Makarenko el educador

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Makarenko el educador

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Y.

M edinsky y otros

Makarenko el educador

Editorial Lautaro

Traducción de

Raquel W. de Ortiz Edición al cuidado de

Hugo Acevedo

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La reproducción total o parcial de esta obra, en cualquier forma que sea, idéntica o modificada, escrita a máquina, por el sis­ tema “ multigraph” , mimeógrafo, impreso, etc., no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada. © Editorial Lautaro, Argentina, 1965 Hecho el depósito que previene la Ley 11.723 Impreso en la Argentina. Printed in Argentina

Primera parte Biografía de A . S. Makarenko

Y . N. M edinskv

Vida y obra dte Antón Makarenko

Antón Makarenko nació el 13 de marzo de 1888, en la ciudad de Belopolye, Ucrania. Su padre, Semión Makarenko, era capataz de un taller de pintura del ferrocarril. “ Un hombre alto, enjuto, austero, que no conoció otra cosa ,que el trabajo en toda su vida” ; así describe Antón Makarenko a su padre en la novela Honor. Semión era un padre amante pero severo, y no protegió en exceso a su h ijo. Falleció en 1916, a la edad de 66 años, poco antes de que su h ijo se graduara en el Instituto del Magisterio. La madre de Antón, Tatiana Makarenko, de elevadas miras tanto para sí misma como para los demás, fue una esposa y madre buena y amante, y una excelente ama de casa. Los Makarenko estaban unidos por profundos lazos de afecto, aun­ que no eran muy demostrativos, y cada miembro de la familia tenía definidas responsabilidades. La honestidad, el respeto a sí mismo y un gran sentido del deber fueron las cualidades que se le inculcaron a Antón Makarenko desde la infancia. Presumiblemente, cuando más tarde defendía su principio de “ exi­ gir respeto hacia los niños” , Antón Makarenko rememoraba, en cierta medida, las impresiones de su propia infancia. El muchacho aprendo a leer a los 5 años. Cuando cumplió los 12, los talleres del ferrocarril en que trabajaba su padre fueron trasla­ dados a Kriukov, Poltava Gubemia. Antón concurrió a la escuela municipal, que tenía un ciclo de instrucción de seis años, adonde asistían hijos de comerciantes y pequeños empleados. Al iniciarse en esa escuela, su padre le d ijo :

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— Estas escuelas no están hechas para nuestros iguales, ¡pero tú tienes que mostrarles quiénes somos! ¡N i una nota baja, recuerda! El muchacho cumplió fielmente las indicaciones de su padre. Du­ rante todos sus años escolares y más tarde, en el Instituto del Magis­ terio, Antón siempre estuvo a la cabeza de su curso. Después de la escuela municipal, hizo un curso de un año para graduarse como maestro, y en 1905 recibió un nombramiento en la escuela del ferrocaril agregada a los talleres en donde trabajaba su padre. Poco después fue maestro de una gran escuela del ferrocarril. P. P. Kaminsky, que fue profesor en la Escuela Municipal de Kremenchug y en los Cursos de Pedagogía agregados a ésta, escribió: “ Recuerdo muy bien a Antón Makarenko, como alumno primario y secundario. Fue en verdad un discípulo excelente, y poseía condicio­ nes excepcionales y una autodisciplina notable en una persona tan joven. Siempre pasó sus exámenes espléndidamente” . Las escuelas primarias del ferrocarril, especialmente las más im­ portantes, de dos clases, estaban en esa época mejor organizadas que todas las otras. Muy bien financiadas por el Departamento de Ferro­ carriles, tenían buenos oficios y equipos. En muchas de ellas, además de los temas de instrucción general, se enseñaban oficios manuales (ebanista, ajustador y tornero). Los maestros eran mejor pagados, y por regla general eran más calificados que los de otras escuelas primarias. Los primeros años de actividad pedagógica de Makarenko coinci­ dieron con la primera revolución rusa. Fue durante esos años cuando las ideas de Makarenko empezaron a tomar forma. En sus memorias escribe: “ La comprensión de la historia nos llegó a través de la educación bolchevique y los eventos revolucionarios [ . . . ] La atmósfera en la escuela ferroviaria en donde yo enseñaba era infinitamente más pura que en otros lados. La comu­ nidad obrera, una verdadera comunidad proletaria, conservaba firme­ mente a la escuela en sus manos. . . ” Máximo Gorki desempeñó un papel importante en la evolución intelectual de Makarenko en ese período. Makarenko describe la in­ fluencia de Gorki en los siguientes términos: “ Gorki nos enseñó a sen­ tir la historia, nos inyectó ira y pasión, un optimismo mayor aun, y la gran alegría subyacente en sus propias palabras. «¡D ej$d que la tormenta estalle en toda su fu ria !»” . A iniciativa de Makarenko, y bajo su dirección, la escuela realizó

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múltiples actividades para las cuales com prometía la cooperación ae la comunidad. Se hacían fiestas escolares y se organizó una colon ia de vacaciones para los alumnos. Estas tareas acercaron más a los jóvenes maestros al hogar proletario de sus alumnos. Makarenko o r­ ganizó también una com isión de padres con los obreros más p rogre­ sistas. Los obreros se encontraban en la escuela no sólo para discutir los asuntos de la com isión, sino también para planear las actividades revolucionarias. El director de la escuela, M ijaíl Kompantsev, y algunos de los maestros, inclusive Makarenko, naturalmente, tomaban parte activa en esas tareas. En 1914 Makarenko ingresó en el Instituto del Magisterio de P oltava, que preparaba maestros primarios de más jerarquía. Era uno de los mejores alumnos del Instituto. El director, A. K. Volnin, escri­ bía: “ En las conferencias de maestros realizadas en el Instituto, A . S. Makarenko era uno de los más activos participantes. Sus discursos se distinguían no sólo por su profunda argumentación y su lógica: eran excepcionalmente buenos también en cuanto a la forma. Makarenko poseía una rara fluidez al hablar y, lo que era más sorprendente en un ucraniano, un don para la elocución sutil y equilibrada en un len­ guaje puramente literario — cosa que jamás encontré entre otros alumnos ucranianos. Era un don único. Podía dar una conferencia de dos o tres horas de duración en perfecto ruso literario, intercalando expresiones humorísticas ucranianas que mantenían viva la atención de sus oyentes” . Los exámenes finales fueron presenciados por el director de es­ cuelas del distrito, A. N. Derevitsky, profesor de historia. Las respues­ tas de Makarenko le interesaron de tal m odo, que se enfrascó en una conversación con él sobre varios tópicos de historia. Quedó sorpren­ dido por la erudición demostrada por ese alumno y registró ese hecho en el libro de honor del instituto. Makarenko recon oció la influencia que tuvieron en él algunos de los profesores del Instituto de Poltava. D ijo que gracias a esos maes­ tros “ muchos bolcheviques salieron de este instituto, y muchos de ellos dejaron su vida en el frente de la guerra civil. Esos maestros eran hombres cabales que cultivaron en nosotros los mejores ideales huma­ nos. En m i propia evolución pedagógica crearon los dogmas funda­ mentales de la fe pedagógica: exigir de cada persona el m áxim o posi­ ble y tener por ella el m ayor respeto” .

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Makarenko se graduó en el Instituto del Magisterio de Poltava con medalla de oro. El certificado que le extendió el Instituto decía: “ Antón Makarenko es un estudiante destacado en cuanto a capacidad, conocimientos, madurez y aplicación. Puso de manifiesto un interés especial por la pedagogía y las humanidades, sobre lo cual ha leído muchísimo y redactado excelentes composiciones. Será un excelente maestro en cualquier materia, especialmente en historia y lengua ./ rusa” . Después de los exámenes finales Makarenko regresó a Kriukov, donde tvivía su anciana madre, que había enviudado recientemente. Allí, a partir del 19 de setiembre de 1917, trabajó como inspector de enseñanza primaria superior. En dicho cargo lo halló la Revolución de Octubre, una revolución a la que dio la bienvenida con alegría y grandes esperanzas. “ Con la Revolución se abrieron ante mí grandes perspectivas. Los maestros estábamos deslumbrados por sus posibilidades futuras , es­ cribió Makarenko. Uno de sus colegas, el director de una escuela primaria superior, menciona en sus memorias que Makarenko, en ese tiempo, estaba buscando desesperadamente nuevas formas y métodos de educación, nuevos caminos para la pedagogía.

La Colonia Gorki Usted está realizando una labor extraordinaria que debe rendir magníficos frutos. .. Qué hom­ bre notable es usted —exactamente la clase de hambre que Rusia necesita desesperadamente. ¡Qué hombre maravilloso es usted, qué mag­ nífica fuerza humana! De las cartas de Gorki a Makarenko, 1926-1928.

En el otoño de 1920, el Departamento Educacional de Poltava le encomendó a Makarenko la misión de organizar una colonia para jóvenes delincuentes. Una parcela de tierra de un centenar de acres, con unos pocos edi­ ficios dispersos, se adaptó para la colonia a unos 6 kilómetros de Poltava. Antes de la Revolución, el lugar había sido usado como co­ lonia para criminales jóvenes. El equipo de la antigua colonia había sido saqueado. Todo el lugar había sido registrado; los vidrios de las ventanas, quitados; las puer­ tas, arrancadas de sus goznes; las estufas, retiradas ladrillo a ladrillo. Hasta los frutales habían sido arrancados. Después de dos meses de dura labor, uno de los dormitorios quedó más o menos habitable, algo del equipo fue recuperado y se consi­ guieron unas ciento cincuenta libras de harina. En diciembre llegó el primer grupo de delincuentes juveniles, mu­ chachos entre quince y dieciocho años. Estos muchachos vagaban por los alrededores, quedaban noches enteras afuera y desafiaban abier­ tamente a los maestros. Cometían asaltos nocturnos en las carreteras *

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que conducían a Jarkov. Robaban dinero y alimentos hasta de la Colonia misma. A veces se producían riñas a cuchilladas. Con gran dificultad se logró forzadamente imponer algo similar a la disciplina en ese primer grupito de colonos, pero hacia febrero su número llegó a medio centenar. Makarenko comprendió que no podía tener grandes exigencias in­ mediatas con esa gente. Eso había que hacerlo gradual pero firme­ mente. Los colonos estaban muy impresionados por esa firmeza y hasta temeridad por parte de Makarenko, su inmenso autodominio, su permanente y devoto cuidado de los intereses de la colonia. Comenzó a construir una comunidad, organizando en primer lugar un fuerte núcleo de activistas. Formó una guardia de colonos para vigilar las carreteras, protegiéndolas de los asaltantes, y para defender los bos­ ques contra la tala ilegal. “ La protección de los bosques estatales nos elevó considerablemente en nuestra propia estima, nos proporcionó un trabajo extremadamente entretenido y, por último, nos brindó un be­ neficio nada pequeño” , escribía Makarenko. En las vecindades de la colonia había una propiedad casi en ruinas que había pertenecido a una antiguo terrateniente. “ Si la equipamos adecuadamente — les dij o a sus pupilos— en un año o dos la Colonia tendrá abundante pan, verduras frescas y manzanas. Hasta podría iniciarnos con un tambo y cría de cerdos. Esta vida de hambre ter­ minaría.” Se enfrentaba con una difícil tarea. No había implementos ni semillas. La casa no tenía puertas ni ventanas. Pero Makarenko era capaz de despertar el entusiasmo de los muchachos. Ellos apoyaron encantados su propuesta. Una semana más tarde, se hallaba de pie en medio de los colonos con un certificado de posesión del establecimiento de campo, en sus manos. “ Yo estaba parado en el centro del dormitorio, casi incapaz de creer que todo eso no era un sueño, y a mi alrededor un excitado montón de muchachos, un remolino de entusiasmo, un bosque de brazos en alto: ‘ ¡Muéstranos e so!’ — escribía Makarenko. Un año después, el establecimiento estaba irreconocible. Y lo mismo ocurría con los colonos. Así, proponiéndose metas osadas, con tacto y el ejemplo personal, con hábiles métodos para aproximarse a cada joven, organizando grupos de maestros dedicados a su labor, fue creándose gradualmente una entidad colectiva, la base de la educación.

