Los mitos de la democracia chilena: Desde la Conquista a 1925 [Tomo I]
 9789563240634, 9563240634, 9789563240917, 956324091X, 9789568303105, 9568303103

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Felipe Portales

LOS MITOS DE LA DEMOCRACIA CHILENA Desde la Conquista hasta 1925

Luis Felipe Portales Cifuentes, so­

ciólogo, titulado en la Universidad

Católica de Chile (1977), se ha es­ pecializado en derechos humanos y relaciones internacionales.

Ha sido Visiting Scholar de la Universidad de Columbia (1984-

85) y Asesor de Derechos Humanos del Ministerio de Relaciones Exte­ riores (1994-96). Además, integró la delegación de Chile a la Confe-

rencia Mundial de Derechos Hu­

manos efectuada en Viena en el año 1993. Se destacan entre sus publica­

ciones el libro Manifiesto contra

la guerra, editado en España (Fun­ dación CIPIE) en 1986, y Qué son

los derechos humanos, Primer Pre­ mio del concurso organizado por la Vicaría de la Solidaridad de Santiago. Su última publicación

fue Chile, una democracia tutela­

da (Editorial Sudamericana, 2000). Es colaborador habitual en los

medios de prensa locales. En el año 2005 Los mitos de la

democracia chilena fue conside­ rado el mejor libro en su género,

recibiendo uno de los reconoci­ mientos

más

significativos

otorgados en Chile, el premio Consejo Nacional del Libro.

LOS MITOS DE LA DEMOCRACIA CHILENA

FELIPE PORTALES

LOS MITOS DE LA DEMOCRACIA CHILENA Tomo I Desde la Conquista a

1925

PORTALES, FELIPE

Los mitos de la democracia chilena / Felipe Portales

Santiago: Catalonia, 2004 464 p.; 16 x 26 cms

ISBN 956-8303-10-3 HISTORIA DE CHILE

983

Dirección editorial: Arturo Infante Reñasco Diseño de portada e interiores: Patricio Andrade Edición de textos: Jorgelina Martín Impresión: Andros Impresores, Santiago de Chile

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, en todo o en parte, ni registrada o transmitida por sistema alguno de recuperación de información, en ninguna forma o medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo, por escrito, de la editorial. Primera edición: Agosto 2004 Segunda edición: Marzo 2006

ISBN 956-8303-10-3 Registro de Propiedad Intelectual N° 141.382 © Felipe Portales, 2004 © Catalonia Ltda., 2004 Santa Isabel 1235, Providencia Santiago de Chile www.catalonia.cl

A la memoria de Celinda Reyes Bermayer y Jaime Castillo Velasco.

En homenaje a todos los que ofrecieron su vida en la lucha pacífica por el respeto de los derechos humanos en nuestro país. Especialmente al poeta José Domingo Gómez Rojas y a los miles de trabajadores mártires de Santa María de Iquique.

En Chile la ley no sirve para otra cosa que no sea producir la anarquía, la ausencia de sanción, el libertinaje, el pleito eterno, el compadrazgo y la amistad... De mí sé decirle, que con ley o sin ella, esa señora que llaman la Constitución hay que violarla cuando las circunstancias son extremas. Y qué importa que lo sea, cuando en un año la paruulita lo ha sido tantas por su perfecta inutilidad.

Diego Portales Entiendo el ejercicio del poder como una voluntad fuerte, directora, creadora del orden y de los deberes de la ciudadanía. Esta ciudadanía tiene mucho de inconsciente todavía y es necesario dirigirla a palos (...) Entregar las urnas al rotaje y a la canalla, a las pasiones insanas de los partidos, con el sufragio universal encima, es el suicidio del gobernante, y no me suicidaré por una quimera. Veo bien y me impondré para gobernar con lo mejor y apoyaré cuanta ley liberal se presente para preparar el terreno de una futura democracia. Oiga bien: futura democracia.

Domingo Santa María Condeno en la forma más categórica la obra de los agitadores y perturbadores del orden y del trabajo y los considero enemigos del pueblo y enemigos del progreso de la República.

Arturo Alessandri

AGRADECIMIENTOS

Agradezco en primer lugar a la Fundación Ford y al Institute of International Education por el apoyo económico necesario para efec­ tuar una obra de esta envergadura. Asimismo, a la Universidad Acade­ mia de Humanismo Cristiano por haber patrocinado el estudio. Tengo también una profunda deuda de gratitud con quienes creye­ ron en este esfuerzo y me aportaron un especial apoyo para su realiza­ ción y edición. Me refiero a Martín Abregú, Magaly Alegría, José Bengoa, Paz Betancourt, Arturo Infante, Pablo Portales, Ricardo Pulgar y José Miguel Vivanco. Agradezco también encarecidamente la dedicación por la rigurosa obra de secretaría de Catherine Agurto y Marcela Suárez. Asimismo, agradezco el material, antecedentes o sugerencias que me brindaron generosamente Benjamín Acosta, Mauricio Avaria, José Aylwin, José Ignacio Cifuentes, Sofía Correa,Heraldo de Pujadas, Cristián Gazmuri, Felipe González Morales, Juan Gumucio, Ramón Huidobro, Carlos Huneeus, Hugo Latorre, Marcos Lima, Alejandro Magnet, Jorgelina Martín, Juan Pablo Moreno, Elias Padilla, Carlos Por­ tales Cifuentes, Mario Portales, Carlos Portales Undurraga, Ricardo Pulgar Betancourt, Alfredo Riquelme, Gabriel Salazar, Sergio Sánchez Bahamonde, Pablo Sierra, Julio Subercaseaux, Armando Uribe y Angelo Villavecchia. Por último, agradezco al personal de la Biblioteca Nacional, de la Biblioteca del Congreso, de la Biblioteca del Instituto de Estudios In­ ternacionales de la Universidad de Chile y de la Biblioteca de la FLACSO que anónima y desinteresadamente colaboraron con mi in­ vestigación.

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ÍNDICE

Agradecimientos

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Introducción

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Primera Parte DESDE LA CONQUISTA A 1891

Capítulo I Origen traumático de la sociedad chilena 1. 2. 3. 4.

Guerra de Arauco Relaciones señoriales de dominación Identidad mestiza no asumida Gran contradicción entre teoría y práctica

Capítulo II El mito de la república democrática 1. Régimen político autocrático: 1830-1891 2. Debilitamiento progresivo de la autocracia: 1861-1891 3. Sistema económico-social

Capítulo III El mito de la pacificación de la Araucanía 1. La Independencia y los mapuches 2. Búsqueda de integración pacífica 3. Legitimación y aplicación de la expoliación

Capítulo IV El mito de Balmaceda y la contrarrevolución de 1891 1. El mito nacionalista 2. El mito industrialista 3. El mito popular y revolucionario

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81 81 84 88

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Capítulo V La compleja herencia del

siglo xix

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Segunda Parte LA REPÚBLICA OLIGÁRQUICA: 1891-1925

Capítulo VI La matriz autoritaria de la república oligárquica 1. 2. 3. 4. 5.

Vigencia plena del fraude electoral Inmovilismo político Gran similitud de los partidos políticos Altos niveles de corrupción Represión dosificada de la disidencia

Capítulo VII Relaciones internacionales hostiles Capítulo VIII Despilfarro económico y gran inequidad social 1. 2. 3. 4. 5. 6.

Evolución económica Los sectores populares Los pueblos indígenas La clase oligárquica Las clases medias Las Fuerzas Armadas

Capítulo IX El ocaso de la 1. 2. 3. 4. 5. 6.

república oligárquica

Agotamiento del sistema económico Resurgimiento del movimiento obrero y de la represión Creciente poder e insatisfacción de la clase media Emergencia de las reivindicaciones de la mujer Candidatura y Gobierno de Alessandri El colapso final

Índice Onomástico

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225 225 232 263 273 293 307

317 317 323 354 371 379 440

447

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INTRODUCCIÓN

Este libro constituye un estudio de la historia de Chile a la luz de la evolución de la democracia, el respeto a los derechos y a la dignidad de toda persona humana. En este primer tomo se consideran las caracte­ rísticas fundacionales de la sociedad nacional como producto de la Conquista española. Luego se analizan los principales rasgos de la evo­ lución política y social decimonónica. Para, finalmente, centrarse en el análisis de la república oligárquica surgida en 1891, incluyendo los ele­ mentos políticos que la constituyen, sus bases económico-sociales y la fase de declinación que culmina con su colapso final en 1925. El nacimiento de nuestra sociedad nacional, al igual que en el resto de América, fue extremadamente traumático. Se trató de una conquis­ ta virtualmente genocida, acompañada de la introducción de una gi­ gantesca desigualdad social, con una mezcla étnica semi-violatoria en­ tre el hombre español y la mujer indígena y una flagrante contradicción entre una doctrina de amor fraternal y una práctica despótica, explota­ dora y discriminatoria. Con el agravante, en el caso de Chile, de la existencia de un estado de guerra permanente, un menor control de las tropelías locales, por la remota ubicación geográfica (y, por tanto, una mayor contradicción entre la legislación indiana y su concreta inaplicabilidad], junto a una forzosa y mayor subyugación de la mujer nativa, por el menor número de españolas asentadas en estas tierras como producto de la lejanía y de la guerra permanente que agobiaba este territorio. Todo lo anterior repercutía en la conformación de una sociedad particularmente autoritaria, clasista y racista; y, a la vez, más ordenada y eficaz que las del resto de la América española. Y, por otro lado, con una extraordinaria capacidad de mitologizar la propia realidad y difun­ dir exitosamente sus construcciones míticas; ayudada, por cierto, por esa misma lejanía del resto del mundo. Ello explica cómo Chile se forjó, desde sus inicios, como un país independiente bajo la forma de una “república democrática", regida en la práctica como monarquía absoluta, con cambio de titulares cada

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diez años, hasta 1871; y, luego hasta 1891, cada cinco. Y en la que el “estado de derecho” servía de excelente adorno para prolongar eficaz­ mente "el peso de la noche” colonial, esto es, la sumisión de la gran masa de la población al orden social establecido verticalmente por la oligarquía. Asimismo, ello explica porqué la situación material de las clases populares bajo esta república fue literalmente atroz, incluso después de que afluyeran al país, a raudales, los ingresos del salitre. Y cómo, por otro lado, tuviera una oligarquía cuyas riquezas y ostentación la ubica­ ban entre las más opulentas del mundo. Todo ello permite entender también la “buena conciencia” oligárquica para expoliar millones de hectáreas y para desplazar de modo virtualmente genocida a la población mapuche, bajo el rótulo de “pacificación de la Araucanía”. No obstante, el mito no solo cumple el papel falaz de ocultarnos exitosamente una realidad negativa, para tranquilidad de las concien­ cias. Inevitablemente, está, al mismo tiempo, proclamando un ideal de bondad y justicia que, tarde o temprano, en la medida que se asuma honestamente esta realidad, debiera servir de guía para denunciar el engaño y crear las condiciones para un acercamiento real a dichos idea­ les. De este modo, en el período que cubre este tomo se puede consta­ tar la voluntad y eficacia de la oligarquía en desembarazarse de la auto­ cracia cuasi-monárquica y, luego, la voluntad y eficacia de los sectores medios para crear las bases de una ampliación de la estrecha república oligárquica de comienzos del siglo XX. Así también, tarde o temprano, se irá adquiriendo consciencia y desplegando capacidad para transformar nuestra actual democracia tutelada en una auténtica democracia donde se respeten efectivamen­ te los derechos y la dignidad de toda persona.

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PRIMERA PARTE

DESDE LA CONQUISTA A 1891

CAPÍTULO I

ORIGEN TRAUMÁTICO DE LA SOCIEDAD CHILENA

Los orígenes de la sociedad chilena, como los del conjunto de América, fueron muy traumáticos. De hecho, la conquista y colonización euro­ peas supusieron, en definitiva, un genocidio para los pueblos indígenas americanos; y, para los que sobrevivieron, la implantación de una ex­ trema servidumbre. Como lo señaló el ilustre fraile dominico Bartolomé de las Casas: “Dos maneras generales y principales han tenido los que allá (América) han pasado, que se llaman cristianos, en estirpar y raer de la haz de la tierra a aquellas miserandas naciones. La una, por injus­ tas, crueles, sangrientas y tiránicas guerras. La otra, después que han muerto todos los que podrían anhelar o sospirar o pensar en libertad, o en salir de los tormentos que padecen, como son todos los señores naturales y los hombres varones (porque comúnmente no dejan en las guerras a vida sino los mozos y mujeres), oprimiéndolos con la más dura, horrible y áspera servidumbre en que jamás hombres ni bestias pudieron ser puestas. A estas dos maneras de tiranía infernal se redu­ cen e se resuelven, o subalternan como a géneros, todas las otras diver­ sas y varias de asolar aquellas gentes, que son infinitas’’1. Esta extrema violencia constituyó el hito fundacional de nuestro continente, lo que está siendo cada vez más reconocido por la concien­ cia histórica americana: “Si de ‘historia’ se trata, es decir de registro escrito, la Conquista (probablemente el genocidio más grande de la historia de Occidente), la inmigración forzada de millones de esclavos negros desde Africa, la violación física, cultural y económica de los pueblos indios (sustantivo que ya marca el borramiento de las identi­ dades originales), son hitos fundacionales de sociedades en que la vio­ lencia física y simbólica ha sido estructural y constituyente”2. 1 Bartolomé de las Casas. "Brevísima relación de la destruyción de las Indias” (1552) en: Bartolomé de las Casas. Obra Indigenista. Edición de José Alcina Franch; Alianza Editorial, Madrid, 1992, p. 71.

2 Patricia Funes. "Nunca Más. Memorias de las dictaduras en América Latina. Acerca de las Comisiones de Verdad en el Cono Sur”, en: Bruno Groppo y Patricia Flier (compil.). La imposi­ bilidad del olvido. Recorrido de la Memoria en Argentina, Chile y Uruguay; Ediciones Al Margen, La Plata, 2001, p. 54.

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El proceso español de la Conquista, pese al talante pacífico de bue­ na parte de los indígenas americanos, se tradujo en una vorágine de crueldades y matanzas: “Entraban en los pueblos, ni dejaban niños ni viejos, ni mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban e hacían pedazos. Tomaban las criaturas de las tetas de las madres, por las pier­ nas, y daban de cabeza con ellas en las peñas... Otros, ataban o liaban todo el cuerpo de paja seca, pegándoles fuego así los quemaban. Otros, y todos los que querían tomar a vida, cortábanles ambas manos y dellas llevaban colgando, y decíanles: 'Andad con cartas’, conviene a saber, lleva las nuevas a las gentes que estaban huidas por los montes. Co­ múnmente mataban a los señores y nobles desta manera: que hacían unas parrillas de varas sobre horquetas y atábanlos en ellas y poníanles por debajo fuego manso, para que poco a poco, dando alaridos en aque­ llos tormentos, desesperados, se les salían las ánimas... enseñaron y amaestraron lebreles, perros bravísimos que en viendo un indio lo ha­ cían pedazos en un credo... Estos perros’ hicieron grandes estragos y carnicerías”3. Además, los españoles esclavizaban a los indígenas marcando su piel a hierro, cual animales; violaban a las mujeres; quemaban sus casas y les despojaban de sus escasos bienes. En suma, “entraron los españo­ les... como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días ham­ brientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, e hoy en este día lo hacen, sino (a estas gentes) despedazallas, matallas, angustiabas, afligillas, atormentabas y destraillas”4. 1. Guerra de Arauco

La crueldad extrema que caracterizó la conquista española en los pri­ meros tiempos se extendió notablemente en Chile, dada la resistencia permanente que ofrecieron los mapuches. A tal punto que solo a me­ diados del siglo XVIII se establece una frágil paz, con el virtual recono­ cimiento de la autonomía indígena al sur del Bío-Bío por la corona española, en virtud del Parlamento de Negrete, del 13 de febrero de 17265. Por cierto, los diversos métodos de exterminio, mutilaciones, escla­ vitud, violaciones de mujeres y destrucción y despojo de bienes, fueron también asiduamente utilizados en nuestro país desde el comienzo, sea con los indios que se resistían o con los que aceptaban la dominación española ("indios de paz”). Así, Hernando de Santillán, quien viajó a Chile en 1557, describe lo que hacían los conquistadores con los in­ 3 de las Casas; pp. 73-74.

4 de las Casas; pp. 69-70. 5 En realidad, el primer acuerdo en tal sentido se efectuó por el Parlamento de Quilín, el 6 de enero de 1641. Sin embargo, los españoles no lo respetaron.

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dios: “matando mucha suma dellos debajo de paz, e sin darles a enten­ der lo que S.M. (Su Majestad el Rey de España) manda se les aperciba, aperreando muchos (matando con perros), y otros quemándolos y es­ calándolos (escaldándolos), cortando pies y manos e narices y tetas, robándoles sus haciendas, estrupándoles sus mujeres e hijas, poniéndo­ les en cadenas con cargas, quemándoles todos los pueblos y casas, ta­ lándoles las sementeras de que les sobrevino grande enfermedad y murió grande gente de frío y mal pasar y de comer yerbas y raíces, y los que quedaron, de pura necesidad tomaron por costumbre de comerse unos a otros de hambre”6. El historiador y arzobispo de Santiago, Crescente Errázuriz (19181931), cita en sus obras una carta del propio Pedro de Valdivia, quien luego de una batalla ordenó la mutilación de centenares de indígenas: “Mandó mutilar Valdivia a esos cuatrocientos infelices, cortándoles la mano derecha y las narices. En seguida, como para añadir a la ferocidad el escarnio, les dijo que era el castigo por su rebeldía: se les había hecho saber la obligación de someterse al Rey de España”7. Asimismo, el dominico Gil González de San Nicolás, a mediados del siglo XVI, denuncia las crueldades cometidas por los conquistado­ res: “Llevan encadenados a hombres y mujeres indígenas y los usan de cebo para perros, para entretenerse mirando como los perros los des­ trozan. Destruyen las cosechas, queman las casas llenas de indios aden­ tro, cerrando las puertas de manera que ninguno pueda escaparse”8. Sin embargo, la gran mortandad de indígenas en el Chile del siglo XVI no se debió solamente al exterminio directo de personas. Muchos murieron de hambre o como producto de las atroces condiciones de trabajo impuestas en los lavaderos de oro y en las encomiendas agríco­ las. Testigo de lo anterior fue, entre otros, el obispo de Imperial, Anto­ nio de San Miguel, quien informa, hacia 1582, que los indios enco­ mendados recibían salarios que no les permitían alimentarse debidamente “i los tratan peor que esclavos i como tales se hallan mu­ chos vendidos i comprados de unos encomenderos a otros y algunos muertos,... i las mujeres que mueren i revientan con las pesadas cargas i a otras i a sus hijos los hacen servir en sus granjerias i duermen en los campos i allí paren i crían mordidos de savandijas ponzoñosas i mu­ chos se ahorcan i otros se dejan morir sin comer i otros toman yervas venenosas i hai madres que matan a sus hijos en pariéndolos diciendo que lo hacen por librarlos de los trabajos que ellos padecen”9.

6 cit. en José Bengoa. Conquista y Barbarie; Ediciones Sur, Santiago, 1992, pp. 42-43. 7 cit. en Bengoa (1992); p. 42.

8 cit. en Brian Loveman. Chile. The Legacy of Hispanic Capitalism; Oxford University Press, New York, 1988, p. 60.

9 cit. en Bengoa (1992); p. 44. Asimismo, Fray Diego de Medellín, en carta al rey de España de 17 de enero de 1587, le denuncia: "Todos estos naturales andan tan mal tratados y tan aporreados,

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Por otro lado, el historiador Alvaro Jara nos relata que “el trabajo de los lavaderos de oro ha sido descrito por los cronistas de la época con sombríos colores, uno de cuyos tonos incide en la amplia mortalidad de los indígenas provocada por la excesiva dureza de las labores y la prolongada permanencia dentro del agua de los ríos para lavar las are­ nas auríferas en el tiempo más frío del año”10. Otros factores muy importantes en la muerte de los indígenas fue­ ron las pestes contraídas por el contacto con los españoles, particular­ mente tifus y viruela: “En esos años (1557) surgió la primera gran peste de tifus, que los mapuches llamaron chavalongo. Se dice en las crónicas que habría muerto un 30% de la población indígena, lo que represen­ taría alrededor de 300.000 personas. El año 1563 sobrevino la peste de viruela, que asoló a la población indígena, muriendo un quinto de ella, lo que equivale a unas 100.000 personas aproximadamente. Estas pes­ tes afectaron principalmente a los picunches o mapuches del norte del Bío-Bío, que tenían más contactos con los españoles”11. Fue tanta la disminución de indígenas en la zona norte y central chilena y como las aspiraciones “señoriales” de los españoles les “impe­ dían" trabajar la tierra, cuidar el ganado o lavar la arena de los ríos, “una de las soluciones fue la esclavitud de los indios de guerra de Arauco, la otra la esclavitud negra y la tercera el amplio desplazamiento de las masas indígenas (huarpes) de allende la cordillera hacia el valle central y la región de La Serena”12. Por supuesto, la traída de dichos indios desde Cuyo por la cordillera se efectuaba en condiciones inhumanas. Así, el obispo de Santiago, Juan Pérez de Espinosa, en carta dirigida al rey, en marzo de 1602, señalaba que cuando había pasado la cordillera “vi con mis propios ojos muchos indios helados. Es negocio terrible para la conciencia que, debiendo estos miserables, que jamás han tomado lanza contra los españoles, ser mantenidos y sustentados en su propia tierra, los desnaturalicen y sa­ quen con este color”13. En cualquier caso, la disminución de la población indígena chilena, hacia fines del siglo XVI, alcanzó proporciones enormes. Así, de acuer­

digo que están de paz, que a más andar se van acabando, porque aliende de sus trabajos, que son muy muchos y tantos que (quien) no los vee no los creerá... les echan derramas para pagar los Corregidores y para otras cosas, ocupándolos ocho meses en minas, y dos en ir y venir. Y cuando toman a su tierra, no hallan qué comer, porque no han sembrado ni lo pueden hacer... Y los que no van a las minas tienen tanto en qué entender, en haber pertrechos para la guerra, y en domar potros y en llevar comida al campo, que casi todo el año se les va en esto;y de los que van, pocos vuelven". (cit. en Humberto Muñoz. Movimientos sociales en el Chile colonial; Imp. San José; Santiago; 1986, p. 68)

10 Alvaro Jara. Guerra y sociedad en Chile; Edit. Universitaria, Santiago, 1987, p. 263. 11 José Bengoa. Historia del pueblo mapuche. Siglos XIXy XX; Lom Ediciones, Santiago, 2000; p. 35.

12 Jara; p. 263. 13 cit. en Jara; p. 289.

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do a José Bengoa, “se calcula un millón de indígenas en lo que hoy es Chile a la llegada de los españoles, a mediados del siglo XVI. Al termi­ nar ese siglo, no eran más de cuatrocientos mil, reducidos en su mayo­ ría al sur del río Bío-Bío”14. A medida que la guerra se intensificaba, a fines del siglo XVI, fue creciendo, de hecho, la esclavitud indígena: “Cuando Martín García Oñez de Loyola (Gobernador desde 1593) llegó a Chile, una actividad económica importante de las guarniciones del Ejército del Sur consis­ tía en la caza de indios para uso personal o para la venta. Dado que los soldados encontraban más fácil capturar indios de tribus pacíficas, es­ tos fueron vendidos como esclavos en mucho mayor número que los rebeldes capturados en la guérra. Pese a los decretos del nuevo gober­ nador que ilegalizaban tales prácticas, el historiador chileno Domingo Amunátegui Solar señaló que todo el territorio del obispado de Impe­ rial se había convertido en un inmenso “mercado de carne humana”, donde los soldados se enriquecían a través de la venta de araucanos, y donde los encomenderos y ricos residentes de Santiago y La Serena obtenían sus sirvientes domésticos o reemplazaban a los nativos de sus encomiendas que fallecían por exceso de trabajo o enfermedades. En enero de 1598, Oñez de Loyola escribió al rey que a través del país se veían multitudes de indios lisiados o mutilados; sin manos, narices u orejas; e indios ciegos cuya condición trágica incitaba a los demás a morir antes que rendirse”15. La crueldad de los conquistadores llegó a tal extremo que generó, a partir de 1598, un levantamiento general mapuche, el cual significó en pocos años la pérdida, por parte de los españoles, de todas las ciudades al sur del río Bío-Bío. Esta derrota impulsó a la Corona a establecer en 1600 un ejército permanente financiado desde Perú (antes los encomenderos debían proporcionar recursos humanos y materiales para tal efecto) y a legalizar, en 1608, la esclavitud indígena. Durante el siglo XVII los españoles consolidaron como táctica gue­ rrera la maloca, que consistió en invasiones fugaces de territorios indí­ genas con fines de pillaje, captura de esclavos y exterminio. Particular­ mente, por su carácter remunerativo, el objetivo más codiciado era el secuestro de personas para su venta: “Mejor presa, de mayor demanda, de más rápida venta, a mejores precios, eran las propias personas de los

14 José Bengoa (1992); p. 44. Así también en México la población indígena “se había reducido desde cerca de once millones al tiempo de la conquista en 1519 a poco más de dos millones al fin del siglo". (J.H. Elliott. Imperial Spain. 1469-1716; Penguin Books, Middlesex, England, 1985, p. 292). Es cierto que hasta el día de hoy las estimaciones del alcance del genocidio varían de modo gigantesco. Lo notable es que en una de las estimaciones conservadoras más extremas se señala que los indígenas americanos disminuyeron en términos absolutos de 13.385.000 a 10.827. 150 entre 1492 y 1570. Es decir, suponiendo una modesta cifra de crecimiento anual de la población de 0,25% en el periodo prehispánico, el genocidio habría afectado a más de un tercio de aquellos (33,42%). (Ver Angel Rosenblat. La población indígena y el mestizaje en América, Tomo I; Edit Nova, Buenos Aires, 1954; p. 122) 15 Loveman (1988); pp. 57-58.

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indios de guerra y especialmente sus mujeres e hijos”. Así, “la guerra adquirió un carácter de pequeñas operaciones, que eran más que nada rápidas incursiones al territorio enemigo, no con la finalidad de infligir­ le una derrota aplastante, sino apoderarse de cautivos y ganados”16. Esta táctica se siguió empleando incluso durante el período de “guerra defensiva” (establecida por la influencia del jesuíta Luis de Valdivia), entre 1611 y 1625. La esclavitud fue formalmente suspendida durante el período de guerra defensiva pero sin mucho éxito. Luego fue renovada hasta que finalmente fue abolida en 1679. Pero como toda la legislación protec­ tora de indios, ella tampoco fue cumplida. De este modo, se .adoptó “el ardid legal llamado depósito, por el cual se colocaba a los indios captu­ rados bajo la custodia de encomenderos o terratenientes quienes acor­ daban supervisarlos a cambio del derecho a utilizar su trabajo. El indio bajo depósito legalmente no ‘pertenecía’ a un español como esclavo, pero sí en la práctica. Así la economía chilena continuó dependiendo de la guerra, la caza de esclavos, el pillaje y la explotación de la fuerza de trabajo rural”17. Sin duda que esta situación de guerra excepcional marcó fuerte­ mente a la sociedad nacional chilena respecto de los demás países lati­ noamericanos. Así como los siglos de guerra interna en España, previos a la conquista americana, habían dejado uña secuela de violencia, bar­ barie y autoritarismo en el pueblo español que se demostró en la pro­ pia brutalidad de dicha conquista18, lo mismo es válido para el caso del pueblo chileno. Más aún por tratarse de un pueblo muy aislado geográficamente y ubicado en el extremo del mundo. Otro aspecto a tener en cuenta en la “guerra de Arauco” -y que también deja particulares secuelas- es que no se trataba de una guerra en que los dos bandos estuviesen claramente definidos. De hecho, hubo una significativa proporción de indígenas -los originarios del norte del Bío-Bío- que oscilaron entre la subordinación, la rebelión y la huida hacia el Sur, controlado por los mapuches. Además, los indígenas cap­ turados como esclavos de guerra ciertamente no eran tampoco de “con­ fianza”. De este modo, podemos afirmar que la sociedad nacional chilena nació en los marcos de un conflicto bélico permanente -“externo” e “interno”-, lo cual predispone, de manera especial, el desarrollo de ras­ gos autoritarios, una visión traumática del conflicto y, por cierto, la disposición a utilizar la extrema violencia en todos los casos en que se vea amenazada la autoridad de los titulares del poder. 16 Jara; pp. 145-146. 17 Loveman (1988); p. 68. 18 José Bengoa hace un interesante análisis al respecto, enfatizando la crueldad a que estaban acostumbrados los españoles con la Inquisición y con las bárbaras formas de represión de las rebeliones campesinas de Castilla a comienzos del siglo XVI. Ver José Bengoa (1992), p. 23.

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2. Relaciones señoriales de dominación Las relaciones sociales establecidas luego de la Conquista entre espa­ ñoles e indígenas fueron de extrema subordinación y explotación eco­ nómica. La codicia desmesurada, junto al total desprecio y la lejanía del control político, llevaron a los conquistadores a establecer un siste­ ma de dominación mucho más gravoso que el europeo de la época: "Después de las muertes y estragos de las guerras, ponen, como es di­ cho, las gentes en la horrible servidumbre arriba dicha, y encomiendan a los diablos (españoles) a uno docientos e a otro trecientos indios. El diablo comendero diz que hace llamar cient indios ante sí; luego vie­ nen como unos corderos; vehdidos, hace cortar las cabezas a treinta o cuarenta dellos e diz a los otros: ‘Lo mesmo os tengo de hacer si no me servís bien o si os vais sin mi licencia’”19. La denuncia apasionada del contemporáneo de las Casas se com­ plementa perfectamente, a siglos de distancia, con la descripción del historiador: “La estructura social y económica de América hispana en sus rasgos esenciales podría ser caracterizada así: 1. una sociedad seño­ rial estratificada sólidamente por la conquista; 2. fuertes lazos de de­ pendencia personal entre encomendados y encomenderos, asegurando una profunda desigualdad social; 3. polarización de las fuentes de ri­ queza en el sector español: tierras, minas, ganado, transportes, fabrica­ ción de productos, comercio; 4. ingresos mínimos del sector indígena, con la consiguiente marginación del consumo de un 90% o más de la población, que queda sin acceso al mercado; y 5. tendencia a la econo­ mía natural, que permite ‘manejar’ mejor el bajo nivel de los salarios, y pagando las remuneraciones -después de largos períodos de serviciosen especies, a precios las más de las veces arbitrarios”20. Lo anterior se explica porque el afán de riquezas, poder y status se constituyó en el motor real de los conquistadores; y porqué se encon­ traron con pueblos autóctonos de mucho menor desarrollo tecnológi­ co y militar a los que fue fácil dominar. Hay que tener en cuenta que la sociedad española era en esa época profundamente jerarquizada, estratificada y represiva; y que quienes llegaban a América formaban parte, por lo general, de los estratos más bajos y sufridos. Por tanto, el nuevo continente les abría las puertas para liberarse de su condición desmedrada y concretamente dejar de efectuar oficios manuales fatigosos; y para convertirse ellos mismos en los amos y señores siguiendo las costumbres que habían conocido siem­ pre, pero esta vez “desde arriba”: "La causa por que han muerto y des­ truido tantas y tales e tan infinito número de ánimas los cristianos ha sido solamente por tener por su fin último el oro y henchirse de rique­

19 de las Casas; p. 144. 20 Jara; p. 310.

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zas en muy breves días e subir a estados más altos e sin proporción de sus personas; conviene a saber por la insaciable cudicia e ambición que han tenido, que ha sido mayor que en el mundo ser pudo”21. Así, se puede decir que de los españoles que venían a América “to­ dos eran señores o aspirantes a serlo. Las Indias Occidentales fueron el caldo propicio donde plasmó una mentalidad que correspondía a la de una sociedad feudal en descomposición y de ambiente demasiado es­ trecho como para que dentro de él se pudieran satisfacer las ambicio­ nes de los potenciales y numerosos señores que eran los hidalgos espa­ ñoles. Por otra parte, los que ni remotamente lo habían sido, al pisar suelo americano ya lo eran. Todos ellos concibieron al indio, como ver­ dadero siervo, destinado a enaltecer a sus nuevos amos"22. En Chile la economía de los primeros tiempos -como en el resto de la América hispana- se “caracterizó por su decidida tendencia a la ob­ tención de metales preciosos”23. Dado que las técnicas de producción eran muy rudimentarias, los conquistadores forzaron a gran número de indígenas a trabajar en las minas y lavaderos de oro. Para esto contaron con la ventaja de que los incas tenían minas en explotación, como con­ secuencia de la dominación prehispánica del centro-norte de Chile. De acuerdo con las estimaciones de cronistas contemporáneos “en 1553 más de 20.000 indios trabajaban en las minas de Quilacoya. Aun­ que esta cifra es probablemente exagerada, no hay duda de que miles de indígenas fueron forzados a extraer oro para los españoles desde La Serena en el norte hasta las minas del sur en Osorno y Valdivia”24. Sin embargo, en Chile no existía abundancia de oro por lo que, hacia fines del siglo XVI, dicha actividad disminuyó drásticamente en importancia: “A medida que el siglo dieciséis progresó, la producción de oro declinó dramáticamente. Los quintos reales (esto es, el 20% de la producción de oro que debía remitirse a la corona española) bajaron desde 35.000-40.000 pesos en 1568 a 32.000 pesos en 1571 y a 22.000 en 1583. En contraste, Potosí producía 170.000 pesos en quintos en 1570”25. De tal modo, la actividad económica que iba a ser central en Chile durante siglos -tanto por su importancia productiva-exportadora como por el impacto de las relaciones sociales que se estructurarían en su interior- era la agricultura y la ganadería conexa. Para esto se procedió -como en el resto de la América hispana- al despojo generalizado de las tierras indígenas, las cuales se entregaban en forma de “mercedes de tierras” de grandes cantidades a la propiedad 21 de las Casas; p. 71.

22 Jara; p. 40.

23 Jara; p. 20. 24 Loveman (1988); p. 75.

25 Loveman (1988); p. 76.

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privada de los conquistadores. Y por otro lado se les entregaba gran cantidad de indios en “encomiendas”, los que en teoría, además de apor­ tarles un tributo o una cuota de su trabajo ([conservando algo de tie­ rras y viviendo fuera de los límites de las tierras de merced!) recibirían a cambio educación religiosa por parte del conquistador. Es así como, durante el siglo XVI, se fue constituyendo la gran pro­ piedad agrícola en Chile y, en particular, en el valle central: “Las merce­ des de tierras eran extensas, y en general mucho más amplias que las verdaderas necesidades o posibilidades económicas de los conquista­ dores. Las encomiendas de los primeros tiempos eran también suma­ mente numerosas: mil indios no era cifra extraordinaria y muchas pa­ saban de los diez mil”26. Por otro lado, el incumplimiento de las normas de la Corona que buscaban impedir el excesivo maltrato y despojo de los indígenas fue un fenómeno común a la América hispana, pero especialmente grave en Chile, dada la mayor dificultad de controlar un territorio tan lejano: “En colonias como México o Perú, donde la autoridad real podía hacer sentir su peso de manera más efectiva, la Corona intentaba limitar la concentración de propiedad y proteger las tierras nativas; el expedien­ te utilizado para ello era quitar a los cabildos (órgano de poder local de los españoles) su poder de otorgar mercedes de tierras, y entregarlo a representantes directos del rey: el virrey, Audiencias o gobernadores. En Chile, no obstante, esta medida no se puso en efecto sino hasta 1575, y para ese momento ya el proceso de ocupación de tierras estaba muy avanzado. En todo caso, no significó mayor diferencia: según Mario Góngora, en Chile tanto los gobernadores como los cabildos entrega­ ban tierras a los colonizadores con la máxima generosidad. Los funcio­ narios locales de la Corona seguían otorgando nuevas mercedes y am­ pliando las ya existentes, a pesar de la legislación real que lo prohibía”27*. Es así como particularmente en Chile se logró el ideal “señorial” de los conquistadores españoles (que, en general, provenían de modes­ tos orígenes campesinos) de tener grandes extensiones territoriales con trabajadores subordinados permanentes, combinación que daría lugar a la hacienda o latifundios, típicos modos latinoamericanos de pose­ sión y usufructo de la tierra. En rigor, al conferir las primeras mercedes de tierras, Pedro de Valdivia “tenía como modelo la organización rural que había conocido de joven: las grandes posesiones señoriales de las órdenes militares en Extremadura”. De este modo, “los trabajadores nativos estarían subordinados al eminente dominio de un señor pode­ roso, y residirían dentro de los límites legales de la gran hacienda. Esta meta señorial, de acuerdo a Mario Góngora, estuvo siempre presente entre los primeros conquistadores. La persiguió (Hernán) Cortés, por 26 Jara; p. 21.

27 Amold J. Bauer. La Sociedad Rural Chilena. Desde la conquista española a nuestros días; Edit. Andrés Bello, Santiago, 1994; p. 22.

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ejemplo, en México; pero sólo en un lugar como Chile, considerable­ mente alejado de los centros de poder imperial, podía encontrar satis­ facción el deseo de ‘señorío’ sobre hombres y tierras juntos”28. A su vez, la situación de los indios encomendados se hizo cada vez más precaria, debido a la creciente incorporación a las haciendas de indígenas esclavos capturados en el sur. La distinción económica y so­ cial entre trabajadores indígenas esclavos y “libres” se hizo cada vez más tenue: “Puesto que los indios esclavos trabajaban y vivían junto a los indios de encomienda, sin que existiera entre ellos nada más que una diferencia jurídica, pero no étnica, es más o menos natural que los españoles tendiesen a olvidar en forma inconsciente lo que no era no­ torio a simple vista, esto es, que trataran de asimilar la condición jurídi­ ca de los esclavos al resto de los indios”29. De acuerdo con Alvaro Jara, en aquella realidad, “podemos recono­ cer el núcleo del futuro campesinado, sometido desde los comienzos a la más baja de las condiciones posibles’'30. Y también podemos con­ cluir que aquella forma extrema de subordinación laboral y social “creó en Chile una sociedad señorial que ha sido uno de los elementos es­ tructurales más poderosos y determinantes de la formación del país”31. Estas relaciones señoriales se extendieron obviamente a las peque­ ñas urbes32 existentes durante la época colonial. Los españoles no solo evitaban el duro trabajo de minero o labrador, sino que, en lo posible, todo trabajo manual y, muy especialmente, las labores domésticas o de servicio personal. A comienzos del siglo XVII, el cronista Alonso González de Nájera señalaba que los españoles “en todas partes se sir­ ven de indios o esclavos, así en el ministerio de la cultura del campo, como en las crianzas o beneficios de los ganados y otros oficios de jornal... he dicho esto para que se vea de cuanta importancia son en aquel reino [Chile] los indios de paz encomendados, pues generalmen­ te todos nuestros españoles comen del labor y trabajo de sus manos, y sustentan con su sudor todo lo que en el Desengaño (y Reparo de la Guerra de Chile] de las campeadas tengo referido”33. Al mismo tiempo, los conquistadores adoptaron desde el comienzo el estilo de vida más opulento posible: “A fines de siglo (XVI] de 500 a 700 españoles y mestizos y varios miles de indios residían en esta aldea capital [Santiago]. Pese a la simplicidad de frontera del entorno físico,

28 Bauer; p. 24.

29 Jara; p. 306. 30 cit. en Bauer; p. 26

31 Bauer; p. 26. 32 Tan pequeñas eran que, de acuerdo a Loveman (1988), las "grandes" ciudades, a fines de la Colonia, tenían aproximadamente la siguiente cantidad de habitantes: Santiago (1810) 40.000; Valparaíso (1808) 4.500; Concepción (1800) 6.000 y La Serena (1810) 5.500.

33 cit. en Jara; p. 39.

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los residentes más ricos importaban bienes de lujo desde Europa y China vía Perú. Los comerciantes traían terciopelo, seda y damasco a una co­ lonia que a menudo carecía de municiones, caballos y pertrechos mili­ tares y cuya propia existencia permanecía en riesgo”34. Las mujeres españolas por su parte no lo hacían mejor, de acuerdo con el soldado Mariño de Lovera: “Tenían tantas gollerías que cada una quería treinta indias de servicio que le estuviesen lavando y cosiendo como a princesa”35. A tanto llegaban que en 1602, el gobernador Alonso de Rivera, “encontrando justificados los reclamos de los indios en con­ tra de los encomenderos, mandó que no se ocupase a los naturales en cargar sillas de mano en que las mujeres iban a misa, si no es que ellos de su voluntad y pagándoselo lo quisiesen hacer”36. En suma, las relaciones señoriales crearon una sociedad nacional tremendamente desigual e injusta que la marcaría por siglos y que, en muchos aspectos, tiene consecuencias hasta el día de hoy.

3. Identidad mestiza no asumida Otro de los elementos constituyentes de la América Latina ha sido la mezcla de razas entre europeos e indígenas. Mezcla de por sí traumática porque se dio en condiciones de tremendo poder y subordinación en­ tre el conquistador y la mujer indígena. Esto es, a través de la directa violación o de un entorno de opresión y dependencia tales que muchas veces daban lugar a relaciones cuasi-violatorias. Evidentemente, la violencia pura y simple fue el sello característico de los comienzos: “Este hombre perdido se loó y jactó delante de un venerable religioso, desvergonzadamente, diciendo que trabajaba cuanto podía por empreñar muchas mujeres indias, para que, vendiéndolas preñadas por esclavas, le diesen más precio de dinero por ellas...”37. “Un mal cristiano, tomando por fuerza una doncella para pecar con ella, arremetió la madre para se la quitar, saca un puñal o espada y córtala una mano a la madre, y a la doncella, porque no quiso consentir, matóla a puñaladas”38. 34 Loveman (1988); p. 85. 35 cit. en Jara; p. 40. 36 Jara; pp. 39-40. 37 de las Casas; p. 108.

38 de las Casas, p. 105. A su vez, en Chile el soldado español Pedro Mariño de Lovera, quien llegó con Pedro de Valdivia, relata que “se debía tener por lastimosa calamidad las vejaciones hechas a los desventurados indios por cuyas casas y haciendas se entraban los soldados tomándoles sus ganado y simenteras, y aún las mismas personas para servirse de ellas, y -lo que peor es- las mujeres para otras cosas peores, de suerte que en sólo el lugar en que estaban los soldados recién venidos de España juntos con los demás que tenía el maestre de campo, hubo semanas que parieron sesenta indias de las que estaban en su servicio aunque no en el de Dios", (cit. en José Bengoa. Historia de los Antiguos Mapuches del Sur; Edit. Catalonia, Santiago, 2003; p. 273)

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Los hijos que nacían fruto de las relaciones entre el conquistador y la mujer subyugada quedaban en condiciones muy problemáticas. No solo porque no crecían al amparo de una familia normal, sino que, además, su propia identidad étnico-cultural pasaba a ser discriminada tanto por los españoles como por los indígenas: "La conquista de Amé­ rica fue, en sus comienzos, una empresa de hombres solos que violenta o amorosamente gozaron del cuerpo de las mujeres indígenas y engen­ draron con ellas vástagos mestizos. Híbridos que, en ese momento fundacional, fueron aborrecidos: recordemos, por ejemplo, que el cro­ nista Huamán Poma de Ayala habla del mestizo como el 'cholo’, el origen de esta palabra remite al quiltro, al cruce de un perro fino con uno corriente, es decir, de un perro sin raza definida. El mestizo era hasta ese entonces impensable para las categorías precolombinas. Pero también para las europeas”39. Este origen problemático del mestizo se traslada por cierto a la propia identidad cultural latinoamericana que se ve tensada por el eje dominador-dominado. Como lo señala Adriana Valdés, “los sujetos lati­ noamericanos se han definido a sí mismos desde diversas posiciones de subalternidad, en una imbricación muy entrañable que no admite po­ siciones maniqueas: en cada sujeto coexiste el ‘uno’ y el ‘otro’, el domi­ nante y el dominado; el conquistador y el conquistado; el blanco y el indio; (...) El latinoamericano construyó su identidad en la Colonia, al identificarse con el español y percibir su diferencia”40. Sin embargo, en el caso chileno el factor traumático del origen étni­ co adquiere una mayor relevancia. La lejanía extrema del país y, espe­ cialmente, el establecimiento de una guerra permanente hicieron que el número de mujeres españolas fuera bastante menor que en las de­ más colonias y que llegaran mucho más tarde. Todo ello obligó a que la mezcla étnica fuera bastante mayor y realizada en condiciones particulares de violencia. Además, esto se agravaba con el hecho señalado por Rolando Mellafe de que “la corona española tardó muchos años en dar un status jurídico preciso a los nuevos grupos mestizos emergentes y su ideal fue crear en América una familia católica occidental en donde los blancos se casaran con las blancas, los indios con indias, y los negros con negras”41. Por otro lado, el hecho de que la poligamia fuera una costumbre indígena, propiciaba el que la mujer indígena aceptara unirse al espa­ ñol aunque este tuviera esposa y otras amantes, más aún, cuando con ello lograba subir en la escala social. Así, de acuerdo con Francisco Antonio Encina: “Todo varón español en ejercicio de su varonía tenía,

39 Sonia Montecino. Madres y Huachos. Alegoría del mestizaje chileno, Edit. Sudamericana, San­ tiago, 1996, pp. 42-43. 40 cit. en Montecino (1996); p. 39. 41 cit. en Montecino (1996); p. 39.

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además de su mujer, una o varias concubinas indias o mestizas de mo­ desta condición. Los hijos que le nacían de estas uniones consentidas por la costumbre, se agregaban a veces a la familia, aunque en rango inferior; con más frecuencia quedaban como administradores o em­ pleados de confianza. Formaban una especie de subfamilia, a la cual se atendía en esfera más modesta que la legítima”42. Este conflicto traumático de identidad, en que no se asume la con­ dición de mestizaje, genera diversas consecuencias culturales de la más alta importancia. De partida, contribuye a una visión muy disociada de la propia historia, A la vez, se mitifica el valor araucano, en su tenaz resistencia al español, y se desprecia al mapuche históricamente exis­ tente. Esto se agudizará, como veremos más adelante, en los siglos XIX y XX con la “pacificación de la Araucanía”. Y llegará a una suerte de esquizofrenia en el hecho inédito de un país latinoamericano en el que el club más popular del deporte más popular -el fútbol- rememore a un connotado cacique mapuche, Colo-Colo y, a la vez, en que calificar a otra persona de “indio” sea una de las mayores ofensas. Por otro lado, dicho conflicto de identidad contribuye signifi­ cativamente -junto con nuestra virtual insularidad y nuestra lejanía geo­ gráfica- a desarrollar un complejo de inferioridad que nos lleva a com­ pararnos siempre con los demás, a estar excesivamente pendientes de la opinión ajena sobre nosotros y a desear, casi compulsivamente, triunfar sobre los otros países en todos los terrenos, siendo esto último particu­ larmente generalizado en el ámbito deportivo. La negación de nuestra propia identidad podemos verla también en el escaso sentimiento que tiene nuestro pueblo de tener un destino común con el resto de América Latina. Siempre nos ha gustado sentir­ nos “europeos”, traer inmigrantes del Viejo Continente y, más aún, que nos llamen “los ingleses de América del Sur”. Particularmente difícil ha sido también nuestra relación con los países vecinos, complejidad que ha excedido con mucho los roces naturales de vecindad que tienen en general los demás países latinoamericanos. Pero quizá el efecto más negativo de nuestra crisis de identidad sea el contribuir a potenciar la baja autoestima producida a raíz de los factores anteriormente mencionados: la mentalidad autoritario-bélica y el desigual sistema económico-social. Como lo señala José Bengoa -teniendo en cuenta por cierto el trági­ co desenlace de la relación chileno-mapuche de los siglos XIX y XX-, "estas historias de desencuentro hablan de una sociedad terriblemente intolerante, que no se puede acercar con los ojos limpios ni a su histo­ ria ni al pueblo aborigen que tiene por dentro y a su lado. Es una socie­ dad cargada de traumáticos desencuentros con sus orígenes, negadora de su ancestro, aniquiladora de su mestizaje. Una cultura nacional fe­

42 cit. en Montecino (1996); p. 39.

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cunda debería arreglar cuentas con el pasado, resolver su conflicto con la sociedad presente y renegar de un racismo intolerante que, tanto en sus signos negativos como positivos, lo único que logra es la esterili­ dad”43.

4. Gran contradicción entre teoría y práctica Desde el comienzo la conquista española en América se constituyó en una flagrante y chocante contradicción entre los objetivos explícitos que buscaban legitimar la empresa y los porfiados hechos que los nega­ ban completamente. De este modo, una obra supuestamente civilizadora y cristianizadora en la palabra, se transformó en un bárbaro genocidio44 en los hechos. No es casual que los juicios más condenatorios de esta hayan surgido de una pléyade de religiosos católicos que veían con indignación cómo la práctica de los conquistadores se colocaba en las antípodas del men­ saje cristiano que ellos predicaban y divulgaban de muy buena fe. Como hemos visto, a tanto llegó su indignación que en la obra de su más distinguido exponente -Bartolomé de las Casas- vemos un con­ junto de hechos expresivos de una matanza y crueldad de difícil paran­ gón en la historia de la humanidad; y calificativos condenatorios acor­ des a aquella extrema crueldad. Es así que los conquistadores son denominados “diablos” peores que los “diablos del infierno”, “tiranos infernales”, “nefandos tiranos”, “avarísimos tiranos”, “bestias fieras”, “idiotas y hombres crueles, avarísimos e viciosos”, “tiranos matadores y robadores”, “demonios en­ carnados”, “hijos de perdición”, “enemigos de Dios”, “tiranos y destruidores del género humano”, etc. En cuanto a sus obras, ellas son denominadas como “matanzas y estragos de gentes inocentes”; “despoblaciones de pueblos, provincias y reinos”; “inicuas, tiránicas, y por toda ley natural, divina y humana con­ denadas, detestadas y malditas”; “infinitas maldades”; “tiranías grandísi­ mas y abominables”; “tan grandes males, tantos pecados, tantas cruel­ dades, robos e abominaciones que no se podrían creer”; “infinitas guerras inicuas e infernales”; etc. Lo que más espanta en este registro histórico es su carácter particu­ larmente genocida: Así, por ejemplo, del Perú se señala: “Verdadera­ 43 Bengoa (1992); p. 131. 44 De acuerdo a la Convención Internacional sobre la materia “se entiende por genocidio cualquie­ ra de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcial­ mente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal: a) Matanza de miembros del grupo; b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) Sometimiento intencio­ nal del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; e) Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo".

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mente, desde entonces acá hasta hoy más de mil veces más se ha des­ truido y asolado de ánimas que las que ha contado, y con menos temor de Dios y del rey e piedad, han destruido grandísima parte del linaje humano”45. De Colombia (Nueva Granada] se dice: “Débese aquí de notar la cruel y pestilencial tiranía de aquellos infelices tiranos, cuan recia y vehemente e diabólica ha sido, que en obra de dos años o tres que ha que aquel Reino se descubrió, que (según todos los que en él han estado y los testigos de la dicha probanza dicen) estaba el más poblado de gente que podía ser tierra en el mundo, lo hayan todo muerto y despoblado tan sin piedad y temor de Dios y del rey, que digan que si en breve Su Majestad no estorba aquellas infernales obras, no quedará hombre vivo ninguno”4647 . De Puerto Rico y Jamaica se relata que los españoles “matando y quemando y asando y echando a perros bravos, e después oprimiendo y atormentando y vejando en las minas y en los otros trabajos, hasta consumir y acabar todos aquellos infelices inocen­ tes: que había en las dichas dos islas más de seicientos mil ánimas, y creo que más de un cuento, e no hay hoy en cada una decientas persoñas »47 . La indignación lascasiana se acrecienta por haber sido testigo de la fuerte obstrucción a la difusión de la religión cristiana que efectuaba la generalidad de los conquistadores en aquel período: “Otra cosa es bien añidir: que hasta hoy, desde sus principios, no se ha tenido más cuidado por los españoles de procurar que les fuese predicada la fe de Jesucris­ to a aquellas gentes, que si fueran perros o otras bestias; antes han prohibido de principal intento a los religiosos, con muchas aflictiones y persecuciones que les han causado, que no les predicasen, porque les parecía que era impedimento para adquirir el oro e riquezas que les prometían sus cudicias. Y hoy en todas las Indias no hay más conoscimiento de Dios, si es de palo, o de cielo, o de tierra, que hoy ha cient años entre aquellas gentes, si no es en la Nueva España (parte de México), donde han andado religiosos, que es un rinconcillo muy chico de las Indias; e así han perescido y perescen todos sin fe y sin sacramen­ tos”48. Quizá el relato más gráfico de la total contradicción entre teoría y práctica de la conquista española se lo proporciona un franciscano que asistía a un cacique, quien por no someterse a los españoles en Cuba, iba a ser quemado vivo: “Atado al palo decíale un religioso de Sant Francisco, santo varón que allí estaba, algunas cosas de Dios y de nues­ tra fe (el cual nunca las había jamás oído), lo que podía bastar aquel poquillo de tiempo que los verdugos le daban, y que si quería creer

45 de las Casas; p. 137. 46 de las Casas, p. 143.

47 de las Casas; p. 80. 48 de las Casas; p. 146.

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aquello que le decía que iría al cielo, donde había gloria y eterno des­ canso, e si no, que había de ir al infierno a padecer perpetuos tormen­ tos y penas. El, pensando un poco, preguntó al religioso si iban cristia­ nos al cielo. El religioso le respondió que sí; pero que iban los que eran buenos. Dijo luego el cacique, sin más pensar, que no quería él ir allá, sino al infierno, por no estar donde estuviesen y por no ver tan cruel gente. Esta es la fama y honra que Dios e nuestra fe ha ganado con los cristianos que han ido a las Indias”49. Por otro lado, el sistema de los “requerimientos” que se ideó para conminar a los indígenas a adherir a la fe católica y al sometimiento a los reyes de España no pudo ser más grotesco y se constituyó en una virtual mofa a los objetivos religiosos y civilizatorios de la empresa conquistadora: “Y porque la ceguedad perniciosísima que siempre han tenido hasta hoy los que han regido las Indias en disponer y ordenar la conversión y salvación de aquellas gentes, la cual siempre han pospues­ to (con verdad se dice esto) en la obra y efecto, puesto que por palabra hayan mostrado y colorado o disimulado otra cosa, ha llegado a tanta profundidad que hayan imaginado e practicado e mandado que se les hagan a los indios requerimientos que vengan a la fe e a dar la obedien­ cia a los reyes de Castilla, si no, que les harán guerra a fuego y a sangre, e los matarán e captivarán, etc. Como si el hijo de Dios, que murió por cada uno dellos, hobiera en su ley mandado cuando dijo: ‘Id y enseñad a todas las naciones’, que se hiciesen requerimientos a los infieles pací­ ficos e quietos que tienen sus propias tierras, e si no la recibiesen luego, sin otra predicación y doctrina, e si no se diesen a sí mesmos al señorío del rey que nunca oyeron ni vieron, especialmente cuya gente y men­ sajeros son tan crueles, tan desapiadados e tan horribles tiranos, perdie­ sen por el mesmo caso la hacienda y las tierras, la libertad, las mujeres y hijos con todas sus vidas, que es cosa absurda y estulta e digna de todo vituperio y escarnio e infierno. Así que, como llevase aquel triste e malaventurado gobernador instrucción que hiciese los dichos reque­ rimientos, para más justificallos, siendo ellos de sí mesmos absurdos, irracionables e injustísimos, mandaba, o los ladrones que enviaba lo hacían cuando acordaban de ir a saltear e robar algún pueblo de que tenían noticia tener oro, estando los indios en sus pueblos e casas segu­ ros, íbanse de noche los tristes españoles salteadores hasta media legua del pueblo, e allí aquella noche entre sí mesmos apregonaban o leían el dicho requerimiento, diciendo: ‘Caciques e indios desta Tierra Firme de tal pueblo, hacemos os saber que hay un Dios e un Papa y un rey de Castilla que es señor de estas tierras; venid luego a le dar obediencia, etc. Y si no, sabed que os haremos guerra, e mataremos, e captivaremos, etc50.(...)Y al cuarto del alba, estando los inocentes durmiendo con sus 49 de las Casas; p. 81. 50 El requerimiento era un documento oficial de la Corona por el que se "requería” de los indios la aceptación de "la Iglesia por Señora y superiora del Universo Mundo, y al Sumo pontífice... y al

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mujeres e hijos, daban en el pueblo, poniendo fuego a las casas, que comúnmente eran de paja, e quemaban vivos los niños e mujeres y muchos de los demás, antes que acordasen; mataban los que querían, e los que tomaban a vida mataban a tormentos porque dijesen de otros pueblos de oro, o de más oro de lo que allí hallaban, e los que restaban herrábanlos por esclavos; iban después, acabado o apagado el fuego, a buscar el oro que había en las casas”51. Las encendidas protestas de muchos religiosos e intelectuales como de las Casas lograron al menos que el Papa Paulo III reconociera en 1538, mediante U Bula Sublimis Deus, el derecho a la libertad de los indígenas52; y que el emperador Carlos V aprobara las Nuevas Leyes de Indias en 1542 (aunque las revocara en 1545 en un aspecto esencial como la extinción de las encomiendas], que establecían a los indígenas como sujetos de derechos. Sin embargo, y estableciendo el nefasto precedente de que "la ley se acata pero no se cumple”, los conquistadores simplemente no guiaron su conducta por las leyes de Indias y continuaron sus prácticas crimi­ nales y expoliadoras: “Publicadas estas leyes (de 1542], hicieron los hacedores de los tiranos que entonces estaban en la Corte muchos treslados dellas (como a todos les pesaba, porque parecía que se les cerraban las puertas de participar lo robado y tiranizado] y enviáronle a diversas partes de las Indias. Los que allá tenían cargo de las robar, acabar y consumir con sus tiranías... antes que fuesen los jueces nuevos que los habían de ejecutar... alborotáronse de tal manera, que cuando fueron los buenos jueces a las ejecutar, acordaron de (como habían perdido a Dios el amor y temor] perder la vergüenza y obediencia a su rey. Y así acordaron de tomar por renombre traidores, siendo crudelísimos y desenfrenados tiranos; señaladamente en los reinos del Perú, donde hoy, que estamos en el año de 1546, se cometen tan horri­ bles y espantables y nefarias obras cuales nunca se hicieron ni en las Indias ni en el mundo”53. Rey (o Emperador y su señora la reina) ... como a superiores y señores y Reyes de estas islas y tierra firme en virtud de la donación realizada por el Sumo Pontífice”. Si los indios aceptaban el texto anunciaba que “os recibiremos con todo amor e caridad"; y si lo rechazaban, "certifico que con la ayuda de Dios nosotros entraremos poderosamente contra vosotros, y os haremos guerra por todas las partes que pudiéremos y os sujetaremos al yugo y obediencia de la Iglesia, y al de sus Majestades, y tomaremos vuestras personas, a vuestras mujeres e hijos, e les haremos esclavos, e como tales los venderemos, y dispondremos de ellos como sus Majestades mandaren, e os tomaremos vuestros bie­ nes, e os haremos todos los daños e males que pudiéremos, como a vasallos que no obedecen i quieren recibir a su Señory le resisten e contradicen” .Ver Bengoa (1992), p. 21.

51 de las Casas; pp. 84-85.

52 En ella se establece que “dichos indios y todas las otras gentes que a noticia de los cristianos lleguen en adelante, aunque están fuera de la fe de Cristo, sin embargo no han de ser privados o se les ha de privar de su libertad y del dominio de sus cosas, antes bien pueden libre y lícitamente usar, poseer y gozar de tal libertady dominio y no se les debe reducir a servidumbre". Ver Bengoa (1992), pp. 95-96. 53 de las Casas; pp. 147-148.

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En el caso específico de Chile la contradicción entre la teoría y la práctica pudo llevarse más lejos por la extrema lejanía del territorio y su consiguiente mayor dificultad de control político efectivo por la corona española; y además porque la guerra permanente contra los mapuches pudo legitimar de manera mucho más plausible la crueldad, esclavización y despojo de la población indígena. Pero el sistema de los requerimientos no sólo expresa la trágica inconsistencia religiosa de la conquista española, sino además, como lo señala José Bengoa, instaura una cultura latinoamericana de la false­ dad, de la disociación virtualmente esquizofrénica entre la palabra y la acción, entre lo que se promete y lo que realmente se está dispuesto a cumplir: “Los requerimientos son, sin duda, una de las páginas más negras de la conquista de América. Allí se inaugura una cultura de la falsedad, del formalismo, de decir que sí cuando es no, de sonreír cuan­ do se va a matar”54. Esta cultura de la falsedad se consolida en Chile con las Cartas de Relación que el propio Pedro de Valdivia envía al emperador Carlos V: “Valdivia, sobre todo al escribir -o dictar las cartas- desde Concepción, está desvirtuando los hechos. Le escribe al rey que ha descubierto “El Dorado”, el paraíso que todos los españoles andaban buscando”55. Y con los engañosos envíos de oro que Valdivia y sus sucesores remitían a España como “pruebas” del éxito de la colonia de Chile: "Los enviados de Valdivia iban acompañados ‘de pruebas’, y éstas no podían ser otra cosa que oro. Lo mismo hicieron los gobernadores siguientes para de­ mostrar al rey, a la Corte y al Consejo de Indias, que Chile ya estaba pacificado, que los indios trabajaban y que se pagaba tributos al rey”56. A tal punto se llegó en esta cultura del engaño, que las propias disposiciones legales (decretos, tasas y ordenanzas) adoptadas por los gobernadores u otros enviados reales con el fin de mejorar en algo la suerte de los indígenas encomendados, fueron sistemáticamente incum­ plidas: “Desde 1558 hasta el levantamiento general posterior a 1598, los más altos representantes de la Corona establecieron numerosas re­ gulaciones tributarias orientadas a controlar a los encomenderos y a proteger a los trabajadores indígenas. En cada caso sacerdotes católicos influyeron en la adopción de estos códigos. Pero también en cada caso los encomenderos chilenos subvirtieron o impidieron su implementación”57. Asimismo, en 1639, un juez de la Audiencia de Chile informaba a la Corona que “mientras algunos de los españoles más pobres cumplían con la tasa (decreto del gobernador Laso de la Vega de 1635 que elimi­

54 Bengoa (1992); p. 22.

55 Bengoa (1992); p. 59.

56 Bengoa (1992); p. 90. 57 Loveman (1988); p. 59.

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naba por enésima vez el servicio personal de los indígenas], los ricos y poderosos continuaban como siempre usando a los nativos como si fueran esclavos, tratándolos duramente, sin pagarles el pequeño salario correspondiente a su sudor y trabajo... trayéndolos desde tan lejos como Tucumán y el Río de la Plata... y haciéndolos trabajar día y noche en las minas de cobre de La Serena o en las minas de oro de Andacollo”58. A la luz de estos informes y de la inefectividad de todos los decre­ tos (tasas) anteriores, el historiador Domingo Amunátegui Solar emite un juicio lapidario respecto del radical contraste chileno entre las leyes y su aplicación: “De esta exposición, puede deducirse que la tasa de Laso de la Vega fue tan ineficaz como las de Santillán, Ruiz de Gamboa, Sotomayor, Rivera y Esquilache; y que al final de su gobierno (de Laso de la Vega en 1639) los nativos chilenos eran subyugados por el trabajo forzado con la misma dureza que en tiempos de Pedro de Valdivia. Las órdenes del rey y las ordenanzas suscritas por los virreyes y gobernado­ res quedaron en nada”59. Y así como Bartolomé de las Casas a nivel continental, numerosos religiosos avecindados en Chile expresaron duras condenas al trata­ miento cruel e inhumano que los conquistadores propinaron o dispen­ saron a los indígenas en nuestro país. Así, los “capellanes de vuestra alteza", frailes Joan de Torralva, Francisco de Salzedo y Christoval de Tarranera, solicitaron lo siguiente, en carta al Consejo de Indias de 1571: “Suplicamos a vuestra alteza mande tasar esta tierra y quitar el servicio personal por personas temerosas de Dios porque en tanto que no se hiziere y los yndios que están de guerra no vieren mejor tratamiento del que aora se haze a los yndios de paz no lo abrá ni cesarán gue­ rras”60. Por su parte Fray Gil González de San Nicolás, en 1562, llegaba a justificar el alzamiento de los indios, dado el nivel de agravios recibidos de los españoles: “...el Rey ha dado siempre buenas instruccionés a sus Gobernadores y capitanes que han descubierto las Indias; que por no haberlas guardado se han hecho y se hacen grandes injusticias e agra­ vios a los indios e que son obligados los que vinieron a las conquistas a la restitución de todo el daño que en ellas se ha hecho... e que los indios que se han alzado han tenido justicia en alzarse por los agravios que les han hecho y por no guardar con ellos lo que manda el Rey o el Papa”61. Posteriormente, en 1608, Fray Cristóbal de Valdespino justifica in­ cluso el levantamiento general indígena de fines del siglo XVI "porque en esta tierra no es conocido Dios nuestro Señor ni vuestra magestad

58 cit. en Loveman (1988); p. 65. 59 cit. en Loveman (1988); p. 65. 60 cit. en Bengoa (1992); p. 85.

61 cit. en Bengoa (1992); p. 83

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por la justicia porque esta no la ai... y así su Divina Magestad a tomado la mano en hazerla destruiendo tantas ciudades, y con tantos captiverios de mugeres principales y niños, y con todo eso está tan arrinconada la justicia de vuestros ministros que no ai quien de ella se acuerde... tan excesivos agrabios como a estos naturales se les hazen con el servicio personal esclavonia más tiránica y cruel que la de moros de Berbería”62. Fue tanta la inhumanidad y crueldad empleada contra los indíge­ nas en Chile que, en 1573, el provincial de los franciscanos, Juan de la Vega, llega a escribirle al rey que: "Yo estoi admirado no de como los indios bencen a los españoles ques castigo del cielo sino de como no envía rayos que nos consuman a todos, pues con nuestra vida y malos ejemplos difamamos la ley evangélica”63. Pero la labor y predicación de estos y otros religiosos no pudo in­ fluir en la cultura de violencia, codicia y explotación social dominante. Es así que la fugaz modificación política lograda, entre 1611 y 1625, especialmente por el jesuíta Luis de Valdivia, que se tradujo en la “gue­ rra defensiva”, fue saboteada y finalmente destruida por la élite espa­ ñola chilena. El mayor exponente de dicha cultura fue el soldado y topógrafo Ginés de Lillo, quien en 1619 cuestionó en una publicación las políti­ cas anteriores, llegando a sostener que los indígenas eran “bárbaros y yncapaces de toda rrazón” y que “por el método de la guerra ofensiva se asegura con más sertessa queriéndola tomar con el cuydado que rrequiere negocio de tanto pesso pues con socorro de jente se puede hir poblando la tierra en las partes más conbinientes della de manera que los enemigos sean oprimidos o dejallo o benir a la obediencia de vuestra majestad aunque sea con muerte de la mayor parte dellos por­ que al cabo bale mas tenellos muertos que bibir por enemigos”64. De este modo, la cultura de la contradicción extrema y flagrante entre la teoría y la práctica, y particularmente en un país “católico” como Chile, entre la doctrina cristiana del amor fraternal y la práctica del autoritarismo, la explotación social, el racismo y el clasismo, iban a constituirse en un sello característico de nuestro ser nacional escindido y disociado. Un sello que, lamentablemente, nos ha marcado profunda­ mente hasta el día de hoy.

62 cit. en Bengoa (1992); p. 95. 63 cit. en Bengoa (1992); p. 85.

64 cit. en Bengoa (1992); pp. 112-113.

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CAPÍTULO II

EL MITO DE LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA

Que el proceso de independencia nacional fue obra de buena parte de la élite oligárquica criolla que se fue constituyendo durante la Colonia es algo reconocido por el conjunto de los historiadores. El pueblo -los “rotos”- fue movilizado por los dos bandos en pugna, pero no tuvo ninguna influencia en la orientación de dicho proceso. De tal modo que no puede sorprender que la primera ley electoral, dictada en 1810 por la Junta de Gobierno para establecer un Congreso Nacional, estipulara que: “Tienen derecho de elegir y concurrir a la elección todos los individuos que, por su fortuna, empleos, talentos o calidad, gozan de alguna consideración en los partidos en que residan, siendo vecinos y mayores de 25 años. Lo tienen igualmente los ecle­ siásticos seculares, los curas, los subdelegados y militares”65. Tampoco puede sorprender que dicha lista la confeccionaran los cabildos. Lo que sí llama la atención es la cláusula de la ley que sancionaba el cohecho: “Serán excluidos del derecho de elegir y ser elegidos los que hayan ofrecido y admitido cohecho para que la elección recaiga en determinada persona; y en el acto de la elección se podrán acusar. El colegio de electores determinará la causa en juicio público y verbal. Y en la misma pena incurrirán los calumniadores”66. También sorprende que este artículo no fuera "obedecido ni aun por los vocales de la Junta de Gobierno. La historia ha publicado documentos fidedignos en los cuales consta que el propio (Juan) Martínez de Rozas, con la alta auto­ ridad que le daba su cargo, y el prestigio de que gozaba en la provincia de Concepción, abiertamente intervino en esta última a favor de sus parientes y amigos”67. Agrega con tristeza el historiador Amunátegui, en su obra escrita en 1931, que “nuestro país ha tenido la desgracia de

65 Domingo Amunátegui Solar. La Democracia en Chile; Edit. por la Universidad de Chile; Santia­ go; 1946; pp. 16-17. 66 Amunátegui; p. 17.

67 Amunátegui; p. 17.

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que todas sus elecciones legislativas, desde aquella primera, en el año de 1811, hasta las verificadas en nuestro tiempo, hayan adolecido del vicio del cohecho, ya por obra de los gobiernos, ya de los partidos, ya de los candidatos mismos, o, simultáneamente, de este triple origen”68. Vemos pues proyectada en el tiempo la obra atávica de nuestro autori­ tarismo y de la flagrante contradicción entre teoría y práctica. En efecto, O’Higgins mismo, para la Convención Preparatoria de una nueva Constitución, en 1822, se cuidó de instruir a los vecinos promi­ nentes de “orientar” el voto y de que no dejaran prueba de ello. Sin em­ bargo, un vecino de Rere conservó la carta del Director Supremo: “San­ tiago, Mayo 7 de 1822. Muy señor mió: Por los documentos que incluyo de oficio, verá Ud. la gran obra que vamos a emprender para hacer feliz nuestra patria. Si la Convención no se compone de hombres decididos por nuestra libertad y desprendidos de todo partido, sería mejor no ha­ berse movido a esta marcha majestuosa.,Ud. es quien debe cooperar a llenar el voto público haciendo que la elección recaiga en el presbítero don Felipe Acuña, de quien tengo entera satisfacción; pero debe Ud. advertir que el nombramiento debe hacerse en el momento que Ud. reciba ésta, pues de lo contrario entran las facciones y todo será desor­ den. Al pie de la esquela anotará Ud. la hora en que la reciba y la del nombramiento, y me la devolverá cerrada aparte con el conductor o por extraordinario dirigido a mí mismo. Espera de Ud. este servicio que sa­ brá distinguir su amigo afectísimo.- Bernardo O’Higgins”69. Y, por cierto, junto con efectuar fraudes electorales, todos los pri­ meros gobiernos posteriores a la Independencia -incluidos los más “li­ berales”- tuvieron un carácter fuertemente autoritario.

1. Régimen político autocrático: 1830-1891

A partir de 1830, con el triunfo en Lircay del bando pelucón [“conser­ vador”) y la asunción del poder real por parte de Diego Portales, se establece en propiedad lo que nuestra mitología historiográfica escolar ha dado en llamar “república democrática”. En efecto, de la Constitución impuesta en 1833 y de la práctica política existente hasta 1891, surgió un régimen virtualmente monár­ quico con ropaje engañosamente republicano. Bajo dicho régimen el Presidente de la República era un verdadero autócrata que designaba a los ministros, intendentes, gobernadores, diplomáticos, empleados de la Administración Pública, jueces (a través de un Consejo de Estado nombrado por él mismo), parlamentarios (a través del control absoluto 68 Amunátegui; p. 17. 69 cit. en José Miguel Yrarrázaval Larraín. El Presidente Balmaceda; Edit. Nascimento; Santiago; 1940; Tomo I; pp. 33-34.

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del proceso electoral]; y, luego de 5 años (10 en la práctica hasta 1871, por la posibilidad de reelegirse], a su sucesor por medio de “elecciones” férreamente controladas. Además, su aprobación era necesaria para el nombramiento de obispos y altos dignatarios católicos (la Iglesia esta­ ba unida al Estado] y para la creación de nuevas diócesis eclesiásticas. Asimismo, gozaba de inmunidad total durante el desempeño de su car­ go y podía obtener del Congreso facultades extraordinarias para sus­ pender derechos y garantías constitucionales. Reveladoramente, aunque unos de modo crítico y otros reivindicativo, tanto historiadores “liberales” como “conservadores” coinci­ den en el reconocimiento de aquella connotación monárquica. Así, entre los primeros está Domingo Amunátegui, quien señala que “la nueva Constitución consagró las bases de un gobierno verdaderamente mo­ nárquico”70; y Ricardo Donoso quien afirma que “el Presidente... era un verdadero monarca con título republicano”71. Y entre los segundos, nos encontramos con Jaime Eyzaguirre, quien al reseñar las amplísimas facultades presidenciales termina concluyendo que “decían poco de república democrática y hablaban más de monarquía electiva”72 y con Alberto Edwards quien, sobre el régimen establecido en 1830, senten­ cia que “es cierto que Portales restauró entre nosotros el principio monárquico hasta el punto en que ello era prácticamente posible; pero conservó las formas jurídicas de la República”73. Por si lo anterior fuera poco, la Constitución se hizo muy difícil­ mente modificable. Para ello se necesitaba que los dos tercios de ambas Cámaras postularan los artículos a ser modificados y que la legislatura siguiente efectuara concretamente los cambios. Sin embargo, siguiendo la tradición chilena de colocar normas de apariencia progresista (contrapeso democrático al estilo inglés en este caso] que no se pensaba aplicar, la Constitución de 1833 le otorgó al Congreso facultades omnímodas para aprobar leyes periódicas de pre­ supuestos, tributos y autorización de efectivos militares. Estos instru­ mentos serían utilizados, en su momento, para que el grueso de la oli­ garquía se desembarazara de la “monarquía”, sin tener que cambiar una coma de la Constitución, sino solo “reinterpretándola”. Uno de los tan­ tos “milagros” de la inagotable imaginería nacional para adaptar la nor­ ma escrita a los poderes fácticos... Obviamente, la concepción autocrática del régimen portaliano iba estrechamente unida a sus finalidades económico-sociales oligárquicas. El poder absoluto se entendía legítimo en la medida que conservara el orden social. Esto es, en la medida que beneficiara a las clases privile­

70 Amunátegui; pp. 64-65.

71 Ricardo Donoso. Las Ideas Políticas en Chile; Fondo de Cultura Económica, México; 1946; p. 109.

72 Jaime Eyzaguirre. Fisonomía Histórica de Chile; Edit. Universitaria; Santiago; 1994; p. 130. 73 Alberto Edwards Vives. La Fronda Aristocrática; Edit. del Pacífico; Santiago; 1972; p. 267.

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giadas (especialmente a los hacendados) y a Iglesia Católica, en ese entonces, su principal auxiliar ideológico74. De este modo, la Constitución estableció que los ciudadanos con derecho a sufragio y a ser electos para cargos públicos tenían que saber leer y escribir y debían poseer una cantidad significativa de bienes inmuebles o capital invertido en alguna actividad económica, lo que, por cierto, excluía a la inmensa mayoría de la población75. Por otro lado, prohibió el culto público de cualquier otra religión que la católica, aunque dada la hegemonía económica británica que se estableció prontamente, con la consiguiente llegada de agentes comer­ ciales de esa nacionalidad, el Gobierno hizo vista gorda de las capillas protestantes que empezaron a abrirse en Valparaíso... Incluso, en su afán restaurador, la Constitución restableció los ma­ yorazgos, abolidos por la Constitución de 1828, que impedían toda división, venta o hipoteca de muchas de las más grandes haciendas. Sin embargo, el propio interés económico dé la oligarquía la condujo pos­ teriormente a eliminar, en 1852, dicha institución retrógrada76. También la libertad de expresión fue severamente restringida, aun­ que no por vía constitucional. De hecho, se mantuvo la disposición de la Constitución de 1828 de que solo a través de un juicio emitido por jurados podrían sancionarse los eventuales abusos que se cometieren en el ejercicio de dicha libertad. Sin embargo^ a través de una ley de sep­ tiembre de 1830 y de la presión incontrarrestable del Gobierno, “Porta­ les... discurrió la manera de barrenar la ley (de jurados de 1828) dispo­ niendo de una mayoría dócil y adicta en los jurados imperantes”77.Por otro lado, en 1832, el gobierno había nombrado “una junta de tres indi­ viduos (don Andrés Bello, don Mariano Egaña y don Ventura Marín) para que, asociados a los que tenía comisionados el gobernador de la diócesis, reconocieran y examinaran todos los libros que llegaran a las aduanas, antes de ser despachados y entregados a sus dueños”, lo que conduce a Domingo Amunátegui a una profunda crítica del régimen: “Este era un síntoma del estado de los espíritus en aquella época. Las suspicacias y restricciones de la colonia volvían a renacer. Como si los ciudadanos de una república libre pudieran equipararse a los religiosos de un convento, el gobierno se creía con derecho para vigilar sus lecturas"78.

74 Recordemos que en la primera mitad del siglo XIX la Iglesia Católica, a nivel mundial, era el baluarte de los sectores monárquico-ultraconservadores, opuestos al liberalismo, a la democracia y al concepto mismo de derechos humanos fundamentales. 75 Además, la Constitución excluyó expresamente como ciudadanos a los sirvientes domésticos; y la Ley Electoral de diciembre de 1833 a los soldados, cabos y sargentos del ejército de Enea, a los jornaleros y a los peones gañanes. Ver Amunátegui; p. 72.

76 Ver Bauer; pp. 39-40. 77 Donoso (1946); p. 352.

78 Amunátegui; p. 65.

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Posteriormente, en 1846 se aprobó una ley de imprenta que “au­ mentaba en forma extraordinaria las penas establecidas en la ley de 1828; y suprimía la alternativa vigente de multa o prisión, imponiendo ambas a los delincuentes”79. Sin embargo, en los momentos de creciente oposición -como a fi­ nes de los 50- el gobierno no echó mano de ella “sino de un recurso que le permitió cerrar las imprentas y acallar las clamorosas voces que no comulgaban con la política de La Moneda: declaró en estado de sitio las provincias de Santiago, Valparaíso y Aconcagua, y arrojó al destierro a los periodistas más connotados y contumaces, (Benjamín] Vicuña Mackenna y (Isidoro] Errázuriz entre ellos”80. De hecho, Chile, entre 1833 y 1861, vivió un tercio del período bajo algún tipo de estado de excepción constitucional y, más allá de ello, dicho período estuvo marcado por una constante represión: “La clara represión (y no solamente durante la época de medidas de emer­ gencia] fue un hecho recurrente por treinta años. Para los estándares más avanzados de nuestro tiempo, no fue excesivamente salvaje. De­ jando aparte su uso como sanción criminal (tampoco muy frecuente], la pena de muerte fue normalmente aplicada en casos donde la oposi­ ción se volvía violenta (por ejemplo, en motines militares] y, general­ mente, solo un puñado de cabecillas eran fusilados. Prisión, exilio inter­ no (‘relegación’] o destierro fueron los castigos corrientes para las formas activas de disidencia”81. Así, podemos constatar que fueron ejecutadas tres personas, en abril de 1837, después de sentencias de Consejos de Guerra constituidos por sospechas de conspiración (el país se encontraba ya en guerra con la Confederación Perú-Boliviana]; 11 ejecutadas por el motín de junio del mismo año que condujo al asesinato de Portales y “el fusilamiento precipitado de numerosos ciudadanos en Talca, Concepción, San Feli­ pe, Valparaíso, Santiago, Copiapó y La Serena”82, luego del aplasta­ miento de la revolución de 1859, durante el gobierno de Manuel Montt. Durante este primer período “republicano” se mantuvieron de de­ recho o de hecho las penas y tratos crueles como los azotes y el cepo83,e 79 Amunátegui; p. 96. 80 Donoso (1946); p. 369. 81 Simón Collier y William F. Sater. A History of Chile, 1808-1994; Cambridge University Press; New Yok; 1996; p. 56.

82 Amunátegui, pp. 77, 79 y 122. Según Collier y Sater (op. cit.; p. 114), "una estimación de fuentes opositoras de la época alegó 31 ejecuciones en 1859". Además, es importante tener en cuenta que durante el período de guerra en el sur para consolidar la Independencia en la década de 1820 (conocida como "guerra a muerte”), dado el no pago de salarios, "en 1825 la sublevación del peonaje militar se extendió a casi todas las guarniciones del sur” y que para reprimirlas, "los oficiales aplicaron a los desertores, implacablemente, la pena de muerte" (Gabriel Salazar. Labradores, Peones y Proleta­ rios; Edit. Lom.; Santiago; 2000; pág. 247) 83 El exacerbado autoritarismo de Portales iba acompañado de un encendido elogio al castigo físico, como lo vemos en su carta a Antonio Garfias del 14 de enero de 1832: "El peor mal que

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incluso, hasta 1850, se necesitó de pasaporte interno en todos los de­ partamentos litorales del Estado para viajar con destino a otros puertos de la costa chilena84, pese a que la Constitución establecía plena liber­ tad de movimiento. Para completar la estructura autocrática del poder se aprobó, en 1854, una ley de municipalidades, que liquidó, incluso, la herencia co­ lonial de los cabildos. De tal manera que “el gobernador era el presi­ dente del municipio, con derecho de voz y voto. Podía vetar los acuer­ dos de la corporación, no sólo por ser contrarios a las leyes, sino también como perjudiciales a la localidad. Para insistir en ellos, la municipali­ dad debía reunir los dos tercios de los miembros presentes^ En el caso de acuerdos ilegales, después de la insistencia, el gobernador debía ele­ var el asunto al Presidente de la República, para que lo resolviera con el Consejo de Estado”85. Como ya se mencionó, desde ISlOjiasta 1891 el mecanismo más trascendente para mantener el absolutismo fue el control total del Eje­ cutivo respecto del sistema electoral y su maquiavélica disposición a utilizarlo. Uno de los más connotados líderes conservadores del siglo XIX nos da cuenta de ello: "Dueño el Gobierno de las Municipalida­ des, que nombraban las juntas calificadoras de los ciudadanos electores y las juntas receptoras de sufragios; dueño de las policías que eran un elemento electoral incontrastable; dueño de todos los cuerpos de cela­ dores, instrumentos obligados de los agentes administrativos, era el Gobierno el que nombraba y no el país el que elegía a sus representan­ tes. Para ser elegido un senador o diputado era preciso ser amigo del Gobierno y obtener su venia. Si salía uno que otro congresal de oposi­ ción, era porque la opinión del Departamento era tan unánime o tan enérgica que no se podía contrariar, sino con atropellos demasiado es-

encuentro yo en no apalear al malo, es que los hombres se apuran poco por ser buenos, porque lo mismo sacan de serlo como de ser malos". Y el que no hablaba en sentido figurado, lo constatamos en una carta al mismo Garfias del 13 de marzo de 1832 en que se quejaba de que “tres desertores de los músicos" de un batallón de la Guardia Nacional “han quedado impunes" y que "por (Enrique) Newman supe que Cerda (uno de los desertores) iba ya de vuelta por el camino de Valparaíso para presentarse en el cuartel, porque se le había prometido no castigarle. Yo lo habría hecho tomar en ésta, lo habría remitido, se le habrían dado 100 palos y se habría cortado la deserción que ha empezado y que la impunidad hará continuar". (Ernesto de la Cruz. Epistolario de Don Diego Portales", Univ. de Chile; Santiago; 1930; Tomo I; pp. 103 y 153) El castigo físico fue utilizado durante el siglo XIX, de manera completamente arbitraria. Asi el diario El Copiapino informaba el 26 de enero de 1856 que: “El mayordomo de una mina impuso por sí mismo el castigo del garrote a un pobre barretero que era sospechoso de haber cometido robo... El azote de los trabajadores ha llegado a ser una práctica común en Chañarcillo... Es horrible cómo castigan a los trabajadores", (cit. en Gabriel Salazar, p. 208) Y la pena de azotes, en los casos de reincidencia de hurto o robo, o de robo con violencia e intimidación en las personas, a los varones de 18 a 50 años, luego de algunas breves interrupcio­ nes, duró ya permanentemente desde 1876 ¡hasta 1949! 84 Donoso (1946); pp. 447-448.

85 Amunátegui; pp. 129-130.

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caudalosos o porque al Gobierno convenía dejar alguna apariencia de libertad; de aquí resultaba que los congresos eran casi de una pieza, casi en su totalidad gobiernistas”86. En realidad, desde 1834 a 1873 (en 1874 se cambió el sistema) en el Senado nunca fue elegido un solo opositor. Esto se debió a que, a diferencia de la Cámara, este era elegido nacionalmente, de modo indi­ recto y por voto mayoritario, por lo que le era imposible a la oposición elegir siquiera a uno87. El carácter autocrático del régimen decimonónico chileno queda especialmente evidenciado en el pensamiento de Diego Portales, su principal impulsor. Su rechazo al sistema democrático, visto como un lejano ideal para el futuro, es clarísimo: “La Democracia, que tanto pregonan los ilusos, es un absurdo en los países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario para establecer una verdadera República. La Monarquía no es tampoco el ideal americano: salimos de una terrible para volver a otra y ¿qué ganamos? La República es el sistema que hay que adoptar; ¿pero sabe como yo la entiendo para estos países? Un Gobierno fuerte, centralizador, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y pa­ triotismo, y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes. Cuando se hayan moralizado, venga el Gobierno comple­ tamente liberal, libre y lleno de ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos”88. Pero donde mejor se observa el “espíritu de la época” es en el des­ precio que le merece a Portales la propia Constitución de 1833 y, en general, las leyes y el Derecho, en aras de la conservación del poder y del sistema social vigente: “A propósito de una consulta que hice a don Mariano (Egaña) relativa al derecho que asegura la Constitución (de 1833) sobre prisión de individuos con orden competente de juez, pero en los cuales pueden recaer fuertes motivos de que traman oposiciones violentas al gobierno... el bueno de don Mariano me ha contestado no una carta sino un informe, no un informe sino un tratado, sobre la ninguna facultad que puede tener el gobierno para detener sospecho­ sos por sus movimientos políticos. Me ha hecho una historia tan larga, con tantas citas, que he quedado en la mayor confusión; y como si el papelote que me ha remitido fuera poco, me ha facilitado un libro 86 Abdón Cifuentes. Memorias; Editorial Nascimento, Santiago, 1936; Tomo I, pp. 147-148.

87 Ver Amunátegui; pp. 67-68; e Yrarrázaval (1940); Tomo I, pp. 54-55. Amunátegui sostiene a este respecto que "la última elección del Senado (con el sistema antiguo) fue dirigida por el Presiden­ te don Federico Errázuriz Zañartu, quien dictó la lista de los candidatos a su sobrino don Germán Riesco, según lo reveló este mismo al autor del presente libro (La Democracia en Chile)". 88 Ernesto de la Cruz. Tomo I; Carta a José M. Cea de marzo de 1822; pp 12-13. El extremo autoritarismo de su pensamiento lo podemos ver más gráficamente expresado en la siguiente idea: "Palo y bizcochuelo, justa y oportunamente administrados, son los específicos con que se cura cualquier pueblo, por inveteradas que sean sus malas costumbres”. (Ernesto de la Cruz. Tomo III; Carta a Fernando Urízar del 1 de abril de 1837; p. 486)

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sobre el habeas corpus. En resumen: de seguirse el criterio del jurisperi­ to Egaña, frente a la amenaza de un individuo para derribar la autori­ dad, el gobierno debe cruzarse de brazos, mientras, como dice él, no sea sorprendido infraganti. Con los hombres de ley no puede uno en­ tenderse; y así ¿para qué diablos sirven las Constituciones y papeles, si son incapaces de poner remedio a un mal que se sabe existe, que se va a producir, y que no puede conjurarse de antemano, tomando las medi­ das que pueden cortarlo? Pues es preciso esperar que el delito sea infraganti. En Chile la ley no sirve para otra cosa que no sea producir la anarquía, la ausencia de sanción, el libertinaje, el pleito eterno, el compadrazgo y la amistad. Si yo, por ejemplo, apreso a un individuo que sé está ur­ diendo una conspiración violo la ley. [Maldita ley, entonces si no deja al brazo del gobierno proceder libremente en el momento oportuno! Para proceder, llegado el caso del delito infraganti, se agotan las pruebas y las contrapruebas, se reciben testigos, que muchas veces no saben lo que van a declarar, se complica la causa, y el juez queda perplejo. Este respeto por el delincuente, o presunto delincuente, acabará con el país en rápido tiempo. El gobierno parece dispuesto a perpetuar una orien­ tación de esta especie, enseñando una consideración a la ley que me parece sencillamente indígena. Los jóvenes aprenden que el delincuente merece más consideración que el hombre probo; por eso los abogados que he conocido son cabezas dispuestas a la conmiseración en un gra­ do que los hace ridículos. De mí sé decirle, que con ley o sin ella, esa señora que llaman la Constitución hay que violarla cuando las circuns­ tancias son extremas! Y qué importa que lo sea, cuando en un año la parvulita lo ha sido tantas por su perfecta inutilidad. Escribí a (Joa­ quín) Tocornal sobre este mismo asunto, y dígale Ud. ahora lo que pienso. A Egaña, que se vaya al diablo con sus citas y demostraciones legales. Que la ley la hace uno, procediendo con honradez y sin espíritu de favor. A los tontos les caerá bien la defensa del delincuente, a mí me parece mal el que se les pueda amparar en nombre de esa Constitu­ ción, cuya majestad no es otra cosa que una burla ridicula de la monar­ quía en nuestros días”89. En realidad, Portales había concebido siempre la nueva Constitu­ ción como un instrumento -entre otros- para consolidar el absolutis­ mo gubernamental: “Dígale en reserva (a Mariano Egaña) que van a convocarse extraordinariamente las Cámaras, y que como hijo de veci­ no, le agradecería escribir sobre la necesidad y conveniencia de refor­ mar los códigos; y que puede contar con el sigilo; yo me encargaré de publicarlos oportunamente y haremos lo posible para que después de interesada la opinión general, se hagan a un lado las pasiones para dejar pasar el proyecto presentado por el Gobierno, porque si hay algo con que no puedo conformarme, es la retardación de una obra cuya necesi­ 89 Ernesto de la Cruz. Tomo III, Carta a Antonio Garfias del 6 de diciembre de 1834; pp. 378-379.

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dad acaso llega a ser exagerada en mi juicio” 90. “Por lo que mira a los intereses públicos, yo sería más que loco, si tratase de tomar parte alguna en ellos: pensionarse para remediar un mal cuando queda la puerta abierta para mil, sería fatigarse en vano y recibir perjuicios sin fruto91. Por esta razón no me tomaré la pensión de observar el proyecto de reforma (de la Constitución): Ud. sabe que ninguna obra de esta clase es absolutamente buena ni absolutamente mala; pero ni la mejor ni ninguna servirá para nada cuando está descompuesto el principal resorte de la máquina"92. Y en definitiva, el principal “resorte de la máquina” era para Porta­ les el espíritu de. sumisión heredado de la larga “noche” colonial: “El orden social se mantiene en Chile por el peso de la noche, y porque no tenemos hombres sutiles, hábiles y cosquillosos: la tendencia casi gene­ ral de la masa al reposo es la garantía de la tranquilidad pública”93. Como lo señala Jocelyn-Holt, con lo anterior, “a lo que apunta Por­ tales es a que en Chile el orden se asegura, no mediante ordenamientos de carácter legal-institucional, ni tampoco por un estado guardián ilus­ trado, sino por la sumisión fáctica tradicional de la masa, así como por la falta de espíritu crítico”94. Notablemente, Simón Bolívar y José de San Martín dan muestras de su clara percepción respecto de las especiales condiciones autorita­ rias de la sociedad chilena. Bolívar, en 1815, y sin haber estado siquiera en Chile, le augura un futuro “republicano” y “libre”, pero dando una caracterización tremendamente autoritaria de dicho futuro: “Su terri­ torio es limitado; estará siempre fuera del contacto inficionado del res­ to de los hombres; no alterará sus leyes, usos y prácticas; preservará su uniformidad en opiniones políticas y religiosas; en una palabra, Chile puede ser libre”95. Por su parte: “Ya en los albores de la vida indepen­ diente, José de San Martín transmitía a un corresponsal chileno su con­ vicción de que era más fácil gobernar a Chile porque, según él, allí el pueblo bajo sabía respetar a sus superiores, cosa que no ocurría del otro lado de los Andes. Con esto, San Martín aludía al carácter jerár­ quico de la sociedad chilena, que contrastaba con la mayor horizontalidad social que se veía en la Argentina”96. 90 Ernesto de la Cruz. Tomo I; Carta de Portales a Antonio Garfias del 5 de enero de 1832; pp. 95-96.

91 A propósito de nuestra atávica contradicción entre teoría y práctica, ¿será posible encontrar en otro gobernante absolutista tanta disociación respecto de la autoconciencia de su poder y la prác­ tica del mismo? 92 Ernesto de la Cruz. Tomo I; Carta de Portales a Garfias del 14 de mayo de 1832; p. 376.

93 Ernesto de la Cruz. Tomo I, Carta de Portales a Joaquín Tocornal del 16 de julio de 1832; p. 395. 94 Alfredo Jocelyn-Holt. El Peso de la Noche. Nuestra frágil fortaleza histórica; Edit. Planeta/Ariel; Santiago; 1998; pp. 193-194. 95 Simón Bolívar. Cartas de Jamaica (1815); en Simón Bolívar. Escritos Políticos, Alianza Editorial, Madrid; 1981; p. 80. 96 Tulio Halperin-Donghi. Entrevista en El Mercurio del 10 de noviembre de 2002.

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2. Debilitamiento progresivo de la autocracia: 1861-1891 El régimen autocrático establecido en 1830 llevaba en su seno una profunda contradicción. En la medida que se fundamentaba teórica­ mente en los principios liberal-republicanos y que obtenía la consoli­ dación de la oligarquía criolla como clase dominante del nuevo Estado, proporcionaba, a la larga, las bases doctrinales y sociales para su propia superación. Las primeras grandes crisis del sistema autocrático se experimenta­ ron en la década de 1850, bajo el gobierno de Manuel Montt, quien buscó endurecerlo, luego de la relativa liberalización del decenio de Manuel Bulnes (1841-1851). Además de las sublevaciones y pequeñas guerras civiles de 1851 y 1859, el gobierno de Montt experimentó la primera gran crisis con el Congreso, dado el profundo quiebre de las bases políticas de apoyo gubernamental, producido por la seria contro­ versia Estado-Iglesia del 857. Montt presionó con no aprobar la ley de presupuestos si no se nombraba un ministerio que le diera confianza, prefigurando la situación que llevaría a la guerra civil de 1891. Al final cedió, aunque estuvo a punto de renunciar a la Presidencia97. Sin embargo, el proceso más trascendente que se verificó en esta época fue el surgimiento de partidos políticos que articularon a los diversos sectores oligárquicos, dándoles a ellos, respecto del Poder Eje­ cutivo, una autonomía y un poder crecientes . El eje manifiesto de su articulación fue el clerical-laico, debido al cual se organizaron el Con­ servador (clerical) y Radical (laicista) en los extremos y, en posiciones intermedias, el Liberal y Nacional. Pero junto con ese eje, las actuaciones concretas de los partidos estuvieron cruzadas permanentemente por el eje gobierno absolutistaoposición liberalizadora. Aunque en este caso más que una diferencia doctrinaria se configuró un conflicto mucho más pragmático entre quienes controlaban el Poder Ejecutivo versus quienes estaban fuera de él98. El propio eje clerical-laico incorporaba de manera compleja el tema del autoritarismo porque, por un lado, se trataba de la lucha de la élite laica contra los privilegios de todo orden de que disfrutaba, desde la Colonia, la Iglesia Católica, por ser el catolicismo religión de Estado. Pero, a la vez, dicha élite buscaba aprovecharse de la institución del Patronato (que otorgó a la monarquía española, en sus dominios, facul­ tades de control administrativo superior sobre la Iglesia ) para subordi­ nar la Iglesia al Estado.

97 Ver Amunátegui; p. 140 y Edwards; pp. 109-110. 98 Un interesante análisis de estos ejes de conflicto se puede encontrar enTimothy R. Scully. "Los Partidos de Centro y la Evolución Política Chilena. CIEPLAN-Notre Dame; Santiago; 1992; en Gonzalo Vial. Historia de Chile (1891-1973), Zig-Zag, Santiago, 1996, Volumen I, Tomo I; y en el libro de Donoso (1946) ya citado.

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Por otro lado, la élite clerical luchaba por preservar los privilegios socioculturales de la Iglesia, pero al mismo tiempo pretendía eliminar su subordinación política al Estado autocrático. Si bien el conflicto clerical-laico tuvo siempre mucha acritud y di­ vidió doctrinalmente a la oligarquía, prácticamente no llegó a la vio­ lencia", ya que las disensiones a este respecto fueron mucho menores que en otros países de la época. No estaban en cuestión los bienes de la Iglesia ni su derecho a desarrollar colegios privados, prensa, obras de beneficencia y asociaciones de todo tipo. Lo que se cuestionaba era su tuición sobre el Registro Civil, matrimonial y los cementerios; la exis­ tencia del fuero eclesiástico, la ausencia de derechos de otras confesio­ nes religiosas y, especialmente, el alcance de la educación religiosa en establecimientos del Estado, así como los grados de supervisión que el mismo Estado ejercía sobre el funcionamiento y los títulos otorgados por los establecimientos escolares y universitarios católicos. Tanto fue así que las cuatro guerras civiles del siglo XIX (1830, 1851, 1859 y 1891) propiamente tales fueron causadas por el conflic­ to en torno al eje autoritarismo-Tiberalismo” y no respecto a cuestio­ nes religiosas. Es más, en las dos últimas (las de 1859 y 1891), los par­ tidos conservador y radical (en rigor este se creó en 1863 pero en 1859 ya era una facción del Partido Liberal) prácticamente se integraron y constituyeron un bloque antiautocrático, contra Montt, en el primer caso, y contra Balmaceda, en el segundo. Sin embargo, entre 1874 y 1886 el conflicto laico-clerical llegó a su culminación. Primero, con la eliminación legal del fuero eclesiástico (que fue compensada con la supresión de los “recursos de fuerza” que permitían a la Corte Suprema, en el contexto del Patronato, intervenir en juicios canónicos y que fue el que dio lugar, en 1857, al cisma pelucón como fruto de la famosa “cuestión del sacristán”), la que incluso susci­ tó amenazas de excomunión del Presidente de la República, de los ministros y de todos los senadores, diputados y miembros del Consejo de Estado que aprobaran dicha legislación. Luego se produjo la dura pugna entre el Estado chileno y el Vaticano a raíz de la designación del sucesor del arzobispo de Santiago, Valentín Valdivieso, quien falleció en 1878, la que logró ser resuelta recién en 1886, con el nombramien­ to de Mariano Casanova, al asumir Balmaceda la presidencia de la re­ pública. Y, por último, la virulenta oposición de la Iglesia Católica a las leyes de cementerios laicos (1883), de matrimonio civil (1884) y de registro civil (1884). La acritud y odiosidad de la pugna laico-clerical revela particular­ mente los grados de intolerancia y autoritarismo de la oligarquía chile-

99 Salvo con la grotesca "guerra de los cementerios” donde el Gobierno de Domingo Santa María (1881-1886) llegó al extremo de secuestrar los cadáveres de personas recientemente fallecidas, que se suponía iban a ser enterrados en cementerios parroquiales, en virtud de la intransigencia eclesiástica en aceptar el entierro en cementerios "profanos”.

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na. Si bien es cierto que aquellos cambios fueron positivos, en la medi­ da que contribuían a debilitar la autocracia (al disminuir el poder polí­ tico, social y cultural de una Iglesia fuertemente comprometida con aquella], la falta de relevancia intrínseca de muchos de ellos -[sobre todo en relación a la extrema importancia que se les asignaba!- nos revela una oligarquía con un espíritu hegemónico no solo en lo políti­ co, económico, social y cultural, sino también en lo doctrinal, filosófico y religioso. El quiebre de 1861 lo anticipó el hecho de que Manuel Montt se vio políticamente incapacitado de imponer a su sucesor natural, Anto­ nio Varas100, y se contentó con designar al mucho más moderado José Joaquín Pérez [1861-1871]. Durante su gobierno se produjo una signi­ ficativa liberalización de la vida política y cultural del país. De partida, no se recurrió a estados de excepción constitucionales; en 1861, se aprobó una ley de amnistía para los “enjuiciados por razón de delitos políticos” durante el gobierno anterior; en 1865, se derogó la represiva (“bárbara” de acuerdo a Barros Arana] ley de responsabilidad civil de 1860 que establecía que “los autores y cómplices, directos o indirectos, de un mo­ tín, serían solidariamente responsables de los peijuicios que sufrieran la fortuna pública y la privada, y de los gastos gubernativos destinados a restablecer el orden”101; mediante una ley interpretativa se reformó el artículo 5o de la Constitución permitiendo a los no católicos profesar su religión en recintos de propiedad particular y establecer escuelas para “la enseñanza de sus propios hijos en la doctrina de sus religiones”102; y se aprobó una reforma constitucional que impidió la reelección del Presi­ dente de la República luego de su período de cinco años. Luego, bajo el gobierno del liberal Federico Errázuriz Zañartu (18711876], se produjeron también reformas progresistas. Se reemplazó la gravemente restrictiva ley de prensa de 1846 por una mucho más libe­ ral que solo fijaba penas de multa para los abusos de la libertad de expresión. Aunque "calificaba de abusos de la libertad de imprenta los

100 El carácter absolutamente autocrático de este ministro favorito de Montt lo podemos ver incluso mucho después, en 1886, cuando con ocasión de la grave crisis del Presidente Santa María con el Congreso y de la medida autoritaria del Presidente de la Cámara de Diputados, Pedro Montt (hijo de Manuel), para conjurarla señaló que "la Constitución (Política) y el reglamento (de la Cámara) son una simple telaraña cuando se trata del orden y del interés público", (cit. en Mario Góngora. Ensayo Histórico sobre la Noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX; Edit. Univer­ sitaria; Santiago; 1992; p. 42). 101 Amunátegui; p. 149.

102 Sin embargo, y pese a que dicho cambio venía, como hemos visto, a consagrar una situación de hecho, el sacerdote y diputado Joaquín Larraín Gandarillas, en el debate parlamentario, “sostuvo que establecer la libertad de cultos importaría abrir la puerta de la discordia para dividir la familia chilena, pues los partidos enarbolarían la bandera religiosa y a su sombra asolarían la República. Por otra parte, argüía, al destruir la unidad religiosa la legislación tendría que sufrir un completo trastorno y sería necesario retocarla por entero para adaptarla a las nuevas ideas. Del establecimiento de la libertad absoluta de cultos resultarían, en su concepto, el indiferentismo religioso, el fanatismo, la rela­ jación de la moral pública y el debilitamiento de la unidad social". (Donoso (1946); p. 212.)

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ultrajes a la moral pública y a la religión del Estado, los escritos en que se tratara de menoscabar el buen concepto de los funcionarios públi­ cos y los que tendieran al mismo fin con respecto a las personas priva­ das”103. Asimismo, por reforma constitucional de agosto de 1874 se ase­ guró a todos los habitantes de la República los derechos de reunión, asociación104 y de libertad de enseñanza; se estableció la incompati­ bilidad parlamentaria absoluta para los párrocos, intendentes, gober­ nadores y empleados de nombramiento presidencial, con excepción de los ministros de Estado; y se establecieron elecciones directas de las provincias para el Senado, con lo que al menos se abrió la posibi­ lidad de que accedieran opositores al mismo. Además, se limitaron las facultades del Presidente respecto de los estados de excepción consti­ tucionales y se le concedió al Congreso facultades para citarse a sesio­ nes extraordinarias. Además, se hicieron reformas electorales aparentemente muy sig­ nificativas: se estableció, de hecho, el sufragio universal alfabeto mas­ culino, al establecerse, como presunción de derecho, la de que todo individuo, si sabía leer y escribir, tenía la renta necesaria para inscribir­ se en el registro electoral y, debido a que la generalidad de los “sirvien­ tes domésticos”, que continuaron sin derecho a voto, eran mujeres 105.

103 Donoso (1946]; p. 372. 104 En el debate parlamentario sobre la libertad de asociación, curiosamente el diputado conser­ vador Abdón Cifuentes se mostró mucho más liberal que los liberales, al aducir que el valor de la reforma quedaba en nada si se mantenían las disposiciones del Código Civil que le entregaban al Presidente de la República ([y que le entregan hasta el día de hoy en la legislación chilena!) la tutela de las corporaciones y fundaciones sin fines de lucro, para los efectos de autorizar su existencia, aprobación de sus estatutos, o su extinción. E incluso podían (¡y pueden!) ser disueltas por el Presi­ dente si a juicio de este "llegan a comprometer la seguridad y los intereses del Estado o no corresponde al objeto de su institución". Cifuentes resaltaba que para las corporaciones con fines de lucro no se requería dicha tutela: "En efecto si se trata deformar una sociedad civil o comercial para hacer negocio, no hay que pedir permiso a nadie; arreglamos nuestros estatutos como se nos ocurra, y nuestra sociedad puede adquirir, contratar y hacer de su capa un sayo con toda libertad... ¡Pero no os asociéis para servir a vuestros semejantes; no queráis sacrificaros en obsequio del bien público; porque entonces toda libertad desaparece, toda seguridad se acaba, toda espontaneidad queda sujeta a tutor!... ¡Las sociedades de interés público no tienen libertad para nacer, para vivir, ni aún para morir! Este es el régimen de libertad cuya defensa y apología se ha hecho aquí por los señores (Joaquín) Blest Ganay (Miguel Luis) Amunátegui. Y luego el honorable diputado por Putaendo, señor (Domingo) Santa María, me interrumpía para decirme que nadie atacaba aquí la libertad de asociación". (Abdón Cifuentes. Discursos; Esc. Tipogr. de La Gratitud Nacional; Santiago; 1916; Tomo I; pp. 581-582 y 588-589) 105 El notable resultado de haber sido uno de los primeros países del mundo en hacerlo, se relativiza completamente si consideramos que las elecciones eran controladas por el Poder Ejecu­ tivo y después de 1891 por la oligarquía, a través del fraude abierto (el “tutti”), el cohecho o la sujeción "natural" del campesino. Otra de las expresiones de nuestra atávica contradicción entre teoría y práctica... Por lo demás, como lo indicó el político liberal José Maza Fernández en 1913: “Un día sin que el pueblo lo pidiera, sin que él supiera lo que se le daba, porque no se le había enseñado, se le dijo que tenía derecho a voto, que podía elegir representantes, que era soberano. El no pudo comprender el alcance de semejante concesión", (cit. en Luis Barros Lezaeta y Ximena Vergara Johnson. El Modo de Ser Aristocrático. El caso de la oligarquía chilena hacia 1900, Edit. Aconcagua; Santiago; 1978; pp. 175-176)

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Se fijó un sistema proporcional para la Cámara y en parte para las municipalidades (a través del voto acumulativo en el que cada elector podía votar tantas veces como el número de cargos a elegir para su circunscripción), en lo cual estuvieron muy de acuerdo tanto radicales como conservadores, reproduciendo nuevamente la unión en torno al eje antiautocrático106. Sin embargo, Errázuriz se opuso exitosamente a extender el sistema proporcional al Senado. Y se transfirió, de las mu­ nicipalidades a las juntas de mayores contribuyentes, el control de las calificaciones electorales107. Por último, en 1874, al establecerse el Código Penal, se eliminaron las penas infamantes, como las de trabajo forzoso en lugares públicos. Sin embargo, siguiendo la tradición de que la ley perfectamente podía no aplicarse, José Joaquín Larraín Zañartu escribía en 1888: “Hace ya algunos años, el que esto escribe sostenía, apoyado en textos de la ley y resoluciones de los tribunales, que no se podía en Chile obligar a los reos a trabajar públicamente y en las calles. Años han pasado, y des­ pués... [los condenados por faltas siguen sufriendo la pena de vergüenza pública, abolida y borrada por el Código Penal del catálogo de nuestras leyesi Un jefe de policía decíame una vez: [Para mí, la ley de garantías individuales es sólo letra muerta1. Y lo era efectivamente, y sigue siéndolo...”108. Bajo el gobierno de Aníbal Pinto (1876-1881) se permitió por de­ creto (1877) la entrada de la mujer a la universidad para acceder a títulos profesionales109 y, en 1880, se extendió a los magistrados judi­ ciales las incompatibilidades parlamentarias y administrativas. Durante la administración de Domingo Santa María (1881-1886) se reformó la Constitución en cuanto a hacer un poco menos engorro­ sos los mecanismos para su modificación. Pero se mantuvo la necesi­ dad de requerir la aprobación de dos legislaciones sucesivas para efec­

106 Y el Presidente Errázuriz se opuso infructuosamente a ello aduciendo "que la teoría del voto acumulativo es mucho más avanzada y radical que la del sufragio universal; que no se ha puesto en práctica en ningún paísy que sólo la han sostenido los rojos más avanzados", (cit. en Samuel Valenzuela. Democratización Vía Reforma. La expansión del sufragio en Chile, Edic. del IDES; Buenos Aires; 1985; p. 104). Esta modificación tampoco resultó relevante, dada la mantención del fraude electo­ ral por el Poder Ejecutivo.

107 Y esta última también fue fácilmente neutralizada por el ingenio y el poder gubernamental. 108 José Joaquín Larraín Zañartu. “El servilismo político y lo que existe en el fondo de las huelgas en Chile", cit. en Sergio Grez Toso. La Cuestión Social en Chile. Ideas y debates precursores (18041902), Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos; Santiago; p. 344. 109 Es interesante destacar a este respecto que Abdón Cifuentes propuso la extensión del voto a la mujer en agosto de 1865, planteando un enfoque de fuerte defensa de sus derechos: "...si hay alguien que por su naturaleza necesita más que otro de la protección de la ley y déla sociedad, ese es la mujer, físicamente más débil que el hombre; si hay alguien que tenga un interés supremo en que el orden social se perfeccione, en que haya un buen gobierno, ese es la mujer; y si hubiera alguien que en la sociedad pudiera quedar desheredado de los derechos políticos, no sería ciertamente el débil que puede ser impunemente oprimido, sino el fuerte que puede ser impunemente opresor; no debería ser por cierto la mujer, sino el hombre". (Cifuentes (1916). Tomo I; pp. 223-224) Sin embargo, detrás de esas

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tuar cualquier cambio constitucional. Como lo señala el propio histo­ riador liberal Amunátegui Solar, “en esta fecha (1882), reinaba aún en la opinión ilustrada del país un verdadero fetichismo por la Carta de 1833; y los políticos más liberales temían hacer fácil su reforma, y pro­ vocar de este modo la anarquía”110. Se aprobó, sí, una ley de garantías individuales que “exigió un gran número de requisitos para ordenar el arresto o prisión de los ciudada­ nos, y condenó la arbitrariedad en los procedimientos de la policía y de la justicia”111. Se aprobó también una ley electoral (1884) que en teoría autonomizó un tanto el sistema electoral del control del Poder Ejecuti­ vo, pero que “fracasó lamentablemente en las elecciones legislativas de 1885”112. Por último, en 1885 se aprobó una ley de régimen interior que disminuyó algunas facultades de intendentes y gobernadores “pero que no alteró en nada el vetusto sistema de centralización impuesto por la Carta de 1833”113. También, durante la presidencia de Balmaceda (1886-1891), se efec­ tuaron, previo a la guerra civil de 1891, algunos cambios liberalizadores de escasa relevancia. Así, se reformó la Ley de Municipalidades (1887) que disminuía la total centralización de la Ley de 1854 pero que mante­ nía el derecho de veto de los gobernadores “contra las resoluciones de la Municipalidad que, en su sentir, perjudicaran el orden público” y que “si la corporación insistía por mayoría de votos, debían remitirse los ante­ cedentes al Consejo de Estado, para que resolviera el negocio”114. Además, por reforma constitucional de agosto de 1888, se elimina­ ron formalmente los requisitos censitarios del voto, consagrándose ple­ namente el sufragio universal alfabeto masculino, establecido ya en la práctica en 1874. Por último, por ley de diciembre de 1888, se extendieron las in­ compatibilidades entre los cargos de diputado o senador y todo em­

bellas palabras había también un interés muy concreto: la certeza de que el voto femenino -muy influido por la Iglesia Católica- se habría volcado abrumadoramente hacia el Partido Conservador. Recordemos que dicho partido apoyó la extensión del sufragio universal masculino alfabeto en 1874, pensando obviamente en su control sobre grandes masas campesinas. Esta concepción oligárquico-instrumental del sufragio la reconoce el propio Cifuentes años más tarde en sus Me­ morias cuando, a propósito del análisis de los fraudes del período parlamentario, señala: "Cual­ quier individuo del pueblo, tan desconocido como el difunto, iba a votar con el nombre de éste, fraude que se ha hecho muy fácil con la excesiva extensión del sufragio establecida en mala hora entre noso­ tros". (Cifuentes (1936). Tomo II; p. 288)

110 Amunátegui; p. 226. 111 Amunátegui; p. 226. Aunque, como se vio recién, poco se aplicó.

112 Amunátegui; p. 227. 113 Amunátegui; p. 226. 114 Amunátegui; p. 238.

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pleo, función o comisión públicas que implicaran retribución con fon­ dos estatales. Si bien todos estos cambios constitucionales y legales del período “liberal” (1861-1891) fueron positivos, no modificaron sustancialmente el régimen autocrático. Los presidentes liberales que, como Errázuriz, Santa María y Balmaceda, se habían distinguido en sus intervenciones parlamentarias como severos críticos del absolutismo presidencial y, particularmente, contra las intervenciones fraudulentas de las eleccio­ nes, una vez llegados a la presidencia aplicaron rigurosamente el feroz autoritarismo que habían condenado en tanto críticos opositores. El control de las elecciones se mantuvo hasta 1891. Y mientras más se quitaba en teoría el control del Ejecutivo sobre ellas y en la medida que crecía la demanda de los partidos oligárquicos por obtener una “auténtica” representación parlamentaria, más visible y violenta se vol­ vía aquella intervención y más crítica se^ponía la relación entre el Po­ der Ejecutivo y los partidos políticos. Quizá una de las demostraciones más gráficas de esta postura auto­ ritaria de los presidentes “liberales” la proporciona el relato del enton­ ces ministro de Educación Abdón Cifuentes (1871), quien molesto al ver que la intervención gubernativa en las elecciones continuaba como siempre, le planteó directamente el tepia al presidente, Federico Errázuriz Zañartu: “¿Cuándo podremos tener verdaderas elecciones? ‘Nunca’, me replicó (el Presidente). 'Es muy doloroso para mí oír eso. Yo creo sinceramente en las ventajas de la República, pero con las má­ quinas electorales que aquí se usan las elecciones y la República son una simple comedia’. ‘Es que usted mira las cosas de tejas arriba y en política es preciso mirarlas de tejas abajo’. ‘Siento, señor, disentir de su opinión. Yo creo que en política, como en todo, debe reinar la verdad y la justicia’. Comencé a notar que mis contradicciones le chocaban, le molestaban. ‘¿Pero es usted tan inocente, me dijo, que no ha visto que todos los partidos compran estas papeletas (de calificación para tener derecho a votar) y hacen votar con calificaciones ajenas?’ ‘Sí, señor, lo he visto y lo deploro, pero hay una diferencia: que los partidos las com­ pran, mientras que el Gobierno tiene fábrica gratis de ellas y lo que más me mortifica a mí es que el mal ejemplo venga de arriba; porque se extiende como mancha de aceite sobre las capas inferiores. ¿Qué esperanza puede quedarnos de que se moralicen los actos electorales y de que los ciudadanos cumplan las leyes, si nosotros somos los prime­ ros que las violamos?’ El mal humor de S.E. subió a tal punto que se le desbocó el caballo y me lanzó este brulote: ‘Es usted muy cándido’. ‘Señor, le contesté, prefiero ser cándido a ser pillo’”115. Pero el reconocimiento más desembozado del autoritarismo “libe­ ral” extremo lo proporciona Domingo Santa María en un autorretrato 115 Cifuentes (1936); Tomo II; pp. 69-70.

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dirigido al Diccionario Biográfico de Chile: “Se me ha llamado autori­ tario. Entiendo el ejercicio del poder como una voluntad fuerte, direc­ tora, creadora del orden y de los deberes de la ciudadanía. Esta ciuda­ danía tiene mucho de inconsciente todavía y es necesario dirigirla a palos. Y esto que reconozco que en este asunto hemos avanzado más que cualquier país de América. Entregar las urnas al rotaje y a la cana­ lla, a las pasiones insanas de los partidos, con el sufragio universal enci­ ma, es el suicidio del gobernante, y yo no me suicidaré por una quime­ ra. Veo bien y me impondré para gobernar con lo mejor y apoyaré cuanta ley liberal se presente para preparar el terreno de una futura democracia. Oiga bien: futura democracia. Se me ha llamado interven­ tor. Lo soy. Pertenezco a la vieja escuela y si participo de la interven­ ción es porque quiero un parlamento eficiente, disciplinado, que cola­ bore en los afanes de bien público del gobierno. Tengo experiencias y sé a donde voy. No puedo dejar a los teorizantes deshacer lo que hicie­ ron Portales, Bulnes, Montt y Errázuriz. No quiero ser Pinto a quien faltó carácter para imponerse a las barbaridades de un parlamento que yo sufrí en carne propia en las dos veces que fui ministro, en los días trágicos a veces, gloriosos otros, de la guerra con el Perú y Bolivia. Esa fue una etapa de experiencia para mí en la que aprendí a mandar sin dilaciones, a ser obedecido sin réplica, a imponerme sin contradiccio­ nes y a hacer sentir la autoridad porque ella era de derecho, de ley y, por lo tanto, superior a cualquier sentimiento humano. Si así no me hubiese sobrepuesto a Pinto durante la guerra, tenga usted por seguro que habríamos ido a la derrota”116. Podemos ver, pues, en Santa María, las mismas ideas matrices que en Portales: el desprecio del pueblo que hay que mejorarlo a palos; la concepción de que la democracia es siempre para el futuro, no para el presente; y la necesidad, para que el sistema funcione, de utilizar sin restricción todos los medios autoritarios que se consideren útiles para los fines perseguidos. De este modo, no puede extrañar que, previo a las elecciones parla­ mentarias de 1882, se haya incendiado el local donde se conservaban los registros electorales de Rancagua, donde la oposición contaba con numerosas fuerzas, “salvándose sólo la sección de ellos en que aparecía el mayor número de inscritos que votaban por el Gobierno”117; hecho que llevó al Partido Conservador a retirarse de la elección. Por otro lado, el diputado radical Francisco Puelma Tupper denun­ ció, en noviembre de 1882, que su partido “había sido perseguido cruel­ mente por el Gobierno en todo el país”118 en las elecciones de ese año. Y el también diputado radical Enrique Mac-Iver señaló, respecto de

116 cit. en Góngora; pp. 59-60. 117 Yrarrázaval (1940); Tomo I; p. 235. 118 cit. en Yrarrázaval (1940);Tomo I; p. 236.

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dichas elecciones, que “nunca fue más extenso e inmundo el charco donde el Gobierno ahogó a la ley y la voluntad de los ciudadanos”119. A la luz de lo anterior, tampoco puede extrañar que, en las eleccio­ nes de 1885, la violencia utilizada por el Gobierno arrojara un balance, a nivel nacional, de 45 muertos y 160 heridos120. O que el connotado dirigente liberal Diego Barros Arana señalara que “el gobierno cometió por medio de sus agentes toda clase de atropellos y de abusos; pero el más grave de todos fue la sustracción de los registros electorales de Santiago, perpetrada en el centro de la capital, dentro del palacio de los tribunales de justicia, en la oficina del Conservador de Bienes Raíces”121. O que el diputado conservador Juan Agustín Barriga denunciara que “la prensa y la conciencia pública están llenos de los brutales atropellos ejecutados en toda la extensión del departamento de Santiago. La ma­ yor parte de las mesas fueron asaltadas”122. O que el senador liberal Adolfo Ibáñez señalara que “el Gobierno por medio de sus agentes ha inutilizado registros electorales, ha falseado documentos, ha plagiado mayores contribuyentes y ha entrado, en fin, por la ancha senda del abuso”123. A tanto llegó el conflicto político, con antelación a las futuras elec­ ciones presidenciales y en previsión del seguro fraude a favor del can­ didato de Santa María, José Manuel Balmaceda, que, en enero de 1886, los parlamentarios opositores utilizaron el arma de no aceptar el cobro de contribuciones para derribar el ministerio. [La misma arma que cin­ co años después generaría la guerra civill Sin embargo, la oposición no tuvo la suficiente fuerza en el Senado como para hacerla efectiva. De todas formas, la exacerbación del poder presidencial ya no re­ sistiría mucho tiempo. La oligarquía ya había madurado lo suficiente como para desembarazarse de la autocracia. Y estaría dispuesta a utili­ zar todos los medios a su alcance para lograrlo efectivamente...

3. Sistema económico-social

El régimen político autocrático que hemos reseñado tuvo como objeto básico la consolidación de la oligarquía criolla, cuyo desarrollo como clase dominante se había producido durante la Colonia. De este modo, el conjunto de las políticas económico-sociales se orientaron a un sistema económico que garantizara la preservación del dominio social oligárquico. Aunque la proclamación de los ideales libe­ 119 cit. en Yrarrázaval (1940); Tomo I; p. 237. 120 Ver Yrarrázaval (1940); Tomo I; p. 308.

121 cit. en Amunátegui; p. 227. 122 cit. en Yrarrázaval (1940); Tomo I; p. 309.

123 cit. en Donoso (1946); p. 432.

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rales y republicanos, al igual que en lo político, provocó un resultado ambivalente en lo económico. En lo político, la proclamación del ideal liberal republicano sirvió para ocultar la esencia del autoritarismo colonial que se buscaba pre­ servar. Pero, al mismo tiempo, proporcionó las claves de legitimación para que los movimientos sociales (oligárquicos, mesocráticos y popu­ lares, sucesivamente) horadaran efectivamente el autoritarismo políti­ co: “El discurso liberal-republicano, igualitario en el plano formal, fue originalmente instrumentalizado por la élite dirigente en función de sus intereses particulares, identificados, en último término, con la pre­ servación de un orden social tradicional... En cualquier caso, dicho dis­ curso liberal-republicano ofreció una promesa de futuro a los sectores marginados de los beneficios del sistema político y, por tanto, gérme­ nes de cambios conducentes a su paulatina profundización democráti­ ca. Inauguró un horizonte utópico abierto a todos los actores sociales y, por lo mismo, una dinámica de gradual pluralización del escenario po­ lítico. Es así como el discurso liberal-republicano instauró un orden oligárquico, a la par que suministró los recursos necesarios para soca­ varlo”124. En lo económico, la proclamación de aquel ideal sirvió también para ocultar las inmensas desigualdades e injusticias sociales prevale­ cientes; pero, a la vez, fomentó un desarrollo económico y culturaleducativo que llevaba aparejado el surgimiento de poderosos sectores sociales medios y proletarios que, en su momento, podrían constituirse en bases sociales para una efectiva democratización del país. En concreto, la “república democrática” consolidó claramente el poder social de los grandes hacendados. Es importante tener en cuenta que, a lo largo del siglo XVIII, “se abolió la coerción legal, pero se mantuvo la presión informal sobre los trabajadores rurales. Muy pocos indios fueron hechos esclavos después de 1700, se liberó a la mayoría de los esclavos africanos a fines del siglo y la encomienda fue finalmen­ te proscrita en 1791. Al mismo tiempo, se aumentó el trabajo de los inquilinos y permanecieron extraordinariamente bajas las remunera­ ciones de los trabajadores temporeros”125. Asimismo, durante el siglo XVIII se produjo una significativa inmigración española (cerca de 24 mil personas), la que en un 45% prove­ nía de Navarra y el país vasco126. Ellas, luego de triunfar en el comer­ cio, invirtieron su riqueza en la agricultura. Así, “estas nuevas familias desplazaron o absorbieron tan completamente a la élite encomenderoestanciera del siglo XVII, que solo cinco apellidos de la lista del año

124 Manuel Vicuña. La beUe époque chilena, Edit. Sudamericana; Santiago; 2001; p. 39. 125 Bauer; p. 34.

126 Ver Bauer; p. 35.

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1655, que incluía 164 encomenderos principales, se encuentran entre los poseedores de mayorazgos o títulos de nobleza a fines del siglo XVIII”127. Lo anterior llevó a que la oligarquía criolla castellano-vasca desa­ rrollara un gran sentido de superioridad social y racial y una estrecha cohesión en el período previo a la Independencia: “La red de alianzas entre las familias criollas se estrechó en los años previos a la Indepen­ dencia. Muchos funcionarios españoles enviados para romper este teji­ do de intereses locales, de hecho se vieron atrapados en él; y a medida que el poder español se desintegraba en las primeras décadas del siglo diecinueve, la cohesionada y clasista élite criolla, se movió suavemente -en comparación con otras antiguas colonias españolas- para controlar la máquina del gobierno republicano. La élite de comienzos del siglo XIX compartía una compacta región geográfica y tenía intereses eco­ nómicos comunes. Había rencillas al interior, principalmente entre los clanes Larraín y Carrera128, pero en Chile, más que en el resto de His­ panoamérica, existe una fuerte continuidad social que atraviesa el pe­ ríodo de la Independencia”129. Durante todo el siglo XIX (y gran parte del veinte) el poder social de la oligarquía se expresó particularmente en la mantención de la extrema concentración de la propiedad de la tierra y de los ingresos derivados de ella. Así, “de acuerdo a los roles de impuestos, en 1854, había 862 terratenientes (46%) que percibían cerca de dos tercios (67%) del total del ingreso agrícola en Chile central”130. Pero ciertamente, la Independencia trajo también cambios relevan­ tes en el sistema económico del país. En primer lugar, lo condujo a integrarse directamente al sistema económico mundial hegemonizado por Gran Bretaña. Así, “para 1849 cerca de 50 firmas británicas con­ trolaban la mayoría de las exportaciones chilenas: casi el 50% del valor de estas exportaciones iban a Inglaterra, y las mercaderías inglesas daban cuenta del 30% al 40% del valor de las exportaciones chilenas” y dado que las élites económicas chilenas carecían “de infraestructura financiera básica y de peso económico para competir en los mercados internaciona­ les (...) prácticamente por necesidad se incorporaron dentro de la red de comercio internacional que los británicos tejieron a través de América Latina y otras partes del mundo en el siglo diecinueve”131. Para llevar a cabo lo anterior -y dado el caos económico introduci­ do por las guerras de independencia y el período de la “anarquía”- el gobierno de José Joaquín Prieto -inspirado, desde luego, por Portales127 Bauer; p. 35. 128 Y posteriormente entre “petacones" y "pipiólos”.

129 Bauer; p. 37. 130 Bauer; pp. 62-63.

131 Loveman (1988); p. 133.

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“enfrentó las enormes tareas de reorganizar las finanzas públicas, racio­ nalizar las políticas comerciales y determinar la dirección del desarro­ llo económico. El gobierno cumplió estas tareas haciendo estrictas eco­ nomías internas y aceptando el rol de Chile como proveedor de materias primas a las economías capitalistas más desarrolladas e importador de bienes manufacturados... Esta estrategia se acomodó a los intereses de los sectores económicos más poderosos en Chile, terratenientes, due­ ños de minas, exportadores-importadores, y comerciantes nacionales y extranjeros. Le permitió a las clases altas importar bienes de lujo desde Europa, vivir muy bien, modernizar las ciudades, y mantener las rela­ ciones sociales tradicionales y los sistemas de propiedad en el cam­ po”132. Como lo señaló Miguel Cruchaga Montt, la élite chilena “creyó que el país no estaba listo... para el desarrollo de manufacturas, y deseando tener fácil acceso a los bienes de consumo y fáciles oportunidades para exportar lo que se estaba produciendo, buscó facilitar el comercio con los países extranjeros que podrían proveernos al menor costo”133. Otro elemento característico de la economía chilena del siglo XIX fue el significativo impulso de la minería, especialmente a partir del descubrimiento, en 1832, de la mina de plata de Chañarcillo (cerca de Copiapó). Se estima que la producción de plata “aumentó desde alre­ dedor de 33.000 kilos en la década de 1830 a sobre 123.000 kilos en la década de 1870 (...) mientras que la producción anual de cobre creció desde cerca de 14.000 toneladas en los 40 a más de 46.000 toneladas en los 70, momento en el que Chile proporcionaba entre un tercio y la mitad del suministro de cobre del mundo”134. En una sociedad tan cerrada como la chilena, la minería atrajo a “un gran número de trabajadores, comerciantes, especuladores y explora­ dores”. Incluso, “muchos chilenos de clase alta se sintieron motivados a buscar suerte en ella con la esperanza de una rápida fortuna. Se ha señalado que la minería, con sus repentinas ganancias y pérdidas, ha sido algo especialmente atractivo para la sicología chilena”135. De todas formas, el surgimiento de grandes fortunas en la minería no introdujo ningún cambio relevante en la oligarquía chilena. Los que ya no eran grandes terratenientes, lo fueron después de su enriqueci­ miento, con lo cual le imprimían el sello necesario para su ingreso ple­ no en la clase oligárquica de pretensiones aristocráticas. A medida que se desarrollaba la economía -tanto por la minería como por el boom exportador de trigo a California y Australia-, a me­ diados del siglo, comenzó a surgir un importante sector bancario priva­

132 Loveman (1988); pp. 134-135.

133 cit. en Loveman (1988); p. 135. 134 Collier y Sater; p. 77. 135 Collier y Sater; p. 77.

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do y aparecieron las sociedades anónimas que fueron reguladas por ley en 1854. Además, se empezaron a desarrollar ferrocarriles y diversas obras públicas; comenzaron a modernizarse las ciudades; el gobierno pudo incrementar significativamente la construcción de escuelas y hubo un notable desarrollo de la cultura y de las artes. A su vez, la minería adquirió tal envergadura que los capitales chilenos comenzaron a ex­ tenderse hacia la costa salitrera peruana y boliviana: “un cuarto de toda la producción de nitrato de Tarapacá estaba controlada por chilenos en 1871-2. En el litoral boliviano, más al sur, los chilenos eran aún más abrumadoramente conspicuos. Las minas de plata de Caracoles eran trabajadas casi enteramente por chilenos. Los depósitos de ñitrato en el desierto de Atacama habían sido explotados inicialmente a mediados de los 60 por los empresarios chilenos José Santos Ossa y Francisco Puelma, que obtuvieron generosas concesiones del entonces dictador boliviano Mariano Melgarejo. La insignificante aldea costera de La Chimba repentinamente se convirtió en la próspera ciudad de Antofagasta, casi completamente poblada por chilenos"136. Además de la contribución a la economía chilena de la época, no hay duda que dicha expansión constituyó uno de los factores que con­ dujo a la Guerra del Pacífico. También es incuestionable que la guerra, y particularmente su vic­ toria, tuvo una gran incidencia en el desarrollo económico del país. De partida, según diversos contemporáneos y estudiosos, evitó una crisis social de proporciones, dado el profundo deterioro económico que se experimentó en la segunda mitad de la década del 70, como efecto de la gran recesión internacional de 1873. Así por ejemplo, Abdón Cifuentes nos relata en sus Memorias que “la crisis económica que ve­ nía afligiendo el país se iba haciendo cada vez más aguda (en 1878). La clase proletaria carecía de trabajo por la paralización de las obras pú­ blicas y privadas, de modo que el pueblo padecía hambre. El bandole­ rismo y la inseguridad personal en los campos habían tomado propor­ ciones alarmantes... El descontento público tuvo por aquellos días en Santiago, manifestaciones populares subversivas que la fuerza pública apenas logró sofocar a medias”137. El doctor Augusto Orrego Luco seña­ laba que “las doctrinas más disolventes flotaban en la atmósfera; los arrabales se presentaban a desafiar a la fuerza pública en el corazón mismo de Santiago; partidas de bandoleros recorrían los campos; la policía estaba al acecho de incendiarios”138. Por otro lado, los historiadores Collier y Sater afirman que “con las minas cerradas y los campos quedando en barbecho, los desempleados confluyeron a las ciudades en busca de trabajo. Las ciudades simple­

136 Collier y Sater; p. 87. 137 Cifuentes (1936); pp. 153-154.

138 cit. en Grez; p. 328.

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mente no pudieron absorberlos. La Iglesia y varias organizaciones de caridad abrieron ollas populares... cerca de 50.000 chilenos emigraron, mientras que otros se dedicaron al delito: bandas de campesinos desempleados robaban en los fundos, y en las ciudades los asaltos llega­ ron a ser tan comunes que mucha gente no se atrevía a salir a la calle”139. La crisis alcanzó tal grado que, en 1878, para salvar a los bancos se aprobó una ley de inconvertibilidad de la moneda. Además, el Congre­ so autorizó el azote de los ladrones (que había sido abolido en el Códi­ go Penal de 1874) con la finalidad de frenar en algo la delincuencia; aprobó una legislación aduanera que encarecía la importación de bie­ nes de lujo y un impuesto a la .herencia, con el objeto de recabar más fondos para que el Estado enfrentara la crisis. Solo a fines de 1878 recha­ zó una propuesta del gobierno de aplicar un impuesto a la renta140. Así, de acuerdo al cientista político Federico Gil, si no hubiera acon­ tecido la Guerra del Pacífico, “es posible que una revolución hubiera puesto fin a la administración de Pinto”141. A su vez, la guerra misma se convirtió en un poderoso acicate para el desarrollo de la industria manufacturera -que hasta la fecha había tenido muy pobres resultados-, principalmente gracias al "sustancial incremento en la demanda del gobierno que tuvo que armar, equipar y mantener sus grandes fuerzas expedicionarias durante un período de cinco años”142. Otra consecuencia inmediata de la guerra fue la recurrencia a altas tasas de inflación como mecanismo de política eco­ nómica143. Pero ciertamente, la victoria en la guerra produjo notables cambios en la economía del país. Chile y su economía, al convertirse luego de ella en el único productor mundial de salitre, recibió una gran afluen­ cia de recursos que repletaron las arcas fiscales por la vía de impuestos a la exportación, ya que se prefirió mantener la generalidad de la pro­ piedad salitrera en manos de empresas extranjeras144. De este modo, el control del Poder Ejecutivo se convirtió en una materia particularmen­ te crucial, lo que iba a condicionar todavía más el afán de la oligarquía de derrumbar la autocracia. Sin embargo, desde el punto de vista económico-social el cambio político de 1891 no tuvo mayor impacto. Antes y después dichas ri­

139 Collier y Sater; p. 126.

140 Ver Collier y Sater; pp. 126-127. Aunque al año siguiente, en plena guerra, el Congreso aprobó también aquel proyecto. (Ver Collier y Sater; pp. 142-143) 141 Federico Gil. El Sistema Político de Chile. Edit. Andrés Bello; Santiago; 1969; p. 62. 142 Henry W. Kirsch. Industrial Development in a Traditional Society. The conflict of entrepreneurship and modemization in Chile, Univ. of Florida; Tallahassee; 1977; p. 5. 143 Ver Collier y Sater; p. 143. 144 Por razones ideológicas antiestatistas y por la falta de capitales nacionales en momentos en que la guerra estaba todavía en su apogeo.

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quezas se orientaron a incrementar el gasto público en infraestructura -especialmente ferrocarriles y educación- pero sobre todo se canaliza­ ron -vía disminución de impuestos, concesión de créditos e inflaciónen beneficio de la clase oligárquica que la destinó, en gran medida, a aumentar su opulencia y lujo, ignorando la explotación y miseria en que vivía la gran mayoría del pueblo. En efecto, si algo puede caracterizar a los sectores populares del siglo XIX son sus atroces condiciones de vida, partiendo por la de los trabajadores del campo. Así, Claudio Gay afirmaba, en su estudio de la agricultura chilena, que el campesino era de hecho un siervo de la gleba y que “en ningún país el trabajo de los campos es más penoso, más duro, más fatigante y más mal pagado”. Específicamente, señalaba que “el inquilino es siempre explotado, ya por estos adelantos (anticipos o prés­ tamos en semilla o dinero) ya por el subido precio de los arriendos (...). El propietario, sea por costumbre, sea por estipulación les paga muy raras veces en dinero (...). Esta costumbre no es sino un resto de ese derecho de poya o banalidad que ejercían en otro tiempo los señores feudales sobre sus vasallos”145. Por su lado, El Mercurio (de Valparaíso) en el editorial “Los Inquili­ nos”, del 17 de febrero de 1860, señalaba que respecto de aquellos “nada se ha hecho aún, todo permanece en su estado primitivo; y peor aún, porque hoy la codicia de los amos y sus exigencias oprimen cada día más a esa infortunada clase”. Respecto de su habitación, la define como “infecta, pajiza, obscura y sucia... allí está el lecho del marido y de la esposa unido al de los hijos y éstos confundidos los unos y los otros sin consideración ni al sexo ni a la edad. Nada, casi nada se en­ cuentra en estas tristes moradas de los inquilinos chilenos que pueda anunciarnos que nos encontramos en un país civilizado... sólo impera la miseria, la esclavitud y los vicios que traen consigo la ignorancia y el vasallaje”146. Asimismo, el norteamericano J. M. Gillis, que estuvo algún tiempo en Chile a mediados del siglo XIX, “se refiere a nuestros campesinos, destacando la descuidada indiferencia con que eran mirados por sus señores, la falta de horizontes en que desarrollaban sus vidas, la explo­ tación de que eran víctimas y la situación de miseria y sordidez en que se encontraban, situación incomparablemente peor que la que tenían los esclavos en Estados Unidos”147. Años más tarde (1884), Augusto Orrego escribe que “el sistema del inquilinaje ha sido durante muchos años el blanco de críticas acer­ bas, y bajo todas las formas se han exhibido sus errores y lastimosas

145 cit. en Hernán Ramírez Necochea. Historia del Movimiento Obrero en Chile. Siglo XIX; Tall. Graf. Lautaro; Santiago; 1956; p. 62. 146 cit. en Ramírez (1956); p. 64. 147 Ramírez (1956); p. 62.

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consecuencias. Es evidentemente defectuoso un régimen en que no se concede al labrador el menor derecho sobre la tierra que trabaja; en que se le entrega a merced del propietario y en que sólo lo defien­ de de la caprichosa arbitrariedad de un señor una incierta y lejana protección social. Es evidentemente defectuoso un régimen que tie­ ne todas las asperezas del régimen feudal sin tener en cambio ni si­ quiera su lado pintoresco”148. Tanta era la miseria del campesino chileno que su par argentino, en la segunda mitad del siglo XIX -ambos países exportaban cereales-, ganaba un salario ocho a diez veces mayor149. Además, ‘‘después de 1860 los salarios en el campo cayeron cada vez más detrás del aumento del costo de los alimentos y productos básicos. Las condiciones de los inquilinos empeoraron a medida que los terratenientes requirieron de ellos trabajar más días, proveer más trabajo de su familia, o pagar a peo­ nes adicionales para cumplir con las obligaciones laborales de la familia. Los inquilinos recibieron incluso lotes más pequeños de tierra y en­ frentaron restricciones en los derechos de pasto para sus animales”150. Fue natural, por tanto, que el campesino emigrara en grandes canti­ dades a las ciudades, al norte salitrero e incluso al extranjero (California, Argentina y Perú, especialmente). Así, “entre 1839 y 1841, entre 300 y 400 peones emigraron a Australia (...). Entre 1848 y 1852 la gran ma­ yoría de los 50.000 sudamericanos que emigraron a California eran peones chilenos. Entre 1868 y 1875 cerca de 30.000 peones emigraron a Perú (...). Antes de 1879, no menos de 10.000 peones chilenos ha­ bían emigrado a Antofagasta y Tarapacá. Después de 1879, entre 80 y 100.000 se trasladaron allí. Mientras que, entre 1870 y 1895, más de 5.000 iban a instalarse en la isla de Chiloé, y sobre 40.000 en Argenti­ na. En casi medio siglo, no menos de 200.000 peones habían emigrado fuera del Núcleo (Valle) Central de Chile. Eso equivalía al 20% de la población hábil y al 10% de la población total”151. En la minería, durante el siglo XIX, la situación de los trabajadores fue también atroz. El observador británico Captain Head, en la década de 1820, asombrado frente a la cantidad de peso que transportaban los mineros, señalaba que “son bestias de carga que transportan casi el mis­ mo peso que llevan las muías” y respecto de los campamentos en que vivían recuerda uno con estas palabras: “La vista desde (las minas de) San Pedro Nolasco... es indudablemente la escena más espantosa que me ha tocado presenciar en mi vida... ningún otro sentimiento que el de la avaricia podría justificar el establecimiento de un cierto número de seres humanos en un lugar que para mí es materia de asombro cómo alguna 148 cit. en Grez; p. 324.

