Los Pehuenches en la Vida Fronteriza
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LOS PEHUENCHES EN LA VIDA FRONTERIZA

Ediciones Universidad Católica de Chile Vicerrectoría Académica Comisión Editorial Casilla 114-D Santiago. Chile Telex: 240395 PUCVA CL FAX: 56-2-2225515 Patrocinio de la Corporación de Televisión de la Universidad Católica de Chile. "Los Pehuenchcs en la Vida Fronteriza" Sergio Villalobos R. Inscripción 71.530 I S B N.: 956-14-0228-8 Derechos reservados Primera edición: 1.000 ejemplares Octubre 1989 Diseño y diagramación: Ana María Maksymowicz Impreso por: Editorial Universitaria

Villalobos Rivera. Sergio. 1930. “Los Pchuenches en la Vida Fronteriza" Bibliografía: p. 272 I. Indios pehuenches - Historia 2. Indios pehuenches - Vida social y costumbres AACR2 983.00498 Las fotografías que se incluyen en esta obra son responsabilidad exclusiva del amor

Investigaciones

LOS PEHUENCHES EN LA VIDA FRONTERIZA Sergio Villalobos R

¿ EDICIONES j UNIVERSIDAD i CATÓLICA

3 DE CHILE

Sumario

Unos indios olvidados

11

El país de los pehuenches

17

La banda occidental del país de los pehuenches. La banda oriental.

Primeros tiempos del contacto

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El papel menor de los pehuenches. Testimonios de la Conquista. Exploraciones de los españoles. Lucha esporádica. Descripciones del siglo XVII: Nuñez de Pineda, Quiroga y Rosales. Guerra entre pehuenches y araucanos. Nuevos combates entre españoles y montañeses. Tiende a formalizarse el comercio a comienzos del siglo XVIII.

Los pehuenches en el panorama fronterizo

43

La jefatura. Un incidente entre caciques. El malón y el pillaje. Inseguridad individual y amistad. Distribución de la población. Su escaso número. Nomadismo y transhu- * mancia. Entre luchas y alianzas. Avance huilliche por la pampa: una amenaza.

La aculturación y la necesidad de comerciar

64

La recolección del piñón. Consumo de maíz y trigo. Caza del guanaco. Adopción del caballo. Su utilidad y sus productos. Mercancías del trueque. Los caballos y la sal. Afán español de regularizar el comercio. Incursiones hostiles a través de los boquetes cordilleranos. El comercio según los cronistas del siglo XVIII.

El apaciguamiento permite el trabajo misionero

81

Los jesuítas en la avanzada evangelizados. Relato del padre Havestadt. Acercamien­ to oficial. Entrada de los misioneros franciscanos. Diario del padre Espinéis. Fundación de Santa Bárbara. Establecimientos de los franciscanos. Método misional. Los niños. Aceptación de las misiones. Escaso éxito.

Una solicitud pehuenche de tierras

110

Fechorías de indios y delincuentes en la región de Nuble. Petición del cacique Toreupill. Informes sobre la situación de la región. Ventajas y desventajas de conceder tierras a los nativos. Resolución desfavorable por el momento.

El intento de fundar pueblos pehuenches

117

Plan para radicar a los montañeses en el interior de Villucura. Negociaciones con

ellos. Mala fe de algunas autoridades. Apoyo de los franciscanos. Composición social de una banda pehuenche. Informes favorables sobre el proyecto.

Complejidad de la lucha fronteriza

123

Lucha entre pehuenches y huilliches. Apoyo de las fuerzas hispanocriollas a los pehuenches. Las acciones se extienden a los araucanos de los Llanos. Levantamiento de 1766. Efecto negativo sobre las misiones. Los montañeses se vuelven contra los hispanocnollos. Contraofensiva de éstos y fundación de nuevos fuertes. Acercamien­ to pacífico de algunas agrupaciones pehuenches. Nueva solicitud de tierras. Felonía del corregidor de Chillan y últimos choques.

La Isla de la Laja: un espacio de encuentro

133

Ocupación precaria y paulatina. Descripción contemporánea de la comarca. Política colonizadora de Ambrosio O'Higgins. Nuevo plan estratégico. Descripción del fuerte de San Carlos de Purén. Prosperidad relativa a fines de la Colonia.

Incursiones esporádicas de pillaje

140

Huella de desorden dejado por el levantamiento de 1766-1770. Relajamiento general hasta el sector del Maulé. Expediciones y fechorías de los hispanocnollos para robar a los pehuenches. Asesinato del cacique Lebian y otros indígenas en 1776. Dificultad para encontrar a los culpables. Procedimientos de los hispanocriollos en sus ataques y delitos. Detallada carta del presidente Jáuregui sobre las medidas para evitar desma­

nes. Incursión de los pehuenches por Cachapoal en 1779.

Continuidad de las relaciones pacíficas

156

Renovado deseo de una banda pehuenche de establecerse en tierra de cristianos. Se les concede una localidad. Establecimiento de comercio por los boquetes de la región central. Suspicacia de los pehuenches del sur. Modalidades del tráfico. Productos

intercambiados. Comercio y perturbaciones en Cuyo. Plan de Ambrosio O’Higgins

en 1793 para sistematizar el comercio mediante una sola gran expedición anual. Continúa el desorden. Volumen del comercio en el sur y participantes. Venta de cautivos y especies robadas. Apoyo militar prestado a los pehuenches. Disminución de la población.

El horizonte de las pampas

173

La geografía de las pampas. Los ganados y su disminución. Espacios ocupados por las diversas etnias en el siglo XVIII. Lugares de residencia. Una toldería huilliche. Senderos y rastrilladas. La inseguridad y el temor condicionan la existencia. Preven­ ciones y señales. Control y formalidades en la visita. El papel de los jefes en las relaciones. Los regalos. Autorización para transitar. Complejas relaciones de paren­ tesco. Prisioneros cristianos y renegados.

Los pehuenches orientales

197

Desaparición de los huarpes. Chiquillancs. Alianzas diversas. Ataques a los estable­ cimientos de Cuyo. Presencia de los pehuenches. Campaña del comandante J.F. Amigorena en 1779. Parlamento en Mendoza. Nuevas campañas de Amigorena. Alianza con los pehuenches. Campañas conjuntas contra los huillichcs.

El equilibrio fronterizo en peligro

212

Disputas entre los pehuenches de Malargüe y Bal barco. Ataques araucanos a los pehuenches occidentales. Intervención de las autoridades. Parlamento en Chillán y en Cuyo. Restablecimiento de la tranquilidad.

Expediciones cristianas a través de la pampa

219

Condiciones estratégicas de la Patagonia. Expediciones de reconocimiento. Tratos con los indígenas. Proyecto de Luis de la Cruz. Salida de la expedición. Ayuda y participación de los pehuenches. Colaboración de Manquel. Viaje hasta Mamilmapú. Carripilún, su ayuda y participación. Avance y resquemores de algunos caciques de la pampa. Llegada al fuerte de Melincué. Invasión inglesa de Buenos Aires. Desintegra ­ ción de la expedición. Regresan los pehuenches.

Ocaso de un pueblo

234

Las guerras de la Independencia desorganizan la vida fronteriza. Los Pincheira. Participación de los pehuenches en la lucha. Alianzas y defecciones. Relato de G. V. Tuppcr. Los pehuenches en 1827: testimonio de E. Poeppig. La inseguridad general. Experiencias en Tucapel, Antuco y Trubunleo. Costumbres de los pehuenches. Sus bienes materiales. Otros exploradores: Rugendas. Domeyko y Smith: sus descripcio­ nes. Actuaciones esporádicas de los pehuenches durante el siglo XIX. Intranquilidad injustificada durante la integración final de la Araucanía. El deseo de una vida pacífica. Relaciones con los jefes militares. Larga agonía de un pueblo. Nota. Rugendas y los pehuenches.

Bibliografía

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La historia no tiene temas pequeños ni marginales. En cualquier lugar el quehacer de unos pocos hombres, por remotos y oscuros que parezcan, puede estar lleno de significado y su conocimiento resultar una experiencia enriquecedora. Es lo que sucede con los pehuenches, cuya existencia ha merecido poca atención de los etnólogos y menos aún de los historiadores. Aquellos indígenas fueron, sin embargo, protagonistas de una historia larga y dramática para sobrevivir en un medio inhóspito y en lucha constante con sus hermanos de raza y el invasor cristiano. Esa brega enlazaba tanto las agresiones como las alianzas, en acomodos continuos, audaces e inteligen­ tes. a veces brutales, en que se perciben las necesidades e intereses elementa­ les del hombre: el instinto vital, la alimentación, el cariño por la mujer y los hijos y la seguridad de la existencia. No por ello dejan de estar presentes las creencias pequeñas y grandes, los barruntos del arte y un mundo de conceptos y costumbres dentro de una conciencia ordenadora e inconmovible. En suma, la vida entera. Nos preguntamos si ese pasado, tan simple y evidente, quedó atrás o es la historia de siempre. Pero hay mucho más en el deambular de los pehuenches por la historia fronteriza. En los hechos concretos, el gran fenómeno fue la transformación acelerada de unos recolectores y cazadores avanzados merced a los bienes materiales traídos por los españoles y las relaciones económicas, sociales, culturales y bélicas con ellos. Hasta mediados del siglo XVI los pehuenches conformaban bandas que II

se desplazaban a pie en el sector cordillerano y sus inmediaciones, practican­ do una transhumancia circunscrita. Habían recibido ya ¡a influencia arauca­ na en todo orden de cosas, incluida la lengua, que aún no suplantaba entera­ mente a la propia. La caza y la recolección, tan ligadas a la existencia del guanaco y del piñón, estaban matizadas con otros rasgos culturales, espe­ cialmente la elaboración de telas y el uso de cerámica, sin que podamos distinguir si ésta era fabricada por ellos o adquirida en sus transacciones. En el primer caso, las tareas textiles y el empleo de la alfarería habrían sido fenómenos de difusión araucana. La llegada de los españoles trastornó todas las cosas con su aporte de elementos materiales y el roce, violento o pacífico, con los pueblos aboríge­ nes de los territorios australes a ambos lados de la cordillera. Es bien sabido que el caballo dio movilidad extraordinaria a araucanos, huilliches, pehuenches, chiquillanes, puelches y pampas y que, por lo tanto, fue un factor que intensificó el comercio, la mezcla y la lucha entre ellos. Desde entonces las correrías se hicieron a larga distancia y las pampas patagónicas, las de Buenos Aires y Mendoza fueron trajinadas sin cesar por agrupaciones diversas que buscaban cambiar especies, robar y cumplir atro­ ces venganzas. Nuevas necesidades materiales cambiaron la vida de los pehuenches. Además del caballo y su carne, el trigo, el vino, el aguardiente y los objetos de hierro se hicieron indispensables y determinaron el acercamiento a ¡os invasores que, a su vez, requerían de la sal, los ponchos y los caballos. Los indígenas cordilleranos buscaron, además, la protección de las fuer­ zas hispanocriollas en el intento de sobrevivir a los ataques de los huilliches y araucanos. Apoyados por pequeños destacamentos pudieron mantener la lucha y con la ayuda de traficantes y forajidos realizaron el comercio y las depredaciones en las pampas. Unos indígenas situados en uno de los estadios culturales menos desen­ vueltos, por efecto del contacto llegaron a cambiar notablemente su econo­ mía y sus costumbres, aunque conservando parte de su acervo tradicional. Creemos que es un hecho notable que al cabo de dos siglos de cambios, algunas agrupaciones pehuenches concluyesen solicitando, por estricta vía administrativa, tierras para asentarse junto a los cristianos. Era abandonar la aventura de la caza y la recolección para inscribirse en la política colonizadora del Despotismo Ilustrado. Es evidente, por otra parte, que la conducta de los pehuenches y de la sociedad fronteriza no se entiende si no se la conecta con los hechos de allende los Andes, donde se desarrollaba otra existencia de frontera, prota­ gonizada por bonaerenses, cordobeses, mendocinos, pampas y puelches, con participación activa de huilliches y pehuenches. Estos últimos actuaron es­ trechamente ligados a pobladores de este lado de Chile, renegados y bandi­ dos. grupos de traficantes o pequeñas partidas que cumplían misiones oficia­ les. 12

se desplazaban a pie en el sector cordillerano y sus inmediaciones, practican­ do una transhumancia circunscrita. Habían recibido ya ¡a influencia arauca­ na en todo orden de cosas, incluida la lengua, que aún no suplantaba entera­ mente a la propia. La caza y la recolección, tan ligadas a la existencia del guanaco y del piñón, estaban matizadas con otros rasgos culturales, espe­ cialmente la elaboración de telas y el uso de cerámica, sin que podamos distinguir si ésta era fabricada por ellos o adquirida en sus transacciones. En el primer caso, las tareas textiles y el empleo de la alfarería habrían sido fenómenos de difusión araucana. La llegada de los españoles trastornó todas las cosas con su aporte de elementos materiales y el roce, violento o pacífico, con los pueblos aboríge­ nes de los territorios australes a ambos lados de la cordillera. Es bien sabido que el caballo dio movilidad extraordinaria a araucanos, huilliches, pehuenches, chiquillanes, puelches y pampas y que, por lo tanto, fue un factor que intensificó el comercio, la mezcla y la lucha entre ellos. Desde entonces las correrías se hicieron a larga distancia y las pampas patagónicas, las de Buenos Aires y Mendoza fueron trajinadas sin cesar por agrupaciones diversas que buscaban cambiar especies, robar y cumplir atro­ ces venganzas. Nuevas necesidades materiales cambiaron la vida de los pehuenches. Además del caballo y su carne, el trigo, el vino, el aguardiente y los objetos de hierro se hicieron indispensables y determinaron el acercamiento a ¡os invasores que, a su vez, requerían de la sal, los ponchos y los caballos. Los indígenas cordilleranos buscaron, además, la protección de las fuer­ zas hispanocriollas en el intento de sobrevivir a los ataques de los huilliches y araucanos. Apoyados por pequeños destacamentos pudieron mantener la lucha y con la ayuda de traficantes y forajidos realizaron el comercio y las depredaciones en las pampas. Unos indígenas situados en uno de los estadios culturales menos desen­ vueltos, por efecto del contacto llegaron a cambiar notablemente su econo­ mía y sus costumbres, aunque conservando parte de su acervo tradicional. Creemos que es un hecho notable que al cabo de dos siglos de cambios, algunas agrupaciones pehuenches concluyesen solicitando, por estricta vía administrativa, tierras para asentarse junto a los cristianos. Era abandonar la aventura de la caza y la recolección para inscribirse en la política colonizadora del Despotismo Ilustrado. Es evidente, por otra parte, que la conducta de los pehuenches y de la sociedad fronteriza no se entiende si no se la conecta con los hechos de allende los Andes, donde se desarrollaba otra existencia de frontera, prota­ gonizada por bonaerenses, cordobeses, mendocinos, pampas y puelches, con participación activa de huilliches y pehuenches. Estos últimos actuaron es­ trechamente ligados a pobladores de este lado de Chile, renegados y bandi­ dos. grupos de traficantes o pequeñas partidas que cumplían misiones oficia­ les. 12

