Los límites del Estado : la cara oculta del poder local
 9788417449292, 8417449299

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Cristian Cerón Torreblanca (Coord.)

Los límites del Estado: la cara oculta del poder local CC. AA.

DIPUTACIONES

ESTADO AYUNTAMIENTOS

POLÍTICA Y EMPRESA

La evolución del Estado fue una de las grandes transformaciones de la Historia. El poder central implantó en España su poder durante la Edad Moderna. Un proceso complicado y agravado durante la Edad Contemporánea por la modernización de una administración que replanteó las relaciones entre poderes. Los trabajos presentados abordan esta problemática desde distintas perspectivas y aportan estudios de otros estados que, como el de Chile, ayudan a la comprensión de la compleja relación de poder central y poderes locales.

CRISTIAN CERÓN TORREBLANCA (Coord.)

LOS LÍMITES DEL ESTADO LA CARA OCULTA DEL PODER LOCAL

UNIVERSIDAD DE MÁLAGA 2018

Esta obra se incluye en el programa de trabajo del Grupo de Investigación de la Junta de Andalucía «Historia del Tiempo Presente» (HUM-608)

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Los autores

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UMA editorial Bulevar Louis Pasteur, 30 (Campus de Teatinos) 29071 - Málaga www.uma.es/servicio-publicaciones-y-divulgacion-cientifica

Imagen de la cubierta: Diseño de colección: M.ª Luisa Cruz. UMA editorial Maquetación: Aurora Álvarez Narváez. UMA editorial ISBN: 978-84-17449-29-2 Esta obra está editada en papel. Esta editorial es miembro de la UNE, lo que garantiza la difusión y comercialización de sus publicaciones a nivel nacional. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Como siempre, sin embargo, cuando el Estado se hace dueño de la principal riqueza de un país, corresponde preguntarse quién es el dueño del Estado. Eduardo Galeano (1997), La venas abiertas de América Latina, Santiago, Catálogos, p. 442.

Sucederá lo contrario en los reinos gobernados como el de Francia. Se puede entrar allí con facilidad, ganando algún barón, porque se hallan siempre algunos malcontentos del genio de aquellos que apetecen mudanzas. (¡Cortarles los brazos o levantarles la tapa de los sesos!). Estas gentes, por las razones mencionadas, pueden abrirte el camino para la posesión de este Estado y facilitarte el triunfo; pero cuando se trate de conservarte en él, este triunfo mismo te dará a conocer infinitas dificultades, tanto por la parte de los que te auxiliaron como por la de aquellos a quienes has oprimido […]. En cuanto a los Estados constituidos como el de Francia, es imposible poseerlos tan sosegadamente. Por esto hubo, tanto en España como en Francia, frecuentes rebeliones. (He provisto a esto, y proveeré más todavía)». Maquiavelo (2016), El príncipe (anotado por Napoleón Bonaparte), Biblok, pp. 47-48.

«[…], el principal problema político ha sido siempre el de alcanzar un equilibrio entre un gobierno central eficaz y los imperativos de la autonomía local. Si en el centro se ejerce una fuerza excesiva, las provincias se sublevan y proclaman su independencia; si esa fuerza es insuficiente, se retiran sobre sí mismas y practican una resistencia pasiva. En sus mejores épocas, España es un país difícil de gobernar». Gerald Brenan. (1996), El laberinto español. Antecedentes sociales y políticos de la guerra civil. Barcelona, Plaza y Janés, p. 18.

Índice

INTRODUCCIÓN. FORTALEZAS Y DEBILIDADES DE LOS PODERES LOCALES Y CENTRALES....................................... 11 La Edad Contemporánea................................................................................. 15 CAPÍTULO 1. EL MUNICIPIO FRENTE AL FORTALECIMIENTO DE LA GOBERNACIÓN GENERAL DE ORIHUELA BAJO EL MANDATO DE D. JUAN MONCAYO (1553-1567)........................................................... 23 1. Introducción................................................................................................. 23 2. La Gobernación de Orihuela........................................................................ 26 3. Bibliografía.................................................................................................. 52 CAPÍTULO 2. PEDRO PABLO VALDECAÑAS AYLLÓN, UN LUCENTINO EN LA GUERRA DE INDEPENDENCIA.................. 53 1. Introducción................................................................................................. 53 2. Don Pedro Pablo de Valdecañas.................................................................. 56 3. Bibliografía.................................................................................................. 77 CAPÍTULO 3. PODER REAL Y PODER SOCIAL A FINALES DEL XVIII: LA CREACIÓN DEL REGIMIENTO FIXO DE MÁLAGA Y EL MARQUÉS DEL VADO DEL MAESTRE............... 79 1. Introducción................................................................................................. 79 2. La creación del regimiento.......................................................................... 88 3. Bibliografía.................................................................................................. 104 CAPÍTULO 4. EN LOS ALREDEDORES DEL ESTADO: LAS DIPUTACIONES FORALES VASCAS (1839-2010).......................... 106 1. Introducción................................................................................................. 106 2. El siglo XIX. Un siglo de cambios.............................................................. 108 3. El siglo XX: cambios y problemas.............................................................. 114 4. Siglo XXI..................................................................................................... 120 5. Conclusión................................................................................................... 123 6. Biblografía................................................................................................... 125

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CAPÍTULO 5. LOS PODERES LOCALES EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XX: CONTINUIDADES Y CAMBIOS EN SUS ÉLITES POLÍTICAS Y EN LAS PRÁCTICAS CLIENTELARES............................................................................................. 129 1. Introducción. Continuidades y rupturas en las élites locales en el siglo XX............................................................................................. 129 2. Sobre las continuidades en las transiciones democráticas........................... 135 3. Sobre las rupturas en las dictaduras............................................................. 141 4. A modo de conclusión.................................................................................. 149 5. Bibliografía.................................................................................................. 151 CAPÍTULO 6. LA DICTADURA DE FRANCO EN LAS PROVINCIAS: EL PODER DE LOS GOBERNADORES CIVILES............................................................................................................. 158 1. Introducción................................................................................................. 158 2. Los representantes del Estado central en las provincias.............................. 159 3. Permanencia y rotación............................................................................... 166 4. Modelos de gestión político-administrativa. A modo de colofón................ 173 5. Bibliografía.................................................................................................. 179 CAPÍTULO 7. LA ORGANIZACIÓN DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS EN PROVINCIAS. PCE, PSOE Y UCD EN ALBACETE DURANTE LA TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA.............................................................................................. 184 1. Introducción................................................................................................. 184 2. La reorganización del PCE.......................................................................... 185 3. La reaparición del Partido Socialista Obrero Español................................. 193 4. La Unión de Centro Democrático................................................................ 202 5. Conclusiones................................................................................................ 209 6. Bibliografía.................................................................................................. 209 CAPÍTULO 8. EMPRESARIOS, ACADÉMICOS E INTELECTUALES. LAS VOCES CIVILES DE LA DICTADURA EN LA PRENSA ENSCRITA DEL “GRAN CONCEPCIÓN” DE CHILE, 1973-1980.............................. 214 1. Introducción................................................................................................. 214 2. Lo civil de la dictadura chilena.................................................................... 216 3. Lo civil de la Dictadura a nivel del gran concepción de Chile. Gremios y empresarios................................................................ 218 4. La connivencia entre Universidad (intervenida) y Dictadura: académicos e intelectuales..................................................... 224

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5. La Universidad de Concepción dicen SI a la “Constitución de la libertad” (1980).................................................................................. 229 6. Comentarios finales..................................................................................... 233 7. Bibliografía.................................................................................................. 235 CAPÍTULO 9. HISTORIA COMPARADA DE DOS DICTADURAS: ESPAÑA Y CHILE. MILITARES Y CIVILES SE REPARTEN EL PODER ............................ 238 1. Introducción................................................................................................. 238 2. Franquismo y pinochetismo: frente a frente................................................ 240 3. Bibliografía.................................................................................................. 255 AUTORES.......................................................................................................... 259

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Introducción

Fortalezas y debilidades de los poderes locales y centrales Cristian Cerón Torreblanca Universidad de Málaga

Los trabajos que componen este libro son el resultado de un equipo de profesores que tienen el afán de encontrar respuesta a un problema común: la naturaleza de las relaciones entre el poder central y los poderes locales. La consolidación y evolución del Estado moderno fue una de las grandes transformaciones de la Edad Moderna y Contemporánea. Desde el siglo XVI, el poder central, representado por la monarquía, implantó su poder sobre sus territorios. Un proceso que encontró resistencias, sin que el nuevo Estado-nación surgido de las revoluciones burguesas pudiese solucionarlo. Al contrario, la cada vez más compleja administración estatal replantea las relaciones entre poder central y local. La influencia de los poderes locales ha sido una fuerza muy destacable para el siglo XIX y XX español. Pese a unas declaradas intenciones centralizadoras, ¿estaba realmente capacitado el Estado para hacerse con el control de todos los resortes del poder?; o, por el contrario, ¿fue la connivencia con el poder local lo que posibilitó la consolidación del Estado en todo el territorio nacional? La esferas locales, provinciales y regionales, están interrelacionadas con el poder central de Madrid, a dónde se enviaban a sus representantes que articulaban la vida política nacional y la organizaban según sus intereses. El lector, a través de los capítulos que dan forma a esta obra, podrá conocer de primera mano el mecanismo de funcionamiento del Estado y la autoridad oculta que ejercen los poderes locales desde las instituciones, pero también fuera de ellas; un ejercicio del poder que tiene el objetivo de defender unas políticas que, en

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ocasiones, poco tienen que ver con el bien común, y más con salvaguardar los intereses particulares de las elites o grupos sociales relevantes de una determinada región o localidad. De esta manera, los autores de la monografía nos planteamos los límites del Estado y, por tanto, la resistencia que desde la periferia se ejerció para cambiar, modificar, ignorar, o, sencillamente, desobedecer a un poder central que con el paso del tiempo adquiere un mayor número de competencias. Precisamente, para que podamos apreciar tanto los cambios como las continuidades, esta obra reúne capítulos que abordan esta problemática diacrónicamente y desde distintas perspectivas. La Edad Moderna estudia las relaciones entre la monarquía hispana y los poderes locales, analizando la resistencia del poder municipal para acatar las órdenes reales y cómo se desarrolla ese enfrentamiento a través de las instituciones municipales o el Ejército. La Edad Contemporánea investiga estas rivalidades prestando atención a la transformación del Estado durante estos siglos, en los que la aparición de fuerzas en la periferia estatal cambia por completo la relación entre poderes centrales y locales; no obstante, España sirvió de modelo a países que, como Chile, articularon un modelo estatal que facilitó el paso de dictadura a democracia. Se analiza así la transformación del Estado y las instituciones locales desde los siglos XVI al XXI. Comienza este trabajo, David Bernabé Gil, quien nos plantea los problemas originados en la Gobernación de Orihuela durante los años de 1552-1567, cuando el príncipe Felipe decide fortalecer la preeminencia de la jurisdicción real y acabar con las disputas que desgarraban a la ciudad. El poder local había tejido una tupida red de vínculos personales y corporativos que abarcaban todo el entramado social, y con la capacidad de llegar a diferentes instancias institucionales con las que defender sus competencias ante la acción de gobierno de la monarquía de los Austrias. La articulación del Estado durante el siglo XVI se enfrentaba a una variedad de territorios con jurisdicciones que tenían su origen en la Edad Media, lo que propiciaba que tuviesen su propia personalidad institucional. Entre estos, se encontraban las Gobernaciones de la Corona de Aragón, una de ellas, la más meridional es el

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objeto de estudio de este trabajo: Governació General de València dellá Sexona, la Gobernación de Orihuela. El poder real para hacer cumplir sus órdenes necesitaba que colaborasen los poderes locales junto a los representantes de la monarquía que formaban la Gobernación. Si respetaban sus espacios de poder, se podía conseguir cierta eficacia que impidiese el fomento de actuaciones arbitrarias que pudiesen comprometer al poder de la monarquía. En Orihuela, los principales linajes de la ciudad se venían enfrentando por problemas que tenían su origen en tiempo medievales y el nombramiento de gobernadores afines a algunas de las facciones durante el reinando de Carlos V, no favorecía precisamente una solución que contentase a todas las partes, además de debilitar al poder central. El cambio de política que siguió el Príncipe Felipe al nombrar a un gobernador aragonés, D. Juan de Moncayo, pero ajeno a estas redes locales, originó un auténtico enfrentamiento entre el poder real y municipal. Por un lado, los intentos de la nueva autoridad por hacer cumplir las instrucciones del monarca recibidas en su nombramiento: administrar justicia y hacer prevalecer el imperio de la ley; por otro lado, la oligarquía local que defendía su jurisdicción y competencias basadas en el ordenamiento foral, como una forma también de preservar el poder real. Estos enfrentamientos, con sus disputas, denuncias, intentos de sobrepasar el poder del gobernador recurriendo a instancias superiores… quedan fielmente reflejados en este artículo sustentado en fuentes primarias procedentes de archivos nacionales y locales, como el Archivo General de Simancas, el Archivo del Reino de Valencia o el Archivo Municipal de Orihuela. Pedro Luis Pérez Frías estudia las relaciones entre el poder real y el poder social ejercido por los aristócratas malagueños durante el siglo XVIII cuando se decide crear un regimiento fijo en Málaga, con todo lo que ello supone para los nuevos empleos y las contratas que deben abastecerlo. De esta manera, el autor nos presenta al marqués del Vado del Maestre como uno de los personajes más ricos de la época en la región y uno de los tres nobles con título de marqués avecindado en Málaga, lo que hizo posible que propusiera

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sufragar la creación de un regimiento en 1790, tanto para defender los presidios menores de África, como para estrechar lazos con la ciudad malacitana al que estaría ligado la nueva unidad militar. Mediante la utilización de fuentes primarias como el Catastro de Ensenada, la Gaceta de Madrid o las Actas Capitulares, asistimos a la formación de un regimiento de infantería en la España de los Borbones. La compra de cargos de oficiales, el reparto de influencia en las contratas, así como la distribución de empleos varios según la influencia del poder central y local, quedan analizados en este trabajo. Especialmente, se recogen los momentos de tensión, como cuando el marqués propone incorporar a presidiaros al regimiento, una idea que no comparte el ayuntamiento malagueño y que necesita de la autorización de instituciones regionales como la Chancillería de Granada y la Audiencia de Sevilla. Una posible resistencia que se pretende doblegar mediante la renuncia de la venta de las cuatro patentes correspondientes a los abanderados y que muestra en este episodio el poder de la aristocracia dentro de la institución militar para sortear tanto el poder real como el del propio cabildo. Marion Reder Gadow nos traslada a la frontera entre la Edad Moderna y Contemporánea: La Guerra de Independencia. Estudia tanto el desarrollo de los acontecimientos de 1808 que desencadenaron el conflicto, como la ayuda que desde las provincias y Reinos se puso a disposición de las distintas Juntas creadas para hacer frente a la invasión. Especialmente se analiza el papel desempeñado por las Juntas de Málaga, Granada y la Junta Suprema de Sevilla, así como la formación de las unidades militares que darían forma al ejército de Andalucía. El papel del gobernador de Málaga en esta tarea, Tedoro Reding, militar de profesión, fue decisivo para el alistamiento de los efectivos necesarios que integrarían los cuerpos de milicias en compañías de cazadores y artillería. Unas unidades que una vez formadas, se dirigen a Córdoba, donde se ha ubicado el cuartel general, pero cuyo mando depende de la Junta de Sevilla. Utilizando la documentación depositada en el Archivo General Militar de Segovia, se reconstruye la biografía y el papel desempeñado por el coronel Pedro Valdecañas Ayllón de Lara en la decisiva batalla de Bailén, cuando sirvió bajo las órdenes de los

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generales Castaños y Reding. De esta manera, se estudia el papel desempeñado por la Junta General de Sevilla en la dirección de las operaciones y cómo se acataron sus mandatos por el resto de fuerzas movilizadas. La división del coronel Valdecañas tuvo que seguir las órdenes del general en jefe Francisco Javier Castaños, las del general Reding que desplegaba sus tropas en el terreno y las de la Junta de Gobierno; todos con el objetivo común de vencer a los franceses pero con ideas distintas de cómo hacerlo, lo que generó unas rivalidades entre todos ellos, incrementadas una vez ganado el enfrentamiento de Bailén, con la caída en desgracia y posterior rehabilitación de éste héroe andaluz que tuvo que actuar entre dos fuentes de poder: local y central.

La Edad Contemporánea Eduardo Alonso Olea analiza el papel jugado por de las Diputaciones Forales Vascas desde el siglo XIX al XXI y entra de lleno en un debate de actualidad: la mayor o menor fragilidad del proceso de nacionalización español y, por tanto, la presunta débil nacionalización del Estado. La actividad de las diputaciones forales vascas representaron una anomalía del centralismo del estado en España y, en algunas ocasiones, se resistieron a cumplir con los dictados de distintos gobiernos. Durante el siglo XIX tenemos el problema de convivencia entre Constitución y Fueros, que si bien fue resuelto a favor de la primera, no supuso la desaparición completa de todo el edificio foral. Es más, para lograr la consolidación de Estado liberal en el País Vasco se combinó la influencia del poder estatal con un reforzamiento de las Diputaciones Forales. Una vez eliminadas estas en 1877, dieron lugar a lo que conocemos en nuestro tiempo como Concierto Económico, en las que las Diputaciones provinciales fueron encargadas de recaudar las principales contribuciones del Estado: era una solución intermedia, en las que las Diputaciones sujetas a concierto continuaban desarrollando los servicios recogidos en los fueros y abonaban al Estado una cantidad, el cupo. De tal forma, que en es-

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tos territorios se gozaba de una mayor independencia económica y administrativa que en otras regiones del país. El desastre de 1898 y los intentos de aumentar el cupo para conseguir una mayor recaudación estatal, originaron un malestar que se iría incrementando en un siglo XX en el que el estado español fue incrementando su peso y ampliando sus competencias. Los gobernadores civiles del periodo 1891-1920 en estas provincias, como representantes del estado central intentaron limitar estas competencias, pero la red de influencia de las Diputaciones consiguió mantener con éxito su independencia, recurriendo a sus contactos de Madrid para hacer entrar en razón a algún gobernador, como ocurrió en 1921. La Dictadura de Primo de Rivera supuso un mayor control de las competencias en estos territorios, una situación que continuó durante la II República. El franquismo premió la lealtad a su causa a las diputaciones de Álava y Navarra manteniendo el concierto, mientras que castigó a las de Vizcaya y Guipúzcoa al pasarlas a régimen común, situación que se mantendría hasta 1979. La España autonómica de los 80 apostó por lo que el autor define como un federalismo asimétrico, en el que a la tradicional relación Estado y las Diputaciones se incorpora un nuevo actor como es el Gobierno Vasco. Los primeros años del siglo XXI plantean nuevos retos, sobre todo a partir de 2012, cuando el Estado intenta reducir su déficit público y presiona a todas las instituciones, incluidas unas Diputaciones vacas que a lo largo de la contemporaneidad han sabido mantenerse en los márgenes del Estado. Roque Moreno Fonseret estudia las prácticas clientelares durante el siglo XX. De esta forma, logra darnos una visión global del caciquismo como un fenómeno de larga duración, no solo restringido a la Restauración, sino presente en otras etapas de la historia de España. Entra también en el debate de las continuidades y cambios de las elites locales, tanto en los momentos de ruptura, como fueron las dictaduras, como las continuidades en las transiciones democráticas, destacando la importancia del estudio de las elites regionales y locales para comprender mejor la historia política del Estado-nación durante la contemporaneidad.

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Las diferentes formas de organización de los partidos, los distintos grados de articulación política del poder local frente al poder central o la profesionalización de la política, son algunos de los obstáculos a superar en los estudios centrados en este tema y que el autor nos acerca para las etapas de la dictadura de Primo de Rivera, la II República, el Franquismo y la Transición. Continuidades y cambios que el autor analiza para cada uno de estos periodos y que acompaña con las más recientes aportaciones de la historiografía. Por otra parte, también destaca la importancia del estudio de la historia de los ayuntamientos, porque al conocer su estructura, su funcionamiento, el personal que lo compone, sus formas de acceso, podemos apreciar las continuidades y las diversas modalidades en las que se desarrolla. De esta forma, regiones de la periferia del Estado, como Andalucía, Galicia o Cataluña presentan comportamientos diferentes, que, en algunos casos, explican como ciertos sectores del conservadurismo logran mantener su representación en las instituciones locales y provinciales a lo largo del tiempo, independientemente de la forma de estado. La representación política de la ciudad ejercida por los ayuntamientos los convirtió en escenario de apoyo o enfrentamiento a un poder central del que se consideraban intermediario ante la ciudadanía. Julio Ponce Alberca analiza el papel de los gobernadores civiles durante la dictadura de Franco. Durante mucho tiempo, fue una percepción ampliamente compartida que el poder de los gobernadores era omnímodo en las provincias durante el franquismo. En este capítulo, el autor pretende comprobar esta hipótesis, si tenía fundamento esta creencia que llega a arraigar hasta en la memoria colectiva. De esta forma, esta investigación muestra a los gobernadores como una autoridad delegada del poder central pero sujeto a las presiones procedentes de unos poderes locales que canalizan parcialmente su influencia a través de las instituciones y, especialmente, fuera de ellas. En primer lugar, nos muestra un perfil de los gobernadores para el periodo 1936-1975: el número de nombramientos, la distribución anual de los gobernadores según su permanencia, todo ello para estudiar su continuidad y rotación en el cargo.

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Seguidamente, nos acerca a la gestión político administrativa de alguno de ellos y es ahí donde podemos observar las relaciones centro-periferia, ya que los gobernadores debían de enfrentar numerosos y variados problemas en los distintos ámbitos que estaban bajo su competencia. Como representantes en las provincias del poder central se esperaba de ellos, ante todo, ser fiel al régimen, después, que mantuviesen el orden, aplicasen las orientaciones del gobierno central en el territorio bajo su mando… y cierta prudencia a la hora de ejercer su autoridad, porque debían de ejercer de correa de transmisión entre los problemas locales susceptibles de resolverse y el Estado. Para tener éxito en su misión, debían de tener muy presente la estructura local, con su red de influencia dentro y fuera de las instituciones. Un «equilibrio dinámico» que, como destaca el autor, es también característico de otras naciones próximas, así como de regímenes políticos diversos, como el Portugal del siglo XIX o la V República francesa. Damián A. González Madrid y Sergio Molina García analizan las relaciones centro-periferia mediante el estudio de la génesis de los partidos políticos durante la transición democrática en una pequeña ciudad de provincias de la periferia rural: Albacete. Conocer la gestación de estas formaciones, el entramado social que las respaldaba, con sus debates, evolución ideológica y desencuentros a nivel local, nos ayuda a una mejor comprensión de la complejidad del proceso de cambio político a nivel nacional, de sus diferentes ritmos según los territorios y cómo se desarrolló la relación de los poderes locales con un poder central durante un periodo de cambio. De esta manera, los autores se centran en analizar cómo se crearon los tres principales partidos políticos en la región: El Partido Comunista de España (PCE), Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y Unión de Centro Democrático (UCD). Con respecto al PCE y PSOE, nos explican no solo cómo comenzaron a reorganizarse estas formaciones, sino que también se detienen en la formación de los sindicatos más ligados a estas formaciones, Comisiones Obreras (CC. OO.) y la Unión General de Trabajadores (UGT), respectivamente. Especialmente interesante es cómo las forma-

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ciones nacionales se dotan de unos cuadros provinciales para que reproduzcan las directrices de sus respectivas formaciones, con la finalidad de reducir la crítica y conseguir cierta profesionalización de la política, aunque eso sea en detrimento de los militantes de toda la vida, considerados poco preparados y, por lo general, no son tenidos en cuenta a la hora de diseñar las listas electorales para los primeros comicios de la democracia. La influencia de los liderazgos nacionales toma todavía más importancia en la UCD, el partido de Adolfo Suárez, el Presidente del Gobierno. Como la formación nace al resguardo de las estructuras gubernamentales, es menos sensible al desarrollo de una militancia que de cobertura al partido, de tal forma, que fueron los liderazgos madrileños quienes tomaron la iniciativa y desplazaron a su propio personal a la región para que formaran las estructuras que sustentasen al partido. La posible resistencia del poder local era neutralizada al ser la UCD la formación del presidente que gobernaba el país y, por tanto, controlaba a un Ministerio de la Gobernación que conocía perfectamente los mecanismos de control del mundo rural. El liderazgo de Suárez y un discurso moderado que trasladó a la formación, explican, en parte, el éxito en los comicios de 1977 de un partido con una organización provincial muy débil, o como dicen los autores: sin organización de base. No obstante, este proceso revela la escasa iniciativa local para la organización de estructuras políticas que, exceptuando al PCE, tuvieron que ser impulsados por sus respectivos partidos matrices. Danny Gonzalo Monsálvez Araneda estudia el papel desempeñado por el poder local del Gran Concepción durante la dictadura cívico-militar en Chile para el periodo 1973-1980. Concretamente analiza el importante rol jugado por algunos civiles en el régimen del general Augusto Pinochet. Tanto desde el ámbito institucional como fuera de ella, nos presenta a unos «cómplices pasivos», que desde el ámbito académico, intelectual o empresarial contribuyeron, con un mayor o menor protagonismo, tanto a derrocar al gobierno de Salvador Allende, como después en legitimar a una feroz dictadura, que violaba sistemáticamente los derechos humanos en

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una región caracterizada hasta 1973 por su intensa actividad política y social, vinculada en su mayor parte a la izquierda chilena. Gremios, empresarios, académicos e intelectuales locales tuvieron en la prensa escrita de la zona una plataforma desde la que apoyar a la dictadura. De esta manera, los diarios El Sur, Crónica y El Diario Color, fueron utilizados como plataforma para mostrar el respaldo de las elites a la dictadura. El autor comienza su trabajo en 1973, con los representantes de los poderes locales más conservadores de Concepción no solo enfrentados al poder central ejercido por la Unidad Popular, sino que también realizaban su contribución a las actividades desarrollas por la derecha política chilena, los grupos nacionalistas o el gobierno de los EE. UU. para derrocar al presidente Allende. Una vez consumado el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973 que da lugar a una Junta Militar liderada por el general Augusto Pinochet, se suceden los actos de adhesión al nuevo gobierno. La elite económica ve con benevolencia, cuando no con satisfacción, cómo los militares restauran el orden social y económico que había sido trastocado con las políticas llevadas a cabo por el gobierno de Allende. Los empresarios y gremios del Gran Concepción de Chile apoyan a unas Fuerzas Armadas que les restituye parte de su poder económico, y lo hacen no solo adhiriéndose a las iniciativas emprendida por los militares, como la campaña de «Reconstrucción Nacional», sino que también participaban en una de las primeras manifestaciones de apoyo a la Junta Militar: «Campaña de la carta»: utilizar los contactos internacionales disponibles para enviarles una misiva contando «la verdad» de lo que ocurría en el país, contribuyendo con ello a la defensa de la dictadura. Por otra parte, también el autor nos explica en este capítulo cómo la dictadura controló la Universidad de Concepción, el tercer centro de educación superior más importante del país y el más relevante del sur de Chile. Tras el golpe, los militares designaron nuevas autoridades universitarias y realizaron una exhaustiva depuración interna para conseguir que el centro estuviese en connivencia con el proyecto refundacional de la dictadura. El envío desde Santiago de personajes relevantes, como Joaquín Lavín Infante, contribuyó

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a esta tarea de restauración y compromiso con el régimen. De todo ello nos dan buena cuenta en este capítulo, a la vez que nos muestra la cara oculta de un poder local, capaz de entorpecer o ayudar a la consolidación de un gobierno según sus intereses particulares. Finalmente, Cristian Cerón Torreblanca realiza un estudio de historia comparada entre los regímenes militares español y chileno. El autor analiza los problemas comunes a los que se enfrentaron ambas dictaduras, los mecanismos articulados para integrar a los civiles, así como el ejemplo del franquismo para los militares chilenos. Una admiración motivada por la larga duración de un régimen que sobrevivió durante décadas mientras otras dictaduras de su entorno, como la portuguesa o la griega, se derrumbaban estrepitosamente. El capítulo se centra en tres aspectos en los que los civiles desarrollaron una labor crucial para la consolidación de ambas dictaduras: el proyecto ideológico legitimador del régimen, la violencia política en la que se sustenta y la incorporación de un personal civil a unos gobiernos dirigidos por las fuerzas armadas. El pensamiento conservador chileno que sustentaba al régimen militar enlazaba con la defensa que desde el conservadurismo español se hacía del franquismo. De esta manera, autores como Ramiro de Maeztu o el Cardenal Gomá, servían de modelo para pensadores chilenos como Osvaldo Lira o Jaime Eyzaguirre, quienes defendían la necesidad de fusionar el corporativismo y el liberalismo económico, con la finalidad de superar los problemas de la sociedad, pero también para presentar una alternativa conservadora a la identidad latinoamericana defendida desde posiciones liberales y socialistas. Unas ideas que influyeron decisivamente en personajes claves del régimen militar, como el abogado Jaime Guzmán, quienes eran conscientes de la necesidad de lograr una institucionalización del sistema si se pretendía perdurar. De hecho, Chile sería junto con Brasil los únicos regímenes iberoamericanos que aprobaron una constitución; además, poseían unas reglas más o menos claras dentro de la arbitrariedad de todo régimen autoritario, logrando una cohesión interna y estabilidad relativa con la que poder influir desde una posición de fuerza cuando se desarrollen los procesos a la transición a la democracia.

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La violencia política y el recurso a la represión fue un elemento fundamental para mantenerse en el poder para ambos regímenes. El franquismo la utilizó de forma sistemática desde el primer momento y cuando el dictador falleció en 1975, había erradicado casi toda oposición mediante la utilización de una feroz violencia. Esto le permitió presentarse como un régimen triunfante, garante del orden y promotor de un desarrollo económico espectacular, hasta el extremo de que durante el siglo XXI surgiese una corriente de pensamiento que no hacía un balance tan negativo de aquellos oscuros años. Una valoración plenamente compartida por los militares chilenos de los años 70, que al igual que en España, no dudaron en ejercer una feroz represión para erradicar toda oposición. Los civiles colaboraron en todo ello, en ocasiones, con tal entusiasmo que parecía que los militares pudiesen quedar relegados. Tanto en España como en Chile, jugaron un papel decisivo en la consolidación de ambos regímenes. Mientras que a partir de los años sesenta el personal civil comienza a tener una mayor importancia en el funcionamiento del franquismo, los militares chilenos en 1977 son conscientes de la necesidad de compartir gradualmente el poder con los civiles, para cambiar el rostro militarista del régimen y conseguir crear un movimiento cívico en el que apoyarse; no obstante, esa mayor visibilidad no ocultaba una implacable realidad: en ambos estados los militares tienen la última palabra. Los capítulos que forman el presente volumen no son sino una muestra de la necesidad de reflexionar desde posiciones científicas e historiográficas independientes sobre las complejas relaciones del poder central y los poderes locales. Una aportación desde el ámbito de la Historia para comprender mejor el funcionamiento de la estructura del Estado y entender nuestro presente.

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Capítulo 1

El municipio frente al fortalecimiento de la gobernación general de Orihuela bajo el mandato de D. Juan Moncayo (1553-1567) David Bernabé Gil Universidad de Alicante

1. Introducción En la monarquía de los Austrias, la eficacia de la acción de gobierno e incluso su propia consistencia como entidad política descansaban, en gran medida, en su capacidad para integrar bajo un poder soberano, al tiempo que mantener en relativo equilibrio, los diversos núcleos y espacios jurisdiccionales constitutivos de las piezas que la componían1. Siendo importante el modo de articulación de las diferentes instancias institucionales coexistentes —dada su natural propensión a invadir espacios fronterizos—, no menos decisivos podían llegar a resultar, también, los rasgos del personal encargado de darles cuerpo y de las redes relacionales en que este se insertaba. De ahí la significación que adquirían tanto la delimitación de competencias propias de cada organismo, como los criterios por los que se regía la selección de los oficiales que debían responsabilizarse de su óptimo funcionamiento. Todo ello operaba, además, sin poder obviar la inevitable incidencia de dos vectores esenciales, como eran el correspondiente a los complejos sistemas de relaciones de patronazgo, clientelismo y paisanaje, configurados

1 Este trabajo ha sido realizado en el marco del Proyecto de Investigación HAR2011-27062, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación.

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a partir de redes constituidas por multitud de vínculos personales y corporativos que atravesaban el entramado social y las diferentes instancias de poder, por un lado; y el relativo a los elementos conformadores de las culturas políticas de las fuerzas concurrentes, por otro. X. Gil Pujol (2001). Y, entre esa variedad de territorios y espacios jurisdiccionales, de frecuente origen medieval e integrados, a su vez, en otros de rango superior, pero que continuaron gozando de una propia personalidad institucional, figuraban las Gobernaciones de la Corona de Aragón. Una de ellas, la más meridional, denominada del Regne de València dellà Sexona, se extendía justamente al sur de la villa de Jijona, hasta la frontera castellana, y tenía su capital en Orihuela, donde residía la mayor parte del año el oficial real que estaba a su cargo, con título de Portantveus de General Governador de dicha demarcación. E. Salvador Esteban (1984). Un lugarteniente general de este, un subrogado especial que le representaba en la ciudad de Alicante, un jurista que regentaba la asesoría de su curia —como elemento técnico que le declaraba el derecho—, un procurador fiscal y patrimonial que realizaba las instancias pertinentes, más un alguacil y un escribano, componían el organismo del que se servía la Corona para tratar de hacer valer la jurisdicción real sobre el territorio. Y, entre los cometidos asignados a esta institución, destacaban los relacionados con el mantenimiento del orden público, la defensa militar y, esencialmente, la de velar por la recta administración de la justicia, desde el respeto a los fueros y privilegios particulares, y ejecutar las órdenes reales. J. Lalinde Abadía (1962). En el caso concreto de Orihuela, ha de advertirse que su lejanía respecto de la sede virreinal, ubicada en la ciudad de Valencia, confería a esta demarcación unas connotaciones especiales, que exigían la presencia de una fuerte personalidad capaz de hacerse respetar e imponer su autoridad sobre complejas redes integradas por señores feudales, oligarquías municipales e incluso alto clero; todos ellos acérrimos defensores de sus correspondientes espacios de poder asentados sobre fueros y privilegios, pero también sobre extensos patrimonios agrarios. J. B. Vilar Ramírez (1981, III, 723-729).

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Para la Monarquía, no siempre resultaba fácil hacer prevalecer sus designios en el territorio, pues necesitaba contar con la activa colaboración, tanto de las elites locales, como de sus propios oficiales integrados en el sistema de la Gobernación. Pero, para que ambas pudieran desplegarse con eficacia, debían complementarse entre sí evitando colisiones y respetando sus respectivos espacios de poder, erradicando actuaciones abusivas, arbitrarias e inapropiadas que pudieran comprometer la supremacía de la justicia regia. En una dinámica a medio y largo plazo, no parece que pueda dudarse de ciertos avances conseguidos en este sentido por Fernando el Católico para imponer su autoridad; aunque bajo el reinado de Carlos I aún habrían de quedar en evidencia no pocas insuficiencias y limitaciones. En el caso concreto de la Gobernación de Orihuela, la mayor parte de estas parecen derivar de los problemas planteados por las recurrentes disputas internas que, desde tiempos medievales, venían enfrentando a los principales linajes de la ciudad, con inevitables ramificaciones en el ámbito señorial, que no era del todo ajeno al sistema de poder urbano. Además, la mayoría de los gobernadores nombrados por el Emperador, dadas sus intensas implicaciones personales y familiares en los bandos oriolanos, tampoco contribuyeron precisamente a imponer el imperio de la ley y el orden en su demarcación. J. Martí Ferrando (2000, 154-175). Más preocupado por llevar a cabo un cercano seguimiento de los problemas que se planteaban en los distintos territorios peninsulares, el Príncipe Felipe, en cambio, pareció mostrar ya desde los inicios de su directa implicación en los asuntos gubernativos un control más directo sobre los oficiales reales y sus líneas de actuación. Y, entre estos, no podía faltar el Portantveus de la Governació General de València dellá Sexona, también conocido simplemente como Gobernador de Orihuela. Cuando, en la primavera de 1548, el heredero de la corona tuvo conocimiento de la elección, por el Emperador, del capitán D. Guillem de Rocafull para desempeñar el mencionado cargo de Gobernador de Orihuela, no pudo resistirse a expresar su decepción, respondiendo a su padre que “se tiene por muy grande inconveniente ser él natural de aquella tierra y de la una parcialidad”. Le recor-

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daba que la provisión del oficio, si bien debía realizarse “como más convenga a su servicio y al bien de la justicia (…), en ninguna parte de sus reynos ha estado tan falta della como aquella ciudad y todo lo que cae en aquel gobierno, por ser de la una parcialidad el que la tenía y regía”. La tranquilizadora respuesta de Carlos, asegurándole “sus buenas cualidades, méritos y servicios (…) ni que pensaría en bandas, ni parcialidades, ni iba con otra intención sino de servirnos” pareció calmar momentáneamente las suspicacias del joven Príncipe. Martí Ferrando (2000, 170-171). Pero los pocos alentadores augurios sobre el futuro mandato de D. Guillem parecieron cumplirse —hasta cierto punto— durante los años siguientes; de modo que, en cuanto se presentó una ocasión propicia, D. Felipe consiguió encontrarle otro destino a Rocafull y designar para el oficio vacante a un personaje con perfil totalmente diferente.

2. La Gobernación de Orihuela A finales de 1552, habiendo alcanzado ya una amplia iniciativa sobre la política de nombramientos y hallándose celebrando cortes, Su Alteza encomendaba a D. Guillem el gobierno de la isla de Menorca, seriamente amenazada por el turco —lo que aquél interpretó como un agravio y degradación, pese a los elogios referentes a su experiencia militar con que se trató de maquillar su remoción2—, al tiempo que llamaba para regir la Gobernación de Orihuela al abulense D. Nuño del Águila. Las razones de esta doble decisión no son difíciles de adivinar, a tenor de la experiencia vivida en la ciudad del Segura durante el último quinquenio. Y, en el caso concreto de la segunda, aunque no fueran expresamente invocadas en el correspondiente privilegio de nombramiento, fechado en Monzón el 26 de diciembre3, sí se desvelan en sendos despachos remitidos —el 14 de marzo de 1553— al recién nombrado, para que acudiera

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Archivo General de Simancas (en adelante AGS): Estado, leg. 313, doc. 136, 155, 276.

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Archivo del Reino de Valencia (en adelante ARV): Real, reg. 335, ff. 208-209.

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con urgencia a tomar posesión, y al Virrey de Valencia, para que le asistiera en todo cuanto pudiera. Al primero le informaba de “las pasiones que hay en la ciudad de Orihuela y los inconvenientes que podrían suceder d’ellas por la división en que está”4; y al segundo le recordaba “el estado en que están las cosas de Orihuela y el daño que podría seguirse así por la diversidad de voluntades que hay en aquella ciudad como para la buena y recta administración de la justicia”5. En definitiva, si de lo que se trataba era de romper cualquier posible hilo umbilical entre el titular de la Gobernación y los bandos oriolanos, como fórmula idónea para conseguir la pacificación, nadie mejor que un extranjero al frente del oficio. Pero, por otro lado, cuesta creer que D. Felipe incurriera a conciencia en la imprudencia que comportaba tal extremo, toda vez que, según privilegios y disposiciones forales, el oficio en cuestión no podía ser ejercido por un castellano. Así se lo hizo ver de inmediato la ciudad de Orihuela, tras consultar a sus abogados, mediante embajada expresa tramitada a la corte para que revocara la designación y elevando el correspondiente “protest i dissentiment” en el acto de jura y toma de posesión del oficio, celebrado en la iglesia catedral oriolana el 29 de abril de 15536. Aunque no ignoraba las razones que habían movido la voluntad real —“evitar las diferencias que hay en la ciudad”, según informaba ésta a sus abogados—, en la misiva dirigida a su Alteza el 5 de mayo, el consistorio oriolano le recordaba que tal designación “es contra fueros, del rey Alfonso, que ningún extranjero pueda tener el oficio en este Reino de Valencia y cuando por escándalos y bandosidades se hubiere de proveer de oficial forastero, que en tal caso sean de los reinos de Aragón y Cataluña, y su Alteza ha jurado guardar los fueros”7.

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AGS: Estado, leg. 313, doc. 156.

5

Ibídem, doc. 157.

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Archivo Municipal de Orihuela (en adelante, AMO): Contestador de 1553, ff. 58v-59, 203-203v, 212-214v.

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Ibídem, ff. 158-158v, 204-204v, 224-225.