149 Ver Bauer; p. 127.

150 Loveman (1988); pp. 147-148. 151 Salazar; p. 259.

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vez pudo ser descubierto”. Al final, Head concluye, respecto de la situa­ ción de los peones mineros observada en Chile, que “constituye una de las más vergonzosas páginas de la historia moral de la humanidad”152. Años más tarde, Charles Darwin vio algo similar: “Cuando llega­ mos a la mina inmediatamente me chocó el pálido aspecto de los peo­ nes (...) la mina tiene 180 metros de profundidad, y cada apir sube una carga de 200 libras de peso (90 kilos aprox.) (...). Incluso jovencitos imberbes, de 18 ó 20 años, con escaso desarrollo muscular -están casi desnudos- ascienden con esa gran carga desde esa profundidad (...) los apires suben esa carga 12 veces al día, o sea, 2.400 libras diarias (1.089 kilos aprox.) (...) y ellos son empleados durante los intervalos en ma­ chacar piedras... Aún sabiendo que éste es un trabajo voluntario, es, sin embargo, tremendamente repulsivo ver el estado en el que ellos llegan a la bocamina: sus cuerpos doblados hacia delante, agachados, con sus brazos apoyados en los escalones, sus piernas arqueadas, sus músculos temblorosos, la transpiración chorreando de sus rostros sobre su pecho, las aletas de la nariz distendidas, las comisuras de los labios violenta­ mente recogidas hacia atrás, y la expulsión del aliento dificultosa (...)”153. La mecanización avanzó tan poco a lo largo del siglo -al menos en la minería del cobre-, que el ingeniero de minas británico Henry Sewell escribía en 1886 que en Chile se conservaba la “tendencia a trabajar las minas tal como se hizo 50 años atrás, sin ninguno de los muchos e importantes sistemas mecánico-automáticos que ahora se usan en todas las naciones civilizadas; es decir, haciéndolo todo con puro trabajo ma­ nual (...). El agua es hasta el día de hoy sacada a la superficie en bolsas, sobre las espaldas de seres humanos, en muchas minas. Y hay cientos de casos donde los minerales son sacados de igual forma. En muchas minas chilenas el cobre es molido a martillazos y lavado a mano”154. La situación en las minas de carbón no era mejor. Según un informe sobre los mineros de Lota, de 1861, del académico de la Universidad de Chile, Leónidas García, sabemos que “los barreteros y carreros en­ tran al trabajo a las cinco de la mañana en verano y a las seis en invierno; salen a las cinco y seis de la tarde. En el interior de las minas comen y 152 cit. en Salazar; pp. 206-207.

153 cit. en Salazar; p. 207. Descripción que coincide con la que da José Joaquín Vallejo del mine­ ral de Chañarcillo a mediados del siglo XIX: "A la vista de un hombre medio desnudo que aparece en su bocamina, cargando a la espalda ocho, diez o doce arrobas de piedras (92,115 ó 138 kilos), después de subir con tan enorme peso por aquella larga sucesión de galerías, de piques y de frontones; al oír el alarido penoso que lanza cuando llega a respirar el aire puro, nos figuramos que el minero pertenece a una raza más maldita que la del hombre, nos parece que sale de otro mundo menos feliz que el nuestro y que el suspiro tan profundo que arroja al hallarse entre nosotros es una reconvención amarga dirigida al cielo por haberlo excluido de la especie humana. El espacio que media entre la bocamina y la cancha donde deposita el minero los metales lo baña con el sudor copioso que brota por todos sus poros; cada uno de sus acompasados pasos va acompañado de un violento quejido; su cuerpo encorvado, su mar­ cha difícil, su respiración apresurada, todo, en fin, demuestra lo mucho que sufre”, (cit. en Ramírez (1956); pp. 105-106) 154 cit. en Salazar; p. 219.

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almuerzan (...). A horas determinadas acuden sus camaradas (así llaman ellos a sus mujeres) a la boca del pique con cestos que contienen los alimentos. Se colocan éstos en las jaulas ordenadamente, y un hombre baja con ellos (,..).155”Años más tarde (1876), José P. Angulo des­ cribía horrorizado en un periódico de Lota la vida al interior de las minas: “...y allí, con el aire rarificado, con la hediondez y la amenaza de los gases que a veces se inflaman, con luces artificiales sujetas a cada sombrero o gorrilla; allí viven, trabajan, pasan sus días y sus años, desde la niñez hasta la vejez, seres que pudieran ser racionales, seres que se parecen al que esto, escribe y a los que esto han de leer, hombres, en fin, que si no lo son es porque la sociedad no lo permite. [Gran Dios...!”156. A tanto se llegó en la explotación del trabajo minero que El Copiapino, en marzo de 1869, llamaba al menos a respetar el descanso dominical: “Debe abolirse la costumbre de hacer trabajar a los opera­ rios en los días de fiesta (...). Cuando el trabajo de minas se hacía forza­ do allá en el siglo pasado, el propietario dejaba al indio descansar el día domingo de la fatiga de la semana...”157. Incluso, en 1887, el ingeniero francés Eugenio Chouteau daba un informe lapidario sobre la situación de las minas en la provincia de Coquimbo: “Socialmente estudiado este punto, creo que es un crimen de lesa humanidad enterrar en un subterráneo a un ser humano duran­ te tantas horas consecutivas. A la bestia no se le hace trabajar más de ocho horas y esto, dándole alimento y cuidándola, pero al trabajador sólo se le da por alimento el hierro y los gases deletéreos y malsanos que se aspiran en la atmósfera de las minas. Esta es una de las causas que producen la tisis en esos abnegados hijos de las montañas”158. En el siglo XIX, la explotación de los trabajadores, unida a su des­ precio por la clase oligárquica, puede verse con toda propiedad refleja­ da en la laudatoria opinión del trabajador chileno dada por el famoso industrial Henry Meiggs: “Cuando yo acepté realizar este trabajo (cons­ trucción de vías férreas) todos exageraron sus dificultades y me advir­ tieron de que eran insuperables. Me dijeron: ‘Usted no puede controlar los peones locales, porque ellos son insubordinados e ingobernables’. Esta profecía, señores, no se ha cumplido en la ejecución de este ferro­ carril. Todos los artesanos y peones chilenos han trabajado obedecien­ do la voz del honor y del deber. Es cierto que yo los he tratado como hombres y no como perros -como ha sido aquí la costumbre- porque ellos son eficientes si uno sabe cómo dirigirlos... Yo los he visto incluso auto-dirigirse, y aún así, sobrepasan al trabajador extranjero”159.

155 cit. en Ramírez (1956); p. 102.

156 cit. en Ramírez (1956); pp. 103-104. 157 cit. en Ramírez (1956); p. 104.

158 cit. en Ramírez (1956); p. 104. 159 cit. en Salazar; p. 243.

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La miseria de los sectores populares empujaba también a las muje­ res y a los niños al trabajo en condiciones peores -en términos salaria­ les- que los hombres. En 1890, en Talca, el diario local El Alfa nos da una descripción del trabajo de operarías en talleres: “En esos talleres de moda se hace trabajar a las operarías durante doce horas diarias, desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche; lo que es una enormi­ dad y no tener conciencia ni sentimientos humanitarios^...) y, sin em­ bargo, la remuneración que se abona por tan pesado servicio no alcan­ za a la mayor parte de las obreras ni para comer”160. Por otro lado, Eugenio Chouteau informaba, en 1887, que “en las minas de cobre del Norte Chico se- está generalizando para esta clase de trabajos el sistema de emplear niños menores de diez años, lo que es muy perjudicial para la nación, pues este futuro ciudadano gasta su salud en un trabajo pesado y aprende también el robo, porque pierde el decoro viéndose registrado desde tan pequeño”161. Pero peor fue todavía la situación de la mujer popular, especial­ mente en la primera mitad del siglo XIX, ya que, en caso de encontrar­ se sola y sin ocupación, era obligada “a servir en casa honorable, so pena de cárcel y/o destierro”162, mediante decretos o bandos de policía. Así, por ejemplo, el Intendente de Concepción, en 1824, decretó que “toda mujer que no teniendo bienes conocidos o algún oficio de­ coroso con qué subsistir, (...) será desterrada a Colcura si dentro del tercer día no presenta a la policía un boleto visado del Inspector res­ pectivo, en que acredita estar sirviendo en una casa de honor”. Y el gobernador de Puchacay decretaba en 1831 que “todo hombre o mujer que se encuentre sin destino (...) se le proporcionará por el subdelega­ do respectivo un patrón o señora donde pueda ganar lo necesario para la vida con el sudor de su rostro”163. En todo caso, la situación de los trabajadores domésticos era de total sujeción a los patrones. Como lo señala Jaime Eyzaguirre: “Cuan­ do (Andrés) Bello reglamenta el contrato de trabajo de los criados do­ mésticos y los conflictos que de él pudieran derivarse, dispone que, a falta de otra prueba, sea creído el patrón sobre su palabra en orden a la cuantía del salario, al pago del salario del mes vencido y a lo que diga haber dado a cuenta por el mes corriente. Semejante disposición, dic­ tada en una época en que las capas bajas de la sociedad carecían de toda cultura como para ejercer adecuadamente sus derechos, equivalía a entregar la plenitud de éstos en manos de la clase dirigente”164.

160 cit. en Ramírez (1956); p. 108.

161 cit. en Ramírez (1956); p. 110. 162 Salazar; p. 292. 163 cit. en Salazar; p. 292.

164 Eyzaguirre (1994); pp. 131-132.

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La extrema miseria de las grandes mayorías populares se reflejaba en condiciones de vivienda y salud espantosas. Así vemos en 1843, por ejemplo, que un regidor de Valparaíso informa consternado que “repe­ tidas veces se oye decir que aparecen en el fondo de las quebradas miembros despedazados de niños que han sido arrojados a ellas por el crimen o la miseria de sus padres, que no tienen cómo alimentarlos. Estas proles desgraciadas nacen para ser alimento de los perros o cer­ dos; y los miembros municipales, padres del pueblo, que los elige para que velen sus necesidades, ¿se harán indolentes y fríos espectadores de una calamidad de que se horroriza la misma naturaleza?”165. A su vez, en Santiago “los índices de mortalidad eran muy altos. La mortalidad infantil en particular era abismante: probablemente sólo la mitad de los niños nacidos en ese período (mediados de siglo) llegaban a adultos. Las acequias de la ciudad eran casi alcantarillados abiertos, mientras que de acuerdo a un periódico provincial (El Copiapinó), los santiaguinos eran vistos a toda hora del día en los lugares más concurri­ dos desnudándose para hacer sus necesidades. La tuberculosis y la sífi­ lis (nada sorprendente, dada la extendida prostitución) eran comunes; epidemias de tifus ocurrieron a mediados de los 60 y de los 70; hubo brotes de viruela en 1862-63, 1868 y 1872-73”166. Abdón Cifuentes reconocía en 1871 que la mortalidad infantil era “espantosa” y que “Santiago es talvez, la ciudad más mortífera del mun­ do, y sin talvez, mortífera en tal grado que no admite parangón con ninguna de las grandes capitales... Así, en el año de 1863, la mortalidad ordinaria de Santiago fue de 11.546, es decir, que falleció la décima parte de la población total (...) en los últimos ocho años han fallecido más de ochenta mil almas, y en el espacio de doce años, ha muerto un número igual a la población total de Santiago”167. Cifuentes culpa de esta situación a las condiciones miserables de vivienda y a la inexisten­ cia de alcantarillado: “a la suciedad, la inmundicia, la barbarie que ro­ dea nuestra ciudad y nos asedia por todos lados. Allí están desde luego los conventillos y los ranchos en que vive nuestro bajo pueblo y que son peores que las tolderías de los indios del sur, y digo peores porque las rucas de los indios están esparcidas en los campos, rodeadas de bos­ ques, donde los moradores por lo menos respiran aire puro y gozan de la luz y del sol a sus anchas. Pero en estas tolderías o conventillos que rodean a Santiago por sus cuatro costados, viven apiñadas las gentes sobre la inmundicia, como los puercos, en cuartos húmedos, oscuros, sin ventilación, respirando día y noche un aire envenenado por todos los microbios habidos y por haber. Al través de estos conventillos co­ rren las aguas más inmundas de las acequias de la ciudad, a tajo abierto,

165 cit. en Salazar; p. 328. 166 Collier y Sater; pp. 99-100. 167 Cifuentes (1916); Tomo III; pp. 259-264.

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repletas de un cieno más inmundo todavía, intolerables a la vista y al olfato”168. Las condiciones en las ciudades de provincia tampoco eran mejo­ res. Así, en 1866, el Intendente de Concepción informaba oficialmente al Ministerio del Interior que “el estado sanitario de la provincia, espe­ cialmente en los pueblos y ciudades de la costa, ha sido lamentable. Las enfermedades que más estragos han hecho son la viruela y la fiebre tifoidea... En Tomé, Talcahuano, Coronel y Lota ha sido necesario im­ provisar lazaretos para atender a la multitud de personas que eran ata­ cadas por la peste”169. A su vez, el Intendente de Valparaíso informa­ ba, también en 1866, que “tan funesto azote (viruela) ■ fue sufrido especialmente por las clases menesterosas, por causas bien fáciles de conocer, tales como el desaseo entre esta clase de gente y los sitios poco salubres en que vive aglomerada”170. Por otro lado, el francés Edward Séve, en un libro sobre Chile de 1876, señalaba que “la duración media de la vida en Chile no alcanza a los veinticinco años; esto proviene de defectos constitucionales resul­ tantes de la falta de higiene, de la alimentación, de los inadecuados medicamentos y de varias otras causas contra las cuales sería fácil ac­ tuar”171. Años más tarde (1884), Augusto Orrego Luco afirmaba que “los cálculos más modestos nos revelan que el 60% de los niños mueren antes de llegar a los siete años. Esa espantosa mortalidad es el resultado de condiciones sociales y económicas. La miseria y las preocupaciones contribuyen igualmente a producirla. En medio de la miseria, la higie­ ne es imposible, y la falta de higiene es mortal para el recién nacido. A esto se añade la superstición -esa hija desnaturalizada del sentimiento religioso- que hace que el padre, desde el fondo de su miseria, no divi­ se un porvenir mejor para su hijo que la muerte al nacer. En el bajo pueblo la muerte del hijo es una fiesta”172. Las condiciones de vivienda continuaban siendo deplorables a fines de siglo. Así, en una Memoria de Prueba, presentada por Vicente Dagnino a la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile en 1887, se decía que “las diversas comisiones encargadas de recorrer las ciuda­ des procurando el aseo de las habitaciones, y que se han visto obligadas a penetrar en aquellos antros inmundos cuyos misterios tal vez desco­ 168 Cifuentes (1916); Tomo III; p. 282. Notablemente, varios años antes, a mediados de los 40, Ignacio Domeyko había hecho similares comparaciones favorables a las habitaciones mapuches, al decir que "sus casas (...) parecen palacios comparadas con miles de ranchos de la parte civilizada de Chile". (Ignacio Domeyko. Araucanía y sus Habitantes, Edit. Francisco de Aguirre; Santiago; 1977 [Ia edic.de 1845]; p. 105) 169 cit. en Ramírez (1956); p. 123. 170 cit. en Ramírez (1956); pp. 123-124. 171 cit. en Ramírez (1956); p. 125.

172 cit. en Grez; p. 324.

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nocían, han levantado el grito señalando las detestables condiciones higiénicas en que viven nuestras clases obreras y proletaria; han pre­ senciado la desnudez, el hambre y las enfermedades; han visto al hom­ bre en peores condiciones que las bestias”173. A su vez, El Mercurio denunciaba el 10 de julio de 1888: “Dénse el trabajo de los filántropos de recorrer los barrios apartados y verán el grado de miseria a que están sometidas aquellas gentes que viven en ranchos y casuchas que son inmundas pocilgas. Anteayer se vinieron al suelo cinco ranchos en la calle Castro esquina de Gay, destruidos por las lluvias y numerosos otros amenazan también caer al primer aguacero”174. Y en 1887, acerca del hogar del minero, Chouteau señalaba: “El minero generalmente duerme sobre cueros de oveja o sobre sacos, casi nunca duerme en un catre, a excepción de los casados; no se desnuda y rara vez se lava a no ser los domingos. Se reúnen seis u ocho y duermen todos juntos en una sola pieza”175. El norteamericano Teodoro Child, en 1890, ratificaba estas obser­ vaciones: “Los pobres viven en conventillos antihigiénicos y casuchas que manifiestan un abandono aún más miserable que el del campesino ruso. Para los peones la vivienda es, realmente, una prueba en que el sobreviviente ha debido pasar por las críticas penalidades de la infancia y, gracias a esto, la mortalidad entre las clases pobres es enorme”176. Por todo esto no puede extrañar que, a fines del siglo XIX (1896), el doctor Adolfo Murillo, al inaugurar el Congreso Científico General Chileno efectuado en Concepción, señalara que la mortalidad general sólo en la ciudad de Santiago fuera de 53,95 por mil en 1890 y que la mortalidad infantil en el país fuera de 56 por mil en 1889, destacando ambos coeficientes como los más altos del mundo177. Otro efecto gravísimo de la extrema miseria de los sectores popula­ res chilenos del siglo XIX fue la imposibilidad generalizada de estable­ cer vínculos familiares estables. De partida, las constantes migraciones a que se vieron obligados la mayoría de los hombres y mujeres del pueblo impidieron físicamente la preservación de dichos vínculos. Las relaciones conyugales adquirieron así un carácter eminentemente tran­ sitorio178. Por otro lado, la mujer popular fue sistemáticamente mani­ pulada y desmoralizada por la clase oligárquica, en particular en el campo: “Es interesante notar, que ya en los albores del siglo XX y mu­ chas décadas después, aunque las clases dominantes asistían a este pro­ 173 cit. en Ramírez (1956); p. 120. 174 cit. en Ramírez (1956); pp. 119-120. 175 cit. en Ramírez (1956); p. 121. 176 cit. en Leopoldo Castedo. Chile: Vida y Muerte de la República Parlamentaria; Edit. Sudameri­ cana; Santiago; 1999; p. 27. 177 Ver Ramírez (1956); p. 124. 178 Ver Salazar; pp. 318-328.

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ceso de 'blanqueamiento' (discurso de modelo familiar monógamo), subterráneamente proseguían en ellas las uniones ilegítimas y la siem­ bra de huacharaje. La institución de la empleada doméstica en la ciu­ dad, de la china (india) que sustituiría a la madre en la crianza de los hijos y la estructura hacendal en el campo, dan cuenta de la presencia de estas relaciones. La china, la mestiza, la pobre, continuó siendo ese ‘obscuro objeto del deseo’ de los hombres; era ella quien ‘iniciaba’ a los hijos de la familia en la vida sexual; pero también era la suplantadora de la madre en su calidad de ‘nana’ (niñera)... En el mundo inquilino, la imagen del hacendado... como el fundador del orden, lo hacía poseer el derecho de procrear huachos en las hijas, hermanas y mujeres de los campesinos adscritos a su tierral Así, numerosos vástagos huérfanos poblaron el campo con una identidad confusa”179. Y derechamente, como lo señaló el periódico El Progreso el 19 de octubre de 1850, incluso el obrero de las ciudades, por su miseria, no podía formar una familia estable: “No cabe duda, el obrero de las ciu­ dades es más feliz que el de los campos, su jornal es mayor, y por con­ siguiente puede proporcionarse alimentos más sanos y nutritivos, vivir en mejores habitaciones y vestirse con más decencia. Pero aún le es imposible formar expectativas para el porvenir, crear una familia y pro­ porcionarle los medios para que crezca y,se desenvuelva. El trabajo es inseguro, en unos oficios durante el verano, en otros durante el invier­ no se hallan faltos de trabajo, y como el corto salario de que disfrutan los obreros no les permite realizar economías, tienen que vivir desha­ ciéndose día por día del modesto ajuar de sus casas, de la ropa de algún valor, de todo lo que pueden cambiar por monedas... Los (obreros) industriales no forman familias,... porque su trabajo no les proporciona los recursos necesarios para alimentarlas, vestirlas y educarlas”180. Por cierto, junto a esta imposibilidad de desarrollo familiar popu­ lar campeó, en el siglo XIX, otra lacra gravísima: la niñez abandonada. Así, El Progreso concluye que “de ahí esa corriente jamás interrumpida de uniones ilícitas, de matrimonios desgraciados que arrastran (...) pár­ vulos que van a caer en el más ancho cementerio de la infancia, la casa de huérfanos, de querellas ruidosas, de tratamientos crueles”(...)181. Y Sonia Montecino nos señala que “la ilegitimidad y el abandono de niños fueron también prácticas comunes en la época republicana. Las casas de huérfanos, los hospicios, se extendieron a lo largo del territo­ rio, tal vez como expresión del concepto privado y paternalista de la beneficencia social, pero también como soportes de una ética que con­ denaba el infanticidio y el aborto, 'amortiguándolos' a través de esas instituciones. A su vez, las casas de expósitos paliaban, en parte, la

179 Montecino; pp. 51-52.

180 cit. en Grez; pp. 121 y 123. 181 cit. en Grez; p. 123.

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mortalidad de los niños de las familias pobres, dándoles una posibili­ dad de sobrevivencia”182. Por otro lado, la precariedad de la familia agravaba los efectos de la miseria en la mujer de los sectores populares, empujándola, en muchos casos, a la prostitución. El propio diario conservador El Independiente definía, en 1872, en términos lóbregos, las perspectivas de la gran ma­ yoría de las mujeres chilenas: “La mujer, entre nosotros, no puede bas­ tarse a sí misma. Entregada a sus propios recursos por la falta del padre, del esposo o del hermano, no tiene otro porvenir que la miseria o la perdición (...) Fuera de la costura, casi no se conoce entre nosotros otra industria femenina, y aún ésta se halla ya considerablemente limitada por el empleo de la máquina de coser. Ahora bien, la misma costura no produce a una obrera laboriosa lo suficiente para vivir (...) Vida de trabajo incesante y de privaciones infinitas y vejez en medio de una miseria espantosa, he ahí el destino de la mujer. ¿Cómo extrañar en­ tonces que haya tantas que opten entre el trabajo y el vicio, por este último que les ofrece siquiera una vida fácil y que se desliza entre placeres?”183. La prostitución durante el siglo XIX se desarrolló parti­ cularmente “en significativa correspondencia con el crecimiento de los puertos vinculados al comercio exterior y con el surgimiento de cam­ pamentos mineros”184. En abismante contraste con lo anterior, a lo largo del siglo XIX la vida de la élite oligárquica se fue haciendo cada vez más opulenta y fastuosa. Ya en octubre de 1856, “Emeterio Goyenechea (dueño de minas, comerciante y terrateniente) celebró el más suntuoso banquete visto en Santiago. Ochocientos invitados; fuentes de ornamentación; luces de efectos especiales; dos bandas de música de la guardia nacio­ nal; ‘le tout Santiago' estuvo allí”185. Al año siguiente (1857), Andrés Bello le escribía a su cuñado Miguel Rodríguez, por carta a Caracas, que “el progreso en los últimos cinco años (de Santiago) se puede lla­ mar fabuloso. Surgen por todas partes edificios magníficos... los carrua­ jes de los particulares son muchísimos y espléndidos. Ver el paseo de la Alameda en ciertos días del año le hace a uno imaginarse en una de las grandes ciudades europeas”186. En ese mismo año, Courcelle Seneuil, en relación a las grandes utilidades de agricultores y comerciantes chi­ lenos, obtenidas por el boom exportador a California y Australia, decía: “Gran parte de las nuevas ganancias han sido empleadas en dar ensan­ che a los goces de los propietarios; el mayor número de estos se han puesto a construir soberbias casas y comprar suntuosos amoblados, y el 182 Montecino; pp. 52-53.

183 cit. en Grez; pp. 171-172. 184 Salazar; p. 304.

185 Collier y Sater; p. 88. 186 cit. en Amunátegui; p. 132.

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lujo de los trajes en las señoras ha hecho en pocos años progresos in­ creíbles; el número de carruajes particulares ha más que decuplicado; los gastos de mesa, y en suma todos los gastos ordinarios de familia han aumentado inmensamente”187. A su vez, Domingo Faustino Sarmien­ to, sorprendido por los cambios de Santiago en los nueve años prece­ dentes, exclamaba en 1864: “[Qué transformación! [Tantos palacios! [Qué majestad y belleza arquitectónicas!”188. Con la Intendencia de Benjamín Vicuña Mackenna en 1870 y la prosperidad económica de esos años, la ciudad creó grandes parques y, de acuerdo a Carlos Peña Otaegui, más de cinco millones de pesos -suma considerable para la época- fueron invertidos en la construc­ ción de 341 construcciones particulares189. Así, el visitante inglés Horace Rumbold escribió del Santiago de 1873: “Estaba poco preparado para encontrar (...) en este remoto país una capital de semejantes propor­ ciones, adornada con tantos edificios plegantes, residencias privadas acomodadas, y espaciosos, bien mantenidos paseos. Pero lo que menos me esperaba era el generalizado aire de desenvoltura aristocrática y opulencia que impregna a Santiago. Calles largas y tranquilas flanqueadas por hermosas residencias, construidas principalmente a imitación del petit hotel parisino, con una buena cantidad de diseño palaciego”190. Por otro lado, la oligarquía comenzó a viajar a Europa, a importar bienes de lujo y consumo durables del viejo continente y a impregnar­ se de las modas, costumbres y sofisticaciones de la clase alta europea: “Inglaterra, daba el tono en las tenidas masculinas (el frac llegó a ser obligatorio) y en los deportes (las carreras de caballo estilo inglés, por ejemplo, reemplazaron a las carreras a la chilena a fines de los 60). Tomar el té continuó su avance a expensas del mate. El Club de la Unión, el club de caballeros de Santiago fundado en 1864, y futuro reducto de la clase alta, imitó los modelos londinenses. Francia, tam­ bién, quizá más aún que Inglaterra, fue una gran fuente de nuevas ten­ dencias en vestimenta femenina, en muebles, gustos literarios, retórica política y (en la Iglesia Católica) prácticas devocionales”191. Incluso, de acuerdo con Pedro Félix Vicuña Aguirre (padre de Vi­ cuña Mackenna), ya en la década del 50 Chile había alcanzado un “des­ mesurado renombre... entre los comerciantes parisinos especializados en la venta de bienes suntuarios”192.

187 cit. en Francisco Antonio Encina. Nuestra Inferioridad Económica; Edit. Universitaria; Santiago; 1972; p. 91. 188 cit. en Manuel Vicuña; p. 43. 189 Ver Manuel Vicuña; p. 46.

190 cit. en Manuel Vicuña; p. 47. 191 Collier y Sater; p. 90.

192 Manuel Vicuña; p. 36.

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Es más, la admiración por lo francés de la oligarquía chilena llegó hasta el ridículo, como lo expresa Vicente Pérez Rosales: “Nosotros que nacemos ahora a la francesa; que paladeamos bombones franceses; que vestimos a la francesa; y que apenas sabemos deletrear cuando no vemos otra cosa escrita sobre las portadas de las tiendas, sobre las pare­ des y hasta sobre el mismo asfalto de las veredas: Peluquería francesa, modas francesas, etc. y que al remate apenas pinta sobre nuestros la­ bios el bozo, cuando ya nos hemos echado al cuerpo, junto con la lite­ ratura francesa o su traducción afrancesada, la historia universal y muy especialmente la francesa, escrita por franceses, ¿qué mucho es que se nos afrancese hasta la médula de los huesos?”193. A su vez, Marcial González, en su obra El crédito y la riqueza de Chile, de 1872, confirma todo lo anterior: “Chile es uno de los mejores mercados para la Francia. Ella es la que provee a nuestro consumo después de Inglaterra y sólo nos envía artículos de gusto, pero nunca o cuando más en muy pequeña escala los que se llaman de primera nece­ sidad y para el uso del bajo pueblo. Así se explica el lujo realmente abrumador de nuestra clase alta y que se exhibe no sólo en palacios espléndidos sino que en muebles, trajes, coches, joyas y fiestas y a veces hasta en bagatelas que no procuran ningún goce directo, pero que tien­ den a dar una opinión elevada de la opulencia y liberalidad de los que las poseen. Yo he pasado, señores, algunas semanas en Florencia, cuan­ do era la cabeza del reino de Italia, y puedo aseguraros que no he visto allí, ni con mucho, lo que veo en Santiago. Digo más, todavía, y es que la ostentación y el lujo son mayores, incomparablemente mayores, en Santiago que en París, Berlín o Londres, considerados, se entiende, los recursos y densa población de esas capitales”194. Ciertamente, luego de la afluencia de riquezas del salitre, este lujo y ostentación crecieron considerablemente, así como los viajes a Europa. De este modo, durante su visita a Chile en 1887, el infante de la familia real española Carlos de Borbón “deslumbrado por las atenciones (...) declaró que en pocas cortes de Europa se bebía tanta champaña france­ sa en los saraos ni se veían tantas joyas en los bustos de las damas”195. En concordancia con la integración subordinada al mercado mun­ dial, que le daba las máximas posibilidades de lujo y ostentación a la oligarquía chilena, esta asimiló plenamente la ideología liberal predi­ cada desde Europa. Así, El Mercurio, en diciembre de 1857, describía la doctrina del libre comercio como “doctrina nacional”, resaltando que en Chile (a diferencia de Inglaterra) “todos están a favor de los buenos principios”196. A su vez, "el economista francés Jean-Gustave Courcelle-

193 cit. en Eyzaguirre (1994); p. 168.

194 cit. en Castedo; p. 42. 195 Castedo; p. 26

196 Collier y Sater; p. 74.

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Seneuil, que vivió en Chile (y asesoró al gobierno), entre 1855 y 1863, formó toda una generación de economistas teóricos liberales, incluyen­ do a Miguel Cruchaga Montt y al talentoso conservador Zorobabel Rodríguez”197. Rodríguez se constituyó en el economista por excelencia de los conservadores. Sus planteamientos fueron tan liberales que llegó inclu­ so a sacralizar la ausencia absoluta de protección estatal de la econo­ mía. Así, postuló, en diciembre de 1876, que: “La libertad de la inter­ nación (de mercaderías extranjeras) debe ser sagrada; la protección a la internación es un error funesto y una crueldad sin nombre (...) Por eso dijimos que el primer defecto del arbitrio propuesto (protección adua­ nera de la industria) es su falta absoluta de equidad. Adoptarlo sería renunciar a las conquistas hechas durante siglos en el campo de la li­ bertad del trabajo, de la industria y del comercio, despojar a unos legal­ mente en provecho de otros, y sustituir las admirables leyes con que Dios rige el mundo económico, por leyes que fuesen el resultado de los intereses de las preocupaciones y de los apetitos de los más podero­ sos”198. En sentido contrario, la intervención del Estado en la economía es vista por Rodríguez como execrable: “[Tenéis hambre y volvéis los ojos al Estado para que remedie vuestra necesjdadl En vano los volvéis. El Estado es como el doctor judío de cierta lúgubre leyenda que para sanar, robustecer y engordar a sus enfermos principiaba por cortarles de los muslos o de las pantorrillas la carne con que habían de alimen­ tarse”199. El propio diario del Partido Conservador, El Independiente, había planteado ya en febrero de 1872 el carácter “divino” de las leyes econó­ micas: "Son pocos todavía aquellos que han meditado lo bastante para comprender que las leyes económicas tienen la misma inflexibilidad, la misma exactitud y la misma perfección que las leyes físicas; son po­ quísimos aquellos que no encuentran algo que reformar en la obra de Dios. Sin embargo, la pretensión de modificar esa obra es tan temeraria como lo sería la pretensión de modificar al hombre mismo, en las pro­ porciones y miembros de su cuerpo o en la naturaleza y las facultades de su alma”200. Asimismo, El Independiente condenaba, en esa misma fecha, las huel­ gas como "insensatas insurrecciones contra la ley económica” y senten­ ciaba que “es un hecho perfectamente comprobado que ninguna huel­ ga ha traído una mejora de condición para los obreros comprometidos en ella. Al contrario, en vez de ganar han perdido, cayendo en la miseria

197 Collier y Sater; p. 74.

198 cit. en Grez; pp. 265 y 268. 199 cit. en Grez; p. 266. 20° c¡t en Grez- p 197

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o viéndose reducidos a un trabajo mayor o a un salario menor del que anteriormente ganaban”201.Y condenaba la idea misma de derecho al trabajo: “El derecho al trabajo es un grosero quid pro quo inventado por los holgazanes en contra de los trabajadores. Lo que éstos necesitan tener, lo que deben pedir, no es el derecho al trabajo sino la libertad de trabajar. El derecho al trabajo es una solemnísima mentira inventada por los explotadores de la ignorancia en odio a los ricos y en perjuicio de los pobres. El derecho al trabajo es sencillamente el comunismo o en otros términos la negación de la libertad”202. Los liberales y radicales se constituyeron también, en el siglo XIX, como partidos esencialmente,oligárquicos, que planteaban reformas políticas y educacionales y, sobre todo, que luchaban por eliminar los privilegios y la enorme influencia político-cultural de la Iglesia Católi­ ca. El Partido Radical, liderado en gran medida por la oligarquía minera del Norte y los latifundistas del Sur, bregaba también por un mayor poder a las provincias en los marcos, por cierto, de las estructuras oligárquicas. Así, el periódico El Ferrocarril, que representó el pensamiento libe­ ral del siglo XIX, se pronunciaba en 1872 contra la intervención del Estado para lograr un aumento de los bajísimos salarios agrícolas (que estaban causando una fuerte emigración], y confiaba para ello solo en la iniciativa de los patrones: “Mientras más meditamos la cuestión, más nos convencemos de que la intervención del Estado (en el alza de los salarios] sólo puede ser perturbadora. El bien sólo puede venir de la iniciativa, el esfuerzo, la acción social. Aprendamos alguna vez a servir­ nos por nosotros mismos y a esperarlo todo de nosotros mismos (...] Creemos que la autoridad puede más que nosotros, cuando nosotros podemos más que ella. Para detener la emigración, (la acción del Esta­ do] tendría que ser arbitrariedad. Para imponer un alza en los salarios, tendría que ser arbitrariedad todavía. Los contratos son libres”203. Asimismo, El Ferrocarril concordaba con la idea de que el valor del salario se fijara -como cualquier mercancía- de acuerdo con la ley de oferta y demanda: “No se cree que la iniciativa social ni la iniciativa del Estado puedan llegar a una pronta alza en los salarios, desde que el precio del trabajo, como el precio de cualquiera otro servicio, se rige por la ley de la oferta y el pedido: a mayor oferta menos precio; y a mayor pedido más precio. Ello es exacto y no seremos nosotros quie­ nes lo neguemos”204. Incluso, El Ferrocarril, reconociendo lo desastrosa de la habitación popular, se oponía a legislar al respecto o a que el Estado interviniera

201 cit. en Grez; pp. 183-184. 202 cit. en Grez; pp. 198-199.

203 cit. en Grez; p. 174. 204 cit. en Grez; p. 179.

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decisivamente en la materia, pese a la altísima mortalidad general pro­ ducida por lo miserable de las viviendas: “La transformación de los barrios pobres por mandato de ley, sería ataque al derecho de propie­ dad, carga para unos cuantos, muchas familias sin albergue, alza en los alquileres (...) Pretender la transformación de los barrios pobres por otro camino que un empréstito del municipio o la libre acción de la iniciativa particular, vale tanto como ir a escalar el cielo, pues los fueros de la propiedad ya no son una vana palabra entre nosotros (...) La salud pública es una buena cosa, pero el respeto al derecho (de propiedad privada) es mucho mejor que ella”205. La única política estatal en favor de los sectores populares que la oligarquía chilena veía necesaria -y aplicó en cierta medida- fue el desarrollo de la educación. Desde conservadores a radicales, pasando por liberales y nacionales, se estuvo de acuerdo en que la educación de las clases populares había que fomentarla. Es cierto que los conserva­ dores llevaron su oposición a la laicización de la educación a un grado tal, que se opusieron a la educación primaria obligatoria. Pero, salvan­ do la diferencia clerical-laica, cualquier oligarca del siglo XIX se ha­ bría identificado con lo planteado por el académico Fernando Santa María en 1874: “Es la escuela, pues, y la biblioteca la que salva al obrero, radica la familia; es ella la que está llamada a operar la revolu­ ción moral, herencia de los héroes, a cimentar la libertad y dar perso­ nalidad, vida propia al obrero; es la escuela la que, enseñando el de­ ber, trae el ahorro, la unión, el estudio, es ella la que moraliza al hombre, levanta a la mujer y salva a los hijos porque hace seres morales y cons­ cientes”206. Asimismo, cualquier oligarca de la época habría compartido la vi­ sión idílica y paternalista de la relación empresario-obrero esbozada por Santa María: “Es necesario que cada uno sepa lo que vale y que comprenda que todos necesitan darse la mano. El patrón que conozca al obrero, el obrero al patrón. Ambos tienen los mismos derechos, para ambos la ley es la misma, para ambos la virtud es la honradez, el deber, el mejorarse, el trabajar. Nada más que un contrato los une y que tiene por base la buena fe que da la conciencia honrada. Jamás debe (el obre­ ro) usar medios violentos para conseguir un derecho, porque la fuerza engendra la desigualdad; la lucha trae la miseria y el atraso (...) En el banquete de la vida el primero y el último asiento son iguales; el que se sienta en brocato o el que se sienta en madera, el que come con útiles de plata o el que come con útiles de cobre, son iguales”207. Por cierto, ni los sucesivos gobiernos ni tampoco los partidos políti­ cos plantearon ninguna legislación de reforma de las estructuras socia­

205 cit. en Grez; p. 238. 206 cit. en Grez; p. 251.

207 cit. en Grez; pp. 251-252.

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les. Es más, uno de los patriarcas del partido más de “izquierda” de la época (el Radical), Manuel Antonio Matta, cuando, en 1874, se discu­ tía en la Cámara de Diputados un proyecto para fijar los 12 años como edad mínima para trabajar en las minas, se opuso señalando que “en las minas existían trabajos que no alcanzaban a dañar la salud de los niños y que el salario que éstos ganaban constituía un recurso del cual no era justo privar a sus familias”, por lo que se manifestó partidario de dismi­ nuir la edad mínima a 10 años208. A su vez, el líder radical Enrique Mac Iver señalaba, en 1888, que “los obreros no tienen cultura ni prepara­ ción suficientes para comprender los problemas de gobierno; menos para formar parte de él”209. Y el mismo líder justificaba, incluso, la existencia de la oligarquía en 1890: “La oligarquía, ésa de que tan seria­ mente se nos habla, vive en país representativo parlamentario, que tie­ ne sufragio universal o casi universal, donde todos los ciudadanos tie­ nen igual derecho para ser admitidos al desempeño de todos los empleos públicos y en que la instrucción, aún la superior y profesional, es gra­ tuita. Agréguese que no existen privilegios económicos ni desigualda­ des civiles en el derecho de propiedad y convendrán, mis honorables colegas, conmigo, en que un país con tales instituciones y con oligar­ quía, es muy extraordinario; tan extraordinario que es verdaderamente inconcebible. Me temo mucho que los honorables diputados que nos dieron a conocer esa oligarquía, hayan sufrido un ofuscamiento... con­ fundiendo así lo que es distinción e influencias sociales y políticas de muchos, nacidas de los servicios públicos, de la virtud, del saber, del talento, del trabajo, de la riqueza y aún de los antecedentes de familia, con una oligarquía. Oligarquías como ésas son comunes y existen en los países más libres y popularmente gobernados. Los honorables re­ presentantes encontrarán oligarquía de esta clase en Inglaterra y aún en los Estados Unidos de América. A esas oligarquías que son cimien­ tos inconmovibles del edificio social y político, sólo las condenan los anarquistas y los improvisados”210. Es importante tener presente que el desarrollo económico del siglo XIX, unido al progreso educativo, urbanístico y al crecimiento conco­ mitante de la administración pública, fue creando una incipiente clase media. Sin embargo, su falta de independencia económica y su incrus­ tación en una sociedad tan tremendamente desigual, la constituyeron de forma precaria y ambivalente. Por un lado, intuyó que para cual­ quier reforma social de importancia debía movilizar a la clase baja; pero, a la vez, temió que esta se “independizara” de ella de acuerdo a sus propios intereses y proyectos políticos más revolucionarios. Ade­ 208 Ver Ramírez (1956); p. 110. Es interesante constatar que la Cámara aceptó el predicamento de Matta, pero el Senado fijó la edad mínima en 12 años. 209 cit. en Castedo; p. 55. 210 cit. en Julio César Jobet. Ensayo Crítico del Desarrollo Económico-Social de Chile, Edit. Univer­ sitaria; Santiago; 1955; p. 99.

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más, desde el comienzo, sintió una profunda distancia sociocultural con el "rotaje”. Por otro lado, se resintió del egoísmo económico de la oligarquía y de su desprecio sociocultural a los "medio pelo” o “siúticos”. Pero, al mismo tiempo, intentó emularla y procedió de manera arribis­ ta a tratar de asimilarse lo más posible a aquella. Así, “entre la clase alta (la 'gente'; y más tarde la 'gente decente} y los pobres trabajadores ['elpueblo'2YV), emergió una franja social distinta y heterogénea que se fue acrecentando con la expansión económica. Los dueños de pequeños comercios y tierras, los empleados de las casas comerciales y de las oficinas gubernamentales, ingenieros que venían del extranjero, militares de grados más bajos y otros similares formaron esta embrionaria clase media. El presumido (e intraducibie] término ‘medio pelo' fue usado por la clase alta para designar a la ‘gente del me­ dio' de la época, y siguió usándose en el siglo XX. El ‘medio pelo', fue señalado en 1872, 'forma una casta separada; no fraterniza con el pue­ blo, a quien despectivamente llama rotos, pero tampoco es admitido en sociedad'”211 212. Eyzaguirre nos sintetiza la inseguridad conque nació la clase media chilena: “Mientras el burgués europeo llegó a delinear una conciencia genuina y diferenciada y supo dar forma y sentido a su cla­ se, el chileno de capa media exhibió más bien una fisonomía híbrida e insegura frente a las claras y auténticas del 'caballero' y del 'roto'. Su temor a merecer el desdeñoso epíteto de 'siútico' con que le lapidaban desde arriba, le hizo vivir a menudo en perpetua fuga de su ambiente, en continua negación de sí mismo. Socavado por un fuerte complejo de inferioridad, acechaba al aristócrata con resentimiento, pero no po­ día resistir a la tentación de imitarle en sus costumbres. Y mientras su palabra se hallaba siempre pronta a la acre condenación de la ‘oligar­ quía reaccionaria', su mente vivía en la esperanza de lograr con sus miembros un vínculo de sangre o de amistad”213. Esta clase media adquiriría importancia sociopolítica -y muchadurante el siglo XX. En la sociedad decimonónica no tenía todavía una envergadura suficiente como para desafiar el poder de la oligarquía. Es más, el sello característico de las relaciones sociales del siglo XIX lo daba el extremo autoritarismo y servilismo entre una élite todopode­ rosa y opulenta y la gran mayoría de los miserables de la ciudad y el campo. Como lo percibió Teodoro Child en 1890: “Aparte de Inglate­ rra, no hay país donde la distinción de clases sea tan marcada como en Chile. Hay hombres blancos y el rebaño humano, los criollos y los peo­ nes: los primeros, señores y amos indiscutidos; los segundos, esclavos resignados y sumisos. Es un hábito en Chile no dar siquiera las gracias

211 Collier y Sater; p. 90.

212 Collier y Sater; pp. 90-91. 213 Eyzaguirre (1994); p. 171.

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a un (empleado) doméstico o a un peón después que hayan prestado un servicio, se le considera como un ser absolutamente inferior”214. Es así como, más allá del engañoso ropaje democrático de las es­ tructuras políticas del siglo XIX, la estructura y las relaciones sociales existentes en Chile hacían completamente imposible la vigencia de un sistema democrático, donde se aplicara un efectivo respeto a los dere­ chos humanos y a la dignidad de las personas.

214 cit. en Hernán Godoy. El Carácter Chileno; Edit. Universitaria; Santiago; 1981; pp. 258-259. Y todavía en 1897, el francés André Bellesort señalaba: “La República (de Chile) se compone de una clase que lo posee todo y de otra clase más numerosa, que no posee nada. Lo que admira es que esta última nada exija tampoco. De este modo, en esta joven República, que parece la mejor organizada de América del Sur, se encuentra una plebe tan miserable, tan falta de esperanza, que no tiene ni bastante energía ni bastante conciencia para manifestar ninguna aspiración, (cit. en Guillermo Feliú Cruz. 1891-1924. Chile visto a través de Agustín Ross, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos; Santiago; 2000; p. 120.)

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CAPÍTULO III

EL MITO DE LA PACIFICACIÓN DE LA ARAUCANÍA

Las relaciones entre la sociedad chilena independiente y los mapuches autónomos de la Araucanía adquirieron desde el comienzo un carácter profundamente ambivalente.

1. La Independencia y los mapuches

Por un lado, los líderes de la Independencia idealizaron a los mapuches y su resistencia al dominio español e, incluso, asociaron las luchas independentistas a aquella resistencia. Así, “los hombres de la Logia Lautaro, el título de algunos periódicos como las Cartas Pehuenches y, en general, la admiración que despertara la lucha de los araucanos con­ tra el español hizo presumir a O’Higgins, Carrera, Freire, Camilo Henríquez y varios hombres de la época, que invocar al pasado indíge­ na hacía bien a la causa de la Independencia. Surgió, así, un sentimien­ to de respeto y admiración hacia los mapuches (...) y no deja de ser elocuente que a la fiesta del primer aniversario del 18 de Septiembre, las damas asistieran al baile de gala celebrado en el palacio de gobierno vestidas de indias”215. Sin embargo, desde el primer momento, los mapuches vieron con gran desconfianza a las nuevas autoridades. De este modo, “el 24 de octubre de 1811 se realizó un parlamento en Concepción, al cual con­ currieron solamente 13 caciques y unos 400 mocetones. El gobernador les comunicó ‘el cambio de Gobierno y los beneficios que reportaría la nueva situación a los indígenas’. Entre estos caciques se encontraban algunos abajinos que se mantendrían posteriormente al lado del bando patriota, y costinos que luego se cambiarían y aliarían con (Vicente) Benavides en la ‘guerra a muerte’”216. 215 Jorge Pinto Rodríguez. De la Inclusión a la Exclusión. La formación del estado, la nación y el pueblo mapuche, Univ. de Santiago; Santiago; 2000; p. 46.

216 Bengoa (2000); p. 144.

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Dicha desconfianza se explica por la segura autonomía que ya ha­ bían logrado en relación a la Corona española y por el temor fundado de que no tendría la misma importancia, para un imperio tan grande como el español, el no poder controlar un territorio de las dimensiones y lejanía como el de Arauco. Para la nueva República de Chile, en cam­ bio, el territorio autónomo mapuche significaba una porción bastante grande y que además cortaba literalmente en dos al país. Como lo se­ ñala Bengoa, “los mapuches percibieron rápidamente la diferencia en el trato con los españoles y con chilenos; temieron con evidente previ­ sión la constitución de un gobierno central en Santiago que, poseedor de fuerzas armadas ofensivas, atacara y sometiera definitivamente el territorio”217. Derivado de lo anterior fue que la mayoría de los mapuches apoya­ ran a los españoles en la guerra de la Independencia y que, incluso, numerosos caciques mapuches se aliaran con restos de ejércitos espa­ ñoles derrotados y llevaran a cabo, entre 1818 y 1825, una feroz guerra de guerrillas (“la guerra a muerte”) contra las nuevas autoridades. Frente a esta situación, comenzó a desarrollarse una política con­ tradictoria entre el discurso y la práctica. Así, en una proclama a “los habitantes de Arauco” de 1817, O’Higgins los definió como “el lustre de América combatiendo por su libertad, agregando que éstos forma­ ban una preciosa porción de nuestro país que, seguramente, no aban­ donaría su suelo para irse en pos de un español que sólo quería esclavi­ zarles y hacerse feliz a costa de la servidumbre de sus moradores”218. A su vez, Juan Egaña vio en la Araucanía “la dichosa región que desconoce los usos de la Europa y los vicios del gran mundo”. Y se preguntaba líricamente: “¿Qué son los semidioses de la antigüedad al lado de nuestros araucanos? ¿El Hércules de los griegos, en todos sus puntos de comparación, no es notablemente inferior al Caupolicán y al Tucapel de los chilenos?”219. En términos más concretos, O’Higgins, a través del Bando Supre­ mo del 4 de marzo de 1819, declaró que “el gobierno español, siguien­ do las máximas de su inhumana política, conservó a los antiguos habi­ tantes de la América bajo la denominación degradante de naturales. Era esta una raza abyecta, que pagando un tributo anual, estaba priva­ da de toda representación política, de todo recurso para salir de su condición servil. Las leyes de Indias corregían estos abusos disponien­ do que viviesen siempre en clase de menores bajo la tutela de un fun­ cionario titulado ‘Protector General de Naturales’. En una palabra na­ cían esclavos, vivían sin participación de los beneficios de la sociedad y morían cubiertos de oprobio y miseria. El sistema liberal que ha adop­

217 Bengoa (2000); p. 145. 218 Jorge Pinto; p. 46.

219 cit. en Bengoa (1992); p. 125.

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tado Chile no puede permitir que esa porción de nuestra especie con­ tinúe en tal estado de abatimiento. Por tanto declaro que para lo suce­ sivo deben ser llamados ciudadanos chilenos, y libres como los demás habitantes del Estado, con quienes tendrán igual voz y representación, concurriendo por sí mismos a la celebración de todo contrato, a la de­ fensa de sus causas, a contraer matrimonio, a comerciar, a elegir las artes a que tengan inclinación, y a ejercer la carrera de las letras o de las armas, para obtener los empleos políticos o militares correspondientes a su aptitud. Quedan libres desde esta fecha, de la contribución de tributos”220. A su vez, en 1825, por el Parlamento de Tapihue, se llegó a un acuerdo entre el gobierno chileno y el grueso de los mapuches, repre­ sentados por el cacique Mariluán, por el que este “aceptaba la tregua y reconocía el nuevo sistema de gobierno” y el coronel Pedro Barnechea reconocía a los mapuches como ciudadanos de Chile y aceptaba la mantención del río Bío-Bío como frontera de facto221. Sin embargo, lo anterior no se tradujo en el reconocimiento de nin­ guna representatividad política de los mapuches de la Araucanía en el Estado chileno. En el hecho, se les siguió considerando salvajes que había que civilizar. Es más, “desde los tiempos coloniales y como un residuo de la esclavitud encubierta de los indios, se mantenía la cos­ tumbre de apoderarse de niñitos y niñitas araucanas, tomados por las tropas en las incursiones bélicas y aún en tiempos de completa paz. Los oficiales solían venderlos o regalarlos a las familias de sus afectos, que los empleaban en el servicio doméstico, los cuidaban y les daban acomodo. Mientras llegaban a edad adulta eran servidores gratuitos y obedientes. Su desgraciada situación les obligaba a ser muy cumplido­ res (...) Las dos indiecitas que O’Higgins mantenía en su casa, dándo­ les un trato especial tenían ese origen (...) en 1827 una hermana del coronel Ramón Picarte le encargaba al ínclito guerrero que no olvidase de traerle una chinita”222. Luego Portales, en noviembre de 1831, le contaba a Antonio Garfias, que Victorino Garrido “me ha mandado por juguete, según entiendo, una indiecita como de 7 a 8 años, que habla el español y me parece habilita. Pregunte usted a mi comadre si la necesita”; y luego en di­ ciembre le señalaba que “a mi comadre... dígale que celebro que le haya venido tan bien la chinita: que le ha de gustar mucho porque a más de ser muy servicial y comedida, es muy aseada”223. Por otro lado, a instancias del gobierno central, diversas municipali­ dades del Sur (especialmente en Cauquenes y Linares) confiscaron tie­ 220 cit. en Bengoa (2000); p. 149.

221 Ver Bengoa (2000); p. 149; y Jorge Pinto; p. 53. 222 Sergio Villalobos. Portales. Una Falsificación Histórica, Edit. Universitaria; Santiago; 1989; p. 152. 223 cit. en Ernesto de la Cruz; Tomo I; pp. 70 y 73.

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rras de los pueblos de indios que consideraron “sobrantes” para ubicar en ellas a campesinos pobres no indígenas durante la década de 1820224. En flagrante contradicción con estas prácticas racistas, el diario ofi­ cial del gobierno fue apodado El Araucano y uno de los navios de gue­ rra chilenos de la década del 30 se denominó Colo Colo.

2. Búsqueda de integración pacífica

Posteriormente, hasta la década del 60, las relaciones entre el Estado chileno y los mapuches de la Araucanía se desenvolvieron pacífica­ mente. Incluso, se fue dando una relativa aceptación por parte de los mapuches de una subordinación, en última instancia; pero conservan­ do su autonomía y la propiedad de sus tierras. De este modo, “una red muy compleja de funcionarios heredados de la Colonia se encargaba de mantener un cierto grado de tranquili­ dad. Había diversas categorías de funcionarios de fronteras: capitanes de amigos, comisarios de naciones, tenientes y capitanejos de reduccio­ nes. Eran personajes -mestizos por lo general- que hablaban castellano y mapudungu, y gozaban de inmunidad en el territorio mapuche. Los capitanes de amigos desempeñaban el papel de intérpretes y servían de parlamentarios del ejército, noticiadores y oidores de rumores. No te­ nían atribuciones de jueces, pero cuando se hallaban en las tribus del interior, dirimían los reclamos con los comerciantes (...) Los comisa­ rios de naciones tenían una función más alta, representando a la auto­ ridad civil. Actuaban como ministros de fe en los parlamentos, entre­ gaban salvoconductos a los comerciantes y a los mapuches que salían del territorio, y servían de instancia de apelación a las decisiones de los capitanes de amigos... En este período, la administración fronteriza se apoya en los caciques principales para mantener la tranquilidad y el orden en la región. El 7 de Septiembre de 1848 se dictó un decreto por medio del cual se ordenaba a la Tesorería de Concepción que entregara mil pesos para proporcionar buenas habitaciones a los caciques que se indicaban. La misma disposición encargaba que se le construyera una casa al cacique Colipí (...) Al cacique se le otorgaban ciertos poderes civiles y se le pagaba un sueldo, con lo cual se aseguraba su lealtad”225. De acuerdo con Bengoa, la subordinación de los mapuches tenía, por cierto, además de la conservación de la tierra, dos piedras de tope: “que no nos vengan a imponer vivir en pueblos, y que no nos obliguen a la monogamia”226.

224 Ver Salazar; pp. 69-70. 225 Bengoa (2000); pp. 154-155. 226 Ver Bengoa (2000); p. 156.

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Los ejes de la política de integración pacífica los constituyeron los parlamentos y el fomento de misiones de sacerdotes católicos al inte­ rior de la Araucanía. A tal punto que, en 1835, el ministro de Guerra y Marina, José Javier de Bustamante, en su informe presentado al Senado sobre los acuerdos de paz que se estaban logrando con los mapuches, señalaba: “[Quiera el cielo permitir que en adelante no oigamos hablar más de la ominosa guerra con los valerosos araucanos1.”227. Tan sólida fue la política de integración pacífica que, varios años más tarde, el enviado del Gobierno para proponer políticas al respecto, Antonio Varas (“Visitador Judicial de la República”], en su Informe a la Cámara de Diputados de 1849, señalaba respecto de los mapuches que “someterlos a una autoridad que siempre han mirado como extra­ ña era despojarlos de la independencia que tanto estiman y excitarlos a mirar como odioso el camino para atraerlos al bien" y "emplear la vio­ lencia sería proponer una verdadera conquista, que despertará la alti­ vez guerrera del araucano, hará el triunfo difícil y provocará una situa­ ción alarmante para las provincias del sur, mucho más de lo que a primera vista podría imaginarse, sin considerar la carga de injusticia que encerraba una decisión de este tipo”, por lo que habría “que desa­ rrollar un régimen basado en lo que ya existe”228. De este modo, “retomando algunas apreciaciones de (Ignacio) Domeyko y otros observadores que con antelación se habían referido al tema, Varas insistía en la importancia de las misiones, la escuela y, en general, los medios pacíficos para incorporar al indígena a la civiliza­ ción. En suma, la Frontera debía seguir regulándose bajo los principios que habían imperado hasta entonces”229230 . Incluso, a mediados del siglo XIX, la visión de los sectores chilenos ilustrados llegó a ser bastante favorable hacia los mapuches. Así, José Victorino Lastarria señalaba, en 1846, que el carácter del araucano era el carácter del pueblo chileno, moldeado también por la influencia es­ pañola y que en la Araucanía había varias “reducciones de chilenos naturales, que sin mezclarse con la población española, mantenían como en depósito sagrado los recuerdos y parte de las costumbres de sus x ”230r . antecesores Por su parte, Vicente Pérez Rosales, en la década del 50, escribía que los araucanos “no forman ya esa masa compacta y belicosa que era movida por el amor a la patria y el odio contra los españoles” y “en su lugar se puede apreciar un pueblo de agricultores que ha dejado atrás el pastoreo para vivir de un modo estable en casas construidas de ma­ dera. Cultivan trigos, papas, maíz y algunas plantas útiles a la economía doméstica; trabajan con mucha destreza riendas y lazos, no rehúsan la 227 cit. en Jorge Pinto; p. 60.

228 cit. en Jorge Pinto; p. 62. 229 Jorge Pinto; p. 62.

230 cit. en Jorge Pinto; pp. 64-65.

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instrucción, acogen con solicitud a los herreros y envían a sus hijos a las escuelas de los misioneros (...) En suma, son hombres laboriosos y tran­ quilos”231. Pero quizá el testimonio más interesante a este respecto es el de Ignacio Domeyko, quien, luego de sus viajes a la Araucanía a mediados de los 40, no solo registraba una opinión más bien positiva de los mapuches (al ponderar sus “virtudes” y “defectos”), sino que planteaba ciertas políticas de integración pacífica futuras que podrían haber sido muy realistas, de no haber cambiado el clima de opinión de la época. Así, Domeyko definía el carácter de los “indios” como “afable, honrado, susceptible de las más nobles virtudes, hospitalarios, amigo de la quie­ tud y del orden, amante de su patria y por consiguiente de la indepen­ dencia de sus hogares, circunspecto, serio, enérgico: parece nacido para ser buen ciudadano”. Y su conclusión, que desgraciadamente fue com­ pletamente desoída una generación más tarde, era que “los hombres de este temple no se convencen con las armas: con ellas sólo se extermi­ nan o se envilecen. En ambos casos la reducción sería un crimen come­ tido a costa de la más preciosa sangre chilena”232. Luego Domeyko señalaba que “las principales medidas que se han de recomendar al supremo gobierno deben ser: 1 ° La de organizar, del mejor modo posible la población cristiana limítrofe, proveyéndola de buenos curas, escuelas y gobernantes; 2o La de buscar entre ella, o en otras partes de la república, hombres honrados, sobrios, desinteresados y valientes para proponerlos al mando de las capitanías de indios, do­ tándolos con buenos sueldos y buenas instrucciones”. Y añadía: “Con esto se principiaría una campaña larga, justa y pacífica, en la cual, mien­ tras los misioneros y los escogidos capitanes de indios con sus respecti­ vos jefes formasen la vanguardia y el único cuerpo militante, organiza­ das entre la población fronteriza las milicias sirvieran para tener en respeto a los reducidos y a los que quedasen por reducir”233. Además, Domeyko planteaba previsoramente que las futuras com­ pras de terrenos a indígenas se hicieran libremente y a precios justos, donde el Estado velara para que “se verificase la tasación del terreno a tanto por cada cuadra y no de un modo vago e incierto como ha suce­ dido hasta ahora”. También señalaba que “cerrado el trato, se han de fijar los límites del terreno vendido por un hombre inteligente, un agri­ mensor, delegado para este efecto por el mismo jefe o comandante. Convendría que el gobierno mismo interviniese en estas compras de tal modo que él de su cuenta fuese comprador de los terrenos y los vendiese al contado o los repartiese según creyere más conveniente”234.

231 cit. en Jorge Pinto; p. 64. 232 Domeyko; p. 112.

223 Domeyko; pp. 122-123. 234 Domeyko; pp. 137-138.

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Notablemente, Domeyko se pronunciaba también contra la repro­ ducción de la hacienda en el sur: “(...) sería, a mi modo de ver, cosa muy perjudicial para la república que se formasen... haciendas de mu­ cha extensión pertenecientes a uno solo o a unos pocos individuos. Todo el esfuerzo del gobierno, en vez de proteger la aglomeración de estos terrenos, debe dirigirse a que se formen propiedades numerosas, pequeñas, habitadas cada una por su dueño que las cuide, cultive y saque de ellas toda la ventaja de que sean susceptibles”235. A su vez, para impedir que los mapuches fueran engañados por comerciantes inescrupulosos, Domeyko (siguiendo la opinión de “hom­ bres prácticos y conocedores de aquel país”) proponía que se estable­ cieran “despachos o pequeñas tiendas en cada misión al lado de las casas del misionero y del capitán de indios, dando permiso, para que establezcan este negocio, a los hombres conocidos, honrados y procu­ rando impedir que lo hiciesen de su cuenta los de mala fama y de conducta sospechosa”236. Además, consideraba muy positivo que las autoridades buscaran “medios para introducir todos los ramos de aque­ lla pequeña industria de que vive y se sostiene la gente del campo en diversas partes de la república... y tratar de proporcionar a los indios todo lo que en ella se encuentre de uso fácil y cómodo tanto en las herramientas y útiles más ordinarios, como en los trabajos y operacio­ nes más sencillos del campo”237. Y muy consciente de la aversión de los mapuches a las ciudades, y “admitido una vez el principio de que la reducción de los indios ha de consistir en su unión en una misma familia con los chilenos, mediante una civilización moral y religiosa, y no una conquista, creo que en toda esta obra se debe evitar lo que pudiera sin necesidad despertar los celos y temores del indígena y suscitar la guerra”. De este modo, planteaba que los pueblos se crearan “como se han formado las más poblaciones cristianas en Europa”, esto es, siguiendo un curso natural: “Se levanta primero la iglesia y la casa del sacerdote; al lado de ella se hace la habitación del juez o del capitán; vendrá después la del comerciante, su tienda y el despacho. Mejorándose el bienestar de los vecinos más inmediatos (...) se arrimará otro grupo de negociantes, movido por el interés de entrar en competencia con el primero, y poco después no tardará en llegar algún artesano medio-herrero, o medio-carpintero, a los que se irán después aproximándose los mismos agricultores con sus chacras y sementeras... ¿Qué importa a la moral o a la civilización del pueblo que sus calles sean derechas o sinuosas, anchas o angostas y que concurran a una plaza simétrica o espaciosa?”238. 235 Domeyko; pp. 138-139.

236 Domeyko; p. 149. 237 Domeyko; pp. 149-150.

238 Domeyko; p. 154 Notables por su ética y estética son las siguientes consideraciones de aquel: "/ Ojalá vieran los que admiran la simetría y lo vistoso de las ciudades españolas en Améri­

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3. Legitimación y aplicación de la expoliación

¿Qué hizo que una política paternalista con objetivos efectivamente civilizatorios se trocara en una de guerra, servidumbre y expoliación? Ciertamente que la incertidumbre política de no controlar real­ mente el territorio, pese al paso de los años, condicionó aquel cambio. Más aún, cuando los mapuches participaron en las guerras civiles de 1851yl859 como aliados de las fuerzas revolucionarias contra el régi­ men rígidamente autocrático de Montt. Y también cuando el francés Aurelie de Tounens se proclamó Rey de la Araucanía y de la Patagonia con el apoyo de varios caciques, al comienzo de la década de los 60”239. Sin embargo, el factor fundamental de aquel cambio fue la codicia por las grandes extensiones de los mapuches, en momentos de gran aumento de la demanda mundial de trigo, carne y otros productos agropecuarios, que estaban provocando un boom exportador en la agri­ cultura chilena. Así, “las exportaciones de trigo aumentaron de 100 mil quintales en 1850 a 600 mil en 1860 (como promedio de la década) y a más de un millón en la década del 70-80” y “esta fuerte expansión de las exportaciones y los precios agrícolas hizo muy rentable esta activi­ dad y elevó considerablemente el precio de las tierras. En el Valle del Maipo el precio de la hectárea subió de 8 pesos en 1820 a 100 pesos en el año 40 y más de 300 pesos en 1860. Se produjo por lo tanto mucha actividad especulativa, y se presionó por expandir la frontera agrícola. Una vez que se ocuparon todos los suelos del territorio central, se abrió el interés por el sur”240. De aquí que se promoviera la colonización alemana de Valdivia a Llanquihue, y la colonización de Magallanes; y

ca, las más antiguas de las ciudades de Alemania, los barrios más poblados del centro de París y la famosa city de Londres! Más de cien mil trabajadores sepultó en la fundación de la muy hermosa y simétrica Petersburgo, el bárbaro civilizador de los rusos (el zar Pedro II)”. (Domeyko; pp. 154-155).

239 Bengoa señala que “el asunto histórico no resuelto, es si acaso Aurelie de Tounens tenía reales poderes del gobierno francés para tentar la ocupación de la Araucanía o era simplemente un aventu­ rero. Nuestra impresión es que algún grado de oficialidad tenia la misión y que, si hubiera resultado más afortunada hubiera contado con apoyo francés. El asunto diplomático en que se vio envuelto (Alberto) Blest Gana a raíz de esta cuestión, muestra que no se trataba solamente de un chiflado, como se lo ha querido pintar a menudo". (Bengoa (2000); p. 188) La impresión anterior se ve confirmada por Abdón Cifuentes en sus Memorias: “En Mayo de 1870 una grave enfermedad me llevó a un hospitalf...) al oriente de París. Allí se medicinaba también el secretario del Consejo de Estado de Napoleón III. Al saber que yo era chileno entró luego en relaciones conmigo y me tocó el punto de Orelie (Aurelie de Tounens), increpando la conducta del Gobierno de Chile para con él. Me discutió con calor que la Araucanía era un país independiente, que Orelie había estado en su perfecto derecho para constituir en ella un reino, que el emperador (Napoleón III) había estado dispuesto a prestarle su apoyo y se había indignado, cuando supo que las autoridades de Chile lo habían encerrado y deportado por loco. Que en el Consejo de Estado se había discutido la necesidad de apoyar las reclamaciones de Orelie y que si se había desistido de ello era por las complicaciones que entonces creaba la expedición a México y la actitud de los Estados Unidos después de su triunfo (en la guerra de secesión) sobre el Sur". (Cifuentes (1936); Tomo I; pp. 104-105) 240 Bengoa (2000); p. 158.

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que “a partir de los años cincuenta el único territorio que quedaba para la expansión territorial era la Araucanía, a la que se estrechaba por el norte y por el sur”241. El “pequeño problema” era que ese territorio [estaba ocupado! De hecho, la adquisición a vil precio de tierras mapuches se desa­ rrolló espontáneamente en la primera mitad del siglo XIX. Esto se debía a que “el mapuche^...) no poseía criterio mercantil para valorar su tierra, lo cual permitía y facilitaba la usurpación por parte de los especuladores y militares de la frontera”242. Domeyko había advertido claramente aquello al señalar que “con frecuencia oirá el viajero que visite Concepción y los pueblos fronterizos de Arauco que hay entre los cristianos de la frontera hombres mil veces peores que los indios, y que inspira más confianza la palabra de éstos que la escritura de un cristiano”243. A tanto llegaron los engaños, que el Gobierno -presionado por sa­ cerdotes de la Araucanía- logró la aprobación de una ley, en marzo de 1853, que estipulaba que toda venta de terrenos indígenas debía hacer­ se con la venia de las autoridades locales. No obstante, “la compra de tierras y el engaño a los vendedores continuó, ahora con el beneplácito de las autoridades locales”244. Pero para los promotores oligárquicos del despojo de la Araucanía ya no bastaba con iniciativas individuales. Había que promover una política estatal de expoliación y “colonización”. A este respecto desem­ peñó un papel clave El Mercurio de Valparaíso que inició una verdade­ ra campaña en esa dirección, a través de la publicación de numerosos artículos. Así, el 30 de enero de 1856 se planteaba que el gobierno debía constituirse en el verdadero poseedor de Arauco, “la parte más bella y fértil de nuestro territorio, habitada por hordas salvajes que no tienen reparo alguno en cometer actos de barbarie y brutal violencia, que por su impunidad hacen ilusoria y nula la autoridad que el gobier­ no pueda tener sobre ellos”245. El 24 de mayo de 1859 se señalaba que “siempre hemos mirado la conquista de Arauco como la solución del

241 Bengoa (2000); p. 158. 242 Bengoa (2000); p. 159.

243 Domeyko; p. 121. Además, Domeyko constató que los indios “reducidos” de Valdivia "se hallan sujetos a la jurisdicción ordinaria de los subdelegados, que muchas veces no omiten ocasión alguna para sembrar en ellos gérmenes de discordia, haciéndose después pagar por los escritos que los indios no saben leer ni entienden. En realidad, ¿qué garantía puede ofrecer a un indio cualquier procedimiento judicial que tanta latitud da a la malicia y astucia de los jueces, cuando éstos se hallan sumergidos en los mismos vicios que el indígena y protegidos por la misma aplicación de leyes y procedimientos? A esta causa he oído atribuir la pobreza de dichos indios de Valdivia y su abatimiento, cuyo estado lamentable muy mala impresión produce en el ánimo de los independientes del otro lado de Toltén, recelosos de la justicia de las leyes y de los jueces de sus vecinos". (Domeyko; pp. 135-136) 244 Bengoa (2000); pp. 160-161. 245 cit. en Jorge Pinto; p. 131.

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gran problema de la colonización y del progreso de Chile, y recorda­ mos haber dicho con tal motivo que ni brazos ni población es lo que el país necesita para su engrandecimiento industrial y político, sino terri­ torio; y este es sin duda una de las fases más importantes de esta gran cuestión nacional”246. El 5 de julio de 1858 se agregaba que “no se trata sólo de la adqui­ sición de algún retazo insignificante de terreno... se trata de formar de las dos partes separadas de nuestra República un complejo ligado; se trata de abrir un manantial inagotable de nuevos recursos en agricultu­ ra y minería; nuevos caminos para el comercio en ríos navegables y pasos fácilmente accesibles sobre las cordilleras de los Andes (...) en fin, se trata del triunfo de la civilización sobre la barbarie, de la huma­ nidad sobre la bestialidad”247. Por otro lado, la descripción que aparece en El Mercurio de los mapuches es francamente preparatoriavpara su servidumbre o exter­ minio. De este modo, se señalaba el 11 de mayo de 1859 que “no sólo se oponen a la civilización, por la fuerza de sus pasiones y costumbres materiales con que están brutalmente halagados, sino por sus ideas morales que tienen bastante malicia y cavilosidad para discernir”248. El 24 de mayo se agregaba que “el araucano de hoy día es tan limitado, astuto, feroz y cobarde al mismo tiempo, ingrato y vengativo, como su progenitor del tiempo de (Alonso de) Ercilla; vive, come y bebe licor con exceso como antes; no han imitado, ni inventado nada desde en­ tonces, a excepción de la asimilación (...) del caballo, que singularmen­ te ha favorecido y desarrollado sus costumbres salvajes”249 y que “todo lo ha gastado la naturaleza en desarrollar su cuerpo, mientras que su inteligencia ha quedado a la par de los animales de rapiña, cuyas cuali­ dades posee en alto grado, no habiendo tenido jamás una emoción moral”250. Para terminar, el 25 de junio de 1859, afirmando que “una asociación de bárbaros, tan bárbaros como (...) los araucanos, no es más que una horda de fieras que es urgente encadenar o destruir en el inte­ rés de la humanidad y en bien de la civilización”251; y el 1 de noviem­ bre de 1860 de que “ya es llegado el momento de emprender seria­ mente la campaña contra esa raza soberbia y sanguinaria, cuya sola presencia en esas campañas es una amenaza palpitante, una angustia para las riquezas de las ricas provincias del sur”252.

. 246 cit. en Bengoa (2000); pp. 180-181.

247 cit. en Jorge Pinto; p. 131. 248 cit. en Bengoa (2000); p. 180. 249 cit. en Bengoa (2000); p. 180.

250 cit. en Jorge Pinto; p. 132.

251 cit. en Jorge Pinto; p. 132. 252 cit. en Jorge Pinto; p. 122.

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Esta campaña liderada por El Mercurio fue duramente combatida en 1859 por la Revista Católica, órgano oficial de la Iglesia, que el 4 de junio de 1859 afirmaba “que se pide a nuestro gobierno el exterminio (mayúscula en el original) de los araucanos, sin más razón que la barba­ rie de sus habitantes y la conveniencia de apoderarnos de su rico terri­ torio”, por lo que “nuestro corazón latía indignado al presentarse a nues­ tra imaginación un lago de sangre de los héroes araucanos, y que anhela revolcarse en ella en nombre de la civilización, es un amargo sarcasmo en el siglo en que vivimos, es un insulto a las glorias de Chile; es el paganismo exhumado de su oscura tumba que levanta su voz fatídica negando el derecho de respirar al pobre y desgraciado salvaje que no ha inclinado todavía su altiva cerviz para recibir el yugo de la civiliza­ ción” y concretamente señalaba que “las ideas de El Mercurio sólo pue­ den hallar favorable acogida en almas ofuscadas por la codicia y que han dado un triste adiós a los principios eternos de lo justo, de lo bue­ no, de lo honesto; sólo pueden refugiarse en los corazones fríos, sangui­ narios, crueles, que palpitan de alegría cuando presencian las últimas convulsiones de una víctima”253. Aunque, de acuerdo con Bengoa, “fue el único llamado aparecido en esos años contra la guerra que se avecinaba (...) ya que al parecer hubo cambio de redactores y (después de 1859) nunca más se hizo mención a la cuestión de la Araucanía”254. Es decir, nuevamente las voces católicas críticas, como durante la Conquista, fueron neutraliza­ das por la propia jerarquía eclesiástica. El hecho es que el conjunto de la oligarquía se alineó con la idea de la guerra y el despojo de las tierras, de acuerdo con los planes militares de Cornelio Saavedra, de comienzos de los 60. Así, se llegó a que por ley aprobada en diciembre de 1866, “el Estado se declaraba, en la prác­ tica, propietario de todas las tierras de la Araucanía; sacaba a remate público estas tierras divididas en hijuelas y otorgaba a las familias mapuches títulos de merced sobre posesiones por determinar”255.La ocupación efectiva tardaría todavía algunos años... En el debate parlamentario la principal voz de la gran mayoría fue la de Benjamín Vicuña Mackenna quien, en 1864, pedía actuar contra los mapuches, como se procedió en Rusia “en la reducción y civiliza­ ción de las hordas que poblaban su territorio” y que, en 1868, decía que la historia había demostrado que el indio "no era sino un bruto indomable, enemigo de la civilización, porque sólo adora los vicios en que vive sumergido, la ociosidad, la embriaguez, la mentira, la traición y todo ese conjunto de abominaciones que constituyen la vida salvaje” 253 cit. en Jorge Pinto; p. 140. 254 Bengoa (2000); p. 184. Esto, a nivel nacional, porque el periódico de Concepción La Tarán­ tula mantuvo en la década de los 60 una clara oposición a la política de ocupación bélica asumi­ da por el gobierno. (Ver Jorge Pinto; pp. 143-144)

255 cit. en Jorge Pinto; p. 132.

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y que “el rostro aplastado, signo de la barbarie y ferocidad del auca, denuncia la verdadera capacidad de una raza que no forma parte del pueblo chileno”256. Honrosas excepciones fueron las del liberal José Victorino Lastarria y de los radicales Manuel Antonio Matta y Angel Custodio Gallo, quie­ nes, en la Cámara de Diputados, fueron los únicos que se opusieron a la mayoría de 48 que en agosto de 1868 aprobó el presupuesto para llevar a cabo los planes de ocupación militar propuestos por Cornelio Saavedra. Lastarria, en la ocasión, señaló, respecto de la violenta resistencia de los mapuches, que “me atrevo 3 decir a la Cámara que ía culpa es nuestra, pues, como consta de documentos públicos, se ha mandado tropas a perseguir a los indios, a incendiarles sus casas, a robarles sus mujeres y niños resultando necesariamente que éstos se entregaron a la guerra de bandalaje, puesto que fuimos nosotros los que los colocamos en esa pendiente”; y, añadió, “si realmente lo que se quiere es traer esas tribus a la paz, nada más fácil: no hay más que darles confianza de que no se quiere arrebatarles sus propiedades”257. Matta, afirmó que lo que más lo alarmaba era la negación de la justicia inherente a la ocupación de las tierras indígenas, y que un plan de este tipo “no traerá otro resultado que el exterminio o la fuga de los araucanos; porque persiguiéndolos por todas partes no tendrán más que perecer víctimas de la superioridad de nuestras armas y número. Entonces, los bárbaros no serán ellos, seremos nosotros”258. Gallo, manifestó “el respeto que tiene para mí todo derecho, no importa que sea el de un indio” y que “si los indígenas no tienen aquí representantes de sus intereses, cada señor diputado debe hacerse su procurador y no consentir en una injusticia y en una verdadera iniqui­ dad, con verdaderos o frívolos pretextos”259. En ese contexto de feroz racismo, pocas voces de los indígenas al­ canzaron a ser directamente percibidas por la sociedad nacional. Una de ellas fue una carta del cacique Mañil al presidente Manuel Montt del 21 de septiembre de 1860 y que El Mercurio publicó el 31 de mayo de 1861, previniendo sí a sus lectores que se trataba de un relato en el cual “a su bárbaro modo”, los indígenas daban a conocer el asunto tal 256 cit. en Jorge Pinto; pp. 144-145. El otro historiador liberal más famoso del siglo XIX, Diego Barros Arana, desarrolló también una visión tremendamente despectiva del mapuche: “Hemos dicho más atrás que aquellos salvajes no conocían principio alguno de administración ni de gobierno(...) En efecto, los ultrajes que se inferían unos a otros, los robos que se hacían y hasta las heridas y los asesinatos no tenían más correctivo que la acción particular del ofendido y de sus deudos “La familia indígena no estaba constituida por los vínculos de los afectos suaves y tiernos que forma­ ban los lazos de las familias civilizadas", (cit. en Bengoa (1992); pp. 127-128) 257 cit. en Bengoa (2000); p. 182. 258 cit. en Jorge Pinto; p. 146. 259 cit. en Bengoa (2000); p. 782.

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como lo entendían “sin suprimir los falsos asertos en que caía Mañil, porque le daban a la carta cierto colorido”. En ella Mañil le escribía a Montt que “cuando supimos de la revolución de 1851 y de la guerra que te hacían, acordamos todos los mapuches aprovecharnos de la si­ tuación para botar a todos los cristianos que nos tenían robadas todas nuestras tierras de esta banda (sur) del Bío Bío, sin matar a nadie ‘y que en reacción’ el intendente (Cornelio) Saavedra se enojó por esto y ordenó se acomodasen partidas para que viniesen a robar y matar”. Luego se llegó a la paz, pero el apresamiento y ejecución de un indí­ gena pariente del'cacique Guenchumán, rebrotó el conflicto y “tu Intendente Villalón con Salvo, juntos quedaron llenos de animales, pero no se contentaron (...) porque volvieron a pasar el Bío Bío a robar otra vez con cañones y muchos aparatos para la guerra, trayen­ do, dicen, mil y quinientos hombres; y todo lo que hizo fue quemar casas, sembrados, hacer familias cautivas quitándoles de los pechos a sus hijos a las madres que corrían a los montes a esconderse, mandar cavar las sepulturas para robar las prendas de plata con que entierran los muertos en sus ritos los indios, y matando hasta mujeres cristianas”. Concluía señalando que “el robo de nuestras tierras es el motivo princi­ pal de la guerra” e instando a Montt a que “abre tu pecho y consulta mis razones”260. Un año después un grupo de caciques volvía a escribir al Presidente -esta vez José Joaquín Pérez-, carta que fue publicada por El Mercurio del 9 de noviembre de 1861, y donde se reiteraban las acusaciones de robos, quemas de casas y sembrados, y cautiverios de familias, entre otras tropelías; terminando con un llamado al primer mandatario: “Es­ peramos, pues, Presidente que cuando te convenzas de los males que nos han hecho a todos el gobierno de Montt y que durante diez años no ha puesto remedio, nos dirás lo que sea de justicia pues deben cono­ cer que aunque nos llaman bárbaros conocemos lo que es justo, y verás que los Montistas han hecho las mismas cosas que nos desaprueban a nosotros como bárbaros”261. A su vez, la Revista Católica publicó en 1859 otra carta suscrita por varios caciques, en que luego de relatar los atropellos sufridos en sus tierras se quejaban amargamente: “¿En qué molestamos al no estar a la altura de los blancos? El chamal no estorba a nadie, nuestra agricultura está atrasada porque no hay medios de exportación, vivimos dispersos porque es más cómodo para cuidar nuestros sembrados, nuestras casas son buenas y apropiadas, tenemos ejército pero no marina, por falta de fondeaderos, no asaltamos a los huincas, somos hospitalarios y tenemos nuestros propios códigos. A cambio de esto tenemos que soportar toda clase de arpías que nos roba y ultraja (...). Es vergonzoso que Chile esté codiciando nuestros terrenos y que cruce los mares con el fin de reclu­ 260 cit. en Jorge Pinto; pp. 152-153.

261 cit. en Jorge Pinto; p. 154.

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tar a los enemigos de nuestros abuelos para apropiarse de nuestras tierras »2f)2 4 . Toda resistencia fue inútil. La oligarquía había abandonado com­ pletamente sus actitudes de primera mitad del siglo de relativo respeto a los mapuches. Su codicia por las tierras de la Araucanía llegó a extre­ mos tales que la llevó a abandonar todo escrúpulo religioso, moral o humanitario. Ya había preparado el clima de opinión que hiciera acep­ table y, más que eso, un “deber patriótico” el despojo y sometimiento total de los mapuches. Y había aprobado la legislación para tal efecto. Y había diseñado los planes militares necesarios para ello. De este modo, a fines de 1868, “Saavedra dejó a cargo’de la alta frontera (Malleco) al Coronel José Manuel Pinto, el cual desató una guerra de exterminio contra los mapuches. En esta guerra sin duda que hubo respuestas indígenas; se defendieron con todas sus fuerzas y em­ plearon a fondo la astucia. La guerra, simembargo, involucraba no solo a los guerreros y al ejército mapuche, sino también a la ‘población ci­ vil’. Se incendiaban las rucas, se mataba y capturaba mujeres y niños, se arreaba con los animales y se quemaban las sementeras. Estamos ante una de las páginas más negras de la historia de Chile”262 263. A tales grados de barbarie se llegó que “el principal diario de la capital ‘El Ferrocarril', inició una campaña de moderación la cual fue respondida por ‘El Mercurio' de Valparaíso, que apoyaba los hechos”264. Así, el primero editorializó el 25 de febrero de 1869: “El Ferrocarril, abogando por lo que ha creído de justicia y por la conveniencia del país, ha sido constante enemigo de la guerra que hoy se hace a los salvajes; guerra de inhumanidad, guerra imprudente, guerra inmoral, que no da gloria a nuestras armas, provecho al Estado, ni prestigio a nuestro pabellón”265. Como efecto de la ofensiva bélica, “el invierno de 1869 fue de hambruna entre los mapuches. El frío, el hambre y la viruela acabaron con un número considerable de hombres, mujeres y niños. Grupos de mapuches vagaban por las ciudades y pueblos de la frontera vendiendo su platería (los adornos de las mujeres, los herrajes de los caballos), los pocos animales que quedaban en busca de alimento”266. Posteriormente, el Gobierno hizo una tregua tratando de obtener, a través de “parlamentos”, la subordinación total de los indígenas ya des­ moralizados por sus pérdidas. Como ellos no se rindieron, en mayo

262 cit. en Jorge Pinto; pp. 154. Pinto interpreta lo último como una alusión a la oposición de la Iglesia a la inmigración europea no católica, reflejándose en este punto más el pensamiento de la Iglesia que el de los caciques. 263 Bengoa (2000); p. 207. 264 Bengoa (2000); p. 207. 265 cit. en Bengoa (2000); p. 225.

266 Bengoa (2000); p. 226.

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de 1870, el general Pinto publicó un bando que implicaba una nueva ofensiva bélica: “Por cuanto el Supremo Gobierno ha tenido a bien declarar en campaña a las fuerzas destinadas en la alta y baja frontera(...) con el objeto de hacer cesar el estado permanente de rebelión en que se encuentran diversas tribus araucanas (...) vengo en resolver lo siguiente: Art Io Los que estuvieran en convivencia con las tribus re­ beldes o con los individuos que los dirijan (...) sufrirán la pena ordina­ ria de muerte. Art. 2o Recibirán igual castigo los que en unión con los rebeldes o separadamente, hagan armas contra las fuerzas de la Repú­ blica o se mezclasen en depredaciones ejercidas a mano armada (...) Art. 3o Sufrirán la misma pena todos los que sin pasaporte del cuartel general se introduzcan en el territorio ocupado por los rebeldes, por inferirse de tal hecho, a menos de prueba en contrario, que están en convivencia con ellos”. El Bando agregaba además que las sentencias serían formuladas por consejos de guerra y se aplicarían en el plazo de 24 horas267. En verdad, junto con una nueva declaración de guerra, aquel bando significaba “legalizar” el exterminio de los indígenas que se resistieran al despojo y de los que se sospechare fueran a hacerlo. En 1871 se detuvo otra vez la guerra estabilizándose la frontera, hasta el triunfo final de 1881, en el río Malleco. En los territorios conquistados la oligarquía impuso su sistema de propiedad característico, la hacienda, a través de diversos remates pú­ blicos efectuados en la década del 70 y posteriormente procedió a la ocupación total: “El sistema de remates en que se subastaba hijuela por hijuela, permitía a una misma persona comprar todos los lotes que quisiera. De esta forma se produjo desde el inicio una fuerte concen­ tración de la propiedad y se reprodujo -con las diferencias obvias- el sistema de latifundio de la zona central del país: los colonos pobres se transformaron en minifundistas a corto andar y los más ricos organiza­ ron grandes explotaciones latifundarias”268.“En vez de crear una fron­ tera de agricultores campesinos, los políticos gubernamentales permi­ tieron que el territorio de la frontera se convirtiera en otro dominio de la hacienda. Imitando el modelo del valle central, las élites políticas y económicas conquistaron nuevas posesiones señoriales en las que los antiguos ocupantes ilegales, los campesinos sin tierra y los indígenas, se convirtieron en inquilinos o peones”269. La diferencia -escasamente relevante- fue que el grueso de estos latifundistas eran nuevos ricos producto de actividades comerciales, mineras o bancarias y, por lo mismo, se identificaban mucho más con los sectores políticos más “progresistas” de la oligarquía, esto es, libera­

267 Ver Bengoa (2000); pp. 240-241. 268 Bengoa (2000); p. 259.

269 Loveman (1988); p. 156.

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les y radicales. Además, no hay que olvidar que en el período más crucial del remate de tierras (1871-1891) la conducción del Poder Ejecutivo estuvo en manos de los liberales, acompañados muchas veces por los radicales. Ahora bien, en la década del 70 se produjeron varias transforma­ ciones ominosas para la suerte final de los mapuches. Por un lado, el desarrollo del ferrocarril hasta la zona de la frontera mejoró enorme­ mente las comunicaciones militares del Estado chileno. Asimismo, dado el éxito del gobierno argentino en la expoliación de sus propios mapuches -colindantes con los de la Araucanía- y la agudización de los conflictos limítrofes con el país vecino, aumentaron las motivacio­ nes políticas para ocupar plena y rápidamente los territorios indígenas restantes. Pero, sobre todo, la guerra del Pacífico y su desenlace victo­ rioso reforzó notablemente al ejército chileno e incrementó, todavía más, el ánimo bélico y el sentimiento de superioridad hacia los mapuches. Es así que antes de dicha guerra, en 1877, pese a que “en Valparaíso ‘El Mercurio' continuaba con su campaña a favor de la ocupación to­ ta^...) en Santiago algunas voces no se decidían aún a actuar en forma drástica, por los daños morales y materiales que el hecho debía traer consigo”270. Junto con la guerra con Perú y Bolivia, arreciaron las escaramuzas entre la Guardia Nacional y los mapuches, hasta que, a raíz del asesina­ to del cacique Melín, en septiembre de 1880, se produjo una rebelión indígena en Traiguén que dio curso a la etapa final de la guerra de ocupación. A medida que se sucedían los éxitos bélicos en el norte “El Mercurio de Valparaíso editorializa durante todo el mes de febrero del 81, apoyando la labor de (Manuel) Recabarren (Ministro del Interior en la campaña en el Sur) y exigiendo que se dé cumplimiento a la ocupación definitiva del territorio mapuche”271. La exaltación guerrera alcanzó su culminación luego de la ocupa­ ción de Lima a fines de febrero. Incluso el tradicionalmente moderado El Ferrocarril se sumó a la “cruzada contra los salvajes”, editorializando el 10 de abril, a propósito del embarque de tropas en ferrocarril hacia Angol: “La tropa, tanto sino más que la oficialidad iba llena de entu­ siasmo y de contento. [Cuántas ideas no asaltaban la mente al ver la despedida de esa legión de patriotas que abandonaban sus más caras afecciones para tomar parte en la cruzada emprendida contra los salva­ jes, rémora del progreso y civilización! Muchos creen que la campaña de la frontera, por ser contra los indios, no tiene ningún mérito y que si la del Norte ofreció laureles y coronas, esta, por el contrario, no ofrece más que hambres y privaciones de todo género. La campaña del Norte

270 Bengoa (2000); p. 270.

271 Bengoa (2000); p. 284.

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fue para contestar el reto de muerte lanzado contra Chile por dos pue­ blos que, llamándose hermanos, habían en secreto suscrito un pacto de ignominia, amenazando así nuestra integridad territorial. La campaña del Sur, es un dique a las devastaciones de los indígenas, logrando so­ meter a la civilización a los que tienen estacionario y sin vuelo al co­ mercio del Sur, fuente inagotable de riquezas para el país y para la humanidad. La primera tendió a hacer cesar la envidia y la mentira y la segunda es para llevar la luz al caos que se llama Araucanía”272273 . La etapa final de la ocupación fue muy cruenta. Miles de mapuches muertos en las últimas batallas, en las “cacerías” posteriores o fusila­ dos. Y miles también muerto^ en la década de los 80 por hambre y por epidemias de cólera y viruela que diezmaron especialmente a la debilitada población indígena. De acuerdo a Bengoa, “la población mapuche debe haber disminuido en un 20% aproximadamente en esos anos r . Por cierto, significó también el despojo generalizado de sus tierras. Como misérrimo paliativo el Estado les “otorgó”, entre 1884 y 1929, 3.078 títulos de merced “con una extensión aproximada de 475.000 hectáreas que favorecieron a unas 78.000 personas”274, lo que signifi­ có alrededor de 6 hectáreas por persona. Pero además en un sistema de comunidad que no correspondía a sus formas históricas de organiza­ ción social y que se calcula dejó completamente sin tierra a un tercio de ellos275. Así, con los títulos de merced -que tampoco se respetarían cabalmente durante el siglo XX- el Estado chileno los despojó del 90% de su territorio: “En definitiva, de 10 millones de hectáreas aproxima­ das que corresponden a las regiones del Sur que habitaban los mapuches, el Estado les cedió unas 500 mil y los dejó ocupando otro tanto en Osorno y Valdivia, sin protección legal alguna”276. Pero, además, la expoliación de la Araucanía se tradujo en la peor “integración” posible del mapuche al Estado chileno. Quedó como un pueblo políticamente derrotado, económicamente miserable y explo­ tado; socialmente discriminado y marginado y culturalmente vilipen­ diado con los peores estereotipos imaginables. Así, finalmente, se hizo tristemente realidad la profecía de Domeyko: “Los hombres de este temple no se convencen con las armas: con ellas sólo se exterminan o se envilecen. En ambos casos la reducción sería un crimen cometido a costa de la más preciosa sangre chilena”.

272 cit. en Bengoa (2000); pp. 284-285. 273 Bengoa (2000); p. 336.

274 Bengoa (2000); p. 355. 275 Ver Bengoa (2000); p. 356 Y, además, considerando que la entrega de dichos títulos se completó [en 45 añosl 276 José Bengoa. Historia de un Conflicto. El Estado y los Mapuches en el siglo XX, Edit. Planeta; Santiago; 1999; p. 61.

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Por lo mismo, resulta especialmente grotesco el mito de la “pacifi­ cación de la Araucanía” que, de manera persistente, se inculcó en los escolares chilenos a lo largo del siglo XX. Obviamente, aquella ense­ ñanza evitaba cuidadosamente el conocimiento de los hechos históri­ cos, para que así se bloqueara toda conciencia del mayor genocidio cometido en nuestra historia republicana.

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CAPÍTULO IV

EL MITO DE BALMACEDA Y LA CONTRARREVOLUCIÓN DE 1891

Como hemos visto, la eliminación del régimen político autocrático es­ tablecido en 1830 -y liberalizado a partir de 1861- era ya inminente, dado el proceso de maduración política de la oligarquía. El hecho de que en 1891 se haya dado con extrema violencia respondió al excesivo autoritarismo de José Manuel Balmaceda, quien quiso seguir de todos modos la tradición de designar a su sucesor. Esto ya lo había previsto el presidente Santa María quien “con clara visión de que el régimen político se acercaba a una crisis, vaticinó a su sucesor de que no terminaría su periodo en un ambiente de normali­ dad constitucional”277. De partida, la propia elección de Balmaceda se dio en un marco de intimidación y violencia que llevó a su contendor, el radical José Francisco Vergara, a renunciar un mes antes de las elec­ ciones278. Y al diputado conservador Ventura Blanco, a señalar en el Congreso Pleno, a nombre de su partido, que “al tomar nota del resul­ tado numérico de las actas de escrutinio provinciales, querríamos olvi­ dar que una vez más se verifica en Chile la transmisión de la Suprema Magistratura sin que el pueblo haya podido manifestar su voluntad soberana ni entrar siquiera al campo en que debió decidirse la contien­ da” y “abramos el corazón a la esperanza de que no han de pasar mu­ chos años sin que brille el día en que sea un hecho la soberanía popular consagrando en la práctica el derecho exclusivo del pueblo para elegir sus mandatarios”279. Posteriormente, en las elecciones parlamentarias de 1888, a tal ex­ tremo llegó el intervencionismo presidencial, que el moderado arzo­ bispo de Santiago, Mariano Casanova (nombrado pocos años antes con la aquiescencia de Balmaceda], daba cuenta de la situación preelectoral, en carta al político liberal Carlos Antúnez: “La intervención es terrible

277 Donoso (1946); p. 436. 278 Ver Amunátegui; p. 230.

279 cit. en Yrarrázaval (1940); Tomo I, p. 312.

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y las elecciones no tendrán ni apariencia de libertad. Con la inmensa red de empleados y con los cien proyectos de ferrocarriles poco nece­ sita el gobierno para hacer cuanto le agrade, y si no hace más, si sale algún conservador será porque es generoso (...) Pero querido amigo, esto no puede durar; al fin y al cabo, algo se ha de hacer para conservar el prestigio de la democracia. Ningún despotismo trae la felicidad de las naciones. Yo espero el remedio del exceso mismo del mal”280. De este modo, “de los 123 diputados que se nombraron, 109 eran gobiernistas y 14 correspondían a la oposición (conservadores e inde­ pendientes) (...) En el Senado, de 28 miembros elegidos, solo un con­ servador tuvo acceso a él. De los seis Ministros que componían el Ga­ binete, cinco se adjudicaron cargos de senadores propietarios: Aníbal Zañartu por Concepción; Augusto Matte y Manuel García de la Huer­ ta por Santiago; Pedro Lucio Cuadra por Linares; y Agustín Edwards por Valparaíso. El sexto ministro, Pedro ¡VÍontt, optó por seguir repre­ sentando como diputado el departamento de sus tradiciones familia­ res, Petorca. Cuatro hermanos del Presidente Balmaceda llegaron al Congreso. Vicente, como senador propietario por Cautín y Ezequiel como suplente por Arauco. José María y Rafael fueron designados pro­ pietarios por Mulchén y Angol respectivamente. A más, al hermano político de aquél, Domingo de Toro Herrera, le cupo la senaturía en propiedad por Coquimbo"281. Sin embargo, tal como había pasado con el exacerbado autoritaris­ mo de Santa María, buena parte de los liberales y el conjunto de nacio­ nales y radicales no aceptaban ya la incondicionalidad al poder autocrático. Así, “el oficialismo que contaba en 1888 con 109 diputa­ dos quedó reducido en 1889 a cuarenta, llegando a contar la oposición con más de ochenta”282. El desenlace es bastante conocido. La mayoría opositora tomó la resuelta decisión de impedir por todos los medios que Balmaceda im­ pusiera a su sucesor (supuestamente Enrique Salvador Sanfuentes), amenazando al Gobierno, en junio de 1890, con no autorizar el cobro de contribuciones y no aprobar la ley de presupuestos, si el Presidente no designaba un Gabinete que tuviera la confianza del Congreso. Una primera grave crisis en julio (dado que la ley de contribuciones tenía que ser renovada a fines de junio, lo que no se efectuó) fue re­ suelta frágilmente en agosto con la designación de un Gabinete de con­ fianza del Congreso, con Belisario Prats como Ministro del Interior, y la aprobación en el Congreso de la ley de contribuciones. No obstante, de acuerdo con Amunátegui, “el ministerio Prats no alcanzó a durar tres

280 cit. en Julio Heise González. El Período Parlamentario 1861-I92S, Tomo II; Edit. Universi­ taria; Santiago; 1982; p. 90.

281 Yrarrázaval (1940); Tomo I; pp. 349-350.

282 Heise; Tomo II; p. 90.

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meses; porque en breve se convenció de que a sus espaldas la máquina administrativa intervenía como antes en los procedimientos prelimina­ res de las elecciones (...) La renuncia fue indeclinable, y Balmaceda hubo de aceptarla. El Presidente se creyó entonces obligado a hacer diversas tentativas de conciliación con los oposicionistas. Les propuso, primero, una convención amplia, de todos los partidos, a fin de que eligiese el candidato a la Presidencia; y, en seguida, un ministerio en que hubiera representantes de esos mismos partidos (...) Antes que discutir las bases de la Convención, ellos preferían que él organizara un buen ministerio;-y, cuando les propuso un gabinete de miembros de todos los colores, contestaron que, a su juicio, el Presidente debía lla­ mar a los políticos que estimara aptos, los cuales consultarían a los respectivos partidos”283. Pero Balmaceda organizó su gabinete con personas incondiciona­ les, el Congreso no aprobó la ley de presupuestos, el Presidente aprobó por sí mismo dicha ley, con lo cual el Congreso, arguyendo la inconstitucionalidad de la medida, aprobó un acta de deposición de Balmaceda. Entonces dio comienzo la guerra civil, que terminó con su derrota y posterior suicidio. Sin embargo, poco a poco empezó a surgir un mito respecto de la obra de Balmaceda como gobernante y, particularmente, sobre el ca­ rácter de la Guerra Civil de 1891 que sepultó el régimen autocrático. Aquel consistió en que Balmaceda habría sido un presidente promotor de la nacionalización del salitre; partidario de un cambio del modelo de desarrollo económico basado en la exportación de bienes primarios, a favor de uno sustentado en la industrialización (lo que lo habría ali­ neado con la burguesía industrial y contra el resto de la oligarquía) y promotor de cambios sociales en beneficio de los sectores medios y del proletariado; todo lo cual le habría significado el encono del grueso de la oligarquía y de los intereses británicos que controlaban gran parte de las salitreras. Así, estos se habrían coludido para deponer a Balmaceda, utizando para ello como pretexto, razones político-constitucionales284* . En primer lugar, dicha tesis presenta una debilidad evidente. La deposición de Balmaceda no se produjo ni en los inicios de su gobier­ no, ni en sus años medulares. Ocurrió en su etapa final y en torno al tema que naturalmente predominaba en el debate público: su suce­ sión. Es decir, cuando ya la obra de su gobierno estaba terminando y simplemente no había tiempo para darle un vuelco significativo. Y ni siquiera podría argüirse que dicha guerra fue el desenlace de un con­ flicto agudo y permanente entre el Gobierno y el Parlamento. Aquella lucha recién comienza a tomar forma a lo largo de 1889. Y, como vi­

283 Amunátegui; pp. 264-265. 284 La culminación de este mito la podemos ver en 1958, en la obra de Hernán Ramírez Necochea: Balmaceda y la Contrarrevolución de 1891.

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mos, con un Congreso que el propio Balmaceda había prácticamente designado un año antes.

1. El mito nacionalista En relación a la voluntad nacionalizadora del salitre que se le asigna a Balmaceda es importante señalar, en primer lugar, que como Ministro de Relaciones Exteriores y del Interior de Santa María, él fue copartíci­ pe de la política promotora de la propiedad extranjera del nitrato. Así, el 24 de diciembre de 1881, en su calidad de canciller, envió una circu­ lar a los gobiernos extranjeros, que señalaba: “Cumpliendo su misión civilizadora, Chile ha concluido en los territorios a que me refiero (Tarapacá y Antofagasta] con el régimen del Perú, es decir, con el esta­ do industrial y el monopolio de los salitres. Ha otorgado franquicias a la industria salitrera y al amparo de la libertad de trabajo y del orden eficaz de nuestras prácticas de Gobierno, ciudadanos ingleses, france­ ses, alemanes, norteamericanos y de todas partes se enriquecen hoy día y encuentran ancho campo al esfuerzo industrial e inteligente. Se co­ bra un derecho igual de explotación, pero la elaboración en competen­ cia no tiene límites y el salitre va, como agente de producción, sin limitación y sin trabas, a derramarse en la mayor cantidad posible y al menor precio posible, en el libre comercio universal. Arrastrados a la guerra para impedir la extorsión de nuestros industriales y la desmembración del territorio chileno en que producíamos libremente el salitre, conservamos después de la victoria nuestra libertad económi­ ca y la devolvemos, en los territorios de Antofagasta y Tarapacá, a los productores y consumidores del mundo conocido”285. Incluso, respecto del monopolio ferrocarrilero del salitre que tenía una firma privada desde que Tarapacá era peruano, y que algunos sena­ dores quisieron objetar (tema que después iba a ser efectivamente motivo de controversia entre los gobiernos chilenos y “el rey del sali­ tre”, JohnThomas North], el propio Balmaceda, el 13 de diciembre de 1882, esta vez como Ministro del Interior, defendió su devolución lue­ go de la guerra en virtud del “camino de respeto a la propiedad particu­ lar y de que no es posible separarse. La propiedad particular es sagrada, así lo ha reconocido el decreto que mandó devolver los ferrocarriles de Tarapacá a Montero Hermanos”286. Luego, como senador (y ya seguro de ser futuro Presidente] el 11 de diciembre de 1885, defendía desde el punto de vista económico la mantención de aquel monopolio: “...hay en este negocio una faz eco285 cit. en José Miguel Yrarrázaval Larraín. La Política Económica del Presidente Balmaceda, Acad. Chilena de Historia; Santiago; 1963; p. 11. 286 cit. en Rafael Sagredo Baeza y Eduardo Devés Valdés (Recop.). Discursos de José Manuel Balmaceda,Volumen II, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos; Santiago; 1991; p. 72.

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nómica de gravísimo interés público que conviene no olvidar. Si se declara la caducidad de los privilegios otorgados por el Gobierno del Perú a los concesionarios de los ferrocarriles de Tarapacá, y se autoriza la libre construcción de ferrocarriles particulares, habremos concluido con las trabas y gravámenes del monopolio legal de los ferrocarriles, y caeremos en los desastres que produciría la desigualdad de un tremen­ do monopolio de hechos. Hay en Tarapacá uno o dos grandes estableci­ mientos salitreros, que por su proximidad a la costa, por la riqueza y abundancia de los yacimientos en trabajo, podrían portear los salitres a la costa con tales ventajas sobre los demás establecimientos de aquella región, con tal reducción de gastos por el menor flete, que ellos solos serían capaces de producir en breve todo el salitre que se consume, reduciendo a condiciones extremas o aniquilando, más propiamente, a los demás productores de salitre de Tarapacá, o de otros territorios menos favorecidos”287. Entretanto, el gobierno de Santa María había dilatado por años la toma de alguna decisión respecto de la caducidad de aquel monopolio, solicitado por diversas compañías salitreras; por lo cual el Gobierno fue duramente criticado en el Congreso. Incluso, el diputado Augusto Matte señaló, el 21 de enero de 1886, que hacía más de un año “había tenido ocasión de promover la misma discusión y de pedir al señor Ministro de lo Interior de aquella época, señor Balmaceda, que tomara empeño en dar la más pronta resolución a este negocio, lo que prome­ tió sin dificultad el señor Ministro”. Y dado que en tres años y medio no se había tomado resolución, concluyó que “a la verdad que esta actitud se presta ya a muchas sospechas, de que yo no quise hacerme eco en esta Cámara hace ya un año, pero que van tomando tantos visos de justifi­ cadas que llegan ya a comprometer la siempre reconocida probidad del Gobierno de Chile y de sus magistrados”288. Por fin, el 29 de enero de 1886, “un decreto del gobierno anuló las concesiones originales funda­ mentado en el no cumplimiento del contrato”289; aunque el caso fue inmediatamente llevado a la Justicia por la compañía afectada. Ahora bien, en el discurso de proclamación de su candidatura a Presidente, el 17 de enero de 1886, Balmaceda no hizo siquiera men­ ción del salitre. En su primer Mensaje Presidencial, del 1 de junio de 1887, manifestó la preocupación de que “una parte considerable de exportación, ya sea ésta de minerales o de salitres, o de diversas pro­ ducciones industriales, pertenece a sociedades o a personas radicadas 287 cit. en Sagredo y Devés; Volumen II; p. 295. Tesis bastante peregrina ya que, como sostiene Harold Blakemore, "las altas tarifas de la Compañía de Ferrocarriles del Salitre (firma que se hizo cargo del monopolio en 1882) fue un factor tendiente a socavar la más plena explotación de la industria del salitre, de la cual Chile estaba obteniendo una creciente proporción de los ingresos gubernamentales". (Harold Blakemore. British Nitrates and Chilean Politics 1886-1896: Balmaceda ¿¿ North, University of London; Londres, 1974; p. 49)

288 cit. en Yrarrázaval (1963); p. 36. 289 Blakemore; pp. 49-50.

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en el extranjero, por cuyo motivo los valores de la respectiva exporta­ ción no vuelven a la circulación económica de nuestra actividad co­ mercial”; y la idea de que el Gobierno “medita acerca de los medios que nos permitan nacionalizar, en la medida de lo que es practicable, las industrias chilenas que hoy fructifican principalmente para el ex­ tranjero. El esfuerzo unido del Gobierno y de los particulares pueden contribuir al desenlace patriótico y eficaz de este gravísimo problema de nuestra actividad económica”290. Hay que tener en cuenta que a lo largo de la década del 80 fue creciendo en la clase oligárquica la preocupación por los efectos ne­ gativos que tendría un monopolio extranjero sobre el salitre. Así, en 1884, Francisco Valdés Vergara escribía: “El monopolio del salitre en poder de una empresa o compañía privada constituiría un odioso e insoporta­ ble tutelaje sobre los intereses públicos y privados de Chile”291. Sin embargo, nada concreto hizo Baljnaceda en la perspectiva de nacionalizar (chilenizar) el salitre. En el Mensaje del 1 de junio de 1888 enunció, incluso, el propósito de vender más salitreras del Estado a particulares, sin especificar nacionalidad: “Es conveniente la pronta enajenación de las salitreras pertenecientes al Estado y para el pago de las cuales se contrató en el año último un empréstito que produjera 1.113.781 libras esterlinas (se refería a pagos del gobierno chileno a compañías alemanas e italianas que habían sido expropiadas por el gobierno de Perú, antes de la guerra y a las que se les adeudaba el valor de su propiedad]. El producto íntegro de la venta, cualquiera que sea la forma en que ésta se acuerde definitivamente, deberá aplicarse al reti­ ro de bonos de la deuda exterior contraída para el pago de las mismas salitreras”292. En efecto, el gobierno, el 8 de junio, envió un proyecto de ley para que se autorizara “al Presidente de la República por el término de tres años, para que proceda a la venta en subasta pública de los estableci­ mientos salitrales del territorio de Tarapacá que han pasado al dominio del Estado en virtud del pago de certificados emitidos por el Gobierno del Perú”293. Tal proyecto no contemplaba restricción de nacionalidad para los postores. Ramírez Necochea, para ajustar lo anterior a su tesis, plantea que “es posible pensar" aquella restricción: “aun cuando en él (proyecto) no se especificaba que esta transferencia se haría exclusiva­ mente a empresas nacionales, es posible pensar que éste hubiera sido el criterio del Gobierno”294, dado lo expresado en el Mensaje de 1887.

290 cit. en Sagredo y Devés; Volumen II; p. 304.

291 cit. en Hernán Ramírez Necochea. Balmaceda y la Contrarrevolución de 1891, Edit. Univer­ sitaria; Santiago; 1958; p. 68. 292 cit. en Sagredo y Devés; Volumen II; pp. 319-320.

293 Yrarrázaval (1963); pp. 16-17. 294 Ramírez (1958); p. 91.

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En el Senado el proyecto se aprobó rápidamente, pese a la oposición del senador por Tarapacá, Luis Aldunate, la cual se basó precisamente en el entendido de que dicha propiedad se desnacionalizaría con aque­ lla venta295. En agosto, el proyecto pasó a consideración de la Cámara, donde fue informado favorablemente por la Comisión respectiva y, posteriormente, el Gobierno, sin dar explicación, se desinteresó de su tratamiento. Demostrando la inseguridad de Ramírez en su idea ante­ rior, esto último es recogido muy favorablemente por aquel: “Cabe to­ davía señalar que el Gobierno reaccionó rápidamente contra esta ini­ ciativa, ya que no dio ningún paso ni realizó gestión de ninguna naturaleza para que el proyecto fuera despachado por la Cámara de Diputados; es decir, por su propia voluntad, el Gobierno dejó morir su proyecto en el Parlamento”296. No hay duda de que dicha actitud de retiro del proyecto reflejó la preocupación creciente del Gobierno -y de la opinión ilustrada del país- respecto de la progresiva concentración del poder salitrero en pocas manos extranjeras; y la incertidumbre acerca de si era bueno para el país continuar extranjerizando su propiedad. Luego, en 1889, Balmaceda adquirió la convicción de que no era bueno continuar por ese camino. Pero, en ningún caso, planteó la idea de expropiar las compañías extranjeras ya existentes. Así, en su célebre discurso de Iquique del 7 de marzo de 1889 dijo lo siguiente: “La ex­ tracción y la elaboración (del salitre) corresponde a la libre competen­ cia de la industria misma. Mas la propiedad salitrera particular y la propiedad nacional son objeto de seria meditación y estudio. La pro­ piedad particular es casi toda de extranjeros y se concentra activamen­ te en individuos de una sola nacionalidad (obviamente inglesa). Prefe­ rible sería que aquella propiedad fuese también de chilenos; pero si el capital nacional es indolente o receloso, no debemos sorprendernos de que el capital extranjero llene con previsión e inteligencia el vacío que en el progreso de esta comarca hace la incuria de nuestros compatrio­ tas. La próxima enajenación de una parte de la propiedad salitrera del Estado abrirá nuevos horizontes al capital chileno, si se modifican las condiciones en que gira, y si se corrigen las preocupaciones que lo re­ traen. La aplicación del capital chileno en aquella industria producirá los beneficios de la explotación por nosotros de nuestra propia riqueza y la regularidad de la producción sin los peligros de un posible mono­ polio. Ha llegado el momento de hacer una declaración a la faz de la república entera. El monopolio industrial del salitre no puede ser em­ presa del Estado cuya misión fundamental es sólo garantizar la propie­ dad y la libertad. Tampoco debe ser obra de particulares, ya sean éstos nacionales o extranjeros, porque no aceptaremos jamás la tiranía eco­ nómica de muchos ni de pocos. El Estado habría de conservar siempre 295 Ver Yrarrázaval (1963); p. 18.

296 Ramírez (1958); p. 91.

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la propiedad salitrera suficiente para resguardar con su influencia la producción y su venta, y frustrar en toda eventualidad la dictadura industrial de Tarapacá”297298 . Esta seria preocupación no era, por lo demás, exclusiva de Balmaceda. El prominente diario oligárquico El Ferrocarril sostuvo, el 26 de mayo de 1889, más enfáticamente las mismas ideas: “Tarapacá no puede, no debe ser ni será jamás factoría extranjera; el pueblo de Chile no consentirá que esa provincia, como ninguna otra de la Repú­ blica, sea hacienda extranjera usufructuada por compañías anónimas inglesas y cuyos valiosísimos productos vayan a enriquecer ingleses re­ sidentes en Londres u otros puntos de la Gran Bretaña, ni que se nos deje la tolerada y nominal soberanía que se dejaba a los Nababs de India o reyezuelos de Asia por las compañías que han conquistado esas • »298 regiones . Tan compartidas eran estas preocupaciones que el diario inglés Finantial Times del 7 de febrero de 1889 señalaba: “Es muy general en Chile la opinión de que el coronel (North) ha estado haciendo uso, con ventaja propia, de vastos recursos que muy bien habrían sido emplea­ dos para beneficio del pueblo chileno, y ahora que él ha iniciado la competencia con las propias instituciones de ese país y en detrimento de los intereses chilenos (se refiere a la controversia sobre el monopo­ lio ferrocarrilero del salitre de la que hablaremos luego], la menciona­ da opinión se acentúa cada vez más”299. Posteriormente, en el Mensaje del 1 de junio de 1889, Balmaceda propuso fórmulas más concretas de ventas futuras de salitreras que contemplaran de modo garantizado la compra de parte de ellas por capitales privados chilenos y que posteriormente solo pudieran ser tras­ pasadas a chilenos300. Sin embargo, dichos anuncios nunca los llevó a la práctica. Y ni hablar de expropiaciones, es decir, de efectivas nacionali­ zaciones de compañías extranjeras. Por tanto, a este respecto, no se generó nunca el más mínimo conflicto entre el gobierno chileno y las compañías británicas propietarias del salitre. El único conflicto suscitado entre el Gobierno y los salitreros ingle­ ses fue con John T. North, específicamente respecto al monopolio ferrocarrilero del salitre, del cual él se había apoderado a mediados de los 80. Conflicto que, por lo demás, enfrentó también los intereses de North con los de los restantes productores británicos del salitre, ya que 297 cit. en Sagredo y Devés; Volumen III; pp. 185-186. 298 cit. en Ramírez (1958); p. 69. Incluso, Agustín Ross (que actuó después en Europa, durante la guerra civil, buscando apoyo para la causa congresista), señaló, en referencia al discurso de Balmaceda en Iquique, que “fue precisamente la negligencia del gobierno al no apoyar al capital nacional en la industria del salitre la que explicaba la dominación extranjera", (cit. en Blakemore; p. 86) 299 cit. en Ramírez (1958); p. 70.

300 Ver Sagredo y Devés; Volumen II; p. 334.

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estos se resentían notablemente de las altas tarifas impuestas por “el rey del salitre”. Es importante destacar que en esta materia Balmaceda también mostró serias contradicciones entre su palabra y su acción. Primero, como hemos visto, participó de la política gubernamental dilatoria de Santa María a favor del monopolio ferrocarrilero privado existente. Incluso lo justificó en términos económicos. Luego, en el discurso de Iquique de marzo de 1889, planteó al respecto: “Espero que en época próxima todos los ferrocarriles de Tarapacá sean propiedad nacional. Aspiro, señores, a que Chile sea dueño de todos los ferrocarriles que crucen su territorio. Los ferrocarriles de particulares consultan necesa­ riamente el interés particular, así como los ferrocarriles del Estado con­ sultan, antes que todo, los intereses de la comunidad, tarifas bajas y alentadoras de la industria, fomentadoras del valor de la propiedad misma”301. Y a fines del mismo año, el 5 de diciembre de 1889, acordó otorgar una concesión para construir un nuevo ferrocarril en Tarapacá a favor de la más importante compañía salitrera británica rival de North, la Campbell, Outram y Cía, filial de la Casa Gibbs. Y en los “generosos” términos de que “el concesionario construirá el ferrocarril a sus expen­ sas en el término de cuatro meses (dado que cubría un trecho corto) y lo gozará durante veinticinco años”302. Esta última medida, además de ser contradictoria con sus postulados nacionalistas de meses antes, reflejó una actitud impositiva que exacer­ bó el conflicto de poderes ya iniciado entre Balmaceda y el Congreso. Esto, porque el Gobierno no aceptó la posición de la Corte Suprema que estableció que la caducidad del monopolio ferrocarrilero decretada por el Gobierno podía ser recurrida (como de hecho lo fue por North) al Poder Judicial. Y llevó el asunto al Consejo de Estado que, en rigor, tenía facultades para conocer de la materia, desde que el Artículo 104 de la Constitución del 33 incluía dentro de sus atribuciones la de “conocer igualmente en las competencias entre las autoridades administrativas, y en las que ocurrieren entre éstas y los Tribunales de Justicia”. Sin embargo, dado que los miembros del Consejo de Estado eran designados por el propio Presidente, la oposición cuestionó duramente el mecanismo de resolución de la controversia. Así, el jurisconsulto y senador José Clemente Fabres señaló: “No sé si el Consejo de Estado ha fallado bien: pero sí sé que es una enormidad en cualquier país civiliza­ do que una de las partes sea juez en causa propia”303. Además, poco antes de este suceso, el profesor de Derecho Público Jorge Huneeus, en su obra La Constitución ante el Congreso, había manifestado: “Respecto a la competencia entre autoridades administrativas y los tribunales de

301 cit. en Sagredo y Devés; Volumen III; p. 186. 302 cit. en Yrarrázaval (1963); p. 41.

303 cit. en Yrarrázaval (1963); p. 39.

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Justicia nos parece no sólo inconveniente sino inaceptable de todo punto el sistema que nuestra Constitución tuvo la mala idea de copiar de las instituciones del primer imperio napoleónico. Si un simple Inspector tiene la fantasía de formar competencia a la Corte Suprema, la cues­ tión debe ser resuelta por el Consejo de Estado que forma parte del Poder Ejecutivo”304. Pero lo más grave fue que, de acuerdo con una ley de agosto de 1862, se había estipulado que la autorización para construir ferrocarri­ les era materia de ley y no de decretos. Por lo que la mayoría del Con­ greso se sintió naturalmente pasada a llevar y estimó que el Gobierno estaba violando completamente la legalidad. Más aún cuando el Minis­ tro del Interior de Santa María, José Ignacio Vergara, había declarado el 29 de enero de 1885 -con ocasión de una petición de la misma Casa Gibbs- que era “el Congreso el llamado por la Constitución y las leyes a dictaminar acerca de la construcción de ferrocarriles”305. Es decir, el conflicto entre el Gobierno y el monopolio ferrocarrilero de North se insertó, como un elemento más, en la dura pugna que ya enfrentaba a Balmaceda con el Congreso por su sucesión presidencial. Y, por lo demás, respecto de intereses británicos, dicho conflicto colocó circunstancialmente a cada bando en concordancia con el interés de alguna firma inglesa. Esto es, North con ef Congreso y la Casa Gibbs con Balmaceda. Y si bien es cierto que North obtuvo del gobierno bri­ tánico un apoyo a su reclamación ante el gobierno chileno, eso mismo generó un lobby de la Casa Gibbs con el gobierno británico que llevó a este a moderar mucho su apoyo a North; y a no insistir más en el punto una vez que este último presentó una reclamación ante la Justicia chi­ lena por el decreto que lesionaba su monopolio ferrocarrilero306. Y lo que es más decidor, si bien la colonia británica residente y la prensa inglesa celebraron el desenlace de la guerra civil favorable a los congresistas, el nuevo gobierno desde el comienzo [defendió la tesis de Balmaceda de la constitucionalidad de la decisión de caducarle el mo­ nopolio ferrocarrilero a Northl Así, el flamante embajador de Chile en Gran Bretaña, Agustín Ross (el mismo que había criticado al gobierno de Balmaceda como poco nacionalista respecto del salitre), hizo publi­ car un folleto en Londres en que “manifestó que las decisiones adopta­ das contra la compañía (ferrocarrilera de North) bajo Balmaceda eran perfectamente legales de acuerdo a la Constitución de Chile, y que, de hecho, habían sido las altas tarifas de la compañía en el transporte del nitrato la esencia del problema”307. 304 cit. en Yrarrázaval (1963); p. 39. 305 Yrarrázaval (1963); p. 44.

306 Ver Yrarrázaval (1963); p. 44 307 Ver Blakemore; p. 213. Es más, Blakemore agrega que “ésta fue precisamente la linea de razonamiento usada por Balmaceda en una conversación con el Embajador británico en Santiago solo pocas semanas antes de su derrota final en la guerra civil". (Blakemore; p. 213)

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Por su parte, bajo el nuevo gobierno de Jorge Montt, el Congreso comenzó a otorgar nuevas concesiones ferrocarrileras sin esperar si­ quiera el resultado del juicio incoado por North contra la Casa Gibbs (en rigor contra la Compañía Agua Santa, sucesora de la Campbell, Outram y Cía), con lo que liquidó prácticamente el monopolio ferrocarrilero del salitre. Además, "en el verano y otoño de 1894, el gobierno chileno remató diversas pertenencias salitreras estatales, y se manifestó muy satisfecho por el hecho que los inversionistas chilenos se quedaron con más de un tercio del total”308. Así, de acuerdo con Blakemore, “la hostilidad chilena a ciertos inte­ reses británicos del salitre, después de la guerra civil de 1891, fue más general y más implacable que las manifestaciones previas bajo el Presi­ dente Balmaceda. En verdad, antes de esa guerra, y con la sola excep­ ción de sus actitudes y políticas hacia la Compañía de Ferrocarriles Salitreros (de North) -una actitud compartida por el gobierno que lo precedió, no menos que por el gobierno que vino después- Balmaceda se limitó a discursos admonitorios sobre la participación extranjera en la industria del salitre y tomó muy pocos pasos prácticos para cambiar la situación. Antes de 1891, Balmaceda fue particularmente vago en sus pronunciamientos sobre la industria salitrera; luego de la guerra, el gobierno chileno fue mucho más explícito, y procedió en sus actos de acuerdo a su discurso”309. ¿Qué explicaría entonces las claras simpatías británicas y de otros grandes países europeos a la causa contra Balmaceda? Básicamente, que el grueso de la clase oligárquica chilena con la que los grupos de poder de esos países se relacionaban, se enfrentó duramente contra aquel. Entonces la pregunta debiera plantearse más bien al revés: ¿qué sentido tenía que los poderosos intereses extranjeros apoyaran a un autócrata que había perdido el grueso de su sustento social y político? 2. El mito industrialista En relación a la supuesta voluntad de Balmaceda de cambiar el modelo de desarrollo económico chileno del siglo XIX, de inserción libremercadista en el sistema económico internacional, por uno de pro­ moción activa de la industria nacional por el Estado, solo encontrare­ mos también vagas formulaciones sin correspondencia con la realidad. Al menos, a este respecto sí hubo referencias en su discurso-progra­ ma de enero de 1886. Referencias que, por lo demás, le generaron atronadores aplausos de la Gran Convención liberal que incluía tam­ bién al Partido Nacional. Así, Balmaceda sostuvo: “El cuadro económi­ 308 Blakemore; p. 226.

309 Blakemore; p. 226.

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co de los últimos años prueba que dentro del justo equilibrio de los gastos y las rentas, se puede y se debe emprender obras nacionales reproductivas, que alienten muy especialmente la instrucción pública y la industria nacional. (Vivas al señor Balmaceda). Y puesto que hablo de la industria nacional, debo agregar que ella es débil e incierta por la desconfianza del capital y por nuestra común resistencia para abrir y utilizar sus corrientes benéficas. Si a ejemplo de Washington y de la gran república del norte, preferimos consumir la producción nacional, aunque no sea tan perfecta y acabada como la extranjera (¡Muy bien, muy bien!); si el agricultor, el minero y el fabricante, construyen sus útiles o sus máquinas de posible construcción chilena en las maestranzas del país; si ensanchamos y hacemos más variada la producción de la materia prima, la elaboramos y transformamos en sustancias u objetos útiles para la vida o la comodidad personal; si ennoblecemos el trabajo industrial, aumentando los salarios en proporción a la mayor inteligen­ cia de aplicación por la clase obrera (Aplausos estrepitosos y vivas pro­ longados al señor Balmaceda); si el Estado, conservando el nivel de sus rentas y de sus gastos, dedica una porción de su riqueza a la protección de la industria nacional, sosteniéndola y alimentándola en sus primeras pruebas; si hacemos concurrir al Estado con su capital y sus leyes eco­ nómicas, y concurrimos todos, individual o colectivamente, a producir más y mejor y a consumir lo que producimos, una savia más fecunda circulará por el organismo industrial de la república, y un mayor grado de riqueza y de bienestar nos dará la posesión de este bien supremo de pueblo trabajador y honrado: vivir y vestimos por nosotros mismos. (Aplausos y prolongadas aclamaciones)”310. Pero a lo largo de su gobierno dichos propósitos no se especificaron ni menos se concretaron. La gran afluencia de riquezas de que dispuso como consecuencia del impuesto a la exportación del salitre ([que equi­ valía al 35% del valor total de producción, de acuerdo a un estudio del Inspector General de Salitreras, Gustavo Jullian, efectuado en 18811.)311, siguió la misma pauta de inversión pública que los gobiernos anterio­ res, esto es, reforzó notablemente el gasto en educación y obras públi­ cas y especialmente en ferrocarriles: “Los ingresos provenientes del sa­ litre le permitieron al gobierno chileno embarcarse en un muy ambicioso programa de obras públicas, incluyendo una gran extensión de las re­ des de ferrocarriles y telégrafos, como también una significativa expan­ sión del sistema educacional”312. Incluso, en 1887, fue creado un Mi­

310 cit. en Sagredo y Devés; Volumen III; p. 141.

311 Ver Ramírez (1958); pp. 93-94. 312 Loveman (1988); p. 179. Así también lo señala el historiador Luis Vítale, cuando al referirse al discurso industrialista de Balmaceda dice: “Sin embargo, estas declaraciones públicas no se tra­ dujeron en proyectos concretos de inversión significativa de capital en la industria ni en medidas realmente proteccionistas. No hubo un avance significativo de la industria manufacturera tendiente a la sustitución de importaciones de productos de consumo popular, sino realmente un desarrollo

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nisterio de Obras Piiblicas que “para 1890 daba cuenta de más de un tercio del presupuesto”313.También se incrementaron enormemente bajo su presidencia los gastos en armamento y particularmente en la Marina. Así, se aumentó “la armada nacional con cinco buques de gue­ rra: un blindado, el Capitán Prat, y dos cruceros, Presidente Errázuriz y Presidente Pinto, construidos en Francia; y dos cruceros torpederos, Al­ mirante Lynch y Almirante Condell de los astilleros de Inglaterra”314. Sin embargo, Balmaceda no aprovechó los mucho mayores ingre­ sos del salitre para convertir al Estado, a través de políticas tributarias, crediticias y arancelarias, en agente dinamizador de la inversión priva­ da en la economía en general y en la industria en particular. Es más, su política tributaria reforzó las inclinaciones parasitarias de la oligarquía. Así, “en 1889 Balmaceda propuso la abolición del impuesto a la renta establecido en 1879, y del impuesto a la herencia introducido en 1878, prefiriendo contar para los ingresos gubernamentales con los derechos de aduana y con el monopolio estatal del tabaco”315.De igual manera, al discutirse la nueva ley de Municipalidades de 1887, “se opuso el Ejecutivo a que fuera aplicado el impuesto (a favor de aquellas] a los bienes representados por bonos o acciones, mercaderías o dinero a prés­ tamo o en depósito, rentas, sueldos, etc”316. Pero incluso, aunque hubiera promovido efectivamente la indus­ tria nacional, ello no le podría haber provocado problemas con el grue­ so de la oligarquía, ya que en esta se entrecruzaban completamente los intereses agrarios, mineros, financieros, comerciales e industriales: “La evidencia disponible indica que la descripción corriente de elementos oligárquicos alineados de acuerdo a intereses económicos diversos es nada más que una leyenda (...) La propiedad de fundos no fue siempre una fuente primaria de riqueza. En muchos casos la tierra fue una in­ versión adicional realizada con el objeto de hacer ostentación de la riqueza acumulada por parte de poderosos hombres de negocios urba­

relativo de aquellas industrias, como fundiciones y maestranzas, que producían herramientas y re­ puestos para abastecer las necesidades urgentes de las explotaciones mineras y agropecuarias. Es decir, se estimularon las industrias que estaban en función de las necesidades de la tradicional economía de exportación de materias primas. Si no se hace esta diferenciación es muy fácil caer en el error de magnificar el desarrollo industrial bajo el gobierno de Balmaceda, como lo han hecho algu­ nos historiadores". (Luis Vítale. Interpretación Marxista de la Historia de Chile. Tomo IV. Ascenso y Declinación de la Burguesía Chilena. De Pérez a Balmaceda (1861-1891), Edit. Lom, Santiago, 1993; p. 254) 313 Collier y Sater; p. 151.

314 Amunátegui; p. 233. 315 Blakemore; pp. 249-250. 316 Yrarrázaval (1940);Tomo II; p. 142. Balmaceda señaló explícitamente que "la igual distribu­ ción de los empleos públicos y la supresión de los impuestos directos e indirectos(...) han constituido las bases de la política económica que estoy desarrollando de manera gradual y constante", (cit. en Arturo Valenzuela, Political Brokers in Chile; Local Government in a Centralized Polity; Duke University Press; Durham; 1977; p. 197)

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nos. Su capital se había obtenido en la minería, construcción de líneas férreas, comercio y empresas bancarias, como se muestra en la historia de familias como los Edwards, Cousiño, Bunster, Carvallo, Lyon, Subercaseaux, Brown, Ossa, Eastman, Santa María, Tocornal y otros. Parte de sus ganancias eran usadas posteriormente para comprar fundos, como muestra de la importancia de la posesión de grandes extensiones de tierras en el sistema de valores chilenos (...) Tan común eran las múltiples empresas de la oligarquía y tan numerosas las interconexiones que llega a ser imposible hablar de élites comerciales, agrícolas o mine­ ras separadas. En su mayoría la élite estaba involucrada en todas estas ramas, pero siempre imbuida de los valores tradicionales de una socie­ dad rural aristocrática. Una muestra de las mayores empresas indus­ triales antes de la Gran Depresión revela el mismo patrón de intereses entrelazados”317. Dado lo anterior, el propio surgimiento, en 1883, de la Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA) -que coincide con el hecho que vimos an­ teriormente, de que el primer impulso notable para el desarrollo in­ dustrial nacional lo provocó la Guerra del Pacífico- no originó ningún conflicto en el seno de la oligarquía. Es más, "el hecho de que el acto de fundación de la SOFOFA se hizo en el salón principal de la Sociedad Nacional de Agricultura, bajo la presidencia de un ministro del gobier­ no, indicaba que los nuevos industriales no estarían lejos de los tradi­ cionales sustentadores del poder”318. Por eso mismo, las máximas exclusivistas proclamadas en el primer boletín de la SOFOFA tampoco significaron ninguna alarma para el resto de la oligarquía: “Chile puede y debe ser industrial. Probar esta idea hasta la evidencia, establecerla como máxima de todos, pueblo y gobierno, pobres y ricos, llegar a hacer de ella el punto de mira y el solo objetivo racional de los hombres laboriosos y de los acaudalados capi­ talistas (...) y porque solo dedicando sus fuerzas a la industria (Chile) llegará a poseer la base estable del equilibrio social y político de que disfrutan las naciones más adelantadas, llegará a tener clase media y pueblo ilustrado y laborioso y con ello porvenir de paz y de engrande­ cimiento para muchas generaciones”319. Por lo demás, los liberales adherentes a Balmaceda en la guerra ci­ vil, quienes luego de su derrota se reintegraron al régimen parlamenta­ rio como Partido Liberal Democrático, tampoco tuvieron un perfil 317 Kirsch; pp. 66-67. Lo mismo señala Patricio Meller: “Algunos de los nuevos empresarios indus­ triales eran extranjeros -inmigrantes o inversionistas-, vinculados a bancos extranjeros o firmas comerciales establecidas en el país. Pero la mayor parte de los nuevos empresarios eran capitalistas nacionales, cuya riqueza provenía de la minería o la agricultura, y que mantenían estrechos lazos sociales con la oligarquía agraria. No hubo, por lo tanto, una relación conflictiva entre empresarios industriales y agricultores terratenientes". (Patricio Meller. Un siglo de economía política chilena (1890-1990), Edit. Andrés Bello; Santiago; 1996; p. 56)

318 Loveman (1988); p. 173. 319 cit. en Ramírez (1958); p. 149.

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“industrialista”, ni en su composición social ni en su programa econó­ mico. De este modo, “el análisis de los partidos desde el punto de vista de los orígenes sociales de su representación parlamentaria revela una homogeneidad relativa de los mismos. Los partidos Liberal-Doctrina­ rio, Liberal-Democrático o Balmacedista y el Partido Conservador pre­ sentan un origen social similar; todos ellos poseen una mayoría de sus miembros con ascendencia tradicional (de familias prominentes du­ rante el período colonial y principales actores de las guerras de la Inde­ pendencia]”. En .este sentido, “los partidos Nacional y Radical (antibalmacedistas) se apartan de los anteriores, en la medida que en ellos predominan elementos sin origen tradicional”320. Además, entre 1891 y 1925 la proporción de parlamentarios vin­ culados a la actividad industrial fue la siguiente: el Partido Balmacedista (11%) presentó una similar a la de los otros partidos: Partido Liberal Doctrinario (13%), Partido Conservador (11%), Partido Nacional (10%) y Partido Radical (18%)321. A su vez, los análisis de los postulados del Partido Balmacedista “permiten afirmar que existe en el partido un proyecto de industriali­ zación, pero que éste no es de naturaleza radical, se enmarca a la per­ fección dentro de los cánones del liberalismo clásico y no implica un ataque al imperialismo extranjero” y que, en comparación, “está lejos de distinguirse de los demás partidos políticos con respecto a sus ideas acerca del desarrollo industrial”322. Todo lo anterior nos lleva a coincidir con Kirsch cuando sostiene que "la interpretación que busca persuadir de la existencia de una bur­ guesía industrial nacionalista que apoyaba a Balmaceda contra las fuer­ zas de los ‘banqueros, mineros, comerciantes y los ingleses’ es errónea. Lo lleva a uno a creer engañosamente que los industriales estaban cum­ pliendo el rol de agentes de cambio convencionalmente adscritos a ellos, cuando si algo hacían al respecto, era lo contrario. Como parte integrante de la oligarquía, más que como un grupo separado, los in­ dustriales tendieron a oponerse a Balmaceda”323. Lo que sí es importante reconocer es que también hubo -como es obvio- causas económicas de importancia en el conflicto que concluyó en la Guerra Civil de 1891. Pero ellas no fueron las que el mito “pro­ gresista” de Balmaceda nos ha querido hacer creer. Se trata de que el proceso de maduración política de la oligarquía coincidió con un ex­ plosivo aumento de la riqueza que el Estado chileno administraba, pro­ ducto de las rentas del salitre. Esto hizo que el control directo del Po­ 320 Ximena Vergara Johnson y Luis Barros Lezaeta. "La guerra civil del 91 y la instauración del parlamentarismo”; en Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales N° 3; junio 1972; p. 80.

321 Vergara y Barros; p. 93. 322 Vergara y Barros; pp. 82 y 85.

323 Kirsch; p. 115.

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der Ejecutivo adquiriera una importancia económica cada vez mayor, lo que, ciertamente, repercutió en la creciente intransigencia de la mayoría oligárquica y en su empeño por derribar el régimen político autocrático. Diversos autores han dado cuenta de este fenómeno. Así, Brian Loveman señala que “a medida que los recursos públicos se expandie­ ron, el papel del Estado y la importancia que se le atribuía creció inmensamente tanto en relación a la economía como a las oportunida­ des sociales y políticas dentro de la sociedad chilena. Las pugnas perso­ nales y entre partidos en torno al botín de las nuevas riquezas, oportu­ nidades de trabajo y contratos gubernamentales hicieron de la prosperidad salitrera tanto una responsabilidad política como una ven­ taja para la administración a cargo del gobierno”324. Por su parte, Timothy Scully sostiene que “un conflicto entre élites acerca de intereses materiales ciertamente existió (en 1891). Sin em­ bargo, sus bases sociales en el siglo XIX* se encuentran más bien -al menos parcialmente- en la lucha por el control de los recursos en cons­ tante crecimiento que estaban a la disposición del Estado”325. Y Tomás Moulian afirma que “el régimen de gobierno instaurado en 1891 revela que las clases dominantes desearon despojar a las ins­ tancias unipersonales de poder su capacidad de iniciativa y de ejecu­ ción para trasladarlo a las instancias multipersonales (...) El consenso político contra Balmaceda se explica por el deseo de impedir la con­ centración de atribuciones en el Presidente y su posible monopoliza­ ción del poder (...) La razón principal radica en un miedo al Estado, por las funciones redistributivas que éste poseía, las cuales podían te­ ner efectos en el poderío económico de las diferentes fracciones y sec­ tores (de la oligarquía)”326. 3. El mito popular y revolucionario

En relación a una supuesta voluntad de Balmaceda de efectuar cam­ bios sociales a favor de la clase media y del pueblo, ni siquiera encon­ traremos formulaciones generales al respecto. La oligarquía -y Balmaceda era un latifundista y connotado representante de ella- era incapaz de constatar, a fines del siglo XIX, la existencia de la “cuestión social”. Incluso su partido más de izquierda, el Partido Radical, apenas incluyó en su programa, aprobado en la Convención de 1888, como punto 12 de la parte B (económico-administrativa), “el mejoramiento de la condición de los proletarios y obreros”327. Y si bien es cierto que 324 Loveman (1988); p. 180. 325 Scully; p. 48.

326 Tomás Moulian. La Forja de Ilusiones. El Sistema dePartidos 1932-1973, Universidad ARCISFlacso; Santiago; 1993; pp. 75-76. 327 Luis Palma Zúñiga. Historia del Partido Radical, Edit. Andrés Bello; Santiago; 1967; p. 62.

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en 1887 había surgido el Partido Demócrata, como escisión de izquier­ da del PR, que pretendía representar a sectores medios y obreros, a la fecha del conflicto no tenía todavía ninguna relevancia. En todo caso, si Balmaceda hubiera tenido en mente algún pros­ pecto de cambio social -o al menos cierto oportunismo al respectopodría haber designado en el Parlamento de 1888 y, más todavía, en el de 1891, en plena guerra civil, a algunos representantes de aquel parti­ do emergente: no lo hizo328, ni tampoco aprobó ninguna “ley social”, ni antes ni después del comienzo de la guerra. De hecho, prácticamente todos los contemporáneos y estudiosos reconocen que en el conflicto de 1891 el pueblo -e incluso la pequeña clase media- no desempeñó un papel autónomo. Así, el senador balmacedista Alfredo Ovalle Vicuña señalaba, en agosto de 1891, que el pueblo mismo “no entiende la contienda ni la toma a pecho”. Valentín Letelier afirmaba, recién pasada la guerra civil, que “la masa del pueblo no intervino en la lucha de 1890, ni para bueno ni para malo”. El sena­ dor radical Abraham Kónig sostenía en el destierro que “los que se interesaban vivamente en la contienda eran los hombres ilustrados, los de buena posición social, que por su educación y cultura estaban en situación de comprender la gravedad del conflicto y apreciar sus con­ secuencias"329. Federico Gil explica esta actitud por el hecho evidente de que nin­ guno de los bandos representaba los intereses populares: “El conflicto no implicaba ninguna reforma social profunda. Ni el Congreso (...) ni el presidente, hablaban a favor de las clases bajas. Ambos representa­ ban a un único grupo económico que ejercía el monopolio del control político”330. Así también lo constató Alberto Edwards: “La masa del país se mantuvo tranquila y obediente: no estaba en estado de apasio­ narse muy a fondo por estos problemas (constitucionales) de derecho público”331. Incluso, uno de los principales autores que elaboró el mito balmacedista, Julio César Jobet, reconoce la falta de participación po­ pular al señalar: “Es verdad, ni Balmaceda ni los insurrectos tuvieron un respaldo popular, porque las masas no entendieron el significado de la revolución ni comprendieron la gran obra de Balmaceda a pesar de que iba en su beneficio”332. Y el propio autor que culminó el mito, Hernán Ramírez Necochea, también lo reconoce: “Al estallar la guerra civil, los trabajadores carecieron de suficiente claridad y no estaban convenientemente organizados para decidir qué partido debían tomar.

328 Ver Amunátegui; p. 277.

329 cit. en Góngora, pp. 65-66.

