Los Nuevos Caminos De La Linguistica

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LOS NUEVOS CAMINOS DE LA LINGÜÍSTICA por

BERTIL MALMBERG

traducción de JU A N ALM ELA

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siglo veintiuno editores;sa CERRO DEL AGUA 248 MEXICO 20. D.F.

siglo veintiuno de españa editores, sa EMILIO RUBÍN 7, MADRID 33 .ESFAÑA

siglo veintiuno argentina editores, sa Av. CORDOBA 2064 , BUENOS AIRES .ARGENTINA

primera edición en español, 1967 segunda edición en español, 1969 tercera edición en español, 1970 cuarta edición en español (m adrid), 1971 quinta edición en español, 1973 sexta edición en español abril, de 1974 séptim a edición en español, noviem bre d el974 © siglo xxi editores, s. a. primera edición en sueco, 1959 segunda edición en sueco, corregida y aum entada 1967 © svenska bokfó'rlaget, estocolm o títu lo original: nya vagar inom sprakforskningen derechos reservados conform e a la ley im preso y hecho en m éxico printed and m ade in m exico

ÍNDICE

PROLOGO A LA EDICION ESPAÑOLA

INTRODUCCIÓN ' LINGÜÍSTICA HISTÓRICA Y LINGÜÍSTICA COMPARADA FERDINAND DE SAUSSURE Y LA ESCUELA DE GINEBRA. EL ESTRUCTURALISMO ESTUDIO DE LOS DIALECTOS Y GEOGRAFÍA LINGÜÍSTICA LA NEOLINGÜÍSTICA. LA ESCUELA DE VOSSLER. LA ESCUELA ES­ PAÑOLA LA FONOLOGÍA Y LA ESCUELA DE PRAGA. DIVERSAS TEORÍAS DEL FONEMA FONÉTICA MODERNA. FONETICA EXPERIMENTAL SEMÁNTICA. EL ESTUDIO DEL SIGNIFICADO GLOSEMÁTICA. LA TEORÍA DEL LENGUAJE DE HJELMSLEV Y OTROS ASPECTOS DE LA MODERNA LINGÜÍSTICA DANESA LA LINGÜÍSTICA ESTADOUNIDENSE MODERNA MÉTODOS ESTADÍSTICOS Y MATEMATICOS EN LINGÜÍSTICA. LA TEO­ RÍA DE LA INFORMACIÓN CONTRIBUCIONES PSICOLOGICAS Y FILOSOFICAS AL- ESTUDIO DEL LENGUAJE LINGÜÍSTICA APLICADA

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PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

La lingüística —ciencia de esta actividad comunicativa distintivamen­ te humana que llamamos lenguaje— ha conocido un desarrollo suma­ mente rápido e interesante durante las tres o cuatro décadas pasadas. El interés que ofrece este desarrollo se explica, me parece, por dos hechos importantes. De un lado, la lingüística de hoy refleja fiel­ mente una tendencia general en las ciencias naturales y humanas. La concentración de los científicos en torno a problemas de estructuras y relaciones es típica en todos los campos. La historia de la lingüísti­ ca está caracterizada muy netamente por esta misma tendencia. La lingüística ha obtenido así su posición dentro de un conjunto de cien­ cias que estudian problemas de comunicación y de relaciones huma­ nas. La lingüística se ha hecho pariente a la misma vez de la técnica de la trasmisión sonora y de la sociología humana. De otro lado, estas nuevas actividades y esta nueva dirección teórica han desembocado en nua aplicación práctica de los datos obtenidos por la lingüística, antes desconocida, aplicación que a su vez ha despertado un interés en el trabajo de la lingüística que le faltó durante el primer siglo de su historia. La comunicación sonora y la trasmisión de mensajes lin­ güísticos (teléfono, micrófonos, altoparlante, etc.) ha aprovechado los resultados fonéticos y sus representantes han contribuido al mismo tiempo, por sus posibilidades técnicas, al desarrollo de la fonética. El análisis estructural del lenguaje ha aportado nuevas posibilidades en la enseñanza de lenguas extranjeras. La traducción mecánica es un efecto directo del trabajo de los estructuralistas y semánticos moder­ nos. Los ejemplos pueden multiplicarse. Se comprende fácilmente el que, bajo tales circunsatncias, la lin­ güística empiece a interesar a un número creciente de personas. Esta ciencia no es más, como aún en el siglo pasado, una especialidad de algunos aficionados sin contacto con el mundo y con la sociedad en los que todos estos sonidos, todas estas formas y construcciones, tan minuciosamente analizadas y derivadas, funcionan como elementos de contacto entre hombres. Hay por consiguiente muchas razones para que un libro de orientación general sobre las esenciales tenden­ cias de la lingüística de nuestro siglo despierte interés y reacciones, positivas o críticas, según la convicción propia, y provoque discusio­ nes sobre los problemas del lenguaje.

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PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

Es para el autor de este libro un placer particular ver publicarse ahora una versión en lengua española de Nya vagar. Los problemas del español, su estructura, sobre todo fonética, y su historia en la Península y en el Nuevo Mundo, ha retenido durante muchos años mi interés, y mis puntos de vista sobre las lenguas y el lenguaje han sido determinados en gran parte por mis experiencias de hispanista y por mis estudios del español y de su desarrollo en América. He uti­ lizado a menudo ejemplos españoles e hispanoamericanos en mis de­ mostraciones científicas, también a veces en este libro. Sería para mí una causa de gran satisfacción si este libro en su forma española pu­ diese despertar interés y comentarios en estos países de habla espa­ ñola con los que estoy vinculado con tantas relaciones de amistad y de interés científico, y a los que debo tanto. Lund y "París, 3 de marzo de 1967. BERTIL MALMBERG

INTRODUCCIÓN

En el uso técnico moderno, el término lingüística se aplica al estudio científico del lenguaje humano, y un lingüista es una persona que está consagrada a esta ciencia, si bien el uso tradicional y cotidiano de la palabra es —sobre todo en Inglaterra— para designar a alguien dotado de excepcional talento para aprender lenguajes extranjeros. La lingüística es bien diferente de la filología, que estudia también el lenguaje, pero desde un punto de vista distinto. La filología se ocupa sobre todo de la interpretación de textos, si tomamos la palabra “texto” con el sentido más lato posible. La tarea de la filología es, por lo tanto, establecer el contenido de un texto, en algún lenguaje. El filólogo procura descubrir el sentido, o la inten­ ción, del autor del testimonio hablado o escrito que es analizado. El filólogo trata de extraer la mayor información posible tocante a la cultura y al medio en que su texto fuera producido, así como a las circunstancias de su producción. El texto suele provenir de alguna época y de alguna cultura pasadas, pero puede usarse el mismo método filológico para interpretar documentos contemporáneos. Así, no es sorprendente que el filólogo sea muchas veces, en algún sen­ tido, un historiador. El conocimiento del lenguaje de que se ocupa —sus sonidos, formas, sintaxis y vocabulario, su desarrollo histórico y caracteres estilísticos— es para el filólogo sólo un medio endere­ zado a un fin. Su intención primaria es captar el contenido de la palabra hablada o escrita, y con ello sirve a los intereses de otros campos de estudio. La investigación histórica, la jurisprudencia, el estudio comparativo de las religiones, la filosofía, la historia literaria: todos acopian materiales gracias a las interpretaciones de la filología. Cuando el filólogo resuelve problemas puramente lingüísticos, de fonémica, morfología, sintaxis o semántica —por ejemplo— su inten­ ción es llegar a una interpretación más segura de los textos. Esto no ha impedido a la filología desenvolver sus técnicas propias de análisis, extremadamente complicadas, y adquirir considerable independencia. Una de estas técnicas es la crítica de textos. Compa­ rando los múltiples ejemplares diferentes de un texto que hayan sobrevivido, es posible, considerando los errores que tengan en común (faltas de escritura, falsas interpretaciones del original), establecer la red de relaciones que los liga al original, y decidir así cuál es el más auténtico. Determinar el estado original del texto, siguiendo [l]

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INTRODUCCIÓN

la pista a los errores de los copistas e impresores, es el auténtico pro­ pósito de la crítica de textos. De hecho, hay varias escuelas de crítica de textos, cada una con métodos propios. Técnicas análogas se apli­ can a la investigación del folklore, para estudiar la literatura y tra­ diciones que han sido trasmitidas sólo de palabra. Hoy día se estudian el lenguaje y la cultura de los pueblos primitivos con auxilio de la grabación del sonido: el registro en cinta magnética del habla viva y espontánea sirve en gran medida a los mismos propósitos que el texto escrito que sobrevive de una época pasada. Es conveniente, por cierto, extender el significado de la palabra “texto” a fin de abarcar los registros de sonidos. La diferencia esencial entre lingüística y filología reside en que, para el lingüista, el lenguaje es un fin en sí mismo. Sin importar cuál sea el contenido del texto, el lingüista trata de comprender cómo el lenguaje funciona como medio de expresión. Le interesan el me­ canismo del lenguaje y los medios y métodos que usa el hombre para comunicarse con susí semejantes. Estudia de qué modos son produci­ dos los sonidos del habla, y sus características acústicas y distintivas; formula un inventario de formas, palabras y construcciones sintácti­ cas; aprecia los cambios de significado. Fundado en toda esta infor­ mación, intenta descubrir leyes generales que gobiernan la estructura y el desarrollo de los sistemas lingüísticos. En tanto que la labor del filólogo está íntimamente ligada a la del historiador y la del crítico literario, la del lingüista se traslapa con estudios de fisiología, acús­ tica, psicología, sociología o filosofía (lógica, teoría del conocimiento). De estas dos disciplinas lingüísticas, la filología es la que tiene una tradición más dilatada; de ahí que al profano le suela parecer el único acceso posible al lenguaje. Aun en los departamentos de len­ guas modernas de las universidades se tropieza todavía con la idea de que la investigación seria de los lenguajes sólo puede abordarse mediante los recursos tradicionales de la filología. Es sencillo expli­ car semejante actitud. La investigación lingüística empezó siendo filología. Los eruditos deseaban extraer información de manuscritos o inscripciones antiguos, a fin de interpretar las escrituras sagradas de su religión, para cerciorarse de que se entendían con propiedad los autores antiguos o para elegir la lección correcta entre múltiples va­ riantes textuales. Para estos propósitos tenían que comprender la naturaleza del lenguaje que les interesaba, y así de la filología nació la lingüística. El estudio de la naturaleza del lenguaje ha sido largo tiempo un mero subproducto de la interpretación de textos. Inclu­ sive la fonética fue desarrollada, por primera vez, en la India antigua, como intento de preservar inalterada la pronunciación de los textos sacros de generación en generación.

INTRODUCCIÓN

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Sin embargo, una vez puestas las manos a la obra, la frontera entre filología y lingüística es con frecuencia muy vaga. Para deter­ minar la lección correcta o escoger el mejor manuscrito, el filólogo tiene a menudo que resolver problemas fonéticos, morfológicos o sin­ tácticos, o rastrear una serie de cambios semánticos. Estos problemas puramente lingüísticos ejercen muchas veces una fascinación que no guarda proporción con la importancia estrictamente filológica que tienen para la investigación en cuestión. El mismo estudioso trabaja ora como filólogo, ora como lingüista, a veces aun contra sus inclina­ ciones. Al igual que el filólogo necesita método lingüístico para inter­ pretar sus textos, el lingüista debe disponer de textos interpretados con propiedad, en los que basar su análisis. Sin esto, toda investiga­ ción de historia del lenguaje y todo conocimiento de las lenguas antiguas se levantan sobre cimientos inseguros. Es evidente, pues, que estas dos disciplinas académicas, diferentes como lo son esencial­ mente, pueden y deben complementarse una a la otra, hasta constituir en ocasiones un todo indivisible. El bosquejo de los métodos y problemas de la lingüística moderna ofrecido en las páginas siguientes se ocupa sobre todo de lingüística, en el sentido que se acaba de describir. Hay, sin embargo, varias escuelas y líneas de acceso en la propia filología. Los principios y métodos generales usados en la publicación de viejos textos son, en un sentido, correlatos filológicos de la lingüística general. Una disci­ plina auxüiar de la filología es la paleografía, que se ocupa del pro­ blema de interpretar las escrituras antiguas. Sería posible, por tanto, describir los principios de la “filología generar’, pero no tenemos tal intención. En este libro, cuando se habla de lingüística se excluye la filología. Hay que tener presente que no siempre se establece una distin­ ción estricta entre los términos “lingüística" y “filología”. Como la filología es la que tiene mayor edad, con frecuencia se ha usado el término “filología” para designar cualquier género de investigación lingüística. Este uso refleja la inicial sumisión de la lingüística a la filología. En las obras en castellano e inglés, el término “filología” se empleó largo tiempo —y a veces sigue empleándose— con el mismo sentido restringido que aquí damos a “lingüística”. La expresión “filología comparada” para la investigación lingüística comparativa es un caso pertinente. Hasta años recientes, el término “lingüística” no ganó terreno en castellano; otro tanto pasó con “linguistics” en inglés, idioma en el que, por añadidura, se emplea esta palabra a menudo (sobre todo en los Estados Unidos) exclusivamente para

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INTRODUCCION

designar los progresos estadounidenses recientes. Los términos equi­ valentes en francés, “philologie” y “linguistique”, se usan general­ mente —pero no sistemáticamente— para mantener la distinción des­ crita, y los autores franceses tienen cada vez más conciencia de su utilidad. En alemán, “Sprachwissenschaft” cubre tanto la filología como la lingüística y carece de equivalente en castellano, francés o inglés.

LINGÜÍSTICA HISTÓRICA Y LINGÜÍSTICA COMPARADA

Este primer capítulo no pretende ser una introducción exhaustiva al método comparativo tradicional de la lingüística, ni proporcionar un resumen de sus métodos y resultados en. el grupo indoeuropeo. Existen varias obras generales en diversos idiomas. Este capítulo tiene más bien la intención de servir de punto de arranque para la narra­ ción que le sigue, de fondo ante el que resaltarán con claridad mayor los rasgos peculiares de los siguientes desarrollos de la lingüística. Sólo se han podido hacer breves alusiones a los progresos más recien­ tes en el campo comparativo, si bien representan modificaciones de teorías y métodos tradicionales. Tampoco hemos podido conceder la atención que merecerían a los trabajos de años recientes tocantes a grupos distintos del indoeuropeo. Se encontrará un bosquejo gene­ ral de la lingüística comparada indoeuropea en Hans Krahe, Indogermanische Sprachwissenschaft (Sammlung Góschen, 3? ed., 1958). Antes de 1800 no había apenas nada que pudiera llamarse lingüística en el sentido moderno. En tiempos anteriores, los autores a quienes interesaba el lenguaje se dedicaban o bien a establecer reglas prác­ ticas sobre el uso correcto, con la pretensión de preservar inalterado el lenguaje (enfoque prescriptivo), o bien a descubrir las leyes gene­ rales que gobiernan el pensamiento humano. Los antiguos gramáticos (griegos y romanos) eran filósofos y clasificaban los elementos del lenguaje de acuerdo con distinciones lógicas, y no según criterios pura­ mente lingüísticos.1 Lo más cercano al análisis lingüístico, en el sen­ tido moderno, aparece en la obra del gramático griego D io n y sio s T h r a x (murió en 90 a. c.; perteneció a la escuela alejandrina y escri­ bió la primera gramática griega sistemática), y en la del escritor romano V a r r ó n (murió en 27 a. c.). Durante la Edad Media, el estudio del lenguaje se concentró por entero en el latín. Llegado el Renacimiento, también hubo interés por el griego, pero la actitud seguía siendo la misma: estricta emulación de los gramáticos antiguos. i Cuando, por ejemplo, Platón estableció la distinción básica entre lo que llamamos "nombre” y el "verbo”, incluyó los adjetivos entre los verbos, ya que ambos se usan para hacer afirmaciones acerca del sujeto, y esto a pesar de que los adjetivos pertenecían a la misma categoría formal que los nombres (verbigracia, compartían la distinción de género). Gramáticos griegos posteriores cambiaron esta clasificación.