Se anudaban, así, fenómenos de dos escenarios distintos, que obedecían a los mismos intereses y motivaciones esenciales. Debemos dar una disculpa a los etnólogos. Nuestro método en la búsque­ da. el enfoque y la elaboración ha sido propiamente el histórico, no obstante que el tema es de aquellos que interesan a las dos áreas de estudio. No tenemos la menor duda de que los mismos materiales que hemos utilizado, sometidos a la exégesis y el aparataje conceptual de la etnología, habrían tenido un rendimiento mayor y más ajustado. Con todo, creemos que el cúmulo de información les será de gran utilidad y que muchas sorpresas les aguardan en estas páginas. No obstante emplearse el método de la historia, no hemos prescindido por completo de los aportes de la etnología ni de las sugerencias de la antropología, que están implícitos sin estructurar la disposición temática. La etnohistoria es el campo adecuado para este tipo de trabajo, donde debe concurrir tanto el aporte del historiador como el del etnólogo, cada uno con sus ventajas y limitaciones. En tal sentido, y llevando el agua a nuestro molino, creemos que esta investigación prueba que la documentación históri­ ca es abundante y sorprendente aun para los temas más rebuscados. Pero no es sólo el conocimiento de lasfuentes lo que puede entregar el investigador de la historia, sino también la interpretación general de la época, las categorías conceptuales de ella, la hermenéutica y hasta el esclarecimiento del lengua­ je. no pocas veces equívoco. Una dificultad persistente ha sido el uso de términos que la antropología ha procurado definir de manera precisa con el fin de aplicarlos a todos los casos, como sucede con los conceptos de banda, tribu, nomadismo y tantos otros. La variedad de circunstancias, en que no se presentan todos los ele­ mentos de una caracterización o aparecen otros considerados excluyen­ tes, impide un uso tajante de la terminología. Y si se tiene presente que en los diversos autores las definiciones varían por necesidades metodológicas y porque, después de todo, se basan en casuísticas restringidas o amplias, hay mayores motivos para relativizar los conceptos. Basados en tales razones, hemos optado por un uso amplio y flexible de los vocablos, de modo que tengan cabida las realidades y no tanto las abs­ tracciones generalizadoras. Creemos que es mejor la descripción que la definición global. Existe una disyuntiva no resuelta entre el uso de la generalidad y la singularidad. ¿Es que los hechos humanos son uniformes y poseen, por lo tanto, un alto grado de generalidad que permite al investigador analizarlos, clasificarlos y obtener conclusiones referidas a un cuadro absolutamente coherente? ¿O más bien son hechos singulares, que ocurrieron bajo circuns­ tancias únicas y que nunca se han repetido, en sentido estricto, en ningún lugar? Este viejo problema ha sido largamente debatido en la historia y pensa­ mos que se presenta igualmente en el estudio de la prehistoria, que no es más 13

que un tramo inicial del rumbo humano. Ex posible que la solución no se encuentre de manera definitiva en la generalidad ni en la singularidad, por más que la mente desee conclusiones absolutas. Todos los hechos participan de algún grado de generalidad y también de singularidad, de suerte que con buen tino se puede establecer una dosifica­ ción adecuada en cada caso. Empleando el método deductivo, lo general ayuda a percibir características y tendencias y estimula la interpretación, mientras lo singular, que obliga a la consideración realista del caso, lleva al estudio de los hechos concretos y a la fundamentación más objetiva. Así. los porfiados hechos son ineludibles y determinan las conclusiones, quepan o no las abstracciones en uso. Pero también es cierto que la inducción no se cierra en sí misma y que de alguna manera trasciende al campo de lo general, formándose de tal manera un circuito sin comienzo ni fin. Rajo este planteamiento hemos abordado el tema de los pehuenches, que escandalizará a muchos y contentará a pocos. Debemos agregar que en ningún caso nos hemos propuesto describir a la sociedad, la economía y la cultura de los pehuenches, sino enfocar exclusiva­ mente su vida fronteriza, para cuya comprensión ha sido necesario referirse de manera eventual a aquellos aspectos. Por otra parte, y en cuanto al método expositivo, debemos señalar que este libro es una especie de crónica, en que se descubrirá a veces el estilo de ¡a historia ad narrandum; pero no nos engañemos, porque subyacente se encuentra una intención interpretativa, que se marca a espacios irregulares en breves consideraciones personales o en el sentido general. Esta investigación, como otras que hemos realizado, ha unido la búsque­ da documental y bibliográfica con la experiencia en el terreno mismo, con el objeto de apreciar los fenómenos estudiados, especialmente en su relación con la naturaleza. Conocer el relieve y andar por los senderos transitados desde tiempos inmemoriales; comprender las ventajas de tal o cual especie arbórea o sorprenderse, en pleno verano, con una temperatura de 4” bajo cero al dejar la carpa que blanquea con la escarcha, es apreciar realmente las formas de vida, las necesidades y los sentimientos de quienes habitaron la comarca. También es útil entrar en contacto con los descendientes de indios, mesti­ zos y gente común que en su pensamiento y su lenguaje esconden tantas huellas del pasado y que en las modalidades de su existencia y el aprovecha­ miento hábil de la naturaleza prolongan igualmente los rasgos del tiempo pretérito. En esas excursiones es donde el dato inerte del documento se transforma en vida y aparecen sugerencias imprevistas. Es una historia ambulante, palpable, telúrica en cuanto parece brotar de la tierra misma. Conociéndola se comprende cuán limitada es la investigación encerrada en archivos y bibliotecas y que en la tranquilidad de un escritorio da a luzfrutos intelectua­ les librescos y deshumanizados.

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Una historia entera, de toda la gente, de todos los ámbitos y de todos los aspectos, no puede prescindir del contacto con los sobrevivientes y su medio geográfico. El tema que aquí tratamos como parte de la existencia fronteriza, es una historia singular y atractiva. En ella se da, igual que en el ámbito de la Araucanía, un cuadro de lucha y relaciones pacíficas, en que éstas predomi­ nan con el paso del tiempo, a medida que las comunidades hispanocriollas e indígenas integraban su existencia. Más claramente aún, la guerra fue poco significativa, porque se redujo a escasos años y no puede darse tal nombre a robos y muertes aislados protago­ nizados por pequeños grupos de ambos bandos. Al dejar entregado este trabajo, debemos dar testimonio de nuestro agradecimiento a los profesores y antropólogos señores Mario Oreílana, Horacio Zapater, María Teresa Cobos y Eduardo Téllez, por sus útiles indi­ caciones, y al geógrafo señor Pedro Riffo. Igualmente, debemos, agradecer de manera muy especial a nuestra ayudante, Nadia Pierattini, su colabora­ ción entusiasta e inteligente en una investigación que ha sido larga e intrinca­ da, y a nuestros amigos ¡Luis Carlos Parentini, Rafael Sagredo y Hugo Rosati, compañeros de andanzas por el territorio de los pehuenches. La elaboración de este libro se ha efectuado dentro de nuestras obligacio­ nes en el Instituto de Historia de la Universidad Católica de Chile, que apoyó los diversos reconocimientos en el terreno. Es justo, por lo tanto, expresar nuestros agradecimientos a dicho organismo y a su director, el señor Ricardo Couyoumdjian.

Camino del Algarrobo Otoño de 1988.

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Para comprender las actuaciones de los pehuenches debe tenerse en considera­ ción el medio geográfico que ocupaban, una región cordillerana de aproximada­ mente 350 kilómetros de norte a sur y 450 de levante a poniente, donde se articulan valles que en la parte occidental son intrincados y de difícil comunicación entre ellos. Diversas serranías, apretadas unas con otras, osten­ tan montañas de 2.000 o más de 3.000 metros, como los “nevados”de Longaví, Chillán y la Sierra Velluda. También se destacan los conos magníficos de los volcanes Descabezado, Antuco, Copahue, Tolhuaca, Lonquimay y Llaima. En el sector meridional pueden distinguirse dos cordones paralelos de norte a sur. El que se levanta al oeste, enfrentando el Llano Central, está compuesto por el encadenamiento de las cordilleras de Curacautín, Lonqui­ may y Sierra Nevada. Al este, dejando entre medio el curso superior del Biobío y algunas planicies de corta extensión, se sitúa el cordón principal de los Andes, por donde corre la línea divisoria de las aguas, que corresponde a un macizo de morfología plana. Junto a esos vericuetos se abren alrededor de once pasos entre los 1.700 y los 2.400 metros, dando acceso a las cuencas que descienden a la pampa. El terreno presenta marcadas diferencias estructurales de un lugar a otro. En muchas partes surgen las rocas fundamentales y los basaltos de origen volcánico; en otras, suelos que admiten una rica vegetación y más allá tierras arenosas y trumaos que mezclan en fino polvillo la tierra común y las cenizas provenientes de antiguas erupciones. 17

Fig I. Perfil de la Cordillera de los Andes en el sector de la Laja A la izquierda el cono del volcán Ancuco y a la derecha las dos cumbres de la Sierra Velluda Fotografía tomada desde el Llano Central al amanecer y a 90 kms de distancia

Fig. 2.

Araucanas junto al volcán Umquimay Durante el verano los faldeos del volcán permanecen sin nieve.

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Los derrames de lavas recientes y el cascajo procedente de su desintegra­ ción cubren la inmediaciones de los volcanes. El clima ofrece diferencias notorias entre las diversas estaciones y tam­ bién en el transcurso del día. La influencia de las barreras montañosas y el encierro de algunas cuencas provocan contrastes de unas áreas a otras. En el verano, el sector occidental, influido por las masas de aire frío del Pacífico, presenta una temperatura diurna templada y desciende en forma pronunciada en la noche, llegando a algunos grados bajo cero al amanecer en los lugares interiores de altura cercana o superior a los 1.000 metros. Durante el otoño y el invierno el frío extrema su rigor, frenando la actividad de todos los seres vivientes. Las precipitaciones aumentan de norte a sur y se concentran del otoño a la primavera, sin que dejen de hacerse presentes en el verano. Conforme se avanza en altura y latitud las nevazones son más espesas, cubriendo incluso el fondo estrecho de los valles y cerrando por completo los portezuelos. El calor del estío no logra fundir el manto blanco de las más altas cumbres. Los primeros cordones montañosos retienen mayormente las precipita­ ciones aportadas por los frentes de mal tiempo del Pacífico. En algunos

Fig. 3. Volcán Antuco desde la orilla de la Laguna de la Laja Sobre el antiguo y amplio cráter se alzad nuevo cono. Los mantos de lava recientes (¿siglo XIX?) han desbordado las paredes del viejo cráter. Entre la escoria renace la vegetación.

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Fig 4 laguna de Icalma. una de las fuentes del rio Biobio La selva virgen, compuesta principalmente de apreses cordilleranos, cubre las laderas del fondo

lugares caen 2.2(X) milímetros al año. Debilitadas de ese modo las nubes, las precipitaciones son menos intensas en el interior y a causa de la altura toman la forma de nieve. Cuanto más se avanza hacia el este, menores son las precipitaciones y desde la primavera se padece de una sequía aguda. Uno de los grandes caprichos de la zona es el régimen de los vientos. Predomina el del suroeste, en ocasiones extremadamente frío y violento, especialmente en las tierras altas, llegando a perturbar las actividades y las andanzas de los hombres. En breves minutos puede cesar y el calor se hace agobiante en los parajes más encerrados. Desde el noroeste soplan en el invierno los vientos ciclónicos portadores de los frentes nubosos y las precipi­ taciones. En cambio, a veces se produce una inversión eólica y desde las pampas patagónicas y la cordillera corre con enorme fuerza el puelche o tierral, que causa muchos perjuicios por su fuerza y trae temperaturas más elevadas. En medio del relieve accidentado, la existencia de antiguas morrenas glaciales, que han rellenado algunos pasos, y los potentes mantos de lava, han dado lugar a la formación de lagunas que por sus dimensiones sería más apropiado denominar lagos. El escurrimiento de las aguas se efectúa a través de esteros y ríos que discurren en algunos lugares por quebradas y desfilade­ ros o cauces encajonados. El pronunciado desnivel da ímpetu a sus aguas y vadearlos no es tarea fácil. El Biobio. sin embargo, en su tramo superior por el 20

Fig 5 Valle del alto Btobto en la* cercanía* de Liucuri La c*ca*ez de la* prccipitactone*. retenida* por lo* primean cordone* andino*, explica el aspecto teco del paisaje, que en otro* lugares e* más marcado aún

valle de Lonquimay corre por un escenario de planicies y suaves colinas y tiene un carácter más apacible. Solamente al atravesar el cordón occidental de la cordillera para salir al Llano Central, se desliza violentamente estrechado por laderas abruptas y boscosas que difícilmente dejan paso al hombre. En los sectores norte y central, los ríos Longaví, Perquilauquén, Nuble y Laja, sin contar otros menores, son de poco caudal. El Biobío, en cambio, que colecta las aguas de una amplia hoya, presenta el alto gasto que hace de él un elemento geográfico de gran significado. El régimen de estos ríos es mixto: sus crecidas se originan en las lluvias invernales y en el derretimiento primaveral de las nieves, siendo el estío la época de niveles más bajos. El cuadro vegetacional varía grandemente de acuerdo con la condiciones del relieve, la calidad de los suelos y la pluviosidad. En todas las estribaciones occidentales dominaba una selva apretada de grandes árboles que aún exhibe su imponente belleza en espacios de regular extensión. Asociaciones de ro­ bles de hoja caduca (Nothofagus obliqua), coihues (Nothofagus dombeyi), cipreses cordilleranos (Austrocedrus chilensis) y canelos (Drymis winteri) se encuentran hasta los 1.000 metros de altura en terrenos con buen drenaje. Desde los 900 metros y hasta los 1.500 domina la araucaria (Araucaria araucana) en formaciones boscosas exclusivas. Su distribución se extiende entre el sector de la laguna de la Laja y los alrededores del volcán Llaima, pero 21

en la parte oriental se le encontraba más al sur, en el Chubut hasta los 43°, es decir, a unos 250 kilómetros del lago Nahuel Huapi1. Entre las especies arbustivas se encuentran el arrayán {Mirceuganella apiculata), el maqui (Aristotelia chilensis) y la lenga (Nothofagus pumilio). Esta última, sufrida y pertinaz, comparte alturas con la araucaria y sobrevive con su estructura leñosa en terrenos secos del interior. El sotobosque cobija arbustos, lianas y enredaderas y en la hojarasca y los troncos se extienden musgos y liqúenes. En algunos rincones abundan los pastos, en paños no muy extendidos, y hay terrenos pantanosos, mallines, donde crece la totora, en lengua mapuche ranquil, junto a ratoneras y coirones {Festuca stipa). Cada cierto tiempo, las cenizas y lavas volcánicas arrasan sectores impor­ tantes de la vegetación, dejando un panorama espectacular de desolación. Se inicia, entonces, un proceso natural de colonización vegetal. Primero apare­ cen manchas de musgos, se deposita el polvo arrastrado por el viento y se inicia la formación de suelo. Poco a poco brotan especies modestas y de gran

Fig. 6 El Biobío se desprende de la prccordillera. al interior de Santa Barbara Rodeado de la selva autóctona, el rio ve orienta rumbo al Llano Central El caudal aumenta posteriormente al recibir las aguas de los nos Duqueco. Laja y Vergara

1 George Musters, Vida entre los patagones, pág. 216.

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resistencia y el fenómeno vegetal continúa para dar lugar a formas más evolucionadas de la flora, hasta los grandes árboles.

Fig. 7 El volcán Llaimay sus faldeos en Conguillio. La ceniza y la escoria de erupciones muy recientes han abogado casi por completo la vegetación. Fig 8. En las últimas manchas de vegetación de altura el maihuen (Maihutnia porppigii) inicia su periodo de florescencia estival Extendida por el suelo en masa compacta y dotada de duras espinas, se defiende del frío, el viento y la depredación de los animales.

