado, él no llega a realizar el acto pretendido. Así como el bigamo sólo cumple las formalidades de un segundo matrimonio sin haberse casado por segunda vez. No puedo bautizar el barco si no soy la persona autorizada para bautizarlo; no llegaría ni siquiera a bautizar pingüinos, criaturas poco susceptibles de esta hazaña. En segundo lugar, un enunciado Performativo, aunque no sea nulo, puede ser «desafortunado» de otra manera, es decir si se lo formula sin sin ceridad. Si yo digo, «prometo que...», sin tener la * Tomado de: L a P h ilosophie Analytique. C ahiers d e Royaum ont. Kditions de Minuit. París. 1962. Traducción de Angélica María Franco, revisada por Adolfo León Gómez G., Universidad del Valle. 1 Para usar como declaración. 2 Es decir cláusulas en las cuales se efectúa la acción legal por oposición al preámbulo que expone las circunstancias de la transacción

203 menor intención de cumplir esa acción prometida, incluso sin pensar que esté en mi poder cumplirla, la promesa es vacía. Ella se hace, por cierto: sin embargo hay un «infortunio»3, se ha ab u sa d o de la fórmula. Supongamos ahora que nuestro acto ha sido efectuado: todo ha sucedido normalmente, y también, si se quiere, sinceram ente. En este caso, el enunciado Performativo tiene la costum bre de «tener efecto». Con esto, no queremos decir que tal o cual acontecim iento futuro es o será producido como efecto de este acto que es la causa. Queremos más bien decir que a consecuencia del cumplimiento de ese acto, tal o cual suceso futuro, si llega, estará en regla y que tal o cual otro suceso, si llega, no estará en regla. Si dije, «lo prometo», yo no estaré en regla si falto a mi palabra: si dije «te deseo la bienvenida», yo no estaré en regla, si lo trato com o un enemigo o un intruso. Es así como nosotros decimos que, incluso cuando el Performativo ha tenido efecto, existe una tercera especie de infortunio, que llamamos «ruptura de comprom iso»4. S e puede señalar por otra parte, que los compromisos pueden ser más o menos vagos y que pueden ligarnos a grados bastante diferentes. He aquí pues tres especies de infortunio que se asocian al enunciado Performativo. Se puede hacer de todos esos infortunios toda una clasificación, solamente se requiere reconocer, lo que poco se menciona, que ellos pueden a menudo entrem ezclarse e incluso confundirse. Luego, es preciso agregar que nuestro Performativo es a la vez a c to y en u n ciad o: entonces, pobre niño, él debe ser susceptible de estar bajo el estándar de todas las maneras de ser de la acción en general y también del enunciado en general. Por ejemplo, el Performativo puede ser expresado b ajo presión o por accidente; puede sufrir de falta de sintaxis o malentendido; puede aparecer en un contexto poco «serio», en una pieza de teatro, quizá, o en un poema. Todo esto lo dejamos de lado, — acordémonos solamente de los infortunios más específicos del Performativo, es decir la nulidad, el abuso (falta de sinceridad) y la ruptura del compromiso. Ahora que tenemos esta idea del Performativo, es natural esperar que se va a encontrar algún criterio, sea de gramática sea de vocabulario, que nos permita resolver en cada caso, la cuestión de saber si tal o cual enunciado es Performativo o no. Lastim osam ente esta esperanza es exagerada y en gran parte vana. Es verdad que existen dos «formas normales» por así decir, en las cuales el Performativo encuentra su expresión. A primera vista las dos, cosa bastante sobresaliente, tienen un aire completamente constativo. Una de esas formas normales es aquella de la que ya me he servido para construir mis ejemplos: a la cabeza del enunciado se encuentra un verbo en primera persona del singular, en presente del indicativo, en voz activa. A sí «te prom eto q u e...». L a otra form a, com pletam ente equivalente pero que se encuentra más en los enunciados expresados por 'r..erito, se sirve al contrario de un verbo en la voz p asiv a y en segunda o tercera persona del presente del indicativo: así «se invita a los viajeros a tomar el puente para cruzar el camino». Si a veces uno se pregunta, lo que puede ocurrir, si un enunciado cualquiera de esta forma es perfom ativo o más bien constativo, se resolverá la cuestión preguntándose si se puede insertar alguna expresión que equivalga a la palabra inglesa «hereby», es decir «por la presente». Uno se vale, para poner a prueba los enunciados que se podrían creer performativos, de una asimetría bien conocida entre la primera persona del presente del indicativo del verbo, cuando él es verbo, como decimos nosotros, «explícitam ente Performativo» y las otras personas y tiempos del mismo verbo. «Yo prometo», fórmula de la que uno se sirve para efectuar el acto de prometer; «yo prometí» o bien «él promete», frases de las que uno se sirve, al contrario, solam ente para describir o para reportar un acto tal, no para efectuarlo. Sin embargo no es del todo necesario que un enunciado para ser Performativo, sea expresado en una de esas formas llamadas normales. Decir, «Cierre la puerta», se puede observar, es también Performativo, al igual que el cumplimiento de un acto, com o decir «te ordeno cerrar la puerta». Incluso la palabra «perro» sola, puede a veces (al menos en Inglaterra, país práctico y poco cortés)' tener 5 «Unhapiness».

4 «Breach of commitment»

204 lugar de Performativo explícito y formal: se efectúa por esa pequeña palabra el mismo acto que por el enunciado: «te advierto que el perro nos va a atacar», o bien por «se advierte a los señores extranjeros que existe por aquí un perro bravo». Para m antener Performativo nuestra enunciado, y eso sin equivocación, podemos hacer uso, en lugar de la fórmula explícita, de todo un cúmulo de recursos más primitivos como la entonación, por ejemplo, y el gesto: además y sobre todo, el contexto mismo en el cual son pronunciadas las palabras puede dar suficiente certeza de la manera en la que se los debe tomar, com o descripción, por ejemplo, o bien com o advertencia. «Perro», ¿se dan allí las precisiones sobre la fauna del país? Pregunta que no hay necesidad de plantearse en el contexto, es decir delante del letrero sobre el portal. Todo lo que se puede decir en fin es que nuestra fórmula explícita performativa («prometo», «te ordeno» y e tc.), sirve para hacer explícito y al mismo tiempo más preciso el acto que se pretende efectuar al expresar su enunciación. Digo «hacer explícito», lo que no es la misma cosa que afirm ar. Al inclinarme ante ustedes, yo me descubro, o bien digo «Hola»: pues, es cierto, que yo le rindo pleitesía, no hago simplemente gimnasia; pero esa palabra «Hola», no más que el acto de descubrirme no afirma de ninguna manera que le rindo respeto. Es así que nuestra fórmula constituye la expresión del enunciado, el acto que es, sin afirmar que ella es. Las otras formas de expresión, sin fórmula explícita performativa, serán más primitivas y menos precisas, se podría decir casi vagas. Si yo digo simplemente, «estaré allí», no se sabrá, al considerar las palabras solas, si yo adquiero un compromiso, o si declaro una intención, o bien si hago una previsión fatalista. Se puede imaginar que las fórmulas precisas son un fenómeno bastante reciente en la evolución del lenguaje y que ellas van junto con la evolución de las formas más complejas de la sociedad y de la ciencia. Entonces, no podemos contar con ningún criterio verbal del Performativo. A lo sumo podríamos esperar que cada enunciado que es en efecto Perform ativo pueda ser reducido (en un sentido cualquiera de ese término), a un enunciado en una y otra de nuestras formas normales. Así, pues, podríamos, con la ayuda de un diccionario, hacer una lista de todos los verbos que pueden aparecer en una de nuestras fórmulas explícitas. Llegaremos así a una clasificación útil de todas las variedades de actos que efectuam os al decir alguna cosa (en un sentido, al menos, de esta frase ambigua). He aquí, a manera de introducción, las ideas del enunciado Performativo, sus infortunios y sus fórmulas explícitas. Pero, hablamos durante todo ese tiempo como si cada enunciado debiera ser o constativo o Performativo, y como si al menos la idea de constativo fuera tan clara como familiar. Pero, no es así. N otem os en primer lugar que un enunciado que es sin duda una afirm ación de hecho, por consiguiente constativo, puede jugar de más de una manera. Puede ser falsa, claro está, pero puede ser también absurda, y eso no necesariam ente de cualquiera manera brutal (falta de sintaxis, por ejemplo). M e gustaría examinar más de cerca tres maneras un poco más sutiles de ser absurdo, de las cuales dos han sido descubiertas recientemente. I. Alguien dice: «Todos los hijos de Juan son calvos, pero (o y) Juan no tiene hijos»: O bien, alguien dice «todos los hijos de Juan son calvos», cuando, de hecho, Juan no tiene hijos. II. Alguien dice: «El gato está sobre el tapete, pero (o y) yo no creo que sea así». O bien, alguien dice «el gato está sobre el tapete» cuando de hecho, él no cree que sea así. III. Alguien dice: «todos los invitados son franceses, y algunos de ellos no lo son». O bien, alguien dice: «Todos los invitados son franceses», y poco después él dice, «Algunos de los invitados no son franceses». En cada uno de esos casos se experimenta una emoción de ultraje y puede que cada vez tratemos de expresarla sirviéndonos de la misma palabra «implicación» o tal vez del término «contradicción», que se encuentra repetidamente en estos casos. Pero, para matar al gato, no es necesario siempre ahogarlo en aceite5: lo mismo, para abusar del lenguaje, no hay necesidad siempre de la contradicción

5 Proverbio inglés Me han hecho notar que esta manera bastante delicada de disponer de los gatos no existe en Francia

205 Nos servimos de tres términos «presuponer»6, «dar a entender»7 e «arrastrar»8 para nuestros tres casos respectivamente. Entonces, 1. No solamente. «Los hijos de Juan son calvos», sino también, «Los hijos de Juan no son calvos» presupone que Juan tiene hijos. Hablar de esos hijos o referirse a ellos, es lo que presupone su existencia. Al contrario, no es de ningún modo verdadero que «El gato no está sobre el tapete» da a entender, por lo tanto que «El gato está sobre el tapete», que yo crea que lo esté: y de la misma manera, «Ninguno de los invitados no es francés» no implica, sin embargo que «Todos los invitados son franceses», que es falso que algunos invitados no sean franceses. 2. Podemos muy bien decir: «Puede ser que a la vez el gato esté sobre el tapete y yo no crea que lo esté». Es decir, no hay de ningún modo incompatibilidad en esas dos proposiciones, las dos pueden ser verdaderas juntas. Lo que es imposible, es afirmar las dos al mismo tiempo: afirmar que el gato está sobre el tapete, es lo que da a entender que creo la afirmación. Al contrario, no se puede decir: «Puede ser que a la vez Juan no tenga hijos y que sus hijos sean calvos»; de la misma manera que no se podría decir: «Puede ser que a la vez todos los invitados sean franceses y que algunos de ellos no sean franceses». 3. Si «todos los invitados son franceses “arrastra” (algunos de los invitados no son franceses)», entonces «algunos de los invitados no son franceses “arrastra” (todos los invitados son franceses)». Se trata aquí de la compatibilidad y la incompatibilidad de las proposiciones. Al contrario, no es así en la pre­ suposición: si, «ios hijos de Juan no son calvos» presupone que Juan tiene hijos, no es de ningún modo verdadero que «Juan no tiene hijos» presupone que los hijos de Juan no son calvos. Y así mismo si «el gato está sobre el tapete» da a entender que yo lo creo, no es de ningún modo verdadero decir «yo no creo que el gato esté sobre el tapete» da a entender que el gato no lo esté (en el mismo sentido, al menos; por otra parte se vio ya que para nuestro «dar a entender», no se trata de la incompatibilidad de las proposiciones). Hay aquí entonces tres maneras en las que una afirmación no funciona sin que sea falsa ni incluso un galimatías completo. Quiero hacer resaltar que esas tres maneras de no funcionar corresponden a tres de nuestras maneras en las que un enunciado Performativo puede ser desafortunado. Para establecer la comparación, tomemos primero dos enunciados performativos: 4. «Le regalo mi reloj, pero (o y) yo no tengo reloj». O bien, alguien dice: «Le regalo mi reloj», cuando él no tiene reloj. 5. «Prometo estar allí, pero (o y) yo no tengo ninguna intención de estar allí». O bien, alguien dice «Prometo estar allí» sin tener la intención de estar allí. Comparemos el 4 con el 1, es decir con la presuposición. Pues, decir «Le regalo mi reloj» o bien «No le regalo mi reloj» presupone igualmente que tengo reloj: la existencia del reloj es presupuesta por el hecho de que se habla o se refiere aquí en el enunciado Performativo tanto com o en el enunciado constativo. Y al igual que podemos servirnos aquí del térm ino «presuposición» tomado de la doctrina del constativo, también podemos adoptar para esta doctrina el término «nulo» tomado de la doctrina de los infortunios del Performativo. La afirm ación al respecto de los hijos de Juan es, se puede decir, «nula por ausencia de referencia», lo que dirían precisam ente los hombres de ley al respecto de la mencionada donación del reloj. Este es pues un primer caso en que una molestia que afecta a las afirmaciones se muestra idéntica a uno de los infortunios que caracterizan al enunciado Performativo. Comparemos el 5 con el 2, es decir con el caso en el que se «da a entender». Al igual que decir que el gato está sobre el tapete da a entender que yo lo creo, también decir que yo prometo estar allí da a entender que tengo la intención de estar allí. El proceder de la afirmación está destinado a los que creen justam ente lo que ellos dicen, al igual que el proceder de la promesa está destinado a los que tienen una cierta intención, a saber la intención de hacer cualquiera que sea la cosa prometida. Si no 6 «Presupose». ' «Imply». s «Entail».

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lo creemos, o bien, si no tenem os esas intenciones, conforme al contenido de nuestro enunciado, entonces en cada caso, hay falta de sinceridad y abuso de procedimiento. Si anunciamos de una sola vez que no creemos, o bien no tenemos la intención, al tiempo que hacemos la afirmación o la promesa, entonces esto es lo que se llamaría la auto-anulación del enunciado, y lo que ocasiona nuestra sensación de violación al escucharlo. Una vez más entonces, un caso o una m olestia que afecta a las afirmaciones es idéntica a uno de los infortunios que afecta a los enunciados performativos. Regresemos, ahora, al 3 ó al arrastre en las afirmaciones: ¿es posible encontrar también en los performativos algo análogo a esto? Cuando hago la afirmación, por ejemplo, «Todos los invitados son franceses», es cierto que me comprometo de una manera más o menos rigurosa a conducirme en el futuro de tal o cual manera, sobretodo en relación con las afirmaciones que haré. Si, en seguida, afirmo cosas incompatibles con mi enunciado (a saber que no todos los invitados son franceses), habrá una ruptura de compromiso que se puede muy bien comparar con aquella que tiene lugar cuando digo «te deseo la bienvenida», y luego lo trato como un enemigo o un intruso; y mejor aún, a aquella en la que se vuelve culpable aquel que dice primero «es así como defino la palabra» (enunciado Performativo) y en seguida utiliza la palabra en otro sentido. Finalmente, me parece que el enunciado constativo está sujeto a los infortunios tanto como el enunciado Performativo, y más o menos a los mismos. Además, sirviéndonos de la llave que nos suministra la lista de infortunios descubiertos para los performativos, podemos preguntamos si no existen aún varios infortunios en otras afirmaciones que las tres de las que acabamos de hacer mención. Por ejemplo, sucede a menudo que un Performativo sea nulo porque quien lo formula no está en condición, o en posición, de efectuar el acto que pretende hacer: así por más que diga «Le ordeno» si yo no tengo ninguna autoridad sobre usted, yo no puedo ordenar, y mi enunciado es nulo, mi acto, no es más que pretendido. Ahora bien, se tiene, lo sé, la impresión de que si se trata de una afirmación, de un enunciado constativo, el caso es completamente diferente: cualquiera puede afirmar cualquier cosa. Y, ¿si uno está mal informado? Entonces, uno puede equivocarse, es todo. Uno es libre, ¿y qué? Afirmar lo que es falso, es un derecho del hombre. Y sin embargo, esta impresión puede inducimos a error... En efecto, no hay nada más común que encontrarse que no se puede afirmar en absoluto nada sobre algo porque no se está en condición de afirmar cualquier cosa, lo que puede por otra parte suceder por más de una razón. Yo no pu ed o afirmar en este momento cuántas personas hay en la sala vecina: no he ido a ver, no estoy informado. ¿Y si digo sin embargo, «Hay cincuenta personas en este momento en la sala vecina»? Ustedes me concederán quizás que lo he dicho por conjetura : que lo he afirmado, eso, no me lo concederán al menos sin agregar: «Sin tener el menor derecho para eso»; y en ese caso mi «yo afirmo» se pone en el mismo nivel que su «yo ordeno», recuerden bien, dicho sin tener el menor derecho para ordenar. De nuevo un ejemplo. Usted me confiesa «yo me aburro», yo respondo con una voz igual «no se aburra usted» !Y usted: «¿qué quiere decir usted con eso, que no me aburra? ¿Con qué derecho dice usted cómo me siento yo? Yo: «¿y usted, qué quiere decir allí, con qué derecho? Yo no hago mas que afirmar lo que son sus sentimientos, es todo. Puedo equivocarme, por supuesto, ¿pero qué importa? ¿Supongo que se puede hacer siempre una simple afirmación, no es cierto?». No, no se puede siempre: usualmente, yo no puedo afirmar lo que son sus sentimientos, a menos que usted me los haya descubierto. Hasta aquí, yo he señalado dos cosas: que no existe ningún criterio verbal para distinguir el enunciado Perform ativo del enunciado constativo, y que el constativo está sujeto a los mismos infortunios que el Performativo. Vamos entonces a preguntar si no es efectuar, después de todo, un acto el formular un enunciado constativo, a saber el acto de afirmar. ¿Es afirmar un acto en el mismo sentido que casarse, excusarse, apostar, etc.? Aquí yo no puedo profundizar más este misterio. Por tanto se puede ya ver que la fórmula «afirmo que»es del todo sem ejante a la fórmula «le advierto que», fórmula que, com o lo dijimos, sirve para hacer explícito el acto de discurso que efectuamos; y también, que no se puede jam ás expresar un enunciado cualquiera sin efectuar un acto de discurso de un género así. Tenemos quizás necesidad de una teoría más general de esos actos de discurso y en esa teoría nuestra antítesis Constativo-Performativo tendrá dificultad de sobrevivir

207 Para nosotros aquí, queda todavía por examinar, con mucha brevedad, esta manía de ser verdadera o falsa, que se supone propia sólo de la afirmación, y que debe instalarla sobre su pedestal, fuera de concurso- Y esta vez com encem os por el enunciado Performativo: ¿es verdad que no se encuentra aquí nada al menos análogo a la verdad? Primero, es claro que si se establece que un enunciado Performativo, no es desafortunado, es decir que la persona ha efectuado su acto afortunadam ente y con toda sinceridad, eso no basta para ponerlo al abrigo de toda crítica. S e puede siempre criticarlo en otra dimensión. Supongamos que yo le digo «le aconsejo obrar así», y admitamos que todas las circunstancias sean apropiadas, que las cond iciones de éxito sean satisfech as. D iciendo esto, yo le aconsejo efectivamente obrar así — no es que yo afirm e, sea verdadera o falsamente, q u e yo le aconsejo. Es entonces un enunciado Performativo. Se plantea, de nuevo un pequeño problema: ¿este consejo, ha sido bueno o malo? De acuerdo, yo hablé con toda sinceridad, pensé que sería de su interés: ¿pero tuve la razón? ¿Estoy justificado, en esas circunstancias, para pensar así? O bien, lo que puede ser menos importante, ¿es que en el caso de que suceda o si sucede esto ha sido de su interés? Es la confrontación con la situación en, y en relación con la cual ha sido formulada. ¿Tuve el derecho, pero tuve la razón? Muchos otros enunciados que tienen el aire incontestablem ente Performativo dan lugar a una segunda critica. Admitimos que ustedes hayan llegado al veredicto en forma debida y de buena fe declaren al acusado culpable, queda por saber si el veredicto fue justo o equitativo. Admitamos que usted tiene el derecho de censurarlo com o lo ha hecho, y que usted no lo ha hecho por maldad, se puede cuando menos preguntarse si su am onestación fue merecida. Una vez más una confrontación con los hechos, incluidas las circunstancias de la ocasión de la formulación. Que los enunciados performativos no estén siempre y sin excepción sujetos a esta evaluación casi objetiva, que debe por otra parte permanecer aquí suficientem ente vaga y multiforme, eso puede suceder. Lo que uno estará más tentado a resaltar como objeción a toda com paración entre esta segunda crítica y la crítica propia a las afirmaciones, es esto ¿no son esas cuestiones sobre lo bueno, lo justo, lo equitativo, lo meritorio del todo distintas a la cuestión de lo verdadero o de lo falso? Este no es más que un asunto muy simple, de negro y blanco: o el enunciado corresponde a los hechos o no corresponde, y eso es todo. En lo que a mí concierne, no lo creo. Incluso si existe una clase bien definida de afirmaciones, a la cual podemos limitarnos, esta clase será siempre suficientem ente extensa. En esta clase, se encontrarán las afirmaciones siguientes: Francia es hexagonal. Lord Raglan ganó la batalla de Alma. Oxford está a 100 km. de Londres. Es claro que, para cada una de estas afirmaciones se puede plantear la cuestión, «verdadera o falsa». Pero sólo en los casos favorables debemos esperar una respuesta Si o No, una vez por todas. Planteando la cuestión, se comprende que el enunciado debe ser confrontado de una manera o de otra con los hechos. Claro está. Confrontemos entonces «Francia es hexagonal» con Francia. ¿Qué decir, es verdad o no? Pregunta simplista, se observa. Y bien, si usted quiere hasta un cierto punto, se puede ver lo que usted quiere decir, si tal vez en tal asunto o tal propósito, para los generales eso podría funcionar, pero no para los geógrafos. Y así en lo que sigue. Es una afirm ación-esquem ática1’, si usted quiere, pero no se puede decir que sea simplemente falsa. Y Alma, una batalla del soldado raso, si el general jamás estuvo: es verdad que Lord Raglan tenía el mando del ejército aliado, y este ejército ganó en una cierta medida una especie de confusa victoria; sí, esto fuese justificado, incluso merecido, para los estudiantes de la escuela al menos, aunque un poco exagerado Y Oxford, es verdad que esta ciudad está a 100 km. de Londres, si usted sólo requiere cierto grado de precisión. ’ «Rough statement»

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B a jo el título de «verdad» lo que tenemos en efecto no es de ninguna manera una simple cualidad ni una relación, ni u na cosa cualquiera, sino antes bien toda una dimensión de crítica. Uno puede hacerse una idea, quizás no muy clara de esa crítica: lo que es claro, es que hay un cúmulo de cosas a considerar y a sopesar en esta sola dimensión, — los hechos, sí, pero también la situación del que habla, el asunto sobre el cual habla, su auditorio, cuestiones de precisión, etc ... Si uno se conforma con lim itarse a afirm aciones de una simplicidad idiota o ideal, no se logrará jamás distinguir la verdad de, lo justo, lo equitativo, lo meritorio, lo preciso, lo exagerado, etc., lo aproximado y el detalle, lo desarrollado y lo conciso, y el resto. Finalmente, de ese lado también, del lado de lo verdadero y lo falso, uno se siente llevado a reflexionar de nuevo sobre la antítesis Performativo-Constativo. De lo que se tiene necesidad, me parece, es de una doctrina nueva, a la vez com pleta y general, de Lo q u e uno h a c e cu an d o d ice algo, en todos los sentidos de esta frase ambigua, y de lo que llamo el acto de discurso10, no bajo tal o cual aspecto solamente, haciendo abstracción del resto, sino tomado en su totalidad.

Comprensión y discusión 1. La teoría de ¡os actos lingüísticos o teoría de los actos ilocucionarios, formulada por J. Austin, parte de la distinción entre actos constatativos y actos performativos. Austin entiende los primeros como susceptibles de ser verdaderos o falsos, y los segundos como afortunados o infortunados

Teniendo presente q u e la distin ción en tre actos con statativ os y actos perform ativos es, si se quiere, ca d a vez m ás borrosa, exponga los criterios qu e se ap licarían en la descripción d e cad a uno d e ellos. 2 Plantee cuáles serían las distintas especies de infortunios que se asocian a los enunciados performativos. 3. Austin afirma que la formulación de un acto Performativo “sirve para hacer explícito y al mismo tiempo más preciso el acto que se pretende efectuar”.

C onform e con esta con sideración , rea lice una descripción del acto P erform ativo d e “prometer", ten ien do p resente el tipo de con d icion es q u e h acen afortu n ad o o infortunado el m ism o acto. 4. En una afirmación no exenta de controversia, Austin plantea que el enunciado constatativo está sujeto a los infortunios, tanto como el enunciado Performativo; cuando un acto constatativo es comparado con los hechos, se supone el empleo de un conjunto de palabras que se superponen al hecho bajo la forma, no de lo falso o lo verdadero, sino de la realización de una acción.

P roponga ejem plos qu e con validen o refuten las afirm acion es d e Austin.

10 «The speech-act».

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JOHN ROGERS SEARLE* instituciones lingüísticas para su ejecución y actos que no las requieren. Desde 1976 la filosofía de la mente ocupa el centro de interés de Searle. Con su obra Intentiunality (1983) ha ensayado una teoría sobre el contenido de los estados y acontecimientos mentales. I la criticado vigorosamente los enfoques que asimilan la mente humana al funcionamiento de un computador. Se ha interesado asimismo por problemas morales, particularmente por el análisis de las obligaciones.

Escritos John Rogers Searle nació en Denver, Colorado, en 1932; obtuvo su doctorado en la Universidad de Oxford, y es profesor de filosofía en la Universidad de California, en Berkeley. Searle ha estudiado el lenguaje, especialmente el habla, como una forma de conducta gobernada por reglas. Según Searle, la comunicación lingüística comporta actos lingüísticos o «proíerencias». Los actos lingüísticos son la forma básica, o mínima, de comunicación. En el estudio de los actos lingüísticos se tienen en cuenta las condiciones en las cuales se producen. Ello parece llevar a prestar atención exclusiva a la «palabra», en el sentido de Saussure, a diferencia del lenguaje, pero Searle opina que todo adecuado estudio de la «palabra», o del habla, es un estudio del lenguaje. Dentro de dicho estudio se dilucidan cuestiones lingüísticas y filosóficas, fundamentales, tales como las del sentido y la referencia, la predicación y las relaciones entres descripciones y prescripciones. Se debe a Searle, entre otros trabajos, un intento de derivar el «debe» del «es», una detallada taxonomía de los actos ilocucionarios y un examen de las preferencias indirectas. En la mencionada taxonomía de los actos ilocucionariso Searle ha mostrado las adecuaciones e inadecuaciones de la clasificación de tales actos por Austin, y ha proporcionado una lista de doce «dimensiones de variación» que sirven de criterios para distinguir ciertos actos ilocucionarios de otros. Ejemplos de dichas dimensiones son: las diferencias en el propósito del tipo de acto, las diferencias en estados psicológicos, las diferencias respecto al resto del discurso y las diferencias entre actos que requieren

«How to Derive ‘Ought’ iron 'Is'», Philosophical Review, 73 (1964), 43-58. — «What is a Speech Act?», en Philosophy in America, 1965, pp. 221-239 (trad. Esp.: «¿Qué es un acto de habla?», en Lenguaje y sociedad. Centro de traducciones Universidad del Valle. Cali 1983, pp, 79-99. — Speech Acts: An Essay in the Philosophy o f Language, 1969 (traducción en español: Actos de habla, 1980). — «Chomsky’s Revolution in Linguistics», The New York Review of Books, 29 junio 1972, pp. 1623 (trad. Esp.: La revolución de Chomsky en lingüística, 1977). — «A Taxonomy of Ilocutionary Acts», Minnesota Studies in the Philosophy of Science, vol. VII: iMnguage, Mind and Knowledge, 1975, ed. Keith Gundrrson, pp. 344-369 (trad. Esp «Una taxonomía de los actos ilocucionarios», Teorema, 6 [1976], 43-77). — «Indirect Speech Acts», en Peter Cole, Jerry Logan, eds., Syntax and Semantics, vol. 3: Speech Acts, 1975, pp. 59-82 (trad. Esp.: «Artos de habla indirectos», Teorema,! [1977], 23-53). — Expression and Meaning: Studies in the Theory of Speech Acts, 1979. —«What is an Intentional State?», Mind, 88 (1979). — «Minds, Brains and Programs», The Behavioral and Brain Sciences, 3 (1980). —Minds, Brains and Science, 1984 (trad. Esp : Mentes, cerebros y ciencia, 1985). —The Foundations of Ilocutionary Logic, 1985 (con D. Vanderveken). — «Indeterminacy, Empiricism and the Fist Person», Journal of Philosophy, 84 (1987). —The R ediscovery o f th e Mind, 1993 (trad. Esp.: El redescubrimiento de la mente, 1996). Searle ha editado: The Philosophy of Language, 1971.

f Tomado de: José FERRATER MORA. D iccion ario de F ilosofía, A-D. Editorial Ariel. S.A, Barcelona. 1994, pp. 3211-3212.

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¿QUÉ ES UN ACTO DE HABLA?* John Rogers Searle

Introducción En una típica situación de habla en que intervienen un hablante, su interlocutor y un enunciado del hablante, hay muchos tipos de actos en relación con el enunciado. El hablante por lo general habrá movido su lengua y mandíbula y habrá emitido sonidos. Además, de manera característica, habrá realizado algunos catalogables según la clasificación en que se incluyen el informar o el irritar a sus oyentes; también, como es característico, habrá realizado actos que incluyen referencias a Kennedy o a Khruschev, o al Polo Norte; por añadidura, generalmente habrá realizado actos de la categoría en la que aparecen el afirmar, el hacer preguntas, el dar órdenes, el rendir informes, el saludar y el advertir. Los miembros de esta última categoría son los que Austin’ llamó actos ilocutivos y es de ella que me ocuparé en este trabajo, que por tanto podría haberse llamado «¿Qué es un acto ilocutivo?». No pretendo definir la expresión «acto ilocutivo», aunque si mi análisis de un acto ilocutivo en particular tiene éxito, podría sentar las bases de una definición. Algunos de los verbos y frases verbales relacionadas con actos ilocutivos son: declarar, afirmar, describir, prevenir, observar, comentar, ordenar, solicitar, criticar, disculparse, censurar, aprobar, dar la bienvenida, prometer, expresar aprobación y lamentarse. Según Austin hay más de mil expresiones sem ejantes en Inglés. A manera de introducción, quizá puedo decir por qué pienso que es interesante e importante dentro de la filosofía del lenguaje estudiar los actos de habla, o, como se les llama a veces, actos de lenguaje o actos lingüísticos. Creo que es esencial que cualquier especimen de comunicación lingüística implique un acto lingüístico. No es, como se ha supuesto, el símbolo o la palabra o la oración, ni aún la representación de cualquiera de ellos, lo que constituye la unidad de com unicación lingüística, sino, más bien, es la producción de esa representación al realizar un acto de habla lo que puede considerarse como unidad básica de la com unicación lingüística; para expresarlo con mayor precisión, la producción de una representación de la oración bajo ciertas condiciones es el acto ilocutivo, y el acto ilocutivo es la unidad mínima de la com unicación lingüística. No sé cómo probar que la com unicación lingüística esencialm ente involucra actos, pero puedo esbozar argumentos con los que sé podría tratar de convencer a un escéptico. Un argumento sería llamar su atención al hecho de que cuando él toma un ruido o una marca sobre papel como un caso de com unicación lingüística, com o un mensaje, una de las cosas que intervienen en esta forma de considerarlos es verlos com o algo producido por un ser que tenía ciertas intenciones. No puede considerar el caso com o un fenómeno natural, com o si fuera una piedra, una catarata o un árbol. A fin de considerarlo com o un caso de com unicación lingüística, uno debe suponer que su producción es lo que estoy llamando un acto de habla. Es lógico presuponer, por ejemplo, respecto a los intentos actuales de descifrar los jeroglíficos mayas, que se basan por lo menos en la hipótesis de que las marcas que vemos sobre las piedras fueron producidas por seres más o menos como nosotros y con cierto tipo de intenciones. Si tuviéramos seguridad de que las marcas fueran la consecuencia de que, por ejemplo, la erosión causada por el agua, entonces no podría surgir la cuestión de descifrarlos ni ''' Tomado de: L en gu aje y so cied ad . Centro de traducciones Universidad del Valle. Cali. 1983, pp. 79-99. Traducción de Gabriela Castellanos. Publicado originalmente con el título «What is a Speech Act», en P hilosophy in A m erica Editado por M a x Black. ' John Langshaw AUSTIN. H ow to Do Things with Words, Oxford University Press. London. 1962

211 aún de llamarlos jeroglíficos. Su inclusión en la categoría de com unicación lingüística necesariam ente implica considerar su producción com o actos de habla. Realizar actos ilocutivos es tomar parte en una forma de conducta gobernada por reglas. Argüiré que cosas tales com o h acer preguntas o afirmaciones son actos gobernados por reglas en un sentido muy similar a aquel en el cual batear un hit en el b a seb a ll o mover un caballo en el ajedrez son formas de actos gobernados por reglas. Por tanto me propongo explicar la noción de acto ilocutivo formulando un conjunto de condiciones necesarias y suficientes para la realización de un determinado tipo de actos ilocutivos, y extraer de él un conjunto de reglas sem ánticas para el uso de la expresión (o mecanismo sintáctico) que marca el enunciado com o un acto ilocutivo de ese tipo. Si tengo éxito al formular las condiciones y las correspondientes reglas para al menos un tipo de acto ilocutivo, esto nos proporcionará un patrón para analizar otros tipos de actos y por consiguiente explicar la noción en general. Pero a fin de sentar las bases que permitirán concretar las condiciones para realizar un acto ilocutivo, y derivar las reglas pertinentes tengo que d iscu tir otras tres nocion es prelim inares: reglas, proposiciones y significado. Limitaré mi discusión de estas nociones a aquellos aspectos que sean esenciales para mis propósitos fundamentales en este trabajo, pero, aún así, lo que deseo decir sobre ellas, si tratara de ser concienzudo, requeriría un artículo aparte para cada una; sin embargo, a veces puede valer la pena sacrificar la prolijidad para lograr un mayor alcance, y por tanto seré breve.

