Los Nevados cuenta su hirtoria
 978-980-11-1367-6

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Los Nevados cuenta su

historia

“A los que ya no están para contarla”

Nelson Morales Compilador

Facultad de Humanidades y Educación Mérida - Venezuela

Los Nevados cuenta su historia “A los que ya no están para contarla”

Primera edición, 2011 ©Universidad de Los Andes, 2011

HECHO EL DEPÓSITO DE LEY Depósito Legal: LF2372011300715 ISBN: 978-980-11-1367-6

Derechos reservados Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, sin la autorización escrita del editor Diagramación: Luz Marina Quintero D. Departamento de Arte y Diseño, TGU Corrección y cuidado de edición: Departamento de Corrección, TGU Concepto Diseño de Portada: José Gregorio Terán Portada propuesta: pueblo sobre la isla flotante Diseño de Portada: Luz Marina Quintero D. Departamento de Arte y Diseño, TGU Impresión: Universidad de Los Andes, Talleres Gráficos Universitarios, Mérida [email protected] Impreso en Venezuela / Printed in Venezuela

Equipo de investigación Nelson Morales Luis Alfredo Angulo Armando Borrero Ana Ugas Maira Mendoza Pablo Lara Dalivia Méndez Lilian Morales

coordinador y compilador investigador investigador narradora analista analista analista asistente de investigación

Proyecto Rescate de la Memoria Histórica de Los Nevados (CDCHTA: Proyecto H-959-06-09-A)

Agradecimiento Es grato voltear la mirada para evocar la presencia de mujeres y hombres que se nos cruzaron en la soledad de los caminos, recordar sus rostros y sus anécdotas materializados en esta modesta obra. Si tuviésemos que individualizar nuestra gratitud, la lista de personas con las cuales estamos en deuda sería larga y seguramente cometeríamos alguna omisión injustificable, por lo tanto, hemos preferido reconocer públicamente el apoyo recibido de algunos colectivos. Al pueblo de Los Nevados y en su nombre a Dicoartes, Fundaradio TV, Junta Parroquial y Consejos Comunales. A la Universidad de Los Andes y en su nombre al CDCHTA, a la Facultad de Humanidades y Educación (Humanic, PPD) y a la Comisión Central del Servicio Comunitario.

Presentación Para quien suscribe es un gran compromiso, pero al mismo tiempo una gran satisfacción, poder escribir en este libro, que muestra hechos reales y figurados, precedentes y actuales de la historia de Los Nevados “cuna del andinismo venezolano y punto de encuentro del mundo”. Se trata de una obra sencilla que nos permite evocar nuestra realidad, reconocernos en la cotidianidad singular como pueblo y que seguramente incitará la crítica, en primera instancia, la de los propios nevaderos y nevaderas y, un poco más allá, la de los versados en la historia oficial. Confiamos en que a través de su lectura encontremos motivos que estimulen la escritura de otros libros, en esa búsqueda por acercarnos cada vez más a la historia primigenia y genuina de Los Nevados, porque es poco lo que se sabe, salvo que descendemos de los mirripuyes, chimas o muchachos. Lo poco o mucho que se haya escrito sobre Los Nevados está disperso y espera por quienes puedan rastrearlo, reunirlo y documentarlo. Arrancando del boca a boca proverbial, es ahora cuando Nelson Morales y este servidor nos propusimos darle forma a un sueño que desde hace tiempo Los

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nos forjamos, contar con una historia escrita sobre Los Nevados. Para ello se constituyó un equipo integrado por destacados profesores y acuciosos estudiantes de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes, quienes nos citamos para un encuentro con la palabra, esa palabra que brota del campesino sencillo, que en su devenir generacional le ha correspondido asegurar la perpetuidad de su cultura. Hablamos de un campesino al que es justo reconocer en su condición natural, por la aspereza de sus manos, el cuerpo oloroso a la madre Pachamama, sus ropas olorosas a humo, su cabello peinado con el sudor de la faena, o por sus labios voceando amor. Es una larga historia por contar, si bien en esta ocasión quizás contaremos muy poco, tal vez se revelarán muchas pequeñas realidades, pero también fantasías y anhelos, sin otro propósito que el de recrear y fabular una historia sobre Los Nevados. Desde esta serranía cursamos una invitación al lector para que nos ayude a encontrar y descifrar nuestro origen, ya que lo que se nos ha dejado ver hasta ahora es bastante turbio. Después de múltiples visitas de profesores y alumnos a Los Nevados, después de incontables reuniones, encuentros, citas, entrevistas y conversas en el camino, en los toyotas que hacen la ruta a Los Nevados, en los arreos de mulas, en la calle real, en la Plaza Bolívar nevadera, en una y otra casa, y hasta en el archivo de Indias en Sevilla, España, sentimos que vamos por el buen el camino, ahora nos toca seguir adelante. A los que aquí hemos habitado por generaciones, nos ha correspondido la tarea de ser los guardianes de esta parte de la geografía nacional. Desde la época prehispánica hasta nuestros días, han

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sido muchos y muy significativos los cambios que se han consumado en nuestro medio: desde los primeros asentamientos indígenas que se transformaron en humildes caseríos, convertidos con el tiempo en pequeñas aldeas, hasta lograr hoy un nivel más autónomo en virtud de la declaratoria parroquial. Aunque habitualmente aislados y postergados de las bondades que suple el erario nacional, estamos conscientes de que no sólo somos parte de la nación, sino que de alguna manera Venezuela es Los Nevados. Aceptamos el reto histórico y dimos el salto del olvido provincial en que estábamos sumidos, al ámbito turístico internacional y al acceso tecnológico que provee la modernidad, todo ello sin sacrificar los valores que caracterizan nuestro gentilicio. Entendemos que no podemos eludir nuestra responsabilidad como venezolanos, la coyuntura presente nos exige asumir un compromiso mayor, el cual es el de cuidar y preservar nuestro ambiente en bien de nuestros hijos, nietos, biznietos y tataranietos. No nos está permitido pecar de negligentes y despojarlos a ellos del espectáculo que ofrecen nuestros paisajes, de las tradiciones, mitos, ritos, costumbres y leyendas, de la música campesina, de los bailes propios, de los cuentos de camino, de la artesanía, la arquitectura aldeana, en fin, de todo lo que nos hace ser lo que somos. No podemos perder de vista lo que le da sentido a nuestra existencia y nos causa disfrute. Gracias a esto, que hoy somos es por lo que nos hemos convertido en una referencia obligada a la hora de nombrar comunidad. Compartimos la idea de que no hay límite para el desarrollo y para la elevación de la calidad de vida. Cierto es que el progreso en todas sus facetas nos concede oportunidades enormes Los

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de crecimiento personal y colectivo, pero también sabemos que debemos ser precavidos, porque podemos sufrir grandes desencantos si no evaluamos honestamente los cambios que podrían afectarnos groseramente. Es en este punto que hay que estar alerta para no dejarnos chantajear; disponemos de un nivel de vida inclusive superior al de las ciudades, por eso debemos medir milimétricamente cada paso que damos, no renunciando a la civilidad, sino siempre apuntando y apuntalando lo positivo para que no vayamos a perder la jícara de oro que hoy poseemos, reliquia de los nevaderos y nevaderas. Estoy orgulloso de haber nacido en esta tierra andina, tierra de paz y progreso, tierra de hombres y mujeres que han forjado el crecimiento en el tiempo, con sus luchas, bríos y persistencias, con sus rostros tostados por el frío helado y la constancia bajo la lluvia y los ventisqueros. Los Nevados no se detendrá mientras mantengamos íntegra y limpia de vicios la prosapia que heredamos. Es innegable que siento una gran satisfacción y mucha emoción de poder ver, sostener en mis manos, acariciar, hojear, y leer nuestro primer libro, hecho por nosotros los nevaderos y nevaderas y, digo por nosotros, por haber contribuido con nuestros cuentos, a revelar nuestros secretos, a hilvanar las historias familiares, las proezas de nuestros andinistas, las huellas dejadas por los arrieros, la laboriosa construcción del teleférico y de la carretera, la puesta en el aire de la radio y el punto de acceso al mundo virtual. ¡Arriba las nevaderas y los nevaderos! Omar Sánchez Castillo

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“Quiera Dios, la Virgen y los Espíritus protectores de la Sierra que el pueblo de Los Nevados conserve su grandiosa memoria por los tiempos de los tiempos, y que no sea yo, uno que peque de olvidar” Don Augusto

Don Augusto y su nieto Ponciano

Hacía rato que la noche había caído sobre la ciudad de Mérida, Olinto mira la ciudad desde la ventana de su cuarto y se entristece. Cierra sus ojos y su corazón viaja en segundos hacia Los Nevados, su hermoso pueblo natal, un pequeño paraíso elevado a 2.779 metros sobre el nivel del mar, cercano a las montañas blanquecinas de la Sierra Nevada Merideña, un poblado bordeado por lagunas hechizadas y quebradas de agua transparente, donde la paz y el silencio reinan y el aire es especialmente puro. Haría falta aun, una semana para volver a Los Nevados y reunirse por unos días con su hijo, su esposa y su padre. Olinto los amaba y los extrañaba muchísimo. Allá en Los Nevados, su padre don Augusto, y su hijo Ponciano se meten bajo las cobijas de lana en el cuarto que comparten, mientras Isolina, su esposa, lavando los platos de la cena, ora porque Olinto se encuentre bien. Esa noche está cerrada sobre el cielo de Los Nevados, la neblina es espesa, una brisa helada pasea entre los árboles distantes y se cuela en el interior de las casas. Isolina cierra las ventanas. Al pequeño Ponciano, un niño inquieto de nueve años, esa noche le cuesta dormir, entonces mira a su abuelo Augusto, que tendido en la cama del lado respira hondo con el pecho cansado por sus agobios de viejo. Le dice. –Abuelito, ¿por qué papá viene tan poco a la casa? Los

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–Él dice, que lo hace porque quiere darte un mejor futuro, Ponciano. Responde don Augusto. –No puedo dormir abuelito. ¿Por qué no me echas un cuento? Don Augusto, mirando al techo de carruzo, responde. –Creo que ya no recuerdo ningún cuento, mijo. Duérmase, y perdone a su abuelo que ya está tan viejo que ni memoria tiene. Ponciano sabía que era cierto, su abuelo cada vez recordaba menos cosas, la semana pasada, -13 de agosto-, había olvidado que era el día de su santoral y también su cumpleaños. Don Augusto no lo había felicitado al despertar como era su costumbre, y tampoco había comprado las velas que se llevaban al altar de la capilla para rezar el Santo Rosario. Don Augusto se durmió. El pequeño Ponciano juntó sus pequeñas manitos en oración y con toda la fuerza de su joven corazón pidió a La Patrona Nuestra Señora de los Desamparados que la memoria de su abuelo sanara, porque para Ponciano el olvido se parecía mucho al desamor, y el desamor, para un muchachito, era como un castigo amargo. Orando Ponciano se fue durmiendo, y, en sueños Nuestra Señora se le apareció hermosa e iluminada. Estaba la Virgen frente al altar de la capilla del pueblo, en el oratorio que le rinde culto a su nombre. Ponciano, arrodillado frente al altar, y elevando sus lindos ojos marrones hacia la Virgen, le dice. –Virgencita, virgencita, ayuda a mi abuelo que está achacoso y no puede recordar, ayúdalo a recordar todo lo que olvidó, haz el milagro y devuélvele su memoria, te lo ruego por favor, y a cambio te prometo que yo me portaré como un niño bueno.

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Nuestra Señora de los Desamparados posó la mano sobre la cabeza de Ponciano y amorosamente le respondió. –Amado Ponciano, tú ya eres bueno… y no hace falta un milagro mío para sanar a tu abuelo, lo que él necesita es volver a escuchar todo lo que ha olvidado y, para eso, todos ayudaremos a que lo escuche. Ponciano sonrió y, levantándose agradecido, se abrazó a las faldas del frondoso vestido de Nuestra Señora de los Desamparados.

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La llegada del profesor Dimas

A la mañana siguiente, luego de desayunar unas ricas arepas de trigo con queso y guarapo caliente, Ponciano se fue a la escuela muy alegre, porque podría ver allí a Renata, su compañera de clases, su amor no correspondido. Para los ojos de Ponciano ella era la muchacha más bonita del pueblo. Don Augusto arrastró su silla de palo y cuero y se sentó frente a la casa a esperar a su compadre don Críspulo con el que siempre conversaba un poco en las mañanas soleadas. Esa mañana don Críspulo había amanecido resfriado. En su casa lo atendían con guarapos de poleo y flores de saúco, manteniéndole abrigado con una botella llena de agua caliente cerca de sus pies. En lugar de don Críspulo llegó a la puerta de don Augusto el profesor de la Universidad de Los Andes, Dimas Mora. Había llegado el día anterior a Los Nevados a realizar entrevistas a los lugareños, pues la historia de Los Nevados le parecía admirable. –Buenos días Señor, mi nombre es Dimas, ¿será que puede darme unos minutos de su tiempo para responder algunas preguntas sobre la historia de este pueblo tan hermoso? Dijo el profesor sosteniendo su libreta de apuntes. –Mi nombre es Augusto, mucho gusto. De mi tiempo puedo darle lo que quiera, pero hablarle de historia no creo poder. Usted podría ir a preguntarle a los más jóvenes, Los

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pero no estoy seguro que ellos puedan decirle mucho, mi señor, porque aunque están sanos de la cabeza, a esos no les interesa el pasado, viven es del puro presente. Y mi compadre Críspulo le ayudaría, pero a ese viejo zángano parece que hoy se le pegaron las cobijas. Dijo don Augusto bebiendo su pocillo de café. –¿Tan mala memoria tiene Señor Augusto? No recuerda por ejemplo en qué trabajó siendo joven? Preguntó el profesor. Don Augusto le pidió a Isolina traer una silla y café para el profesor Dimas, y luego le respondió. –Sé que fui arriero, pero nada más recuerdo. ¿Por qué no me cuenta usted lo que ya sabe de mi pueblo?, y así me hace compañía, ya que el toche de Críspulo no vino hoy a verme. El profesor Dimas se sentó y dejó su libreta de apuntes en el suelo. Por un instante titubeó, la petición lo tomó por sorpresa, cómo podía pensar que él, que había venido a escuchar la historia de boca de los más viejos, tuviera que empezar su trabajo contándosela a uno de ellos. –Vea don Augusto, no hay mucha historia escrita sobre este apartado pueblo, y por eso vine, pues la única y verdadera herencia de Los Nevados está aquí en los rastros que han quedado por ahí en los recovecos de las casas, en los murmullos de los campos, en los recuerdos, y es la que espero escuchar de la boca de ustedes, los nevaderos. A eso vine, a enterarme, a que me cuenten esa historia para poder escribirla luego, y de esa manera no se pierda en el olvido. Pero, ya que usted me lo pide, le diré lo que me han contado desde que llegué al pueblo.