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Se pensaba que existía una gramática universal, cuyos principios estaban determinados por la referencia a la “realidad” y a la razón humana, de modo por completo independiente de los diferentes sis­ temas estructurales hallados en distintos lenguajes. Incumbía al filó­ sofo, no al gramático, determinar las reglas del lenguaje (“philosophus grammaticam invenit”). Durante los siglos xvii y xvm, se desarrolló en Francia una “grammaire générale” que, al igual que las obras de los antiguos gramáticos, formulaba una gramática general sobre un fundamento puramente lógico. Las obras más celebradas de esta escuela fueron la Gramrnaire du Port-Royal de 1660 y, algo más tarde, en 1729, la teoría del lenguaje de Du M arsais. Teorías similares prosperaban en Ingla­ terra; allí acaso el intento más conocido de establecer una gramática general fue el de J. H akris : Hermes, or a Philosophical Inquiry Conceming Language and Universal Grammar (3? ed., 1771). El teorizar lingüístico de esta clase no se fundaba en un conocimiento real de la estructura de diferentes lenguajes, sino que provenía de una serie de supuestos dogmáticos acerca de la naturaleza esencial del lenguaje. El primero que llamó la atención hacia este error fundamental, y que mostró la necesidad de un estudio comparativo de los lenguajes conocidos y de una recolección de datos lingüísticos, fue G o t t f r i e d W i l h e l m v o n L e ib n iz , en su Dissertation sur Vorigine des langues, de 1710. Esta obra dio a la lingüística la orientación empírica, y al mismo tiempo comparativa, que sería característica del siglo xix. La lingüística comparada, histórica, que se desarrolló durante la primera mitad del siglo xix resultó posible gracias a variadas causas. A fines del siglo xvm, los ingleses y franceses habían conocido el sánscrito, el antiguo lenguaje de la India, y merced al libro de F rie d r ic h v o n S c h l e g e l Über die Sprache und Weisheit der Indier (1808) conocieron el sánscrito todos los eruditos de Europa. Este contac­ to con el sánscrito provocó una revolución en las teorías lingüísticas. Desde mucho antes se había advertido que existía algún tipo de relación entre los grupos principales de lenguajes de Europa, entre el latín y el griego, y entre estas lenguas y los grupos germánico y céltico. Las relaciones internas entre los varios grupos romances, y su desarrollo a partir del latín, eran visibles desde hacía mucho. Pero sólo cuando se introdujo el sánscrito para obtener material de com­ paración pudo demostrarse que la teoría del origen común y la rela­ ción mutua entre los lenguajes indoeuropeos tenía un firme funda­ mento objetivo y podía considerarse definitivamente probada. El movimiento romántico fue parcialmente responsable de la mayor curiosidad por el pasado, no sólo el de Grecia y Roma sino el pasado de la Edad Oscura y el de las grandes civilizaciones del Oriente.

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El estudio del origen de las naciones, y de su historia temprana, im­ plicaba que el lenguaje de los primeros testimonios escritos se tomaría objeto de estudio sistemático; demostró ser inclusive una fuente de información, o al menos de conjeturas, acerca de la prehistoria y la primera civilización. La reconstrucción de los protolenguajes a partir de los cuales se habían desarrollado los lenguajes existentes (germá­ nico primitivo, eslavo primitivo, indoeuropeo primitivo, etc.) se con­ virtió en faena central de la investigación lingüística. El método fue examinar los más antiguos especímenes conocidos de cada lenguaje, en cada grupo lingüístico, en pos de rasgos comunes y regulares. El primer gran exponente del método comparativo fue el danés Rasmus Rask (1787-1832). Rask se formó bajo la influencia del romanticismo y por un tiempo compartió su entusiasmo por el pasa­ do remoto. Fue en plan de historiador, dedicado a investigar la más antigua historia de Escandinavia, como se puso a estudiar el antiguo noruego (islandés), del cual escribió la primera gramática moderna. Sin embargo, la disposición de Rask no era romántica sino racionalista; hizo su máxima contribución no al campo de la prehistoria y la filolo­ gía, sino al del estudio comparativo exacto. Su estudio del origen del antiguo noruego (Undersogélse om det gamle nordiske eller islandske sprogs oprinddse) fue escrito como tesis para la Universidad de Copenhague en 1811. Lo concluyó en 1814 y lo publicó en 1818. Lo asombroso es que esta obra, que es una gramática comparada indoeuropea en el sentido moderno, la escribiera Rask antes de co­ nocer el sánscrito. Aun así, sentó las bases de la fonética y la mor­ fología comparadas. Rask toma cada uno de los principales lengua­ jes europeos y lo compara con los lenguajes escandinavos, a fin de demostrar la regularidad de las correspondencias fonéticas descubier­ tas en palabras con significados parecidos. Se encuentra, por ejem­ plo, que la [p] latina de pater corresponde a una [f] en antiguo noruego: fadir (cf. en inglés father); similarmente, la [p] latina de piscis corresponde a [f] en A.N. fisk (cf. Ingl. fish). Por otra parte, la [f] del Lat. fagus corresponde a [b] en A.N. bok (cf. Ing. beech); similarmente, Lat. [f] en fero corresponde a A.N. bára (cf. Ingl. to bear). Al demostrar la regularidad de estas correspondencias, Rask estableció los fundamentos de un método comparativo estricto. En tanto que Rask representa el recién descubierto método com­ parativo, el sabio alemán Jakob G rim m puede ser considerado el verdadero fundador del método histórico, por su Deutsche Gramrnatik publicada en 1819. Antes, F ranz Bopp había publicado una comparación metódica de los principales grupos lingüísticos indo­ europeos en su libro Über das Conjugationssystem der Sanskritsprache, de 1816, pero la obra de Bopp era una comparación de siste-

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mas morfológicos y no sugería ningún método estricto para comparar rasgos fonéticos. Grimm interpreta las nuevas correspondencias foné­ ticas regulares como resultado de un cambio, y considera que la co­ rrespondencia descubierta entrelas consonantes oclusivas (p — t — k, b — d — g, etc.) de los lenguajes germánicos y las de otros idiomas europeos, es consecuencia de un corrimiento o mutación fonética (Lautverschiebung) que puede ilustrarse mediante las series siguientes: IJE. P t

k

b

d g

Ger­ mánico f t>

h (x)3

P t k

Latín

Ger­ mánico

peen

*/exu-

ca/>io

*xaf-ian pñv (A. sueco)

tres

Sueco Inglés moderno moderno ñ háva tre

fee heave three

verfo

varda

socer

hom hom svager —

waírjban (gótico) cornu *xurna-

scabo

swaí/ira (gótico) *ska£-an

decem

worth1 (arcaico)

ska/ja

shape

*texun

tio

ten

edo

*eí-an

ata

eat

iugum

*iufca-

ok

yoke

ager

*afcra-

áfeer

acre

2 No es éste el adjetivo worth sino el verbo arcaico (A. Ingl. weorpan) que aparece en el proverbio “W oe worth the day” (= "Woe be to the day”; cf. Al. werden). 3 La [x] original (una fricativa dorsovelar, como en alemán lachen) se convirtió en [h] (fricativa glotal) en los dialectos germánicos y luego se perdió casi siempre en posi­ ciones posvocálicas, previo alargamiento de la vocal precedente (cf. el primer ejemplo anterior, Lat. pecu — Ingl. fee).

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En las anteriores series de ejemplos, las palabras latinas conservan las consonantes oclusivas indoeuropeas originales. Las formas germá­ nicas son o bien reconstrucciones teóricas (señaladas con un aste­ risco), deducidas del examen comparativo de los más antiguos testi­ monios de diversos dialectos, o bien formas halladas efectivamente en los textos más viejos. En muchos casos, modificaciones fonéticas posteriores hacen difícil apreciar el efecto de la mutación consonántica en las formas actuales. Los anteriores ejemplos no incluyen to­ das las consonantes afectadas por la mutación; las labiovelares indo­ europeas [kw] y [gw], y las aspiradas indoeuropeas [bh], [dh], etc., no se han incluido. Estas correspondencias suelen denominarse Ley de Grimm, aun­ que la verdad es que ya Rask las había formulado antes, indepen­ dientemente. Grimm, sin embargo, no se contenta con la pura com­ pilación de correspondencias; deduce de ellas un proceso histórico, la mutación fonética germánica. En alguna época, en el pasado remo­ to, en alguna de las áreas en donde se hablaba indoeuropeo ocurrió una mutación en la pronunciación de las consonantes oclusivas. Las oclusivas sordas se convirtieron en fricativas, y las sonoras se ensor­ decieron. Los resultados de este cambio son uno de los rasgos más importantes que distinguen al grupo germánico de los otros dialectos del indoeuropeo. Estos precursores de la lingüística histórica y comparada tenían conciencia de que los rasgos regulares que habían descubierto no ca­ recían de excepciones. Rask hace un excurso para llamar la atención hacia estas aparentes irregularidades: en posición medial, puede ha­ llarse que una [t] latina, como la pater, corresponda a una [d] y no a una [t>] (Lat. pater: A.N. fadir, “padre” ). Pasaron cincuenta años hasta que K a r l V e r n e r , danés también, formuló la ley fonética su­ plementaria que explica estas aparentes excepciones. La Ley de Verner afirma que I.E. p, t, k corresponden a fricativas sordas germá­ nicas en posición medial sólo si el acento I.E. caía en la vocal inmediatamente precedente. En otros casos aparece la correspondien­ te fricativa sonora (cf. I.E. *patér, griego patér y germánico [A.N.] fadir [“padre”], y por otro lado I.E. *bhrátor y germánico [gótico] brópar [“hermano”]). La operación de la Ley de Verner ha sido oscurecida en las lenguas germánicas modernas por cambios fonéti­ cos posteriores. Así, en sueco moderno tenemos fader-.broder, en in­ glés father-.brother. Sin embargo, aún se advierten diferencias, por ejemplo, en alternaciones como Ingl. death-.dead seethe-.sodden. Una de las más intensas influencias recibidas por la aplicación del método comparativo a los lenguajes indoeuropeos provino de la lingüística romance. En este campo se disponía de abundantes tex­

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tos en el protolenguaje —el latín—, y había bastante información acerca de la historia de los diversos dialectos. Por el contrario, el protogermánico, el protocéltico, etc., y aún en mayor grado —ni que decir tiene— el protoindoeuropeo, eran sólo reconstrucciones hipoté­ ticas. El lingüista comparatista italiano B e n v e n u t o T e r r a c i n i opina que la Romanía —es decir, la región en que se hablan lenguas ro­ mances— es la piedra de toque para todas las discusiones teóricas sobre relaciones lingüísticas. Las grandes gramáticas romances del siglo xix —Grammatik der romanischen Sprachen de F r ie d r ic h D ie z (i-m, 1836-44), y más tarde la clásica obra con el mismo título debida a W e l h e l m M e y e r -L ü b k e (i-m, 1890-99), así como el Grund­ riss der romanischen Philologie (i-n, 1904-06), de G u s t a v G r ó b e r — sirvieron de modelos o de parangones para las grandes gramáticas comparadas históricas de fines del siglo pasado y principios de éste, que resumían los resultados gradualmente obtenidos durante las dé­ cadas anteriores. Las más famosas son el Grundriss der vergleichenden Grammatik der indogermanischen Sprachen de K a r l B r u g m a n n y B e r t h o l d D e lb r ü c k (1897 s s ) , algo después la Indogermanische Grammatik (i-vn, 1927-37) de H e r m a n n H ir t , y de H e r m a n n P a u l el Grundriss der germanischen Philologie (i-n, 1891 ss). Una obra reciente de este tipo es Handbuch der germanischen Philologie de F r ie d r ic h S t r o h (1952). Puede encontrarse una exposición de la importancia de la lingüística romance para el desenvolvimiento del método histórico en un libro de }. J o r d á n publicado en 1932 y traducido al inglés y considerablemente revisado por J o h n O r r : An Introduction to Romance Linguistics, its Schools and Scholars (1937); hay una traducción alemana, con más revisiones, debida a W e r n e r B a h n e r : Einführung in die Geschichte und Methoden der romanis­ chen Sprachwissenschaft (1962). E l método histórico comparativo fue adelantando, en el campo indoeuropeo, gracias a sabios de muchas nacionalidades, entre los cuales —por mencionar unos cuantos— están A n t o in e M e il l e t , en Francia, que hizo hincapié en el aspecto sociológico del lenguaje (ver p. 51); V il h e l m T h o m s e n , danés, que extendió sus investi­ gaciones a las lenguas finougrias y turcas y a los enigmáticos lengua­ jes del Mediterráneo antiguo; H o l g e r P e d e r se n , también danés; y J er z y K u r y l o v ic z , polaco, É m il e B e n v e n is t e , francés, y los esta­ dounidenses E dgar H . S t u r t e v a n t y J o s h u a W h a t m o u g h , a todos los cuales se deben nuevas ideas (véase más adelante). Al acabar el siglo, la investigación comparativa de los lenguajes indo­ europeos había establecido los siguientes grupos principales, habla­ dos todavía:

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1. in d o ir a n io , con una rama ín d ic a que comprende las lenguas lite­ rarias de la antigua India (védico, sánscrito), las lenguas índicas me­ dias (incluyendo el pali y el prácrito) y los múltiples lenguajes y dialectos índicos modernos, cuyas relaciones mutuas y con las len­ guas madres son con frecuencia oscuras; y una rama ir a n ia que com­ prende el grupo ir a n io o r ie n t a l (afgano y las lenguas de Pamir) y el ir a n io o c c id e n t a l , que incluye el persa (antiguo persa, persa me­ dio o pelvi, persa moderno), el avéstico o zendo y el curdo. 2. ARMENIO. 3. ALBANÉS. 4. baltoeslavo , con una rama eslava (ruso, búlgaro, serbocroata, esloveno, checo, eslovaco, sorbio, polaco, casubio, polabio [extingui­ do], así com o otros varios lenguajes y dialectos), y una rama báltica que incluye el lituano, el letón y el prusiano (ex tin to ). 5. g e r m á n ic o , c o n u n a r a m a g e r m á n ic a s e p t e n t r io n a l q u e c o m ­ p r e n d e lo s c in c o id io m a s e s c a n d in a v o s p r in c ip a le s (danés, noruego, sueco, jaroes e islandés), u n a r a m a g e r m á n ic a o r ie n t a l (e x tin ta ) r e p r e se n ta d a p o r e l gótico occidental y oriental, y u n a r a m a g e r m á ­ n ic a o c c id e n t a l q u e c o m p r e n d e e l inglés, e l frisón, e l holandés y e l alemán (c o n su s d o s g r u p o s d ia le c ta le s p r in c ip a le s , bajo alemán y

alto alemán). 6. c é l t ic o , que se divide en dos ramas: c é l t ic o c o n t in e n t a l (ex­ tinto, pero que incluía el galo, idioma hablado al norte de Francia y en otras áreas del continente antes de la conquista romana) y c él ­ t ic o in su l a r , representado por el galés, el bretón, el irlandés, el es­ cocés, el gaélico y el manx (de la isla de Man).4 7. it á l ic o , dividido en it á l ic o o c c id e n t a l , representado principal­ mente por el latín y las lenguas romances, de él derivadas (francés, provenzal, catalán, español, portugués, retorrománico, italiano, sardo, rumano y el extinto dálmata), e it á l ic o o r ie n t a l (extinguido, pero que incluía el oseo y el umbro, lenguajes antiguos). 8. g riego , representado por los dialectos antiguos y modernos de la Grecia continental y de las islas, y por la koiné uniforme y común. Un vasto examen exhaustivo de las diversas familias lingüísticas del mundo, con breves descripciones de sus estructuras y distribuciones, * Recientemente, el lingüista francés F. F alc’hun ha ofrecido algunos testimonios a favor de otra interpretación de la relación que hay entre el bretón y el céltico continen­ tal ("Le bretón, forme modeme du gaulois”, en Anuales de Bietagne, lx k , 1962).