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Esta entidad colectiva, organizada con tanta dificultad, estuvo expuesta a menudo al peligro de la desintegración antes de haberse consolidado. Eso ocurría cada vez que se incorporaban a la Colonia nuevos grupos de delincuentes juveniles. En esos momentos, cuenta Makarenko, “ había un amplio campo para toda clase de excentricida­ des, para la manifestación de personalidades sumergidas en una semi barbarie, desmoralizadas por la soledad espiritual. Aunque en líneas generales el cuadro era bastante triste, los brotes del espíritu colectivo que habían comenzado a manifestarse en ese primer invierno reto­ ñaban misteriosamente en nuestra comunidad, y esos brotes debían ser estimulados a toda costa; no debía permitirse que ninguna hierba extraña anogara su tierno verdor. Yo considero que mi principal mé­ rito reside en el hecho de que me daba cuenta a tiempo de esas impor­ tantes apariciones y las estimaba en su justo v a lo r .. . El factor de salvación fue que — ¡incorregible optimista como soy!— siempre me creí a un paso de la victoria. Cada día de mi vida, en ese período, era una mezcla de fe, regocijo y desesperación” . No era tarea fácil curar a estos delincuentes de los hábitos for­ mados durante años de vagancia. Esto era tanto más difícil cuanto que cada semana seguían llegando a la colonia nuevos delincuentes y niños abandonados. Los acontecimientos se sucedían rápidamente, uno tras otro. De pronto, era un grupo de muchachos que secretamente atormentaban y hasta llegaban a expulsar a los colonos judíos; de pronto era un grupo de colonos que invadían los sótanos de los campesinos, des­ truyendo la grasa de cerdo, la crema y los alimentos guardados. Había días en que Makarenko pensaba con desesperación: “ Pero, ¿qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer?” Algunos de los muchachos tuvieron que ser retirados de la Colonia. Esta medida le ocasionó a Makarenko una gran angustia. Lo consi­ deró como un signo de fracaso, de ineficacia de sus métodos peda­ gógicos. Agotados por el exceso de trabajo que les causaba tremenda tensión, los maestros empezaron a hablar de la inutilidad de sus esfuerzos. “ ¿Hemos tomado el camino correcto? Tal vez estemos cometiendo un error terrible, hablando de una entidad colectiva cuan­ do tal cosa no existe. Tal vez nos estemos autosugestionando con nuestro propio sueño de un colectivo.” Pero Makarenko no era hombre para dejarse llevar por el desaliento y por tan “ mezquinos” pensamientos, como él los llamaba. Luchando con las dudas que lo asaltaban de tanto en tanto, desplegaba un

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autodom inio supremo y alentaba a los fatigados maestros. En los días difíciles que seguían a algún “ acontecimiento” importante, continuaba con su trabajo com o si nada hubiera ocurrido. En tales momentos, las exigencias a los maestros y colonos eran más netas que nunca; la distribución del trabajo, más rigurosa. Exteriormente se volvía más austero, com o si quisiera ponerse una máscara para ocultar sus dudas a los ojos de los que lo rodeaban. Todos los demás, también, reco­ braban entonces la calma, le manifestaban a Makarenko silenciosos signos de cortesía, trabajaban a toda presión y cumplían estrictamen­ te las normas establecidas en la Colonia. P oco después, las cosas se animaban de nuevo en la Colonia. “ Como antes, nos rodeaban risas y bromas; como antes, estallaba de buen humor y energía; la única diferencia era que todo eso ya no estaba viciado por la menor brecha en la disciplina, o por procederes torpes o descuidados.” Dos años después de su fundación, la Colonia tenía ciento veinti­ cuatro ¡internados. La granja también había crecido: contaba ya 16 vacas, unos 50 cerdos, 8 caballos, una gran huerta y una superficie considerable (unas 70 hectáreas) sempradas con cereales. Se consi­ guió un agrónomo para dirigirla, quien organizó la adecuada rota­ ción de las siembras y del trabajo del campo. A los fines del trabajo los colonos fueron organizados en destaca­ mentos; cada destacamento consistía en distinto número de colonos, varones y niñas, de acuerdo con la naturaleza de la tarea, y tenía a su frente a un comandante. A l principio, éste era elegido por Maka­ renko; más tarde lo fue por el Consejo de Comandantes. Además de estos destacamentos permanentes, se formaron otros, mixtos, de naturaleza temporaria. El comandante del destacamento mixto era habitualmente elegido de entre la tropa de los destaca­ mentos permanentes. Esto permitía que muchos de los colonos actua­ ran no sólo com o subordinados, sino com o organizadores. Esta organización del trabajo, com o lo señalara Makarenko, per­ mitía a los colonos “ fusionarse en una real, firme y única entidad colectiva, con diferenciaciones tanto de trabajo com o de organización, con la democracia de la voluntad general, el orden y la subordinación de camarada a camarada” . Los comandantes de destacamentos formaban el Consejo de Co­ mandantes. Era éste un espléndido grupo de colonos que tomaban parte activa en la vida de toda la Colonia. El Consejo de Comandantes discutía y decidía todos los asuntos importantes relativos a las dispo-

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siciones de la vivienda y a la organización de la granja; discutía el presupuesto de la Colonia, la organización de la vida cultural, la adm isión de nuevos miembros, etc. El Consejo cuidaba celosamente «1 honor de la Colonia. Examinaba los casos de inconducta e imponía penalidades. Una de las reglas pedagógicas más firmes y rígidas de Makarenko era la táctica de enterrar por completo el pasado de los colonos, espe­ cialmente sus actos delictivos. Lo que interesaba de ellos no era su pasado, sino su futuro. Como lo señaló él mismo, la rígida aplicación de este principio estaba rodeada de dificultades. Tanto los colonos com o los maestros mostraban en un comienzo un profundo interés por saber por qué se había enviado a la Colonia al recién llegado. Makarenko admite que al principio él tuvo que reprimir ese interés inclusive en sí mismo. “ Siempre había un deseo oculto de saber por qué motivo había sido enviado un muchacho a la Colonia, qué era lo que realmente había hecho. La lógica pedagógica usual en aquellos tiempos remedaba a la medicina, adoptando esta sabia máxima: ‘Para poder curar una enfermedad, es necesario primero conocerla’ . Esa lógica hasta me desorientó a mí mismo algunas veces, y no digo ya a mis colegas o al Departamento de Educación Pública. La Comisión para la Delincuencia Juvenil solía enviarnos los legajos de nuestros pupilos, en donde se describían minuciosamente los diversos interro­ gatorios, confrontaciones y todas esas sandeces que se supone ayudan a conocer la enfermedad.” A primera vista, podría parecer pedagógicamente sensato ponerse al corriente del contenido de todos esos legajos, saber qué clase de personas nos habían enviado a la Colonia, qué medidas se habían tomado para extirpar “ pecados” anteriores y cuál era la perspectiva futura. Pero Makarenko, con un tacto pedagógico extraordinario, sa­ bía que, si él mostraba la más mínima curiosidad por ese pasado, provocaría una curiosidad similar en otros maestros, y, por parte de los demás colonos, un interés insano por el recién llegado. Sus preguntas, por una parte, despertarían en ellos recuerdos de su propio pasado y, por otra, fomentarían el hábito de las fanfarronerías y bra­ vatas evocadas de las aventuras pasadas, a menudo exagaredas y embellecidas, como es característico en esos adolescentes sin hogar. Todo ello introduciría un inevitable elemento de desintegración. “ Nuestros comuneros no perdían un solo minuto de su vida para dedicarlo al pasado. Y yo estoy orgulloso de ello” , decía Makarenko. Pero la razón principal por la que él rehusaba hurgar en el pasado

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lleno de cicatrices de sus pupilos, era el respeto por la personalidad humana de los colonos. Jamás los trató com o a antiguos criminales. En cada uno de ellos veía, por sobre todo, al ser humano. Trataba de destacar sus rasaos positivos, creía en las fuerzas potenciales y en las posibilidades °de cada colon o, y era capaz de despertar en cada uno de ellos, con raras excepciones, esas potencialidades, así com o un sentido de respeto por sí mismo. Tanto Makarenko com o sus pupilos se sentían ofendidos cuando alguien se refería a los colonos com o a ex criminales o delin­ cuentes. Cualquier tentativa por parte de algún recién llegado de jactarse de su pasado era tronchada en flor por los colonos más antiguos, y él no tardaba en darse cuenta de que esas historias estaban fuera de lugar allí y hasta se sentía avergonzado de hablar de sus “ hazañas” pasadas. H acia el final del primer año de su existencia, la Colonia adoptó el nom bre de “ Colonia de Trabajo Gorki” , en honor de Máximo Gorki. En su juventud, Makarenko había sido un ávido lector de este escritor, de quien aprendió a valorar al ser humano. En su artículo “ Gorki en mi vida” , Makarenko dice: “ De nada me servía la antigua experiencia de las colonias de delincuentes juveniles. No había expe­ riencias nuevas en qué basarse, y tampoco libros. M i situación era muy d ifícil, casi desesperada. Y o no podía encontrar ninguna salida ‘científica’ . M e sentí com pelido a extraer mis propias concepciones generales del conocim iento del ser humano, y para mí ello significó la vuelta a Gorki” . En Gorki, el nuevo m odo de enfocar al ser humano tenía una nota de orgullo. En cada persona él descubría “ una vasta escala de posi­ bilidades” . Era natural, pues, que Makarenko tratara de interesar a sus pupilos en el conocimiento del escritor. En las largas veladas invernales, or­ ganizaba sesiones de lectura de las obras de los grandes escritores rusos. Sus relatos sobre la vida de Gorki despertaron en los colonos un gran amor por este gran humanista y escritor proletario. ^ “ A l principio no me creían cuando les contaba la vida de Gorki , escribe Makarenko, “ Se mostraban atónitos, y de pronto descubrieron. ‘ ¡Pero si Gorki es como nosotros! ¡Eso es magnífico!’ Esa idea los conmovió profundamente y los llenó de gozo. La vida de Máximo Gorki pareció convertirse en parte de nuestra propia vida. Varios

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episodios de ella nos sirvieron com o ejemplo y punto de comparacion. Por eso fue natural que la Colonia adoptara el nombre de Gorki. Ello ayudó a deshacerse de ese nombre depresivo — Colonia para Delincuentes Juveniles— y definió admirablemente los ideales peda­ gógicos de los maestros y las aspiraciones de sus discípulos. Sé adquirió nuevo papel timbrado y un sello de goma para la co­ rrespondencia oficial. Gradualmente, todas las instituciones y organi­ zaciones que tenían algún contacto con la Colonia se fueron acostum­ b r a n d o a ese nombre. Para los internos mismos, ello tuvo una gran significación educativa. La población de la Colonia manifestó deseos de ponerse en contacto directo con Gorki, pero no conocía su dirección. En el verano de 1925 le envió la primera carta a Italia y recibió la primera respuesta el 19 de ju lio. Más tarde, en contestación a una de sus cartas, los colonos recibieron otra de Gorki en la cual les daba su opinión sobre la Colonia y sobre la actitud de Makarenko con respecto a los colonos. “ Éste es realmente un sistema de reeducación, y eso es lo que siempre puede y debe ser, especialmente en nuestros días. Afuera con el ayer y con toda su suciedad y su escualidez espiritual.” Desde ese momento Makarenko y sus pupilos mantuvieron corres­ pondencia regular con Gorki. Cuando el escritor llegó a la Unión Soviética en 1928, visitó la Colonia, que para ese entonces contaba con cerca de cuatrocientos pupilos. En el otoño de 1923, todo el personal y los colonos abandonaron el desvencijado edificio en que se había alojado la ex Colonia para Delincuentes Juveniles y se trasladaron al establecimiento recién repa­ rado y decorado que la Colonia había recibido. Debido a la adecuada organización de las tareas y el excelente trabajo en equipo de los integrantes de la Colonia Gorki, ésta tornóse muy próspera. Los campos daban una abundante cosecha de grano y verduras, la granja poseía vacas y cerdos de raza, una gran quinta, un molino harinero que servía para cubrir las necesidades de las aldeas vecinas así com o las de la Colonia. Pese a esa prosperidad y bienestar exterior, Makarenko comprendió que el crecimiento interno de la Colonia estaba en peligro de quedar detenido, que faltaba el antiguo entusiasmo y las viejas aspiraciones. Tal m odo de vida, privado de esas aspiraciones, tenía todas las posi­ bilidades de convertirse en asunto positivista: el numero de vacas y cerdos podría llegar a duplicarse o triplicarse, se podía hacer otro

