Los nuevos mitos del feminismo 8488217145, 9788488217141

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Spanish; Castilian Pages 328 [318] Year 2001

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Los nuevos mitos del feminismo
 8488217145, 9788488217141

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LIDIA FALCÓN O ’NEILL

LOS NUEVOS MITOS DEL FEMINISMO

no *

feminista

© Lidia Falcón O’Neill 1.a edición 2000 © VINDICACION FEMINISTA, PUBLICACIONES Magdalena, 29, 1.a A 28012 Madrid (España) Teléfono y Fax: 91 369 44 88

Depósito Legal: M-8.650 -2001 ISBN: 84-88217-14-5 Impresión: COFAS Diseño, maqueta y portada: Lidia Falcón

A Carlos P arís qu e m e aporta siem pre a m i tra­ b ajo su sabidu ría, su agu do sen tido y su p rofu n d o com prom iso con el fem in ism o. Y sobre todo su am or. A M aría fo s é Urruzola, M aite C an al y Z uriñe d el Cerro, qu e com parten conm igo la p asión d e la entrega a esta lu ch a fem in ista, y cu ya lealtad, apoyo y cariñ o m e han ay u d ad o a soportar los avatares d e unos añ os d e intensa d ed icación a la difusión d e nuestros objetivos, en d ifíciles cam p a­ ñ as electorales. Al Colectivo L an broa p o r su constan te trabajo fem in ista y su sen satez y fu erz a p a r a resistir las p resion es d e tantos enem igos y segu ir construyen­ d o el fu tu ro.

PRÓLOGO Este libro es la respuesta a la inquietud que desde hace unos años me invade ante las distorsiones a que se está some­ tiendo la teoría feminista, que cada día ganan más adeptas y adeptos, y que en definitiva desvían de sus verdaderos obje­ tivos la lucha feminista. No entraba en mis propósitos dedicar el largo tiempo que requiere un libro a analizar conceptos y criticar ideologías que había estudiado ya hace más de trein­ ta años. Me encontraba ante la urgencia de terminar el segun­ do tomo de mis Memorias, la promoción de mi libro de Poemas, M irar Ardiente y Desgarrado, y organizarme para el próximo ciclo de conferencias en Estados Unidos. En Vindicación Feminista teníamos también que preparar la cele­ bración de los veinte años -veintiuno ya- de nuestra revista Poder y Libertad, a la vez que con las compañeras de los Partidos Feministas nos proponíamos crear el “Tribunal Permanente de Crímenes contra la Mujer”. Ante este plan de trabajo a nadie le sorprenderá que estu­ viese remisa en dedicar mi tiempo a un libro no previsto. En realidad me parecía un ejercicio completamente inútil volver a debatir si las mujeres son iguales a los hombres o diferen­ tes o si el término género constituye un avance en las inves­ tigaciones feministas o se utiliza para enmascarar las condi­ ciones reales de vida de las mujeres. Pero la moda ha sido más tozuda que yo. Fundamentalmente porque está dirigida por los poderes dominantes. Y así, he ido comprobando, año

tras año, como esa moda se imponía a la realidad. Y se expandía, como una mancha de aceite, desde las Universidades a los medios de comunicación y de allí a las instituciones políticas, hasta ahogar otras voces, otros análisis y otros foros, donde esos temas han sido hace tiempo situa­ dos a su justo nivel y archivados para dar paso a las verda­ deras preocupaciones de las verdaderas mujeres. No quiero tampoco quedar al margen de las discusiones actuales, como si no me hubiese enterado o diese mi adquiescencia callando. Quiero, por tanto, clarificar muchos de los errores sobre feminismo difundidos en los últimos años, qué están pasando por grandes aciertos, y que se han convertido en la ideología oficial, la única permitida, al estilo de lo que priva en política, donde se ha impuesto “el pensamiento único”. Hoy el feminismo ya no es un fantasma que recorre el mundo, sino un muy tangible movimiento integrado por millones de mujeres, cuyas luchas han logrado evidentes avances en el mundo occidental. Pero, al revés de lo que los propagandistas de esa ideología oficial nos quieren hacer creer, ninguna conquista es jamás definitiva. Los ejemplos his­ tóricos repetidos son terribles, especialmente para las muje­ res. En los Estados musulmanes de la extinta Unión Soviética, en Irán, en Egipto, en Marruecos, en Argelia, incluso en naciones occidentales como Rusia, Polonia, Hungría, sus mujeres han visto retroceder indignamente los niveles de libertad e igualdad que habían logrado medio siglo atrás. Y sobre todo constituye un horror el femicidio continuado que se está practicando en Afganistán, ante la indiferencia de la llamada “comunidad internacional”. Por ello, ningún tema es irrelevante, ninguna tendencia ideológica es inocente, ningún debate propiciado por la mayoría de los medios de comunicación, con la complacen­ cia de los poderes económicos y políticos, deja de tener con­ secuencias. Así, desviar la atención de las mujeres de las rei­ vindicaciones nunca alcanzadas sobre los más importantes problemas de su vida: trabajo, salario, educación, reproduc­ ción, promoción, para que empleen su tiempo y sus energí­ as en largos y farragosos debates sobre el verdadero sentido

del género, únicamente reporta beneficios a los enemigos del feminismo. Y por tanto, las consecuencias serán siempre per­ judiciales para las mujeres. No es problema baladí que en el Instituto de Estudios Feministas de la Universidad Complutense se estudie el femi­ nismo de Estados Unidos, de Francia, del Reino Unido, de Italia y hasta de Marruecos, y ni se mencione el de España. Este inimaginable ninguneo de las teorías feministas elaboradas por las escritoras españolas y de la labor de las mujeres que han batallado duramente en nuestro país más de: un siglo para lograr los evidentes avances alcanzados, es impensable en cualquiera de esos países, donde tienen a orgullo estudiar en sus universidades fundamentalmente la historia y el desarrollo de sus teóricas y de su movimiento, y a veces únicamente el suyo, en un evidente afán de promocionar su cultura y apoyar la influencia que ésta pueda lograr en otros países. Este desprecio por el feminismo español manifestado insólitamente por las propias profesoras universitarias espa­ ñolas, refuerza el que siempre le han tenido los profesores masculinos, y tanta marginación redunda en el desánimo de las autoras feministas, en la ignorancia del resto de las muje­ res acerca del trabajo realizado por aquellas y en definitiva, en la pérdida de influencia de nuestro feminismo en el pano­ rama social español, ya desolador en cuanto a la participación de las mujeres en todos los niveles del trabajo, la economía, la política y la cultura. Y no digamos del reconocimiento que se le pudiera prestar en otros países, donde, especialmente los más desarrollados, no se nos tiene en cuenta en el momento de hablar de feminismo, convencidos todavía de que España es el país de Carmen y toreros que difundió el franquismo. No puede dejarnos indiferente que la mayoría de las dipu­ tadas españolas estén más preocupadas por alcanzar la pari­ dad que por defender un aumento de la renta colectiva de las mujeres de nuestro país que hoy se encuentra en ese misera­ ble 18% -los hombres acaparan el 82%- del que nos informan las estadísticas oficiales. Ni que se hayan abandonado las exi­ gencias de ayudas económicas y sociales para las amas de casa, y en su lugar se hable de lograr la “corresponsabilidad”

de los hombres en las tareas domésticas. Que el movimiento feminista haya dejado a la única defensa de los sindicatos -siempre tan tibios en cuestiones de mujeres- el terrible pro­ blema del paro femenino o de las escandalosas diferencias salariales, mientras dedica innumerables páginas para discutir la “diferencia”, demuestra la dejadez de las que antaño fueran dirigentes del Movimiento y la pérdida de la lucidez en esco­ ger los objetivos. Estas y otras tantas cuestiones de “rabiosa actualidad”, que ocupan todo el espacio de los debates de los foros feministas y de la propaganda de los medios de comunicación, siempre más contentos de que las mujeres empleen su tiempo en ana­ lizar el “affidamento” que en criticar el gobierno por el aban­ dono en que tiene a las capas más pobres de la población, son el objeto de análisis de este libro. Me ha parecido que no podía dejar pasar con indiferencia ninguno de los temas citados, ni tampoco la crítica de la defensa de la prostitución, la pornografía y hasta la pederas­ tía que algunos sectores del feminismo han planteado en las Jornadas de Córdoba celebradas a principios de diciembre de 2000; ni dejar de hacer un comentario sobre el feminismo de la “privacidad” o el síndrome de Baby Jane. De tal modo, he interrumpido mis más inmediatos trabajos y proyectos, pro­ vocando la impaciencia de mis editores, y he dedicado largos meses de este año a analizar los temas mencionados. Desearía que este libro sirviera para centrar los verdaderos debates que importan al feminismo y conducir la lucha actual del Movimiento hacia el único objetivo necesario en este momento: cambiar este horrible mundo que sigue produ­ ciendo innumerables injusticias y dolores. Ojalá lo consiga. Bustaruiejo, noviembre 2000.

ÍNDICE P ró lo g o ................................................................................ Introducción........................................................................ • Breves antecedentes del Movimiento Feminista en España................................................................... • La ofensiva contra el Movimiento Feminista . . • La pérdida de los valores revolucionarios.......... • Hacia la igualdad de las cuotas y la paridad. . . • El Estado del Bienestar.......................................... • La educación, recurso definitivo........................ • Familia y trabajo dom éstico.................................. • La diferencia .............................................................. • El invento del género.............. ............................... • La necesidad de los Partidos Feministas...........

7 15

15 18 21 23 25 26 27 29 29 30

Primera Parte REFORMA CONTRA REVOLUCIÓN Capítulo I: La p erv ersió n d e la igu a ld a d ................

35

• Y bien, ¿qué es la igualdad?.................................... • La asunción de los peores defectos masculinos .

41 47

Capítulo II: El fen ó m en o d e "El A larde” d e I r ú n . .

49

• Cultura patriarcal......................................................

58

Capítulo n i: La fem inización d e la pobreza. Cóm o a lca n za r un p u esto d e p o d e r ...............................

61

• La alienación de la ideología dominante. De la solidaridad femenina. ¿Existe la sororidad? . . . . • El peligro de exaltar la diferencia.......................... • Ni imitar la igualdad.................................................

67 68 69

Capítulo IV: Las refo rm a s: cuotas, p a rid a d , d is­ crim inación p o sitiv a .................................................

71

• El Estado del Bienestar............................................ • Las asociaciones de m ujeres.................................. • Cuotas. . . ................................................................. • La involución del feminismo.................................. • La sororidad mal entendida o elmujerismo. . . . • Las políticas de acción positiva............................ • El Tribunal de Luxemburgo.................................... • La mitificación de la educación............................

72 78 81 82 86 87 89 96

Capítulo V: Fam ilia y trabajo d o m éstico ................

101

• ¿Medidas de igualdad o política feminista?..........

107

Segunda Parte CONTRARREVOLUCIÓN Capítulo I: P o stfem inism o............................................

113

• Postfeminismo o ¡por favor, seamos modernas! . • Y más violación, prostitución y pornografía . . . • Los excesos del fem inism o.................................... • Basta de catastrofismo............................................ • Hasta que llegó la catástrofe.................................. • El tiempo del feminismo ha pasado. Y de los principios...................................................................

120 123 127 129 131 137

Capítulo II: Postfem inism o o gratifica ción d e las m ujeres y fin d el protagonism o d e los sujetos re v o lu c io n a rio s .........................................................

139

• Estamos en la postmodernidad............................ • Democracia ¿para qu é?............................................

140 147

Capitulo III: La rev a lo ra ció n d e la d iferen cia y la igualdad d e s p r e c ia b le ....................................... • Moviéndose en otro p la n o .................................... • La obsesión de lo pólitico en Lía Cagarini.......... • Estilo y buen gusto. Brujas, castradoras, viragos. Valores fem eninos.................................................... • Luisa Muraro y su identidad.................................. • Del rosa y del azul. Nazis, judíos, homosexuales y m ujeres................................................................... • El “patriarcato é finito” o cómo el que no se conforma es porque no q u ie re ............................ • La diferencia pero diferente.................................... • El “affidamento” y la paideia griega..................... • El orden simbólico de la madre............................ • Mejor huérfanas......................................................... • La igualdad de Alessandra Bocchetti o cómo se puede ser tan ingrata............................................... • La diferencia de la diferencia..................................

149 152 154 164 172 174 176 183 185 188 191 195 199

Capítulo IV: Las consecuencias d e re v a lo riz a r la d ife r e n c ia ............................................................

201

• Modo de producción doméstico, ideología pa­ triarcal y división sexual del trabajo..................... • El instinto materno.................................................... • El modelo nuevo de persona.................................. • La filosofía de la que partimos...............................

207 209 216 218

Capítulo V: M ulticulturalism o....................................

223

• Multiculturalismos. Jerarquías, represiones y compasiones.............................................................. • Multiculturalismo en India. Cómo violar, quemar y marginar a las mujeres.........................................

231 237

Capítulo VI: E l individualism o o la reclam ació n d e lo p r iv a d o ............................................................

243

• El síndrome de Baby Ja n e .......................................

252

Capítulo V: El mito triunfante d el g é n e r o ............. • Doscientos años de teoría feminista o cómo se puede asesinar el pasado....................................... • Cómo la atrevida afirmación de Beauvoir lleva a conclusiones sin sentido y a la negación del cu e rp o ......................................................................... • Las mujeres construyen intencionadamente su género y de como follar no es lo mismo que parir.............................................................................. • El eterno retorno, o cómo los estudios de gé­ nero repiten lo sabido treinta años atrás, o cómo toda la culpa es del género.................................... • Género y roles sociales............................................ • Los confusos y hasta espúreos usos del término • Y el término género demasiado confuso............. • La mistificación de lenguaje, para enmascarar la realidad..................... ............................................... • De cómo se toman indicadores ridículos y se rechazan los imperativos biológicos..................... • Las condiciones reales de existencia..................... • Superestructura sin b a s e .......................................... • ¡La economía, estúpidas, la economía! Biología y explotación económ ica.......................................

255 255

267

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Tercera Parte LA REVOLUCUÓN FEMINISTA Capítulo I: La n e c e sid a d d e los p a rtid o s fe m i­ n ista s...........................................................................

313

• Feminismo político.................................................... • Partidos feministas............................................ • Elecciones al Parlamento Europeo....................... • La filosofía de la que partimos...............................

314 318 319 320

BIBLIOGRAFÍA

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INTRODUCCIÓN Me he decidido a escribir esta nueva obra sobre teoría feminista, tras un largo periodo de observación de los deba­ tes que han surgido en la escena española y europea en los últimos años, sobre los nuevos temas que se han puesto de actualidad en el seno del feminismo. He dedicado, para ello, largos días al estudio de los fenómenos a que han dado lugar los cambios producidos en la sociedad, el papel que cumple en ella actualmente las mujeres, y sus causas y efectos.

BREVES ANTECEDENTES DEL MOVIMIENTO FEMINISTA EN ESPAÑA La evolución sufrida en los últimos veinte años por la teo­ ría feminista se halla, como no podía ser menos, en relación directa con las transformaciones sociales y políticas que se han sucedido en el mundo y en nuestro país y que han con­ dicionado la decadencia del Movimiento Feminista. Del mismo modo, los movimientos sociales que tuvieron gran empuje en la década de los 70: el movimiento sindical, el movimiento vecinal, el inicio del movimiento de consumido­ res, los movimientos ecologista, pacifista, que alcanzan su auge al comenzar la década de los 80, van a sufrir cambios fundamentales en los años siguientes. En el transcurso de ese tiempo el Movimiento Feminista en

España trazará una curva que comenzará con su nacimiento en el año 75, ascenderá hasta lograr las principales reivindi­ caciones al iniciarse la década de los 80 -1981 es el año en que se aprueba la reforma del Código Civil con la legalización del divorcio, reclamación que constituye un hito en la lucha del Movimiento-, y se deslizará hacia una decadencia lenta pero irreversible, que vivirá algunos periodos de actividad en las luchas por legalizar el aborto, hasta 1985, en que se logra­ rá la despenalización de tres supuestos: violación, malforma­ ción del feto y grave peligro para la salud psíquica y física de la madre. A partir de esa época se convertirá en un movi­ miento marginal, caracterizado por la existencia de pequeños grupos que sobre todo se dedican a tareas de asistencia social y culturales, alentadas por las ayudas económicas que pro­ porcionan las subvenciones estatales. El Movimiento Feminista, en consecuencia, a partir de la mitad de la década de los ochenta, va a perder su carácter de lucha espontánea. Surgido de las diversas tendencias de los partidos de izquierda y los movimientos subversivos bajo la dictadura, se organizó como un movimiento alternativo, enfrentado a partidos políticos, autónomo y revolucionario, como se declaró en las jornadas de diciembre de 1975 en Madrid1, pero a partir de los 80 va a quedar dividido en cua­ tro tendencias: Una serie de grupúsculos, inoperantes en su mayor parte o dedicados a realizar algunas actividades cultu­ rales, desconectados entre sí, o francamente enfrentados; las asociaciones de mujeres filiales de partidos políticos y los gru­

1 Las primeras jornadas que se celebran con motivo de la Declaración de 1975 como Año Internacional de la Mujer. Estas prime­ ras jornadas se celebran en Madrid en diciembre de ese año, todavía de manera casi clandestina van a reunir a todos los grupos de mujeres de los partidos de la izquierda marxista además de los que empezaban a ser líderes del movimiento feminista. En esa reunión, como tengo ya escri­ to en M ujer y P oder P olítico , los grupos feministas se van a declarar autónomos, independientes de los partidos políticos y revolucionarios, enfrentándose por tanto, con las mujeres del Partido Comunista que se oponen rotundamente a tal declaración, considerando que únicamente el Partido Comunista podía detentar la bandera de revolucionario.

pos dedicados a la asistencia social a cargo o subvencionados por las instituciones, y los partidos feministas. La transformación que sufrió el Movimiento Feminista está marcada de manera muy predominante por la política de sub­ venciones del Estado que se estableció poco después de la transición democrática, por la institucionalización de tareas que hasta ese momento desempeñaban los grupos feministas y que pasan a ser responsabilidad de Ayuntamientos, Diputaciones, Gobiernos autónomos, seguridad social etc., y por el desánimo o el cansancio que acomete a algunas aso­ ciaciones de mujeres que creen alcanzados los principales objetivos de la lucha. A estas causas se añadirá la defección de un buen núme­ ro de profesionales, dirigentes hasta aquel momento del Movimiento que, a rémora de los partidos políticos, que se hacen dominantes en el panorama político español, aban­ donan la militancia feminista para ingresar - o regresar- a aquellos. Esta conducta no obedece a impulsos o senti­ mientos irreflexivos sino que es producto de un análisis racional. La mayoría de las que impulsaron y dirigieron el movimiento procedían de la lucha contra la dictadura, eran militantes o dirigentes de los partidos clandestinos que man­ tuvieron la resistencia, pero que a partir del fin de la dicta­ dura mostraron que albergaban claras ambiciones políticas, que sólo podían realizar insertándose en el sistema de par­ tidos que se montaba a en España a imitación de los demás países europeos. Comenzada la década de los 80 se hizo evidente que la resistencia del Movimiento Feminista a participar en política, producto de su inmadurez, iba a hacer imposible que esas profesionales alcanzaran sus metas si continuaban trabajando únicamente en su seno. Hasta mediados de los años 80 el movimiento mantiene su espontaneidad y falta de organiza­ ción, lo que le concede una evidente frescura e ingenuidad, pero tiende cada vez más al infantilismo y a la improvisación, que ya no son eficaces en un panorama político cada vez más copado por la acción de los partidos. El Movimiento Feminista no ofrece cauces para las mujeres que abrigan la ambición de situarse en las instituciones. Y esas mujeres tam­

poco estaban dispuestas a afiliarse y a trabajar en el Partido Feminista que no tenía el poder que ellas ansiaban.

LA OFENSIVA CONTRA EL MOVIMIENTO FEMINISTA A partir de la transición democrática, los partidos políticos no sólo actúan en los Parlamentos, en el Senado, en las Diputaciones y en los Ayuntamientos como representantes elegidos por el pueblo, sino que tienden cada vez más, y lo consiguen, a sustituir a la sociedad civil. Con tal propósito la estrategia seguida por todos ha sido la de desmontar cons­ cientemente los movimientos sociales, a fin de eliminar a competidores y opositores molestos. En este caso la más culpable ha sido la izquierda, y no sólo por contradecir el objetivo que tanto habían repetido de implantar una democracia popular -ya sabemos que la derecha nunca ha deseado conceder protagonismo alguno al pueblo, por el contrario se ha dedicado siempre activa­ mente a reprimirlo; la dictadura eliminó todo asociacionismo y la UCD cuando gobernó en el tiempo de la transición no pudo acabar con los movimientos sociales, que por el contrario se le vinieron encima-, sino fundamentalmente porque fue la más beligerante contra las asociaciones civiles que habían recuperado cierta influencia social incluso bajo el franquismo. Los partidos de izquierda actuaron con un evidente autori­ tarismo en todas aquellas asociaciones en las que tenían influencia, que eran casi todas, al haber sido a la vez inspira­ dores y fundadores de ellas en momentos harto duros para realizar cualquier labor cívica o social que no estuviera per­ mitida por el gobierno y bendecida, o inspirada, por la iglesia.

EL CUENTEUSMO DE LAS ASOCIACIONES DE MIJJERES Pero una vez consolidada la democracia, serán todos los partidos parlamentarios los que seguirán la misma política de

marginar a las asociaciones civiles y privilegiar a unos cuan­ tos partidos, aquellos que los hombres que establecieron el reparto de poder en la transición democrática decidieron que ostentarían la hegemonía en el país. En consecuencia, la estrategia que siguen sucesivamente todos los partidos que gobiernan, respecto al Movimiento Feminista, tanto en el Estado como en las Comunidades autó­ nomas, consiste en encargar a afiliadas de su partido o a per­ sonas de su confianza, la creación de una serie de asociacio­ nes que tienen la misión de ocupar los espacios que el movimiento había ganado hasta aquel momento. La misma estrategia se sigue con el movimiento juvenil. Ambos, el de mujeres y el de jóvenes se convierten así en mecanismos de obtención de votos para los partidos patrocinadores. De tal modo, desde el principio de los años 80 se consti­ tuyen asociaciones de mujeres que son filiales de los partidos gobernantes, y a las que se reparten la mayor cantidad de subvenciones del Estado y de las Autonomías, que se expan­ den rápidamente por todas las ciudades y pueblos españoles, al amparo de la protección que les presta el poder. No es nin­ gún secreto para nadie que éstas organizaciones reciben cien­ tos de millones de pesetas cada año, puesto que las subven­ ciones se publican en los Boletines oficiales, mientras los gru­ pos feministas que habían surgido durante la dictadura y en el periodo de la transición democrática, van a ser marginados de las ayudas económicas. Con ello se logrará el objetivo deseado, se provocará la debilidad del movimiento feminista más radical e independiente hasta conseguir incluso la des­ aparición de muchos de sus grupos. Este artificial movimiento feminista, en realidad asociacio­ nes que no tienen muchas afiliadas pero sí dirigentes de pres­ tigio, porque son profesionales o diputadas desde muchos años atrás, finge que ocupa el espacio que no han podido conservar los grupos feministas. Para ello, a dichas asociacio­ nes se les proporciona difusión a través de los medios de comunicación, se organizan congresos y jornadas que logran una presencia continua en la prensa y en la televisión, y que están presididos y protegidos por las y los dirigentes de cada partido, se les da dinero para que publiquen revistas bien

diseñadas que exhiben lujosas portadas y se las cita siempre como las feministas más destacadas españolas o incluso las únicas. La generosidad con que los gobiernos financian a las aso­ ciaciones fieles les permite instalar sedes, en espaciosos loca­ les en una serie de provincias españolas, que prestan deter­ minados servicios a mujeres en situación de crisis. Con ellos también se intenta sustituir la red de asistencia social que el Estado no ha llegado a establecer. Las principales tareas que realizan son la ayuda a las mujeres golpeadas o en trámite de divorcio, información anticonceptiva, alfabetización de adul­ tas, formación profesional etc. Pero también se enseña macramé y costura, en la misma forma que la Sección Femenina de Falange implantó cursos semejantes para mantener a las mujeres en sus sempiternas tareas femeninas. Lo más escandaloso ha sido la financiación estatal y auto­ nómica de negocios lucrativos, como hoteles, residencias de turismo rural, editoriales, librerías, cuyas propietarias eran mujeres cercanas al partido gobernante, a las que hasta se les han pagado caros viajes para asistir a simposiums internacio­ nales como las Ferias Internacionales del Libro Feminista y la IV Conferencia de la Mujer en Beijín, de 1995. Los cursillos, seminarios y clases que esas asociaciones de mujeres organizan con la supuesta finalidad de permitir la incorporación de más mujeres al mercado de trabajo, son financiados en su totalidad por los fondos europeos. Ello ha dado lugar a algunos fraudes que están saliendo a la luz diez y quince años más tarde. A esas asociaciones se les da nombres locales, fingiendo que no existe ninguna conexión entre ellas y el partido gubernamental de turno y que sus dirigentes son activistas surgidas espontáneamente de los pueblos o provincias donde se instalan, aunque en realidad constituyen una correa de transmisión para la captación del voto entre las agrupaciones regionales o locales del partido y la organización central:

LA MARGINACIÓN DEL MOVIMIENTO FEMINISTA MAS RADICAL Este ficticio movimiento feminista va a ser el transmisor de un nuevo enfoque ideológico. Abandonadas las teorías marxistas que mantuvieron los partidos de izquierda hasta la tran­ sición democrática, en el panorama político español no exis­ te ya ningún partido democrático tradicional -otra situación es la de los Partidos Feministas a la que me referiré más ade­ lante- que represente aquellos objetivos de transformación social. En consecuencia, y dada la persecución que han sufri­ do los grupos feministas que luchaban por lograr unos cam­ bios más amplios que las simples reformas legales que se plantearon en la transición, éstos han perdido su -hegemonía en el Movimiento Feminista y su presencia activa en la socie­ dad española. Por supuesto, los medios de comunicación no están dis­ puestos ya a difundir los mensajes de ese sector del movi­ miento, ni a publicar los textos de sus dirigentes, ni a infor­ mar sobre sus actividades. Los medios de comunicación más importantes ningunean del panorama social al Movimiento Feminista no alineado con los partidos gobernantes. La últi­ ma experiencia la constituye la información publicada por el periódico El País sobre las Jornadas Feministas de Córdoba celebradas en diciembre de 2000, en la que se silenció toda otra actividad y participación que no fuera la de algunas de las escritoras bien queridas por ese periódico y se dio una visión del feminismo absolutamente parcial de la lucha femi­ nista en España. El Partido Feminista también sufre el ninguneo de ese medio.

LA PÉRDIDA DE LOS VALORES REVOLUCIONARIOS En consecuencia, esta hegemonía de los sectores del femi­ nismo ligados a los partidos políticos, ha ocasionado la pér­ dida de los valores revolucionarios que había sustentado el Movimiento. Ni siquiera se mantienen las antiguas demandas de derechos e igualdad económica que deben beneficiar a la

mayoría de las mujeres, demandas que se han sustituido por las reclamaciones que interesan a las dirigentes políticas. Y que se refieren, casi exclusivamente, al aumento de la parti­ cipación de mujeres en puestos de responsabilidad, en todos los ámbitos, pero en primer lugar en la política. No es de extrañar cuando las principales defensoras de estas reformas son diputadas de diversos partidos. Así, se ha hecho cada más repetitiva la demanda de implantar cuotas femeninas, de apli­ car la discriminación positiva para la contratación de mujeres en empleos donde están subrepresentadas, y últimamente, a impulso de las diputadas francesas, de legalizar la paridad en las listas electorales de los partidos. Se está defendiendo también, en línea con estas reivindi­ caciones, una estrecha solidaridad entre todas las mujeres políticas, independientemente de su afiliación, con el propó­ sito de presionar eficazmente para conseguir puestos directi­ vos en los burós políticos y en los comités dirigentes de los partidos respectivos. Los últimos libros publicados por profe­ sionales conocidas, en Francia y en España, reafirman esas estrategias. En definitiva se trata de sustituir la oposición frontal al sis­ tema que ocasiona las grandes desigualdades económicas y sociales que existen entre clases, razas y sexos, para aceptar­ lo, con la humilde pretensión de arrancarle únicamente algu­ nas concesiones. Cada vez más pequeñas. En ese sentido se producen las demandas de cuotas, paridad, discriminación positiva y ayudas sociales. Las defensoras de estas reformas afirman que con la implantación de tales avances iremos -eso sí poquito a poco- acercándonos a conseguir la centenaria reclamación de igualdad entre hombres y mujeres. Lo que ni se menciona es que “esa” igualdad -en el hipotético caso de lograrse- mantendrá las mismas diferencias entre las clases, las razas y los pueblos. Es decir, tendremos el mismo número de mujeres pobres, explotadas y maltratadas que de hombres.

HACIA LA IGUALDAD POR LAS CUOTAS Y LA PARIDAD La polémica entablada hace ya largos años entre el fem i­ nismo de la igualdad y el de la diferencia, continua vigente con consecuencias directas sobre la vida cotidiana de las mujeres. Trascendiendo la que parecía una discusión única­ mente teórica, las políticas que se derivan de la concepción de una u otra línea ideológica han tenido efectos prácticos tanto en la lucha feminista como en las reformas que se han obtenido del poder político. Pero se puede observar cómo en el transcurso de estos últimos años las medidas adoptadas por una u otra tendencia han seguido un camino cada vez más convergente. Es decir, aquellas que son acérrimas partidarias de la igualdad en todos los terrenos han defendido, con igual firmeza, la adopción de unas medidas que primen a las mujeres en el terreno laboral y político, haciendo hincapié precisamente en las diferencias que las separan de los hombres. Las reformas que demandan: la paridad, el reparto del tiempo, la corresponsabilidad de los hombres en las tareas domésticas, el replanteamiento de los espacios, tanto públicos como privados, las ayudas sociales a la maternidad y a la familia, son medidas que sólo pueden defenderse desde la aceptación de que todavía existen dife­ rencias entre hombres y mujeres, tanto en el terreno biológi­ co y fisiológico como en el papel social que cumplen ambos. Mientras las que teorizan la diferencia no han rechazado nunca la igualdad de oportunidades que la ley les garantiza para alcanzar los objetivos profesionales, laborales o sociales que desean. La petición de cuotas mínimas de participación de mujeres en los puestos de decisión de los partidos políticos, de la Administración, de la Universidad, de la empresa privada, ha constituido un avance para conseguir la entrada de aquellas en lugares que hasta ese momento habían sido un coto cerra­ do masculino. La medida se ha logrado en los países avanza­ dos mediante la presión que ha realizado el Movimiento Feminista, especialmente las mujeres de los partidos políticos, de izquierda, mientras la derecha se muestra acérrima oposi-

tora a esta medida. La culminación de la exigencia de cuotas es la reclamación de la paridad: el 50% de puestos para las mujeres en la política y en todos los estamentos de la vida social. Las francesas han logrado implantar legalmente tal nor­ mativa en el año 2000. Aunque tanto las cuotas como la paridad permiten avan­ zar -toda presión que se realice por las mujeres para lograr más presencia pública constituye un progreso-, estas medidas no pueden ser tomádas, sin pecar de gran ingenuidad, como el único objetivo del feminismo. A menos que desde una pos­ tura conservadora se estime que el feminismo tiene como único fin lograr que algunas mujeres se coloquen en los pri­ meros puestos de la política. La reclamación de cuotas ha de analizarse, a su vez, desde otros dos aspectos: si bien el reparto de puestos dirigentes entre hombres y mujeres corresponde a un estricto sentido de justicia, ya que en el mundo existen un número muy similar de unos y de otras, cifrar en esa numérica división el objeti­ vo del feminismo es erróneo, ya que las mujeres por su sola constitución biológico fisiológica no poseen condiciones superiores a las de los hombres, y aunque ocupen los pues­ tos dejados por éstos no ofrecen ninguna garantía de que cumplirán su trabajo mejor que aquellos, ni de que realizarán una verdadera política feminista. A la vez, estamos viendo cómo en la práctica los hombres dirigentes de los partidos están corrompiendo el fin para el que se aprobó la adopción de cuotas. Decididos a no dejarse arrebatar el poder, cuando no tienen más remedio que situar mujeres en los puestos de decisión, promocionan a las menos aptas pero más obedientes a sus dictados, incluyendo a sus esposas y amantes, lo que les permite alcanzar dos objetivos: por un lado mantener el mismo poder y por otro criticar el sistema de cuotas alegando que sólo sirve para que los pues­ tos de responsabilidad se entreguen a mujeres que no están preparadas para desempeñarlos.

EL ESTADO DEL BIENESTAR Todos los partidos de izquierda se muestran defensores de beneficiar a las mujeres con ayudas sociales, sobre todo aque­ llas que se encuentran en situación de crisis o necesitadas de apoyo en determinadas épocas de la vida: jóvenes, madres solteras, trabajadoras en paro, mujeres sin preparación profe­ sional, etc. La implantación de estas ayudas corresponde a la estructura de lo que se ha llamado Estado del Bienestar, que .sobre todo en los países nórdicos de Europa, ha concedido algunos beneficios a los trabajadores y a las mujeres. Sobre todo en comparación con la mezquindad con que los gobier­ nos españoles han respondido a las necesidades de la pobla­ ción de su país. Es cierto que las ayudas económicas estatales para las mujeres necesitadas son imprescindibles en un Estado demo­ crático avanzado, sobre todo cuando únicamente palian las enormes desigualdades de riqueza que se producen en las sociedades capitalistas, y que su reclamación, desde cualquier postura, incluso la más moderada, constituye un programa mínimo de realizaciones inmediatas. Pero como en otras medidas ya comentadas, tales refor­ mas no pueden convertirse en un objetivo en sí mismas, des­ echando cambios sociales de más largo alcance. No sólo por­ que tales ayudas sólo constituyen un parche para miserias mucho más hondas e injusticias que nunca se remedian, sino también porque convierten a los beneficiados en clientes per­ petuos de tales ayudas. Como nos han explicado las escritoras feministas noruegas Helga María Hernes en su magnífico ensayo El Poder de las Mujeres y el Estado del Bienestar y Tove Stang Dahl en su aná­ lisis El Derecho de la Mujer; el entramado de servicios sociales de Ips países nórdicos de Europa que se organizaron para ayu­ dar a las mujeres de las clases más desfavorecidas, se convir­ tió en poco tiempo en una red de asistencia social que mitiga las carencias más graves de calidad de vida. Pero en cambio no ha eliminado las diferencias fundamentales que en posi­ ción social, poder económico e influencia cultural las mujeres padecen en comparación con los hombres. Por el contrario,

mediante las subvenciones, esa política de protección social ha adormecido al Movimiento Feminista que hace mucho tiempo que ha abandonado su lucha contra el sistema. Al mismo tiempo, las mujeres siguen marginadas de las más importantes decisiones económicas y políticas, recluidas en los circuitos de la seguridad social, como clientes de la misma y como trabajadoras de ella, ya que la mayoría de las empleadas que gestionan las ayudas son a su vez mujeres. Mientras quedan excluidas de las grandes corporaciones y partidos políticos dirigidos por hombres.

LA EDUCACIÓN, RECURSO DEFINITIVO A la vez, las defensoras de estas medidas legales tenden­ tes a lograr la igualdad social de las mujeres con los hom­ bres, confían acríticamente en la educación como el método definitivo que pondrá fin a las indeseables desigualdades. En una vuelta atrás al siglo XVIII, como un eterno retorno, se vuelve a confiar en la educación para alcanzar las lejanas metas que persigue el feminismo. Con argumentos semejan­ tes a los utilizados por la Ilustración, se defiende la tesis de que una educación igualitaria cambiará definitivamente las condiciones de opresión y marginación que siguen padecien­ do las mujeres. Desdichadamente, esta línea de pensamiento no ha avan­ zado nada desde mediados del siglo XIX, cuando la Ilustra­ ción y Mary Wollstonecraft en su Vindication of Rigbts o f Women confiaban, tan ingenuamente, en que la mejor edu­ cación de la mujer lograría el ideal de igualdad y fraternidad entre todos los seres humanos. Esta tendencia nuevamente puesta de moda, confía la consecución de tales ideales a diversas medidas a adoptar en los aspectos educativos: modi­ ficar el contenido de los libros de texto, instar a los niños y a las niñas a practicar los juegos y deportes inversos a los con­ siderados hasta ahora femeninos y masculinos, cambiar el lenguaje marcadamente masculino, incitar a las jóvenes a estudiar carreras consideradas varoniles, etc. Se cree firmemente que el cambio de la superestructura:

lenguaje, educación, imagen, costumbres, mitos, prejuicios, etc. modificará las relaciones de opresión entre los sexos. Esta línea de actuación ha sido adoptada también por los Institutos de la Mujer que han difundido periódicamente anuncios publicitarios contra la violencia contra la mujer, instando a los hombres a colaborar en las tareas domésticas, etc. De lo que se huye es del análisis de las condiciones eco­ nómicas de explotación que sufren las mujeres. Con ello se ha conseguido hacer retroceder el debate feminista a 200 años atrás. Se trata de eliminar toda huella del análisis marxista de la realidad, ocultar las causas materiales de la lucha de clases, para situarse en el igualitarismo de la meritocracia que siempre ha defendido la burguesía. Si no existe la explotación de las clases dominantes sobre las clases dominadas, no hace faltan organizaciones de clase ni se puede hablar de lucha de clases. Nos encontramos, pues, con un mundo de individuos solitarios, a los que se intenta engañar asegurándoles que en los países democráti­ cos todos tienen las mismas oportunidades. Según este razonamiento las mujeres nacerían con las mis­ mas condiciones mentales y biológicas que los hombres, pero se encontrarían discriminadas en sus posibilidades de com­ petir con éstos, exclusivamente por su carencia de conoci­ mientos debida a una educación discriminatoria. Por tanto, si a las mujeres se les enseñan las mismas materias que a los varones, se encontrarán al fin en igualdad de condiciones para alcanzar los más altos puestos de la sociedad. Otro de los objetivos queridos por las defensoras de esta línea ideológica es que el movimiento deje de ser reivindicativo. El mensaje, en definitiva, es que las mujeres deben con­ centrar sus esfuerzos en competir: con los hombres y también entre ellas, para alcanzar sus objetivos. En definitiva, el viejo mensaje burgués de que “gane el mejor”.

FAMILIA Y TRABAJO DOMÉSTICO En un mundo regido por la competencia industrial y comer­ cial y los grandes avances tecnológicos, el único proceso de

producción excluido de tales ventajas es el doméstico. Ese trabajo, que pertenece a un modo de producción precapitalista, se realiza con métodos artesanales mediante el esfuerzo físico, repetitivo, de pequeños resultados, del ama de casa, que la exige invertir de 50 a 90 horas semanales según el número de hijos. Por este trabajo no recibe sueldo alguno, ni se beneficia de las ventajas de la seguridad social. Pero el ama de casa es el trabajador fundamental en el mantenimiento de la especie, de los avances sociales y del modo de producción capitalista. Sin que las mujeres dediquen la mayor parte de su vida a reproducirse, a cuidar los niños y a mantener en buenas con­ diciones de salud a la familia, sería imposible que el mundo continuase. La familia es la primera estructura económica básica para la supervivencia de las sociedades. Y eso lo sabe bien el capital. Por ello desde la izquierda hace casi dos siglos que se había puesto en cuestión su mantenimiento al denun­ ciar que constituía una estructura explotadora y represiva de la mujer. Constituye, pues, una involución la aceptación, e incluso la defensa, de la familia por parte de un sector del feminismo que ha abandonado sus antiguas críticas al sistema capitalista para plantear únicamente el reparto de las tareas domésticas entre hombres y mujeres. Olvidando la estructura económica* de la sociedad que obliga a los hombres a trabajar más de ocho horas diarias para obtener los ingresos mínimos con los que mantener a la familia, las feministas de esta nueva ola hablan de la “corresponsabilidad” que debe llevar a los mari­ dos a fregar y limpiar en el hogar a su regreso del trabajo. No solo la mayoría de los maridos regresan cansados a horas imposibles para que su ayuda resulte útil, sino que estas pro­ pagandistas del reparto de tareas domésticas no dan solución alguna para la multitud de mujeres solteras, solas con cargas familiares, viudas y ancianas. El rechazo de la antigua reclamación de la socialización del trabajo doméstico, ha conducido a plantear minúsculas reformas que sólo benefician a un sector muy reducido de mujeres, cuando se cumplen. Y que además dependen de la buena voluntad individual de los hombres.

LA DIFERENCIA Frente a la exigencia de igualdad que había planteado el feminismo hasta entonces, en los años setenta, a la vez que se inicia el Movimiento en España y llega a su mayor auge en otros países, un sector del mismo comienza a poner en cues­ tión esta demanda que había sido la reclamación unitaria de las mujeres durante doscientos años. Desde Carla Lonzi y Luce Irigaray, varias autoras comienzan a difundir la idea de que la igualdad es indeseable porque consiste en el mimetis­ mo con los hombres. Destacando las diferencias de comportamiento entre hom­ bres y mujeres, haciendo especial hincapié en una “esencia” femenina que concede a éstas especiales atributos, plantean en unos casos mundos separados para unos y otras, o, como en el caso de la línea ideológica seguida por la Librería delle Donne de Milán, un protagonismo femenino “que daría a luz al mundo”. El “affidamento” o estrecho vínculo entre dos mujeres, ejemplo a seguir por las demás, pretende establecer nuevos lazos de sororidad entre las mujeres, vindicar la figu­ ra de la madre y elaborar un nuevo simbólico femenino que revalorice la despreciada imagen femenina. Frente a los aciertos que posee esta nueva tendencia femi­ nista, nos encontramos con un discurso ya conocido de exal­ tación de virtudes tradicionalmente “femeninas”, el desprecio o el olvido de las más estimables cualidades masculinas, una actitud de indiferencia hacia la mayor parte de las necesida­ des económicas de las mujeres -y por supuesto del resto del mundo-, y la negativa a participar en política, en ninguna de sus dimensiones, ni siquiera mediante la utilización del voto o la capacidad legislativa de las diputadas. El resultado es un sector del feminismo elitista cuya pro­ yección social ha de ser muy limitada.

EL INVENTO DEL GÉNERO Coincidiendo con el mayor auge del Movimiento surge en los medios académicos una derivación de los estudios femi­

nistas que alcanzará el éxito una década más tarde: los estu­ dios de género. Durante mucho tiempo, demasiado, con lo que el fenómeno se expandió e institucionalizó, los grupos de mujeres que trabajaban para resolver los problemas más inmediatos y urgentes de las mujeres no tomó en considera­ ción el peligro que suponía la utilización de aquel nuevo constructo teórico. Cuando, como en mi caso, hemos pres­ tado la atención debida a esta nueva táctica de ninguneo del feminismo seguramente hemos llegado tarde. Sobre todo por­ que en estos años esa línea ideológica se ha afianzado defi­ nitivamente en la Universidad, está siendo difundida masiva­ mente en los medios de comunicación y ha sido adoptada, muy complacidamente, por las instituciones. En estos momentos el término género ha sustituido los de sexo, feminismo y clase, e incluso, en numerosas ocasiones, los de mujer y hombre. Resulta evidente que con la utiliza­ ción de este lenguaje se pretende, y se está consiguiendo con bastante eficacia, la ocultación de las contradicciones de sexo y de clase, y se están haciendo invisibles el movimiento femi­ nista y las teorizaciones radicales del feminismo. La crítica de los artículos dedicados a analizar repetitiva -y bizantinamente- qué sea eso del género, a quien y para qué sirve y qué papel cumple en las ciencias sociales y en la rea­ lidad de hombres y mujeres, ocupa otra parte de este libro. En ella se analizan los últimos escritos universitarios sobre el tema donde se pone de relieve como se persigue la despoli­ tización del feminismo.

LA NECESIDAD DE LOS PARTIDOS FEMINISTAS En el momento actual del feminismo, la única alternativa a las conocidas tareas de asistencia social y difusión cultural del feminismo que plantea una estrategia nueva de lucha y unos objetivos de más largo alcance es la participación polí­ tica, con el fin de alcanzar los lugares en las instituciones a que su lucha le ha hecho acreedor. Las mujeres deben constituir partidos feministas con los que defender sus intereses. Partidos en el sentido político de

la palabra, ya que sin la estructura, la organización y un pro­ grama de reivindicaciones a corto y medio plazo, es imposi­ ble competir en política. Competir significa aceptar el más difí­ cil desafío de todos: presentarse a elecciones. Es preciso apro­ vechar las exiguas ventajas que ofrece la democracia burgue­ sa para dotarse de organizaciones que puedan aumentar la influencia del feminismo en la sociedad, alcanzar puestos en los Parlamentos y lograr una cuota de poder político. De otro modo las mujeres nunca ocuparán la mitad del mundo. Como dice la famosa escritora feminista francesa Suzanne Blaise, “sin partidos feministas, las mujeres permanecerán reducidas a la política del “chador”, que consiste en ir a implorar, con el velo sobre la cabeza y un proyecto de ley en el bolsillo, a los “ayatollahs” de la política. Esta es la estrate­ gia que intenta obtener de nuestros opresores que quieran encargarse de nuestra liberación”.2 La síntesis a que el feminismo ha de llegar asumiendo los mejores valores humanos, utilizando las estrategias más efi­ caces para alcanzar sus objetivos, sólo puede realizarse con­ virtiendo el Movimiento Feminista en un movimiento político. El desafío para el siglo que viene es ver cómo las mujeres asumen su conciencia de clase, luchando por sus intereses desde sus propias organizaciones políticas, sin imitaciones ni sometimientos al poder masculino; estableciendo sus tácticas de lucha y compitiendo en la arena electoral para situar a sus dirigentes en los organismos estatales. Se trata, por primera vez, no de suplicar un puestecito en las organizaciones mas­ culinas sino de enfrentarse a ellas desde los partidos que el feminismo tiene que levantar y afianzar. Unicamente el Partido Feminista de España se ha mante­ nido en el panorama de los partidos de izquierda extraparlamentaria e incluso ha sabido impulsar la legalización del Partit Feminista de Catalunya y la creación del Partido Feminista de Euskalherría, con cuya colaboración constituye­ ron la Confederación de Organizaciones Feministas COFEM-

2 El Rapto d e los O rígenes o el A sesinato d e la M adre, Vindicación Feminista Publicaciones, Madrid, 1993

FEMEK, que tras una larga campaña electoral se presentó a las elecciones al Parlamento Europeo en 1999. Este trabajo fue definitivo para revitalizar una serie de grupos feministas que existían en toda España y que se encontraban práctica­ mente en desguace, profundamente desanimados por la de­ cadencia del Movimiento, para atraer a muchas otras mujeres a un feminismo distinto al ya tan manido de grupitos de encuentro y de denuncia de la violencia contra la mujer. Y fundamentalmente para marcar las diferencias con el resto de asociaciones de mujeres y del feminismo llamado autónomo. Reclamándose del feminismo político, los Partidos Feministas establecen las bases para la participación política de las muje­ res en defensa de sus propios intereses, sin intermediarios masculinos, sin mediaciones ni supeditaciones a los dictados de las cúpulas masculinas de los partidos políticos. No creo pecar de optimismo cuando afirmo que el femi­ nismo de los partidos feministas será el único que sobreviva no solo en el panorama español sino también en el europeo, para el futuro, absorbidas todas las otras tendencias o por las instituciones estatales o por los partidos políticos tradicionales.

P r im e r a P a r t e

REFORMA CONTRA REVOLUCIÓN

Capítulo I

LA PERVERSIÓN DE LA IGUALDAD En los años de la lucha revolucionaria en China Mao escri­ bió unos artículos que analizaban las conductas de los mili­ tantes del partido que, por un afán desmedido de purismo en el cumplimiento de sus obligaciones, llegaban a lograr el efecto indeseado de pervertir la ideología que defendían. Uno de ellos se titulaba “Contra el igualitarismo”. En el sencillo estilo con que Mao enseñaba los principios del partido, expli­ caba cómo el igualitarismo consistía precisamente en la dege­ neración de la igualdad. Uno de los problemas que se plan­ teaban en el curso de la guerra, porque los militantes desea­ ban mantener con la mayor pureza la igualdad entre todos, era que cuando en plena batalla tenían que recoger varios heridos si no disponían de camillas suficientes para llevárse­ los a todos no recogían a ninguno. Este ejemplo de conducta mecanicista me parece muy oportuno para comparar las desviaciones que se han produ­ cido en los últimos años en el seno del feminismo, en la apli­ cación cotidiana de la vieja y querida reivindicación de la igualdad. En muchas ocasiones, cuando se plantean conflictos de equidad en la aplicación del principio de igualdad entre hombres y mujeres, la interpretación última que realizan ciertos sectores del feminismo, y especialmente las diri­ gentes políticas y sindicales, tiende a ser la de los militan­ tes de Mao.

Es imprescindible para comprender este fenómeno cono­ cer cómo el anhelo de igualdad es una antigua reivindicación que defienden no sólo las mujeres sino todas aquellas clases, obreros, campesinos, razas de color, pueblos colonizados, que contemplan, con la envidia y el odio que la injusticia des­ encadena, la abundancia de que disfrutan las clases domi­ nantes masculinas de raza blanca, que con su despilfarro y arrogancia se convierten en una burla y un insulto para todas las demás. La igualdad se convierte así en sinónimo de justi­ cia, ya que no hay nada más injusto que la desigualdad.

ANTECEDENTES DE LA LUCHA POR LA IGUALDAD El feminismo que ha reivindicado la igualdad escueta entre el hombre y la mujer desde finales del siglo XVIII, cumplien­ do la máxima marxiana de que “mientras una clase no tiene fuerza para imponer su ideología sigue la de la clase domi­ nante que la precede en la lucha”, se apropió de las recla­ maciones burguesas que los dirigentes de la Revolución Francesa hicieron universales. Cumpliendo con los principios de la filosofía liberal, sacrificaron todo planteamiento al triun­ fo de la idea. Si las mentes privilegiadas que habían “ideado” la Enciclopedia y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, decían que la proclamación de esos dere­ chos bastaba para convertir a todos los hombres en iguales, las mujeres copiaban tales objetivos y exigían su cumpli­ miento también para ellas. Era evidente que conseguir la declaración constitucional que afirmaba la igualdad de derechos y obligaciones para todos los hombres, mientras todavía regía el sistema monár­ quico feudal en todos los Estados de Europa, provocaba una verdadera revolución, trastocaba los principios reputados como sagrados hasta aquel momento, derrocaba monarquías, decapitaba reyes y obispos, y situaba en el poder a los hasta aquel momento súbditos. Y si tales transformaciones en la estructura política resultaban imprescindibles ya que sin ellas, sin la ruptura de una relaciones de producción que asfixiaban el desarrollo económico, era imposible avanzar en la conse­

cución de la democracia, eran igualmente falsas las prome­ sas de los dirigentes revolucionarios de que el derecho al voto y la elección de los representantes en las Cámaras ase­ gurarían al pueblo la mejora económica de su condición y la igualdad social entre todas las clases. Para alcanzar tal ideal socialista haría falta que las clases populares elabora­ ran una conciencia de clase revolucionaria que pusiera en cuestión el poder de la burguesía. Y por tanto, sería preciso esperar un siglo más. Las mujeres debían seguir en buena parte de su recorri­ do el camino iniciado por los hombres. También para ellas era necesario que los derechos democráticos las concernie­ ran para que pudieran iniciar el largo camino de su libera­ ción. Si conseguían que la misma Constitución que elabora­ ban los hombres en su propio beneficio las incluyera y se dictaran leyes igualitarias que también a ellas se aplicaran, lograrían la hasta aquel momento inalcanzable igualdad con los hombres. La igualdad formal, sin duda. La misma de que disfrutaban “todos”, reconocida su cualidad de seres huma­ nos, de ciudadanos, de sujetos de derechos políticos y civi­ les, que ante su ingenuidad garantizaba una “vida igual” para todos ellos. En la ignorancia de los principios del materialismo, ocul­ tas, para el pueblo tanto como para las mujeres, las funda­ mentales diferencias entre estructura y superestructura, con­ vencidas ellas -más bien deslumbradas- de los descubri­ mientos de la Ilustración, las feministas han luchado durante dos siglos por alcanzar el mismo estatus político que los hom­ bres, mientras observan, siglo tras siglo y decenio tras dece­ nio que la tan perseguida igualdad sigue siendo un horizon­ te que jamás se alcanza. En el mismo espejismo han caído los dirigentes políticos de las clases trabajadoras, cuando han aceptado, no sólo sumisa sino más lamentablemente conten­ tos, las reglas de la democracia burguesa, seguros de que aprovechando tales normas podrán llegar a compartir el poder con sus explotadores, tal como la burguesía asegura , desde hace doscientos años, que en eso precisamente con­ siste la democracia que ella ha inventado. Por ciertb, que este mismo deslumbramiento ha vuelto a atacar en la actualidad a

las organizaciones obreras y a los partidos socialistas, que hace más de un siglo lucharon arduamente por la obtención del sufragio universal, convencidos de que el poder del voto y la participación en las elecciones eran el único medio de alcanzar, periódica e intermitentemente, el poder político. No parecen haber entendido, a pesar del tiempo transcurrido y de tantas experiencias fracasadas, que las normas de la demo­ cracia burguesa se han dictado en beneficio de su clase y de los partidos que la representan. A tal fin, las normas electo­ rales se moldean y tergiversan, en beneficio de los partidos que tienen más dinero y detentan más poder político, y se uti­ lizan toda clase de corrupciones para que las clases popula­ res no accedan nunca al verdadero núcleo del poder o lo hagan tangencialmente o de manera vicaria. El ejemplo del gobierno de Salvador Allende en Chile, des­ truido por el golpe militar que instauró la dictadura de Pinochet, después de haber llegado al poder por votación popular, sería el ejemplo más representativo por segunda mitad del siglo XX, de como la burguesía -en alianza con la oligarquía estadounidense y su poder militar- no va a con­ sentir, pacíficamente, ser derrotada políticamente en las urnas. El de la II República Española es el ejemplo de la pri­ mera mitad del mismo siglo. Todos, los trabajadores y las mujeres, han sido hipnotiza­ dos con las consignas impartidas por la burguesía. En defini­ tiva, vuelve a cumplirse al pie de la letra la definición marxiana de que “mientras una clase no tiene fuerza ni concien­ cia para elaborar su propia ideología asume la ideología de la clase revolucionaria que la precede, que está en ascenso. Si los obreros forman masas compactas (Durante la Revolución Francesa), esta acción no es consecuencia de su propia uni­ dad sino de la unidad de la burguesía, que para alcanzar sus propios fines políticos, debe -y por ahora aún puede- poner en movimiento a todo el proletariado. Durante esta etapa los proletarios no combaten, por tanto, contra sus enemigos pro­ pios sino contra los enemigos de sus enemigos, es decir con­ tra los vestigios de la monarquía absoluta, los propietarios terrritoriales, los burgueses no industriales y los pequeños bur­ gueses. Todo el movimiento se concentra, de esta suerte, en

manos de la burguesía: cada victoria alcanzada en estas con­ diciones es una victoria de la burguesía”1. De igual modo, las mujeres durante dos siglos combaten al lado de los hombres contra los vestigios de las monarquías absolutas, los terratenientes, la burguesía a continuación. Más tarde las organizaciones proletarias, sindicatos y partidos, es­ pecialmente tras el triunfo de la Revolución de Octubre, incor­ porarán a las mujeres a sus objetivos. Ellas formarán en las legiones de obreros y campesinos que se esfuerzan en derro­ tar al Ejército fascista, y militarán en las organizaciones comu­ nistas y socialistas contra la burguesía, sin que los hombres proletarios (y campesinos y pequeños burgueses, clase media e intelectuales) les reconozcan la igualdad por la que tanto luchan. Cierto es que cuando la presión del Movimiento Feminista se hace más fuerte, en los países más avanzados se les reconocen los derechos políticos, pero no serán las leyes sino la estructura económica de la sociedad la que las exclu­ ya de la real participación en los órganos de decisión políticos y las impida participar en la riqueza producida, del mismo modo que la burguesía excluye a los trabajadores. Los objeti­ vos específicos de las mujeres: salario a trabajo igual, ascenso en las categorías profesionales, participación en los órganos de poder, tanto del partido como del Estado, igual estatus social, económico y político que los hombres, ayudas reales a la maternidad, liberación del trabajo doméstico, participación de los hombres en el cuidado de la familia, no serán alcanza­ dos nunca. Ni en los países capitalistas ni en los socialistas. Transcurridos doscientos años desde la Revolución Francesa, ochenta desde la obtención del sufragio, las mujeres podrían reflexionar sobre la persistencia de las discriminacio­ nes, opresiones y desigualdades de todo tipo que impiden que su papel social pueda ser equivalente al de los hombres. Hay que reconocer el enorme poder de la ideología idea­ lista que ha penetrado en las conciencias de la mayor parte de los pueblos hasta alienarlos de cualquier reflexión, inclu­

1 El M anifiesto Com unista. Obras escogidas. Ed. Fundamentos, Madrid, 1975. T.I., pág. 30.

so ante las dolorosas pruebas que les ofrece sus propias con­ diciones de vida. Que en el final del siglo XX, un sector importante de las feministas, numerosas en cuanto a difusión e implantación social, siga convencido de que la educación puede ser el remedio de todos los males que afligen a las mujeres, como propugnaba la malograda Mary Wollstonecraft a finales del siglo XVIII, no significa más que el poder de la burguesía para inculcar sus principios ideológicos, introyectándolos en las conciencias de todos los ciudadanos, sigue siendo tan dominante como hace un siglo. Y aún mayor, que derrotado el socialismo de los países soviéticos, la mayoría de las poblaciones del mundo han caído subyugadas por la propaganda capitalista. En definitiva, la creencia de que la reclamación de igual­ dad: social, económica y política, será alcanzada por las mujeres por el sólo imperio de las reformas legales, ayuda­ da en todo caso por una educación igualitaria, significa que en el año 2000 tendremos que seguir lidiando contra la ide­ ología burguesa, en la misma medida que en 1800. Como yo escribía en “Mujer y Poder Político”: “La burguesía, hasta principios de este siglo, imprime su sello a todas las clases que la siguen en la lucha”2. Así se cumple. “Las francesas de la Revolución, las sufragistas americanas e inglesas, las feministas españolas de principios del XIX, todas asumen y defienden las reivindicaciones burguesas. Ni siquiera en la segunda mitad del siglo XX, cuando el Movimiento Feminista se reivindica autónomo, revolucionario e inde­ pendiente de los partidos políticos, ha perdido totalmente la impregnación de valores, reivindicaciones e hipotecas burguesas”3.

2 Ver también: La R azón Fem inista. Editorial Fontanella, Barcelona, 1981, T.I, pág. 538. 3 M ujer y P od er P olítico. Vindicación Feminista Publicaciones, Madrid, 1992. pág. 56.

Y BIEN, ¿QUE ES LA IGUALDAD? Mientras.las luchas feministas tuvieron que ceñirse a la rei­ vindicación de igualdad legal, para obtener la cual hubieron de luchar duramente durante dos siglos, no fue posible poner en cuestión tal objetivo. Es indudable que sin la obtención del refrendo constitucional y la aprobación de cuerpos legales que ofrecieran una protección institucional a las mujeres, era imposible reclamar la equidad en el reparto de la riqueza, el acceso al poder político y la liberación de las cargas de la maternidad y del trabajo doméstico. Ha sido en la segunda mitad del siglo XX cuando, alcan­ zado aquel objetivo en la mayoría de los países avanzados, el feminismo se ha planteado la corrección de tal demanda y ha puesto en cuestión la forma en que se había articulado en la práctica.

LA IGUALDAD DE LOS CUERPOS Y DE LAS MENTES Es imprescindible recordar aquí, aunque sea brevemente, que la exigencia de igualdad por parte de las mujeres que comienzan la lucha de manera organizada y colectiva en la Revolución Francesa, no solamente abarcaba los aspectos legales, constitucionales, la organización política y econó­ mica de la sociedad, sino también la aceptación de la igual­ dad intelectual y fisiológica de la construcción de los cuer­ pos masculino y femenino. Esta exigencia que hoy nos parece imprescindible matizar, era, sin embargo, desde el Renacimiento, uno de los temas de debate más importantes en la lucha por alcanzar un estatus de respeto social para las mujeres. No es bueno que hoy el feminismo de la diferencia y muchas ideólogas feministas que, aún desde la perspectiva de solicitar igualdad de derechos para las mujeres critican el igualitarismo, olviden que precisamente una de las fundamentaciones teóricas más importantes del patriarcalismo y de los ideólogos de la derecha más recalcitrante, contra todo avance de las mujeres, sobre todo a partir del siglo

XVIII4, se basaba en la descripción de las diferencias anató­ mico-biológicas entre el hombre y la mujer. Los científicos de la época basaron en tales diferencias anatómicas-fisiológicas las “naturales diferencias” entre el hombre y la mujer respecto a su capacidad intelectiva, res­ puesta emocional, sensibilidad y posibilidad de comprensión. Concluyendo que las mujeres eran incapaces de estudiar las mismas materias que los hombres, trabajar y desarrollar dis­ tintas profesiones, comprender problemas matemáticos, reali­ zar proyectos arquitectónicos, utilizar herramientas, albergar ambiciones, desempeñar cargos de responsabilidad, partici­ par en política, luchar en las guerras. En definitiva, que su construcción corporal las destinaba inexorablemente a la reproducción y los cuidados de la prole, el trabajo domésti­ co, los servicios sexuales a los hombres y la “natural” sumi­ sión y obediencia a éstos. El debate sobre las diferencias de inteligencia entre hom­ bres y "mujeres basadas en el tamaño, la forma, la configura­ ción incluso de los cerebros masculinos y femeninos, ocupó miles de páginas de acalorado discurso entre científicos, polí­ ticos, sociólogos, filósofos, moralistas, religiosos5. Cuando el mandato divino del Génesis dejó de ser eficaz para reprimir las ansias de cambio de las mujeres, y los reli­ giosos desde los pulpitos se vieron impotentes con sus ana­ temas y excomuniones para impedir que aquellas se cortaran el pelo, o salieran a la calle a reclamar el derecho al sufragio, solicitaran el divorcio y lo ejercieran, se negaran a casarse con el marido escogido por el padre, exigieran el control de nata­ lidad y hasta cometieran la aberración del aborto, surgieron las voces científicas que con fundamentos al parecer mucho más racionales basados en la experimentación y conocimien­ to profundo de las psiques humanas, vinieron a ratificar las mismas prohibiciones que habían sido hasta entonces susten­ tadas por Dios y sus secuaces.

4 L a q u e u r , Tomás La construcción d el sexo, Ediciones Cátedra, Madrid 1994. 5 Ver Moebious, Weininger, Marañón, etc.

En consecuencia, rechazar rotundamente la idea de que los órganos sexuales y reproductivos de la mujer, su menor tama­ ño físico, el menor pesa de su cerebro, las hormonas, la progesterona y los estrógenos que actúan sobre el cuerpo feme­ nino fueran el fundamento de diferente conducta y reacciones en la mujer respecto al hombre, lo que las debía privar de la obtención de derechos, fue una capital reivindicación del feminismo durante dos siglos. Exigir el derecho a disponer de la propia vida, obtener un empleo, recibir el mismo salario, acceder a puestos de res­ ponsabilidad en la profesión y tener posibilidades de gober­ nar los países, implicaba a la vez negar la importancia de los cambios biológicos que se producen en las hembras desde la menarquia hasta la menopausia. Negar también así mismo la dedicación y esfuerzo que significa la maternidad, y conside­ rar como excusas sin importancia y tendenciosas y malinten­ cionadas el estudio de las diferentes reacciones femeninas y las disímiles conductas de los hombres y de las mujeres ante estímulos y situaciones como el amor, la sexualidad, la fami­ lia, la amistad, la guerra, la violencia, el esfuerzo físico, el dolor, la tortura, la muerte, era imprescindible para conven­ cer a gobernantes y políticos de que debían aprobar legisla­ ciones que garantizasen todos los derechos a las mujeres. Durante dos siglos fue necesario que las dirigentes femi­ nistas aseguraran que ni la menor fuerza física y mayor grasa corporal del cuerpo femenino, ni la menstruación, los emba­ razos, los partos, las lactancias, los cambios hormonales deri­ vados de la menopausia, tenían la menor influencia en su conducta y reacciones, ni por supuesto limitaban su capaci­ dad de trabajo en las tareas intelectuales más arduas, ya que habían logrado demostrar que ni el menor peso o volumen del cerebro implicaba merma en la inteligencia. Esta batalla por anular las diferencias anatómicas-fisiológicas entre los hombres y las mujeres fue imprescindible, y tuvo a su vez resultados positivos ya que no cabe duda que los argumentos esgrimidos por el Movimiento Feminista domi­ nante más de cien años influyeron sobre las resoluciones que los gobernantes de los países occidentales acabaron tomando respecto a la igualdad de derechos. Prueba de ello es que la

numerosa literatura de países islámicos o hindúes donde la discriminación de la mujer se establece legalmente, y en los que los gobernantes se niegan rotundamente a aceptar un estatus igualitario para las mujeres, está basada en la descrip­ ción repetitiva de todas las diferencias anatómico-fisiológicas, biológicas que separan a los hombres de las mujeres, así como a la misión reproductora que éstas tienen que cumplir obligatoriamente. Pero denunciar la utilización tendenciosa de esas inevita­ bles -d e momento- diferencias no debiera significar en los tiempos actuales obligar a las mujeres a realizar tareas peno­ sas en el trabajo, obligarlas a cargar con pesos que exceden su fuerza física ni tampoco, como ha sucedido hasta ahora y sigue ocurriendo en los países menos desarrollados, que se vean obligadas a trabajar fuera del hogar en empleos que exi­ gen gran esfuerzo físico y dentro de él en la realización de todas las tareas tradicionales, además de parir y cuidar los hijos. Porque, como es evidente, esa vida padece todos los inconvenientes y no obtiene ninguna ventaja. Precisamente porque se les exige a las mujeres más esfuerzo que a nadie, se establece una injusta desigualdad. Por ello, cuando se planteó en Asturias la reclamación de varias mujeres para lograr un contrato de trabajo en las minas, y de esa reclamación hicieron bandera varias dirigentes femi­ nistas, incluido el Instituto de la Mujer, yo me opuse decidi­ damente. Mi larga experiencia como abogada laboralista y profesora de Derecho del Trabajo, me había enseñado cómo se puede explotar a las mujeres defendiendo hipócritamente el principio de igualdad. Esa igualdad que reclama las mismas oportunidades de ocupar un lugar en el mundo, de acuerdo con los merecimientos y las necesidades de cada uno, en cumplimiento del antiguo principio marxiano de “a cada uno según sus necesidades, de cada uno según su capacidad”; pero no exigiendo el mismo rendimiento a seres diferentes. Si el trabajo en las minas agota a los hombres, a las mujeres cuya diferente relación entre músculo y grasa las dificulta para realizar grandes esfuerzos físicos y levantar o mover grandes pesos, las destrozará. A la vez que nadie las exime de su labor reproductora y de cuidadoras de la familia y de

la casa. Se verán obligadas a realizar un sobreesfuerzo para cumplir con todas las obligaciones, compitiendo con los hom­ bres en desventajosas condiciones, soportando la burla encu­ bierta o descarada, imposibilitadas de alcanzar la prima o el destajo exigido y cobrando, en consecuencia, salarios mer­ mados que confirmarán su menor rendimiento. Este ejemplo de verse sometidas a una igualdad que pro­ duce la máxima desigualdad es semejante a la práctica repe­ tida en Estados Unidos de realizar tests de inteligencia a los negros, a los analfabetos y a las clases más ignorantes, según el baremo de las clases ricas blancas. Cuando los resultados de los primeros eran muy inferiores a los de los segundos, confirmaban las teorías racistas y clasistas sobre la inferiori­ dad intelectual de las razas de color y de los trabajadores.

LA COLONIZACIÓN INTELECTUAL A la discriminación que supone contratar mujeres para rea­ lizar trabajos que superan su fuerza física, se une la estrategia de la patronal que con ello provoca un encubierto esquirolaje contra los trabajadores varones. Aunque el rendimiento de las mujeres en esas tareas sea menor, siempre resulta rentable para el empresario que las retribuye miserablemente y que con ello logra hacer caer los salarios en todo el sector. Estas condiciones del trabajo explotado de las mujeres en las minas, las canteras, la construcción, la metalurgia y todas las ramas de la producción que exigen grandes esfuerzos físi­ cos, impuestas por la patronal desde el siglo XVIII, son sobra­ damente conocidas por las organizaciones sindicales. Hizo falta que se desarrollaran repetidas luchas obreras para lograr protección para el trabajo proletario de las mujeres y de los niños, a partir de implantar garantías de seguridad, atención médica, prohibiciones para los empresarios, etc. En la actua­ lidad esas conquistas se han perdido, y lo que es más peno­ so, se han despreciado por las propias mujeres. En este caso, otro ejemplo de igualitarismo, han sido las propias mujeres las que han pedido la supresión de las pro­ tecciones y garantías. Deseando incorporarse a un mercado

de trabajo que apenas les ofrece empleos, sufriendo un paro muy superior al masculino, han creído encontrar su oportu­ nidad en los sectores de la producción reservados a los hom­ bres. Y quienes defienden ideológicamente esta actitud, lo hacen basándose en la sempiterna reclamación de la igual­ dad. De tal modo muestran la colonización intelectual que sufren respecto a la ideología masculina. Esta siempre ha mostrado su rostro más hipócrita al acusar a las mujeres de exigir la igualdad y luego negarse a realizar los trabajos penosos que deben hacer los hombres. Porque para la ideología machista la especialidad reproductora que detentan en exclusiva las mujeres no constituye ninguna clase de desigualdad que constituye una gravosa hipoteca en su vida, pero en cambio les exige que cumplan con todos los tra­ bajos más duros en igualdad de rendimiento que los hombres, sea cual sea su capacidad física. Por supuesto no les ofrece la jefatura del gobierno ni la dirección de hospitales, o el recto­ rado de universidades. La concesión de igualdad de derechos a las mujeres supone para los que detentan el poder patriar­ cal inducirlas a romperse el espinazo en las minas y en el enganche de trenes e impedirles que asciendan a los puestos de decisión de la política, la economía y la cultura. Si las mujeres se someten gustosamente a estos dictados, haciendo suyos los argumentos que durante siglos han servi­ do a la burguesía para sobreexplotar a las mujeres y conver­ tirlas en competidoras de los obreros, es que el “lavado de cerebro” a que se han sido sometidas por parte del “agitprop” capitalista y patriarcal ha dado sin duda sus frutos. Porque esta interpretación de la reivindicación de la igual­ dad que hemos sostenido durante varios siglos desde el femi­ nismo es absolutamente espúrea. Las feministas que defendi­ mos la igualdad nunca pretendimos que su realización supu­ siera que las mujeres volviesen a trabajar eh las minas y en las canteras como en el siglo XIX. Parece que ciertas tenden­ cias feministas entienden que la conquista de nuevos objeti­ vos debe suponer la pérdida de los ya conseguidos. Nunca explicaron por qué consideraban aceptables hoy los trabajos que habían sido desechados por penosos, peligrosos e insa­ lubres, sólo medio siglo atrás.

Durante muchos años sostuve un agrio debate con los diri­ gentes e instructores del Partido Comunista sobre la partici­ pación igualitaria de las mujeres soviéticas en todos los pues­ tos de las diferentes ramas de producción. Recuerdo cómo les argumentaba que la lucha feminista de tantos siglos para con­ seguir la igualdad entre hombres y mujeres no perseguía pre­ cisamente que las mujeres estuviesen barriendo la nieve de las calles con una escoba, a veinte grados bajo cero. Mientras, por supuesto, en el Presidium y en Comité Central y en el Comité Ejecutivo no entraban mujeres. Para los dirigentes soviéticos la máxima de “ a cada cual según su necesidad” no tenía ninguna vigencia en relación a las mujeres. En definiti­ va, en la Unión Soviética, la igualdad de derechos sanciona­ da en la Constitución, había proporcionado muchos trabajos penosos, sin cualificación y mal pagados a las mujeres y muy pocos de dirección, prestigio y buenos ingresos. Del mismo modo están entendiendo hoy la igualdad las dirigentes feministas y socialistas españolas.

LA ASUNCIÓN DE LOS PEORES DEFECTOS MASCULINOS Al mismo tiempo las mujeres han unido a la práctica labo­ ral de la igualdad la asunción de los peores defectos mascu­ linos: la agresividad, la grosería, los modos bruscos, el len­ guaje obsceno, los tópicos de conversación salaces y machistas, y los deportes, los juegos y las diversiones brutales y por­ nográficas. Una rama del feminismo reivindica incluso la por­ nografía y la prostitución como un entretenimiento y un tra­ bajo aceptables y dignos de legalización y respeto social6. Resulta penoso comprobar que muchas mujeres jóvenes conducen con la brusquedad y agresividad que han sido siempre distintivo masculino, que no ceden el paso en la puerta a nadie, no usan ninguna fórmula de cortesía, son

6 G a r a i z a b a l , Cristina: “M atam os a l m en sajero”. P oder y libertad n .Q 14. P orn ografía, 1982, Ed. Partido Feminista de España, pgs. 34-35.

incapaces de saludar o de corresponder al saludo, empujan en los transportes públicos y en la calle y y responden con insultos cuando se les reprocha. Adoptando un aire decidido y hasta agresivo creen que han alcanzado la tan perseguida igualación con el hombre. Y en realidad es cierto que están mucho más cerca de la identidad masculina que sus madres, debido a esa equivocada socialización de las mujeres que ha adoptado nuestro país a partir del final de la dictadura. Ello es prueba de la importancia que tiene el proceso de enculturación, que comentaré más adelante en el capítulo dedicado a estudiar el feminismo de la diferencia. Desempeñar un trabajo asalariado, lograr los puestos altos tanto en la escala laboral como en la política, conseguir el reconocimiento social, permitirse decidir no tener hijos, man­ tenerse soltera, relacionarse sexualmente sin ataduras legales, y todas las libertades que las mujeres han conquistado en los últimos años, no tienen que ir aparejadas ni a la obligación de realizar tareas físicas que excedan la fuerza y la capacidad corporal de las trabajadoras ni a la adopción de modos de relacionarse agresivos y machistas. La igualdad entre hombres y mujeres reclamada por el feminismo durante siglos no pretendía convertir en machos a las mujeres. Tratábamos de lograr una síntesis de las virtudes y valores tanto femeninos como masculinos.