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acompañadas de muchos mapas, es Les langues du monde, de Meillet y Cohén (2? ed. 1952). Uno de los problemas que todavía se plantean los lingüistas comparatistas que se ocupan de cualquier grupo de lenguajes, indoeuro­ peos o de otros, es el de las relaciones internas de los diversos len­ guajes dentro del grupo, y el de cómo repartirlos en subgrupos. Las lenguas indoeuropeas, por ejemplo, caen en dos divisiones principales —el grupo de centum y el grupo de satem—, según que la palatal [k'j I.E. haya quedado como consonante oclusiva (como en Lat. centum, “cien”) o sufrido mayor palatalización y pasado a fricativa (como en avéstico satem, “cien”); ambas palabras derivan de la misma forma I.E. *k’mtóm. Las lenguas de centum reflejan, pues, una eta­ pa anterior del indoeuropeo, y las de satem representan un desarro­ llo posterior. Entre las lenguas de satem están las de los grupos indoiranio, armenio, albanés y baltoeslavo. La cuestión es hasta qué punto divisiones de este tipo pueden considerarse testimonios de una temprana división del área del indoeuropeo en dos áreas dialectales. Puede haber sido así, pero no es necesario. El factor que distingue un grupo del otro puede resultar, por ejemplo, de cambios poste­ riores del todo independientes, o de contactos más tardíos con len­ guajes bien distintos, o de otras causas que se nos escapan. Varios comparatistas, entre ellos H o lg er P e d e r se n , han hallado notables correspondencias entre los lenguajes itálicos y célticos (como el geni­ tivo en -i y el pasivo en -r), que los separan de los demás grupos de lenguas indoeuropeas. Se ha considerado que esto indica una temprana comunidad lingüística italocéltica, teoría que no puede pa­ sar de provisional, en vista de que el pasivo en -r (como en latín vocor “soy llamado”) aparece también en hitita y en tocario, antiguos len­ guajes indoeuropeos hablados en otro tiempo en Asia Menor y en el Turquestán. En la lingüística románica comparada se ha discutido mucho si deberá ponerse el catalán en el grupo galorrománico (con el provenzal y el francés) o en el iberorrománico (con el español, el por­ tugués y el gallego). El catalán está claramente de acuerdo, en algu­ nos respectos, con el primer grupo, y en otros con el segundo. Ade­ más, se habla en una región que en el curso de la historia ha estado sometida a intensas influencias tanto del norte como del oeste. En circunstancias así, la discusión de cómo conviene agrupar los idio­ mas no es muy fructífera y los resultados dependen de los criterios más o menos arbitrarios que se adopten para la clasificación. Los cambios fundamentales del pensamiento científico natural du­ rante el siglo xix se reflejaron en la investigación lingüística. La teo­

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ría darwiniana de la evolución de las especies, la selección natural y la lucha por la supervivencia originó teorías similares en el campo de la lingüística. Las plantas y los animales dejaron de ser considera­ dos creaciones definitivas y tipos inmutables, se vio que resultaban de un largo proceso evolutivo, del cual eran eslabones; del mismo modo, fueron los cambios sufridos por un lenguaje, y no ninguna de sus etapas particulares, los que se convirtieron en principal objeto del interés de la investigación lingüística. Como se halló que las leyes naturales no tenían excepciones, se supuso que debiera ocurrir lo mismo con las leyes del lenguaje, que fue considerado, en mayor o menor grado, como un ser vivo, siempre cambiante, sometido a leyes que no toleraban excepciones. En 1863, A l b e r t S c h l e ic h e r publicó su tesis, Die Darwinsche Theorie und die Sprachwissenschaft, en la que sostenía que las len­ guas, como los animales y las plantas, nacen, crecen, envejecen y mueren. En este clima de opinión fue formulado el principio de que “los cambios fonéticos no tienen excepciones”. Este princi­ pio, que iba a ser el punto candente de los debates lingüísticos du­ rante cerca de medio siglo, fue adelantado por vez primera por el eslavista alemán A u g u s t L e sk ie n en 1876. Acabó por ser conside­ rado como dogma básico de la escuela de los Junggrammatiker, o “neogramáticos”, que incluía —aparte del propio Leskien— a comparatistas como H e r m a n n O s t h o f f y K a r l B r u g m a n n , y en par­ ticular al famoso germanista H e r m a n n P a u l , cuyos Prinzipien der Sprachgeschichte (1? ed. 1880; 5* ed. 1920; trad. al inglés, Principies of the History of Language, 1889) pueden considerarse como la biblia de la escuela neogramática. Introduciendo el principio de que los cambios fonéticos no tie­ nen excepciones, los Junggrammatiker quisieron dar a los métodos de la lingüística un fundamento científico y poner esta disciplina al nivel de las ciencias naturales. El principio tuvo los más impor­ tantes efectos en lingüística comparada al requerir absoluta regu­ laridad en las correspondencias fonéticas propuestas como testimo­ nios de relación. En la comparación de lenguajes y en la etimología, el método científico estricto ocupó el puesto de los parecidos casuales y de los vuelos de la fantasía. Para los neogramáticos, lo de “nin­ guna excepción” quería decir que si determinado sonido, en cierto contexto, sufría un cambio en un tiempo dado, dicho cambio tenía necesariamente que ocurrir en todas las demás palabras en que el sonido en cuestión apareciese en aquel contexto particular. Si, por ejemplo, I.E. p se convertía en f en ciertos contextos fonéticos en las lenguas germánicas, entonces tenía que haber f, en un período determinado, en todas las palabras germánicas derivables de pala­

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bras indoeuropeas con p en tales contextos (así pater-father, piscisfish, etc.). No se podía derivar palabras de un origen común desa­ fiando a esta regla. La única excepción que los neogramáticos toleraban era la de los casos de analogía. Si encontramos en fran­ cés una forma aimer (del latín amare) en vez de la forma amer, que habría producido la operación regular del cambio fonético, se la puede explicar como analógicamente influida por aime (del Lat. amat), forma en la que el paso de a a ai es perfectamente regular. Puede verse que, así como la lingüística histórica comparada de Bopp y Grimm estaba acorde con la ideología del movimiento ro­ mántico, la escuela de los Junggrammatiker seguía patentemente el cambio de gustos orientado hacia el realismo y el naturalismo que caracterizó a la segunda mitad del siglo xix. El nuevo enfoque científico se manifestó en una transición del interés, del lenguaje escrito al hablado, y de las letras a los sonidos. En la primera edición de la Deutsche Grammatik de Grimm, el pri­ mer capítulo se titulaba “Die Lehre von den Buchstaben” (si bien ya en la segunda edición, de manera significativa, las “letras” —Buchstaben— se convirtieron en uSprachlauterí\ o sea “sonidos del habla”). También Rask no había hablado más que de letras. Para los neogramáticos, sin embargo, el sonido del habla (esto es, un fenómeno puramente físico) había suplantado a la letra, mero símbolo escrito. Este cambio de actitud condujo al desarrollo de la fonética instrumental y llevó a investigar los dialectos hablados. La interpretación mecanicista del cambio lingüístico implícita en la tesis de que los cambios fonéticos no tenían excepciones no dejó de ser puesta en tela de juicio por otros entendidos de la época. H u g o S c h u c h a r d t señaló la dificultad de determinar las condicio­ nes necesarias para que ocurriese el cambio fonético. Los Junggram­ matiker sostenían que se realizaba en algún dialecto (lenguaje), en determinado tiempo y en contextos fonéticos idénticos. Pero ¿me­ diante qué criterios se distinguiría un dialecto de otro, o cómo se fijarían los límites temporales? ¿Qué constituía un “contexto foné­ tico idéntico”? Un sonido del habla jamás se manifiesta dos veces en exactamente las mismas circunstancias. El lingüista danés O t t o J e sp e r se n (muerto en 1943) criticó a los neogramáticos por varias razones, entre otras por no tener en cuenta el significado. Consideraba el lenguaje como un fenómeno más social que biológico y rechazó las metáforas biológicas de los neogramáticos. Anticipó teorías posteriores al afirmar que el significado de una palabra y las maneras de usarla en el lenguaje pudieran llevar a desarrollos fonéticos divergentes. Ar­ gumentos similares habían sido adelantados ya en 1885 por G. C u r ttus . E. W ec h ssle r , en su libro Giebt es Lautgesetze? (1900), divide

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los cambios fonéticos en dos tipos principales: cambios sin excep­ ciones, que entrañan un cambio en la base de articulación (cambios de acento, asimilación, mutación, quiebra, etc.), y cambios que no carecen de excepciones (disimilación, metátesis, asimilaciones dis­ tantes, vocales svarabhakti, epéntesis, etc.). Una de las contribuciones más importantes a la discusión del cambio fonético se debió al lingüista sueco A xel K ock, cuya obra sobre el cambio lingüístico (Om sprdkets fórándring, P ed. 18%) examinaba, entre otras cosas, el requisito de que siempre tuviese que hallarse un sonido en determinado contexto fonético para que hubiese cierto cambio. Señaló que, estrictamente hablando, seme­ jante requisito no se cumple nunca. Hay siempre algún género de variación en el medio (intensidad, entonación, cantidad, etc.). Por lo tanto, le toca al lingüista decidir cuándo el medio (por ejemplo, el contexto fonético) es lo bastante similar para esperar el mismo curso evolutivo. Pudieran conducir a diferentes desarrollos fonéti­ cos de una palabra determinada factores como su frecuencia de uso, su valor estilístico, si tiende a aparecer en posiciones débilmente acentuadas —y no intensamente acentuadas—, si es coloquial o li­ teraria. Lo mismo que Curtius y Jespersen, Kock subrayó la im­ portancia del significado. En el adjetivo sueco lik (pariente del inglés like), la k original es preservada pues la palabra acostumbra acentuarse al usarla como adjetivo. En el sufijo -lig (fredlig., árlig; es históricamente idéntico al inglés -ly), que era en un principio la misma palabra, la k se ha vuelto g, ya que el sufijo -lig no es acen­ tuado. Hay palabras como snarlik, dylik, sin embargo, en las que se ha conservado la k, y esto bien pudiera deberse a que a hablantes ingenuos les resulta más ostensible la estructura morfológica en tales palabras. O sea que el cambio de la -k final a -g se puede considerar como una "ley” que sólo opera en condiciones especiales. En los últimos tiempos, la expresión “ley fonética” se sustituye muchas ve­ ces por “tendencia”, que indica mejor la naturaleza de las fuerzas que intervienen. Pasa a veces que una tendencia fonética sea con­ trarrestada por otra, que hasta puede ser precisamente la opuesta. Por ejemplo, una tendencia a la asimilación puede ser contrarresta­ da por una tendencia a la diferenciación fonética. Esto acaso produzca dobletes fonéticos y de ordinario, en una etapa posterior del des­ arrollo del lenguaje, uno de los términos se pierde. Algunos de los supervivientes exhiben el efecto de una tendencia, otros el de la otra, ya que la decisión final es generalmente caprichosa. Hasta puede ocurrir que los dos términos del doblete sobrevivan, pero con sig­ nificados distintos. Éste fue el caso del diptongo -oi- del francés antiguo, que en francés moderno aparece ora como [wd] ora como

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[e] (cf. roi [rwtí] y frangais [frase, < A. F. frangois]; cf. asimismo pares como anglais y Anglois [nombre propio]). El presente autor ha mostrado que otros rasgos del desarrollo de los sonidos franceses pueden atribuirse a procesos similares. Otra característica básica de la escuela neogramática fue su pre­ ocupación por el desenvolvimiento histórico de los lenguajes. H er m a n n P a u l , el teórico más descollante, afirmó categóricamente que toda la lingüística es histórica, ya que su misión es estudiar los cambios del lenguaje. Toda explicación de los fenómenos lingüísti­ cos tiene que ser necesariamente histórica. La pura descripción de un lenguaje no es, para Paul, más que una compilación de datos, lo cual, como tal, no es una ciencia. “Sobald man über das blosse Konstatieren von Einzelheiten hinausgeht, sobald man versucht den Zusammenhang zu erfassen, die Erscheinungen zu begreifen, so betritt man auch den geschichtlichen Boden, wenn auch vielleicht ohne sich klar darüber zu sein” 5 (Paul Prinzipien, 5* ed., p. 20). Este punto de vista deriva de las teorías del psicólogo alemán W il h e l m W u n d t (Vólkerpsychologie, 3? ed. 10 vols. 1911-20). En su forma original y extrema, la doctrina de los Junggrammatiker resulta ser insostenible, pero, no obstante, desempeñó un papel de consideración en el desarrollo de la moderna teoría lingüística, al afirmar la regularidad del cambio lingüístico. Una lengua no cambia al azar. El cambio es resultado de múltiples factores y tendencias, que incluso pueden oponerse diametralmente entre sí, y una de las misiones de la lingüística es explicar qué factores han provocado determinado cambio. Si alguien pretende derivar una palabra fran­ cesa de una latina, de manera tal que contradiga al desarrollo foné­ tico normal, está obligado a dar con una explicación de este apar­ tamiento de la norma. Si no hay tal explicación, difícilmente podrá aceptarse la etimología propuesta. Los que criticaron a los neogramáticos no tenían en modo alguno la pretensión de retornar a la especulación indisciplinada de otros tiempos; sólo deseaban mostrar que la historia de un lenguaje es mucho más compleja y que le afectan muchos más factores —incluyendo algunos no lingüísticos— que los considerados por los neogramáticos. Un grupo posterior de lingüistas (los llamados “neolingüistas”, ver p. 79) llegaron aún más lejos, sin embargo, y, en vista de la naturaleza compleja del cambio fonético, declararon que era imposible resumir los cambios de los sonidos en forma de “leyes” estrictas. 5 “En cuanto se va más allá de la mera enunciación de hechos y se intenta captar la relación y comprender los fenómenos, se penetra en el territorio de la historia, aunque acaso sin tener conciencia clara de ello”.