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No parece que se diera demasiada prisa D. Felipe en rectificar su decisión, pero, al cabo de varios meses, acabó acatando la legalidad foral mediante la elección de un nuevo Gobernador y tras haber encontrado otro destino a D. Nuño —el corregimiento de la vecina ciudad de Murcia. Naturalmente, el agraciado difícilmente iba a ser reclutado entre la nobleza valenciana, dada la efectiva situación de inestabilidad interna —contemplada en fueros— que justificaba el recurso a un forastero no extranjero; de modo que la designación recayó sobre el aragonés D. Juan de Moncayo, con reciente experiencia de servicio precisamente en la isla de Menorca8. El correspondiente privilegio de nombramiento, expedido en Valladolid el 4 de noviembre, contenía, no obstante, unas cláusulas que fueron consideradas inapropiadas por la ciudad de Orihuela, cuando tuvo conocimiento del texto —seguramente por las connotaciones de interinidad que desprendía, pues aunque la designación se otorgaba por un trienio, dependía del tiempo de estancia de Rocafull en Menorca, que quedaba sujeto “interim ad meram et liberam voluntatem regiam”—; y así lo comunicó para que fueran modificadas. Tras la conveniente rectificación, dos días antes de Navidad era despachado finalmente nuevo documento, que habría de resultar ya definitivo9. De un modo similar a como solía practicarse con los Virreyes, junto al privilegio de nombramiento Moncayo recibió también unas instrucciones particulares, en las que se le indicaban los asuntos más importantes que debía atender y los objetivos inmediatos que debían guiar sus actuaciones10. Su contenido, no demasiado extenso, revela cuales eran las principales preocupaciones de la monarquía, tanto en lo referente a su visión general acerca del dominio y la administración de los territorios que la integraban, como a los problemas particulares que en cada uno de ellos se presentaban, a juzgar por la información recibida —fundamentalmente, pero no solo— a través

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AGS: Estado, leg. 312, doc. 225, 227, 228, 229.

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ARV: Real, reg. 335, ff. 63-65, 96-98; AMO: Contestador de 1553, f. 244; A. Almunia (2008), 251, 252.

10 AGS: Estado, leg. 313, doc. 154, para todo lo que sigue, hasta indicación en contrario.

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de sus lugartenientes generales. Procurar la recta administración de la justicia y hacer prevalecer el imperio de la ley eran objetivos esenciales que D. Felipe nunca dejaría de proclamar. “Principal obligación que los Reyes y príncipes tienen sea mantener en justicia a sus vasallos y proveer que sus ministros la hagan con toda igualdad” es, en efecto, expresión formulada ya en las dos primeras líneas de las instrucciones redactadas para el Gobernador D. Juan de Moncayo. Aún constituyendo lugar común, convenía recordarla expresamente ahora “porque en esta ciudad hay muchos bandos y parcialidades y están divididas las voluntades en dos partes”; de modo que la principal misión asignada al Gobernador era “procuréis por todas las vías y medios que pudieredes, de quietar y pacificar las diferencias y pasiones que entre ellos hay, ayudándoos asi de la vía de justicia como del buen gobierno”. Indicaciones precisas sobre cómo administrar la justicia y el modo de conducirse en el espinoso tema de las composiciones y remisiones de los delitos, según su calidad, así como varias menciones al papel asignado a los miembros de la curia —asesor, abogado fiscal, alguacil— complementaban el listado de objetivos encomendados al noble aragonés. Pero no menos elocuentes de la firme voluntad regia de salvaguardar y acrecentar la jurisdicción real y las regalías resultaban otros tres capítulos que trataban expresamente sobre esta materia. En un territorio donde la lejanía del poder virreinal propiciaba una excesiva —para la Corona— independencia por parte de los señores jurisdiccionales —como sucesos recientes habían tenido ocasión de mostrar11— resultaba esencial utilizar la Gobernación para hacer valer “la real jurisdicción y preeminencia”. Así pues, “porque dentro de esa Gobernación hay muchas baronías”, Moncayo debía “traer gran cuenta y vigilancia en que así en el ejercicio de la jurisdicción real como en las otras regalías y preeminencias reales no se cause perjuicio a los derechos de Su Magestad”. Concretamente, se señalaba al marquesado de Elche como el principal espacio de poder señorial

11 El más significativo se saldó con el célebre ajusticiamiento del barón de Albatera, D. Ramón de Rocafull, que tuvo prolongadas secuelas. Vid. P. Bellot (II, 1954, 123-128).

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a vigilar y donde “habéis de tener mucho cuidado y miramiento en que directa ni indirectamente no se cause perjuicio alguno a la real jurisdicción y preeminencia”, ya que “hay pretensión y diferencias entre los oficiales de Su Mag y el marqués de Elche”; además de que el señorío “parte término con la ciudad de Alicante y otros lugares realengos y por razón de esto ha habido y hay pretensión de agravio”. Dispuesto a perseguir con la mayor firmeza el cumplimiento de los objetivos señalados, Moncayo no tardó en desplegar una serie de actuaciones que muy pronto le valieron las felicitaciones y apoyo de D. Felipe, al tiempo que suscitaban resquemores en algunos de los sectores más directamente afectados. En marzo de 1554, la intensa actividad emprendida en la Gobernación sureña era ya puntualmente seguida por su Alteza a través de una profusa correspondencia directa, en la que no se escatimaban comentarios y valoraciones acerca de los diversos asuntos tratados, además de precisas indicaciones sobre el modo de abordar los más espinosos12. La oposición a la pretensión señorial de erigir una horca —símbolo del mero imperio— en Albatera, “la demostración y ejecución de justicia contra los moriscos de Novelda”, la intervención en “el pleito que hay entre los de Alicante y Castalla”, la persecución y extinción “del monipodio que hicieron los de Orihuela contra D. Guillem”, la restitución del dinero y las prendas aportadas por quienes apostaron acerca del pronto regreso de D. Guillem, la apropiación “del preso inculpado en lo de las muchachas”, la remisión de “la relación de los bienes de los franceses”, “las salidas que habéis hecho para que sepan que en todas partes de ese gobierno se ha de administrar justicia”, fueron algunos de los asuntos que mantuvieron ocupado a Moncayo durante los primeros meses de su mandato “por conservación de la autoridad y jurisdicción real”. Pero el que mayor alcance llegó a adquirir en ese tiempo fue, sin duda, el relativo a su “proceder contra los hombres de Elche que raptaron una doncella en Alicante”13.

12 AGS: Estado, leg. 315, doc. 650, 667, para todo lo que sigue, salvo indicación en contrario. 13 Ibídem, doc. 537, 538, 539, y para todo lo que sigue, relativo a Elche, salvo indicación en contrario.

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La intervención del Gobernador en esta materia, apropiándose la causa judicial correspondiente, toda vez que el delito se había perpetrado en territorio realengo, e incluso tratando de introducirse en el dominio señorial para exigir la devolución de la doncella, suscitó la inmediata reacción del Virrey, el Duque de Maqueda. La posición del alter ego regio, decretando primero la inhibición de Moncayo y —como éste persistiera en reclamar el conocimiento de la causa— ordenando luego su comparecencia en Valencia para dar cuenta de su comportamiento, no se debía tanto al posible exceso de celo puesto en el ejercicio de las respectivas atribuciones jurisdiccionales, cuanto, fundamentalmente, a su condición personal de titular del Marquesado de Elche. El propio interés del Virrey, como señor de los vasallos acusados, en la resolución del contencioso ilicitano se sobreponía, de este modo, al que cabía deducir de su posición en la cúspide del entramado jurisdiccional del reino, al frente de la Audiencia de Valencia. Y esta dicotomía, con las potenciales limitaciones a la acción de la justicia regia que inevitablemente contenía, no podía pasar desapercibida para el Príncipe. Informado de lo acontecido, la inmediata reacción de D. Felipe fue ordenar al Virrey la inmediata liberación de Moncayo y de su asesor Micer Andreu Martí, que se hallaban arrestados en Valencia, y solicitar explicaciones al Marqués sobre su injusto proceder “por ser negocio que tanto toca a la autoridad y preeminencia real”. Con la provisional desautorización de la actuación de su alter ego en esta materia, hasta poder disponer de más contrastada información, Su Alteza insistía en el orden de prioridades a seguir en el manejo de los asuntos gubernativos. Y este mismo criterio fue también el que luego le condujo a matizar aquella primera decisión, una vez adquirido un conocimiento más pormenorizado del tema. Tras considerar las informaciones presentadas por el Duque de Maqueda en su correspondiente “memorial de agravios”, requirió al Gobernador redactase “el descargo a todos los puntos, con los motivos y fundamentos” y su posterior remisión al Consejo de Aragón “para que nos consulte a Nos o a la Princesa, mi hermana, a cuyo cargo queda el gobierno de estos reinos”.

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Habiendo entendido que Su Alteza se disponía a embarcar próximamente para contraer matrimonio con la reina de Inglaterra, Moncayo no dudó entonces en dirigirse —en 9 de abril de 1554— al Emperador para ponerle al corriente de los hitos más significativos que habían jalonado su actividad como Gobernador de Orihuela14. Se presentaba a sí mismo como valeroso restaurador de la jurisdicción real frente a la usurpación a la que la habían tenido sometida tradicionalmente los Maça y la oposición o falta de colaboración de las ciudades y villas reales y baronales. Destacaba sobre todo el conflicto suscitado con el Virrey por la jurisdicción en el Marquesado de Elche, y acababa solicitando una serie de mercedes, tanto para el mayor de sus tres hijos, que cursaban estudios en la universidad de Valencia, y para su hermano D. Jerónimo, como para sí mismo. Concretamente, sus aspiraciones personales se dirigían al desempeño del cargo de Justicia de Aragón, que había quedado vacante por el reciente fallecimiento de su titular, y al que se consideraba inmejorable aspirante “por los muchos años y experiencia que tengo en los negocios de aquel Reino (…) y no es oficio para estar en poder de moços”. Mas no era este el destino que la Corona le tenía reservado, pues, habiendo procreado ya ocho vástagos y solicitado —y obtenido— recientemente licencia para realizar una breve estancia en su tierra natal, D. Juan habría de permanecer todavía varios años al frente de la Gobernación sureña. Durante ese prolongado intervalo temporal, D. Juan de Moncayo, que había recibido inicialmente el apoyo expreso del consistorio oriolano en el pulso mantenido con el Duque de Maqueda, comenzó a asistir, sin embargo, a un paulatino deterioro, que pronto derivó en declarado enfrentamiento, en sus relaciones con la oligarquía urbana. La enconada defensa de la jurisdicción real que no cesaba de proclamar —y de practicar— y del espacio de poder correspondiente al oficio que desempeñaba había contado con el reciente respaldo del Príncipe, incluso frente a los intentos de la Audiencia de Valencia de invadir sus competencias. Según le indicaba aquel en marzo de 1554.

14 AGS: Estado, leg. 316, doc. 65.

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En lo de las evocaciones que se hacen por los de la Rota de Valencia de las causas que ahí se ofrecen, nos maravillamos mucho que las hagan en causas interlocutorias, ni menos en las otras criminales que escribís, y visto el impedimento que de ello resulta a la buena administración de la justicia escribimos al Duque [de Maqueda] y a los de la Rota que luego revoquen las evocaciones y restituyan las causas a esa Governación y de aquí adelante no evoquen más por causa ninguna de las de esa Governación en primera instancia, si no fuere con urgentísimas qualidades, con lo qual os quedarán libres las manos para hacer justicia como conviene15.

También en esta pugna entre ambos tribunales reales, el Gobernador podía contar con el apoyo de la ciudad, cuyo vecindario no se vería así obligado a pleitear en Valencia, ahorrándose con ello costes procesales. Pero el reforzamiento de su figura institucional que de ello pudiera derivarse debía respetar unos límites impuestos por los más firmes guardianes de la integridad jurisdiccional del espacio político municipal. Desde los primeros meses de 1555 se detectan ya una serie de intromisiones de Moncayo en asuntos reservados a los diversos oficios municipales de la ciudad de Orihuela, que comenzaron a suscitar, más que encendidas protestas, denuncias directas ante el alto tribunal valenciano. La invasión del espacio jurisdiccional correspondiente al poder urbano por parte de los Gobernadores distaba de ser práctica desconocida en Orihuela, pues sin duda eran bastantes los precedentes que podían aducirse. Pero quizás ahora esa dinámica estaba alcanzando una difusión e intensidad muy superiores a las de cualquier época anterior, con el consiguiente menoscabo —e incluso manifiesto desprecio— de la autoridad que los ediles representaban. Estos, que tenían aprendido un discurso de la fidelidad monárquica bien estructurado, declarándose solidarios y copartícipes del acrecentamiento de la jurisdicción real —sobre todo,

15 AGS: Estado, leg. 315, doc. 667.

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frente a los señores externos al marco urbano—, como “padres de la república” debían velar al mismo tiempo por la conservación de las “libertades”, fundamentalmente municipales, que las supuestas veleidades del Gobernador hacían peligrar. Sus invocaciones a la persecución del bien común, de la recta administración de la justicia y de la extirpación de todo género de abusos tampoco solían faltar en un arsenal dialéctico destinado a contemplar el respeto a la jurisdicción y competencias de las magistraturas urbanas, sustentadas por el ordenamiento foral, como una forma de preservar también el poder real. La intromisión de Moncayo en la jurisdicción del justicia criminal, que había apresado y posteriormente liberado a un reo, una vez firmada la paz y tregua, había llegado al punto de invalidar los actos ejecutados por aquel y de impedirle la posibilidad de apelar ante la Real Audiencia. A la práctica continua de imposición de composiciones y multas a los presuntos amancebados y jugadores, contra fueros y recientes sentencias que habían declarado no ser asuntos de la incumbencia del Gobernador, se añadía la requisa y apropiación de armas prohibidas, que reclamaba para sí también el justicia criminal. Extemporáneo fue considerado asimismo el bando que ordenaba la realización de un alardo y desfile, con exhibición de armas y caballo, por parte de los caballeros y ciudadanos oriolanos. Y contrario a la costumbre, al tiempo que lesivo a la jurisdicción de los lugartenientes del Justicia en las aldeas dependientes de la ciudad, fue considerado el nombramiento, por parte del Gobernador, de subrogados propios en dichos núcleos poblacionales. Las denuncias contra Moncayo incluían, en fin, hasta la detención y apresamiento del emisario que el consistorio había designado para acudir a Valencia a informar al Virrey de “las vexaciones que recibe del Governador y su Asesor, que usurpan cada día la jurisdicción de sus ordinarios”, y del abogado ordinario que suministraba el asesoramiento jurídico para la defensa de los derechos y privilegios de la ciudad16.

16 AMO: Contestador de 1555, ff. 71-71v, 71v-72, 74-74v, 166-166v, 167-168v, 169-169v; ARV: Real, reg. 1430, ff. 243v-246, 260-261v.

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Dada la amplitud y magnitud de las acciones denunciadas, el alto tribunal valenciano, haciendo gala de su elevada posición en la impartición de una justicia regia garante de los derechos de todos los súbditos, no tardó en desplazar a Orihuela un comisario extraordinario —micer Jeroni Arrufat— a recabar in situ información de testimonios acerca de un total de 30 items, que contenían otras tantas acusaciones o relaciones pormenorizadas de actuaciones supuestamente indebidas o vejatorias cometidas por el Gobernador o su Asesor. Se presentaba así a la consideración del comisario valenciano un extenso abanico de excesos y de abusos de poder, atribuidos a la prepotencia, arbitrariedad e incluso interés personal con que el Gobernador y sus oficiales desarrollaban su actividad, con evidente menoscabo de la autoridad de los munícipes y, en consecuencia, del espacio político correspondiente al poder urbano. A las acusaciones ya vertidas en las primeras denuncias, se añadían ahora —entre otras— informaciones relativas a la implicación personal de Moncayo —menos por acción que por omisión— en las bandosidades locales “de tal forma e manera que estant com està la present ciutat divisa y en parcialitats estigue en punt de perdre.s” debido a su inoperancia. Otras dos piezas de interrogatorios, que añadían nuevas acusaciones y formaron parte del mismo proceso judicial instado en 1555 ante la Real Audiencia por las autoridades municipales y varios particulares de Orihuela contra el Gobernador, pero también contra su Asesor —Micer Andreu Martí— y su Alguacil —Antonio Almunia—, evidenciaban las tensiones generadas entre ambas instancias de poder17. Y, en los años siguientes, éstas apenas tendrían ocasión de remitir. En 15 de diciembre de 1556, y en virtud de autorización recibida del consell dos meses atrás, fue redactado por el equipo gobernante en el consistorio oriolano un pliego de instrucciones con los asuntos a tratar por el embajador, Ginés Vilafranca, que debía entrevistarse con el Emperador tras su reciente regreso a “estos sus reinos de España”. Y, entre los negocios encomendados, no

17 ARV: Real Audiencia. Procesos, 2.ª parte, letra S, exp. 80, apéndice.

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podían faltar claras referencias al contencioso con Moncayo, hasta el punto de erigirse en el principal motivo de la embajada. Se recordaba, así, cómo durante las últimas cortes celebradas en Monzón se concedió el mandato del Gobernador por un trienio; por lo que, una vez transcurrido ya ese plazo, D. Juan debía ser removido en el cargo y sometido a residencia. Se solicitaba también que la Real Audiencia agilizara el proceso pendiente contra aquel y, mientras tanto, “que lo dit Governador no.s entrometa en les coses dels dits jurats ne en llurs officis”18. Quizás porque la comisión otorgada a Vilafranca se otorgaba para un máximo de dos meses de estancia en la corte, o bien porque la nueva composición del consell y de los cargos de justicia civil y criminal —sorteados el 28 de diciembre— aconsejaban una renovación de la embajada, el 31 de enero siguiente fueron redactadas nuevas instrucciones para el nuevo negociador ante la regente D.ª Juana, Pere Guilabert. Además de informarse del estado de las negociaciones a través de Vilafranca, a quien debía notificar la orden de regreso a Orihuela, los puntos a plantear por Guilabert eran sustancialmente los mismos que figuraban en la anterior instrucción, con dos adiciones: la referencia a la usurpación jurisdiccional perpetrada por Moncayo en su reciente intento de someter a residencia al justicia y a los jurados, apropiándose atribuciones que no le competían, y la solicitud de compulsa de las informaciones obtenidas el año pasado por el comisario Arrufat19. Por razones que se ignoran, la embajada de Guilabert parece que no llegó a hacerse efectiva, sin embargo, hasta varios meses más tarde, pues —además de no conservarse el menor rastro de sus gestiones durante el invierno y la primavera de 1557— en 29 de junio fue designado nuevamente por el consell para solicitar en la corte el envío de un juez de residencia contra los oficiales reales. Pero habrá que esperar todavía a septiembre para que comiencen a recibirse en Orihuela sus informes sobre los distintos asuntos que

18 AMO: Lib. n.º 2033, ff. 80-81. 19 AMO: Contestador de 1557, ff. 166-170v.

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le ocupaban en la corte vallisoletana. Fue el 4 de noviembre, finalmente, cuando se decidió ordenar su regreso, al no haber podido conseguir sus propósitos principales en esos momentos: la remoción y el envío de un juez de residencia contra Moncayo —cuyo nombramiento había sido expresamente prorrogado el 23 de diciembre del año anterior20— y la suplicación ante el Consejo de Aragón de una sentencia condenatoria contra el lugarteniente del justicia criminal —Nicolau Rocamora— dictada por aquel en proceso de residencia21. Y, precisamente por entonces, acababa de producirse otro suceso que también contribuiría a tensar las relaciones entre el Gobernador y una parte cualificada del equipo consistorial, hasta acabar precisando nuevamente la intervención directa del Virrey; pero, en este caso, para reconvenir a D. Juan, aunque sin otorgar tampoco la razón a la ciudad. Resuelto a no dejar pasar ocasión para intervenir en los procedimientos electorales y aprovechando las disensiones internas surgidas en el seno de la oligarquía municipal, Moncayo se acogió a los impedimentos interpuestos por varios jurados a Joan Rocamora, que había sido agraciado en el sorteo para ejercer el oficio de almotacén, y le prohibió ejercer el cargo. La parte del consistorio favorable a la toma de posesión y juramento del oficio por parte de Rocamora acudió entonces ante el Virrey, denunciando que el Gobernador se había entrometido en materia insaculatoria, que no concernía a su jurisdicción, al tiempo que conseguía interesar al Bayle, en tanto que representante del Real Patrimonio, para que encomendara a aquel provisionalmente el oficio. De un modo u otro, de lo que se trataba era que se permitiera a Rocamora ejercer como almotacén; y así fue ordenado finalmente por el Virrey el 15 de enero de 1558, tres meses y medio después de haberse sorteado el oficio22. A lo largo de ese año las relaciones entre Moncayo y el consistorio parecen girar fundamentalmente en torno a las exigencias

20 ARV: Real, reg. 341, ff. 266v-267, 278v-279. 21 AMO: Contestador de 1557, ff. 555, 576, 577. 22 AMO: Contestador de 1558, ff. 44, 91-91v, 92-92v, 101.

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militares que el primero reclamaba para poder atender la defensa del litoral alicantino frente a las amenazas del turco y de los piratas berberiscos, que se habían agravado a principios de julio. La tenaz resistencia mostrada por la ciudad a enviar un socorro de 200 arcabuceros, invocando el respeto a los privilegios que establecían y limitaban sus obligaciones al respecto, así como la necesidad de defender su propio litoral —tan extenso como el alicantino—, tuvo que ser finalmente doblegada merced a las amenazantes requisitorias del Virrey y de otros altos oficiales regios, que, secundando las apreciaciones al respecto de Moncayo, reiteraban “no entender de privilegios” ante la gravedad del peligro otomano23. En el año de 1559 parece asistirse a una tregua en la evolución de las tensiones que se venían arrastrando en Orihuela entre el delegado territorial del monarca, en su empeño de no cejar en todo lo que pudiera fortalecer la jurisdicción que representaba, y la oligarquía municipal, celosa defensora de los privilegios en que se sustentaba el espacio de poder que trataba de controlar y preservar. Posiblemente la nueva composición del consistorio, menos proclive a enfrentarse con el Gobernador, habría tratado de limar asperezas y templar los ánimos, evitando motivos de fricción, en un año presidido por la lucha contra la peste cono principal preocupación24. Y aunque para el año siguiente carencias documentales impiden precisar el desarrollo el aquella dinámica, referencias indirectas permiten inferir que se reavivó la polémica acerca de algunas antiguas cuestiones, como el nombramiento en las aldeas, por parte del Gobernador, de subrogados que reforzaban su capacidad de control sobre el territorio, en detrimento del ejercido tradicionalmente por la ciudad a través de las lugartenencias de las magistraturas urbanas. En este contencioso, Moncayo habría recibido orden de renunciar a esa práctica, así como a la de nombrar más de un alguacil —por atentar, en este último caso, contra lo dispuesto en

23 Ibídem, ff. 421-422, 437-464; AGS: Estado, leg. 324, doc. 13, 71. 24 Así parece desprenderse de la consulta de la documentación recogida en AMO: Contestador de 1559.

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cortes del Reino25—; mas no parece que se mostrara muy dispuesto a ejecutarlas con prontitud. Para 1561, en cambio, sí es posible asegurar que se reactivaron los litigios entre ambas partes ante la Audiencia valenciana, al tiempo que la ciudad enviaba nuevamente emisarios a la corte para tratar de mover a su favor la voluntad del Monarca, informándole de los agravios de que era continuamente objeto por parte del representante regio. Se denunciaba así, una vez más, una serie de actuaciones desplegadas por el Gobernador mediante las cuales trataba nuevamente de inmiscuirse en un asunto que el consistorio consideraba ajeno a sus competencias y cuyo riguroso seguimiento había derivado en manifiestos abusos jurisdiccionales. Moncayo había obtenido autorización regia para obtener informaciones acerca del grado de cumplimiento de la tradicional obligación que recaía sobre las autoridades municipales de destinar cada año 75 libras de moneda al mantenimiento y reparación del castillo de Orihuela. Desconfiando de algunas de las declaraciones arrancadas a los interrogados, el Gobernador exigió la documentación contable del municipio para comprobar los recibos y las órdenes de pago; lo que provocó el inmediato rechazo del consistorio. Según exponía en su alegación ante la Audiencia valenciana el síndico de la ciudad —el 24 de septiembre—, la comisión otorgada al Gobernador no incluía la pretendida inspección contable; y ya el obrero, como oficio municipal encargado expresamente de las obras del castillo, definía sus cuentas de forma ordinaria ante el bayle, que era el administrador del real patrimonio26. El estado de las cuentas municipales y los libros donde se recogían constituían uno de los secretos más celosamente guardados por la oligarquía municipal, que no estaba dispuesta a consentir que, bajo ningún pretexto, el Gobernador penetrara en los entresijos de tan valioso arcano.

25 Según A. Almunia (2008, 267), mediante provisión real de 1 de julio de 1560. No obstante, justamente un año más tarde el síndico de Orihuela realizaba instancias ante la Audiencia de Valencia denunciando que el Gobernador incumplía una provisión virreinal de 29 de marzo de 1555 al contar con dos alguaciles. ARV: Real Audiencia. Procesos, 1.ª parte, letra S, exp. 114. 26 ARV: Real Audiencia. Procesos, 2.ª parte, letra S, exp. 168.

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Pese a las elevadas penas impuestas por Moncayo a las autoridades municipales que desobedecían sus órdenes —1.000 libras de multa y el embargo de los bienes muebles poseídos—, la embajada tramitada a la corte surtió relativo efecto, al decretarse nuevamente, en diciembre de ese año, el envío del Dr. micer Geroni Arrufat para informarse in situ acerca de las acusaciones cruzadas que se lanzaban las partes contendientes. Entre las presentadas por la ciudad —que llegaron a superar las dos decenas, cuando, en fases ulteriores del proceso, que continuó hasta 1563, se añadieron nuevas réplicas y contrarréplicas a las iniciales— destacaban, una vez más, los abusos, arbitrariedades y omisiones cometidos en la administración de justicia y las intromisiones perpetradas en el ámbito de competencias reservado al poder municipal27. En relación con los primeros, por ejemplo. se ofrecían detalles sobre la impunidad con que fue asesinado, a las puertas de la catedral, un hermano de un jurado, por varios caballeros y ciudadanos honrados que se acogieron de inmediato al asilo religioso y luego paseaban públicamente por la plaza; o el altercado, con heridos y efusión de sangre, suscitado en torno a la provisión de la plaza de maestro de capilla; sobre el refugio que prestaba el señor de Albatera, D. Enrique de Rocafull, en su baronía a muchos delincuentes; o sobre los desafíos que continuaban dirigiéndose las principales casas nobiliarias, así como varios caballeros y ciudadanos honrados, sin que el Gobernador hiciera nada por imponer su autoridad “y así se causó mucho daño y se renovaron en dicha ciudad las antiguas enemistades y bandos”. Dada su avanzada edad y los achaques de gota que le aquejaban, Moncayo tampoco estaba en condiciones — según la oligarquía municipal— de ocuparse de la defensa militar del territorio. Por el contrario, solamente se interesaba por invadir espacios jurisdiccionales que le eran ajenos, como entrometerse en “unes ordinacions per lo que convenía a la provisió de vitualles y bastiments” dictadas por los jurados; y perseguir a

27 Procede toda la información que sigue, hasta que se indique otra cosa, de los dos procesos siguientes: ARV: Real Audiencia, Procesos de Madrid, letra J, n.º 127; y letra S, n.º 57.

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quienes osaban contradecirle, como el abogado de la ciudad —que se hallaba preso y con sus bienes embargados—, e incluso al propio asesor de la curia de la Gobernación, Micer Andreu Martí, cuyos sabios consejos y puntual conocimiento de los fueros y privilegios que estaba obligado a respetar trataba por completo de ignorar. A estas acusaciones personales se añadieron también otras —presentadas a título particular por un jurado— relativas a su lugarteniente, el ciudadano honrado Pere Carbonell, que asumía el mando en la ciudad cuando Moncayo se hallaba en Alicante o fuera de Orihuela (D. Bernabé Gil, 2014, 36, 38). Según concluía el informante, tras relatar varias actuaciones y omisiones concretas, Carbonell disimulaba con los delincuentes “por tener con ellos el deudo que tiene (…) y trayendo la vara de Teniente, come y bebe con ellos, y el dicho cargo no le tiene sino por poder, a mano de oficio, vender sus cosechas bien vendidas y sacarlas a Reynos extraños y desproveer la tierra y sacar las rentas y diezmos a menos precio”. Tampoco el alguacil se libró, en fin, de las invectivas de los denunciantes, cuyo objetivo principal era, no obstante, conseguir del monarca que Moncayo “fuesse removido, y como las cosas en lugar de tomar enmienda ayan siempre peorado (…) que el dicho D. Juan no persevere en dicho cargo” En sus repuestas a las múltiples acusaciones “tan siniestras y falsas” de que era objeto, que trató de desmentir una tras otra, el procurador del Gobernador comenzó cuestionando la representatividad de sus contrincantes, “pues solo tres jurados se han hallado en su nominación, y no quisieron juntar consejo porque no les impidiesen” la presentación de aquellas, que eran producto únicamente “de pasión y no de celo de justicia como ellos predican”. Haciendo memoria del momento en que Moncayo tomó posesión del oficio, ocho años atrás, señalaba que entonces: Halló las pasiones y enemistades antiguas más claras y descubiertas que nunca lo estuvieron, a causa de la remoción del oficio de D. Guillem, y después que el dicho D. Juan llegó, con su buena diligencia y cuidado vinieron la una parcialidad y la otra a tractarse y comunicarse en tanto grado que mez-

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clados los unos y los otros jugaron cañas y los más días a la pelota, lo que nunca en Orihuela hasta entonces se había visto, y los principales de los bandos que son Rocafulls y Masquefas han comido juntos y dormido, lo que nunca se creyó; y si de ocho años a esta parte se han renovado las enemistades antiguas es porque un hermano de un jurado que hoy es deudo y valedor de los Masquefa dio de palos a un caballero valedor de los Rocafulles, de donde nació el desafío, y así por culpa dellos y no suya se han renovado las enemistades, las quales el dicho Governador tenía extinctas y apaciguadas.

No negaba, por tanto, que las luchas de bandos habían arraigado nuevamente en Orihuela; pero no podía acusarse al Gobernador de desidia en su persecución, ya que los desafíos se sucedían de tal modo que no daba tiempo siquiera a prevenir su ejecución. Recientemente se había conseguido prender a uno de sus protagonistas, “D. Luis de Rocafull, el mozo”, a tres leguas de la ciudad; pero teniendo ya: Concertada su paz con D. Jaime Rocamora, que era la otra parte, tornaron de nuevo a enviarse carteles los que estaban libres, que es el Señor de Albatera y su tío D. Luis el Viejo, y D. Juan y D. Jaime Rocamora, de modo que antes se supo que estaban malheridos que desafiados28.

También rechazaba Moncayo, naturalmente, los supuestos abusos y arbitrariedades en la administración de la justicia, así como su pretendida incapacidad física para desempeñar todas las funciones que eran propias de su oficio. Y en cuanto a sus hipotéticas intromisiones en “cosas tocantes al bien de la república que jurados y consejo de aquella ciudad hayan hecho”, solo recordaba haber intervenido contra una provisión de aquellos en que ordena-

28 Ofreció una sucinta relación de estos bandos, a principios del siglo XVII, P. Bellot, 1954, II, 128-131.

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ban la reducción de la barchilla con la que se medía el grano. Mas se trataba, con tal actuación, de proteger el bien común, pues se hizo a requerimiento del almotacén, que era “plebeyo y zeloso de la honrra de Dios”, mientras que “los jurados y la mayor parte de los consejeros son trigueros y ricos y quieren beber y consumir la sangre de los pobres (…), que si el Governador les dejara, la gente que poco puede quedaría para siempre destruida”. Por esta misma razón tuvo que intervenir en otra ocasión al tener conocimiento “que los dichos jurados dexaban cargar una nave de trigo para Génova habiendo falta en el Reino de Valencia”. Y, más aún, era precisamente la directa implicación de su asesor en estos turbios negocios, como “principal triguero”, lo que explicaba el sentido de sus consejos, contrarios a cualquier intervención. No negaba, por tanto, que las relaciones entre ambos se habían ido deteriorando últimamente; hasta el punto de acabar solicitando: Que V. Magd mande que los oficiales reales que en aquella Governación hay sean estrangeros de la dicha Governacion, señaladamente el assessor, que es el que más importa y con quien el Governador ha de tractar siempre, el qual es muy emparentado, y por haverle quitado el dicho Governador unos salarios de cuentas que pretendía ser suyos, y por no haver querido aconsejarse con él en las dichas causas, se ha vuelto contra él y a favor de la ciudad (…) y como él y sus deudos y nombre es de la una parcialidad en estos bandos pasados se ha hallado el dicho Governador solo y sin tener ningún consejo.

Acerca de su lugarteniente, Pere Carbonell, Moncayo no albergaba, sin embargo, la menor duda sobre su integridad y honradez, pese a ser vecino de Orihuela y, por tanto, emparentado con algunos miembros de la oligarquía municipal. Si lo había mantenido en el cargo, siendo oficio de libre designación del Portantveus —a diferencia del asesor, que era de nombramiento regio—, se debía a su experiencia y excelentes referencias, “por la buena fama y costumbres que tiene y porque Don Guillem de Rocafull y Don Nunyo del Aguila

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le tuvieron en el mismo cargo y porque en toda la ciudad no hay hombre menos apasionado por ser deudo de las dos parcialidades”. Además de defenderse y replicar a las acusaciones vertidas sobre su gestión al frente de la Gobernación, Moncayo se permitió presentar a la consideración de la superioridad unos “Advertimientos que paresce se deven proveher para la buena administración de la justicia de la gobernación de Orihuela”, integrados por un total de 14 capítulos, entre los que no faltaban algunos alusivos a la necesidad de fortalecer la autoridad del oficio que desempeñaba. En algún caso, ese reforzamiento se haría a costa de otras instancias regias, como la facultad de mudar de asesor y de abogado fiscal cuando les tuviera por sospechosos “por adherencias que no son de las causas que el fuero da para poderlos remover”, aunque ello suponga aumentar sus salarios “y convendría mucho, como dicho tengo, que no fuesen naturales aunque sean regnícolas”. Pero, en otros, sus propuestas socavaban las atribuciones tradicionales del consistorio. Tales eran la de poder avocarse a su curia “algunas causas criminales que se tractan en la del justicia, y que estos no pudieran componer causas de muerte”, así como que se permitiera la práctica de nombrar subrogados propios en los municipios de realengo. Pero quizás los puntos más sensibles a la oligarquía oriolana eran el octavo y el noveno, que contenían, respectivamente, la solicitud de que el Gobernador interviniese en las habilitaciones de candidatos a la insaculación y alardes para el sorteo anual de los oficios municipales y la supresión de la atribución conferida al bayle de completar los escaños vacantes en el consell cuando el número de insaculados hábiles no alcanzaba la cuarentena, pues “siempre nombra a unos, de manera que se pueden decir consejeros perpetuos”29. Y también los capítulos sexto y duodécimo hubieran significado un control financiero posiblemente externo que ninguno de los municipios de realengo hubiera aceptado de buena gana del modo en que fueron planteados; pues lo que en uno se pedía

29 Sobre la práctica insaculatoria en Orihuela durante esos momentos, D. Bernabé Gil, (1989).

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era “que haya un racional en aquella Gobernación para las cuentas de las ciudades y villas reales d’ella, porque como los jurados que salen dan cuenta a los que entran, se cumple aquel refrán hazme la barba etc.”, mientras que el otro contemplaba la intervención de “una persona por el Obispo y el Governador” en la rendición de cuentas de los administradores de las fábricas parroquiales, que eran reclutados entre las oligarquías municipales30. Ninguno de estos “advertimientos” tuvo de momento la pretendida satisfacción —aunque inspiraron reformas estatutarias posteriores—; y tras las informaciones recibidas in situ por Arrufat, que no consiguieron probar la culpabilidad del Gobernador en los cargos más graves que se le imputaron, el Consejo de Aragón finalmente, mediante sentencia firme publicada en Madrid el 8 de junio de 1563, resolvió su absolución y la condena en costas a la ciudad, que habría de hacer frente asimismo a las dietas originadas por el comisario valenciano durante los meses de estancia en Orihuela, con un desembolso conjunto superior a las 1.500 libras. Pero el espaldarazo recibido por el alto oficial real que esta decisión representaba no consiguió amedrantar a un cualificado sector de la oligarquía municipal, que justamente un año más tarde volvía otra vez a la carga para tratar de conseguir nuevamente su destitución. Previamente, y aprovechando el marco de las cortes iniciadas en Monzón antes de finalizar ese mismo año, el síndico de Orihuela habría tratado de presentar la solicitud de que el Gobernador fuera oficio trienal y sometido a residencia; pero los “tratadores” de las mismas no debieron considerarla oportuna, de modo que en las decretos finales —publicados por E. Salvador Esteban (1977)— no quedó recogida disposición alguna al respecto. En una de las cartas enviadas al consistorio dando cuenta del estado de las negociaciones de cortes, el síndico oriolano en las mismas, Ginés Vilafranca, informaba —el 30 de diciembre— que la principal oposición procedía del brazo eclesiástico, donde Moncayo tenía

30 ARV: Real Audiencia, Procesos de Madrid, letra J. n.º 127, ff. 26v-29v, para estos 14 capítulos.

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parientes y cierto comendador —ha de suponerse que de la Orden de Montesa— albergaba alguna aspiración al oficio, siempre que su duración no quedara tan limitada31. Ante los obstáculos que —como era el caso— las cortes solían interponer a peticiones que no contaran con suficiente respaldo o afectaran a interés de tercero —contribuyendo, con ello, al desarrollo de la embajada como instrumento alternativo de negociación directa con el monarca. D. Bernabé Gil (2007)—, el 24 de junio de 1564, tres meses después de clausuradas aquellas, eran redactadas y entregadas a un nuevo embajador enviado a Madrid las instrucciones a que debía atenerse para tratar directamente con el Consejo de Aragón. Y entre ellas destacaba, como misión principal, conseguir de Su Magestad “que Don Juan Moncayo no torne més a esta ciutat per Governador, perque serà total destrucció de aquella y que sía servit provehir de altre Governador ad trienium y ab sa residència”. También debía insistir el mensajero —Honorat Togores, que a la sazón ocupaba la lugartenencia del Bayle General— en que se proveyera con la mayor rapidez la asesoría de aquel, ya que Micer Andreu Martí había renunciado al oficio —seguramente, por haber perdido la confianza de Moncayo32. Pero, al igual que había ocurrido ya tres años atrás, tampoco en esta ocasión hay indicios de que la embajada se llevara a efecto de inmediato, pues el asunto no volvería a ser mencionado hasta el 3 de noviembre. Ese día se leyó y sometió a la aprobación del equipo consistorial una carta firmada por tres jurados y dirigida al Consejo de Aragón en la que se arremetía contra la forma de gobierno de Moncayo: Por los contrafueros e injusticias y maltratos que hace (…) que no entiende sino en inquirir (…) contra los que rigen y gobiernan sobre las cosas del regimiento (…) que no podemos entender (…) pensando que sus intenciones y propósitos

31 AMO: Contestador de 1564, f. 30. 32 Ibid, ff. 313-317v.

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han de causar algunos daños a esta república (…), lo qual, si no confiásemos que V. Magd nos ha de librar de este intolerable yugo, dexaríamos del todo de fuerza, sin querer alguno entender en el regimiento, pues de bien regir no reportamos sino molestias y trabajos del dicho Governador, el qual, aunque por privilegios (…) los Governadores no se pueden entrometer en las cosas ni personas del regimiento de las ciudades, villas y lugares del Reino (…) como sea tan apasionado no se espera que cosa recta salga de sus manos, (…) suplicando su real clemencia sea servida apiadarse ya de esta su ciudad tan afligida y descompuesta por no tener cabeça mayor justa e igual para todos, porque de ello Dios y V. Magd. quedarán muy servidos y esta tierra apaciguada y bien regida33.