Reglas En años recientes, dentro del campo de la filosofía del lenguaje, ha surgido mucha controversia sobre la noción de las reglas para el uso de las expresiones. Algunos filósofos han llegado a decir que conocer el significado de una palabra no es más que conocer las reglas para su uso o empleo. Un rasgo inquietante de tales discusiones estriba en que ningún filósofo, al menos que yo sepa, ha logrado nunca nada que se asem eja a una formulación adecuada de las reglas para el uso de siquiera una expresión. Si el significado es cuestión de reglas de uso, seguramente debiéramos poder formular las reglas para el uso de expresiones en una form a tal que se logre explicar el significado de esas expresiones. Otros filósofos, quizás desalentados ante el hecho de que sus colegas no hayan logrado producir ninguna regla, han rechazado la opinión de moda de que el significado es cuestión de reglas y han afirmado que no existen, después de todo, reglas sem ánticas del tipo propuesto. Tiendo a pensar que este escepticism o es prematuro y se debe a que no se ha logrado diferenciar entre los distintos conjuntos de reglas del modo que ahora intentaré explicar. Yo distingo entre dos tipos de reglas: algunas regulan formas de conducta ya existen tes; por ejemplo, las reglas de etiqueta regulan las relaciones interpersonales, pero estas relaciones existen independientemente de dichas reglas; otras, por el contrario, no se limitan a regular las formas de conducta, sino que crean y definen nuevas formas. Las reglas del fo otba ll, por ejemplo, no regulan el juego simplemente, sino que por así decirlo, crean la posibilidad de que exista esa actividad, o la definen. La actividad de jugar fo o tb a ll consiste en actuar de acuerdo con estas reglas; el fo otb a ll no existe sin ellas. Yo denomino este último tipo reglas constitutivas, y el anterior reglas reguladoras. Las reguladoras rigen una actividad preexistente, una actividad cuya existen cia es lógicam ente independiente de la existencia de las reglas. Las constitutivas constituyen (y tam bién regulan) una actividad cuya existencia lógicam ente depende de ellas.2 Las reglas reguladoras de manera característica aparecen en imperativo, o pueden reformularse en este modo, como por ejemplo: “Al cortar alimentos sujete el cuchillo con la mano derecha”, o “Los oficiales deberán ir de corbata a la cena”. Algunas reglas constitutivas adoptan una forma muy distinta, como cuando se dice: “Se ha hecho jaqu e mate si el rey sufre un ataque del que ninguna jugada puede librarlo"; o “Se ha anotado un tou chdow n si un jugador cruza la meta del campo de su oponente estando en posesión del balón y cuando el juego está en m archa” Sí nuestro paradigma para las reglas es la reguladora, tales reglas constitutivas nos parecerán extrañas e incluso apenas ’ Esta distinción está presente en Rawls, John («Two concepts of rules», en P h ilosop h ical R eview , 1955.)

212 merecedoras de ser consideradas com o reglas. Nótese que son de carácter casi tautológico, ya que lo que la “regía” parece ofrecer es una definición parcial de “jaque m ate” y “tou chdow n ”. Pero, por supuesto, este carácter cuasi tautológico es consecuencia necesaria de ser reglas constitutivas: las reglas sobre los tou chdow n s deben definir esa noción del mismo modo en que las reglas concernientes al juego de fo otb a ll lo definen com o tal. El hecho de que, por ejemplo, se pueda anotar un touchdow n de tal o cual manera, y que valga seis puntos, puede en ocasiones parecer una regla y en otras una verdad analítica; y el que puede considerarse como tautología es un indicio de que se trata de una regla constitutiva. Las reglas reguladoras normalmente aparecen en esta forma: “Haga X ”, o “En caso de Y haga X ”. Algunos miembros del conjunto de reglas constitutivas tienen esta forma, pero otros también aparecen siguiendo la fórmula "Todo X cuenta como Y ”.3 El no reconocim iento de esto tiene ronsecuencías de alguna importancia en filosofía. Así, por ejemplo, algunos filósofos preguntas “¿cóm o puede una promesa crear obligación?”. Sería lo mismo preguntar, “¿cóm o puede un tou chdow n crear seis puntos?” . Y, según aparecen formuladas, sólo puede responderse a ambas preguntas citando una regla del tipo “Todo X cuenta como Y ”. Me inclino a pensar que tanto el hecho de que algunos filósofos no hayan logrado formular reglas para el uso de expresiones, com o el escepticism o de otros sobre la existencia de tales reglas se debe en parte al desconocim iento de la distinción entre reglas constitutivas y regulativas. El modelo o paradigma de reglas para la mayor parte de los filósofos es el de la regla reguladora y si se buscan reglas puramente reguladoras en la sem ántica probablemente no se encontrará nada interesante desde el punto de vista del análisis lógico. La hipótesis que subyace a este trabajo es que la semántica de un idioma puede considerarse com o una serie de sistemas de reglas constitutivas y que los actos ilocutivos se producen de acuerdo a estos conjuntos de reglas constitutivas. Uno de los objetivos de este trabajo es formular un conjunto de estas reglas para un cierto tipo de acto de habla. Y si lo que he dicho sobre las reglas constitutivas es valedero, no debería sorprendernos que no todas estas reglas aparezcan en modo imperativo. En efecto, veremos que las reglas caen en varias categorías distintas, ninguna de las cuales es realmente similar a las reglas de etiqueta. El esfuerzo de formular las reglas que gobiernan un acto ilocutivo, también pueden parecer una especie de prueba de la hipótesis de que existen reglas constitutivas subyacentes a los actos de habla. Si no logramos ofrecer formulaciones satisfactorias de estas reglas, este hecho podría tom arse como confirmación parcial de la invalidez de la hipótesis.

Proposiciones Los d istintos acto s ilocu tivos a m enudo tien en rasgos com unes en tre sí. Considerem os la enunciación de las siguientes oraciones: 1. 2. 3. 4. 5.

¿Saldrá Juan del cuarto? Juan saldrá del cuarto Juan, i sal del cuarto! ¡Ah, qué Juan saliera del cuarto! Si Juan sale del cuarto, yo también saldré

La enunciación de cada una de estas oraciones en una ocasión determinada sería típicamente la realización de distintos actos ilocutivos. El primero sería, de m anera característica, una pregunta, el segundo una afirmación sobre el futuro, o sea una predicción, el tercero una orden, el cuarto la expresión de un deseo y el quinto la expresión hipotética de una intención. Sin embargo, al realizar cada uno típicamente, el hablante realizará también algunos actos subsidiarios que son comunes a los cinco actos ilocutivos. Al enunciar cada uno, el hablante se refiere a una persona en particular, Juan, y predica sobre esa persona el acto de salir del cuarto. En ninguno de los casos esto agota lo que hace el hablante, pero en cada caso es parte de lo que hace. Diré, por lo tanto, que en todos estos casos, aunque los actos ilocutivos son diferentes, al menos algunos de los actos no ilocutivos de 5 La formulación “Todo X cuenta como Y ” me fue sugerida por Max Black.

referencia y predicación son iguales. La referencia a una persona, Juan, y la predicación de la misma cosa sobre él en cada uno de estos casos ilocutivos, me lleva a decir que hay un contenido común en todos ellos. Algo que puede expresarse mediante la oración subordinada que Juan saldrá del cuarto parece ser un rasgo común a todas. Podríamos, sin mucha distorsión, escribir cada una de estas oraciones, de tal forma que se aísle este rasgo común: “Yo afirmo que Juan saldrá del cuarto”, “Yo pregunto si Juan saldrá del cuarto”, etc. A falta de m ejor término, me propongo llamar este contenido común proposición y describiré este rasgo en dos actos ilocutivos vistos diciendo que al enunciar 1 a 5 el hablante expresa la proposición de que Juan saldrá del cuarto. Nótese que no digo que la oración exprese la proposición: no sé cóm o podrían las oraciones realizar actos de este tipo. Pero sí diré que al enunciar cada oración el hablante expresa una proposición. N ótese también que estoy distinguiendo entre una proposición y una afirmación o declaración de esa proposición. La proposición de que Juan saldrá del cuarto se expresa en todos los enunciados del 1 al 5, pero sólo en el 2 se afirma esa proposición. Una afirm ación es un acto ilocutivo, pero una proposición no es en absoluto un acto, aunque el acto de expresar una proposición es parte de la realización de ciertos actos ilocutivos. Podría resumir esto diciendo que estoy planteando una distinción entre el acto ilocutivo y el contenido proposicional de un acto ilocutivo. Por supuesto, n o todos los actos ilocutivos tienen un contenido proposicional, por ejemplo, la enunciación “¡H urra!” o de “¡Ay!” no lo lie n en . Esta distinción, en una u otra versión, es ya antigua, y h a sido observada de diversas formas por parte de autores tan diversos como Frege, Sheffer, Lewis, Reichem bach y Haré, para m encionar sólo unos pocos. Desde un punto de vista sem ántico podemos distinguir entre el indicador proposicional de la oración y el indicador de fuerza ilocutiva. E sto es, en el caso de un amplio grupo de oraciones empleadas para realizar actos ilocutivos, podemos decir, para propósitos de nuestro análisis, que la oración tiene dos partes (no necesariam ente separadas): el elem ento indicador de una proposición y el mecanismo indicador de función.4 Este último muestra cómo debe tom arse la proposición, o, dicho en otras palabras, qué fuerza ilocutiva deberá tener el enunciado, es decir, qué acto ilocutivo está realizando el hablante al enunciar la oración. Entre los m ecanism os indicadores de función en Inglés, tenemos el orden de las palabras, el acento, el perfil de entonación, la puntuación, el modo del verbo, y finalmente, un conjunto de verbos así llamados performativos. puedo indicar qué tipo de acto ilocutivo estoy realizando com enzando la oración con “Me excu so”, “'le advierto”, “Afirmo”, etc. A menudo, en situaciones reales de habla, el contexto nos dará claridad sobre la fuerza ilocutiva del enunciado, sin necesidad de invocar el mecanismo adecuado para indicar la función. Si esta distinción sem ántica realm ente es de alguna im portancia, probablem ente deberá tener algún análogo sintáctico, y ciertos desarrollos recientes de la gram ática transformacional parecen confirm ar la validez de esta presuposición. En el marcador de frase subyacente de una oración, existe una distinción entre aquellos elem entos que corresponden al m ecanism o indicador de función, y aquellos que corresponden al contenido proposicional. L a distinción entre el m ecanism o indicador de función y el m ecanism o indicador de la proposición nos será útil cuando intentem os hacer un análisis de un acto ilocutivo. Debido a que una misma proposición puede ser común a toda clase de actos ilocutivos, podemos separa nuestro análisis de la proposicón de nuestro análisis de los tipos de actos ilocutivos. Pienso que existen reglas para expresar proposiciones, para gobernar aspectos com o la referencia y la predicación, pero la discusión en torno a este tipo de reglas puede ser independiente de la que trata de las reglas que sirven para indicar funciones. En este artículo no trataré de considerar las reglas proposicionales, sino que intentaré concentrarm e en las que regulan el uso de ciertos tipos de m ecanism os que indican funciones.

4 En la oración “Prometo que vendré” el mecanismo indicador de función y ei elemento proposicional están separados. En la oración “Prometo venir” que significa lo mismo que la primera y se deriva de ella medíanle determinadas transformaciones, los dos elementos no están separados.

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Significado Los actos de habla se realizan, de manera característica, enunciando sonidos o haciendo marcas. ¿Q ué diferencia existe entre ia mera enunciación de sonidos o el mero acto de hacer una marca, por un lado, y la realización de un acto de habla, por el otro? Una diferencia consiste en que los sonidos o las marcas que se hacen al realizar un acto de habla, están caracterizados por tener un significado, y una segunda diferencia, relacionada con la anterior, es que se considera que uno quiere decir algo mediante esos sonidos o marcas. Lo característico es que cuando uno hable, uno quiera decir algo con lo que dice; y de lo que uno dice, de la cadena de morfemas que uno emite, por regla general se dice que tiene un significado. Aquí, incidentalmente, encontramos otro punto en el que nuestra analogía entre la realización de actos de habla y los juegos pierde su validez. Las fichas de un juego como el ajedrez comúnmente no tienen un significado, y además cuando uno hace una jugada no se le asigna la intención de querer decir algo con esa jugada. Pero, ¿qué es eso de querer decir algo con lo que uno dice, y en qué consiste el que algo tenga significado? Para contestar la primera de estas preguntas me propongo tomar prestadas, revisándolas, algunas ideas de Paul Grice. En un artículo titulado «Significado»5 G rice nos da el siguiente análisis de un sentido de la noción de “significado”. D ecir que A quiso decir algo al decir X , es decir que “A tenía la intención de que el enunciado X produjera algún efecto en un público mediante el reconocim iento de esa intención. E sto me parece un com ienzo útil en un análisis del significado, en primer lugar porque muestra la estrecha relación entre la noción de significado y la noción de intención, y en segundo lugar porque capta algo que a mi modo de ver, es esencial para hablar del lenguaje: al hablar yo trato de comunicar algo a mi interlocutor mediante un intento de que él reconozca mi intención de comunicárselo. Por ejemplo, típicamente, cuando hago una aserción, trato de comunicar a mi interlocutor la verdad de cierta proposición y convencerlo de ella, y los medios que utilizo para hacer esto consisten en emitir ciertos sonidos, cuya enunciación pretendo que produzca en él el efecto deseado mediante su reconocim iento de mi intención de producir precisamente ese efecto. Ilustraré esto con un ejemplo. Yo podría, por un lado, tratar de lograr que usted creyera que yo soy francés mediante el recurso de hablar francés, todo el tiempo vestirme a la usanza francesa, mostrar un entusiasm o desbordante por De Gaulle y cultivar amigos franceses. Pero podría, por otro lado, tratar de lograr que usted creyera que soy francés sencillam ente diciéndole que soy francés. Ahora bien, ¿cuál es la diferencia entre estas dos formas de lograr que usted crea que yo soy francés? Una diferencia fundamental es que en el segundo caso yo trato de lograr que usted crea que soy francés haciéndolo reconocer que es mi intención expresa lograr que usted crea precisamente eso. Este es uno de los elementos que intervienen en la acción de decirle a usted que yo soy francés. Por el contrario, en este caso usted se llenaría de sospechas si se diera cuenta de mi intención. Por muy valioso que sea este análisis del significado, me parece que en ciertos aspectos adolece de defectos. En primer lugar no logra distinguir los diferentes tipos de efectos — los perlocutivos por oposición a los ilocutivos— que uno podría querer producir en sus interlocutores y además no logra m ostrar la forma en la cual estos distintos tipos de efectos están relacionados con la noción de significado. Un segundo efecto es que no logro explicar en qué grado el significado es simplemente una cuestión de reglas y convenciones. Es decir, esta explicación del significado no muestra la conexión que existe entre el que uno quiera decir algo con lo que uno dice y lo que realmente quiere decir en el idioma empleado aquello que uno dice. Para ilustrar esta idea quiero ahora presentar un contraejemplo de este análisis del significado. El objetivo de este contraejem plo será mostrar la conexión que existe entre aquello que el hablante quiere d ecir y lo que quieren decir las palabras que él enuncia Supongamos que estamos en la segunda guerra mundial, que soy un soldado norteamericano y que me capturan las tropas italianas. Y supongamos tam bién que deseo que esas tropas crean que soy un oficial alemán, para que me dejen en libertad. Lo que me gustaría hacer sería decirles en alemán o en italiano que soy un oficial alemán. Pero supongamos que yo no conozca suficiente alemán ni 5 GRICE, Paul. «Meaning», en P h ilosophical R eview . 1957.

215 italiano para hacerlo. Entonces, yo, por así decirlo, trataría de actuar representando el hecho de ser un oficial alemán al recitar aquellos pequeños trozos de alemán que conozco, con la esperanza de que no sepan suficiente alemán para darse cuanta de mi pian. Supongamos que sólo sé una línea de alemán, lo que recuerdo de un poema que tuve que aprender de memoria en un curso recibido en el bachillerato. Por lo tanto, yo, un prisionero norteam ericano me dirijo a mis captores italianos con la siguiente oración: “Kennst du das Land, wo die Z itroen blühen?” . Ahora, describamos la situación en los térm inos de Grice. Yo tengo la intención de producir un cierto efecto en ellos, v. gr. el efecto de que crean que soy un oficial alemán; y me propongo producir este efecto mediante su reconocim iento de mi intención. Me propongo que ellos crean que estoy tratando de decirles que soy un oficial alemán, pero a partir de este relato, ¿podemos llegar a la conclusión de que cuando yo diga “K ennst du das Land..., e tc.”, lo que quiero decir es, “¿Soy un oficial alem án?”. No solamente no se puede llegar a esa conclusión, sino que en este caso se advierte la falsedad patente que sería decir que cuando yo enuncio la oración en alemán, lo que quiero decir es, “soy un oficial alemán”, o incluso. “Ich bin ein deutscher O ffizier”, porque lo que las palabras quieren decir es, “soy un oficial alemán”, pero para que haya el engaño es preciso que ellos crean que eso es lo que quieren decir las palabras que yo enuncio en Alemán. En un punto de sus In v estig a cio n es filo s ó fic a s 6, W ittgenstein dice: “D iga, hace frío aquí”, significando “Hace calor aquí” La razón por la cual es imposible hacer esto es lo que queremos decir es una función de lo que estamos diciendo; querer decir es más que un asunto de intención, es también una cuestión de convención. Es posible enmendar ia explicación de G rice para que sea capaz de dar cuenta de contraejemplos de este estilo. Aquí tenemos un caso en que estoy tratando de producir un cierto efecto mediante el reconocim iento de mi intención de producir ese efecto, pero el mecanism o que utilizo para producir este efecto es tal, que, de acuerdo con las reglas que gobiernan su uso, se utiliza convencionalm ente com o un medio para producir efecto ilocutivos muy distintos. Por tanto debemos reformular la explicación que Grice hace del significado, de tal forma que se haga claridad en el hecho de que lo que uno quiere decir cuando expresa algo tiene una relación un tanto más que contingente con lo que la oración quiere decir en la lengua en la que uno habla. En nuestro análisis de los actos ilocutivos debemos captar tanto los aspectos intencionales com o convencionales, y especialm ente la relación que existe entre ellos. En la realización de un acto ilocutivo, el hablante trata de producir un cierto efecto mediante el cual el interlocutor reconozca su intención de producir ese efecto, y además, si está usando las palabras de manera literal, tiene la intención de que este reconocim iento se logre por virtud del hecho de que las reglas para utilizar las expresiones que enuncia asocian las expresiones con la producción de este efecto. Es esta com binación de elementos lo que necesitarem os expresar en nuestro análisis del acto ilocutivo.

¿Cómo prometer? Intentaré ahora hacer un análisis del acto ilocutivo de prometer. Con este fin, indagaré qué condiciones son necesarias y suficientes para que el acto de prometer se realice mediante la enunciación de una oración determinada. Trataré de contestar esta pregunta formulando estas condiciones como un conjunto de proposiciones tales que la conjunción de los integrantes del conjunto implique la proposición de que el hablante ha hecho una promesa, y que la proposición de que el hablante hizo una promesa, implique esta conjunción. Así, cada una de ellas será una condición necesaria para la realización del acto de prometer, y tomadas colectivam ente, el conjunto de condiciones será una condición suficiente para que se haya realizado este acto. Si obtenemos un conjun to de condiciones tal como el descrito, podremos extraer de ellas un conjunto de reglas para el uso de! mecanismo indicador de función. El método aquí es análogo al descubrimiento de las reglas de ajedrez mediante el procedimiento de preguntarse cuáles serán las condiciones necesarias y suficientes para mover correctam ente un caballo o para enrocar o para dar mate a un jugador, etc... Estam os en la posición de alguien que ha aprendido a jugar ajedrez sin haber formulado nunca las reglas y que ahora desea 6 WITTGENSTEIN, Ludwig. Investigaciones filosóficas. Oxford. 1953.

216 precisamente esa formulación. Todos aprendimos cómo jugar el juego de los actos ilocutivos, pero en general se hizo sin una form ulación explícita de las reglas, y el primer paso pqra obtener esta formulación es establecer cuáles son las condiciones para la realización de un acto ilocutivo en particular. Nuestra pesquisa servirá entonces un doble propósito filosófico. Al formular un conjunto de condiciones para la realización de un acto ilocutivo en particular, habremos ofrecido una explicación parcial de esta noción, y también habremos abierto el camino para el segundo paso, la formulación de las reglas. Encuentro muy difícil formular las condiciones y no me satisface la lista que voy a presentar. Una razón para la dificultad es que la noción de promesa, com o la mayor parte de las nociones del lenguaje ordinario, no tien e unas reglas absolutam ente estrictas. E xisten toda clase de promesas raras, fronterizas, que representan desviaciones de lo usual, y pueden llegar a presentarse contraejemplos, más o menos estram bóticos para contrarrestar mi análisis. Me inclino a pensar que no podremos obtener un conjunto de condiciones necesarias y suficientes, que sean contundentes y que reflejen exactam ente el uso ordinario de la palabra “promesa”. Estoy limitando mis consideraciones, por lo tanto, al meollo del concepto de prometer y desconociendo los casos límite, fronterizos y parcialmente defectuosos. También me limito a las promesas plenamente explícitas, y no tomo en cuenta las que se realizan mediante giros elípticos, insinuaciones, metáforas, etc. Otra dificultad surge a partir de mi deseo de formular las condiciones sin cierta dosis de circularidad. Quiero dar una lista de condiciones para la realización de un acto ilocutivo determinado en la que no se mencione la realización de ningún acto ilocutivo. N ecesito satisfacer esta condición a fin de ofrecer una explicación para la noción de acto ilocutivo en general; de otro modo simplemente estaría mostrando la relación entre distintos acto ilocutivos. Sin embargo, aunque no habrá referencia a los actos ilocutivos, ciertos conceptos ilocutivos aparecerán en el an alisa n s así como en el an alisa n d u m ; y pienso que esta forma de circularidad es inevitable debido a la naturaleza de las reglas constitutivas. En la presentación de las condiciones consideraré en primer lugar el caso de una promesa sincera, y luego m ostraré cómo modificar las condiciones para permitir que se apliquen a las promesas no sinceras. Com o nuestra pesquisa es sem ántica, en vez de sin táctica, yo sim plemente daré por descontado el hecho de que las oraciones están gramaticalmente bien construidas. Dado que un hablante H enuncie una oración T en presencia de un oyente O, entonces, en el enunciado de T, H ha hecho una promesa sincera (y no defectuosa) en el sentido de que cumplirá T a O, si y sólo si:

1. Se han dado las condiciones normales de recepción yproducción Utilizo los térm inos “recep ción” y ‘'producción” para designar la gran gama no definida de cond iciones b a jo las cuales cu alquier tipo de com u nicación lingü ística seria se hace posible. “Producción” designa las condiciones para el habla inteligible y “recepción” designa las condiciones para la comprensión. Juntos incluyen cosas tales como el hecho de que tanto el hablante como el oyente sepan hablar el idioma; estén conscientes de lo que están haciendo; que el hablante no esté actuando bajo presiones o amenazas; que no tengan impedimentos físicos para la comunicación, tales como la sordera, afasia o laringitis; que no estén actuando en una representación teatral o contando chistes, etc.

2. H expresa P en un enunciado T E sta con d ició n aísla el contenid o proposicional del resto del acto de habla y nos perm ite concentram os en las peculiaridades del prometer en el resto del análisis.

3. AI expresar P, t í predica un acto futuro A por parte de sí En el caso del prometer el mecanism o que indica la función es una expresión cuyo alcance incluye ciertos rasgos de la proposición. En una promesa, un acto debe ser predicado del hablante, y no puede ser un acto del pasado. Yo no puedo prometer haber hecho algo, y no puedo prometer que alguna otra persona hará algo (aunque sí puedo prometer que me aseguraré de que lo haga). La

217 noción de un acto, como lo estoy interpretando para los propósitos actuales, incluye abstenerse de ciertos actos, realizar series de actos y puede también incluir estados y condiciones: Yo puedo prometer no hacer algo, o hacer algo varias veces, y puedo prometer estar o permanecer en un cierto estado o condición. A estas condiciones 2 y 3 yo las llamo co n d icion es d el con ten ido proposicion al.

4. O preferiría que H hiciera A, a que no hiciera A, y H cree que O preferiría que él hiciera A, a que no hiciera A Una distinción crucial entre promesas por un lado y amenazas por el otro es que la promesa es un juramento de hacer algo por el otro, mientras que una am enaza es un compromiso de hacer algo al otro y no por el otro. Una promesa es defectuosa si lo que se promete es algo que el que recibe la promesa no quiere que se haga; y también es defectuosa si aquel que promete no cree que el que recibe la promesa quiere que ésta se realice, ya que una promesa no defectuosa tiene que haber sido formulada con la intención de que fuera una promesa y no com o amenaza o advertencia. Creo que ambas mitades de esta doble condición son necesarias a fin de evitar contracjem plos bastante obvios. Sin embargo, a uno se le pueden ocurrir contraejem plos aparentes a esta condición tal y como aparece planteada. Supongamos que yo le digo a un estudiante perezoso: “Si usted no me entrega su trabajo a tiempo, le prometo que le voy a dar una mala nota en el cu rso”. ¿Este enunciado constituye una promesa? Me inclino a pensar que no; nos parecerá más natural describirlo como una advertencia o quizá, incluso, una amenaza. Pero, ¿por qué entonces es posible usar la expresión “le prometo” en un caso como éste? Creo que lo usamos aquí porque las expresiones “prom eto” y “prometo por este medio” se encuentran entre los mecanismos para la expresión de función que con mayor énfasis expresan compromisos entre los que nos ofrece la lengua.7 Por esta razón a menudo usamos estas expresiones en la realización de actos de habla que no son realmente promesas, pero en las cuales queremos recalcar nuestro compromiso. Para ilustrar esto, considérese otro aparente contraejem plo a nuestro análisis, de distinta índole. Algunas veces, y creo que con mayor frecuencia en Estados Unidos que en Inglaterra, uno oye gente que utiliza la expresión “te prometo”, cuando hacen una afirmación enfática. Supongamos por ejemplo que yo lo acuso a usted de haber robado dinero. Yo le digo: “Usted robó ese dinero, ¿no es cierto?”, usted responde: “No, no es así, le prometo que no lo hice”. En este caso, ¿se ha hecho una promesa? Me parece ilógico describir este enunciado com o promesa. Se le debería considerar más bien una negativa enfática, y podemos explicar la ocurrencia del mecanism o que indica la función, “yo prometo”, como derivado de promesas genuinas, sirviendo aquí como una expresión que añade énfasis a la negativa. En general, lo importante de lo que se dice en la condición 4, es que para que no sea defectuoso lo que consideremos como promesa, lo que se promete debe ser algo que el oyerue quiere que se realice, o que considera como algo que a él le interesa que se haga, o que preferiría que se hiciera a que no se hiciera, etc.; y el hablante debe estar consciente de que esta es la situación, o creerlo, o saberlo, etc. Creo que para formular esta condición de manera más elegante y exacta, se precisaría introducir terminología técnica.

5. N ipara H ni para O es obvio que H hará A en circunstancias normales Esta condición es un ejemplo de una condición general de muchos distintos tipos de actos ilocutivos, al efecto de que todo acto debe tener un objetivo. Por ejemplo, si yo le solicito a alguien que haga algo que es obvio que ya está haciendo, o que está a punto de com enzar a hacer, entonces mi solicitud no tiene objeto y por lo tanto a este respecto es defectuosa. En una situación real de habla, los oyentes, conociendo las reglas para la realización de actos ilocutivos, darán por sentado que esta condición ya está satisfecha. Supongamos, por ejemplo, que durante un discurso en público le digo a un miembro de mi auditorio, “oiga, señor Smith, ponga atención a lo que le estoy diciendo”. Para entender este enunciado, el público tendrá que suponer que Sm ith no estaba prestándome atención, o por lo menos que no es obvio que él estuviera prestando atención, o al menos que la cuestión de si él está o no ' N. del t.: en el texto, la lengua Inglesa.

218 prestando atención se ha planteado de alguna forma; ya que para hacer una petición o solicitud, debe satisfacerse la condición de que no sea obvio que el interlocutor ya esté haciendo lo que se le pide o que esté a punto de hacerlo. Lo mismo ocurre con las promesas. Está fuera de orden que yo prometa hacer algo que es obvio que de todas formas haré. Si realm ente parece que yo estoy haciendo una promesa tal, la única forma en que ni auditorio puede encontrar algún sentido en mi enunciado, es presuponer que yo crea que no es obvio que voy a hacer lo prometido. Un hombre felizmente casado, que le promete a su esposa no abandonarla la semana siguiente, probablemente le hará sentir más ansiedad que seguridad. Incidentalmente, creo que esta condición es un ejemplo de tipo fe fenómeno planteado en la ley de Zipf. Creo que en nuestro lenguaje, com o en la mayor parte de las formas de la conducta humana, opera una ley del menor esfuerzo, en este caso un principio del máximo de fines ilocutivos con un mínimo de esfuerzo fonético; y creo que la condición 5, es un ejemplo de este principio. Las condiciones 4 y 5 son del tipo que yo llamo con dicion es preparatorias. Son el sin equibu s non del prometer adecuadamente, pero no plantean todavía el rasgo esencial.

6. H tiene ia intención de realizar A La distinción más importante entre las promesas sinceras y las que no lo son, estriba en que, en el caso de las primeras, el hablante tiene la intención de realizar el acto prometido, y en el caso de las segundas, no la tiene. Además en las promesas sinceras, el hablante cree que es posible que él realice el acto (o que se abstenga de realizarlo), pero creo que la proposición de que tiene la intención de realizarlo, implica que piensa que es posible realizarlo (o abstenerse de realizarlo), de modo que no formulo esto como una condición adicional. Es a esta condición a la que yo llamo la condición de

sin cerid ad . 7. H pretende que la enunciación de T lo ponga en la obligación de realizar A El rasgo esencial de una promesa es que se trata de asumir una obligación de realizar un cierto acto. Creo que esta condición distingue las promesas (y otros miembros de la misma familia tales como los votos), de otros tipos de actos de habla. Nótese que en la formación de la condición sólo especificamos la intención del hablante; otras condiciones aclararán cómo se realiza la intención. Es claro, sin embargo, que el tener esta intención es una condición necesaria para hacer una promesa; porque si un hablante puede dem ostrar que no tuvo esta intención en un enunciado determinado, puede así probar que este enunciado no fue promesa. Sabemos por ejemplo, que el señor Pickwick8 no prometió casarse con la mujer porque sabemos que no tuvo la intención adecuada. A esta condición la designo como la con dición esen cial.

8. H e pretende que el enunciado de Tproduzca en O una creencia de que son valederas las condiciones 6 y 7, mediante el reconocimiento de la intención de producir esta creencia, y se propone lograr este reconocimiento por medio del reconocimiento de una oración como las que convencionalmente se utilizan para producir tales creencias. Esto capta nuestro análisis de G rice, con las enmiendas que le hicimos, sobre en qué consiste el que un hablante tenga la intención de hacer una promesa. El hablante se propone producir un cierto efecto ilocutivo logrando que el oyente reconozca su intención de producir este efecto y también se propone lograr que se produzca este reconocim iento en virtud del hecho de que los caracteres léxicos y sintácticos de lo que enuncia lo asocian convencionalm ente con la producción de ese efecto. Estrictam ente hablando podríamos formular esta condición como parte de la condición 1, pero tiene suficiente interés filosófico para que la formulemos por separado. Encuentro que esto plantea problemas por la razón siguiente. Si mi objeción inicial a Grice es realmente válida, entonces con seguridad, uno podría decir que todas las condiciones mencionadas son superfluas; todo lo que es necesario es que el hablante enuncie la oración con toda seriedad. La producción de todos estos 8 N. del T. P ickw ick Papers, de Charles D ickens.

219 efectos es sencillam ente una consecuencia del conocim iento del oyente de qué significa la oración, lo cual a su vez es una consecuencia de su conocim iento del lenguaje, presupuesto por el hablante desde un principio. Creo que la respuesta adecuada a esta objeción, es la de que la condición 8 explica qué significa que un hablante enuncie la oración “con seriedad”, es decir que la enuncie y que lo haga en serio, pero no estoy totalm ente convencido sobre la fuerza de la objeción, ni sobre la respuesta.