Capítulo n

EL FENÓMENO DE “EL ALARDE” DE IRÚN Como fenómeno representativo de esa concepción de la igualdad, que homogeneiza de forma acrítica las conductas que ha diseñado milenariamente la cultura patriarcal como propias de lo masculino y de lo femenino, podemos analizar la vindicación de las mujeres de Irún y de Fuenterrabía para participar con el mismo papel que los hombres en el desfile militar que conmemora cada año una victoria de las tropas de la ciudad sobre los enemigos franceses. Desde la época de la batalla, suceso que dio nacimiento a la mencionada fiesta, el desfile que la celebra era protagonizado únicamente por los hombres de la ciudad, y algunas mujeres que les acompaña­ ban lo hacían en calidad de cantineras, ataviadas acorde con su misión, mientras ellos van trajeados de soldados de la época. Desde hace unos años, unos grupos de mujeres de esas dos ciudades han decidido participar en la fiesta vestidas con traje militar y empuñando los trabucos y espingardas con que se mataran valientemente en el siglo XVIII los soldados espa­ ñoles y franceses. Los sectores más reaccionarios de la ciudad se opusieron rotundamente a la participación de las mujeres en la celebración de la victoria, incluido el propio Ayuntamiento organizador del evento. Y muchos convecinos lo hicieron incluso violentamente, tanto que cuando las patriotas se atrevieron a salir a la calle disfrazadas de solda­ dos las insultaron y agredieron. Ha sido preciso que se siguie­

ra un largo proceso judicial para que el Tribunal Supremo dic­ taminara la razón que asiste a las mujeres de Irún y Fuenterrabía para participar en el desfile de El Alarde. La reacción que provoca en los sectores más derechistas de la ciudad la prohibición de que las mujeres participen en esa fiesta, y aún más la persecución de que están haciendo víctimas a las que la vindican, inevitablemente obliga a defen­ derlas, apoyando su libertad de escoger. Pero esta respuesta no puede resolver, sin más análisis, el problema de fondo que constituye la definición de lo que el feminismo pretende en su larga ya reivindicación de la igualdad, y las contradiccio­ nes que ésta comporta. Desde la perspectiva de entender que los dos sexos del género humano tienen iguales capacidades, especialmente la de elegir, que en España el mandato constitucional así dispo­ ne, es evidente que las mujeres de Irún y Fuenterrabía tienen el derecho de participar en el desfile militar de “El Alarde”, si así lo desean. Como el de inscribirse en el Ejército y en la Guardia Civil y el de participar en los cuerpos de élite de ata­ que, derecho que últimamente se les había negado en Ejército y restituido por el Tribunal Constitucional. Pero habremos de examinar si esa igualdad y ese derecho agotan todas las aspiraciones feministas, para lo cual es evidente que tendremos que definir una vez más que entendemos por feminismo. Al haber reducido el Movimiento Feminista, en una estra­ tegia perfectamente consciente y establecida por los poderes, a unas cuantas reivindicaciones reformistas, ocultando y per­ siguiendo incluso aquellas tendencias que se definían como revolucionarias y pretendían alcanzar transformaciones radi­ cales del injusto sistema de reparto de la riqueza y del poder que impera en el mundo, se ha pervertido a la vez el sentido que de la igualdad se defendía en el feminismo. Al establecer la igualdad, no cómo la la suma de las mejo­ res cualidades y conductas masculina y femenina para lograr la superación de las opresiones y explotaciones, sino como la imitación de la conducta masculina, especialmente en lo peor, y es en éste aspecto en el que precisamente los hombres han permitido con mayor satisfacción la entrada de mujeres en un

mundo que hasta ese momento que se reservaban, se ha detenido el avance del feminismo e incluso se le ha hundido en el desprestigio. La inducción a que se somete a las muje­ res para que imiten las más detestables conductas que hasta ahora estaban casi siempre monopolizadas por los hombres, con el señuelo de que así se ejerce la igualdad, está dando ejemplos tan deplorables como la inscripción de cada vez más mujeres en el Ejército, en la policía, en la Guardia Civil; el auge de los “strip-tease” masculinos, a donde acuden enfervorizadas mujeres que pagan por quitarle los calzonci­ llos a unos cuantos gigolós, la implantación cada vez mayor de los combates de lucha libre entre mujeres y hasta la entra­ da de algunas en el toreo. La imitación de las conductas masculinas se extiende a otros ámbitos de la vida y de las profesiones. Las mujeres que acceden a puestos de responsabilidad se muestran más duras, más agresivas si cabe y menos compasivas que muchos hom­ bres. Para las feministas que en el campo del Derecho lucha­ mos arduamente a fin de lograr que se levantaran la prohibi­ ciones que pesaban sobre las mujeres para ejercer multitud de carreras jurídicas, ha constituido una enorme decepción comprobar que las últimas juezas dedicadas al Derecho de Familia, están mostrándose menos comprensivas y más crue­ les que los jueces con las mujeres que acuden a solicitar pro­ tección en casos de separación e incluso de violencia domés­ tica. Es proverbial también la figura de la directora de empre­ sa que se muestra más soberbia con sus subordinados, más exigente con las otras mujeres y menos dispuesta a otorgar protecciones y avances a los trabajadores a ella sometidos, que los otros directivos varones. En esta conducta influye también la tensión que esas mujeres han tenido que sufrir para alcanzar el puesto directi­ vo y el temor de ser juzgadas siempre antes por su sexo que por su conducta. Necesitan, a mayor abundamiento, la apro­ bación de sus jefes y compañeros varones y sienten pánico de ser calificadas de feministas si favorecen en algo a sus compañeras de sexo a ellas subordinadas. Siempre prevalece el baremo de valoración masculino según el cual sólo es apreciable aquella persona que se muestra tan dura y com­

petitiva como “un hombre”, siendo el término hombre enten­ dido no únicamente como un sustantivo sino fundamental­ mente como un calificativo. Son reiterados los ejemplos en los que los hombres han manifestado su admiración por una mujer mediante el reconocimiento de que debía poseer atri­ butos viriles. De Santiago Carrillo es la famosa frase en la que elogiaba a Dolores Ibárruri diciéndole: “¡Que gran hombre es esta mujer!” Es bien representativa de esta perversa conducta femenina Madeleine Albright, la Secretaria de Estado de EE.UU., la pri­ mera mujer en la historia que accede a un puesto de tal res­ ponsabilidad y que se muestra tanto o más dura que los hom­ bres que la han precedido en el cargo ordenando los infames bombardeos sobre Yugoslavia. Otra mujer recientemente con­ decorada por su valor y que logra el honor de ser elegida la primera mujer que viaja al espacio en el transbordador Columbia, Marie Eillen Collins, tiene como mérito en su curri­ culum haber participado como miembro del Ejército en la “guerra” de Granada; aquella inicua invasión por parte del Ejército de EE.UU. de una minúscula isla desprotegida del Caribe para destituir a su legítimo gobernador al que el gobierno estadounidense acusaba de marxista. Como vemos, un típico ejemplo de mujer producto del más introyectado colonialismo cultural patriarcal y machista.1

ARQUETIPO FEMENINO Cierto es que la ideología patriarcal diseñó un arquetipo femenino cargado de virtudes “positivas” y desprovisto de la agresividad, la violencia, la ambición, que se suponían patri­ monio exclusivo de los hombres. Desmitificar este modelo ha sido también, durante siglos, tarea que se adjudicó el femi­ nismo, arguyendo, con razón, que la psicología femenina era 1 La misma interpretación cabe hacer del nombramiento de la Secretaría de Estado del nuevo Presidente de Estados Unidos, George Busch, una conservadora ultraliberal, del ala dura del Partido Republi­ cano, que además es negra.

producto de la opresión y no del libre desarrollo de su per­ sonalidad, y que como en el lecho de Procusto, todas está­ bamos condicionadas desde el nacimiento por la educación patriarcal que se nos impartía en la cuna y en la casa, en la escuela y en la iglesia. Nos hemos cansado de repetir que ni la mansedumbre, la cobardía, la obediencia, eran virtudes sino defectos, y que tales características negativas no eran tampoco exclusivas de las mujeres. Mientras el valor, la necesaria agresividad ante las dificultades de la vida, la iniciativa, eran tanto virtudes mas­ culinas como femeninas. A la vez, desde la siempre reivindi­ cación de la igualdad, aceptábamos que las mujeres no eran seres perfectos, predispuestos desde su genética a hacer siempre el bien, soportar con paciencia las dificultades y dedicarse con abnegación al cuidado de los demás. Si sabía­ mos que la composición química de sus células era la misma que la de los hombres y que poseían el mismo número de circunvoluciones cerebrales, que eran capaces de compren­ der de idéntica manera las cuestiones más abstrusas de la ciencia y de la cultura, en el caso de que la educación y el ambiente social que rodeara a las niñas y a los niños fuesen los mismos, ellas y ellos se comportarían de manera seme­ jante. De tal modo, existirían tantas santas como santos, tan­ tas buenas madres como buenos padres y tantas asesinas como asesinos. No deseábamos reivindicar un tipo humano perfecto y melifluo, bien distinto del personaje violento, mal­ humorado y destructor que es el hombre, por el hecho de poseer unos genitales femeninos. Lo que Amelia Valcárcel denomina “el derecho a la maldad”. Por un lado el reconocimiento de esa semejanza de pul­ siones, deseos, sentimientos, que constituye el principio vital tanto para los hombres como para las mujeres. La aceptación de que lo humano es uno y múltiple, es siempre igual y tan­ tas veces distinto, irremediable y moldeable por la educación y la represión, independientemente de los atributos sexuales de los seres sobre los que opere, alejaría la exigencia de bon­ dad y comportamientos sacrificados a las mujeres. Pesada hipoteca que gravita sobre todas sus expectativas y ambicio­ nes, impidiéndoles tantas veces realizarse como persona

independiente de su situación de hijas, de su posibilidad de ser esposas, de su obligación de convertirse en madres. Y por otro lado, se juzgaría la mala conducta en una mujer con el mismo baremo que a los hombres, sin que la mayor exigen­ cia a las mujeres de que se comportasen con rectitud según las normas patriarcales, significase como hasta ahora una san­ ción mucho más severa tanto social como legalmente. Pero si bien la aceptación, incluso la vindicación, de la maldad en las mujeres, constituía un principio defendido en el feminismo -durante años repetí que las mujeres no eran santas, ni vírgenes ni reinas del hogar, ni queríamos serlo, tan sólo seres humanos-, ello no significaba que todas las espectativas que contemplaba y defendía el feminismo basculasen sobre tal principio. Es decir, que si bien era preciso que se aceptase la igualdad entre el hombre y la mujer en el terreno de la inteligencia, de la biología y de la fisiología, en todo lo que la especialidad reproductora no los diferenciaba, y en consecuencia también la evidencia de que los comporta­ mientos de ambos sexos serían iguales en cuanto la represión no torciese su tendencia natural, eso no significaba que con­ sideráramos perfecto, ni siquiera bueno o aceptable que la nueva sociedad igualitaria, obtenida a través de una educa­ ción idéntica para ambos sexos, no sólo mantuviese al hom­ bre en sus actuales niveles de agresividad y de crueldad, sino que impulsase a la mujer a comportarse de la misma manera. Entendiendo el feminismo como una ideología liberadora y emancipadora de los seres humanos, superadora incluso de las ideologías revolucionarias que nos habían precedido en las luchas modernas, como el anarquismo, el socialismo, el comunismo, entendíamos que el futuro que deseábamos para la humanidad era el de la superación de los antagonismos, las explotaciones y las opresiones entre los sexos y entre todas las clases oprimidas. No queríamos decir cuando pedíamos comprensión y equidad en la justicia que se impartía a las mujeres que golpeaban a sus hijos, que eran alcohólicas o que asesinaban, que estuviéramos defendiendo un mundo en el que no sólo no evitáramos que los hombres fueran golpe­ adores, alcohólicos o asesinos, sino que las mujeres se suma­ ran a ese número de seres asocíales que habían convertido

este planeta en un lugar en el que imperan la crueldad, la desigualdad y el crimen. En este punto me ha resultado muy interesante hallar en la revista Informativo Mujer de febrero de 1999, publicada en Paraguay, un artículo titulado “La fecha de la discordia” firmado por Verónica Villalba en el que se trata un tema muy semejante. Comenta la autora que cuando se acerca la fecha del 8 de marzo, conmemorativa del Día de la Mujer Paraguaya, la Coordinación de Mujeres del Paraguay, una de las más importantes redes de mujeres, decide no participar en los festejos de tal fecha organizados por la secretaría de la Mujer de la Presidencia de la República. La negativa se basa en que la fecha "reivindica valores con los que las inte­ grantes de esta organización no están de acuerdo” y añade: “¿Por qué las mujeres que declaramos ser feministas no esta­ mos de acuerdo en conmemorar esta fecha cuando cada vez es más recordada? Para responder a esta pregunta nos remi­ tiremos a responder otra ¿qué significa esta fecha y qué se festeja?. Para la historia oficial se conmemora el día en que se reunió la Primera Asamblea de Mujeres Paraguayas en el año 1867 durante la guerra contra la Triple Alianza (18651870) Las mujeres que integraban la Asamblea habían dona­ do sus joyas para contribuir con la compra de armamentos para la guerra... No nos gusta que a las mujeres paraguayas se las vea como las abnegadas y sumisas que dan todo de sí por la Patria, por el marido y por los y las hijas. Al reivindi­ car a las Residentas se valoriza la guerra, tan masculina y vio­ lenta, destacando un apoyo femenino de carácter pasivo y privado... El símbolo de esta fecha, lo que estas mujeres representan, no corresponde precisamente con el pensa­ miento y los ideales del feminismo que es pacifista y antimi­ litarista, y que además trata de rescatar otros valores y no los mismos que por tanto tiempo hicieron que estemos oprimi­ das. No festejar esa fecha significa quizás una forma de rebe­ larnos contra esa historia oficial que nos contaron siempre... la cuestión no sólo sea celebrar de forma distinta, recordan­ do las luchas y los avances, sino en rescatar fechas donde haya símbolos y significados que van ligados y que no se pueden separar...”

Me parece que esta larga cita apoya muy acertadamente la reflexión que me hago sobre la participación de las mujeres en festejos y conmemoraciones que ha impuesto la cultura patriarcal, donde los valores de la agresividad, la violencia, la guerra y la destrucción han sido siempre considerados positi­ vos y por tanto masculinos, sin que la opinión de las mujeres haya tenido lugar alguno en la ideología dominante. PIÉLAGO DE TRAMPAS En la misma línea de defensa de la igualdad, cuando exi­ gíamos igualdad de oportunidades para que al fin las mujeres pudiesen entrar en el mercado laboral en leal competición con los hombres, no queríamos que la mayor parte de las oportunidades que se les cedieran a ellas, si no las únicas, fuesen las de trabajar en el interior de las minas picando, arrastrando carretas, pulverizando piedras en las canteras y barriendo las calles. En mi ya anciano libro Los Derechos Laborales de la Mujer recuerdo como reclamaba que se libe­ rara a los trabajadores de la esclavitud de la mina y de la can­ tera. Reclamaba máquinas que sustituyeran el enorme esfuer­ zo físico de aquellos hombres que enterraban los mejores años de su vida en el pozo negro de las galerías subterráne­ as, para encontrarse en una vejez prematura con la salud arruinada por las enfermedades profesionales. Pues bien, la tristeza de mi madurez es comprobar como las mujeres han sido atraídas al piélago de trampas que la ter­ giversación de las reclamaciones de igualdad han tendido los hombres. Basándose en las proclamas feministas han ofreci­ do a las mujeres trabajos indeseables y muchas veces irreali­ zables para su estructura y fuerza física, peligrosos para las salud de sus órganos reproductores, con la máscara de la libe­ ralidad y el desafío sarcástico: “¿no queríais igualdad? ¿no podéis realizar estas tareas? ¿dónde se encuentra entonces vuestra capacidad? Ya veis, tanto gritar para acabar recono­ ciendo que no podéis levantar sacos de cincuenta kilos de peso”. El fracaso consiste en que se ha engañado a las muje­ res y no se ha hecho nada para aliviar a los hombres de los más penosos trabajos.

Esta estrategia impulsada por los hombres, les permite rea­ lizar una crítica despreciativa de la falta de capacidad de las mujeres para las tareas que exigen una mayor fuerza física. Permiten la entrada de las mujeres en los grupos de comba­ te de élite, en las fuerzas de choque del ejército o de las uni­ dades especiales, de la Guardia Civil, así como en los traba­ jos más penosos en el interior de las minas, en las canteras, en las carreteras, y se las desafía a que demuestren no sólo su capacidad y su conducta masculinas, sino si poseen la sufi­ ciente fuerza física para competir con ellos, cuando no se aprovecha a la vez para someterlas a todas clases de vejacio­ nes y humillaciones físicas y sexuales. De no conseguirlo en algunas ocasiones, los mandos se permiten la burla y la des­ calificación inmediatas y repiten los viejos argumentos contra la incapacidad femenina para las tareas masculinas. Como éste es un riesgo que ellas conocen muy bien, las que se arriesgan a aceptar el desafío se extenúan en el esfuerzo de demostrar que a pesar de su morfología femenina pueden levantar pesos, enganchar trenes, acuchillar toros, pegar y matar personas con la misma eficacia que los hombres. Y mientras unas cuantas dedican su tiempo y sus energías a tan estériles y hasta nocivas tareas, y las demás las contemplan con admiración, los más nobles objetivos del feminismo que­ dan ocultos y olvidados. En cuanto al ingreso de mujeres en el Ejército, a mayor abundamiento, los hombres permiten su incorporación a tare­ as que ya ellos no quieren. Cuando el rechazo de los varones a realizar el servicio militar ha obligado a los gobiernos a implantar el Ejército profesional, se ha permitido el ingreso de mujeres, y es patético saber que ellas son más entusiastas -hay quien asegura también que más necesitadas de empleo que sus compañeros masculinos- en solicitar una plaza en la organización militar. Retomando el tema de “El Alarde”, que resulta emblemáti­ co para los grupos de mujeres empeñadas en participar en el desfile militar que conmemora una victoria sobre los enemi­ gos franceses hace más de doscientos años, se ha perdido, incluso en el seno del feminismo, el análisis profundo de lo que tal celebración significa y del verdadero comportamiento

feminista que deberían tener las mujeres. La obnubilación de las que reclaman su participación en “El Alarde” forma parte de la colonización cultural que los hombres ejercen sobre las mujeres.

CULTURA PATRIARCAL Una de las importantes cuestiones que no se ha estudiado desde el punto de vista feminista ha sido la del patriotismo y su relación con las mujeres. Diría que únicamente el clásico ensayo de Virginia Woolf Tres Guineas trata tan espinosa cuestión desde un punto de vista feminista. Y desde tal fecha no se ha vuelto retomar, más temerosas las dirigentes y teóri­ cas feministas de irritar los sensibles sentimientos patrióticos, que de alcanzar una visión clara y progresista sobre el tema. Del mismo modo tampoco se han criticado las fiestas populares, el folcklore, las celebraciones religiosas que se perpetúan en toda España, a despecho de la recuperación de la democracia. A ello se suman los recelos que suscitan hoy las críticas a las culturas nacionales, tanto en España como en otros países, debido a la denuncia de etnocentrismo que los antropólogos se han ocupado de difundir. Por ello las femi­ nistas no se han decidido nunca a declarar inaceptables e indeseables las costumbres y tradiciones que se dedican a maltratar animales, destrozar el medio ambiente, celebrar fies­ tas sangrientas como los toros, y a permitir y a excitar los peores sentimientos: racismo, xenofobia, chovinismo. Recuerdo la molestia que sintieron algunos amigos y compa­ ñeros por mi libro El Alboroto Español, donde criticaba muchas de estas fiestas populares. Cuando las mujeres de Irún y de Fuenterrabía se sienten tan orgullosas de participar en la fiesta militar al lado de los hombres, es porque reciben parte de los honores que los hombres se reservaron para sí durante dos siglos por la haza­ ña de derrotar militarmente al enemigo. Los hombres siempre consideraron un honor participar en la lucha armada, por ello también siempre excluyeron de ella a las mujeres, y celebra­ ron las victorias militares con gran fasto. En tiempos antiguos

se hacía arrastrando a los vencidos atados al caballo como esclavos, exhibiendo las cabezas de los enemigos, quemando los pueblos y violando las mujeres. (Desgraciadamente en tiempos no tan antiguos también se han realizado tales haza­ ñas, como en la Segunda Guerra Mundial o en la de Bosnia) Pero desde un tiempo aquí ya no se consideran correctas semejantes exhibiciones. Resulta impensable que las tropas de la OTAN organizaran un desfile triunfal para celebrar la guerra del Golfo, los bombardeos sobre Yugoslavia o cual­ quier otra “victoria” semejante. Creo que el desfile de París por la liberación de la ocupación nazi, ha sido el último que hemos presenciado en la época actual, exceptuando los des­ files de la victoria organizados por Franco, y que eran conse­ cuentes con lo que significaba el imperio de su dictadura. Quedan restos de esas celebraciones en las fiestas popu­ lares, que pretenden olvidar con la charanga, la alegría y el baile, que lo que están conmemorando es una más de las dañinas y estériles batallas que enfrentaron a los seres huma­ nos de dos países, en beneficio de sus reyes y clases domi­ nantes, y en las que únicamente se logró muertos, heridos, inválidos, familias destrozadas y ciudades arrasadas en uno y otro bando. Contemplando con la distancia y críticas necesa­ rias la celebración de “El Alarde” en esta España unida hoy a Francia por la Unión Europea, resulta más que ridículo ese “alarde” de fuerza, de símbolos militares, de canciones de agresión y violencia, de uniformes y banderas, con el que mantienen la memoria viva de uno más de los tristes episo­ dios de enfrentamiento entre los dos países. Incapaces al parecer, las mujeres, de ofrecer una fiesta alternativa, en la que la diversión, los disfraces, las comidas y las músicas no signifiquen ninguna victoria militar, sino el feliz disfrute de una paz y una alegría duraderas, rechazando con ello ese apolillado patriotismo que sólo significa reaccionarismo, mantenimiento de los más rancios valores que el fas­ cismo supo tan bien resucitar en un país que nunca se deci­ de a echar siete llaves al sepulcro del Cid; han aceptado, alborozadas y contentas, toda esa ridicula parafernalia, que mantiene los símbolos machistas por excelencia, sin poner en cuestión qué significa todo ello para las mujeres, qué papel

representan en él, que sentimientos se despiertan en ellas aprendidos de los hombres y que total falta de autonomía padecen en la elaboración de una simbología en la que ellas no han participado nunca.

Capítulo m

LA FEMINIZACIÓN DE LA POBREZA. COMO ALCANZAR UN PUESTO DE PODER En la primavera de 1990 una mujer se licenció con el número uno de su promoción en la Escuela empresarial ESADE de Barcelona, y fue la única entre los primeros gra­ duados que no encontró empleo al terminar la carrera. Una reciente estadística escalofriante, nos explica que el 67% de las mujeres que poseen una inteligencia superior, de las cali­ ficadas de superdotadas, están en su hogar realizando las labores domésticas. Y mientras las mujeres sólo constituyen el 12% de todos los altos cargos de la Administración Pública, en la empresa privada ni siquiera obtienen porcentaje. Las grandes estadísticas mundiales no dejan tampoco mucho lugar a la confianza en que el futuro inmediato nos permita ver la igualdad entre hombres y mujeres: únicamen­ te el 10% de los gobiernos está dirigido por mujeres. Estas minúsculas cifras de la participación de las mujeres en los altos puestos de dirección de la política, la empresa privada y el gobierno de los países, tienen su contrario cuan­ do hablamos de los últimos puestos de la escala social y labo­ ral. Ya en 1980, en la Conferencia del Primer Quinquenio de la Mujer, la OIT publicó un informe explicando, por primera vez, que mientras las mujeres trabajaban las dos terceras par­ tes de las horas de trabajo del mundo, únicamente percibían por ello el 10% de los salarios y sólo poseían el 1% de los

bienes. Pero si penosa era esa situación hace quince años, en la Conferencia de la Mujer celebrada en Pekín en septiembre de 1995, el informe de la OIT era todavía más desanimador, ya que en ese período de tiempo los salarios de las mujeres habían descendido al 5%. Algunos datos de los que se informaron allí no dejan lugar a consideraciones panglosianamente optimistas: De los 1.300 millones de pobres que en el planeta apenas pueden sobre­ vivir, 1.000 son mujeres. Es constante el avance de lo que ya en términos económicos se denomina “la feminización de la pobreza”, y que se configura como el aumento de familias monoparentales cuya responsable de su mantenimiento es una mujer, que debe garantizar la subsistencia de hijos, her­ manos o padres en condiciones cada vez más penosas. Cada seis minutos una mujer es violada en el mundo, los malos tra­ tos a la mujer han sido definidos por la ONU como “el cri­ men encubierto más numeroso del mundo”, 100 millones de abortos se producen cada año, de los que el 80% lo son en condiciones de ilegalidad o clandestinidad, con las consi­ guientes secuelas de enfermedades crónicas, esterilidad o muerte. Bien es cierto que en nuestro afortunado país, que perte­ nece al continente más rico del planeta, y que desde hace varias décadas ha aumentado espectacularmente su desarrollo, la marginación de las mujeres de los puestos de decisión polí­ tica y profesional se ha amenguado desde los infames tiempos de la dictadura. Las cifras lo explican con claridad. Quizá no sea del dominio público que la tasa de actividad femenina de 1887, el 17,2%, no volvió a ser semejante, el 15,2%, hasta 1960.1 Durante toda la década de los cincuenta estuvo en el 13%, la misma que en Turquía. En 1995 alcanzamos el 33%. Pero este indudable avance en la participación de las mujeres españolas en la población activa no debe inducirnos a error, ya que únicamente significa que ese es el porcentaje de mujeres en edad laboral que reclama un empleo, no que lo consiga. Y aún menos que se trate de un empleo estable y

1 E sp in a ,

1985

bien remunerado. En realidad, únicamente el 27% de mujeres tiene un trabajo asalariado que es la misma proporción que en Paraguay, lo que significa que España es el país de la Unión Europea con menos población trabajadora femenina. A esta situación se suma que el paro bate sobre ellas con mucha más fuerza que sobre sus compañeros varones. Mientras sólo uno de cada tres ocupados es mujer, uno de cada dos para­ dos es mujer. Las mayores tasas de desempleo corresponden a las mujeres más jóvenes, dos de cada cinco mujeres activas entre 20 y 24 años se encuentran en paro. La responsabilidad del cuidado del hogar y de los hijos que recae sobre las mujeres en exclusiva causa un efecto que impide de manera evidente la participación de las mujeres casadas en el mercado, laboral. Sólo una de cada tres mujeres casadas entre 30 y 35 años participa, en comparación con cuatro de cada cinco solteras. Si consideramos el impacto de tos hijos, sólo dos de cada cinco mujeres madres de niños manores de tres años, participan. Además, el fenómeno del paro parece hacerse endémico entre las mujeres. Así, la pro­ babilidad de estar parada para las mujeres con diferentes características socio-económicas como la edad, el estado civil, la relación con la persona principal de la vivienda y el nivel de estudios, se estima que ha aumentado sistemáticamente.2 Poseemos en cambio, para balancear, el mayor número de amas de casa de toda Europa, con 9.000.000 de mujeres que constan en el censo con la única profesión de sus labores. En ese mismo año de 1995, en que se celebró la Conferencia de Pekín, las mujeres españolas sólo percibieron el 18% de la renta nacional. El 82% restante fue a parar a los hombres. De continuar este orden de reparto de la desigualdad, no sería imposible que se cumpliera la previsión de la OIT de que para alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres debemos espe­ rar ¡475 años!

2 M o l t ó , María Luisa, La Crisis Económica y la situación de las mujeres en el Mercado laboral - Feminismo y Estado del Bienestar. IV Taller organizado por el Forum de Política Feminista. Madrid, 1994, Pgs. 81 y ss.

¿COMO ALCANZAR UN PUESTO DE PODER? Nadie podría imaginar que, en tales condiciones, sea fácil para una mujer en nuestro país alcanzar un puesto directivo ni en la empresa privada ni en los centros de poder público ni en los partidos políticos. La desconfianza de empresarios, dirigentes de partidos políticos y representantes del sexo masculino, que se oponen a la promoción de mujeres a cargos de responsabilidad, se muestra cotidianamente en los comentarios que realizan los creadores de opinión en los medios de comunicación, en los de los “compañeros” de trabajo y de actividad política, en la oposición, tantas veces feroz, que ejercen los burós políticos de los partidos para aceptar la nominación de mujeres en puestos de salida de las listas electorales en su propio parti­ do, y contra su nombramiento para altos cargos de la admi­ nistración A ello hay que añadir, como condicionamiento fun­ damental, la obligación que agobia a la mayoría de las muje­ res de cumplir con las funciones asignadas a su condición femenina. Designadas por la división sexual del trabajo, a las tareas reproductoras, las mujeres son ante todo amas de casa y madres. Y nadie va a sustituirlas ni a eximirlas de las penali­ dades de la maternidad ni del cumplimiento de la crianza de los niños y del servicio al marido, si no pende sobre ellas, además, el cuidado de ancianos y enfermos. Poca ayuda parecen recibir, en estas tareas, del marido, amante o “com­ pañero” de vida. La última encuesta realizada por el Instituto de la Mujer, indicaba que los hombres dedicaban ¡6 minutos! diarios al trabajo de la casa. No puedo imaginar qué se puede hacer en un hogar en 6 minutos. No es de extrañar que un buen número de mujeres, que han seguido su vocación política, sean solteras, viudas o divorciadas, o se hayan decidido a ello cuando los hijos no necesitaban sus cuidados constantes. De la universalidad de este destino femenino tenemos buenos ejemplos en las que son o han sido jefas de Estado, presidentas de gobierno o ministras. En oriente es proverbial la posibilidad que se les ofrece a las viudas de los hombres políticos de ocupar el

puesto de su marido, si a la muerte de aquellos todavía ella se encuentra con fuerzas para desempeñar tal tarea. En nuestro país, el plantel de mujeres que han accedido a la política en la última década, han ocupado puestos de poder, en dosis homeopáticas, en feliz frase de la feminista y filósofa francesa Suzanne Blaise. Es decir, aunque hoy no es preciso ser soltera, viuda o divorciada, para tener un puesto dirigente en un partido político y hasta en el Ejecutivo del país, eso ayuda considerablemente. Como se puede comprobar repasando las biografías de las mujeres que más han figurado en el Parlamento y que han ocupado ministerios en las últimas legis­ laturas. Por ejemplo, ninguna de las que han sido portavoces de su partido en la Cámara y la mayoría de las ministras han tenido hijos, algunas incluso han vivido siempre solas, y úni­ camente una exhibe familia numerosa. Son, por tanto, escasas aquellas que cuentan con el apoyo de marido y de hijos en su lucha por alcanzar puestos de poder, y siempre exhibidas como casos excepcionales, dignos de envi­ dia. Es notorio que, por el contrario, los hombres cuentan con la inestimable ayuda de madres, novias, esposas, amantes e hijas, en el duro camino de ascenso al poder político. Pero no son éstos los únicos -aunque fundamentalesaspectos a destacar en la desigual lucha que deben librar las mujeres para alcanzar un poquito del poder que detentan los hombres. Aquellas que han tocado el cielo con la mano, lo han con­ seguido apoyadas por el colectivo masculino en cuyo seno se han formado, como recompensa a su disciplina y adaptación a las normas impuestas por aquel y que ellas deben cumplir sin discusión ni demora. Si en los partidos políticos lo que más se prima para alcanzar puestos de poder es la obedien­ cia al aparato, esta regla no tiene excepciones cuando se trata de mujeres. Aquellas que, por su nacimiento o sus relaciones familiares, se encuentran situadas más cerca de la cúpula diri­ gente, pueden ser escogidas para algunos órganos de direc­ ción, siempre que acaten las normas establecidas por la ide­ ología machista dominante. Aquellas que no poseen apellidos relacionados con las familias en el poder y cuya lucha indivi­ dual, generalmente muy dura, y su capacidad intelectual han

logrado superar las trabas, competir con éxito con los varo­ nes y alcanzar puestos de responsabilidad, deben, con mucho más rigor que las otras, cumplir con las expectativas, tanto desde el punto de vista ideológico como de la praxis, que ha depositado en ellas el colectivo masculino.

LA COMPETENCIA ENTRE MUJERES Pero ¿que sucede cuándo aún a pesar de tantas dificulta­ des alguna consigue alcanzar tan inalcanzable y ambicionado puesto? Imbuidas como están de su mérito, producto de su excepcionalidad, rencorosas por el gran coste que para ellas ha supuesto la batalla desigual que han tenido que librar, con una dedicación a su trabajo mucho mayor que la de sus com­ pañeros varones, soportando agresiones machistas de los hombres de su entorno y muchas veces, más dolorosamente aún, renunciando a amores, matrimonio e hijos, se muestran duras e insolidarias con las otras mujeres. Siempre he repetido que el feminismo no es condición que se produce automáticamente por su pertenencia a un sexo u otro. Ni las características fisiológicas y biológicas de los seres humanos ni los códigos genéticos establecen auto­ máticamente adscripciones ideológicas del mismo modo que capacidades físicas. Ser mujer, negro o proletario, sig­ nifica estar explotado como clase social y económica, ocu­ par un puesto predeterminado en la producción, recibir una parte mínima de la riqueza que producen y tener unas relaciones de producción de opresión con las otras clases, pero no, desgraciadamente, asumir, de forma inmediata, como las reacciones de los perros de Paulov, unas convic­ ciones ideológicas que les lleven a luchar contra tal explo­ tación. Una proporción desdichadamente grande de las mujeres que acceden a puestos de poder, tiene a gala incluso ser más severa con otras mujeres que con los hombres, considera que si a “ella nadie le ha regalado, nada” no tiene por qué estable­ cer una cadena de solidaridades y ayuda con otras compañe­ ras. Antes suele apoyar las iniciativas masculinas que las de las

mujeres, y es común que repita que ella no es feminista, que está en contra de las cuotas femeninas, y que lo único que hay que premiar es el mérito, la inteligencia y el trabajo, sean del sexo que sean. Lo que quiere decir que procurará cuidadosa­ mente no rodearse de mujeres que puedan minimizar su pro­ pio éxito basado fundamentalmente en su excepcionalidad. Esas mujeres saben que el único apoyo que puede serles efi­ caz para alcanzar sus objetivos les llegará del colectivo mascu­ lino, y que para asegurarse éste deben ser amables, obedientes y hasta sumisas con las normas que los dirigentes varones emi­ ten y cumplir sus órdenes puntualmente y sin objeciones. Este orden de cosas en la disputa por el poder por parte de las mujeres, no acontece ni por casualidad ni por extrañas conspiraciones protagonizadas por malvadas. Como todas las ideologías deriva de las condiciones materiales en que se halla inserto un colectivo humano. ¿Cómo extrañamos de la conducta de quienes pertenecen a la clase más explotada, más oprimida, más pobre, de todos los países? ¿Cómo pre­ tender que cuando no se tiene ni prestigio social, ni recono­ cimiento intelectual, ni poder económico, ni poder político, se adquieran por arte mágico cualidades de dignidad, aprecio propio, solidaridad de clase?

LA ALIENACIÓN DE LA IDEOLOGÍA DOMINANTE. DE LA SOLIDARIDAD FEMENINA. ¿EXISTE LA SORORIDAD? Las mujeres no sólo son víctimas de la explotación econó­ mica, de la opresión cultural, del desprecio social, sino y muy gravemente de la alienación que la ideología machista domi­ nante opera sobre ellas. Los mitos y los símbolos establecidos por la cultura masculina, son asumidos e interiorizados por las mujeres, a las que se domestica desde el nacimiento para asumirlos: -La admiración por todo lo masculino ante el reconoci­ miento de que los hombres son más inteligentes, más fuertes, más serenos, más constantes, más racionales.

-El desprecio por lo femenino, ya que las mujeres son his­ téricas, menos dotadas para el razonamiento lógico, inconstan­ tes, débiles, incapaces de llevar adelante empresas importantes. -La rivalidad entre mujeres, simbolizada por el papel de la suegra y su enfrentamiento con la nuera, el de la esposa y la amante, el de la madre y la hija, el de las cuñadas. Mujeres todas a las que una educación machista ha enseñado a ser enemigas para conseguir los favores de un hombre, cuya capacidad y cualidades distan mucho, la mayoría de las veces, de ser admirables. -La fraternidad masculina como valor personal y social, que se manifiesta en los mitos de los caballeros, en la amistad de los soldados, en la lealtad de los camaradas de partido. Los hombres unidos por luchas y objetivos sociales y políticos; las mujeres enfrentadas por mezquinas envidias y pequeñas riva­ lidades para alcanzar su objetivo personal que es conseguir el favor de un sólo hombre, del que dependerá todo su futuro. -La convicción de que las mujeres son las peores enemi­ gas de las propias mujeres, y que las mujeres son las culpa­ bles de la propia desgracia que sufren. Convencimiento éste muy querido por los hombres, que de tal modo consiguen convertir a las víctimas en culpables. Es imposible, por tanto, que sin la asunción de una pro­ funda ideología feminista, que lleve a las mujeres a mantener una ética de la sororidad, aquellas pocas que alcancen puestos de poder se conviertan en abanderadas de la promoción feme­ nina, en hermanas de solidaridad. Más bien, al contrario, se convertirán en enemigas, cumpliendo con ello los deseos mas­ culinos. De tal modo, los dirigentes de su partido no tendrán que enfrentarse con el que podría convertirse en un colectivo femenino unido, y pueden mostrarse generosos concediendo su protección paternalista a unas pocas “compañeras”.

EL PELIGRO DE EXALTAR LA DIFERENCIA Pero no por denunciar la tanática cultura masculina debe­ mos caer en el error de exaltar las tradicionales virtudes feme­ ninas como única alternativa al poderío de los hombres.

Reivindicar la tolerancia, la amabilidad, la ternura, la corrección, la paciencia en las relaciones humanas, no puede convertirse en el único mensaje feminista. El valor, la respon­ sabilidad, la toma de decisiones, cualidades todas atribuidas hasta ahora a los hombres, son valores que las mujeres deben reivindicar como propios, como así son según nos demuestra la historia femenina, y calificarlos de positivos. Apartarse de las contiendas políticas, negarse a participar en las luchas por el poder, asegurar que la corrupción, la mentira, las zancadillas y las deslealtades personales, son patrimonio exclusivo de la política, es también una tergiver­ sación de la historia y de la realidad. No sólo tales conductas se producen en todos los ámbitos del quehacer humano: la familia, el matrimonio, las relaciones con los amigos y com­ pañeros de trabajo, y las mujeres no están exentas de tales vicios, sino que existen también otros modos de hacer políti­ ca, más leales y honrados. Esos que el feminismo tiene la obligación de implantar entre las mujeres, y de los que debe­ mos dar ejemplo a los hombres.

NI IMITAR LA IGUALDAD Ni imitar estúpidamente las maneras masculinas en el ejer­ cicio del poder. Como todos los oprimidos, en especial los colonizados, las mujeres que acceden a puestos de poder, por méritos individuales, tras haber sufrido el rosario de humilla­ ciones, zancadillas e inconvenientes que es habitual, se sitú­ an en él, imitando miméticamente el estilo que los hombres les han enseñado. Desean representar el mismo papel, repro­ ducen el lenguaje, el modo de vestir y repiten sus ideas. En la magistral obra del dirigente nacionalista, y teórico de la independencia tunecina Albert Memmi, La psicología del colonizado encontramos un perfecto retrato de las carencias, los vicios y las debilidades de la psicología femenina, por comparación con las mismas alienaciones que padecen los pueblos sometidos al poder colonial. La mítica igualdad por la que tanto hemos trabajado desde el feminismo se puede convertir en una caricatura de mujer

masculinizada. Si observamos con atención, los moldes de la igualdad se están cumpliendo mediante el corruptor ejercicio cotidiano de que las mujeres imiten las conductas depreda­ doras de los hombres. Ellas son ahora las que aumentan la tasa de fumadoras y de bebedoras, las que conducen peli­ grosamente, las que quieren entrar en los campos de fútbol y de rugby, e incluso las que forman parte y dirigen pandillas violentas en las ciudades, agrediendo y hasta asesinando a otras muchachitas. Un fenómeno evidente de la masculinización de, las mujeres es que todas las que pretenden desarro­ llar una profesión de prestigio se visten de hombre. El traje de chaqueta oscuro con pantalón, camisa clara y hasta cor­ bata se ha convertido en el uniforme de las ejecutivas y pro­ fesionales En ninguna medida semejante encontramos una feminiza­ ción de la conducta masculina, ni en lo privado ni en lo público. Dos ejemplos representativos nos muestran la indi­ ferencia y el rechazo con que los hombres responden a las ingenuas llamadas a la participación en las labores domésti­ cas y en el control de la natalidad, que desde varios sectores del feminismo se hacen continuamente: Amen de esos emble­ máticos seis minutos diarios que los hombres españoles entregan al bienestar doméstico, en toda España, en los últi­ mos cinco años únicamente doscientos hombres han solicita­ do el permiso de paternidad que la ley concede durante los seis meses posteriores al nacimiento de un hijo, frente a las doscientas cincuenta mil mujeres que tuvieron que reclamar­ l o para cuidar a sus hijos, y en todos los casos se trataba de aquellos que se encontraban incómodos y marginados en su trabajo. Y en segundo lugar, ante el nuevo descubrimiento de una inyección anticonceptiva masculina, todos los interroga­ dos han manifestado que ellos no la usarían en ningún caso. Sigue siendo patético el rechazo de los hombres a utilizar pre­ servativos para evitarle a su pareja un embarazo no deseado, mientras su uso se ha incrementado únicamente por el miedo de contraer el sida.

Capítulo IV

LAS REFORMAS: CUOTAS, PARIDAD, DISCRIMINACIÓN POSITIVA La resignación de los pequeños avances se ha instalado en el seno de las feministas e incluso en ciertos sectores del movimiento. ¿Quién recuerda ya aquella contundente defini­ ción del movimiento en 1975 como “autónomo, indepen­ diente de los partidos políticos y revolucionario”? Hoy el feminismo está silenciado y oculto por la prepotencia de los partidos políticos. Incluso las mujeres de éstos partidos son antes partidarias que feministas y cuando hacen declaraciones o inician una estrategia determinada para lograr la implanta­ ción de cuotas o de la paridad, persiguen fundamentalmente su propia promoción o la introducción de mejoras para las mujeres de su propio partido. Cuando el fin es adoptar medidas que repercutan en el bienestar de todas mujeres se hace desde la política del Estado, y las asociaciones de mujeres que han surgido como setas en los últimos quince años únicamente realizan trabajos de asistencia social con financiación estatal que sustituyen a los servicios que deberían prestar las instituciones oficiales. Pocos son los grupos feministas que sobreviven como tales, aparte de los Partidos Feministas. Nos encontramos en un periodo de crisis, en el que el feminismo, como otras ideologías, parece no encontrar el camino de avance, tras haber contabilizado ya los logros

alcanzados en estos últimos veinte años. La instalación satis­ fecha en los parámetros de la democracia política burguesa que impera en todo el mundo occidental, y que a las diri­ gentes políticas de casi todos los partidos les satisface tanto, ha significado en realidad el abandono de las demandas de democracia social y reparto de la riqueza que parecían irrenunciables para el feminismo hace treinta años. Lo que queda del Movimiento Feminista se debate ante la evidencia de encontrarse repitiendo acciones y programas que no aportan novedades y que tampoco permiten avanzar hacia una eficaz presencia de la mujer en la sociedad ni una fuerte influencia feminista en las decisiones políticas. La “paridad” de las francesas, las cuotas femeninas implan­ tadas en Europa y Estados Unidos, las ayudas sociales a las mujeres en situación de crisis, han significado estrategias positivas para aumentar la presencia de mujeres en la Universidad, en la administración pública, en los puestos de decisión de los partidos políticos y en los altos cargos de los ejecutivos. Pero no solo el avance eri España se realiza en dosis homeopáticas -com o dice Suzanne Blaise-, de modo que los resultados se recogen con tal lentitud que una gene­ ración entera de mujeres se consumirá antes de llegar a las cotas alcanzadas en los países nórdicos, sino que ni en éstos tales avances han significado un cambio cualitativo en las relaciones de poder entre hombres y mujeres. Las informaciones que poseemos después medio siglo de implantación de los estados del Bienestar en los países escan­ dinavos atemperan mucho el entusiasmo que las españolas sentíamos ante su experiencia. Ninguna de las medidas acor­ dadas en esos países han sido ni tan radicales ni tan benefi­ ciosas como nos contaban, y los resultados mucho menos exitosos de lo que creíamos.

EL ESTADO DEL BIENESTAR La escritora y profesora noruega Helga María Hemes que ha dedicado largo tiempo a estudiar las características de los Estados del bienestar de los países escandinavos, y especial­

mente las consecuencias que han tenido para la vida coti­ diana de las mujeres y su progreso hacia la igualdad con los hombres,1 explica cómo el evidente bienestar social de que gozan las mujeres escandinavas no dispone de tantas venta­ jas, ni éstas han alcanzado la igualdad con el hombre que se les atribuye en otros países. Cierto es que el nivel de calidad de vida alcanzado en Noruega, Suecia, Finlandia y Dinamarca a través de la política de subvenciones y ayudas estatales a los más desfavorecidos es muy alto, en comparación con el de otros países y especialmente de España. Pero también en Escandinavia las mujeres se benefician en mucha menor medida que los hombres de las ayudas sociales, de tal forma que aquellas siguen constituyendo la clase social y económi­ ca más desfavorecida, con un reparto de la riqueza que prima evidentemente a los varones. Esta crítica no sólo está sustentada por Hernes. Gósta Esping-Andersen en un libro muy controvertido Los Tres Mundos del Capitalismo del Bienestar estudia concienzuda­ mente las grandes carencias que ese sistema mantiene. Explica como el Estado escandinavo ha creado un amplio mercado de trabajo en el sector público que ha servido para reclutar mujeres en los servicios, manteniendo la persistente división sexual del trabajo que ya existe dentro del mercado de trabajo y en la familia. Las leyes protectoras establecidas por la socialdemocracia en los años de postguerra, asumieron la división por sexos entre trabajo asalariado y trabajo domés­ tico. En esa primera etapa, las mujeres casadas, y las madres especialmente, se quedaron en el hogar mantenidas econó­ micamente y dependiendo de sus maridos. En el mismo sentido la escritora noruega Arnlaug Leira , del Instituto de Investigaciones Sociológicas de Oslo escribe: “La influencia de la familia nuclear con diferencias de géne­ ros, en la cual el marido es el que provee económicamente y la mujer y los niños son dependientes, es claramente eviden­ te en el Plan de Seguridad Social Nacional comúnmente con­

1 Existe traducción castellana de El p o d er d e las m ujeres y el E stado d el Bienestar. Vindicación Feminista Publicaciones, Madrid, 1990.

siderado como uno de los puntos de inflexión del Estado del Bienestar noruego (...) El empleo formal es en algunos casos la condición para el acceso a un derecho; en otros casos pro­ porciona una prestación más generosa. Por ejemplo, el empleo formal es la condición para el acceso a un derecho a algunas prestaciones como la de enfermedad y la de desem­ pleo. Así, una madre que quiere volver al empleo, cuando sus niños son mayores, no tiene derecho a la prestación de des­ empleo en el caso de que no encuentre trabajo. Del mismo modo, las pensiones de invalidez y de vejez son más impor­ tantes cuando se ha trabajado. Así, las mujeres constituyen una gran mayoría entre las que tienen las pensiones más bajas.”2 “Hasta ahora -sigue comentando Leira- la construcción del Plan de Seguridad Social ha favorecido claramente a los ciu­ dadanos empleados a tiempo completo durante toda la vida, y por tanto los modelos de carrera típicamente masculinos más que a las mujeres.”3 Cierto es que la participación de las mujeres escandinavas en el mercado de trabajo era mayor que la de los demás Estados de la Unión Europea. Pero aun­ que la participación de las mujeres igualaba casi a la de los hombres, ésta circunstancia no se ha traducido en la integra­ ción en el mercado de trabajo en términos de igualdad. “Por el contrario, añade esta autora, el mercado de trabajo en Noruega y Suecia muestra una segregación por sexos mayor que en la mayoría de los países de OCDE(...) Las diferencias en la composición entre trabajo pagado y no pagado son, también, sorprendentes(...) Las mujeres trabajan como media al día tanto como los hombres, pero consiguen paga por una menor proporción de su trabajo.”4 Como ya es conocido, en los países escandinavos, se implantó hace más de cuarenta años el trabajo a tiempo par­ cial, fundamentalmente para que las mujeres pudiesen com2 ¿Un E stado d el B ien estar Amigo d e las M ujeres? Fem inism o y Estado d el B ien estar IV Taller organizado por el Forum de Política Feminista, Madrid, 1994, pgs. 27 y ss. 3 Ibid. 4 Ibid.

patibilizar con la organización familiar su deseo de trabajar asalariadamente. Pese a lo que se cree en España, y algunas feministas difunden, en esos Estados sigue afincada profunda­ mente la estructura familiar que presta los mismos servicios que en España. Resulta no sólo inexacto sino ingenuamente optimista la afirmación de Begoña San José de que “la asun­ ción de la reproducción por el Estado en los países escandi­ navos (...) genera un proceso en que los estilos de vida de las mujeres están cada vez menos diferenciados y se están con­ virtiendo cada vez más en fuentes de normas políticas e ideo­ lógicas: “la reproducción se hace pública””.5 Esta afirmación está desmentida claramente por Leira cuando dice que “la fami­ lia de dos trabajadores no es la familia de dos cuidadores(...) El trabajo a tiempo parcial es importante para el comporta­ miento del mercado de trabajo de las madres noruegas, y sin embargo no lo es para el comportamiento de los padres”.6 Y no sólo son los padres noruegos los que entienden que el cuidado de los hijos es exclusiva responsabilidad de la madre, sino que el servicio de guarderías financiadas con dinero público dista mucho de cubrir todas las necesidades de las madres. Según el cuadro estadístico que Leira acom­ paña a su artículo Noruega únicamente tiene del 5 al 10% de plazas para los niños menores de tres años, Suecia el 31, Islandia y Finlandia del 20 al 29. Y para niños desde 3 años a la edad de escolarización obligatoria, Noruega posee el 49%, Dinamarca el 85 y Finlandia e Islandia del 50 al 59. Y lo que no nos dice es quien va a entregar y a recoger a los niños a la guardería, aunque no es difícil imaginar que serán las madres, que dados los horarios de guardería o trabajarán a tiempo parcial o deberán renunciar a compaginar el trabajo doméstico con un empleo asalariado durante los primeros años de sus hijos. Como ejemplo de la resistencia de los padres a compartir las tareas de cuidado de los hijos, el legislativo noruego apro­ bó que los padres tuvieran derecho a cuatro semanas de per­ miso parental por hijo nacido que no podían transferirse a las 5 Ibid. 6 Ibid.

madres. Lo que Leira llama la “paternidad forzada”. Ello se debió a que solamente el 1 o 2% de los padres había utiliza­ do el derecho qüe ya tenía de compartir el permiso parental voluntariamente. Yo diría que las cifras deben ser muy seme­ jantes en España. De tal modo, las conclusiones de Leira no demuestran en absoluto la creencia de Begoña San José de que “el Estado del Bienestar, al asumir parte del trabajo doméstico y (...)al exten­ der el sistema público de cuidado de los niños, ancianos, etc. evita la brecha entre mujeres “liberadas” y lastradas por estas tareas, y la regulación laboral reduce las diferencias de retribución(...) La asunción pública de la reproducción equipara a hombres y mujeres”.7 Por el contrario, Leira afirma que “ las mujeres siguen sin estar integradas en el Estado del Bienestar en términos igua­ litarios con los hombres, a menos que se comporten como los hombres respecto al trabajo y a las obligaciones familiares, cosa que muy pocas mujeres hacen. Esto se debe a tres ele­ mentos interrelacionados en el diseño básico del Estado del Bienestar: “La importancia concedida al empleo formal en detrimen­ to de otras formas de trabajo. “La definición de las partes esenciales de la reproducción social como una responsabilidad privada y de competencia privada.” “La división del mercado de trabajo por géneros, que ads­ cribe la mayor parte del tiempo consumido y sin paga del tra­ bajo doméstico a las mujeres”.8 Creo que estas condiciones podrían aplicarse perfecta­ mente a España. La diferencia es que las mujeres noruegas reciben ayudas económicas del Estado inexistentes en nues­ tro país. Leira añade que: “Aparentemente, los Estados del Bienestar Escandinavos dan por hecha la división del trabajo y de la responsabilidad entre lo público y lo privado, en la

7 Ibid. 8 Art. cit. pg. 42.

cual partes sustanciales del cuidado vitalmente necesario para personas muy dependientes permanece en manos privadas, y más generalmente, aunque no siempre, en manos de las mujeres...Si se puede decir que el Estado de Bienestar ha establecido una sociedad con las mujeres, entonces las muje­ res serían los socios de segunda categoría”.9 Además de man­ tener a las mujeres en un estatus inferior al de los hombres, por todas las circunstancias descritas, otras consecuencias derivadas de este desigual reparto de los bienes servicios son que las mujeres se han convertido en las principales clientes de los servicios sociales y de las ayudas estatales, a la vez que en gestoras de esas mismas ayudas, ya que constituyen la mayoría de las funcionarías que trabajan en los departamen­ tos de concesión de ayudas y en las redes de ONGs subven­ cionadas a su vez por el Estado. Como explica Leira “la expansión de los servicios del Estado del Bienestar se consi­ dera, normalmente, como promovido por el empleo de las mujeres en Escandinavia. Esto es en parte correcto, ya que los nuevos trabajos se han expandido en áreas identificadas comúnmente como típicamente de “trabajo femenino”: en educación, en bienestar social y salud, en la administración a niveles bajos y medios y frecuentemente en mercados de tra­ bajo locales. Las mujeres noruegas fueron reclutadas para el trabajo pagado de proveer el Estado del Bienestar(...) Más aún, esta entrada de mujeres fue altamente selectiva. No representó una amenaza para los hombres en trabajos tradi­ cionales, lo que podría ser una razón por la cual el empleo de las mujeres no encontró una gran oposición”.10 Así mismo, como explicaba anteriormente Leira las pres­ taciones sociales más generosas se conceden a los que tie­ nen trabajo dentro del empleo formal más que a aquellos que combinan el trabajo pagado con el trabajo doméstico y el de cuidado no pagado. Consecuentemente, el trabajador a tiempo completo y para toda la vida, típicamente hombre, está mejor protegido que el trabajador informal, típicamen­ te mujer. 9 Ibid. 10 Ibid.

Al mismo tiempo, y en contraposición a esa modestia de ingresos que reciben las mujeres, los mayores recursos eco­ nómicos siguen en manos masculinas y las grandes decisio­ nes económicas, políticas y militares, de relaciones exteriores, culturales, e incluso religiosas, las toman los dirigentes de las cúpulas de los partidos políticos y de las grandes corporacio­ nes económicas. Incluso las organizaciones corporativistas no políticas que más influencia tienen sobre los partidos y las decisiones económicas de los gobiernos, son fundamental­ mente masculinas y en ellas las mujeres apenas participan ni tienen papeles directivos.

LAS ASOCIACIONES DE MUJERES En España la estrategia de la mayor parte de las asocia­ ciones de mujeres bascula sobre dos ejes: 1. La reclamación de cuotas, discriminación positiva y paridad, como beneficios que están destinados a mujeres de clase media universitaria y burguesa, con el fin de alcanzar algunos de los puestos de poder que los hombres se reservan para sí, tanto en la dirección de los partidos políticos como en el gobierno, los Parlamentos y los órganos de gestión y dirección de la cultura, la economía, la sociedad etc.... 2. Para atender las necesidades del resto de los sectores de clase de las mujeres menos favorecidas, mayoría sin duda en España si tenemos en cuenta las cifras de reparto de la riqueza, del trabajo asalariado, de amas de casa, de paro, de diferencias salariales etc. solicitan la implantación de una serie de servicios sociales, de ayudas económicas, subvencio­ nes, becas estudiantiles, etc., que alivien esa desventajosa situación social y económica. Como se ve, ninguna de estas reivindicaciones constituyen una crítica global al sistema capitalista ni una reclamación de cambios revolucionarios en la distribución de la riqueza, el poder económico, militar y colonial del mundo. Pero al mismo tiempo exhiben como ventajas de su estrategia, la evi­ dencia de que las reclamaciones que plantean son alcanza-

bles, precisamente por haber abandonado la radicalidad de los objetivos que caracterizaron a los sectores del feminismo de la izquierda marxista. Arguyendo pues que sus programas son hoy mucho más realistas y atendibles por los gobiernos, ya que sólo reclaman pequeñas mejoras, muy inferiores por otro lado a las obteni­ das por las mujeres de los países nórdicos, que siempre ponen de ejemplo, estas asociaciones se convierten, al mismo tiempo, en supuestas líderes de la mayoría femenina que se encuentra carente en nuestro país de casi todos los avances sociales y económicos de que disfrutan sus hermanas más favorecidas por los Estados de Bienestar. En resumen pues, las asociaciones de mujeres se convier­ ten así en instrumentos eficaces de obtención del voto para los partidos gobernantes en las sucesivas convocatorias elec­ torales, ya que coincide casi exactamente el objetivo de los estatutos de estas asociaciones, al igual que su campaña de promoción, afiliación y de reclamación de mejoras, con lo prometido en el programa electoral. Y al mismo tiempo saben que apoyar al partido que gobierna las sitúa en mejor posi­ ción para conseguir las ventajas prometidas. Convertidas así en mecanismos electorales y difusoras de una ideología que ya no puede llamarse feminista sino úni­ camente social, los grupos de mujeres -que curiosamente casi todos han eliminado la palabra feminista de su nombre y defi­ nición- se extienden por toda España, amortiguando la radi­ calidad del mismo, atrayendo a sus organizaciones a mujeres de los más bajos estratos culturales, sociales y económicos, con la promesa y muchas veces el cumplimiento inmediato de pequeñas ayudas. Durante muchos años variados cursillos de formación pro­ fesional, de enseñanza básica, de alfabetización de adultas, no sólo fueron gratuitos para las que se matriculaban, sino que contaron con la aportación de una cantidad económica diaria o semanal, que se abonaba justificando la asistencia al cursillo: una forma encubierta de empleo estatal, evidente­ mente subempleo, mal pagado y eventual, puesto que los cur­ sillos no suelen prolongarse más de dos o tres meses. Por supuesto, tal política de promoción de empleo o de supuesta

inserción laboral de las mujeres en el mercado de trabajo parece paródica de un verdadero programa en tal sentido impulsado por el Estado. Los dos o tres meses de cursillo entretienen a las mujeres con unos ingresos mínimos durante ese corto periodo de tiempo, pero apenas les proporciona formación y mucho menos suficiente para competir con ver­ daderos conocimientos en un mercado de trabajo saturado, invertebrado y dominado totalmente por la fuerza de trabajo masculina. Una conducta mucho menos aceptable aún es la que están siguiendo una parte importante de concejalías de la mujer, que invierten sus presupuestos en actividades lúdicas sin con­ tenido: excursiones, juegos, concursos y cursillos de macramé y encaje de bolillos, mientras permanece inalterable la esca­ lofriante cifra de uno a dos millones de mujeres analfabetas que constituye una de las herencias de la dictadura. Mientras tanto la preparación profesional e incluso la enseñanza bási­ ca se ha quedado en manos de las academias privadas. De tal modo la mayoría de las mujeres se han resignado a seguir cumpliendo su papel de proveedoras de servicios múl­ tiples a la familia, trabajo que supone un excelente ahorro para el Estado. No hay que olvidar que los servicios que pres­ tan las mujeres exigirían la creación de una verdadera red de comedores, lavanderías, centro de atención de enfermos mentales, drogodependientes, residencias de ancianos, guar­ derías y escuelas infantiles. Como tampoco hay que olvidar la excelente solución que significa el apoyo familiar en el caso de contrarrestar los devastadores efectos del paro. Todos los sociólogos son unánimes en reconocer que no se han produ­ cido mayores conmociones sociales en países como España donde la cifra de desempleo es altísima, gracias por un lado al apoyo económico que reciben los hombres en paro de la familia, léase la esposa, madre o hijas que aportan sus ingre­ sos generalmente obtenidos en el trabajo negro no cualifica­ do para compensar la falta del salario del padre o marido, y al mismo tiempo al apoyo afectivo que le supone ese hom­ bre el aliento y la compañía de la familia, especialmente de la esposa, en momentos en los que podría ser víctima de mayores depresiones y trastornos físicos.

La tranquilidad social obtenida por tanto gracias al mante­ nimiento del trabajo explotado del ama de casa, que presta todos estos servicios, que si fueran cuantificados alcanzarían cifras astronómicas, por el simple intercambio de la comida y la vivienda, en los casos en los que ella no aporta a su vez unos ingresos a la familia, constituye una de las bases más efi­ caces de mantenimiento del orden establecido, de las ideas más reaccionarias y constituye un freno indudable al avance de un verdadero feminismo revolucionario.

CUOTAS En España a imitación de las nórdicas, la línea feminista que defiende la igualdad de capacidades y de ambiciones para las mujeres y los hombres, ha exigido a implantación de cuo­ tas en los partidos, concretamente en el PSOE y en Izquierda Unida. Esta ha sido una de las medidas más discutidas y hasta contestadas de los últimos años. Aunque no fue inventada por ninguna de estas dos formaciones políticas, puesto que la idea la importamos de EEUU y de los países nórdicos, el atraso de información y de comprensión que padece la clase política, los medios de comunicación y la población en general, ha permitido que se entablase una agria polémica entre las parti­ darias de esta medida y un buen número de opositores que pertenecen a todos los medios políticos, profesionales y mediáticos, entre los que se encuentran muchas mujeres. Lo que ha motivado que se hayan escrito numerosos artículos en defensa de una medida que debería haber sido aceptada con normalidad.11 Obsérvese que precisamente quienes reclaman este siste­ ma son partidarias de la igualdad obsoluta entre hombres y mujeres, pero mientras aceptan las contradicciones que exis­ ten entre los varones de distintos partidos y tendencias ideo­ lógicas, consideran iguales en bloque a todas las mujeres, con lo que están sancionando una “diferncia” esencialista entre los hombres y las mujeres. n Ver Victoria Camps: El Siglo d e las M ujeres.

El resultado práctico es que esa mal entendida sororidad está dando resultados funestos. Está permitiendo que las mujeres de derecha, que nunca fueron y siguen ser feminis­ tas, estén ocupando puestos de decisión, sin que, por supues­ to, su participación en la política se traduzca en ventajas para la población femenina en general. Y tampoco para las muje­ res de izquierda, que están siendo cada vez más desplazadas por sus “compañeras” de derecha, sin que éstas muestren una pizca de agradecimiento por el apoyo que aquellas les pres­ tan, ni mucho menos reconozcan lo que deben al Movimiento Feminista, sin cuya lucha ellas nunca hubieran alcanzado la privilegiada situación de que disfrutan. En el terreno de lo inmediato, es imprescindible denun­ ciar el espúreo uso que los hombres de los partidos políticos están haciendo de las cuotas. Utilizan este mecanismo para situar a sus recomendadas en los puestos dirigentes, aquellas de las que están seguros de recibir una adhesión incondicio­ nal , que suelen ser, por definición, las menos preparadas e independientes, y desplazan a las que se muestran críticas con la dirección. Con ello alcanzan un triple objetivo: ase­ gurarse los apoyos y la sumisión de las escogidas, eliminar las que les molestan y luego mostrar al mundo cómo las cuo­ tas lo que logran únicamente es que se escoja a tontas para puestos de decisión mientras se discrimina a hombres más capaces.

LA INVOLUCIÓN DEL FEMINISMO Pero todavía hay que defender, sin duda, con todas nues­ tras fuerzas, el Estado del Bienestar, puesto que la alternativa liberal significa una enorme involución de los avances socia­ les conquistados por las mujeres. Esta es la gran amenaza que se nos vienen encima y ante la que no resistimos con la ener­ gía necesaria. Obedeciendo a la influencia de la ideología dominante cada vez se hace más patente la resignación del feminismo ante el sistema capitalista y el orden mundial neo­ liberal. En este sentido resulta clarificador el libro de Sylviane

Agacinski12 que ha obtenido un gran éxito en Francia. Y no podía ser por menos cuando la autora es la esposa del Presidente del gobierno Lionel Jospin. Sin que el texto merez­ ca prestarle mucha atención, habida cuenta del carácter de librito de difusión de la ideología tradicional, a la que se embellece con un barniz de novedad, dedicado sobre todo a contradecir las ideas más radicales del Segundo Sexo de Simone de Beauvoir, sí es muy representativo de la ideolo­ gía dominante en la clase política. Ideología que se pretende introducir en todo el cuerpo social mediante los mecanismos de difusión y propaganda de que dispone. Cuando Agacinski escribe: “La caída del muro de Berlín, la erosión sufrida por la ideología de la lucha de clases y de la desaparición del Estado, el despertar de la filosofía del dere­ cho y de los derechos humanos después de las pesadillas totalitarias contribuyeron a rehabilitar la democracia y relanzar la reflexión sobre sus principios y funcionamiento. Se hacía necesario situar en este contexto el nuevo interés de las muje­ res por la política y las reivindicaciones inéditas que lo acom­ pañan”, está planteando un “moderno” manifiesto antifeminis­ ta. Acorde con los tiempos, como veremos también en el caso de la adopción del término “género” en el lenguaje y en la teoría universitaria de estudios de la mujer, la derrota del blo­ que socialista otorga la prepotencia al sistema capitalista y sus dirigentes se hacen con todos los mecanismos, no sólo de poder, sino más nefasto todavía, de influencia ideológica. En su proyecto, que ha de ser el de todos, ya no caben alternati­ vas al reparto del mundo entre las grandes multinacionales y los poderes militares. Si una tercera parte de la humanidad se muere literalmente de hambre y otra sobrevive en condiciones infrahumanas, si en el seno del satisfecho Primer Mundo cien millones de personas son catalogadas como “pobres” y el paro sufre sus cotas más altas, si los trabajadores pierden día a día sus derechos y la explotación empresarial se practica sin tra­ bas legales, si los inmigrantes llegan a miles a todas las costas del mundo rico para ser sobreexplotados en caso de salvarse

12 P olítica d e sexos. Ed. Taurus, Madrid, 1998.

del naufragio; incluso si varios millones de mujeres son apa­ leadas y asesinadas en todos los países y no se salvan ni en la desarrollada Francia; ninguno de estos problemas son cues­ tión que deba preocupar al feminismo. Hemos rehabilitado la democracia -así, sin apellido, como una esencia fundamental que parece sobrevenirnos del cielo sin que ningún ser humano la administre- y con ello todas las inquietudes, todos los objetivos, todos los esfuerzos del femi­ nismo han de centrarse en ese que llama Agacinski “nuevo interés de las mujeres por la política”, puesto que por lo visto para ella lo que el feminismo ha hecho hasta hoy y lo que siguen haciendo los partidos feministas y otros colectivos no es política. Agacinski apoya el feminismo de la diferencia, desde una supuesta línea independiente que se traza tomando esquemas de las diferencistas y defendiendo algunos de sus argumen­ tos, a la vez que las reivindicaciones de las socialistas fran­ cesas. Lo que queda claro de este feminismo es que en sus planteamientos no entra preocupación alguna por una trans­ formación más igualitaria del mundo. Incluso en el terreno de las relaciones personales, se manifiesta según los más arcai­ cos conceptos de la moral tradicional, defendiendo estricta­ mente la heterosexualidad y rechazando cualquier otra opción sexual. El esquema de Agacinski es el consabido dúo de hombre y mujer, obligados a amarse, a aparearse y a repro­ ducirse. Resulta enormemente chocante, por lo anacrónico, en el día de hoy que asegure que le parece bien la afirmación de Aristóteles de que el hombre y la mujer son “dos seres inca­ paces de existir el uno sin el otro” y que añada que “no hay gradación entre lo femenino y lo masculino”, cuando ni siquiera Freud deja de aceptar esa “gradación” de lo femenino en lo masculino y viceversa. Me sorprende que los colectivos de homosexuales, lesbianas, travestís, transexuales- y de tan­ tos otros bisexuales alternativos que somos todos -n o le hayan contestado, aunque puede que no tomen en consideración tan vetustas consideraciones. A la vez, los problemas derivados del rechazo a la maternidad que muestran hoy- y de manera tan preocupante para los gobernantes -las mujeres occidenta­ les, se resuelven para ella con amor y comprensión.

En definitiva, para Agacinski, como para otras muchas de nuestras feministas, la reclamación más importante de las mujeres políticas es la paridad para alcanzar los escaños de los Parlamentos y los sillones del ejecutivo. Sin perder de vista nunca que las mujeres son diferentes a los hombres y que por ello alcanzan también gratificaciones en su tarea maternal y doméstica que no desean, ni deben abandonar. Viejos conceptos con nuevas palabras. Lo lamentable es que no podamos descalificarlas de un plumazo y olvidarlas dada la influencia que tales “teorías” están teniendo en la práctica del feminismo actual.

FEMINISMO REDUCTIVO Ante este feminismo reduccionista que elabora teorías feministas tan débiles y moderadas en sus reclamaciones y a la vez involucionistas, el desafío hoy del feminismo es el de convertirse en el paradigma de los movimientos revoluciona­ rios y hacer realidad de una vez la demanda marxiana de “no sólo comprender el mundo sino transformarlo”. Como escri­ be Victoria Camps, si el feminismo se limita a solicitar repeti­ tivamente unas escasas mejoras en la calidad de vida de las mujeres, a las que sólo dan una mediocre respuesta los Institutos de la Mujer, quedará limitado a esos “asuntos de mujeres”, encerrado en definitiva en el gineceo. Mientras lo que se entiende por política seguirá ocupándose de los temas importantes: la economía, las relaciones internacionales, la paz y la guerra. Si el feminismo no tiene vocación de convertirse en una alternativa global a la sociedad, de elaborar programas y esco­ ger objetivos de largo alcance para erradicar los males del mundo: el hambre, las guerras, la explotación de las clases, las razas y las mujeres, la destrucción del medio ambiente, no ten­ drá futuro. Como ya se está viviendo, el movimiento se ha que­ dado limitado a una constelación de pequeños grupos y aso­ ciaciones de mujeres dedicadas a cumplir con tareas asistenciales financiadas por los organismos públicos, lo que no merece, por supuesto, la denominación de movimiento.

A la par, las mujeres de los partidos políticos reclaman igualdad de puestos en la dirección de sus formaciones, en los Parlamentos, Senados, Ayuntamientos, Parlamento Euro­ peo, con el fin de cumplir sus ambiciones, y aunque este objetivo sea legítimo, tampoco puede establecerse una rela­ ción inmediata entre feminismo y paridad o cuotas. Una buena parte de las mujeres que se plantean alcanzar los pues­ tos dirigentes no sólo no son feministas sino incluso belige­ rantes contra él. Se trata aquí, en consecuencia, de promocionar a una pequeñísima minoría de mujeres, sin que la labor de estas políticas vaya a beneficiar a la mayoría ni de mujeres ni de hombres, puesto que cumplirán los programas políticos de sus partidos y serán únicamente transmisoras de las órdenes de las cúpulas dirigentes de estas formaciones.

LA SORORIDAD MAL ENTENDIDA O EL MUJERISMO La reclamación de la paridad por parte de las socialistas ha tenido otro efecto pernicioso: una sororidad mal entendida hacia las mujeres de todos los partidos políticos, indepen­ dientemente de su ideología. De tal modo, defienden una especie de “lobby” de mujeres políticas dedicado a presionar a las cúpulas de sus partidos para lograr mayor participación en las direcciones de los mismos y en los cargos instituciona­ les, que beneficiaría por igual a las mujeres de los partidos de izquierda que a los de derechas. En definitiva es coherente con lo planteado, puesto que si lo importante es que las muje­ res asciendan en la política hasta alcanzar las mismas cifras que los hombres, su adscripción a un partido político u otro carece de importancia. En este grupo de presión lo que las une es su condición de mujeres no su ideología. Han trans­ formado la política en biología, y el feminismo en mujerismo. Los resultados de tal estrategia comienzan a ser desastro­ sos. Con la habitual habilidad que poseen los políticos de derechas están aprovechando esta reclamación planteada con tal ingenuidad por las mujeres de izquierda, para situar cada vez más afiliadas suyas en los puestos de poder. Los Parla­ mentos, los ministerios, los ayuntamientos, las Comunidades,

tienen más diputadas, más ministras, más conce jalas y alcal­ desas del Partido Popular y del OPUS de lo que han tenido nunca, con el apoyo y hasta la complacencia de las socialis­ tas y de ciertos sectores del feminismo. Resulta enormemen­ te frustrante comprobar que tras veinticinco años de luchas feministas el resultado es que las representantes de los parti­ dos y sectores más involucionistas están copando los puestos de poder con la complicidad de las mujeres de izquierdas que se creen feministas. Por supuesto, la política de estas mujeres no difiere un ápice de la de los dirigentes varones de su partido, a quienes deben obediencia; incluso en ocasiones su conducta se hace más rígida, conservadora y autoritaria que la de sus compa­ ñeros ya que deben mostrar que son dignas de confianza, del mismo modo que las ejecutivas o las juezas se muestran más duras con las otras mujeres para hacer méritos ante el empre­ sario o el poder judicial. Y para que las mujeres políticas aca­ ben haciendo lo mismo que los hombres, no valía la pena haber luchado tanto. Jamás imaginé que mis cincuenta años de batallas contra el poder patriarcal, en las que he sufrido más de un desgarro en la piel y en el alma, servirían para que Loyola de Palacio lograra un ministerio. El asombro me invadió en una sesión de debate cuando varias feministas de conocida militancia de izquierdas defen­ dieron el papel cumplido por Margaret Thatcher, únicamente por ser mujer. Según ellas este hecho cambiaba los esquemas de los dirigentes europeos y las maneras de su trato. Y con eso tenían bastante. En definitiva han convertido una ideología emancipadora como el feminismo en un grupito de presión de mujeres para lograr situarse en los puestos de poder.

LAS POLÍTICAS DE ACCIÓN POSITIVA La constatación de que a pesar de las declaraciones consti­ tucionales, que no permiten la discriminación por razón de sexo, y de la aprobación de leyes imponiendo la igualdad de oportunidades, las mujeres no se movían de los puestos secun­

dar ios en todos los órdenes de la vida política y profesional, indujo en los años setenta a las feministas nórdicas a exigir la implantación de medidas de discriminación positiva en el tra­ bajo y en la política. Se trataba de que en igualdad de condi­ ciones se otorgaran los puestos a mujeres en aquellas ramas del trabajo en la que la ausencia de ellas fuese evidente. A la aplicación de estas medidas en el sector laboral, le siguió la implantación de cuotas de representación en la política, que Suecia aprobó antes que ningún otro país. Más tarde esta medi­ da fue adoptada con relativa facilidad en los demás países del norte de Europa y en Estados Unidos. Según las cifras oficiales esta estrategia ha permitido la entrada de muchas mujeres en los puestos de responsabilidad, tanto en el mundo laboral como en los partidos políticos. Gracias a su imposición y a la vigilan­ cia que mantuvieron sin descanso las feministas, creció signifi­ cativamente el número de mujeres tanto en los puestos de dirección de Universidades, como en algunos sectores empresariales y en los partidos políticos. Así, en las últimas elecciones presidenciales en Finlandia competían cuatro mujeres y un hombre. Para algunos sectores feministas este es el mejor argumento a favor del sistema de cuotas. Pero en los países del sur de Europa, que arrastran lustros de atraso en los avances feministas, esta medida no ha sido apenas implantada y además está siendo contestada y hasta perseguida con saña por los defensores del orden patriarcal más antiguo. Incluso mujeres en una posición subordinada. Los argumentos a favor y en contra de éstas medidas se encuentran muy bien resumidos en el folleto de Victoria Camps Democracia Paritaria,13 Diversas teorías avalan la licitud y la ética de la discrimi­ nación positiva cuando para llegar a alcanzar la igualdad entre colectivos que parten de una situación social diferente y que grava injustamente a uno de ellos se hace preciso tomar medidas que favorezcan a los más desfavorecidos. Camps cita en defensa de esta política al filósofo John Rawls, a la filóso­

13 1997.