Aunque no se mencionaban hechos concretos, el tono de la misiva —coherente con ese discurso de la oligarquía municipal sobre el fortalecimiento de la justicia y la conservación de las libertades que, como padres de la república, les correspondía proteger— debió parecer, sin embargo, excesivo al justicia criminal, que se pronunció en contra de su remisión a la corte y promovió un debate abierto acerca de su oportunidad, en el que consiguió el valioso apoyo —con matices— de un jurado de su mismo linaje. Por su parte, el Gobernador debió tener algún conocimiento de lo que se tramaba, pues desplegó algunas actuaciones intimidatorias34. Mientras tanto, el embajador Togores continuaba esperando desde la corte instrucciones precisas para saber qué baza jugar con suficiente respaldo. Pero, al parecer, la falta de unanimidad y la táctica dilatoria aplicada por el justicia —saliendo de la sala en el momento de la votación, para asistir a un entierro, del que ya no regresó— evitó que durante ese año se planteara abiertamente la

33 Ibid, ff. 259-260. 34 Ibid, ff. 261-262v.

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solicitud de remoción de Moncayo35; aunque no por mucho tiempo, pues el 28 de diciembre se sorteaba el oficio de justicia criminal. El 7 de febrero de 1565, en efecto, un nuevo embajador designado para marchar a la corte, Berenguer Manrresa, recibió nuevas instrucciones, no muy diferentes de las redactadas el año anterior, y nuevamente con el mandato expreso de solicitar “que don Juan de Moncayo sia remogut de Governador per los scàndols que cada dia se moven per ell en la terra”. También se le adjuntaron memoriales que contenían informaciones concretas sobre “maltractes y desacatos e injuries que dit don Joan de Moncayo fa e Micer Jordi son asesor y altres officials seus per lo que toca al servici de Sa Magd be y sosego desta terra”, en clara referencia a la implicación del sistema de la Gobernación en su conjunto, al tiempo que se pedía que actuaran como comisarios investigadores los Inquisidores del tribunal de Murcia “per ser persones calificades justes”36. Pero tampoco en esta ocasión es posible asegurar que, efectivamente, el embajador —que, al igual que su predecesor, debía ocuparse también de otros asuntos— llegara a plantear el tema del Gobernador en la corte. Posiblemente las divisiones en el seno de los equipos dirigentes acabaron una vez más bloqueando tales tentativas. Quizás resulte algo más que anecdótico, a este respecto, que, dos meses después del sorteo de los jurados y consiguiente renovación del consistorio, Moncayo respondiera desde Alicante —el 30 de julio de 1565— a una carta de estos en la que aseguraba “les tengo en mucha merced el buen acuerdo y memoria que de mí tienen“, aceptaba la invitación recibida y prometía que, aunque estaba acatarrado, “iré a regocijarme estas fiestas con vs. ms. y a servirles en ella y en lo que me quisieren mandar”37. Sea como fuere, hasta las postrimerías de su mandato en Orihuela, D. Juan tuvo siempre enfrente a un cualificado sector de la oligarquía municipal, dispuesto a no dejar pasar la menor ocasión para expresar

35 Ibid, ff. 156-157. 36 AMO: Contestador de 1565, ff. 79-81. 37 Ibid, f. 621.

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su más firme rechazo a su estilo de gobierno. Pocas semanas antes de producirse su relevo al frente de la Gobernación, todavía eran redactadas unas instrucciones sobre los asuntos que el síndico de la ciudad debía negociar en la corte virreinal, tras besar las manos del reciente titular de la Lugartenencia, el Conde de Benavente. El asunto capital era informar “sobre que lo Governador de Oriola, en causes peculiars dels jurats y negocis de la ciutat en les quals aquell no.s pot entrometre, cascun jorn nos inhibeix, de forma que no.s pot veure lo fi dels negocis ni es pot fer justicia”. Y, a continuación, se detallaban algunos de ellos, entre los que adquirió especial desarrollo —y heredó su sucesor en el cargo— uno relativo a la forzada apropiación de dinero procedente de las carnicerías urbanas para el pago de bagajes y alojamientos de los soldados38. Pero el 3 de julio de 1567 era despachado en Madrid el privilegio de nombramiento del también aragonés D. Enrique de Palafox para desempeñar la Gobernación oriolana; aunque la jura solemne y toma de posesión del cargo en la catedral no se produjo hasta el día 4 de octubre. Moncayo había sido separado del mismo a petición propia “para retirarse en su casa”, dados los múltiples achaques que le venían aquejando, y a plena satisfacción del monarca que le había elegido y reelegido39. La opción, nuevamente, de un aragonés para ocupar aquel oficio daba a entender que persistía la situación de inestabilidad y de división interna en la ciudad. Y, en efecto, D. Enrique tendría pronto ocasión de comprobarlo personalmente, por mucho que la oligarquía tratara inicialmente de ocultarlo para no ofrecer una mala impresión. Así, el día antes de su anunciada entrada en Orihuela, y tras haberse “movido muy gran contención” en la ciudad entre los jurados y algunos oficiales acerca de las precedencias en el recibimiento con que había que agasajarle, se optó por esperarle en la catedral para que D. Enrique “no conozca que entre nosotros hay rencor”40.

38 AMO: Contestador de 1567, ff. 45, 87v, 100. 39 Ibid, ff. 260-263v. 40 Ibid, f. 93.

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En cuanto a Moncayo, tampoco parece que la oligarquía mantuviera un criterio unificado cuando se planteó la posibilidad de presentar agravios formalmente, al ser objeto de residencia tras haber finalizado su mandato41. El 7 de octubre, el síndico de Orihuela en Madrid informaba que acabada de ordenarse dicha residencia “ex officio”, por si la ciudad estimaba que debía sumarse mediante petición expresa; y el 1 de noviembre se publicaba en Orihuela su ejecución por el comisario encargado de realizarla, el doctor de la Audiencia Micer Vicent Escrivà, para que en el plazo de 30 días cualquiera pudiera presentar alegaciones contra la gestión de aquel. Amparados por tal disposición, el día siguiente quedaron emplazados por el equipo consistorial el abogado y el síndico de la ciudad para instar las acciones oportunas “contra dit don Juan de Moncayo, axi per escrit com de paraula, tots e qualsevol greuges e demandes, aixi civil com criminalment, davant lo dit jutge, ab totes les incidencies necessaries e oportunes a tota utilitat y redreç de la dita e present ciutat”. Una semana más tarde, el abogado de la ciudad, Micer Juan García, presentaba ya ante el consell un pliego de capítulos que contenía las acusaciones contra Moncayo para su aprobación; pero, en el momento de la votación, las opiniones estaban muy divididas y no se adoptó resolución. Prorrogado el debate para el día siguiente, en la sesión celebrada al respecto por los jurados y el justicia tampoco se consiguió la unanimidad; por lo que ignoro si realmente llegaron a presentarse

41 El mismo día —3 de julio— en que se despachaba el privilegio a Palafox, se comunicaba desde Madrid al Virrey que “paresce cosa justa que, dexándole (el cargo), Don Juan dé de si mismo la satisfacción que dispone el fuero que tracta en esto a las personas que pretendieren alguna quexa o otra cosa contra él (…) y que como persona que tenéis relación de las cosas del cargo del dicho don Joan de Moncayo, por los comisarios que allá se han enviado después de Micer Arrufat y noticia del dicho fuero, proveáis en esto lo que os pareciere convenir, conforme al bien de la justicia y observación de los fueros de ese Reyno”. Y en otra carta de 25 de septiembre se le encomendaba “haréis electio de algun doctor que a vos os parezca confidente y de suficiencia, como no sea de los de essa Real Audiencia, porque no haga falta en ella, y le embiaréis a Orihuela con comisión para entender en la residencia” Archivo Histórico Nacional (en adelante, AHN): Nobleza, Osuna, C 419, doc. 289, 301.

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finalmente cargos, así como su contenido concreto —pues el escribano no tuvo de precaución de registrar una copia del escrito elaborado por Micer García42. Sí es posible afirmar, sin embargo, que en agosto de 1568 aún se desconocían los resultados de la residencia contra Moncayo, que se hallaba en Valencia a la espera del desenlace “con gran gasto y poca salud”; y todavía el 16 de noviembre del año siguiente una carta real dirigida al Virrey reconocía que “la residencia de Don Juan de Moncayo paresce que dura mucho”, de modo que se le ordenaba “ternais la mano que se haga justicia en ella y acabe con la brevedad posible”43. En esos momentos, el nuevo Gobernador D. Enrique de Palafox se hallaba ya atrapado en una serie de disputas internas protagonizadas por la oligarquía oriolana, que recordaban —y conectaban con— las vividas en tiempos de su predecesor y en las que, para tratar de apaciguarlas, fue expresamente conminado a imponer su autoridad. D. Bernabé Gil (1989, 55-66). Tras una década y media de tensiones entre el representante regio y los —a sí mismos considerados— genuinos defensores de la república, podría parecer que la situación apenas había variado en la ciudad del Segura. Pero, durante su transcurso, la jurisdicción del Gobernador de Orihuela había conseguido fortalecerse lo suficiente como para comprometer la inmunidad de algunas parcelas del espacio de poder tradicionalmente reservado a las autoridades municipales, al tiempo que a diluir los aspectos más violentos de los ancestrales antagonismos enraizados en las facciones locales. Aunque este proceso —cuyo posible reflejo en la ciudad de Alicante también habría que investigar— parece discurrir, hasta cierto punto, de forma independiente —aunque coetánea— a lo que Teresa Canet (2002) denominó “virreinalización administrativa” del reino de Valencia, en ambos casos parece detectarse un sustrato no muy diferente, que, junto a otras manifestaciones, apunta al reforzamiento de los órganos delegados del poder real.

42 AMO: Contestador de 1567, ff. 114, 288-288v, 294-295v, 298v-299. 43 AHN: Nobleza, Osuna, C. 419, doc. 42, 231, 244.

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Capítulo 2

Pedro Pablo Valdecañas Ayllón, un lucentino en la Guerra de Independencia Marion Reder Gadow Universidad de Málaga

1. Introducción La Guerra de Independencia fue un enfrentamiento que potenció la solidaridad entre las distintas regiones y ciudades españolas así como la unión de todas las fuerzas sociales para combatir y repeler los ejércitos de ocupación galos. M. Orti Belmonte (1930). La ayuda entre provincias y Reinos se expresó de muy diversas formas, a pesar de las diferencias que existían entre las diversas Juntas creadas inicialmente. A lo largo de casi seis años, la lucha contra el invasor francés fue un catalizador para los españoles; gallegos y asturianos combatirían en la Serranía de Ronda contra el ejército napoleónico, al igual que lo harían unidades procedentes de Aragón en Cádiz, o las procedentes de Andalucía en Navarra, Cataluña y la Mancha. En la primavera del año 1808, la tensión de la población española se encrespaba día a día con las noticias que llegaban de la confiscación de todos los bienes, acciones y derechos del Príncipe de la Paz. A estos comunicados se añadió la noticia de la abdicación de la Corona de Carlos IV a favor de su hijo Fernando VII y la llegada de éste a Vitoria, de paso, para entrevistarse con Napoleón en Bayona. Desde ese momento se percibe un cambio de opinión entre los españoles que no dudaron en exteriorizar su recelo ante la presencia de las tropas napoleónicas de paso a Portugal y a señalar a los franceses como enemigos de la Corona. Además, la inesperada salida del infante don Antonio, presidente de la Junta de Gobierno que había constituido el Rey a su salida de la Corte, rumbo también

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a Bayona, concitó los presentimientos más sombríos para los españoles. A esta inestabilidad política se sumó la noticia de la renuncia de la Corona por Fernando VII a favor de su padre Carlos IV, y la de éste a Napoleón, así como el nombramiento de lugarteniente del Reino a favor de Joaquín Murat. Y aunque se exhortaba a los españoles a que obedecieran a la Junta de Gobierno del Consejo del Reino, era patente que en España existía un vacío de poder al no tener rey y, prueba de esa certeza, era que se recibían las proclamas firmadas por el lugarteniente, Gran Duque de Berg. En efecto, la convocatoria de Cortes en Bayona para tratar sobre los asuntos de la Monarquía hispana levantó toda clase de sospechas entre los españoles. La Junta Suprema de Sevilla trató de disuadir a los diputados andaluces para que no acudieran a la citada Asamblea Nacional por celebrarse en territorio extranjero y en ausencia de los Monarcas. Pese al nombramiento de comisionados por Córdoba para desplazarse a Bayona, a la sesiones de las Cortes, estos no participaron por decisión del presidente de la Junta sevillana, que anuló sus poderes. También en Granada se designaron a dos representantes granadinos que se encontraban en Madrid para que acudieran a Bayona, a don Diego de Montes y al Marqués de Villalegre. Sin embargo, éstos se desviaron del camino trazado para Francia y retornaron a Andalucía para ponerse a disposición de la Junta sevillana. En Málaga se designó, asimismo, al Conde de Puerto Hermoso como diputado para el Congreso de Bayona, acompañándole los regidores don Diego Quilty y don José Señan y Velásquez, pero que no pudieron llegar a su destino porque fueron apresados a su paso por Sepúlveda y retenidos durante sesenta y nueve días. A. Rubio Argüelles (1956, 8). La noticia de la renuncia de Carlos IV a la Corona española a favor de José Napoleón I y los sucesos del 2 de mayo de 1808 originaron un levantamiento en todo el territorio nacional contra las tropas francesas. El Teniente de Hermano Mayor de la Real Maestranza de Caballería de Ronda, don Francisco Javier Vasco, junto con otros diez y seis maestrantes, que habían sido comisionados para asistir a los festejos previstos para agasajar al Emperador Napoleón en la capital, fueron testigos directos del alzamiento popular

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de Madrid. M. Reder Gadow (2005a, 305-320). Al día siguiente, el 3 de mayo, se constituyó la Suprema Junta de Gobierno y el mensaje que emitió a todos los españoles era el comienzo de las movilizaciones. Desde Sevilla llegaron las proclamas en las que se alentaba a la agresión a los franceses por la separación violenta de los soberanos. Además, habían decidido armarse, reunir al ejército español y solicitar la formación de las milicias de los paisanos armados para que se unieran en Antequera u en Osuna. Ciertamente, en el transcurso del mes de mayo de año 1808 se organizaron en Andalucía las Juntas de Sevilla, de Granada, el 30 de mayo, y de Málaga; y un día después, se movilizaron las tropas que se encontraban acantonadas en sus zonas. Se constituyeron dos grandes concentraciones de fuerzas: una organizada en Utrera, por la Junta Suprema de Sevilla, al mando del general Castaños y otra, formalizada por la Junta de Granada, al mando del general Ventura Escalante. La respuesta fue unánime y se alistaron hombres solteros, casados y viudos entre los diez y seis y los cuarenta años, y con ellos se formaron nuevas unidades que se confiaron al mariscal de campo, don Teodoro de Reding, gobernador de Málaga. Los malagueños no dudaron en alistarse en el ejército de Andalucía, por lo que los voluntarios se integraron en un cuerpo de milicias, en una compañía de cazadores y en otra de artillería. M. Reder Gadow (2001, 677-688). En Córdoba, el teniente coronel Echávarri no dudó en convocar a filas a los expatriados, a los defraudadores y a los fugitivos, prometiéndoles el indulto a cambio de su participación. M. Reder Gadow (2005b, pp. 125-152). Se celebraron misiones, se predicaron exhortaciones en los templos y se invitó a los vecinos a que acudieran a la llamada de la defensa del Rey, de la Iglesia y de la Patria. Córdoba se convirtió en un gran cuartel con cerca de cuatro mil hombres, eso sí, carentes de material de guerra y de disciplina, que se enfrentaría a las divisiones francesas bien equipadas. Ante esta caótica situación, Echávarri solicitó urgentemente a la Junta de Sevilla armas, caballerías y pertrechos para equipar a sus hombres. Según se recoge en los libros de Historia cuando se aborda la derrota del ejército napoleónico por las tropas españolas, integradas por las compañías andaluzas, en el entorno de Bailén, se desta-

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ca la figura del General Castaños como su triunfador, aunque él se encontraba alejado del campo de batalla. Fueron las unidades militares del mariscal de campo Teodoro Reding, las que acorralaron al enemigo francés en Mengibar. Entre estas unidades estaba al frente de una división Pedro Pablo de Valdecañas, al que apenas se cita en las acciones de Bailén pero cuya intervención fue decisiva para que triunfara un ejército improvisado, mal entrenado, poco disciplinado y falto de municiones.

2. Don Pedro Pablo de Valdecañas La documentación principal utilizada para este estudio se encuentra depositada en el Archivo General Militar de Segovia, en la hoja de servicios del conde de Valdecañas, en tres gruesos expedientes presentados por él mismo para justificar su actuación durante la Guerra contra el Francés, en el juicio de purificación al que fue sometido por haber permanecido en territorio ocupado por el ejército napoleónico al no tener destino en el Ejército español en 1810. Los documentos van dirigidos a don Gabriel de Mendizabal, miembro del Consejo de Gobierno. Acompaña a estos documentos hojas de servicio y un Manifiesto impreso con la misma finalidad1. Según consta en su hoja de servicios, don Pedro Pablo Valdecañas Ayllón de Lara nace el 30 de junio de 17622, en Lucena, hijo de don Antonio José de Valdecañas y Piédrola, alguacil mayor y

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A(rchivo) G(eneral) M(ilitar) de S(egovia), Signatura 1.º, B-156. El Conde de Villacañas adjunta en una pieza información hasta el año 1800, con notas aclaratorias. En otra pieza su trayectoria profesional desde el año 1801 hasta 1808, acreditando cuales fueron los primeros y más importantes servicios en la Revolución y como arrojó con la división a su cargo a los franceses de Jaén en su primera entrada, como batió a los enemigos en Ibros y Linares, y como contribuyó a la acción de Mengibar y batalla de Bailén, lo que motivó la real orden probando su conducta patriótica.

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L. Palma Robles (en prensa). Este autor basa esta fecha de nacimiento en el libro de Bautismos del archivo parroquial de San Mateo de Lucena en el año 1758. En cambio, en la hoja de servicios de Pedro Pablo de Valdecañas, se sitúa la fecha de nacimiento en el año 1762.

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familiar del Santo Oficio de la Inquisición, y de doña María de la Soledad Ayllón de Lara. Con 16 años se incorpora como guardia marina de la Armada en la Compañía de Cartagena, donde alcanzó el empleo de subrigadier. Concluidos sus estudios en el año 1784, se embarcó en el navío “Terrible”, habilitado de oficial como alférez de fragata3. En este buque realizó dos campañas a las órdenes del capitán Diego Quevedo, abatiendo una fragata inglesa cerca de la costa de África. V. Rodríguez Casado (1946). Bajo las órdenes de Antonio Valdés trasladó su actuación al Canal de la Mancha y llevó a cabo otra acción de lucha en las inmediaciones de las Islas Terceras (Azores)4. Continuó embarcado, aunque esta vez bajo el mando de Cayetano de Lángara, con quien realizó otra maniobra de ataque sobre los cabos de San Vicente y Santa María5. Concluida esta campaña volvió de nuevo al Canal de la Mancha, esta vez bajo las órdenes de Francisco Wintuhysen, donde persiguieron en repetidas jornadas a la escuadra inglesa obligándola a refugiarse en sus puertos; y tras apresar un bergantín inglés de su convoy le dieron el mando al joven Valdecañas que continuó al amparo de la escuadra

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J. González Aller (2003), 65-80. Por una Real Orden, de 1780, se clasificó como el primer buque de la Real Armada, como navío de 74 cañones, con el nombre de “Terrible”, bajo la advocación de San Pablo Apóstol. Con la entrada en guerra con Inglaterra en 1779, se decide armarlo con 74 cañones bajo el mando de capitán de navío Diego Quevedo, agregado a la escuadra de Luis de Córdoba. En julio queda incorporado al bloqueo de Gibraltar. En el año 1781 forma parte de la escuadra hispano francesa que conquista Menorca a los ingleses. La misma escuadra hace la campaña del Canal de la Mancha, donde apresan 24 buques de un convoy británico. En 1782, bajo el mando de Francisco Javier de Winthuysen interviene en el salvamento de los tripulantes de las malogradas baterías flotantes que atacaron el Peñón.

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C. Fernández Duro (1867), 67-68. Declarada la guerra a Gran Bretaña en junio se dispuso, por una real orden, se diesen a la vela, sin pérdida de tiempo, los navíos “Poderoso”, “Santo Domingo” y “San Leandro”, las fragatas “Santa Bárbara” y “Rosario” y el paquebot “San Gil”, todos a las órdenes del brigadier Juan de Lángara, comandante del primero, para cruzar sobre las islas Terceras y proteger la recalada de embarcaciones procedentes de América.

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J. González Aller (2003), 65-80. El 14 de enero de 1780, Lángara mandando una escuadra compuesta por once navíos y dos fragatas, sostuvo un combate cerca del cabo de San Vicente contra fuerzas británicas al mando del almirante sir George Rodney.

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de Luis de Córdoba hasta que quedaron las presas fondeadas en Brest6. En un nuevo servicio pasó al Estrecho y participó en Algeciras, tanto en las lanchas cañoneras como en los faluchos de rondas avanzadas o en las baterías flotantes7, batiendo y bombardeando, en diferentes ocasiones, a la plaza de Gibraltar8; e incluso logró sacar al navío “Triunfante” del cruce de fuego9. En una nueva misión, Pedro Pablo de Valdecañas, volvió a perseguir a una escuadra inglesa y desde el alcázar del navío “Terrible”, como ayudante de comandante, consiguiendo abatirla, el 20 de octubre, a pesar de ser alcanzado por una bala10. Una vez restablecido de su herida y finalizada la campaña, ya como alférez de navío, solicitó ser destinado a la expedición que se preparaba contra Jamaica y, tal como él deseaba, lo propusieron para el buque “San Fernando”, incorporado a la escuadra combinada del Conde de Stein. Concluida la guerra, y a solicitud suya fue destinado al bergantín “Infante”, en misión de corso contra los argelinos pasando, una vez finalizada la misión,

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Ibídem. La misma escuadra lleva a cabo la campaña del Canal de la Mancha, donde apresan 24 buques de un convoy británico. En 1782, bajo el mando de Francisco Javier de Winthuysen interviene en el salvamento de los tripulantes de las malogradas baterías flotantes que atacaron el Peñón.

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Ibídem. Conquistada Menorca, se estrechó el bloqueo de Gibraltar. Se acumularon materiales bélicos y tanto los ingenieros españoles como los franceses idearon maquinas destructoras. Uno de los elementos en que más se confiaba eran las baterías flotantes inventadas por el ingeniero francés d’Arçon. Comenzado el sitio en 1781, las baterías flotantes fueron destruidas por el fuego de la plaza.

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Ibídem. Tratando de evitar la entrada de víveres en Gibraltar, se dispuso la escuadra del teniente general Luis de Córdoba para impedir que los navíos ingleses, bajo el mando del almirante Howe, introdujesen en aquella plaza el convoy que traía desde Inglaterra para abastecer a los defensores por un año.

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Ibídem. El día 11, al amanecer, los navíos “Galicia”, “Atlante”, “Terrible”, “España”, “Triunfante” y “Guerrero” entre otros, se encontraban fondeados entre Puente Mayorga y Gibraltar. En esta situación se observó un fuego vivísimo de balas, granadas y bombas procedentes de la plaza contra el navío “Triunfante” y los demás que se encontraban en el fondeadero; el “Triunfante” logro arrojar la pólvora al agua y salir a toda vela.

10 Ibídem. Una escuadra hispano francesa realizó la campaña del Canal de la Mancha, donde apresaron a veinticuatro buques de un convoy británico.

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a Cartagena11. En el año 1783 participó, como ayudante de cuarta división, en la escuadra bajo el mando del comandante Antonio Escañola en la expedición y bombardeo de Argel, pasando al Mediterráneo bajo el mando del teniente general Juan Bautista Bonet. Una vez finalizada esta misión fue destinado al navío “San Pascual” y emprendió su primer viaje a Constantinopla, en donde estuvo comisionado en continuas misiones, afrontando riesgos en las sucesivas varadas12. A su regreso desembarcó en Cartagena, aunque por poco tiempo, ya que por una real orden fue destinado al Departamento de Cádiz, como ayudante de la Compañía de Guardias Marinas de la Isla. Y aunque fue nombrado teniente de la Décima Brigada del Real Ejército de Artillería de Marina, no sirvió su empleo por estar en el preferente de ayudantía. Embarcado de nuevo como teniente en la fragata “Rosa” navegó por segunda vez a Constantinopla para ayudar al capitán de navío Federico Gravina en sus comisiones de Levante, desembarcando a su llegada en Cádiz13. Por esta acción fue ascendido a segundo capitán de la cuarta Compañía del Dé-

11 Ibídem. En 1783 participó en la primera campaña contra la piratería en el Mediterráneo y, bajo el mando de Antonio Barceló, tomó parte en la campaña contra Argel. 12 Ibídem. En 1781, y bajo el mando del capitán de navío Luis Francisco Varona, Valdecañas participa en la expedición destinada a la toma de la isla de Menorca, al mando del duque de Crillón. En 1783 participa junto al navío “Triunfante”, una fragata y un bergantín en un viaje a Constantinopla; al mando de la operación estaba el brigadier Gabriel de Aristizábal. El “San Pascual” estaba bajo el mando a Francisco Javier de Winthuysen. 13 Ibídem. Construida en Ferrol en 1782, armada con 34 cañones, estuvo integrada en la escuadra de Luis de Córdoba durante el ataque de las baterías flotantes a Gibraltar. En junio de 1783, al mando del capitán de fragata Pedro de Leyva, participó en el bombardeo de Argel, con la escuadra del teniente Antonio Barceló. Al año siguiente, en julio de 1784, toma parte en una nueva expedición de bombardeo contra la plaza de Argel. Desde comienzos de 1785 forma división, mandada por el capitán de navío Manuel Núñez Gaona, para proteger el tráfico entre el Estrecho y las Islas Baleares de los corsarios argelinos. En febrero de 1787 se confiere su mando al capitán Federico Gravina y Napoli y, en 1788, la “Santa Rosa” se incorpora a la escuadra de evolución mandada por el teniente general Juan de Lángara. Terminada esta campaña la fragata zarpa en 1788 de Cartagena rumbo a Constantinopla, para que embarcara el primer enviado otomano, Acmet Yusuf Efendi, el 12 de mayo, con destino a la corte española.

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cimo Batallón de Marina, en cuyo empleo continuó hasta que por causa de su quebrantada salud pidió pasar al Cuerpo de Caballería, siendo nombrado, en 20 de julio de 1789, capitán del Regimiento de la Costa de Granada. Por estas fechas fue elegido caballero de la Real Maestranza de Sevilla. Tras una intensa vida afrontando los peligros del mar y enfrentado al enemigo tanto en el mar del Norte como en el Mediterráneo decide, en el verano de 1793, a los 34 de años de edad, contraer matrimonio con Doña María del Rosario Tafur y Santiesteban, oriunda de la villa de Espejo14. La vida del II conde de Valdecañas parecía que iba a tornar más sosegada, alejado de los combates en alta mar. Sin embargo, como capitán agregado al Regimiento de Caballería prosiguió su servicio hasta que, a propuesta del Supremo Consejo de Guerra, recibió el nombramiento de Visitador del ramo de Caballería del Reino de Córdoba, donde llevó a cabo muchas comisiones en nombre del citado tribunal. En 1794 declarada la Guerra contra la Convención de Francia y constatando que no iba a marchar de campaña el Regimiento de la Costa solicitó que le propusieran para cualquier destino, razón por la cual le consignaron al Regimiento de Caballería de la Reina, en el cual llevó a cabo numerosos servicios15. Asimismo, Valdecañas fue comisionado para la formación e instrucción de un Regimiento de Caballería que se estaba creando con el nombre de Carabineros de Estado, y logró levantar dos escuadrones e instruirlos. Sin embargo, al firmarse la paz de Basilea, que puso fin al enfrentamiento con Francia, se disolvió

14 A(rchivo) G(eneral) M(ilitar) de S(egovia), Signatura 1.º, B-156. Los padres de la novia entregaron 20.000 rs en concepto de dote. El conde de Valdecañas fue también: alguacil mayor del Santo Oficio de la Inquisición de Córdoba, Comisario de la Junta mayor de Caminos de la de Granada y Comandante de Armas Granada para la persecución de contrabandistas y toda clase de malhechores en los cuatro Reinos de Andalucía. 15 La Guerra con Francia o del Rosellón, concluyó el 22 de junio de 1795 con la firma de la paz de Basilea. Francia devolvió a España todos los territorios conquistados y España autorizaba a los franceses a sacar ganado lanar, yeguas y caballos de Andalucía, no perseguir a los afrancesados de Guipúzcoa y cedía parte de la isla Santo Domingo.

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el cuerpo de Carabineros y el capitán Valdecañas continuó, por real orden, en el mismo cargo que ocupaba como Visitador del ramo de caballería del Reino de Córdoba. En este puesto trabajó con la intensidad militar que le caracterizaba, facilitando la conducción de azogues desde Almadén a Sevilla, combinando los intereses de la Real Hacienda con los objetivos de promocionar la yeguada y colaborando con los ganaderos trashumantes en repetidas ocasiones. El 6 de diciembre de 1800, Su Majestad le concedió una agregación al estado mayor de la plaza de Málaga como capitán, con la graduación de teniente coronel, según el nombramiento obtenido en 1795. Sin abandonar esta comisión, fue nombrado, en 11 de junio de 1801, por el Monarca comandante al mando de las partidas destinadas a la persecución de malhechores en Andalucía, destino en el que sucedió al brigadier don Juan de Ortiz, y en la que trabajó incesantemente, quedando la provincia pacificada. En diciembre del año 1815, Pedro Pablo de Valdecañas solicitaba la certificación a don José Ignacio Álvarez Campana de la siguiente manera: Sirva darme una certificación que acredite que en el mes de junio de 1801, fui nombrado por el Rey para la comisión que estuvo a cargo del brigadier don Juan de Ortiz de persecución de malhechores en Andalucía, la cual desempeñé hasta la entrada de los franceses en esta provincia, haciendo en ella servicios útiles.

Entre los años 1802 y 1803 le fue confiado el mando del centro del cordón sanitario que se dispuso por la epidemia de fiebre amarilla procedente de Málaga, así como del bloqueo de la ciudad de Montilla, a donde se propagó el contagio, atendiendo a los hospitales y lazaretos, vigilando para que no faltaran víveres a los enfermos y pudiera sobrevivir a la pandemia aportando medios propios para ayudar a los que sobrevivieron16. Y así lo refleja en su petición:

16 J. Ventura Rojas (2003), 99-126. La epidemia de fiebre amarilla, causó estragos en algunos pueblos como Montilla y Espejo, con 1.067 y 328 muertos respectivamente entre agosto-diciembre de 1804. Miguel Ventura Gracia (2005), 225-236.

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Que con las mismas fuerzas atendí los años de epidemias a los cordones de sanidad, encargado del mando del Centro y del particular bloqueo que se puso a la ciudad de Montilla, que se contagió, y a quien facilité cuanto necesito.

En el año 1804, el Capitán General de Andalucía, don Tomás de Morla, encargó a Pedro de Valdecañas la leva de ese año, obteniendo la graduación de coronel de caballería. Por tantos méritos contraídos Carlos III, por un real despacho fechado en Aranjuez en 31 de marzo de 1805, destacaba que: Por cuanto atendiendo a los servicios y méritos de vos, el teniente coronel, don Pedro Pablo Valdecañas, capitán agregado al estado mayor de la plaza de Málaga, ha tenido a bien concederos grado de coronel de Caballería. Por tanto, mando a los capitanes generales, gobernadores de las Armas y demás cabos mayores y menores, oficiales y soldados de mis ejércitos, os hayan y tengan por tal coronel graduado de Caballería17.

Además, pacificó los alborotos populares que se suscitaron en las villas de Rute y Castro del Río investigando, por especial encargo del Consejo de Castilla, en las causas que originaron las algazaras, restaurando la justicia y reconciliando a las familias, quedando la Justicia muy valorada18. Como visitador del ramo de caballería del Reino de Córdoba, el coronel Valdecañas seguía desempeñando encargos del Supremo Consejo de Guerra, por lo que el momento de estallar la “Santa Revolución” se involucró desde los primeros días del mes de mayo

17 AGMS, Signatura 1.º, B-156, pieza 2. 18 F. López Mora (2003), 18-26. De tal suerte que más de mil trabajadores en cuadrillas de doscientas personas se arrojaron a los campos cercanos para alimentarse de cualquier producto a su alcance. Bellotas y aceitunas fueron los productos más consumidos, con no poco riesgo —como puede suponerse— de quebrantar la propia salud.

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de 1808, cuando muchos guardaban un profundo silencio y no se atrevían a arrostrar el peligro ante el temor a lo que podría sobrevenir. Así lo afirma en la misiva que desde Lucena, en 4 de mayo de 1808, dirige al Señor Infante don Antonio: …hace presente, con el mayor respeto, que no pudiendo ya contener en su pecho los sentimientos de amor y lealtad hacia el Rey, Nuestro Señor, y toda su Real familia y agitado, por otra parte, de los que le producen la oscuridad de las noticias de oficio y la multitud de otras que esparce la maledicencia o el temor, todas con respeto al estado actual de las cosas que no penetran ni aún los más instruidos, quiere que se le permita el justo desahogo de manifestar que está pronto no sólo a sacrificar su persona y bienes en la defensa y seguridad del trono.

A últimos del mes de mayo de 1808 se constituye en Sevilla la Junta General bajo la presidencia de don Francisco Arias de Saavedra. Valdecañas no duda en señalar la necesidad de convocar a muchos pueblos de Andalucía para que defiendan con las armas al Rey y a la Patria hasta derramar la última gota de sangre, y que no se permita que Napoleón Bonaparte obre de un modo contrario a lo que era la tradición. Por ese motivo cuando se publicó la orden de alistamiento en Lucena se reclutaron 715 vecinos, un tercio a caballo y hasta 3.200 hombres procedentes de los pueblos vecinos19. En otra misiva enviada al capitán General de Andalucía, Manuel de la Peña, ofrece aumentar sus fuerzas para atender a la defensa del trono de Fernando VII y de la Patria y se compromete a levantar un cuerpo de Caballería para luchar contra los enemigos de la Nación. Destaca, que muchas personas se le ofrecían, de toda condición social, para dar ejemplo de amor y lealtad, y que, en muchos casos, se veía obligado a detenerles para que no se implicaran en vano. Resaltando que:

19 L. Palma Robles (en prensa), 6.

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Y, últimamente, fui de los que fomentaron nuestra gloriosa revolución, y recurriendo a las fuerzas que tenía en la comisión contra malhechores, los hombres y caballos de los pueblos de Lucena, salí con la División que había formado a campaña contra los franceses, donde contraje nuevo mérito.

Días después desde Carmona, Francisco de Saavedra, presidente de Junta Suprema de Sevilla, autorizaba al coronel Valdecañas para que en defensa de la Patria armase a los pueblos, seleccionase a un grupo de personas con las cuales formar una comisión en la que incorporara a los oficiales que se encontraban sin destino, y asi valerse de sus conocimientos y pericia para asistir, perseguir, acosar y molestar al enemigo por cuantos medios fuere. Valdecañas, en pocos días reunió cerca de cuatro mil hombres y quinientos caballos, formando una de las divisiones del Ejército de Andalucía, para la defensa del Monarca y de la Patria contra los enemigos franceses. En 27 de mayo de 1808, Francisco de Saavedra, en nombre de la Junta Suprema de Gobierno de Sevilla, remite un oficio dirigido al coronel Villacañas en el que le insiste en que reúna las tropas regladas y las de paisanos y que pasasen a la ciudad de Córdoba. Y, una vez en la ciudad de la Mezquita, que se enfrentaran al ejército francés bajo el mando del general Dupont. A su vez, la Suprema Junta sevillana determinó enviar tropas para reforzar las milicias regladas del conde de Valdecañas y, en caso de no hallarse éstas ya en Córdoba, se replegaran a Écija, donde encontrarían socorros seguros. Efectivamente, según el general de la vanguardia del ejército de Andalucía, don Pedro Agustín de Echavarri, las tropas de refuerzo ya habían llegado a Córdoba a principios de junio y esperaban reunirse con las compañías regladas y las de paisanos20. Recono-

20 AGS, Oficio de don Pedro Agustín de Echavarri, Córdoba 31 de mayo de 1808. Me ha sido muy reparable la retardación que observo en V. S. en la época presente y en que todo buen vasallo debe prestar en defensa de su Rey, Religió y Patria. En tal concepto, sin más demora, sin excusa ni otro motivo, espero a V.S. con todas sus tropas, caballos y municiones que tenga en esta capital, a las dos de la madrugada del día de mañana, trayendo consigo los alistados, armas de los vecinos, caballos y otros efectos capaces de servir, en la segura inteligencia que de no

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ce, que los dos mil hombres reclutados por el coronel Valdecañas, más otros mil que estaban de camino carecían, en gran parte de armamento, y que él, de momento, no podía suministrarles armas desde el cuartel general de Córdoba hasta que éstas llegasen desde Sevilla21. Por esta anómala circunstancia consideraba oportuno que el coronel Valdecañas le enviase trescientos o cuatrocientos hombres armados a caballo y que el lucentino, con el resto de las fuerzas, pasase a Montilla a acantonarse en la villa de Castro del Río, en espera a que llegase el armamento necesario para equipar a sus hombres. Por tanto, el coronel Echavarri ordenaba al coronel Villacañas que enviara partidas de observación para que vigilaran la villa de Montilla y las demás localidades de los alrededores para prevenir cualquier incursión del ejército napoleónico que pretendía abastecerse de víveres en las poblaciones cercanas. El 7 de junio el conde de Valdecañas, en su marcha hacia Bujalance, se percató de la ofensiva francesa sobre la ciudad de Córdoba por lo que maniobró sobre la izquierda del ejército enemigo evitando que éstos ocupasen el puente e impidiendo su huida del ataque de Alcolea22. En razón del mandato de la Junta Suprema el coronel Valdecañas vigilaba atentamente los movimientos de la tropa francesa y, en

ejecutarlo así me es indispensable tomar las providencias más eficaces a que se verifiquen cumplidas mis intenciones. 21 AGS, Copia de la contestación del conde de Valdecañas al anterior oficio, Lucena, 1 de junio. Vuestra merced se lisonjeaba de tener muy prontos recursos y, a pesar de ello, con fecha del día 30 del que acaba, me dice que está sin municiones y sin gente que se aliste y, sin duda, ha creído que aquí hay alguna fábrica y algún ejército reglado a mi disposición, cuando entonces y ahora me llama no sólo con mi persona sino con la gente alistada, caballos, armas y municiones[…].que quien recibe un aviso a las doce y tres cuartos en esta ciudad no puede estará las dos de la madrugada esa, aunque fuese tan veloz y activo como Vuestra Merced se quiere figurar. 22 M. Orti Belmonte (1930), 27. El conde de Valdecañas en su marcha a Bujalance, había oído el fuego procedente del ejército francés que trataba apoderarse del puente de Alcolea de Córdoba por lo que maniobró sobre flanco izquierdo galo y con la colaboración de muchos de los jinetes andaluces que formaban el ejército de Córdoba logró desalojarlos.

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caso favorable, atacaría al ejército napoleónico23. Al mismo tiempo, Saavedra ordenaba a las juntas subalternas y a las demás superioridades que prestasen cuántos auxilios fuesen necesarios a las tropas regladas de Valdecañas hostigando a los franceses, tratando de impedirles la retirada así como el saqueo de los pueblos, no dejándoles descansar e imposibilitando que entrasen por la sierra de Jaén o que se fortificaran en ella. Este mismo cometido lo desempeñaba por el costado derecho del ejército francés el marqués de los Cerverales. La Junta Suprema era consciente del celo y de la actividad incansable que desempeñaba el general Villacañas, prometiéndole la distinción que todo oficial que se distinguiese obtendría. Como post data, Francisco de Saavedra recordaba en un aviso que las noticias proporcionadas por los exploradores y espías sobre la marcha y los fines del ejército francés las trasmitan lo más rápido posible al general en jefe o a la Junta Suprema de Sevilla, como era su deber24. A comienzos del mes de julio, desde Lopera, el general Villacañas se dirige en una misiva al general en Jefe del ejército español, don Francisco Javier Castaños, proponiéndole la formación de dos cuerpos, uno de Infantería y otro de Caballería, con los hombres y caballos que tenía reunidos, equipados con el vestuario y montura a su costa, aunque tuviera que hacer alguna contrata en Gibraltar, seleccionando entre los cuerpos del ejército a los oficiales, cabos y sargentos más preparados para completar los empleos, incluso

23 Conde de Toreno (1953), 104. Según el Conde de Toreno el ejército napoleónico avanzó por Despeñaperros en la mañana del 26 de junio pese a que la posición estuviese ocupada por el teniente coronel español don Pedro de Valdecañas apostado allí con objeto de que, colocándose a la retaguardia de Dupont, le interceptase la correspondencia e impidiese el paso de los socorros que de Madrid le llegasen. En efecto, Valdecañas había atajado el camino en lo más estrecho con troncos y ramas y peñascos, pero como el grueso de su tropa estaba compuesta de paisanos y él mismo desconocía esa clase de guerra, desaprovechando la superioridad que le proporcionaba el terreno. Finalmente cedieron los hombres de Valdecañas ante el ataque bien concertado de los franceses permitiendo que el general Vedel prosiguiera hasta la Carolina donde se le incorporó una unidad de Dupont. 24 Ibídem, pág. 92. Vedel una vez llegado a su destino creyó conveniente enviar atrás alguna tropa para reforzar ciertos puntos que eran importantes para recibir órdenes desde Madrid.

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nombrando a los jefes, de entre algunos caballeros particulares que voluntariamente se habían adherido a esta campaña. Eso sí, respetando la aprobación de los correspondientes despachos de los sargentos, cabos y soldados que procedían de los cuerpos veteranos, ya que sin ellos sería una misión imposible. Valdecañas se ofrece, de nuevo, a servir con sus dos unidades al destino designado mientras durasen las actuales circunstancias25. Unos días después, el 12 de julio, el conde lucentino recibe la orden del general en Jefe Francisco Javier Castaños para que desde Torredonjimeno, donde tenía establecido su puesto de mando como comandante militar, se dirigiera con todas sus tropas al lugar donde le indicará el ayudante del general Reding, según el plan de operaciones previsto. Por tanto, siguiendo las instrucciones recibidas reunió a los jefes de todas las divisiones y se presentó ante el ayudante, don Alfonso María Jiménez26, que le ordenó el movimiento envolvente que debían hacer sus hombres: dirigirse hacia el Puente del Obispo y proseguir hasta Baeza y, sucesivamente, a Linares; y en función de la posición en que se encontraban los enemigos, continuar hacia Sierra Morena para impedir los socorros que podían recibir los franceses desde la Mancha. Simultáneamente, hostigarían a la retaguardia gala, sin iniciar una acción general a no ser que a primera vista se constatase la superioridad o ventaja sobre el enemigo. Por tanto, en la tarde del día 13 partió el general Valdecañas hacia los puntos mencionados, a pesar de la necesidad que tenían las unidades de municiones y piedras de chispa.

25 Ibídem, pág. 104. Los jefes españoles celebra ron en Porcuna, el 11 de julio un consejo de guerra en el que se acordó un plan de ataque al enemigo. Conforme a lo convenido debía don Teodoro Reding cruzar el Guadalquivir por Mengibar y dirigirse sobre Bailén, sosteniéndole el marqués de Coupigny, que debía pasar el río por Villanueva. Al mismo tiempo don Francisco Javier Castaños quedó encargado de avanzar con la tercera división y la reserva, y atacar de frente al enemigo, cuyo flanco derecho debía ser atacado por las tropas ligeras y cuerpos francos de don Juan de la Cruz. 26 Los jefes de las Divisiones eran los tenientes coroneles: don José Antonio Sanz, don Vicente Abelló, don Andrés Briones y el capitán, don Juan Cerrato, por ausencia del Comandante de Marchena, don José Schwayer.