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–Se sabe que antes de que llegaran los españoles a este territorio, aquí habitaban los indios Mirripuyes, y que, luego, hacia 1600, se fundó este pueblo con el nombre de Los Nevados. –Y ¿a quién se le ocurrió ponerle ese nombre tan gracioso? Preguntó don Augusto. –No lo sé don Augusto, pero hay dos versiones sobre el origen del nombre, según me contó la señora Mariana Dugarte, la dueña de la posada donde dormí anoche. La primera es que el nombre le viene porque el pueblo está en la base de los Picos Nevados de la Sierra: el León, el Toro, el Espejo, la Concha, el Bolívar, el Humboldt y el Bompland. La otra versión refiere que cuando no existía electricidad en la ciudad de Mérida, y había que enfriar la comida o hacer los tradicionales pocicles o helados, los habitantes de Los Nevados iban a los glaciares a bajar témpanos de hielo desde la montaña, los traían envueltos en frailejón, paja y cueros de vaca, y se los llevaban a Mérida amarrados en la espalda con pretales, y que por este oficio de cargar hielo desde las montañas nevadas, se le llamó así a Los Nevados. El profesor hizo una pausa, se acomodó en su silla, sorbió de un trago lo que le quedaba de café en el pocillo, elevó la mirada hacia las azuladas montañas que circundan el pueblo, y como pensando en voz alta, continuó. –Hombres del hielo, así les llamaron a ustedes los nevaderos por esa ruda faena de picar el hielo de los glaciares para traerlo aquí a Los Nevados o llevarlo a Mérida y a otros pueblos por los antiguos caminos que conectan a los pueblos del sur, como El Morro, Mocaz, Aricagua, Acequias, Los

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El Quinó, Mucutuy y otros tantos. Fue así como en las fiestas de estos poblados podían preparar los ricos cepillados y, seguro que a los niños les encantaban. Esto sucedía a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Algunos de los muchos que picaban el hielo y lo transportaban a sus destinos, fueron hombres tales como Francisco Araque, quien también fue guía de montaña o baquiano, Juan Jeréz, Pancho Dugarte, Miguel Castillo y otros más que de momento no los preciso por no tenerlos apuntado. –Y, ¿cómo era que se llevaban ese hielo para que no se les derritiera? Preguntó don Augusto. –Según escuché de algunos de sus paisanos nevaderos, los transportaban en una especie de cama que colgaban en sus espaldas, que le llamaban maleta. Consistía en una pieza de cuero donde colocaban un gran bloque de hielo, una vez puesto en el cuero le tejían una chila en trenza de cuero; esta chila era elaborada en forma circular, como un chinchorro, la tejían ellos mismos en cabuya o cuero, y se envolvía el hielo allí con un pajizal o con hojas de frailejón. Todo esto se ceñía al cuerpo con dos pretales hechos de cuero como un cinto, uno en los hombros y otro en la cabeza. Don Augusto meneó la cabeza, se llevó las manos a la cintura como si llevara una helada carga imaginaria y exclamó con incredulidad. –¡Pero seguro igual se les derretía buena parte del hielo! –Bueno, claro, dicen que en las cumbres se picaban 60 kilos de hielo, y a la ciudad sólo llegaban 40 kilos. Aunque de seguro, don Augusto, ellos adelantaban camino antes de que rayara el sol para evitar que fuese mucho el hielo que se les mermara. Entonces, al llegar al Río Chama, subían por la

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conocida cuesta de Belén hasta llegar a la ciudad de Mérida por los lados de Milla y de allí iban al Mercado Principal de la Avenida 2, a venderlo. –Caramba, cuénteme más, por favor. Qué bonito es escuchar los cuentos de mi gente. –Con mucho gusto don Augusto, le cuento otra cosa. Los Nevados ha tenido gran significación en la historia, fíjese en esto, sus baquianos fueron los que ayudaron en las expediciones científicas de los exploradores venezolanos y extranjeros que buscaban conocimientos sobre las glaciaciones, la botánica, la fauna y la geografía de Los Andes Venezolanos, y algunos de ellos, arrieros de oficio y muy versados, fueron de gran ayuda cuando en 1952 se construyó el teleférico que une a la ciudad de Mérida con estas grandiosas montañas. A don Augusto le brillaron los ojos de emoción y su corazón palpitó con fuerza, pues como una exhalación había logrado recordar algo gracias a la narración del profesor Dimas. Se vio buen mozo, con su ruana, sombrero y alpargatas, con cincuenta años menos, transportando sobre su mula algunas piezas mecánicas hasta la primera estación en construcción del teleférico. –Su paisano don Pancho me contó que tardaron 6 años en construirlo, pero que para él fueron como siglos, porque ese era un trabajo para burros y muchos no aguantaban la mecha o se morían. Pegaban a las 6 de la mañana y les pagaban 9 bolívares y 2 bolívares las horas de sobretiempo. Los caporales preferían a los nevaderos porque resistían más a la altura y eran más fuertes en las maniobras de montaña. Los

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Luego el profesor Dimas se levantó de su silla y dijo: –Me quedaría más si pudiera, pero debo trasladarme a la aldea Apure a entrevistar a la curandera doña Albina, aún tengo mucho trabajo por hacer don Augusto, otro día seguimos conversando. –¡Qué pena que tenga que irse! ¿No irá a las otras aldeas? Preguntó don Augusto. –Sí, claro, pero hoy solo pasaré por Apure, en los próximos días visitaré El Hato, Curazao, San Rafael, San Antonio, Carrizal, las Plumas y San Isidro. Respondió Dimas, nombrándole a don Augusto las ocho aldeas que, junto al centro poblado del pueblo, forman La Parroquia de los Nevados. Don Augusto, se sintió muy contento de poder oír completos los nombres de las aldeas, pues a duras penas recordaba una o dos. Dimas se despidió con un apretón de manos, y, al alejarse, don Augusto vio como si del cuerpo del profesor emanara un resplandor luminoso y brillante, era el regalo de Nuestra Señora de los Desamparados, agradeciéndole por haberse detenido a conversar con don Augusto para ayudarle a reconciliarse con su recuerdo. Dimas no se percató del brillo que lo envolvía y don Augusto pensó que era el sol, que en tiempos de sequía, cada vez pegaba con más fuerza.

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Los Baquianos

Estaba don Augusto comprando su cajita de chimó en la bodega de don Pablón, cuando llegó Guacharaco, un viejo unos años más joven que él, llamado así graciosamente por los nevaderos porque se jactaba de conocer de punta a punta la historia de Los Nevados y siempre que se encontraba con alguien no paraba de hablar. Por eso cada vez que los niños del pueblo lo veían hablando le gritaban “¡Guacharaco! ¡Guacharaco!” –Guacharaco, ¿te enteraste que por ahí anda un profesor de la Universidad?, anda haciendo un trabajo sobre la historia del pueblo. Dijo don Augusto. –Se está quedando en la posada de Mariana. Tú le serías de gran ayuda, porque tienes el entendimiento clarito y el pico bien largo. ¿Ya lo conociste a ese profesor que mientan Dimas y se apellida Mora? Guacharaco se balanceó muy creído, sacó la cajeta de chimó y raspó con la uña una mascadita, se paladeó gustoso y dijo: –El profesor de la Universidad, sí claro, yo hablé con él ayer, alguien lo mandó a mi casa. Y mira Augusto, lo que me dijo el profesor, así por debajito, luego que nos tomamos una media de miche en mi casa, se había dado cuenta que muchos nevaderos no estábamos avisados de nuestro pasado histórico, sobre todo los jóvenes, pues la verdad fue que a él no le pararon mucho en sus entrevistas, según y que Los

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porque no tenían ni idea de lo que habían sido nuestras vidas pasadas, y ni qué decir de la historia de nosotros, fíjate que al final lo que le decían era que nos buscaran a nosotros los viejos, para que le echáramos el cuento. ¿Qué te parece? En el estrecho pasillo que da al mostrador de la bodega de don Pablón se habían apiñado Eleuterio Saavedra, Carlos Reyes, Juan de Dios Dugarte, Pablo Marquina, Olegario Peña y Cipriano Peña, no perdían palabras de la conversación que sostenían Guacharaco y don Augusto. Uno de ellos, impaciente, les apuró. –Ajá, ¿y entonces? –Y entonces, pues mira tú, Augusto. ¿Qué crees tú que pasará cuando Chuíto nos mande a buscar a los viejos y nos vayamos p’al mismísimo cielo? ¿Quién va a repetir la nombradía de nuestros andurriales y sus suertes y quién dará cuenta de la existencia de nuestros taitas y de los cuentos que nos dejaban pasmados, si los jóvenes están tan encaprichados por las cosas modernas? Supervivientes del último medio siglo, todos en el grupo cabeceaban reverencialmente como si sintieran lo mismo, como si se hicieran la misma pregunta. –Por eso fue que, en ese momento, cuando el profesor me lo solicitó, yo mismo me dije que había que ayudarlo con el trabajo que está haciendo, porque es muy importante, así que me esforcé en echarle bien los cuentos que mejor conozco. Dijo Guacharaco escupiendo la saliva oscura de su chimó. –¿Cuál de tantos cuentos que conoces, Guacharaco, no habrás inventado alguno? Preguntó don Augusto.

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–No, nada que ver, le conté la historia de los Baquianos, le hablé de los montañeses que guiaron a los que venían a explorar nuestra Sierra Madre. –Cuéntanos a nosotros también esa historia, Guacharaco, a ver si luego se la cuento a mi nieto Poncianito. El pobre me pide en las noches que le cuente cuentos y, yo con la cabeza ya añosa y vacía no le puedo contar nada. –Oye, por cierto, hablando de tu nieto Ponciano. ¡Qué carajito tan enamorado ese! mira tú, Augusto, lo que me contó mi nieta Renata, la menor, que la pulga de Ponciano le escribió una carta de amor prometiéndole que se casaría con ella cuando cumpla los veinte y que le compraría una casa en la ciudad y también un toyota de los machos para cargar a todos los hijos que van a tener, qué te parece! –Caramba Guacharaco, al Ponciano como que se le están pegando las mañas de su padre, porque mi hijo Olinto cree que ganar unos cuantos centavos en la ciudad es más ganancioso que quedarse aquí a trabajar la tierra. ¿Y qué le respondió la Renata a Ponciano? –Muchacha recia, esa, ¡le arrugó la carta en la cara y le dio un empujón! Don Augusto y Guacharaco se echaron a reír de las gracias de sus nietos, secundados por las risas de todos los que alrededor no perdían ningún detalle de la conversación. Luego, Guacharaco dijo: –¡Caramba viejo desmemoriado! ¿ya se te olvidó que te iba a echar un cuento? –No lo olvidé, Guacharaco, empieza pues. Dijo don Augusto Los

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avergonzado ante sus amigos, pues la verdad es que sí se me había olvidado. Guacharaco, haciendo gala de su fama para contar historias, se plegó en la banqueta, se arremangó la camisa, se acomodó el sombrero y comenzó a hablar así. –Quién puede negar que nosotros, los nevaderos, hemos sido buenos para la agricultura, la artesanía y el arreo de mulas, tanto para mercadear, como para llevar turistas, y que también hemos sido y somos atrevidos en las escarpadas cumbres. Todos en el grupo coincidieron con lo dicho por Guacharaco, pensaban que desde niños, ellos no habían conocido otros oficios que el de cultivar trigo, papa, zanahoria, cebolla y habas y el andar con sus mulas cargadas por los caminos de la montaña, pero atajaron sus pensamientos para seguir prestándole atención al cuento. –Nadie puede dudar que fuimos de obligada ayuda para los exploradores y científicos que vinieron a estas tierras a estudiar la nieve, las plantas, los animales y los muchos elementos de que está formado nuestro medio ambiente local. Así, pues, Augusto, los montañeses fuimos los guías naturales de la Sierra Nevada, recorriendo gran cantidad de caminos muladares que surcan la Cordillera Andina, caminos que han hecho posible la unión de las aldeas más lejanas, y que, gracias a ellos, se han podido sacar los productos que cosechamos los campesinos. –Ya que lo mencionas, me gustaría que me eches el cuento de cómo eran aquellos montañeses, quiero poder imaginármelos bien en mi cabeza, por un momento olvídate que yo soy de aquí del pueblo, háblame como si yo no

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supiera nada, como si le estuvieras hablando a un turista. Le propuso don Augusto. –Caramba Augusto ¿tan mal estás de la cacha? ¿No te acuerdas de la facha del difunto Domingo Peña? ese sí que era fiero subiendo y bajando por esos despeñaderos, hombre fuerte ese y valiente, conocedor de la montaña y sus nieves. –No me acuerdo, Guacharaco, tú cuéntame y deja ya de meterme el dedo en la yaga, dijo don Augusto, fijándose que en el grupo sus amigos se mordían los labios de las ganas de reírse de su menguada memoria. –¡No te preocupes que para eso tienes a tu amigo Guacharaco, para alumbrar la oscuridad de tu recuerdo! Mira Augusto, el que nace en esta tierra viene dotado con la fortaleza de la roca cruda, herencia de la bravura de nuestros antepasados indígenas, capaces de llevar a cuesta, por horas y horas, una pesada carga de 40 kilos y más. El montañés se conoce porque tiene el rostro requemado por el sol de estas montañas altas y llevan en sus caras curtidas el ceño profundo de gente que sonríe poco pero que es amable, sencilla y servicial en su corazón. Completa su vestidura con el sombrero de cogollo de ala ancha, para protegerse del sol, su chaqueta de botones, su pantalón de dril ajado, alpargatas de tres puntos y ruana de lana, que por lo general las elaboran en Mocao. En la pequeña bodega no se escuchaba ni un carraspeo, parecía como si, por la acción de un misterioso y sublime impulso los hombres se hubiesen transportado en el tiempo para ubicarse en las altas montañas nevadas. –Te aseguro que esos científicos y exploradores se quedaban con la boca abierta de ver a nuestros baquianos, con Los

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esas simples alpargatas de tres puntos trepando por las nieves ¡cuando ellos, llevando botas de cuero hasta las rodillas, titiritaban de frío como unos pollos remojados! Y con todo y las alpargatas los baquianos los dejaban atrás y tenían que detenerse en el camino para esperar a los que estaban mejor calzados. Como repararás Augusto, no era cuestión de estar bien abastecido, sino que se trataba de una fuerza extrema que venía del corazón, como si la misma fuerza de las montañas les favoreciera a los baquianos, porque eran ellos más que nadie quienes las amaban y las respetaban. Adelante andaban los baquianos nevaderos, los pies casi desnudos, con unas alpargatas de cordón y suela de cuero de ganado hechas por ellos mismos, y cáete p’atras Augusto, ¡cuando caminaban por los glaciares, les molestaba resbalarse, y entonces se las quitaban porque les parecía que era mejor caminar descalzos sobre el hielo! Don Augusto hizo una mueca de asombro al tiempo que se frotaba con afán la aspereza de sus pies. ¿Acaso él también llegó a remontar alguna vez los glaciares? ¿Sería por eso que las plantas de sus pies se habían agigantado de callosidades? –Presta atención Augusto, y déjate de refregarte los callos, que ahora viene la mejor parte de lo que te voy a decir. Se sabe por los libros que en el año 1830 nos visitó aquí en las tierras altas un geógrafo muy importante llamado Agustín Codazzi. ¡Imagínate que a ese Codazzi lo había contratado el mismísimo gobernante de Venezuela, José Antonio Páez! Lo había mandado para que hiciera un trabajo sobre toda la geografía del país. Y después que ese eminente señor dio a conocer su informe se desató una fiebre por venir a observar estas montañas, porque allí había dicho Codazzi que aquí se encontraban las cumbres más altas de la Cordillera Andina, ¡aquí Augusto al lado de nuestro pueblito!

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Mientras atendía a los clientes detrás del mostrador, don Pablón ponía la oreja cubriéndola con el cuenco de su mano para no perderse un solo detalle. Intrigado por el dato de la altura se inclinó por encima del mostrador para preguntar. –¿Y cómo hizo ese tal Codazzi, para saber que éstas eran las montañas más altas? –Ay don Pablón, ahora vienes tú con esa pregunta, no ves que me estás desviando del cuento. Rezongó Guacharaco. En eso intervino Carlos Reyes, a quien le bailaban los ojos de las ganas de terciar en la discusión. ¿Quién mejor que él para aclarar el punto? él que ha inscrito su nombre en el libro Guiness por haber celebrado nupcias en la cresta del Pico Bolívar y quien tantas veces lo ha ascendido? Alegó. –Claro, la manera en que Codazzi midió la Sierra Nevada por primera y única vez fue así: desde la ciudad de Mérida utilizó un método de regletas donde confirmó que la Sierra Nevada frente a Mérida eran las montañas más altas de Venezuela, dando el Toro como la mayor cúspide, esto se mantuvo así hasta que vino Bourgoing en 1878 y Jhan en 1905, quienes con la presión del agua y otros instrumentos fueron comprobando lo afirmado por Codazzi en 1830, al subir al Toro ellos consideraron que el más alto no parecía el Toro sino la Columna o el Mucumbarila, como le decían los lugareños al Pico Bolívar. –Por su parte Jhan, con su cargo nacional de geógrafo pide a la comisión nacional de Astronomía las medidas oficiales y para 1907 vienen y corroboran que el más alto no es el Toro sino el Mucumbarila, la Columna o al Pico Bolívar con una altura de 5.007 msnm. De allí en adelante comienza la Los

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carrera bolivariana por denominar el pico más alto con ese nombre de Bolívar y colocar una esfinge de éste allá arriba. Fue entonces que la Universidad crea la comisión y da pie a la meta por los años de 1925. Pero ahora con el empleo de los satélites, los GPS y otros aparatos sofisticados se ha establecido que su verdadera altura es de 4.980 metros. Yo creo que es así, no solamente porque se usan mejores instrumentos, sino por el deshielo. La aclaratoria de Reyes les hizo remover los recuerdos a los del grupo. Era verdad, ya no nevaba como antes, los glaciares se estaban derritiendo y apenas lo que quedaba era una cuchillita de hielo. Desconcentrado por la interrupción, Guacharaco se encogió de hombros y resolvió seguir el hilo de su relato. –Como decía, fue así como se inician las exploraciones de la Sierra Nevada Merideña y lo que dio pie para que los científicos se sintieran maravillados por sus secretos, pero la verdad es que no habrían llegado muy lejos esos afamados exploradores sin la guía de nuestros arriesgados baquianos. Ellos abrían el camino, montaban el campamento, los cuidaban del mal de páramo. –¿Y quién era ese Domingo Peña que nombraste, Guacharaco? Cuéntame sobre él. Pidió don Augusto. –Antes tendría que contarte sobre Francisco Araque, de quien Domingo Peña aprendió mucho de lo que él sabía. Se dice de Francisco Araque, que nació en 1877 y murió en 1952, era agricultor de la hacienda Lourdes. Su casa estaba en el camino entre Mérida y los Nevados y servía de posada para los viajeros nativos del pueblo que llegaban agotados de andar caminando entre riscos y páramos durante todo el