330 Gil; p. 64. 331 Edwards; p. 170.

332 Jobet; p. 109.

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A pesar de sus simpatías por Balmaceda permanecieron en general in­ diferentes frente al conflicto”333. Pero además Balmaceda había dado pruebas de que frente al inci­ piente movimiento de reivindicaciones sociales de los sectores popula­ res, no solo no lo había incorporado positivamente en sus postulados, sino que lo había reprimido violentamente. Precisamente, en la década de los 80 -producto de la constitución de un significativo proletariado salitrero y portuario en el Norte Gran­ de y del comienzo del proceso de industrialización derivado de la Gue­ rra del Pacífico- empiezan a desarrollarse las protestas y huelgas obre­ ras en el país. Ramírez Necochea, a través de un estudio de la prensa de la época, detectó alrededor de sesenta conflictos laborales entre 1884 y 1889, incluyendo incidentes (9), protestas (15), huelgas (34) y moti­ nes (1). La mayor parte de ellos se realizaron a partir de 1887 y en Santiago, Valparaíso y el Norte Grande33! Especial significación tuvo una protesta popular en Santiago, en julio de 1888, “en razón de la imprudente subida del pasaje (de la loco­ moción colectiva) a tres centavos a la que se opuso denodadamente el Partido Demócrata (...) En ésta, la furia popular se tomó la justicia por su mano volcando e incendiando dieciocho tranvías. Según el testimonio del General (Estanislao) Del Canto, jefe de la fuerza (militar de repre­ sión), Balmaceda habría dado órdenes de que se dejara entrar en el puente de Cal y Canto a un grupo de manifestantes que vociferaba su triunfo para ametrallarlos. Según la misma fuente, el General advirtió a los re­ voltosos del peligro y éstos se disolvieron sin mayores incidentes”335. Pero no hay duda que la mayor represión gubernamental fue con­ tra la grandes huelgas de julio de 1890, que comenzaron en el Norte Grande y rápidamente se extendieron a Santiago, Valparaíso y otros centros urbanos del país. La huelga la inició el 2 de julio el gremio de lancheros de Iquique, el que solicitaba simplemente -dada la gran in­ flación- que se fijaran sus remuneraciones en el equivalente en plata señalando que “nadie podrá calificar de exagerada esta pretensión por las consideraciones expuestas (alta depreciación de la moneda y bajas remuneraciones), por lo caro de la vida en este pueblo y por el pesadí­ simo trabajo que desempeñamos. Nadie podrá tampoco calificar de ilegal nuestra exigencia desde el momento que el mismo Supremo Gobierno cobra sus derechos en moneda fija y que algunas empresas extranjeras (...) lo hacen del mismo modo”336. A la huelga se adhirieron otros gremios obreros terminando en dos días con una huelga general en Iquique. Se efectuaron además desfiles

333 Ramírez (1958); p. 209. 334 Ver Ramírez (1956); pp. 282-290.

335 Castedo; p. 28. 336 cit. en Ramírez (1956); p. 294.

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públicos que terminaron en “una concentración que contó con una asistencia superior a ocho mil trabajadores. No obstante realizarse con tranquilidad, fue violentamente disuelta por las fuerzas armadas, que­ dando alrededor de un centenar de heridos. De esta represión, se responsabilizó al Intendente (Guillermo) Blest Gana”337. A la represión mayor solicitada al Gobierno por los empresarios, Balmaceda contestó: “Recibido telegrama, pido informe a Intendente. Deseo que Uds. digan cuáles son las exigencias de los huelguistas, qué pasos han dado Uds. para una inteligencia razonable y equitativa con los trabajadores”338. Simultáneamente con esta respuesta, “se impartie­ ron instrucciones para que algunos barcos de guerra, llevando tropas, se trasladaran al norte”339. Mientras los barcos iban en camino, los empresarios llegaron a acuer­ dos con los huelguistas accediendo a las justas demandas solicitadas, aun cuando ya contaban con la fuerza militar suficiente como para desconocer los acuerdos. De este modo, “este primer gran ciclo huel­ guista (de la historia de Chile) pudo ser dominado combinando ma­ quiavelismo y fuerza. El maquiavelismo lo pusieron los patrones tarapaqueños y antofagastinos: aceptaron condiciones (...) resueltamente dispuestos a no satisfacerlas. La fuerza la puso el gobierno de Balmaceda, enviando naves de guerra y tropa donde el movimiento era más sensi­ ble”340. En el curso de la huelga en el Norte se produjeron asaltos a pulpe­ rías por parte de los obreros para abastecerse de alimentos, los que “fueron violentamente reprimidos por los guardias de las compañías o por la policía local, a consecuencias de lo cual murieron alrededor de diez o quince obreros y unos cuarenta o cincuenta quedaron heridos”341.También, en las huelgas de Antofagasta, “se realizaron algu­ nas manifestaciones callejeras durante las cuales fueron asaltadas algu­ nas casas de empeño, a consecuencias de lo cual hubo alrededor de una docena de heridos y, probablemente también, algunos muertos”342. A su vez, en Valparaíso, entre el 21 y 22 de julio, se produjo un gran motín urbano seguido de una gran represión “donde al menos cincuen­ ta personas fueron muertas”343.De * * cualquier forma, era obvio que, de­

337 Ramírez [1956]; pp. 294-295.

338 cit. en Ramírez (1956); p. 295. 339 Ramírez (1956); pp. 295-296. 340 Vial (1996); Volumen I, Tomo II; p. 857.

341 Ramírez (1956); p. 297 342 Ramírez (1956); p. 301. 343 Collier y Sater; p. 153. Según Ramírez, la represión fue efectuada "por las guardias blancas, por la policía y por tropa del Ejército que fue reforzada desde Santiago. Su saldo fue sangriento: alrededor de cincuenta muertos, más o menos quinientos heridos y una cantidad igual de presos. Entre los muertos y heridos, se contaron numerosas mujeres y niños". (Ramírez (1956); p. 303)

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bido a esa represión, los sectores populares más organizados y de más espíritu de lucha (y particularmente los trabajadores del Norte Gran­ de) no podían mirar con simpatía la causa de Balmaceda en la Guerra Civil del año siguiente. La mayoría oligárquica tampoco tenía alguna conexión popular y por ello se dio el hecho curioso de que sus dirigentes políticos y su prensa sospecharan de que detrás de las huelgas se encontraba alguna secreta maquinación del Presidente. Reforzaba la percepción anterior el hecho de que la ola huelguística coincidió, a fines de junio de 1890, con el momento de grave crisis de sus relaciones con el Congreso, pro­ ducto de la negativa de este a aprobar la ley de contribuciones. Así, Abdón Cifuentes llegó al extremo de señalar en sus Memorias lo siguiente: “A fin de ejercer presión sobre el Congreso, el Gobierno acudió a uno de los medios más criminales que pudo imaginar. Incitó a sus agentes en las provincias a que provocasen en todas partes levanta­ mientos populares, que instigados temerariamente por las mismas au­ toridades asumieron como era natural que sucediese, caracteres de san­ grientos motines. El populacho se levantó casi simultáneamente en diversas ciudades de la República, cubriéndolas de sangre, saqueos, in­ cendios y todo género de desórdenes, al grito de ‘Viva el Presidente Balmaceda’ ‘Muera el Congreso’. Tal ocurrió en Iquique y en los inge­ nios salitreros de la Pampa, en Antofagasta, Valparaíso, Talca, Concep­ ción y otras ciudades, dejando en todas partes los rastros de la compli­ cidad de las autoridades. Esta honda y general conmoción se mantuvo durante todo el mes de Julio”344. Ciertamente, no fue casual que el movimiento obrero escogiera un momento de gran debilidad oligárquica. Y tampoco que buscara apro­ vecharse de la necesidad de apoyo que en ese momento tenía Balmaceda. El caso es que efectivamente “de hecho, durante los primeros días de la huelga los participantes expresaron en varias oportunidades una iden­ tificación concreta de su movimiento con la figura presidencial’’345. Además de la elocuente actitud contra los huelguistas del propio gobierno, el diario progubernamental de Iquique El Amigo del Pueblo refutaba cualquier connivencia en ese sentido, al condolerse del “opor­ tunismo” balmacedista de los obreros, señalando que “lo más doloroso (fue) que los alborotadores de aquí así como los bandidos de la pampa, invocaban para llevar adelante sus fechorías el nombre del jefe de la nación, como si quisieran hacerlo cómplice de ellas o atenuar su alcan­ ce de tal modo”346. 344 Cifuentes (1936); Tomo II; p. 294. 345 Julio Pinto Vallejos. "El balmacedismo como mito popular: los trabadores de Tarapacá y la Guerra Civil de 1891", en Luis Ortega (editor). La Guerra Civil de 1891. Cien años hoy, Univ. de Santiago de Chile, Santiago, 1993, p. 122.

346 cit. en Julio Pinto, pp. 122-123. La demostración más contundente de que el conjunto de la oligarquía (incluyendo balmacedistas y antibalmacedistas) se opuso y se alarmó sobremanera

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Es precisamente en torno al análisis de estas huelgas que podemos constatar la magnitud de la mitología desarrollada por Ramírez Necochea en su libro sobre la “contrarrevolución de 1891”, si lo com­ paramos con su misma visión de los hechos expuesta en su historia del movimiento obrero del siglo XIX. Así, en este último Ramírez decía: “La conducta del Gobierno no parece, sin embargo, haber estado guia­ da por tan oportunistas propósitos (de atraerse las simpatías de los huelguistas), ni tampoco fue tan ampliamente favorable a los obreros como se ha pretendido. Desde luego, la falta de dureza para tratar a los huelguistas no puede atribuirse al deseo de congraciarse con ellos, sino más bien a que se compartía el criterio generalizado entre los elemen­ tos liberales avanzados de la época, quienes veían en la huelga una simple manifestación de la libertad de trabajo de que gozaban los obre­ ros. Por otro lado no debe olvidarse ni por un instante, que el Gobierno dispuso el envío de fuerzas armadas a las zonas en que se produjeron huelgas o donde hubo conato de ellas, y que la presencia de tales fuer­ zas tuvo un papel importante en la represión del movimiento de los obreros y alentó a los empresarios para que burlaran con impunidad los acuerdos a que habían llegado con los trabajadores”347. En cambio, en el libro sobre la guerra civil escrito solo dos años después, el mismo Ramírez sostenía: “En el mes de julio de 1890, se produjeron las grandes huelgas generales de Tarapacá y Antofagasta; en esa ocasión, Balmaceda se abstuvo de disponer medidas ‘protectoras del orden, de la vida y de la propiedad’ solicitadas por los salitreros del Norte; en cambio, incitó a éstos a que atendieran las peticiones de los obreros. Semejante actitud mereció los más agrios reproches de la opo­ sición, llegándose hasta sostener que Balmaceda había instigado tales movimientos para ‘atraerse a la rotada’, según el decir de la época. Esta conducta del Presidente y la simpatía con que observó la formación del Partido Democrático, creó en las clases trabajadoras un sentimiento de admiración hacia Balmaceda”348* . Con el estallido de la Guerra Civil quedaron más claros aún el ex­ tremo autoritarismo de Balmaceda y la falta de entusiasmo popular

con las huelgas de ese año, lo dio el hecho de que el Congreso aprobó rápidamente en Agosto de 1890 y por unanimidad una ley, que fue promulgada también expeditamente por Balmaceda, que declaraba "abolidos todos los gremios de jornaleros, lancheros y demás que se hallaren estable­ cidos en los distintos puertos de la República". (Heise, Tomo I, p. 145)

347 Ramírez (1956); p. 310.

348 Ramírez (1958); p. 209. Este notable y abrupto cambio puede explicarse por el hecho de que Ramírez era un estricto militante comunista y que, luego del XX Congreso del PC de la URSS efectuado en 1956, se produjo un profundo vuelco en el movimiento comunista interna­ cional. La denuncia de los crímenes de Stalin fue seguida por una reorientación estratégica a favor de una alianza "antiimperialista” entre los comunistas y las "burguesías nacionales”; con lo cual se estimulaba un gran cambio en las alianzas estratégicas de los PC y una relectura histórica que acomodara el pasado a la nueva estrategia mundial propuesta. Y, como es sabido, el PC chileno era de los que más incondicionalmente se plegaba a las orientaciones moscovitas.

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con su causa. Es lo que trasluce el propio Julio César Jobet: “Apoyándo­ se en el Ejército (Balmaceda) (...) lo movilizó e hizo levas de campesi­ nos, sustrayéndolos por la fuerza al trabajo; declaró al país en estado de sitio; ofreció elevadas sumas por la entrega de diversos opositores; emi­ tió papel-moneda; hizo requisiciones de cosechas y animales en los fundos de sus adversarios; destituyó a los funcionarios contrarios; encarceló a los peligrosos; clausuró las imprentas enemigas; prohibió que enajena­ ran o gravaran sus bienes sesenta y siete grandes propietarios; designó interventores en los bancos; constituyó un nuevo Congreso e hizo ele­ gir Presidente, resultando triunfante don Claudio Vicuña”349. Incluso desde enero a mayo, en que Domingo Godoy se' constitu­ yó en el principal ministro de Balmaceda, se llevó a cabo una política de tortura a los presos políticos: “En Santiago, en Valparaíso y en Con­ cepción hizo aplicar (Godoy) a menudo a los presos políticos el tor­ mento de los azotes, para arrancarles declaraciones. A muchos de ellos les sometió con el mismo fin al suplicio de la torsión”350. El propio Godoy le admitió al embajador británico que “muchas personas han sido encarceladas, azotadas, exiladas o molestadas solo en base a mera sospecha”351. En todo caso, el acto de represión más impactante del período fue la matanza de Lo Cañas (cerca de Santiago), a mediados de agosto, donde fuerzas gubernamentales sorprendieron a decenas de jóvenes antibalmacedistas (incluyendo el presidente del Partido Demócrata, 349 Jobet; p. 110. 350 Amunátegui; p. 279 Una descripción muy vivida de la represión balmacedista la proporciona el ingeniero belga contratado por el Gobierno Gustave Verniory, que vivió en la Araucanía entre 1889 y 1899, y que simpatizó con la causa presidencial: “En Lautaro han principiado por tomar a todos los hombres válidos en las calles (como reclutas forzosos), sin ocuparse de saber si estaban cargados de familia, si eran propietarios de una casita, y si solo una pequeña cosecha les permitía vivir. Naturalmente, nadie se atrevía a salir; el que se mostraba en la calle era tomado inmediatamen­ te. Como el procedimiento ya no rendía, los reclutadores comenzaron a entrar en las casas. Los que escaparon huyeron a los bosques, de manera que en Lautaro, fuera de los notables, los extranjeros, mis mozos y los soldados, no se veía ni un solo representante del sexo fuerte (...) Mientras la ciudad se limpiaba así, las comisiones recorrían los campos aprehendiendo a todo hombre que trabajara en las tierras. Naturalmente que las faenas o campamentos de obreros del ferrocarril no fueron perdona­ dos(...) La policía rural del comandante (Hernán) Trizano hace una guerra sin cuartel a los bandi­ dos. Ahora que no hay que contar con las formalidades judiciales, se mata sin piedad a todos los conocidos como malandrines. Unos treinta bribones, tomados antes del primero de enero, esperaban ser juzgados en la prisión de Temuco. Se les hizo partir con una escolta de la policía rural con el pretexto de hacerlos juzgar en Concepción. Unas horas más tarde, algunas carretas traían sus cadá­ veres a Lautaro. En su informe, el teniente que comandaba la escolta declaró que en el curso del camino los presos se habían amotinado y habían muerto todos bajo las balas (...) Hay que decir también que las discusiones se han terminado (en Lautaro) por falta de contradictores: todo el que expresaba opinión contraria al gobierno era enjaulado y enviado a Santiago, donde las cárceles deben estar repletas de presos políticos. Muchos opositores notables han juzgado prudente huir y esconderse en las haciendas; los que quedan, están forzados a guardar silencio. En ciertas ciudades, los de lengua muy larga no solamente han sido arrestados, sino acariciados con 25 o 50 bastonazos". (Gustave Verniory. Diez años en Araucanía 1889-1899, Pehuén; Santiago; 2001; pp. 168-170 y 177)

351 Memorándum del embajador británico Kennedy al Subsecretario de Relaciones Exteriores Sanderson del 24 de enero de 1891, citado en Blakemore, p. 194.

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Antonio Poupin) que preparaban un sabotaje a puentes de ferrocarril. Los que no alcanzaron a escapar fueron fusilados en el terreno o con­ denados a muerte (ocho) sumariamente por un Consejo de Guerra. El número total de muertos fue de alrededor de 30 y cabe mencionar que no hubo siquiera un herido de las tropas del Gobierno352. Otra demostración más del carácter eminentemente oligárquico del conflicto de 1891 fue que el único partido político con credenciales populares, el recién creado Partido Demócrata, no adoptó ninguna posición. Algunos de sus líderes (Antonio Poupin y Martín Olivares) se identificaron con’el Congreso y otros (Malaquías Concha y Juan Rafael Allende) con Balmaceda353., Pero sin duda la prueba más fehaciente de la ausencia de apoyo popular de Balmaceda la da el hecho de que el grueso de las fuerzas del Ejército congresal lo formaron los obreros salitreros y portuarios del Norte Grande. Y ciertamente no porque se sintieran atraídos por los postulados de los revolucionarios, sino porque la represión de las huelgas de 1890 los dejó con una especial animadversión hacia el Gobierno. Un primer indicio en ese sentido fue que “los mismos periodistas que durante los primeros meses de aquel año (1890) habían montado una intensa campaña de denuncias contra los abusos que se cometían en las salitreras; que durante las jornadas de julio fueron encarcelados y perseguidos por arengar a los huelguistas; y que poco después se incor­ poraron en masa e incluso postularon a la dirección del Partido Demó­ crata local, fueron de los primeros en adoptar públicamente una pos­ tura hostil a Balmaceda. Así, pocos días después de la sublevación de la Escuadra, ‘E/ Nacional’ (de Iquique) se declaraba abiertamente en con­ tra de la causa presidencial”354. El diario fue sumariamente clausurado y su redactor en jefe, Juan Vicente Silva, encarcelado. Un segundo elemento fue que, de acuerdo a fuentes del Ejercito, “el populacho de Pisagua, francamente opositor,” logró desarmar a la tropa “y con su comandante a la cabeza la entregó prisionera al gober­ nador congresista, teniente Io de Marina don Francisco Neff”355. Esto hizo que la prensa adicta a Balmaceda comenzara a utilizar, de modo inédito, un discurso populista, que la Intendencia ofreciera empleo a todos los obreros que quedaron cesantes (por la crisis económica gene­ rada por el bloqueo de la Escuadra) en obras públicas; y que el gobier­ no prometiera incluso para esos efectos poner en movimiento las ofici352 Ver Collier y Sater, p. 156; Vial (1982), Volumen II, p. 22; e Yrarrázaval (1940), Tomo II, pp. 286-287. 353 En este sentido, es interesante constatar también que el fundador del Partido Obrero Socia­ lista (1912) y luego del Partido Comunista de Chile (1922), Luis Emilio Recabarren, con solo 15 años, se unió al ejército congresista. (Ver Andrew Barnard. The Chilean Communist Party 1922-1947; Tesis de Doctorado inédita; Universidad de Londres; 1977; pp. 20-21)

354 Julio Pinto; pp. 112-113. 355 cit. en Julio Pinto; p. 114.

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ñas salitreras del Estado, lo cual nunca se había pensado siquiera ante­ riormente356. Pero lo decisivo fue el talante claramente revolucionario de los tra­ bajadores de la pampa salitrera. De esté modo, el Subdelegado de Pozo Almonte, Sargento Mayor Martín Larraín, testimoniaba posteriormen­ te: “Durante el tiempo transcurrido hasta la primera toma de Pisagua por la Escuadra hubo constantemente levantamientos de los trabaja­ dores de la pampa que eran reprimidos en cuanto era posible por los diversos destacamentos de la guarnición”357. En virtud de ese talante y de la creciente carestía de la vida se produjo una verdadera revuelta en Huara, a comienzos de febrero, la cual fue violentamente reprimida por el Ejército, al mando del Sargen­ to Mayor Larraín, quien los encontró en la Oficina “Ramírez” de pro­ piedad de John T. North. En ella “las fuerzas balmacedistas cargaron sobre los obreros con un saldo de entre catorce y quince muertos, más un número indeterminado de heridos. Una vez concluido el enfrenta­ miento, Larraín apartó 18 presuntos ‘cabecillas’ y los hizo fusilar sin ninguna fórmula de juicio”358. De acuerdo con Julio Pinto, “estas cifras superan largamente las aproximadamente diez muertes que produjo en Tarapacá la bullada huelga de 1890, las que por añadidura resulta­ ron de enfrentamientos entre trabajadores y personal administrativo de establecimientos salitreros y comerciales antes que con represen­ tantes de la fuerza pública”. Por lo que añade: “Desde el punto de vista de lo que podría llamarse represión oficial, los hechos de la oficina ‘Ramírez’ constituyen la primera matanza obrera masiva de la historia de Tarapacá”359. Con posterioridad a esta matanza, y en apoyo a la escuadra que intimó rendición a Iquique, se produjeron desórdenes callejeros que, de acuerdo a fuentes del Ejército, “obligó a tomar enérgicas medidas que trajeron como consecuencia muertos y heridos de la población civil”360, lo cual no impidió la pérdida de la ciudad por las fuerzas gubernamentales. En todo caso, si ya los obreros del Norte eran hostiles a Balmaceda antes del inicio de la guerra, es dable suponer el grado de animosidad que adquirieron con aquellas violencias y lo incentivados que queda­ ron como para enrolarse en el ejército congresista, “reclutamiento (que) (...) fue el elemento que a la postre hizo posible las victorias de Platilla y Concón”361. 356 Ver Julio Pinto; p. 115. 357 cit. en Julio Pinto; p. 116. 358 Julio Pinto; p. 117. 359 Julio Pinto; p. 118.

360 cit. en Julio Pinto; p. 118. De todas las muertes de obreros del Norte en 1891, no hay ninguna mención en las obras citadas de Jobet ni de Ramírez Necochea.

361 Julio Pinto; p. 119.

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De este modo, el mito del carácter popular y revolucionario del gobierno de Balmaceda no puede quedar más en evidencia. Por último, que Balmaceda (y Santa María] representaba el fin de una época autocrática y no el comienzo frustrado de una profunda democratización social y política, nos lo señala el propio ex presidente en carta a uno de sus amigos: “Entregaré mil veces la vida antes de permitir que se destruya la obra de Portales, base angular del progreso incesante de mi patria”362. Frente al cúmulo de evidencias anteriores, surgen solas dos pregun­ tas: ¿cómo fue posible crear el mito progresista de Balmaceda? y ¿cuál ha sido su función histórico-política? Respecto de la primera se puede responder que su plausibilidad la da el hecho efectivo de que Balmaceda se enfrentó con el grueso de la oligarquía. Y que, a medida que se desarrollaba la Guerra Civil, desple­ gó un fuerte discurso contra “la oligarquía” y su carácter “antide­ mocrático”. Así, en su mensaje del 20 de abril de 1891, señalaba: “Esta­ mos sufriendo una revolución antidemocrática, iniciada por una clase social centralizada y poco numerosa, y que se cree llamada por sus relaciones personales y su fortuna a ser la agrupación predilecta y di­ rectiva en el Gobierno chileno. De aquí nace su disconformidad de ideas y de sentimientos con el pueblo; y sobre todo con las provincias y departamentos extraños a la capital de la República, en donde todos los chilenos tienen una noción más clara de la igualdad política, de los deberes cívicos y las virtudes que elevan a los ciudadanos por su inteli­ gencia y sus servicios”363. Otro elemento que hace plausible el mito es que, en efecto, los círculos más influyentes de las principales potencias imperiales del momento (con excepción de Estados Unidos] simpatizaron claramen­ te con la causa congresista. Y que, particularmente, la compañía ex­ tranjera más poderosa con intereses en Chile, la de JohnT. North, tuvo un conflicto de intereses con el gobierno chileno364.

362 cit. en Eyzaguirre (1994); p. 161. 363 cit. en Sagredo y Devés; Volumen II; p. 361. Obviamente que ningún constructor del mito se fijará en que poco más adelante Balmaceda coloque entre los factores (negativos) del conflicto el "voto acumulativo” (¡que permitía la representación de las minorías en el Congreso!) y el "excesivo número” de Senadores y Diputados; y en la similitud que él mismo reconocía entre su crisis con el Congreso y la de Santa María, de 1886. En relación a la fuerte oposición de Balmaceda al sistema de voto proporcional acumulativo es importante citar el testimonio directo de Do­ mingo Amunátegui cuando se aprobó la extensión del voto acumulativo en 1890 a las eleccio­ nes de senadores, de municipalidades y de electores de Presidente de la República: “Hasta el último momento se esforzó Balmaceda para conseguir que esta reforma no tuviera la aprobación del Congreso. Así le consta al autor, que desempeñaba en aquel tiempo el cargo de subsecretario de Estado". (Amunátegui; p. 263)

364 Poco importa también para los constructores del mito que ese conflicto estuviera acotado al monopolio ferrocarrilero del salitre, fuera de larga duración y continuara -con desenlace negati­ vo para North- con el propio gobierno que depuso a Balmaceda.

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También contribuye a hacer plausible el mito el hecho de que los grandes avances económicos y culturales realizados por el gobierno de Balmaceda, derivados de sus ingentes inversiones en obras públicas y educación, hayan sido mezquinamente cuestionados por la oposición, que veía en ellos solo derroche y fines políticos de consolidación de redes clientelísticas y de patronazgo365. Otro factor -inmediatamente posterior- muy relevante para la fa­ bricación del mito fue el hecho de que durante el régimen oligárquicoparlamentario que le\ sucedió, las clases medias y obreras emergentes bregaron creciente e infructuosamente por democratizar el sistema político-social. Esto las condujo a una progresiva lucha contra “la oli­ garquía”, es decir, el mismo adversario de Balmaceda. Por ello se hacía fácil homologar -simplistamente, por cierto- la pugna de este último con la de los primeros. Ambos habían luchado o estaban luchando con­ tra el mismo rival. Este último factor nos conduce, a su vez, a la respuesta de la segun­ da interrogante. El mito “progresista” de Balmaceda fue útil para la búsqueda de legitimación histórica de la lucha de los sectores medios y populares para democratizar el país. Al concebir y socializar la figura de Balmaceda como la de un “mártir legendario” que fue derrotado por una oligarquía egoísta y materialista en contubernio con los poderes imperiales que hegemonizaban a nuestro país, se buscaba -consciente o inconscientemente- crear un valioso referente histórico que reforza­ ra la lucha política a favor de grandes transformaciones democráticas de la sociedad chilena. Lo más notable es que el mito de Balmaceda comienza a surgir muy temprano en el seno de los mismos trabajadores salitreros quienes fueron tan decisivos para su derrota. Así, el viajero francés André Bellesort señalaba ya en 1893 que “todos los obreros chilenos de las oficinas dejaron su trabajo y tomaron las armas contra un ‘tirano’ cuyo recuerdo hoy celebran”366. Y, en 1908, el periodista Belisario Gálvez agregaba: “Una cosa que nos llamó la atención, es el verdadero culto que tienen los trabajadores por el ex Presidente don José Manuel Balmaceda (...) [Ironías crueles del destino1. Allí en el foco donde se organizó la resistencia al finado Presidente; allí, en donde se improvisa­ 365 Así, Cifuentes escribió: "Balmaceda, entretanto, aprovechando las riquezas que nos dejaban las salitreras del norte, trataba de deslumbrar al país con grandes construcciones de ferrocarriles, de escuelas modelos, de la canalización del Mapocho, etc., es decir, con progresos materiales; que en cuanto a los morales esos seguían la turbia corriente que les había impreso Santa María". (Cifuentes (1936); Tomo II; p. 279) A su vez, "el líder del Partido Conservador, Carlos Walker Martínez, persistentemente se opuso a los proyectos de desarrollo material de Balmaceda, arguyendo en el Congreso que el dinero aprobado para esos propósitos serían usados de hecho para fines políticos. El también se opuso a la creación del Ministerio de Industria y Obras Públicas bajo el mismo predica­ mento". (Blakemore; pp. 75-76) Por otro lado, "el patriarca del radicalismo, don Manuel Antonio Matta (...) expresó que los planes de Balmaceda para desarrollar el país, lo eran solo ‘para gobernar a revienta bombo y desparramar millones' ". (Jobet; p. 106) 366 cit. en Julio Pinto; p. 125.

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ron los bravos batallones constitucionales que derrocaron su gobierno y causaron por consiguiente su muerte; allí tiene Balmaceda un culto de afecciones, simpatías y respetos como no lo recibe nadie más, no venerado santo, ni personaje ilustre”367. Lo anterior se explica, como lo señala Julio Pinto, porque “a partir de Marzo de 1891 (...) la autoridad balmacedista dejó de ser una reali­ dad tangible en el Norte Grande (...) Balmaceda mismo, libre de sus compromisos y cautelas previas, acentuó su discurso antiimperialista y sus exhortaciones de apoyo al mundo popular. En tal virtud, su sacrifi­ cio final pudo fácilmente interpretarse dentro de un contexto ‘nacio­ nalista’ que a los trabajadores tarapaqueños debió evocarles algunas consignas esgrimidas en las jornadas de Julio de 1890”368. De hecho, las terribles condiciones de vida de los trabajadores salitreros no mejora­ ron nada con el triunfo de la oligarquía congresista, al cual ellos tanto contribuyeron. En el curso del siglo XX diversos intelectuales críticos fueron desa­ rrollando el mito hasta culminar, en los 40 y 50, con Julio César Jobet y Hernán Ramírez Necochea369. Sin embargo, lo más elocuente en este sentido es que el mito de Balmaceda haya contado de una u otra manera con la bendición de personalidades políticas especialmente relevantes en la promoción de los cambios sociales durante el siglo XX: Arturo Alessandri, Carlos Ibáñez, Eduardo Frei y Salvador Allende. El caso de Alessandri es más notable aún, porque él, a la sazón de poco más de 20 años (nació en diciembre de 1868), fue acérrimo ad­ versario del régimen de Balmaceda. A tal punto que, por poco, no se encontró entre los jóvenes que sufrieron la matanza de Lo Cañas370*. Sin embargo, al ejercer su liderazgo contra la república oligárquica, va trocando totalmente dicha animadversión, convirtiéndose en un pos­ tumo admirador de su persona y obra. El propio Alessandri relata su evolución: "Después del sacrificio (el suicidio de Balmaceda) medité con tristeza en las bondades y atenciones que aquel hombre me había dispensado en sus horas de grandeza y que yo había olvidado, momen­ táneamente extraviado y vencido por la pasión del ambiente. Germinó y cada día adquirió en mí mayor fuerza el convencimiento que era 367 cit. en Julio Pinto; p. 126. 368 Julio Pinto; p. 125.

369 Entre ellos cabe mencionar a Alejandro Venegas (“Valdés Cange”) y Carlos Vicuña Fuentes. Según Vicuña, Balmaceda "creyó que habría llegado para Chile la hora de borrar las injustas diferencias de clase que desde hacía más de cincuenta años no hacían sino acrecentarse. Para reali­ zar esta aspiración, profundamente resistida por los pelucones y por el estado mayor del Partido Liberal, creyó Balmaceda que lo mejor era dar personalidad política y administrativa a todos los hombres distinguidos de la clase media". (Carlos Vicuña Fuentes. La Tiranía en Chile; Edic. Lom; Santiago; 2002 [escrito en 1928]; p. 46) 370 Ver Augusto Iglesias. Alessandri, Una etapa de la democracia en América, Edit. Andrés Bello; Santiago; 1960; pp. 159-160.

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indispensable borrar los desgarramientos producidos en la familia chi­ lena por la Revolución del 91. Pensando, estudiando, meditando con tranquilidad los antecedentes que la produjeron, me convencí que, como ya lo dije y repito, la revolución contra Balmaceda fue injusta y lo hizo víctima de una evolución histórica que hizo crisis. Por esta razón fui uno de los primeros en iniciar la reacción reparadora a favor del mártir que ofrendó su vida en holocausto a sus grandes ideales de bien públi­ co, como él los entendió y comprendió”371. En el caso de Ibáñez, cuando asume prácticamente como dictador en 1927, “fue investido por el hijo de Balmaceda, Enrique, con la mis­ ma banda nacional que su padre había usado en su propia ceremonia inaugural y que le había encargado a su hijo que se la otorgara a un futuro presidente de Chile digno de llevarla como el continuador de su programa »372 J . Más tarde, Freí -a fines de los 40- se» hace también eco del mito, glosando el discurso de Iquique de 1889 del ex presidente y agregando que “la posición adoptada por Balmaceda y el rechazo a las proposicio­ nes de Mr. North, representante de poderosos consorcios ingleses, de­ bían granjearle una enconada enemistad que se tradujo en una activa propaganda de los medios financieros internacionales en contra de Balmaceda (...] Con el triunfo de los revolucionarios, Mr. North, que llegó a ser llamado algunos años después ‘El Rey del Salitre’, pudo dominar en nuestra industria y adquirir una inmensa fortuna”373. Pero sobre todo durante el gobierno de Allende el mito fue utiliza­ do políticamente: "... en la elección presidencial de 1970 y posterior­ mente, Balmaceda fue usado como un ejemplo por la coalición de par­ tidos de izquierda que apoyaba al doctor Salvador Allende cuyo programa incluía una masiva intervención estatal en la economía y la expropiación de capitales extranjeros... Partidarios del gobierno pro­ movieron una serie de programas de televisión sobre él (Balmaceda] en 1971, y un año después se anunció que se iba a hacer una película, con un actor británico representando a John Thomas North”374. El propio Allende en un discurso de 1972 , dramático (y hoy sobre­ cogedor], cita con fervor al ex presidente: “Y miles y miles de chilenos, sin saberlo quizás, están viviendo horas parecidas a las que la patria viviera hace 80 años cuando Balmaceda, con hondo, profundo y heroi­ co sentido patriótico, reclamara para Chile el salitre, y quisiera para Chile la dignidad de ser un país dueño de sus riquezas. Balmaceda, 371 cit. en Iglesias; pp. 179-180. 372 Blakemore; p. 243.

373 Eduardo Frei Montalva. Historia de los Partidos Políticos Chilenos, Edit. del Pacífico; Santiago, 1949; p. 129. El hecho que un político y autor tan serio y riguroso como Frei incurra en tales errores históricos, nos ilustra abrumadoramente sobre el poder distorsionador de los mitos en general y del de Balmaceda en particular. 374 Blakemore; pp. 245-246.

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acorralado y perseguido por los grupos oligárquicos, vio al país sumer­ gido en una guerra fratricida, y puso fin a su existencia legando a los chilenos un ejemplo profundo y hondo de sentido nacional y de res­ ponsabilidad. Ochenta años no pasan en vano en ningún país. No se va a repetir lo de ayer. No habrá aquí una guerra fratricida, porque la vamos a impedir, y no habrá un Presidente que tenga que suicidarse porque no lo haré. No habrá un Presidente arrastrado al suicidio, por­ que el pueblo sabrá responder y tampoco habrá una guerra fratricida porque el Gobierno y el pueblo lo impedirán”375.

375 Salvador Allende. Obras Escogidas, Edición del Centro de Estudios Políticos Latinoamerica­ nos Simón Bolívar y Fundación Presidente Allende (España}; Santiago; 1992; 389.

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CAPÍTULO V

LA COMPLEJA HERENCIA DEL SIGLO XIX

A fines del siglo XIX, Chile quedaba con un legado muy ambivalente. Por un lado, se observaban notables progresos en el ámbito estricta­ mente político. La autocracia había sido por fin eliminada luego de varias décadas de maduración oligárquica. Al mismo tiempo, se había superado en gran medida la rémora de la simbiosis autoritaria de la Iglesia (Católica) y el Estado, condición que perjudicaba tanto el des­ envolvimiento de una sociedad más libre y plural como el desarrollo, en esa misma sociedad, de los valores auténticamente evangélicos. Asi­ mismo, se comenzaron a consolidar partidos políticos que, si bien re­ presentaban todavía exclusivamente los diversos intereses oligárquicos -con excepción del incipiente Partido Democrático-, introdujeron un clima político-cultural de creciente pluralismo y posibilitaron la repre­ sentación futura, en el sistema político, de los intereses de sectores medios y populares. Además, se fueron dando algunos progresos en el respeto de derechos básicos tales como libertad personal y libertades de expresión, reunión y asociación. Por otro lado, en el ámbito económico-social Chile gozaba de un nivel de ingreso muy superior al de la época de la Independencia, lo cual se expresaba particularmente en el gran desarrollo de la urbaniza­ ción, de la infraestructura, de las obras públicas y ferrocarriles y del sistema educativo. Pero, a la vez, a fines del siglo XIX, el país presentaba desigualda­ des, injusticias y opresiones sociales gigantescas que aparecían cada vez más escandalosas, en la medida que significaban un agudo empeora­ miento de la inequidad social, en momentos en que los notables incre­ mentos de la riqueza colectiva -especialmente por la renta del salitrepodrían haber mejorado sensiblemente el bienestar de tantos chilenos. Asimismo, la expoliación de la Araucanía dejaba una profunda he­ rida abierta -todavía existente a comienzos del siglo XXI y que será muy difícil de cerrar- e integraba a los indígenas a la sociedad nacional de la peor manera posible.

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Pero quizá lo más negativo de la herencia del siglo XIX fue que incluso los progresos políticos se dieron en el seno de la misma matriz autoritaria originaria de la sociedad chilena. Que la también inmensa desigualdad social originaria se hubiera consolidado, sin perjuicio de que se estuviesen creando también condiciones sociales para que ella pudiera disminuir en el futuro. Que se hubieran reforzado los estereo­ tipos y discriminaciones racistas y clasistas. Y que la autoconciencia histórica se estructurara plagada de mitos expresivos de profundas con­ tradicciones entre la teoría y la práctica. De este modo la lucha “antiautofitaria” de los liberales se llevó a cabo bajo el tremendo autoritarismo de un Errázuriz, un Santa María y un Balmaceda. Del mismo modo, la lucha contra la intolerancia y pre­ potencia clericales devino en una intolerancia y prepotencia anticlericales. Y, por último, el fin de la autocracia se dio en los marcos de una muy cruenta guerra civil. A su vez, la oligarquía chilena llevó a la sociedad, por un lado, a un abismo entre la riqueza, el lujo y la opulencia más desenfrenados; y, por el otro, a la miseria, ignorancia y rnortalidad más espantosas. Concordante con lo anterior, se consolidó en la oligarquía una visión profundamente despectiva de los sectores medios (“siúticos”] y popula­ res (“rotos”) y, por cierto, de los mapuches (“indios”) que pasaron a cons­ tituirse en la personificación de todos los vicios y lacras sociales. Al mismo tiempo, los sectores oligárquico-ilustrados de la sociedad chilena elaboraron y socializaron exitosamente el mito de la república democrática, cuyo principal constructor habría sido Portales, y el de la “pacificación de la Araucanía” que habría llevado civilización y libertad a todos los rincones del país. Posteriormente (en verdad, a lo largo ya del siglo XX), los sectores medios y populares dieron lugar a otro gran mito histórico: el de Balmaceda y su intento frustrado de revolución nacional y popular. Pese a que esta leyenda está referida a un período bastante puntual de la historia de Chile, su importancia radica más bien en lo que sugiere indirectamente de estos sectores medios y populares que asumieron el mito. Al centrarse aquel en una personalidad histórica, de origen social claramente latifundista y oligárquico, y de comportamiento político notablemente autoritario, los intelectuales que lo elaboraron y los sec­ tores sociales y políticos que se sintieron representados en él demostra­ ron a su vez un gran autoritarismo y, además, una fuerte dosis de inse­ guridad en sí mismos y una admiración histórica a la propia oligarquía. Esto último se insinúa todavía más al tener presente que la figura de Balmaceda tiende también a ser reivindicada por muchos -y no solo de derecha- como un digno heredero de la tradición portaliana, cuya de­ rrota habría llevado al país a un período de estancamiento, corrupción y decadencia, como tirios y troyanos tildan generalmente al régimen parlamentario que le sucedió hasta 1925.

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De este modo, el mito de Balmaceda ha podido incluso reintegrarse a una concepción eminentemente conservadora de la historia de Chile como la de Alberto Edwards376 o Mario Góngora377. Otro legado importante que dejó el siglo XIX fue el de las difíciles relaciones de Chile con sus tres países vecinos. Especialmente, la des­ graciada vinculación que permanentemente ha tenido con Perú y Bolivia. Pareciera que la historia y la geografía se han coludido desde anti­ guo para propiciar una relación particularmente traumática con ellos. Así, desde antes de la llegada de los españoles comenzaron a darse entre los pueblos que ocupaban los respectivos territorios relaciones conflictivas y hegemónicas. El imperio inca logró conquistar e imponer su dominación hasta el valle central. Posteriormente, en el contexto de la Colonia, el Virreinato del Perú logró una posición hegemónica sobre la Capitanía General de Chile: “Durante los siglos coloniales, la depen­ dencia de la capitanía general de Chile del virreinato (de Perú) estuvo marcada por el sistema defensivo y el comercial. La remisión del ‘real situado’ desde los inicios del siglo XVII permitió mantener el ejército profesional y dar nervio a la Guerra de Arauco (...) El enclave fortifica­ do de Valdivia, que fue una creación artificial sin base propia para sus­ tentarse, quedó dentro de la jurisdicción virreinal (...) El tráfico entre las dos colonias creó vínculos de dependencia sin los cuales Chile difí­ cilmente habría podido subsistir”378. Naturalmente, vínculos de dependencia de este tipo constituían continuas fuentes de fricciones: “El tráfico de bienes de la tierra signifi­ có en muchas ocasiones un duro choque entre los intereses peruanos y chilenos. La navegación estaba en manos de los armadores de Lima, que imponían precios y condiciones. El Cabildo de Santiago y las auto­ ridades, por su parte, defendían a los productores y a los consumidores del país, imponiendo cuotas de exportación para evitar la escasez o mantener los precios. Las autoridades del Virreinato reaccionaban na­ turalmente para desarmar esas gestiones y se imponían con su poder”379. Es cierto que durante el siglo XVIII diversas medidas de la Corona española atenuaron dichos lazos de dependencia. Pero ya existía un explicable resentimiento de los chilenos hacia los peruanos como pro­ ducto de tales vínculos: “Un sentimiento de superioridad por parte de

376 "Balmaceda, como don Manuel Montt, será siempre un gran recuerdo. Su nombre pone fin a un período histórico: el de la segunda etapa de la República ‘en forma' ”. (Edwards; p. 172). 377 “En suma, diríamos que el ideal portaliano de Estado, muy debilitado bajo Presidentes de poca fuerza sicológica, como Pérez y Pinto, pero redivivo con Santa María y Balmaceda, pudo haber proseguido bajo sucesores de Balmaceda; las derrotas de Concón y Placilla se nos aparecen como esos acontecimientos singulares que determinan un destino, que podría haber tomado otra ruta si esos hechos singulares hubieran ocurrido de otro modo". (Góngora; pp. 69-70)

378 Sergio Villalobos. Chiley Perú. La historia que nos uney nos separa. 1535-1883, Edit. Univer­ sitaria; Santiago; 2002; p. 14. 379 Villalobos (2002); p. 14.

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los peruanos y otro de inferioridad del lado de los chilenos, dieron lu­ gar a la formación de estereotipos, con lo que ellos tienen de falso y caricaturesco”380. Nada puede haber mejorado la percepción de los chilenos el hecho de que las diversas expediciones españolas contra la Patria Vieja hayan venido desde Perú y que, durante la Reconquista y su feroz represión entre 1814yl817, Chile se haya puesto directamente bajo el dominio del Virreinato. Pero la independencia de ambas repúblicas terminaría con esa larga relación de semidependencia y convertiría a Chile en un rival de la, hasta la fecha, indisputada hegemonía peruana (española) en el Pacífi­ co Sur. Incluso, el hecho de que Chile, recién independizado, enviara una expedición que contribuyó enormemente a la independencia del Perú, iba a iniciar una también resentida relación, propia de quien se cree superior y se ve liberado por quién siempre ha percibido como inferior. Es así que, en 1822, en el curso de dicha expedición, Francisco Antonio Pinto manifestaba su preocupación por la seguridad de las fuerzas chilenas “porque casi todas las facciones de Lima nos miran como enemigos y sería un día de júbilo para ellas la noticia de nuestra derrota”381. Pero la disputa hegemónica se iba a acentuar y a delinear como política del Estado chileno luego de la creación de la Confederación perú-boliviana que, para la sensibilidad chilena, podía aparecer como un “virreinato” redivivo. Así, Portales señalaba en carta a Manuel Blan­ co Encalada, el 10 de septiembre de 1836: “La posición de Chile frente a la Confederación Perú-Boliviana es insostenible. No puede ser tolera­ da ni por el pueblo ni por el Gobierno, porque ello equivaldría a su suicidio. No podemos mirar sin inquietud y la mayor alarma, la exis­ tencia de dos pueblos confederados, y que, a la larga, por la comunidad de origen, lengua, hábitos, religión, ideas, costumbres, formarán, como es natural, un solo núcleo (...) La Confederación debe desaparecer para siempre jamás del escenario de América. Por su extensión geográfica; por su mayor población blanca; por las riquezas conjuntas del Perú y Bolivia, apenas explotadas ahora; por el dominio que la nueva organi380 Villalobos (2002); p. 15. El propio Villalobos nos ilustra las dos caras de la moneda del mismo complejo: “Hacia fines de la Colonia, un chileno destacado, Juan José de Santa Cruz y Silva, comparaba los comerciantes de Lima y de Santiago. Entre los primeros, escribió, 'hay muchos ánimos alentados, hacendosos, discursivos, proyectistas y resueltos, y en todos reina un espíritu ga­ llardo de prodigalidad' (...). En cambio los de Chile manifestaban 'unos semblantes adustos, unos genios díscolos, unas prodigalidades ridiculas (...) unos ánimos encogidos, unas desconfianzas necias y una vana ostentación'". A su vez, Juan Martínez de Rozas decía en 1809: “Los limeños afemina­ dos, envilecidos y habituados a doblar la rodilla en presencia de sus virreyes, acostumbrados a invertir su tiempo en adularlos, lisonjearlos y hacer de los más malos o ineptos, panegíricos los más exorbitantes, hombres asi, digo, no son capaces de grandes acciones buenas ni malas para que se requieren energía y vigor de carácter", (cit. en Villalobos (2002); p. 15)

381 cit. en Villalobos (2002), p. 22.

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zación trataría de ejercer en el Pacífico, arrebatándonoslo; por el mayor número también de gente ilustrada de la raza blanca, muy vinculada a las familias de influjo de España que se encuentran en Lima; por la mayor inteligencia de sus hombres públicos, si bien de menos carácter que los chilenos; por todas estas razones, la Confederación ahogaría a Chile antes de muy poco. Cree el Gobierno, y éste es un juicio también personal mío, que Chile sería o una dependencia de la Confederación como lo es hoy Perú, o bien la repulsa a la obra ideada con tanta inte­ ligencia por (Andrés) Santa Cruz, debe de ser absoluta (...) Las fuerzas navales deben operar antes que las militares, dando golpes decisivos. Debemos dominar para siempre en el Pacífico: ésta debe ser su máxi­ ma ahora, y ojalá fuera la de Chile para siempre”382. Tanto o más decidoras que dichas palabras son los comentarios que de ellas hizo Mario Góngora en 1986: “Es posible que nunca haya sido visto con tanta claridad el destino de Chile, y a ese horizonte histórico de Portales correspondió precisamente la expansión territorial y la ex­ pansión comercial marítima de Chile en el siglo XIX”383. A la luz de aquella doctrina, la expedición de Freire de 1836 desti­ nada a hacerse con el poder, desde Perú, constituyó un pretexto más que una real motivación para declarar la guerra; lo mismo que los plan­ teamientos de liberar a Perú, apoyando a la disidencia que en dicho país se oponía a Santa Cruz. Por eso que en las exigencias que el go­ bierno chileno efectuó como precio para evitar la guerra figuraron la “disolución de la confederación perú-boliviana” y “limitaciones en las fuerzas navales de Perú”384. Quizá lo más triste de todo, es que incluso habría sido una guerra “innecesaria” por la extrema fragilidad que representaba la propia unión perú-boliviana conseguida a la fuerza por Santa Cruz. Es lo que plan­ tea categóricamente el historiador Villalobos: “La Confederación era una ficción. El gran error de Portales fue lanzar una guerra contra una entidad que se desmoronaría más temprano que tarde”385*. En todo caso, dicha guerra tuvo todas las características de lo que hoy llamaríamos "preventiva” y consolidó una suerte de posición tute­

382 Ernesto de la Cruz; Tomo III; pp. 452-454. 383 Góngora; p. 36.

384 Loveman (1988); p. 127. 385 Villalobos (2002); p. 29. Así también lo plantea la historiadora inglesa Valerie Fifer: “La oposición de Chile y de la Argentina a la formación de un bloque potencial de poder en el flanco norte, fue un factor decisivo en la confirmación del futuro de Bolivia como estado unitario. Pero aun sin intervención exterior, se puede afirmar que Perú, infinitamente más favorecido por su situación, número de habitantes y variedad de recursos, no habría tolerado indefinidamente su papel de sostén. Los departamentos del norte habían expresado frecuentemente su marcada aversión a Santa Cruz y habían declarado que no tolerarían ningún desmembramiento del Perú, confederación con Bolivia, ni existencia bajo su protectorado. La Confederación tal como se la representaba Santa Cruz estaba condenada a fracasar por causas internas si las fuerzas externas no se hubieran adelantado”. (J. Valerie Fifer. Bolivia, Edit. Francisco de Aguirre S.A., Buenos Aires, 1976; p. 68)

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lar de Chile frente a Perú y Bolivia. Posición que se vería reforzada con ocasión del conflicto entre Perú y España en la década de 1860, que incluso condujo a Chile a entrar en guerra con esta última en “solidari­ dad” con el primero386. La geografía también condicionó la tradicional enemistad de Chile con Perú y Bolivia. El límite norte de Chile, dejado por la corona espa­ ñola, no podía ser más impreciso (el desierto de Atacama] y para col­ mo de males estaba muy poco habitado387. Además, los gobiernos bo­ livianos, de manera insólita, no poblaron su litoral, pese a que aquel se estaba llenando de chilenos388. Y luego, confiando en el apoyo secreta­ mente obtenido de Perú (1873], provocaron un conflicto con Chile -por un alza de impuestos a la producción de salitre que estaba en contravención con un tratado vigente entre los dos países- que desem­ bocó en la Guerra del Pacífico. Esta cruenta y larga guerra dejó, por cierto, grandes secuelas. La derrota, la pérdida de territorios, la pérdida de acceso al mar (en el caso de Bolivia] y la ocupación de su capital y de gran parte del país por varios años (en el de Perú], dejaron un profundo resentimiento en am­ bos países389* . Pero, además, la índole de los tratados de paz posteriores, en lugar de solucionar los diferendos, iba a sembrar nuevos conflictos futuros. Es lo que pasó con el Tratado de Ancón (1883] con Perú, que estipuló

386 Es curioso, a la luz de lo anterior y posterior, cómo varios historiadores y políticos chilenos solo ven en dicha actitud un “quijotesco americanismo ”. Ilustrativo a este respecto es lo que ingenuamente planteó Domingo Amunátegui respecto de dicho conflicto: “Don Domingo Santa María, representante de Chile en el Perú, había ayudado a la caída del presidente don Juan Antonio Pezet, el cual era culpable de un tratado vergonzoso con el almirante español Pareja; y había celebra­ do un pacto de alianza con el coronel peruano don Mariano Ignacio Prado, sucesor de aquél”. (Amunátegui; p. 167). Y también resulta curiosa la sorpresa que demuestra Abdón Cifuentes, a la sazón virtual ministro de Relaciones Exteriores, cuando constata la malquerencia hacia Chile del gobierno que sucedió al de Prado, el cual estaba formado por partidarios del anteriormente destituido Pezet. (Ver Cifuentes (1936); Tomo I; pp. 179-190) 387 Ver Villalobos (2002); pp. 76-85; y Jaime Eyzaguirre. Breve Historia de las Fronteras de Chile, Edit. Universitaria, Santiago; 2000; pp. 37-40 y 49-50. 388 A la fecha de la toma de Antofagasta por Chile en 1879, el 93% de su población era chilena. (Ver Eyzaguirre (2000); p. 71)

389 Además, como lo señala Mario Barros: "La guerra del Pacífico había dejado a Chile en el sitial más destacado del mundo americano. Pero no ganamos con ello simpatías de nadie. En las grandes masas de opinión de los países indoamericanos, Chile se perpetuó como un país militarista cuyos anhelos territoriales no se pararían en Tarapacá, Antofagasta, Tacna y Arica”. Además "la intelectualidad del continente, fuertemente inspirada por el romanticismo francés sobreviviente de la derrota de Sedán, vio en la protección brindada a Chile por el Imperio alemán (contra intentos de mediación europeos que podrían haber disminuido las pérdidas perú-bolivianas) la complicidad entre la política agresiva de Bismarcky la de esta Republica sudamericana, que surgía en 1883 con ínfulas de hegemonía prusiana. Repitieron estos conceptos... los grandes intelectuales de fin de siglo como el mexicano José Vasconcelos, el cubano (Antonio) Sánchez Bustamante, los argentinos Juan Bautista Alberdi, Leopoldo Lugones, Roque Sáenz Peña (y) el español Miguel de Unamuno". (Mario Barros Van Burén. Historia Diplomática de Chile 1541-1938, Edit. Andrés Bello, Santiago, 1990; p. 475).

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que el destino futuro de las provincias de Tacna y Arica se definiría por un plebiscito de sus poblaciones a efectuarse en el curso de 10 años. Debe ser difícil imaginar un convenio internacional más desafortuna­ do390. Por cierto, las condiciones específicas de su aplicación fueron imposibles de obtenerse a satisfacción de ambos países y así se conti­ nuó con un virtual clima de guerra hasta bien entrado el siglo XX. Con Bolivia solo se firmó en este período un tratado de tregua [1884] que dejó pendiente un acuerdo que se materializaría en 1904, pero que tampoco satisfaría a los bolivianos, al dejar a estos sin salida al mar. Las relacione^ con Argentina no tenían herencias históricas conflic­ tivas, pero poseían mucho mayor complejidad aún, respecto a la geo­ grafía. De hecho, todo el sur austral iba a estar comprendido en el diferendo391. Y también el tratado de límites con Argentina de 1881, por sus contradicciones con la realidad, iba a constituirse en fuente de conflictos que en diversas ocasiones casi desembocarían en una gue­ rra392. El hecho es que las malas relaciones de Chile con sus tres países vecinos iban a hacer que nuestro país entrara al siglo XX como un “país asediado”393. Este factor no solo condicionaría fuertemente sus relaciones exteriores, sino también la evolución de su sistema político y social. En primer lugar, porque constituiría a las Fuerzas Armadas en protagonistas con creciente peso e influencia en dicho sistema. Y por­ que reforzaría la mentalidad autoritaria-bélica atávica, presente desde la Conquista, sea directamente a través de la creación del servicio mili­ tar obligatorio en 1900, o, indirectamente, por la formación escolar de un espíritu chauvinista y de visión de mundo maniqueo, escindido en-

390 Ver Vial (1996); Volumen I, Tomo I; pp. 307-309. Era claro que el triunfo bélico de Chile acentuaría su hegemonía en el Pacífico Sur y haría prácticamente imposible -teniendo en cuen­ ta además la mentalidad imperialista de la época- esperar de parte de las autoridades chilenas la voluntad de aceptar una eventual pérdida de esos territorios en virtud de procedimientos efec­ tivamente democráticos. Todo lo cual acentuaría lógicamente el resentimiento peruano.

391 Ver Eyzaguirre (2000); pp. 40-45; 59-61 y 79-88. 392 El problema lo suscitó la definición operacional del límite de la Cordillera de los Andes que señalaba: “La linea fronteriza correrá en esa extensión por las cumbres más elevadas de dichas cordilleras que dividan aguas y pasará por entre las vertientes que se desprenden a un lado y a otro. Las dificultades que pudieran suscitarse por la existencia de ciertos valles formados por la bifurca­ ción de la cordillera y en que no sea clara la línea divisoria de las aguas, serán resueltas amistosa­ mente por dos peritos, nombrados uno por cada parte. En caso de no arribar éstos a un acuerdo, será llamado a decidir un tercer perito designado por ambos gobiernos". Pero, "en las regiones patagónicas el ‘divortium aquarum' (el principio de división de las aguas) se apartaba con frecuencia de las mayores cumbres absolutas y había ríos que nacían a varios kilómetros al oriente de estas eminen­ cias cordilleranas y cortaban los Andes para desembocar en el Pacífico." Naturalmente, "esta cir­ cunstancia originó un grave desacuerdo entre los países signatarios del Tratado de 1881 en tomo a su interpretación. Mientras Argentina alegaba que la línea fronteriza no podía apartarse de las más altas cumbres absolutas, Chile sostenía que la demarcación debía ajustarse al 'divortium aquarum ’, pasando la frontera, no por las eminencias absolutas, sino por aquellas alturas que dividiesen aguas". (Eyzaguirre (2000); p. 87)

393 Vial (1996); Volumen I, Tomo I; p. 303.

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tre buenos (“nosotros”] y malos (“los otros”]. Aunque formalmente esta distinción se efectuara específicamente respecto de los países ve­ cinos, al ser parte de la matriz de la personalidad autoritaria tendría, lógicamente, una influencia general en la conciencia social y política del pueblo chileno.

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SEGUNDA PARTE

LA REPÚBLICA OLIGÁRQUICA (1891-1925)

CAPÍTULO VI

LA MATRIZ AUTORITARIA DE LA REPÚBLICA OLIGARQUICA

Luego de la Guerra Civil de 1891 y de la derrota de Balmaceda se consolidó en Chile una república claramente oligárquica. La clase alta, reinterpretando la misma Constitución de 1833, estableció un régi­ men parlamentario que, en reacción al sistema político cuasimonárquico anterior, le quitó al Presidente de la República casi todo poder real. El Congreso y la élite de los diversos partidos oligárquicos se con­ virtieron en los detentores prácticamente exclusivos del poder. Así, en los marcos formales de una república con sufragio universal alfabeto masculino incluido, se desarrolló un régimen que de democrático solo tenía el nombre; pero que logró abolir el absolutismo presidencial del siglo XIX. Los presidentes del período parlamentario pasaron a ser jefes de Estado con carácter ceremonial y proponentes de los integrantes de los gabinetes, los que, para constituirse, debían contar con la aprobación de ambas Cámaras. Además, podían, con tesón, sacar adelante algunas leyes, impulsar políticas de desarrollo o proponer iniciativas de política exterior que no generaran resistencias parlamentarias. Ellos fueron el almirante Jorge Montt [1891-1896], Federico Errázuriz Echaurren [1896-1901] [liberal], Germán Riesco [1901-1906] [liberal], Pedro Montt [1906-1910] [del Partido Nacional], Ramón Barros Luco [19101915] [liberal], Juan Luis Sanfuentes [1915-1920] [liberal-democráti­ co] y Arturo Alessandri Palma [1920-1925] [liberal]. El sistema político oligárquico mantuvo de forma distinta los ele­ mentos autoritarios, clasistas y racistas tradicionales de la sociedad chi­ lena. Así, sus características más relevantes fueron el fraude electoral; el inmovilismo parlamentario; un sistema de partidos que se estructuró prioritariamente todavía en torno al eje clerical-laico; una extendida corrupción de los diversos actores políticos; y la utilización de diversos mecanismos represivos, dosificados de acuerdo a las “necesidades” del momento.

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1. Vigencia plena del fraude electoral

Como resultado de la derrota del absolutismo presidencial se transfor­ mó completamente el sistema electoral. A través de la ley de la comu­ na autónoma (propiciada especialmente por el líder conservador Ma­ nuel José Irarrázaval] se radicó en los municipios y, particularmente, en los alcaldes, la dirección del proceso electoral, incluyendo la confec­ ción de los registros. Dado que, como producto de las reformas de 1874 y 1888, existía el sufragio universal masculino alfabeto casi total y a que se eliminó la intervención presidencial en las elecciones, la oligarquía tuvo que re­ currir a diversos instrumentos para controlarlas y llevar a su molino los resultados electorales. El mecanismo básico fue el falseamiento de los resultados por parte de los partidos políticos oligárquicos a nivel de los municipios. Así nos lo cuenta el ilustre' político liberal de la época Manuel Rivas Vicuña: “El régimen electoral estaba completamente podrido. La elección no dependía de los electores, sino de la mayoría de las municipalidades que organizaba él poder electoral. La gran cues­ tión era obtener la mayoría en las juntas receptoras de sufragios y con­ tar con un personal adecuado para cambiar el resultado de la elección, si no era favorable”394. Para lograr lo anteriormente expuesto, los partidos contaban con caciques o agentes locales que frecuentemente eran regidores o alcal­ des: “El cacique o agente tenía por función garantizar a su partido o caudillo una cuota de sufragios. Para ello se contaba con sus amistades, influencias y conocimiento de la región; se contaba, además, con que no vacilaría en usar el cargo municipal y cualquier otra arma -incluso la violencia- si era necesario aderezar favorablemente una elección. De este modo los caciques impedían se inscribieran los enemigos políticos; hacían votar a los muertos; falsificaban los escrutinios y se robaban actas y urnas”395. Especialmente en las ciudades y pueblos más grandes aquel fraude se complementaba con la compra y venta de votos, esto es, el cohecho, que se fue incrementando y legitimando completamente. Así, el histo­ riador, político y contemporáneo Alberto Edwards nos señala que “el cohecho electoral alcanzó proporciones monstruosas: hubo senaturías que costaron un millón. Y estas sumas se derrochaban las más de las veces, sin que en ello intervinieran el fanatismo ideológico, ni propósi­ tos de lucro personal”396.

394 Rivas Vicuña, Manuel. Historia Política y Parlamentaria de Chile, Tomo I; Edic. de la Biblio­ teca Nacional, Santiago, 1964; p. 263. 395 Vial (1996); Volumen I, Tomo II; p. 587. Estos métodos de fraude se conocían vulgarmente como los "tutti”.

396 Edwards; p. 178.

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Ciertamente, este fenómeno requería de la disposición de los sec­ tores populares a vender su voto, disposición que se fundaba en su ignorancia e impotencia política y social. Tan natural alcanzó a ser di­ cha actitud que “en Chile la masa trabajadora llegó al sincero conven­ cimiento de que un candidato a parlamentario o un postulante a la Presidencia de la República tenían la obligación de pagar el voto. En cada elección, la provincia, el departamento o la comuna esperaban los treinta, sesenta o cien mil pesos que costaba la campaña a cada una de las combinaciones en lucha. Si los partidos pactaban para evitar la con­ tienda electoral se producía una reacción de sorpresa y desencanto (...) La ignorancia hacía pensar a riiuchos que cuando no había cohecho los políticos se habían robado el dinero que el Gobierno mandaba para las elecciones”397. Y, peor aún, la compraventa de votos se fue legitimando crecien­ temente durante el régimen parlamentario: “Lo que en un comienzo fueron actos aislados, severamente reprobados por la conciencia públi­ ca y realizados, por regla general, en la clandestinidad, llegaron a con­ vertirse en procedimientos corrientes tolerados por la opinión y practi­ cados públicamente por todos los partidos políticos. Elementos sociales que en las postrimerías del siglo XIX habrían considerado vergonzosa la oferta de sus votos por dinero, a comienzos de nuestra centuria lo hacían sin pretender guardar las apariencias. Hubo candidatos que ofre­ cían en avisos pagar a sus electores mayor suma que cualquier otro de sus rivales”398. De este modo, “el grueso del grupo social también ter­ minó convencido de que el cohecho constituía arma legítima y necesa­ ria en toda contienda electoral”399. A tal punto se legitimó el cohecho, que Rivas Vicuña, escribiendo en 1930, calificaba como “correctas” elec­ ciones ocurridas en 1915 en que no hubo falsificaciones de actas ni inter­ vención gubernamental, pero sí el más desvergonzado cohecho: “La aten­ ción política se concretó a la elección que debía verificarse en el

397 Heise; Tomo II; p. 230. 398 Heise; Tomo II; p. 229. Como el candidato & diputado balmacedista (liberal-democrático), Enrique Zañartu Prieto, quien lanzó una proclama en San Francisco de Mostazal para las elec­ ciones de 1906 (que fue publicada por El Ferrocarril del 5 de marzo de ese año) que planteaba: “¡Atención! ¡Atención! El mayor de los regalos nunca vistos en Chile. ¡Una vaca lechera con cría al pie, de toro fino! Además de la gratificación que se repartirá a todos los electores que voten por el Sr. Zañartu, se les dará un boleto para tener derecho a entrar en una rifa de una vaca lechera con cría al pie, de toro fino, que se tirará inmediatamente después de la elección, y al que le toque el número premiado puede llevárselo en el acto, dando su contramarca, pues estará desde temprano en el pue­ blo a la vista de los electores. Además si el Sr. Zañartu saca mayor número de votos que los otros candidatos, estos mismos números servirán para una rifa de una yunta de bueyes que se tirará los primeros días de junio, para una vez verificada la elección de electores de Presidente... Nota: los que no voten por Zañartu no tendrán derecho a número para la rifa... Los Comisionados han tomado las medidas necesarias para el buen cumplimiento al depositar los votos a favor del Sr. Zañartu. ¡ Viva don Enrique Zañartu! ¡Viva Balmaceda! ¡Como un solo hombre a votar por Zañartu!" (cit. en Heise; Tomo II; p. 233)

399 Heise; Tomo II; p. 229.

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departamento de La Ligua, para decidir la senaduría de Aconcagua, en­ tre don José Elias Balmaceda, que la representaba a título presuntivo y el candidato de la Alianza Liberal, don José Pedro Alessandri. A un pobre departamento le correspondía decidir el rumbo político de la más alta corporación del Estado. Le correspondió, también, aprovechar de una lluvia de billetes. Jamás se ha derrochado en una elección una propor­ ción mayor de dinero. El precio mínimo de un voto era de dos mil pesos. Las autoridades dieron garantías y la elección fue correcta”400. En el ámbito del latifundio, en cambio, la compra de votos era inne­ cesaria para lograr que el campesinado votara según los deseos del pa­ trón: “En los dominios del gran propietario no se concebía el ejercicio de la soberanía popular. Imperaba la sola voluntad del patrón. La jerar­ quía y la sumisión más absolutas reemplazaban a la libertad y a la igual­ dad (...) El trabajador se limitaba a sufragar por el o por los candidatos que indicaba el patrón (...) Con espontánea e ingenua fidelidad entre­ gaban libremente su voto. El labriego era el más interesado en que su patrón resultara elegido. Por esta razón la venalidad es inconcebible en el latifundio (...) Los regalos en especies -y muy excepcionalmente en dinero- que en época electoral se entregaba a la clientela no tuvieron significación de fraude, delito o corrupción (...) el patrón se limitaba a recompensar la segura fidelidad de sus dependientes”401. Por último, el fraude podía culminar en las propias Cámaras, dado que estas calificaban la elección de sus miembros. Y lo hacían en virtud de que -a pesar de que era ilegal- llegaban a menudo a ser calificados dos candidatos aprobados por las juntas escrutadoras correspondien­ tes, uno de mayoría y otro de minoría. Así, “formada en una cámara mayoría ‘calificadora’, aceptaba todo candidato afín con ella ratifican­ do el informe de junta favorable que ese candidato trajese, aunque fuera minoritario y, más todavía, injusto”402. Esta arbitrariedad logró ser, en 1906, algo superada en la Cámara de Diputados y, en 1914, en el Senado, con la creación de una Comi­ sión Revisora de Poderes, especie de tribunal compuesto de cinco miem­ bros, cuya mayoría eran ministros de tribunales. Si bien la calificación última seguía dependiendo de la cámara respectiva, el eventual recha­ zo de esta del candidato aprobado por la Comisión implicaba anular la elección y volver a repetirla. Todo esto disuadía enormemente a una 400 Rivas; Tomo I; p. 579. El triunfo correspondió a Alessandri (hermano de Arturo), el que de acuerdo al mismo Rivas ‘‘fue recibido con inmenso júbilo por la opinión del país". (Rivas; op. cit; p. 579)

401 Heise; Tomo II; pp. 259-260. A su vez, Gonzalo Vial señala que Julio Subercaseaux “recor­ dando el banco familiar-el Mobiliario- decía con maravillosa ingenuidad: ‘Aparte de los(...) nego­ cios bancarios controlábamos una importante producción agrícola teniendo en nuestra mano cerca de 3.000 votos correspondientes a los inquilinos de nuestros fundos o de los que teníamos en arriendo y administración'. Tal era la influencia electoral que poseía el Banco ante sus clientes". (Vial (1996); Volumen I, Tomo II; p. 587) 402 Vial; op. cit.; p. 562.

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mayoría 'calificadora' de seguir utilizando el mecanismo por engorroso y porque tampoco garantizaba mejores resultados en una nueva elec­ ción. Otras formas más sutiles de alterar la efectiva representación po­ pular en el Parlamento fueron la sobrerrepresentación del voto rural y el alto número de electores con derecho a voto que no se inscribían o no acudían a votar. El voto rural -que naturalmente favorecía a los partidos más con­ servadores- fue adquiriendo cada vez más valor ya que, en un contexto de gran migración rural-urbana, solo en 1911 se ajustó al Censo el número de parlamentarios electos. Por otro lado, la inscripción electoral y el voto de los inscritos no eran obligatorios; el procedimiento de inscripción era lento y engorro­ so y gran parte de la población no poseía formación ni conciencia cívi­ ca. Todo esto hacía que un gran porcentaje de las personas con derecho a voto no sufragara. Así, en las elecciones de 1915 la población poten­ cialmente electora llegaba a 411.949 varones, los inscritos a 185.000 y los votantes a 151.313. Es decir, solo el 36,7% de la población ejerció su derecho a voto403. Por último, el ajuste del número de parlamentarios efectuado en 1911 (estableció, en términos generales, un sistema binominall con to­ das las consecuencias antidemocráticas y que detalla, en términos asom­ brosamente contemporáneos, Manuel Rivas Vicuña: “La ley que fijaba el número de senadores y diputados fue despachada con una novedad que consistió en la creación de pequeñas agrupaciones, de modo de reducir, en general, a dos el número de diputados de cada circunscrip­ ción electoral. Esta base fue considerada justa y conveniente para el interés general del país y caso curioso, fue sugerida por el más antidemocrático de los diputados, don Alberto Edwards, miembro del partido nacional. Esta reforma, sencilla y justa en apariencia, disminuía las fuerzas de la mayoría y aseguraba un aumento en la representación de las minorías. En efecto, a las minorías les bastaría contar con poco más del tercio de los sufragios para asegurar su representación; en cam­ bio, las mayorías necesitaban un esfuerzo enorme, de más de dos ter­ cios, para obtener los dos puestos. De este modo, la mayoría y la mino­ ría de cada región alcanzarían igual representación en el Congreso, y éste podría reflejar una situación de empate de dos corrientes de opi­ nión, que no correspondería a la realidad de las cosas y que sería un

403 Ver Heise; Tomo II; pp. 202-204. A su vez, Peter De Shazo nos señala que “dada una población total de 100.000 hombres adultos en el Departamento de Santiago en 1912 y una tasa de alfabetismo de aproximadamente 73% entre ellos, 73.000 personas cumplían los requisitos para votar ese año. De estos, solo 26.163 (35,8 %) votaron en las elecciones parlamentarias y municipales de 1912(...) La elección presidencial de 1920 captó gran interés popular y aún así sólo el 22,6% de todos los hombres adultos que cumplían los requisitos votaron en esa elección". (Peter De Shazo. Urban Wórkers and Labor Unions in Chile. 1902-1927, The University ofWisconsin Press, Madison, 1983; p. 121]

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obstáculo para la marcha del país”404. Y respecto de los nefastos efectos que el sistema tendría para el interior de las coaliciones, Rivas Vicuña también constataba que “los candidatos coalicionistas veían que no era tan fácil obtener los dos puestos en cada departamento o agrupación y que debían reconocer como segura la posición del adversario. La lucha se trababa así entre los dos candidatos de la misma combinación para desplazarse mutuamente, ya que era inútil combatir al candidato úni­ co de la combinación contraria, que sólo necesitaba poco más del ter­ cio de las fuerzas para triunfar”405. Pese al acostumbramiento y la naturalidad con que el fraude elec­ toral llegó a ser asumido por la oligarquía y el conjunto de la sociedad, una sensación de malestar empezó a surgir en los sectores de la oligar­ quía con más sentido ético. Pero, sintomáticamente, ello, en lugar de conducir a valorar más un auténtico sufragio universal, se expresó en un lamento de haberlo extendido demasiado. Así el político conserva­ dor Abdón Cifuentes, al criticar los fraudes electorales del régimen parlamentario señalaba: “Cualquier individuo del pueblo, tan descono­ cido como el difunto, iba a votar con el nombre de éste, fraude que se ha hecho muy fácil con la excesiva extensión del sufragio establecida en mala hora entre nosotros”406. A su vez, el escritor y diplomático liberal-democrático (balmacedista) Emilio' Rodríguez Mendoza seña­ laba que la extensión del sufragio había sido “inoportuna” y que debía implantarse “paulatinamente”, a medida que, difundiéndose una ense­ ñanza mínima, “fuera aumentando el número, tan pequeño entre noso­ tros de los ciudadanos conscientes de sus derechos”407. Por otro lado, el senador radical Francisco Puelma Tupper sostenía, en 1893, que “de tiempo atrás se ha entrado en el camino de hacer reformas liberales en apariencia y que en realidad no lo son. Así, la presunción de que tenían la renta para hacer electores los ciudadanos que supieran leer y escribir, reforma aparentemente liberal, no ha sido sino un retroceso”408. Y el propio Arturo Alessandri planteaba en 1906 la idea de restringir el sufragio universal: “Hemos dado el sufragio universal a un pueblo que no estaba preparado para ejercitar este derecho, y esta altísima función de un pueblo soberano y libre, hemos tenido la vergüenza de verla convertida y degenerada en el más indecoroso mercado electoral. Ne­ cesitamos restringir el sufragio popular para contener el desborde del cohecho electoral desenfrenado que nos corroe y destruye”409. 404 Rivas; Tomo I; pp. 245-246. 405 Rivas; Tomo I; p. 265. 406 Cifuentes (1936); Tomo II; p. 288. 407 cit. enVial (1996); Volumen I,Tomo II; p. 615. 408 cit. en Cifuentes (1916); Tomo II; p. 265.

409 cit. en Ricardo Donoso. Alessandri, agitador y demoledor. Cincuenta años de historia política de Chile, Tomo I, Fondo de Cultura Económica, México, 1952; p. 96.

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2. Inmovilismo político

Una de las características más notables -y más cuestionadas- de la re­ pública oligárquica fue su extremo inmovilismo político. Su elemento determinante fue el insólito mecanismo de funcionamiento del Con­ greso, que impedía que pudieran aprobarse las leyes si no era por una­ nimidad de los diputados y senadores. El elemento central de ese mecanismo lo constituía el hecho de que no existía la posibilidad de clausurar un debate legislativo por la mayoría de los diputados o senadores. Bastaba entonces la voluntad de una ínfima minoría o incluso (de un diputado o senador!, para retardar o paralizar la aprobación de cualquier proyecto de ley, discutiéndoselo indefinidamente en la cámara respectiva. Otros métodos complementarios que se utilizaban para bloquear la aprobación de leyes eran “dejar sin quorum las sesiones, no entrando, o abandonando de súbito la sala; aprovechar mayorías ocasionales para devolver el proyecto a comisión; postergar su conocimiento debatien­ do (también interminablemente) materias menos importantes; inte­ rrumpir el debate con puntos de orden o reglamentarios, o pidiendo segunda discusión; o interpelando ministros, etc.”410. Ciertamente que la subsistencia de aquella normativa a lo largo de toda la república oligárquica respondía a una satisfacción del conjunto de la clase dominante con el sistema económico-social vigente. Los diversos partidos oligárquicos se sentían interpretados con un sistema que, una vez eliminado el absolutismo presidencial, radicaba la pleni­ tud del poder político en ellos mismos, quienes podían asimismo im­ pedir exitosamente toda modificación social propiciada por los secto­ res medios y populares emergentes. De esta forma, desde 1891 a 1924, la oligarquía pudo bloquear toda legislación social sustantiva que reconociera derechos laborales o sindicales básicos y/o que mejorara la angustiosa situación material que afectaba a las clases populares en la ciudad o el campo. Sin embargo, las facultades de obstrucción parlamentaria fueron usadas no solo con finalidades clasistas, sino además para objetivos cada vez más particulares: de los partidos, de fracciones al interior de ellos e, incluso, de personas. Y se tradujeron en constantes rotativas ministeria­ les411, en notables atrasos y abultamientos de las leyes de presupues­ tos412, en intromisiones indebidas del Congreso en el nombramiento

410 Vial (1996); Volumen I, Tomo II; p. 563. 411 De acuerdo con Vial (op. cit.; p. 563), entre 1891 y 1920 (treinta años) hubo 44 distintos cancilleres, 55 ministros de Hacienda y 55 ministros del Interior. 412 SegúnVial (op. cit.; p. 570), "comenzaron los parlamentarios a entrar a saco en el presupuesto. Podían hacer indicaciones -aumentándolo con gastos adicionales- durante su debate; podían, ya despachado aquél, aprobarle ‘suplementos1 con nuevas expensas y sin los recursos correlativos. Luis Aldunate observaba que corriendo 1893, un ‘documento oficial solemne' había anunciado superávit

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de empleados públicos y en la marcha ordinaria de la administración gubernamental413. Estos graves síntomas de descomposición gubernativa eran cuestio­ nados crecientemente por personalidades, partidos y medios de comu­ nicación representativos de la oligarquía. Así, ya en 1900, el diputado radical Jorge Huneeus Gana señalaba “que el país había llegado a los días más sombríos de abatimiento político, de decadencia social y co­ rrupción administrativa (...), que había surgido toda una escuela de jefes de partidos que hacía una política menuda, que degeneraba fácil­ mente en politiquería, y en último término, en personalismo humillante y torpe, cuyas consecuencias eran la anarquía, el desgobierno y la co­ rrupción administrativa”414. A su vez, El Mercurio sostenía en 1903 que “Chile ha llegado a los últimos extremos de la anarquía política (...) Chile ha tenido una excelente situación económica (...) Pero (...) esos elementos de prosperidad han sido esterilizados por la inestabilidad política, por la crisis permanente que nos tiene sin rumbo financiero, sin obras públicas, sin orden, sin administración”415. Por otro lado, el Partido Liberal en una convención celebrada en 1907 “aprobó un voto en el que se decía que, con el fin de asegurar el correcto funcionamiento del régimen parlamentario, se debían adop­

presupuestario para ese año: 5.000.000 de pesos. Pero (añadía Aldunate) ya hacia Junio se confesa­ ban 3.000.000 de pesos de nuevos gastos por suplementos que había aprobado el Congreso. En ver­ dad, según Aldunate, los suplementos rebasaban los siete millones: luego, el superávit sería déficit". 413 Según el mismo Vial (op. cit.; p. 595) "la repartición política de los cargos comenzaba con los intendentes (provincias), gobernadores (departamentos) y demás representantes regionales del Eje­ cutivo. ‘Se han nombrado (escribía Errázuriz Echaurren, apenas asumido el mando) los intendentes y gobernadores y he tenido que dejar a un lado a casi todos los que yo habría preferido, por las exigencias de ministros y amigos’. Varios de los designados, añadía, le eran desconocidos (...) Los servicios civiles de investigaciones y seguridad eran antiguos feudos partidistas: servían como vasos comunicantes entre la política y el hampa, cuyo 'músculo' prestaba Utilísimos servicios durante las elecciones. Ferrocarriles fue igualmente presa muy codiciada. Su director, Omer Huet, declaró que en el presupuesto de la empresa para 1912 se habían creado plazas y aumentado sueldos ‘sin el cono­ cimiento de la Dirección’. El Gobierno y los políticos, dijo, se entrometían en todo: ascensos, remune­ raciones, cargos, órdenes internas (...) hasta impedían se tomaran medidas disciplinarias (...) Proce­ dimientos semejantes afectaron a la enseñanza. Establecimientos escolares sin justificación ninguna -denunciaba Valentín Letelier- eran creados por insistencia de los parlamentarios y para que éstos obtuvieran votos. Y así iba pasando con otros servicios sobre todo con aquellos cuya extensión nacio­ nal posibilitaba transformarlos en base política". 414 cit. en Donoso (1952); Tomo I; p. 59. 415 El Mercurio, 25-12-1903. A tanto llegaba el desprestigio del Congreso que la Revista ZigZag se mofaba abiertamente de él: "La tranquilidad se ha restablecido por completo en el país. La clausura de las sesiones del Congreso devuelve la calma a los espíritus, justamente alarmados por la perspectiva de lo que los representantes del pueblo pueden hacer contra el interés público. La lista de lo que no han hecho y que debieron hacer es larga. No despacharon el ferrocarril longitudinal, no dieron curso a contratos de colonización, como el de Nueva Italia, no crearon la Embajada en Estados Unidos, no aprobaron ni ferrocarriles ni otras obras públicas de gran utilidad que duermen ahí desde hace años. En cambio dieron el escándalo de las sesiones aquellas en que dormían unos y hablaban vaciedades otros, y realizaron cada quince días una tentativa, por suerte frustrada, para derribar el Ministerio". (ZigZag, 10-2-1907)

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tar medidas tendientes a impedir que los miembros del Congreso in­ tervinieran como tales en la administración y suprimir la iniciativa par­ lamentaria en materia de gastos públicos”416. Sin embargo, el inmovilismo político respondía cabalmente al inte­ rés oligárquico, al punto de que todas aquellas constataciones perdían relevancia. La administración por parte del Estado de la gran renta del salitre (proveniente del impuesto del 50% de los valores exportados] le proveía a las diversas fracciones de la oligarquía de un notable y cre­ ciente ingreso económico y status social, que les generaba gran satis­ facción y complacencia. De este modo, para la conmemoración del Centenario, El Mercurio señalaba, en su editorial deí 18 de septiembre de 1910, que “el primer siglo termina para nosotros en condiciones que hubieran satisfecho el patriotismo de los fundadores de la República (...) En el orden material hemos dado vigoroso impulso a nuestras industrias (...) En la instrucción pública hemos levantado al nivel de los países más adelantados nuestros métodos y programas (...) El crédito de Chile es sólido (...) La admi­ nistración pública se halla organizada y sufre incesantes reformas que la perfeccionan y completan. Nuestra justicia tiene prestigio y goza dentro y fuera del país de fama de honrada y prudente. Y, por fin, en la organización política hemos llegado a un régimen de libertad en el orden (...) El cuadro de nuestra situación presente es risueño (...) ¡Excelsior! es el grito que se escapa de nuestra alma en este momento. La mirada hacia atrás solo debe servir para infundirnos una enérgica seguridad en el porvenir”417. A su vez, el destacado hombre público José Alfonso elogiaba el sistema político, el mismo 18 de septiembre, en las páginas de El Ferro­ carril: “Ese gobierno fuerte y aristocrático se apoyó en los elementos conscientes del país y ha sido un producto legítimo del medio”418. Incluso, escribiendo en 1930, Manuel Rivas Vicuña daba un cuadro idílico de la situación del país a fines del gobierno de Barros Luco (1915): “El régimen de nuestras instituciones democráticas había pasado por cinco años de nueva experiencia y salía airoso de la prueba. El país sentía la satisfacción que produce la libertad. Las ideas se desarrollaban en amplia discusión. Cada cual podía expresar sus anhelos y manifestar sus opiniones sin temor. La personalidad humana se levantaba al nivel de su dignidad y las masas ganaban en cultura (...) La propia satisfac­ ción del sentimiento de la libertad evitaba los desbordes de la pasión o los excesos ardorosos de las reivindicaciones populares”419.

416 cit. en Donoso (1952); Tomo I; p. 182. 417 Sofía Correa, Consuelo Figueroa, Alfredo Jocelyn-Holt, Claudio Rolle y Manuel Vicuña. Documentos del siglo XX chileno, Edit. Sudamericana, Santiago, 2001; pp. 85-86.

418 cit. en Barros y Vergara; p. 165. 419 Rivas; Tomo I; p. 602.

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Muy distinto era, por cierto, el planteamiento de los líderes popu­ lares y de los intelectuales de clase media críticos del sistema oligárquico. Así tenemos los conceptos de Luis Emilio Recabarren expresados, el 3 de septiembre de 1910, en su conferencia “El Balance del siglo. Ricos y pobres a través de un siglo de vida republicana”: “...el aniversario de la independencia nacional (...) solo tienen razón de conmemorarla los burgueses, porque ellos, sublevados en 1810 contra la corona de Espa­ ña conquistaron esta patria para gozarla ellos (...) pero el pueblo, la clase trabajadora, que siempre ha vivido en la miseria, nada, pero abso­ lutamente nada gana ni ha ganado con la independencia (...) la fecha gloriosa de la emancipación del pueblo no ha sonado aún. Las clases populares viven todavía esclavas, encadenadas en el orden económico, con la cadena del salario, que es su miseria; en el orden político, con la cadena del cohecho, del fraude y la intervención, que anula toda ac­ ción, toda expresión popular y en el orden social, con la cadena de su ignorancia y de sus vicios, que le anulan para ser consideradas útiles a la sociedad en que vivimos”420. Así también Alejandro Venegas (“Dr. Valdés Cange”) describía en 1910 el sistema político como regido por “una oligarquía, que para asegurar su situación ha reformado nuestra Carta Fundamental y ha dictado leyes que han producido la ruina moral de los partidos políti­ cos y hacen imposible el gobierno de un presidente serio y patriota que no quiera hacerse instrumento vergonzoso de los oligarcas”. Asimismo, definía el país como “una república oligárquica que talvez no tiene par en los tiempos que alcanzamos”, donde “hay solo dos clases sociales, ricos y pobres, esto es, explotadores y explotados; no existe la clase media: los que no somos ricos ni menesterosos y aparentemente for­ mamos el estado llano, somos gente de tránsito, salida del campo de los explotados y en camino para el de los opulentos”421. 3. Gran similitud de los partidos políticos

En concordancia con el inmovilismo del sistema político, la generali­ dad de los partidos presentaban una gran similitud ideológica, política y social. Solo el tema religioso, con sus consecuencias educativas, gene­ raba divisiones relevantes, las que, a su vez, se reflejaban en la confor­ mación de los dos grandes bloques políticos del período: la “Coalición”, con el Partido Conservador como elemento permanente, grupo este clerical por excelencia, y la “Alianza Liberal”, cuya columna vertebral era el Partido Radical, eminentemente laico422. 420 Luis Emilio Recabarren. Obras Escogidas, Edit. Recabarren, Santiago, 1965; pp. 74 y 78-79.

421 Alejandro Venegas. Sinceridad. Chile íntimo en 1910, Edic. CESOC, Santiago, 1998; pp. 78 y 223-224. 422 De acuerdo con Jaime Eyzaguirre: "Si al Partido Conservador se le tenia como portavoz del clero, (...) al Partido Radical se le señalaba como el órgano público de expresión de las logias masónicas.

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Sin embargo, en prácticamente todos los demás temas tenían idén­ ticos o parecidos puntos de vista. Como lo señala Leopoldo Castedo: “...en cuanto a las diferencias, sólo había en puridad una, aunque bicéfala: la cuestión religiosa y su proyección en la enseñanza. En todo lo demás: patriótica unidad frente a los graves conflictos fronterizos latentes; defensa de los intereses de grupo frente a las progresivas ten­ siones sociales que se agudizaban con la crisis del salitre; (...) la acepta­ ción de una sociedad estratificada con enormes diferencias sociales que se consideraban naturales, que siempre habían sido así y que no había porqué cambiar. En todos estos postulados, liberales, balmacedistas (li­ berales-democráticos), conservadores y radicales apenas se planteaban discrepancias que, por otra parte, no existían, ni en la forma ni en el fondo”423* . Gonzalo Vial va más lejos, al incluir en dicha unanimidad a los democráticos:"... Conservadores, radicales, liberales, nacionales y de­ mocráticos pensaban en política exactamente lo mismo y, además, ese pensamiento común (el ideario parlamentarista y la ‘libertad electo­ ral’) ya no era aspiración: era un hecho. De tal modo, no se sabía a ciencia cierta para qué existían los partidos, ni menos la razón por la cual una persona debiese ser v.gr., liberal y no radical, o nacional, o • ”424 viceversa El conflicto laico-clerical se dio durante la república oligárquica fundamentalmente en torno a la educación. Y, sobre todo, en relación a las subvenciones estatales a los colegios privados católicos gratuitos, asunto en el que triunfaron los conservadores, y respecto de la tutela estatal de los exámenes, títulos y grados de la educación particular, en el que ganaron los radicales. A tanto llegó la animosidad en estas materias que el Partido Con­ servador se opuso durante muchos años (hasta 1920) a establecer la educación primaria obligatoria -que en un principio fue de cuatro añosen gran medida por su hostilidad al sistema escolar público que era controlado por los radicales, a través de la Universidad de Chile. El hecho de que aquella hostilidad mutua fuera tan grande, pese a que la índole de las diferencias era de escasa relevancia, indica los altos grados de intolerancia propios de nuestra oligarquía.

Nutridos asi en fuentes tan opuestas, el antagonismo de ambos se hacía infranqueable y la presencia de uno en el poder importaba la necesaria exclusión del otro. Siendo los partidos de mayor base electoral y de más firme solidez interior, no había gobierno sin la participación de uno de ellos. Pero como sus fuerzas no alcanzaban a ser suficientes para permitirles detentar el poder solos, debían recurrir al concurso de los grupos liberales que acabaron así por transformarse en el suplemento indispensable de toda combinación de partidos". (Eyzaguirre (1992); p. 166) Naturalmente, lo anterior dejó al centro político -los diversos grupos liberales- como ejes fundamentales del sistema político. Es así que durante el período 1891-1925 dichos grupos formaron siempre las mayorías de los gabinetes y ocuparon permanentemente la Presidencia de la República. 423 Castedo; p. 78. 424 Vial (1996); Volumen I, Tomo II; p. 581.

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Es así que eran frecuentes las riñas callejeras entre estudiantes de liceos fiscales y de colegios católicos425. Las condenas de los “liberales” en estos últimos eran tan lapidarias que provocaban efectos traumáticos, como lo cuenta Eduardo Balmaceda Valdés respecto del Colegio San Ignacio: “No olvido cuando el hermano Llanas disertaba en clase sobre los partidos políticos y ya en el paroxismo de su pasión terminaba diciéndonos que todos los que pertenecían al Partido Liberal estaban irremisiblemente condenados a las eternas llamas del infierno. Yo sabía que mi padre y toda nuestra familia eran liberales y, a su vez, buenos cristianos y profundamente religiosos; no podía pues entender el rigor de la justicia divina (...) Tal era la pasión con que de estos asuntos se opinaba en ese ambiente, bajo la férula de los ministros del Señor, que yo más de una vez en la ingenuidad de mi niñez, llegué hasta avergon­ zarme de mi nombre”426. Por otro lado el diario radical La Ley^a propósito de dos procesos por acusaciones de pederastía contra sacerdotes en colegios católicos, señalaba a comienzos de 1903 que “según la observación de los sabios y la conciencia pública, un noventa por ciento de los clérigos que ha­ cen el voto aludido (de castidad) no lo cumplen. Muchos actúan como la naturaleza exige; los más emplean medios vedados”. Y terminaba afirmando que “el clérigo regular o secular, delgado, pálido, afeminado, suave de maneras, dulce de carácter, contemplativo hermano de los niños (...) es el ejemplar modelo del hombre que sufre desviaciones de naturaleza, por castidad forzada”427. En respuesta a la virulencia de La Ley, el Arzobispo Mariano Casanova prohibió a los católicos, en agosto de 1895, leer dicho diario “bajo la pena de excomunión mayor ‘ipsofacto incurrenda y abarcando ésta a todos sus cooperadores o favorecedores (...) los accionistas y suscriptores, los editores, redactores, impresores, repartidores, vendedores y los que • ”428 ponen avisos H . Además, la Iglesia Católica se abanderizaba abiertamente con el Partido Conservador. Así, “en el directorio conservador que discutió el año 1906 la inminente elección presidencial intervinieron cuatro sacer­ dotes: Rafael Eyzaguirre, Gilberto Fuenzalida, Carlos Silva y Alejandro Larraín”429. Y cuando en 1910 el católico Guillermo Subercaseaux plan­ teó que la Iglesia no debía tener partido político, el presbítero Eugenio 425 Ver Heise; Tomo I; pp. 203-204; y Vial (1996); Volumen I, Tomo I; p. 184. 426 cit. en Heise; Tomo I; p. 204. Y no solo se trataba de hermanos. El entonces joven sacerdote José María Caro escribió en 1901, durante la campaña presidencial, un folleto contra el candi­ dato liberal -y futuro presidente- Germán Riesco titulado El riesquismo ¿es pecado? (Ver Vial (1996); Volumen I, Tomo I; pp. 72 y 191).

427 cit. en Vial (1996); Volumen I, Tomo I; p. 79. 428 Vial; op. cit.; p. 80. Incluso, "en un auto de fe, el 18 de agosto de 1895, se incineraron en la puerta del palacio arzobispal ejemplares de ‘La Ley'". (Heise; Tomo I; p. 211).

429 Vial; op. cit.; p. 70.

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Jara replicó enfáticamente: “¿Qué católico puede descansar tranquilo después de haberse viciado la constitución cristiana de la familia con la ley de matrimonio civil y de haberse perturbado la conciencia del país con las llamadas leyes teológicas?(...) Se necesita un partido católico que defienda (a Jesucristo) en el templo de las leyes en donde tiene enemigos, como los tuvo en la antigua sinagoga”430. Pese a todo, la lucha por los temas religiosos perdió cada vez más vigencia por la progresiva secularización de la sociedad y porque “casi todas las reivindicaciones del ‘laicismo’ eran ya realidad”431. De acuer­ do con Rivas Vicúña, ya en el período de Barros Luco “la cuestión reli­ giosa ni se planteaba, ni lograba interesar al público”432. Como señala ácidamente Gonzalo Vial, para mantener vigente el fervor en dicha pugna “fue preciso inventar conflictos ‘doctrinarios’, como aquella larga y enconada discusión: si el matrimonio civil debía o no preceder al religioso, polémica bizantina elevada durante años al rango de asunto extremadamente importante para Chile”433. Además de las similitudes ideológicas, los partidos políticos que integraban el Congreso constituían fieles expresiones de la clase oligárquica dominante. Así, de acuerdo con Ximena Vergara y Luis Barros, aquellos partidos eran “asociaciones de poder en que se expresa esta oligarquía” y que derivado de ello “resaltan las semejanzas de los intereses económicos que representan” y “la falta de relevancia que a nivel de la acción política tienen ciertas diferencias que se dan entre ellos”434. Este carácter oligárquico se expresaba en la composición misma de los partidos y en la forma como se estructuraban internamente: “Hasta 1912 las clases media y trabajadora no participaban en la vida pública. La acción partidaria era monopolio de la alta burguesía (...) Esta es­ tructura aristocrática dio a los partidos una militancia reducida que por regla general se agrupaba en torno a una personalidad de gran re­ lieve. Los conservadores, alrededor de Manuel José Irarrázaval o de Domingo Fernández Concha; los nacionales junto a (Antonio) Varas o a la familia Edwards; los radicales, en torno a (Manuel Antonio) Matta o a (Enrique) Mac-Iver; los liberales, alrededor de los hermanos Eduar­ do y Augusto Matte y los liberales democráticos en torno a Claudio Vicuña, José A. Vergara o Juan Luis Sanfuentes (...) Las agrupaciones políticas carecían de una estructura de bases. Sus dirigentes no eran elegidos por la militancia; eran impuestos por el jefe del partido. Ellos se encargaban también de definir el programa. Los problemas eran es­ 430 cit. en Vial; op.cit.; p. 70.

431 Vial (1996); Volumen I, Tomo II; p. 581. 432 Rivas; Tomo I; p. 600. 433 Vial (1996); Volumen I,Tomo II; p. 581. 434 Vergara y Barros; p. 86.

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tudiados y resueltos en reuniones privadas, comidas íntimas o ‘tertulias políticas' en el domicilio particular del dirigente”435. En forma más descarnada definía lo anterior El Mercurio en octu­ bre de 1906: “¿Cuántos son los hombres que se dedican a la tarea de enredar, de cubiletear, de echar abajo a los ministros y de pescar a río revuelto? Son unos veinte o treinta a lo sumo, senadores y diputados que cultivan ese viejo sistema, sin el menor escrúpulo y sin el menor espíritu público (...) Para ellos, la política y el gobierno de la nación sólo consisten en que ellos conserven su preponderancia, su autoridad de leaders de los pequeños bandos, sq importancia de buscadores de empleos y pitanzas para los amigos, su carácter de árbitros de la vida del país”436. Incluso el partido balmacedista (liberal-democrático), que teórica­ mente era el más distante al estilo parlamentarista-oligárquico de ha­ cer política, se plegó con entusiasmo a él. A tal punto, que pasó a ser el partido que se movía con más desenfado en el mundo de intrigas que caracterizó a las constantes rotativas ministeriales de la época: “Los liberales democráticos fueron los máximos ‘cubileteros’ parlamentaristas; los más asiduos promotores de crisis ministeriales (habiendo asumido carteras desde 1897); los tejedores de alianzas más heterogéneas y los más despiadados profitadores del presupuesto y cargos adminis­ trativos”437. Por otro lado, el Partido Demócrata, que representaba en alguna medida a los sectores medios y obreros emergentes, se “acomodó” al sistema: “Pasado 1891 el establishment político fue asimilando poco a poco a los democráticos, convirtiéndolos en un partido más del régi­ men (...) En la Cámara desde 1894 y en el Senado desde 1912, lenta pero definitivamente se incorporaron al juego del Congreso, con todos sus accesorios, corrupción inclusive. Si bien, por lo común fueron ‘aliancistas’, también ocasionalmente estuvieron con la Coalición (1911). No hicieron remilgos ante ningún pacto, si les aseguraba pues­ tos parlamentarios y -sin practicar ellos el cohecho- toleraron impasi­ bles lo ejercitasen sus socios políticos del momento. Llegado 1916, ya recibieron carteras ministeriales. Ellas exacerbaron los apetitos y divisionismos internos. ‘Mi partido (comentaba Malaquías Concha el año 1918) se despedaza por la cartera’”438.

435 Heise; Tomo II; p. 295.

436 cit. enVial (1996); Volumen I,Tomo II; pp. 582-583.

437 Vial (1996); Volumen I, Tomo II; p. 579. Asi, el PLD y particularmente su líder Juan Luis Sanfuentes, mantuvieron muy buenas relaciones con los dos partidos del extremo del espectro político: el Conservador y el Demócrata; "Juan Luis Sanfuentes tuvo siempre a su disposición al partido conservador. Mantuvo también permanentes y muy cordiales relaciones con el partido demó­ crata. Era amigo personal de sus principales dirigentes, conocía muy bien sus debilidades, sus fuerzas electorales y su distribución a lo largo del país". (Heise; Tomo II; p. 334) 438 Vial (1996); Volumen I, Tomo II; pp. 576-577.

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Es cierto que con el cambio de siglo empezaron a surgir sectores minoritarios en los partidos históricos (especialmente en el Conserva­ dor, Liberal y Radical) que manifestaron preocupación por las grandes desigualdades sociales y particularmente por la miseria que agobiaba a los sectores populares. Sin embargo, aquellos no lograron sensibilizar para nada a las élites dirigentes de los partidos. Como lo señala el polí­ tico liberal Rivas Vicuña,”...todo este movimiento social es extraño a la dirección política y a la acción de sus hombres y no logra reflejarse intensamente en el Congreso”. Incluso, “aun en las filas radicales las ideas de (Valentín) Letelier (que formalmente ganaron en la Conven­ ción de 1906) quedaron incorporadas en el programa, pero no lograron penetrar en la mente de los hombres que dirigían su acción”439. Otra característica de los partidos políticos de la época fue la gran concentración de su liderazgo en la oligarquía de Santiago: “La élite política se gesta, se organiza, evoluciona y cristaliza en Santiago... Ha­ cia el novecientos las oligarquías provincianas están, en general, relega­ das al papel de séquito de los dirigentes santiaguinos”. A tal punto se dio lo anterior que “los cargos parlamentarios son llenados casi exclu­ sivamente con personeros de la élite dirigente capitalina”. Incluso, los dirigentes santiaguinos se iban rotando en la representación parlamen­ taria de distintas provincias con lo que disminuía aún más la posibili­ dad de que le dieran algún contenido regional a su labor política: “Así, Manuel Recabarren, conspicuo dirigente radical, aparece en su larga carrera parlamentaria representando sucesivamente a Illapel, Talca, Arauco y Concepción. Vicente Reyes, líder liberal, también de prolon­ gada trayectoria parlamentaria, actuó como representante de O valle, Talca, Valparaíso, Coquimbo y Santiago. Ramón Barros Luco (...) no les va a la zaga: es nombrado sucesivamente parlamentario por Casablanca, Caldera, Curicó, Valparaíso, Santiago, Tarapacá y Linares”440. 4. Altos niveles de corrupción La total colusión de poderes propia de la república oligárquica posibi­ litaba una gran corrupción entre las diversas élites. Si a ello le agrega­ mos el gigantesco incremento de los ingresos administrados por el Es­ tado (proveniente de los impuestos al salitre) y el predominio de valores materialistas de búsqueda de riqueza y status social, estamos frente a las condiciones ideales para que la corrupción se desarrollara práctica­ mente sin restricciones en la vida pública chilena. De partida, el fraude electoral que vimos precedentemente consti­ tuía un elemento corruptor de las bases mismas del sistema político: la voluntad ciudadana. 439 Rivas; Tomo I; pp. 173-174. 440 Barros y Vergara; pp. 107-108.

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Otro factor fundamental de corrupción de la élite partidista y par­ lamentaria se manifestaba a través de dos mecanismos similares: “...la brutal del gestor administrativo, y la sutil del político que enhebraba negocios y representaba grandes empresas”441. Este último era posibili­ tado por un sistema de inhabilidades que solo le prohibía a los parla­ mentarios ser contratistas o proveedores del Estado. De acuerdo con Gonzalo Vial, el mayor efecto corruptor lo produ­ cía “el sutil y hondo contubernio entre los negocios más importantes y que movían más dinero -las salitreras, los bancos, las principales casas del comercio foráneo- y los parlamentarios y altos políticos. A los cuales no les era pedido por sus acaudalados ‘amigos’ nada tan burdo como una gestión administrativa, sino una especie de protección o patronato gene­ ral ante los poderes públicos. La recompensa era también discreta (...) pero sabrosa. Cargos de directores en bancos y empresas. Participación económica en éstas, con tan holgado plazo para pagarla que casi, casi parecía un regalo. Y especialmente abogacías. Las últimas eran las favo­ ritas, porque una gran mayoría de los políticos fueron abogados, y muy eficaces como tales; porque las empresas comúnmente tenían muchos problemas jurídicos; porque éstos eran tan cuantiosos que justificaban con decoro un honorario considerable; y porque en ellos era donde mayor valía representaba la influencia política”442. Sintomáticamente, todo lo anterior era plenamente tolerado, no extrañándole a nadie que muchos de los mas altos líderes políticos del período fueran abogados, consultores o directores de bancos o de gran­ des empresas nacionales o extranjeras. Así, el destacado político liberal-democrático y luego liberal Guillermo Rivera “fue durante muchos años consultor de las más poderosas firmas extranjeras asentadas en Valparaíso, ciudad que representó durante varios períodos en la Cáma­ ra de Diputados y en 1909 en la de Senadores”. A su vez, el connotado parlamentario y ministro liberal Samuel Claro Lastarria era “abogado consultor de diversos bancos, así como de la Empresa de Tracción y Alumbrado Eléctrico”443. El propio Ramón Barros Luco era “consejero de la Caja de Crédito Hipotecario, miembro del consejo del Banco de Chile” y “presidente de numerosas sociedades anónimas que comprendían diversos ramos de la actividad nacional”444. También Germán Riesco fue “consejero legal y director en el Banco de Chile”. Por otro lado, Arturo Alessandri fue abogado de salitreras donde “ganó pleitos salitrales cuantiosos (uno solo le reportó como honorarios 75.000 libras esterlinas)”. A su vez, “el rey del salitre”, John North, tenía como abogados permanentes a dos con­ notados parlamentarios liberales: Julio Zegers y Adolfo Guerrero; y “en 441 Vial (1996); Volumen I, Tomo II; p. 600. 442 Vial; op. cit.; p. 602. 443 Castedo; pp. 194-195.

444 Rivas; Tomo I; p. 215.

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una u otra ocasión defendieron asimismo a North, ante los tribunales y las autoridades, Enrique Mac Iver, Marcial Martínez, Vicente Santa Cruz y Domingo Toro Herrera... todos políticos muy conocidos con vasta figuración ministerial, parlamentaria y diplomática”445. Por otro lado, “el señor (Juan Luis) Sanfuentes (precandidato presi­ dencial en 1910), corredor de comercio, hombre de negocios, presi­ dente y director de bancos y sociedades anónimas formaba parte preci­ samente de la oligarquía bancaria, como el señor (Agustín) Edwards, candidato de los nacionales”446. Tan natural era la corrupción de la época, que el banquero Julio Subercaseaux Browne, que tenía entre los directores de su empresa familiar (el Banco Mobiliario) al líder radical Enrique Mac Iver y al dirigente liberal Marcial Martínez, tilda en sus memorias a su direc­ torio como “palo blanco”, y añade que “cuando él mismo resultó ele­ gido diputado, ‘mi investidura parlamentaria fue favorable para el arreglo de diversas gestiones del Banco’”. A su vez, el diputado liberal Alfredo Irarrázaval denunciaba en 1901 en la Cámara que “es preciso decirlo fríamente (...) son los bancos los que en Chile tienen la direc­ ción de la política”. Sin embargo, “[él mismo ‘hacía gestiones adminis­ trativas representando bancos’1., según reconocería tiempo más tarde, atacado por el ministro Rafael Sotomayor en el célebre debate sobre la Casa Granja”447. Un tercer gran factor de corrupción -que se señaló precedente­ mente- lo representaba el “botín burocrático”, es decir, la práctica de designar en la administración pública y en los tribunales a personas por su sola condición de militantes o adherentes de un determinado parti­ do político. De acuerdo con Vial, “todos los partidos jugaron este juego. El pre­ sidente de uno de ellos (refería Julio Zegers) expresaba públicamente que los ministros tenían la obligación de distribuir puestos fiscales a sus correligionarios (1902). El mismo presidente -según Zegers- criti­ caba al ministro de Justicia, correligionario suyo, por no llenar aquella sagrada responsabilidad (1904). El secretario se defendía en ‘sesión solemne’ asegurando que la cumplía y, aun, ‘había ido más lejos ha­ ciendo algo que no debía en obsequio de sus amigos’ ”448. Notablemente, el partido balmacedista (liberal-democrático) y su jefe Juan Luis Sanfuentes eran los que más se distinguían en aquella corrup­ ción burocrática. Así, en 1897, “Sanfuentes con sentimiento declaraba que su partido, formado por hombres que vivían al amparo del gobierno, no podía mantenerse en la oposición”449; y “cuando los balmacedistas 445 Vial (1996); Volumen I, Tomo II; pp. 602 y 604-605.

446 Rivas; Tomo I; p. 166.

447 Vial; op. cit.; pp. 602-603. 448 Vial; op. cit.; p. 595. 449 Rivas; Tomo I; pp. 53-54.

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abandonaron el Gobierno y la Coalición (1898), Sanfuentes usó enton­ ces la tribuna senatorial para recordar los cuatro pilares básicos del pacto que su partido había celebrado con los demás coalicionistas el año ante­ rior. El cuarto pilar básico era tener los balmacedistas un 10% de los cargos públicos, magistratura judicial inclusive”450. En el caso de los nombramientos de jueces la disputa no pudo ser más vergonzosa: “Tan temprano como 1892 tuvo su primera explosión esa disputa. El Consejo de Estado proponía el nombramiento de los jueces (al Presidente de la República). Los consejeros liberales doctrinarios (‘carabinas recortadas’) y los radicales se aliaron ese año para no designar conservadores en la magistratura. La campaña fue dirigida por los liberales Eduardo Matte y Eulogio Altamirano. El últi­ mo, en la sesión del organismo citado, dijo que eran muy peligrosos los jueces adictos al bando políticamente opuesto. Razón: debían conocer y sancionar los delitos electorales”451. ' Lo anterior repercutió naturalmente en una degradación del Poder Judicial: “...los diputados, senadores y jefes políticos quisieron jueces de su amaño para que los secundasen en su alquimia electoral; algunos más desvergonzados, los buscaron para que les fallasen favorablemente sus pleitos privados (...) en una lucha degradante, de la que se alejaban necesariamente las personas de mérito, eternamente preteridas, por­ que no aceptaban compromisos previos con sus padrinos, único resor­ te válido en esa miserable concurrencia. Así el juez ignorante, compla­ ciente o prevaricador pasó a ser regla, y el hombre íntegro y recto, sabio y justo, un ave rara, que generalmente moría de frío o de tedio en algún rincón provinciano o era agobiado por una labor excesiva en la capital de la República”452. Otro importante factor de corrupción de la vida nacional lo consti­ tuyeron las administraciones municipales. De partida, el papel clave que ellas jugaban en la implementación del fraude electoral tuvo un efecto nefasto: “El hecho de que las municipalidades fuesen el centro de la corrupción electoral, las hizo corromperse ellas mismas. Los car­ gos comunales -regidurías inclusive- fueron sólo piezas en la máquina 450 Vial (1996); Volumen I, Tomo II; p. 596.

451 Vial; op. cit.; p. 596. 452 Carlos Vicuña (2002); p. 50. Alejandro Venegas nos presenta también el mismo cuadro: "Los intereses políticos y a veces los particulares, han llevado a los juzgados (...) a individuos sin decoro y sin preparación que pronto se han convertido en el azote del departamento que les ha tocado. Así se han producido esas calamidades de jueces que han avergonzado al país y de quienes solo se han librado sus víctimas gracias a una jubilación injusta, o mediante un ascenso más injusto aun". (Venegas; p. 85). Además, de acuerdo a Malaquías Concha, las graves deficiencias de los jueces iban en desmedro de los sectores populares: "Si yo trajera al debate las quejas que cada juez levanta en su departamento, si hiciera la historia verídica y completa de cada juez, qué cosas no tendría que decir. La Cámara se estremecería al oir la relación de tantos... errores judiciales. Digo así para emplear una frase benévola, pero esos errores se producen con tanta frecuencia que han pasado a ser un sistema ordenado y calculado para herir a una clase social en beneficio de las demás". (Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 11-8-1905)

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de votos montada por los partidos, y recompensa que los caciques re­ partían a sus sicarios”. Pero además, “el presupuesto municipal se gastó con los mismos fines” y “poco a poco, el simple aprovechamiento de los fondos y empleos locales dio paso al latrocinio abierto”453. La ley de la comuna autónoma que, aparte del control electoral, le entregaba a las municipalidades grandes responsabilidades en la pres­ tación de servicios locales, las convirtió en una “presa” muy atractiva para la voracidad de los partidos: “Convertidas las municipalidades en una poderosa fuerza electoral y económica, en los grandes centros de población, los pártidos se disputaron su predominio y los puestos edilicios fueron ocupados na por los ciudadanos más respetables y de más espíritu público, sino por politiqueros inescrupulosos, dispuestos a servir al partido por todos los medios en los actos electorales y en la repartición de los empleos y de los negociados. Esa es la razón de que cuando se esperaba mayor progreso local se hayan visto más desatendi­ dos los servicios públicos en todas las ciudades dé la República”454. Ciertamente que las municipalidades con mayores ingresos eran más codiciadas. Es lo que nos señalan Alejandro Venegas y Manuel Rivas Vi­ cuña: “Hay partidos que se han hecho célebres por su voracidad insacia­ ble para consumir presupuestos comunales: Iquique, Pica, Valparaíso, Concepción y Talcahuano”455; "... eran tradicionales los malos manejos de las municipalidades del norte, las más ricas de la república; la de Iquique estaba constituida en un negocio y en un centro partidista”456. Otro elemento importante de corrupción lo constituyeron las con­ cesiones de grandes extensiones de terrenos fiscales a unos pocos privi­ legiados. Esto fue duramente criticado por el diputado conservador Joaquín Echenique en sesión de la Cámara del 23 de agosto de 1905: “Las concesiones de tierras hechas con el pretexto de colonización y que no son sino regalos simulados de grandes extensiones del territorio nacional, hechos contra todas las leyes, contra las buenas prácticas ad­ ministrativas, contra todas las lecciones de la experiencia, y con tal re­ finado arte en los procedimientos, que ha llegado a formar una indus­ tria nueva en el arte de apropiarse los terrenos fiscales por medio de concesiones de colonización”457. El diputado calculaba que las conce­ siones hechas en las provincias de Malleco, Cautín, Valdivia, Llanquihue, Chiloé y Magallanes "sumaban muchos millones de hectáreas de te­ rrenos explotables, que con el correr de los años costarían muchos millones”458. 453 Vial (1996); Volumen I, Tomo II; pp. 590-591. 454 Venegas; p. 73. 455 Venegas; p. 73.

456 Rivas; Tomo I; p. 416.

457 cit. en Donoso (1952); Tomo I; p. 88.

458 Donoso (1952); Tomo I; p. 88. De acuerdo a Bengoa, "las concesiones de tierras australes fueron uno de los peculados y escándalos más gigantescos que se han cometido en la constitución de

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Pero sin duda el mayor escándalo, en este sentido, lo causó un de­ creto reservado del 27 de febrero de 1906 por el cual el gobierno de Riesco otorgó una concesión privada por 25 años de gran parte del territorio de Tierra del Fuego a Enrique Fabry y Domingo Toro Herrera, firmado exclusivamente por Riesco y su ministro Federico Puga Borne. Esto se supo un mes después y condujo a fuertes críticas de la prensa, resaltando la de El Diario Ilustrado del 28 de abril de 1906: “Esta con­ cesión debió someterse a consejo de ministros; pero estamos seguros de que los ministros conservadores (...) habrían preferido salir de La Moneda con la frente alta antes que aceptar tal enormidad”469. La profunda y extendida corrupción del período parlamentario se complementaba con un descarado rechazo de los poderes públicos a ponerle coto, cuando surgían iniciativas críticas en esa dirección por parte de algunos políticos con sentido ético. Así, en 1898, el Congreso rechazó por amplia mayoría un proyecto para prohibir que los parlamentarios pudieran actuar como abogados en juicios contra el Fisco*459 460. En 1904, el Senado rechazó un proyecto de Mac Iver destinado a reglamentar las relaciones entre el Gobierno y la banca461. Asimismo, en 1905 la Cámara de Diputados hizo lo mismo con una propuesta del diputado liberal-democrático Alberto Castillo destinada a establecer la incompatibilidad entre ser diputado y socio del Sindicato de Obras Públicas, sociedad anónima que se constituyó con el exclusivo objeto de postular a “las diversas obras públicas, fisca­ les o municipales”462. En su vehemente oposición al proyecto, el dipu­ tado Alfredo Irarrázaval -[socio del sindicato!- señaló que había suscri­ to acciones “todo el Club de la Unión, el primero de los centros sociales de Santiago” y concluyó indignado preguntándose: “¿Qué participa­ ción, qué influencia tendremos en esa sociedad los diputados (socios) que, entre todos, no alcanzamos a reunir treinta acciones en un block de mil?”463 También en 1905 la Cámara de Diputados rechazó abrumado­ ramente una acusación constitucional presentada por Joaquín Echenique en contra de los ministros Emilio Bello Codesido y Luis Antonio Vergara,

la propiedad rural en Chile. Conspicuos personeros de la terratenencia santiaguina compitieron en la especulación" (José Bengoa. Haciendas y Campesinos. Historia Social de la Agricultura Chilena. Tomo II; Edic. Sur; Santiago; 1990; p. 167) 459 cit. en Castedo; p. 132.

460 Ver Vial (1996); Volumen I, Tomo II; p. 600.

461 Ver Donoso (1952); Tomo I; pp. 85-86. En su defensa del proyecto, el senador radical sostuvo que "el Senado debe considerar que hay una necesidad absoluta, una necesidad de tranqui­ lidad nacional, en cortar para siempre estas fatales relaciones entre los Bancos y el Gobierno", (cit. en Donoso; (1952); p. 86). 462 Vial (1982); Volumen II; p. 413.

463 Vial; op. cit.; p. 414.

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por concesiones de cientos de miles de hectáreas de tierras magallánicas efectuadas pese a las objeciones legales del Consejo de Defensa Fis­ cal464. Por otro lado, el Congreso rechazó en 1904 un proyecto de ley presentado por Maximiliano Ibáñez, ministro de Hacienda, destinado a evitar la defraudación fiscal en torno a concesiones salitreras antiguas de poco valor que en virtud de una máquina política, administrativa y judicial se “reubicaban” en derechos a ricos terrenos salitreros del Esta­ do. Posteriormente,.gracias a la constancia del diputado Echenique, lo­ gró hacerse ley en 190 6465. Tampoco las acusaciones concretas contra inmoralidades cometi­ das por determinados parlamentarios generaban investigaciones serias, más allá del barullo generado en el primer momento466. Pero quizá la muestra más penosa de lo extendido de la corrupción y de la naturalidad con que se aceptaba fue un mordaz artículo publi­ cado por Marcial Martínez en la prensa en 1904, comentado por Gon­ zalo Vial: “El respetado y original jurista, ex diplomático y ex parla­ mentario propuso lisa y llanamente, legalizar y estatizar el soborno a los diputados. Con gran seriedad, recordó Martínez cómo, en la Ingla­ terra de Jorge III, Lord Grenville había comprado el apoyo político de Horacio Walpole, nombrando un sobrino suyo para un puesto bien re­ tribuido. Era ‘el soborno que un hombre honrado puede intentar sin ánimo de ofender a otro’ ¿Por qué no imitar en Chile este ejemplo? ‘¿Importaría esa práctica -se preguntó Martínez-, aunque transitoria, un forma nueva o desconocida de corrupción en nuestros hábitos polí­ ticos? No, pues lo que actualmente pueden tomar para sí ciertos miem­ bros del Congreso mediante su actividad y artificio lo recibirán direc­ tamente del Gobierno y así se lograría tal vez una gran economía para el erario. Queremos sustituir el botín bélico de los bandos indisci­ plinados, por la paga organizada de las tropas regulares’. Admitido el soborno del Parlamento por el Gobierno, solo faltaría que el primero creyese, además, que sus decisiones eran ‘el fruto de la independencia y de su libre voluntad’. Pero esto no era difícil si semejante convenci­

464 Ver Donoso (1952); Tomo I; pp. 88-89; y Vial (1982); Volumen II; pp. 407-409. 465 Ver Donoso (1952); Tomo I; pp. 90-91; y Vial; op. cit.; pp. 409-413. En sus denuncias Echenique señaló que "el negocio no lo pueden hacer sino las personas de gran influencia, pues es necesario contar con la complicidad de jueces, ingenieros y encargados de la defensa del Fisco" y que "numerosos miembros del Congreso y altas personalidades políticas han aprovechado estos millones defraudados al Fisco”. (Vial; op. cit.; p. 410)

466 Así, Vial nos señala que "el 1 de Junio de 1901 la Cámara se sacudió con la denuncia de El Mercurio, según la cual ciertos diputados revelaban a las grandes casas comerciales y bancarias lo que se decía en las sesiones secretas, datos subsecuentemente utilizados para especulaciones; mas tampoco ahora hubo investigación. En 1904 el diputado Alfredo Irarrázaval (...) sindicó a cuatro colegas como gestores en las propuestas de calzado militar. Se levantó una inmensa polvareda y la Cámara acordó formar una 'comisión parlamentaria' que investigase este y otros escándalos. El resultado fue exactamente cero". (Vial (1996); Volumen I, Tomo II; pp. 601-602)

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miento se encomendaba ‘a un hombre hábil y tan audaz como abun­ dan entre nosotros’, el cual, para mayor posibilidad de éxito, se cubrie­ se con ‘el manto de una oratoria amplia y sonora’”. Como concluye Vial, “este artículo en el que un hombre de gran reputación trataba al Congreso Nacional con el más hiriente y despreciativo sarcasmo, indi­ ca la hondura del desprestigio parlamentario”467.

5. Represión dosificada de la disidencia La república oligárquica, así como la república autocrática que la pre­ cedió, mantuvo una fachada claramente democrática. Su sistema elec­ toral, su división de poderes, su legislación sobre derechos civiles y políticos, su sistema de partidos y su libertad de expresión correspon­ dían formalmente al funcionamiento de ún sistema democrático. Pero en la práctica expresaban un pleno dominio oligárquico que margina­ ba a la gran mayoría de la población de todo poder real. Y cuando los grupos o personas críticas del sistema amenazaban de algún modo su carácter elitista (buscando darles contenidos efectivos a los derechos y libertades formalmente establecidos) la maquinaria de poder utilizaba todos los mecanismos de cooptación o represión necesarios para con­ jurar el peligro. Para el éxito en la conjuración de aquellos peligros bastaba general­ mente con la cooptación o la represión en pequeñas dosis. El inmenso poder político, económico, social, cultural, religioso y militar de la oli­ garquía, en contraste con la subordinación y sumisión tradicional de las grandes mayorías populares (“el peso de la noche”)468, hacía general­ 467 Vial (1996); Volumen I, Tomo II; p. 614. 468 Para graficar hasta qué extremos llegaba la sumisión popular valgan dos experiencias de extranjeros residentes en nuestro país en 1891. Una del corresponsal inglés Maurice Hervey, quien se embarcó en el navio gubernamental Imperial durante la Guerra Civil. Al recalar en Coquimbo, con varios oficiales superiores del barco y volver de noche ■ este, aquellos olvidaron el santo y seña: “Al acercamos al 'Imperial' recibimos el quién vive -¡ 'Imperial'!- gritó (el coronel) Campos; -¡Alto 'Imperial'!- contestó el centinela -¿El santo y seña?; -¡Maldita sea! -murmuró el Coronel- ¡se me ha olvidado!; -No importa- dijo el Coronel Errázuriz, que estaba con nosotros, y un tanto mareado -No importa, yo lo daré y grita: ¡Ratones! Se oyó en seguida el chasquido del rifle del centinela y algunos tiros golpearon la regala en medio de la embarcación. -¡Carajo bramó (el Capi­ tán) Moraga- ¿No conoces mi voz? -Si, Comandante- contestó el centinela, -pero sus órdenes siem­ pre han sido que no se permita a nadie aproximarse al buque sin dar el santo y seña, y se puso tranquilamente el fusil al hombro.-¡Maldito tonto!- dijo Moraga- ¡Llame al oficial de guardia! -Sí, mi Comandante -fue la respuesta. No tardó en aparecer el oficial y se salvó la situación “. (Maurice Hervey. Días Oscuros en Chile, Edit. Francisco de Aguirre, Buenos Aires, 1974, p. 177) El otro testimonio es el del ya mencionado ingeniero belga Gustave Verniory, quien intercedió exitosamente para librar a un campesino pobre (Francisco Soto) padre de seis hijos del recluta­ miento gubernamental durante la guerra civil en Lautaro: “Una hermosa niña de quince a dieci­ séis años se presentó en mi casa al anochecer. ‘Soy -me dijo- la hija de Soto, a quien usted ha hecho liberar. Mi padre y mi madre me mandan a ponerme a su disposición. ¡Oh, candor del bajo pueblo chileno! Le doy algún dinero y la devuelvo donde sus padres, en medio de su gran asombro". (Verniory; pp. 168-169)

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mente innecesaria una fuerte represión. Pero cuando los mecanismos “suaves” fracasaban, la oligarquía no dudaba en utilizar los medios más extremos de represión, incluyendo las más feroces matanzas, como la de Iquique en diciembre de 1907. En relación al sistema de partidos, el desafío que pudo representar el Partido Democrático fue superado con el efecto del cohecho y, espe­ cialmente, con la cooptación que hizo de su liderazgo. Así, dicho parti­ do se integró con el tiempo en los marcos de la Alianza Liberal e, inclu­ so en ocasiones, a la Coalición conservadora, con lo cual perdió toda connotación rupturista469. Sin embargo, a partir de 1905 surgió una fracción socialista en di­ cho partido liderada por Luis Emilio Recabarren470. Esto provocó una preocupación mayor en los partidos oligárquicos que se tradujo en la arbitraria anulación por parte de la Cámara del triunfo de tres de los seis diputados demócratas electos en 1906471. Especialmente descara­ da fue la exclusión de Recabarren quien había triunfado en Iquique, a quien primero se le anuló su elección, “so pretexto de que no había prestado el juramento en la forma tradicional”472, por lo que la Cámara ordenó repetirla. Esta fue ganada nuevamente por Recabarren, pero entonces “se le acusó de fraude electoral y se le negó el asiento en la Cámara de Diputados”473. No obstante, la verdadera razón la expresó el diputado radical Enrique Rocuant Figueroa, quien al fundamentar su voto señaló: “Yo declaro que si no hubiera estricta justicia para ex­ pulsar al señor Recabarren de la Cámara, ello sería necesario hacerlo por razones de alta moralidad social y por otras que están vinculadas a la felicidad y engrandecimiento del pueblo, pues no es tolerable que en la Cámara vengan a representarse las ideas de disolución social que sostiene el señor Recabarren”474.

469 En todo caso, en sus inicios el Partido Democrático fue objeto de una represión y hostiga­ miento sistemático. A tal punto, según relata retrospectivamente su senador Guillermo Baña­ dos en 1923, que a cada ciudadano que se incorporaba a sus filas se le asignaba un apodo: “El origen de esta tradición (...) arranca de los primeros tiempos del nacimiento de la democracia en Chile. La policía y los hombres de gobierno miraban con sumo desagrado el advenimiento de un partido netamente popular, y de aquí que lo hostigaran por todos los medios a su alcance y algunas veces se les persiguiera como a individuos fuera de la ley. El hecho de ser demócrata era causal suficiente para encarcelar a un ciudadano honrado y privarlo por horas y días de su libertad, sin fórmula alguna de proceso". (Guillermo Bañados. Himnos del Partido Demócrata, Impr. La Uni­ versal; Santiago; 1923; pp. 24-25)

470 Ver Barnard; p. 19. 471 Ver James Morris. Las élites, los intelectuales y el consenso, Edit. del Pacífico; Santiago, 1967; p. 97. 472 Jobet; p. 142. 473 Morris; p. 97.

474 cit. en Jobet; p. 142. En su defensa Recabarren planteó que “no es que nosotros traigamos aquí esta división de clases para acentuarla ante la Cámara; es la Cámara la que marca esta división cuando al pobre, por el solo hecho de ser pobre, se le señala la puerta (...) Cuando la clase trabaja­ dora lleva sus representantes a las instituciones públicas bajo el amparo de las leyes existentes, llega

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Otra discriminación, de menor entidad, fue la sufrida por el dipu­ tado democrático Bonifacio Veas, quien, en febrero de 1908, fue sus­ pendido de la Cámara por cinco sesiones por insistir vehementemente en fundamentar su voto contrario al envío de un telegrama de condolencias al gobierno de Portugal por el asesinato del rey de ese país y del príncipe heredero, de manos de un anarquista. Dicha máxi­ ma sanción nunca había sido aplicada con anterioridad, incluso frente a incidentes más graves* 475. Por otro lado, Luis Emilio Recabarren fue, entre 1903 y 1906, per­ manentemente hostigado y varias veces reprimido por sus actividades políticas y periodísticas en la zona de Tarapacá. Poco después de fundar el periódico El Trabajo de la Mancomunal de Tocopilla, “Recabarren y algunos directores mancomúnales, acusados de propaganda subversi­ va, son detenidos; otros huyen; la policía incauta el taller; el periódico interrumpe su publicación. Comienza 1-904. Recabarren logró aban­ donar la cárcel, bajo fianza, en octubre (...) La prensa popular ha agita­ do como bandera el nombre de Recabarren; la Convención Manco­ munal celebrada en Santiago en 1904 ha pedido sea liberado”476. Luego, junto con ser despojado de su cargo de diputado, se le acusó de sedi­ ción por la huelga de febrero de 1906 en Antofagasta, cuya represión causó numerosos muertos, siendo que ni siquiera había participado en ella. Además, se le reactivó el proceso de 1904 que terminó con una condena de 541 días. Huyó de Chile para evitar su arresto y cuando volvió, en 1908, cumplió el resto de su condena de cárcel477. la mano enguantada del caballero a usurparle su legítima representación, manifestándole que no es digna de su compañía (...) No me duele retirarme de este recinto; alfinyal cabo no soy yo el ofendido. Es el pueblo que me ha elegido el que tendrá que convencerse de que aquí, pasando sobre la Constitu­ ción y las leyes, se ha violado su voluntad claramente manifestada", (cit. en Jobet; pp. 142-143)

475 En rigor, el reglamento de la Cámara no contemplaba el fundamento de los votos, pero en la práctica se hacía habitualmente. Además, para los diputados demócratas era explicable su re­ chazo al comportamiento de una Cámara que ni siquiera había querido debatir la interpelación presentada por ellos al Gobierno por la reciente matanza de Iquique del 21 de diciembre de 1907. Precisamente en su argumentación previa a la votación, Veas -además de señalar que formalmente era un tema atingente al Poder Ejecutivo- señaló que "este reinado (de Portugal) no ha tenido siquiera la consideración de manifestar sentimiento por los asesinatos de trabajadores ocurridos en Iquique y ordenados por el Gobierno de este país". (Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 4-2-1908). Luego de cumplida su suspensión Veas enfatizó que "yo me opuse al voto de condolencia propuesto por Su Señoría, porque el Gobierno ya había enviado un telegrama con toda oportunidad, como era de su deber, lamentando la desgracia de la Nación portuguesa”, y que "por otra parte, el cable nos había dado cuenta de que el Portugal se encontraba completamente perturbado a consecuencia de las medidas tiránicas del Rey, que había reducido a prisión a muchos ciudadanos prestigiosos, deportándolos como reos políticos y hasta había clausurado el Congreso para impedir la fiscalización de sus actos". (Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 8-2-1908) 476 Vial (1996); Volumen I, Tomo II; p. 874. 477 Ver Vial (1996); op. cit.; pp. 874-875. De acuerdo a Malaquias Concha, el Poder Judicial se sumaba activamente a la represión de la disidencia: “...no es posible que la ley de garantías sea violada y escarnecida por los jueces, después de una treintena de años que lleva de vigencia. No puede un juez creerse autorizado para arrastrar a la cárcel a un editor de diario o periódico, sin que

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Posteriormente, volvió a ser encarcelado en 1911 por más de un mes por “desacato a la autoridad”. A su vez, el diario El Nacional de Iquique, del 19 de junio de 1911, señalaba que Recabarren destruía la obra del patriotismo y que “es una atrocidad que se hagan en nuestro suelo manifestaciones de parte de una secta como la socialista, que por fortuna no existe en Chile y si los hay no son chilenos”478. Hubo también, particularmente a fines del siglo XIX, diversas ini­ ciativas destinadas a crear partidos socialistas claramente rupturistas del sistema social y político vigente. Sin embargo, no fructificaron, con­ formando una serie sucesiva de pequeños grupos con denominaciones socialistas de muy corta vidá y sin ningún impacto en el acontecer nacional. Con todo, en el caso de al menos una de ellas, la Unión Socialista, en octubre de 1897, se abatió la represión gubernamental. Así, en su acto inaugural, al que asistieron cerca de 250 personas, la policía utili­ zó una turba que prácticamente asaltó la sede. De acuerdo a La Ley del 18 de octubre, los asaltantes “maltrataron e hirieron gravemente a los miembros del directorio y a numerosos socios que asistieron a la confe­ rencia, entregándose en seguida, a un pillaje verdaderamente irritan­ te”479. Incluso, “el secretario a cargo de los registros era un agente encu­ bierto de la policía de Santiago que entregó la lista a las autoridades” y, posteriormente, la policía “arrestó varios de sus líderes y disolvió com­ pletamente la organización”480. Quienes sufrieron más sostenidamente la represión fueron los gru­ pos políticos anarquistas, tanto por su postura abiertamente confrontacional como por su mayor poder de convocatoria en los sec­ tores obreros y de artesanos. Es así que “la violencia y la destrucción obsesionaron a los primeros anarquistas, algo que la policía y las pre­ ocupadas élites percibieron rápidamente”481. Particularmente su pren­ sa llegó a ser incendiaria. Así, uno de sus líderes, Alejandro Escobar y Carvallo, escribía en la época que “el Capital, la Propiedad Privada y el Gobierno serán mañana eliminados y llevados con otras mugres a las

medie previa condenación hecha por un jurado establecido en conformidad a la ley de imprenta(...) Hemos visto a un juez de Tocopilla procesar por subversión contra el orden público (...) a un indivi­ duo que estaba en prisión desde hacia tres meses", luego que el Gobernador violara la correspon­ dencia del detenido “y mandó la carta en cuestión al juez(...) para que éste instaurara el proceso". (Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados, 11-8-1905) 478 Ver Julio Pinto y Verónica Valdivia. ¿Revolución proletaria o querida chusma? Socialismo y Alessandrismo en la pugna por la politización pampina (1911-1932); Edit. Lom, Santiago, 2001; p. 37.

479 cit. en Ramírez (1956); p. 233. 480 De Shazo; p. 92.

481 De Shazo; p. 93 Además, para dimensionar el temor oligárquico es importante tener en cuenta el carácter internacional del anarquismo, y el hecho que adeptos a sus ideas asesinaron a varios reyes y presidentes en Europa y América ■ fines del siglo XIX y comienzos del XX.

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puertas de la muerte (...) Nada será dejado de la basura política, eco­ nómica y religiosa de esta sociedad sodomítica(...) Todo será destruido por los nuevos comunistas de la nueva Comuna”482. Derivado de lo anterior, otro de sus principales líderes, “Magno Espinoza fue encarcelado por la publicación del diario anarquista ‘El Rebelde’ en 1898, pero nuevamente probó la vigencia de la libertad de prensa en Chile en un segundo número que apareció seis meses des­ pués. Sus insolentes expresiones: ‘Nos limpiamos el culo con el papel en que ustedes imprimen sus leyes’ le costó otro período de cárcel y el cierre permanente de ‘El Rebelde’”483. A su vez, en el contexto de un proceso judicial contra anarquistas (fraguado por la Policía, ya que se originó por un petardo inocuo hecho estallar envuelto en periódicos anarquistas)484 podemos ver las expre­ siones del ministro del Interior, José Ramón Gutiérrez (conservador), a comienzos de 1912, en la Cámara de Diputados: “...tenemos al anar­ quismo en Chile, organizado en sociedades llamadas de resistencia, que existen en Santiago y Valparaíso. Y en el interrogatorio que se les ha hecho a estos individuos han declarado francamente que son anarquistas, que quieren el trastorno del orden social existente y que no aceptan nada de lo que existe (...) Yo temo las reuniones de estos descabellados, porque pueden llevarnos a extremos deplorables. Mientras tanto esta secta ya se organiza, cunde y cundirá más, desgraciadamente, si no se impide su desarrollo”485. Pero la represión iba más allá de los pequeños grupos políticos rupturistas. Se dirigía contra toda manifestación de “desobediencia” y de rompimiento del orden social, el que, para la oligarquía, pasaba a ser una suerte de orden natural. El propio sistema escolar y de formación de los niños incorporaba fuertes dosis punitivas, incluyendo los casti­ gos violentos o crueles. Así, “los educadores clericales tenían la mano dura. Un porteño ‘padre francés’ sorprendió a su alumno Fernando Santiván leyendo un libro indecoroso [‘Almacén de las señoritas’). Lo llevó a empujones donde el superior, quien le administró ‘doce guan­ tes’ ‘doce heridas en la palma de las manos, doce rayos fulmíneos que me hicieron enloquecer de dolor'. Como Santiván, hablaban su cuña­ do Augusto d’Halmar, ex seminarista santiaguino, evocando la figura

482 cit. en De Shazo; p. 93.

483 De Shazo; p. 93. 484 Ver Fernando Ortiz Letelier. El Movimiento Obrero en Chile 1891-1919, Ediciones Michay, Madrid, 1985; p. 199; y Carlos Vicuña (2002); pp. 95-96.

485 cit. en Ortiz; p. 200. De acuerdo con Carlos Vicuña, "los más simples o los más feroces de entre los oligarcas sostenían impúdicamente que bastaría con 'fondear' en el mar una media docena de agitadores para hacer desaparecer toda la cuestión social: llegaron a proponer una medida semejan­ te en una reunión de senadores y hallaron conveniente la medida por lo menos cuatro de los presen­ tes. Sólo don Pedro García de la Huerta tuvo el valor necesario para afearles su conducta criminal". (Carlos Vicuña (2002); p. 95)

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de Bringas, profesor de latín que lo hacía entrar con sangre, y Guillermo Labarca sobre el también capitalino Colegio San Pedro Nolasco. Vícti­ ma Labarca del guante, una hora larga, ‘aquella noche tenía las manos tan hinchadas que no pudo desvestirse por sí mismo’. Otro escritor recordaba ‘verdaderos maestros’ en dar guantes, como el presbítero José Luis Espinóla, cuando prorrector del Seminario (Santiago), y un dominico apellidado Feliú, del Colegio Santo Tomás, asimismo ,• • >>486 santiagumo . También en los colegios fiscales se practicaban los castigos violen­ tos e inhumanos. De este modo, pese a que el ministro de Instrucción Pública, Miguel Luis Amunátegui, había abolido el guante en 1877, “los liceos lo practicaban sin asco, mediante una palmeta o ‘un largo ramal de cordeles’. Incluso lo permitió el Instituto Nacional”. A su vez, en el liceo de Copiapó se practicaba el “encierro”, que era “un plantón de calabozos construidos con planchas de hierro, tan estrechos, que cada uno apenas admitía un niño parado, el cual no podía ni moverse ni sentarse, cuando más agacharse un poco doblando las rodillas. Su duración máxima, dos horas. Pero solía repetirse varios días seguidos, por ese lapso u otro menor (...) El encierro concluyó hacia 1903, pa­ sando los calabozos a cumplir igual función para el Regimiento Arica”486 487. Por otro lado, en los liceos fiscales se acostumbraba a impedir que los estudiantes jugaran en los recreos488. Además, en ocasiones, se unía al maltrato físico, el verbal489. El castigo físico era también común en los hogares. Así, debido a una injuria proferida a unos desconocidos el escritor González Vera nos cuenta el castigo dado por su madre: “Mi madre sintióse muy aver­ gonzada y me mandó a la cama. Comprendí que mi porvenir inmedia­ to no era venturoso. Me dio tantos varillazos que, durante una semana, dolíame el cuerpo al cambiar de posición”. Pero lo más notable es la

486 Vial (1996); Volumen I, Tomo I; p. 180.

487 Vial; op. cit.; pp. 180-181 .Y cuando en 1895 el intendente Santiago Toro intentó eliminarlo del Liceo, Juan Serapio Lois (uno de los laicistas más de ‘izquierda’) justificó el castigo y recla­ mó con éxito ante la Universidad de Chile al sostener que “suprimido ya el guante, si se suprime el encierro, profesores e inspectores quedarán desarmados contra la insubordinación", (cit. en Vial; op. cit.; pp. 180-181)

488 En 1918, el connotado educador Leónidas Banderas describía los recreos fiscales: "No mere­ cen el nombre (...) a lo menos los que se conceden entre clases. Apena ver a los alumnos rígidamente formados en columnas de a dos conversando con moderación de ancianos, bajo la severa mirada del guardián", (cit. en Vial; op. cit.; p. 181) 489 González Vera relata que en su liceo el doctor Carlos Fernández Peña, que enseñaba cien­ cias, combinaba ambos: "Si descubría que un discípulo ocultaba un hecho, estallaba: -¡No seas mari­ cón!- Fuera de indignarse, aplicaba un tremendo reglazo al mentiroso (...) Solía ir de asiento en asiento oliendo a cada educando (...) -¡Echa el aliento tú!- El mancebo mantenía los labios juntos (...) El doctor se retiraba unos pasos, muy disgustado, y miraba al pupilo fieramente: -¡Tú, sinvergüenza, has fumado! Si el aludido confesaba, reprendíalo con su vozarrón tempestuoso; si pretendía negarlo, la regla caía sobre él una y otra vez". (José Santos González Vera. Cuando era muchacho; Edit. Nascimento, Santiago, 1969; p. 75)

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conformidad del escritor con dicho castigo: “los varillazos me sirvieron, pues evité las palabrotas”490. Otra sintomática manifestación de prepotencia y represión oligár­ quica la daba la existencia de formas de “justicia privada”, efectuada particularmente en pueblos chicos y zonas rurales, donde se aplicaban penas crueles, inhumanas y degradantes. Es lo que nos relata cándida­ mente Gustave Verniory (ya “chilenizado”) respecto de lo que hacía su hermano Alfred en la zona de Toltén en 1897: “Alfred se ha convertido en el verdadero señor de la región. Es él quien administra justicia, en­ viando a los delincuentes al cepo o haciendo que se les aplique un número determinado de garrotazos”491. Por cierto que el sistema formal de justicia y policía contra la delin­ cuencia -que, dada la extensión y profundidad de la miseria y la explo­ tación, proliferaba en la época- incorporaba todo tipo de violencias, tanto en el trato policial como en las penas judiciales. De partida existía la pena de muerte, la cual se aplicaba de manera casi sumaria y en forma especialmente cruel en la zona de la Araucanía: “Hace un par de meses (en 1894), un colono alemán, su mujer y su hijo fueron asesinados en su casa en el camino entre Lautaro y Temuco. Esta vez la policía rural logró arrestar a los tres asesinos, contra los cuales, el juez del crimen, ha dictado la pena de muerte. Aquí la regla es fusilar a los condenados en el mismo lugar donde se cometió el cri­ men. El día fijado parto con (Arthur) Julien (ingeniero belga) para asistir a la ejecución. En el sitio encontramos dos amigos de Temuco, Edwin Leigh y el notario Eduardo Muñoz y hacemos grupo con ellos. En el momento en que llegamos, ya están terminados los preparativos. Frente a la casa han sido colocados tres banquillos a pocos metros de distancia uno de otro. Un condenado está de pie delante de cada uno, con los brazos amarrados a la espalda: a diez pasos en frente tres pelo­ tones de seis soldados, con el arma al pie. Se encuentra presente el juez del crimen, que ha ordenado el arresto, acompañado por su actuario, algunos personajes oficiales y muchos curiosos observan la escena. El actuario se acerca a uno de los condenados y lee la sentencia fatal, después pasa al segundo y por fin, al tercero, pero para éste, después de la lectura del decreto de arresto, lee un decreto conmutándole la pena de muerte por la de trabajos forzados a perpetuidad. El individuo es

490 González Vera; p. 33. La misma conformidad expresó el destacado político Arturo Olavarría Bravo con los castigos físicos y las humillaciones públicas infligidas en su colegio de Curicó a comienzos del siglo: "...al ingresar a colegios de superior jerarquía y recibir felicitaciones por la corrección con que leíamos y escribíamos, comenzamos a agradecer las normas disciplinarias de nuestra maestra y a comprender que 'guantes', ‘sombrero' y 'maleta ’ (estos dos últimos eran castigos consistentes en andar en público con adminículos grotescos que causaban la risa de la población) habían sido para nuestro bien". (Arturo Olavarría Bravo. Chile entre dos Alessandri. Memorias políticas, Edit. Nascimento; Santiago; 1962; Tomo I; p. 20)

491 Verniory; p. 454. El propio Gustave solía ordenar el cepo para controlar a los trabajadores de las obras del ferrocarril que se emborrachaban y causaban riñas. (Ver Verniory; pp. 231-232)

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apartado inmediatamente. Se venda los ojos a los otros dos y se los hace sentar en los banquillos. Uno de ellos está impasible, el otro tiem­ bla de terror. Después de una serie de órdenes breves: ‘Preparar las armas’. ‘Listos’, ‘Fuego’. Estalla la salva. Los dos condenados ruedan al suelo; uno queda inmóvil, el otro se retuerce en horribles convulsiones. Nos acercábamos los cuatro al cuerpo en el mismo momento en que el sargento le disparaba el tiro de gracia en la cabeza. La caja craneana salta: sangre y sesos surgen por todos lados. Todos quedamos salpicados, espe­ cialmente Eduardo Muñoz, cuyas botas y pantalones quedan cubiertos. En un riachuelo que corre en los alrededores, nos limpiamos lo mejor posible. He invitado a Leigh'y a Muñoz a almorzar conmigo (...) En el curso del camino, la impresión penosa que todos hemos sentido se ha disipado y con gran apetito le hacemos honor a la cazuela que nos sirve doña Peta. Como segundo plato nos traen (...) una fritura de sesos. De golpe, el notario siente náuseas que lo hacen salir precipitadamente. Hacemos que se lleven el horrible plato, y el almuerzo termina ahí”492. Incluso, en el sur eran muy frecuentes las ejecuciones extrajudiciales efectuadas por la policía. Así lo señalaba en 1900 el senador liberaldemocrático Manuel Egidio Ballesteros, respecto de un pueblo cerca de Osorno: “Me impuse que allí se hacía una batida a los bandidos y se les fusilaba a mansalva”493. Lo mismo reconocía en otra sesión el sena­ dor liberal Federico Puga Borne [al defender la aplicación de la pena de azotes1.: “Se escandaliza Su Señoría (el ministro de Justicia Francisco José Herboso) de que se pida la pena de azotes para los bandidos y no se escandaliza por los asesinatos cometidos por los cuerpos de gendarmes en el sur, sin forma de proceso (...) yo considero mucho más grave (que la pena de azotes) el que se mate a un inocente por fusilar a destajo y sin proceso. El año pasado, en la discusión de los presupuestos, dije que por falta de recursos para aprehender a los criminales, se asesinaba y ahora ya hemos visto que un jefe de gendarmes aparece fusilando sin forma de proceso”494.