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e d ificio en los terrenos de la Colonia, y la vida en ella podía llegar a convertirse en un confortable trotecito sin lucha, sin inquietudes, sin ideales. “ Sí, durante dos años estuvimos en punto muerto: los mismos cam pos, los mismos canteros de flores, los mismos talleres, la misma ronda durante todo el año” , pensaba Makarenko. Comprendió que “ si todo era así, habíamos llegado a un punto muerto. Y eso no puede permitirse en la vida de una entidad co­ lectiva” . Una persona debe ver siempre una perspectiva nueva. El bienestar material n o podía ser un fin en sí m ism o; era simplemente una de ■las condiciones necesarias para el desarrollo del ser humano, que lucha por espacios amplios y luminosos. N o tardó en presentarse una oportunidad para hacer cosas más importantes. Cerca de Jarkov había una colonia infantil con 280 inter­ nos alojados en los edificios que habían pertenecido al Monasterio de Kuriaz. Los maestros en Kuriaz no habían logrado organizar ninguna clase de trabajo educativo entre sus pupilos. Las propiedades de la colonia habían sido robadas. Los niños andaban andrajosos y se las arreglaban solos asaltando los mercados de Jarkov y las aldeas veci­ nas. N o había escuela en la colonia. Los niños venían a ella sólo a cenar y dormir. Makarenko y su grupo emprendieron la tarea de “ conquistar K u­ riaz” . Decidieron trasladarse hacia allí en bloque, salvar a los niños famélicos e incorporarlos al régimen y a la influencia de la Colonia Gorki. La misión que se proponían era formidable. En esos momentos la Colonia contaba con ciento veinte internos, cuarenta de ellos recién llegados que todavía no habían tenido tiempo de adaptarse por com ­ pleto. Ello significaba abandonar sus campos cultivados, sus huertas, sus espléndidos edificios reparados con tanto esfuerzo. En verdad, Kuriaz tenía 120 hectáreas de tierra, pero las tres cuartas partes de ella estaban descuidadas y sin trabajar, y los edificios se hallaban en estado lamentable. Con esos elementos había que organizar una granja capaz de alimentar a unas quinientas personas. Sin embargo, el bienestar material era lo de menos en compara­ ción con el temor de que los 280 niños degradados de Kuriaz, refor­ zados quizá con los 40 recién llegados a la Colonia Gorki, pudieran arrollar al pequeño grupo de antiguos colonos. Pero Makarenko, al decidir “ conquistar Kuriaz” , confiaba en la victoria, aunque tenía clara conciencia del gran riesgo que corría.

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“ ¿Cómo pude yo arriesgar no sólo mi propio éxito, sino la vida de la colonia toda? Mientras el número 280 no era más que una cifra en una hoja de papel, mis fuerzas parecían infinitas; pero hoy, con esos doscientos ochenta mugrientos acampados alrededor del infinite­ simal destacamento de mis muchachos 1 empecé a percibir una sensa­ ción de angustia en la boca del estómago, y realmente una desagra­ dable y alarmante flojedad en mis rodillas.” El Comisariato del Pueblo para la Educación en Ucrania no sólo no apoyaba a Makarenko, sino que desaprobaba su sistema educativo y a menudo interfería en su labor. No sin repugnancia consintió en que se amalgamaran las dos co lo­ nias, proponiendo un plan para la “ conquista de Kuriaz” que, en opinión de Makarenko, era totalmente inaceptable, es decir, la “ infil­ tración gradual” en Kuriaz, bajo la presunción de que “ los buenos muchachos” — de Colonia Gorki— ejercerían una influencia benéfica sobre “ los malos” de Kuriaz. Los muchachos de Kuriaz eran azuzados contra los gorkitas por los maestros *y el director de la Colonia, cuya inmediata dim isión exigió Makarenko. Contrariamente al plan de gradual infiltración impuesto por el Comisariato de Educación, Makarenko, junto con su equipo, aplicó otra táctica. “ En mis preparativos para la lucha en Kuriaz yo tenía en la mente la idea de un golpe único y fulminante: los kuriazitas debían ser tomados por sorpresa. La menor demora, cualquier esperanza de evo­ lución, de ‘infiltración gradual’ podrían hacer peligrar el éxito de nuestras operaciones. Y o tenía plena conciencia de que la tradicional anarquía de Kuriaz podía modificarse con una ‘infiltración gradual’ exactamente del mismo m odo que podían sufrir una trasformación nuestras formas, tradiciones y tono. Los sabios de Jarkov, con su in­ sistencia en la ‘ infiltración gradual’ , confiaban en el antiguo prejuicio de que los muchachos buenos podían tener una influencia benéfica sobre los malos. Pero yo sabía muy bien que los mejores podían fácilmente convertirse en bestias salvajes en una colonia con una organización de débil estructura.” Después del trabajo preparatorio realizado por el destacamento de avanzada, la Colonia Gorki avanzó, a ¡mediados de mayo de 1926, 1 Se refiere al destacamento de avanzada con que Makarenko hizo su primera entrada en Kuriaz.

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sobre el escuálido y abandonado dominio de Kuriaz. Ciento veinte colonos de Gorki, en formación de marcha, con estandarte y banda, hicieron su entrada en Kuriaz. Inmediatamente después de la llegada de dos gorkitas, se realizó un mitin general, en donde se leyó una declaración cuidadosamente redactada por el grupo komsomol de la Colonia Gorki, que contenía un claro programa de organización del trabajo para los próximos días, y que fue adoptada por unanimidad (los kuriazitas también votaron). A continuación del mitin, cuatro barberos especialmente traídos de Jarkov les cortaron el pelo a los kuriazitas, quienes se bañaron después con jabón (quizá por primera vez en meses), entregaron sus harapos y su ropa de cama para que fueran desinfectados (un camión especial llegó de Jarkov con ese fin ) y se vistieron con la ropa de la Colonia Gorki. Todos los colo­ nos, nuevos y antiguos, fueron distribuidos en veinte destacamentos y se nombraron los jefes de destacamento. Como conclusión se sirvió una gran comida. Nos hemos detenido en “ la conquista de Kuriaz” porque esta vic­ toria de Makarenko ilustra maravillosamente su forma de trabajo; su habilidad para tomar decisiones audaces, para correr riesgos pedagó­ gicos; su sagacidad, tacto y autoridad; su capacidad para tomar en cuenta la psicología de cada uno de sus pupilos y para mantenerlos controlados en las condiciones más difíciles; su confianza en el gran poder educativo de la organización colectiva. La “ conquista de Kuriaz” sólo podía efectuarse con la velocidad del rayo, y en esa operación Makarenko se mostró como un gran estratega pedagógico. Al mismo tiempo, comprendía que la victoria debía ser total. Toma­ dos por sorpresa, fascinados por la pintoresca entrada en Kuriaz de las columnas de gorkitas con sus atrayentes símbolos y su saludable alegría, los kuriazitas trastabillaron. Muchos de ellos hasta comenza­ ron a creer en la posibilidad de una vida mejor. Pero aún esa clara conciencia, para no mencionar un breve impulso emocional, era ente­ ramente adecuada para dar por tierra con los arraigados hábitos de pereza, desidia, incapacidad de apreciar la necesidad de esa estricta disciplina y esas leyes tácitamente aceptadas que todo colono de Gorki había asimilado a la perfección. Makarenko no creía en los milagros pedagógicos. Nadie mejor que él sabía, por su larga experiencia, los tremendos esfuerzos que re­ quiere, por parte del maestro, el aventar las chispas del deber,^ el honor, la disciplina y la aplicación, para convertirlas en llamas vita-

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lizadoras. Era bastante fácil provocar la aparición de esas chispas, pero, brillantes com o eran, podían extinguirse rápidamente. Era difícil despertar la conciencia, pero mucho más difícil desarrollar y canalizar la fuerza de voluntad, particularmente cuando toda la vida anterior del alumno habíale enseñado lasitud. En realidad, al día siguiente “ el espíritu de los kuriazitas fue exce­ lente desde las primeras horas de la mañana, pero a la hora de la com ida se vio que habían realizado muy poco trabajo. Después de comer, muchos de ellos ni siquiera fueron a trabajar, sino que se ocultaron aquí y allá, mientras que otros, por la fuerza del hábito, fueron atraídos por la ciudad” . ¿Q ué podía hacerse en tales circunstancias? “ Hubiera sido peligroso emplear medidas externas de disciplina, com o las que obran tan armoniosa y eficazmente en una colectividad madura.” Eran demasiados los trasgresores, y el tomar medidas eficaces con lodos ellos hubiera demandado demasiado tiempo. Además, había el peligro de que la no sumisión a las medidas disciplinarias, aunque fuera de parte de muy pocos kuriazitas, echara por tierra con todo el sistema disciplinario y diera un rudo golpe a la autoridad de los maestros. Makarenko ideó un plan de acción, elaborado hasta en sus menores detalles. P or medio de un sistema de variadas medidas pedagógicas bien calculadas psicológicamente y encadenadas con toda lógica, esas dificultades, con la ayuda de los más antiguos gorkitas, fueron supe­ radas en un espacio de tiempo relativamente breve. “ Y nuevamente se fueron sucediendo, en inexorable pero gozosa sucesión, los días colmados de ansiedades, de pequeños triunfos y pequeños desastres.” La vida en Kuriaz, b a jo la hábil dirección de Makarenko, tomó un aspecto organizado, tal com o en la Colonia Gorki. La comunidad, empero, era mucho más grande y más difícil de manejar, y las metas del trabajo eran mucho más amplias. Además de la agricultura, pro­ blema que debía encararse rápidamente en vista de la proximidad del invierno 1926/27, durante el cual era menester alimentar a 450 en lugar de 150 personas, se hacía necesario organizar el trabajo de carpintería para fabricar muebles y otros enseres para los colonos y compradores del exterior, y asimismo los talleres de zapatería, sas­ trería y otros, necesarios para el servicio de los colonos. La escuela, que era obligatoria para todos los colonos, tenía ahora

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seis clases. El club estaba realizando una labor encomiable. Se había abierto un cinematógrafo, que tenía siempre una nutrida concurren* cia, tanto de colonos com o de aldeanos circunvecinos. En 1927, el Departamento Ucraniano de Seguridad organizó una colecta para levantar un monumento a Dzerzhinsky en forma de una com una para niños desamparados que llevaría su nombre. Se cons­ truyó una casa grande y hermosa, con edificios y talleres subsidiarios* en las afueras de Jarkov. Makarenko y la Colonia Gorki fueron los encargados de preparar la inauguración de la Comuna Dzerzhinsky. Esa com una había sido proyectada originariamente para un cen­ tenar de internos. A pedido de sus padrinos y con el fin de crear una fuerte unidad colectiva, la Colonia Gorki cedió a la Comuna 60 de sus propios m iembros para formar el núcleo inicial; los demás eran vagabundos recogidos de la calle. La Comuna abrió sus puertas en diciem bre de 1927, y hasta el otoño de 1928 Makarenko dirigió la Colonia Gorki y la Comuna Dzerzhinsky. Los organizadores de la Comuna, desde su comienzo, aprobaron enteramente el sistema pedagógico de Makarenko y estaban dispuestos a apoyar sus planes. Una actitud totalmente distinta adoptaron algunos de los más en­ cum brados m iem bros del Comisariato para la Educación en Ucrania y ciertos pedagogos teóricos de sillón y seudocientíficos de la paido­ logía, que desfiguraban la pedagogía com o ciencia. Ese “ Olimpo peda­ g ó g ic o ” se oponía a los esfuerzos de Makarenko por establecer un sistema definido de disciplina y por cultivar en sus pupilos un sentido del deber y del honor. Makarenko aseguraba que esas concepciones tenían un sentido pro­ letario, pero hasta esos términos fueron enfáticamente rechazados por el “ Olimpo pedagógico” , que sostenía que esas eran nociones pura­ mente burguesas. “ La pedagogía soviética — declaraban— se propone cultivar la libre manifestación de las fuerzas creadoras, de las incli­ naciones e iniciativas, pero de ningún m odo la idea burguesa de deber.” Y a en la década del 20 Makarenko cultivaba en los colonos un sentido del honor con respecto a la Colonia, al destacamento y a to a la colectividad. La pedagogía soviética, com o sabemos, le atribuye gran im portancia a este aspecto de la educación. L o que chocaba sobre todo a los “ profesores” de paidología eran los elementos de organización militar introducidos por Makaren o* com o el estandarte de la Colonia, la form ación militar, los destaca