9. Las reglas semánticas de1 dialecto hablado por H y O, son de tal naturaleza que T ha sido enunciado de forma correcta y sincera siy sólo si son valederas las condiciones l a 8. Esta condición tiene como fin aclarar que la oración enunciada es una de aquellas que se emplean para hacer promesas de acuerdo con las reglas sem ánticas del idioma. En conjunto con la número 8 esta condición elim ina los con tra-ejem p los com o el del soldado capturado que consideram os anteriorm ente. Pronto veremos exactam ente cuál es la formulación de las reglas. Hasta ahora hemos considerado sólo el caso de una promesa sincera. Pero las promesas falsas, no sinceras, son sin embargo promesas, y ahora tenemos que mostrar cóm o modificar las condiciones para estos casos. Al hacer una promesa no sincera, el hablante no tiene todas las intenciones y creencias que tiene cuando hace una promesa sincera. Sin embargo quiere hacer creer que las tiene. En efecto, es debido a su deseo de hacer creer que él tiene intenciones y creencias que de hecho no tiene, que calificamos de no sincera su actuación. De modo que para dar cuenta de (as promesas no sinceras, sólo necesitam os reformar nuestras condiciones de manera que podamos decir que el hablante se responsabiliza de tener estas creencias e intenciones, en vez de decir que realmente las tiene. Un indicio de que el hablante sí asume esta responsabilidad es el hecho de que no podría decir, sin caer en el absurdo, “prometo realizar A, pero no tengo la intención de realizar A”. Al decir, “prometo realizar A”, se está asumiendo la responsabilidad de proponerse realizar A, y est condición vale tanto si el enunciado fue sincero como si no lo fue. Para tom ar en cuenta la posibilidad de una promesa no sincera, sólo tenem os que reformar la condición 6 de modo que diga no que el hablante se propone realizar A, sino que asume la responsabilidad de proponerse realizar A, y para evitar que se me acuse de circularidad, formularé la frase del modo siguiente:

6*. H pretende que la enunciación de T lo responsabilice de proponerse realizar A. Con esta modificación (y eliminando la palabra ‘sinceram ente’ de nuestro an alizan d u m y de la condición 9 ), nuestro análisis es neutral en cuanto a la cuestión de si la promesa fue o no sincera.

Reglas para el uso del mecanismo indicador de función Nuestra próxima tarea es derivar de nuestro conjunto de condiciones un conjunto de reglas para el uso de los mecanismos indicadores de función. Obviamente no todas nuestras condiciones tienen igual importancia para esta tarea. La condición 1 y las condiciones 8 y 9 son aplicables de modo general a todos los tipos de actos ilocutivos normales y no son específicos del prometer. Las reglas para los mecanismos indicadores de función para el acto de prometer aparecerán en relación con las condiciones 2 a 7. Las reglas sem ánticas para el uso de cualquier mecanismo P indicador de función de prometer son. Regla 1: P sólo debe enunciarse en el contexto de una oración (u otro segmento más extenso del discurso), cuya enunciación predique algún acto futuro A del hablante H. A esta regla la llamo regla de contenido proposicional Se deriva de las condiciones 2 y 3 diferentes al contenido proposicional. Regla 2: P puede enunciarse sólo si el oyente O prefiere que el hablante H realice A a que no lo realice, y si H cree que O prefiere que H realice A a que no lo realice. Regla 3: P debe enunciarse sólo si no es obvio ni para H ni para O, que H realizará A en condiciones normales.

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Regla 4: P debe enunciarse sólo si H se propone hacer A. A esta regla la llamo regla de sinceridad Se deriva de la condición de sinceridad 6. Regla 5: La enunciación de P lleva a contraer la obligación de realizar A. A esta regla la llamo regla

esencial. Nótese que mientras que las reglas 1 a 4 toman la forma de cuasi-imperativos, es decir, aparecen en la forma siguiente: enuncia P sólo en caso de X, la regla 5 es de la forma: ‘la enunciación de P cuenta como Y ’. Así la regla 5 es del tipo peculiar de los sistemas de reglas constitutivas que comenté anteriorm ente. Nótese también que la analogía, un tanto aburrida con los juegos se mantiene considerablemente bien. Si nos preguntáramos bajo qué condiciones puede decirse que un jugador ha movido un caballo de la m anera correcta, nos encontraríamos con condiciones preparatorias, tales como que debe ser su tum o, así com o con la condición esencial que estipula los espacios a los que pueda moverse el caballo. Creo que hay incluso una regla de sinceridad para los juegos competitivos, la regla de que ambos contendores tratan de ganar. Sugiere que el equipo que “regala” el partido se está comportando de manera análoga al hablante que miente o que hace promesas falsas. Por supuesto, no hay reglas de contenido proposicional para los juegos, ya que éstos, por lo general, no representan un estado de cosas. Si este análisis tiene un interés general que va más allá del caso de prometer podría pensarse que estas distinciones serían poco aplicables a otros tipos de actos de habla, y creo que un poco de reflexión nos mostrará que lo son. Considérese, por ejemplo, el acto de dar una orden. Las condiciones de preparación incluyen el que el hablante tenga una posición de autoridad con respecto al oyente; la condición de sinceridad consiste en que el hablante quiera que se realice lo ordenado; y la condición esencial tiene que ver con el hecho de que el enunciado es un intento de lograr que el oyente realice lo que se le ordene. En cuanto a las aseveraciones entre las condiciones preparatorias tenemos que el oyente tenga fundamentos para suponer que la proposición afirmada sea cierta; la condición de sinceridad, estriba en que debe creer que es cierta. Y la condición esencial está relacionada con el hecho de que el enunciado sea un intento de informar al oyente y convencerlo de su veracidad. En el enunciado “¡H o la !” no hay contenido proposicional ni condición de sinceridad. La condición preparatoria es que el hablante debe haberse encontrado con el oyente en ese momento, y la regla esencial consiste en que el enunciado indica un reconocim iento formal del oyente. Una propuesta para futuras investigaciones, entonces, sería llevar a cabo análisis similares con otros tipos de actos de habla. No sólo nos daría esto un análisis de conceptos interesantes de por sí, sino que la com paración de distintos análisis profundizaría nuestra comprensión de todo el tema e incidentalmente sum inistraría una base para una taxonomía más rigurosa de cualquiera de las usuales categorías simplistas tales como evaluativo por oposición a descriptivo, o cognoscitivo en contraste con emotivo.

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Comprensión y discusión 1. John Searle sostiene la hipótesis de que hablar es tomar parte en una forma de conducta gobernada por reglas, hipótesis del lenguaje como conducta intencional gobernada por reglas.

Interprete, ex plore y extraiga algu n as im p lica cio n es q u e p ru eben la an terior h ip ótesis, qu e despejen si es efectiv am en te p osib le el tipo d e co n ocim ien to ex p resad o en las caracterizacion es lingüísticas. 2. “La unidad de la comunicación lingüística —afirma Searle— no es, como se ha supuesto generalmente, el símbolo, la palabra, oración [...], sino más bien la producción o emisión del símbolo, palabra u oración al realizar el acto de habla”9.

C onsiderando la in m en sa revolu ción llev a d a a c a b o por Searle, d efin a los acto s d e h a b la y precise b a jo q u é con dicion es se constituye un a c to d e habla. 3. Searle afirma que solamente ciertos géneros de intenciones son adecuados para la conducta por él denominada: ‘actos de habla’, géneros de intenciones como: ‘enunciar’, ‘describir’, ‘aseverar’, ‘aconsejar’, 'observar’, ‘comentar’, ‘mandar’, ‘ordenar’, ‘pedir’, ‘criticar’, ‘disculparse’, ‘censurar’, ‘aprobar’, ‘aprobar’, ‘dar la bienvenida’, ‘prometer’, ‘objetar’, ‘solicitar’, ‘argumentar’, etc.

Indague cu áles pu eden ser las razones p ara ab straer ca d a uno d e estos géneros, ten ien do presente qu e a cam bio, com o expon e Searle, se pu eden em itir p a lab ras sin d ecir nada. 4. Searle considera que “El acto o actos de habla realizados al emitir una oración son, en general, una función del significado de la oración”, que “el significado de una oración no determina de manera singularizadora en todos los acasos qué acto de habla se realiza en una emisión dada de esa oración, puesto que un hablante puede querer decir más de lo que efectivamente dice”10.

¿Considera Ud. o no q u e la an terior exposición esté su jeta a controversia en la m edida en q u e el estudio de los sign ificados d e las oracion es y el d e los acto s d e h a b la pu eden constituir dos estudios in dependientes?

Bibliografía complementaria I. Estudios sobre el lenguaje en John R. Searle J. R. SEARLE. «How to Derive ‘Ought’ fron ‘ls’», en P h ilosop h ical R eview , 73 (1964), 43-58. . «What is a Speech Act?», en P hilosophy in A m erica, 1965, pp. 221-239 (trad. Esp : «¿Qué es un acto de habla?», en L en gu aje y socied ad . Centro de traducciones Universidad del Valle. Cali. 1983, pp. 79-99. _________ . S peech Acts: An Essay in the P hilosophy o f Lan gu age, 1969 (traducción en español: A ctos d e h a b la , 1980). _________ . «Chomsky’s devolution in Linguistics», en T he N ew York R eview o f B ooks, 29 junio 1972, pp. 16-23 (trad. Esp.: La revolución d e C hom sky en lingüística, 1977). ________. «A Taxonomy of Ilocutionary Acts», cn M innesota Studies in the P hilosophy o f Science, vol. VII: Language, Mind an d Know ledge, 1975, ed. Keith Gundrrson, pp. 344-369 (trad. Esp. «Una taxonomía de los actos ilocucionarios», Teorema, 6 [1976], 43-77). . «Indirect Speech Acts», en Peter Cole, Jerry Logan, eds., Syntax an d Sem antics, vol. 3: Speech Acts, 1975, pp. 5982 (trad. Esp.: «Actos de habla indirectos», Teorema, 7 [1977], 23-53). a John R. SEARLE Actos d e h ab la, ensayo d e filosofía del lenguaje. Editorial Cátedra. Madrid. 1994, pág. 26. 10 Ibid., pág. 27.

Expression an d M eaning Studies in the Theory o f S peech Acts, 1979 «What is an Intentional State?», cn Mind, 88 (1979). «Minds, Brains and Programs», en T he B eh av ioral a n d B rain Scien ces, 3 (1980). Minds, Brains an d S cien ce, 1984 (trad. Esp.: Mentes, cerebros y cien cia, 1985). The Foundations o f llocu tion ary Logic, 1985 (con D. Vanderveken) «Indeterminacy, Empiricism and the Fist Person», en Jou rn al o f P hilosophy, 84 (1987). The Rediscovery o f the Mind, 1993 (trad Esp.: El redescubrim iento de la m ente, 1996).

UNIDAD N° 7 — Willlard van Orinan Quine —

«Desbordes de la traducción filosófica» J uan M anuel C uartas Restrepo

224

Willlard van Orinan Quine

2 36

«Significado y traducción» W illlard van O rman Q uine Com prensión y discusión

238 254

«Teoría de la evidencia y holism o m oderado en W. v. O. Quine» G ermán G uerrero P ino

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Bibliografía com plem entaria

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DESBORDES DE JA TRADUCCION FILOSOFICA* Juan Manuel Cuartas R .** "El qu e no c on oce lenguas extranjeras no s a b e n ada d e la suya p ropia’’ Johann Wolfgang vori Goethe

En términos generales, la traducción promociona inteligencia y juicio; lo primero como culminación de la escolaridad y el conocim iento de lenguas y de la lexicografía que las precisa y amplía; lo segundo como institución ética de la responsabilidad del traductor con el significado y la implicación de las palabras. Ya en términos ideales, el traductor debe afirmar una formación lingüística completa porque, como asegura Valery Larbaud, es suyo el deber de declarar a tiempo: “sí puedo traducir” o “no puedo traducir”; un segundo deber aludirá propiamente a la actitud necesaria para sortear cada complejidad que conlleve la traducción; actitud respaldada en el conocim iento cierto de las dinámicas de uso de las lenguas, pero sobre todo en su discernimiento, sin abuso de parcialidad ni deformación. D iscreción, rigor y creatividad en lo que se traduce, antes que simple calco; es discreto quien conserva una distancia, quien recuerda al lector que el texto que lee ha sido objeto de una traducción, y que como tal responde a una aproximación relativa al texto original; discreción, además, para no incurrir en la vanidad de resaltar su traducción com o cosa perfecta y definitiva, desconociendo la complejidad que conlleva el ejercicio de la traducción como problema filosófico del lenguaje. Por rigor debe entenderse, de otra parte, el grado de mayor intensidad en la verificación del sentido ante cada decisión de tránsito de una lengua a otra, sin ligerezas ni descuidos, conservando una actitud positiva en relación con la exactitud y la precisión, a fin de que la traducción constituya un hito y no una calamidad del oficio de las lenguas. Creatividad, finalmente, exige la situación recurrente en cada traducción de tomar decisiones que toquen al espíritu de la lengua propia sin desestimar las exigencias de la lengua original de la que se traduce; con creatividad el traductor hace propio el resultado de sus arduas indagaciones, no por introm isión, convirtiendo el texto traducido en su propio texto, sino por dominio de las lenguas y los asuntos de la significación. La primera pregunta en relación con la traducción filosófica podría ser entonces:

Si la traducción —com o afirm a Walter Benjam ín — es ante todo una forma, ¿qué servicio presta a la obra originan El discurso filosófico surge en una lengua como ejercicio del pensar y bajo la especificidad del rendimiento expresivo y significativo de los elementos lingüísticos. El D iscurso d el m étodo, para dar un ejemplo clásico, por decisión de su autor se expuso en un primer momento en Francesco (lengua vulgar); lengua en la que fue concebido y garrapateado; de manera desafiante e innovadora, R. D escartes se m ostró reticente al Latín (lengua docta y de exclusión, una suerte de ‘deber ser’ del pensamiento filosófico en el siglo X V I): “Y si escribo en Francesco, qu e es la lengua d e mi país, y no en latín, q u e es la d e m is preceptores — expone D escartes— , es porqu e espero qu e qu ien es sólo se * Ensayo publicado con la debida autorización del autor. Tomado de: «Desbordes de la traducción filosófica», en Revista A ude. Números 4-5. Universidad del Atlántico, Facultad de Ciencias Humanas. Barranquilla. Diciembre de 2002. ** Profesor titular del Departamento de Filosofía de la Universidad del Valle. Magisteren ‘Lingüística Hispanoamericana’ por el Instituto Caro y Cuervo, y 'Doctoren Filosofía’ por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, de Madrid, con una tesis sobre Jacques Derrida. Corredactor del volumen IV del D iccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana, de Rufino José Cuervo. Autor de diversos artículos de lingüística, literatura y filosofía, y de los libros: B lan co Ro¡o Negro, el libro d el h aikii (Universidad del Valle. Cali, 1998), y El B udism o y la Filosofía, contrastes y desplazam ientos (Universidad del Valle. Cali, 2002). Participó como ponente en el X X Congreso Mundial de Filosofía, Boston - Massachussets, 1998, con el trabajo: «The name’s motives». Coordinador del Grupo ‘Mentís’, de investigación en Filosofía de la mente y ciencias cognitivas.

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sirven d e su razón n atu ral com pletam en te juzgarán m ejor d e m is opiniones, q u e q u ien es sólo creen en los libros antiguos. Y en cu an to a qu ien es ju n tan el buen sen tido con el estudio, los únicos qu e deseo com o ju eces, estoy seguro d e q u e n o serán tan p arcia les con el Latín com o p ara rehu sarse a oír m is razones p orqu e las explico en len gua vu lgar.”1 Ahora bien, respondiendo a la pregunta inicial, casi podríamos asegurar que el discurso filosófico en general está desde un principio anclado a una lengua desde la cual invita a la traducción. Renunciando a conciencia a la ‘escritura’ en los límites de las ‘lenguas cu ltas’ que reclaman erudición y soberbia intelectual, D escartes defiende la ‘comunicabilidad’ de las ‘lenguas vulgares’ y amplía en la suya propia el espectro de las lecturas directas, sin mediar la forma de la traducción. Pero la opción entre ‘lenguas cultas’ y ‘lenguas vulgares’ pronto dejó de constituir un dilema en filosofía, porque la traducción allanó la racionalidad propia del discurso y rompió todas las fronteras lingüísticas; afirmó las “lenguas propias” y distanció el Latín y el Griego, dejándolos sólo como recurrencias idiom áticas estrictas, b ajo la forma de locuciones de supuestos “conceptos originarios”. Este ‘progreso’ o democratización lingüística viene por supuesto emparejado con una política educativa que rompe las distancias de la cátedra erudita y amplía el espectro del nombrar propio y estricto de las lenguas de uso El discurso filosófico nos llega así por la lengua en cuestión, como lo hará una pintura por los elementos de su com posición; asumido el uso de la lengua particular, exhibido su conocim iento, el discurso filosófico, y con él la traducción, anuncia su llegada com o exposición del pensamiento. La ‘llegada de la traducción’ enfatizará entonces en una labor ‘curadora’ comprometida con la utilización del material lingüístico que trasiega de una lengua a otra; ‘llegada de la traducción’ que se concibe propiam ente com o ‘llegada del oficio rector del uso de la lengua para retransm itir el pen sam iento de otro ’; arbitraje del matiz; promoción de las licencias. ‘Llegada’ precedida de múltiples conocim ientos y cond icionam ientos en el discurrir mismo de las ideas, porque traducir no es simplemente trasvasar de un continente a otro, sino decidir e inferir, y de cada decisión que se toma surge un matiz, y de cada inferencia una discusión Luego los ‘desequilibrios’ de la traducción se librarán en adelante y sim ultáneamente entre las modalidades de eventos que constituyen discursos filosóficos, de cara a su traducción. No abusaríamos al afirmar que el discurso filosófico es inicialm ente un discurso sobre la lengua, sobre su instrum entalización y rendimiento; en este sentido cabe plantear un segundo interrogante:

¿Prima en la traducción filosófica un ejercicio continuado de interpretación, o gana a cam bio la supuesta transparencia entre lenguas ? El discurso filosófico participa del concierto de la racionalidad, pero en gran medida es así por estar penetrado por los rigores de la exégesis lingüística que son prerrequisitos del pensar y el traducir. Así, quien traduce lo hace aguzando sus saberes para no desfigurar en su ejercicio tanto la segunda como la primera lengua. in sistir en una y otra traducción de Confucio, A ristóteles, D escartes, Hobbes, Hume, Kant, Nietzsche, Marx, Heidegger, en los glosarios que exige la obra de cada uno de ellos, no es así más que una respuesta a la tesis: “el discurso filosófico es un discurrir que llama a la traducción como actitud racional pura”. Luego el primer problema de la filosofía es la traducción (su traducción), antes, mucho antes que su interpretación. Sobre este punto en particular volveremos más adelante, retomando los lincam ientos generales de la oposición entre W. v. O. Quine y D. Davidson con respecto a la ‘traducción (interpretación) radical’. En el discurrir filosófico, el uso de una lengua, cualquiera que sea, exige la concertación de leyes lingüísticas para el efectivo despliegue etimológico de sus térm inos; leyes que renuevan el pensamiento a partir de la relevancia y el tratam iento mismo de los problemas. La traducción, en este sentido, participa en el concierto intertextual com o entidad de prestigio. Por supuesto, el ejercicio filosófico podría reduplicar su reflexión acerca de la lengua, tal com o lo practica de hecho la estrategia 1 Rene DESCARTES. D iscurso d el Método. Grupo Editorial Norma. Bogotá. 1997, pp. 96-97.

226 deconstruccionista, que partiendo en su propósito de una lengua (filosóficamente activa) se desplaza hacia ‘otras lenguas’. La deconstrucción, se ha dicho con insistencia, no es un método, antes bien, es ‘dos lenguas’ que interactúan propiciando que la traducción entre a jugar un papel determinante. Si la lengua lleva entonces al discurso filosófico y a la exigencia de la deconstrucción — que vincula más de una lengua— , la traducción emprende complejos procesos relacionados con el discurrir filosófico com o tal. Los problemas filosóficos (como las metáforas posibles) han sido ya previstos, lo que facilita el juego de su traducción; al traducir se reescribe un texto inicial de otra lengua en la lengua propia como adelantando un tapiz en el que es posible distinguir los fragmentos y entrecruzamientos de las opciones lingüísticas; la traducción asume esta condición, este substrato de opciones intercambiables, aislando términos y giros que articulan uno y otro acento, como en un océano semántico alterable y continuo. A través de la traducción se hace venir la filosofía desde los remotos contextos de China, Grecia, Roma, Francia, Inglaterra, Alemania hasta los países hispanohablantes, hasta estos elementales ' tinglados donde tradicionalmente se ha observado la filosofía como un oficio del pensar instituido por otros hombres, por otras culturas, otros tiempos, y otras lenguas. Pero al jalonar la filosofía desde esos países, es la lengua española la que ha emprendido un viraje, ha realizado encuentros, y ha descubierto sus límites, ya que al traducir se apunta a un equilibrio semántico en el que las ideas ganen universalidad, y las lenguas también. Si bien el Español representa una lengua que a lo largo de su historia se ha aplicado más a traducir filosofía que a pensarla, podríamos recibir hoy la invitación, ¿por qué no?, a escribir filosofía en Español, no ya a traducirla; escribirla como se escribe un buen relato o como se rinde un informe. En el entramado de esta invitación resonaría por supuesto la ausencia de una gran tradición filosófica en nuestra lengua, sin embargo, com o toda gran escritura, probablemente no adolezca el Español de los recursos para emprenderla. Si tradicionalm ente el Español ha sido más un cauce verbal aplicado al uso ordinario, ello no lo exime para que se aplique —como de hecho lo ha hecho— a los problemas teóricos de mayor complejidad. A donde apuntamos en esta determinación de escribir filosofía en Español es al reconocim iento de los elementos de nuestra lengua como pertinentes y actuantes de cara a la exposición, discernim iento y solución de los problemas, porque de otra manera podría insinuarse que pensar en Español apunta por tradición a trivializar y tom ar estériles los significados, lo que desdibujaría sus grandes construcciones en otros menesteres intelectuales como la literatura, la poesía y el ensayo. Un caso genuino que ilustra la autonom ía lingüística asumida por un filósofo, lo encontramos en la elección deliberada de Xavier Zubiri por crear neologismos, en una suerte de estrangulamiento del léxico del Español que responde a una renuncia expresa a la traducción. Casi se diría que en Zubiri la lengua está obligada a rendir provecho etimológico, antes que a adoptar terminología entrecomillada y en bastardilla procedente de otras lenguas; los siguientes son algunos ejemplos de su obra que revelan la afirmación de un discurrir filosófico enmarcado estrictam ente en los términos del Español:

A ctuidad: “Actualidad no es, como pensaban los latinos, el carácter de acto de algo. Ser perro en acto es ser la plenitud formal de aquello en que consiste ser perro. Por eso yo llamo más bien actuidad a este carácter.”2

Afeccionamiento: “El hombre intelige lo real atemperándose de la realidad y estando afectado por ella. Atemperamiento y afeccionam iento son modos de estricta aprehensión de la realidad, de estricta intelección.”3

; Xavier ZUBIRI Inteligencia sen iien le, vol. I. inteligencia y realidad Alianza Editorial, Fundación Xavier Zubiri. Madrid, 1991, pág, 13. 3 Ibid., pág 106.

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Co-estimulidad: “el sentir humano es co-aetualización de realidad; en este “con" de realidad se funda la conciencia humana. El sentir animal es co-estim ulidad signitiva; este “con” de signo es la conciencia sensitiva del animal.”*1

Inteiigizar: “En lugar de “logificar” la intelección es menester “inteiigizar ” el Iogos. Pues bien, inteiigizar el logos es considerarlo como un modo de actualización intelectiva “común”.5

Sentiente: “El sentir humano y el inteligir no sólo no se oponen sino que constituyen en su intrínseca y formal unidad un solo y único acto de aprehensión. Este acto en cuanto sentiente es impresión; en cuanto intelectivo es aprehensión de realidad.”6

Talidad: “La formalidad de realidad es formalmente no sólo inespecífica, sino que es constitutivamente trascendental. Pues bien, su contenido en cuanto aprehendido como algo “de suyo” ya no es mero contenido, sino que es “tal" realidad. Es lo que llamo talidad. Talidad no es mero contenido.”7

Vcrdadear: “La realidad, pues, es lo que da verdad, y a este “dar verdad” es a lo que he solido llamar "verdudear","s B ajo otra óptica, los términos se normalizan como consecuencia de la práctica de la traducción, porque abusando de la traducción ‘disponemos de material (¿de térm inos?) filosóficos’. Uno de los grandes m om entos de en riqu ecim ien to in telectu al del E spañol en su h isto ria vino precedido precisamente de decisiones oficiales en relación con la traducción: “En torno a l m onarca [Alfonso X , El Sab io (1 2 5 2 - 1 2 8 4 )] — co m en ta R afael L apesa— se co n g reg an ju g la r es y trov ad ores,

jurisconsultos, historiadores y hom bres d e cien cia. Prosigue la costu m bre d e q u e en las versiones d e lenguas orientales trabajan em p a reja d os ju díos y cristianos, y fruto de su labor conjunta son varias tradu cciones latinas; pero es m ás frecu en te qu e la obra q u ed e en rom an ce y q u e el cristiano ponga en castellan o m ás literario la versión oral d e su com pañ ero. Esta p referen cia por un texto rom ance, absten ién d ose d e p asarlo a l latín, respondía a los a fa n es d el m onarca en punto a difusión de la cultura; pero es in du dable q u e o b ed ec ió tam bién a la in tervención d e los judíos, p oco am igos de la lengua litúrgica de los cristianos. L a con secu en cia fu e la creación d e la prosa castellan a. El esfuerzo au n a d o de la corte a lfo n sí d io co m o resultado una ingente producción [...], y una serie de tradu cciones y ad ap tacion es que, si n o proceden todas directam en te d el Rey Sabio, fueron h ech as siguiendo su ejem plo, en la corte o fu era d e e lla .”9 Queda claro entonces que alguien debe promover la filosofía, invitar a hacer ciencia, pero también a traducir, como lo haría posteriormente en Francia Enrique II en 1556, cuando su Cancillería extendió una invitación que, en los siguientes términos, se pronunciaba en relación con los D iálogos contra los nuevos A cadém icos, de Guy de Brués: “Nos, d esea n d o sin gularm ente q u e esta ruta abierta por

el a n ted ich o Brués {que considera gran d eb er el tornar la filo so fía d om éstica y fa m iliar p ara nuestros súbditos en su lengua m ism a) sea segu ida por otros buen os y ex celen tes espíritus d e m uestro reino, y por ello poco a p oco con du cida d esd e G recia y el p aís d e los latin os a estas m arch as [...].”10 En general los monarcas ordenaban la edificación de obras, la construcción de máquinas, las descripciones 4 Ibid., pág. 164. 5 Ibid., pág. 168. 8 Ibid., pág. 120. 7 Ibid., pág. 124 8 Ibid., pág. 331. 9 Rafael LAPESA. Historia de la lengua españ ola. Editorial Credos. Madrid. 1985, pp. 237-238. 10Tomado de Jacques DERRIDA. El len gu aje y las in stitu cion es filosóficas. Paidós. Barcelona. 1995, pág. 40.

228 científicas, los viajes de exploración, la elaboración de obras de arte y piezas musicales y de literatura, lo que indica que alguien debe invitar a pensar, a escribir, a traducir, etc Empieza-así a quedarnos claro que para escribir filosofía se debe promover un equilibrio entre una pedagogía radicalmente nueva en relación con la investigación, y el quehacer mismo de la traducción. Todo esto resulta claro, por supuesto, pero ahora las preguntas son:

¿Quién, en nuestro medio, emprenderá la tarea de pensar ?; ¿servirán acaso un helenista, un cartesiano, un neokantiano, un marxista, un derridiano ? Resulta evidente que todas estas filiaciones suenan a deformaciones, a proselitismos intelectuales, a ‘traductores de filosofía’. ¿Q uién entonces?, atrevámonos a responder: un pensador dotado de lenguas para desafiar a través de ellas el oficio de la traducción; iah!, pero algo más, un pensador creativo y riguroso como lo pedía Nietzsche. La anterior reflexión cobra elocuencia si preguntamos su a vez: ¿quien es Hegel en lengua alemana?, ¿quién Hume en Inglés?, ¿quién D escartes en Francés?, en fin, ¿quién es quién en Español? Exigencia que comporta una valoración lingüística definida: la ‘racionalidad’ de pensamientos filosóficos que se proponen dar cuenta de las formulaciones y soluciones a problemas propios del conocim iento; racionalidad que en el fondo tiene un compromiso: la claridad, porque la exposición filosófica exige ser clara desde la lengua misma, y el pensamiento mismo, siendo a su vez claro, es seguro, traducible y comunicable. De la misma manera que hay una ‘lengua de la ley’, una ‘lengua de la fe’, una lengua literaria’, hay también una ‘lengua filosófica’ que asegura el tratam iento de las nociones propias de la filosofía, que h ace com patible la lengua com ún con los d iscu rsos on tológ ico, m etafísico, fenom enológico, epistem ológico, ético , estético . Pero, según esta d escripción, ¿prohibiríam os radicalm ente la traducción?, ¿provocaríamos deliberadamente la ira de Georg Steiner?, ¿desafiaríamos Babel7 La exigencia es contundente: para pensar se requiere una lengua que interrogue, argumente y afirme; la suerte de la filosofía está, así visto, no en la diseminación de discursos difícilmente congregados al pulso de las traducciones, sino en la concertación de la- significación en una ‘lengua común’ en la que nos aprestamos a cavilar y cuestionar, porque la filosofía escrita bajo este recurso facilita además su tránsito hacia la pedagogía del conocim iento y hacia la traducción misma. Las dificultades que comporta la traducción no distancian entonces la aplicación al quehacer filosófico, en tanto que lo efectivamente traducido promovería la reconsideración de ideas en el marco de la lengua propia, en la cual sabemos sin mayores dificultades qué pensar y qué nombrar. Esta facilitación responde a los desbordes de la traducción, y nos permiten salir un poco de la premisa de que el pensar filosófico reposa en obras com o la . C rítica d e la R azón Pura, el D iscurso del M étodo, el E nsayo sobre el E nten dim iento H u m an o, Ser y Tiem po, etc.; en estas fuentes está el com ienzo del ejercicio del pensamiento, de la enunciación de los problemas, así com o una conm inación a la traducción, al tránsito entre lenguas. “Con el consentim iento d e D escartes — comenta Jacques Derrida— y d e acuerdo

con el propio sen tido com ún, aq u ello qu e en el m u ndo es m ás com partido qu e una lengua, una traducción borra una serie d e en u n ciados q u e no solam en te pertenecen a l original y sin discusión posible, sino qu e a d em á s h ab la n y practican perform ativam en te la lengua en la cu al se produce este origin al.”11 El aprendizaje de los clásicos partirá entonces de la traducción como inferencia que, salvando las diferencias, practicará su m étodo de observación, discernim iento y exposición en la resolución lingüística de otra lengua, porque si bajo otras circunstancias se propone la traducción de manera irresponsable como simple imitación, la parodia desequilibrará por actitud las virtudes intelectuales del texto original..., y si al margen de la intención académica, la parodia acaece como desconocimiento de los rigores de la escritura, no será difícil, en cualquier caso, que la traducción incurra en errores, dislates, imprecisiones que desvirtúen su oficiosidad con el sentido y la asimilen precisamente a la intención desacralizadora de la parodia. 11 Ibid , pág. 52

229 El an te rio r parangón, más que otros, señ a la los desbordes de la trad u cció n y prepara su consideración como problema filosófico del lenguaje: ampliación del espectro de transformación de lo serio y riguroso en la broma y en lo ligero. Sin prefigurar la actividad del traductor, su desafío está en la cualificación de sus decisiones sin incurrir en los riesgos de la parodia, los cuales sacrificarían su labor y pondrían en entredicho la em inencia del discurso original. Una y otra opción, ‘parodiar’ y ‘traducir’, son sin embargo actitudes derivadas del acto de pensar; consistiendo la primera en traducir concitando a la antitraducción, mientras que la segunda lo hace como acción radical de trasvasamiento. Desafiar la traducción com porta, de otro lado, grandes desequilibrios como los expuestos por Jorge Luis Borges en «Los traductores de las 1001 Noches», de Historia d e la etern id ad (1 953), donde denuncia la metamorfosis sufrida por el texto clásico en manos de los traductores; denuncia igualm ente de los desaguisados de la traducción desde tres ópticas diferentes, con tres afanes filológicos e ideológicos diferentes. El com prom iso de la traducción resulta entonces sumamente com plejo, es cierto, pero el traductor debería evitar, bajo la vestidura de la traducción, observar desde dentro, mirando a cambio la realidad textual com o realidad fundamental, aunque es vidente que toda visión de la escritura configura valoraciones, aislamientos de sentido, audacias de la forma, etc. Por esta razón, aunque el mismo Borges incurre en múltiples traducciones, no por ello deja de criticar duramente a los traductores (¿d etractores?) de L as Mil N oches y una N och e ; y por las mismas razones Valery Larbaud censura y elogia alternativam ente el papel del ‘traductor-traidor’. La labor de la traducción avanza entonces hacia un objetivo que logra tras múltiples avatares filológicos y lingüísticos; su injerencia es relativa, nunca definitiva, se inicia o continúa en ella un curso del sentido del texto original que va de una lengua a otra, de una epistem e y una sem iosis a otra.