Els P apers d e la F un dació, Fundació Rafael Campalans, Barcelona,

fa Anne Phillips y a la catedrática de Derecho Constitucional y directora del Instituto Europeo de Derecho, Teresa Freixas. Los argumentos a favor de las medidas de acción positiva y de discriminación positiva, además de las cuotas y de la exi­ gencia de la paridad, se defienden por sí solas ante la evi­ dencia de las desigualdades sociales que hacen inevitable aplicar exigencias desiguales respecto a los que se hallan muy lejos de acceder a la igualdad. Quienes las rechazan en razón de los principios en realidad siguen defendiendo el idealismo burgués. La insistencia de las mujeres dirigentes de los partidos políticos de izquierda, especialmente los partidos socialistas, ha logrado introducir esta norma en la mayoría de los países europeos. En la Conferencia de la Mujer de Atenas de 1992 se aprobó la idea de un nuevo contrato social entre hombres y mujeres dirigido a redistribuir equitativamente el poder político. Bélgica primero y Francia en el año 2000 aprobaron por mandato legal imponer las cuotas la primera y la paridad política la segunda. Pero a los pocos años de la implantación de medidas de discriminación positiva en varios países europeos, esta polí­ tica sufrió un evidente revés cuando el más alto Tribunal de Europa, el Tribunal de Justicia Europeo de Luxemburgo dictó sentencia en contra arguyendo los conocidos princi­ pios de la igualdad entre todos los ciudadanos y la libertad de contratación. El Tribunal, que por cierto no ha admitido en su seno hasta ahora ninguna mujer, al tomar esta decisión hace retroceder un siglo tanto las normas jurídicas como la jurisprudencia. Aplica a la igualdad entre hombres y mujeres los principios del liberalismo burgués que hoy resultan obsoletos cuando se refieren a la protección de otras clases trabajadoras.

EL TRIBUNAL DE LUXEMBURGO El más alto Tribunal de Europa, el Tribunal de Justicia Europeo de Luxemburgo, dictó sentencia en contra de esta estrategia, que intentaba paliar las evidentes desigualdades

que padecen las mujeres en todos los ámbitos laborales, por considerar que discrimina a los hombres. Durante más de un siglo, la implantación del modo de producción capitalista, consecuencia de la revolución indus­ trial, se impone mediante la explotación de las clases trabaja­ doras, que se justifica ideológicamente con la enseña del libe­ ralismo que defiende los principios aprobados en la Revolución Francesa: libertad de trabajo, libertad de contrata­ ción, libertad de despido. Las luchas de las organizaciones de trabajadores, que deben conquistar en primer lugar el derecho de asociación y el de reunión, logran que las inalienables libertades procla­ madas por la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, y por las Constituciones democráticas de los países occidentales, comiencen a ser recortadas, precisa­ mente en función de la persecución del ideal de igualdad, así mismo proclamado por aquellos textos legales. Se compren­ de que la libertad de contratación de los empresarios se halla muy lejana de la que pueden ejercer los trabajadores, y que resulta por tanto una falacia argüir que la voluntad de ambas partes es igualmente libre para decidir los términos en que se desarrollarán las condiciones del trabajo. Llegado es por tanto el momento en que se establezcan importantes limitaciones a la libertad de contratación de los empresarios y serias correcciones a las condiciones de traba­ jo. La seguridad social, la educación pública y gratuita, las pensiones, la imposibilidad del despido, constituyen la base de la legislación laboral moderna y construyen el Estado del Bienestar, ese que en estos momentos se halla en el centro de la discusión de todos los partidos políticos de España y de Europa, que diferencia fundamentalmente a los Estados modernos, industrializados avanzados, de aquellos que se ali­ nean en el Tercer Mundo, caracterizados por la miseria de sus trabajadores y la indiferencia de sus Estados hacia el bienes­ tar y la felicidad de sus ciudadanos. El Derecho del Trabajo se constituye, entonces, como dis­ ciplina autónoma, separándose definitivamente de su pro­ genitor el Derecho Civil dedicado a legislar únicamente en el ámbito privado de las gentes, cuando estas transformaciones

del mundo laboral, como consecuencia de las conquistas logradas por las luchas obreras, lo exigen, y adquiere una dimensión nueva, desconocida hasta aquel momento en la historia de la jurisprudencia: el papel tuitivo, es decir, pro­ tector de los trabajadores, que limita seriamente la capacidad del empleador para imponer sus condiciones en el contrato laboral. Estoy hablando de una historia conocida por todos: histo­ riadores, sociólogos, políticos, abogados, y sin embargo apa­ rentemente, cuando es preciso aplicar la misma argumenta­ ción ideológica y jurídica a la situación de marginación de la mujer, repentinamente olvidada o incomprensible para muchos de estos especialista incluso para aquellos juristas que deben elaborar la ley y para aquellos otros jueces que tie­ nen que aplicarla. Siguiendo un camino paralelo y muy semejante al recorri­ do por las organizaciones de trabajadores, en reclamación de mayores cuotas de igualdad en una sociedad estructuralmen­ te injusta y desigual, las mujeres estadounidenses y las nórdi­ cas en Europa, consiguieron, hace ya más de veinte años, que se legislara permitiendo arbitrar medidas concretas que fue­ ran eliminando, lentamente, ¡y tan lentamente!, la flagrante y evidente desigualdad existente en el campo laboral respecto al número de mujeres con trabajo asalariado, al reparto de los salarios y al de los puestos cualificados y directivos. Y este triunfo se fue implantando y aceptando en toda Europa en donde se iban incorporando mujeres a los puestos de trabajo cualificados, en proporciones, eso sí, “homeopáticas”, gracias a tales preferencias en la contratación de mujeres. La sentencia dictada por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, con motivo del recurso planteado por el ingeniero Herr Kalanke, contra la decisión del Estado de Bremen de contratar a la señora Glissman en el cargo de ingeniera de jar­ dinería, nos mostró nuevamente la discriminación contra las mujeres. El tribunal del concurso de promoción interna al que se presentaron ambos aspirantes, reconoció que los dos pose­ en igual calificación profesional e idénticos méritos para optar a la plaza, y decidió que se le concediera a la aspirante feme­ nina, en razón de la ley vigente en ese Estado alemán sobre

acción afirmativa, que establece que ante igualdad de titula­ ción profesional y méritos laborales, se contrate a mujeres, si éstas se hallan infrarrepresentadas en ese sector de produc­ ción, y que se apoya en la Directiva de la Unión Europea 76/207 de igual contenido. La directiva en cuestión autorizó a emplear medidas que reduzcan las desigualdades de hecho que se producen en la contratación de mujeres, en su remu­ neración y en sus posibilidades de promoción. Lo que en definitiva conocemos con el término castellano de discrimi­ nación positiva o acción afirmativa, en traducción literal del término inglés “afirmative action”. El ingeniero Herr Kalande recurrió la decisión del tribunal del concurso y el de Luxemburgo resolvió el recurso a favor del ingeniero, en una sentencia que inauguraba una nueva época para las expectativas laborales de las mujeres, en la que declaraba que “la discriminación positiva a favor de la mujer es contraria al derecho comunitario” y que la normati­ va local alemana que daba preferencia a la ocupación de mujeres en sectores de la función pública en los que estuvie­ ran infrarrepresentadas, sobrepasa los límites de la corrección de desigualdades “en la medida en que con ello se estaría dis­ criminando directamente a otra persona de distinto sexo.” Es importante señalar que esas medidas de acción positi­ va se hallan vigentes en Europa pero no en España, donde la conquista de la igualdad consagrada en el artículo 14 de la Constitución, viene a ser la sagrada libertad aceptada en la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789. Es decir, en esta recién conquistada democracia, para un país al que se le había arrebatado a sangre y fuego, cuando las mujeres ape­ nas habíamos conseguido la libertad de trabajo, tenemos que aprender a exigir las medidas protectoras para el mismo. Apenas unas cuantas subvenciones a las empresas que con­ traten mujeres son todas las medidas que nuestro Estado pro­ tector ha tomado en beneficio de sus ciudadanas. Únicamen­ te la doctrina del Tribunal Constitucional cuando ha debido resolver casos de discriminación por razón de sexo, ha seña­ lado que entre los posibles elementos justificadores de un dis­ tinto tratamiento normativo para conseguir las condiciones de igualdad real que propugna la propia Constitución “se encon­

trarán indudablemente aquellas medidas de acción positiva en beneficio de la mujer, en virtud de las cuales la persona de sexo femenino, como sujeto protegido de las mismas, pero sobre todo como agente o sujeto activo de su propia realiza­ ción personal pueda contribuir a poner fin a una situación de inferioridad en la vida social y jurídica, caracterizada por la existencia de numerosas trabas de toda índole, en el acceso al trabajo y en la promoción a lo largo de la actividad laboral y profesional.” Pues bien, la sentencia de Luxemburgo viene a cortar las esperanzas de las mujeres europeas depositadas en las medi­ das de acción positiva, y a detener quizá, las acciones de las mujeres españolas que fueran encaminadas a implantar en España una legislación semejante a la alemana. Como dice el Magistrado Jordi Agustí “la interpretación que efectúa el Tribunal de Justicia Europeo de Luxemburgo de la directiva comunitaria 76/207, al analizar la ley alemana de Bremen, es desde luego, y cuando menos, restrictiva”14. La norma alemana no establece una política de cuotas en favor de la mujer, de modo que se deba contratar un núme­ ro de determinada de mujeres para los puestos de trabajo sin necesidad de justificar el supuesto concreto. La legisla­ ción de Bremen significa, sencillamente que en el momento de cubrir una vacante, a la que opten hombre y mujer con idéntica calificación profesional -y fijémonos bien en esta condición, con igual calificación- si en ese puesto se hallan infrarreprentadas las mujeres, la decisión se decantará por la optante femenina. Si el Tribunal de Luxemburgo argumenta que en igualdad de condiciones, no se le puede quitar un empleo a un hombre en beneficio de una mujer, Jordi Agusti comenta que “supone una interpretación regresiva en cuan­ to implica la prevalencia de la igualdad formal sobre la igualdad material perpetuando la posición de inferioridad social del colectivo femenino”. Pero yo veo que el principal argumento que ha pasado desapercibido a los comentado­ res es que, al parecer, el Tribunal de Luxemburgo establece

14 El P eriódico d e C atalunya, 21 octubre 1995.

el principio de que a igualdad de condiciones, preparación profesional, titulación, experiencia laboral, el puesto de tra­ bajo ha de otorgársele siempre a un hombre, ya que así es cómo ha decidido que debe suceder en el caso de Bremen. Con lo cual resulta evidente que con tal decisión ha elimina­ do la discriminación activa, porque en caso de que la mujer sume más méritos que el hombre, el no concederle el empleo constituiría un caso de evidente injusticia, de los que, por desgracia, también hemos padecido muchos a lo largo de nuestra historia de explotaciones y marginaciones. Y sólo ya cabe preguntarnos ¿cuándo, entonces, podrá una mujer acce­ der a un puesto de trabajo? ¿Cuando únicamente tenga que competir con otras mujeres? Y ¿en qué momento sucede tal cosa? cuando se trata únicamente de profesiones reputadas femeninas. Es decir, se sigue recluyendo a las mujeres en tra­ bajos sin cualificación o mediocres, mal pagados y sin reco­ nocimiento social. 0 bien, como ya he comentado y tanto sucede, cuando la mujer posee muchos más méritos que los hombres rivales. Es decir, mantenemos la injusta situación de que una mujer sólo puede acceder a un puesto de responsa­ bilidad cuanto sabe mucho más que los hombres de igual titulación. Me parece, por tanto, una interpretación equivocada e iló­ gicamente optimista la que han realizado de la sentencia de Luxemburgo algunos juristas, incluidas varias abogadas, en la que afirman que no existe contradicción entre las políticas de acción positiva y la sentencia mencionada. Estas interpreta­ ciones, en el caso de catedráticos y abogados varones, expre­ san únicamente la indiferencia que tal cuestión les produce, pero si nuestras compañeras juristas se adhieren a esta visión parcial, únicamente están rehuyendo el problema que, no tengamos ninguna duda, se nos echa encima con la fuerza y la rapidez de un alud. Es decir, en España tendremos que aceptar que cuando apenas hemos comenzado la lucha por adoptar las medidas de acción positiva que nuestras hermanas europeas y esta­ dounidenses ejercen desde años, debemos ya abandonar tal vindicación para reducirnos a nuestro papel de trabajadoras sin calificación r*i poder de decisión.

La oleada de ideología neoliberal que se nos ha echado encima a partir de la caída del muro del Berlín y del fracaso de los gobiernos de los países socialistas, está justificando éste y otros muchos retrocesos en los avances conseguidos por los trabajadores para corregir, aunque sea tan parcial­ mente, la injusta distribución de la riqueza en un mundo estructuralmente injusto. La crítica realizada desde la mayoría de los sectores eco­ nómicos y políticos al Estado del Bienestar como lo hemos entendido hasta hoy, tiene repercusiones no sólo sobre los derechos disfrutados centenariamente por los trabajadores y por tanto sobre las mujeres trabajadoras asalariadas, sino tam­ bién sobre las mujeres como clase. La ofensiva neoliberal se une a la ofensiva machista que estamos padeciendo grave­ mente en los últimos diez años, y la sentencia de Luxemburgo es una buena prueba de este orden de cosas. No hay recurso contra las decisiones del Tribunal Europeo y a raíz del Tratado de Maástricht que con tanto entusiasmo aprobó el Parlamento y el gobierno español los países de EU tienen la obligación de acatar las resoluciones del Tribunal. Nada importa que el Comité Contra Todas Las Formas De Discriminación de la Mujer de Naciones Unidas, en 1979 afir­ mara que “la adopción de medidas especiales de carácter temporal encaminadas a acelerar la igualdad de hecho entre hombre y mujer, nunca puede considerarse como un acto dis­ criminatorio respecto al hombre”. Ni que la Plataforma de Acción aprobada por 187 países en Pekín haga especial hin­ capié en la necesidad de acabar con las discriminaciones, que reducen a las mujeres del mundo a percibir el 5% de los sala­ rios mientras trabajan las dos terceras partes de las horas de trabajo, así cómo las marginan de las decisiones políticas y las excluyen de las directrices sociales y culturales. Pero los com­ ponentes del Tribunal de Luxemburgo deben sentirse muy satisfechos de este orden de cosas, cuando nunca se han sen­ tido avergonzados por el hecho de que sus veinticuatro miembros sean todos hombres, ni hayan realizado el menor esfuerzo para integrar alguna mujer jurista en él. La ofensiva antifeminista se extiende a todo el mundo. En septiembre de 1995 el Tribunal Constitucional italiano dictó la

sentencia 422/95 según la cual quedan abolidas las cuotas femeninas establecidas en las listas por la ley electoral. Es cierto que los trabajadores están perdiendo cotidiana­ mente, como en una lenta sangría abierta, las ventajas que la legislación laboral les concedía hasta hoy y que constituye la característica de ese papel tuitivo, es decir protector, que dife­ rencia claramente al Derecho del Trabajo del Derecho Civil privado. Pero no sólo los trabajadores, en su concepto gené­ rico que es mayoritariamente masculino, todavía disponen de fuertes y extensas organizaciones sindicales, sino que, acos­ tumbrados a disfrutar de esas ventajas, que nuestras genera­ ciones heredaron ya de las anteriores, no dejarán que se les arrebaten los avances y ventajas conquistadas con tanto esfuerzo. O por lo menos eso es de esperar, no sólo por lo que yo misma deseo, sino por las condiciones señaladas ante­ riormente, pero las mujeres no disponen de tan fuertes orga­ nizaciones y asociaciones, ha decaído el espíritu de lucha del Movimiento Feminista en los últimos años y la falta de coor­ dinación entre los numerosos grupos feministas, tanto espa­ ñoles como europeos hace muy difícil establecer inmediata­ mente estrategias de lucha eficaces contra las decisiones del poder, que como la del Tribunal Europeo de Justicia de Luxemburgo, pretenden reducirnos nuevamente a nuestro papel de amas de casa y madres, silenciosas y sumisas.

LA MTTIFICACIÓN DE LA EDUCACIÓN Entre las reformas a las que se confía acrítica e ingenua­ mente la superación de las desigualdades que siguen afec­ tando a las mujeres, la educación es la principal. Considerada como la panacea que logrará el cambio social tan deseado, se ha convertido para las feministas en el objetivo principal y a veces único a conseguir. Cuando la Institución Libre de Enseñanza y su mentora la Ilustración Francesa, confiaron tan utópicamente en que la implantación de la instrucción públi­ ca para todos los ciudadanos lograría cambiar la injusta dis­ tribución del mundo -ésta última únicamente para aquellos que tuvieran atributos viriles- no pudieron prever que dos­

cientos o ciento veinticinco años más tarde, sus planteamien­ tos iban a alcanzar un tan gran éxito entre los sectores pro­ gresistas de la sociedad española, especialmente las mujeres. Los ideólogos de la Institución confiaron ingenuamente a una educación igualitaria, laica y en libertad el mágico efecto de cambiar las viejas estructuras del orden feudal por el auge y el dominio de la burguesía. Ya conocemos que desde que se proclamaron tan elevados e idealistas principios, en España se desencadenaron tres guerras por la disputa de la propiedad de los medios de producción. La última de las cuales conclu­ yó con la derrota de las clases populares, que se ha consu­ mado hasta ahora, mientras la resistencia de las organizacio­ nes sindicales y de los partidos progresistas se lideró y reali­ zó, en su mayoría, por hombres y mujeres apenas instruidos. La reactivación de estos ideales para el feminismo, en los últimos años del siglo XX resultaría sorprendente sino se tuvie­ ra constancia de cómo la ideología de las clases dominantes ha penetrado nuevamente en el seno del Movimiento Feminista. Con la misma confianza con que los primeros socia­ listas, aquellos que Marx y Engels denominaron socialistas utó­ picos, creyeron que la simple difusión de sus ideas bastaría para cambiar el mundo, las feministas actuales confían en los efectos transformadores que una educación igualitaria puede lograr entre las mujeres y entre los hombres. Están seguras de que basta para acabar con todas las discriminaciones y opre­ siones que las afligen, que las mujeres se decidan a exigir su entrada en la vida pública a la vez que la participación de los hombres en todas las tareas domésticas. Demandas que en cuanto sean convenientemente planteadas y expresadas con precisión y claridad inducirán a los hombres a cumplirlas inme­ diatamente ante la evidencia de la necesidad y la moralidad de acceder a ellas. Como, con palabras de Engels, “el socialismo representa la expresión de la verdad, de la razón y de la justicia absolutas y no se necesita más que descubrirlas para conquistar el mundo por virtud de la fuerza que le es inherente”,15 así

15 Prólogo de Anti-Dühring. Editorial Ciencia Nueva, Madrid, 1968.

mismo entienden las feministas que basta para conquistar el mundo para el feminismo. De tal modo, las feministas se han dedicado a difundir las verdades, la razón y la justicia que asisten a sus demandas de compartir con los hombres las tareas domésticas, repartir los tiempos y los espacios y lograr que la educación se imparta a todas las mujeres, convencidas de que con ello están cambiando el mundo. Y, en conse­ cuencia, han abandonado la mayoría de las reivindicaciones históricas que reclamaban cambios estructurales profundos en la familia y en la organización económica y social. Que alguna vez -cierto que pocas y más protagonizadas por los sectores marxistas del feminismo- plantearon. Como ya no reclaman la desaparición de la familia, ni el cambio de estructuras económicas que obligan a nueve millo­ nes de amas de casa a trabajar en el domicilio familiar sin remuneración y a veinte millones de mujeres a reproducir a todos los ciudadanos, la demanda de una enseñanza igualita­ ria es bien acogida tanto por la burguesía como por los hom­ bres en general. En primer lugar porque no la piensan cum­ plir. Y en segundo y no el menos importante, porque todos piensan ¡tan largo me lo fiáis! Confiar en la educación para cambiar la sociedad, es igual que esperar los cambios que se producen en las sociedades humanas a lo largo de los siglos. Y no siempre, como nos han enseñado las experiencias de Argelia, Irán, Afganistán y otros países que han retrocedido en las últimas décadas, de forma siniestra, a los peores momentos medievales. Como ironiza Carlos París, las revoluciones tienen la ventaja de que reali­ zan los cambios más deprisa. Hacer recaer toda la responsabilidad de la revolución feminista que precisamos en los planes de educación escolar que elabora el gobierno, resulta ingenuo y risible sino fuera dramático. No sólo el plazo de tiempo que se precisa para instruir y formar a las nuevas mujeres y hombres es tan largo que inutiliza toda previsión de cambio, y por tanto desmoti­ va para la lucha feminista a quienes pretenden participar en ese proceso, sino que ninguna experiencia prueba que los mejores “educados” son los más revolucionarios. Ni siquiera progresistas. Las universidades están llenas de catedráticos

reaccionarios, los jóvenes de la burguesía educados e instrui­ dos en las mejores instituciones han sido en su mayoría here­ deros de los valores políticos y morales de sus padres, a la par que de sus negocios, el OPUS se introdujo en las Universidades públicas precisamente para hacer su proselitismo y los colegios y las universidades privadas, que se encuentran en el nivel más alto de la enseñanza se caracteri­ zan por su conservadurismo. Y sin que aquí pueda detenerme a realizar el análisis de las tendencias ideológicas de una educación dirigida siempre por la clase dominante, ninguna ley explica por qué los her­ manos de una misma familia, educados por igual en la escue­ la y en la casa, se diferencian en la adultez de modo espec­ tacular en sus tendencias políticas. En general la historia nos muestra cómo los pueblos más pobres y casi analfabetos fue­ ron los protagonistas de las revoluciones más avanzadas, mientras que de los cultos pueblos de la Europa rica no deben esperarse grandes sublevaciones. Cierto es que las feministas, desde la Revolución francesa, manifiestan una confianza acrítica en las supremas virtudes de la educación, y que por alcanzar la extensión y la igualdad de los programas escolares a las mujeres, lucharon esforzada­ mente durante dos siglos. Tan cierto como que a pesar de no lograr su objetivo hasta hace pocos años, el Movimiento Feminista se formó y lideró por mujeres tan combativas como poco o insuficientemente instruidas. Lo que demuestra que los sentimientos revolucionarios, el valor y la fuerza para luchar en la transformación del mundo no dependen del número de horas lectivas que se hayan tomado. Confiar, además, en las virtudes que por sí misma tiene la educación para lograr los ideales feministas, se puede con­ vertir -se ha convertido ya- en una excusa para abandonar la lucha social y política.

Capitulo V

FAMILIA Y TRABAJO DOMÉSTICO En un mundo regido por la competencia en todos los ámbitos, no sólo de la producción y el trabajo, sino también en la venta, el comercio, la política, incluso la educación y la cultura; un sistema que excita la competencia porque asegura que es la manera óptima en que se potencian las mejores capacidades humanas a la vez que se extrae el mayor beneficio de la confrontación de conocimientos, habilidades y recursos técnicos; un modo de producción, el capitalista, que se caracteriza por la programación, el aho­ rro de fuerza de trabajo, la introducción de sistemas de organización laboral para lograr la mayor productividad; que ha permitido la mayor tecnificación de la historia, redu­ ciendo al mínimo el empleo de la fuerza física y obtenien­ do los más altos rendimientos que ninguna sociedad pasa­ da hay podido extraer jamás del trabajo humano; el único proceso de producción excluido de tales ventajas es el doméstico. Porque el trabajo doméstico pertenece a un modo de producción precapitalista en donde no se realiza la producción de mercancías sino de servicios y que en consecuencia no participa ni de la organización y progra­ mación, ni dispone útilmente de las nuevas tecnologías ni de la preparación y competencia del mercado. Ese trabajo se realiza con métodos artesanales, como un proceso super­ viviente de épocas precapitalistas, aislado en el océano de avances técnicos y tecnológicos actuales.

En un proceso de trabajo, extremadamente lento y dificul­ toso, propio de sociedades primitivas, el ama de casa realiza de forma manual tareas repetitivas, de rendimientos minúsculos, que le exigen un gran gasto de energías de su propio cuerpo para obtener un pequeño beneficio. Es decir, el trabajo que exige elaborar los alimentos que se adquieren en el mercado, adquirir a menudo todos los productos necesarios para el con­ sumo de la familia, mantener la limpieza del domicilio y de la ropa y solucionar las necesidades físicas y emocionales de los restantes miembros de la familia, se realiza aisladamente en cada hogar por una persona que atiende una media de otros tres individuos. Para nadie es un secreto que la maquinaria incorporada al hogar, muy elemental, en resumen, lavadoras, fregaplatos, batidoras y aspiradoras, sólo ha aliviado el esfuer­ zo físico que antes había que invertir para realizar la limpieza y la comida, pero no ha aportado nada a la programación ni organización de un trabajo, que por su propia estructura no tiene un horario fijo, no es apenas compartido con otros tra­ bajadores, no se mide ni por tiempos, ni por destajo o primas. Es impensable hacer de él una parodia como la de “Tiempos modernos” de Charlot. Se mantiene en la etapa preindustrial, en ritmos semejantes a los del antiguo patriarcado. El rendi­ miento de ese trabajo es mínimo comparado con el que se obtiene en la producción industrial, incluso en los servicios donde una persona atiende a una media de otras veinte. En definitiva una mujer dedica de 40 a 90 horas semana­ les al trabajo doméstico y al cuidado de la familia según el número de hijos, como tiene cuantificado la Unión Europea, y presta servicio como mucho a seis o siete miembros. Pero ese trabajo no recibe salario alguno, no tiene horario limitado ni vacaciones, no devenga derechos de asistencia médica ni crea un fondo para la jubilación. Es decir, carece de todos los derechos que los trabajadores han adquirido, tras dos siglos de luchas sociales, en un modo de producción capitalista. Defender hoy el mantenimiento del mismo siste­ ma de trabajo sin modificaciones, significa querer la supervi­ vencia de un modo de producción primitivo, en el que no han entrado ni las tan repetidas ventajas de la revolución industrial ni las de la revolución tecnológica. Las pocas

máquinas que han aliviado la carga de ese trabajo no han limitado apenas las horas de trabajo del ama de casa y ni mucho menos han cambiado las responsabilidades de las que debe hacerse cargo. Por el contrario, el estudio de la Unión Europea afirma que el ama casa de clase media se ve más agobiada actualmente que hace cincuenta años, ya que ha sumado una serie de responsabilidades que antes no existían, relacionadas con la educación de los hijos y con las activida­ des sociales del marido. A pesar de la drástica reducción de la natalidad que ha experimentado la Europa desarrollada, las madres de dos e incluso de un sólo hijo se encuentran tan agobiadas como la generación anterior por la multiplicidad de enseñanzas que exige la educación moderna. Así es conocida la tarea de chó­ fer que realizan las madres acompañando al o a los hijos al colegio, a las actividades extraescolares, a los médicos, al den­ tista etc. En un mundo cada vez más exigente con la prepara­ ción académica de sus trabajadores, así como con su aparien­ cia física, la responsabilidad de lograr el máximo rendimiento y preparación de los hijos recae también sobre las madres. Hace medio siglo, únicamente la burguesía se preocupaba de la salud de los niños, de su aspecto físico, de su perfec­ ción dental, como tampoco las clases trabajadoras considera­ ban un derecho de los hijos practicar deportes o acudir a los gimnasios, aprender idiomas o realizar actividades artísticas. En la actualidad esos lujos se permiten a casi todos los nive­ les económicos y en según qué sectores hasta se exigen. Pero la administración de una educación tan variada y perfecta sigue siendo responsabilidad de la madre, que sustituye ¿el lavado a mano de la ropa que realizaban su madre y su abue­ la, por el repaso de las asignaturas del niño, el almidonado de las camisas y cortinas por acompañar a los hijos a las múl­ tiples clases a las que asisten, y a las periódicas revisiones médicas y dentales, cuando sus antepasadas se limitaban a darles cucharadas de aceite de hígado de bacalao. Las conse­ cuencias son semejantes a las que sufrían sus madres y abue­ las, el ama de casa actual tiene las horas hipotecadas por las atenciones a la familia y al hogar y le resulta extremadamente difícil compatibilizarlas con un trabajo asalariado fuera del

hogar. Si ese trabajo le exige jornada completa, o en razón de su categoría añade actividades fuera del horario normal, como sucede con los ejecutivos varones, puede decirse que es muy exigua la cantidad de las que se cuentan en este sec­ tor de empleadas. La familia, es pues, entendida por estos sectores del femi­ nismo, como una institución que forman voluntariamente los seres humanos y de la que obtienen satisfacciones emocio­ nales y afectivas. El papel económico que cumple la familia y la consecuencias demográficas que produce son obviados, de forma sorprendente, por dichas teóricas que sin embargo dicen situarse en la izquierda. Es sorprendente comprobar que en los últimos textos que se han publicado sobre este tema no se hace mención de los beneficios económicos que tanto los hombres como el capital extraen del trabajo gratui­ to del ama de casa, que a su vez permiten a la población tra­ bajadora vender su fuerza de trabajo en mejores condiciones al capital. Ni del rendimiento de esos servicios del que se apropia el conjunto de la sociedad y cuya prestación resulta­ ría enormemente gravosa para el Estado. La misma sorpresa produce constatar que para tales teóricas apenas tienen importancia las transformaciones últimas sobrevenidas en la población mundial, debido al uso de los anticonceptivos y a la práctica legal del aborto. La baja de población que se está observando en los países desarrollados, derivada de la renuencia de las mujeres a reproducirse, está obligando a los gobiernos a implantar polí­ ticas de incentivación de la natalidad. Repetido es el argu­ mento de las cargas sociales que representa el colectivo de jubilados, cada vez mayor en proporción al de jóvenes y niños, y las dificultades que padeceremos en un futuro pró­ ximo si la fuerza de trabajo activa no es suficiente para com­ pensar los gastos que ocasiona la población pasiva. Para lograr el efecto deseado de aumento de la natalidad, los gobiernos utilizan, aparte de los incentivos económicos -bien escasos en España- una política de propaganda continua elo­ giando las virtudes de la familia. Los medios utilizados son múltiples. La propaganda matrimonial y natalista se repite ininterrumpidamente, hasta la saciedad, en la publicidad, el

cine, la prensa, la televisión, los discursos políticos, los con­ sejos médicos, la divulgación de métodos de salud, etc. Esta campaña ha surtido ya efectos. Los últimos estudios socioló­ gicos hablan de una notable vuelta a ideas conservadoras, incluso por las generaciones más jóvenes, que aprecian el matrimonio, incluso el religioso, la formación de un hogar, la fidelidad y la estabilidad de la pareja. Contraste evidente con la ideología que surgió en los sesenta por parte de las gene­ raciones que protagonizaron la rebelión del 68. Entre las ventajas que los gobiernos extraen del manteni­ miento del orden social tradicional, del prestigio de la familia y del sometimiento de los jóvenes a las ideas religiosas y cos­ tumbres de las generaciones de postguerra, se cuenta el paliar las tensiones de todo tipo que se derivarían de la pérdida de la protección familiar. Ya he comentado los beneficiosos efec­ tos que sobre las conmociones sociales derivadas del aumen­ to del paro ejerce la familia, fundamentalmente el ama de casa. Así mismo, la rebeldía individual, el aumento de las dis­ tocias sociales, la búsqueda exigente de otro orden económi­ co, serían las consecuencias inevitables de la disolución de la familia, como organización fundamental. Al mismo tiempo, la sociología ha divulgado ya los cam­ bios que se están operando en algunos sectores de familias de los países desarrollados. Los individuos que viven solos, las mujeres que tienen a su cargo niños pequeños o personas mayores, las parejas homosexuales, los amigos que conviven, son grupos humanos que aumentan imparablemente. Se ase­ gura que en Estados Unidos, donde se realizan siempre la mayor parte de estudios, las familias consideradas deseables y normales constituidas por padre, madre y dos hijos sólo constituyen el 4 por ciento del total. Cuando el feminismo abandona la perspectiva de tales cambios y las teorías que avistaban un panorama futuro de relaciones amorosas y sexuales sin compromisos matrimonia­ les ni económicos, y donde la responsabilidad de la sociali­ zación e instrucción de los hijos fuese compartida por la sociedad y el Estado, está apoyando las viejas ideologías con­ servadoras del matrimonio, la familia, la maternidad y en con­ secuencia, de la opresión de la mujer.

El propósito actual del feminismo no es dar alternativas globales a un sistema caduco, que mantiene el patriarcado, sino embellecerlo y aliviar mínimamente los sufrimientos que tal sistema provoca en las mujeres, siempre los sujetos explo­ tados de la organización familiar. Al elaborar complicadas argucias para resolver las tensiones que se producen en el seno de la pareja y de la familia, con el propósito de mante­ ner la relación y evitar las rupturas, cada vez más abundan­ tes, las feministas están apoyando las tendencias más conser­ vadoras de la política y de la sociología actual. El planteamiento actual del feminismo dominante es el de establecer un llamado “nuevo contrato social” con los hom­ bres. A pesar de tan político nombre, el planteamiento no hace referencia a lo público sino a lo privado. No se trata ya de reclamar una organización social que proporcione a las mujeres y a las madres los servicios precisos para alcanzar la socialización del trabajo doméstico, sino de pactar con el hombre de la casa: compañero, amante, marido, padre, el reparto de las tareas domésticas. Con tal compromiso están convencidas de que se resolverán, a la manera disneiana, todas las situaciones de discriminación y sobrecarga de tra­ bajo que padecen las mujeres, y les permitirán alcanzar la igualdad en el reparto del poder político. Esta nueva tendencia feminista que ha puesto de actualidad el término de “nuevo contrato social” y de “corresponsabili­ dad”, puede producir una literatura repetitiva destinada a difundir estos términos, sin mencionar las raíces económicas de la organización familiar ni contar con las formas de familia en que no existe un hombre con el que compartir nada. Estos tex­ tos tampoco tienen en cuenta las situaciones de distocia social grave que afectan a un porcentaje notable de familias. En defi­ nitiva, ni la viudez, el divorcio, la separación, el abandono, la pobreza, el abandono de los hijos, el maltrato a las mujeres y a los menores, son temas que merezcan ser considerados por tales autoras. Sin duda, escriben para un pequeño sector de mujeres que constituyen la élite de las profesionales. Pero al misma tiempo se logra el efecto deseado de dis­ traer la atención de planteamientos más radicales que son ninguneados o despreciados.

¿MEDIDAS DE IGUALDAD O POLITICA FEMINISTA? Pero aceptar las medidas de discriminación positiva o las cuotas y la paridad no significa reconocer que con ellas se han alcanzado todos los objetivos del feminismo, ni aún siquiera en la esfera laboral y política. Si como he repetido reiterativamente el feminismo es una ideología y una filosofía política que plantea el análisis y la lucha contra la injusticia, una teoría de la justicia en palabras de Amelia Valcárcel, la reforma que supone incorporar más mujeres a los diferentes estamentos de la política o a las escalas laborales no cumple más que una mínima parte de las reivindicaciones feministas. Y en realidad ni siquiera cumple éstas, en lo referente a la política. Porque si bien en el mundo laboral es simple­ mente de justicia exigir la participación femenina en igualdad de porcentajes que la masculina, en la política las condicio­ nes son diferentes. En los partidos políticos no se trabaja úni­ camente por la promoción personal de los participantes. Yo defiendo que ni siquiera debería ser ésta una de las motiva­ ciones, aunque la realidad se encargue cada día de demos­ trarme lo contrario, pero lo exigible es que, por lo menos en un gran porcentaje, sean los intereses de la ciudadanía los que lleven a los políticos a invertir buena parte de su vida en los escaños de los Parlamentos y en los despachos de los partidos. Hemos cedido el protagonismo de la vida pública a los partidos, entendiendo que este es el mejor modo de cumplir los mandatos de la democracia y del servicio al pueblo, y con el mismo propósito les concedemos a esos partidos, median­ te las sucesivas elecciones populares, el poder para adminis­ trar los asuntos públicos, y buena parte de los privados, en función de la ideología que defienden. Los electores escogen sus opciones precisamente en razón de esa ideología y no en función de las personas que están afiliadas a los partidos. Mucho más en España donde las listas electorales están cerra­ das y decididas de antemano por las direcciones de los parti­ dos. En consecuencia, la política que hacen unos y otros es bien diferente como sabemos y tiene unas consecuencias de gran trascendencia en todos los aspectos. Por tanto, que exis­

tan más mujeres en los partidos políticos y que alcancen más puestos de poder en ellos o en las instituciones, puede no tener ninguna repercusión final en la política que realicen esos partidos. Sobre todo cuando las mujeres que trabajan en ellos no son feministas. La experiencia nos ha demostrado que para seguir una política feminista no es suficiente ser mujer. Los ejemplos entre los que sobresale el de Margaret Thatcher y sus políti­ cas antisociales y reaccionarias, sobran. Porque en definitiva el feminismo no consiste únicamente en llevar más mujeres al Parlamento ni a las cúpulas directivas de las empresas, sino en defender una ideología transformadora del mundo, que se oponga a todas las injusticias que en él suceden, y para ello tan feminista puede ser un hombre como una mujer. Y en la historia cotidiana así lo vemos. Siempre será más progresista un hombre socialista que una mujer de derechas. El feminis­ mo no es cuestión de biología. Los caracteres sexuales que nos otorga la anatomía no imponen la ideología que se ela­ bora continua y difícilmente a lo largo de toda la vida y que en muchas ocasiones no coincide siquiera con la clase social cuyos intereses defiende. De otro modo este determinismo clasista lograría que todos los obreros fuesen revolucionarios. Por tanto, fiar a la implantación de cuotas o paridad el avance definitivo del feminismo nos está llevando a lograr el efecto contrario: un aumento de mujeres conservadoras o francamente antifeministas en todas las instituciones y pues­ tos decisivos de la sociedad como ya he explicado anterior­ mente. Lo que no sólo hará estéril nuestro esfuerzo sino que causará un grave daño a nuestro avance, puesto que sus polí­ ticas involucionistas serán el escaparate de la política de las mujeres y darán los mejores argumentos a los defensores del orden tradicional y machista. Porque en definitiva el feminismo es un asunto de hom­ bres y mujeres. En el cambio de la sociedad estamos impli­ cados todos, aunque los más directamente afectados por las injusticias sean los que se rebelen contra ese orden de cosas. Como dice Victoria Camps “los llamados problemas de la mujer son de hecho de toda la sociedad...No son problemas de mujeres. Son problemas “nuestros”, ignorados, ocultados,

hasta hace muy poco, nada más porque la visión del mundo era masculina. Los problemas de la mujer son problemas de todos, con la diferencia de que las mujeres son las que los padecen más directamente”1. Se trate de la manutención y la educación de los hijos o del aborto y la baja de natalidad o del maltrato a las mujeres, todos los ciudadanos están impli­ cados. Es el futuro de la humanidad el que se juega en ello. Ni los hijos pertenecen en exclusiva a la madre, ni ella debe ser la única responsable de su socialización, ni una sociedad democrática y avanzada puede permitir que las mujeres sean objeto de malos tratos y hasta de muerte. Estos son los principios de una sociedad democrática, pero sabemos bien que los principios abstractos no se corres­ ponden con la realidad, porque ésta responde a los intereses económicos de las clases, y ya he demostrado hace tiempo que las mujeres constituyen una clase explotada. Su libera­ ción dependerá fundamentalmente de la lucha que ellas des­ arrollen a favor no sólo de su clase sino de todos los explo­ tados del mundo. Y en esa tarea también encontraremos hombres que se desclasarán para apoyarlas a ellas y a todos los demás desfavorecidos.

1 D em ocracia P aritaria. Artículo cit.

Segunda Parte

CONTRARREVOLUCIÓN

Capítulo I

POSTFEMINISMO En 1975 se celebraron los fastos del Año Internacional de la Mujer que había declarado Naciones Unidas para contentar de alguna manera las exigencias de un Movimiento Feminista que en todos los países occidentales -menos en España- cla­ maba su descontento por el trato que dispensaban los hom­ bres a las mujeres. Pero esa conmemoración que los gobier­ nos pretendían inocua, una más de las inoperantes conferen­ cias que la Organización montaba para disimular su inefica­ cia, y que en aquella ocasión, a mayor abundamiento, fue dirigida y presentada únicamente por las mujeres de los gobernantes -en el caso de España de forma aún más infame por Pilar Primo de Rivera-, se convirtió en una estupenda ocasión de salir del armario. En España donde toda reunión precisaba de permiso gubernativo, cuanto más conferencias o asambleas, fue preci­ so permitir que las mujeres se reunieran y hablaran para estar acorde con los demás países. De allí se comenzó el trabajo de un Movimiento Feminista combativo y sorprendentemente en la “-España fascista”, profundamente radical. Pronto quedaron desbancadas de la dirección del Mo­ vimiento, e incluso de su influencia, las moderadas pertene­ cientes a diversos sectores de la democracia cristiana. Las mujeres que pertenecían o habían pertenecido a las diferen­ tes tendencias del movimiento comunista se hicieron con el liderazgo. Por un lado porque tenían una enorme práctica de

organización en la clandestinidad que desconocían las seño­ ras de la DC, pero también porque conectaron inmediata­ mente con las necesidades y aspiraciones de una mayoría de mujeres, que habían sufrido múltiples segregaciones y opre­ siones bajo la dictadura. Cierto es que las carencias que padecían todos los secto­ res de clase de las mujeres permitía fácilmente comprender sus necesidades y convertirlas en reivindicaciones inmediatas, en aquel tiempo de aparentes grandes transformaciones que se ha dado en llamar “la transición democrática”. Pero tam­ bién lo es que el Movimiento Feminista de los años setenta en España protagonizó las luchas más radicales de toda Europa y elaboró parte de una teoría enormemente rica en contenidos transformadores1. Ese Movimiento Feminista tuvo como cualidades funda­ mentales, la unidad y la radicalidad, frente a la atomización del movimiento comunista y la repentina debilidad que todos lo partidos políticos de izquierda mostraron ante los poderes económicos, militares y eclesiales, que impusieron el modelo de Estado y de sociedad actuales. El axioma que asevera que quien ignora su propia historia está condenado a repetirla, debe ser aplicado al Movimiento Feminista pero en sentido contrario. Nunca ha sido más apropiado, respecto a aquel, afirmar que debemos recordar nuestra propia historia preci­ samente para repetirla. En el vigésimo aniversario de la transición política, cuyas conmemoraciones he contemplado con la indignación que produce comprobar la injusticia de que se hayan borrado de las imágenes y de las páginas toda referencia a la lucha que las mujeres han jugado en la construcción de esta democra­ cia que disfrutamos, he repetido innumerables veces, que sin la lucha y el esfuerzo de los diez años en que el Movimiento Feminista trabajó unido y organizadamente para lograr la igualdad formal entre mujeres y hombres, la democracia actual sería muy diferente.

1 Ver la revista Vindicación Feminista, que se publicó en Barcelona desde desde 1976 hasta 1979.

La observación de la realidad y el estudio de la historia nos demuestran que los hombres consideran demócratas consti­ tuciones y cuerpos de leyes que marginan a las mujeres de la protección de los derechos humanos. Irlanda en Europa y gran parte de los países latinoamericanos son un buen ejem­ plo de esta peculiar concepción masculina acerca de los derechos universales. Al Movimiento Feminista, pues, le debemos las mujeres españolas la declaración de igualdad que consta en el artícu­ lo 14 de nuestra Constitución, y la reforma de todas las leyes que se oponían a este principio. Para obtener este triunfo, el Movimiento Feminista trabajó con la mayor racionalidad y valentía. En primer lugar unió sus fuerzas: sus mujeres, sus recursos económicos, sus organiza­ ciones. Con mucha más inteligencia que los hombres, desechó la mayoría de sus prejuicios, aparcó las diferencias que sepa­ raban a sus componentes en razón de los partidos y de las ide­ ologías, y decidió trabajar conjuntamente. La Coordinadora Feminista de Barcelona es el ejemplo más coherente de esta estrategia, que mientras subsistió, la condujo al éxito. Al mismo tiempo, y como sustento y raíz del propio Movimiento, los objetivos e ideales que defendió, y en los que basó su fuer­ za y su entusiasmo, fueron mucho más radicales que los que tan timoratamente proclamaban los partidos incluso aquellos que se situaban en la extrema izquierda. El manifiesto que aprobaron ciento veinticinco mujeres en las Jornadas de Madrid de diciembre de 1975, definía el Mo­ vimiento que queríamos: autónomo, independiente de los par­ tidos políticos y revolucionario. Y durante los años de lucha coordinada y conjunta, hizo honor a esta proclama. Mientras los partidos políticos traicionaban la ruptura política con el régimen que fenecía, y hasta los que habían luchado heroica­ mente contra la dictadura se postraban ante las exigencias de la monarquía, del ejército y de los restantes poderes fácticos, las mujeres no cedimos un ápice en la exigencia de que se realizaran cambios transcendentales en nuestro país tanto para nosotras como para la sociedad en su conjunto. Conseguir esa parte de lo reclamado, que ahora poseemos, fue el resultado de nuestra intransigencia y de nuestra firmeza ideológica. De

habernos mostrado débiles y conciliadoras nuestra situación actual sería mucho peor de la que padecemos. Cierto es que llegó un momento en que tanto la unión como el impulso revolucionario cedieron, y en según qué sectores se acabaron. Y por tanto ya no hemos avanzado más en nuestras conquistas. Las derrotas sucesivas de la amplia­ ción de la ley de aborto constituyen el ejemplo más signifi­ cativo. Al que hay que añadir las cifras de la marginación en el trabajo y en los puestos de responsabilidad, los nueve millones de amas de casa que constituyen el colectivo más numeroso de Europa, el inmenso paro y ese minúsculo repar­ to de la renta nacional de la que a las españolas únicamente corresponde el 18 por ciento.

TIEMPOS PASADOS Como en la zarzuela “La del Manojo de Rosas”, ¡qué tiem­ pos aquellos! ¡qué tiempo pasado!... El Muro de Berlín se cayó, o mejor dicho lo derribaron y muy violentamente tras cincuenta años de Guerra Fría -e n la que entraban treinta y tantas calientes en todas las regiones del globo- y las ideolo­ gías revolucionarias perdieron su prestigio. Con ellas, el femi­ nismo transformador. Las dirigentes del movimiento fueron “moviéndose” hacia los puestos de poder, en los partidos políticos, en los sillones del gobierno, en la plantilla de fun­ cionarios. Las más arriesgadas siguieron trabajando en las ONGs que ya no se llamaban Movimiento feminista. Con la misma denominación genérica se confunden las organizacio­ nes caritativas eclesiásticas con la Cruz Roja y las asociacio­ nes de mujeres, en un batiburrillo muy beneficioso para el poder y siempre cobrando subvenciones. Porque a partir del tímido inicio de implantación de algo parecido al Estado del Bienestar, todos los grupos de muje­ res, feministas y menos feministas, solicitaron y reclamaron ayudas económicas de ese Estado, que sin duda se las debía. Tanto para indemnizarlas por los servicios prestados a una democracia que hubiera sido muy otra sin su esforzada lucha de tantos años, como para retribuir el trabajo gratuito que

seguían realizando en favor de mejor calidad de vida de las mujeres, que al Estado le resultaba mucho más barato que el que hubiese debido pagar a sus funcionarios. Pero el bienestar económico conlleva también el abur­ guesamiento de sus beneficiarios, y en el caso de las muje­ res, que tan poco bienestar habían tenido siempre, las pequeñas ayudas que recibieron de Institutos de la Mujer y otros organismos estatales, las contentaron prontamente. El fenómeno desmovilizador del Movimiento Feminista logrado por las subvenciones, igual al sufrido por los sindicatos, debería ser analizado detalladamente, aunque algunas denuncias han sido ya publicadas, aunque insuficientes. Pero no es éste el tema central de mi capítulo, sino analizar las modificaciones sufridas por la teoría feminista desde aquellas radicales declaraciones que lo proclamaban revolucionario, hasta la profusa producción de textos que defienden el imperio de lo privado, lo individual, lo atomizado en el feminismo. Textos de las cátedras universitarias y de los medios de comunicación que han influido definitivamente sobre amplios sectores del movimiento, contribuyendo con ello a desmontarlo.

ESCAPISMO En realidad el feminismo de la diferencia es el cimiento teórico sobre el que se construye más tarde una serie de deri­ vaciones: la denuncia del “universalismo” feminista, la reivin­ dicación del multiculturalismo, el separatismo entre heterose­ xuales y lesbianas, la defensa de la vida privada como más enriquecedora que la dedicación al activismo feminista. Todas estas rutas que ha tomado la teoría feminista en los últimos años, repetidamente argumentadas en multitud de textos, vie­ nen fundamentalmente a apoyar a la reacción, entendida en el sentido en que la analiza Susan Faludi en su libro del mismo título en castellano: Backlasb-The no declare war against vomen en inglés. Al fin y al cabo cualquier división en el seno de los movimientos de oposición beneficia al poder. Y de eso se trataba.

Los estudios de género, con la implantación del término en primer lugar, constituyen el apoyo académico que preci­ saban estas tendencias. Es Enrique Gomáriz el que explica que precisamente cuando el movimiento feminista pierde su pujanza es cuando aumenta la producción teórica: “Especialmente desde su espacio en las universidades, el feminismo aumentó la investigación y la construcción de tesis, su reflexión adquirió un mayor rigor académico y, sobre todo, se abrió notablemente el abanico de sus escuelas y pro­ puestas”. ¿Y cuáles fueron éstas? He reunido un sin fin de programas académicos de estu­ dios de la mujer, tanto en Europa como en Estados Unidos, donde, los temas más abundantes son superestructurales. Observo repeticiones constantes de análisis literario de obras de escritoras, desde el Renacimiento hasta el siglo XIX, semi­ narios sobre el amor y las poesías galantes, crítica de los conocimientos ginecológicos en la Era Moderna, estudios sobre el machismo en el cine de los años 50 y en la publici­ dad, y trabajos varios sobre la Revolución Francesa y la Ilustración y la historia del sufragismo. En Madrid los cursos sobre estudios de la mujer dedican un largo tiempo a la Ilustración y a la Institución Libre de Enseñanza, de la que las profesoras son ardientes admiradoras, y ninguno al feminis­ mo actual en España. No parecen estos estudios muy útiles para impulsar las actividades del movimiento, ni inician escuela alguna. Se trata del escapismo más evidente.

LAS NUEVAS TENDENCIAS. ATOMIZACIÓN Y PRIVATIZACIÓN DEL FEMINISMO El feminismo ha sido penetrado muy rápida y eficazmen­ te por las nuevas escuelas filosóficas y sociales en boga: postestructuralistas, postmodernas, minimalistas, etc. Como se deduce de su nombre, todas críticas con la tendencia de la que se separan. Es también Enrique Gomáriz el que divide la crítica del feminismo actual en tres líneas: la antifeminista tra­ dicional, que no merece comentarios, la postfeminista “que

critica aspectos parciales del feminismo, especialmente al activismo impenitente (el subrayado es mío), por cuanto con­ sidera que su papel ya se ha cumplido y que ahora la eman­ cipación femenina se dará por deslizamiento social y la neofeminista, que hace un balance crítico del feminismo en la idea de poner en cuestión todo aquello que considera mitos que se han transformado o se pueden transformar en obstá­ culos para ganar el cambio cultural”. Sin comentario respecto a la expresión “feminismo impenitente”, que refleja perfecta­ mente lo que piensa el autor del feminismo. Es de notar que considera que los únicos cambios que precisan las mujeres son culturales. Y ya hemos llegado también al postfeminismo y al neofeminismo. En el camino de estas tendencias hemos dejado atrás la igualdad, entendida como identidad masculina, el feminismo de la diferencia y su creencia de la naturaleza ontológicamente buena de las mujeres; la defensa de una relación natural de las mujeres con el medio ambiente que llevó al ecofeminismo, así como nos encontramos con la pos­ tura crítica contra las denuncias feministas que, según ellas, sólo muestran la condición de víctima de la mujer. En los tiempos del postfeminismo, las autoras -redimidas ya del feminismo impenitente- reconocen la capacidad de manipu­ lación emocional de las madres, y denuncian que se silencia la capacidad de las mujeres de ser también victimarías cuan­ do tienen superioridad física y psíquica para ello. Por ejem­ plo, Gomáriz asegura que el infanticidio es obra principal­ mente de mujeres. La crítica más aceptada por las teóricas, que ha calado incluso en el seno del movimiento, se dirige a rechazar la naturaleza única de la mujer, alegando que existe una fuerte diversidad en la población femenina, según la clase, la raza o la cultura. Pero en definitiva, cada una de esas tendencias lo que logró fue debilitar el movimiento. El ecofeminismo sirvió para que muchas mujeres que trabajaban en el feminismo engrosaran las filas del movimiento ecologista y se convirtieran en buenas militantes y auxiliares de los hombres que lo dirigen. Las “matizaciones” sobre la capacidad manipuladora emocional y el infanticidio cometido por las madres sirve para desdramatizar

el devastador fenómeno de la violencia contra las mujeres. Y sobre todo, si las mujeres no constituyen una clase en sí mis­ mas sino que se pone el acento en su pertenencia a diversas clases y razas y etnias y culturas -más adelante las subdivisio­ nes crecen y se diferencian por edades, por estados civiles, por opciones sexuales- se ha logrado la total atomización del que podría haber sido un movimiento unido y poderoso. Este acentuar la diversidad para huir de buscar causas uni­ versales, no es ajeno a los movimientos teóricos de la época (postestructuralismo y postmodernismo) que precisan señalar los motivos de división e individualismo en contra de los movimientos de unidad y progreso colectivos. Para Gomáriz esta crítica “estaba fuertemente apoyada en la evidencia empí­ rica” y añade que “por ello fue una de las autocríticas mejor aceptadas por el conjunto del movimiento”. Aunque éste pro­ fesor debe referirse fundamentalmente a las profesoras uni­ versitarias, es cierto que la crítica caló incluso en sectores acti­ vos, que optaron por separarse del conjunto del movimiento para crear grupos aparte de lesbianas, negras, hispanas, muje­ res separadas, mujeres víctimas de violencia, mujeres violadas, etc. que más tarde ya no se coordinaron con las otras, condu­ ciendo a la situación de taifas que padecemos.

POSTFEMINISMO O ¡POR FAVOR, SEAMOS MODERNAS! Susan Faludi en su libro ya citado Reacción: la no decla­ rada guerra contra las mujeres, retrata el postfeminismo como una reacción devastadora contra el terreno ganado por la “segunda ola” del feminismo: “Justo cuando el número de mujeres jóvenes que apoyaban los objetivos feministas fue récord a mitad de los 80 (de hecho, muchas más que muje­ res mayores) y la mayoría de todas las mujeres se llamaban a sí mismas feministas, los medios de comunicación declararon que el feminismo era el fruto de los setenta y que el “postfe­ minismo” era la nueva historia”. Para Faludi, el postfeminis­ mo constituye la reacción, y su triunfo miente en su habilidad para definirse a sí mismo como una irónica, pseudo-intelec-

tual crítica del movimiento feminista, puesto que en realidad es una hostil respuesta contra éste. Así, las mujeres, manipuladas por las informaciones e imá­ genes de los medios de comunicación, son fácilmente persua­ didas de que el feminismo está pasado de moda y de que no se le puede tener seriamente en consideración. “Todas noso­ tras somos ‘postfeministas’ ahora, afirman ellos, lo cual signifi­ ca que si las mujeres no han alcanzado la igualdad y la justicia o están moviéndose en tal sentido, es porque simplemente ellas mismas se retraen de conseguirlo”, dice la autora citada. El postfeminismo se enlaza con la posmodemidad, pero la dificultad de definir exactamente qué significa el concepto parece grande. No he hallado más que declaraciones vagas e incluso decididamente descalificadoras, como las de Sarah Gamble2 cuando escribe que “es una cosa amorfa” o Vicky Coppock, Deena Haydon y Ingrid Richter que afirman que “ el postfeminismo nunca ha sido definido. Permanece como el producto de una asunción”. Pero si este constructo, más un nombre para el tiempo actual que una definición científica o una descripción con contenidos, no se explica por las carac­ terísticas de la situación que viven las mujeres actualmente, si lo hace en sentido negativo. Más que determinar cuales han de ser las acciones de las mujeres, dice cuáles No han de ser. Fundamentalmente se trata de negar a las mujeres su condi­ ción de víctimas de un sistema injusto. Sarah Gamble, intenta explicarlo diciendo que muy gene­ ralmente, sin embargo, “el debate postfeminista tiende a cris­ talizar alrededor de los temas de la victimización, la autono­ mía y la responsabilidad. Porque es crítico con cualquier defi­ nición de las mujeres como víctimas que son incapaces de controlar su propia vida, se inclina a no querer condenar la pornografía y ser excépticas con la violación: porque se mani­ fiestan a favor del humanismo liberal, adoptan una ideología flexible que puede ser adaptada a las necesidades y deseos individuales.” Y tiende a ser implícitamente heterosexual. El postfeminismo comúnmente plantea una estrategia en la que 2 Feminism a n d Postfeminism - Critical Dictionary. Ed. Sarah Gamble, The Routlegde, New York, 1999.

pueden “hacer sitio a los hombres. Como amantes, maridos y hermanos tanto como amigos”. Yo creo que sería más propio llamarlo “prefeminismo” que postfeminismo. Todas las aseveraciones que contiene el párrafo de Gamble eran las que defendían los patriarcas anti­ feministas hasta mediados del siglo XX. Negar los malos tra­ tos a las mujeres, ser excépticos con las violaciones -ya sabe­ mos que las mujeres quieren ser violadas-, permitir la por­ nografía y la prostitución para su propio disfrute, y asegurar que las mujeres no hacen más en la vida porque no quieren. Y dar por supuesto que todos somos heterosexuales -hay que recordar que el código penal Victoriano condenaba la homo­ sexualidad pero no el lesbianismo porque la reina Victoria se negó a aceptar que tal aberración pudiera existir. Y las muje­ res en quienes mejor pueden confiar es en su padre, su mari­ do, sus hermanos y sus amigos. Ya se sabe que las mujeres se llevan muy mal entre ellas. Esto que dichas autoras consi­ deran lo más moderno y actual, tiene un olor y un sabor ran­ cio y anticuado, todo ya visto, ya conocido, ya sufrido, ya superado. Como el neoliberalismo, que parecen acabar de inventarlo.

MENOS VÍCTIMAS Pero para las postfeministas, aquellas autoras que no siguen tan “actual” línea feminista, que permanecen ancladas en la visión antigua de los eternos antagonismos entre hom­ bres y mujeres, son, en realidad, las reaccionarias. Katie Roiphe lo explica de tal modo: “Las feministas están más cerca de la reacción de lo que a ellas les gustaría pensar. La imagen que emerge desde las preocupaciones feministas res­ pecto a la violación y el acoso sexual es la de las mujeres como víctimas... Esta imagen de una delicada mujer es seme­ jante al retrato ideal de los cincuenta que mi madre y otras mujeres de su generación lucharon duramente para expulsar. A ellas no les gustaba su pasividad, sus ojos abiertos e ino­ centes. A ellas de hecho no les gustaba que ella fuera perpe­ tuamente ofendida por insinuaciones sexuales. A ellas no les

gustaba su excesiva necesidad de protección. Ella representa­ ba posibilidades colapsadas en el terreno personal, social y psicológico, y trabajaron y marcharon, gritaron y escribieron para convertirla en irrelevante para sus hijas. Pero aquí está ella otra vez, con sus puras intenciones y sus ojos abiertos. Otras muchas autoras3 americanas apoyan esta interpreta­ ción del feminismo. Para ellas la culpa, en definitiva, de que se haya detenido el avance de las mujeres hacia la igualdad y el poder la tienen las estrategias del viejo feminismo, que en vez de cambiar hacia posiciones modernas -mejor postmodernas-, se encalla en atrasadas denuncias que nadie quiere escuchar. Por ejemplo, para Rene Denfeld el término feminismo se ha convertido en un extremismo que aliena a la más joven generación de las mujeres, con su insistencia en perseguir la creencia ya inservible de la victimización femenina a manos del todo poderoso sistema patriarcal, con lo que en realidad están provocando una gran hostilidad en ellas hacia cualquier relación heterosexual: “Mientras las mujeres se mueven hacia adelante -con el objetivo de la igualdad grabado firmemente en sus corazones- el movimiento de mujeres permanece atra­ pado en una ideología alienante, con lo que lo único que conseguirá el movimiento feminista es abocarse hacia su completa irrelevancia”.

Y MÁS VIOLACIÓN, PROSTITUCIÓN Y PORNOGRAFÍA Denfeld se manifiesta también indignada contra las de­ nuncias del feminismo acerca de la violación, la pornografía, el acoso sexual, la perversión de menores, indicativas única­ mente de una moral trasnochada: “En nombre del feminismo, esas extremistas se han embarcado en una cruzada moral y espiritual que nos llevaría hacia atrás en el tiempo -peor que el día de la madre- a los valores de la moral sexual del siglo diecinueve, pureza espiritual y ausencia de ayuda política. A

3 Ver Postfeminism. Obra cit.

través de una combinación de voces influyentes y causas no cuestionadas, el feminismo de ahora crearía una muy igual moral pura según el papel de mártir que las mujeres sufrie­ ron hace un siglo.” Esta crítica entronca con la que la mayoría de la izquierda política, sobre todo masculina, realiza respecto al llamado puritanismo de las feministas trasnochadas que pretenden prohibir la pornografía, el proxenetismo, la prostitución, la pedofilia, la perversión y la prostitución de menores. Con motivo de éste tema uno de nuestros conocidos cinéfilos y profesor de una universidad estadounidense Román Gubern, criticó acerbamente la iniciativa del Partido Feminista de pro­ hibir la pornografía dura, aquella que filma escenas de sexo en vivo y de sadomasoquismo. Llamó a sus dirigentes repri­ midas sexuales, puritanas y en realidad tan anticuadas como las señoras beatas de principio de siglo. Más tarde se descu­ brió que un sector de éste cine filmaba la tortura e incluso los asesinatos reales de mujeres y niños, las que se denominan “snuff-movies”. No tenemos noticia de que semejante nego­ cio haya desaparecido. En 1996 se aprobó en España el que el entonces Ministro del Interior Belloch, del Partido Socialista Obrero Español, denominó pomposamente “el Código Penal de la democra­ cia”, que recibió los votos a favor de toda la izquierda. En él se suprimieron los delitos de perversión de menores, de porr nografía, proxenetismo, estupro, se restringió la interpreta­ ción de la violación y se permitió dar el consentimiento para realizar actos sexuales a los 12 años. Cuando un par de años más tarde se descubrió en Valencia una red de pornografía infantil, que tenía clientes en todo el mundo, que filmaba y fotografiaba a niños desde nueve meses hasta diez años, a los que se obligaba a adoptar posturas obscenas y a realizar actos sexuales entre sí para deleite de un numeroso público pedofilo y pederasta, los jueces no pudieron procesar a ninguno de los inculpados puesto que tal conducta no estaba con­ templada en el Código Penal. En España ha calado la idea de que la izquierda y ahora las postfeministas deben ser absolutamente tolerantes y hasta simpatizantes con toda clase de conductas sexuales. Atena­

zada la población durante cuarenta años de dictadura con las represiones más arbitrarias y reaccionarias de la sexualidad, represión que alcanzaba la más necia censura de toda expre­ sión verbal, escrita o de imagen de cualquier erotismo, los progresistas identifican ahora, de forma acrítica, la supresión de la represión con la permisión de la explotación sexual. En la misma línea un sector del movimiento en España se ha manifestado partidario de la prostitución y de la porno­ grafía, considerando que ambas actividades eran tan sanas y aceptables como cualquier otra tarea, y que la prohibición únicamente redundaba en la persecución de las prostitutas que eran las más débiles y necesitadas de ese trabajo4. Las dirigentes de esa tendencia siempre utilizan en su crítica a las prohibicionistas un tono de desprecio por la moral trasno­ chada que defienden y que para ellas no cabe duda de que emite un evidente tufillo a prejuicio católico. Pero defender la prostitución y la pornografía no es tan moderno. Durante toda la historia del patriarcado han existi­ do la prostitución y los espectáculos de sexo para disfrute de los varones. Es muy común la mitología que asegura que la prostituta obtiene placer en el ejercicio de su “profesión”. En las películas del Oeste, repetidas hasta el hastío en este vera­ no del 2000, las prostitutas requieren de sus clientes actos sexuales completos y satisfactorios y en caso contrario no aceptan el pago. El film de Buñuel “Belle de jour”, converti­ do en emblemático para los cinéfilos fundamentalmente varo­ nes, afirma la vocación “prostitutoria” de una dama decente, de buena posición y casada. Los hombres desean creer que la relación mercenaria que sostienen con las prostitutas se basa en algo más que en la retribución acordada; quieren ser deseados “por sí mismos”, introducir en el comercio carnal los sentimientos, la pasión, el impulso sexual. Desean ser mentidos respecto a sus capacidades amatorias, al atractivo de su cuerpo, a la potencia de su pulsión, al número de los coitos que son capaces de practicar en poco espacio de tiem­ po, al tamaño de su pene y a cualquier otra cualidad sexual

4 G a ra iz a b a l,

Cristina: P oder y libertad, n.Q 14, cit. pgs. 34-35.

que creen poseer. Capacidades todas que, según ellos, vuel­ ven “locas de pasión” a las meretrices con las que realizan rápidos coitos en un efímero espacio de tiempo, mientras otros clientes esperan su turno y el chulo observa desde el pasillo el desarrollo del servicio. La misma mitología se defiende en lo que respecta a las vio­ laciones. Las afirmaciones de que cuando una mujer dice no es que quiere decir sí, y la de en caso de violación relájate y dis­ fruta, y la de que en realidad la mujer lo provocaba, que pue­ blan los chistes, la literatura y el cine masculinos, son conoci­ das desde tiempo inmemorial. Se han elaborado para justificar la violación, los abusos sexuales, el acoso y hasta la pederastía y la pedofilia. Novelas como “Lolita” y su homónimo film, y otras que presentan niñas perversas, provocadoras de hombres ingenuos y débiles que los llevan a la desgracia e incluso a la muerte, se han repetido en nuestra historia cultural. Afirmar que las mujeres ya no son víctimas, sino prota­ gonistas de sus propios deseos, pintarlas como seres deci­ didos, “de ojos entornados y miradas astutas” -e n contra­ posición a la imagen que nos mostraba Katie Roiphe de dulces inocentes sumisas, “de ojos abiertos”- capaces de ambiciones, de luchas enconadas contra sus competidores varones, dispuestas a todo con tal de alcanzar sus objetivos, no resulta en absoluto novedoso. No hay más que ver la producción cinematográfica, sobre todo estadounidense, repleta de malas mujeres asesinas -entre estas últimas se da una gran proporción de lesbianas-, con argumentos que tampoco son innovadores, ya que desde los años treinta la vampiresa se opuso en la mitología masculina a la honesta muchacha y a la dulce esposa. Mujeres tan agresivas, tan arrolladoras, tan crueles, tan insensibles como los peores hombres. Que los acosan sexualmente -ahí el título de “Acoso”- , los seducen y engañan - “Instinto Básico”- , inclu­ so los asesinan - “El cartero siempre llama dos veces”- , se aprovechan de otras mujeres en beneficio de otros hombres - “Las diabólicas”- etc. Mientras, en cambio, entre los hombres se dan casos de bondad y sacrificio mucho más altruistas que la conducta las mujeres. Hombres que aman a su familia, que trabajan esfor­

zadamente por mantenerla sin que se lo reconozcan, que desean vivir con sus hijos aunque su malvada esposa se lo impide. Que tienen incluso que disfrazarse de mujer y emple­ arse de criada en el que fuera su hogar conyugal para poder estar cerca de ellos. Este es uno de los últimos argumentos de la producción hollywoodense. Según la ideología domi­ nante no sólo hemos conseguido la igualdad sino la inver­ sión de los géneros. Este sí es el triunfo absoluto de la igual­ dad, aunque sea para lo malo. Pero ya se sabe que todo pro­ greso tiene sus defectos, y en cambio las ventajas son evi­ dentes: ahí están las mujeres triunfadoras que abundan en la producción filmada y literaria, desde Moliere hasta el último Premio Goncourt francés y autores coetáneos en varios paí­ ses, que repiten la versión de las feministas viejas y frustra­ das, que han perdido la vida persiguiendo imposibles objeti­ vos, obsesionadas por sus fanáticos principios, mientras las jóvenes modernas logran lo que se proponen, olvidando los gastados e inservibles prejuicios contra los varones. En definitiva, que las postfeministas afirmen ahora que la prostituta obtiene placer en los coitos forzados que vende, o que por lo menos no lo pasa peor que la mecanógrafa o la mujer de limpieza, mientras obtiene mucho más dinero, o que las niñas y los niños deben tener libertad sexual desde muy tier­ na edad, sin represiones ni prohibiciones, o que la pederastía la perversión de menores y el estupro no deben ser delitos, o que las mujeres violadas y golpeadas no son tan víctimas como quieren hacernos creer las viejas feministas, no hace más que apoyar la ideología patriarcal que, inevitablemente, redunda en beneficio de los hombres. Lo que, aunque las postfeministas no quieran reconocerlo, es profundamente reaccionario.

LOS EXCESOS DEL FEMINISMO En definitiva, para las postfeministas, como Denfeld, el feminismo al valorar la figura de la mujer víctima ha perdido credibilidad a los ojos de aquellas a las que por padecer una real desigual social y política necesita ser dirigido, con lo que se encuentra desprovisto de toda fuerza.

En una línea parecida, aunque no tan crítica, se mani­ fiesta Naomi Wolf, la escritora estadounidense que se hizo famosa por su denuncia de la manipulación machista de la belleza femenina en su libro El mito de la belleza. No atri­ buye al feminismo todos los retrocesos sufridos en los últi­ mos años, como hacen Denfeld y Roiphe. Por el contrario considera, como Faludi, que mucha de la responsabilidad del problema de la imagen que proyecta estos últimos años el feminismo es la campaña que han montado los medios de comunicación populares de “mentiras, distorsión y cari­ catura” contra el movimiento. Pero ella tampoco absuelve al feminismo de toda responsabilidad, denunciando que algo “malo habita en el propio movimiento” que ha oculta­ do su capacidad de contactar con los medios de comunica­ ción, dañados por estereotipos en los cuales muchas muje­ res esconden su alienación. El desarrollo de una “línea ide­ ológica dura” entre algunas secciones del feminismo signi­ fica, dice Wolf, que “la definición del feminismo ha llegado a ser ideológicamente exagerada. En vez de ofrecer el poder decir Sí a los deseos individuales de las mujeres que desean forjar su propia definición, se ha redefinido desas­ trosamente en la imaginación popular como un No a todo aquello fuera de la tradición...” La expresión de “todo lo malo que habita en el movi­ miento” y “las exageraciones de la ideología feminista”, me recuerdan la intervención de una desatacada escritora espa­ ñola en una mesa redonda sobre literatura y feminismo. Ella se mostraba bastante cercana al movimiento y benévola con sus militantes, pero presa de pronto de un ataque de pánico, se disculpó por su filia feminista asegurando que, por supues­ to, comprendía el rechazo de la gente ante los “excesos” del feminismo. El auditorio y ella misma tuvieron que aceptar, después de mi intervención, que aunque el movimiento había cometido errores, ya que no hay nadie perfecto, resultaba inapropiado, por no decir del todo desproporcionado llamar­ le “excesos” a nuestras torpezas, cuando habíamos visto y sufrido los excesos, esos sí, de todos los movimientos socia­ les protagonizados por los hombres. Si frente a las revolucio­ nes, guerras, torturas, genocidios, crueldades cometidos por

los dirigentes políticos durante los dos últimos siglos -y no menciono más atrás para no hacer interminable la listadesde la Revolución Francesa, las guerras imperiales, la Comuna de París, los movimientos anarquista, socialista, comunista, la Revolución bolchevique, la Guerra Civil espa­ ñola, la II Guerra mundial, el nazismo, el fascismo, las gue­ rras de invasión, etc., contábamos las equivocaciones del movimiento feminista, éste quedaba reducido a la actuación altruista de unas santas. Resulta enormemente significativo que se critique tan acer­ bamente al movimiento feminista por los amigos, en un ejer­ cicio de autodestrucción, que nada justifica.

BASTA DE CATASTROFISMO También para las dirigentes de varias tendencias del femi­ nismo español actual hoy es preciso plantear el feminismo de forma mucho más moderna. Por ejemplo ya no le llamamos feminismo sino “asuntos de género”, o “affidamento” o “sottosopra” o postfeminismo o simplemente asuntos de mujeres, cuando pretenden ser más populistas. Y por supuesto hemos de encarar la estrategia de las mujeres desde un punto de vista mucho más optimista y positivo, en el que el enfrentamiento con los hombres está fuera de toda racionalidad. Partiendo de los esquemas tradicionales del patriarcado, se apoyan en la realidad indiscutible de que el mundo está poblado por hom­ bres y por mujeres y que ambos sexos deben vivir en paz y en armonía. Pero al parecer las únicas responsables de esa convivencia amorosa y tranquila son las mujeres. De tal modo, durante una década, en los noventa, el postfeminismo en España se caracterizó por despreciar las situaciones de violencia protagonizadas por hombres que atacaban, golpeaban, violaban y asesinaban mujeres, a las que confería únicamente un carácter marginal. Sobre todo por parte de ciertas mujeres que se habían situado en los centros de poder. Este criterio lo mantenían respecto a todas las explotaciones y opresiones, no solamente respecto a la violencia. Para ellas resultaba ya enormemente fastidioso

escuchar todos los días las quejas de las viejas feministas acer­ ca del paro femenino, de los bajos salarios, de la falta de pro­ moción profesional y política, del desigual reparto de la riqueza, de las penalidades de las mujeres divorciadas con hijos, de las dificultades para practicar abortos. Ya no se trataba de seguir hablando de desgracias, convir­ tiendo a las mujeres en perpetuas impotentes, débiles, nece­ sitadas de continua protección, sino de mostrar al mundo una imagen distinta de la mujer. Aquella que desempeña un tra­ bajo profesional gratificante, usa anticonceptivos y abriga grandes ambiciones políticas. Es muy aleccionador repasar la biografía de la mayoría las dirigentes que llegaron a puestos de poder y comprobar que todas son solteras -algunas les­ bianas aunque no lo confiesen- o casadas sin hijos y hasta sin marido al lado, o divorciadas con hijos mayores. En definiti­ va, como se ha podido comprobar en el mundo entero, las condiciones imprescindibles para que una mujer pueda dedi­ carse de lleno a la política. Quedaba claro que las demandas que las postfeministas planteaban ya nada tenían que ver con las dificultades eco­ nómicas y personales que desde siempre han atenazado a las mujeres, y mucho menos con las condiciones de extre­ ma pobreza y explotación de los países del Tercer Mundo -¿hambre, quien dijo hambre? ¿y eso qué es?-, y por tanto que cualquier “extremismo” quedaba excluido. Nadie sen­ sato plantearía trasnochadas revoluciones, ni siquiera cam­ bios estructurales drásticos. Ahora se trataba de lograr las cuotas en los partidos, la paridad en los Parlamentos, la dis­ criminación positiva en el trabajo, el pacto social con los hombres para lograr la corresponsabilidad de éstos en las tareas domésticas y el cuidado de los hijos, el reparto de los tiempos de trabajo y de ocio, la redistribución de los espa­ cios urbanos. En resumidas cuentas, resolver los conflictos por la vía de la mediación -la mediación familiar se puso en marcha a la vez para evitar los procesos judiciales, con lo que ya no se plantea exigir justicia sino obtener algo cuando no se tiene nada-, del pacto, de la obtención de algunas de las ventajas que detentan en exclusiva los hombres. Como se ve todo

muy desarrollado, muy pequeño burgués, muy elitista, uni­ versitario, parlamentario. Como corresponde a las circunstancias personales en que vivían las que defendían tal tendencia. Encerradas en su pequeño mundo de familias burguesas y a veces adictas al régimen franquista o que hicieron con él sus mejores nego­ cios, de colegios religiosos elegantes de pago, universidades, a veces también privadas; promocionadas por papás compla­ cientes, hermanos que disfrutaban de las recomendaciones familiares, maridos que estaban relacionados con su familia por alianzas económicas y sociales y enlaces matrimoniales, llegaron a la política -véase que casi siempre de la mano de un novio o marido comprometido contra la dictadura que las introdujo en la política- gracias al apellido familiar o conyu­ gal, a sus estudios universitarios y a sus relaciones desde la infancia. Y en ella lograron hacerse un huequecito, no dema­ siado ancho ni confortable por otro lado, ya que a la mayo­ ría les duró poco. Fueron despedidas prematuramente del puestecito que les habían concedido. Quemadas en plazos de tiempo mínimos en comparación con las eternidades de que disfrutan sus compañeros, marginadas antes de que se ente­ raran de lo que era verdaderamente detentar un puesto de poder, jubiladas en la plenitud de la vida, regresadas a la uni­ versidad después de un efímero tiempo de gloria, o perma­ neciendo en el gris montón de los parlamentarios o senado­ res o concejales perpetuos, que están bien para cumplir las consignas de la dirección del partido.