492 Verniory; pp. 308-309. 493 Boletín de Sesiones del Senado; 7-11-1900. En la época también se aplicaba de modo terrorista la pena de muerte, como lo reconocía el diputado Jorge Huneeus en la sesión de la Cámara del 2 de enero de 1900: "Ni ha bastado publicar reglamentos y reorganizaciones de poli­ cías ni fusilar cincuenta condenados cada año para que disminuya el inaudito vandalismo que asola nuestros campos y ciudades, especialmente en el sur", (cit. en Luis Vitale. Interpretación Marxista de la Historia de Chile. Tomo V. De la República Parlamentaria a la República Socialista (1891-1932). De la dependencia inglesa a la norteamericana. Edic. Lom, Santiago, (s/f); p. 142)

494 Boletín de Sesiones del Senado; 19-11-1900. Por otro lado, Malaquías Concha denunciaba en 1905 en la Cámara a un juez que "había estado procesado por el asesinato de veintidós reos(...) que por orden suya habían sido sacados de la cárcel, amarrados a los árboles de la montaña y clavados a balazos". (Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 11-8-1905). Verniory, a su vez, señala: "En Chile existe bandolerismo, pero en general son ataques a pobres colonos que no tienen como defenderse de diez o más salteadores. Pero en mi caso, no se atreverían a atacar a un ingeniero del gobierno. Saben que por diez hombres que hubieran participado en la agresión, se haría fusilar a una treintena, culpable o inocente. Eso los hace reflexionar". (Verniory; p. 117)

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Otra de las penas crueles del período era la pena de azotes, la que el senador Puga Borne defendía con tanta vehemencia: “Es necesario pe­ nas más eficaces, y la única pena establecida hoy en la ley que sea capaz de atemorizar a los delincuentes es la de azotes; para gentes semisalvajes este es casi el único castigo que produce efecto”495. Por su parte, el senador Ballesteros instaba al Gobierno a que se aplicara efectivamente la pena de trabajos forzados: “Podría, por más que al señor Ministro de Justicia le parezca impracticable por ahora, hacer que se cumpla el Código Penal en la parte que dispone que los condenados a la pena de presidio están sujetos a trabajos forzados. Para esto no hay que esperar disposiciones1 legislativas, pues es ya parte de nuestro derecho penal actual”496. El sistema carcelario mismo constituía una forma de pena cruel, inhumana y degradante. Así, las cárceles eran lugares de “hacinamientos humanos y escuelas donde se enseñaban y aprendían el crimen, el vicio y la perversión (...) En aquellos ruinosos y sombríos edificios -a menu­ do no construidos para cárceles- podía pasar (y pasaba) cualquier cosa. Los reos se emborrachaban bebiendo el ‘pájaro verde’ -alcohol que destilaban de maderas y mezclaban con barnices hurtados de los talle­ res carcelarios- eran acometidos por delirios asesinos y morían con horribles sufrimientos”497. Además, eran lugares donde se practicaba habitualmente la sodomía; particularmente con los presos más jóvenes, de acuerdo al relato de Ale­ jandro Venegas sobre el presidio de Iquique: “Me contaba un guardián el repugnante espectáculo que se repite en la cárcel cada vez que ingresa un menor de edad (...) Llega el muchacho, e inmediatamente se ve ase­ diado por una multitud de pretendientes que se insultan y repelen entre sí; sin experiencia, sin fuerzas para defenderse, el infeliz se ve obligado a entregarse a uno de aquellos monstruos, por lo común al más capaz de defenderlo de los demás. Ese muchacho pasa a ser el ‘cabrito’ del preso preferido y desde entonces hace vida marital con él”498. El testimonio de Luis Emilio Recabarren no puede ser más lapida­ rio a este respecto: “El régimen carcelario es de lo peor que puede haber en este país. Yo creo no exagerar si afirmo que cada prisión es la ‘escuela práctica profesional’ más perfecta para el aprendizaje y pro­ greso del estudio del crimen y del vicio (...) Yo he vivido cuatro meses en la cárcel de Santiago, cuatro en la de Los Andes, cerca de tres en la de Valparaíso y ocho en la deTocopilla (...) y me he convencido que la vida de la cárcel es lo más horripilante que cabe conocer”499. 495 Boletín de Sesiones del Senado; 7-11-1900.

496 Boletín de Sesiones del Senado; 7-11-1900. 497 Vial (1996); Volumen 1, Tomo II; p. 521. 498 Venegas; p. 217. 499 Recabarren; p. 64. Sin embargo, el senador Manuel Ossa Ruiz sostenía en noviembre de 1900 que “en todos los países del mundo, menos en el nuestro,(...) se impone a los presidiarios un

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En este contexto, no extraña que la tortura y los malos tratos de la policía a los detenidos hayan sido también rutinarios. Es lo que nos señala nuestro ingeniero belga residente en la Araucanía, luego de la caída de Balmaceda: “Al volver al cuartel nos enteramos de que el co­ mandante (Teófilo) Ruiz Alvarez ha procedido a la chilena en el inte­ rrogatorio de numerosos prisioneros, es decir, distribuyendo numero­ sos garrotazos, con el objeto de hacerles confesar los nombres de los dirigentes, pero sin resultado. Detalle atroz: un prisionero herido con dos balas, ha sido colgado de las muñecas, durante un cuarto de hora y ha recibido 200 bastonazos sin querer hablar. Costumbres chilenas”500*. Además, el propio proceso penal condicionaba fuertemente la prác­ tica de la tortura dado su carácter inquisitivo. Sistema que se consolidó en 1906 con la aprobación del Código de Procedimiento Penal. Dicho código afectó gravemente el derecho a la justicia ([hasta nuestros días, en que desde 2000 se ha ido sustituyendo gradualmente por uno nue­ vo de carácter acusatorio!) al concentrar en un mismo juez las funcio­ nes de investigación y juzgamiento y al establecer que la fase más rele­ vante de la investigación (sumario) fuera secreta. Lo primero, le quitaba toda imparcialidad al juez al transformarlo en investigador, acusador y sentenciador a la vez. Lo segundo, impedía que el acusado pudiera ejercer efectivamente su derecho a defensa en el período más crucial del juicio. Respecto de la tortura, esta incluso se incentivaba, ya que en ese contexto todo el procedimiento penal “se orienta a la consecución del objetivo estatal de averiguar la verdad e imponer una sanción, por to­ dos los medios posibles, sin tomar en cuenta adecuadamente los dere­ chos de los individuos que intervienen en él, especialmente los del imputado” y que en la lógica de dicho procedimiento “la confesión se constituye en el principal medio de prueba utilizado por los jueces, ya

trabajo forzado de ocho horas diarias, pero aquí se les manda a las prisiones a pasar muy buena vida; van allí como a un hotel, y hay algunos que, cuando salen, buscan la ocasión de cometer un nuevo delito para que se les envíe a un lugar donde tienen asegurado el pan y una vida tranquila". (Boletín de Sesiones del Senado; 7-11-1900). Por otro lado, la revista ZigZag se burlaba de la legislación que buscaba impedir las detenciones arbitrarias de la policía: “El nuevo Código de Procedimiento Penal ha venido poderosamente en auxilio de los delincuentes a los cuales se deberá guardar toda clase de consideraciones y guardarse de guardarlos bajo llave a menos de no guardar serias precauciones contra el resguardo de su honradez personal. En adelante todo delito deberá cometerse ante notarioy testigos a fin de que pueda ser pesquisado". (ZigZag, 17-3-1907)

500 Vemiory; p. 205. Es lo que también da a entender en 1900 la desafiante pregunta del senador Ballesteros al Ministro de Justicia (Francisco) Herboso, y la cautelosa respuesta de este: "El señor BALLESTEROS- ¿Asegura el señor Ministro que hoy día no se arrancan en las cárceles confesiones por medio de la tortura? El señor HERBOSO (Ministro de Justicia).- Si así se hace, señor Senador, el Gobierno no lo sabe; y silo supiera lo castigaría porque como Su Señoría no lo ignora, eso es absoluta­ mente prohibido". (Boletín de Sesiones del Senado; 19-11-1900) El Mercurio informaba a su vez, en agosto de 1903, de las denuncias de un obrero panadero que por participar en una huelga fue arrestado con otros colegas por la policía y que "al ser tomados presos, los guardianes les maltrataron demasiado y que a dos de ellos, los señores (Augusto) Lachet y (Eleuterio) Moreno, se les colocó en la barra(...J manteniéndoles así hasta la mañana de ayer". (El Mercurio, 6-8-1903)

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que incluso permite acreditar la participación del imputado en el deli­ to cuando ha sido prestada ante la policía, sin ningún control del juez y sin participación de la defensa, y por lo tanto la tortura o apremios ilegítimos en contra de la integridad física de los imputados constituye la forma más eficiente de obtener información relevante o una confe­ sión”501. Este sistema autoritario y represivo propio de la “sociedad civil” se daba naturalmente en mayor medida al interior de las Fuerzas Arma­ das. Allí, las penas de azote eran mucho más utilizadas que en la vida civil y no solo como castigo de delitos sino también como mecanismo disciplinario. Ya el corresponsal británico Maurice Hervey, al embar­ carse en el “Imperial” el 2 de junio de 1891, lo constataba: “Se azotó a tres hombres que intentaron desertar para que sirviera de escarmiento a los otros”502. Tan relevante era dicha pena, que ¿a primera convención de mancomúnales de obreros efectuada en Santiago en 1904 planteó, en­ tre sus peticiones finales, “la abolición de la pena de flagelación en el ejército y la marina”503*. El conjunto de la población fue afectado aún más con la introduc­ ción del servicio militar obligatorio en 1900. Especialmente, dicha medida repercutió en los sectores populares; tanto por el hecho de que el reclutamiento era masivo para ellos -no así para la oligarquía e in­ cluso para las clases medias que tenían posibilidades de “sacárselo”como porque dichos sectores eran más maleables, al poseer mucho menor educación. Durante el servicio eran frecuentes los tratos crueles y degradantes. En su libro Mirando al océano" (1911), el futuro político radical

501 Facultad de Derecho. Universidad Diego Portales. Informe Anual sobre Derechos Humanos en Chile 2003. Hechos de 2002, Santiago, 2003; p. 125. 502 Hervey; p. 176. El escritor Fernando Santiván cuenta el relato del pintor Rafael Valdés acerca de la expulsión del oficial Luis Ross de la Armada: "Cuando hizo su viaje de instrucción en la 'Baquedano', en un puerto del norte bajó a tierra en compañía de varios oficiales(...) Fue entonces cuando ocurrió un incidente penoso. Un oficial interrogó a uno de los grumetes. ¿Qué pasó? Segura­ mente la respuesta no fue del agrado del oficial. Quizá fue demasiado seca y no se ajustó al forma­ lismo de la gente de a bordo. Pero es el caso que el superior castigó instantáneamente al subordinado con un expresión insultante y luego le dio un revés que le ensangrentó la cara. ¿Absurdo y brutal? Seguramente, pero esas cosas suelen ocurrir. Al regresar a la nave, no conforme el oficial con el castigo impuesto, acusó al marinero de indisciplina. Se formó sumario y el pobre diablo fue condenado a recibir veinticinco azotes (...) El día de la ejecución de la pena, como es de rigor, se reunió en cubierta el personal completo del barco. Todos acudieron menos Ross. El capitán envió a buscarlo con un oficial amigo. Respondió que no asistiría al acto por considerar el castigo injusto e infamante. Según él, quien merecía el castigo era el oficial acusador y no el marinero^..) Este es el motivo por el cual Luis Ross fue echado al calabozo y luego procesado(...) Para terminar le diré que el tribunal decidió separar­ lo de la Armada como perturbado mentalf..) Era la única forma de salvarlo de pena mayor, de la muerte quizáf..), según los reglamentos del anticuado Código Militar para casos de insubordinación”. (Fernando Santiván. Memorias de un Tolstoyano, Edit. Zig-Zag, Santiago; 1955, pp. 185-186) 503 cit. en Alan Angelí. Partidos Políticos y Movimiento Obrero en Chile. De los orígenes hasta el triunfo de la Unidad Popular, Edic. Era, México, 1974; p. 32.

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Guillermo Labarca planteaba que “algunos oficiales (...) tratan abomi­ nablemente a los conscriptos; los insultan y hasta los golpean por cual­ quier nimiedad; les imponen castigos despiadados”. Entre los métodos de castigo describe el “cepo de campaña”: “Permanecían (los soldados) en cuclillas encima de las estrechas cajas de municiones, con las manos atadas abrazándose las piernas y con un rifle introducido como una cuña entre los codos y las corvas (parte de la pierna, opuesta a la rodi­ lla, por donde se dobla y encorva)”. Y señalaba que “aun los conscriptos más resistentes soportaban corto rato el suplicio. Las arterias faciales se les distendían hasta alcanzar el grosor de un dedo, escupían saliva vis­ cosa y, por fin, caían de bruces al suelo, destrozándose el rostro”504. A su vez, Alejandro Venegas señalaba que “el régimen de los cuar­ teles es absurdo y hasta inhumano”, cobraba gran cantidad de vidas anualmente, ejemplificando que, en el año 1910, “hasta el 28 del mes en curso (octubre), en el solo regimiento Caupolicán iban fallecidos doce conscriptos”. También indicaba como “otro hecho más acusador (...) la frecuencia de suicidios”. Entre otros casos particulares, resaltaba que “todos los jóvenes que hicieron su servicio militar el año de 1902 en el regimiento Buin recuerdan con horror e indignación el caso de un po­ bre muchacho que, a causa de una artritis mal curada, tenía cierta difi­ cultad en el movimiento de la rodilla derecha, y como esto le impidiera hacer el paso de parada con el garbo debido, el instructor lo hizo sen­ tarse en el borde de una acequia y poner el pie derecho sobre el otro borde, y luego obligó al recluta más pesado a sentarse sobre su rodilla en vago; naturalmente se produjo la dislocación de los huesos y fue preciso llevar en camilla al hospital al infeliz conscripto, a quien unas cuantas semanas después hubo que amputarle la pierna”505. El control de la oligarquía sobre la creación de la opinión pública seguía la misma pauta sutil que el de la generalidad del sistema políti­ co. En los marcos de una legislación formalmente permisiva, se contro­ laba el debate público a través de la propiedad oligárquica de los me­ dios de prensa relevantes, los cuales ejercían una muy eficaz autocensura respecto de los temas y de las situaciones que representaban amenazas para el sistema. Y en las ocasiones en que algunos de los pequeños y frágiles periódicos obreros se consideraban amenazantes, se recurría a 504 cit. en Vial [1996]; Volumen I, Tomo II; p. 806. Tan poco atractivo era el servicio militar, incluso para los sectores populares, que "los trabajadores de 18 años resistían el servicio no repor­ tándose a sus unidades cuando eran llamados. En 1907, por ejemplo, sólo el 20 % de los conscriptos del Ejército se reportaron a los centros de instrucción, mientras que en 1908, 857 de los conscriptos navales llamados no se presentaron. Las autoridades militares se vieron forzadas literalmente a cazar a estos reclutas y llevarlos a la rastra a las unidades a las que estaban designados". (De Shazo; p. 128) Las escuelas militares eran también de una extrema dureza. Así, Jorge Délano (“Coke”) no pudo seguir la tradición familiar y ser marino: "Fue tan terrible el impacto de la Escuela Naval y sus 'novatadas', que ex profeso el cadete Délano se dio 'un estrellón contra una barra de fierro. Fue tan violento el golpe (rememoraba) que me quebré la nariz, lo cual me dejó desfigurado para toda la vida (...) Pero yo triunfé, pues me sacaron de la Escuela'". (Vial; op. cit.; p. 802) 505 Venegas; pp. 174-176.

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algún ardid administrativo, judicial o fáctico para amedrentarlo, sus­ penderlo o cerrarlo definitivamente. Así, los diarios que llegaban al conjunto de la población eran los de orientación liberal El Mercurio (de Valparaíso, hasta 1900, y posterior­ mente el de Santiago), El Ferrocarril (cesó en 1911), La Libertad Electo­ ral (acabó en 1901), La Mañana (1909-1916), La Nación (nació en 1917) y los vespertinos Las Últimas Noticias (desde 1902) y La Tarde (1897-1903). Los de orientación conservadora El Porvenir (1891-1906), El Diario Ilustrado (nacido en 1902), El Diario Popular (1902-1909), La Unión (1906-1920) y el conservador más popular y progresista El Chileno (hasta 1924). El liberal-democrático La República (19Ó7-1913). Y los radicales La Ley (hasta 1910) y La Razón (1912-1914)506. Como vemos, de todos ellos los que sobrevivieron fueron los libe­ rales El Mercurio y Las Últimas Noticias y el conservador El Diario Ilustrado (La Nación fue comprada por el Gobierno en 1927), ya que “económicamente (...) no eran posibles los diarios ‘pobres’. El solo sub­ sistir implicaba la necesidad de un fuerte respaldo monetario: o capital -dinero- o bien (y venía a ser idéntico) circulación y avisaje, éste y aquélla íntimamente relacionados (...) Ausente el capital ningún diario podía sobrevivir”507. La influencia de la riqueza la vemos especialmen­ te en el caso de la empresa El Mercurio, de acuerdo al escritor Fernando Santiván: “Jamás (sus dueños, los Edwards) retrocedieron ante ningún gasto, por exorbitante que pareciera, con el fin de dotar al diario en sus servicios”508. En provincias también los diarios relevantes eran controlados por la oligarquía, en este caso especialmente la conservadora y radical. Así, en­ tre 1891 y 1925 “el Partido Conservador llegó a controlar una docena de diarios desde Iquique hasta Magallanes, lo que representaba alrededor de un 25% de la prensa nacional”. Y por otro lado, “el Partido Radical fue el grupo político que contó con más diarios en provincias. Al comenzar el siglo XX mantenía cuarenta periódicos”509 a lo largo del país. Por otro lado, “la prensa obrera contó entre 1891 y 1925 con más de doscientos periódicos, revistas y hojas de simple propaganda. La totalidad de estos periódicos son modestos. No más de cuatro páginas; sólo uno o dos aparecían diariamente; todos fueron de circulación se­ manal, quincenal o mensual; numerosos de circulación eventual; gran número se repartía gratuitamente y todos fueron en general de muy corta vida”510. 506 Ver Raúl Silva Castro. Prensa y Periodismo en Chile (1912-1956), Edic. de la Universidad de Chile, Santiago, 1958.

507 Vial (1996); Volumen I, Tomo I; pp. 275-276. 508 cit. en Vial; op. cit.; p. 276. 509 Heise; Tomo I; p. 354.

510 Heise;Tomo I; p. 347. Un detalle de la prensa obrera de la época puede verse en Heise; op. cit.; pp. 347-350; y en Ortiz; pp. 316-318.

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A su vez, las revistas eran más bien literarias o de magazine, no teniendo el carácter político y de actualidad que adquirieron desde la década de 1930. De todas formas, las más importantes respondían tam­ bién a los intereses oligárquicos: “la ‘Revista Católica’, ya entibiados sus ardores polémicos; ‘Pacifico Magazine’ (fundada el año 1912 por Alberto Edwards y Joaquín Díaz, ‘Ángel Pino’]; ‘Zig-Zag' (la fundó Agustín Edwards Mac Clure en 1905) y la Revista ‘Chilena’, de Enri­ que Matta, iniciada el año 1917”511. La autocensura, tanto de los diarios como de las revistas oligárquicas, era permanente y si enfocaba temas propios del mundo popular como la miseria, los bajos salarios o las pésimas condiciones de salud y vi­ vienda, lo hacía desde una perspectiva paternalista y eminentemente conservadora. Pero dicha autocensura se hacía más evidente -como veremos más adelante- en la virtual desinformación en torno a los con­ flictos sociales y especialmente respecto de las represiones violentas de las huelgas o mítines obreros. En cuanto a las clausuras de periódicos populares y el encarcela­ miento de líderes antioligárquicos por la justicia, ya hemos visto an­ teriormente algunos ejemplos. Pero en su represión se recurría tam­ bién a veces a métodos mucho más directos. Es lo que ocurrió el 29 de octubre de 1900 con el fundador de El Pueblo de Iquique, Osvaldo López, a quien “en pleno centro y vía pública (...) lo asaltaron y apu­ ñalaron varios encapuchados, en un claro intento de asesinarlo y aca­ llarlo”. Afortunadamente, López sobrevivió a sus graves heridas, pero a los detenidos sospechosos de su atentado, el agente de la policía secreta Froilán Guzmán y Tomás Marincovic, la justicia los liberó por falta de pruebas512. Años después, en la noche del 20 de julio de 1906, la imprenta de El Pueblo fue incendiada, logrando esta vez el cierre del periódico513. En ocasiones el autoritarismo gubernamental se extendía más allá de la prensa popular. Es lo que ocurrió el 24 de mayo de 1907, bajo el gobierno de Pedro Montt, con la revista satírica La Comedia Humana: “Pertenecía a un italiano: Lacquanitti (...) Colaboraban el periodista Roberto Alarcón (quien dirigiría más tarde ‘Correvuela’, y después ‘ZigZag’; su seudónimo fue Galo Pando) y el dibujante extranjero Santiago del Pulgar. Una caricatura que este hizo contra Montt, y cuya leyenda rimada escribiera Alarcón, motivó una visita inolvidable de la policía civil. Propietario, caricaturista y versificador recibieron una paliza des­ comunal”514.

511 Vial (1996); Volumen I, Tomo I; p. 274. 512 Ver María Angélica Illanes. La batalla de la memoria. Ensayos históricos de nuestro siglo. Chile, 1900-2000, Edic. Planeta/Ariel, Santiago, 2002; p. 33.

513 Ver Illanes; p. 39. 514 Vial (1982); Volumen II; p. 451.

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Sin embargo, la mayor evidencia de que si existía libertad de expre­ sión lo era por la tolerancia de los poderes públicos, pero no por la vigen­ cia de ese derecho, la proporciona la actitud del Gobierno y de los demás poderes con ocasión de la gran huelga y matanza de Iquique en 1907. En efecto, así como el Gobierno vio la “necesidad social” de ametra­ llar a los trabajadores pampinos en Iquique, dada la virtual ocupación que habían hecho de la ciudad y a que no pudieron ser persuadidos de dejarla voluntariamente, así también vio la necesidad social de clausu­ rar o censurar los diarios que no se avenían a autocensurarse en rela­ ción a la matanza515. La censura que el gobierno hizo del diario La Epoca (fundado por Enrique Tagle Moreno y César Correa Tagle y que tuvo corta vida]516 fue uno de los elementos de la interpelación parlamentaria entablada por los diputados Arturo Alessandri (liberal], Malaquías Concha (de­ mócrata] y Bonifacio Veas (demócrata] en contra del ministro del Inte­ rior, el nacional Rafael Sotomayor, por los sucesos de Iquique. Las recriminaciones de Alessandri fueron particularmente duras por este concepto: "Queda, pues, en pié el hecho de que las autoridades empleando la fuerza armada, de la policía de Santiago, han impedido la publicación de un diario (La Época) so pretexto de que publicaba tele­ gramas falsos. Pues, bien, señores Diputados, en los setenta años que cuenta de vida la Constitución política de este país, es esta la primera vez y espero que será la única, de que se comete semejante atentado. Ha habido autoridades que han cometido atropellos como el del empastelamiento de una imprenta. Otras veces han dirigido pobladas contra éstas. Ha habido particulares, instigados o pagados por la autori­ dad, que han dado de golpes a algunos periodistas (...] Estos atentados, lo repito, los han cometidos otras veces las autoridades, pero han sido negados siempre por ellas; se ha tenido el pudor de no confesarlos. Esta especie de homenaje se ha rendido siempre a la ley y al derecho, cuan­ do se han cometido estos atropellos: se les ha negado. Pero en el caso actual se ha perdido el pudor que se tenía antes de negar estos atenta­ dos, de cometerlos por mano ajena”517. El ministro Sotomayor justificó explícitamente la censura cuestio­ nada: “...para obtener este resultado (mantenimiento del orden públi­ co], se hace muchas veces indispensable reprimir las excitaciones de la

515 “El año antecedente (1906), el ministro del Interior, el conservador José Ramón Gutiérrez, había explicado que el Gobierno temía una gran huelga ferrocarrilera para el 1 de Mayo, abarcando maquinistas, fogoneros y operarios. Se había avisado a la prensa capitalina y porteña, pidiéndole silenciarlas informaciones, ‘por patriotismo'. Si el 'patriotismo' no funcionaba, existían otros medios; así lo verificaron, en carne propia, 'La Epoca' santiaguina y los pequeños diarios obreros, todos empastelados cuando sobrevinieron los hechos de Iquique". (Vial (1982); p. 441)

516 Ver Silva Castro; p. 377. 517 [Alessandri, en su segunda presidencia (1932-1938), caería en lo mismo que denunciaba acremente ese año! Constantes de nuestra mentalidad autoritaria...

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prensa para alterarlo y así siempre las autoridades administrativas lo han entendido”. Y luego en una manifestación descarada de clasismo y desprecio de los sectores populares señaló: “El diario La Epoca es un periódico que tiene entre sus lectores alguna gente inconsciente y ha publicado noticias falsas para incitar al pueblo a la venganza; pero no son lo mismo los periódicos que están llamados a circular en las clases altas de la sociedad, aunque en ellos se hable de sedición. Esos artículos no hacen mayor daño (...) No pasa lo mismo con el pueblo que discier­ ne poco y que, fácilmente, se puede sentir animado para subvertir el orden público”518. Pero sin duda que la mayor amenaza al sistema la representó el movimiento obrero que fue organizándose poco a poco a fines del si­ glo XIX y se expresó en huelgas y mítines cada vez más poderosos en Santiago y Valparaíso, en la zona del carbón y, especialmente, en la región de las salitreras del extremo norte. Para enfrentar esta amenaza, ya en 1892 (19 de octubre), El Ferro­ carril había planteado que las huelgas constituían un “atropello de la libertad de industria y del derecho de propiedad garantido por nues­ tras leyes”519. E incluso el Consejo de Estado había elaborado ese mis­ mo mes un proyecto de ley destinado a tipificar como delito la huelga y a fijar penas de cárcel o de multa a quienes las promovieran y dirigie­ ran520. Sin embargo, el proyecto ni siquiera llegó a la consideración del Congreso, ya que contradecía la mentalidad económica liberal de la época521 y, particularmente, el enfoque de que la represión debía dosificarse de acuerdo a las “necesidades” y no establecerse como prin­ cipio básico. Lo anterior de ningún modo significaba que la oligarquía viera con indiferencia los movimientos huelguísticos. Una cosa era no ilegalizarlos pero otra era estimarlos algo positivo. Así, la generalidad de los políti­ cos y de los medios de comunicación veían las huelgas como obras de

518 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 2-1-1908. Pero como en ¡la misma inter­ vención1. había señalado anteriormente -como refutación de que los obreros salitreros fueran explotados- que "¡aquí (en Chile) no hay más que una clase social", el diputado Malaquías Con­ cha le apostilló socarronamente: “¿Que no hay una sola clase social en Chile, señor Ministro?”; ante lo cual Sotomayor replicó: “Ante la ley sí; pero la condición de los individuos no es ni puede ser igual. Hay hombres como los de las clases elevadas, que tienen criterio, instrucción y discernimiento suficiente para ver lo que puede importar un articulo de la naturaleza del que se trata; mientras que esos ángeles de que hablaba el señor Diputado por Concepción (Concha) no tienen criterio para discernir, y la prueba es que los dirigen quince o veinte explotadores que labran la desgracia del pueblo". (Boletín citado)

519 cit. en Ramírez (1956); p. 320. 520 Ver Ramírez (1956); p. 321.

521 Así por ejemplo, el destacado hombre público liberal Marcial Martínez sostenía que "el legislador no tiene que intervenir bajo ningún título en las relaciones del capital y del trabajo, ni en el régimen industrial" y que los obreros eran plenamente libres para declarar la huelga, y los patrones para cerrar las fábricas (lockout), debiendo tales conflictos resolverse por la victoria del más fuerte, sin ninguna injerencia estatal. (Ver Vial (1996); Volumen I, Tomo II; p. 539)

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“agitadores” nacionales o extranjeros que no tenían justificación en la situación material de vida de los obreros522. Asimismo, el Partido Con­ servador se manifestaba duramente contra ellas523. Es así que el Gobierno no se inmiscuía, por lo general, en los movi­ mientos huelguísticos más pequeños. Tampoco quiere decir que obser­ vara con neutralidad, ya que toleraba que los empleadores utilizaran diversos medios de presión, legales o extralegales: despido de trabaja­ dores, creación de listas negras, lockouts, contratación de rompehuelgas, etc.524. Y, de acuerdo con De Shazo, “cuando (el Gobierno) intervenía para que una huelga terminara, sus esfuerzos normalmente beneficia­ ban al capital, aunque el apoyo estatal a los empleadores disminuía cuando estos permitían que las huelgas en sus empresas se eternizaran, especialmente si el interés público se veía afectado”525. Pero cuando se trataba de “aquellas huelgas que amenazaban con producir severos trastornos en la vida económica del país, tenían un impacto político adverso al gobierno, o causaban graves problemas a un empleador poderoso, eran a menudo reprimidas por la fuerza. Los conflictos laborales en el carbón, salitre y en los puertos eran los más frecuentemente reprimidos, aunque el gobierno también usaba la fuer­ za en huelgas de importantes empresas urbanas como panaderías o transporte”526. 522 Ver Ortiz; p. 142; y De Shazo; p. 126. 523 En su Convención de 1895 concluía que las huelgas “vienen a establecer una verdadera tiranía sobre sus mismos compañeros pues obligan a dejar el trabajo a muchos que con el alzamiento privan a sus hijos del jornal, único sostén de la familia. Además, las huelgas que perjudican a los que las constituyen vienen a perturbar la tranquilidad pública y son causa de grandes males sociales. Castigarlas y reprimirlas es un bien para unos y para otros'', (cit. en Ortiz; p. 141], Asimismo, “al día siguiente de la inmensa manifestación del 1 de Mayo de 1907, ‘El Mercurio' sugería que Chile adoptara una ley de residencia similar a la puesta en vigencia por Argentina como medio de evitar la afluencia de extranjeros indeseables". (De Shazo; p. 126) En diciembre de 1918 se adoptó dicha ley en nuestro país...

524 Ver De Shazo; pp. 107 y 116. 525 De Shazo; p. 115. Además, como cuestión de rutina "el gobierno disponía de varias fuerzas a su disposición para ser usadas para controlar y reprimir a los trabajadores. La policía municipal(...) realizaba la mayoría de sus tareas en cífrente laboral. Las organizaciones de la clase trabajadora en Santiago y Valparaíso eran mantenidas bajo constante vigilancia por la sección de seguridad de la policía, incluyendo un grupo de detectives vestidos de paisano y espías de medio tiempo reclutados entre las filas de los trabajadores. A medida que las uniones se expandían, se perfeccionaban las habilidades de los agentes de la policía de seguridad en penetrarlas. Las huelgas que la policía de Santiago caracterizaban como actividades 'hostiles' de los trabajadores contra los empleadores, reci­ bían especial atención de las autoridades. Una vez que la huelga se declaraba, los agentes comenza­ ban a reunir información sobre su causa y naturaleza, mientras se enviaban patrullas a resguardar el lugar de trabajo y vigilar la sede de la organización laboral. Policías montados acompañaban todos los mítines o manifestaciones, mientras policías de paisano se mezclaban entre los huelguistas. La policía tenía órdenes de disolver todas las manifestaciones 'anarquistas' que desplegaran pancartas 'ofensivas a las autoridades e instituciones públicas'y de arrestar a los oradores que criticaran muy duramente al Presidente u otras altas autoridades. Las patrullas estaban normalmente armadas de cachiporras y revólveres, pero durante las huelgas o disturbios ellas recibían rifles Mauser". (De Shazo; pp. 127-128) 526 De Shazo; p. 127.

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Así, por ejemplo, respecto de una huelga de los obreros marítimos de Iquique, organizada por la Mancomunal de esa ciudad en diciembre de 1901, el Intendente de la provincia ordenó detener y poner a dispo­ sición de los tribunales a su presidente Abdón Díaz, acusado del delito de “perturbar gravemente la tranquilidad pública”. Además, el Inten­ dente, en telegrama del 23 de diciembre al Ministro del Interior, justi­ ficaba la represión527 y comunicaba que había ordenado a la policía que pusiera a disposición de los tribunales a “los que se ocupan de esta propaganda (de promover la huelga) y sean sorprendidos por ella”528. Un tiempo después, ante una inminente huelga de tranviarios en Santiago, en marzo de 1902, “agentes de la policía (...) infiltraron la unión (de resistencia), robaron sus registros de miembros y se los en­ tregaron a la empresa. Derivado de ello se despidió masivamente a los miembros de la sociedad de resistencia, y la unión tuvo que cancelar prematuramente su llamado a la huelga”529. Cuando el gobierno lo consideraba necesario recurría a medidas más drásticas, como, en octubre de 1903, ante la huelga de cuatrocien­ tos trabajadores salitreros de la oficina “Ballena” en Taltal: “La empresa pide auxilio al Gobierno, el que rápidamente envía a la zona afectada el acorazado “O’Higgins” y da orden de prisión contra los dirigentes Luis Gorigoitía, Víctor Hidalgo y otros. Un destacamento de marinería desembarca en Taltal, apresa a los dirigentes obreros y los pone a dispo­ sición del juez de esa ciudad. Con el concurso de las fuerzas armadas, el gobernador de Taltal hace formar a los operarios y elige al azar a 50 de ellos para enviarlos de inmediato en un barco de guerra a Valparaíso sin permitirles siquiera hablar con sus compañeros ni despedirse de sus familiares”530.

527 "Acabo de ser notificado por las casas embarcadoras que, en vista de la imposibilidad de enten­ derse con los jornaleros y lancheros de la bahía que se niegan a trabajar aún después de haberles aumentado el jornal en los últimos días, van a suspender toda operación de embarque de salitre y descarga del carbón en la bahía. Es de temer que esta medida traiga una paralización general del trabajo, lo que creará una situación grave pues no solo disminuirá la renta fiscal sino que tendrá que sufrir el abastecimiento de la ciudad. Para atender en parte a esto, he dispuesto que estén listas fuerzas del Ejército y Policía para la descarga de los artículos de consumo que conduzcan los vapores de carrera. Me permito insinuar a US. la conveniencia de que un transporte a vapor de la carrera traiga de cuatrocientos a quinientos jornaleros y lancheros... Estas huelgas que se vienen repitiendo con mucha frecuencia obedecen a instigaciones de ciertos individuos que se han creado una renta con ellas”, (cit. en Ortiz: pp. 148-149) 528 cit. en Ortiz; p. 149. 529 De Shazo; p. 103.

530 Ortiz; p. 156. En defensa de la postura del gobierno, el ministro del Interior, el nacional Arturo Besa, señaló en la Cámara de Diputados en diciembre de 1903, que le parecía "lo más natural que la influencia la tengan los industriales, los hombres de trabajo, y no los que van a promover dificultades a los industriales"; que la huelga no tenía razón de ser pues "los obreros son tratados del modo más humano posible"; y que "me parece que es deber ineludible del Gobierno el enviar fuerza pública a todo lugar del país en que se produzcan huelgas o cualquier desorden", (cit. en Ortiz; p. 156)

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Incluso, en su represión a las huelgas el Gobierno no dudaba en emplear y justificar el recurso de las armas, dejando con ello numero­ sos obreros muertos y heridos. Es lo que sucedió en febrero de 1903, en Lota y Coronel, en dos incidentes separados en que los militares dejaron seis obreros muertos y diecisiete heridos531. Pero sin duda que las demostraciones más claras de que no había límites en la violencia represiva gubernamental, cuando la oligarquía sentía gravemente amenazada su hegemonía, las proporcionaron las grandes matanzas de Valparaíso [1903], Santiago [1905], Antofagasta (1906) y, particularmente, de Iquique en 1907. Los eventos de abril y mayo de 1903 en Valparaíso “comenzaron con peticiones, la mayoría perfectamente razonables, hechas a la Com­ pañía Inglesa de Vapores (PSNC) por los operarios que cargaban sus naves. Pretendían mejores salarios; una jornada tolerable; limitar el peso de los bultos y sacos; mayor plazo para el almuerzo; y que existiera una ‘matrícula’, es decir, no se pudiese contratar sino estibadores inscritos como tales (...) La Compañía rechazó todo lo solicitado y a mediados de abril (17) se desencadenó la huelga. Los ingleses mantuvieron su terca negativa: no aceptaban nada, ni conversar siquiera con el Comité de Huelga, ni aun admitir las gestiones ofrecidas por las autoridades locales. Esto hizo extenderse el conflicto. Cada gremio adherente -estibadores de la Sudamericana (de Vapores), lancheros, operarios que trabajaban en los pontones (‘chatas’) y muelle fiscal, etc.- iba agregando peticiones particulares. Las empresas de su parte, emulaban la tozudez británi­ ca”532. De este modo, “para el 20 de abril, la actividad del puerto cesó, mientras el número de huelguistas llegó a los 4.000, casi toda la mano de obra comprometida en las labores de carga y descarga”533. A su vez, "el director del Territorio Marítimo, almirante Arturo Fernández (Vial) -uno entre los mediadores inicialmente sugeridos y rechazados-, manifestaba su inquietud ante el emperramiento empre­ sarial en no ceder ni conversar. Por ello se le llamó ‘blando’. Los ‘duros’ presionaron y Fernández fue removido (por el Gobierno); se acogió a retiro534. Los mítines sucedían a los mítines; la huelga se arrastraba; los ánimos se enardecían; una tercera mediación que emprendieron dipu­ tados democráticos cosechaba una tercera negativa patronal”535.

531 Justificando la represión violenta, el diputado radical Carlos Toribio Robinet señalaba en la Cámara que "a mi juicio la tropa debe estar presente en el lugar del suceso, siguiendo los movimien­ tos de los huelguistas, sin estorbarlos; pero reprimiéndolos inmediatamente que se salgan de la mani­ festación tranquila de su protesta", (cit. en Ortiz; p. 161)

532 Vial (1996); Volumen I, Tomo II; p. 887. 533 De Shazo; p. 104. 534 Entre los "duros” estuvo El Mercurio de Valparaíso, que el 19 de abril acusó al Almirante Fernández Vial de “instigador y amparador de los huelguistas", (cit. en Ortiz; p. 151)

535 Vial; op. cit.; p. 887.

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Agravó la situación el reclutamiento de rompehuelgas "de las filas de desempleados de Valparaíso y de los estibadores de otros puertos”. Así, las actividades de estiba se reiniciaron el 27 de abril “con la policía protegiendo a los 100 rompehuelgas que el contratista había reclutado. Las autoridades marítimas ayudaron especialmente a las compañías navieras permitiendo que zarparan con tripulaciones menores que las legalmente permitidas. La policía y los trabajadores se enfrentaron por primera vez el 27 cuando los huelguistas trataron de impedir que los esquiroles entraran a la aduana”536. Sin embargo, a comienzos de mayo los empleadores fueron contratando cada vez más rompehuelgas, con lo que el movimiento parecía destinado a la derrota, y la prédica de los anarquistas del puerto de emplear métodos de "acción directa” empe­ zó a tomar cada vez más fuerza. En un último intento pacífico, "el día 11 de mayo (...) los huelguistas entregaron al intendente de la provin­ cia (...) José Alberto Bravo, un pliego de peticiones, que él se negó a atender, fundado en que la autoridad no podía mezclarse en los con­ flictos de esta clase”537. Así, el 12 de mayo en la mañana "los huelguistas se dirigieron a los muelles a fin de impedir que trabajaran los rompehuelgas, obligados por la policía a retirarse se dirigen a la Plaza Echaurren, detienen el carro 42; el sub-prefecto de policía Washington Salvo dispara y mata al obrero Manuel Carvallo, la policía hiere a dos más. La tormenta se desencadenó. Los obreros repelen a la policía que huye ante las pedra­ das del pueblo. El Intendente pide a Santiago se le envíen tropas. La marinería, ese mismo día, desembarca, pero se niega a disparar contra los huelguistas. Los obreros incendian el edificio de la C. S.A.V. (Com­ pañía Sudamericana de Vapores) y el gerente huye por los tejados(...) El Mercurio es defendido por los empleados de ese periódico que disparan sobre la muchedumbre, siete cadáveres quedan frente al diario (...) tratan también los huelguistas de asaltar la casa de los principales accionistas de las intransigentes compañías y la casa del Almirante Jorge Montt (reemplazante de Fernández Vial); en todas ellas los mo­ radores se defienden a balazos. Casas de préstamos, despachos, el ma­ lecón son asaltados”538. La ciudad queda a merced de la multitud ya que “las unidades militares empiezan a llegar desde Santiago cerca de medianoche, pero no fue hasta la tarde del 13 que el orden fue final­ mente restablecido. Cerca de 100 personas murieron durante los dis­ turbios, y varios centenares más quedaron heridos. Pocos policías (8 oficiales y 20 soldados)539 o gente de origen socioeconómico alto fue­ ron heridos y ninguno muerto, pero los cuerpos sin vida de trabajado-

536 De Shazo; p. 105.

537 Amunátegui; p. 324. 538 Ortiz; pp. 152-153. 539 Ortiz; p. 153.

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res, a veces decapitados, quedaron tirados por las calles y cerros de Valparaíso”540. Paradójicamente, “la huelga marítima terminó exitosamente para los trabajadores”. Luego de convenir en un sistema de arbitraje, este determinó que “los salarios fueran incrementados para todos los tra­ bajadores entre 10% y 20%, el pago de horas extraordinarias fue con­ cedido a algunos, y se estableció una jornada menor para los estiba­ dores”541. Sin embargo, lo más notable fue la reacción ([la falta de ellal) de los medios de comunicación, las autoridades y los partidos políticos oligárquicos frente a la tragedia del puerto. Así, El Mercurio (de Santia­ go) en su editorial del 13 de mayo ni siquiera se refería a la pérdida de vidas. Planteaba, de modo ominoso, que “el momento no es para re­ flexionar, porque se trata simplemente de restablecer por cualquier medio el orden” y añadía que" a la hora qüe escribimos estas líneas aun no sabemos si las tropas enviadas de Santiago a Valparaíso, llegarán a su destino en tiempo para salvar las muchas otras propiedades de nacio­ nales y extranjeros amenazadas”. Y se condolía exclusivamente por la “venganza” y “barbarie” que representaban para Chile las pérdidas ma­ teriales: “Lo que ocurre representa una de las más grandes vergüenzas porque pueda pasar este país. En dos o tres días más llegarán los hués­ pedes brasileros, que las ciudades esperan con ansiedad para demos­ trarles su simpatía. Ellos hallarán en Valparaíso un montón de escom­ bros de los edificios incendiados y se preguntarán a qué extremos de barbarie ha descendido Chile”542. A su vez, El Diario Ilustrado, en lugar de condolerse de la pérdida de vidas e interrogarse sobre las tremendas injusticias sociales que esta­ ban en la raíz de la revuelta, expresaba el miedo social a los trabajado­ res: “Si simultáneamente los obreros de la Mancomunal de Iquique, los de Valparaíso, los de la Maestranza y Ferrocarriles de Santiago, los de Viña del Mar, Concepción, Lota, Coronel y Talcahuano se hubieran alzado contra el orden constituido ¿de qué medios habría echado mano la autoridad para mantenerlo? ¿con qué tropa de línea habría contado para restablecerlo?”543

540 De Shazo; pp. 105-106. Collier y Sater (p. 196) confirman la cifra de 100 muertos.

541 De Shazo; p. 106.

542 El Mercurio, 13-5-1903. Sintomáticamente, el mismo diario que ni se preocupó de consignar las decenas de muertes de obreros de Valparaíso, registraba el 19 de mayo de 1903 (6 días después) del mismo puerto lo siguiente: "Anteayer a las 9 de la mañana se encontraban en el malecón frente a la gobernación marítima un piquete de tropa de la marinería del blindado ‘O’Higgins’. El grumete Juan B. Contreras estaba examinando su rifle cuando se le escapó un tiro que fue a herir mortalmente al marinero 2° del mismo buque Alejandro Clavero, el cual dejó de existir momentos después". (El Mercurio; 19-5-1903) 543 El Diario Ilustrado, 15-5-1903.

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Notable fue también el parte enviado por el prefecto Alberto Acu­ ña al Intendente de Valparaíso. Luego de un pormenorizado registro de las propiedades comerciales e industriales del plano de la ciudad que fueron dañadas o amenazadas (incluyendo su nombre, dirección y pro­ pietario), respecto de las propiedades de los cerros señalaba: “Como en el territorio de ésta los negocios son de menor importancia, no me detendré a seguir en el detalle precedente para no alargar demasiado este informe”. Luego de los heridos indicaba: “Como es natural en su­ cesos de esta clase han resultado muchos heridos y contusos de una y otra parte, cuya relación, dada la premura del tiempo, no siempre exac­ tos del primer momento, no alcanzo a hacer hoy”. De las personas fa­ llecidas, ni siquiera una palabra544. Por otro lado, la tragedia de Valparaíso no fue tema para las sesiones de la Cámara de Diputados del mes de mayo. Recién el 9 de junio hizo alusión a ella el diputado conservador Eulogio Díaz Sagredo, pero solo para manifestar su preocupación por una información periodística que señalaba que el Departamento de Marina de Estados Unidos había or­ denado que varios buques de guerra se dirigieran a Valparaíso “en pre­ visión de que se puedan reproducir en ese puerto los últimos sangrien­ tos sucesos” y que “la escuadra del almirante Sumner se concretará únicamente a defender los intereses americanos que pueden ser ame­ nazados con esos desórdenes”545. Posteriormente, el 19 de junio, a raíz de los sucesos de Valparaíso, los diputados radicales presentaron una tímida proposición para que se nombrara “una comisión especial encargada de estudiar el problema obrero, y de presentar un proyecto de ley relativo al trabajo, al arbitra­ je, al desarrollo del ahorro, a la indemnización en caso de accidentes y a mejorar la condición intelectual de los obreros”546. La propuesta fue rechazada al día siguiente por 36 votos contra 12547.

544 cit. en El Mercurio, 18-5-1903. 545 Más asombra todavía que el diputado liberal por Valparaíso, Guillermo Rivera, hablara exclusivamente el 13 de junio para urgir el pronto despacho de un proyecto de ley en beneficio del Cuerpo de Salvavidas del puerto. Y que el diputado liberal-democrático por la zona, Emilio Bello Codesido, lo hiciera también días después a favor del mejoramiento de la seguridad de Valparaíso frente a los temporales, sin decir una sola palabra sobre la tragedia. 546 Al fundamentar la propuesta, el diputado Fidel Muñoz señaló que "el pueblo que durante más de veinte dias había pedido a la autoridad que facilitara un arreglo con los patrones, acosado por la miseria y viendo que su trabajo no era debidamente remunerado y que la autoridad no hacía nada para mejorar su situación, se lanzó a los excesos (...) y la ciudad se encontró sin defensa ante los revoltosos, el alto comercio se vio entregado al pillaje de la chusma y el pueblo enfurecido porque no se proporcionaba alivio alguno a su triste situación". (Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 19-6-1903)

547 Al fundamentar su rechazo, el diputado liberal Guillermo Rivera señaló que "en Chile no hay otra cuestión social económica que la constante depreciación de la moneda que ha traído una disminu­ ción efectiva de los salarios (...) El problema social económico que existe en Europa de exceso de oferta de brazos sobre demanda, no existe ni puede existir en un país como éste, que tiene inmensos territorios despoblados y riquezas naturales sin explotar". (Boletín de Sesiones de la Cámara; 19-6-1903) A su

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De la tragedia de Valparaíso, además de la demostración de la in­ sensibilidad social de la oligarquía y de su disposición a usar la violen­ cia represiva más extrema, podemos extraer otras conclusiones: que la miseria era tan grande que bastaba un detonante para que muchos habitantes de una ciudad -ajenos a la huelga misma- expresaran su furia contenida en destrucción de propiedades y saqueos. Y que, con todo, la actitud de la turba fue más civilizada que la de las autoridades, ya que focalizaron su ira contra los bienes materiales y no contra las personas548. La segunda gran matanza de la década fue la de octubre de 1905 en Santiago. De acuerdo a las diversas versiones de los acontecimientos549, ella se dio en el marco de la convocatoria a un mitin contra el impuesto a la internación de ganado argentino que encarecía mucho el precio de la carne, en una época de gran inflación550. La convocatoria fue hecha por el Partido Democrático y por su aliado en el mundo laboral, el Congreso Social Obrero (mutualista). Dado el carácter moderado de sus organizadores, el Gobierno se despreocupó de sus efectos, mante­ niendo incluso el éxodo de la guarnición militar de Santiago a sus ma­ niobras anuales cerca de Talca, más de 200 km al sur de la capital. Excediendo los cálculos de los propios organizadores, cerca de 30.000 personas551 acudieron a ella el domingo 22 de octubre, alrede­ dor de la una de la tarde. Un Comité le llevó las demandas al Presiden­ te de la República, Germán Riesco, quien las recibió en su casa particu­ lar cerca del Palacio de la Moneda, con ánimo favorable de estudiar el petitorio. Sin embargo, dentro de los manifestantes que esperaban en Alame­ da frente a La Moneda, en un ánimo de protesta agria552*, corrió el rumor de que Riesco no había querido siquiera recibir al Comité. La

vez, el diputado conservador Eulogio Díaz planteó que "aquí está pasando un fenómeno singular: nos estamos asustando con la cuestión obrera, con una cuestión que en realidad, como muy bien lo decía ayer el honorable Diputado por Quillota (Rivera), no existe en Chile, porque en verdad no puede decirse que se haya producido en Chile el problema o la cuestión obrera que es causa de preocupaciones en Europa". (Boletín de Sesiones de la Cámara; 20-6-1903) 548 Por cierto, no hubo ninguna investigación oficial sobre las muertes, ni menos sanciones a los que se excedieron en la labor represiva.

549 Ver especialmente aVial (1996); Volumen I,Tomo II; pp. 891-897; a Castedo; pp. 128-129; y a De Shazo; pp. 124-126.

550 "Los precios de los alimentos (...) habían subido grandemente en Santiago de abril a octubre de 1905". (De Shazo; p. 124)

551 “El mitin era con mucho la mayor reunión pública que hubiera visto la capital". (Vial; op. cit.; p. 892) 552 "El benévolo mutualismo se hallaba ausente. Los manifestantes querían protestar. Sus gritos y carteles (‘¡Abajo el ladrón del hermano de Riesco!', '¡Abajo los bribones del Congreso!', ‘¡Mueran los vampiros del pueblo!’, etc.) señalaban, sin disimulo, que esa protesta no trisaba únicamente un impuesto: apuntaba hacia un hondo malestar económico y un no menos profundo descontento con la política y la sociedad". (Vial; op. cit.; p. 892)

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multitud se indignó, empezó a tirarle piedras al edificio gubernamen­ tal, la policía disparó sobre ella y luego empezó una ola de destrucción en el centro de la ciudad que se extendió a los suburbios e incluso a residencias campesinas cercanas a la urbe553. La policía uniformada se vio completamente sobrepasada. Los policías de seguridad (de paisa­ no) comenzaron a matar fríamente554 a los agitadores que azuzaban a la masa. Al día siguiente la lucha continuó. Gran número de trabajado­ res se declaró en huelga y el “bajo pueblo” afluyó al centro para saquear comercios. A su vez, el gobierno formó “guardias blancas” con centena­ res de jóvenes de clase alta que recibieron armas al igual que los bom­ beros555. De este modo, el lünes 23 de octubre se convirtió en un des­ enfreno de saqueos de comercios, por un lado, y de masacre, por el otro556. Las tropas del Ejército pudieron volver a Santiago el 24, día en que se controló la situación557. Como resultado, “las bajas fatales debieron ser 200 a 250558 (...) unas 800 personas fueron detenidas559 (...) centenares de trabajadores fueron heridos, pero pocos se reportaron a los hospitales por miedo de ser arrestados. Ningún policía o miembro de las guardias blancas fue matado aunque 185 policías fueron heridos560 (...) la policía reportó

553 “La turba arrasó metódicamente la Alameda, destruyendo los jardines y los monumentos de O’Higgins, San Martín, Carrera, Vicuña Mackenna, etc.f...) Los rebeldes dieron vuelta tranvías y arrancaron escaños, focos eléctricos y faroles a gas. Hacia la noche la Alameda presentaba un aspec­ to fantástico: los grandes mecheros a gas habían sido rotos en sus bases e incendiados allí: llamas enormes y fuliginosas parecían brotar desde la tierra misma”. (Vial; op. cit.; pp. 892-893]

554 De acuerdo a Alberto Ried, uno de los oradores de la Alameda fue asesinado: “...una orden secreta al oído de uno de los más avezados tiradores de la policía, fue acatada en un segundo. Tras del seco estampido, el actuante cayó con una perforación en medio del frontal", (cit. en Vial; op. cit.; p 894)

555 “Además de los bomberos y el Club de la Unión, formaron brigadas los vecinos de la calle Dieciocho, comandados por Comelio Saavedra, empleados municipales, el Círculo Español, los Cen­ tros Italiano, Francés y Alemán, el Club Radical". (Castedo; p. 135) 556 “El 23 de octubre fue ahogado en sangre. Trabajadores, campesinos de los fundos cercanos y miembros del así llamado ‘bajo pueblo’ trataron de saquear todo lo que podían, y los guardias blancos y policías les disparaban a diestra y siniestra. Los saqueos ocurrieron en toda la ciudad, tanto en los barrios de clase alta como de trabajadores, aunque la policía mostró un particular celo en proteger a la gente acomodada del centro". (De Shazo; p. 125)

557 “El ejercito terminó de llegar atardeciendo el martes, cuando los ánimos estaban ya relativamen­ te calmos" (Vial; op. cit.; p. 895) 558 Vial; op. cit.; p. 895. Esta estimación que también acepta Castedo (op. cit.; p. 129) proviene del estudio de Gonzalo Izquierdo: "Octubre de 1905. Un episodio en la historia social chilena” aparecido en la Revista Historia, N° 13. Aunque el viajero Edward Ross en su libro South of Panama cifra las víctimas fatales en 400 y sugerentemente señala: “la juventud dorada de la capital, a la que se había armado como medida de emergencia, se entretenía imaginando sansculottes”. (cit. en Morris; p. 94) 559 Vial; op. cit.; p. 895. De acuerdo a De Shazo (p. 125) fueron cerca de 700. 560 De Shazo; p. 125 basado en fuentes gubernamentales. De acuerdo al estudio de Izquierdo, aceptado por Vial (p. 895) y Castedo (p. 134) los policías heridos fueron 65 y los manifestantes 435.

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149 tiendas saqueadas, la mayoría del mismo tipo que las de 1903 en Valparaíso, incluyendo casas de empeños, comercios de alimentos, za­ paterías y tiendas de licores”561. La reacción oligárquica fue de completa justificación de la matan­ za. Incluso, el periodista y ensayista radical Benjamín Vicuña Subercaseaux (hijo de Vicuña Mackenna) manifestó la “inmensa de­ cepción” cuando vio “llegar el pueblo como una horda salvaje, siguien­ do una bandera roja (...) amagando con sangre y fuego” para implantar las “quimeras socialistas”. Decepción, porque según Vicuña dicha ju­ ventud trabajaba “en todo sentido por mejorar la suerte del proletario”; ayudaba para que se fundase “todo orden de instituciones sociales”; estudiaba en “los maestros del Viejo Mundo... cómo se extiende la feli­ cidad concentrada, cómo se crea un orden económico al cual alcance el pueblo”; impulsaba las escuelas nocturnas; y experimentaba “profun­ damente la melancolía de las diferencias sociales que existen”. Pero, según el escritor radical, la juventud debió superar su tristeza y desen­ canto, y “dejar a un lado su afección y su esperanza” y “poniendo la rodilla en tierra -como para que Dios la perdonara- apuntó e hizo fuego sobre el pueblo”. Fue "doloroso”, pero “preciso”: había “intereses más altos que salvar: la justicia, la propiedad, la familia, en una palabra, la civilización misma, cuyo sostenimiento incumbe a las clases dirigen­ tes como un deber sagrado”562. En la Cámara de Diputados hubo entusiastas respaldos a la acción de la policía y las guardias blancas. Así el diputado Alfredo Irarrázaval planteó que “la actitud de la policía de Santiago ha venido a salvar la capital de una ruina cierta y al país de una indeleble mancha de opro­ bio”, por lo que propuso poner en el primer lugar de la tabla -lo que fue aceptado por unanimidad- el proyecto de ley que establecía “pre­ mios de constancia y pensión de retiro para los empleados del cuerpo de seguridad”563. El también liberal Maximiliano Ibáñez señaló que “hemos hecho una buena escapada, de que nos habríamos librado si no es por el heroísmo de la policía, por la acción de los bomberos y de los 561 De Shazo; p. 125. 562 cit. en Vial; op. cit.; p. 896.

563 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 26-10-1905. Es cierto que Irarrázaval, dándose cuenta de que al menos había un problema social de fondo, señaló autocríticamente que "nada hemos hecho por formar un pueblo moral, ni por educarlo, ni por asociarlo a la obra y al interés comunes". De modo paternalista Irarrázaval añadió: “Ese conjunto de hombres (que poco antes había calificado como "la bestia feroz y ciega, sin ninguna aspiración noble... la chusma que marcó con su sello de mugre y de sangre los umbrales de nuestras propiedades") que aquí llamamos gañanes, carrilanos y pililos son verdaderos gitanos, son parias dentro del país, forman una clase social aparte, que es la que llena nuestras cárceles y que merecería mayor atención de la autoridad, porque de ahí han salido también, en horas de peligro para el país, innumerables y gloriosas legiones de soldados que han llevado nuestras banderas por el continente", por lo que "hay que entrar en esas capas sociales con el libro abierto, como entraban con la cruz en alto los misioneros en las regiones salvajes. Hay que generalizar la instrucción, la enseñanza industrial. Hay que fomentar el ahorro. Hay que darles a los hijos del pueblo habitaciones decentes e higiénicas”. (Boletín citado)

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jóvenes, que se constituyeron espontáneamente en guardianes del or­ den público.” El materialismo de Ibáñez era increíblemente explícito: “Pero el perjuicio más irreparable que hemos sufrido es nuestro descré­ dito ante el extranjero (...) Se confirmará allá la idea arraigada que tienen los europeos de que no existen en América países bien organi­ zados, donde se mantenga el orden público, donde puedan venir los capitales tras la industria y el trabajo. Nuestro crédito habrá tenido honda depresión”564. Incluso, el diputado demócrata Malaquías Concha sostuvo que “la policía debió intervenir en resguardo del orden”, aunque se apartó de la demonización de los manifestantes: “Se dijo que habían intentado saquear algunas casas; pero esto no se ha comprobado. La verdad es que ninguna casa conocida de algún funcionario público, de alguna persona de importancia o de algún rico hacendado, capitalista, fue des­ truida y saqueada. Las víctimas fueron solo pequeños chíncheles, agen­ cias, una botica que hoy se dice que no se saqueó totalmente, sino lo que había en algunos anaqueles o ventanas exteriores, y pequeñas carnice­ rías. No hubo ni una sola víctima que pudiera hacer suponer que había en el pueblo de Chile el espíritu de revuelta o de animadversión para las clases sociales determinadas. Solo se vió el espíritu de saqueo, de robo, de inutilizar lo primero que encontraba a mano la parte más desalmada del pueblo, de la que siempre incurre en estos excesos. Fue aquella una protesta de las clases que se sienten afectadas por su condición social, y que se manifestó por destrucción de sofáes, monumentos, etc”565. Al igual que en el caso de Valparaíso de 1903, la prensa y la historiografía de la época se autocensuraron respecto de los eventos: “En la escasa historiografía del período es curioso observar en qué me­ dida el dramático episodio está soslayado. Ricardo Donoso, en los capí­ tulos históricos de su Alessandri, le dedica dos líneas; Fernando Pinto Lagarrigue, en su Crónica transcribe la información textual de El Mer­ curio e indica el número de muertos en 16. Germán Riesco, en la Presi­ dencia afirma que fue [uno solol”566. Asimismo, al igual que dos años antes, no hubo investigación ni registro oficial de las muertes ni menos sanción para ninguno de los guardias blancos, policías o bomberos que se hubieran excedido en la represión. Es posible concluir que -como en Valparaíso- la furia contenida de un pueblo hambriento y miserable (exasperado además por la ostenta­ ción y el lujo de las clases altas) explotó con un detonante. Y que, como en 1903, los vándalos demostraron un mayor grado de civilización que la oligarquía, al buscar la destrucción y saqueo de bienes materiales y no la muerte de personas.

564 Boletín de Sesiones de la Cámara; 26-10-1905. 565 Boletín de Sesiones de la Cámara; 26-10-1905.

566 Castedo; p. 134.

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La tercera gran matanza de la década fue la de Antofagasta en fe­ brero de 1906. De acuerdo con las diversas versiones de los aconteci­ mientos567 los gremios obreros de la ciudad solicitaron, el 30 de enero, a sus empresas, una ampliación del tiempo para almorzar de media hora (una hora y media en lugar de una hora) como se aplicaba en el resto del país. Todas las empresas accedieron salvo la compañía inglesa de ferrocarriles que solo aceptó extender el lapso en quince minutos. Dos días después los obreros ferrocarrileros se declararon en huelga y a ella adhirieron los diversos gremios de la ciudad, incorporando además los salitreros una demanda de aumento de un 20% en sus salarios. De este modo se proclamó una huelga general para el 6 de febrero. El Comité de Huelga quedó presidido por dos dirigentes anarquistas, Casimiro Fuentes y Alejandro Escobar, y uno radical, Vicente Díaz. El día 6 la marinería del crucero Blanco Encalada desembarcó en la ciu­ dad, provista de ametralladoras, y se acuárteló el regimiento “Esmeral­ da”. A mediodía hubo un incidente, sin consecuencias, entre huelguis­ tas y policías568. Luego, a las 5 de la tarde, se concentraron los obreros en la Plaza Colón, repletándola. A su vez, los empresarios, con la anuen­ cia de las autoridades, formaron “guardias blancas” que se aproximaron de modo amenazante a los huelguistas por un costado de la plaza, mien­ tras que por el otro estaban tropas del Ejército569. Mientras los oradores hablaban ante la multitud, los guardias co­ menzaron a provocar con insultos a los manifestantes. Ante la réplica de estos la pugna se fue encrespando hasta que uno o algunos guardias dispararon sobre la multitud. A su vez, los militares, creyendo que eran los manifestantes los que disparaban sobre ellos (ya que las balas ve­ nían desde la dirección contraria), comenzaron también a disparar contra los obreros570. Como resultado, “los muertos eran 50 según una fuente, 150 si creemos a otra; los heridos una cifra muy superior”571. En cam­ bio, “el Gobierno dio cuenta oficial de 9 muertos y 83 heridos”572. Como de costumbre, “un prudente silencio conservó toda la prensa seria so­ bre el particular (...) Luis Emilio Recabarren fue detenido (pese a que

567 Ver especialmente a Vial (1996); Volumen I, Tomo II; pp. 897-898; a Castedo; p. 130; y a Ortiz; pp. 163-167. 568 "A mediodía, un desfile de los trabajadores detiene todo el tráfico en Antofagasta. Dos carretas cargadas de cerveza son volcadas por los huelguistas y se promueve un incidente entre ellos y la policía". (Ortiz; p. 165) 569 "La plaza estaba repleta. En el costado norte, el Ejército custodiaba la Intendencia; al sur una 'guardia blanca’, constituida principalmente por comerciantes españoles y sus empleados, armas de fuego al hombro, protegía el Club Social. Las 'guardias' entraron cuando ya el público colmaba la plaza, y en esa forma la tropa -del lado opuesto- no los vio". (Vial; op. cit.; p. 898) 570 "Cogidos estos entre dos fuegos trataron de dispersarse en una confusión atroz de gritos y sangre". (Castedo; p. 130) 571 Vial; op. cit.; p. 898.

572 Castedo; p. 130.

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no participó en la dirección de la huelga), el periódico dirigido por él, El Proletario, fue clausurado y sus redactores detenidos. La misma suer­ te tuvo el otro periódico obrero El Marítimo”573. Tampoco en este caso hubo una investigación y registro oficial de las muertes ni de la acción de las autoridades pese a que “la responsabi­ lidad de la autoridad provincial era innegable: había autorizado la for­ mación de las ‘guardias de orden’; autorizó al Comandante del Bata­ llón ‘Esmeralda’ para que le entregara armas y municiones; y el propio secretario de la Intendencia, Lindor Castillo, dirigía la guardia blanca”; y, por cierto, “sanciones contra los autores de la masacre no hubo”574. Pero sin duda la peor rríasacre de la época, y que tuvo un efecto devastador por muchos años para el movimiento obrero chileno, fue la de diciembre de 1907, en Iquique. Ella afectó a los obreros del salitre que -como veremos más adelante-, pese a disfrutar de salarios supe­ riores a los del resto del país, soportaban horribles condiciones de tra­ bajo y de vida. El motivo que llevó al conjunto de los obreros pampinos a efectuar una huelga general y a ir en masa -en condiciones muy pre­ carias- a Iquique a presionar a las compañías salitreras, esperando tam­ bién un apoyo gubernamental, fue la notable caída del poder adquisiti­ vo de sus salarios, producto del incremento de la inflación, acompañada de la mayor cesantía a causa de la crisis económica internacional de la época. Además, a comienzos de diciembre, los trabajadores del ferro­ carril salitrero habían tenido rápido éxito en una huelga destinada a lograr que se pagaran sus salarios a un cambio fijo de 16 peniques el peso575. Los obreros pampinos elaboraron un pliego único de peticio­ nes consistente en: “1) que se pagaran los salarios según cambio fijo de 18 peniques; 2) que existiese libre comercio en las oficinas (o sea, ter­ minar con el monopolio de la pulpería patronal); 3) que las “fichas” se recibiesen siempre a la par (del dinero), es decir, sin descuento sobre su valor teórico; 4) que obligatoriamente los empleadores cerrasen con rejas las maquinarias peligrosas, v.gr., los ‘cachuchos’; 5) que la pulpe­ ría tuviese balanza y vara controladas; 6) que el despido se hiciera previo a un desahucio, o indemnización equivalente, de dos semanas; 7) que cada oficina diese gratis un local para escuela nocturna; 8) que el caliche rechazado por el ‘corrector’ no se aprovechara después sin cancelarlo a quien lo hubiese extraído; y 9) que no se tomaran represa­ lias”576. El éxodo masivo a Iquique que se inició el domingo 15 se efectuó sin contratiempos, y el Intendente subrogante Julio Guzmán (el titular,

573 Ortiz; p. 167. 574 Ortiz; p. 167.

575 Ver Vial (1996); Volumen I, Tomo II; pp. 899-900. Éxito que, sin embargo, no tuvieron los obreros portuarios de Iquique, que comenzaron una huelga con las mismas demandas. 576 Vial; op. cit.; p. 900.

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Carlos Eastman, se encontraba en Santiago) se preocupó de acomodar­ los en la Escuela Santa María y en carpas aledañas, en cooperación con el comercio de la ciudad que se encargó de alimentarlos. Los aproxi­ madamente 10.000 huelguistas que llegaron (con mujeres y niños) se comportaron pacíficamente y con una eficaz organización que, entre otras cosas, evitó la ingesta de alcohol577. Sin embargo, la primera estrategia del Gobierno frente a la huelga (que ciertamente por su envergadura afectaba la economía nacional y, eventualmente, podía ser peligrosa para el orden público) fue tratar de persuadir a los obreros de que volvieran a la pampa mientras los patro­ nes se comprometían en ocho días (“necesario para consultar a sus je­ fes en Londres y Alemania”) a dar una respuesta a sus demandas “y si ésta es desfavorable a los trabajadores, éstos quedan en pleno derecho para abandonar sus faenas578”. Esta proposición fue leída por un repre­ sentante de los obreros a los huelguistas. Como obviamente la reacción inicial de los obreros fue negativa, el connotado abogado Antonio Vie­ ra Gallo intentó con halagos y engaños lograr revertir la decisión de los mineros, terminando su intervención así: “Vosotros soldados de acero, que habéis cruzado infatigables y serenos las candentes arenas de esa pampa que se dilata en el horizonte, vosotros que habéis delegado en vuestro comité directivo todas vuestras atribuciones, tenéis el deber de acatar esa resolución, pues dicho comité ya la aprobó y a vosotros os toca obedecer y callar”. Inmediatamente salió a la palestra el joven obrero que había leído las bases propuestas y dijo: “El señor Viera Ga­ llo está equivocado. El comité no ha aceptado tales bases. Lo que ha hecho es recibirlas y presentarlas a vosotros para que acordéis su acep­ tación o rechazo. ‘Las rechazamos’, fue la frase con que se contestó a este desmentido”579. Posteriormente, el Intendente subrogante Julio Guzmán, luego de conversaciones con los dirigentes, logró más éxito al señalar: “Podéis iros tranquilos a vuestras faenas que yo, como la primera autoridad, os prometo que vuestras peticiones serán aceptadas. Pero se necesita el plazo de 8 días pedidos por los señores salitreros para dar su contesta­ ción. En el caso que no os sean aceptadas vuestras proposiciones, po­ déis estar seguros que después de ese plazo el Intendente de la provin­ cia os pondrá trenes en todas las estaciones para que bajéis a Iquique. A las 5 de la tarde los trenes que os conducirán a la pampa estarán listos. Aquí quedan vuestros representantes que sabrán cumplir con su deber”580.

577 Ver Vial; op. cit.; pp. 900-901. 578 cit. en Eduardo Devés. Los que van a morir te saludan. Historia de una masacre: Escuela Santa María de Iquique, 1907, Edit. Lom, Santiago, 1997; p. 74. 579 Devés; pp. 74-75. 580 cit. en Devés; p. 75.

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Los trabajadores aceptaron volverse a la pampa confiando en la mera palabra del Intendente. Sin embargo, el regreso no se materializó. En primer lugar, porque de acuerdo a Nicolás Palacios (testigo presen­ cial) en los convoyes dispuestos para su retorno “sólo les pusieron ca­ rros planos y como el viaje se efectuaría de noche, en carros sin abrigo ni seguridad, los obreros temieron con razón que algunos de ellos pu­ dieran caerse en el trayecto (...) No habiendo sido posible obtener otra clase de vehículos, resolvieron no embarcarse y esperar aquí en Iquique, la contestación de los salitreros”581. Además, de acuerdo a Elias Lafertte (otro testigo), los huelguistas iquiqueños instaron vehementemente a los pampinos a no regresar, puesto que con ello perdía mucha fuerza su propia huelga582. Una vez fracasado el gran engaño inicial, el Gobierno optó rápida­ mente por la vía coercitiva, estando dispuesto a utilizar la más extrema violencia si las amenazas no resultaban. De este modo, ya el lunes 16 el ministro del Interior, Rafael Sotomayor, envió el siguiente telegrama al Intendente subrogante de Iquique: “Para tomar medidas preventivas proceda como Estado de sitio. Avise inmediatamente oficinas prohibi­ ción gente bajar a Iquique. Despache fuerza indispensable para impe­ dir que lleguen usando todos los medios para conseguirlo. Fuerza pú­ blica debe hacer respetar orden cueste lo que cueste (El crucero) Esmeralda va camino y se alista más tropa”583. Además, Sotomayor en otro telegrama ordenó que se tuviera “discreción” en el texto de los cables “de modo que no se difundiera en el resto del país la magnitud y sentido de los hechos”584. También “se ordenó zarpar desde Valparaíso al crucero Zenteno llevando a bordo al intendente en propiedad, Carlos Eastman, al general Roberto Silva Renard, jefe militar de la zona donde se había producido el conflicto, y al coronel Sinforoso Ledesma”585. Mientras se esperaba el arribo de las tropas destinadas a jugar un papel clave en la “solución” del conflicto (por medio del amedrenta­ miento o acción militar contra los huelguistas), ya que las compañías salitreras no estaban dispuestas a ceder en nada -solo a entablar una negociación una vez que los mineros hubieran vuelto al trabajo-, el 581 cit. en Devés; p. 76. 582 Ver Devés; pp. 76-77. Como constata Devés, "estos últimos hechos (...) nos muestran el nivel en que se encontraba aún el movimiento. Si bien las reivindicaciones generales fueron ya formuladas el día 15 con bastante precisión, las tácticas de lucha, sin embargo, no se habían aclarado. Se había decidido bajar a Iquique; no se había decidido todavía permanecer allí. No se sabía hasta dónde confiar en las autoridades provinciales, tampoco el alcance de la huelga en la pampa ni en el puerto, menos aún la actitud que tomarían patrones y Gobierno. Aunque la gravedad de las condiciones económicas, de vida y trabajo, se hacía sentir desde largo tiempo, la explosión del descontento y del subsecuente movimiento huelguístico era reciente; no había madurado como para planificar una estrategia global de lucha". (Devés; pp. 77-78] 583 cit. en Devés; p. 92. 584 Devés; p. 92. 585 Devés; p. 92.

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Gobierno continuó utilizando el engaño para mantener la tranquilidad de los pampinos. Así, el martes 17 en la tarde, el Intendente subrogante, Julio Guzmán, le habló a la multitud “recomendándoles nuevamente el mayor orden, que es el mejor medio de obtener el triunfo de cual­ quier causa justa y les aseguró que el gobierno se ocupaba activamente por el asunto” y “que si las cosas no se habían arreglado todavía de una manera satisfactoria esperaba dentro de poco arribar a un arreglo favo­ rable a las clases trabajadoras” ya que pronto llegaría el Intendente Eastman, y que “era evidente que el pueblo encontraría en él un seguro defensor de sus derechos”586. El jueves 19, al fin de la tarde, llegaron el Zenteno y el Esmeralda con Eastman, Silva Renard y la tropa: “La misma noche que arribó, Silva hizo desembarcar marinería y ametralladoras del ‘Esmeralda’” y una tropa de 1.650 soldados y marinos y 17 oficiales587. Los huelguistas, esperanzados con las* promesas gubernamentales, recibieron entusiastamente a Eastman588. Sin embargo, las negociacio­ nes no condujeron a ninguna parte, pese a la gran flexibilidad de los mineros: “Su Directorio aceptó el arbitraje (un representante por par­ te, y un tercero en discordia, nombrado de común acuerdo). Aceptó también -como alternativa- se aumentasen los salarios un 60% duran­ te un mes, mientras empleadores y obreros examinaban el petitorio. Ambas soluciones llevaban anexo el inmediato regreso y reinicio del trabajo. Ambas, además, fueron proposiciones gubernativas. Aun el presidente Montt ofreció que el Estado pagara la mitad del aumento. Los patrones no cedieron un milímetro”589. Cualquier eventual acuer­ do lo estudiarían luego de que los trabajadores retornaran a la pampa y reanudaran las labores. En seguida Eastman se puso claramente del lado patronal y comen­ zó a presionar al Directorio para que todos volvieran inmediatamente a su trabajo, utilizando la misma argumentación de aquellos de que “la permanencia en Iquique era innecesaria, se estaba haciendo una pre­ sión ilegítima, ello menoscababa la autoridad moral (de los patrones) y alarmaba los hogares (de los residentes de Iquique)”590. El viernes 20 se dieron ya dos señales ominosas: “se supo del arresto de Pedro Regalado Núñez, motor del movimiento huelguístico en la

586 Devés; p. 99.

587 Vial; op. cit.; p. 903. 588 Malaquías Concha se refirió amargamente en la Cámara a dicho entusiasmo: "¡Cuán lejos estaban, honorables representantes del pueblo, aquellos trabajadores de pensar que no hadan sino imitar a los esclavos romanos condenados a la muerte del drco que, cuando pasaban por delante del emperador, en camino al sacrificio, exclamaban: 'Ave César, imperator, morituri te salutam'. Salve César, emperador, los que van a morir te saludan'1. (Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputa­ dos; 30-12-1907) 589 Vial; op. cit.; p. 902.

590 Devés; p. 134.

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zona de Huara, Negreiros y Zapiga”591; y el “Regimiento Carampangue, se supo, estaba impidiendo a la fuerza que siguieran bajando pampinos hacia Iquique. En la oficina Buenaventura se había hecho fuego contra una columna obrera, cuando ella rehusó detener su avance; ocho mu­ rieron y otros numerosos quedaron heridos”592. Y, por último, a las 10 de la noche, el Intendente decretó un virtual estado de sitio para la provincia de Tarapacá. El fatídico sábado comenzó así bajo la imposición de un decreto represivo y con una invitación de Eastman al Directorio Central para reunirse con él en la Intendencia. Intuyendo una celada, los dirigentes señalaron que ellos recibirían'a los emisarios del Intendente o que con­ tinuaran negociando a través de intercambio de notas593. Antes de uti­ lizar la extrema violencia, el Intendente envió a Abdón Díaz, líder mancomunal, para convencerlos de su “rendición”. Este fracasó: “...los huelguistas no abandonarían Iquique ni la escuela (Santa María) con las manos totalmente vacías”594. Según el propio Eastman, luego de esto “perdió toda esperanza de solución pacífica y amistosa” y envió un telegrama al Presidente Montt en el que le expresó “la ya impostergable necesidad de solucionar la cuestión el mismo día, aunque se usara de la fuerza y se previeran dolorosas pérdidas”595. Acto seguido decretó el desalojo de la escuela, para lo cual el general Silva Renard y sus tropas rodearon la zona de la escuela a las 2:30 pm. emplazando hasta ametralladoras en dirección a los mineros. Durante la hora del ultimátum, antes de comenzar la ma­ sacre, los mineros le plantearon, por último, a Silva Renard su voluntad de volver al sur o de emigrar a Argentina antes que regresar a la pam­ pa596. No hubo caso. A las 3:30 pm. se concretó la amenaza de pasarlos por las armas y comenzó la matanza de miles de personas inermes y compactas597. Nunca se sabrá con exactitud cuántos fueron asesina­ dos. Uno de los testigos directos, el padre de Julio César Jobet, los cifra en 2.000598. Cantidad que también dan Elias Lafertte (residente en la 591 Devés; p. 137. 592 Vial; op. cit.; p. 903.

593 No se equivocaron puesto que ya “Eastman tenía sobre el escritorio un cable del ministro del Interior que rezaba: ‘Seria muy conveniente aprehender cabecillas, trasladándolos buques de gue­ rra'". (Vial; op. cit.; p. 904) 594 Vial; op. cit.; p. 904. 595 cit. en Devés; p. 162.

596 Ver Devés; pp. 174-175. 597 Al llegar al lugar, Silva señala en su informe que “calculé que en el interior de la escuela habrían unos 5.000 individuos y afuera 2.000”. (cit. en Devés; p. 169) 598 “Según el testimonio de mi padre, Armando Jobet Angevin, que era suboficial del Carampangue en ese entonces, calcula que las bajas alcanzaron a 2.000, pues a él correspondió el primer tumo de entrega de cadáveres contando 900. Hombres, mujeres y niños estaban rebanados por las ame­ tralladoras”. (Jobet; p. 139). Es importante tener en cuenta que no todos fueron asesinados en la

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época en Iquique)599 y Alejandro Venegas (que viajó allí poco tiempo después]600. Historiadores más actuales concuerdan con los anterio­ res601 o dan cifras muy indeterminadas pero igualmente pavorosas602. De cualquier forma, constituye una de las más grandes y cobardes matanzas de la historia de la humanidad en tiempos de paz603. Pero más vergonzosa que la masacre, fue aun la complicidad oligárquica en torno a ella. De partida, la cifra oficial de muertos y heridos, solo alcanzó a 14O604. Luego, nunca se hizo una investigación oficial de ella, por parte de ninguno de los tres poderes del Estado605. Además, la generalidad de los medios, de comunicación oligárquicos la justificó. Así, El Mercurio, en su editorial del 28 de diciembre, señalaba que “es muy sensible que haya sido preciso recurrir a la fuerza para evitar la perturbación del orden público y restablecer la normalidad, y mucho más todavía que el empleo de esa fuerza haya costado la vida a numerosos individuos (...) el Ejecutivo no ha podido hacer otra cosa,

escuela y la plaza adyacente: “Otros fueron ultimados por la madrugada en el Hipódromo mediante la aplicación del sistema conocido como “el quinteo" (Para esto se seleccionó uno de cada cinco obreros para ser muerto. De este modo se amedrentó al resto). Los soldados que durante estos actos se negaron a disparar a los obreros, fueron también eliminados. Los heridos más graves fueron lleva­ dos al lazareto donde murieron casi todos". (Crisóstomo Pizarro. La huelga obrera en Chile, Edi­ ciones Sur; Santiago, 1986; p. 50) Además, Malaquías Concha con antecedentes recogidos en el mismo Iquique señaló en la Cámara que "al día siguiente (22) se les quiso hacer subir (a los sobrevivientes) al ferrocarril para conducirlos al interior de la pampa, y como algunos se negaran a obedecer se ordenó hacerles fuego a las piernas, y entonces cayeron ciento cuarenta victimas más". (Boletín de la Cámara de Diputados; 30-12-1907) 599 Elias Lafertte. Vida de un comunista. Páginas autobiográficas, Edit. Austral, Santiago, s/f.; p. 61.

600 Venegas; p. 229.

601 Gil; p. 71; Castedo; p. 144; y Pike; p. 109. Es interesante añadir a Eduardo Frei quien residió en Iquique, entre enero de 1935 y mayo de 1937, y que señala "más de 2.000 muertos (...) Sobre estos sucesos existe consenso unánime en todos los que lo han relatado, y hemos tenido ocasión de recoger variados testimonios personales que corroboran el cálculo oficial de las víctimas”. (Frei; pp. 154-155)

602 Alan Angelí (op. cit.; p. 24) da "entre 1.000 y 3.000 obreros". A su vez, Simón Collier y William F. Sater (op. cit.; p. 196) indican "muchos centenares". 603 Otra de las penosas conclusiones de la masacre es que selló con sangre una profunda descon­ fianza de las clases populares chilenas en las clases dirigentes. Creyeron que eran mucho más buenas de lo que efectivamente resultaron; y nunca imaginaron el grado de barbarie a que podían llegar y su error tuvo horrorosos efectos en ellas. Como lo señala Eduardo Devés, al reca­ pitular un comentario de El Pueblo Obrero de Iquique del 11 de enero de 1908: "Los trabajadores fueron engañados por Eastman (...) éste les dijo al llegar al norte que solucionaría el conflicto favora­ blemente a ellos. El 21 se les hizo ver que si no salían de la escuela, el ejército usaría las armas para hacer respetar el decreto del Intendente, pero nadie creyó que el atropello se llevaría a efecto, y que se les fuera a asesinar tan bárbaramente, en presencia de todo el mundo, sin tener otro delito que pedir mejoramiento de salarios o pasajes para el sur o solicitar la emigración. Creyeron en que la autoridad les iba a resolver favorablemente sus peticiones: no creyeron que los iba a masacrar (...) Creyeron cuando debían desconfiar, no creyeron cuando debían hacerlo. Ingenuos doblemente". (Devés; p. 179) 604 Ver Vial; op. cit.; p. 906; y Castedo; p. 144. 605 En rigor, se encarceló y procesó a varios de los dirigentes mineros sobrevivientes, algunos de los cuales alcanzaron a estar varios años presos.

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dentro de sus obligaciones más elementales, que dar instrucciones para que el orden público fuera mantenido a cualquiera costa, a fin de que las vidas y propiedades de los habitantes de Iquique, nacionales y ex­ tranjeros, estuvieran perfectamente garantidas. Esto es tan elemental que apenas se comprende que haya gentes que discutan el punto(...)”606. Poco después, el 4 de enero de 1908, frente a una amenaza de huelga general destinada -entre otras cosas- a “obtener del poder público la separación y castigo del general Silva Renard y del Intendente de Tarapacá”, El Mercurio decía: “¿Cómo podría el Gobierno acceder a un castigo de funcionarios que han cumplido su deber?”607. Por su parte, El Diario Ilustrado, luego de lamentar las muertes pro­ ducidas, indicaba: “Es lógico suponer que si tan dolorosas medidas se vieron obligadas a tomar (las autoridades civiles y militares de Iquique], no quedaba otro arbitrio para el mantenimiento del orden público, obligación primordial de los gobiernos en las comunidades civilizadas. Y sí así fueran las cosas, como lo creemos, sofocando las inclinaciones de la piedad, debemos convenir una vez más en que el orden público debe ser mantenido con cualesquiera sacrificios”608. Incluso el diario El Chileno (el de mayor circulación de la época), que informaba favorablemente sobre las peticiones de los huelguistas del norte, señalaba que “la autoridad militar cumplió su tristísima mi­ sión”609, y cuestionaba a los poquísimos parlamentarios que condena­ ron la matanza: “A más de estériles, esas recriminaciones son injustas y egoístas. Los que demuestran indignarse más por lo ocurrido en Iquique, debieran preguntarse con el corazón en la mano qué han hecho ellos por remediar la situación de los trabajadores”610. El debate parlamentario sobre la masacre reflejó plenamente tam­ bién la complicidad de la generalidad de la oligarquía. El ministro del Interior, Rafael Sotomayor, no solo la justificó como “inevitable para cumplir el deber de mantener el orden y de dar garantías a las vidas y a las personas”611, sino que además hizo un encendido elogio de sus au­ tores, frente a las duras críticas de algunos parlamentarios: “¿A qué conducen, pues, las expresiones ofensivas contra las autoridades que libertaron al pueblo de Iquique de los desmanes de turbas inconscien­ tes contra la propiedad y la vida de los ciudadanos? (...) Ellos, impi­ diendo ese movimiento subversivo, han salvado al país de una vergüen­ za y de futuras complicaciones internacionales (...) el instinto de

606 El Mercurio, 28-12-1907. 607 El Mercurio, 4-1-1908.

608 El Diario Ilustrado, 26-12-1907. 609 El Chileno, 26-12-1907. 610 El Chileno, 27-12-1907.

611 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 30-12-1907.

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conservación social (de los diputados críticos) debería inducirlos a elo­ giar y aplaudir su conducta, como un estímulo y un ejemplo digno de imitarse por parte de aquellos a quienes la sociedad ha confiado la defensa de su vida e intereses”612. A su vez, el diputado liberal Luis Izquierdo postuló que la acción de los huelguistas planteaba una terrible amenaza sobre Iquique (re­ cordando en ese sentido los disturbios y saqueos de 1903 en Valparaíso y de 1905 en Santiago) y que el desastre “fue evitado por la acción de las fuerzas de Ejército, comandadas por un jefe, el general Silva Renard, que inspiraba -e inspira- universal confianza por su inteligencia, por su carácter y por sus antecedentes militares. Fue evitado a costa de sacrificios dolorosos, extremadamente dolorosos que no hay objeto ni ventaja en exagerar. Si se llegó a ese desenlace extremo ¿cómo podría­ mos suponer que el general Silva Renard y los jefes que le acompaña­ ban deseaban y buscaban el exterminio*del pueblo?”613. El también liberal Jorge Valdivieso Blanco señaló que el general Silva Renard “se vió en la dura necesidad de usar de la fuerza: el resul­ tado de esa contienda la lamento yo personalmente, la Cámara y el país entero”614. Hubo cuatro honrosas excepciones en la Cámara: los diputados demócratas Bonifacio Veas y Malaquías Concha, el diputado radical Daniel Espejo y el liberal Arturo Alessandri. Veas condenó “la salvaje matanza de trabajadores consumada en la ciudad de Iquique” y repro­ bó duramente al gobierno porque ante los reclamos del pueblo “res­ ponde con el asesinato en masa de infelices obreros. [Esto indigna, esto subleva! ¿Quién puede contemplar tanta barbaridad con sangre fría, con ánimo tranquilo? [Ah! Señor Presidente, la matanza de Iquique es una sangre que no puede prescribir [Esa sangre no prescribe!”615. Concha, quien iba en barco y recaló en Iquique después del 21, denunció que “sobre diez mil obreros inermes se disparó con ametra­ lladoras, no por el espacio de treinta segundos, como dice el parte, sino que esta espantosa carnicería [duró por lo menos tres minutos! [Se formaron montañas de cadáveres que llegaban hasta el techo de la Es­ cuela Santa María! [Horrorícese la Cámara!” y señaló que los sucesos de Iquique “son un estigma de vergüenza y oprobio para nuestra patria; acontecimientos que pasarán a la historia, señor vice-Presidente, en condiciones más ominosas que las legendarias matanzas que nos refiere la historia de los primeros cristianos, que el legendario incendio de Roma atribuido a Nerón, que la matanza de San Bartolomé atribuida a los católicos contra los protestantes (...) que las matanzas que hoy mismo

612 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 2-1-1908.

613 Boletín de Sesiones de la Cámara, 4-1-1908. 614- Boletín de Sesiones de la Cámara; 27-12-1907. 615 Boletin de Sesiones de la Cámara; 28-12-1907.

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se llevan a cabo, en Turquía, contra los cristianos, en Rusia contra los judíos...”616 Espejo, condenó al gobierno que “responde a balazos al pueblo, de­ jando en el campo la carnicería más abominable. Los que amamos las libertades públicas (...) no podemos dejar pasar en silencio, sin protes­ tar enérgicamente de estas matanzas propias de países en donde el amor a la humanidad no se siente. La matanza de Iquique será una página negra en la historia de la actual administración”617. Alessandri, con mucho menos énfasis, cuestionó también la actua­ ción de las autoridades basándose en las propias explicaciones oficia­ les: “El hecho es que el general Silva Renard (...) procedió únicamente en vista de esas banderolas y griterías (de los huelguistas), a hacer dis­ parar durante medio minuto las ametralladoras sobre el pueblo. Es de­ cir, que en ese medio minuto se dispararon cinco mil tiros sobre una masa de ciudadanos que hasta ese momento estaban ejercitando un derecho que garantiza la Constitución del Estado: el derecho de pedir aumento de salarios y mejores condiciones para la vida (...) Ateniéndo­ nos al parte oficial del general Silva Renard, la conducta observada por la fuerza pública no está justificada”618. Posteriormente, en relación con las explicaciones dadas por el ministro Sotomayor, señaló que no justifican “la manera como las autoridades procedieron en contra del pueblo”, ya que por un lado había “un pueblo tranquilo y sin armas ejercitando el derecho de reunión” y “del otro una fuerza armada que hace fuego contra ese pueblo”619. Algunos días después, Alessandri, sin dejar de cuestionar la actitud del gobierno, dejó clara su impronta paternalista-oligárquica. Así, jun­ to con criticar “la indiferencia del Gobierno” frente al “malestar de las clases trabajadoras” señaló que “el obrero chileno es bueno, es sumiso, es trabajador, es de buenos sentimientos y todo el que sepa llegar hasta su corazón y tratarlo con humanidad, lo verá enternecerse hasta derra­ mar lágrimas. El chileno es un roto bueno, sincero y laborioso, cuando no está bebido (...) De modo pues que, si nos ocupamos de los obre­ ros y les aliviamos sus males, tenga la seguridad el señor Ministro del Interior, no podrán ser dominados por los agitadores”. Al mismo tiem­ po, cuestionó el que el gobierno no efectuara una represión preventi­ va: "... sostengo que no debió el Gobierno dejar que se aglomerase esa masa enorme de gente en Iquique. ¿Por qué dejó el Gobierno que ese pueblo se fuera a Iquique cuando había en ello un peligro social? ¿Por qué los mantuvo allí durante tres o cuatro días? ¿Por qué estuvo parla­ mentando con ellos y no tomó medidas para que ese pueblo regresara?

616 Boletín de Sesiones de la Cámara; 30-12-1907. 617 Boletín de Sesiones de la Cámara; 27-12-1907.

618 Boletín de Sesiones de la Cámara; 27-12-1907. 619 Boletín de Sesiones de la Cámara; 2-1-1908.

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¿Por qué no hizo lo que hacen los higienistas? ¿Por qué no previno el mal? ¿Por qué se viene a paliar entonces esta imprevisión del Gobierno después de consumado el suceso, diciendo que hubo necesidad de matar para impedir mayores males, para evitar que se cometieran desórde­ nes?”620 La inmensa mayoría de la Cámara evitó luego que se votara la in­ terpelación presentada por Veas, Concha y Alessandri en contra del ministro del Interior. Cada vez que se veía el tema, los diputados deja­ ban sin quorum el hemiciclo. El diputado Luis Izquierdo llegó al extre­ mo de la crueldad, al plantear el 6 de febrero que “concluyamos una vez, con este asunto (de Iquique) que está demasiado fiambre”621. A su vez, el diputado liberal-democrático Enrique Zañartu Prieto, en julio de 1908, señaló que “respecto de los sucesos de Iquique, que todos lamentamos, los diputados que deliberamos en esta Cámara, casa de vidrios a través de los cuales nos contempla el país entero, debemos trabajar porque más bien caiga sobre aquellos acontecimientos el man­ to del olvido, evitando de ese modo que se fomente la división de cla­ ses"622 Y cayó dicho manto en la memoria popular, sobre dichos aconteci­ mientos, hasta que, a fines de los 60, fueran recobrados, especialmente gracias a la Cantata Santa María de Iquique del grupo musical Quilapayún. Rememoración que fue rápidamente eclipsada por una tragedia de mucho más larga duración623.

620 Boletín de Sesiones de la Cámara; 8-1-1908. Reveladoramente, el diputado liberal Alfredo Irarrázaval reforzó dicho argumento señalando que "a fines de 1890 o en 1891, siendo Intendente de Iquique don Manuel Salinas, se produjo un movimiento semejante de obreros: los trabajadores de la pampa quisieron invadir a Iquique, y el señor Salinas impidió en absoluto que se reunieran esos elementos peligrosos en las calles de Iquique, a los que no habría habido como mantener ni dar trabajo, ni como contener pacíficamente después. De modo que la previsión del Gobierno de Balmaceda evitó esta aglomeración de gente y sus consecuencias, lo que el Gobierno actual solo ha podido hacer a balazos". (Boletín citado)

621 Boletín de Sesiones de la Cámara; 6-2-1908. El mismo Izquierdo había sostenido desafiante el 4 de enero que los oficiales que habían ordenado la matanza “han cumplido su deber, el más amargo, el más cruel de los deberes que pueden corresponder a hombres de corazón y de honor. Y mientras no se nos pruebe -lo que no se nos probará- que ha habido de su parte imprudencia, impremeditación, arranques de cólera, algo que revele el abandono de la calma y de la serenidad, propias de la hora, debemos inclinamos con respeto delante de ellos". (Boletín de Sesiones de la Cámara; 4-1-1908). ¡O sea que Izquierdo admiraba la frialdad y premeditación con que se habría hecho la masacre!... 622 cit. en Devés; p. 11. 623 Penosamente, muchos años después (1931), el político e historiador liberal Domingo Amunátegui Solar escribiría: “Los verdaderos culpables de esta hecatombe fueron sin duda los dueños de las salitreras, y sus representantes en Iquique, que no supieron ni quisieron mejorar las condiciones de vida y de trabajo en las faenas del salitre; y tanto más cuanto que no les faltaron las advertencias previsoras, ni la experiencia de lo que podía ocurrir. Ejemplo elocuente les ofreció en 1906 el vecino puerto de Antofagasta". (Amunátegui; p. 341) Ni una sola mención del gobierno... del que fue Ministro de Justicia e Instrucción Pública en aquellos aciagos días de diciembre de 1907.

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CAPÍTULO VII

RELACIONES INTERNACIONALES HOSTILES

La oligarquía chilena, entre 1891 y 1925, se enfrentó a una situación internacional muy compleja. Ya hemos visto que la política de consti­ tuirse en la principal potencia del Pacífico sur americano llevó a Chile a dos guerras con Perú y Bolivia. Y que, paradójicamente, la victoria de la última (la Guerra del Pacífico), dada la índole de los tratados desti­ nados a terminarla, mantuvo un clima de abierta hostilidad con ambos países. A lo que se sumó la rivalidad con Argentina por la delimitación de la extensa frontera sur, que tampoco fue claramente resuelta con el tratado de 1881. Todo lo anterior contextualizó, desde los orígenes del Chile repu­ blicano, otros dos elementos claves de la política exterior chilena: la promoción de una comunidad latinoamericana (o hispanoamericana como se denominó en un comienzo) y la reticencia frente a la crecien­ te expansión de la hegemonía de Estados Unidos en el continente. La reticencia frente a este último fue expresada en 1822 por Diego Portales624, en ese entonces un anónimo comerciante que tenía nego­ cios en Lima, incluso antes de la enunciación de la Doctrina Monroe625*. 624 "Mi querido (José) Cea: (...) El Presidente de la Federación de N.A., Mr Monroe, ha dicho: ‘se reconoce que la América es para éstos’ ¡ Cuidado con salir de una dominación para caer en otra! Hay que desconfiar de esos señores que muy bien aprueban la obra de nuestros campeones de libera­ ción, sin habernos ayudado en nada: he aquí la causa de mi temor... Yo creo que todo obedece a un plan combinado de antemano; y ese sería así: hacer la conquista de América, no por las armas, sino por la influencia en toda esfera. Esto sucederá, tal vez hoy no; pero mañana sí. No conviene dejarse halagar por estos dulces que los niños suelen comer por gusto, sin cuidarse de un envenenamiento". (Carta de marzo de 1822; en Ernesto de la Cruz, Epistolario de Don Diego Portales, Tomo 1; p. 12)

625 El 2 de diciembre de 1823, el presidente de Estados Unidos, James Monroe, señaló en un célebre discurso: "Los continentes americanos no deben ser considerados en adelante como campo de colonización por las potencias europeas. Nosotros no hemos intervenido ni intervendremos en las colonias que poseen algunas potencias europeas; pero respecto de los gobiernos que han declarado y mantenido su independencia, reconocida por nuestra parte, por muy justas y altas razones, miraría­ mos como un acto hostil a los Estados Unidos la intervención de algunas potencias europeas, que tenga por objeto oprimirlos o intervenir sobre sus destinos", (cit. en Mario Barros; p. 79) Más allá de la intención de Monroe, significaba objetivamente la enunciación de una suerte de tutelaje sobre el conjunto del continente americano.

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Y las primeras desavenencias surgieron antes, producto de la acti­ tud paternalista de los primeros enviados del gobierno de Estados Uni­ dos a Chile. Así, por ejemplo, de acuerdo a Eugenio Pereira Salas, el enviado W. G. Worthington le señaló a O’Higgins: “El mundo lo cono­ ce a usted como el jefe militar de Chile, pero si usted sigue mis conse­ jos, será conocido como el padre de este país. No le hago oficialmente estas indicaciones, sino en mi papel de gran amigo de la libertad y me ofrezco para tener con usted entrevistas familiares para tratar estos asuntos”626. Y los primeros conflictos serios, surgieron en 1819, cuando Chile capturó varios barcos norteamericanos en las costas peruanas, dado que Estados Unidos se negó a reconocer el bloqueo impuesto por la Escua­ dra Libertadora del Perú (comandada por Thomas Cochrane)627. La disputa por la carga requisada y las indemnizaciones solicitadas por el país del norte pudieron resolverse recién en 1863, “esencialmente a favor de Estados Unidos, por el arbitraje del rey de Bélgica”628. Luego hubo conflictos porque Chile -a excepción de otros países latinoamericanos- logró un tratado comercial en 1834 con EE.UU. en que exceptuó privilegios especiales a terceros países en el caso de los estados hispanoamericanos629. Además, en relación a la guerra contra la Confederación perú-boliviana, “Washington mantuvo una postura neutral, aunque en el fondo favorecía a la Confederación”630. Durante los años 40, el gobierno chileno pidió el retiro del repre­ sentante norteamericano en Chile, Seth Barton, por un incidente de este con el Arzobispo de Santiago631. Pero lo que más afectó las rela­ ciones fue la abierta simpatía demostrada por Chile hacia México en su guerra con Estados Unidos (1846-1848) y, posteriormente, la indig­ nación de los chilenos “respecto del duro tratamiento que muchos de sus compatriotas recibieron durante la fiebre del oro en California”632. A tanto llegó la hostilidad entre ambos países que en 1855 el repre­ sentante norteamericano en Chile W. R. Manning señalaba a su país que “Estados Unidos y sus ciudadanos son objeto de constantes y viru­ lentos ataques y el blanco escogido de abusos difamatorios por parte 626 cit. en Hernán Ramírez Necochea. Historia del imperialismo en Chile, Edit. Austral, Santiago, 1970; p. 36.

627 Ver Heraldo Muñoz y Carlos Portales. Una amistad esquiva. Las Relaciones de Estados Uni­ dos y Chile, Edit. Pehuén, Santiago, 1987; p. 20. 628 Fredrick B. Pike. Chile and the United States. 1880-1962. The emergence of Chile’s Social Crisis and the Challenge to United States Diplomacy, University of Notre Dame, Notre Dame, 1963; p. 24. 629 Ver Hernán Villablanca Zurita. Terratenientes, Burguesía Industrial y Productores Directos. Chile: 1900-1960, Bravo y Allende Editores, Santiago, 2003; p. 33.

630 Muñoz y Portales; p. 21.

631 Ver Pike; p. 24; y Muñoz y Portales; p. 22.

632 Pike; p. 24.

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de la prensa del país” y que “se ha propuesto incluso expulsar a sus ciudadanos del país y cerrar los puertos de Chile a su comercio”633. Expresión de aquellos fueron artículos y editoriales de El Mercurio de Valparaíso en que se señalaba: “No hay que engañarnos, la conquista de la América española está resuelta por el gabinete de la Unión” (2-21855] y en que se zahería a los “yankis”: “Vosotros sois los únicos que habéis en el mundo inventado el medio civilizador de destruir todo lo que no os agrada (...) vosotros sois una amenaza viva a todo lo que os toca y os rodea, porque con vosotros nunca se puede vivir en paz por mucho tiempo. Este es el peligro de Chile y el de todas las repúblicas americano-españolas” (13-2-18 5 5)634. Por otro lado, Chile mantuvo una oscilante y ambivalente política de cooperación con los demás Estados latinoamericanos. A la primera reunión de 1826 en Colombia, Chile y Argentina no asistieron (Brasil ni siquiera fue invitado). “Vicuña Mackenna atribuye esta actitud al temor que comenzaba a inspirar en ciertos círculos chilenos las miras de dominio continental que se atribuían a Bolívar. Según el mismo historiador, esta desconfianza había ganado también a los argentinos”635. Lamentablemente dicha conferencia fracasó, no solo por la ausen­ cia de varios países sino porque, de los presentes, solo Colombia ratifi­ có sus acuerdos que, entre otras cosas, estipularon que “los firmantes renunciaban a la guerra entre ellos y aceptaban el arbitraje de la Con­ ferencia”636. De hecho, las guerras entre los nuevos Estados indepen­ dientes proliferaron desde sus inicios637, con lo que se frustró desde los comienzos el ideal bolivariano. Posteriormente, en 1835, el ministro Joaquín Tocornal insinuó ante el Senado la promoción de una integración comercial entre los nuevos países latinoamericanos: “Otros pueblos han comenzado su carrera con una industria floreciente que los hacía capaces de competir con los estados que habían entrado antes que ellos en la escena del mundo. Nosotros no podemos disimularnos que la nuestra está en su infancia y

633 Pike; p. 24. 634 cit. en Ramírez (1970); pp. 80-81. Por lo mismo, el norteamericano Henry Clay Evans escribió en 1927: “La década de los años cincuenta, marca el más amargo período, excepto uno, en las relaciones chileno-americanas. Cada reclamación producía estruendosos argumentos; cada ac­ ción diplomática de los Estados Unidos en América Latina, causaba alarma en Santiago; cada discordia interna en Chile era marcada por el entusiasmo norteamericano a favor de la causa perdi­ da. Cualquier cosa como ascendiente norteamericano, no existió más; si solamente las usuales for­ malidades diplomáticas podían ser observadas, los ministros norteamericanos tenían razón para sentirse felices", (cit. en Ramírez (1970); pp. 78-80). 635 Mario Barros; p. 93. Aunque O’Higgins, el 6 de mayo de 1818, había lanzado un manifiesto para reunir un Congreso “llamado a instituir una gran Confederación de los pueblos americanos". (cit. en M. Barros; p. 91). 636 Mario Barros; p. 94. 637 Así, antes incluso que la guerra de Chile con la Confederación perú-boliviana, hubo conflic­ tos bélicos entre Argentina y Brasil; y otro entre Colombia y Perú.

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que sería sofocada para siempre en su germen si no nos diésemos unos a otros la mano para desarrollarla y extenderla. Adoptando otro plan malograríamos mucha parte de las ventajas de nuestra independencia y, acaso, no habríamos hecho más que pasar de un pupilaje a otro, en que nuestros recursos naturales permanecieran estancados en benefi­ cio ajeno. Así es que profesando escrupulosa imparcialidad para con las naciones extranjeras, hemos creído conveniente y necesario modificar esta regla general, reservándonos en los tratados de comercio la facul­ tad de conceder favores especiales a las repúblicas hermanas y aplican­ do con más libertad esta excepción a aquellas que por su vecindad y por la naturaleza de sus productos parecían destinadas a formar con nosotros una confederación más estrecha”638. El proyecto chileno no tuvo acogida y "la guerra contra la Confederación terminó por sepultar la idea”639. Otros factores que contribuyeron arrastrar una mínima integra­ ción latinoamericana fueron la inestabilidad política interna de la ge­ neralidad de los países (con las notables excepciones de Chile y Brasil] y la forma unilateral conque cada uno. de los estados de la región pro­ cedió a definir sus límites, aplicando de modo arbitrario el principio del “uti possidetis”. De este modo, no extraña que las demás conferencias latinoameri­ canas efectuadas en el siglo XIX (1847, en Lima; 1857, en Santiago y 1864, en Lima) no produjeran ningún resultado tangible ni en el orden político, económico o cultural. De todas formas, las personalidades más relevantes de la oligarquía chilena de mediados del siglo XIX promovieron una integración “hispano-americana” que tuviera especial cuidado de un eventual dominio de la región por parte de Estados Unidos. Así, Pedro Félix Vicuña ya en 1837 propuso la creación de un Gran Congreso Americano con exclu­ sión del país del norte640. A su vez en 1855, Manuel Carrasco Albano señaló la necesidad de constituir un Congreso General Sudamericano cuyo “objeto primordial” fuera “concertar los medios de defensa nece­ sarios para impedir las sucesivas usurpaciones del coloso norteameri­ cano (...) estrechar los vínculos que unen las diversas fracciones de la América española, oponer a la Confederación política norteamericana la federación moral de una nacionalidad sudamericana”641.

638 cit. en Mario Barros; pp. 120-121. 639 Mario Barros; p. 121.

640 Pedro Félix Vicuña. "Único Asilo de las Repúblicas Hispano-Americanas"', en Sociedad de la Unión Americana de Santiago de Chile. Colección de Ensayos y Documentos relativos a la Unión y Confederación de los Pueblos Hispano-Americanos, Impr. Chilena; Santiago; 1862; pp. 213-225.

641 Manuel Carrasco Albano. "Memoria presentada ante la Facultad de Leyes de la Universidad de Chile en el mes de Marzo de 1855, sobre la necesidad y objetos de un Congreso Sud-Americano"; en Sociedad de la Unión Americana; op. cit.; pp. 261-262.

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Incluso el intelectual “revolucionario” Francisco Bilbao propuso en 1856, desde su exilio en París, la creación de un Confederación de Es­ tados Sudamericanos que impidiera el dominio de los Estados Unidos que “extienden (sus garras) cada día en esa partida de caza que han emprendido contra el Sur. Ya vemos caer fragmentos de América en las mandíbulas sajonas del boa magnetizador, que desenvuelve sus anillos tortuosos. Ayer Texas, después el Norte de México y el Pacífico saludan a un nuevo amo. Hoy las guerrillas avanzadas despiertan el Istmo, y vemos a Panamá, esa futura Constantinopla de la América, vacilar sus­ pendida, mecer su destino en el abismo y preguntar: ¿seré del sur, seré del norte?”642 Bilbao concluía tajantemente que “el Norte sajón con­ densa sus esfuerzos, unifica sus tentativas, armoniza los elementos heterogéneos de su nacionalidad para alcanzar la posesión de su Olim­ po, que es el dominio absoluto de la América”643. Sin embargo, la vocación latinoamericana chilena se entremezcló subrepticiamente con sus afanes hegemónicos en el Pacífico sur. Así en 1855, cuando Ecuador suscribió un proyecto de tratado con Estados Unidos por el cual le entregaría en concesión las islas Galápagos (dado que se creía que allí había covaderas ricas en guano) a cambio de su defensa de todo ataque exterior, el gobierno chileno dirigió una nota circular a las cancillerías americanas en la que señalaba que “Ecuador, sometido a la protección de los Estados Unidos, tendrá por algún tiem­ po las apariencias de un Estado independiente y, en seguida, entrará a figurar como una colonia norteamericana”, agregando de modo ame­ nazante: "Que Estados hermanos se degraden, abdicando de su nacio­ nalidad, es para el gobierno del infrascrito una calamidad que no podrá ver acercarse y desenvolverse sin hacer todos los esfuerzos posibles para contrariarla, para alejarla de los Estados sudamericanos”644. Más notable aún fue el hecho de que Chile en 1865 liderara una guerra contra España por un conflicto entre este país y Perú, llegando incluso a apoyar el derrocamiento del presidente del país vecino, por considerar poco digno un acuerdo suscrito entre Perú y España para resolver el diferendo645. 642 Francisco Bilbao. "Iniciativa de la América, Idea de un Congreso Federal de las Repúblicas"; en Sociedad de la Unión Americana; op. cit.; pp. 280-281. 643 Bilbao; op. cit.; p. 293. A su vez, Vicuña Mackenna en 1856, luego de haber viajado a Estados Unidos, manifestaba su preocupación por "la influencia de aquel continente sobre el nues­ tro" y por el "predominio de su raza": "Que los americanos reconocen la proximidad de su predomi­ nio universal, es un teoría aceptada por todos; pero en cuanto a su predominio sobre América española es un hecho consumado, según ellos, desde la guerra de México. La América del Norte no acepta la fraternidad del continente del sur, ni aun en el nombre" y que "respecto del continente del sur, ellos sólo ambicionan hoy una influencia suprema, irresistible", (cit. en Ramírez (1970); p. 88) 644 cit. en Mario Barros; p. 203. El gobierno ecuatoriano efectuó aquello "convencido de que era la única forma de frenar al Perú por el sur y a Colombia por el norte”. (Barros; pp. 203-204). Ante la indiferencia del resto de los países, el gobierno de Montt envió incluso un representante para disuadir a Ecuador. El desenlace fue que Estados Unidos se desinteresó del proyecto al compro­ barse que no existía guano industrial en dichas islas (Ver Barros; p. 204) 645 Ver Amunátegui; p. 167.

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A partir de la guerra del Pacífico, empezaron a chocar mucho más fuerte los intereses hegemónicos más limitados de Chile con los afanes norteamericanos de gran potencia. De este modo, Estados Unidos in­ tervino en dicha guerra usando métodos diplomáticos de presión para evitar la anexión de territorios peruanos por parte de Chile, lo cual condujo a ambos países a una relación de clara desconfianza y hostili­ dad646. Y Argentina, que siempre había rechazado la política america­ na de Estados Unidos, vio con buenos ojos dicha intervención647. Es más, cualquiera que hubiera sido la justicia en la delimitación general del territorio chileno-argentino, es indudable que aquel se suscribió en un momento internacional mucho más favorable para Argentina (1881), pues Chile se encontraba en plena guerra con Perú y resistiendo la presión adicional de Estados Unidos648. En este contexto surgió en 1881 una iniciativa estadounidense de reunión interamericana que además de avanzar, en términos generales, la hegemonía norteamericana en el continente, habría tenido obvia­ mente un mayor efecto de presión hemisférica en contra de la anexión territorial de Chile en el norte. El fracaso de dicha iniciativa fue recibi­ do con alivio por el gobierno chileno649 e iba a condicionar, hasta bien entrado el siglo XX, una tremenda reticencia de la oligarquía nacional frente al panamericanismo. Reticencia que se debía a una “oportuna” mezcla de motivos: resistencia al hegemonismo global de Estados Uni­ dos y defensa del hegemonismo chileno en el Pacífico sur. Así en 1889, en la primera Conferencia que finalmente logró con­ vocar Estados Unidos en Washington, se dio una sintomática unión de

646 Ver Pike; pp. 47-62. Es más, Antonio Varas en su obra “Reminiscencias históricas y diplomáti­ cas" cita una carta del representante de Estados Unidos en Perú, Isaac Christiancy, al Secretario de Estado James Blaine, de 4 de mayo de 1881, en que instaba a convertir a Perú en un protec­ torado norteamericano: “Cincuenta mil ciudadanos emprendedores de los Estados Unidos domi­ narían toda la población y harían al Perú totalmente norteamericano. Con el Perú bajo el Gobierno de nuestro país, dominaríamos a todas las otras repúblicas de Sudamérica y la Doctrina Monroe llegaría a ser una verdad', se abrirían grandes mercados a nuestros productos y manufacturas y se abriría un ancho campo para nuestro pueblo emprendedor", (cit. en Ramírez (1970); p. 166)

647 Expresiones de ello fueron las palabras de presentación del enviado argentino a Washington, Luis Domínguez, en noviembre de 1882: “Mi Gobierno y mi país tienen grande interés en mantener con los Estados Unidos y su gobierno las más estrechas y amistosas relaciones. Creo que hemos dado a este país la mayor prueba de respeto y admiración tomando por modelo sus instituciones políticas, y valiéndonos de sus propios comentadores para comprenderlas bien y ponerlas en ejercicio (...) Mi Gobierno ha prestado siempre la más deferente atención, en las crisis políticas por que ha pasado, a los consejos imparciales de esta gran República, y estará siempre pronto a concurrir con él para que la paz y la justicia sean la base permanente del bienestar de todas las naciones de América". Co­ mentando estas palabras, el representante chileno en Washington, Joaquín Godoy, señalaba a la Cancillería chilena que “como lo han estilado en los últimos tiempos ciertos representantes diplomá­ ticos de algunos Estados de Centro América, el Argentino tributa exorbitantes testimonios de sumi­ sión de parte de su Gobierno y solicita la intervención de este en los asuntos que conciernen a los demás países del continente". (Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores; 15-11-1882) 648 Ver Pike; p. 60. 649 Ver Pike; p. 57.

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Chile con el país del norte en contra de un proyecto de tratado presen­ tado por Argentina -apoyado por Brasil- de arbitraje general y obliga­ torio de disputas interamericanas y para declarar “inaceptable en Amé­ rica las adquisiciones pasadas o futuras de territorio a través de la amenaza o del uso de la agresión militar”650. Pese a que ello no fructi­ ficó, en Chile se generó una fuerte aversión a todo avance interame­ ricano651. Pero la coyuntura más crítica de todas con Estados Unidos se dio a comienzos de 1892 con el incidente del Baltimore. Fue la culminación de crecientes roces entre ambos países por el resentimiento de los “cons­ titucionales”, triunfadores dé la Guerra Civil, por el respaldo dado por Estados Unidos -particularmente por su representante en Chile, Patrick Egan- a Balmaceda. La pugna se hizo durísima por el asilo ofrecido generosamente por la legación norteamericana a decenas de altas per­ sonalidades del gobierno derrotado. Y culminó en octubre de 1891, en Valparaíso, con la muerte de dos marinos estadounidenses -Charles Riggin y William Turnbull- (y las heridas de varios otros] en una desco­ munal gresca luego de haber recalado el crucero Baltimore, de bandera norteamericana652. La investigación judicial del incidente efectuada en Chile no satis­ fizo para nada al gobierno norteamericano, el que, en definitiva, ame­ nazó al gobierno chileno con la ruptura de relaciones diplomáticas y una virtual guerra si no se disculpaba y retiraba una dura nota diplo­ mática del ministro de Relaciones, Manuel Antonio Matta (en la que acusaba de desleal e intrigante al gobierno de EE.UU); y no daba repa­ raciones a los heridos y a los familiares de los muertos653.

650 Pike; p. 64. "Al parecer el principal propósito de este paso fue avergonzar a Estados Unidos y Chile, colocando al primero a la defensiva por el tratado de Guadalupe Hidalgo que terminó la guerra mexicana, y al segundo en relación al tratado de Ancón". (Pike; p. 64)

651 Ver Pike; pp. 65-66. 652 El incidente y sus complejas secuelas pueden verse en Pike; pp. 73-85; y Vial (1982); Volumen II; pp. 53-68 y 158-175. 653 En el ultimátum del 21 de enero de 1892 se señaló que el ataque a los marinos era "un ataque contra el uniforme de la Escuadra de los Estados Unidos, originado y motivado en sentimientos de hostilidad hacia el gobierno de los Estados Unidos y no en ningún acto de los marineros (...) algunos miembros de la policía y algunos soldados chilenos fueron culpables de agresiones, no provocadas, contra marineros de los Estados Unidos antes y después del arresto de los mismos; y las pruebas y posibilidades llevan a la conclusión de que el individuo (Charles) Riggin fue muerto por la policía o por los soldados. El gobierno de los Estados Unidos está obligado a retrotraer el asunto a la posición que había asumido por medio de la nota de 23 de octubre de 1891 y pedir que se den al gobierno de los Estados Unidos las satisfacciones indispensables y alguna reparación adecuada a los agravios inferi­ dos. Llamo la atención al gobierno sobre el carácter ofensivo de la nota dirigida por el señor Matta, su ministro de Relaciones Exteriores, al señor Pedro Montt, su ministro en Washington, el 11 de diciembre. Aquel despacho no fue comunicado directamente al gobierno de los Estados Unidos; pero como el señor Montt tenia orden de traducirlo y darlo a la prensa de este país, no podía pasar inadvertido. El gobierno chileno queda entonces notificado de que a menos que dicha nota sea retirada inmediata­ mente y se pida excusas por ella, tan públicas como la ofensa, las relaciones deplomáticas quedan terminadas". (Mario Barros; p. 530). Además, el 25 de enero, el presidente Benjamín Harrison

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El gobierno chileno dio rápida y completa satisfacción al ultimá­ tum estadounidense negando "que los sucesos del Baltimore represen­ taran una calculada ofensa contra el gobierno de Estados Unidos”654; “lamentaba el 'error de concepto’ cometido por el cable Matta-Montt, en sus ‘expresiones (...) ofensivas, a juicio del Gobierno de V.S.’, las cuales retiraba, ‘en absoluto’; autorizaba que esta declaración chilena recibiese la publicidad que (...) (Estados Unidos) estimara convenien­ te; manifestaba su pesar por los hechos de octubre”655; “concedía que la investigación de Valparaíso pudiera no haber sido tan rápida como ‘el presidente de Estados Unidos podía haber deseado’ y expresaba su voluntad de permitir que la Corte Suprema de Estados Unidos, o cual­ quier otro organismo arbitral preferido por Harrison (Presidente de EE. UU.) liquidara el asunto (de las indemnizaciones)”656. Ciertamente, más allá de los errores y malentendidos de cada lado, el episodio demostró que “Estados Unidos estaba anunciando a Améri­ ca Latina que el Coloso era ahora el director supremo de todos los asuntos hemisféricos. En verdad, la conducta de Washington en el asunto del Baltimore parece haber sido un preanuncio de la nota de 1895 so­ bre la controversia de límites de Venezuela en la que el Secretario de Estado Richard Olney informaba al Ministro del Exterior británico Lord Salisbury que la voluntad de Estados Uñidos era ahora la ley en el hemisferio americano”657. No fue casual, pues, que el principal diario del Santiago de la épo­ ca, El Ferrocarril, del 25 de marzo de 1892, concluyera que la “conside­ ración y respeto de las grandes potencias a las naciones sudamericanas, debemos por nuestra parte buscarla también en una política previsora de confraternidad entre nosotros mismos, desde que por la fuerza mis­

envió al Congreso estadounidense un amenazante mensaje para Chile que finalizaba poniendo las materias que abordaba “ante la atención del Congreso, para la acción que se estime adecuada". (Vial; op. cit.; p. 169) Tanto Pike como Vial concluyen -por diversos antecedentes ominososque dicha “acción” no significaba otra cosa que una declaración de guerra.

654 Pike; p. 80. 655 Vial; op. cit.; p. 170. 656 Pike; p. 80. Al final “se convino entre ambos países que Chile pagase 75.000 dólares a los marineros perjudicados por los incidentes (...) Se repartieron según el daño sufrido, recibiendo los afectados, por cabeza, desde 300 hasta 10.000 dólares (estos últimos a la familia de cada marino muerto). Incluso, mucho después (1897), los herederos de Patrick Shields -fallecido en 1895- cobra­ ron una indemnización chilena: 3.500 dólares." (Vial; op. cit.; p. 171) 657 Pike; p. 82. Y precisamente, como expresión del congelamiento de las relaciones entre EE.UU. y Chile, durante ese episodio, dada la irritación generada en América Latina por dicho pronunciamiento, Estados Unidos buscó disiparla por medio de consultas privadas con los em­ bajadores latinoamericanos en Washington... excluyendo al chileno. Y comentando aquella sig­ nificativa omisión, el representante chileno Domingo Gana comunicó a la cancillería que “el Secretario de Estado manifestó en estos días, confidencialmente a uno de mis colegas, que el único país de América con cuyas simpatías no era seguro contar en estas circunstancias, era el nuestro". (cit. en Vial; op. cit.; p. 174)

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ma de las cosas, nuestro interés común está indicándonos que pode­ mos obtener unidos la respetabilidad que no alcanzamos aisladamen­ te”658. Pero, como lo señala Fredrick Pike: “...quizás fue afortunado para las futuras apuestas de Estados Unidos en la región austral de Sudamérica que Chile fuera en ese tiempo incapaz de progresar hacia la unidad con sus repúblicas vecinas. Cualquier unidad de acción en esa región, cualquier poder adecuado para resistir a los Estados Unidos, exigía como primer requisito la cooperación entre las dos mayores potencias hispá­ nicas australes: Argentina y Chile. Repetidamente en el siglo veinte, Estados Unidos evitó la “exclusión” de la zona austral de Sudamérica debido a la incapacidad de Argentina y Chile de cooperar en cualquier política común. De hecho, la animosidad argentino-chilena fue un fac­ tor significativo para permitir que Washington dominara en gran medi­ da el movimiento panamericano desde 1889 a 1933”659. En todo caso, luego del incidente del Baltimore las relaciones chile­ no-estadounidenses quedaron muy mal. “Chile no asistió a la gran ex­ posición de Chicago, de 1893, que honraba el cuarto centenario co­ lombino. El año 1898, durante la guerra Estados Unidos-España, las simpatías nacionales fueron ostensiblemente para la Madre Patria, no obstante hallarse en juego la independencia cubana”660. A tal punto llegó la animosidad chilena que el presidente Jorge Montt le comunicó al ministro inglés Kennedy que la Doctrina Monroe significaba “una eventual sujeción de todo el continente americano a los Estados Uni­ dos” y que, por lo tanto, Chile y varios otros países de la región se hallaban “plenamente alertas a la necesidad de resistir cualquier avance (norteamericano), aparentemente amistoso”661. A lo largo de la década de los 90 las relaciones chileno-argentinas fueron también muy malas. La delimitación de la frontera entre ambos

658 El Ferrocarril, 25-3-1892 659 Pike; p. 84. Peor aún, durante la crisis del Baltimore "el embajador argentino ante la Casa Blanca se acercó a (James) Blaine para decirle que, si estallaba la guerra chileno-norteamericana, Argentina podría ayudar con carbón para la flota yanki y aun permitir que eventuales ejércitos estadounidenses cruzaran territorio trasandino y nos atacaran (...) Blaine inquirió el precio. Res­ puesta del embajador: ‘Pediremos la parte austral de Chile'. La noticia se difundió a los medios diplomáticos de Washington. El ministro chileno la comunicó inmediatamente. Igual hizo el enviado brasileño con su cancillería; ésta 'filtró' la información hacia el embajador chileno en Río, quien, por supuesto, también la participó rápidamente". (Vial; op. cit.; p. 175) 660 Vial; op. cit.; p. 173. Es más, en Chile “el mismo partido radical, que en 1866 quería ir a libertar a Cuba para acabar con las últimas cadenas españolas en el continente, lanzó en 1898 un manifiesto público expresando su admiración por el combate de Santiago de Cuba (...) y condenando la política expansionista norteamericana en el Caribe". (Mario Barros; p. 532) Las simpatías hacia España fueron constatadas incluso antes del abierto involucramiento de Estados Unidos por el ingeniero belga residente Gustave Vemiory: "Cosa curiosa, aunque parece que los chilenos debieran desear el triunfo de los patriotas cubanos que -como ellos lo hicieron a principios del siglo- desean sacudirse del yugo de España, sus simpatías están con los españoles. Esto se debe probablemente a que aquí se detesta a los norteamericanos, que sostienen casi abiertamente a los rebeldes". (Verniory; p. 455)

661 Vial; op. cit.; pp. 174-175.

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países de acuerdo al tratado de 1881 se hizo imposible, en la medida que Chile se ceñía a la interpretación de la “división de las aguas” y Argentina a la de las “altas cumbres”, las que en la región patagónica divergían ampliamente. En 1896 se suscribió un Protocolo que especi­ ficaba que el arbitraje que estipulaba el Tratado de 1881 lo efectuaría S.M. Británica, en caso de que los gobiernos no llegasen a acuerdo. En septiembre de 1898 ambos países solicitaron el arbitraje, cuyo fallo se obtuvo el 20 de noviembre de 1902662. Al mismo tiempo se suscitó otro grave conflicto limítrofe con Ar­ gentina por la Puna de Atacama, territorio prácticamente deshabitado, de unos 80.000 kilómetros cuadrados, compuesto por extensos salares y ásperas serranías, ubicado entre los cordones orientales y occidenta­ les de la Codillera de los Andes, en zonas antiguamente disputadas entre Chile y Bolivia. Esta última, por un tratado secreto con Argenti­ na de 1889, complementado en 1891 y 1895, se la había cedido a cambio del dominio boliviano indiscutido deTarija663. Como Chile temió que en un arbitraje podría perder no solo la Puna sino “dejando además el título maltrecho para la futura discusión territo­ rial con Bolivia”664, “Jorge Montt prefirió asegurar el arbitraje en la línea de la cordillera, aunque para ello fuese necesario sacrificar las aspiracio­ nes chilenas en la Puna”665, por lo que en el Protocolo de 1896, antes mencionado, se acordó una fórmula especial de negociación para dicho territorio que incluyera la opinión de Bolivia, por lo que “aunque no se dijo así” y “aunque ni siquiera se estatuyó prevalecer en la demarcación el criterio Argentina-Bolivia sobre el chileno, esta norma perseguía pre­ cisamente, entregar la Puna sin aparecer haciéndolo, con elegancia”666. Pero más tarde Errázuriz Echaurren, aunque “consideraba ese terri­ torio cedido ya (...) al firmar Chile el protocolo del 96 (...) veía en nuestra opinión pública una tenaz resistencia a reconocer el hecho y entregar la Puna así como así: se reclamaba también, para ella, un arbi­ traje (...) Los argentinos la rechazaban (esa postura) con indignación, les parecía de mala fe nuestra negarles la Puna el 98, luego de prometér­ sela el 96 (...) Errázuriz consentía en rodear el arbitraje puneño de tales condiciones, que la victoria argentina fuese muy probable”667. Al fin los 662 Fallo que trazó una línea media entre las pretensiones de los dos países. De los 94.140 kilómetros cuadrados discutidos, Chile quedó con 54.225 y Argentina con 39.915. Aunque este último quedó con más terrenos agrícolas (Ver Vial; op. cit.; p. 369)

663 Ver Eyzaguirre (2000); pp. 90-94; y Vial; op. cit.; pp. 191-192. 664 Vial; op. cit.; p. 194. 665 Eyzaguirre (2000); p. 94.

666 Vial; op. cit.; p. 194. Así, el ministro de Relaciones chileno, Adolfo Guerrero, escribió al día siguiente de firmado el Protocolo que "para Chile es un medio más fácil de desprenderse de la Puna... (La) concurrencia de Bolivia... salva las resistencias que encuentra aquí (en Chile) el aban­ dono de la Puna, y para los argentinos no tiene el inconveniente de someterla a arbitraje", (cit. en Vial; op. cit.; p. 194) 667 Vial; op. cit.; p. 282.

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argentinos se allanaron a que luego de una conferencia de plenipotencia­ rios chilenos y argentinos en Buenos Aires (y sabiendo que no habría acuerdo] se nombrara árbitro al ministro de Estados Unidos en Argen­ tina William G. Buchanan. Este falló concediendo el 75% (60.000 km2] del territorio a Argentina y el 25% (20.000 km2] a Chile. Por cierto, en ambos lados de la cordillera los bandos belicistas rasgaron vestiduras668. Sin embargo, ambos fallos arbitrales fueron precedidos de un clima crecientemente bélico que hacía aparecer la guerra como inminente669. De hecho, se desarrolló entre ambos países una furiosa carrera armamentista, particularmente en el ámbito naval670. Connotados lí­ deres de ambos países promovieron inequívocamente una “solución” bélica. Respecto de Chile, fue especialmente ilustrativo el caso del pro­ pio ministro en Argentina, Joaquín Walker Martínez, quien el 16 de septiembre de 1898 le escribía al ministro de Relaciones, Juan José Latorre: “¿En qué descansa la fe con que esperamos avenimientos pací­ ficos? Yo declaro a US. que no encuentro asidero a esa fe y que no puedo explicarme una pérdida de tiempo que ha de traducirse en ma­ nifiestas desventajas para nuestras armas. La desorganización adminis­ trativa de los servicios militares, que es aquí (Argentina] inmensa, y una acción rápida nuestra, nos asegurarían una superioridad que puede 668 Ver Vial; op. cit.; pp. 286-288. 669 Muy ilustrativas son, a este respecto, las claras percepciones del ingeniero Verniory a lo largo de la década de 1890: “A Chile le falta estabilidad... puede estallar la guerra con Argentina por la espinuda cuestión de limites. Estaría dispuesto a dejar Chile por un país más seguro" (Noviembre, 1892). "Los rumores de guerra con Argentina toman más y más consistencia (...) Las tropas están continuamente en maniobras de instrucción. Creo que Chile ganaría a la Argentina, pero esto no resultaría conveniente para los extranjeros (Febrero, 1893). "Se habla mucho de una posible guerra con Argentina (...) Entretanto, se arman afiebradamente por ambos lados (...) En caso de guerra, está claro que los trabajadores se pararían y no nos quedaría otro recurso, a Alfred y a mí que volver a Europa, o entrar en campaña como los demás”. (Julio, 1895). "La guerra con Argentina parece más y más amenazante y muchos la creen inevitable (...) De ambos lados se preparan obstinada­ mente. En Chile se espera la llegada de dos nuevos acorazados y numerosos torpederos (...) Se cree generalmente que Argentina va a declarar la guerra a principios de junio, cuando los pasos de la cordillera estén cerrados, para impedir la invasión chilena de sus provincias del oeste, mientras ella atacaría por mar antes de la llegada de los nuevos barcos de guerra chilenos". (Febrero, 1896). "El espectro de la guerra con Argentina se levanta siempre amenazante. He tomado la firme decisión de regresar a Europa cuando la línea esté concluida". (Diciembre, 1897) "Los rumores de guerra con Argentina toman mayor consistencia, y por otra parte el régimen monetario de Chile está en peligro (...) El oro ha desaparecido súbitamente, y todas las transacciones se han detenido". (Julio, 1898) "Como era de prever, las comisiones chilenas y argentinas que debían trazar el límite entre los dos países no se han podido entender (...) El espectro de la guerra se levanta más y más amenazador en el horizonte político (...) Si estalla la guerra, estoy bien decidido a volver a Europa. En cuanto a Alfred, persiste en su intención de ingresar al ejército chileno". (Agosto, 1898) "Una feliz noticia nos llega al final del mes. Argentina admite la proposición que le hizo Chile de someter la cuestión de límites al arbitraje de la reina Victoria. La pesadilla de la guerra desaparece. Se desmovilizan en ambos lados de los Andes". (Septiembre, 1898) (Verniory; pp. 268;275;394-395;406-407;462;473 y 475-477) 670 Quizás si un tanto exagerado en sus cálculos, pero reveladora de la fiebre armamentista, son las expresiones de Gonzalo Bulnes en El Ferrocarril del 1 de febrero de 1902: "En 1898 el país se armó gastando alrededor de cien millones de pesos. Se levantó un ejército de más de 50.000 hombres, y llegamos a encontramos con superioridad notoria en mar y tierra sobre la República Argentina”. (cit. en Amunátegui; p. 308)

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desaparecer más tarde (...) Precipitar, pues, los acontecimientos, es una necesidad impuesta, no sólo por las exigencias actuales de nues­ tro honor, sino por la más obvia noción de nuestra seguridad para el porvenir (...) Hoy nuestro poder militar es indiscutiblemente suficien­ te para dar solución a un estado de cosas que ha menester una crisis que no conjugará la diplomacia”671. En el intertanto se programó la segunda Conferencia Panamericana a realizarse en Ciudad de México en 1901. Chile amenazó nuevamen­ te con no asistir, dado que la Comisión Ejecutiva preparatoria -a instan­ cias de Argentina, Perú y Bolivia- formuló el tema del arbitraje en térmi­ nos amplios de manera que se aplicara a todas las disputas pendientes y futuras672. Debido a que se accedió a su amenaza, nuestro país asistió. Pero sorpresivamente, en uno de los comités especiales de la Conferen­ cia, “México, probablemente por una disputa con Estados Unidos, intro­ dujo una resolución a favor del arbitraje' obligatorio, incluso respecto de materias pendientes. Los representantes chilenos estaban furiosos, acusando a México de violar una promesa previa. La posición chilena fue fuertemente apoyada por Estados Unidos, por William Buchanan, el mismo que como representante en Argentina había adoptado la im­ popular decisión sobre la Puna de Atacama, quien habló convincente­ mente en contra de la amplia propuesta dé arbitraje”673. Posteriormente, diez países674 liderados por Argentina presentaron un nuevo proyecto en tal sentido (aunque con muchas excepciones, restricciones y cláusulas evasivas), lo que provocó duros roces entre las delegaciones de Chile y Argentina y las sucesivas amenazas de retiro de la Conferencia de ambos países. Luego de varias conversaciones priva­ das de los delegados chilenos con el presidente Porfirio Díaz, México anuló su compromiso de hacer insertar en las actas de la Conferencia el pacto de arbitraje obligatorio675. Al final se aprobó la propuesta de Chile y Ecuador, apoyada por Estados Unidos, de que simplemente los Estados americanos se “suscribieran a las fórmulas de arbitraje de la Convención de La Haya de 1899, y de manera voluntaria sometieran sus disputas a la Corte Permanente de Arbitraje”676.

671 cit. en Vial; op. cit.; p. 279. Por otro lado, se ve mucho más sabia la posición del presidente Errázuriz quien creía en un triunfo chileno, pero señalaba: “Yo veo atravesar la pampa, muy felices, a unos rotos nuestros trayendo desde Buenos Aires cada uno un piano de cola al hombro. Pero atrás quedará un odio inextinguible, que imposibilitará toda convivencia, porque vivirá alimentán­ dose con la ilusión de la represalia", (cit. en Vial; op. cit.; p. 275) 672 Ver Pike; pp. 126-128; y Vial; op. cit.; pp. 299-300 y 348. 673 Pike; p. 128.

674 Argentina, México, Perú, Bolivia, Uruguay, Paraguay, Guatemala, República Dominicana, El Salvador y Venezuela. 675 Ver Pike; pp. 128-129; y Vial; op. cit.; pp. 348-349. 676 Pike; p. 129. Otro tema relevante de la Conferencia, que demostró la ambivalencia de Chile en cuanto “potencia mediana", fue respecto del principio promovido por Argentina, El Salvador,

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Respecto del diferendo con Bolivia es importante señalar que el 18 de mayo de 1895 (mientras las diferencias con Argentina estaban a punto de terminar en guerra] Chile suscribió un tratado con Bolivia por el cual “Chile se comprometía, una vez adquiridas definitivamente Tacna y Arica (fuere por el plebiscito o por arreglo directo), a transfe­ rirlas, también en dominio definitivo, a Bolivia. El precio: 5 millones de pesos chilenos de plata (aprox. 625 mil libras esterlinas)”; y que “si Chile no adquiría Tacna y Arica, se obligaba a ceder a Bolivia la caleta Vítor hasta la quebrada de Camarones, u otra análoga”, pagándole ade­ más los recién señalados 5 millones de pesos de plata. Además, “Chile ganaba el ‘dominio absoluto y perpetuo’ sobre los terrenos que ya, en virtud de la tregua, poseía de manera indefinida”; y “comercialmente, ambos países establecían entre sí una libertad total y recíproca”677. El tratado estuvo a punto de ser ratificado por ambos congresos, pero fue echado a pique en parte por la salida a luz del pacto secreto por el cual Bolivia cedía a Argentina la Puna de Atacama, pero sobre todo por las continuas enmiendas solicitadas por Bolivia y especialmente por la re­ serva añadida por el congreso boliviano (noviembre de 1896) de que “correspondería a ese Parlamento calificar el puerto que ofreciera Chi­ le, en caso de no materializarse la cesión de Tacna y Arica”, lo que “dejaba sometido el cumplimiento de los pactos -en aquel caso- a la sola voluntad de Bolivia”678* . Las posiciones más conciliadoras demostradas por el presidente Errázuriz hacia Argentina y Bolivia no deben, sin embargo, llamarnos a engaño. Así, ya como presidente, Errázuriz escribió en su diario: “Nues­ tras relaciones (externas) necesitan ser atendidas por una persona de

Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Nicaragua, Venezuela y Honduras, mediante el cual se preten­ día que "los extranjeros involucrados en disputas pecuniarias en cualquier nación solamente po­ drían resolver sus diferencias recurriendo a los procedimientos judiciales regulares de la nación, sin poder apelar a la protección diplomática oficial de sus propios gobiernos". En el debate "tanto Chile como Estados Unidos plantearon excepciones al principio que extranjeros y nacionales en cualquier nación latinoamericana tendrían que recibir siempre igual tratamiento en disputas pecuniarias. A este respecto Chile demostró una ambivalencia que era típica a su enfoque de las relaciones exterio­ res. Aunque insistiendo firmemente en su propia soberanía irrestricta, Chile adoptó la posición de que muchos países latinoamericanos no estaban lo suficientemente adelantados como para exigir derechos de absoluta soberanía. La misma actitud demostró Chile en relación a la (...) doctrina (que) sostenía la ausencia de responsabilidades de los Estados por pérdidas económicas de extranje­ ros resultantes de guerras civiles e insurrecciones, en base a que aquello significaría una desigualdad entre nacionales y extranjeros. Particularmente orgulloso de su buen record de estabilidad interna y por tanto confiado en que nunca sería víctima de lo que planteaba, Chile argüyó que en casos de guerras civiles en los cuales las naciones no tomaran las medidas adecuadas para proteger los dere­ chos de propiedad, los extranjeros que fundamentaran pérdidas de propiedades podrían recurrir a ayuda diplomática de sus países de origen para presionar por la satisfacción de sus quejas". (Pike; pp. 129-130) De paso, otro fundamento para mantener el “orden público" a cualquier costo, y justificar así masacres como las de Valparaíso, Santiago, Antofagasta e Iquique...