1. Pausa e impedimentos Hay un alcance esencial del texto en cada frase traducida; alcance que el traductor sopesa para verterlo a la segunda lengua, pero cuando el texto habla de su propia lengua, por ejemplo, traducir se vuelve inútil. ¿Cómo traducir al Español un poema, un ensayo, o una simple frase del Inglés que hable de cóm o usar el Inglés, o cómo pensar en Inglés, cantar, soñar, amar en Inglés? Pero, ¿por qué resulta inútil hablar precisam ente de la lengua en la traducción?, paradójicam ente porque entonces ya no existe com o lengua, sino como cosa destituida en otra lengua que no es ella. El traductor no presencia la lengua como forma del pensam iento sino como material semántico, luego al traducir es ‘inútil’ nombrar la lengua original com o soporte de la dicción. Este desfase, que puede albergar enormes decisiones acerca de la traducción, m arca desde ya una condición que hace de la traducción ‘otro texto’, un texto por ‘yo interpuesto’, casi un texto indirecto que puede ser fiel a todos los capítulos y matices sem ánticos de una y otra lengua, pero que elude sistemáticamente la alusión a la lengua m isma. La traducción como señal de la afirmación de las opciones de una lengua ante los retos de otras, dim ensiona claram ente una sola lengua, la propia, la traductora; instituida com o pedagogía, la traducción representa algo así como el vehículo para todo aquello que sea discurrido en otras lenguas a lo largo de la historia. El ejercicio pedagógico y selectivo de la traducción traza así una ruta de señalamiento de textos que apunta a concebir la traducción misma como actitud, sin incurrir en esfuerzos demenciales de traducir lo que no m erece ser traducido. Estas dos señales revierten por supuesto en com entarios político-culturales: a) La traducción como refuerzo ante la “carencia de saberes” en materia científica, filosófica, literaria, etc.; b) La traducción como constelación de textos promovida desde el mercado editorial, porque de paso pareciera que 'todo está traducido’, sin que nadie pregunte a cambio: ¿y quién es el (la) traductor(a) de este texto? La traducción se facilita, pero también se resiste, com o sucede con todo traslado; al vehicular la significación, la traducción aporta una suerte de decisión que facilita el desplazamiento, aunque el tránsito mismo nunca está garantizado, ni está del todo previsto que pueda suscitarse algo, que

230 pueda fracasar algo que desajustaría el traslado y revelaría el trajín y la incertidumbre del tránsito. Esto sucede con la traducción en la que no basta la decisión y la previsión, y donde cada imprecisión repercute en la formulación del conocim iento que se quiere restituir al otro lado de la lengua original. La función de traslado acusa entonces el paso de un aquí a un allá, confiriendo estatus a una firma original (la del autor) que firmará nuevamente una vez salvadas todas las dificultades del traslado. ¿En qué medida es la traducción una restitución? Si la idea de “recomposición del sentido” prevalece, nos vemos obligados en la traducción a privilegiar la restitución del significado lingüístico en la otra lengua; así la traducción restituirá el sentido de la misma manera que todo m ensaje recodificado restituye el suyo. Pero al decir “restitución” estamos presuponiendo una clausura previa, o cuanto menos una suspensión, y la imponderable tarea de la traducción puede no cumplir con ello. Nuestras preguntas serán ahora:

¿Necesita la filosofía d e la traducción?, o esta no ha constituido más que un dilem a lingüístico de la puesta en común del pensam iento a través de las lenguas ?; ¿Podría el pensam iento filosófico apañársela sin la traducción ?, o es ineludible esa “restitución” de un ejercicio continuo de trasformación y síntesis ? El acercamiento de las lenguas en términos estrictam ente didácticos nos permite hablar, no ya de la dificultad de la trad u cció n , sino propiam ente de las exig en cias de cada lengua de cara al ad iestram iento filo só fico ; m ás aún, hablaríam os de e je rc ita r el pensam iento a través de las traducciones, tanto una com o otra, dificultades de enormes dimensiones. Luego el compromiso que estam os em prendiendo afectaría la pedagogía misma de la filosofía tal com o ha sido asumida tradicional mente en nuestro medio: filosofía al margen del aprendizaje y la reflexión acerca de las lenguas; filosofía centrada en los autores, con problemas heredados y falsas posturas académicas, filosofía como exégesis de textos distantes sobre problemas distantes, propuestos y desarrollados por filósofos distantes.

2. Ministerios de la traducción ¿Por qué tanta evangelización en Am érica?, ¿por qué los catecism os y las Biblias traducidos a las lenguas amerindias?, sin restar méritos a la traducción, es en este punto en donde reside su verdadero ministerio; la traducción que se ofrece como regalo del saber entre lenguas, a la postre se recibe como castigo cultural de la diferencia Cada vez al traducir se pone en marcha una cruel evangelización, una desfiguración de la cultura y del pensamiento propios, pero si delatamos a la traducción en estos términos no es restándole valor como conocim iento, pues quienes entran en contacto con la traducción y se mantienen en los márgenes de la com unicación, en su relación segura entre palabra y objeto, no precipitan necesariam ente su insignia com o instrumento de deculturación. Si bien las lenguas ganan un estatus por obra de los pensadores y escritores canónicos inscritos en ellas, esta “d ignid ad ” no ten d ría por qué ser ób ice para que o tras lenguas carezcan de reconocim iento, tal como lo sanciona la tradición occidental, donde a partir del Griego y el Latín, solamente tres lenguas más (el Alemán, el Francés y el Inglés), se acercan al estatus arbitrario de ‘lenguas para la filosofía’: Jacques Derrida señala al respecto: “Com o hoy, tam bién entonces el librero señ a la b a qu e los libros d e filo so fía escritos en cierta lengua no son muy solicitados ”n Hay, por supuesto, algo que ofende en esta declaración; un juicio radical en relación con ‘ciertas lenguas’: las que no..., o las que definitivamente no..., sin atender al discurrir filosófico mismo, concediendo con abierto empacho que entre el pensamiento filosófico y ‘algunas lenguas’ existen nexos privilegiados que desplazan la participación de otras. Este prejuicio casi equivaldría a afirmar que las historias contadas en ‘ciertas lenguas’ carecen de interés, pero la restitución de este error la ha suplido precisam ente la traducción, demostrando resarcir la inculpación histórica generalizada que resta méritos a ‘ciertas lenguas’ a las que se destina irrecusablemente a los riesgos de aceptar la traducción.

12 Ib id , p ág. 6 0 .

231 Es indagando las políticas lingüísticas a lo largo de la historia com o conseguiremos saber en qué medida se ha valorado el saber inscrito en otras lenguas y en qué medida se ha promovido el propio. Saber por ejemplo cuándo la lengua francesa empezó a adquirir su estatus como lengua de poder y de saber, cuándo la alemana, la inglesa y antes, mucho antes por supuesto, la griega y la latina, y saber además en qué medida las políticas de otras lenguas han sido indiferentes a esta avanzada de los saberes filosóficos y científicos, conservando en com pensación una extraña condición de súbditas de otras lenguas de las que traducen y en las que invitan simplemente a leer la filosofía. Este rigor de las decisiones políticas, que puede proceder tanto de un autor que asume escribir en una lengua y no en otra, compete asimismo a los decretos de promoción y restricción lingüística. El resultado es el presente de nuestra lengua, el Español, su tímida incursión en el discurrir filosófico, su desprestigio ante los editores y pensadores a pesar de que la realidad com o tal la hemos conocido a través suyo y los problemas los hemos discutido en los márgenes de su sem ántica, practicando su sintaxis para emprender la traducción de otras lenguas. Al margen de discusiones acerca de la calidad de las traducciones, se puede afirmar en términos generales que el Kant de José Gaos, el Aristóteles de Emilio Lledó, el W ittgenstein de Carlos Moulines, etc. los interioriza nuestra cultura intelectual como si se tratara de genuinas disertaciones en nuestra lengua, pero todos sabemos que el Griego y el Alemán son lenguas de sem ántica aglutinante difícilmente trasplantable a la nuestra analítica. Se abre aquí el umbral de un gran problema que tiene que ver con la secular declaración la obra de los grandes filósofos como los “verdaderos libros d e filosofía", lo que no significa en últimas más que la promoción de la filosofía com o doctrina; y así, preguntamos:

¿Hay obligación en la traducción ?; ¿Debían los indígenas am ericanos conocer la B iblia ?; ¿Debemos nosotros conocer a K ant ? Corregir Babel no implica, en el anterior orden de ideas, restituir la ‘lengua perfecta’; antes bien, vislumbrar los alcances de la traducción, su vinculación con la gnosis, con la hermenéutica, con una teoría de la cultura que amplíe nuestra comprensión de la confrontación entre palabra y objeto. Como intenta exponerlo exhaustivamente Umberto Eco en su libro L a bú squ eda d e la lengua perfecta en la cultura europea (1993), y antes de él George Steiner en After B abel, aspeets o f language & translation (1975), podemos vislumbrar la diferencia entre unas y otras lenguas porque al traducir una obra en particular se tiene la presunción de rendir tributo al esplendor de un pensamiento consagrado como ‘central’, ‘primordial’ y ‘decisivo’, sin atender a cambio a las opciones que regala la diferencia, cabe decir, a la desvinculación de una lengua particular del circuito logocéntrico impuesto por la filosofía. Podríamos decir sin embargo, sin incurrir en contradicciones, que la traducción nos “libera” de los desafíos entre lenguas; nos adelanta lecturas comparadas y nos saca conclusiones acerca de la estructura de las lenguas, sin privilegiar necesariam ente un discurso ideológicamente avasallante que se ‘deba’ impartir en todas las lenguas posibles. Detrás de la traducción palpita entonces, de manera ambigua, un credo y un reconocim iento de los m éritos de la diferencia y la autonom ía lingüística; es esta y no otra la situación interlingüística propiciada por el filósofo Raymond Klibansky cuando, en el marco de la guerra fría, emprendió la colección ‘Filosofía y Comunidad Mundial’, con la que pretendía mostrar que la filosofía puede ayudar a la idea de una comunidad mundial a través de la traducción a diversas lenguas (Inglés, Alemán, Francés, Polaco, japonés, Húngaro, Italiano, Español, Árabe, Hebreo y otras muchas) de textos canónicos de la tradición de la tolerancia, publicados en ed iciones asequibles que profesores y estu d ian tes del m undo en tero podían adquirir con comodidad; entre otras, las obras traducidas para la colección fueron: John Locke, E pístola de toleran tia ; Baruch Spinoza, textos sobre la libertad, Rey Asolea de la India, E dictos ; Marco Tulio Cicerón, Tusculanae dispu tation es, Denis Diderot, artícu lo ‘tolerar’ d e la E n ciclo p ed ia ; Thomas Paine, L os derechos del h om b re ; Santo Tomás de Aquino, Utrurn ritus in fideliu m sint toleranti, en Sum a Teológica II, 2; Roger Williams, The bloudy tenant o f persecution in ca u se o f conscien ce; Sébastien Castellio, Fe, du da y to leran cia ; Nicolás de Cusa, D e p a c e fid e i ; Lessing, N athan der Weise\ Boccaccio, Fábu la d e los tres anillos.

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3. ¿Pero qué es la traducción? La investigación acerca del lenguaje va de las palabras a las cosas, en tanto que la traducción, com o in vestigación , va de las palabras a las palabras; del com p lejo te ó rico de dos lenguas parangonadas deberá pasarse a la resolución del detalle en la cláusula y en la palabra misma. Prever en qué reside la oscuridad de las expresiones de un texto en una determinada lengua implica así, más que un saber lingüístico, una com pleja determinación semiótica que hace del discurso filosófico un ejercicio arduo del pensar. Pero la pregunta ¿qué es la tradu cción ? , que en un primer momento puede resultar evidente debido al margen de duda necesario que precede a toda enunciación de un problema, en un segundo momento pasa a ser de una contundencia ineludible, debido a la eminente implicación práctica de su ejercicio (traducir es incursionar en los oficios de la confrontación y la suplantación). Si, por la segunda vía, emprendemos la traducción, la resolución de la pregunta nos pondrá de un lado ante el desafío herm enéutico que confronta dos lenguas, y por otro ante la singular evaluación de una oficiosidad inalienable a la cultura. ‘iTodo es traducción'.’, podríamos sentenciar desde ya; procedamos entonces de manera metodológica, porque ante todo la traducción es método; el ‘cam ino’ delineado y finalmente abierto entre dos lenguas para que un discurso refresque su exposición en los límites de otra lengua. Para W. V. O. Quine acumular evidencia inductiva a favor o en contra de la traducción permite tomar decisiones pertinentes para que: “las oracion es recom en dadas por los m an u ales d e traducción

rivales, com o tradu cciones d e una cierta oración, n o [sean] in tercam biables en contextos d e uso de la len gua.”'3 Con suficiente evidencia pragmático-lingüística como para responder por conocimientos ciertos, pero a su vez con una fuerte dosis de inducción, la traducción se asume como conocimiento y se ejerce con seguridad, precisam ente para afirmar o para negar las distintas opciones. Sin embargo, como aprendemos de Quine, la ‘indeterminación de la traducción’ impele a la traducción misma, cuya ejecución podría consistir simplemente en la irresponsable precipitación de un traductor o de un ineficiente manual de traducción. Supongamos, en términos simples, que ante la expresión inglesa:

“Hey, the w olf is on your b a ck l”, implicamos com o comprensión una estampida humana, y que ante la expresión:

“The wolf'. The wolf\”, (“¡El lobo! ¡El lobo!”) como en la fábula, implicamos un sobresalto canalizado de manera inmediata en una búsqueda; y repetida la operación, dice la fábula, el efecto de

“The wolf'. The wolf'.’’, (“¡El lobo! ¡El lobo!”) es el mismo, aunque un tanto atenuado, pero a la tercera oportunidad ya nadie presta atención. Pasando propiam ente a la traducción, recordem os alternativam ente el grito de los soldados republicanos españoles cuando avistaban a las tropas nacionalistas:

“\Hey, que viene el lobo'." —gritaban. Ahora bien, enmarcados en los límites de dos lenguas (el Inglés y el Español), la traducción de estas expresiones reclama tanto la literalidad como la implicación pragmática de las expresiones; en otras palabras, aunque ceñida a la simple traducción literal, la decisión del traductor obedecería sin embargo a deliberaciones interpretativas estrictas distintivas de cada lengua. Combinar estas dos opciones casi anunciaría desde un principio la confusión entre “significado” y “creencia”, previendo que una y otra función corresponden respectivamente a la traducción y a la interpretación; significado y creencia a partir de los cuales se entra en el grave dilema filosófico que considera como ‘verdad’ las decisiones propias de la traducción. El primero de los ejemplos propuestos: “Hey, the w olf is on your bach\”, será, al momento de ser traducido al Español, muestra clara del rechazo de lo dado; así: (“ ¡Hey, el lobo está a sus espaldas!”, 15 QUINE, Willard van Orrnan La bú squ eda de la verdad. Crítica. Barcelona 1992, pp. 79-81

233 o “iHey, el lobo está atrás suyo!”) no participan como opciones en una lengua en la que sencillamente se diría: ( “¡El lobo ! ¡Que viene el lobo !”). Esta decisión anuncia, como se ve, la elipsis del significado, antes que la confrontación con la propia literalidad y referencia. Pero volvamos a la pregunta que nos ocupa: ¿ q u é es La tradu cción ? En ambos casos la traducción ilustra el paso de una expresión en Inglés a otra instancia de la significación de la misma expresión en otra lengua, lo que nos mueve a preguntar si en realidad hablamos del fenómeno de la traducción, y como tal del experimento de ‘traducción radical’ indagado por Quine?, o en su defecto, hablamos propiamente de la interpretación? Si la traducción facilita la apropiación de un significado en los términos de una lengua propia, es obvio que en el primer caso se trata de una traducción fallida, sólo que no hay equivalentes lingüísticos en la lengua receptora que aíslen una a una las palabras de la expresión en cuestión. Vista desde una teoría radical de la traducción, esta ausencia llam aría a fracaso, pero vista en un panorama más amplio, no tendríamos más remedio que conceder que traducir una expresión es, antes que resolver su significado, asumirlo como conocim iento, lo que vincularía la traducción a la ‘verdad’ de manera incuestionable. Lo anterior indica que se traduce la expresión en la medida en que se la asume como certeza, y a partir de ahí se accede a una teoría del lenguaje que rezaría: “Toda en u n ciación A en ten dida co m o tal se tradu ce co m o ‘verdad’” De donde tendríamos en nuestros ejem plos al menos cuatro opciones de traducción de cara a la ‘verdad’ : a) b) c) d)

la alarma generalizada, la determinación de enfrentar al lobo o huir los atisbos de incredulidad la indiferencia

Se trata de cuatro implicaciones (¿o interpretaciones?) comportadas com o tales en la medida en que rinden un provecho en términos de la aceptación de las exclam aciones puestas en consideración. El significado de las expresiones: “iHey, q u e v ien e eL lobo'.” y “\El lobo, iEl lobo'.", es obvio que tiene un núcleo que reside en la palabra “lo b o ", lo que nos lleva a pensar que la traducción se comporta en general sobre un criterio elíptico de localización contextual del sentido de las palabras. La traducción es, en este sentido, sencillam ente un efecto, un conocim iento indagado contextualm ente, antes que la dilucidación formal de una estructura de una lengua trasvasada a otra. Pero el efecto de la traducción resulta difícilmente independizable del de la creencia, y como tal de la interpretación, a donde llegamos ahora.

4. ¿Traducción o Interpretación? Al proponer ejemplos que vayan de una a otra lengua, casi podríamos afirmar que hemos facilitado las cosas para sesgar nuestra lectura hacia el lado de la interpretación. Una expresión como: “¡Hey, the w olf is on your b a c k l”, es evidente que se interpreta tan pronto estamos en la necesidad de traducirla; así, estaríamos tentados a decir que son las interpretaciones, por asegurar una definición en la praxis misma de la com unicación, las que sancionan en cada caso una función de la creencia individual o colectiva, útil para el oficio del traductor. En su correcto funcionam iento sintácticosemántico, las expresiones mueven a interpretaciones radicales, sin ambigüedad, como comandos libres de literalidad, amparados en la siguiente formalización: Si L entonces R Si la expresión inglesa: “Hey... the w olf..." , entonces la interpretación radical que reconstruye en Español las expresiones referidas a eventos de alarma y peligro Formalización que nos llevará a concluir, con Donald Davidson, que la interpretación radical expone una suerte de deliberación contextual a la tarea de la traducción, porque las expresiones de uso de una lengua exigen presupuestos de interpretación, antes que sometimientos semánticos y literalidad; en palabras del propio Davidson: “L as id ea s cen trales d e lo q u e h e d ich o h asta ah ora

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pu eden resum irse así: los h ech o s con du ctu ales o d e disposición que pueden ser descritos en form as qu e n o su ponen interpretaciones, pero sobre los cu ales pu ede b asarse una teoría d e la interpretación, serán n ecesa ria m en te vectores d e sig n ificad o y de creencia. Un resultado d e esto es qu e para interpretar una em isión particular se n ecesita construir una am p lia teoría p ara la interpretación d e un núm ero poten cialm en te in fin ito de em ision es. La evid en cia p ara la interpretación d e una em isión p articu lar tendrá q u e ser en to n ces u n a ev id en cia p ara la in terpretación d e todas las em is io n e s d e un h a b la n t e o co m u n id a d . P or ú ltim o, si e n tid a d es ta les c o m o sig n ifica d o , proposicion es y objetos de creen cia ocu pan un esp a cio legítim o en la ex plicación de la condu cta de h ab la , esto sólo se d eb e a q u e pu ed e dem ostrarse q u e ellas desem peñan un p ap el fu n d am en tal en la construcción d e una teoría a d e c u a d a ” Pero volvam os a donde habíam os iniciado; tan to la traducción como la interpretación son restituciones de sentido en términos estrictam ente lingüísticos La confusión entre traducción e interpretación, aunque facilitaría la resolución pragmática del problema del significado, comporta sin em b arg o g rav es d ific u lta d e s : la tr a d u c c ió n , p ara em p ezar, am p lía sus re s tric c io n e s presuposicionales añadiendo precisiones etim ológicas eruditas, pero este agregado no hace más que corroborar los términos de la tesis acerca de la necesidad de una traducción holística, antes que la tra d u c c ió n p ro p ia m e n te lite r a l; se tra d u c e n n ú c le o s s e m á n tic o s que se a c o n d ic io n a n convencionalm ente a las formas de expresión de cada lengua, lo que no elude una fuerte dosis de interpretación en cada mínima traducción. Para resumir, lo que Quine precisa com o ‘indeterminación de la traducción’, lo vinculamos aquí con la ejecución holística de la traducción, según la Cual un foco semántico del texto original globaliza el énfasis y el matiz de la expresión a traducir, mientras que el resto del texto elude el mecanismo de la traducción literal y se som ete al ‘constructivism o’ propio de la segunda lengua. Esta opción epistemológica que hemos declarado ‘holística’, considera la complejidad del texto original como algo no reductible a convencionalidad, reglas y suma de elem entos, siendo más bien objeto de reconstitución a través de un sistema global de procedimientos, en el que participan saberes y creencias culturales y lingüísticos.

5. De cara a los traductores Además de lo contem plado hasta el m om ento, la traducción expone capítu los de inefable com plejidad, descritos sólo a partir de la enorm e oficiosidad de intelectuales com o Antonio de Capmany y de Montpalau (Barcelona, 1742 - Cádiz, 1813), quien tradujo con reconocida aceptación diversas páginas del Francés, sólo bajo.la garantía de su propio nombre. El nombre del traductor aparece así construido com o garantía del ‘buen sentido’, de su ‘saber’ de lenguas y de su ‘casticism o’ en cuanto al uso de la propia, si podemos invocar aún ese difícil concepto unamuniano. De otro lado, metáforas, alegorías y enigmas, ¿qué solución tienen en el universo de la traducción? Ya la m etáfora sortea un desequilibrio referencial que exige saberes e intuiciones no siempre negociables. En la acepción de la palabra ‘m e tá fo r a ’ , com o en la de 'traducción' , se insinúan desplazamientos y tránsitos; inmersiones de la palabra en otros océanos de la significación. Así, en buenos térm inos, ¿sería recom endable trad u cir las m etáforas?, es decir, disolverlas, buscarles causalidades y equilibrios lógicos?; y de otro lado, ¿cuánto más difícil sería llevar la metáfora a otra lengua y darle allí el encendido que la inflama de agudeza, sabor y saber? Nos va quedando claro que la traducción exige el nombre de un traductor, un Virgilio que guíe al Dante en los abstrusos recorridos del Infierno. Porque para el texto constituido como pieza labrada en la lengua original y proyectado fuera del circuito monolingúe, el traductor debe aparecer como un equivalente al autor, es decir, un mentor, un enunciador sin el cual el texto no es texto. El propio A n tonio de Capm any afirm a: “C om o e l d iv er so c a rá c ter d e la s len g u as c a s i n u n ca p erm ite

tradu cciones literales, un traductor, libre en algún m odo d e esta esclavitud, no pu ed e d ejar de caer 14 Donald DAVIDSON. De la verdad y d e la interpretación, fu n dam en tales contribuciones a la filosofía del len gu aje. Gedisa editorial. Barcelona. 1990, pág. 158.

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en ciertas licencias, n acid as d e la libertad d e bu scarle a l m od elo an alog ías y eq u iv a len cia s , que a c a s o desv an ecen su precisión, energía y h erm osu ra.”15 Si bien la atención por el estudio y purificación del idioma se revela en la obra de eruditos contem poráneos de Capmany com o Mayans y Sisear, Orígenes d e la lengua ca stella n a (1 7 3 7 ); Juan Valdés, D iálogo d e la lengua, y R etórica ; Fray Martín Sarm iento, Elem entos etim ológicos según el m étodo d e E uclides, es en Capmany en quien se concentran ‘todos’ los saberes, como respaldo a la labor del traductor y polígrafo, conjugando su actividad literaria con un notable afán históricista; Capmany es autor de las M em orias h istórica s sobre la M arina, com ercio y artes d e la an tigua ciu d ad de B arcelon a (1 7 7 9 -1 7 9 2 ), así com o del Arte d e traducir d el idiom a fran cés a l ca stella n o (1 7 7 6 ); destacó como filólogo, como orador, y como director de varios periódicos; son también suyas las obras: Teatro histórico-crítico d e la elo cu en c ia ca stella n a (1 7 8 6 -1 7 9 4 ), en el que seleccionó modelos del buen estilo; F ilosofía d e la elo cu en cia, y D el origen y form ación d e la lengua castellan a (1 7 8 6 ), tratado en el que abordó, como un pionero, la historia lingüística del Español. No exageramos al afirmar que, antes que un texto, se traduce a un autor, es decir, a una suerte de elocuencia que se recoge de m anera particular en la segunda lengua, porque ¿cóm o restituir la sem ántica de una lengua cuando hay desconfianzas con la utilización que de ella hacen los propios autores? La respuesta es: a base de elocuencia, de poder decirlo todo pero en la única lengua que se ejercita de manera monolingüe desde siempre. Así visto, los móviles persuasivos que llevan al traductor a inferir y argumentar, hacen de la traducción una suerte de restitución de la retórica y la elocuencia de la primera en la segunda lengua; dicha restitución salva las dificultades de la voz enunciadora en el texto traducido y pone al corriente una actualización más de la manera de nombrar en la segunda lengua. En efecto, si hacemos com paraciones siglo por siglo de las traducciones de textos clásicos de otras lenguas, el traductor de cada época dejará en ellas su impronta antes que salvar de manera definitiva las dificultades retóricas de los textos de la primera lengua. Según lo visto, en las fronteras de la traducción la verdad no es ni la correspondencia ni la evaluación del significado en relación con la referencia, sino la elocuencia misma del traductor, cuyo testim onio constituye el presente de la palabra y de la información. Esta situación invita a una comprensión diferente de la traducción, surgida del reconocim iento de la lengua propia como ‘autonom ía’ que nos permite condesceder precisam ente con los presupuestos de la definición de “lengua” del dialectólogo José Joaquín M ontes Giraldo, que dice: “L a lengua llen a todas las fu n cion es d e la com u n id ad qu e

la usa (com u n icación literaria, adm in istrativa-estatal, cien tífica, edu cativa, etc ), sin recurrir p ara ninguna d e ellas a otra len g u a ,”16 La traducción juega así su papel como balanza que oscila entre el prestigio y la necesidad; prestigio y notoriedad de las voces que claman por ser traducidas; necesidad de desarrollar una lengua con los saberes de otras con mayor asentam iento cultural e histórico en determinados campos. Se trata, por supuesto, de un raro equilibrio que acaso contradiga las razones editoriales contem poráneas que podrían resumirse en lo siguiente: - se traduce para inundar el mercado editorial. Este criterio, que está por fuera de cualquier consideración filosófica acerca de la traducción, trae a cuento, de otra parte, expresiones tan recurrentes com o: “¡es una p ésim a trad u cción !”, “ iq u é traducción m ás mala\”, “¡se trata de una traducción muy d eficien te , desacertada, ab erran te !” Juicios que bien podrían poner en consideración la segunda y acaso primordial acepción de “traducción”: del Latín Traducére, ‘transferir’, com o acto de transacción administrativa, como desvalorización de méritos y desplazamiento forzado a otra instancia de su desempeño con menores exigencias en cuanto al rendimiento y los méritos; en fin, la igualación tantas veces denunciada entre la “traducción” y la “traición”, del Latín Traditio, delito del que quebranta la fidelidad o lealtad, en el mismo sentido, quizá en el que se entiende traducción por extensión com o “interpretación”, esta sí, un digno ejemplar dentro de los problemas filosóficos del lenguaje. 15 CAPMANY y de MONTPALAU, Antonio de. ‘Arte de traducir del idioma francés al castellano (1776)”, en Textos clásicos d e teoría d e la traducción. Miguel Ángel Vega, Editor. Ediciones Cátedra, S.A- Madrid. 1994, pág. 196. 16 José Joaquín MONTES GIRALDO. D ialectología gen eral e h isp a n o a m er ica n a . Instituto Caro y Cuervo Santafé de Bogotá. 1995, pág. 15.

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WILLARD VAN ORMAN QUINE*

Willard van Orman Quine nació en Alerón, Ohio (Estados Unidos), en 1908 profesor de la Universidad de Harvard (Cambridge, Massachussets, Estados Unidos), ha llevado a cabo diversos trabajos en lógica matemática; entre ellos mencionamos sus «Nuevos fundamentos de lógica matemática» (presentados en 1936 y publicados por vez primera en 1937), con la formulación de un lenguaje al cual pueda traducirse toda la lógica en el sentido de los Principia Mathematica y, por ende, toda la matemática; y su presentación sistemática de la lógica matemática, en la que descuella una teoría axiomática de ios conjuntos que se halla en una posición intermedia entre el sistema de J von Neumann y el de Russell. Quine ha realizado también diversas contribuciones a lo que llama la teoría de la referencia y a lo que califica de teoría de la significación. Estas dos teorías se hallan habitualmente (y ambigua­ mente) incluidas bajo el nombre ‘semántica’, pero Quine declara que conviene no confundirlas, pues de lo contrario se hace imprecisa la fundamental distinción, ya establecida por Frege, entre la significación de una expresión y aquello a lo cual la expresión se refiere, es decir, lo que nombra. Desde el punto de vista filosófico destacan en la obra de Quine sus investigaciones ontológicas (en el sentido por él dado al vocablo ‘ontología’). Según Quine, es necesario distinguir entre la cuestión «¿Qué hay?» y la cuestión «¿Qué dice una cierta teoría o forma de discurso que hay?». Contestar a la segunda cuestión es equivalente a examinar las clases o tipos de entidades que nos comprometemos a reconocer en un lenguaje dado. A este respecto Quine llega a la conclusión expresada en la fórmula semántica «Ser es ser el valor de una variable», pero no en cuanto fórmula que expresa qué ontología es verdadera, sino en cuanto fórmula por medio de la cual se prueba la conformidad de una doctrina dada con un modelo ontológico previo.

No se trata, en la intención del autor, de examinar cuestiones ontológicas, sino los supuestos ontológicos de lenguajes («discursos») dados: «lo que hay no depende en general del uso que se hace del lenguaje, pero lo que se dice que hay sí depende de tal uso». Así, por medio de la cuantificación nos comprometemos a veces a admitir sólo entidades concretas, y aveces entidades abstractas. El resultado de lo primero es un nominalismo; la consecuencia de lo segundo, un platonismo. Quine — que rechaza todo «universo superpoblado»— se inclina por el nominalismo, habiendo intentado (con N. Goodman) ver hasta dónde puede construirse un lenguaje que reduzca todo enunciado sobre entidades abstractas a un enunciado sobre entidades concretas. Una importante y muy discutida teoría de Quine es la que ha formulado en oposición a la vez al reduccionismo y a la división rígida de los enunciados en analíticos o sintéticos. En contra de las citadas tesis, Quine propone una concepción epistemológica que A Hofstadter ha calificado de holismo (totalismo) pragmático y que consiste en concebir el conjunto del lenguaje del conocimiento como un todo estructural que responde com o todo a la experiencia. Ésta afecta directam ente a las partes externas del todo e indirectamente a las partes internas (compuestas de «mitos» y «ficciones»). Lo que se elige con intención pragmática es, pues, no solamente el lenguaje a priori, sino también el a posteriori, que se hallan en una relación continua. De este modo Quine propugna un empirismo antidogmático que permita comprender la estructura efectiva de las teorías científicas (o de todo lenguaje sobre la realidad) en cuanto herramientas que permiten predecir la experiencia futura a la luz de la pasada y que experimentan, modificaciones «internas» de carácter estructural de acuerdo con dicha pretensión.