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día, así pues, en la casa de Francisco Araque podían comer y pasar la noche antes de continuar la marcha. Araque se hizo baquiano de la Sierra Nevada y hace buena amistad con los nevaderos del camino. Una vez que un famoso explorador venezolano llamado Alfredo Jhan lo contrata como baquiano, Araque es muy buscado por los siguientes exploradores que supieron por boca del explorador que Francisco era muy ducho en su oficio. Pero esa estimación no había sido ganada por puro hablar tochadas, Augusto, su valía la había bien ganado, pues Araque no sólo había hecho por vez primera en 1911, la cumbre de las Nieves de Apure, o la corona, como también la llamaban, sino que la subida de la cuesta fue por la Hoya del Río de Nuestra Señora, un paso de muerte, y piensa tú Augusto, que la meta fue la cima de lo que hoy es el Pico Humboldt. –El Humboldt… Dijo Augusto, pensativo, intentando recordar si alguna vez él también había subido a esa cumbre, pero nada pudo recordar. El Humboldt. Repitió. –¡Que sí hombre, el Humboldt! Ay Augusto ¡no me dirás ahora que no recuerdas el Humboldt y cómo te jactabas siendo joven de conocer la ruta como la palma de tu mano! No recuerdas tampoco aquella vez que te fuiste con Casimiro para el Pico, y cuando bajaron nadie les creyó que hubiesen llegado a la cumbre, porque fácil era pensar que tu subirías, pero el Casimiro tan debilucho que fue siempre… ¡ese cuento no se lo tragó nadie, que ustedes subieron hasta la cumbre! A ti no te gustó que no te creyeran, Augusto, así que aunque era antipático aquel muchacho llamado Epifanio, con él te fuiste otra vez a remontarlo nada más porque sabías que ese era bien chismoso y luego contaría tus hazañas en el Humboldt, ¡pero Epifanio se te emparamó en el camino y te tocó cargártelo de bajada! ¡Sin el chivo y sin el mecate te quedaste pues! Los

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Un carcajeo rompió la compostura del grupo, y empezó el alboroto. Los más viejos juraban que sí era verdad lo que decía Guacharaco, pero los más jóvenes, vociferaban que todo eso no era más que una sarta de mentiras. Tuvo que imponerse don Pablón para poner orden y pedirle a don Augusto que atestiguara con sus propias palabras la realidad de lo que se había dicho. –¡Cónchale qué más quisiera yo! Exclamó don Augusto con un tono de impotencia que no lo podía ocultar. Entonces, quebrándosele la voz dijo: –Vacié, Guacharaco, mejor sigue contando la historia de los baquianos, porque ese cuento mío sí que es bien malo. –Bueno, pues, está bien, sigo con el cuento. Los hermanos Peña, de la Aldea Curazao, visitaban con frecuencia la casa de Francisco Araque y compartían con él, el mismo apasionamiento por la alta montaña. Así fue como se acostumbraron los hermanos Pablo y Domingo Peña a realizar travesías por el borde de los quicios y recovecos de la Sierra. Ya bastante envejecido Francisco, con el correr del tiempo, es Domingo el que se hace acompañante incansable de su hermano, aprendiendo a reconocer con él los pasos y los atajos, los encantamientos del camino y a tratar con los exploradores venezolanos y extranjeros. Guacharaco hizo una pausa, sacó una media de miche, se echó un trago de un solo golpe, le pasó a sus compañeros y continuó. –Nuestros baquianos se amañaban de andar con los exploradores, y les enseñaban el Díctamo Real del respeto hacia las montañas y las ofrendas que había que hacerles a éstas al subir a las altas cumbres. Y también se ocupaban de montar el campamento, preparar el fogón y la comida, también

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ensillaban, cargaban y descargaban las mulas, así que, como verás Augusto, nuestros baquianos, nevaderos de pura cepa, sí sabían tratar esas gentes de porte tan agraciado. Guacharaco aprovechó una nueva pausa para relamerse, una mascadita, tomar aire y dijo: –Un día el viejo Francisco Araque se enferma de paludismo y ya no puede guiar a un grupo de exploradores con los que se había comprometido para llevarlos por esos hermosos y difíciles caminos de la Sierra, pero fiel a su palabra, tuvo que recurrir a un hombre de su confianza como Domingo Peña para que éste le hiciera el quite. Ahí es donde se da el paso histórico de un guía ducho a otro igualmente experimentado, a Domingo pues, baquiano que con el tiempo se convertiría en el andinista nativo más renombrado de toda la Sierra Nevada venezolana. –¡Ah, Guacharaco! ¡Ese no será el final del cuento! ¿O sí? ¿Qué final es ese? o sea que Francisco se muere, Domingo se vuelve más famoso que Francisco, así haya sido él quien le enseñó a escalar a las alturas. ¡Habrase visto! ¡Qué injusticia! –Para que veas Augusto, a Domingo Peña se le recuerda más porque está más cercano a nosotros en el tiempo, está más reciente pues. Si te parece injusto, entonces recuerda esto que te estoy diciendo y ve y cuéntale a tu nieto y a otros, antes que el tiempo y el olvido borren de nuestra memoria también a Domingo Peña. –Así lo haré Guacharaco. Pero anda, dime ¿qué más se dice de Domingo Peña? –Que por allá en 1925 se acuerda darle el nombre de Pico Bolívar al pico más alto de Las Cinco Águilas Blancas de Los

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la Sierra Nevada, y según la historia oficial, se dice que realizaron por primera vez la subida al Pico, el doctor Enrique Bourgoing como jefe de la expedición y el guía Domingo Peña, que como ya te dije se conocía todas las mañas de las montaña y todas las trochas y socavones. Pero oye Augusto, nosotros tenemos otra idea de cómo ocurrieron los hechos en el Pico Bolívar, la Columna o Mucumbarila, como se le llamaba antes. –Aquí pensamos que antes que subiera ese doctor, tienen que haber subido primero una cordada de tres de los nuestros, Pablo Peña, Victorino Saavedra y Domingo Peña, y si no me traiciona el entendimiento, eso fue en 1934. Fue un año después de esa primera subida que el doctor le insistió a Domingo para que lo llevara. –Y ¿cuál historia es la que debemos creer? Preguntó don Augusto. –Bueno, Augusto, cada quien crea lo que quiera creer. Una cosa dice la historia oficial y otra la que decimos nosotros. Lo cierto es que sin guía esos hombres no hubiesen podido llegar tan lejos. Hacía rato que Omar, el promotor y director de la Radio de Los Nevados, se había incorporado al grupo y los escuchaba callado para no interrumpirles. Se hizo una pausa íntima que parecía eterna. El mismo brillo que envolviera al profesor Dimas luego de hablarle el día anterior a don Augusto, envolvió a Guacharaco. Detrás de ellos, los hombres no podían dar fe de lo que estaban viendo. Omar se frotó los ojos creyendo que tal brillo lo causaban sus ojos cansados, y don Augusto volvió a pensar que era el sol de los tiempos de sequía, que ese día pegaba más fuerte, y desvió su preocupación a las siembras chamuscadas por la falta de lluvia.

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Aprovechando el silencio, Omar los saluda, y entusiasmado por la historia de Guacharaco lo invita a ir a la radio a echar ese cuento para que todos en los Nevados y en otros lugares puedan oírlo. En ese momento los niños salen de la escuela y el alegre vocerío va rebotando en los tapiales y llenando los resguardos alineados a los lados de la calle empedrada. Sus ecos retumban en los confines verdosos de las altas montañas. Renata, nieta de Guacharaco, sale al encuentro de su querido abuelo, y Ponciano que estaba dispuesto a entregarle otra carta, se incomoda porque hay mucha gente alrededor para hacerlo con recato. Resignado, se guarda la carta en el bolsillo de su pantalón y se consuela pensando que tal vez otro día tendrá mejor suerte. El sol aún es radiante, y la brisa es suave y fresca, a esa hora de la tarde regresan los arreos de mulas de los campos y la plaza se anima con los chiflidos de los mandaderos y el patear de los cascos en las pulidas piedras de la calle. Los devotos del pueblo, que ese día asisten a la Iglesia de Nuestra Señora de los Desamparados, miran la figura de la Virgen en el altar, y no se explican lo que ven. La virgen parece tener un rostro más dulcificado, hay en su gesto algo extrañamente prodigioso y deslumbrante, la ven casi sonreír. Y no se equivocan. La virgen está complacida porque don Augusto, ayudado por buenas personas, empieza a llenar su mente con sublimes y sorprendentes recuerdos.

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Aldeas 100.5 FM La Voz de Los Nevados

En la tarde del sábado, volvió Olinto, hijo de don Augusto y padre de Ponciano, a Los Nevados. Llegando tuvo la impresión de encontrar a su esposa Isolina un poco molesta. Ponciano, por el contrario, se sintió feliz de ver nuevamente a su padre, luego de una semana de ausencia, don Augusto le dio la bendición a su hijo y se fue a caminar por el pueblo para dejar al padre, hijo y esposa solos para que hablaran y se reencontraran. Ponciano, lleno de felicidad abría el regalo que como todos los fines de semana le traía su padre desde Mérida, mientras que Isolina, un poco apartada de Ponciano, le reprochaba a Olinto no estar en el pueblo cultivando las tierras que su padre don Augusto le había procurado con ese fin, y el no estar con su familia como era lo correcto. Olinto volvió a repetirle que él trabajaba en Mérida para reunir el dinero suficiente para que un día todos ellos pudiesen mudarse a la ciudad y tener más posibilidades, que si estaba lejos era por el bien de todos. Aun así, Isolina no se sintió contenta, pues creía que no había que irse muy lejos para encontrar la felicidad, que bastaba con estar todos unidos, y teniendo salud. Afuera don Augusto se enteró por boca de Guacharaco que a las 7 de la noche habría un programa en Radio Aldeas, la radio comunitaria de Los Nevados, donde el profesor Dimas entrevistaría a Omar, el fundador y director de la radio.

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–Caramba Guacharaco, y ¿por qué las cosas se hacen al revés? ¿Cómo es eso que en vez de ser Omar el que entreviste al profesor, como lo dicta el oficio de director que es de nuestra radio, sea el profesor el que entreviste a Omar? preguntó don Augusto. –Viejo toche, aquí no hay nada al revés. ¡El profesor está haciendo un trabajo de investigación, y Omar le está ayudando! pero dime tú Augusto, ¿acaso piensas que el profesor Dimas tendría más qué decirnos de Los Nevados que Omar? Sabes una cosa, yo creo que a los oyentes de la radio nos hace más falta escuchar a Omar que lleva años recibiendo los mensajes de todo el pueblo, que escuchar al profe Dimas que a lo que ha venido es a averiguar sobre nosotros. El profesor puede hablar más de la ciudad, y malo no sería saber por su boca cómo van las cosas por allá, pero insisto, más urgente es enterarnos de lo que ha pasado y está pasando aquí mismo en nuestras propias narices. Y a ti Augusto, bien que te hace falta oír para que termines de llenar esa vieja cabeza vacía. –Razón tienes Guacharaco. Voy a estar pendiente y con la oreja pegada a la radio a las 7 en punto. A las 7 ya Ponciano tenía mucho sueño y se fue a su cama. Olinto e Isolina se sentaron junto a don Augusto en torno a la radio, cada uno saboreando su tasa humeante de guarapo de panela con trozos de queso. Y así se quedaron un rato sintiendo cómo los pedacitos se iban desliendo en cada sorbo. El programa radial comenzaba. El profesor Dimas, al que cordialmente Omar le había concedido dirigir la entrevista desde la radio, se presentó socialmente y saludó a los radioescuchas. Empezando su entrevista preguntó:

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–Estimado Omar antes de empezar, dinos a todos los que nos oyen de lejos dónde nos encontramos exactamente y cómo se hace para llegar hasta aquí. –Con gusto, Los Nevados está ubicado en el corazón del Parque Sierra Nevada, a una altitud de unos 2.711 msnm sobre el nivel del mar. Para llegar aquí hay dos accesos principales. El primero es por la vía del teleférico, se sube una hora en teleférico hasta la estación Loma Redonda y luego se anda cuatro horas en mula o seis caminando a paso lento. El segundo acceso es por una carretera de 32 kilómetros de asfalto y 17 kilómetros de tierra. Este es un recorrido de 4 horas en vehículos de doble tracción y, según el Discovery Chanel es una de las carreteras más difíciles que existen en el mundo, al lado de una que está en Irak y otra en Bolivia. –Y ¿cuándo se construyó la carretera y quiénes la construyeron? –La carretera la construyeron los mismos pobladores de Los Nevados, a pico y pala, encabezados por Elio Araque, oriundo de la Aldea El Hato. El trabajo duró 25 años, entre 1960 y 1985, cuando finalmente pudo entrar el primer toyota conducido por Cleris Contreras, mejor conocido como Mazamorra. Sin embargo, no crea, la carretera no está terminada, cada vez que nos llueve fuerte se nos cae en algunos trechos y hay que hacer cayapas para repararla. –¿Y antes de que hubiera teleférico y carretera cómo se llegaba hasta aquí? –Ah, eso fue antes de 1958, en ese tiempo se llegaba al pueblo o se iba del pueblo a la ciudad de Mérida, por un camino que duraba 12 horas y se llegaba a Mucunután, para luego subir la cuesta a la plaza Belén o a la Columna en Milla. Los

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–¡Largo recorrido, Omar! Y ¿qué nos dices sobre el pueblo? –Los Nevados era una pequeña aldea perteneciente a la parroquia de Belén, y sólo fue hasta el 13 de febrero de 1992 cuando en virtud de una resolución de la asamblea legislativa fue elevada a parroquia conformada por nueve aldeas. La población que registra el censo de 1991 es de 970 habitantes, pero si a esa cifra se le suma una población flotante, compuesta por los oriundos que habitan en Mérida y regresan a Los Nevados semanalmente o mensualmente a ver sus familiares, estamos hablando de aproximadamente unos 1.200 habitantes. En cuanto a la economía, se puede decir que la agricultura ocupa un 90%, cultivándose trigo, papa, zanahoria, caraota, maíz, arveja, cebollín y ajo. El otro 10% corresponde a las actividades administrativas oficiales y al turismo, que de alguna manera también aporta algo de recursos a la población. –Y ¿qué me puedes decir sobre la historia de éste tu hermosísimo terruño? –Muy poco. Los Nevados ha hecho historia, pero no tiene historia. Quiero decir que su historia es para analfabetos porque no ha quedado plasmada en un papel que la certifique para que el día de mañana sea leída y reconocida por todos. Lo que señalan algunos documentos es que en estas tierras existía un primer asentamiento indígena integrado por una parcialidad de los indios mirripuyes. Ellos vivían de la agricultura, y sus casas eran de sepas de piedra y bahareque con techos de paja a cuatro aguas. Hay otros escritos que refieren que el origen del pueblo se remonta hacia fines del siglo XVIII, 1897 para ser exacto, fecha cuando se realiza, según lo establecido en la ley sobre resguardo de indígenas, la agrimensura mediante la cual se otorgaron a las familias

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autóctonas los lotes que ocupaban en calidad de propiedad comunal. La propiedad territorial data de la donación realizada por el encomendero, Maestre de Campo, don Diego de la Peña y Gaviria, de una estancia de ganado mayor y tierras en Mocoñon y Los Nevados, a sus encomendados, los indios Chimas y Muchachos, pobladores nativos de estas escarpadas tierras, según testamento fechado el 19 de junio de 1723. La crónica reseña que diez años después don Agustín de Peña, cacique de los indios, solicitó en su nombre y en el de las comunidades que él representaba el cumplimiento de la voluntad del testador. –Interesante cronología Omar, ahora podrías contestarme ¿por qué se escogió esta cuchilla entre las laderas para fundar el pueblo? –Buena pregunta, yo mismo me he puesto a pensar sobre eso, habiendo otros lugares más espaciosos, lo que se me ocurre es por la centralidad con respecto a las aldeas que ya existían en los alrededores y por las nacientes de agua que manan a ambos lados del pueblo. –Y ¿qué paso luego? –El poblamiento se fue extendiendo hasta las primeras décadas del siglo pasado. Llegaron gente de otros pueblos, naturalmente vinieron de Mérida, pero también de Mucuchíes, de Barinas y de otros parajes, esta gente ya era población mestiza que al llegar a estas tierras terminó de mezclarse con los indígenas puros, dando origen a lo que somos hoy en día, un pueblo con sangre disuelta en una diversidad de orígenes, algo así como cuando preparamos un caldo cruzado que, al final, no sabemos si es de gallina, res o pescado. Los

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Al decir esto, Omar se rió consigo mismo por la comparación que se le había ocurrido, luego se quedó abstraído, por un instante su pensamiento viajó al momento cuando todavía niño decidió irse a la ciudad, en busca de respuesta a su prematura curiosidad histórica. Ahora, después de treinta y tres años seguía empeñado en su pretensión de descubrir la matriz de su pueblo. –Omar te interrumpo de nuevo, me gustaría que vayamos a la historia más reciente. Numerosos nevaderos me han dicho que tú, con tu voluntad y perseverancia has hecho mucho por este pueblo, que comenzaste creando una asociación comunitaria para la difusión de las artes y la tecnología, Dicoartes, pero no conforme con esto, promoviste otras organizaciones como Funda Radio TV Los Nevados, la Cooperativa Ruta Sur, la Mesa Técnica de Electricidad, y recientemente te has hecho cargo del punto del acceso que construyó Conatel para prestar servicio de telecomunicaciones e Internet. Me puedes explicar ¿cómo hiciste para lograr todo esto? –Claro, profesor Dimas, pero le prevengo que no ha sido nada fácil. Yo a duras penas pude estudiar hasta primaria, de resto lo que he aprendido ha sido por mi cuenta, cuando me preguntan cuál es mi profesión, lo que digo es que yo me gradué en la universidad de la vida. Bueno, le hablo de que en un principio me dediqué a las artes, después cuando trabajaba como promotor cultural me uní a la Fundación Taitas, pero como al cabo de cierto tiempo esta organización desapareció, entonces me propuse crear una según mi propio criterio. Tenía muchos sueños, pero le confieso que nunca me imaginé que la realidad superaría mis expectativas. –Aplaudo su esfuerzo y determinación Omar, estupenda labor. Por favor continúe.