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REGION FRONTERIZA )E LOS PEHUENCHES

TALCA

CHA. LAN

Qull

En el ámbito interior, el descenso de las precipitaciones y el largo período de sequía correspondiente a fines de la primavera y el verano, determinan una pobreza en el panorama vegetacional. Los árboles, reducidos en su talla, se hacen escasos, sobreviven unas pocas yerbas y arbustos de estampa hirsuta, mientras los pastos se agotan para renacer con las precipitaciones de la esta­ ción invernal. Tras la barrera del cordón occidental, el paisaje toma un color semidescrtico que le asemeja al Norte Chico. El medio ambiente que hemos descrito es el hábitat de insectos, batracios y aves. También se encuentran diversos mamíferos, roedores y carnívoros como el zorro (Dusicyon culpeaus), el gato montés (Felis geoffroy) y el puma (Felis concolor). Una mención especial merece el guanaco (Lama gunicoe), hoy virtualmente desaparecido en la región, que era de gran utilidad para los pehuenches por su carne, su piel y su cuero. Una diferencia notoria en el país de los pehuenches la ofrece el sector oriental, que desde la línea divisoria de las aguas desciende hacia las pampas patagónicas. El relieve, aunque se mantiene a unos I .(XX) metros de altura y tiene cumbres destacadas que sobrepasan los 2.200 metros, es más suave y desciende de manera gradual. Sin embargo, se marcan claramente dos enca­ denamientos montañosos al este del cordón principal, entre cuyas depresiones corren de norte a sur los ríos Grande. Barrancas y Bermejo. La reducción de las precipitaciones acentúa el fenómeno vegetacional ya señalado. Sobreviven las lengas, muy achaparradas, y adquiere importancia el coirón, ambos diseñados por la naturaleza para soportar las bajas tempera­ turas, el calor exagerado y el azote del viento, en un clima continental de contrastes muy marcados. Los pastos se encuentran en los lugares más favore­ cidos y también las vegas y mallines con su acompañamiento de ranquiles. La fauna sufre la consiguiente disminución, pero en los tiempos que tratamos, las manadas de ñandúes y de guanacos daban vida a esos páramos. A causa de las características del sector oriental, que admitían la existen­ cia de cazadores y recolectores ingeniosos y activos, los pehuenches se habían establecido de preferencia en aquellos parajes, que eran, además, el punto de contacto con las pampas para el comercio, el pillaje y su secuela de luchas interminables. Sería difícil explicar por qué los pehuenches vivían en un territorio tan inhóspito y de tantos contrastes; pero es evidente que se habían adaptado admirablemente a sus condiciones.

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Primeros tiempos del contacto La impresión general que se tiene de la existencia de los pehuenches desde la Conquista hasta fines de la Colonia es de una agrupación aislada casi por completo, que tuvo muy escaso contacto, bélico o pacífico, con los cristianos. La atención se la llevan por completo los araucanos. Ya en 1594, Miguel de Olaverría en su “Informe'sobre Chile y sus indios anotaba que los que habitaban desde Chillán al sur. arrimados a la gran cordillera, en sus faldas y montañas “aunque han sustentado guerra y rebelión no ha sido con tan notable valor y contumacia que los demás ’2. Sin embargo, la realidad es algo diferente. Desde los primeros años de la i Conquista, los pehuenches tomaron contacto con los españoles como deriva­ ción del comercio que tenían con los araucanos de los Llanos, esto es, de'Ta Depresión Intermedia. Tuvieron, además, choques armados con los invasores y, por otra parte, actuaron como sus aliados para atacar a los huilliches. En la década de 1550 Jerónimo de Bibar escribía cómo los puelches y pehuenches salían de la cordillera a realizar sus tratos con los araucanos. “Estos bajan a los llanos a contratar con la gente de ellos en cierto tiempo del año, porque señalado este tiempo, que es por febrero hasta en fin de marzo que están derretidas las nieves y pueden salir, que es al fin del verano en esta tierra, porque por abril entra el invierno y por eso se vuelven en fin de marzo

2 "Informe de don Miguel de Olaverría sobre el reino de Chile, sus indios y sus guerras” en Colección de documentos inéditos para la historia de Chile. Segunda serie, tomo IV, pág. 390.

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9 -rescatan con esta gente de los llanos. Cada parcialidad sale al valle que cae donde tiene sus conocidos y amigos y huélganse este tiempo con ellos. Y traen de aquellas mantas que llaman llanques y también traen plumas de avestruces. Y de que se vuelven llevan maíz y comida de los tratos que tienen. “Son temidos de esta otra gente porque ciento de ellos juntos de los puelches correrán toda la tierra, sin que destotros les haga ningún enojo, porque antes que viniesen españoles, solían abajar ciento y cincuenta de ellos, y los robaban, y se volvían a sus tierras libres. No sirven éstos a los españoles por estar en tierra y parte tan agria, fría e inhabitable. Parece esta gente alarbes en sus costumbres y en la manera de vivir”’. El desplazamiento de la conquista a la región de Villarrica fue causa de los primeros contactos con los puelches y su territorio en la cordillera y la otra banda y probablemente con los pehuenches4. Después de fundar Villarrica el año 1552. Jerónimo de Alderele cruzó la cordillera, encontró una gran población indígena y debió retirarse al cabo de algunos encuentros armados. A fines del mismo año, Pedro de Valdivia encargó a Francisco de Villagra. que acababa de llegar con refuerzos desde el Perú, que pasase al otro lado de las montañas y explorase hasta el estrecho de Magallanes; pero la empresa tuvo senas dificultades. La expedición salió de Villarrica. cruzó la cordillera y debió sostener algunos combates. En su marcha al sur por la llanura tropezó con un río ancho y caudaloso, el Limay. que no pudo ser atravesado, aun cuando se siguió su curso pof varias joma­ das5. Diez años más tarde, en 1563. Francisco de Villagra. a la sazón goberna­ dor de Chile, envió desde Angol algunos capitanes con un destacamento a explorar la región cordillerana. “Habiendo caminado veinte leguas hacia la parte de la sierra -escribe Mariño de Lobera- vinieron a subir a lo más alto de la cordillera nevada de donde descubrieron unas llanadas muy extensas que van a dar a la Mar del Norte, de suerte que mirando al sur vían a la mano derecha las tierras y costas del mar llamado del sur. y a la mano izquierda vían los confines de la Mar del Norte. Y para ver todo esto más de cerca se fueron bajando hacia el Mar del Norte por la tierra llana; donde hallaron muchas poblaciones de indios de diferentes talles y aspecto que los demás de Chile, porque todos sin excepción son delgados y sueltos; aunque no menos bien

' Crónica y relación copiosa y verdadera de los reynos de Chile Edición de Leopoldo Sáez-Godoy. Coiloquium Verlag. Berlín. 1979.pág. 164 El texto de Bibar no es del todo claro en la filiación de los nativos. Bien podría tratarse simplemente de los pehuenches. 4 Francisco Fonck en la extensa introducción que colocó a su edición de los Viajes de fray Francisco Menéndez a Nahuelhuapi ha hecho la historia de las expediciones enviadas al otro lado de la cordillera, contando con una abundante documentación, aunque no siempre emplea * da con acierto.

' Pedro Marino de Lobera, Crónica del reino de Chile, en Colección de historiadores de Chile y documentos relativos a la historia nacional, tomo IV. pág. 268

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dispuestos, y hermosos, por tener los ojos grandes y rasgados, y los cuerpos muy bien hechos y altos. El mantenimiento de esta gente casi de ordinario es piñones sacados de unas pinas de diferente hechura y calidad así de ellas como sus árboles’* . Puede deducirse de este testimonio que la expedición debió encontrarse tanto con los pehuenches como con los puelches o tehuelches. Durante esa exploración no hubo choques violentos; pero en la década siguiente los españoles establecidos en Villarrica y Osomo debieron enfrentar a los indígenas de la cordillera y la pampa patagónica, que aparecen designa­ dos como puelches. Refiriéndose al año 1575. Marino de Lobera recuerda que los huilliches. en medio de una rebelión, solicitaron la ayuda de los puelches, que describe como “gente muy apartada de los demás del reino y viven en unas sierras nevadas con gran sorpresa sin traza de pueblos ni orden en su gobierno sino como cabras monteses, que donde les toma la noche allí se quedan y por ser esta gente muy diestra en el arco y Hecha y deseosa de tener dinero; los convidaron estos rebeldes prometiéndoles estipendio porque les ayudasen en la guerra’’7. La aventura salió mala para los aliados, porque en las cercanías del lago Raneo fueron escarmentados y "hubieron de volver sus espaldas a la segunda instancia, y sin más dilación salieron renegando de la tierra, y acogiéndose a la suya con propósito de no trabarse más con los españoles en los días de su vida Estas últimas palabras del cronista eran nada más que eso: palabras. El mismo se encarga luego de referir que los puelches imciaron nuevas malocas con el fin de robar sus mujeres, hijos y bienes a los indios que habían sido sus aliados. Iguales ataques hicieron contra las posesiones de los españoles en los términos de Villarrica. Valdivia y Osomo. Por esa razón, un capitán de nombre Juan de Matienzo efectuó dos campañas hacia la cordillera, en la última de las cuales, según refiere, los persiguió hasta la cumbre "haciendo buenos castigos y costriñendo a la paz al capitán general de los puelches con todos los demás caciques e indios sus súbditos, descubriendo los valles y ladroneras de la dicha sierra que eran incógnitas a los españoles”8.

* Colección de historiadores de Chile. VI. 343. Diego de Rosales en su Historia general del reino de ( hile, lomo I. pág 474. informa que Villagra se encontró con los indios puelches, a quienes identifica perfectamente. Las continuas referencias a los puelches durante el siglo XVI. confirman las conclusiones de Rodolfo Casamiquela sobre la vigorosa presencia de aquella cima " Citado por Ricardo Latcham en Los indios de la cordillera \ la pampa en el siglo XVI. publicado en la Revista chilena de historia y geografía, núms. 66 a 69 La cita corresponde a la pág. 202 del núm 67. El meritorio trabajo de Latcham nos ha sido de gran utilidad en esta parte y otras

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En esas acciones de guerra los españoles llevaban un gran interés: cautivar indígenas para venderlos como esclavos. Con los testimonios existentes no es posible determinar si en esas luchas participaron los pehuenches, cuyo territorio cordillerano se encontraba inme­ diatamente al norte. En todo caso, los hechos mencionados permiten apreciar cómo la guerra se había extendido al sector de las montañas, con su posible influencia sobre los pehuenches.

Por entonces, la resistencia de los nativos era general y obedecía a acuer­ dos entre ellos que, sin ser sólidos, daban trabajo a los conquistadores. Una prueba de ello es que mientras los puelches y los araucanos atacaban en el sector austral, los pehuenches y los chiquillanes, instigados por aquéllos, amagaban las posesiones de los castellanos en la comarca donde después se fundó la ciudad de Chillán. El capitán y luego gobernador Martín Ruiz de Gamboa debió prestar atención a esos ataques y en diversas ocasiones combatir a los pehuenches 29

o hasta el interior de las serranías. La erección de Chillán en 1580 tuvo por objeto poner a los araucanos una barrera al norte del Biobio y mantener alejados a los pehuenches9. Tempranamente aparece también el interés de los españoles por la sal qu& cuajaba en las lagunas de la cuenca oriental. Aquel elemento era importante para los conquistadores, comoque Pedro de Valdivia, en los primeros años de Santiago, envió una expedición a la costa de Topocalma. probablemente la albufera de Cáhuil, para extraerla y conducirla a la ciudad10. En el sur. el año 1553, el capitán Pedro de Villagra efectuó desde la imperial una exploración al otro lado de la cordillera para averiguar cómo eran los aborígenes de aquella parte y buscar unas “salinas de sal”, porque ésta era “cosa bien menesterosa y necesaria para la dicha ciudad y provincia por falta que de ella hay". La expedición fue un éxito, de acuerdo con un testigo que “vido volver al dicho Pedro de Villagra de las dichas salinas con mucha sal"”. Dada la ubicación geográfica, esa expedición debió atravesar el territorio de los pehuenches que. al parecer, no causaron ninguna novedad. Durante la gran rebelión de comienzos del siglo XVII. los pehuenches tomaron parte en el asalto a Chillán. que se encontraba mal defendido, apo­ yando de esa manera a los araucanos. El Purén indómito, cuya paternidad pareciera ser de Diego Arias de Saavedra. refiere los hechos con algún detalle, atribuyendo el ataque a ven­ ganza por una felonía del capitán Diego Serrano1-'. Dicho oficial convocó al cacique don Juan Millanchingue y su reducción para atacar juntos a un cacique rebelde. Millanchingue concurrió con su gente y fue aprisionado con todos sus hombres y luego, mediante una triquiñuela, cayeron las mujeres y niños. Todos fueron marcados con hierro y vendidos como esclavos y para justificar la determinación se levantó una información de testigos en que se estampó que “eran traidores fugitivos y que estaban del todo rebelados”. La venganza no tardó en desencadenarse de manera terrible. L'n cacique de nombre Gonzalo Quilacán reunió unos cuatrocientos hombres y esperó el momento propicio para caer sobre Chillán Obtuvo la ayuda de un indio en quien confiaban los castellanos y que hizo el oficio de embajador de ellos.

' Carta de Martín Ruiz de Gamboa a Su Majestad. 27 de febrero de 1592. Colección de documentos inéditos paro la historia de Chile, tomo IV. pág IM " Jerónimo de Bibar. Crónica, cap I. pág 92 " Colección de documentos inéditos para la historia de Chile, tomo XIII. '• Diego Anas de Saavedra. Purén indómito, cantos XV a XVII La nueva edición del poema ha sido realizada con cuidado \ método crítico por el filólogo Mano Fcrrcccio Podestá. quedando superada la que realizó don Diego Barros Arana en Párís en forma precipitada. Desgraciadamente, en la nueva edición se ha modernizado la puntuación, perjudicando la calidad de la fuente histórica.

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para informarse de la situación dentro de la ciudad y asaltarla con mayor éxito. La sorpresa fue completa, según Arias de Saavedra:

El estruendo, el rumor, la grita horrenda, el tropel, alboroto, los clamores, la vocería bárbara estupenda sin término acrecientan los temores; no hay quien su casa mísera defienda de los rebeldes pérfidos traidores: huyen los más sin armas y desnudos, de espanto y de temor sordos y mudos.

Difícilmente logró resistir un grupo de españoles refugiándose en la casa 6 fuerte, mientras otros caían muertos y muchas mujeres y niños eran tomados por los atacantes. Al concluir el día, los pehuenches se retiraron con el botín y su presa, tomando el rumbo de la cordillera. Un pequeño refuerzo recibido en Chillán permitió iniciar la persecución al día siguiente, pero con pobre resultado: se dio alcance solamente a siete indígenas, que fueron ejecutados. Más tarde, un nuevo destacamento, en que figuró el autor del Purén indómito, realizó una campaña más fructífera. Avanzó por Colhué y se adentró en la montaña siguiendo el curso del río Cato hasta una vega donde se suponía se encontraban los pehuenches. Estos, sin embargo, se habían fortifi­ cado más adelante en una altura y habían dejado una retaguardia. Al reiniciar el avance, otro día, el destacamento tomó contacto con el enemigo, según refiere Arias de Saavedra. No dimos bien diez pasos adelante cuando dimos allí con la emboscada que tenía el indómito arrogante. Mas fue de poca gente y mal armada; en viendo que nos vio, luego al instante huyendo se fue arriba a la albarrada, pero fue con intento guiamos por donde ellos pensaban despeñamos, para lo cual aposta hecho habían un camino anchuroso por la parte más áspera del fuerte, a do tenían de peñas movedizas grande parte con tanta sutileza, que podían dos indios solos con la industria y arte a dos mil y a diez mil sin embarazos hacerlos fácilmente mil pedazos. 31

o En lugar de seguir el camino indicado, los atacantes dieron un rodeo y asaltaron las defensas por un costado, encontrando una sena resistencia. Desde los “revellines y trinchera" los naturales arrojaban tal cantidad de Hechas y piedras que. al decir del poeta, oscurecían la luz solar. Además, echaban a rodar peñas que destrozaban árboles e inutilizaban los caballos. Anas de Saavedra. en medio del asalto, recibió el impacto de una piedra que le tuvo en malas condiciones.