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El estudio histórico y comparativo de las lenguas indoeuropeas de* mostró que los diversos grupos de lenguajes, desde las etapas cono* cidas más antiguas hasta los tiempos modernos, habían sufrido un proceso de desarrollo que era esencialmente el mismo. Todos los lenguajes antiguos tuvieron un sistema rico en formas, con compli­ cados paradigmas de sustantivos y verbos y varias declinaciones y conjugaciones. La relación entre las palabras en la oración era cla­ ramente marcada por sus terminaciones, y en consecuencia el orden de las palabras era relativamente libre. En latín podía decirse, con el mismo sentido, si bien con distinto efecto estilístico, Petrus amat Paulum o Paulum amat Petrus. Las desinencias de los casos indi­ caban quién amaba y quién era amado. En francés, sin embargo, sólo se puede decir Pierre aime Paul, con las palabras en este orden. Si se ordenan para que sea Paul aime Pierre, se obtiene un significado completamente diferente. Las terminaciones casuales se han perdido en francés (en los sustantivos), y en su lugar es el orden de las palabras el que se ha tornado significativo (relevante). Lo que en latín podía expresarse mediante una forma única, dixi, lo expresa el francés coloquial moderno con fai dit, en lo que los tres elementos de significado (contenido) —'“yo", “decir” y “tiempo pasado”— están representados por sendos elementos independientes de expresión.6 Por lo tanto, este sistema de expresión es analítico, en contraste con el sistema más sintético del latín. Un desarrollo similar, de un sistema rico en formas a otro, rela­ tivamente pobre en ellas, con el correspondiente cambio de recursos de expresión flexivos a sintácticos y léxicos, es característico de todas las lenguas romances en relación con el latín, de los lenguajes ger­ mánicos modernos en relación con los antiguos, del griego moderno con respecto al griego clásico, del persa moderno comparado con el clásico, y así sucesivamente. Los comparatistas de principios del si­ glo xix consideraban que este desarrollo era decadencia, degenera­ ción de los lenguajes antiguos, más sustanciales. El inglés moderno exhibe con especial claridad hasta qué punto pierden las palabras sus características formales. Un mismo tema inglés puede funcio­ nar como sustantivo, adjetivo o verbo sin cambio ninguno de forma que revele su función (a black, black paper, to black out). En vista de que una tendencia similar se aprecia en algunos lenguajes no indoeuropeos (el chino, por ejemplo, que no es una lengua flexiva, pero que deriva de una), algunos lingüistas han llegado a la con­ clusión de que esta tendencia es común a todos los idiomas. 8 Es verdad que aun el Lat. dixi es analizable en tres morfemas: -dio-, -s-, -i-, cada uno con forma y contenido, pero los elementos franceses son más independientes uno de otro, por ejemplo en el sentido de que pueden estar separados por otros elementos: je Yai, je n 'ai pas dit, j'ai souvent dit, etc.

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~ Varios lingüistas, especialmente O t t o Je s p e r s e n , no considera­ ron estos cambios como degeneración sino, al contrario, como un desarrollo progresivo hacia tipos de lenguaje más eficientes y más capaces de formar abstracciones. Lo mismo que plantas y animales se fueron convirtiendo gradualmente en tipos superiores y más efi­ cientes, así también el lenguaje humano, según estos lingüistas. Las obras de Jespersen Progress in Language (1894) y Efficiency in Linguistic Change (1941) reflejaron, en la lingüística, el optimis­ mo evolucionario de las ciencias naturales y sociales, derivado de las teorías de la evolución de C h a r l e s D a r w in y H e r b e r t S p e n c e r . La eficiencia, como factor del cambio lingüístico, ha atraído conside­ rable atención de diversos lingüistas, cuya obra consideraremos más adelante. El lenguaje humano en conjunto, y no simplemente uno o dos lenguajes, parece haberse desarrollado, indiscutiblemente, hacia más ricas posibilidades de expresión y mayor capacidad para manejar abs­ tracciones. El lenguaje ha seguido el desenvolvimiento general de los recursos intelectuales del hombre (cf. pp. 241 s.). Basta compa­ rar los más antiguos monumentos conocidos en antiguo francés (el Juramento de Estrasburgo y la Cantilena de Santa Eulalia) con el len­ guaje de la literatura francesa clásica o con el francés científico moder­ no. Aun así, la tesis de Jespersen de que la reducción del sistema de formas y la transición de un sistema sintético a uno más analítico re­ presentan tendencias generales, no parece ser sostenible, a decir ver­ dad. B jó r n C o l l in d e r ha demostrado que unos cuantos lenguajes han sufrido un desarrollo opuesto, de un sistema con pocas categorías formales a un sistema con muchas más (por ejemplo, el húngaro). Gracias al método comparativo puede probarse que muchos sufijos de las inflexiones provienen de formas libres, que se fundieron con las palabras que limitaban y así se tranformaron en “terminacio­ nes”. Tampoco está realmente justificado afirmar que las lenguas de pocas categorías formales (como el inglés) sean, por esa razón, necesariamente superiores a lenguajes con sistemas de formas más complejos. Muchos lenguajes que a este respecto serían “arcaicos” (como el finés) han demostrado ser perfectamente adecuados para las demandas de la alta cultura y las necesidades intelectuales su­ periores. Los viejos comparatistas asentaron una condición de la lingüís­ tica histórica propiamente dicha. Sostenían que no podía escribirse la historia de un lenguaje, ni reconstruirse sus etapas preliterarias, si no había posibilidad de compararlo con lenguajes afines. Este prin­ cipio director es muy visible en la obra de A n t o in e M e il l e t , que cita el vasco como ejemplo de lenguaje cuya historia anterior a los

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primeros testimonios escritos jamás podrá reconstruirse, por la sen­ cilla razón de que no conocemos lenguajes relacionados con el vas­ co. Para estos lingüistas, un lenguaje aislado era un lenguaje sin historia. Estudiosos más modernos, sin embargo, han expresado desacuerdo con este importante principio. El comparatista italiano G iuliano B onfante , por ejemplo, ha sostenido (así, en Word, i, 1945) que la historia de un lenguaje también se puede determinar con auxilio de características internas (“reconstrucción interna”). Pueden compararse entre sí varios elementos de un idioma y decidir —muchas veces con alto grado de certidumbre— qué debe represen­ tar una etapa anterior del lenguaje; esto puede hacerse no sólo con los sonidos, sino también con las formas y significados. Por ejem­ plo, hay razones de sobra para suponer que el significado concreto de una palabra es el original, y que los sentidos abstractos son poste­ riores. Análogamente, si hallamos un verbo sueco giva [ji:va], “dar”, con un tiempo pasado gay [ga:v] “dio [etc.]”, supondríamos, aun sin conocer etapas anteriores del lenguaje o el testimonio de la orto­ grafía arcaica, que [j] en giva deriva de una [g] anterior, que se ha palatalizado ante la [i], pero que se conserva ante la [a] en gav. Este método de reconstrucción interna se basa en el supuesto de que el desenvolvimiento de un lenguaje sigue ciertas leyes y no es casual. Fonéticamente, es mucho más probable que la [g] se vol­ viera [j] ante [i], y no que la [j] se tornara [g] ante [a]; es más pro­ bable la transformación de [k] + [i] en [t/i] que la de [tf] -f- [o] en [ko]. Hay, pues, motivos sobrados para suponer que la alterna­ ción [j] ^ [g] es resultado de un cambio y que la consonante inicial en un par como el sueco giva:gav era originalmente la misma en ambas formas. El riesgo es que semejantes especulaciones conduz­ can a nuevos supuestos, con probabilidad demasiado escasa. Fun­ dados en testimonios lingüísticos tangibles, sabemos que en variadas ocasiones b*m ocurrido, de hecho, transformaciones muy insólitas. Podemos decir, cuando mucho, que determinado cambio fonético o semántico es improbable, pero nunca que sea imposible. Recien­ temente se ha establecido un fundamento mucho más firme para la reconstrucción interna de las etapas anteriores de un lenguaje que las teorías fonéticas y semánticas tradicionales (cf. especialmen­ te pp. 102-105; ha aparecido un examen crítico de los métodos de la reconstrucción interna, debido a Pierre N aert, en Studia Lin­ güistica, xi, 1957). La discusión de la reconstrucción interna ha estado íntimamente vinculada a la “teoría del progreso” de Jespersen. La han usado varios lingüistas empeñados en decidir las rela­ ciones existentes entre los lenguajes indios de América, y su histo­ ria. André M artinet (cf. más adelante) y Luis M ichelena han

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recurrido a métodos similares para reconstruir etapas anteriores de la historia del vasco. Una excelente exposición de los problemas de la historia y la evolución lingüísticas se debe a M aurice L eroy : Sur le concept d’évolution en linguistique, 1950. Uno de los argumentos más importantes adelantados en la dis­ cusión tocante al cambio lingüístico ha sido la teoría del sustrato. Cuando un pueblo abandona su lengua nativa y empieza a hablar otra lengua —a consecuencia de una invasión o conquista, por ejem­ plo—, a menudo se conservan algunos de los viejos hábitos lingüís­ ticos, como alguna manera especial de pronunciar ciertos sonidos, o el uso de determinadas construcciones o idiomatismos. El efecto del sustrato tiene máxima intensidad durante el período de bilin­ güismo que precede a la adopción completa del nuevo lenguaje. Al principio, éste es hablado como lengua extranjera, con acento ex­ traño y el orden de palabras, los giros y los idiomatismos del viejo lenguaje nativo. En ciertas condiciones, estos hábitos retenidos se estabilizan. Lo que en un principio eran errores (“acento” extran­ jero), se va aceptando gradualmente en el nuevo lenguaje. De esta forma la lengua de un pueblo conquistador puede modificarse por influencia del lenguaje de los conquistados. En algunos casos pue­ den explicarse parecidos entre lenguajes no emparentados, pero con­ tiguos, como resultado de un lenguaje sustrato común, vencido por cada uno de aquéllos en su área correspondiente. Es un hecho bien conocido, por ejemplo, que los lenguajes de la península balcánica (especialmente el rumano, el búlgaro, el albanés y el griego moderno), que pertenecen a ramas bien distintas de la familia indoeuropea, exhiben muchos parecidos, no sólo en el vocabulario sino también en la morfología, la sintaxis, los idiomatis­ mos y hasta la estructura fonética. Algunos lingüistas (entre ellos H ugo S chuchardt ) intentaron explicar esta semejanza como efec­ to de un sustrato lingüístico común, del cual provendrían los rasgos en cuestión. El romanista danés K ristian S andfeld (muerto en 1942), que hizo un estudio exhaustivo del problema (Balkanfilologien, 1926; Linguistique balcanique, 1930), llegó a la conclusión de que era más verosímil que el parecido se debiese a influencia griega di­ fundida por la Iglesia ortodoxa y la cultura bizantina. Así, los len­ guajes adyacentes estarían sujetos a la influencia de un “adstrato” griego de alguna clase (ver más adelante). La teoría del sustrato como factor en el cambio lingüístico fue propuesta por vez primera por el lingüista italiano G raziadio I. Ascou. Muchos otros lingüistas modernos la han tenido por factor importante en el desarrollo de los lenguajes; mencionaremos a J.

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v a n Ginneken, Viggo Brandal, Pierre Fouché, André Martinet. Tanto la mutación germánica como la mutación análoga del alto alemán (de p, t, k, a africadas o fricativas; cf. Ingl. eat, sueco ata, alemán essen; Ingl. tooth, Sue. tand y Al. Zahn) se han atribui­ do a veces a la influencia de un sustrato lingüístico. Se han hecho esfuerzos para explicar también muchos de los desenvolvimientos peculiares que distinguen al francés de las demás ramas romances como efecto de un lenguaje sustrato (céltico) en la Galia septen­ trional. No puede negarse que esta teoría recibe considerable apoyo del hecho de que el área cubierta por varios de esos rasgos peculiares (como el paso de Lat. [u] a [y]) coincida muy exactamente con la zona geográfica de difusión de los celtas. El lingüista danés Viggo Brandal pretende haber hallado rastros de un sustrato céltico en lenguajes tan distintos genealógicamente como el francés, el holan­ dés, el alemán, el checo, etc., hablados en vastas regiones de Europa central habitadas en otro tiempo por celtas. A lf Sommerfelt ha revelado la existencia de sustratos célticos en variedades locales de inglés y francés habladas en los límites de Gales y Bretaña ( Diachronic and Synchronic Aspects of Language, 1962). También se ha intentado repetidas veces demostrar que determinadas caracterís­ ticas del español (castellano) se deben a la influencia de un sustra­ to prerromano (vasco) en Iberia. En algunas partes de Sudamérica se habla el español con hábitos articulatorios indios.7 En años recientes se ha usado comúnmente el término superstrato para aludir al fenómeno opuesto, merced al cual un lenguaje importado de otra comunidad idiomática ha ejercido una influencia durante un período determinado, pero se ha desvanecido luego, aparte de algunos indicios persistentes. Tal fue el caso del dialecto germánico (franco) hablado en la Galia septentrional después de las migraciones germánicas. El franco se extinguió en unas genera­ ciones, bajo la presión del latín (romance), lenguaje de mayor pres­ tigio cultural, pero, con todo, dejó rastros en el francés: palabras y i En opinión del autor, y de no pocos peritos, muchos de los fenómenos que hemos señalado aquí como ejemplos pueden explicarse de manera más convincente de otros modos. Pero aun así quedan suficientes casos claros de influencia del sustrato en la historia de los lenguajes para que se le considere un factor del cambio lingüístico. No se puede negar, en todo caso, que a la explicación mediante sustratos se ha recurrido con excesiva frecuencia como a una explicación conveniente, y muchas veces con fun­ damentos muy débiles. Especialmente sospechosas son las explicaciones éstas cuando poco o nada se sabe de la estructura del hipotético lenguaje sustrato, o de las condi­ ciones sociales y culturales del período bilingüe durante el que se trasmitieron los ras­ gos del sustrato. Véase, por ejemplo, el libro del presente autor L’espagnol dans le N ouveau Monde — p io b lé m e d e lin g u istiq u e g én éia le, Lund, 1948. También F r e d e r ic x Ju tíg e m a n n (La teoría d e l sustrato y ios d ia lecto s h ispan o-iom an ces y gascones, 1955) adopta una actitud muy negativa hada las sugestiones hechas a favor de influencias dd sustrato en el desenvolvimiento fonético del iberorromance.