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–Elaboramos un proyecto que en principio incluía talleres de capacitación, el encuentro anual de arrieros, entre otras cosas… y todo eso fue dando forma a un gran proyecto que denominamos Desarrollo Humano y Tecnológico Los Nevados que abarca la radio, la televisión, el bibliomula, la biblioteca, la escuela de talleres artesanales, el rescate histórico, las telecomunicaciones… Por supuesto, tal acometida fue posible gracias al apoyo de la Universidad de Los Andes y de otras instituciones como Conatel, Alcaldía Libertador, Larga Distancia Expediciones Fotográficas, Casa de la Cultura Juan Félix Sánchez, el Sistema Teleférico de Mérida, el Minci y de otras tantas que paso por la pena no nombrar. Omar no pudo terminar de recordar la lista, en ese instante le llamaron por el radio dos metros que llevaba en la cintura para pedirle que informara a toda la comunidad que ese domingo se realizaría una cayapa en la aldea Las Plumas para continuar los trabajos de la carretera. Tomó nota y llamó a la joven operadora para que incorporara el anuncio en la parrilla de producción. –Vea usted profesor, aunque no parezca, aquí se reciben diariamente no menos de una docena de llamadas y papelitos: que si para vender una vaca, preguntar por la salud de un familiar de otra aldea, enviarle un poema de amor a una enamorada, en fin, por cualquier cosa. Le cuento que hace poco, el día del padre, tuve que permanecer en la radio todo el día y gran parte de la noche porque estábamos comenzando a recibir por primera vez la señal de celular. Imagínese, se me ocurrió dar mi número al aire y enseguida empezaron a llamarme de todas partes para dar felicitaciones que yo transmitía en directo colocándole el micrófono al altavoz del teléfono, aquello era una locura, me llamaban del Morro, de Mosnandá, de Mucuñó, de Mucutuy, de Barinas, de Caracas y hasta del exterior. Los

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–Caray Omar, eso es fantástico. Parece increíble que Los Nevados que hasta hace muy poco estaba completamente aislado física y culturalmente y a punto de desaparecer, haya logrado una transformación tan impresionante, ahora entiendo por qué un colega mío publicó un artículo en el diario de Mérida con el título “Los Nevados: de la mula al ciberespacio”. Dime ¿cómo fue que se te ocurrió crear la radio comunitaria? –Le explico. Como usted ya sabe Los Nevados está integrado por el centro poblado y otras ocho aldeas, algunas de ellas sin electricidad y muy distantes unas de otras. Primordialmente la radio surge de la necesidad de mantener informada a estas aldeas. Yo ya había visto cómo funcionaba una radio, cuando el padre Numa Molina en 1998 me mostró el funcionamiento de Radio Libertad, la radio de Canaguá, que dirige la iglesia de ese pueblo. Entonces yo me dije ¡no parece tan complicado! Cuando fundamos Dicoartes, el propósito nuestro era crear nuestra propia radio, una radio que en principio se iba a llamar Radio Águila, pero que después decidimos llamar Radio Aldeas. El 26 de junio de 2004 salimos por primera vez al aire. Fue muy emocionante. Otra vez Omar se escabullía en sus pensamientos. Nunca podría olvidar aquel día que junto a Enny Soto, el tecnólogo popular y Gerardo Godoy, de la Radio El Pedregal, de Fe y Alegría, montaron la antena y encendieron el viejo transmisor artesanal buscando la frecuencia que le habían asignado en Conatel. Afuera la gente no lo podía creer y al poco rato la radio se colmó de curiosos que querían venir a ver con sus propios ojos cómo se hacían las transmisiones. –Oye Omar ¡Pero para crear una radio se necesitan tantas cosas! ¿Cómo se consiguieron los equipos, con qué recursos? Preguntó el profesor. Omar sonrió recordando con

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gratitud todos los esfuerzos que fueron necesarios para que aquel día de junio pudieran salir por primera vez al aire. –¡Si usted supiera! Por ejemplo, no habríamos podido transportar los materiales para construir el estudio sin el apoyo de la Asociación de Arrieros de Los Nevados, quienes en sus mulas nos traían la arena desde la sierra hasta el centro poblado donde estamos justo ahora. La línea de transporte de Los Nevados también ayudó a transportar materiales desde la ciudad de Mérida hasta aquí. Gracias a la Universidad de Los Andes y a la Alcaldía del Municipio Libertador pudimos comprar el transmisor y las antenas. También nos ayudó la gente del Teleférico de Mérida, Redtv Minci, la Gobernación y Conatel. ¡Pero aun así hacían faltas otras cosas profesor! Pero no nos desanimábamos por nada, y logramos que nos prestaran lo que restaba, una cónsola y dos micrófonos. Y así fue que transmitimos por primera vez. De ahí en adelante, logramos algunos convenios de publicidad con la Oficina de Comunicaciones de la Gobernación de Mérida y con esos ingresos y otros donativos terminamos de dotar la radio con equipos profesionales. –Y ¿a qué horas se transmite, cuáles programas se radian? Preguntó el profesor. –Estamos transmitiendo 24 horas todos los días de la semana, pero al principio sólo salíamos los fines de semana, luego pudimos hacerlo entre semana desde las seis de la mañana hasta las ocho de la noche. Supongo que le interesará saber que los programas de la radio son producidos por los mismos nevaderos, como es el caso de Gonzalo Dugarte, un agricultor que al escuchar la radio se le ocurrió pedirnos tener su propio programa. Por supuesto que le dijimos que sí. Gonzalo nos preguntó si era un problema que él no Los

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supiera ni leer ni escribir, y nosotros lo animamos diciéndole que él tenía su palabra, y que con ella podía llegar a quien pudiera escuchar. Así, Gonzalo creó su primer programa, llamado Los consejos de Gonzalo, y en él hay mucha música pero sobre todo consejos para niños, jóvenes y adultos. A Gonzalo le gustó tanto el trabajo de hacer radio que pronto nos pidió otro espacio para hacer un programa de humor y picardías al que llamó Consejos no tan consejos. Ahora los dos programas los llama “Una experiencia más”. –Omar, serán muchos los servicios que presta la radio a la comunidad, nómbranos algunos. Pidió el profesor. –Sí, muchos servicios, profesor Dimas, además de entretener. Como ya le dije, si por ejemplo, un campesino quiere vender sus bueyes, coloca el aviso en la radio, igual sirve a los campesinos que quieren vender sus semillas, también para avisar sobre objetos perdidos, para convocar reuniones de la Asociación de Arrieros, de la Asamblea de Ciudadanos o Consejos Comunales. La radio es nuestra herramienta más importante para difundir cualquier información de emergencia, cosa que en otros tiempos, cuando no teníamos radio, habría llevado horas o un día completo en llegar, enviando los mensajes en mula, o a pie, pero ahora puede hacerse de forma más efectiva. Lo más importante de la radio es que mantiene a las nueve aldeas unidas, como un solo pueblo que son, y que es una herramienta muy valiosa para mantener nuestra cultura, pues a través de nuestros programas y micros, promovemos conciencia comunitaria en las áreas educativa, ambiental, ecológica y cultural, buscando proteger nuestro gentilicio de posibles influencias perjudiciales que viene de afuera. Estas influencias empiezan a ser mayores debido a la creciente afluencia de turistas y demás visitantes desde que el pueblo cuenta con una carretera que lo comunica con la ciudad.

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Así terminó de hablar Omar, hombre luchador y preocupado por su pueblo natal. El profesor Dimas muy agradecido por la información estrechó la mano de Omar y se despidió de los oyentes. En casa de don Augusto terminaron de oír el programa, y con el fondo musical que transmitía la radio, Isolina y Olinto comentaban y recordaban anécdotas sobre los inicios de la radio. –Yo me acuerdo de cuando se estaba haciendo el empedrado de la estación de la radio, que Omar nos llamó a todas las aldeas a llevar lajas desde sus casas porque aquí en el centro poblado no había. Dijo Isolina. –¡Una piedra para la radio, así se llamó la campaña! Añadió Olinto más contento de ver a su esposa animada y olvidada de la anterior discusión familiar. Don Augusto estaba muy pensativo, haciendo un esfuerzo por recordar. Porque él sabía que había participado en esa campaña para la radio. Olinto e Isolina seguían hablando y ahora reían al rememorar sus travesuras amorosas en los trigales. Don Augusto no se resignaba, con los ojos cerrados, seguía intentando atrapar sus recuerdos como si fueran sueños, pero apenas entreveía algunas sombras y frases sueltas sin lograr completar un significado propicio. Entonces, de pronto, ocurrió. Don Augusto se levantó de su silla con el rostro iluminado y dijo: –¡Nada de eso que dicen ustedes es tan digno de recordar como el cuento de Luisa Dugarte! Exclamó. –¡Cuenta papá! Dijo Olinto asombrado de ver que su padre había logrado recordar algo. Isolina se persignó agradeciendo por aquel milagro. Los

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–¡Luisa Dugarte, la que vive en el sector El Verde de la aldea Las Plumas! Yo venía con mi mula cargada con unas piedritas para colaborarle a la radio, cuando me la encuentro en el camino ya casi llegando aquí. “¡Luisa!” le dije, “¿de dónde traes esas piedras, las traerás desde aquí cerca?” A lo que me responde Luisa, “no Augusto, estas piedras las traigo desde mi casa en Las Plumas, porque las piedras que voy a dar a la radio tienen que ser las piedras de mi tierra” ¡eso me dijo la Luisa, que se había echado cuatro horas en mula para poner su piedra pues! Olinto e Isolina rieron agradeciéndole a la providencia el milagro y felicitaron a don Augusto por haber logrado parejo recuerdo. –¡Eso es para que me vayan ya quitando esa fama de desmemoriado que tengo! Dijo don Augusto sonriente y orgulloso. Pero enseguida le asaltó un temor, una vaga sospecha de que la ausencia de recuerdos era como un castigo ¿qué cantidad de cosas no volverían a repetirse en su mente? No podía tener idea de lo que se estaba perdiendo. ¿Estaba olvidando lo que no convenía olvidar? ¿Se estaba olvidando de lo que había olvidado?

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La cayapa o convite

El domingo en la tarde Olinto se cargó su morral, con sus pertrechos a la espalda y bajó a la plaza con Isolina y Ponciano a esperar el toyota que lo llevaría a Mérida. Buscaron un lugar en el borde adoquinado de la acera y se sentaron en silencio. Ese día el centro poblado estaba animado porque se preparaba la acostumbrada cayapa, llamada también convite. A Isolina le embargaba de nuevo la tristeza, se lamentaba de que Olinto no estuviera en el pueblo para participar de la cayapa. Ella pensaba que para que su esposo volviera a participar en esa actividad comunal tendría que nacer en él, el deseo que había perdido, el de dedicarse a cultivar las tierras. En eso llegó el toyota, cargaron el equipaje y Olinto levantó en brazos a Ponciano, le sacudió el cabello y le dijo algo en el oído, luego le dio un beso a Isolina en el momento en que ella le entregaba una bolsita con el avío para el viaje. La cayapa es una faena arraigada en la comunidad para que el trabajo resulte menos pesado y más productivo. Esta vez se llevarían varias yuntas de bueyes a un terreno para arar juntos y ayudarle así al dueño de la tierra. A su vez, el propietario de la tierra arada, llevará sus bueyes en la próxima oportunidad a las tierras de otro vecino y así cooperan los unos con los otros en la actividad agrícola. En esta Cayapa, don Casimiro sería El Gañán o aquél que llevaría los bueyes a las tierras del vecino, que en esta oportunidad serían las de Guacharaco. El pequeño Ponciano había amanecido resfriado, Isolina no logró convencerlo de salir de la cama para que fuera a la escuela, y más ese día que debía aprenderse un pregón para el acto que los niños y la maestra Los

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de la escuela harían en El Encuentro de Arrieros del Estado Mérida que se cebraría en Los Nevados. Augusto también intentó animarlo, diciéndole que los deberes no debían descuidarse y que mal sería que llegara el día del acto y él no supiera que era lo que iba a decir. Ponciano que había sido porfiado desde chiquito no cambió de parecer, insistió en que se sentía muy quebrantado y no salió de la cama. –Pero ni fogaje tienes. -Dijo Isolina tocándole la frente- Lo que tú tienes es lo mismo que te da siempre, cuando se va tu papá, dices tener gripe o algún malestar. Si no quieres ir a la escuela, te pones a estudiar de todas formas, sal de la cama, mira que tengo que arreglarlas y hoy tengo mucho oficio. –Sí, sal de la cama Ponciano, ve a agarrar el sol, ya verás que te sentirás mejor. Dijo don Augusto, que siempre terminaba consintiendo a su nieto, recuerda que hoy hay Cayapa en las tierras de Guacharaco, ¡por qué mejor no nos alistamos y nos vamos para allá y así quien sabe si ves a la Renata! A Ponciano le brillaron los ojos y le cambió el ánimo imaginando que si él participaba en la cayapa y trabajaba duro en las tierras del abuelo de Renata, entonces ella quedaría muy impresionada. Ponciano no lo pensó dos veces, y se levantó animado. Llegaron a la siembra de Guacharaco cuando servían a los participantes el desayuno acostumbrado para el inicio de la cayapa, chocolate caliente y pan con queso. Renata tampoco había ido ese día a la escuela, ayudaba a su madre a servir. Ponciano se puso colorado al recibir de manos de Renata su porción de alimento. Don Casimiro, el Gañan, iba con sus bueyes arando, detrás, iba su hijo Ramiro cumpliendo la tarea de Manero, el que lleva la escardilla y va detrás de los bueyes terminando de preparar el terreno. Ponciano

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intentó convencer a Ramiro de dejarle usar la escardilla, pero Ramiro se negó, entonces fue con los regadores, los que riegan las semillas de lo que se va a sembrar y tuvo la suerte de que su primo mayor fuese uno de los regadores, consiguiendo así que le diera un puñado de semillas para regarlas. Los participantes de la cayapa vieron a Ponciano tan animado en participar que le consiguieron una escardilla para que ayudara al Manero. Don Augusto estaba muy orgulloso. Ponciano sudaba bajo el sol trabajando la tierra, pero Renata no estaba allí para mirar sus esfuerzos y quedar impresionada. Ponciano a cada rato interrumpía su labor para mirar alrededor y no la veía. –Debe ser que está escondida, pero seguro que me está viendo esa tramposa. Pensaba Ponciano para no desanimarse. –¡Y si se fue a su casa y no ve, lo fuerte y trabajador que soy! Pensó después empapado de sudor y ya molesto. Al rato dijo que ya no quería seguir con la escardilla y se fue a sentar junto a su abuelo y Guacharaco, quienes lo felicitaron por su gran labor. Ponciano volvió a mirar alrededor y se sintió triste porque comprobaba que Renata no estaba entre las mujeres que recogían los trastos del desayuno que habían dejado los hombres encima de las piedras. Al mediodía sirvieron el Mute, sopa de verduras, maíz pelado con ceniza y pata de res. Sirvieron el Mute con el acostumbrado pan cayapero, pero para sorpresa de Ponciano fue la madre y la hermana mayor de Renata quienes fueron a las tierras a servir. Renata no había ido. Ponciano comió sin ganas y le pidió a su abuelo que volviesen a casa. –Ponciano!, pero si en un rato vienen los músicos a prender la fiesta, vienen los violines de Ricardo, los cuatros y el Ureo. Dijo don Augusto. Los

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–¿Qué es eso abuelo? Seguro que usted ni se acuerda de lo que es el Ureo. ¡Vámonos! Dijo Ponciano volviendo a poner cara de enfermo. –No me acordaba, pero me lo acaba de contar Guacharaco mientras tú trabajabas como un hombrecito, ¡y ahora sí me acuerdo de lo que es! El Ureo es el baile que hacemos los nevaderos para festejar el final del trabajo de la cayapa. Tanto insistió Ponciano en que se sentía otra vez quebrantado, que don Augusto le dijo que se regresara, pero solo, y que se pusiera a estudiar la cuartilla que debía recitar en la celebración del Encuentro de arrieros del estado Mérida, porque se la preguntaría en la noche. Ya sonaban los violines y los cuatros, los cayaperos se sentían contentos y bailaban al son del merengue campesino. Ponciano se fue y para recortar camino tomó por el atajo que se descose por el bordo, pero en un retiro se paró a mirar cuando vio pasar de lejos a Renata quien iba atravesando los trigales hacia el terreno de su abuelo a participar en la fiesta. Ponciano se preguntó por qué tenía tan mala suerte y por un momento pensó en regresarse a la fiesta, pero ya había puesto molesto a su abuelo y debía apurarse a estudiar la cuartilla. Y caminando se fue Ponciano, todo desairado, pateando cuanta piedra encontraba en el camino. Creía que lo mejor sería dejar de pensar en ella, tenía que quitársela de la mente y tal vez hacerle caso a la marrullera de Violeta, pero no, esa era muy babosa, a él a quien le gustaba era Renata.