Fue tan terrible y recia la pedrada que. a no ser de tan grande fortaleza ni de tan fino temple la celada, me hiciera pedazos la cabeza; quedóme de tal suerte atormentada que sin sentido estuve una gran pieza, sin poderme tener en pie derecho ni ser en más de una hora de provecho. Al momento de recobrar el conocimiento, los pehuenches habían sido vencidos y habían huido a lo más alto de la sierra, dejando seis muertos solamente. Los indios amigos que acompañaban a los españoles capturaron, por su parte, a diez de los derrotados. En la disposición táctica se ve claramente que estaban establecidos en el llano de Cato, de reducida extensión, y que habían planeado una retirada a la albarrada. donde debieron refugiarse al aproximarse sus enemigos. Dejaron una pequeña guardia para dar la alarma y luego todos se concentraron en las fortificaciones. El camino más fácil estaba dominado desde la altura, donde se habían acumulado piedras y peñas. El atrincheramiento estaba en lugar tan bien escogido, que podía ser defendido por los costados. Finalmente, para el caso de un revés, quedaba expedita la huida al intenor de las montañas. Durante un largo tiempo, las relaciones con los pehuenches y los puelches se desenvolvieron entre la aspereza de la lucha y la conveniencia del comercio y el pillaje, en un ambiente de sospechas e intranquilidad, propio de las primeras etapas de una existencia fronteriza. El cronista Diego de Rosales nos da un buen ejemplo correspondiente a 1623: “A los fines del verano vinieron los caciques puelches, llamados Ru­ bias y Guaipen. en los llanos de la otra banda de la cordillera nevada, a sus usados rescates y ventas, que son de plumas de avestruces, piedras bezares y pieles de gatos naturales, que en la variedad de las pintas y colores son semejantes a los tigres, y los mandó el Gobernador (Pedro Osores de Ulloa] prender por un testimonio que les levantaron los indios amigos, diciendo que venían por espías a reconocer nuestras fuerzas y saber nuestros intentos. Y hecha información del caso, aunque no se les probó cosa de fundamento, por asegurarse más los tuvo presos casi un año en mísera prisión, donde se murieron algunos, y los otros, por huir de tan dura y larga prisión, donde 32

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perecían de hambre, se escaparon con Rubias su cacique, y se fueron a su tierra huidos. Y después en el gobierno de don Luis Fernández de Córdoba, vino este cacique Rubias con una junta sobre Chillán’’”. En los años siguientes continuaron los roces, jugando los pehuenches un papel incierto según los vaivenes de la situación fronteriza. El año 1628 dejaron pasar por uno de los boquetes cercanos a Chillán al cacique araucano Lientur con trescientos hombres de a caballo y le acompaña­ ron en el saqueo de las estancias de aquel distrito. Su complicidad fue castiga­ da. entonces, por un destacamento hispanocriollo que tomó ciento treinta individuos para someterlos a esclavitud, quitó la vida a otros y cogió treinta caballos, con pérdida de sólo un soldado14. Dando cuenta de estos hechos, el gobernador Luis Fernández de Córdoba informaba al rey que los aucas habían pasado por “nuevos caminos y nunca conocidos’con la evidente ayuda de los pehuenches. Estos últimos siempre se decían amigos de los españoles y comerciaban con ellos y en esa oportunidad, para ocultar su maldad, manifes­ taron a grandes voces su deseo de acompañar a los cristianos a escarmentar a los aucas15. El año siguiente, un grupo de no más de ochenta pehuenches incursionó en el distrito de Chillán, según el cronista Núñez de Pineda, “tan solamente por llevarse por delante lo que pudiesen, y todo lo que topasen sin resguardio. como aves de rapiña, procurando molestamos con los daños que acostumbran en sus malocas, entradas y salidas’’16. Salió en su persecución el corregidor de la ciudad con más de cien hombres escogidos, pero hizo un rodeo inútil y dio tiempo a los naturales para “ganar la muralla que siempre han tenido por defensa entre las ásperas monta­ ñas de la cordillera... y cuando llegó a dar vista a este enemigo rebelde, fue en la propia montaña, adonde ganaron un paso montuoso, y para su defensa un atolladero y pantanoso sitio eligieron, que sólo para entrar en él era necesario valerse de fuerza y maña para no caer del caballo abajo. Cuando llegó al paso el corregidor con sus secuaces, fueron muy pocos los que pudieron seguirle por haberse quedado muchos con los caballos rendidos y fatigados. No obs­ tante la contrariedad, el corregidor cargó contra los pehuenches y rápidamen­ te fue derribado de un lanzazo. Dos hijos que le acompañaban acudieron en su ayuda y perecieron de igual manera y también tres o cuatro soldados. Un destacamento del tercio de San Felipe de Austria, estacionado en

” Rosales. Historia general del reino de Chile, tomo II. pág. 664. 14 Obra citada, tomo III. pág. 52 y siguientes. ” Carta de don Luis Fernández de Córdoba. Archivo Nacional. Archivo Moría, vol. 19. foja 242. El Gobernador denomina puelches a los pehuenches. pero no hay la menor duda de que se refiere a estos últimos. Los aucas son. por supuesto, los araucanos rebeldes. 14 Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán. Cautiverio feliz, y razón de las guerras dilatadas de Chile, en Colección de historiadores de Chile y documentos relativos a la historia

nacional, tomo III. pág. 10.

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Yumbel, fue despachado al día siguiente, para castigar al enemigo. En él se encontraba el propio Núñez de Pineda, que relata la inutilidad de la persecu­ ción. Por mala disposición no se pudo cortar el paso a los cordilleranos. La emboscada que se les tendió en un paraje cercado por la Sierra Nevada y el río Puchangue. que corría entre altas barrancas, fue descubierta por tres indios de la vanguardia y ni siquiera se pudo coger a éstos, porque desmontaron con rapidez y se lanzaron al río. “Finalmente -anota Nuñez de Pineda- nos quedamos sólo con la vista de ellos". El mismo año. 1629. el cacique Lientur penetró de nuevo a la comarca de Chillán. esta vez cruzando el Biobio. y para burlar a las fuerzas hispanocriollas se retiró montaña adentro por la “silla de Velluga” (Sierra Velluda), atravesando una vez más los dominios de los pehuenches. Las características de los pehuenches hacia la misma época y hasta años posteriores, son señaladas por Núñez de Pineda, que conoció sus actividades desde que era niño y hasta su desempeño como maestre de campo general, vale decir, entre las décadas de 1610 y 1660. Hagamos notar que el célebre cautivo comienza llamándoles indistinta­ mente puelches y pehuenches^“Hay entre estas cordilleras nevadas unos indios que llaman puelches, y btros pehuenches. que de pocos años a esta parte se han declarado por enemigos nuestros, cuando han sido y son forzados de los indios de guerra, a quienes suelen acudir con algunos soldados, aunque son para poco, y nuestras armas pocas veces han entrado a sus habitaciones, porque son los caminos trabajosos, de riscos y peñascos, y también porque la gente no es de cudicia. porque es floja, sucia, y asquerosa, porque anda toda la vida embijados con untos de caballos y otros animales inmundos, de que se sustentan por la caza, y con los piñones que producen aquellas nevadas sierras; son corpulentos y enjutos, y se visten de pieles de animales que cazan con flechas, que son las armas que usan y manijan; son tan diestros en ellas, que volando el más pequeño pájaro le derriban’’17. Recordando la vida en Chillán. el autor prosigue: “En tiempos antiguos, siendo yo bien niño, continuaban estos puelches a venir a nuestras tierras a sus conchavos de piedras bezares que traían, pellones y pellejos de tigres pinta­ dos. piñones, avellanas, y otras cosas. Llegaron algunos de los referidos al estado de Arauco. presidio antiguo y de grande nombre, adonde con libertad para sus tratos y granjerias lo corrían lodo”. Más adelante amplía su información: “Traían también estos puelches para sus conchavos unas yerbas ponzoñosas con que untaban sus flechas cuando tenían guerras unos con otros, y éstas las vendían a nuestros indios amigos, para refregar sus lanzas en contra de los enemigos. “Sus vestiduras son tan solamente un pellón grande de pieles de ani­ males. que les cubre todo el cuerpo, sin calzones ni camisetas, de que usan

Suma y epílogo, pág. 73 y siguientes.

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los demás. Desde que nacen andan embijados, como queda dicho, con unos ungüentos de animales y caballos, hediondos. Los más se pintan los rostros y los brazos, sajándose con pedernales y refregando las sajaduras con tinta verde o azul, que quedan las señales para siempre. “Traen el cabello largo y trenzado, y revuelto en la cabeza con madejas de hilos de lana de diferentes colores, con muchas flechas entreveradas en la rosca que hacen sobre la cabeza. No sueltan de la mano el arco y el carcaj, sino es algunos que los traen por fuerza en su ayuda nuestros enemigos veliches. Antes, cuando la tiejra estuvo de paz en sus principios, eran amigos nuestros y entraban y salían en nuestras tierras sus conchavos, que los géneros (especies] que traían los feriaban a trueque de yeguas y potrancas para comer, y por cobre de peroles viejos, y candeleras de azófar, y jeringas viejas que ya no servían, para hacer zarcillos y arrancadas, que las usan mucho, como las mujeres. Es gente floja, tímida y para poco; mal inclinada y naturalmente ladrones que cuanto ven cudician. y si pueden usar de su oficio, hurtan cuanto topan. No siembran ni tienen casas ni asistencia conocida, porque hoy están en una parte, y mañana en otra. Usan algunos, o los más graves y de autori­ dad. de unos toldillos de pieles de yeguas, blandos y sobados, que con dos horconcillos y cuatro estacas le arman donde quiera que van, y otros se guarnecen en cuevas o en cóncavos de las peñas, que hay muchos en aquellas serranías’’”*. Núñez de Pineda termina aseverando que su lengua era diferente a la chilena o mapuche. Algunos años más tarde, hacia 1690. Jerónimo de Quiroga se refería a los pehuenches designados también como puelches, anotando principalmente los rasgos tradicionales de su cultura: “habitan en los vallecitos que hacen las quiebras de la cordillera nevada, y de éstos hay varios nombres. Es gente muy agreste e inculta, semejante a lo rígido del país que habitan; susténtase de la caza de venados y avestruces y de la semilla de algarrobos: no tienen casas ni sembrados; el aire, montes y ríos los sustentan, y por el sol guían sus aloja­ mientos, mudándose de unos a otros sitios, así como las aves y animales se mudan para pasar los tiempos del año huyendo de la nieve; andan vestidos de pieles de animales, o por mejor decir cubiertos con una piel o con muchas pieles juntas; son diestros con la flecha y el arco, y con unas bolas de piedra pendientes de una cuerda de nervios, dan en los pies del más ligero ciervo o avestruz, y beben la sangre caliente de estos animales’’19. En todos esos antecedentes pude advertirse que los serranos vivían una etapa de transición cultural, Entre los elementos tradicionales, que luego desaparecerían o debilitarían, figuran el uso de un pellón como vestimenta.

'• Debemos aclarar que cuando Núñez de Pineda se refiere a un periodo precedente de paz.

es el anterior a 1655. w Quiroga. Memorias de los sucesos de la guerra de Chile, pág. 23.

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I seguramente la piel del guanaco; la importancia del empleo de flechas y la mantención de su idioma. Un carácter nuevo tenían el uso del caballo y de baratijas y trastos para fabricar adornos faciales. La existencia de un acercamiento pacífico, recordada por Núñez de Pine­ da. no es tan evidente. Se trata más bien de un contrapunto de guerra y paz. según las circunstancias! En 1641. cuando se preparaba el parlamento dp Quillín con los araucanos, el gobernador marqués de Baides encontró en la Estancia del Rey que los pehuenches y los puelches le esperaban para darle la paz20. Sin embargo, dos años más tarde, los puelches estaban conjurados para, atacar a los españoles y junto con los pehuenches se dejaron caer a espaldas del ejército llevándose buena cantidad de caballos. Nuevamente aparecen en acción el año 1645, concertados con los caciques araucanos Guilipel y Tinaqueupu. que tenían gran ascendiente sobre ellos. Por caminos extraviados para burlar a las guardias de Alteo y de la Laja, cayeron sobre los campos de Chillán. “Y salíales tan bien -escribe Rosalesque sin ser sentidos dieron en Chillán y sus estancias, haciendo el mayor estrago que se ha visto, porque entrando en la estancia de el capitán Juan de Acevedo le captivaron a su mujer doña Leonor de Lagos, señora muy hermo­ sa, honesta y principal, y a su suegra doña María de Escobar, un hijo, dos mozos españoles y quince indios e indias de su servicio, y saqueando la casa robaron cuanto en ella había, y quitándole a doña Leonor un hijo que tenía a los pechos, le estrellaron inhumanamente contra una pared. Pasaron a la estancia de el capitán don Miguel de la Lastra, caballero de la orden de Santiago y contador y oficial real de la Concepción, persona de muchas prendas y estimación y le captivaron el mayordomo español con su mujer y otros tres españoles y muchos indios e indias que tenía en su servicio, hacien­ do el mismo saco en la hacienda. Lo mismo hicieron en las estancias de don Salvador Manrique, alférez Campos y otros, caplivando. hiriendo y matando a cuantos se ponían en resistencia". La muerte y cautiverio de españoles pudo haber sido mayor, pero el ataque coincidió con la Pascua, que había congregado en Chillán a una gran parte de los feligreses de la campaña. Rosales anota un malón inmediato: “Hizo el enemigo otra cuadrilla que dio en los potreros de la ciudad y se llevó todos los caballos, con que ni los soldados ni los vecinos pudieron seguir al alcance de el enemigo, que como astuto, el primer lance en que pone la mira es en cargar los caballos a los españoles para cortarles los pies y quitarles las principales fuerzas e imposibi­ litarlos a seguirles: con que se fue el enemigo muy contento y jactancioso a sus tierras, cargado de despojos y de captivos". Un destacamento enviado a cortar el paso en la Silla de Velluga. quedó burlado por los naturales, que escogieron otro paso “y se fueron riyendo de los españoles". Rosales, obra citada. III, pág. 174

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Poco después, en 1647, en el segundo parlamento de Quillín. realizado esta vez por el gobernador don Martín de Mujica, los pehuenches ratificaron las paces. La amistad resultó muy conveniente para los pehuenches y los hispanocriollos, pues les permitió juntarse para hacer la guerra a los huilliches, que habían faltado a un destacamento que conducía vacas de Concepción a Valdivia; y obtener bolín y prisioneros para venderlos como esclavos. El gobernador Mujica destacó en esa ocasión algunos jefes militares junto a los caciques más poderosos con el fin de vigilarlos y mantenerlos en orden, correspondiendo a Catinaguel. “cacique de mucho mando en toda la cordille­ * ’, el capitán Andrés de Riveros21. Cupo a esa agrupación, que comprendía ra no sólo a los pehuenches. sino también a los araucanos que vivían junto a las montañas, iniciar las hostilidades contra los huilliches del Callecalle. Una junta de guerra presidida por el Gobernador dispuso el ataque, aten­ diendo el deseo de los indios de proceder contra sus hermanos de sangre. Así se ahorraba, además, el empleo de las tropas. Algunas de las parcialidades araucanas con sus caciques y los capitanes se pusieron en movimiento hacia el sur y también los hombres de Catinaguel acompañados por el capitán Riveras. La intención era que “entrasen en las tierras de los rebelados y los castiga­ sen abrasándoselas, y que los esclavos que cogiesen y apresasen fuesen del que los cogiese, y los indios se aprovechasen de ellos y los vendiesen a su gusto, para con esto alentarlos y meterlos en codicia, que siempre el despojo es el aliento del soldado y por él no duda de padecer trabajos ni de meterse por las picas”. Catinaguel y Riveras conducían alrededor de 2.000 indígenas, que andu­ vieron con paso rápido, y sin esperar a los demás “hicieron grandes estragos en los ganados, porque es gente hambrienta que no los tiene, y en la gente cogiendo muchos esclavos”. Fue tanto su furor, que capturaron a mujeres y niños de la parcialidad de don Juan Manqueante, aliado de los cristianos. La ofensiva resultó tan beneficiosa que los indígenas se dieran cita para la Luna siguiente, ocasión en que arrasaron sin resistencia la tierra de las mis­ mas parcialidades. Como una secuela de estos hechos se originaron disturbios entre los pehuenches y la gente de Manqueante apoyada por otras parcialidades arauca­ nas Estas cayeron sobre algunas reducciones pehuenches y cautivaron mu­ chas mujeres y niños. Los capitanes no pudieron imponer la equidad entre los naturales, y los caciques afectados concurrieron a entrevistarse con el Gober­ nador. Don Martín de Mujica procuró hacer justicia y ordenó la mutua devo­ lución de las personas cautivas, sin que se diese cumplimiento real a la

21 Seguimos en todos estos eventos a la crónica de Rosales, tomo III. caps XIII. XVI. XX

y XXI

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disposición, porque “la codicia las hizo carne y sangre, y por aquí por allí las vendían escondidas”. Los hechos no concluyeron aún. Derivaron a oirás acciones que involu­ craron a los puelches sin que éstos tuviesen culp Nicolás Annque. Biblioteca jeográflea-hidrográfica . pág 234. Colección de historiadores de Chile, tomo X. pág. 162.