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ciertos elementos morfológicos y estructuras sintácticas. Menos cierto es que esta influencia germánica sea responsable de otra serie de peculiaridades del francés, como algunas características fonéticas (se­ gún cree W alther von W artburg ). Finalmente está el término adstrato, usado para designar la in­ fluencia que ejercen uno sobre el otro lenguajes vecinos (como cuando las comunidades de habla sueca de Finlandia reciben la in­ fluencia del finés; o la influencia del alemán sobre el francés ha­ blado en Alsacia; o la del inglés sobre el galés; Sommerfelt, op. cit., proporciona ejemplos instructivos). Un problema muy discutido relacionado con la teoría del sus­ trato es hasta qué grado el efecto del sustrato pudiera deberse a alguna disposición biológica (anatómica-fisiológica) que favorecie­ ra determinado tipo de articulación, más que a una imitación social­ mente determinada de hábitos adquiridos. La primera opinión ha sido presentada por P ierre F ouché y J. van G inneken . Inclusive se ha intentado revelar alguna correlación entre la distribución geo­ gráfica de tal o cual tipo de articulación y la de determinado grupo sanguíneo (lo ha hecho el sueco B ertil L un d m a n ; el autor más re­ ciente es L. F. B rosnahan , The Sounds of Language, 1961). Si sus observaciones están de veras bien fundadas —y los testimonios, hasta la fecha, están lejos de ser convincentes—, a ciertos rasgos raciales distintos los acompañarían tendencias a adoptar determinadas par­ ticularidades fonéticas. Hasta cierto punto, por lo tanto, el lenguaje sería un fenómeno biológico. Hay, sin embargo, muchas razones para' rechazar semejante teo­ ría. Un lenguaje —y especialmente los lenguajes de Europa— pue­ de ser hablado por una población sumamente heterogénea desde el punto de vista racial. Grupos de población como los franceses o los alemanes no son uniformes de ninguna manera en lo concerniente a raza, y a pesar de eso su lenguaje exhibe un desarrollo fonético uniforme. Ocurre a menudo que en un período de la historia opere determinada tendencia fonética, y en otro una totalmente diferente y acaso hasta precisamente opuesta, y esto sin que haya habido nin­ gún cambio observable correspondiente en la estructura étnica de la población. Un lenguaje puede ser adoptado por un pueblo de raza enteramente distinta y, no obstante, seguir operando las mismas tendencias a pesar del cambio en la raza de los hablantes. El espa­ ñol coloquial hablado por indios y mestizos de América Latina exhibe en muchos respectos las mismas tendencias que los dialectos españoles de la Península Ibérica. Un niño de raza muy diferente (negro o chino, por ejemplo) que viva en Europa desde muy pe­ queño, adquirirá el lenguaje de la comunidad exactamente de la

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misma manera que los niños europeos y sin que su origen racial deje rastros de ningún género en la lengua que aprenda. Un estudio cui­ dadoso de los dialectos españoles de América Latina muestra que se halla efecto del sustrato en aquellas regiones en que los indios tenían una situación social buena (especialmente en el Paraguay) y donde, en consecuencia, tener acento indio no era señal de baja clase social, en tanto que en las regiones en que los indios constitu­ yeron una clase inferior despreciada (por ejemplo, el Perú) el caste­ llano se ha mantenido libre de influencia india. La intensidad del efecto del sustrato en América Latina no está relacionada con la proporción de indios que haya en la población. En la lucha por la supervivencia entre dos lenguajes, suele ser el prestigio social y cultural el que decida el resultado, no las magnitudes de los grupos de hablantes. La teoría de la influencia biológica sobre los cambios fonéticos debe considerarse, al menos por ahora, como no probada, aunque no sea más que por falta de testimonios de peso. El efecto del sustrato ha de tenerse por un fenómeno socialmente condi­ cionado. Junto con la teoría biológica, debemos también dejar a un lado, como extremadamente improbable, la teoría adelantada por algunos autores, según los cuales un efecto de sustrato pudiera quizá persistir inalterado durante muchas generaciones, y hasta sobrevivir a un nue­ vo cambio de lenguaje de la población. Según este punto de vista, por ejemplo, las tendencias fonéticas del francés moderno se remonta­ rían en línea recta a la población precéltica de Francia (P ierre F o u c h é ) . Estas reservas se aplican asimismo a la influencia de superstratos y adstratos. Si, como sostuvo Sandfeld (cf. p. 20), los rasgos comunes de las lenguas balcánicas se deben a la influencia del griego, esta influencia tiene que deberse al prestigio de la cultura griega y a la Iglesia ortodoxa griega. En años recientes, no pocos lingüistas han intentado descubrir rastros de lenguajes sustrato preindoeuropeos8 en la Europa meridio­ nal y la cuenca del Mediterráneo. El vasco es uno de los lenguajes que se suponen relacionados con estas lenguas hipotéticas, y se ha llegado a buscar parecidos entre este idioma aislado y los extraños lenguajes del Cáucaso. También se ha propuesto la teoría de que antes de la inmigración de los pueblos indoeuropeos hubo un tipo lingüístico uniforme que cubría vastas regiones de la zona mediterrá­ nea occidental ( R a m ó n M e n é n d e z P id a l y otros). La investigación ha demostrado con harta claridad que en los diversos lenguajes medi­ terráneos y alpinos hay un número considerable de palabras de origen no indoeuropeo, que con toda probabilidad derivan del hipotético 8 A menudo se da al término “sustrato” un sentido más amplio que el descrito antes.

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lenguaje —o lenguajes— preindoeuropeo (véase, por ejemplo, Johan H ubschmid , para la región alpina). Pocas veces se ha intentado ir más allá de la mera enumeración de semejantes rastros de sustrato en nombres propios y vocabulario. Sabemos demasiado poco sobre el particular para especular acerca de sus efectos sobre la estructura de los lenguajes que ahora se hablan en tales regiones. Es probable que muchos de los cambios lingüísticos que parecen haber sido resultado de conquista, migración o contactos lingüísticos y culturales, deban considerarse como resultados de revoluciones sociales y culturales y, en consecuencia, la disolución de las normas del lenguaje y la reducción o decadencia del sistema lingüístico, más que como influencias directas de un sistema o estado lingüístico so­ bre otro. E n cualquier caso, es experiencia común que una mezcla de lenguajes conduce fácilmente a la reducción y empobrecimiento del sistema lingüístico. Lenguajes mezclados tales como el pidgin English, la lingua franca, el petit négre, que son resultados de contactos orales entre blancos y nativos en diversas partes del mundo, son ejem­ plos de esta tendencia. Los problemas de los lenguajes mixtos y del bilingüismo han atraído en años recientes gran atención de los lin­ güistas, y se han realizado estudios valiosos en este campo. Una de las más importantes contribuciones se debe a U riel W einreich , Languages in Contact (1953; cf. también p. 199). E l bilingüismo también ha sido estudiado por E inar H augen , individuo bilingüe él mismo (por ejemplo, The Norwegian Language in America, 1953; ver también su Bilingualism in the Americas: A Bibliography and Research Guide, 1956). Sobre las primeras generaciones de lingüistas, el problema del origen y prehistoria del lenguaje ejerció gran fascinación, pero los lingüistas de fines de siglo propendieron a no ocuparse del problema, tenido por anticientífico y metafísico. La lingüística histórica y el método comparativo apenas proporcionaron alguna información genuina to­ cante a tipos primitivos de lenguaje o a las primeras etapas del des­ arrollo de éste. Inclusive los más viejos tipos de lenguaje reconstruidos de esta manera resultaron ser lenguas cabalmente desenvueltas, con estructura ni más ni menos compleja que la de los lenguajes habla­ dos hoy. No era de esperarse otro resultado, en vista de que el tiempo cubierto por la lingüística histórica, aun en el caso de los materiales más favorables, corresponde nada más a una breve fracción del pe­ ríodo durante el cual el hombre ha sido un animal hablante. En otras palabras, la lingüística histórica no puede aproximamos ni un paso hacia las etapas originales, más tempranas, de la historia del lenguaje. El lingüista histórico tenía toda la razón al abandonar el problema nes

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por anticientífico. Sólo puede atacarse merced a técnicas del todo diferentes, que apenas han sido constituidas como es debido por la in­ vestigación reciente. De hecho, no necesitamos retroceder en el tiem­ po para encontrar etapas primitivas del lenguaje. Las hallamos bien representadas hoy día en las múltiples formas de lenguaje reducido, primitivo, usadas, por ejemplo, por niños, pacientes afásicos, retrasa­ dos mentales y, como regla general, en todos los casos en que, por alguna razón, los recursos lingüísticos de expresión no son del todo explotados. Es el estudio estructural, psicológico y sociológico del lenguaje, y no el histórico, el que puede ampliar nuestro conocimiento del origen y la prehistoria del lenguaje. El celtólogo francés Jo se p h V e n d r y e s sostuvo ya hace mucho, en su libro Le langage (1* ed., 1921, pero ya escrito en 1914), que el origen del lenguaje no era un problema específicamente lingüístico (cf. también pp. 241 s.). Una nueva y revolucionaría teoría de las interrelaciones de los lengua­ jes y grupos de lenguajes fue lanzada por el lingüista ruso N dcolaj Ja k o v l ev itsj M a r r (1864-1934, era georgiano, de padre escocés). Marr inició su carrera investigando el armenio y las lenguas caucásicas y publicó, entre otras cosas, ediciones ejemplares de antiguos manus­ critos georgianos. Era un lingüista dotado y sapiente, pero no tardó, sin embargo, en lanzarse a teorizaciones arriesgadas. Acabó por apar­ tarse completamente del punto de vista tradicional acerca de las rela­ ciones y el desenvolvimiento lingüísticos y formuló por su lado una teoría socioeconómica sobre líneas marxistas. Correspondiendo a cada sistema político-social y a cada tipo de sociedad hay, según Marr, un tipo de estructura lingüística. Para él, grupos de lenguajes como el germánico, el romance, el caucásico, etc., eran diferentes tipos de estructura y representaban diferentes etapas de un proceso regular de desarrollo que todos los lenguajes han sufrido o tienen que sufrir. A un tipo de sociedad sólo puede corresponder un tipo de lenguaje. El desarrollo, partiendo de la horda indiferenciada, sin organización social, y pasando por las diversas etapas matriarcales, patriarcales, so­ ciedades esclavistas, feudalismo, hasta la moderna sociedad capita­ lista, sustituida a su vez en la Unión Soviética por la sociedad sin clases, este desarrollo —decimos— iría acompañado paralelamente por un desarrollo correspondiente de un tipo de lenguaje a otro. En opinión de Marr, por ejemplo, el lenguaje del proletariado francés está más cerca del que habla el proletariado ruso que del que emplea la clase alta francesa. Partiendo de esta extraña teoría, Marr se volvió hacia el problema del origen y la prehistoria del lenguaje. Llegó a la conclusión de que todo el lenguaje deriva de cuatro elementos verbales básicos, a partir

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de los que se han desarrollado los vocabularios de todos los lenguajes existentes. Cuando el hombre empezó a abandonar los gestos a favor del habla, había cuatro grupos raciales diferentes en las partes habitadas del mundo. Cada una de las cuatro palabras básicas estaba ligada a la cultura totémica de una de estas razas. Era su nombre y símbolo. Cada raza tenía solamente una palabra, cuyos sentidos, así, eran todos los posibles. Como resultado de la mezcla de razas, tam­ bién se mezclaron las cuatro palabras, se combinaron y extendieron de varias maneras, hasta que se desarrollaron todos los lenguajes actuales. La teoría es tan absurda que puede abandonarse sin más. Las teorías de Marr dominaron la lingüística soviética por com­ pleto y la hicieron aislarse totalmente del resto del mundo hasta que llegó un súbito cambio de actitud. En un artículo publicado en Pravda el 9 de mayo de 1950, un lingüista georgiano, Arnold Cmkobava, atacó violentamente las teorías de Marr y adelantó en su

lugar conceptos de la lingüística occidental. Poco después, el propio J o s e f Stalin intervino, apoyó a Chikobava y condenó, por absurdas, las teorías de Marr. Fustigó a todos los lingüistas soviéticos que habían seguido a Marr en sus teorías ridiculas y los acusó de activi­ dades desviacionistas y de haber impedido el estudio científico del lenguaje. Señaló que la lengua rusa de hoy es, en todos los respectos importantes, idéntica a la hablada bajo los zares. Toda esta contro­ versia ha sido traducida al inglés y publicada en los Estados Unidos (The Soviet Linguistic Controversy, traducida de la prensa soviética por J ohn V. M urra, R o b ert M. H anktn y F red H oling, Nueva York, 1951; véase también L ucien L aurat, Staline, la linguistique et

Vimpérialisme russe, 1951). Hoy día nadie podría tomar en serio la doctrina de Marr. Va con­ tra los hechos más elementales y obvios. Los franceses de distintas clases sociales pueden conversar sin la menor dificultad. Un trabaja­ dor francés y uno ruso no pueden conversar nada. Pero había un menudo grano de verdad en la doctrina de Marr, en el sentido de que la estructura económica y social de una sociedad se refleja hasta cierto punto en su lenguaje, y que las revoluciones sociales y políticas suelen tener algunas consecuencias lingüísticas. La Revolución fran­ cesa, por ejemplo, hizo que se incorporasen al habla culta ordinaria algunas pronunciaciones que hasta entonces eran exclusivas del habla de las clases bajas (como la pronunciación de lo que se escribía —oí— [—'wa—], en vez del anterior [—we—] en palabras como roí, mois). Similarmente, cuando el imperio español del Nuevo Mundo se vino abajo, la pronunciación de tipo castellano dejó de ser la norma acep­ tada de las clases más altas, y se toleraron pronunciaciones que hasta entonces se juzgaban vulgares. El desarrollo de la democracia en

l in g ü is t ic a h is t ó r ic a y c o m p a r a d a

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numerosos países durante el siglo actual ha tenido ya —y ciertamente seguirá teniendo— consecuencias lingüísticas. Cada vez más posicio­ nes importantes, cuyos ocupantes establecen una suerte de norma lingüística, son ocupadas por individuos de orígenes sociales marcada­ mente diferentes. Además, nuevos tipos de sociedad requieren nuevos medios de expresión, reflejados sobre todo en el vocabulario y la estructura semántica del lenguaje. El nexo que hay entre el lenguaje y la estructura social ha sido ilustrado recientemente con claridad por el semitista y romanista francés M a r c e l C o h é n (Histoire (Tune langue: le fran$ais, 1950; Pour une sociologie du langage, 1957, et al). El celtólogo noruego A l f S o m m e r f e l t ha hecho hincapié en la íntima conexión entre lingüística y sociología en un estudio clásico sobre la lengua y la estructura social de una tribu aborigen australiana y en varias otras obras (“La linguistique: science sociologique” en Norsk Tidsskrift for Sprogvidenskap, v, 1932; Diachronic and Synchronic Aspects of Language, sobre todo pp. 87-143, et al.). B jo r n C o l l in d e r ha ilustrado el vínculo con materiales de las lenguas finougrias. Esto nos conduce a una nueva rama del estudio lingüístico, que parte derechamente de la obra de F e r d in a n d d e S a u ss u r e , que exa­ minaremos con detenimiento en el capítulo siguiente.9 La lingüística comparada indoeuropea y el cúmulo de datos autoritativos que sacó a la luz fueron las máximas contribuciones de la lingüística del siglo xix. Ya comenzado este siglo continuaron las investigaciones, si bien métodos y principios se modificaron para ajus­ tarlos a las teorías más recientes. Se descubrieron más lenguajes antiguos, que se hicieron intervenir en las comparaciones. El lin­ güista checo B ed r ic h H r o z n y (Die Sprache der Hethiter, 1916) fue el primero en demostrar que el hitita, conocido por numerosas ins­ cripciones descubiertas en Boghazkóy (Turquía), la mayor parte de las cuales datan de 1400-1100 a. c., es una lengua indoeuropea. El tocario es conocido por múltiples manuscritos de 500-700 d. c. halla­ dos a principios de nuestro siglo en el Turquestán oriental. Se han postulado otros varios tipos lingüísticos indoeuropeos, más o menos hipotéticos, fundados en inscripciones, nombres de persona, nombres de lugares y otros materiales. Hoy muchos lingüistas creen que Europa occidental ha estado sujeta a una serie de invasiones, por el este, de pueblos que hablaban lenguajes indoeuropeos, de » Sería superfluo añadir que, concluida la era de Marr, la lingüística soviética ha seguido las mismas líneas que en el resto de Europa y en los Estados Unidos (ver pp. 174 ss.), si bien con especial insistencia, muchas veces, en las relaciones entre lenguaje y sociedad (por ejemplo, “Linguistique”, en la serie Recher,ches intemationales á h Iumiére du marxisme, n*? 7, 1958), o en problemas técnicos (fonética instrumental, tra­ ducción mecánica).