HASTA QUE LLEGÓ LA CATÁSTROFE Si no hubiera sido porque en los finales de los noventa y principios del 2000 la violencia contra las mujeres se desen­ cadenó como un tifón, como un vendaval, como un mare­ moto, por parte de maridos enfurecidos al encontrarse de pronto ante la situación inesperada e inaceptable de ser des­ preciados en su papel de machos jodedores y fertilizadores, de patriarcas obedecidos y admirados, de haber sido despe­ didos incluso del hogar conyugal, la casa que ellos habían

pagado y que era su hogar indiscutible, a la vez que se les negaba el derecho a tener los hijos consigo y a veces hasta de visitarlos. Si no hubiera sido porque esos hombres se lan­ zaron a apalear a su esposa, a su amante o novia y a matar­ las en cantidades no conocidas hasta entonces - o por lo menos no difundidas- las mujeres de los partidos políticos gobernantes, socialistas primero y del Partido Popular des­ pués, que sucedieron a aquellas, hubieran continuado, encantadas, en esa misma línea. Pero cuando se publica cada tres días un asesinato de mujer, a tiros, a cuchilladas -más de treinta y de cincuenta y de setenta-, estrangulada, lanzada por el balcón, quemada viva con gasolina, apaleada y tirada al río, a un pantano, atada y amordazada, asesinada ante sus hijos o sus padres; hasta sumar cien, ciento diez, noventa y cinco, noventa y siete, cada año; y un niño muere cada quince días después de haber sido golpeado, quemado con cigarrillos, víctima de múltiples traumatismos, por su propio padre, resulta imposi­ ble seguir difundiendo el melifluo discurso del postfeminis­ mo. Por lo menos en cuanto a violencia, violaciones, abusos sexuales, maltrato de menores se refiere. Hasta los hombres de buena voluntad se escandalizan. Los medios de comuni­ cación -cuyo poder se halla absolutamente en manos mas­ culinas- difunden las alarmantes noticias, se muestran críti­ cos con policías y jueces que no protegen a las mujeres, hacen reportajes, entrevistas, plantean preguntas y exigen soluciones. Y las asociaciones de mujeres que se han ocu­ pado de este tema durante décadas vuelven a tener cierto protagonismo. Ahí está el drama, ya no tan oculto, que indica la profun­ didad del problema: la opresión de las mujeres no es una cuestión circunstancial o temporal. Ni de pequeños sectores de clases marginales. Las mujeres apaleadas y asesinadas no solo son gitanas o mendigas, miserables instaladas en guetos urbanos. Pertenecen a todas las clases sociales y sus verdu­ gos también. Y la violencia se manifiesta más clara y feroz­ mente cuando se plantea entre la víctima y el victimario la apuesta por la libertad. Pero ante esta evidente extrema expresión de la lucha de clases entre hombres y mujeres, la

sociedad reacciona como espera y hasta exige la clase domi­ nante: se inhibe, se burla incluso, no presta ninguna ayuda. El tan cacareado Estado de Derecho, que en España es toda­ vía tan joven que debe ser recordado diariamente, no consi­ dera a las mujeres sujetos de derechos, ni siquiera el de la vida. La policía no atiende las denuncias, los jueces no con­ denan a los agresores, se permite la impunidad de los apaleadores que permanecen en su casa disfrutando de todos los bienes conyugales, mientras las mujeres son obligadas a huir o a refugiarse en precarios asilos; las condenas, cuando las hay, son ridiculas. Las mujeres no pueden reclamar pro­ tección frente a sus amos, porque en definitiva siguen sien­ do siervas, cuando no esclavas. El patriarcado sigue impo­ niendo sus leyes que han de servir para mantener el modo de producción doméstico. Hay que desanimar a las rebeldes, hacerles comprender que su lugar en la sociedad está pre­ determinado de antemano, desde el nacimiento. Para la supervivencia del modo de producción doméstico, impres­ cindible para la supervivencia a su vez del capitalismo, es necesario evitar que se produzcan cambios drásticos que lle­ varan a independizar eficazmente a la población femenina de la dictadura masculina. Sería consumar la revolución femi­ nista, y ya se sabe que lo último que desea el poder son revoluciones.

EL ETERNO RETORNO. IMPERTÉRRITAS POSTFEMINISTAS. MERCADO Y DOMINACIÓN Pero no se crea que tan dramática situación invalida el dis­ curso del postfeminismo para sus defensoras. Ellas conside­ ran las violencias contra las mujeres una excrecencia deplo­ rable de la situación. Tumores y heridas en un cuerpo sano que no le llevan a la gangrena. Se aíslan, se sajan, se desin­ fectan y se continua viviendo. Mejor que antes. Dos millones de mujeres apaleadas, un centenar asesinadas, quince mil vio­ ladas, medio millón de niños maltratados cada año no son cifras importantes en un país de cuarenta millones de habi­ tantes. También existen delincuentes y asesinos que no

ponen en peligro esta sociedad rica y desarrollada en que vivi­ mos. Contamos así mismo ocho millones y medio de pobres que viven en la marginalidad social y que por tanto no cuen­ tan para los desarrollados y bien pensantes ciudadanos que comen cada día -muchas veces demasiado-. Que sólo consi­ ga empleo el 29% de la población activa femenina, que el paro duplique o multiplique el masculino, como en este mes de julio de 2000 en que por cada 40 hombres empleados sólo lo ha sido una mujer, que los salarios femeninos tengan un défi­ cit del 30 y hasta del 50% de los masculinos, no afecta a las mujeres profesionales y políticas bien situadas, o que se lo creen, que empujan ahora con fuerza para obtener la paridad en los partidos, después de haber logrado las cuotas. Esa privilegiada capa femenina que ha seguido contenta las consignas del postfeminismo, porque a ellas se refería, haciendo práctico un discurso teórico que corría el peligro de quedar aislado en las cátedras universitarias e indiferente a la sociedad. Sara Gamble comenta de la autora del postfeminis­ mo, Ann Brooks su preocupación acerca de la aplicación del postfeminismo a la agenda política y al activismo social, para evitar el peligro señalado ya por Denfeld y Wolf de que se quede en una disciplina académica limitada a las universida­ des. Es Denfeld la que acusa a las feministas académicas de haber “escalado al limbo de la teoría académica que es abso­ lutamente inaccesible para los no iniciados”, mientras Naomi Wolf las acusa de haber adoptado “una jerga profesional, exclusiva y elaborada cuyos beneficios no son mayores que los del “asqueroso Latin”. Las postfeministas dedicadas a la política y a la dirección empresarial han puesto en práctica las líneas de actuación definidas por las universitarias. No más quejas, no más rei­ vindicaciones victimistas. Ellas van a actuar ejerciendo el poder, que está ahí para tomarlo, tratando a sus compañeros varones de igual a igual, reclamando normas de comporta­ miento para que los últimos reductos que quedan sin con­ quistar: los altos cargos de la'política y de la empresa, se rin­ dan ante lo convincente de sus argumentos. Cierto que el ejercicio de actividades importantes a niveles de dirección ocupa un tiempo infinito, difícil de compaginar

con las tareas domésticas -o la dirección de una casa aten­ dida por algún tipo de servicio-, a la vez que la relación per­ sonal y sentimental con un compañero o marido -se da por supuesto y a veces explícitamente la heterosexualidad- y no digamos con el cuidado de hijos, aunque solo sea uno, si los hubiera. En realidad volvemos -y es que esta vida es un eterno retorno- a la figura de la “superwoman” que protagonizaron ya en los años treinta nuestras madres y hasta nuestras abue­ las, cuando alcanzados los objetivos sufragistas: igualdad de derechos civiles, políticos y sociales, se encontraron con la carga de la doble jornada: la de la vida pública y el trabajo doméstico. Recuerdo la fatiga y el malhumor de mi madre, atenazada entre la necesidad de acudir ocho horas a la oficina, escribir y traducir en casa al final de la jornada y atender las labores domésticas con la pequeña ayuda de un precario servicio. Las compañeras de ella y todas las profesionales que conocíamos vivían la misma tensión. Más tarde me tocó a mí, como a todas las que estudiaron conmigo y se decidieron o se vieron obligadas a ejercer la carrera. Extenuadas por tareas intermi­ nables, nunca teníamos tiempo de descansar, de asistir a acti­ vidades ociosas o superfluas, de disfrutar del relax que viví­ an nuestros competidores varones, siempre más tranquilos, más alegres, más divertidos y bromistas que nosotras. Pero entonces nosotras nos quejábamos. Denunciábamos la explotación que suponía la doble jornada, sacábamos las cuentas de las miles de horas más de trabajo que invertía­ mos en comparación con los hombres. Exigíamos la sociali­ zación del trabajo doméstico, poníamos en cuestión el siste­ ma en sí mismo, no dábamos baza ni al capitalismo ni al patriarcado. Hoy, por el contrario, parece ser ése el ideal de la mujer liberada. Germaine Greer en su The Whole Woman asegura que el post feminismo ha traído los trajes de chaqueta de negocio, los peinados de peluquería y el maquillaje: una asquerosa conducta desordenada. Para ella el postfeminismo es poco más que un fenómeno del poder del mercado. “Las más poderosas entidades de la tierra no son los gobiernos, sino

las multinacionales que ven a las mujeres como su territo­ rio.” Ellas les aseguran a las mujeres que pueden “hacerlo todo” -cuidar a los demás, ser buenas madres, bellas, y tener una estupenda vida sexual- aunque en realidad solo las han convertido en consumidoras de píldoras, maquilla­ jes, pociones, cirugía estética, moda, y comida conveniente. Greer arguye que “la adopción de la postura postfeminista es un lujo al cual la influencia del mundo occidental puede satisfacer solo ignorando la posibilidad de que el ejercicio de la libertad personal puede estar directamente ligada a otras opresiones.” Sobre todo las de mujeres y hombres que no pertenecen a ese mundo occidental desarrollado, en el que se gasta en comida y cuidados de todo tipo para los animales domésticos lo mismo que en los habitantes del Tercer Mundo, y en el que la mayor preocupación personal es la de adelgazar.

EL PODER PARA QUIEN LO TOME Naomi Wolf, en un irracional ataque de optimismo, asegu­ ra que “la asunción del poder está ahí para quien lo tome”. Pero que no se piense que tal declaración es simplemente una “boutade” de Wolf. En España esta afirmación se repite a menudo por todas aquellas que niegan, con hastío y despre­ cio, la tendencia victimista del movimiento. Sarah Gamble, con natural desconcierto, se pregunta, ante esta aseveración de Wolf, “¿pero es que puede hacerse, tan fácilmente como eso? Si uno es americano blanco, de clase media, educado y solvente, quizá; pero qué si se es negro, o pobre, o sujeto a un régimen de represión política, militar o religioso?”. Yo diría que tampoco todos los americanos blan­ cos de clase media, educados y solventes llegan a alcanzar grandes cotas de poder. Y mucho menos si son mujeres. Muy lejos queda todavía la posibilidad de que una mujer, por más blanca y rubia y hermosa y solvente y protestante que sea lle­ gue a presidente o vicepresidente de los Estados Unidos. Dice Sarah Gamble que Wolf tiende a no considerar algunas cosas. Evidentemente. Y otras tampoco.

EL TIEMPO DEL FEMINISMO HA PASADO. Y DE LOS PRINCIPIOS Ruth Gamble advierte sobre “la tentación de ser demasia­ do optimistas a partir de nuestra propia posición privilegia­ da como representativas de todas las mujeres, lo que puede sacar la conclusión de que el tiempo el feminismo es el pasa­ do, y que aquellas que todavía se aferran a los principios activistas del movimiento están superadas y son fanáticas.” Bien, pues exactamente eso es lo que defienden las pos­ tfeministas españolas. Ya hemos concluido con el feminis­ mo. Superadas las contradicciones con los hombres que marcaron la primera mitad del siglo XX, hora es de recono­ cer que la situación ha cambiado fundamentalmente. Las mujeres han alcanzado la igualdad legal, escalan rápida­ mente puestos de decisión en las empresas, en la Administración pública, entran en la política, masivamente en la universidad, ganan su dinero, no se casan sino que se “ajuntan” -cuando no son lesbianas-, no tienen hijos, viven independientes, liberadas, toman la iniciativa en los asun­ tos de sexo y abandonan a la pareja cuando les conviene. Incluso los hombres les tienen miedo ¿cómo, entonces, seguir desgranando el viejo y rancio discurso de la con­ frontación entre sexos? ¿no estamos absolutamente aburri­ das de oír hablar de las mujeres golpeadas, de los niños maltratados y abandonados, de los bajos salarios, de las divorciadas sin pensión? ¡Por favor, seamos modernas! Ha llegado la época de la informática, de Internet, de la aldea global, de las comunica­ ciones más rápidas que el sonido -pronto lo serán más que la luz- y con ella no sólo el fin del feminismo, de todos los ismos en general, sino también de los principios. En realidad, ¿quien necesita los principios para alcanzar el poder en este mundo competitivo y enormemente prometedor? Únicamen­ te vosotras, las eternas descontentas, las viejas nostálgicas, que seguís desgranando tristes discursos, escribiendo ajados y soñolientos panfletos sobre la opresión femenina, porque no tenéis ninguna posibilidad de triunfar. Eternas desconten­ tas sois también las eternas fracasadas.

Ha llegado la hora de tirar a la basura el anticuado y astro­ so traje de la mujer marginada y vestir el moderno “suite” de la ejecutiva y lanzarnos a conquistar el mundo, que está ahí al alcance de la mano, para la que quiera cogerlo. Lo que pasa es que todavía hay muchas vagas, cobardes, cómodas e inútiles, que no quieren esforzarse. Y hoy el mundo sólo es de los agresivos, de los competidores. Para ello queríamos la igualdad ¿no?, para poder competir con los hombres en igual­ dad de condiciones. Pues bien, ha llegado el momento de hacerlo. Ponéos en marcha o el tiempo pasará por encima de vosotras como una apisonadora y después ya no hay posibi­ lidad de recuperarlo. Pero ¡eso sí!, sea lo que sea lo que aca­ béis haciendo ¡no sigáis quejándoos, por favor! Ya no hay quien os aguante y mucho menos quien os escuche y atien­ da vuestras quejas. Hoy el presente y el futuro es de las valientes que se lanzan a conquistarlo. En definitiva el postfeminismo está de acuerdo con la ideología actual que se decanta por lo individual contra lo colectivo, lo privado contra lo público, lo particular contra lo universal. Hay que rechazar no sólo las quejas y las denuncias anacrónicas sino también los principios. Ya no hay más principio ni final que el beneficio personal. La his­ toria ha concluido como asegura Fukuyama. Para las femi­ nistas también.

Capítulo n

POSTFEMINISMO O GRATIFICACIÓN DE LAS MUJERES Y FIN DEL PROTAGONISMO DE LOS SUJETOS REVOLUCIONARIOS En 1994 me encontré en Melboume en la VI Feria Internacional del Libro Feminista, que sería la última, con una feminista canadiense, amiga de mi querida amiga la escritora francesa Suzanne Blaise. Muy interesada por el desarrollo del feminismo en España me preguntó sobre los últimos temas de debate que acaparaban el interés de las dirigentes y teóricas del Movimiento. Yo acababa de publicar en el Viejo Topo un artículo en el que resumía una parte de mi libro “Trabajadores del mundo, ¡rendios!”. Y en él criticaba la actitud de indife­ rencia que mostraba buena parte del Movi-miento hacia los problemas laborales de las mujeres. Le expliqué a mi amiga cómo no suscitaban discusión ni movilizaciones el altísimo paro que padecía la población femenina, el subempleo, la falta de cualificaciones profesionales, las enormes diferencias salariales entre hombres y mujeres y todos los aspectos de la marginación y sobreexplotación laboral que constituían la más pesada herencia de la dictadura. Sorprendida me preguntó: “Pero entonces, ¿sobre qué dis­ cuten?” Y a mi pesar hube de responderle: “Sobre la diferencia”. Esta anécdota es representativa de la situación que está viviendo actualmente la teoría feminista. Mientras sobre las discriminaciones laborales de las mujeres apenas existen

algunos estudios universitarios, los informes estatales y las publicaciones sindicales, acerca de la “diferencia” he recogi­ do ya decenas de títulos. Las publicaciones de la Librería de le Donne de Milán se han traducido a varios idiomas y en Estados Unidos asistí a un simposium en la elitista e influ­ yente Universidad Duke, en el que la única ponencia sobre la situación económica, social, laboral y familiar de las muje­ res en Europa fue la mía, mientras el debate sobre el “affidamento” consumió buena parte de la jornada. Como me sucedió con el “género”, no fui capaz hace años de prever el auge que alcanzaría el debate feminista sobre la diferencia. Quizá porque no quería aceptar que llegaría un día -inminente- en que el feminismo, siguiendo la irrefrenable ten­ dencia de los partidos políticos y del movimiento sindical esta­ bleciera una culpable fractura entre los temas que interesan a sus dirigentes y las necesidades de los ciudadanos. En este caso, entre las teóricas del feminismo y las mujeres que viven su penosa vida debido a las crecientes desigualdades que las marginan del reparto de la riqueza y de los centros de poder. La tendencia del feminismo de la diferencia surge antes de que el fracaso de los países socialistas y del triunfo del neoliberalismo conduzcan a los partidos de izquierda y al movi­ miento obrero a renegar de su pasado revolucionario, pero coincide no de forma sospechosa sino clara con la postmo­ dernidad.

ESTAMOS EN LA POSTMODERNIDAD El feminismo de la diferencia comienza en los años seten­ ta cuando la postmodernidad como tendencia filosófica y sociológica va ganando terreno, después de haber pasado casi cuarenta años aplicándose casi fundamentalmente al terreno literario y artístico. Y, ¿en qué medida y en qué pun­ tos coincide con el postmodernismo esa tendencia feminista, que unos años más tarde se inscribirá en la comente general del postfeminismo? Es de remarcar que este término surge en el mundo his­ pano hablante como lo fue el de modernismo, y se formula

desde los años treinta, en que Federico de Onís, amigo de Ortega y de Unamuno, lo utiliza ya para describir un reflujo conservador dentro del propio modernismo. Pero en esos años el término se encuentra casi únicamente reservado al estudio de las escuelas artísticas. Omitiendo a otros críticos y autores que no serían de interés en este ensayo, es Toynnbee quien escribe en relación con la historia de la humanidad: “la clase media occidental, próspera y acomodada como nunca, creía cosa natural que el fin de una edad de la historia de una civilización fuera el fin de la Historia misma, por lo menos en cuanto a ellos y los de su clase se refería. Imaginaban que una Vida Moderna, sana, segura y satisfactoria se había inmo­ vilizado como un presente atemporal en beneficio de ellos”1. Las similitudes de este párrafo con la profecía de Fukuyama acerca de que nos encontramos en el final de la Historia son evidentes. Pero no es bueno olvidar que el antecedente de esta des­ cripción de la clase media es la disección que Marx hace de la pequeña burguesía de su época y su convicción de ser el referente de vida de todos los seres humanos así como el ideal moral de la humanidad. De modo que tanto las institu­ ciones que consideran perfectas y eternas: religión, iglesia, familia, matrimonio, mercado, sociedad, son las instituciones pequeño-burguesas, y las organizaciones mercantiles y las relaciones jurídicas y las normas morales que rigen en esa clase social se convierten así en las únicas normas posibles dictadas por la naturaleza y por los deseos divinos. Pero en 1954, un siglo más tarde de esta descripción marxiana de la ideología pequeño-burguesa, convertida ésta ya en la clase media que tan bien conocemos y que mereció de Agnes Heller la calificación de “esa peste de occidente”, nos encontramos con que, según palabras de Toynbee, a la dis­ tribución de bienes, tareas y derechos entre las clases socia­ les se la denomina postmoderna: “En el Reino Unido, Ale­ mania y el norte de los Estados Unidos, la complacencia de la burguesía occidental postmoderna permaneció inalterada hasta el estallido de la primera guerra general post-moderna 1 A Study o f Historia, vol. 9, Londres, 1954, pg. 420.

en el 1914”. Vemos que, según Toynbee, la postmodernidad comienza mucho antes de que tal término se haya acuñado como designativo de una etapa social en nuestro país. Desde Toynbee, varios críticos retoman el concepto y lo analizan en forma semejante. En 1959, C. Wright Mills e Irving Howe lo emplearon en el mismo sentido. El sociólogo lo usó de la manera más caústica para designar una edad en la que los ideales modernos del liberalismo y el socialismo estaban a punto de derrumbarse, mientras la razón y la libertad se separaban en una sociedad postmoderna de ciega fluctuación y vacua conformidad. El crítico describía con este término cierta ficción contemporánea incapaz de mantener la tensión moderna frente a un entorno social cuyas divisiones de cla­ ses se habían vuelto cada más amorfas con la prosperidad de la postguerra. Un año después Harry Levin utilizó el concep­ to, como señala Perry Anderson, para retratar una literatura de epígonos que había renunciado a las arduas pautas inte­ lectuales de la modernidad en favor de una relajada síntesis para intelectuales de medio pelo, señal de una nueva com­ plicidad entre el artista y el burgués, en una sospechosa encrucijada entre la cultura y el comercio. La nueva complicidad no sólo se da entre el artista y el burgués sino también, desdichadamente, entre el poder más reaccionario y la juventud desorientada. A mediados de la década de los sesenta, el crítico Leslie Fiedler, de ideología opuesta a la de Levin, intervino en un simposio apoyado por el Congreso de Libertad Cultura, institución creada por la CIA para el trabajo en el frente intelectual de la guerra Fría. En tan inverosímil ambiente, Fiedler celebró la aparición de una nueva sensibilidad entre las jóvenes generaciones de América, que eran “drop outs de la historia”, mutantes cultu­ rales cuyos valores de la indolencia y el pasotismo, de los alucinógenos y los derechos civiles, estaban hallando oportuna expresión en una nueva literatura postmoderna. Ya sabemos que la primera obra filosófica que adoptó la noción fue La condition postmoderne de Jean-Fran^ois Lyotard, publicada en 1979 en París. Fue el primer libro que trataba la postmodernidad como un cambio general de las cir­ cunstancias humanas, y se convirtió, en palabras de Perry

Anderson en “inspiración de un relativismo ramplón que a menudo pasa, entre amigos y enemigos por igual, por ser la marca distintiva de la postmodernidad”2. Pero antes del tra­ bajo que, por encargo, Lyotard dedica a la condición postmoderna, este autor había publicado ya Dérive á partir de M a rxy F reu d en 1973, donde podemos leer que “el socialis­ mo, como ahora es patente para todos, es idéntico al kapitalismo. Toda crítica, lejos de sobrepasarlo, solamente lo con­ solida”. Según él lo único que podía destruir al capitalismo era la “pulsión del deseo” entre los jóvenes del mundo ente­ ro, que los alejaba de la versión libidinal en el sistema y los llevaba a unos estilos de conducta “cuya sola guía es la inten­ sidad afectiva y la multiplicación del poder libidinal”. Veremos más adelante como, en términos muy parecidos, las teóricas de la diferencia reivindican “el deseo” como motor y como objetivo único del feminismo, despreciando las viejas teorías de denuncia social y rechazantes de las soluciones políticas y económicas. Y más tarde escribiría Lyotard en Economie Libidinale (1974) que para desenmascarar “el deseo llamado Marx hacía falta una transcripción completa de la economía política a la economía libidinal, sin arredrarse ante la verdad de que la explotación misma era vivida típicamente, incluso por los pri­ meros trabajadores industriales, como un goce erótico, como delectación masoquista o histérica con la destrucción de la salud física en las minas y las fábricas o con la desintegración de la identidad personal en barriadas miserables y anónimas. El capital era “deseado” por aquellos a quienes dominaba, entonces como ahora. La revuelta contra el capital se produ­ cía solamente cuando los placeres que proporcionaba se vol­ vían “insostenibles” y se daba un vuelco abrupto hacia nuevas salidas. Pero éstas no tenían nada que ver con las tradiciona­ les santurronerías de la izquierda ”. (El subrayado es mío) En Les transformateurs Duchamp, defendiendo una vez más su concepción de la “jouissance” del primitivo proleta­ 2 Los orígenes d e la Postmodernidad, Editorial Anagrama, colección Argumentos, Barcelona 2000. Los datos sobre el desarrollo de las teorías postmodernas están tomados de este ensayo de Anderson.

riado industrial en su esclavitud, Lyotard afirmaba que “si se describe la suerte de los trabajadores exclusivamente en tér­ minos de alienación, explotación y pobreza, se los presenta como víctimas que sólo sufrieron pasivamente todo el proce­ so y que sólo adquirieron el derecho a una reparación pos­ terior (el socialismo). Se pierde entonces de vista lo esencial, que no es el crecimiento de las fuerzas de producción a cual­ quier precio, ni siquiera la muerte de muchos trabajadores, como a menudo dice Marx con un cinismo adornado de darwinismo. Se pierde de vista la energía que más tarde se difun­ dió a través de las artes y las ciencias, el júbilo y el dolor de descubrir que se puede aguantar (vivir, trabajar, pensar, ser afectado) en un sitio en donde se creía que carecía de senti­ do hacerlo.” Casi en los mismos términos se van a manifestar las femi­ nistas postmodernas o postfeministas respecto al “victimismo” tradicional del feminismo, puesto que las mujeres, incluso en las situaciones de más extrema opresión obtienen alguna gra­ tificación que les permite, o las induce, a soportar tal situa­ ción. La historia de las mujeres no puede contarse en térmi­ nos de explotaciones y opresiones de las que ellas son úni­ camente víctimas. Las mujeres han obtenido, a pesar de tales sufrimientos, muchos premios derivados de su propia capaci­ dad de aguantar, de sobrevivir, de establecer una red de soli­ daridad entre ellas, de crear y mantener una cultura femeni­ na, clandestina, oculta a los ojos de los hombres, pero que ha sostenido el mundo por su base. Ha llegado el momento de olvidar las constantes “santurronerías” del feminismo reivindicador para poner el acento en “los placeres” que las mujeres pueden obtener. Así pues, vemos como los presupuestos de los postmo­ dernos se cumplen en los objetivos planteados por las teóri­ cas de la diferencia, que pertenecerán a la nueva tendencia postfeminista. Postfeminismo es postmodernismo, decons­ trucción, subjetivismo, todo aquello que hace del individuo el protagonista, frente a las grandes ideas transformadoras del mundo que tienen a toda una clase como vanguardia revolu­ cionaria. Ideologías que en el lenguaje postmoderno se han convertido en universalistas y sus defensores en redentores.

Las teóricas del postfeminismo nos señalan los males del “uni­ versalismo”. Universalismo es pretender hallar una explica­ ción general para las explotaciones y opresiones que operan, de forma semejante, en todos los países y contra todos los oprimidos. Como una más de las estrategias de la derecha, la postmodernidad trata de desprestigiar los ideales progresistas rechazando cualquier definición universalista de los conflictos de clase, ridiculizando las denuncias sobre el capitalismo y el imperialismo y por tanto, negando el protagonismo a los suje­ tos revolucionarios. En La Condición Postmoderna Lyotard ya había anunciado el eclipse de todos los grandes relatos; y aquellos cuya muerte se empeñaba en certificar, por encima de todo era, por supuesto, el socialismo clásico.

LOS RESULTADOS: HEDONISMO, LO ÚNICO Y LO VERDADERO Dice Anderson del asentamiento de la postmodemidad que “el resultado neto fue una dispersión discursiva: por un lado una visión filosófica de conjunto sin ningún contenido estéti­ co significativo, por el otro una comprensión estética sin un horizonte teórico coherente. Se había producido una cristali­ zación temática, en tanto que lo postmodemo había pasado a estar, como decía Habermas, “a la orden del día”, pero sin integración intelectual. El campo mostraba, sin embargo, otra clase de unidad: era ideológicamente consistente. La idea de lo postmoderno, tal como se había consolidado en esa coyun­ tura, era de un modo u otro patrimonio de la derecha...Lo que todos ellos (los autores) tenían en común era que suscribían los principios de lo que Lyotard, que antaño fuera el más radi­ cal, llamaba democracia liberal como el horizonte irrebasable del tiempo. No podía haber más que capitalismo. Lo postmo­ derno era la condena de las ilusiones alternativas”. Callinicos explicaba que la postmodernidad había de enten­ derse como producto de la derrota política de la generación radical de finales de los años sesenta. Una vez frustradas sus esperanzas revolucionarias, esa hueste había encontrado com­ pensación en un hedonismo cínico que halló salida abundan­

te en el boom del sobreconsumo de los años ochenta. “Esta conyuntura -la prosperidad de la nueva clase media occiden­ tal combinada con el desengaño político de muchos de sus miembros más capaces de expresarse- ofrece el contexto de proliferación de discursos sobre la postmodernidad.” En definitiva, para los postmodernos, como para las pos­ tfeministas, ya no existen sujetos abstractos que representen las explotaciones de clase y de sexo. El proletariado, el capi­ talista, la mujer, el hombre, no representan sujetos reales. Lo verdadero y lo único son mitos filosóficos. La noción de sí mismo es puesta en cuestión, puesto que los individuos no conocen de sí ni del mundo que les rodea verdades inmuta­ bles. Es pues imposible reivindicar demandas generales para mejorar la condición de la mujer, porque existen muchas mujeres, cuyos objetivos no se han concretado todavía, lo que se llama el multiculturalismo, que veremos más adelante.

SOMOS LAS OTRAS, Y A MUCHA HONRA. ¡A DECONSTRUIR! YA QUE NO HEMOS PODIDO CONSTRUIR Cierto es que las teóricas de la diferencia critican el orden dominante, pero sobre todo en sus aspectos patriarcales más que los económicos, políticos o sociales, para destacar la necesidad de que las mujeres rechacen ese orden y constru­ yan otro femenino, basado en un simbólico nuevo. Aceptándose, según la definición de Beauvoir, el Otro, se consideran orgullosas de serlo, en cuanto ello no es masculi­ no. Se trata pues, de iniciar, como si nunca se hubiera hecho, la búsqueda de las causas de las desdichas femeninas. Es de resaltar el éxito que obtienen en esta etapa Derrida, y sus “deconstrucciones que adoctrina a sus seguidores y seguidoras, aupado por la difusión que Francia realiza siem­ pre de sus autores, aun los de menos valor. Con la teoría de la “deconstrucción”, las feministas de la diferencia se aprestan a “destruir” lo conquistado por el Movimiento Feminista en sus luchas de doscientos años por la igualdad, negándole todo valor.

Pero también lo es que fue el fracaso de las expectativas despertadas por la reivindicación de la igualdad lo que decepcionó muy prematuramente a las primeras ideólogas de la diferencia. La constatación de que las reivindicaciones ya centenarias de la igualdad entre hombres y mujeres no han logrado situar a las mujeres en el mismo estatus social que los hombres y que en algunos casos, como hemos visto en el capítulo anterior, se han convertido, por el contrario, en una trampa que las obliga a aceptar normas, trabajos y situaciones que hacen más penosa su vida, indujo a Luce Irigaray , a Carla Lonzi y a Gretel Ammán, entre otras, a denunciar la lucha por la igualdad que consideraban un engaño perpetra­ do por la ideología masculina. En definitiva, cuando la derrota esperada de forma inme­ diata del enemigo no se produce, el opositor; entendido aquí como sujeto genérico de todas las clases en lucha contra el sistema, que engloba al proletariado revolucionario, al artista de vanguardia, a las feministas militantes, se deprime. Y antes de proceder al suicidio debe encontrar algún placebo que le calme el dolor.

DEMOCRACIA ¿PARA QUE? Porque de manera explícita no se visualiza la derrota. El enemigo no ha ganado tanto en una operación de conquista militar cuanto en el desgaste de las fuerzas revolucionarias. No se trata hoy de la ocupación de los pueblos por los ejércitos fascistas ni nazi, sino de la desintegración de los movimientos opositores, de la corrupción de las vanguardias revoluciona­ rias, de la disolución de los ideales democráticos. Los pueblos conquistaron el derecho a la participación en las decisiones políticas, pero el poder popular, simbolizado en el voto, se ha vaciado de contenido cuando se ejerce con indiferencia -si se hace- una vez cada periodo de tiempo no inferior a cuatro años, y se saben de antemano los resultados, queridos, orga­ nizados e impuestos - o pactados- por las oligarquías. Como Anderson describe, la democracia liberal “ha veni­ do perdiendo sustancia, tanto en sus tierras de origen como

en los nuevos territorios, con el descenso de la participación electoral y el auge de la apatía popular. El Zeitgeist no se agita: es la hora del fatalismo democrático. ¿Cómo podría ser de otro modo cuando la desigualdad social crece al mismo paso que la legalidad política, y la impotencia cívica aumen­ ta con los nuevos sufragios?” Como veremos en el análisis de las demandas feministas de las cuotas y la paridad, la deman­ da de participación política femenina llega cuando la demo­ cracia se encuentra en el más hondo pozo de su desprestigio. Reclamar, con la ingenua tenacidad con que lo hacen las feministas de la paridad, la entrada de las mujeres en los par­ tidos políticos como solución a las carencias que aún pade­ cen, resulta de una ingenuidad semejante a la que movía a las sufragistas a confiar en la obtención del voto la solución de todas las desigualdades e injusticias que las aquejaban. La concesión de los derechos tanto tiempo reclamados, la aceptación del principio de igualdad en las constituciones y las reformas de las leyes que mantenían discriminaciones, no dio a las mujeres el papel social que esperaban, no resolvió sus problemas económicos y no las situó en los primeros puestos de la política. Para qué continuar, entonces, en esa estéril guerra que se les presenta como la lucha con un ene­ migo invisible en un desierto en el que no se encuentran ni aliados ni nuevo material defensivo. Mejor asegurar que ellas nunca quisieron alcanzar una victoria que sólo podía ser efi­ caz para los hombres e indeseable para las mujeres.

Capítulo m

LA REVALORIZACIÓN DE LA DIFERENCIA Y LA IGUALDAD DESPRECIABLE Veinticinco años más tarde las nuevas teóricas del femi­ nismo de la diferencia siguen ratificando las tesis de sus ante­ cesoras, aunque han elaborado reflexiones algo más retóricas y sofisticadas que las primeras declaraciones de las “invento­ ras” del término, que no se distinguieron precisamente por la profundidad de sus análisis. Al recorrer las páginas de Carla Lonzi en su “Escupamos sobre Hegel” comprobamos el mini­ malismo de su análisis, la endeblez de unos argumentos que se limitan a protestar por el patriarcalismo no solo de Hegel sino de toda la cultura masculina. Luce Irigaray, que inició su éxito con la obra “Espéculum” -éxito que resulta harto incom­ prensible si se tiene en cuenta el hermetismo de un lenguaje accesible solamente para quienes tengan suficiente informa­ ción psicoanalítica- la cual posee el único mérito de realizar una crítica de Freud desde el feminismo, es autora de otras obras de contenido y objetivos absolutamente pueriles. Exclusivamente el éxito que obtiene la difusión de la indus­ tria cultural francesa ha permitido que se considere a Irigaray una filósofa de fuste. En España, una de las primeras feministas que habla de la diferencia es Gretel Ammán, tan prematuramente como en 1975. Regina San Juan, dirigente del Colectivo Lanbroa, es también una de las pioneras en defender otra manera de entender la liberación femenina. Pero será preciso esperar a

los años ochenta para que las nuevas dirigentes del Colectivo Lanbroa: María José Urruzola, Maite Canal y Zuriñe del Cerro elaboren un discurso mucho más comple­ to sobre los matices que separan el feminismo de la igual­ dad del de la diferencia. En la década de los noventa llegará a España la corriente del “affidamento” de la Librería de Milán, gracias a la intro­ ducción de los trabajos realizados por ese colectivo y a la tra­ ducción de los libros de sus dirigentes, Luisa Muraro, Lía Cigarini y Alessandra Bocchetti, por Milagros Rivera, profeso­ ra de Historia de la Universidad de Barcelona. Lo limitado del discurso de la diferencia se halla funda­ mentalmente en entender la reivindicación de la igualdad como el mimetismo de lo masculino. La afirmación de Carla Lonzi de que “la igualdad es todo lo que se les ofrece a los colonizados en el terreno de las leyes y de los derechos. Es lo que se les impone en el terreno cultural. Es el principio sobre cuya base el colono continúa condicionando al coloni­ zado. El mundo de la igualdad es el mundo de la superche­ ría legalizada, de lo unidimensional...” corresponde a su vez a otra superchería que contrapone a la que denuncia del colonizador. Nadie puede creer que realmente el dominador: colono, patrono, patriarca, ofrece al dominado la igualdad más que como retórica, como propaganda de una democra­ cia que no existe. Ni siquiera en las páginas más conformis­ tas y acríticas en defensa del sistema se acepta que se haya no ya logrado, sino simplemente ofrecido la igualdad real a los pobres, a las mujeres, a los negros. Con hipocresía sin disimulo los voceros y publicistas del sistema económico que cada día nos cantan las excelencias de la democracia política formal, hacen votos porque “poco a poco” se vayan alcanzando mayores cotas de igualdad. Esta realidad no es un secreto para nadie más que para Carla Lonzi. Con todos los defectos y carencias que sin duda pade­ cería -y al margen de la crítica que debe hacerse sobre la igualdad entendida al estilo actual y que ya he expuesto ante­ riormente- si disfrutáramos de verdadera igualdad social, eco­ nómica, política y cultural, otra muy diferente sería nuestra situación en este perro mundo. Para las mujeres, pero tam­

bién para los pobres y para los negros. Y eso lo sabe -o lo intuye- todo el mundo menos Carla Lonzi. Por ello, es muy atrevido decir, como afirma Milagros Rivera1 que “a lo largo de la historia y del presente (muchas mujeres) se han sustraído de hecho al sistema de géneros o a las relaciones de producción que configuran el modo de pro­ ducción doméstico. Y ven que a pesar de su gran lucidez, valentía, etc. esas mujeres parece que no logren (o no hemos logrado nosotras) llegar a unas cotas de libertad que les (nos) satisfagan.” Me gustaría conocer a alguna que con su gran lucidez y valentía se haya sustraído al sistema de géneros y a las relaciones de producción doméstica. Valientes y lúcidas, rebeldes a la opresión, luchadoras en varios frentes de opo­ sición y hasta de guerra, esas mujeres fueron esposas y madres, se vieron casadas contra su voluntad o equivocada­ mente enamoradas; debieron batallar contra la familia, la escuela, la Iglesia, el patrono y los vecinos para alcanzar algu­ na cota de libertad. Ni hoy, ni en la Edad Media, existen mujeres que se hayan podido sustraer en algún momento de su vida al sis­ tema de géneros y a las relaciones de producción y de reproducción patriarcales, porque eso hubiera sido aceptar que vivieron en otro planeta. Y cuando lograron mínima­ mente alcanzar algún grado de independencia sin sufrir demasiada persecución, lo hicieron con un enorme costo personal. Lo mismo sucedió cuando estas mujeres se dedi­ caron al arte, a la ciencia, a la política o a la guerra. Debieron romper con las enseñanzas que habían recibido desde la cuna, enfrentarse a las normas familiares, soportar la hostilidad de propios y amigos, y en muchos casos huir de su lugar de nacimiento, padecer penurias varias o matar a los enemigos. Si pensamos en aquellas que buscaron en el encierro de los conventos y abadías la seguridad que no les ofrecía el mundo secular, el sacrificio de las relaciones socia­ les y la negación de su sexualidad no parecen envidiables, incluso aun cuando algunas, como sugiere Milagros Rivera,

1 Nombrar el Mundo en femenino, Ed. Icaria, Barcelona, 1994, pág. 186.

construyeran algún espacio de intimidad y erotismo. No es de extrañar que ninguna estemos satisfechas con las cotas de libertad que hemos alcanzado. Mejor dicho, estoy segu­ ra de que es una obligación “no estar satisfechas”, a menos que nuestro nivel de crítica se haya rebajado al de los muti­ lados por la lobotomía. Y no puedo creer que tampoco las seguidoras del femi­ nismo de la diferencia se hallen plenamente satisfechas con las cotas de libertad que su práctica feminista les haya depa­ rado. Como ningún ser humano con la necesaria sensibilidad puede sentirse satisfecho de casi nada en este mundo radi­ calmente injusto. Ni siquiera las de la Librería de Mujeres de Milán, aunque hayan podido crear algunas buenas relaciones con sus compañeras en un remedo de isla de paz y armonía en sus espacios privilegiados, pueden ser tan autistas que se sientan totalmente libres, mientras el horrible mundo sigue rugiendo a su alrededor, cercando sus orillas en un intermi­ nable bramar de tormenta.

MOVIÉNDOSE EN OTRO PLANO “Ellas se mueven ahora en otro plano” afirma Milagros Rivera, “como escribió Carla Lonzi en los setenta: “La mujer no se halla en una relación dialéctica con el mundo masculi­ no. Las exigencias que viene clarificando no implican una antítesis, sino un moverse en otro plano”. La primera asociación que me provocó la lectura de este párrafo fue la de las enigmáticas declaraciones de extraterrestes que aparecen en las películas de ciencia-ficción. No puedo entender qué significa eso de “moverse en otro plano”. ¿Quizá, como los marcianos de la serie de Ibáñez Serrador, las mujeres poseemos cuerpos de dimensiones dis­ tintas a los de los hombres y en consecuencia las leyes físi­ cas conocidas no nos conciernen? ¿Es posible, realmente, creer que las mujeres podemos vivir al margen de las cos­ tumbres, las decisiones y las normas que imperan en las sociedades actuales, por más patriarcales que sean, y preci­ samente por eso mismo?

Resulta una fantasía un tanto pueril creer que las mujeres podrán librarse de las normas patriarcales por la sola fuerza de su deseo, y tanto más incomprensible cuanto las que lo defienden trabajan en el mundo real. Me gustaría conocer cómo arbitran su vida cotidiana acudiendo a la Universidad y a los juzgados, atendiendo a los clientes y a los estudiantes, mientras “se mueven en otro plano”. ¿Quiere eso decir que dan las clases con otros textos o planteamientos o que no aceptan las leyes vigentes? Y las que no son abogadas ni pro­ fesoras, ¿qué hacen? ¿No venden en las tiendas o no hacen las cuentas en las oficinas? Quizá se refieren a que intentan introducir en la vida coti­ diana y en las relaciones sociales una perspectiva feminista, lo que hacemos todas las feministas del mundo, pero para explicar una conducta que se corresponde con la ideología que defendemos no hace falta inventar teorías con la apa­ riencia de novedosas. Quizá tampoco es esta la interpretación acertada y se trata de que sólo hablan con mujeres, que des­ arrollan su trabajo haciendo caso omiso de los hombres que las rodean. Cosa en extremo difícil, porque no me imagino cómo se puede trabajar sin atender al jefe, sin obedecer sus órdenes, acaso mirándole con desprecio. Y mucho menos es posible semejante manera de actuar para aquellas mujeres que tienen responsabilidades familiares. Del mismo modo se me escapa cómo pretenden llevar adelante lo que denominan “la práctica política entre muje­ res” cuando afirman: “No se trata, pues, de un pensamiento separatista, como se ha dicho a veces, sino de algo bastante distinto: es el mundo entero que se pretende dar a luz (“ese traer al mundo el mundo” que da título a la segunda obra colectiva de la comunidad filosófica Diótima) Y darle a luz a medida humana femenina”. Aparte de reconocer la originali­ dad de la formulación no acabo de comprender cómo puede hacerse eso. Parece que las teóricas de la diferencia ignoran voluntariamente todo el mundo construido por la dominación masculina, en el que va incluido no sólo el poder político y la organización económica, la cultura y el arte sino también la ciencia y los avances técnicos, lo que resulta bastante más difícil de ignorar.

“Traer al mundo el mundo” ¿qué significa? ¿qué las fun­ ciones reconocidamente femeninas deben tener una visibili­ dad de la que han carecido hasta ahora? Tal reclamación pudiera ser de utilidad si significa pedir además de recono­ cimiento social retribución económica, de lo contrario no tiene más consecuencias que unas cuantas declaraciones retóricas. Y darle a luz a la medida humana femenina, ¿sig­ nifica que el mundo sólo tomará en cuenta las funciones de reproducción y mantenimiento que han sido hasta ahora las femeninas y abandonaremos toda organización considerada “masculina”? No me parece tan deseable un mundo en el que rechazáramos los avances científicos y técnicos y culturales conseguidos por los hombres. Un mundo reduccionista en que no se tengan en cuenta las necesidades y los deseos más apreciable de los hombres, las cualidades consideradas hasta ahora viriles que han de ser compartidas por las mujeres me parece del todo detestable. Como también estoy segura de que muchos hombres querrán participar en la construcción de ese mundo que deseamos y que no ha de hacerse a la medida femenina de hoy sino a la de un ser humano nuevo que, desde Alejandra Kollóntai, el feminismo quiere construir y que debe sumar todo lo apreciable del alma, tanto femeni­ na como masculina.

LA OBSESIÓN DE LO POLÍTICO EN LIA CIGARINI “Es pues, necesario pensar y moverse superando la obse­ sión de lo político como medida de transformación” dice Lía Cigarini en su La Política del Deseo. Cierto es que las obse­ siones no son buenas. Aunque Einstein decía que única­ mente de un maníaco obsesivo podía esperarse algo bueno, ya que es necesario poner mucho empeño para conseguir algo de lo que se desea. Y también es cierto que todas las transformaciones no se realizan únicamente mediante la obtención del poder político; que en ellas opera también la voluntad social, pero es imprescindible no olvidar la máxi­ ma de Dumpy Dumpy: “Lo importante es saber quien tiene el poder”.

Pero, además, la afirmación de Lía Cigarini es una mistifi­ cación ya que el movimiento feminista nunca se ha obsesio­ nado con lo político. Por el contrario lo ha despreciado siem­ pre con una ignorancia infantil. Ni siquiera al Partido Feminista se le puede acusar de estar obsesionado con lo político. En el curso de los veinte años ya cumplidos que tiene de existencia, las mujeres del PF hemos trabajado mucho más en las transformaciones sociales, en crear organi­ zaciones de ayuda para las situaciones de crisis, en la concienciación de las mujeres, en la difusión de la ideología y en la creación de una cultura feminista que en la participación política. Pero aún así, me parece de todo punto inoperante olvidarse del papel que cumple la política en todos los aspec­ tos de la vida cotidiana de los hombres y de las mujeres. Con una irresponsabilidad que ya es culpable, el Movimiento Feminista se ha inhibido de la participación polí­ tica. Las consecuencias que estamos viviendo han sido entre otras la imposibilidad de reformar una ley de divorcio obso­ leta y que causa numerosos sufrimientos a las mujeres, no hemos dado un paso adelante en la liberalización del aborto, la ausencia de una ley de violencia doméstica, la falta de pre­ supuestos para aumentar la seguridad de las víctimas, ausen­ cia de políticas de promoción de empleo, de vigilancia en el cumplimiento de las leyes de igualdad de puestos de trabajo y de salario, contra el acoso sexual, etc. Abandonando a los partidos políticos todo el poder legislativo y en consecuencia todas las iniciativas legales, el Movimiento feminista en España ha alcanzado su peor nivel de marginación social. No es acertada la crítica de Cigarini acerca de la delega­ ción en la ley de toda inquietud social, porque ahí están los movimientos sociales que tienen más vitalidad que los parti­ dos políticos, para desmentirla. Pero el feminismo ha confia­ do demasiado, pecando de sentimiento de omnipotencia, en su propia fuerza para desafiar el poder político. El resultado ha sido, además de la enorme dependencia que sufre de las subvenciones económicas que quiera concederle ese poder, la debilidad que padece cuando pretender enfrentarse al legislativo o al ejecutivo. Ha sido preciso que transcurrieran más de diez años para que comprobara que su labor de difu­

sión cultural y de asistencia social, a las que se ha dedicado en exclusiva, no son suficientes para darle la influencia que precisa y lograr las transformaciones sociales que garanticen algún avance en la calidad de vida de las mujeres. Todas las críticas que suma Cigarini al poder político mas­ culino -y algunas más- han sido elaboradas con anterioridad por el Partido Feminista y difundidas durante largos años, pero la alternativa no es el alejamiento de la política que diri­ ge nuestras vidas, sino la participación en ella desde una perspectiva feminista. Como es simplemente un suicidio plan­ tear que las mujeres no deben proponer leyes. En toda la his­ toria de la humanidad se ha dado el caso de que los oprimi­ dos se negasen a sí mismos el derecho de regular legislativa­ mente los aspectos de su trabajo y de su vida, dominados por las clases que detentaban el poder. Eso es tanto como dejar­ las indefensas ante los abusos del patriarcado que ¡qué más quiere! que no hallar trabas a su omnipotencia. Si no cerca­ mos a los patriarcas y a los patronos imponiéndoles cortapi­ sas a su despótico ejercicio del poder, retrocederemos a la Edad Media, y no precisamente para progresar. Del mismo modo me parece una declaración inútil afirmar que no tiene sentido la representación política de la diferen­ cia sexual o de la diferencia femenina. Por lo visto en el Parlamento deben estar representados los trabajadores, los pequeños burgueses y la burguesía, las nacionalidades y las regiones, los ecologistas y los pacifistas y toda otra variedad social, menos las mujeres. Retrocederemos a los tiempos pasados en que las mujeres no tenían personalidad jurídica puesto que no poseían derechos cívicos ni políticos. Ni podí­ an votar ni ser votadas. Lía Cigarini pretende que quedemos nuevamente reducidas al silencio social como defendían los viejos opositores al sufragio femenino. Si las diputadas femeninas que tiene hoy Italia no le mere­ cen crédito en la defensa de los intereses de las mujeres será preciso escoger otras pero no renunciar a toda participación parlamentaria dejándole el campo al enemigo. Llegada será la hora de que las feministas se presenten a elecciones y de tal modo no tengan que confiar en las diputadas de los partidos políticos, y es evidente que cuando sean elegidas deberán

arrogarse el derecho de presentar leyes y mociones e inicia­ tivas, porque para eso están. Y que nadie se haga la ilusión de que no estar significa algún avance. Ya hemos conocido en España las experiencias desastrosas que tuvo para nuestro país la inhibición de los anarquistas en las elecciones de 1933, y hemos conocido el triunfo cuando todos los partidos de izquierda se aliaron con­ tra la derecha en 1936. La huida de la arena política tiene las mismas consecuencias que la del campo de batalla: el triunfo del enemigo. Y del triunfo de los enemigos las mujeres sólo pueden obtener desgracias.

LA IDENTIFICACIÓN PRIMARIA CON TODAS LAS MUJERES Es la misma reducción que domina toda la teoría del affidamento la que identifica la representación política con el sexo, como hace Lía Cigarini. Ella señala que “las mujeres no son un grupo homogéneo sino un sexo”, definición que al no ser ni política ni social les niega la capacidad de repre­ sentación a las diputadas por el sólo hecho de ser mujeres. Para ella ninguna mujer tiene derecho a representar a otras, puesto que todas son diferentes. Y a la vez todas pertenecen al mismo sexo. Por supuesto estas contradicciones no las aplica a los hombres. Si los hombres son el otro sexo y están representados por diferentes partidos políticos según la ide­ ología o el proyecto social que defiendan, se podría inferir, según el razonamiento de Cigarini que las mujeres deben ser también representadas por diferentes partidos políticos. Pero Cigarini que se niega a considerar a las mujeres un grupo homogéneo en relación con la representación política, sí las entiende como tal en cuanto sexo; más idénticas aún en cuanto comparten entre sí una esencia común y distinta de la masculina. Rechaza indignada aún siquiera la similitud entre los intereses de las diputadas y los de sus votantes y sin embargo considera prácticamente homogéneos los senti­ mientos, los deseos, los anhelos y los objetivos de las muje­ res entre sí.

Lo limitado de este análisis consiste en no comprender que la estructura de la explotación de la mujer, en razón de su sexo, las convierte a todas en una clase económica y social, pero que en cambio la superestructura cultural no les conce­ de a todas la misma conciencia de clase. En el proletariado tenemos el modelo de las contradicciones y vacilaciones que afectan a una clase dominada. A pesar de compartir las mis­ mas penalidades no todos los trabajadores se afilian al mismo sindicato ni a igual partido político, y a pesar de los largos años transcurridos en las luchas por los derechos y avances, la mayoría de los proletarios no mantienen el convencimiento de que el socialismo sea la opción que más les conviene. Las mujeres no son seres extraños, superhumanos, ajenos a las pasiones que dominan a los hombres. Comparten con ellos miedos, vacilaciones y alienaciones, y también desdi­ chadamente corrupciones y oportunismos. De tal modo, par­ ticipan en la política inducidas por intereses no siempre coin­ cidentes con los de toda la clase. Muchas de ellas se afilian a un partido político más en razón de la influencia que sobre ellas ejerce el marido o el ambiente social que las rodea y sus propias ambiciones de alcanzar un puesto de poder que por el deseo de defender el feminismo, y otras más sustentan una ideología claramente reaccionaria. Nosotras desde el Partido Feminista hemos defendido siempre que la categoría mujer no imbuye “per se” la con­ ciencia feminista. De otro modo sería muy fácil el triunfo femi­ nista. Por tanto, tampoco pretendemos que todas las diputa­ das por el hecho de ser mujeres sean las representantes ade­ cuadas para hacer avanzar el feminismo a través de las insti­ tuciones del Estado. Esta pretendida identificación de todas las mujeres se asemeja al “mujerismo” defendido hoy por las socialistas españolas que ya he comentado anteriormente. Absolutamente injusta es la afirmación de Irigaray de que las diputadas feministas que intentan reformar ciertos aspec­ tos de la realidad social, con proyectos de ley en representa­ ción de las demás mujeres, han estado “despreocupadas de los derechos necesarios para todas -incluyendo a las niñas presentes y futuras y a las mujeres de otras culturas” y que “agravan, por malentendidos, sin fundamento real, las injusti­

cias practicadas contra el género femenino”. Más despreocu­ pada parece ella misma por reclamar los derechos necesarios para todas al negar la representación política a las diputadas feministas.

LA LIBERTAD Y EL SILENCIO No puedo más que mostrar mi sorpresa cuando leo la afir­ mación de Muraro de que “una mujer es libre cuando el sig­ nificar su pertenencia al sexo femenino es lo que ella elige sabiendo que no es objeto de elección” o la de Lía Cigarini: “la libertad de las mujeres la mide también la libertad de ele­ gir cualquier destino, también el de hacer solo de madre”. Difícil de entender semejante contradicción. ¿De cuando acá se es libre de elegir lo que no es objeto de elección? Y mucho menos ante un imperativo sin alternativa como el propio cuerpo. Esta afirmación se asemeja a la de la burguesía cuan­ do asegura que los obreros son libres de ir a trabajar cada día a la fábrica o la del patriarcado cuando defiende que las mujeres se casan libremente y escogen ser amas de casa y madres. Muy ingenuo es preciso ser para creer sinceramente que alguien es libre de escoger precisamente el destino que el patriarcado y el capitalismo han señalado para él o para ella. Solamente se puede aceptar que una decisión se adopta libremente cuando precisamente contraría las imposiciones del poder. Los homosexuales y los transexuales escogen su destino libremente; o aquellos hombres o mujeres que se nie­ gan a seguir las normas establecidas milenariamente para su sexo, pero nunca son libres los sometidos a la enculturación y la presión social que les encamina al destino prefijado de antemano, amen de por la biología por la división sexual del trabajo imperante en todas las sociedades. Esta afirmación de las mujeres de Librería de Milán me sugiere el conocido refrán español de que el que no se con­ forma es porque no quiere. Parece que las seguidoras del “affidamento” quieren conformarse, pero esta decisión no puede afectar a todas las mujeres. De otro modo, ¿qué deben

hacer las que no quieren? ¿cuáles alternativas se les ofrece a las que se sienten mal en su piel de mujer y pretenden con­ trariar su “destino” femenino, heterosexual y reproductor? ¿Las expulsarán a las tinieblas exteriores y dejarán de formar parte del círculo de las elegidas, o intentarán cambiarlas, al modo en que la psiquiatría intentó reformar a los homose­ xuales con diversas terapias? A la vez, el silencio que reivindican no tiene ni imperio, ni fuerza, ni logra transformación alguna como aseguran. Al silencio reducen los tiranos sus pueblos, el silencio obliga al padre autoritario a los hijos, el silencio es imperativamente exigido por el maestro a sus alumnos de los que no quiere conocer sus opiniones. El silencio que puede tener alguna influencia sobre el poder es el de quien precisamente posee poder. El silencio de Tomás Moro o de Gandhi, pero no el de los pueblos pobres y sumisos. Los sometidos sólo empiezan a ser tenidos en cuenta cuando alzan la voz.

SOBRE IDENTIDADES Y ESENCIAS Lo más destacable de la teoría de la Librería de Mujeres de Milán es que a pesar del rechazo que muestran por la igual­ dad de derechos entre hombres y mujeres, no han elaborado crítica sustancial acerca de todas las “igualdades” que el Movimiento ha exigido desde hace doscientos años: igualdad económica, política, social, cultural. Se limitan a confundir éstas con la identificación con el sujeto masculino. Identifica­ ción que llega a su colmo cuando aseguran que “ellas no quieren ser hombres”. No se refieren tanto a la infantil fanta­ sía de transformar las anatomías, aunque siempre existe en el debate alguna que así lo manifiesta, cuanto a las diferencias constatables entre las respuestas emocionales y los compor­ tamientos masculinos y los femeninos. Despreciando los rudos modos masculinos, centrando la crítica en la cultura agresiva y tanática que los hombres han construido, supervalorando la cultura femenina de la colabo­ ración, el cuidado y la conservación de la vida, a la que pare­ cen atribuirle causas genéticas, las feministas de la diferencia

especulan sobre “esencias” e “identidades” femeninas en un debate que se parece más al de la escolástica medieval. En los primeros años, el núcleo de la discusión se centra­ ba en si las mujeres “queríamos” ser iguales a los hombres o no. Y hago hincapié en esta intención volitiva, ya que el razo­ namiento no se inscribía tanto en poner el acento en las dife­ rencias anatómico-fisiológicas y biológicas que caracterizan a los dos sexos -en contraposición a los intentos de las femi­ nistas de la igualdad de demostrar que esas diferencias son mínimas y apenas inciden en la vida cotidiana de las muje­ res-, que no solo no se negaban sino que se acentuaban, manifestando su disgusto por la sola idea de tener un cuerpo musculoso, sin pechos ni caderas y que balanceara un pene y dos testículos, como en el deseo de destacar todas las mani­ festaciones que desde el comportamiento, los sentimientos, las respuestas emocionales, la percepción y la psicología, las señalaba como seres distintos de los hombres y de ser consi­ deradas, tanto por ellos como por la sociedad en general, en consecuencia. Pronto, sin embargo, se atribuyó a las condi­ ciones biológico-anatómico-fisiológicas que caracterizan a las mujeres no solo los comportamientos, las pulsiones, los deseos, las respuestas emocionales, sino, como veremos más adelante, algo más intangible e inasible: la propia “esencia” femenina. Y veremos como Helen Fisher, defendiendo con­ clusiones distintas, utilizará también las características bioló­ gicas de cada sexo para asegurar la diferencia que les separa en comportamientos, aptitudes, sentimientos, motivaciones y objetivos. Los textos de Muraro, de Irigaray, parecen decirnos que no les interesan las centenarias reivindicaciones de igualdad de derechos y oportunidades que había mantenido como base de su lucha el Movimiento desde la Revolución Francesa. Por el contrario, ya no es necesario que las mujeres se compro­ metan en las luchas políticas y sociales en que han estado embarcadas hasta ahora. El trabajo de las mujeres debe andar por otros derroteros, ya que, sea cuáles sean los fracasos o los éxitos que hayan cosechado hasta hoy, ninguno de ellos han comportado los avances en la calidad de vida, dignidad y reconocimiento que se merecen.

LA ZORRA Y LAS UVAS Ya no son, pues, los sempiternos temas de discriminación en el reparto de la riqueza o en la adjudicación de puestos de poder los que motivan su crítica. Resignadas a la evidencia de que el mundo masculino no repartirá nada con las mujeres, deciden que no deben pretender disfrutar las ventajas reser­ vadas a los hombres. Ventajas que corresponden a un mundo masculino en el que ellas no desean estar. Pero esta despre­ ciativa mirada al mundo masculino que las rodea y que detenta todos los poderes, me recuerda demasiado la fábula de la zorra y las uvas. En definitiva, si la lucha por alcanzar el dinero y el poder que los hombres nos niegan es tan larga y da tan pocos resultados, más vale conformarse con lo que tenemos y decir que es lo mejor. Para las mujeres, pues, se reserva un mundo, exclusiva­ mente femenino, en cuyo goce hallarán la compensación de las carencias que padecen en el mundo masculino. Las muje­ res se realizarán en un mundo diferente en el que obtengan no se cuales satisfacciones espirituales, psíquicas y emocio­ nales, muy superiores, a las mezquinas que podrían alcanzar ganando más dinero, desempeñando una profesión de pres­ tigio o un puesto en la política o marcando las pautas cultu­ rales del país.

EL TEMOR AL CONTINENTE OSCURO Esta “singularidad” femenina no constituye ninguna nove­ dad en el pensamiento tradicional. La diferenciación de los dos sexos, impuesta por la dominación patriarcal, se estable­ ce desde los más remotos tiempos de la humanidad. En “Mujer y Sociedad” realicé un largo recorrido por las prohi­ biciones, tabús y disposiciones misóginas contenidas en los códigos legales, en los textos religiosos, en los tratados morales, en la literatura, la filosofía, la psicología, los escri­ tos políticos y los consejos populares. Desde el Código de Hanmurabí hasta Otto Weininger, se insiste, con saña, en las diferencias que separan a las mujeres de los hombres, por

supuesto en demérito de aquellas. Algunas autoras, en tex­ tos muy posteriores a mi obra han elaborado ensayos anali­ zando los textos de Niestzche, de Kant, de Shopenhauer, de Hegel, de Freud, y de cualesquiera otros filósofos y psiquia­ tras que incluso desde una óptica ilustrada repitieron idénti­ cas declaraciones sobre la singularidad femenina. La frase de Kant de que “...en la antropología, la singularidad femenina constituye un estudio para los filósofos, en mayor medida que la masculina”, es representativa de la curiosidad no exenta de temor que estos teóricos sienten por el que llamó Freud el “continente oscuro”. La descripción de Simone de Beauvoir de los órganos genitales femeninos, oscuros, escondidos, desconocidos para el hombre que posee un pene limpio y externo, y que teme ser castrado cada vez que lo introduce en esa cueva húmeda de recorrido y final ignorado, corresponde muy bien a lo expresado por tantos de esos filósofos, antropólogos y psi­ quiatras. La diferencia de las anatomías masculina y femenina, la especialidad reproductora de la mujer que la dota de unos complejos órganos genitales, ha fascinado a la mayoría de los autores que han escrito sobre la psicología femenina, concebi­ da como un laberinto en el que internarse era ciertamente peli­ groso. Para las feministas del pensamiento de la diferencia esta diferencia sexual se convierte también en el centro de su pre­ ocupación. Y de cierta vanidad con la que compensan la infe­ rioridad a que el mundo masculino las condena. Creyéndose seres terribles e inquietantes debido a tales características esen­ ciales inaprensibles e incomprensibles para los hombres, grati­ fican su ego, tan maltratado en la vida cotidiana. Esa “esencia” femenina que pretenden analizar y definir entiendo que debe hallarse contenida en la vagina, la matriz, los ovarios y las trompas, a menos que se trate de una cuali­ dad espiritual, que no tiene soporte material. Hipostasian las características sexuales femeninas, a las que atribuyen cuali­ dades especiales y únicas semejantes a las que los cristianos atribuyen al alma, aunque éstos no distinguen en las cualida­ des de las almas, entendiendo que por no ser carnales no existen diferencias entre sus esencias, mientras que en el caso

de las feministas de la diferencia, nos encontramos con dos almas diferentes, la de los hombres y la de las mujeres. En cuestión de alma, los cristianos son más igualitarios. Las teóricas de la diferencia se sitúan aquí al lado de los más tradicionales defensores de los arquetipos femenino y masculino. Buscando la “esencia” femenina han pasado cinco siglos los más eminentes filósofos, psicólogos, médicos, psi­ quiatras, anatomistas. Para explicar las diferencias de capaci­ dad, inteligencia y temperamento entre los sexos ya hemos visto en el capítulo de la igualdad cómo desde los fisiólogos renacentistas hasta los más actuales psicólogos sociales y edu­ cadores han dado variadas y pintorescas explicaciones. Desde las secreciones humorales hasta las características genéticas, todas las investigaciones científicas han servido para estable­ cer distinciones entre hombres y mujeres que, como objetivo final, servían a los intereses masculinos. Situando en los genes, o en las hormonas o en la distri­ bución cerebral las supuestas diferencias de entendimiento de la realidad, de percepción espacial, de facilidad para el cál­ culo matemático, de fluidez verbal, etc., entre hembras y varones, se perpetúa la división del mundo entre hombres y mujeres: para ellos el poder y para ellas el trabajo doméstico. Pero si las supuestas motivaciones de tales desigualdades se han basado hasta ahora en argumentos más o menos con­ siderados de peso: investigaciones histológicas, embrionarias, neurocerebrales, estadísticas educativas, etc. lo que no habí­ amos comprendido hasta las obras de Irigaray, había sido “el estilo” como causa fundamental para calificar a las mujeres en un nivel humano y moral distinto al masculino, que las hace merecedoras de ocupar un mundo propio y diferente del de los hombres.

ESTILO Y BUEN GUSTO. BRUJAS, CASTRADORAS, VIRAGOS. VALORES FEMENINOS ¿Porque, en definitiva, cuáles son las cualidades qué dife­ rencian el alma o la “esencia” femenina de la masculina? -aunque no me ha quedado claro si los hombres tienen

“esencia”- Pues es un saber hacer, una cualidad innata que lleva a las mujeres a realizar todos sus actos con dulzura, ele­ gancia, amabilidad. El “estilo” de Luce Irigaray. En definitiva, algo muy parecido al “buen gusto” femenino que encuentra Kant en las mujeres y que sirve para “refinar a la sociedad”. El estilo que reclama airado Derrida: “El hombre cree en la verdad-mujer. Y las feministas, contra las que Nietzsche mul­ tiplicó todo su sarcasmo, son en realidad hombres. El movi­ miento feminista es el procedimiento por el cual la mujer desea asemejarse al hombre, al filósofo, al dogmático, en tanto que, conjuntamente con la colectiva ilusión humana, a la que se adhiere, reclama también el efecto de castración. El movimiento feminista quiere la castración -también la de la mujer-. Ha perdido el estilo" (El subrayado es mío) Me resulta absolutamente incomprensible la difusión que ha logrado Derrida - sino fuera por la eficacia de la misma industria cultural francesa que ha promocionado a Irigarayen los ambientes universitarios, al leer este párrafo. ¿Qué clase de atracción ejerce este autor sobre las profesoras femi­ nistas que le estudian y le citan, cuando considera que las feministas son en realidad hombres -aunque, según lo expre­ sa, si “desean asemejarse al hombre” es que no lo son- y que quieren castrar a toda la humanidad, a la vez que se adhiere al sarcasmo que utilizó Nietzsche contra las feministas? Calificando de castradoras, envidiosas del hombre -nada nuevo en esta freudiana idea de la envidia del pene-, viragos, perdida la identidad femenina, convertidas en monstruos, ni mujeres ni hombres, Derrida no hace más que repetir los tópi­ cos de los autores milenarios contra las rebeldes al poder patriarcal. Vulgaridades y ridiculeces que en el discurso femi­ nista del siglo XXI deberían ser arrinconadas en el arcón de los trastos viejos, o mejor, para no guardar porquerías, tiradas en el contenedor de basura, siguen considerándose proposiciones filosóficas dignas de ser tenidas en cuenta. Y lo más penoso, incluso por las feministas. O por lo menos por las de la dife­ rencia, que quizá ya no sean feministas sino sólo “diferencistas”. Y no imagino esto únicamente como sarcasmo. Señalo las “diferencias” que separan a Irigaray, y sus seguidoras, de las feministas, puesto que su objetivo se encuentra en las antí­

podas de los que persigue el movimiento, aún desde distin­ tas tendencias ideológicas. Para ella la igualdad que necesitan las mujeres puede ser un objetivo real, pero reclamarla es “expresión equivocada de tal objetivo...su explotación está basada en la diferencia sexual y solo por la diferencia sexual debe resolverse”. Y añade: “Las feministas corren el peligro de estar trabajando por la destrucción de las mujeres: más generalmente de todos sus valores”. Nada la separa de Derrida y sus anatemas contra las feministas y las mujeres que han perdido “sus valores”. Esos valores que no sabemos en el pensamiento de Irigaray y de Derrida en qué consisten, excepto en el “estilo” y el “buen gusto”, pero que los curas y los moralistas y los científicos reaccionarios nos explicaron durante siglos con detalle, y que hoy todavía muchos, con Wojtila a la cabeza, siguen haciéndolo para nuestro aburrimiento. Valores que corresponden al código masculino patriarcal y que durante milenios nos han impuesto a las mujeres. A todas, incluso a aquellas que preferían ser brujas, viragos, lesbianas o castra­ doras. Y ya sabemos lo que los papas y los curas y los mora­ listas y los políticos hicieron con las brujas y las viragos. Me siento enormemente confortada de vivir en un país occiden­ tal en el siglo XXI, para no temer ser quemada viva en la plaza pública por la parte de bruja, castradora y virago que poseo, porque tengo mis dudas acerca de las intenciones que abrigan los defensores de la diferencia, especialmente Derrida. Otras muchas mujeres, desgraciadamente, en los paí­ ses de oriente no tienen esa suerte.

LA NATURALEZA SIRVE PARA TODO En idéntica manera en que las autoras de la diferencia ape­ lan a los “valores” femeninos, recurren también al discurso de “lo natural” que ya en mi tesis doctoral Mujer y Poder Político había yo criticado exhaustivamente. La Naturaleza proporcio­ na siempre útiles recursos a los teóricos de la reacción. Lo “natural” de la propiedad privada defendida por los burgue­ ses ya fue criticado por Marx, del mismo modo que Aristóte­

les expuso lo “natural” de la subordinación de los esclavos y de los siervos, y lo “natural” que resulta la subordinación de la mujer al hombre ha sido teorizado largamente por los teó­ logos y los filósofos. En este sentido merecen ser recordadas las frases que dedica Stuart Mili a comentar las supuestas tendencias natu­ rales de la mujer, que consisten en obedecer a padres y mari­ dos, parir hijos y criarlos y vivir en la ausencia de todo poder: económico, político, cultural o personal. Y que como, para asegurarse el cumplimiento de tales tareas los hombres esta­ blecen toda clase de prohibiciones, imposiciones, castigos y penas contra ellas en caso de rebeldía, parece demostrarse precisamente la poca inclinación que muestra sentir la mujer por el destino que quieren imponerle los moralistas. Sin embargo Irigaray no parece haber leído a Mili, ni siquiera observado la conducta habitual de sus congéneres, cuando asegura que “lo natural es por lo menos dos: mas­ culino y femenino. Todas las especulaciones sobre la supe­ ración de lo natural en lo universal olvidan que la naturale­ za no es una. Para ir más allá -suponiendo que haga falta hacerlo-, conviene partir de la realidad: ella es dos ...” Al mismo tiempo que no creo en ningún instinto natural en el ser humano, yo diría que en cuestión de “naturalezas” sexuales hay muchas más de dos: los homosexuales y las lesbianas y los trasvestidos y los transexuales, y los indife­ rentes por el sexo, y los amantes lesbianos como se puede leer en la novela de José Luís Sampedro, y los que no se sienten ni hombres ni mujeres sino artistas o pensadores o políticos o científicos, etc. Todos son naturales porque nacieron así, y todos son artificiales porque nadie nace del todo heterosexual ni homosexual ni transexual, sino que se construye como tal en el curso de la maduración cultural de toda su vida. Ese discurso de lo natural de Irigaray es de lo más simple. Causa sorpresa, que haya autoras que no sólo lo tomen en serio sino que hablen de su riqueza y profundidad y otras adulaciones por el estilo, posiblemente para no enajenarse la simpatía ni la protección de los académicos de la escuela de Derrida e Irigaray.

Como explica sabiamente Carlos París “La idea de una ‘naturaleza humana’, constituye un residuo del pensamiento aristotélico escolástico. Con arreglo a éste, dentro de una visión estática, clasificadora de la realidad en géneros y espe­ cies, los seres naturales, minerales, plantas y animales -n o los artefactos fabricados por los humanos- poseen una ‘esencia’ que es entendida de un modo rígido como una realidad inmutable. El concepto de ‘naturaleza’ se refiere a esta esen­ cia como ‘principio del dinamismo’, propio de dicha esencia fijado por ella. El pensamiento filosófico ha trascendido semejante visión comprendiendo al ser humano como una realidad no dada rígidamente sino que se autoconstituye y autoconstruye socialmente. Así para Sartre el ser humano es un proyecto que se hace a sí mismo o para Ortega el hombre no tiene naturaleza, sino historia. Científicamente el mismo concepto de ‘naturaleza’ referido al conjunto de la realidad material ha sido dinamizado por el evolucionismo. La natura­ leza no es algo rígido, sino que posee una historia evolutiva. Y dentro de la evolución en que han surgido las especies, éstas poseen una autonomía determinada, pero su comporta­ miento está condicionado por el aprendizaje y la socialización de modo que se puede hablar de ‘culturas animales’. Una rea­ lidad, la cultura, que culmina en la especie humana, de tal modo que el ser humano y el mismo medio que este erige técnicamente sobre el medio natural son plásticamente sus­ ceptibles de conformarse de modos muy distintos, no deter­ minados sino orientados por los sistemas de valores propios de cada cultura y sus recursos técnicos. No existe una natu­ raleza humana dada sino múltiples modos de realizar nues­ tras potencias humanas...”1

1 Ver El A nim al Cultural - Biología y Cultura en la R ealidad H um ana. 1.a ed. Crítica-Grijalbo-Mondadori, Barcelona, 1994. 2.a ed. Editorial Crítica, S. L., Barcelona, 2000.