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El teleférico

Cuando don Augusto volvió de la fiesta de la cayapa se encontró con una desagradable sorpresa. Ponciano no había estudiado su cuartilla para el Encuentro de Arrieros. En vez de estudiar se fue para el punto de acceso y se pasó toda la tarde navegando en Internet, cosa que le fascinaba. Ya entrada la noche Ponciano volvió más calmado a su casa, por unas horas había dejado de pensar en la engañosa de Renata, por lo demás estaba seguro que su abuelo no se recordaría que le había mandado a estudiar. –¿De dónde vienes Ponciano? ¿Estudiaste la cuartilla? Te dije que te la iba a preguntar esta noche. Dijo don Augusto. Ponciano, sorprendido, no encontraba palabras para librarse del regaño que su abuelo le daría por no cumplir con su obligación. –Abuelito es que… es que… es que yo creí que no te ibas a acordar que me habías puesto esa tarea y como me sentía mal me fui a usar las computadoras del punto de acceso. Dijo Ponciano avergonzado bajando la cabeza. –Oye Ponciano, ¿qué es lo que tú te crees? ¿Crees que porque no está tu padre yo no te puedo llamar la atención? ¿Tú crees que está bien burlarse así de uno? Quisiste burlarte de mí diciendo que te sentías mal, pero para ir a jugar en Los

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las máquinas no, y pensaste que yo no me iba a dar cuenta por mi mala memoria. ¡Ay muchachito! Aquí en la casa no está tu papá para ponerte en cintura, pero estamos Isolina y yo, que te hemos enseñado lo que es bueno y es malo, para que el día de mañana seas un hombre de bien. No es bueno burlarse de nadie, Ponciano. ¿Verdad que a ti no te gustaría que te vieran como un loco o un toche, porque te falla la memoria? Dijo don Augusto con severidad. -¡Abuelito, yo no quería burlarme de ti! Más bien lo que yo quiero es que te cures de la memoria y a la Virgen de los Desamparados le pedí una noche para que te curaras. Dijo Ponciano, mirando al piso. A don Augusto se le ablandó el corazón por el pedido que su pequeño nieto había hecho a la Virgen, pensó que había sido duro con su nieto y dejó de estar molesto. Entonces le dijo a Ponciano: –Pues te habrá escuchado la Virgen, ¡porque desde hace días ya vengo recordando cosas! Trae tu cuaderno y me lees la cuartilla que vas a decir en la reunión de los arrieros y así te la vas aprendiendo. Cuando terminaron de estudiar la cuartilla, cenaron y Ponciano se fue a su cama. Ya acostado en su mente se puso a hablar con la Virgen. –Virgencita de los Desamparados, por lo que veo tú me escuchaste. Yo te pedí por la memoria de mi abuelo y buen susto me di cuando veo que se acordó de haberme pedido estudiar porque me iba a preguntar mi cuartilla. Gracias Virgencita. Así como me estás ayudando con mi abuelo, ¿por qué no me ayudas también con la Renata, que ni me mira?

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Entre tanto, llegó don Augusto al cuarto, también a acostarse. –¿Quieres que te cuente un cuento, Ponciano? Dijo don Augusto, metiéndose en su cama. Desde la cama del lado, Ponciano peló los ojos impresionado. –¿Un cuento, abuelito? ¿me vas a contar un cuento? ¿ya te acuerdas de alguno? preguntó Ponciano. Don Augusto, se incorporó poniendo dos almohadas bajo su cabeza, se echó a reír y le respondió: –¡Claro pues! ¿No andas en las noches pidiendo milagros a la Virgen? Y ahora yo tengo la cabeza llena de cuentos del pasado! ¿Qué quieres escuchar? ¿Sobre los montañeses de antes?, ¿Sobre los hombres que picaban el hielo para venderlo en Mérida, o de los que llegaron por primera vez al Pico Bolívar? ¿O quieres escuchar sobre todo lo que ha hecho Omar para que tuviéramos una radio, teléfono y esos aparatos de Internet que tanto te gustan? –¡Todo, todo abuelito, cuenta, cuenta! Pero antes dame un momento que tengo algo que decirle a la Virgen. Ponciano se acurrucó y se tapó con la cobija. –¿Y qué será lo que le quieres decirle a la Virgen, no me cuentas? Dijo don Augusto. –No puedo, porque es un secreto. Respondió Ponciano. –Hable pues con la Virgen primero y le cuento después todas esas historias. Dijo don Augusto, sonriendo. Entonces Ponciano en silencio pensó: Los

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Virgencita de los desamparados, ¡estoy asombrado! si pudiste llenarle la cabeza a mi abuelo de recuerdos y ahora puede contarme historias, tú podrías hacer que hasta me case con la Renata! ¡Échame la manito con Renata ahora pues! !Hazme el milagro! Habiendo terminado su gracioso pedido a la Virgen, Ponciano le dijo a don Augusto que empezara a contarle todas esas historias. Ponciano estaba impresionado con los cuentos sobre los nevaderos que picaban grandes pedazos de hielo y lo bajaban hasta Mérida en sus pretales para venderlo, de los guías de la Sierra Nevada que se quitaban sus alpargatas de tres puntos para no resbalar sobre el hielo, sobre Domingo Peña y su compañero de camino el doctor Enrique Bourgoing, los primeros en subir al Pico Bolívar, uno a otro dándose la mano para ir subiendo hasta la cumbre, según contaban los propios nevaderos. –… Y creemos que sí fueron ellos los primeros en subir al Pico Bolívar, porque años después subió un alemán y allá arriba en la cumbre del Pico, encontró un escrito que habían dejado Domingo y el doctor Enrique, donde decían que habían llegado primero. Domingo Peña y el Doctor metieron el escrito dentro de un tubo, para que el agua y la nieve no lo dañaran, y así fue como el alemán encontró aquellas palabras escritas, dentro de ese tubo. Seguía contando don Augusto. –Espera un momento abuelo, ahorita sigues con el cuento, que me dieron ganas de ir a orinar. Don Augusto cerró los ojos y contuvo la respiración. No estaba soñando, o sí, estaba repitiendo los mismos cuentos que le habían contado sus amigos. Ajá, se dijo, Los Nevados cuenta su historia. En eso vio regresar a su nieto circundado de una claridad fosforescente.

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–Ponciano, por favor, apaga la luz. Le pidió a su nieto. –Pero abuelo, si la luz está apagada. No me venga a decir que ahora se va a poner mal de los ojos. ¿Por qué no seguimos el cuento donde habíamos quedado? –Está bien mijo, te sigo contando, habíamos quedado en que el alemán se había encontrado un papel escrito por el doctor Bourgoing y Domingo Peña donde testificaban que habían sido ellos los que habían subido. Aunque te digo una cosa, ese camino hasta la cumbre del Pico Bolívar es tan duro que a ese Doctor no le quedaron más nunca ganas de volver a subir. Pero Domingo, sí, ese sí que subió muchas veces más, y llevó, como buen guía que era, a mucha gente hacia la cumbre del Pico. Tan famoso se hizo Domingo Peña que hasta se lo llevaron para Caracas ¡y lo vistieron de casimir y corbata y por allá lo estuvieron paseando como a alguien muy importante! –¡Imagínate Ponciano, je je, a ese hombre que caminaba descalzo por las nieves, ahora encorbatado! Dijo don Augusto riéndose con socarronería. –Pero abuelo, Domingo Peña se quedó allá en Caracas, viviendo como todo un señor elegante? –No mijo, Domingo era nevadero de pura cepa, aquí volvió y aquí murió, siempre entregado a las montañas, que nadie más que él conocía como la palma de su mano… Pero ahora duérmete que mañana sin falta tienes que ir a la escuela. Dijo don Augusto dándole la bendición a Ponciano. Don Augusto intentó dormirse, pero no pudo, sentía que dentro de su cabeza aparecían, como fantasmas, caras que venían, giraban y se perdían en la oscuridad profunda de su mente. Por un instante creyó reconocer algunas de ellas, entonces se persignó y se encomendó a todos los santos: Los

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–Son los finados, musitó bajito como si temiera pudieran escucharlo. Debe ser que como todos los lunes les prendo las velas y hoy no lo hice, las ánimas me están reclamando, o es que mis compadres andan en pena y me andan buscando ¡Ay Jesús, María y José! Mañana les rezo un trisagio. Al día siguiente en la mañana, don Augusto se enteró por la radio que había llegado a los Nevados una investigadora de la Universidad de Los Andes, amiga del profesor Dimas, y que estaba interesada en entrevistar a Francisco Castillo, mejor conocido como don Pancho. Estaba previsto que la móvil de la radio se trasladaría hasta la Aldea El Carrizal, donde vivía don Pancho y desde allí transmitirían la entrevista. –¿Cuánto tiempo tengo que no veo a Pancho? Se preguntó don Augusto, mientras oía la radio. ¡Lo que soy yo me voy con mi mula para la radio y de ahí me voy con esa señora y con Omar al Carrizal, para verle la cara a Pancho! Dijo contento, don Augusto, pues le entusiasmaba la idea de volver a ver a su amigo de andanzas y que hacía meses no veía. Y así lo hizo, mandó ensillar la mula y se fue a la radio a unirse al grupo que ya salía para El Carrizal. Cuando llegaron todos a la casa de don Pancho, don Augusto sintió gran emoción al ver a Pancho, que aunque salió de la casa caminando con bastón y anteojos de gruesa montura, se veía bastante saludable y con su porte de siempre, airoso y risueño. Luego de saludar a Mayra, la amiga del profesor Dimas y a Omar, don Pancho le dio un fuerte abrazo a don Augusto y hablaron un rato de sus achaques y aventuras mientras Omar y sus ayudantes arreglaban los equipos de la radio.

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–Me dijo mi hijo que has estado mal de la memoria, Augusto. Dijo don Pancho. Y pensé, ¡caramba, a Augusto le está pasando lo mismo que al pueblo, que sufre de olvido, ya nadie se acuerda de nada, no ves que cuando alguien de afuera quiere saber de esa historia tan bonita de Los Nevados no encuentra quien se la cuente. –Tienes toda la razón Pancho, pues sí, estuve mal de la memoria hasta hace poco, pero ahora ya voy recordando cosas. A nuestra edad… Ah, y no te vayas a asombrar si en la entrevista tú olvidas algún detalle y sea yo el que te lo tenga que recordar! Dijo don Augusto con picardía y ambos rieron. –¡Me da mucha alegría que esté mejorando tu memoria Augusto! Ahora vamos a decirle a estas personas y a la radio lo que sabemos de nuestra historia, que para algo más que para leña debemos servir nosotros los viejos, y así ayudaremos a curar la memoria de este pueblo despistado, que de seguro van a estar escuchándonos desde sus casas, porque eso sí, para curiosos y habladores! Dijo don Pancho. La entrevista empezó. La investigadora, llamada Mayra, saludó a los oyentes desde Radio Aldeas 100.5, y luego comenzó a hablar así: –Es un placer para mí estar hoy en la aldea El Carrizal, en la casa del señor Francisco Castillo, conocido por todos ustedes como don Pancho. Como estudiosa de la historia de Los Nevados, para mí es un honor estar al lado de un hombre que según me han dicho algunos nevaderos, es la historia viva de este pueblo. Don Pancho, ¿en qué año nació usted? Los

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–Ay mi amor, tenía que empezar preguntándome la edad. Respondió don Pancho, haciendo reír a los presentes que lo rodeaban. Para ser exacto, por la cédula, en el año1935, el 4 de Octubre de 1935, como ve, tengo 75 años ya. Contestó don Pancho. –He oído que usted trabajó en la construcción del teleférico de Mérida, esa gran obra de ingeniería que por años comunicó a la ciudad de Mérida con estas altas montañas, y mucho antes de que hubiera carretera en Los Nevados. –Sí, yo trabajé en el teleférico. Trabajé desde el año 1952 hasta 1958. Yo estaba en Mérida un día y vi un aviso que decía: se necesitan 300 peones de obra, para comenzar a trabajar en la construcción del Teleférico, y el lunes estaba yo ahí como un clavel para que me contrataran, yo y muchos otros, gente de todos lados, de la ciudad de Mérida y de otros pueblos. Nos pagaban siete bolívares diarios si pegábamos a trabajar en Barinitas, o sea, en la primera estación, y de ahí para arriba ganábamos 2 bolívares más… –Como era buena la paga mucha gente iba para que los contrataran, pero muchos no resistían ni una semana, que va, decían, ese era un trabajo muy duro y se iban ¡y no volvían! Y así iban llegando otros, unos se quedaban y otros, los más toñecos, se largaban porque no aguantaban la vaina. Eso era libre, el que quería se iba y el que no se quedaba. –Y los nevaderos que contrataban ¿también se iban y no volvían al trabajo? Preguntó Mayra. –Ah no. Y no es por alardear, honestamente los nevaderos soportábamos más aquel trabajo tan duro, porque estamos acostumbrados a andar en las alturas, ¡eso era un trabajo

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para burros, demasiado esforzado! Los hombres de la ciudad llegaban porque les gustaba el sueldo, que era muy bueno, ¡pero no aguantaban! Respondió don Pancho. –Y qué tipo de trabajos hizo usted en la construcción del teleférico? Preguntó Mayra. –Al principio trabajé en la pica, en los caminos, en el transporte de hierros un año y medio, y después en el transporte de guayas. De abajo para arriba cargando material, cargando tubos, cargando toda clase de aparejos y maquinarias… yo y muchos otros hombres. Cargas muy pesadas, requetepesadas, una vez llevamos en hombro hasta un guinche, eso pesaba tres toneladas, para subirlo tuvimos que unirnos muchos, porque había que subirlo ajuro, no se podía decir que no. Y al que no le gustaba que se fuera ahí mismo… Don Pancho calló por un momento. Se acomodó el sombrero, luego los lentes y bailoteó el bastón de un lado a otro. Respiró hondo, parecía resentir los recuerdos, se le arremolinaban las imágenes de su juventud como bracero. Una de sus nietas, la más pequeña y pecosa, le acercó un vaso de agua que él apenas probó y dejó a un lado en la banqueta. –Don Pancho ¿ustedes subían, trabajaban en el teleférico y luego volvían al pueblo a dormir? Preguntó Mayra. –¡Nooooo, no, al pueblo no volvíamos sino hasta el sábado en la tarde, se podría decir que vivíamos en el campamento que había en Loma Redonda. Algunos trabajaban de lunes a lunes, yo no. Yo trabajaba hasta el sábado, qué crees tú, había que recobrar fuerzas. Los

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–Y ¿Cómo era ese campamento en Loma Redonda? –¡Eso era como un cuartel! Cuando había luna empezábamos a trabajar desde las 4 de la madrugada, y el modo de despertarnos era que daban tiros en el campamento… sí, tiros, oíamos esos plomazos al aire y nos despertábamos para empezar a cargar material para arriba. Éramos como 200 hombres trabajando, en silencio, sin protestar, cumpliendo las órdenes del caporal. En el campamento nos daban lo mínimo que precisáramos para asearnos, comer y dormir, dormíamos en camas literas. –Me imagino que habría mucha gente que, trabajando en esas duras condiciones y a tan gran altura, se enfermaba… Dijo Mayra. –¡Ah, sí! muchos se enfermaban de gripe, este que está a mi lado, mi amigo Augusto, era uno de los que más se engripaba, yo creo que era porque cuando le daba la gripe se volvía a Los Nevados para que lo mimaran, pero cuando se recuperaba volvía al campamento. –¡Nooo... Pancho! estás inventando, eso no es así, tampoco era que yo siempre tenía el cuerpo malo de gripe, sería que unas poquitas veces me enfermé, pero no es como tú dices, que era para holgazanear. Dijo don Augusto en tono de guasa. –Está bien Augusto, te enfermaste poquitas veces, pero yo diría que tu mula tenía mejor salud que tú en esos tiempos! Estaba tu esposa viva en esos años… aunque lo niegues yo creo que esa gripe tuya era un embuste para irte a verla! –Tú como que quieres que la gente piense otra cosa, te repito, era gripe, y pocas, poquiticas veces! Dijo don

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Augusto riendo. Mayra y Omar también reían, igual don Pancho. –¿Entonces… de gripe era de lo que más se enfermaban los trabajadores? Preguntó Mayra luego de tanto reírse de los dimes y diretes entre los amigos. –La gripe era común, por el frío de estas alturas, pero había también mucha gente que se accidentaba, los accidentados, les llamaba yo, pero eso sí que es muy triste de contar porque muchos de esos accidentados murieron… como le digo, mi señora, construir el teleférico fue un trabajo para burros, muy, pero muy duro… ¡no, no, ni de burros… pensándolo bien aquello no era ni para burros ni para gente, era inhumano. –Pero supongo que los contratistas les daban vestiduras, calzados adecuados y equipos para resistir a ese trabajo tan duro? ¿No es así? Preguntó Mayra. –Noooo, mi señora, nosotros trabajábamos con nuestra misma ropita, la ruanita para el frío y nuestras alpargatas. Si llovía nos mojábamos y nuestras alpargatas nos hacían resbalar, ese teleférico está hoy en día funcionando porque todos nosotros los trabajadores, y sobre todo los nevaderos, teníamos una voluntad muy grande y pudimos resistir. No iban a venir los contratistas franceses, italianos y yugoslavos a construirnos el teleférico echándose esas cargas encima, ni a arriar nuestras mulas, también cargadas de todos esos materiales necesarios para construir todas las estaciones del teleférico. Ellos tenían la técnica, pues, pero nosotros los montañeses les dimos nuestra fuerza y nuestra hombría. Dijo don Pancho muy orgulloso. Los

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–Permítanme que diga algo que acabo de recordar. Dijo don Augusto. Como todos ustedes saben, además de agricultor, yo fui arriero la mayor parte de mi vida y los nevaderos que trabajamos en el teleférico, muchos éramos arrieros y nuestras mulas nos ayudaron mucho. Nosotros nos valíamos de las mulas para hacer nuestro trabajo, pero las queríamos y las cuidábamos porque eran nuestras buenas amigas y gracias a ellas nos ganábamos el pan. Don Augusto se sintió crecido y apreciado, veía a su alrededor un grupo de personas interesadas en su relato. Estaba contento de sentirse otra vez capaz de mente y con renovado aliento de vivir para contarla. Continuó: –Cuando empezó todo eso del teleférico, aquí en Los Nevados, tuvimos que ingeniárnoslas para llevar nuestras mulas a ese trabajo tan duro, sin que ellas sufrieran demasiado. Recuerdo que las alforjas de nuestras mulas, no nos servían para llevar los tornillos, las piezas y tuercas gigantes de la construcción, así que dejamos esas alforjas en nuestras casas y con mucha maña construimos otras distintas. Yo con mis propias manos hice mis alforjas nuevas, y mientras yo llevaba el peso de materiales en mi espalda, subiendo por esos bosques nublados, mi mulita llevaba el peso más grande, pero como era debido, sin hacerla sufrir. –Entiendo don Augusto, según sé, que los nevaderos y sus mulas son inseparables. ¿Cuántas mulas se contrataron en la construcción del teleférico? ¿usted se acuerda? Preguntó Mayra. Don Augusto se quedó pensando, contando mentalmente. –¡Cuatrocientas! Dijo don Pancho.