Obras A System of Logistic, 1934. —Mathematical Logic , 1940: 2.a ed., rev., 1951: reimp., 1962, nueva ed., rev., 1982 (trad. esp.: Lógica m atem ática , 1972). — Elementar}' Logic, 1941; 2.a ed., rev., 1965.—O sentido da nova lógica, 1942 (trad. esp.: El sentido d éla nueva lógica, 1958). —Methods of Logic, 1950; 3.a ed., rev., 1972 (trad. esp.: Los métodos de la lógica, 1964; nueva ed., 1980). —From a Logical Pomt of View, 1953; reed., con un nuevo prefacio, 1980 (trad. esp : Desde un punto de vista lógico, 1962). — Word and Object, 1960 (trad. esp.: Palabra y objeto, 1968). —Set Theory and Its Logic,

* Tomado de: José FERRATER MORA D iccion ario de Filosofía. A-D. Editorial Ariel, S.A. Barcelona. 1994, pp. 2973-2975

237 1963; 2 a ed., rev., 1969. —Selected Logic Papers, 1966. —The Ways of Paradox, and Other Essays, 1966; 2.a ed., aum., 1976. —Ontological Relativity and Other Essays, 1969 (trad. esp.: La relatividad ontológica y otros ensayos, 1974). —Philosophy of Logic, 1970 (trad, esp.: Filosofía de la lógica, 1973). —The Roots of Reference, 1973 [The Paul Carus Lectures, 1971] (trad esp : I.as raíces de la referenda, 1977). —Theories and Things, 1981 (trad, esp., Teorías y cosas, 1985). —Quiddities, 1987. —La scienza e i dati di sensi, 1987. —Pursuit of Thruth, 1990 (trad, esp.: I.a búsqueda de la verdad, 1992). —From Stimulus to Science (Del estímulo a la ciencia) (en prensa) [Lecciones de la Cátedra Ferrater Mora. Universidad de Girona, 1990], Además de estas obras hay que mencionar una serie de artículos. Muchos de ellos son de carácter lógico; otros, sin dejar de tener un contenido lógico ofrecen mayor interés filosófico general Algunos de estos artículos han sido incluidos, con algunas modificaciones, en los mencionados volúmenes. De ellos destacamos los siguientes: «Truth by Convention», en O. H. Lee, ed. Philosophical Essays for A. N. Whitehead, 1936. — «On the Axiom of Reducibility», Mind, N. S., 60 (1936), 498-500. — «New Foundations for Mathematical Logic», American Mathematical Monthly, 44 (1937), 70-80. — «Whitehead and the Rise of Modern Logic», en The Philosophy of A N. Whitehead, 1941, ed. P. A. Schilpp, páginas 125-163. — «Notes on Existence and Necessity», Journal of Philosophy, 40 (1943), 113-127. — «On Universals»Journal of Symbolic Logic, 12 (1947), 7484. — «Steps Towards a Constructive Nominalism» [en colaboración con Nelson Goodman], ibid., 105-122. — «The Problem of Interpreting Modal Logic», ibid. , 4348. — «On What There Is», Review of Metaphysics, 2 (1948), 21-38. — «Two Dogmas of Empiricism», Philosophical Review, 60 (1951), 20-41 — «Ontology and Ideology», Philosophical Studies, 2 (1951), 11-15. — «On Mental Entities», Proceedings of the American Academy of Arts and Sciences, 80 (1953), 198-203. —

«Three Grades of Modal Involvement», Proceedings of theXIth International Congress of Philosophy (1953), vol. 14, págs. 65-81. — «On inconsistency and a socalled Axiom of Infinity», Journal of Symbolic Logic, 18 (1953), 119-124. — «On Frege’s Way Out», Mind, N. S ., 64 (1 9 5 5 ), 1 4 5 -1 5 9 . — «Q uantifiers and Propositional Attitudes», Journal of Philosophy, 53 (1956), 177-187. — «Unification of Universes in Set Theory», Journal o f Symbolic Logic, 21 (1956), 267-279. — «Speaking of Objects», Proceedings and Addresses of the American Philosophical Association, 31 (1958), 522. — «Meaning and Translation», en R. A. Brower, ed., On Translation, 1959, págs. 148-172. — «A Basis for Number Theory in Finite Classes», Bulletin of the American Mathematical Society, 48 (1961), 391 y sigs. — «Carnap and Logical Truth», en el volumen The Philosophy of Rudolf Carnap, 1963, ed., P. A Schilpp (en italiano, en Rivista di Filosofía, 48 [1957], 3-29). — «On the Individuation of Attributes», en The Logical Enterprise, 1975, ed. A. R. Anderson, R. B. Marcus y R. M. Martin, eds., págs. 3-13. — «Worlds Away», Journal of Philosophy, 73 (1976), 859-863. — «Whither Physical Objects?», Boston Studies in the Philosophy of Science, 1977. — «Cognitive Meaning», The Monist, 62, n.° 2 (1979), 129-142. Biografía: The Time of My Life: An Autobiography, 1985. — «Autobiography of W. V. Qume» en The Philosophy ofW.V. Quine, eds. L. E. Hahn, P. A. Schilpp, 1986, páginas 2-46. Bibliografía: De trabajos de Quine, de 1930 a 1969, en: J. J. C. Smart, G Harman et al., Words and Objections: Essays on the Work ofW.V. Quine, 1969; 2.a ed., rev., 1975, ed. Donald Davidson y Jaako Hintikka, págs. 353-366. — M. Boffa, «The Point on Quine’s NF», Teoria, 4 (1984), 3-13. — L. E. Hahn, P. A. Schilpp, eds., «A Bibliography of the Publications of W. V. Quine», en The Philosophy o f W. V. Quine, 1986, págs. 669-686. Quine murió en 2000

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SIGNIFICADO Y TRADUCCIÓN* Willard van Orman Quine

I. Significado estimulativo Dado un discurso, y todas sus circunstancias estimulativas, su significado empírico es lo que queda después de despojarlo de toda verborrea; es lo que las oraciones de una lengua tienen en común con sus traducciones bien fundamentadas a una lengua completamente diferente. Por ello, si quisiéramos aislar el significado empírico, una perspectiva apropiada para hacernos una idea de en qué habría de consistir tal cosa sería la del lingüista dispuesto a comprender y traducir una lengua desconocida hasta el momento. Se dispondría de las proferencias inanalizadas de los indígenas y de las circunstancias observables que las rodean. Se necesitarían los significados; o las traducciones castellanas, pues una buena forma de informar sobre un significado es ofrecer una expresión de la lengua propia que tenga ese significado. La traducción entre lenguas tan próximas como el frisón y el inglés se ve facilitada por la semejanza formal entre palabras afines. La traducción entre lenguas no emparentadas, como, por ejemplo, el húngaro y el inglés, puede estar facilitada por las tradicionales ecuaciones que se han ido estableciendo j paralelamente al desarrollo de una cultura compartida. Para iluminar la naturaleza del significado, debemos pensar más bien en la traducción rad ical , es decir, la traducción de la lengua de un pueblo que ha permanecido aislado hasta ahora. Aquí es donde, en el caso de que ello sea posible, el significado estrictam ente empírico se separa de las palabras que lo poseen. En esta situación, las proferencias traducidas en primer lugar y con el menor riesgo de error serán I por fuerza las que informan sobre observaciones manifiestamente compartidas por el lingüista y su j informante. Un conejo pasa corriendo, el indígena dice «Gavagai» y nuestro lingüista de la junglaI anota la oración «Conejo» (o «He aquí un conejo») como traducción de tanteo. Así, se abstendrá al i principio de poner ninguna palabra en boca de su informante, bien que sólo sea porque no tiene | palabras que poner. Cuando pueda, sin embargo, el lingüista tendrá que someter oraciones indígenas I a la aprobación del informante, aun a riesgo de sesgar los datos por sugestión. Por lo demás, pocol puede hacer a base de términos indígenas que tengan referencias en común Supongamos, en efecto,« que el lenguaje de la jungla cuenta con las oraciones S I , S2 y S3 que son, de hecho, traducibles porl «Animal», «Blanco» y «Conejo», respectivamente. Las situaciones estimulativas son siempre diferentes,I de forma relevante o no; y, dado que las respuestas aportadas tienen lugar una a una, las clases del las situaciones en las que el nativo afirma S I , S2 y S3 son, desde luego, mutuamente excluyentes, a pesar de los significados reales, aunque ocultos, de las palabras. Entonces, ¿de qué manera podrá! percibir el lingüista que el nativo habría estado dispuesto a asentir a S I en todas las situaciones en I las que ha afirmado S3 y en algunas, aunque quizás no todas, en las que ha afirmado S2? Únicamente I tomando la iniciativa e indagando sobre distintas combinaciones de oraciones indígenas y situaciones! estimulativas, con objeto de ir reduciendo el número de sus hipótesis hasta quedarse, eventualmenteJ con la más satisfactoria. Imaginemos, pues, al lingüista preguntando «¿Gavagai?» en situaciones estimulativas diversas yI anotando cada vez si el indígena asiente, disiente o se abstiene. Aquí están im plícitas algunas« ' Versión castellana de Aurelio Pérez Fustegueras, tomada de Valdés Villanueva (Ed.) La B úsqueda d el significado Lectura de F ilosofía d el Len gu aje Universidad de Murcia. Editorial léenos Madrid 1991. El artículo «Meaning and Transíation». de W. v. O. QUINE, apareció publicado originalmente en Brower (Ed.) On Translation Harvard University Press 1959

239 suposiciones sobre la capacidad de intuición del lingüista. En primer lugar, debe ser capaz de reconocer el asentim iento y el disentimiento en cualquier lengua. Por otra parte, debe ser capaz de adivinar la estimulación que su informante tiene en cuenta en cada momento — no desde un punto de vista neurológico sino en términos de referencia, aunque sea aproximada, al entorno— . Por último, debe poder conjeturar si esa estimulación impulsa realmente el asentimiento, o el disentimiento, del indígena a la pregunta concurrente; en este sentido, ha de estar en condiciones de eliminar los casos en los que el asentimiento, o el disentimiento, tiene su origen en una valoración de la oración en sí misma y no en la consideración del conejo que, ostensiblem ente, pasa corriendo. En un número suficiente de casos el lingüista tiene, ciertam ente, éxito, y de igual modo podríamos tenerlo cualquiera de nosotros, aunque no fuéramos conscientes de nuestras pautas ni de nuestro método. Los gestos de asentim iento y disentimiento de los turcos son casi una inversión de los nuestros pero la expresión del rostro es reveladora y pronto nos pone en el buen camino. Por otra parte, lo que alguien observa en un momento dado puede inferirse, generalmente, de su orientación en el espacio, junto con nuestro conocim iento de los intereses humanos. El tercer y último punto a discernir es más difícil, a pesar de que con facilidad nos imaginamos cumpliéndolo en los casos típicos: juzgando, sin mayor conocim iento de la lengua, sobre si el asentim iento o el disentimiento del sujeto, subsiguiente a una pregunta inesperada, ha sido promovido por la cosa que en esa ocasión estaba bajo examen. Señalando a la vez que se pregunta, se puede obtener una pista; si el objeto señalado es irrelevante, la respuesta irá acompañada, seguram ente, de una mirada perpleja. O tro indicio de irrelevancia puede estar en el hecho de que una pregunta no acom pañada de ostensión dé lugar a que el indígena deje de prestar atención y parezca abstraído. Pero, dejando a un lado mecanismos hipotéticos, el hecho evidente es que, en virtud de las intuiciones no analizadas que sea, tendemos a obtener estos mínimos datos sobre las actitudes de los nativos sin la ayuda de un especial aparato lingüístico. La pauta consistente en proponer oraciones en situaciones diversas vale únicamente para oraciones de una clase especial, aquellas que, com o «Gavagai», «Rojo», «Eso hace daño». «Éste tiene la cara sucia», etc., sólo imponen asentim iento en presencia de ciertas circunstancias observables. Es una cuestión de oracion es ocasion ales frente a o racion es jijas. Son las oraciones con las que nuestro lingüista ha de empezar y, también, aquellas a partir de las cuales podemos intentar una primera aproximación al concepto de significado. La distinción entre oraciones ocasionales y oraciones fijas es definible en términos de la noción de asentimiento y disentimiento provocados que hemos supuesto disponible. Una oración es ocasional para un hombre si está preparado a asentir a, o a disentir de, ella solamente cuando la pregunta va acompañada de una estimulación que lo predisponga a ello. No se trata de que el asentim iento o el disentimiento respecto a los enunciados fijos no pueda ser provocado de ese modo. Una estim ulación visual fácilm ente imaginable moverá a un buen conocedor de 1a ciudad a asentir al enunciado fijo «Hay casas de ladrillo en la calle de Los Olmos». En cierta ocasión la estimulación generada por un interferóm etro movió a M ichelson y a Morley a disentir del enunciado fijo «Existe una corriente de éter». Pero estos enunciados se diferencian de los ocasionales en que el sujeto, cuando es interrogado con posterioridad, puede insistir en su primer asentim iento o disentim iento aunque no medie ninguna estim ulación específica; un enunciado ocasional, por el contrario, sólo suscita asentim iento o disentim iento si cada vez la pregunta va acompañada de la oportuna estimulación. Definimos el sign ificado estim u lativo afirm a tiv o de una oración ocasional S, para un hablante dado, com o la clase de todas las estim ulaciones que provocarían su asentim iento a S. Similarmente, pero en térm inos de disentim iento, podemos definir el significado estim ulativo n eg ativ o de S. Finalmente, podemos definir el sign ificado estim u lativo, sin más, de S como el par ordenado de ambos. Podríamos distinguir grados de indecisión en el asentimiento y en el disentimiento; por ejemplo, según el tiempo de reacción; y de forma fácilm ente imaginable podríamos ampliar nuestra definición de significado estimulativo para incluir esta inform ación; pero, con objeto de simplificar la exposición, no lo haremos

240 Las distintas estimulaciones que reunimos en clases para integrar los significados estimulativos no deben ser tomadas como eventos particulares, fechados con exactitud, sino com otipos de eventos repetibles. Ha de poderse decir que la misma estimulación h a ocurrido dos veces, en vez de decir que han tenido lugar dos estim ulaciones completamente similares. Para ver la necesidad de este enfoque, consideremos el significado estimulativo positivo de una oración ocasional S. Este significado es la clase E de todas las estimulaciones que p rovocarían el asentim iento a S. Si las estimulaciones se entendieran como eventos y no como tipos de eventos, E habría de ser una clase de eventos muchos de los cuales no han ocurrido ni ocurrirán pero que, si ocurrieran, provocarían asentim iento a S. Siempre que E contuviera un evento particular o, realizado o no, tendría que contener todos los demás duplicados no realizados de o; pero ¿cuántos son éstos? Sin duda, es un irremediable sinsentido hablar de particulares no realizados y de su agrupamiento en clases. Las entidades no realizadas han de ser concebidas corno universales porque, al carecer de especificaciones espacio-temporales y al ser sem ejantes en lo demás, es imposible distinguirlas entre sí. Para nuestra presente tarea no es necesario determinar con exactitud cuándo hay que contar dos episodios de activación sensorial com o recurrencias de la misma estim ulación y cuándo como ocurrencias de estimulaciones diferentes. Está claro que en la práctica el lingüista nunca tendrá que preocuparse de los correlatos neurológicos de los episodios de estimulación. Siempre bastará con saber, por ejemplo, que el sujeto ha tenido una vislumbre fiable de un conejo. Esto es suficiente porque es razonable esperar que en circunstancias similares la conducta será la misma. Los sig n ificad os estim u lativ os, afirm ativo y negativo, de un enunciad o son m utuam ente excluyentes. Hemos supuesto que el lingüista es capaz de reconocer el asentimiento y el disentimiento, y queremos interpretar estos últimos de manera que sea imposible decir de alguien que asiente y disiente en la misma ocasión al y del mismo enunciado ocasional. Es verdad que una cierta estimulación F podría provocar, en cierto momento, el asentim iento de nuestro sujeto a S y que, más tarde, una recurrencia de F podría provocar su disentimiento de S; pero en tal caso concluiríamos, simplemente, que el significado, para él, de S ha cambiado. Contaríam os a F com o elemento del significado estimulativo afirmativo que para él tenía S en la primera fecha, y como elemento del significado estim ulativo negativo que para él tenía S en la segunda fecha. Una misma estim ulación nunca pertenecerá a la vez a la significación estimulativa afirmativa y a la significación negativa de S; es seguro que estas dos clases de estimulaciones son mutuamente excluyentes. No obstante, los significados estimulativos afirmativo y negativo no se determinan uno a otro, pues el significado estimulativo negativo de S no abarca generalmente todas las estimulaciones que no provocarían el asen tim iento a S. En general, por tanto, la com paración entre significados estimulativos íntegros puede ser una m ejor base para la traducción que la mera comparación entre significados estimulativos afirmativos. ¿Qué decir, por último, de ese condicional fuerte, el «provocaría» de nuestra definición de significado estimulativo? El expediente es usado de manera tan indiscutida en sólidas ramas tradicionales de la ciencia que objetar su uso en un estudio tan inseguro com o el presente sería, evidentemente, una pretensión fuera de lugar, algo así com o un cumplido bien intencionado pero inmerecido. Lo que el condicional fuerte define es una disposición; en este caso una disposición a asentir a S o a disentir de él ante estim ulaciones diversas. Podemos suponer que esa disposición consiste en alguna sutil condición estructural, al modo de una alergia o de la solubilidad (en particular, se parece a la alergia en que no la com prendemos). Sea cual sea el estatuto ontológico de las disposiciones o el estatuto filosófico del discurso acerca de disposiciones, lo cierto es que sabemos bastante bien, en líneas generales, cóm o establecer, a partir de com probaciones ju icio sa s, m uestras representativas y uniformidades observadas, una conjetura sobre la existencia de una determinada disposición.

U. La inescrutabi lidad de los términos A la v ista de la in terd ep en d en cia de las o ra cio n es, cab e preguntarse si podem os hablar razonablem ente de significados, aunque sea de significados de enunciados com pletos y no de

241 expresiones más breves, si no es en relación con los demás enunciados de una teoría inclusiva. Tal relatividad resultaría embarazosa porque, a su vez, el único acceso a la teoría viene dado por sus enunciados individualmente considerados. Ahora bien, la noción de significado estimulativo nos saca, en parte, del apuro. Esta noción aisla, para ciertos enunciados singulares, un tipo de significado empírico neto; y, aunque lo hace con independencia de la teoría, no por ello se pierde lo que el enunciado debe a ésta. En cierta medida, se trata de un instrum ento para explorar el edificio de enunciados interconectados procediendo uno a uno Algún expediente de este género es indispensable para iniciar la penetración en una cultura extraña, a la vez que es relevante para analizar nuestro propio conocim iento del mundo. El punto de partida de nuestras consideraciones acerca del significado ha estado en las oraciones, si bien se ha tratado de oraciones de una clase especial y de una noción un tanto forzada de significado. Pues las palabras, cuando no son aprendidas com o oraciones, lo son sólo, derivadamente, por abstracción de las funciones que desem peñan en las oraciones aprendidas. Con todo, antes de cualquier abstracción, hay oraciones de una sola palabra; y por fortuna estas últimas son, justamente, del tipo especial que ya estamos investigando; son oraciones ocasionales como «Blanco» y «Conejo». Además, tal vez en la medida en que se pueda decir que el concepto de significado estimulativo constituye, aunque en algún forzado sentido, un concepto de significado para oraciones ocasionales, se pueda decir también que constituye en particular un concepto de significado para términos generales como «Blanco» y «Conejo». Examinemos la aplicación de la noción de significado estimulativo a este último y convenientemente limitado ámbito de aplicación. Afirmar la igualdad, para dos hablantes, del significado estim ulativo de un término, o de dos términos para uno o dos hablantes, es afirmar una cierta igualdad en su aplicación: hay coincidencia tanto en las estim ulaciones que provocan asentim iento como en las que provocan disentimiento. Ahora bien, ¿equivale eso a decir que el término o los términos tienen la misma extensión , es decir, que son verdaderos de los mismos objetos, para el hablante o hablantes en cuestión? Así podría parecer en el caso de «Conejo» y «Gavagai»; pero realm ente la cosa es, en general, más complicada. Así, adaptando un ejemplo de Carnap, imaginemos un término general bárbaro aplicable a caballos y unicornios. Puesto que los unicornios no existen, la extensión de ese inclusivo término bárbaro es, sencillam ente, la de «caballos». No obstante, nos gustaría de algún modo decir que el término, a diferencia de «caballo», también sería verdadero de los unicornios, si existieran. Pues bien, nuestro concepto de significado estimulativo nos ayuda realmente a dotar de sentido a esa determinación que queremos hacer respecto a objetos inexistentes, porque el significado estimulativo es, según la teoría del mismo, una cuestión de irritaciones de nuestras superficies sensoriales, no de caballos o unicornios. Cada estimulación causada por la observación de un unicornio es una com binación de impactos nerviosos que, en principio, no es m enos real ni menos especificable que las causadas por la observación de un caballo. Incluso es posible provocar una estim ulación de ese género mediante un artificio de cartón piedra. En la práctica tam bién se puede hacer esto sin engaño, mediante descripciones y preguntas hipotéticas, siempre que se tenga un conocim iento suficiente del lenguaje; tales expedientes son maneras indirectas de hacer conjeturas acerca del significado estimulativo, si bien al margen de la definición del mismo. Para términos como «Caballo», «Unicornio», «Blanco» y «Conejo» — términos generales para objetos externos observables nuestro concepto de significado estimulativo parece proporcionar una relación de traducción razonablemente fuerte que va más allá de la mera coextensionalidad Pero no es así; bien mirado, la relación ni siquiera alcanza la igualdad de extensión. Consideremos «Gavagai» de nuevo. ¿.Quién sabe si los objetos a los que este térm ino se aplica no son, después de todo, conejos sino simples estadios, o breves segm entos tem porales, de conejos? En ambos casos, las mismas situaciones estim ulativas que provocarían asentim iento a «Gavagai» provocarían asentim iento a «Conejo». O, quizás, «Gavagai» se aplica a cualquier parte no separada de conejos; y tampoco en este caso el significado estimulativo reflejaría diferencia alguna. Cuando, a partir de la igualdad.de los significados estimulativos de «Gavagai» y «Conejo», el lingüista concluye que un gavagai es un

242 conejo integro y duradero, está dando por sentado que el nativo es lo bastante semejante a nosotros para tener un término general breve para conejos y ninguno para estadios o partes-de conejos. Generalmente, podemos traducir algo (por ejemplo, «por mor de») a un lenguaje dado aunque no haya nada en él que se corresponda con algunas de las sílabas com ponentes (por ejemplo, con «mor»). Precisamente de esta manera la oración ocasional «Gavagai» es traducible como diciendo que ahí hay un conejo, aunque ningún fragmento de «Gavagai», ni nada en el lenguaje nativo, se corresponda exactam ente con el término «conejo». La sinonimia de «Gavagai» y «Conejo», en tanto oraciones, gira sobre consideraciones acerca de asentim ientos provocados, las cuales trascienden todas las fronteras culturales; no ocurre lo mismo con la sinonimia de estas expresiones en tanto términos. Hacemos bien en escribir «Conejo» en vez de «conejo», para señalar que estamos considerando esa expresión en relación con sus sinónimos en tanto oración y no en relación con sus sinónimos en tanto término. ¿Podría superarse la supuesta indecisión entre conejos, estadios de conejos y partes integrantes de conejos mediante un pequeño suplemento de ostensión y de preguntas? Reflexionemos sobre esto. Cuando señalamos un conejo estamos señalando, también, un estadio de conejo y una parte integrante de un conejo. Cuando señalamos una parte de un conejo estamos, también, señalando un conejo y un estadio de conejo. Y sucede lo propio con la tercera alternativa. Nada que no pueda ser distinguido ya en el significado estimulativo mismo podrá serlo mediante ostensión, a menos que esta última vaya acompañada de preguntas sobre identidad y diferencia: ¿Es éste el mismo gavagai que aquél? ¿Hay aquí un gavagai, o dos? Tal interrogatorio exigiría del lingüista un dominio de la lengua indígena que nosotros por el momento no estamos en condiciones de justificar. Más aún, supondría que, a sem ejanza del nuestro, el esquema conceptual indígena divide la realidad, de una forma o de otra, en una multiplicidad de objetos físicos distinguibles e identificables, sean conejos, estadios, o partes. Pero el enfoque indígena podría, después de todo, ser muy diferente al nuestro. El término «gavagai» podría ser el nombre propio de un universal recurrente, la cualidad de conejo, y aun a s í la oración ocasional «Gavagai» tendría el mismo significado estimulativo que posee bajo las otras alternativas sugeridas más arriba. Aún más, el punto de vista indígena podría ser tan ajeno al nuestro que hablar de objetos, incluso objetos abstractos como la conejeidad, en relación con el mismo resultase carente de sentido. Los senderos por los que discurre el lenguaje de la jungla podrían ser completamente distintos del discurso occidental sobre esto y aquello, igual y diferente, uno y dos. Faltando algunos de estos usuales expedientes, no es posible decir, de modo significativo, que el indígena postula objetos; sustancias, tal vez, pero no objetos, concretos o abstractos. Y con todo, incluso en la perspectiva de esta actitud ontológica de naturaleza tan diferente, la oración ocasional «Gavagai» podría tener el mismo significado estimulativo que «(He aquí un) conejo». Las oraciones ocasionales y los significados estim ulatjvos son moneda universal, en tanto que los términos, como expresiones que se aplican en algún sentido a objetos, son complementos provinciales de una cultura, como la nuestra, inclinada a la reificación. ¿Podem os siquiera imaginar alguna alternativa seria a nuestra pauta reificadora? Tal vez no, pues tendríamos que imaginarla en el proceso de traducción y lo que la traducción hace es imponer nuestra pauta. Quizá la noción misma de un tal contraste radical entre culturas carezca de sentido, salvo en uno puramente negativo: el fallo persistente en hallar análogos indígenas de nuestros familiares expedientes de la referencia objetiva, com o los artículos, el predicado de identidad y las terminaciones de plural, que sean simples y convincentes. Sólo un fallo así podría hacernos percibir que el lenguaje indígena representa la materia del mundo de un modo inaccesible a nuestro lenguaje.

III. Oraciones observacionales En las secciones primera y segunda hemos podido apreciar que, siempre que se limite a las oraciones ocasionales, la igualdad de significado estim ulativo constituye, en algunos aspectos, una eficaz relación de sinonimia. Pero aun así limitado el significado estimulativo no cumple los requisitos implícitos en el habitual discurso acrítico sobre el significado. El problema está en que el asentimiento o el disentimiento de un informante a una oración ocasional puede depender sólo parcialmente de la

243 estimulación actuante y hacerlo en amplia medida de información adicional propia que el lingüista desconoce. Cuando, primero, distinguimos entre oraciones ocasionales y oraciones fijas (sección I) y, después, pospusimos las segundas, excluimos todos los casos en los que el asentim iento o el disentimiento del informante podía depender por entero de información colateral, pero no los casos en los que su asentimiento, o disentimiento, depende principalmente de información de esa clase y sólo en muy escasa medida de la estim ulación presente que lo provoca. Así, el asentim iento del nativo a «Gavagai» al vislumbrar algún movimiento entre la hierba puede deberse, más que nada, a la previa observación, cuando el lingüista estaba ausente, de conejos en los alrededores. Y hay oraciones ocasionales cuyos significados estim ulativos no pueden ser considerados com o sus «significados» por mucho esfuerzo de imaginación que se haga, porque el asentim iento a las mismas, aunque también requiere una estimulación, siem pre depende en gran medida de información colateral. Un ejemplo es «Soltero»; el asentim iento a esta oración es provocado genuinamente por la visión de una cara; no obstante, se basa principalmente en información almacenada y no en la estimulación provocadora, salvo en la medida necesaria para reconocer al amigo soltero. La dificultad con «Soltero» radica en que su significado trasciende el mero aspecto físico de las personas que provocan el asentimiento y está relacionado con cuestiones que solamente pueden ser conocidas por otras vías. Es claro, entonces, que debemos procurar distinguir una subclase de las oraciones ocasionales, la de las oracion es observacion ales, y reconocer que lo que he llamado significado estimulativo, constituye una razonable noción de significado para, a lo sumo, tales oraciones Las oraciones ocasionales han sido definidas (sección I) como aquéllas respecto a las que se asiente o disiente sólo en presencia de una estimulación; lo que ahora exigimos de las oraciones observacionales, más particularmente, es que el asentimiento o el disentimiento sea provocado en todos los casos sin la ayuda de más información que la proporcionada por la estimulación misma. Es curioso lo seguros que estamos de que cada asentimiento a «Soltero», o a un equivalente indígena, se basa en datos procedentes de dos fuentes: la estimulación presente y la información lateral. No carecemos de elaboradas, aunque asistem áticas, intuiciones sobre los usos de «Soltero» o de otras palabras de nuestro lenguaje. No obstante, no debemos enorgullecemos de esta clase de discurso fácil sobre significados y argumentos de sentido común, pese a toda su productividad, pues puede conducirnos casi sin darnos cuenta a las creencias más desesperadamente confusas y a controversias sin sentido. Supongamos establecido que una determinada clase E comprende exactam ente las estimulaciones capaces de provocar directamente, sin el concurso de información lateral, el asentim iento a! enunciado ocasional S. Supongamos igualmente que las estimulaciones comprendidas en otra clase E ’, aptas también para provocar asentim iento a S, deben su eficacia más bien a cierta información lateral C muy extendida ¿No podríamos también decir, en lugar de lo anterior, que al adquirir C los hombres han encontrado conveniente, de manera implícita, cambiar el sig n ificad o mismo de S, en el sentido de que ahora los elementos de E ’ son aptos para provocar asentim iento directam ente, al igual que los elementos de E? Me parece que se pueden mantener las dos actitudes: ni la más completa perspicacia histórica revelaría distinción alguna, aunque revelara todas las etapas de la adquisición de C. porque el significado puede evolucionar pari passu. La distinción es ilusoria. Lo que hay objetivamente es una adaptación evolutiva a la naturaleza, reflejada en un conjunto evolutivo de disposiciones a dejarse provocar por estimulaciones a asentir, o a disentir, a, o de, enunciados ocasionales. Puede admitirse que estas disposiciones son impuras en el sentido de que incorporan conocim iento de cosas del mundo, pero lo hacen en una solución que no precipita nunca. Las oraciones observacionales son oraciones ocasionales el asentim iento, o disentimiento, a las cuales es provocado sin la ayuda de inform ación lateral. Pero la noción de ayuda por medio de información lateral ha resultado poco sólida. De todas maneras, la noción de oración observacional está en una posición mejor debido a un efecto estadístico de estabilización, un efecto que tal vez esté en mi mano explicar si por un m om ento sigo hablando acríticam ente en térm inos de la dudosa noción de información lateral. Una parte de la información lateral relevante para una oración ocasional

244 S puede estar muy extendida, otra parte puede no estarlo. A su vez, una porción de la información ampliamente extendida puede ser compartida por un grupo importante de personas y otra porción por otro grupo, de forma que pocas personas, si es que las hay, la conocerán completa. Por otra parte, el significado es social; incluso el individuo que usa una palabra de manera extravagante compartirá, probablemente, su desvío con algunos otros. De cualquier modo, el efecto se pone de manifiesto llamativamente al comparar «Conejo» con «Soltero». El significado estimulativo de «Soltero» nunca será el mismo para dos hablantes que no sean hermanos siameses. Por el contrario, el significado estimulativo de «Conejo» será uniforme para casi todos los hablantes; excepciones como la del movimiento entre la hierba son raras. Entonces, un concepto que parece cumplir bastante bien el objetivo de la noción de oración observacional es, simplemente, el de oración o c a sio n a l q u e p osee un sign ificado estim u lativo intersubjetivo. ¿Será entonces suficiente, para que una oración ocasional sea observacional, que haya dos personas para quienes aquella tenga el mismo significado estimulativo? No, como pone de relieve el ejemplo de los hermanos siameses. ¿D ebe tener el mismo significado estimulativo para todos los miembros de la comunidad lingüística (suponiendo que ésta pudiera ser definida)? Seguramente, no. ¿Debe tener ex a cta m en te el mismo significado estim ulativo para al menos dos hablantes? Quizá, no; considerando de nuevo el movimiento entre la hierba. Pero la cuestión es que estas preguntas aspiran a unos refinamientos fuera de lugar. Lo que aquí nos interesa son tendencias generales de conducta y lo que importa para la noción de oración observacional que aquí pretendemos construir es que para un número significativamente alto de hablantes los significados estimulativos tengan desviaciones significativamente pequeñas. En un punto la variabilidad intersubjetiva del significado estim ulativo de enunciados como «Soltero» ha sido expuesta incompletamente. El significado estimulativo de ese enunciado para una persona no sólo diferirá de su significado para otra persona sino que diferirá también del significado que para esta última tenga cualquier otro enunciado apropiado, en el mismo lenguaje o en otro. El lingüista no está en condiciones de examinar y establecer in extenso un significado estimulativo indígena y, después, construir una oración castellana com pleja cuyo significado estimulativo, para él, resulte equiparable, por medio de un exhaustivo agotamiento de casos, al significado indígena. Más bien tiene que extrapolar cualquier significado estim ulativo indígena a partir de muestras relevantes, procurando adivinar la manera de pensar de su informante. Si la oración es tan poco observacional como «Soltero», simplemente no descubrirá líneas apropiadas de extrapolación; la trad u cció n m ediante significad o estim u lativo no producirá, en ton ces, un resultado erróneo, sencillam ente no producirá resultado alguno Esto es interesante porque lo que nos indujo a intentar definir las oraciones observacionales fue la consideración de que constituían la subclase de las oracion es ocasionales que parecían traducibles razonablem ente por identidad de significados estimulativos. Vemos ahora que la limitación de este método de traducción a esta clase de oraciones es autorreforzante. Cuando una oración ocasional indígena no sea observacional, el lingüista se dará cuenta de que no podrá encontrar entre su propio repertorio de significados estimulativos de oraciones castellanas ninguno plausiblemente equiparable al que la oración indígena tiene para el informante Vimos que la noción de significado estimulativo no requiere una pluralidad de informantes. Lo que hay en general es el significado estimulativo de una oración para un hablante dado en un cierto momento de su vida (aunque al intentar delimitar ese significado el lingüista puede ver facilitada su tarea preguntando en momentos diversos y variando de inform ante). También vimos que la definición de oración observacional requiere puntos de referen cia más am plios; en especial, requiere la comparación de diversos hablantes de la misma lengua. Pero en definitiva la consideración contenida en el párrafo anterior nos confirma que en realidad se puede prescindir de tal ampliación de horizontes: la traducción de oraciones ocasionales mediante el significado estimulativo se limitará de manera natural a las oraciones observacionales y, por tanto, no habrá necesidad de sacar a colación una y otra vez la definición de oración observacional.

245 La expresión «enunciado observacional» sugiere, a epistemólogos o rnetodólogos, los datos de la ciencia. A este respecto, nuestra versión no está fuera de lugar, pues, tal y como han sido definidos, nuestros enunciados observacionales son, precisam ente, los enunciados ocasionales sobre los que es casi seguro que habrá un firme acuerdo por parte de todos los observadores bien situados. Por esto, ellos serán, justam ente, los enunciados a los que un científico recurrirá en última instancia cuando sea requerido por colegas reticen tes para que ordene sus datos y repita sus observaciones y experim entos.