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Durante el desplazamiento de los hombres del conde de Valdecañas hacia Baeza, a finales del mismo mes, se encontraron en la Higuera con el regimiento de Voluntarios de Valencia mientras daban un respiro a las tropas y bebían los caballos. Tras este inesperado encuentro el sargento mayor de Voluntarios, Manuel María de Pusterla, continuó su camino con su regimiento para cumplir su misión, inutilizar el molino de Valtuano. Las unidades del general lucentino, por el contrario, continuaron su camino rumbo a Arjona, sin tener conocimiento exacto de las fuerzas de los enemigos acampados en aquel lugar. Dos días después, el coronel don Francisco Abadía, mayor general del ejército de Reding, remitía un mensaje al coronel Valdecañas desde Mengibar, en el que le informaba su posición tras cruzar el río Guadalquivir así como la disposición del ejército de Andalucía de entrar en combate, en el deseo de liberar a la Patria de la amenaza de Napoleón. Ordena al oficial lucentino que se dirigiera con sus fuerzas a Jabalquinto, una atalaya desde la que se podía divisar el avance del enemigo27. En efecto, en las unidades de paisanos armados de Valdecañas se integraban los valientes lanceros de las Compañías de Jerez y Utrera que llevaron a cabo destacadas acciones hostigando al ejército francés sobre sus flancos, sobre sus convoyes o bien reforzando las fuerzas establecidas en Bailén. Cualquier decisión que contribuyera a la victoria española sería bien vista. La presencia de la división del coronel don Pedro Valdecañas en la loma de Úbeda permitió que los pueblos de la comarca cesaran de contribuir al ejército francés con bastimentos. Una contribución exorbitante de víveres que los generales enemigos exigían a los vecinos de las villas cercanas amenazándoles con el saqueo

27 Ibídem, pág. 104. El 15 de junio hubo varias escaramuzas, por lo que Dupont pidió a Vedel que le enviase desde Bailén una brigada, por lo que fue en persona con su división dejando a Liger-Belair con 1.300 hombres para guardar el paso de Mengibar. Al día siguiente Castaños tuvo un intercambio de cañones, y Reding cruzó el río desde su posición en Mengibar desalojando a los franceses de todos los puntos y obligando a Liger-Belair a retirarse a Bailén. En su ayuda acudió el general Gobert que fue herido en la cabeza falleciendo poco después.

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de sus viviendas en caso de no entregarlos. En efecto, la acertada disposición de la división del coronel lucentino entorpeció los planes enemigos, que habían destacado ciertas partidas, unas de 800 y otras de 1.200 efectivos, por las cercanías de Linares y Carboneros. Valdecañas con su división pretendió tomar otros lugares pero la Junta Suprema, siempre atenta a la mejor defensa de la Patria, le ordenó que permaneciese en esas alturas desde las que podía liberar con rapidez a los pueblos de la Loma amenazados por las partidas francesas, además de propicia el suministro de toda clase de víveres al ejército español. Por estas razones la Junta de Gobierno ordenaba al coronel Valdecañas que permaneciera con sus fuerzas en esta posición, ante la eventualidad de una retirada a la Carolina, en cuyos alrededores y en otros puntos de Sierra Morena tenía destinadas sus partidas desde hace algunos días. Los vecinos de Baeza henchidos de patriotismo acogieron a los heridos y enfermos del ejército español en sus domicilios, aunque la Junta Superior había dispuesto que el hospital general estuviese prevenido con todo el instrumental médico. Además, doña Manuela Jimena, persona de la primera distinción de Baeza se encargó generosamente de visitar a las demás señoras y a las comunidades religiosas femeninas para hacer el acopio de lienzos, hilas, vendajes y sábanas para la curación de los heridos. Como se puede observar, el comandante Valdecañas recibió órdenes contradictorias: una por parte del general Castaños, que le ordenó dirigirse a Baeza, mientras que el general Reding le encaminaba a Jabalquinto. Desde este último lugar le llegó un oficio firmado por dos vecinos relevantes que relataba su asistencia al secretario del general Reding que se hallaba herido y requería la presencia de Valdecañas. También informaban que las tropas enemigas establecidas en Bailén ascendía a trescientos hombres de Caballería y no llegaban a mil los de Infantería, siempre que no hubieran llegado refuerzos de Andújar, por lo era imprescindible el auxilio del comandante Valdecañas para cubrir los diferentes accesos y evitar así que acudiesen socorros desde Andújar o de la Mancha. Por tanto, el conde lucentino emprendió la marcha con sus unidades hacia Jabalquinto y, apenas había amanecido, per-

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cibieron que las avanzadas enemigas establecidas en Linares se desplegaban por lo que los hombres de Valdecañas se dispusieron a perseguirlos abatiendo a algunos efectivos28. De las unidades de Valdecañas sólo resultó herido un caballo. Por tanto, encontrándose el comandante lucentino con sus tropas entre Jabalquinto y Linares planeo obligar a los franceses a evacuar el territorio y a sustraerles las municiones y los víveres. En efecto, cuando llegaron a Linares encontraron un destacamento enemigo, de unos quinientos hombres, acampado, al que atacó con sus hombres, no con el criterio militar que él hubiese deseado, sino con la tropa de voluntarios que había reclutado, obligándoles a una retirada precipitada a Bailén, con la consiguiente pérdida de hombres, la captura de numerosos prisioneros y la aprensión de los víveres confiscados a los pueblo del contorno. En esta acción la unidad española del conde de Valdecañas también sufrió pérdidas, aunque fueron de menor consideración. Tras esta incursión, el comandante Valdecañas regresó a Baeza enterado de que el ejército no había seguido avanzando según el plan de operaciones previsto por el general Reding, tal como se lo habían trasmitido; y que por la Mancha se iban incrementando los refuerzos. Ya en Baeza, el 18 de julio, Valdecañas comisionó al teniente coronel José Antonio de Sans que pasara a Bailén para preguntar al general Teodoro Reding que movimientos debía llevar a cabo y qué posición debía ocupar su división 29. Sans le halló en el Arrecife, un lugar intermedio entre Bailén y Guarromán y esto fue lo que le contestó:

28 Ibídem, pág. 104. Dupont determinó que Vedel tornase a Bailén y arrojase a los españoles del otro lado del río. El general Doufour, sucesor de Gobert y Liger-Belair temerosos de que los hombres de Valdecañas, que habían acometido y sorprendido en Linares un destacamento francés, se apoderasen de los pasos de la sierra, en vez de mantenerse en Bailén caminaron a Guarroman. Vedel, sin aguardar noticias les siguió uniéndose a ellos en la Carolina desde donde continuaron a Santa Elena. 29 Ibídem, pág. 104. El general Reding levantó el campo y en unión del marqués de Coupigny entraron el día 18 en Bailén.

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Mañana vamos a Andújar a envolver a Dupont, y así diga Usted a Valdecañas que se esté quieto que según el resultado de nuestras armas podrá mudar de posición30.

Recibida esta orden, el comandante Valdecañas comunicaba en un oficio dirigido al general en Jefe Castaños, que el Sargento 2.º del Regimiento de Cazadores de Olivenza, Francisco Álvarez, le había entregado una misiva del general francés, conde de Cerbellón, en la que se informaba que venía con diligencias secretas para conocer la situación del ejército español, puesto que su destacamento, compuesto por veinticinco mil hombres, se hallaba a treinta y seis leguas camino de Cuenca; asimismo, en San Clemente estaban acampados otros tres mil franceses faltos de municiones. Difundidos estos datos Valdecañas quiso conocer de primera mano, a través de un emisario, los planes previstos para su unidad acuartelada en San Esteban del Puerto y así estar prevenido para incorporarse con la mayor brevedad a su destino. En este mismo oficio informaba el lucentino que las distintas partidas distribuidas por la sierra iban remitiendo prisioneros capturados en la escaramuzas, los que encaminaba desde Baeza a Granada o Ronda, como ya se habían enviado en otras remesas anteriores. En ese mismo día llegó un oficio del teniente don José de la Cruz Gómez, acampado en la villa de Vilches, con noticias de los alcaldes informando que desde la Carolina hasta Guarromán estaban acampados cuatro mil franceses, confidencia que imposibilitaba al comandante Valdecañas dirigirse al sitio donde debía apostarse con rapidez. No obstante, según iba avanzando con sus unidades se encontró con tres paisanos que le comunicaron que tenían conocimiento del adelanto de dos divisiones, de unos cuatrocientos hombres cada una, por la venta del Catalán con dirección a la Carolina. El comandante Valdecañas decidió apoderarse de varias alturas inmediatas a este pueblo y aguardar al enemigo, pero

30 AGS. El teniente coronel don José Antonio de Sans añade que pasó la noche al lado de don Teodoro Reding, sobre un poco de paja, en campo raso.

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como transcurría la noche y viendo que no acontecía ninguna novedad, mandó a dos vecinos de la citada población a que obtuvieran noticias exactas de la posición de los enemigos. Estos hombres le informaron que el ejército francés se había reunido bajo la Mesa de Carbonero y cómo, sobre las diez de la noche, llegó un general que movilizó a sus hombres, dejando en la Carolina a diez soldados enfermos. Los franceses se llevaron a diez paisanos de la Carolina para que les sirvieran de guías, ya que el general desconocía la distancia que mediaba para llegar a Baeza y a otros pueblos. El general Valdecañas salió por la tarde para situarse por la cima de la Carolina y parada de las Carretas, desde donde operar con alguna ventaja y pendiente de recibir órdenes superiores. También en ese mismo día, sobre las ocho y media de la mañana, llegó a caballo el postillón de Bailén, informando que a las tres y media de la mañana se había iniciado el fuego de fusilería y cañones por la zona meridional de Bailén, en dirección hacia Andújar, y que no había cesado aún31. Además, que el general Reding le reclamaba y que avisara por si había tropa disponible en Linares y, en caso de no haberla, se situara estratégicamente para cortarles el paso, ya que los franceses retrocederían con toda seguridad por aquel lugar. Tres días después, otro parte del teniente don José Cruz Gómez informaba que por boca de un desertor francés habían conocido la derrota del ejército napoleónico por la tropa española, por lo que entregado el prisionero se acercó a la Carolina para verificar declaración del soldado, ya que en la noche anterior había observado el paso de una división francesa compuesta de cuerpos de Caballería, Infantería y un tren de Artillería con dirección al pueblo de Santa Elena. Y en efecto, al llegar a las inmediaciones de las Navas el conde de Valdecañas dio alcance a quince soldados franceses que también caminaban a Santa Elena, a quienes hizo también prisioneros. En este día se presentó un ayudante de campo del

31 Ibídem, pág. 104. Reding se disponía marchar hacía Andújar, donde se encontraba acampado el general Dupont con sus divisiones, cuando inesperadamente se encontraron con las tropas del citado general que caminaban en la noche y en silencio.

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general Castaños, acompañado de un general francés, que me dio la orden de seguir incomodando a los enemigos pese a que estos ya se habían rendido. Además me ratificó que la división enemiga que había pasado para Santa Elena también se iba a rendir. Por tanto, decidió reunirse con su división ya que era imposible subsistir ante la escasez extremada de víveres pues los pueblos de Ocho casas, el de Seis y Vilches solo han podido enviar pan, y tienen dos arrobas de arroz, sin aceite y sin otros auxilios32. Por tanto el comandante Valdecañas había arrojado con su división a los franceses de Jaén en su primera entrada, batió en Linares a los franceses logrando su retirada con pérdidas de efectivos, liberó de contribuciones a Baeza y a toda la Loma de Úbeda, obligando al General francés Vedel a retirarse e impidió que socorriera al general Dupont, favoreciendo la victoria de Bailén y la acción anterior de Mengibar. Sin embargo, un malentendido oscureció la actuación del conde de Valdecañas, y así se lo confirmó el Mariscal de Campo, don Tomás Moreno, en un oficio de 26 de julio: A la salida de vuestra señoría de Porcuna, le expliqué el objeto de su comisión, que era pasar por Úbeda y Baeza, acercarse al Puente del Rey, y obrar de acuerdo con el General Reding. Ni éste, ni yo hemos recibido noticias ni sabido su paradero, tanto que destiné un oficial en busca de vuestra señoría. En las acciones del 16 y 19 me han dicho se hallaba con sus fuerzas en Baeza, de consiguiente, páseme vuestra señoría noticia de sus servicios hechos y relación de las personas que se hayan señalado.

Pedro Pablo de Valdecañas respondió a este oficio sorprendido: Con el mayor sentimiento, veo duda vuestra excelencia de mi proceder, y me dice que a mi salida de Porcuna, se me ex-

32 Seis Casas y Ocho casas son actualmente pedanías de la Carolina.

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plicó el objeto de mi comisión, a lo que respondo con tanto respeto como verdad, que si vuestra excelencia previno que así se hiciera, no se verificó pues nadie me dijo a mi cuál fuese me destino, ni aquel día mandaba yo la división; pues fue en el que llegó a Torredonjimeno a tomar el mando el coronel don Francisco de Reina, y sólo sí se me indicó que tendría parte en las operaciones, habiendo entendido algo de que la Caballería obraría tal vez separadamente, por lo que creí si quizás se dividiría el encargo entre Reina y yo. Pero como ni me competía preguntar de un plan que hasta entonces era reservado, ni las ocupaciones de vuestra excelencia y demás que podían darme órdenes, permitieron que me hablase, me retiré a aquella villa habiendo precedido tomar la anuencia de vuestra excelencia que me dijo en la puerta de su alojamiento, que podía irme, y que me darían las órdenes oportunas, que supongo daría vuestra excelencia para que se me comunicasen, pero que no han llegado a mí; y creo que no habrá quién afirme bajo su palabra de honor lo contrario.

Efectivamente, cuando Valdecañas llegó a Torredonjimeno el coronel Reina había partido con sus fuerzas, por lo que permaneció en la villa esperando órdenes que no tardaron en llegar del ayudante del General Reding, en las que se le indicaba que sin pérdida de tiempo partiera para Torrequebradilla, punto que podía ser de salida para los enemigos. Seguidamente el conde de Valdecañas se dirigió con sus hombres al puente del Obispo y a continuación a Baeza, a pesar de la escasez de municiones que no llegaban a tres cartuchos por plaza. En la noche del 15 recibió orden del coronel Francisco Abadía para que pasará a las alturas de Jabalquinto al día siguiente, con una postdata de Reding que decía: “arréglese usted a las circunstancias y acuda a dónde haya necesidad”. Antes del amanecer ya había emprendido la marcha a las alturas indicadas, pero apenas fue de día cuando descubrieron en las inmediaciones de Ibros, una avanzada francesa de unos cien hombres, que fueron perseguidos por el teniente de Sagunto, Tomás Mateos, que abatieron a tres enemigos, obligando a las divisiones galas a replegar-

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se a Linares. Seguida la marcha por las unidades de Valdecañas, consciente de tener enemigos a la derecha, llegaron a las alturas de Jabalquinto y Linares, y decidieron atacar a esta última. Ahora bien, los franceses enterados de la presencia de tropas enemigas abandonaron la localidad sin que los hombres bajo el mando de Pedro Pablo de Valdecañas, abatidos por la sed, pudieran impedir su marcha a Bailén. Aunque la retaguardia enemiga fue hostigada por la caballería del conde de Valdecañas no lograron detener y derrotar a los franceses en su huida hacia Bailén, a pesar de que éstos sufrieran numerosas pérdidas, así como la captura de prisioneros. Las noticias que llegaban del Ejército andaluz señalaban la retirada del general Reding a Mengibar, por lo que la unidad de Valdecañas volvió a su posición de Linares, enviando un parte al general Reding solicitando órdenes. Mientras distribuyó partidas de Infantería por la sierra para que observaran al enemigo y evitó que éstos se abastecieran con víveres en los pueblos de los alrededores, y privándoles de municiones de Linares. El 18 envió personalmente al teniente coronel Sanz, comandante del primer batallón de voluntarios de Málaga, para que recibiera órdenes del general Reding, que le manifestó que esperara el resultado de aquel día. Al día siguiente recibió el lucentino Valdecañas una carta del corregidor de Linares en la que el general Reding se le ordenaba d vigilará la huida de los enemigos franceses por Linares, y del Coronel Francisco Javier Abadía para que pasara a la Carolina ya que había 4.000 enemigos desde la citada población a Guarromán, y que dos divisiones de 400 hombres se habían reunido en la noche anterior por un General, en el sitio que llaman de la Mesa de Carboneros, guiados por 10 paisanos y preguntaban por los caminos de Úbeda y Baeza. Valdecañas observó las fuerzas enemigas y dio parte de sus movimientos al General Reding que no respondió. Pedro Pablo Valdecañas añade el siguiente comentario: “se ignora si la rivalidad o la desgracia traspapeló este oficio, pues continuó el silencio anterior”. El 10 de febrero el Coronel de Caballería Valdecañas recibe un oficio del General Javier Castaños clarificando el silencio en torno a los méritos contraídos durante la Gloriosa Revolución: y solicitando que premiarán con ascensos a los que habían servido a sus órdenes.

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Cuando reuní en Porcuna a los generales para formar el plan de ataque de Andújar, destiné al Conde de Valdecañas para que bajo las órdenes del General Reding siguiese siempre sus movimientos sobre su costado derecho, cubriendo Baeza y pueblos inmediatos, impedir la conducción de víveres e incomodar con partidas a los enemigos, sin comprometerse, en consideración a la gente indisciplinada que tenía a sus órdenes. Cuando el General Reding verificó el paso del río Guadalquivir en Mengibar, me dio parte que no tenía noticia del paradero del conde de Valdecañss; le encargue procurase indagarlo y que según lo acordado se dirigiese por Linares hasta la Carolina, para impedir que los enemigos que se hallasen en aquellos puntos, y en los de Despeñaperros no se reuniesen con los que estaban en Bailén, y después de la gloriosa batalla del 19 de julio me participó Reding que no había conseguido emplear a Valdecañas, por no haber indagado su paradero, que después supe había estado aquellos días en Baeza. Con estas noticias que me sorprendieron, y no haber recibido oficio ni parte de Valdecañas, estuvo bien distante de incluirle en la promoción que presenté a la Suprema Junta, hallándome en Sevilla, Y cuando en Madrid recibí una de las representaciones de Valdecañas, fue la primera noticia que supe de la actuación que sostuvo en las inmediaciones de Linares, y aun que la Suprema Junta de Sevilla dirigió a mi informe la queja que había presentado sobre los agravios que experimentaba, no pude darle con extensión por falta de datos, y ser en estos días que había de salir para el Ejército.

El General Castaños finaliza su informe reconociendo que el conde de Valdecañas buscó todos los recursos para recibir las órdenes del General Reding y que en Bailén: Tuve con el General Vedel, a quien diciéndole con franqueza que siempre le haría cargo por haber abandonado a Dupont dejando la posición de Bailén me replicó que se vio obligado a ello por haber sabido que una división fuerte se diri-

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gía por Linares a la Carolina, y como entonces estaba en la inteligencia que Valdecañas no se había movido de Baeza, considere que alguna noticia falsa había ocasionado el movimiento de Vedel que nos fue tan ventajoso.

Por tanto, consideraba que el Coronel Villacañas era acreedor de una recompensa por “su buen desempeño en la última campaña de Andalucía, así como a los hombres a sus órdenes. Es decir, se la rehabilitó y premió con un ascenso de Brigadier. Que a la entrada de los enemigos en Andalucía quedó retirado en clase de Coronel en país ocupado por los enemigos pero sin servirlos de manera alguna. Y en medio de los riesgos de aquella situación, dio prueba de patriotismo franqueando caballos y auxilios a las partidas que dependían del Ejército español, dando noticias importantes a sus jefes y proporcionando socorros y fuga a varios prisioneros, y conservó en su casa los estandartes del Regimiento de Dragones de Sagunto que han vuelto a su cuerpo de entre las bayonetas enemigas. Como consecuencia de este informe del General Castaños, el Consejo de Generales establecido en el Puerto de Santa María lo rehabilitó al ejercicio de su empleo con el goce de sus Fueros, distinciones y demás privilegios como consta de los documentos que ha presentado. Con posterioridad se condecoró a este brigadier con la Flor de Lis de Francia y con la Medalla de Honor por la memorable Batalla de Bailén. Esta es la historia de un héroe lucentino del que los libros de Historia silencian.

3. Bibliografía CONDE DE TORENO (1953), Historia del Levantamiento, guerra y revolución de España, Ed. Atlas, Madrid. FERNÁNDEZ DURO, Césareo (1867), Naufragios de la Armada Española: Relación histórica formada con presencia de los documentos oficiales que existen en el archivo del Ministerio de Marina, Ed. Renacimiento, Madrid.

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Capítulo 3

Poder real y poder social a finales del XVIII: la creación del Regimiento Fixo de Málaga y el marqués del Vado del Maestre Pedro Luis Pérez Frías Ministerio de Defensa

1. Introducción A finales de septiembre de 1790, el marqués del Bado1 del Maestre comunicaba al Ayuntamiento de Málaga la aprobación real para crear un regimiento de Infantería con destino a guarnecer los presidios menores de África. La carta, fechada en Madrid el día 27 del citado mes y año, señalaba que el nuevo cuerpo tomaría el nombre de “Fixo de Málaga” y que el coronel del mismo sería el hijo del citado marqués, D. Diego de Córdova, hasta entonces alférez de las Reales Guardias Españolas. Gracia que había obtenido gracias al compromiso del marqués para levantar el regimiento a sus expensas y cuidado2. Además, adjuntaba las condiciones que se habían fijado para levantar el regimiento, con la aprobación de Carlos IV, así como las cláusulas fijadas para los aspirantes a conseguir algún empleo en el nuevo cuerpo. El fundador aprovechaba la ocasión para demostrar al Cabildo su estrecha relación con la capital malagueña, eligiendo

1

La grafía del apellido varía según los documentos consultados. La firma que aparece en la carta dirigida al Ayuntamiento de Málaga es “Marqués del Bado”, en otras fuentes aparece como “Marqués del Vado”. Para simplificar utilizaremos a partir de aquí la segunda forma que es la que ha perdurado hasta el momento actual. En caso de citas literales se mantendrá la forma del original.

2

Archivo Municipal de Málaga, Actas Capitulares, volumen 180, ff. 705r -706r .

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por patronos a los de la ciudad y su escudo de Armas para las banderas del Cuerpo. Así, señalaba en el citado escrito: Usando del advitrio que S. M me ha dado, he elegido por Patronos de dicho Regimiento, como era debido, a los mismos que son de esa muy Noble Ciudad, la Virgen de la Victoria y los Santos Mártires Ciriaco y Paula. En uso de las mismas facultades he mandado poner en las Banderas y demás Menajes del Regimiento el escudo de Armas de que usa.

En el cabildo del 7 de octubre se abrió y leyó esta carta del marqués del Vado del Maestre; los escasos asistentes, el alcalde mayor D. Miguel de la Torre González Sardina —que lo presidía—, los regidores D. Francisco Altamirano, D. Josef de Zea y D. Josef de Quintana, el diputado del común D. Josef de Figueroa y el síndico D. Josef de Montemayor, se limitaron a acordar que se contestase al marqués dándole la enhorabuena y que se imprimiesen cien ejemplares de las trascripciones de los impresos que la acompañaban, para dar conocimiento a los habitantes de Málaga3. Ciertamente, el firmante de la comunicación al Ayuntamiento malagueño era bien conocido por los asistentes a este cabildo. D. Francisco de Paula Córdova Laso de la Vega, cuarto marqués del Vado del Maestre, era miembro de una de las familias más influyentes en el Reino de Granada y un destacado vecino de la ciudad de Málaga. Así lo destacaba el presbítero Antonio Ramos, académico correspondiente de la Real Academia de la Historia, en varias de sus obras. En ellas relacionaba al linaje del marqués del Vado del Maestre con las casas nobiliarias de los duques del Arco y los condes de Puertollano4, así como con la casa de Aguayo5, junto a otros títulos nobiliarios.

3

AMM, Actas Capitulares, volumen 180, ff. 704v y 714r.

4

A. Ramos (1780).

5

A. Ramos (1781).

80

El prestigio de D. Francisco de Paula Córdova Laso de la Vega fue motivo para que se le dedicasen libros y publicaciones. Así ocurrió con el médico barcelonés Guillermo Gimel, que ejercía como profesor de medicina en Málaga cuando publicó un tratado sobre “el morbo Gálico” que incluía una dedicatoria al marqués que se iniciaba con la extensa relación de sus títulos y cargos (G. Gimel, 1772, s/p.): Al muy Ilustre Señor Don Francisco de Paula Córdoba, Laso de la Vega, Pacheco, Portocarrero, Cárdenas, Vintimilla, Castillo, Vega, Moriano, y Moscoso; IV Marqués del Bado del Maestre, y de la Torre de las Sirgadas; XVII Conde de la Puebla del Maestre, y VIII Marqués de la Villa de Bacares. Señor de las Villas de Villazelumbre, la Puebla, Gergal, Bacares, Belefique, y Febeyre, con sus castillos, fortalezas, y vasallos. Alcaide y Señor de la fortaleza de Castellanos. Regidor perpetuo y Alférez mayor de la ciudad de Xerez de los Caballeros. Patrono del Hospital de S. Cosme y S. Damián de la ciudad de Ronda, y de la Iglesia Parroquial de Santiago de Llerena.

Sin embargo, es preciso señalar que gran parte de los títulos relacionados correspondían a la esposa de D. Fernando, su prima hermana y tía, D.ª Isabel María Pacheco Córdova y Cárdenas, que había aportado al matrimonio los de XVII condesa de la Puebla del Maestre, marquesa de la Torre de las Sirgadas, Sra. de las villas de Villazelumbre, la Puebla, Gergal, Bacares, Belefique y Febeyre, de las Aduanas de Badajoz y del Alferazgo mayor de Jerez de los Caballeros, y patrona única de la Iglesia parroquial de Santiago de Llerena6. Aspecto que aclararía unos años más tarde A. Ramos (1777) al dedicar al citado Marqués del Vado y a su esposa otra de sus obras, escrita para puntualizar y corregir el estudio sobre los títulos de Castilla de J. Berni (1769), iniciando su ofrenda con estas palabras:

6

A. Ramos (1780), 17.

81

Al Señor D. Francisco de Paula Córdova, Laso de la Vega, Pacheco, Portocarrero, Vintimilla, Maldonado, Castillo, Moscoso y Cárdenas, IV Marqués del Vado del Maestre, Patrono del Hospital de S. Cosme y S. Damián de la Ciudad de Ronda, y a su dignísima Consorte, Prima y Tía. La Señora Doña Isabel María de Cárdenas, Pacheco, Portocarrero, Córdova, Laso de la Vega, Bazán, Vega, Moriano y Silva, XVII Condesa de la Puebla del Maestre, IV Marquesa de la Torre de las Sirgadas, y de Bacares, Señora de las Villas de Villazelumbre, la Puebla, Gergal, Bacares, Belefique, y Febeyre, de la Fortaleza de Castellanos, de las Martiniegas, Aduana y Portazgo de la Ciudad de Badajoz, y Lugares de su Tierra, y del Alferazgo mayor de Xerez de los Caballeros y Patrona única de la Iglesia Parroquial de Santiago de Llerena y de las Capellanías que en ella instituyó el Gran Maestre de la Orden de Santiago D. Alonso de Cárdenas.

El citado médico catalán G. Gimel (1772, dedicatoria) señalaba las cualidades del marqués, un hombre ilustre, amante y protector del buen gusto y de las bellas letras, y las razones que le habían inducido a dedicarle su trabajo: Lo excelso, y sublime de su nacimiento, sus muchas, y grandes virtudes, así morales, como Christianas; su Religión, su generosidad, su piedad, su prudencia, su magnanimidad, su política y otras heroycas calidades naturales, y adquiridas, que le adornan, y engrandecen, que lo hacen admirar de cuantos tienen el honor de conocerle, y que lo caracterizan, sin disputa, de un modo particular7.

D. Francisco de Paula era el hijo primogénito del III marqués del Vado del Maestre, D. Diego Ciriaco de Córdova Laso de la Vega, y de D.ª Isabel Josefa Pacheco, y nieto de D. Francisco de

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G. Gimel (1772), dedicatoria.

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Paula Córdova Laso de la Vega, II marqués del Vado del Maestre, y de D.ª Isabel Mansilla Laso de Castilla, por la rama paterna, y de D. Alonso Pacheco, II marqués de la Torre de las Sirgadas; y de D.ª Isabel de Vega, Señora del Carvajo y de las Aduanas de Badajoz, por la materna. Tenía cinco hermanos: Diego, Isabel, Juana, María y Teresa; todos ellos estrechamente relacionados con la capital malagueña, ya que su hermano Diego, coronel de los Reales Ejércitos, fue capitán de la Brigada de Carabineros y responsable del control de los presidiarios que trabajaron en el arreglo de los caminos de Málaga a Antequera y Vélez en el último tercio del XVIII; mientras que sus cuatro hermanas fueron religiosas en el convento de la Paz de Málaga, llegando María a ser Abadesa del mismo. Unos años antes de estas dedicatorias, en el Catastro de Ensenada, realizado entre 1752 y 1753 en Málaga, se recogían los productos de las rentas del marqués del Vado del Maestre, vecino de dicha ciudad. Como cabeza del mayorazgo, D. Francisco de Paula contaba con una serie de propiedades en Málaga, tanto urbanas como rústicas. Así, se recogían 10 casas, situadas todas en la Parroquia de los Mártires; la primera de ellas, situada en la “plazuela del Vao”8, era su residencia habitual y constaba de dos cuartos altos, y uno bajo, principales, dos cuartos de escalera abajo, dos bodegas granero, cochera portal, patio y cocina. El solar tenía 16 varas de frente y 24 de fondo, lindando con casas de D. Fernando Ferro y con esquina a calle de “las Camas”. A espaldas de esta casa se encontraban otras tres, también de su propiedad, con entrada por la calle de la Gloria; la primera constaba de dos cuartos altos, uno bajo, portal, patio y cocina, sus dimensiones eran 9 varas de frente y 12 fondo y lindaba con la de la “plazuela del Vao” (por la espalda) y con la segunda del grupo por el costado, la cual disponía de un cuarto alto, otro bajo, portal, patio y cocina, con 7 varas de frente y 15 de fondo; acolada a ésta se encontraba la tercera del grupo, con un cuarto alto y otro bajo, portal, patio, cocina y corral, de otras 7 varas de frente y 13 de

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Esta denominación es la recogida en las respuestas del Catastro de Ensenada, AMM, Catastro de Ensenada, libro 102, f. 7179.

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fondo, lindando además con otras casas de D. Joseph y D. Juan Gutiérrez. Las cuatro viviendas, ocupaban parte de una misma manzana que, años más tarde, Carrión de Mula identificaba con el número LXIV en el plano de la ciudad que trazó en 17919. Al otro lado de la citada calle de la Gloria y frente a las ya mencionadas, el marqués del Vado del Maestre poseía otras dos casas. Una, en la esquina de calle Lazcano, tenía 26 varas de frente por 22 de fondo, con dos cuartos altos, uno bajo, portal, patio, bodega, dos almacenes y cocina; esta finca era una de las pocas del caudal de D. Francisco de Paula que estaba sujeta a cargas hipotecarias, ya que estaba sujeta a un censo de 44 reales de vellón y 4 maravedís de réditos anuales a favor del convento y religiosas de San Bernardo de la capital; colindante a esta casa, se hallaba otra con dos cuartos altos, uno bajo, portal, patio y cocina, con unas dimensiones de 7 varas de frente y 10 de fondo lindaba por el lateral con casas de D. Joseph Gutiérrez de la Peña. Ambas viviendas lindaban por el fondo con otras tres, también propias del marqués del Vado, que tenían entrada por la calle del Agua o de Buena Ventura10; la primera hacía esquina con la citada calle Lazcano, con 8 varas de frente y 12 de fondo tenía un cuarto alto, otro bajo, portal, patio y cocina; lindante con ella estaba la segunda, con un cuarto alto, otro bajo, un dormitorio, portal, patio y cocina, ocupaba 11 varas de frente y 12 de fondo; la última del grupo lindaba con la anterior y con casas de D. Joseph Pizarro y Eslava, contaba con un cuarto alto, otro bajo, portal, patio, y cocina y tenía las mismas dimensiones que la anterior. Así, el marqués del Vado poseía una considerable parte de la manzana LXIII del citado plano de Carrión de Mula. A estas propiedades urbanas se añadía otra casa en la calle de los Mármoles, con tres cuartos altos, dos bajos, corral, bodega y caballeriza, con unas dimensiones de 23,5 varas de frente y 20 de fondo; lindaba con casas de D.ª Paula de Ahumada y con otras del

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J. Carrión de Mula (1791), Plano de la Ciudad de Málaga y su Puerto.

10 El Catastro de Ensenada recoge unas veces “calle del Agua o de Buena Ventura” y otras “calle del Agua (Altas de Buena Ventura)”.

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colegio de la Compañía de Jesús de Málaga. Sobre esta casa existía también una carga hipotecaria de un censo de 39 reales y 20 maravedís, mas dos gallinas, regulada cada una comúnmente en 4 reales de vellón, que hacían un total de 47 reales de vellón y 20 maravedís de réditos anuales en favor del citado colegio de la Compañía de Jesús. D. Francisco de Paula era propietario, además, de una hacienda en el partido de los Pilones y pago de Santa Agueda, distante legua y media de la ciudad. En ella contaba con una casa de campo con dos salas, despensa, cocina, caballeriza, corral, pajar, tinado, una ermita y tres salas en alto. En la ermita se decían misas todos los días de precepto del año, por lo que se pagaba a la Parroquia de San Juan 4 reales de limosna. Rodeando a la casa se encontraban distintas parcelas, todas de secano (352 fanegas de cuerda) excepto una de olivar, de 30 fanegas, con 1.500 árboles de distintas calidades. Las rentas del marqués se completaban con los réditos anuales de distintos censos. Así, los herederos de D.ª María Fernández Reales, vecinos de la villa de Coín, pagaban 264 reales y 24 maravedís de vellón por uno establecido sobre una huerta en el Arroyo del Cuarto de Málaga. Los presbíteros D. Joseph Casamayor y D. Joseph Rey pagaban sendos censos, el primero sobre una casa en la calle Nueva, por el que abonaba 451 reales de vellón y 17 maravedís, y el segundo el de una casa en calle Ancha del Perchel, por el que recibía el marqués 49 reales y 17 maravedís. Juan de Sarria y consortes pagaban otro de 79 reales de vellón y 14 maravedís por el establecido sobre una viña en el partido y villa de Coín. Los herederos de D. Diego Ponce de León, antiguo Regidor de Málaga, le pagaban 29 reales y 14 maravedís por otro sobre una casa en la barrera sin salida de la calle de Santo Domingo, frente de la casa que fue Mesón del Moral. D.ª Francisca de la Barrera pagaba 33 reales por otro sobre una casa en la calle del Viento del Barrio de San Francisco. La misma cantidad pagaban D.ª Isabel y D.ª Teresa Pérez Mayoral por el establecido sobre una casas en calle Carretería. Pero los rentas más elevadas en este caso procedían del Concejo y Villa de Casabermeja que pagaban al marqués 660 reales por el establecido sobre sus Propios o arbitrios.

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El producto declarado en dicho catastro por el Marqués del Vado del Maestre era de 23.341 reales de vellón y 4 maravedís, repartido entre casas (5.416 rs.), almacenes (1.200 rs.), secano (9.225 rs. y 4 mrs.) y arbolado (7.500 rs.). Si se comparan estos réditos con los declarados por el resto de marqueses que tenían propiedades en Málaga en esa época, como muestra la siguiente tabla, podemos apuntar varias conclusiones: Título

Vecindad

Productos

Marqués de Castilleja del Campo

Málaga

47.533,, 16

Marqués de Rivilla

Valladolid

41.860,, 28

Marqués de Chinchilla

Presidente y Gobernador de las Armas en la provincia de Leche, Reino de Nápoles

38.806,, 1

Marqués del Vado del Maestre

Málaga

23.341,, 4

Marqués de Murillo

Madrid

22.000,,

Marqués de Rivas

Córdoba

21.959,, 17

Marqués de Villadarias

Madrid

7.428,,

Marqués de Casa Pabón

Jerez de la Frontera

6.529,,

Marqués de la Vilueña

Soria

51,411 .224,, 32

Marquesa de Valdecañas

Madrid

5.140,, 26

Marqués de Yebra

Málaga

4.274,,

Marqués de Valdesevilla

Pizarra

3.300,,

Marqués de Tolosa

Madrid

2.200,,

Marqués de Pejas

Madrid

1.148,,

Marqués de la Cueva del Rey

Sevilla

1.056,,

Marquesa de Fuente el Sol

Ávila

180,,

Fuente: Elaboración propia a partir de los datos del Catastro de Ensenada.

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En primer lugar que el marqués del Vado del Maestre formaba parte de un selecto grupo que superaba los 20.000 reales de rentas; en segundo lugar, que era uno de los tres nobles con título de marqués que estaba avecindado en Málaga; y finalmente, que si bien sus réditos no llegaban a ser el 50 % de los del marqués de Castilleja del Campo, uno de los vecinos malagueños y el primero de la lista, eran más de cuatro veces los del marqués de Yebra, el otro avecindado en la capital. Es destacable que el marqués del Vado es el único noble titulado que se cita por su nombre y apellidos en este libro del Catastro; así, en el inicio de la relación de sus productos, se le cita como “Don Francisco de Córdova, Laso de la Vega, Pacheco y Portocarrero, Marqués del Vado del Maestre”. La condición social de la Casa del Vado del Maestre a mediados del XVIII era evidente. Aunque sus réditos eran ampliamente superados por otros de los incluidos en el catastro, a pesar de no pertenecer a la aristocracia; este era el caso de D. Manuel Francisco de Amaya, al que se asignaba un producto de 57.553 reales de vellón y 9 maravedís11, o D. Miguel Monsalve y Pabón, vehedor y contador de armadas y fronteras, al que se le atribuían 34.267 reales y 16 maravedís12. La desahogada situación económica se vería reforzada en abril de 1780 cuando, con fecha 23 de ese mes, el conde de Floridablanca comunicaba al matrimonio formado por D. Francisco de Paula y D.ª Isabel María, en su calidad de condes de la Puebla del Maestre, que el Rey les había hecho merced de la Grandeza de España de segunda clase, “para sí, sus hijos, y sucesores en su Casa de la Puebla del Maestre”. El mismo día firmaba Carlos III el decreto de concesión en el que se señalaban los motivos que la justificaban: En atención a la antigua nobleza y lustre de D. Francisco de Córdova Laso de la Vega y de Doña Isabel María Pacheco Portocarrero y Cárdenas, Condesa de la Puebla del Maestre, su mujer, y a los distinguidos servicios de sus ascendientes;

11 AMM, Catastro de Ensenada, vol. 102, ff. 7396r-7412r. 12 AMM, Catastro de Ensenada, vol. 102, ff. 7520r-7529v.

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he venido en hacerles merced de la Grandeza de España de segunda Clase, para sí, sus hijos y sucesores en su Casa de la Puebla del Maestre, varones y hembras, nacidos de legítimo matrimonio, perpetuamente. Tendrase entendido en la Cámara, y se les dará el Despacho correspondiente. Aranjuez 23 de Abril de 1780. Al Gobernador del Consejo.

Por aquel entonces, la descendencia de los marqueses del Vado del Maestre estaba compuesta por D. Francisco de Paula Córdova Laso de la Vega Pacheco y Cárdenas, ya marqués de la Villa de Bacares; D. Diego de Córdova, cadete de Reales Guardias de Infantería Española; y D.ª María de las Angustias Córdova y Pacheco.

2. La creación del regimiento La creación del regimiento “Fixo de Málaga” en 1790 puso de manifiesto las relaciones entre el poder real y el social en la Málaga de finales de la centuria, acudiendo al sistema de asiento o contrata y a la venta de empleos que había sido un uso común durante gran parte del siglo XVIII, como señala F. Andújar (2004). El cinco de junio de ese año el marqués del Vado del Maestre había presentado un memorial al Rey Carlos IV por medio del Ministro de la Guerra, el conde del Campo de Alange13, para levantar a sus propias expensas un regimiento de Infantería que se llamaría “Fixo de Málaga”14.

13 Esta es la forma en que aparece el título en decretos de la época, Gazeta de Madrid (1790, 472). La denominación del título varía según los autores y las épocas. En la “Genealogía de los Ministros de la Guerra y del Ejército desde el año 1475 hasta la fecha” que se incluía en los Anuarios Militares de España, editados por el Depósito de la Guerra, consta como titular entre el 25 de abril de 1790 y el 12 de diciembre de 1795 “Francisco Javier Negrete, Conde del Campo de Alange”. Depósito de la Guerra (1929, 13). Sin embargo, el que ostentaba el título de nobleza desde 1785 era Manuel de Negrete y de la Torre, según consta en su carta de pago de los derechos sucesorios. Archivo Histórico Nacional, Consejos, 11764,A, leg 1785, Exp. 3. 14 AHM, Sección Nobleza, Montealegre de la Rivera, C 9, D 2.