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–¡Cónchale! Ya yo lo iba a decir, Pancho. ¡No me dejas hablar! –Dilo tú pues, Augusto. Dijo don Pancho. –¡Ya para qué si tú lo dijiste! Respondió don Augusto. –No te molestes, Augusto. Cuenta tú ahora algo, ya yo le he dado bastante a la lengua, cuenta algo que recuerdes de aquellos años de tanto trabajo. Dijo don Pancho. –Bueno, lo que ahora mismo me viene a la cabeza no son cosas definidas, no sé cómo decirlo, son como presencias, como colores, olores… Recuerdo la neblina espesa, los aromas del monte, los accidentados caminos, barrosos y cortantes a la vez, recuerdo el frío que le clavaba a uno mil agujas en la piel y secaba la garganta, recuerdo que a veces el peso en la espalda parecía como una quemadura viva y abierta, recuerdo que yo me daba valor pensando en el calor de mi casa, en el calor del fogón, en el calor de mi pocillo de café, en el calor de mi mujer y de mi muchacho que en ese entonces era un güinito así de chiquitico… y así iban pasando las horas, cuidando a mi mula y cuidándome a mí mismo porque sabía que en mi casa me esperaban… y al final de la tarde, cuando terminaba la jornada, uno se sentía como si hubiese sobrevivido a una guerra o a la muerte. Dijo don Augusto, con la mirada lejana, perdida en aquellos viejos recuerdos. Una quietud secreta inundó el lugar, el aire se había vuelto denso y todos los presentes estaban suspendidos en las sinuosidades de sus pensamientos, como buscándole un sentido a la existencia. –Gracias don Augusto, por tan bellas y delicadas palabras. Ciertamente ustedes los nevaderos son un ejemplo de Los

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fortaleza y voluntad. Dijo Mayra muy conmovida por las palabras de don Augusto. Don Pancho pidió la palabra para concluir la entrevista, estaba también muy emocionado, porque los recuerdos que había narrado don Augusto le habían hecho revivir, como si hubiesen ocurrido ayer, todas aquellas historias de juventud, de trabajo y de determinación. Entonces dijo ante el micrófono de Radio Aldeas. –Estoy sumamente agradecido y feliz de que hayan venido a mi casa y de haber hablado para ustedes y para todos los oyentes de nuestra radio sobre los nevaderos y el trabajo que realizamos en el teleférico. Pero también me pone muy contento ver que éste que está a mi lado, mi compañero Augusto, está recuperando la memoria, que hace tiempo que no le funcionaba bien. Lo que quiero decir para terminar esta entrevista es lo siguiente: Don Pancho se balanceó un poco y cogió aire preparándose para ponerle intensidad a lo que iba a decir. –Así como Augusto recupera su memoria, todos nosotros, los nevaderos, debemos recuperar los recuerdos de nuestra bella historia, es imperioso rescatarla del olvido, nos toca contarla a nuestros nietos, contarla a quien quiera escucharla, porque corremos el riesgo de que llegue algún loco con poder y nos la falsifique, la historia no debe morir. Y a ustedes, los de la Universidad, quiero agradecerles por preocuparse por nosotros, y Dios quiera que su trabajo de investigación sirva para que otras gentes, de otros lugares, sepan que en este pueblo, tan alejado y perdido entre las montañas, hay juicio, desprendimiento y un deseo muy grande de hacer bien por Venezuela.

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Un haz luminoso salido por entre las nubes vino a posarse sobre los concurrentes, quienes en la intermitencia de la pausa, parecían figuras cristalinas sobre un espejo circular. –Para que lo sepan esas gentes de otras comunidades, ciudades o repúblicas, y para que también lo sepan ustedes, don Pancho, porque le cuento que toda esta información que nos han dado ustedes y la que ha reunido el profesor Dimas, la usaremos para escribir un libro sobre Los Nevados, un libro que les obsequiaremos como una muestra de nuestro afecto, y sobre todo, para que los más pequeños puedan leer todas estas hermosas historias. Dijo Mayra. –Dios le pague. Dijo don Augusto. –Estamos muy agradecidos. Dijo don Pancho. –Gracias a ustedes que son los protagonistas de estas historias. Dijo Mayra con mucho agrado. Y así terminó la entrevista sobre el teleférico de la ciudad de Mérida, el teleférico más alto y más largo del mundo, y la participación de los nevaderos en tan inmensa obra de ingeniería. Omar se despidió de los radioescuchas y les recordó que al día siguiente se celebraría en el pueblo el Encuentro de Arrieros del estado Mérida y que todos estaban cordialmente invitados.

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Los arrieros

En sus mulas se dirigen hacia Los Nevados, arrieros de muchos lugares del estado Mérida. Vienen desde Piñango, San Rafael de Mucuchíes, Canaguá, Chacantá, El Quinó, Torondoy y Tabay. En el apostadero de mulas de la Estación de Loma Redonda, un nutrido grupo de nevaderos esperan a los visitantes que arriban por el teleférico, para conducirlos hasta el Centro poblado de Los Nevados, donde se celebrará el Encuentro de Arrieros del estado Mérida. Es un día frío y despejado, poco a poco los arrieros se van reuniendo en grupos, que luego de acomodar las cargas en las mulas, parten por el camino de las dos lagunas y los espinitos hasta el Alto de la Cruz y la Quebrada de la Media Luna donde se harán las paradas acostumbradas. La algarabía es contagiante, por el camino se oyen los gritos y silbidos de los mandadores, la recua se mueve a paso lento, como una procesión de bachacos, van más de 200 mulas y por el camino se le siguen sumando los arreos que vienen de las aldeas. Cuando todos llegan al pueblo, son recibidos entre alegres saludos, música y morteros por los lugareños, quienes han decorado el pueblo con bambalinas de colores para la tan esperada celebración, y en toda la entrada hay un gran cartel que dice: “Arrieros somos, y en el camino andamos” –Nosotros, los arrieros de Los Nevados les damos la más cordial bienvenida a nuestros hermanos arrieros representantes de los otros poblados, y les declaramos nuestro Los

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afecto fraterno y nuestro deseo de que aquí en Los Nevados se sientan como en su propia casa, para que compartamos todas nuestras experiencias de este duro trabajo de ser Arriero, que se ha enseñado de padres a hijos, por generaciones. Bienvenidos sean. Dijo Rubecindo, el presidente de la Asociación de Arrieros de Los Nevados. Todos los arrieros visitantes fueron recibiendo de mano de las mujeres nevaderas, alimentos y bebidas que fueron preparados especialmente para la ocasión, para reconfortarlos por tan largo camino recorrido desde sus pueblos natales hasta Los Nevados. La maestra de la escuela del centro poblado, quien estaba junto con las otras maestras de las aldeas tomó la palabra, para anunciar que un grupo de niños de Los Nevados habían preparado un regalo para el Encuentro de Arrieros y que a continuación les harían una presentación sobre el ser arriero. Don Augusto e Isolina estaban contentos, porque Ponciano era uno de estos niños que hablarían frente a tan grandioso público. Olinto llegó justo a tiempo, antes que empezara el acto de los niños, diciendo que no se perdería por nada del mundo ver a Ponciano en tan importante acto. Isolina se alegró y se sorprendió mucho de verlo, pues según la rutina él llegaba los sábados en la mañana y ese día era viernes. Ponciano se sentía nervioso. Le preocupaba que se le olvidara todo lo que había aprendido de memoria, o que no pudiera leer correctamente la cuartilla si se le olvidaba lo aprendido. Le intranquilizaba sobre todo que algo le saliera mal delante de Renata, ella también estaba en el grupo de los niños participantes, a él le angustiaba que ella viera su fracaso y no solo eso, pensar en la idea de que ella más nunca lo llegaría a querer por toche. Todo esto pensaba Ponciano, con angustia, pero cuando vio dentro del público a Olinto, su padre, fue como si en su corazón explotaran numerosísimos fuegos artificiales, y en segundos se calmó y se sintió seguro.

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Las maestras presentaron a los niños y les dijeron a todos los arrieros presentes y al resto del público, que los niños habían sido ayudados en su composición por Guacharaco, por los profesores de la Universidad y por los propios padres que también eran arrieros. La primera en hablar fue Ortensia, quien no necesitó leer la hoja escrita que tenía, porque se la había aprendido de memoria. Tomo el micrófono en sus manos y caminó hacia adelante sobre la tarima y esto dijo: –Mi nombre es Ortensia y mi papá es arriero. Los arrieros son desde hace mucho, pero mucho tiempo, hombres valientes e incansables que se conocen todos los caminos de las montañas y van con sus mulas de día y de noche sin parar hasta que llegan a su destino. Son impetuosos y tenaces porque aguantan la lluvia y el sol y vencen los caminos más difíciles, pero lo que a mí, más me asombra es que son tan envalentonados que no le tienen miedo a los fantasmas y aparecidos que salen en los cruces del camino y siguen recorriendo las distancias con sus mulas entrelazando oraciones para no caer en el juego que le tienden los duendes que se ocultan en los resquicios del monte. Todos aplaudieron y luego vino a hablar Jaimito Bretón, nieto de un entomólogo francés que pernoctó varios años en Los Nevados y que de la noche a la mañana desapareció sin dejar rastro. –A mi papá todos lo conocen como el músico güero, pero él también aprendió a ser arriero. Como músico que es tiene el oído muy desarrollado, por lo que se le impregnan las orejas de pitadas, chasquidos y golpeteos que va oyendo por el camino, y esto fue lo que me contó: –Él me dice que cuando sale de la casa y empieza su jornada y a remontar el camino con sus mulas, no puede evitar Los

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escuchar todos los sonidos que se proyectan en medio del silencio de la montaña, pero lo que más le atrae es el ruido ahogado y acompasado de los cascos de las mulas cuando repiquetean y redoblan el paso sobre las peñas del camino. Mi papá dice que si él se concentra puede oír cómo ese sonido se va transformando en una melodía de variadas tonalidades que se acompaña con el estrépito del viento. Si la música es buena quiere decir que las mulas van a buen paso, y si la música es dolorida o temblorosa quiere decir que las mulas no tienen buen ritmo o buen paso y hay que ir con cuidado. –Mi papá me dice, que disfruta mucho cuando lo acompaña la música buena, pero que cuando la música es discordante, a veces no llega a las posadas antes que llegue la noche y tiene que quedarse a dormir en el camino y es seguro que le llueve y pasa mucho frío. Pero como mi papá es muy fuerte, cuando le toca trabajar con “mala música” y se queda de noche en medio del camino solito con sus mulas, no se enferma nunca, ni le dan resfríos, porque él tiene su contra y un bebedizo al que le llama aliviadero de las penas. Todos estuvieron muy complacidos con la exposición de Jaimito Bretón y lo aplaudieron mucho. Vino, entonces, María Estela a hablar: –Yo voy a contar lo que me dijo mi abuelo Ambrosio Antonino Dugarte Dugarte, que fue arriero pero ya no puede ser más arriero por lo debilitado que está por la edad y porque cojea de una pierna. Me dijo que él siempre que salía no le faltaba nunca su cajetica de chimó en el bolsillo, pues el chimó le ayudaba a mantenerse calientico. Así, él iba por el camino escupiendo y escupiendo porque también los escupitajos que iba dejando atrás no sólo espantaban los malos bichos, como los alacranes, sino las

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malas energías. A mi abuelo a veces le agarraba la noche en los caminos, porque las mulas no querían ir rápido o porque pasaba algún contratiempo, entonces mi abuelo descargaba a las mulas para que descansaran y agarraba un racimo de frailejones y se hacía una camita con las hojas de frailejón y ahí dormía. Me cuenta que en sus oraciones rogaba para que no lloviera y no se le dañaran las cargas o se enfermara tan lejos como estaba del pueblo donde nadie pudiera ayudarlo. Al amanecer volvía a montar las cargas, se comía una arepita de trigo con panela y seguía su ruta hacia el próximo apostadero. Y eso lo hizo por 20 años. Gracias, es todo. María Estela también fue muy aplaudida y entonces le dio el paso a Emiliano Peña de la aldea Las Plumas. –Yo les voy a hablar de lo que me dijo mi abuelo, y como mi abuelo no es viejo, todavía es arriero. Mi abuelo me dice que a lo largo del tiempo el oficio de arriero sólo ha cambiado en una sola cosa, que antes el arreo servía para transportar mercancía desde aquí hasta la ciudad de Mérida o hasta Tabay o Ejido y venderla, o para cambiarla por otros productos que no había aquí en Los Nevados, como por ejemplo, él cambiaba dos kilos de harina de trigo por una panela porque la panela en aquellos tiempos costaba más plata. Pero, el ser arriero en Los Nevados ahora ha cambiado mucho, hoy en día los arreos son hasta la estación de La Aguada o Loma Redonda para esperar a los turistas y traerlos aquí de visita. Entonces, muchos arrieros ya no hacen largos viajes que duran días o semanas sino viajes de sólo horas, y ya no viajan para comerciar, sino que sus mulas cargan a los turistas y ricachones de la ciudad y a sus maletas, así pues, el ser arriero de Los Nevados ha cambiado de esa forma. Gracias. Los

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El público aplaudía entusiasmado, los espectadores no acertaban a precisar cuál de los niños había hablado mejor. Entonces le tocó el turno a Renata. Guacharaco nada más de verla ahí parada, frente a tanta gente, se sintió muy orgulloso. Él mismo le había ayudado a componer su cuartilla sobre los arrieros. Todos los nevaderos sabían que Guacharaco había ayudado a su nieta en su composición, esperaban que las palabras de Renata, fueran no las de una niña, sino las de una maestra en historia, pues Guacharaco era conocido en Los Nevados como un gran conocedor de la historia. Entonces en el público hubo gran interés por oír lo que la Renata diría. Y esto fue lo que la niña dijo de memoria. –Señoras y señores, no sabemos desde cuando existen los arrieros de Los Nevados, pero lo que sí es seguro es que señoreaban estas tierras desde tiempos muy remotos. En los siglos XIX y XX tuvieron relación de comercio con tres centros urbanos importantes, como son la capital de Mérida, Tabay y Ejido. En aquellos años los caminos iban directamente a estos tres lugares. Allí desarrollaron el llamado trueque, o intercambio de productos. A Tabay iban más que todo a buscar café, pues en el siglo XIX, Tabay era la parroquia de mayor producción de café. Había grandes cultivos de café en Mucunután, en La Vega, en San Rafael y en los Llanitos de Tabay. Como el camino que venía de Los Nevados desembocaba en Mucunután, justo donde hoy está una truchicultura, muchos arrieros llegaban hasta Mucunután a buscar café y se regresaban a Los Nevados. Otros arrieros se iban hasta San Rafael porque ahí se reunían la mayoría de los comerciantes y podían cambiar más productos aparte del café. Con Ejido intercambiaban nuestro trigo por la panela, porque en Ejido había grandes cañaverales y trapiches para hacer panela. Pero el reto más importante de los arrieros de Los Nevados ocurre durante el gobierno de Marcos Pérez Jiménez, cuando son llama-