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mentos, los informes, el Consejo de Comandantes, el saludo militar y la estricta subordinación de cada colono al comandante del destaca­ mento. Todos estos elementos que contribuían a establecer un definido sistema de disciplina y que eran un adorno para la vida en la Colonia, eran llamados despectivamente “ pedagogía regimentada” por los v o­ ceros del “ Olimpo pedagógico” . Objetaban decididamente, por una parte, la autoridad del maestro que Makarenko había establecido, y por otra, los excesivos derechos del Consejo de Comandantes, que había combinado hábilmente con la autoridad del maestro. Ellos interpretaban la disciplina com o mera “ autodisciplina” , sin órdenes, compulsiones o prohibiciones por parte del maestro. Del mismo m odo, concebían la organización com o “ autoorganización” entre los niños. Campeones de la teoría de la “ libre educación” , que causó no poco daño a la escuela soviética, su actitud para con los niños era todo azúcar y miel, recubierto con los lemas: “ Los niños son las flores de la vida” , “ La infancia debe ser tratada Icón veneración” ; y las exi­ gencias de Makarenko y a veces hasta una razonable severidad les resultaba chocante. Estos y una multitud de otros ataques por parte de los represen­ tantes del Comisariato del Pueblo para la Educación en Ucrania fue­ ron un gran impedimento para la labor de Makarenko, quien se refiere a ellos en su libro El camino hacia la vida, donde dice: “ Tales conflictos ¡no tenían, naturalmente, un triste efecto sobre el asunto entre manos, pero creaban en mí una intolerable sensación de aisla­ miento, á la cual uno puede acostumbrarse, sin embargo. Y o fui aprendiendo gradualmente a enfrentar cada caso nuevo con una mal­ humorada prontitud para aceptarlo, para salir de ello de una u otra manera” . Makarenko ¡amaba tan profundamente a la Colonia Gorki que él había creado y estaba tan acostumbrado a sus pupilos, que esos in­ convenientes no podían dañar su sensación general de felicidad: “ Di­ fíciles com o eran las cosas para mí, e incierto com o era el futuro, mi vida en esos tiempos era dichosa. Un adulto siente una indescriptible felicidad en medio de una sociedad juvenil que ha crecido ante sus ojos y que avanza con implícita confianza en él. En tal sociedad ni siquiera el fracaso puede causar pena, y hasta la vejación y el dolor parecen tener su propio excelso Valor. La Colonia Gorki era más querida para m í que la de los comuneros. Los lazos de amistad eran más fuertes y profundos, había costado más modelar a los seres que

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la fo rm a b a n .. . Y los goikistas me necesitaban más, también. . . Los gorkistas no tenían a nadie en el mundo más que a mí y al pequeño grupo de maestros. Así es que jamás me pasó por la cabeza la idea de que llegaría el día en que tendría que abandonarlos. Y o era absolu­ tamente incapaz de imaginar tal contingencia, la que sólo podía ha­ bérseme presentado com o el mayor infortunio de mi vida” . Y sin embargo, tal acontecimiento se produjo muy pronto. En el verano de 1928, Makarenko fue citado por el Comisariato para la Educación para rendir cuenta de su trabajo. Hizo entonces un ex­ tenso informe para el Consejo Científico en el que expuso los princi­ pios de su experiencia educativa y los resultados de ésta. Después de una áspera discusión del informe, el Consejo expidió una resolución que declaraba que “ el sistema propuesto como proceso educacional es un sistema no-soviético” . La actitud hostil de las autoridades no desalentó a Makarenko. Él sabía que marchaba por el camino recto, el camino soviético. Gozaba del apoyo de muchas instituciones soviéticas, que eran capaces de apreciar su labor. Makarenko encontró mayor apoyo aun en la actitud considerada de Gorki hacia él. En la primavera de 1928, cuando sus relaciones con el Comisariato para la Educación en Ucrania se pusieron muy tensas, Makarenko le escribió a Gorki sobre el particular. Éste le contestó el 9 de mayo de 1928: “ He recibido su triste c a r ta .. . Puedo comprender su estado de ánimo, su ansiedad.. . Pero no puedo creer que su m agnífica labor sea arruinada. ¡Simplemente no puedo creerlo! Y permítame reprocharle, en forma muy amistosa, el no querer de­ cirme de qué m odo puedo serles útil a usted y a la Colonia. Com ­ prendo muy bien su orgullo com o paladín de su causa. Pero esa causa, en cierto m odo, está asociada conm igo, y yo me siento avergonzado e inútil al tener que permanecer pasivo en un momento en que se exige mi socorro” . Pero Makarenko no quiso mezclar a Gorki en ese asunto. Sabía bien que estaba en lo justo. Gorki llegó a la URSS p oco después de su carta. En el mes de ju lio visitó la Colonia que llevaba su nombre. La visitó en momentos en que Makarenko, cansado de las críticas a su sistema pedagógico por parte de las autoridades educacionales, había resuelto abandonar la Colonia. Ni con una sola palabra o un gesto quiso arruinar Makarenko la alegría de su encuentro con Gorki, a quien tanto él com o sus pupilos

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habían esperado desde hacía tanto tiempo. Ni una sola palabra les dijo a los muchachos, mientras tomaba medidas, con tiempo, para encontrar trabajo en Jarkov para los mayores que se habían graduado en la escuela de la Colonia, o para disponer la continuación de sus estudio sen la R abfak.1 El tren que llevaba a Gorki había partido, y el tren suburbano conducía ya a los colonos de regreso a Kuriaz. Makarenko los despi­ dió, dejando la C olonia a cargo de uno de sus colegas, so pretexto de tomarse unas vacaciones. Hecho esto, partió para la Comuna Dzerzhinsky con la columna de comuneros. Jamás volvió a Kuriaz. Esta despedida de la Colonia Gorki, que tan cara era a su corazón, revelaba la belleza moral y la noble personalidad de ese hom bre, su infinito tacto pedagógico. Llevó solo sobre sí la carga de su fo r ­ zada dim isión, dejando que el tiempo mitigara p oco a p o co en sus alumnos la pena y la amargura ocasionadas por la pérdida de seme­ jante educador. Los acontecimientos posteriores, sin embargo, confirm aron lo c o ­ rrecto de los enfoques pedagógicos de Makarenko y a la vez revela­ ron la insostenible posición de sus opositores, los paidólogos. La paidología, completamente divorciada de la educación, fue co n ­ finada a los experimentos seudocientíficos y a las numerosas inves­ tigaciones entre alumnos y padres en forma de insensatos y dañinos cuestionarios, tests de inteligencia, etc. Un niño de seis o siete años era aturdido con preguntas capciosas, después de lo cual se determ i­ naba su edad “ pedagógica” y su capacidad mental. Estas investiga­ ciones estaban dirigidas fundamentalmente contra los niños retrasados o los que no podían adaptarse al program a escolar, y su propósito era demostrar las supuestas condiciones hereditarias y sociales de tales alumnos, o de sus problemas de conducta, para descubrir el m ayor número posible de influencias perniciosas o perversiones pato­ lógicas en Ja vida del niño, de su familia, parientes, antepasados y ambiente social. 1 Rabfak: abreviatura rusa para designar la Facultad Obrera. Durante los primeros años de su existencia, el gobierno soviético, a fin de echar los ci­ mientos de una nueva intelectualidad de las masas trabajadoras, creó las Universidades Obreras mientras que, al mismo tiempo, extendía la red de escuelas comunes. Las Rabfak estaban adscriptas a instituciones de enseñanza superior y preparaban a los obreros y campesinos, especialmente para su ingreso a esas instituciones.

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El único objeto de todo ello era encontrar una excusa para retirar al niño de la comunidad educativa normal. Estas distorsiones en la actividad de las autoridades educacionales fueron expuestas en forma completa y condenadas por Resolución del Comité Central del Partido del 4 de junio de 1936, “ Concerniente a las distorsiones paidológicas en el sistema de los Comisariatos para la Educación” . Al oponerse a los paidólogos, Makarenko, junto con otros educado­ res soviéticos progresistas, luchaban por la implantación de los prin­ cipios de la educación comunista y defendían la obra de su propia vida.

La Comuna Dzerzhinsky Durante doce años usted ha trabajado, los resultados de esa labor son inapreciables. Su re­ volucionario y asombrosamente exitoso experi­ mento pedagógico es, en mi opinión, de signifi­ cación mundial. De la carta de Máximo Gorki a A. S. Makarenko fechada el 30 de enero de 1933.

La Comuna Dzerzhinsky, en las afueras de Jarkov, se inauguró el 29 de diciembre de 1927. A l principio había ciento sesenta pupilos en la Comuna (cincuenta de ellos eran niñas), de 13 a 17 años de edad, sesenta de los cuales habían venido de la Colonia Gorki, para servir como núcleo orga­ nizador. La elección de su ubicación no pudo haber sido más feliz. Por una parte, lindaba con un bosque; por la otra, había un campo abier­ to, una huerta, canteros de flores. Un campo de tenis y otro de croquet. Una gran casa de dos plantas, de sencilla arquitectura. Habitaciones espaciosas y aireadas, bellamente decoradas; pisos de madera, muebles sencillos y elegantes. La gente de la Cheka, que eran los organizadores y padrinos de la Comuna, se encargó de la administración. Ellos no se encogían de hombros despectivamente ante los métodos y prácticas educacionales de Makarenko, sino que, por el contrario, sabiendo que esos métodos conducían invariablemente al éxito, le dieron su apoyo. Makarenko trabajó en la Comuna Dzerzhinsky durante ocho años,

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de 1928 a 1935. Describe la vida allí en su libro El Camino hacia la vida, poema pedagógico que fue traducido y publicado en muchos países. Millares de personas visitaron la Comuna: individuos y dele­ gaciones de toda condición. Sus declaraciones en el libro de visitantes1 certifica la profunda impresión que producía la Comuna en todos los que la conocían. Los visitantes quedaban especialmente impresiona­ dos por la excelente organización de la unidad colectiva, el admirable sistema de adiestramiento manual, la disciplina entre los comuneros y lo regulado de su vida. No menos profunda impresión producía el elevado espíritu de camaradería, el amor que mostraba el comunero a sus maestros, su alegre disposición, su respeto a sí mismo, sus m o­ dales, a la vez, dignos y corteses. Entre las inscripciones hechas por delegaciones extranjeras y visi­ tantes individuales, queremos destacar la de la delegación latinoame­ ricana, integrada por representantes de México, Brasil, Argentina y Perú, y que visitó la Comuna el 12 de agosto de 1929. E scribieron: “ La delegación latinoamericana está asombrada de las realizaciones que encontró en el primer estado proletario. Una de las m ejores de estas realizaciones es la Comuna Dzerzhinsky, donde se va creando al hom bre nuevo y donde se pone en práctica una nueva psicología del n i ñ o . . . ” Muchos testimonios similares podrían citarse de gente que venía de Francia, EE.UU., Gran Bretaña, Canadá, Egipto y otros países. Gorki no había exagerado al decir que las actividades pedagógicas de la Colonia Gorki y de la Comuna Dzerzhinsky eran de significa­ ción mundial. El libro de visitantes contiene unas trescientas sesenta anotaciones en distintas lenguas. Muchas de ellas se refieren al adiestramiento manual de los comuneros. Varios talleres se organizaron en la Comuna Dzerzhinsky: carpin­ tería, tornería, cerrajería, sastrería. Además de proveer a las nece­ sidades de la Comuna, los primeros tres de estos talleres empezaron, desde su fundación, a cumplir con grandes encargos del exterior. Con el tiempo, se construyeron dos fábricas con los fondos de la Comuna: una para la fabricación de taladros eléctricos y la otra para la producción de cámaras fotográficas tipo “ Leica” . Ambas indus­ trias fueron las primeras de este tipo organizadas en la URSS. El trabajo era realizado p or los comuneros, cuyo número eventual­ 1 Este libro se conserva en el Archivo Makarenko.