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los que aún pueden descubrirse rastros, sobre todo en topónimos. Los nombres de rasgos geográficos son a menudo muy antiguos y pueden representar lenguajes desaparecidos hace mucho. El comparatista español Antonio Tovar (Primitive Languages of the Hispanic Penín­ sula, 1957, et al.) ha rastreado una serie de invasiones prerromanas de la Península Ibérica por tribus indoeuropeas, algunas de las cuales parecen haber hablado lenguajes distintos del céltico, históricamente familiar. El celtólogo J. Pokorny, en su gran obra Z ur Urgeschichte der Kelten und Illyrier (1938), contó al menos con tres diferentes capas u oleadas de lenguas indoeuropeas inmigrantes en Europa occi­ dental. Casi todos sus testimonios fueron nombres geográficos. Pala­ bras españolas como Pálantia, (Com)plutum y páramo —que se sigue usando— son temas indoeuropeos prerromanos. Sin embargo, no pue­ den ser célticos, ya que en céltico se había perdido la p- inicial.10 Estos indoeuropeos prehistóricos, denominados “preceltas” a veces, han sido asociados por algunos lingüistas con los hablantes del idioma ilirio, que Pokorny y otros creen representado en nombres geográ­ ficos repartidos por vastas áreas de Europa central. El ilirio sólo es conocido por unos centenares de topónimos, nombres de persona y glosas ocasionales en autores antiguos (materiales que han sido com­ pilados por A ntón M ayer en su reciente Die Sprache der alten lllyrier, 1, 1957). Hans Krahe (en Sprachverwandtschaft im alten Euro­ pa, 1951; Sprache und Vorzeit, 1954) ha señalado que abundan los nombres de ríos terminados en -antia, -entia, -ontia, por toda el área ocupada por indoeuropeos, en Europa y en Asia, y considera que estos nombres pueden remitirse a una forma común anterior a la escisión del área lingüística en dialectos distintos. En una obra exhaustiva reciente, Die thrakischen Sprachreste (1957), Dem iter Detschew ha recopilado la mayor parte del material conocido (nombres, y glo­ sas de autores antiguos) que sobrevive de la lengua tracia, que parece haber sido hablada en tiempos antiguos al norte de los Balcanes y en las orillas del Mar Negro, y que seguramente estuvo estrecha­ mente emparentada con el frigio, antiguo lenguaje hablado al ñor* oeste del Asia Menor. El tracio ha sido asociado (por Detschew y otros) al albanés y en ocasiones hasta se ha considerado lengua madre de éste. Ocasionalmente se han adscrito ciertos aspectos del rumano a un sustrato ilirio. Los únicos representantes de este grupo indo­ europeo de lenguajes de que hay testimonios escritos son el mesapio, al sudeste de Italia, y el véneto, al nordeste (de este último se cono10 Cf. también U lrich S c h m o ll, Die Sprache der voikeltischen Indogermanen Hispaniens und das Keltiberische (1959), y K u rt B a l d in g e r , Die Heiausbüdung der Spiachiáume auf der Pyienáenhalbinsel (19 58 ); y del presente autor, “ Linguistique ibérique et ibéro-romane” (Studia Lingüistica, xv, 19 6 1).

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cen inscripciones; ver, por ejemplo, M. S. Beeler, The Venetic Language, 1949). Las inscripciones “micénicas” de Grecia continental y las “minoicas” de Creta desafiaron a la interpretación hasta hace muy poco.11 Sir Arthur Evans, arqueólogo inglés, puso algún empeño en desci­ frar las tabletas cretenses, pero no tenía idea de cuál podría ser el lenguaje. Que al menos algunas de estas inscripciones eran en reali­ dad indoeuropeas, lo mantuvo ya B jórn C ollinder (Die altkretische Kephti-Sprache, 1932), siguiendo lecturas de algunos fragmentos de textos debidos al arqueólogo sueco Axel W. Persson (Schrift und Sprache in Alt-Kreta, 1930). Collinder hizo algunas traducciones provisionales. El triunfo definitivo no llegó hasta 1952, cuando el arquitecto inglés M ichael V entris consiguió descifrar la escritura cretense conocida como lineal B. Es la más reciente de los tres tipos de escritura hallados en Creta: la escritura lineal A es anterior, y antes aún hubo una forma de escritura jeroglífica. Otros nombres asociados con la interpretación de estas escrituras son los del arqueó­ logo sueco Arne F urumark y una serie de sabios comparatistas, entre ellos Leonard Palmer, John Chadwick y Pierre Chantraine. Estos últimos han seguido trabajando sobre las inscripciones y con­ sideran unánimemente que están redactadas en un lenguaje indo­ europeo que es, por cierto, la más antigua forma conocida de la lengua griega. Chadwick ha relatado cómo colaboró con Ventris en el desciframiento del lineal B: The Decipherment of Linear B, 1958. Los rastros de lenguajes pregriegos en el Mediterráneo oriental han atraído mucho la atención. Abundan las palabras griegas que no se pueden remontar a raíces indoeuropeas mediante las leyes foné­ ticas conocidas del griego, pero que tienen, no obstante, todo el aire de ser indoeuropeas. El lingüista búlgaro V ladimir G eorgiev (cuyas teorías no son generalmente aceptadas) y otros han pretendido que son rastros de un anterior lenguaje indoeuropeo, o por ventura de una lengua preindoeuropea aún más vieja (el “protoindoeuropeo”). Esta última teoría fue propuesta ya en 1896 por Paul Kretschmer (Einleitung in die Geschichte der griechischen Sprache), y desde entonces ha sido adoptada, en forma modificada, por varios autores. Hace poco, el lingüista belga A. J. van W indekens reconsideró todo el material disponible y llegó a la conclusión de que representaba un lenguaje indoeuropeo que denominó pelasgo y que en su opinión fue ii “Micénica” llaman a la cultura primitiva de Grecia e islas adyacentes. El nom­ bre viene de la ciudad de Micenas, en el Peloponeso, donde se han hecho importantes hallazgos arqueológicos. “Minoico” proviene del mítico rey Minos de Creta; es el tér­ mino que usó Evans para la antigua civilización que desenterró en Creta.

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hablado no sólo en la Grecia prehelénica sino también en otras regio­ nes costeras de la zona mediterránea (Le pélasgique, 1952). Otros han considerado no indoeuropeo este material, y hay quien ha pro­ puesto lenguajes no indoeuropeos como predecesores del indoeuropeo en el área mediterránea. No es seguro que la investigación siguiendo estas líneas contri­ buya gran cosa a entender el etrusco, un lenguaje de la antigua Italia

que sobrevive en numerosísimos textos e inscripciones pero que hasta la fecha ha desafiado a todos los intentos de desciframiento. Se co­ noce el significado de unas pocas palabras, y algunos rasgos de la declinación de los sustantivos, pero no se pueden leer textos seguidos. El etrusco ha sido asociado a varios lenguajes, entre ellos el vasco, las lenguas caucásicas (por V elhelm T homsen , por ejemplo) y hasta los lenguajes dravidianos del sur de la India. El consenso general es que no es indoeuropeo, si bien el lingüista belga Albert C arnoy ha intentado unirlo tanto a ciertas lenguas del Asia Menor ( licio, lidio, etc.) como al indoeuropeo, constituyendo un “protoindoeuropeo” ori­ ginal, aunque el éxito de esta tentativa está por verse. También se han hecho esfuerzos para probar que el aino, lenguaje que aún se habla en Hokkaido (Japón septentrional), está emparentado con la familia indo­ europea. Las características indoeuropeas del aino han sido puestas de manifiesto recientemente, usando nuevos materiales y las últimas téc­ nicas (incluyendo la reconstrucción interna), por P ierre N aert en su libro La situación linguistique de Vdinou. i: Ainou et indoeuropéen (1958); es una hipótesis atrevida pero la apoyan varios lingüistas (Hjelmslev, van Windekens, Bouda, Dumézil). Otros han adoptado una actitud crítica o han rechazado la teoría. No cabe duda de que las nuevas técnicas que se están desarrollando, y que serán discutidas en capítulos posteriores, contribuirán mucho a la solución de estos problemas. Al mismo tiempo, es indudable que tendrá que exami­ narse toda la cuestión de qué se entiende por relación lingüística, con lo cual evidentemente adquirirá un sentido bien diferente.

Desde un principio se hicieron intentos de probar, usando el método comparativo, que existía una relación distante entre la familia indo­ europea y otros grupos lingüísticos. H e r m á n M ó l le r , lingüista danés, se ocupó de la teoría de una relación original entre el semítico y el indoeuropeo (otro tanto hizo A s c o l i ) . B jó r n C o l l in d e r ha sacado a relucir insospechadas relaciones de la familia urálica12 (en 12 Es decir, los lenguajes íinougrios y samoyedos. Los lenguajes urálicos se consi­ deraron previamente como una rama de una familia “uraloaltaica”, grupo establecido sobre fundamentos muy endebles, del cual la otra rama estaría constituida por el grupo de los idiomas turcos.

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Jukagirisch und Vralisch, 1940) y ha examinado también la posibi­ lidad de un nexo primitivo entre el indoeuropeo y las lenguas urálicas (Indouralisch.es Sprachgut, 1934, et al.). Collinder y algunos otros peritos, H. K. J. C o w a n entre ellos (por ejemplo, en Lingua, vni, 1959, y Studia Linguistica, xni, 1959), han ensayado asimismo mé­ todos estadísticos (cálculo de probabilidades) con intención de deci­ dir si las semejanzas entre dos lenguajes han de considerarse casuales o debidas a una causa común. Hay que subrayar que semejante causa es acaso en la mayor parte de los casos una relación original, pero que esto no es necesariamente cierto: también pudiera deberse a cultura y forma de sociedad comunes, o a contactos geográficos. Sólo el lingüista, y no el estadístico, puede decidir cuál es la natura­ leza del factor común responsable de las semejanzas. Y hasta el lingüista se queda confundido muchas veces. En años recientes, el lingüista e historiador de las religiones francés G eo rges D u m é z il ha causado verdadera sensación al señalar parecidos entre los lenguajes turcos y el quechua, lengua de los incas, que siguen hablando en los Andes muchos indios y mestizos. Se trata de correspondencias de tal regularidad que bien pudieran deberse a relaciones históricas. Algunos lingüistas han creído necesario modificar la idea tradicional de relación lingüística haciendo hincapié en que las semejanzas entre lenguajes pueden deberse, igualmente bien, a préstamos o influencia mutua, aparte de la identidad original. Se ha demostrado que no sólo se da el préstamo de palabras y elementos formadores de ellas, sino que aun elementos gramaticales, pautas sintácticas y otros rasgos del sistema lingüístico (incluso fonémico) pueden pasar de un len­ guaje a otro y extenderse por áreas en que se hablan lenguajes no emparentados. Muy pronto J o h a n n e s S c h m ed t (en Die Werwandtschaftsverhaltnisse der indogermanischen Sprachen, 1872) no estuvo de acuerdo con el punto de vista generalmente aceptado acerca de las relaciones mutuas entre los idiomas indoeuropeos. Halló insatis­ factorio el viejo concepto de “árbol genealógico” y en su lugar sugirió la “teoría de las ondas” (“Wellentheorie”), de acuerdo con la cual los rasgos lingüísticos se consideraban difundidos, a manera de olas, por áreas vecinas, y de un lenguaje a otro. Lenguajes que evidente­ mente carecen de origen común tienen con frecuencia puntos de semejanza en vocabulario, gramática u otros aspectos de su estruc­ tura. Son casos de relación tipológica,13 en contraste con la relación genética, que implica derivación a partir de un lenguaje original único. El inglés, pese a su nutrida provisión de palabras romances 13 Ver, por ejemplo, C. E. B a z e l l , Linguistic Typology, 1958.

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(o latinas), y de elementos formadores del mismo origen, es una lengua germánica, ya que es el resultado de un desenvolvimiento continuo, desde el antiguo inglés hasta el lenguaje actual. Pero desde el punto de vista estructural, el inglés moderno tiene más parecido con el francés moderno que con el inglés antiguo. En uno de sus últimos artículos (en Acta Lingüistica, i, 1939), el lingüista ruso N. S. Trubetzkoy (cf. p. 84) intenta eliminar la

distinción entre estos dos tipos de relación. Que un lenguaje dado sea indoeuropeo significa, para él, que posee cierto número de carac­ terísticas estructurales que compila y define. En un lenguaje tenido ahora por indoeuropeo, tales características muy bien pudieran haber sido introducidas mediante préstamos y por influencia de lenguas vecinas. Para Trubetzkoy, por tanto, un lenguaje puede tomarse indoeuropeo o, a la inversa, cesar de ser indoeuropeo. Esto da a la expresión “relación lingüística ' 4 un significado enteramente nuevo, no muy diferente del de Johannes Schmidt (ver, del presente autor, Systéme et méthode, 1945). Puntos de vista similares tuvo Hugo Schuchardt (cf. p. 14), y los siguen sosteniendo varios lingüistas comparatistas, como V itto re Pisani, que considera varios grados de relación, de acuerdo siempre con el número de elementos comunes. El comparatista sueco Nils M. H olmer, parte de cuya obra se

ha dedicado a las relaciones entre los lenguajes indios de América, halla que en todos los lenguajes debemos contar con estratos de dis­ tinta edad y estabilidad, y ha intentado asimismo establecer una cronología de tales estratos. El más antiguo es el sistema de sonidos y ciertos rasgos sintácticos; después vienen palabras concretas de naturaleza primitiva (ligadas a costumbres sociales y pensamiento primitivo) y elementos formales; finalmente están las palabras con­ cretas de tipo más avanzado, y las abstractas. En consecuencia, cual­ quier semejanza entre dos lenguajes que esté restringida al último de estos estratos nada nos enseña acerca de su “relación” original (en vista de que semejantes elementos fácilmente se adquieren por prés­ tamo y se difunden), en tanto que los parecidos hallados en los estratos más primitivos indican antiguos contactos. Es claro que los contactos lingüísticos que pueden descubrirse por estos métodos son cosa esencialmente distinta, y menos precisa, que el concepto de relación subyacente a la lingüística comparada tradicional. Debe recordarse, sin embargo, que la idea de un lenguaje indo­ europeo original, a partir del cual se desarrollaron las múltiples fami­ lias lingüísticas, cada una por su lado, por escisión dialectal, es una hipótesis —y siempre seguirá siéndolo—, pero una hipótesis que pro­ porciona la mejor explicación de las semejanzas que se han hallado. De parecida manera, hay que insistir en que los temas indoeuropeos

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(o “raíces”, como se les llama muchas veces) que han sido recons­ truidos por el método comparativo y que figuran en los diccionarios etimológicos (como el de A lo is W a l d e y Ju l iu s P o k o r n y ) , no deben considerarse como palabras que de veras hayan existido alguna vez, sino sólo como fórmulas. Resumen las relaciones que hay entre formas verbales o morfemas que se conocen, de hecho, en los diversos lenguajes, y representan así, como si dijéramos, su máximo común denominador. Aun si pudiera demostrarse que las influencias externas con­ siguen afectar hasta cierto punto casi cualquier rasgo de un sistema lingüístico, y hasta remodelarlo por completo, no sería nada fácil abandonar del todo la distinción fundamental entre relación original (“Urverwandtschaft”, en alemán) y semejanza tipológica o similaridades en los vocabularios. Los parecidos observados entre el francés y el italiano, o entre el sueco y el danés, se deben a causas funda­ mentalmente diferentes (origen común) que las de los parecidos que hay entre el inglés y el francés (influencia externa, préstamo).14 Cuando tenemos que vérnoslas con lenguajes carentes de historia escrita (como en el caso de los lenguajes nativos de África o Amé­ rica), es difícil o imposible decidir cuándo el parecido lingüístico es debido a una causa y cuándo a otra. En muchos casos, un análisis lingüístico comparativo debe limitarse a enunciar las semejanzas tipo­ lógicas y a describir la difusión geográfica de varios rasgos, sin arries­ garse a sacar conclusiones definidas concernientes a las causas sub­ yacentes. Por último, no podemos olvidar la posibilidad de que un parecido lingüístico pudiera deberse al puro azar, o estar condicionado por alguna disposición humana general que se manifestase en lenguajes no vinculados genéticamente ni afectados por un factor externo común. Hace mucho que Meillet puso en guardia contra el supuesto de relación genética entre dos lenguajes sin más base que el pa­ recido tipológico. En otro capítulo veremos cómo la geografía lin­ güística ha modificado nuestras nociones relativas al desarrollo y la relación lingüísticos (cf. pp. 60 ss.). Como el lenguaje es un fenómeno social, es evidente que las semejanzas en estructura social y cultura pueden conducir a pareci­ dos lingüísticos. Las lenguas habladas en Europa que no son indo­ europeas (finougrias, turco) tienen características que no aparecen Es sin duda con la intención de subrayar la dificultad del problema y de prevenir contra la aceptación del punto de vista tradicional como si fuera evidente por sí mismo, como V it t o r e P isani (en Lingua, 1952) se pregunta si, en ausencia del latín y de otras lenguas romances, no incluiríamos el francés en el grupo germánico, y, en ausencia de otros idiomas germánicos, clasificaríamos el inglés como lengua romance.