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Un mes más tarde, el citado marqués firmaba en Madrid una propuesta para hacer efectiva la creación del regimiento; recordando que previamente había presentado un memorial para: “levantar a sus propias expensas y cuidado un Regimiento de Infantería Fixo de Málaga, con objeto de guarnecer los tres Presidios menores, Escoltas de sus barcos y demás servicio de ellos”. El marqués del Vado del Maestre proponía diversas condiciones, recogidas en veinte artículos. El primero fijaba la organización del regimiento y su fuerza, que debía ser igual a los demás de infantería ya existentes, de acuerdo con lo establecido en la Ordenanza general del Ejército; por lo que el número y clase de sus compañías, así como el de soldados y cuadros de mando sería similar a los de otros Cuerpos de Infantería. El Estado Militar de España de 1790, según V. Alonso y M. Gómez (1997, 57), establecía que los regimientos de Infantería de línea debían constar de dos batallones, con nueve compañías cada uno, 8 de fusileros y una de granaderos. Cada una de esas compañías tendrían 1 capitán, 1 teniente, 1 subteniente, 1 sargento primero, 1 sargento segundo y 1 tambor; además, las de fusileros integrarían 4 cabos primeros, 4 cabos segundos y 63 soldados (total plantilla 77 hombres), mientras que las de granaderos tendrían 3 cabos primeros, 3 cabos segundos y 53 granaderos (total plantilla 65 hombres). En el segundo, el marqués planteaba su primera exigencia: que su hijo, D. Diego de Córdoba, alférez de Reales Guardias Españoles, fuese nombrado coronel del regimiento que se proponía levantar. Aspiración nada descabellada y que seguía los usos hasta entonces vigentes en España en cuanto a la compra de empleos militares, como ha explicado F. Andújar (2004), y que había sido también habitual en todos los ámbitos de la administración, como ha descrito para los inicios del siglo XVIII el propio F. Andújar (2008). En los dos artículos siguientes D. Francisco de Paula fijaba las condiciones a que se comprometía en cuanto al equipamiento de los soldados que se incorporasen al nuevo regimiento. El vestuario sería confeccionado con paño fabricado en España, de tan buena o mejor calidad que el que se daba a los restantes regimientos de In-

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fantería. Aunque los colores y divisas a utilizar quedaban pendientes de la decisión real; una vez establecidos aquellos, el marqués se comprometía a presentar en la Secretaría de Guerra un vestido completo, con la fornitura correspondiente, para su aprobación y que, una vez que se diese ésta, sirviese de modelo a todo el vestuario del Fixo de Málaga. En relación al armamento, según se establecía en la propuesta. debía ser proporcionado por los Reales Almacenes, pero pagado por el fundador; los fusiles, bayonetas, espadas y sables que necesitase el nuevo cuerpo, debían ser de calidad similar a los que usaban los demás regimientos de Infantería y debían ser pagados los mismos precios que se cargaban a dichas unidades. Para poder contar con una base que permitiese encuadrar a los soldados de nueva recluta incorporados al cuerpo (pie del regimiento), el marqués pedía que se le proporcionasen 143 hombres veteranos de tropa procedentes de otros regimientos. El grupo se distribuía en distintos empleos: 18 sargentos segundos, 34 cabos primeros, 18 cabos segundos, 9 tambores y 64 soldados. Para favorecer el traslado, ofrecía el ascenso al empleo inmediato a los sargentos y cabos, por lo que las plazas que ocuparían serían las de sargento primero, sargentos segundos y cabos primeros, respectivamente15. El propósito del fundador era que todos ellos sirviesen de ejemplo y modelo, por lo que exigía se dieran órdenes estrictas, literalmente “más estrechas”, para que los seleccionados fuesen de la mayor confianza, honradez y conducta, y sin nota alguna en sus filiaciones. La incorporación de esta tropa veterana sería a medida que la solicitase el marqués, que se comprometía a pagar por cada sargento y cabo primero 300 reales de vellón a los regimientos de donde se sacasen; y a satisfacer por los demás la cantidad que constase habían recibido a su entrada en el ejército, según resultase de sus respectivas filiacio-

15 Las cifras se corresponden con la plantilla completa de sargentos primeros, anteriormente señalada; pero prácticamente doblan la plantilla señalada de sargentos segundos (18). En el caso de los cabos primeros corresponderían uno por compañía, mientras que los tambores eran sólo la mitad de los que preveía el estado militar. Será necesario contrastar las listas de revista del regimiento fijo de Málaga para confirmar la incorporación de estos veteranos.

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nes, a la que añadiría 2 reales de vellón por cada mes que les faltase para cumplir el tiempo de su compromiso, devolviendo también su vestuario y armamento a sus regimientos de origen16. Estas cantidades implicaban un coste de 16.600 reales para los sargentos y cabos primeros, sin que se pueda calcular el montante de lo que tendría que abonar por la incorporación de los restantes, ya que las cantidades estaban supeditadas a circunstancias variables imposibles de conocer con antelación. Además, el marqués señalaba que los sargentos que tenían que dar los otros regimientos debían de ser “sujetos impuestos en el manejo del arma, evoluciones y gobierno interior de la tropa”; cualidades que les permitirían instruir adecuadamente a los reclutas que se incorporasen al Fijo de Málaga. Así mismo, D. Francisco de Paula establecía como obligación de la Corona el facilitarle en Málaga una casa o almacén en régimen de alquiler, de cuyo pago se comprometía el fundador a hacerse cargo; con la finalidad de utilizarlo como cuartel mientras se completaba el regimiento donde alojar a la tropa que recibiese de otros cuerpos y a los nuevos soldados que se reclutasen. También sería responsabilidad de la administración real (la Provisión) el suministro de las camas y utensilios que se necesitasen para equipar dicho cuartel, si bien estos materiales deberían ser abonados al proveedor según el precio que se acordase. Tanto los veteranos destinados al regimiento como los reclutas, en caso de caer enfermos, deberían ser atendidos por los hospitales en las mismas condiciones que el resto de los soldados del Ejército. Ahora bien, el pago de la estancia de estos quedaba en función de su situación, si el enfermo era un recluta cuya compañía no se había completado todavía y, por lo tanto, no se había aprobado y admitido su entrada al servicio del Rey, los gastos serían afrontados por el marqués; en cambio, los admitidos ya al servicio real, así como los veteranos, formaban ya parte del Ejército, cuyos gastos corrían a cargo de la Real Hacienda. Se establecía un

16 AMM, Actas Capitulares,vol. 180, f. 707v. Artículo 5.º de la propuesta.

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criterio similar para otros devengos y suministros, como el prest y el pan, de los que se hacía cargo el fundador del regimiento en lo relativo a los nuevos reclutas sin entregar, si bien las raciones de pan necesarias serían facilitadas por la Provisión, pagando por cada una lo que se acordase con el proveedor; quedando a cargo de la Real Hacienda el prest y pan de los sargentos, cabos, tambores y soldados veteranos que recibiese para el pie del regimiento, la cual se haría responsable a partir del cese de aquellos en sus anteriores cuerpos; motivo por el cual debían pasar la correspondiente revista mensual que acreditase su existencia. Según se indicaba en el octavo artículo de la propuesta, el control de la compañías que se levantasen quedaba en manos de un inspector, o comisionado, en Málaga; al cual debía ser presentada cada compañía una vez que estuviese completa, tanto en la plantilla de sus hombres, como en el vestuario, armamento y equipo. En el caso de las de fusiles se cita: “en el pie de setenta y siete plazas”; mientras que en las de granaderos se remite a la ordenanza: “Lo propio deberá entenderse sucesivamente con las demás compañías inclusas las de Granaderos; estas en su fuerza respectiva de Ordenanza”. Una vez aprobada por el inspector, los haberes de oficiales y tropa de la compañía pasaban a ser responsabilidad de la Real Hacienda; y desde ese día quedaba el marqués exonerado de su manutención y de cualquiera otra responsabilidad. Además, una vez realizada la entrega de cada compañía completa, el inspector debería librar al marqués una certificación que acreditase que esta se había realizado en los términos que especifica este artículo. Los requisitos para la recluta de los nuevos soldados, se regulaban en cuatro artículos más (del 9 al 12, inclusive). Para facilitar la rápida formación del regimiento se permitiría al marqués del Vado establecer cuantas partidas de recluta considerase necesario en un radio de 10 leguas respecto a la ciudad de Málaga; para ello se le debían conceder los pasaportes que pidiese, sin establecer límite alguno en cuanto a la cantidad, para los lugares que el marqués estimase oportunos; además, se le debería autorizar a fijar carteles públicos para dar impulso a la recluta. Se imponía la restricción de no admitir a desertores de otros cuerpos del Ejército, incluidos los

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de Marina y Milicias, ni a fugitivos de la Justicia; esta condición era común en todos los reclutamientos. Para el establecimiento de las partidas de recluta se fijaban las mismas condiciones que en las del Ejército. Las Justicias de los pueblos donde se estableciesen deberían dar todos los auxilios necesarios, franquear a las partidas casas a propósito y proporcionar las camas que se pidiesen, acomodadas al uso de los vecinos. Por su parte, el marqués pagaría por el alquiler de las casas y de las camas lo que contratase con dichas Justicias, y lo mismo por los demás utensilios que suministrasen. Cuando se trasladasen, desde o hasta Málaga, las partidas deberían ser alojadas como el resto del Ejército durante su marcha, así como se las tenía que proporcionar el pan y víveres que necesitasen, teniéndolos que pagar inmediatamente a los precios corrientes. Los reclutas incorporados por las partidas tendrían un trato similar en su marcha hasta la capital. En el artículo décimo de la propuesta el marqués del Vado introducía una medida novedosa: la posibilidad de incorporar, bajo ciertas condiciones, al nuevo regimiento a presidiarios que estuviesen cumpliendo condena. Justificaba su proposición en el conocimiento práctico que había adquirido en los casi 10 años en que habían estado a su cargo y al de su hermano, el coronel D. Diego de Córdoba, las numerosas brigadas de presidiarios que se habían empleado en los caminos de Antequera y Vélez, las obras de encauzamiento del río Guadalmedina y algunas otras; lo cual le había hecho ver, “con mucha lástima”, que había un gran número de hombres llevados a presidio por causas leves, “de poquísima consideración”, donde confundidos con los reos de mayores delitos corrompían sus costumbres y que, una vez cumplida su condena, salían del presidio “con vicios que no tenían antes”. Según señalaba el marques: “De esta calidad de gente, que abunda en todos los Presidios, y de la que sufre en el día dilatados encierros en las cárceles, ya sentenciados, pudieran sacarse buenos soldados, con mucho beneficio del Estado”. Por ello, solicitaba al Rey permiso para poder sacar de los presidios menores de África, del de Ceuta, de las brigadas que trabajaban en los caminos de Málaga y de las cárceles de los cuatro Reinos de Andalucía, todos

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aquellos sujetos de “limpias condenas” que tuviesen la aptitud correspondiente para “el ejercicio de las Armas”; con la condición de enviar previamente al Ministerio de la Guerra una relación circunstanciada de los elegidos, con expresión de los motivos de su condena, para que fuese aprobada por el Rey. Además, para evitar posibles recelos sobre la calidad de estos peculiares reclutas, el marqués se comprometía a presentar al inspector que debía supervisar las compañías formadas un certificado por cada presidiario o recluso de las cárceles que se incorporase al regimiento; el documento expedido por los respectivos comandantes de presidio, o responsables de la cárcel, debería hacer constar el delito y tiempo su condena y a la vista del mismo sería el comisionado (también denominado en la propuesta “Oficial aprobante”) el que ratificase su admisión en el Ejército. Según recordaba D. Francisco de Paula en el mismo artículo décimo, la sentencia más larga de estos futuros soldados estaba limitada a 8 años y, en la mayoría de los casos, era menor a ese tiempo. Por esta razón, para dar mayor fuerza a su propuesta, ofrecía depositar en la caja del nuevo regimiento la parte equivalente a lo que sería una prima de enganche, señalando que esta sería: A proporción de la talla que tengan, la cantidad que corresponda por enganche al número de años que falten (sobre la parte de condena que han de extinguir en el Cuerpo) hasta los ocho que debe servir todo recluta, contándose este tiempo desde el día que sean aprobados; y desde él se formará la cuenta por el Reglamento de 25 de mayo de 1786. Como compensación al permiso real para la incorporación de presidiarios y reclusos, medida que el marqués juzgaba muy útil para favorecer la rápida formación del Fijo de Málaga, el fundador renunciaba a poder vender las cuatro patentes correspondientes a los abanderados. La redacción de la propuesta, “cede el proponente a favor de V. M. las cuatro subtenencias de Bandera”, deja bien claro donde residía el verdadero poder a la hora de levantar el regimiento. Según se especificaba en el artículo 11, tanto los reclutas como los presidiarios debían reunir las mismas condiciones físicas y de edad: “cinco pies de estatura lo menos, medidos descalzos; su edad

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ha de ser la de diez y seis años cumplidos, hasta cuarenta, con la correspondiente aptitud para el servicio militar”. Su instrucción (según el art. 12) se encomendaría a los sargentos y cabos que debían dar los regimientos, bajo la dirección del teniente coronel, sargento mayor, y los dos ayudantes que el Rey tendría que nombrar para el Fijo de Málaga. Eso sí, bajo el supuesto de que los sargentos que enviasen los otros cuerpos debían ser: “sujetos impuestos en el manejo del arma, evoluciones y gobierno interior de la tropa”. Sólo si se cumplía esta condición podrían estos y los cabos, instruir a los reclutas y a la “gente ya entregada”. El marqués se reservaba 3 sargentos, 3 cabos, 2 tambores y 12 soldados veteranos para atender en el cuartel de Málaga “el gobierno y cuidado de la gente” que no se hubiese entregado todavía. Para conseguir la máxima rapidez en la instrucción y adiestramiento de la nueva unidad, el marqués proponía que los oficiales se formasen bajo la dirección de los citados teniente coronel y sargento mayor, conforme se fuesen incorporando. Con este método, que simultaneaba el aprendizaje de tropa y oficialidad, se podría enviar a cada compañía a prestar servicio en los presidios menores en un plazo relativamente breve, a partir de su aprobación o entrega, siempre y cuando esta medida fuese considerada conveniente por el Rey. El marqués del Vado conocía bien las suspicacias y temores que podría levantar en la capital malagueña la incorporación de presidiarios y reclusos de las cárceles andaluzas al nuevo regimiento, sobre todo ante la posibilidad de desórdenes y altercados en la ciudad. Por eso, se preocupó de dejar bien claro (art. 13) que la tropa extraída de las cárceles y presidios no sería relevada, ni saldrían de las guarniciones de los presidios hasta que su conducta —certificada por los Jefes del Cuerpo, y de la plaza donde se hallasen— acreditase su seguridad y buen modo de cumplir. Además de esta certificación de buena conducta, se les exigiría un fiador que respondiese por ellos, como se practicaba ya con los presidiarios sueltos que trabajaban en las obras públicas de Málaga; medida que, recordaba el marqués en su propuesta, había sido muy efectiva. Con estas precauciones, pretendía el fundador del Fijo de Málaga disipar los

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recelos y asegurar que los soldados que estuviesen en Málaga de descanso pudiesen causar perjuicios, ni cometer deserción. D. Francisco de Paula se comprometía a verificar su contrata en el término de un año, contado desde que una vez expedidas por el Rey las órdenes correspondientes y reunida la plana mayor del regimiento en Málaga, se pudiese comenzar la recluta de la tropa (art. 14). Tras este compromiso, desgrana en los seis artículos finales las condiciones económicas a que debería ajustarse la contrata y otros aspectos de régimen interno. Escudándose en los elevados gastos que le supondría la formación del nuevo regimiento, sobre todo ante las dificultades del reclutamiento, como el mismo señalaba: “particularmente en los tiempos presentes, en que son muy escasos y costosos los reclutas”, solicitaba al Rey que le concediese el beneficio de todos los empleos de capitanes, tenientes y subtenientes de las compañías, incluidas las de Granaderos. Es decir, que el marqués se reservaba para sí la concesión directa de esos empleos, cuyas patentes —como se estipulaba en documento aparte— serían entregadas previo pago de determinadas cantidades. Ahora bien, los futuros oficiales deberían cumplir una serie de requisitos (art. 15), además del pago citado, tendrían que estar en servicio con una antelación mínima de tres años (desde 1787) y deberían ser “sujetos de nacimiento honrado y costumbres correspondientes”; D. Francisco de Paula no podría admitir a los que se hubieran retirado del servicio, tampoco a ninguno que hubiese sido depuesto o excluido del Ejército, ni al que estuviese procesado por la Justicia, o por cualquier tribunal. La entrega de las patentes de estos empleos al marqués del Vado sería paulatina, de tal modo que, una vez que empezase a contar el plazo señalado para la organización del regimiento (un año), recibiría las tres correspondientes a una compañía —una de capitán, otra de teniente y, la última, de subteniente—; hasta que esa unidad no estuviese formada en las debidas condiciones e inspeccionada y aprobada por el oficial comisionado, no le serían entregadas las de la siguiente compañía; proceso que se repetiría hasta que el Fijo de Málaga estuviese al completo.

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En cuanto a la antigüedad de los cuadros de mando del regimiento, la propuesta presentada por el marqués del Vado establecía la preferencia de los oficiales, sobre los cadetes, y la de estos sobre los soldados y, finalmente, situaba a los reclutas: “los que no se hallen en actual servicio” que se incorporasen al regimiento. En el caso de los oficiales se les ordenaría en función de su graduación y, dentro de cada una de ellas, por su antigüedad en ella; los cadetes se ordenarían por su antigüedad en este empleo, y en el caso de soldados y reclutas se ordenarían en cada grupo de mayor a menor edad. Este sistema evitaría, según el marqués, los “recursos y quejas sobre preferencia en la antigüedad”(art. 16); sin embargo, no difería mucho de las reglas vigentes en el resto del ejército español hasta entonces. D. Francisco de Paula admitía en su propuesta que el nombramiento de los mandos integrados en la plana mayor del regimiento, teniente coronel, sargento mayor, dos ayudantes, y cuatro subtenientes de Bandera, quedaba reservado al Rey (art. 17). Pero, acto seguido, incluía en la contrata la propuesta, o solicitud, de que se nombrasen para los dos primeros citados los oficiales que el mismo indicaba. En el caso del teniente coronel, imponía la condición de elegir “un capitán del Ejército de acreditada conducta y conocimientos militares” para que ejerciese dicho empleo en el nuevo cuerpo; justificándose en que el único interés era contar con “un sujeto idóneo para el completo desempeño y gobierno de esta importante empresa”, sin buscar beneficio alguno para él. Por ello, el marqués del Vado terminaba proponiendo a D. Pedro Adorno, capitán del regimiento de Infantería de Granada, para cubrir ese puesto, señalando que: “ninguno mejor, por todas las circunstancias que en él concurren, podrá desempeñar este encargo”. Respecto al cargo de sargento mayor, consideraba también el marqués que el oficial que lo ocupase en el nuevo regimiento debía tener no sólo los conocimientos generales del oficio, si no también el específico de los Presidios menores y del modo en que se realizaba el servicio en aquellos (art. 18). Por ello rogaba al Rey que nombrase para dicho empleo a D. Juan de Urruela, capitán del regimiento de Navarra, oficial que, a juicio del propio marqués, reu-

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nía todas las circunstancias que se requerían, “por su talento, buen carácter, aplicación y experiencia, que ha adquirido en los años que ha estado en Málaga y dichos Presidios menores de guarnición”. En cuanto al pago de gratificaciones y sueldos, la propuesta indicaba que la gratificación de “Recluta y Armas”, se acreditaría desde el momento que estuviese el regimiento completamente organizado y se confirmase el cumplimiento de la contrata (art. 19). Mientras que los oficiales gozarían de su sueldo entero desde el día que se presentasen con sus respectivas compañías al inspector, o comisionado, y éste aprobase la nueva unidad, como ya se ha señalado anteriormente. Ahora bien, el marqués del Vado remitía la regulación de los sueldos de los oficiales nombrados directamente por el Rey (coronel, teniente coronel, sargento mayor, ayudantes, y los cuatro subtenientes de Bandera) a una orden separada, posterior a la aprobación real de la propuesta. Esta tendría lugar, en todos sus términos, el 15 de julio de ese mismo año, cuando se comunicaba desde Palacio al Conde del Campo de Alange17: El Rey admite y aprueba esta Proposición en todas sus partes, y nombra para el empleo de teniente coronel del Regimiento, que consiguiente a ella debe formarse, a D. Pedro Adorno, Capitán del de Granada; y para el de sargento mayor a D. Juan de Urruela, Capitán del de Navarra. Entre esa fecha y los primeros días de septiembre debió aprobarse el segundo de los impresos remitidos por el marqués al Ayuntamiento malagueño, titulado: “CONDICIONES, que deberán aceptar, y a que quedarán obligados los Proponentes a el beneficio de empleos del Regimiento Fixo de Málaga, que con Real aprobación va a levantar el Marqués del Bado del Maestre”18. En él se detallaban y fijaban las premisas económicas de la venta de los empleos de capitán, teniente y subteniente otorgada por el Rey a D.

17 AMM, Actas Capitulares 180, ff. 707r-711v. También en el Archivo General Militar de Segovia, Sección 1.ª, División 10.ª, Legajo 191. 18 AMM, Actas Capitulares, vol. 180, ff. 712r-713r.

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Francisco de Paula, que le supondrían al marqués unos ingresos de 150.000 reales por cada compañía, es decir 1.200.000 reales por el regimiento al completo: 1.º No se beneficiarán sino es Compañías completas: esto es, los tres Despachos de Capitán, Teniente y Subteniente, quedando a el cargo, y por cuenta de cada Capitán el beneficio de los dos Empleos subalternos, con tal que recaigan en sujetos idóneos, y de las circunstancias que se expresarán en otro capítulo. 2.º Luego que cada beneficiante de Compañía entera tenga concluida su contrata con el Marqués del Bado, depositará en la Real Tesorería de Aduanas y Rentas generales de Málaga los intereses correspondientes a los tres Empleos de ella; a saber: ochenta mil reales vellón por la Compañía; cuarenta y cinco mil reales vellón por la Tenencia; y veinte y cinco mil reales vellón por la Subtenencia; obligándose a no poder retirar la dicha cantidad por ningún motivo, ni desistir de la contrata, así como el Marqués se obligará a entregarle en el tiempo convenido con S. M. para la formación de este Cuerpo los tres Despachos de Capitán, Teniente y Subteniente, a efecto de que ocupando el primero, pueda beneficiar a su arbitrio, y en la cantidad que quiera los otros dos en sujetos en quien concurran las circunstancias prevenidas por S. M. en las personas que los hayan de obtener, que deberán ser mayores de diez y seis años, con aptitud y robustez para el servicio de las Armas, de decente familia, y sin nota de mala conducta, crimen, ni otro obstáculo que los haga incapaces de alternar con sus compañeros. 3.º En el mismo acto de depositar en la dicha Real Tesorería los intereses pertenecientes a cada Compañía, se entregará por el Tesorero de S. M. al beneficiante o a su apoderado un resguardo de la cantidad depositada para su seguridad, y la de que no se tocará a aquel dinero, ni hará uso de él hasta que se le hayan entregado los tres Despachos correspondientes a los tres empleos de la compañía que ha beneficiado.

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4.º En atención a lo resuelto por S. M. en orden a que las Compañías, conforme se vayan formando, vistiendo y armando, luego que lo esté cada una de por sí, se presentará a el Inspector u oficial aprobante para su admisión desde el día que cada una sea admitida, gozarán los Oficiales de ellas de su sueldo por entero, entrando a el servicio de sus empleos por el orden de antigüedad, prevenido por Ordenanza para estos casos; a saber: Por antigüedad de servicios y grados en los que los tengan; y en los que no, por las de sus edades. Y en ese mismo día será, cuando ya entregada a el Rey su Compañía, y a los Oficiales sus Patentes, de acuerdo con el Capitán que depositó el dinero de los tres empleos, lo podrá el Marqués retirar de la Real Tesorería, y no antes. 5.º Los Oficiales deberán estar prontos para reunirse en Málaga, luego que se les avise, para que vayan ocupando sus empleos, instruyéndose, y poniéndose a la cabeza de sus compañías; cuyo aviso se les dará con tiempo proporcionado a que puedan tomar sus disposiciones, y hacer sus marchas sin tropelía, ni incomodidad. 6.º Que ninguno de los referidos Oficiales se proveerá antes de presentarse en Málaga de uniforme, fornitura, fusil, espada, gola, ni hebillas, para que todos procedan a hacerlo con la uniformidad prevenida por Ordenanza.

Una Real Orden de 25 de agosto de 1790 remitía al Consejo diversos ejemplares de la contrata, realizada por el Marqués del Vado y aprobada por el Rey, para que este tomase las disposiciones necesarias para que la Chancillería de Granada y la Audiencia de Sevilla diesen cumplimiento a lo establecido en el artículo 10 de aquella; iniciando así el procedimiento para la incorporación de presidiarios al nuevo regimiento. Ambos tribunales debían dictar las órdenes convenientes para su cumplimiento en lo relativo a los reos sentenciados existentes en las cárceles de los cuatro Reinos de Andalucía. El 17 de septiembre siguiente D. Pedro Escolano de Arriba, en nombre del Consejo, enviaba una circular al presidente de la Real Chancillería de Granada, en la que se aclaraba el procedimiento de recluta de los presidiarios, al mismo tiempo que se recordaba, textualmente, el citado artículo:

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Publicada en el Consejo dicha Real Orden, y teniendo presente lo expuesto por el Señor Fiscal, ha acordado se remita a esa Chancillería, como lo ejecuto por medio de V. S. un ejemplar de la referida Contrata hecha por el Marqués del Bado del Maestre, para que conforme a lo que se previene en el Capítulo 10 de ella, disponga que se entreguen desde luego para dicho Regimiento los reos de limpias condenas, aptos para el ejercicio de las Armas, que se les hubiese destinado, o destinase a los Presidios por ese Tribunal, y Justicias de su Territorio; y que a este fin se comuniquen sin retardación por esa Real Chancillería las Órdenes correspondientes a las referidas Justicias de su distrito, haciéndoles los encargos conducentes para su observancia, y cumplimiento19.

Casi dos meses después recibía el Ayuntamiento malagueño copia de dicha circular del Consejo, enviada a todas las Justicias que dependían de dicha Chancillería en cumplimiento de un Real Acuerdo general celebrado por los Oidores de este tribunal el 23 de septiembre de 1790, por el que se mandó “guardar, y cumplir, imprimir, y comunicar a las Justicias Cabezas de Partido del Territorio de esta Chancillería, poner un ejemplar en cada Sala, y repartir a los Señores”20. Firmaba el envío D. Joaquín Josef de Vargas, que el 6 de octubre le decía al Alcalde mayor de Málaga: De orden del Real Acuerdo remito a V. este Ejemplar para su inteligencia, cumplimiento, y respectiva comunicación a las Justicias de ese partido; y del recibo, y haberla comunicado me dará aviso por mano del Señor Don Juan Sempere y Guarinos, Fiscal de esta Chancillería.

La creación y organización del regimiento al completo tardaría un tiempo, aunque existen discrepancias entre algunos autores en

19 AMM, Actas Capitulares, vol. 180, ff. 783r-783v. 20 AMM, Actas Capitulares, vol. 180, f. 784r.

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cuanto a las fechas. Así, el Conde de Clonard (1856, 486) señala que fue creado el 4 de septiembre de 1791; mientras que V. Alonso y M. Gómez (1997, 29) afirman que la aprobación de la propuesta del Marqués del Vado del Maestre fue el 15 de julio de 1790, pero que el regimiento no quedó organizado hasta el año siguiente. La fecha de creación queda patente por la comunicación y documentos enviados por el propio fundador al Cabildo malagueño. En cuanto a la organización todo apunta al año 1791, como demuestra la inclusión de una figura con la uniformidad del regimiento fijo de Málaga en el Estado Militar de ese año21. Lo cierto es que, en julio de 1792, el Diario de Madrid, en su sección de “noticias particulares de Madrid”, y la Gazeta de Madrid22 avisaban a los posibles acreedores del Marqués del Vado de que se había completado la organización del regimiento fijo de Málaga, insertando este anuncio: D. Ceferino Cholvis y Pareja, tesorero y contador de la casa y estados del Excmo. Sr. Marqués del Bado del Maestre, Grande de España, etc.; a cuyo cargo puso el Rey Ntro. Sr. la formación del Regimiento de Infantería Fijo de Málaga, que ya está concluido, hace saber a todas las personas de estos Reinos o fuera de ellos, que con motivo de esta empresa u otro negocio, tengan algún crédito contra la casa de dicho Excmo. Sr., sus estados o dependientes, acudan con documentos legítimos para su pago y satisfacción en Madrid a D. Juan Bazo, del comercio, calle de la Montera; en Cádiz a Don Francisco Rábago, de aquel comercio; en Sevilla a Don Martín Martínez, habilitado de dicho Regimiento Fijo; y en Málaga al referido Don Ceferino Cholvis y Pareja.23

21 La número 43, con la leyenda “Fixo de Málaga.1791”. Reproducida en V. Alonso y M. Gómez (1997). 22 Gazeta de Madrid n.º 56, de 13 de julio de 1792, p. 474. 23 Diario de Madrid, del sábado 14 de julio de 1792, p. 821.

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Un año antes de la propuesta del marqués del Vado del Maestre para crear el regimiento fijo de Málaga, Carlos III había fijado un reglamento para el vestuario de su Ejército. Publicado el 29 de junio de 1789, establecía la libertad de los regimientos para vestirse por sus propios medios, sin necesidad de sujetarse al sistema de asientos que había provocado numerosas protestas de los Cuerpos por los frecuentes defectos del vestuario suministrado: Para poner fin a los continuos recursos de los Cuerpos, ya por los defectos atribuidos al vestuario que se les da por asentista [… ]: ha resuelto el Rey que toda la Infantería, Artillería, Caballería y los Dragones, se vistan por sí, abonándoles mensualmente24.

Pero los regimientos de Andalucía quedaban exceptuados de este reglamento, hasta que venciese el contrato firmado con el asentista D. Marcos de Andueza que finalizaba en 179225. Queda por ver si el marqués del Vado del Maestre se vio sujeto a las misma limitación o pudo adquirir el vestuario por sus propios medios. Además, mientras se estaba organizando el regimiento, cambió la uniformidad de los regimientos de infantería de línea, pasando a ser de color blanco en lugar del azul que se usaba hasta entonces, según Real Orden de 22 de julio de 1791. En esta disposición se introducían también las solapas. Sin embargo, el Fijo de Málaga mantendría el uniforme antiguo hasta que cumplió el tiempo previsto de vida para su vestuario. V. Alonso y M. Gómez (1997, 68) describen el primer uniforme que vistió el regimiento creado por el marqués del Vado del Maestre que, de acuerdo con el Estado Militar de 1790, incluía sardinetas en las vueltas y no tenía solapas: “Casaca y calzón azules; forro, chupa, collarín y vueltas anteadas; 3 sardinetas y 3 botones en las vueltas y botones también en las carteras de la chupa, además de ojaladura en casaca y chupa”.

24 Cfr. V Alonso y M. Gómez (1997, 43). 25 Al menos eso afirman V. Alonso y M. Gómez (1997, 43).

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Al año siguiente de haber dado por terminada la organización del regimiento Fijo de Málaga, se pondrían en pie varios cuerpos de infantería. La creación de estos nuevos regimientos se justificó en las necesidades de la guerra contra Francia pero, al menos, en dos de ellos intervinieron otros aristócratas. Así, según afirman V. Alonso y M. Gómez (1997, 30), el 1 de marzo de 1793 se levantó en Sevilla el de Jaén a expensas del Duque de Medinaceli; y en ese mismo año se inició la organización del regimiento de Órdenes Militares, impulsado conjuntamente por las Órdenes Militares y el Duque de Arión, que no se completaría hasta 1794.

3. Bibliografía ALONSO, Vicente; GÓMEZ RUIZ, Manuel (1997), El Estado Militar Gráfico de 1791, Ministerio de Defensa, Madrid. ANDÚJAR CASTILLO, Francisco (2004), El sonido del dinero. Monarquía, ejército y venalidad en la España del siglo XVIII, Marcial Pons, Madrid. — (2008), Necesidad y venalidad. España e Indias 1704-1711, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid. BERNÍ Y CATALÁ, Joseph (1769), Creación, Antigüedad y Privilegios de los títulos de Castilla. Depósito de la Guerra, Anuario Militar de España. Madrid, 1929. DE SOTTO, Serafín María (conde de Clonard) (1850-1855), Historia orgánica de las Armas de Infantería y Caballería españolas, Madrid, tomo X. GIMEL, Guillermo (1771), Tratado completo del morbo gálico, en que se trata de su origen, naturaleza y diferentes modos de comunicarse, Málaga. JUANOLA, Vicente Alonso; GÓMEZ RUIZ, Manuel (1995), Reinado de Carlos IV (1788-1808), Ministerio de Defensa, Madrid. RAMOS, Antonio (1777), Aparato para la correción y adicción de la obra que publicó en 1769 el Dr. D. Joseph Berní y Catalá, abogado de los Reales Consejos con el título: Creación, Antigüedad, y Privilegios de los Títulos de Castilla, Málaga.

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— (1780), Genealogía de los Excmos. Sres. Duques del Arco, y Marqueses del Vado del Maestre, Málaga. — (1781), Descripción genealógica de la Casa de Aguayo, y líneas que se derivan de ella desde que se conquistó Andalucía por el Santo Rey D. Fernando III hasta el presente. Málaga.

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Capítulo 4

En los alrededores del Estado: las Diputaciones forales vascas (1839-2010) Eduardo J. Alonso Olea Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea

1. Introducción Uno de los debates que en los últimos veinticinco años se ha producido en la historiografía española ha sido la mayor o menor debilidad del proceso de nacionalización español, y dentro de este debate la mayor o menor responsabilidad en esta presunta débil nacionalización del Estado1. Es decir, dentro del proceso de la formación de la nación española si la debilidad del Estado supuso una débil nacionalización, propuesta entre otros de Borja de Riquer o Álvarez Junco2, frente a otros que insisten en que el proceso de nacionalización fue evidente, aunque el Estado tuviera sus límites como agente nacionalizador3. En este debate, que a veces parece más un debate entre perspectivas (cultural versus política), presentamos una anomalía en el centralismo del Estado en España como es la actividad de las

1

Trabajo presentado dentro de la actividad del Grupo Consolidado de Investigación del Sistema Universitario Vasco ref. IT658-13.

2

Vid. entre otros, B. de Riquer i Permanyer (2001), J. Alvarez Junco (2001), B. de Riquer i Permanyer (1999), B. de Riquer i Permanyer (1996), B. de Riquer i Permanyer, (1994). En un contexto más amplio, se ha producido una extensión de la investigación sobre la state-building. Vid. F. Archilés Cardona et al., (2013), M. Esteban de Vega (2010).

3

El debate sobre la débil nacionalización se puede seguir en F. Archilés Cardona (2011). La conexión entre debate histórico y debate político no es casual como bien indica Archilés.

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Diputaciones forales vascas. Al hacer referencia a la “periferia” del Estado nos estamos refiriendo a aspectos básicos del Estado-nación (aspecto tributario y de gestión administrativa) pero no agota, lógicamente, las funciones del Estado. Como veremos las resistencias al cumplimiento de los dictados de distintos Gobiernos no se plantearon por las Diputaciones desde bases identitarias diferentes (no hay desobediencia en aras de una voluntad nacional distinta), sino desde un planteamiento de eficiencia en la gestión y respeto al pasado, a un acuerdo: el pacto foral hasta 1876 y al Concierto Económico desde 1878. En definitiva, no se puede generalizar hacia un fracaso del Estado-nación en España o por lo menos sólo por la existencia de Diputaciones con altos grados de autonomía no se puede inferir automáticamente una débil nacionalización, aunque tampoco lo contrario, como dice Pérez Viejo (2014), “El fracaso del Estado-nación español (…) no tiene que ver con la organización del Estado sino con la construcción de la nación, y no se resuelve con ingeniería constitucional sino con políticas de construcción de identidad compartida, sean éstas del tipo que sean”. Decimos “actividad de las Diputaciones” porque en muchos casos el soporte legal de las Diputaciones fue más que precario, cuando no directamente inexistente, pero su fundamento en muchos casos ha sido directamente la ocupación del espacio competencial, el hecho más que el derecho. En estos tiempos en que toda normativa tiene que ir precedida de la correspondiente aclaración de la legitimidad de su centro emisor cuesta entenderlo, pero en el siglo XIX, si no estaba prohibido (y había medios para hacerlo) se podía hacer. Ahora, para que una institución pueda ejercer una competencia tiene que estar avalada por la Ley —fundamentalmente derivada del contexto constitucional— pero en la época de que la tratamos, hasta la llegada del régimen franquista y la sustitución del principio de legitimidad por el de la legalidad, como indica Alejandro Nieto (1996, 180) se trataba de que NO se dijera en ningún sitio que NO se era competente.

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No podemos comenzar por el principio, puesto que las Diputaciones Generales o Forales se remontan a la Edad Moderna4, en coordenadas políticas y jurídicas que variaron profundamente en el siglo XIX.

2. El siglo XIX. Un siglo de cambios El siglo XIX trajo la Constitución, la primera en 1812, como Ley superior a aplicar en todo el territorio y que en ningún momento reconoció otra cosa que la superioridad de la propia constitución sobre el pasado, no sólo foral, sino cualquier otro5 . De hecho, salvo la fallida Constitución de Bayona de 1810 hasta 1978 el fenómeno foral no se contempló en ningún texto o proyecto constitucional. Tras la muerte de Fernando VII, la llegada de Isabel II al trono y la consiguiente guerra dinástica, la Primera Guerra Carlista (1833-1839) el problema de convivencia entre Constitución y Fueros fue evidente. La Ley de 25 de octubre de 1839 reconoció dentro de la “unidad constitucional de la Nación” a los Fueros vascos, lo que permitió a las —o a ciertas por lo menos— élites vascas generar su propio discurso fuerista6.

4

Sorprendentemente la historia de las Diputaciones forales no se ha escrito hasta tiempos recientes, con la historia de la Diputación Foral de Bizkaia, frente al ya crecido número de historias de las Diputaciones de régimen común como las de Barcelona, Valencia, Ciudad Real y un largo etc. Vid. J. Agirreakzuenaga (2014). Sobre la Diputación vizcaína en la Edad Moderna, vid. por ejemplo, J. J. Laborda (2012). Es sorprendente el escaso eco que en la historiografía ha tenido la especial posición de las Diputaciones forales en el contexto del Estado; llama la atención que en una reciente monografía, E. Orduña Rebollo (2015), el autor, conocedor de la labor de las Diputaciones por obras anteriores, se limite a aludir a las Diputaciones forales sólo en dos momentos: durante el reinado de Carlos III cuando a su costa construyen las carreteras de enlace hacia Francia y en el pago de maestros nacionales a primeros del siglo XX.

5

Vid. F. Tomás y Valiente (2011), A. Gallego Anabitarte (1991), J. M.ª Portillo Valdes (1989).

6

Vid. C. Rubio Pobes (1996).

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A pesar de esta situación extraña, o quizás precisamente por ella, las Diputaciones vascas si bien vieron cómo parte del edifico foral era eliminado (con Espartero en 1841 la franquicia aduanera, la organización municipal foral o el Pase Foral desaparecieron) en otros momentos, debido a la buena posición de algunos vascos en el gobierno o en sus aledaños, se permitieron algunas excepcionalidades que no tenían nada de forales. Posiblemente la más llamativa y de mayor longevidad ha sido el control presupuestario de los Ayuntamientos por parte de las Diputaciones, fundamentada en la Real Orden de 12 de septiembre de 18537, aprobada por los vascos Pedro de Egaña desde el Ministerio de la Gobernación y por el general Francisco Lersundi, Presidente del Gobierno, y que ha permitido hasta hoy mismo que las Diputaciones vascas controlen la vida económica de los municipios. Puede llamar la atención que se reforzara a las Diputaciones forales, con un control que nunca habían tenido, puesto que el de las cuentas municipales tradicionalmente había correspondido al Corregidor, pero muestra la sintonía entre moderados en el Gobierno y los liberales fueristas vascongados. Por lo tanto, el desarrollo del Estado liberal en el País Vasco se combinó con un cierto reforzamiento de las Diputaciones Forales, aunque pueda parecer paradójico. Esto no evitó la extensión de diversos organismos del Estado, pero en los espacios fiscal y administrativo las Diputaciones Forales —y en menor medida las Juntas Generales— fueron hegemónicas en el territorio, con la tolerancia del Estado, que se garantizaba la quietud frente al peligro carlista por parte de una élite liberal-fuerista que utilizaba en su beneficio a las Diputaciones. Fuera quedaban aspectos relacionados con el orden público (aunque las Diputaciones tenían sus miqueletes y miñones) o los derechos reales del Estado (minas, aguas, etc.) en que por un mero hecho de seguridad jurídica de la propiedad se aceptaban sin problemas8.

7

J. M.ª Estecha Martinez (1918), 32-34.

8

Sobre la combinación entre administración periférica del Estado y autogobierno foral, vid. A. Cajal Valero (2000).