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mente alcanzó a 600. Sólo el personal de ingenieros y técnicos y el departamento contable estaba formado por adultos. La producción estaba tan bien organizada que al ]9 de enero de 1934, la Comuna había obtenido un beneficio neto de 3.600.000 rublos. Los comuneros adquirieron gran habilidad en lo relativo a todos los procesos de la fabricación que (especialmente en la producción de cámaras) requería gran precisión (algunas piezas eran elaboradas con una precisión de 0,001 m ilím etro). Los comuneros trabajaban sólo 4 horas diarias; el resto del tiempo se dedicaba al estudio en una escuela de diez años. La instrucción era allí obligatoria. Las lec­ ciones se tomaban diariamente y los internos llegaban a concluir con éxito una educación de tipo secundario. El alto nivel educacional se demostró por los resultados de los exámenes de los comuneros para ingresar en las universidades e institutos especializados. Makarenko siempre alentó las aspiraciones de sus pupilos a una educación más elevada, y no perdía tiempo en su trabajo para orga­ nizar una R abfak en las instituciones que dirigió. A los maestros de la escuela los seleccionaba personalmente. La estructura de la organización de la Comuna era la misma que la de la Colonia. Las actividades educacionales extraescolares se organizaron en gran escala. Incluían educación técnica y general, círculos artísticos, un club, un teatro, un cinematógrafo y una biblioteca. Los comuneros representaban obras en su propio teatro, y a veces venían artistas de Jarkov para dar alguna función. La banda de bron ­ ces de la Comuna, compuesta por sesenta músicos, se consideraba la m ejor banda de aficionados de Jarkov. Los deportes preferidos eran esquí, patín, tenis, etc. Cuando, durante las festividades, marchaban a través de la ciudad, la gente no podía menos que admirarlos. Precedidos por su banda, jóvenes y niñas de aspecto saludable, vestidos con ropas sencillas pero atrayentes, pro­ ducían una excelente impresión. Después de diez meses de labor, los comuneros gozaban de dos meses de merecidas vacaciones, en el verano: toda la colonia, con su personal docente y Makarenko a la cabeza, marchaba a pie, buscando nuevas rutas cada año. Los ocho años de trabajo en la Colonia Gorki constituyeron un período de creación y crecimiento de la entidad colectiva, que fue la más importante forma de organización educacional, un proceso crea­ dor de construcción de nuevos y más eficaces métodos educativos.

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En la lucha por lograr el hombre nuevo, se libró con éxito una gue­ rra contra los viejos hábitos y formas de conducta. Fue en la bús­ queda de nuevas formas y métodos de educación donde Makarenko se encontró a sí mismo com o educador. La Comuna Dzerzhinsky era una comunidad educacional en acción, construida por Makarenko en el apogeo de su fuerza y vigor; una comunidad con principios establecidos, con métodos y hasta tradicio­ nes; era la confiada aplicación, por un educador talentoso, de todo lo que había experimentado, meditado, verificado y establecido en una vida de dedicación al trabajo. Por ello, los logros de la Comuna Dzerzhinsky en sus cortos años de existencia fueron tan notables. La gente que no comprendía el genio pedagógico de Makarenko creyó que esa tarea, descrita en su libro Aprendiendo a vivir, era exagerada y magnificada. ¿Cóm o podían unos adolescentes, niños casi, trabajando sólo 4 horas por día, ser los primeros en organizar en la URSS una producción tan difícil como la de los taladros eléctricos y la de las cámaras “ FED” , de primera calidad? A mucha gente le costaba creer que en el curso de ocho años, en un terreno igual al que se entregaba a cualquier empresa indus­ trial, la Comuna fuera capaz de construir y equipar dos fábricas, pa­ gar todo el equipo de varios centenares de jóvenes y de su personal docente, erigir cierto número de edificios y desarrollar actividades culturales en gran escala. ¿Cóm o era posible que jóvenes comprometidos en una producción tan compleja, fueran capaces de recibir, al mismo tiempo, una edu­ cación secundaria completa según los programas corrientes? ¿Cóm o, en tan corto tiempo, podían unos pilletes vagabundos trasformarse en seres nuevos, extraordinarios trabajadores, verdaderos ciudadanos de la sociedad socialista? En realidad, esto no es un cuento de hadas, com o pueden testimo­ niarlo muy bien las fotografías de fábricas y talleres tomadas por los propios comuneros con una cámara “ FED” en el lugar de trabajo. O bien, tomemos un ejemplar del balance de la Comuna, al día 19 de enero de 1934, seis años después de su fundación, en que se observa un beneficio neto de 3.600.000 rublos. Aquí, delante de mis ojos, yace abierto el libro de visitantes de la Comuna Dzerzhinsky, lleno de testimonios entusiastas firmados por millares de personas que vinieron de todas partes del mundo y vieron esto con sus propios ojos.

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Y , finalmente, el mayor triunfo de la Comuna, el producto del sis­ tema pedagógico de Makarenko en acción: sus antiguos pupilos, hoy ciudadanos de la URSS, oficiales del ejército, ingenieros, médicos, maestros, obreros calificados, bravos luchadores en la guerra contra el invasor nazi. Y toda esa gente, com o lo dice Makarenko en su libro citado, había venido a la Comuna “ arruinada por la ‘cultura’ capitalista, inclinada a la delincuencia” . El autor describe el progreso realizado en los si­ guientes términos: “ L o que era sorprendente y extraordinario en esos primeros tiem­ pos era la Revolución de Octubre misma y el nuevo mundo cuyos horizontes descubría. Es por eso que Zajarov 1 y sus compañeros vieron su labor con una perspectiva claramente definida: la formación de un nuevo tipo de hombre. N o tardaron mucho en darse cuenta de que sería ésa una tarea larga y dificultosa. Miles de días y noches habían pasado, un período en que nadie había tenido respiro, ni paz, ni ale­ gría, y sin embargo estaban muy lejos de haber logrado ese nuevo tipo de hom bre. Afortunadamente, Zajarov estaba dotado de un don que se encuentra muy difundido en las planicies de Europa oriental: el don del optimismo, de un tremendo fervor por el futuro. . . Y Za­ ja rov fue uno de los que tomaron esa difícil senda, la senda del optim ismo. L o nuevo fue apareciendo de entre el denso extracto de lo v ie jo : las antiguas desdichas, el hambre, la envidia, la ira, la m i­ seria y la mezquindad humana y, más peligroso aun, los viejos de­ seos, los viejos hábitos, los viejos conceptos sobre la felicidad. El pasado se revelaba en muchas formas, no tenía la intención de irse borrando poco a p o c o ; aparecía de pronto y bloqueaba el camino, disfrazado con ropajes nuevos y nuevos modos de expresión, se adhe­ ría a los pies y a las manos, pronunciaba discursos y creaba leyes de educación. El pasado hasta era capaz de escribir artículos que salieran en defensa de la ‘ ciencia pedagógica soviética’ . ” Hubo un tiempo en que estos representantes del pasado llegaron a usar los más modernos enfoques para burlarse de Zajarov y ridi­ culizar su labor, exigiéndole milagros y hazañas sobrehumanas. Le proponían rompecabezas fantásticamente estúpidos, formulados en flamantes términos científicos, y cuando no llegaban a agotarlo por esos medios, lo señalaban con el dedo y gritaban: ¡Es un fracasado! 1 En la persona de Zajarov, Marakenko se descubre a sí mismo en el libro.

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"P ero, en el curso de todos estos malentendidos, dos años fueron pasando y lo nuevo hacía su aparición en muchas formas sobre las que bien valía la pena meditar. La Colonia fue conquistando ideas exigencias, normas de vida, provenientes de todas partes, a través de todo lo que ocurría en el país, de cada línea impresa, del mara­ villoso crecimiento de la Unión Soviética en conjunto, y de cada ciudadano viviente de la URSS. ” Sí, cada cosa debía ser definida otra vez, recibir un nombre nuevo. Decenas, centenares de niñas y muchachos dejaron de ser pe­ queños brutos salvajes o meros especímenes biológicos. Zajarov los con ocía bien, con ocía ya su potencialidad y era capaz de enfrentar­ los sin tem or con la gran exigencia política contenida en las pala­ bras: ‘ ¡S ed hom bres de verd a d !’ ” Ellos respondieron a esta exigencia con sus jóvenes talentos gene­ rosos, bien concientes de que en eso se manifestaba m ayor respeto y confianza en ellos que con cualquier ‘ enfoque pedagógico’ . La nueva ciencia de la pedagogía no había nacido de los dolores de parto del pensamiento abstracto, sino de las acciones vitales del pueblo en una verdadera unidad colectiva, con sus tradiciones y reacciones, de las form as nuevas de la amistad y la disciplina. Esta ciencia iba tomando cuerpo en toda la U nión Soviética, aunque no en todas partes había suficiente paciencia y perseverancia para llegar a cosechar sus frutos. ’-’Los viejos m oldes se adherían tenazmente a los zapatos de todos, y Z ajarov m ism o tuvo que deshacerse de prejuicios obsoletos, de tanto en tanto. Sólo muy recientemente pudo liberarse de su principal/ ‘ vicio p ed ag ógico’ , el postulado de que los niños no son más que objetos de educación. N o, los niños viven su vida, su espléndida vida, ‘ y es p or eso que hay que tratarlos com o a camaradas y ciudadanos, / respetarlos y tener en cuenta su derecho a gozar de la vida y su I deber de cargar con responsabilidades. "Después de eso, Z ajarov estableció una nueva exigencia para ellos: nada de desalientos, ni un día de desmoralización, ni un momento de desesperación. Ellos enfrentaron su severa mirada con sonrisas: la des­ m oralización tam poco entraba en el program a de sus pupilos. "Entonces llegaron los años en que Zajarov ya no tuvo motivos para sentir aprensión, para despertar por las mañanas con una sensación de alarma. H abía una atmósfera de tenso esfuerzo en la vida de la Colonia, pero en sus venas latía la nueva sangre del socialismo, que tenía la fuerza de matar a los gérmenes nocivos del pasado en cuanto aparecían."

M akarenko el escritor, los últim os años de su vida En cada página se siente su amor por los niños, los infatigables cuidadas que les presta y una sutil comprensión del alma infantil. En mi opinión, su Poema es un gran éxito. De las cartas de Gorki a Makarenko, 1932-1933.

A. S. Makarenko nos dejó un considerable legado literario. Su admi­ rable obra El Camino hacia la vida ( Poema pedagógico) fue com en­ zado en 1925. La primera parte fue completada en 1928, pero, por ese entonces, no podía decidirse a mostrárselo a Gorki. Cinco años pasaron, en el curso de los cuales siguió trabajando en su libro. La primera parte fue publicada en Almanakh, en 1933, y las dos siguientes en revistas, en el curso de 1933-1935. El camino hacia la vida fue reconocido com o una obra clásica del realismo socialista. Antes de esta obra había escrito un librito llamado 1930 sigue ade­ lante, en el cual describía la Comuna Dzerzhinsky. El manuscrito fue retenido por los editores durante más de dos años y, ante la sorpresa del propio autor, apareció impreso en 1932. “ Y o no lo vi en ninguna librería — escribe Makarenko— , no leí una línea sobre él en ninguna revista o diario, no lo vi en las manos de ningún lector. Ese libro parecía haber pasado a mejor vida. Por eso, fui inexpresable y agradablemente sorprendido un día al recibir una carta de Sorrento (de Gorki) en diciembre de 1932, que comen­ zaba así: ‘Ayer leí su libro 1930 sigue adelante, lo leí con agitación