677 Vial; op. cit.; p. 188. 678 Vial; op. cit.; p. 267.

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reconocida competencia y tino, capaz de desarrollar un plan que ase­ gure la preponderancia de Chile en Sudamérica”679. Además, luego del virtual fracaso del tratado de 1895 y de que la tensión con Argentina hubiera decrecido, el ministro de Chile en La Paz, Abraham Kónig -ante el rechazo de una propuesta chilena de que Bolivia se conformara con puertos libres y compensaciones adiciona­ les-, entregó al gobierno altiplánico, el 13 de agosto de 1900, una bru­ tal nota diplomática que señalaba en su parte medular: “Es un error muy esparcido y que se repite diariamente en la prensa y en la calle el opinar que Bolivia tiene derecho a exigir un puerto en compensación de su litoral. No hay tal cosa. Chile ha ocupado el litoral y se ha apode­ rado de él con el mismo título con que Alemania anexó al Imperio la Alsacia y la Lorena, con el mismo título con que los Estados Unidos de la América del Norte han tomado a Puerto Rico. Nuestros derechos nacen de la victoria, la ley suprema de ’las naciones. Que el litoral es rico y que vale muchos millones, eso ya lo sabíamos. Lo guardamos porque vale; que si nada valiera no habría interés en su conservación. Terminada la guerra, la nación vencedora impone sus condiciones y exige el pago de los gastos ocasionados. Bolivia fue vencida, no tenía con qué pagar y entregó el litoral. Esta entrega es indefinida, por tiem­ po indefinido, así lo dice el pacto de tregüa: fue una entrega absoluta, incondicional, perpetua. En consecuencia, Chile no debe nada, no está obligado a nada, mucho menos a la cesión de una zona de terreno y de un puerto. En consecuencia, también, las bases de paz propuestas y aceptadas por mi país y que importan grandes concesiones a Bolivia, deben considerarse, no sólo como equitativas, sino como generosas”680. La nota fue difundida por el gobierno boliviano, lo que generó natura­ les críticas continentales hacia Chile. De este modo, “la maniobra del ultimátum hubo de ser contrarrestada por la cancillería chilena, remi-

679 cit. en Vial; op. cit.; p. 264. Obviamente, Errázuriz (y Chile) no era único en cuanto a afanes hegemónicos. Así a fines del siglo XIX, el presidente del Perú, Nicolás de Piérola, le planteó al ministro chileno en Lima, Domingo Amunátegui Rivera, la idea de "polonizar" Bolivia. Según comunicación de éste al gobierno chileno, Piérola le señaló que "estamos hartos de Bolivia, país que nos molesta hasta con su moneda feble. Perú podría quedarse con las regiones de La Paz y Beni; Chile con las de Potosí (excepto Tupiza) y Oruro; Argentina, con Tupizay otros sectores surbolivianos. En tal forma, borrado del mapa el altiplano independiente, ya no sería problema restituir Tama y Arica”, (cit. en Vial; op. cit.; p. 271) En todo caso, la idea de la "polonización” (expresión deriva­ da de los repartos históricos sufridos por Polonia) de Bolivia no era exclusiva de Piérola. En Chile, el diario La Tarde “por ejemplo (rememoraba Anselmo Blanlot), formó ambiente contra los pactos del 95 diciendo que -bien mirado- no había tal problema boliviano, pues su solución era facilísima: 'cuando un país no puede vivir en paz con los demás del continente (argumentaba) no es cuerdo sacrificar los otros en su homenaje. Simplemente se le poloniza’. Esta última frase (concluía Blanlot) es textual". (Vial; op. cit.; p. 295) Incluso en 1910, en un comentario sobre la controver­ sia con Estados Unidos por el caso Alsop efectuado por el diario El Ferrocarril, se señalaba de paso que "supongamos que Bolivia no existiera hoy, como nación independiente, y que hubiese sido polonizada, por decirlo así, entre los países vecinos uno o dos años atrás, esto es, después del Tratado de Paz". (El Ferrocarril, 10-9-1910) 680 cit. en Mario Barros; p. 583.

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tiendo una circular (septiembre] a todas sus legaciones foráneas, la cual -si bien desautorizaba levemente la forma, o la falta de forma, en la nota Kónig- respaldaba su fondo”681. Fue tal la debilidad boliviana que al fin firmó un tratado de paz con Chile siguiendo claramente la tesis de dicha nota. Por un lado, la reso­ lución del diferendo chileno-argentino en 1902 disminuyó notable­ mente el poder negociador de Bolivia respecto de nuestro país. Por otro lado, “Bolivia tenía dificultades limítrofes no sólo con Chile, sino con todos sus otros vecinos: Paraguay (por el Chaco), Brasil (por la región de Acre), Perú y Argentina; sus finanzas, además, se hallaban gravemente quebrantadas”; nécesitaba inversiones extranjeras para ex­ plotar “diversos tipos de riqueza nacionales”, pero “la indefinición de una guerra perdida, pero no liquidada, era mortal para los capitalistas extranjeros”. Y, por último, la tregua implicaba una apertura total de la economía boliviana a los productos chilenos (y peruanos) y “simultá­ neamente, diversos países que gozaban ante Bolivia de la llamada ‘cláu­ sula de la nación más favorecida’, sostenían su derecho a ser equipara­ dos con nosotros y los peruanos”. “Todo lo anterior condujo a que, iniciándose la administración Riesco, renaciera en Bolivia la idea de trocar el elusivo puerto por una sustanciosa compensación pecuniaria, recuperando -al pasar- la libertad comercial, y levantando paralela­ mente la ‘interdicción’ del país en el exterior”682. Así se llegó al tratado de 1904 por el cual Bolivia reconocía la pér­ dida de los territorios conquistados por Chile, a cambio de compensa­ ciones económicas, la construcción de un ferrocarril Arica-La Paz y la concesión a Bolivia del "más amplio y libre tránsito comercial por su territorio y puertos del Pacífico” y “el derecho de constituir agencias aduaneras” en los puertos que designara para tal efecto683. En dichas condiciones se pudo considerar jurídicamente resuelto el problema de límites con Bolivia, pero era claro que ello no podía satis­ facer a la nación altiplánica. Tan claro, que el eminente diplomático chileno Beltrán Mathieu le señaló en 1902 al presidente Riesco que “si el litoral continúa valiendo lo que hoy, con tratado o sin tratado procu­ rarán (los bolivianos) recuperarlo (...) No será ése el derecho, pero es la ley histórica”684. Así, ya en 1910, el canciller boliviano, Daniel Sánchez, en memorándum dirigido a Chile y Perú, señalaba que “Bolivia no pue­ de vivir aislada del mar”, que necesitaba “por lo menos un puerto có­ modo sobre el Pacífico”; y que respecto de esto “no podrá resignarse jamás a la inacción”685. 681 Vial; op. cit.; p. 289. 682 Vial; op. cit.; pp. 378-379.

683 Ver Vial; op. cit.; pp. 383-384. 684 cit. en Vial; op. cit.; p. 384. 685 cit. en Vial; op. cit.; p. 556. Y en 1913, Ismael Montes, el presidente boliviano que suscribió el tratado de 1904, en su paso por Chile ■ Bolivia para reasumir la presidencia, sugirió en una

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Y lo que es más revelador, el propio Chile lo ha reconocido implí­ citamente. De allí que, en forma insólita, se estableciera, en el tratado de paz de 1929 con Perú, una cláusula por la que ambos países se obligaban a un “previo acuerdo” en el caso de que uno de ellos le cedie­ ra a una “tercera potencia” (obviamente Bolivia) algunos de los territo­ rios materias del tratado. Y que así como en 1895 negociara una salida al mar para Bolivia, el gobierno chileno, en diversas oportunidades, en el siglo XX, ha entablado conversaciones o negociaciones con el país altiplánico para tal efecto. Respecto de las relaciones con Perú, fueron muy tensas durante todo el período, dado el tratado de Ancón que, como vimos, dejó abierto el problema. Ya Balmaceda había comenzado un proceso de “chilénización” de Tacna y Arica, con el objeto de ganar de todas formas el plebiscito que debía efectuarse en 1893 y retener así ambas provincias686. Una vez cumplido el plazo, y como no hubo acuerdo en las moda­ lidades del plebiscito, el gobierno chileno le “dio largas” al asunto, mien­ tras se concentraba en resolver su agudo problema con Argentina y continuaba, por cierto, la “chilénización” de los territorios. Entretanto, cuando se difundieron los pactos chileno-bolivianos de 1895, “Perú protestó enérgicamente (...) y su reclamo no carecía de lógica: ¿cómo ofrecía Chile a Bolivia la alternativa de Vítor (como puerto), lugar tam­ bién ubicado en la zona litigiosa (entre Chile y Perú)?”687. Luego de solucionado el problema con Argentina, Chile endureció su postura con Bolivia (como ya se vio) y Perú. Así, “con Perú, reinstauramos la línea de obtener el traspaso de Tacna y Arica, fuere directamente, fuere mediante un plebiscito celebrado en condiciones que garantizasen nuestra victoria”688. Por lo que “Errázuriz acentuó la política ‘chilenizadora’ de las provincias disputadas, concepción origina­ ria de Balmaceda (...) La Corte de Apelaciones de Iquique fue trasladada a Tacna; igual se hizo con la primera zona militar; se proyectó establecer una Vicaría Apostólica de la región, independizándola religiosamente respecto de Arequipa (...) se destinaron fondos para edificios y servi­ cios públicos; se cerraron 16 escuelas bajo regencia peruana, en las cuales -asegurábamos- la propaganda antichilena era rampante, etc.689”.

reunión con personalidades chilenas que se le cediera Arica a Bolivia al resolver Chile su proble­ ma con Perú. (Ver Rivas; Tomo I; pp. 358-359) 686 El corresponsal inglés Maurice Hervey señaló que Balmaceda le reconoció sin tapujos que "desde hace nueve años estas provincias (Tacna y Arica) han sido dirigidas desde Santiago por medio de gobernadores y otros funcionarios designados por el presidente de Chile, y la política que se ha seguido ha tendido siempre a asegurar una mayoría de votos a favor de la nacionalidad chilena en el próximo plebiscito (...) no es un secreto para nadie que personalmente he usado todo medio a mi alcance para retener las provincias", (cit. en Hervey; p. 174)

687 Vial; op. cit.; p. 200. 688 Vial; op. cit.; p. 288.

689 Vial; op. cit.; pp. 291-292 .

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Posteriormente el ministro de Relaciones Exteriores de Germán Riesco, Luis Antonio Vergara, señalaba en 1905 que “todos los plebis­ citos internacionales habidos en los dos últimos siglos no han sido sino un medio ideado, o para sancionar una anexión ya hecha (...) o para atenuar una anexión o una cesión acordada de antemano, como las que han tenido lugar en el siglo XIX. El resultado, como consecuencia natural, ha sido siempre favorable al país anexante, que no vio jamás en ellos una discusión de sus derechos sino tan sólo una mera formali­ dad (...) Este terreno (...) (era) el de la realidad de la vida de los pue­ blos”690. Entretanto, para la Conferencia Panamericana de Río de Janeiro en 1906, “Chile tuvo crecientes recelos sobre los posibles planes de Esta­ dos Unidos de que por medio de la reunión de Río impusiera un acuer­ do sobre el tema de Tacna y Arica”691 y al enterarse de que Perú propo­ nía incluir en la agenda el tema del arbitraje de las disputas pendientes amenazó nuevamente con no asistir. Estados Unidos y Brasil apoyaron a Chile, entonces este accedió asistir. Ya una vez en la Conferencia, la delegación argentina propuso de todas formas el tema. Pero, de nuevo, con el apoyo de Estados Unidos, Chile logró neutralizar los esfuerzos combinados de Argentina y Perú692. Durante el gobierno de Montt continuaron las discrepancias sobre cómo efectuar el plebiscito sobre Tacna y Arica; y la política de “chilenización” de dichos territorios llegó hasta el extremo de cerrar las iglesias parroquiales (que dependían de la diócesis de Arequipa) y de detener y expulsar a los sacerdotes peruanos. Luego de un tiempo sin servicios religiosos, el gobierno chileno logró el acuerdo del Vaticano para que el área fuera atendida por capellanes militares chilenos693. Mientras tanto, la posición internacional de Chile se fue fortale­ ciendo, de tal modo que le fue fácil neutralizar el aislado intento de Perú de introducir el tema del arbitraje para la Conferencia Panameri­ cana de Buenos Aires en 19 1 0694. Asimismo, con el mero carácter de país observador, pudo también neutralizar otro intento de Perú de es­ tablecer un acuerdo internacional de arbitraje en un Congreso Bolivariano celebrado en Caracas en 1911695. En la década de 1910 continuaron infructuosamente las negocia­ ciones entre Chile y Perú para definir los marcos de un plebiscito. Ade­

690 cit. en Anselmo Blanlot Holley. “Tacna y Arica después del Tratado de Ancón”, en Revista Chilena, Tomo I, 1917; p. 313.

691 Pike; p. 131. 692 Ver Pike; pp. 131-132. 693 Ver Vial; op. cit.; pp. 480-483 y 558-559. 694 Ver Pike; pp. 134-135. 695 Ver Vial; op. cit.; pp. 559-560.

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más, permaneció el clima de hostilidad entre ambos países, el cual se expresaba esporádicamente en incidentes violentos como en Iquique en 1911696 y en Callao en 1912697. Mientras tanto se estaba produciendo, en general, un fenómeno crucial en las relaciones internacionales de América Latina y de Chile, en particular. Se trataba de la clara sustitución de la hegemonía británi­ ca por la norteamericana: “Entre 1900 y 1914, las inversiones norte­ americanas en Chile aumentaron desde aproximadamente 5 millones de dólares a casi 200 millones, casi dos tercios del valor de las inversio­ nes británicas en Chile. En particular, los inversionistas norteamerica­ nos adquirieron salitreras y propiedades mineras, especialmente de co­ bre y hierro. A fines de la primera guerra mundial (1918], los inversionistas norteamericanos controlaban sobre el 87% del valor de la producción chilena del cobre, la cual se incrementó por cuatro, des­ de 31,4 millones de pesos a 132,8 millones en el curso de la guerra”. Además, en esta época “por primera vez* el comercio con los Estados Unidos excedió el 50% del valor del comercio exterior chileno; y hacia 1930 el capital norteamericano llegó a cerca del 70% de todas las in­ versiones extranjeras en Chile”698. Paralelo a dicho fenómeno económico se fue dando, como hemos visto, una creciente hegemonía política que se expresó en el movi­ miento panamericano, en la triunfante guerra con España, en la crea­ ción y control del canal de Panamá699; en el Corolario de Theodore Roosevelt a la Doctrina Monroe en 1904700, y en las posteriores inter­ venciones en México y en diversas naciones de Centroamérica y el Caribe. En Chile la reacción a dichos fenómenos fue mixta, aunque más bien “comprensiva” hacia Estados Unidos. Respecto del caso de Pana­ má la mayoría de los políticos y de la prensa abogó por la aceptación de la intervención de EE.UU. -utilizando, algunos, una argumentación crudamente maquiavélica-701, predicamento que, por lo demás, siguió 696 Donde una poblada destruyó las imprentas del diario properuano La Voz del Sur, por artícu­ los considerados ofensivos contra la marina; y destruyó el escudo peruano de su Consulado. El gobierno chileno pagó los daños de la imprenta y dio públicas satisfacciones al cónsul peruano. (Ver Mario Barros; pp. 655-656)

697 Allí, un grupo de marineros chilenos de franco fue asaltado por una poblada, resultando muertos dos chilenos y dos peruanos. El gobierno peruano pagó indemnizaciones a los familia­ res de las cuatro víctimas. (Ver Mario Barros; pp. 656-657)

698 Loveman (1988); p. 213. 699 Para lo cual Estados Unidos desempeñó un papel clave en la propia independencia de Panamá (1903) de Colombia. 700 “...que en esencia estableció que Estados Unidos intervendría en los asuntos de las repúblicas latinoamericanas inestables y fiscalmente irresponsables, con el objeto de impedir la intervención europea". (Pike; p. 139)

701 Así, El Chileno (el diario de mayor circulación) planteó que "si una región cualquiera de un país proclama su emancipación y logra hacerla respetar, ya sea con su sola fuerza o ayudada por

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el propio Gobierno. Hubo también críticas, pero estas se dieron funda­ mentalmente en círculos intelectuales702. Ciertamente, dicha falta de reacción -del conjunto de América La­ tina- hay que entenderla dentro del clima fuertemente imperialista de la época; y además, en el caso de Chile, por su situación de país recien­ temente anexionista, con el agravante de que varias de sus anexiones aún no se habían consumado. En relación al Corolario de Roosevelt, las reacciones en Chile fue­ ron todavía más benévolas hacia Estados Unidos. Así, el prestigiado diario El Ferrocarril, considerando que en varias oportunidades los paí­ ses europeos habían efectuado intervenciones armadas en América Latina apoyando reclamaciones económicas de connacionales, señala­ ba que “la intervención de un gran país, como los Estados Unidos (...) sirve para proteger a los débiles de las demasías de los fuertes (...) En este sentido, y no en otro, debe ser tomada la declaración del presiden­ te Roosevelt. No es posible ver en ella sino un propósito razonado y discreto de elevada política internacional americana. Más aún: las ex­ presiones del ilustre mandatario americano se refieren directa y expre­ samente a las naciones bañadas por el mar Caribe, que por desgracia han vivido en estado de guerra civil permanente, con grave daño de importantes intereses neutrales. Si esas repúblicas entran por camino de orden, de buen crédito y de gobierno regular, entonces, como ex­

fuerzas extrañas, esa emancipación se considera como un hecho consumado, y a ningún país se le ocurre alegar para desconocerla, que no se ha fundado en el derecho. Bien claro están diciendo la historia, los acorazados y los cañones, que es la fuerza y sólo la fuerza el factor influyente en estos problemas (...) En el caso de Panamá, y entendido que no somos jueces para fallar sobre la conve­ niencia ajena, no nos toca examinar otra cosa que las probabilidades que el nuevo Estado tiene de hacer viable su emancipación. Italia y Austria-Hungria han recomendado ya la independencia de la nueva república; otras naciones parecen inclinarla a reconocerla pronto, y otras han manifestado que seguirán la conducta de la mayoría. Los Estados Unidos, no sólo han reconocido la independen­ cia, sino que la garantizan; todo esfuerzo encaminado a reincorporar el Istmo chocará con los Esta­ dos Unidos, quienes harán uso de la fuerza, si llega el caso. En tal virtud, hay que juzgar la emanci­ pación del Istmo como un hecho consumado, y desde ese punto de vista, nuestra negativa a reconocer ese hecho no pasaría de ser una muestra de cortesía, una galantería hacia Colombia, sin ningún resultado práctico a favor de ésta y sin otra consecuencia para nosotros, que malquistamos con la nueva república y con sus poderosos sostenedores. Nos parece ocioso que no es al lado del romanticis­ mo hacia donde nos llevan la prudencia, la justicia y la cordura. ¿ Qué podemos hacer por Colom­ bia? Sentir lo que ella lamenta, dolemos con ella sinceramente y manifestárselo. Nada más. Eso es lo que ha hecho el Presidente señor Riesco en su respuesta al Presidente de Colombia, señor (José Manuel) Marroquin. No podía hacer más". (El Chileno, 27-11-1903] 702 Así, por ejemplo, Benjamín Vicuña Subercaseaux señaló que "un Estado puede formarse por segregación de un Estado más grande y ser reconocido en derecho internacional. Pero para esto necesita tener (...) condiciones (...) que Panamá está lejos de tener (...) los Estados Unidos, la nación cuya historia diplomática se distingue por la resistencia a reconocer nuevos Estados, hijos de revolu­ ciones, aparece en el caso de Panamá, reconociendo un nuevo Gobierno en menos de quince dias y firmando con él tratados solemnes. No olvidemos que por el Tratado de 1846, ingente en 1903, los Estados Unidos estaban comprometidos a ayudarle a Colombia a apaciguar sus levantamientos provinciales y que así lo hicieron varias veces ¡y la última en 1902! ¡No! Esa fue una comedia política y una violación del derecho internacional". (Benjamín Vicuña Subercaseaux. Los Congre­ sos Panamericanos, Impr. Cervantes; Santiago; 1910; pp. 30-31)

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presa Roosevelt, ‘todo motivo de intervención nuestra en sus negocios se vería eliminado acto continuo’. Debemos ver una saludable adver­ tencia formulada en exclusivo beneficio de esas jóvenes Repúblicas y no una amenaza para el continente americano”703. Hubo también críticas al Colorario de Roosevelt como las de El Diario Ilustrado, que planteó con ironía que “lo que se ofrece es una forma de curaduría atenuada, moderada; pero curadoría al fin. No po­ demos temer a la Unión más que a un padre cariñoso que, si nos corri­ ge, es por nuestro bien (...) aunque a veces no alcancemos a compren­ derlo. Dice: ‘Haremos respetar la doctrina Monroe, intervendremos en los casos flagrantes de violación o impotencia por parte de las demás naciones sudamericanas'. Esta especie de protectorado estaría bien si en materia internacional nos halláramos completamente convencidos de que los protectores valen más que los enemigos. ‘No es exacto, agre­ ga, que los Estados Unidos tengan proyectos contra las demás naciones del hemisferio austral’. Pero esta tranquilizadora declaración hace per­ der toda confianza cuando la Umita: ‘salvo el caso de que tengamos que dirigirnos a ellas para su propio bienestar’ [Ohl [el bienestar propio apreciado por los demásl” Luego, el mismo diario continúa citando a Roosevelt: “...por consiguiente la adhesión que las naciones de Sudamérica han manifestado por la doctrina de Monroe, puede obligar a los Estados Unidos a proceder aunque con repugnancia a ejercer la policía internacional (...) Mientras ellos obedezcan a las leyes rudi­ mentarias de la sociedad civilizada, deben estar seguros de que los acom­ pañan nuestros sentimientos de simpatía más cordiales y abnegados. Solo intervendríamos en sus asuntos en el caso más extremo. Obede­ ciendo a la doctrina Monroe, daríamos entonces pasos análogos a los que hemos dado respecto de Cuba, Venezuela y Panamá, tratando de limitar

703 El Ferrocarril, 9-12-1904. A su vez, Vicuña Subercaseaux, señaló que "la alarma y la protesta que la declaración de Roosevelt despertó en la República Argentina, en Chile pareció infundada. Porque hay en el continente Sudamericano a lo menos un país que, se puede decir, está fuera de la comunidad internacional (Venezuela, bajo el dictador Cipriano Castro). Su política interna es una perpetua guerra civil. Hostiliza a los extranjeros y no cumple sus compromisos exteriores. Como ese país pueden haber otros ¿Y es posible que tales países, en las palabras de Monroe, elevadas por los Estados Unidos al rango de doctrina internacional, vayan a tener amparo? ¡No! Eso seria desprovis­ to de toda moralidad (...) Sabe, pues, la América del Sur que sólo a determinados países es aplicable la 'policía internacional'. Las naciones serias, estables, que cumplen sus compromisos, no deben ver en la declaración de Roosevelt nada que les afecte. Planteada así la cuestión, ningún reproche se le puede hacer, ni en su carácter teórico, ni en su carácter de práctica internacional". (Benjamín Vicu­ ña Subercaseaux; p. 33] Es más, Vicuña planteó que "la idea del Presidente de los Estados Unidos no es otra que la que anteriormente expresó la Delegación de Chile en el Congreso Panamericano de México. Nuestra Delegación presentó un proyecto de convención destinado a poner término a las reclamaciones constituyendo, en caso de guerra civil, la responsabilidad de los Gobiernos, es decir, la responsabilidad jurídica de éstos ante los reclamantes (...) La idea (...) es la misma. Solo el procedi­ miento es diverso: la Delegación de Chile en México propuso impedir las guerras civiles haciendo pesar sobre los Gobiernos toda la responsabilidad; Roosevelt quiere impedirlas por medio de una intervención preventiva. Ambas persiguen el mismo fin: hacer cesar el sistema abusivo de las 'recla­ maciones' (principalmente europeas), obligando a los Estados a mantenerse dentro del orden legal". (Vicuña Subercaseaux; p. 35]

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en lo más posible las responsabilidades de guerras sangrientas”. Siguiendo con la ironía, El Diario Ilustrado agrega que “lo malo que divisamos es que esos 'casos extremos’ a que se refiere el Presidente (Roosevelt) serían apreciados por la misma diplomacia de la Unión; no se nos con­ sultaría”704. Las relaciones chileno-estadounidenses experimentarían nuevamen­ te una fuerte crisis con el caso Alsop. Esta disputa se originó por las reclamaciones de accionistas norteamericanos que tenían demandas contra Bolivia, originadas en negocios desarrollados en territorios que pasaron a Chile luego de la Guerra del Pacífico. Pese a que un tribunal especialmente formado para dirimir las quejas entre Chile y Estados Unidos había fallado en 1904 que la Compañía Alsop era estrictamen­ te chilena y, por lo tanto, su caso correspondía a la jurisdicción nacio­ nal, el gobierno estadounidense continuó presionando al de Chile a favor de sus connacionales705. Chile se avino a una negociación con Estados Unidos, pero como estas no prosperaban, el gobierno norte­ americano, en noviembre de 1909, terminó exigiéndole al chileno una determinada suma o un protocolo de arbitraje en los marcos diseñados por él mismo. El ultimátum fue acompañado de la amenaza de ruptura de relaciones. Al final, el gobierno chileno cedió y aceptó el arbitraje del rey de Inglaterra, en lugar de, como Chile prefería, del presidente de Brasil706. Aquella imposición norteamericana provocó fuertes resentimien­ tos en Chile. Así, el diputado Alfredo Irarrázaval Zañartu señaló en la Cámara que “hemos visto con profunda sorpresa que el Gobierno ame­ ricano presentaba sobre este mismo asunto (Alsop) una nueva recla­ mación concebida en una forma que hiere nuestra dignidad nacional”707. A su vez, El Ferrocarril, mientras se desarrollaba el proceso arbitral en Londres, señalaba que “el Derecho Internacional importa un rábano al país poderoso cuando discute con un pueblo débil y relativamente in­ defenso. Estados Unidos ha hecho y seguirá haciendo lo que se le anto­ je en sus relaciones con las Repúblicas americanas, mal que pese a los tratadistas y declamadores”708. Pero además, el gobierno chileno empezó a adoptar una posición más dura respecto al creciente intervencionismo norteamericano en la región. De este modo, “para 1913 (...) Chile empezó a jugar un rol acti­

704 El Diario Ilustrado, 12-12-1904. Quien sí efectuó alarmadas advertencias fue el representan­ te chileno en Washington, Joaquin Walker Martínez, a la Cancillería: "Pronto toda América Latina quedará reducida al status de Cuba... Con el Corolario de Roosevelt las repúblicas latinoamericanas han perdido la independencia que obtuvieron en sus guerras contra España", (cit. en Pike; p. 139) 705 Ver especialmente Pike; pp. 140-142; y Vial; op. cit.; pp. 172 y 486-488.

706 Ver Pike; p. 141. 707 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 19-11-1909.

708 El Ferrocarril, 12-9-1910.

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vo, incluso de liderazgo, en la condena de todas las expresiones de la expansión de la influencia de Estados Unidos en América Latina”709. Asimismo, las posturas de Woodrow Wilson, como Presidente de Estados Unidos, empezaron a causar seria preocupación cuando en un discurso de octubre de 1913, en la ciudad de Mobile, “atribuyó mu­ chos de los problemas de América Latina a las maquinaciones de los intereses europeos, especialmente británicos, y dio a entender que la solución estaría en reemplazar el capital europeo con el de Estados Unidos”710. Marcial Martínez señaló que del programa de Wilson “se desprende que el plan que desarrollará el Gobierno americano es el de realizar en este continente la hegemonía económica de la República del Norte, que importaría necesariamente la hegemonía política, más tarde o más temprano. Mr. James Blaine fue quien puso en planta el imperialismo o napoleonismo americano; y hoy se precisa esa idea en el plan económico, que expuso el señor Wilson en Mobile”71 L Además, en términos más generales, el mismo Martínez planteó: “Tengo la firme persuasión de que lo que conviene a Estados Unidos es dejarse de pro­ clamar doctrinas y observar con los Estados sudamericanos una con­ ducta noble, elevada, de igualdad internacional, de justicia práctica (no de palabras), de benevolencia y de generosidad. Este programa es el único aceptable (...) y es el que puede producir una amistad sincera de ambas partes”712. Luego, Chile se opuso a los intentos de Wilson de generar un trata­ do panamericano que garantizara la integridad territorial de los Esta­ dos y su independencia política basada en la forma republicana de go­ bierno; y que hiciera que aquellos resolvieran sus disputas territoriales en base a la conciliación o un arbitraje internacional. En su oposición, el gobierno chileno combinó, como de costumbre, un temor a verse limitado en sus anexiones territoriales de Tacna y Arica y la descon­ fianza hacia intervenciones norteamericanas en la región, so pretexto de preservar las instituciones republicanas713.

709 Pike; pp. 143-144. 710 Pike; p. 144 En ese discurso Wilson señalaba que "lo que esos países (de Sudamérica) deben procurar es su emancipación de esa sujeción a empresas extranjeras (europeas)(...) Por lo que a empréstitos se rejiere, han sido, más que ningún otro pueblo del mundo, víctimas de negocios leoninos. Se les ha hecho pagar intereses que nadie habría pagado, so color de que representaban un riesgo exagerado; pero, a la vez, exigían garantías que hacían desaparecer tal riesgo ¡Negocio admirable para los que imponían semejantes condiciones! Nada es más grato que la esperanza de emancipar a . dichos pueblos de esos gravámenes; y nosotros (Estados Unidos) debemos ser los primeros en ayudar a esa independización (...) Debemos probar que somos sus amigos y campeones", (cit. en El Diario Ilustrado, 14-4-1914]

711 El Diario Ilustrado, 14-4-1914.

712 El Mercurio, 26-2-1914. 713 Ver Pike; pp. 150-154. Chile lideró la postura sudamericana contra dicho proyecto. El sub­ secretario de Relaciones Exteriores de la época, Carlos Castro Ruiz, explicó años después (1926) el porqué del énfasis chileno: “Desde el punto de vista del Derecho Público, el Tratado constituía un

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Por otro lado, las intervenciones de Wilson en México, con ocasión de las convulsiones revolucionarias en ese país, incentivaron a Chile, Argentina y Brasil a crear, en 1915, el pacto ABC, e incluso a buscar mediar para limitar la intervención norteamericana en dicho país714. Además, dicha intervención generó fuerte repulsa en la opinión públi­ ca chilena715. La posición de neutralidad que Chile conservó hasta el final de la Primera Guerra Mundial afectó también sus relaciones con Estados Unidos. Luego de la entrada de este país a la guerra en 1917, solo Chile junto con Argentina, México y Paraguay resistieron las presiones nor­ teamericanas para entrar a aquella en su apoyo716. En la neutralidad de Chile influyeron muchos factores, entre ellos las históricas buenas rela­ ciones de siempre con Alemania, debido a que, a mediados del siglo XIX, se produjo una significativa inmigración de alemanes hacia el Sur. Por otra parte, Alemania había prestado su apoyo a Chile durante la Guerra del Pacífico y se habían desarrollado estrechos vínculos entre los ejércitos de ambos países. No es de despreciar tampoco la notable asistencia pedagógica prestada por profesionales alemanes al sistema educativo chileno717. Pero también influyó la profunda reticencia frente a Estados Uni­ dos y su política exterior. Así por ejemplo, el ex ministro de Relaciones

desconocimiento del principio de soberanía, permitiendo a un país extranjero influir en la determina­ ción de la forma de Gobierno, que es facultad esencial del pueblo soberano (...) Para decirlo con franqueza, para el resto de América, excepción hecha de Chile, Argentina y Brasil, el tratado consti­ tuía un tutelaje, que diestramente manejado, podía conducir a la absorción política y comercial de los países pequeños o más próximos a los Estados Unidos". (Carlos Castro Ruiz. "El Plan Wilson", en Revista Chilena; N° 80; Octubre, 1926; p. 22) En su momento, El Mercurio se opuso clara­ mente también a “la nueva idea del Presidente Wilson sobre la garantía de la integridad territorial y de la forma republicana", preguntándose: “¿Contra quién? ¿Contra los países extranjeros al con­ tinente? Significaría la doctrina de Monroe hecha patrimonio común ¿Contra enemigos interiores? Sería fuente de dificultades y de intervención en la soberanía ajena. Estos países son ‘homogéneos’ es verdad (en alusión a dicha calificación de Chile, Argentina y Brasil, por parte de Estados Uni­ dos); pero al mismo tiempo muy celosos de su independencia". (El Mercurio, 20-4-1916)

714 Ver Vial; op. cit.; pp. 565-568. 715 Así, por ejemplo, El Mercurio señalaba que "en Europa se ha hablado de una intervención armada al estilo de la que se llevó a la China durante la rebelión de los boxers (...) La paz de México no se conseguiría por ese medio y si llegara a imponerse la fuerza del Gobierno norteameri­ cano como mandante y ejecutor del fallo de las otras Repúblicas, no se evitarían las consecuencias que se temen de una intervención independiente y por la propia cuenta de los Estados Unidos. El peligro sería igual y las consecuencias podrían ser también igualmente funestas. La prudencia acon­ seja entonces a la América Latina rechazar toda idea de empleo de la fuerza y sojuzgamiento”. (El Mercurio, 27-2-1914). Incluso el diplomático Félix Nieto del Río planteó duramente que “la doctrina Monroe, según lo demuestra el caso de México, no garantiza ni puede garantizar la paz y el bienestar interno de ningún pueblo (...) solo sirve para inspirar desconfianza hacia los Estados Unidos y para estorbamos las ventajas de un amplio tráfico con las pictóricas naciones de Europa". (El Diario Ilustrado, 7-4-1914)

716 Ver Mario Barros; p. 679. 717 Ver Vial; op. cit.; pp. 632-634.

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Exteriores, Galvarino Gallardo, criticaba en 1917 a los “nuevos apósto­ les del imperialismo yanki que sostienen que para respetar a los países de Centro y de Sudamérica es preciso primeramente, hacer una califi­ cación previa, sobre si son fuertes, si se conducen bien, si administran correctamente sus rentas propias, en suma si son o no dignos de gozar de esa misma libertad (...) de Norteamérica, (...) en la propaganda de esas doctrinas arbitrarias, abusivas, desconocedoras de la autonomía de otras nacionalidades, está la conformación de los profundos recelos que los pueblos de Centro y Sudamérica experimentan ante los hechos y teorías imperialistas de Estados Unidos”718. Además, “conservadores como Joaquín Walker Martínez, Abdón Cifuentes (...) y liberales como Arturo Alessandri, Ernesto Barros Jarpa (...) Marcial Martínez y Eliodoro Yañez, como también el viejo líder radical Enrique Mac Iver, vieron la neutralidad chilena como un paso esencial hacia la creación de un blo­ que de naciones sudamericanas realmente independientes, capaz de hacer frente a Estados Unidos en las relaciones hemisféricas”719. Por otro lado, Perú y Bolivia se alinearon entusiastamente con Esta­ dos Unidos en la guerra, con lo que pudieron contar con mayores sim­ patías del país del norte en su diferendo con Chile720; y, además, pudie-

718 Galvarino Gallardo Nieto. Panamericanismo, Imp. Nascimento; Santiago; 1941;pp. 144-145. Es más, Gallardo expresaba ese mismo año la reticencia compartida por gran parte de la élite chilena al surgimiento de un mundo de postguerra desequilibrado a favor de Estados Unidos: “Si sobreviniese el aniquilamiento germánico en esta guerra, nadie osaría poner diques al Imperialismo norteamericano en asuntos de nuestro continente. No habría suficientes fuerzas en los países aliados, en Gran Bretaña, Francia y Rusia, para detener las manifestaciones inmediatas de sojuzgamiento financiero y político, de las repúblicas hispanoamericanas". (Gallardo; p. 136] Por cierto estos criterios no implicaban necesariamente un filogermanismo, como ilustran las expresiones de 1917 del mismo Gallardo al respecto: "Elgermanismo en nuestras tierras es una importación servil como el casco prusiano que desfigura las lineas varoniles del soldado chileno. Este culto al 'Dios de la fuerza' como se considera entre muchos de nosotros a Alemania, ha perturbado hondamente el sentido moral. Se ha tributado una admiración exagerada a la fuerza militar, sin detenerse a pensar si esa fuerza ha sido puesta en acción para defender o para atropellar el derecho", (cit. en Patricio Quiroga y Carlos Maldonado El prusianismo en las Fuerzas Armadas chilenas, Edic. Documen­ tas; Santiago; 1988; pp. 104-105) 719 Pike; p. 156. En una entrevista concedida a La Nación, en mayo de 1917, Alessandri recordaba amargamente la conducta considerada por él como de falta de solidaridad y contraria a Chile que habría tenido Estados Unidos con Chile en sus guerras con España (1866) y Perú y Bolivia (187983) respectivamente. Al mismo tiempo planteaba que "si los Estados Unidos han ido a la guerra con Alemania, será porque así convendrá a aquella nación. Nuestros intereses son diversos y diversa debe ser nuestra conducta mientras circunstancias especiales no nos obliguen a variarla"; que "Yo soy parti­ dario como el que más, de la solidaridad de producción, vínculos estrechos de armonía y de acción . conjunta entre los países sudamericamos" y que "yo soy partidario de la neutralidad de Chile (...) De esa manera estaremos bien con todas las naciones actualmente en guerra y en ello estriba nuestra conveniencia. Como yo considero un absurdo pensar que Alemania pueda ser aniquilada o que llegue a desaparecer como nación, estimo que, estando nuestras relaciones en perfecto estado de cordialidad con todos los países, todos serán igualmente amigos nuestros y con ello saldremos ganando (...) A Francia, Inglaterra y Alemania, le debemos estar gratos por iguales partes, pues en formas diferentes han facilitado nuestro desarrollo como nación". (La Nación, 6-5-1917) 720 Ya en noviembre de 1918, al recibir al nuevo embajador de Chile, Beltrán Mathieu, Wilson le señaló sugerentemente: "La victoriosa conclusión de la guerra da la seguridad que de hoy en

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ron participar como países fundadores de la Liga de las Naciones, en conjunto con las naciones vencedoras de la Primera Guerra Mundial. El fin de la guerra condujo, a su vez, a un deterioro de las relaciones chileno-peruanas. Esto porque la gran crisis salitrera de postguerra lle­ vó a miles de trabajadores a la cesantía. De estos, muchos eran perua­ nos, lo que el Gobierno y la opinión pública del vecino país percibie­ ron como una especial discriminación y persecución a sus compatriotas. Ello se tradujo, en noviembre de 1918, en disturbios y ataques a consu­ lados chilenos en las ciudades de Paita y Salaverry. En revancha, se asaltó en Iquique. la casa del cónsul peruano, lo que la policía apenas contuvo. En respuesta, Perú retiró a sus cónsules de Iquique, Antofagasta y Valparaíso. Y lo mismo hizo Chile con los suyos de Callao, Arequipa y Moliendo721. El gobierno peruano envió a todas las capitales notas en que de­ nunciaba “la intención del gobierno chileno de efectuar la expulsión en masa de la población peruana de Tarapacá” y donde proclamaba “la necesidad de que las provincias ocupadas regresen a la patria a que históricamente pertenecen”722.Y logró la intervención de Woodrow Wilson, quien se ofreció como mediador, en términos muy poco diplo­ máticos y, en definitiva, admonitorios para Chile. Así, el 3 de diciem­ bre, Wilson “informaba” a los dos países que el corte de relaciones con­ sulares era visto por Estados Unidos “con la mayor inquietud”, que hechos semejantes, ad portas de la Conferencia de París, podían “con­ trariar las perspectivas de paz permanente en el mundo”, lo cual podría ser “desastroso”, por lo que Wilson consideraba “su deber llamar la aten­ ción de los gobiernos del Perú y Chile” y pedirles “tomar medidas in­ mediatamente para reprimir la agitación popular y restablecer las rela­ ciones pacíficas”, para lo cual ofrecía la mediación norteamericana723. El gobierno chileno contestó públicamente que para resolver el problema la única solución pasaba por aplicar el plebiscito del Tratado de Ancón, y no se pronunciaba ni positiva ni negativamente sobre la mediación ofrecida. Sin embargo, secretamente se le comunicó a Esta­ dos Unidos que podía mediar para los “detalles de forma” del plebisci­ to; que Chile incluso podría aceptar dividir el plebiscito para oficializar así la “partija”: Tacna para Perú y Arica para Chile; y que podría traspa­ sar a Bolivia la caleta de Sama y una faja de terreno extendida desde dicha caleta hasta el ferrocarril Arica-La Paz, solucionando así las reno­ vadas aspiraciones portuarias del país altiplánico724.

adelante ninguna nación puede aventurarse a buscar su propio engrandecimiento a expensas de otras, o puede esperar que aquellos intentos prevalezcan", (cit. en Pike; p. 158]

721 Ver Vial; op. cit.; pp. 643-644. 722 cit. en Vial; op. cit.; p. 644.

723 Vial; op. cit.; pp. 644-645. 724 Ver Vial; op. cit.; pp. 645-646.

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Perú inició una campaña de opinión mundial, presentando a Tacna y Arica como la “Alsacia y Lorena americanas”. Chile, a su vez , respon­ dió con diversas misiones diplomáticas extraordinarias a Estados Uni­ dos y Europa. Y Perú y Bolivia unieron esfuerzos para que, primero la Conferencia de París (que dio lugar al tratado de Versalles) y luego la Sociedad de las Naciones ordenaran la revisión de los tratados de 1883 y 1904. En ambos casos sus intentos fracasaron725. Sin embargo, la opinión mundial apoyaba en general la posición peruana726. Así lo constataba Gabriela Mistral en una carta desde París a Pedro Aguirre Cerda, del 6 de mayo de 1924: “Lo de Perú se ve muy oscuro (...) Yo siento (que los) (...) peruanos importantes de París (...) están a mil leguas de renunciar a sus provincias. La opinión francesa está moralmente con ellos, y no digo la hispanoamericana”727. Miguel de Unamuno había expresado emotivamente dicho sentimiento en 1920, en una carta de solidaridad a los estudiantes de la FECH por la destrucción de su casa, con ocasión de* la “guerra de don Ladislao”: “...una oligarquía seudoaristocrática, que tenía su tesoro cerca del altar y al amparo del cuartel (es) la que ha dado origen a vuestra leyenda negra, la leyenda del Chile imperialista, militarista, prusianizado, re­ volcándose en guano y en salitre (...) ese pleito (el sostenido con Boli­ via y Perú) en que se le niega a un pueblo hermano una liquidación de justicia, y se le mantiene a otro pueblo hérmano sin su respiradero al mar, desembarazado y libre”728. En el contexto de lo anterior, unido a la consolidación de la hege­ monía norteamericana y a lo insostenible de la situación, Alessandri, en 1920, una vez elegido Presidente, se empeñó en solucionar el diferendo con Perú. Él postulaba la realización del plebiscito “sólo en la seguridad inconmovible de la victoria chilena”729. De esta forma, se diferenció de 725 Ver Vial; op. cit.; pp. 649-650. 726 Ver Vial [1996]; Volumen III, Arturo Alessandri y los golpes militares (1920-1925); p. 264.

727 cit. enVial; op. cit.; p. 264. 728 cit. en Vial; op. cit.; p. 105. Ya en 1907, Unamuno había expresado -a propósito de una dura crítica al libro de Nicolás Palacios, Raza Chilena- que ‘‘he oído a muchos hacerse lenguas de las virtudes del pueblo chileno, pero he oído siempre agregar que le hace antipático su insufrible orgullo colectivo, sus pretensiones a una superioridad no siempre justificada, su desdén hacia sus vecinos y la falta de serenidad con que recibe los reproches". (El Diario Ilustrado, 4-8-1907; cit. en Godoy; p. 296)

729 Vial; op. cit.; p. 265. Así, Alessandri, en carta a Manuel Rivas Vicuña, del 13 de julio de 1922, señalaba respecto de un plebiscito: "Tengo la convicción profunda (...) (de) que lo vamos a ganar en toda la línea, ‘pese a quien pese'", (cit. enVial: op. cit.; p. 265). Su destinatario, Rivas Vicuña, con toda naturalidad, había escrito en 1930, respecto de un viaje al norte como ministro en 1913, lo siguiente: "¡Qué hermosa es Tacna! ¡Que lástima que no prospere en ella el sentimiento chileno! La impresión sobre el resultado de los trabajos para chilenizar el territorio, no fue más satisfactoria en Arica (...) Las informaciones del gobernador sobre el avance de la chilenización en este departamento, me parecieron demasiado optimistas y no correspondían a la realidad que palpa­ ba. El aplazamiento del plebiscito, previsto en el protocolo Huneeus-Valera (1912), era una medida sabia y prudente que nos daba tiempo para cambiar la fisonomía de la provincia, sin atropellos, y triunfaren el plebiscito en forma limpiay correcta". (Rivas;Tomo I; p. 351)

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muchos de sus partidarios que realmente estaban por darle una justa solución al diferendo730. El gobierno chileno buscó que algún país latinoamericano tomara la iniciativa para que Chile y Perú reiniciaran negociaciones para efec­ tuar el plebiscito (las últimas habían sido en 1912 con el fracasado Protocolo Huneeus-Valera). Sin embargo, ello no fue posible. A fines de 1921 se intentó una reanudación directa con Perú que tampoco prosperó. Al final fue clave la mediación de Estados Unidos, que logró, en julio de 1922, un acuerdo entre Chile y Perú, por medio del cual reconocían a Estados Unidos como árbitro para definir si procedía o no el plebiscito, el cual ahora Perú objetaba, pensando que la “chílenización” de Tacna y Arica había hecho ya su efecto. En el caso de que el árbitro declarara practicable el plebiscito, fijaría las condiciones del acto. En caso contrario, tratarían Chile y Perú de lograr un acuerdo directo. Y si no lo lograban, se comprometían a pedir los buenos oficios del Gobier­ no de Estados Unidos731. Ciertamente, dicha solución le concedía al gobierno de Estados Unidos un papel crucial en todo el proceso. El haberlo conseguido, venciendo la antigua resistencia chilena, demostraba lo consolidada que estaba su hegemonía en el conjunto del hemisferio. Otra expresión de esta política fue el veto que impuso a la presencia de México en la Conferencia Panamericana efectuada en Santiago, dado que exigía que “el Presidente Obregón derogase la limitantes constitucionales a la pro­ piedad norteamericana del petróleo establecidas en 1917”732. Este proceso de acuerdo con Perú (que prosperaría en 1929) le permitió a nuestro país mejorar su imagen internacional. Es así que Chile pudo efectuar de manera exitosa la Conferencia Panamericana de 1923, aunque Perú y Solivia no quisieran asistir. Por otro lado, el delegado de Chile, Agustín Edwards Mac Clure, resultó elegido presi­ dente de la Tercera Asamblea de la Sociedad de las Naciones (1922) “con la votación de todos los países americanos, Perú y Bolivia inclusi­ ve”733. Así, a fines de la república oligárquica nuestro país estaba recién

730 Partidarios como Carlos Vicuña Fuentes que señaló, en 1928, que "Alessandri (...) logró engañar a casi todos los chilenos y aun a muchos extranjeros, porque el fondo de su política interna­ cional no era, como pretendía, ni la paz ni la justicia, ni mucho menos la subordinación de los intereses y pasiones de Chile a la necesidad de fundar la armonía latino-americana: lo que funda­ mentalmente perseguía era llegar a un plebiscito celebrado bajo la soberanía chilena, a imitación de los verificados en Europa después del Tratado de Versalles, y ganarlo de todos modos, sin retroceder ante fraude ni violencia alguna". (Carlos Vicuña (2002); p. 161) 731 Ver Vial; op. cit.; pp. 268-285.

732 Vial; op. cit.; p. 290. De nada sirvió la dura carta que desde México (donde residía) envió Gabriela Mistral a Pedro Aguirre Cerda, el 3 de octubre de 1922: "Es necesario que no caiga sobre Chile esta vergüenza, y que no la dé la patria a los que estamos aquí (México) y enrojeceríamos de ella", (cit. en Vial; op. cit.; p. 290)

733 Vial; op. cit.; p. 289. Es importante destacar, además, que otro delegado chileno, Manuel Rivas Vicuña, desempeñó un papel decisivo en los esquemas organizacionales que conformarían

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superando las consecuencias más graves que la Guerra del Pacífico le había irrogado en sus relaciones internacionales y estaba generando las condiciones que le permitirían integrarse de manera más positiva en el hemisferio734.

la Sección de Higiene de la Liga, antecesora de la Organización Mundial de la Salud de Nacio• nes Unidas. (Ver Vial; op. cit.; p. 290).

734 Como lo señala Fredrick Pike, con los acuerdos con Perú promovidos por Alessandri, “Chile podía liberarse del temor con que había vivido desde la Guerra del Pacífico: el de la intervención extranjera, especialmente de Estados Unidos, que forzara un destino territorial desfavorable. Con la remoción de este temor, Chile podía abandonar su actitud defensiva y desconfiada hacia el movi­ miento panamericano liderado por Estados Unidos y asumir un rol de liderazgo en las relaciones hemisféricas. Sobre todo un acuerdo sobre Tacna y Arica facilitaría la realización de la unidad sudamericana, de modo que las repúblicas latinas pudieran tratar con Estados Unidos desde una posición de fuerza". (Pike; p. 215)

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CAPITULO VIII

DESPILFARRO ECONÓMICO Y GRAN INEQUIDAD SOCIAL

La república oligárquica fue una creación de la élite chilena de fines del siglo XIX. Su objetivo fundamental fue mantener el histórico do­ minio de dicha clase en la sociedad nacional. En el período 1891-1925 la clase alta chilena conservó su carácter “aristocrático-tradicionalista”, vinculado especialmente al latifundio y a una concepción elitista del sistema social caracterizada por el paternalismo, el clasismo, el racismo y el desprecio al trabajo manual y físico. Al mismo tiempo, en la medida que comenzó a administrar corporativamente una significativa y creciente riqueza -vía impuestos de exportación del salitre-, fue desarrollando una cultura de opulen­ cia, lujo y ostentación, la que, unida a una extrema insensibilidad so­ cial, exacerbó e hizo mucho más conflictivas las profundas desigualda­ des sociales. A su vez, la mayor diversificación y auge productivo, derivado del salitre y del incipiente desarrollo industrial, generó una proletarización relevante de los sectores populares mineros y urbanos. Por otro lado, el incremento notable del aparato del Estado (en torno especialmente a la educación, obras públicas, fuerzas armadas y policía) y de las activi­ dades vinculadas al comercio, finanzas, industria y servicios en general, fue generando un notable incremento de los sectores medios. Ambos procesos crearon una dinámica de creciente cuestionamiento al sistema social y político vigente. En el curso de este capítulo veremos, en términos muy sintéticos, la evolución económica del período y luego analizaremos las características de sus principales actores sociales.

1. Evolución económica

El factor más determinante de la evolución económica del período lo constituyó, sin duda, la explotación del salitre y el tipo de inserción en el sistema económico internacional derivado de su dependencia. De este modo, “ya en 1890 las exportaciones salitreras constituían la mitad de las exportaciones chilenas" y "desde comienzos del siglo XX, y hasta

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la Primera Guerra Mundial, su participación en las exportaciones tota­ les fue superior al 70% (..,), mientras que su contribución al Producto Geográfico Bruto (PGB) fluctuó en torno a un 30%, durante el perío­ do 1900-1920”735. Ciertamente, la explotación del salitre le significó al país una gran afluencia de riqueza. Así, “para 1924 las salitreras habían generado al­ rededor de 6,9 billones de pesos oro”, y pese a la propiedad extranjera de la generalidad de ellas, a través de los impuestos de exportación, “cerca de un tercio de esta cantidad fue a parar a las arcas gubernamen­ tales”736. Sin embargo, las grandes fluctuaciones de la demanda internacional del salitre -unida a la falta de una política económica destinada a amorti­ guar sus efectos- repercutían en dolorosos reflujos para la economía na­ cional. De este modo, “la fuerza de trabajo de las salitreras se enfrentó periódicamente al desempleo y los ingresos del gobierno chileno (...) disminuían o se incrementaban precipitadamente en muy cortos pe­ ríodos de tiempo”737. De hecho, la excesiva dependencia del país res­ pecto de un solo producto de exportación, más aún cuando se trata de materias primas, se constituye en una grave fuente de inestabilidad y no pudo servir de base de un efectivo desarrollo económico738. Peor aún, la oligarquía chilena no hizo ningún esfuerzo serio para aprovechar la gran riqueza del salitre en un proceso de inversión e industrialización que le permitiera al país diversificar y darle solidez a su estructura productiva. Y esto pese a que, “con su riqueza, nos dimos un lujo hoy impensable: suprimir los impuestos nacionales sobre bie­ nes y rentas, y disminuir los que afectaban al consumo. Los primeros, hacia 1880, eran básicamente el agrícola, el de herencias y donaciones, la alcabala (al transferirse bienes raíces o muebles), el impuesto sobre haberes mobiliarios, el que gravaba los sueldos de los empleados y las patentes. Cuando estalló la guerra civil, ya ninguno de ellos era perci­ bido por el Fisco. La mayor parte, lisa y llanamente, desapareció: im­ puesto sobre los sueldos (1884), alcabala (1888) y contribución de herencias y donaciones (1890). Las patentes también fueron suprimi­

735 Meller; p. 24. 736 Collier y Sater; p. 162. Carmen Carióla y Osvaldo Sunkel señalan también que “para el conjunto del periodo 1880-1924 el promedio de los derechos de exportación sobre el valor total del salitre y yodo exportados, fue de 33%, y se ha estimado que los dos tercios restantes se dividían en partes similares entre las ganancias netas de los capitalistas y el valor de los costos de producción". (Carmen Carióla y Osvaldo Sunkel. Un siglo de historia económica de Chile 1830-1930, Edit. Universitaria; Santiago, 1991, p. 87) A su vez, Patricio Meller señala que "los ingresos tribu­ tarios por exportaciones salitreras alcanzaron a cerca del 30% de las ventas totales de nitrato". (Meller; p. 30)

737 Loveman (1988); p. 178. 738 Ver Aníbal Pinto Santa Cruz. Chile. Un caso de desarrollo frustrado, Edit. Univ. de Santiago, Santiago, 1996; pp. 107-109.

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das para la maquinaria agrícola e industrial; las restantes quedaron en beneficio de las municipalidades (1888). Por último, éstas recogieron, asimismo, el impuesto agrícola y el de haberes mobiliarios, refundidos con otros menores en uno solo (1891)(...) Los impuestos al consumo, hacia 1880, eran el de aduanas y el estanco del tabaco. El primero aumentaba o disminuía según la posibilidad de importar, o sea, según las divisas que generaba el salitre. Por ello vino a ser básico para el financiamiento fiscal. En cambio, el estanco fue suprimido (1880)”739. Entre 1904 y 1907 hubo una pequeña reacción estableciéndose im­ puestos sobre los seguros, depósitos bancarios y patentes mineras. Sin embargo, hacia 1913 dichos gravámenes aportaban menos del 0,5% del ingreso público740. El despilfarro oligárquico se hace pues más ostensible con lo ante­ rior, ya que, como lo señala Gonzalo Vial, “el peso impositivo, entonces, fue el ideal para un empresario dinámico. La mitad o más del gasto público era puesta por el salitre; el saldo por los consumidores. Las rentas y bienes empresariales no se hallaban gravados”741. Con la grave crisis económica que experimentó el país luego del fin de la Primera Guerra Mundial (por la disminución de la demanda de salitre, unida a la invención del salitre sintético) el Gobierno se vio obligado a aumentar los impuestos nacionales. Así, en 1918-1920 “los impuestos directos (...) oscilaron entre el 3,6% y el 10% del total” y “se crearon nuevos impuestos, se aumentaron las tasas de los ya existentes, y se incrementaron las tarifas de importación, particularmente de los bienes considerados de lujo, al menos en un 50%”742. De todas formas, la afluencia de esta riqueza permitió que el país -especialmente gracias al aumento significativo del gasto público— me­ jorara notablemente en educación, infraestructura y servicios urbanos. Así, "en 1860 había 18.000 estudiantes en las escuelas básicas, y 2.200 en las escuelas medias del sistema público. Hacia 1900, se registraban 157.000 y 12.600, respectivamente; en 1920, llegaron a ser 346.000 y 49.000”743. Por otro lado, “las matrículas universitarias llegaron a cerca de 4.000 en 1918, la mayoría de ellas luego de una oleada ocurrida después de 1910”744. Respecto del crecimiento de las comunicaciones ferroviarias, “Fe­ rrocarriles del Estado aumentó la longitud de las vías férreas del siste­

739 Vial (1996); Volumen I, Tomo I; p. 382.

740 Ver Vial; op. cit.; p. 382.

741 Vial; op. cit.; p. 383. 742 Collier y Sater; p. 170.

743 Meller; p. 26. Es importante agregar que "aunque al colegio atendían más niños, hubo sin embargo un impresionante aumento en el número de estudiantes mujeres en este período". (Collier y Sater; p. 180) 744 Collier y Sater; p. 180.

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ma público desde 1.106 [1890] a 4.579 kilómetros [1920], comenzan­ do a desplazar al sector privado” ya que “en 1890, cerca del 60% de los ferrocarriles chilenos estaba(n) en manos privadas, cifra que se redujo a 44% en 1920”745. En relación a la urbanización, esta fue muy pronunciada aunque dispareja. Hay que tener en cuenta que, entre 1885 y 1920, la pobla­ ción chilena se incrementó solamente en poco más de un millón de habitantes, subiendo de 2,5 a 3,7 millones; y que la población urbana, que comprendía solo el 28,6% del total en 1885, había subido al 42,8% en 1920746. Sin embargo, este crecimiento se concentró particularmente en algunas ciudades en desmedro de otras. Así, “de 1885 a 1895 la pobla­ ción de Santiago subió sobre el 30% y, hacia 1907, se incrementó adicionalmente en 22%. Durante los mismos dos espacios de tiempo la población en Antofagasta subió en 58% y 73%, en Iquique 76% y 16%, en Concepción 50% y 27%, en Valparaíso 15% y 24%”747. Por otro lado, “en 1920, La Serena, Curicó, Talca y Constitución tenían menos habi­ tantes que en 1907, y la población de Chillan ni siquiera alcanzaba su nivel de 1895”748. Además, particularmente en Santiago, “el progreso tecnológico tam­ bién hizo lo suyo para mejorar la calidad de vida. En los años ochenta se inauguró el servicio telefónico en Santiago (...) En el año 1900 entró en funcionamiento la planta térmica que dotó de luz eléctrica a la ciu­ dad (...) y de energía eléctrica a los tranvías, hasta la fecha tirados por caballos (...) En 1908, dieciséis ciudades contaban con servicio de tran­ 745 Meller; p. 26. En contraste, hubo muy poca preocupación pública y privada por los caminos y las comunicaciones marítimas. De este modo, los primeros "jamás sirvieron para la traslación de mercaderías. Llegadas las lluvias, tampoco eran útiles (...) para que viajaran por peatones o jinetes. Aun en verano solía invadirlos el lodo, con el desborde de los canales agrícolas". (Vial (1996); Volumen I, Tomo II; p. 467) Por otro lado, "la marina mercante tampoco estuvo a la altura de las necesidades chilenas de transporte (...) El año 1890 el tonelaje global de los mercantes con matricula chilena era 90.784; el año 1910, 96.454. El modesto progreso, inferior al 7%, se comparaba desfa­ vorablemente con el experimentado por otras marinas sudamericanas, aun durante períodos meno­ res de la misma época. Por ejemplo, sólo entre 1901 y 1910, la argentina incrementó su tonelaje un 93%; la brasileña, un 54%, y la peruana, un 11,3%. Paralelamente, disminuía en proporciones toda­ vía más espectaculares la cuota de naves nacionales dedicadas al cabotaje. El año 1884 aquélla había sido de casi 60.000 toneladas. En 1900 era de 20.000 toneladas". (Vial; op. cit.; pp. 467-468) Además los puertos languidecieron en situación muy precaria ya que “el Gobierno rehusaba mejorar las instalaciones, aduciendo que ello correspondía al capital privado; éste, por su parte, construía sólo las rigurosamente indispensables (particularmente para el embarque de carbón y salitre). Así, los muelles fiscales eran escasos (20% del total en 1902), y los particulares, primitivísimos". (Vial; op. cit.; pp. 468-469) Solo después de 1910 el Estado abordó con seriedad la construcción de buenos puertos en Valparaíso y San Antonio. (Ver Sofía Correa, Consuelo Figueroa, Alfredo Jocelyn Holt, Claudio Rolle y Manuel Vicuña. Historia del siglo XX chileno, Edit. Sudamericana; Santiago, 2001; p. 36) 746 Ver Kirsch; p. 8. 747 Pike; p. 118. Así, mientras la tasa de crecimiento anual de la población fue entre 1885 y 1895, de 0,75% en Chile, fue de 4,09% en Santiago; entre 1895 y 1907, de 1,65% y 2,41%, respectivamente; y entre 1907 y 1920; de 1,19% y 2,51%. (Ver De Shazo; p. 4) 748 Correa, Figueroa, Jocelyn Holt, Rolle y Vicuña; op. cit.; p. 27.

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vías. La construcción de los primeros alcantarillados data de la década inicial del siglo XX”749. Incluso, Santiago se fue convirtiendo en una gran ciudad con una bullente actividad cultural: “Gradualmente, Santiago llegó a ser una metrópoli desarrollada. Sus universidades, salas de ópera, teatros y bi­ bliotecas la convirtieron en la cabeza cultural de Chile y en uno de los más respetados centros artísticos y de enseñanza de América Latina”750. Conexo con la urbanización hubo un gran desarrollo de la adminis­ tración pública. De este modo, “el empleo gubernamental se expandió de 3.000 plazas en 1880 a más de 27.000 en 1919”751. Pese a la migración rural-urbana, al notable desarrollo de la minería y de las ciudades y a la significativa diversificación de la estructura productiva, la oligarquía nacional mantuvo su sello rural. Los nuevos magnates de la banca, minería, industria y comercio adquirían su pro­ sapia oligárquica en la medida que adquirían grandes haciendas y man­ siones y adoptaban un estilo de vida opulento752. Y pese a los significativos signos de decadencia de la productividad agrícola nacional753, los grados de concentración de la propiedad agra­ ria y las relaciones semifeudales al interior del latifundio se mantuvie­ ron completamente intactas a lo largo del período. Así, en 1924 “un décimo de todas las propiedades cubrían más de nueve décimos de la tierra”754. Y más específicamente, en el mismo año, “solo 2.650 hacien­ das (2,7% de todas las propiedades rurales) poseían casi el 80% de la tierra agrícola en el valle central”755. En relación al desarrollo industrial -como se señaló en capítulos anteriores- el estímulo de la Guerra del Pacífico fue determinante. Así, "durante el período 1880-1914, analizado por el criterio de la tasa de

749 Correa, Figueroa, Jocelyn Holt, Rolle y Vicuña; p. 30. 750 De Shazo; p. 7.

751 Meller; p. 26. Esto sin contar ■ las Fuerzas Armadas que en 1919 llegaron a 33.279 efectivos (Ver Rivas; Tomo II; p. 4) 752 "Las ganancias de los sectores urbanos o mineros se dirigían al tradicional sector agrario a través de la compra de propiedades rurales, y las fortunas se dirigían a la construcción de imponentes mansiones y a otras formas de consumo conspicuo". (Kirsch; p. 57) A su vez, la evolución porcen­ tual de los senadores y diputados que directamente poseían una gran hacienda fue 41% en 1854, 50% en 1874, 57% en 1902 y 46% en 1918. (Ver Bauer; p. 246) Una gráfica expresión de aquello fue el hecho de que luego del acto oficial de celebración del centenario de la batalla de Maipú (5 de abril de 1918) se efectuó un almuerzo campestre en el fundo San Juan de Chena de Antonio Valdés Cuevas al que fueron invitados el Presidente de la República (Juan Luis Sanfuentes), el embajador argentino, todos los parlamentarios y otras personalidades relevantes. (Ver Rivas; Tomo II; pp. 85-86)

753 Chile, que a mediados del siglo XIX había sido un relativamente importante exportador de trigo, "en el siglo XX(...J empezó a importar trigo y carne desde Argentina". (Pike; p. 120) Ver también, a este respecto Collier y Sater; p. 158. 754 Collier y Sater; p. 204. 755 Loveman (1988); p. 210.

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crecimiento, de la diversificación productiva, de los vínculos dentro de cada sector, de la integración al resto de la economía y del avance tec­ nológico, la industria chilena experimentó una considerable expansión y progreso”756. Esta base permitió enfrentar exitosamente la crisis de mercados originada por la Primera Guerra Mundial, reorientándose hacia una política de sustitución de importaciones757, y luego superar el efecto de la crisis económica internacional de comienzos de los años 20, logrando tasas de crecimiento promedio de 4,3% anual, entre 1920 y 1930758. Sin embargo, dada la mentalidad tradicional predominante, de orien­ tar sus ganancias de acuerdo al sello óligárquico y rural, los industriales chilenos “mientras emprendían inversiones que les reportaban altas tasas de retorno en cortos períodos, evitaron las empresas que requerían pro­ longados períodos de gestación”759. Además, las propias instituciones de crédito no funcionaban de acuerdo ajas necesidades de un desarro­ llo industrial de largo plazo: “El mercado financiero estaba de hecho basado en instituciones como la Caja de Crédito Hipotecario estable­ cida en la segunda mitad del siglo XIX para cubrir las necesidades de crédito de los terratenientes, y en una sociedad rural la tierra ofrecía una de las mejores garantías para los préstamos. De este modo, los empresarios estaban obligados a buscar fipanciamiento en un sistema en que el crédito no podía obtenerse de los bancos en otra forma que hipotecas”760. Otro factor que contribuyó a limitar la industrialización fue que esta, desde el comienzo, se estructuró de forma monopólica u oligopólica y en torno a miembros de la propia élite oligárquica: “La propiedad y el control de las más grandes y exitosas empresas estaba limitada a un pequeño número de individuos, cuyo listado sería casi indistinguible de la nómina de miembros del Club de la Unión, del Club Hípico de Santiago o del Valparaíso Sporting Club”761 (...) “Las rentas monopólicas que acumuló la oligarquía que invirtió en manufacturas sirvieron para mantener o intensificar la distorsionada estructura de la distribución del ingreso nacional y su posterior desarrollo en general”762 (...) “La historia del surgimiento de la posición monopólica de las más grandes

756 Kirsch; p. 44.

757 "Las manufacturas domésticas no solo fueron capaces de superar la crisis de los años iniciales (de la guerra) en los que la producción disminuyó, sino también de aumentar su producción, reco­ brando los niveles de preguerra y superándolos durante los años finales. Este resultado fue en res­ puesta a los requerimientos de la demanda interna''. (Kirsch; pp. 47-48) 758 Ver Kirsch; p. 50. 759 Kirsch; p. 57. 760 Kirsch; p. 59. 761 Kirsch; p. 75.

762 Kirsch; p. 106.

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empresas chilenas permite comprender los objetivos y valores de los propios industriales y demuestra que su consideración fundamental fue dominar el mercado interno desde una segura posición libre de competidores. Una vez que este objetivo fue alcanzado y los medios para mantener el estilo de vida acostumbrado de la oligarquía asegura­ do, demostró muy poco interés en un ulterior crecimiento o expansión a mercados extranjeros”763764 . Asimismo, la tímida legislación proteccionista para la industria, aprobada en este período (especialmente la reforma general de tarifas de 1897), se orientó a favorecer a los grupos monopólicos existentes que además se concentraban .principalmente en la producción de bie­ nes de consumo alimenticios y de vestuario. La industria pesada estuvo excluida de dicha legislación y de cualquier iniciativa estatal de signifi• ■ 764 . cacion Para entender la evolución económica de este período es importan­ te tener en cuenta que, junto con la creciente sustitución de la hege­ monía británica por la norteamericana, el salitre comenzó a ser despla­ zado cada vez más por el cobre como principal producto de exportación y como eje de la economía chilena. Es así como, ya en la segunda mitad de la década del 20, el cobre representaba el 27,4% del conjunto de las exportaciones chilenas, en relación al 48,8% del salitre (que venía ba­ jando desde el 76,3% entre 1906 y 19 1 0)765. Específicamente, en la década del 10, inversionistas norteamericanos hicieron funcionar con nuevas tecnologías los grandes minerales de Chuquicamata, El Teniente y Potrerillos, de tal manera que “a fines de la Primera Guerra Mundial (1918) inversionistas norteamericanos controlaban sobre el 87% del valor de la producción chilena del cobre, la que se incrementó por cuatro desde 31,4 a 132,8 millones de pesos en el curso de la guerra”766. Otro elemento clave de la evolución económica del período lo cons­ tituyó la alta tasa de inflación que, unida a las cíclicas alzas del desem­ pleo, producto de las graves repercusiones en nuestro país (dada la vulnerabilidad de depender del salitre), de las fluctuaciones de la eco­ nomía internacional, generó una aflictiva situación para la gran mayo­ ría de la población que vivía de un sueldo o salario. Si bien no existen estadísticas confiables de aquel período, todos los analistas coinciden en que “los trabajadores urbanos chilenos fueron gravemente afectados por una terrible inflación (...) y sin duda vieron su nivel de vida sustancialmente reducido en varias ocasiones”767* .

763 Kirsch; p. 117. 764 Ver Kirsch; pp. 133-151.

765 Ver Meller; pp. 25 y 33. 766 Loveman (1988); p. 213. 767 De Shazo; p. 33. Ver también Collier y Sater, pp. 166-170; Pike, pp. 100-101; Vial (1996), Volumen I, Tomo I, pp. 408-420; Jobet, pp. 131-135; Venegas, pp. 63-66; y Morris, p. 86.

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Más allá de las distintas interpretaciones sobre la voluntad inflacionista que habría inspirado a los grandes terratenientes (entre otras ra­ zones, por su gran endeudamiento con la Caja de Crédito Hipoteca­ rio)768, fue un hecho que dicha inflación benefició al conjunto de la oligarquía, en cuanto a su situación material.

2. Los

SECTORES POPULARES

Durante la república oligárquica, la gran mayoría de la población -obre­ ros, campesinos, artesanos, sirvientes* domésticos, etc.- padeció una si­ tuación de precariedad y miseria que no se correspondía con la indu­ dable riqueza nacional obtenida, fundamentalmente, gracias a la explotación del salitre. La más patente demostración de lo anterior la tenemos al ver las trágicas cifras de mortalidad que asolaban a nuestro país, especialmen­ te a los más pobres. Así, de acuerdo a Gonzalo Vial, Chile “se convirtió con el cambio de centuria en un país de muertos. Solo la aterradora mortalidad general, efectivamente, explica que el crecimiento vegetativo fuese mínimo, con una altísima natalidad (...) Según la Sinopsis Esta­ dística de 1902, la mortalidad en Curicó y San Felipe era superior a la de Bombay; en Talca, Concepción, Santiago y Chillán excedía la de Madrás; y en Valparaíso, Talcahuano y La Serena, la de Calcuta”769. A su vez, Abdón Cifuentes señalaba en 1894 que “Santiago es una de las ciudades más mortíferas del mundo; es más mortífera que Roma, más mortífera que Bombay, que es una de las ciudades más malsanas del mundo”770. Específicamente, “la tasa de natalidad de Chile era elevada (38 por 1.000 en el año 1913), pero se estimaba que la de mortalidad estaba también entre las más altas mundo (31 por 1.000)”771 "Su tasa nacional de mortalidad (muertes por 1.000 habitantes) permaneció sobre 31 durante todo el período 1900-1924, dos veces la de Argentina 768 Para la controversia sobre las teorías del "complot terrateniente", ver Pike, pp.101-103; Pinto Santa Cruz, pp. 122-135; Vial (1996), Volumen I, Tomo II, pp. 428-439; Morris, pp. 86-90; y Castedo, pp. 160-161. 769 Vial (1996); Volumen I, Tomo II; pp. 536-537. González Videla, en sus Memorias, nos da una macabra descripción de La Serena de comienzos del siglo XX: “Sin obras de alcantarillado, las acequias a tajo abierto que atravesaban las calles y propiedades, para evacuar los servicios higiénicos de la población, propagaban continuamente epidemias y enfermedades contagiosas, como la terrible peste bubónica, la destructora viruela y el mortal tifus. En aquellos años, antes que la vacuna apareciera, la ciudad, por su estado sanitario, era sencillamente la antesala de la muerte... Recuerdo todavía con espanto cuando aparecía en la calle el coche celular del lazareto, con su lúgu­ bre campana de alarma, para que la gente se alejara del paso del macabro vehículo que conducía a dos o tres moribundos por causa de la peste bubónica o viruela. En las épocas de epidemia, estos coches no daban abasto y se les veía pasar a cada hora, creando verdadero pánico en la población". (Gabriel González Videla. Memorias, Edit. Gabriela Mistral; Santiago, 1975, Tomo I; p. 44) 770 Cifuentes (1916); Tomo II; p. 487.

771 Morris, p. 84.

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y dos y media veces la de Uruguay”772. De acuerdo a Collier y Sater “entre 1909 y 1914 más de 100.000 chilenos murieron por enferme­ dad cada año. Solo la viruela mató 10.000 anualmente”. Además de la viruela, “la difteria, la tos convulsiva, la meningitis y el sarampión diez­ maban a los residentes urbanos”. Pero “la enfermedad no era la única amenaza. El crimen también abundaba (...) los hospitales de Valparaíso admitían tantos pacientes con heridas a cuchillo que no podían aco­ modar a todos los enfermos. Un diario señalaba en 1902 que Chile tenía la tasa de homicidio más alta del mundo (...) Los criminales pare­ cían tan imparables como las enfermedades, obligando a menudo a los ricos a contratar guardaespaldas”773. A tanto llegó la fama mortífera de nuestro país que el diario La Opinión de Valparaíso señalaba, en 1895, que la Compañía “La Equita­ tiva” de Nueva York “ha resuelto no hacer nuevos seguros en nuestro país, a causa de la excesiva mortalidad a que está expuesta la población de Chile”774. Pero sobre todo la mortalidad afectaba a los niños. De este modo, “en el último tercio del siglo XIX el deceso de infantes menores de siete años no bajó de un 58% sobre el total de muertos” y “Tancredo Pinochet Le Brun, en un estudio elaborado en 1917 después de reco­ rrer diferentes lugares del país, afirmó que ‘todo Chile es un matadero infantil’ ”775. A su vez, Vial plantea que “tocante a los niños, los guaris­ mos, con toda su frialdad, son intolerables. Sobre 626.623 fallecidos desde 1905 hasta 1910, 303.417 (48,42%) no alcanzaban los cinco años. [Durante aquel sexenio, día tras día, hora tras hora, murió en Chile un niño cada menos de diez minutos! Sobre 100 nacidos vivos, antes del áño perecían 30,34, incluso 38 (1917). Compárese tal canti­ dad con las de Londres (11,4), Buenos Aires (10,5) o la insalubre Río de Janeiro (12,3)”776. También, Collier y Sater señalaban que “los me­ nores de un año constituían entre un tercio y dos quintos de todos los que morían en un determinado año, algunos porque habían sido aban­ 772 De Shazo, p. 68.

773 Collier y Sater; pp. 175-176. En relación a la llegada de la peste bubónica a Santiago, en enero de 1907, la propia revista Zig Zag señalaba mordazmente: “La peste bubónica es hoy en el mundo patrimonio exclusivo de las ciudades orientales, sucias, mal cuidadas y peor civilizadas. Aquí donde la administración municipal se ha esmerado en tener preparadas las calles para recibir dignamente cual­ quier flagelo, puede la bubónica tener envidiable colocación por largo tiempo". (ZigZag, 27-1-1907) 774 La Opinión, 14-2-1895. Asimismo, El Mercurio (de Santiago) señalaba en 1903 que "las personas que hablan de conservar las acequias en vez de llevar a cabo el alcantarillado de Santiago, no parecen darse cuenta de que la insalubridad ya famosa de nuestras ciudades, y en especial la falta de servicio de desagües en la capital, son constantemente mencionadas para aconsejar a los europeos que no vengan a Chile. Es evidente que el hombre civilizado que ha vivido en una ciudad donde, por pobre que sea, tiene servicios de higiene pública que garantiza su salud, se siente inseguro y en peligro constante en un país como Chile, donde tan poco se aprecia la vida humana". (El Mercurio, 31-1-1903) 775 Correa, Figueroa, Jocelyn-Holt, Rolle y Vicuña; Historia; p. 55. 776 Vial; op. cit.; p. 537.

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donados (25.000 solamente en Santiago entre 1870 y 1910), otros por infanticidio”777. Obviamente, la situación de salud de los niños pobres era especialmente terrible: “Un estudio de 1921 sobre 1.064 niños de clase trabajadora en Santiago, efectuada por médicos de la Universidad de Chile, determinó que solo 52 podían considerarse ‘saludables’. El resto sufría de infecciones intestinales (357), enfermedades infecciosas hereditarias (216), tuberculosis (80), raquitismo (50), y de otras enfer­ medades”778. También la mortalidad de los jóvenes de sectores populares era al­ tísima. Es lo que recuerda González Vera: “A veces me espanta recor­ dar la infinidad de jóvenes que conocí y fueron muriendo entre los quince y los veinticinco. Un chileno pobre que llega a la madurez de­ bería ser pensionado"779. De este modo, “gracias a la combinación de pobres condiciones de vida y de trabajo, la tasa de mortalidad era el doble de la de Europa

777 Collier y Sater; p. 176. En los sectores populares la miseria y la falta de expectativas eran tales que la muerte de los niños era celebrada como una liberación. Es lo que nos señala el testimonio de Alfred Verniory en 1896, al asistir a un velorio de un pequeño niño en la Araucania. Al señalar que la madre del niño bebió mucho recalcaba: "No se crea, sin embargo que la intem­ perancia de esta pobre madre sea una manera de ahogar en el vino la pena que ella siente por la pérdida de su hijo. Estoy firmemente persuadido de que en este momento la mujer es feliz. Ella bebe, canta, ríe como todo el mundo, su risa es naturaly su alegría no esforzada. Se resigna y celebra como los otros la feliz liberación de su niño que acaba de escapar, por una muerte muy dulce, de las penas y vicisitudes de este mundo para entrar en la eterna felicidad", (cit. en Gustave Verniory; p. 409) Y lo que, en términos más generales plantea De Shazo: “La muerte de infantes y niños era parte de la faceta integral de la vida diaria chilena en los comienzos del siglo veinte. En el campo la muerte de infantes, denominados angelitos, recibía las oraciones de los padres y amigos en la esperanza de que el recién llegado al cielo intercediera para su propia salvación. La costumbre transformaba la trage­ dia de una temprana muerte en un evento social, la llegada de un inocente al paraíso entre canciones y celebraciones. La mortalidad infantil -como fenómeno rural y urbano- puede haber tenido tam­ bién la función de disminuir a largo plazo la miseria de las familias al eliminar otra boca que alimentar. Un trabajador soltero podía siempre sobrevivir con sus entradas. Los hombres casados podían también permanecer solventes si sus mujeres trabajaban o si sus propios trabajos eran bien remunerados. A medida que la familia crecía, sin embargo, disminuía la posibilidad de que marido y mujer vivieran de acuerdo a sus medios". (De Shazo; pp. 72-73) Es interesante resaltar que si bien la costumbre de celebrar a los “angelitos” venía de España, por razones religiosas, ella allí no tenía autenticidad como nos señala un célebre español de comienzos del siglo XIX: “la muerte de un niño es motivo de alegría para todos, excepto para aquellos en cuyos pechos la Naturaleza habla demasiado alto como para que su voz pueda ser sofocada con argumentos teológicos. Los amigos que visitan a los padres contribuyen a aumentar su dolor al felicitarlos por haber acrecenta­ do el número de los ángeles... Todos los detalles del funeral están arreglados para obligara alegrarse a los dolientes... Sin embargo, en ningún otro funeral se derraman más lágrimas, y ni siquiera los mismos cantos fúnebres y los lamentos penitenciales pueden producir una sombra de la tierna melan­ colía que se apodera del espíritu al presenciar la formal y afectada alegría con la que se da sepultura a un niño católico". (José Blanco White. Cartas de España, Alianza Editorial, Madrid, 1972; pp. 246-247)

778 De Shazo; p. 68. Todavía en 1919, El Mercurio sentenciaba que "siempre ha sido Chile, desgraciadamente, el país que ha marchado a la cabeza de los demás del orbe en el porcentaje crecido de su mortalidad infantil". [El Mercurio, 13-1-1919) 779 González Vera; p. 84. En este mismo sentido, “una temprana muerte reclamó las vidas de varios fundadores de las sociedades de resistencia anarquista". (De Shazo; p. 101)

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Occidental y en 1920 el promedio chileno de esperanza de vida era de 30 años”780. Si la muerte temprana constituía un flagelo común, particularmen­ te para los sectores populares, más lo era la miseria diaria en que se debatía la generalidad de los trabajadores. Así, “carecía el obrero de cualquier previsión social, salvo el propio ahorro. Tampoco tuvo, hasta 1916, indemnización por accidentes laborales. Ese año se dictó la ley del caso (N° 3.170], pero con tales fallas que su eficacia resultó limita­ da. La ley, efectivamente, no contenía un seguro que cubriese los acci­ dentes: siempre los pagaba el empleador. Por otra parte, el asalariado perdía la indemnización si se, probaba ‘culpa grave' suya, y el patrón podía invocar sobre este el testimonio de los demás obreros y emplea­ dos. Con semejantes antecedentes, no sorprenderá que muy pocos ac­ cidentados recibiesen indemnización (...) no existían normas de higie­ ne o seguridad que se respetasen en campos, minas ni fábricas. No había duración máxima para la jornada diaria. El año 1911 oscilaba entre las nueve y las doce horas. El trabajo infantil (8,47% del total el año 1908), el femenino (25,19%), el nocturno, el subterráneo no se hallaban re­ glamentados y causaban (...) enormes abusos. No estaba prohibido pa­ gar los salarios con especies, ni mediante vales o ‘fichas’ canjeables sólo por mercaderías del mismo patrón, vendidas en su almacén. Los de­ pendientes de tiendas pasaban el día entero parados; deliberadamente el patrón sacaba toda silla del local, para que los empleados no se sen­ tasen a ‘flojear’ (solo el año 1914 concluyó este vejamen, con la llama­ da ‘ley de la silla’) [Hasta 1907 no fue obligatorio el descanso domini­ cal1. (...) con limitaciones (de la ley) que la hicieron inoperante. Debió proponerse una nueva ley (cuya) discusión duró diez años”781. Incluso los salitreros, los obreros mejor pagados de la época782*, trabajaban en condiciones particularmente duras y riesgosas: “El traba­ jo en la pampa salitrera era a la vez arduo y peligroso: a menudo llevan­ do sacos que pesaban más de 140 kilos, los mineros permanentemente tenían que hacer su camino entre explosiones, escombros que caían y carretillas o vagonetas en movimiento. Las refinerías no eran menos peligrosas. Laborando en plantas llenas de polvo o vapor, los trabajado­ res tenían que evitar caer en las macizas máquinas trituradoras o en las tinas llenas de líquidos hirvientes. La tasa de accidentes, en un negocio especialmente reacio a introducir medidas de seguridad, era previsible­

780 Collier y Sater; p. 177.

781 Vial; op. cit.; pp. 533-534. Respecto de la gravedad de los accidentes del trabajo, es impor­ tante señalar que “las muertes por accidentes industriales se elevaron a más de 2.400 en 1910 solamente". (Collier y Sater; p. 177) 782 “Un informe gubernamental de 1913 señaló que el minero salitrero promedio ganaba salarios más altos que cualquier otro trabajador chileno, incluyendo los que laboraban en plantas metalúrgi­ cas o en los ferrocarriles estatales, las élites de la embrionaria fuerza de trabajo industrial". (Collier y Sater; p. 165)

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mente alta. Dada la falta de servicios médicos la mayoría de los acci­ dentes eran fatales o causaban discapacidades permanentes”783. Además, vivían en “campamentos mineros en la árida pampa. Sus casuchas, a menudo constituidas con pedazos del mismo desierto y techadas con zinc, les daban poca o ninguna protección contra las tem­ peraturas extremas por las que el Norte Grande es famoso. Sin agua potable o siquiera alcantarillado, los mineros y sus familias sucumbían fácilmente a las siempre presentes enfermedades epidémicas o tuber­ culosis”784. Por otro lado, los salarios nominalmente altos eran sistemáticamente rebajados a través de valoraciones arbitraria y abusivamente bajas que hacían los “correctores” (especies de mayordomos) de las calidades del nitrato entregados por el minero para ser fundido785 pero sobre todo por el sistema de pulperías que obligaba prácticamente al trabajador a comprarle su alimentación al patrón a precios superiores a los de mer­ cado: “Todas las materias necesarias para el sustento diario debe com­ prarlas (el minero) en una pulpería, o almacén de provisiones estable­ cido en la misma oficina, a precios, por lo común, muy subidos, y debe también conformarse con su calidad, no siempre buena”786.

783 Collier y Sater; p. 163. Según la Comisión Investigadora de la Cámara que fue a Tarapacá en 1913 "un promedio de 4.000 trabajadores sufría algún accidente en el trabajo, la mayor parte de los cuales tenia consecuencias fatales (8,2% de la fuerza de trabajo pampina)... A ella debe agregarse el número de bajas por enfermedad (2.500 al año aproximadamente) y por suicidio (452, sólo en 1912)". (Salazar; p. 229). El Presidente de la Comisión, el diputado radical Enrique Oyarzún, al dar cuenta a la Cámara, el 7 de noviembre de 1913, señaló: “La trituración de los grandes trozos de caliche o de costra, que es lo que ahí se beneficia, hecha en chancadoras abiertas y en medio de una nube de polvo sofocante, obligaba a los trabajadores a cubrirse la cara con un grueso pañuelo que les impedia respirar, y andaban a ciegas; los cachuchos, donde en agua hirviente se opera la disolución de la sustancia salitrosa del mineral chancado, no tenían seguridad alguna que evitaran las caídas dentro de ellos, y se veía perfectamente cuán penoso debía ser ese trabajo, con los riesgos consiguientes a semejante abandono, ya que los operarios están expuestos a esas caídas peligrosísimas. La temperatura de las salas de las calderas era posiblemente superior a cuarenta y cinco grados, y la comisión no permaneció sino pocos minutos dentro de ella, pues se sentía ahogada por el polvo, ofendi­ dos sus ojos por los vapores salinos de los cachuchos y sofocada por ese gran calor de la sala. Las demás instalaciones corrían parejas con las anteriores, y los campamentos eran también de lo más primitivo y desaseado que vieron en toda la excursión", (cit. en Donoso (1952); Tomo I; pp. 161-162)

784 Collier y Sater; p. 164. En 1911, el escritor e historiador Luis Galdames señalaba que “la vida en la región del salitre es tan dura y azarosa como la naturaleza física que rodea al trabajador. Este vive junto a las oficinas, en campamentos, bajo grandes galpones de zinc, divididos en cuartos pequeños. Durante el día, reina a veces un calor de 40 a 45 grados centígrados; durante la noche, la temperatura suele bajar de cero grado... En aquellas aglomeraciones, en que el juego y el alcohol consumen todo el tiempo destinado al descanso, el obrero nada puede ahorrar, y el salario alto viene a ser para él más una tentación que un beneficio”, (cit. en Amunátegui; p. 330) 785 Ver Ortiz; pp. 85-86. Otras formas menores de rebajar los salarios eran la aplicación arbitra­ ria de multas y la "cuota de médico y botica”, servicio que se daba efectivamente muy de tarde en tarde. (Ver Vial; op. cit.; p. 770) 786 Luis Galdames, cit. en Amunátegui; p. 330. Ya en 1894 Abdón Cifuentes señalaba en el Senado que “en las oficinas salitreras existe el mismo sistema que en muchos establecimientos mine­ ros. Cada oficina tiene su despacho o tienda, donde el trabajador se ve obligado a comprar todo cuanto necesita a precios fabulosos, a precios sin competencia, porque ninguna oficina permite que se

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A lo anterior hay que sumar la proliferación del trabajo infantil en un oficio tan duro como este: “En las faenas salitreras se empleó am­ pliamente el trabajo infantil; varios miles de niños menores de diez años estuvieron ocupados en toda clase de labores en las oficinas salitreras. El año 1900, un funcionario informaba al Intendente de Tarapacá que cada campamento contaba con cien o más niños en edad escolar; pero, en lugar de asistir a la escuela, llevaban una existencia ‘del más rudo trabajo sin que nadie eduque ni alimente los sentimien­ tos del corazón’ (El Tarapacá; 26-6-1900)”787788 *. Otra característica que agravaba la condición de los mineros del salitre era el hecho de que los administradores del campamento se cons­ tituían en verdaderos déspotas: “Los empresarios sometían a sus obre­ ros a los más absurdos reglamentos; debido a ellos, las oficinas salitreras más parecían campamentos de trabajos forzados o campos de concen­ tración que lugares donde trabajaban obreros. En ellos prevalecía om­ nipotente la voluntad del administrador que, la generalidad de las ve­ ces, se hacía sentir arbitraria y violenta, provocando enconados .• • . >*788 resentimientos ' . Pero quizás lo que más dañaba su calidad de vida era el desarraigo y la inexistencia de todo atractivo en el entorno en que transcurría su dura existencia. No gozaba de áreas verdes, de lugares de recreación, de posibilidades de educación, de centros artísticos y culturales y ni establezcan otros comerciantes o vendedores dentro de sus dominios ni en sus cercanías. Y -para que este monopolio de la venta sea más completo y absoluto, las oficinas no pagan los salarios en dinero sino en fichas, que sólo se reciben, por supuesto, en la tienda o despacho de la oficina, adonde tiene el trabajador que ir por la fuerza a comprar lo que necesita, por dos o tres tantos más de lo que valdría en un mercado libre. De esta manera, los gastos que el industrial extranjero hace en la explotación de la salitrera, vuelven en su mayor parte a su bobillo por la puerta de la tienda... Minas he conocido yo que no producían de utilidad líquida más de ocho a diez mil pesos al año; pero en las cuales la tienda dejaba una utilidad anual de veinticinco a treinta mil pesos". (Cifuentes (1916), Tomo II; pp. 394-395) A su vez, en 1904, el periodista de El Chileno, Pedro Belisario Gálvez, que acom­ pañó a la comisión investigadora de diputados que fue ese año a las salitreras, señalaba respecto de las pulperías: "Aquí está, a nuestro juicio, la expoliación del trabajador, la exacción de sus dine­ ros. Dejemos a un lado el atentado contra la libertad del trabajador, la tiranía de obligarlo a com­ prar allí, y solamente allí. Económicamente nos parece una esclavitud sin nombre. Es hacer entrar por el mesón de la pulpería lo que se paga por la caja de la oficina, con esta diferencia: que lo que se paga, bien ganado está, y lo que se vende adolece de fraudes y recargos exorbitantes. Para usar una forma sencilla, diremos que esta rotación del dinero se produce así: el salitrero da cinco con la mano derecha y recoge seis con la mano izquierda", (cit. en Donoso (1952), Tomo I; p. 153)

787 Ramírez (1956); p. 278; “Todavía el año 19171a comisión parlamentaria que visitó las salitreras pudo ver niños por miles, y hasta de siete u ocho años, que desempeñaban labores 'no sólo superiores a sus fuerzas, sino extremadamente peligrosas e insalubres'". (Vial; op. cit.; p. 535) 788 Ramírez (1956); p. 278; El administrador "echa o admite a quien le parece. Confisca mercade­ rías. Aplica multas. Tiene su propio cuerpo policial, los 'serenos'. Para los burócratas lugareños -la policía comunal, los modestos funcionarios administrativos, los jueces inferiores- el administrador es alguien situado jerárquicamente bastante por encima. Una disputa salarial entre un operario y el administrador, entonces, está casi siempre resuelta por anticipado”. (Vial; op. cit.; pp. 770-771) De acuerdo al periodista inglés William Howard Russell, acompañante de John North en 1889, “el administrador de la oficina es un magistrado investido de grandes poderes en su pequeño reino", (cit. en Ramírez (1956); p. 278)

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siquiera de servicios religiosos. Así, su “vida sin ningún horizonte, ex­ cepto el trabajo -y un trabajo especialmente duro y desagradable- acen­ tuaba el desarraigo, característico de aquella masa obrera. Nadie estaba allí por gusto; nadie tenía allí raíces; nadie podía allí, ni desplegando la mejor voluntad y la mayor imaginación, ennoblecer la pesadez, la mo­ notonía y la inhumanidad ambientes. La única relación fue la relación trabajo-dinero; todo lo que pudiera elevarla, dignificarla estaba ausen­ te. Hasta el sentido nacional se desvanecía. En las oficinas, los emplea­ dos superiores eran casi todos extranjeros, y muchas naciones confor­ maban la masa trabajadora. El año 1912 un 22,5% de ésta no era chileno (bolivianos 12,5%; peruanos 7,5%; otras nacionalidades, 2,5%)”789. Agravaba todavía más la situación de los salitreros el hecho de que quedaran tan aislados geográficamente del resto del país, ya que en ese tiempo solo se podía llegar por barco al extremo norte. Esto permitía dos males adicionales. Que los “enganchadores” (agentes que recorrían el país para atraer obreros al norte) pudieran engañar a los trabajadores ofreciéndoles condiciones de trabajo que luego no se respetarían, ya que una vez llegados a las salitreras no disponían de recursos para vol­ ver al sur, en el caso que se sintieran estafados. Por tanto, se veían prác­ ticamente obligados a trabajar en base a las condiciones impuestas unilateralmente por los patrones790. El otro mal adicional lo reportaban las masivas oleadas de cesantía, producto de las fluctuaciones cíclicas de la demanda internacional del salitre. Como no gozaban de ningún sistema de protección social y no disponían de alternativas laborales en el extremo norte, las situaciones de miseria y desamparo que ello generaba eran tremendamente aflictivas791.

789 Vial; op. cit.; p. 771. 790 De acuerdo a Ortiz (pp. 72-73), “la prensa obrera denuncia cientos de casos”. Uno de ellos es la denuncia de 146 obreros llevados por la Compañía Salitrera Alemana a Taltal en 1905: "Desde no hace mucho la compañía salitrera alemana se ha empeñado de una manera muy activa en enviar a los distintos puntos del país a unos cuantos verdugos y canallas a buscar gente de trabajo, llegando allá con promesas que ni en sueños piensa la compañía darle cumplimiento ni aún en la décima parte de lo que prometen... Ahora bien, llegamos a la Oficina donde se nos lleva, nos meten tres y cuatro familias en un cuartucho que solo se puede soportar el calor y las fatigas teniendo las puertas abiertas de par en par, durmiendo uno sobre otro (...) El ferrocarril (...) presta toda clase de facilidades para trasladar las gentes a las oficinas y, sin embargo, para trasladamos al puerto se nos atraca en el precio de pasajes y flete de equipaje, cobrándonos el doble". (Denuncia ante el Cuartel de Policía de Taltal, aparecida en La Voz del Obrero de Taltal del 28 de enero de 1905; cit. en Ortiz; pp. 72-73). Otra denuncia la efectúa La Doctrina Popular de Coquimbo del 3 de noviembre de 1905: "Aquí se les ofrece un jornal de cuatro o cinco pesos y transporte gratis para la familia, pero llegando allá (Taltal) se les paga la mitad del jornal prometido y si no lo aceptan los dejan abandonados en un pueblo desconocido, sin amparo ni recursos para el regreso y en resumidas cuentas, se verán en la necesidad de aceptar el salario que sus patrones quieran imponerles", (cit. en Ortiz; p. 73)

791 “Es costumbre general que los trabajadores puedan ser despedidos inmediatamente, sin aviso previo; pero si son ellos los que desean retirarse, de ordinario sólo pueden exigir el pago de sus salarios quince días después del aviso". (Semper y Michels. La Industria del Salitre en Chile, 1908; cit. en Ortiz; p. 82)

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Así, entre 1895-1898, en 1909 y en 1914, miles de salitreros queda­ ron abruptamente desempleados792. Y más grave aún, en 1918 y en 1921 fueron decenas de miles793. En estas ocasiones los gobiernos se contentaron con adoptar medidas paliativas de emergencia como “tras­ ladar cesantes al sur, abrir albergues y ollas populares”794; medidas que, por cierto, no permitían que los trabajadores y sus familias subsistieran con una mínima dignidad. En definitiva, la situación de los obreros del salitre era tan mala que suscitaba juicios como los del político e historiador liberal Domingo Amunátegui: “A la vista de este cuadro (de la vida de los trabajadores del salitre), puede afirmarse que no era más miserable la condición de los indígenas, durante la época colonial, en los lavaderos de oro”795. O del político conservador Francisco Antonio del Campo, que en la Con­ vención Conservadora de 1895 señalaba: "En esas regiones (de las salitreras) campea libremente el extranjero explotador, para quien no hay otra ley que esa que inspira su interés insaciable, ni otro Dios que su sola voluntad, siempre agria, despótica siempre. Y considerando y tra­ tando al infeliz obrero como a animal de carga, le abruma de exacciones hasta el punto de hacerle ilusorio el mezquino y efímero salario”796. En las minas de carbón las condiciones de trabajo eran también extremadamente duras y riesgosas. Los obreros tenían que “internarse por túneles estrechos, inseguros, mal olientes y húmedos, bajo el mar, expuestos permanentemente a los derrumbes y al gas, grisú”, los cuales “causaban decenas de muertes cada año”797. Además, de acuerdo a la tesis de grado (Derecho) de 1904 de Arturo Contreras, el salario en el carbón era tan escuálido que si el barretero accedía a un sector muy duro, con lo que ganaba ese día no le alcanzaba “ni para comer”, ya que los jornales eran a trato como en el salitre. A su vez, los carreteros “trabajan catorce horas diarias y los turnos en la noche son de diez horas. Se impone una multa de $ 0,50 a quien por primera vez falta sin aviso y motivo justificado, y es expulsado del establecimiento si ocurre por segunda vez”798. Por otro lado, al igual que en el salitre, “la mina carbonífera tenía su pulpería (o ‘despacho’), donde se compraba con vales o fichas; tam­ bién se confiscaba la mercadería de otro origen, también se desconta­

792 Ver Ortiz; pp. 78-81.

793 Ver Ortiz; pp. 81-82. 794 Ortiz; p. 81. 795 cit. en Ramírez (1956); p. 276.

796 cit. en Ramírez (1956); p. 281. 797 Ortiz; pp. 91 y 110. En la obra literaria de Baldomcro Lillo (especialmente Sub Terra) podemos darnos cuenta más cabal de la sobrecogedora realidad que sufría el trabajador del carbón.

798 cit. en Ortiz; p. 91.

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ban multas arbitrarias o, cuando menos, unilaterales; y también había trabajo infantil, subpagado”799. En relación a la vivienda y el entorno, este era, por un lado, mejor que en el salitre; ya que el minero vivía por lo general con su familia y en un lugar geográfico mucho más acogedor que el árido desierto con sus temperaturas extremas y su aislamiento. Pero, por otro lado, los obreros solteros vivían en pensiones insalubres y con el sistema de las “camas calientes” en que la falta de camas y el sistema de turnos hacía que aquellas fueran sucesiva y permanentemente ocupadas por distin­ tos trabajadores800. Respecto de los mineros del cobre, empiezan a adquirir, importan­ cia a mediados de la década del 10 y recibían salarios más elevados que los del salitre o carbón801, pero laboraban también en condiciones de trabajo muy duras; residiendo en viviendas muy deficientes e insegu­ ras; y sufriendo una situación de extrema dependencia de los empleadores. ‘ Así, Ricardo Latcham, luego de varias estadías en Chuquicamata a mediados de la década del 20’, señala que la generalidad de los mineros vivían en “habitaciones estrechas, mal olientes, pésimamente construi­ das, malsanas, insalubres como un cuarto de conventillo santiaguino”. Además, denuncia “el hambre, la miseria tortuosa, el pestífero reguero de las lacras sociales, la sífilis, que se combate rudimentariamente, en tanto hinca su diente en las entrañas de los moradores del mineral, la prostitución clandestina, que amparan y defienden ciertos jefes, la es­ cualidez escrofulosa de millares de niños y mujeres, la blenorragia do­ minante, los abortos que se propician, las mancebías de los jefes, la corrupción de menores (...) etc.”802. Por otro lado, constata la falta de comercio libre ya que solo existía una pulpería o concesiones comerciales otorgadas por la propia com­ pañía dueña del mineral803. Y el control férreo del conjunto del mine­ ral y del pueblo, a través de una guardia privada, del espionaje interno y de la cooptación de las principales instituciones políticas y medios de comunicación de la zona804. Es así que “los que trabajan en el mineral no se atreven a divulgar nada contrario a los intereses de la Compañía, so pena de expulsión inmediata del Campamento, como ha sucedido tantas veces, o si se animan, tienen que hacerlo de una manera anóni­ ma que pierde su fuerza y eficacia”805. 799 Vial; p. 773. 8°o yer ortiZ; p iig

801 Ver Ortiz; p. 93. 802 Ricardo A. Latcham. "Chuquicamata Estado Yankee"', Edit. Nascimento, Santiago, 1926, pp. 81-82. En el caso del mineral El Teniente se añadiría la gran exposición de las viviendas a los derrumbes (Ver Ortiz; p. 116)

803 Ver Latcham; pp. 69-70. 804 Ver Latcham; pp. 40-44 y 79-80. 805 Latcham; p. 49.

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Los sectores populares en las ciudades sobrevivían también en la miseria. De partida, la mayoría vivía en "conventillos”, un conjunto de piezas alineadas a ambos lados de una estrecha callejuela, sin ventanas, con pisos generalmente de barro y paja, sin cocina ni baño806.Tampoco disponían habitualmente de agua potable y electricidad. El conjunto del conventillo compartía un grifo de agua instalado en el angosto pa­ tio y uno o dos baños. Cada familia cocinaba en torno a un brasero frente a su respectiva pieza. Las piezas eran de 20 metros cuadrados en promedio (1907), e investigadores de la “Oficina del Trabajo (...) re­ portaron casos de diez o más personas viviendo en una pieza de conventillo. En situaciones de extremo hacinamiento, ocurrían casos de asfixia cuando la gente dormía con la puerta cerrada. Un trabajador volvió una vez muy cansado de su turno de noche y se tiró por error a una cama equivocada, matando a un pequeño niño”807. Las condiciones de ellos eran tan inhumanas que El Chileno del 27 de julio de 1903 indicaba que “es imposible imaginarse nada más anti­ higiénico, más inhumano, más criminal que muchos de nuestros conventillos. Se ve que el más sórdido espíritu de lucro ha presidido su construcción (...) Es posible que en los corrales de animales se consul­ ten mejores condiciones”808. La Oficina del Trabajo estimaba, en 1911, que “aproximadamente 130.000 santiaguinos, o 40% de la población total de la ciudad, vivían probablemente en este tipo de morada durante la primera década del siglo”; y que “el porcentaje de santiaguinos viviendo en conventillos (durante los 20) no cambió drásticamente”809. Peor aún, de acuerdo con los datos de la Oficina del Trabajo los conventillos incrementaron su hacinamiento entre 1906 y 1925. Así, el promedio de 2,48 personas por pieza, entre 1906 y 1912, aumentó a 3,32 en 1925810. 806 Ver especialmente Vial (1996); Volumen I, Tomo II; pp. 501-504; De Shazo; pp. 57-64; Ortiz pp. 112-115; y Correa, Figueroa, Jocelyn-Holt, Rolle y Vicuña; Historia; pp. 52-55. 807 De Shazo; p. 59. En 1907, el viajero Albert Malsch, en su libro Le demier recoin du monde; deux année au Chili, describía los conventillos como "especie de falansterio donde gallinas y niños se mezclan confundidos con la basura. Nubes de moscas se agitan sobre las acequias (...) que fluyen hacia la entrada(...) Todos duermen sobre la tierra apisonada(...) y no hay otra agua que la de las cloacas que arrastran acarreando el tifus y la muerte", (cit. en Salazar; p. 258)

808 cit. en Ortiz; p. 114. 809 De Shazo; pp. 57 y 59. A su vez, en Valparaíso en 1891, de acuerdo a la tesis de Arturo Alessandri para recibirse de abogado, los conventillos eran 543 con 6.426 piezas y unos 17.000 habitantes, es decir, casi tres personas por pieza. (Ver Ortiz, pp. 112-113) 810 Ver De Shazo; pp. 59-60. La propiedad de conventillos era, por otro lado, un negocio renta­ ble: "Edificios adecuados en barrios de clase trabajadora podían adquirirse a muy bajo precio, los impuestos a las propiedades eran mínimos, y las regulaciones sanitarias eran incumplidas. Para aumentar las ganancias, las piezas podían subdividirse a bajo costo, añadiendo nuevas murallas de adobe... Un estudioso señaló que los arrendatarios podían doblar su inversión original en un año. Los propietarios de los conventillos de Santiago parecen haber sido personas con medios limitados que trataban de vivir de sus ahorros, aunque hubo casos de regencia de conventillos por parte de

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Por otro lado, el conventillo no era el peor tipo de vivienda en la ciudad. Además, “existían piezas subarrendadas que no daban directa­ mente a ningún lugar abierto (...) eran los siniestros, asfixiantes ‘cuar­ tos redondos’ o interiores. Y más abajo aún venían los ranchos, auténti­ ca viruela suburbana, ante los cuales la casa campesina era un palacio sibarítico”811. Curiosamente El Mercurio, que para el centenario de la Indepen­ dencia hizo una verdadera apología de la historia patria, el mismo 1910, refiriéndose a las habitaciones obreras señalaba: “La cuarta parte de la población de Santiago vive en habitaciones insalubres e impropias para la vida humana. A esta conclusión, profundamente desconsoladora y grave llegamos, agregando, al total de habitantes que figura en los 1.251 conventillos mencionados en el Anuario Estadístico de 1909, la pobla­ ción que se alberga en ranchos, cuartos redondos y conventillos no empadronados en este documento. Podemos decir, pues, que hay en Santiago 100.000 personas que viven en un ambiente deletéreo, en medio de miasmas ponzoñosas, respirando aires impuros y sufriendo la influencia y el contagio de infecciones y epidemias. Cien mil personas que viven en habitaciones, como inmundas mazmorras, estrechas, os­ curas, sin ventilación, en que el organismo se atrofia y degenera. Cien mil personas que viven, en término medio, de a cuatro por pieza en 25.000 habitaciones, contándose a veces hasta ocho individuos en cada una. Cien mil personas que viven en el hacinamiento y la promiscui­ dad más repugnante. Cien mil personas para quienes la santa palabra hogar es una expresión vaga o sin sentido. Lo hemos dicho, y no cesare­ mos de repetirlo: la condición en que vive nuestro pueblo es el origen de los grandes males que lo afligen y que entristecen su existencia”812. A medida que la industria manufacturera fue creciendo, las activi­ dades artesanales fueron disminuyendo y el obrero se fue proleta­ rizando813. Las condiciones del trabajo industrial fueron ciertamente mejores que en la minería, aunque los salarios eran, por lo general, más bajos. De acuerdo a un estudio de la Oficina del Trabajo de 1921, mu­ chas de las pequeñas industrias manufactureras tenían “muros ruino­

gente rica y prominente como la mujer del presidente Ramón Barros Luco e incluso del director del Consejo Superior de Habitaciones Obreras". (De Shazo; pp. 61-62)

811 Vial; op. cit.; p. 502. Respecto de Valparaíso, Venegas nos señala que "me he avergonzado como chileno y me he indignado como hombre, al recorrer en Valparaíso los barrios altos, donde, entre muladar y muladar, hay una barraca horrorosa que sirve de habitación a multitud de nuestros semejantes, que viven apiñados como cerdos en una promiscuidad espantosa... o subir a la población que media entre el cerro de la Artillería y el parque de Playa Ancha, donde viven los pescadores en casuchas de tablas, sin desagües, al lado de la quebrada en que se pudren en una agua verdosa los intestinos y demás despojos de los peces que no han conseguido vender y han puesto a secar al sol sobre las enramadas de sus albergues". (Venegas; pp. 185-186) 812 cit. en Recabarren; pp. 96-97. 813 Ver Vial; op. cit.; pp. 763-765.

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sos, eran sin calefacción, con muy poca o ninguna iluminación artificial y pocos servicios higiénicos. En 1922, otra inspección de 100 fábricas de Santiago reveló que en cuarenta y ocho de ellas los servicios de lavado consistían en un simple grifo en la muralla. Seis no tenían nin­ gún tipo de baño, setenta y cuatro ningún extinguidor de fuego, y se­ senta y seis ningún equipo de primeros auxilios”814. Los accidentes en la industria causaban muchas muertes y la ter­ minación prematura de las carreras productivas de miles de trabaja­ dores, especialmente en ferrocarriles. Así, en 1910 “la tasa de acci­ dente en los Ferrocarriles del Estado fue de 41,5 por 1.000 trabajadores, con noventa y dos muertos. La Oficina del Trabajo com­ paraba tristemente esas cifras con la tasa de accidente de 1,58 por mil trabajadores de los Ferrocarriles del Estado Alemán de 1891 (...) Fue­ ra de los ferrocarriles, la mayoría de las otras muertes y accidentes en Santiago y Valparaíso fueron causados por máquinas o por caídas desde lugares altos”815. Respecto de la jornada de trabajo, gracias a la lucha sindical de los trabajadores, esta llegó a ser, en 1925, de “ocho horas al día, a menudo con medio día en sábado y todo el día de descanso en domingo”816. A comienzos de siglo, sin embargo, la jornada laboral era todavía larguísima. De este modo, El Chileno del 16 de agosto de 1905 denunciaba que “en la fábrica de tejidos de Puente Alto se trabaja hasta 13 horas sin más descanso que los cortos minutos que tienen los obreros para comer (...) la mayor parte de los empleados eran mujeres que no conocían el descanso dominical”817. A su vez, el futuro dirigente radical Armando Quezada Acharán, señalaba en octubre de 1905 que “es penoso tener que decir que en esta materia Chile tiene una legislación semibárbara o, más bien dicho, carece de toda legislación; en estos mismos momen­ tos los operarios de las Empresas de Tranvías Eléctricos de Santiago anuncian que hacen jornadas de doce, dieciséis y hasta de veinte horas. En la generalidad de las empresas industriales la jornada no baja de doce horas. Además hay en las minas, en las fábricas de vidrio y en otras, muchachos de ocho a diez años sometidos a jornadas inhumana­ mente agotadoras”818. En relación a la evolución de los salarios, es muy difícil tener una visión exacta, dada la falta de confiabilidad de las estadísticas económi­ cas de la época. No obstante, con seguridad puede señalarse que “los trabajadores urbanos chilenos fueron acosados por una terrible infla­

814 De Shazo; pp. 38-39. 815 De Shazo; p. 39.

816 De Shazo; p. 36. 817 cit. en Ortiz; pp. 99-100. 818 cit. en Ortiz; p. 100.

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ción (...) y sin duda vieron su nivel de vida sustancialmente reducido en varias ocasiones. Ellos respondieron yendo a la huelga; las olas de huelgas de 1905-7, 1917-20 y 1924-25 correspondieron cercanamente a períodos de fuerte inflación. Los trabajadores sufrieron grandes pér­ didas de sus ingresos reales al comienzo de estos períodos inflacionarios; gradualmente los recuperaron a medida que los movimientos huelguísticos forzaron un aumento de los salarios, y pueden haber expe­ rimentado breves al^as en los salarios reales cuando el costo de la vida declinó, especialmente durante los años 1909-1912 y 1921-23 (...) la más abrupta caída se| produjo durante la depresión de 1914-15 (...) La declaración de la guerra en Europa en 1914 cortó la comunicación de Chile con su importante mercado alemán y forzó a la industria del salitre a reducir la producción en más de la mitad. Para 1915, decenas de miles de trabajadores chilenos estaban desempleados, y los precios habían subido más de 33%. Estos hechor solamente habrían significa­ do drásticas pérdidas en los salarios reales, pero además fueron acom­ pañados de la reducción de salarios en varias industrias. Los trabajado­ res de Ferrocarriles del Estado tuvieron sendas disminuciones de salarios del 10% a fines de 1914 y 1915, mientras que los trabajadores del calzado, los de fundiciones, los herreros, los de ladrillos y adoquines, los cargadores de la aduana de Valparaíso, y pinchos otros sufrieron una baja de salarios del 10% al 30%. Los salarios monetarios de muchos otros trabajadores se estancaron entre 1913yl917o incluso 1918, lo que implicó una tremenda pérdida en los salarios reales”819. En el caso de las mujeres y los niños los salarios eran bastante me­ nores que los de los varones adultos: “Las mujeres y los niños trabaja­ ban normalmente en industrias que requerían gran cantidad de mano de obra no calificada, y de aquí que tenían en vista una gran competi­ ción por los trabajos. Consecuentemente, el promedio de sus salarios

819 De Shazo; pp. 33-34. La situación material de los sectores populares se agravó con el sistema expoliatorio de las únicas formas de crédito disponibles para ellos: las agencias de empeño, las cuales prestaban dinero tomando como garantías especies muebles -joyas, herramientas, ropas, etc.- dejadas en prenda. Ellos "cobraban un interés exorbitante, hasta del 120% anual. Avaluaban ‘a huevo’ los bienes dados en prenda. Con ello, lograban un doble objetivo: por una parte, reducir el monto del préstamo y asi mejorar su seguridad; por la otra, allanar el camino para quedarse con la especie empeñada". Luego de una reforma legal en 1898 que hacía "obligatorio el remate público de toda especie si el deudor no pagaba" y que reglamentó los intereses, los abusos disminuyeron. Pero muy poco, porque el interés de todas formas era enorme: 48% anual y "además para los préstamos inferiores a ciento cincuenta pesos se contaba la fracción de mes como mes completo, lo cual, en el hecho, significaba que el interés podía rebasar aun dicha tasa. Y los agencieros siguieron quedándose con las cosas empeñadas... ahora concurriendo a su remate y adjudicándoselas ellos mismos, por el monto prestado, más intereses y gastos de martiliero. Para obtener ese fin, hacían que la subasta pasara desapercibida o desprestigiaban los objetos rematados (...) El año 1908, en San­ tiago, 177.524 especies empeñadas y rematadas, cuya tasación sumara aproximadamente setecien­ tos mil pesos, dieron setecientos cincuenta mil pesos. De éstos, 93% correspondió a los agencieros, 6% a los martilieros y solo 1% a los dueños. Pero lo que efectivamente cobraron los últimos (por causa de los brevísimos plazos y engorrosos trámites para reclamar la devolución) fue todavía menos: apenas 242 pesos, 7 centavos (...) ¡0,032% sobre el producto de los remates!". (Vial; op. cit.; pp. 530-531)

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variaba entre la mitad y un cuarto de aquellos pagados a los hom­ bres”820. Es importante tener en cuenta que en la industria, al año 1919, de un total de 62.242 trabajadores, 16.835 (22%) eran mujeres y 4.696 (8%) eran niños821. Además, las condiciones de trabajo de las mujeres eran mucho peores que las de los hombres: “Se abusaba (...) con el trabajo femenino. Drama silencioso, v.gr., era el de las costureras (...) 63.199 en el Censo de 1920. Ganaban salarios miserables: 1 peso, 50 centavos o 2 pesos diarios, menos que un gañán, y se apretujaban en locales estrechos, antihigiénicos; por ejemplo, 21 costureras en un es­ pacio de 25 metros cuadrados (Oficina del Trabajo, 1921)”822. Pero sin duda, el peor daño lo sufrían los niños obligados práctica­ mente a trabajar desde muy pequeños. Así, el político conservador Juan Enrique Concha, escribiendo en 1918, planteaba: “Jamás he sentido una impresión más fuerte que la que sufrí una vez que fui a visitar una fábri­ ca de botellas después de media noche. Pude ver allí una cantidad de pequeñuelos, algunos de ocho años tal vez, que al lado de los hornos de fundición, semidesnudos, sudaban copiosamente, con sus caras tiznadas, sus semblantes demacrados, sus ojitos soñolientos, y que debían seguir su tarea tan dura para su tierna edad, hasta el aclarar del nuevo día”823. La situación de los sectores populares en el campo fue deplorable en todos sus aspectos: ingresos, condiciones de trabajo, vivienda, salud, educación, expectativas de progreso futuro, discriminación social e in­ dependencia efectiva respecto del patrón. Así George Me Bride, des­ cribiendo la situación de los inquilinos (forma de trabajo básica del sistema de hacienda) de las primeras décadas del siglo XX señalaba que “el salario actual (...) es poco más o menos el mismo de hace un siglo”. Además, “a cada inquilino se le da un cerco o pedazo de tierra de dos acres de extensión (menos de una hectárea), unido a su casa, para que lo cultive o lo use como desee y que por lo general dedica a horta­ lizas: porotos, cebollas, alcachofas, ají (...) Además no es raro que al

820 De Shazo; p. 30.

821 Ver Ortiz; p. 103. En 1925 los niños menores de 16 años conformaban el 34,1% del total de la fuerza de trabajo en la industria de vidrios y cerámicas; el 18,3% en la de muebles; el 14,5% en la de tabaco, y el 6,9% en las de papel e imprentas y en las de productos alimenticios. (Ver De Shazo; p. 21] 822 Vial; op. cit.; p. 535. 823 cit. en Jorge Rojas Flores. Los Niños Cristaleros: Trabajo infantil de la industria. Chile, 18801950, Edic. de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos; Santiago, 1996; p. 67. En suma, la situación de los sectores populares urbanos fue observada por el hombre de negocios francés S. Mizgier en su libro Le Chili en 1919: "En lo que toca a la suerte del obrero, ella es simplemente lamentable. Lo que más sorprende al extranjero que llega a Chile es el aspecto de miseria de la clase pobre: en ningún país del mundo he visto miseria tan repugnante como en Chile, sobre todo en las ciudades. En Santiago, Valparaíso, Viña del Mar, en plena calle, se encuentran pobres pinganillas cubiertos de harapos innombrables, de andrajos de tal modo sórdidos que uno se aparta instintivamente de esos desdichados, en los que se hallan todas las enfermedades ocasionadas por el desaseo." (cit. en Godoy; p. 296)

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inquilino se le dé un pedazo de tierra más grande (...) para que lo dedique a chacra o a la siembra de granos o de alfalfa”824. Por otro lado, “la casa en que vive el inquilino no es de su propie­ dad, aun cuando viva en ella años y años, y (...) una misma familia durante generaciones. Se compone de una o dos piezas, y a menudo está construida de cañas recubiertas con barro, quinchas, o de adobe, con techo de paja. El piso es de tierra natural apisonada y recibe luz por sus dos puertas y a veces por alguna pequeña ventana; no tienen chimeneas ni medios de calefacción. En uno de los costados se extien­ de casi siempre un corredor, en cuyo extremo existe adosada una coci­ na, y tal vez un montoncito de leña (...) la choza (...) no contempla instalaciones sanitarias. El agua para todos los usos proviene de alguna acequia o canal de regadío de donde se surte toda la población del fundo, sin preventivo alguno contra las infecciones. Toda clase de baño es considerada innecesaria”825. Respecto de las condiciones de trabajo, “las obligaciones del inqui­ lino, establecidas más por la costumbre que por la ley, y ratificadas por un convenio verbal y no escrito, son las mismas en todo el país. Desde luego 240 días al año de trabajo personal o de un substituto (...) El horario de trabajo es de sol a sol, o sea, cerca de diez horas en invierno y más de doce en verano. A medio día, un descanso de una hora y otro más corto para el desayuno en el campo mismo, después de las primeras dos o tres horas de labor. La faena termina al crepús­ culo, de una manera que el campesino no puede realizar ninguna an­ danza particular con luz diurna. En la época de las siembras o las cosechas (...) es práctica que cada inquilino proporcione uno o dos hombres extras. Con frecuencia trabajan también las mujeres, y los 824 George M. Me Bride. Chile: su tierra y su gente, ICIRA, Santiago, 1970; p. 119. “Además del salario, la casa y el pedazo de tierra, el inquilino recibe una ración diaria de alimento mientras trabaje en la heredad, calculada para el sostén de un individuo" y “se le concede también derecho a talaje, o sea, de hacer pastar sus escasos animales en la hacienda, dos o tres caballos, tal vez una vaca o unas pocas ovejas". (Me Bride; p. 120) Por otro lado, “el inquilino no tiene oportunidad de ganar otro salario que el que le proporciona la hacienda, pues no se le permite emplear ni siquiera su tiempo libre en otra ocupación o fuera de ella, prohibición que rige también con los miembros de su familia; tampoco puede emprender ningún negocio, ya que no debe comprar o vender dentro o fuera de los deslindes". (Me Bride; p. 121) De acuerdo con Bengoa, entre 1880 y 1940 “los salarios agrícolas se mantuvieron prácticamente estancados", salvo en el caso de "los empleados y cuerpo de vigilancia de la hacienda (que) tenían una situación salarial diferente. Mayor pago en dinero y, sobre todo, más derechos y regalías. La jerarquía era muy pronunciada". (Bengoa (1990); Tomo II; PP- 17 y 19) 825 Me Bride; pp. 119-120. Tancredo Pinochet, al describir las condiciones en que vivían los inquilinos del fundo Camarico (cerca de Talca) del Presidente de la República de la época (1916), Juan Luis Sanfuentes -para lo cual el mismo se disfrazó de trabajador afuerino-, señaló respecto de una casa que vio: “Se compone de un dormitorio, donde duerme en promiscuidad toda la familia, y otra pieza que es una especie de bodega, donde se revuelven en confuso montón, montu­ ras, frenos, ollas. Las piezas no están entabladas ni en el piso ni en el cielo... El dormitorio es oscuro, sin ventilación, de mal olor. La gente come en el suelo; los chiquillitos, semidesnudos, pululan como animalitos domésticos". (Tancredo Pinochet Le Brun. "Inquilinos en la Hacienda de Su Excelen­ cia”, en ICIRA. Antología Chilena de la Tierra, Santiago, 1970; p. 97)

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niños a quienes se les paga diez o veinte centavos diarios (equivalentes en dólares)”826. Al igual que en la minería, existían en las haciendas pulperías que, por las distancias, monopolizaban las compras del trabajador: “Es prác­ tica que los hacendados otorguen crédito a sus subordinados o les pa­ guen en vales que solo son canjeables en el propio almacén. En algunos latifundios se ha llegado hasta emitir fichas o monedas que natural­ mente se aceptan también en la tienda, y a veces más allá de los confi­ nes del mismo. Ya sea que la tienda pertenezca al terrateniente o a otra persona a quien ¿se haya conferido este privilegio que constituye un verdadero monopolio comercial, los precios son por lo general exorbi­ tantes y succionan una buena parte de los salarios devengados”827. En definitiva, el patrón ejercía un dominio total sobre los inquili­ nos residentes en su hacienda, lo que convertía a estos en virtuales siervos de la gleba: “Antes de 1928 la ausencia de prohibiciones legales sobre la naturaleza del contrato de trabajo rural significó que el terra­ teniente podía requerir de su mano de obra cualquier cosa que el mer­ cado laboral pudiera soportar, con excepción de la esclavitud, como condición para el empleo y la residencia dentro de la hacienda”828. A cambio de todo lo anterior, cual señor feudal con sus vasallos, el patrón se preocupaba de darles a sus inquilinos “protección contra cualquiera que no pertenezca a la hacienda, o contra cualquier bochinchero aunque pertenezca a ella; a veces atención médica y ayuda en su vejez (...) Además, el hacendado casi nunca olvida sus responsa­ bilidades patriarcales como jefe de una numerosa comunidad. Casi siem­ pre existe en los latifundios una capilla donde se celebran de continuo u ocasionalmente servicios religiosos (...) Se va generalizando asimis­ mo el hábito de mantener una escuela a expensas del propietario, pero más a menudo del Fisco, para la población infantil, y por último, se presta alguna atención al recreo y diversión de las gentes”829.

826 Me Bride; p. 121. En su experiencia en el fundo de Sanfuentes, Tancredo Pinochet, en forma de carta al Presidente, le señala: "Es mucho más triste, Excelencia, detenerse al frente de la casa de vuestro mayordomo, cuando su mujer reparte a mediodía la comida a los inquilinos de vuestra hacienda. Un gran fondo (...) está allí en el suelo lleno de porotos (...) Llegó primero uno, cansado, extenuado, con un cacharro en sus manos. Iba a buscar su ración. La mujer lo miró. Necesitaba reconocerle; tenía que ver que no fuera a pedir comida quien no hubiera trabajado. Le llenó su cacharro. No le dio nada más, no le dio pan, ni una rebanada de pan, Excelencia. El hombre se fue con paso lento, extenuado, sin proyectar casi su cuerpo una sombra en el suelo porque el sol azotaba sus rayos quemantes directamente sobre su cabeza. Otro hombre llegó, Excelencia (...)Y otros y otros y otros. Era el desfilar de la miseria. Era el batallón de la pobreza (...) ¿Y adonde iban esos hombres? No iban a ninguna casa, no iban a ningún comedor, no iban a sentarse a ninguna mesa, en ninguna silla. Iban a tirarse al suelo, a comer en pleno campo, tendidos, botados como bestias, como cerdos que hociquean el lodo”. (Pinochet; pp. 99-100)

827 Me Bride; pp. 121-122. 828 Brian Loveman. Struggle in the Countryside. Politics and Rural Labor in Chile, 1919-1973, Indiana University Press, 1976; p. 31. 829 Me Bride; p. 121.

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En este contexto, el inquilino ni siquiera tenía la expectativa de mejorar su situación o la de sus hijos: “Es difícil para el siervo de la gleba mejorar su condición. Los salarios no varían o poco menos; su mayor destreza en la faena casi nunca significa un aumento de remu­ neración; los mejores logran ascender a veces hasta la calidad de ma­ yordomos, lo que les proporciona mayores regalías, pero escaso au­ mento en dinero. La independencia económica le está vedada y hasta los medieros tienen pocas oportunidades de progresar; la adquisición de una pequeña casa o parcela que desarrollara su sentido de la propie­ dad, estímulo esencial de adelanto, forma parte de los sueños irrealiza­ bles. Las rarísimas excepciones no hacen sino comprobar esa verdad universal”830. Además de los inquilinos estables, la fuerza de trabajo de la hacien­ da incorporaba también a los “peones” o “afuerinos”, los cuales “vienen de las aldeas o de las ciudades y vagabundean por los campos respon­ diendo a la demanda de más numerosa mano de obra en la época de las siembras o las cosechas, en las periódicas limpias de los canales o para otras labores irregulares. Se les paga por su trabajo cotidiano o por tareas, recibiendo un salario mayor que el del inquilino, pero no disfru­ tan de la permanencia del empleo ni de ninguna de sus regalías”831. En términos numéricos, de acuerdo a,cifras oficiales de 1929, de 386.290 trabajadores campesinos, aproximadamente 130.000 [33,6%] eran afuerinos y su tendencia era creciente, dado el incremento del trabajo de obras públicas y de construcción de viviendas en las ciuda­ des; y la sensación de mayor libertad que tenía el campesino fuera de los marcos de la hacienda832. Sin embargo, sus condiciones de vida eran muy tristes ya que “por lo general, estos hombres no tienen familia, o sus relaciones familiares son muy irregulares. Vagan de la ciudad al campo, del campo a las salitreras o dondequiera que se ofrezca trabajo, sin otros enseres que un pequeño atado de ropas y dispuestos siempre a gastar lo que ganan en orgías y disipaciones”833.

830 Me Bride; p. 122. Lo mismo constató Pinochet: “Mientras yo comía, Excelentísimo Señor, botado en el suelo de vuestra hacienda, cubierto de harapos, meditaba en la honda significación de todo lo que observaba. Os he dicho -Vos (Sanfuentes) lo habéis visto, Vos lo sabéis- que vuestros inquilinos no viven la vida de hombres, que no usan ni las prendas más elementales que la civiliza­ ción exige a los obreros de la ciudad. Podría ser un consuelo para el observador el pensar que estos hombres están trabajando denodadamente, en medio de sacrificios cruentos, para que sus hijos o sus nietos lleven una vida mejor. Pero no hay tal, Excelencia. Esto es lo más desesperante. El inquilino chileno no avanza; está estagnado. En muchos casos retrocede". (Pinochet; p. 101)

831 Me Bride; p. 126. Pinochet fue testigo que a los afuerinos se les daba de comer “una galleta (tortilla de harina de trigo) en la mañana, un plato de porotos á medio día, y otra galleta en la tarde" y que dormían en la intemperie en un "montón de paja". (Pinochet; p. 98)

832 Ver Me Bride; pp. 126-127. 833 Me Bride; p. 126. Vial nos da una descripción aún más tétrica: "Elpeón (...) era una ambulan­ te lacra social. No conocía techo ni hogar: esparcía su semilla al voleo (se le culpaba, parcialmente, por la altísima tasa de ilegitimidad que afectó a las zonas campesinas); no respondía lo más mínimo

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Un tercer elemento de la pobreza rural lo proporcionaban los minifundistas, que tenían un muy bajo nivel de ingresos, por lo que generalmente lo complementaban trabajando de peones en las hacien­ das aledañas834. De acuerdo a cifras de, 1925, desde Coquimbo a Bíobío, existían 60.873 propiedades menores de 20 hectáreas, con un pro­ medio de menos de una hectárea y media cada una. “De estas diminu­ tas propiedades deben mantenerse sus propietarios y sus familias, que alcanzan un total de 350 a 400 mil personas y, por cierto, que sólo logran una magra sustentación los de la mitad superior del grupo, con casi ninguna oportunidad de ventajas educacionales y menos aún de obtener un mejoramiento económico”835. Junto a la extrema pobreza, los sectores populares rurales sufrían una profunda discriminación social. Salvo los cuidados paternalistas de los hacendados (por otra parte percibidos cada vez más esporá­ dicamente, debido al creciente ausentismo de los grandes terratenien­ tes]836; aquellos recibían la altanería y el desprecio de la población. Elocuente fue, en este sentido, la experiencia de Tancredo Pinochet, al disfrazarse de inquilino en 1916: “Iba disfrazado de subhombre; pero el subhombre es una entidad social en Chile, y es una entidad social tan común que no llama la atención de nadie. Pero principié a sentir algo raro (...) En la mirada de cada cual, en el gesto de asco que cada uno hace, sin sentirlo, sin imaginarlo, sin darse la más mínima cuenta, cuando mira a un andrajoso. No sacan un pañuelo para cubrirse las narices (...) pero es un movimiento instintivo; es un gesto imperceptible casi, un algo que insulta, que oprime, que ofusca (...) Me ocurrieron cosas más

de sus hijos casuales; su compañera ocasional sabía tener como destino último e ineludible el aban­ dono, sin siquiera una explicación. Su ropa eran harapos; no poseía otros bienes sino algunas herra­ mientas agrícolas; dormía a la intemperie o bajo el improvisado reparo que la oportunidad le diera. Sus demonios eran la violencia, el robo, el alcohol; el dinero se escurría como agua entre sus dedos; no admitía educación, ni religión, ni moral, ni respeto de la autoridad, ni temor por el castigo". (Vial; op. cit.; p. 751) 834 Ver Me Bride; pp. 171-185; Vial; op.cit.; pp. 757-759; y Loveman (1976); p. 39. 835 Me Bride; p. 174. Por otro lado, las expectativas de pequeños propietarios con la coloniza­ ción de los terrenos del sur se vieron frustradas, por la extensión del latifundio, lo que a su vez continuó promoviendo un masivo éxodo de chilenos hacia el sur argentino. De este modo, el Cónsul de Chile en Neuquén, Víctor Aquiles Bianchi, señalaba en su Memoria de 1905 que "las ventajas acordadas por el Gobierno de la vecina república (Argentina) a los que llegan a radicarse a su territorio hace que millares de nuestros compatriotas, afluyan allí en busca de ocupaciones que les proporcionan lucrativo bienestar. Calcula en unos 25.000 el número de chilenos de aquella región. Refiere que son gente sana, fuerte y empeñosa que viven allí felices como en su propia casa e inscriben a sus hijos en los registros argentinos, manifestando así que sus simpatías son sinceras, respecto de la Nación que les da hospitalidad y trabajo bien remunerado", (cit. en Bengoa (1990); Tomo II; p. 177) En rigor, la emigración causada por la miseria continuó siendo masiva en las primeras décadas del siglo XX para el conjunto de los sectores populares. Así, en 1916 El Mer­ curio reconocía que había "individuos que se ocupan del enganche de trabajadores a la República Argentina, Perú y otros países de la América". (El Mercurio, 13-2-1916)

836 A este respecto, ver Vial; op. cit.; pp. 749-753; y Eyzaguirre (1994); pp. 168-169.

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más tangibles (...) En la boletería (de ferrocarriles) el vendedor me habló con rudeza. Desde luego me trató de tú. Al pagarle tres pasajes a Camarico -pues (...) yo iba con mi secretario, también disfrazado, y con un obrero de verdad, además- tuve que pagar noventa centavos por cada pasaje. Dos pesos setenta. Pagué con tres pesos. El boletero me dio un vuelto de veinte centavos y me dijo bruscamente: No hay dieces (...) había tal desprecio en la manera como aquel hombre me despojaba de un diez, que sentí indignación. Este gesto de desprecio lo sentí duramente todo el tiempo que estuve disfrazado (...) A mi vuelta en Camarico, el boletero me vuelve a decir: No hay dieces. Entonces principié a comprender que se trataba del robo organizado en la bole­ tería de tercera clase”837. Otro componente básico de los sectores populares lo proporciona­ ba el trabajador volante que recorría el país empleándose en obras pú­ blicas tales como construcción de ferrocarriles, puentes y caminos. Esta fuerza de trabajo se relacionaba estrechamente con el peón o afuerino de las haciendas. Incluso, muchos de ellos desempeñaban alterna­ damente aquellas labores. Este sectór social específico es el que recibía con mayor claridad el mote despectivo de “roto”. Una descripción de su triste situación la proporciona el siempre perspicaz Verniory: “El ‘roto’ chileno es un ser aparte (...) No hará jamás economías. No tiene otra ropa que la que lleva encima. No pensará jamás en lavar una cami­ sa; cuando al cabo de unas semanas encuentra la suya demasiado in­ munda, la arrojará y pedirá al alistador un bono para comprar otra en el despacho (...) Ninguna amarra une al roto al suelo. Siempre a la deriva es un resto náufrago que el viento y el capricho llevan de norte a sur (...) Un buen día se junta con una mujer, que le dará muchos hijos, de los cuales cuatro entre cinco morirán por falta de higiene (...) El roto es esforzado en el trabajo. Trabaja de sol a sol (...) El pago tiene lugar cada quincena, un sábado por la tarde. El domingo intermedio se trabaja como de costumbre. Es el ‘domingo triste’. Tan pronto como se distribuye el dinero, comienza la fiesta. Los carrilanos se precipitan al despacho que les entrega tantas garrafas de vino y botellas de aguardiente como pue­ dan pagar(...) En la faena se produce pronto la ebriedad y la orgía. Las riñas estallan, entran en juego los cuchillos. No hay pago sin algunos muertos y numerosos heridos. He formado una guardia de media do­ cena de obreros seleccionados de entre los más serios; éstos hacen un punto de honor en no beber. Tienen la misión de mantener el orden tanto como sea posible, y poner en el cepo a los recalcitrantes”838. En el último lugar de la escala social se ubicaban los sirvientes do­ mésticos -generalmente mujeres-839 que se encontraban en una situa­ 837 Pinochet; pp. 90-91. 838 Verniory; pp. 230-232.

839 De acuerdo al Censo de 1920, el servicio doméstico y las actividades afines (modistas, costureras, lavanderas, etc.) ocupaban a 255.000 personas, el 15,17% de la población económi­

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ción de servidumbre prácticamente total respecto de los patrones y que, como tales, estaban legalmente excluidos del derecho a sufragio. En este contexto de miseria y de falta de expectativas de los secto­ res populares era natural que proliferara entre ellos toda clase de vi­ cios. Quizá el más extendido fue el alcoholismo que hacía verdaderos estragos en el campo, los campamentos mineros y particularmente en las ciudades. Así, “la embriaguez adquiría dimensiones alucinantes para mayo y junio, cuando proliferaban (...) innumerables depósitos que expendían ‘chicha nueva’ (...) Entonces los trabajadores se alcoholizaban diariamente, todas las tardes. Pero los otros meses la ebriedad también era rampante (...) la policía ('...) recogía cada vez más borrachos por las calles (...) centenares y miles: 58.000 el año 1908, 110.000 en 1911”; además “cerraba igualmente los ojos ante la ebriedad infantil y juvenil que corrompía a los grupos más abandonados (...) suplementeros por ejemplo”840. González Vera, en su libro autobiográfico, recuerda que “mi experiencia con los trabajadores era que se embriagaban con es­ pantosa regularidad”841. El diputado Manuel Foster Recabarren, en 1914, describía su horror al visitar un barrio de clase baja en un día domingo: “Todo aquello era una orgía continuada. Esa calle (San Pa­ blo) es una serie no interrumpida de cantinas, focos de borracheras, de corrupción y de inmundicias (...) en el carro de vuelta nos encontra­ mos con que casi todos los pasajeros iban borrachos”842. A su vez El Mercurio llegaba a sostener, en 1916, que “en Sudamérica Chile se levanta como un pueblo alcohólico, con todos los estigmas de una decadencia aterradora”843. Otro de los vicios provocados por la miseria y la falta de esperanzas de los sectores populares era el juego: “El juego era tan universal como el vino. Se jugaba dinero a toda hora y en todas partes (...) la calle inclusive. Pues allí la rayuela, las chapitas y el cara o cruz hacían que ‘los muchachos de la escuela (perdiesen) hasta los botones de la camisa

camente activa. Solo eran superados por los ‘'agricultores" que alcanzaban a 488.000 (29%) y que en su inmensa mayoría se componían de inquilinos, peones, minifundistas e indígenas. (Ver Vial; op. cit.; p. 777)

840 Vial; op. cit.; pp. 512-513. Al alcoholismo ayudaba el hecho que "las bebidas alcohólicas permanecieron extremadamente baratas en relación a cualquier otro producto de consumo durante el periodo 1902-27y estaban siempre disponibles, sea en establecimientos autorizados o ilegales. Un poderoso grupo de presión de productores impidió que la legislación contra el alcohol adquiriera fuerza, y las autoridades municipales generalmente no hacían cumplir las regulaciones adoptadas". (De Shazo; p. 80)

841 González Vera; p. 106. Además, el escritor nos relata las brutalidades que acompañaban a la embriaguez: "La calle Maruri era animadísima (.Por ella conducían a los presos (...) Los sábados y domingos transitaban las víctimas del vino; hombres que habían enterrado su puñal en el vientre de su mujer o de su amigo de libaciones; borrachos que magullaron a sus compañeros después de cobrarles sentimientos. Junto a los hechores iban sangrando las víctimas". (González Vera; pp. 54-55) 842 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 15-1-1914. 843 El Mercurio, 13-2-1916.