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Con la Ley de 21 de julio de 1876, tras el final de la Segunda Guerra Carlista, Cánovas dio por cumplida la Ley de 1839 en su segundo artículo, como se había hecho en 1841 con Navarra por medio de la famosa Ley Paccionada9. Extender las quintas y la tributación a las provincias, como hacía la Ley de 21 de julio de 1876, podía ser la solución formal pero generaba a su vez un problema, puesto que el sistema del momento descansaba en una asignación de cupos provinciales en la mayoría de los tributos10, por lo que además de dotarse de funcionarios para recaudar los impuestos del Estado, habrían de fijarse qué cupos debían de abonar. Cánovas y su gobierno podría haber efectuado estas operaciones sin estorbo, pero no sin problemas porque la paz no estaba asegurada y realmente las cuantías a cobrar en el País Vasco eran relativamente pequeñas en el contexto del Estado. Álava, Bizkaia y Gupuzkoa eran, y son, las provincias más pequeñas (suman el 1,47% de la extensión de España) y estaban lejos de alcanzar el desarrollo económico que el despegue industrial daría lugar. En definitiva, la opción era arriesgarse a soliviantar los ánimos a unas provincias con un fuerte peso del carlismo a cambio de unas sumas casi irrelevantes en el contexto del Estado, con el coste de un personal, una estadística a realizar y, además, una deuda heredada de las instituciones forales11. Es por ello que desde 1877, una vez eliminadas las Diputaciones Forales12, se tratasen de ajustar esos cupos a las provincias. Ne-

9

Vid. I. Olabarri Gortazar (1992). El segundo artículo de la Ley de 1839 decía “El Gobierno, tan pronto como la oportunidad lo permita, y oyendo antes a las Provincias Vascongadas y Navarra, propondrá a las Cortes la modificación indispensable que en los mencionados Fueros reclame el interés de las mismas, conciliado con el general de la Nación y con la Constitución de la Monarquía (…)”. Gaceta de Madrid, n.º 1.812. 26 de octubre de 1839.

10 Vid. M. Martorell Linares (2011). 11 Esta deuda ascendía en 1877 a más de ocho millones de pts., por lo que el Estado no iba a tener un saldo positivo hasta pasado un tiempo. Vid. E. J. Alonso Olea (2014). 12 La Ley de 21 de julio de 1876 no derogó el régimen foral, sino que extendió la obligación de abonar impuestos y aportar quintos. Será al año siguiente cuando Cánovas, tras casi un año de negociaciones baldías, decidió eliminar las Diputa-

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gociación que dio lugar a lo que conocemos ahora como Concierto Económico, entonces medida provisional para que las Diputaciones abonasen esos cupos al Estado, en equivalencia de lo que el Ministerio de Hacienda recaudaría en caso de establecer el régimen común en el País Vasco, y que ha continuado bajo diferentes formas jurídicas vigente durante 140 años. Serían las Diputaciones provinciales las encargadas de recaudar las principales contribuciones del Estado y abonar una cantidad alzada anual en su equivalencia a éste. La diferencia entre lo recaudado y lo abonado (cupo) sería la suma disponible por cada Diputación para sus gastos. Había un par de detalles que lo hacía distinto a una simple medida de subrogación de la recaudación, por cuanto las Diputaciones podían o no recaudar estos impuestos del Estado y —sobre una autorización genérica— arbitrios o recargos sobre los mismos13. El hecho es que las Diputaciones mantuvieron los sistemas tradicionales de recaudación foral, basados esencialmente en los arbitrios de consumos. Tributos forales, como la alavesa Hoja de Hermandad, continuaron invariables y los del Estado, en gran parte, no se pusieron al cobro hasta muy a finales del siglo XIX o ya entrado el XX. La vía utilizada, por lo tanto, fue la intermedia entre la abolición plena y dejar las cosas (los Fueros) como estaban. Las instituciones forales fueron disueltas, pero las nuevas instituciones provinciales, configuradas como las de régimen común, continuaron con los servicios de las extintas forales: carreteras, servicio de la deuda, control municipal, policías provinciales, la recaudación fiscal, etc14. Dejando aparte lo aspectos formales, las diferencias entre las Diputaciones sujetas a Concierto y las del régimen común eran

ciones Forales y sustituirlas por unas Diputaciones nombradas por el Gobernador Civil. Será con estas Diputaciones con las que se alcance el acuerdo. Vid. E. J. Alonso Olea (1995a). 13 Esta posibilidad de recaudación era lógica y evidente desde 1877, en que por el R. D. de 13 de noviembre se estableció un cupo por la Contribución Territorial. En diciembre de ese mismo año, sólo para Bizkaia, se autorizó la recaudación de recargos sobre arbitrios. Vid. J. M.ª Estecha Martinez (1918). Sobre la práctica fiscal general del momento, vid. M. Martorell Linares (2011). 14 E. J. Alonso Olea (1999).

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abismales. No sólo en los volúmenes de ingresos y gastos, sino sobre todo en su funcionamiento interno al ocuparse de ramos de la administración inéditos en las demás. No todas estas atribuciones fueron ejercidas simultáneamente ni sin protesta de la Administración central o de los propios administrados. Como facultades reglamentarias contamos con las correspondientes a los impuestos concertados (Contribuciones Territorial, Industrial, de Utilidades, etc.) y otros establecidos por sí mismas (Impuesto sobre cabezas de ganado cabrío en Bizkaia o la Hoja de Hermandad alavesa), además de otros como los de Montes, Cuerpos provinciales de policía (Miñones y Miqueletes), facultativos municipales (Médicos, Farmacéuticos y Veterinarios), Secretarios y Contadores de fondos municipales, conservación y policía de carreteras, procedimientos de apremio, de bagajes (pobres transeúntes), de Beneficencia (Casas de Expósitos, Casas de Socorro...) o de Instrucción Pública (reglamentos sobre los establecimientos de 1.ª enseñanza para recibir subvenciones de las Diputaciones, Escuelas de barriada de Bizkaia, Escuelas rurales de Gipuzkoa...) e Instrucciones de Contabilidad municipal. Entre sus facultades ejecutivas estaban la ejecución directa de sus acuerdos, contratar débitos y créditos provinciales y autorizar los municipales, contratar a su personal, nombramiento del personal municipal, así como ejecución de obras de carreteras y la explotación de montes públicos. Finalmente contaba también con facultades disciplinarias, tanto por el incumplimiento de los reglamentos como de los acuerdos de la Diputación15. El fundamento legal de su excepción de funcionamiento fue, además de los propios textos del Concierto que incluso en algún caso llegaron a reconocer su “independencia económica y administrativa”16, a la disposición transitoria cuarta de la Ley provincial de 29 de agosto de 188217, que decía: “Mientras subsista el

15 Vid. N. Vicario y Peña (2000). 16 Vid. el preámbulo de la segunda renovación del Concierto Económico. Real decreto de 1.º de Febrero de 1894. Gaceta de Madrid, n.º 38, 7 de febrero de 1894, pp. 513-514. 17 Gaceta de Madrid, n.º 222, 1 de septiembre de 1882.

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Concierto económico (…) se considerarán investidas dichas Corporaciones, no sólo de las atribuciones consignadas en los capítulos 6.º y 10 de la presente Ley, sino de las que con posterioridad á dicho convenio han venido ejercitando en el orden económico para hacerlo efectivo”. Lo más llamativo de esta disposición es que esas atribuciones que se venían ejerciendo en ningún momento se detallaron, por lo que las Diputaciones sostuvieron siempre que su espacio de gestión, alcanzase hasta donde alcanzase, estaba incluido en la Ley provincial. Por supuesto, contaban con unas haciendas provinciales más desarrolladas, aunque aquí encontramos diferencias entre Álava, en un extremo, y Bizkaia, en el otro. En el primer caso el sistema aplicado era la derivación de los ingresos hacia los ayuntamientos, a los que se les autorizaba para la recaudación fiscal de los tributos concertados. Por el contrario, Bizkaia continuó con su hacienda, organizada desde los años sesenta del siglo18, y en la medida en que varió el cupo, y las necesidades se incrementaron, fue extendiendo su política tributaria a cada vez más tributos. Así, desde 1894 comenzó a recaudar impuestos como los de Derechos Reales, Viajeros y Mercancías, etc. pero el proceso fue autónomo del propio Estado. Es decir, hasta que no se concertaron no se recaudaron. De hecho, este último impuesto no se puso al cobro a pesar de que el Ministerio de Hacienda lo intentó durante casi cinco años, a la espera del acuerdo19. Cuando finalmente se concertó en 1894, lo recaudó de acuerdo con sus propias tarifas. En realidad ni eso, porque repartió el cupo concertado (275.718 pts.) entre las compañías, que

18 Vid. J. Agirreazkuenaga (1987) y J. Agirreazkuenaga (2014). 19 “Me permito manifestarle confidencialmente que en esta provincia hasta ahora, á pesar de las gestiones que se han puesto en práctica varias veces, no ha sido posible establecer el impuesto de viajeros y mercancías, más que á las empresas de carruajes que hacen el servicio entre Bilbao y Santander, pues tanto esta Diputación provincial, propietaria del ferro-carril de Triano, como las demás compañías de ferro-carriles y tranvías se acojen al Concierto y se consideran exentas de tributar dicho impuesto”. Carta del Administrador Especial de Hacienda de Vizcaya al Ministro de Hacienda. 11 de enero de 1893. AMH (Archivo del Ministerio de Hacienda) exp. 11.520.

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en sus billetes sí recaudaron el tributo de acuerdo con la tarifa del Estado quedándose con la diferencia. Como vemos, el “paraíso fiscal” vasco no siempre operaba en beneficio de los contribuyentes. En 1898, el efecto de la guerra colonial fue catastrófico para las ya mermadas arcas del Estado. La necesidad de aumentar la recaudación llevó al Ministerio a reclamar un aumento lineal del cupo concertado. Pero las Diputaciones se negaron en redondo y, tras un proceso de negociación breve pero intenso20, consiguieron que el aumento del cupo, a modo de donativo voluntario, fuera sólo por un año. La explicación de que se aceptase un ofrecimiento de un donativo se incluía en la propia Real Orden que lo reguló21 “porque si bien la cuantía del mismo no es exactamente igual á la que pudiera exigirse, (…) la diferencia no es de importancia y el Tesoro experimentaría mayor perjuicio en el caso de no admitir el ofrecimiento procediendo al cobro de los recargos por medio de sus Agentes”. Y todo esto lo hacían unas Diputaciones gobernadas por dinásticos, nada que tuviera que ver con nacionalismo —que sólo presidió la Diputación vizcaína entre 1917 y 1919— y por supuesto sin nada que pudiera parecer sedición o rebeldía.

3. El siglo XX: cambios y problemas Una de las lecturas que se puede hacer, en este forzoso resumen, es que el conflicto entre Diputaciones y Estado era limitado en la medida en que unas y otro actuasen en esferas diferentes, e incluso que un Estado pobre y débil, por pobre, al ser escasamente inversor diese escasos motivos de conflicto. Y en parte es evidente que en la medida en que las instituciones operen en espacios diferentes es más difícil el conflicto, sobre todo teniendo en cuenta

20 Recogido en E. J. Alonso Olea (1995a). 21 Real Orden de 9 de agosto de 1898. J. M.ª Estecha Martinez (1918), 243.

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que no estamos hablando de un Estado “planificado” como por otra parte no lo fue ninguno como indica Charles Tilly (1992, 16). En el siglo XX, los Estados nacionales fueron incrementando su peso y su actividad por lo que encontramos creciente motivos de conflictos de competencias. Sin embargo, las Diputaciones soslayaron en variadas ocasiones las pretensiones de control por parte de los Gobernadores Civiles. Aquí, frente a la mayor evidencia de las competencias tributarias que explícitamente se recogían en los diversos textos del Concierto, la línea de defensa era más complicada puesto que ya hemos indicado que en la Ley provincial de 1882 no se estableció un claro ámbito de competencias para las Diputaciones vascas. Las Diputaciones vascongadas, desde que se constituyeron las provinciales, siempre defendieron su capacidad de ejecutar y cumplir sus acuerdos por sí mismas, sin recurso al Gobernador Civil22. En general, los delegados gubernativos no fueron obstáculo para ello, pues fueron capaces de hacerse, las Diputaciones, herederas de esta capacidad de las Forales. Sin embargo, ello no fue óbice para que en algunos momentos la excepcionalidad en el cumplimiento de la Ley provincial, que regulaba las relaciones entre Gobernador y Diputación, no fuera aceptada por los primeros. Las Diputaciones, por ello, se vieron obligadas a hacer gestiones —de variada índole— para defender lo que ellas creían su derecho. Así sucedió a comienzos de 1891, en 1895 y en 1920, cuando diferentes Gobernadores Civiles de Vizcaya se quejaron, por vía oficial, a la Diputación de que no cumplía ciertos artículos de la Ley Provincial. Las preguntas de cada Gobernador Civil fueron parecidas, y las respuestas, similares cuando se volvieron a repetir los mensajes a la Diputación para que les remitieran sus acuerdos, y ejecutarlos ellos mismos. Lo contrario, decía el Gobernador en 1920, mermaba las atribuciones de su Autoridad “para decretar su

22 Sobre el papel y las atribuciones de los Gobernadores Civiles durante todo el periodo, vid. Pérez de la Canal (1964) pp. 67-110. A. Cajal Valero (1999).

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suspensión cuando procediese”23. La contestación de la Comisión provincial fue semejante a la de treinta años antes: el procedimiento seguido hasta entonces, con el consentimiento de los Gobernadores Civiles, era comunicar directamente sus acuerdos, en razón de su régimen privativo; sin embargo le enviarían aquellos acuerdos que le interesasen24. A pesar de la insistencia del Gobernador Civil la Diputación vizcaína, tras el asesinato de Dato, acudió al vizcaíno Manuel Allendesalazar, nuevo Presidente del Gobierno, con sus quejas sobre su actuación25 y el Gobernador Civil ya no volvió a molestar a la Diputación. Así encontramos una amplia autonomía de las Diputaciones, su celo en defender sus atribuciones exclusivas y por último, la importancia que tuvieron en la defensa de sus intereses los notables vascongados que participaban en la Administración (en este caso el mismísimo Presidente, pero en otros Ministros o Consejeros de Estado). Otro punto de apoyo del sistema era la buena fama que tenía, la señalada eficiencia frente a la administración española del vuelva usted mañana. También es cierto que se jugaba con ventaja, en el sentido de que el gasto público era mayor en el País Vasco que en el régimen común, como vemos en el Cuadro 1, o por lo menos era mucho más visible puesto que procedía de las Diputaciones26.

23 Oficio del Gobernador Civil de Vizcaya al Vicepresidente de la Comisión provincial de la Diputación de Vizcaya. 22 de marzo de 1920. Archivo Foral de Bizkaia. Administrativo. Régimen Económico Administrativo-Concierto Económico. A. A. D. V. R. E. A.-C. E. 2650/13. 24 Acuerdo de la Comisión Provincial de la Diputación de Vizcaya. 23 de marzo de 1920. A. A. D. V. R. E. A.-C. E. 2650/13. 25 Carta del Presidente de la Diputación de Vizcaya al Presidente del Gobierno. 22 de marzo de 1921. A. A. D. V. R. E. A.-C. E. 2650/13. 26 Un análisis de la evolución del gasto en Bizkaia en E. J. Alonso Olea (1995b). La visión en perspectiva en función de la evolución de la institución se puede ver en J. Agirreakzuenaga (2014).

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Cuadro 1. Gasto per cápita de las Diputaciones de régimen común y de las vascas (sin cupo): 1886, 1917 y 1927. (pts./hab)

Provincia

Gasto 1886-87

Gasto 1917

Gasto 1927

Álava

18,90

24,03

49,44

Guipúzcoa

13,94

24,10

79,91

Navarra

14,73

17,88

37,49

Vizcaya

19,49

28,18

105,35

Total nacional

4,65

3,61

12,84

Fuente: elaboración propia sobre los censos de población y los presupuestos de los años respectivos.

El efecto de este gasto, y de la política tributaria propia, mantuvo la imagen de privilegio y de escaso esfuerzo fiscal que trajo el Concierto, en continuidad con la idea de ser “provincias exentas” del periodo foral, e incluso se enlaza con la actual imagen que por lo menos ciertos grupos políticos quieren extender del Concierto como sistema privilegiado y que permite que los vascos ni paguen impuestos ni aporten recursos al Estado27. La especial situación de las Diputaciones vascas fue todavía más llamativa en los inicios de la Dictadura de Primo de Ribera. Las Diputaciones provinciales fueron disueltas por un Real Decreto de 12 de enero de 1924, y fueron los Gobernadores Civiles los que designaron a sus miembros. Sin embargo se consiguió que se esta-

27 Durante los meses de octubre y noviembre de 2015 se ha vuelto a suscitar esta cuestión del privilegio que supone el Concierto Económico, frente al sistema LOFCA. Vid. por ejemplo, “Asturias sostiene que los regímenes forales de Navarra y País Vasco suponen un “privilegio””. 20minutos.es. 14 de octubre de 2015. Sorprendentemente el debate se inició en julio cuando Cristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid, declaró “que el Concierto vasco supone una discriminación para otras Comunidades Autónomas”, aunque no hizo referencia alguna a que en su Comunidad no se recauda el Impuesto de Patrimonio, por ejemplo, que sí existe en el País Vasco. Vid. La Vanguardia, 8 de julio de 2015.

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bleciera la excepción en las vascongadas y la de Navarra28. En febrero de 1926 esta excepción cesó por los conflictos entre la Unión Patriótica y la vizcaína Liga de Acción Monárquica29. El creciente intervencionismo de la Dictadura hizo que los problemas de las Diputaciones se acrecentasen a la hora de defender su esfera competencial. En mayo de 1925 se renovó el Concierto Económico y al año siguiente se negoció su Reglamento. Pero la situación cambió bastante con este nuevo reglamento a la hora de poner límites a la hasta entonces amplia autonomía fiscal de las Diputaciones y, sobre todo, al control de las bases imponibles empresariales, que desde entonces tuvo que compartir con el Estado por medio de los Jurados Mixtos de Utilidades30. La llegada de la República no mejoró mucho la situación, aunque formalmente Indalecio Prieto, en septiembre de 1931, elevó el rango normativo del Concierto hasta el nivel de Ley31. Pero los conflictos en los Tribunales Mixtos fueron tan constantes como vanos los intentos de concertar más impuestos (como el de Renta o el de Lujo), de forma que en los diez años anteriores a la Guerra Civil los conflictos entre el Estado y las Diputaciones menudearon32. El 23 de junio de 1937, a los cuatro días de que las tropas de Franco entraran en Bilbao, el Concierto con Bizkaia y Gipuzkoa fue derogado, mientras que el de Álava y el Convenio con Navarra no tuvo ninguna alteración puesto que fueron tenidas por leales al Movimiento Nacional. El resultado fue devastador: las Diputaciones de Vizcaya y Guipúzcoa se transmutaron en Diputaciones de régimen común y vieron cómo sus servicios o eran traspasados a

28 “Se declaran disueltas las actuales Diputaciones provinciales de toda España, con la única excepción de las de Álava, Guipúzcoa, Navarra y Vizcaya”. Art. 1.º del R. D. de 12 de enero de 1924. Gaceta de Madrid. 31 de enero de 1924. 29 I. Arana Pérez (1982). 30 E. J. Alonso Olea (1997). 31 Ley de 9 de septiembre de 1931. Gaceta de Madrid, n.º 254, de 11 de septiembre de 1931. 32 Sobre la composición y la operativa de las Comisiones Gestoras de la Diputación vizcaína, las mejor conocidas, vid. J. Agirreakzuenaga (2014).

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dependencias ministeriales o, simplemente, eliminados como los Miñones y Miqueletes o su red de escuelas de barriada. Álava mantuvo el Concierto, aunque en 1942 se modificó para ajustarlo a la contrarreforma fiscal franquista y se incluyeron puntos que limitaba lo que ahora conocemos como la capacidad normativa. Demos un salto adelante. La Constitución de 1978 —que amparó los derechos históricos de los territorios forales—, prefiguró una nueva organización del Estado (el “Estado de las Autonomías”), y en el marco del Estatuto de autonomía del País Vasco de 1979, el Concierto Económico fue “renovado” en 198133. En el artículo 41 del Estatuto de 1979 se recogía, como medio de relación tributaria con el Estado, “el sistema foral tradicional de Concierto Económico o convenio”. Las Diputaciones Forales, de nuevo ya con Concierto, hubieron de ajustar sus estructuras a los nuevos tiempos que trajo la democracia. Para empezar las de Bizkaia y Gipuzkoa recuperaron sus competencias perdidas en lo fiscal y las tres se hubieron de ajustar a un nuevo marco como fue el propio Estatuto de Autonomía, tras ser renovadas democráticamente en 1979. Ahora en el terreno de nuevo actúa, además del Estado y las Diputaciones, un nuevo actor como es el Gobierno Vasco, por lo que los debates competenciales se van a producir a tres bandas. En todo caso, y esto es importante, el Concierto Económico desde 1981 configuró un cupo basado no ya en los ingresos posibles de la Hacienda central, como había sido desde 1878, sino como pago de las competencias no asumidas por la Comunidad Autónoma. El esquema se repite en el modelo de distribución vertical. Así, las Diputaciones forales recaudan los impuestos concertados —todos salvo las aduanas, que es un impuesto comunitario y las cotizaciones sociales— y según el mismo principio de competen-

33 Constitución Española de 27 de diciembre de 1978, BOE 29 de diciembre de 1978, n.º 311. Estatuto de Autonomía para el País Vasco. Ley Orgánica 3/1979, de 18 de diciembre de 1979. BOE. 22 de diciembre de 1979. n.º 306. Ley de Concierto Económico entre el Estado y el País Vasco. 13 de mayo de 1981. BOE 28 de mayo de 1981, n.º 127, Ley 12/2002, de 23 de mayo, por la que se aprueba el Concierto Económico con la Comunidad Autónoma del País Vasco. BOE, 24 de mayo de 2002.

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cias asumidas34, financian por medio de sus aportaciones al Gobierno Vasco (esencialmente gastos de sanidad, educación, policía), a sus respectivos Ayuntamientos y, por medio del Gobierno Vasco, que lo trata como una partida extrapresupuestaria, abonan el cupo al Estado. En todo caso, es un claro ejemplo de federalismo asimétrico con caracteres internos de confederación, lo que ha llevado a algunos autores a caracterizarlas como “fragmentos de Estado”35. En lo formal se articulan como gobiernos forales generados desde sus respetivas Juntas Generales, compuestas por 51 miembros, elegidas en una urna específica en las elecciones municipales, como ocurre con los Cabildos Insulares canarios, los Consejos Insulares de Baleares, la Junta General del Valle de Arán o los Concejos de Navarra.

4. Siglo XXI A lo largo de los últimos quince años ha habido circunstancias que han determinado nuevas situaciones en el régimen tradicional, digámoslo así, de las Diputaciones Forales. De entrada hay que decir que en 2002 se renovó el Concierto Económico, por primer vez desde 1886, con carácter indefinido. Es decir, desde aquí, como ocurrió en 2007 o en 2014, el Concierto es revisable en el importe del cupo o en los tributos concertados pero ya no tiene un “plazo de caducidad” pasando a ser permanente. Este hecho, que podría suponer una consolidación del sistema no fue tal en la medida en que se comenzó a cuestionar la capacidad normativa de las Diputaciones forales no ya desde el derecho interno y ni siquiera desde

34 Fijadas a nivel interno por la Ley 27/1983, de 25 de noviembre, de Relaciones entre las Instituciones comunes de la Comunidad Autónoma y los órganos forales de sus Territorios Históricos, conocida usualmente como Ley de Territorios Históricos. 35 La asimetría del caso vasco se analiza en E. J. Alonso Olea (2014), desde una perspectiva más general vid. F. Archilés Cardona (2014), la expresión “fragmentos de Estado” procede de M. Herrero de Miñon (1998).

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el derecho tributario comunitario, sino desde la perspectiva de las ayudas de Estado36. El hecho es que en diciembre de 2004 hubo una sentencia37 que anuló el tipo general del Impuesto de Sociedades en el País Vasco. Esta sentencia fue especialmente importante, y grave, por cuanto no se refería a un elemento excepcional del Impuesto de Sociedades sino a su tipo general. La reacción de las autoridades vascas fue pedir una cuestión prejudicial38 ante los Tribunales Europeos en 2006 como consecuencia de la conocida como “Sentencia Azores”. La cuestión fue solucionada en septiembre de 2008 por la sentencia del Tribunal de Luxemburgo que consideró al régimen concertado dentro de la legalidad europea si cumplía determinadas condiciones de autonomía39. Sobre esta base, el Tribunal Superior de Justica del País Vasco sentenció que en efecto se cumplían los tres requisitos: que hubiera autonomía institucional (la institución periférica fuera diferente del Estado), de procedimiento (tomara sus iniciativas por su cuenta sin participación del Estado) y que arrostrara las consecuencias económicas de la medida dictada40. Finalmente, a la hora de ver cómo las Diputaciones se mantienen en la periferia del Estado, aunque últimamente de forma más dificultosa por el proceso de recentralización iniciado en 201241, trataremos del conocido como blindaje del Concierto Económico.

36 Este asunto es muy complejo y con larga historia desde mediados de los años ochenta, por lo que aquí iremos a lo esencial. Para más información, vid. S. Serrano Gazteluurrutia (2012). 37 Sentencia de la Sala de lo Contencioso-administrativo del Tribunal Supremo. Sala 2.ª, de 9 de diciembre de 2004. 38 Este es un procedimiento al que acuden los Tribunales nacionales para conocer el parecer de los jueces europeos para así poder emitir sentencia en correspondencia con el derecho comunitario con garantías. 39 Sentencia en la cuestión prejudicial sobre los asuntos acumulados C-428/06 a C-434/06. Diario Oficial de la Unión Europea. C 285/6. 8 de noviembre de 2008. 40 Sentencia del TSJPV n.º 886/08, de 22 de diciembre de 2008. 41 El intento del Estado de reducir el déficit público a cualquier precio ha supuesto el estrechamiento del margen de maniobra de todas las instituciones del Estado. Incluso instituciones con una deuda reducida, o incluso nula como el Ayunta-

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Realmente no implica falta de control jurisdiccional sobre las Normas Forales fiscales, sino que se alejan de la jurisdicción contencioso-administrativa ordinaria y se trasladan al Tribunal Constitucional42. Así se evita que una Norma foral fiscal aprobada por una Junta General, sustancialmente idéntica a la aprobada por las Cortes españolas o por el Parlamento Foral navarro, por ejemplo la Norma de IVA o la del Impuesto de Sociedades, sea recurrida por un particular (como la UGT de La Rioja) puesto que las Juntas son en principio órganos administrativos (como un Ayuntamiento), mientras que el recurso a una Ley de las Cortes o de un Parlamento autonómico sólo se puede presentar al Tribunal Constitucional. Un aspecto poco divulgado es que esta ley lo que hacía también era establecer un principio de reciprocidad, es decir, las Diputaciones Forales, llegado el caso, también podrían acudir al Constitucional para reclamar contra normas del Estado que atentasen a sus competencias, cosa que no podían hacer por falta de legitimación. La propuesta inicial fue de las Juntas Generales de Bizkaia que la trasladó al Parlamento Vasco que la aprobó en 2007 y luego pasó en 2009 a las Cortes. Tras las vacaciones parlamentarias de verano de ese año entró en el proceso de aprobación que culminó en febrero de 2010 en el Senado43. Además del debate político, sobre todo en sede parlamentaria, que dio lugar la presentación y debate de la norma, las opiniones en contra de esta Ley han sido variadas dentro del ámbito del derecho (tanto administrativo como constitucional)44. Tras los recursos formulados por las Comunidades Autónomas de La Rioja y Casti-

miento de Bilbao, tuvieron que, por ejemplo, dejar de abonar la paga navideña de 2012 aunque no tuvieran ningún problema de liquidez para hacerlo. Otra muestra de la posición de las Juntas Generales en este caso también anómala, es que sí abonaron la paga a sus empleados. 42 Ley orgánica 1/2010, de 19 de febrero, de modificación de las Leyes orgánicas del Tribunal Constitucional y del Poder Judicial. BOE. 20 de febrero de 2010, n.º 45, pp. 16641-16644. 43 Un amplio comentario sobre este proceso, sus orígenes y desarrollo, en A. Esteban (2011). 44 Un contraste de pareceres se puede encontrar en: J. Agirreazkuenaga (2011).

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lla-León45, el Tribunal Constitucional en una sentencia de 201646, estimó que la debatida disposición (Ley Orgánica 1/2010, de 19 de febrero) era plenamente constitucional. El análisis del Tribunal no deja de ser realmente jacobino —y en ciertos aspectos anacrónico—, pero no le queda otro remedio que aceptar —sobre la base de la Disposición Adicional 1.ª de la Constitución de 1978— la excepcionalidad de los Territorios Históricos y sus Diputaciones y Juntas Generales. Su análisis histórico, en su fundamento jurídico 2 a, es muy simple, por cuanto entiende que siempre operó la lógica de no oposición a los tributos del Estado, lo que cuando se trata de instituciones que vienen regulando el sistema tributario propio desde el siglo XVI no deja de ser exagerado.

5. Conclusión En un arco cronológico tan prolongado y tan diferente es difícil entresacar una conclusión unívoca de lo analizado hasta aquí. Las Diputaciones generales, forales o provinciales vascas, contando con momentos de simple eliminación (1820, 1877) o mutilación competencial (1841 o 1937), han conseguido mantener un espacio competencial propio, aunque variable, basado en un elemento básico como es la capacidad de tener una hacienda propia, su principal distinción frente a las de régimen común. En la medida en que han sido recaudadoras, en mayor o menor medida, con mayor o menor protesta o éxito, han mantenido una cierta forma de hacer soportada por sus propios ingresos. Si el dinero es la sangre del Estado, lo ha sido también de las Diputaciones Forales (o Provinciales) vascas a lo largo de estos dos últimos siglos. Ha sido lo que les ha mantenido en la “periferia” del Estado.

45 Vid. E. Matía (2011). 46 Sentencia TC 118/2016, de 23 de junio de 2016. BOE, 28 de julio de 2016, n.º 181, pp. 52.648 y ss.

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El Concierto Económico, tal como hoy se configura, es fruto de una larga evolución, pero hay que partir de la base de que es una categoría jurídica acuñada con el tiempo y que ha tenido contenidos diferentes a lo largo casi de siglo y medio, por este motivo no se puede considerar como una antigualla. En todo caso siempre ha tenido dos elementos básicos: la labor recaudadora de las Diputaciones (provinciales en 1878, forales en 1981) del País Vasco y el pago de un cupo al Estado. Estos dos elementos son comunes al Concierto en 1878 y en 2017. Ahora bien, su “vestidura” ha sido radicalmente diferente, lo que no es de extrañar teniendo en cuenta la gran distancia que en los aspectos político, tributario y económico separa ambas fechas. La cuestión de fondo sería por qué el Estado permitió, siendo formalmente tan centralista, dejar por lo menos parte de un elemento fundamental de su soberanía como es el sistema tributario en manos de unas simples Diputaciones, incluso desde 1877 en que el propio Estado se fue desarrollando cada vez más y aumentaron los motivos para tener roces de competencia. En 1981 se renovó el Concierto con Bizkaia y Gipuzkoa porque en la tesitura de eliminarlo a Álava o ampliarlo a las otros dos Territorios Históricos, se optó, dentro del contexto del Estado de las autonomías y el reconocimiento de los Derechos Históricos por esa vía. La razón de la permanencia de esta especial forma de estar ha sido varia, con factores que no operan unívocamente sino en combinación variable a lo largo de casi tres siglos si contamos desde los Decretos de Nueva Planta: entendimiento entre los dirigentes del Estado y del país, papel desempeñado por políticos vascos en Madrid, herramienta pacificadora en otros momentos, ahorro de gastos para un Estado no precisamente rico con un horizonte de recaudación escasamente rentable, gestión si no perfecta por lo menos más eficiente que la propuesta por el Estado, riesgo unilateral para el País Vasco y su pequeño tamaño (en extensión y población) en el contexto nacional, etc. Es evidente, como hemos visto, la debilidad del Estado en España, y no sólo por la presencia de estas Diputaciones y su ejercicio competencial, sino por cómo lo hicieron, en muchos casos ante la

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indiferencia cuando no inoperancia del propio Estado. Ahora bien, ¿esta debilidad trajo consigo la débil nacionalización? Lo que no evitó desde luego fue que apareciera el nacionalismo vasco, que inicialmente juzgó al Concierto como migaja, pero desde 1906 —y hasta hoy— lo ha defendido como piedra angular del autogobierno, de cualquier autogobierno. Cabe preguntarse entonces, si tan autónomas eran las Diputaciones ¿por qué el País Vasco es, junto con Cataluña, el centro de la cuestión nacional en España?, ¿es que no tuvieron suficiente? La cuestión es que hubo otros motivos para ello, como el religioso y muy importante, pero no hay que olvidar el efecto mítico que tiene la “independencia” foral a la hora de aspirar a algo más.

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Capítulo 5

Los poderes locales en la España del siglo XX: continuidades y cambios en sus élites políticas y en las prácticas clientelares Roque Moreno Fonseret Universidad de Alicante

1. Introducción. Continuidades y rupturas en las élites locales en el siglo XX Las continuidades y los cambios habidos en las élites políticas españolas durante el pasado siglo XX han recibido un tratamiento específico, con resultados a veces contradictorios, desde la irrupción en el panorama historiográfico español del sociólogo. J. J. Linz1. En su primera obra elaborada en materia de élites políticas se cuestionaba en qué medida cada una de los cambios de régimen experimentados por España desde la Primera República hasta la fecha de edición de la obra representaba asimismo un desplazamiento de la elite de dicho régimen. El trabajo, centrado en la circulación de los diputados en las Cortes de Alfonso XIII, la Segunda República y el franquismo hasta 1968, llegaba a la conclusión que en España las renovaciones profundas de su personal político y la sustitución de sus élites se produjeron con los cambios violentos. En dicha obra en concreto, refiriéndose a la dictadura primorriverista, el autor señaló que “España no experimenta con la dictadura un cambio a nivel de clase dirigente social y económica,

1

Vid. M. Jerez Mir (2008), 149, Id. (2014), 140.

129

pero ciertamente sufrió una gigantesca discontinuidad en su clase política”. La perspectiva comparada utilizada, al cotejar el caso español con regímenes europeos homologables y transiciones más o menos coetáneas, reflejaba además que las continuidades y discontinuidades de las élites nacionales españolas eran porcentualmente mayores2. En similares términos se expresó en obras posteriores cuando analizó la dictadura de Primo de Rivera3 o cuando estudió la evolución de las élites políticas española en el largo plazo4. Quienes poco después de Linz estudiaron la cuestión de las élites en los cambios de régimen llegaron a conclusiones semejantes. A destacar, por ejemplo, el trabajo de Gómez Navarro, Calbet y Portuondo (1979, 183-208) sobre las élites políticas en la dictadura de Miguel Primo de Rivera, en el que vienen a observar una suerte de constante histórica que con diferentes matices se dio en la Europa de entreguerras, en la que cuando hubo cambios violentos el personal político varió y no permaneció en el poder la misma elite política. Por su parte, Carlos Viver Pi-Sunyer (1978) señaló la discontinuidad de ministros, procuradores en Cortes y gobernadores civiles en el Nuevo Estado franquista en relación a la etapa anterior, destacando que desde la constitución del primer gobierno de Franco en 1938 se produjo una profunda renovación, siendo militares y falangistas los grupos mayoritarios al menos hasta 1945. Poco más tarde, Jerez Mir (1982 y 1996) amplió su análisis a otras élites ministeriales y a otras instituciones del régimen franquista, como FET y de las JONS o el Sindicato Vertical, demostrando la creación de una nueva clase de políticos profesionales, señal de clara renovación del personal político respecto a épocas preceden-

2

J. J. Linz confrontó lo ocurrido en el reinado de Alfonso XIII en las legislaturas de 1907, 1910 y 1914 con los casos de la Tercera República Francesa y la Monarquía Italiana; el tránsito de la Restauración a la Segunda República fue contrastada con la República de Weimar y la Italia postfascista; y utilizó lo ocurrido en Turquía para medir el grado de continuidad o cambio en las Cortes franquistas. Cf. J.J. Linz (1972), 394 y ss.

3

J.J. Linz (1987), 559-581.

4

J.J. Linz, J.J., P. Gangas y M. Jerez (2000); J.J. Linz, M. Jerez y S. Corzo (2002).

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tes. Se trataba de un personal ciertamente heterogéneo, de cierta juventud y de diverso signo político (falangistas, católicos, tradicionalistas, militares y monárquicos). En general, los trabajos que abordan la cuestión de las continuidades de las élites políticas a lo largo de los diferentes regímenes que se suceden en la España del siglo XX son escasos y lo que encontramos son, más bien, estudios centrados en períodos concretos, que además en contadas ocasiones intentan establecer líneas de continuidad o ruptura con el período anterior. Entre ellos, destacan sobremanera los estudios cualitativos y prosopográficos de las élites parlamentarias del Congreso y del Senado, los gobernadores civiles o los ministros. No es mi intención ni es este el lugar de realizar un balance historiográfico sobre lo hecho hasta ahora en este campo. Pero lo cierto es que la biografía colectiva de élites políticas y su continuidad en el tiempo se revela a lo largo de los noventa y en lo que llevamos del siglo actual como un pujante campo de estudio dentro de la renovada historia política, sobre todo en la época de la Restauración5. Y en este panorama empieza a ocupar también un lugar importante el estudio de las élites regionales y locales y su continuidad en los cambios de regímenes políticos, al que prestaremos algo más de atención. En este contexto quiero hacer referencia a un más que interesante intento de estudio en el largo plazo elaborado por las profesoras Alicia Yanini y Patricia Gascó (2008), que se plantean si es posible sostener que quienes hicieron en Valencia la transición de 1976 era una elite nueva o bien, por el contrario, era un continuum con las familias políticas de la Restauración. Las autoras realizan una reflexión biográfica de los políticos valencianos más destacados que desde 1976 gestionaron la transición política de la dictadura de Franco a la democracia. Aunque según señalan su trabajo no deja de ser un esbozo de un proyecto más ambicioso, la conclusión a la que llegan es clara y contundente: los cambios en la elite política y las discontinuidades en el personal político en la Adminis-

5

Vid. M, M. Larraza Micheltorena (2002).

131

tración del Estado a lo largo de esos cien años se produjeron sobre todo como consecuencia de la violencia ejercida por las masas y por los responsables políticos del momento. En este sentido, para las autoras los gestores políticos de finales del siglo XIX no guardan relación con los de finales del siglo XX por la imposibilidad que tuvo la elite política de la Restauración de perpetuarse políticamente debido a la irrupción de las clases medias en la política, la modernización del Estado y los procesos de transición política de tipo violento, léanse los golpes de Estado de 1923 y 1936. Así, el cambio de personal político se dio en momentos autoritarios, mientras que en las transiciones no violentas hacia la democracia se observan situaciones de continuidad. Por un lado, con la II República, pese a su voluntad de renovación política, antiguos candidatos procedentes de la Restauración se presentaron por partidos republicanos a fin de mantener su posición y, por otro, en la transición política de 1976 observamos una evidente relación entre la elite de la transición y la elite tecnócrata que protagonizó la apertura del régimen franquista. En definitiva, cuando la transición fue sin violencia, pacífica y consensuada, la vieja elite se transmuta, evoluciona y las familias permanecen y asumen el liderazgo de las masas en el nuevo orden democrático6. Como vemos, profundizan a escala local en las afirmaciones de Linz. Resulta indiscutible que estudios en el largo plazo como el mencionado son necesarios para otros territorios españoles, con el objeto de contrastar la contundencia de estas conclusiones, o en su caso de atenuarlas. A mi entender, en estos trabajos debemos tener en cuenta dos premisas. En primer lugar, la necesidad de rechazar esquemas simplistas y reconocer la gran complejidad de la dinámica política y electoral de la España del siglo XX: diferentes formas de organización de los partidos, distintos grados de articulación política del poder local frente al poder central y de profesionalización de la política, la persistencia en sus distintas modalidades de movilización clientelar e ideológica en relación bien con una

6

A. Yanini y P. Gascó Escudero (2008), 444.

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creciente competitividad electoral bien con la nula competencia. En segundo lugar, en el largo plazo, la detección de continuidades o discontinuidades del personal político en la España del siglo XX no debe cuestionar necesariamente las lecturas modernizadoras de los períodos democráticos o los planteamientos reaccionarios o totalitarios de las dictaduras. Y mucho menos cuando estos cuestionamientos tienen clara intencionalidad política. Siempre, pero más ahora, el debate acerca de la continuidad y renovación de la élite política se plantea desde perspectivas axiológicas: para algunos, la continuidad reforzaría un sentido peyorativo de la profesionalización de la clase política o sería exponente de prácticas y dinámicas clientelares. Para otros, por el contrario, esa misma continuidad sería la manifestación de un liderazgo fuerte y valorado sobre todo en el ámbito local o aludiría al proceso de institucionalización de una élite política y a su consiguiente experiencia. La renovación, discontinuidad o ruptura, representaría, por su parte, un valor en sí mismo, como exponente de la circulación de las élites7. Pero no hay que olvidar que muchas de las discontinuidades o de las rupturas políticas habidas en nuestro siglo XX son más bien lampedusianas. Teniendo en cuenta estas premisas, lo publicado hasta ahora sobre continuidades y rupturas en las élites locales españolas en períodos concretos de nuestra historia pone en cuestión, por no decir que desmonta, la validez del paradigma mencionado más arriba. Aunque resulte innegable la evidencia de lo diferentes que son los regímenes políticos, el contraste de sistemas que se han sucedido en la España del siglo XX no debe ocultarnos las continuidades. Una de esas continuidades puede localizarse dentro de la estructura y funcionamiento de los ayuntamientos y en el personal político que lo componen. Y también en las formas de acceso, pues en buena medida estas continuidades obedecen a la pervivencia de relaciones sociales clientelistas que se han mantenido en el siglo XX, aflorando en sus diversas modalidades, y que han permitido a

7

G. Márquez Cruz (1999) 289-334.

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ciertos sectores de la derecha española mantener su representación en las instituciones locales y provinciales en el largo plazo. Antes de pasar a contrastar esta afirmación, resulta necesario hacer una puntualización. Soy consciente de que no necesariamente existe una relación directa entre el poder local y la administración municipal, ya que el poder en la España del siglo XX se ejerció en buena parte de las ocasiones de una manera centralizada y los ayuntamientos quedaron reducidos a una labor meramente administrativa, compartida en muchas ocasiones con otras instituciones políticas y económicas. El poder en el ámbito local y provincial realmente se ejerció desde las instituciones dependientes directamente del Estado, como fueron los Gobiernos Militares y, fundamentalmente, los Gobiernos Civiles, ocupados generalmente por personal político “cunero”, que se encargaron de mantener el orden público, dirigir e impulsar las ideas del régimen de turno, y controlar administrativa y políticamente la vida de los ciudadanos8. Ahora bien, no se debe menospreciar el papel de representación política de la ciudad que tuvieron los consistorios, y desde esa óptica se transformaron en los escenarios de integración o enfrentamiento de los núcleos que apoyaban al poder central en la localidad, ni tampoco olvidar el respeto jerárquico obligado hacia la persona del alcalde y los concejales, en tanto en cuanto sus figuras pertenecían al universo simbólico y protocolario de la sociedad española. En virtud de ello, debemos considerar en su justa medida el ascendiente que los ediles tenían sobre los ciudadanos, sobre otras instituciones locales e, incluso, sobre sus superiores inmediatos, de los que terminaron siendo intermediarios. Finalmente, conviene recordar que las atribuciones de la alcaldía en determinadas materias convirtieron al primer edil en repartidor de prebendas y castigos, además de receptor de beneficios directos.