MADRES E HUOS E IDENTIDADES SUBJETIVAS La utilización de lo natural se impone en la reivindicación que Irigaray acomete de la relación madre e hijo, según ella poco potenciada en la sociedad patriarcal: “Valorizada por la sociedad en cuanto madre nutricia y ama de casa...la mujer es desposeída de la interiorización posible de su identidad feme­ nina, que le es impuesta como una exterioridad...y este es uno de los motivos por los cuales ella misma, como la socie­ dad que la define, privilegia la relación madre-hijo. Las rela­ ciones madre-hijo recuerdan a la mujer, a las mujeres, su falta de identidad subjetiva ...” Pero Luce Irigaray no se refiere a que la cultura patriarcal ha desposeído a la mujer de cual­ quier valor que no sea el de la maternidad, despreciando a toda aquella que por decisión propia o imposición ajena haya renunciado o se vea imposibilitada de cumplir la principal tarea para la que existen las hembras: la reproducción; sino porque esa relación madre-hijo “es uno de los lugares donde es importante trabajar en el establecimiento de mediaciones, de relaciones entre sí y para sí por el lado de la mujer. En efecto, es necesario definir una cultura de lo femenino”. Yo diría que el patriarcado ha definido hace miles años esa cultura de lo femenino que tiene como centro de aten­ ción el papel maternal, y que su revisión pasa únicamente por desmitificarla y no por revalorizarla. La única forma de revalorizarla desde una visión feminista del mundo, en un momento en que por la presión demográfica se está exi­ giendo a las mujeres de los países de baja natalidad que tengan más hijos para mantener el relevo de la generación anterior, sería pedir sustanciosas compensaciones económi­ cas a los gobiernos para seguir cumpliendo la obligación ancestral de reproducirse. Mientras, a la par, las feministas occidentales deberían llevar adelante fuertes campañas para que las mujeres del Tercer Mundo no se vean obligadas a parir sin tasa hijos que serán esclavitos de un trabajo explo­ tado o niños vendidos a padres de países ricos. Lo cual sería reconocer, de una vez, que la principal pro­ ducción del mundo encomendada a las mujeres es la pro­ ducción de hijos, y que muchas de ellas, la mayoría de los

países desarrollados, tienen cada vez menos interés en traba­ jarla. Desde que el Movimiento Feminista logró la dispensa­ ción habitual de anticonceptivos y la casi legalidad del abor­ to en esos países, sus mujeres demostraron con la huelga de nacimientos más exitosa del mundo, que eso de la materni­ dad no tenía tantos atractivos para ellas. Esta cuestión de plena actualidad en España, que ha alcanzado el más bajo índice de natalidad del mundo, cota impensable sólo hace treinta años, debería motivar a muchos teóricos: demógrafos, sociólogos, moralistas, religiosos y por supuesto feministas a plantearse si realmente existe el llamado instinto materno o “las naturales tendencias” a la maternidad, o si en realidad las mujeres prefieren realizarse en la búsqueda de otros objetivos antes que convertirse en madres, como lo han demostrado en cuanto se lo han permitido. Podemos aplicar aquí, con toda propiedad, la sagaz afirmación de Mili de que diríase que las mujeres odian ser esposas y madres y en consecuencia, para que cumplan ese papel que favorece a los intereses de los hombres, es preciso obligarlas. No encuentro ninguna prueba en la observación de la realidad ni en el estudio de las estadísticas, de que las muje­ res deseen en el día de hoy -y en los países donde no rige ninguna imposición religiosa- revalorizar su papel maternal. Por el contrario, las demandas multitudinarias de las mujeres -y no sólo de las feministas- expuestas tanto por los sindi­ catos como por los partidos políticos de izquierda y por las propias mujeres, se refieren siempre a obtener ventajas mate­ riales cuando se decidan a ser madres, para ser compensa­ das de una tarea que únicamente la entienden como des­ ventaja en el cumplimiento de sus ambiciones profesionales y de su libertad personal. Los graves problemas con que se encuentran los países de baja natalidad, a pesar de todas las presiones económicas e ideológicas a que han sometido a sus mujeres para que tengan más hijos, vienen a probar de manera indudable mi tesis de que la reproducción es la gran carga de las mujeres, y ellas mismas corroboran mi afirma­ ción de que sólo podrán ser seres humanos autónomos cuando se liberen de ella, en lo que coincido plenamente con Firestone.

Pero nada encuentro en el discurso de Luce Irigaray que me remita a reclamaciones tan prosaicas. La filósofa no se detiene en cuestiones de tan poca importancia como el ham­ bre que asóla dos terceras partes del mundo y que provoca que las madres maten y vendan a sus hijos, como tampoco muestra ninguna preocupación porque Francia esté situada en el segundo lugar del mundo de menos natalidad. Ni se plantea las ayudas sociales y el impulso que sería preciso dar a la incorporación de las mujeres a trabajos bien remunera­ dos y de prestigio si queremos que sigan teniendo hijos. Tampoco parece preocupada por la evidente indiferencia que sienten por la maternidad amplios sectores de mujeres que no se hallan en mala situación económica, pero que prefieren desarrollar una profesión, realizarse en una tarea creativa o simplemente divertirse antes que sentirse “valoradas” cam­ biando pañales de niño. No, lo que Irigaray plantea es que la relación madre e hijo “es, pues, uno de los lugares donde es importante trabajar en el establecimiento de mediaciones, de relaciones entre sí y para sí por el lado de la mujer. En efecto, es necesario definir una cultura de lo femenino que resitúe la relación ancestral de la madre y el hijo”. Resituar esa relación en el sentido de retfalorizarla, de hacer más meritorio aún el papel materno, de establecer lazos más fuertes entre madre e hijo -¿sólo hijo?Buena es esta filosofía para apoyar la demanda de los gobiernos de que las mujeres se dejen embarazar más a menudo. Si se les conceden pocos subsidios sociales y guar­ derías, o si los que se les prometen no constituyen bastante estímulo para inducirlas a apreciar su labor maternal, quizá las consideraciones y elogios de Irigaray las embelesen. No sólo de pan vive el hombre -ni tampoco las mujeres- pueden pensar gobernantes fracasados en su tarea de publicidad natalista. Y ya se sabe el valor de la propaganda, la necesi­ dad de ideologizar a las masas, de otra manera perdidas sin rumbo moral. Si ni los sermones religiosos ni la televisión son suficientes para conducir de nuevo a las díscolas mujeres al redil hogareño para procrear familias numerosas, quizá este pseudo feminismo, avalado por una de las firmas más cons­ picuas de la filosofía, las convenza de lo avanzado y feminis­

ta que es vivir como sus abuelas. Estoy segura de que Irigaray merece la Legión de Honor de Francia, en reconocimiento de los servicios prestados a la demografía francesa. En resumidas cuentas, Irigaray pretende, con tales argu­ mentos, redefinir esa identidad femenina que todavía no sabemos lo que es, pero que desde los libros más antiguos y las costumbres prehistóricas ha estado determinada por el papel de madre de la mujer, y que en la cultura cristiana tiene su máxima expresión en el simbolismo de la Virgen, mujer y madre por excelencia, ni objeto sexual ni sometida a ningún hombre, que sólo sigue directrices de Dios, y que cumple a la perfección las expectativas de una cultura masculina que divide a las mujeres en categorías sólo según su destino sexual y maternal: doncellas, esposas, madres, monjas, pros­ titutas.

LUISA MURARO Y SU IDENTIDAD Y de identidad femenina tenemos que seguir hablando al leer la obra de Luisa Muraro: “...la diferencia adquiere todo su significado cuando se opone no a la igualdad sino a la identidad (el subrayado es mío)...el efecto de la claridad es inmediato. En efecto, inme­ diatamente recordamos que hemos comenzado a hablar de diferencia sexual en relación con una identidad fem enina negada o perdida o buscada. Y nos damos cuenta de que la igualdad con el hombre ha funcionado, en el fondo, como una especie de sucedáneo de la identidad humana femenina, o sea de la identidad fem enina del ser humano.” Este párrafo es representativo de la tesis de Luisa Muraro, la ideóloga de la Librería Delle Donne de Milán. Un discurso circular que repite una y otra vez las mismas definiciones y una única reivindicación: la identidad sexual femenina, al parecer perdida en el curso de los siglos, o más bien oculta­ da por la hegemonía masculina. Ya sabemos que los hombres no tienen conciencia de la diferencia masculina, ya que ocu­ pan abusivamente la llamada identidad humana. Al fin y al cabo las mujeres han de luchar contra la usurpación masculi­

na del universal. Pero para Muraro la identidad humana no puede repartirse entre dos. No posee cada uno de los sexos un trozo, igual o desigual de esa identidad: “la independen­ cia simbólica es una condición de este ser dos, de este no ser uno, que no invalida la unidad del ser.” Es este pues, el tra­ bajo, que ahora deben realizar las mujeres: la búsqueda de su identidad sexual. Aunque las teóricas del “pensamiento de la diferencia” no parecen prestar atención a las reivindicaciones laborales ni a los derechos políticos, Muraro inicia el artículo citado recor­ dando las desigualdades que en el terreno de la política pade­ cen las mujeres de diversos países, que constata “la sistemá­ tica exclusión de las mujeres del gobierno de un mundo que ellas mismas han contribuido a crear y que no podría conti­ nuar existiendo sin su sostén.” A continuación Muraro se pre­ gunta: “¿Toca a las mujeres, toca a la política de las mujeres comprometerse en pos de la coherencia interna del paradig­ ma político moderno?” y ella misma se responde que no. ¿Qué es pues lo que toca a las mujeres hoy? La búsqueda de la identidad femenina. Pero yo no encuentro la relación entre la ausencia de poder político y la búsqueda de esa identidad, ni entre la obtención del poder y el encuentro de esa esencia femenina. Como tampoco queda claramente definida en qué consista esa esencia, quizá porque precisamente se está buscando. Aunque me parece muy difícil hallar lo que no se sabe que se busca. Excepto “relaciones de diferencia”, ya que según Muraro “estamos siempre a la búsqueda de relaciones de diferencia. Solamente las relaciones de diferencia crean interdependen­ cia”. Pero no nos explica por qué siempre estamos a la bús­ queda de relaciones de diferencia, ni con quien -h e de supo­ ner que las relaciones se establecen entre personas- y mucho menos por qué solamente las relaciones de diferencia crean interdependencia, y tampoco entiendo qué ventajas existen en la interdependencia, ya que tampoco se con quien me he de interdepender. De modo tal que ese discurso filosófico ha de ser bueno únicamente para quienes conozcan las claves profundas de un lenguaje que, como el escolástico, está reser­ vado a los elegidos. Elegidas en este caso.

DEL ROSA Y DEL AZUL. NAZIS, JUDÍOS, HOMOSEXUALES Y MUJERES Pues bien, para Muraro la identidad humana de las muje­ res está situada en la diferencia sexual, y esa identidad bus­ cada, aunque no se sepa exactamente en qué consiste, es para la autora la clave del desarrollo ¿femenino, masculino, humano? Tal diferencia ha de preservarse no desde el punto vista material, que para eso ya se encarga la biología, sino fundamentalmente en lo simbólico. Para lo cual es impres­ cindible comenzar la preservación desde la más tierna infan­ cia, vistiendo a las niñas de rosa y a los niños de azul, como se ha hecho tradicionalmente por la gente más humilde. Esta costumbre, explica, “probemos a mirarla a la luz del pensa­ miento de que es necesario un trabajo simbólico para que el hecho de la diferencia sexual, impuesto por la evolución de la vida mucho antes de la creación del ser humano, se con­ vierta en hecho humano y se reproduzca como tal, sin colapsarse en la animalidad o hundirse en el inconsciente. Como de hecho siempre ocurre. ” (El subrayado es mío) No se si debo entender de éste párrafo que las mujeres y los hombres siempre se colapsan en la animalidad o se hun­ den en el inconsciente, y que tan indeseable fenómeno puede evitarse vistiendo de rosa a las niñas y de azul a los niños. “Observada desde este punto de vista -añade-, esta humilde práctica, transmitida de madre a hija, consustancial con los sentimientos, los gestos y las palabras más simples con las cuales las criaturas venían al mundo, cobra relieve y se impone a nuestra atención, logrando incluso cambiar nuestro sentimiento y nuestra mirada, y esto en general, cómo sentir y mirar dirigidos al mundo.” Nunca hubiera dicho que la ropa infantil lograba efectos tan trascendentales como cambiar los sentimientos y la mirada dirigida al mundo de la gente. En realidad el vestido únicamente es símbolo y no causa del papel que social y familiarmente se les reserva a los dos sexos. Así, el traje rosa de las niñas va acompaña­ do de la tristeza que las familias sentían cuando nacía una niña, a la que se le negaba las fiestas y celebraciones que se le regalaban a sus hermanos varones, entre otras conductas

igualmente penosas que enseñaban pronto a la niña la marginación social y la represión a que estaría sometida el resto de su vida. En el sentido del simbolismo de la humillación sí puede entenderse la frase de Muraro. Si se interpretan tales señales de diferenciación con la misma intención con que los nazis obligaron a los judíos a portar la estrella amarilla y a los homosexuales la estrella rosa. También la vestimenta ha sig­ nificado siempre diferenciación social y clasista: los obreros llevaban blusa azul, las criadas delantales y cofias, las muje­ res han tenido prohibido usar pantalones durante siglos y constituía una evidente rebeldía vestirse con ropas masculi­ nas, que únicamente algunas valientes se atrevían a desafiar. Y las musulmanas cubiertas de velos y de túnicas, teniendo prohibido terminantemente enseñar el pelo, segregadas de toda actividad masculina, preservan muy eficazmente su iden­ tidad femenina, de modo tal que no podrán olvidarla incons­ cientemente ni colapsarse en la animalidad. En definitiva, Muraro está de acuerdo con el determinismo del papel femenino en la sociedad que simboliza los diferen­ tes colores de la ropa de los recién nacidos. No parece impor­ tarle la evidencia de que esa adscripción a un destino inamo­ vible, no escogido, como ningún nacido puede hacerlo, ha sido puesta en cuestión, acerbamente, por miles de mujeres que nunca quisieron vestirse de rosa porque no deseaban ser ni femeninas, ni cumplir el papel pasivo y receptivo que se impone a las hembras. Rebeladas contra tales deterninismos rechazaron autoridad y educación familiares, se atrevieron a estudiar, a trabajar, a viajar, y hasta a guerrear, en una lucha desigual contra las imposiciones sociales y los simbolismos que las representaban. Muchas de ellas ni siquiera esperan ni desean ser buscadas por un hombre y mucho menos cumplir su papel reproductor. Y que esas mujeres -si Muraro acepta que siguen siendo mujeres- no sólo realizan una tarea per­ sonal y social de interés, sino que parecen ser bastante más felices que las mujeres dedicadas al cuidado de su hogar y de su marido e hijos, que aceptaron sumisamente, desde el naci­ miento, su vestido rosa. Mas inconsecuente, aún, ni la elección sexual de Muraro

ni su trabajo universitario y su dedicación a la organización de la Librería de le Donne de Milán, corresponden al tipo de mujer que estaría contenta de haber sido señalada su dife­ rencia sexual desde la infancia con el color de la feminidad. Y yo no afirmaría que por ello Muraro se haya colapsado en la animalidad ni tampoco parece que tenga oculta su identi­ dad en el inconsciente después de haberla analizado tan lar­ gamente.

EL “PATRIARCATO É FINITO” O COMO EL QUE NO SE CONFORMA ES PORQUE NO QUIERE Pero no es de extrañar la falta de realismo de las afirma­ ciones de Muraro, más basadas en sus deseos que en la obser­ vación de los hechos, bastante más tozudos que sus ideas, porque la misma autora en enero de 1996 publicaba un texto en el periódico Sottosopra de la casa editorial de la Librería delle Donne de Milán que se atrevía a afirmar “il Patriarcato é finito”, (el patriarcado se ha terminado) ¿De dónde sacaba tan optimista información? En la revista Fempress, (Red de comunicación alternativa para América Latina) de mayo de 1996 se preguntaban, con razón, si era un “¿derroche de opti­ mismo, clamor de un deseo, delirio de fin de siglo? ¿Expresión que nace de la lectura de una realidad europea que poca rela­ ción tiene con la latinoamericana?” El texto titulado “Sucedió no por casualidad” sostiene que las mujeres han dejado de dar crédito al patriarcado, que éste perdió la capacidad de significar algo en la mente femenina y que las ventajas de su dominio desaparecen a los ojos de ellas y, también, de muchos de ellos. En la medida en que ha decaído su dominio, fundamentalmente como dador de iden­ tidad, no puede durar, está acabado. Luisa Muraro asegura que “lo que ha terminado es la interiorización del dominio masculino”. (El subrayado es mío) Sus palabras tienen la contundencia de una profecía. Algo así como lo que debió decir Moisés cuando entregó a su pue­ blo las Tablas de la Ley: “Como mutación sociológica el fin del patriarcado ha exigido y exigirá todavía tiempo y fuerzas.

Pero el hecho simbólico de un cuerpo femenino no más des­ tinado al uso privado familiar o social decidido por hombres, está delante de ustedes, en la verdad indestructible de estas palabras. La cosa está hecha. Terminó”. Como vemos las funciones del patriarcado que han con­ cluido son simbólicas: “dador de identidad” “el hecho simbó­ lico de un cuerpo femenino”. Traducidos estos símbolos a la vida cotidiana no se si Luisa Muraro se refiere que terminó la función del patriarcado de “dador de identidad”, en la medi­ da en que algunas mujeres de algunos países ya no usan el apellido del marido, se atreven a ejercer una profesión, man­ tienen el apellido del padre e incluso viven solas. Pero mucho menos entiendo la expresión de “el hecho simbólico” del cuerpo femenino, cuando son las mujeres enteras, reales, de carne y hueso las que siempre han estado destinadas al uso privado y familiar decidido por hombres. No se ha tratado nunca de símbolos sino de realidades. Hay que reconocer, sin embargo, que es cierto que las expresiones “patriarcado”, “uso de mujeres” han caído en el desprestigio en la cultura dominante de los países occidenta­ les, pero eso no supone que en la experiencia cotidiana haya desaparecido su “ejercicio”, especialmente entre las clases menos favorecidas económicamente y en los ámbitos rurales. Sobre todo es en el mundo universitario y en las élites políti­ cas donde se rechaza con más contundencia las figuras sim­ bólicas de mujeres vendidas para esposas y del patriarca bar­ budo que mantiene un harén. Pero mostrar tan gran conten­ to por tan poco avance me parece demasiado optimista. Mas sobre todo yo no comprendía de donde nutría Muraro su entusiasmo ante los que consideraba avances más decisi­ vos de la época, hasta que leí en Fempress que, para las auto­ ras del artículo, en el Foro de Huairou y en la Conferen-cia Mundial sobre la Mujer de Beijing de 1995, quedó claro que ”el fin del patriarcado está involucrando a todos los países del mundo, un mundo atravesado, de golpe y simultáneamente, por grandes cambios, entre los cuáles éste.” Y yo que sufrí los veinte días que duró aquella tortura de Beijín y de Hairou me pregunto dónde vio u oyó o vivió experiencias tales que le llevaran a semejante conclusión. Más adelante me lo explica:

“Y no por el lenguaje de la denuncia, de la reivindicación o del lamento que las mujeres expresaron en esas Conferencias (ya sabemos que no le gustan las denuncias ni las reivindica­ ciones) sino porque africanas, asiáticas, latinoamericanas y europeas fueron “la voz parlante de una lengua común, una lengua universal, poco o nada deudora del pretendido uni­ versalismo de los derechos, mucho en cambio de la primacía dada a la relación entre mujeres”. El asombro me invade cuando leo este párrafo. Nunca como en este momento comprendo cómo la ideología marca la conciencia. En el curso de mi vida he comprobado muchas veces, en ocasiones con dolor, como un mismo aconteci­ miento es vivido de forma muy distinta por las diferentes per­ sonas que asistieron a él. Las interpretaciones que se dieron dependían fundamentalmente de la ideología política y reli­ giosa. He viajado por los cinco continentes en compañía de muy variados seres humanos, y el relato posterior de los via­ jes, realizado por uno o por otra de mis acompañantes dife­ ría fundamentalmente según tales condicionamientos. Y éste debe ser el caso de Luisa Muraro, a la que su fir­ meza ideológica en la defensa del “affidamento”, aparte de su clase social y su educación, la llevan a contemplar y recordar la Conferencia y el Foro de la Mujer de Beijín como el lugar ideal de encuentro de mujeres de todas las razas y continen­ tes que tenían “una voz parlante común, una lengua univer­ sal, poco o nada deudora del pretendido universalismo de los derechos, mucho en cambio de la primacía dada a la relación entre mujeres”. Si ya resulta enormemente irritante que se refiera al "preten­ dido universalismo de los derechos” con ese tonillo de despre­ cio, que únicamente puede utilizar quien disfruta de todos ellos y nunca se va a ver en el peligro de que le practiquen la cliteridectomía ni de que la casen como cuarta esposa de un ancia­ no valetudinario, lo que resulta absolutamente inaceptable es que afirme que las mujeres en Beijín no “eran deudoras del pre­ tendido universalismo de los derechos”, porque de eso funda­ mentalmente se habló en Hairou y en Beijín, de d erech o s: D e d erech o s hum anos, porque más de 70 países se nie­ gan a concederle a las mujeres el calificativo de seres huma­

nos y por tanto a aplicarles la Declaración de Naciones Unidas de 1948: d el d erech o a la vida, en contra de las matanzas de niñas en el Tercer Mundo, en contra de los ase­ sinatos por honor de los países musulmanes, en contra de las quemas de muchachas y de viudas en India, en contra del femicidio que se practica todos los días en todos los países; d el d erech o a la in tegrid a d fis ica , en contra de la violen­ cia que se practica cotidianamente contra las mujeres del mundo entero, d el d erech o a la alim entación, para evitar que las niñas y las mujeres sean las más desnutridas en un mundo de hambrientos; d el d erech o a la p ro p ia sexu a li­ dad\ para prohibir las mutilaciones sexuales de las que son víctimas en este momento ciento treinta millones de mujeres; d el d erech o a la libertad para no ser vendidas como escla­ vas ni como prostitutas, único destino de millones de mucha­ chas en países pobres; d el d erech o a e s c o g e r su p ro p ia m aternidad para que se aceptara el control de natalidad y el aborto que permitieran la libertad de reproducción a las mujeres, hasta ahora obligadas a reproducir la especie sin tasa ni freno; d el d erech o a la igualdad para que las hijas here­ den en la misma proporción que sus hermanos, para que las mujeres puedan escoger el marido que deseen, para que las esposas tengan la misma capacidad que el marido en la administración del patrimonio familiar y en la patria potestad sobre sus hijos, para que puedan solicitar la separación y el divorcio de un marido infame sin tener que sufrir la humilla­ ción del repudio, para que tengan derecho al voto y a ejer­ cerlo libremente, para que sean, al fin, ciudadanas de su país; d el d erech o a la ed u ca ció n para que las niñas vayan a la escuela en los países en que sólo lo hacen los varones y reba­ jar la patética cifra de que el 80 por ciento de los analfabetos del mundo sean mujeres. D e todos estos d erech o s fue de lo que se discutió durante veinte días, y las mujeres que los defendieron se batieron bravamente contra los hombres que se los negaban y también, desgraciadamente, contra otras muchas mujeres cómplices de éstos. Y cuando se logró, con tantas dificultades, que se ratificaran algunos ya aceptados en Nairobi en 1985, y que se añadiera algún otro, en proporción minúscula por cierto, se dieron por terminadas la Conferencia

y el Foro, y todos, gobernantes, delegados de Naciones Unidas, partidos políticos, ONGs, grupos ecologistas, pacifis­ tas, antinucleares, misioneros, caritativos, fundamentalistas, liberales, socialistas, religiosos, sectas y lobbys -que de todo hubo-, dejaron para otro día aportar fondos para que se hicieran realidad tales derechos que no se aplican a más de dos mil millones de mujeres en nuestro planeta. Y por cierto, en junio de 2000 en Nueva York hemos visto, con más des­ ánimo cada vez, como ganan mayores cotas de poder y de represión los gobiernos musulmanes y el Vaticano, en una extraña y a la vez comprensible alianza. “La voz parlante de una lengua común” fue innumerables veces puesta en cuestión por las discusiones lingüísticas entre las representantes de diversos países, que demostraron estar más interesadas en defender las reivindicaciones nacionalistas que plantean sus dirigentes masculinos, que en entenderse con las restantes mujeres. Y “la primacía dada a la relación entre mujeres” se vio hartamente cuestionada por las repre­ sentantes iraníes, que herméticamente envueltas en el chador nos lanzaron interminables discursos en las conferencias sobre la bondad de su régimen político, su adhesión inque­ brantable al ayatollah de turno y las maldades de los sistemas occidentales que las allí blancas representábamos y que úni­ camente deseábamos la destrucción de la Patria del Profeta. Mientras tanto Alessandra Bocchetti, del Centro Virginia Woolf de Italia, que sigue la misma línea de pensa­ miento de Muraro, se atreve a asegurar, respecto a aquel evento que “en la conferencia de Beijín se vieron mujeres de países del Tercer Mundo... (para las) que el camino de la libertad es mucho más simple, porque no pasan por la igual­ dad. Tienen tal orgullo de ser mujeres, tanto orgullo de su diferencia, que no necesitan seguir el mismo camino. Ellas nos enseñan la libertad.” No se si se refiere a las que envuel­ tas en túnicas blancas, pardas, naranja, verdes, con velos en la cabeza y en la cara y hasta las manos enfundadas, aver­ gonzadas de enseñar cualquier parte de su cuerpo femenino, como si en vez de estar orgullosas de ser mujeres se sintieran apestadas, que pertenecían a los Emiratos Arabes Unidos, a Irán, a Pakistán, a India, a Bangladesh, a Arabia Saudita, a

Kuwait, a Argelia, a Marruecos, que manifestaron en confe­ rencias públicas y en toda clase de panfletos su rechazo a la igualdad y su defensa de “la raíz de ser mujeres” y las “esen­ cias femeninas”, para defender la cliteridectomía, la poliga­ mia, el repudio, el maltrato a las mujeres, el femicidio por honor, el infanticidio femenino y toda la gama de infamias que se cometen contra las mujeres, precisamente por serlo y por no ser “iguales” a los hombres. Todas ellas aseguraron que dis­ frutaban de la “libertad” que les da su diferencia, casándose a los doce años por imperativo paterno con un valetudinario de cuarenta que ya tiene tres esposas, trabajando gratis para la familia del marido y sin derecho a poseer su propio dinero, a pedir el divorcio, a trabajar asalariadamente, a ejercer la patria potestad sobre sus hijos, ni a realizar actividades públicas, entre las que se encuentra la prohibición de participar en com­ peticiones deportivas. Todas ellas, iraníes, árabes y musulma­ nas de diferentes colores y en muy distintos países, portaban enormes pancartas y retratos de sus presidentes y “salvadores de la patria” y estaban acompañadas por hombres de grandes proporciones y rostros adustos de expresión amenazadora, que pertenecían a la guardia de su país y que las vigilaban continuamente. Así demostraban su “diferencia” y su “libertad” como mujeres, bien distintas de las de los hombres. Las afga­ nas no aparecieron por esos espacios públicos, borradas como se hallan del mapa de las mujeres vivas. Abarrotado el Foro de Hairou por las multitudes que habí­ an llevado hasta allí los dirigentes religiosos, políticos, ecolo­ gistas, pacifistas, onegeístas, etc., al final, las que representá­ bamos el movimiento feminista éramos una insignificante minoría que no teníamos espacios para reunimos y que nos perdimos en la vastedad inabarcable de los jardines y de las carpas del Foro. Por supuesto, fue imposible alcanzar con­ clusión alguna, convertido aquel evento en un “parque temá­ tico” donde las asistentes iban más a divertirse que a trabajar. En el número 26 de Poder y Libertad publiqué un largo infor­ me sobre la corrupción en que habían caído la Conferencia y el Foro, que titulé “El embrujo de Pekín” y en el que decía: “Es poca la esperanza que nos resta de que la Conferencia de Beijín haya servido para implantar las medidas de mejora

y resolución de los conflictos que padecen las mujeres en la mayoría de países. Este escepticismo es compartido por las ONGs de mujeres africanas. Florence Butegwa, de la orga­ nización Women in Law and Development in Africa, (WILDAF) dice: “Esperamos que la conferencia de Beijín sea dife­ rente y que haya un decidido compromiso por parte de los gobiernos; las ONG han presenciado lo sucedido después de las estrategias de Nairobi...” Joyce Kazembe, activista en derechos de la mujer, explica que aún no se han implanta­ do, en su mayoría, las recomendaciones de Nairobi: “Formulamos las estrategias orientadas hacia el futuro y se suponía que aseguraríamos que se implantaran las reco­ m endaciones sobre la base de la igualdad, pero en algún momento del proceso todo eso se esfumó (El subrayado es mío) Las mujeres africanas afirman que los gobiernos han optado por hacer oídos sordos a la serie de conferencias y convenciones mundiales en cuyas plataformas de acción se ha manifestado reiteradamente que es necesario que los gobiernos reconozcan los derechos particulares de la m ujer ” (El subrayado es mío) No cabe duda de que “las mujeres de países del Tercer Mundo” reclamaban igualdad y derechos, a pesar de las satis­ fechas declaraciones de Alessandra Bocchetti Pues bien, al regreso de Beijín, en los numerosos actos que se celebraron en España asistí, asombrada, a las declara­ ciones triunfalistas de nuestras gobernantes -n o era de extra­ ñar puesto que España ostentaba en aquellos días la Presidencia de la Unión Europea y la Ministra de Asuntos Sociales y la Directora del Instituto de la Mujer, presidían los actos en nombre de la UE- que aseguraban que todo lo tra­ bajado en la Conferencia había sido un éxito, cuando ellas mismas publicaron extensos reportajes e informes donde se leía claramente que incluso se habían perdido avances res­ pecto a Nairobi, a la Conferencia Mundial de Derechos Humanos de Viena de 1993 y a la Conferencia Internacional de Población y Desarrollo de El Cairo de 1994. Pero lo más penoso fue comprobar que las asistentes al Foro, no perte­ necientes al gobierno y al partido de éste, incluso de militancia de izquierdas, se mostraban tan entusiasmadas o más

que aquellas. Perdido todo sentido crítico, estaban encanta­ das de haber podido realizar un viaje tan exótico, visitado monumentos, comprado innumerables ropas y cacharros a precios chinos, y haberse encontrado, a tan gran distancia, con mujeres de todas las razas, con las que, como explicó sin­ ceramente una de ellas, no podían comunicarse porque no hablaban ningún idioma que ambas conocieran . Por ello, a este entusiasmo y aceptación acrítica de la experiencia le llamé “el embrujo de Beijín”. Estoy segura de que ninguno de los gobiernos de los países que asistieron, ni los dirigentes de la ONU, esperaron obtener una aceptación tan sumisa de un evento que había sido organizado con el claro propósito de distorsionar y confundir al Movimiento Feminista. Luisa Muraro y Alessandra Bocchetti y sus compañeras parecen haber sido captadas también por el embrujo de Beijín. Nos traen una visión disneyana de aquel encuentro, del que, por el contrario, deberían denunciar los engaños y las carencias más que difundir imágenes de uniones, pactos y felices relaciones entre mujeres, que nunca se produjeron. Cierto que ellas no utilizan como denunciaba Grafa Machel “el lenguaje de la ONU”, como hacen las gobernantes y muchas de las ONGs convertidas ya en altavoces de sus gobiernos, pero pensemos que si el lenguaje de Muraro se nos aparece como novedoso y creativo, no debe ocultarnos que está describiendo una realidad que no existe. Y que como todo lo falso, es altamente peligroso y enormemente reaccionario.

IA DIFERENCIA PERO DIFERENTE Podría concluir esta crítica del feminismo de la diferencia con las palabras de Alejandra Busch : “Se habla de una revo­ lución del pensar y de la ética, con concepciones totalmente nuevas, y con relaciones absolutamente transformadas e, incluso, revolucionarias entre los seres humanos y el mundo, entre los seres humanos y dios, de los seres humanos entre sí. Con ello, sin embargo, Irigaray promete a las lectoras

mucho más de lo que puede ofrecer. Porque cuando se mira más detenidamente...las aparentemente nuevas relaciones y concepciones son, como mucho variantes hasta ahora des­ cuidadas de pensamientos existentes...Porque también en el centro del modelo de mundo de Irigaray se mantiene la pare­ ja heterosexual. En el centro de todas las reflexiones acerca de la sexualidad gravita la fecundidad...Lo masculino y lo femenino, categorías centrales de esta nueva historia, perma­ necen atadas a la anatomía: la mujer sigue siendo ante todo mujer, madre, toda posible productividad de lo femenino queda ligada a la genitalidad femenina...Porque si atendemos más detenidamente al texto -y a ello nos obliga el mismo, que resulta incomprensible en un primer vistazo-, reconoce­ mos en él propuestas reformistas en el mejor de los casos. Y las supuestamente nuevas concepciones y relaciones son, como mucho, variantes descuidadas hasta ahora de pensa­ mientos pre-existentes...Resumen: una vieja canción entona­ da de nueva manera”. Pero en Muraro no es todo ese remitirse a genitalidad, destino materno y división del mundo en dos sexos. El “affidamento”, invento de la Librería Delle Donne de Milán, quiere actuar más allá de las elucubraciones metafísicas -¿o físicas?- de Irigaray. Vindicando el simbólico de la madre y la autoridad femenina hace un llamamiento a la solidaridad entre mujeres, a la sororidad, tan poco practicada hasta ahora en el Movimiento Feminista. Pone el acento en el poco aprecio que por sí mismas tienen las mujeres, some­ tidas a una cultura patriarcal que desprecia lo femenino, y se separa con toda evidencia de las disquisiciones de Kant o de Nietszch con que alguna teórica ha querido comparar el feminismo de la diferencia, en cuanto lo que pretende es precisamente lo contrario de tales autores: supervalorar lo femenino. Bueno es que una ética de la unión y de la ayuda entre mujeres comience a calar en el seno de un movimiento que ha sido desangrado durante varias décadas por querellas y envidias internas, y si a ello ha contribuido el “affidamento” es de felicitarlo. Pero al fin y al cabo lo que viene es a ratificar las tesis de Suzanne Blaise en El Rapto de los Orígenes o el

Asesinato de la Madre,2 donde la autora con una gran erudi­ ción y en un bello estilo denuncia el cainismo que ha esterili­ zado en diversas etapas la lucha feminista y reivindica el papel de la madre, la cultura femenina y la autoestima de las muje­ res rebajada en la sociedad machista. Blaise no ha tenido el éxito ni la difusión de Muraro y la Librerie de le Donne de Milán porque le ha faltado el grupo que la apoyara y el apa­ rato de difusión de sus ideas. Pero es que ella no hace con­ cesiones ni a la cultura dominante ni a la subcultura feminis­ ta, inmersa en sus batallas internas. Tampoco ha atraído a su “escuela” a nuevas neófitas. Y sobre todo comete la herejía de reivindicar ardientemente la existencia de partidos feministas que intervengan en política. Toda una blasfemia en un mundo de feminismos blandos y metafísicos, que sólo quieren alejar­ se de los problemas reales de la gente real, y que excomulgan a todas las que nos atrevemos a conceder a las causas mate­ riales el protagonismo de los problemas de la mujer. Al final, el feminismo también copia los mecanismos de promoción, publicidad y encumbramiento de la cultura dominante.

EL “AFFIDAMENTO” Y LA PA1DEIA GRIEGA El “affidamento”, explica Milagros Rivera, “es una relación políticamente privilegiada y vinculante entre dos mujeres”.3 ¿No recuerda esta figura la “paideia” griega recomendada por Platón a los jóvenes que necesitan el apoyo, la autoridad y el magisterio de un hombre mayor? La similitud me parece extrema, pero no sólo por ese mimetismo de la figura plató­ nica, sino por la estrechez de una relación que se reduce a dos mujeres -y no se en qué medida acepta influencias de otras-. Esta llamada “institución” se me asemeja más a la rela­ ción amorosa o amistosa de dos amigas. Dudo de la repercu­ sión social, ni mucho menos política, que pueda tener la rela­ ción entre esas parejas de mujeres. Así mismo, resulta enormemente limitada la declaración 2 Vindicación Feminista Publicaciones, Madrid, 1996 3 N om brar el Mundo en Femenino, ed. Icaria, Barcelona, 1994.

de Milagros Rivera: “A la mujer con quien entro en relación de affidamento le reconozco autoridad femenina. Deposito en ella confianza para crecer y para reconocer(...)cuáles son la medida y los límites de mi deseo de existir y mis posibi­ lidades de liberarlo en la sociedadV Muchas me parecen estas responsabilidades para que se carguen sobre una sola mujer, y muchas han de ser las cualidades que se le reco­ nozcan para que ella sola se constituya en “la medida y los límites de mi deseo de existir y mis posibilidades de libe­ rarlo en la sociedad”. Me parece un error creer que esa rela­ ción “hace crecer”, ya que por el contrario al limitar las posi­ bilidades de otras relaciones e influencias, al negar la nece­ sidad de aprender de otras muchas personas, mujeres y hombres, en relaciones disímiles o iguales, se reduce enor­ memente el crecimiento. Ese “affidamento” es semejante al aislamiento que viven las parejas en los primeros tiempos del enamoramiento, des­ lumbrados por la novedad del encuentro. Pero la vida y mucho más el feminismo, exige una gran amplitud de rela­ ciones entre los seres humanos, que no puede quedar redu­ cida a dos. Y, ¿cómo se sabe que esa relación es positiva? ¿No se corre acaso el riesgo de escoger erróneamente la compa­ ñera de “affidamento” y recibir una mala influencia en vez de la benéfica que se pretende? Cuando no se tiene término de comparación, en ese aislamiento reduccionista que se pro­ pugna, me temo que las posibilidades de error en escoger la influencia femenina a la que se concede toda la autoridad son muchas. Reconocer la autoridad femenina en sentido abstracto es positivo para afianzar la confianza de las mujeres, tan desau­ torizadas por los hombres, pero situar esa autoridad en una sola y concreta mujer es un riesgo muy poco recomendable. Se rechaza la elaboración de una teoría transformadora con las aportaciones obtenidas en largo tiempo por las vanguar­ dias de las luchas revolucionarias, en el intercambio de ideas y experiencias enriquecedoras en el seno del Movimiento

4 Ibid, pág. 202.

Feminista, reduciéndose a las capacidades de dos mujeres, o pocas más. La práctica de la diferencia se apoya en un modo de rela­ cionarse con la realidad que nació en los grupos de autoconciencia de los años 60 y 70, explica Rivera: “el partir de sí; el partir de lo que cada una tiene en su estar en el mundo, lo que cada una tiene que es principalmente su experiencia femenina personal”. ¡Ah, muy pobre me parece este principio! Partir de sí, de la experiencia personal como fuente de cono­ cimiento y de reflexión puede llevar a conclusiones enorme­ mente estrechas y egoístas. La mujer que no haya sufrido vio­ lencia grave masculina, ni abortos ni violaciones podrá plan­ tearse un feminismo limitadísimo, reducido a resolver sus pequeñas inquietudes cotidianas y por supuesto, ese feminis­ mo no abrigará ningún interés por las penosas situaciones que sufren las mujeres de otras clases sociales, de otros paí­ ses y de otros continentes, y no digamos las que padecen los hombres. Resulta en este punto enormemente reveladora la confesión de Cigarini de que a ella no le importan en abso­ luto las mujeres que necesitan abortar. Exactamente eso es lo que sucede cuando el feminismo parte únicamente de la pro­ pia experiencia. Como ya analicé en Mujer y Poder Político los grupos de autoconciencia no llevaron a las mujeres a la participación activa en el Movimiento Feminista, ni mucho menos en otros movimientos sociales o políticos. Aquellos grupos sirvieron fundamentalmente para que las participantes hallaran solu­ ciones para algunos de los más graves problemas que las afli­ gían, que se decidieran a plantear un divorcio o a abandonar a un amante, pero casi ninguna dio el salto cualitativo de infe­ rir de lo particular lo universal y sumarse al movimiento femi­ nista, que estuvo dirigido fundamentalmente por quienes habían sido activistas políticas y que engrosaron las que tení­ an alma de militantes. Las mujeres del affidamento, como Muraro y Cigarini reconocen, ni asisten a manifestaciones ni participan en asambleas, ni apoyan proyectos de ley. Reducidas a sus rela­ ciones personales y a sus escritos y reuniones, difícilmente lo que ellas denominan su “practica política” tendrá mucha

influencia en un mundo femenino acosado por innumerables dolores.

EL ORDEN SIMBÓLICO DE LA MADRE Una de las mejores aportaciones de las teóricas del affida­ mento, ha sido sin duda, la vindicación de una relación amo­ rosa y armónica con la madre, de la que el patriarcado ha pri­ vado a las hijas. El patriarcado ha ninguneado esa relación o peor aún, creado una explícita hostilidad entre madre e hija, para establecer la cadena de servilismos y lealtades al patriar­ ca que le convierten en el amo absoluto de la familia. La ide­ ología patriarcal ha establecido los esquemas simbólicos de enemistad entre la madre y la hija, la suegra y la nuera, las cuñadas, la esposa y la amante, para así mantener las rivalida­ des permanentes entre mujeres que se disputan los favores del hombre: padre, hijo, hermano, esposo. Las mujeres, por tanto, no crean lealtades permanentes entre ellas. Su fidelidad, su contrato de servidumbre se establece únicamente con el amo. Es cierto, como señala Milagros Rivera que la relación con la madre nos ha sido negada sistemáticamente a las mujeres, y la simbología establecida por Freud ha ayudado a hacer creer a las más emancipadas que para alcanzar la libertad era imprescindible asesinar a la madre, en un remedo del asesi­ nato del padre que consumaban los hermanos. Y cierto es también que si se respeta a la madre y hasta se la admira, es más fácil posteriormente establecer redes de solidaridad con otras mujeres, entender el mundo femenino en sus dolores, en sus carencias, en sus necesidades. Pero no todas las madres son merecedoras de respeto y admiración y no siempre es positivo que se mantenga ese lazo estrecho, dependiente y a veces asfixiante que se esta­ blece por la sola causa de la relación biológica. Precisamente por ello, cuando el feminismo en sus momentos más radica­ les, realizaba una crítica profunda de la familia ponía de relie­ ve como al poder le interesaba mantener los vínculos de dependencia de padres y de madres para tener más sujetos a los individuos. Desde los movimientos revolucionarios de

mediados del siglo XVIII la reclamación de la libertad perso­ nal se convierte en una de las señas de identidad que más tarde el feminismo profundizará demostrando que la familia como organización económica destinada a mantener el modo de producción doméstico, es una de las instituciones patriar­ cales que contiene la opresión de la mujer en su estado pri­ migenio. El individuo libre debe escoger sus relaciones amis­ tosas y amorosas en el curso de la vida, atendiendo sus afi­ nidades personales, profesionales, políticas y no hallarse con­ dicionado por los lazos de consanguinidad que nadie ha podido elegir. La derechización del feminismo ha causado una evidente involución a la crítica a la familia. Es curioso que el feminismo de la diferencia coincida con el de la igual­ dad, en estos momentos, en su afán por manteniendo la fami­ lia, como hemos visto, para lo cual no dudan en embellecer­ la, ocultando los innumerables defectos y problemas que padece, o buscando la manera de corregirlos. Ya se sabe que el poder necesita a la familia. Es de todos conocida la política de las empresas de inducir a sus emplea­ dos al matrimonio. A los hombres para que se creen obliga­ ciones que les hagan renunciar a la tentación de la rebeldía o la crítica, a las mujeres para que renuncien al puesto de tra­ bajo. La necesidad de lograr mayor número de nacimientos en una Europa que se muere de vieja y la forma de atemperar las nefastas consecuencias del paro, ha impulsado a los gobiernos a diseñar estrategias publicitarias para presionar a los jóvenes para contraigan matrimonio y tengan más hijos, a la vez que la voluntad de disolver el Estado del Bienestar restando ayu­ das sociales obliga a los mayores a cuidar a los nietos. Y ya se sabe que la lacra del desempleo no ha ocasionado mayores convulsiones sociales gracias al apoyo que obtiene de su fami­ lia el hombre sin trabajo, fundamentalmente de la esposa. Por ello, esa propaganda acrítica que realizan las teóricas del affidamento de las relaciones materno-filiales en vez de constituir una aportación novedosa como ellas pretenden tiene un tono envejecido y reaccionario. Suena como la músi­ ca “kitch” de los años cincuenta en su elogio a la madre. Puedo tararear la melodía y la letra de Machín, cantándole a su “madrecita del alma querida”.

Es exagerado e irreal afirmar como hace Luisa Muraro que “es fundamental para las mujeres, clave para el mani­ festarse de la libertad femenina, recuperar esa relación ori­ ginaria y original con la madre”. Milagros Rivera añade que la relación con su madre “es el núcleo, el lugar de enraizamiento y de enunciación de ese orden simbólico”. Porque no todas las madres merecen o desean ese respeto y admi­ ración, no todas las madres están satisfechas de serlo y no todas han querido tener hijas o hijos. Y no digamos cuando las hijas o los hijos son producto de una violación, que se producen muchas más de las que se conocen, incluyendo a las madres casadas. Y, ¿qué hacemos con las que antes dese­ aron ser bailarinas o aventureras que madres? ¿y las que nunca sintieron por sus hijas ese vínculo que pretenden las del affidamento? ¿Y las madres del Tercer Mundo que deben vender a sus hijas? Las del “affidamento” no parecen tener solución para sus problemas, anhelos y angustias. Esas madres no merecen ninguna atención por parte del feminis­ mo del “affidamento”. Porque bueno es para la hija recibir el amor y el cuida­ do de la madre, pero no siempre es tan bueno para la madre verse obligada a prestarlo a los hijos, a entregar decenas de años de vida en la interminable tarea de traerlos al mundo y de educarlos. Se reivindica el lazo de unión y enseñanza con la madre siempre desde la perspectiva de la hija, pero nunca desde la de la madre, que en tantas ocasiones no quiso serlo. Me parece enormemente frágil, aleatorio e imposible de prescribir universalmente “la necesidad de amar a la madre”, “saber amar a la madre” como condición imprescindible que “nos daría nada menos que el sentido del ser”5. Depender de un sentimiento que, como todos y especialmente el amor, puede ser inestable y siempre transformable, no solo para for­ mar parte del movimiento feminista, sino incluso para hallar la necesaria tranquilidad personal, me parece a la vez extraor­ dinariamente peligroso. No sólo porque la mujer en cuanto

5 Nom brar el M undo en Femenino, cit.

falle esa búsqueda de la unión de la madre con la hija se sen­ tirá muy desmotivada para seguir con cualquier tarea que no sea su propia tranquilidad, sino que puede causar enormes sufrimientos y desestabilizar psicológicamente a las mujeres que no se sientan suficientemente serenas y lanzarlas a la búsqueda incesante de causas del desamor materno, en una dinámica patológica. Resulta incongruente pretender, como hacen continua­ mente las teóricas del affdidamento que esa búsqueda del amor materno, ese intento de reconstruir una relación quizá inexistente o destruida para siempre, constituye “una prác­ tica política” para las mujeres, cuando no es en realidad más que una forma de terapia psicológica, no sé si siempre acertada.

MJ^JOR HUÉRFANAS Comprendo y comparto la declaración de las mujeres de “Rifondazione Comunista” de Italia en su folleto Mejor Huérfanas, en la medida en que desde hace largos años defiendo la necesidad de adoptar la reproducción artificial extracorpórea para acabar de una vez con todas las miserias y opresiones femeninas. Pues bien cierto es, como dice Milagros Rivera, “la importancia que tiene el vínculo entre el lugar de enraizamiento y la libertad de las mujeres para el feminismo de hoy”, y por ello creo que es hora de aceptar cómo ese vínculo que nos une a una reproducción animal, es la causa principal del sometimiento de las mujeres a las peno­ sas consecuencias de la maternidad. Reivindicar una relación especial y única con la madre sólo puede ser positivo para unas cuantas hijas que tienen el privilegio de poseer una madre, que deseó serlo, y que las ama sin rencores, lo que resulta enormemente minoritario. Y por supuesto, supone mantener y perpetuar el modo de pro­ ducción doméstico, embelleciéndolo con esta ideología que pretende situar las relaciones de la madre con las hijas en una armonía y felicidad únicamente disneyana. En definitiva, la teoría de Muraro exalta nuevamente, al

modo antiguo, la labor maternal y por tanto cumple la misión conocida de gratificar a las mujeres que no reciben ninguna compensación por el trabajo de mantener la especie, cuya res­ ponsabilidad recae exclusivamente sobre ellas. Continúa a la vez la tradición ideológica conservadora que alaba continua­ mente el papel único y excelso de las madres, su sacrificio y bondad, para que prosigan sin rebeldía realizando su tarea. Defender las instituciones básicas del patriarcado, la materni­ dad, la familia, la estirpe, aunque sea intentando darles un giro benévolo con las mujeres, solamente beneficia al mante­ nimiento del modo de producción doméstico y capitalista que se asienta sobre aquel. Las teóricas del “affidamento” no han tomado nunca en consideración las críticas a la familia y a esa visión edulcorada de la maternidad. Ni los lúcidos análisis de Kollóntai, ni las exigencias de Firestone y de mí misma de lograr una alternativa a la reproducción animal que ha impe­ rado desde el principio de los siglos han tenido eco en su pensamiento, rígidamente anclado en los viejos conceptos de heterosexualidad dominante, reproducción natural inevitable y amor materno. Hora es ya de escribir la historia social de las mujeres liberándonos de los viejos y opresores mitos. El primero el de la maternidad.

LA DIFERENCIA DE ALESSANDRA BOCCHETTI, Y LAS RAÍCES DE LAS PLANTAS Alessandra Bocchetti que ya he presentado como la Fundadora del Centro Cultural Virginia Woolf, también difun­ de un discurso sobre la diferencia muy semejante al de Luisa Muraro, cuando afirma que “el feminismo no ha sido tanto aquel movimiento del siglo XX que quería llevar las mujeres a ser iguales a los hombres sino todo lo contrario. Ha sido -incluso más allá de sus palabras y de sus intenciones- el modo por el cual una mujer ha buscado mantener las raíces en el ser mujer”. Desgraciadamente no nos explica qué quie­ re decir ese “mantener las raíces en el ser mujer”. Esta frase sólo me recuerda la afirmación del presidente del gobierno José María Aznar, cuando le preguntaron qué opinaba de las

mujeres y dijo que a él le gustaba “la mujer mujer”. Quizá Botella Llusiá y otros ideólogos por el estilo podrían repasar las cualidades y condiciones que se requieren para ser “mujer mujer”, o para “mantener las raíces en el ser mujer”, pero lo cierto es que a estas fechas del siglo XXI me interesa muy poco averiguar qué sea eso de las raíces del ser mujer-mujer. Teniendo en cuenta que como sabemos, y las mismas teó­ ricas de la diferencia y del postfeminismo aseguran, las muje­ res son muy variadas y diferentes entre sí, por aquello del multiculturalismo que ya estudiaremos, me parece muy difícil, sino imposible, y desde luego indeseable, definir esa esencia de la raíz de ser mujer para que todas la poseamos, con una unifor­ midad gris y monótona que haría del universo femenino un remedo del mundo de “El cuento de la Criada ” de Margaret Atkwood. Por el contrario, una de las satisfacciones que me ha proporcionado vivir hasta el año 2000 ha sido poder asistir a la variopinta multiplicidad de tipos de mujer que coexisten hoy. A veces, en los coloquios, para explicarles a las jóvenes la opresión en que vivían sus madres y abuelas, que se manifes­ taba en la vida social por la tristeza de los atavíos, la unifor­ midad de los comportamientos, la monotonía de la vida coti­ diana, presidida por la igualdad de las expectativas, explico como en mi adolescencia todas las muchachas vestían de la misma forma. Trajes de chaqueta grises, medias transparentes con costuras que debían estar siempre rectas y tirantes so pena de ser gravemente marginada, peinados de peluquería iguales, repeinados, cardados, fijados con laca. Unifor-midad de orfa­ nato, vigilancia de conductas femeninas por las mujeres mayo­ res, que cumplían así el mandato patriarcal. Cuando hoy observo los variadísimos atuendos, peinados, zapatos, maqui­ llajes, me alegro de haber contribuido paradójicamente con mi lucha por la igualdad a que todas ellas puedan ser diferentes. Porque la igualdad de derechos, de oportunidades, de bene­ ficios trae eso también consigo. La igualdad que exigimos con los hombres significa también beneficiarse de las libertades de que ellos han disfrutado siempre. Ellos disponen del poder para optar a cualquiera de las alternativas que la imaginación huma­ na ha inventado, y eso es lo que también queremos nosotras. Precisamente no quedamos insertas por nacimiento en un des­

tino determinado y prefijado. Negar que la biología es el desti­ no. Hacer realidad, ¡al fin!, la afirmación de Beauvoir de que no se nace mujer, objetivo del que, a pesar de la creencia de las autoras del género, todavía nos hallamos lejos. Me siento mucho más libre, y veo más libres a mis her­ manas de sexo, si no tengo que sentir “la raíz de ser mujer” que me sujeta a un destino prefijado como los árboles a la tie­ rra. Los seres humanos no tienen raíces, las raíces son de las plantas. Los seres humanos disponen de una maravillosa movilidad y de una más gratificante versatilidad de pensa­ miento, de juicio, de imaginación, que les ha hecho avanzar en la evolución hasta hoy. Rompiendo raíces y abandonando tradiciones, luchando durante milenios por escoger su desti­ no. Su destino geográfico, su destino laboral y económico, familiar y sexual. En el momento en que estamos aceptando que el sexo biológico no es siempre el sexo mental ni el deseo sexual, en que travestidos y transexuales y amantes lesbianos y lesbia­ nas masculinas y femeninas, pueblan y se diseminan y repar­ ten por todo el mundo, me parece un pensamiento retrógra­ do hablar de “la raíz de ser mujer”. Tantos hombres quieren ser mujeres “sui géneris”, a la carta, sin las penalidades de la gestación, pero disfrutando de las diversiones del vestido y el comportamiento, y tantas mujeres detestan los supuestos modos de la feminidad y quieren ser masculinas, que esa ajada calificación sólo me produce hastío. Y si nos fijamos en los comportamientos y actitudes de la mayoría de las mujeres que viven en los países desarrollados, veremos que a ellas tampoco les interesa mucho averiguar cuál sea esa raíz del ser mujer. Más bien, indiferentes a las esencias, pretenden obtener los frutos y las ventajas que ofrece el planeta y del que los mayores beneficiarios hasta ahora han sido los hombres, y disfrutar de su libertad de elección sexual, sin tener que dar testimonio continuo de su feminidad.

LA IGUALDAD DE ALESSANDRA BOCCHETTI O CÓMO SE PUEDE SER TAN INGRATA Pero Alessandra Bocchetti, con la persistencia que se observa también en las autoras de la Librería delle Donne de Milán, repite: “La idea de igualdad ha aportado mucho a este mundo, pero hoy es necesario cambiar de idea. Hace dos siglos que buscamos un mundo donde nos acerquemos a la idea de igualdad. ¿Lo hemos logrado? No. Debemos entonces asumir que tiene algo que no funciona...lo que más nos daña es la misoginia femenina, hace mil veces más daño que la misogi­ nia masculina. Esta misoginia femenina es una enfermedad occidental, la enfermedad de una civilización que hizo que las mujeres negasen su diferencia para poder existir. Todo lo que se llama libertad, progreso, igualdad ha hecho un daño enorme porque perdimos el sentido de lo que somos.” Cierto es que no hemos logrado el ideal de igualdad que las feministas reclamamos desde hace dos siglos, pero también lo es que cada vez nos acercamos más a él. Precisamente en lo que están de acuerdo todos los estudiosos es en que si en algo se ha avanzado linealmente, sin retrocesos ni sombras que pro­ yecten imágenes negativas sobre ella, ha sido en la revolución feminista que ha triunfado, en mayor o menor grado, pero sin vuelta atrás, en los países occidentales desarrollados. Mostrar un tal grado de desánimo y derrota respecto a esta cuestión, como lo hacen las autoras de Milán o Alessandra Bocchetti, resulta enormemente desconcertante cuando se es blanca, culta e italiana. Si tal pesimista panorama lo pintaran las afganas o las iraníes lo entendería, ya que en sus países sin duda se ha producido una involución en la última década que las ha llevado a sufrir la situación más penosa de su his­ toria. Y sería bueno no olvidar que eso se ha producido exac­ tamente cuando el nacionalismo cultural y el fundamentalismo religioso han triunfado, reclamando la vuelta a las esen­ cias más tradicionales y exigiendo precisamente a sus muje­ res que “sintieran la raíz de ser mujer” que se había corrom­ pido por la influencia occidental. Precisamente cuando los ideales de igualdad y libertad

nacidos en Occidente se consideran por ios fundamentalistas de cualquier signo, pero especialmente los musulmanes, la corrupción de las potencias occidentales que quieren domi­ nar y colonizar sus países, es cuando se ha matado el movi­ miento feminista que existía en esos países, se ha prohibido toda actividad a sus mujeres, se las ha encarcelado, torturado y asesinado, y han regresado a situaciones aún peores que las de la Edad Media. No puede decirse, a menos que el fanatismo ideológico ciegue, que en Europa y América no se ha avanzado en el reconocimiento de los derechos y de la dignidad de sus muje­ res gracias a la lucha por la igualdad que el movimiento femi­ nista de estos continentes ha librado durante dos siglos. Y sentirse tan decepcionadas y rendirse porque todos los obje­ tivos no han sido alcanzados sólo puede ser por el cansancio de proseguir la lucha. Pero seríamos muy débiles e indignas de llamarnos feministas si abandonáramos esta guerra, por larga que sea, mientras las razas de color, los trabajadores, los pueblos sometidos y todos los oprimidos de la tierra la con­ tinúan sabiendo que no hay otra alternativa que plantarle cara al enemigo si no quieren ser barridos del mundo. Por ello resulta falso y enormemente injusto afirmar como hace Alessandra Bochetti que “las políticas de igualdad de oportunidades son el fondo políticas que marginan. Los polí­ ticos piensan que las mujeres son sujetos a los cuales hay que ayudar, no ven ninguna grandeza en la vida de las mujeres, no pueden ni siquiera imaginar su libertad. La igualdad es una política de tutela que, queriendo superar la marginación de la mujer al final la replantean”. La falsedad de estas decla­ raciones es doble. Por un lado atribuye a los políticos, supon­ go que en masculino, el propósito de ayudar a las mujeres cuando nunca estos personajes han sentido tal impulso hasta que el movimiento feminista se lo tuvo que exigir, muy repe­ tidamente y a veces con malos modos, dada la reticencia que siempre han mostrado aquellos en ocuparse de los asuntos de mujeres. Negarle a las mujeres que han tenido que esforzar­ se tanto por lograr la implantación de las políticas de igual­ dad, resulta de una ingratitud inmerecida. En segundo lugar, atribuirle a las políticas de igualdad

mayor marginación es una tergiversación sólo digna de los gobernantes de derecha que precisamente quieren acabar con dichas políticas. Que esas estrategias favorecen a las mujeres y perjudican a los hombres lo demuestra por sí sólo el hecho de lo mucho que éstos últimos se han resistido a aplicarlas. Y si Bocchetti se molestara en preguntarle a las mujeres comunes, esas que no la han leído pero que viven en su vida todas penalidades que proporciona ser mujer -con raíz o esencia o sin ella- en un mundo de predominio masculino, si quieren que se implanten las políticas de igualdad, con cuo­ tas y ayudas económicas y discriminación positiva para poder encontrar un trabajo mejor, ganar más salario y tener mejor consideración social, decidir su opción sexual, escoger sus maternidades y los permisos pagados para ello, plantear divorcios o vivir en la promiscuidad sexual, se enteraría de lo muy contentas que están de que tales políticas existan. Y se que hasta alguna se muestra agradecida con las femi­ nistas porque han sido las que las han logrado. La primera debería ser la propia Alessandra, que sin el enorme trabajo y la esforzada lucha de sus antecesoras por la igualdad nunca hubiera podido dirigir el Centro Virginia Woolf ni escribir las siguientes declaraciones: “el feminismo es una experiencia fun­ damental para las mujeres occidentales. Creimos en la igual­ dad, mi generación lo hizo, sin duda. Fuimos las “fans” del concepto de persona como concepto que superaba el de hom­ bre y mujer. Las occidentales tratamos de asesinar la diferencia, por tanto, tuvimos y tenemos la necesidad de que feminismo que nos la devuelva. Hemos tenido que volver a aprender a ser mujeres”. Si no hubiera asesinado la diferencia y se hubiera dedicado a “saber ser mujer”, habría permanecido limpiando y cuidando el hogar doméstico y criando niños, con lo que demostraría palpablemente que mantenía “la raíz de ser mujer”.

EL DAR Y EL TOMAR DEL MUNDO, SI FUERA TAN SENCILLO Únicamente estimo que Alessandra Bocchetti se acerca a una alternativa apreciable cuando defiende el papel de las

mujeres en la política para transformarla. Cuando rechaza la que llama “política de las mujeres” que ella identifica única­ mente con “una política autoprotectora que induce a promo­ ver a la mujer, pero no a pensar el mundo”, coincido con ella. Y apoyaría su afirmación de que “cuando las mujeres entran al mundo y empiezan a reordenar la realidad, lo deben hacer a partir de la idea de dar al mundo, no de tomar algo que el mundo les debe. Lo que llamamos política de las mujeres ha estado concentrado en el tomar. El “hacer” libremente de las mujeres en el mundo es dar”, si fuera tan sencillo como ella parece plantearlo. Difícilmente las mujeres podrán dar nada al mundo si primero no alcanzar algún grado de poder polí­ tico. Desde la marginación y la miseria difícilmente se puede dar nada. Exigirles tanto es igual de arrogante y egoísta como la afirmación de Ronald Reagan cuando negó la ayuda eco­ nómica de EE.UU. a los países más pobres y les dijo que trabajaran como habían hecho los estadounidenses y se harían ricos. Para estar en condiciones de trabajar por el futuro de todos, hombres y mujeres, éstas deben alcanzar un cierto grado de igualdad con aquellos. Por ello, esta exi­ gencia únicamente puede plantearse a un pequeño sector de mujeres, de países desarrollados, que poseen la cultura y los medios económicos suficientes para situarse en pues­ tos de decisión. Por ello es tan falso afirmar que “sin el pensamiento de la diferencia no hay libertad ni posibilidad de salir de la políti­ ca de las mujeres”. Precisamente quienes hemos planteado que el feminismo es una ideología liberadora de todos los seres humanos, quienes hemos defendido que el feminismo no es una condición biológica sino ideológica y que por tanto ha de elaborar alternativas globales a la situación del mundo, tanto para hombres como para mujeres, hemos sido además de yo misma, las feministas de los Partidos Feministas, y como veremos también, las compañeras del Colectivo Lanbroa en Bilbao que entienden la “diferencia” de manera diferente a Alessandra.

LA DIFERENCIA DE LA DIFERENCIA El Colectivo Lanbroa de Bilbao elaboró hace varios años una teoría de la que analizaba y sintetizaba el pensamiento de la diferencia con mayor agudeza y claridad que las filóso­ fas francesas e italianas. Afirmaba que del proceso de sociali­ zación de las mujeres, diferente del de los hombres, se puede extraer todo lo humanamente positivo que ellas han aporta­ do al desarrollo personal y colectivo y convertirlo en un modelo de referencia para el avance de las mujeres hacia su libertad. Analiza la diferencia entre “cultura masculina” y “cul­ tura femenina” y exige el reconocimiento explícito de la cul­ tura femenina como punto de referencia, válido para mujeres y hombres, como un paso necesario, para extraer después de ambas culturas un concepto nuevo de persona que está por hacer. Plantea que luchar por la igualdad con el mundo masculi­ no no es suficiente, porque no considera a éste modelo de referencia al que aspirar. El modelo económico, social y polí­ tico actual, predominantemente masculino y el acceso a él, por sí mismo, no se considera un paso de liberación para las mujeres. Sería igualarse en la pobreza. La liberación de la mujer deja de ser la aspiración a conseguir la igualdad con el hombre, entendida ésta como una integración en las pautas de comportamiento masculino, asimilando sus valores y defendiendo sus intereses. En otras palabras, el hombre deja de ser “la medida de todas las cosas”, el único punto de mira, el único modelo, el único objeto de amor. Pero esa forma de reseñar la diferencia de las culturas masculina y femenina, hacer hincapié en la trampa que se les ha tendido a las mujeres para que se crean liberadas cuando imitan los peores defectos masculinos, como hemos visto en el capítulo de la igualdad, no les impide reclamar también la igualdad de oportunidades con los hombres, sin que eso suponga la aceptación o valoración positiva de las actuales condiciones que han creado. Exigen la igualdad de posibili­ dades como el mínimo para que todas las personas puedan realizar el proyecto propio de vida al margen de estereotipos sexistas.

Los textos de Lanbroa reconocen que rechazar el modelo masculino como modelo liberador para las mujeres exige la difícil la tarea de buscar otras formas de pensar, amar y vivir. Es preciso investigar otras formas de organizar la convivencia de la colectividad humana, escudriñando todo lo positivo que los seres humanos han hecho y han sido a través de todos los tiempos y salvando la riqueza diferencial que ofrecen tanto las mujeres como los hombres, para extraer de estas diferen­ cias positivas, pautas de conducta que constituyan la base de una ética desde la que diseñar una nueva sociedad. Uno de los mayores méritos de Lanbroa es la amplitud de miras con que se plantean el diseño de un mundo a construir, de una filosofía todavía por concluir, sin ofrecer recetas de comportamiento y análisis dogmáticos como las del “affidamento” . Ellas no se sienten huérfanas como prefieren las ita­ lianas sino que se deciden a construir por sí mismas su pro­ pia personalidad. Así escriben: “Posiblemente el abandono de la cultura masculina como único punto de referencia, nos lleve a sentir que hemos perdido al PADRE, es decir, que no nos regimos por la ley del Patriarcado, pero también nos ayu­ dará a descubrir y sentir que no nos hemos quedado huérfa­ nas, porque en su lugar estamos nosotras para decir quienes somos y qué queremos ser y hacer.” Y yo añado que tampoco debemos regirnos por la ley del Matriarcado. Ni en padres ni en madres, como ni en dioses, reyes ni tribunos, están los salvadores. Nosotras mismas debe­ mos realizar el esfuerzo redentor. Con ellas estoy cuando concluyen diciendo que necesita­ mos la solidaridad con todas las mujeres cuando “esta solida­ ridad significa convertir al colectivo de mujeres en sujeto polí­ tico revolucionario”.

Capitulo IV

LAS CONSECUENCIAS DE REVALORIZAR LA DIFERENCIA SUJETOS DE VIRTUD En un nivel diferente al de las obras teóricas, el discurso de la diferencia esencialista difundido por algunas de las acti­ vistas del movimiento, calaba en un sector de mujeres que, por un lado se sentían desanimadas al ver retrasarse el avan­ ce de los beneficios que la exigencia de igualdad de dere­ chos y oportunidades que seguía manteniendo el Movimiento debía haberle reportado, y por el otro se veían halagadas, por primera vez en su historia, por la conversión en virtudes de lo que tradicionalmente la sociedad patriarcal había considerado defectos. En vez de tener que contrariar su tendencia “natural” a la modestia y su inclinación a bus­ car amor en vez de competencia profesional, para poder reclamar del mundo masculino un lugar en la tierra, ahora podían exhibir orgullosamente su cuerpo femenino, sus atri­ butos reproductores, hacer gala de su instinto maternal y de sus habilidades de cuidado, de su intuición en vez de su racionalidad, de sus inclinaciones amorosas en vez de verse obligadas a ahogarlas para lograr un empleo considerado hasta entonces masculino. Y además asegurar que tales con­ diciones las situaban en un escalón moral más alto que el de sus congéneres varones.

En cuanto comenzó la difusión del feminismo de la dife­ rencia comenzaron a oírse por parte de feministas que hasta aquel momento se habían distinguido por su actividad mili­ tante en favor de los derechos civiles y del aborto, declara­ ciones tales como que era tan gratificante y mucho más útil a la sociedad cocinar una paella que escribir un artículo. Muchas de ellas se embarazaron para realizarse en una acti­ vidad creativa e interesante, como no lo había sido escribir artículos y asistir a manifestaciones, y nos explicaron la gran felicidad que sentían portando el feto en el vientre, e incluso el enorme placer que sintieron en el parto. Después nos visi­ taron aún un par de veces para presumir de rorro, para exhi­ bir la alegría que reflejaba su rostro cuando lo admiraba embobada y para asegurar que solamente siendo madre había alcanzado la felicidad. Pero esta conducta que ellas pretendían tan “moderna”, última moda de un feminismo que daba por concluida su fase reivindicativa para entrar a gozar de las delicias del descubri­ miento de las diferencias femeninas, tenía un aire “dejá vue”. Por supuesto, no decían que ellas volvían al gineceo en donde se habían educado sus madres y sus abuelas. Su pos­ tura pretendía ser contestataria, como lo es la de las teóricas de la diferencia. No se adaptaban al sistema, huían de él. No se doblegaban ante las imposiciones del capital y del patriar­ cado, les hacían un corte de mangas. Y las que lo hacían no sabían que lo postmoderno descubierto y reivindicado por sus autores una década antes les había dado las pautas de su conducta. Las únicas formas de resistencia que Lyotard esta­ blecía como válidas contra el sistema eran la reserva del artis­ ta, la indeterminación de la infancia, el silencio del alma. En definitiva, el exilio interior, que en el caso del artista se reali­ zaba en su obra, y en el de las feministas ganadas para la dife­ rencia en la confección de paellas y el parimiento de niños. Cuando tuvieron que recurrir al divorcio sólo yo conocí las miserias que habían sufrido en su nueva vida de esposas y madres. De alguna menos afortunada se hizo pública su des­ gracia, como la compañera a la que su amante mató. Ese proclamar que el desarrollo moral de las mujeres es superior al de los hombres, posee un atractivo indudable.

Viene a contradecir a todos los moralistas y filósofos que durante siglos las han tratado con el desprecio que se desti­ na a los seres inferiores. Para Aristóteles y Kant, como para Rousseau, Shopenhauer o Nietszch, las mujeres permanecían en un estrato moral inferior. Es Kant el que dice: “Es increí­ ble que el género femenino sea totalmente indiferente a aquello que se relaciona con el bien común. Que, aunque no sean indiferentes a las personas particulares que conocen, la idea de todo carece para ellas totalmente de fuerza... no fue­ ron creadas para echar una mano en el edificio común y piensan que es absurdo ocuparse de algo más que de sus propias cuitas”. Esta ignorancia de los temas de interés gene­ ral que denuncia Kant, esa incapacidad para comprender lo abstracto y para utilizar el pensamiento inductivo, inhabilita­ das para pasar de lo particular a lo general, deficiencias todas del pensamiento femenino denunciadas repetidamente por los pensadores, se convierten, ante la alegría de las seguido­ ras del pensamiento de la diferencia, en virtudes. Ya no se trata ahora para el feminismo de protestar por la baja cualificación otorgada a su talento, sino de reivindicar lo que antes se consideraban carencias o deficiencias. Si, como dice Kant, ellas se encuentran sometidas a la imanencia del trabajo doméstico y del cuidado de los hijos en el limitadísi­ mo ámbito de la familia, indiferentes a los acontecimientos políticos y sociales que se relacionan con el bien común, mientras los hombres se trascienden en proyectos que abarcan universos mucho más amplios, no por ello son menos apreciables que los varones. Ocupándose de las necesidades coti­ dianas de los miembros de su familia realizan una tarea enor­ memente apreciable. Al fin y al cabo es cierto que ellas man­ tienen el mundo por su base; que sin que se engendren niños y se les cuide y sé de comer al marido y a los hijos, y tantas veces a los padres, se limpie la casa y se lave la ropa, es impo­ sible sobrevivir. Mientras los hombres se ocupan tantas veces de trabajos estúpidos como la burocracia estatal o la adminis­ tración de las empresas, y en demasiadas ocasiones realizan tareas decididamente nocivas, como los militares o los fabri­ cantes de armas o los que destrozan el medio ambiente. Incluso en los tiempos de ocio los hombres se dedican a

actividades vacuas como el fútbol, o desgraciadamente dañi­ nas como la bebida y el juego, mientras las mujeres, incluso cuando descansan o se reúnen con amigas ocupan sus manos en el tejido, el ganchillo, la costura, siempre productivas. Las mujeres se convirtieron así en “sujetos de virtud” como lo denomina Enrique Gomáriz1. Gomáriz critica los que llama mitos sobre la naturaleza de la mujer difundidos por el femi­ nismo como “el de la naturaleza ontológicamente buena de las mujeres (y mala, por oposición, de los hombres) Como sucedió con otros movimientos de liberación, las mujeres se cpnvirtieron en sujetos de virtud por el hecho innegable de ser dominadas, como antes lo fueran proletarios o negros.” Pero el feminismo de la diferencia no atribuye a la larga historia de dominación que han padecido las mujeres esta imanencia en los asuntos privados y su ignorancia e indife­ rencia acerca de los asuntos públicos, de modo parecido a como los proletarios y los negros debieron adquirir informa­ ción y experiencia política para saber defender sus intereses colectivos. Se trata de definir a la mujer como un ser esen­ cialmente bueno, cuyos sentimientos y acciones tienden por naturaleza a la solidaridad, al cuidado de los demás y a la conservación de la vida, en contraposición con la conducta naturalmente depredadora de los hombres. Por tanto, se dicen, si no nos preocupan la política, la eco­ nomía o el armamentismo se debe a que esos temas son de competencia masculina, es decir propios de seres violentos, agresivos, depredadores, ambiciosos, corruptos y sin escrú­ pulos. Las mujeres dedicadas al cuidado de los suyos, a la reproducción y a la perpetuación de la vida están encargadas de muchos más trascendentes destinos. ¿O acaso no debe entenderse como tales parir hijos y otorgar amor, en compa­ ración con crear armas destructivas, desencadenar guerras, provocar crisis económicas, hacer subir o bajar o hundir la bolsa, causar millones de desempleados, hundir en la miseria a los países africanos o cualesquiera otra catástrofe que los hombres son capaces de realizar? 1 Los estudios de género y sus fuentes epistemológicas: periodización y pers­ pectivas. Isis Internacional, 1992, Ediciones de las Mujeres, n.Q17.