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y los suplementeros hasta el producto de la venta de los diarios aje­ nos”844. Los garitos, siempre clandestinos -pues la ley proscribía los juegos de azar- eran innumerables y recorrían una gama muy amplia. Comenzaban por minúsculas trastiendas en ‘despachos’ de mala muer­ te, y concluían por verdaderas instituciones. Las últimas necesitaban no sólo vista gorda, sino amparo: se lo prestaban la policía municipal y los ‘pesquisas’ o detectives de la Sección de Seguridad. Amparo, a su turno, íntimamente relacionado con la política”845. Por cierto, “el juego era otro de los pasatiempos preferidos entre los trabajadores, que a menudo perdían los salarios del día en las cartas, el dominó o las carreras de caballos en el Club Hípico”846. La prostitución era otra de las lacras más penosas y extendidas de la época: “A semejanza del alcoholismo, la prostitución representaba un fenómeno social (...) Naturalmente, los burdeles se agrupaban en los centros de población. A comienzos del siglo XX, inclusive, se constató la existencia de una red de trata de blancas. La capital, usualmente a la punta en materia de servicios de toda especie, albergaba un número crecido de lupanares reconocidos, amén de otros tantos hoteles de ci­ tas y ‘cafés chinos’ que cumplían funciones similares. Tampoco faltaba la prostitución callejera. En Santiago existían verdaderas ‘áreas rojas’; las prostitutas deambulaban con desparpajo aun por sus calles más cen­ trales y concurridas a la caza de clientes, y la oferta en materia de casas de tolerancia comprendía casi todos los gustos y presupuestos. En cuanto problema sanitario, las enfermedades venéreas (...) no discriminaron entre ricos y pobres”847. La vida de las miles de prostitutas no podía ser más triste: “Un bajo mundo de traficantes de blancas, cafiches y ladrones dirigían la mayo­ ría de las casas de prostitución urbanas”848. Muchas de las prostitutas eran jóvenes engañadas que se iban a la gran ciudad donde “eran vendi­ das a un rufián o cafiche que la convencía, sea con amenazas, golpes o regalos, para que se convirtiera en prostituta”849. Asimismo, las condi­ 844 José Luis Fermandois. Diablo fuerte. Historia de un suplementero, cit. en Vial; op. cit.; p. 513. 845 Vial; op. cit.; p. 513. González Vera relata que al lado de su casa vivía un detective que cobijaba un garito clandestino: "Manejaba el naipe. En la pieza, extensa, habia una mesa y varias sillas que ocupaban los jugadores (...) Los perdedores, después de agotar el crédito entre los presentes, salían a la acera o conversaban. En su mayoría eran rateros que ejercían su malabarismo en los tranvías". (González Vera; p. 72)

846 De Shazo; p. 79. Verniory nos ilustra también de la tendencia de los obreros al juego, en los días de pago: "Algunos vivos instalan caballetes a modo de mesas de juego. Proporcionan las cartas y en la noche el alumbrado es con velas; como remuneración, guardan un porcentaje de las apuestas. El roto tiene la pasión de las cartas, y estos casinos improvisados hacen brillantes negocios". (Verniory; p. 231) 847 Correa, Figueroa, Jocelyn-Holt, Rolle y Vicuña; Historia; p. 49.

848 De Shazo; pp. 71-72. 849 De Shazo; p. 72. Además, "en una encuesta directa realizada hacia 1920, se comprobó que el... 79,8% de las prostitutas entrevistadas provenia de un hogar incompleto o deshecho (...) 56,3% sin padre ni madre y 23,5% ‘sin padre'". (Salazar y Pinto; Tomo IV; p. 160)

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ciones de vida eran deplorables: “Entre los 178 lenocinios ‘oficiales’ que existían en Santiago el año 1917, únicamente seis tenían baño. Un tercio de las prostitutas estaba enfermo (...) De dicho tercio, tres cuar­ tos sufrían algún mal venéreo (incluyendo 22% con sífilis manifiesta), y un décimo, sarna”850. Por cierto, tanta miseria se expresaba también en una altísima tasa de delincuencia. Así, “nuestras estadísticas penales, promedio 18491899, daban 32,36 homicidas por cada 100.000 habitantes, y las de 1901, 12,6 reos de cualquier delito por cada 1.000 habitantes (...) Y tocante a homicidios, en 1902 Gran Bretaña, con una población 12 ó 13 veces mayor que la chilena, contabilizaba 297 (...) y nosotros 820”851. Por otro lado, “como en el caso de la ebriedad, la inmensa mayoría de la gente que iba a la cárcel o prisión por crímenes no relacionados con el alcohol eran de clase trabajadora (...) trabajadores no calificados, jornaleros, vendedores ambulantes, trabajadores de servicios, desempleados, trabajadores agrícolas (...) Entre las mujeres, empleadas domésticas, cocineras, lavanderas, prostitutas y costureras (...) En 1920, ningún convicto que estuviera cumpliendo penas de más de sesenta días en las cárceles chilenas tenía alguna educación secundaria”852. La delincuencia era especialmente grave en el campo: “El bandida­ je (...) proliferó durante las primeras décadas del presente siglo (XX). Su principal escenario de operaciones fue la zona central y sur. Los campesinos se incorporaban a las bandas por falta de trabajo o para huir de la justicia burguesa que les atribuía arbitrariamente algún cri­ men o los perseguía por algún robo cometido. Las acciones de los ban­ didos recrudecieron a principios del siglo”853. En este sentido, la inse­ guridad fue notable en la zona de la Araucanía854. A su vez, la extrema miseria, agravada aún más con todas estas lacras, se reflejó en una gran precariedad de los matrimonios y las fami­ lias populares: “El desarraigo material y espiritual que significó el éxo­ do desde el campo a la ciudad; la vida promiscua en el conventillo; el alcoholismo; la ineficiencia burocrática relacionada con las leyes sobre el matrimonio y registro civil, así como la incitación a no cumplirlas que hacían algunos sacerdotes exaltados y los ‘clericales’; el nomadismo obrero, en búsqueda constante de labores mejor remuneradas (...) fue­ ron las causas básicas debido a las cuales la familia popular y urbana se

850 Vial; op. cit.; p. 518. En este mismo sentido, "en 1900 más del 21 % de los niños que morían antes de los seis años eran victimas de sífilis congénita". (Collier y Sater; p. 177)

851 Vial; op. cit.; p. 520. 852 De Shazo; p. 82. 853 Vitale; Tomo V; pp. 141-142.

854 Ver Verniory; pp. 243, 264 y 350.

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desintegró (...) El derrumbe familiar se manifestó en el número ex­ traordinario alcanzado por los nacimientos ilegítimos (...) entre 1906 y 1910 (se inscribieron) 632.345 nacimientos y fueron ilegítimos 234.067 (...) un 37,01%, comparable con un 25,19% de Argentina, un 24,37% de Brasil, un 5,5% de España o un 13% (el más alto para Europa) de Austria. Hubo años, como 1909, con más nacimientos fuera (48.691) que dentro (31.951) de la ley”855. Naturalmente, “el quiebre familiar y la ilegitimidad tuvieron funes­ tas consecuencias (...) el abandono de los niños; con él la aplastante mortalidad infantil (...) la mendicidad, la delincuencia (...) el alcoho­ lismo, la vagancia y la prostitución”856. Por otro lado, los progresos educativos efectuados por la república oligárquica llegaron en escasa proporción a los sectores más pobres de la población: “Antes de 1920, se estimaba que solo el 57% de los niños en edad escolar recibía cualquier tipo de educación primaria (...) Tres de cada diez niños en edad escolar no recibía ningún tipo de educación en 1921 (...) La educación secundaria era un lujo reservado para la juventud de clase alta y media”857. Además, “la mayoría de las escuelas primarias no cumplía ningún nivel de construcción o higiene que las hiciera aptas como lugares de educación (...) Las salas de clase carecían de luz y ventilación adecua­ das. En el invierno ellas se mantenían sin calefacción ni protección de la fría humedad que se colaba a través de las murallas de adobe y los suelos de ladrillo. La exigua porción del presupuesto nacional dedicada a la educación primaria dejaba escasos fondos para la construcción de baños en estos edificios, para no hablar de jabones y toallas. Muy poca educación podía tener lugar en estas escuelas. En la mayoría de los casos, ellas simplemente proveían un aburrido y a menudo sucio lugar

855 Vial; op. cit.; pp. 525-526. De acuerdo con Gabriel Salazar y Julio Pinto, "la tasa oficial (de ilegitimidad) para el país era, en 1911, de 37,8% (había promediado el 23% a mediados del siglo XIX], pero en varias provincias y barrios populares era superior al 50%. El doctor (Javier) Rodríguez Barros escribía en 1923: ‘es digno de anotar que en la provincia de Llanquihue nacieron 3.417 (hijos) legítimos y casi exactamente el mismo número de ilegítimos: 3.368. EnAtacama hubo 947 legítimos contra 1.101 ilegítimos, y por fin la provincia de Coquimbo, que batió el record, con 3.346 legítimos y 4.404 ilegítimos' (...) La tasa de ilegitimidad continuó aumentando, incluso después de 1920, registrándose a mediados de esa década porcentajes superiores a 50%". (Gabriel Salazar y Julio Pinto. Historia contemporánea de Chile, Tomo V, Niñez y juventud; Edic. Lom, Santiago, 2002; p. 90) Collier y Sater destacan también la gravedad del fenómeno, señalando que el nú­ mero de hijos ilegítimos “aumentó casi el 60% entre 1848 y 1901" y que “durante los comienzos del siglo XX bastante más de un tercio (en Santiago más de la mitad) de todos los niños chilenos" nacieron fuera del matrimonio. (Collier y Sater; p. 171) 856 Vial; op. cit.; p. 526. En este sentido, el presbítero Carlos Casanueva (futuro rector de la Universidad Católica) señalaba específicamente en 1902 que “la familia obrera se halla por di­ versas causas en estado de extrema desorganización en todo sentido, como es público y notorio para todos: su influencia en la formación del niño, abandonado y sin contrapeso alguno, es funestisima". (cit. en Grez; p. 546) 857 De Shazo; p. 74. Ello incluso tomando en cuenta que “para 1918 había cerca de 336.000 estudiantes primarios, un aumento de tres veces desde 1900". (Collier y Sater; p. 180)

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de encuentro, donde unos profesores miserablemente pagados y unos estudiantes desnutridos pasaban el tiempo”858. De este modo, Carlos Casanueva concluía que “la escuela, que puede remediar en parte, cuan­ do está bien organizada, las deficiencias del hogar, al menos en esos primeros años de la vida del niño, hemos visto cuán limitada es hoy día entre nosotros, en su acción, en cuanto a su objeto principal, al tiempo que dura, a la edad en que se ejercita y a los medios de que dispone”859. La educación técnica para los sectores populares era también escasísima. En 1910 había “once institutos técnicos comerciales, de­ pendientes del Ministerio de Instrucción Pública; un instituto y cinco escuelas agrícolas, una escuela de artes y oficios y una industrial, tres escuelas de minería y treinta escuelas profesionales de mujeres, depen­ dientes del Ministerio de Industria y Obras Públicas”860. Asimismo, el Estado le entregaba recursos a la Sociedad de Fomento Fabril para que desarrollara escuelas industriales. “Entre los primeros años del siglo y los años 20 una docena o más escuelas de la SOFOFA adiestraron trabaja­ dores en dibujo industrial, matemáticas, elaboración de estucos y otras habilidades (...) Un promedio de solo 440 estudiantes al año atendió a las clases de la SOFOFA en todo Chile durante el período 1903-21”861. Además, el Estado entregaba fondos para la enseñanza industrial par­ ticular a diversos establecimientos, casi todos de parroquias o de congre­ gaciones religiosas, pero también con malos resultados: “Me consta que hay escuelas primarias como las de Chillán Viejo, que son verdaderas caricaturas de un establecimiento de enseñanza industrial: instalan un banco de carpintería a cargo de un chapucero cualquiera, y por arte de birli-birloque, quedan convertidas en escuelas talleres y consiguen una de esas subvenciones que el Congreso prodiga con mano tan larga”862. 858 De Shazo; p. 75. Además, el nivel de los profesores primarios era muy bajo: "el 9,9% está formado por personas de escasísima cultura, apocadas, sin iniciativa, sin ideales, sin carácter, que no han alcanzado a comprender el espíritu de los métodos modernos y se han convertido en repetidores mecánicos que fatigan la memoria de sus alumnos, sin despertar su interés ni desarrollar un ápice las demás facultades de su espíritu". (Venegas; p. 97) 859 cit. en Grez; pp. 546-547.

860 Venegas; p. 127 Esas pocas eran, además, de muy baja calidad: "nuestra enseñanza especial no aventaja ni a la primaria ni ala secundaria; en algunas ramas, como en la comercial, es una farsa grotesca, en otras como la agrícola, a pesar de la competencia y entusiasmo de los directores y de muchos profesores, el atraso es lastimoso porque los poderes públicos nunca le han dado la importan­ cia que le corresponde”. (Venegas; p. 138) 86! De Shazo; p. 75.Venegas, al visitarlas, las encontró “mediocres". (Ver Venegas; p. 136)

862 Venegas; p. 136. La crítica a la falta de orientación práctica -y específicamente industrialde la educación popular la vemos, también, en el líder conservador Abdón Cifuentes, quien en el acto de fundación de la Universidad Católica en 1888, señalaba: "es preciso fundar en una vasta escala y de una manera científica la enseñanza industrial del pueblo; es preciso abrir nuevos y variados horizontes a sus vocaciones de actividad y de trabajo; es preciso darle una instrucción más aplicable a sus necesidades; es preciso multiplicar los medios de ganar la vida a esos millares de jóvenes, que serían perversos literatos; pero que pueden ser verdaderos genios en la industria. Apro­ vechar esas inteligencias y esas fuerzas que hoy se pierden o se inutilizan, será prestar a la sociedad un insigne beneficio”. (Cifuentes (1916); Tomo II; p. 94)

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Quizá el mejor indicador de la mediocridad del sistema educativo del período lo proporciona el lento avance del alfabetismo: “El año 1885, el analfabetismo abarcaba un 71% de la población total; el año 1895, un 68%; el año 1907, un 60%, y el año 1920, un 50%”863. Por otro lado, la Ley de Educación Primaria Obligatoria fue apro­ bada, al fin, en 1920 (educación de 4 años en ese entonces], aunque inicialmente no se aprobaron los fondos necesarios para su implementación864. Pese a la miseria, ignorancia y subordinación que afectaban a los sectores populares; estos, poco a poco, comenzaron a organizarse y a luchar por modificar su deprimente situación y el conjunto de la socie­ dad nacional. En el capítulo anterior se mencionó que ellos comenza­ ron a organizarse políticamente en el Partido Demócrata, en el movi­ miento anarquista y, a partir de 1912, en el Partido Obrero Socialista. Aunque dicha vía no fue muy fructífera, dado que el Partido De­ mócrata se . subordinó crecientemente al sistema oligárquico; los anarquistas se restaron a influir en el sistema político; y los socialistas se desarrollaron muy débilmente en todo el período865. La influencia efectiva y creciente de los sectores populares se ex­ presó en el surgimiento y desarrollo de organizaciones de trabajadores que, a través de sus luchas reivindicativas, lograron mejoramientos sig­ nificativos, aunque precarios, en sus salarios, condiciones de trabajo y calidad de vida. En realidad, desde mediados del siglo XIX los trabajadores y arte­ sanos urbanos comenzaron a organizarse en sociedades mutualistas (de socorros mutuos), aunque con objetivos de cooperación entre ellos más 863 Vial; op. cit.; p. 525. 864 Ver RivasjTomo II; pp. 141-143. 865 Además, dichas divisiones fueron desde el comienzo -y lo serían con frecuencia a lo largo del siglo XX- muy enconadas. Así, por ejemplo, Luis Emilio Recabarren, en 1912, señalaba que “la educación de la Democracia (el partido) durante 25 años, es la taberna, el prostíbulo y el garito y que no ha hecho un solo bien al pueblo". A esto le replicó el periódico demócrata La Tribuna de Santiago, tachándolo de "demente" y “degenerado”: “¿Puede alguien que esté en su sano juicio, decir semejantes necedades y mentiras? Sobre todo; ¿puede decirlo un hombre que ha militado en el partido hasta después de junio de 1912? ¿Y qué hacía él durante tantos años en un partido de criminales, bandoleros y tahúres? (...) Recabarren tiene en su biografía puntos muy oscuros en mate­ ria de honor, de corrección y de moralidad política". A lo que contrarreplicó Recabarren en El Despertar de los Trabajadores de Iquique: "Yo ingresé al partido en febrero de 1894, atraído por la propaganda que se hacía diciéndose que se trataba de un partido que buscaba el mejoramiento de la clase trabajadora". Y que luego comenzó su desilusión cuando el diputado demócrata elegido en 1897 por Santiago, Artemio Gutiérrez, pasaba “borracho, hasta el extremo de quedarse dormido en la misma Cámara” y que “cuando entró a la Cámara era un pobre obrero que vivía en unos tristes cuartos del barrio llamado La Cañadilla en Santiago” y que “hoy es propietario de una hermosa casa-quinta. En presencia de esta conducta del primer diputado, que políticamente dio contra los sentimientos obreros del pueblo sano, yo novicio en el partido, preparé mi acción contra sus vicios, y desde 1898 adelante mis actos dentro del Partido Demócrata fueron el freno a los negociados del Directorio General, dirigido siempre por (Malaquías) Concha, y mi protesta estuvo siempre en todos mis actos”. (Ximena Cruzat y Eduardo Devés. Recabarren. Escritos de Prensa, Tomo 2, 1906-1913; Edit. Nuestra América yTerranova; Santiago; 1986; pp. 177-179)

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que de lucha social. Así, “ellas proveían a sus miembros pagos por en­ fermedad o accidente, funerales ‘dignos’, beneficios mortuorios a los deudos y, en algunos casos, pagos de jubilación”. Otras actividades de ellas fueron “el establecimiento de planes de ahorros, clases nocturnas para los trabajadores y sus familias, eventos sociales y culturales y coo­ perativas de consumo”866. Dichas sociedades se formaron legalmente en el marco del Código Civil. Un estudio de 1922, de la Oficina del Trabajo, estimaba que en 1890 había 75 sociedades, 240 en 1900,433 en 1910 y 735 en 1922867. Sin embargo, pesp a su crecimiento “el mutualismo dejó de ser una fuerza dinámica en la historia del movimiento (obrero] después de la ola de huelgas de 1905-7”868.’ Dado sus objetivos moderados, aquellas sociedades estaban más li­ gadas al Partido Demócrata “siendo además susceptibles a la influencia del clero, que sostenía que las sociedades mutualistas representaban la solución cristiana a los problemas de la clase obrera”869. En todo caso, y pese a que no estaba contemplado en sus objetivos, “es seguro que ellas participaron en los hechos en las huelgas ocurridas en las áreas urbanas durante el siglo diecinueve (...) Ellas le proporcionaban a sus miem­ bros mayor seguridad financiera, los ponía en contacto con gente de diferentes vertientes políticas e ideológicas, les daba oportunidades de participación política (especialmente a través del PD) y en varias oca­ siones los movilizaba para acciones reivindicativas”870.

866 De Shazo; p. 89. Es interesante señalar, a este respecto, que "la primera mutual femenina de la que se tiene registro surgió entre las 'costureras' de Valparaíso en 1887, en un taller de modas llamado Casa Günther, donde trabajaban 70 operarías"; y que "el estudio de las mutuales femeni­ nas del periodo 1890-1930 revela la estrecha conexión que existió entre esta forma de asociacionismo y el proletariado femenino de la industria de Vestuario y Confección" y que "los estatutos de las sociedades estudiadas muestra que (...) los fondos sociales se destinaban, sobre todo, a financiar la sede propia, a cubrir los servicios de salud, a administrar las cuotas mortuorias, a construir escuelas técnicas o de artesanos y a solventar la actividad social o 'filarmónica' (aniversarios, fiestas públi­ cas, desfiles, conferencias, entrega de diplomas, etc.)". Notablemente además, "un objetivo central de estas mutuales fue organizar un sistema de vigilancia reciproca, a efecto de que todas las sodas obser­ varan conductas de decencia y honradez, no solo dentro de la institudón, sino también fuera de ella, incluso en su vida privada". Por otro lado, “ellas, como 'sodedad', cultivaron permanentemente el contacto sodal gremial y político con las asodadones masculinas, inscribiéndose incluso en los Con­ gresos Regionales de la Federadón Obrera de Chile". (Gabriel Salazar y Julio Pinto. Historia con­ temporánea de Chile, Tomo IV, Hombría y feminidad; Edic. Lom; Santiago; 2002; pp. 153-154] 867 Ver De Shazo; p. 89.

868 De Shazo; pp. 89-90. 869 Angelí; p. 26. 870 De Shazo; p. 90. En 1902, bajo inspiración demócrata y el liderazgo de Zenón Torrealba, se creó el Congreso Social Obrero que reunió a 168 sociedades mutualistas que agrupaban a 20.000 asociados, y que tuvo destacada actuación en el primer decenio del siglo. Pronto incorporó en sus objetivos "la lucha por la jomada de 9 y 8 horas sucesivamente", la "reglamentación del inquilinaje", los "derechos de la mujer trabajadora y empleada", la "defensa del trabajo contra el capital y el abuso” etc. Incluso adoptó "resoludones contra el sistema de fichas" y, como vimos, "en 1904(...) pedirá a las autoridades gubernativas la libertad de Luis Emilio Recabarren, injustamen­

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A fines del siglo XIX, surgieron las sociedades de resistencia de tendencia anarquista, que buscaban mejorar la suerte de los trabajado­ res a través del recurso a la huelga: “La extracción de beneficios mate­ riales de los empleadores a través de la acción reivindicativa de los trabajadores era la primera etapa en el plan anarquista de largo plazo, para ser seguida por la consolidación de la fuerza de la clase trabajado­ ra y la eliminación del sistema capitalista a través de U acción revolu­ cionaria”871. No obstante, la mayoría de los que formaron estas socie­ dades “permanecieron como miembros nominales de las sociedades mutualistas, probablemente porque no estaban dispuestos a sacrificar preciados beneficios monetarios y porque esperaban explotar su posi­ ción como mutualistas para difundir la causa del anarquismo”872. Las sociedades de resistencia proliferaron, especialmente en Santiago y Valparaíso; y entre los trabajadores portuarios, tranviarios, imprenteros, panaderos, zapateros y los de maestranzas de ferrocarriles873*. A su vez, en el norte grande, en la zona del carbón y en algunos puertos, se crearon fundamentalmente mancomúnales, organizaciones de base territorial que respondían a la naturaleza móvil de esa fuerza de trabajo y a las pocas distinciones que había en aquellos tipos de labores obreras. La organización mancomunal planteaba “demandas de tipo general respecto a salarios y condiciones de habitación y de traba­ jo; era débil, y estaba sujeta a continuas irritaciones por parte del Esta­ do y del patrón, que volvieron su existencia efímera y peligrosa; pero como representaba las exigencias de una mayoría de la fuerza de traba­ jo reaparecía constantemente (...) En esencia los objetivos de las mancomúnales eran más semejantes a los de las sociedades de resisten­ cia que a los de las sociedades mutualistas (...) Empezaron en los puer­ tos de las áreas salitreras, y también, en los distritos carboníferos cerca­ nos a Concepción en el sur, pero pronto se extendieron a los campos salitreros propiamente dichos (...) Generalmente comenzaban por pu­ blicar un periódico o revista de corta duración. La primera mancomunal que se fundó parece haber sido la Combinación Mancomunal de Obre­ ros en Iquique, en 1901 (...) Aunque algunas de ellas parecen haber

te detenido en Tocopilla; y solidarizará con Luis Gorigoitía y Eduardo Genioso, detenidos por sus actividades sindicales". En 1905 fue quien llamó al “mitin de la carne” que terminó con la matan­ za de octubre en Santiago y "en 1908, llamará a la huelga general para protestar por la masacre de la Escuela Santa María". (Ortiz; pp. 189-190)

871 De Shazo; pp. 94-95. 872 De Shazo; p. 95.

873 Ver De Shazo; p. 96; y Angelí; p. 27. Así, por ejemplo, "los zapateros habían llevado su astucia para conseguir mejoras a un grado sublime. No hacían huelgas generales, sino parciales. Tampoco las promovían al azar. Estudiaban cuál podía ser la mejor época. Decidida la fecha, la huelga se decla­ raba en una sola fábrica. Mientras el patrón estudiaba las peticiones, los operarios de las otras fábricas mantenían a los huelguistas. Si el patrón no resolvía con presteza, perdía los pedidos y podía quedar expuesto a la quiebra. Casi siempre adoptaba la melancólica resolución de ceder. Entonces entraba en aprieto el segundo industrial". (González Vera; p. 159)

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tenido ideas radicales (la mancomunal de Tocopilla expresó su solida­ ridad con los obreros rusos en la revolución de 1905), la primera con­ vención mancomunal (en 1904) aprobó unas resoluciones relativamente moderadas, la mayor parte de las cuales exigían que el Estado suminis­ trara servicios tales como la educación y solicitara de los patrones que mejoraran las condiciones de seguridad en el trabajo (...) y que se pro­ hibieran las bebidas alcohólicas, los juegos de azar y la prostitución”874. Los trabajadores organizados en mutuales, mancomúnales o socie­ dades de resistencia “generalmente no buscaron presionar a las élites políticas para que aprobaran ‘legislación social’, sino más bien lucha­ ron para ganar mejores condiciones de trabajo directamente de sus empleadores. Los trabajadores pidieron a veces reformas específicas, como la disminución del costo de los alimentos o de los arriendos (de habitaciones), pero sus organizaciones carecieron de un poder de pre­ sión permanente que representara sus intereses ante el Parlamento. La ‘legislación social’ aprobada antes de 1924 provino en parte del deseo de las élites políticas de aplacar a la clase trabajadora con reformas ‘humanas’ o ‘cristianas’, aunque también se debió a un significativo miedo de clase. Las organizaciones de trabajadores no tuvieron ningún rol formal en la elaboración o aprobación de esas leyes875”. Ya señalamos anteriormente el éxito de la lucha sindical en la dis­ minución de los inhumanos horarios de trabajo. También tuvo éxito dicha lucha en la abolición de multas por razones disciplinarias, las que, muchas veces eran exorbitantes y se aplicaban con gran arbitrarie­ dad876. Además, los trabajadores lograron, a menudo a través de huel­ gas, “más tiempo para almorzar, mayor libertad de movimiento dentro de la fábrica, normas más favorables para el comienzo y término del día de trabajo, ropa de trabajo gratis y otros beneficios”877. Pero, sin duda, los mayores éxitos del recurso a la huelga se obtu­ vieron -como también ya se ha señalado- en la recuperación de los niveles salariales afectados cíclicamente por los rebrotes inflacionarios. Aunque estos éxitos no fueron uniformes: “Todo indica que las organi­ zaciones laborales fueron más fuertes y efectivas en los centros urba­ nos, y que las diferencias fueron más pronunciadas después de 1910. Las huelgas en los centros urbanos a menudo fueron exitosas, en una época en que los historiadores registran casi siempre huelgas frustradas

874 Angelí; pp. 31-32.

875 De Shazo; pp. 40-41. 876 Así por ejemplo, “las compañías de tranvías de Santiago y Valparaíso instituyeron un sistema de multas y bonos que un cuarto de siglo de esfuerzos por parte de los trabajadores no pudo desman­ telar completamente. Las multas variaban desde un tercio a la mitad del jornal por denuncias de llegar tarde al trabajo, por llegar adelantado o atrasado (los tranvías) a la estación; y por faltar por enfermedad, incluso justificadamente. Los sueldos netos de los trabajadores quedaban a merced de los supervisores y patrones, que podían aplicar multas virtualmente a discreción11. (De Shazo; p. 42) 877 De Shazo; p. 42.

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en otras partes. La represión gubernamental, a pesar de ser vigorosa en las ciudades centrales (Santiago y Valparaíso), no era tan libremente aplicada como en el Norte y Sur minero, donde se produjeron muchas huelgas fallidas (...) Los anarquistas compitieron con el PD por el con­ trol de la zona carbonífera a fines de siglo, y para 1902 habían formado sociedades de resistencia entre los mineros de Lota y Coronel. Una serie de violentas y desastrosas huelgas entre 1902 y 1904 produjeron intervenciones militares, pérdida de vidas y el aplastamiento de las so­ ciedades de resistencia. Ninguna organización de trabajadores de im­ portancia las reemplazó hasta casi trece años después”878. A su vez, “en el Norte el récord de las mancomúnales en huelgas exitosas fue igualmente desafortunado. Los estibadores de Iquique fue­ ron derrotados en una gran huelga en 1902, en Tocopilla en 1904 los trabajadores del salitre y del mar sufrieron el quiebre de sus huelgas por el uso de la fuerza, en Iquique los trabajadores portuarios fueron derrotados otra vez en 1905”879. Y como vimos en el capítulo anterior, una huelga general en Antofagasta fue abortada luego de la masacre de 1906 y, por último, se segó con ametralladoras la gran huelga de Iquique en diciembre de 1907. Precisamente, 1907 marcó un grave retroceso del movimiento obre­ ro, el que solo lograría recuperarse a partir de 1913-14, con el comien­ zo de la fase de declinación de la república oligárquica. La matanza de Santa María de Iquique representaría la culminación de una aguda con­ traofensiva represiva que se desencadenó ese año a lo largo de todo el país frente al notable avance del movimiento sindical. Así, “cuarenta huelgas tuvieron lugar durante el período de doce meses entre mayo de 1906 y mayo de 1907. La grandiosa manifestación del 1 de mayo (de 1907, que en ese entonces no era feriado) (...) indicaba claramente que el poder de los trabajadores organizados se había elevado a alturas sin precedentes. Treinta mil trabajadores marcharon por las principales avenidas de la ciudad, y por primera vez, virtualmente, se pararon to­ das las actividades productivas y comerciales”880.

878 De Shazo; p. 112. 879 De Shazo; p. 112. Como lo señala el propio De Shazo, "es importante observar que los traba­ jadores mineros en el período 1902-7 de ningún modo constituyeron una vanguardia del movimiento nacional de trabajadores. Durante este tiempo llevaron adelante algunas huelgas, pero no tantas como sus colegas en los puertos, y con mayores fracasos. Ellos tenían pocas organizaciones propias, y en muchos casos sus acciones eran en respuesta a las de las efectuadas en las ciudades-puertos, más que originadas por si mismo. Trabajadores provenientes de las ciudades centrales y de los puertos del norte trataron de organizarías sin mucho éxito. Desde una perspectiva nacional, su contribución a la formación del movimiento laboral en la primera década del siglo XX fue mucho menor de lo que se ha pensado”.(De Shazo; p. 113)

880 De Shazo; p. 108. Además, dicha conmemoración tuvo gran alcance nacional: "En Iquique todos los obreros dejan de trabajar (...) Otros mítines se celebran en Tacna, Tocopilla y Antofagasta. En total (...) todos los obreros portuarios paralizan sus labores para acudir al mitin. En Valparaíso miles de personas, que representan a cerca de veinte organizaciones sindicales, escuchan a Bonifacio Veas en el acto organizado por la Confederación Mancomunal y las Ligas de Resistencia. En Talca

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Una confrontación decisiva tuvo lugar en junio a raíz de una huelga general que comenzó con los trabajadores de las maestranzas de ferro­ carril que pararon en todo el país demandando mejores salarios, a los que se sumaron solidariamente todos los ferrocarrileros. Luego, “el 5 de junio la FTCH (Federación de Trabajadores de Chile, de orientación anarquista] y la Mancomunal de Santiago se unieron a la huelga, pa­ rando las actividades en fundiciones, fábricas textiles, edificios en cons­ trucción, maleterías, curtidurías y fábricas de cigarrillo. El servicio de tranvías paró cuando los choferes y cobradores se negaron a trabajar. La Reforma describió correctamente al movimiento como 'el más impor­ tante y colosal que este país ha-visto nunca’. Al menos 15.000 trabajado­ res, solamente en Santiago, fueron a la huelga”881. El Gobierno reaccionó desplegando tropas para proteger los servicios de utilidad pública y adoptó medidas para romper la huelga por la fuerza. Así, “la policía de Valparaíso empezó a arrestar a los huelguistas en esa ciudad, mientras se presiona­ ba fuertemente a los trabajadores públicos en huelga para que retorna­ ran a sus trabajos. La mayoría de los empleados que habían parado ilegalmente (operadores de telégrafos, ingenieros de ferrocarriles] vol­ vieron al trabajo cuando se les amenazó con el arresto”882. Sin embargo, el Gobierno, como no logró destruir el movimiento por esos medios, negoció con un Comité de Huelgas presidido por el diputado demócrata Bonifacio Veas y “compuesto de hombres conoci­ dos por su falta de fervor revolucionario”883. Ofreció a los trabajadores de maestranza un aumento del 30% de sus salarios y de fijarlos en valor oro de 16 peniques el peso; y menos horas de trabajo al personal de línea de ferrocarriles. El Comité rechazó la oferta (exigía una equiva­ lencia de 18 peniques] y “Veas se jactó de que los trabajadores poseían fondos para mantener la huelga indefinidamente. No obstante, al día siguiente, el comité tuvo una sesión secreta y decidió aceptar la oferta gubernamental de 16 peniques (...] Muy indignados por lo que ellos (los trabajadores de base] y La Reforma (normalmente un vocero del ala Recabarren-Veas del PD] consideraron una ‘claudicación’, los tra­ bajadores marcharon a la sede del Comité (...] sólo para encontrar sus puertas fuertemente cerradas (...] La Reforma se quejó de que Veas se había vendido al Gobierno”. Sin embargo, súbitamente, "La Reforma no continuó con la interpretación de la ‘venta’ y se abstuvo de seguir criticando el papel jugado por Veas”884.

los obreros dejan de trabajar y desfilan por las calles centrales. Chillan y Victoria conocen asambleas conmemorativas. En Concepción y Valdivia se efectúan mítines y desfiles". (Ortiz; pp. 145-146)

881 De Shazo; p. 108. 882 De Shazo; p. 109.

883 De Shazo; p. 109. 884 De Shazo; pp. 109-110. De acuerdo a este autor, la conclusión más obvia era que “Veas canceló la huelga para ganar el favor político del Gobierno. Veas y el ala 'doctrinaria' del Partido Democrático

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Una vez concluida la huelga de ferrocarriles, le fue relativamente fácil al Gobierno y a los empleadores hacer fracasar las demás huelgas que carecían de una coordinación central. Todo lo cual produjo un efecto muy negativo para el movimiento sindical: “Luego que los empleadores y el Gobierno forzaron a las organizaciones laborales a volver al trabajo, una por una, sobrevino una ola de quiebres organizacionales con los principales líderes huelguísticos despedidos y puestos en listas negras. En muchos casos, la huelga no sólo significó la pérdida de potenciales aumentos de salarios, sino también el debilita­ miento o la desaparición de las organizaciones”885. En las ciudades, los movimientos de arrendatarios surgieron, de modo incipiente, en la segunda década del siglo, junto con la decadencia de la república oligárquica. Sin embargo, en 1907 se desarrolló lo que quizás fue la primera huelga de arrendatarios de conventillos en Santiago y que, según Luis Emilio Recabarren, tuvo impacto hasta en Buenos Ai­ res, donde él se encontraba: “Cuando en Santiago se organizó un comi­ té en el barrio de la Estación para agitar la idea de la rebaja de los arriendos, yo recibí algunas cartas en que se pedían dar noticias de las reformas y medios que aquí usaban instituciones análogas. Pero hube de contestarles que aquí en realidad no existía nada organizado en for­ ma imitable (...) Una familia obrera exprimida por el constante abuso de los capitalistas, declara que no paga más alquiler hasta tanto no se rebajen. Esta acción encontró una admiración simpática entre el resto de los habitantes de ese conventillo (que tiene más de cien piezas y viven en él cerca de mil personas) y esa admiración no tardó en trans­ formarse en adhesión hasta que todo el conventillo entró en esa nueva huelga, la huelga de no pagar un arriendo abusivo. Pero luego tomó cartas en el asunto la famosa justicia y decreta el desalojo de ese arren­ datario. El desalojo no pudo efectuarse, pues todos los habitantes del conventillo se opusieron violentamente. La noticia (...) de este nuevo método de lucha, repercutió en todos los conventillos de Buenos Aires, y poco a poco empezaron a declararse en huelga unos tras otros un gran número de los inquilinos de los conventillos. Al mismo tiempo empezaron a organizarse comités en todos los barrios (...) La acción se ha generalizado. La huelga abarca ya la cuarta parte de los conventillos, o sea, cerca de 500. Algunos propietarios han accedido a la petición de rebaja, lo que ha sido un verdadero triunfo”886.

(incluyendo a Recabarren) había roto con la fracción de (Malaquías) Concha respecto de la elección presidencial de 1906, al apoyar la candidatura de Pedro Montt, mientras que Concha había apoya­ do al bando perdedor (Fernando Lazcano). Al terminar rápidamente la huelga, Veas habría espera­ do demostrar su lealtad a Montt a cambio de favores políticos, quizá el apoyo del Gobierno para ganar el control del PD que mantenía la fracción de Concha". (De Shazo; p. 110)

885 De Shazo; p. 112. 886 La Reforma. 10-11-1907, cit. en Cruzat y Devés; Tomo 2; pp. 90-91.

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A su vez, en el campo, a comienzos de siglo, solo surgieron, como tímido reflejo de la encíclica Rerum Novarum, algunas sociedades de inquilinos organizadas por sacerdotes, los “josefinos” (Sociedad de San José). Este tipo de sociedad “postulaba la ayuda mutua entre los traba­ jadores manuales, y buscaba el mejoramiento de las condiciones de vida en el campo por medio del diálogo y la prédica respetuosa (...) No se conoce la participación de josefinos en conflictos rurales (...) los josefinos impartían charlas y algún tipo de educación; abogaban por un mejor sistema de vida para el inquilino, mejoramiento de sus casas (...) Muchos hijos de iñquilinos josefinos fueron a estudiar a escuelas cató­ licas gratuitas (Patronato de los Padres Franceses, por ejemplo), sepa­ rándose del campo y perdiendo la condición servil de inquilinos”. Ade­ más, los josefinos en conjunto con la Acción Católica de Temperancia lucharon contra el alcoholismo y contra el sistema de pulperías y “pro­ movieron, años después, la formación de cooperativas de consumo en los campos (...) La acción de la Iglesia en el campo tiene aquí su ori­ gen”887. Habría que esperar también la decadencia de la república oligárquica para que surgieran los primeros asomos de un movimiento campesino independiente.

3. Los

PUEBLOS INDÍGENAS

Como vimos, a comienzos de la década de 1880 se consumó la expo­ liación de la Araucanía. La “reducción” de los mapuches significó el violento despojo de casi todo el territorio que, por siglos, les había per­ tenecido: la pérdida de su autonomía como pueblo; el pauperismo eco­ nómico; la destrucción de su organización social característica; y la permanente humillación y estigmatización de su etnia y cultura por parte de la sociedad nacional. Además, la lentitud y arbitrariedad del proceso de radicación de los indígenas en las reducciones -y la violencia que lo acompañó hasta su culminación en la década de 1920- hizo que, durante “las tres primeras décadas del siglo XX(...) se produjeron las grandes usurpaciones sobre las tierras otorgadas en la radicación (títulos de merced)”. De este modo, “se calcula que en los primeros cincuenta años de siglo (XX), casi un tercio de las concedidas originalmente en mercedes, fueron usurpadas por particulares. En 1929, de 2.173 comunidades de Cautín, había en la Corte de Temuco 1.709 juicios con particulares”888.

887 Bengoa (1990); Tomo II; pp. 36-37. Bengoa destaca la correlación de este esfuerzo con el de los católicos conservadores que apoyaron la formación de la Federación Obrera de Chile que inicialmente tuvo iguales propósitos mutualistas y de concordia social. 888 Bengoa (2000); pp. 369-370 "... los mapuches no podían vender sus tierras a particulares, sino solamente esperar que llegara la Comisión Radicadora. A pesar de ello, se producían miles de situacio­

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Ya en 1894, un grupo de caciques del sur le envió al Presidente de la República graves denuncias al respecto, en lo que fue conocido como el Manifiesto de Llanquihue: “No hay en la actualidad en la provincia de Llanquihue y difícilmente hay en la de Valdivia una sola familia indígena que no haya sido despojada de sus terrenos (...) En la reduc­ ción de Remehue y varias otras, nuestros perseguidores para arrebatar­ nos nuestros terrenos incendiaban casas, ranchos, sementeras; sacaban de sus viviendas a los moradores de ellas, los arrojaban a los montes y enseguida les prendían fuego, hasta que muchos infelices perecían o quemados vivos, o muertos de frío o de hambre. Jamás en país alguno podrá imaginarse que esto se ha .hecho un sinnúmero de veces, vanagloriándose un individuo en la actualidad de haber incendiado sie­ te veces el rancho de una pobre familia”889. La utilización de la violencia fue el medio más común de despojar al indígena de sus tierras, para lo cual no se vacilaba en quemar o des­ truir sus casas y animales, e incluso en matar impunemente a las perso­ nas. Así, en 1901, el subinspector de Tierras y Colonización, Juan Larraín Alcalde, le comunicaba al Gobierno: “Son muchas las personas que hay en Valdivia sindicadas de haber asesinado indios, casi me atrevo a ase­ gurar que nunca se ha levantado un sumario para esclarecer la verdad, pero sí aseguro que éstos son ricos propietarios, dueños de considera­ bles extensiones de terrenos que antes ocupaban los indios”890. A su vez, en 1912, el médico Leonardo Matus Zapata señalaba en un informe a la Sociedad Chilena de Historia y Geografía sobre la Araucanía que “numerosos usurpadores de tierras (...) día a día van estrechando poco a poco las reducciones de los indígenas, incendián­ doles sus chozas y sus bosques, matándoles sus animales y poniéndo­ les todas las dificultades imaginables para hacerlos abandonar sus tie­ rras (...) los usurpadores de tierras no son personas pobres, sino que hombres ricos que gozan de prestigio y hasta de ciertas consideracio­ nes entre las autoridades de la región”891. nes de fuerza. Pensemos que una mayoría de familias mapuches pasó más de treinta años en la inde­ finición -e indefensión- total en lo que respecta a su propiedad. La instalación de un mediero, colono, o simplemente ocupante, terminaba acorralando a los mapuches a un mínimo espacio. Cuando llegaba la esperada Comisión Radicadora, muchas veces habían sido desplazados, achicados, estrechados, etc. Es por todo ello que un importante sector no tuvo radicación". Además, "la radicación se realizó del modo más arbitrario y burocrático imaginable. Los caciques viajaban a Temuco y otras ciudades a solicitar la presencia de los ingenieros. Estos ocupaban criterios técnicos que fueron variando a lo largo del período de radicación... Hay zonas y regiones de suelos muy ricos donde prácticamente todos los indígenas fueron desplazados. Es el caso de la región precordillerana ocupada por los arribanos. Perse­ guidos y diezmados en los años posteriores a la guerra, fueron corridos de las tierras de mejor calidad. En la línea central por donde pasa el ferrocarril y la carretera, contadas reducciones sobrevivieron; fueron por lo general empujadas hacia la cordillera o las zonas marginales". (Bengoa (2000); p. 356) 889 cit. en Rolf Foerster y Sonia Montecino, Organizaciones, líderes y contiendas de mapuches (1900-1970), Edición Centro de Estudios de la Mujer, Santiago. 1988, p. 98.

890 cit. en Bengoa (1990); Tomo II; p. 175.

891 cit. en Bengoa (1990); Tomo II; p. 175.

264

La pauta más usual del despojo era la siguiente: “un conflicto por des­ lindes de tierras se transforma en litigio y pelea; el latifundista o colono da aviso a los ‘trizanos’ o guardias rurales, acusando al indígena de bandido, ladrón de ganado (cuatrero) o simplemente criminal. El mapuche, si se defiende, es muerto o herido, y si es dócil, va a parar a la cárcel”892. Las autoridades se colocaban por lo general al servicio de los abusadores. A este respecto, el Poder Judicial desempeñaba un papel particularmente cómplice, prestándose para los fraudes de tierras y los encarcelamientos arbitrarios de los indígenas893. Como método alternativo o complementario al despojo de tierras se utilizaba también el “alcoholizar” a los indígenas894. Cuando no eran objeto del despojo de los particulares, lo eran del propio Estado, a través del corrupto sistema de concesiones que vimos anteriormente. Este sistema “se hacía en áreas periféricas, tanto de la costa como de la cordillera. Se lo justificaba diciendo que el Estado no tenía posibilidades de acceso a esos lugares y por tanto, era mejor en­ cargar a una empresa particular su colonización. Lo ocurrido con las concesiones de tierras fue, por una parte, un gran negociado entre los ‘paniaguados’ del gobierno; y, por otra, una fuente gigantesca de con­ flictos sociales. Se puede decir que aquí se desarrolló la mayor parte de las historias del 'farsouth' criollo. Lejos de Santiago, donde se contaban maravillas, en esas concesiones se hacía y deshacía. Eran estados dentro del Estado”895*. A tal grado llegaron los abusos y despojos, y las denuncias consi­ guientes, que el Congreso creó en 1912 una Comisión especial que visitó la Araucanía concluyendo que: “En vista de estas solicitudes y de

892 Bengoa (2000); pp. 376-377.

893 Ver Venegas; pp. 85-87 y 191-195. 894 "...me cuentan que él (el rico industrial José Bunster) se jacta de que con el producto de sus destilerías ha hecho más por la pacificación (léase destrucción) de los indios que todos los ejércitos chilenos". (Verniory; p. 92) “Después de la guerra (del Pacífico) su regimiento fue destacado a la Araucanía, donde Sepúlveda se fue apoderando poco a poco de las tierras pertenecientes a unos indios que volvían de cuando en cuando a sus antiguos dominios, emplumándolas con algunas aves y hasta con algunos corderos... Eso sí que no, pensó (Sepúlveda) (...) el cual decidió terminar con la situación que así venía perjudicando sus intereses. Invitó amablemente a una componenda seguida de una francachela en que corrió el mosto hasta que los indios, sin tener donde echarse más vino, se quedaron dormidos bajo un peumo. Era lo que esperaba Sepúlveda para cancelar cuentas y como uno empezara a mirar en el preciso momento en que le iba a pasar el cuchillo, el anfitrión le dijo muy cordialmente: 'Cierre los ojos pues hermano' (...) dos de los tres indios se habían ido al otro mundo sin darse la molestia de despertar". Sin embargo, se le hizo un proceso judicial, por lo que huyó a Argentina, desde donde enviaba cartas a la embajada chilena "pidiendo que se le indultara porque el había despachado a aquellos tres indios creyendo que no pecaba ni venial por lo aficionados que eran a las aves y los corderos ajenos". (Emilio Rodríguez Mendoza. Como si Fuera Ahora, Edit. Nascimento; Santiago; 1929; pp. 340-341) 895 Bengoa (1990); Tomo II; p. 167. "En el periodo de 1901-1906, por ejemplo, se otorgaron 46 grandes concesiones con un total de 4.700.000 hectáreas (Concesión Rupanco, hecha a la Sociedad Ñuble-Rupanco, en Osomo; Concesión el Budi, en Cautín; Concesión General Kórner, más tarde Concesión Woodhouse; Concesión Nueva Italia, en Malleco, etc.)". (Jobet; p. 70)

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su observación personal ha podido cerciorarse la Comisión de que muchos reclamos son justificados; que los indígenas suelen ser vícti­ mas de gentes inescrupulosas y a veces inhumanas, que los hostilizan, los maltratan o se valen de argucias abogadiles para despojarlos de lo suyo (...) que ocupantes y colonos no obtienen oportunamente sus títulos provisionales o definitivos a pesar de haber cumplido con los requisitos de las leyes (...) que algunos concesionarios tratan de despo­ jar sin razón a personas establecidas dentro de sus concesiones (...) Todo esto ha tenido naturalmente que producir un malestar que se palpa en aquellas regiones y del cual no es posible desentenderse. Ha habido graves atentados y un sinnúmero de procesos criminales”896. La violencia contra los indígenas se expresaba también a través de las mutilaciones (“marcaciones”), hechas a “los mapuches considerados rebeldes, ladrones o peligrosos ( a quienes) se los marcaba en el cuerpo (por ejemplo, corte de oreja), de modq que fueran reconocidos por los demás colonos (...) La marcación de indios fue una práctica habi­ tual (...) En la región de Arauco hemos recogido varios testimonios directos de parientes a los cuales les, cortaron un trozo de oreja, al estilo de la marca de animales”897. Precisamente, la “marcación” de Juan Painemal, miembro de una connotada familia mapuche, generó la primera protesta masiva poste­ rior a la derrota de 1881. Fue, en 1913, en Imperial y se congregaron entre tres a cuatro mil indígenas. Entre otros oradores, Onofre Colima señaló que “los araucanos que pacíficamente han dejado despojarse de sus tierras, que sin una queja han visto talar sus campos, incendiar sus rucas y vejar sus mujeres por los expoliadores amparados muchas ve­ ces por las autoridades, no han podido permanecer impasibles ante esta última afrenta”898. La violencia contra los mapuches continuó durante todo el período oligárquico. Así, en un registro en diversos diarios regionales de casos mortales consignado por José Bengoa, vemos que en 1911 se da muer­ te a lo menos a cinco indígenas en un desalojo efectuado por la Conce­ sión Rupanco; en 1912, a quince huilliches en Forrahue, cerca de Osomo; en 1913, al cacique Manquipán y a quince familiares en Loncoche; en

896 cit. en Bengoa (1990); Tomo II; p. 168. "En resumen, la Comisión llegó a la conclusión de que la ‘ley de la selva' se había impuesto como único marco legal en las tierras australes. El gobernador de la provincia de Valdivia testimonia diciendo que todas las propiedades australes se habían cons­ tituido mediante la usurpación de tierras a los indígenas. Agrega que las notarías y oficinas de conservadores de Bienes Raíces funcionan hasta sábados y domingos. Se habían transformado en verdaderas fábricas de papeles”. (Bengoa (1999); pp. 67-68)

897 Bengoa (2000); pp. 375 y 377. Así, Alamiro Huequilao, del sur de la provincia de Arauco, señala que: “Mi abuelito era Cayucupil, vivían ahí cuando llegaron los franceses (vasco-franceses inmigrantes); les arriaron con la tierra, los cercaron y no lo dejaron salir más. Cuentan que mi abuelito no aguantó que lo dejaran así y lo tomaron y le cortaron las orejas, le dejaron la parte de arriba no más. Yo lo conocí viejito con sus orejas cortadas", (cit. en Bengoa (2000); p. 377) 898 cit. en Bengoa (2000), p. 378.

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1914, a varias personas en Boroa; en 1915, a alrededor de veinte indí­ genas en Loncoche; en 1916, al cacique Juan Pailahueque en Frutillar; en 1917, al cacique Cayuqueo, en Choll Choll, y a numerosas personas cerca de Loncoche; en 1920, a una niña mapuche en Collimallín; en 1923, a dos mapuches arrojados al río Choll Choll; y, en 1924, al caci­ que Mariano Millahuel y a varios familiares suyos en Caburque y a otras personas de una comunidad de Donguill899. En suma, como lo señala Pablo Neruda: “Contra los indios todas las armas se usaron con generosidad: el disparo de carabina, el incendio de sus chozas, y luego;en forma más paternal se empleó la ley y el alcohol. El abogado se hizo también especialista en el despojo de sus campos, el juez los condenó cuando protestaron, el sacerdote los amenazó con el fuego eterno. Y, por fin, el aguardiente consumó el aniquilamiento de una raza soberbia cuyas proezas, valentía y belleza, dejó grabadas en estrofas de hierro y de jaspe don Alonso de Ercilla en su Araucana”900. De esta forma, es posible concluir que la usurpación de tierras pasó a constituirse en “uno de los elementos centrales en la formación de la conciencia étnica” mapuche en el siglo XX. “Blanco, ladrón, perro, ex­ tranjero, gringo, usurpador, son todos nombres sinónimos que señalan el mismo personaje: el Huinca. Son los ladrones que no han parado nunca de usurpar. La primera usurpación fue oficialmente consumada; participó el ejército, los agrimensores, los encargados de la administra­ ción pública que remataron las tierras y los miembros de la Comisión Radicadora que, a nombre del Presidente de la República, entregaron los títulos de merced. La segunda usurpación se hizo sobre las tierras entregadas, mediante la fuerza y la violencia por una parte y la argucia legal por la otra. Los mapuches han pasado décadas, generaciones, via­ jando a los tribunales, pagando a tinterillos y abogados, llevando sus casos de litigios por tierras. Acuden a los tribunales sabiendo que en muy pocas ocasiones estos fallan a favor del indígena. Para la concien­ cia étnica mapuche se produce un sentimiento de marginalidad, de

yer Bengoa (2000); pp. 371-373. Otro caso notable fueron las desventuras de la familia del cacique Fernando Neyiman de Futrono, relatadas por su hijo Francisco en carta a El Diario Austral de Temuco en 1918. En ellas se cuenta que fueron expulsados de sus posesiones por el terrateniente Simón González, aduciendo que había comprado las tierras; luego se les quemó sus cinco casas y se les dejó en la intemperie, muriendo uno de los pequeños de frío en una noche de viento y lluvia. Posteriormente se instalaron donde unos vecinos en una pequeña ruca. Al poco tiempo reapareció González con unos carabineros tomando preso a Francisco, acusado de robo. Luego, "me hizo amarrar y flagelar de la manera más bárbara y enseguida me condujo preso a Valdivia y mientras me tenia en la cárcel fue su hermano Alberto (González) y nos incendió la casa que nuevamente habíamos levantado". Luego de dos meses de prisión. Francisco salió libre y sin cargos en su contra, reconstituyó su ruca y ante la nueva llegada de Simón González con un grupo a destruirla se lo impidió la resuelta actitud de Francisco de estar "dispuesto a descargar mi arma sobre el primero que se acercase". Ante esto González desistió, pero continuó amedrentando a la familia Neyimán, por lo que esta clamaba al Ministerio de Colonización por su pronta radicación. (Ver Foerster y Montecino; pp. 100-101) 899

900 Pablo Neruda. Confieso que he vivido. Memorias, Edit. Planeta; Barcelona; 1988; p. 16.

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explotación por parte del conjunto de la sociedad chilena, por tanto de segregación, y también de resentimiento y odio”901. Esta conciencia étnica fue poco a poco reflejándose en una reorga­ nización de la sociedad mapuche, una vez que comenzaron a superarse los peores efectos del trauma de la “pacificación” de 1881. Así, en 1906, se formó una Sociedad Indígena de Protección Mutua, a instancias de Gerónimo Melillán y Juan Catrileo, con el objeto de “defenderse de los continuos atropellos de que son víctimas y tomar parte en las próximas elecciones a favor de la candidatura senatorial de Ascanio Bascuñán Santa María (radical)”902. En 1910 nació la primera gran organización mapuche, la Sociedad Caupolicán Defensora de la Araucaíiía “presidi­ da por Manuel Neculmán (considerado el primer profesor normalista deTemuco), con Basilio García como secretario y con Tomás Guevara, Director del Liceo deTemuco, como presidente honorario”903. Su orien­ tación fue de defensa de los mapuches frente a los atropellos y de pro­ moción de la educación de aquellos con una perspectiva fuertemente integracionista en la sociedad nacional904. En 1916 asumió la presiden­ cia de la Sociedad el profesor Manuel Manquilef (quien, en la década del 20, sería diputado liberal y se convertiría en partidario de la divi­ sión de las comunidades, abandonando la Sociedad). Ese mismo año asistió al Congreso Católico Araucanista en Santiago, donde sus inter­ venciones fueron muy publicitadas en la prensa905.

901 Agrava lo anterior el hecho de que las reducciones se efectuaron en un estilo colectivo que alteró la forma de organización social propia mapuche de linajes y familias, en que junto con un sistema estratificado de poder; se daba una compleja combinación de propiedad individual y formas de solidaridad en los ámbitos militares y ceremoniales. (Ver Bengoa (2000); pp. 359362; y Foerster y Montecino, pp. 71-72) Además, no pudieron seguir desarrollando en ellas sus tradicionales formas de producción ganaderas, o cuando trataron de hacerlo, erosionaron rápi­ damente sus terrenos. (Ver Bengoa (2000); p. 364) Adicionalmente, la delimitación de sus re­ ducciones se efectuó muchas veces de manera tal que quedaron prácticamente cercadas por los fundos colindantes, teniendo graves problemas de comunicación y para la salida de sus produc­ tos. (Ver Bengoa (2000); p. 370) Otro factor de graves problemas fue su incomprensión del sistema de pago de contribuciones, que llegó a tanto que en la década del 20 se eliminó la obligación de las comunidades mapuches de efectuar dichos pagos. (Ver Bengoa (2000); p. 365) Como resultado de todo lo anterior la población mapuche se pauperizó y desmoralizó cerrán­ dose sobre sí misma, lo que al menos permitió preservar -aunque en condiciones de extrema pobreza- su identidad histórico-cultural. (Ver Bengoa (2000); pp. 364-368)

902 cit. en Foerster y Montecino; p. 18. 903 Foerster y Montecino; p. 16. 904 Ver Foerster y Montecino; pp. 16-23; y Bengoa (2000); pp. 384-385. Ayudó a esto el que muchos de sus dirigentes fueran profesores primarios y el que varios partidos políticos (particu­ larmente el Demócrata) se aproximaran a los mapuches en la búsqueda de representación de sus demandas. 905 Entre otras cosas, señaló que "la inferioridad de nuestra raza está solo en la mente del usurpa­ dor, seremos un pueblo atrasado;pero no somos raza inferior, sino desgraciada^..) Señores: no vengo a llorar como mujer lo que mis abuelos supieron defender como hombres; pero permitidme que os diga que mientras los valientes conquistadores nos trataron francamente como enemigos, pudimos defender nuestra tierra; pero cuando algunos malos gobernantes de la República se hicieron nuestros amigos, su amistad debilitó el vigor de nuestra raza alcoholizándola, y nos sumió en la miseria arrebatándonos nuestras tierras", (cit. en Foerster y Montecino; p. 22)

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A mediados de la década del 10 se creó la Sociedad Mapuche de Protección Mutua de Loncoche, presidida por Manuel Aburto Panguilef, que, en 1922, daría origen a la Federación Araucana906, con objetivos y un discurso indigenista bastante más radical que la Sociedad Caupolicán. Junto con una acentuación del discurso crítico acerca de los atropellos de que eran víctimas los mapuches, la Federación intentó rescatar el conjunto de las costumbres y de la cosmovisión religioso-cultural tra­ dicional de aquel pueblo. Así, “el tradicionalismo es recordado hoy día como el signo principal del movimiento indigenista de (Aburto] Panguilef. La fuerza de su mensaje se basaba en la tradición, en el re­ cuerdo de los antiguos caciques que se aparecían en sueños a las nue­ vas generaciones y les indicaban el camino a seguir. La defensa de la lengua mapuche se transformó en un elemento central de su discurso: era la base para preservar la cultura”907. La Federación organizó varios congresos araucanos durante la dé­ cada del 20 y apoyó exitosamente la elección del primer diputado de ascendencia mapuche en 1924: Francisco Melivilu por el Partido De­ mócrata908. A su vez, luego del derrocamiento de Alessandri en 1924, Manuel Aburto instó a una Asamblea Extraordinaria convocada por la Socie­ dad Caupolicán a “nombrar una comisión que se acerque al Gobierno y pida enérgicamente la reconsideración de las radicaciones hechas y solicite nuevas radicaciones conforme lo establecen las leyes de la Re­ pública, exponiendo para ello los títulos de merced donde se pueden hacer resaltar los verdaderos crímenes que se cometieron al radicar nuestra raza”909. Incluso, en un acto de fin de año de la Federación Araucana, El Diario Austral informaba que “se pidió al Todopoderoso que ilumine el criterio del pueblo en bien del Gobierno Militar, para que su labor pueda ser hermosa y de positivos beneficios para el país”910. En cualquier caso, el fin de la república oligárquica no significaría nin­ gún cambio para la desmedrada situación del pueblo mapuche... Pero mucho más terrible fue aún la suerte de los pueblos indígenas del extremo austral de Chile: el exterminio producto de la combina­ ción de matanzas, desplazamientos de población y enfermedades: "Ba­ jemos ahora la voz para narrar el exterminio de los fueguinos (...) yaganes

906 Ver Foerster y Montecino; pp. 33-36. 907 Bengoa (2000); p. 391.

908 Incluso, la Federación formó parte del comité de su candidatura, señalando que "ha resuelto que todos los indígenas de Chile contribuyan con $ 1 cada persona para los trabajos de elecciones (...) ya que siendo mapuche este caballero, su candidatura tiene relación con todos los araucanos (...) y todos los mapuches están obligados a cooperar para que la raza araucana dé un ejemplo público de sus nobles virtudes y por sus verdaderos derechos como legítimos ciudadanos", (cit. en Foerster y Montecino; p. 38) 909 cit. en Foerster y Montecino; p. 38. 910 cit. en Foerster y Montecino; p. 39.

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o yámanas, alacalufes o halak-vulup y onas o selknam. Inermes y pací­ ficos, pescaban en los canales del extremo sur o vagaban cazando en la Tierra del Fuego. Durante este período se extinguieron. Los mataron nuestras manos republicanas (...) Tuvo parcialmente la culpa una in­ tención buena, aunque homicida: la de civilizarlos. Misioneros y fun­ cionarios compitieron en hacerlos vivir como europeos. Los congrega­ ron, pues, y les dieron vestidos, alimentos y costumbres occidentales911. Mas por allí llegaron, también, los desconocidos vicios y enfermedades del hombre blanco: el alcohol, la sífilis, el sarampión, la tuberculosis, y con ellos, la muerte masiva912. Pero igualmente (...) hubo asesinato deliberado. Los buscadores de oro; y después los ovejeros -cuyos ‘guanacos blancos’ eran, para el selknam, sólo el lógico y justo reem­ plazo del auténtico guanaco, expulsado por el ovino-913 mataron al indio sistemáticamente, a tiros (en auténticas cacerías), o azuzándoles perros feroces, o con carnes envenenadas, o deportándolo y vendiéndo­ lo como esclavo914 (...) Hacia 1880 los onas eran unos cuatro mil. Cuan­ do el año 1919 llegó hasta ellos su apóstol, estudioso y defensor, el sacerdote y etnólogo alemán Martín Gusinde, apenas quedaban 279”915.

911 "...la obra educacionista de los misioneros salesianos (...) no se ha contentado con la instrucción primaria, sino que ha atendido... a la educación industrial de los indígenas, enseñándoles la carpin­ tería, la zapatería, la herrería, la sastrería, la albañilería y otra porción de artes y oficios capaces de hacer surgir pueblos y ciudades bien acondicionados y relativamente prósperos, en lugares inhospita­ larios donde antes sólo existía la barbarie". (Discurso de Abdón Cifuentes en el Senado, del 21 de noviembre de 1892; en Cifuentes [1916]; Tomo II; p. 133) 912 "Aquellos que sobrevivieron (a las matanzas) fueron reubicados a una misión salesiana en una isla vecina (Dawson), donde la gran mayoría murieron a consecuencia de enfermedades desconoci­ das por ellos, como tuberculosis, neumonía, sífilis y sarampión". (José Aylwin. "Indigenous Peoples Rights in Chile and Cañada: A Comparative Study", The University of British Columbia;Tésis inédita; 1999; p. 111) 913 "Para el fin del siglo (XIX), casi todos sus terrenos de caza y de reunión, principalmente los de las tierras planas al este de la Cordillera de los Andes, habían sido cedidas (por el Estado) en grandes extensiones de miles de hectáreas a compañías extranjeras de criadores de ovejas". (Aylwin; p. 111) En carta a Leoncio Rodríguez, director de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, de 1895, Mauricio Braun le expresaba: "Es bien desagradable este asunto de los indios, ¡pero, qué hacer! Tenemos que extirpar los indios de la Tierra del Fuego y llevarlos todos a la isla Dawson". (cit. en Volodia Teitelboim. Un muchacho del siglo veinte. Antes del olvido. Edit. Sudamericana; Santiago; 1997; p. 410)

914 “La matanza de los selknam (onas) en Tierra del Fuego, a manos de los agentes de las compañías en el siglo pasado (XIX), está hay día bien documentada". (Aylwin; p. 111) "De este genocidio fue testigo el periodista español José María Barrero, quien relató las matanzas de Cabo Domingo y Manantiales ordenadas por los Menéndez, Braun, Nogueira, Duncan Fox (...) la mayoría de ellos agrupados en la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego". (Vítale; Tomo V; p. 167) 915 Vial; op. cit.; p. 762 ¡Y hace muchos años que no queda ninguno! Notablemente, ya en 1907 la propia Revista Zig Zag reconocía la extensión y fatalidad del genocidio: "Hasta hace pocos años los fueguinos y patagones se habían escapado de la amenaza que se cernía sobre sus cabezas. Pero la colonización ha entrado allí con ímpetus irresistibles. Millares de hombres blancos han ido a revolver ansiosamente las arenas de sus ríos en busca de oro y a cultivar sus campos en busca de la moneda omnipotente que persiguen sin escrúpulos. Ahora penetra en ese país un inmenso torrente de colonos que vejan y oprimen a esas gentes con las cuales no se entienden sino para venderles el veneno liquido que tanto anhelan. Algunos seres piadosos han hecho mucho por los desgraciados

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Por otro lado, la situación de los pascuenses o rapa nui (Chile se apropió de Isla de Pascua en 1888) fue extremadamente desmedrada durante todo el período. El Gobierno, en 1895 y hasta mediados del siglo XX, le arrendó la isla a inversionistas extranjeros (primero la Compañía Merlet y luego la Compañía Explotadora de Isla de Pascua). Ellas les impusieron a los nativos trabajos forzados tratándolos práctica­ mente como esclavos. Además, “fueron reubicados en una pequeña par­ te de la isla, prohibiéndoles la libre circulación en el territorio restante”. A su vez, “los intentos de los gobiernos de moderar el maltrato de la población nativa durante este período fallaron sistemáticamente”916. Por último, la situación fie los aymaras del extremo norte (conquis­ tado en la Guerra del Pacífico) fue también de desconocimiento de su identidad cultural y de sus formas propias de organización social. De este modo, “las principales políticas implementadas por el Estado hacia ellos buscaron su control político así como su asimilación a la sociedad chilena. En cada aldea aymara se designaron delegados del gobierno nacional (Inspectores de distrito), provocando la destrucción de las or­ ganizaciones aymaras tradicionales. Se efectuaron significativos esfuer­ zos para chilenizar su población que fue generalmente descrita como ‘bolivianos’”, lo que se expresó en “el establecimiento de escuelas en las comunidades rurales aymaras, y el enrolamiento de los jóvenes aymaras en el Ejército”917. Evidentemente, para continuar desarrollando una política tan cruel, violenta y expoliatoria, la oligarquía, entre 1881 y 1925, mantuvo la misma justificación que había elaborado en la fase de su máxima expo­ liación. Esto es, que los indígenas -y particularmente los mapuchesrepresentaban lo peor de la humanidad. Que personificaban los críme­ nes y vicios más detestables de la naturaleza humana. Que eran unos bárbaros y salvajes cuya única salvación estaba en dejar de ser lo que eran, en asimilarse poco a poco a la sociedad y cultura chilenas. El Diario Austral mismo, en noviembre de 1916, daba cuenta de la lógica perversa que pretendía justificar la expoliación y el crimen con­ tra los indígenas: “Hasta ayer se tenía de los indios la idea más triste y eran estimados como rémora dentro del progreso de la civilización na­ cional. En virtud de este concepto la generalidad del público toleraba y

aborígenes. Salesianos y franciscanos han establecido casas de misiones y asilos en tan lejanas co­ marcas. Allí educan en los verdaderos principios a muchos de esos infelices niños dándoles todas las armas de la civilización para no dejarse arrollar por la marea que lo invade todo y lo domina todo. Pero es de temer que esos esfuerzos resulten débiles a la larga para contrarrestar a un enemigo siempre creciente. Ese día no está lejano y entonces la raza más austral del mundo habrá cumplido con su destino aniquilándose. He aquí algo dolorosamente fatal pero inevitable". (ZigZag, 27-1-1907) 916 Aylwin; p. 109. 917 Aylwin; p. 106. Además, la necesidad que tuvieron de registrar la propiedad de sus tierras de manera individual "provocó numerosos conflictos entre los aymaras, como con los no nativos que demandaron derechos sobre sus tierras". (Aylwin; p. 106)

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aceptaba como lógico que nuestros aborígenes fueran lanzados de sus tierras y sometidos al influjo y a la acción de los que procuraban co­ rromperlos y extinguirlos sin omitir los más delictuosos medios. Los indios son ebrios, los indios son flojos, los indios son ladrones, deben perecer todos y se les debe quitar sus suelos para entregarlos a quienes los soliciten: éste era el estribillo que repetía el público inconsciente­ mente por quienes no se detuvieron jamás a meditar acerca de la suer­ te de los araucanos en su propia tierra, y maliciosamente por los esquilmadores y corruptores de tan indómita y venerable raza”918. Verniory, en su estadía de fines del siglo XIX en la Araucanía, per­ cibía también que “todos los chilenos, desprecia(n) profundamente a los indios”919. Por otro lado, los principales intelectuales y diarios de la época manifestaban una visión profundamente despectiva de los pueblos in­ dígenas chilenos. Así, en 1911, Francisco Encina señalaba que “la grue­ sa masa de campesinos cargados de sangre aborigen, privada de la efi­ caz influencia civilizadora que por sugestión habían ejercido los elementos superiores, hasta entonces en estrecho contacto con ella, no pudo proseguir la rápida evolución que venía realizando (...) El cam­ pesino (...) retrocedió moralmente (...) Se hizo más perezoso, más bo­ rracho y más inexacto, cuando no ladrón q bandido”920. A su vez, en 1910, Benjamín Vicuña Subercaseux planteaba que la larga guerra de Arauco había “preservado” en gran medida a Chile del mestizaje: (...) “la separación entre españoles y araucanos (produjo) la integridad origina­ ria con que las razas se mantuvieron en Chile, la falta de mestizaje, y, por lo mismo, la característica de nuestra superioridad étnica. Indios y españoles daban un producto degenerado, toda esa arrastrada pobla­ ción de mulatos y cuarterones”921. 918 cit. en Foerster y Montecino; pp. 82-83. El sacerdote misionero, Jerónimo de Amberga, en julio de 1917, señalaba la misma idea en El Diario Austral: "Ypara chuparle la sangre y despojar a los indios de sus suelos no se ha necesitado ni esfuerzos de inteligencia ni esfuerzos de dinero; han bastado la audacia, la maldad y la mentira, pintando al indio como vicioso, degenerado, inepto o ladrón", (cit. en Bengoa (1990); Tomo II; p. 203) 919 Verniory; p. 464.

920 Encina; p. 157.

921 cit. en Barros y Vergara; p. 148. Por cierto el racismo no solo se refería a los indígenas. Así, Domingo Amunátegui Solar, señalaba en 1910 que “en esta colonia (Chile) nunca adquirieron gran fuerza esos elementos heterogéneos, como los negros y mulatos, que en otros países hispanoame­ ricanos han sido gérmenes fecundos de contiendas civiles", (cit. en Barros y Vergara; p. 148) Y el escritor Ricardo Latcham, al criticar en 1926 la administración de las compañías estadouniden­ ses en Chuquicamata, demostraría un furibundo antisemitismo: "Un grupo sórdido, arribista y judío, residuo de los duros dias del dominio de los Guggenheim, se mantiene aferrado a la dirección del mineral. Esperemos que algún día las voces de la justicia derriben esta indiferente muralla china de prejuicios y expoliaciones. Entonces saludaremos un nuevo período de real bienestar en la áspera y desolada sierra de los Fariseos, cuyo obscuro dominio se sustenta basado en mil iniquidades (...) El mineral estaba dirigido y manejado por judíos internacionales quienes no obedecían a otro norte que al de la codicia desapoderada; las costumbres, por tanto, hallábanse saturadas de malas influencias y de sórdidas depravaciones." (Latcham; pp. 51-52 y 114)

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Incluso un político e intelectual tan crítico como Carlos Vicuña, estaba compenetrado del desprecio al indígena: “Felizmente, la clase media se refina cada día con la inmigración europea, que le aporta sangre nueva, vigorosa, activa, rica de sentimentalidad y de inteligen­ cia. Así el coeficiente indio, fuente de pereza y de barbarie, va disminu­ yendo poco a poco y permitiendo que sobresalgan algunos tipos supe­ riores, que son ejemplo y estímulo de dignificación social”922. Por otro lado, El Ferrocarril, en agosto de 1910, planteaba que la población indígena mapuche “hoy se halla entregada a la inercia y al vicio”923. Y como señalan Luis Barros Lezaeta y Ximena Vergara: “Aca­ so ninguna otra manifestación expresa el desprecio racial de manera tan desembozada como la anécdota siguiente: Ciertos empresarios de espectáculos se preparan para llevar a la Gran Exposición Universal de París (1900) a un grupo de araucanos. Este hecho despierta tenaz opo­ sición en un diario de la capital (El Porvenir, 21-4-1900). Alega que ello no sólo atenta contra la caridad, sino que también desacredita al país: ‘...¿qué interés nacional se sirve acarreando, para exhibirlo en París como muestra de Chile, un puñado de indios casi salvajes, embrutecidos, de­ gradados, de repugnante aspecto?’ [Qué vergüenza que en París pue­ dan identificar a Chile con los miembros de una raza inferior1.”924

4. La clase oligárquica En agudo contraste con la situación de los sectores populares y los pueblos indígenas chilenos, la clase oligárquica disfrutaba de grados de opulencia, lujo y ostentación que la ubicaban en los niveles más ricos del mundo. Si bien es cierto que se mantuvo en algunos sectores de clase alta un modo de vida más austero y responsable925, hubo un grupo “bastante más amplio, creciente y que fue copando en forma progresiva las nue­ vas generaciones” que “desplegó un boato inimaginable algunas déca­ das atrásf...) Hombres y mujeres compitieron ferozmente por superar­ se en lujo(...) mansiones, mobiliarios, joyas, carruajes, comidas y bebidas entraron en la pugna. Prácticamente todo el lujo fue importado(...) El lujo empezaba por los palacios y grandes casas (...) Los materiales eran

922 Carlos Vicuña (2002); p. 37. Al igual que el político radical del ala progresista, Armando Quezada Adiarán, quien en 1908 planteaba que “la gente del pueblo en Chile conserva casi sin atenuación muchos de los instintos subalternos o antisociales de sus progenitores indígenas:... instin­ tos sanguinarios (que explican la enorme proporción que hay en Chile de crímenes de sangre), inconciencia del valor de la vida humana, tendencia al pillaje y al robo, etc.". (Armando Quezada Adiarán. La Cuestión Social en Chile ; Univ. de Chile; 1908; p. 25) 923 El Ferrocarril, 3-8-1910.

924 Barros y Vergara; pp. 148-149. 925 Ver Vial (1996); Volumen I, Tomo II; pp. 635-642.

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también costosísimos (...) Las dos casas Luis XV construidas por el banquero Francisco Subercaseaux para sus hijos frente al Municipal (...) tenían balcones, vitreaux, rejas y ferretería belgas. Los palacios sur­ gieron también en el campo. Comenzando el siglo, los Subercaseaux (Banco Mobiliario) traían desde Europa balaustradas y ladrillos de mármol para su casa inconclusa de la hacienda Las Majadas (Pirque). Pocos años después -una corta temporada que el pater familias, Fran­ cisco Subercaseaux, recorría el viejo mundo -su hijo Julio quiso ‘darle una sorpresa’ y demolió la antigua casa de Pirque, levantando en ocho meses un soberbio castillo Francisco I. Lo diseñó Alberto Cruz. Algo posteriormente (1907), el mismo arquitecto planeaba la casa gigantes­ ca -dos pisos, más un alto mirador- de los Irarrázaval en la hacienda Pullally (La Ligua). Añadamos otros palacios rurales: Santa Rita, cons­ truido por Domingo Fernández, con una iglesia anexa (...) Lota, de Isidora Goyenechea. Cunaco, de los Vald,és, estilo italiano (...) Las man­ siones urbanas tuvieron soberbios jardines y las campesinas, parques se­ ñoriales (...) Se ‘importó’ a los paisajistas que diseñaron estas maravillas. Arana Bórica (Parque Cousiño), el francés Guillermo Renner (Pirque, Bucalemu, Santa Rita) (...) el irlandés Guillermo O’Reilly (Lota) y el italiano Cánova (Cunaco), figuran entre quienes dejaron las mejores creaciones. También fueron ‘importados’ muchos arquitectos: Hénault, el italiano Provazoli (Cunaco), el francés Guerineau (Lota)... el alemán Teodoro Burchard (Palacio Concha o Díaz Gana), el italiano Eusebio Celli (Palacio Errázuriz), etc. (...) Plantaciones y edificios tan espléndi­ dos exigían, por supuesto, un alhajamiento condigno (...) muebles ingle­ ses, franceses y españoles; vajillas y porcelanas de igual origen, alfom­ bras persas; cuadros europeos exhibiendo famosas firmas ‘académicas’ (...) sederías galas; esculturas italianas926 (...) había nuevos domésticos, exigidos por la mise en scene, aristocrática y que engrosaban (...) las sirvientas tradicionales (...) cocheros estilados, caballerizos diestros y conocedores, valets para el señor y doncellas para la señora, institutrices, reposteras, maestras de cocina. Todos con frecuencia ‘importados’. Los Subercaseaux vuelven a darnos la pauta si bien (...) una pauta exagera­ da (...) Julio Subercaseaux tenía un cochero inglés que murió en su servicio, y una institutriz igualmente inglesa. Cuando la familia regresó desde Europa el año 1906, traía cuatro empleados franceses, un coci­ nero y wmfemme de chambre inclusive (...) La ropa masculina y femeni­ 926 De acuerdo con Francisco Ramón Undurraga, el buen tono nacional se inspiraba en los gustos de la aristocracia europea e importaba del Viejo Continente todos los elementos de la utilería mundana. Bástenos, como botón de muestra, la descripción de una mansión de la época: “El vestíbulo va con muebles de Maple. Le sigue la sala celeste cubierta de gobelinos. Está a continua­ ción el gran salón con los techos rameados en oro y sus pisos cubiertos de tapices de Smyma. Viene luego la galería de pinturas donde cuelgan telas de Fragonard y Murillo, haciendo contraste con las de Corot. Se suceden después los salones Luis XV y Luis XVI. Por fin, al fondo, se abre el gran comedor cuyo amoblado es copia fiel del comedor de Federico Guillermo de Prusia". (cit. en Barros y Vergara; p. 62)

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na (de la oligarquía] era prácticamente toda extranjera (...) de la cuna adelante.Tiendas inglesas y francesas proveían el abastecimiento927 (...) Anotemos que mucha gente, justo la más rica y refinada, hacía pedidos directos a París o Londres (...) Nuestro itinerario del lujo aristocrático finalizará con la buena mesa (...) Los vinos eran importados -funda­ mentalmente franceses y además rhin alemán y jerez español- (...) champaña sólo se bebía francés, y de marcas seleccionadas (...) almuer­ zo y comida corrientes constaban de cuatro o cinco platos. Había coci­ neros y cocineras célebres en el servicio privado. Los ‘días de santo’ eran orgías culinarias. El lujo viajaba desde la ciudad hasta el campo. Ropa, muebles, coches, podían ser distintos, pero eran igualmente fi­ nos. El patrón andaba ‘a la rústica’, pero su potro, montura y arreos, su chamanto y demás vestimenta huasa, sus espuelas de plata, sus chales de vicuña y sombreros de Panamá valían fortunas. Y la comida criolla suplía con el volumen las delicadezas urbanas. Además, las fiestas cam­ pesinas eran inolvidables (...) e interminables (...) Añadamos que los periódicos rodeos duraban, cuando no semanas, a lo menos varios días. Uno que dieron los Balmaceda Valdés en la hacienda San Jerónimo, Algarrobo, abarcó tres días completos; había numerosos huéspedes, orquesta permanente, montañas de comida (...) cuecas premiadas y fuegos artificiales”928* . Otro elemento característico de la oligarquía chilena de comienzos de siglo era su afición a viajar y pasar largas estadías en Europa, parti­ cularmente en París, viviendo por cierto a cuerpo de rey. Naturalmente esta afición solo podía ser plenamente satisfecha por la capa oligárquica más rica: “Partían familias completas, incluyendo niños pequeños y domésticos. Francisco Undurraga (creador de la viña que lleva su nom­ bre) se dirigió a Europa el año 1887 con su mujer y todos sus hijos (...) Además iban la institutriz, la cocinera y el ama de leche del bebé. Com­ pletaban la comitiva una burra recién parida -por si faltaba la nodrizay docenas de gallinas y pollos para las dietas (...) Luego las permanen­ cias se eternizaban. Francisco Subercaseaux emprendió viaje a Europa por seis meses el año 1882; su vuelta definitiva sólo vino a materiali­ zarse en 1906”. A su vez, el tren de vida europeo incluía “los mejores

927 "Por ejemplo, madame Gamier vestía niños pequeños, trayendo anchos sombreros en fieltro ...y zapatitos de charol con elástico de seda y unos primorosos botoncitos de nácar; luego la Casa Fran­ cesa, Mac-Mannusy (después del Centenario) Gathy Cháves disfrazaban de ‘marinerito’ al mu­ chacho ya más crecido. Los hermanos Prá, la Casa Bourgalat y Otero vendían seda lionesa y otros géneros para las señorasysus vestidos. Pouget las encorsetaba; Umlauff, Weil, Becker, Sinn (...) joyas (...) Pepayy Vuletich calzaban a los elegantes; Cohéy monsieur Dumas les proporcionaban sombre­ ros ingleses y franceses; Pinaud y Bouzique los vestían, y Jardell los perfumaba con esencias británi­ cas y parisinas. Monsieur Coudeu y Monsieur Depassier eran los talabarteros. El alemán Krauss deslumbraba con sus juguetes...". (Vial; op. cit.; pp. 647-648)

928 Vial; op. cit.; pp. 642-649. Asimismo, de acuerdo a Leopoldo Castedo, “los visitantes que a principios del siglo llegaban a Chile se quedaban estupefactos al comprobar que en el pequeño país se ostentaban más lujos que en cualquier parte de Europa". (Castedo; p. 17)

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hoteles, arrendar casas lujosísimas en barrios tan distinguidos como caros, carruajes, sirvientes, un constante comprar frecuentando las tien­ das más onerosas y un continuo recorrer Europa, termas, juegos, res­ taurantes, vida social a tambor batiente”929. Junto a dicha opulencia y ostentación, la gran afluencia de riquezas del salitre le permitió a la oligarquía convertirse en una clase ociosa. De este modo, la posibilidad de llevar una vida sin trabajar y de alto consumo pasó a constituirse también en un sello de la oligarquía930. Naturalmente, este espíritu hizo imposible -junto a factores ideológi­ cos librecambistas- que la clase alta chilena promoviera un efectivo desarrollo económico e industrial del país. Así , “la nueva aristocracia trabajaba poco o no trabajaba nada. Ya la antigua generación miraba con desdén casi cualquier actividad rentable, salvo la agricultura y la minería; incluso la industria y el gran comercio solían ser considerados rebajantes; qué decir del trabajo manual (...) y aun de las profesiones (liberales) toleradas, sólo las leyes no ofrecían ninguna duda"931. Por otro lado, la competencia por el derroche y la ostentación gene­ raba verdaderos descalabros económicos en muchas familias oligárquicas. La expresión popular de “comerse los fundos” tenía un significado lite­ ral: “José Ramón Balmaceda perdió uno por uno los valiosos inmuebles agrícolas, situados muy cerca de Santiago (...) Un sobrino suyo, Vicente Balmaceda (...) derrochó en calaveradas otra gran fortuna agrícola (...) Al quebrar el Banco Mobiliario, Francisco Subercaseaux debió entre­ gar diez importantes predios agrícolas. Otras veces los fundos y hacien­ das no se perdían pero sí eran gravados con pesadas hipotecas para mantener el lujo familiar”932.

929 Vial; op. cit.; p. 650. 930 Vial; op. cit.; p. 669. Luis Barros y Ximena Vergara plantean la misma idea: " Es cierto que el desprecio (de la oligarquía) hacia la condición de empresario industrial o comercial no tiene la intensidad del desprecio hacia el trabajador remunerado. Después de todo la actividad empresarial entraña la posibilidad de dinero y, en consecuencia, de lo aristocrático. Si se logra prosperar ...el empresario podrá entonces abandonar su actividad industrial o comercial o añadir a ella la nueva condición de hacendado o financista. En ambos casos alcanzaría la situación de rentista y gozaría del tiempo y del dinero necesarios para circular en el mundo del buen tono... Tanto es así que, si un empresario opta por mantenerse firme en su afán productivo o comercial y busca la ampliación sostenida de su empresa, logrará difícilmente sello aristocrático ... Sus necesidades de reinversión le fijarán un limite a sus posibilidades de derroche, así como su dedicación empresarial lo fija con respecto a sus disponibilidades de tiempo". (Barros y Vergara; pp. 88-89) 931 Esto, a su vez, hizo fácil para los nuevos ricos incorporarse de lleno al núcleo oligárquico, con la condición, claro, que “hacendaran” en parte su fortuna; y con la expectativa de que sus vástagos se vincularan matrimonialmente con alguna rama aristocrática con dificultades económicas. Así, “si se considera el conjunto de senadores elegidos durante el período de 1891 a 1925 y de diputados tres o más veces electos durante el mismo período, puede concluirse que aproximadamente un quinto de ellos son primera o segunda generación en Chile (...) Esto en circunstancias que, tanto por sus cargos de autoridad, como por sus múltiples vinculaciones a las actividades financieras, están encumbrados en la cima del prestigio social. De más está decir que, en todos los casos, se trata de gente muy enriquecida". (Barros y Vergara; p. 130) 932 Vial; op. cit.; p. 671.

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Además del endeudamiento que muchas veces ni se pagaba933, otro expediente muy utilizado para recuperar fortunas derrochadas era la especulación bursátil: “La actividad especulativa ofrece mayores posi­ bilidades y a más corto plazo. El corredor de Bolsa es una pieza clave para esta alternativa. En ella el oligarca se volcará a suscribir acciones de sociedades anónimas de reciente formación y que gozan del patro­ cinio de personas de conocido buen nombre y prestigio. La solvencia de los patrocinadores hará que sean muchos los que se apresuren a colocar sus dineros en ellas. A poco andar se conocerá la verdad del negocio y la cotización bursátil se vendrá por los suelos. Obviamente, cuando eso ocurre sus primitivos suscriptores se habrán deshecho ya de sus haberes, obteniendo en la transacción suculentos premios. Serán otros los que afrontarán las pérdidas. La especulación desenfrenada caracteriza los inicios del siglo (...) Los años críticos en esta materia son 1904, 1905 y 1906. A modo de ejemplo podemos entregar el dato siguiente: de 32 sociedades salitreras organizadas en ese período, hacia 1908, sólo dos se cotizan con premio; 5 se mantienen a la par y las 25 restantes se transan con descuentos de hasta un 95%934”. Las indisimuladas ansias de dinero llegaron a tal grado que, en 1906, los promotores de la candidatura presidencial de Juan Luis Sanfuentes lanzaron un manifiesto, quizá único en su género: “El país quiere ser rico a toda costa y todos queremos serlo (...) El país quiere hombres nuevos y emprendedores, hombres a quienes no sobrecoja ningún pá­ nico en el mercado y que sean capaces de lanzar la patria por los cami­ nos que llevan a la prosperidad y a la riqueza (...) Dejemos a (Vicente) Reyes, a (Ramón) Barros Luco, a (Pedro) Montty a (Fernando) Lazcano como reliquias inservibles de nuestro museo histórico (...) ¿Qué im­ porta que nuestro candidato no haya pronunciado estrepitosos discur­ sos en el Senado, cuando no es esto lo que hoy necesitamos? ¿De qué nos servirían hoy Andrés Bello, Mariano Egaña, Manuel Montt, Anto­ nio Varas, ...(Federico) Errázuriz Zañartu, (...) (Domingo) Santa María y nuestro mismo Balmaceda?”935 Pero lo fundamental para la oligarquía del período era no solo tener mucho dinero, sino además gastarlo (ostentosamente) para demostrar a sus pares el nivel de su “excelencia”. Es por esto que “el consumo prescrito por la moda (de la época) debe efectuarse además de manera colectiva. Dado que el objeto a consumir interesa sólo como signo de distinción, el acto de consumirlo debe ser presenciado por otros. En la medida que este consumo prescinde de la utilidad del objeto en sí, cabe mal gozar de su apropiación en la intimidad. Tal sería el deleite

933 "Era común que, durante años (los aristócratas) no pagaran a los bancos; fue una de las razones por las cuales quebró el (Banco) Mobiliario". (Vial; op. cit.; p. 672)

934 Barros y Vergara; pp 96-97. 935 cit. en Heise; Tomo I; p. 159.

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del práctico o del esteta y del sensual, para quienes basta el encuentro con la cosa deseada. Pero el buen tono pone en juego algo muy distin­ to... Lo que cuenta aquí no es la cosa en sí, sino el símbolo que ella encarna... el consumo a la moda adquiere la connotación de un rito en el que los iniciados exhiben su fasto, dando así testimonio de superio­ ridad social”936. De este modo, se desarrolla una competencia de vanidad y ostenta­ ción en todas las actividades que congregaban gente: fiestas, paseos, recreación, disfrute del arte o espectáculos deportivos, vacaciones, etc. De entre ellas, “sin duda, las temporadas líricas -en el invierno- (...) expresarán más cabalmente la variedad y la emulación de las familias de la alta burguesía. Año a año, con gran publicidad, se remataba el derecho a ‘llave’ de los palcos del Teatro Municipal para asistir a la ópera. De acuerdo con el exclusivismo social de la época una señora de la alta burguesía estaba obligada a oír la ópera desde un palco. Ocupar un sillón de platea era mal visto. Estas localidades estuvieron reserva­ das a la clase media y a los varones solteros”937. Otro de los eventos fundamentales donde se competía en ostenta­ ción eran las recepciones y los bailes de etiqueta: “Además de represen­ tar los mayores escenarios del mercado matrimonial, servían para seña­ lar sin ambages quienes formaban parte de la alta sociedad chilena. Las listas de invitados, publicadas en la vida social de la prensa santiaguina, demarcaban claramente las fronteras de lo que entonces se conocía como el gran mundo”938. 936 Barros y Vergara; p. 60. 937 HeisejTomo I; p. 167. Así, Eduardo Balmaceda Valdés describía el rito de ir al Teatro Muni­ cipal, donde no contaba ni el valor de la representación en sí, ni los gustos del espectador:" ...la etiqueta con que allí se presentaba el selecto público y el lujo en joyas y vestidos en nuestras damas, imposibles de restituir hoy y que se recuerdan como un cuento de hadas, como el surnun de los agrados de aquellos tiempos. El faltar a la ópera era como faltar a misa", (cit. en Barros y Vergara; p. 59) Asimismo, los oligarcas llevaban a sus hijas y sobrinas a dicho teatro para "presentarlas en sociedad”: “Tan importante era la introducción de las jóvenes a la sociedad masculina (hasta 1910, las luces del Municipal permanecieron encendidas durante las funciones), que con el objeto de expo­ nerlas debidamente ante los solteros sentados en la platea, lo común era acomodarlas en la primera fila de los palcos. En su diario inédito, Inés Echeverría (Iris), (...) llegó a escribir que ‘lo que se iniciaba en el Municipal, lo remataba la bendición del cura' ". (Manuel Vicuña; pp. 62-63) A su vez, a la salida de la función "los porteros municipales clamaban, estentóreos: ‘¡El coche de la Señora X1 .'y el carruaje avanzaba solemne, escudriñado por múltiples ojos críticos, los caballos de capa y el conductor de librea (...) para un recorrido en ocasiones no mayor de tres cuadras”. (Vial; op. cit.; p. 666) Por otro lado, el fotógrafo norteamericano Harry Olds, a fines del siglo XIX escribía en una carta a su padre: “Visité el Teatro Municipal y vi a la sociedad de Santiago en sus mejores días (...) ellos no van a ver la actuación sino que a lucirse y valió la pena verlo: todos los hombres estaban de etiqueta con guantes blancos, sombreros altos, y las damas con vestidos de gala; fue deslumbrante. Entre actos ellos salen a lucirse aúna sala contigua (...) Mucha gente prominente estaba allí y vi a la hija de la dama rica, señora Cousiño, que usaba diamantes en gran cantidad. Todo era para mostrarlo y causar efecto solamente", (cit. en Jorge Larraín. Identidad chilena, Edit. Lom, Santiago, 2001; p. 251)

938 Manuel Vicuña; p. 63. "Hubo bailes históricos por su ostentación. Como (...) el ‘estreno’ de María Edwards (hija del segundo Agustín y hermana del tercero): los asistentes recibieron regalos parisinos: sombreros y quitasoles las niñas; y los jóvenes, bastones, boquillas y ceniceros. Sin olvidar

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Los paseos en ciertos lugares de Santiago se constituyeron también en instancias predilectas de emulación y sociabilidad oligárquicas: “Des­ de las once, las mañanas, 'hora sacramental del paseo y el aperitivo’ los elegantes recorrían el ‘centro’ santiaguino, para ver y ser vistos”939 “...el paseo vespertino de la Alameda se realizaba en primavera y otoño. Dos veces por semana la aristocracia santiaguina se daba cita (...) entre las calles Ejército y (Lord) Cochrane. Este paseo era amenizado por una banda de músicos del Ejército que se instalaba en un tabladillo de hie­ rro frente a la calle Amunátegui. En provincias se realizaba el día do­ mingo, después de la última misa, en la plaza municipal (...) Desde un quiosco la banda de la guarnición militar ejecutaba los más conocidos trozos de ópera (...) Estos paseos servían no sólo para satisfacer la vani­ dad y la emulación; constituían también la primera etapa de la preocu­ pación muy burguesa de ‘colocar bien’ a las hijas (...) En el Parque Cousiño el paseo era de carruajes y se realizaba los días jueves (...) hasta que el servicio de tranvías permitió el acceso (al parque) de per­ sonas modestas”940. Otro lugar de lucimiento oligárquico era el Club Hípico: “Las tem­ poradas de carreras del Club Hípico se inauguraban el Io de septiem­ bre de cada año (...) Domingo a domingo el recinto (...) cobijaba al sector más distinguido y elegante de la alta burguesía. Las tribunas y el paddock se repletaban de mujeres que rivalizaban por su elegancia y distinción (...) Para la vanidosa emulación aristocrática, uno de los as­ pectos más importantes (...) era presenciar desde las tribunas la entra­ da de los riquísimos carruajes arrastrados por troncos de fina sangre, los afamados caballos ‘cleveland’ de trote largo. Al comenzar el siglo apa­ recen las ‘victorias’; los ‘breaks’, coches de 4 ruedas con pescante eleva­ do; los pequeños ‘tonneaux’ con toldo de seda de colores claros, y el ‘bwggy’ de dos ruedas que se usaba en los centros de veraneo; y los grandes ‘mail coach’ de cuatro caballos. Llamaban especialmente la aten­ ción los lujosos ‘mail coach’ de Carlos Cousiño, Francisco Undurraga, Vicente Balmaceda y el de la familia Irarrázaval Zañartu, y las hermo­ sas ‘victorias’ de Claudio Vicuña y Agustín Edwards”941. Asimismo, las familias de clase alta rivalizaban en levantar “las más hermosas residencias de veraneo -es la época en que se forman los el ‘baile japonés' ofrecido por Luis Gregorio Ossa, su mujer Emiliana Concha, Carlos Edwards y su mujer Margot Mackenna. El lugar escogido para el baile fue el Palacio Arrieta (...) auténticos nipones lo decoraron. Cada pieza era una pagoda, y el patio, un jardín enano con jaulas doradas donde cantaban por docenas los pájaros. La comida era también oriental y se ingería, es claro, con palillos, reclinados los comensales sobre cojines y ante largos taburetes lacados al rojo. Innecesario parece aña­ dir que las vestimentas fueron igualmente japonesas; no todos los invitados, sin embargo, pudieron competir con María Correa de Irarrázaval, quien hizo espectacular aparición en un palanquín negro, conducido por ocho 'kurumayos' ataviados con minuciosa propiedad". [Vial; op. cit.; pp. 665-666) 939 Vial; op. cit.; p. 661. 940 Heise;Tomo I; pp. 166-167.

941 Heise; Tomo I; pp. 165-166.

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balnearios de Viña del Mar, Algarrobo y Zapallar”942; y donde efectuaban tanta actividad y emulación social que generaban en 1912 tonos de desaprobación de personalidades como Luis Orrego Luco: “en Chile se marcha al veraneo para continuar la vida de ciudad con mayores exi­ gencias todavía”; y de Emilio Vaisse (Omer Emeth): “en las playas ele­ gantes os veo padecer los mismos despotismos de siempre”943. Además, los mismos vicios de los sectores populares (explicables por su miseria) como el alcohol, el juego y la prostitución, se daban a otros niveles en las clases altas, como derivados de la ociosidad y del espíritu hedonista predominante en ella. De este modo, en el Club de la Unión se consumía alcohol “por metros cuadrados”, y precisamente se escogían los clubes “sobre el bar o el restaurante (porque tenían) dos ventajas notorias: en ellos se podía beber indefinidamente (los demás establecimientos debían, por ley, cerrar a medianoche...) y se podía jugar ilimitadamente”944. [Hasta en la Cámara de Diputados se bebía inmoderadamente!, como lo reseña El ferrocarril en una “sesión per­ manente” de 1907: “Algunos diputados duermen, dando ruidosos ron­ quidos; otros llaman sin cesar a los oficiales de la sala, pidiéndoles whis­ ky con soda, jerez con Apellinares, coñac con Panimávida (...) Algunos ríen a carcajadas por cualquier motivo. De repente llegan tres diputados a la sala, haciendo curvas y equis con lamentable dificultad (...) un joven diputado monttino (...) medio se incorpora y con voz indecisa exclama: Vaya a cantarle a su abuela (...) Otros apuran sus vasos y (...) se inju­ rian con incomprensible crudeza, pero reconociéndose dispuestos a no 942 Heise; Tomo I, p. 165.

943 cit. en Manuel Vicuña; p. 62. Inés Echeverría, a su vez, describe irónicamente el significado del veraneo en el Gran Hotel de Miramar, en Viña del Mar: “Todos los años por el mes de febrero, se representa en este bellísimo escenario, verdadero pináculo del país, una comedia en cuatro actos que corresponde a las cuatro semanas del mes en curso. Los autores son más o menos los mismos de siempre. La Compañía de Teatro la componen hacendados acaudalados o mayores contribuyentes, diplomáticos distinguidos, políticos notables, banqueros famosos (...) gentes que tratan de divertirse y cuyo decálogo es el menú. Vienen a lucirse empeñadas sin cesar en la lucha de parecer (...) ¿ Qué se representa (...)? El tema principal representa la vanidad, vanidad de ser alguien muy altamente colocado o muy conspicuo(...)". (cit. en Barros y Vergara; p. 61) 944 Vial; op. cit.; pp. 662-663. Verniory nos cuenta como bebían las clases altas de provincia, en el sur, en una fiesta de cumpleaños: "Se empieza con una media docena de vermouth a guisa de aperitivo. Viene en seguida la cazuela (que) se acompaña con un vino blanco San Andrés, excelente por lo demás. Sigue una avalancha de platos rociados por un torrente de vinos Urmeneta, Panquehue, Subercaseaux, los mejores de Chile (...) Una fiesta de la cual los invitados no salieran convertidos en cosacos, se consideraría como un aburrimiento mortal. Yo bebo, por cierto, moderadamente dentro de lo posible, tanto porque quiero conservar cierto prestigio, cuanto porque mi estómago, aunque bastan­ te firme, no me permitiría seguir a los chilenos en sus pantagruélicas libaciones. A la hora de los brindis, la fiesta se transforma en un aniego (ahogo en líquido). Alguien bebe a la salud del dueño de casa, y cada uno bebe un vaso al seco (...) El señor (Felipe) Illufiz, agradece, nuevo vaso. Conti­ núa brindando a la salud del señor Verniory ...Un invitado agradece al eminente ingeniero belga, y bebe por Bélgica, Verniory bebe por Chile. Un invitado bebe por su vecino de la derecha, y este por el de su izquierda y así en menos de media hora una docena y media de ‘toasts', lo fuerzan a uno a vaciar la misma cantidad de copas (...) después del café llega el jerez, y los 'toasts' recomienzan. Se vuelve a beber por todos los invitados, por la patria, por la terminación del ferrocarril, por el gobierno, por la oposición, y por fin se toma sin saber por qué. " (Verniory; pp. 140-141)

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molestarse (...) No hay que enojarse, compadre (...) Nadie oye a nadie. A intervalos salen unos en dirección del comedor, y en la sala de sesio­ nes se sienten los estampidos de los corchos de las botellas de champaña. Parece, por momentos, que hubiera un fuego graneado (...) La sala lle­ na de humo que despiden los cigarros puros. El ambiente impregnado de vapores alcohólicos. Los diputados en orden disperso. Aquél tiene los pies sobre una mesa. Ese otro ronca estrepitosamente. Este, con el chaleco abierto y sin corbata, parece (...) lo acabaran de fusilar (...) Más que sesión permanente (...) una merienda de negros”945. Otro “signo de los tiempos” fue “la febril pasión aristocrática por el azar. La antigua clase alta no |o había mirado con indulgencia (...) ‘Las clases dirigentes -recordaba Julio Subercaseaux- aborrecían el juego’. El Banco de Chile no aceptaba empleados suyos en las carreras; incluso llegó hasta cerrar la cuenta que tenía el Club Hípico. Don Pedro Montt rechazó, inflexible, toda legalización del juego y toda ‘caridad’ que lo tomara como financiamiento. Contrastaba esta actitud, exhibida por la aristocracia santiaguina, con lo habitual en provincias, donde se jugaba constantemente, y sumas enormes946. Todo, por cierto, se hallaba ador­ nado con alguna hipocresía. El Club de la Unión (...) prohibió el popu­ lar 'cacho’ (...) Pero, al mismo tiempo, discretas salitas solían ocultar ‘naiperos’ selectos (...) quienes fiaban a las cartas verdaderas fortunas: algunos entre ellos (...) eran tahúres que vivían de y para las cartas”947. Sin embargo, ya “avanzando el siglo XX, la aristocracia (santiaguina) le perdió la distancia al juego. Este se practicó a todo trapo. Aumentó en los clubes: el de Santiago, por ejemplo, hacia 1910 sólo subsistía por los naipes; inclusive se dijo que la administración los manipulaba sin escrúpulos. Proliferaron los garitos. Durante los ‘veraneos’, el azar era rey: en Viña, por ejemplo, fueron su teatro el club y las casas particulares; jugaban hasta las mujeres, y se amanecía ganando y perdiendo febril­ mente cantidades cuantiosas”948. A su vez, en el Club Hípico el juego fue legalizado en 1902 y “fue cedida para beneficencia una proporción de su producto, el cual vino a ser -decía (Julio) Subercaseaux- un ‘río de oro’”949.

945 cit. en Vial; op. cit.; p. 613. No cabe duda que se sentían - [y eranl - los "dueños” del país.

946 Verniory, en la última década del siglo XIX, fue testigo del juego en el hotel de las termas de Chillan: “En la noche (...) los amantes de las emociones fuertes pasan a las salas de ruleta y de baccarat. Se juega fuerte. Se nos cuenta el caso de un hacendado que a las dos de la mañana, la noche antes de partir, estaba casi sin un centavo, a las diez partía llevando treinta mil pesos. Nos cuentan también que otro no sólo había sido despojado de todo el dinero que poseía, sino que tam­ bién había jugado y perdido sus propiedades, y había salido absolutamente arruinado. Nos hablan también de varios suicidios ¡Qué triste pasión ésta del juego, tan arraigada en las costumbres chile­ nas!”. (Verniory; p. 356]

947 Vial; op. cit.; pp. 663-664.

948 Vial; op. cit.; p. 664. 949 Vial; op. cit.; p. 665.

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Así también se desarrolló la prostitución elegante: “aparecieron, con el influjo trasplantado (de París], las demi-mondaines. Algunas eran extranjeras, o pasaban por tales, como las hermanas Layard ‘Una (...) despertó (...) gran entusiasmo en un joven e inteligente político, que la llevó a dar un paseo por Europa’), Nelly Brown, la 'agabachada y pim­ pante’ Adelita Cousirat (quien juntó una pequeña fortuna) (...) Oca­ sionalmente sufrían un bochorno - se aseguraba que la Cousirat había sido obligada a abandonar el salón de té de Gath y Chaves, por exigirlo así de la administración unas señoras virtuosas-, pero lo general era verlas desplazarse arrogantes y envidiadas, derrochando elegancia, lujo y encanto. Tenerlas como queridas era un censo, pero daba lustre so­ cial. El sector alto más extranjerizado (...) llegó a considerarlas un ele­ mento habitual”950. También “las hubo chilenas, de diversos niveles (...) Para tales cocottes mapochinas existían discretos hoteles y casas de citas en calles alejadas. Muy cotizado, por ejemplo, era el hotelito que regentaba un francés en Providencia, Avenida Seminario, y que combinaba con un elegante lenocinio céntrico, el cual lo abastecía de mujeres ‘a pedido’. También fue usual que varios jóvenes mantuviesen colectivamente una gargonniére (...) Los burdeles asimismo vieron los progresos(...) Había muchas categorías (...) Los prostíbulos más elevados eran conocidos como 'casas de diversión’ o ‘casas privadas’; seguían las ‘casas de tole­ rancia’ y cerraban la marcha los simples ‘lenocinios’ (...) Entre las casas más refinadas se contaron las que regentaban Jesús Cedrón, Sofía Ro­ cha y ‘la María Luisa’. La Cedrón era peruana; servía ‘exquisitos guisos’ limeños y componían ‘la concurrencia (...) grandes señores, ministros de Estado, parlamentarios y no pocos petimetres (...) los cuales con su alegre y brillante juventud eran mimados por las dueñas de casa’. ‘La María Luisa’ (...) tenía un verdadero salón literario; su álbum incluía un croquis de (Alfredo) Valenzuela Puelma y sonetos que firmaban Pedro Antonio González, (Carlos) Pezoa Véliz y Antonio Orrego Ba­ rros; Coke (Jorge Délano) añadió un esbozo representando una bailari­ na (...) La vida prostibularia era tan activa que, hojeando el ‘Baedeker de la República de Chile (1910)’, se leía: ‘...en todos los barrios de San­ tiago existen casas de diversión en las cuales, fuera de su género pecu­ liar, sólo hay servicios de licores. Las direcciones de estas casas las tie­ nen por lo general todos los cocheros del servicio público’”951. Otra de las características que refleja notablemente las peculiarida­ des de la oligarquía chilena del período es la recurrencia al duelo como forma de resolver conflictos interpersonales en el seno de ella. Pero se trataba de un tipo de duelo muy especial, en el que lo que primaba era la apariencia caballeresca de colocar el sentido del "honor” por sobre cualquier otra consideración. Es decir, tomando las providencias para

950 Vial; op. cit.; pp. 666-667.

951 Vial; op. cit.; pp. 667-668.

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que no se produjeran resultados graves. Así, el duelo se constituyó en un “recurso harto frecuente en los días del régimen parlamentario para lavar las injurias personales sin mayores consecuencias”952. De este modo, se combinaba el sentido de casta superior, la intolerancia y el recurso a la violencia, con la contradicción entre la teoría y la práctica adecuadas a los propios intereses953. Pero quizá donde mejor se expresaba la vanidad, el sentido de casta y el espíritu de emulación de la oligarquía de la época, era en la impor­ tancia asignada a las páginas sociales de diarios y revistas. Incluso, revis­ tas como Zig Zag eran, en buena medida, una extensa “página social”: “En el cambio de siglo, diarios,y revistas contribuyeron a estructurar las jerarquías sociales en una forma tal, que trascendía la vida cotidiana y el voyerismo urbano; en virtud de sus páginas sociales, los exclusivos eventos de la oligarquía mudaron en objetos de conocimiento público(...) Ya en la década de 1880, el político radical Carlos Toribio Robinet, en palabras de (Luis) Orrego Luco, escribió ‘crónicas sociales muy co­ mentadas y aplaudidas por las damas, en las que hablaba de las grandes fiestas, que adornaba con la descripción de los grandes trajes de los concurrentes, por lo que su amistad era muy solicitada en los salo­ nes’(...) Las portadas de un medio como 'La Revista Azul’, que acos­ tumbraba reproducir retratos fotográficos de jóvenes mujeres de la so­ ciedad santiaguina (y, ocasionalmente, viñamarinas y serenenses), ofrecieron un medio de exposición social análogo a la primera línea de los palcos del (Teatro) Municipal”954.

952 Donoso (1952);Tomo I; p 166. Una trágica excepción la constituyó un duelo en serio, para las elecciones de 1915, en que el liberal-democrático Carlos del Canto mató al diputado liberal por Chiloé Guillermo Eyzaguirre. Curiosamente, las circunstancias del duelo fueron poco claras e incluso Carlos Vicuña Fuentes sostuvo que del Canto “mató por su mano, en un duelo irregular de un balazo por la espalda, al diputado liberal don Guillermo Eyzaguirre, dos dias antes del comi­ do, y con la compliddad de las autoridades judidales, no sólo eludió la cárcel sino que pudo sembrar el terror entre los indefensos aliancistas”. (Carlos Vicuña (2002); p. 74) En todo caso, lo que sin duda fue “irregular” es que alguien muriera como consecuencia de un duelo en el Chile de la época. El mismo Carlos Vicuña nos ilustra lo grotesco de dichos duelos a través de uno en que le tocó participar como protagonista. (Ver Carlos Vicuña; (2002); pp. 243-246) 953 Ciertamente que en teoría el duelo se tomaba muy en serio. Así, en 1895, el diputado radical Jorge Huneeus Gana, en relación a un proyecto de reforma de la ley de imprenta destinado a endurecer las penas por injurias o calumnias, señalaba: “La verdadera reforma que convendría (...) establecer cuanto antes en la educadón nadonal es la de acostumbrar desde temprano a nues­ tros condudadanos a no dejarse vejar en su camino, sin castigar las injurias y sin repeler las calum­ nias. Estemos seguros de que cuando entre nosotros sean tan frecuentes, como lo son en Franda y Alemania, las reparadones personales exigidas valientemente por las armas, por los agredidos en la prensa, ésta será más cortés (...) En una palabra, por más que nos duela reconocerlo, hace falta, mucha falta en Chile la educación regular para el 'duelo' entre los hombres (...) Sepamos todos batimos en duelo con el primer adversario que nos insulte y se acabarán los insultadores y difamadores de profesión", (cit. en Heise; Tomo I; p. 184) Es notable en este texto, además, el sustrato machista y la omnipresente admiración por Europa.

954 Manuel Vicuña; p. 63. Es sintomático también, en este sentido, que "hada el novedentos cunde el interés por las investigadones genealógicas, (...) Domingo Amunátegui Solar publica entre 1901 y 1904 su obra ‘Mayorazgosy Títulos de Castilla’; Tomás Thayer Ojeda investiga entre 1908

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Una oligarquía regida por estos valores y apariencias no podía dejar de ser profundamente despectiva con los sectores populares y medios de la sociedad. El referido a los sectores populares era más que eviden­ te. Las expresiones “roto”, “rotaje”, “bajo pueblo”, etc. que hemos visto a lo largo del libro las ilustran hasta la saciedad. Lo mismo las experien­ cias del “inquilino” Tancredo Pinochet o las que vivió Verniory en la Araucanía955, entre otras. Así también era despectiva la visión oligárquica sobre las pretensiones políticas de los sectores obreros. Recordemos las rotundas expresiones de Enrique Mac Iver: “Los obreros no tienen cul­ tura ni preparación suficiente para comprender los problemas de go­ bierno; menos para formar parte dé él”956. O tengamos en cuenta al historiador y político Alberto Edwards: “Se ha ido formando en estos últimos años (...) una agrupación obrera, llamada Partido Democrático (...) Ella pretende que el país debe ser gobernado por las clases inferio­ res de la sociedad, a despecho de la escgsa cultura moral e intelectual que ordinariamente alcanzan”957. O la renuencia de Ramón Barros Luco a aceptar un ministro de dicho partido958. El desprecio a los sectores populares se demostraba también en la vida diaria con el sistema de apartheid económico en los tranvías959 y en los trenes960. Sin embargo, en relación a la emergente clase media, la oligarquía unía al desprecio una profunda animadversión, provocada quizá por el hecho de que aquella le planteaba un desafío político-social más inme­

y 1913 sobre ‘Los Conquistadores de Chile.' En 1911 se funda la Sociedad Chilena de Historia y Geografía. En sus páginas campean con frecuencia los estudios genealógicos a cargo de autores como los hermanos Thayer Ojeda, Guillermo Cuadra Gormaz, Juan L. Espejo, Femando Márquez de la Plata y otros". (Barros y Vergara; p. 124]

955 "Los rotos (...) sin cultura me quieren mucho, pues jamás me muestro altanero con ellos, como lo hacen los caballeros chilenos”. (Verniory; pp. 277-278] Incluso los informes de diplomáticos bri­ tánicos se hacían eco del desprecio a las clases populares chilenas: "Las características nacionales (de la clase baja] son, me temo, crueldad, un profundo desprecio por la vida humana, ociosidad y una fuerte propensión a la bebida y el robo"; “Sus instintos (de los trabajadores no calificados] son en gran parte de salvajes, (y en una multitud] se convierten en bestias; (los trabajadores de la marina mercante son) la escoria del país...", (cit. en De Shazo; pp. 49-50) 956 cit. en Castedo; p. 55. 957 cit. en Vial; op. cit., pp. 677-678. 958 Ver Rivas; Tomo I; p. 585. 959 El pasaje de Ia clase costaba el doble que el de 2a. (Ver Castedo; p. 28)

960 "... un carro (de trenes) de tercera ingleses o alemanes, son mejores que los de primera chilenos (...) (los de tercera chilenos) tiene la misma superficie y la misma capacidad cúbica que los carros de primera y éstos están destinados para sesenta y dos pasajeros, miéntras los de tercera son para ciento treinta (...) En tercera clase hay cuatro hileras de bancos largos, de madera, sin espacio para mover­ se. El trato que reciben los pasajeros de tercera es trato de perros, de animales, no de hombres (...) Esos carros no se han construido tomando en cuenta la capacidad respiratoria del sub hombre que está llamado a transportar (...) Chile ha mandado hacer estos carros de tercera, que no se hacen para ningún otro país del mundo; ha tenido que explicar que no son para hombres, ni para caballos sino para una especie animal especial, el sub hombre". (Pinochet; pp. 94-95]

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diato. Así, “al comenzar el siglo aún los hombres superiores de la clase media eran objeto de postergación, burlas y hasta humillaciones. Miem­ bros de la clase media que lograban destacar en el seno de los partidos conservador y liberal debieron enfrentar estas preocupaciones sociales y, a menudo, debieron sufrir postergaciones injustas”961. Muy gráfico, en este sentido, fue Alberto Edwards; “Más abajo de esa alta sociedad burguesa (la aristocracia) que todo lo puede, existe en situación desmedrada y vergonzosa casi, lo que entre nosotros desempeña, (...) el papel de pequeña burguesía. Los calificativos ridículos del dicciona­ rio se han agotado piara distinguir a esta clase infortunada: son los pijes, los pipiólos, los siúticos. La aristocracia (...) se complace en adornar al pobre que pretende vivir como caballero, con todos los defectos, vicios y ridiculeces imaginables (...) Se le acusa de entrometido, pretencioso, falso y poco honorable; se le arroja en la cara como un estigma su po­ breza y los afanes que gasta para ocultarla; se le reprocha su mal gusto, su escasa educación y la torpeza o amaneramiento de sus modales; sus vestidos, sus sombreros y sus corbatas. El pobre pequeño burgués pare­ ce haber nacido para hacer el papel de caricatura animada durante toda su vida”962. Particularmente, el desprecio hacia la clase media se hacía sentir en la mujer aristocrática: “El abismo es mucho más hondo entre las mujeres de ambas clases, que jamás alternan juntas, que entre los varones los cuales, ya por razón de política o de negocios, ya por mero esnobismo literario, se ven en la necesidad de juntarse (...) los hombres de la clase media (llegan) hasta la mansión de los aristócratas (...) pero allí no llegan las mujeres siúticas, cuya existencia es ignorada por las damas de la aristocracia. Les parece hasta de mal tono interesarse aun por la salud de los cónyuges o hijas de sus propios invitados de favor. Las mujeres subrayan su desdén en las modas del traje y del ajuar de casa: introducen las novedades, les dan lustre y valía, y las

961 Heise; Tomo I; p. 174. Ilustra Heise que “es el caso de Eliodoro Yáñez, hijo de una distinguida familia de clase media, que llegó a ocupar destacada situación en el Partido Liberal. Desde sus prime­ ros años en el Instituto Nacional debió soportar la odiosa, y a veces cruel exteriorización de las preocu­ paciones sociales por parte de sus compañeros de colegio". Su connotada carrera política y parlamen­ taria “permitió que los radicales levantaran su nombre como precandidato en la convención presidencial de la Alianza Liberal (...) en mayo de 1915". Una maniobra política hizo que fuera desplazado, a favor de Javier Angel Figueroa Larraín y “fue opinión general -dentro y fuera de la Convención- que esta maniobra política tuvo por objeto impedir que la presidencia de la República recayera en un miembro de la clase media. Todos los círculos de la Alianza Liberal estaban seguros de que el precandidato habría alcanzado el triunfo (lo que no sucedió con Figueroa que fue derrotado por Juan Luis Sanfuentes). Pero, desafortunadamente, Eliodoro Yáñez no pertenecía al grupo aristocrático". (Heise; Tomo I; pp. 174-175) Carlos Vicuña tiene la misma idea sobre la discriminación oligárquica en contra de Yáñez en 1915. (Ver Carlos Vicuña (2002); pp. 85-86) 962 cit. en Vial; op. cit.; p. 676. Esta animadversión no evitaba cierta condescendencia como la reflejada por El Mercurio para el año nuevo de 1908: "En la Plaza de Armas, la mayor de nuestras plazas, y en las menores, entre las gentes aristocráticas y los burgueses, todos nos abrazaremos. La costumbre galante y sincera, aunque deun minuto, no perjudica". [El Mercurio, 31-12-1907) Con­ descendencia que no contemplaba a las clases populares. Recordemos que aquel ánimo de cele­ bración fue expresado diez días después de la masacre de Santa María de Iquique.

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abandonan en cuanto se generalizan, para distinguirse siempre de las gentes medias (...) Las fiestas y reuniones sociales de la aristocracia, aun las que se costean con fondos por motivos oficiales (...) se hacen inacce­ sibles a la clase media. Las aristócratas toman las medidas más pueriles para que la fiesta no se llene de siúticas y se eche todo a perder; ya se limitan las entradas o invitaciones y se controla su distribución; ya se les da un precio excesivo, que hace palidecer a los maridos- (...) ya, por fin, se forman círculos internos que dejan arrinconadas a las intrusas, vícti­ mas del comentario burlón, desnudo de piedad y gentileza”963. Además, la oligarquía buscaba consagrar las divisiones con la clase media desde la infancia: “Jamás los riiños caballeritos van a las playas o paseos donde puedan reunirse libremente con otros niños de menor situación social. En cuanto un local se democratiza demasiado, las mamás aristocráticas sacan de él a sus hijos para que no se contaminen. Hay en las grandes ciudades numerosos^colegios particulares donde las madres pueden estar seguras de que sus hijos no tendrán compañía sino con niños de familia: los Padres Franceses, los Jesuítas, el Instituto de Humanidades. En otros, como el Seminario Conciliar, entran tam­ bién los siúticos pero infamados con el nombre de damianos, vestidos de modo diferente y tratados ostensiblemente como gente inferior. La separación ha llegado hasta los colegios del Estado. Para que la escuela primaria no democratice con su comunidad a todos los niños, se han inventado las preparatorias de los liceos, especie de escuela primaria anexa a éstos que dispensa a los caballeritos de asistir a la escuela co­ mún, con el pretexto de una mayor eficacia pedagógica”. Incluso, el Instituto Nacional “fue dividido en dos secciones, una de externos y la otra de medio pupilos. Estos últimos, mediante una módica pensión, almuerzan y hacen once en el colegio, y este sencillo artificio permite separar profundamente las dos secciones. Aunque oficialmente todo el colegio está abierto para todos, entre los mediopupilos sólo logran ca­ bida los niños de familias de pro (...) los niños de ambas secciones... no se ven nunca, ni asisten a las mismas aulas, ni juegan en los mismos patios, ni saben sus nombres respectivos, ni se ven siquiera en fiestas comunes”964. El desprecio oligárquico a la clase media y los sectores populares se expresó en su total insensibilidad frente a los dramáticos problemas sociales que afectaban a la gran mayoría de la población. Pese a las

963 Carlos Vicuña (2002); pp. 32-33. 964 Carlos Vicuña (2002); p. 34. Por ello, el mismo Vicuña señalaba que "no es extraño que esos mismos niños aristócratas criados así, al llegar a grandes, crean de buena fe que todas las funciones directivas y preeminentes les corresponden por derecho propio, stirpis causa: la Presidencia de la República, los ministerios, las embajadas, el rectorado de la Universidad y todas las direcciones de los servicios públicos. Así también han creído que el propio parlamento y la magistratura judicial superior eran cosas suyas, y cuando han visto que se les escapaban, se han sentido atropellados. Así también se comprende que hayan pensado que su opinión era la única admisible". (Carlos Vicuña (2002); pp. 34-35)

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evidencias presentadas por diversos estudios y estadísticas; por la ex­ periencia diaria; e incluso por comisiones investigadoras del mismo Congreso; la élite política y social no llevó a cabo ninguna reforma social relevante durante todo el período. Y las poquísimas leyes sociales aprobadas, de carácter puntual, se diseñaron de tal modo que fueron completamente inefectivas. Así ocurrió, con las leyes de Habitaciones Obreras de 1906; de Descanso Dominical de 1907; la que obligaba a proveer de sillas a los empleados de comercio de 1914; la de compen­ sación de accidentes del trabajo de 1916; y la de Salas Cunas de 19 1 7965. La otra iniciativa desarrollada fue la creación gubernamental, en 1907, de la Oficina del Trabajo, dependiente del Ministerio de Industria y Obras Públicas, cuya labor se restringía a recopilar y publicar estadísti­ cas laborales y sociales966. En cambio, el Congreso rechazó un proyecto de ley presentado por el diputado demócrata Malaquías Concha, en 1901, que pretendía “ga­ rantizar el descanso dominical y la seguridad y limpieza de los estable­ cimientos laborales; fijar una jornada de trabajo de 10 horas y normas especiales para el trabajo de mujeres y niños”967. Luego, como vimos, después de la matanza de Valparaíso en 1903, la Cámara rechazó una propuesta del diputado radical Fidel Muñoz, de crear una comisión que “estudie la cuestión obrera y presente proyectos de ley tendentes a reglamentar el contrato de trabajo, resolver por arbitraje las diferencias entre patrones y obreros y constituir el seguro o indemnización por los accidentes del trabajo y el ahorro obligatorio”968. A su vez, en octubre de 1903, Malaquías Concha solicitó infruc­ tuosamente al Gobierno, en la Cámara, el término del monopolio de las pulperías en las salitreras969. Posteriormente, en 1904, la Cámara designó una comisión especial para que investigara la situación de los

965 Ver Vial; op. cit.; pp. 533-536; De Shazo; pp. 40-41; y Morris; p. 107.

966 “La oficina se vio afectada desde el comienzo por un presupuesto reducido; personal insuficiente y sin preparación; y falta de cooperación por parte de la industria. Sin embargo, logró publicar irregularmente un boletín de calidad inestable. El mayor aporte consistió en establecer, en la persona de su director, un ‘experto laboral’ dentro del gobierno al que se podía recurrir en caso de alguna urgencia”. (Morris; p. 107) 967 De Shazo; p. 40. Un informe de la Sociedad de Fomento Fabril, acogido favorablemente en El Ferrocarril, se oponía a las disposiciones del proyecto sobre descanso dominical y limitación de la jornada laboral. El señalaba que “el obrero (chileno) trabaja cuando quiere", y generalmente solo cuatro o cinco días a la semana, que por esa "informalidad” el patrón debía "luchar desespe­ radamente para (poder) cumplir sus compromisos"; y que los trabajadores tenían una "vida relati­ vamente fácil”, ya que sus necesidades eran "reducidas (...) a consecuencia de la falta de cultura” y sus “elevados" salarios, (cit. enVial; op. cit.; p. 535) Posteriormente, en junio de 1915, el diputa­ do radical Eduardo Suárez Mujica sostendría todavía en la Cámara que “no hay necesidad de legislar sobre esta materia (descanso dominical), porque en Chile los obreros trabajan cómo y cuando quieren, sin que los capitalistas se impongan jamás sobre los obreros, y, por el contrario, son éstos quienes dictan la ley a sus patrones", (cit. en Feliú; p. 115)

968 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 20-6-1903.

969 Ver Donoso (1952); Tomo I; p. 153.

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obreros salitreros en el norte. Pese a que sus conclusiones fueron nega­ tivas respecto de aquella970, ni el Gobierno ni el Parlamento adoptaron ninguna medida legislativa ni política destinada a mejorar la suerte de aquellos sufridos trabajadores971. En 1906, “la Cámara de Diputados estableció una comisión espe­ cial de Legislación del Trabajo y después de seis años de existencia continuada la declaró comisión permanente”972. Sin embargo, nada fruc­ tífero salió de ella. En 1910, el diputado liberal Manuel Rivas Vicuña presentó un pro­ yecto de ley de conciliación y arbitraje facultativos de los conflictos laborales, el cual ni siquiera fue considerado973. Luego, en 1911, el diputado radical Armando Quezada Acharán “insistió (...) en la necesidad de discutir los proyectos de legislación social que se hallaban pendientes, entre los cuales figuraban los relati­ vos a los accidentes del trabajo, a la creación de la Inspección del Traba­ jo, el que reglamentaba el trabajo de las mujeres y los niños, y otro sobre creación de una caja de crédito prendario”974. En 1913 la Cámara designó una nueva comisión para investigar la situación de los obreros del salitre. Y pese a que las conclusiones fueron tremendamente críticas (como se reseñó anteriormente), tampoco se aprobó una legislación para mejorarla. Lo mismo pasaría con una ter­ cera, en 1919, pese a que “su largo y detallado informe fue muy severo con los patrones”975. Como señala Guillermo Feliú Cruz, “cuando las huelgas producían alarma pública, el Congreso designaba comisiones parlamentarias (...) para investigar la causa de ellas, el fondo de posibilidades de arreglo en las reclamaciones de esas gentes y reparar las injusticias. Se redactaban largos y prolijos informes, (...) que terminaban con un proyecto de ley. Ahí quedaban en los Archivos de las Cámaras, o en los del Ministerio del Interior”976. O como amargamente exclamaba Malaquías Concha en la Cámara en 1905: “[Qué van a preocuparse los honorables diputados del pro­ 970 "La condición moral de los obreros de la pampa es a todas luces deficiente e influye sin duda en el fomento de su malestar. El operario vive deprimido por el abandono moral en que se le tiene", (cit. en Vial; op. cit.; p. 772)

971 Además, los tímidos proyectos de leyes elaborados por dicha comisión fueron activamente combatidos por la Combinación Salitrera (de Productores) que por medio de una circular “anun­ ciaba que se habían impartido instrucciones a los abogados que tenía... tanto en Santiago como en Valparaíso ■ fin de que trabajaran por detener o modificar esos proyectos, pues los estimaban ruino­ sos para la industria". [El Chileno, 22-12-1907) 972 Morris; p. 107.

973 Ver Morris; p. 146. 974 Donoso (1952); Tomo I; p. 159. 975 Vial; op. cit.; p. 773.

976 Feliú; p. 121.

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yecto que prohíbe el trabajo nocturno de las mujeres y los niños! [No se excitan por estas cosas los nervios de Sus Señorías!”977. Obviamente, esta profunda insensibilidad social buscaba justificar­ se de alguna manera. Para esto la oligarquía utilizaba contradictoria­ mente dos discursos: el de la negación o distorsión de la realidad social, combinada con la concepción de que la desigualdad social era inheren­ te a las sociedades humanas. A su vez, esta última recibía su justifica­ ción más coherente en el fundamento seudo-religioso de que la socie­ dad existente constituía el orden natural querido por Dios. Quizá la mejor ilustración del discurso contradictorio de la oligar­ quía lo podemos ver en el Ministro del Interior, el nacional Rafael Sotomayor Gaete, acerca de la masacre de Iquique. Así, junto con de­ fender el horrendo crimen de Iquique, pretendió negar la existencia misma de clases sociales en Chile: “Aquí no hay más que una clase social (...) Creo que en nuestro país, más que en ningún otro que yo sepa, hay manifestaciones elocuentes que no existen opresores ni opri­ midos”. Acto seguido reconocía la existencia de clases sociales, pero sostenía que ello no era el producto de la ley: “Ábrase la ley de presu­ puestos y véase donde hay algún ítem o partida que signifique algo en beneficio exclusivo de la clase acomodada”. Luego señalaba que eran tan hondas las diferencias de clase social, que hacían que eventuales incitaciones a la sedición constituyeran o no delitos en la medida que se dirigían a las clases altas o populares. Así, cuando Arturo Alessandri le enrostra la incautación del diario La Época, y le pregunta: “¿no sería entonces justificado que se impidiese la circulación del diario que pre­ dica la disolución del Senado de la República? ¿Por qué han de ser artículos sediciosos los que atacan al Ejecutivo, y no los que lo incitan a que se salga de la Constitución del Estado y atropelle al Congreso?”; Rafael Sotomayor le contesta: “El diario La Epoca es un periódico que tiene entre sus lectores alguna gente inconsciente y ha publicado noti­ cias falsas para incitar al pueblo a la venganza; pero no son lo mismo los periódicos que están llamados a circular en las clases altas de la sociedad, aunque en ellos se hable de sedición. Esos artículos no hacen mayor daño (...) No pasa lo mismo con el pueblo que discierne poco y que, fácilmente, se puede sentir animado para subvertir el orden públi­ co”978.

977 cit. en Vial; op. cit.; 549. La extrema insensibilidad social de la oligarquía chilena puede verse grotescamente ilustrada por la siguiente reseña de la Revista Zig Zag: “En Iquique se ha celebrado un gran meetingpara protestar contra la inmigración china. El obrero nacional es caro y regalón. La entrada súbita de diez mil colies que no comen, ni gastan, ni consumen nada, es una amenaza. Igual amenaza es la que tiene un gato doméstico que bebe leche, come carne, y se acuesta sobre la alfombra, ante la llegada de un quique chileno que no se alimenta sino con ratones, y se pasa todo el día enojado... como quique, en un rincón del último patio. Los salitreros importarán seguramente los chinos que necesitan. Pero se me ocurre que los infelices van a pasar mal rato". [Zig Zag, 12-5-1907J Siete meses después vendría la masacre de Iquique... 978 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 2-1-1908.

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Posteriormente, el mismo Sotomayor planteaba que los obreros salitreros [eran privilegiados respecto de los patrones!: “...en las rela­ ciones entre trabajadores y patrones en las salitreras, existe la ley del embudo. La responsabilidad pesa sobre los patrones; pesa también so­ bre éstos las exigencias muchas veces desmedidas y los caprichos del trabajador. Este abandona la faena cuando se le antoja por cualquiera causa o por cualquier pretexto. El patrón no puede impedirle que se retire; y en cambio cuando quisiera hacerlo irse no puede decirle: ‘Vá­ yase, porque no me conviene’. Necesita contemporizar con el trabaja­ dor, tolerarlo, aun cuando ocurra, en más de un caso, que ese operario sea un hombre díscolo, un elemento de discordia, un elemento revolu­ cionario. ¿Existe una condición igual para unos y otros? No, señor Pre­ sidente (...) Se dice que el patrón se impone al trabajador, y es al revés, el operario es quien se impone al patrón”. Por esto Sotomayor llama a la igualdad y a la justicia en las relaciones laborales tan abusivas contra los patrones: “Hay que procurar que patrones y operarios queden en un mismo pie de igualdad. En esto debe empeñarse, con criterio de justicia y de equidad, el legislador (...) Porque si no queremos que haya en el país clases privilegiadas, no convirtamos tampoco en privilegiada a la clase obrera, pues con esto no hacemos otra cosa que dar a unos todo lo ancho del embudo con notable perjuicio para los demás”979. Las contradicciones de Sotomayor eran, por otro lado, tan patentes que, al mismo tiempo que reconocía la miseria de la condición de vida de los obreros, [planteaba su carácter privilegiado!: “Si hay un pueblo que no tenga derecho a quejarse por esta causa (material) es precisa­ mente el chileno, al que no le faltan recursos para la satisfacción de sus necesidades más premiosas y aun de las que no lo son en cierta manera. A su disposición están con este objeto los dineros del Estado y de la sociedad dispuesta siempre a socorrerlos en una forma desproporcionada a su peculio con numerosas instituciones industriales, sociales y de be­ neficencia, hasta con actos de virtud que no son muy conocidos en otras partes del mundo (...) ¿cuántos millones destina el presupuesto a aliviar a la gente desvalida de las clases populares? ¿Cuántas sociedades de jóvenes, de caballeros, de señoras no hay dirigidas a amparar no sólo a los obreros enfermos o inválidos, sino también a la hez de la sociedad, a los criminales? (...) Las más distinguidas damas de la República en­ tran a los lugares más inmundos, a lugares donde no entrarían en su propia casa, en sus propios fundos, a contribuir con su óbolo a aliviar pobrezas y a alentar con sus consuelos las miserias morales. Es que no 979 Boletín de Sesiones de la Cámara; 30-12-1907. Recalcando estas ideas, Sotomayor sostenía días después: “En la última sesión hice también observaciones para manifestar cuál es el propósito de nuestra clase obrera; lo único que persiguen nuestros trabajadores es obtener el mayor salario posible, trabajando lo menos posible. No se trata de obtener por una unidad dada de trabajo una mayor remuneración, sino que lo único que desean es sacar el mayor jornal posible sin trabajar en nada (...) lo único que persiguen los operarios es su provecho y el perjuicio de las oficinas (salitreras), de la industria en general'1. (Boletín de Sesiones de la Cámara; 2-1-1908]

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hay aquí sino una sola clase social; y si hay alguna que vaya siendo privilegiada es precisamente aquella que se dice explotada por las de­ más”980. La admiración de los esfuerzos paliativos de la miseria popular, por parte de la oligarquía, solo puede entenderse por la concepción de que la desigualdad social respondía al orden natural de la vida humana: “...en ninguna parte del mundo el trabajo material puede conducir a la fortuna: a lo más puede proporcionar cierto bienestar”981. Ciertamente, esta visión podía lograr su mejor respaldo en una con­ cepción distorsionada de la religión, en la que se percibiera a la socie­ dad existente como respondiendo al orden natural querido por Dios y en la que las clases altas se vieran a sí mismas como las mandatadas por Dios para conducir y orientar en la Tierra a sus inferiores: las clases populares. Así, de acuerdo a Luis Barros y Ximena Vergara, “es desde esta perspectiva religiosa que el mundo oligárquico se integra y legitima tradicionalmente. Que esta idea conciba la realidad como el mero re­ flejo de un orden sobrenatural, que no vea en ella más que la voluntad inmutable, absoluta e imperiosa de un Creador, implica atribuir a la realidad un carácter inmanente que la determina por entero. La com­ plejidad de lo real se reduce así a un cúmulo de signos de la obra de Dios (...) El gesto creador confiere un sentido único y último a la rea­ lidad; cuanto en ella se manifiesta y acontece, encuentra necesariamen­ te su razón de ser en la voluntad del Creador (...) Para los pocos elegi­ dos como dignatarios de Dios aquí en la tierra, esta misma revelación les dice que su naturaleza ha sido ya redimida y que su misión no es otra que la de asumir la representación de Dios Padre frente al resto. Se aclara entonces de golpe el sentido que tienen sus relaciones con los demás y con los bienes de este mundo. Que concentren el poder en sus manos, que posean la tierra, que se sirvan del trabajo de los otros para su propia subsistencia, que se impongan el deber de la caridad (...) todo ello no es más que un reflejo de la superioridad moral con que los ha agraciado el Creador (...) Las discriminaciones que ocurren en el ámbito político, económico y social, calcan simplemente la jerarquía espiritual que Dios ha querido establecer entre sus criaturas (...) En suma, la construcción social se vierte por completo en los designios de Dios, sintetizándose así en la idea de una jerarquía espiritual que mar­ ca la superioridad de unos pocos y la inferioridad de los más”982. Entre las múltiples expresiones de esta “ideología religiosa”, cabe resaltar la Pastoral de 1893 del Arzobispo de Santiago, Mariano Casanova, “sobre la Propaganda de Doctrinas Irreligiosas y Antisociales”, en

980 Boletín de Sesiones de la Cámara; 2-1-1908.

981 Rafael Sotomayor, en Boletín de Sesiones de la Cámara; 2-1-1908. 982 Barros y Vergara; pp. 159-160.

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la que se señala que “el socialismo establece como un derecho la igual repartición de los bienes de fortuna entre todos los ciudadanos, y como consecuencia la abolición de la propiedad (...) La simple enunciación de esta doctrina basta para persuadirse de que su aceptación traería consigo la ruina de la sociedad tal como Dios la ha establecido. En efecto, la completa comunidad de los bienes de fortuna destruiría la desigualdad de condiciones sociales en que se funda la sociedad. Para que la sociedad subsista es menester que haya relaciones necesarias entre los asociados, de modo que cada uno de los asociados necesite para la satisfacción de sus necesidades del concurso y servicio de los demás. Así, es menester que el rico necesite del pobre, y el pobre del rico; que el obrero necesite del industrial para su salario, y éste necesite del obrero para dar impulso a su industria (...) Por otra parte, la des­ igualdad de condiciones no es obra del hombre sino de la naturaleza, o sea, de Dios, que reparte desigualmente sus dones. Así como no todos tienen igual talento, iguales fuerzas, igual nobleza, así también no to­ dos tienen igual fortuna. Y de esta desigualdad resulta la armonía so­ cial, esa variedad en la unidad que es como el sello de las obras divinas. La propiedad, ya sea heredada o adquirida, es un derecho tan sagrado como el que tiene todo hombre al fruto de su trabajo, de sus esfuerzos y de sus talentos. Y el día en que desapareciese ese derecho, faltaría todo estímulo al trabajo, y por consiguiente, se detendría el progreso en todos los órdenes de la actividad humana. La doctrina socialista es, pues, antisocial, porque tiende a trastornar las bases en que Dios, autor de la sociedad, la ha establecido. Y no está en manos del hombre corre­ gir lo que Dios ha hecho. Dios, como dueño soberano de todo lo que existe, ha repartido la fortuna según su beneplácito, y prohíbe atentar contra ella en el séptimo de los mandamientos. Pero no por eso ha dejado sin compensación la suerte de los pobres. Si no les ha dado bienes de fortuna, les ha dado los medios de adquirir la subsistencia con un trabajo que, si abruma el cuerpo, regocija el alma. Si los pobres tienen menos fortuna, en cambio tienen menos necesidades: son feli­ ces en su misma pobreza. Si los ricos tienen mayores bienes, tienen en cambio más inquietudes en el alma, más deseos en el corazón, más pesares en la vida. Los pobres viven contentos con poco; los ricos viven descontentos con mucho. A los unos les basta lo necesario para la vida; a los otros no les basta lo que tienen (...) porque las aspiraciones del rico no se satisfacen jamás”. Por otro lado, "si Dios exige a los pobres la resignación en sus privaciones, en cambio exige a los ricos el despren­ dimiento a favor de los pobres”983. La más auténtica expresión política de esta ideología religiosa la efectuaba naturalmente el Partido Conservador. Y de sus líderes, el par­ ticularmente afín a la Iglesia, Abdón Cifuentes, quien, en 1906, soste­

983 cit. en Grez; pp. 407-408.

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nía que “uno de los deberes primordiales de las clases afortunadas de la sociedad es el de ejercer en las clases menos felices, que naturalmente aspiran a mejorar su suerte, una misión de fraternidad protectora, de ilustrada y previsora caridad. Esta es la manera práctica de resolver la cuestión social”984. Naturalmente, una oligarquía tan poderosa y tan segura de su justi­ ficación moral, política y social iba a constituir un formidable obstácu­ lo para cualquier proceso de democratización de la sociedad chilena.

5. Las clases medias f

La abismal bipolaridad social de este período se fue complementando crecientemente con estratos sociales intermedios. Estos se fueron desa­ rrollando especialmente en torno al aparato burocrático y educativo del Estado, y a las actividades industriales y de servicios conexas al proceso de urbanización y modernización experimentado por la socie­ dad chilena, en relación con la afluencia del salitre. La índole de sus actividades fue pues muy diversa: “empleados pú­ blicos y particulares; profesionales, (...) pequeñas fortunas agrícolas o comerciales constituidas en provincias y frecuentemente emigradas a Santiago; periodistas; funcionarios y estudiantes de la Universidad; in­ telectuales; artistas; etc.”985 Pero como ya lo señalábamos, el núcleo más relevante lo constituyeron los empleados públicos, dado el gran crecimiento, en el período, de las actividades del Estado y a la exagera­ da creación de cargos públicos efectuada por los dirigentes políticos oligárquicos con finalidades electorales y clientelísticas. Así, en 1911, Francisco Antonio Encina señalaba que “el número de los empleados públicos ha crecido (...) desproporcionalmente con relación a las nece­ sidades de los servicios (...) Podría señalar algunas decenas de oficinas (públicas) cuyo trabajo no da ocupación para más de tres personas, que 984 Cifuentes (1916); Tomo II; p. 583. En este contexto, se desarrolló también un fuerte anticlericalismo de raíz popular, que a diferencia del oligárquico y de clase media, de naturaleza más doctrinal; tuvo una connotación esencialmente social. Así tenemos, por ejemplo, las expre­ siones de Luis Emilio Recabarren, aparecidas en El Libertario de Ovalle, en agosto de 1907: "Los más fieles sostenedores del cristianismo, en Europa, especialmente en Rusia, España, Italia y Sudamérica; del Budismo en China y Japón; del Luteranismo en las Indias, Inglaterra y Norteamérica; del Mahometanismo en el Asia Occidental; todos sus fieles sostenedores de las excelsas religiones que aconsejan la resignación, cometen a la fecha los más atroces crímenes en el nombre de la moral social, del orden y de la justicia (...) Los millares de cadalsos levantados; los millares de victimas inmoladas en plazas, calles, campos, los tétricos muros de las prisiones hablan con una elocuencia más brillante que todas mis palabras. Todos los crímenes contra los pueblos se cometen por los sostenedores, por los sacerdotes y por los cabezas visibles de todas esas religiones (...) ¿Cuál es la escuela moral del catolicismo? (...) El catolicismo y la religión de Comte (el positivismo) sostienen el estado de organización social presente con todos sus tiranos y sus explotadores; sólo pretende dotar los corazones de amor, de justicia, de moral, para atenuar los males..." (cit. en Cruzat y Devés; Tomo II; p. 132) 985 Vial (1996); Volumen I, Tomo II; pp. 689-690.