8

En este punto no puedo dejar pasar la oportunidad de destacar el trabajo realizado por el profesor Julio Ponce sobre el papel de los gobernadores civiles en la vida local y la circulación que han tenido en la segunda mitad del siglo XX por distintos niveles de la administración. J. Ponce Alberca (2008 y 2014).

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2. Sobre las continuidades en las transiciones democráticas El estudio de la continuidad del personal político local en las transiciones democráticas resulta ser una de las armas esgrimidas tanto para los que defienden las bondades y virtudes del período democrático, como para aquellos otros que intentan minusvalorar el carácter modernizador que el nuevo régimen democrático tiene. No hay que olvidar, en este sentido, que en España la mayor parte de los debates sobre la Transición tanto en el ámbito historiográfico como en la misma opinión pública se han centrado en la distinta valoración que cada cual hace del proceso, medida casi siempre en términos de continuidad o cambio9. Quienes argumentan a favor de la continuidad recuerdan que, en lo jurídico, no existió ruptura legal con el franquismo, como lo prueba entre otros aspectos el hecho de que la Ley para la Reforma Política de 1976 fuese aprobada por los propios legisladores del Régimen, pero también que la composición de los distintos gabinetes constituidos antes de 1982 y de los distintos niveles de la Administración, desde los ayuntamientos hasta los ministerios, reflejasen una filiación continuista. Por el contrario, quienes ponen el acento en el cambio señalan por ejemplo que la Constitución fue aprobada en referéndum por todos los españoles y así el Estado español quedó constituido como un Estado social y democrático de derecho, y si bien es cierto que en el personal político y administrativo local, autonómico y central del periodo de la Transición abundan los que tienen un pasado continuista, también lo es que progresivamente vamos a ir encontrando a políticos sin pasado público, algunos de ellos conocidos representantes de la oposición democrática. Del mismo modo, y para el caso de la Segunda República, tampoco debemos desdeñar que hay toda una historiografía revisionista que, como bien alertó recientemente Julio Prada (2013), pone el acento en las continuidades del personal político y en la lentitud de las transformaciones de las cul-

9

J. Pérez Serrano y D. Molina Rabadán (2002), 3-4.

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turas políticas para menospreciar los avances que para el proceso de construcción de la ciudadanía en España significó la Segunda República. Cuestionan de esta manera la lectura “modernizadora” que había sido dominante en los estudios sobre las élites republicanas, poniendo de relieve los elementos de continuidad respecto a etapas anteriores. Por ello, es conveniente situar en su justo término la continuidad del personal político en los regímenes democráticos habidos en el Estado español. Precisamente en la obra señalada, Julio Prada (2013) ha abordado los cambios operados en el poder local durante la Segunda República, ya sea a través de los comicios municipales celebrados durante la República en paz o mediante la imposición de una determinada mayoría por parte del poder ejecutivo, para así poner en evidencia las continuidades y discontinuidades en las élites de poder local. El manejo y conocimiento profundo de los estudios realizados sobre clientelismo y elecciones en el período republicano permiten al autor afirmar que la imposibilidad de que el estado y los partidos políticos pudiesen prescindir por completo de los medios tradicionales para llevar la política formalizada a todos los municipios españoles en tan breve lapso temporal permitieron la continuidad del personal político local, bien al apoyarse en algunos de los bandos políticos preexistentes o bien permitiendo que cualquiera de ellos cambiase de etiqueta. Sobre esta generalización habría que hacer al menos dos puntualizaciones. La primera, que muchas realidades locales permiten vislumbrar que la voluntad de ruptura política con el pasado resultaba evidente. La segunda, que la victoria de las izquierdas en las elecciones de febrero de 1936 modificó de forma radical el mapa político de las corporaciones españolas, a través de la expulsión desordenada de alcaldes y concejales de los partidos de derecha y de centro, comparable en volumen al ocurrido durante las dictaduras, pero incluso más profundo y novedoso si lo que se tiene en cuenta es la procedencia y el origen de esas nuevas élites. Por otra parte, como ha señalado Villa García (2012, 149-150), aún con sus limitaciones, las elecciones municipales parciales de abril de 1933 supusieron un paso adelante en el proceso de moder-

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nización política del medio rural. Como constata dicho autor, si utilizamos las categorías que uso el gobierno, los partidos y la prensa de entonces para agrupar a los concejales y explicitar el sentido político de la consulta, podemos concluir que fueron elegidos 5.540 adictos al gobierno y 12.698 contrarios. Estas elecciones tuvieron un marcado carácter plebiscitario para la oposición al gobierno republicano-socialista y, de hecho, el que las candidaturas de oposición obtuvieran el triunfo, aunque fuese pírrico, fue considerado un castigo a Azaña y sus políticas reformistas y una señal del cambio de tendencia. Realmente, estas elecciones sólo celebraron en pueblos pequeños, enclavados en provincias tradicionalmente conservadoras, donde, según señaló tanto el gobierno como los medios de comunicación afines, aún no se había extinguido el caciquismo, en sus variantes de patronazgo o fraude, y el analfabetismo de la población se hallaba por encima de la media. En este contexto, los resultados electorales no podían considerarse sino un avance de los partidos de izquierda y un relativo éxito del gobierno. Porque, efectivamente, en estas elecciones podemos encontrar elementos modernizadores en el comportamiento electoral. El número de ayuntamientos en el que las elecciones carecieron de competencia real volvió a reducirse respecto a 1931 y, por consiguiente, la movilización del electorado aumentó. Es cierto que esta consulta no trajo cambios revolucionarios en la correlación de fuerzas que ya existía previamente, pero si introdujo algunas correcciones: la reducción del número de concejales independientes o indefinidos en beneficio de todos los partidos; el leve crecimiento de la izquierda republicana; cierto descenso de los republicanos moderados causado por el hundimiento en varias provincias de la Derecha Liberal Republicana y la aparición de un importante contingente de concejales cedistas y agrarios; y el aumento apreciable, aunque discontinuo, del número de concejales socialistas. En gran parte, ello fue debido a que los niveles de competencia electoral aumentaron progresivamente entre 1909 y 1922, y a que tanto el modelo de partido articulado por la CEDA, abierto a los métodos de organización y movilización típicos de la política de masas, como el activismo ideológico de sus

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militantes y simpatizantes, poco tenían que ver con la organización y el tipo de apoyos de los partidos dinásticos. Parece evidente, pues, que para quienes han estudiado las elecciones locales y el personal político durante la Segunda República resulta necesario y evidente al tiempo recurrir a la supervivencia del caciquismo y de las prácticas clientelares como factores claves para comprender determinados resultados de estos procesos electorales y la continuidad de algunas élites locales. Como señala Moreno Luzón (1995, 223), durante la II República, el clientelismo de los notables, debilitado durante la Dictadura por la centralización y la ausencia de elecciones, fue barrido de amplias zonas del país por la irrupción de la democracia. Sin embargo, sobrevivió en las regiones rurales de la España interior, donde supo adaptarse a las nuevas condiciones. El Partido Republicano Radical, y también otros, en la derecha y en el centro, integraron en su organización las influencias locales personalistas de los antiguos caciques, que, tras algún tiempo de desorientación al proclamarse el nuevo régimen, reconstruyeron sus redes clientelares. Por ello, coincido con quienes ya desde los años noventa insisten en la necesidad de analizar el caciquismo como un fenómeno de larga duración, que evidentemente trasciende al régimen de la Restauración y que hay que hacer extensivo a etapas posteriores de nuestro siglo XX10. Como vemos, los resultados electorales habidos en 1931 y 1933 no fueron ajenos a la supervivencia de las estructuras clientelares y a la acción de los notables y caciques que había detentado los resortes del poder local durante la Restauración y que durante la Dictadura y, sobre todo, en los quince meses que antecedieron a las elecciones de 1931, lejos de desaparecer, mantuvieron la capacidad de aplicar las viciadas prácticas anteriores. Fenómeno parecido al que encontramos en la transición democrática que se abre en 1975. Entre otras consecuencias, la crisis del franquismo vivida en los últimos años del dictador favoreció que sus élites políticas tuviesen una mayor capacidad de maniobra que en otros países donde se

10 A. Robles Egea (1996).

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vivieron coetáneamente procesos de transición a la democracia. En los años sesenta y setenta, la dictadura franquista siguió organizando todo un entramado político-administrativo que vinculó las organizaciones del Movimiento con su sistema de representación corporativa. No hablamos sólo de la Falange, el Ejército o la Iglesia, sino además y sobre todo, de las familias institucionalizadas dominadas por notables locales que constituyeron en su gran mayoría la clase dirigente local. En las elecciones municipales de 1973 se impusieron como siempre disposiciones excluyentes que garantizaron a la postre la pervivencia del Régimen, como fueron la identificación plena de los candidatos con las instituciones y organizaciones del Movimiento. Como quiera que las primeras elecciones municipales en democracia no se celebraron hasta 1979, fueron estos dirigentes locales, verdaderas élites disciplinadas, los que protagonizaron la transición en los diferentes municipios y dispusieron de poder y tiempo para asegurarse en su caso no sólo la continuidad personal, sino también un continuismo político en la gestión y administración, en la que pocos cambios hubo en el manejo de gobierno. A pesar de la disponibilidad de fuentes, el análisis cuantitativo de las continuidades y cambios de las élites procedentes del tardofranquismo en la transición democrática iniciada tras la muerte del dictador presenta todavía numerosas lagunas, mucho más patentes en algunos territorios. El alcance empírico de esta continuidad, en particular de las autoridades locales tardofranquistas de 1973, como candidatos y como electos, sólo lo conocemos de manera pormenorizada en dos Comunidades Autónomas: Andalucía y Galicia. Andalucía dispone desde hace tiempo un formidable estudio sobre el comportamiento electoral de sus élites locales entre 1973 y 1991. El trabajo de Márquez Cruz (1992) muestra la incorporación de políticos franquistas en partidos políticos de nuevo cuño en un porcentaje sustancial en las tres primeras citas electorales municipales y en las elecciones autonómicas, pero también es cierto que demuestra la paulatina desaparición de la elite política franquista en las sucesivas consultas electorales locales. En concreto, el 6,5% del total de mandatos locales elegidos en 1979 en Andalucía lo habían sido en el tardofranquismo. Sin embargo, respecto a los nuevos al-

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caldes elegidos en 1979 la continuidad es cualitativamente significativa: en Andalucía, el 20,1% de los alcaldes habían sido alcaldes o concejales en el tardofranquismo. El mismo autor (1993) constata que dichos comportamientos se acentúan en Galicia, uno de los territorios más y mejor estudiados. En esta Comunidad el número de mandatos electos en 1979 que procedían de los consistorios de 1973 ascendió al 12%, mientras el número de alcaldes alcanzó la extraordinaria cifra del 46,5%. Todavía en 1991, esta última variable se mantenía en dos dígitos y, en concreto, en las elecciones locales celebradas este año, la persistencia neocensitaria representaba el 22,7% de los alcaldes11. Los dos partidos que integraron el mayor número de estas autoridades en ambas Comunidades Autónomas fueron UCD y AP: los elegidos en UCD representaban el 16,1% en Galicia y el 11,5% en Andalucía; y en AP el 17,4% en Galicia y el 20,2% en Andalucía. Observamos pues una alta continuidad de las élites políticas locales en los cuatro períodos de elecciones municipales democráticas vividas a partir de 1979. El autor destaca que dicha persistencia está relacionada con las propias redes de poder político, social y económico en las comunidades locales, verdaderos cacicatos estables, y en las tendencias conservadoras del electorado. Los trabajos de Vargas González (2002) y Vázquez Carnero (2014) redundan en estas conclusiones, insistiendo en que el arraigo de las estructuras políticas del franquismo fue lo que permitió la adecuación de las élites procedentes del régimen franquista a los nuevos procesos de participación electoral. Para ambos autores, ello fue posible gracias fundamentalmente a la prevalencia del liderazgo personal en detrimento de la influencia de las organizaciones políticas y al excesivo clientelismo electoral. Al parecer, en Cataluña, estas cifras son ostensiblemente más bajas. El número de alcaldes que continuaron al frente de su localidad en 1979 se situó tan sólo en el 9,4%. Y aún así se destaca que la presencia de alcaldes franquistas no ha de ser sobrevalorada, y las razones de su continuidad se deben buscar, más que en la

11 G. Márquez Cruz (2004), 111-133.

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adscripción a esa etiqueta, a su conexión personal con la vida local. Con metodología diferente a la descrita para los casos andaluz y gallego, el estudio dirigido por Capó (1988, 207-211) centrado únicamente en el análisis de la edad de los alcaldes y concejales, altamente cuestionable, indica que la llegada de la democracia en Cataluña supuso en cambio una renovación de la elite en el nivel municipal. El hecho de que el 65% de los representantes de 1979 tuviesen menos de 44 años, cifra inferior a la de otras democracias ya consolidadas, es prueba para ellos de discontinuidad con el franquismo y una de las causas que para los autores han contribuido a cerrar las viejas fracturas políticas. Los trabajos locales, todavía significativamente escasos, que combinan la historia de los partidos principales de la transición con la prosopografía de sus protagonistas, muestran la continuidad del personal político franquista en las instituciones locales y provinciales. La representación la obtienen en la mayor parte de las ocasiones por su acomodamiento en los partidos de centro y derecha que se configuraron en la Transición, pero también en candidaturas independientes en las que el liderazgo informal, basado en vínculos sociales instrumentales, se convierte en decisivo para la obtención del voto12.

3. Sobre las rupturas en las dictaduras La solución militar aportada por el dictador Miguel Primo de Rivera para salir de la grave crisis del sistema parlamentario oligárquico de la Restauración pasaba teóricamente por la renovación de su clase política y la erradicación del caciquismo y de las redes clientelares que lo sustentaban. A nivel local, entre las medidas tomadas por el dictador encontramos la sustitución de los concejales electos por las Juntas de Vocales asociados, y la creación de la figu-

12 V.F. Candela Sevila (2007); A. Delgado Muñoz (1995); P. Gascó Escudero (2009); A.B. Gómez Fernández (2011); C. Somé Lasema (2011).

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ra del delegado gubernativo. En opinión de la profesora González Martínez (2000, 358), dos son las razones que explican estos ceses: en primer lugar, el Directorio creía que el caciquismo había echado raíces en los Ayuntamientos, por lo que había que erradicarlo de ellos; en segundo, el Directorio Militar carecía de herramientas políticas que le sirvieran para distinguir entre lo que era caciquismo y lo que no y, por consiguiente, decretó la sustitución automática de los Ayuntamientos. Pero el hecho de que existiese esta decidida voluntad de eliminar el caciquismo del ámbito local y sustituir el personal político restauracionista por hombres nuevos, no supuso que finalmente esto sucediera. De hecho, quienes hablaban de ruptura del personal político central respecto a la etapa anterior, no parece tenerlo tan claro cuando se trata de las élites locales. Por ello ya señalaban que según los indicios con que contaban y, sobre todo, debido a la situación de quietud y calma que es posible observar una vez que pasaron los primeros momentos, al parecer los viejos políticos continuaron haciendo valer su influencia en la política provincial13. Son todavía escasos los estudios regionales o locales que avalen este hecho, pero los existentes vienen a confirmar dicha hipótesis. Ya Javier Tusell (1977) en la década de los setenta señaló al respecto que en la Unión Patriótica muy pronto ingresaría buena parte del caciquismo conservador a nivel local o provincial. Destaca el autor (1973), sobre todo, la provincia de Cádiz, donde los antiguos caciques siguieron ejerciendo exactamente la misma influencia que antes del golpe de Estado. Lo mismo ocurre en Huelva, donde tras unos primeros años de marginación política de los antiguos políticos turnistas, éstos acabarían recobrando su poder desde las direcciones locales de la Unión Patriótica14. En la provincia de Murcia el caciquismo logró subsistir, sobre todo en ambientes rurales y, en realidad, pocas cosas cambiaron en la política murciana a pesar de los buenos deseos que trajo consigo el régimen primorriverista.

13 J. L. Gómez Navarro, M. T. Calbet y E. Portuondo (1979), 183-208. 14 M. A. Peña Guerrero (1995), 56-63.

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Así, a pesar de la importancia que los elementos nuevos del catolicismo político suponían en la U. P. murciana, parece que ésta se nutrió también en gran medida con los restos de la vieja clase política. No existió en la provincia ni un sólo caso en que se le pusieran impedimentos a la entrada en la nueva organización: no debió existir un control efectivo por parte de las diversas autoridades locales acerca de la conducta o antecedentes de quienes se afiliaban, ni tampoco demasiados escrúpulos ideológicos en la mayor parte de quienes, sobre todo en el campo, pasaban a engrosar las listas de afiliados15. Así ocurrió igualmente en Sevilla, donde el partido único se nutrió de los viejos políticos locales16. Esa es la tendencia general que otros estudios locales presentan, que muestran como esta renovación de las élites es sólo parcial17. En general, encontramos una ruptura manifiesta entre los ediles capitalinos, mientras en las zonas rurales hay claramente continuidad de sus élites. Así, como refleja Martínez Gómez (2007) Almería se vio liberada de aquellos políticos cuneros que ocuparon los cargos de representación nacional, pero también es destacable que en las instituciones municipales de la provincia la clase política no varió en exceso respecto a la situación vivida con anterioridad, con una presencia mayoritaria de políticos locales turnistas, que, eso sí, en los años inmediatamente anteriores a la Dictadura se habían apartado de la vida política. En la capital, sin embargo, sí se produce una profunda renovación de sus cargos públicos. Similar comportamiento observó mucho antes Santiago de Pablo (1990) en Álava, donde contrasta la relativa estabilidad de los municipios rurales, en los que el 21% de sus ediles ya lo habían sido durante la Restauración, con lo ocurrido en la capital, en la que sólo un 8% de sus concejales lo fueron también antes del golpe de Estado. Caso singular lo constituye Valladolid, donde se observa una profunda renovación de sus dirigentes loca-

15 P. Izquierdo Jerez (1985), 187-189. 16 L. Álvarez Rey (1987). 17 F. Miranda Rubio (1995); E. Pérez Romero (1983); A. Garrido Martín (1997).

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les, si bien quienes sustituyeron a los antiguos ediles reprodujeron las prácticas clientelares que practicaban los sustituidos18. Por tanto, cabe concluir con González Martínez (2000, 359-360), que el sistema caciquil no fue destruido en el ámbito municipal y tan sólo resultó desorganizado después de la etapa de gobierno de Primo de Rivera. En la mayoría de las ocasiones, a las viejas clientelas que se habían visto privadas del poder durante años se les sumaron las nuevas creadas por los colaboradores de la Dictadura. Ahora bien, no podemos negar tampoco que aunque resulte imposible precisar en qué medida, al menos en sectores sociales de zonas urbanas, el carácter regeneracionista de la Dictadura contribuyó a despertar una cierta conciencia ciudadana19. Si los estudios sobre la dictadura primorriverista y su personal político son más bien escasos, los referidos al franquismo y, sobre todo, a la inmediata postguerra son muy abundantes. Un análisis reciente de Miguel Ángel Del Arco (2014) me libera en gran medida de la responsabilidad de realizar un balance de estos trabajos. Tras la revisión de estas obras y la bibliografía aparecida en las últimas décadas, este autor plantea como conclusión principal la importante ruptura del personal político franquista, a todos los niveles, con la etapa anterior20. Recientemente también, Sanz Hoya (2013) señala que tanto en las capitales de provincia como en el mundo rural, cada vez es más evidente que existió una renovación del personal político de los ayuntamientos, extrapolando las conclusiones obtenidas para Cantabria21. En concreto, Del Arco (2014, 38-40) indica que la idea de una dictadura restauracionista tanto de un personal político con experiencia previa como de las prácticas caciquistas de siempre, queda cada vez más en entredicho. Parece claro, continua, que especialmente entre 1940 y 1942 se atiende a la llegada

18 J. M. Palomares Ibáñez (1993). 19 E. González Calleja (2005). 20 M. A. Del Arco Blanco (2014), 38-40. Cf., igualmente, M. A. Del Arco Blanco (2007). 21 J. Sanz Hoya (2008).

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de unos “hombres nuevos” a los poderes locales, aunque “todavía quedarán resquicios de hombres con una participación en partidos de derechas en épocas previas, pero serán minoría”. El proceso es el siguiente: salvo excepciones, la tendencia general apunta al reclutamiento de no pocas personas afiliadas a Falange antes del 18 de julio, así como a multitud de militantes que se unieron al partido tras el golpe de estado. FET y de las JONS se convertiría así en el canal de reclutamiento del personal político de la dictadura. Para que esto fuese posible, así como para generar una cohesión interna dentro del partido único, hubo un elemento fundamental, una vivencia compartida por todos, y que lanzaría a la cúspide del poder local franquista a unos hombres y no a otros: la experiencia de la guerra civil. Mientras se desarrolla la guerra, los ayuntamientos son ocupados por políticos con experiencia política previa, generalmente vinculados a partidos como la CEDA, Renovación Española, Tradicionalistas, Agrarios e incluso Unión Patriótica. Esta tendencia se repite cuando se produce la conquista de una población por parte de los rebeldes: las comisiones gestoras son entregadas a personal político de confianza, con una tradición derechista probada. Pero mientras que esto sucede, muchos jóvenes participaban activamente en la contienda, afiliándose en las milicias o marchando voluntarios al frente. Las experiencias vividas durante la guerra sin duda reconfigurarían su cultura política, generando un sentimiento de cohesión y de lealtad al Nuevo Estado. Así, por encima de su militancia en Falange antes del golpe de Estado, el régimen tomaría su actitud y participación en la guerra como el mérito fundamental para servir al franquismo. Sin embargo, si nos atenemos a los datos aportados por los Servicios de Información de Falange, la ruptura en el ámbito local no parece tan clara. La diversidad de origen de la coalición reaccionaria, utilizando la expresión acuñada por Sánchez Recio (1996), queda patente con los datos aportados en los cuadros I y II, que recogen los antecedentes políticos tanto de los jefes locales de FET (normalmente alcaldes por ser jefe local) en 1943 y 1944 como de los alcaldes y concejales que coparon los ayuntamientos españoles y tras las elecciones municipales de 1948. Los

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datos, analizados con mayor detalle en otro trabajo,22 señalan el peso específico que dentro de ambas instituciones tuvieron políticos ligados a formaciones que iban desde la derecha católica hasta la extrema derecha monárquica y nacionalista. Como observamos, la presencia de “viejos” falangistas es significativamente reducida entre los alcaldes, y en mayor medida, entre los concejales, siendo su número obviamente mayor entre los jefes locales de FET. Junto a ellos nos encontramos con un colectivo muy importante calificado como apolítico o de derechas, que debemos entender como individuos sin pasado político específico. El nuevo Estado buscó desde el principio la colaboración política de aquellas personas con ascendiente en su localidad caracterizadas por su apoliticismo, en un intento de ampliar los apoyos sociales del régimen, siendo ésta la puerta de entrada de un buen número de individuos que aprovecharon la nueva situación en beneficio propio. Tabla 1. Antecedentes políticos de los jefes locales de FET y de las JONS cesados o nombrados en 1943-1944

Antecedente político

Total

%

Apolíticos y sin filiación

872

34,0

Derechas

255

10,0

FE

680

26,5

Acción Popular / CEDA

234

9,0

Comunión Tradicionalista

240

9,4

Renovación Española

38

1,5

Otros

246

9,6

FUENTE: R. Moreno y F. Sevillano (2000, 722)

22 R. Moreno Fonseret y F. Sevillano Calero (2000).

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Tabla 2. Antecedentes políticos de los alcaldes designados y concejales elegidos en las elecciones municipales de 1948

Antecedentes políticos

Alcaldes

Concejales

Total

%

Total

%

Apolíticos

1.990

29,9

14.079

33,4

Derechas

1.366

20,5

13.076

29,1

FE

621

9,3

1.988

4,5

Acción Popular / CEDA

341

5,2

3.922

8,7

Comunión Tradicionalista

219

3,3

1.539

3,5

Renovación Española

586

8,8

261

0,6

Otros

401

5,7

1.770

3,9

1.333

17,0

7.258

16,2

No consta

FUENTE: R. Moreno y F. Sevillano (2000, 719)

La presencia de individuos con una militancia política contrastada con anterioridad a la guerra civil junto a falangistas noveles y apolíticos abrió entre los historiadores un debate acerca de la continuidad o discontinuidad del personal político franquista, que ya hace algunos años evidenció Encarna Nicolás (1999). Como bien señala, el debate se suscitó con ocasión del coloquio internacional organizado por L ‘Avenç en 1993, cuyas aportaciones más contrapuestas fueron las de Xavier Marcet y Martí Marín. Marcet (1995) observó cómo la vida municipal en la Cataluña de posguerra entronca con la tradición caciquil y ayuda a la rearticulación de las burguesías locales, conformando oligarquías que dominaron los ayuntamientos, las organizaciones de Falange, la CNS e incluso las parroquias. Por su parte, los trabajos de Marín i Corberá (1995 y 2000) insisten en la ruptura manifiesta con el pasado liberal oligárquico, naciendo una nueva relación clientelar distinta a la anterior, basada en el poder que conferían los nombramientos y designaciones directas de cargos. Se produciría, en definitiva, una reorganización en el poder local, en tanto en cuanto el alcalde ahora es un simple delegado gubernativo del Estado del que dependían lo otros cargos de la corporación, aspecto que provocó una reubicación ra-

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dical entre la clase política catalana. De esta manera, aún cuando se recompusieron viejos tejidos locales de dominio social, éste sólo estuvo sustentado en la subordinación al régimen acompañado o no de la fidelidad al aparato del partido sólo en la medida en que éste es un elemento constitutivo de aquel partido. Así, los nombramientos y designaciones en los ayuntamientos se produjeron por una relación personal clientelar, no existiendo lo que podríamos llamar una fidelidad de partido. Este hecho podrá explicar las tensiones políticas internas vividas en el seno municipal, que chocaban con la despolitización deseada por el régimen. De aquel debate surgieron nuevos trabajos que abundaban en lo dicho por uno y otro. En la línea de Marcet, Antonio Cazorla (1998 y 2000) constató la presencia de elementos caciquiles en multitud de ayuntamientos españoles, existencia estrechamente ligada según él a la debilidad del partido único como elemento rector de la vida pública y como elemento innovador de aquella. FET fue una magnífica máquina de crear lealtades mediante la concesión de cargos y prebendas, que atrajeron a los oportunistas, nuevos y viejos, produciéndose un reciclado del personal político generalizado. En la misma línea, los estudios de Rodríguez Barreira (2013 y 2014) coinciden con dichos planteamientos al señalar que el franquismo no supuso el fin del caciquismo ni el clientelismo, sino que los perfeccionó introduciéndolo en la administración. Resultaba fundamental el acceso a los ayuntamientos, institución que asimilan al poder local, como requisito previo para ejercer la dominación económica. Todos los que apoyaron el régimen, nuevos y viejos políticos, en una suerte de “coalición de sangre”,23 vieron recompensada así su adhesión al golpe de estado. Observamos, pues, como con el franquismo se intensifican en las élites locales los mecanismos informales de dominación socioeconómica y la red de relaciones clientelares existentes antes de la guerra, si bien conviene señalar que los favores del poder central no sólo se consiguieron a través

23 D. A. González Madrid (2006).

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de las vías tradicionales de patronazgo, sino también usando otros cauces en ocasiones más efectivos24. Así las cosas, considero que la sincrética propuesta de Antonio Canales (1995) resulta todavía muy útil para entender que ocurre en las instituciones locales tras la guerra civil. Atendiendo a la diversidad territorial, dicho autor yuxtapone las claves de la victoria política, concretadas en el conflicto en el seno de los vencedores entre las pretensiones monopolistas de unos y las resistencias a ser desplazados de otros, y las de la victoria social, que constituiría el contrapunto de las élites sociales tradicionales de cada contexto local y provincial a las novedades políticas introducidas por el régimen. De su cruce resultarían cuatro modelos significativos de funcionamiento político y, en última medida, de consenso. En función del predominio de una lógica sobre otra, el personal político, las relaciones de poder y la concreción de intereses será distinta.

4. A modo de conclusión En mayor o menor medida, las afirmaciones realizadas por J. J. Linz sobre la circulación de las élites políticas centrales en la España del siglo XX han sobrevolado los estudios que de manera directa o tangencial han abordado esta cuestión. Ya sea en los escasos trabajos existentes que analizan las continuidades y rupturas de estas élites en el largo plazo o en aquellos otros que se centran en períodos concretos de nuestra historia reciente y que intentan establecer líneas de continuidad o cambio con la etapa anterior. Según observan, en situaciones autoritarias se realiza un profundo cambio de personal político, mientras que cuando la transición se produce sin violencia, de manera pacífica y consensuada, la vieja elite se transmutó, evolucionó y asumió el liderazgo de las masas en el nuevo orden democrático. Pero si bien este esquema aplicado a las élites centrales resiste, aunque con matices, el paso del tiempo, no

24 R. Moreno Fonseret (1999).

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podemos decir lo mismo cuando analizamos lo ocurrido en la administración local o provincial y en el personal político que ejerce el poder desde ella. A pesar de lo diferentes que son los regímenes políticos, observamos sin embargo unas continuidades en la elite local que debe hacernos reconsiderar mucho de lo dicho hasta ahora. Los estudios locales cualitativos y/o prosopográficos del personal político en diferentes ámbitos, urbanos o rurales, no dejan lugar a dudas sobre el particular. Son muchos los personajes o las familias que se acomodan a las nuevas circunstancias y continúan siendo protagonistas de la vida política local a lo largo de los diferentes regímenes. Cuando existen estadísticas o estudios cuantitativos, la realidad es que los porcentajes de “hombres nuevos” en los cambios de regímenes adquieren cotas muy similares, bien se trate de implantación de dictaduras o bien de transiciones a la democracia. Y por extensión, el personal político “reciclado” seguirá ocupando un lugar destacado en el nuevo régimen. Ello nos conduce inevitablemente a considerar la necesidad de rechazar esquemas simplistas y reconocer la gran complejidad de la dinámica política y electoral de la España del siglo XX, atendiendo a la diversidad territorial, por un lado, y a las pautas de modernización o atraso que conlleva el tránsito a la nueva política, por otro. Además, en el largo plazo, la detección de continuidades o discontinuidades del personal político en la España del siglo XX no debe cuestionar necesariamente las lecturas modernizadoras de los períodos democráticos o los planteamientos regeneracionistas, reaccionarios o totalitarios de las dictaduras. Y mucho menos cuando estos cuestionamientos tienen clara intencionalidad política. En buena medida estas continuidades obedecen a la pervivencia de relaciones sociales clientelistas que se han mantenido en el siglo XX, aflorando en sus diversas modalidades, y que han permitido a ciertos sectores de la derecha española mantener su representación en las instituciones locales y provinciales en el largo plazo. Es cierto que se han detectado estos comportamientos sobre todo en el ámbito rural. En la Dictadura de Primo de Rivera, el sistema caciquil no fue destruido en el campo y tan sólo podemos hablar de desorganización. En la Segunda República, el caciquismo y las

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prácticas clientelares sobrevivieron en las regiones rurales de la España interior, donde supo adaptarse a las nuevas condiciones. El Partido Republicano Radical, y otros en menor medida, integraron en su organización las influencias locales personalistas de los antiguos caciques, que reconstruyeron sus redes clientelares. En la dictadura franquista, detectamos la presencia de elementos caciquiles en multitud de ayuntamientos españoles, existencia estrechamente ligada a la debilidad del partido único. FET fue una magnífica máquina de crear lealtades mediante la concesión de cargos y prebendas, que atrajeron a los oportunistas, nuevos y viejos, produciéndose un reciclado del personal político generalizado. En la Transición, el arraigo de las estructuras políticas del franquismo fue lo que permitió la adecuación de las élites procedentes del régimen franquista a los nuevos procesos de participación electoral, posible gracias fundamentalmente a la prevalencia del liderazgo personal en detrimento de la influencia de las organizaciones políticas y al excesivo clientelismo electoral.

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Capítulo 6

La dictadura de Franco en las provincias: el poder de los gobernadores civiles Julio Ponce Alberca Universidad de Sevilla

1. Introducción A mediados de los sesenta el PCE organizó un coloquio sobre la forma de organización del futuro Estado democrático español. En el curso de los debates de aquel coloquio, Santiago Carrillo tomó la palabra para defender la reforma de la organización territorial del Estado basada en las provincias. En su opinión, ayuntamientos y diputaciones debían ser las instituciones claves en la provincia aunque resultaba preciso dotarlos de autonomía dentro de un marco más racional de gestión. Ahora bien, con respecto a los gobiernos civiles fue tajante: Yo creo que nuestra orientación debe ser claramente la de suprimir los gobernadores. Los gobernadores son, como se ha dicho aquí, reyezuelos que no solamente están ahí para aplicar las directrices del poder central y mantener el orden público, sino que, además, hacen su política, tienen una serie de poderes ilimitados, y no solamente el gobernador, sino toda la burocracia que se mantiene en torno a él. A mí me parece que el cargo de gobernador debe ser suprimido y que las diputaciones —constituidas según una organización administrativa más racional, más coincidente con la realidad del país— deben asumir, si no todas, una gran parte de las funciones de los actuales gobernadores civiles1.

1

Nuestra Bandera, Revista teórica y política del Partido Comunista de España, n.º 44-45, (mayo-junio 1965). Consultada el 25 de noviembre de 2015: [http://www. filosofia.org/hem/dep/pce/nb044011.htm]

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En buena medida, el líder comunista no hacía otra cosa que recoger una percepción ampliamente compartida: la del poder omnímodo de los gobernadores civiles durante la dictadura franquista. En las páginas siguientes pretendemos verificar si esa imagen era real o si, por el contrario, los gobernadores se encontraban limitados en su actuación por condicionantes locales.

2. Los representantes del Estado central en las provincias Pese a que durante mucho tiempo el estudio de los gobernadores civiles permaneció un tanto olvidado, la situación ha cambiado en el último lustro, muy especialmente para el período de la dictadura franquista2. A estas alturas conocemos ya quiénes fueron los gobernadores civiles entre 1939 y 1975, a qué provincias fueron destinados y durante cuánto tiempo, además de sus rasgos biográficos generales3. A partir de estas bases, comenzamos a contar con

2

Sobre los gobiernos civiles y los gobernadores tenemos una bibliografía cada vez más abundante, si bien aún es mucho el camino que aún queda por recorrer. Como simple selección caben ser citados: A. Cajal Valero (1999). C. Calvo Vicente (1993), 19-28. J. Clara (2002), 451-468. J. Clara (2004), 143-166. J. Clara (2007), 573-596. C. Dóriga Tovar (1967) 145-167. L. M. García Mañá (1986). D. González Madrid (2005). M. Marín i Corbera (2013), 269-299. D. Mercadal Bagur (1998). E. Mirambell i Belloc (1992). F. Moreno Sáez (2000), 71-130. C. Navajas Zueldia y M. C. Rivero Noval (1995), 215-228. E. Nicolás Marín (1993), 135-150. M. Ortiz Heras (1995), 181-188. M. A. Pérez de la Canal (1964). J. Ponce Alberca (2008). J. Ponce Alberca (2009), 99-122. J. Ponce Alberca (2012), 96-109. B. Richard (1972), 441-474. M. Risques (1995). M. Risques (2012). D. Sanz Alberola (1999). J. Sanz Hoya (2008). J. Serrallonga i Urquidi (2007). J. Tébar Hurtado (2011). S. Vega Sombría (2005). VV. AA. (1997). Sobre el franquismo a escala local, entre otros, ver los trabajos de: E. Nicolás Marín (1999), 65-86. G. Sánchez Brun (2002). D. García Ramos (2003). C. Cerón Torreblanca (2007). F. Cobo Romero y T. M. Ortega López (2005). J. Rodríguez González (2003). Es de interés la caracterización del gobernador como un “prefecto imperfecto” en: C. R. Alba (2000), 616.

3

Dicha base de datos se elaboró por nuestra parte gracias al proyecto I+D titulado Poder central y poderes locales en el Sur peninsular durante el primer franquismo, 1939-1958 (HAR 2010-19397). Un listado de estos gobernadores desde 1939 hasta 1975 en: M. A. Giménez Martínez (2014), pp. 567-592.

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elementos suficientes para realizar una interpretación del papel desempeñado por aquellas figuras bajo el franquismo. Al respecto, una de las cuestiones que más ha atraído la atención de los especialistas es el significado de la doble condición de aquellos hombres como gobernadores civiles y, a la vez, jefes provinciales del Movimiento. Como es bien sabido, la coexistencia de los dos cargos en personas diferentes fue un foco de problemas y tensiones entre el máximo representante del Estado y el jefe del partido en la provincia. De ahí que ambas designaciones fuesen recayendo progresivamente en el mismo responsable entre 1938 (primera “unificación” de estos cargos en Sevilla) y 1945 (en La Coruña y Oviedo). La cuestión que suscita el debate es si esa medida significó un protagonismo hegemónico del partido en el Estado o no. Ciertamente, a las alturas de 1945 todos los gobernadores civiles eran jefes provinciales del Movimiento lo cual, en principio, parece apuntar al predominio de FET-JONS en las estructuras del Estado a escala local. Más aún, el número de camisas viejas aumentó con el tiempo si comparamos los listados de gobernadores a comienzos de 1940 y de 1950. Este dato sugiere un relativo desplazamiento de los militares al frente de los gobiernos civiles en la medida en que nos alejamos de las fechas de la guerra. En consecuencia, se podría concluir que se produjo una fascistización de los gobiernos civiles hasta comienzos de los años 50. Incluso a comienzos de la siguiente década, concretamente en 1962, la presencia de camisas viejas era aún palpable. El entonces vicesecretario general del Movimiento, Fernando Herrero Tejedor, esbozó en una conferencia los perfiles de los gobernadores civiles por aquellas fechas. Según Herrero, una “mitad larga” de ellos eran “hombres del Movimiento” posteriores al 18 de julio pero todavía la otra mitad aproximada seguían siendo hombres “cuyo bagaje de ideas se había manifestado ya en alguna forma, con anterioridad a la guerra española de Liberación”. La mitad de aquellos gobernadores había luchado en la guerra civil, una quinta parte era más joven y no tenía edad en los años 30 para incorporarse al frente (el propio caso de Herrero) y “muchos de los

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restantes permanecieron en la zona ocupada por los marxistas”4. Los camisas viejas solo fueron disminuyendo de forma sensible en los años setenta por puras causas biológicas, pero absolutamente todos los gobernadores estaban encuadrados en el Movimiento a través de su condición de jefes provinciales. La cuestión clave que se plantea ante estos datos —insistimos— es si el régimen tenía como base a FET-JONS a escala provincial o si, pese a lo expuesto, no fue así. Existe un consenso bastante generalizado en torno a que la España de 1975 no era ya la de 1939 (pese a la persistencia del régimen dictatorial), al igual que hay sobradas constancias sobre la evidente decadencia del partido único a partir de la segunda mitad de los años cuarenta. Y ante ello resulta difícil sostener que los gobiernos civiles estuvieron fascistizados hasta los años 70 por más que se mantuviera la doble condición de los gobernadores-jefes provinciales. Para resolver esta aparente contradicción no parece que el estudio de la filiación política de los gobernadores —antes o después del 18 de julio— sea el método más idóneo. Fuesen monárquicos, tradicionalistas o procedentes de la CEDA, lo cierto es que todos estaban encuadrados en FET-JONS y eso no aclara precisamente el asunto. Por eso es preciso considerar un reenfoque del problema atendiendo a dos detalles más relevantes no siempre muy tenidos en cuenta. Por un lado, la política de nombramientos de gobernadores y bajo qué criterios se verificó. Por otro, la actuación desplegada por los gobernadores y a qué directrices fue ajustándose a través de los largos lustros del franquismo. José Luis Arrese, gobernador civil de Málaga en 1939) y ministro secretario general del Movimiento en dos ocasiones (1941-1945 y 1956-1957) fue un buen conocedor de los entresijos del nombramiento de gobernadores civiles. Su testimonio avala que la designación final era el resultado de la interacción entre el Ministerio de la Gobernación y la Secretaría General del Movimiento. La Dirección General de Administración Local era la intersección entre ambas esferas y de ahí salía el nombramiento de gobernadores. Según Arrese,

4

F. Herrero Tejedor (1962), 43-44.

161

no todos los nombramientos eran consecuencia de un pleno entendimiento entre los dos ministros; en unas ocasiones pesaba más el parecer de Gobernación y en otras conseguía imponerse el criterio sostenido por la Secretaría General. El mismo Arrese afirmó que en 1943 nombró gobernador civil de Córdoba al secretario de juzgado José Macián Pérez, un hombre afiliado a Falange que, años antes, había militado en la Unión Patriótica (UP) primorriverista5. En otras ocasiones imponía su criterio el Ministerio de la Gobernación (baste contemplar a los gobernadores filomonárquicos que no tenían de falangistas nada más que el título de jefe provincial). Ciertamente, el ministro de la Gobernación suscribía el decreto de nombramiento (y cese) del gobernador civil, al igual que el ministro secretario general hacía lo mismo con respecto al cargo de jefe provincial, pero en última instancia la decisión final recaía sobre Franco. También Raimundo Fernández-Cuesta (ministro secretario general del Movimiento de 1948 a 1956) hizo alusión en sus memorias a las complejas negociaciones (en alguna ocasión “paciente, enérgica y tensa”) entre el ministro Blas Pérez y él a la hora de designar gobernadores, reconociendo que llegaban a “soluciones armónicas, incluso concediendo mutuamente alternativas en la decisión final”6. Al parecer —al menos en los tiempos de Fernández-Cuesta— el procedimiento comenzaba con una selección de candidatos por parte del secretario general que, posteriormente, era estudiada por el ministro de la Gobernación para, al final, ser sometida a la aprobación del gobierno y, por supuesto, de su jefe7. El hecho de que el general Franco tuviese la última palabra invitaba a que la propuesta de gobernador estuviera previamente consensuada puesto que, en caso contrario, los dos ministros se arriesgaban a que ninguno de sus candidatos fuese nominado para el cargo. Mientras hubiese acuerdo previo, Franco se limitaba normalmente a firmar el decreto sin mayores preocupaciones

5

J. L. Arrese (1982), 22.

6

R. Fernández-Cuesta (1985), 125-126. Citamos páginas de la edición consultada que se encuentra en Internet: [http://www.maalla.es/Libros/RFC-Testimonios,%20recuerdos%20y%20reflexiones.pdf].