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dos a participar en la construcción del teleférico más alto y largo del mundo. Entonces mi abuelo, con su buen amigo el señor Augusto se convirtieron en tecnólogos populares ya que crearon unas alforjas exclusivas, no para transportar alimentos, sino para cargar los pesados materiales necesarios para esa construcción. De manera que el arriero era muy importante para la sobrevivencia del pueblo, pues era el que llevaba y traía los alimentos y no cabe duda de que también lo era para la nación, pues sin su ayuda el teleférico tal vez hoy no existiría. Lo triste es que todo eso se está acabando, hoy gracias al progreso tenemos la carretera y los toyotas y las motos que surgieron de pronto y están sustituyendo a las mulas, pero todo eso no hace la felicidad, y si no despertamos y tomamos conciencia puede que dejemos de existir. Gracias. Todos aplaudieron a Renata, Guacharaco estaba feliz, Ponciano impávido, con la boca abierta, se le quedó mirándola como hablaba tan bonito, y tan encantado quedó, que la maestra tuvo que estremecerlo para que recordara que ahora le tocaba hablar a él. –¿A mí? ¿Me toca hablar a mí? Le preguntó asustado a la maestra. Sintió como si una mano de hierro gigante lo agarrara por los tobillos y no lo dejara moverse. Pero Olinto, su papá, le hizo un empacho con la mano para que supiera que todo saldría bien. Entonces, Ponciano se metió la mano en el bolsillo para pellizcarse bien duro por dentro, pasó al frente, y dijo: –Bueno, primero quiero saludarlos a todos y si me lo permiten agradecerle a mi abuelo Augusto que me ayudó a preparar estas palabras. Por eso quiero aclarar que lo que yo voy a decirles no son mis palabras sino las que me transmitió Los

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mi abuelito y que a mí me parecieron tan maravillosas que quiero decírselas a ustedes. Mi abuelo me confió algo muy importante que iguala a los arrieros nevaderos de todos los tiempos, del pasado, y del presente. Esa cosa importante es la honestidad. La vida del arriero nevadero se puede decir que es una plétora de honestidad, honestidad que ha sido la clave para que el oficio no se quedara en el pasado sino que sobreviviera hasta el sol de hoy. La honestidad del arriero es a toda prueba, ha trascendido más allá de las demarcaciones de la sierra y le ha dado la vuelta al mundo, le ha dado tan buena fama que los comerciantes que lo contrataban no temían que a sus bultos les pasara nada, porque estaban absolutamente convencidos de que estaban en buenas manos. Entonces, para concluir, debo decir que el arriero no es solamente robusto y valeroso, sino que, por encima de todo, es un hombre honesto cuya palabra es ley sagrada, y de esto debemos estar orgullosos los nevaderos. Gracias. Los arrieros, los visitantes y los nevaderos se conmovieron por las palabras que había dicho Ponciano, porque en ninguna de las alocuciones anteriores de los niños se había tratado del valor que representa el honor y la honestidad. Todos aplaudieron ardorosamente. En medio de la alegría luminosa de los niños y de los adultos, empezó el Encuentro de Arrieros del estado Mérida. A continuación los arrieros visitantes y los lugareños hablaron, no sin cierta melancolía, del significado de su reunión y de lo que supone una vida consagrada a servir con humildad y nobleza. Hablaron de asuntos económicos, costos de insumos, aspectos ambientales, de los fríos intensos y las penurias, de los distintos tipos de carga, de las mañas del arriero, de las creencias, enfermedades, remedios, santos y aparecidos, y hasta del embrujo de las mozas.

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El Encuentro prosiguió durante tres días. Como las posadas del pueblo no eran suficientes, en cada casa del pueblo hospedaron a los visitantes, quienes agradecidos con sus anfitriones, y no teniendo nada material que regalarles, les daban lo mejor que sus vidas le había concedido: sus sonrisas ingenuas y candorosas. Mientras departían los arrieros en el salón de la escuela, afuera Ponciano hablaba con Jaimito sobre irse a jugar pelota, cuando alguien le toca la espalda llamándolo. Al voltear vio a la mismísima Renata. El corazón le latió con la fuerza de un potro desbocado en su pequeño pecho, pero intentó disimular. –Ponciano, hablas muy bien, te felicito. Me gustaría que me hables más en vez de estar mandándome carticas. Dijo Renata y luego salió corriendo. Ponciano se quedó con la boca abierta. Tan tieso y pálido que su amigo Jaimito tuvo que halarlo de la camisa para que reaccionara. Don Augusto desde no muy lejos miraba a Ponciano y se carcajeaba de la risa.

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La carretera

Nuevamente Olinto preparaba su morral para marcharse a Mérida, con cuidadosa precisión introdujo la ropa que su mujer le había lavado y planchado: tres camisas, dos pares de pantalones largos, uno de pana y otro de caqui, ropa interior, pañuelos y medias. A un lado dejó, por si hacía frío en el trayecto, la chaqueta de cuero con cremalleras y hebillas que había comprado en la ciudad en su última estadía. Terminó de amarrar la faltriquera, se echó al hombro la mochila y fue a despedirse de su familia. Encontró a su mujer doblada sobre el fogón. Al voltearse a mirarlo, ella no pudo refrenar un suspiro y se le aguaron los ojos. –No sé que es lo bueno que piensas sacar de vivir alejado de tu familia… Volvió a resentirse Isolina con tristeza. –Mi amor, por favor, ten paciencia, en una semana cuando regrese aquí, a Los Nevados, verás que es lo bueno que pensaba sacar de vivir lejos de ustedes. Dijo Olinto con un aire de misterio. Isolina no hizo caso de las palabras de su esposo, pues en los momentos de despedirlo siempre estaba tan triste y molesta que apenas le oía las acostumbradas palabras de despedida. Ponciano también estaba triste, y como sabía que su papá se iría pronto, fue corriendo a su cuarto a buscar un dibujo de un arriero que le había hecho la noche anterior. Por su parte, don Augusto, sentado en la puerta de la casa, pensaba que cuando Ponciano creciera podría ocuparse de sus tierras ya que su hijo Olinto no les daba ningún valor y prefería trabajar en cualquier cosa que le diera dinero en la ciudad. Los

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Antes del mediodía el profesor Dimas les tocó la puerta anunciando que él y su grupo de investigación regresarían al día siguiente a Mérida, pero que antes necesitaban un último favor, que don Augusto les recomendara a una persona del pueblo que supiera sobre la construcción de la carretera que comunica a Los Nevados con la ciudad de Mérida, ya que les faltaba completar todavía algunos datos. Don Augusto, luego de escuchar el pedido del profesor Dimas, se puso la mano en la barbilla y se quedó pensando en silencio, como buscando mentalmente. El profesor Dimas que ya sabía que don Augusto tenía aún problemas con su memoria, esperó con paciencia por su respuesta. Al cabo de unos pocos minutos empezó a hablar como si estuviera pensando: –La carretera… la carretera, ¡sí, la carretera, nuestra obra, nuestra carretera! Profesor Dimas prepárese para oír la historia de algo casi imposible, la historia de la carretera de Los Nevados. –¿Imposible? Preguntó el profesor Dimas. –No. Le dije “casi imposible”, desde que estoy recuperando mi memoria entiendo que mientras estemos vivos sólo hay cosas casi imposibles o que parecen imposibles, pero que todo al final es posible, ¿no ha oído el refrán que dice, el que persevera vence o aquel otro que dice, tanto da el agua al cántaro hasta que lo rompe? –Usted tiene razón, don Augusto. Yo, después de conocer la historia de ustedes me he quedado maravillado, porque más que una historia monótona salpicada de costumbrismo, que es lo que a veces uno se imagina, hemos podido reconocer

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la grandiosidad de un pueblo, el poder de su voluntad y tenacidad, la verdad es que uno nunca termina de aprender. Comparto su idea, los imposibles los crea uno, de lo que se trata es de ponerle corazón a todo lo que se hace. –Pues sí, así es profesor a todo hay que ponerle corazón, y no es que se crea que porque uno desea con fuerza las cosas, zaz, en un santiamén se hacen realidad. Ahí está el asunto del que vino a preguntarme, la carretera. Yo le voy a decir lo que me viene a la cabeza sobre la construcción de la carretera, pero lo mejor es que se busque a Cledis, aunque aquí lo conocemos como Mazamorra, a lo mejor tiene suerte y le toca en turno irse con él en su toyota, porque él trabaja para la línea de transporte. Bueno, y por qué le digo que él es la persona indicada, porque él fue el que por primera vez trajo un carro a Los Nevados, era un toyota, de tolva verde. Me acuerdo como si fuera ahorita, cuando entró a la plaza los muchachos empezaron a correr alrededor y a tocarlo como si fuera una bestia. –Pero tengo entendido que la carretera no es tan vieja como la de otros pueblos del sur. Señaló el profesor. –Así es, la carretera se comenzó a construir por allá a mediados de los años sesenta, si mal no recuerdo, se terminó como en el setenta y seis, nos tardamos en terminarla dieciséis años más o menos, se lo digo yo, que trabajé de los linderos de Acacio Molina para acá. Todos estábamos entusiasmados aquí en Los Nevados, éramos cientos de nosotros, nos organizamos en cuadrillas, y de sol a sol echamos pico y pala por el camino que ya estaba marcado con el andar de nuestras mulas y caballos.

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Nuevamente don Augusto se quedó quieto, en su rostro se notaba la nostalgia, parecía como si se hubiese transportado hasta aquellos lugares empedrados donde la brega se transformaba en proeza. –Y ¿quiénes tomaron la iniciativa, don Augusto? Preguntó el profesor. –Desde aquí fue Elio Araque el primero en plantear hacer paso hacia El Morro, pero en el Morro también había gente echando pico y abriendo el camino hacia Los Nevados, allá quienes tomaron la rienda fueron los hermanos Saavedra. Así que de lado y lado mucha gente trabajó duro, para que esa carretera se terminara, porque aunque esté malo el decirlo, el gobierno vino a contratar cuadrilla de obreros cuando la carretera ya estaba casi terminada. En esa carretera nos ocupamos fuimos nosotros mismos. –Me imagino que tuvo que ser muy esforzado ese trabajo todos esos años para irse abriendo paso por esas cuestas y barrancos tan empinados. Dijo el profesor Dimas, admirado. –Sí, claro que fue muy duro, a veces nos emparamábamos y otras nos insolábamos, las yagas de las manos nos sangraban y así seguíamos echándole pulmón y ganas. Yo eché pico y pala junto a Elio varios años, cuando no estaba trabajando en el arreo de mulas y en los cultivos, que eran mis oficios. –Según me dijeron son 45 kilómetros de carretera, que ahora se recorren en cuatro horas, pero que antes tardaban hasta 12 horas, cuando no les tocaba esperar hasta el día siguiente para dar tiempo de reparar algún trecho que se hubiera desplomado. Y ¿después que se estrenó la carretera qué pasó? Preguntó el profesor.

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–Con la carretera fue que empezó a llegar más gente al pueblo… muchos turistas, gente de otras partes del mundo, unos llegaban animados y otros pálidos del susto, asustados contaban que en sus vidas jamás habían pasado por una carretera tan temible, ¡porque usted se habrá dado cuenta que hay pasos en la carretera que le ponen a uno la piel de gallina! Y eso que uno está acostumbrado! –Sí, yo mismo no quería ni mirar esos barrancos de hasta mil metros de profundidad, y menos cuando veía las capillitas a la orilla del camino, esas casitas que colocan los familiares a los que ahí perdieron la vida... –Perdóneme que me entremeta profesor y le diga algo de lo que ha pasado; sabe que hay gente que viene a Los Nevados y nos ve como con lástima, algunos creen que porque vivimos sencillamente, esperamos caridad, no faltan quienes con buena intención nos traen comida, ropa y juguetes para los niños, y de vez en cuando también aparecen políticos prometiendo y jurando cosas que uno sabe que no van a cumplir. La obligación de ellos es de respetarnos. Dijo don Augusto con determinación. –Es verdad lo que usted dice don Augusto, pero eso no sólo ocurre aquí en Los Nevados, a mí me parece que lo más importante es que ustedes no caigan en la tentación de esperar que vengan a traerles, eso sí sería muy lamentable. Ahora, si me lo permite, volvamos a lo de la carretera. ¿Cuándo fue la última vez que viajó por carretera a Mérida? Don Augusto volvió a ponerse la mano en la barbilla y pensó unos segundos. –Uuuyyy, eso hace ya bastante tiempo. Con el favor de Dios yo no me he visto en la necesidad de tener que estar Los

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viajando, no ve que mi hijo sube y baja todas las semanas y lo que me sea de necesidad él me lo remedia. Yo creo que la última vez que me tocó agarrar carretera fue cuando mi hijo Olinto estaba muchacho y se puso enfermo de apendicitis… Mi mujer, que en paz descanse, y yo, lo tuvimos que llevar a Mérida para que lo viera un médico. Esa vez yo agradecí tener esa carretera hecha, porque en mula habría llevado mucho tiempo llevar a mi muchacho a que me lo atendieran. Varias veces nos bajamos del carro con mi señora y mi hijo, porque era preferible caminar unos trechos de la carretera, en los pasos malos, que ir montado en el carro dando tumbos por el filo del barranco. –¿Pero con todo y lo peligroso, usted piensa que la carretera es algo positivo para los nevaderos? Preguntó el profesor Dimas. –Sí, claro, claro que sí, por si se presenta alguna emergencia, no solo para nosotros, también para el turismo es beneficioso, pero como todo, la carretera tiene su lado negativo, no crea, ya usted se habrá dado cuenta cómo llegan camionetas con gente que no conoce bien la carretera y lo peor es que andan por ahí tomando miche y haciendo rumbas, por eso los accidentes… ah, y otra cosa, resulta que ahora esto se nos está llenando de motos, a mí eso me preocupa, se la pasan unos jovencitos, casi niños, para arriba y para abajo todo el día haciendo bulla, eso es responsabilidad de los padres que no le ponen carácter y de la autoridad que lo permite. Dirán que soy apretado, pero yo me preocupo por mi nieto, para que no vaya a aprender malos modales. Yo le digo algo, profesor, la carretera ayudó a comunicar al pueblo con la ciudad, y nos trajo progreso, pero no todo lo que trae el progreso es bueno.

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–Entiendo lo que me dice don Augusto, he escuchado que muchos nevaderos abandonaron sus tierras y se fueron para vivir de acuerdo con el progreso en la ciudad, pero ahora están arrepentidos y quieren volver. Dijo el profesor Dimas. –Sí, ¿y eso por qué cree usted que pasa? Déjeme que le diga: porque la gente es tonta y le hace caso a todo lo que le dicen de la ciudad, aquí puede que no haya todas las comodidades, ni el progreso como lo pintan en la televisión, pero ni todo el dinero del mundo podría comprar el bienestar y la quietud que se siente en estos campos... estas tierras son sagradas, profesor Dimas. –Afortunados ustedes los nevaderos, estoy de acuerdo con usted. Dijo el profesor, agradeciéndole a don Augusto toda la colaboración en su investigación sobre la historia de Los Nevados, también lo felicitó por la recuperación de su memoria y le pido un último favor. –¿Cuál será ese favor? Preguntó don Augusto. –Que me permita grabarlo con mi cámara de video mientras me dice unas últimas palabras sobre su pueblo. Respondió el profesor. –¡Claro que sí! Le diré una de las oraciones que hago en las noches: Quiera Dios, la Virgen de los Desamparados y los Espíritus protectores de la Sierra, que el pueblo de Los Nevados mantenga su grandiosa memoria por los tiempos de los tiempos, y que no sea yo, uno que peque de olvidar. Los

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El profesor Dimas se sintió contento de haber grabado con su cámara tan bellas palabras, entonces, ambos se despidieron con mucho afecto, palmeándose las espaldas, y el profesor se fue a tomar el toyota de regreso a Mérida. Durante las cuatro horas de viaje por la carretera, el profesor recordaba con cariño todas las historias que había oído por boca de los nevaderos, de don Augusto, de Guacharaco, de don Pancho y de muchos otros que le habían ayudado en su tarea de reconstruir la memoria histórica de Los Nevados... Por la ventana del rústico miraba el hermoso paisaje, y se sintió muy agradecido en su corazón, de poder observar tanta belleza.

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Juntos de nuevo

(Una semana más tarde) Era sábado. Con los primeros rayos del sol, don Augusto despertó a Ponciano con dulzura. –Levántate mi muchachito, hoy vamos a hacer algo que debimos hacer hace tiempo. –Abuelo, ¿qué tenemos que hacer tan temprano? –Vamos a trabajar un poco nuestras tierras, Ponciano, vamos a empezar cortando el monte que ha crecido allá en los barbechos. –Abuelo, pero usted está muy mayor para trabajar la tierra y yo estoy muy chiquito. Dijo Ponciano medio dormido. –Ya vas a ver qué buen equipo haremos juntos, y no digas que estás muy chiquito, ¡que yo te vi como echabas escardilla en las tierras de Guacharaco, como todo un hombre! A regañadientes Ponciano salió con su abuelo y se pusieron a limpiar el terreno de malezas. Guacharaco había enviado a su nieta Renata a casa de Ponciano a que le pidiera a Isolina un poco de panela para endulzar la masa de las arepas. Renata pasó por el terreno donde Ponciano y don Augusto trabajaban juntos y, saludó con una sonrisa. A Ponciano se le cayó el machete de la mano, y no se cuidó de ocultar la cara de enamorado delante de su abuelo. Don Augusto hizo como el que no lo vio. Los

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Isolina le dio a Renata la mitad de la última panela que tenía y le pidió el favor de llevarles a Ponciano y a don Augusto la jarra de aguamiel que les había preparado para que se refrescaran. Renata aceptó con gusto hacer el favor. Al salir Renata, entró Olinto en puntillas, sin hacer ruido para darle la sorpresa a su mujer. Isolina cortaba las verduras para la sopa del almuerzo cuando Olinto la abrazó por la espalda, haciéndola dar un brinco de la impresión. –Te dije que cuando volviera tú sabrías que era lo bueno que que yo sacaría viviendo lejos de ustedes, en Mérida,... y aquí estoy. Dijo Olinto. –Me alegra que hayas llegado con bien, no sabes cómo se me pone el corazón sabiendo que andas por esa carretera tan peligrosa. Dígame pues lo que me va a decir, ¿Qué es lo bueno que piensas sacar de dejarnos aquí solos? Con gusto quisiera escuchar la respuesta a esa pregunta que siempre te hago cuando te vas cada domingo. –¡Dinero para empezar a cultivar nuestras tierras, y quedarme aquí para siempre a tu lado, al lado de Ponciano y al lado de mi papá. Yo pensaba que lo mejor era que hiciera dinero en Mérida para llevármelos a todos a vivir allá, pero he cambiado de opinión. Yo soy nevadero y es en Los Nevados en donde debo estar y donde quiero morir. A Isolina se le salieron las lágrimas por saber que la familia estaría otra vez completa... Olinto le secaba las lágrimas y le contaba del proyecto que le aprobó la señora Mónica del Fondo de Desarrollo Agrícola, para realizar un vivero con especies autóctonas para la reforestación de las tierras áridas y baldías de Los Nevados.