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y placer. . . ’ Después de eso, Gorki no me dejó en paz. Y o resistí casi un año más, temeroso de mostrarle El camino hacia la vida, un libro sobre mi propia vida, mis errores, mis pequeñas luchas diarias. Pero él insistía. ‘ Vaya a algún sitio cálido y escriba un libro’ , me exigía. Y o no fui a ningún sitio de clima cálido — estaba demasiado ocu ­ pado— , pero el apoyo y la insistencia de Gorki vencieron mi cobar­ día. En el otoño de 1930 le llevé mi libro, la primera parte.” Gorki admiró mucho esa obra y la llamó uno de los m ejores ejem ­ plos de la literatura soviética. El libro fue leído con entusiasmo por viejos y jóvenes. Había largas listas de espera en las bibliotecas. Le trajo una avalancha de cartas al autor, de todas partes de la URSS, de maestros y especialmente de padres. Le pedían consejo, le con fia­ ban sus dudas y fracasos y le pedían consejo sobre cóm o actuar en el caso de dificultades concretas de la práctica educativa. Makarenko, con mucha frecuencia, hablaba en reuniones de maes- < tros y de padres, en M oscú y Leningrado, en donde leía conferencias sobre varias cuestiones de educación y de crianza, y daba consejos a los padres que le consultaban directamente. La educación en el hogar, el rol de la familia en la educación de los niños eran, en esos días, los temas menos elaborados de la peda­ gogía. Esto lo confirm aron las incontables cartas de padres y la in fi­ nidad de notas que recibía después de cada conferencia o inform e. Makarenko consideró que era su deber cívico explorar los más im por­ tantes campos de la educación que habían sido bastante atendidos en pedagogía. Así fue com o nació a la luz su segunda importante obra literaria: Un libro para padres. Fue publicado en la revista Krasnaia N ov, en 1937, y luego en form a de libro en el mismo año. Un libro para padres estaba destinado a ser una obra en cuatro to ­ mos. El primero, que fue el único que el autor llegó a com pletar y publicar antes de su muerte, se reduce necesariamente a unas cuantas referencias a la educación familiar que el autor tenía la intención de tratar. Makarenko decía, en ese primer volum en: “ Y o sólo quise tocar superficialmente el problem a de la estructura familiar y las razones por las cuales, en una u otra medida, esa estructura es perturbada, a veces desastrosamente, com o en el caso en que los padres se sepa­ ran para constituir una nueva familia, y a veces por m otivos triviales.” En los otros tres vulúmenes Makarenko se proponía examinar los problemas de la form ación del carácter, el cultivo de la fuerza de v o ­ luntad, de un sentido de “ m oral estable” , “ un sentido de belleza”

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(queriendo significar con ello no sólo la belleza en la naturaleza o en el arte, sino “ la conducta bella” ) . Su prematura muerte le impidió completar esos planes. Un libro para padres proporciona un sutil análisis de distintos mé­ todos de educación familiar, distintos tipos -de padres y de hijos. Algunos de los cuales examinados revelan errores en la educación familiar. Las relaciones entre padres e hijos, la aparición de rasgos de maldad en los niños y su desarrollo como resultado de una edu­ cación incorrecta son descritos en el vivido estilo característico de Makarenko, lleno de imágenes y sutil análisis psicológico. Los pasajes descriptivos alternan con comentarios teóricos del autor. En 1937, la revista Oktiabr comenzó a publicar su novela H onor. Esta novela describe a los padres de Makarenko y la casa de traba­ jadores en donde pasó su infancia. Un año más tarde, el libro Aprendiendo a vivir, un relato novelado de la vida y el trabajo en la Comuna Dzerzhinsky, fue publicado en forma de folletín en la revista Krasnaia Nov. Mientras que El camino hacia la vida muestra una comunidad edu­ cacional en la búsqueda y elaboración de métodos educativos, A pren­ diendo a vivir aparece como una especie de secuela que describe la vida y obra de una comunidad sólidamente establecida. En este libro surgen y se discuten muchos problemas complejos de la teoría de la educación. Escrito con el mismo talento y arte que El camino vacia la vida9 Aprendiendo a vivir proporciona profundos retratos psicológicos de los comuneros y describe los métodos del trabajo educativo de Ma­ karenko. En Zajarov, el superintendente de la Comuna, tenemos un autorre­ trato del autor. En este libro, el material autobiográfico, proporcio­ nado en mucho mayor detalle que en El camino hacia la vida, es muy útil para el estudio de la personalidad de Makarenko com o educador que abre nuevos caminos. En 1937 escribió una serie de artículos y trabajó en un libro que trataba de los métodos de la educación comu­ nista, libro con el que ya soñaba en las palabras finales de El camino hacia la vida: “ Y tal vez, muy pronto, la gente dejará de escribir ‘poemas pedagógicos’ y sólo escribirá un libro formal titulado: M é­ todos d e educación comunista En este libro dedicó su atención especialmente a la unidad colectiva como factor de educación. Makarenko también apareció en letras de molde com o escritor de

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obras para niños. Sus relatos Niños de una granja colectiva, Suce­ sores, Los amiguitos y El pequeño koljosiano se publicaron en dis­ tintas revistas. Colaboró activamente en los órganos del Soviet central Pravda, Izvestia y, especialmente, en Literaturnaia Gazeta, para los cuales es­ cribió artículos sobre tópicos políticos, pedagógicos y de crítica lite­ raria. Durante ese período (1936-1938) escribió una cantidad de impor­ tantes trabajos teóricos y a menudo pronunció conferencias sobre te­ mas de pedagogía. Algunos de los artículos y versiones taquigrá­ ficas de sus conferencias aparecieron en la Uchitelskaia Gazeta (Ga­ zeta del M agisterio) después de la muerte del autor (1940 y años subsiguientes). Las Conferencias sobre educación, destinadas a los padres, donde se exponían principios teóricos sobre la educación fa­ miliar, no se publicaron basta 1940. La fértil actividad literaria de Makarenko es notable no sólo por la versatilidad de los temas, sino por la rápida y cálida respuesta a todos los sucesos y aspectos de la vida en nuestro país. No es sólo su energía literaria lo que asombra, sino la extensión de los géneros que abarca com o novelista, escritor para niños, crítico literario, publi­ cista, y, finalmente, como especialista en teoría de la educación. En toda su intensa actividad como escritor y educador, así como en su trabajo en la Comuna Dzerzhinsky, Makarenko fue siempre ayudado por su amiga y esposa Galina Makarenko. Ella fue coautora de Un libro para padres y, después de la muerte de su esposo, dirigió los trabajos del Laboratorio del Instituto de Teoría e Historia, depen­ diente de la Academia de Ciencias de la RFSSR, dedicados al estudio y divulgación del legado de Makarenko. En reconocimiento por sus grandes servicios en el campo de la lite­ ratura, el 1? de febrero de 1939 el gobierno soviético confirió a Makarenko la Orden del Estandarte R ojo del Trabajo. Absorbido por la labor literaria y la investigación educacional, Ma­ karenko no escatimaba esfuerzos, y su constitución fue minada por años y años de trabajo extenuante. Su carrera generosa e infatigable llegó a un brusco final el 1? de abril de 1939. Murió súbitamente en el tren, cuando regresaba a la ciudad, desde una casa de descanso para escritores en las afueras de Moscú. Millares de personas llegaron de todo el país para asistir a los funerales, en primer lugar y sobre todo sus ex alumnos, ahora coman­ dantes del Ejército R ojo, ingenieros, médicos, investigadores, maes-

Biografía

deA. S.

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tro?, periodista? y estudiantes de la escuela militar. Tom aban su sitio en la guardia de honor en derredor del féretro, com o m iem bros de una grande y afectuosa fam ilia, ahora de duelo. Tal com o lo hacían antes, reunieron en esta ocasión al C onsejo de Comandantes y tom a­ ron todas las disposiciones relativas al funeral. De entre los muchos discursos pronunciados junto a su tumba en ese día, el de su ex pupilo A. M. Tubin fue uno de los más conm ove­ dores. D ijo : “ Hoy he perdido a un padre. Ustedes comprenderán qué duro me resulta hablar cuando se den cuenta de lo duro que es perder a un padre tan joven. Sólo tenía cincuenta y cinco años. Mi padre carnal abandonó a m i madre cuando yo contaba cuatro años. Y o no lo re­ cuerdo, y he llegado a odiarlo. Mi verdadero padre fue Antón Makarenko. Nunca me alabó, sino que siempre me bajaba los humos. Aun en su libro El camino hacia la vida no tuvo una palabra buena para mí. A hora com prendo cuán doloroso me resulta hablar de eso. Pero precisamente a causa de esa actitud suya he llegado a ser ingeniero. Aun después de haber abandonado la Comuna, cuando releo las pá­ ginas de Elcam ino hacia la vida, sus palabras continúan corrigien do mi conducta, guiando mi vida. Pueden ustedes imaginarse lo que yo hubiera llegado a ser si él no me hubiera tratado de ese m o d o . . . Exigía el cumplimiento absoluto de sus órdenes, pero creía p rofu n da­ mente en cada uno de nosotros. Era capaz de descubrir y sacar a la luz lo m ejor de una persona. Fue un gran humanista. Defendía sus ideas, y jamás cedió una pulgada cuando consideraba que estaba en lo cierto, . . Makarenko educó a millares de buenos ciudadanos de la Unión Soviética. Sus discípulos están trabajando ahora en la construc­ ción de la Unión Soviética, en los institutos cien tíficos; han derrotado a los samurais japoneses en .Kazan. Algunos fueron condecorados, son la m ejor gente de nuestra nación. Ustedes saben cuánto honram os el nom bre de K orobov, que educó héroes del trabajo. ¿Q ué podríam os decir entonces de Makarenko, que ha dado a nuestro país miles de ciudadanos valiosos y decenas de héroes. Ustedes pueden im aginar, camaradas, lo que siento h oy, lo que significa haber perdido a seme­ jante p a d r e .. . ” 1

1 A. M. Tubin, de cuyo discurso hemos extractado esta parte, murió como un héroe durante la Gran Guerra Patria.

Segunda parte Acerca de Makarenko

Máximo Gorki

Del libro “ A través de la Unión Soviética’*

Y o visité el monasterio de Kuriaz en el verano del 91 y tuve una conversación con el entonces famoso John de Kronstadt. Pero no recordaba haber visitado antes el monasterio hasta el tercer día de m i permanencia aquí, entre estos cuatrocientos anfitriones, ex vagabundos y “ elementos socialmente peligrosos” , que eran mis corresponsales amigos. El monasterio vivía en mi memoria b ajo el nom bre de R izhov y Pesochinsk. En el 91 era rico y fam oso. La imagen “ milagrosa” de la Madre de D ios atraía una multitud de peregrinos. El monasterio se hallaba en m edio de un bosque, parte del cual había sido convertido en parque; detrás de una elevada pared se veían dos iglesias y varios edificios, y en la ladera de la colina, por sobre un manantial que había detrás de la iglesia de verano, se erigió una capilla que contenía la imagen, la atracción del monasterio. Durante la guerra civil los cam* pesinos habían talado el parque y el bosque, el manancial se había secado, la capilla había sido saqueada, las paredes del monasterio derribadas y todo lo que quedaba de ellas era el pesado y feo campa­ nario, con el portón debajo de él; las cúpulas de la iglesia de verano habían sido retiradas, trasformándola en un edificio de dos plantas que albergaba el club, la sala de reuniones, un com edor para doscien­ tas personas y un dorm itorio para las niñas. La vieja iglesia de invierno era utilizada todavía para servicios religiosos en días de fiesta, cuando una veintena de ancianos y ancia>

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Y

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ñas de las aldeas vecinas venían a orar. La iglesia se interpone en el camino de los colonos y ellos la miran suspirando: “ Si al menos pudié­ ramos apoderarnos de ella, la usaríamos com o comedor. Tal como están las cosas ahora, tenemos que comer por turno, de a doscientas personas por vez. Se pierde mucho tiem po” . Trataron de tomar posesión de ella. Una noche, en la víspera de una fiesta religiosa, retiraron todas las campanas pequeñas del cam­ panario 'y las colocaron sobre el pulpito, e intentaron muchos otros milagros, pero las autoridades de la ciudad lo prohibieron termi­ nantemente. Y o había estado en correspondencia con los niños de esta Colonia desde hacía cuatro años, observando los lentos y firmes cambios en gramática y ortografía, la formación de una conciencia social, la com prensión del mundo exterior; contemplaba cóm o estos pequeños anarquistas, vagabundos, ladrones y jóvenes prostitutas crecían y se trasformaban en gente decente y trabajadora. La C olonia tenía siete años de existencia, cuatro de ellos pasados en Poltava Gubernia. En el curso de estos siete años, un nutrido grupo había pasado a las facultades obreras, a las escuelas militar y agrícola, y a otras colonias, esta vez en calidad de maestros. Los claros se llenaban inmediatamente con muchachos enviados por el Departamen­ to de Investigación Criminal, y recogidos de la calle por las milicias, mientras que un número bastante grande de pequeños vagabundos venía p or su propia voluntad; el número total de colonos nunca baj aba de cuatrocientos. En octubre último, uno de los colonos, N. Denisenko, me escribió en nom bre de todos los “ comandantes” : “ ¡S i usted supiera cóm o han cambiado las cosas desde que se fue! Muchos de nuestros antiguos colonos han empezado á, trabajar en fábricas, a estudiar en facultades obreras y en escuelas industriales. Quedan pocos ya de los antiguos colon os; la mayoría son recién lle­ gados. Es más d ifícil, naturalmente, organizar la vida con los recién llegados que con los que ya estaban acostumbrados a la vida en una com unidad de trabajo. A l ausentarse los antiguos colonos,^la discipli­ na en la Colonia com enzó a debilitarse. Pero nosotros, los que queda­ mos aquí, no podem os permitirlo, y no sucederá. La escuela en nuestra Colonia ha sido reorganizada por completo. Hemos instalado una nueva escuela de siete años, y una de enseñanza manual para aque os que todavía no han tenido oportunidad de aprenderlo. La sed e cono cimientos no es muy fuerte, pero ni uno solo de los cuatrocientos pasa de largo frente a la puerta de la escuela.”