ÍV. Sinonimia intrasubjetiva de oraciones ocasionales El significado estimulativo ha quedado definido para oraciones ocasionales en general, sin tener en cuenta la observacionalidad. No obstante, su parecido con lo que razonablem ente podría ser llamado significado es menor cuando se aplica a oraciones no observacionales, como «Soltero». La traducción de «Bachelor» por «Soltero» no puede ser justificada sobre la base de la igualdad de los significados estimulativos; y tampoco puede serlo la sinonimia de «Soltero» y «Hombre que nunca se ha casado». A pesar de eso, los significados estimulativos de «Soltero» y «Hombre que nunca se ha casado» son, curiosam ente, idénticos para cada hablante. En todo momento un individuo será provocado por las mismas estim ulaciones a asentir a «Soltero» y a «Hombre que nunca se ha casado»; y similarmente por lo que respecta al disentimiento. Vemos de esta manera que, aunque el concepto de significado estimulativo está muy lejos del significado «auténtico» cuando se aplica a las oraciones ocasionales no observacionales «Soltero» y «Hombre que nunca se ha casado», la sinonimia se puede definir fielmente como la igualdad de significado estimulativo, tanto para estas oraciones como para las más escogidas oraciones observacionales, con tal de que nos limitemos a un hablante. Para cada hablante «Soltero» y «Hombre que nunca se ha casado» son sinónimos en un sentido definido (a saber, en tanto sem ejantes en significado estimulativo), sin tener por ello el mismo significado en ningún sentido aceptablemente definido de «significado» (pues en el caso de «Soltero» el significado estimulativo no es una base sólida para una definición aceptable). Puestas así las cosas, demos la bienvenida a la sinonimia y prescindamos del significado. La restricción a un hablante no es obstáculo para afirmar que «Soltero» y «Hombre que nunca se ha casado» son sinónimas para el conjunto de la comunidad, en el sentido de que lo son para cada uno de sus miembros. Una extensión práctica al caso de dos lenguajes es posible si se dispone de un hablante bilingüe Para un bilingüe, «Soltero» y «Bachelor» serán sinónimos en virtud de un criterio interno, a saber, la igualdad de significado estimulativo. Si tomamos a este hablante como muestra, podemos tratar «Soltero» y «Bachelor» com o sinónimas para propósitos de traducción en las dos comunidades que él representa. Observando el grado de fluidez con el que se com unica en ambas comunidades, comparando otros individuos bilingües u observando cómo funcionan las traducciones, comprobaríamos si se trata de una muestra suficientem ente buena. Pero este uso de individuos bilingües no está al alcance del lingüista de la jungla que intenta penetrar en una cultura que ha permanecido aislada. H asta ahora el único concepto disponible para la traducción radical es la igualdad de significado estimulativo, y aun éste sólo para enunciados observacionales. Las afinidades y diferencias entre la sinonim ia intrasubjetiva y la traducción radical requieren una cuidadosa atención. La sinonimia intrasubjetiva, al igual que la traducción, puede valer para toda una comunidad. Es intrasubjetiva en el sentido de que cada sujeto conecta los sinónimos por medio de la igualdad, para él, de significado estimulativo; pero, no obstante, es com unitaria en el sentido de que las expresiones sinónimas en cuestión son conectadas mediante dicha igualdad por cada miembro de la comunidad Obviamente, la sinonimia intrasubjetiva es en principio tan objetiva, tan susceptible de descubrimiento por el lingüista de campo, como lo es la traducción. Nuestro lingüista puede incluso descubrir que dos oraciones indígenas son intrasubjetivamente sinónimas sin por ello encontrar traducciones castellanas de las mismas — en resumen, sin comprenderlas— , pues puede

246 descubrir que ambas tienen el mismo significado estimulativo para su informante y no conocer ninguna oración castellana cuyo significado estimulativo, para él, sea presumiblemente el mismo. Así, para invertir la perspectiva, un marciano podría hallar que «Soltero» y «Hombre que nunca se ha casado» son sinónimas sin descubrir cuándo asentir a una u otra. «Soltero» y «Sí» son dos oraciones ocasionales que podemos comparar instructivamente Ni una ni otra son observacionales y, por tanto, no son traducibles mediante identidad de significados estimulativos. Mal le iría al equivalente selvático de «Sí» (digamos. «Tak») si fuese traducido mediante el significado estimulativo. Las estimulaciones que, acompañando la pregunta del lingüista «¿Tak?», provocarían asentim iento a esta extraña oración, incluso por parte de todos los nativos, nunca habrían provocado el asentim iento de un castellano a «Sí», o a algo parecido, y ello a causa de su condición puramente verbal y de su exclusiva materialización en la lengua de la selva. «Tak» es precisamente lo que el lingüista busca com o señal de asentim iento a cualquiera de las oraciones ocasionales indígenas que él pueda investigar, pero ella misma es inadecuada para ser investigada con los métodos que estamos considerando. Realmente, podemos suponer que, al igual que ocurre con «Soltero», no habrá dos hablantes, ni siquiera de la misma lengua, para quienes «Tak», o «Sí», tenga el mismo significado estimulativo; «Sí» sólo puede poseer el mismo significado estimulativo para hablantes que estén de acuerdo en cada cosa que cualquiera pueda decir, incluso impremeditadamente. Sin embargo, la igualdad de significado estimulativo es lo que define la sinonimia intrasubjetiva, no solamente entre «Soltero» y «H om bre que nunca se ha casado», sino tam bién entre «Sí» y «Por supuesto» o «Ciertamente». Repárese en que aún se mantienen las reservas formuladas en la sección II en relación con la coextensividad de térm inos. Aunque el marciano descubriera que «Soltero» y «Hombre que nunca se ha casado» son oraciones ocasionales sinónimas, no habría probado con ello que «soltero» y «hombre que nunca se ha casado» son términos generales coextensos. Por lo que él sabe, uno u otro de los términos podría aplicarse con exclusión del otro no a hombres sino a estadios temporales o partes de hombres, o incluso a un atributo abstracto (véase la sección II). Cuando consideram os oraciones ocasionales y no términos, apreciamos que la sinonimia dentro de un lenguaje está en m ejor situación que la trad u cción radical. La igualdad de significado estimulativo servirá com o criterio de sinonimia intrasubjetiva de cualesquiera oraciones ocasionales, observacionales o no. En realidad, debemos limitarnos a oraciones breves y sencillas. De lo contrario, la mera incapacidad de asimilar preguntas largas puede dar lugar, en términos de nuestras definiciones, a diferencias entre los significados estimulativos de oraciones que preferiríamos considerar como sinónimas. Puede ocurrir que una estim ulación provoque asentim iento a la oración corta y no a la larga debido, precisamente, a la oscuridad de la segunda; en este caso no nos gustaría decir que para el sujeto el significado de la oración larga es diferente sino, sencillam ente, que no la ha comprendido. Con todo, no todas las oraciones serán cortas sino que algunas contendrán a otras. Pienso en la ayuda que para ello prestan conjunciones com o «o», «y», «pero», «si», «entonces», «que», etc., al regular la oración contenida como una cláusula de la oración continente. Pero también puede ocurrir en un nivel más elem ental. Oraciones muy simples pueden contener sustantivos y adjetivos («rojo», «teja», «soltero», etc.) que también satisfacen los requisitos de las oraciones ocasionales, quedando sujetos, por tanto, a nuestro concepto de sinonimia. De esta manera, este concepto se aplica en pie de igualdad a oraciones que a veces ocurren como partes de otras. Es posible, entonces, cierta extensión de la sinonimia a oraciones ocasionales de mayor longitud que contienen a otras como partes, mediante el tipo de construcción que se expone a continuación. Supongamos que R (S) es una oración ocasional que, aunque moderadamente corta, contiene como parte suya la oración ocasional S Con R (...) podemos referirnos ahora al resultado de borrar la oración contenida en R (S ), y, siguiendo a Peirce, podemos hablar de ello como de un rhema. Diremos que un rhem a R (...) es regular si cumple la siguiente condición: para cada S y S\ si S y S ’ son sinónimas y R (S) y R ( S ’) son oraciones ocasionales idiomáticamente aceptables y suficientemente breves para nuestro concepto de sinonimia, entonces R (S) y R (S ’) son sinónimas. Por ahora, este

247 concepto de regularidad sólo tiene un sentido razonable para rhem as cortos, puesto que R (S) y R (S ’) deben ser, para S y S ’ convenientemente breves, suficientem ente breves como para caer bajo nuestro concepto de sinonimia. No obstante, el propio concepto de regularidad invita de manera natural a una extensión: cuando los rhem as R1 ( ...) y R 2 (...) sean regulares, admitiremos que también lo sea el rhem a más largo R1 (R2 (...)). De este modo se hace posible calificar de regulares a rhem as cada vez más largos. A partir de aquí, podemos extender el concepto de sinonimia a diversas oraciones ocasionales largas, de la siguiente manera. Si R (...) es un rhem a regular y S y S ’ son oraciones ocasionales cortas sinónimas en el sentido inicial, no extendido, y si R (S) y R (S ’) son, en alguna medida, com binaciones idiom áticam ente aceptables, entonces, por extensión, podemos a su vez calificar de sinónimas a R (S) y R (S ’), y ello aunque sean demasiado largas para ser sinónimas en el primer sentido. Ahora ya no hay limitación en la longitud, puesto que el rhem a regular R (...) puede ser tan largo como queramos.

V. Funciones veritativas En las secciones II y III justificam os la traducción radical de oraciones observacionales llevada a cabo mediante identificación de significados estimulativos. Pero hay un campo marcadamente diferente que también se presta de manera inmediata a la traducción radical, a saber, el de las fu n cion es veritativas como la negación, la conyunción lógica y la disyunción. Supongamos, como antes, que el asentim iento y el disentimiento fueran reconocibles en general. Las oraciones presentadas al nativo para aprobación o rechazo pueden ser, indiferentemente, ocasionales o fijas. Las ocasionales tendrán, naturalmente, que ir acompañadas de las oportunas estim ulaciones provocadoras, si es que se pretende conseguir asentim iento o disentimiento; las fijas pueden ser presentadas en solitario. Ahora bien, por referencia al acuerdo y al desacuerdo podemos formular criterios sem án ticos para determinar si una expresión nativa dada ha de ser traducida com o expresiva de la función veritativa en cuestión. Lo que sirve como criterio sem ántico de la negación es que ésta torna cualquier oración breve a la que estamos dispuestos a asentir en una oración de la que disentiremos, y viceversa. Para la conyunción tomamos el hecho de que la misma genera com puestos a los cuales, suponiendo que las oraciones componentes sean breves, estamos dispuestos a asentir cuando y sólo cuando estamos dispuestos a asentir a cada com ponente. El criterio de la disyunción es sim ilar pero cambiando «asentir» por «disentir»‘en sus dos ocurrencias. La razón de exigir brevedad en los com ponentes es simplemente que, como en la sección IV, si son largas, el sujeto puede confundirse. La identificación de una expresión indígena como negación, conyunción o disyunción no debe ser descartada sobre la base de la desviación de un °ujeto respecto a nuestros criterios sem ánticos cuando es debida, tan sólo, a confusión. Adviértase que no se impone ningún límite a la longitud de los enunciados com ponentes a los que puede aplicarse la negación, la conyunción o la disyunción; se trata solamente de que los casos utilizados como prueba, a fin de reconocer por vez primera tales construcciones en una lengua extraña, siempre tendrán componentes breves. Una vez que hallamos que una construcción nativa cumple alguno de estos tres criterios semánticos, ya no podemos pedir una comprensión más profunda de ello. Entonces estamos en condiciones de traducir la expresión nativa al castellano como «no», «y» u «o», según sea el caso, sin más salvedades que las rutinarias (es bien sabido que estas tres palabras castellanas no representan exactam ente y sin ambigüedad a la negación, la conyunción y la disyunción). En lógica se considera que una construcción que genera una oración a partir de otras oraciones expresa una función veritativa si cumple la condición de que el compuesto tenga un único «valor de verdad» (verdad o falsedad) para cada a sig n a ció n de valores de verdad a los com ponentes. Obviamente, es posible formular criterios sem ánticos para todas las funciones veritativas de manera similar a como hicimos con la negación, la conyunción y la disyunción. A veces, oím os hablar de pueblos de m entalid ad p relóg ica que aceptan com o verdaderas contradicciones m anifiestas. Imaginemos, forzando sin duda las intenciones de Levy-Bruhl, que

248 alguien afirma que estos indígenas admiten la verdad de cierto enunciado de la forma «p ka bu p», donde «ka» significa «y» y «bu» significa «no». Ahora bien, está a la vista que, si la traducción de «ka» como «y» y de «bu» como «no» sigue nuestros criterios semánticos, esta afirmación es absurda. ¿Y qué otros criterios podríamos aplicar sin incurrir en dogmatismo? A la inversa, afirmar sobre la base de un m ejor diccionario que los nativos comparten nuestra lógica sería imponer esta última e incurrir en una petición de principio, en el caso de que aquí haya realmente algo que con sentido pueda ser pedido corno principio. De todas maneras, yo me inclino por el diccionario mejor. En el ámbito del castellano se puede ilustrar este punto mediante el tem a de las lógicas alternativas. ¿Q uien propone leyes lógicas heterodoxas está realmente contradiciendo nuestra lógica o sólo está sugiriendo nuevos e irrelevantes usos para algunos viejos vocablos familiares («y», «o», «no», «todos», e tc.)? La cuestión carece de sentido, salvo desde la perspectiva de algún conjunto de criterios para traducir partículas lógicas. Dados los criterios ya expuestos, la respuesta es clara. Oímos de vez en cuando que en su famosa libertad para resistem atizar la ciencia o para forjar nuevos cálculos matemáticos el científico está obligado a respetar, al menos, la ley de contradicción. ¿Cuál ha de ser nuestra actitud ante esto? Huimos de la contradicción porque buscamos la verdad, pero ¿qué pensar de una rev isió n tan fundam ental que co n sid era ra com o verdaderas a las contradicciones? Antes que nada habría que sopesar cuidadosamente la utilidad del cambio. Las leyes de la lóg ica nos p erm iten d ed u cir cu alq u ier enunciad o, in d iscrim in ad am ente, de una contradicción. Pero esa universal afirmación haría inútil la ciencia por ausencia de toda distinción. Así pues, una revisión que considere verdaderas las contradicciones habrá de ir acompañada de la revisión de otras leyes lógicas. Desde luego que todo esto puede hacerse; pero, una vez hecho, ¿cómo podemos afirmar que se ha logrado lo que se pretendía? Esta lógica heroicam ente original cae bajo las consideraciones del párrafo anterior y, por tanto, tal vez pueda ser reconstruida, sencillamente, como la lógica de siempre, sólo que expresada en una mala notación. P odem os, significativamente, contem plar el cambio de una ley lógica, la de tercero excluido, por ejemplo, o incluso la de contradicción. Pero esto es así porque mientras consideramos el cambio seguimos traduciendo id én ticam en te: «y» com o «y», «o» como «o», etc. Después, una traducción más retorcida tal vez consiga anular el cam bio de ley; o tal vez, por el contrario, se aprecie que el cambio da lugar a un sistema sustancialm ente más fuerte que, además, no es en modo alguno susceptible de ser traducido al viejo sistema. Pero, aun en este último caso, cualquier conflicto entre la vieja y la nueva lógica resulta ilusorio, pues sólo es posible porque traducimos por identidad. En cualquier caso, una vez que hemos fijado nuestras traducciones mediante los repetidos criterios s e m á n tic o s , hem os e s ta b le c id o c o m p le ta m e n te , al m enos h a s ta d on d e a lca n z a la parte veritativo-funcional de la lógica, las leyes lógicas de un pueblo. En particular, queda determinada la clase de las tau to log ías, los com puestos veritativo-fu ncionales que son verdaderos en virtud, exclusivam ente, de su estructura veritativo-funcional. Hay un conocido algoritmo tabular para determinar exactamente, en los casos de oraciones en las que las conectivas lógicas están excesivamente repetidas y superpuestas, qué asignaciones de valores de verdad a las oraciones componentes últimas hacen verdadero a todo el com puesto; las tautologías son los compuestos que resultan verdaderos para toda asignación. Es un lugar común de la epistemología (y, por esa razón, ocasionalm ente objetado) que solamente dos ám bitos muy opuestos del co n o cim ien to disfrutan de una certeza inam ovible Uno es el conocim iento de lo que se hace d irectam ente presente a la experien cia sensible, el otro es el conocim iento de la verdad lógica. Es notable que estos sean, aproximadamente, los dos dominios donde hemos dotado a la traducción radical de un pleno sentido conductista. Un dominio donde la traducción parecía no ofrecer problemas era el de las oraciones observacionales. El otro, el de las funciones veritativas y, por tanto, tam bién en cierto sentido el de las tautologías, dado que éstas son las verdades para las que solamente son relevantes las funciones veritativas. Ahora bien, las funciones veritativas y las tautologías son tan sólo las más simples de las funciones y las verdades lógicas. ¿Podem os ir más allá? Las funciones lógicas que ahora se presentan como

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candidatos naturales son las oraciones ca teg ó ricas , representadas tradicionalm ente por A, E, I, y O, y formadas habitualmente en castellano con las construcciones «todos son» («Todos los conejos son tímidos»), «ninguno es», «algunos son» y «algunos no son». A primera vista, un criterio semántico para A podría ser el siguiente: el com puesto impone asentim iento (a un hablante dado) si y sólo si el significado estimulativo positivo (para él) del primer com ponente es un subconjunto del significado estimulativo positivo del segundo. Es bastante obvio el modo en que este criterio puede ser adaptado a E, /, y O; lo malo es que, según lo visto en la sección II, la línea de razonamiento es equivocada en su conjunto. Tomemos, por ejemplo, A. Si «hipoide» es un término general aplicable a los caballos y a los unicornios, entonces, al no haber unicornios, todos los hipoides son caballos, y, sin embargo, el significado estimulativo positivo de «Hipoide» incluye patrones de estimulación, los correspondientes a «Unicornio», que no pertenecen al significado estimulativo positivo de «Caballo». Por esta razón, porque va más allá de la extensión, el criterio sem ántico sugerido no vale para «Todos los S son P». Y falla en un punto aún más serio, aunque de tipo opuesto, pues, mientras que los estadios de conejos no son conejos, vimos en la sección II que en punto a significado estimulativo no hay ninguna diferencia. La dificultad es fundamental. La verdad de los enunciados categóricos depende de los objetos de los que los términos com ponentes son verdaderos, por muy externos e inferenciales que sean; y qué objetos sean esos es algo que no viene determinado unívocamente por los significados estimulativos. En realidad, los enunciados categóricos, al igual que las desinencias de plural y la identidad, sólo adquieren sentido en relación a un esquema conceptual que postule la existencia de objetos; en contraste con esto, y conforme a lo subrayado en la sección II, los significados estimulativos pueden ser exactam ente los mismos tanto para personas que posean esquemas de ese género como para p ersonas ta n aje n as a ello com o se q u iera. De lo que co n sid era m o s com o lógica, la parte veritativo-funcional es, al parecer, la única que en una lengua extranjera somos capaces de atrapar con criterios conductistas.

VI. Hipótesis analíticas ¿Cómo extiende, entonces; nuestro lingüista la traducción radical más allá de los límites de las oraciones observacionales y las funciones de verdad? En líneas generales procede, de la manera que se expone a continuación. Segmenta las proferencias oídas, en trozos recurrentes manejablemente cortos y, a partir de ahí, compila una relación de «palabras» nativas. A título de hipótesis pone en ecuación diferentes miembros de esa relación con palabras y expresiones castellanas, cuidando que sean respetadas las traducciones ya establecidas de oraciones observacionales com pletas. Estas ecuaciones conjeturales pueden ser llamadas hipótesis an alíticas de traducción. El lingüista tendrá que hacer uso de estas hipótesis no sólo para las palabras nativas sino también para las construcciones sintácticas o modos de reunir palabras, porque no cabe presumir que el lenguaje nativo siga él orden que las palabras tienen en castellano. El conjunto de estas hipótesis analíticas de traducción constituye una gramática y un diccionario jungla-castellano que son aplicados por el lingüista a oraciones para cuya traducción no hay evidencia independiente. Las hipótesis analíticas de traducción no dependen exclusivamente, en cuanto a su evidencia, de traducciones previas de enunciados observacionales. También pueden ser parcialmente contrastadas comprobando su conformidad con la sinonim ia intrasubjetiva (sección IV) que pueda darse entre enunciados ocasionales. Por ejemplo, si las hipótesis analíticas llevan a traducir los enunciados S I , y S 2 como «He aquí un soltero» y «He aquí un hombre que nunca se hacasado», respectivamente, debemos esperar entonces que para cada nativo el significado estimulativo de S I sea el mismo que el de S2. Además de a la luz de la traducción de oraciones ocasionales, las hipótesis analíticas de traducción pueden, algunas veces, ser comprobadas parcialmente a la luz de la traducción de oraciones fijas. Estas últimas difieren de las ocasionales sólo en que el asentim iento y el disentimiento respecto a ellas pueden producirse sin que medie una estimulación provocadora, no en que jamás medie una

250 estimulación. El concepto de asentim iento provocado es razonablemente aplicado, para un hablante dado y por una vez, a la oración fija «Algunos conejos son negros», siempre que consigamos presentarle un ejemplar antes de que sepa que existen conejos negros. Un hablante puede, incluso, ser provocado repetidamente a asentir a algunas oraciones fijas; cada año se le puede realmente provocar a asentir a «El azafrán ha florecido», y cada día a «The Tim es ha llegado». De esta manera se reducen distancias entre oraciones fijas y ocasionales, lo que no obsta a la permanencia del límite definido hacia la mitad de la sección I. A sí, el lingüista puede.tam bién evaluar sus hipótesis analíticas de traducción comparando las traducciones que se desprenden de las mismas con las traducciones originales que pueden ser llevadas a cabo a partir de asentim ientos y disentimientos provocados. Las oraciones fijas pueden aportar una pequeña prueba adicional a las hipótesis analíticas al margen de asentim ientos y disentimientos provocados. Si, por ejemplo, las hipótesis analíticas apuntan a una oración castellana más bien trivial como traducción de una oración nativa S, el lingüista se tranquilizará si encuentra que S también impone, sin necesidad de provocación, un asentimiento general. No es necesario que en la práctica las hipótesis analíticas de traducción adopten forma de ecuación. No es necesario que cada palabra indígena sea directam ente puesta en ecuación con alguna palabra o expresión castellana. El traductor puede especificar ciertos contextos en los que una palabra debe ser traducida de una manera y otros en los que debe ser traducida de otra. Puede añadir a la forma ecuacional indicaciones sem ánticas suplementarias a d libitum . «En mal estado (d ich o d e un huevo)» es una definición lexicográfica tan buena com o «podrido», a pesar de la intrusión de observaciones complementarías. Las instrucciones de traducción que tienen que ver con inflexiones gramaticales — por tomar un caso extremo— se pueden hacer depender de ecuaciones de palabras y expresiones en com binación inextricable con elementos no ecuacionales, pues el objetivo no es la traducción de palabras o construcciones sueltas sino la del discurso coherente. Las hipótesis a las que llega el lingüista y las instrucciones que formula son hipótesis e instrucciones concomitantes acerca de la traducción del discurso coherente y pueden ser presentadas en cualquier forma que resulte clara y practica, ecuacional o no. No obstante, conviene prestar una particular atención a la forma más simple de hipótesis analítica, la que iguala directam ente una palabra nativa o una construcción con un hipotético equivalente castellano. La razón de ello es que las hipótesis han de ser concebidas por el lingüista y el caso típico de concepción es aquél en el que éste percibe un paralelismo funcional entre un fragmento de una oración nativa S y una palabra de la traducción castellana de S. Solamente así podemos explicar que alguien decida traducir radicalmente al castellano una locución indígena como una desinencia de plural, como el predicado de identidad «= », com o una cópula categórica o como cualquier otra parte de nuestro propio aparato de la referencia objetiva; porque, según ha sido subrayado en anteriores paginas, el examen, por muy detallado que sea, de los significados estimulativos o de otros aspectos de la conducta no puede determinar, ni siquiera, si el nativo posee un esquema conceptual tan inclinado como el nuestro a postular la existencia de objetos. Únicamente por medio de esa abierta proyección de sus propios hábitos lingüísticos puede el traductor radical encontrar términos en la lengua indígena o, después de encontrados, emparejarlos con los de su propia lengua. Los significados estimulativos nunca bastarán ni siquiera para determinar qué palabras son términos, si es que los hubiera; menos aún, para determinar qué términos son coextensos. En realidad, el lingüista que se toma el lenguaje de la jungla lo suficientemente en serio como para emprender la elaboración de un diccionario y una gram ática com pletos no actuará exactam ente como hemos imaginado. Desdeñando los paralelismos entre el castellano y la lengua indígena, se sumergirá, en esta ultima hasta llegar a hablarla como un nativo. Desde el comienzo el aprendizaje puede desarrollarse tan exento de cualquier apelación a otras lenguas como queramos suponer; puede ser, virtualm ente, un duplicado acelerado del aprendizaje infantil. Cuando, finalmente, el lingüista se aplica a la traducción y a elaborar un diccionario jungla-castellano y la correspondiente gramática, puede hacerlo como bilingüe. En adelante, sus dos personalidades asumen los papeles

251 que en las anteriores páginas se repartían el lingüista y su informante. Iguala «Gavagai» con «Conejo» al apreciar que ambas oraciones poseen, para él, el mismo significado estimulativo. Y es fácil imaginar que seguirá el mismo procedimiento para traducir oraciones no observacionales del tipo de «Soltero»; en este punto pone de m anifiesto sus ventajas la situación intrasubjetiva (cf. la sección IV ). Cuando el lingüista obtiene buenos resultados con otras traducciones más abstrusas, sin duda pone en juego, esencialm ente, el método de las hipótesis analíticas, con la diferencia de que ahora las proyecta desde el previo dominio por separado de ambas lenguas y no las utiliza para llegar a dominar la de la jungla. Ahora bien, aunque la traducción llevada a cabo por un bilingüe es la que hace mayor justicia a la lengua de los nativos, la reflexión sobre la misma nos revela muy poco sobre la naturaleza del significado, porque el traductor bilingüe avanza en su trabajo en virtud de la com unicación que se lleva a cabo en el seno de una personalidad desdoblada, y este método solamente tendría para nosotros un sentido operativo en la medida en que consiguiéramos exteriorizarlo. Por lo tanto, sigamos pensando en los términos de nuestro plan primitivo, que incluía al informante nativo como colaborador vivo, antes que permitir que el lingüista empiece por devorarlo.

VI. Un puñado de significado Una vez terminado, el manual jungla-castellano debe ser considerado como un manual para la traducción de oraciones por oraciones. Cualesquiera que sean los detalles de sus indicaciones sobre la traducción de palabras y sobre paradigmas sin táctico s, el logro esencial del lingüista es una correlación sem án tica infinita de oraciones: la implícita especificación de una oración castellana para cada una de las infinitas oraciones posibles de la jungla. No es necesario que a cada oración de la jungla le corresponda una sola oración castellana, pero sí lo es que las diversas alternativas sean sinónimas bajo cualquier criterio aceptable de sinonimia intrasubjetiva entre oraciones castellanas: y lo mismo vale de la traducción inversa. Aunque la concepción y formulación de esa correlación sem ántica de oraciones depende de la fragm entación de las mismas en palabras, la evidencia que pueda haber será evidencia en favor de oraciones. Según lo indicado en la sección V I, esta consiste en diversas concordancias o conform idades en torno al significado estim ulativo, las sinonimias intrasubjetivas y otros puntos relacionados con el asentim iento y el disentimiento provocado y no provocado. A pesar de que la correlación sem ántica agota la totalidad de las oraciones indígenas, ella misma no está determinada en toda su extensión por su soporte evidencial. Debido a ello, incontables correlaciones alternativas son igualmente compatibles con esa evidencia. Si el lingüista arriba a la suya sin experimentar la sensación de que su opción haya sido demasiado arbitraria, ello se debe a lo limitado que está en cuanto a las correlaciones que puede manejar. A causa de su fini+ ;d no tiene las manos libres para asignar a cada una de las infinitas oraciones de la jungla cualquier oración castellana que sea com p atib le con la e v id e n cia p e rtin e n te ; ha de h a c e r e sta s a sig n a c io n e s de m odo manejablemente sistem ático y sin salirse de un m anejablem ente limitado conjunto de fragmentos verbales repetibles. Al lingüista le es indispensable proceder palabra a palabra a la hora de especificar su correlación semántica, e incluso a la hora de concebirla. El método de la segmentación no sólo limita las posibilidades de una eventual correlación semántica sino que, ademas, contribuye a definir los objetivos del lingüista en relación con la traducción. Concederá gran valor a los paralelismos estructurales, es decir, a la correspondencia entre las partes del enunciado indígena, según él mismo lo segmenta, y las partes de su traducción castellana. A igualdad de otros factores, la traducción mas literal es considerada la mejor traducción1. La tendencia a la traducción literal está asegurada por un factor técnico. En efecto, la verdadera utilidad de la segmentación no es otra que permitir llevar a cabo traducciones largas a partir de correspondencias entre trozos cortos. Después, la tendencia term ina por conveitirse en un objetivo — y un objetivo que incluso varía en los detalles según la segm entación que haya sido adoptada en la práctica— . 1 De aquí, también, el concepto de sinonimia estructural de Carnap. Véase su M eaning a n d N ecessity, Chicago, 1947, secciones 14-16.

252 Por medio de sus hipótesis analíticas nuestro lingüista de campo formula implícitamente (y, en realidad, alcanza) la gran hipótesis sintética que su correlación sem ántica general constituye. La evidencia que hay en favor de su correlación sem ántica es la misma que hay para sus hipótesis analíticas. Cronológicamente, las hipótesis analíticas son formuladas antes de que se disponga de toda esa evidencia; después de formuladas, la evidencia que vaya siendo obtenida será percibida como la corroboración pragmática de un diccionario de uso. En cualquier caso, la traducción de un vasto dominio de oraciones indígenas, si bien amparada por la correlación semántica, nunca podrá ser corroborada o sustentada si no es a modo de voladizo: es, sencillamente, lo que ocurre cuando las hipótesis analíticas son aplicadas más allá de la zona cubierta por la evidencia. El hecho de que estas trad u cciones in verificab les vayan adelante sin tropiezos no debe ser tom ado com o evidencia pragmática de un buen trabajo lexicográfico, pues el tropiezo es imposible. Debemos reconocer, por consiguiente, que las hipótesis analíticas y la gran hipótesis sintética que ellas com ponen son hipótesis sólo en un sentido incompleto. Un caso muy diferente es el de la traducción de «Gavagai» como «He aquí un conejo» mediante la igualdad de significado estimulativo. E sta es una h ip ó te sis genuina que, aun qu e form u lad a a p a rtir de la ob servació n de casos paradigmáticos, puede ser errónea. «Gavagai» y «He aquí un conejo» poseen significados estimulativos para ambos hablantes y estos significados son iguales o diferentes con independencia de nuestras conjeturas. Por el contrario, no es posible dotar de sentido a la sinonimia entre palabras como las que constituyen el objeto típico de las hipótesis analíticas. No se trata de que no podemos estar seguros de que las hipótesis analíticas son correctas, sino de que ni siquiera hay, como sí ocurre en el caso de «Gavagai», una materia objetiva sobre la que acertar o equivocarse. La traducción radical progresa en todos sus frentes y las hipótesis analíticas resultan indispensables. Además, no son caprichosas: precisamente un poco más arriba hemos esbozado el modo en que reciben apoyo. ¿N o podemos, entonces, decir que, después de todo, estos modos de concebir y respaldar las hipótesis analíticas proporcion an un sentido a la igualdad de significado entre las expresiones que tales hipótesis ponen en ecuación? No. Solam ente podríamos afirmar esto si no fuera el caso de que dos conjuntos de hipótesis analíticas pueden chocar entre sí en el plano semántico y, no obstante, estar apoyadas por igual por toda la evidencia teóricamente accesible (incluyendo cualesquiera consideraciones sobre simplicidad). Esta imposibilidad de definir la sinonimia por referencia al método de las hipótesis analíticas no es, formalmente, diferente de !a imposibilidad de definir la verdad por referencia al método científico. T am bién las c o n s e c u e n c ia s son p a ra lela s. D e la m ism a m anera que sólo podem os hablar significativamente de la verdad de un enunciado en los términos de una teoría o esquema conceptual, sólo podemos, en general, hablar, significativamente de sinonimia entre palabras y expresiones de dos lenguas en términos de un determinado sistema de hipótesis analíticas. El método de las hipótesis analíticas es un procedimiento para que el lenguaje propio nos catapulte al lenguaje de la jungla. Es un procedimiento para injertar brotes exóticos en el viejo arbusto familiar hasta que sólo sea visible lo exótico. Las oraciones indígenas que no son semánticamente neutrales son traducidas tentativam ente por oraciones castellanas sobre la base, en realidad, de una aparente analogía funcional en ambos lenguajes. Puesto que no son únicas, estas relaciones de analogía no pueden ser consideradas como los significados. Y, de todos modos, las analogías van siendo más débiles a medida que avanzamos hacia las oraciones más alejadas de la observación, es decir, hacia las oraciones teóricas. Puestas así las cosas, ¿quién se arriesgaría a traducir «Los neutrinos carecen de masa» a la lengua de la jungla? Si alguien lo hace, será acuñando nuevas palabras indígenas o desvirtuando el uso de las viejas. Y, probablemente, alegará en su descargo que los nativos carecen de los conceptos necesarios, así como que saben demasiado poca física. Y tendrá razón. No obstante, hay otra manera de presentar la cuestión: las hipótesis analíticas son, en el mejor de los casos, expedientes por medio de los cuales ponemos de manifiesto, indirectamente, ciertas analogías entre las oraciones que han sido realmente traducidas y las que no, extendiendo así los límites iniciales de la traducción; y «Los neutrinos carecen de masa» está fuera de lugar allí donde los efectos de las hipótesis analíticas que somos capaces de idear son demasiado borrosos para servir de algo.