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Allá en los barbechos Ponciano y su abuelo habían adelantado bastante en el corte del monte, en ese instante aparece Renata y dice: –Toma Ponciano esto te lo mandó tu mamá para ti y tu abuelo. Dijo Renata en el terreno. –Gracias. Dijo Ponciano asiendo la jarra con una mano y con la otra sujetándole el brazo tímidamente a Renata. Cuando Renata se dio la media vuelta para regresar a su casa con la panela para las arepas, Ponciano le gritó sin pensarlo dos veces. –¡Oye Renata! ¿Tú sabes montar bicicleta? –No. Respondió Renata. –¿Quieres aprender? Preguntó Ponciano. –Sí, dijo Renata con los cachetes más rojos que nunca. –Entonces en la tarde te busco con mi bici para que aprendas. Entre tanto llegaron Isolina y Olinto a las tierras a dar la buena noticia. Renata se fue alegre y Ponciano tenía ahora una alegría doble al ver a su padre. Olinto besó y abrazó a su hijo querido y luego se paró en frente de don Augusto. –Papá, esta vez vine a quedarme. Conseguí un dinerito para poner a producir estas tierras. Dijo Olinto. –Pues bendito sea Dios. Dijo don Augusto, y dándole un machete a su hijo le dijo sonriendo, tenga, para luego es tarde, échenos una mano. Todos rieron llenos de dicha, y desde entonces no se separaron jamás. Los

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Anexos

Las Tics subvierten la vida cotidiana en Los Nevados El salto de la mula al ciberespacio

Era un día soleado del mes de marzo de 1995 en la población de Canaguá. A instancias de la Pastoral Social habíamos acordado encontrarnos en la casa de la cultura para realizar un taller sobre acompasamiento comunitario. En ese lugar conocimos a Omar Castillo Sanchez, un soñador nacido en Los Nevados. Nos habló con gran convicción de su anhelo de fundar una radio en su pueblo natal y de llevar la señal de Internet. En aquel momento no podíamos sospechar siquiera cómo esa idea que entonces parecía tan aventurada, en apenas una década, se traduciría en una realidad sorprendente. Los Nevados cuenta hoy con un uno de los sistemas de telecomunicaciones más avanzado del país. Ha pasado de ser un poblado aislado, con una falta casi total de medios de comunicación, a tener, entre otros tantos logros: una carretera sensiblemente mejorada, un parque automotor con más de veinte toyotas y decenas de motocicletas, una radio comunitaria con equipos profesionales que transmite las 24 horas todos los días, televisión satelital, telefonía fija y móvil, radios dos metros para las comunicaciones inter-aldeas, un punto de acceso a Internet con 20 computadoras, cabinas telefónicas, sala de usos múltiples, fotocopiadora, video beam, DVD, etc. Atestiguamos un rápido y prodigioso salto, de la mula al ciberespacio. Los Nevados ha superado su aislamiento físico y cultural. Los

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Las comunicaciones en el año 2000 y actualmente (2010)

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Situación anterior (2000)

Situación actual (2010)

Ningún computador en el centro poblado y en las aldeas.

Hoy hay 20 computadores en el punto de acceso y al menos uno en cada cabeza de aldea, además de los que poseen los particulares.

Sólo se escuchaban emisoras extranjeras, principalmente colombianas, a altas horas de la noche.

Hoy escuchan Aldeas 100.5 FM, la radio de Los Nevados posee una de las mejores plantas transmisoras de la región, produce sus propios programas (aprox. 20) y transmite las 24 horas todos los días.

La comunicación entre Mérida y el centro poblado se llevaba a cabo a través de vehículos 4x4 y mediante arreo de mulas para el transporte de carga y turistas, desde la estación Loma Redonda del teleférico. Ambos trayectos duraban aproximadamente 5 horas.

Hoy se ha disminuido la duración del trayecto a 4 horas y se cuenta con una línea turistica de 20 toyotas.

El transporte desde Mérida y hacia los Nevados lo hacían seis vehículos de doble tracción, tres pernoctaban en Mérida y tres en el centro poblado. El costo del pasaje era de veintiocho mil bolívares (ida y vuelta).

Hoy la comunicación terrestre sigue siendo la misma, pero con dos variantes: el teleférico dejó de funcionar y en consecuencia, se paralizaron los arreos de mulas. No obstante, el mejoramiento de la carretera redujo el tiempo de ruta a 4 horas en vehículo rústico y a 2 horas en motocicleta.

La comunicación entre el centro poblado y las aldeas y entre éstas se realizaba a pie o en mula, lo cual suponía desplazamientos entre una y cuatro horas.

Hoy, hay dos líneas de transporte, cada una con seis vehículos. Además hay 24 vehículos particulares, cifra que tiende a aumentar debido al alto costo del transporte: ciento veinte mil bolívares (ida y vuelta).

Había dos teléfonos satelitales (uno privado y otro público) que casi siempre estaban inoperantes y que cuando

Hoy, dicha comunicación cuenta con el apoyo de un sistema de radios 2 metros que interconecta todas las aldeas entre

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Las comunicaciones en el año 2000 y actualmente (2010) Situación anterior (2000)

Situación actual (2010)

servían no se usaban debido al alto costo de las llamadas.

sí, con la telefonía fija y móvil más la radio. La mula está siendo sustituida por las motos. Todo ello ha significado un ahorro considerable de tiempo y dinero.

No existía señal de Internet.

Hoy existen veinte computadoras conectadas al satélite, tres cabinas telefónicas en el punto de acceso y las llamadas se cobran al precio de una llamada local. Además, en cada vivienda hay un teléfono fijo y se ha generalizado el uso del teléfono celular.

Además de la junta parroquial y la prefectura, la única organización civil existente era Dicoartes.

Hoy el centro poblado cuenta con una infraestructura comunicacional moderna: un centro de conexiones con 12 estaciones de trabajo, una planta eléctrica, una sala de usos múltiples, fotocopiadora, impresora, DVD, Video Bean, y demás accesorios.

Las relaciones con otras instituciones se limitaban a reuniones eventuales con los representantes de la Universidad, la iglesia, la gobernación, la alcaldía y los partidos políticos.

Hoy se le suman los consejos comunales en el centro poblado y en cada una de las nueve aldeas, la línea turística, Funda radio TV Los Nevados, la asociación de arrieros, la cooperativa ruta del sur, la cooperativa de la media luna y otras. Hoy, esas relaciones se han formalizado y multiplicado considerablemente a través de acuerdos de cooperación: Pdvsa, Universidad Simón Bolívar, Conac, Fundacite, Conatel, Fundación Banco Mercantil, Telcel, Fe y Alegría, Scouts, Fundación Niños del Mundo, Radio El Pedregal, Comunidad Autónoma Vasca, Cormetur, Inderural, Consejo Legislativa, Iute, Fundapris, Inparques, Casa de la Cultura Juan Félix Sánchez, Radialistas apasionados y apasionadas del Perú, etc.

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¿Dónde queda Los Nevados? ¿Cómo se llega? Los Nevados está ubicado en el corazón del Parque Nacional Sierra Nevada, se encuentra a 2.711 msnm a una distancia de 14 km desde la Estación Loma Redonda del Sistema Teleférico de Mérida. Al centro poblado se llega a través de dos vías: por el teleférico (cuando está operativo), luego de una hora de ascenso hasta la estación Loma Redonda, y después, desde el apostadero de mulas ubicado en este lugar, en un recorrido que dura cuatro horas, viajando sobre una mula o caminando seis horas a paso lento; también por una carretera de 32 kilómetros desde la ciudad de Mérida hasta El Morro (asfaltada), más 17 kilómetros de carretera de tierra, siguiendo un trayecto de cuatro horas en un vehículo de doble tracción. Antes de 1958 se llegaba en doce horas luego de bregar con las mulas por dos caminos: el que venía de la cuesta de Belén y el que subía por Mucunután. Los Nevados fue elevado a la condición parroquial, el 13 de Febrero 1992. Está constituido por las Aldeas Centro, El Hato, Las Plumas, San Isidro, Carrizal, Curazao, Apure, San Antonio y San Rafael. Cuenta con aproximadamente 1.200 habitantes, si le suma la población flotante, es decir, los pobladores que se han ido del pueblo, habitan en la ciudad, pero suben al pueblo semanalmente, mensualmente o en vacaciones, más que todo a ver a sus familiares y a darle una vuelta a los enseres que aún conservan allí. ¿Cuántos niños van a la escuela? A las cinco escuelas lugareñas asisten 160 niños. Reciben clases desde el preescolar hasta el sexto grado de educación básica, la continuación de sus estudios de bachillerato lo realizan en la parroquia El Morro o en la ciudad de Mérida, los que tienen la posibilidad. Importa hacer saber que estos niños realizan largas caminatas desde sus casas para poder asistir a sus clases, aunado a una escasa y poco nutritiva alimentación.

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¿Qué se produce en Los Nevados? La principal fuente de recursos de las familias proviene de las actividades agrícolas. Se cultiva la papa y el trigo, para el autoconsumo y una pequeña parte para la venta. También se cultivan la zanahoria, la caraota, el maíz, la arveja, el cebollín y el ajo. Otras fuentes de ingreso corresponden a los empleos públicos y el turismo. ¿Por qué en Los Nevados se produjo un cambio tan deslumbrante? No ha sido cuestión de magia ni de suerte. Es sabido que Los Nevados casi desaparece antes de la construcción del teleférico, pero gracias a este medio de comunicación se restituyó el cordón umbilical de los abuelos con los hijos y con los nietos que se habían marchado a la ciudad. Lo indiscutible es que los pobladores tuvieron que soportar muchas vicisitudes que los obligaron a comprender que debían unirse y organizarse para sobrevivir. Desde entonces se han identificado en sus causas y han creado organizaciones para la preservación del patrimonio material y cultural de la población y para la ayuda mutua. En los últimos años fundaron una veintena de asociaciones como las que indicamos a continuación. Organizaciones locales y sus actividades Organizaciones locales

Actividades

Asociación de Arrieros Los Nevados

Organiza los turnos de arreos turísticos por aldea, planifica las cayapas y participa en actividades culturales y recreativas.

Asociación de posaderos Los Nevados

Brinda hospitalidad a los turistas y colabora ofreciendo servicios solidarios a los visitantes.

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Organizaciones locales y sus actividades Organizaciones locales Consejos comunales (9)

Realiza los proyectos comunitarios y administra los recursos destinados a las obras propuestas.

Cooperativa Ruta Sur

Administra y realiza el mantenimiento del punto de acceso.

Cooperativa de la Media Luna

Participa en las obras de ingeniería y mantenimiento que se ejecutan en la parroquia.

Cooperativa El Monay (Aldea Carrizal)

Gestiona la Muco Posada El Carrizal en sociedad con la Fundación Andes Tropicales.

Dicoartes

Organiza eventos culturales y realiza cursos de capacitación en oficios.

Funda Radio TV Los Nevados

Administra y gerencia Aldeas 100.9 la radio de Los Nevados.

Junta Parroquial

Representa a la parroquia ante las instancias estadales y municipales para la elaboración del presupuesto y la gestión de proyectos locales.

Línea de Nevados

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Actividades

transporte

turístico

Los

Transporte de pasajeros y carga menor; ofrece tarifa solidaria a los nativos y a los cooperantes.

Prefectura de Los Nevados

Resguardo del orden público en la localidad.

Registro Civil Los Nevados

Asienta los nacimientos y fallecimientos y lleva los libros para su certificación al registro principal.

Mesa técnica de agua “Despertar de Los Nevados”

Se ocupa de todo lo relacionado con la construcción y el mantenimiento del acueducto rural.

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evados

Este empeño en trabajar en equipo asociatista ha ��������������������������� posibilitado la configuración de una estructura social propia y el establecimiento de múltiples relaciones con personalidades, instituciones, amigos, que han dimensionado la importancia de la etnotecnología y que le han dado un decisivo impulso al desarrollo de las aldeas. Una muestra de ello se evidencia en la lista de organizaciones con las cuales mantiene relaciones. Organizaciones externas y formas de apoyo o auspicios Relación con organizaciones externas

Apoyos o auspicios

Alcaldía del Municipio Libertador (Mérida)

Donación de mobiliario para la radio. Difusión de campañas institucionales, contratación de cuñas y construcción de puentes.

Asociación Scout de Venezuela

Operativo de limpieza de las caminerías, donación de ropa y juguetes, actividades recreativas.

Asociación Niños del Mundo (Mérida)

Actividades pedagógicas y recreativas para los niños, participación en el programa “la hora de los niños” y “generación libre”.

Banco Mundial

Consignatario del proyecto “tecnología del transporte y las telecomunicaciones en Los Nevados”.

Cadela Mérida

Ampliación del tendido eléctrico hasta Piedra Nevada (enclavamiento de la antena), asignación de un obrero para reparaciones menores.

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Organizaciones externas y formas de apoyo o auspicios

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Relación con organizaciones externas

Apoyos o auspicios

Casa de la cultura “Juan Félix Sánchez”

Facilita local alterno para Dicoartes en la ciudad de Mérida.

Conac

Respaldo financiero para las actividades artesanales y la organización del encuentro de arrieros.

Conatel

Habilitación de la radio, financiamiento para la compra de la sede de la radio, construcción y equipamiento del punto de acceso.

Cormetur

Contratación de cuñas institucionales.

Direc TV

Instalación de TV satelital en plan prepago a las viviendas del centro poblado y las aldeas.

Dislay Televisión

Canal televisivo aragüeño en la banda UHF para la realización de documental “Los Nevados Incógnito”.

Eguzqui Cooperación Vasca

Programa de cooperación internacional (siete jóvenes cooperantes interanuales).

Escuela de fotografía Expediciones Fotográficas

Donación de un horno para cerámica, extractores, suscripción, imagen corporativa de la radio, insumos, suscripción de Direct TV.

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Organizaciones externas y formas de apoyo o auspicios Relación con organizaciones externas

Apoyos o auspicios

Fundacomunal

Estudio socioeconómico Los Nevados, lineamientos programáticos sobre los consejos comunales.

Fundación Telcel

Donación de computadoras usadas.

Jour et Nuit Productions

Producción y realización del documental sobre la radio y la bibliomula.

Fundación SER de Venezuela

Asesoramiento, capacitación y documentación.

Fundacite Mérida

Convenio para el establecimiento de la Casa de Ciencia y actividades de capacitación.

Global Star

Instalación de dos teléfonos satelitales en la sede la prefectura.

Gobernación del estado Mérida

Donación de un computador. Contratación de cuñas institucionales.

Humanet Red Humana

Capacitación y mediación interinstitucional.

Movilnet – Cantv

Instalación de antena para proveer señal de telefonía fija y celular.

Movistar

Servicio de Internet y comunicación con tecnología IP satelital.

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Organizaciones externas y formas de apoyo o auspicios Relación con organizaciones externas Optivisión

Producción y edición del documental sobre el encuentro de arrieros.

Radialistas apasionados del Perú

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Apoyos o auspicios

Producción de micros sobre la identificación de la radio.

Radio Francia Internacional

Transmisión del noticiero y participación en los foros provinciales.

Radio comunitaria El Pedregal Mérida

Préstamo de equipo, entrenamiento y producciones mancomunadas.

Redtv (Minci)

Equipamiento tecnológico para la radio.

Superintendencia Nacional de Cooperativas

Registro, legalización y supervisión de las cooperativas locales.

Teleférico de Mérida

Exoneración de costo de traslado para comisionados, publicidad.

Universidad de Los Andes

Acompañamiento, asistencia técnica, formulación de proyectos, capacitación, documentación y sistematización de la historia local.

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Índice Agradecimiento

9

Presentación

11

Don Augusto y su nieto Ponciano

17

La llegada del profesor Dimas

23

Los Baquianos

31

Aldeas 100.5 FM La Voz de Los Nevados

47

La cayapa o convite

61

El teleférico

67

Los arrieros

85

La carretera

97

Juntos de nuevo

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Anexos

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La presente edición de Los Nevados cuenta su historia, de Nelson Morales (compilador) con un tiraje de 300 ejemplares, se terminó de imprimir en mayo de 2011, en los Talleres Gráficos Universitarios, ULA, Av. Andrés Bello, antiguo Central Azucarero, La Parroquia, Mérida, Venezuela.