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Al presente, la Colonia cuenta con sesenta y dos miembros del Kom ­ somol, algunos de los cuales estudian en Jarkov y uno ya está cursando 29 año de medicina. Pero todos ellos siguen viviendo en la Colonia, que se encuentra a 8 verstas de la ciudad. Y todos toman parte activa en el trabajo diario de sus camaradas. Los 400 colonos están organizados en 24 destacamentos: carpin­ teros, ajustadores, granjeros, hortelanos, tamberos, criadores de cer­ dos, tractoristas, relojeros, zapateros, etc. La granja tiene, si no me equivoco, 43 hectáreas de tierra de labrantío y huerta, y 27 de bosques; hay vacas, caballos y 70 cerdos de raza, que encuentran clientes muy interesados entre los campesinos. Cuentan con máquinas agrícolas, dos tractores y su propia estación eléctrica. Los carpinteros están muy ocupados para cumplir con un encargo de 12 mil cajones de embalaje, de una fábrica de pólvora. Toda la rutina de la vida diaria y de la parte comercial de la Colonia está virtualmente a cargo de los 24 jefes de destacamento elegidos. Ellos tienen las llaves de todos los depósitos, planean los trabajos, diri­ gen las tareas y toman parte en ellas en un pie de igualdad con el resto del destacamento. El Consejo de Comandantes decide cuestiones tales com o la admisión o rechazo de los nuevos, que se presentan vo­ luntariamente, juzgan a los compañeros culpables de desidia en el trabajo o de faltas de disciplina. La decisión del Consejo de Coman­ dantes — una reprimenda o un trabajo fatigoso— es anunciada al culpable por el Superintendente de la Colonia, A. S. Makarenko, en presencia de los colonos reunidos. Faltas repetidas o de mayor grave­ dad, tales com o pereza, eludir el trabajo duro en form a persistente, insultar a un camarada, o cualquier acto dañino para la comunidad, son castigados con expulsión de la Colonia. Tales casos, sin embargo, son extremadamente raros; cada miembro del Consejo de Comandan­ tes recuerda su propia vida “ afuera” , y también la recuerda el culpa­ ble, que es amenazado con encierro en un hogar infantil, institución que es rechazada calurosamente por todos los pilletes. Una de las tradiciones de la Colonia es “ no tener asuntos amorosos con ninguna de las compañeras” . Esa tradición es estrictamente observada ,y sólo una vez fue violada en la historia de la Colonia, pero terminó en tragedia, con el asesinato de la criatura. La joven madre ocultó al recién nacido debajo de su cama y lo asfixió allí; fue senten­ ciada por la corte a “ cuatro años de aislamiento” , pero fue entregada al cuidado y la vigilancia de la Colonia, donde más tarde, según creo, se casó con el padre del niño. Otra de las tradiciones es esta: al joven

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o la muchacha traída por el C.I.D., está prohibido rigurosamente pre­ guntarle quién es, cóm o ha estado viviendo hasta el presente, cóm o fue que cayó en manos del C.I.D. Si algún “ novato” empieza a hablar de sí mismo, no se le escucha, y si empieza a jactarse de sus hazañas no se le cree o bien se le ridiculiza. Esto siempre tiene un buen efecto, y al muchacho se le dice: “ Y a ves, esto no es una prisión, los amos somos nosotros, lo mismo que tú. Vive, aprende y trabaja con nosotros. Si no te gusta, puedes marcharte” . Pronto se da cuenta de que todo eso es cierto y se va adaptando fácilmente a la com unidad. En los siete años de existencia de la C olo­ nia, no hubo más de diez “ alejamientos” , si no me equivoco. D., uno de los “ jefes” , vino a la Colonia cuando tenía 13 años. Ahora cuenta 17. Desde la edad de 15 años ha estado com andando un destacamento de 50 colonos, la mayoría mayores que él. Se me d ijo que es un buen camarada, y un comandante muy severo y justo. En su autobiografía oficial escribió: “ Ex miembro del Kom som ol, ingresó por anarquismo, y por ello fue expulsado” . “ Me gusta la vida, y sobre todo la música y los libros. Am o la música terriblemente” . P or iniciativa suya, los colonos me ofrecieron un espléndido pre­ sente: 284 m iem bros de la Colonia escribieron su autobiografía y me la obsequiaron. D. es un poeta que escribe poesía lírica en ucraniano. Hay algunos otros poetas en la Colonia. Promin, una revista ilustrada, se edita p or iniciativa de tres colon os; las ilustraciones son de C., otro “ comandante” , que es decididamente una persona seria y talentosa; es escéptico en cuanto a su talento, al que se refiere con cautela. Es un refugiado de Polonia y comenzó su vida com o pillete vaga­ bundo a los ocho años. Estuvo en una Colonia infantil en Yaroslav} pero se escapó de allí y se convirtió en un carterista de los medios de transporte. Después vivió en casa de un mecánico dentista, de quien adquirió “ una pasión por la lectura y el dibu jo” . Pero el “ llamado de la calle” lo arranca de la casa del dentista; huye, lle­ vándose consigo “ varias monedas de oro zaristas” . Las gastó en Hbros, papel y pinturas. R ecorrió el Mar Blanco com o segundo fogonero, pero “ debido a la mala vista fue obligado a renunciar” . Trabajó com o “ cobrador de impuestos pagados en especie” , sobre el Péchora, entre los zirianes, cuya lengua aprendió, y luego vivió con los saraoyedos; cruzó los TUrales hasta Obdorsk en trineo de perros y llegó hasta Arcángel. V ivió allí robando y durmiendo en una posada de mala muerte; luego empezó a pintar anuncios y paisajes. Trabajó en un taller de artes y oficios mientras se preparaba en el 7? grado escolar;

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fraguó documentos y pudo ingresar en Ja Escuela de Artes y Oficios Vyatka. “ Fui entre los primeros en pasar mis exámenes, y en pintura y dibujo se me reconoció com o talentoso, pero yo no lo creí” . Fue elegido para el Comité de Estudiantes y realizó labor cultural. En invierno, durante las vacaciones, fue arrestado. “ Mis papeles me dieron un dolor de cabeza y estuve en un reform atorio hasta la primavera.” También allí leyó mucho y realizó labor cultural. Después de eso fue reportero para el Severnaia Pravda. Todo ello es relatado sin jactancia y, naturalmente, sin el menor deseo de despertar simpatía. Es un relato sencillo y sincero: atravesé un pantano, crucé un bosque, me perdí, salí a una calle de barro, la marcha fue muy difícil. Toda la biografía de C. sería muy larga de relatar. Finalmente • terminó con su ingreso en la Colonia de Kuriaz por su propia volun­ tad; vive allí, trabaja duramente, estudia y enseña a los pequeños. “ Todavía creo que puedo hacer algo bueno; me gustan los libros y ios lápices” , explica. Es un joven esbelto, bien parecido, con anteojos, facciones altivas y palabra breve y discreta. Muestra una considera­ ción extraordinaria con los más pequeños, y es sumamente cortés con los camaradas de su propia edad. Eso puede deberse a un incidente que ocu rrió en su vida. En Arcángel conoció “ a un muchacho, artista también, y que, además, adoraba la literatura. Se llamaba Vasia. Pero no conviví mucho con él; se ahorcó, después de prenderse un papel en el pecho, que decía: ‘Le debo a la casera ocho kopeks. Págaselos cuando te sea posible’ .” C. es, indudablemente, un joven muy bien dotado, y no volverá a andar por mal camino, según creo. La historia de su vida no es exclu­ siva. La mayoría de las que he oído o leído son similares a la suya. ¿D e dónde proceden estos niños vagabundos? Son los hijos de los refugiados de las provincias occidentales, que los azares de la guerra desparramaron por todo el país; los huérfanos de la gente que murió en los años de guerra civil, epidemia y hambre. Los niños marcados con taras hereditarias, que sucumbieron a las tentaciones de la calle, perecieron, indudablemente; sólo aquellos plenamente capaces de cui­ dar de sí mismos en la lucha por la existencia pudieron sobrevivir. Aceptaron de buen grado algún trabajo y se sometieron a la disciplina, siempre que ésta no rebasara su orgu llo; querían aprender y estudiaban bien. Apreciaban la importancia del trabajo colectivo y comprendían sus ventajas. Yo diría que la vida, maestra excelente aunque severa, bizo de estos niños unos colectivistas “ de alma” . Al mismo tiempo,

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cada uno de ellos es una individualidad más o menos fuertemente definida, cada uno de ellos es una personalidad con “ rostro propio” . Los miembros de la Colonia Kuriaz me impresionaron peculiarmente com o “ bien educados” . Esto se observaba sobre todo en la forma en que trataban a los “ chiquillos” y a los que habían sido incorporados recientemente. Los pequeños se encontraban súbitamente en una in­ creíble atmosfera de solicitud de parte de los adolescentes, a los que temían tanto en Ja calle, los mismos adolescentes que solían maltra­ tarlos y burlarse de ellos, los que les enseñaban a robar, a beber vodka, y muchas otras cosas. Uno de los pequeños, un vaquero, tocaba la flauta maravillosamente en la orquesta de la Colonia; había aprendido a tocar en cinco meses. Era divertido observar cóm o marcaba el com ­ pás con su curtido pie descalzo. Ese niño me d ijo : — Cuando vine aquí me di un susto tremendo. ¡Lume, pensé, mira cuántos que h ay! ¡Si empiezan a pegarte no te podrás escapar! Pero ninguno de ellos me tocó ni con un dedo. Y o m e sentí maravillosamente bien entre ellos, y eso que soy un hom bre que no sabe hablar con los niños. Siempre temo decir algo que no debiera decirse, y eso me ata la lengua. Los chicos de la C olo­ nia Kuriaz, sin em bargo, no despertaban temor en mí. Eran muy parlanchines y cada uno de ellos tenía algo que contarme. El sentimiento de camaradería, que está tan desarrollado entre ellos, se extiende también, naturalmente, a las chicas, de las que había más de cincuenta en la Colonia. Una de ellas, una pelirroja vivaz de 16 años, con o jo s inteligentes, me estaba hablando de los libros que había leído, cuando de pronto d ijo gravemente: — Y o estoy aquí, hablando con usted, y hace apenas dos años era una prostituta. La muchacha ¡lanzó esas palabras chocantes con el aire de una persona perseguida por una pesadilla. En realidad, en ese m om ento pensé que sus palabras no eran más que una patética observación insertada súbitamente en el tejido de su historia. Las niñas, lo mismo que los muchachos, tenían aspecto saludable, se com portaban bien, y se lanzaban a sus tareas con un antusiasmo tal que hasta los trabajos más duros parecían un alegre juego. También ellas __ las “ anfitrionas” de la Colonia— estaban divididas en destacamentos y tenían sus comandantes. Lavaban, cosían, zurcían y trabajaban en el cam po y en la huerta. La cantina y los dormitorios se mantenían limpíos y, aunque no “ lujosos” , eran coquetos. La mano de las chicas