253 La integración de ambos en el continuo lingüístico que era el bajo-alemán facilitó la traducción del frisón al inglés (sección I), y su integración en un continuo de evolución cultural facilitó la traducción del húngaro al inglés. Al facilitar la traducción, estas continuidades despiertan la ilusión de una materia objetiva: la ilusión de que esas oraciones nuestras tan fácilmente intertraducibles son diversas encarnaciones verbales de alguna proposición o significación intercultural, cuando en realidad sería m ejor considerarlas com o meras variantes de una única expresión verbal intracultural. Sólo la discontinuidad de la traducción radical pone a prueba nuestras significaciones: las contrapone a sus encam aciones verbales o, más propiamente, no encuentra nada en éstas. Las oraciones observacionales se dejan mondar bien; sus significados, los significados estimulativos, surgen íntegros y libres de toda contam inación verbal residual. Las oraciones teóricas, como «Los neutrinos carecen de masa», la ley de entropía o la de constancia de la velocidad de la luz, están en el extrem o op uesto. No es im aginable una situ a ció n estim u lativa que provoque asen tim ien to o disentimiento a una de ellas y que no incluya estim ulación verbal procedente del interior del lenguaje. Las oraciones de este extremo teórico, y tam bién otras que se encuentran entre ambos extremos, carecen de significado lingüísticamente neutral. Es una afirmación trivial decir que no podemos conocer el significado de un enunciado extranjero salvo en la medida en que podemos ofrecer una traducción suya a nuestra propia lengua. Pero eso no es todo: sólo relativamente a un manual de traducción, en gran parte arbitrario, es posible, de muchos enunciados extranjeros, decir que com parten el significado de los correspondientes enunciados castellanos, y aun esto en un sentido muy parroquial de significado, a saber, su uso en castellano. Dejando a un lado los significados estimulativos de los enunciados observacionales, la mayor parte del discurso sobre el significado requiere la referencia tácita a una determinada lengua de manera similar a como el discurso sobre la verdad supone una referencia tácita a nuestro propio sistema del mundo, el m ejor que por el momento podemos aglutinar. Habiendo tan poca cosa en cuanto a significados neutrales (salvo los significados estimulativos) que sea relevante para la traducción radical, no es posible saber cuánto de nuestro éxito con las hipótesis analíticas se debe a una auténtica afinidad entre nuestra manera de ver las cosas y la de los indígenas, y cuánto se debe al talento lingüístico o a la coincidencia afortunada. Ni siquiera estoy seguro de que la cuestión tenga sentido. Podemos admirarnos tanto de la inescrutabilidad de la mente de los indígenas como del estrecho parecido entre ellos y nosotros, según que hayamos sido incapaces de encontrar una buena traducción o, por el contrario, hayamos hecho un trabajo mas detallado, hasta leer nuestros propios usos lingüísticos provinciales en el lenguaje de la jungla. Usener, Cassirer, Sapir y, más recientemente, B . L. W horf han subrayado que diferencias profundas en el lenguaje comportan diferencias esenciales en el modo de pensar o de ver el mund Yo preferiría no plantear la cuestión de manera que pareciera sugerir que ciertas proposiciones filosóficas son afirmadas en una cultura y negadas en otra. De lo que realm ente se trata es de la dificultad o indeterminación para establecer una correlación. A medida que dejam os atrás las oraciones que tienen un claro condicionamiento directo a estímulos no verbales y a medida que abandonamos el terreno conocido, hay menos base para com parar dos traducciones y tiene menos sentido decir que una es una buena traducción y que la otra es mala.

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Comprensión y discusión 1. Teniendo presente que la traducción radical es irremediablemente errónea, W. v. O. Quine advierte que sólo con la colaboración amistosa y el contacto entre los pueblos podrían eliminarse los errores; en fin, Quine considera que existe demasiada libertad de juego entre los lenguajes como para determinar unívocamente el mejor sistema de traducción.

C onform e a lo anterior, ¿cóm o interpreta Ud. la ap reciación d e Quine d e qu e sabem os m uchas m ás cosas q u e las q u e p odría sa b er un traductor radical, a p esa r d e lo cu al existe un núm ero in defin ido d e sistem as d e tradu cción m u tu am ente in com patibles q u e en cajarían en los datos? 2. Quine sostiene que hay demasiada posibilidad de traducción, y que puede existir una amplia gama de sistemas de traducción mutuamente incompatibles, consistentes con todos los datos posibles relativos al comportamiento. Dispuesto a construir un manual de traducción, Quine admite que una teoría sobre el significado debe establecerse sobre una visión conductista del significado y sobre una visión naturalizada del lenguaje.

Siguiendo las co n sid eracion es d e Quine, rea lice el exp erim en to d e construir un m an u al d e traducción entre dos len guas q u e com partan situ acion es lingüísticas extrem as y qu e no hayan in teractu ado antes. 3. Por supuesto, el experimento de Quine lleva a la ‘indeterminación de la traducción’ en la medida en que en la elaboración de un manual de traducción no es posible encontrar una sola traducción acorde a las conductas de las distintas lenguas, dándose a cambio la posibilidad de construir diferentes manuales incompatibles entre sí.

¿Qué criterios p ra g m ático s d e sim p licid ad a p lica ría Ud. a fin d e elegir entre m a n u ales de traducción, teniendo en cu en ta q u e la in determ in ación de la traducción se m an tien e sin desm edro d e q u e h ab lem os de un m a n u al com o m ejor qu e otro.

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TEORÍA DE LA EVIDENCIA Y HOLISMO MODERADO EN W. V. O. QUINE* G ermán Guerrero P in o **

1. Introducción Uno de los artículos más conocidos del filósofo americano Willard van Orman Quine es Dos dogm as d el em pirism o1 (1951), allí se hace una crítica profunda y mordaz a — pero igualmente se superan— dos ideas básicas que venían sosteniendo a la epistemología empirista lógica. Estas dos ideas, como bien advierte Quine desde un primer momento en su documento, son la dicotomía analítico-sintética y el reductivismo. De acuerdo con este pensador: “El empirismo moderno ha sido en gran parte condicionado por dos dogmas. Uno de ellos es la creencia en cierta distinción fundamental entre verdades que son analíticas, basadas en significaciones, con independencia de consideraciones lácticas, y verdades que son sintéticas, basadas en los hechos. El otro dogma es el reductivismo, la creencia en que todo enunciado que tenga sentido es equivalente a alguna construcción lógica basada en términos que refieren a la experiencia inmediata”2.

La primera mitad del citado escrito está dedicada a m ostrar que todos los intentos por clarificar el concepto de analiticidad son infructuosos, en tanto que se recurre para ello a otros conceptos como sinonimia, se define como, necesidad, autocontradictorio, regla semántica, etc., que son igualmente ambiguos. En la segunda parte se aborda el problema del criterio de verificación del significado para determinar que este criterio está a la base de la distinción entre analítico y sintético. El escrito finalmente term ina defendiendo un holism o y un monismo metodológico3 estrecham ente relacionados. En otras palabras, considero que el rechazo por parte de Quine de la dicotomía verdades lógicomatemáticas y verdades de hecho se sustituye por un monismo metodológico que no es simplemente plantear que no hay una distinción tajan te entre estas dos verdades sino negar radicalmente los enunciados analíticos como enunciados que carecen de contenido empírico independientemente de cualquier contexto lingüístico. Es decir, el monismo metodológico defiende que el contenido empírico, que supuestamente era exclusivo de los enunciados sintéticos, se difunde en todo el sistema teórico impregnando tam bién a las verdades de la lógica y la m atem ática, a los supuestos enunciados analíticos. En tanto que la superación del reductivismo lleva a Quine a un holismo moderado, según el cual no es posible establecer el contenido empírico de un enunciado tomándolo separadamente de otros o del sistema al cual pertenece, sino que el vehículo del contenido empírico es la teoría o un sistema de enunciados, lo suficientem ente inclusivo, tomado como un todo, con sus verdades lógicas

* Ensayo publicado con la debida autorización del autor. Tomado de: P raxis filosófica N° 8/9. Abril de 1999. Universidad del Valle. Cali, pp. 389-416. ** Germán Guerrero Pino es profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad del Valle. Magfster en ‘Docencia de la Física’ y en ‘Filosofía’, por la Pontificia Universidad Javeriana, de Bogotá. Ha publicado varios artículos en revistas especializadas en Filosofía de la ciencia; actualmente adelanta un proyecto de doctorado sobre la ‘epistemología naturalizada’ de W. v. O. Quine. 1 Michael DUMMETT al respecto plantea: “El famoso ensayo de Quine, «Dos Dogmas del empirismo», es probablemente el artículo filosófico más importante de la pasada mitad del siglo”. L a verdad y otros enigm as, Fondo de Cultura Económica. México, 1978, pág. 465. 2 W. v. O QUINE «Dos dogmas del empirismo», en: D esde un punto d e vista lógico. Ediciones Orbis, S.A., Barcelona, 1984, pág.49. 3 La frase fue introducida por Norton White para referirse al abandono de la dicotomía analítico-sintético

256 y m atem áticas4. Como bien se puede advertir, el holism o contiene en cierta forma al monismo metodológico. Esto mismo lo advierte Quine en Dos d og m as, en el contexto de la relación dicotomía analítico-sintética y reductivismo, cuando dice: “El primer dogma sostiene al segundo del modo siguiente: mientras se considere significativamente en general hablar de confirmación o invalidaci6n de un enunciado, parece también significante hablar de un tipo limite de enunciados que resultan confirmados vacuamente, ipso fa d o , ocurra lo que ocurra; esos enunciados son los analíticos... Los dos dogmas son en efecto idénticos en sus raíces”5.

De tal manera que el holismo moderado lleva al monismo metodológico y viceversa, pero los acentos en una dirección y en otra pueden cambiar. La presente exposición privilegia más al holismo que al monismo metodológico, sin dejar de destacar el rechazo de Quine a la mencionada dicotomía. E stas dos tesis de Quine son una constante dentro de su programa filosófico, que puede inscribirse en lo que él llama epistemología naturaliza; de tal forma que, si bien ellas están claramente planteadas en D os dogm as, se siguen presentando dentro de un contexto más amplio y sistem ático en sus posteriores libros y en sus numerosos y variados escritos. Dentro de sus libros más destacados tenemos, respectivamente: P alabra y O bjeto (1958) y L as R a íces d e la R eferen cia (1 9 7 2 ). Este contexto más amplio y sistem ático lo identifico con la teoría de la evidencia empírica para las teorías de la naturaleza, en donde el holism o moderado aparece com o la expresión final y más com pleta de la evidencia empírica. Con el objeto de lograr una mejor com prensión del holismo moderado de Quine es necesario recoger, entonces, así sea de manera esquemática, sus planteamientos sobre la estructura lógica de la evidencia empírica para las teorías de la naturaleza. Pero, igualmente, al abordar la estructura de la evidencia empírica se tocan aspectos sem ánticos de gran interés, en especial los relacionados con la significación estimulativa, que es importante destacar dado el vínculo estrecho que persiste entre ellos desde el punto de vista de Quine. La relación entre la evidencia y la significación estimulativa se encuentra en la base del empirismo relativo6 que defiende Quine; para éste dos tesis cardinales del empirismo siguen vigentes en sus planteamientos: “Una es que la evidencia, cualquiera que ésta sea, que hay para la ciencia, es evidencia sensorial. La otra, ..., es que toda inculcación de significados de palabras ha de descansar, en última instancia, en la evidencia sensible”7. Si bien es posible hacer una exposición de la evidencia en Quine — privilegiand o una p reo cu p a ció n p ro p ia de la filo so fía de la c ie n cia - d esligándola de sus planteamientos de la significación estimulativa — preocupación que se inscribe dentro del campo de la filosofía del lenguaje— , com o también es viable lo contrario, considero que separar estos dos aspectos desfigura en forma significativa su filosofía8. Por tanto, la siguiente presentación asume como hilo conductor la teoría de la evidencia pero, igualmente, pondrá atención a ambos aspectos destacando en dónde se encuentran sus vínculos y en qué radica su distinción. * Quine expresa el holismo en este escrito, y en un primer momento, en los siguientes términos: “El dogma reductivista sobrevive en la suposición de que todo enunciado aislado de sus compañeros, puede tener confirmación o invalidación. Frente a esta opinión, la mía, que procede esencialmente de la doctrina camapiana del mundo físico en el Aujbau, es que nuestros enunciados acerca del mundo externo se someten como cuerpo total al tribunal de la experiencia sensible, y no individualmente”, pág. 75. 5 Ibid. 6 El término relativo se puede entender como opuesto a absoluto. Para Quine el Empirismo Lógico defendía un empirismo radical o absoluto y, en la medida en que Quine pretende defender un empirismo sin los dos dogmas mencionados, su empirismo lo califica como moderado o relativo. 7W. V O. QUINE, «Naturalización de la epistemología», en L a relatividad ontológica y otros ensayos. Editorial Tecnos, S. A., Madrid, pág. 100 * Al respecto Wolfgang Stegmüller comenta: “una peculiaridad del punto de vista de Quine es que su filosofía del lenguaje y su filosofía de la ciencia están inseparablemente ligadas. ..ciertas opiniones de Quine pertenecientes a la filosofía del lenguaje presuponen la corrección de supuestos que deben clasificarse como filosofía de la ciencia” en: W . STEGMÜLLER La con cepción estructuralista d e las teorías. Alianza Editorial, S. A Madrid 1981, pág 81. En el mismo tono habla Dummett cuando, en el citado escrito, plantea que el modelo del lenguaje de Quine sigue siendo un modelo verificacionista al estilo del Positivismo Lógico, con la diferencia que mientras el verificacionismo del primero es orgánico el de los segundos es molecu­ lar.

257 Los planteamientos de Quine en torno a la evidencia empírica de las teorías de la naturaleza obedecen, en concreto, a la búsqueda de una respuesta plausible a la siguiente pregunta general: ¿Cóm o es que hemos dado con teorías sobre el mundo exterior a partir del torrencial de estimulaciones que irritan nuestra superficie sen sorial? N uevam ente, debemos aclarar que esta pregunta debe asum irse como brújula para una m ejor comprensión del holismo moderado, en la medida en que el mismo Quine no pretende dar una solución que la cubra en los más mínimos detalles y que, además, la exposición que sigue se concentra en un aspecto de su sistema, el de la evidencia, dejando otros por fuera. Una última observación general tiene que ver con la manera como van a ser tratados los diferentes problemas anteriorm ente m encionados. Como se ha venido insistiendo, es posible inscribirlos a todos ellos dentro de la estructura lógica de la evidencia, pero ésta, de acuerdo con Quine, guarda grandes similitudes con el proceso de aprendizaje y dominio de una lengua, de tal manera que la exposición sigue en sus rasgos generales este último proceso y muestra su relación con la formulación de las teorías de la naturaleza.

2. Modelo del lenguaje y de formulación de teorías En Dos D ogm as Quine expresa de m anera metafórica la forma como entiende la conformación del lenguaje, la formulación de teorías y en qué consiste el holismo moderado, concepciones que van a ser posteriormente desarrolladas de m anera más sistem ática en P alabra y Objeto. En Dos D ogm as dice: "El todo de la ciencia es como un campo de fuerzas cuyas condiciones-límite da la experiencia. Un conflicto con la experiencia en la periferia da lugar a reajustes en el interior del campo: hay que redistribuir los valores veritativos entre algunos de nuestros enunciados... Pues el campo total está tan escasamente determinado por sus condiciones-límite — por la experiencia— que hay mucho margen de elección en cuanto a los enunciados que deben recibir valores nuevos a la luz de cada experiencia contraria al anterior estado del sistema. Ninguna experiencia concreta y particular está ligada directamente con un enunciado concreto y particular en el interior del campo, sino que esos ligámenes son indirectos, se establecen a través de consideraciones de equilibrio que afectan al campo como un todo"9.

En cuanto a la formulación de teorías es necesario com enzar aclarando por qué hablamos de formulación de teorías y no de teorías o estructura de las teorías. La propuesta filosófica de Quine no asume ¿qué es una teoría? o ¿cuál es la estructura de una teoría? como preguntas centrales, no porque considere que sean cuestiones ilegítimas, sino simplemente porque desbordan los límites de su inquietud inicial — ¿Cuál es la relación entre mundo exterior y la teoría que elaboramos de él?— y porque considera que para aproximar una respuesta plausible a esta inquietud no se requiere una concepción elaborada de teoría. Partir por entender las teorías como un conjunto de enunciados o que, al menos, se expresan mediante enunciados, es suficiente para los propósitos presentes. En este sentido, y para evitar equívocos, es m ejor no hablar propiamente de teorías sino de formulación de teorías que se expresan mediante la conexión lógica entre enunciados. De acuerdo con la metáfora anterior se tiene entonces que en la formulación de una teoría son básicam ente dos los tipos de enunciados a considerar: los enunciados de la periferia del campo y los enunciados centrales o del interior del campo. Quine alude a ellos, en términos generales, como enunciados u oraciones de observación y enunciados u oraciones teóricas. Este mismo esquema de oraciones está presente en el proceso de aprendizaje de una lengua; el niño penetra en el lenguaje a través de las oraciones de observación y podemos decir que adquiere la complejidad de éste al dominar las oraciones teoréticas. El carácter holístico de este último com o el de los sistemas teóricos, radica en la interconexión presente entre las oraciones del interior — oraciones teóricas— del sistema de creencias y del sistema teórico que “hablan” del mundo o “tocan” el mundo a través de las oraciones de observación implicadas por el sistema. ’ W v .O QUINE, pág. 77.

258 No podemos, en este lugar, adentrarnos con profundidad en todos los detalles de la teoría lingüistica10 de Quine, destacaremos solo sus elementos centrales con miras a llegár al holismo. Ya sea que nos detengamos en el aprendizaje de una lengua o en la formulación de una teoría de la naturaleza, estos dos procesos comparten, de acuerdo con Quine, elementos lingüísticos semejantes: las oraciones ocasionales — las oraciones de la periferia del campo de fuerza— , que contienen a las oraciones observacionales, y las oraciones permanentes — las oraciones del interior del campo— , que contienen a las oraciones eternas. Puesto que considero que a nivel conceptual de la evidencia para la ciencia de la naturaleza son más importantes las oraciones observacionales y las eternas, la presentación que sigue se hace a partir de ellas con el cuidado de aclarar las similitudes y diferencias con las otras dos.

2.1 Oraciones observacionales La definición más elaborada de oración observacional que Quine presenta es: “Una oración es observacional si el hecho de preguntar la oración suscita el asentimiento del hablante en una cierta ocasión, suscitará su asentimiento del mismo modo en toda ocasión en la que se active el mismo conjunto total de receptores; y de modo similar en el caso del disenso”" ; en donde se destaca la correspondencia de las oraciones observacionales con los estímulos sensoriales. Unas páginas más adelante Quine plantea la exigencia adicional de intersubjetividad para las oraciones observacionales: “Una oración será observacional para un grupo si es observacional para cada uno de sus miembros y. además, si resulta que éstos estarían de acuerdo en aceptarla o rechazarla cuando fueran testigos de su preferencia”12.

Son dos las cond iciones que cumplen las oraciones de observación: la correspondencia con estimulaciones sensoriales y la intersubjetividad. Veamos cada uno de estos aspectos desde el punto de vista del aprendizaje del lenguaje a través de un ejemplo sencillo. El niño entra en el dominio de una lengua mediante el aprendizaje ostensivo comenzando por expresiones tales como: “mamá”, “leche”, “está lloviendo”, “llueve”, “perro”, “rojo”, “está refrescando”, “eso es un conejo”. E stas primeras expresiones están asociadas a los estímulos sensoriales mediante el condicionam iento de la respuesta. Tomemos la expresión “está lloviendo”. En una etapa muy temprana el niño aprende a asentir ya disentir ante ciertas circunstancias y expresiones; es decir, aprende a decir “si” y “n o ”. El niño asiente ante la expresión “está lloviendo” porque ha aprendido a asociar la expresión afirmativamente con cierta gama de estímulos externos que llegan a su superficie receptora, de tal manera que siempre que se presente esta misma gama de estímulos el niño estará en capacidad de asentir a, o em itir “está lloviendo”. Pero la misma expresión, igualmente, está asociada negativamente con otra gama de estímulos, pero de forma sim ultánea con la gama de estímulos afirmativos13, que excluye por lo menos uno o varios de los pertenecientes a la gama de afirmación, de forma tal que cuando el niño está sometido a esta misma gama de estímulos negará la expresión “está lloviendo”. El mismo procedimiento anterior es válido para el aprendizaje de otras expresiones sem ejantes. Algunas de las expresiones anteriores (“mamá”, “leche”, “perro”, “rojo” y “llueve”) pueden ser vistas como palabras referidas a objetos, pero teniendo en cuenta que en los inicios del aprendizaje del lenguaje dichas palabras aparecen como un todo es más adecuado tratarlas como oraciones. Es decir, en los com ienzos del aprendizaje de la lengua la presencia de dos términos en la expresión “está lloviendo” y de un solo término en la expresión “llueve” no cuenta, lo determinante a esta altura del aprendizaje es la correspondencia entre la expresión como un todo y la estimulación sensible. Por 10 Una exposición sistemática del modelo lingüístico de Quine se encuentra en Andrzej LUKOMSKY. Crítica de los fundam entos /D ogm as/ d el em pirism o en la filo so fía d e W. v. O. Quine. Tesis de Doctorado. Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá. 1995; especialmente los capítulos II y III. 11W. v. O. QUINE La bú squ ed a d e la verdad, Crítica, Barcelona, 1992, pág. 70. '2lb id , pág. 73. 11 Esto porque la identidad es simultánea con la diferencia, aprender a identificar es aprender a diferenciar. Es decir, en el momento en que el niño aprende a asentir a “está lloviendo” ante determinadas circunstancias, simultáneamente aprende a reconocer aquellas situaciones en donde debe disentir de “está lloviendo".

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esto Quine insiste en que las palabras pueden ser tratadas com o oraciones en las primeras etapas del aprendizaje del lenguaje. Es claro que muchas oraciones aprendidas por un individuo por ostensión no fueron aprendidas de igual forma por otros, sino por un aprendizaje contextual; es decir, por construcciones verbales posteriores a partir de otras oraciones o a partir de una explicación o del contexto. Lo que vale, entonces, para que una oración sea observacional es que sea susceptible de ser aprendida de manera ostensiva y no dependa de información colateral almacenada; en otras palabras, tal como se expresa en la definición, que cum pla los criterio s de correspon d en cia con los estím ulos sensoriales e intersubjetividad. Todo individuo com ienza el aprend izaje de una lengua m ediante oraciones observacionales así estas varíen de una persona a otra. Una oración observacional es una oración ocasional porque es verdadera en ciertas ocasiones y falsa en otras. La oración “está lloviendo” puede ser verdadera en un tiempo t y en un lugar x y falsa un tiempo después en el mismo lugar y, también, puede ser falsa en el mismo tiempo t pero en un lugar diferente. Pero no toda oración ocasional es observacional, la diferencia radica en que las oraciones observacionales, como se dijo anteriorm ente, están asociadas a una gama fija de estímulos sin entrar en consideración información almacena, en tarito que esta información almacena en relación con ciertas estimulaciones sensoriales es determ inante a la hora de provocar el asentim iento a o el disentimiento de una oración ocasional. Veamos un ejemplo. El asentim iento ante la oración “soltero” no sólo depende de la estimulación provocada por la presencia de un hombre sino también, lo que es más importante, del conocim iento sobre el estado civil de la persona — inform ación almacena— ; luego el asentim iento no depende estrictam ente de la estim ulación sensorial como sí era el caso en las oraciones observacionales. Aunque Quine hable de oraciones observacionales en un sentido muy preciso, él es consciente de que su esquema no abarca toda la complejidad presente en él lenguaje y su aprendizaje, su análisis debe ser entendido com o una sim plificación que puede ser de gran ayuda para adentrarse en el camino intrincado del estudio del lenguaje14. D icha complejidad queda expresada, de alguna forma, en la dificultad de poder calificar o no muchas oraciones com o observacionales. El carácter intersubjetivo de las oraciones observacionales radica en que la observacionalidad de una oración es relativa a la comunidad de hablantes y, en el contexto científico, a la comunidad científica a la que se pertenece. Las oraciones observacionales no sólo están presentes en el lenguaje fam iliar u ordinario, tam bién se encuentran en lengu ajes más especializados com o los de las comunidades científicas. Son ejemplos de ellas: “la m ezcla está a 180°C”, “hay escape de sulfuro de hidrógeno”, “el cuerpo está sometido a una fuerza” y “hay un campo magnético” .Si bien los términos constitutivos de las oraciones anteriores pueden haber sido aprendidos en un contexto diferente al de la ciencia, la manera com o especialmente se relacionan y aparecen en este caso hacen que formen un todo asociado a determinado tipo de estim ulaciones sensoriales.

14 Con el propósito de poner de relieve el método empleado por Quine y la complejidad manifiesta en el análisis del lenguaje, cito en extenso a Quine: ..en mis experimentos de pensamiento empleo la estrategia del aislamiento, o de "divide y vencerás”, que caracteriza a la ciencia teórica por todas partes. Un Galileo moderno, repitiendo el experimento que lleva su nombre, rueda una bola muy dura y casi esférica por una pendiente muy dura y llana en un vacío casi completo. Excluye las interferencias de manera que quede aislado un solo factor significativo. En este espíritu, yo comienzo por los enunciados ocasionales; realmente, por los enunciados de observación en mi especial sentido; elimino así complejidades, complejas casi hasta el punto del ruido blanco, que introducen las preocupaciones concomitantes y la experiencia pasada del sujeto. En este mismo espíritu, me aferró al método de la interrogación y el aislamiento, en vez de esperar que el informante profiera enunciados imprevisibles por inescrutables razones personales, No es ésta una vía que le saque la vuelta al pensamiento y ni siquiera al lenguaje, sino una vía para entrar en ellos. Es un plan para aislar un componente claramente explicable de un fenómeno complejo. Esta estrategia básica de la teoría científica, está descrita gráficamente en el análisis de Fourier, donde una curva irregular se analiza en una jerarquía de curvas regulares a partir de las cuales puede recuperarse mediante superposiciones en sucesivas aproximaciones. Quejarse de los huesos mondos es como criticar al físico porque no captura la riqueza de la lluvia en el bosque” W v. O QUINE. Teorías y Cosas. Universidad Nacional Autónoma de México México. 1986, pág 221

260 De tal manera que el primer estadio en la génesis del lenguaje y de la ciencia son las oraciones ■observacionales y, éstas desempeñan en la epistemología naturalizada de Quine un papel determinante. Son dos las funciones principales que este tipo de oraciones tienen dentro del sistema epistemológico de Quine, que no son más que las dos tesis del empirismo relativo que defiende: “Las sentencias (oraciones) de observación son el receptáculo de evidencia para las hipótesis científicas. Su relación con el significado es también fundamental, puesto que las sentencias (oraciones) de observación son las que estamos en posición de aprender primero, ya sea como niños, ya como lingüistas de campo”15.

Las oraciones de observación son básicas para la evidencia empírica para las teorías científicas y para el desarrollo de una teoría del significado estimulativo; ambos aspectos serán destacados a continuación y cuando se llegue al holismo moderado. En relación con el primer aspecto, si partimos de que los estímulos son recogidos por oraciones observacionales y una teoría científica consiste en oraciones o, al menos, se expresa mediante ellas, entonces es fácil ver que las oraciones observacionales se constituyan en el eslabón de la cadena que relaciona estímulos con teoría. Podemos entonces concluir que la fuente de la evidencia científica son las oraciones observacionales; esto no debe ser extraño puesto que la predicción radica en deducir oraciones observacionales a partir del cuerpo teórico y datos iniciales, con el objeto de aportar evidencia empírica para la teoría. En relación con la segunda parte de la afirmación, “la relación de las sentencias (oraciones) de observación con el significado es también im portante”, debemos comenzar destacando que aunque Quine no niega la posibilidad de constituir una teoría semántica sólida, gran parte de sus aportes a la filosofía del lenguaje se originan en, o tienen que ver con su renuente negativa a las tesis mentalista e intensionalista acerca del significado16, por esto Quine habla en términos de significación estimulativa poniendo el énfasis en aspectos externos que son de dominio público y que no reifican los significados. “Yo puedo sostener libremente que el hecho de que un determinado uso lingüístico sea significativo (o significante, como prefiero decir, más activamente, para no invitar a hipostatizar, por el uso pasivo, las significaciones en entidades) es una cuestión fáctica última e irreductible; o bien puedo intentar analizar ese hecho directamente en términos de lo que hace la gente en presencia del uso lingüístico en cuestión y de otros usos análogos”17.

De acuerdo con Quine una teoría del significado debe montarse sobre una visión conductista del significado y una visión naturalizada del lenguaje. El aspecto ‘naturalizado’ radica en que los significados deben ser estudiados con el mismo espíritu que anima a la ciencia de la naturaleza, y el aspecto ‘conductista’ se encuentra en que, en oposición a la teoría m entalista del significado, el significado está dado por consideraciones conductuales. En el contexto de la estimulación de nuestros receptores sensoriales que venimos trabajando, Quine adelanta la siguiente definición de significación estimulativa para las oraciones observacionales. “Definimos el significado estimulativo afirmativo de una oración ocasiona) S, para un hablante dado, como la clase de todas las estimulaciones que provocarían su asentimiento a S. Similarmente, pero en términos de disentimiento, podemos definir el significado estimulativo negativo de S. Finalmente podemos definir el significado estimulativo, sin más, de S como el par ordenado de ambos”18.

15 W. V. O. QUINE. «Naturalización de la epistemología». Ed. Cit., pág. 117 Lo del paréntesis es mío. 16 En el texto de Roberto PALACIO, «Algunas anotaciones en torno a la teoría de la significación de Quine», se destacan ciertas diferencias entre el enfoque mentalista e intensionalista del significado. Universitas P hilosophica, Número 28, año 14. junio de 1997. Facultad de Filosofía, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá Colombia. 17 W. v. O. QUINE «Acerca de lo que hay», en D esde un punto d e vista lógico, Ed Cit., pág. 38. “ W v. O. QUINE. «Significado y traducción», en: L a bú squ eda d el sign ificado Luis M. Valdés Villanueva (ed.), Editorial Tecnos S.A., Madrid, 1995, pág. 45. La definición se hace explícita para las oraciones ocasionales, pero unas páginas más adelante Quine dice: “. ..debemos procurar distinguir una subclase de las oraciones ocasionales, la de las oraciones observacionales, y reconocer que lo que he llamado significado estimulativo, constituye una razonable noción de significado para, a lo sumo, tales oraciones" pág. 252.

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Es decir, que el significado estimulativo de una oración dada, para un hablante dado y en un cierto momento, queda determ inado única y exclusivam ente por el conjunto de estim ulaciones producidas en sus receptores nerviosos. La significación estimulativa se hace intersubjetiva en el m omento en que la mayoría de los miembros de una comunidad asienten a o di sienten de una misma oración y ante ciertas circunstancias. La idea según la cual, las oraciones pertenecientes a un lenguaje o a una teoría, deben ser entendidas como un sistema interdependiente y no com o átomos aislados, es una idea dominante en la actualidad y bastante plausible, y al parecer dicha idea también se encuentra presente en la metáfora de Quine del campo de fuerza. Pero, igualmente, esta idea parece estar en contra vía con lo dicho hasta aquí sobre las oraciones observacionales, puesto que se ha planteado que las oraciones observacionales son el eslabón de la cadena que une el mundo externo con los constructos teóricos del hombre y son la fuente de la evidencia y de la significación estimulativa. Aclarar esta idea es importante para comprender por qué el holismo que defiende Quine es moderado y no total, y en dónde radica el carácter empírico de la ciencia natural. Para Quine: “La noción de significación estimulativa resuelve parcialmente la dificultad. Esa noción permite aislar una especie de alcance empírico neto de cada sentencia suelta, sin apelación a la teoría que la contiene, y ello sin perder lo que la sentencia debe a dicha teoría. La noción es pues, hasta cierto punto, un expediente para explorar el edificio de las sentencias encadenadas procediendo sentencia por sentencia”15.