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en idiomas emparentados con ellas pero hablados fuera de Europa: muestran señales de haber sido empleadas por gente perteneciente a la forma occidental de sociedad y de cultura, y tienen, de esta ma­ nera, cierto parecido con otros lenguajes de Europa, sin estar empa­ rentadas históricamente con ellos. Durante el último milenio, varios lenguajes europeos occiden­ tales (como el francés, el inglés, el holandés y las lenguas escandi­ navas) han sufrido, en varios respectos, cambios similares (en mor­ fología y sintaxis, por ejemplo) que parecen ser debidos al hecho de que se hablen en un área de cultura uniforme, estructura social similar, y con íntimo contacto entre las comunidades lingüísticas. Incluso se ha intentado demostrar la existencia de una sintaxis euro­ pea occidental común (tal hizo el anglicista sueco K. F. Sundén ). Alf Sommerfelt ha ilustrado estos rasgos comunes en múltiples trabajos. Similarmente, W. B etz habla de “der abendlándische Sprachenausgleich” y ha escrito varias obras acerca de los préstamos traducidos (por ejemplo, Deutsch und Lateinisch, 1949). Reciente­ mente H. G neuss ha hecho un examen de préstamos similares en antiguo inglés (Lehnbildungen und Lehnbedeutungen im Altenglischen, 1958). T. E. H ope se ocupó de problemas análogos en su artículo “Loanwords as Cultural and Lexical Symbols’\(en Archivum hinguisticum, xrv, 1962). Parecidos en sistema semántico, forma­ ción de palabras (préstamos traducidos, etc.) y fraseología se deben en muchos casos a una tradición clásica común. Las lenguas occi­ dentales literarias se han adaptado deliberadamente a la pauta del latín. Del mismo modo, el finés literario. está cargado de présta­ mos traducidos del sueco y del alemán, que no se hallan en los lenguajes finougrios que jamás han estado bajo la influencia de la cultura sueca o alemana. Las técnicas de la lingüística comparada se han aplicado a otras familias lingüísticas, aparte del indoeuropeo. Se han obtenido im­ portantes resultados en los grupos semítico, turco y finougrio (urá­ lico). Se han realizado esfuerzos similares en grupos de lenguajes africanos, americanos y del lejano Oriente, pero en estos casos raras veces se han obtenido resultados definitivos. La razón está, en parte, en que el material de que se dispone es insuficiente en muchos sen­ tidos. Y, en parte, es que no hay textos tempranos ni —por lo tanto— formas tempranas tampoco. En el campo indoeuropeo, por el contrario, disponemos de una larga serie de textos, los más anti­ guos de 1500 a. c., aproximadamente (inscripciones hititas y creten­ ses). Un brillante ejemplo de reconstrucción de etapas anteriores de un lenguaje no indoeuropeo es la demostración merced al método

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comparativo, debida al sinólogo sueco B e r n h a r d K a r l g r e n , de que el chino era originalmente un lenguaje flexivo (Le proto-chinois, langue flexionelle, 1920). En su excelente reseña de los problemas que plantean los estratos lingüísticos prehistóricos y los contactos lingüísticos antiguos (Word, x, 1954), el comparatista español A n t o n io T ovar escribe que “toda la vida social y lingüística, los cambios de población, la reconstruc­ ción de su historia económica y de sus relaciones culturales, puede deducirse de la historia lingüística”, y que “la prehistoria gradual­ mente se vuelve historia” (pp. 337 y 336, respectivamente). Esto está, por cierto, expresado con gran precisión y tino. En verdad, tal fue la intención de numerosos comparatistas de la vieja generación. Sin embargo, importa prevenir contra un riesgo del que no todos los lingüistas parecen tener conciencia: el riesgo de extraer de los datos lingüísticos conclusiones de más alcance que el justificado. Cambios que bien pueden explicarse como procesos internos se han atribuido con harta frecuencia a sustratos y adstratos. Si una lengua indo­ europea periférica, como el tocario, presenta —digamos— una sola serie de fonemas oclusivos, sería prematuro, sin mayores pruebas, suponer influencia —y en consecuencia contactos culturales— de algún lenguaje no indoeuropeo vecino que tenga una serie única, pues semejante reducción pudiera explicarse lo mismo de bien por una simplificación estructural periférica. El bilingüismo solo —inde­ pendientemente de la estructura fonémica de las lenguas en con­ tacto— puede bastar, por ejemplo, para explicar dicha reducción estructural.15 Es evidentemente un abuso de la lingüística emplear sus datos para extraer conclusiones, verbigracia, acerca de los tipos de pueblos que encontraron los indoeuropeos en el lejano Oriente. Cuando abordamos fenómenos de contenido (vocabulario, semán­ tica), las conclusiones de este género se hacen —claro está— menos dudosas que cuando no salimos del dominio de la expresión. Pero aun entonces es importante guardarse de las conclusiones prematu­ ras y de las confusiones entre simplificación interna e influencia ex­ terna. Véase, del autor, Linguistique ibérique et ibéro-romane (1961). Un problema aún no resuelto, y muy probablemente insoluble, de la lingüística comparada, es si todos los lenguajes del mundo po­ drán acabar por ser remitidos a un lenguaje original común o a una is Es cosa innegable que el concepto de efecto de sustrato — que implica una inter­ ferencia entre dos sistemas, conducente a reducción o a cualquier otra modificación estructural— se ha confundido a menudo con una mera simplificación debida a ausencia de presión social y de normas sociales en regiones periféricas. Tales normas faltan a me­ nudo, o son particularmente débiles, en las sociedades bilingües. De esta manera los dos fenómenos pueden tener el mismo resultado, si bien implican procesos profundamente diferentes.

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etapa prelingüística de desarrollo (es la teoría monogenética), o si se desarrollaron espontánea e independientemente diferentes tipos de lenguaje (la teoría poligenética). El principal defensor de la teoría del origen común único de todos los lenguajes fue el lingüista ita­ liano A lfredo T rombetti (L’unitá d’origine del linguaggjio, 1905). Otros han sostenido que las semejanzas que pueden descubrirse entre todos los lenguajes humanos, a pesar de las diferencias, más obvias, tienen una naturaleza tan general que más vale considerarlas “resul­ tado de la actividad uniforme de la mente humana racional” (Bjóm Collinder).

FERDINAND DE SAUSSURE Y LA ESCUELA DE GINEBRA. EL ESTRUCTURALISMO1

Si bien la lingüística estuvo dominada durante la segunda mitad del siglo pasado y los primeros años de éste por el interés hacia proble­ mas históricos y comparativos, sería erróneo suponer que durante ese tiempo no interesó la descripción del estado lingüístico real —análi­ sis descriptivo o sincrónico. Aproximadamente al mismo tiempo que eran publicadas las obras precursoras de la lingüística comparada, el humanista alemán W ilhelm von Humboldt (1767-1835) publicaba los resultados de su vasto estudio de los lenguajes (que lo condujo inclusive a América y al lejano Oriente) y sus reflexiones sobre la naturaleza del lenguaje. Humboldt tiene gran conciencia de los as­ pectos dinámicos del lenguaje, pero al mismo tiempo considera cada uno como un todo coherente. Una de las ideas básicas de la lingüís­ tica moderna, el concepto de forma, proviene de él. Dio un admi­ rable ejemplo de descripción científica del lenguaje con sus descrip­ ciones de muy diversas lenguas (por ejemplo, Über die Kawisprache der Insel Java, 3 vols., 1836-39; también en la edición, debida a H. Steinthal, Sprachphilosophische W erke de Humboldt, 1884).2 La teoría del lenguaje de Humboldt anticipa muchas conclusiones de la lingüística moderna. Vio claramente el papel que desempeña el lenguaje en nuestra experiencia del mundo que nos rodea, su im­ portancia al conceder forma reconocible a lo que de otra manera sería un caos inaccesible e ininteligible. El lenguaje —dice— otorga al hombre el poder de dar nueva forma al mundo y de convertirlo en udas Eigentum des Geistes,f —“propiedad del Espíritu”. El comparatista estadounidense W illia m D. W h itn e y fue tam­ bién un precursor al solicitar explícitamente la descripción y análisis sistemáticos de los lenguajes (así, en The Life and Growth of Language, 1875). Desarrollos posteriores fueron también entrevistos en la obra del lingüista polaco J. B audouin de C o u r te n a y (Versuch einer Theorie phonetischer Alternationen, 1895) y del suizo J. W in t e l e r (Die Kerenzer Mundart des Kantons Glarus, 1876). W ilh e lm 1 Un examen general del estructuralismo moderno en sus diferentes formas y aspeotos ha sido ofrecido recientemente por el presente autor, en su Stmctiual Linguistics and Human Communication, 2a. ed., 1966. 2 Para mayor información, se recomienda otra edición de Humboldt, publicada en 1949: Über die Veischiedenheit des menscblichen Sptachbaus. [37]

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M e y e r -L ü b k e , el sabio romanista, insistió en la importancia de la descripción sistemática de un lenguaje, al lado del estudio histórico comparativo. En Suecia, A d o l f N o r e e n dedicó gran parté de su investigación y enseñanza al estudio descriptivo del lenguaje. Pocas naciones tienen algo que pueda compararse con su gran examen descriptivo exhaus­ tivo, que denominó “Nuestro lenguaje" (Varí Sprák; i-v, vn, ix, 1903-1923) y que desgraciadamente no llegó a completar. Noreen dividió la tarea de la investigación lingüística en una rama sincrónicadescriptiva y una rama diacrónica-etimológica. Además, apreció con claridad la importancia que tiene distinguir las diferencias de sonido que implican una potencial diferencia de sentido, de aquellas en que no ocurre esto; es la distinción entre fonema y variante de la lingüís­ tica posterior. Sin embargo, el término “fonema” lo usa con el sen­ tido de sonido del habla o de grupo de sonidos, uso que sigue pre­ valeciendo entre los suecos que se ocupan de filología nórdica.3 Hizo también un análisis semántico (usemologisk” ) del sueco, que se adelanta a nociones más modernas acerca del significado lingüístico. Sin embargo, como la obra de Noreen estaba en sueco y sólo llegó a ser conocida intemacionalmente en traducción o merced a reseñas (Einführung in die wissenschaftliche Betrachtung der Sprache, 1923, trad. y ed. por H a n s P o lla c k ; J o h n L o t z , “Plan and Publication of Noreen’s Várt Sprák”, Studia Lingüistica, vni, 1954), causó escasa impresión fuera de Suecia y no afectó gran cosa los avances en el resto de Europa. Para los lingüistas suecos, sin embargo, la influen­ cia de Noreen ha sido intensa, pero con la desdichada circunstancia de que los aspectos de la obra de éste que se adelantaban a su tiempo no fueron llevados adelante, o fueron olvidados, por sus sucesores. Un lingüista sueco de ideas avanzadas de las que no hicieron caso —por no comprenderlas— sus contemporáneos fue C a r l S v e d e l iu s . En su tesis doctoral (Analyse du langage appliquée a la langue frangaise, 1897) y en un par de obras más tardías sugirió un método de descripción lingüística que era radicalmente diferente de los métodos de sus contemporáneos. En vez de fundar su análisis en categorías formales, procura mostrar cómo se expresa en el lenguaje en cuestión determinada categoría de contenido. Agrupa las unidades lingüísticas en categorías de un sistema basándose en su función en el habla conectada, no recurriendo a sus características formales. En conse­ guir dinero y hacerse de dinero, el sustantivo tiene la misma función, y dinero en ambos casos representa la misma categoría gramatical (que pudiera denominarse “objeto” de la construcción en cada caso). 3 Y también, pongamos por caso, en una obra general como La paren té linguistique et le calcul des piobabilités (1948), d e B. C o llin d e r .

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Svedelius no pregunta qué significa cierta combinación de sonidos o cierto elemento formal, sino cómo puede formarse determinado con­ tenido en un lenguaje dado. Por desgracia, Svedelius halló una acogida gélida. Tuvo que abandonar su carrera universitaria, pero en la vejez publicó un compendio de sus puntos de vista sobre el len­ guaje (Sprákanalys, 1944).4 Puede encontrarse también un enfoque descriptivo sistemático en las teorías del suizo Antón M arty, que concentra la atención en la naturaleza imperfecta de los sistemas lingüísticos. Considera impor­ tante distinguir cuidadosamente entre los enfoques “genético” y “des­ criptivo” del lenguaje. Varios de los trabajos de Marty fueron pu­ blicados, con un comentario, después de muerto el autor, por su compatriota O tto F unke (por ejemplo, Psyche und Sprachstruktur, Antón Martys nachgelassene Schriften, 1940; Innere Sprachform, eine Einführung in Antón Martys Sprachphilosophie, 1942). El anglicista holandés E. K r u is in g a eligió un enfoque sincrónico en su afamada gramática inglesa A Handbook of Present-Day Standard English, cuya primera edición apareció nada menos que en 1909. Sin introducir ninguna terminología revolucionaria, ofrece una exposición claramente estructural del lenguaje, incluyendo el aspecto fonético (en la parte i del Handbook y en An Introduction to the Study of English Sounds, 10* ed. 1951), por lo cual puede ser con­ siderado uno de los precursores de los métodos descriptivos moder­ nos de la lingüística. En 1879, a los 22 años, un comparatista suizo, F e r d in a n d d e Sauss u r e , publicó una reconstrucción del sistema vocálico de la lengua madre indoeuropea siguiendo un método completamente nuevo: Mémoire sur le systéme primitif des voyelles indo-européennes. Después de esta obra juvenil, De Saussure sólo publicó una tesis de docto­ rado de corte más tradicional (1881) y unos cuantos trabajos me­ nores. Su considerable influencia sobre generaciones posteriores de lingüistas no se debió a sus obras publicadas sino a sus conferencias de lingüística general —primero fue profesor de la École des Hautes Études de París y después (desde 1891) profesor de la Universidad de Ginebra. Estas conferencias no se publicaron hasta después de la muerte de De Saussure, recurriendo a las notas tomadas por los dis­ cípulos. De Saussure no dejó casi manuscritos, ni notas para sus conferencias. La obra fue publicada en 1916, con el título de Cours 4 En un artículo periodístico (Svenska Dagbladet, 29 de marzo de 1946), Eroc W e l-

se preguntaba si De Saussure no habría recibido influencia de la tesis doctoral de Svedelius. También es interesante advertir que cuando W i l h e l m M e y e r-L ü b k e reseñó la Anaiyse de Svedelius en 1899 (en Literatuibhtt fiii germanische und iomanische Philologie), la describió como “el álgebra de la gramática” (ver más adelante, p. 166). la n d er