MODELO A IMITAR Y como razonamiento consecuente, al decidir que sus condiciones femeninas eran virtudes que superaban el esquema elemental y depredador masculino, comprendie­ ron que debían exigirles a los hombres que compartieran con ellas tales virtudes, si querían cambiar este mundo agre­ sivo e injusto en otro regido por la bondad femenina. Cierto es que en este llamamiento a la feminización de lo masculi­ no, se encuentra otro objetivo más interesado, como el de lograr al fin la ayuda en el trabajo doméstico y en la crian­ za de los hijos que siempre se les había negado. Pero como veremos más adelante, sus pacíficas reflexiones no han sido escuchadas hasta ahora. Los hombres no han respondido a sus requerimientos con la docilidad que desearían, y siguen prefiriendo que les llaman asesinos a tener que fregar pla­ tos cada día. Pero los modelos que proponen a los hombres son única­ mente la adopción de pequeñas virtudes domésticas, que se limitan a la atención a los niños, la limpieza del hogar y el cuidado del estrecho círculo familiar, paradigma del amor y la concordia para la sociedad burguesa. El hogar, dulce hogar; el reposo del guerrero; el “shangrilá” donde se restañan las heridas sufridas en la dura lucha cotidiana y todos los miem­ bros de la familia se encuentran en un ambiente de cariño, apoyo y ayuda que no podrán encontrar en ninguna otra parte. La familia es el útero materno, cueva nutricia, abrigo de las inclemencias, estrecho clan en el que todos se ayudan y sostienen y hace posible la supervivencia en un mundo hos­ til, dispuesto siempre a aniquilarlos, donde los individuos solos no tienen posibilidad de supervivencia. Y esa familia está mantenida por las mujeres. Ellas son las que atienden y cuidan altruístamente a todos sus miembros, ellas consuelan, curan, comprenden, resuelven conflictos personales, sacrifi­ can su bienestar personal para que lo alcancen marido e hijos, y sin ellas no habría sido posible el desarrollo humano. Pero este retrato de la familia corresponde únicamente a los tiempos anteriores a la caída y expulsión del Paraíso Terrenal de nuestros padres Adán y Eva, ya que en cuanto éstos salie­

ron del Paraíso su hijo Caín mató a su hermano Abel y así comenzó la verdadera historia de la familia humana. Los parri­ cidios se han sucedido en el devenir histórico, las familias han guerreado entre sí, se han matado por obtener dinero o poder, o, en el mejor de los casos, han acudido a los tribunales para reclamar herencias, exigir retribuciones, plantear divorcios, separar a los hijos de las madres o de los padres, abandonar a los ancianos o expulsar de la casa a los cuñados. Y las mujeres, aunque nunca protagonistas del devenir de la especie, han demostrado también padecer los mismos sen­ timientos y pulsiones negativas y destructivas de sus amos. Egoístas, interesadas, agresivas, asesinas e infanticidas han poblado los relatos, aunque fueran severamente reprimidas y silenciadas. En M ujer y Sociedad recogí parte de la historio­ grafía femenina que demostraba la capacidad de la mujer para realizar grandes hazañas y terribles crueldades. Ninguna prueba existe de que la hembra de la especie humana posea cualidades morales mejores que el macho. En todo caso no la han dejado desarrollar sus peores deseos.

SIN COMPROMISO Pero al mismo tiempo que las teóricas de la diferencia ponen todo su interés en destacar las virtudes que adornan la feminidad, por más pequeñas que éstas sean, ningún interés les despierta las grandes virtudes heroicas, la solidaridad con los oprimidos de otros países, los movimientos sociales, el trabajo político, el sacrificio personal en la lucha por los ide­ ales universales. Dándole la razón a Kant, muestran su indi­ ferencia por la política, considerada siempre por las mujeres como asunto de hombres y por tanto corrompida por ambi­ ciones inconfesables, arribismos y latrocinios. Declaran orgullosamente que ellas no participarían nunca en un partido o en elecciones, ya que todos los partidos son iguales y sus diri­ gentes machistas, autoritarios y ambiciosos. Criticando las políticas masculinas arrasan con toda clase de compromisos: ni políticos, ni sociales, ni ecológicos, ni pacifistas. El único compromiso repiten es con las mujeres.

¿Pero cómo se arbitra ese compromiso si no se milita en el Movimiento feminista ni mucho menos en un partido femi­ nista, y no se participa tampoco de las conmociones políticas y sociales que las rodean? Pues, por ejemplo, defendiendo ahora la solidaridad con las compañeras de feminismo, a las que en años inmediata­ mente pasados, con una conducta cainita típicamente mascu­ lina, se las insultó, persiguió y hasta agredió, en un ejercicio insensato de destrucción del Movimiento. Vindicando el sim­ bólico de la madre, reuniéndose en un círculo limitado de las que comparten la misma ideología, escribiendo -las que saben hacerlo- artículos sobre el mismo tema. Y poco más. Como poco más puede esperarse de la mitificación de las llamadas virtudes femeninas. Que ni son tan virtudes ni exclusivamente femeninas, más que porque se les han inculcado a las mujeres para mantener eficazmente la división sexual del trabajo.

MODO DE PRODUCCIÓN DOMÉSTICO, IDEOLOGÍA PATRIARCAL Y DIVISIÓN SEXUAL DEL TRABAJO La dulzura, la paciencia, el impulso de cuidado y de pro­ tección a los débiles, el sacrificio personal en favor de los demás y cualesquiera otra virtud que los moralistas y los filósofos misóginos han relacionado siempre con la “esen­ cia” femenina, de igual manera que las teóricas de la dife­ rencia, son condiciones que la ideología patriarcal impone a la población femenina para mantener el modo de pro­ ducción doméstico. Sin duda, para dedicarse toda la vida a fregar, limpiar, cocinar y parir, en el gueto del hogar, hace falta someterse a un eficaz y prematuro entrenamiento de sumisión. La dulzura y la paciencia se han convertido en emblema de la psicología femenina, pero lo cierto es que cuando alguna de sus virtuosas muestra menos dulzura y paciencia de lo que se espera y se necesita de ella, el hom­ bre a quien debe obediencia la reduce a golpes, cuando no la mata.

De igual modo se había hablado mucho de las caracterís­ ticas psicológicas de los negros, de los esclavos y de los sier­ vos. Según analistas de cada época, los individuos de estas clases mostraban tendencias instintivas a trabajar duramente, a obedecer y a cantar. De igual modo que con las mujeres, antropólogos, psicólogos, médicos y otros científicos de diversas disciplinas, habían pesado y medido los cerebros de las razas de color, y establecido sus temperamentos, capaci­ dades e incapacidades a partir del ángulo de su nariz, de la prominencia de sus pómulos, del prognatismo de sus labios, del largo de sus brazos, de la carencia de pelo en el cuerpo, para llegar a la conclusión de que no eran capaces de reali­ zar ni las grandes tareas públicas ni la creación intelectual. De lo que hablaron muy poco esos investigadores fue de cómo se les mantenía en el analfabetismo, se les prohibía estudiar, se les empleaba en trabajos manuales durísimos y se les impedía salir de la miseria. Y se reprimía a sangre y fuego cualquier conato de rebeldía. Las mujeres han sido, del mismo modo, apartadas de la vida pública y del interés por los asuntos políticos y sociales prohibiéndoles cualquier estudio, según un programa planifi­ cado y racional que el patriarcado ha organizado muy eficaz­ mente para mantener el modo de producción doméstico. Del mismo modo que el sistema esclavista necesitaba demostrar que los negros eran seres inferiores, a medio camino entre la animalidad y la humanidad, para justificar que se les cazara como a fieras, se les transportara en las sentinas de los bar­ cos encadenados y se les hiciera trabajar hasta la muerte, pudiendo disponer de su cuerpo, de su vida y de su destino sin límites; el patriarcado necesitaba mantener a las mujeres en la ignorancia, domesticar su voluntad y su temperamento, enseñándoles únicamente a fregar y a coser, educándolas para obedecer a los hombres y cuidar a los hijos, inculcán­ doles la convicción de su inferioridad mental y su incapaci­ dad para toda otra tarea que no fuera la crianza y la cocina. Cuando este proceso de ideologización fracasaba en alguna rebelde, se la castigaba con contundencia.

DE INSTINTO MATERNO En la actualidad, la educación y la socialización de las mujeres no es tan diferente de la de los siglos anteriores. El determinismo reproductor que la biología ha establecido, sigue obligando a las mujeres a ser las únicas que se emba­ razan y paren, y se les enseña prontamente las tareas que deben desarrollar en la crianza de los hijos. El estudio y el tra­ bajo se siguen viviendo de forma incompatible con la mater­ nidad, de tal modo que las mujeres de países desarrollados que dan por supuesta la necesidad de estudiar y de obtener un trabajo asalariado, se plantean las dificultades de ser madres a la vez que intentan alcanzar sus ambiciones profe­ sionales. El resultado, cada vez más alarmante para los gobiernos europeos, es que las mujeres prefieren estudiar y trabajar a ser madres, con lo que esos países han alcanzado el más bajo nivel de natalidad del mundo. Porque a la vez, en los países ricos, es imposible criar a los hijos sin grandes dosis de paciencia y de dulzura, donde el niño es objeto de cuidados excesivos, de mimos sin senti­ do, rodeado de atenciones, de vigilancias médicas, instruido en varios idiomas y practicando múltiples deportes. Pero en los países pobres, en los que las mujeres tienen quince hijos y ven morir a la mitad de ellos antes de llegar a los cinco años, no existe esa pulsión del cuidado, ese cariño obsesivo y obcecado que se supone irreprimible e instintivo de todas las madres, objeto actualmente de multitud de obras literarias y cinematográficas, que en realidad únicamente se refieren a las europeas o estadounidenses blancas de clase media. Imposible les es a las madres y padres de los países subdesarrollados cuidar a todos sus hijos como lo hacen los padres blancos occidentales. En el Tercer Mundo a los niños se les ve morir con una gran insensibilidad, semejante a la que imperaba en la Europa precapitalista y en los primeros tiempos del capitalismo, a la vez que a los supervivientes se les hace trabajar en plena niñez, o, inducidos por la miseria, los propios padres y madres les venden como esclavos o prostitutas.

INSTINTOS FEMENINOS Y FAMILIAS BURGUESAS Que no existen instintos de cuidado en las mujeres y ni siquiera el instinto materno, lo demuestra la cruel historia del maltrato de los niños que se perpetúa a través de los siglos, la venta y la prostitución de niños y niñas y el infanticidio practicado por muchas madres. Y por supuesto la demanda universal de libre adquisición de anticonceptivos y la prácti­ ca del aborto, que en todos aquellos países donde se ha logrado ha hecho bajar el índice de natalidad a cifras nunca alcanzadas anteriormente. Las imágenes de las familias aburguesadas de los países desarrollados, difundidas por la ideología tradicional son las que inducen a mitificar a las mujeres como portadoras de vir­ tudes ejemplares. Mujeres a las que se muestra en todos los medios de comunicación a través del aparato ideológico dominante, prodigando ternuras a sus familiares directos. Pero mientras tanto las estadísticas de divorcios solicitados por las esposas aumentan y las hijas abandonan a los padres ancianos en residencias mugrientas, las madres prefieren des­ arrollar su profesión en vez de acunar bebés y las jóvenes se niegan rotundamente a obedecer a sus padres, a enamorarse para toda la vida de un solo muchacho y a parir niños conti­ nuamente como sus abuelas. Poniendo como ejemplo de perfección las imágenes disneyanas de familias felices blancas y rubias, que viven en los arrabales de las ciudades, en casas con jardín y perro, de esposas que guisan en enormes y relucientes cocinas eléctri­ cas, de madres contentas que recogen a sus dos hijos cada tarde en un colegio privado y los llevan a clase de tenis y de yudo, y cuidan amorosamente al abuelo y las flores del jar­ dín, e incluso dedican alguna hora a tareas de caridad en la iglesia del barrio, la clase dominante ha sido eficaz difusora de la más alienante ideología burguesa. Y la enculturación de las niñas, desde el nacimiento, hacia los trabajos de cuidado y protección, las ha amaestrado muy eficazmente. No cabe duda de que la familia defendida por la ideología dominante es la familia burguesa, modelo de todas las otras clases, triunfante como único ejemplo de familia. La familia

que reúne en sí misma todos los defectos y vicios del egoís­ mo, de la insolidaridad con los considerados “otros”. Pendiente únicamente de aquello que le proporcione bienes­ tar a ellos aunque sea a costa del malestar y aún de la mise­ ria del resto de las familias. Esa familia que fue profundamente analizada por socialis­ tas, anarquistas y comunistas, y cuya crítica se consideró acer­ tada hasta los años ochenta de este siglo. Desde los “falansterios” de Fourier hasta los “kibutzs” israelíes, las comunas “hippies” y el amor libre de los anarquistas, los movimientos revolucionarios y de protesta contra el orden burgués, pusie­ ron en cuestión toda la organización tradicional familiar y denunciaron las hipocresías y corrupciones acuñadas por la burguesía en doscientos años. La familia que la segunda ola del feminismo condenó a muerte considerándola la organiza­ ción económica e ideológica clave de la explotación y la opresión femeninas. Después, con la caída del muro de Berlín se cayeron tam­ bién todas las ideologías revolucionarias. Y la familia se ha convertido, para todos, incluyendo a las feministas, en la destinataria de toda clase de elogios.

DE COMO EL MODO DE PRODUCCIÓN CREA MEZQUINDADES, EGOÍSMOS Y XENOFOBIAS. SUEGRAS Y NUERAS, ESPOSAS Y AMANTES, MADRES E HtfAS, CUNADAS. Ahora tratemos las supuestas virtudes femeninas, que tanto entusiasman a las feministas de la diferencia, y que en realidad son menos virtuosas y nada ejemplares. Las muje­ res dedicadas al cuidado de su casa y de sus familiares son bastante menos dulces y altruistas de lo que la propaganda dice. Del mismo modo que describía Marx las reacciones egoístas de los pequeños comerciantes, “dado el carácter mezquino de sus transacciones mercantiles”, el modo de producción doméstico, aislado, encerrado en tareas repetiti­ vas sin compensación ni gratificaciones, que mantiene a sus trabajadoras excluidas de la cultura, de la política y de los

movimientos sociales, las imposibilita para asumir grandes ideales y ni siquiera las motiva para comprender la solidari­ dad universal. La educación femenina, por el contrario, se dirige funda­ mentalmente a desarrollar el más individual egoísmo desde la infancia. Se las enseña a competir con las otras mujeres por la conquista de un hombre, a considerar enemigas a todas las de su sexo, a defender a sus hijos a costa de los de otras madres, a repudiar a los hermanastros y a los hijos bastardos del marido. A cerrar en definitiva filas en torno a los intere­ ses del patriarca, que es al mismo tiempo su amo y su alimentador. Que no se ponga a prueba esas supuestas virtudes gené­ ticas o “esenciales” de la mujer cuando se trate de competir con las cuñadas, o incluso con las hermanas y con las hijas, por privilegios familiares. Ya he comentado anteriormente como la simbología patriarcal ha establecido competencias y antagonismos irreconciliables entre la suegra y la nuera, la esposa y la amante, la hermana y la cuñada, la madre y la hija. Enfrentándolas entre sí, por obtener los favores del patriarca -tantas veces un hombre irascible, grosero o igno­ rante-, se divide la alianza que pudieran establecer entre ellas y se las domina mejor. Y la enseñanza de la caridad que tradicionalmente las igle­ sias tomaron a las mujeres como sus mejores fieles, no impi­ dió que las señoras despidieran a las criadas embarazadas y las abandonaran en la miseria, cuando su marido o su hijo las había violado, ni que favorezcan que se les quite los hijos a las madres pobres para darlos en adopción. En cuestión de solidaridad, la conducta seguida por las madres de niños alumnos de un colegio de Baracaldo en este mes de junio de 2000, ha dejado claro que la “esencia” feme­ nina no está construida con buenos materiales genéticos. Con motivo de que tres niños gitanos fueran matriculados en el colegio de los Salesianos de Baracaldo, colegio público con­ certado, por cierto, todos los otros padres y madres, más de seiscientos, se negaron a llevar a sus hijos a las clases para que no se contaminaran con el trato de tres niños de cuatro, seis y nueve años. Y durante varios días los niños gitanos

tuvieron que acudir a la escuela escoltados por la policía, como los niños negros de Alabama en los años de las luchas por los derechos civiles en Estados Unidos, porque en la entrada les esperaban cientos de madres y de padres, pero sobre todo de madres -porque tenían más tiempo y quizá más rabia- con sus niños de la mano para enseñarles a gritar e insultar a los gitanos.2 Se ha olvidado intencionadamente, no sólo nuestra histo­ ria reciente sino incluso la realidad actual en la que se están sucediendo toda clase de tragedias: el genocidio africano, las matanzas asiáticas, el hambre generalizada, la explotación de los niños, ante la mirada indiferente, y ciertamente satisfecha de haber sido libradas de tales horrores, de la mayoría de las mujeres blancas de clase media. Esas que forman el sector de clase que según Irigaray y Muraro poseen una “esencia” dis­ tinta y mucho mejor que la de los hombres. Quizá las teóricas de la diferencia no consideren que exis­ te relación alguna entre el episodio de Baracaldo, el hambre del Tercer Mundo y sus melifluas disquisiciones sobre las cua­ lidades únicas y propias de la feminidad, pero eso puede pasar siempre que no se desea contrastar la teoría con la práctica, considerando a ésta demasiado vulgar para rebajar­ se hasta su conocimiento, cuando se puede permanecer tan cómodamente en el reino de la fantasía.

DE COMO LA EDUCACIÓN CAMBIA LAS VIRTUDES Y LA MATERIA CREA LA CONCIENCIA Al mismo tiempo, como un fenómeno que debería anali­ zarse, estamos viendo que las jóvenes educadas en libertad y preparadas para llevar una vida independiente de la familia, dedicadas al desarrollo de una profesión, se muestran mucho más egoístas que sus madres. Tras dos décadas de una equi­ vocada educación permisiva, sobre todo por parte de los padres y en especial de las madres -aunque la escuela tam­ 2 Posteriormente ha sucedido lo mismo contra unos niños marroquíes en un colegio de Melilla.

poco se halla libre de culpa-, por reacción a la que ellos reci­ bieron de aquellos terribles padres de la primera mitad del siglo XX, se está ya denunciando las consecuencias de hacer creer a los niños y a los jóvenes que son los seres más impor­ tantes de la sociedad. El mimo con que las madres cuidan a sus hijos e hijas -que ya los varones no son los únicos reyes de la casa- hasta edades increíbles -las últimas encuestas dicen que en España los hijos y las hijas no se separan de los padres hasta los treinta años- los han convertido en perpe­ tuos adolescentes, malcriados, caprichosos, irascibles; eternos descontentos en cuanto tienen que tropezar con una realidad adulta en la que la protección familiar no les sirve. Y las muchachas no se comportan en forma muy distinta a la de sus hermanos. No sólo desconocen todas las tareas domésticas que siempre habían sido responsabilidad de las mujeres de las generaciones anteriores, con lo que la vida a su lado era muy agradable, sino que no parecen en absolu­ to proclives a dedicarse al cuidado de nadie. Y no ya de marido e hijos, ya que si se le exige al compañero su coo­ peración o corresponsabilidad en las tareas familiares no deben ser ellas las únicas en responsabilizarse en exclusiva de limpieza y comida, sino que muestran un despego y una aridez hacia los demás seres humanos, madre y padre, her­ manos, amigos, amantes, muy semejante al que se ha repro­ chado tradicionalmente a los hombres. Ignorantes e indiferentes acerca de los sufrimientos y de la lucha que debieron seguir sus madres y sus abuelas para lograr el estatus de persona que les han legado a ellas, las jóvenes actuales, comenzando el siglo XXI, son personas en las que no atisba ni un rasgo de agradecimiento hacia sus mayores. No desean ser aburridas con el cuento de sus bata­ llas y creen que todo aquello de lo que disfrutan se lo mere­ cen y se lo deben, como lo más “natural” del mundo. Dura ya veinte años la queja y la preocupación del Movimiento feminista y de los movimientos sociales en general, como también de los partidos políticos, por la poca atracción que sienten los jóvenes y las jóvenes para participar en la políti­ ca, el sindicalismo o el feminismo. Para las que disfrutan de un estatus económico y personal

desahogado el conocimiento de la terrible situación en que todavía viven millones de mujeres, tanto en su país como en otros, no parece conmoverlas ni impulsarlas a trabajar en solidaridad con ellas. Acorde con la ideología neoliberal dominante, los asuntos colectivos no les interesan. Aprendieron pronto la máxima de “sálvese el que pueda”, y sus metas más ambiciosas se centran en estudiar administra­ ción de empresas para situarse económicamente en el nivel más alto que su sexo les permita. La observación de la realidad nos permite ver que en cuanto los seres humanos, hombres o mujeres -yo sigo cre­ yendo que todos somos iguales- que han sido educados durante milenios en la opresión y en la aceptación de la ser­ vidumbre, sometidos a explotaciones de las que no pueden liberarse y que en muchas ocasiones aceptan con la suprema alienación de su personalidad, no sólo logran liberarse de las más graves de sus opresiones, sino que se convencen de su superioridad respecto a sus congéneres de las generaciones anteriores, comienzan a desarrollar los mismos defectos que denunciaban de sus opresores. Con lo que se demuestra que sigue siendo bueno el axioma marxiano de que “la materia crea la conciencia y la conciencia transforma la materia”. Cuando las condiciones materiales de existencia se han modificado muy sustancialmente para las mujeres de países occidentales en los últimos cincuenta años, también su supuesto altruismo y dedicación a los demás ha sufrido un cambio radical. Cambio que ha demostrado así mismo lo acertado de las demandas que planteó durante décadas el Movimiento feminista, que defendía las necesidades y los anhelos de una mayoría de mujeres. Ese Movimiento durante siglo y medio denunció incansablemente el sacrificio de las esposas y de las madres sometidas de por vida al cuidado de la familia, y exigió con esforzada lucha la liberación de tan humillado destino. Y en cuanto el éxito coronó sus esfuerzos, logrando para las mujeres el acceso a la instrucción y al tra­ bajo remunerado y el control de natalidad se hizo no solo posible sino incluso fácil, éstas dejaron de ser las esposas sumisas y las madres sacrificadas. Las jóvenes actuales no solo no reivindican el supuesto

lazo intrauterino con el hijo que cree Irigaray ineludible, nada preocupadas por la supuesta falta de identidad subjetiva que reclaman las teóricas de la diferencia, ni sienten necesidad de concienciar una esencia femenina que no les importa, sino que incluso rechazan el hijo. Claro que para las defensoras de esa diferencia que con­ vierte a las mujeres en sujetos angelicales, la observación de la realidad no tiene importancia. Sumidas en sus propias y autistas reflexiones, creyéndose el centro del único feminis­ mo que debe imponerse, sin más conocimientos que los de su propia y escasa experiencia que deriva de una vida cómo­ da y elitista, elucubran teorías que nada tienen que ver con el mundo exterior. Como se criticaba de los funcionarios soviéticos, cuando la realidad no correspondía a sus dictados, se abolía la realidad.

EL MODELO NUEVO DE PERSONA Mientras escribía estas páginas, algunos de los amigos que las leyeron me preguntaron sorprendidos, ¿pero de verdad no crees que existen unas cualidades femeninas que han sido depreciadas en este mundo patriarcal y machista? ¿y no has repetido tu misma muchas veces que hay que feminizar la sociedad, abandonar el tono agresivo y belicista de la ideolo­ gía dominante? Sí, de esa forma creo haberlo argumentado en el capítulo anterior sobre la igualdad, pero lo que yo no quie­ ro es el imperio de las pequeñas cualidades del ama de casa y de la madre, que está limitada al asfixiante mundo del hogar y al egoísmo del cuidado de sus retoños. Me pronuncio en contra de las definiciones del feminismo de la diferencia cuando atribuyen “esencias” femeninas a todas las mujeres, a las que presuponen unas cualidades posi­ tivas innatas, que nadie ha podido demostrar, y menos aún cuando pretenden que ésas sean las únicas cualidades domi­ nantes en la humanidad futura. Las mujeres no están genéti­ camente mejor construidas para convertirse en ejemplos de moralidad, ya que poseen las mismas pulsiones, necesidades y sentimientos que los hombres, como seres vivos que son y

no ángeles. Sólo han sufrido una enculturación represiva que las domesticado eficazmente para cumplir su papel de cuida­ doras de los demás. Un desdichada prueba de que las mujeres pueden actuar de forma tan egoísta y agresiva como los hombres, la tene­ mos en los enfrentamientos que se han producido en el seno del Movimiento Feminista en diversos países. La historia del feminismo de los años setenta no sólo puede contarse por su cohesión y solidaridad, sino también por los antagonismos que llevaron a algunos sectores, tanto en Francia como en Italia y en España a organizar asambleas de unas contra otras que concluyeron expulsando a varias participantes. A propa­ gar calumnias contra las que se consideraba “poco feministas” o de “línea inaceptable”, a publicar artículos insultantes, sobre todo contra las más destacadas, impulsadas por envidias irre­ primibles, e incluso a cometer asaltos violentos e incendios de los locales. Estos hechos demuestran, una vez más, que las mujeres no poseen cualidades especiales de dulzura y pacien­ cia extremas, y que en circunstancias parecidas a las que viven los hombres pueden comportarse de forma igualmente cainita. En otro sentido, las virtudes domésticas y maternales que puedan poseer no son las únicas que deben prevalecer en un sujeto moral. Desposeer a los seres humanos futuros del valor para el combate, del impulso a implicarse en las causas socia­ les, del interés por los asuntos políticos, de las nobles ambi­ ciones de cambiar el mundo para redistribuir la riqueza e impartir justicia, las mejores cualidades que hasta ahora han demostrado ser capaces de poseer los hombres, me parece una reducción enormemente empobrecedora. Una sociedad en la que únicamente imperaran la ternura y las atenciones a la familia, se situaría en el limbo. Ni siquiera infantilizada, ya que los niños muestran continuamente su agresividad. La agresividad, la iniciativa, la curiosidad, el deseo de cam­ bio y de aventura, la ira, la indignación, son cualidades tam­ bién, únicamente es preciso dirigirlas hacia un buen objetivo. Es imposible progresar en la ciencia y en la investigación, construir casas y carreteras, estudiar filosofía o historia, traba­ jar en política o luchar por causas sociales, sin buenas dosis

de tales cualidades. Y se debe recordar que las mujeres tam­ bién las poseen, por ello, a su vez, han contribuido de mane­ ra muy decisiva al progreso humano, además de cumplir pun­ tualmente sus obligaciones reproductivas. Quiero recordar a las mujeres que han luchado en las guerras de liberación en todos los continentes, que han participado en las revolucio­ nes y en las luchas sociales, sin inhibirse de los problemas que las rodeaban para sumergirse en un universo cerrado de cortinas, llantos y pañales. Pero las teóricas de la diferencia no parecen valorar esos aspectos de la historia femenina. Centradas siempre en la rei­ vindicación de las tareas maternales hacen caso omiso de otros impulsos y deseos. La humanidad no sólo precisa nacer y comer, debe desarrollarse y perfeccionar las relaciones entre sus miembros. De otro modo estaríamos demasiado cerca del mundo animal.

LA FILOSOFÍA DE LA QUE PARTIMOS Para concluir este capítulo me parecen muy esclarecedores los párrafos del programa de la candidatura de la Confederación de Organizaciones Feministas al Parlamento Europeo de 1999. El apartado que comienza con el mismo título que este epígrafe se lo debemos a las compañeras del Colectivo Lanbroa, que en este año 2000 han constituido el Partido Feminista de Euzkadi. María José Urruzola escribe: “Esta candidatura aboga por un modelo nuevo de persona integrador de lo positivo de las culturas femenina y masculi­ na y por una sociedad, que anulando la jerarquización bási­ ca de las personas en función del sexo, y erradicando la vio­ lencia como instrumento para mantener ésta y todas las jerarquizaciones establecidas sobre ella, ya sea en función de la clase económica, etnia, grupo cultural etc. se construya con criterios éticos de desarrollo humano. Que colaboren en la creación de otro sistema de valores, a partir del cual se posi­ biliten unas relaciones positivas con el propio cuerpo, con el medio natural y urbano, con las personas y los pueblos, con los animales, con los bienes y recursos.

“Una sociedad donde todo lo que sucede en el ámbito pri­ vado: reproducción (gestación, parto, alimentación, salud, educación, etc.) y el trabajo necesario para vivir con calidad, las relaciones afectivo-sexuales, el cuidado de las personas que necesitan ayuda, y todo lo que sucede en el ámbito público: gestión económica, social y política, sea realizado por las mujeres y hombres, a partir de unos criterios éticos de corresponsabilidad. ” Esta es mi opción también, rechazados deterninismos biologicistas y fundamentos esencialistas que nada tienen que ver con la labor evolutiva y cultural que la humanidad ha lle­ vado a cabo hasta ahora para construirse a sí misma. Pero para alcanzar tal ideal es precisa una labor ideológi­ ca profunda. El feminismo que es una teoría filosófica, un movimiento social y un programa político, debe elaborar una ideología progresista y liberadora que ponga los cimientos del edificio moral que está por construir para asegurar el pací­ fico y justo desarrollo humano. El feminismo no puede ser utilizado como coartada o excusa para justificar los propios deseos, calmar inquietudes personales o darle un barniz filo­ sófico y teórico a lo que son únicamente renuncias a la lucha por cambiar el mundo. Para convertir a las mujeres -y a los hombres también- en los “sujetos de virtud” que desearíamos, hace falta una larga labor de concienciación feminista. Nada se construye en el mundo humano sin trabajo y esfuerzo. Los movimientos revo­ lucionarios no lograron los avances sociales y morales de que disfrutamos más que después de largos años de luchas, de organización, de sacrificios personales. Lo que sí es cierto es que las feministas no nacen sino que se hacen, y lograr que se hagan feministas las mujeres -y los hombres- ha de ser una larga tarea que no se realiza sentán­ donos en mitad del camino a ver pasar a los demás, sintién­ donos tan contentas de nosotras mismas por haber nacido con ovarios y matriz. El feminismo no es un determinismo biologista, sino una ideología revolucionaria que es preciso construir y asimilar y difundir. No se es feminista por el hecho de haber sido pre­ parada para reproducirse, sino por un largo trabajo de con-

cienciación, de estudio, de reflexión, por un sentimiento de rebeldía ante las desigualdades del mundo, por un altruista deseo de reparar las injusticias cometidas y de compensar a las víctimas. Tantas veces sin ser a la vez víctima de ellas. Es ya conocido que multitud de líderes revolucionarios pertenecieron a la burguesía e incluso a la aristocracia y no habían sufrido en sí mismos ni la pobreza ni la esclavitud. Del mismo modo, muchas de las dirigentes feministas no han padecido malos tratos por parte de ningún hombre, ni han sido violadas o se han visto abocadas a abortar, pero no por ello se han sentido menos indignadas contra los autores de estos crímenes y son solidarias con sus víctimas. Las acusaciones de los reaccionarios de que las feministas son siempre mujeres blancas de clase media y que por tanto no pueden dirigir el movimiento porque no comprenden los problemas de la mayoría de mujeres -lo que no es cierto ya que muchas provinieron de clases trabajadoras como Flora Tristán y contamos ya con un buen número de líderes negras- no tiene soporte ni ideológico ni basado en la praxis. No es más importante que una líder feminista provenga de la clase obrera, como que defienda una ideología revoluciona­ ria y se mantenga fiel a ella. La experiencia nos ha enseñado cómo los obreros han dejado sus luchas e ideales revolucio­ narios en cuanto sus condiciones de vida mejoraron. Su ads­ cripción al movimiento obrero estaba únicamente motivada por las condiciones de pobreza en que vivían y unas peque­ ñas mejoras enfriaron pronto sus rebeldías. Del mismo modo, podemos contar con una legión de obreras o de mujeres de color que no se adscribe a ninguna lucha y tenemos el ejem­ plo de Alejandra Kollóntai, perteneciente a la aristocracia rusa que empleó toda su vida en la revolución. Pero cierto es tam­ bién que la teoría sin la práctica es incontrastable y puede dar motivo a los ejemplos que he comentado ya de profesoras universitarias, que encerradas en su universo académico, cerrado y acomodado ni se enteren de las penurias femeni­ nas que no han vivido en su carne. El enemigo es siempre más fuerte, está mejor preparado, posee muchos medios, dinero, publicidad, religión, prejui­ cios, cuenta con la complicidad de los reaccionarios del

mundo, de los machistas, de los y de las egoístas, de los y de las cobardes, y en último caso siempre recurre a la violencia y a la represión. Por ello el feminismo avanza tan lentamen­ te, cosecha tantas derrotas y tan pocas victorias. Por ello es tan difícil, tan esforzado, tan valiente, ser feminista. Por eso se necesitan tantos esfuerzos para aprender, para no flaquear, para no derrotarse, para no dejarse comprar por los que tie­ nen el poder, ni engañar por cantos de sirena burgueses, reformistas, esencialistas, que adulan la vanidad y permiten tranquilizar la conciencia con sofismas gratificadores. Y para lograrlo nunca tendremos bastantes mujeres -y hombres- dispuestos a sacrificarse por ello, y nunca podre­ mos estar suficientemente contentas de lo alcanzado, porque las metas están mucho más lejanas que las pequeñas satisfac­ ciones personales. Se trata, nada menos, que de conquistar la felicidad de todos los seres humanos.

Capítulo V

MULTICULTURALISMO INTEGRACIÓN, CONSENSO, FALOCENTRISMO. MARGINAUDAD CONTRA UNIVERSALISMO Postfeminismo es postmodernismo, deconstrucción, subje­ tivismo, todo aquello que hace del sujeto el protagonista, frente a las grandes ideas transformadoras del mundo que tie­ nen a toda una clase como vanguardia revolucionaria. Ideologías que en el lenguaje postmoderno se han converti­ do en universalistas y sus defensores en “redentores”. Las teó­ ricas del postfeminismo nos señalan los males del “universa­ lismo”. Universalismo es pretender hallar una explicación general para las explotaciones y opresiones que operan, de forma semejante, en todos los países y contra todos los opri­ midos. Por ello las postfeministas nos recuerdan que esas grandes explicaciones que pretenden abarcar tanto las causas como los efectos de los graves problemas que afectan a la humanidad y los cambios necesarios para erradicar tal estado de cosas, son bien erróneas desde el momento en que no han percibido que en este mundo existen multitud de sociedades que practican muy diferentes culturas, y a las que no se puede aplicar ni el mismo análisis ni idénticos remedios. Estamos pues hablando del multiculturalismo. “Multiculturales” son las principales teóricas de la diferencia que ya conocemos, como las francesas Luce Irigaray, Héléne

Cixous, Julia Kristeva, bajo la omnímoda influencia de Jacques Derrida y Lacan. Otras muchas, generalmente profesoras uni­ versitarias, en mayor número en Estados Unidos, han aceptado prontamente la crítica de aquellas de considerar erróneos los objetivos por los que ha luchado el movimiento hasta ahora. Entre las acusaciones que le prodigan se encuentra la de “falocéntrica” por la que consideran arrogante pretensión de encontrar una teoría específica feminista, que ellas califican de basada en la integración y el consenso, lo que resulta de lo más extravagante. Para ellas “no es deseable ni factible presentar un único relato de la realidad. Lo primero porque lo Único y lo Verdadero son mitos filosóficos que se utilizan para someter las diferencias desde el punto de vista empírico que mejor descri­ ben la condición humana. No es factible, porque las experien­ cias de las mujeres difieren a través de líneas diferentes de clase, raza y cultura.” Para ellas existen muchos feminismos, porque las mujeres son también muchas y no una, y eso lo consideran positivo porque indica que las mujeres se niegan a centralizar, coagular y unir sus pensamientos dispersos y reu­ nidos en uno solo unificado y difícil de cambiar. Yo diría que más que otra reacción resultan risibles esos calificativos de integración y consenso, referidos a la lucha de clases. Integración de quién y consenso con quien. ¿Se refie­ ren a la integración en el sistema, cuando estamos hablando de la explotación económica de miles de millones de muje­ res por parte fundamentalmente de las clases dominantes masculinas y de los hombres que se apropian del beneficio de su trabajo? ¿Consenso con los hombres que la apalean, las violan, las matan, las explotan?. No, parece ser que se refie­ ren a la integración en un movimiento colectivo y universal como el feminismo y el consenso debe significar el consenti­ miento a la integración de todas en la teoría y la práctica feministas generales. Es interesante observar cómo la mani­ pulación del lenguaje permite inventar cada día eufemismos nuevos. Y contradictorios, como es calificar de “falocéntrica” la teoría feminista que intenta hallar las causas de la explota­ ción de la mujer, cuando la fuente de la inspiración de la que han bebido copiosamente es el filósofo Jacques Derrida, prin­ cipal representante del postmodernismo.

Ese postmodernismo que es el primero que niega el uni­ versalismo de las explotaciones y opresiones generales, tanto de hombres como de mujeres. Porque como analizábamos anteriormente, esta corriente surge para desprestigiar los movimientos revolucionarios y progresistas que en los años setenta proliferaban en los cinco continentes, y que en algu­ nos ganaban cada vez mayores cotas de poder. María Teresa del Valle y Carmen Sanz1, entusiasmadas por la obra de estas teóricas afirman que: “Este planteamiento parecer estar en el otro extremo del feminismo socialista, que pretende proporcionarnos un rela­ to de todos y cada uno de los aspectos de la opresión de la mujer como una parte del amplio sistema total y así, frente a los feminismos considerados, el feminismo no va a pararse hasta que no haya explicado la naturaleza y la función de la opresión de la mujer como un todo.” Bien, queda claro que este planteamiento se encuentra “en el extremo del feminismo socialista”, y me sirve de consuelo saber que “el feminismo no va a pararse hasta que no haya explicado la naturaleza y la función de la opresión de la mujer como un todo”. Todavía queda, pues, esperanza, a pesar de las constantes embestidas del poder y de sus voceros. Teóricas hay que sin embargo no consideran incompati­ bles los postulados del postfeminismo con el feminismo socialista, como Rosemarie Tong, que desea conciliar ambos extremos de la teoría y la práctica feminista. Para ella no se puede llevar a cabo un programa de acción a no ser que se exploren totalmente las diferencias entre las mujeres y así cada una tiene que hablar de sus propios pensamientos y expresar sus propios sentimientos. La teoría feminista estará en su momento cuando refleje la experiencia de vida de las mujeres, cuando salve el vacío entre mente y cuerpo, razón y emoción, pensamientos y sentimientos. Incluso Rosemarie Tong debería saber establecer la dife­ rencia entre un programa de acción y la teoría, y si es bueno que se trabaje cualquier línea de pensamiento en la investi­ 1 V a l l e , Teresa - S a n z R u e d a , Carmela, Género y sexualidad, Ed. Univ. Nacional a Distancia, 1991, 270 pgs.

gación, resulta mucho más inoperante plantearse explorar totalmente las diferencias entre las mujeres antes de elaborar un programa de acción. No estamos tratando de terapias psi­ cológicas individuales -puesto que también existen las colec­ tivas que se basan en los resultados de comportamientos humanos tomados en grandes cantidades- sino de organiza­ ción política y social, y pretender realizar profundos análisis de los sentimientos y pensamientos de cada una de las muje­ res significa esterilizar cualquier acción colectiva. ¡Que más quieren los gobiernos, las multinacionales y los maridos que se convierta el movimiento en terapias de grupos -y de pequeños grupos-, que se reúnan a hablar de sus sentimien­ tos, en vez de aprobar entre todas rápidamente un programa de objetivos inmediatos y lanzarse a la calle a exigirlo! Pues si ya no existe una teoría explicativa de las causas de las explotaciones y opresiones que operan en el planeta; si no existen las clases sociales y la explotación de unas por otras, si la acumulación constante del capital no es el objeti­ vo fundamental de las clases poseedoras de los medios de producción; si el desigual reparto de la riqueza y las relacio­ nes de producción con las otras clases no son las causas fun­ damentales del capitalismo y del imperialismo que provocan la pobreza, el hambre, las guerras depredadoras, la esclavitud de los seres humanos, en beneficio de las oligarquías y las burguesías, en todos los países y continentes, es falsa la teo­ ría que habla de tales cosas y ya no es necesario que los des­ poseídos se organicen para luchar contra tal estado de cosas. No es preciso y ni siquiera bueno que exista la solidaridad internacional, que las luchas revolucionarias se coordinen, que los movimientos obreros, sindicales, feministas, estudian­ tiles, presenten reivindicaciones semejantes que los unen contra el enemigo común. En definitiva, hemos matado el socialismo. Y el feminismo.

LIBERACIÓN, UNIDAD, MULTIPLICIDAD María Teresa del Valle y Carmen Sanz, manifiestan su entusiasmo por el pensamiento de Cixous, Irigaray y

Kristeva cuando afirman que sus escritos “son profundamen­ te feministas en el sentido que ofrecen a las mujeres la libe­ ración más fundamental de todo, la libertad del pensamiento opresivo”. No se si quieren decir que con las teorías de esas escritoras las mujeres han comprendido que deben liberarse del pensamiento de sus opresores, o que el pensamiento opresivo que padecen es también libre. Tanto poner el acen­ to en el lenguaje para que luego no se les entienda... Pero si se trata de la primera interpretación -es la única que me pare­ ce sensata-, es preciso recordarles que esa ha sido la princi­ pal premisa que han planteado las feministas desde las más antiguas pioneras. No deberían ser ni tan arrogantes de cre­ erse las primeras que han pensado cuestiones evidentes, ni tan ingratas con sus antecesoras en el difícil camino del femi­ nismo, mucho más arriesgado para aquellas que para éstas. Liberarnos del “pensamiento opresivo” -¿querrán decir opresor?- ha significado, hasta ahora, poner en cuestión nada más y nada menos que toda la organización jerárquica mas­ culina del patriarcado, rechazar el papel sacrificado de la mujer como hija, esposa, madre, negarse a cumplir de forma esclava el papel reproductor, exigir igualdad de derechos civi­ les, sociales y políticos, y arriesgarse al repudio social y fami­ liar y a la pobreza, a la cárcel y hasta la muerte por defend­ er este pensamiento. Heroicidades, que ninguna de las teóri­ cas de la diferencia y del postfeminismo han tenido nunca que acometer, que prueban con la fuerza de los hechos y no sólo de las ideas, como los feminismos pioneros han luchado bravamente, y logrado en muy buena parte, librarse del pen­ samiento de sus opresores. Las autoras citadas añaden: “A pesar de las críticas que ha levantado, este enfoque es uno de los más interesantes en el pensamiento feminista al apreciar las posibilidades latentes en la nada, la am encia, lo m arginal lo periférico, lo reprimido. En nuestro afán de alcanzar la unidad, hemos dejado de lado y alienado a la llamada gente anormal, desviada o marginal y con ello hemos empobrecido la comunidad humana. Las feministas postmodernas nos ofrecen la posibilidad de unir­ nos a la multiplicidad. Si no podemos ser todos Uno, pode­ mos ser todos Múltiples.”

Ser todos múltiples. ¿Y eso qué quiere decir? Múltiples en la sofisticación y profundidad de nuestros sentimientos que pueden ser cambiantes a lo largo de la vida, múltiples en deseos y represiones, valor y cobardía, bondad y maldad, cualidades largamente estudiadas desde la filosofía y la psi­ cología. Pero ¿cuantas multiplicidades se encuentran en la experiencia cotidiana de las mujeres que son las únicas que soportan la gestación, el parto y el amamantamiento? ¿de las mujeres violadas que lo son siempre por hombres? ¿cuantas multiplicidades se encuentran en que sean mujeres las que realizan los trabajos peor pagados, a tiempo parcial, con con­ tratos eventuales? ¿qué grandes multiplicidades se pueden hallar en comprobar que son mujeres las que llevan el peso del trabajo doméstico en todos los países del mundo? En otras palabras, si las complejas reacciones humanas son el campo de la psicología, y si su tratamiento corresponde al profesional clínico, las cuestiones económicas y políticas no resulta conveniente que se dejen en manos de psiquiatras. Bueno sería que estas autoras conocieran también los estu­ dios estadísticos realizados para avanzar en la psicología social, donde se conocen las patologías creadas por las con­ diciones sociales. Para nadie es ya un secreto -quizá única­ mente para ellas- que existen enfermedades sociales, provo­ cadas por las condiciones de vida de los afectados. Enfermedades o patologías que no sólo afectan a grandes cla­ ses sociales sino ya incluso a continentes enteros. Mientras el paludismo, la malaria, el raquitismo, la sarna, la tiña, la lepra, la tuberculosis, son todas enfermedades de pobres que afec­ tan a los barrios miserables de las grandes ciudades y a las zonas rurales subdesarrolladas, y el hambre es la enfermedad de continentes expoliados como África, que padece también la terrible pandemia del Sida, las clases ricas y los países des­ arrollados sufren principalmente obesidad y enfermedades cardiovasculares. Se sabe también que debido a la enculturación represiva a que se somete a las mujeres, éstas padecen más depresiones que los hombres, y que las respuestas patológicas frente a las frustraciones vitales son distintas en éstos que en aquellas. Mientras las mujeres se suicidan en mayor proporción que los

varones, éstos matan en números muy superiores a los homi­ cidios cometidos por ellas. Ignorar estas elementales verdades, y hablar de multiplici­ dades y esencialismos subjetivos es inscribirse en la misma línea ideológica de los dos psicólogos norteamericanos de la escuela de Parsons, los cuales tras largos y concienzudos estudios que les ocuparon numerosos años y consumieron muchos recursos económicos, llegaron a la conclusión de que los negros pobres estadounidenses “tenían tendencia a no ir a la universidad” (sic) El subrayado es mío y la conclusión no merece comentario.

ESENCIALISMOS Y NO ESENCIALISMOS Lo más paradójico es la afirmación de María Teresa del Valle y Carmen Sanz de que el deconstruccionismo, y en con­ secuencia las autoras francesas citadas, es “antiesencialista”, cuando son las máximas representantes del feminismo de la diferencia, que, como ya hemos estudiado, cree en una “esencia” femenina distinta de la masculina. Las autoras espa­ ñolas lo explican diciendo que “no sólo porque considere inútiles la búsqueda de definiciones universales, sino también por desairar activamente las fronteras tradicionales entre opuestos, como razón/emoción, bonito/feo; o entre discipli­ nas, como arte/ciencia o biología/psicología.” Pero única­ mente aquellos que todavía sigan siendo escolásticos medie­ vales pueden mantener como opuestos al arte y la ciencia, a la biología y la psicología y otras parecidas contradicciones que ningún científico serio hoy defiende. ¡Ah! pero he aquí que lo que ellas entienden -y sus comentaristas- por esencialismo no se refiere a esa “entidad” única, incambiable y perpetua de la feminidad, sino a la búsqueda de definiciones universales, que consideran inútiles. En esta contradicción, que por el contrario les resulta útil, se debaten, cuando desde la diferencia, como ya hemos visto, se declaran las Otras, pero siguiendo el desconstruccionismo ponen en cuestión la auto-identidad y hasta la noción de sí mismo. Y en este capítulo, el del multiculturalismo, rechazan

la noción de Verdad, que sin embargo, al hablar de la dife­ rencia les resulta muy claro, puesto que la Verdad es la que ellas defienden. Pero, ¿cual es la Verdad que rechazan? No solo la del Orden dominante, como hemos visto en el estudio de “la diferencia”, sino también la de los movimientos opuestos al poder. La de las grandes teorías revolucionarias que han dominado la escena de las luchas sociales durante doscientos años. La oposición al poder no significa la adscripción a otra visión del mundo en su totalidad. En realidad, para ellas, no existe totalidad, sino multiplicidad. Todos somos múltiples y diferentes, y en esta línea de su teoría la diferencia cultural no tiene nada que ver con “la diferencia” femenina. Aquella es múltiple, diversa y afecta a todos los seres humanos. La “diferencia” femenina une a todos los seres del mismo sexo, frente a los del contrario. Esta “diferencia” no es múltiple sino una, esencialista frente a la variedad de los otros, que carac­ teriza a todas las mujeres sin distinción. Las mujeres no se distinguen entre sí cuando hay que hablar de una esencia femenina, pero cuando llega el momento de intentar la organización, la estrategia de lucha, el posicionamiento frente a un enemigo único, las mujeres son todas diferentes entre sí, sin posibilidad de unirse por objetivos comunes. Exactamente lo que les interesa a los que detentan el poder, que no van a encontrar enfrente una fuer­ za unida y coherente. Mientras tanto, los que dominan el mundo sí parecen haber encontrado una “esencia” común que los une y los iguala. Entre ellos no parecen existir tantas diferencias de sentimientos ni de deseos, voluntades y com­ portamientos. Se muestran muy unidos por un objetivo común: no perder el poder. Y a su mantenimiento dedican todos sus esfuerzos: Ingentes cantidades de dinero que extraen de todos los demás, policías y ejércitos y mecanismos de alienación ideológica, mientras los sometidos y las some­ tidas, en especial, se dedican a explorar sus diferencias psi­ cológicas y sentimentales. Cierto es que del Valle y Sanz dedican un párrafo a “hacer una alusión clara al fenómeno que aparece cada vez más en las sociedades desarrolladas del aumento dramático de la

pobreza en las mujeres. Esta realidad se puede constatar al conocer el número cada vez creciente de mujeres que tienen que mantenerse a sí mismas y a sus familias, no teniendo los medios necesarios para enfrentar fuertes necesidades econó­ micas con escasez de recursos.” Hay que agradecerles esa “alusión clara”, que no existe en otros textos de comentarios feministas universitarios, y añadir que el fenómeno al que aluden ya tiene un nombre económico y universal que se llama “feminización de la pobreza”, después de que las cuen­ tas de los Estados y de la ONU descubrieran que el ochenta por ciento de los pobres del mundo son mujeres. Que gene­ ralmente tienen a alguna otra persona a su cargo: hijos, her­ manos o padres, incluso marido en paro o enfermo. Del Valle y Sanz sí parecen preocupadas por este fenóme­ no cuando exigen ayudas sociales para los sectores más des­ favorecidos, especialmente las mujeres con cargas familiares, así como que todas las políticas tengan en cuenta las necesi­ dades de éstas, y realizan un acertada crítica de una demo­ cracia que considera iguales a todas las personas mientras la mayoría carece de lo imprescindible para llevar una vida humana digna. Pero éstos parecen ser temas sin importancia para las grandes pensadoras del postfeminismo.

MULTICULTURAUSMOS. JERARQUÍAS, REPRESIONES Y COMPASIONES El siglo XIX descubre que las teorías de la igualdad y la fraternidad han servido para oprimir y hasta exterminar millo­ nes de seres humanos. Las potencias colonizadoras europeas, se habían dedicado durante varios siglos a expulsar de sus tierras a los naturales de los países que descubrían y con­ quistaban, a esclavizarlos para obtener fuerza de trabajo gra­ tis, a violar y preñar a las mujeres, y a matar a todos los que se les resistían. Muy pronto los estadounidenses que acaban de lograr su independencia seguirán el ejemplo de sus colo­ nizadores. La carta Magna inglesa, las proclamas de la Ilustración que la Revolución Francesa y las guerras napoleó­ nicas extienden por Europa, la Declaración de Independencia

y la Constitución de la revolución norteamericana, no han sig­ nificado para los indios de América del Norte, ni para los abo­ rígenes australianos ni para los zulúes africanos una pizca de libertad y mucho menos de igualdad o fraternidad. La constatación de las terribles injusticias y crímenes cometidos contra las razas y pueblos de color, llevó a buenos y compasivos antropólogos y sociólogos a rechazar las teorí­ as generalistas que establecían un solo modelo deseable de cultura. Aquel que habían adoptado los países más desarro­ llados y que les servía de excusa para dominar a los demás pueblos que se mantenían en organizaciones sociales, políti­ cas y religiosas que no coincidían con ellos y que por tanto no eran “civilizadas”. Como reacción contra las teorías de la superioridad físi­ ca y espiritual de la raza blanca y el papel redentor que la atribuían los políticos y los filósofos, los antropólogos libe­ rales esgrimieron argumentos variados para asegurar que desde el punto de vista moral todas las culturas eran igual­ mente aceptables. Con el fin de defender el derecho a la supervivencia de los indígenas de Latinoamérica, de los indios de Norteamérica, de las tribus africanas, de los pue­ blos asiáticos, los antropólogos decidieron que debían situar en el mismo nivel de respeto a todas las sociedades, tanto las desarrolladas como las más primitivas. Que era preciso situar al mismo nivel las constituciones europeas y america­ nas, las Declaraciones de Derechos Humanos y las estructu­ ras económicas y familiares y las costumbres de los bosquimanos y de los hutus. El estudio de la antropología, en consecuencia, perdió todo carácter crítico para convertirse en una mera descripción de comportamientos. Muchas veces, incluso, embellecidos por la benévola y comprensiva mirada del investigador. Ninguna conducta de sus protegidos podía ser analizada negativamente. De tal modo se implantó el multiculturalismo antropológico y esta misma senda está siguiendo el feminis­ mo multicultural. El argumento de que es imposible elaborar una teoría que comprenda las causas fundamentales y generales de la opre­ sión femenina, dada la diversidad de culturas y sociedades en

que viven las mujeres, y de las diferencias que existen inclu­ so entre las que pertenecen a la misma, en razón de las dis­ tintas edades, clases sociales y opciones sexuales, ha llevado no solo a abandonar las grandes organizaciones feministas y a repudiar a sus líderes más conocidas, si son blancas y de países desarrollados, sino incluso a aceptar las tradiciones culturales más aberrantes que se ejercen en contra de las mujeres. Durante más de veinte años fue imposible lograr no ya una condena general de las prácticas de la cliteridectomía y la infibulación, practicadas habitualmente en los países africanos, sobre todo de religión musulmana, sino ni siquiera una crítica por parte de antropólogos y sociólogos. Los defensores de las esencias patrias, de las culturas ancestrales, de la independen­ cia de las naciones africanas y del repudio de las potencias colonizadoras, que eran todos los progresistas, se oponían con desprecio a criticar una tradición que para ellos estaba arrai­ gada en la conciencia de los pueblos y era tan inofensiva como la ablación del prepucio practicada por los judíos. A avanzar en el camino de la protección de los millones de niñas cliteridectomizadas cada año no ayudaban tam­ poco las líderes femeninas de esos países ni las pocas organizaciones de mujeres que operaban en defensa de sus derechos. Porque no consideraban digno de ser defendido el derecho a una sexualidad libre para las mujeres. Mi libro M ujer y Sociedad fue el primero que se publicó en España, tan prematuramente como en 1969, en el que denunciaba estas mutilaciones, pero no cundió la alarma entre los sec­ tores de izquierda de nuestro país -ya que era imposible en aquellos años hablar de feminismo organizado y colec­ tivo-, mucho más preocupados por la represión de la dic­ tadura y las luchas obreras que por los problemas de la mujer, sobre todo si éstas se encontraban a miles de kiló­ metros de distancia. Pero tampoco, más de quince años después, en la III Conferencia de la Mujer de Nairobi, celebrada en 1985, fue posible lograr la condena de las mutilaciones sexuales, fun­ damentalmente porque las mujeres de los países africanos se opusieron. Pero también ciertos sectores del feminismo euro­

peo y norteamericano, que consideraban nuestra crítica una ingerencia inadmisible por parte de las feministas blancas en las respetables costumbres y culturas de otros continentes. Lo que se denominaba “etnocentrismo”: es decir la asunción de un modelo único de sociedad y cultura de mayor perfección moral, que debía imponerse a todas las demás, y que tenía como defensores a los políticos y antropólogos blancos. La controversia sobre este tema desembocó en discusiones y enfrentamientos que dividieron el movimiento participante en la Conferencia. Fue imposible, por tanto, lograr condena alguna de esta práctica por parte de los Estados miembros de Naciones Unidas. Debieron transcurrir diez años más -com o si la vida huma­ na fuera eterna y las generaciones de niñas y de mujeres tuvieran interminables oportunidades de disfrutar de su sexualidad- para que en la IV Conferencia de la Mujer de Beijín se aceptase que la cliteridectomía y la infibulación constituían mutilaciones físicas condenables, que debían ser erradicadas de los países en donde se practicaban. En aque­ lla ocasión no hubo prácticamente voces autorizadas que la defendieran, ni siquiera con el argumento del etnocentrismo de las feministas blancas opuestas a esta tortura, porque ya muchas de las dirigentes del movimiento pertenecientes a razas de color y países del Tercer Mundo se habían conven­ cido de la inaceptabilidad de tal tradición. Queda mucho camino por recorrer hasta erradicar com­ pletamente esta práctica, ya que las tradiciones de las gene­ raciones muertas que oprimen como una pesadilla el cerebro de los vivos, como decía Marx, operan todavía con una enor­ me fuerza en el seno de las comunidades africanas musulma­ nas, e incluso se exportan a los países de inmigración. Tanto en Francia, en Gran Bretaña como en España se han dado casos de ablación del clítoris a niñas por sus padres. Pero hoy, por lo menos, no cuentan ni con el apoyo de los antro­ pólogos y escritores defensores de las tradiciones culturales, ni por supuesto con el de la ley. Pero, he aquí, que muchas otras tradiciones -mejor sería decir pesadillas- se siguen abatiendo sobre las mujeres de diversas culturas no blancas occidentales: la poligamia, las

leyes discriminatorias en la familia, la obligación de vestir lar­ gas y horribles hopalandas que las tapan como si fueran obje­ tos de infamia, asquerosos a la vista, las prohibiciones de tra­ bajar, de estudiar, de ejercer el voto, de participar en política, de solicitar el divorcio, la posibilidad de ser sometidas al repudio e incluso de ser asesinadas por salvar el honor de los hombres de la familia, o simplemente para cobrar la dote o para rendir culto al marido muerto. No concluye en este breve plazo la larga lista de torturas, sufrimientos y humilla­ ciones que sufren las mujeres que no pertenecen a los odia­ dos países desarrollados occidentales. Pero todos ellos son defendidos por los antropólogos “compasivos” con los pue­ blos no desarrollados, aunque, como se ve, muy poco con sus mujeres. Y ahora, para más desgracia, también por las dirigentes feministas. Claro que de países ricos, que pueden permitirse el lujo de criticar a las universalistas y sus campañas contra tales prácticas, puesto que no se ven obligadas a vestir el chador o el sudario que llevan las afganas ni a casarse a los doce años con un valetudinario de cincuenta que ya tiene otras tres mujeres. Desde la distancia de París y de California resultan muy coloridas y exóticas las máscaras que les ponen a las mujeres de los Emiratos Arabes Unidos, y enormemente inte­ resante estudiar las costumbres de los harenes. Este tema es susceptible de controversias y rechazos por parte de las propias dirigentes feministas musulmanas, embar­ cadas en una cruzada de defensa del Islam, bajo el argumen­ to de que ni Mahoma ni el Corán se portaban tan mal con las mujeres. Inducidas por los hombres para defender su religión y sus costumbres patrias, como argumentos indiscutibles de su independencia de las normas e imposiciones de las potencias occidentales, han sido presionadas o alienadas eficazmente para convertirse en líderes de movimientos y difusoras de teo­ rías que las mantienen esclavas. En estos días del verano de 2000, las feministas marroquíes han organizado multitudinarias marchas y manifestaciones exigiendo igualdad de derechos con los hombres, que han sido contestadas por las secciones femeninas del movimiento fundamentalista, que sus hombres han enviado a enfrentarse

con aquellas. Es enorme el poder de sujeción y de convenci­ miento de los dirigentes musulmanes sobre las mujeres, en defensa del patriarcado más arcaico. Esta defensa del multiculturalismo en los países de religión mahometana o hindú, es la que tiene consecuencias más penosas, pero también en el resto de los movimientos femi­ nistas del mundo no ha dejado de causar destrozos irrepara­ bles. En Lima, en el invierno de 1996, en uno de los Congresos organizados por el movimiento feminista peruano, una asistente argentina se enfrentó a mí negando la validez de la constitución de la Confederación de Organizaciones Feministas que habíamos creado en España para presentar una lista de mujeres a las elecciones europeas. Negaba la posibilidad de unión de varias organizaciones, e incluso la validez de la existencia de organizaciones, en razón de las diferencias entre todas las mujeres, incluso sólo entre espa­ ñolas. Y añadía que las mujeres no sólo no deseaban partici­ par en política sino que ni debían hacerlo, puesto que nin­ guna podía representar a otra. Como se ve una buena mez­ cla del multiculturalismo y del “affidamento”. Ambas tenden­ cias disolventes del movimiento feminista, que han llegado con rapidez y eficacia hasta Argentina. Y que se ha asentado con firmeza en las cátedras univer­ sitarias estadounidenses. La crítica del multiculturalismo, como decía Enrique Gomáriz, ha sido la más rápidamente aceptada por las profesoras de estudios de la mujer de las Universidades. En Estados Unidos fundamentalmente por el complejo de culpa que albergan los progresistas blancos, que se sie/iten responsables del genocidio causado a las razas de color por sus gobiernos. Pero, ¿a qué conduce esta actitud temerosa de ofender y deseosa de ser considerada liberal y comprensiva? A ser liberal y comprensiva con los mayores horrores. Mientras las feministas occidentales se plantean el respeto a todas las culturas y eliminan de sus críticas las prácticas ancestrales patriarcales que cotidianamente oprimen, margi­ nan, torturan y asesinan mujeres, las feministas de los países subdesarrollados luchan solas, como pueden, contra seme­ jante estado de cosas.

MULTICULTURALISMO EN INDIA. COMO VIOLAR, QUEMAR Y MARGINAR A LAS MUJERES Me ha parecido enormemente ejemplar, en este capítu­ lo del multiculturalismo, el relato que nos ofrece la escri­ tora feminista Alka Kurian sobre de su experiencia y tra­ bajo acerca de la situación de la mujer y del movimiento feminista en India2.

La violada Mathura Alka Kurian explica como en 1979 cuatro abogadas publi­ caron un panfleto contra la doctrina del Tribunal supremo de la India que no condenó a los policías acusados de la viola­ ción de una muchacha de 14 años, Mathura, perteneciente a una tribu rural. No era la primera vez que tal hecho se pro­ ducía. La llamada “violación de custodia” la practicaba habi­ tualmente la policía en las comisarias y centros de detención, aprovechando su papel de autoridad y la debilidad de las víc­ timas, ante el silencio cómplice de toda la sociedad. Ni era tampoco la primera sentencia que se dictaba con semejante doctrina. Los acusados eran absueltos sistemáticamente por falta de pruebas y alegando presunciones acerca de la vida promiscua que llevaba la víctima. Al darle publicidad al caso de Mathura por primera vez los activistas atrajeron la atención de los medios de comunicación que pusieron de relieve el inherente sexismo, hipocresía y ceguera del sistema legal hacia la terrible violencia que se perpetuaba contra las muje­ res. Pero aunque el caso de Mathura logró, gracias a una pro­ longada agitación popular liderada por varias organizaciones feministas, que el gobierno modificara la ley sobre la viola­ ción, para nadie es un secreto que las violaciones policiales se siguen produciendo y la violencia contra la mujer es una institución en India difícil de erradicar.

2 Critical Dictionary - Feminism and Postfeminism, obra cit.

Las jóvenes esposas y su dote Como lo demuestra el terrible problema de los asesinatos de jóvenes casadas, para cobrar una nueva dote. La coalición de treinta grupos llamada Dahej Virodhi Chetna Manch (Plataforma para Elevar la Conciencia contra la Dote), denun­ ció a la opinión pública la avalancha de misteriosos suicidios o muertes accidentales de jóvenes casadas que se producía en una de las más grandes ciudades, casi como una epidemia. En las investigaciones y búsqueda de datos que llevaron a cabo en 1977, la asociación Mahila Dakshata Samiti (Comité de Mujeres para Dar a Conocer el Problema) en Delhi llega­ ron a la conclusión de que muchos de los casos que habían sido considerados como “muertes de cocina” o suicidios eran de hecho asesinatos cometidos por la familia del marido de la muchacha, que esperaba obtener mejores ingresos a través del próximo matrimonio del marido. En estos casos, la humi­ llación pública y la vergüenza que supondría para la familia de la muchacha la denuncia del asesinato, según las reglas sociales que rigen la organización patriarcal, impedía que se persiguieran los crímenes. Incluso moribundas, las mujeres dudaban en implicar al marido en el asesinato. Madhu Kishwar, una de las líderes más conocidas feministas y fundadora de la primera revista feminista de India, Manushi, explica cómo la dote se ha convertido en un motivo de infeli­ cidad para las mujeres, cuando se pretende que concede a la esposa su propia independencia económica. Lo cierto es que ella no tiene derecho a disponer de su propia dote y permane­ ce en una absoluta vulnerabilidad y completa dependencia de la familia del marido. En ese contexto el marido no proporcio­ na a la mujer ningún apoyo, ni moral ni práctico, porque está absolutamente sometido a las normas patriarcales, con lo que tal abandono induce incluso al suicidio a la esposa.

La viuda Roop Kanwar En 1987, el caso de la muchacha de 17 años Raiput que fue quemada viva en la pira del funeral del marido, en

Deorala, una aldea de Rajasthan, sacó a la luz pública el pro­ blema, no muy diferente del de las jóvenes esposas quema­ das en su propia casa, que demostraba que las mujeres en general eran consideradas una carga, y por tanto “dispensables y reemplazables”. Pero la razón fundamental por la que este caso tuvo diferentes implicaciones sociales y culturales, fue de hecho que aunque los más odiosos actos de violencia contra las mujeres se realizan a escondidas detrás de la puer­ ta cerrada del domicilio, el sacrificio, o sati, de Roop Kanwar se realizó ante la mirada atenta de un público numeroso. Kanwar fue asesinada con la aparente santidad de la costum­ bre, incluso aunque el sati había sido prohibido desde prin­ cipios del siglo diecinueve por la administración británica, en una de sus escasas intervenciones sociales. De acuerdo con Madhu Kishwar en su ensayo “La Quema de Rop K anw af (Manushi 42-3, 1987) “es de general aceptación que el asesi­ nato de la esposa en nuestra sociedad hoy expresa el bajo valor que posee la vida de las mujeres, la pública quema hasta la muerte de las mujeres es una expresión clara de esta devaluación.” Pero ni siquiera en este caso las y los defensores de las tradiciones culturales fueron acallados. La campaña contra el sati provocó las críticas de aquellos que como Ashis Nandy y Patrick Harrigan ven a “las feministas hindúes...como agentes de la modernidad que están intentando imponer la domina­ ción del más grosero mercado dominado por las visiones de igualdad y libertad a una sociedad en la que hay que preser­ var lo noble, el propio sacrificio y lo espiritual que una vez tuvo” y que definen “esta visión de igualdad y libertad como un diseño que viene del oeste”, y así las feministas hindúes fueron acusadas de ser occidentalistas, colonialistas, imperia­ listas culturales, e -indirectamente- “defensoras de la ideolo­ gía capitalista”. Esta no era, naturalmente, la primera vez que se practica­ ba la quema de viudas en India. Pero, según cuenta Alka Kurian, en los primeros tiempos de la independencia el Estado había intervenido con éxito prohibiendo semejantes actos. Pero el incidente de Deorala en el cual no se produjo ninguna intervención del Estado (parece ser que las autorida­

des locales sabían que se iba a ejecutar la inminente inmola­ ción), provocó un debate sin precedentes entre los contrarios al sati y los defensores del sati. Aunque se supone que el sati es un acto voluntario, hubo rumores de la resistencia a él por parte de Roop Kanwar y sus padres no fueron informados de la que se suponía era una decisión pública por parte de la viuda de inmolarse en el funeral de su marido. Roop Kanwar fue drogada, vestida con lencería fina de novia y conducida fuera de la casa. Testigos presenciales recordaron que habían sido lanzada dentro del fuego que fue encendido por su cuñado. Después de este hecho que glorificó y mitificó a Roop Kanwar, el sitio donde se produjo la cremación, llamado más tarde “Sathi-Sthal” se convirtió en un lugar de peregrinaje donde se creó una infraestructura que permitió montar diver­ sas actividades lucrativas. Se organizaron alojamientos para los adoradores del sati, que acudieron al lugar a miles, y que compraban la fotografía de Kanwar, ofrendas religiosas y comida. En muy poco tiempo, el sati se convirtió en una fuente de hacer dinero, revelando, en palabras de Radha Kumar “el grosero materialismo de una sociedad que permi­ tía la producción de sacrificios para obtener beneficios”. El gobierno del Estado ignoró la demanda de Joint Action Forum Against Sati (Foro Unido de Acción contra el Sati) que exigía que “los ideólogos y los aprovechadores del satf fue­ ran castigados de acuerdo con la ley que existe con el fin de desanimar semejantes actividades.

La divorciada Shah Baño El caso de Shah Baño siguió al de Roop Kanwar. Esta mujer musulmana de 74 años demandó al marido para obte­ ner una pensión después de haber estado divorciada de su marido durante cuarenta años. El Tribunal le concedió la pen­ sión a tenor de lo dispuesto en la sección 125 del Código de Procedimiento Criminal, alegando que éste “cruza las barre­ ras de la religión y trasciende la ley personal de las comuni­ dades religiosas”. Pero en su sentencia el juez Chandrachud,

uno de los jueces del tribunal, hizo unas consideraciones sobre el tratamiento que recibían las mujeres musulmanas por los hombres de su comunidad, y fue crítico con la manera en que las mujeres musulmanas eran maltratadas por éstos. El tri­ bunal incluso recomendó que el gobierno introdujera un Código Civil uniforme en todo el país. A partir de ese momento, el tribunal atrajo la ira de los musulmanes fundamentalistas que interpretaron su decisión como un ataque a su ley personal, a pesar de que la Constitución de India garantiza el derecho a la libertad de religión. Incluso feministas, grupos liberales y laicos criticaron la sentencia por haber mostrado insensibilidad hacia la comuni­ dad musulmana. En Manushi se publicó un artículo de Adhu Kishwar “Pro-mujeres o Anti-musulmanes” en el que decía que “el juez Chandrachud convierte lo que es esencialmente un tema de derechos de la mujer en una ocasión para atacar gratuitamente a la comunidad”. Estas opiniones y otras se cru­ zaron en una agria controversia en momentos en que en India se desarrollaban dramáticos acontecimientos. Así, el auge del fundamentalismo hindú que se manifestó en contra del asesinato de Indira Gandhi tiroteada por militantes Siks, y la agitación que se produjo con el sitio de la mezquita Babri, templo del dios Rama, ayudó a que el partido nacionalista Bharatiya Janata alcanzara un gran auge mediante campañas dirigidas a obtener el apoyo de la opinión más conservadora hindú. Estos acontecimientos sirvieron también para legitimar los planteamientos de los musulmanes fundamentalistas y marginar los puntos de vista y valores de los musulmanes liberales. En consecuencia, el gobierno de Rajiv Gandhi, con la intención de aplacar a los líderes musulmanes fundamentalis­ tas, pasó por alto la ocasión de acabar con las desigualdades contra la mujer inherentes a las leyes personales, y permitió, en cambio, que el Acta de Protección de las Mujeres Musulmanas en el Divorcio fuese aprobada, la cual excluía a la mujer musulmana divorciada del ámbito de la sección 125 del Código de Procedimiento Criminal. Grupos feministas y activistas de los derechos civiles lideraron campañas en todo el país apoyando el mantenimiento de la Sección 125 y la

confirmación de los derechos legales para las mujeres musul­ manas, pero no lo lograron. En consecuencia, Shah Baño, el desgraciado peón utilizado en esta controversia, que había invertido diez años luchando por su derecho a la pensión, retiró la reclamación por miedo a ser utilizada por los medios de comunicación, los comunalistas y otros grupos activistas. Alka Kurian concluye que “la dominación de las actitudes patriarcales y de las complejidades de casta, clase e identidad religiosa en India han sido responsables de la sujeción de la mujer a los papeles estereotipados”. Su visión de un movi­ miento feminista hindú, liderado por mujeres de clase media y burguesa educadas en universidades, generalmente euro­ peas y estadounidenses, que reclaman igualdad de derechos con los hombres, su entrada en el mercado de trabajo asala­ riado y mucha más participación política -en la actualidad únicamente el 7 por ciento de los diputados hindúes son mujeres- sitúa el progreso de las mujeres de India en los mis­ mos caminos que las occidentales. En resumidas cuentas, el respeto al multiculturalismo úni­ camente conduce a mantener las más atrasadas tradiciones de marginación y opresión de las mujeres y a repudiar el inter­ nacionalismo de la lucha feminista, con las consecuencias de división, atomización y enfrentamiento entre los diversos sec­ tores del movimiento. Lo que no hace falta añadir que con­ duce a su debilidad y marginación, el objetivo deseado por los enemigos del feminismo.

Capítulo VI

EL INDIVIDUALISMO O LA RECLAMACIÓN DE LO PRIVADO En el tiempo en que el postfeminismo se convirtió en la ideología dominante en las cátedras de estudios de la mujer de las Universidades y comenzó a difundirse por los medios de comunicación, y buen número de dirigentes del movi­ miento se convirtieron en funcionarías y o en afiliadas a par­ tidos políticos, viejas militantes del feminismo clásico descu­ brieron que habían perdido media vida asistiendo a asamble­ as y reuniones, participando en congresos, arrastrando ten­ deretes de libros e insignias y camisetas, fundando grupos, organizando manifestaciones, sentadas, encierros y concen­ traciones, redactando y firmando escritos de denuncia, de queja, de petición, escribiendo artículos y elaborando pro­ yectos de ley. Decidieron que había llegado el momento de dedicarse a la vida privada. Si esta decisión la hubiesen tomado alegando el cansancio como principal motivo, no se hubiese escrito ni una sola página sobre su historia. Todos sabemos que los seres huma­ nos se cansan y necesitan descansar; incluso las militantes feministas. El curioso caso que merece aquí un capítulo es que arguyen que esta nueva actitud que las ha llevado a cam­ biar radicalmente su vida obedece a una decisión feminista. Como las que en los años setenta optaron por la “diferen­ cia” y se dedicaron a cocinar paellas y a parir niños, alegan­

do su “esencia” y “especifidad” femenina, y que escogían la mejor opción al dedicarse al amor y al hogar, frente a la agre­ sividad masculina que invertía todas sus energías en la competitividad profesional y en la guerra, las feministas de los años noventa que escogen la vida privada, están defendien­ do valores feministas que en esta ocasión se denominan “la defensa de la privacidad”. El feminismo “clásico” que despreciaba u olvidaba los pla­ ceres de la intimidad, el amor, la sexualidad, el retiro del hogar, las dulzuras de la vida en pareja, había tomado un rumbo equi­ vocado. El feminismo no podía exigir a las mujeres la militancia a tiempo completo como había hecho hasta entonces, con­ virtiendo a las activistas en seres obsesionados por la lucha hasta el punto de olvidar los valores humanos. Dedicando doce horas diarias a las asambleas, a las reuniones, a los enví­ os por correo, a los escritos y a las llamadas de teléfono, habí­ an perdido la perspectiva de como debía ser una vida plena y realizada. Y teniendo en cuenta que, como consecuencia inevi­ table de esa vida alienada por la militancia, prescindieron del sexo o lo aceptaron como un ocio intermitente y superficial, habían desperdiciado parte de su vida y hallado un terrible vacío en los sentimientos, puesto que tampoco encontraron el amor duradero que toda mujer necesita. La decisión de dedicarse a la vida privada, trascendental para ellas, la tomaron cuando el movimiento se encontraba en sus momentos más bajos y la huida de la mayoría de sus dirigentes y militantes se había hecho masiva, y que coincidía casualmente con que habían encontrado por primera vez, un amor apasionado y distinto a todos los que le habían prece­ dido, que exigía una dedicación casi completa. Ya sabemos que el amor hay que trabajarlo y como la vida que habían soportado durante tantos años les había impedido cultivar las relaciones sentimentales, se enfrentaron a fracaso tras fracaso. En consecuencia, había llegado, por fin, la hora de convertir­ se en verdaderas mujeres, que es lo mismo que decir verda­ deras feministas. No seres obsesos, malhumorados y gritones como habían sido hasta entonces, sino mujeres amables, amorosas y simpáticas que eran capaces de extraer los mejo­ res frutos de la vida.