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a conducir unas indiecitas para cambiarlas por vacas y yeguas. En su comu­ nicación anotaba que las huilliches eran “de las más hacendosas y rebeldes“,M. / La respuesta fue negativa, de acuerdo con la prohibición existente sobre tráfico de indígenas e indicó las penas que se aplicarían a quienes participasen en semejante negocio; pero como es fácil suponer, éste debió continuar ocul­ tamente. Los tratos con los pehuenches seguían ligados a la alianza militar que beneficiaba a ambas partes. Para españoles y chilenos se lograba de esa manera tener asegurado el flanco izquierdo de la frontera, impidiendo las incursiones de los huilliches, y para los aliados cordilleranos la protección de las armas cristianas resultaba fundamental, porque era muy efectiva e impo­ nía respeto a los huilliches. Bastaban unos cuantos soldados con fusil junto a una banda de nativos para imponerse. Luis de la Cruz ha referido con algunos pormenores ese tipo de colabora­ ción. que conoció de boca de un soldado de Dragones, Pedro Baeza, que le acompañó en su viaje”*9. Baeza era un tipo curtido en las peripecias del quehacer fronterizo, buen conocedor de los pehuenches, amistado con ellos, hábil en lodos los manejos, responsable y servicial. Había participado en diecinueve expediciones de apoyo a los pehuenches, una de las cuales, quizás la más notable, fue para acompañar al cacique Raycán y ciento cuarenta indios en una ofensiva contra los huilliches. En esa oportunidad se dirigía con otros seis soldados junto al destacamen­ to amigo, cuando recibió una carta del Comandante de Dragones anun­ ciándole que los huilliches habían reunido un cuerpo de I .8ÍX) hombres y se movían en busca de los pehuenches. Era aconsejable, por tanto, que organiza­ sen la defensa en alguna altura y que los bienes de los amigos fuesen puestos en salvo. Con esa noticia, Raycán tuvo alguna vacilación, pero Baeza se mostró resuelto a defender el campo si contaba con su obediencia y la de sus indios. Raycán lo prometió así y dispuso que doce batidores se dirigiesen a la avanzada para evitar sorpresas. Al atardecer, la avanzada hizo contacto con los rivales e intercambiaron amenazas y bravatas. Coiquimil. toqui de los huilliches, manifestó desafiante que venía a “hacer conuco" a Baeza y a los caciques pehuenches. Con ese recado, bajó el ánimo de éstos, pero Baeza expresó a Raycán que no huiría “por ningún pienso’’. El día siguiente, al amanecer, comenzó el ataque huilliche. Baeza mató de un tiro al caballo de Coiquimil, otro disparo acabó con el hijo del toqui y este mismo fue ultimado a lanzazos por los pehuenches. El combate cuerpo a cuerpo se prolongó algunos minutos, hasta que los huilliches, viendo muerto

,M Tomás Guevara. Historia de la civilización de Araucania, tomo II. pág. 525. ,w De la Cruz. Viage, pág. 7.

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a su jefe, se desbandaron. El grueso se retiró por un campo donde habían dejado cerca de 3.000 caballos, con la idea de que sus perseguidores se entretendrían tomando aquellos animales. Así ocurrió, en efecto: los monta * ñeses hicieron una gran presa y volvieron victoriosos. Mientras tanto, sus mujeres habían despojado a los huilliches muertos, poco más de ochenta. De parte de los pehuenches hubo solamente tres muertos y unos cuantos heridos. Según el dragón Baeza. aquel encuentro fue el único que tuvo el carácter de una lucha formal mientras estuvo auxiliando a los pehuenches. “pues sus guerras son a traición”. Quería decir que sus ataques eran efectuados general­ mente de sorpresa y aprovechando oportunidades favorables. Otra acción memorable fue la que realizaron contra la parcialidad de Llanquitur. un úlmen huilliche que solía atacar los establecimientos cercanos a Buenos Aires, robaba las caravanas y cautivaba mucha gente. En una de sus incursiones había capturado a un canónigo de apellido Cañas y ese hecho determinó una indagación que el gobernador O’Higgins dispuso para obtener su rescate, a pesar de que se decía que lo habían matado. Uno de los capitanes de amigos fue enviado al otro lado de los Andes y pudo averiguar que el sacerdote se encontraba en la reducción de Llanquitur. obligado a servir de pastor. De animales, por supuesto. Llanquitur. -al tener conocimiento de las indagaciones, hizo degollar al canónigo y este hecho determinó a O’Higgins a vengar su muerte valiéndose de los pehuenches. Ordenó que veintiséis dragones se uniesen a los indios aliados y autorizó que concurriesen los hombres que quisiesen, juntándose alrededor de cien. El propósito del pillaje movía a los últimos. Y también a todos. El grupo se internó en las montañas y una noche, mientras dormían sin tomar precauciones, fueron sorprendidos por Llanquitur, que les dispersó, mató a tres y robó los avíos, caballos y víveres. Además, atacó a una toldería pehuenche. robó mujeres y niños y una caballada. Los hispanocriollos debieron regresar a pie a Antuco. donde fueron re­ equipados y se les agregaron veinticinco milicianos voluntarios. En compañía de 425 pehuenches se internaron a la banda oriental y una mañana se dejaron caer sobre una toldería huilliche: capturaron buen número de mujeres y niños y más de 7.000 animales entre caballares y vacunos. Regresaban con ese abundante botín, que obligaba a un desplazamiento muy lento, cuando fueron alcanzados por los huilliches; pero una vez más se impusieron y acrecentaron el bolín. Las bajas mortales habían sido seis pehuenches y dos blancos. No terminó allí el desquite de los cordilleranos. Se dieron cita dos meses más tarde y se pusieron en marcha, siempre con el apoyo de soldados, para caer sobre el campamento de Llanquitur en un rincón de las montañas. El cacique huilhche contaba con el auxilio de los indios de los Llanos, tenía 500 hombres y esperaba l.(XX) más en los próximos días. 170

Procediendo con cautela, los pehuenches divididos en dos grupos, caye­ ron de noche, simultáneamente, sobre el campamento de los Bañistas y el de Llanquitur, triunfando con relativa facilidad. Llanquitur fue hecho prisionero y degollado al insinuarse la luz del alba. Capturaron dos mil animales, principalmente caballos, muchas indias y cinco mujeres blancas, entre estas últimas estaba “la Petronila Pérez", que luego se fugó y volvió a vivir con los huilliches. Después de estas acciones, los pehuenches se sintieron más seguros, regresaron a sus tierras y dejaron que los soldados volviesen a Antuco. Sin embargo, uno de los caciques que había secundado a Llanquitur. de nombre Carripilún. reunió a grupos de huilliches y Bañistas y se presentó ante una altura donde se habían fortificado los pehuenches. Esta vez no hubo lucha. Carripilún. al verlos en tan buena posición, manifestó que sólo deseaba la devolución de una hija cautiva, después de lo cual se retiraría a su tierra. Su proposición fue aceptada. Carripilún se dirigió a Mamilmapu. en la pampa, y no hubo nuevos choques con su gente. En estas y otras acciones los pehuenches tuvieron cuantiosas bajas y vieron decaer su dominación en la cuenca oriental. así lo manifestó Manquel a De la Cruz: “desde Tilqui hasta Cobuleubu. había una reduccción de más de seiscientos pehuenches; en el Tocaman. Trenco. etc., otros tantos. Que en la Capilla y Codileubu más. y que eran tantos que no se conocían, sino las cabezas principales. Pero todos fueron muertos por los brazos de los enemi­ gos. Que se consumieron sus padres, parientes, amigos y paisanos; que las haciendas saciaron la codicia de los huilliches, y de éstos, y en fin que sólo con lágrimas puede contarse tan lastimosa escena; y hacer memoria tan triste no es para este tiempo * ’190. Comentando estos hechos. De la Cruz anota que después del levanta­ miento araucano de 1766-1770 los pehuenches habían sido atacados conti­ nuamente por huilliches y Bañistas, diezmando sus familias y robándoles sus bienes. Pero luego la protección de los cristianos les había dado seguridad, no obstante ser escasísimo el número de fusileros que se destacaba. Este hecho es tan cierto, que con motivo de la expedición de De la Cruz y su acompañamiento por un corto contingente de pehuenches. bastó dejar diez dragones en sus tierras para garantizar la seguridad. En opinión del alcalde de Concepción, los indígenas no eran tan valientes como se decía, porque unos pocos fusileros podían contenerlos. La actitud de Carripilún era un ejemplo más: al abstenerse de atacar y mudarse a Mamil­ mapu lo había hecho por temor a una represalia de los hispanocriollos. Al cerrarse el período colonial, la decadencia de los pehuenches era visible. En 1797. el intendente de Concepción. Luis de Alava, temía que algunas luchas con los araucanos significasen la desaparición de los montañe-

,M0 De la Cruz. Viagf, pág. 132.

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ses por su corto número191. Ojeda en su “Informe" atribuye la disminución de su población a los ataques de los huillliches. A juicio suyo, no quedaban más de 400 ó 500 lanzas al sur del Maulé, lo que daría un número total de 2.000 a 2.500. aproximadamente. Por esa razón se habían visto obligados a abando­ nar algunas de sus posesiones septentrionales, para acantonarse preferente­ mente en las cabeceras de los ríos Polcura, Laja, Duqueco y Biobío. De esa manera podían presentar una mejor resistencia a los huilliches y evitar que les sorprendieran aislados. No obstante, permanecían tres a cuatro parcialidades en los boquetes de Longaví y Achibueno en el distrito de Linares y en el de Alico en las cercanías de Chillan192. Esa redistribución, según el mismo informante, había determinado el abandono de las cuencas orientales, pero es evidente que ese debió ser un fenómeno parcial o momentáneo, porque De la Cruz encontró en esa zona diversas agrupaciones y a algunos de los principales jefes.

191 Oficio de 11 de diciembre de 1797. Archivo General de la Nación Argentina. 1X-26-2-6. 1 '• Nicolás Anrique. Biblioteca jeográfica-hidrográfica, pág. 238 y 283.

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/ penevuciCmpof soldados Se supone que representa el rapto de Trinidad Salcedo Litografía dé la obra de Poeppig. Rene m Chile..

paciencia para sufrir a los indios que por todas partes nos inquietan. Mujeres, hombres, niños y cuanto encuentran lo devoran como el fuego. Así como son indecibles los estragos que han hecho en La Laja y demás partes. lo son también las tentativas de amistad que se les han hecho y de que se han burlado. Los pehuenches. que son los únicos que se manifestaban neutrales, están hoy también en movimiento”265. ’ Se había trizado, tanto entre araucanos como pehuenches. el Fargo pe­ ríodo de tranquilidad que les había acercado a la sociedad hispanocriolla. El atractivo del pillaje, la aventura sangrienta y la animosidad latente, les arras­ traban de manera irresistible. Era el resultado del quiebrezde la sociedad dominante y del espectáculo de sangre y desenfreno desatado por ella: magia y vértigo de todo lo irracional. . - Las acciones de los indios de lámontaña no resultan fáciles de identificar durante algunos años, porque actuaban al unísono con los araucanos, y los documentos rara vez distinguen a unos de otros. Es indudable, sin embargo, que las montoneras dirigidas por Antonio Bocardo y los hermanos Pincheira. que operaban desde la cordillera del Maulé al sur. eran apoyadas y acompaña­ das por los pehuenches266. Diego Barros Arana. Historia jenera! de Chile, lomo XII, pág. 136. No entra en nuestro plan referimos a estas luchas, que han sido relatadas con detalle, empleando los documentos del Ministerio de Guerra, por Benjamín Vicuña Mackcnna en La

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Durante el manejo de las montoneras por Vicente Bcnavidcs y los caudi­ llos que lo seguían. Bocardo. el cura Juan Antonio Ferrebú y Juan Manuel Pico, entre otros, la lucha se desarrolló en el vasto espacio fronterizo que se extiende desde las cordilleras de Chillán hasta la costa de Arauco. incluida la Isla de la Laja. Pero a partir de 1824. muertos esos jefe y deterioradas las guerrillas por diversos golpes y el desgaste general, las acciones derivaron a simples incursiones de robo y destrucción sobre los pueblos y estancias de la región del Nuble y Laja. Fueron dirigidas por los cuatro Pincheira. refugiados en los escondrijos cordilleranos, desde los cuales salían al frente de sus hordas de bandidos y pehuenches. Las incursiones más audaces fueron las realizadas a la cuenca superior de los ríos Cachapoal y Maipo y las depredaciones efectuadas en la pampa argentina. Durante ella asolaron las comarcas de San Luis, Buenos Aires. Bahía Blanca y Mendoza. En el territorio de esta última, los indios efectuaron una terrible matanza y los delegados de la ciudad, que estaba desguarnecida, debieron firmar un tratado para evitar males mayores. Finalmente, una campaña decisiva a cargo del coronel Manuel Bulnes el año 1832. logró desbaratar el principal campamento de las bandas en Epulafquén. en la vertiente oriental más allá de los orígenes del rio Nuble. El más feroz de los Pincheira fue muerto y el único que quedaba se retiró con una partida de los suyos y después de deambular por algún tiempo terminó rin­ diéndose para ser perdonado. i La participación de los pehuenches en esas luchas resultó fatal para ellos. Reducidos en número ya desde fines de la Colonia, experimentaron muchas muertes en los combates y escaramuzas y vieron alterarse su vida y sus costumbres por el contacto con los bandidos. Aunque éstos les brindaban la • posibilidad del pillaje, también abusaban de ellos y les causaban daños. De ese modo, la tentación de la aventura y el robo fue, sin quererlo, una trampa en que cayeron para acelerar su desintegración. En esas luchas tampoco estuvieron unidos. Los que residían en la serra• nías cercanas a Chillán siguieron generalmente a las bandas de los Pincheira. pero aquellos indígenas residían de preferencia al otro lado de la Cordillera, donde la mayor lejanía de los chilenos y la abundancia de guanacos y avestru­ ces aseguraba mejor su existencia. Un testimonio de los años de la Guerra a Muerte especifica muy bien cuáles eran las agrupaciones que colaboraban con los Pincheira267. Después de referirse en general a la adhesión de los pehuen-

Guerra a.Muerte s araucanos en la independencia, aunque con escasa originalidad Guillermo Fcliú Cruz. Conversaciones históricas de Claudio Gas con algunos de los testigos y actores de la Independencia de Chile, pág. 132. “Notas sobre los hermanos Pincheira” Es indudable que las “Notas" fueron redactadas por alguien que estuvo muy cerca de los Pincheira o fueron recogidas por Gay en alguna entrevista