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de linguistique générale, preparada por dos ex discípulos de De Saussure, C harles B ally y A lbert S echehaye .5 Las circunstancias de la publicación hacen muy difícil saber hasta qué punto el Cours re­ produce con exactitud las genuinas ideas de De Saussure. Las oca­ sionales oscuridades, contradicciones y fallas de la argumentación pueden atribuirse al modo como fue compilado el libro. Algunos puntos se han aclarado gracias a la edición crítica de las fuentes escritas del Cours, publicada no hace mucho por R obert G odel (Les sources manuscrites du Cours de linguistique genérale de F. de Saussure, 1957). Esta obra póstuma de De Saussure es la fuente de la mayor parte de los principios básicos que distinguen la lingüís­ tica moderna de la lingüística histórica comparativa del siglo xrx. Esbozaremos algunos de sus rasgos más importantes. De Saussure establece dos distinciones fundamentales, que, jun­ tas, significaban una ruptura completa con la tradición de los neogramáticos. Una es la distinción estricta entre el análisis descriptivo (sincrónico) por un lado, y el histórico (diacrónico) por otro. La otra es la distinción entre lo que De Saussure llama, respectivamente, la langue y la parole. En la primera de estas distinciones, De Saussure sostiene que en lingüística, como en otras múltiples ciencias, hay que elegir entre estudiar los fenómenos tal como están dispuestos sobre el eje de la simultaneidad (o sea sincrónicamente; A-B en la Fig. 1) —en cuyo caso no se considera para nada el factor temporal—, o como están dispuestos sobre el eje temporal o eje de la sucesión (o sea diató­ nicamente; C-D en la Fig. 1). Lo que interesa al lingüista en el primer caso es la relación entre fenómenos coexistentes (la estruc­ tura sistemática del lenguaje, tal como es en determinado momento del tiempo). En el segundo caso, el objeto de estudio es la relación entre cierto fenómeno y lo que lo precedió o lo que lo sigue. Como cualquier fenómeno lingüístico participa de ambas relaciones, am­ bas perspectivas (sincrónica y diacrónica) son igualmente legítimas y necesarias. La lingüística descriptiva es una disciplina tan cientí­ fica como la lingüística histórica. La mayoría de los modernos desarrollos de la lingüística que ha­ cen hincapié en la importancia del estudio descriptivo del lenguaje provienen más o menos directamente de De Saussure. Gracias a la motivación que proporcionó al método sincrónico, una vez más la des­ cripción de lenguajes ha pasado a ser cuidado primario de la ciencia 5 Hay una traducción al inglés, por W ade B askin , Course in General Linguistics, 1960, y una versión alemana de H. L o m m e l , Grundfragen der ailgemeinen Sprachwissenschaft, 1931; se debe a A m a d o A lo nso una traducción al español, Curso de lingüística general, 1945, con importantes notas.

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D FIG. 1

lingüística. Este cambio de actitud trae a las mientes el enfoque de los estudios lingüísticos que era común antes del siglo xix. Pero en vez de la vieja actitud filosofante, normativa, en la descripción, De Saussure y sus seguidores estudian un lenguaje como un sistema con­ tenido en sí mismo, y sus varias partes —su número, funciones y relaciones mutuas; en efecto, todo el complicado mecanismo que hace posible al lenguaje humano servir como medio de comunica­ ción y transmisor de contenido. A n t o in e M e il l e t , discípulo de De Saussure, señaló los peligros de considerar cada elemento del len­ guaje como unidad aislada y contempló el sistema de una lengua como un todo coherente (“un ensemble oú tout se tient”). Estable­ cer este sistema y describirlo en términos científicos exactos es lo que incumbe a la lingüística sincrónica. Se han hecho varias objeciones a esta diferenciación estricta de la lingüística sincrónica y la diacrónica. El lenguaje está cambiando constantemente y no es nada fácil fijar un determinado estado de un lenguaje y describirlo sin hacer referencia a los cambios a que está sujeto. ¿Cuándo hay que decir que una etapa del lenguaje ha deja­ do de existir y que la ha sustituido una nueva? ¿Cómo tratar las re­ liquias del uso lingüístico anterior que han sobrevivido en ciertos tipos de estilo, y —en general— cómo tratar estos distintos estilos (coloquial; prosa ordinaria; prosa elegante, etc.)? ¿Son lenguajes di­ ferentes o el mismo lenguaje? Objeciones así fueron hechas por Otto Jespersen en su reseña del Cours (1916), y otros las han repetido. El romanista suizo W a l t h e r v o n W a r t b u r g , por ejemplo, sostuvo que los dos métodos deben constantemente influir uno sobre el otro y complementarse —un “Ineiruindergreifen von historischer und deskriptiver Sprachforschung”. Un ejemplo típico de esta manera de

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describir un lenguaje, al llevarla a la práctica, lo constituye la gran Modern English Grammar ( i-v ii , 1909-1949) de Jespersen. Otra objeción adelantada fue que bien pudiera haber varios sistemas, co­ existen tes todos, al mismo tiempo: a menudo sobreviven rasgos de un estado anterior del lenguaje en el estilo formal, en el uso literario o religioso (y desde ahí pueden ejercer influencia sobre otras formas de lenguaje); por otra parte, los contornos de un nuevo sistema pue­ den empezar a traslucirse como tendencias de la lengua vulgar, el uso coloquial libre u otros casos de estilo descuidado. Una situación similar aparece cuando dos sistemas dialectales se disputan el reco­ nocimiento. Sucede con frecuencia hoy día que sobre dialectos re­ gionales influyan las formas standard de la lengua nacional hablada y literaria, y que adquieran rasgos ajenos a su propio sistema. Todo el que pretenda realizar un análisis sincrónico de un lenguaje debe tener conciencia, pues, de que varios sistemas coexisten y compiten por el reconocimiento. Se han cometido muchos errores por no apre­ ciar tal posibilidad. Aunque es verdad que los Junggrammatiker y, por cierto, la gran mayoría de los lingüistas del siglo pasado pueden ser acusados de unilateralidad irrealista en lo tocante a su enfoque exclusivamente histórico, hay, por el contrario, una lamentable tendencia en ciertos grupos de lingüistas actuales (sobre todo en los Estados Unidos) a descuidar el hecho de que el lenguaje ciertamente cambia. En el Cours de De Saussure nada apoya semejante actitud, al contrario: insistió con vigor en que tanto el enfoque sincrónico como el diacrónico son igualmente válidos y necesarios. Pero lo cierto es que, al llamar la atención hacia la naturaleza estructural y sistemática del lenguaje, De Saussure y sus continuadores han revolucionado asimis­ mo el método histórico. Hoy la meta principal de la lingüística histórica es mostrar cómo un sistema completo (sistema vocálico, sis­ tema de formas, sistema de tiempos, etc.) cambia y es remplazado por un nuevo sistema, y no —como solía hacerse antes en lingüística histórica— seguir en el tiempo un elemento aislado del lenguaje (una vocal, un sufijo, un tiempo, una palabra, etc.), sin considerar sus relaciones con respecto a los demás elementos, con los que coexistió durante todas las etapas de su desarrollo. Estas relaciones son fre­ cuentemente decisivas para determinar el curso del cambio lingüís­ tico. Hay casos irrefutables, como veremos más adelante, en los que se puede demostrar que la simiente de un cambio lingüístico residía en alguna propiedad del sistema mismo. El más distinguido exponente de la lingüística estadounidense moderna, L eo n a r d B l o o m f ie l d , señala que el estudio histórico del lenguaje no puede ser nunca más exacto de lo que permitan los da­

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tos descriptivos disponibles. En otras palabras, todo resultado de la lingüística histórica presupone un previo análisis de datos sincróni­ cos, no como fenómenos aislados sino como elementos mutuamente interdependientes. Si la descripción del sistema, tal como existe en cada punto del curso de su desenvolvimiento, no es científicamente exacta, tampoco pueden serlo las conclusiones históricas. De manera que aun a la lingüística histórica le interesa de manera decisiva hallar un método descriptivo adecuado. De Saussure usa el término la langue para designar el auténtico sistema del lenguaje, es decir, la suma de todas las reglas que, en una comunidad lingüística dada, determinan el uso de sonidos y for­ mas, y de medios sintácticos y léxicos de expresión. En otras pala­ bras, a la langue no le concierne el individuo hablante ni el enunciado individual; es una abstracción, un cuerpo de convenciones cuya exis­ tencia es esencial para la comunicación apropiada entre los miem­ bros de una comunidad lingüística. Por otra parte, la parole es el auténtico enunciado, el lenguaje tal como es realizado en un momen­ to particular por determinado hablante. La parole es individual, la langue es social. La existencia de la langue es condición necesaria para la parole. Si no hubiese un cuerpo aceptado de convenciones que se observaran al hablar, la gente no podría usar el habla como medio de comunicación. Sin embargo, sólo podemos estudiar la langue es­ tudiando enunciados (o textos) definidos —la parole— y deduciendo de ellos el sistema del lenguaje. El uso que hace De Saussure de los términos langue y parole no es siempre fácil de traducir a otros idio­ mas: en alemán son Sprache y Rede; en inglés, language y speech; sprdk y tal en sueco; lengua y habla en español. Pero ninguno de estos términos —cada uno en su idioma respectivo— ha ganado acep­ tación tan general como las palabras francesas originales. La distinción saussureana de langue y parole ha demostrado ser muy fructífera y constituye la base de la mayor parte de las moder­ nas teorías lingüísticas. No quiere esto decir que la distinción haya sido aceptada sin discusiones o críticas, o que De Saussure defina y emplee dichos términos de manera por completo clara y congruente. En años recientes, la dicotomía langue-parole ha producido grandes discusiones que no podemos describir aquí. Baste con decir que para De Saussure era la langue (el sistema) la que constituía el objeto principal del estudio lingüístico, y no la manifestación concreta de este sistema en enunciados específicos (la parole). Todo elemento lingüístico es definido por su función, sus rela­ ciones con los demás elementos del sistema, y no por referencia a propiedades no lingüísticas (físicas o psicológicas, pongamos por caso).

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La famosa comparación con el juego de ajedrez, debida a De Saus­ sure, es lo que mejor indica su sentir. Las diferentes piezas usadas en el ajedrez están definidas sola­ mente por las funciones que les atribuyen las reglas del juego. Su apariencia física real carece de importancia. Un alfil o una torre no tienen forma, color o material determinados. Se pueden sustituir con cualquier otro objeto sin que pierdan su identidad, a condición de que se muevan de acuerdo con las reglas del juego. Lo único que hace falta es que las piezas se diferencien de manera reconocible, de modo que no haya confusión posible. Sus propiedades físicas no tie­ nen ningún efecto sobre el sistema ( = el juego). Traducida a tér­ minos lingüísticos, esta analogía implicaría que una unidad lingüística (por ejemplo una vocal, una consonante o un acento) debiera defi­ nirse sólo en términos de sus relaciones con otras unidades y de su función dentro del sistema lingüístico, no en términos de sus pro­ piedades físicas (su articulación, estructura acústica, etc.). La langue, tal como la ve De Saussure, es forma, no sustancia. En la famosa Mémoire de De Saussure, emplea esta noción del lenguaje por vez primera para resolver un problema histórico-comparativo específico. En ciertos casos —descubrió— las llamadas vocales largas del indoeuropeo podían reducirse a una combinación de una vocal corta + una unidad que De Saussure representó por *A. La ven­ taja de este análisis era que podían eliminarse del sistema las vocales largas y así resultaba evidente un notable paralelismo entre series de Ablaut (alternancia vocálica, apofonía) que hasta entonces se habían considerado diferentes en género. Una serie apofónica indoeuropea *derk : *dork : *drk podía ponerse paralela a una serie *dheA : *dhoA : *dhA, de manera que *eA es a *oA y a *A lo que *er a *or y *r. De Saussure postuló esta *A sólo como elemento estruc­ tural abstracto y nada pretendió a propósito de su carácter fonético. Sin embargo, muerto ya De Saussure, su teoría fue confirmada por el testimonio del hitita (H ans H endriksen , Untersuchungen über die Bedeutung des Hethitischen für die Laryngaltheorie, 1941). Se acepta generalmente que aquel elemento hipotético era una laríngea (de ahí la expresión “teoría de las laringales” ). Lo que era nuevo y fundamentalmente importante en la teoría de De Saussure, sin em­ bargo, no era el carácter fonético del elemento postulado sino la de­ finición del mismo tan sólo en virtud de sus relaciones con los otros elementos en el sistema del lenguaje, y de su posición en la sílaba. Por primera vez se usó el término fonema para una unidad lingüís­ tica abstracta que no es en sí misma un sonido (ni ninguna otra sustancia física), pero que puede ser representada o manifestada por un sonido.

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La tesis de que el lenguaje es forma, no sustancia, ha sido des­ arrollada por lingüistas posteriores y alcanza la aplicación más radi­ cal en la teoría lingüística de Louis H jelm slev (la glosemática; ver p. 154). Es dudoso, no obstante, que De Saussure advirtiera todas las consecuencias de su propia tesis. La representación fonética de los sonidos del habla en el Cours es en gran medida tradicional y no revela la separación estricta de forma y sustancia que se habría espe­ rado del autor de la Mémoire.6 Una sección importante del Cours de De Saussure la ocupa su discusión y definición de lo que él llama signe linguistique. Para De Saussure, un signo lingüístico es la asociación de un concepto y una imagen auditiva (“image acoustique”). Es una unidad psicológica de dos caras, como lo ilustra el diagrama de De Saussure:

De Saussure aclara que esta terminología no está conforme con el uso ordinario, que limita el empleo de la palabra “signo” a la ima­ gen auditiva, la sucesión de sonidos, como cuando decimos que en latín la serie de sonidos arbor es un signo para el objeto “árbol”. De Saussure reserva signe para todo el concepto y a las dos caras las deno­ mina limpiamente signifiant (significante) y signifié (significado). A veces no es del todo congruente y se escapa un signe que alude al signifiant. Incluyendo así el signifié en su signo lingüístico, De Saussure estableció el fundamento de la moderna teoría semántica. Vio claramente que los conceptos e ideas no existen sin términos correspondientes, que el sistema de conceptos era parte del sistema lingüístico y que el análisis de la significación tenía un puesto en la descripción de un lenguaje. Una cuestión que comenta De Saussure una y otra vez es la de si el signo lingüístico es arbitrario. Sostiene que el vínculo (“le lien”) que une el significante y el significado (signifié) es arbitrario y que, 6 Véase el artículo del autor, “Ferdinand de Saussure et la phonétique modeme” (Cahíers F. de Saussure, xn, 1954, pp. 9-28). En el C outs, el término phonéme parece ser usado para la combinación de cierta articulación y de cierta impresión auditiva (y para De Saussure indivisible).

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en una palabra, el signo lingüístico es arbitrario (“le signe linguistique est arbitraire”) . No hay conexión esencial entre una serie de sonidos s-ó-r y el concepto “soeur”. Hasta aquí puede aceptarse la tesis de De Saussure sin vacilar: no hay conexión esencial entre el significante y el significado (signifié). O —por hablar con más cautela— semejante conexión es extremadamente insólita en los lenguajes existentes. En las primeras etapas del desenvolvimiento lingüístico humano la posi­ ción puede haber sido distinta. Todos los lenguajes exhiben rastros de formaciones onomatopéyicas (imitaciones de sonidos), como las palabras españolas traqueteo, gárgara, piar, o las inglesas —más abun­ dantes— sizzle, plop, slosh, boom, whizz, gurgle, hiss, tinkle, jingle, jangle, yap, whoop, snort, grunt, gabble, snarl y otras más. Hay tam­ bién palabras que pueden remitirse a formas que eran originalmente onomatopéyicas pero que han perdido hace ya mucho su carácter imi­ tativo como resultado del cambio fonético. El francés coucou es evidentemente onomatopéyico, como su equivalente en español, cuco, como en latín cuculus (de donde cuclillo) o en finés kaki. Pero hoy día no pueden considerarse onomatopéyicos el sueco gók [j