Para realizar su elección era preciso, en primer lugar, bus­ car un espacio donde poder disfrutar de esa vida privada que el nuevo amor iba a proporcionarles. Fundamental era pose­ er una casa en propiedad, hartas como estaban de vivir en horrendos y destartalados apartamentos alquilados, que en nada respondían al calificativo de hogar sino de tugurios donde únicamente acudían a derrumbarse muertas de can­ sancio unas horas cada veinticuatro. Los años noventa fueron los del mayor auge de la cons­ trucción si contamos con la cantidad de pisos que se vendie­ ron a las feministas de la “privacidad”. Decenas de ellas com­ praron hermosas casas o apartamentos con jardín o céntricos y espaciosos pisos. Para adquirir los cuales debieron recurrir al cobro de herencias familiares que hasta entonces habían rechazado indignadas por despreciar profundamente el siste­ ma hereditario fundamento del capitalismo; o a la petición de dinero a padres, hermanos o cuñados, e incluso maridos, con los que, por los mismos motivos, habían roto o disputado gra­ vemente con anterioridad, en defensa de la pureza de sus ideas y de sus opciones militantes. Las menos afortunadas por no disponer de familiares adi­ nerados, se endeudaron por varios lustros en onerosas hipo­ tecas que pagarán con variables intereses. Y todas se dedica­ ron durante muchos meses a reformar y decorar las viviendas recién adquiridas. Hicieron la fortuna de albañiles, fontane­ ros, carpinteros, pintores, tapiceros, herreros, jardineros y decoradores. Recorrieron kilómetros de tiendas de muebles, de enseres de cocina, de ropa de cama y de mesa, de corti­ nas y visillos, de cerámicas y de adornos. Consultaron con la pareja, con las amigas, con profesionales y amigos. Consu­ mieron toneladas de pintura de todos los colores para obte­ ner el efecto más vanguardista en sus paredes y muebles y cuando el resultado fue el apetecido, iniciaron la ronda de invitaciones a los amigos para mostrar el éxito de sus múlti­ ples esfuerzos. Cuando yo manifesté mi sorpresa y mi desconcierto a una de las más constantes dirigentes de la izquierda y del femi­ nismo al visitar su casa, realmente bonita y original, comen­ tando lo caro que debía haber sido construir y decorar tal

apartamento, y el mucho tiempo invertido en ello, me repli­ có con desafío, como habiendo entendido un evidente repro­ che en mis palabras: “Pero qué ¿querías que hubiera seguido durmiendo en un colchón en el suelo?”. Yo recordaba que ella habitaba en compañía de una amiga una bonita buhardi­ lla y que sólo en algunas ocasiones, al pernoctar fuera de su casa, se había visto obligada a dormir en un improvisado futón japonés en el comedor de unos amigos. No me parecía que su situación fuese tan miserable ni desesperada como ella quería presentarla, pero comprendí que no solo cualquier objeción iba a ser tomada como nuevo reproche sino que ya en su imaginación había empeorado, hasta extremos inaguan­ tables, las condiciones en que vivía anteriormente porque tenía que justificar aquella decisión que iba a apartarla de la militancia feminista. Precisamente ella era una de las que había aceptado, más bien reclamado con impaciencia, una herencia que años atrás despreciaba con orgullo. Pero las casas que montaron las feministas de la “privaci­ dad” no eran únicamente espacios decorados como las insta­ laciones postmodernas que se exhiben en los museos, sino que debían convertirse en verdaderos hogares. Por lo tanto, era imprescindible residir en ellos el mayor tiempo posible realizando las adaptaciones y modificaciones necesarias que el cambio de gustos o las necesidades del momento exigían, y por supuesto reparando las inevitables averías. Las antiguas activistas que llegaban a los despachos de las asociaciones de mujeres a las diez de la mañana y a las tres de la madrugada todavía discutían acaloradamente en las asambleas feministas, ahora permanecían largas horas y hasta días enteros esperando al fontanero, al electricista, al carpin­ tero, al albañil, a los reparadores de los aparatos electrodo­ mésticos, de la calefacción, de la instalación del gas y de la electricidad. Si las encontrabas, muy de tarde en tarde en algún encuentro casual, comentaban tan indignadas y excita­ das como cuando discutían con sus adversarios políticos e ideológicos los temas que más concernían al avance del femi­ nismo, la tardanza de los operarios en acudir para reparar las averías, la informalidad de las compañías suministradoras de luz, de agua, de gas, de teléfono, la mala construcción de los

aparatos electrodomésticos, de los ordenadores, las dificulta­ des que habían sufrido con el automóvil y la falta de forma­ lidad y de honradez de los talleres de reparación. Al mantenimiento del “hábitat” hay que añadir la manu­ tención de sus habitantes, por lo que había llegado la hora de cocinar sabrosos platos. Para ello era preciso primero apren­ der a cocinar. Ellas que habían vivido decenas de años de bocadillos y restaurantes económicos. En consecuencia, seguían con todo interés las recetas que se publicaban en periódicos y revistas, que se dictaban por la radio y que se explicaban minuciosamente en la televisión por los mejores cocineros del país, que se hicieron rápidamente famosos cuando el bienestar económico permitió a los españolitos ali­ mentados hasta entonces de cocidos y gazpachos, disfrutar de las delicias de unos “langostinos a la miel”, un “foie trufado” y una “codorniz rellena de hongos”, entre otros innumerables platos. Las feministas de la privacidad aprendieron a abastecerse en el mercado y en las grandes superficies, y en intermina­ bles tardes y mañanas de compras con su pareja, abarrotaron los enormes congeladores que habían adquirido, o al conta­ do -las de las herencias y los gananciales- o en largos y cos­ tosos plazos -las huérfanas de padres sin recursos o solteras-. Y después invirtieron muchas horas en “marinar”, “escabe­ char”, “pochar”, cocer, asar, brasear, diversos y exóticos ali­ mentos. Todo lo cual contribuía, según nos explicaban en las escasas ocasiones en que volvíamos a encontrarnos, a man­ tener ardiente el fuego del amor en la pareja, que de otro modo podría languidecer y apagarse. Pero no se crea que este retrato corresponde únicamente a parejas heterosexuales, muchas de las cuales en el curso de este periplo de montar y decorar casas, atender reparaciones de aparatos y averías y modificaciones de la decoración y aprender a cocinar, destinaron un buen tiempo a organizar una boda fastuosa, con lujoso traje de novia y de damas de honor, multitudinario banquete y largo periplo por las islas griegas en viaje de luna de miel. No, muchas de las parejas descritas -sin boda, pero con banquete y viaje- son lesbianas. Y algunas de ellas simularon una ceremonia como tal en tem-

píos budistas, en parajes exóticos, al pie de montañas o fren­ te a una puesta de sol en el mar. Porque reclamantes de la igualdad de derechos con los heterosexuales, como reivindi­ cación fundamental y ya clásica, exigen no sólo la herencia, la accesibilidad del piso y el cobro de las pensiones a que diera lugar la muerte de la pareja, sino también la posibilidad de contraer matrimonio y de adoptar hijos. Así, estas nuevas conversas a la “privacidad”, que ocasionaron los mayores dis­ gustos a la familia, escandalizaron a los vecinos, corrompie­ ron a los amigos y se hicieron expulsar de los mejores cole­ gios religiosos con el comienzo prematuro de sus relaciones sexuales -hetera u homo-, la promiscuidad y alternancia de sus amantes y el libertinaje de sus costumbres, deciden hoy demostrar que son dignas de ser beneficiadas con tales dere­ chos, llevando una convivencia pacífica y fiel con una sola pareja, en la intimidad de un hogar confortable y exquisita­ mente mantenido, como debe pedírsele a todo y toda ciuda­ dana de orden. No se crea que esta dedicación al hogar y a la “familia” sig­ nifica para ellas alejamiento o abandono del feminismo, aun­ que pocas de ellas se deciden a tener hijos. Es curioso que sean más las lesbianas las que desean adoptar niños que las hetero las que se embarquen en la que les parece la más peli­ grosa aventura de tener hijos. Aseguran que alcanzando una vida feliz, realizando por primera vez el ideal de disfrutar de un amor apasionado, fiel y duradero, obteniendo el máximo placer sexual, ahora que por fin aprendieron a mantener unas relaciones gratificantes y recíprocas, realizadas sin prisas, sin obsesiones ni angustias, sin reproches ni acusaciones, están llevando a cabo el más importante de los objetivos feminis­ tas: obtener la felicidad. Porque, si la felicidad de los seres humanos no es el ideal del feminismo, ¿a qué se le llama feminismo? ¿A correr angus­ tiada de una reunión a otra, a discutir y pelearse con todo el mundo, no sólo padres y maestros, policías y políticos, hom­ bres todos, sino también compañeras de militancia y de cama; a asistir a interminables reuniones y asambleas donde siem­ pre se habla de los mismos temas, se llega a las mismas con­ clusiones y se ve a las mismas mujeres con las que se encuen­

tra una todos los días?, ¿A realizar monótonas y estériles tare­ as consistentes principalmente en fotocopiar cartas, cerrar sobres y pegar sellos? ¿Y ese es el único futuro del feminis­ mo? ¿Ese es, en definitiva, el ideal por el que ellas han lucha­ do varios lustros sin obtener ninguna gratificación a cambio? ¿Vivir siempre como una exiliada en su propia ciudad, repu­ diada por la familia, observada como un monstruo por los vecinos, odiada por los hombres y siempre en disputa con una u otra “compañera” de desdicha? ¿Habrán de envejecer sin haber disfrutado de una pasión amorosa y unos espléndi­ dos momentos de sexo, sin prisas y sin carencias? ¿No verán en el espejo más que rostros ajados de expresión tensa, ceño fruncido y mirada malhumorada? En el recuerdo de las penalidades pasadas, todas ellas cargan las tintas en el relato de los años juveniles e incluso de la madurez. Exageran la dedicación a las tareas militan­ tes, olvidan los ratos pasados en el cine, en las tertulias con las amigas, las vacaciones en la playa, los viajes que aun­ que muchos fueran para participar en congresos y jornadas dieron tiempo también para hacer turismo, las novelas leí­ das, las tardes en el teatro, las cenas, las interminables cenas con las compañeras al terminar las reuniones, y con una ingratitud inaceptable, transforman las anteriores rela­ ciones amorosas sostenidas con una o varias amantes en penosas y tristes experiencias. Y sobre todo, sobre todo, quieren aparentar que las tareas que realizaron en los años más dedicados al feminismo no les aportaron ninguna gra­ tificación. Ni la excitación de la lucha, ni la alegría de las victorias obtenidas sobre la mezquindad y tacañería del poder, ni la satisfacción de los avances obtenidos, tienen hoy para ellas valor alguno. Ya no sirve para ellas la her­ mosa declaración de Mrs. Pankhurst de que a los hombres tenía que agradecerles haberle enseñado la alegría de la lucha. Ellas no les agradecen nada, ni a los hombres ni a las mujeres, que durante decenas de años compartieron anhelos y esperanzas, objetivos e ideales, e invirtieron, como ellas, y mucho más que ellas, sus mejores años de vida en transformar el mundo. Fundamentalmente para que lo disfrutaran otras.

Pues bien, responden, eso es precisamente lo que quiero, disfrutarlo yo. Por eso, ahora, ante cualquier observación crí­ tica respecto a su nueva vida o petición de que atiendan las tareas siempre inconclusas que reclama la militancia feminis­ ta, con la mirada fija en los ojos de su interpeladora, arguyen que es preciso comprender que el feminismo ha luchado durante mucho tiempo para lograr que todos los seres humanos tengan derecho a disfrutar de los placeres que reserva la vida, y las feministas, mientras no se demuestre lo contrario, siguen siendo seres humanos. Por tanto, invierten varias semanas al año para organizar sus vacaciones, reser­ van dos o tres noches a la semana para las salidas al cine y al teatro, pasan largas horas en tertulias con amigos que nada saben ni quieren saber de feminismo, en las que se habla de superficialidades necesarias para relajar el espíritu, contraído por el estrés. Las que, con más posibilidades económicas, no sólo adquirieron piso en la ciudad sino también casa en el campo o en la playa, se trasladan a ella cada fin de semana, inexo­ rable y puntualmente desde el viernes por la tarde hasta el domingo por la noche, o, si se encuentra demasiado lejos para realizar tan periódica y puntualmente un largo traslado, en todos los puentes y períodos de vacación, y así advierten a todos sus amigos y conocidos que no cuenten con ellas durante ese tiempo, pase lo que pase. Al regreso te explican, con expresión de embeleso, lo felices que son en compañía de la pareja, y a veces de madres, padres o suegros, coci­ nando comidas, paseando a pie o en bicicleta por el campo, viendo la televisión en compañía de sus familiares al lado de la chimenea encendida y cuidando del bienestar y de la feli­ cidad de todos sus deudos. El feminismo es eso, repiten: lograr la felicidad. Y la salud. El cuidado de la cual les roba también muchas horas dedica­ das a las visitas médicas, a la realización de análisis, radio­ grafías, resonancias magnéticas, tacs, endoscopias, colonoscopias y otras pruebas igualmente necesarias, aunque no se padezca enfermedad grave alguna, para estar seguras de que el funcionamiento del cuerpo es el que debe. Mi sorpresa fue grande cuando, después de escuchar el relato de la penosa y

dolorosa experiencia que suponía sufrir la prueba de la colonoscopia, a la que se acababan de someter algunas de mis antiguas compañeras de fatigas, en prevención de no se sabía que horrorosos males que podían sobrevenirles y para los que todo cuidado era poco, me encontré con que en Nueva York mi querida amiga de largos años Gloria Waldman me explicaba que esa era precisamente la última moda de las feministas neoyorkinas. Estos temores hipocondríacos que han hecho presa en casi toda una generación de feministas se deben, sobre todo, por­ que la mayoría de las seguidoras del feminismo de la “priva­ cidad”, sino la totalidad, han alcanzado la edad del climaterio y ya es sabido los muchos cuidados que requiere esa época tan especial y sensible de la vida femenina. Para superarla con la mayor normalidad es preciso seguir diversos trata­ mientos ordenados por el especialista o aconsejados por ami­ gas que tienen mucha experiencia y que las inducen a adqui­ rir diversos fármacos o productos naturistas o de herbolario, con las que se intercambian consejos y resultados de las exploraciones y de los tratamientos y se recomiendan mutua­ mente la lectura de diversas revistas especializadas ó de divul­ gación, de libros y de secciones periodísticas. De tal modo, en las reuniones en que se encuentra algu­ na de ellas no se habla más que de medicamentos, regíme­ nes de comida, gimnasias, yoga, tai chi, chi kun, del tiempo que debe invertirse en paseos y carreras para contener la osteoporosis, de las sofocaciones y sudoraciones, los mareos, las depresiones, los insomnios y malhumores provocados por este periodo de la vida, mucho más complicado, conflictivo y peligroso que ninguno otro de los superados hasta ahora. Es de comprender que con tantas responsabilidades y tare­ as a realizar poco tiempo, energía, interés y ganas les quede a las feministas de la “privacidad” para asistir a reuniones feministas, redactar programas electorales, organizar manifes­ taciones ni dirigir grupos.

EL SINDROME DE BABY JANE Fue en las Jornadas Feministas de Barcelona de 1996 cuan­ do rememoré aquella inolvidable película protagonizada por Bette Davis y Joan Crawford. La imagen imborrable de Bette Davis con sus muchos años a cuestas, ataviada con un vestidito infantil blanco y tocada con un gran lazo del mismo color, bailando y cantando las melodías que le habían dado una efímera celebridad en su niñez, se me apareció como una revelación al contemplar el espectáculo de la inauguración de las jornadas. Nunca he comprendido cómo aquellas mujeres se atrevie­ ron a subir al escenario a cantar y bailar, sin saber hacer ni lo uno ni lo otro, y -lo más penoso- sin que su edad y condi­ ciones físicas lo hiciesen perdonable. Mujeres que habían traspasado generosamente la cincuentena, sin que ni su figu­ ra ni su preparación vocal permitiesen olvidar tales lamenta­ bles condiciones, no tuvieron pudor alguno en “deleitarnos” durante muchos minutos con el destrozo de unas canciones, que no sabían entonar y los torpes movimientos de unos cuerpos poco habituados a ello. ¿Qué deseo era el que cumplían exhibiéndose de tal forma mujeres que desempeñaban profesiones que nada tenían que ver con el espectáculo y que tantas veces habían manifestado su cansancio después de haber trabajado en el Movimiento Feminista durante más de dos décadas?. No me pareció que se tratase de un puro ejercicio de vanidad, de exhibicionismo vulgar. Después de la sesión no se mostraban especialmente deseosas de ser admiradas. Y no se debía al síndrome de “la zorra y las uvas”, ya que precisamente no eran elogios lo que recibían, porque tampoco parecían sentirse defraudadas por el poco aplauso recibido. ¿A qué se debía, pues, que hubie­ sen abandonado sus tareas habituales para ensayar durante muchas horas y acabar en aquella desgraciada exhibición? No se comprendía que no hubiesen contratado a un cuerpo de baile profesional, ya que había dinero para ello, y desde luego debían haber incorporado al espectáculo a las más jóvenes del Movimiento. Observando la alegría que demostraban al terminar la

fiesta, y la indiferencia que sentían ante las críticas de Teresa Pamies, que no las reprimió -convencida de que su edad y su prestigio le permitían manifestar su opinión sin cortapi­ sa s-, o las risas poco disimuladas de las espectadoras más críticas, hallé la respuesta a mis preguntas. Estaban conten­ tas porque habían hecho exactamente lo que querían hacer, sin tener en cuenta ni el éxito de la sesión ni la respuesta del público. Ellas querían cantar y bailar COMO LO HACÍAN VEINTE AÑOS ATRÁS. Ellas querían rememorar su juventud, su alegría, la inconsciencia y la irresponsabilidad de sus feli­ ces veinticinco, cuando llegaron al Movimiento y se entre­ garon con total entusiasmo a sus manifestaciones, sentadas, concentraciones, marchas, panfletos, debates, discusiones, asambleas. Cuando lograron el protagonismo en los medios de comunicación, la atención de los periodistas, de los veci­ nos, de los familiares. Cuando rompieron con las trabas de los padres y los chismes de los amigos, cuando se casaron o se divorciaron o se ajuntaron. Cuando ejercieron el amor libre y la promiscuidad y el lesbianismo. Cuando sumaron éxitos con el cambio de la legislación y se exhibieron en todos los foros, en una fiesta de celebraciones, de provoca­ ciones, de desafíos a la represiva sociedad española. Cuando se enfrentaron a la policía en las calles y a los polí­ ticos en los debates, y también a sus restantes compañeras con una vitalidad y una agresividad que causaron muchas víctimas. Todo eso era lo que estaban rememorando mientras des­ afinaban y se agitaban en el escenario, en una verdadera expresión del que llamo “el síndrome de Baby Jane”. Nunca más después, y aquel tiempo transcurrió celéricamente dejan­ do en sus cuerpos y en sus almas la huella de tantas manos, de tantos sueños incumplidos, de tantas heridas sin curar, de tantas pérdidas de las que nunca se han recuperado, volvie­ ron a tener el mismo protagonismo. Nunca más los periodis­ tas las entrevistaron, ni la policía las persiguió, ni se encerra­ ron noches enteras en colegios profesionales ante la deses­ peración de sus decanos. Nunca más bailaron en la calle, se pasearon medio desnudas en los autobuses y en las asam­ bleas, y sobre todo, nunca más sus cuerpos fueron los de

entonces y ya no practicaron la misma promiscuidad ni vivie­ ron los mismos éxtasis amorosos ni sufrieron idénticos dra­ mas de celos. La juventud había pasado. Y la juventud de la transición española también. Ahora todo es tan gris, tan monótono, tan ordenado y tan sin horizonte como su propia vida. No sólo, y no es lo más doloroso, sus huesos y sus músculos contaban cuatro lustros más, sino que el Movimiento Feminista había entrado en la senilidad. Ni los más ambiciosos objetivos de los años seten­ ta se han logrado, ni ellas se han adaptado a las nuevas cir­ cunstancias, ni el triunfo, el dinero o el poder las ha com­ pensado de tales frustraciones. Por ello, durante media hora vivieron, como Baby Jane, la alegría, la esperanza y el éxito de aquellos brillantes veinticinco años, que apenas duraron. Pero este episodio no quedó en tal. No fue únicamente aquella dolorosa experiencia la que me ha impulsado a escri­ bir estos párrafos, que quizá en otras circunstancias hubiera archivado para inspirarme algún capítulo de novela. Tampoco lo peor ha sido que en las Jornadas de Córdoba de cuatro años más tarde han repetido las mismas escenas, sino que en su actuación cotidiana en el feminismo, las actitudes inmadu­ ras, casi infantiles, se repiten continuamente. Está siendo imposible contar con ese sector del feminismo para tareas serias. Ni participan en política -mostraron total indiferencia por la presentación de los Partidos Feministas a la campaña electoral al Parlamento Europeo de 1999-, ni rea­ lizan un trabajo serio contra la violencia que abate diaria­ mente a las mujeres, ni apoyan la petición del salario al ama de casa, ni tienen papel alguno en tareas sindicales ni en reclamaciones laborales. La mayoría se dedica al feminismo de “la privacidad” ya descrito, y las restantes se reúnen para rememorar los tiempos pasados, organizar grupos de yoga, de defensa personal, de encuentro, excursiones, en un inter­ minable “revivar de algunas de las actividades del feminismo de los setenta. En definitiva Baby Jane no muere nunca.

Capitulo V

EL MITO TRIUNFANTE DEL GÉNERO DOSCIENTOS ANOS DE TEORIA FEMINISTA O COMO SE PUEDE ASESINAR EL PASADO Tiene que desencadenarse la Revolución Francesa para que las mujeres encuentren el cauce que no habían hallado hasta entonces, en el que pueden expresar los sentimientos heridos por las injusticias sufridas. Mas en los primeros tiem­ pos sólo las francesas podrán encontrarse y reconocerse como colectivo. Será el primer despertar de su conciencia de clase. Deberán transcurrir cincuenta años antes de que las inglesas y las norteamericanas se lancen a la lucha, y muchos más para que las italianas y las españolas rompan las férreas barreras de prohibiciones y castigos con que los poderes, especialmente la Iglesia católica las paraliza. Pero antes de que se libren las grandes batallas entre las sufragistas y sus opresores, algunas se atreven a manifestar por escrito las congojas que a todas angustian y a denunciar, con una gran lucidez, el papel de una cultura represiva que se complace en menospreciar a las mujeres y hacerlas vícti­ mas de toda clase de represiones, basándose en que las fun­ ciones naturales de la fisiología femenina las obligan a cum­ plir los papeles impuestos por el poder masculino. Mary Wollstonecraft será de las primeras denunciadoras de esa rea­ lidad injusta que la hará en breve, a ella también, una de sus

víctimas. Mary será, en contraposición a Flora Tristán -más lúcida, más intuitiva respecto a las verdaderas causas de las explotaciones y opresiones de los trabajadores y de las muje­ res-, una de las que confiará en una educación igualitaria entre varones y niñas para cambiar definitivamente los pape­ les de opresor oprimida. Será precursora de ilustrados y enci­ clopedistas que inspirarán a su vez a la Institución Libre de Enseñanza. Esta tendencia se afianzará durante todo el siglo XIX, hasta que el socialismo llegue a denunciar las causas económicas de las desigualdades. Pero la mitificación de la educación, como bálsamo curativo de las heridas femeninas, y de la cultura como causa fundamental de todas las injusti­ cias cometidas contra las mujeres, se mantendrá hasta el siglo XXI, con diferentes momentos de auge y olvido, según la ten­ dencia política de los rectores sociales y el avance de los movimientos revolucionarios en el mundo. La historia del feminismo nos explica como la teoría femi­ nista comienza a elaborarse hace tres siglos, cuando las pri­ meras escritoras que toman conciencia de las discriminacio­ nes sociales a que son sometidas en razón de su sexo se deci­ den a tratar el siempre presente pero temido tópico de “la secreta guerra de los sexos”, como lo denominará en un afor­ tunado título de un libro ya clásico, María Campoalange. Desde María de Zayas en España, Mary Wollstonecraft en Inglaterra, Olimpia de Gouges en Francia, Suzanne B. An­ thony en Estados Unidos, decenas de escritoras han elabora­ do un corpus teórico importante, desde diversos puntos de vista según se pueda adscribirlas a tendencias liberales, institucionistas, anarquistas, marxistas, feministas radicales, etc., que ha construido los cimientos de los posteriores estudios que se han desarrollado con más abundancia en la segunda mitad del siglo XX. En España, en un muy rápido e injusto repaso, puesto que la lista es mucho más larga, de las autoras que dedicaron parte de su vida, cuando no la vida entera, a denunciar las injustas condiciones en que vivían las mujeres, debemos con­ tar con Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán, Dolors Moncerdá, Carmen Karr, Margarita Nelken, Clara Campoamor, María Campoalange, Mary y Puri Salas, María Telo, María

Aurelia Campmany, Carmen Alcalde y yo misma desde 1962 en que publiqué mi primer libro de feminismo Los Derechos Civiles de la Mujer. Pero hasta muy entrados los años setenta del siglo pasado en que comienzan a interesarse por este tema algunas profesoras universitarias el feminismo fue con­ siderado asunto indigno de ser tomado en cuenta por los enfatuados y arrogantes catedráticos pertenecientes a la Universidad española. Tampoco las profesoras y catedráticas fueron muy sensi­ bles en aquellos años a los debates feministas, a pesar de que se desarrollaban con más ímpetu y creatividad que nunca en la historia de España. Y yo misma, antes de 1975, hacía más de diez años que estaba escribiendo y difundiendo una teo­ ría, que por lo nueva y contrapuesta a los manidos y sabidos conceptos del socialismo y del comunismo, no disponía de antecedentes que sirvieran de apoyo a las nuevas investiga­ ciones, y que contaba, para su desgracia, con multitud de enemigos. De derechas y de izquierdas. He repetido multitud de veces que nuestra situación, la de las activistas y teóricas feministas era la más desairada y peli­ grosa de todas. Para la derecha eramos brujas, pervertidoras de menores, destrozadoras de la familia, inductoras al adulte­ rio, el divorcio y el aborto y constituíamos un peligro para la sociedad tradicional que los conservadores defendían con tanto ahínco. Para la izquierda eramos unas señoras acomo­ dadas que pretendíamos únicamente alcanzar los privilegios de los hombres burgueses, atizando a las mujeres a una lucha de sexos que beneficiaba a las clases explotadoras, ya que dividía las fuerzas trabajadoras que debían concentrarse úni­ camente en la lucha de clases. Para esa izquierda, que duran­ te más de un siglo se esterilizó en guerras internas hasta la decadencia en que se halla hoy sumida, nosotras, y sólo nosotras, las feministas, dividimos al Movimiento Obrero durante más de un siglo. Pero ninguno de éstos inconvenientes, que muchas veces se convirtieron en peligros, nos desanimó. Luchamos y escribimos, discutimos y pensamos, e hicimos avanzar la teoría y la práctica feminista más de lo que lo había sido nunca hasta entonces.

Con lo que no contamos fue con la envidia y la hostilidad de las nuevas feministas, que apenas nacidas en aquellos años, ya se estaban preparando para ocupar todos los espa­ cios que deseaban arrebatarnos a nosotras. Espacios de poder en la política, en la Administración, en la Universidad. Y en cuanto llegaron a ellos se dispusieron a eliminar toda com­ petencia. Ese no es el único motivo por el que a finales de los años setenta comienza a difundirse en los ámbitos universitarios un estudio nuevo llamado de “género”, que iba a sustituir los debates que comenzaban a desarrollarse en la Universidad -bastante atrasada respecto al Movimiento- ingenuos si se quiere, pero sinceros, sobre feminismo; pero sí ha servido para que cumplieran uno de sus fines: silenciar todo debate que no se realice en el sacrosanto espacio de la Universidad; ningunear toda obra: libros, artículos, revistas que no esté escrita por profesoras de su ámbito. Cuando escribí Mujer y Sociedad en 1967 recuperé, des­ pués de la destrucción de todos los documentos y hasta del recuerdo de los trabajos de nuestras feministas pioneras que causaron la Guerra Civil y la dictadura, los textos en que se argumentaba y ratificaba la inferioridad de la mujer y por tanto justificaban su trato discriminatorio respecto al hombre. En aquel de mis primeros trabajos teóricos me dediqué a la recopilación de los datos de la opresión. Los que se hallan en el Antiguo Testamento y el Corán, en los códigos legales de Hanmurabí y de Alfonso X el Sabio, en los tratados de edu­ cación y costumbres de Fray Luis de León y Juan Luis Vives, en las declaraciones de políticos y escritores de bien entrado el siglo XX y en las leyes que seguían dictando, y en el recha­ zo de los partidos de izquierdas y sindicatos a aceptar la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Mujer y Sociedad es el primer tratado exhaustivo que se escribe sobre el tema en España. Pero no sólo en otros países lo desconocieron, sino que incluso en España varias escritoras, años más tarde, se inspi­ raron en él o lo plagiaron descaradamente -lo que no ha impedido que algunas autoras de la fechoría estén considera­ das como grandes teóricas del feminismo.

El caso es que los datos de la opresión, el análisis de la ideología burguesa y religiosa, incluso el estudio de fenóme­ nos singulares, únicos como el de la brujería, o milenarios como el de la prostitución, que investigué y comenté en mi largo estudio para Mujer y Sociedad, han seguido publicán­ dose una y otra vez -sin citarme por supuesto-, como si el pensamiento feminista se hubiese encallado en ese punto al igual que un disco rayado. En definitivas cuentas, llevamos treinta años repitiendo los datos de la opresión femenina sin hallarle la causa. Cuando diez años más tarde escribí La Razón Feminista, había dedicado ese periodo de tiempo precisamente a inda­ gar las causas de la maldita y al mismo incógnita persecución contra las mujeres, constante a través de la historia en todos los países. Y ahora, veinte años después, como en un eterno retorno a que nos ha condenado algún malvado dios machista, las feministas se siguen preguntando por qué las mujeres viven tan precariamente y los hombres se complacen en fastidiarlas. Menos mal que algunas han encontrado la respuesta. La culpa es del género. Eso es lo que nos explican multitud de autoras que hoy se dedican desde las cátedras universitarias a repetir los archiconocidos datos de la opresión femenina. Con motivo de la publicación de mi novela Asesinando el Pasado, María Telo comentó lo acertado del título en momen­ tos en que las jóvenes que imparten clases y pretenden sen­ tar cátedra de estudios sobre la mujer, están asesinando todo lo que sus predecesoras hicieron. Se refería a un infame libro que acababa de publicarse, de dos historiadoras, de cuyo nombre no quiero acordarme, sobre la historia del feminismo en España, que omitían totalmente su nombre. Para esas “profesoras” y “estudiosas” María Telo y la labor que había realizado durante cincuenta años en favor de los derechos de la mujer, no había existido. En esa misma línea -¿conspiración debía decir?- el Instituto de Estudios Feministas de la Universidad Complu­ tense de Madrid, no incluye en el programa de enseñanza de cursos de doctorado a ninguna feminista española. Estudian

las principales líderes estadounidenses, inglesas, francesas, alemanas, italianas, hasta la marroquí Fátima Mernisi autora de elementales confesiones autobiográficas penosamente favorables al Islam, y ninguna española. Esta es una expe­ riencia única en el mundo. Jamás se ha visto que la Universidad de un país no estudie, en primer lugar, la teoría elaborada por los intelectuales patrios. Y en algunos, como los anglosajones, exclusivamente los suyos. Por esta penosa y repetida experiencia no debe extrañar que en otros varios libros que pretenden realizar una reco­ pilación de la trayectoria del feminismo en España, no se encuentren ni el nombre de María Telo o el mío. Pero esta situación ha llegado a su máximo, cuando en las cátedras universitarias en las que se estudian materias relacionadas con el “género”, únicamente se cita a otras profesoras espa­ ñolas o extranjeras, pretendiendo que hasta la arribada de ellas a la Academia la teoría y la práctica feminista en España era un desierto. De tal modo omiten toda obra, libros, artículos, revistas, congresos, debates, en los que no participen ellas. El caso de Poder y Libertad es sangrante, puesto que hoy es la única revista feminista que se edita en España y duran­ te veinte años ha publicado trabajos de cientos de escritoras y escritores feministas, muchos profesores universitarios de decenas de países, y constituye un documento valiosísimo que se compra, se colecciona y se cita en Estados Unidos, Europa, Latinoamérica y Australia, excepto en España. No hay por tanto, nada más penoso que comprobar que las profesoras que se han hecho en la Universidad con los estudios de “género” -la mayoría rehuyen como la peste el término feminista- ningunean a todas las feministas que las han precedido.

LA ARROLLADORA IRRUPCIÓN DEL GÉNERO He de reconocer que la enorme implantación y difusión que ha logrado el término género en la teoría feminista me cogió de sorpresa. En el principio, y con ánimo de burla,

pensé que constituía uno más de los eufemismos con que la burguesía quería evitar pronunciar el siempre conflictivo y vergonzoso, para ella, vocablo “sexo”. Cuando en los años 70 comenzó a utilizarse en los redu­ cidos círculos universitarios que se dignaban ocuparse de los temas feministas, apenas presté atención al uso que se estaba haciendo de tal concepto. Resultaba evidente que constituía un invento universitario -un “constructo” nuevo, según tér­ mino posmoderno- con el claro propósito de vaciar de radi­ calismo al feminismo. Pero, viniendo de donde venía, es decir del universo cerrado, elitista y aislado de la sociedad, que es la Universidad, no imaginé que pudiera imponerse como lo ha hecho en el seno del Movimiento Feminista. Recuerdo una conversación con Milagros Rivera, profeso­ ra de Historia de la Universidad de Barcelona, y hoy directo­ ra del Instituí d’Estudis Histories de la Dona, en la que comentamos la irrupción del término en la Universidad como una forma de despolitizar y moderar el feminismo, que en aquellos días se encontraba en el momento más combativo de su historia en España. Por supuesto, en el mundo en el que viven las mujeres no comprometidas con el feminismo es donde menos influencia han logrado estas especulaciones teóricas, pero no así dentro del propio Movimiento, donde prácticamente todas las diri­ gentes lo utilizan. También en las instituciones estatales ha adquirido carta de naturaleza, y no tanto por la formación uni­ versitaria de los y las dirigentes de dichas instituciones, perte­ necientes a los partidos gubernamentales, sino por la penetra­ ción que de tal término ha logrado la Academia en los centros de poder. No de forma inocente por supuesto. Hay que sospechar, sin miedo al error, que es un “constructo” conceptual de la cultura dominante que encierra toda una teorización destina­ da a contrarrestar el movimiento subversivo en que se había convertido el feminismo, el más novedoso e inquietante de todos los que batallaban en aquel momento contra el poder instituido. Por supuesto con la sumisión complaciente de los profesores universitarios y el apoyo de los rectores culturales, que de tal manera logran mantener la dominación de la ide­

ología involucionista. Y sin la complicidad de los medios de comunicación era impensable suponer que un “constructo” tan neutro y poco atractivo pudiera llegar a implantarse y difundirse con éxito tan rotundo. Pero a esta conspiración era yo bien ajena, tan preocupa­ da como estaba en denunciar las leyes discriminatorias con­ tra las mujeres, la falta de seguridad y la violencia que sufrí­ an todos los días, su marginación en el trabajo, en la política, en la economía, que no me parecía importante atender tam­ bién a las maniobras que se estaban produciendo en la Universidad para acabar con el feminismo. Porque éste es precisamente el propósito que persiguen las profesoras y profesores que se dedican a enseñar los estu­ dios de género. Lo demuestran las mistificaciones, eufemis­ mos, ninguneos y falsificaciones a que se han dedicado sen­ tando cátedra de feminismo.

MISTIFICACIONES, EUFEMISMOS, NINGUNEOS Y FALSIFICACIONES Las mistificaciones, los eufemismos, los ninguneos y las falsificaciones del feminismo se han prodigado, con mucha más frecuencia que en años pasados, aprovechando esos famosos estudios de género. Los temas claves del feminismo se han distorsionado hasta confundir su significado, los pro­ tagonistas han perdido el sexo, las relaciones de reproduc­ ción han desaparecido y se repiten estúpidamente preguntas que habían sido contestadas certeramente hace dos décadas. Los ejemplos son infinitos y por tanto imposibles de repro­ ducir en su totalidad, pero bueno es traer aquí algunos para que no se piense que mis afirmaciones son gratuitas. El repaso de un libro dedicado a Diez palabras claves sobre mujer1 me conduce a la evidencia de que las autoras carecen de toda altura moral, si es que realmente la tienen intelectual.

1 Celia Amorós, rec. Ed. Verbo Divino, Madrid, 1995.

La que firma el capítulo dedicado al “Género”, una tal Rosa Cobo, omite toda mención a autoras españolas que no sean las dos o tres profesoras que pertenecen a su camarilla. Y se atreve a hacer afirmaciones como ésta: “El concepto de género es la categoría central de la teoría feminista”. No la de mujer, ni la de sexo, ni mucho menos las de opresión, marginación, explotación, clase. De tal modo las autoras que no hemos tratado el “género” no hemos escrito feminismo, o por lo menos no sobre “la categoría central” de éste. En definiti­ va no hemos hecho teoría feminista, sino encaje de bolillos. Y así debe ser para ella, cuando añade: “Los estudios de género han modificado el pensamiento social y político al introducir la variable sexo como nueva categoría de análisis. Hasta que esta variable se hizo visible en el pensamiento social y político, la sociedad ha sido analizada y estudiada desde diversos enfoques y con diferentes aparatos concep­ tuales, pero ni uno ni otro han generado una teoría capaz de explicar la opresión de las mujeres.Las primeras reflexiones que se realizan desde estas disciplinas parten de la impoten­ cia teórica para analizar la desigualdad entre los sexos. ” (El subrayado es mío). Como se ve sólo ellas, las que poseen la sabiduría que otorga la Academia llegaron a la verdad y abandonaron en la impotencia a las que se atrevieron a analizar la desigualdad de sexos desde otras perspectivas. Lo más patético de las pretensiones que mantienen de ser las pioneras o precursoras o descubridoras de la teoría femi­ nista es que ninguna de las autoras del “género” han descu­ bierto nada que no hubiera sido denunciado con anterioridad por todas las autoras que las han precedido. La afirmación de que las mujeres se hallan definidas según los papeles asignados socialmente, es la tesis que durante tres siglos hemos defendido duramente todas las teóricas feministas. Hace más de treinta años que escribí Mujer y Sociedad donde, por primera vez después de la Guerra Civil, se analizaban en España exhaustivamente las condiciones de una superestructura ideológica: religiosa, jurí­ dica, social, política, que marginaba a las mujeres por serlo. Y transcurridas más de tres décadas, en un seminario inter-

disciplinar celebrado en la Universidad titulado Mujeres y Sociedad las profesoras que participan en él y que repiten los mismos y manidos conceptos que deberíamos obviar de puro sabidos, ni me citan. Con el mismo criterio, en Diez palabras clave sobre la m ujer se ningunea también a autoras fundamentales esta­ dounidenses, inglesas, francesas, italianas, porque no escri­ bieron sobre género. Ni Sulamith Firestone, ni Evelyn Sullerot, ni Rossana Rossanda, ni Selma James, ni Maria Rosa Dalla Costa, entre otras decenas, merecen su atención. Aquí tenemos a otras cuantas profesoras que pertenecen a ese mundo cerrado, elitista y autista, que tantas veces des­ conoce el mundo real de las mujeres, que desprecia cuan­ to ignora y que considera que lo que ellas no conocen no existe. Y sin embargo esa misma autora se atreve, con un cinis­ mo inigualable, a afirmar que “los estudios de género... extraen de la historia las voces silenciadas que defendieron la igualdad entre los sexos y la emancipación de las mujeres”. Pero solamente las que a ellas les gustan. Es esta misma autora la que nos informa de que los estu­ dios de género surgen a partir de la década de los setenta en EEUU, a consecuencia del resurgir del movimiento feminista, y de que en España se introducen más tarde, en los años ochenta. Pero no hace ninguna mención a la importante obra que tanto en Estados Unidos como en España se había pro­ ducido ya con anterioridad a esa etapa. Ni Kate Millet, que cuando escribe su Sexual Politics era profesora universitaria, y que es citada una sola vez, ni Mary Daly, absolutamente ninguneada en su trabajo, significan nada para esa profesora. Se apoya en Simone de Beauvoir no sólo por ser quien es, sino fundamentalmente -que no creo que nada le impidiera perderle el respeto al mismísimo Dios si no sirviera a sus inte­ reses» porque su exagerada afirmación de que “no se nace mujer sino que se hace”, le sirve de apoyo en la defensa de la teoría del “género”.

LAS MUJERES NO EXISTEN. LOS HOMBRES SI El sexo no existe, vienen a decir estas talentosas teóricas del género. Si las mujeres son tales es únicamente porque el patriar­ cado lo ha decidido así. Pero esta “realidad” que se ha prolon­ gado durante toda la historia -a mí me parece que en la pre­ historia también las Cromagnonas debían construirse su géne­ ro- era desconocida por todos hasta que llegaron las profeso­ ras universitarias de los ochenta del siglo XX y lo descubrieron. Como explica Cobo “los estudios de género, por tanto, brotan de la idea de que el género es una construcción cultural que se ha plasmado históricamente en forma de dominación masculi­ na y sujeción femenina.” Y añade: “Esta jerarquización sexual se ha materializado en sistemas sociales y políticos patriarcales”. Es decir que, según esta autora, en la prehistoria no existía la dominación masculina y la sujeción femenina. Pero preci­ samente la arqueología de “género”, como reproduzco más adelante en palabras de Sorensen, se está dedicando a descu­ brir las formas de esa dominación y de esa sujeción que for­ man la constante en las relaciones de los sexos. “Y solamente en sistemas políticos y sociales patriarcales”. Exacto. Pero ¿es que existen otros? O quizá las matizaciones de Margaret Mead sobre los mungumuro y los arapesh le parecen suficiente material probatorio para decidir que no todas las sociedades son patriarcales, lo que resulta enormemente ingenuo. Todas las profesoras españolas cuyos textos se han publica­ do en los últimos años, se mantienen en la misma línea de Cobo. Aunque algunas añaden matizaciones según su peculiar criterio. Lola G. Luna, asegura que “la jerarquía de los géneros con­ duce al establecimiento de relaciones dominación/sumisión entre el género masculino y el femenino, independientemente de cual sea el sexo de las personas que ocupan los espacios sociales de género, en las relaciones de género”. (El subrayado es mío) El caso es que todas y todos creíamos que esas “relaciones de género”2 estaban determinadas por el sexo. Es decir que la 2 Ya he demostrado en La Razón Feminista cómo esas relaciones son relaciones de producción, es decir de reproducción. En la misma línea ver: Meillasoux, Marvin Harris y Godelier.

situación de marginación y menosprecio social que sufren las mujeres se debe precisamente a su sexo, que “casualmente” es el sexo reproductor. Que el hecho de ser hombre, es decir de poseer órganos genitales masculinos le hacía, desde el nacimiento, objeto de un aprecio social inmerecido pero san­ cionado por leyes, religiones, costumbres. Los usos familiares y sociales citados para comprender esto, infinitos, describen el color de las ropas, los regalos, las fiestas, las felicitaciones que reciben los padres de un varón, y la tristeza que rige el nacimiento de una hembra. Pero he aquí que Luna, con muchas otras, nos viene a decir que los géneros son una construcción social inventada en el vacío. Porque sí, porque en algún momento a malos genios se les ocurrió dividir el mundo en términos de pape­ les a cumplir socialmente por los individuos y después atri­ buyen al buen tuntún unos u otros a las personas, indepen­ dientemente de los órganos sexuales que éstos posean. Y para demostrar semejante disparate añade un estúpido ejem­ plo: “A título de ejemplo, la práctica de la enfermería es una actividad de género femenino y la de la medicina de género masculino. Desde el punto de vista de las jerarquías, la medi­ cina se halla en un rango superior a la enfermería incluso en el caso de que sea una mujer quien ejerza la medicina y un varón quien ejerza la enfermería, porque, por encima de todo, las relaciones de género son relaciones de carácter jerárquico.” ¡Ea, y se quedó tan fresca! Todos creemos que la medicina es un rango superior de la enfermería porque precisa muchos más años de estudio y de práctica que la enfermería, porque se dedica a diagnosti­ car, a medicar y a operar y ésta no, y por todo ello, sea quien sea quien ejerza la medicina tiene más categoría que el enfer­ mero o enfermera. Por ello, durante siglos se les impidió a las mujeres estudiar medicina, precisamente para que no alcanzaran una jerarquía superior. Pero por lo visto Lola G. Luna está dispuesta a dejarse intervenir quirúrgicamente por una enfermera. No se si la única condición que pondrá será la de que sea mujer. En esta misma línea de análisis continua diciendo que “En nuestra sociedad, la última instancia de esta jerarquía se mani­

fiesta por la supeditación de las personas y quienes las cui­ dan a las cosas y quienes las producen, independientemente de cual sea su sexo”. Conocido es públicamente, y analizado ha sido exhaustivamente por los sociólogos, que cuando las mujeres logran penetrar en el coto cerrado de una profesión que hasta aquel momento ha sido exclusivamente masculina, ésa se degrada inmediatamente: se rebajan los ingresos que percibe las trabajadoras, pierde consideración social y los hombres desertan de ella considerándola ya cosa de mujeres. Pues bien, Luna sigue haciendo disquisiciones caóticas sobre las jerarquías del género y del sexo, que únicamente condu­ cen a no saber ya quien ni que es hombre o mujer. Y ese es el resultado deseado. Porque la pretensión de todas estas autoras es precisamente demostrar que no existen hombres ni mujeres. Sólo géneros. Todas comienzan citando la fatídica frase de Beauvoir de que no se nace mujer y a partir de aquí las elucubraciones se prolongan para explicar...que las mujeres no existen. Los hombres sí.

COMO 1A ATREVIDA AFIRMACIÓN DE BEAUVOIR LLEVA A CONCLUSIONES SIN SENTIDO Y A LA NEGACIÓN DEL CUERPO De tal modo las disquisiciones que ocupan desde hace varios años a las profesoras del género han concluido en que la construcción del género es en realidad la construcción de las mujeres, ya que las autoras usan aquel término como sinónimo de éste. Por lo visto las mujeres se construyen como si fueran muñecas. Cierto es que la cosificación a que los hombres someten a las mujeres negándoles personalidad propia, hasta el grado de privarlas de identidad, permite usar esa imagen, muy repetida, en la que las mujeres son comparadas con las muñecas. El cali­ ficativo de “muñeca” se usa en varios idiomas para referirse a mujer. Pero de este simbolismo a la realidad queda el trecho que siempre separa el símbolo del cuerpo real. Y las mujeres reales existen, mal que les pese a las teóricas del género.

La teoría de que las mujeres no existen, sino que única­ mente constituyen un constructo cultural, corresponde a una extrapolación de las denuncias que hemos realizado las teó­ ricas feministas desde hace doscientos años, comenzando por María de Zayas y Mary Wollstonecraft, de que la superestruc­ tura ideológica elaborada por los hombres somete a las muje­ res a discriminaciones y opresiones no merecidas. Pero cuando esa influencia que la cultura dominante ejerce sobre la construcción de la personalidad femenina se convierte por las teóricas del género en deidad a la que se sacrifica todo otro análisis, se puede llegar a conclusiones tan disparatadas como las del científico que estudiaba las pulgas. En La Razón Feminista ya utilicé esta parábola para describir las estúpidas conclusiones a que puede llegar una investigación dirigida por la parcialidad, y aquí me complazco en exponerla de nuevo. Un especialista en pulgas sitúa al ejemplar objeto de su estudio encima de una mesa y le ordena: “¡pulga, salta!”, y la pulga da enormes brincos según le permite su código gené­ tico. A continuación el investigador le arranca una pata y vuelve a gritarle: “¡Pulga, salta!”. La pulga lo hace pero con la dificultad de la mutilación. El experimento continua arran­ cándole, una por una, todas las patas, hasta que eliminada la última, la pulga ya no puede moverse. A continuación, el científico escribe en su bloc de notas, “cuando a las pulgas se les arrancan las patas se quedan sordas”. Muy parecidas son las conclusiones a que están llegando las autoras del género. Lo peligroso de análisis tales puede verse claramente en los comentarios que sobre Beauvoir realiza Judith Butler, en su trabajo “Variaciones sobre Sexo y Género. Beauvoir, Wittig y Foucault”. Butler en un detallado estudio sobre la ya famo­ sa tesis de Beauvoir acerca de la construcción cultural de la identidad femenina, analiza críticamente cómo ésta se esfuer­ za en el desarrollo de su obra en convencernos de que “lo que llegamos a ser no es lo que somos ya, el género se halla desalojado del sexo”. (El subrayado es mío). Esta es la tesis que mantienen la mayoría de los autores y de las autoras que han hecho del estudio del “género” el tema central de sus investigaciones. El sexo no existe, vienen a

decir. Si han de aceptar con indiferencia la corporalidad de unos órganos genitales que todos poseemos -supongo que ellos y ellas incluidos- no dan más importancia a tal hecho que al también evidente de que todos poseemos piernas. Incluso las funciones que cumple tal sexo son menos impor­ tantes para ellos que las facilidades que para desplazarnos nos proporcionan los miembros posteriores. La identidad femenina, la identidad sexual, el papel que socialmente cum­ ple a cada uno de los miembros de la pareja humana, todas las discriminaciones que sufren las mujeres y todas las venta­ jas de que disfrutan los hombres, están únicamente condicio­ nadas por una cultura patriarcal, especialmente opresiva con­ tra el género femenino, cuyas motivaciones todavía son des­ conocidas. Por lo cual, todos estos autores y autoras están embarcados en la ardua tarea de descubrirlas, cosa que, al parecer, no les es especialmente fácil ni exitosa. Porque la realidad que existe más allá de elucubraciones idealistas de profesoras y profesores universitarios y teóricas del género es que la superestructura cultural que opera sobre la persona mujer, se construye sobre los cuerpos sexuados. En el mismo momento del nacimiento, y aún antes, en la expectativa de éste, la imagen social que se proyecta sobre el nuevo ser está complejamente estructurada sobre unos cuer­ pos conocidos que poseen unos atributos sexuales determi­ nados. No se adjudican los papeles sociales, o “genéricos”, a boleo, como si se tratase del reparto en una rifa. Si ese fuera el caso no habría problema, precisamente. Es un problema porque siempre se atribuye a las mujeres los mismos defectos y carencias y se las hace objeto de las mismas discriminacio­ nes y opresiones. Precisamente la reivindicación feminista consiste en que el sexo no sea el determinante de la atribu­ ción de determinados papeles sociales. Y que esa atribución, que incluye no sólo el reparto de las tareas más depreciadas, peor retribuidas y mal consideradas socialmente para las mujeres no sea sólo injusta sino además forzada. Forzada mediante la enculturación desde el naci­ miento y en el caso de rebelión incluso por la violencia. Este es un tema de perpetua actualidad y siempre doloroso que mejor sería no olvidar.

Señala Butler que resulta extremadamente inapropiado, como hace Beauvoir, aplicar a la mujer la reflexión de Sartre en el Ser y la Nada cuando afirma que “mi cuerpo es un punto de partida que yo soy y que al mismo tiempo sobre­ paso”. Precisamente porque esa libertad de elección que incluso en el hombre más maltratado -siempre que no se trate pura y simplemente de un esclavo- le permite realizar alguna parte de su proyecto vital, es la que le falta a la mujer. Por eso no es un hombre. Por eso desde Engels se comienza a denunciar que en la familia el papel del hombre es el de burgués y el de la mujer el del proletario. Por ello mismo Flora Tristán afirmó, muy acertadamente, que más explotada, más oprimida aún que el proletario está su mujer. La mujer está imposibilitada de elegir su “género”. Es decir, su futuro, su destino, anclada como se halla a su especialidad repro­ ductora. Pero del mismo modo que se repudia la inevitable ads­ cripción de lo femenino a un cuerpo de mujer, la idea que comenta Butler que nace con Simone, de que el Yo masculi­ no es un alma no corpórea, resulta igualmente equivocada. Los hombres se identifican con su cuerpo y aman sus atribu­ tos viriles. Admiran un cuerpo magro, musculoso, cuyos órga­ nos genitales externos les parecen hermosos, limpios, fáciles de reconocer, de comparar con los de otros compañeros, horrorizados de la caverna oscura y húmeda de la vagina, que esconde en su seno no se sabe qué Circes ni que sirenas capaces de amputarles su poderoso pene, y a la que mal que les pese tienden, arrastrados por la pulsión sexual. Quizá sea bueno recordar las teorías de Platón, seguidas por otros muchos teóricos, de la “necesidad” de aparearse con hembra y crear familia, frente al verdadero placer que proporciona la relación homosexual, muy superior en anhe­ los y objetivos, en compenetración y elevación de espíritu. Recordar aquí la simbología fálica que recorre todos los siglos y todas las culturas me parece un ejercicio inútil, aunque quizá sería bueno hacerlo para aclarar este nuevo mito de la masculinidad.

SIN IDENTIDAD SEXUAL Y TAMBIEN SIN MATRIZ NI OVARIOS La necesidad de poner en cuestión la “natural” tendencia heterosexual de la mujer, desde la perspectiva lesbiana -y véase como los teóricos del patriarcado no han defendido con los mismos argumentos la conducta masculina, preten­ diéndola mucho más cultural que biológica-, ha llevado a ciertas autoras a exagerar la influencia de la cultura represiva dominante, con pérdida del sentido de lo real. Butler, en su trabajo mencionado, comenta el esfuerzo teó­ rico de Wittig que con el fin de defender el lesbianismo, en la misma línea de Beauvoir -es significativo que su texto se titule No se nace mujer- declara la inexistencia de la mujer como una sola identidad sexual. Su objetivo es legítimo pero la necesidad de denunciar la persecución de la homosexuali­ dad por parte de las sociedades patriarcales y de reivindicar otras opciones sexuales, no puede llevar a negar la existencia no sólo de deseos sexuales heterosexuales en muchas muje­ res, sino incluso la corporalidad de los órganos reproductores que la naturaleza, sea lo que ello sea, les ha puesto en el vientre. Que algunas hayan alcanzado el derecho de escoger si los usan o no, es otra cuestión. Pero eso significa que la respon­ sabilidad de reproducir las generaciones venideras se la hemos dejado a las pobres de cualquier mundo, lo que dice bastante poco en favor de las ricas, y precisa de una más pro­ funda reflexión desde la teoría feminista, que bueno sería que produjera un serio y productivo debate3, tan ensimismadas como este sector de profesoras se halla escribiendo sobre el género. Diríase que nos hallamos en el tiempo en que se dis­ cutía el sexo de los ángeles. Diríase también que después de tantos años repitiendo lo evidente no deberíamos tener que volver sobre ello.

3 Ver Lidia Falcón La Razón Fem inista-La Reproducción H u m an a, tomo II, I a edición Editorial Fontanella 1982, Barcelona; 2a edición resu­ mida, Vindicación Feminista 1990, Madrid.

LAS MUJERES CONSTRUYEN INTENCIONADAMENTE SU GENERO Y DE COMO FOLLAR NO ES LO MISMO QUE PARIR Butler comenta en su texto la afirmación de Beauvoir de que la construcción del género es un acto intencional y apropiativo del que participa la propia mujer: “Para Beauvoir llegar a ser mujer es un conjunto de actos inten­ cionales y apropiativos...un “proyecto” en términos sartrianos”. En definitiva, la tesis de Beauvoir, reafirmada por Wittig es la de que el género constituye una elección per­ sonal como proyecto cultural. Examinando las opciones personales tomadas por estas dos autoras, Beauvoir y Wittig, se comprende el significado de tal afirmación: ellas se niegan a ser determinadas por el sexo biológico y las funciones de su fisiología. Ambas esco­ gieron destinos bien diferentes a los que sufren la mayoría de las mujeres. Si la primera se mostró casi siempre heterose­ xual, no por ello aceptó las servidumbres habituales que impone generalmente la relación amorosa y sexual con los hombres. No sólo rechazó la maternidad sino que rehuyó efi­ cazmente la convivencia con Sartre y el cuidado y manteni­ miento de un hogar común. Wittig hace del lesbianismo su opción no sólo sexual sino también vital e ideológica. Pero ninguna de las dos constituye el ejemplo universal para las mujeres. La propia Butler manifiesta sus dudas respecto a la pro­ piedad de semejante definición cuando se pregunta: “¿Cómo vamos a encontrar el cuerpo que preexiste a su interpretación cultural? Si el género es la corporeización de la elección, y la enculturación de lo corpóreo, ¿qué le queda entonces a la naturaleza, y en qué se ha convertido el sexo? Si el género es determinado en la dialéctica entre cultura y elección ¿a que rol sirve entonces el sexo?”. Realmente podría parecer una broma hacerse la pregunta de qué le queda a la naturaleza. Cierto es que en nuestra época estamos viendo avances importantes tanto en control de natalidad como en las técni­ cas reproductivas. Ya no es condición sine que non tener un embarazo en cada coito. A la vez se están fabricado niños de

encargo, se utilizan embriones congelados y esperma de ban­ cos para darle oportunidad a las mujeres infértiles de fabricar sus propios niños, pero no sólo una ínfima parte de todos los seres humanos nacidos en los últimos tiempos han sido engendrados de tal modo, sino que precisamente el último paso de todas esas manipulaciones es el de insertar en la barriga de alguna mujer -sea joven o vieja, madre propia o de alquiler- el resultado de tales experimentos, para que en el término inalterable de nueve meses de gestación de a luz o se someta a una cesárea para traer al mundo al nuevo bebé, que cuidará con las técnicas idénticas a como lo han hecho las hembras humanas -y yo diría que mamíferas- desde el principio de los tiempos. Pero es que si bien la elección sexual, objeto de las refle­ xiones de Wittig, puede ser alterada y contrariada respecto a la norma social imperante, a pesar de las prohibiciones y represiones del poder y del entorno familiar, es imposible hasta hoy alterar y contrariar el método reproductor. Por ello, Butler comenta con acierto que la teoría de Wittig es alar­ mante, entre otras razones por la insinuación de que “el dis­ curso sobre el sexo crea el inapropiado nombre de anato­ mía”. De tal modo podría entenderse que las diferencias entre los cuerpos constituyen un profundo engaño que se han per­ mitido las culturas de modo universal. Pero la propia Butler disculpa a Wittig asegurando que no es eso lo que esta auto­ ra pretende sino que “al diferenciar las criaturas del modo que lo hacemos recapitulamos la heterosexualidad como una precondición de la identidad humana, y proponemos esta norma constrictiva disfrazándola de hecho natural”. Podemos aceptar que la heterosexualidad obligatoria es una norma constrictiva, puesto no todos los seres humanos desean disfrutar del placer sólo con el sexo contrario, pero hay que aceptar también que muchos lo aceptan y otros son bisexuales, y que sus opciones debemos entenderlas tan váli­ das como las otras. De lo contrario podríamos suponer que Wittig está defendiendo el lesbianismo como la única opción sexual para las mujeres, cosa que me parece demasiado estú­ pida para que tal haga esta autora. Mas lo indiscutible es que la heterosexualidad sí es la precondición de la supervivencia

de la especie. Y que en razón de tan poderosa razón se ha impuesto mayoritariamente como opción amoroso-sexual. Solo cuando logremos reproducirnos artificialmente, podre­ mos afirmar que no hay precondición de identidad humana en ninguna opción sexual.

EL ETERNO RETORNO, O COMO LOS ESTUDIOS DE GENERO REPITEN LO SABIDO TREINTA ANOS ATRÁS, O COMO TODA LA CULPA ES DEL GÉNERO Jill K. Conway, Susan C. Bourque y Joan W. Scott recuer­ dan4 que Talcott Parsons era, en Estados Unidos, el teórico social cuyo punto de vista sobre la familia y los papeles de los hombres y las mujeres en las sociedades modernas mol­ deaba el discurso convencional. Estas autoras comentan que Parsons sostenía “en tres ensayos contenidos en el volumen Family, Socialization and Interaction Process, escritos a comienzos de los cincuenta, que los papeles de género tie­ nen un fundamento biológico.” En España y también en el resto de Europa, encontramos a otros muchos sociólogos, médicos, psicólogos y psiquiatras, políticos y religiosos, que han afirmado lo mismo durante un siglo, y especialmente en nuestro país durante la dictadura fran­ quista argüyeron incansablemente que el destino “natural” de la mujer era la maternidad y el cuidado posterior de los hijos, y su lugar en el seno de la familia el de sumisión al marido. Botella Llusiá, Vallejo Nájera, López Ibor, entre muchos otros, lo argu­ mentaron con supuestas pruebas científicas que no eran más que supercherías. Los curas y los obispos amenazaron con las penas eternas a las malas mujeres que rechazaban su sagrada misión eligiendo una profesión en vez del matrimonio, o que abandonaban marido e hijos para seguir pecaminosas ambicio­ nes. El dictador y sus secuaces impusieron leyes y normas que 4 El Concepto d e G énero-El G énero-La construcción de la diferencia sexual. Las ciencias sociales, Estudios de Género, Universidad Nacional Autónoma de Méjico, 1996.

condenaban a penas de prisión a las mujeres que abandona­ ran el domicilio conyugal, que cometieran adulterio, que uti­ lizaran medios anticonceptivos o practicaran un aborto. Pero incluso políticos de izquierda se mostraban partidarios de las mismas tesis, como Indalecio Prieto cuando afirmó que la concesión del voto a la mujer por la II República le repelía como lector de Moebius que era. Nada nuevo nos aportaba Parsons que no hubiéramos leído y sufrido en el curso de muchas páginas escritas con un estilo semejante. Las afirmaciones de Parsons convergían con las de otros muchos teóricos de las ciencias sociales, médicos, biólogos, que maquillaban de científico prejuicios tan viejos como el Antiguo Testamento. En contraposición a estos esquemas reaccionarios, algunas autoras, desde los años cincuenta, nos manifestamos y escri­ bimos desde el feminismo, defendiendo otras opciones para las mujeres con el convencimiento de que poseían capacida­ des y ambiciones de más largo alcance, que habían sido cer­ cenadas y reprimidas por el poder patriarcal, el cual se servía para dominar a las mujeres de los conocidos medios coerciti­ vos educativos, religiosos, legales. Eso es lo que nos dicen las autoras Conway, Bourque y Scott: “El/la estudioso/a que busca comprender cómo el peso relativo de cada género puede cambiar en relación con los conjuntos opuestos de valores culturales y fronteras sociales establecidos, impulsando a su vez el reordenamiento de todas las demás categorías sociales, políticas y culturales, aprende mucho acerca de la ambigüedad de los papeles de género y de la complejidad de la sociedad.” Ea, y para llegar a esta conclusión les ha hecho falta estudiar durante treinta años.

LA HEGEMONÍA DEL GÉNERO O COMO ACABAR CON EL MOVIMIENTO FEMINISTA. CUESTIONES LINGÜÍSTICAS. DIFERENCIAS ESENCIALES ENTRE LOS TÉRMINOS GÉNERO Y FEMINISMO. En definitiva, se ha modificado la denominación del suje­ to a estudiar por la teoría feminista para evitar poner el acen­

to en las cuestiones estructurales de la opresión femenina. Siguiendo una táctica ya conocida en las técnicas publicita­ rias, cambiando el lenguaje se han cambiado las condiciones reales de la existencia. Esto es lo que se puede entender, mejor que cualquier otro ejemplo, como realidad virtual. Si se habla de género y no de sexo y de estudios de géne­ ro y no de estudios de feminismo, hemos desviado la atención de las mujeres reales a un constructo cultural que nadie cono­ ce, y si no hablamos de feminismo no hablamos de denuncias, de luchas, de cambios fundamentales, de revolución en suma, sino de análisis científicos, que contienen la misma conflictividad que la que puede encontrarse en la descripción de las diferentes partes de los insectos realizada por un entomólogo. Una muestra de las esenciales diferencias que separan el término género del de feminismo, nos la da la sincera expli­ cación de M.L.S. Sorensen. El autor es arqueólogo y en su tra­ bajo “Arqueología del género en la arqueología europea: refle­ xiones y propuestas^ sobre las diversas tendencias de la arqueología actual, en relación al papel asignado a la mujer en las sociedades prehistóricas, señala que “es oportuno reco­ nocer que se han desarrollado diferentes enfoques y que el mantenimiento de una distinción entre arqueología feminista y arqueología del género es útil para preservar una de las diferencias más básicas”. “Así pues, debemos ver a la arqueología feminista como aquella influida directamente por la crítica feminista en parti­ cular, en lo que a ciencia y conocimientos se refiere. Tiene por objeto demostrar la presentación injusta e imprecisa de las mujeres y también mejorar la posición de las mujeres. Este objetivo significa que la arqueología feminista tiende a poner el acento en la mujer a través de medios que pueden com­ pararse con una discriminación positiva... La arqueología del género...muestra mayor interés por la relación entre hombres y mujeres como dinámica fundamental de la sociedad. Trata de entender cómo afecta esta relación a la sociedad, y cómo podría expresarse y negociarse”6.

6 Obr. cit. pág. 111.

En este párrafo resulta meridiana la distinción entre estu­ dios feministas y estudios de género: los primeros pretenden demostrar la posición injusta de las mujeres y mejorarla, los estudios de género se interesan por la relación entre hombres y mujeres y negociarla. De la confrontación a la negociación, de la reivindicación al estudio, de la discriminación positiva al mantenimiento de lo existente. De lo rebelde, subversivo, enfrentado al poder, a la aceptación, la conformidad, la armo­ nía. En definitiva, apagar el incendio, desradicalizar los análi­ sis de la condición femenina, buscar la conformidad del poder, que la dará si las demandas de las súbditas son mode­ radas. Pequeñas reformas que no pongan en cuestión los basamentos de su autoridad, que no supongan apenas cam­ bios ni gastos para el sistema, y que si se tardan en cumplir se recurra a la tradicional paciencia femenina, en la confian­ za de que el patriarcado está hoy regido por un compasivo y paternalista patriarca. Ese es el objetivo de sustituir el lenguaje de denuncia por el de mistificación de los términos. Enrique Gomáriz7 explicita el cambio sufrido por los estu­ dios feministas con la complacencia del cuerpo docente uni­ versitario, entre el que naturalmente se encuentra él mismo. Con asombro encuentro este párrafo: “Después -se refiere a los cambios sufridos en los años 8 0 - tuvo lugar el desarrollo de la teoría de género que -bastante más cuidosa de su rigor interpretativo- amplió profundamente la modificación del escenario teórico: no sólo mostró los límites del paradigma del patriarcado, sino que con ella perdieron fuerza las viejas tesis - leninistas- de la dominación volitiva consciente del Estado y la población masculina sobre las mujeres”. (El subra­ yado es mío). Si alguna duda nos cabía sobre la identificación que los ideólogos de la derecha establecen entre feminismo radical y comunismo, o leninismo como en este caso, ahí tenemos este párrafo de Gomáriz. Afirmación que se contradice en el último renglón de su artículo cuando defiende la articulación de los estudios de 7 Los estudios d e gén ero y sus fu en tes epistem ológicas: p eriod ización y perspectivas, Isis Internacional, 1992, Ediciones de las Mujeres ns 17-CCit.)-

género, en un cuerpo más amplio, en el que “el motor-teóri­ co valórico estará del lado de las mujeres, al menos hasta que la relación intergenérica deje de darse en términos de domi­ nación,es decir, hasta que la realidad social cambie profun­ damente”. O sea que las relaciones “entre géneros” se pro­ ducen en términos de dominación -entendiendo claramente de dominación de las mujeres- pero esta dominación al pare­ cer no es una “dominación volitiva consciente” no ya del Estado, sino ni siquiera de los hombres. Debe tratarse de un destino homérico o de una maldición de Jehová. Para Gomáriz los estudios de género llegaron a “acla­ rar” el confuso panorama feminista, así como a sistematizar y a construir tesis que demostraron un mayor rigor acadé­ mico y que abrieron notablemente el abanico de sus escue­ las y propuestas. Algunas de estas propuestas se hallan cla­ sificadas en el artículo del autor, en el que se detallan tres ópticas: “a) la antifeminista, cuya convicción es de que lo mejor para las mujeres es mantener su condición tradicio­ nal, b) la postfeminista, que critica aspectos parciales del feminismo, especialmente al activismo impenitente (sic), por cuanto considera que su papel ya se ha cumplido y que ahora la emancipación femenina se dará por deslizamiento social (sic), c) la neofeminista, que hace un balance crítico del feminismo”. En definitiva, lo que Gomáriz celebra es que los estudios de género hayan concluido con ideas equivocadas como sucedió con otros movimientos de liberación. O con una visión unilineal del poder únicamente masculino, para subra­ yar las estructuras de poder entre las mujeres, y también enfa­ tizar la capacidad de manipulación emocional de las madres. En definitiva, todo lo que “guarda relación con la crítica gene­ ral a la necesidad de mostrar solo la condición de víctima de la mujer”. Con palabras de Gomáriz, se trata de “no silenciar la capacidad (de la mujer) de ser también victimarías cuanto tienen superioridad física y psíquica para ello” y se atreve a añadir que “el matrato de niños -incluido el infanticidio es obra principalmente de mujeres”. Señalando cuestiones tangenciales, que aunque induda­ bles no modifican la principal, como la maldad o bondad de

las mujeres, la capacidad de manipulación de las madres, la posibilidad de que estas maltraten o maten a sus hijos, o las equivocaciones del feminismo en sus posturas políticas, se inicia un camino de críticas que desvían rápidamente la aten­ ción de las denuncias contra las explotaciones y las opresio­ nes que padecen y que logran hacer parecer obsoletas por lo antiguas y repetidas. De tal modo, la teoría del género pon­ drá el acento en los errores del feminismo, en las maldades que pueden cometer las mujeres y en la victimización de los hombres a sus manos. Como ven todo un tratado de antife­ minismo.

HACIA UN LENGUAJE BLANDO (O LIGHT). EN EL REINADO DE LOS TÉRMINOS ASÉPTICOS La estrategia de tal actuación resulta evidente. Sustituyen­ do los términos “sexo” “feminismo” “clase”, e incluso mujer y hombre por “ género” se logra no sólo despolitizar todo con­ texto y referencia a las contradicciones intrínsecas que enfrentan a hombres y mujeres, sino también obviar cualquier mención de “lucha” y mucho más de “lucha de clases” o “lucha de sexos” -al fin y al cabo es imposible decir, más que en el seno de la absoluta estupidez, que existe lucha de géne­ ros, puesto que las luchas no se pueden librar entre concep­ tos sino entre personas físicas, aunque se refieran a un uni­ verso colectivo como es el de la clase. Refiriéndose a la “violencia de género” en vez de a la “vio­ lencia contra la mujer”, ya no existe la evidencia de que esa violencia es de los hombres contra las mujeres, siendo éstas las únicas víctimas, sino que utilizando un término neutro como el de género, el conflicto se convierte en un conflicto “generalizado”, en el que tanto, hombres como mujeres, pue­ den ser las víctimas. “Cualquiera”, es decir “cualquier géne­ ro”, puede ser víctima de la violencia, y “cualquiera” puede ser también el agresor.

GÉNERO Y ROLES SOCIALES Cierto es que las y los autores que utilizan el término “género” lo hacen porque consideran que la adscripción de los hombres y mujeres a unos u otros roles sociales es un “constructo” social, a diferencia de la determinación biológi­ ca del sexo. Entendido de tal modo podemos aceptar, con ellos, que, desde la perspectiva actual de los países ricos, no es impres­ cindible, ni constituye un correlato ineludible que sean siem­ pre las mujeres las que frieguen platos y hagan la compra, cocinen, cosan, laven y planchen, frieguen suelos y cristales, preparen desayunos y meriendas, lleven los niños al colegio y vayan a las reuniones de la escuela. Pero como ya he dicho repetidamente, sí es imprescindible, a pesar de que la mayo­ ría de las clases de esos países tienen la más alta renta per cápita del mundo, y de que disfrutan de todos los avances técnicos, tecnológicos y sanitarios, que las mujeres se emba­ racen y gesten y paran y amamanten -todavía hoy los médi­ cos siguen haciendo propaganda para que las madres lacten a sus hijos-. Y si es así, todo lo demás se les da por añadi­ dura, como dice el Evangelio.

¿GENERO?, ¿QUE ES EL GÉNERO? ¿QUE CLASE DE GENERO? ¿A QUE GÉNERO DE ROPA NOS REFERIMOS? ¿QUE GÉNERO DE VIDA QUEREMOS? LOS CONFUSOS Y HASTA ESPUREOS USOS DEL TÉRMINO Aunque el término género está siendo utilizado para sig­ nificar multitud de conceptos que ya tenían palabra propia en todos los idiomas, fundamentalmente se usa como sinó­ nimo de mujer. Y si resulta bastante claro porqué no se desea mencionar feminismo ni opresión ni explotación, todavía no puedo comprender que hay de malo en la pala­ bra mujer.

Martha Elena Vernier8 demuestra sentido del humor cuan­ do comentando el uso tan variado y mistificado del término dice: “Al parecer, la palabra se lexicalizó para convertirse en sinónimo de “mujer”; no de otra manera se entienden frases como éstas, extraídas de periódicos: “el género, en la ciudad, aún condenado a la marginación y el silencio”; “la lista pen­ diente en política de género es todavía larga”; “en materia de género la hegemonía ideológica es monocultural”; “continúa ausente la indígena con su doble problemática: la de género y pertenencia étnica”; “para diagnosticar la situación de géne­ ro, 52 por ciento de los habitantes de la ciudad de Méjico son mujeres”; “en un proceso de toma de conciencia actuar como mujeres protagónicas, con audacia de género”. Estas provie­ nen de textos académicos: “restos cambiantes o sociales desde una perspectiva de género”; “población, medio ambiente y género”; “dimensiones humanas del cambio glo­ bal desde una perspectiva de género”; “raza, clase, género” (una de las acepciones es justamente “clase”) Y con justa ironía añade: “Pero si abundan textos como éste, “la literatura de mujeres designa un conjunto de pro­ ductos literarios firmados por mujeres (es decir obras cuya firma tienen valencia sexuada) sin que estas obras internali­ cen o se hagan cargo de una reflexión sobre la problemática de los géneros ni sobre las construcciones de lenguaje que textualizan la diferencia genérico sexual” convendría advertir a los usuarios del término que también con palabras se cae en excesos”. Sin duda.

LO QUE NOS DICE EL DICCIONARIO Como primera medida, al abordar la crítica del uso que se está dando al término “género”, resulta indispensable consultar los diccionarios. La primera acepción del de la Real Academia de la Lengua dice: “conjunto de seres que tienen uno o varios caracteres comunes”, se aplica de forma general - “genérica”- a toda la especie humana: “género humano”. Esta plural desig­

nación se entiende puesto que tanto los hombres como las mujeres poseen caracteres comunes. En consecuencia, el tér­ mino induce a confusión si se aplica para atribuir unas cuali­ dades u otras a aquellos o a éstas. La segunda acepción: “forma o manera de hacer una cosa”, menos nos aclara por qué se ha escogido el término género para definir a las mujeres y a los hombres, a menos que se deba deducir de él que unas y otros tienen maneras distintas de “hacer las cosas”. La tercera: “clase a que pertenecen personas o cosas”. La posibilidad de que sean “cosas” las que pertenezcan a un género enreda la clarifi­ cación del término, pero resulta más curioso aún que pueda significar así mismo “clase”, cuando tal categoría es rehuida como nefasta del diccionario de los y las “feministas” del “género”. Las siguientes acepciones resultan, si cabe, más inapropiadas e incluso ridiculas, provocadoras de toda clase de burlas: “en el comercio cualquier mercancía” “cualquier clase de tela”. Paño y tela sinónimos y género de punto. Las definiciones gramaticales del término género, han sido acuñadas desde que se creó la gramática, y no pueden ser ni confundidas ni utilizadas en otro sentido: “clase a la que per­ tenece un nombre sustantivo o un pronombre por el hecho de concertar con él una forma, y generalmente sólo una, de la flexión del adjetivo y del pronombre. En las lenguas indo­ europeas estas formas son tres en determinados adjetivos y pronombres: masculina, femenina y neutra”. El diccionario del Uso del Español de María Moliner nos informa más ampliamente del uso del término. En cuanto al género gramatical apunta que siendo un “accidente gramati­ cal por el que los nombres, los adjetivos, artículos y pro­ nombres pueden ser masculinos, femeninos o neutros (sólo los artículos y pronombres)” , “tal división responde a la naturaleza de las cosas solamente cuando esas palabras se aplican a animales los cuales pueden ser machos (género masculino) o hembras (género femenino)”. Moliner añade que se usa el término en relación a ciertas particularidades que presentan algunas palabras en su empleo: género común, género ambiguo. Género de vida: enlace muy frecuente: “Ese género de vida no es para llegar a viejo”.