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ches, indica específicamente a los de Río Grande. Barrancas, Malargüe y * Chacay, agregando que tenían muchas vacas y gran caballada. “No había indios más ricos que los “malahuinos" (malarhuinos). y todo se perdió con Pincheira"26”. Otros documentos mencionan también a Malbarco que debe ser la laguna de Balbarco. Todos esos lugares, con excepción de Chacay, se sitúan en la vertiente oriental, enfrentando las cuencas de los ríos Maulé y Nuble. —Los pehuenches establecidos al sur del río Laja mantuvieron tratos y alianzas con los habitantes cercanos a las autoridades.gubemativas; al menos así ocurrió a fines de la década de 1820. Ello se debió seguramente a la necesidad de mantener el comercio, del que habían llegado a depender tan estrechamente. El coronel Guillermo de Vic Tupper. que tuvo mando de tropas en la lucha contra las montoneras, refiere que a fines de 1826. cuando se dio fuerte impulso a las acciones, las fuerzas expedicionarias eran acompañadas por partidas de milicias montadas y “mucha indiada’’269. En diversos episodios recuerda la participación de los montañeses ya en favor o en contra de los Pincheira. Más importante aún es el testimonio del coronel Jorge Beauchef, que con un destacamento recorrió en el verano de 1827. de norte a sur. los laberintos cordilleranos usados por los pehuenches y los bandidos270. Desde Talca, aquel jefe militar siguió el curso del río Claro para penetrar en las montañas, mientras otros destacamentos entraron por Longaví y Alico. Debían ser acompañados por un total de 500 pehuenches. “A los seis días -refiere el coronel francés- llegué a Rangue. donde encontré al cacique Levimanque con su indiada y su sobrino, el ladino cacique Juan José2'1. “Me recibieron con sus escaramuzas y vestidos de guerra. “Parecían diablos salidos del infierno. Tenían todas las caras pintadas: unos con sangre, otros con carbón, otros verdes, amarillas. La mayor parte estaban desnudos. Algunos con capoles de cuero endurecido al fuego, unos cuantos con cota de malla, que no sé de donde las habían sacado. Debían

Parece indudable que el sitio denominado Malalgue en las cartas argentinas, es deriva­ ción de Malalhue. escrito con la ortografía usual del siglo XVIII. antes de que se impusiese el uso de la diéresis en el fonema nue. En ocasiones también se emplea Malargüe. sustituyendo la / por la r. de acuerdo con la fonética andaluza. El origen del nombre Malalhue proviene de la lengua mapuche, que significa lugar del corral o de empalizadas defensivas, aunque estas últimas parecen haber sido empleadas sólo ocasionalmente por los pehuenches. Memorias del Coronel Tupper (Buenos Aires, 1972), págs. 139. 148. 151 y 153. 270 Memorias militares para servir a la Historia de la Independencia de Chile (Santiago. 1964). pág. 255 etpassim 271 El término "ladino" debe entenderse no en el sentido de sagaz y taimado, sino en el de

indígena conocedor del idioma castellano y habituado a las costumbres de los dominadores,

acepción que no trae el Diccionario de la Real Academia.

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pertenecer a los españoles del tiempo de la conquista. En fin, era una mezcla endemoniada. Tuvo que esperar mi columna y aguardar todas sus mojigangas a caballo y a pie. sus evoluciones, sus gritos de guerra “Sin embargo, era admirable la destreza en el manejo de la lanza de 18 a 20 pies de largo, que al parecer debiera ser estorbo, pero sacan partido extraordinario a ella. Endurecido hasta el extremo este enorme palo, agarrado en el combate a la distancia que presenta el adversario, largan el caballo a toda carrera, conduciéndolo con las rodillas. f “El avío es sumamente pequeño y liviano y la lanza agarrada con las manos, la hacen revolotear por encima de su cabeza, cubriendo al mismo tiempo ambos flancos del jinete y del caballo. Tienen una destreza, una fuerza, un vigor admirables: es la única ocupación de la vida entera. Tuve también que corresponderles: hice hacer algunos movimientos a mis tropas, dos o tres descargas, lo que les gustó mucho. Tienen también un gusto desmedido por todo lo que es ruidoso, como cajas de guerra, trompetas, clarines. Les hice tocar charangas, dianas, música. Estaban locos de contento y de alegría. Después de todas estas ceremonias, acampé allí mismo y tam­ bién los indios. El cacique Levimanque y su sobrino me obsequiaron tres animales vacunos. Les correspondí con una hermosa chaqueta colorada, som­ brero. camisa y otras frioleras para sus mujeres. “Al otro día seguimos adelante para las Barrancas, donde debía encontrar más indiada. En efecto, los encontré allí reunidos: estaba el gobernador Antecul con sus indios. Este pertenecía a la jurisdicción de Mendoza, con dos caciques principales de las Barrancas, con sus mujeres, hijos y familiares. Los indios disponibles serían unos 600. “Busqué un lugar a propósito para acampar y encontré uno a las orillas de un estero, cerca de un prado muy pastoso donde hice poner la caballada. En cuanto quedó colocada la gente, se reunieron los caciques para su Parlamento como es su costumbre. “Les hice decir por el intéiprete que estaba muy bien; pero que lo primero que debían pensar era en un ataque a Pincheira cuyo campo estaba a jomada y media y que antes de hablar entre ellos se los exigía, ya que se habían reunido voluntariamente para pelear contra este bandido que los oprimía. Que me apartaran 150 indios de los mejores rnocetones con un capitanejo de los más valientes, y que yo pondría 60 cazadores bien montados con un capitán que mandaría esta vanguardia; que debía salir esa misma noche; que no había tiempo que perder y que Pincheira podría recibir aviso y evitar el golpe. “De modo absoluto, los indios querían abrir su Parlamento. Pero cono­ ciéndolos como mentirosos, codiciosos y engañadores, yo quería comprome­ terlos antes que tuvieran ninguna conferencia.

“Me instaron mucho, pero me mantuve firme. Sabían que yo traía aguardiente y regalos para ellos y sus mujeres. En fin. excitados por su apetito y su codicia, accedieron y apartaron los indios. Era lo que yo quería, porque 238

tenía motivos para desconfiar de su palabra. No les gustaba mucho compro­ meterse contra Pincheira. al cual respetaban por su bravura. “Los indios pehuenches son muy flojos y cobardes, en general. Hay algunos buenos y éstos eran los apartados. “Luego mandé nombrar los 60 cazadores al mando del capitán Ruiz, inteligente, bravo y activo. Desde aquel momento los 150 indios debían estar bajo sus órdenes. Todo se convino con los caciques. Los indios apartados y reunidos a los cazadores quedaron listos para marchar. “Sólo entonces dije a los caciques que podían celebrar el citado Parlamen­ to. Se reunieron todos formando un círculo en un pradito. Se sentaron y yo entre ellos. Los demás indios se mezclaron con los soldados en rededor nuestro. Empezaron sus relaciones cansadoras y fastidiosas. Mandé abrir los barriles de aguardiente, por el cual son muy ansiosos. “Los semblantes empezaron a alegrarse.

“El cántaro daba una vuelta completa alrededor del círculo. Después de dos horas de gritos y de relaciones empecé a distribuirles varios efectos que tenía para ellos, como chaquetas coloradas, bastones de caciques con casquillo grande de plata, camisas, sombreros, espuelas, frenos, chaquiras, tabaco, añil, harina tostada, la que gusta mucho a las mujeres. Sobre el aguardiente vino el ruido de cajas y clarines. A las mujeres les hacía tocar música y se echaban a llorar, porque hacía tocar unas pastorales tristes. A estas infelices, la naturaleza les enseña a amar lo que guarda armonía con su condición de esclavas, como las tienen los indios. Silenciosas, adhieren a un trato suave. Después de haberlos regalado convenientemente y bien borrachos, los indios se retiraron a su campo, que estaba cerca del mío”. La avanzada mixta de pehuenches y soldados, dirigida por un capitán Ruiz no tuvo éxito, pues los bandidos lograron huir y fue inútil la persecución realizada por los amigos indígenas y la incursión efectuada por todo el desta­ camento hasta la otra banda. Pronto tuvieron que volver y con la incorpora­ ción de otras fuerzas y los indios de Trapatrapa. prosiguieron en dirección al sur. llegando a Malalcahuello, en la vertiente occidental de las montañas de Lonquimay. Al respecto, anota Beauchef: “Seguí mi marcha siempre hacia el sur, bajo la dirección de los indios de Trapatrapa, enteramente entregado a ellos, haciéndome caminar a su antojo con muchas marchas y contramarchas muy cansadoras y sin fruto ninguno, porque sólo ellos conocían los caminos.

“Estos diablos no querían comprometerse mucho contra Pincheira. Me decían que en el invierno, cuando yo hubiera salido de sus tierras, éste vendría a batirlos y destruiría sus posesiones de Trapatrapa con la ayuda de los indios de Mellipán y del cacique Mulato, a quien temían mucho, y decían que eran aliados de Pincheira. “Por más que yo les aseguraba que pasaría el invierno en sus tierras, no me daban crédito. Viendo que no podía conseguir nada de ellos me vino la idea de hacer proposiciones a Pincheira para que dejase esta vida de bandidaje 239

que destrozaba a su propio país, prometiéndole la vida y la de todos los suyos que se entregasen. “Reuní los caciques de Trapatrapa y les comuniqué mi proyecto, que les pareció bien. “En seguida, les pregunté si podrían dar con él. “Me respondieron que creían que sí. que mandarían unos dos mocetones muy prácticos y muy bien montados. Entonces les dije que si sabían dónde se hallaba este bandido, por qué no me conducían para atacarlo. Me respondie­ ron que era inútil hacer caminar la gente en balde, que. sin duda, Pincheira andaba solo, errante, que de cualquier cerro vería la gente, que siempre se iría escapando de cordillera en cordillera y que no lo podríamos prender". El plan no dio resultado, porque José Antonio Pincheira. que éste era el hombre, rechazó lodo arreglo. “De modo que no me dejó ninguna esperanza-anota el francés. Mandé reunir los caciques de Trapatrapa para deliberar acerca de lo que me quedaba por hacer, ya que estaba a su entera disposición y no podía hacer nada sin ellos. Se resolvió marchar al sur contra los indios enemigos y aliados de Pincheira. “Se marchó contra la reducción del cacique Butraiqueo; de allí contra la del cacique Llahán; por último, contra el cacique llamado Mulato. “Era el más poderoso. “A los tres días de marcha, ya en las tierras del cacique Butraiqueo. éste había tenido una entrevista con los indios que me acompañaban y les pidió una audiencia conmigo, la que concedí, y me fue presentado por los caciques de Trapatrapa como amigo, que se separaba de Pincheira con quien había toma­ do contacto únicamente por miedo-por aquel entonces Pincheira era podero­ so-, pero habiendo sido destrozado por mi división, se declaraba su enemigo y amigo nuestro y lo perseguiría con su indiada. “Contesté al cacique, a quien recibí muy bien y con algunos regalos, que yo no me entendía con palabras y que le daba tres días para reunir sus mocetones y venir a incorporarse con ellos a los indios de Trapatrapa. Di a entender a éste que les convenía mucho unirse y que debían formar un conjunto para no permitir que los montoneros los batiesen desunidos. “Se convino en que el cacique iría a traer sus indios. “Entretanto, yo hacía recorrer con partidas de caballería aquellas tierras para proteger a las familias que los indios tenían como esclavos. Todos los días venían algunas mujeres, hombres o niños a buscar el amparo de mi división. A los pocos días, se reunió el cacique Butraiqueo con sus indios y algunas familias chilenas que tenía en sus tierras”. La fuerza expedicionaria regresó a Trapatrapa y se disponía a caer de sorpresa sobre la gente de los caciques Llalián y Mulato, cuando un mensajero despachado desde Chillán informó a Beauchef que algunos parlamentarios de aquellos jefes se habían presentado en la ciudad para ofrecer el sometimiento al gobierno. Hubo que suspender la ofensiva, que pocas horas más tarde, en

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opinión de Beauchef. habría significado una gran carnicería de indios, pues los caciques de Trapatrapa iban dispuestos a matar a sangre fría a sus herma­ nos para despojarlos de sus ganados. Comentando este hecho, el militar anota que cuando se trataba de robo los naturales no respetaban a sus parientes y que a ello se debía en gran parte la desaparición de los indígenas. La campaña, aunque no fue decisiva, representó un golpe para los Pin­ cheira; se liberaron más de tres mil personas, principalmente mujeres y niños que estaban en poder de los pehuenches. y. lo que interesa al punto que tratamos, la mayoría de éstos se unió para luchar contra los bandidos. El explorador alemán Eduard Poeppig. que recorrió el sector de La Laja a fines de 1827 y comienzos de 1828, también alude en algunas partes de su relato de viaje a la colaboración de grupos de pehuenches y se refiere concre­ tamente a un combate en que las tropas derrotaron, con ayuda de ellos, a una partida de los bandidos272. ^En sentido general, puede afirmarse que los trastornos de la época de la Independencia significaron para los pehuenches una regresión a las etapas más violentas de su existencia y que su situación se deterioró en todos los aspectos. El testimonio de Poeppig nos servirá para conocer su estado y sus costumbres en esos momentos cruciales275. Acompañado de un guía y unos mozos y empleando caballos y muías, el botánico inició su viaje en Talcahuano para dirigirse al interior. En Yumbel tuvo su primer encuentro con nativos de los Andes, que no fue agradable. Al entrar por un portón descuidado al pequeño caserío fortificado, escribe, “mi tropilla fue rodeada por centenares de indios pehuenches de color cobrizo y semidesnudos. que gritaban espantosamente y parecían dispuestos a considerar el equipaje como su botín... Este asalto habría podido tener conse­ cuencias desagradables, pues mis acompañantes, demasiado resueltos, pre­ pararon sus armas de fuego en medio de la reyerta ’. Afortunadamente, acu­ dieron algunos soldados de dragones y separaron a los indígenas. Acomodado ya en una vivienda. Poeppig visitó a los caciques en compañía de algunos oficiales: “Se hallaban un poco separados de los demás, debajo de una media agua de la antigua guardia principal, pero no por eso estaban libres de las impertinencias de sus subordinados, de quienes tampoco se distinguían en cuanto a su estado de ebriedad. Tendidos alrededor de una fogata casi desnudos, algunos se habían entregado al sueño, completamente ebrios, mientras otros procuraban lograr ese mismo estado. Para beber a su manera en forma festiva, no necesitaban ninguna clase de vaso ni de otros aparatos. Habían excavado pequeños pozos al centro de su ruca, extendiendo un pellejo de oveja sobre ellos, y habían vertido el vino en esa cavidad plana. Siempre se encontraban algunos tendidos de boca en el suelo, bebiendo en

172 Un testigo en la alborada de Chile, págs. 356. 389. 407 y 460

2 ' Las citas que haremos se encuentran en la obra mencionada, desde la pág. 354 adelante.