En otras palabras, ante el objetivo de comprender cómo se llega a la elaboración de teorías sobre el mundo natural, la penetración al cuerpo teórico debe hacerse por alguna parte y el lugar más indicado son las oraciones de observación. Pero al respecto hay que decir algo más, pues lo dicho anteriorm ente tiene que ver con el problema planteado por el Positivismo Lógico de los términos teóricos y los términos observacionales, aunque no podemos profundizar en los detalles de la disputa puesto que nuestro objetivo,- en este momento, no es examinar en forma exhaustiva la solución de Quine respecto a la dicotomía términos observacionales y términos teóricos, que desborda los límites del presente escrito. Una vez el Positivismo Lógico20 propuso el criterio de verificación, objeciones venidas de distintas corrientes se opusieron a él, planteando que no se puede desligar una oración de una teoría para expresar su significado sólo en términos de observación. Nuevamente, tanto las palabras más técnicas de una teoría como las del lenguaje ordinario están cargadas de teoría. En alguna parte ya hemos dicho de manera explícita que Quine se inscribe dentro del programa empirista tal como lo hizo el Empirismo Lógico, pero mientras el segundo proponía un empirismo radical al pretender deducir toda la ciencia empírica a partir de las oraciones protocolares y mediante el uso de 1. lógica y la m atem ática, Quine asumirá un em pirism o relativo al reconocer que toda la teoría no puede ser reducida a lo directamente observable, ni siquiera a las oraciones observacionales de las cuales él habla. Pero Quine reconoce al mismo tiempo, la im portancia de la estim ulación sensorial en la construcción de las teorías como para su evidencia a través de las oraciones de observación. Para Quine las oraciones observacionales, del lenguaje ordinario y del lenguaje especializado, en un sentido están libres de toda teorización y en otro sentido están cargadas de teoría. La oración observacional “vista holofrásticam ente, esto es, ligada mediante condicionamiento a determinadas situaciones estimulativas, está libre de teoría; vista analíticam ente, palabra por palabra, la oración está cargada teóricam ente”21. La oración observacional en las primeras fases del aprendizaje de la lengua, tal como vimos en los desarrollos anteriores, está libre de teorización, puesto que es aprendida como un todo sin fisuras asociada a cierta gama de estímulos. En la oración observacional, vista h o lo frá stica m en te, las p alab ras no cu m plen una fu n ció n tom ad as aislad am en te sin o com o

19 W v. O. QUINE. Palabra y O bjeto Editorial Labor, S.A. Barcelona. 1968, pág. 47. 20 Una presentación más sistemática de la tesis principal que defendía el Empirismo lógico, aparece en mi escrito «Epistemología empirista lógica», publicado en Praxis F ilosófica, No 7. Universidad del Valle, Noviembre de 1997. 21 W. v. O. QUINE. L a búsqueda d e la verdad. Ed. Cit., pág. 25.

262 pertenecientes a un todo. En “está lloviendo", “está” y “lloviendo” tomadas separadamente no juegan papel alguno en el aprendizaje inicial de la oración, la oración es inanalizable en sus comienzos. El pretender analizar una oración observacional a esta altura “sería cometer lo que Firth bautizó como la falacia de la retroproyección conceptual”“ , que no es más que trasladar la posibilidad de analizar las oraciones, lo cual se logra una vez se domina el lenguaje, a los comienzos mismos del aprendizaje de la lengua cuando tales capacidades no se tienen. Las oraciones observacionales son analizables una vez se ha aprendido a combinar palabras de unas oraciones con otras ya componer oraciones entre sí. En este sentido, las oraciones observacionales están cargadas de teoría. Esto es más fácil de ver cuando las palabras son introducidas en contextos teóricos para relacionar oraciones observacionales con oraciones teóricas. La observacionalidad puede ser más difícil de apreciar en los lenguajes especializados, puesto que las oraciones que allí aparecen son construidas a partir de las palabras y es a partir de ellas que se comprende la oración; pero si nos atenemos al carácter holofrástico de la oración observacional, una oración técnica como “el cuerpo está som etid o a una fu erza”, o cu alq u iera de las m encionad as an teriorm ente, está ligada a condicionam ientos estimulativos ya sea directam ente a través de la superficie sensible o mediante la utilización de instrumentos de medida. En este sentido, la relación que se establece entre las oraciones observacionales y las teóricas, mediante las palabras que comparten, hace que la estimulación sensorial sea determinante dentro de la teoría y en especial en la predicción de nuevas oraciones observacionales. Los planteamientos de Quine sobre la relación sistema teórico y evidencia empírica, no pretenden instaurar una dicotomía radical entre sistem a teórico y oraciones de observación. Las oraciones observacionales no están investidas del carácter totalm ente empírico del cual quería el Positivismo Lógico dotar a las proposiciones protocolares. Para Quine “la sentencia (oración) de observación, situada en la periferia sensorial del cuerpo científico, es el mínimo agregado verificable; tiene un contenido empírico de su propiedad y lo luce en su manga”23. “Lo lucen en la manga” precisamente porque la estimulación sensible, aunque tiene límites difusos, permite formarse un esquema sobre la manera com o el lenguaje y las teorías se arraigan en la experiencia; y, por otra parte, las oraciones observacionales también están vinculadas con otras oraciones teóricas al compartir términos, logrando de esta forma impregnar de contenido empírico a todo el sistema teórico. Por el momento retengamos, entonces, que las oraciones observacionales son el eslabón de la cadena que une el mundo exterior con la teoría a través de la evidencia empírica y que son el punto de partida en el aprendizaje del lenguaje.

2.2 Oraciones eternas En busca de una respuesta plausible a ¿cóm o logramos construir teorías sobre el mundo a partir del torrencial de impactos que llegan a nuestros receptores nerviosos?, las oraciones observacionales aparecen com o un primer peldaño en el ascenso hacia la teoría En este numeral daremos un segundo paso al introducir las oraciones permanentes o fijas, las oraciones eternas — que son oraciones fijas— y las oraciones categóricas observacionales, que son una subclase de las eternas. Como se dijo anteriorm ente, las oraciones observacionales tienen la característica de ser oraciones ocasionales, admiten el asentim iento o disentim iento ante una situación presente, pero el asunto puede cambiar un tiempo después. Es claro que las teorías científicas no constan de oraciones que cambian su valor de verdad de esta forma, sino de oraciones eternas que mantienen su valor de verdad independiente del tiempo y del lugar. Una oración permanente o fija se caracteriza por que su valor de verdad se sigue manteniendo, por cierto tiempo, independientemente de la clase de estímulos que los provocan. Así, por ejemplo, la oración “Han traído el periódico” fue provocada por la llegada del periódico en la mañana, pero su valor de verdad se mantiene a lo largo de todo el día sin necesidad de estimulación. Una oración fija se diferencia de una ocasional, que puede ser una oración observacional, en que su aceptación o 22Ibid , pág. 26. 23 W. v O. QUINE. «Naturalización de la epistemología». Ed. Cit., pág. 117.

263 rechazo se mantiene independientem ente de una estim ulación actual, m ientras que una oración ocasional exige asentim iento o discrepancia exclusivam ente en la medida en que cada vez la provoca una estimulación actual. Ahora bien, toda oración eterna es una oración lija pero hay oraciones fijas, y una de ellas es “Han traído el periódico”, que no son eternas. Una oración eterna, que siempre es fija, m antiene su valor de verdad independientemente de toda circunstancia, aunque los hablantes pueden llegar a discrepar sobre ella por error o incluso cambiar de opinión; “H an traído el periódico” no es eterna porque su valor de verdad se actualiza todos los días con la llegada o no del periódico. O raciones com o “siempre que hay trueno, hay un relámpago” y “la nieve es b lan ca” son eternas puesto que las negamos o afirmamos sin necesidad de estar presenciando, respectivamente, una tem pestad o nieve, y son verdaderas o falsas de una vez para siempre respecto a un lenguaje o a una teoría determinadas y en un tiempo determinado. Son eternas sólo en este sentido y no en el sentido en que sean oraciones cuyo valor de verdad sea inmodificable, pues a la luz de estimulaciones futuras es posible modificar sus valores de verdad, a costa de una transformación considerable en una parte, o buena parte, de nuestro sistema teórico dando origen así a uno nuevo en donde los viejos térm inos poseen nuevos significados. Por ejemplo, aprendemos a negar “siempre que hay humo, hay fuego” sin producir ninguna com plicación en nuestro sistema de creencias, pero este no sería el caso al rechazar la oración “la nieve es blanca”. Si bien hay similitudes entre “siempre que hay un trueno, hay un relámpago” y “la nieve es blanca”, también hay diferencias de grado que es necesario entrar a considerar. Ambas oraciones son eternas pero se ubican en extrem os opuestos de la línea de las oraciones eternas: en tanto que la oración “siempre que hay un trueno, hay un relám pago” está más cerca al extrem o observacional y más distante del extremo teórico, “la nieve es blan ca" es más teórica y está más distante de lo observacional. Clasificar las oraciones eternas en oraciones categóricas observacionales y en oraciones eternas no categóricas observacionales — o simplemente, oraciones eternas no categóricas— , permite destacar y precisar aún más la distinción anteriorm ente planteada. Son oraciones categóricas observacionales: “siempre que hay un trueno, hay un relámpago”, “siempre que el sol sale, los pájaros cantan”, “todos los cuervos son negros”, etc. Las categóricas observacionales constan de dos oraciones observacionales y expresan expectativas condicionales que pueden cumplirse o no; es decir, la convicción ante una categórica observacional lleva a que ante el asentim iento a la primera se está dispuesto a asentir a la segunda. Ante la presencia de un cuervo se está dispuesto a aceptar que el cuervo es negro. ¿Cóm o opera, entonces, la com probación y refutación en las categóricas observacionales? Aquí aparece la asimetría, en la que tanto insistió K. Popper, en la comprobación y la refutación; mientras que una categórica observacional queda refutada por una observación afirmativa y una observación negativa, lo mismo no ocurre para su comprobación. El hecho de que las dos oraciones observacionales que com ponen la categórica observacional se afirmen, no permite la comprobación definitiva de la categórica observacional; así, un amanecer en ausencia de pájaros cantando refuta la categórica observacional “siempre que el sol sale, los pájaros cantan” y la comprobación hasta el día de hoy de pájaros cantando al amanecer no la prueba, aunque le da una probabilidad alta. Pero la refutación de una categórica observacional en modo alguno puede ser entendida de manera absoluta, puesto que puede presentarse cierta vaguedad en la gama de estim u lacion es asociadas con las oracion es observacionales que supuestam ente refu tan la categórica observacional. De modo que, recogiendo el famoso ejemplo “los cuervos son negros”, la observación de un cuervo albino podría o no refutar esta categórica observacional dependiendo de cómo la comunidad de hablantes o de especialistas se decidiera delimitar las imprecisas gamas de estímulos asociadas con la palabra “cuervo”; por ejemplo, si los biólogos consideran que el color es una característica determ inante para hacer la taxonom ía de estas especies podrían, entonces, declarar que se ha descubierto una nueva especie y m antener aún que “todos los cuervos son negros”. Finalmente, Quine destaca que si bien las categóricas observacionales son elaboraciones de segundo orden en el proceso de aprendizaje de la lengua, en ellas ya se encuentra cierta ciencia rudimentaria relacionad a con la pred icción y la co m p ro b ació n : para Q uine “la cien cia es sen tid o com ún

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autoconsciente”24. El niño aprende que “siempre que hay truenos, hay relámpagos” y “donde quiera que hay humo, hay fuego”: en relación con la primera oración categórica, el niñó siempre estará dispuesto a afirmar la segunda oración observacional, “hay relámpagos”, cuando afirma “hay truenos”; y, en relación con la segunda categórica observacional, ha detectado casos que la refutan al presenciar situaciones en que hay humo sin que haya fuego. A hora bien, la d iferen cia b á sica en tre una oración etern a no categ órica y una categórica observacional radica en la m anera com o son aprendidas: las segundas se obtienen por simple generalización y las primeras por transferencia25 e independientemente de las circunstancias, se aprenden a través de una o más de sus palabras; esto lleva a que el valor de verdad de una categórica observacional sea más susceptible de ser modificado que el de una oración eterna no categórica. Son oraciones eternas no categóricas: “los perros son animales”, “el hombre es un animal racional”, “el agua es líquida”, “los petirrojos son pájaros”, “ningún soltero está casado”, “la nieve es blanca”, “Fido es un perro”, “somos los primos de nuestros primos”, etc. En el campo de las ciencias de la naturaleza es posible encontrar leyes pertenecientes al dominio de las oraciones categóricas observacionales y otras al dominio de las eternas no categóricas. En el primer grupo, es posible ubicar leyes de baja generalización como la ley de Boyle, “el aumento de presión en un gas, m anteniendo el volumen constante, produce un aumento en la temperatura” y la ley de la dilatación de los cuerpos obtenidas por simple generalización. La segunda ley de Newton pertenece al segundo grupo, en la medida en que difícilmente ésta puede ser entendida como una generalización a partir de ciertas experiencias y, tampoco como una simple definición de fuerza porque, e n tre otras co sas, com o p lan tea M oulines, “es un co n cep to de con cep tos (un predicado de predicados)”.26 Con esto concluimos los aspectos básicos del origen y desarrollo del lenguaje y de la formulación de una teoría, com puestos por tres etapas: las oraciones observacionales, las oraciones categóricas observacionales y las oraciones eternas no categóricas. Las primeras asociadas directamente con las estimulaciones sensoriales, las segundas son el puente entre las oraciones teóricas propiamente (las oraciones eternas no categóricas) y las estimulaciones sensoriales a través de las observacionales; de tal forma que las oraciones observacionales impregnan de contenido empírico a todo el sistema teórico. Una vez comprendido cóm o se llega al dominio de los niveles más altos de la lengua y la estructura básica de un sistema teórico, nos resta tratar la etapa final de la estructura lógica de la evidencia empírica para las teorías expresada en el holismo moderado de Quine.

3. Holismo moderado La última etapa en la estructuración lógica de la evidencia empírica la constituyen la formulación de hipótesis que lleva directam ente al holismo moderado de Quine. ¿Cómo se originan las hipótesis científicas? Posiblemente esta pregunta no admita una única respuesta pues su indagación toca con asuntos históricos y psicológicos que difícilmente pueden entrar en consideración en el presente contexto, sin que esto invite a invalidar este tipo de indagaciones. Lo importante a destacar, en este momento, es que la formulación de hipótesis es un momento crucial dentro de la construcción de teorías y que, de una u otra forma, éstas surgen a partir de experiencias anómalas, cuyo origen puede ser teórico o experimental, que no encajan dentro del acervo de teoría que se está implementando. 24 W v. O. QUINE. P alabra y O bjeto. Ed. Cit., pág. 17. 25 Veamos cómo opera ei aprendizaje por transferencia. Partimos de que el niño ya ha aprendido las palabras "perro” y ‘'animal” que son términos generales, de tal manera que cuando el niño está ante la presencia de un perro o cualquier otro animal, él está dispuesto a asentir cuando se le pregunte ’’¿anima]?”. En otra ocasión, al escuchar la palabra “perro” el niño perfectamente podría manifestar “sí un animal”, operándose lo que se Uama una transferencia del término “perro” al término “animal”. Una vez superada esta etapa el niño asentirá a la pregunta “es el perro un animal?”. Pueden haber diferencias en el aprendizaje de una oración eterna no categórica a otra dependiendo de las características de sus términos, pero en todas ellas se encontrará la disposición a afirmarlas o negarlas remitiéndose exclusivamente a las palabras Una vez aprendido el esquema de las oraciones eternas el niño aventura la construcción de nuevas oraciones eternas. 26 Carlos. U MOULINES. E xploracion es m etacien tíficas Alianza Editorial, S.A Madrid, 1982, pág 102.

265 Para ilustrar con mayor cuidado el holismo recurramos a un caso histórico de la física, la hipótesis newtoniana de la com posición crom ática de la luz solar27. La hipótesis de que la luz no era simple sino compuesta, “la luz del sol consta de rayos de diferente refrangibilidad”28, le fue sugerida a Newton por la forma oblonga del espectro una vez el rayo de luz solar había atravesado el prisma. Newton advirtió que si su hipótesis era correcta y bajo el supuesto de la validez de la ley de refracción, encontrada por Snell, debía entonces cumplirse que “la luz que difiere en color, difiere también en grado de refrangibilidad”29. Es decir, que para el caso concreto de luz roja y violeta se tendría que la desviación de la luz roja es menor que la desviación de la luz violeta a través del mismo prisma. Esto es lo que lleva a Newton a montar diversos experimentos para comprobar la diferencia de grados de refrangibilidad para luz de diferentes colores. Los resultados arrojados por los diferentes experimentos eran acordes con la hipótesis de que la luz es compuesta, de modo que Newton plantea su teoría corpuscular de la luz a partir de esta hipótesis y las leyes de Snell. En este caso la hipótesis fue incorporada a un sistem a teórico más amplio, pero el punto donde radica el holismo es cuando los resultados experimentales no se corresponden con las predicciones establecidas. De manera hipotética, y con el objeto de ilustrar el holismo, pensemos en el caso contrario en donde no se presentara diferencia en las desviaciones para colores diferentes. Ante esta situación, muy posiblemente Newton, com o cualquier otro hombre de ciencia, descartaría la hipótesis en cuestión para buscar una nueva hipótesis, dado que admite com o verdaderas la ley de Snell para la refracción y otros conceptos teóricos. Pero desde un punto de vista lógico las cosas son diferentes, hagamos uso de la terminología de Q uine para destacar este hecho. De acuerdo con la terminología de Quine se tiene que: “la luz roja tiene menor desviación que la luz violeta”, es una oración categórica observacional que relaciona de manera general las dos oraciones observacionales “desviación de esta luz ro ja ” y “desviación de esta luz violeta”; “la luz solar es com puesta”, es la hipótesis. Notemos, entonces, que la oración categórica observacional no está implicada, en sentido lógico, por la hipótesis sino por la conjunción entre la hipótesis y un conjunto de enunciados teóricos que incluyen, entre otros: la ley de Snell, el movimiento rectilíneo de la luz, y con ello los principios mismos de la geometría euclidiana, la velocidad finita de la luz, que el prisma no afecta la naturaleza de la luz, los principios lógicos presentes en toda la argumentación y otros presupuestos más, hacen parte de este conjunto de enunciados teóricos. De modo que al ser la categórica observación falsa, lo que resulta refutado no es propiam ente la hipótesis sino la conjunción de ésta con todos los demás enunciados, pudiéndose entonces m antener la hipótesis a costa de hacer una revisión de las otras com ponentes de la conjunción, com o la ley de Snell, los principios de la geometría o las mismas leyes de la lógica. Expresemos lo anterior en términos generales. Podemos decir que la categórica observacional es implicada por la unión, mediante conjunción, del acervo de teoría y la hipótesis en cuestión. Pero si se quiere ser más explícito deberíamos desglosar la com ponente llamada teoría para encontrarnos en su interior con leyes de la lógica (pi), de la m atem ática (qi), “perogrulladas de sentido común que se dan por supuestas”30 (ri), principios teóricos (si) y otras cosas más (ti). De tal forma que la conjunción de todo lo anterior con la hipótesis (h), implica una o varias categóricas observacionales. Pero, en este punto, debemos hacer una distinción entre el m ecanism o de admisión de una hipótesis y el mecanismo de refutación de la misma. De acuerdo con lo planteado en la corroboración de las categóricas observacionales y, sabiendo que la hipótesis se comprueba a través de las categóricas observacionales, queda claro que no es posible probar una hipótesis de manera definitiva. De tal manera que ésta podrá ser integrada a la teoría o dar origen a una nueva teoría, siempre y cuando posea poder predictivo mediante las oraciones categóricas observacionales que implique. En un futuro 27 Los detalles al respecto pueden estudiarse directamente en la obra de Newton, Optica, y para un análisis histórico detallado, la obra del Profesor Granes N ew ton y eL em pirism o, Empresa Editorial Universidad Nacional de Colombia Bogotá. 1988. 281. NEWTON. O ptica o tratado d e las reflexiones, refracciones, in flexion es y colores de la luz. Ediciones Alfaguara S.A. Madrid, 1977, pág. 32. 25 Ibid. pág, 27. 30 W v. O. QUINE. L a bú squ ed a d e la verdad. Ed. Cit., pág. 34

266 d ich a h ip ótesis podría ser p u esta en duda b a jo el su p u esto de que una de las categ ó ricas observacionales sea falsa, pero este último caso nos remite nuevamente a la refutación, que es más complicada y es donde radica el holismo de Quine. Se hablaría de refutación en el caso en que la categórica observacional resulte falsa; pero, ¿qué es lo que realmente resulta refutado? La hipótesis no sería refutada de manera concluyente puesto que la categórica observacional no es implicada, en sentido estricto, por la hipótesis sino por la conjunción de pi, qi, ri, si, ti y h; de tal manera que es precisamente la conjunción la que resulta refutada y, m ediante un análisis posterior, la refutación puede recaer, por ejemplo, sobre cualquiera de las componentes de la conjunción. En esto consiste la doctrina del holismo de Quine. La formulación que él hace es como sigue: “Si nos vemos forzados a desdecimos de esa conjunción de oraciones, las posibles soluciones no se limitan a la consistente en retirar la hipótesis en disputa: en vez de eso, podríamos desdecimos de alguna otra oración del conjunto. En esto consiste la importante doctrina que llamamos holismo. Fierre Duhem” puso gran énfasis en ella hacia comienzos de este siglo, y no se excedió en hacerlo”32.

Cuando el hombre de ciencia interpreta la negación de la categórica observacional como una negación de la hipótesis es porque la única oración que pone en cuestión es la hipótesis y asume el resto de oraciones como verdaderas; pero es igualmente lógico mantener la hipótesis y modificar pi o qi o ri o si o ti. En la medida en que las leyes de la lógica y de la matemática son empleadas en las teorías empíricas, un reajuste en la teoría a la luz de experiencias refutadoras puede llevar a su transform ación. De acuerdo con el holism o de Q uine, las verdades lógicas y m atem áticas son susceptibles de revisión en la misma medida en que hagan parte de las teorías de la naturaleza. Estamos más dispuestos a revisar las conjeturas de la geografía y de la historia que las de la física; y éstas, a su vez, las expondremos más fácilm ente a la crítica que las leyes de la matemática y de la lógica, pero éstas últimas dejarán de ser inmunes a la crítica cuando muestren ser excesivamente simplificadoras a la hora de comprender ciertas experiencias. La m ecánica cuántica, por ejemplo, pone en muy graves aprietos la lógica bivalente favoreciendo el uso de lógicas polivalentes33. Como bien se puede observar, aquí tam bién queda expresado, por parte de Quine, el rechazo a la dicotomía analítico-sintética. Pero el hecho de que las verdades lógico-m atem áticas se puedan revisar a la luz de nuevas experiencias, no nos puede hacer pensar que Quine está defendiendo un inductivismo radical en donde estas verdades se obtienen por simple generalización de la experiencia, o por mecanismos análogos, como algunos filósofos piensan, de manera equivocada, se logran las leyes en las ciencias empíricas. La situación para Quine es distinta, cómo él mismo lo destaca: “El parentesco que yo afirmo es un parentesco con los aspectos más generales y sistemáticos de la ciencia de la naturaleza, que son los más lejanos de la observación. La observación fundamenta la matemática y la lógica sólo del mismo !1 Para una presentación bastante interesante del holismo de Duhem se puede ver, Luis H. HERNÁNDEZ. «Aproximación al objeto y estructura de la teoría física de Fierre Duhem», en P raxis filosófica, No.7. Universidad del Valle, Noviembre de 1997, pp. 161-172. 52 W. v. O QUINE. L a bú squ eda d e la verdad. Ed. Cit., pág. 34. En P alabra y Objeto, Quine enuncia el holismo en los siguientes términos: “De la asociación de sentencias con sentencias procede una amplia estructura verbal que, primariamente como totalidad, tiene muy diversos víncutos con la estimulación no verbal. Estos vínculos se refieren (para cada persona) a sentencias distintas y sueltas, pero las sentencias mismas están a su vez enlazadas entre ellas y con otras sentencias, de tal modo que los propios vínculos no verbales pueden relajarse y hasta romperse, sometidos a determinadas tensiones. Puede afirmarse obviamente que esa estructura de sentencias interconectadas es un único edificio conexo que incluye todas las ciencias, y hasta todo la que podemos decir del mundo, por que hace a las verdades lógicas, y sin duda a otras sentencias triviales, son afines a todos los temas y suministran así las conexiones”, pp. 25-26. 33 De acuerdo con el principio de indeterminación de Heisenberg. aunque es posible medir la posición de una partícula y también medir su momento, es imposible medir simultáneamente la posición y el momento, de modo tal que, de acuerdo a la interpretación de Bohr y Heisenberg, los enunciados que indican la posición y el momento de una partícula en un tiempo dado deben considerarse como carentes de significado o mal formados. Entre tanto, Reichembach ha propuesto una lógica trivalente, que carece de la ley de tercero excluido “p v -p”, introduciendo un tercer valor de verdad y admitiendo que este último tipo de enunciados son significativos, pero no son ni verdaderos ni falsos, sino indeterminados.

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modo indirecto como fundamenta dichos aspectos más generales de la ciencia de la naturaleza, o sea, en cuanto elementos participantes en un todo organizado que, por sus bordes empíricos, encaja con la observación. No me interesa proclamar que la lógica y la matemática son de carácter empírico, ni tampoco que la física teórica sea de carácter no-empírico: lo que sostengo es el parentesco entre una y otra, y una doctrina gradualista”34. En síntesis, ¿cuál es la transformación que Quine está produciendo en relación con la evidencia? La idea dominante en la filosofía de la ciencia, antes de Quine, era: cada enunciado observacional podía verificarse, independientemente de los demás, directamente en la experiencia; y la comprobación de cada enunciado teórico, independientemente de los demás, recaía sobre la verificación de los enunciados de observación que implicaba. En tanto que para Quine, el contenido empírico no lo posee cada enunciado por separado sino el sistem a teórico tomado como un todo. De tal manera que la teoría implicará un cierto número de oraciones categóricas observacionales y, éstas implicarán que se cumplan ciertas oraciones observacionales b ajo determinadas circunstancias; si cualquiera de estas oraciones categóricas resultara falsa, por las oraciones observacionales que se derivan de ella, entonces la teoría es falsa; pero, entonces, no es posible determinar cuál de todos los enunciados constitutivos de la teoría es el culpable de ello puesto que un solo enunciado de la teoría no implica ninguna de las oraciones categóricas observacionales. Hagamos uso de la metáfora del campo de fuerza, presentada en un com ienzo, para destacar la significación empírica de la teoría tomada como un todo. Las oraciones de observación se hallan en la periferia del campo de fuerza que es la ciencia y, “a través de esa periferia la ciencia y el lenguaje empapan todo contenido empírico o significación”35, en este sentido, las oraciones observacionales son significativas en función de la estim ulación sensorial. Las categóricas observacionales, que son generalizaciones de pares de oraciones observacionales y se ubican entre el núcleo y la periferia del campo de fuerza, se impregnan en parte del difuso contenido empírico de las oraciones observacionales y, por esto, se hace muchos más difícil asociarles un contenido empírico de su propiedad. Las oraciones eternas no categóricas, compuestas por los principios y conceptos teóricos que se encuentran ligados unos con otros, se enfrentan ante la experiencia com o un todo al proponer predicciones a través de las distintas categóricas observacionales implicadas. Todas ellas constituyen, en buena medida, el gran entramado de fuerzas del campo en cuyo centro se encuentran ampliamente protegidas las leyes de la lógica y de la matemática. En síntesis, no es posible adjudicar un contenido empírico a las diferentes palabras y oraciones de una teoría sino en tanto están relacionadas unas con otras en el sistema teórico. ¿Qué hace al holismo de Quine un holismo moderado o relativo? Con el objeto de lograr una mejor precisión al respecto, demos respuesta a esta pregunta abordando una interpretación dominante sobre las características del holismo que Quine defiende. De acuerdo con algunas afirmaciones de Moulines, el holismo de Quine, en el aspecto semántico, es total. A la hora de destacar Moulines que el holismo que él defiende es local y no total como el de Quine, hace comparaciones como la que sigue: “No se trata de una forma general izada y radica! de holismo semántico, como es el caso de Quine, sino más bien de lo que se podría llamar una versión moderada de holismo’6 (...) Estamos todavía bastante lejos de un holismo semántico a lo Quine, o incluso a lo Davidson. Nuestra tesis no es que el significado de un término científico viene determinado por todo complejo conceptual, es decir, por toda teoría en la que aparezca dicho término Esta tesis, de ser defendida consecuentemente, nos llevaría a concebir las teorías científicas empíricas como sistemas cerrados semánticamente. ..Es decir, no dispondríamos de ningún medio de comprobación independiente con el que pudiéramos someter a prueba la teoría en cuestión. Lo menos que podemos decir de una tal situación es que sería altamente sospechosa para una teoría que pretenda asumir plenamente su carácter de teoría empírica"3’. '* W. v. O. QUINE, filo s o fía d e la lógica. Alianza Editorial S.A., Madrid, 1973, pág. 170. 35 W v. O. QUINE. L as raíces d e la referencia. Revista de occidente, S.A Madrid 1977, pág. 81. 56 Carlos U. MOULINES. P luralidad y recursión. Alianza Editorial S.A. Madrid. 1991, pág. 191. 37 lb id , pp. 195-196. Pero unas páginas más adelante Moulines vacila ante esta primera interpretación categórica que ha hecho del holismo de Quine y dice: “...podríamos tomarla posición mucho más radical de que el significado depende de todos

268 ' Considero que en un primer momento el holismo de Quine se presenta como total, cubriendo no sólo una teoría en particular sino la totalidad de la ciencia natural. Esto porque para Quine, en primer lugar, la división establecida entre las distintas disciplinas — física, química, biología, etc.— es arbitraria, los linderos entre ellas son borrosos y superpuestos, de ahí el trabajo interdisciplinario, y todas ellas en últimas, así sea como ideal, convergen a un sistema único, el sistema del mundo38; en segundo lugar, el hecho de que Quine siempre ponga de relieve la revisión de la lógica y de la matemática hace pensar en un holism o radical, pero lo cierto es que por lo menos en cada una de estas disciplinas se hace uso de manera importante de la lógica y de la matemática. Aún así, Quine pretende defender un holismo moderado, y esto por dos razones. Primera, en palabras del mismo quine, “es un legalismo carente de interés, sin embargo, pensar que nuestro sistema científico del mundo está involucrado en bloc en toda predicción. Es suficiente con trozos más modestos^ a los cu ales es posible atribuir, con suficiente precisión, un sentido em pírico independiente, ya que en todo caso tiene que advertirse cierta vaguedad en el sentido”39. Considero que el estructuralism o m etacientífico desarrollado, entre otros, por Stegmüller y Moulines avanza de manera importante en la clarificación de ciertos temas propios de la filosofía de la ciencia, entre ellos se encuentra precisam ente las precisiones alcanzadas en relación con el holismo local, pero esto en ningún sentido le quita mérito a la versión moderada que defiende Quine, así ésta pueda ser califica de intuitiva y vaga desde el punto de vista estructuralista. Esto en la medida en que los propósitos y enfoques son diferentes, pero pueden ser complementarios en ciertas temáticas, como es el caso del holismo40. Segunda, es posible encontrar enunciados, como los observacionales/que tienen su propio contenid o em pírico de m anera aislada, pues si bien un enunciado de observación puede ser contradictorio con la teoría a la que pertenece, este es un caso extremo y no es característico en la ciencia. Recordemos que las oraciones de observación impregnan todo el sistema de contenido empírico debido a los términos que comparten las oraciones observacionales con las oraciones teóricas. Esta última observación aclara, al mismo tiempo, porque el holismo de Quine no es semánticamente cerrado, como plantea Moulines: la comprobación de una teoría empírica se hace a través de sus predicciones, y e sta s p re d iccio n e s v e rsan sob re e stim u la c io n e s sen so ria le s a so cia d a s con las o ra cio n es observacionales implicadas. Finalm ente, es de destacar que en la búsqueda de una solución plausible a la relación de evidencia para las teorías de la naturaleza, desde el enfoque epistemológico de Quine, no fue necesario recurrir a los términos ya los posibles objetos a que hacen referencia, ni a la supuesta ontología, presentes en las formulaciones teóricas, sino que su análisis transcurrió en el marco de las oraciones: las oraciones de observación, las categóricas observacionales y las propiamente eternas. La relación de evidencia, y con ella el concepto de significación estimulativa, es independiente de consideraciones ontológicas, quedando así planteada la cuestión por la función que desempeñan los objetos dentro de un sistema teórico. C uestión que tam bién hace parte im portante del proyecto de Q uine de naturalizar la epistemología, enmarcada dentro de lo que él llama epistemología de la ontología.

los sistemas, todos los términos y todas las teorías de una disciplina determinada, pongamos por caso de la física o incluso de la ciencia empírica en su totalidad. De acuerdo con ciertas interpretaciones de epistemólogos recientes, este punto de vista más radical ha sido atribuido a autores tales como Duhcm y Quine. No estoy seguro de que ésta sea la interpretación correcta de lo que estos autores realmente pretendían o pretenden decir sobre la semántica de la ciencia”, p.199. De todos modos nuestro objetivo es mostrar por qué Quine califica su holismo de moderado y, en este sentido, tener en cuenta la otra cara, el holismo radical, nos puede ayudar. 38 “Tanto como se hace lógica cuanto se hace física el objetivo es siempre el mismo: obtener —dicho con palabras de Newton— un sistema del mundo lo más liso y lo más sencillo que sea posible y que encaje limpiamente por sus bordes con las observaciones”. W. v O. QUINE F ilosofía d e la lógica. Ed. Cit., pág. 171. La cursiva es mía. 39 W. v O. QUINE Teorías y Cosas. Ed. Cit., pág. 91. “ Un análisis de las diferencias de propósitos y enfoques, así como de los puntos de convergencia entre el estructuralismo y la epistemología naturalizada de Quine desborda los límites del presente escrito. Aclarar en qué consiste el holismo moderado de Quine, más que sus diferencias con otras propuestas al respecto, es el objetivo central en este momento.

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