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emplean diez y más”986. De acuerdo a Nicolás Palacios, Chile en esos años, en términos proporcionales, doblaba a los funcionarios públicos ingleses y triplicaba a los suizos987. Lo más notable del caso era la legi­ timidad que tenía el ocupar dichos cargos, por inútiles que fueran, lo cual estaba en consonancia con el desprecio que el trabajo manual ins­ piraba en la oligarquía y la clase media. Además del “temor” que, para esta última, representaba la necesidad de tener que recurrir a ello988. Ejemplo de lo anterior es el caso del crítico literario Hernán Díaz Arrieta (“Alone”), empleado público a los catorce años y con una jornada de dos horas diarias, descrito por él mismo: “La cuestión de mi nombra­ miento marchó sobre rieles. Se trataba de un pequeñísimo cargo buro­ crático que desempeñó varios años un primo segundo nuestro. De él pasó a un primo hermano y de éste a un hermano. Mi hermano iba a renunciar y podíamos disponer de la vacante, porque dependía de un primo político, subsecretario de Justicia. Una palabra a él y la cosa quedó hecha. En aquellos benditos tiempos todo se arreglaba en fami­ lia (...) Provisto de papel máquina, espacio y escritorio, sólo me faltaba ponerme a escribir”989. No obstante, a diferencia de la clase alta o de los sectores populares, la heterogeneidad de las clases medias hace mucho más difícil su carac­ terización: “El agricultor de clase media comía abundante y bastamente y no leía nada; el universitario o el intelectual leían mucho -los rusos, (Emile) Zola, (Guy de) Maupassant, (Friedrich) Nietzsche, Bret Har­ te- y no comían nada o, cuando más, comían mal. La mediocracia ca­ 986 Encina; p. 164.

987 Ver Vial; op. cit.; p. 690. 988 Así, cuando Tancredo Pinochet se hizo cargo en 1915 de la Escuela de Artes y Oficios, decidió suprimir algunos cargos innecesarios: "En función de esto despidió a un joven de 24 años (...) que recibía un sueldo de $80 mensuales. El joven se quejó amargamente. Pinochet Le Brun le dijo por qué no trabajaba en alguna fábrica, en algún almacén o como cochero, donde podía ganar perfectamente el doble de lo que ganaba en un empleo público. El joven le respondió: ‘Si señor, pero estoy acostumbrado a trabajaren empleos decentes'. La misma respuesta le dieron también personas que postulaban a otros cargos públicos". (Salazar y Pinto; Tomo IV; p. 90) También Carlos Vicuña señalaba que a la clase media “el trabajo manual le parece deshonroso y también, en cierto modo, todo aquel que signifique un servicio directo al público: en los estratos más bajos de la clase media están los empleados de mostrador y los mayordomos, aunque sean mucho mejor rentados que otros puestos humildes, pero que se consideran más dignos por estar separados del público, como los de maestro de escuela, escribiente o contador". (Carlos Vicuña (2002); p. 29) 989 cit. enVial; op. cit.; pp. 690-691. La importancia del padrinazgo político para la clase media la vemos ilustrada también en el caso de Arturo Olavarría Bravo, cuyo padre (y luego él mismo) fue ayudado decisivamente por Fernando Lazcano y Arturo Alessandri para obtener cargos pú­ blicos en momentos difíciles (Ver Olavarría (1962); Tomo I; pp. 30 y 34-35) Y en el molesto reclamo de un político que le reclamaba a Tancredo Pinochet por qué no aceptaba su “recomen­ dación” para contratar como jardinero a un protegido que no sabía jardinería: "Ya lo sé: ese pobre hombre no ha sido nunca jardinero; yo lo traje y le conseguí empleo porque era un antiguo mayordo­ mo de la casa de campo de mi madre. Le debemos servicios de toda índole (...) Todos los empleos en Chile se dan para recompensar servicios de más o menos importancia prestados a hombres de in­ fluencia. Con su sistema, usted quiere romper con las costumbres nacionales", (cit. en Salazar y Pinto; Tomo IV; p. 90)

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pitalina estaba por lo común resentida con su suerte; la lugareña, satis­ fecha con la suya; la primera criticaba a la clase alta; la segunda la servía. El estudiante, el artista, el literato, el vendedor, eran bohemios y despreocupados; el comerciante y el oficinista particular eran metódi­ cos, burgueses. La mediocracia pueblerina vivía en relativa abundancia (...) la mediocracia urbana, particularmente la de Santiago, padecía es­ trecheces”990. No obstante, es posible encontrar ciertos denominadores comunes, especialmente en la santiaguina: “el caballero (de clase media] casi siem­ pre llega al Liceo, de segunda enseñanza y muchas veces a la Universi­ dad, y se cultiva extensamente por la lectura diaria de la prensa y por todo linaje de obras literarias y de vulgarización científica (...) También distingue a la clase media, muy especialmente el patrimonio: nunca le falta del todo, aun en medio de la pobreza, casa propia o alquilada y alguna fuente de entradas estable. Entre sus miembros muchos hay acomodados y hasta ricos (...) Pero la gran mayoría de la clase media no es propiamente rica: vive una vida estrecha y penosa, generalmente de los trabajos diarios de los varones (...) los cuales ganan su salario en los empleos burgueses de gobierno, del comercio o de la industria. Ra­ ras veces (...) trabaja por su cuenta. Prefiere el empleo seguro y sin iniciativa, que lo condena a una vida mediocre y sometida”991. De sus concepciones sobre la vida social y moral “la más fuerte y arraigada es la de la recta organización de la familia. Al revés de lo que pasa entre el pueblo bajo, que vive en la promiscuidad y no tiene prejuicios sexuales ni preocupaciones de honor por los deslices de las mujeres, en la clase media hay fuertes sentimientos de solidaridad familiar. Es rara en ella la familia mal constituida; no son admitidos en su sociedad los hijos espurios o bastardos, ni mucho menos las mujeres que viven con hom­ bres que no sean sus maridos (...) El caballero de la clase media es además sedentario y poltrón. Prefiere saberlo todo por el diario o por la conversación ocasional en el tranvía. Cuando no es propiamente un intelectual, prefiere estudiar poco y pensar menos (,..)992. “Es más bien descreído en religión y despreocupado de problemas filosóficos y mo­ rales (...)993 y aunque ama mucho la libertad y es republicano por edu99° Vial; op. cit.; pp. 697-698. Esta heterogeneidad es también resaltada por Carlos Vicuña: “La clase media no tiene caracteres tan uniformes. Más que una clase es una vasta gama social, que va desde los confines superiores del pueblo bajo hasta el límite inferior de la aristocracia". (Carlos Vicuña (2002); p. 26). 991 Carlos Vicuña (2002); pp. 26-27. “En el orden de sus aspiraciones materiales, la clase media se caracterizó por el afán de ocupar puestos dependientes, tanto en las industrias particulares como en la administración pública. El chileno que trata de organizar una industria o un negocio propio, fracasa frecuentemente con esta tentativa porque tiende a realizar una obra de improvisación rápi­ da: quiere que el negocio le produzca una utilidad inmediata y grande". (Carlos Keller. La Eterna Crisis Chilena, Edit. Nascimento; Santiago; 1931; p. 22) 992 Carlos Vicuña (2002); pp. 27-29. “Es, además, característico para esta clase (media) que le falte todo espíritu crítico. Se cree ingenuamente en todo lo que publican los diarios". (Keller; p. 23).

993 Carlos Vicuña (2002); p. 29. “Se cree (la clase media) estar al nivel de la época si se mofa de la religión". (Keller; p. 23)

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cación refleja, no sabe qué cosa es la libertad ni en qué consiste la república. Tiene de ésta un concepto infantil y negativo: hay república cuando la presidencia no se hereda. La juventud avanzada reacciona bulliciosamente contra esta apatía mental, y proclama las ideas más revolucionarias: anarquistas, colectivistas, comunistas. A veces hace de todas ellas una extraña macedonia. Es ello solo una burbuja de juven­ tud. Con los años caen casi todos de nuevo en el marasmo políticosocial, y reniegan de sus ideas primeras, que llaman desdeñosamente ‘locuras de juventud’”994. Pero quizás la característica más acusada de la clase media de este período es su arribismo: “el talento, la virtud, la flor de la vjda, consis­ ten en ganar y acumular dinero, llave de la aristocracia, adonde todos secretamente quieren entrar, por sí o por sus hijos”995; “la aspiración básica de la clase media (es) subir, trepar la escala social”996. Esto es muy explicable dada la gran hegemonía cultural -además de política, económica y social- de que disfrutaba la oligarquía, la cual se constituía en el ideal social por excelencia. Pero además el arribismo pasó a ser -como hemos visto- una de las características centrales del propio modo de vida oligárquico. La emulación y la competencia por el status, dentro de la propia clase, pasó a ser parte esencial del éxito y 994 Carlos Vicuña (2002); p. 29. Esto último era constatado también por el político radical Antonio Pinto Durán en 1919, señalando que la Federación de Estudiantes de Chile (FECH) era "en nuestro país tal vez la única fuerza revolucionaria de renovación y de progreso"; pero que "luego que salen de la universidad (a los estudiantes) la vida los amansa, los disciplina, los domes­ tica.'Se reparten en todas las ciudades del país (...) de notarios, de secretarios, de archiveros, de médicos de bahía, de ingenieros de zona, de arquitectos regionales; comienzan a aburguesarse, a engordar, a ponerse ventrudos; van llenándose de hijos, de sobrinos, de primos; y ¡adiós ímpetus revolucionarios!”, (cit. en Vial (1996); Volumen III; p. 116)

995 Carlos Vicuña (2002); p. 29.

996 Vial; op. cit.; p. 704. Difícilmente encontraremos una confesión más cruda del arribismo, que la de Arturo Olavarría: “La juventud de ahora (1962) sufre intensamente cuando no puede disponer de un automóvil propio, o cuando carece de dinero para recrearse en las boites elegantes, o cuando se ve impedida de pasar el veraneo en un hotel de lujo. Se siente dichosa, en cambio, si los padres o parientes le dispensan esos caprichos o si se vale de otros expedientes para satisfacerlos, pero ignora que, en cambio, no podrá sentir jamás la más grande de las venturas, la satisfacción perma­ nente y definitiva que logra el luchador que, tras grandes sacrificios, conquista paso a paso la fortuna y llega a poseer los agrados de la vida en nostálgico contraste con las estrecheces o miserias del pasado. Yo he sentido esta felicidad y la proclamo como el supremo don de la vida. Pasar una niñez en la que a veces faltaron los diez centavos para pagar el tranvía, y llegar después a poseer un automóvil; vivir una juventud deleitada por el periódico y humilde vaso de cerveza en un bodegón de barrio, y llegar después a beber champagne y hartarse de caviar ruso en el mejor restaurante de París; habitar cuando muchacho una pobre casa de alquiler y ser más tarde dueño de una morada hermosa y llena de comodidades, no solo representa un programa cumplido, sino que nos hace pensar en el aserto bíblico de que fuimos hechos de barro, pero a imagen y semejanza de Dios... Triunfar, triunfar, ése es el fin de la vida y en eso consiste el honor que sobrevive a la muerte convirtiéndose en la única y suprema justificación de la vida humana". (Olavarría (1962), Tomo I; pp. 38-39) Y difícilmente encontraremos también un político que represente mejor a la clase media chilena del siglo XX: secretario de Alessandri en su primera presidencia; diputado cercano al PR en su segunda; ministro del Interior de Pedro Aguirre Cerda; fundador de la ACHA (Acción Chilena Anticomunista) bajo González Videla; y ministro del Interior y de Relaciones Exteriores en la segunda presidencia de Ibáñez...

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del “buen tono”. Lo cual, a su vez, colocó a la oligarquía nacional en una actitud servil e imitativa de la clase alta europea; actitud concor­ dante en general, con la dependencia económica y cultural que dicha clase tenía respecto de la economía y cultura europeas. La dependencia oligárquica respecto de Europa, unida a su competencia interna por el derroche y el ocio conspicuo, “inutilizó” a la clase alta chilena como motor de un desarrollo económico-industrial nacional997. Sin embargo, su base económica le permitía concretar las aspiraciones de opulencia y ostentosidad y, por ende, valorarse a sí misma como una clase exitosa. En cambio, el arribismo de la clase media la colocaba en contradic­ ción consigo misma y con sus posibilidades materiales. Además, hipo­ tecaba su potencialidad de ser efectivamente impulsora -como clase intermedia de un espectro social tan diferenciado- de un proceso de democratización del conjunto de la sociedad. A su vez, esta contradic­ ción existencial se veía agravada por la tradicional falta de asunción de su identidad étnica mestiza, todo lo cual exacerbaba aún más la atávica contradicción entre la teoría y la práctica, tan característica de la socie­ dad y cultura chilenas. Por otro lado, el arribismo de la clase media tenía múltiples mani­ festaciones: "aparentar y ostentar riquezas y grandezas, y (...] disimular miserias”998; “los sacrificios, las privaciones, las comedias angustiadas, las humillaciones silenciosas para relacionarse, aparentar, colocarse en los centros aristócratas, meter a los niños en los colegios de la gente de pro”999* ; “andan a la caza de invitaciones en las Embajadas, procuran aparecer en los círculos oficiales, de ‘figurar’ aunque sea felicitando a las autoridades de turno. Viven preocupados de la genealogía que a menudo les juega una mala partida. Como dice Juan Rafael Allende: ‘los Olguines pasan a Elguines; los Castro a ‘de’ Castro; otros se agre­ gan una ‘y’ o una ‘de’, o una ‘de la’, con lo cual creen sinceramente haber logrado un mejor status social”1 000. Dado el carácter “consagratorio” que las páginas sociales de diarios y revistas le daban a la integración en la oligarquía, dicho arribismo se orientó también -especialmente en el caso de la mujer- a la fascina­ ción por dichas páginas: “La publicidad del estilo de vida de la élite, el testimonio, gráfico o verbal, de sus ritos y ceremonias, alimentó la fan­ tasía y despertó la admiración (paso por alto el resentimiento] de la clase media y de las familias de alcurnia privadas de fortuna, conquis­ tándole un público que excedía con creces el número de los testigos presenciales de sus pasatiempos. Desde comienzos del siglo XX se ob­

997 Lo cual hizo más atractivo aún el mito progresista de un Balmaceda industrialista y naciona­ lista, cuyo sacrificio sirviera de inspiración para una tarea a realizar en ese sentido en el siglo XX. 998 Vial; op. cit.; p. 704. 999 Carlos Vicuña [2002]; pp. 29-30.

i.ooo Heise; Tomo I; p. 396.

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serva en plena actividad esta dinámica pública grafícada en la historia de mujeres de clase media que sucumbían al hechizo de la sección social de la prensa de Santiago”1001. Indignada testigo de dicho arribismo fue Gabriela Mistral en una vuelta a Chile en 1926: "Vi un fenómeno de relumbrón que no se sabe adonde va. Vi una clase media enloquecida de lujo y de ansia de goce, que será la perdición de Chile, un medio-pelo que quiere automóvil y tés en los restoranes de lujo”1 002. El arribismo llegaba en ocasiones a la más patente envidia, como en el caso del poeta Carlos Pezoa Véliz, quien al pasear con una mucha­ cha en el Parque Cousiño, señalaba:’“A la caída de la tardemos senta­ mos cerca de la puerta (...) donde lleno de rencorosa envidia veo pasar los carruajes de los ricos”1 003. O a una profunda amargura, como en el mismo Pezoa al recorrer el centro capitalino “entre la gente elegante (...) que tantos malos sentimientos despierta en mí. Mi principal tor­ mento es mirar los talles esbeltos y las caderas abultadas, denunciadoras de carnes sólidas y cálidas”; o cuando se enamora perdidamente de Sofía del Campo, estudiante de canto “joven, inimitablemente hermo­ sa (...) Me da rabia no ser rico para hacerla mía. Pero ella se reirá de mis versos. Posee una voz con que llama la atención. Pronto irá a Europa con pensión del Gobierno. Seguirá recogiendo triunfos, sin pensar si­ quiera, nunca, en un joven que hubiera sido el más capaz de tocar las cuerdas de su temperamento artístico. Se la aprovechará algún burgués seguramente, y yo al saberlo tendré un momento de profunda pena”1 004. Además, este arribismo conducía a gran parte de dicha clase (natu­ ralmente siempre había segmentos austeros y sobrios cuyo norte no era trepar en la escala social) a un extremo cuidado en las apariencias y en el “qué dirán”1 005. Un ejemplo de ello es el pintoresco relato de

1001 Manuel Vicuña; p. 63. Así la dirigente feminista, Marta Vergara, contaba respecto de sus seis hermanas: "El alimento de sus sueños se los daba la lectura de la vida social de 'El Mercurio1. Una leía en alta voz y las otras escuchaban. El interés les alcanzaba hasta para las largas listas de asistentes a algún sitio. Sobre todo para eso. Sus propios nombres no aparecían nunca en éstas, pero ellas sabían quién era quién en la sociedad", (cit. en Manuel Vicuña; pp. 63-64)

1 002 cit. enVial (1996); Volumen III; p. 115. 1 003 cit. enVial (1996); Volumen I,Tomo II; p. 717. 1 004 cit. en Vial; op. cit.: pp. 717-718 En realidad Pezoa llegaba al patetismo: "Gira entonces alrededor de los poderosos y los halaga e imita. Organiza mítines contra Bonifacio Veas (...) cuyos seguidores abuchean a Pezoa '¡Silencio el paniaguado!' Da tés literarios; para ellos, adorna finamen­ te -orquídeas inclusive- su cuartito de soltero. Vive como un 'dandy'. Cuando los viñamarinos 'bien' reemplazan los bolsillos horizontales por los verticales, el poeta adopta igual moda, y cuando esos jóvenes ‘decentes’ hacen sonar áureas libras esterlinas, Pezoa (que no las tiene) retintinea (...) las llaves. Los amigos -entre adulación y sarcasmo- lo rebautizan 'Lord Spleen' (furia), contraponiendo su novel elegancia y su neurastenia. Está obsesionado por caer bien socialmente. Eufórico porque le piden hablaren el entierro de un muchacho distinguido". (Vial; op. cit.; p. 718)

1 005 "Esta clase (media) ha ganado un poco en su aspecto social y es la que vive más esclavizada al qué dirán, a la vanidad y con fervientes aspiraciones a las grandezas superfinas y al brillo falso". (Recabarren; p. 68)

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González Vera: “Era de mi incumbencia ir a las suelerías del centro y traer cuero, hilo, clavos, taquillas, cola y cuanto requiere el zapatero. Volvía con un rollo muy notorio. Entonces llevar paquetes y todo tra­ bajo manual era achaque de pobres (...) Hubo compañeros de liceo que sufrían en mi compañía si portaba un bulto. Eran jóvenes de la clase media que pensaban en su porvenir (¿quién sueña en ser zapate­ ro?) e imitaban a los aristócratas en el vestuario y el holgar. Al comien­ zo me humilló tanta reserva. Después su confusión se me trocó en regocijo. Disfrutaba reteniéndoles la mano y viéndoles padecer ante la idea de ser vistos en tan dudosa intimidad. Los pobres miraban azora­ dos a derecha e izquierda y, cqando podían despedirse, se iban presuro­ sos, con la alegría de haber sorteado un peligro cierto”1 006. Aunque también podemos ver testimonios más dolorosos en este sentido, como el del mismo Pezoa Véliz: “No quiere casarse con su amante, la patrona de la pensión donde ha vivido, mujer ya madura que (dice el poeta) ha hecho por él ‘sacrificios pecuniarios y de toda índole’; no la halla a su nueva altura: ‘No es inteligente, no es elegante, no es de la edad y corpulencia que corresponde (...) No me satisface para presentarla ante el mundo de mis relaciones’. Parecidas causas lo hacen postergar la traída a su casa viñamarina de su padre humilde e inculto; encarga que previamente un amigo le enseñe a leer (...) Y cuando muere atropellado el padre del poeta, los remordimientos consumen a éste. ‘Perdí para siempre lo único santo que había en mi vida (dice). Los he asesinado. Mis padres, amigo (...) No sea canalla como yo, que no fui capaz de traerme (los) (...) hace año y medio, cuando yo ganaba dinero suficiente y no había inconvenientes graves de parte de ellos”1 007. Por otro lado, aquel arribismo suscitaba el desprecio oligárquico. De este modo, Alberto Edwards señalaba: “Nos encontramos en la calle con una pequeña burguesa chilena. Viste muy mal, pero con pretensio­ nes; lleva encima joyas falsas, telas vistosas y de mal gusto, sombreros de mucho artificio, pero ridículos; su cara está cubierta de polvos de arroz y colorete; va dejando tras sí la huella de perfumes detestables, mezclados con evidentes testimonios de la falta de aseo personal (...) Aquello no llama al respeto”1 008. Dicho desprecio se manifestaba hasta en el saludo: “La clase alta circulaba saludando a sus ‘inferiores’ con un protector ‘cómo le va’. [Qué poco sospechaba el volcán de odios despertado por tan cortas y escasas palabras! El mediócrata juzgaba este ‘cómo le va’ condescen-

1.006

González Vera; pp. 166-167.

1 007 Vial; op. cit.; pp. 718-719. De acuerdo a Augusto d’Halmar, siempre encontraba en los ambientes de clase media una "carencia de medios, cuidadosa y hasta aparatosamente disimula­ da". La hallaba "dondequiera quefuesey a quienquiera que frecuentase: los Brandau, los Doren, los Ross Mujica, los Parras, los Labarca, los Dublé, los Thompson, los de Eleuterio Ramírez (...) los Fariña Prieto", (cit. enVial; op. cit.; p. 703). 1.008 c¡t

enVial; Op. cit.; p. 702.

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diente un verdadero insulto. Samuel Lillo refirió el caso de un profesor institutano a quien exasperaba la frasecita y ‘o no contestaba, o respon­ día (...) cortante: ¿Qué le importa a usted? Santiván, por su parte, con­ taba el siguiente episodio. Él y el pintor Benito Rebolledo decidieron castigar a todos cuantos les dejaran caer el campanudo: ‘(cómo le vaaa1’. Para tal efecto se apostaron en una calle céntrica y disparándoles cual­ quiera el sobredicho saludo, le respondían solamente: ‘(Porrompompón1.’ Tenían, además, fórmulas de respuestas aún peores, si las salutaciones eran todavía más desdeñosas. [Qué caras pudimos observar1. (...) De estupefacción, de ira contenida, de impotencia. Nos miraban con ojos furibundos y continuaban su camino'rezongando amenazas1’ ”1 009. La combinación entre el arribismo mediocrático y el desprecio oligárquico generaba un profundo resentimiento en la generalidad de las clases medias. Resentimientos que envenenaban las relaciones en­ tre ambos grupos hasta el extremo, mucjias veces, de imaginar un des­ precio inexistente. Notable es, en este sentido, la rememoración com­ pletamente opuesta de un mismo encuentro, con las escritoras de clase alta Inés Echeverría Bello (“Iris”) y Mariana Cox Méndez (“Shade”), del que dejaron constancia Hernán Díaz Arrieta (“Alone”) y Fernando Santiván. Así, este último escribió: “Me molestaba el airecillo de com­ plicidad que adoptaba (Alone) con estas .damas al hablar en mi pre­ sencia de gentes o cosas que se relacionaban con la vida aristocrática, complicidad de la cual, naturalmente, me excluía a mí, individuo de mundos inferiores. Aunque me tenían sin cuidado las reticencias y aspavientos del autor de ‘Prosa y Verso’(Alone) contribuyeron a esta­ blecer entre nosotros imperceptible frialdad”. En cambio, Alone, re­ cordó: “Encontrábamos por entonces, en casa de dos escritoras (Iris y Shade), a un autor (Santiván) que no nos parecía muy joven, porque cinco años de diferencia formaban a aquella edad un mundo, y que, agrandado por el nombre literario que empezaba a formarse (...) se nos presentaba con las proporciones de un hombre hecho y derecho, rodeado por la atmósfera que envuelve a los iniciados en el círculo de las letras para quien divisa apenas el prestigioso recinto (...) Santiván encarnaba para nosotros la plenitud del puro ‘escritor’, temible creatura, entre diabólico y celeste, brotada de los libros, difícil de imaginar. Re­ cordamos la impresión que nos causó el personaje completamente fa­ buloso, ubicado a mil leguas, fuera de nuestro alcance, cuya atención no mereceríamos nunca y cuyo destino se nos antojaba el más envi-

1.009 yiai. Op cjt. p 708. Igual sensación nos cuenta Arturo Olavarría cuando su jefe del estudio de abogados, Arturo Alessandri Rodríguez, le saludó "cómo le va, Olavarría": "Mi joven jefe fue la primera persona a quien oí saludar de esta manera tan presuntuosa que, siempre, me ha producido el efecto de un latigazo. No sé por qué ese 'como le va' me da la impresión de un saludo de favor, hecho de alto a bajo, como un acto de soberbia calculado para humillar al que lo recibe. Cada vez que alguien me saluda con un 'cómo le va', me dan deseos irresistibles de contestarle: '¡como la misma m...!', para darle a entender que no me puede ir bien si se me saluda en forma tan protectora y orgullosa". (Olavarría (1962); Tomo I; pp. 56-57)

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diable y apetecible de la creación. [Un escritor, un verdadero y autén­ tico escritor1.”1010 Es importante tener en cuenta, también, que en general la oligar­ quía era muy permeable a integrar en su seno a los miembros de la clase media que se enriquecían (muchos de ellos inmigrantes) o a quie­ nes desde exitosas carreras burocráticas, profesionales o políticas les brindaban señalados servicios. Sin embargo, el grueso de la oligarquía no solo se opuso a toda legislación social de relevancia a favor de la clase obrera y de los cam­ pesinos, sino también a cualquier reforma institucional que significara compartir la exclusividad de su poder sociopolítico con los sectores medios. Esto fue generando un creciente malestar social y radicalización política de las clases medias. Lo cual se tradujo a su vez en la izquierdización del Partido Demócrata, del grueso del Partido Radical y de sectores minoritarios pero significativos de los partidos liberal y liberal-democrático. Fue lo que en definitiva -como veremos más ade­ lante- condujo a la candidatura y triunfo de Alessandri en torno a la idea de reformar profundamente la república oligárquico-parlamentaria vigente. Es en este sentido que podemos entender las aparentemente exage­ radas expresiones del político e historiador de la época, Alberto Edwards, cuando señalaba que “la verdadera lucha de clases se encendió entre la pequeña burguesía educada en los liceos y la sociedad tradicional. Los injustos desdenes de arriba, las enconadas envidias de abajo, contribuye­ ron tanto como la triste situación económica del proletariado intelectual a soplar el viento de la discordia (...) El fondo de la querella era muy simple. En el complejo problema político de la época, la clase media rebelde no veía sino la dominación de una oligarquía que se le antojaba específicamente incapaz, desnacionalizada, sin moralidad ni patriotis­ mo. La aristocracia política, por su parte, no pretendía disimular su des­ precio por esos advenedizos, vencidos en las luchas de la vida económica y social, que intentaban suplantarla en la dirección del país”1011. Pero subyacente a la división social y al conflicto político entre las clases medias y la oligarquía se encontraba una escisión social mucho más profunda y que daría lugar a contradicciones políticas futuras muy complejas y que se constituiría, quizá, en el más formidable obstáculo para una efectiva democratización del país. Nos referimos al verdadero abismo sociocultural existente entre las clases medias y los sectores populares.

1010 cit. en Vial; op. cit.; p. 709. Contrastando las dos versiones, el mismo Alone concluía: "He aquí dos personas que evocan idéntico suceso. Aunque sólo median unos cuantos años de él, las respectivas imágenes que dibujan difieren tanto como si estuvieran separadas por períodos geológicos y entre éstos mediaran abismos", (cit. en Vial; op. cit.; p. 709) 10,1 Edwards; p. 210. Por cierto, este reconoció que la clase obrera había tenido influencia en los acontecimientos de la década del 20, pero que ella "ha sido más bien indirecta".

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Este abismo se daba, en primer lugar, en torno a las inmensas dife­ rencias educativas existentes entre ellas y que equiparaba mucho más a la clase media con la oligarquía. En efecto, la primera, a comienzos del siglo XX, gozaba de un acceso a la educación secundaria y univer­ sitaria análogo a esta última. Recordemos que, en ese tiempo, la educa­ ción secundaria laica y universitaria eran gratuitas. Y que, incluso, la mayoría de los escritores nacionales más prestigiados de la época pro­ venían de esta clase media: Eduardo Barrios, Augusto d’Halmar, Mariano Latorre, Baldomcro Lili o, Rafael Maluenda, Carlos Pezoa Véliz, Fer­ nando Santiván y Víctor Domingo Silva. Y para qué decir los que co­ menzaban a insinuarse como GabrielaMistral, Pablo Neruda, José Santos González Vera, Manuel Rojas, Ricárdo Latcham o Pablo de Rokha, va­ rios de los cuales eran de clara extracción popular. Además, conexo a la educación, había numerosos elementos que generaban mayor similitud entre los sectores medios y altos, respecto de las clases populares: acento del lenguaje; vocabulario; vestimenta; modales; hábitos1012; posibilidades y afición a la lectura, a las artes, a la historia, a las ciencias y a los temas internacionales; formas de sociabi­ lidad y recreación; etc. El factor educacional cada vez más común hacía que la movilidad social -pese a la gran distancia económica existente entre las clases altas y media- fuera mucho más habitual entre ambas, que entre la clase media y los sectores populares. Las diferencias socioculturales entre las clases medias y populares eran tan profundas que hasta los miembros de las primeras, que sentían atracción ideológica o humanitaria por las reivindicaciones de las se­ gundas, experimentaban una suerte de repulsión física hacia la gente del pueblo. Así, por ejemplo, Fernando Santiván relata sus impresiones al asistir en Chillán a una reunión del Partido Demócrata: “En compa­ ñía de Lorenzo Villarroel, comencé a asistir a las reuniones políticas que se realizaban en un bodegón próximo al Mercado (...) Frente al edificio, sobre largo lienzo, llameaba un rótulo de letras rojas: “Club Arsenio Poupin”. En el interior (...) la mayoría de los asistentes eran

1012 Una gráfica descripción sobre la disparidad de hábitos con los sectores populares la relata Fernando Santiván cuando se aseaban en la colonia "tolstoyana” de San Bernardo, los intelectua­ les y artistas que la integraban: “Como no temamos cuarto de baño (...) nos colocábamos en el patio sobre una palangana de latón y vaciábamos jarros de agua fría sobre la cabeza (...) Un dia en que nos dábamos el acostumbrado baño, notamos ciertos ruidos y risas sofocadas al otro lado de la tapia... Sólo entonces nos dimos cuenta de que nuestros vecinos hombres, mujeres y niños, se agrupa­ ban a presenciar nuestras abluciones, como si se tratara de un espectáculo raro y digno de conjeturas (...) Augusto (d’Halmar) se mostró indignado (...) increpó a los curiosos con palabras duras (...) Los hombres respondieron con algunas cuchufletas y todos emprendieron la retirada, riendo solapadamente y sin dar mucha importancia al suceso. No habia odio para nosotros, ni siquiera molestia. Nos consideraban, más bien, personas extravagantes y risibles. Cuando nuestro pueblo no comprende a una persona, a causa de sus costumbres y psicologías diferentes, adopta una actitud de soma o de ironía protectora. Entre las frases con que respondieron a Augusto escuchamos la palabra 'gringos' o sea extranjeros". (Santiván; pp. 160-161)

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gentes humildes, ceñudas, con ásperos bigotes y cabellos hirsutos. Pre­ dominaban los rostros de color aceitunado o el cobrizo de nuestro pue­ blo, y (...) las frentes estrechas, testarudas. De aquellos grupos de gen­ tes que se movían con lentitud, con las manos en los bolsillos, salía una densa emanación de cuerpos que viciaban la atmósfera (...) Yo bien comprendía que mi presencia en aquel antro resultaba absurda”1013. Incluso un Santiván, quien venciendo los prejuicios de clase, quiso dedicarse a compartir sus inquietudes intelectuales con el trabajo de obrero y pudo acostumbrarse al esfuerzo físico que este demandaba, no le fue posible adaptarse a las costumbres del mundo popular: “Antes de finalizar el año, ya me había familiarizado con el ruido de los martillos y las garlopas, el fragor de los sopladores en los días de fundición. La ma­ teria rebelde, entre las manos inexpertas, comenzaba a hacerse dócil y blanda. Más difícil fue habituarme al trato de los nuevos compañeros. Esa comunión con el proletario resultaba trago demasiado amargo para el muchacho acostumbrado a un ambiente burgués y sibarita. La crude­ za en la expresión, la suciedad, los malos olores, la falta de respeto por la propiedad ajena; ese conjunto de cualidades crudas, son la peor y más formidable muralla que divide a individuos educados en atmósferas di­ ferentes (...) Mis incipientes ideas democráticas, al primer contacto con la realidad sufrieron, si no un descalabro, al menos un golpe doloroso (...) Instintivamente comencé a escoger la amistad de muchachos que provenían de clases sociales más cultivadas. De otro modo hubiera muer­ to por asfixia moral, pues no sólo me sentía distante de la masa de mis compañeros, sino que no teníamos el mismo lenguaje”1014. Llega a ser patético, a este respecto, el relato del mismo escritor sobre una visita que le hicieron a la colonia tolstoyana varios miembros de “cierta colonia comunista que existía en Santiago”, cuya mayor par­ te “eran obreros ilustrados y muy distinguidos en su profesión”: “En una tarde calurosa llegó a San Bernardo la anunciada comisión (...) De pronto sentimos fuertes golpes en la puerta de calle (...) Afuera espera­ ba un grupo de cuatro o cinco hombres. Venían cubiertos de polvo, en mangas de camisa y los vestones al hombro (...) -Somos compañeros de ideas- habló uno de ellos con naturalidad -Venimos a visitarlos. En el cuarto vecino se oyeron risas sofocadas. Por la puerta entreabierta vi que Augusto (d’Halmar) me hacía signos indicándome que no los reci­

1013 Santiván; pp. 81-82. 1014 Santiván; p. 84. Por otro lado, era notable el paternalismo de los sectores medios hacia las clases populares. Así, La Nación, órgano representativo de sectores medios liberales y de seg­ mentos oligárquicos reformistas de ese partido, señalaba en 1919 respecto de un documento de la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional (AOAN) que "llama la atención ante todo porque en él se pone de manifiesto, a favor de la cultura y déla corrección de la forma, el progreso que han alcanzado los elementos que constituyen la que suele ser llamada clase trabajadora del país. Pueden advertirse en él algunas exageraciones y errores (...) pero no se nota ninguna destemplanza en el lenguaje, muy propio de una pieza de esta índole, a pesar de la no disimulada amargura que ésta destila". (La Nación, 8-2-1919)

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biera. Pero ya los visitantes estaban dentro del cuarto-pasadizo y se limpiaban el sudor que les inundaba la frente (...) No tenía asiento que ofrecerles, fuera de mi cama, y no me atreví tampoco a invitarlos a pasar al cuarto de los otros. Afortunadamente apareció en ese momen­ to Augusto. No se había quitado la camisa de dormir y arrastraba sobre el piso de ladrillos las babuchas de levantarse. Una forzada sonrisa de cortesía (...) en seguida tendió a los recién llegados la punta de los dedos (...) -[Ahí... ¿Son ustedes? -Sí -respondió el que parecía ser el jefe. -Somos compañeros de la otra colonia (...) Venimos a saludarlos y a cambiar ideas (...) El aspecto de todos ellos era de franqueza y de efusiva cordialidad. Esperaban, sin duda, un abrazo fraternal’. Yo sentía que la vergüenza subía en oleadas rojas a mi rostro”. Luego se les ofre­ ció una larga banca que se puso en el fondo del patio “al pie de la casita del retrete. Los visitantes, extrañados, vacilaron un segundo; luego, qui­ zá obligados por el cansancio, optaron por sentarse en el tosco mueble, haciendo equilibrios para no caer. Formaban un cuadro lastimoso (...) Augusto había desaparecido (...) Es posible, aunque no lo recuerdo, que Julio (Ortiz de Zárate) y (Rafael) Valdés vinieran a hacernos com­ pañía un momento. Yo interrogué a los visitantes sobre sus actividades en Santiago. Respondieron con sencillez y dieron detalles. A su vez, inquirieron sobre nuestra vida tolstoyana. Con no poca vergüenza, me vi obligado a mentir (...), y hablé de trabajos realizados, de proyectos por realizar. Al cabo de algunos minutos, comprendiendo que Augusto y los otros no se harían presentes, se despidieron sin decir palabra. [El amor al pueblol (...) [La confraternidad humanal (...) ¿Era eso lo que deseábamos realizar en nuestra colonia?”1015 La gran distancia sociocultural entre las clases medias y los sectores populares se exacerbaba aún más con las notables diferencias ideológi­ cas. Así, mientras las clases medias se cobijaban, por lo general, en los partidos políticos oligárquicos (buscando “izquierdizarlos”); los secto­ res populares, que trascendían la atávica servidumbre o los intentos muy difíciles de movilidad social ascendente1016, derivaban hacia po­ siciones ideológico-políticas muy extremas, anarquistas o marxistas, teó­ ricamente revolucionarias. Esta mayor distancia entre las clases medias y los sectores popula­ res fue también tempranamente comprendida por sus dirigentes polí­ 1015 Santiván; pp. 211-214.

1.016 y Je acuerdo a Venegas -en concordancia con la mentalidad autoritaria vigente a lo largo de toda la escala social- quienes lograban ascender desde los sectores populares eran quienes después más maltrataban a estos: “los peores, los más déspotas con ellos (con los más pobres) son los advenedizos, las basuras que el torbellino ha encumbrado del muladar; bien que esto debemos considerarlo como un fenómeno natural: entre los romanos no había señores más crueles con los siervos que los libertos enriquecidos; y los negros esclavos de Cuba temían especialmente a los mayo­ rales salidos de entre ellos mismos". (Venegas; p. 224) Es notable también el grado de desprecio utilizado en sus expresiones hacia el pueblo por un intelectual de clase media tan critico de la oligarquía...

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ticos e intelectuales. Así, el connotado dirigente radical de su ala más progresista, Armando Quezada Acharán, planteó sugerentemente en 1908 que “ha despertado en los obreros chilenos la conciencia de clase y el espíritu de cuerpo; se han asociado, han cambiado ideas y anhelos, se han creído víctimas de una explotación injusta; y ya no son escasos, en los centros más poblados, los cerebros exaltados y seducidos por los engañosos sueños socialistas”1017. Incluso antes (en 1896), Valentín Letelier reaccionaba ya alarmado señalando que “es ya tiempo de reaccionar contra esta política egoísta (de liberalismo clásico) que obliga a los pobres a organizarse en las filas hostiles frente al resto de la sociedad. Sólo el abandono en que hemos dejado los intereses populares puede explicar (...) que (...) se estén renovando las luchas de clase, fatales para el funcionamiento regular de la verdadera democracia”1018. A su vez, Quezada postuló previsoramente cuál iba a ser la pers­ pectiva real de la conducta política de los radicales en los próximos decenios: “Hay que abrir los cuadros de la clase dirigente en política, en administración, en industria, en todo; y para ello es preciso mejorar la condición de las clases inferiores y procurar que se fortifique la clase media cimiento de las democracias sólidas, garantía de la paz social”1019* . Análogamente, Letelier planteó que “por su posición media entre las clases más egoístas y las más desvalidas, a mi juicio es el Partido Radical el llamado a salvar la sociedad chilena de las tremendas convulsiones que agitan a la sociedad europea. Proveer a las necesidades de los des­ validos es remover la causa del descontento, es acabar con el socialismo revolucionario, es hacer política científicamente conservadora”1 020. La cautela social del Partido Radical, que inspiraba a los reformistas, puede verse cabalmente expresada en las propias conclusiones de la Convención de 1906, ganada por ellos: “Es deber moral, obligación jurídica y obra de previsión política no abandonar a los desvalidos en la lucha por la vida, especialmente a los pobres que viven del trabajo

1017 Quezada; pp. 19-20. Para qué decir la franca animadversión que adquirió la clase media y la oligarquía reformista hacia los “revolucionarios” luego de la revolución bolchevique. Así, La Nación, en agosto de 1920, instaba ■ rechazar la entrada de perseguidos políticos extranjeros al país: "Esta gente (...) ha ido haciendo cada día más pública su prédica y más insolente su incitación a la abdicación de todos los ideales nobles del patriotismo y la ciudadanía (...) Hemos llegado a un momento en que todos los organismos nacionales necesitan hacer un esfuerzo supremo para arrojar lejos de sí, con noble indignación, a esta escoria de los pueblos del mundo, que se enrosca como un áspid en el seno de una civilización culta y ordenada, que haciendo honor a las palabras de su himno sagrado creía servir de ‘asilo contra la opresión'". (La Nación, 1-8-1920) 1018 cit. en Grez; p. 434. 1019 Quezada; p. 16 Por cierto, no señaló que esa “paz social" tendría que ser mantenida "cueste lo que cueste" cuando los sectores populares no se contentaren con su rol de beneficiarios (o perjudicados) pasivos.

1.Q20 cit. en Grez; p. 435.

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diario. En consecuencia se deben dictar leyes y crear aquellas institu­ ciones que sean necesarias para mejorar su condición y para ponerles, hasta donde sea posible sin daño del Derecho, en pie de igualdad con las demás clases sociales”1021. Y notablemente, un crítico tan acerbo de la oligarquía como el pro­ fesor Alejandro Venegas, planteó en 1910 como solución para evitar el cohecho nada menos que “privar de derechos electorales a todo aquel que no compruebe tener por lo menos los conocimientos que se dan en una escuela primaria elemental, como al que haya sido condenado tres veces o más por ebrio y a todo aquel que no compruebe que gana honradamente su subsistencia”1 022. Es decir, [privar de esos derechos a gran parte de los sectores populares de la época! Y todavía más, Venegas planteaba como ideal un sufragio censitario que hubiera consagrado la desigualdad ante la ley con grave perjuicio para las clases populares: “Ahora bien, si se considera más democrático el sufragio universal, há­ gase extensivo este derecho a todos los ciudadanos, incluyendo a las mujeres; pero establézcase el valor proporcional de cada voto, esto es, si la opinión de un analfabeto vale 1, que la de un artesano que ha hecho los cursos completos de una escuela primaria elemental valga por 3, que la de un industrial (trabajador) que ha recibido su título en un establecimiento de enseñanza especial.se cuente por 5, que la del bachiller en humanidades se estime por 8, que la de un farmacéutico, dentista o arquitecto, valga por 10, que la de un médico, un abogado, un ingeniero o un profesor de estado pese por 15, que la de un profesor universitario equivalga a 20, que la de un diputado o senador influya por 30, y así de seguida”1 023. Es cierto también que, dado el carácter fundamentalmente depen­ diente (empleados) de la clase media chilena, se daban condiciones para la generación de acercamientos sociopolíticos entre los sectores medios y populares. Estos particularmente se efectuarían en fases eco­ nómicas de deterioro conjunto de las remuneraciones de empleados y obreros. Sin embargo, la mantención de la distancia sociocultural y su exacerbación ideológica conspirarían contra la creación de un sólido bloque democratizador. En todo caso, el grupo de clase media de la época que más sistemá­ tica y efectivamente acentuaría la escisión entre aquella y los sectores populares sería el que iba tener importancia decisiva en el desenlace final de la república oligárquica: la oficialidad de las Fuerzas Armadas y particularmente del Ejército.

1021 cit. en Palma; p. 99. 1 022 Venegas; p. 272. 1.023 Venegas; pp. 272-273. Asimismo, intelectuales de clase media tan relevantes comoTancredo Pinochet y Carlos Fernández Peña promovieron el derecho a voto restringido en función de determinados requisitos culturales. (Ver Vial, (1996); Volumen III; pp. 94-95)

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6. Las Fuerzas Armadas La Guerra del Pacífico y sus complejas consecuencias con Perú y Soli­ via y la pugna hegemónica con Argentina, condicionaron, en el seno de la sociedad chilena, la constitución de poderosas Fuerzas Armadas. Sin perjuicio de la mantención de componentes oligárquicos en sus altos mandos -particularmente en la Marina- el grueso de la oficialidad pro­ venía de la clase media. Y lo que es más importante, la propia estructu­ ra burocrático-estatal de ella configuró un sector social típicamente de clase media, el que, a su vez, fue coetáneo del gran desarrollo de dicha clase en torno al progresivo crecimiento del conjunto del aparato esta­ tal durante la república oligárquica1 024. La profesionalización y desarrollo de las Fuerzas Armadas llegó a tal grado “que distintos países requieren al Ejército chileno para reorganizar los suyos (El Salvador, Ecuador y Colombia) y la Armada nacional ad­ quiere un poderío material difícilmente superable en el continente. Su organización ha sido objeto de reformas; su personal de larga instruc­ ción; sus efectivos, aumentados; su poder material expandido”1 025. Sin embargo, esta profesionalización tuvo un sello particularmente autoritario: el de la prusianización1 026. Tanto así que el general prusiano Emil Kórner fue el virtual creador de un nuevo ejército, luego de la derrota del ejército tradicional, de corte más bien francés, que abrumadoramente apoyó a Balmaceda en la Guerra Civil de 1891. Para aplicar de mejor forma el modelo prusiano, Kórner trajo en 1895 trein­ ta y seis oficiales alemanes: “La mayoría de ellos estuvieron dos años de servicio en Chile, y un nuevo contingente de veintisiete alemanes lle­ garon en 1897; permaneciendo algunos miembros de cada misión una década en Chile (...) La penetración alemana en la oficialidad chilena entre 1895 y 1910 fue más constante y profunda que cualquier otro involucramiento europeo en algún ejército latinoamericano o asiático en los años previos a la primera guerra mundial”1 027. 1.024 "£os militares, en su mayoría, pertenecían a una clase media acomodada que provenía por lo general de las provincias y que se desempeñaba en labores profesionales, pero que no poseía ni fortuna ni tradición aristocrática". (Mariana Aylwin Oyarzún e Ignacia Alamos Varas. "Los Milita­ res en la época de don Arturo Alessandri Palma” en 7 Ensayos sobre Arturo Alessandri Palma, ICHEH; Santiago; 1979; p. 309) “El crecimiento de la clase media (chilena) se realiza... paralela­ mente al proceso de profesionalización del ejército, y ambos tienen el mismo origen. No existe propia­ mente invasión del ejército por la clase media; existe más bien la formación conjunta de una clase media y de un ejército profesional. Podría decirse que, entre 1891 y 1920, nace lentamente la clase media, como clase que tiene una fracción armada". (Alain Joxe. Las Fuerzas Armadas en el sistema político de Chile, Edit. Universitaria; 1970; p. 52)

1 025 Augusto Varas; Felipe Agüero y Fernando Bustamante. Chile. Democracia, Fuerzas Arma­ das, FLACSO; Santiago; 1980; p. 22. 1.026 «£n Chile la profesionalización o modernización militar significó educación, adiestramiento y organización modernas basados en los modelos prusianos". (Frederick M. Nunn. The Military in chilean history, University of New México Press; 1976; p. 85)

1.027 ]\junn (1976); p. 111. Además, "entre 1895 y 1910 cerca de cincuenta (oficiales) chilenos estudiaron en Alemania, Austria, Italia, Bélgica y España; la mayoría en Alemania. Para mediados

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Las concepciones autoritarias, elitistas y militaristas de tipo prusiano fueron naturalmente preferidas por una oligarquía, profundamente autoritaria y elitista en lo interno y con vocación anexionista en lo externo. Además, concordaban con las excelentes relaciones económi­ cas, políticas y culturales que tenía el Chile de la época con la Alema­ nia del segundo imperio, consolidadas todavía más por el apoyo mos­ trado por el país germano durante la guerra del Pacífico. Kórner fue, además, “el principal promotor de la idea del servicio militar obligatorio en el país”. Chile fue el primero en introducirlo en América Latina en 1900, “seguido por Argentina un año después, Ecua­ dor en 1905, Bolivia en 1907, Brasil én 1908 y Perú en 1912”1 028. Ciertamente, la extrema tensión con los países vecinos (especial­ mente con Argentina) influyó notablemente en esa decisión. Pero, ade­ más, influyeron consideraciones socio-políticas de búsqueda de la edu­ cación del pueblo en la “unidad nacional” y la “disciplina” en momentos en que se percibía una creciente insatisfacción y protesta proletaria por las inhumanas condiciones de trabajo y explotación de que era víctima el pueblo chileno; y en momentos en que reinaban gran canti­ dad de vicios asociados a la extrema miseria, como el alcoholismo y el robo en pequeña escala. Así, el propio Kórner señalaba en 1910.que “el cuartel es la escuela del pueblo” y con una profunda connotación racista añadía que “una de las ventajas fundamentales del servicio militar para el chileno la con­ forma el acostumbramiento a la puntualidad, limpieza y orden, a la honradez y abstinencia” pues “la honradez (...) no es una de las cualida­ des más sobresalientes del pueblo de Chile. Los araucanos robaban incluso sus mujeres de la casa de los padres y los españoles robaron la tierra a sus pobladores. Algo de deseo de hurtar les debió haber queda­ do en la sangre a los mestizos que surgieron de la mezcla de ambas razas »]1-u020 .

de los años 20 la mayoría de los puestos administrativos, de comandos, de staffy de instrucción bajo el rango de generales eran ocupados por oficiales prusianizados que habían estudiado en la Acade­ mia (de Guerra) o en Europa, y generalmente en ambas partes". (Nunn (1976); p. 112) A tanto llegó la prusianización que de acuerdo al general Carlos Sáez "en nuestro afán de imitar al ejército alemán, un buen día (1904) resolvimos adoptar su uniforme... nos transformábamos así en soldados prusianos (...) Tras la adopción del uniforme alemán vino la copia de la organización del ejército prusiano". (Carlos Sáez Morales. Recuerdos de un Soldado. El Ejército y la Política; Edit. Ercilla; Santiago; 1934; Tomo I; pp. 26-27) Y, de acuerdo al general Indalecio Téllez, "lo que nos perjudi­ có y mucho, fue la desgraciada tendencia que tenemos a copiar servilmente lo que creemos bueno. La trama de los ejércitos la forman los reglamentos y nosotros nos lanzamos a traducir los alemanes... Era alemán y bastaba. Yo protesté cien veces, desesperadamente, pero era como gritar en un desierto”. (cit. en Genaro Arriagada Herrera. El pensamiento político de los militares, CISEC; Santiago; s/f; p. 75)

1028 Quiroga y Maldonado; pp. 91-92. 1 029 cit. en Quiroga y Maldonado; pp. 95-96.

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Por otro lado, en 1909, el teniente coronel Guillermo Chaparro sostenía: “Todos sabemos que el jornalero de nuestras grandes ciudades y el campesino se hallan contaminados con las ideas socialistas (...) jornaleros y campesinos son por lo general corrompidos y viciosos (...) A semejante elemento, hasta cierto punto refractario a las cosas milita­ res, hay que dominarlo por la superioridad del carácter de la inteligen­ cia” 103°. Y en la revista del Estado Mayor del Ejército Memorial del Ejército de Chile (MECFTj, en 1911, se llegaba al extremo de idealizar la militarización de la sociedad en la perspectiva de defenderse de la revolución: “El pueblo en los cuarteles es la nación armada, es la fuer­ za, y naturalmente de hecho,reside en ella la real soberanía. Necesaria­ mente el pueblo soberano, nombrando sus gobernantes por medio del sufragio e imponiendo su voluntad por medio de la fuerza armada que le da el Servicio Militar Obligatorio, tiene medios de resistir la tiranía y sofocar la revolución”1031. Y, más allá del servicio militar, se concebía un rol político del Ejército esencialmente conservador y represivo: “Si estudiamos la voz del mundo en estos momentos, oiremos una palabra unísona, un clamor universal que pide fuerza armada para garantizar el orden, para asegurar el trabajo, para fecundar el progreso, para alcanzar el bienestar del hombre”1 032. Complementariamente, existió, a comienzos del siglo XX, una fuerte crítica del Ejército a los ideales pacifistas, socialistas y anarquistas: “Sa­ bemos bien que existe una escuela que predica la inutilidad y hasta el perjuicio de la existencia de las instituciones armadas (...) la escuela de los pacifistas que abogan por la felicidad de la humanidad entera, sin razas, sin naciones, sin fronteras (...) Pero además de que el estado ac­ tual de la civilización del mundo muestra la inanidad de semejantes utópicas teorías, no se divisa ni aún en remotísimo porvenir que ellas pudieran llegar a ser una realidad y sería sencillamente ir al suicidio querer practicarlas hoy por hoy”1 033; “Se ha dicho que el respeto al superior en la forma que lo establece nuestra disciplina, es un servilis­ mo abyecto y una degradante esclavitud moral. No quiero refutar este aserto cuya miserable infancia meció la innoble cuna del anarquis­ mo”! °34. 1 030 cit. en Quiroga y Maldonado; p. 99. 1031 cit. en Aylwin y Alamos; pp. 311 -312 Es importante tener en cuenta que el servicio militar obligatorio se estableció en 1900 en tres meses, y fue ampliándose progresivamente a seis meses, luego a nueve, para quedar finalmente, en 1912, en un año. (Ver Amagada; p. 96).

1 032 Revista ME CH, 1911;cit.en Aylwin y Alamos; p. 319. 1 033 Revista MECH, 1910; cit en Amagada; p. 94. 1.034 Teniente 2o, Ramón Ortiz Despott; Revista MECH, 1915; cit. en Amagada; p. 95. Como señala Arriagada "es altamente ilustrativa la publicación en 1906, de un artículo de Gustave Le Bon, un militarista civil francés, firme partidario de las tesis del ‘darvinismo social' y cuyo legado intelectual habría de servir de inspiración al movimiento fascista en los años 30 (...) ‘¿Existe -se pregunta Le Bon- un medio de hacer hombres de este ejército de bachilleres y licenciados, impotentes, ridículos y nulos, que la Universidad nos fabrica?’ Sí, existe, es su respuesta ‘y no hay más que uno

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Pero, sobre todo, la distancia entre las Fuerzas Armadas y los secto­ res populares estuvo marcada, desde 1890, por la constante represión de los movimientos huelguísticos, particularmente por las masacres obreras de comienzos de siglo. Así, no es de extrañar la aguda crítica contra el servicio militar, el Ejército y el militarismo planteada por anarquistas, demócratas y socialistas. Ya el 1 de mayo de 1900, meses antes de la promulgación de la ley de servicio militar, el órgano anar­ quista El Ácrata de Santiago señalaba que “hacen bien los trabajadores y la juventud, en negarse a ir a los cuarteles a vestir el vil uniforme del soldado para servir de verdugo asesinando a sus hermanos de miserias, cuando estos tratan de reivindicar sus derechos1 035. A su vez, La De­ mocracia de Santiago planteaba el 11 de noviembre de 1900, en conso­ nancia con el antimilitarismo de los obreros argentinos: “Obreros chi­ lenos, mirad ese cuadro que hoy presentan nuestros hermanos (argentinos] -también oprimidos- de allá, ellos se niegan a concurrir a los cuarteles, porque ellos no quieren dejar viudas a nuestras esposas, ni huérfanos a nuestros hijos (...] Obreros chilenos, reflexionemos con calma. Pensemos con serenidad que debemos evitar la guerra. Si nues­ tro gobierno quiere guerra, que vaya él a pelear, pero no nosotros. Por eso, no vamos a los cuarteles; no seamos soldados; seamos hombres y amemos a la humanidad”1 036. Por otro lado, Luis Emilio Recabarren, a raíz del gran fracaso de la conscripción militar de 1907, se preguntaba “Ese odio al cuartel ¿es el fruto de una conciencia clara? ¿es horror al aprendizaje del asesinato y del robo? ¿es que el hombre recobra la dignidad sublevándose contra el inhumano tratamiento del cuartel? ¿es que no quiere rebajar su per­ sonalidad libre, sometiéndose a obrar mecánicamente por orden de un llamado superior que le hace cometer actos indignos del hombre? ¿es que ha comprendido que el hombre no debe ser asesino de sus seme­ jantes? (...] ¿O habrá comprendido que en el día de hoy el ejército solo tiene por misión oprimir a los trabajadores, sirviendo abnegadamente a

solo. Consistiría en obligara la totalidad de nuestros bachilleres y licenciados, sin excepción alguna, aprestar durante dos años el servicio militar'. Tal seria un medio que serviría, entre otras cosas, a ‘la regeneración de la raza francesa, degenerada por la Universidad1". Además, para “Le Bon (...) la educación militar debía servir a un programa antisocialista pues el ejército era definido como ‘el último baluarte de una sociedad presa de las más profundas divisiones y pronta a disociarse según las aspiraciones de los socialistas”'. Amagada añade que en 1913 la revista MECH publicó otro artículo de Le Bon donde se hacía una apología de la guerra señalando a esta como "portadora de grandes bienes, 'desde luego la formación del alma nacional. Sólo las guerras crean y fijan esta alma’ y en que dice que ‘sin el régimen militar obligatorio a que hoy día se encuentra sometida la población masculina de Europa, la anarquía, el socialismo y otros disolventes de la civilización moderna ha­ brían progresado con paso de gigantes”'. (Amagada; pp. 97-98) Notablemente, Arturo Alessandri era un declarado discípulo de Le Bon, aunque especialmente, como veremos en el próximo capítulo, en lo que respecta al arte de manipulación de las masas...

1 035 cit. en Quiroga y Maldonado; p. 102.

1 036 cit. en Quiroga y Maldonado; p. 102.

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los capitalistas y gobernantes que explotan y hambrean al pueblo?”; y terminaba señalando: “la ausencia del ejército, la desaparición de las instituciones armadas, la destrucción de los instrumentos de guerra, la educación del pueblo, solamente harán la gran obra de la transforma­ ción social. El complemento de la perfección vendrá después”1 037. Esta gran distancia entre la oficialidad de las Fuerzas Armadas y los sectores populares organizados aumentó significativamente con la ola de mayor malestar social y las huelgas obreras, lo que contribuyó al ocaso de la república oligárquica. Además del temor que produjo en la oligarquía y en la clase media chilena la revolución bolchevique y su impacto mundial. De este modo, la prédica antisocialista se hizo virulenta: “En Chile el socialismo ha encontrado campo propicio para sus desórdenes, sus atentados y sus crímenes, ¿puede dudarse de que si el fin de la difusión del socialismo es perverso, no lo son menos los medios que para esa difusión se emplean? (...) esos propósitos tan inmorales (...) la locura socialista, llevada a su extremo y representada por tipos de verdaderos semilocos que parecen escapados del gran manicomio, en que han con­ vertido las doctrinas socialistas a Rusia”1 038. Y se hizo vehemente el llamado a los suboficiales a la tarea políti­ co-militar de detener dicha amenaza: “No desmayéis en vuestro traba­ jo (destinado a crear) los más poderosos diques para contener la ola roja del maximalismo (bolchevismo), que si no se le ataja no dejará piedra sobre piedra de nuestra patria, de nuestros hogares y de ninguna ♦ * ”1 039 nación . La distancia ideológica de las Fuerzas Armadas se hizo extensiva a los sectores más izquierdistas de la clase media y particularmente ha­ cia los estudiantes de la FECH, quienes combinaban diversos postula­ dos anarquistas, pacifistas y antimilitaristas. A este respecto fue espe­ cialmente conflictivo un artículo aparecido en la revista Claridad, de la FECH, de mayo de 1921, en la que se señalaba: “El militarismo, la llaga ‘honrosa’ que corroe a la humanidad; la mentira que se sostiene como verdad, cual un rastro inmundo de la era troglodita; la afirma1.037 cjt

en cruzat y DevésjTomo II; p. 41.

1 038 Revista La Bandera, Diciembre, 1921; cit. en Amagada; p. 103. 1.039 Revista La Bandera, Mayo, 1921; cit. en Arriagada;p. 103.Es más, "enlosaños 1921, 1922 y 1923 aparecen muchos artículos de la Revista ‘La Bandera' que se refieren al comunismo. Sus títulos son sugestivos en una revista que, evidentemente, desempeñaba un rol formativo en los subofi­ ciales: ‘El Terror Rojo en Rusia', 'La Dictadura de los Soviets es la peor de las tiranías’, 'La Dicta­ dura Roja', u otros referentes a puntos doctrinarios: ‘El Comunismo ante la idea de patria y las instituciones armadas"'.(Aylwin y Alamos; p. 317) En uno de esos artículos, en 1921, se llegó incluso a pedir la represión de las manifestaciones a favor de Rusia: "Incomprensible es la ignoran­ cia y la mala fe demostradas por quienes han pregonado como un país ideal a la Rusia del Soviet y aun celebrado en el país más libre del mundo (Chile) el aniversario de la revolución rusa con exclamaciones, incitando al chileno a imitar lo allí acontecido (...) Es menester templar las almas y poner enérgica cortapisa a los desmanes de los agitadores sin conciencia que han creído dormidas las más saludables energías de la nación", (cit. en Arriagada; p. 105)

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ción de la tiranía y la negación de la libertad; el imperio de la bestiali­ dad sobre la razón. El militarismo engendrador de la guerra, la guerra: el monstruo insaciable de las mil fauces; la bestia apocalíptica que con su aliento envenena las fuentes y esteriliza los campos (...) que a su paso arrasa las ciudades (...) que en apetito horrible engulle hombres, mutila niños y viola mujeres, y digiere a casi toda la humanidad... para expeler un montón de oro con que satisfacer y beneficiar a los menos; a los parásitos, a los capitalistas (...) Y la sangre de los guerreros seguirá esterilizando la tierra, hasta que los obreros no abran los ojos a la ley (...) se arranquen los uniformes en tirones (...) fusionen las banderas de todas las patrias y (...) se estrechen eri un abrazo fraterno sobre todo el mundo, formando una sola y gran bandera roja”1 040. La reacción de la revista La Bandera, de junio de 1921, fue no menos furibunda. Señaló que el anterior artículo era revelador del “de­ sastroso estado de decadencia a que ha IJegado la Federación de Estu­ diantes” y sus autores fueron calificados de “hombres sin conciencia ni patriotismo, que preparan la ruina de la misma patria que los alimenta (...) destilan hiel y amargura (...) enemigos de la patria (...) fracasados (...) amargados (...) cobardes que la nación entera sabe acallar indigna­ da (...) hombres sin patria y sin familia, de almas innobles y mezqui­ nas”1-041. Posteriormente, dado una nota de saludo que envió el presidente de la FECH, Daniel Schweitzer, a sus congéneres peruanos, con oca­ sión del centenario de la Independencia de Perú; y, especialmente, a raíz de la sugerencia de Carlos Vicuña Fuentes (vinculado al directorio de la FECH), efectuada en agosto de 1921, de superar los problemas con Perú y Bolivia, devolviendo Tacna y Arica al primero y cediéndole una salida al mar a la segunda por Tarapacá1 042; la revista La Bandera reaccionó duramente. Publicó una protesta de las Sociedades de Vete­ ranos de la Guerra del 79 contra una “juventud ignorante que no sabe lo que es Patria”; acogió una carta del sargento 1 ° Manuel Avendaño en que sostenía que en el evento que sus hijos pudieran ser educados al­ guna vez por profesores como Schweitzer o Vicuña “no trepidaría un instante en convertirme en parricida antes de permitir la enseñanza antipatriótica en los corazones del producto de mis afectos”; y editorializó haciendo saber “a éstos” (los “antipatriotas”) que “el Ejérci­ to los corregiría de buena gana”1 043.

1.040 c¡t

en Aylwin y Alamos; p. 323.

1041 cit. en Arriagada; p. 104. 1.042 resolverse el problema internacional del Norte, mediante la devolución al Perú de las provincias de Tacna y Arica y la cesión a Bolivia de una faja de terreno en Tarapacá, para que tenga salida al Pacífico". (Carlos Vicuña. La Libertad de Opinar y el problema de Tacna y Arica, Impr. Selecta; Santiago; 1921; p. 19)

1.043

en Amagada; p. 104.

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Junto con el desarrollo de estas tendencias “anti-izquierdistas”, la oficialidad de las Fuerzas Armadas comenzó también a desarrollar -en consonancia con las clases medias civiles- una progresiva crítica al ré­ gimen oligárquico. En esto influyeron diversos factores: el efecto nega­ tivo del inmovilismo parlamentario y del favoritismo clientelístico en el buen funcionamiento de la estructura burocrática de las FF.AA. y especialmente, en el régimen de ascensos y remuneraciones de la insti­ tución; la insatisfacción creciente frente a la corrupción, politiquería y esterilidad del régimen oligárquico; el desgaste provocado por la recurrencia de la utilización violenta de las Fuerzas Armadas contra el movimiento obrero; la mayor conciencia de los profundos males popu­ lares, con ocasión del conocimiento directo de ellos en virtud del servi­ cio militar obligatorio; y la insatisfacción frente al escaso desarrollo industrial del país, y de armamentos, en particular1 044. En efecto, “la inoperancia parlamentaria afectaba directamente a las Fuerzas Armadas. El problema de los ascensos y los sueldos, a prin­ cipios de siglo, permaneció largo tiempo en el Parlamento sin resolu­ ción. En lo fundamental, entre 1912 y 1920, los sueldos permanecie­ ron sin variación (...) Muchos oficiales llegaban a superar con mucho el límite de edad para su grado, sin posibilidad de ascender”1 045. A su vez, el clientelismo propio de la burocracia estatal se aplicaba igualmente a las Fuerzas Armadas, desmoralizando a la institución. Así el coronel Carlos Ibáñez se quejaba restrospectivamente: “¿sabe usted que los políticos y jefes de partidos intervenían en las destinaciones de los oficiales? Ocurría que a los comandos de unidades llegaban con frecuencia cartas de recomendación sobre la destinación que los jefes debían dar al personal subalterno. Se llegaba al extremo de aplicar al Ejército el sistema empleado hoy en los servicios civiles. Todo con tarjetitas de recomendación (...) ¿cómo conservar la disciplina?”1046 1.044 Ver especialmente Nunn (1976); pp. 98-100 y 112-115; Varas, Agüero y Bustamante; pp. 31-44; y Vial (1996); Volumen I,Tomo II; pp. 813-818.

1045 Varas, Agüero y Bustamante; p. 43. Así, en la propia revista de los suboficiales La Bandera, de 1921, un sargento 1° señalaba: “Soy sargento Iodesde el 31 de diciembre de 1901 (...) no tengo fortuna, no espero tenerla y estay rodeado de deudas porque el puesto que desempeño, la familia que poseo y la carrera que he elegido no me permiten economizar ni progresar; sé, por mis superiores, que la preparación general que me he proporcionado no la tienen muchos jóvenes tenientes; me conside­ ran apto para desempeñar las funciones del grado inmediatamente superior y estoy plenamente convencido de que en cualquiera otra rama de la Administración Pública habría hecho más carrera (...) Sin embargo no me pesa el haber entregado mi existencia al servicio de las armas (...) y jamás podré culpar a mis jefes y oficiales (...) porque si de ellos hubiera dependido ascenderme a oficial, haría muchos años que lo hubieran hecho. La culpa la tiene el medio que sobre esta materia ha dominado en el país y la corriente de oposición que cierta clase social ha mantenido en la opinión pública en contra de nuestro ascenso", (cit. en Aylwin y Alamos; p. 320) 1.046 cit en Varas, Agüero y Bustamante; p. 43 Carlos Sáez plantea también que "desgraciada­ mente, vivíamos bajo el régimen de los empeños, que daba lugar continuamente a irritantes injusti­ cias. Una buena recomendación bastaba para anular la mejor hoja de servicios. Los oficiales que pertenecían a la alta sociedad tenían asegurada su carrera. Casos hubo en que se implantó un reglamento (...) con el exclusivo objeto de beneficiar a determinadas personas". (Sáez; pp. 33-34)

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Todo lo anterior condujo a muchos oficiales a la búsqueda de pa­ drinazgos políticos y específicamente a la incorporación a la masone­ ría, dada la gran relevancia política y burocrática que tenía la orden masónica en ese entonces. Esto, a su vez, aumentaba los vínculos e inquietudes políticas de la oficialidad1 047. Por otro lado, “los parlamentarios llevaron los asuntos militares -y hasta las medidas que en este campo tomaba administrativamente el Ejecutivo, aun las diciplinarias- a la discusión periodística y política, y al Congreso. Hicieron de los conflictos castrenses -incluso de los parti­ culares (...)- pretexto de censura y arma contra los gabinetes”1 048. La disconformidad de las Fuerzas Armadas con el régimen imperante se reforzaba al percibir una incapacidad económica y específicamente industrial de aquel para sustentar la propia seguridad nacional. Así, el capitán de corbeta Benjamín Barros Merino escribía en 1920: “Una de las principales experiencias deducidas de la guerra europea fue el gran peligro de depender de otra nación para el comercio y apertrechamiento (...) Por consiguiente, la lección que se desprende es la imprescindible necesidad de convertirnos en industriales y productores, estableciendo en el país fábricas, maestranzas, astilleros, etc. que nos liberten de la tutela extranjera, ya que tenemos la materia prima para elaborar los materiales”1 049. A su vez, el subjefe del Estado Mayor General del Ejér­ cito, Mariano Navarrete, señalaba en 1917 que “la Defensa Nacional requiere el empleo inteligente y acertado de todos los recursos de un país y la implementación de industrias que, junto con satisfacer las exigencias comerciales, incrementando la riqueza privada y del Estado, estén preparadas para suministrar en caso de guerra todo lo que las fuerzas armadas necesitan para mantener su eficiencia (...) la satisfac­ ción de las necesidades del Ejército exige, por lo tanto, la actividad industrial del país en casi todas sus manifestaciones”1 050. Lo anterior condujo a una clara crítica del modelo de desarrollo económico auspiciado por la república oligárquica, de acuerdo a lo planteado por el capitán Luis A. Urrutia, el mismo 1917: “...todas estas ideas serían nulas si no hay una efectiva protección a la industria nacio­ nal; protección que le permita desarrollarse tranquila en la época de

1 047 yer y¡aj. Op cit. p 815. pe acuerdo a Sáez, "de la intervención de un diputado o de un senador dependía muchas veces un comando, un cambio de guarnición o un viaje a Europa (...) Su amistad en esa época de agudo parlamentarismo, tenía un valor extraordinario. La necesidad indu­ jo, pues, a ciertos ojiciales a entablar relaciones no exentas de peligros para la institución (...) El nefasto sistema de los empeños y de la intervención de los políticos en las cuestiones militares, amena­ zaba desquiciar una institución que, por su espíritu de trabajo, por su disciplina y por las tradiciones heredadas del antiguo ejército, habia llegado a ocupar un puesto de honor entre las instituciones similares de Sudamérica". (Sáez; pp. 36-37) 1 048

yiai; Op cjt. p 815.

1 049 cit. en Varas, Agüero y Bustamante; p. 38.

1 050 cit. en Varas, Agüero y Bustamante; p. 38.

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paz. Hemos visto que nuestra industria en el período actual ha crecido, ha prosperado; pero que está muy lejos de lo que debe ser. El ideal que se debe perseguir es que nuestro país llegue a ser un país industrial (...) si la producción nacional no puede hoy satisfacer todas las necesidades de la nación, no es por falta de capacidad, sino por falta de una protec­ ción efectiva de parte de las autoridades”1051. Otro elemento de crítica de la oficialidad al régimen oligárquico se refería a la extrema desigualdad social vigente. Así, el general Carlos Sáez decía: “Grandes terratenientes, asociados a veces a la gran indus­ tria, los hombres4 de nuestra aristocracia han tenido en sus manos du­ rante mucho tiempo la dirección de la política y de la economía nacio­ nales, por derecho propio, disimulado tras una aparente delegación de la soberanía popular. Mandar ha sido para ellos un derecho consuetu­ dinario (...) Por eso, como es sabido, nuestra república, democrática según la Constitución ha sido, hasta ayer por lo menos (escrito en 1934), la más aristocrática de las repúblicas sudamericanas”1 052. A su vez, el teniente René Montero planteaba en 1926 que “nues­ tros Presidentes, con haberlos habido muy ilustres, por lo general no han tenido en la Moneda otra significación que ser los representantes genuinos de la oligarquía aristocrática. A este respecto es proverbial, para escarnio del régimen democrático (...) que gran número de nues­ tros mandatarios, han sido ungidos en las sobremesas o tertulias del Club de la Unión”1 053. Y el mayor Rafael Pizarro, en 1923, condenaba “la desmoralización de las clases ricas (...) la falta de verdadera entere­ za moral de los poseedores de los bienes... los abusos del capital o las insolencias de una corrompida o estúpida riqueza”; y concluía: “Inspirémonos, pues, en un socialismo justo, en aquel que persigue una igualdad social más armónica que sin borrar todas las tradiciones de la propiedad privada, de la riqueza, etc., solicite una intervención de par­ te del Estado hacia aquello que encamine a asegurar la vida, tranquili­ dad y bienestar del obrero”1 054. Todo lo anterior configuró en la oficialidad de la Fuerzas Armadas -particularmente del Ejército- una opinión crecientemente crítica de la república oligárquica. Naturalmente, que una opinión demasiado franca de ello no era posible, dada la subordinación existente respecto de la autoridad política. Sin embargo, hubo críticas públicas muy con­ tundentes al régimen, hechas estas desde la perspectiva de las necesi­ 1 051 cit. en Varas, Agüero y Bustamante; pp. 38-39. Este análisis es concordante con lo que se ha señalado anteriormente -especialmente en base a los estudios de Henry Kirsch- de que el desa­ rrollo industrial logrado no era despreciable, pero que estaba limitado fundamentalmente a las industrias de bienes de consumo. 1 052 Sáez; p. 46.

1 053 cit. en José Díaz. Militaresy Socialistas en los años veinte. Orígenes de una relación compleja, Univ. ARCIS; Santiago; 2002; pp. 44-45. 1 054 cit. en Amagada; p. 107.

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dades de las Fuerzas Armadas y la defensa nacional. Así, por ejemplo, el oficial de Ejército Ernesto Medina Fragüela, ya en 1912, sostenía que “la ilimitada ingerencia que tiene, pues, el cuerpo Legislativo en los negocios que afectan a la preparación de las fuerzas (armadas], sea en su organización como en su control; así como el derecho de fijar el presupuesto de guerra y marina anual (...) es evidentemente contrario a los principios de organización ya que la inestabilidad directiva es el más grande enemigo de la unidad de pensamientos y de la unidad de acción, que debe constituir... el camino que es necesario recorrer para alcanzar el deseo supremo de la nación, la victoria”1 055. A su vez, el coronel Mariano Navarrete, en 1917, señalaba que “es posiblemente la causa principal (de la paralización del progreso militar) esa falsa idea que tiene la gran mayoría de nuestros hombres públicos respecto de lo que debe ser el ejército y de la misión que le corresponde en la vida nacional (...) no hay más que un solo procedimiento eficaz: consagrar menos tiempo a las cuestiones políticas y dedicarnos por entero a im­ pulsar el progreso del país. Desgraciadamente nuestros hombres públi­ cos, que están absorbidos por la lucha partidista y mal informados acer­ ca de los asuntos militares, creen de buena fe (...) que, con los fondos del presupuesto anual, la defensa del país está totalmente asegura­ da”1056. En todo caso, había claramente en el Ejército un estado de opinión que contribuiría a profundizar la crisis de la república oligárquica -como veremos- y que daría un respaldo decisivo a su colapso final.

1 055 cit. en Varas, Agüero y Bustamante; pp. 43-44.

1 056 cit. en Varas, Agüero y Bustamante; p. 44.

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CAPÍTULO IX

EL OCASO DE LA REPÚBLICA OLIGÁRQUICA

El aparente éxito de la oligarquía chilena, con una república a su medi­ da, escondía profundas debilidades y contradicciones que la sentencia­ ron en un plazo relativamente breve. El inmovilismo parlamentario frente a los crecientes desafíos económicos y demandas sociales era incapaz de perdurar. La sola emergencia en su seno de un proletariado industrial y mi­ nero, cada vez más organizado y luchador, y de clases medias crecientemente importantes y demandantes, constituían retos dema­ siado grandes para su supervivencia. A ello hay que sumarle las profun­ das debilidades de su sistema económico, cuyos principales elementos eran la extrema vulnerabilidad por su dependencia frente a las fluctua­ ciones del mercado mundial (particularmente respecto de la demanda de salitre] y la inercia de su clase oligárquica, que no solo se reflejaba en el estancamiento de su actividad económica tradicional (la agricultura], sino, además, en su incapacidad para liderar un proceso de industriali­ zación que fundamentara un efectivo desarrollo económico-social. Veremos, en primer lugar, el agotamiento del sistema económico; luego la acción de las fuerzas político-sociales que la condujeron a su término y, por último, la fase de colapso: el gobierno de Alessandri y la intervención militar.

1. Agotamiento del sistema económico En páginas anteriores vimos la dependencia extrema de las actividades económicas nacionales respecto de las fluctuaciones de la economía internacional y cómo las crisis mundiales repercutían desastrosamente, sobre todo, en la situación de las clases populares. En efecto, las crisis provocadas por el desencadenamiento de la guerra mundial de 1914, especialmente las posteriores a 1918, condujeron a situaciones de mi­ seria insoportables y a una pérdida de legitimidad de la clase oligárquica como conductora exclusiva del sistema social.

317

Así, “el comercio exterior chileno -importaciones y exportacionescayó agudamente en 1914-15 como resultado de la ruptura del comer­ cio internacional causada por el estallido de la guerra. De 1912-13 a 1914-15 el total de las exportaciones disminuyeron en 25% y las im­ portaciones en 35%. De mayor importancia fue, sin embargo, la caída en las importaciones de materia prima y productos intermedios que alcanzó al 41% durante el mismo periodo”1 057. Esto se tradujo, entre 1914y 1916, en una fuerte caída de la producción nacional y a que el secretario de la Sociedad de Fomento Fabril, Pedro Luis González, re­ señara los efectos de la primera etapa de la guerra como de “parálisis del comercio externo, aguda escasez de transporte marítimo, suspen­ sión de actividades en las salitreras y otras áreas mineras, contracción de actividades agrícolas e industriales, virtual cierre de líneas de crédi­ to bancarias, súbita caída en el precio de las acciones y un alza en el precio de los alimentos, todo lo cual llevó a una miseria general en la vida de todos los trabajadores”1 058. Hacia fines de la guerra no solamente se recuperaron los niveles de producción de preguerra, sino que se desarrolló un conjunto de nuevas áreas industriales como forma de sustituir importaciones1 059. Sin em­ bargo, el modelo de desarrollo económico no se alteró y las recesiones mundiales de posguerra implicaron una crisis todavía más grande y dolorosa. De este modo, las exportaciones de salitre disminuyeron [en un 73,2%1 entre 1918 y 1919 (de 312,6 millones de dólares a 83,6)1060. Y si bien en 1920 se recuperaron notablemente (403,5 millones de dólares, 29,1% más que en 1918)1061, en 1921 bajaron drásticamente un 65,9% respecto de 1918 (106,4 millones de dólares)1 062; y, en 1922, un 63,5% respecto del último año de la guerra (114,2 millones de dó­ lares)1063. 1 057 Kirsch; p. 46.

1 058 cit. en Kirsch; p. 46 A su vez, las exportaciones de salitre cayeron de 2.738.000 toneladas en 1913 a 1.847.000 en 1914; remontaron levemente a 2.023.000 en 1915, y llegaron a 2.988.000 toneladas en 1916. En términos de millones de dólares (de 1960) aquello se tradujo en una evolución de 188,9 en 1913; 113,6 en 1914; 123,4 en 1915; y 202 millones en 1916. (Ver Carióla y Sunkel; pp. 126-127). 1 059 Así, en 1918 el consejero de la Sociedad de Fomento Fabril, Jorge Hórmann, señalaba que ‘‘sabido es que debido a la guerra, que en estos casos por la misma carestía de los artículos importados y subidos fletes equivale a una mayor protección aduanera, no sólo han tomado las industrias existentes en Chile gran desarrollo, sino que al calor de las actuales circunstancias se ha establecido un sinnúmero de nuevas industrias en el país, como las de paños y otros tejidos, de clavos cortados, de productos químicos y alimenticios, etc.”. (Jorge Hórmann: “Chile Industrial y Económico"; Impr. Cervantes; 1918; p. 72) i.060 yer Carióla y Sunkel; p. 127. En términos físicos la baja fue de 68,6%: de 2.919.000 a 915.000 toneladas.

1061 Ver Carióla y Sunkel; p. 127. Aunque en cantidades físicas fue un 4,3% menos que en 1918, es decir, se redujo ■ 2.794.000 toneladas. 1 062 Ver Carióla y Sunkel; pp. 127. En términos físicos la baja fue de 65,2%, ya que disminuyó a 1.114.000 toneladas. 1.063 yer Carióla y Sunkel; p. 127. Lo que en cantidades físicas significó una baja del 51,5%, esto es, a 1.413.000 toneladas.

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Además, el salitre -crucial para nuestros ingresos nacionales- se vio catastróficamente afectado por la creación del salitre sintético y otros sustitutos que, aunque de inferior calidad, eran mucho más baratos1 064. Esto significó que, según Alejandro Bertrand, "...en los dos primeros decenios del siglo XX la competencia representada por estos sucedáneos -nitratos artificiales y sulfato de amonio- significó para el salitre chile­ no que su cuota en el gasto mundial de abonos bajara del 75% al 33% (...) y fuera caminando hacia un mero 25%”1 065. Por cierto, como vere­ mos más adelante, las repercusiones sociales de estas crisis salitreras fueron tremendas.4 Pero las crisis de postguerra no solo afectaron al salitre. El cobre -de creciente importada- se vio también seriamente afectado: "Su precio los años 19 y 20 fue solo dos tercios del que habría corrido el año 1918; para 1921 bajaría aún más: casi la mitad. La producción experimentó también el retroceso esperable y correlativo; respecto de 1918, un 25% de disminución el año 19 (agudizado por la larga huelga de El Tenien­ te), un 8% en 1920 (...) y un 45% en 1921 ”1 066. El carbón también se vio gravemente perjudicado: “Su crisis comienza el año 1920-1921 y alcanza su nadir el 22; la normalidad sólo volverá -restablecido el con­ sumo salitrero- en 1924. Y ni aun así para ciertos yacimientos famosos, cuyo decaer -golpeados por los altos costos y por la competencia de otros carbones (v.gr., el norteamericano) y del petróleo- será definiti­ vo. Ejemplo: Lota y Coronel. Registran descenso de las utilidades des­ de 1922, y de la producción desde 1923. El año 26 cierran minas de Curanilahue. El 27 se inicia el sistema de trabajar semanas alternadas en esa zona y Lota”1 067. Por otro lado, "la producción industrial chilena fue afectada por estos años de declinación económica. El producto total se estancó en­ tre 1918 y 1919, cayó durante 1920-22, y sólo mostró una fuerte, reac­ ción en 1923”1 068. El otro factor fundamental de la decadencia económica del sistema fue la inercia e incapacidad de la clase oligárquica para encabezar un proceso de desarrollo económico efectivo. Como hemos visto, ni si­ quiera se interesó en modernizar y hacer más justa la agricultura nacio­ nal. Prefirió conservar su modo de vida señorial, opulento y ocioso; con todo el derroche que ello implicaba, por un lado, y la explotación semifeudal del campesinado, por el otro. Es cierto que el desarrollo de esta política no le representó amenaza alguna para la preservación de

1.064 af¡o 7927, el kilo de ázoe (nitrógeno) obtenido del salitre alemán (sintético) costaba 15 marcos, y por el kilo se pagaban 30 marcos en el abono chileno", (Vial (1996); Volumen III; p. 223)

1.065 vial; op. cit.; p. 223.

1066 Vial (1982); Volumen II; p. 621. 1067 Vial (1996); Volumen III; p. 225.

!.°68 Kirsch; p. 49.

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su sistema de hacienda. Económicamente pudo arbitrar diversas medi­ das (monetarias, crediticias, impositivas, etc.), para solventar incólume su ineficacia y estancamiento, al disponer de una total hegemonía en el sistema político. Y socialmente, porque el aislamiento de sus haciendas y el férreo dominio que ejercía sobre sus trabajadores impidieron que estos se “contaminaran” con la creciente efervescencia proletaria de los centros urbanos y mineros. No obstante, su pobre rol económico fue horadando crecientemente su legitimidad como clase rectora exclusiva de la sociedad. Desde ya, su incapacidad agraria se fue haciendo cada vez más notoria. Así, de exportar más de cien mil toneladas de trigo, promedio anual entre 1871 y 1900, Chile bajó a 56 mil, entre 1901 y 1910; y a 42 mil entre 1911 y 192O1 069. Es más, “desde 1891 hasta 1910, cada año deja déficit en la balanza comercial de la agricultura (...) durante el quinquenio 19051910 totaliza casi 5.800.000 libras esterlinas (...) supera el millón anual”1 070. El deterioro de la producción agrícola fue muy grande, así como su impacto en el nivel de vida de los trabajadores urbanos y mineros, ya que la mayor parte de sus exiguos salarios (alrededor del 60%) se destinaba a la compra de alimentos1071. Salarios que se reducían fuer­ temente por la notable alza de precios de aquellos. Así, de acuerdo al economista Daniel Martner, entre 1910 y 1920 el trigo subió en 168%; los fréjoles en 71%; la harina en 164%; las papas en 26%, y la cebada en 2O%1 072. Por otro lado, entre 1919 y 1923, la carne experimentó un alza del 26,6%; la harina, 13,6%; el trigo, 26,3%, y los fréjoles, 15,5%1 073. Otra de las más graves expresiones de la incapacidad de la oligar­ quía terrateniente fue su política de roce indiscriminado que deforestó el centro-sur del país, y erosionó gigantescas extensiones de tierras. La magnitud del daño podemos verla retrospectivamente: “El año 1875 (Amadeo) Pissis, escribiendo su famosa 'Geografía’, nos había pintado como un país de espesos bosques, que nacían con el paralelo 34° ([a la altura de Rancagual) para morir sólo en Magallanes. Entre los paralelos 39° (Temuco) y 42° (Reloncaví) -añadía- tales bosques eran una masa compacta de mar a cordillera. Treinta años después, esta descripción no

1.069 yer Carióla y Sunkel; pp. 120-121. Con el agravante que entre 1901 y 1910 nuestro país ¡importó al mismo tiempo 24 mil toneladas de trigo promedio anual! (Ver Vial; Volumen I, Tomo II; p. 457)

1 070 Vial; op. cit.; p. 457. Así, por ejemplo, en 1892 “el fuerte de la exportación agrícola chilena, el trigo, rendía 981.105 libras esterlinas (...) pero se gastaban 927.098 libras esterlinas en traer azúcar, y 901.000 en importar ganado vivo". (Vial; op. cit.; pp. 457-458)

1071 Ver Bauer; pp. 250-251.

1072 Ver Vial; Volumen II; p. 623. 1 073 Vial; Volumen III; p. 228. Todo esto condujo al político radical Alberto Cabero, a consignar 1922 como “el año de desbarajuste y pobreza (...) el más triste de la historia financiera de Chile”, (cit. en Vial; op. cit.; p. 228)

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correspondía a ninguna realidad1 074. Constatemos, de paso, que fue­ ron los años cruciales de la expoliación de la Araucanía... En este contexto, el desprestigio de los agricultores (así como del régimen parlamentario en general) fue cundiendo cada vez más. Una notable ilustración de aquello lo demuestra un sarcástico artículo de 1913 del nada revolucionario escritor Joaquín Díaz Garcés, en la me­ nos revolucionaria revista Pacífico Magazine: “En Chile es noble y reco­ mendable la profesión de agricultor; tolerada por los usos, la de aboga­ do; impuesta por la necesidad, la de médico; no prohibidas las demás. Chile fue hecho por la Providencia para los agricultores (...) Las minas de cobre fueron puestas por,su sapiente mano (la de la Providencia) con el objeto de que los agricultores pudieran hacer los fondos para los fréjoles de sus peones y el Estado la moneda menuda con la cual se pagó el inquilinaje en años pasados. Las minas de plata tenían visible­ mente el objeto de facilitar el uso de espuelas de lujo a las gentes del campo, de frenos y mates a los mayordomos, y de vajilla a los hacenda­ dos. Como hoy día estos objetos se importan del extranjero, las minas no se trabajan, lo que parece estar en el orden. Respecto de los bos­ ques, no se conoce su utilidad y por esta razón se les prende fuego (...) A consecuencia de la importancia que tiene en nuestros territorios el ciudadano que cultiva la tierra, hemos consentido en dejarle el gobier­ no, en abandonarle la dirección de la moneda y de las emisiones con las cuales se deprime el cambio; en adulterar a su servicio las estadísticas para que aparezcan diez veces más tierras cultivables de las que hay en realidad y en permitir un derecho de importación a las harinas extran­ jeras. Es verdad que así la vida se nos hace algo cara; pero nos consola­ mos viendo que el animal vacuno se mejora y el agricultor se empeora, de tal manera que cada día los toros parecen más hombres de estado, y viceversa, los hombres de Estado, toros declinando en los mismos. Por esta razón, todo escritor, si desea ser leído, debe abordar temas agríco­ las, aunque sea sin gran conocimiento de la materia, ya que el agricul­ tor tiene la condición de no saber nada de lo que hace ni por qué lo hace. Por ejemplo, el gobierno y algunas instituciones particulares se afanan en abrir escuelas agrícolas, agronómicas o experimentales para dar a la agricultura hombres preparados. Pero ningún agricultor acepta emplearlos por caros, pues un agricultor encuentra caras todas las co­ sas, menos lo que el vende, y tiene razón (...) Un agricultor es tanto 1 074 Vial; Volumen I, Tomo II; p. 454. Así, en un viaje a la Araucanía en 1906, Augusto d’Halmar escribía: “Hasta aquí (Temuco) no he visto sino montañas taladas, vestigios del bosque indígena, lo que me hace temer si toda la región estará ya así, y más cuando anoche pude vislumbrar el lejano fuego de los roces, que alumbra permanentemente con los volcanes la profundidad de estas noches australes”, (cit. en Vial; op. cit.; p. 454) Y el propio Verniory en 1898, al final de su estadía en Chile, señalaba apesadumbrado: “¡Qué cambio ha habido en diez años entre Temuco y Victoria! Lloro inte­ riormente al atravesar a sesenta kilómetros por hora la ex selva virgen del Saco donde sufrí tanto pero cuyo esplendor pasado me maravilla todavía. Hoy día, ¡qué triste banalidad!, se ha producido el roce en todas partes (...) Es una devastación funesta que hará pronto que la Araucanía, antes tan exuberan­ te, tome el aspecto desnudo y desolado de Chile Central”. (Verniory; p. 482)

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más rico cuanto más debe (...) La apertura del canal de Panamá abre a la agricultura, según se cree, nuevos horizontes; pero como, a pesar de la protección que recibe, estará siempre más atrasada que la de cual­ quier otro país, es de temer que vengan a hacerle competencia en su propia casa las patatas de Hamburgo o del Portugal que son más bara­ tas y mejores que las chilenas. El día en que sea necesario poner fuertes derechos de internación a las papas extranjeras, para proteger a las pa­ pas domas degeneradas que nos vemos obligados a comer, ese día será cuando los chilenos se contarán unos a otros para saber cuántos son los que producen las papas y cuántos los que las comen. Del resultado de esta causa dependerá el futuro económico de Chile. Entonces, conven­ cidos de que más que país agrícola debemos serlo industrial, colocare­ mos una turbina a cada caída de agua y fabricaremos según nuestras necesidades y las de los mercados inmediatos. Mientras viene este acon­ tecimiento, la mejor profesión es la de agricultor. Entre el Estado y la naturaleza le dan la tierra, el cultivo y la parición del ganado. Es segu­ ramente a un agricultor a quien, viéndolo en perpetuo descanso le pre­ guntaban un día: ‘¿y no le vienen a usted tentaciones de trabajar?’ Y él contestó: ‘Sí, me vienen; pero las resisto’”1 075. El desprestigio general de la oligarquía ya era reconocido por algu­ nos políticos miembros de ella. Así, Enrique Mac Iver, respecto de pro­ yectos de emisión monetaria señalaba en 1906: “Si proyectos como éste, que tienden a envilecer nuestra moneda, dieran el resultado que se teme, ¿tendríamos derecho para quejarnos del levantamiento del pueblo? (...) los pobres (...) los que viven de salarios (...) son las vícti­ mas de esta clase de proyectos”. Y en 1907, a propósito de un debate parlamentario sobre la prédica anarquista que se estaría haciendo en la Universidad de Chile, decía: “Somos nosotros los que estamos ense­ ñando el anarquismo”1 076. A su vez, el entonces (1906) diputado, Fran­ cisco Antonio Encina, planteaba: “Por nuestra torpeza y empecinamiento hemos perdido la ascendencia moral que las clases dirigentes, en espe­ cial los poderes públicos, deben tener sobre el pueblo”1 077. No obstante, la generalidad de la oligarquía estaba muy satisfecha con el sistema o, en todo caso, no mostraba ninguna disposición a com­ partir el poder con los emergentes sectores medios ni menos con las clases populares. Ni siguiera aceptaba establecer una legislación social que paliara en parte la miseria de los más pobres. Por otro lado, tampoco mostraba ninguna intención de modificar el modelo de desarrollo basado en la exportación de materias primas, por un proyecto industrializador. Incluso, propuestas en este sentido, efec­

1 075 Joaquín Díaz Garcés (“Angel Pino”). "Problemas agrícolas al alcance de los no agricultores", en Pacífico Magazine; Enero de 1913.

1076 cit. en Vial; Volumen I, Tomo II; p. 463. 1 077 cit. en Vial; op. cit.; p. 463.

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tuadas por la Sociedad de Fomento Fabril1 078 y la Sociedad Nacional de Minería1 079, cayeron en el vacío. La hegemonía de los intereses hacendarios era demasiado fuerte en la oligarquía. Y más que intereses económicos, de por sí tremendamente poderosos, representaban una profunda tradición valórica y cultural. Era el sello “aristocrático” de nuestra oligarquía. Sello que explicaría la inacción de la clase dirigente, constatada pero no precisada por el propio Hórmann en junio de 1914: “Por infinitas causas, nuestros Gobiernos se han desinteresado de los problemas sociales y económicos; nuestros Ministros rotativos, fruto del parlamentarisfno, sólo viven al día y mal pueden mirar el porvenir. Por este motivo, no ha habido jamás ni ha podido formarse una política económica y comercial en Chile”1 080.

2. Resurgimiento del movimiento obrero Y DE LA REPRESIÓN

Luego de la feroz ola represiva de 1907, al movimiento obrero le costó muchos años recuperarse. Incluso la formación en 1909 de la Gran Federación Obrera de Chile (GFOCH), tuvo un carácter esencialmen­ te moderado y mutualista. Sus objetivos fueron “ayudar a sus miem­ bros, aumentar el nivel cultural de las clases trabajadoras y fomentar el bienestar económico, moral e intelectual de sus miembros”1078 *1081. Ade­ más, “la GFOCH (...) consideró las huelgas ‘ya anticuadas’ como ins­ 1078 De 1918, de elevar sustantivamente los aranceles aduaneros para proteger la industria que se había fortalecido durante la guerra. Así, la argumentación del consejero de la SOFOFA que más abogaba por ello, Jorge Hórmann, caía en oídos sordos; “Mientras otros países como el Canadá, en defensa de sus industrias y de sus cambios internacionales, prohíben la internación de artículos importados super­ finos y los de lujo, no es posible que nosotros procedamos en sentido contrario a los intereses naciona­ les, dejando morir industrias que han nacido durante la guerra, y cuyas materias primas se encuen­ tran inexplotadas en el país (...) mucho más cuenta hace al país explotar sus riquezas, sus yacimientos de sales existentes en la pampa como, asimismo, hilar sus lanas, en vez de exportar a vil precio sus materias primas (...) que después paga el país a subido precio al extranjero en forma de muebles, zapatos, frazadas y mantas, botones, sales refinadas y harinas alimenticias. Sólo esta política es la que ha hecho grande a los Estados Unidos, a Alemania, a Francia, etc. (...) Asimismo, la situación del salitre se presenta obscura; luego debemos ser previsores, y junto con fomentar la explotación de nuestras minas de carbón y de nuestros minerales en el norte, debemos afianzar, desde luego, nuestra industria nacional". (Hórmann; pp. 72-74)

1 079 El Consejo Directivo de la SONAMI le propuso al gobierno, el 18 de agosto de 1917, un gran proyecto para crear una industria siderúrgica en el país con respaldo estatal. Los objetivos de la pro­ puesta eran; “a) Implantación de la industria del hierro y del acero sobre bases sólidas y permanentes; b) Independencia absoluta de todo mercado exterior; c) Las necesidades de la defensa nacional que­ darían de hecho aseguradas; d) Nacionalización de la industria, evitando que nuestras minas conti­ núen pasando a manos extranjeras, ye) Creación de una fuente de producción y de trabajo, que mar­ caría época en la historia del país, abriendo amplio campo a las actividades industriales ”. (cit. en Carlos Sánchez Hurtado. Evolución Histórica de la Industria Siderúrgica Chilena e Ibero-Americana, Esc. Tipog. Salesiana La Gratitud Nacional; Santiago; 1952; p. 131) 1 080 Hórmann; p. 63.

1081 cit. en De Shazo; p. 131 De hecho su promotor fue el abogado conservador Pablo Marín Pinuer.

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trumento de la clase trabajadora y ningún consejo miembro de la fede­ ración participó en una huelga antes de 1916"1 082. Por otro lado, entre 1909 y 1913, se incrementó el número de orga­ nizaciones de trabajadores existentes en el país en alrededor de 25% (de 372 a 463); correspondiente a cerca de un 40% de aumento en la cantidad de trabajadores (de 65.136 a 91.6O9)1 083. A su vez, entre 1912 y 1914, “el número de huelgas aumentó sustancialmente, pero aún muy por debajo de los niveles de 1906-7”1 084. De acuerdo a la Oficina del Trabajo, “aproximadamente la mitad de las huelgas en 1912 y 1913 tuvieron lugar en Santiago y Valparaíso, una pauta similar a la de 1905-6”. Aunque a diferencia del período anterior “la mayor parte de las huelgas ocurrieron en Valparaíso. La actividad huelguística se centró en la industria del transporte, especialmente en los trabajadores marítimos y de los Ferrocarriles del Estado. Las fre­ cuentes huelgas en las industrias de imprenta y cueros en 1905 no se repitieron entre 1911 y 1916. Los trabajadores manufactureros, en ge­ neral, parecen haberse abstenido de la actividad huelguística, sea por­ que fueron capaces de negociar aumentos de salarios sin huelgas o por­ que carecieron de la adecuada fortaleza organizacional”1 085. La principal huelga, entre 1909 y 1916, fue sin duda la huelga ge­ neral de Valparaíso de octubre de 1913. Ella se originó por la negativa de los ferrocarrileros de cumplir la orden de fotografiarse para fines identificatorios. La empresa aducía su necesidad para evitar los robos y los trabajadores alegaban que ello era indigno e inconstitucional y que serviría para eventuales listas negras1 086. A los ferrocarrileros se le fueron sumando crecientemente trabaja­ dores de otros sectores, especialmente los organizados en sociedades de resistencia, e incluso de la Compañía Refinadora de Azúcar de Viña del Mar. Luego la Federación Obrera Regional Chilena (FORCH), de tendencia anarquista, centralizó “una lista común de demandas para todas las organizaciones, incluyendo la jornada de ocho horas, descanso

1 082 De Shazo; p. 131. Además, de acuerdo a sus estatutos, uno de sus objetivos era "cultivar amisto­ samente relaciones con los poderes públicos y autoridades administrativasf...) a tal punto que puedan ser consideradas, acogidas y convertidas en ley de la República las ideas de bienestar de las clases trabajadoras ”, (cit. en Ortiz; p. 218)

1 083 Ver De Shazo; p. 130. 1 084 De Shazo; p. 136 De acuerdo a cifras de Manuel Barrera y Jorge Barría las huelgas a nivel nacional fueron 80 en 1907 y 61 entre 1912 y 1914. De acuerdo a la Oficina del Trabajo, fueron 52 en 1907; y 45 entre 1912 y 1914. (Ver De Shazo; p. 136)

1 085 De Shazo; pp. 136-137. 1 086 Es ilustrativa a este respecto la protesta del diputado Malaquías Concha en la Sesión del 2 de noviembre de 1913: "El Gobierno no puede hacer otra cosa que aquella por la cual está autorizado por la Constitución; todo lo demás es (...) un atropello de las libertades públicas (...) Nuestra seudoaristocracia ha dado en obligar a los cocheros a cortarse el bigote, para que no se confunda con los patrones. Así vamos de paso en paso olvidando el respeto debido a la persona humana", (cit. en Ortiz; p. 210)

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dominical efectivo, pago de salarios al cambio de 18 peniques y pago de indemnización por accidentes del trabajo”1 087. A diferencia de la huelga general de 1907, en que solo los primeros trabajadores en conflicto lograron éxito, en 1913 fue al revés. Mientras los ferrocarrileros fueron completamente derrotados, muchos de los gremios que adhirieron en el camino obtuvieron acuerdos ventajocr^cl .088

Pese a la modestia de este resurgimiento, la represión policial y ju­ dicial continuó activa hacia el conjunto de los sectores populares, par­ ticularmente respecto de los anarquistas. De acuerdo a Carlos Vicuña, ya en 1911 se aprehendió a varios dirigentes anarquistas por una bom­ ba que grotescamente “estaba envuelta en periódicos anarquistas, algu­ nos editados en Buenos Aires, de que la policía se incautaba mañosa­ mente”1089. Naturalmente, todos los acusados quedaron libres. En ese mismo año se inició el proceso de los “gráficos", llamado así “porque encausaba a varios obreros de este gremio que imprimían folletos y volantes de propaganda social”. Entre ellos, fueron encarcelados Ernes­ to Soza y Julio Valiente, pero “el clamor público fue tan fuerte (...) Ia violación de la ley tan manifiesta, que el juez les permitió salir en liber­ tad provisional y dejó que el sumario se pudriese solo y se olvidara”1 090. Sin embargo, “el más infame (proceso) de aquellos remotos días fue el seguido contra Voltaire Argandoña y Hortensia Quinio, ‘compañera’ de Argandoña. La policía allanó sin orden (judicial) la casa de la Quinio y debajo de su cama dijo haber hallado dos cartuchos de dinamita pro­ cedentes de las obras del Puerto de San Antonio. La Quinio, a pesar de las torturas, manifestó ignorar la procedencia y aun la existencia de esa dinamita, pero el Juez (Francisco) Santapau, estimando suficientemente acreditado el ‘cuerpo del delito’, dio orden de prisión contra Argandoña. Este era un joven obrero de mucho prestigio entre los gremios (...) Más de dos años duró el proceso que los reos soportaron desde la cárcel, pues no consiguieron libertad provisional. El juez Santapau condenó en primera instancia a Argandoña a tres años y un día de presidio por ‘andar con instrumentos conocidamente destinados a causar estragos’ y absolvió a la Quinio por falta de pruebas. Cuando la anciana madre de Argandoña supo esta sentencia, cayó muerta. También murió poco después Hortensia Quinio, víctima de las torturas físicas y morales del largo proceso”1091. 1 087 De Shazo; p. 138. Los trabajadores de la maestranza afiliados a la GFOCH no se plegaron a la huelga. 1.088 yer j)e shazo; pp. 138-139 y Ortiz; pp. 209-211.

1 089 Carlos Vicuña (2002); p. 96. Entre los detenidos figuraron el zapatero francés Aquiles Lemire y el estudiante de ingeniería Pedro Godoy. Ver también a Ortiz; pp. 199-200. 1 090 Carlos Vicuña (2002); p. 95.

1091 Carlos Vicuña (2002); pp. 96-97. Aquella inicua sentencia fue confirmada por la Corte de Apela­ ciones y la Corte Suprema. Ver también ■ Ortiz; p. 201.

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Posteriormente, en 1914, la grave crisis económico-social produci­ da por el estallido de la guerra tuvo un efecto muy ambivalente. Por un lado, afectó seriamente la relativa recuperación del movimiento obre­ ro. Pero, por otro, agudizó la toma de conciencia en los sectores popu­ lares y medios de lo tremendamente injusto del sistema en términos sociales y de su inviabilidad económica en el largo plazo. Es así que “la organización de los trabajadores declinó una vez más durante la depresión de 1914-15, alcanzando quizás su nadir a fines de 1915”1 092. Pero, al mismo tiempo, se pudo ver cómo el Partido Obrero Socialista (creado en el extremo norte por Recabarren en 1912 como escisión del Partido Demócrata) se consolidó a nivel nacional en 19 1 5 1 093. Asimismo, “los anarquistas respondieron a la extendida mi­ seria y desempleo entre los trabajadores después de agosto de 1914, llevando a cabo una serie de demostraciones de protesta en demanda de trabajo para los desempleados e instalando ollas populares en San­ tiago para alimentar a los sin trabajo”. Además, “cuando los arriendos de habitaciones más que se doblaron en 1914, los anarquistas forma­ ron ligas de arrendatarios en Santiago y Valparaíso”. Ellas “celebraron varias demostraciones públicas para exigir disminuciones de arriendos de las piezas de conventillo en 50%. Aunque las rentas no bajaron, las ligas de arrendatarios pusieron en contacto a muchos trabajadores no organizados y sus familias con el movimiehto anarquista y pavimenta­ ron el camino para el crecimiento de movimientos más efectivos a fa­ vor de la reducción de arriendos, durante la década del 2O”1 094. Por último -lo veremos en detalle más adelante- se consolidaron, en 1915, al interior de los partidos radical y liberal, los sectores repre­ sentativos de los sectores medios que demandaban la sustitución de la república oligárquica. 1 092 De Shazo; p. 134. 1 093 Es interesante reseñar un artículo de Recabarren, escrito desde Taltal, el 2 de septiembre de 1914: “Nunca habíamos visto cuadros más miserables que los que nos ha ofrecido Taltal en estos tiempos de crisis a consecuencia de la criminal guerra con que la civilizada Europa arruina al mundo entero (...) He visitado los sitios donde está albergada la gente sin trabajo y que no tiene familia ni conocidos ni recursos posibles de evitarles tan doloroso situación. Son cuadros repugnantes de abyecta desgracia. Es la cruel expresión de la miseria”, (cit. en Cruzat y Devés; Tomo 3; 1914-1918; p. 49)

1 094 De Shazo; p. 134. Además, este movimiento de arrendatarios dio pie para demandas económicas más amplias por parte de sectores populares. Así, la Liga de Sociedades Obreras de Santiago, luego de un mitin efectuado el 8 de noviembre de 1914, envió las siguientes propuestas a la Cámara de Diputa­ dos: “1.-Adopción de un plan de habitaciones obreras, que daría trabajo a los desocupados. 2.- Plan de edificación escolar. 3.- Obras de regadío. 4.- Aprobar la ley de accidentes del trabajo... 5.- Crear una Caja de Crédito Prendario que permita un control fiscal a los préstamos a los pobres, evitando la usura. 6.- Abaratar los costos de los artículos de primera necesidad y prohibir su exportación. 7.- Reglamentar la venta de sitios a plazo. 8.- Moratoria en el pago de propiedades... 9.- Ley de máxima renta de arriendo... 10.- Cierre obligatorio de cantinas los fines de semana. 11.- Construcción del Estadio Nacional. 12.- Prohibición de los juegos de azar y las apuestas en los hipódromos. 13.- Reformar el sistema tributario, y establecer un impuesto directo a la renta y un aumento al im­ puesto de bienes raíces. 14.- Intervención estatal de los bancos para permitir el crédito a los pequeños productores. 15.- Realización de proyectos de líneas férreas. 16.- Colonización nacional”, (cit. en Vicente Espinoza. Para una Historia de los Pobres de la Ciudad, Edic. Sur; Santiago; 1988; p. 53)

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Con la recuperación económica de que disfrutó el país en el perío­ do 1916-18, el movimiento sindical pudo rearticularse. Además, “el surgimiento de pocas y poderosas federaciones de trabajadores en 1917 estimuló aún más el movimiento sindical al proveer a los trabajadores no organizados con recursos, líderes con experiencia y el ejemplo de una actividad exitosa”1 095. Las sociedades de resistencia de inspiración anarquista contribuye­ ron también al fortalecimiento del movimiento sindical en el perío­ do1096. Pero sin duda que “la organización que más exitosamente unió a los trabajadores de varias industrias durante el impulso organizacional de 1917-20 fue la Federación Obrera de Chile (FOCH)”1 097. Los so­ cialistas, liderados por Recabarren, que habían combatido duramente a la GFOCH por su carácter esencialmente conservador, percibieron que ella “podía llegar a ser la base para una confederación de sindicatos fuerte, radical y de carácter nacional”1 098. Así, en la Convención Na­ cional de la organización, celebrada en Valparaíso en septiembre de 1917, “los delegados del POS (Partido Obrero Socialista) y sus aliados se manejaron para persuadir a la GFOCH para abrir su membresía a todos los trabajadores de cualquier ocupación”1 099 y para que la enti­ dad “terminara con su enfoque mutualista, cambiando sus estatutos para permitir desarrollar tácticas de acción directa en la prosecución de reivindicaciones económicas”1100. De este modo, al mismo tiempo que cambió su nombre por el de Federación (en lugar de Gran Federación) “muchos de los concejos ante­ riores a 1917 permanecieron como órganos legalmente reconocidos, mientras que la nueva federación no tuvo que buscar status legal”1101. Con estos cambios “la FOCH creció rápidamente en 1918 reunien­ do en sus filas una extraña mezcla de trabajadores altamente especia­

1 095 Shazo; p. 147. Especialmente exitosa fue la Federación de Zapateros y Aparadoras (FZA) que derrotó a la Unión de Fabricantes del Calzado (formada precisamente para combatir a aquella) cuando ésta trató de quitarle todo poder a través de un lockout generalizado. Su éxito se explica por su pluralis­ mo ideológico (“los estatutos de la FZA prohibían que la organización adhiriera a una ideología’’) y por la integración igualitaria entre hombres y mujeres (“por primera vez, hombres y mujeres llegaron a estar igualmente integrados en una organización a escala de toda una industria”) considerando el alto número de mujeres que laboraban en el ramo. (Ver De Shazo; pp. 148-150) 1.096

Ver De Shazo; pp. 151-153.

1997 De Shazo; p. 153. Hasta la fecha la organización con el nombre de Gran Federación Obrera de Chile había sido de carácter mutualista y de muy poco éxito: “En 1917, la GFOCH tenía sólo 400 miembros en Valparaíso y 200 en Santiago, todos trabajadores metalúrgicos de la Maestranza de Fe­ rrocarriles del Estado ” y su prestigio estaba en el suelo producto de una desastrosa huelga ferrocarrilera en 1916 y de que “el presidente honorario fue acusado por algunos miembros de la organización de malversación de fondos". (De Shazo; p. 153) 1 098 Bamard; p. 44. 1099 Bamard; p. 44.

1100 De Shazo; p. 153. 1101 De Shazo; p. 153.

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lizados y de otros sin ninguna calificación. Choferes y cobradores de tranvías, hojalateros y gasfiteres, trabajadores del vidrio, molineros y trabajadores textiles formaban los concejos de la FOCH en Santiago en 1918. En 1919 se unieron cerveceros, camioneros, sombrereros, trabajadores del tabaco y metalúrgicos elevando el número de conce­ jos en Santiago a 27, en julio de 1919, de uno que había a fines de 1917”1-102. Si bien muchos de los concejos no funcionaban bien y la mayoría de sus miembros nominales no pagaban cuotas ni participaban activa­ mente en la organización, para 1919 “la FOCH podía movilizar el apo­ yo de miles de personas para actividades huelguísticas en Valparaíso, Viña del Mar y Santiago”1103. En todo caso la mayor demostración de unidad y fuerza del movi­ miento obrero se expresó a fines de 1918 con la constitución de la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional (AOAN), una organiza­ ción que abarcó no solo a las diversas entidades obreras existentes, sino también consiguió la adhesión de organizaciones de clase media, como estudiantes, profesores y empleados bancarios e incluso de organiza­ ciones propias de los diversos partidos políticos1104. Esta organización tuvo sus raíces en las históricas luchas de sindica­ tos, mutuales y del Partido Demócrata por lograr la limitación de las exportaciones de alimentos y, con ello, bajar los precios de la carne y cereales. Aquella lucha renació en 1917, dado que los precios de los alimentos básicos subieron ese año en Santiago un 33% y el índice del costo de la vida se elevó de 115 a 130 (sobre una base de 100 en 1913). Y pese a que bajó a 129 en 1918 se incrementó a 152 en 19191105. 1102 De Shazo; p. 153. 1103 De Shazo; p. 154. 1104 Ver especialmente, a este respecto, a Patricio De Diego Maestri, Luis Peña Rojas y Claudio Peralta Castillo. La Asamblea Obrera de Alimentación Nacional: Un hito en la historia de Chile, Sociedad Chilena de Sociología; Santiago; 2002. 1,10 5 yer pe p 159 Como única medida de alguna efectividad para afrontar los conflictos sociales, el régimen oligárquico estableció un decreto ejecutivo en diciembre de 1917 para mediar en caso de huelgas (fue llamado Decreto Yáñez, por su impulsor Eliodoro Yáñez, quien era Ministro del Interior a la fecha), por el cual “al intendente de cada provincia se le daba la responsabilidad de juntar a tres representantes de los trabajadores y de los empleadores en una junta de conciliación, dentro de 24 horas luego del comienzo de una huelga. Si las partes involucradas aceptaban la conciliación, el intendente serviría como mediador y confirmante de todos los acuerdos resultantes. Si no se alcanzaba ningún acuerdo, el Decreto facultaba al intendente para designar un ‘comité arbitral ’ compuesto de un trabajador, un empleador y un miembro neutral para decidir el diferendo. Si una o ambas partes se negaban a la mediación o el arbitraje del intendente, el caso pasaba a consideración del Ministro del Interior. Aunque el decreto no estableció ningún medio para forzar a las partes a negociar un acuerdo, contenía una cláusula que implicaba que el 'derecho al trabajo’ de los empleados debería ser protegi­ do (...) De este modo el gobierno reforzó su derecho a dar protección a los rompehuelgas, aunque la invocación del Decreto Yáñez no significaba necesariamente que la policía se enviaría para ayudar a los empleadores’’. (De Shazo; pp. 167-168) A través de este decreto, las mediaciones subieron de una en 1917 a 12 en 1918 y 27 en 1919. Mientras la FOCH se involucró en ellas “la mayoría de las organizaciones anarquistas y sindicalistas rechazaron la participación gubernamental en las disputas laborales”. (De Shazo; p. 169)

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En octubre de 1918, la FOCH convocó a una gran manifestación en Santiago el 22 de noviembre, la que contó con la rápida adhesión de todas las entidades obreras. La AOAN fue presidida por el dirigente de la FOCH, Carlos Alberto Martínez (quien, en el futuro, sería fundador y alto dirigente del Partido Socialista) y su vicepresidente fue el anar­ quista Moisés Montoya. En los petitorios de la manifestación se solici­ taba parar la exportación de cereales; la abolición del reinstalado im­ puesto a la carne argentina; la entrada libre de productos alimenticios, como azúcar, arroz, té y café; el abaratamiento del transporte de ali­ mentos por Ferrocarriles del Estado; y el establecimiento de ferias li­ bres para la venta de alimentos, entre otras peticiones1106. La manifes­ tación fue todo un éxito. Congregó entre 60 y 100 mil personas, según la prensa de la época1107. Fue impecablemente pacífica y logró, inclu­ so, que el Presidente y el Ministro del Interior, luego del desfile, escu­ charan durante media hora el contenido del petitorio, el cual fue leído por el secretario de la AOAN, en La Moneda1108* . Tal fue el éxito que el Gobierno y el Parlamento, por primera vez en la historia, accedieron rápidamente a satisfacer legislativamente va­ rias demandas obreras. De este modo, se aprobaron leyes que implica­ ban las siguientes medidas: “a) Suspensión por tres años del impuesto al ganado argentino, b) Los impuestos al arroz y al té se destinarían al arreglo de caminos, con el fin de hacer expedito el transporte de ali­ mentos (...) c) Creación de un fondo estatal de dos millones de pesos destinado a la instalación de almacenes fiscales que venderían artículos de primera necesidad a precio de costo, d) Término del monopolio de

1106 Ver De Diego, Peña y Peralta; pp. 231-40. 1107 Ver De Shazo; p. 160.

1108 Es importante tener en cuenta que el petitorio incluía duras críticas al gobierno y a la élite oligárquica: “Un pueblo que tiene hambre, un pueblo que siente el aguijón de la miseria, no responderá jamás a los llamados del patriotismo (en esos días se había reactivado el conflicto con Perú) ni podrá guardar respe­ to a los hombres e instituciones que cree son los causantes del mal (...) desde tiempo ha que este pueblo (de Chile) se ve abandonado de sus dirigentes... jamás se le ha atendido en su calidad de soberano, menos en el carácter de ciudadano de una República que se dice democrática. Este proceder de los Poderes Públicos no dice relación con la Carta Fundamental de la República (...) aún es tiempo de volver a este pueblo la confianza, que antaño abrigaba su corazón, de que los magistrados eran sus represen­ tantes y que velarían por sus vidas (...) el desorden que hay en esa repartición del Estado (Ferrocarriles) es tal, que cualquier personaje con influencia se cree autorizado para obrar en forma de que lo trata como su cosa propia, y así hemos visto que los dineros de los ferrocarriles han servido para que los señoritos empleados, de sonoros nombres, paguen placeres y vicios, y vayan a los garitos, autorizados por el Gobierno, que han dado en llamar Club Hípico o Hipódromo, a dejar, entre jirones de honra y mancillas de familia, el dinero de la nación, amasado por el pueblo centavo a centavo, para que sirva necesidades colectivas. Son hijos de la clase alta y hay que echarle tierra (...) Los intereses del país son los de los jugadores a la alza y ala baja en el edificio de la calle Bandera (la Bolsa) (...) hay que atender a los que trabajan con la ‘negra’(...) a los que (...) se las dan de ricos, hay que atender a los falsos, a los que crean petrolíferas para hacer grandes negociados. ¿El pueblo trabajador, qué importa? Que siga vendiendo el esfuerzo de su brazo por un papel depreciado... que se hunda en el fango de la miseria; no vale la pena preocuparse de él. ¡Es el roto! (...) el roto que construye edificios, hermosos palacios, mientras él y sus hijos habitan pocilgas... y que sus gobernantes, las clases altas, lo desprecian y lo balean cuando pide pan", (cit. en De Diego, Peña y Peralta; pp. 231-236)

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los intermediarios privados sobre los productos de chacarería e instala­ ción de ferias libres en los distintos barrios de la capital”1109. Este éxito fue altamente ponderado por el diputado radical Anto­ nio Pinto Durán, en una sesión de la Cámara del 12 de diciembre: “...el gran comicio popular que tuvo lugar en Santiago, para pedir el abarata­ miento de la vida, señala el principio de la revolución más trascenden­ tal que ha podido verse en este país desde la época de la Independencia (...) porque sé que jamás se ha presentado un memorial de estilo más fuerte al Gobierno que el que presentaron los manifestantes de ese mitin (...) el Presidente de la República y sus ministros tuvieron que oírlo desde la primera hasta la últimá frase, con una humildad y una paciencia verdaderamente franciscanas. [Y no sólo estol El Presidente de la República y el Congreso, como esos estudiantes perezosos, pero simpáticos (que calientan sus exámenes en el Cerro Santa Lucía), se han puesto a calentar los proyectos de ley que se exigen en ese memo­ rial”1110. Por cierto, la prensa oligárquica había comenzado ya antes del gran mitin del 22 una virtual campaña del terror. Así, El Mercurio del 14 de noviembre había señalado que “la aspiración a realizar las máximas reivindicaciones sociales significaba no sólo la revolución, sino la des­ trucción de todo lo existente”1111. Dicha campaña se incrementó luego del gran éxito del mitin, debi­ do a que el 28 de noviembre la AOAN se declaró insatisfecha con las medidas adoptadas por el Gobierno, exigiéndole en un plazo de 15 días que creara un Consejo Nacional de Subsistencias con amplios po­ deres regulatorios1112. De este modo, El Mercurio del 7 de diciembre

1109 De Diego, Peña y Peralta; pp. 79. Incluso el Ministro del Interior invitó a la AOAN a integrarse a la comisión del gobierno que estudiaba los proyectos (Ver De Diego, Peña y Peralta; p. 79) 1110 cit. en De Diego, Peña y Peralta; p. 81. Aunque su conclusión tiene que haber incrementado el pánico de la oligarquía y de la propia clase media; “Así es, señor presidente, que en Santiago de Chile, como en Rusia y como en Alemania, existe ya un comité de trabajadores, y ese comité dicta órdenes al Presidente de la República y al Congreso". De hecho el diplomático y escritor de clase media, Emilio Rodríquez Mendoza, recordando esos eventos, escribió años después (1929): “El temblor de vaga inquietud, producido por la guerra, llegó hasta nosotros (...) y un día de fines de ¡918 desfilaron ante la Moneda y Portales todos los residuos acumulados por el odio y el arrabal. Eran el analfabetismo, la taberna, la raza olvidada, disminuida y detenida, la que pasaba, desgreñada y descamisada (...) La chusma pasaba fluvial y desbordada, inflamando aquella tarde estival con sus banderas llenas de insultos, avanzada inconsciente del bolcheviquismo”. (Rodríguez; p. 321)

1111 De Diego, Peña y Peralta; p. 94. Hay que tener en cuenta que al temor oligárquico a una gran manifestación obrera hay que sumar la gran preocupación por la crisis económico-social desencadena­ da por el término de la guerra mundial, la inmensa inquietud generada por la revolución bolchevique y su impacto en diversos países europeos; y la aguda reactivación del conflicto con Perú.

1112 Ver De Shazo; p. 160. Además, en la ocasión la AOAN “demandó la introducción de impuestos a la propiedad y a los ingresos, comidas gratuitas para los niños escolares, leyes de salario mínimo, una campaña financiada nacionalmente contra el alcoholismo, como también otras reformas relativas a la exportación de alimentos”. A su vez, “el 12 de Diciembre, solo horas antes que expirara el plazo fijado por la AOAN, (el presidente) Sanfuentes formalmente prometió que sería creada una Adminis­ tración Nacional de Subsistencias”. (De Shazo; p. 160)

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planteaba ominosamente que “los vencedores de la jornada, los más vehementes, los más exaltados, probablemente los que marchan con menos buena fe dominan y dirigen a las fuerzas organizadas. Entonces, el movimiento (...) no quiere sólo tratar de subsistencias, sino de algo más. Es fuerza subversiva, que encuentra una brecha en las murallas sociales y quiere asaltar el poder (...) hay una ofensiva central, directa, al corazón, a las entrañas de la patria (...) El deber del gobierno es ser justiciero y paternal; repartir la autoridad, el consejo y el pan. Pero tiene también otro: defender la colectividad, el cuerpo y el alma de la nación. El que la toca es criminal. El que, frente a peligros exteriores, quiere romper la moral interior, es culpable. Tiene penas. Deber ser juzgado y castigado”1113. La inquietud oligárquica no solo se expresó en la prensa. Los diver­ sos poderes públicos iniciaron a su vez una ola represiva. De este modo, una semana después del mitin, la Corte Suprema le envió a todos los jueces del país el siguiente comunicado, que fue publicado en la pren­ sa: “Desde hace algún tiempo vienen repitiéndose en distintas localida­ des de la República reuniones tumultuosas en que se amenaza al orden social y la propiedad privada, con grave daño para la tranquilidad pú­ blica y para los derechos cuyo ejercicio garantiza la Constitución Polí­ tica del Estado. Esta Corte Suprema estima conveniente que US. I. estimule el celo de los jueces letrados y promotores fiscales de su de­ pendencia, a fin de que procedan con toda actividad y energía a ins­ truir y seguir los sumarios del caso para hacer efectiva la responsabili­ dad de los que tomaren parte o resultaren culpables de semejantes delitos”1114. Por otro lado, el Gobierno activó una antigua aspiración de diversos círculos oligárquicos de aprobar una ley represiva para cualquier ex­ tranjero que se considerase peligroso para el orden interno de la repú­ blica1115. Así, entre fines de noviembre y la primera mitad de diciem­ 1113 cit. en De Diego, Peña y Peralta; pp. 97-98. Además, el Congreso no demostró ninguna disposi­ ción genuinamente favorable hacia la AOAN. Así, Manuel Rivas Vicuña señaló en 1931: "Recuerdo, hasta ahora, el escándalo que produjo entre mis colegas el hecho de que se introdujera al recinto del parlamento a una comisión de la Asamblea de Alimentación Nacional para conversar sobre las medi­ das legislativas que reclamaban y las dificultades que encontré para que un diputado de cada partido se resolviera a escucharles (...) Mis esfuerzos para obtener en la Cámara el despacho de nuestro proyecto sobre la alimentación nacional, aparejado de otro sobre fomento de la producción, fueron a estrellarse contra una inmensa mayoría, formada por productores y representantes de los intereses comerciales. Sin embargo, se dictó una ley mutilada sobre artículos de primera necesidad, se facilitó la internación de ganado argentino y se adoptaron algunas medidas administrativas para aliviar la situación". (Rivas; Tomo II; pp. 136-137) 1114 cit. en De Diego, Peña y Peralta; p. 99. 1115 Como lo vimos anteriormente, El Mercurio ya lo había planteado en 1907, luego de las grandes manifestaciones obreras del 1 de mayo de ese año. Posteriormente, el diputado liberal Luis Izquierdo lo señaló como necesario, a raíz de la masacre de Iquique. (Ver Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 4-1-1908). El mismo diputado reiteró dicha idea en 1909, como reacción a atentados anarquistas ocurridos en Argentina. (Ver Boletín de Sesiones de la Cámara; 19-11-1909) Más tarde, el diputado nacional Guillermo Subercaseaux (quien en 1915, junto con Francisco Encina y Alberto

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bre, el Congreso aprobó rápidamente una ley de “residencia”, que en su artículo 2o estipulaba: “Se prohíbe entrar al país a los extranjeros que practiquen o enseñan la alteración del orden social o político por me­ dio de la violencia. Tampoco se permitirá el avecindamiento de los que de cualquier modo propagan doctrinas incompatibles con la unidad o individualidad de la Nación; de los que provocan manifestaciones con­ trarias al orden establecido, y de los que se dedican a tráficos ilícitos que pugnan con las buenas costumbres y el orden público”. Su artículo 3o indicaba que “cada Intendente en el territorio de una provincia, y con autorización expresa del Gobierno, podrá expulsar del país a cual­ quier extranjero, comprendido en alguno de los casos de los artículos anteriores mediante un decreto que expresará los fundamentos de su resolución”. En su artículo 4o, la ley facultaba al extranjero expulsado a reclamar ante la Corte Suprema dentro del plazo de cinco días, en cuyo caso “la Corte Suprema, procediendo breve y sumariamente (...) fallará como jurado la reclamación dentro del plazo de diez días, con­ tados desde la presentación del reclamo”1116. La actitud xenófoba y represiva que impulsaba la ley podemos verla claramente reflejada en su debate senatorial. Así, el demócrata Zenón Torrealba criticaba el apuro en aprobar la ley y su contenido drástico, contrastándolo con ocasiones anteriores en que los partidos oligárquicos se habían negado a acoger aspiraciones obreras a no seguir fomentando la inmigración: “Mientras tanto, ahora, se hace todo lo contrario de lo que se hacía entonces (...) Ahora parece que vamos demasiado lejos, cerrando herméticamente la puerta a los extranjeros”. A lo que el libe­ ral-democrático Enrique Zañartu replicó: “es que nos hemos convenci­ do, señor Senador”. Acto seguido, Torrealba respondió: “Pero ese con­ vencimiento hace tomar medidas exageradas”. Y Zañartu: “Así son las cosas, señor.senador; se sabe dónde empiezan, pero no dónde van a terminar”1117.

Edwards, entre otros, crearían el pequeño Partido Nacionalista), luego de varias huelgas y manifesta­ ciones obreras presentó un proyecto de “ley de residencia” que "prohibía la inmigración de anarquistas a Chile y facilitaba la deportación de extranjeros subversivos". (De Shazo; p. 144) Finalmente, a raíz de una huelga general del puerto de Valparaíso, en julio de 1917, el diputado liberal Armando Jaramillo presentó otro proyecto de ley en tal sentido, que fue el que sirvió de base para la Ley de Residencia finalmente aprobada. (Ver De Shazo; p. 161)

1116 Brian Loveman y Elizabeth Lira. Arquitectura Política y Seguridad Interior del Estado 18111990, Edic. de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos; Santiago; 2002; pp. 82-83. Además, el artículo 6° señalaba que "la autoridad administrativa podrá obligar a los extranjeros a inscribirse en registros especiales que estarán a cargo de los prefectos de policía y a obtener cédulas de identidad personal que expedirán esos mismos funcionarios De acuerdo a Ricardo Donoso, "para defender al país de todo contagio ideológico, ante aquella marea de propaganda socialista que se difundía por todas las latitudes, se discurrió la dictación de una ley, llamada de residencia, que fue una de las primeras leyes represivas dictadas por entonces, que encontró el apoyo de todos los partidos ”, (Dono­ so (1952); Tomo I; p. 218) 1117 Boletín de Sesiones del Senado; 9-12-1918. Así también lo corrobora en forma rotunda Manuel Rivas Vicuña; "Para los elementos productores, representados en el Congreso, la mejor solución era dictar pron­

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La ley se aprobó con la débil oposición de algunos pocos parlamen­ tarios demócratas. Así, en el Senado los demócratas Zenón Torrealba y Malaquías Concha propusieron limitar la facultad de expulsión guber­ namental de un ciudadano extranjero dentro de los seis meses siguien­ tes a su llegada, lo que fue rechazado por la abrumadora mayoría del Senado1118. A su vez, en la Cámara el único diputado que se opuso a una aprobación tan rápida del proyecto fue el demócrata Vicente Adrián, no quedando claro si también se oponía a sus contenidos1119. Es decir, el conjunto de la oligarquía y de las clases medias se unieron en un proyecto de ley destinado a dotar al Gobierno de un mecanismo repre­ sivo contra obreros o intelectuales de origen extranjero. Es notable cons­ tatar a este respecto, que el Ministro del Interior de la época, que justi­ ficó el proyecto en el Senado, fue el radical progresista Armando Quezada Acharán. Y que incluso La Nación le endilgara encendidos elogios: “La ley de residencia en la forma en que está redactada es una defensa para los trabajadores chilenos: es una preservación en contra de ese mal irreparable que resulta de la prédica incendiaria, del odio de clases y de la intranquilidad social”1120. La naturaleza represiva de la nueva ley se demostró rápidamen­ te con el decreto de expulsión del 18 de diciembre del español Casimiro Barrios, quien era dirigente de los empleados de comer­ cio1121. Fue tal lo inicuo de la medida y las protestas que generó en el movimiento sindical1122 y hasta en el diputado radical Antonio

to la ley de residencia, que permitiera impedir la entrada y arrojar del país a los elementos extranjeros subversivos; disolver a caballazos y golpes de sable las manifestaciones populares y hacer funcionar las ametralladoras disparando contra la masa, en caso de resistencia". (Rivas; Tomo II; p. 136)

1118 Ver Boletín de Sesiones del Senado; 9-12-1918. El propio Arturo Alessandri argumentó su oposi­ ción señalando "que la modificación que se propone vendría a anular en absoluto la ley de residencia, porque el extranjero que llega a Chile, conocedor de la ley, puede ocultar sus ideas durante seis meses para hacerlas valer pasado ese tiempo”. (Boletín citado) 1119 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 3-12-1918.

1120 La Nación, 9-12-1918. Además, como lo señala De Shazo, “la Ley de Residencia reflejaba el error de concepción de las élites de que los ‘extranjeros subversivos’ eran los responsables del cre­ ciente número de huelgas y manifestaciones de protesta”. (De Shazo; p. 258) 1121 "A Barrios se le decretó la expulsión del territorio nacional, por propagar doctrinas incompati­ bles con la individualidad de la nación, y por provocar manifestaciones contrarias al orden estableci­ do. La base para estas acusaciones la constituyó el rumor sobre la presunta declaración que en una manifestación pública habría emitido Barrios a favor de la posición peruana sobre Tacna y Arica. De ahí que el propio afectado recurriese a ‘La Opinión 'para desmentir públicamente la veracidad de los rumores. Y para aclarar aun más los malentendidos, se dirigió por escrito al (...) Presidente de la República, exponiendo sus descargos”. (De Diego, Peña y Peralta; p. 101)

1122 “Un verdadero frente de denuncia pública quedó constituido a partir de las protestas de organi­ zaciones obreras como la Unión Gremial de Caldereros, la Federación de Zapateros, y la Unión de Estucadores, Albañiles y Ayudantes en Resistencia de Santiago, además de la FOCH y de la Casa del Pueblo... Por último, los principales dirigentes (de laAOAN) denunciaron el caso de Barrios en una entrevista con el Presidente de la República (Sanfuentes), y éste felizmente les dio una respuesta favo­ rable”. (De Diego, Peña y Peralta; p. 104)

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Pinto Durán1123, que el Gobierno revocó la medida de expulsión en su contra, pese a que la Corte Suprema la había confirmado. En su afán represivo, distintos medios oligárquicos se manifestaron muy contrariados por dicha revocación. Así, el senador conservador Alfredo Barros Errázuriz, a pesar de que el Gobierno reconoció lo pre­ cipitado e inconveniente de la medida, insistió en que “si el Gobierno decretó su expulsión del país y la Corte Suprema confirmó esta deter­ minación, no debió el Gobierno cambiar de opinión, dejando sin efec­ to la medida tomada”1124. Y El Diario Ilustrado fue más allá al señalar que “la causa de Barrios se hizo simpática no sólo a los círculos socialis­ tas, sino a los círculos radicales exaltados: el Centro y la Asamblea Ra­ dical de Santiago han defendido al anarquista. Y, el Ministro (Quezada Acharán], que es débil de carácter y que es de un exagerado partidarismo, no ha querido desagradar a la porción más batalladora y más activa de sus correligionarios, que tienen ideas adversas al orden social estableci­ do, muy semejantes a las de Barrios, al menos en su fondo, sino en su forma”1125. El endurecimiento represivo de la^ época tuvo, además, entre sus víctimas más conocidas al peruano residente en Chile, Julio Rebosio, que fue cruelmente perseguido por años, por su prédica anarquista1126.

1123 Antonio Pinto Durán señaló en la Cámara que “yo en el caso del señor Barrios no veo más que a un individuo que predica ideas encaminadas a mejorar la suerte de los individuos de su clase. Podrá ser exagerado si se quiere, podrá estar extraviado; pero no ha salido de los límites permitidos por la Constitución, es decir, de los límites de la propaganda oral o escrita; no ha entrado en vías de hecho ”, En cambio, el diputado radical Pedro Rivas Vicuña señaló que “he leído los antecedentes del decreto de expulsión del señor Barrios y esa lectura me dejó la convicción de que está bien expulsado ” (“va­ rios señores diputados” exclamaron: “¡Muy bien, muy bien!"). A lo que el conservador Arturo Yrarrázaval agregó; “¡Que se vaya a predicar a su tierra! Allá hay mucho más miseria que en Chile (Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 3-1-1919) 1124 Boletín de Sesiones del Senado, 7-1-1919.