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esta fuente de los placeres hasta lograr embriagarse. Sólo un cacique, quien, en efecto, me prestó múltiple utilidad más tarde en Antuco. parecía haber bebido menos y nos recibía con el rudo orgullo de un salvaje, cuyos servicios se consideraba obligada a solicitar la república. Fue difícil lograr declara­ ciones de parte de este individuo terco y al parecer poco inteligente, hasta que uno de los oficiales le recordó las acciones bélicas de su juventud. Entonces se puso en evidencia la naturaleza sangrienta del nómade brutal y vengativo. Se libró de las limitaciones que le imponía la lengua castellana, hablada penosa­ mente y en fragmentos, y se dedicó a relatar con gran viveza, y extensamente, en su propia lengua, muy áspera e ingrata al oído, los asesinatos que había cometido. Al final, el lenguaraz no fue capaz de seguirle, y en cuanto a mí. pudo perfectamente dejar de traducir esos asuntos. Logré la simpatía del cacique mediante el obsequio de tabaco, añil y sal. y pude considerar sin duda como una prueba de su buena voluntad que me prometiera permitirme que los acompañara a un malón, a fin de darme oportunidad de disparar a mi gusto sobre los moluches, un pueblo indígena que odiaba. Una mirada a él y a sus subordinados, que acababan de matar un caballo y se untaban el cuerpo con su sangre caliente, antes de consumir su carne, no ofreció perspectivas muy favorables para el verano que tenía que pasar entre esta gente, dependiendo de su voluntad”. El día siguiente los caciques visitaron a Poeppig. prometiéndole seguri­ dad y protección durante su viaje, pero con el evidente propósito de obtener licor y otras cosas. Hubo que darles algunos regalos, pero aconsejado por la gente, el alemán ocultó las botijas de vino que llevaba y sólo repartió con mezquindad un poco de aguardiente, quedando descontentos sus amigos cobrizos. Aquella agrupación de pehuenches. compuesta de algunos centenares de individuos, había bajado desde el valle de Antuco para recibir regalos y celebrar una borrachera a expensas del estado y acordar con las autoridades un ataque contra los Pincheira. “Tan pronto se pagó el precio y se había agotado todo el vino -prosigue Poeppig- la horda salvaje volvió a alejarse, haciendo diversas correrías en el país enemigo, en las que ellos mismos experimentaron algunas pérdidas”. En Yumbel. todos aconsejaban al naturalista no proseguir su expedición, pues había indicios alarmantes y muchas familias habían huido del campo para refugiarse en el poblado. Poeppig estaba decidido, sin embargo, a desa­ fiar los peligros y se puso en marcha hacia Tucapel. tomando sólo la precau­ ción de esquivar el sendero principal para evitar el encuentro con las partidas de sus amigos pehuenches que se retiraban en la misma dirección. Ya había caído la noche y la Luna, desprendiéndose desde los Andes, iluminaba los mantos de nieve, cuando el bullicio de un gentío le anunció que había llegado a Tucapel y en un momento de trastorno. Todo era confusión, porque se temía un ataque de los moluches, es decir, de los araucanos situados al sur del Biobio en las cercanías de la Cordillera. Las mujeres y los niños 242

lloraban, mientras los hombres cargaban en caballos los bienes más preciados para huir a esconderse en lugares seguros. Otros estaban resueltos a mantener­ se hasta que el ataque fuese inminente y fiarse entonces de la velocidad de sus cabalgaduras. Poeppig siguió este último parecer, se hizo de un buen caballo y envió solamente sus muías y bártulos a un bosque cercano. Se dispuso, entonces, a pasar la noche con los hombres que quedaban. “Los chilenos -refiere- acam­ paron en medio de la aldea, pues nadie se quería recluir en su estrecha casa, en que era difícil reconocer con suficiente celeridad el peligro que se acercaba. Fue un campamento triste, pues se habló poco, y no se escuchaba la alegre guitarra, como en otras ocasiones. Los campesinos se habían agrupado me­ lancólicamente alrededor de una pequeña fogata, cuya luz permitía advertir en sus acongojados rostros los síntomas de la miseria que esta guerra asesina había generado desde hacía muchos años para todos los habitantes de la Frontera. “El silencio de la medianoche fue interrumpido por una espantosa canción. Una voz ruda entonaba una melodía que comprendía sólo cinco notas, cantadas aisladamente y seguidas luego de breves compases por un sugestivo silencio. A escasa distancia de nosotros se encontraba el campa­ mento de unos veinte pehuenches, que había permanecido inadvertido. Al lado de la fogata se apoyaba un indio atado en el viejo tronco de un taciturno mailén; estaba pintado con rayas blancas, que imitaban sobre su obscuro cutis, con espantoso realismo, el esqueleto humano. En amplio círculo se habían sentado los demás; guardaban silencio, y dirigían las miradas fijamen­ te al suelo, con expresión sombría, encontrándose detrás de ellos los caballos, ensillados, y a su lado, plantadas en el suelo, las largas lanzas. El prisionero injeió de nuevo su canción, pero nadie le contestó, pues se trataba de su despedida de la vida, de su canción de muerte, ya que había sido condenado a ser ejecutado en la madrugada siguiente por la mano de sus vigilantes. Enva­ lentonado por la bebida, había asesinado al hijo de otra familia, y como era el único descendiente de una tnbu aniquilada, era demasiado pobre para pagar el precio de su crimen por medio de armas y animales, de modo que estaba sujeto a la vindicta y tenía que pagar su grave culpa con su vida, de acuerdo con la inexorable ley de este pueblo”. Cerca de la medianoche, un galope de caballos y un chivateo estridente sembró el pánico. Todos huyeron, como tenían pensado, pero resultaron ser pehuenches que acudían entusiasmados a dar cuenta de la derrota de los moluches, que habían interceptado en su marcha. Seguían, entonces, a Chi­ llán, en espera de ser recompensados. Pero antes de continuar y en prueba de su hazaña, hicieron rodar algunas cabezas cortadas, “cuyas fisonomías salva­ jes y de súbito congeladas por la muerte ofrecían un aspecto verdaderamente terrible”. El desahogo de la gente afloró de inmediato. Se sacaron los alimentos y licores ocultos y se inició una repugnante bacanal.

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Fig 4$. Mjcizo basáltico en el valle del Laja, cerca del ríoTrubunleo *En primer piano, columnas basálticas arrastradas por k»s aluviones A la izquierda. nprrses cordilleranos aün poco desarrollados, en proceso de rtcoloni/ar terrenos de cenizas volcánicas Coronando el paisaje, la Sierra Velluda Litografía de la obra de Poeppig Carlos Kcller. equivocada­ mente. dio el nombre de Escalera del Diablo a esta formación rocosa

Fif 46 El cono del volcán Antuco se alza sobre el cráter más antiguo A la izquierda el boquete semiobstruido por las faldas de lava, más allá del cual se encuentra la Laguna de la Laja El río desciende encajonado poco después de su nacimiento Litografía de la obra de Poeppig

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Desde Tucapel, el explorador se dirigió a Antuco, donde el valle del Laja comienza a estrecharse, disminuye la tierra agrícola y se insinúa el frío de las montañas. Allí existía un poblado, cerca del fortín, hasta entonces el punto más avanzado en el contacto con los pehuenches, algunos de cuyos grupos solían situarse en terrenos inmediatos. No era más que un conjunto de ranchos con familias campesinas modestas, que vivían entre la angustia de sus pocos recursos y la amenaza de bandidos y aborígenes. Durante los últimos años la situación de la gente, unos setecientos individuos, había llegado a ser deplora­ ble. La aldea había sido incendiada en una oportunidad, los robos y asaltos en los campos eran frecuentes y se había interrumpido el comercio de la sal y demás especies, que era el principal interés de los vecinos. Al llegar Poeppig. los habitantes se encontraban profundamente alterados y permanecieron en ese estado durante todo el verano, temerosos de un ataque sorpresivo. El viajero describe con claridad la situación, obligado a ser partí­ cipe de ella: “Por modesta que fuera la fortuna de los campesinos chilenos, ella atraía a las hordas desenfrenadas; pero peor que su pérdida, era el asesina­ to de los asaltados y la dura esclavitud a que condenaban a las mujeres y niños, únicos seres a que perdonaban la vida. Nadie podía saber qué bandas sangui­ narias se encontraban en la cordillera despoblada al otro lado del volcán. De los boquetes no vigilados podía irrumpir en cualquier momento un torrente de indios cobrizos y de inhumanos delincuentes blancos, excediendo estos últi­ mos, en su calidad de jefes de las hordas, la maldad, la crueldad calculada y la venganza del indígena, peligroso sólo por su afán de rapiña, hasta producir un terror extremo. Los campesinos mantenían su pequeña fortuna miedosamente oculta en los bosques, y aplicaban doblada vigilancia cuando comenzaba a llenarse la Luna, pues entonces era más de temer un asalto asesino de los indios. Todas las lardes, los pobre vecinos abandonaban sus miserables ran­ chos, a fin de pasar la noche en un cercano cerro, inaccesible para los jinetes, y era triste observar el grupo de mujeres, que trepaban por la empinada ladera, con los niños de la mano y cargadas con pesados líos, inciertas acerca de si el sol de la madrugada siguiente alumbraría los escombros humeantes de su pacífica aldea. La guarnición era demasiado insignificante para defender la población, y se encerraba en el pequeño fortín de madera cuando comenzaba el peligro. Ya había entrado el verano y se presentaba, por consiguiente, el peligro, antes que el gobierno hiciera algo en defensa de esa pobre gente. Indefensos y entregados al terror de un ataque de asesinos e indígenas, los antucanos vivían en un espanto que no terminaba nunca, y los numerosos rumores y alarmas sin motivo amargaban su vida mucho más de lo que puede imaginar un europeo". En sus tribulaciones, la gente deseaba la pronta llegada del invierno, que al cerfar los boquetes garantizaría unos cinco meses de tranquilidad. Los aliados indígenas no eran de fiar. Muchos se habían establecido en las inmediaciones, desplazados de su territorio interior por las hordas de los Pincheira. Esperaban recompensas del gobierno por su colaboración o cual­

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quier beneficio en el trato con los lugareños. Pero descontentos y apremiados seguramente por el hambre, arriaron numerosos caballos de los campesinos que se encontraban en los pastizales y se alejaron para unirse a los bandidos. Respetaron, en todo caso, los animales de Poeppig. en consideración a algu­ nos favores recibidos de éste. Se inició entonces una persecución. Un grupo de campesinos milicianos, al mando de uno de los suyos, se aprestó rápidamente y Poeppig aprovechó la oportunidad de agregarse con la idea de reconocer lugares que sin esa fuerte compañía no podría visitar.

Los indios llevaban, sin embargo, una gran ventaja y no se pudo darles alcance. Solamente en las cercanías del volcán fueron encontradas dos mu­ jeres con sus niños, que habían quedado rezagadas. “El jefe de la milicia -relata Poeppig- quien había perdido su humanitarismo quizás por su propia suerte anterior, trató de matarlas con su sable, pero lo hizo en forma tan desgraciada, que sólo las hirió. Las mujeres, que imploraban misericordia, fueron atropelladas y pisadas por los caballos de los demás, recibiendo final­ mente la muerte por pedradas que les lanzaron algunos más compasivos, lo que ocurrió antes que yo les pudiera prestar auxilio desde la retaguardia del campamento, retenido por la aspereza del sendero. Aun cuando la mayoría de los vecinos reprobó vivamente el hecho y el asesino fue destituido más tarde, lo ocurrido fue olvidado pronto y considerado como un episodio normal en la guerra con los indios”. Durante su estancia en Antuco. Poeppig obtuvo para residir la mejor casa de la localidad, muros de adobe y techo de tejas, invulnerable al fuego en caso de ataque. Decidido a permanecer en ella durante la noche y a no retirarse a los bosques como los demás, hizo rodearla de una pequeña empalizada y practi­ car troneras en las paredes. Contaba con apreciable cantidad de carabinas y munición y obtuvo que dos campesinos, que sabían emplear armas de fuego, se agregasen a su grupo. Podía sentirse seguro, pues los pehuenches no persistían en la lucha cuando encontraban una resistencia tenaz.

Aquel mismo verano fue reconstruido el fortín de Trubunleo. junto al pequeño y veloz río del mismo nombre, en un montículo de tierra arenosa. Era una simple empalizada de grandes troncos que coronaba el cerrillo, dejando en su interior un espacio para cortas habitaciones con capacidad para treinta hombres. Situado poco antes de despeñarse el Trubunleo en la caja del río Laja, con la vista se dominaban dos de los pasos preferidos de los pehuenches. Uno, el que discurría por terrenos carentes casi por completo de vegetación y cubierto de lavas y escorias, que rodea por el norte la falda del volcán Antuco junto a la Laguna de la Laja y desciende luego por las terrazas cercanas al río del mismo nombre. Y el otro, el que se sitúa al sur del volcán Antuco. entre éste y la Sierra Velluda y que baja orillando el Trubunleo.

El último paso era completamente dominado por el fortín, que se encon­ traba encima del río y del sendero. 246

Fig 47 El fuerte del Trubunleo. grabado de la obra de Eduard Poeppig Al fondo, los picachos de la Siena Velluda Entre el fuerte y los cerros de la izquierda se encuentra el cauce del Trubunleo Al pie del montículo se han levantado algunas viviendas. Litografía de la obra de Poeppig Fig 4H En primer plano el cerro de arenisca que estuvo coronado por el fuerte del Trubunleo Aparece casi anasado por completo por trabajos en las obras hidroeléctricas inmediatas Hacia la izquierda el río Trubunleo y el sendero de los pehuenches

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Desde su base de operaciones en Antuco. el botánico emprendió la reco­ lección de especies vegetales, que le tuvo empleado alrededor de cuatro meses y con excelentes resultados. La región tenía, además, un señor dueño del paisaje y de las impresiones fuertes: el volcán Antuco. Ya desde la lejanía su cono oscuro y los mantos de nieve junto a la cumbre atraían la vista en forma irresistible. Remezones esporádicos impedían olvidarlo y en la noche el resplandor del fuego y algunas débiles comentes de lava agregaban su belleza mágica e inquietante. Ocasionalmente, un aire nauseabundo con olor a azufre, llegaba hasta el pueblo de Antuco. Ascender a la cumbre del volcán era uno de los mayores deseos de Poeppig. que puso todo su empeño en lograrlo Contó para ello con la colabo­ ración del capitán de amigos de Antuco llamado Antonio Becerra, un hombre vigoroso, típico personaje fronterizo, conocedor de los pehuenches y sus costumbres y bien amistado con ellos. No le asustaban los indios ni creía en fantasmas; pero el ascenso al volcán le atemorizaba y cuando llegaron al pie de él. decidió quedarse allí, rogando al alemán que desistiera de su empresa. Poeppig no estaba para vacilaciones y resueltamente comenzó su marcha hacia arriba, seguido de un mozo, más valiente que el capitán. Después de tres horas de agotador y peligroso esfuerzo, ambos llegaron al cráter, que continuamente emitía nubes de vapor, gases irritantes y también piedras y una arenilla caliente que barría el aire según los cambios del viento. El espectáculo dentro de la chimenea era impresionante. Chorros de vapor se alternaban con otros de humo negro, el calor parecía agradable después de cruzar los faldeos nevados, y vetas de vanados colores daban un aspecto pintoresco a las paredes internas. Poeppig efectuó algunas observaciones con sus instrumentos, tomó muestras de los materiales platónicos y recorrió todo el borde del cráter, una elipse de 200 metros en su mayor dimensión y algo más de 90 en la menor. El descenso fue difícil y en una grieta rodaron algunos aparatos y mues­ tras. Con lodo, la aventura de asomarse al infierno terminó bien. Escrutando todos los andurriales de la comarca nuestro hombre tuvo oportunidad de conocer mejor a los pehuenches y dejamos interesantes boce­ tos sobre su estado y los rasgos de su vida274. De paso por el fortín de Trubunleo tuvo una nueva experiencia sobre la vida y la muerte, pero dejemos que él mismo nos relate el episodio: “Cuando llegué al fortín de Trubunleo. con motivo de la ascensión al volcán, la peque­ ña guarnición se encontraba en curiosa excitación, pues en los alrededores habían sido hecho prisioneros dos pehuenches pertenecientes al bando enemi-

2U De acuerdo con el plan que nos hemos propuesto, presentamos solamente los aspectos que ayudan a comprender la actividad fronteriza de los pehuenches La obra de Poeppig contiene otras informaciones de interés para conocer la cultura de aquellos indígenas, profun­ damente influida por los araucanos.