Otras acepciones dan lugar a nuevas y humillantes burlas: Ser una cosa del género bobo (tonto). “Ser una tontería: “Es del género tonto creer que me engañáis con eso”. Diríase que a las mujeres -¿pertenecientes al género tonto, quizá?- las han engañado claramente con semejante utilización del vocablo. Por tanto, cuando el término género viene aplicado a la gramática del lenguaje: el de los nombres substantivos que significan personas, animales e incluso cosas, se refiere a la clasificación por sexos, pero por sí misma no contiene nin­ guna implicación política ni económica ni cultural. Otras definiciones hacen referencia al teatro como “géne­ ro chico”, a la escritura y a la pintura, “dícese de las obras que representan escenas de costumbres o de la vida común y de los artistas que las ejecutan. Pintor de género, cuadro de género”. Tampoco en inglés, idioma en el que utilizaron el vocablo los primeros autores, el término gender figura en los diccio­ narios con la nueva acepción de estudio de las separaciones sociales de los sexos. El Dictionary o f Modern English Usage de Fowler dice: “gender is a gramatical term only. To talk of persons or creatures of the masculine or feminine gender, meaning of the male or female sex, is either a jocularity (permissible or not according to contex) or a blunder” Vinder comenta, con su habitual ironía, refiriéndose al texto de otra autora que: “Escoger esta definición tan mal hecha es un acierto para el contenido de su texto” y añade: “Pero habría sido fácil desdecir a Fowler consultando el Webster’s, en el cual se lee, en una de las acepciones, que gender significa sex, acompañada por una frase de Dickens: “Black divinities of the feminine gender”. Y bien, si las palabras gender o género significan mujer o sexo, ¿por qué hay que utilizar aquellas en vez de éstas? ¿quizá las clásicas son demasiado claras?

Y EL TÉRMINO GÉNERO DEMASIADO CONFUSO No solo género puede significar mujer o sexo, y por tanto es perfectamente intercambiable con dichas voces, sino que

al parecer, para según qué autoras9 no significa tampoco nin­ guna de ellas. Lola Luna asegura que se supeditan las personas y quie­ nes las cuidan, a las cosas y quienes las producen, indepen­ dientemente de cual sea su sexo. Esta especulación permite suponer, por tanto, que el género pueda ser socialmente con­ trario al sexo. Pero, por lo menos en nuestras modernas sociedades, esto no ocurre nunca. Algunos antropólogos cuentan que en determinados pue­ blos un hombre puede convertirse en mujer adoptando deter­ minados vestidos y realizando tareas llamadas femeninas. Al revés es más escaso el ejemplo. Pero ninguna de las actitudes adoptadas en las sociedades desarrolladas ante diferentes conductas y trabajos lleva a permitir la inversión de “género”. En otras palabras, si precisamente los autores del “género” inventaron la utilización del vocablo para explicar las distin­ tas competencias que la cultura atribuye a hombres y muje­ res, precisamente en razón de su sexo, resulta inimaginable que la cultura occidental atribuya género femenino a un hom­ bre en razón de su trabajo, de la producción de cosas o del cuidado de las personas. Nada en los análisis y especulacio­ nes de los y las autores del género remite a semejante inter­ pretación y por supuesto menos la experiencia cotidiana. El “género” es la construcción cultural del sexo, pero no tiene por sí mismo existencia alguna. Los ejemplos son innumerables. En el caso mil veces repe­ tido de que un hombre realice trabajos considerados femeni­ nos como cocinero o sastre o enfermero o cuidador de ancia­ nos o limpiador de cristales o espacios públicos, nadie por ello lo considerará mujer o femenino, ni siquiera cabe que por el sólo hecho de realizar semejantes tareas se le sospeche una condición homosexual. Por el contrario, cuando el traba­ jo considerado doméstico se efectúa en un espacio público lo realizan hombres y merece mejor consideración que cuando 9 Lola G. Luna, M ujeres y S ociedad, “Nuevos en foqu es teóricos y m etodológicos, Seminario interdisciplinar M ujeres y S ociedad. Ed. Universitat de Barcelona. Seminario Interdisciplinar “Mujeres y Sociedad, 1991. pp. 82-85.

queda reducido al espacio doméstico. Precisamente porque a los hombres se les ha atribuido lo público y a las mujeres lo privado. Incluso en el caso de modistas y peluqueros, que muchas veces son homosexuales o se les supone tal condi­ ción, no por ello pierden consideración social sino que se sigue considerando intrusas a las mujeres que pretenden competir con los grandes diseñadores. En resumidas cuentas, cuando es un hombre el sujeto “hacedor” de cualquier tarea o protagonista de sea cual sea papel social SIEMPRE está mejor considerado que si fuera una mujer la que lo realizase. En ésta, entre otras condiciones, consiste la interpretación cultural del sexo, que se quiere lla­ mar género.

LA MISTIFICACION DEL LENGUAJE, PARA ENMASCARAR LA REALIDAD Este lenguaje, hábil y laboriosamente inventado por los ideólogos posmodernos, corresponde al de la Era del Neoliberalismo que estamos viviendo. Desde la derrota de los regímenes socialistas y en consecuencia de las ideologías socialista y comunista, el triunfo sin condiciones del sistema capitalista más depf edador y de la ideología liberal nos ha tra­ ído un nuevo lenguaje político. Las categorías marxistas, lar­ gamente acuñadas, como “clase”, “lucha de clases”, “modo de producción”, “fuerza de trabajo”, “ejército de reserva de tra­ bajadores”, “imperialismo”, “explotación capitalista”, “plus valía” “plus trabajo” “apropiación de la fuerza de trabajo”, han sido arrojadas al estercolero de lo muerto y corrompido. Incluso términos más antiguos utilizados desde que el len­ guaje es forma de comunicación, como pobres y miseria, han desaparecido de periódicos, libros, entrevistas radiadas, tele­ visiones, conferencias, simposiums, congresos, jornadas, debates, sustituidos, ridiculamente, para que no suenen tan duros, por cursis expresiones como “países en vías de des­ arrollo”. Hoy ya no existe la “explotación capitalista o la “lógica del beneficio”, ni el imperialismo, ni los monopolios, ni los

oligopolios. No es el antiguo y conocido sistema imperialista el que opera en todo el mundo, con más recursos que nunca gracias a los avances técnicos y tecnológicos y a las enormes concentraciones de capitales en los poderosísimos monopo­ lios, sino que nos encontramos en “la era de la globalización” y nuestro mundo es “la aldea global”. Ya no se trata de que la acumulación de capital y la explotación de los trabajadores haya alcanzado las mayores cotas de la historia, de forma tal que los ricos, que lo son cada vez más, acumulan inmensas reservas de capital y pauperizan a la mayoría de los que ven­ den su fuerza de trabajo, creando el mayor ejército de traba­ jadores parados en la reserva, como nos enseñó Marx, y aumentando -peligrosamente, pero ese es otro tema- no sólo la invasión de Europa y Estados Unidos por los emigrantes de los países más pobres, sino la lumperización de inmensos sectores de trabajadores de las sociedades más ricas. Si no que nos “hallamos en una sociedad dual”. El dúo lo forman pobres y ricos. Los conceptos ya no contienen en sí mismos categorías políticas, económicas o sociales, sino que son simplemente “descriptivos”. Si decimos que la sociedad es “dual”, nos referimos a que hay dos tipos de gente: los pobres y los ricos, de la misma forma que existen altos y bajos, morenos y rubios, guapos y feos, chatos y narigudos. Y de tal divi­ sión binaria nadie puede tener la culpa. Por tanto no queda más que confiarse a la voluntad divina, ya que únicamente Dios tuvo la ocurrencia de crear un mundo disímil y dividi­ do como éste. En definitiva, la palabra género da para mucho, tanto, que ni desde el punto de vista político ni económico ni socioló­ gico significa nada. Precisamente por ello se ha escogido. Como se ve, un pequeño repaso a las definiciones del dic­ cionario puede ser divertido y quizá darnos las claves de cuántas y cuáles fueron las cualidades que quisieron expresar implícitamente los aplicadores del término género a la teoría feminista. Ninguna conflictiva. Ninguna indicadora de las muchas contradicciones que existen entre los sexos. En cuanto al contenido de los estudios de género obser­ vamos cómo, de la misma manera, sino se han vaciado com­

pletamente de temas referidos a la explotación económica de las mujeres, base de su opresión y de su marginación, sí los programas de las Universidades a que he tenido acceso, en España y en varios países, tanto de Latinoamérica como de Estados Unidos, dedican muchas más horas lectivas a estudiar las psicologías, masculina y femenina, y las reac­ ciones emocionales que producen, las diferencias educacio­ nales que se establecen entre uno y otra, los condiciona­ mientos sociales que han propiciado tales diferencias, y muy pocas a explicar los condicionamientos que suponen para las mujeres su trabajo reproductivo, ni a situar a los dos sexos en el trabajo, a las diferencias de reparto de la rique­ za que perciben uno u otro y a las causas de la violencia que padecen las mujeres.

PODER, RELACIONES, PRESTIGIO, PARENTESCO Es curioso -quizá solamente risible- comprobar que cuan­ do las autoras y los autores comentados describen el poder del que se ha despojado a las mujeres se refieren a “un siste­ ma de relaciones, se implanta en el espacio de los iguales,...”. Se habla de “sistemas de prestigio”, de “relaciones de paren­ tesco” o cualquier otro eufemismo semejante, aceptado y prestigiado por la Academia, para evitar las categorías marxistas, pero no se hace referencia alguna al poder económi­ co. En todos los textos consultados los autores y las autoras se debaten por hallar algún claro en la selva oscura de las palabras para responderse a las incertidumbres causadas por la incomprensible conducta de los hombres. Son estudiadas decenas de costumbres culturales acerca de los matrimonios, el parentesco paterno-filial, las relaciones sexuales, el incesto, el intercambio de mujeres, las iniciacio­ nes adolescentes, la transmisión del apellido y de los privile­ gios tribales, las danzas y actos simbólicos, los cuentos y enseñanzas transmitidos generacionalmente, los regalos y las ofrendas rituales, los dioses y las diosas y su relación de poder. Todo esto y mucho más, menos el beneficio econó­ mico que proporciona a los hombres mantener a las mujeres

sometidas mediante prohibiciones, reglas y amenazas. Es real­ mente singular que en el vasto campo de la antropología, las ciencias sociales y los estudios de género a nadie se le haya ocurrido medir el plus trabajo obtenido de la explotación de las mujeres. La raíz del problema estriba en que si no se aplica el méto­ do de conocimiento materialista, los análisis resultan enor­ memente confusos. Quizá intencionadamente confusos. En general, las y los autores del “género” incurren en diversos batiburrillos. La simple observación de las condicio­ nes en que se desenvuelve la vida de las mujeres les lleva a correr de un tema a otro: tanto la legislación discriminatoria, como las “relaciones de jerarquía, diferencias en el poder, así como tensiones y contradicciones en las relaciones entre hombres y mujeres y en diversas prácticas e instituciones que estructuran la vida social y constituyen la conciencia indivi­ dual” (H.), las diferencias salariales, los permisos parentales por nacimiento de un hijo o la distribución de la renta. Y el resultado es que no establecen correlación alguna entre todos estos ítems. Los estudios de género se están, por tanto, fragmentando, nutriendo de pequeños tratados monográficos sobre diversí­ simos aspectos de la vida de las mujeres y de los hombres, sin hallar el hilo conductor, la explicación global a todos los angustiosos problemas prácticos y teóricos con que se enfren­ tan. En estas condiciones podemos observar cómo las expli­ caciones lingüísticas se suman a las psicológicas, las socioló­ gicas, las históricas, las tradicionales. A la vez se huye ver­ gonzantemente de analizar las condiciones materiales en que se desarrolla la existencia de las mujeres.

PLUS TRABAJO, APROPIACIÓN DE RIQUEZA, BENEFICIO, EXPLOTACIÓN Hemos superado ya la elemental explicación de Engels en su clásico “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado ” respecto a un supuesto estado idílico sin contradiccio­ nes en las sociedades salvajes o bárbaras, que remite al mito del

Paraíso Terrenal10. Los antropólogos que han realizado los más recientes trabajos de campo nos explicaron cómo se producen las mismas o muy semejantes contradicciones entre las mujeres y los hombres en las aociedades más primitivas, donde sólo existe el modo de producción doméstico11 Maurice Godelier12 y Marvin Harris explicaron con detalle cómo las mujeres reali­ zan la mayor parte de los trabajos en las sociedades cazadorasrecolectoras, agrícolas y ganaderas, y cómo los hombres se apropian de su plus trabajo y ejercen sin discusiones el poder. “Las relaciones de reproducción” de Godelier son las rela­ ciones de producción en el ámbito de estas sociedades en las que la reproducción de los seres humanos es la más cotizada de las producciones. En la elementalidad del desarrollo de estas comunidades, toda la vida gira alrededor de cómo, cuantos y en qué momentos deben nacer niños, y cómo ali­ mentar a todos los miembros de la comunidad. Y las dos fun­ damentales tareas productivas que aseguran la supervivencia de la comunidad están realizadas por mujeres. En la complejidad de las sociedades desarrolladas, los autores del “género” parecen incapaces de separar la estruc­ tura económica del modo de producción doméstico, en la que se basa el modo de producción capitalista, de la super­ estructura ideológica, qye hoy, enormemente sofisticada, ha llegado a extremos de gran complejidad. Mezclando una y otra: estructura y superestructura, bus­ cando torpemente explicaciones ideológicas, psicológicas, emocionales, históricas, al estrecho entramado que se cons­ truye entre la explotación económica de las mujeres y las leyes, normas y exigencias sociales elaboradas para mantener sin fisuras aquella, la confusión está asegurada. Podemos ver algunos de sus efectos. 10 Ver Lidia Falcón M ujer y P od er P olítico. Cap. Las A doradoras d e Engels Vindicación Feminista Publicaciones, 1992, Madrid. 11 Ver Lidia Falcón La R azón Fem inista. Ed. Vindicación Feminista, 1994. 12 Claude Mellaisoux M ujeres, G raneros y Capitales. Ed. Siglo XXI, Madrid, 1978. Marvin Harris, C aníbales y Reyes, Ed. Argos vergara, Barcelona, 1978. Cows, Pigs, Wars a n d Witches, The B iddles o f Culture. Randon House, New York, 1974

CONFUSIONES Y TERGIVERSACIONES. COMPLEMENTAREEDAD, CONCORDANCIA, ARMONÍA ENTRE GÉNEROS. Maiy Hawkesworth13 reconoce que “aunque (el género) originalmente fue una categoría lingüística que denotaba un sistema de subdivisión dentro de una clase gramatical, los estudiosos y estudiosas feministas adoptaron el concepto de género para distinguir características culturalmente específi­ cas, asociadas con la masculinidad y la feminidad, de rasgos biológicos (cromosomas masculinos y femeninos, hormonas, así como órganos sexuales y reproductivos internos y exter­ nos).” Quizá la traducción es poco exacta pero este párrafo resulta enormemente confuso. No se sabe si el género distin­ gue características culturales o biológicas, o si aquellas y éstas son iguales. Lo que si es evidente es que el “género” sirve para todo. Hawkesworth nos lo indica al ofrecer una larga lista de estudios que han empleado el término para designar diversísimos temas14. La propia Hawkesworth se refiere al atractivo conceptual que para las feministas posee el término, precisamente vin­ culado a su versatilidad lingüística. Para ella resulta indudable que “la relación del género con los sistemas de creencias de determinados pueblos lo libera del espectro del determinismo biológico” y añade “pero hay otra faceta del legado lingüísti­ co del género que debería hacer vacilar a las feministas. Si las feministas fueran a hacer una analogía explícita del género gramatical, definirían los géneros como categorías de perso­ nas constituidas en y a través del comportamiento de otras personas asociadas, enfatizando que el comportamiento per­ tinente implica concordancia y armonía. Aunque este aspec­ to de la herencia gramatical rara vez se aborda explícitamen­ te en las explicaciones feministas del género, ideas de con­ cordancia, armonía y complementariedad afloran oblicua y 13 C onfounding g en d er - Signs: Jo u rn a l o f Women in cu lture a n d Society, 1997, vol. 22, núm 3 -existe versión castellana, C onfundir el G énero, en D ebate Fem inista - Méjico, año 10, vol 20, octubre 1999. 14 Ibid, Págs.4 y 5.

problemáticamente en numerosas explicaciones feministas del género.”15. Parece contradictorio analogizar el término género con los de concordancia, armonía y complementariedad, si es que el “género” es referido a hombres y mujeres reales, enfrentados en su mayoría a situaciones de confrontación, dominación y sumisión. En un planeta en el que según nos informó la OIT en 1980, la dos terceras partes de las horas de trabajo del mundo están realizadas por mujeres, mientras éstas sólo perciben el 10% de los salarios, y únicamente poseen el 1% de los bien­ es, y en 1995 rebajó los salarios al 5%, resulta no solo ridícu­ lo sino sobre todo culpable hablar de concordancia y com­ plementariedad de “géneros”. En todo caso, quizá los “géne­ ros” se complementen, ya que no existen, pero los sexos, es decir los hombres y las mujeres reales, se hallan en perpetua contradicción. Cierto que las reformas y avances arrancados por el Movimiento Feminista en los últimos dos siglos en los países industrializados avanzados, y especialmente en las zonas urbanas, ha dulcificado los términos de la explotación, y por tanto, los estudiosos del “género” han perdido la nítida visión de ella. Por ello se permiten preguntarse, como Hawkesworth, por qué las mujeres son acosadas sexualmente -en forma grave en muchos casos- en el Ejército de los Estados Unidos, o por qué las funcionarías del Estado en tan desarrollado país no alcanzan los puestos de responsabilidad, y en algunas oca­ siones ni siquiera el mismo salario en igual puesto de trabajo que los hombres. Tratar los temas del “género” desde la perspectiva de armonía y complementariedad sólo se puede hacer si se es religiosa y se concibe a la pareja humana encarnada en Adán y Eva. Aunque ni aún en ese caso es muy acertado pensar que Adán y Eva se encontraran siempre en estado de armo­ nía. Por supuesto ya sabemos que sus hijos Caín y Abel no lo estuvieron. Y en la actualidad el nivel de violencia de los hombres contra las mujeres, en todas partes del mundo, tam­ 15 Art. cit., pág. 15.

poco deja mucho espacio a la creencia de esa armonía entre los sexos. Cuando Hawkesworth habla de complementariedad debe referirse a la que forma el matrimonio convencional, en el que la mujer trabaja todo el día en casa y el marido en la empresa. Es decir, la familia más tradicional, que encubre las mayores tensiones y especialmente la injusticia de impedir a las mujeres la entrada en la vida pública: el mercado de trabajo, los puestos de decisión, la política, mientras los hombres se inhiben de toda responsabilidad doméstica y del cuidado de los hijos. Todo un ejemplo de ideología burguesa. En definitivas cuentas, esa sería la conclusión deseada por las clases dominantes: plantear las relaciones entre las clases -léase aquí “géneros”- desde la perspectiva de la concordia y la colaboración, para rehuir espantados todo planteamiento de lucha de clases.

EL PARADIGMÁTICO CONCEPTO DE CLASE Y EL LUGAR DE LA REPRODUCCIÓN EN LA ADSCRIPCIÓN DE LA MUJER A SU PAPEL DE SOMETIMIENTO, O DE COMO LA REPRODUCCIÓN PARECE COSA INDIGNA DE SER TOMADA EN CUENTA Y LOS HOMBRES NO TIENEN INTERÉS EN CONTROLAR LA SEXUALIDAD DE LAS MUJERES. Hawkesworth rechaza toda posibilidad de que exista una clase “genérica”. Asegura que ninguno de los correlatos típi­ cos del sexo se ajusta a las demandas de esa clasificación. Y afirma que “una clase natural se refiere a una categoría que existe independientemente del observador y que puede ser definida en términos de una esencia, un conjunto de propie­ dades comunes a todos los miembros de la clase. La investi­ gación feminista ha repudiado la noción de una esencia sexual precisamente porque “no hay características conductuales ni físicas que siempre y sin excepción sean verdad sólo para un sexo” (Kessler y McKenna, 1978)

Dejando aparte la arrogancia que supone afirmar que toda la investigación feminista ha repudiado la definición de clase para el sexo, lo que implica que no conoce ninguno de mis trabajos ni tampoco los de Christine Delphi y Sulamith Firestone, cuando Hawkesworth -y por lo visto el resto de la investigación feminista que conoce- identifica el término clase con el de “esencia” está perdiendo el norte del análisis. Ni en ciencias naturales ni en economía ni en política, el tér­ mino “clase” se identifica con “esencia” alguna. Para ello habrá de recurrirse a la metafísica, si es que esta materia, que desconozco, la contempla. Los individuos -humanos, animales, vegetales o minera­ les- que pertenecen a una clase no lo son por sus esencias, sino por cualidades perfectamente medibles, cuantificables y clasificables. Y en el caso de los seres humanos será siempre posible que pasen de una clase a otra. Nada esencial tiene ser burgués o proletario o pequeño-burgués o campesino, ya que aun cuando generalmente la adscripción a una clase se pro­ duce desde el nacimiento, los cambios en el curso de la vida llevan muchas veces a modificar la situación inicial. Sí, en cambio, de forma más esencial se nace varón o. hembra, aun­ que tampoco sea ya imposible modificar el sexo de origen. Pero mientras hoy el transexualismo es incluso una opción aceptada en la seguridad social, y por tanto no es ficción ima­ ginar que muchos individuos puedan cambiar de sexo en el curso de su vida, lo que indudablemente sitúa a unos y a otros en una clase determinada es su capacidad reproducto­ ra, que sin duda proporciona a unos y a otras unas condicio­ nes hasta ahora no superables. Hawksworth, la autora que estoy comentando y que con­ sidero no sólo importante en el panorama de los estudios de género, como lo demuestra ser el epicentro de una larga polémica sobre el tema entre varios profesores y profesoras estadounidenses (McKenna, Kessler, Smith, Scott, Connell),16 16 Es interesante la réplica de Marta Lamas, publicada en el mismo número de la revista, aunque haga referencia a otro aspecto del tema: la identidad sexual y la aportación del psicoanálisis en este punto de la polémica.

sino también porque me parece muy representativa de una corriente ideológica y de opinión muy extendida en el ámbi­ to universitario, que se encuentra a menudo también en España, muestra un rechazo escandalizado e ignorante de los imperativos de la reproducción y sus relaciones de produc­ ción con las otras clases. Manifiesta desprecio y burla cuando alude a lo que deno­ mina “los imperativos de la reproducción”. Para ella es un tema tan ínfimo y tangencial tanto en la vida de las mujeres como en la de todos los seres humanos, que no merece siquiera mención. Así, con gran arrogancia se pregunta: “¿Qué hay que asu­ mir sobre el género con el fin de dar sentido a la reivindica­ ción de que el género “explica” las desventajas sistemáticas que experimentan las mujeres en las sociedades dominadas por machos?” (Como comentario añadido sería bueno expli­ carle que no hay ninguna sociedad en la que no dominen los machos) Y ella misma se responde: “Si se define el género como un sistema de dominación masculina, entonces se podría decir que la dominación masculina misma “explica” las desventajas experimentadas por las mujeres, pero entonces la “explicación” es una cuestión de definición estipulativa y de tautología”. Evidentemente, si no se sabe por qué los hom­ bres dominan en las sociedades no hay respuesta a una pre­ gunta que está mal planteada. Del mismo modo podríamos decir que el proletariado tiene desventajas respecto a los patronos en un sistema capitalista sin que sepamos por qué. Hawkesworth atisba a plantear parte del problema cuan­ do se refiere al “interés” que tienen los hombres en mantener ese sistema de dominación, vinculado con el deseo de con­ trolar la sexualidad de las mujeres para su propia gratifica­ ción, pero inmediatamente, y sin saber por qué, la niega, afir­ mando que una explicación de este tipo “también se basa en una definición estipulativa y en intereses imputados”. Parece imposible que a nadie, y especialmente a una profesora de “género”, no le parezca evidente que a los hombres les grati­ fica controlar la sexualidad de las mujeres. Para demostrar lo cual no hace falta más que observar la realidad de la exigencia de virginidad que plantean los hom­

bres desde tiempo inmemorial, y que mantienen hoy con tanta ferocidad en los países islámicos, con la práctica de la clitoridectomía y la infibulación, la cruel persecución del adulterio y la fidelidad. Como en todos los países, incluidos los occidentales, se extiende la prostitución, incluida la infan­ til. Los hombres blancos de países desarrollados son en reali­ dad los clientes del turismo sexual que hace a las niñas de los países pobres víctimas de este tráfico, considerado ya por la ONU como la esclavitud moderna. La pornografía, el tráfico de esclavas sexuales, las violaciones, la gama infinita de explotaciones sexuales de las que se benefician fundamental­ mente los hombres, sigue floreciendo en todos los países en perjuicio de las mujeres. De tal modo, afirmar que la gratificación sexual persegui­ da por los hombres, es estipulativa, constituye una mistifica­ ción de la realidad social, no se en qué medida totalmente inocente. Al fin y al cabo es a los hombres a los que más con­ viene que se ponga en duda su conducta depredadora, cruel y explotadora del cuerpo de las mujeres. Desde tiempos inmemoriales existe una literatura y una filmografía que habla de la “voracidad sexual de las mujeres”, de las “ninfómanas”, de las provocaciones femeninas que lle­ van a un hombre a caer en tentaciones que no desea, de la prostituta vocacional que obtiene placer en el ejercicio profe­ sional, de la seducción que éstas ejercen sobre los hombres, incluso cuando ella tiene trece años y él cuarenta. Desde Circe y las Sirenas griegas hasta nuestros días los mitos en tal sentido se han multiplicado. Recordemos el símbolo sexual de “Lolita”, cuyo éxito ha sido ratificado por generaciones de entusiastas lectores y críticos masculinos. Del mismo modo “Belle de Jour” ha constituido un éxito sin discusión. Última­ mente la filmografía está insistiendo mucho en el tema, pre­ cisamente como ofensiva contra el feminismo. Así, las pro­ ducciones americanas del tipo de “Acoso” proliferan. Quizá Hawkesworth estará de acuerdo con ellas. Lo más inexplicable es que a continuación del calificativo de “definición estipulativa” que atribuye a la gratificación sexual masculina, con el propósito de demostrar su falsedad, pregunte: “¿Cómo explica el género la heterosexualidad obli­

gatoria?” Y añade asombrosamente: “Si se define el género en función de la ideología (sic) de la procreación, entonces quizá se tengan los ingredientes de una explicación para la heterosexualidad obligatoria, pero es una explicación “tau­ tológica” comprada (sic) al precio de reducir prácticas cul­ turales diversas a los imperativos de la reproducción. ¿Pueden esos imperativos putativos de la reproducción “explicar” de alguna manera una cultura de la violación? Si es así, entonces ¿por qué no todas las culturas son culturas de la violación?” Sigo asombrándome de que no comprenda que ¡todas lo son! En el discurso de Hawkesworth la procreación es una ide­ ología y no una necesidad, y los imperativos de la reproduc­ ción no producen prácticas culturales, que pueden ser muy diversas según las culturas, es decir según los imperativos económicos que rijan cada sociedad. Esta manera de razonar me recuerda la anécdota que viví con una amiga a la que le gustaba mucho comer. Comentando la compulsiva afición que la dominaba, repliqué: “claro, es que comer también es un placer” y ella, muy sorprendida se volvió a mí y me pre­ guntó: “¿también? pues si no es un placer, ¿qué es?” He aquí como el razonamiento idealista reduce hasta las más fundamentales necesidades de todo organismo vivo, comer y reproducirse, a una cuestión de ideología. Si las escritoras que defienden este “género” de investigación, comen cada día sin tener que preguntarse de dónde sacarán la comida y si, como es tan habitual hoy en el mundo des­ arrollado, han decidido no tener niños, e incluso han optado por el lesbianismo, quizá no conozcan los “imperativos” de la alimentación, la reproducción y la heterosexualidad. Pero en tal caso sería bueno que los aprendieran antes de atreverse a escribir y a publicar semejantes estupideces. Para concluir esta sucesión de preguntas dignas de un defensor de “los hombres maltratados”; Hawkesworth todavía añade: “¿Pueden esos imperativos putativos -¡hay que ver la aplicación cap­ ciosa de esta palabra!- de la reproducción “explicar” la segre­ gación sexual en trabajos como programación de computa­ doras? ¿Pueden “explicar” el simbolismo de género agregado a ciertas ocupaciones, como la imagen de un ejecutivo fuerte

y tecnológicamente competente que en parte es efectivo por­ que “él” mantiene “sus” emociones bajo control?” A Hawkesworth nadie le ha explicado la necesidad del patriarcado de mantener a las mujeres encerradas en casa, insertas en el modo de producción doméstico, realizando las tareas de reproducción y mantenimiento de los individuos, para lo que es preciso “desanimarlas” muy eficazmente de que demanden trabajos asalariados, sobre todo bien retribui­ dos, de responsabilidad y socialmente prestigiados. Por lo visto nadie le ha hablado de la división entre lo privado y lo público, y la inserción de mujeres y hombres en uno u otro espacio, y las prohibiciones, consejos, represiones que la cul­ tura ha elaborado para mantener inalterable esa división. Para lo cual es muy útil imponer y mantener los estereotipos mas­ culino y femenino que exigen al varón ser “fuerte y tecnoló­ gicamente competente y mantener sus emociones bajo con­ trol”. Al fin y al cabo, para dirigir una empresa es preciso ser impávido y sin compasión y para educar niños pequeños es mejor dejarse llevar por las emociones. Pero la verdad es que yo creía que a estas alturas no hacía falta repetirnos cosas adocenadas de puro sabidas. Desde hace treinta y cinco años en que escribí “M ujer y sociedad', donde trataba todos estos aspectos de las “culturas” masculi­ na y femenina, se han repetido en miles de artículos, libros y simposiums, explicaciones psicológicas y educativas de la sumisión de las mujeres. Precisamente la segregación educa­ tiva de los dos sexos es uno de los temas más queridos por las escritoras liberales. En resumen, la profesora Hawkesworth se atreve a declarar que “la ideología de la procreación aflora con demasiada frecuencia por comodidad”. No se si es muy cómodo comprobar que la opresión femenina está condi­ cionada fundamentalmente por la reproducción, ya que superar semejante situación va a ser extremadamente difí­ cil, pero lo que si me parece es que a la profesora Hawkesworth le resulta extremadamente incómodo, porque aceptarlo significaría que se le habría acabado una fuente caudalosa de temas para sus artículos, sin la cual a lo mejor ya no sabría de qué escribir.

DE COMO SE TOMAN INDICADORES RIDÍCULOS Y SE RECHAZAN LOS IMPERATIVOS BIOLÓGICOS Sigue resultándome incomprensible que Hawkesworth, apoyándose en la autoridad de otros muchos escritores, afir­ me que “cromosomas, hormonas, producción de esperma y producción de óvulos, nada consigue diferenciar a todos los hombres de todas las mujeres o proporcionar un núcleo den­ tro de cada sexo”, y cita a un tal Devor que en 1989 afirma­ ba que “no importa lo detallado de la investigación que hasta ahora haya hecho la ciencia, aún no es posible trazar una línea divisoria clara entre macho y hembra”. Si las coordenadas que se utilizan para definir la clase sexual son tan etéreas y cambiantes como las actitudes y la conducta, nos encontraremos con que, como nos explica Hawkesworth, “ indicadores de fem inidad con base biológi­ ca ” incluyen típicamente interés en las bodas y el matrimo­ nio, preferencia por el matrimonio sobre la carrera, interés en niños y niñas, y disfrute del juego de las niñas con muñecas, en tanto que indicadores de la masculinidad con base bioló­ gica incluyen altos niveles de actividad, seguridad en sí mis­ mos y preferencia por la carrera sobre el matrimonio”. (Devor, 1989, Cornell, 1987 y Tavris, 1992)” Es evidente que con semejante baremo de cualidades para determinar la feminidad y la masculinidad jamás podremos contar con una premisa general que por lo menos dentro de la lógica formal nos asegure una conclusión certera. Siempre hallaremos mujeres seguras de sí mismas que prefieren su carrera al matrimonio y que nunca jugaron con muñecas, y hombres de bajos niveles de actividad que se hallan mucho más contentos cocinando en casa que mostrándose ejecutivos agresivos. Pero analizar un concepto tan fácilmente cuantificable como el de clase mediante la suma de ingredientes tan efí­ meros y poco significativos, me recuerda una escena de mi infancia. Transcurrida entre mujeres yo ignoraba totalmente cuáles eran los órganos genitales masculinos, pero mi curio­ sidad era grande respecto a las diferencias que determinaban el sexo de los niños al nacer, cuando todavía la ropa, símbo­

lo sexual en los años de mi niñez, no señalaba indudable­ mente la adscripción a uno u otro. Así, una tarde fastidié a mi abuela largo rato preguntándole de qué modo se distinguía a un niño de una niña al nacer. Y la paciente anciana, que no quería explicarme las características corporales que encerra­ ban los secretos del sexo, me respondía invariablemente que las niñas son más pequeñas, más suaves y de piel más tersa. Mi incipiente sentido común me hacía sospechar que tales características eran demasiado aleatorias como para hacer indudable la identificación, y por tanto insistía una y otra vez que con sólo esos datos cualquiera podía equivocarse y deci­ dir que el niño recién nacido era varón cuando resultaba ser niña, y al revés. En lo que por supuesto tenía razón. Diríase que esos estudiosos de feminismo aplican para la clasificación de mujeres y hombres los valores que mi abue­ la pretendía hacerme creer. Estos valores, que los autores cita­ dos por Hawkesworth, y que ella misma acepta, se sitúan todos en el ámbito de lo psicológico y de lo cultural, y en consecuencia les permite asegurar que esos “inventarios” no han “sido capaces de diferenciar claramente hombres y muje­ res en las culturas que producían los inventarios”. Y yo dese­ aría vivamente conocer las culturas en que las que no sean sólo las mujeres las que gesten, paren y amamanten, que serán enormemente vanguardistas porque habrán aplicado ya la reproducción extracorporal o el embarazo masculino.

LAS CONDICIONES REALES DE EXISTENCIA Todavía queda un matiz que Hawkesworth utiliza de forma un tanto ambigua, cuando critica la interpretación del género entendido como una construcción cultural ideada para promover funciones sociales particulares, que tienen un parecido notable con las presuposiciones de la actitud natu­ ral. A la vez se pregunta, “¿por qué se involucra la cultura en el doble esfuerzo de diferenciar el cuerpo a través de la corporeización y la generización? Si el centro del significado sexual es sin problema la reproducción ¿por qué es necesario este doble esfuerzo?” Hawkesworth no puede comprender la

necesidad para los que detentan el poder de que no sólo se reconozca a las mujeres por sus caracteres primarios y secun­ darios sexuales específicos, sino que se las dedique funda­ mentalmente a trabajar gratuitamente en beneficio de los hombres y de la perpetuación de la especie. Y ciertamente debe ser motivo de crítica que se defiendan las construcciones culturales como justificación, soporte, o inducción de actitudes que se han definido siempre como “naturales” cuando corresponden a las motivaciones de opre­ sión de las mujeres. Pero volvemos a encontrarnos aquí con la suposición de que las llamadas “actitudes naturales” no existen más que como constructos culturales, con lo que se está planteando la no existencia de mujeres y de hombres reales. Decidir que únicamente existe el concepto de género y que ninguna importancia tienen las condiciones reales de existencia de los seres humanos a los que va atribuido, es exactamente poner el mundo sobre la cabeza y no debajo de los pies, como decía Marx de la filosofía hegeliana.

SUPERESTRUCTURA SIN BASE De los estudios citados por Hawkesworth, únicamente Firestone y Eisenstein, en los años 70, tratan la división sexual del trabajo al estudiar la organización social, y Walby, Connell, Boneparth y Stoper en los 80 analizan la estructura económica de la sociedad al escribir sobre la distribución de cargas y beneficios en la sociedad. Los demás, más de cin­ cuenta autores, han buscado el significado de “género” en las relaciones superestructurales, tanto individuales como socia­ les. Al señalar el género cómo la reificación de las diferen­ cias humanas, la semiótica del cuerpo, el sexo y la sexuali­ dad, la estructura de la psique, los papeles y estereotipos sexuales, las posturas tradicionales, un modo percepción, una cuestión de conformismo conductual, en términos de oposi­ ción binaria, de continuos variables y variantes, de capas de la personalidad, como nos cuenta Hawkesworth, se ha cen­ trado la atención sobre las cuestiones ideológicas en vez de las estructurales. Y aquellas, incluso, referidas casi únicamen­

te al terreno del pensamiento o de la percepción individuales, convirtiendo la construcción anatómico-fisiológica corporal de los dos sexos de la pareja humana, y las funciones reproduc­ toras para las que están preparadas, en una al parecer entelequia, producto de no se sabe qué “inventor” de culturas. La crítica que realiza Hawkesworth, en su largo trabajo objeto de este comentario, sobre las investigaciones de varios de sus colegas en la universidad estadounidense, le permite a una de sus víctimas, Steven G. Smith17 replicarle sensata­ mente diciendo que “el sexo y el género están constituidos no simplemente por la percepción o el pensamiento, sino por la práctica. “Mujer” no es simplemente un espejismo “tipo maternal”, sino que siempre incluye en su referencia a algu­ nas personas reales que tienen que abordar el riesgo o el hecho del embarazo”. Este autor añade que “las mujeres exis­ ten porque algunas personas están en esa situación”. Exactamente, más de la mitad de todas las del mundo. Y éstas son las encargadas, hasta ahora, de reproducir y con­ servar la especie. Es decir, si las hembras de la especie huma­ na, que poseen unos órganos reproductores especiales y com­ plejos, no se hallaran preparadas mediante el encargo genético de producir óvulos para dejar que un macho los fertilice, cui­ dar el embarazo nueve meses, parir criar vivas, amamantarlas y seguir cuidándolas durante varios años, ninguno de los seres humanos que bullimos en la tierra existiríamos. Ni siquiera los estudiosos del género que parecen creer que han sido produ­ cidos en probeta en vez de en el vientre de su madre.

¡LA ECONOMÍA, ESTÚPIDAS, LA ECONOMÍA! BIOLOGÍA Y EXPLOTACIÓN ECONÓMICA Me pareció un acierto que el economista Francisco Martín Seco titulara uno de sus libros sobre las consecuencias de la globalización ¡La economía, estúpidos, la economía!f para señalarles a los eruditos a la violeta liberales cómo olvidaban 17 C om entario sobre “C onfounding G en der” de Hawkesworth Género, Méjico).

que la economía es el condicionante fundamental de toda actividad humana, la estructura material sobre la que se asien­ tan las demás. Por eso lo he utilizado aquí, en el mismo sen­ tido, al comprobar los penosos análisis que sobre la situación de la mujer realizan las autoras del género. Un argumento clave de los estudiosos y estudiosas del género es que las definiciones de los géneros son “arbitra­ rias”, que no cuadran con ningún conjunto congruente de hechos biológicos o pragmáticos fundamentales. Y si bien tal consideración se convierte en, como dice Smith “un pensa­ miento liberador en la medida en que abre puertas a otras maneras concebibles en relación al sexo”, si los comporta­ mientos humanos se examinan totalmente al margen de la estructura corporal biológica y anatómico-fisiológica y de la especialización reproductora de uno de los seres de la pare­ ja, y de la estructura económica en que sobreviven ambos, se ha dado paso, una vez más, a la construcción de una nueva teoría idealista. En palabras de Smith, “el argumento de la arbitrariedad es sólo momentánea y débilmente apoderante, porque al alejarnos de las limitaciones del pensamiento popu­ lar sobre el género, nos aleja al mismo tiempo de las cues­ tiones planteadas por la porción de sexo de la humanidad”. Y de la estructura económica en que ésta se halla inserta, añado yo, y de las relaciones de producción que mantienen las clases entre sí, y de la explotación a que someten unas a otras, y del reparto de la riqueza entre los sexos y entre las clases. “Vivir el género” diría yo que es la propuesta de estos estudiosos que más que vivir en la tierra deben hacerlo en el Olimpo. Olvidando, pues, la estructura material de las diferencias de los sexos, es imposible relacionar, por tanto, la explota­ ción económica y el beneficio que el plus trabajo femenino aporta a las sociedades y a los hombres. Si las mujeres no existen y sí únicamente un constructo teórico sobre el géne­ ro, son innumerables las especulaciones sobre cuáles puedan ser las causas de las discriminaciones y marginaciones. En las numerosas lecturas que me he visto obligada a hacer sobre los textos de los autores del género, el tema de la explotación

económica no aparece nunca y las referencias a la violencia contra las mujeres se plantean como pequeños ejemplos que ilustran las diferencias sociales. Los estudios de género, en resumen, se centran en las consecuencias psicológicas e ideológicas de las explotacio­ nes a que se hallan sometidas las mujeres. Si muestran su preocupación por la tendencia femenina de hacer del amor el centro de su vida, lo atribuyen a su especial psicología o si constatan que las mujeres no persiguen sus ambiciones con suficiente tenacidad concluye que es debido a una edu­ cación discriminatoria, de modo tal que mejorando ésta se resolverán rápidamente tales diferencias. Para estos autores y autoras ninguna de estas características del comporta­ miento femenino se debe a que la estructura económica de los países está basada sobre el trabajo doméstico, realizado siempre por las mujeres, por lo que éstas son expulsadas sistemáticamente del mercado de trabajo, o tropiezan con miles de trabas para encontrar un mal empleo donde ganan del 30 al 50% menos del salario masculino, mientras los puestos de trabajo más importantes y mejor pagados están reservados a los hombres. Se estudia el mejor reparto del tiempo -e l tema de “los tiempos” está cada vez más de moda, como el de “los espa­ cios”- entre el trabajo y la vida doméstica, y se pretende que se dedique igualitariamente a uno y a otra, tanto por los hom­ bres como por las mujeres. Si constatan que tal cosa no se consigue de momento, deciden que es debido a una especial resistencia de los hombres a compartir las tareas domésticas, que debe vencerse mediante los sensatos y equitativos razo­ namientos que piden justicia y equidad para las mujeres. Ninguno de esos teóricos del “género” para mientes en que el capitalismo se asienta en la explotación de la fuerza de trabajo masculina y en el mantenimiento del modo de pro­ ducción doméstico que supone el trabajo gratuito de las mujeres en el hogar, el cual proporciona todos los productos precisos para el mantenimiento y la reproducción de esa fuer­ za de trabajo. Esta división sexual del trabajo obliga a los hombres a permanecer en las fábricas y en las oficinas largas jornadas -cada vez más al “liberalizarse” el mercado de tra­

bajo, es decir al suprimir las medidas protectoras de los tra­ bajadores frente a la patronal- que les hace imposible ocu­ parse de las tareas domésticas, mientras las mujeres perma­ necen en el hogar dedicadas a ellas. Incluso las que obtienen un puesto asalariado fuera de la casa se ven obligadas a ser las principales responsables de la comida, la limpieza y el cuidado de los niños, fundamental­ mente porque aportan mucho menos dinero que el hombre, dado que su estatus económico es mucho más débil que el de él, con empleos inestables, salarios miserables, empleos a tiempo parcial y falta de expectativas de ascenso y mejora. La aprobación de la ley de permisos parentales, que per­ mite tanto a los padres como a las madres solicitar varios meses de descanso en el trabajo para atender al hijo recién nacido, que ha sido recibida con grandes alharacas por cier­ tos sectores políticos y feministas, ha resultado, como era de prever, un absoluto fiasco por el ínfimo número de hombres que los han solicitado. Las críticas a esta conducta se han cen­ trado en la mala disposición que parecen tener los hombres para ocuparse de sus hijos -la cuestión para cualquiera que se pretende- debería merecer también una atención que no se le presta, de si el cuidado de los niños es tan gratificante, pero nadie ha puesto de relieve las enormes diferencias sala­ riales entre hombres y mujeres que, aún en el mejor de los casos, y con la mejor disposición por parte del marido, hacen prácticamente inviable que sea él el que pida el permiso sin sueldo. En los casos de ejecutivos con puestos de decisión influye también, de forma muy determinante, la responsabilidad que implica su puesto de trabajo, y la feroz competencia a que son sometidos, ya que una ausencia de varios meses los rele­ garía de su carrera e incluso pondría en peligro su perma­ nencia en la empresa. Hace pocos meses un familiar mío que había tenido gemelos, nacidos en muy difíciles circunstancias debido a una grave enfermedad de la madre, tenía verdade­ ra necesidad de cuidar a su mujer y a sus hijos y real deseo de permanecer con los bebés un tiempo tras haber sufrido varios meses la incertidumbre de su viabilidad. Pero desem­ peñaba el cargo de director de una sucursal bancaria y todos

sus compañeros y amigos le aconsejaron que no cometiera la imprudencia de solicitar el permiso parental porque su esta­ bilidad en el empleo y sus expectativas de promoción se ven­ drían abajo. Esta es la verdadera situación de los buenos padres que quieren atender familia e hijos en un sistema capi­ talista, que más que nunca se está mostrando implacable en la competencia y explotación laboral. De los malos tendré que ocuparme en otro capítulo. En resumidas cuentas se trata, en definitiva, de situar el debate y el análisis de las contradicciones hombre mujer úni­ camente en la superestructura ideológica: educación, psicolo­ gía, cultura, religión, prejuicios, legislación, costumbres socia­ les, presión familiar, y obviar las cuestiones estructurales: eco­ nomía, trabajo, salarios, explotación, beneficios obtenidos, plus valía y plus trabajo. O como explica Hawkesworth, los teóricos del género se esfuerzan por “conectar la psique, el selfy las relaciones socia­ les" Esta autora asegura que los citados por ella (Steven Smith, Judith Butler, R.W. Connell, Suzanne Kessler y Wendy McKenna) “examinan los múltiples ámbitos del género, que incluyen símbolos culturales, conceptos normativos, institu­ ciones sociales e identidades subjetivas ” Como vemos, los múltiples ámbitos del género se reducen a la cultura - o quizá ni siquiera, sino únicamente sus símbo­ los. El triunfo de la ideología burguesa.

MALA EDUCACIÓN, PECADO, VICIO El análisis idealista permite siempre entonar un canto de disculpa o de pena por la “mala educación” que tiene la gente. Antes de la influencia del laicismo en la sociedad civil, se le llamaba “pecado” o “vicio”. Ya sabemos que las parro­ quias y las señoras de caridad atribuían la miseria a las des­ viaciones y pecados de los pobres. En el momento actual se deplora la vagancia o la tontería de quienes no han llegado a comprender lo ventajoso de ser rico. En las cuestiones de género queda implícito que ser hom­ bre es mucho más rentable que ser mujer.

Como es preciso rehuir toda “causalidad universalista”, de tal modo y con tanto desprecio se refiere Hawkesworth al intento de buscar las causas que expliquen de forma cohe­ rente y racional la represión de que son víctimas todas las mujeres, estas autoras no “recuerdan”, por ejemplo, entre otras circunstancias universales del dominio masculino, que la violencia que los hombres ejercen sobre las mujeres se practica en todo el planeta, de tal modo que ha dado lugar a la declaración de la ONU de que “el maltrato contra las muje­ res es el crimen encubierto más numeroso del mundo”. Y que se practica sistemáticamente para mantener la sumisión de las mujeres al sistema de explotación económica que sufren, de igual manera que sucede con otras explotaciones de clase o de raza.

COMPLICIDAD Y ACEPTACIÓN. LA RESPONSABILIDAD DE LAS VÍCTIMAS Según las tesis mantenidas por estas y estos autoras/es puede llegar a deducirse que la mayoría de las situaciones en que las mujeres se encuentran discriminadas y marginadas, se producen sino exactamente por causa de las propias muje­ res sí con su complicidad y aceptación: de ahí su menor compromiso social y político, su lábil psicología, su educa­ ción en la sumisión. Como es tan grato a la burguesía, las víctimas serían cul­ pables de su propia desgracia. Bien conocida es la argumen­ tación burguesa de que si los pobres no prosperan se debe a su vagancia, a su ignorancia y a su falta de responsabilidad. En el mejor de los casos, a su diferente percepción de las con­ diciones sociales. Joan Scott es una de las defensoras del género que corres­ ponde, de manera más ejemplar, a las que lo contemplan desde la perspectiva más “neutral”. Lo define como un con­ cepto que implica a dos partes interrelacionadas, pero analí­ ticamente diferentes: “El género es un elemento constitutivo de relaciones sociales basadas en diferencias percibidas entre los sexos, y el género es una manera primordial de significar

relaciones de poder”. No se puede plantear una definición más neutra y poco comprometida de las contradicciones entre hombres y mujeres. Las explotaciones y opresiones se convierten en “diferen­ cias percibidas” -ni siquiera se sabe si son objetivamente o subjetivamente perceptibles. Y si habla de relaciones de poder, no se sabe cual de los dos “géneros” es el que deten­ ta el poder. Puede entenderse- y seguramente este es el obje­ tivo perseguido por la autora -que cualquiera de los dos, dependiendo del momento y de la situación en que se encuentren. Aún más, esta definición puede interpretarse como la expresión de que en realidad la mujer sostiene unas relaciones de poder con el hombre que le someten. No es nueva la afirmación de que las mujeres tienen mucho poder, sólo que lo ejercen de otra forma que los hom­ bres: con astucia, hipocresía y aparente sumisión que los engaña. En definitiva, ellas mandan en la casa y en la familia, o incluso muchas veces en los asuntos públicos por procura­ ción del marido, que acaba siendo manipulado por ella. Clá­ sica es la afirmación de que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, y otros refranes por el estilo, que vienen a “desmitificar” la apariencia de que el poder es solo masculino. Para mantener esta tesis, Scott enfatiza que el género opera en múltiples campos, “incluidos los símbolos culturalmente disponibles que evocan múltiples representaciones, los concep­ tos normativos que exponen interpretaciones de los significa­ dos de los símbolos, las instituciones y organizaciones sociales y la identidad subjetiva.M8 Como es habitual el género no opera sobre la economía. O la economía sobre el género.

LAS PERSEGUIDAS LIMITACIONES DEL ANÁLISIS DE GÉNERO: EVITAR LAS PRETENSIONES CAUSALES UNIVERSALES. En ésta búsqueda de la operatividad del género en las representaciones y los símbolos, Scott advierte que los y las

analistas del género no deben repetir los errores de las prim e­ ras explicaciones feministas que acreditaban el género como una fuerza causal universal Al contrario, “deben buscar una auténtica bistorización y una deconstrucción de los términos de la diferencia sexual”. Ya saben, hay que deconstruir el feminismo. Es decir: destruirlo. No es de extrañar que según explica Hawkesworth, algu­ nos y algunas estudiosas se hayan planteado la utilidad del género como categoría analítica. Especialmente aquellas que deseando poner el acento en las contradicciones de clase, de raza y de orientación sexual, se han encontrado con que el “género” no sirve como “fuerza causal universal”. Precisa­ mente lo que persigue Scott. Que si la investigación feminista no opera con las situa­ ciones de explotación económica de clase y de raza y de dis­ criminación por opción sexual, que son universales, y en con­ secuencia se inhibe de la denuncia y el análisis de las causas que han llevado a 2.300 millones de personas a la extenua­ ción por hambre, de las que el 80 por ciento son mujeres, a las agresiones bélicas de Estados Unidos y la OTAN contra pequeños y débiles países, que han ocasionado el desplaza­ miento de 50 millones de personas; al imperialismo de las grandes multinacionales que han hundido en la miseria a enormes colectivos e incluso a países enteros; y a la vez que mantienen y reafirman el predominio masculino sobre el femenino para sostener el modo de producción doméstico, este análisis sirve únicamente para “tratar la situación de las mujeres blancas, de clase media, heterosexuales, que se dan el lujo de experimentar sólo un modelo de opresión”19. En definitiva, como pregunta Hawkesworth, y afirma Scott, las autoras embarcadas en la cruzada del género pre­ tenden evitar pretensiones causales universales. No desean hallar grandes narrativas y explicaciones totalizadoras que podrían ser peligrosas para el orden patriarcal y capitalista. Si no se permite que el feminismo se convierta en una ide­ ología totalizadora emancipadora, heredero del socialismo,

es más fácil impedir que las víctimas se reconozcan, se agru­ pen, se organicen y se decidan a enfrentar el poder con una lucha eficaz. Pero ello no tiene importancia, porque en realidad se trata de defender la utilidad de unos estudios de género comple­ tamente inútiles,, que deben existir supongo para darles empleo a las profesoras universitarias que se dedican a ellos. Harding, una de esas autoras lo explica claramente cuando quiere defender la necesidad de los estudios de género, “reconocer que el género aparece sólo en form as cultural­ mente específicas no mitiga en modo alguno la fuerza del análisis de género™. Supongo que efectivamente el “género” aparece sólo en formas culturalmente específicas, ya que el sexo es una constante en todas las culturas, o por lo menos yo no conozco ninguna en la que no existan hombres y mujeres.

LOS CAMBIOS SUPERESTRUCTURALES MODIFICARÁN LA SITUACIÓN FEMENINA O COMO SE ANULAN LAS RESPONSABILIDADES COLECTIVAS Y TODA SALVACIÓN ES INDIVIDUAL. El análisis de género, como justificación de la construcción artificial de las mujeres sirve a la vez para afirmar que los cambios en la superestructura -educación, leyes, costumbres, cultura, usos sociales, normas religiosas- son suficientes para modificar la opresión femenina. En definitiva, aunque la construcción de esa mujer sea res­ ponsabilidad de los poderes sociales, ella misma es el sujeto de su opresión. Cómo señalan los rectores de derechas, en la voluntad de ella misma reside su salvación. Si no tiene ins­ trucción debe estudiar, si está casada con un golpeador debe separarse, si no tiene medios económicos debe salir a traba­ jar, si se enamora de un hombre indeseable debe desenamo­ rarse. Poniendo el acento en las condiciones subjetivas, la última responsabilidad reside en la propia víctima.

De aquí que no sea posible poner en cuestión la especia­ lidad reproductora, puesto que la biología femenina no es relevante en su situación social. Si se modifica la situación social, la biología pierde su papel. Estas tesis son las que triunfan en el feminismo occidental. Descargar las responsabilidades sociales en responsabilidades individuales. Perdido el sentido de lo colectivo, repudiada toda responsabilidad estatal, no se permite defender la socia­ lización de las tareas domésticas, de la reproducción de la especie y de la educación de los niños. Nuevamente, con los más viejos términos del liberalismo del siglo XVIII, desprecia­ das las utopías socialistas, la supervivencia de la especie y la socialización de los individuos queda bajo la única responsa­ bilidad de la familia. Ni siquiera se pone en cuestión si la edu­ cación que imparten éstas es la adecuada para el modelo social a que aspiramos.( En realidad ni siquiera se plantean modelo social alguno) Y eso a pesar de que la violencia con­ tra las mujeres y los niños, los abusos sexuales contra éstos, la explotación laboral de ellos por los propios padres, el infanti­ cidio, la prostitución infantil, etc. no cesan de aumentar.

Tercera Parte

LA REVOLUCIÓN FEMINISTA

Capítulo I

LA NECESIDAD DE LOS PARTIDOS FEMINISTAS Cuando organicé la estructura de este libro pensé que debía ponerle fin al terminar los capítulos dedicados al “géne­ ro”, puesto que mi propósito era estudiar los nuevos mitos del feminismo, y con ese tema daba por concluida mi tarea. Pero al llegar a este punto recapacité que quizá mi análisis resulta­ ría a las lectoras y a los lectores un tanto negativo. En el estu­ dio de las nuevas tendencias feministas que había ocupado los capítulos precedentes, no había hallado ninguna que decidie­ ra defender. Podría parecer que no existe en el panorama actual ningún camino válido para seguir militando en las filas feministas, conclusión ésta que estaría bien lejos de mi ánimo, como lo demuestra mi persistencia en tales lides. Por ello he decidido dedicar unas páginas a ofrecer la opción que reúne las condiciones más adecuadas para arran­ car al Movimiento Feminista de su marasmo y volver a dar a las mujeres el deseo de seguir luchando por cambiar las adver­ sas condiciones de vida que siguen sufriendo. Esta opción no es otra que los Partidos Feministas. Ya en Mujer y Poder Politicé dediqué un espacio al análi­ sis de los partidos feministas que se han creado en todo el mundo, las circunstancias que propiciaron su constitución, el 1 Vindicación Feminista Publicaciones, Madrid, 1992, cit.

trabajo desarrollado y los objetivos que se proponen. Pero no creo que repetirlo, dado el tiempo transcurrido desde aquella obra, sea inútil o farfalloso.

FEMINISMO POLITICO La síntesis a que el feminismo ha de llegar asumiendo los mejores valores humanos, utilizando las estrategias más eficaces para alcanzar sus objetivos, sólo puede realizarse convirtiendo el Movimiento Feminista en un movimiento político. El desafío para este siglo que comienza es ver cómo las mujeres asumen su conciencia de clase luchando por sus intereses desde sus propias organizaciones políticas. Sin imitaciones ni sometimien­ tos al poder masculino; estableciendo sus tácticas de lucha y compitiendo en la arena electoral para situar a sus dirigentes en los organismos estatales. Se trata, por primera vez, no de supli­ car un puestecito en las organizaciones masculinas sino de enfrentarse a ellas desde las que el feminismo debe crear. Ana María Araujo en su libro Tupamaras-Des Femmes de IVruguay1 reproduce el sentimiento común a muchas muje­ res. Piensan que las mujeres deben dar la batalla dentro de lo que ya existe y no constituir especialmente grupos de mujeres porque tienen miedo a crear nuevas estructuras. Se sienten incapaces, dada su inseguridad derivada de la edu­ cación recibida y fomentada por los hombres, para organi­ zarse al margen de ellos. Pero era Rosa Luxemburgo la que afirmaba que “el peor de los partidos obreros vale más que ningún partido”. Cierto es que Luxemburgo no hubiera acep­ tado la constitución de un partido de mujeres, puesto que elli no hizo nunca un análisis feminista. Son conocidas sus polémicas con Clara Zetkin sobre esta cuestión. Pero no sabemos que diría hoy Rosa después de los años transcurri­ dos en que la experiencia nos ha enseñado cómo los parti­ dos obreros en que ella confiaba tanto, poco o nada se han ocupado de liberar a las mujeres “del lavadero y de la coci­ na” como pedía Lenin.

Comprobamos que en el albor del siglo XXI las mujeres padecen una situación peor que los hombres de cualquier clase social; que ni los avances técnicos ni el aumento del nivel de vida en los países ricos las han liberado de cumplir con su especialidad reproductora; que las dos terceras partes de las mujeres del mundo viven en la miseria y que sus con­ diciones de explotación, ausencia de educación, carencias de alimentación y falta de salud no se han remediado, a pesar de que los hombres de izquierda han gobernado buena parte de ese mundo durante casi un siglo. Hemos comprobado la marginación de las mujeres en las cúpulas directivas de los parti­ dos socialistas. Observamos los patéticos esfuerzos de las afi­ liadas a esos partidos para ser consideradas con el mismo res­ peto y consideración de sus compañeros. Tenemos ya los resultados de la aplicación de diversas reformas: cuotas, dis­ criminación positiva, paridad, y sus escasos éxitos. Y nos planteamos si no ha llegado el momento, como dice Suzanne Blaise, de no proseguir rogándoles a los hombres que se hagan cargo de nuestra liberación. Las mujeres deben ser las protagonistas de su lucha, como toda clase tiene la responsabilidad de liberarse de sus cade­ nas. No olvidemos la máxima de que “la liberación de una clase es obra de la clase misma”. Las mujeres que no han comprendido todavía que deben aplicarse a sí mismas esta consigna se hallan en un nivel muy atrasado de concienciación. Siguen confiándoles a los hombres su propio destino, como lo hicieran de niñas al padre y más tarde al marido Las mujeres deben dotarse de partidos feministas con los que, defender sus intereses; partidos en el sentido político de la palabra, ya que sin la estructura, la organización y un pro­ grama que reivindique las reformas y cambios precisos a corto y medio plazo para mejorar su propia vida y la de las demás clases sometidas a condiciones injustas, no tendrán posibilidad de conseguir el poder que les permita participar en las decisiones que dirigen el mundo. En las Tesis del Partido Feminista de España3 aprobadas en el I Congreso celebrado en julio de 1983 decíamos: 3 P oder y Libertad, n° 5, Barcelona, julio 1983.

“Por qué nos constituimos como Partido. “Porque un Partido es la fuerza organizada de una clase social. "Porque como clase explotada en lucha queremos acceder al poder. "Porque solamente accediendo al poder y manteniéndose en él, hegemónicamente respecto a otras clases, podremos transformar la sociedad en nuestro beneficio. "Porque solamente un partido fuerte, coherente, bien organizado, democrático, disciplinado y entusiasta hará posi­ ble las transformaciones de la clase que representa. "Porque se han concluido los tiempos en que las mujeres eran el “segundo sexo”, las “locas”, las “sufragistas”, las “refor­ mistas” o las “dulces compañeras de los hombres”, que humil­ demente unas veces y rabiosamente otras “pedían” ventajas para su sexo. "Porque hoy ya no somos un sexo, ni un género, ni las esposas, ni las amantes de los hombres, ni las madres de nuestros hijos, ni seres humanos iguales a los hombres. Hoy somos una clase en lucha. "Y como tal sabemos cual es el modo de producción en el que estamos insertas, las relaciones de producción que mante­ nemos con los hombres, la explotación de que somos víctimas y las opresiones que nos señalan como clase. Y la ideología que las clases dirigentes nos ha hecho asumir para confor­ marnos con nuestra explotación, a la que se llama eufemísticamente “papel de la mujer en la familia y en la sociedad”. "Porque nuestros primeros objetivos como clase es concien­ ciar a las mujeres de la política global de nuestro país, dando una alternativa concreta a cada momento y a cada problema, para lo que participaremos en las campañas electorales, en los organismos parlamentarios, en las asociaciones de masas, en las organizaciones sindicales, llevando a todas nuestros principios y nuestra voz, en defensa de nuestros intereses como clase. ”Y para realizar estas tareas y cumplir estos objetivos, pre­ cisamos constituirnos como partido”. Es imprescindible repetir que la constitución de un parti­ do feminista se realiza por cuestiones políticas y no por sepa­ ratismo de sexo. Con palabras de Ana María Araujo consiste

en “convertirse políticamente en una mujer, es decir en una feminista” y es la diferencia exacta que existe entre el desti­ no biológico de ser mujer y la opción política de adherirse al feminismo. Con palabras de Suzanne Blaise: “Ser feminis­ ta es tomar conciencia en primer lugar de que nuestra con­ dición está estrechamente relacionada con cualquier régi­ men político. No es suficiente con ser mujer, es necesaria una toma de conciencia de clase, lo que implica, en toda lógica, una o varias organizaciones autónomas. Por ello nuestro Partido es un Partido Feminista y no un partido de las mujeres. Por ello también, el nombre de “Movimiento Feminista” nos parece más justo que el de “Movimiento de Mujeres” o que todas las definiciones que tratan de escamo­ tear el sentido político a nuestra lucha y sustituirlo por una definición biológica.” Con estas razones, para Suzanne Blaise la crisis actual del feminismo desde el fin del siglo pasado proviene precisa­ mente de la dificultad que sufre el Movimiento, en su con­ junto, de franquear el paso entre la dimensión cultural y la dimensión política. Por ello, la definición de clase para las mujeres convierte en político el colectivo femenino que hasta ahora era considerado únicamente como las hembras de la especie. Pero estos partidos feministas tienen la obligación de ela­ borar una ideología que no sólo defienda los intereses de las mujeres sino que plantee también la transformación del mundo. Ha de manifestarse en contra del “pensamiento único”, de la dominación capitalista e imperialista que se ha impuesto y que encubre sus propósitos depredadores, sus tácticas de invasión de otros países- tanto por las armas como comercialmente -con eufemismos del lenguaje como “globalización” y “aldea global”. Ha de tomar sobre sí el propósito de oponerse a todas las explotaciones, a todas las opresiones, a todas las injusticias. Lo que nosotras entendemos por feminismo debe hacerse cargo de la liberación de toda la humanidad, de todas las per­ sonas. Ese es el objetivo final del feminismo. Del feminismo universalista, no particularista, que rechaza las tendencias reductoras actuales de un feminismo que se sitúa en un espa­

ció mínimo de los objetivos sociales y políticos por los que tenemos que luchar todos los seres humanos. Si las feminis­ tas no creen que forman parte de un mundo aparte, que debe ser privilegiado en su incontaminación con los defectos de los restantes individuos, tienen la obligación de preocuparse por todas las miserias que afligen hoy a la humanidad.

PARTIDOS FEMINISTAS Son muchos ya los partidos feministas existentes en todo el mundo, creados bajo diversos objetivos y por razones ideoló­ gicas algo distintas. Los primeros partidos que se forman en Francia y en Bélgica inician el camino. En estos casos, tras haber sufrido alguna derrota electoral y víctimas de sus disen­ siones internas, fueron disueltos. Más tarde volvieron a for­ marse, en el caso de Bélgica con el nombre de Partido Feminista Humanista. Los de Irlanda, Islandia y Rusia son especialmente exitosos, ya que han conseguido varios escaños en sus Parlamentos y tienen una influencia creciente en su sociedad. Mary Robertson hoy Presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU fue Presidenta de la República de Irlanda por el Partido de las Mujeres. Así mismo, la más conocida Presidenta de Islandia Fingebóttir lo era del Partido de las Mujeres. Malasia, Sri Lanka, Polonia, son países donde también las mujeres han decidido organizarse políticamente de forma autónoma, sin depender de los partidos políticos. En los análisis que todos los partidos feministas están rea­ lizando se parte de la comprensión de dos situaciones reales: Que las mujeres constituyen un colectivo social, el más numeroso, que padece idénticas explotaciones y opresiones, basadas en su trabajo reproductor y doméstico. Que los hombres no van a ser los agentes de su liberación, puesto que son, por el contrario, los de su opresión. Por consiguiente, los partidos feministas de muy diversos países, se constituyen y organizan como partidos de clase para defender los intereses de la clase mujer.

El caso de España es paradigmático, puesto que por pri­ mera vez se constituye un Partido Feminista que considera que la mujer es una clase social y económica explotada por el hombre, pero que no sólo tiene bajo su responsabilidad defender los intereses femeninos, sino que considera su lucha la de todos los seres humanos, y que tiene que dar alternati­ vas globales a toda la sociedad. En España el Partido Feminista tiene una experiencia de veinte años, ya que fue fundado en 1979, aunque no obtuvo la legalización del Ministerio del Interior hasta 1981. Desde entonces ha constituido numerosos grupos, ha difundido su ideología, edita una revista Poder y Libertad, que ha alcanza­ do su número 31 y ha publicado numerosos libros de análi­ sis feminista. Entre 1997 y 1999, con motivo del proyecto de candidatura de mujeres se legalizaron en España dos partidos feministas más: el de Catalunya y el de Euskadi.

ELECCIONES AL PARLAMENTO EUROPEO Los Partidos Feministas que existían en España se aliaron en una Confederación de Organizaciones Feminista COFEMFEMEK con la que se presentaron a las elecciones al Parlamento Europeo en 1999. Elaboraron para ello un pro­ grama específico y una candidatura de mujeres que contenía 68 nombres que representaban a muy variados sectores pro­ fesionales de mujeres. En su programa escribieron que “cuando las mujeres refle­ xionamos sobre nuestra vida personal y tomamos conciencia de nuestra situación en esta sociedad, encontramos en el femi­ nismo una teoría y una práctica que nos ofrece pautas de liber­ tad, de igualdad, de salud, de felicidad, al mismo tiempo que descubrimos que todas las mujeres somos un grupo social a quien nos une padecer una misma explotación: la que ha ejer­ cido el poder masculino durante toda la Historia. Tal descubri­ miento nos aporta una conciencia de identidad como grupo social, base común de todas nuestras diferencias personales. “Queremos elaborar un programa que suponga una trans­ formación positiva en las condiciones de vida de cada una de

nosotras, de todas las mujeres del mundo y de todos los hom­ bres, que ayude a potenciar una política de lucha contra cual­ quier tipo de discriminación. “Una sociedad donde todo lo que sucede en el ámbito pri­ vado: reproducción (gestación, parto, alimentación, salud, educación, etc.) y el trabajo necesario para vivir con calidad, las relaciones afectivo-sexuales, el cuidado de las personas que necesitan ayuda, y todo lo que sucede en el ámbito público: gestión económica, social y política, sea realizado por mujeres y hombres, a partir de unos criterios éticos de corresponsabilidad. “Esta candidatura defenderá y exigirá para todos las rei­ vindicaciones que supongan un avance en la consecución de una situación más justa y de bienestar, y exigirá para el colec­ tivo de las mujeres otras medidas, no contempladas en su mayoría en los programas políticos, tendentes a: Eliminar los malos tratos, la violación y el acoso sexual a niñas, jóvenes y mujeres, la prostitución organizada y todo tipo de agresión hacia el cuerpo de las mujeres; impulsar la justa participación de las jóvenes y mujeres en el mundo laboral, anular todo tipo de discriminaciones económicas por razones de sexo, favorecer y respetar las opciones personales en la elección de las distintas formas de amor y de expresión sexual.”

LA FILOSOFIA DE LA QUE PARTIMOS Para concluir este libro me parecen muy esclarecedores estos párrafos del programa de la candidatura de la Confederación de Organizaciones Feministas al Parlamento Europeo de 1999. El apartado que comienza con el mismo título que este epígrafe se lo debemos a las compañeras del Colectivo Lanbroa, que en este año 2001 han constituido el Partido Feminista de Euzkadi. María José Urruzola escribe: “Esta candidatura aboga por un modelo nuevo de persona integrador de lo positivo de las culturas femenina y masculi­ na y por una sociedad, que anulando la jerarquización bási­ ca de las personas en función del sexo, y erradicando la vio­ lencia como instrumento para mantener ésta y todas las jerar-

quizaciones establecidas sobre ella, ya sea en función de la clase económica, etnia, grupo cultural etc. se construya con criterios éticos de desarrollo humano. Que colaboren en la creación de otro sistema de valores, a partir del cual se posi­ biliten unas relaciones positivas con el propio cuerpo, con el medio natural y urbano, con las personas y los pueblos, con los animales, con los bienes y recursos.” Esta es mi opción también, rechazados deterninismos biologicistas y fundamentos esencialistas que nada tienen que ver con la labor evolutiva y cultural que la humanidad ha lle­ vado a cabo hasta ahora para construirse a sí misma. Pero para alcanzar tal ideal se precisa una profunda tarea de reflexión. El feminismo que es una teoría filosófica, un movimiento social y un programa político, debe elaborar una ideología progresista y liberadora que ponga los cimientos del edificio moral que está por construir para asegurar el pací­ fico y justo desarrollo humano. El feminismo no puede ser utilizado como coartada o excusa para justificar los propios deseos, calmar inquietudes personales o darle un barniz filo­ sófico y teórico a lo que son únicamente renuncias a la lucha por cambiar el mundo. Para convertir a las mujeres -y a los hombres también- en los “sujetos de virtud” que desearíamos, hace falta una larga labor de concienciación feminista. Nada se construye en el mundo humano sin trabajo y esfuerzo. Los movimientos revo­ lucionarios no lograron los avances sociales y morales de que disfrutamos más que después de largos años de luchas, de organización, de sacrificios personales. Lo que sí es cierto es que las feministas no nacen sino que se hacen, y lograr que se hagan feministas las mujeres -y los hombres- ha de ser una larga tarea que no se realiza sentán­ donos en mitad del camino a ver pasar a los demás, sintién­ donos tan contentas de nosotras mismas por haber nacido con ovarios y matriz. El feminismo no es un deterninismo biologista, sino una ideología revolucionaria que es preciso construir y asimilar y difundir. No se es feminista por el hecho de haber sido pre­ parada para reproducirse, sino por un largo trabajo de con­ cienciación, de estudio, de reflexión, por un sentimiento de

rebeldía ante las desigualdades del mundo, por un altruista deseo de reparar las injusticias cometidas y de compensar a las víctimas. Tantas veces sin ser a la vez víctima de ellas. Es ya conocido que multitud de líderes revolucionarios pertenecieron a la burguesía e incluso a la aristocracia y no habían sufrido en sí mismos ni la pobreza ni la esclavitud. Del mismo modo, muchas de las dirigentes feministas no han padecido malos tratos por parte de ningún hombre, ni han sido violadas o se han visto abocadas a abortar, pero no por ello se han sentido menos indignadas contra los autores de estos crímenes, y son solidarias con sus víctimas. Lo importante no es que una líder feminista sea mujer como que defienda una ideología revolucionaria y se man­ tenga fiel a ella. El enemigo es siempre más fuerte, está mejor preparado, posee muchos medios, dinero, publicidad, reli­ gión, prejuicios, cuenta con la complicidad de los reacciona­ rios del mundo, de los machistas, de los y de las egoístas, de los y de las cobardes, y en último caso siempre recurre a la violencia y a la represión. Por ello el feminismo avanza tan lentamente, cosecha tantas derrotas y tan pocas victorias. Por ello es tan difícil, tan esforzado, tan valiente, ser feminista. Por eso se necesitan tantos esfuerzos para aprender, para no flaquear, para no derrotarse, para no dejarse comprar por los que tienen el poder, ni engañar por cantos de sirena burgue­ ses, reformistas, esencialistas, que adulan la vanidad y permi­ ten tranquilizar la conciencia con sofismas gratificadores. Y para lograrlo nunca tendremos bastantes mujeres -y hombres- dispuestos a sacrificarse por ello, y nunca podre­ mos estar suficientemente contentas de lo alcanzado, porque las metas están mucho más lejanas que las pequeñas satisfac­ ciones personales. Se trata, nada menos, que de conquistar la felicidad de todos los seres humanos. En definitiva, parafraseando la frase de Rosa Luxemburgo ante el horror que iba a desencadenarse con la II Guerra Mundial de que el mundo debía “enfrentarse al dilema de escoger entre socialismo o barbarie” -y sabemos que en aquel momento escogieron la barbarie-, hoy en este albor del siglo XXI, ante un futuro terrible e incierto, superadas las pro­ mesas y esperanzas que ofrecía el socialismo, la humanidad

tiene que escoger entre feminismo o barbarie. En la volun­ tad de las mujeres, en su trabajo, en su lucha, tenemos la res­ puesta. Espero que todos, mujeres y hombres, escojamos el feminismo. Bustarviejo, diciembre 2000.

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