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había decorado los rincones y las paredes con ramas verdes, ramos de flores silvestres y fragantes hierbas secas. En todas partes había pruebas de una obra de amor, un deseo de embellecer la vida de cuatrocientos pequeños. ¿Quién había obrado un cam bio tan milagroso, reducando cente­ nares de niños y adolescentes, a quienes la vida había tratado tan vil y duramente? El organizador y superintendente de la Colonia era A . S. Makarenko. Es, sin duda alguna, un educador talentoso. Los colonos lo aman realmente y hablan de él con un tono de orgullo com o si ellos mismos lo hubieran creado. Se trata de un hombre de aspecto serio, taciturno, de más de cuarenta años, con una nariz prominente y ojos sagaces y observadores, que pareec un militar o un maestro rural de “ elevados principios” . Hablan con voz grave, ronca, com o si le doliera la garganta; se mueve lentamente, pero le saca el m ayor provecho a su tiempo, lo ve todo y conoce a cada uno de los colonos, a quienes puede describir en cinco palabras, como si hiciera una ins­ tantánea de su personalidad. Evidentemente, es una necesidad suya el ser bondadoso, en una form a recatada y natural, con los más pequeños, para cada uno de los cuales tiene una palabra amable, una sonrisa, una caricia. En las reuniones de los comandantes, que se lanzan a discusiones prácticas sobre el trabajo de la Colonia, problemas de aprovisiona­ miento de comestibles, o en que señalan errores en la labor de los destacamentos o se dan ejemplos de equivocaciones o negligencias, Antón M akarenko permanece sentado, lejano, y sólo en ocasiones emite una o dos palabras. Palabras casi siempre de censura, pero las dice com o lo haría un camarada algo mayor. Los colonos lo escuchan atentamente y no temen discutir con él, com o si se tratara de un com pañero de veinticinco años a quien los de veinticuatro le reconocen m ayor experiencia y sagacidad. Él introdujo en la vida de la Colonia algo de la rutina del colegio militar, y esta es la causa de sus diferencias con las autoridades edu­ cacionales ucranianas. A las seis de la mañana suena la trompeta para despertar a los colonos. A las siete, después del desayuno, hay otra señal ante la cual los colonos se disponen en cuadros en medio del patio con los colores de la Colonia en el centro y dos portaestandartes, armados con rifles, a los costados. Makarenko se dirige a los colonos -así form ados con una breve orden del día, con las tareas en perspec­ tiva y, si alguno ha com etido algún acto reprobable, anuncia el castigo decidido por el Consejo de Comandantes. Después, los comandantes

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dirigen a cada destacamento a sus tareas respectivas. Este “ ceremonial” es sagrado para los niños. Pero mucho más ceremonioso — casi diría más solemne— fue el acto de despachar cinco carros con cajones de embalaje, confeccionados en la Colonia, a pedido de un cliente. La banda de la Colonia sonaba, se pronunciaron discursos sobre la gran significación del trabajo, que creaba cultura; sobre la labor colectiva, que era lo único que podía conducir a un pueblo a una vida justa, y donde la abolición de la propiedad privada haría de la gente amigos y hermanos, alejando las tragedias y los males de la vida. Era imposible mirar sin profunda emoción esa hilera de caritas serias y adorables, esos cuatrocientos pares de ojos de todo color que observaban orgullosos y sonrientes los carros cargados con la obra de carpintería realizada en los propios talleres de la Colonia. Calurosos y entusiastas fueron los vítores que surgieron de las cuatrocientas gargantas. A. S. Makarenko es capaz de hablarles a los niños sobre el trabajo con esa fuerza oculta y tranquila que es más comprensible y elocuente que una gran cantidad de bellas palabras. Nada, creo yo, describe m ejor a ese hom bre que el siguiente pasaje extraído del breve prefa­ cio que escribiera para las biografías de los colonos a quienes había educado. “ Estoy pasando a máquina la última de las 400 biografías y me estoy dando cuenta de que he leído el libro más asombroso que se haya escrito jamás. Es una historia concentrada de una serie de sufri­ mientos infantiles, relatada en términos sencillos y sin compasión. En cada palabra siento que esas historias no están destinadas a despertar la piedad en nadie; el efecto no está calculado. Es la historia sencilla y sincera de una personita solitaria y desamparada, no habituada a contar con la simpatía de nadie, y acostumbrada sólo a un mundo hostil, acostumbrada a aceptar esa posición sin desmayar. Esto, natu­ ralmente, constituye la tragedia de nuestros días, pero esa tragedia de la que sólo nosotros tenemos noticia, no es una tragedia para ellos, para quienes esa es la relación habitual entre esos niños y el mundo. ” Para mí, sin embargo, ha habido más sufrimiento en esta tragedia que para ningún otro. En el curso de ocho años me he visto obligado a contemplar no sólo las horribles angustias de esos niños arrojados al arroyo, sino sus espantosas deformaciones morales. No tengo dere­ cho de refugiarme sólo en la simpatía y en la piedad hacia ellos. Hace tiempo ya que he comprendido que para salvarlos estaba obligado a

Acerca de

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ser invariablemente exigente, severo y firme. Y o tenía que ser tan filósofo com o ellos mismos con respecto a sus penas. ” Esa fue mi tragedia, y lo siento más profundamente a medida que leo estas notas. Debiera ser la tragedia de todos nosotros, y no tenemos derecho de eludirla. Los que se limitan a sentir la emoción de una dulce piedad y de un azucarado deseo de complacer a estos niños están encubriendo sencillamente su hipocresía con respecto a esos abundan­ tes y, para ellos, baratos sufrimientos infantiles.” Además de la Colonia de Kuriaz he visto la Comuna Dzerzhinsky, cerca de Jarkov. Contenía sólo unos cien o ciento veinte chicos, y fue fundada evidentemente para mostrar lo que podría ser una Colonia Infantil ideal para jóvenes “ delincuentes” y “ socialmente peligrosos” . Consta de una casa de dos plantas construida especialmente, con diecinueve ventanas en su fachada. Sus tres talleres — carpintería, za­ patería, y mecánica— están equipados con las máquinas más modernas y provistos de una rica selección de herramientas. Excelente ventila­ ción, grandes ventanales y enorme cantidad de luz. Los niños llevan cóm odos “ overalls” , los dorm itorios son espaciosos, con buena ropa de cama, baños, duchas, cuartos de estudio limpios y aireados, un salón para reuniones, una biblioteca bien equipada, gran cantidad de útiles escolares, y todo flamante; una institución m odelo com o “ para mostrar” , y hasta los niños seleccionados “ com o para una exhibición” ; todos jovencitos de aspecto saludable. Los organizadores de e9te tipo de instituciones pueden aprender mucho aquí. La Colonia tiene una granja bien equipada, y durante el verano los niños trabajan en el campo. Luego está la Colonia Bakú, para 500 niños; dos .grandes edificios fuera de la ciudad en tierra gris, entre colinas quemadas por el sol. Fue fundada recientemente y se halla en proceso de organización, pero los jovencitos ya están soñando con un zoológico que quieren organizar. Estos pequeños, tostados por el sol, están ocupados com o las hormigas, y el trabajo aquí se lleva a cabo con alegría. El director de la Colonia está tan apasionadamente enamorado de su trabajo com o lo está Makarenko. En total, he visto unos 2.500 pilludos recogidos de la calle, y esta será una de las impresiones más profundas de mi vida. Estos niños llegarán a ser interesantes hombres y mujeres, alegres, sanos, traba­ jadores entusiastas ocupados en tareas serias.

Galina Makarenko 1 Recuerdos

V i por primera vez a Antón Makarenko en 1922 en el Comisariato para la Educación, en Ucrania. En esos días, la Colonia Gorki, cerca de Poltava, era un tema de gran discusión en los círculos educa­ cionales. Visité luego la Colonia Gorki junto con un inspector de ese Com i­ sariato del Pueblo, cuando ésta se trasladó a Kuriaz, en los alrededores de Jarkov. Eso fue en la primavera de 1927. Llegamos a la Colonia un día nublado y ventoso. Grandes árboles bordeaban el establecimiento y, entre ellos, en ordenada form ación, había pequeñas casitas blancas con pórticos de madera pulida y jardines al frente con canteros de flores. En el centro se destacaba ¡1a gran masa de la principal iglesia del monasterio. El patio y la iglesia eran tan grandes que los tres autos estacionados en sus proximidades*parecían de juguete. Nuestro coche se detuvo junto a ellos y descendimos sobre un sendero de grava bien afirmado. Y o sentía curiosidad por ver a los organizadores, los guardianes, los comandantes de esa vida regulada. Debo confesar que me dirigí a la Colonia Gorki con una sensación de frío escepticismo, y no era precisamente con placer com o yo contemplaba la perspectiva de pasar unas horas de aburrimiento oficial, com o ocurre a menudo cuando se hace una breve visita á una institución infantil. 1 Galina Makarenko, la esposa del escritor, educadora, fue coautora de Un libro para padres. Ella se encargó de la edición de los 7 volúmenes de las obras completas de Makarenko. Por espacio de muchos años dirigió el Laboratorio del Instituto de Teoría e Historia de la Academia de Ciencias Pedagógicas de la RFSSR, dedicado al estudio del legado de Makarenko. X

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Para esa época había yo visto por dentro unos doscientos hogares infantiles, había dirigido durante varios años uno de 150 niños, y sabía lo que era esa tarea, las increíbles dificultades con que tropezaba. Y conocía también los límites — máximo y mínimo— comparativamente modestos, que se habían logrado para ese entonces en la mayoría de las instituciones, pese a nuestros esfuerzos pedagógicos. H oy es ¡ya obvio que los éxitos y las posibilidades pedagógicos están determinados por la calidad, es decir, por la idea contenida en todo el sistema educacional y en los métodos y técnicas elaborados. El pensamiento pedagógico, tanto científico com o práctico, se abrió paso difícilmente en los últimos años en ese terreno, descubriendo nuevos y amplios horizontes. En aquellos días, sin embargo era difícil descubrir una respuesta a la pregunta de por qué, en algunos hogares de niños, aun en los m ejo­ res, el personal, después de un éxito más o menos prolongado, parecía llegar a un Rubicón que era casi imposible de atravesar. Los problemas no resueltos parecían de menor importancia, pero lo cierto es que seguían sin resolverse. Era, sobre todo, cuestiones de organización, tales com o salvaguardar los diversos objetos adquiridos, mantener los edificios y todo el dom inio de la institución infantil limpios y en orden. Finalmente, había asuntos tales com o una rutina con un esquema preciso, las personas que representaban la autoridad, la responsabili­ dad de las tareas de cada uno y la adecuada verificación de su cum­ plimiento. Todas estas exigencias imperativas de la vida, grandes y pequeñas, multiplicadas y divididas por el número de educadores, alumnos, asistentes, es decir, complicadas de 200 a 500 veces, form a­ ban un solo e inseparable com plejo, y es difícil definir dónde y cóm o interactuaban, qué era lo importante y lo secundario. Ocurría, pues, que el período dedicado a organización se prolon­ gaba excesivamente, y poco era el tiempo que restaba para la labor educativa propiamente dicha. N o sé p or qué razón, la simple idea de que tanto la buena com o la mala organización eran educativas, no le pasó jamás a nadie por la cabeza. La falta de organización es, en sí misma, una forma de edu­ cación anárquica. Y , siendo así, era necesario, desde el primer día de la existencia de la institución, introducir una educación comunista de los niños, activa y políticamente dirigida: único m edio por el cual ora posible llevar una vida organizada, con una organización cada vez mejor. . ' > ¡' ¡ i

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En las instituciones infantiles que yo había visto hasta entonces, no había hallado respuesta a esas preguntas desconcertantes. Así es que pensaba que hacía poca diferencia el conocer una más o una menos. De todas maneras, lo que yo sentía al respecto en ese momento garantizaba una actitud objetiva de mi parte con respecto a lo que iba a ver. El orden que se observaba en todo el extenso territorio de la Colonia Gorki era impresionante. En aquella época su población era de 500 internos y un personal de no menos de 30 empleados, inclusive miembros de sus familias. Y o sabía por experiencia propia que no es posible hacer una exhibición en una institución infantil, ni siquiera por espacio de un par de horas, a menos que haya un real y sólido funda­ mento de trabajo que la respalde. Nos aproximamos al edificio principal. La puerta cedió fácilmente a nuestra presión y volvió a cerrarse suavemente detrás de nosotros. En el pequeño y sencillo vestíbulo nos recibió un joven que llevaba una banda roja en el brazo. Nos saludó con sonriente cortesía, diciendo que los gorkistas se sentían felices de dar la bienvenida a sus visitan­ tes, que estábamos un poco retrasados pues el almuerzo había comen­ zado, pero que en el 12