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Fig. 49. Salto del Trubunleo El volumen de agua aparece notablemente disminuido por la captación destinada a generar electri­ cidad

go, que reclamaban ser considerados como tránsfugas, pero que probable­ mente eran espías del enemigo cercano. Los caciques aliados insistían en su pronta ejecución, y, efectivamente, el oficial que comandaba ordenó que se formara un piquete y cargara los fusiles, pero sin conseguir de esta manera confesión alguna de parte de aquellos miserables, que quizás no tenían nada que confesar. El humanismo requería que se les pusiera en libertad, pero se les dejó momentáneamente bajo vigilancia, a fin de enviarlos al día siguiente a Los Angeles. Todo esto nada de bueno parecía prometerles, por lo cual aprovecharon un momento favorable para saltar con la rapidez del rayo sobre la palizada y el foso, escapando en dirección al volcán. El crecido torrente andino les cortó el camino hacia allá, y uno de ellos comenzó a subir veloz­ mente a un cerro próximo, pero cayó, alcanzado por varias balas, antes de llegar a una mancha de arbustos. El otro se movió durante mucho tiempo de un lado a otro, esquivando a los perseguidores, pero fue obligado a acercarse cada vez más al precipicio, en cuyo borde se encuentra el fortín. Asediado por todas partes, avanzó a la última roca saliente del terrible barranco, al que se precipita el río con fuertes estampidos de truenos. Extendió los brazos hacia el 249

volcán, en cuyas profundidades interiores tiene su sede el dios Pillán, a que se atribuyen los más terribles fenómenos naturales, los rayos y terremotos, y a quien se encomienda el indio una vez en su vida, en el momento de su muerte. La figura grande y cobriza ofreció un aspecto aterrador, con su largo cabello negro que se agitaba en la tormenta y la desesperación que se expresaba en el rostro. Ya se acercaba el más temerario de los soldados lentamente al peligro­ so sitio, ya extendía su brazo para coger al fugitivo, cuando éste, cubriéndose la cabeza con su poncho, se arrojó con un espantoso grito al obscuro precipi­ cio”. Un vistazo a las tareas de un campamento, nos deja ver la mezcla de antiguos y nuevos elementos. “En los alrededores pastan los rebaños, que no requieren vigilancia especial, pero frente al toldo se encuentra siempre un caballo ensillado, con la peligrosa lanza plantada en el suelo al lado de él. “En el interior está encendida una fogata, en que se prepara algo a toda hora del día. pues sin horas fijas, cada miembro de la familia consume algo cuando tiene hambre. Tan pronto se sigue el viaje, se enrollan los cueros, y algunos caballos de carga transportan rápidamente el caserío móvil a un valle lejano. El menaje es poco numeroso, pues el nómada puede prescindir de una infini­ dad de objetos que necesita el agricultor. Algunos pellejos para dormir, algunos capachos cuadrangulares de cuero de vacuno y confeccionados con gran arte, las monturas y sus accesorios, la lanza, el lazo y las boleadoras o bolas (loquen en araucano), representan casi todo lo que se alcanza a ver. En cada nuevo domicilio se vuelven a confeccionar los artefactos de greda usados en la cocina, pues los varones le dedican gran interés a la comida, pero sin demostrar mucha delicadeza en la elección de sus alimentos. Les parece sobre todo sabrosa la carne de yegua, y sólo la necesidad los podrá inducir a matar una vaca. Aun cuando están acostumbrados a preparar la came al humo o a tostarla, no habrá ninguno que se niegue a consumirla en estado crudo cuando se encuentre impedido para encender fuego por la cercanía del enemigo”. “Como no conocen los cultivos, por tratarse de una actividad que conside­ ran deshonrosa y afeminada, se ven reducidos durante muchos meses a una dieta únicamente carnívora. Antes de la revolución adquirían de los chilenos grandes cantidades de maíz y leguminosas para sus rebaños, poro como consecuencia de la guerra ha terminado ahora este comercio. Tendrían que renunciar en absoluto al consumo de vegetales si la bondadosa naturaleza no se preocupara matemalmente de aquellos rudos indígenas, entregándoles las nutritivas semillas del pehuén, el fruto de la araucana. La recolección y preparación de estas semillas y la confección de bebidas embriagantes (del molle. del maqui y de la chilca). que consumen los pehuenches en exceso, incumben a las mujeres. Como entre todos los pueblos que se hallan en un estado cultural muy bajo, las mujeres son bestias de trabajo que tienen mucho que sufrir y a quienes se encomiendan también labores que nadie consideraría como femeninas en otras regiones. El caballo que monta el marido en la madrugada, debe ser laceado, traído y ensillado por la mujer. Cuando las

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familias emigran, es un deber de las mujeres mantener la tropa en orden, cargar debidamente los animales destinados a este objeto, descargarlos en los lugares de descanso y encender las fogatas: en una palabra, deben servir al déspota casero, quien se entrega al sosiego, pues adquirió sus mujeres como sirvientas. Durante la marcha, éstas llevan a los niños en fajas, en parle también en una especie de cunas (cupilhue), en la que es amarrada la criatura verticalmente”. -*■ Detrás de las palabras del autor se perciben aspectos importantes de la existencia: el caballo ensillado y la lanza como síntomas de temor constante, las vasijas de greda como bienes de un estado cultural en avance, los deberes de la mujer en el manejo de los caballos y. en fin. el trastomo por la suspen­ sión del comercio con los cristianos. - También es importante el testimonio sobre la metalurgia y la elaboración del cuero, dos adquisiciones recientes. (“Aun cuando algunos trabajan los metales, que consiguen en forma bruta de los chilenos, los productos elabora­ dos son muy toscos, pues a menudo los martillos son reemplazados por piedras puntiagudas. Hasta donde se sepa, un pehuenche jamás ha logrado hasta ahora confeccionar una obra de arte tan sencilla como es el bocado del freno, por lo cual adquieren este artículo entre sus vecinos. Los ornamentos de plata que confeccionan no tienen otro mérito que su gran peso; durante mi permanencia, se había establecido la moda de emplear aros en forma de candados, pesando el par cerca de dos libras, de modo que era necesario afirmar este pesado adorno mediante cordones en la faja frontal, a fin de proteger las orejas. Merece admiración, en cambio, la preparación muy fina de tiras delgadas de cuero caballar sin curtir. Sobre un cordón de crin de caballo tejen, sin equivocarse jamás, entre doce y quince angostas liras de cuero, formando con ellas diseños artísticos y que se usan para las riendas y las cintas de la montura". Poeppig agrega a esta información la preparación de “botas", los llama­ dos zumeles, que hemos mencionado con anterioridad. - — Finalmente, el explorador se detiene a considerar el atuendo de los pehuenchestcon un buen sentido de la observación: “Siempre los pehuenches ' han sido considerados por sus vecinos como un pueblo muy adicto a engala­ narse. por lo cual se les tiene mucha desconfianza, sobre todo al convenir en una asamblea general una empresa bélica en contra de los españoles. En ellas, se presentaban los pehuenches tan adornados y pintados como mujeres, y sólo la valentía que demostraban en la lucha fue capaz de restituirles la buena reputación perdida entre sus parientes salvajes. El poncho, que ha sido adoptado por los blancos, cubre sus espaldas desnudas, y alrededor de sus caderas colocan un chamal, que es un paño que cae hasta el tobillo, asemejándose a una falda femenina. Les desagradan los pantalones y las camisas, que jamás usan cuando se les obsequian. Los zumeles llevan botones de plata de mucho peso; el freno y una placa de plata, que tienen una anchura de un pie y que llevan los * caciques ricos, representan seguramente el valor de algunas cehlenas de

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pesos. No se cubren la cabeza, permitiendo que crezca el cabello como protección contra el sol. anudándolo en el campamento; se entreteje una cinta colorada en el nudo, a fin de que éste no se deshaga. Las mujeres llevan un paño sencillo de lana, que deja libres los brazos y que se encuentra sostenido por una faja. Cuidan muy bien el cabello, juntándolo en dos largas trenzas, unidas más abajo en un semicírculo por medio de cordones, que llevan una gran cantidad de campanillas, sartas de vidrio y trozos de cobre pulidos. El cuello se encuentra rodeado por cordones similares, y este adorno es tan tosco, que pesa algunas libras en conjunto. El tamaño y peso de este aderezo revelan la riqueza de una mujer, y es fácil deducir la importancia de una visita, antes de verla, de los sonsonetes que hacen esos adornos". Las diversas informaciones dejadas por Poeppig pudieran parecer ligeras y superficiales, pero no es así. Su residencia y sus andanzas por la comarca durante cinco meses le permitieron conocer íntimamente a sus amigos cobri­ zos y pudo recoger muchos datos y apreciaciones de toda clase de chilenos. Por esas razones, su testimonio sobre el pueblo pehuenche. en momentos que se aceleraba su desintegración, es de gran utilidad. No obstante las vicisitudes y peligros que rodearon su visita. Poeppig llegó a enamorarse de la región y le resultó doloroso despedirse de ella. 1.a gente que le conoció le tomó gran aprecio a su vez y en el momento de alejarse le demostraron sus sentimientos. "Acompañado por la mayoría de los campe­ sinos de Antuco -pudo escribir con satisfacción- agasajado por esta honrada gente con muchos pequeños recuerdos, me alejé de malas ganas lleno de nostalgia. Los indios aliados se hicieron cargo del acompañamiento a través del correntoso río. cerca de la aldea. Los caciques más nobles habían reunido a sus mocetones. conduciéndome en larga fila, con toda felicidad, a la orilla opuesta. Por fin. se despidieron también ellos". Esas manifestaciones prueban que Iq identificación del alemán con los protagonistas de la vida fronteriza había sido muy estrecha. Siete años después de Poeppig. otro aleman. el bávaro Juan Mauricio Rugendas visitó algunos lugares cordilleranos frente a Talca y recorrió la Isla de la Laja para llegar finalmente a la Laguna y trepar al Antuco. No tenemos un testimonio escrito de su excursión; pero nos dejó, en cambio, sus óleos y sus admirables dibujos, que resultan más útiles que las palabras. En 1845. el minerólogo polaco Ignacio Domeyko. recorrió los mismos lugares y encontró una situación diferente. Habían quedado atrás los años turbulentos de la Independencia y del bandidaje y una nueva etapa de tranqui­ lidad se había abierto paso, relegando los temores y la inseguridad al espacio mental de los recuerdos. En la nueva situación influían diversos hechos. La frontera araucana experimentaba también un período de paz como resultado de.un largo proceso similar al de los pehuenches. de modo que no se producía un contagio bélico. El comercio se había restablecido y en lomo suyo el quehacer de nativos y chilenos. 252

Un fenómeno muy acusado era la disminución en la cantidad de pehuen­ ches debido al descenso general de las poblaciones autóctonas y al hecho específico de las luchas y la violencia. Finalmente, el mestizaje físico y la transculturación constribuían a la disminución de los roces y a la asimilación de los pehuenches en una masa campesina muy pobre, arrinconada en los vericuetos de la precordillera. La aproximación de Domeyko a la comarca deja desde el comienzo la impresión de una paz idílica: “A la puesta del sol llegamos al pueblecito de Antuco, situado en los Andes, camino al volcán, y nos topamos con indios que estaban acampados al otro lado de estas montañas, en las pampas argenti­ nas, en el confín de la población cristiana y de los salvajes. Algunas decenas de chozas y una iglesia forman aquí un pequeño asentamiento chileno en el fondo del hermoso valle que cruza el Laja; alrededor le dan sombra hayas y laureles. A un lado hay algunas chozas indias, y en la aldea encontré una pequeña guarnición con un oficial. La gente tranquila, afable y laboriosa; la mujeres dedicadas al tejido, y los hombres a la agricultura y al comercio con la sal que obtienen de los indios pehuenches de allende los Andes a cambio de trigo y aguardiente. Sólo al párroco y al oficial los encontré un tanto achispa­ dos’*275. La disminución de las hostilidades tenía huellas palpables, según pudo comprobar Domeyko. Del fuerte de Ballenar no quedaban más que ruinas y el del Trubunleo estaba abandonado. Comentando esta situación, anotó que la república ya no los necesitaba. Para continuar hacia el interior, contó con el mismo capitán de amigos Becerra, que había guiado a Poeppig. y un par de mozos diligentes, pero que se mostraron reticentes cuando se habló de trepar el volcán. Una vez en el lado este del Antuco. Domeyko se encontró con algunos pehuenches que. pese a su aspecto hosco, no parecían ser peligrosos. “A la vera del arroyo Riño -escribe aludiendo al faldeo oriente del volcán- estaba sentado un viejo cacique y junto a él tres jóvenes pehuenches. Uno de ellos con un hermoso rostro, pero teñido en rojo, con ojos pequeños, de mirada aguda y salvaje, y llevaba un poncho carmesí. Todos con caras más claras que los araucanos, con pómulos igual­ mente anchos, frentes bajas y nada de pelo en la barba. Estaban sentados en el suelo con las piernas cruzadas, y aunque no se movieron de su sitio, nos medían de pie a cabeza con miradas orgullosas y desconfiadas”. El polaco y los tres hombres que le acompañaban se situaron cerca de los indios y allí se presentó uno de ellos, enviado por el cacique para indagar qué se proponían. Becerra mantuvo con él un diálogo en tono de apariencia tajante, informándole que el caballero había sido enviado por el presidente para visitar el volcán.

275 Ignacio Domeyko. Mis viajes. Memorias de un exiliado, lomo II. pág. 753.

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Fig- 50. Laguna de la Laja, antiguo boquete de nacimiento del río Laja, obstruido por las emisiones de lava del volcán Antuco. situado a la izquierda Al fondo la Sierra Velluda

La preocupación de los indígenas es perfectamente explicable si se consi­ dera que el volcán representaba para ellos la residencia de sus espíritus y que los fenómenos espectaculares originados en él eran parte de su cosmogonía. En todo caso, los pehuenches permanecieron tranquilos y uno de ellos se acercó para observar cómo el extraño personaje manejaba un barómetro, un aparato grande y complicado para mediciones exactas, retirándose a prudente distancia cuando era manipulado, para escapar a su influjo o su peligro. También quedó sorprendido con las anotaciones que efectuaba Domeyko en su libreta. . En general, la actitud de los pehuenches era reservada y altiva, aunque nunca amenazante. Al regresar a Antuco, el encuentro con una partida le permitió a Domeyko observar a uno de ellos. Era “un joven alto, ágil, de aguda mirada y de una belleza salvaje. Tenía las mejillas pintadas en color rojo-marrón, grandes aros de plata en las orejas, y en la cabeza un pañuelo blanco con listas rojas, bajo el cual caía sobre su espalda una gruesa trenza negra. Tenía un palo de coligúe de cinco o seis codos de longitud, preparado para hacer de él una lanza, pero sin la punta. Estaba tan orgulloso que ni siquiera se dignaba responder cuando le hablaba Becerra”. Una última observación nos confirma el mal estado en que se encontraban los indígenas. Refiriéndose al sector oriental. anota el científico que “allí está la morada de su jefe en Choy-Choy-Malín. Fue éste un cacique famoso por su valor y crueldad, luchó muchos años contra los chilenos, perdió en los

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combates más de la mitad de su población, y, finalmente derrotado, se recon­ cilió con el gobierno chileno. Permanece tranquilo y se contenta con el tributo [¿pago?) que, a cambio de sal, le entregan los indios adyacentes de Concep­ ción y Chillán”. Avanzando en el tiempo, el año 1853, un nuevo explorador, el norteame­ ricano R. Smith, se aventuró en la zona movido por la curiosidad. En sus recuerdos del viaje describió a los pehuenches, con quienes tuvo un primer encuentro en la aldea de Antuca: “Durante el día se vio un buen número de indios ociosos en la vecindad. Volvían de un