1125 El Diario Ilustrado, 10-1-1919. 1)26 Su abogado, Carlos Vicuña Fuentes, nos relata como en conjunto con el Ministro de Defensa de la época, el liberal Enrique Bermúdez, pudieron ver a Rebosio que estaba ocultamente encarcelado en el Regimiento Tacna; “El ministro se dio a conocer (en el Tacna) y preguntó por Rebosio. El oficial de guardia ordenó abrir el calabozo y el ministro vio con sus ojos y yo con los míos un espectáculo horripilante: en un metro cuadrado de superficie, sentado en una posición de momia, con grillos, esposas y cadenas, estaba un hombre moreno, pálido y desfigurado (...) El ministro, horrorizado, se volvió furibundo al oficial y le ordenó sacarle inmediatamente los grillos y cadenas y trasladarlo a una habitación humana. El oficial quiso resistir, pero Bermúdez, con indignación vibrante y colérica, que lo reconciliaba a uno en la especie, le dijo con firmeza: -¡Yo soy el ministro de la Guerra!" Pero pese a que se impuso en el momento, “cuando (el general comandante de Santiago José María) Barí supo lo sucedido se enfureció como un toro bravo: amenazó con procesar al ministro por invasión de atribu­ ciones, conmovió a la oficialidad superior de la guarnición por la intromisión de jos civiles en el ejército’, pretendió llevar la cuestión al Consejo de Estado, de que formaba parte, conferenció con Sanfuentes, y al fin ordenó que se redoblase el rigor con Rebosio, se impidiese al abogado Vicuña hablar con él y condenó al oficial de guardia a un mes de arresto por no haber resistido a los desmanes del ministro”. (Carlos Vicuña (2002); p. 106) ¡Ni durante el régimen parlamentario estaba claramente subordinado el Ejército!... De las penurias de Rebosio se hizo eco en la Cámara el diputado Pinto Durán: “...personas que me merecen plena fe me aseguran que el ciudadano Julio Rebosio se encuen­ tra en uno de los cuarteles de esta ciudad en condiciones dignas de la Edad Media, en un calabozo sin

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Entretanto, mientras el Congreso comenzó a dilatar la aprobación de una ley que estableciera una Administración Nacional de Subsisten­ cias, la AOAN decidió, el 14 de enero de 1919, convocar a una nueva manifestación pública a celebrarse en Valparaíso el 27. Sanfuentes res­ pondió con una declaración amenazante*1127. El evento fue un éxito, reuniendo a cerca de 50.000 personas. Acto seguido, la AOAN progra­ mó una nueva manifestación en Santiago para el 7 de febrero. En res­ puesta, el Gobierno pidió al Congreso la declaración de Estado de Si­ tio, uniendo a sus razones una virtual sublevación popular que se produjo en Puerto Natales (extremo sur del país) y un supuesto complot popu­ lar que se desarrollaría en el, Norte Grande. En relación a este último, todo indica que las compañías salitreras, aprovechando el creciente temor social que experimentaba la oligar­ quía y con el fin de impedir una anunciada manifestación de la AOAN para el 29 de enero en Antofagasta, hicieron circular rumores alarmistas a la Intendencia de dicha ciudad, las que “supusieron la existencia de un plan maximalista (bolchevique) que tenía por objeto revolucionar a todo el Norte de la República, y que debía ponerse en práctica el día del comicio”. Sobre esta base “el Intendente interino telegrafió al Gobierno y que, por lo tanto, había que tomar medidas extremas y debían enviarse pronto refuerzos militares”11281129 . En todo caso, sin es­ perar la aprobación parlamentaria, el Gobierno comenzó la represión el mismo 29 de enero: “Fueron detenidos el líder socialista Recabarren y todos los miembros de la directiva local del Partido Demócrata. Instituciones como ‘La Casa del Pueblo’ y el ‘Club Demócrata’ fue­ ron clausuradas, y fue destruida la imprenta del diario La Nación’’}A29.

luz, y sin aire, sin alimentos, con grillos e incomunicado (¡a lo que el diputado Arturo Yrarrázaval apostilló: “¿Que habrá hecho?”!) Invoco los sentimientos de humanidad de mis honorables colegas para que me ayuden a hacer cesar este estado de cosas. Si Rebosio es criminal, que se le procese. Yo no conozco la ordenanza del Ejército; pero me parece absurdo que pueda autorizar estas verdaderas torturas propias de la Edad Media". (Boletín de Sesiones de la Cámara; 3-1-1919)

1127 “Los trabajadores son bien inspirados y muy merecedores de la atención de las autoridades públicas (...) Es también cierto que elementos subversivos están tratando de infiltrarse en sus filas, y los trabajadores saben que tales (elementos) no deberán ser tolerados, porque si lo son, el Gobierno no tendrá otra alternativa que proceder con gran fuerza. Sobre todo, el Gobierno debe preservar el orden público y asegurar al país la tranquilidad que ahora más que nunca necesita", (cit. en De Shazo; pp. 161-162) 1128 De Diego, Peña y Peralta; pp. 151-152. El propio Domingo Amunátegui da pie al escepticismo: “...el intendente de Antofagasta envió al gobierno la alarmante noticia de que había descubierto un complot anarquista, cuyo objeto era incendiar los depósitos de petróleo y entrar a saco en los edificios particulares. Aunque algunos de los ministros opinaron que había manifiesta exageración en el telegra­ ma del intendente, y otrosfueron de parecer que bastaba con ordenar enérgicas medidas de represión, la mayoría del gabinete resolvió pedir al Congreso facultades extraordinarias". (Amunátegui; p. 358) 1129 De Diego, Peña y Peralta; p. 151. Además, diez días antes de su detención, Recabarren había sufrido la destrucción de la imprenta del diario que dirigía: El Despertar de los Trabajadores. (Ver De Diego, Peña y Peralta; p. 177) Lafertte relata esta última: “El 19 de Enero de 1919 había una huelga de los trabajadores marítimos de Iquique (...) A las nueve de la noche, ocho hombres en plan de guerra penetraron como una tromba en el local. A pesar de que vestían de civiles, se vio por los tratamientos

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Recabarren y otros líderes obreros fueron relegados a provincias del sur de Chile1130. En Puerto Natales efectivamente hubo una sublevación popular. Todo indica que ella se inició con la gigantesca huelga de un gran frigorífico cercano de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, por el despido de algunos trabajadores. Es importante tener en cuen­ ta que a la fecha los grandes estancieros ejercían un dominio incontra­ rrestable y arbitrario en el extremo sur del país, además de haber efectuado un genocidio respecto de los indígenas, como vimos ante­ riormente1131. Prácticamente todo el pueblo se declaró en huelga: “Los administradores, sobrecogidos de pavor, abandonaron el estable­ cimiento y cerraron la pulpería. Los obreros se vieron amenazados por el hambre. Espontáneamente se sublevaron y cometieron algunos desmanes. Del vecino Puerto de Bories les llegaron algunos refuerzos. La policía y los carabineros recibieron a tiros a los que venían de Bories. Ya el día antes, en otra descarga, numerosos obreros habían sido heridos. Esta vez los obreros contestaron el fuego y como su superioridad numérica era aplastante, pues toda la población es allí proletaria, carabineros y policía huyeron despavoridos a refugiarse en sus cuarteles. Los obreros los sitiaron en ellos y lograron tomarse el de policía”1132. De acuerdo a la prensa de la época, producto de los enfrentamientos resultaron muertos 5 carabineros y 21 trabajado­ res1133. Posteriormente, “la Federación Obrera, de acuerdo con el al­ calde, el subdelegado y demás funcionarios públicos y con la colabo­ ración de la Cruz Roja, asumieron la responsabilidad de mantener el orden público. Los obreros ofrecieron entregar la ciudad a las autori­ dades siempre que no les enviaran fuerzas militares desde Magallanes, petición que fue rechazada. El Ejército recuperó Puerto Natales y

que se daban (mi cabo, mi sargento) y por los revólveres de que iban armados, que eran del ejército. Nos amarraron los brazos a la espalda, a (Luis Víctor) Cruz, a los marítimos (que estaban dando informacio­ nes de la huelga) y a mí, y después de pegarnos y pateamos, entraron al taller y oímos como empezaban a romper las máquinas, a destruirlo todo (...) mientras disparaban al aire (...) Logré deslizarme hasta un corredor, por donde salí a un portón vecino a la puerta de la imprenta. Allípude convencerme de que los asaltantes no eran civiles ni espontáneos miembros de alguna 'liga patriótica una fila de militares de caballería mandados por un oficial custodiaba la entrada a la imprenta". (Lafertte; p. 138)

1130 Ver Amunátegui; p. 359. La gravedad de esta represión en el norte la atestigua también Manuel Rivas Vicuña: "Para reprimir una manifestación en Antofagasta, la autoridad desempeñada por un mi­ litar, había encerrado, sin forma alguna de proceso en el cuartel del Regimiento Esmeralda, a Luis E. Recabarren, Oscar Chanks y otros jefes obreros. Reclamé indignado contra esta medida y obtuve del gobierno las facilidades necesarias a favor de los afectados por las medidas dictadas durante el estado de sitio, que se decretó para cubrir el atropello cometido por la autoridad". (Rivas; Tomo II; p. 136). 1131 Así, en 1928, Carlos Vicuña señalaba que "en (Puerto) Natales, como en el resto de la Patagonia chilena y argentina, no hay más ley que la de los estancieros: todo el comercio está en sus manos y mantienen este monopolio con toda suerte de abusos (...) a ellos pertenecen en cuerpo y alma las policías y carabineros, la justicia y las comunicaciones". (Carlos Vicuña; (2002); p. 77)

1132 Carlos Vicuña (2002); pp.77.78. 1133 Ver De Diego, Peña y Peralta; p. 152.

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sometieron a los huelguistas a sangre y fuego. Los dirigentes fueron procesados como ‘subversivos’”1134. Los sectores medios apoyaron también la represión de Puerto Na­ tales. Incluso La Nación, que se manifestó muy crítica de la inacción de las autoridades en solucionar los problemas de los obreros de Magallanes (“Hacía seis meses que el país escuchaba las quejas de los trabajadores de Magallanesplanteó su apoyo a las medidas de fuerza: “No es que ten­ gamos duda alguna sobre el inmediato restablecimiento del orden ni sobre la energía de las autoridades para mantener incólumes junto con la tranquilidad pública el respeto a las propiedades y las personas”1135. En este contexto, con la única oposición del Partido Demócrata, el Congreso aprobó una ley el 6 de febrero, facultando al Gobierno para declarar el Estado de Sitio durante 60 días1136. Cabe destacar el hecho de que este instrumento represivo se estaba utilizando por primera vez durante el régimen parlamentario y se aplicaba a solicitud de un Minis­ tro del Interior radical de su ala progresista, como Armando Quezada1137. Y, por cierto, contó con el apoyo del conjunto del Partido Radical, que era el más genuino representante de los sectores medios emergentes de la época1138. Y para qué decir de los representantes oligárquicos que, como el senador liberal Gonzalo Bulnes, constataban ya con amargura el desaparecimiento del Chile sometido al “peso de la noche”: “...por mi

1134 Heise; Tomo I; p. 413. Pese a todo (las tropas), “sin resistencia se apoderaron de la plaza, y persiguieron con lujo de crueldad y sañudo rigor a todos los dirigentes, a todos los heridos, a todos los que fueron denunciados por subversivos o promotores del desorden (...) De todo se culpó a los deteni­ dos, que eran más de cuarenta y se les instruyó un proceso riguroso por toda suerte de delitos: sedi­ ción, alzamiento a mano armada, asociación ilícita, homicidio, robo, daños, incendio. No había prue­ bas concretas; pero el proceso se arrastró largos años en Punta Arenas, a pesar del denodado esfuerzo de los defensores, y sólo en enero de 1924, vino a serfallado por la Corte de Valparaíso. Los inculpa­ dos en su mayoría fueron absueltos después de cuatro años de prisión preventiva, y los demás conde­ nados a penas ya cumplidas(...) Con el proceso no paró la persecución. La autoridad política, por su cuenta, se dedicó a cazar sin piedad a los llamados agitadores: muchos fueron golpeados inhumana­ mente y aun fondeados en el mar”. Incluso el secretario de la Federación Obrera de Puerto Natales, Daniel Cádiz, que “no se había mezclado en la huelga ”, fue arrestado por la policía una noche a las dos de la mañana “puesto en el cepo (...) y dejado allí sin abrigo y sin alimentos durante varios días”. Y posteriormente fue expulsado arbitrariamente de Chile a Río Gallegos junto con su familia. (Carlos Vicuña (2002); pp. 78-79) 1135 La Nación, 25-1-1919. 1136 Que le permitía al gobierno “confinar a las personas a cualquiera sección del territorio" y “suspender o restringir el derecho de reunión y la libertad de prensa". (Ver Loveman y Lira; p. 20)

1137 Quien planteó que “doloroso es por cierto, para el que habla, venir a romper en estos momentos la tradición que tenía el país desde hace más de cuarenta años, en que no se había necesitado echar mano de facultades extraordinarias para asegurar el orden interior". (Boletín de Sesiones del Senado; 3-2-1919). Lamento que le valió la expresión lágrimas de cocodrilo, de acuerdo al diario obrero La Bandera Roja. (Ver Castedo; p. 230) 1138 Así, el diputado Galvarino Gallardo señaló.' “Nosotros los radicales aceptamos el proyecto en debate por tres motivos: 1 °porque el Gobierno nos inspira confianza; 2 0porque es un deber patriótico velar por el orden público, y 3 o porque, según nuestra Constitución, estas facultades extraordinarias son, por su naturaleza, preventivas, y represivas si el caso lo exige ”. (Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 31-1-1919)

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parte, siento una pena muy honda, porque esto revela que el antiguo Chile va desapareciendo, porque se va relajando aquel espíritu de orden que reinaba en todos los ciudadanos de este país. Ese espíritu se en­ cuentra alterado con la propaganda malsana que nos viene del extranje­ ro, como nos vienen las epidemias. Lamento, pues, tener que hacerme a mí mismo esta reflexión: el Chile de hoy no es el Chile antiguo. Desgra­ ciadamente los principios del orden están subvertidos”1;139. La envergadura del desafío planteado por la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional hizo que la oligarquía se percatara de que no bastaba con la represión de los sectores populares. Ella vio que con la AOAN se estaba incubando un peligro sin precedentes: el progresivo acercamiento de diversos sectores de clase media a las posiciones po­ pulares. Por tanto, comenzó a promover una separación de ambos sec­ tores. De este modo, El Mercurio empezó, en diciembre de 1918, una verdadera campaña a favor de una organización autónoma de la clase media. En un editorial del 5 de diciembre planteó que dicha clase era “siempre olvidada” por las autoridades y que, por tanto, el propio diario comenzaría “a ocuparse de sus problemas, a bosquejar un programa de estudios beneficiosos para mejorar su situación hoy muy desmedrada”, e incluso invitaba, “a cuantos querían contribuir con sus ideas a organizar las bases de un congreso” que se efectuaría a mediados de 1919 bajo el título de “Congreso para el bienestar y Protección de la Clase Media chilena”1139 1140. Además, en el mismo editorial, se definía que dicho sector social estaba compuesto por “los pequeños empleados públicos y pri­ vados, los profesionales por regla general, los dueños de pequeños ta­ lleres y fábricas, los comerciantes de bazares, tiendas y almacenes de segunda y tercera categoría, los profesores, los calígrafos, telegrafistas, dibujantes, niveladores, contratistas, inspectores, agentes viajeros”1141. Es decir, el editorial constituía toda una convocatoria en regla. Acto seguido, “los días 6, 10 y 11 de diciembre fueron publicados sendos artículos sobre el tema, en los cuales se hacían referencias a los problemas que enfrentaba esta clase social en el país y a las característi­ cas que ella revestía en algunos países europeos”1142. Esta iniciativa fue acogida positivamente por La Nación1143. Lo más notable del caso es que efectivamente, el 21 de diciembre, en Valparaíso, y el 11 de enero de 1919, en Santiago, se constituyó una Federación de la Clase Media1144. 1139 Boletín de Sesiones del Senado; 3-2-1919. 1140 cit. en René Millar Carvacho. La elección presidencial de 1920, Edit. Universitaria, Santiago, 1981; p. 97.

1141 cit. en De Diego, Peña y Peralta; p. 109. 1142 Millar; p. 97.

1143 "La idea de celebrar un Congreso de Protección a la clase media nos parece muy acertada, necesaria, provechosa por todo extremo. Es una novedad, que merece estímulo, porque toca a un problema, o mejor dicho, a muchos problemas sociales y trascendentales". (La Nación, 12-12-1918) 1144 Ver Millar; p. 97.

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Y, además, que los postulados propuestos por la de Valparaíso (y hechas suyas por la de Santiago) fueron extremadamente moderados. De este modo, en un memorial presentado al Presidente Sanfuentes el 13 de enero, aquella planteaba la prórroga del período extraordinario de sesiones del Congreso para “tratar exclusivamente del proyecto eco­ nómico que tiende a la estabilización de la moneda”. Además, la Fede­ ración señalaba que “persigue sólo el bien público y como este ideal pertenece a todos los ciudadanos de Chile, no permitiremos que se divida nuestra colectividad con materias que tengan relación con la política doctrinatia ni con la religión”; que “la Federación del Estado Medio (sic) hará sólo las peticiones que cree justas, y no empleará sino medios persuasivos hasta obtener el logro de sus aspiraciones”1145. En marzo de 1919 se constituyó una federación nacional en cuyo directorio figuraron el profesor Tomás Guevara (presidente), el almi­ rante en retiro Arturo Fernández Vial y el historiador Luis Galdámes (del Partido Nacionalista), siendo este último clave en la elaboración de los planteamientos de la Federación1146. Entre sus doce directores “había dos rectores de liceo, un industrial, un doctor, un ingeniero, dos abogados, un marino en retiro y cuatro empleados públicos”1147. Otro elemento revelador de su significado político fue el estímulo que recibió la Federación del Partido Conservador y de El Diario Ilus­ trado1 148. Si bien la Federación no desarrolló gran poder de convocatoria y tuvo una existencia más fugaz aún que la AOAN, estableció un punto de referencia inédito para los sectores medios, particularmente en un momento en que la represión gubernamental empujó a la Asamblea Obrera a posiciones de izquierda más radicalizadas1149. También es importante señalar que el auge del movimiento obrero inquietó particularmente a las Fuerzas Armadas. Ya el 28 de noviem­ bre de 1918 la Asamblea de la Liga Patriótica Militar de Chuquicamata había enviado un telegrama a la Cámara de Diputados "solicitando in­ mediato despacho ley residencia que sería salvaguardia del país contra malos elementos extranjeros”1150. Sin embargo, en la oficialidad de las 1145 El Mercurio, 14-1-1919. 1146 Ver Millar; p. 98. Planteamientos que significativamente priorizaban “la libertad dentro del or­ den” y postulaban un sistema corporativo de representación política. (Ver Millar; pp. 98-99). 1147 Millar; p. 98. 1148 Ver Millar; p. 97 y “El Diario Ilustrado”; 20-4-1919.

1149 Ver Millar; pp. 98-99. Aunque la verdadera fuerza de la clase media emergente se expresó particu­ larmente al interior del Partido Radical y, en bastante menor medida, del Partido Liberal. 1150 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 28-11-1918. Además, es notable constatar que "desde noviembre de 1918 ‘El Mercurio’ comenzó a dedicarle espacios especiales a los militares para que la opinión pública pudiese formarse un juicio sobre la situación de ellos al interior del Ejército. Pero como la situación interna del Ejército no podía disociarse del entorno social, político y económi­ co del país, los militares generalmente terminaban exponiendo sus problemas y quejas en términos inconvenientes, es decir, más allá de los criterios estrictamente técnicos, e incurriendo en el delicado

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Fuerzas Armadas, más allá del temor compartido a una eventual revo­ lución popular, existía una creciente bifurcación de tendencias. Una minoritaria, aunque muy poderosa en la medida que controlaba el alto mando, se identificaba claramente con la clase oligárquica. Y otra, muy mayoritaria, compuesta por personas de origen de clase media, que se identificaba con sus contrapartes civiles en cuanto a la crítica que le merecía la república oligárquica. Esta división que culminaría en los sucesos de 1924-25, ya se había expresado en 1919. Así, en abril se descubrió una conspiración militar con dos referentes. Uno, la Socie­ dad del Ejército de Regeneración formada por altos mandos del Ejérci­ to que “planeó ofrecer el apoyo del Ejército a Sanfuentes en el caso de que la celebración del día de los trabajadores (1 de mayo) degenerara en violencia” y que “aparentemente planeaban ir tan lejos como suge­ rirle a Sanfuentes que asumiera poderes extraordinarios y gobernara con ley marcial”1151. El otro, instigado al parecer por el primero, pero que adquirió autonomía, fue la Junta Militar, formada por oficiales de rango medio que “planteaban exigir legislación del Congreso para me­ jorar las condiciones de los trabajadores y parar el colapso económi­ co”1152. Numerosos indicios condujeron a pensar en un involucramiento con este segundo grupo de Arturo Alessandri y de otros políticos de la Alianza Liberal1153. El hecho de que otros oficiales de tendencia conservadora buscaran dar un golpe de Estado -con o sin Sanfuentes- pese al carácter franca­ mente derechista del Presidente, no debiera extrañar, puesto que para crecientes sectores oligárquicos los desafíos al sistema social vigente eran ya de tal envergadura, que no creían posible conjurarlos con la simple aplicación de los mecanismos políticos tradicionales.

campo de la deliberación política y de los juicios históricos”. (De Diego, Peña y Peralta; p. 169) Es claro que al estimular y servir de tribuna a las clases medias civiles y militares, El Mercurio demostra­ ba estar muy consciente del agotamiento de la república exclusivamente oligárquica. Lo que iba a refrendar con el apoyo que le prestó a Alessandri en su primera presidencia.

1151 Nunn (1976); p. 122. Además, “a comienzos de marzo de 1919 cuatro almirantes conservadores fueron súbitamente expulsados de la Marina por una supuesta participación en un complot contra el gobierno de Sanfuentes”. (Nunn (1976); p. 121) Es muy reveladora la declaración pública de los prin­ cipales inculpados, los generales Guillermo Armstrong y Manuel Moore, que apareció el 15 de mayo en El Mercurio: “Cuando en Noviembre último tuvo lugar el comido público constituido por las fe­ deraciones obreras, que en forma ordenada desfilaban frente a La Moneda, se recordará que elemen­ tos perturbadores, extraños a ellas, profirieron expresiones groseras al Primer Mandatario de la na­ ción y otras manifestaciones de anarquismo. De ahí nació la idea de unirnos estrechamente para robustecer la acción del supremo Gobierno y de las autoridades, contribuyendo con nuestra iniciativa y nuestros esfuerzos a restablecer la tranquilidad pública", (cit. en De Diego, Peña y Peralta; p. 174)

1152 Nunn, (1976); p. 122. 1153 Ver Nunn (1976), pp. 122-123; Sáez, pp. 47-50; Góngora; pp. 140-141; Vial (1982), Volumen II, pp. 606-607; y Donoso (1952), Tomo I, pp. 234-238. El conato de golpe fue frustrado a tiempo y sus involucrados directos procesados. Precisamente, el tratamiento favorable que le dio Alessandri a los golpistas una vez que asumió la presidencia (y especialmente a varios amigos suyos que recibieron altos cargos) ha sido considerado por diversos historiadores y analistas como una demostración más de su involucramiento.

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En el caso de los oficiales de clase media era mucho más explicable su actitud. Veían un sistema paralizado, incapaz de responder favora­ blemente a las demandas más sentidas de la clase media y de las Fuer­ zas Armadas y que, al no estar tampoco dispuesto a mejorar la insopor­ table situación de las clases populares, podía desembocar en una revolución social “maximalista”, al estilo ruso. Entretanto, con el Estado de Sitio se desarrolló una feroz represión en el Norte Grande, donde la situación de los obreros era más desespe­ rada, producto de la grave crisis salitrera. Así el ex-director de La Na­ ción de Antofagasta (ya que su imprenta fue destruida], Luis Mery, y el presidente de los demócratas de Antofagasta, José Córdoba, informa­ ban, en La Opinión del 8 de mayo de 1919, de dicha represión: “Nume­ rosos obreros fueron detenidos, y los que protestaron fueron inhuma­ namente flagelados. Las tropas militares sembraron el terror en la Pampa y pueblos del interior de Antofagasta. Especialmente eran perseguidos los socialistas y los demócratas (...) Bastaba que un administrador de oficina salitrera denunciara a un obrero como socialista, como demó­ crata o como agitador (...) para que las tropas militares (...) se lanzaran sobre él y le atropellaran y flagelaran sin miramiento alguno”1154. A su vez, la AOAN empezó lentamente a perder fuerza. Así, el 8 de febrero “mutualistas de orientación católica se retiraron de la AOAN (...) alegando que la Asamblea se había puesto demasiado ideológica para su gusto”1155. Sin embargo, en una conferencia efectuada en mar­ zo, la AOAN declaró que “se convertirá en el representante permanen­ te de todas las organizaciones de la clase trabajadora del país”1156. Asimismo, la AOAN se fue rearticulando en los meses siguientes lo que culminó el 29 de agosto con la convocatoria de una manifestación en Santiago y otras ciudades. En la capital fue tan exitosa, que El Mer­ curio señaló que fue la más grande manifestación nunca vista y que marcaba “el comienzo de una nueva era en Chile, en la que el pueblo empieza a participar más directamente en los asuntos nacionales de gobierno, anunciando por sí mismo cuáles son sus propias aspiraciones e ideales”1157.

1154 cit. en De Diego, Peña y Peralta; p. 180. Asimismo, el dirigente obrero Víctor Soto Román, en un evento de la AOAN, informaba sobre el norte que “allí se ha efectuado una verdadera caza del hombre. Soldados, carabineros u otros (...) han perseguido a los obreros en sus habitaciones, como se caza a los lobos en sus madrigueras. Se les ha apresado en sus covachas, se les ha atado codo con codo, a algunos se les ha puesto ligaduras en los pies, y de esta manera se les ha obligado a recorrer largas distancias, impulsándolos, a cualquiera manifestación de desfallecimiento, a lanzazos, puñadas y pun­ tapiés. Todo esto en medio de risotadas y befas humillantes”. (La Opinión, 1-3-1919, cit. en De Diego, Peña y Peralta; p. 180)

1155 De Shazo; p. 162. 1156 De Shazo; p. 162.

1157 cit. en De Shazo; p. 162. Además, se efectuaron manifestaciones en Iquique, Copiapó, Caldera, Antofagasta, Chuquicamata, Mejillones, Valparaíso, Viña del Mar, Quillota, Los Andes, Rancagua, San Rosendo, Temuco, Concepción, Talcahuano y Puerto Montt. (Ver Pizarro; p. 80)

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Sin embargo, dicho éxito no se tradujo en ningún logro concreto y, más aún, fue seguida, menos de una semana después, por una convoca­ toria de la FOCH a una huelga general en Santiago (en apoyo de traba­ jadores cerveceros amenazados por un lockout de la Compañía de Cer­ vecerías Unidas) que, luego de cuatro días, fracasó1158. Al mismo tiempo, muchos anarquistas se desilusionaron con las tácticas y formas de orga­ nización (“regimentación prusiana”) de la entidad1159. Y “para diciem­ bre de 1919, sólo un puñado de gente iba a los mítines bisemanales de Santiago de la AOAN y la prensa diaria se negó a publicar más sus declaraciones. Irónicamente, el concejo de la Asamblea acordó no se­ guir solicitando reformas al Presidente o al Congreso. La AOAN fue finalmente disuelta a comienzos dé febrero de 192O”11601161 . El período de resurgimiento del movimiento obrero se manifestó también en un notable aumento de las huelgas. Así, para Santiago y Valparaíso, De Shazo registra 39 huelgas^en 1917, 48 en 1918 y 92 en 1919; para bajar a 22 en 1920 y 28 en 19211,161. A diferencia de la ola de huelgas de 1905-7, las de 1917-21 “se centraron en los sindicatos de manufacturas; el papel del Gobierno en la resolución de las disputas laborales se incrementó; las mujeres trabajadoras fueron a la huelga más frecuentemente que antes, y el establecimiento y consolidación de los sindicatos se convirtió en un tema importante en la negociación colectiva”11621163 . Otros elementos resaltantes del período es que “las or­ ganizaciones de trabajadores anarcosindicalistas participaron en 148 huelgas (73%)”1,163 y que “las huelgas (...) se concentraron en empre­ sas medianas y grandes. Cerca del 68% de las huelgas involucraron a 100 ó más trabajadores, mientras que en 19 casos, más de 1.000 traba­ jadores fueron a la huelga”1164. 1158 Ver De Shazo; p. 163. Por cierto, el Gobierno utilizó la represión contra la huelga: “(El general Luis) Altamirano declaró ilegales todos los mítines de 20 o más personas y procedió a allanar la sede de la anarcosindicalista Unión de Carpinteros arrestando a su secretario general y varios miembros. La policía cerró por la fuerza el local de la FOCH en Limache (donde estaba una de las empresas cerveceras) (...)y en Santiago allanó las oficinas del periódico izquierdista ‘Numen’. Cuando la Fede­ ración de Estudiantes de Chile expresó su solidaridad oficial con la huelga, la policía cerró la Univer­ sidad Popular Lastarria (de propiedad de la FECH y que impartía clases a trabajadores) ”, (De Shazo; p. 171). Además, con excepción del diario La Opinión, el conjunto de la prensa condenó vehemente­ mente la huelga. Así, “los editoriales de ‘El Mercurio’ recriminaron al gobierno por ‘tolerar’ la acti­ vidad subversiva en Chile y alertó a sus lectores que la FOCH planteaba una grave amenaza a la seguridad nacional (...) ‘El Mercurio’ repitió el antiguo argumento de las élites chilenas que las huel­ gas respecto de asuntos salariales eran aceptables, mientras que aquellas que buscaran cualquier otra finalidad eran subversivas. ‘La Nación’ alegó también que los agitadores habían causado la ‘deplora­ ble’huelga general para fomentar sus propios designios subversivos". (De Shazo; p. 171) 1159 Ver De Shazo; p. 163. 1 160 De Shazo; p. 163.

1161 Ver De Shazo; p. 165. 1162 De Shazo; p. 172.

1163 De Shazo; p. 173. 1164 De Shazo; p. 173.

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Por otro lado, “los empleadores mantuvieron la misma actitud in­ transigente hacia las demandas de los trabajadores que habían demos­ trado entre 1902 y 1908 (...) sin embargo, aquellos aceptaron con más facilidad la mediación gubernamental enl918y!919, cuando su posi­ ción negociadora estaba en reflujo”1165. En el caso de los obreros agrícolas, 1919 también pasó a ser un hito. No porque lograran generar siquiera un movimiento, sino porque algu­ nas pocas huelgas demostraron que tenían un significativo potencial organizativo y de lucha1166. De este modo, la Oficina del Trabajo regis­ tró tres huelgas campesinas en 1919, en la zona de Aconcagua y cinco en 19201 167. Ylo que es más ijnportante, “en 1919se hizo una intento­ na para organizar una federación de inquilinos (en Aconcagua) a cuyos adherentes se les prometía un reparto general de tierras. El proyecto no fructificó, pero produjo de todos modos una situación peligrosa, resultante de la agitación que provocaban las huelgas fabriles. Nunca tal vez los hacendados se sintieron más alarmados ni más temerosos de la siembra de las ideas comunistas”1168. Así es como en la sesión de la Sociedad Nacional de Agricultura, del 19 de noviembre de 1919, “el socio José Ignacio Huidobro (se refirió a) la grave situación que se estaba creando en los fundos de la región de Catemu (donde) se ha­ brían formado federaciones entre los inquilinos, que al parecer tuvie­ ron su origen en delegaciones de las federaciones establecidas en las minas”1169. En todo caso, a comienzos de 1920, la desaparición de la AOAN y la disminución de la ola de huelgas no mermó el temor y la voluntad represiva de la oligarquía. Es más, esta recrudeció, sin duda al calor de lo que significaba la elección presidencial más trascendente y reñida del período, la que colocaría al reformista Arturo Alessandri en la Pre­ sidencia de la República. Además, las principales organizaciones de los trabajadores chilenos experimentaron un proceso de radicalización a fines de 1919. Así, en su congreso de diciembre de 1919 en Concepción, la FOCH adoptó la 1165 De Shazo; p. 174.

1166 Con anterioridad, el Boletín de la Oficina del Trabajo registraba una sola huelga campesina -que involucró a 40 trabajadores-en 1911. (Ver Loveman (1976); p. 135). Y en la aislada zona de Magallanes, estalló otra huelga campesina en diciembre de 1912, que el órgano de prensa obrera local El Trabajo describía: “La huelga de los trabajadores del campo ha dado tanto que pensar a los estancieros que día a día va tomando mayores proporciones (...) Los obreros del campo, que forman la inmensa mayo­ ría productora del territorio (de Magallanes) son los que están más mal remunerados si se toma en cuenta los pocos meses de trabajo que tienen durante el año ". (cit. en Vítale; Tomo V; p. 140) Además, “la huelga duró más de quince días y se extendió a otros quince gremios de la provincia. El apoyo solidario de unos 3.000 trabajadores de la zona permitió conquistar la mayoría de las peticiones formuladas”. (Vitale; Tomo V; p. 140). 1167 Ver Loveman (1976); p. 135. 1168 Me Bride; p. 128. 1.169

Eiisabeth Reirnan y Femando Rivas. La lucha por la tierra, cit. en Vitale; Tomo V; p. 141.

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bandera roja como emblema y planteó derechamente la abolición del sistema social (capitalista) vigente1170. Por otro lado, el 24 de diciembre de 1919 se creó una organización anarquista, la Asociación Obrera de lós Trabajadores Industriales del Mundo, conectada con la organización Industrial Workers of the World (IWW) con sede en Estados Unidos. En su convención fundadora pos­ tuló: “Debemos aclarar desde el primer momento que los enemigos de los trabajadores industriales del mundo son: el Capital, el Gobierno y el Clero. Contra ellos se dirigirá especialmente nuestra propaganda así en la calle, en el taller como en nuestras propias familias”1171. Asimis­ mo, la nueva organización “se empeñó en la destrucción del capitalis­ mo y en su reemplazo por una sociedad basada en sindicatos industria­ les agrupados en seis departamentos: agricultura, minería, transporte marítimo, transporte terrestre, manufactura y construcción, y servicios públicos”1172. Los anarquistas -que eran mucho más fuertes que los fochistas en Santiago y Valparaíso- empezaron a contar con el creciente apoyo de los estudiantes universitarios. Así, “la EECH comenzó a apoyar activa­ mente al movimiento de trabajadores en Santiago durante el periodo 1917-20 a través del respaldo financiero y la ayuda en artículos de la prensa de clase trabajadora, del establecimiento de clínicas donde los trabajadores y sus familias recibían atención médica de bajo costo, y defendiendo gratuitamente líderes laborales arrestados (además de la Universidad Popular Lastarria). Muchos de los presidentes de la FECH fueron anarquistas declarados, incluyendo a Alfredo Demaría, Oscar Schnake y Eugenio González (...) La abierta simpatía mostrada por la Federación de Estudiantes hacia el movimiento laboral fue la más genuina expresada por cualquier sector ajeno a la clase trabajadora en la socie­ dad chilena de los comienzos del siglo XX. Por consiguiente, la FECH se convirtió también en objeto de la represión gubernamental”1173. Específicamente, la represión resurgió en marzo de 1920 cuando el periódico anarquista Verba Roja fue allanado por la policía y su consejo 1170 Su Declaración de Principios estipulaba: "Defender la vida, la salud, los intereses morales y materiales de la clase trabajadora, de ambos sexos, de la explotación patronal y de toda forma de explotación y de opresión; proteger a sus afiliados en todos los actos que establezcan sus estatutos; fomentar el progreso de la institución y cultura de la clase trabajadora por medio de conferencias, escuelas, bibliotecas, prensa y de toda actividad cultural y conquistar la libertad efectiva (económica) y moral, política y social de la clase trabajadora (obreros y empleados de ambos sexos), aboliendo el régimen con su inaceptable sistema de organización industrial y comercial que reduce a la esclavitud a la mayoría de la población El régimen capitalista sería reemplazado por la propia FOCH bajo cuyo control “estaría la administración de la producción industrial y sus consecuencias", (cit. en Ortiz; pp. 221-222) 1171

cit. en Ortiz; p. 222.

1172 De Shazo; p. 154. Dada la índole de las ocupaciones, la IWW chilena tuvo más éxito en reempla­ zar las sociedades de resistencia vinculadas al transporte marítimo y la construcción, que las de imprenteros y zapateros. (Ver De Shazo; p. 155) 1173 De Shazo; p. 158.

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editorial arrestado1174. En protesta por estos arrestos la IWW, la FOCH, la Federación de Zapateros, la mayoría de las organizaciones anarco­ sindicalistas y la FECH efectuaron un paro de 12 horas, el 21 de marzo, en Santiago, Valparaíso y Viña del Mar. “Seiscientos carabineros y tro­ pas extras bajo la dirección del general [Luis] Altamirano hicieron acto de presencia en la capital, mientras los sindicatos cerraban el centro y efectuaban una manifestación en la Alameda. El Gobierno respondió con más arrestos en los días siguientes1175”. Posteriormente, el 20 de abril un grupo de estibadores de la IWW, con cuchillos y garfios “desarmaron a un grupo de carabineros que encontraron pegándole a un niño pequeño. Más policías entraron a los muelles y arrestaron a 16 trabajadores. La IWW respondió con una huelga de 24 horas de protesta que paró todas las operaciones portuarias”1176. Sin embargo, hasta julio de 1920 la represión se dosificó. En gene­ ral, se ejerció como “reacción a huelgas, manifestaciones o protestas organizadas por los sindicatos. Mientras muchos trabajadores fueron arrestados, pocos permanecieron en prisión por largos periodos de tiem­ po (...] Parece probable que el gobierno de Sanfuentes no quería fo­ mentar la oposición de la clase trabajadora antes de la elección presi­ dencial de 1920. Como simpatizante de la Unión Nacional (coalición conservadora], Sanfuentes favorecía a [Luis] Barros Borgoño y proba­ blemente asumía que una represión masiva llevaría más trabajadores al campo de Alessandri”1177. Después de la elección del 25 de junio di­ cha restricción desapareció. Es más, ya que el resultado de la elección fue disputado (durante meses ambos bandos se declararon triunfado­ res] y que los trabajadores amenazaban con “tomarse las calles” si no se respetaba el triunfo de Alessandri, el Gobierno se sintió incentivado para descargar su furia represiva1178. Además, el temor a una revolución social era incluso compartido por las potencias extranjeras con intereses en Chile1179. 1174 Lo que generó una protesta de La Opinión contra “las nuevas tendencias de las autoridades de violar los derechos individuales que garantizan a los ciudadanos la libertad de asociación y la liber­ tad de expresar sus ideas", (cit. en De Shazo; p. 181) 1175 De Shazo; p. 181.

1176 De Shazo; p. 181. 1177 De Shazo; p. 182.

1178 La preparación para ello venía de meses. El senador conservador Carlos Aldunate Solar había llevado al Senado un libro en inglés que acusaba a la IWW de Estados Unidos “como a enemiga pública, y convenció a un grupo de senadores reaccionarios de la necesidad de destruir en el huevo a la que en Chile había tenido el candor de llamarse del mismo modo”. (Carlos Vicuña (2002); p. 112) De acuerdo a Aldunate, la actividad de esta “amén de subversiva, no podía ser menos que antipatriótica, ya que subordinaba sus actividades en Chile a las órdenes y disposiciones de una sociedad terrorista extranjera ”. (cit. en Carlos Vicuña (2002); p. 112) 1179 El embajador de Estados Unidos informaba al Departamento de Estado en telegrama del 1 de julio: “La atmósfera está cargada de revolución. Recientes manifestaciones han convencido al pueblo

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Antes de lanzar su ofensiva, el Gobierno fabricó una crisis interna­ cional aprovechando que el 12 de julio un golpe de estado en Bolivia instaló un gobierno más amistoso con Perú; y entonces “fuentes oficia­ les en Chile supusieron que los peruanos habían asistido a los rebeldes en Bolivia y después planeaban recuperar las pérdidas territoriales que ambos países habían tenido durante la Guerra del Pacífico. Para defen­ der a Chile de sus odiados enemigos, el Gobierno de Sanfuentes orde­ nó, el 15 de julio, una movilización general de las fuerzas armadas. Durante el tremendo arrebato de patriotismo que siguió al llamado de movilización, Sanfuentes esperaba desviar la atención del público de la elección, aplastar los elementos de la clase trabajadora que habían mostrado poder organizativo o apoyo a Alessandri, remover de Santia­ go a las unidades del ejército afines a Alessandri, y luego obtener la elección de Barros como presidente por el Congreso”1180. Luego, el Gobierno fabricó un complpt subversivo de la IWW en el contexto de una huelga portuaria que se desarrollaba en julio en Valparaíso: “Después que la IWW llamó a una huelga general del puer­ to el 14 de Julio (el jefe de Policía Enrique) Caballero y el Gobernador Marítimo empezaron a ‘informar’ al intendente provincial de las inten­ ciones subversivas de la IWW. Caballero advirtió sobre expertos de demolición extranjeros que estaban entrenando a miembros de la IWW en el uso de bombas de dinamita (...) Dado que sus informes alarmistas de escondites de armas en la sede de la IWW habían sido inventos, Caballero le ordenó a su jefe de investigación colocar un paquete de

chileno del peligro que viene debido a los disturbios sociales, al alto costo de la vida, a un proletaria­ do que cree que su causa será favorecida por Alessandri contra el viejo régimen aristocrático. Si Alessandri no llega al poder, se espera mucha agitación y desorden. Aunque el Ejército ha actuado bien en los recientes desórdenes, su acción no está garantizada. En vista de estos hechos, pienso que sería aconsejable y quizás favorable... si uno o dos barcos de guerra americanos pudieran ser envia­ dos sin aspavientos a la costa oeste de manera que lleguen aquí en agosto” (cit. en De Shazo; p. 182) 1180 De Shazo; pp. 182-183. Perú y Bolivia no movilizaron sus fuerzas armadas ni antes ni después... El carácter de maniobra política de esta movilización (llamada popularmente como “la guerra de don Ladislao” en “honor” del Ministro de Guerra de la época, el liberal Ladislao Errázuriz) es considerado o sugerido también porLoveman (1988; p. 216); Nunn (1976; pp. 124-125); Castedo (p. 238); Carlos Vicuña (2002; p. 76), y Alejandro Magnet (El Padre Hurtado, Edit. del Pacífico, Santiago, 1954; p. 92), entre otros. En realidad, si dicha movilización hubiera sido de buena fe, creyendo que había un real peligro de guerra, la represión interna que se desató junto con ella habría sido una muestra inexcu­ sable de falta de patriotismo. Sin embargo, el fervor nacionalista “obligó” a la candidatura de Alessandri a alinearse en torno a él. Esto explica el hecho que la Alianza Liberal le diera pleno apoyo al Gobierno .en esa materia como lo recordaba más de un mes después Pablo Ramírez, uno de los diputados radica­ les más progresistas: “Recordaba en la sesión pasada que la Alianza Liberal había cooperado desde el primer instante a la labor del Gobierno, haciendo cumplido honor a los datos e informaciones que nos trajo el señor Ministro de la Guerra (Ladislao Errázuriz), y debo agregar que fue mi honorable amigo el señor (diputado radical Víctor) Robles quien, en sesión pública, diera la acertada explicación del movimiento de tropas al norte, que mereció los agradecimientos del señor Ministro”. (Boletín de Se­ siones de la Cámara de Diputados; 23-08-1920) Lo mismo vemos en reiterados editoriales de La Na­ ción de julio de 1920, el principal apoyo periodístico de la candidatura Alessandri; y en la propia actitud de éste, de ir a despedir a la estación a los jóvenes que partían movilizados hacia el norte, el 21 de julio. (Ver El Diario Ilustrado, 22-7-1920)

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dinamita en los salones de la IWW antes del comienzo de una reunión de la organización. A las 2 P.M. del 21 de julio, la policía fuertemente armada penetró en la sede y arrestó a las 200 personas que se encontra­ ban allí”1181. El Gobierno, entonces, “resolvió acusar criminalmente a la IWW como ‘una asociación ilícita’. Sirvió de cabeza de proceso un folleto que contenía los principios de la nueva organización obrera y la nómi­ na de sus dirigentes. Para sustanciar este proceso fue designado el mi­ nistro de la Corte de Apelaciones, José Astorquiza Líbano, y el proceso fue conocido popularmente como “de los subversivos”. Se redujo a pri­ sión a todos los dirigentes qye aparecían en el folleto, entre los cuales se contaba como ‘Secretario de Notas’ el joven poeta y estudiante de Pedagogía en Castellano, José Domingo Gómez Rojas. Las investiga­ ciones se extendieron a la Federación de Estudiantes, a los gremios, a los sindicatos y a los periodistas obreros (...) La entereza, el coraje mo­ ral y la digna altivez de la mayoría de los procesados, particularmente del joven poeta Gómez Rojas, exasperaron al ministro Astorquiza, quien imprimió a la substanciación del proceso un carácter odioso que llegó a la abierta y despiadada persecución de los acusados. Después del pri­ mer interrogatorio ordenó incomunicar a Gómez Rojas, mantenerlo ocho días a pan y agua y ponerle esposas. Más adelante ordenó ponerle grillos, baldearle la celda, suprimirle las salidas al patio. El joven poeta enloqueció y murió el 29 de septiembre de 1920, al día siguiente de ingresar a la Casa de Orates”1182* . El entierro de Gómez Rojas fue apoteósico: “Pedro León Ugalde, en discurso emocionado y atrevido, despidió el cortejo desde los balco­ nes de la Federación (de Estudiantes). Las lágrimas le brillaban en los ojos y la voz se le quebraba en la garganta. La muchedumbre era in­ creíble. Todo Santiago parecía presenciar el desfile fúnebre formado por no menos de sesenta mil personas. Doscientas mil almas se habían movilizado ese día. Un paro general permitió a todo el elemento obre­ ro concurrir con sus estandartes rojos y sus insignias revolucionarias (...) Tres horas largas tardó el cortejo en llegar al Cementerio (...) Más

1181 De Shazo; p. 183. La Unión de Valparaíso, del 22 de julio, escribió: “Estos malditos (IWW) que son miembros de una institución de origen extranjero y liderada por extranjeros, entre los cuales hay muchos peruanos, tramaron este cobarde plan para impedir el embarque de tropas (al norte) (cit. en De Shazo; p. 183) Ver también los detalles del complot en Carlos Vicuña (2002); p. 113. 1182 Heise; Tomo I; pp. 414-415. De acuerdo a Carlos Vicuña (op. cit.; p. 140) en la tarjeta de luto que los estudiantes imprimieron en su memoria (10.000 ejemplares), venían unos versos del poeta escritos en las paredes de la cárcel el 28 de agosto: “Yo que tengo lejanos jardines en la luna/ y reinos invisibles en estrellas lejanas,/ y princesas dormidas de embrujada fortuna/ y reinos interiores y cosas extrahumanas,7/Yo que tengo un silencio de armonía profundo/gravitando con ritmo de misterio en mí mismo;/yo que siento y que vivo la belleza del mundo,/jamás podrán hundirme en el ‘pequeño abis­ mo ’.// Basta que mire al cielo y llame a las estrellas/ para arrullarlas dentro del corazón transido;/ basta que, cara a cara diga a Dios mis querellas,/para que Dios conteste: ‘Hijo ¿te han afligido?’// Por eso nada importa. Madre que a tu buen hijo/los pobres hombres quieran herir. ¡Piedad por ellos!/ ¡Piedad, Piedad, Piedad! Mi amor ya los bendijo;/ ¡que la luz de los astros les peine los cabellos!".

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de veinte oradores hicieron uso de la palabra, entre ellos Rigoberto Soto Rengifo, excarcelado esa misma mañana, y Santiago Labarca, quien en un rasgo de audacia había salido de su escondite para arengar allí a la multitud en una oración serena y breve. Terminado de hablar huyó ve­ lozmente en un automóvil que le tenía allí mismo Hernán Alessandri”1183. Otro blanco de la represión fue, por cierto, la FECH1184. Su sede -que estaba en la primera cuadra de calle Ahumada, muy cerca del Palacio de la Moneda- sufrió un primer ataque en la noche del 19 de julio1185. Luego, el mismo día del allanamiento fabricado de la sede de la IWW [21] “una partida numerosa de jóvenes conservadores fue a despedir a los reservistas que partían al norte. De vuelta, por los gritos de algunos, súpose que planeaban el asalto. Pedro Gandulfo, que al­ morzaba en la Federación, telefoneó a la Prefectura, la Intendencia y el Ministerio de lo Interior pidiéndoles policía. No hicieron caso (...) La muchedumbre vínose primero a la Monqda. Allí la azuzó un personaje que es polvo anónimo. La partida, después del encarecimiento oficial, avanzó contra la Federación y la sitió”1186. El asalto, a vista y paciencia de la policía, fue una orgía de destrucción, pillaje y quema de libros1187. Los cuatro estudiantes que poco pudieron defenderla (Pedro Gandulfo Guerra, Rigoberto Soto Rengifo, Arturo Zúñiga Latorre y José Lafuente Vergara) apenas salvaron su vida escapando a una casa contigua donde fueron entregados a la policía1188. A Gandulfo y Soto el juez Astorquiza los encarceló [por violación de domicilio! Su abogado, Carlos Vicuña, nos cuenta sus peripecias: “Ni siquiera les dieron la libertad provisional bajo fianza (...) Los tribunales superiores estuvieron sordos a las apela1183 Carlos Vicuña (2002); p. 139.

1184 Quien simplemente, respecto de la movilización prebélica, había acordado públicamente lo si­ guiente: “1 ° Pedir al Gobierno manifieste qué razones ha tenido para decretar la movilización del Ejército; y 2 o hacer un llamado a los estudiantes y al pueblo de Chile recomendándoles una actitud serena durante el desarrollo de los actuales acontecimientos". (Boletín de Sesiones del Senado; 21-7-1920) 1185 Ataque del que fue víctima y que relata González Vera. (Ver González Vera, pp. 208-210) 1186 González Vera; p. 212. El personaje que azuzó a la muchedumbre fue el senador Enrique Zañartu Prieto. (Ver Carlos Vicuña (2002; pp. 124-125); Magnet (p. 93); Ricardo Boizard. La Democracia Cristiana en Chile, Edit. Orbe; Santiago, 1963; p. 19, y El Diario Ilustrado, 22-7-1920) 1187 “La banda destrozó muebles, tajeó el cuero de los sillones, arrojó a la calle los libros y los quemó. Unos asieron el retrato de Valentín Leteliery lo echaron a las llamas creyendo que era el de (Augusto) Leguía (presidente de Perú); los sibaritas, los dionisíacos, más que a la destrucción, consagráronse a libar. No quedó en la cantina una gota de nada". (González Vera; p. 214) "...una pirámide altísima de libros perniciosos fue quemada allí mismo, a la una y media del día, a dos cuadras de La Moneda, a media cuadra de la Alameda, a tres cuadras de la Plaza de Armas, el día 21 de julio de 1920, (...) Las llamas calmaron a la muchedumbre empatriotecida, que empezó a preocuparse de alimentar el fuego para que ningún libro se escapase: allí se quemaron la Biblia y el Nuevo Testamento, el Quijote y las Novelas Ejemplares, Las Comedias de Aristófanes y las Odas de Horacio, la ¡liada traducida por Leconte de L’lsle al lado del Ideario de Ulianov (Lenin). Pero los grandes pecadores eran pocos junto a los poetas inofensivos: Rubén Darío, Verlaine, Francis James, Mallarmé, Sully-Prudhomme y a las poetisas ameri­ canas; Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral, Alfonsina Stomi". (Carlos Vicuña (2002); p. 127) 1188 Ver González Vera; pp. 212-214, y Carlos Vicuña (2002); pp. 124-130.

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ciones y a las quejas. Una vez, ante una Sala de la Corte de Apelacio­ nes, alegué cuatro horas seguidas, expuse los hechos y el derecho, de­ mostré el infame prevaricato que se cometía, y nada conseguí. Cuatro veces repetí la empresa hasta que al fin, cuando murió Gómez Rojas, la vergüenza y el miedo a las represalias hicieron que la Corte, primero a Soto Rengifo, y Astorquiza mismo, en seguida, a Pedro Gandulfo, les otorgaran la libertad provisional bajo fianza simple [Habían pasado dos meses y ocho días1. Horribles incomunicaciones, grillos una vez a Pedro Gandulfo, esposas a Soto, no habían saciado la saña de Astorquiza; en cambio, los asaltantes no fueron siquiera salvo uno -(el teniente Do­ mingo) Undurraga (Fernández, edecán de Sanfuentes)- citados a de­ clarar”1189. Casi toda la prensa aplaudió el asalto. Un grupo encabezado por el teniente Undurraga se hizo fotografiar para la revista Zig Zag con “tro­ feos” del acto vandálico1190. El Diario Ilustrado del 22 de julio señalaba que los asaltantes al final de su acción colocaron en el frontis del local un cartel que decía: “Se arrienda esta casa. Tratar en Lima”. Y el perió­ dico aprobaba esta conducta al concluir que “el público aplaudió con delirio esta medida, que coronaba el tremendo, pero justísimo castigo, aplicado a los hijos desnaturalizados de la patria”1191. El 24, el Gobier­ no canceló la personalidad jurídica de la FECH. “Astorquiza decretó entonces la prisión de los principales corifeos de la juventud: Pedro León Ugalde, Santiago Labarca, Juan Gandulfo y Alfredo Demaría”1192. A su vez, en la Cámara, el diputado conservador Rafael Luis Gumucio atacó duramente a la FECH y justificó la persecución de sus líderes: “Es indudable (...) que la Federación de Estudiantes, o mejor dicho, el grupo de dirigentes de ella, ha asumido la actitud más condenable y antipatriótica”. Y cuando se le hizo ver que a sus dirigentes los estaban “arrastrando” como delincuentes, contestó: “Evidentemente que (...) los que negaban hasta la noción de patria eran los malhechores, esos debían haber sido arrastrados”1193.

1189 Carlos Vicuña (2002); p. 130.

1190 Ver Carlos Vicuña (2002); p. 128 y Héman Millas. Habráse visto, Edit. Andrés Bello, Santiago, 1993; p. 64. 1191 El Diario Ilustrado, 22-7-1920. A su vez, en la noche del mismo 21, en una confusa riña en el centro de Santiago en que jóvenes “patriotas” obligaban a besar la bandera nacional a quienes prejuz­ gaban como “antipatriotas”, murió a balazos el joven conservador Julio Covarrubias Freire, lo cual atizó más las pasiones. (Ver Vial; Volumen II; p. 676, y Carlos Vicuña (2002); pp. 136-138)

1192 Carlos Vicuña (2002); p. 131.

1193 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 28-7-1920. A su vez, el mismo senador que a mediodía había azuzado a la multitud contra la FECH, Enrique Zañartu, señalaba en la tarde en el Senado que “la actitud de los estudiantes (...) es hoy criminal y torpe; esa conducta importa, ni más ni menos, en estos momentos, una traición a la patria ", y agregaba: “El acuerdo de la Federación (...) bastaría por si solo para cancelar a esa asociación su personalidadjurídica. No es admisible tolerar (...) que al amparo de un título como ese, otorgado por el jefe de Estado (...) se esté corrompiendo el alma del pueblo, envenenando a las masas y traicionando a la patria”. (Boletín de Sesiones del Senado; 21-7-1920) Por

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Por otro lado, en la noche del 19 de julio -luego del primer ataque a la FECH- varios jóvenes de clase alta "fueron, en número de cincuen­ ta, a romper la imprenta Numen. Manuel Rojas, entonces linotipista, acababa de apagar el horno (...) Pudo ocultarse en una buhardilla. Los jóvenes, nada improvisadores, armados de garrotes y trozos de hierro, rompieron las máquinas (...) Agentes de policía vinieron a la zaga y cargaron con todos los documentos. Entre éstos iba el original de mis ‘Vidas Mínimas’”1194. La barbarie del 21 de julio trascendió las fronteras y suscitó una indignada carta de solidaridad a los estudiantes de Miguel de Unamuno, la cual ningún diario quiso publicar: “[Orden! [Orden!, claman los ac­ cionistas del patriotismo, los fariseos como aquellos que hicieron cru­ cificar a Cristo por antipatriota. Vociferan sobre el principio de autori­ dad, para que no se vea que la civilización se asienta sobre el fin de la autoridad, y que este fin es la justicia. Ahí como aquí (...) He visto que se les acusa de vendidos a la plata peruana. No podían acudir a otra argucia. Es lo de todas partes. Esos accionistas del patriotismo no se explican actitud ninguna, sino por el dinero, que es su único dios. [Los patriotas de profesión!, [Los profesionales de la patriotería! [Los capi­ tanes que asaltan una imprenta! He leído la lista de personas que to­ maron parte en el asalto y saqueo, y he visto que dicen de uno que era ‘piloto y sportman . Y no sé ahí, pero aquí sportman quiere decir holga­ zán u hombre de poca o ninguna sal en la mollera. Y veo que los más de esos asaltantes eran [estudiantes! [No estudiosos, claro! Estudiantes de patriotería. Conozco a esos tristes estudiantes, cachorros de la oligarquía plutocrática y accionista del patriotismo. Su odio es la inteligencia. Por encima del océano, tumba de tantas esperanzas y cuna de muchas más, les tiende una mano trémula y cálida. Miguel de Unamuno”1195. Pero, sin duda, el acto más criminal de esta escalada represiva se produjo el 27 de julio en Punta Arenas. Allí, producto de que los miem­ bros de la Federación Obrera de Punta Arenas no quisieron asistir el 25 a un acto convocado por la Liga Patriótica de la ciudad -en el contexto del delirio nacionalista del momento- el gobernador de Magallanes (Alfonso Bulnes Calvo) dispuso que fuerzas del Ejército y de Carabi­ neros asaltaran el local, lo que se hizo efectivo en la madrugada del 27. Como hubo amagos anteriores, había una guardia armada de unos treinta obreros. Además de asaltarlo a tiros, se procedió a quemar el inmueble muriendo todos los obreros en su interior. “Frente a las protestas de la otro lado, el diputado radical Carlos Alberto Ruiz criticó duramente a los saqueadores.- "Se afirma que fueron a la propia Moneda a jactarse del delito y han ido a los diarios para publicar sus fotografías para hacer de este modo burla de las leyes y escarnio de las víctimas del saqueo. Entre tanto, los que intenta­ ron defender su casa, en forma débil, porque debió ser más eficaz la defensa, andan perseguidos, atrope­ llados en la forma más inicua". (Boletín de Sesiones de la Cámara; 27-7-1920)

1194 González Vera; pp. 214-215. 1195 cit. en Millas; pp. 70-71. En marzo de 1921 se publicó en la revista Juventud, vocera de la FECH. (Ver Millas; p. 71).

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población los agentes del gobierno prohibieron por más de un mes las manifestaciones públicas (...) y echaron mano de la censura de prensa. Las casas de los dirigentes obreros fueron allanadas y las mujeres dete­ nidas; se llegó a fondear en el mar a los dirigentes calificados como peligrosos. Se les amarraban a los pies pesadas piedras y desde una embarcación eran arrojados al mar. Es lo que ocurrió con el obrero Ulises Gallardo, que logró ser salvado providencialmente por el cuida­ dor del faro que se levanta en la bahía de Santa Catalina”11961197 . Muchos años después (1937), el diputado socialista por Magallanes, Efraín Ojeda, hizo en la Cámara una relación circunstanciada de los hechos. Allí señaló que “a las tres de la madrugada del día Martes 27 de Julio, los ‘distinguidos asaltantes’ dirigidos por el Comandante del Ba­ tallón Magallanes (José María Barceló), secundados por el Prefecto (de Carabineros) mayor señor (Aníbal) Parada (...) llegaron a asaltar el lo­ cal de la Federación al grito de ‘[viva Barros Borgoño1.’ En el grupo de los asaltantes participaban militares disfrazados con antifaces, el pro­ pio Gobernador de Punta Arenas, señor Alfonso Bulnes, disfrazado tam­ bién, presenciaba desde el frente de la Federación la obra de los ‘jóve­ nes patriotas’, que disparaban sus revólveres y pistolas contra el edificio. Los federados que habían sido comisionados para defender el local se defendieron. Después de dispararse más de dos mil tiros, y habiendo sido muertos casi todos sus defensores, y en la imposibilidad de entrar al local, los asaltantes procedieron con todo sadismo a prenderle fuego. Los obreros no murieron por efecto de las balas, fueron quemados jun­ to con algunos heridos que cayeron en la calle. Una hora más tarde el local ardía, por todos lados. Al ser requerido los bomberos, se encontra­ ron con toda clase de obstáculos para combatir el fuego (...) ‘El agua había sido cortada. El Comandante de los bomberos, al verse en la imposibilidad de atacar el fuego, sacando el revólver gritó: ‘o me dan agua o me pego un tiro’ (...) al incendio del local de la Federación Obrera, al empastelamiento e incendio del diario ‘El Trabajo’, a la muerte de los obreros, hay que agregar el incendio de la imprenta 'El Socialis­ ta’, cuyo administrador, Román Cifuentes, después de asaltársele la casa, de resultas de lo cual su esposa a los pocos días tuvo un mal parto, fue sacado desnudo, flagelado para en seguida abandonarlo en la calle, agre­ gándole 'que se fuera a quejar a Alessandri’ (...) El estado de ánimo en Magallanes era de suma tensión. Se detenía a los transeúntes, se les ordenaba ‘manos arriba’ y se les allanaba. Al que se resistía se le dispa­ raba sin piedad (...) Después (...) los instigadores de estos actos ver­ gonzosos, los ejecutores de este feroz crimen colectivo se reunieron en el Club Magallanes y entusiasmados, alegres (...) brindaron abundan­ temente por el brillante ‘saneamiento de Magallanes’ ”1,197. 1196 Heise; Tomo I; p. 414. Ver también Carlos Vicuña (2002); pp. 79-82; Vial (1982); Volumen II; pp. 676-677; Donoso (1952); Tomo I; pp. 256 y 265; y Castedo; p. 241. 1197 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 26-7-1937.

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En el Senado, la actuación gubernamental fue defendida por el li­ beral Gonzalo Bulnes, quien señaló que la "Federación (Obrera) de Magallanes constituye de hecho un soviet internacional” y respecto de los hechos mismos expresó que “existen dos versiones: una de ellas es que hubo un disturbio interno entre los federados, y la otra que el pueblo, por una legítima indignación al ver los actos antipatrióticos cometidos por ella, la atacó. Cuando la policía fue advertida del hecho, envió fuerzas a restablecer el orden, la que fue recibida a balazos, de lo cual resultó muerto un guardián, quedando heridos dos o tres indivi­ duos de la federación, que también murieron a causa del incendio que se produjo en la casa donde funcionaba”1198. A su vez, en la Cámara de Diputados, cuando el demócrata Nolasco Cárdenas Avendaño señaló que “hay antecedentes claros que demues­ tran que han sido asesinados treinta obreros dentro del local de la Fe­ deración”, el liberal Jorge Errázuriz Taglqle interrumpió: “Habría algu­ na bomba adentro”1199. Por cierto, El Mercurio hizo plena fe de la versión gubernamental y apoyó la represión, señalando que el informe del Gobernador de Magallanes “ha revelado que existía allí un centro de subversión suma­ mente peligroso y que bajo la apariencia de asociación obrera se sus­ tentaba una escuela de revuelta y de traición nacional (...) La Federa­ ción (Obrera) magallánica era... un centro de propaganda revolucionaria y antichilena que constituía una injuria contra el sano elemento traba­ jador de la región y contra la sociedad entera... La Federación Obrera de Magallanes no era, como se ha pretendido mostrarla en la Cámara de Diputados, una organización de cultura obrera, sino de revolución y a nosotros nos consta esto, porque nos hemos informado durante años de sus ideas en sus propios órganos de propaganda oficial, cuya litera­ tura hemos denunciado al Gobierno por considerarla perversa y trai­ dora al país... Una institución alimentada con tales propósitos no po­ día, pues, sino adoptar la actitud que adoptó en presencia del movimiento patriótico nacido de la amenaza de una agresión a la Re­ pública en el norte; de la misma manera que era inevitable el choque con el elemento sano de la población, como desgraciadamente se pro­ dujo con las consecuencias que conocemos”1-200. Fue notable, sí, la actitud de apoyo a la versión oficial de La Nación: “Según nuestras informaciones que estarían en todas sus partes de acuer­ do con las que al respecto ha recibido el Gobierno (...) Al pasar la

1198 Boletín de Sesiones del Senado; 18-8-1920. Bulnes se hacía eco, de este modo, de la evidente­ mente falsa versión oficial, pues la manifestación nacionalista fue en la tarde del domingo 25 de julio y el asalto y quema del local se efectuó en la madrugada del martes 27. 1199 Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 25-8-1920 Así, Errázuriz se hacía eco también de la absurda versión oficial de que las muertes se habían producido fundamentalmente por bombas ocul­ tas en el interior del local, que habían explotado producto de los tiroteos. 1 200 El Mercurio, 27-8-1920.

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manifestación [patriótica] frente al local de la Federación Obrera de Chile, los manifestantes invitaron a las personas que se encontraban en su interior a que se plegaran al desfile, y como éstas se negaran a hacer­ lo, los primeros lanzaron algunas expresiones duras contra ellas. Exal­ tados los ánimos, algunos de los desfilantes descargaron sus revolvers, y como aun los federados se negaran a tomar parte en la manifestación, llegaron hasta prender fuego al local de la Federación (...) Mientras ardía el edificio, se dejaron oír violentos estallidos, lo que ha inducido a creer que en el interior de la Federación había elementos explosivos. El incidente no alca'nzó a tomar otras proporciones, debido a la rápida intervención de la policía”1-2?1. Es decir, el diario más representativo de la clase media y de la can­ didatura de Alessandri, en el momento más antagónico de este con la oligarquía ([cuando se estaba jugando el reconocimiento de su triunfo electorall) hizo causa común con esta cuando se trató de defender el orden público “cueste lo que cueste”, es decir, cuando se masacró obre­ ros supuestamente revolucionarios. La represión desatada a mediados de julio continuó hasta el 23 de diciembre, día en que finalizó la presidencia de Sanfuentes y asumió Alessandri. Aunque disminuyó significativamente su furia a fines de septiembre, cuando murió el poeta Gómez Rojas y fue proclamado presidente Alessandri por un tribunal de honor. Así, a fines de julio “en rápida sucesión, ‘Verba Roja’, ‘Numen’, ‘Ac­ ción Directa', 'Mar y tierra’, ‘El Surco’ y otras publicaciones de la clase trabajadora fueron obligadas a suspender sus ediciones (...) Líderes de la IWW, POS (Partido Obrero Socialista) y de varias federaciones de trabajadores fueron perseguidos y arrestados, y el 2 de Agosto otros 67 miembros de la IWW fueron atrapados en Santiago en una operación rastrillo”1,202. Asimismo, la FOCH tuvo que replegarse luego, de un llamado a huelga general para el 26 de julio, ante la amenaza del gobierno de revocarle su existencia legal1-203. De hecho, “Sanfuentes continuó hostigando al movimiento laboral hasta los últimos meses de su gobierno (...) Los arrestos periódicos y la constante amenaza de acción legal contra la FOCH (...) mantuvo la actividad sindical en el mínimo hasta que Alessandri asumió el gobierno en Diciembre. Hubo solo cinco huelgas en Santiago y Valparaíso después del 20 de Julio, en comparación con dieciocho los primeros seis meses del año. La IWW en Santiago tuvo que pasar a la clandestinidad (...) y la organización local de Valparaíso solo pudo llamar a un paro de un día en el puerto, en protesta por la mantención de sus líderes en prisión”1-204.

>-201 La Nación, 29-7-1920. 1.2o2

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1542 Donoso; op. cit.: p. 384. 1543 Lo mismo constató el propio Alessandri: "Neff me dijo que Rivera había sostenido con él una larguísima conferencia para inducirlo a que no gestionara el despacho de la leyes, porque así lo deseaba la Armada y que se lo hacía presente autorizado por la conferencia con Gómez Carreño y Huneeus celebrada la noche anterior". (Alessandri; Tomo I; pp. 327-328)

1544 Vial; op. cit.; p. 398. Como señala Frederick Nunn, "claramente la adhesión naval al movimiento de Santiago era solo condicional. El apoyo manifestado por la Armada al Ejército significaba real­ mente un apoyo a Altamirano”. (Nunn (1970); p. 64)

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Naturalmente ya era demasiado tarde para lograr que no se aproba­ ra el “paquetazo”, puesto que la Junta Militar se había constituido en torno a esa demanda, Alessandri se había comprometido a jugarse en­ tero por ella y su nuevo gabinete cívico-militar se había formado tam­ bién sobre la base de obtener su inmediata aprobación por el Congre­ so. Sin embargo, reveladoramente, los miembros militares del gabinete lograron, al menos, eliminar uno de los puntos fundamentales: la progresividad del impuesto a la renta1-545. Pero, sobre todo, ya estaba claro que la fuerza impulsora del golpe -la Junta Militar- había sido sobrepasada momentáneamente en su con­ ducción por los altos mandos del Ejército y la Marina. Victoria, en todo caso, de corta duración, pues el sentimiento más genuino de las Fuerzas Armadas ya no estaba siendo representado por sus altos mandos. La oposición tan implacable de la derecha a la legislación social propuesta por Alessandri se debió a su negativa a renunciar a cualquier tipo de privilegios. No obstante, estaba claro -como vimos- que dicha legislación no le daría al movimiento obrero gran poder de presión. Por el contrario, lo dejaría, al menos formalmente, estrechamente controla­ do por el Estado. En efecto, aquella legislación le concedió a los obreros (y particu­ larmente a los empleados) un conjunto de beneficios laborales y socia­ les, y eliminó una serie de abusos atávicos de que eran víctimas. Así, se “reguló el contrato individual de trabajo, estipulando sus menciones y la necesidad de desahucio para poder ponerlelfin (...) Declaró ilegal el ‘enganche’. Estableció la jornada de ocho horas. Reglamentó el salario, prescribiendo su pago en dinero, por períodos fijos, en la faena, durante los días y horarios de ésta (y nunca en ‘lugares de recreo, tiendas, alma­ cenes o pulperías, tabernas o cantinas’) Lo declaró inembargable, salvo -hasta por un tercio- para pensiones alimenticias. Prohibió se le hicie­ sen descuentos (...) Implantó el salario mínimo, la igualdad hombre/ mujer en las remuneraciones (ique todavía no se cumple1.), y que la segunda recibiría y administraría las suyas libremente. Legisló sobre (...) régimen, higiene y seguridad de las fábricas y faenas. Fue regulado el trabajo de mujeres y niños (...) creó la Dirección y las Inspecciones del Trabajo, y dispuso la libertad de comercio en las poblaciones salitreras y establecimientos mineros e industriales”. Además, “creó el seguro obligatorio de enfermedad, invalidez, vejez y accidentes del trabajo,

1 545 Es lo que relata Alessandri en sus Memorias: “Al hacer la enumeración de las (leyes) que debían figurar en tabla, noté que faltaba el proyecto que establece el impuesto progresivo a la renta, que era, precisamente, uno de los que más me interesaban por la justicia social que importaba y por los recur­ sos que traería a las exhaustas arcas fiscales. Altamirano y Bennet manifestaron que la dictación de aquella ley sin ulterior y más completo estudio era resistida. Insistí; la resistencia fue invencible. Comprendí que entraban en acción y dominaban o influían en el movimiento los mismos factores políticos que tan tenazmente resistieron durante toda mi administración una ley redentora de justicia social; aquella que alivia a los pobres e impone las cargas públicas proporcionalmente a lo que cada uno tiene y percibe". (Alessandri; Tomo I; p. 327)

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para los asalariados. Se financiaría con imposiciones de éstos, sus patro­ nes y el Estado (...) Amén de las pensiones (...) las Cajas (administra­ doras de esos recursos) deberían prestar a sus imponentes asistencia médica en la enfermedad, y atención del embarazo, parto y puerperio, y pagar una cuota mortuoria a la familia del asegurado fallecido”. Ade­ más, se estipulaba “obligatorio para el patrón tomar un seguro por el riesgo de accidente que corrían sus trabajadores y que él debía pagar. Así, por primera vez, este riesgo quedó efectivamente amparado (no como en la ley de 1916)”1-546. Pero en lo que todos los golpistas estaban interesados era en la ex­ pulsión de Alessandri y en el cierre del Congreso. Lo primero se produ­ jo luego que la Junta Militar, abandonando su promesa original de auto disolverse una vez aprobado el “paquetazo”, publicó un acuerdo que señalaba que “el movimiento militar está inspirado exclusivamen­ te en la necesidad suprema de salvar a la Nación arruinada por la co­ rrupción política y administrativa, y no terminará mientras no realice ampliamente su misión”1-547. Alessandri, completamente sobrepasado, renunció a la Presidencia y se refugió en la Embajada de Estados Uni­ dos, desde donde partió al exilio el 10 de septiembre en la noche1-548. El 11 de septiembre se constituyó una Junta dejGobierno, conformada por los tres ministros uniformados dejados por Alessandri, esto es, - Altamirano, Bennett y Neff, la que de inmediato procedió a disolver el Congreso Nacional y a anunciar que “respetará la Constitución y las leyes de la República, en cuanto sean compatibles con el nuevo orden de cosas”1-549.

1546 v¡ai; Op cit; pp 408-409. 1,547 Vial; op. cit.; p. 399. 1548 Ver Alessandri; Tomo I; pp. 328-334. Su renuncia fue rechazada por el Senado, ante lo cual solicitó una licencia de 6 meses y una autorización para ausentarse del país por igual fecha, lo que fue aprobado por el Senado por 16 votos a favor y 11 abstenciones. A su vez, la Cámara la aprobó por 47 a favor y 37 abstenciones (Ver Alessandri; Tomo I; p. 333) Por su parte, la Junta de Gobierno procedió el 12 de septiembre ■ aceptar su renuncia "sin detenerse a considerar que carecía en abso­ luto de facultades jurídicas y que el acto ejecutado era nulo y de nulidad absoluta, motivo por el cual yo seguía conservando mi carácter de Presidente Constitucional de la República ” (Alessandri; Tomo I; p. 336)

1549 cit. en Vial; op. cit.; p. 405. Ante el desenlace, El Diario Ilustrado del 12 de septiembre señaló que "el Ejército y la Marina han salvado a la República " y que "empleando el único medio de acción posible e interpretando la voluntad nacional... eliminaron al señor Alessandri de la presidencia y del país, y disolvieron al que se llamaba Congreso Nacional”, (cit. en Vial; op. cit.; p. 407). A su vez, El Mercurio, proclamaba a la "opinión pública... satisfecha al ver (que) se ha tomado el único camino que podía adoptarse para devolver (a Chile) la tranquilidad... El Congreso había llegado al último extremo de desprestigio por su esterilidad... el predominio de la politiquería mezquina... su corrup­ ción... su acción perturbadora”, (cit. en Vial, op. cit., p. 407) Tan agotado se encontraba el régimen, que el golpe no suscitó ninguna reacción popular significativa. (Ver Vial, op. cit., pp. 401 y 404; Dono­ so, op. cit., pp. 387-389; Carlos Vicuña (2002); pp. 200-204); y Nunn (1970); p. 69)

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6. El colapso final La derecha trató de utilizar su azaroso encabezamiento del golpe mili­ tar para mantener intacto el régimen oligárquico-parlamentario. Sin embargo, la fuerza impulsora del golpe no le pertenecía; y por más esfuerzos que hizo, en los meses finales de 1924, para neutralizarla, cooptarla o reprimirla, todo le resultó inútil. Es más, la derecha oligárquica no quiso percibir que su sistema exclusivo de dominación estaba agotado históricamente1-550. Desde el comienzo fue notorio el mantenimiento de un doble po­ der: el de la Junta de Gobierno y el dé la Junta Militar. Ambas sacaron sendos manifiestos. El de la primera, con fecha 10 de septiembre, ex­ presaba que “declaramos solemnemente empeñados nuestro honor que, al tomar a nuestro cargo la dirección de los negocios públicos, lo hace­ mos con el carácter provisional y transitorio que debe tener; que no aspiramos a otra cosa que a devolver cuanto antes la República al fun­ cionamiento regular de sus instituciones; que no aspiramos ni acepta­ mos la perduración del sistema militar de gobierno (...) garantizamos el orden público (...) y nos sentiremos justamente recompensados cuan­ do en próxima época podamos entregar el gobierno con el reconoci­ miento por parte de la Nación de que hemos cumplido con el deber que las circunstancias nos han impuesto”1-551. El de la Junta Militar, de fecha 11 de septiembre, señalaba que su finalidad era “abolir la política gangrenada. Su procedimiento, enérgico, pero pacífico, es obra de ciru­ gía y no de venganza o de castigo. Se trata de un movimiento sin ban­ dera de sectas o partidos, dirigido igualmente contra todas las tiendas políticas que deprimieron la conciencia pública y causaron nuestra corrupción orgánica (...) No hemos asumido el poder para conservarlo (...) Nuestra finalidad es convocar a una libre Asamblea Constituyente, de la cual surja una Carta Fundamental, que corresponda a las aspira­ ciones nacionales”1-552. 1 .55° Qomo j0 señala el perspicaz historiador y político conservador, Alberto Edwards: “El grueso de la Unión Nacional, casi todos sus dirigentes, no veían en los acontecimientos que se estaban desarrollan­ do, sino el violento derrumbe del gobierno de Alessandri y de su séquito. Se les escapaba el significado profundo de una revolución que no sólo ponía de hecho término al dominio de un determinado círculo político, sino a un período de la historia de Chile. La República parlamentaria ‘en forma ’ estaba muerta en su alma misma con los sentimientos jerárquicos hereditarios, el prestigio de la antigua sociedad y la tradición jurídica de un siglo. La gran verdad de fondo era el desquiciamiento de los viejos vínculos espirituales que habían, por tanto tiempo, alentado al organismo social (...) Pero (...) la oligarquía fue la última en comprenderlo. Había asistido al derrumbe sin penetrar ni sus causas ni su significado. Es el eterno error que vemos reproducirse en todos los períodos análogos de la historia. El desenlace de la crisis, tal como los unionistas lo soñaban, se habría limitado, pues, a la elección de un Presidente y un Congreso nuevos, más o menos dentro de las antiguas fórmulas, pero de opuesto color político. En último caso, y como para llenar un deber de urbanidad, se modificarían detalles de la técnica constitucional, sin tocar demasiado el fondo de las cosas”. (Edwards; p. 235) 1551 cit. en Emilio Bello Codesido. Recuerdos Políticos, Edit. Nascimento; Santiago; 1954; pp. 20-22. De acuerdo a Bello, el autor del Manifiesto fue el político liberal unionista Samuel Claro Lastarria. (Ver Bello; p. 20).

1552 cit. en Correa, Figueroa, Jocelyn-Holt, Rolle y Vicuña; Documentos; pp. 148-149.

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Claramente, el primero apuntaba a la conservación del sistema sociopolítico y el segundo a su reforma. Así se inició una relación sumamente conflictiva destinada a terminar con un triunfador y un derrotado. Su coexistencia era imposible. La Junta de Gobierno no solo no consultó el gabinete que designó -que fue muy de derechasino que, además, le aseguró a los ministros civiles que la Junta Mili­ tar se disolvería1-553. A su vez, la Junta Militar, lejos de disolverse, empezó a trabajar febrilmente. Formó dieciséis comisiones para el análisis de los diversos grandes temas nacionales, integradas por uniformados, pero con la ase­ soría de civiles1-554. Empezó a tomar contactos con diferentes gremios obreros (incluida la anarquista IWW y la comunista FOCH), estu­ diantes y organizaciones de profesionales1-555. En uno de esos eventos, el 14 de septiembre, en un céntrico teatro de Santiago con trabajado­ res de la FOCH, el capitán Carlos Millán (quien no representaba cier­ tamente las opiniones predominantes de la Junta) llegó a decir: “No nos creáis inconscientes, señores, nosotros hemos estado al tanto de vuestras necesidades. Hemos sabido del malestar de los estudiantes, de los profesores, de los obreros (...)(y) esperábamos que vosotros ini­ ciaríais este movimiento de depuración social y política y cuando vo­ sotros no lo hicisteis entonces creimos llegado el momento de hacerlo nosotros y nos lanzamos en esta aventura peligrosa, para espantar las ratas del gobierno de la República, que tanto han dañado vuestros intereses”1-556. Después de Millán, Luis Emilio Recabarren calificó la acción del Ejército como “un gran paso adelante para los trabajadores de Chile”1-557. Sin embargo, a poco andar los sectores populares e intelectuales comenzaron a distanciarse de un régimen que no adoptó ninguna me­ dida reformista. Más aún, cuando el 25 de septiembre fue expulsado *.553 yer vial; Op cjt. p 443 los ministros designados fueron los liberales moderados Alcibíades Roldán (Interior) y Gregorio Amunátegui (Justicia e Instrucción Pública); y los fuertemente antialessandristas: Carlos Aldunate (conservador, en Relaciones Exteriores), Fidel Muñoz Rodríguez (radical derivado al unionismo, en Hacienda), Luis Gómez Carreño (almirante en retiro, en Guerra y Marina), y Oscar Dávila (ex jefe de la TEA, en Obras Públicas). (Ver Vial, op. cit., p. 443, y Donoso, op. cit., p. 391)

1554 Ver Vial; op. cit.; p. 441. 1.555 Ver Vial, op. cit., pp. 441-442; Carlos Vicuña (2002), pp. 216-217; Nunn (1970), p. 69; y especial­ mente Díaz, pp. 124-140.

1556 cit. en Díaz; pp. 124-125. 1557 cit. en Nunn; p. 69. El mismo septiembre, Recabarren comentó elogiosamente el manifiesto del 11 de septiembre: “La Junta Militar con fecha 11 ha dirigido a la nación un manifiesto que merece toda nuestra aprobación, llamando a constituir la Asamblea Constituyente que debe proponer la nueva Constitución. El manifiesto revela una generación de idealistas entre los militares (...) Si el proletaria­ do divide sus finalidades y derechos en sectarismos estrechos perderemos la oportunidad de ganar un paso adelante. De estas jornadas por la Asamblea Constituyente no va a surgir una República Anar­ quista ni Comunista, pero debemos trabajar en ellas para que así surjan los elementos que nos permi­ tan avanzar", (cit. en Arrate y Rojas; p. 124)

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del país Daniel Schweitzer por sospechas de que complotaba contra el gobierno1-558. Entretanto, la Junta Militar logró que la Junta de Gobierno separa­ ra de la institución a cerca de cien altos oficiales acusados por la prime­ ra de “indignos”, los cuales ni siquiera pudieron defenderse1-559. No obstante, la Junta fracasó casi totalmente en sus demandas de políticas sustantivas que incluían: “convocatoria a una asamblea consti­ tuyente para reformar la Constitución1-560; reforma del sistema de ad­ ministración municipal; leyes para liberar a las obras públicas, salud y agricultura del control burocrático central; creación de un Ministerio del Trabajo; descentralización del gobierno nacional; reforma’ del siste­ ma de promoción del servicio civil; reducción del tamaño de la buro­ cracia; leyes para controlar la especulación en valores y monedas; pro­ hibición del doble empleo (para reducir la tasa de desempleo]; control de precios en bienes de consumo; un sistema de impuestos moderno y progresivo; leyes para controlar el precio de los arriendos; tarifas pro­ tectoras de la industria nacional; revisión del sistema de concesiones gubernamentales de tierras; aumentos de remuneraciones para los em­ pleados de ferrocarriles (sin alzas violentas de tarifas de pasajeros o carga); rigurosa autonomía de los sistemas judicial y de educación pú­ blica, y la creación de un banco central”1-561. De todas ellas solo se acogió la creación de un Ministerio de Agri­ cultura, Industria y Colonización y otro de Higiene, Asistencia y Previ­ sión Social; la expansión del Ministerio de Obras Públicas y la aproba­ ción de una norma (Decreto Ley 93) destinada a impedir las especulaciones bursátiles1-562. Tampoco tuvo mejor suerte la Junta

1 558 En realidad Schweitzer estuvo a punto de ser fusilado. Él, junto con Carlos Vicuña, habían sido amedrentados y citados a la Comandancia de Armas. Mientras Vicuña presentó un recurso de amparo en la Corte de Apelaciones, Schweitzer prefirió enviarle una carta al comandante de armas Pedro Pablo Dartnell en que le pedía que le indicara cuál era el motivo de la entrevista pues él “desconocía la facultad con que le había hecho esa citación valiéndose para ello del personal subalterno de la policía que está al servicio de los juzgados del crimen”. Vicuña agrega que “después he sabido que Daniel (Schweitzer) empleó por inadvertencia el término ‘desconocer’ en lugar de 'ignorar', que era el que expresaba exactamente su idea: un error de vocabulario lo hizo decir con crudeza un pensamiento jurídico, cuando sólo pretendía llamar la atención del comandante de armas a la necesidad de obrar dentro de la ley”. El caso es que “la carta de Schweitzer produjo en el gobierno el efecto de una bomba: Dartnell se la llevó personalmente al ministro de Guerra, almirante Gómez Carreño, quien tuvo una pataleta incontenible: gritó, amenazó, rugió y exigió que se hiciera un escarmiento: mandó aprehender a Schweitzer para fusilarlo inmediatamente ". Dartnell, “espantado” de la reacción de Gómez Carreño, le avisó a Altamirano, quien cambió la orden de fusilamiento por deportación inmediata. (Ver Carlos Vicuña (2002); pp. 227-228) Sintomáticamente, junto con la expulsión del país de Schweitzer, “se dictó un decreto-ley (N° 15) sustrayendo de la justicia civil los delitos que comprometiesen la seguridad del Estado y encomendándolos a la jurisdicción castrense". (Vial; op. cit.; p. 469) 1559 Ver Vial; op. cit.; p. 445; y Nunn (1970); pp. 70-71.

L 56° La cual, ajuicio de la Junta, debería ser “gremial” y no elegida por partidos políticos. (Ver Vial; op. cit.; p. 447)

1561 Nunn (1970); p. 71. Como lo señala Nunn, es notoria la similitud entre estas demandas y el programa de Alessandri.

1562 Ver Nunn (1970); p. 71; y Vial; op. cit.; p. 473.

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Militar en un conjunto de proposiciones destinadas a purificar el siste­ ma electoral1-563. Así, el 5 de noviembre el Gobierno promulgó una nueva ley electoral, y convocó a elecciones de Presidente de la Republica y Congreso para el 10 de mayo de 1925, sin siquiera dar aviso previo a la Junta1-564. Lo anterior generó una tormentosa reunión entre representantes de la Junta y el Gobierno que solo terminó con la derrota de la prime­ ra, luego que el último amenazara con renunciar y que los representan­ tes navales de la Junta se disociaran de las demandas de renuncia del Ministro del Interior, Roldán, y de que se reconociera explícitamente la existencia de la Junta Militar1-565. El profundo deterioro del poder de la Junta coincidió con el des­ pertar de la oposición civil al Gobierno. Así, el 3 de noviembre una convención del Partido Radical condenaba el “movimiento militar, por­ que considera (el radicalismo] que la intromisión de la fuerza armada en el Gobierno de una República es contraria a la esencia misma del régimen republicano” y planteaba como “única solución pacífica (...] la convocación rápida de una libre Asamblea Constituyente”1-566, aun­ que no se pronunció todavía respecto del retorno de Alessandri. A su vez, el Partido Democrático se había manifestado ya el 22 de octubre muy crítico del movimiento militar y a fines de noviembre, en una convención del partido, lo descalificó “como la contribución del Ejército Chileno a la reacción de la oligarquía plutocrática”; que “la democracia chilena no aceptaba ni aceptará jamás un gobierno genera­ do y sostenido exclusivamente por la fuerza”; y que “la Convención Democrática estima que la única manera eficaz de propender a la más pronta restauración civil de la República y satisfacer los anhelos de organización ampliamente democrática y liberal del país, es el regreso inmediato del presidente constitucional don Arturo Alessandri”1-567. Luego, el 2 de diciembre, “la Junta Central Radical publicó un largo manifiesto criticando la acción de la Junta de Gobierno y sosteniendo que la convocación a elecciones sin restablecer las libertades públicas constituía un sarcasmo”1-568. A su vez, en la derecha, el Partido Conservador declaró el 9 de

1563 Ver Vial; op. cit.; p. 446.

1564 Ver Vial; op. cit.; p. 448; y Nunn (1970); p. 73. L565

Ver Vial; op. cit.; pp. 449-450; y Nunn (1970); pp. 73-74.

1.566 cjt en v¡a[; Op cít.; p. 465. Es importante tener presente que el 19 de septiembre, el Comité Ejecutivo del Partido Radical había aplaudido el golpe militar, señalando que fue un "movimiento (...) de salvación nacional”, (cit. en Nunn (1970); p. 72) Por lo mismo, previo a la Convención de Noviem­ bre se creó un comité de recuperación radical promovido por Carlos Vicuña y Domingo Durán, a los que se agregaron Carlos Schürmann, Arcadio Meza, Julio Bustos, Leopoldo Valdés y otros que confor­ maron una Junta Central de 15 personas. Ante el éxito de esta iniciativa, el antiguo Comité Ejecutivo resignó sus funciones. (Ver Vial; op. cit.; p. 464; y Carlos Vicuña (2002); p. 224)

1 567 cit. en Vial; op. cit.; p. 465. L568

Donoso; op. cit.; p. 395.

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noviembre su apoyo al gobierno de Altamirano y “anunció que dado que el movimiento de septiembre había disuelto el gobierno de Alian­ za Liberal de Alessandri, parecía simplemente natural que el resultado final fuera la restauración del conservantismo”1-569. El decaimiento de la Junta Militar tuvo su desenlace a mediados de diciembre, con ocasión de un extraño conato fallido de candidatura presidencial del miembro de la Junta y Director de Carabineros, el coronel Alfredo Ewing, que pareció tener connotaciones golpistas1-570. El Gobierno procedió a destinarlo como agregado militar en España sin consulta con la Junta, violando con ello un acuerdo inicial de que ningún miembro de ella sería transferido de su puesto sin previa consul­ ta. Aclarando que no apoyaba su eventual candidatura ni ninguna otra, la Junta se opuso al traslado de Ewing. Acto seguido intentó eludir el con­ flicto demandando una reorganización del Gobierno. Pero ya no tenía fuerza para ello. Por el contrario, el Gobierno contraatacó, logrando pri­ mero la deserción definitiva de la Junta de los oficiales de la Armada, y después presionándola fuertemente para que ella misma se disolviera, a cambio de una reorganización del gabinete -que no significó ningún cambio de la orientación derechista del gobierno-1-571 y de la acepta­ ción como Ministro de Guerra -que pasaría a dividirse del de Marinadel sugerido por la Junta: el general Emilio- Ortiz Vega1-572. La total derrota de la oficialidad reformista de las Fuerzas Armadas la condujo a recomponer sus vínculos con sus contrapartes civiles. En principio, volvieron a frecuentar las logias masónicas1-573. Además, reanudaron sus lazos con los radicales y su nuevo presidente, Enrique Oyarzún, con Eliodoro Yañez y La Nación (donde Ibáñez tenía como estrecho asociado al redactor Conrado Ríos Gallardo], y especialmente 1 569 Nunn (1970); pp. 74-75. Por otro lado, las tentativas de diversos personeros liberales de la Alianza Liberal por unificar todas las fracciones del liberalismo, separando así a los liberales más derechistas de los conservadores (y destruyendo con ello la Unión Nacional) fracasaron a fines de 1924. (Ver Bello; pp. 53-60)

1570 Ver Carlos Vicuña (2002); pp. 251-254.

1571 Reemplazó a Roldán, en Interior, el ex senador nacional unionista Rafael Luis Barahona. El resto del gabinete se conservó o experimentó cambios irrelevantes. Barahona "anunció que el gabinete no se desviaría de la línea de su predecesor y procedería de acuerdo al plan de celebrar las elecciones el 10 de mayo". (Nunn (1970); p. 77)

1572 Ver Vial, op. cit., pp. 451-458, y Nunn (1970), pp. 75-77. Ibáñez y su entorno tramaron un golpe de Estado, pero se dieron cuenta que no tenían fuerzas para ello en ese instante. (Ver Vial; op. cit.; 455456). Al disolverse la Junta, elaboró un documento muy crítico a los altos mandos de las Fuerzas Armadas, ya que, a juicio de ella, habrían “desnaturalizado” completamente el movimiento militar. Aunque dicho documento solo fue hecho público luego del golpe del 23 de enero de 1925. (Ver Vial, op. cit., pp. 456-457, y Donoso, op. cit., pp. 394-395) 1573 A su vez, la Masonería experimentó un cambio muy relevante a fines de año. El Gran Maestro, Adeodato García Valenzuela, que le había dado un curso más apolítico, fue reemplazado en un virtual “golpe de Estado” por Héctor Boccardo, abogado radical del mismo estudio jurídico de Pedro Aguirre y Armando Quezada. (Ver Vial; op. cit.; p. 466)

1,37 4 Ver Vial, op. cit., p. 478, y Donoso, op. cit., pp. 397-398.

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con el entorno alessandrista que tenía su centro en Armando Jaramillo1-574. En definitiva, se impuso en forma evidente la necesidad de una acción mancomunada entre la oficialidad reformista y los sectores alessandristas-aliancistas. El gran cisma producido entre ellos nunca se superó efectivamente. Pero estaba claro que el colapso final del régi­ men oligárquico requería de una acción conjunta. La oficialidad tenía la voluntad política y la fuerza necesaria, pero carecía de un liderazgo carismático y aceptado por los sectores medios. Alessandri tenía esto último, pero carecía de una base política claramente comprometida con la sustitución del parlamentarismo oligárquico1-575 y, sobre todo, de la fuerza para sustituir la Junta de Gobierno de Altamirano. El fac­ tor que aceleró dicha conjunción fue la designación, el 8 de enero de 1925, como candidato presidencial de la Unión Nacional -y dado el control del sistema, un seguro presidente electo- de un personero que representaba la quintaesencia del antiguo orden oligárquico: el ex se­ nador liberal Ladislao Errázuriz1-576. Así se produjo, sin ninguna resistencia militar de significación1-577 y con el apoyo popular1-578, el golpe del 23 de enero, que dejó como “poder en la sombra” a Carlos Ibáñez, que pasó a ser Ministro de Gue­ rra. Pero, a la vez, que llamó a Arturo Alessandri para que reasumiera la Presidencia de la República y terminara su período, en el entendido de que convocaría a una Asamblea Constituyente para la elaboración y aprobación de una nueva Constitución Política del Estado. 1575 Tanto en el Partido Liberal, y especialmente en el Radical, había sectores muy influyentes que se oponían al término, liso y llano, del régimen parlamentario; lo que se demostraría en 1925, con su oposición a la nueva Constitución. 1576 Así, Donoso señala que Errázuriz “encarnaba la tradición oligárquica más acentuada (...) La Unión Nacional creyó llegada la hora del desquite de sus últimos fracasos políticos, y con esa ceguera sicológica para captar el ambiente que la caracterizó, marchó ciegamente hacia el peligro”. (Donoso; op. cit.; p. 397). Por su parte, Alberto Edwards lo define como quien “encarnaba mejor que ningún otro personaje de la época los intereses y pasiones de los círculos políticos que se creían llamados a heredar el régimen caído en nombre de fórmulas y tradiciones que ya habían hecho su época. El señor Errázuriz era, a lo menos en ese momento, la Unión Nacional en persona". (Edwards; p. 237) Carlos Vicuña señala que “la designación de Ladislao Errázuriz como candidato a la Presidencia fue sin duda alguna el más grave error político de la Unión Nacional; con esta designación los conjurados de septiembre desafiaron a la nación entera: la oligarquía insolente, universalmente odiada, volvía por sus fueros con mayor arrogancia". (Carlos Vicuña (2002); p. 260) y Carlos Sáez indica que como "enemigo decidido del Gobierno anterior, su candidatura (de Errázuriz) era algo así como una provo­ cación lanzada a los hombres que habían sostenido ese Gobierno”, y que “él era uno de los represen­ tantes más caracterizados de nuestra rancia aristocracia resultando fácil presentarlo como la encar­ nación del espíritu reaccionario”. (Sáez; Tomo I; p. 156) 1577 La Armada sí se opuso inicialmente, particularmente al regreso de Alessandri, pero luego de una mediación efectuada por Agustín Edwards, -¡quien tampoco quería su regreso!, de acuerdo al testimo­ nio de Enrique Oyarzún (ver Vial; op. cit.; p. 508)- cedió finalmente el 27 de enero, integrándose incluso a la nueva Junta de Gobierno, que esperaría el lento retorno por barco de Alessandri. 1 578 De este modo, en la noche del 23, el comité pro-regreso del Presidente Alessandri organizó un gran mitin popular. Como símbolo del fin de una época, luego de la manifestación, algunos exaltados asaltaron el Club de la Unión, causando "considerables destrozos antes de llegar la policía”. (Vial; op. cit.; p. 490)

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ÍNDICE ONOMÁSTICO

A

Aburto Panguilef, Manuel, 269 Acuña, Alberto, 181 Acuña, Felipe, 40 Adrián Villalobos, Vicente, 333, 359, 423 Affonso, Almino, 403 Agüero Piwonka, Felipe, 307, 313316 Aguirre Bernal, Sócrates, 435 Aguirre Cerda, Pedro, 222, 223, 359, 378, 380, 381,402,403,434,444 Ahumada Bascuñán, Arturo, 435 Álamos Varas, Ignacia, 307,309,311313,429,431 Alarcón Lobos, Roberto, (“Galo Pando”), 173 Alberdi, Juan Bautista, 134 Alcina Franch, José, 19 Aldunate Carrera, Luis, 105,145,146 Aldunate Echeverría, Luis, 409 Aldunate Solar, Carlos, 345,421,441 Alessandri Palma, Arturo, 125, 139, 142,144,154,174,185,194-196, 220, 222-224,241, 269, 289, 294, 296, 301, 307, 310, 317, 333, 340, 343, 345, 346, 351, 353, 355, 356, 359, 360, 366, 375, 378, 381-386, 388-405,408-412, 417, 420, 422-427, 429-440, 442-445 Alessandri Palma, José Pedro, 142 Alessandri Rodríguez, Arturo, 300 Alessandri Rodríguez, Hernán, 348

Alexander, Robert, 403 Alfonso Barrios, José, 147 Allende Astorga, Juan Rafael, 121, 297 Allende Gossens, Salvador, 125-127 Allende Saron, Pedro Humberto, 371 Altamirano Aracena, Eulogio, 156 Altamirano Talavera, Luis, 342, 345, 430, 435,437-439,442,443,445 Amberga, Jerónimo de, 272 Amunátegui Aldunate, Miguel Luis, 51, 165 Amunátegui Rivera, José Domingo, 210 Amunátegui Solar, Domingo, 23, 37, 39- 45,48, 50, 53, 56, 71,99-101, 111, 115, 116, 120, 123, 134, 179, 196, 201, 207, 236, 239, 272, 283,335,336,361-363, 394, 406, 408, 424 Amunátegui Solar, Gregorio, 435,441 Angelí, Alan, 170,192,259,414,419 Angulo, José P., 65 Antunez González, Carlos, 99 Arana Bórica, Manuel, 274 Arancibia Laso, Héctor, 355,359,406, 407,409 Argandoña, Voltaire, 325 Argandoña Iglesias, Buenaventura, 398,399 Aristófanes (Dramaturgo Ateniense), 348 Armstrong Ramírez, Guillermo, 340 Arrate Me Niven, Jorge, 373, 441 Arriagada Herrera, Genaro, 308-310, 311,312,315

447

Astorquiza Líbano, José, 347-349, 354 Avendaño, Manuel, 312 Avilés, Isabel, 378 Aylwin Oyarzún, José, 270, 271 Aylwin Oyarzún, Mariana, 307, 309, 311-313,429, 431 B Bahamonde Hoppe, Guillermo, 355 Ballesteros Ríos, Manuel Egidio, 167169, 363 Balmaceda Fernández, Exequiel, 100 Balmaceda Fernández, José Elias, 142 Balmaceda Fernández, José Manuel, 40, 49, 53, 54, 56, 99-126, 130, 131, 139, 141, 169, 196, 203, 212,277, 297,307,382 Balmaceda Fernández, José María, 100 Balmaceda Fernández, José Ramón, 276 Balmaceda Fernández, Rafael, 100 Balmaceda Fernández, Vicente, 100 Balmaceda Saavedra, Carlos, 430 Balmaceda Toro, Enrique, 126, 360, 382, 396 Balmaceda Valdés, Eduardo, 150,278 Balmaceda Zañartu, Vicente, 276, 279 Banderas Le Brun, Leónidas, 165 Bannen Pradel, Pedro, 381, 430 Bañados Espinoza, Luis, 382 Bañados Honorato, Guillermo, 161, 355,409,414,416,422,432,435 Barahona San Martín, Rafael Luis, 444 Barceló Lira, José María, 351 Barí Lopehandía, José María, 334 Barnard, Andrew, 121,161,327,414, 415 Barnechea, Pedro, 83 Barra Woll, Salvador, 429 Barrera, Manuel, 324 Barría Serón, Jorge, 324 Barriga Espinoza, Juan Agustín, 56 Barriga Espinoza, Luis, 397 Barrios, Casimiro, 333, 334 Barrios Hudtcwalcker, Eduardo, 302

Barros Arana, Diego, 50, 56, 92 Barros Borgoño, Luis, 345, 346, 351, 355, 390,391,393-395,397 Barros Borgoño, Víctor, 367 Barros Errázuriz, Alfredo, 334, 399, 401 Barros Jarpa, Ernesto, 220, 392, 396, 405, 406, 408 Barros Lezaeta, Luis, 51, 113, 147, 151,153, 272-274, 276-278, 280, . 284, 291 Barros Luco, Ramón, 39, 147, 151, 153, 154, 242, 277,284,365 Barros Merino, Benjamín, 314 Barros Van Burén, Mario, 134, 197, 199- 201, 204, 205, 210, 214, 219 Barton, Seth, 198 Bascuñán Santa María, Ascanio, 268, ,381 Bauer, Arnold J., 27, 28, 42, 57, 58, 63, 229, 320 Bellesort, André, 79, 124 Bello Códesido, Emilio, 158,181,382, 435, 440, 444 Bello López, Andrés, 42, 66, 71, 277 Benavides, Vicente, 81 Bengoa Cabello, José, 21-24, 29, 31, 32, 35-38, 81-84, 88-92, 94-97, 157, 158, 246, 249, 263-269, 272 Bennet Argandoña, Juan Pablo, 430, 435,437-439 Bermúdez de la Paz, Enrique, 334, 355,359 Bertrand Huillard, Alejandro, 319 Besa Navarro, Arturo, 177 Bianchi, Víctor Aquiles, 249 Bilbao Barquín, Francisco, 201 Bismarck, Otto Von, 134, 392 Bisquertt Prado, Próspero, 371 Blaine, James G, 202, 205, 218 Blakemore, Harold, 103, 106, 107, 109, 111, 124, 126 Blanche Espejo, Bartolomé, 433,435 Blanco Encalada, Manuel, 132, 186 Blanco Viel, Ventura, 99, 363 Blanco White, José María, 234 Blanlot Holley, Anselmo, 210,213 Blest Gana, Alberto, 88 Blest Gana, Guillermo, 117

448

Blest Gana, Joaquín, 51 Blest Riffo, Clotario, 369 Boccardo Benvenuto, Héctor, 444 Boizard Bastías, Ricardo, 348, 393, 430, 436 Bolívar, Simón, 47, 127, 199 Boonen Rivera, Jorge, 366 Borrero, José María, 270 Braun Hamburguer, Mauricio, 270 Bravo, José Alberto, 179 Bravo Lavín, Mario, 435 Bravo de Larraín, Beatriz, 375' Bringas (Profesor), 165 Briones Luco, Ramón, 359, 366, 397, 422 Brown, Nelly, 282 Buchanan, William G., 207, 208 Bulnes Calvo, Alfonso, 350, 351 Bulnes Pinto, Gonzalo, 207,337,352, 365,371,381,412, 428 Bulnes Prieto, Manuel, 48, 55, 365 Bunster, Enrique, 415 Bunster Bunster, José, 265 Burchard, Teodoro, 274 Burgos Varas, Enrique, 359 Bustamante, José Javier de, 85 Bustamante Ponce, Fernando, 307, 313-316 Bustos Acevedo, Julio, 443

C

Caballero Cannobio, Enrique, 346, 410 Cabero Díaz, Alberto, 320, 433 Cabrera Gana, Luis, 435 Cádiz, Daniel, 337 Caffarena Morice, Elena, 373 Calvo de Bulnes, Elena, 377 Campos (Coronel), 160 Canales Avendaño, Roberto, 435 Cánova (Paisajista Italiano), 274 Cárdenas Avendaño, Nolasco, 352, 355, 407, 423 Carióla, Carmen, 226, 318, 320 Carlos V (Emperador), 35, 36 Carlos de Borbón (Infante), 73 Caro Rodríguez, José María, 150 Carr, Edward H., 414 Carrasco Albano, Manuel, 200

Carrera Verdugo, José Miguel, 81,183 Carvallo, Manuel, 179 Casanova Casanova, Mariano, 49, 99, 150, 291 Casanueva Opazo, Carlos, 254, 255 Castedo Hernández de Padilla, Leopoldo, 69, 73, 77, 116, 149, 154, 158, 182, 183, 185, 186, 192, 232, 275, 284, 337, 346, 351,396, 399, 432, 433 Castellón Larenas, Juan, 357, 381 Castillo, Alberto, 158 Castillo, Lindor, 187 Castro, Cipriano, 216 Castro Ruiz, Carlos, 218, 219 Catrileo, Juan, 268 Caupolicán (Cacique), 82, 171, 268, 269 Cayucupil (Mapuche), 266 Cayuqueo (Cacique), 267 Cea, José Manuel, 45, 197 Cedrón, Jesús, 282 Celis Maturana, Víctor, 359 Celli, Eusebio, 274 Cerda (Guardia Nacional), 44 Cifuentes, Román, 351 Cifuentes Espinoza, Abdón, 45, 5154, 60, 67, 68, 88,118,124,134, 144, 220, 232, 236, 237, 255, 270, 292, 293, 372 Claro Lastarria, Samuel, 154, 440 Claro Solar, Luis, 381, 395 Clavero, Alejandro, 180 Cochrane, Tomás, 198 Colima, Onofre, 266 Colipi (Cacique), 84 Collier, Simón, 43, 59-61,67, 71-74, 78,111, 117,121,180,192, 226, 227, 229, 231,253,254 Colo Colo (Cacique), 31, 84 Comte, Augusto, 293 Concha, Abaraim, 359 Concha Castillo, Francisco, 377 Concha Ortiz, Malaquías, 121, 152, 156, 162, 167, 174, 175, 185, 190, 192, 194, 196, 256, 262, 287,288, 324,333, 355, 359,423 Concha Rodríguez, Luis Ambrosio, 359 Concha Stuardo, Luis Malaquías, 357

449

Concha Subercaseaux, Emiliana, 279 Concha Subercaseaux, Juan Enrique, 245,419,422 Condell, Carlos, 111 Contreras, Arturo, 239 Contreras, Juan B., 180 Contreras Sotomayor, Germán, 430 Contreras Sotomayor, Luis, 430 Corbalán Melgarejo, Ramón, 360,383 Córdoba, José, 341 Corot, Jean Baptiste Camille, 274 Correa Ramírez, Luis, 421-423 Correa Roberts, Hernán, 359, 407 Correa Sutil, Sofía, 147, 228, 229, 233,241,252,367,368,370-373, 434, 440 Correa Tagle, César, 174 Correa de Irarrázaval, María, 79 Cortés, Hernán, 27 Cotapos Baeza, Acario, 371 Courcelle-Seneuil, Jean Gustave, 71, 73, 74 Cousiño Goyenechea, Carlos, 279 Coussirat, Adela, 282 Covarrubias Freire, Julio, 349 Cox Méndez, Mariana (“Shade”), 300, 376 Cox Méndez, Ricardo, 426 Cruchaga Montt, Miguel, 59 Cruchaga Tocornal, Miguel, 74, 384 Cruz Montt, Alberto, 274 Cruz Steghmanns, Luis Víctor, 336, 398, 401 Cruzat Amunátegui, Ximena, 256, 262,293,311,326,374 Cuadra Gormaz, Guillermo, 284 Cuadra Luque, Pedro Lucio, 100 Cubillos Pareja, Arturo, 432

CH

Chanks, Óscar Armando, 336 Chaparro, Guillermo, 309 Charme Fernández, Eduardo, 381 Child, Teodoro, 69, 78 Chouteau, Eugenio, 65, 66, 69 Christiancy, Isaac, 202 D Dagnino, Vicente, 68 Darío, Rubén, 348

Dartnell Encina, Pedro Pablo, 442 Darwin, Charles, 64 Dávila Izquierdo, Óscar, 430, 441 Dávila Silva, Ricardo (“Leo Par”), 376 Day, Josefina, 378 De Castro Ortúzar, Carlos, 372 De Diego Maestri, Patricio, 328, 329, 331,333,335,336, 338, 340,341 De Shazo, Peter, 143, 163, 164, 171, 176-180,182-184, 228, 229, 231, • 233, 234, 241-245,, 251-255, 257-262, 284, 287,323-330, 332, 333, 335, 341-347, 353, 399, 409-412,415-417 Del Campo, Francisco Antonio, 239 Del Campo, Sofía, 298 Del Canto, Carlos, 283, 357, 358 Del Canto Arteaga, Estanislao, 116 Del Pozo Luque, Guillermo, 435 Del Río Racet, Arturo, 356 De la Cruz Silva, Ernesto, 44, 45, 46, 47, 83, 133, 197 De la Vega, Ramón, 423 Délano Frederick, Jorge (“Coke”), 171, 282 Délano de Sierra, Raquel, 375 Delgado, Rogelio, 357 Demaría, Alfredo, 344, 349 DevésValdés, Eduardo, 102-104,106, 107,110,123,188-192,196,256, 262, 293,311,326,374 D’Halmar, Augusto (Augusto Goeminne Thomson), 164, 299, 302, 303, 321 Díaz, Abdón, 177, 191 Díaz, Porfirio, 208 Díaz, Vicente, 186 Díaz Arrieta, Hernán (“Alone”), 294, 300, 301 Díaz Gallardo, José Luis, 315, 441 Díaz Garcés, Joaquín (“Ángel Pino”), 173,321,322,370,376, 393 Díaz Quinteros, Matías, 435 Díaz Sagredo, Eulogio, 181, 182 Díaz Vera, Enrique, 415 Diez Kaiser, Laín, 368 Domeyko Ancuba, Ignacio, 68,85-87, 89,97 Domínguez, Luis, 202 Donoso Novoa, Armando, 407, 432

450

Donoso Novoa, Ricardo, 41-44, 48, 50, 51, 56, 99, 144, 146, 147, 157-159,185,236,283,287,288, 332,340,351,355-360,363, 364, 366,368,381,383,389,426-428, 430, 433, 434, 436, 437, 439, 441,443-445 Ducoing, Arcadio, 408 Durán Morales, Domingo, 405, 407, 423,443 E Eastman Quiroga, Carlos, 188-191 Eastman de Huneeus, Sofía, 374 Echenique Gandarillas, Joaquín, 157159 Echenique Gandarillas, José Miguel, 431 Echeverría Bello, Inés (“Iris”), 278, 280, 300, 374-376 Edwards, Carlos, 279 Edwards Mac Clure, Agustín, 155, 173, 223, 278,370, 393,445 Edwards Mac Clure, María, 278 Edwards Matte, Guillermo, 359 Edwards Matte, Ismael, 405,421,422 Edwards Ross, Agustín, 100,278,279 Edwards Vives, Alberto, 41, 42, 48, 115, 131, 140, 143, 173, 284, 285, 299, 301, 331, 332, 426, 427, 440, 445 Edwards de López, Elena, 375 Edwards de Salas, Adela, 377 Egan, Patrick, 203 Egaña Risco, Juan, 82 Egaña Ugalde, Mariano, 42, 45, 46, 277 Elliott, J. H., 23 Encina Armanet, Francisco Antonio, 30, 72, 272, 293, 294, 322, 331, 389 Ercilla y Zúñiga, Alonso de, 90, 267 Errázuriz (Coronel), 160 Errázuriz Aldunate, Isidoro, 43 Errázuriz Echaurren, Federico, 139, 146, 206, 208, 209, 399 Errázuriz Lazcano, Ladislao, 222,346, 368,381,396,430, 445 Errázuriz Tagle, Jorge, 352, 422

Errázuriz Urmeneta, Amalia, 377 Errázuriz Valdivieso, Crescente, 21, 365,397 Errázuriz Zañartu, Federico, 45, 50, 52, 54, 55, 111, 130, 277 Escobar, Fresia, 378 Escobar Morales, Ernesto, 407, 421 Escobar y Carvallo, Alejandro, 163, 186 Escobedo, Margarita, 378 Espejo Ibáñez, Daniel Alberto, 194, 195 Espejo Pando, Augusto, 428 Espejo Tapia, Juan Luis, 284 Espejo Varas, Juan Nepomuceno, 408 Espinóla Cobo, José Luis, 165 Espinoza, Magno, 164 Espinoza, Vicente, 326, 416 Espinoza Jara, Manuel, 364 Evans, Henry Clay, 199 Ewing Acuña, Alfredo, 426,435,444 Eyzaguirre, Rafael, 150 Eyzaguirre Gutiérrez, Jaime, 41, 66, 73, 78, 123, 134, 135, 148, 149, 206, 249 Eyzaguirre Rouse, Guillermo, 283, 357

F Fabres Fernández, José Clemente, 107 Fabres Fuenzalida, Horacio, 396,433 Fabry, Enrique, 158 Faúndez, Julio, 420 Federico Guillermo de Prusia, 274 Feliú (Sacerdote), 165 Feliú Cruz, Guillermo, 79, 288 Feliú de la Rosa, Gabriel, 429 Feliú Manterola, Daniel, 359 Fenner Marín, Óscar, 435 Fermandois, José Luis, 252 Fernández Concha, Domingo, 151, 274 Fernández Peña, Carlos, 165, 306, 363, 396 Fernández Vial, Arturo, 178,179,339, 363 Fernández de Undurraga, Amalia, 377 Ferrera Benvenuto, César, 359 Fifer, Valerie, 133

451

Figueroa Garavagno, Consuelo, 147, 228, 229, 233, 241, 252, 367, 368,370,434, 440 Figueroa Larraín, Emiliano, 397, 435 Figueroa Larraín, Javier Ángel, 285, 357,358,383 Figueroa de Echeverría, Rosa, 377 Flier, Patricia, 19 Flores, Teresa, 373 Foerster, Rolf, 264, 267-269, 272 Foster Recabarren, Manuel, 251, 363 Fragonard, Jean Honoré, 274 Franco Hidalgo, Enrique, 429 Frei Montalva, Eduardo, 125,126,192 Freire Serrano, Ramón, 81, 133 Fuentes, Casimiro, 186 Fuenzalida, Humberto, 429 Fuenzalida Guzmán, Gilberto, 150 Funes, Patricia, 19

G Galdames Galdames, Luis, 236, 339 Gallardo, Ulises, 351 Gallardo Nieto, Galvarino, 220, 337, 359, 363, 377, 406 Gallo Goyenechea, Ángel Custodio, 92 Gálvez Gálvez, Pedro Belisario, 124, 237 Gana Cruz, Domingo, 204 Gandulfo Guerra, Juan, 349 Gandulfo Guerra, Pedro, 348, 349 Garcés Vera, Julio, 355 García, Basilio, 268 García, Leónidas, 64 García Óñez de Loyola, Martín, 23 García Valenzuela, Adeodato, 444 García de la Huerta Izquierdo, Manuel, 100 García de la Huerta Izquierdo, Pedro, 164 Garfias, Antonio, 43, 44, 46, 47, 83 Garrido, Victorino, 83 Gay, Claudio, 62 Genioso, Eduardo, 258 Gil, Federico, 61, 115, 192 Gillis, J. M., 62 Godoy, Manuel, 357 Godoy Cruz, Domingo, 120

Godoy Cruz, Joaquín, 202 Godoy Pérez, Pedro, 325, 407 Godoy Urzúa, Hernán, 79, 245 Gómez Carreño, Luis, 430, 437, 441 Gómez Rojas, José Domingo, 347, 349, 353 Gómez Solar, Bernardo, 433 Gómez Ugarte, Jorge, 430 Góngora del Campo, Mario, 27, 50, 55, 115,131, 133,340,368,392, 401 González, Alberto, 267 González, Simón, 267 González Errázuriz, Alberto, 363,396 González Escobar, Juan Francisco, 371 González González, Pedro Luis, 318 González Ibieta, Marcial, 73 González Rojas, Eugenio, 344, 424 González Valenzuela, Pedro Antonio, 282 González Vera, José Santos, 165,166, 234, 251, 252, 258, 299, 302, 348, 350, 370, 373, 386, 408, 416,417 González Videla, Gabriel, 232, 296 González Von Marées, Jorge, 430 González de Nájera, Alonso, 28 González de San Nicolás, Gil, 21,37 Goñi Simpson, Roberto, 364 Gordon, Arturo, 371 Gorigoitía, Luis, 177, 258 Goyenechea, Emeterio, 71 Goyenechea Gallo, Isidora, 274 Grenville (Lord), 159 GrezToso, Sergio, 52, 60, 63, 68, 70, 71, 74-76,254,255, 292,305,383 Grob, Jorge, 428 Groppo, Bruno, 19 Grove Vallejos, Marmaduke, 435,437 Guarello Costa, Ángel, 359, 435 Guenchuman (Cacique), 93 Guerineau (Paisajista Francés), 274 Guerrero Vergara, Adolfo, 154, 206 Guevara Silva, Tomás, 268, 339 Gumucio Vergara, Rafael Luis, 349, 427 Gusinde, Martín, 270 Gutiérrez Martínez, José Ramón, 164, 174 Gutiérrez Vidal, Artemio, 256

452

Guzmán, Froilán, 173 Guzmán García, Julio, 187,188,190 H

Halperin Donghi, Tulio, 47 Harrison, Benjamín, 204 Harte, Bret, 294 Head, Captain, 63, 64 Heise González, Julio, 100,119,141143,152,172,'277-280, 283,285, 297, 337, 347, 351, 354-, 356, 357, 359, 362-364, 367, 381,427 Henault, Luciano, 274 Henríquez González, Camilo, 81 Herboso España, Francisco José, 167, 169 Herboso de Vicuña, Manuela, 375 Heredia, Flora, 378 Herrera Lira, José Ramón, 366, 407, 421-424 Hervey, Maurice, 160, 170, 212 Hevia Labbé, Horacio, 433 Hidalgo, Víctor, 177 Hiriart Corvalán, Luciano, 398, 399 Horacio (Poeta Latino), 348 Hórmann Soruco, Jorge, 318, 323 Huequilao, Alamiro, 266 Huet, Omer, 146 Huidobro Valdés, José Ignacio, 343 Huneeus, Antonio, 377 Huneeus Gana, Francisco, 405,430,437 Huneeus Gana, Jorge, 107,146,167, 283 Huneeus Gana, Roberto, 430

I Ibáñez Del Campo, Carlos, 125,126, 296, 313,392,425,433-436,444, 445 Ibáñez Gutiérrez, Adolfo, 56 Ibáñez Ibáñez, Maximiliano, 159, 184, 185 Ibarborou, Juana de, 348 Iglesias Mascaregno, Augusto, 125, 126,382,383, 390 Illanes Oliva, María Angélica, 173 Illufiz, Felipe, 280 Irarrázaval Larraín, Manuel José, 140, 151

Irarrázaval Zañartu, Alfredo, 155,158, 159, 184, 196, 217 Izquierdo Fernández, Gonzalo, 183 Izquierdo Fredes, Luis, 194,196,331, 355,360,412 Izquierdo Sanfuentes, Salvador, 360

J James, Francis, 348 Jara, Alvaro, 22, 24, 26-29 Jara, Eugenio, 150, 151 Jaramillo Valderrama, Armando, 332, 359, 392, 393,444 Jobet Búrquez, Julio César, 77, 78, 115, 120, 122, 124, 125, 161, 191,231,265 Jobet Angevin, Armando, 191 Jocelyn-Holt Letelier, Alfredo, 47, 147, 228, 229, 233, 241, 252, 367,368,370,371, 373,434,440 Jones, Daniel, 399 Jorge III (de Inglaterra), 159 Jorquera Fuhrmann, Francisco, 421, 422 Joxe, Alain, 307 Julien, Arthur, 166 Jullián Chessy, Gustavo, 110

K

Keller Rueff, Carlos, 295 Kennedy, A. L., 120, 205 Kirkwood, Julieta, 373-375,378,379 Kirsch, HenryW.,61,112,113,228231,315, 318, 319, 426 Klimp el Alvarado, Felicitas, 371, 372, 376,378 KónigVelázquez,Abraham, 115, 210, 211,363 Kórner Henze, Emil, 307, 308 Krzeminski, Virginia, 383 L

La Rivera de Sanhueza, Ester, 378 Labarca, Amanda (Amanda Pinto), 368, 374, 378, 407 Labarca Hubertson, Guillermo, 165, 171,396

453

Labarca Labarca, Santiago, 348, 349, 368, 407,421-423,428 Lachet, Augusto, 169 Lacoste Navarro, Graciela, 378 Lacquanitti, Héctor, 173 Lafferte Gaviño, Elias, 189,191,192, 335, 336 Lafuente Vergara, José, 348 Lagarrigue Rengifo, Alfredo, 368 Landa Zárate, Francisco, 359, 396 Larraín, Alejandro, 150 Larraín, Jorge, 278 Larraín, Martín, 122 Larraín Alcalde, Juan, 264 Larraín Gandarillas, Joaquín, 50 Larraín García Moreno, Jaime, 421 Larraín Zañartu, José Joaquín, 52 Las Casas, Bartolomé de, 19, 20, 25, 26, 29, 32-35, 37 Lastarria Santander, José Victorino, 85, 92 Latcham Alfaro, Ricardo, 240, 272, 302 Latorre Benavente, Juan José, 207 Latorre Court, Mariano, 302 Lazcano Echaurren, Fernando, 262, 277, 294,381,395,397 Lazo Guevara, Alejandro, 434 Lazo Torrealba, Santiago, 428, 435 Le Bon, Gustave, 309, 310, 385-389 Leckie Alien, Abraham, 423, 428 Ledesma, Sinforoso, 189 Leguía, Augusto, 348 Leigh, Edwin, 166, 167 Lemire, Aquiles, 325 Leng Haygus, Alfonso, 371 Lenin, Wladimir, 348 León XIII (Papa), 419 Letelier, Beatriz, 378 Letelier Espinoza, Miguel, 403 Letelier Madariaga, Valentín, 115, 146,153,305,348,367,383 L’ Isle, Leconte de, 348 Lillo, Ginés de, 38 Lillo Figueroa, Baldomcro, 239, 302 Lillo Figueroa, Samuel, 300 Linares de Walker, Sofía, 377 Lira, Elizabeth, 332 Lira Lira, Alejandro, 372 Lisoni, Tito, 421

Lobos, Alfredo, 371 Lois Cañas, Juan Serapio, 165 Lois Fraga, Arturo, 423 López, Anaclicio, 428 López, Juan B., 403 López, Osvaldo, 173 López, Rufino, 403 . Loveman, Brian, 21, 23, 24, 26, 28, 29, 36, 37, 58, 59, 63, 95, 110, 112, 114, 133, 214, 226, 229, . 231, 247, 249, 332, 337, 343, 346, 402-404 Loyola Leyton, Pedro León, 368,407 Lugones, Leopoldo, 134 Lynch, Patricio, 111 Lynch de Gormaz, Luisa, 375 Lyon Peña, Arturo, 360

LL

Llanas (Hermano), 150 M

Mac Iver Rodríguez, Enrique, 55, 77, 151, 155, 158, 220, 284, 322, 357, 381,407,420,421,423 Mac Iver de Cousiño, Julia, 378 Mackenna Eyzaguirre, Margarita, 279 Mackenna Subercaseaux, Alberto, 360, 363, 396 Magallanes Moure, Manuel, 396,407 Magnet Pagueguy, Alejandro, 346, 348 Maira, Manuel Jesús, 357 Maira González, Manuel Antonio, 396 Maldonado Prieto, Carlos, 220, 308310 Mallarmé, Stephane, 348 Malsch, Albert, 241 Maluenda Labarca, Rafael, 302, 396 Mandujano Castillo, Graciela, 378 Mangin, Charles, 388 Manning, W. R., 198 Manquilef, Manuel, 268 Manquipan (Cacique), 266 Manterola de Serrano, Fresia, 375 Mañil (Cacique), 92, 93 Mariluan (Cacique), 83

454

Marín, Ricardo, 403 Marín, Ventura (Juan Buenaventura Marín Recabarren), 42 Marín Pinuer, Pablo, 323 Marincovic, Tomás, 173 Mariño de Lovera, Pedro, 29 Márquez de la Plata Guzmán, Femando, 284 Marroquin, José Manuel, 215 Martínez Cuadros, Marcial, 155,159, 175,218, 220,360,376 Martínez Martínez, Carlos Alberto, 329, 407,415 Martínez de Rozas, Juan, 39, 132 Martner Urrutia, Daniel, 320 Mathieu Andrews, Beltrán, 211, 220, 363 Matta Goyenechea, Manuel Antonio, 77, 92, 124, 151,203, 204 Matta Vial, Enrique, 173 Matte Gormaz, Jorge, 392 Matte Larraín, Arturo, 396 Matte Larraín, Luis, 367 Matte Pérez, Augusto, 100, 103, 151 Matte Pérez, Claudio, 424 Matte Pérez, Delia, 374 Matte Pérez, Eduardo, 151, 156 Matus Zapata, Leonardo, 264 Maupassant, Guy de, 294 Maza Fernández, José, 51, 367, 428 Me Bride, George M.,246-249, 343 Medellín, Diego de, 21 Medina Fragüela, Ernesto, 316 Medina Neira, Remigio, 359 Meiggs, Henry, 65 Melgarejo, Mariano, 60 Melillán, Gerónimo, 268 Melín (Cacique), 96 Melivulu Henríquez, Francisco, 268 Mellafe, Rolando, 30 Meller Bock, Patricio, 112, 226-229, 231 Menchaca Lira, Tomás, 407 Mery, Luis, 341 Meza, Fernando, 371 Meza Fuentes, Roberto, 407 Meza Salinas, Arcadio, 443 Michels, Charles, 232 Millahuel, Mariano, 267 Millán Iriarte, Carlos, 435, 441

Millar Carvacho, René, 338,339,380382, 390, 392, 394-396 Millas Correa, Hernán, 349, 350 Mistral Gabriela (Lucila Godoy Alcayaga), 222, 223, 298, 302, 348,375 Mizgier, S., 245 Molina Garmendia, Enrique, 407 Monroe, James, 197, 202, 205, 216, 219 Montecino Aguirre, Sonia, 30,31,70, 71,264, 267-269, 272 Montero Moreno, René, 315 Montes, Ismael, 211 Montoya, Moisés, 329 Montt Álvarez, Jorge, 109, 139, 179, 205, 206 Montt Montt, Pedro, 50, 100, 139, 173, 190, 191, 203, 204, 213, 262, 277, 281,382, 398 MonttTorres, Manuel, 43,48-50, 55, 88, 92, 93, 131,277,382 Moore Bravo, Manuel, 340, 366 Mora Sotomayor, Gaspar, 434 Moraga (Capitán), 160 Moreno, Eleuterio, 169 Moreno Ladrón de Guevara, Ángel, 435 Moría Lynch, Carlos, 367 Morris, James, 161, 231, 232, 287, 288,410,414, 417-419,421-423 Moulian Emparanza, Tomás, 114 Mujica Valenzuela, Arturo, 435 Muñoz, Eduardo, 166, 167 Muñoz, Humberto, 22 Muñoz Rodríguez, Fidel, 181, 287, 363,366, 441 Muñoz Valenzuela, Heraldo, 198 Murillo, Adolfo, 69 Murillo, Bartolomé Esteban, 274 Mussolini, Benito, 431

N Napoleón III, 88 Navarrete Ciris, Mariano, 314, 316 Neculman, Manuel, 268 Neff Jaras, Francisco, 121, 435, 437, 439 Nerón, 194

455

Neruda, Pablo (Neftalí Ricardo Reyes Basoalto), 267, 302 Newman, Enrique, 44 Neyiman, Fernando, 267 Neyiman, Francisco, 267 Nieto del Río, Félix, 219 Nietzsche, Friedrich, 294 North, John Thomas, 102, 106, 107, 109, 122, 123, 126, 154, 237 Nunn, Frederick M., 307, 308, 313, 340,346,364-366,426,434,435, 437,439, 441-444 Núñez, Pedro Regalado, 190 O

Obregón, Alvaro, 223 O’Higgins Riquelme, Bernardo, 40, 81-83, 177, 180, 183, 198, 199, 412 Ojeda Ojeda, Efraín, 351 Olavarría Bravo, Arturo, 166, 294, 296,300,396,410,412,428,429 Olds, Harry, 278 Olivares, Martín, 121 Olney, Richard, 204 Opaso Letelier, Pedro, 394 O’Reilly, Guillermo, 274 O’Ryan, Manuel Jesús, 359, 423 Orrego Barros, Antonio, 282 Orrego Luco, Augusto, 60,62,68,358 Orrego Luco, Luis, 280, 283, 359 Ortega, Luis, 118 Ortiz Despott, Ramón, 309 Ortiz Letelier, Fernando, 164, 172, 176-179,186,187, 236, 238-241, 243, 245, 258, 261, 324, 325, 344, 369 Ortiz Ramírez, Julio, 429 Ortiz Vega, Emilio, 444 Ortiz de Zárate, Julio, 304, 371 Ortúzar de Valdés, Ana, 377 Ossa Browne, Luis Gregorio, 279 Ossa Ruiz, Manuel, 168 Ossa Vega, José Santos, 60 Ossandón Buljevic, Carlos, 369 O valle O valle, Abraham, 397 Ovalle Vicuña, Alfredo, 115 Oyarzún Mondaca, Enrique, 236, 355, 359, 445

P Pailahueque, Juan, 267 Paínemal, Juan, 266 Palacios Navarro, Nicolás, 189, 222, 294 Palma Zúñiga, Luis, .115, 306, 380, 409 Parada, Aníbal, 351 Pareja (Almirante Español), 134 Paulo III (Papa), 35 Pavelich, Juan, 357 Pedro II (Zar), 88 Peña Otaegui, Carlos, 72 Peña Rojas, Luis, 328, 329, 331, 333, 335, 336, 338, 340, 341 Peragallo Silva, Roberto, 372 Peralta Castillo, Claudio, 328, 329, , 331,333,335,336,338,340,341 Pereira Cotapos, Luis, 363 Pereira íñiguez, Ismael, 380 Pereira Salas, Eugenio, 198 Pérez Mascayano, José Joaquín, 50, 93, 131 Pérez Rosales, Vicente, 73, 85 Pérez de Espinoza, Juan, 22 Petain, Phillipe, 388 Pezet, Juan Antonio, 134 Pezoa Véliz, Carlos, 282, 298, 299, 302 Phillips (Coronel), 386 Picarte, Ramón, 83 Piérda, Nicolás de, 210 Pike, FredrickB, 192,198,199, 202, 204, 205, 208, 209, 213, 214, 217, 218, 221, 224, 228, 229, 231, 232 Pinochet Le Brun, Tancredo, 233, 246-250, 284, 294, 306 Pinto, José Manuel, 94, 95 Pinto Díaz, Francisco Antonio, 132 Pinto Durán, Antonio, 296,330,333, 334,359, 427 Pinto Durán, Carlos, 407 Pinto Garmendia, Aníbal, 52, 55, 61, 111, 131 Pinto Lagarrigue, Fernando, 185, 399 Pinto Rodríguez, Jorge, 81,82,83,85, 86, 89, 90, 91, 92, 93, 94 Pinto Santa Cruz, Aníbal, 226, 232

456

Pinto Vallejos, Julio, 118, 121, 122, 124, 125, 163, 252, 254, 257, 294,360,373,412,413,429 Pinto de Montt, Delfina, 375 Pissis, Amado, 320 Pizarro, Crisóstomo, 192,341 Pizarro, Rafael, 315 Plaza, Exequiel, 371 Poma de Ay ala, Huamán, 30 Portales Cifuentes^ Carlos, 198 Portales Palazuelos, Diego, 40,42- 47, 55, 58, 83, 123, 130, 132; 133, 197, 330,382 Poupin, Antonio, 121 Pozo, Samuel, 355 Pradeñas Muñoz, Juan, 415,421-424 Prado, Mariano Ignacio, 134 Prat Chacón, Arturo, 111 Prats Pérez, Belisario, 100 Prieto Vial, José Joaquín, 58 Prieto de Amenábar, Ana, 375 Provazoli (Paisajista Italiano), 274 Puelma Castillo, Francisco, 60 Puelma Tupper, Francisco, 55, 144 Puelma de Rodríguez, Rosa, 377 Puga Borne, Federico, 158, 167,168, 394 Pulgar, Santiago del, 173

Q Quezada Acharan, Armando, 243, 273, 288, 305, 333, 334, 337, 355, 359,363, 366, 379,397,444 Quinio, Hortensia, 325 Quiroga, Rafael, 372 Quiroga Zamora, Patricio, 220, 308310

R

Ramírez, María, 378 Ramírez Frías, Tomás, 406,408, 421, 422 Ramírez Necochea, Hernán, 62, 6466, 68, 69, 77,101,104-106,110, 112,115-117,119,122,125,163, 175,198,199,202, 237,239,403 Ramírez Rodríguez, Pablo, 346, 355, 359, 428, 432, 433

Rebolledo Correa, Benito, 300 Rebosio, Julio, 334, 335 Recabarren, Berta, 378 Recabarren Rencoret, Manuel, 96, 153 Recabarren Rojas, Flore al, 398-400 Recabarren Serrano, Luis Emilio, 121, 148,161-163,168,186, 242,256, 257, 261, 262, 293, 298, 310, 326, 327, 335, 336, 354, 373, 374,392,398-401,407,412,414, 416,421,423,441 Reiman, Elizabeth, 343 Rengifo Reyes, Alejandro (“Hilarión Segundo Rojas”), 359, 367 Renner, Guillermo, 274 Repetto, Leticia, 378 Reyes, Juan, 399 Reyes Palazuelos, Vicente, 153, 277 Reyes de Rodizio, Celinda, 378 Ried Silva, Alberto, 183 Riesco Errázuriz, Germán, 45, 139, 150, 154, 158, 182, 185, 211, 213,215 Riffo, Leopoldina, 369 Riggin, Charles, 203 Ríos Gallardo, Conrado, 444 Riquelme, Aníbal, 365 Rivas, Fernando, 343 Rivas Vicuña, Manuel, 140-144,147, 151,153-155,157,212, 222,223, 229, 256,284,288,331-333,336, 355,357,358,362-364,366,382, 383,389,394-397,405,425,428, 430 Rivas Vicuña, Pedro, 334, 359, 407 Rivera, Alonso de, 29 Rivera Cotapos, Guillermo, 154,181, 182,381,430, 437 Robinet Lambarri, Carlos Toribio, 178, 283 Robles Valenzuela, Víctor, 346, 355, 359 Rocha, Sofía, 282 Rocuant Figueroa, Enrique, 161 Rodríguez, Leoncio, 270 Rodríguez, Miguel, 71 Rodríguez Barros, Javier, 254 Rodríguez Benavides, Zorobabel, 74 Rodríguez Mendoza, Emilio, 144, 265, 330, 364, 365

457

Rodríguez de Rivadeneira, Adela, 375 Rojas Cuéllar, Eduardo, 373, 441 Rojas Flores, Jorge, 245 Rojas Mery, Eulogio, 428 Rojas Sepúlveda, Manuel, 302, 350 Rokha, Pablo de (Carlos Díaz Loyola), 302, 376 Roldán Álvarez, Alcibíades, 441,443, 444 Rolle Cruz, Claudio, 147, 228, 229, 233, 241, 252, 367, 368, 370, 371,373,434, 440 Roosevelt, Theodore, 214-217 Rosenblat, Angel, 23 Ross, Edward, 183 Ross Edwards, Agustín, 106,107,430 Ross Mujica, Luis, 170 Ross Santa María, Gustavo, 384 Ruiz Álvarez, Teófilo, 169 Ruiz Bahamondes, Carlos Alberto, 350, 366 Rumbold, Horace, 72 Russell, William Howard, 237

S Saavedra Montt, Cornelio, 183, 392, 396, 425, 433 Saavedra Rodríguez, Cornelio, 91-94 Sacco, Nicola, 415 Saénz Peña, Roque, 134 Sáez Morales, Carlos, 308, 313-315, 340,364,431,434, 435, 445 Sagredo Baeza, Rafael, 102-104, 106, 107, 110, 123 Salas Díaz, Darío, 383 Salas Edwards, Ricardo, 363 Salas Romo, Luis, 396, 434 Salazar Vergara, Gabriel, 43, 44, 6367, 69, 71, 84,236, 241,252, 254, 257, 294, 360, 373 Salinas, Rosalindo, 403 Salinas González, Manuel, 196 Salinas Henríquez, Emilio, 435 Salisbury (Lord), 204 Salvo (Militar), 93 Salvo, Washington, 179 Salzedo, Francisco de, 37 San Martín, José de, 47, 183 San Miguel, Antonio de, 21

Sánchez, Daniel, 211 Sánchez Bustamante, Antonio, 134 Sánchez García de la Huerta, Roberto, ■ 407 Sánchez Hurtado, Carlos, 323 Sanderson, Thomas, 120 Sanfuentes Andonaegui, Enrique Salvador, 100 Sanfuentes Andonaegui, Juan Luis, 139, 151, 152, 155, 156, 229, 246-248, 277, 285, 330, 333-335, 339, 340, 345, 346,' 349, 353, 357-360, 366, 379,383,389, 394, 405,431 Santa Cruz, Andrés de, 133 Santa Cruz, Eduardo, 369 Santa Cruz Ossa, Elvira (“Roxane”), 374,376 Santa Cruz Vargas, Vicente, 155 Santa Cruz y Silva, Juan José de, 132 Santa María, Fernando, 76 Santa María González, Domingo, 4952, 54-56, 99,100,102,103,107, 108, 123, 124, 130, 131, 134, 277, 372 Santapau, Francisco, 325 Santiago, Berta, 378 Santillán, Hernando de, 20 Santiván, Fernando (Fernando Santibáñez Puga), 164, 170, 172, 300, 302-304 Sarmiento, Domingo Faustino, 72 Sárraga, Belén de, 373, 374 Sater, William F., 43, 59-61, 67, 7174, 78, 111, 117, 121, 180, 192, 226, 227, 231, 233-236, 253, 254 Schnake Vergara, Óscar, 344 Schürmann Ritter, Carlos, 443 Schweitzer Speisky, Daniel, 312,407, 442 Scully, Thimothy R., 48, 114, 361, 423 Semper, Erwin, 238 Señoret Silva, Octavio, 359 Sepúlveda (Agricultor), 265 Sepúlveda, Gustavo, 357 Serrano Arrieta, Luis, 428 Serrano Pérez, Sol, 390, 391, 393 Seve, Edward, 68 Sewell, Henry, 64

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Shields, Patrick, 204 Sibilia, Enrique, 367 Sierra Mendoza, Wenceslao, 359,423 Silva, Juan Vicente, 121 Silva Campo, Gustavo, 435 Silva Castro, Raúl, 172, 174 Silva Cotapos, Carlos, 150 Silva Endeiza, Víctor Domingo, 302 Silva Feliú, Francisco, 357 Silva Maquieira, Fernando, 381 Silva Renard, Roberto, 189-191,193195 Silva Sepúlveda, Matías, 355, 428 Silva Vildósola, Carlos, 370 Smith, Brian H., 384 Soro Barriga, Enrique, 371 Soto, Francisco, 160 Soto Rengifo, Rigoberto, 348, 349 Soto Román, Víctor, 341 Sotomayor Gaete, Rafael, 155, 174, 175, 189, 193, 289-291,412 Soublette Garín, Guillermo, 430,437 Soza, Ernesto, 325 Stalin, José, 119 Storni, Alfonsina, 348 Suárez Mujica, Eduardo, 287 Subercaseaux Browne, Julio, 142, 155, 274, 281,360 Subercaseaux Pérez, Guillermo, 150, 331,397 Subercaseaux Vicuña, Francisco, 274276 Subercaseaux Vicuña, Ramón, 377 Sully-Prudhomme, René, 348 Sumner (Almirante de EE.UU.), 181 Sunkel, Osvaldo, 226, 318, 320 Swinburn de Jordán, Ana, 3.75 T Tagle Moreno, Enrique (“Víctor Noir”), 174 Tagle Ruiz, Joaquín, 407 Tarranera, Christobal de, 37 Teitelboim Volosky, Volodia, 270 Téllez Cárcamo, Indalecio, 308 Terán Morales, Domingo, 366 Thayer Ojeda, Tomás 283 Throup Sepúlveda, Matilde, 376 Tocomal Jiménez, Joaquín, 46,47,199

Tocornal Tocornal, Ismael, 397, 411, 428 Toro, Santiago, 165 Toro Herrera, Domingo, 100, 155, 158 Torralva, Joan de, 37 Torrealba Ilabaca, Zenón, 257, 332, 333, 423,432 Torreblanca Campusano, Rafael, 359, 421,423 Tounens, Aurelie de, 88 Triviño, Luis Armando, 416 Trizano Avezano, Hernán, 120 Tucapel (Cacique), 82 Turnbull, William, 203

U

Ugalde Naranjo, Pedro León, 347, 349, 435 Unamuno, Miguel de, 134, 222, 350, 408 Undurraga Fernández, Domingo, 349 Undurraga García Huidobro, Luis, 372,422 Undurraga Vicuña, Francisco Ramón, 274, 275, 279 Urízar Banderas, Silvestre, 435 Urízar Garfias, Fernando, 45 Urrejola Mulgrew, Rafael, 430 Urrutia, Luis A., 314 V Vaisse, Emilio ("Omer Emeth”), 80 Valdés, Adriana, 30 Valdés, Rafael, 170, 304 Valdés, Sara, 378 Valdés Cuevas, Antonio, 229 Valdés Valdés, Ismael, 435 Valdés Vásquez, Leopoldo, 443 Valdés Vergara, Francisco, 104 Valdés Vergara, Ismael, 363, 377 Valdespino, Cristóbal de, 37 Valdivia, Adriana, 378 Valdivia, Luis de, 24, 38 Valdivia, Pedro de, 21, 27, 29, 36, 37 Valdivia Ortiz de Zárate, Verónica, 163,412,413, 429 Valdivieso Blanco, Jorge, 194

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Valdivieso Zañartu, Rafael Valentín, 49 Valenzuela, Arturo, 111, 360, 361 Valenzuela, Samuel, 52 Valenzuela Puelma, Alfredo, 282 Valiente, Julio, 325 Vallejo, José Joaquín (“Jotabeche”), 64 Van Burén, Carlos, 430 Vanzetti, Bartolomeo, 415 Varas de la Barra, Antonio, 50, 85, 202, 277 Varas Fernández, Augusto, 307, 313316 Vasconcelos, José, 134 Vásquez Robínet, Armando, 435 Veas Fernández, Bonifacio, 162, 174, 194, 196, 260-262, 298 Vega, Juan de la, 38 Vega, Laso de la, 36, 37 Venegas Arroyo, Alej andró (“Dr. Julio Valdés Cange”), 125, 148, 156, 157, 168, 171, 192, 231, 242, 255, 265, 304, 306 Vergara, José A., 151 Vergara, Marta, 298 Vergara Echevers, José Francisco (“Severo Perpena”), 99 Vergara Johnson, Ximena, 51, 113, 147,151,153,272-274,276-278, 280, 284, 291 Vergara Montero, Carlos, 435 Vergara Ruiz, Luis Antonio, 158, 213 Vergara Urzúa, José Ignacio, 108 Verlaine, Paul, 348 Verniory, Alfred, 166, 207, 234 Verniory, Gustave, 120, 160, 166, 167, 205, 207, 234, 250, 252, 253, 265,272, 280, 281,284,321 Vial Correa, Gonzalo, 48, 117, 121, 135,140,142,144-146,149-152, 154, 155-160, 162, 165, 168, 171-175,178,182-184,186-188, 190-192, 203-213, 217, 219, 221-224, 227, 228, 231-233, 235-238, 240-242,244, 245, 248, 249, 251-254, 256, 270, 273-280, 281, 282, 284, 285, 287-289, 293-301,306, 313,319-322,340,

349, 351,359,362-365,367, 369, 370, 371,376,383,393-395, 397, 398, 405, 409-411, 413, 417, ■ 425-435, 437, 439, 441-445 Vial Guzmán, Juan de Dios, 430 Vial Infante, Alberto, 428 Viaux Aguilar, Ambrosio, 435 Victoria (Reina), 207 Vicuña Aguirre, Pedro Félix, 72, 200 Vicuña Fuentes, Carlos, 125, 156, 164, 223, 273, 283, 285, 286, ‘ 294-297,312,325,334,336,337, 345-349,351,358,368,405-409, 424,427,435, 439, 441-445 Vicuña Guerrero, Claudio, 120, 151, 279 Vicuña Mackenna, Benjamín 43, 72, 91, 183, 184, 199, 201 Vicuña Subercaseaux, Augusto, 360, ' 366 Vicuña Subercaseaux, Benjamín (“Tatín”), 184,215,216, 272 Vicuña Subercaseaux, Claudio, 382, 396 Vicuña Urrutia, Manuel, 57, 72,147, 228, 229, 233, 241, 252, 278, 280, 283, 298, 367, 368, 370, 371,373,375,377,434, 440 Videla, Ramón Ernesto, 407 Viera Gallo, Antonio, 188, 394 Vigorena Rivera, Agustín, 367 Villablanca Zurita, Hernán, 198 Villalobos Rivera, Sergio, 83,131-134 Villalón (Intendente), 93 Villarroel, Lorenzo, 302 Vítale, Luis, 110,111,167,253,343, 367-369, 373, 424 W

Walker Martínez, Carlos, 124 Walker Martínez, Joaquín, 207, 217, 220, 362, 377 Walpole, Horacio, 159 Washington, Jorge, 110 Westenhófer, Max, 366 Wilson, Woodrow, 218-221 Worthington, W. G., 198

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Y

Z

Yáñez Bianchi, Flora, 375 Yáñez Ponce de León, Eliodoro, 220, 285, 328,357-359,403,411,417, 422, 435, 444 Yávar Aspillaga, Arturo, 359 Yrarrázaval Correa, Arturo, 334,335, 372 Yrarrázaval Larraín, José Miguel, 40, 55, 56, 99, Í00, 102-105, 107, 108,111,121

Zañartu Prieto, Enrique, 141, 196, 332, 348, 349, 392, 393, 401, 406,412,434 Zañartu Urrutia, Héctor, 407 Zañartu Zañartu, Aníbal, 100 Zegers Samaniego, Julio, 154, 155 Zola, Emile, 294 Zúñiga Cooper, Enrique, 435 Zúñiga Latorre, Arturo, 348

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