7

M. A. Giménez Martínez (2014 b), 7.

162

pues siempre tenía en su mano la posibilidad futura del cese fulminante. De hecho, en ocasiones, el dictador se quejaba de la actitud de algunos gobernadores imputando la responsabilidad de su selección al ministro de la Gobernación, no a él mismo que había firmado el decreto de nombramiento. Concedía, pues, notable autonomía a sus ministros en política de nombramientos de gobernadores, aunque sabía que el entendimiento entre Gobernación y la Secretaría General no siempre era perfecto y que el resultado final podía no ser el idóneo. En febrero de 1961, Franco le decía a su primo: El actual gobernador de Cádiz no hace una labor eficaz; es muy poca cosa y no tiene la menor visión política. En las elecciones municipales de Sanlúcar salió triunfante la candidatura monárquica frente a la del gobierno, por haber presentado candidatos de muy poca talla. No sé de dónde saca Camilo estos gobernadores. Tal vez se encariña con sus consejeros y hace caso a lo que le dicen sin consultar antes con el ministro del Movimiento, que es quien debe llevar la política del gobierno; pero don Camilo no quiere comprender esto8.

En esa situación se entiende que no todos los gobernadores fuesen auténticamente falangistas por más que portasen la divisa de jefes provinciales. Franco lo reconocía en octubre de 1962 al quejarse del perfil monárquico del gobernador de Sevilla, Hermenegildo Altozano: Yo no excluyo a los que no sean falangistas para que puedan ser nombrados gobernadores o tengan cargos oficiales, ya que en el Movimiento militar tomaron parte fuerzas muy diversas, pero todos tenían un ideal común, el anticomunismo. Lo que no puede tolerarse ni es procedente es que sea gobernador civil y jefe provincial del Movimiento un señor con prejuicios acendrados contra el Partido, hasta el extremo de

8

F. Franco Salgado-Araujo (2005), 406.

163

negarse a ponerse el uniforme oficial de un puesto de mando aceptado voluntariamente9.

Así pues, aunque la filiación política oficial de todos los gobernadores estaba adscrita al Movimiento, las sensibilidades ideológicas podían llegar a ser muy distintas entre ellos. El hecho de que fueran jefes provinciales no implicaba un grado idéntico de identificación con el partido. Los había que se sentían más monárquicos o católicos que falangistas, junto a otros que se consideraban auténticos camisas viejas, defensores de las esencias del pensamiento joseantoniano; los hubo también —un número limitado— que militaron en otros partidos antes del 18 de julio (por ejemplo, Acción Popular), junto a otros gobernadores sin una adscripción precisa cuya relación con FET-JONS no pasaba del requisito formal. Pudiéramos pensar que ser jefe provincial era el rasgo determinante en los gobernadores de la dictadura, teniendo en cuenta que incluso durante los últimos años del franquismo el jefe provincial tenía como misión “impulsar, dirigir y controlar la actividad política provincial” mientras que el cometido del gobernador era “impulsar, dirigir y fiscalizar la actividad administrativa provincial”10. Pero esto no estaba tan claro cuando, como indicó Luis de la Morena, “la representación o delegación de un órgano genuinamente político (el Gobierno) le otorga funciones de orden administrativo (Jefe de la Administración provincial), en tanto que la de un órgano fundamentalmente administrativo (el Ministerio de la Gobernación) se las confiere de carácter político”11. Así, lo político y lo administrativo eran dos facetas que se entrelazaban en un puesto delegado del gobierno, no del partido. Resulta lógico que los cargos de gobernador-jefe provincial fueran producto de un acuerdo cada vez más fácil entre los ministros de Gobernación y del Movimiento, pues el primero fue adquiriendo mayor peso que el

9

Ibid., 462.

10 Esos marcos de referencia se recogían en: la Ley Orgánica del Movimiento y de su Consejo Nacional (28 de junio de 1967), el Estatuto Orgánico del Movimiento (20 de diciembre de 1968) y el decreto de gobernadores (10 de octubre de 1958). 11 L. de la Morena (1970), 621.

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segundo al ser un instrumento vital para el Estado. Cuando en 1970 se le preguntó al ministro de la Gobernación Tomás Garicano sobre cuál de los ministerios decidía este tipo de nombramientos respondió con cierta diplomacia: “Pues no sé, porque hasta el momento actual no ha habido decisión, sino acuerdo total y absoluto (…) Creo que no ha prevalecido uno sobre otro”12. Ese mismo año, Cruz Martínez Esteruelas (destacado político con trayectoria dentro del Movimiento y futuro ministro de Educación entre 1974 y 1975) llegó a plantear la futura separación de ambos cargos proponiendo una evolución del gobernador hacia una “forma prefectoral” caracterizado por “la profesionalidad, la especialidad en la Administración y la situación de Jefe de servicios del Estado en su territorio”13. Hasta ese punto había evolucionado la condición de gobernador sobre la de jefe provincial. Todos los gobernadores debían satisfacer un denominador común, más allá de procedencias ideológicas o matices políticos: la lealtad al Caudillo. Esa era una línea roja decisiva tras la cual podían mantenerse en el cargo, actuando como considerasen más conveniente en sus respectivas provincias siempre que se garantizara el orden y se aplicasen de forma genérica las directrices gubernamentales. Entre la cantidad de asuntos a resolver desde un Gobierno Civil, los problemas procedentes de la Jefatura Provincial habitualmente no eran ni los más importantes, ni los prioritarios, habida cuenta de la lánguida vida de las estructuras del Movimiento desde finales de los cuarenta. La indolencia para cumplir las consignas solo se vio superada por un grado superlativo de ineficacia burocrática. Las jefaturas locales eran perfectamente conocedoras de las múltiples actividades de los gobernadores, más ocupados en mil trámites administrativos que en el sostenimiento del cada vez más lánguido Movimiento14. Con toda la razón, muchos años después de haber sido ministro secretario general, Arrese reconocía que la dimensión política era subsidiaria en este tipo de cargos públicos:

12 Ibid., 603. Entrevista en el diario Ya, 24-2-1970. 13 Ibid., 629. Entrevista en el diario Pueblo, 20-8-1970. 14 J. A. Parejo Fernández (2008), 369.

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Es verdad que los ministros eran consejeros nacionales y los gobernadores civiles jefes provinciales, pero no para que se los eligiera entre ellos, sino porque, al ser nombrados para servir al Estado, se les daba como un título más, o mejor aún como un resorte más de mando, para tener en sus manos todos los poderes, esos puestos de control de la masa15.

El mismo Arrese intentó enderezar esta situación en su anteproyecto de Ley Orgánica del Movimiento Nacional. En los artículos 18 y 19 de aquella norma se contemplaba que fuese el secretario nacional quien nombrara a los jefes provinciales. En otras palabras: se pretendía implícitamente que el Movimiento designara jefes provinciales que, bajo un contexto de mando unificado, tendrían que ser aceptados por el ministerio de la Gobernación como gobernadores civiles. Evidentemente, aquel anteproyecto no prosperó16.

3. Permanencia y rotación El siguiente gráfico permite aproximarnos a la política de nombramientos que recoge su frecuencia anual: Gráfico 1. Numero de nombramientos de gobernadores por año (1939-1975)

FUENTE: Boletín Oficial del Estado. Elaboración propia.

15 J. L. Arrese (1982), 11. 16 Ibid., 266.

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Como se observa, la tendencia en el número de nombramientos fue decreciente a lo largo de la década de los cuarenta. En la medida en que los años transcurrían era menos necesario recambiar una gran cantidad de gobernadores. Muchos de los nombrados en 1939, 1940 o 1941 lo fueron por una sola vez: su falta de adecuación al puesto desembocó en su cese y la consiguiente desaparición de la vida política de primera fila. Entre ellos se contaban acendrados falangistas como Narciso Perales (gobernador en León, 1941-1942) y Joaquín Miranda (Huelva, 1938-1943). Tras los mandatos de Ramón Serrano Suñer y Valentín Galarza, la llegada a Gobernación del ministro Blas Pérez González (1942-1957) estabilizó la política de nombramientos, registrándose una menor frecuencia anual (salvo la excepción de 1956). Así se incrementó la permanencia en los gobiernos civiles y la presencia de gobernadores con varios mandatos a sus espaldas al ir cambiando de provincia (la conocida como rotación o combinación de gobernadores). La estabilidad perduró también bajo Camilo Alonso Vega (ministro de la Gobernación entre 1957 y 1969), reanudándose un incremento en la frecuencia anual de nombramientos con los dos últimos ministros de la Gobernación bajo el franquismo: Carlos Arias Navarro y José García Hernández. El gráfico número 2 refleja el perfil de los gobernadores en cada año según el número de mandatos que llevaba desempeñados. Al comienzo del régimen son claramente mayoritarios los gobernadores “nuevos” con un solo mandato para ir descendiendo en los años siguientes a favor de gobernadores con una cierta experiencia (dos mandatos). Grosso modo, entre 1950 y 1970 se refleja la mencionada estabilidad con una presencia mayoritaria de gobernadores experimentados (dos y tres mandatos). Las nuevas incorporaciones de gobernadores a partir de 1970 obedecieron tanto al crecimiento de los problemas en las provincias como a la necesidad de reclutar personal político relativamente más joven. Aquellos que llegaron a ocupar este tipo de cargos en cuatro o cinco ocasiones fueron casos excepcionales, destacándose José Manuel Pardo de Santayana que fue gobernador entre 1943 y 1969 en cinco provincias distintas (Lérida, Baleares, La Coruña, Zaragoza y Madrid).

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Gráfico 2. Distribución anual de los gobernadores según su permanencia (1940-1978)

FUENTE: Boletín Oficial del Estado. Elaboración propia.

Por tanto, la combinación de los dos gráficos anteriores refleja el grado de estabilidad que alcanzó el régimen a escala provincial durante los 36 años de dictadura, particularmente en los años 60. Lo que se pedía a un representante del Estado en la provincia era que mantuviera el orden, que aplicase las orientaciones del gobierno central en el territorio bajo su mando, que combinase autoridad y un cierto grado de prudencia, que sirviera de correa de trasmisión de los problemas locales susceptibles de resolverse y, sin duda alguna, que fuese fiel al régimen y particularmente a la figura del Jefe del Estado. Herrero Tejedor se expresó de manera muy clara al definir en 1962 cuáles eran los criterios para la selección de gobernadores: En realidad, la tendencia dominante al valorar las condiciones personales de los futuros Gobernadores y Jefes Provinciales, consiste en tener en cuenta la posible eficacia, la preparación técnica, el conocimiento de la realidad, la experiencia anterior en cargos representativos o de autoridad, y las dotes de mando que se calculan al candidato. La ideología política se valora indudablemente, pero en los

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términos generales e imprescindibles que hemos podido ver en los datos anteriores17.

En otras palabras: el criterio político ocupaba un lugar secundario frente a los requisitos de carácter técnico y la capacidad. Y ocupaba ese lugar secundario en la medida en que a todos se les presuponía una identificación con el régimen franquista, aunque desde distintas sensibilidades. A la hora de ser nombrado para un cargo de estas características, se podía ser ortodoxamente falangista como también se podía ser católico o monárquico, todo ello dentro del relativamente difuso paraguas del Movimiento y teniendo en cuenta los contornos imprecisos de las adscripciones a las familias políticas de aquel entonces. Lo esencial era la preparación del candidato y su idoneidad para el destino. El partido era uno de los cauces para el acceso a los cargos, pero no el único; la profesión fue cobrando cada vez más fuerza. Para los sesenta, el propio vicesecretario general del Movimiento reconocía que: … la tendencia apreciada es la de exigir, cada vez con mayor insistencia, una profesión brillante, lograda por el esfuerzo personal del interesado y que le proporcione la necesaria independencia social, para no tener que permanecer ligado indefinidamente a la política18.

En consecuencia, puede entenderse mejor que la práctica totalidad de los mismos fuesen titulados universitarios, con una clara preferencia por los estudios en derecho. En ese grupo —casi la mitad de los gobernadores en 1962— tendríamos desde abogados con bufete hasta funcionarios integrados en cuerpos como los notarios, registradores, magistrados, abogados del Estado o administradores civiles. El segundo conjunto en orden de importancia por esas fechas era el de los militares (un 22% de los 50 gobernadores), pero es preciso

17 F. Herrero Tejedor (1962), 44. 18 Ibid., 44-45.

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subrayar que cuatro de aquellos 11 militares pertenecían a “actividades jurídicas o de intervención”. A la profesión se venía a sumar la experiencia previa —en instituciones del Estado o en la burocracia del partido— de 39 de los 50 gobernadores presentes en 1962: Once han sido presidentes de Diputación provincial; cinco alcaldes; tres concejales; seis fueron subjefes provinciales del Movimiento; ocho desempeñaban cargos sindicales al ser designados, y otros seis ocupan distintos puestos en la organización del Movimiento. Los once restantes se encontraban, al ser nombrados, en el desempeño de su profesión habitual, sin tener cargo público alguno19.

Esa experiencia creciente no impedía la renovación parcial del “cuerpo” de gobernadores pues por esas fechas 14 gobernadores lo eran por primera vez. Y eso ocurría porque los gobernadores nunca llegaron a encarnarse en forma de “cuerpo” como los prefectos franceses; a diferencia de éstos, sus homólogos españoles tuvieron siempre un carácter político (conceptuado como vinculación a un gobierno más que como un sesgo ideológico preciso). Y también ocurría porque sencillamente había gobernadores que dejaban de serlo, bien por salida definitiva de la vida política, bien por ser enviados a otros destinos, bien por ser ascendidos en su carrera. Un objetivo ansiado y relativamente frecuente entre los exgobernadores de éxito era trasladarse a Madrid como directores generales, subsecretarios o incluso ministros. Y los hubo también que volvieron a puestos de responsabilidad en la administración local. Pero tampoco faltaron los que concluyeron abruptamente sus mandatos y carreras políticas al ser cesados por irregularidades o falta de tacto para desempeñar el cargo. Este último grupo fue minoritario pues lo habitual era que incluso los gobernadores que no funcionaban fuesen enviados a otras provincias, pero sí conviene examinar algunos ejemplos para intentar comprender los porqués de su fracaso.

19 Ibid., 46.

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Entre los gobernadores que terminan pronto su carrera política por cese (con dimisión previa o sin ella) se cuentan los que solo tuvieron el Gobierno Civil de una provincia. Aquí se encuadran casos como el de Ramón Risueño Catalán, un notario que hizo la guerra civil y fue nombrado gobernador de Córdoba en noviembre de 1942. En octubre del año siguiente fue cesado tras una visita de Franco a la ciudad. El monárquico y conservador José Tomás Valverde Castilla fue enviado a Sevilla en noviembre de 1939 para concluir su mandato en septiembre de 1940 tras una agria polémica con el cardenal Segura. El militar Paulino Coll Meseguer, gobernador de Gerona entre septiembre de 1939 y julio de 1942, fue cesado por corrupción20. El falangista y médico Narciso Perales Herrero fue gobernador en León durante apenas un año siendo destituido en septiembre de 1942 por oponerse al fusilamiento de uno de los implicados en los sucesos de Begoña. En ingeniero Martín Sada Moneo, primer gobernador franquista en Castellón tras la guerra civil, cayó en octubre de 1941 tras enfrentarse al falangismo local21. También durante la guerra se produjeron este tipo de casos: Luis Villamata Emanuele fue gobernador de Orense entre abril de 1938 y enero de 1939 siendo cesado por la influencia del general jefe de la Octava Región Militar (Germán Gil Yuste)22. También hubo gobernadores experimentados que, por diversas causas, fueron cesados. El militar Emilio Aspe Vaamonde venía siendo gobernador desde 1937 (Valladolid, La Coruña, por último Tenerife) pero fue cesado en febrero de 1950 a causa de conflictos con miembros de la Falange tinerfeña23. El camisa vieja Luis Julve Ceperuelo había desempeñado cuatro gobiernos civiles desde 1942 para presentar su dimisión en 1958, al parecer a petición propia. Tres veces lo fue el militar Julio Rico de Sanz que cayó del Gobier-

20 P. Anderson, Peter y M.A. del Arco Blanco (2011), 138. 21 Este caso en: Archivo General de la Administración (AGA), 51/20585 y en Centro Documental para la Memoria Histórica (CDMH), leg. 8, exp. 163. 22 Archivo Central del Ministerio de Presidencia (ACMP), leg. 5. 23 AGA, 51/20760.

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no Civil de Cádiz en 1969 tras una torpe gestión ante el presidente de la Diputación (Fernando Portillo Scharfhausen) que también fue cesado24. Eduardo Baeza Alegría, médico y gobernador de Barcelona, tuvo que abandonar el cargo a causa de su mala gestión con motivo de la huelga de tranvías. El fiscal Luis Mazo Mendo llevaba muchos años siendo gobernador de Gerona cuando en 1956 fue cesado por venta de irregular de salvoconductos. Ni siquiera la amistad personal con Franco libró al militar Mateo Torres Bestard de su cese al frente del Gobierno Civil de Tarragona tras ser denunciado por el entonces jefe provincial José María Fontana Tarrats25. Excepcional fue el caso del médico falangista Manuel Veglison Jornet, relacionado con el también falangista y militar Antonio Federico de Correa Veglison. Después del Gobierno Civil de Guadalajara, Veglison Jornet fue destinado al de Baleares. De allí tendría que huir en junio de 1945 hacia México tras descubrirse que estaba implicado en la adulteración de alimentos con ánimo de lucro26. Es cierto que no pocos gobernadores tuvieron que enfrentarse a problemas locales de envergadura que complicaron sus mandatos, pero —siempre que fueran hombres leales capaces de reportar alguna utilidad— quedaba el recurso de proceder a una rotación de gobernadores enviando a la autoridad “quemada” a otra provincia en la que proseguir su carrera. También fue una salida oportuna la promoción a un cargo de superior responsabilidad; el caso era retirarlo del foco de los problemas. El jurídico militar Manuel Valencia Remón fue designado procurador en Cortes directamente por Franco para sortear un procesamiento que se originó como consecuencia de una serie de detenciones en la provincia de Guipúzcoa. Había sido un experimentado gobernador desde 1956 (Huelva, Navarra),

24 La polémica se encuadro en el intento de creación de una nueva provincia para Gibraltar a partir de una parte de la provincia de Cádiz y otra de Málaga. http:// www.diariodecadiz.es/article/opinion/989125/fernando/portillo/scharfhausen. html [consultado el 15 de noviembre de 2015]. 25 AGA, 51/20505. El denunciante Fontana Tarrats sí fue gobernador en Granada (1943-1947) para desempeñar otros cargos posteriormente. 26 J. M. Thomàs (2014), 326.

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pero la compleja situación de la provincia vasca arruinó su mandato en San Sebastián (1961-1968)27. También obtendría su oportuna promoción el militar Joaquín Reguera Sevilla, gobernador de Santander durante 10 años hasta que en 1952 fue retirado de allí por sus roces con la iglesia local28.

4. Modelos de gestión político-administrativa. A modo de colofón Tras lo expuesto, resulta difícil trazar un esquema definido y simple sobre los mecanismos que ponían fin a un gobernador. Sin embargo, sí parece detectarse que el mandato llegaba a su término cuando el representante del Estado en la provincia se convertía en un problema para el gobierno, bien fuese por protagonizar episodios de manifiesta corrupción, bien por su incapacidad para manejarse con habilidad ante las influencias locales. Donde solían encontrarse la mayor parte de los problemas era en la interacción del gobernador con la provincia. Si el conflicto local llegaba a Madrid con la suficiente intensidad como para erosionar la confianza depositada en el gobernador, el mandato se daba por finalizado. Esas influencias locales se manifestaban especialmente desde fuera de las instituciones de la administración local (dada la dependencia jerárquica de diputaciones y ayuntamientos), pero en ocasiones también se manifestaban a través de alcaldes o presidentes de Diputación. De ahí que sea importante no restringir el concepto “poder local” al estricto ámbito institucional. Es difícil negar una dimensión “política” en muchos de los conflictos que tuvieron que afrontar los gobernadores civiles durante el franquismo, pero no se debe olvidar el peso de los intereses corporativos o de grupo y la lucha por el control de los resortes administrativos. Es cierto que había diferencias entre falangistas,

27 Fundación Nacional Francisco Franco (FNFF), doc. 16949. 28 J. Sanz Hoya (2008), 185-186.

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tradicionalistas, monárquicos o católicos, pero el tiempo fue matizándolas si tenemos en cuenta las fronteras difusas entre esas adscripciones políticas, el encuadramiento de todos bajo la amplia pérgola del Movimiento y la propia consolidación de una dictadura que esos grupos aceptaban con entusiasmo o resignación. Sin embargo, el control del aparato administrativo resultaba crucial porque canalizaba recursos imprescindibles para hacer obras, distribuir beneficios y ganar voluntades. Era, pues, un instrumento de poder que podía disputarse entre departamentos ministeriales (que en la provincia se manifestaba en los roces entre los delegados ministeriales y el gobernador de turno) pero también podía ser objeto en liza con los intereses locales en pos de parar una disposición o —lo más habitual— adaptarla para obtener el máximo beneficio. La pérdida relativa de peso específico por parte de lo “político” —aún más evidente en una dictadura donde escaseaba el pluralismo— fue percibida también por los coetáneos. Según Arrese la situación de España a mediados de los años cincuenta reflejaba una preponderancia de lo administrativo sobre lo político o, mejor dicho, de las necesidades del Estado sobre las cada vez más débiles exigencias de un partido que llevaba tiempo manifestando señales de decadencia: En España se había llegado a notar por aquellos días una tremenda incongruencia que desgraciadamente luego se fue acentuando con marcado color: diciendo que éramos un Estado político y hablando todos los días del Movimiento, lo que habíamos hecho era precisamente lo contrario, dejar que la política estuviera a las órdenes de la Administración29.

En ese contexto, no resultaba extraño que un gobernador civil ocupara la mayor parte de su tiempo dedicado a su cargo por encima de su condición de jefe provincial. Y tampoco resulta extraño que la pureza ideológica falangista no fuese un criterio preferente

29 Op.cit., 24.

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de selección de gobernadores. El que lo fuera en Jaén (1941-1943) y en Sevilla (1943-1949), Fernando Coca de la Piñera, fue denunciado el 21 abril de 1941 por el gobernador de Córdoba (Rogelio Vignote) a causa de su “actitud de desobediencia e indisciplina”. Coca era por entonces jefe provincial de Milicias y no asistió a la Fiesta de la Unificación celebrada dos días antes, al igual que no acudía a los consejos provinciales. Sin embargo, no faltó a la cita por los funerales de Alfonso XIII bien alejado de los jerarcas locales de FET-JONS30. Tres meses después sería nombrado gobernador civil de Jaén. Los problemas a los que debía de enfrentarse un gobernador eran tan múltiples como variados eran los ámbitos bajo su competencia. Todo —o casi todo— lo relativo a las relaciones centroperiferia pasaba por las manos del gobernador. España era un país centralizado y se considera que la centralización jerarquizada alcanzó un máximo durante la dictadura franquista. En ese contexto, el gobernador civil se percibía popularmente como un “poncio” todopoderoso, sin más límites de autoridad que la del gobierno que lo había designado. Incluso esa imagen generalizada sobre los gobernadores franquistas ha perdurado hasta hoy día. Sin embargo, esa percepción es más que cuestionable porque en realidad ni eran tan poderosos ni estaban dotados de facultades y competencias ilimitadas, por más que así lo parecieran ante la población. Una muestra bastante elocuente de los problemas administrativos a los que se enfrentaban los gobernadores a comienzos de los años sesenta se planteó en las reuniones que programó el Ministerio de la Gobernación en octubre de 1961. Su objetivo se centraba en conseguir una mayor eficacia en la gestión de las políticas de desarrollo a nivel provincial y se delimitaron tres áreas de discusión a modo de ponencias: obras y servicios, adecuación de los órganos y servicios de la provincia para satisfacer las necesidades y, por último, la estrategia de información y publicaciones a seguir. De manera muy sintética, en las dos primeras ponencias se reflejaron las

30 AGA, 51/20548, exp. 43.

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principales quejas de los gobernadores que eran esencialmente dos: en primer lugar, la falta de competencias para coordinar las obras oportunas que respondieran a un plan coherente de “necesidades de la provincia” y, en segundo, la falta de personal suficiente en los gobiernos civiles para llevar a cabo una planificación del fomento y desarrollo31. Según los gobernadores asistentes, los gobiernos civiles sólo tenían una estructura aceptable para tareas de información —especialmente las de carácter político que amenazaran al régimen franquista— por cuanto contaban con los resortes de las fuerzas de seguridad. El mantenimiento del orden público era su misión esencial (como lo había sido desde siempre) y el intento de convertirlos en dinamizadores de las estructuras socioeconómicas provinciales alcanzó un éxito relativo por cuanto tropezó con las competencias de las delegaciones ministeriales, de los intereses locales y de las mismas inercias que habían configurado el Gobierno Civil como una institución de control a través de la autoridad conferida por el gobierno. Los factores que podían llegar a condicionar severamente la actuación de un gobernador durante la dictadura franquista pueden clasificarse en cuatro grandes apartados: la estructura de la política local (incluidas sus redes e influencias dentro y fuera de las instituciones), la actitud de las delegaciones ministeriales desplegadas en la provincia, las órdenes de difícil aplicación enviadas desde el gobierno (incluyendo la legislación inadecuada) y, por último, la acción local de la iglesia y del ejército. Teniéndolos en cuenta, un gobernador podía ajustar su proceder en la provincia a tres posibles modelos de gestión. El primer modelo era el de la “imposición”, esto es: el gobernador organizaba su mandato bajo una clara pauta autoritaria sin tener en cuenta las sensibilidades locales. Si se organizaba algún tipo de resistencia más o menos pasiva, el gobernador restablecía el orden adoptando medidas que dejaban clara la jerarquía pero que podían interpretarse como extemporáneas desde la perspectiva del

31 Reuniones de gobernadores, 1961-1962 (1962), Madrid, Gráfica Ibérica.

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mundo local. Eso generaba a medio plazo un ambiente de inestabilidad que, si se llegaba a percibir como tal en Madrid, aconsejaba el reemplazo del gobernador para calmar los ánimos. En las circunstancias excepcionales de la guerra civil, este fue un tipo relativamente frecuente de gobernador y un ejemplo fue el del militar Vicente Sergio Orbaneja (gobernador en León) quien no dudaba en lanzar el Aranzadi por la ventana ante una advertencia de legalidad por parte del secretario del Gobierno Civil. Pero también durante los primeros años cuarenta hubo gobernadores que impusieron su voluntad: también en León para los años 1940-1941, el gobernador Carlos Pinilla hizo su voluntad desterrando al exalcalde de la dictadura de Primo de Rivera: Francisco Roa de la Vega. El modelo “impositivo” resultaba insostenible en el tiempo: los dos gobernadores citados terminaron siendo desplazados de León32. El segundo modelo era el de la absoluta “cesión a la política local”. Respondía a una estrategia de entrega total a los intereses locales por encima de las consignas emitidas desde el gobierno, lo cual condenaba al gobernador a su cese seguro. No tenemos constancia de que ningún gobernador ajustase su actuación por entero a este modelo durante el franquismo, pues siempre era requisito imprescindible mantener una actitud de lealtad al régimen. La identificación del gobernador con el gobierno que lo había nombrado hacía inviable el enfrentamiento abierto contra el poder central. Sin embargo, sí era posible —y más habitual de lo que pudiera parecer— el tercer modelo de actuación que puede calificarse de “equilibrio dinámico”. En éste, el gobernador mantiene el principio de autoridad y la jerarquía necesaria pero se abre relativamente a la recepción de los intereses locales, en mayor o menor grado. Esa estrategia tiene el coste de tener que aceptar restricciones en su actuación, pero a cambio el gobernador obtiene la ventaja de la colaboración para los objetivos marcados y la ausencia de conflictos graves en la provincia. En este modelo, los grados de proximidad

32 J. M. Roa Rico (1998), 15-20 y 24-78, sobre Vicente Sergio Orbaneja y Carlos Pinilla respectivamente.

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con respecto a los poderes locales variaban, pero si la conjugación entre los intereses del centro y la periferia era lo suficientemente armónica el mandato del gobernador se prolongaba ganando, además, enteros para su futura promoción política. Este modelo es el que mejor describe la actuación de la mayor parte de los gobernadores, sobre todo la de aquellos que fueron destinados a dos o más provincias a partir de finales de los años cuarenta. Por último, cabe subrayar que este modelo de “equilibrio dinámico” es también característico en otros países próximos y en regímenes políticos diversos, lo que apunta hacia la importancia de la dimensión administrativa en este tipo de cargos delegados del poder central en el territorio. Según Jean-Pierre Worms, los prefectos de la V República francesa modulaban su actuación de acuerdo a cuatro convergencias de intereses con los notables locales: la supresión de conflictos, la adaptación adecuada de las normas estatales, la utilización de los servicios técnicos (que podríamos ampliar hasta la burocracia en general) y el sostenimientos de unas correctas relaciones con el poder central33. Para el Portugal del siglo XIX (y podríamos extender el caso a la centuria siguiente), los gobernadores no eran “meros ejecutores de órdenes o correas de transmisión del poder gubernamental”. Al contrario, servían con frecuencia como intermediarios entre el centro político y las exigencias locales. Dentro de esas dinámicas los gobernadores podían ver restringidos sus márgenes de actuación, teniendo incluso que ceder y negociar compromisos ante la solidez de las redes de influencia locales34. La visión de los estados desde la perspectiva provincial nos viene a mostrar un mundo distinto en el que los regímenes políticos representan una porción de la realidad. Una realidad más determinada por las continuidades y permanencias de las estructuras administrativas que por las mutaciones registradas en el plano de los regímenes políticos35. Y la España provincial franquista no fue una excepción.

33 J. P. Worms (1966), 261-271. 34 Tavares de Almeida, Pedro (2014), 78. 35 F. Ruivo (2000), en especial 50-60.

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Capítulo 7

La organización de los partidos políticos en provincias PCE, PSOE y UCD en Albacete durante la Transición democrática Damián A. González Madrid Sergio Molina García UCLM/SEFT

1. Introducción En el marco de este dossier sobre las interacciones entre los diferentes niveles del poder del Estado, este trabajo se interroga, todavía en una fase inicial, sobre los procesos de creación de uno de los grandes protagonistas del proceso transicional: los partidos políticos1. Y lo hace desde una perspectiva local y en la periferia del desarrollismo franquista. Reconocidos por la Constitución, ésta les asigna funciones públicas de especial interés y relevancia en el marco de un Estado democrático. Las más destacadas tienen que ver con la “formación y la manifestación de la voluntad popular” y servir como “instrumentos fundamentales de la participación política”. Los partidos, hoy desgastados y criticados, son la expresión no exclusiva ni única de la pluralidad de la sociedad y una vía fundamental para el ejercicio de la libertad y la ciudadanía política. Todo el constitucionalismo contemporáneo concede una enorme relevancia a los partidos políticos, hasta el punto de que se suele

1

Trabajo elaborado en el marco del proyecto de investigación “Movilización social, activismo político y aprendizaje democrático en C-LM” (HAR2013-47779C3-3-P).

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afirmar que cualquier Estado democrático es un Estado de partidos. Conocemos, seguramente de forma perfectible pero suficiente, los procesos de gestación de los grandes partidos de la transición a nivel nacional, sus líderes, sus pugnas y debates, su evolución ideológica, así como sus crisis. No sucede sin embargo, y de momento, algo similar en los niveles locales o provinciales2. Unos entramados que, desde nuestro proyecto de investigación, juzgamos esenciales para una mejor comprensión de la complejidad del proceso de cambio político en sí mismo, y de las relaciones centro-periferia. Este texto explora la fase de gestación, en una provincia rural, de los tres principales partidos de la transición. Un relato en clave local, pero válido para continuar insistiendo en los diferentes ritmos del proceso transicional.

2. La reorganización del PCE Según un informe interno del partido, la estructura organizativa del PCE en la provincia de Albacete se desenvolvía en términos discretos en 1970. Si nos atenemos a ese reporte el partido habría podido reunir, entre las nuevas generaciones de la posguerra, las simpatías de unos sesenta efectivos, eso sí dispersos por una docena de pequeños pueblos con tradición ideológica y familiar. En la capital, y única ciudad mayor de cincuenta mil habitantes de la provincia, el partido no disfrutaba de una posición consolidada. Con esos mimbres apenas estarían teóricamente organizados cuatro comités locales, entre los que únicamente sobresalía Villamalea, y un comité comarcal3. En términos generales la mayoría de estos grupos se desenvolvían en medio de un notable aislamiento que apenas lograban vencer a través de la radio, y la acción y la movilidad de

2

Una reciente puesta al día en R. Quirosa Cheyrouze-Muñoz (ed.) (2013) y (2011).

3

Véase J. M. López Ariza (1990), 215-247. El informe señala a la existencia de comités locales en Villarrobledo, Tarazona, Mahora, y Villamalea, presencia en Ontur, Madrigueras, Albatana, y Albacete, y algún contacto en Liétor, Pozohondo, Alcadozo y Hellín.

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algunos emigrantes. Según Ezequiel San José, histórico militante comunista, a mediados de los años cuarenta el comité provincial del PCE habría aglutinado a cincuenta y cuatro pueblos a través de 14 comités comarcales “mejor o peor estructurados”4. Veinte años después la situación había empeorado notablemente. Diferentes factores como la cruenta derrota de la guerrilla y las sucesivas caídas del comité provincial, las dificultades para materializar el posterior cambio de estrategia del PCE respecto a la dictadura en una provincia agraria, o la emigración, estarían en el origen de la debilidad organizativa con la que el partido encaraba la década de los setenta. La buena noticia para el PCE era la mera existencia de esos núcleos en la provincia, pues constituirían el cimiento sobre el que descansarían las nuevas estructuras organizativas y parte importante de la futura base electoral del partido. Con independencia de que la organización fuese más o menos numerosa, o estuviese más o menos organizada de lo que indican tan rudimentarios informes, lo más significativo del caso albacetense es que el grueso del comunismo mínimamente activo y militante que brotaba de las nuevas generaciones lo hacía en localidades rurales menores de diez mil e incluso de cinco mil habitantes5. Fraguado al calor de la memoria residual, casi todo el protagonismo de la organización se había trasladado al campo, y de su fortaleza y arraigo darán cuenta las urnas en 1977 y 19796. La primera cuestión sobre la que queremos interrogarnos tiene que ver con la forma en que el comunismo local resolvió esta evidente situación de debilidad. La reorganización del PCE en Albacete tiene su origen en la convergencia entre 1972 y 1973 de dos fenó-

4

E. San José López (1990), 168; véase su testimonio en E. San José López (2003). Otras memorias editadas de comunistas de guerra y posguerra locales son las de Antonio Esteban Garví y Andrés María Picazo Villena. F. Roncero Moreno (2007), M. Bueno Lluch (ed.) (2007), F. Hernández Sánchez (ed.) (2012) y J. A. Andrade Blanco (2012).

5

En la capital el PCE quedó huérfano tras la huida de Ezequiel San José con el fracaso de la jornada nacional pacífica de 1958 a cuestas. Algunos comunistas destacados de la capital en la posguerra en A. Gómez Flores (2015), 152-167.

6

J. D. Izquierdo Collado (1984), 21-96.

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menos que podemos identificar claramente. El primero nos remite a la consolidación de la experiencia villamalense, y el segundo, al regreso a la capital albacetense, en la recta final de sus estudios o para iniciar sus carreras profesionales, de jóvenes universitarios socializados políticamente en la lucha antifranquista en las aulas de Murcia, Salamanca o Granada. El PCE provincial resurgirá por tanto en la confluencia de una singular experiencia de cooperativismo agrario en un pueblo de tres mil quinientos habitantes, con la determinación de unos jóvenes universitarios a redimensionar la organización haciéndola presente en la capital provincial. El caso de Villamalea es conocido. Allí la lucha contra la dictadura, el capitalismo y por la consolidación del partido, se resume en una experiencia excepcional en torno a una cooperativa vinícola levantada a partir de 1953 por campesinos hastiados de la prepotencia de los bodegueros locales. El éxito del PCE en esa pequeña localidad de La Manchuela descansó en la capacidad de su militancia para, desde una impecable lucha legal, hacerse con el control de las principales instituciones económicas y sindicales del pueblo —la cooperativa agraria y la hermandad de labradores—, y poner sus capacidades y recursos al servicio de los intereses de los agricultores y las clases populares a través de una gestión transparente y democrática7. Todo comenzó a principios de los sesenta, cuando las nuevas e inexpertas generaciones que habían reconstruido el PCE de Villamalea apenas inaugurados los cincuenta, habían madurado políticamente. En 1961 ganaron la presidencia de la cooperativa, y en 1966 la de la Hermandad. El artífice fue Enrique López Carrasco, un propietario de diez hectáreas de vides, comunista por tradición familiar, y líder del PCE villamalense y pronto de la provincia. Un agricultor comunista se convirtió en el hombre más influyente del pueblo, y la cooperativa, a través de las múltiples iniciativas diseñadas y ejecutadas por sus responsables, en el centro y motor de la comunidad, y ejemplo para la comarca. A pesar de ello ni el comité comunista local fue desmantelado, ni su líder, quien

7

Ó. Martín García (2008a), 81-95. B. Sanz Díaz (2003).

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desde 1969 ocupaba un asiento en el Comité Central del PCE, dio con los huesos en la cárcel. Los motivos no los analizaremos aquí, pero la creciente actividad legal e ilegal del partido en Villamalea, la tensión con las autoridades, y la consiguiente presión de la Guardia Civil, hicieron temer por su desarticulación. Llegados a ese punto Villamalea se planteó como una cuestión de supervivencia “abrirse fuera, ayudar a desarrollar el partido en la provincia”8. El protagonismo de Villamalea en la reconstrucción del PCE provincial tiene lugar en la confluencia con el segundo proceso o fenómeno al que aludíamos al inicio de nuestra explicación: el de los universitarios de regreso a una ciudad sin universidad9. El PCE albacetense se reorganizó por tanto sobre la colaboración y la suma de la experiencia campesina y unas “fuerzas de la cultura” apenas conectadas con el obrerismo. Los universitarios retornados contactaron con el hombre fuerte del partido en la provincia que no era otro que López Carrasco, al tiempo que comenzaron a captar colaboradores y militantes entre antiguos compañeros de instituto hasta poder crear la primera célula en el verano de 1973. De lo uno y lo otro se encargaron el químico y dramaturgo José María López Ariza, y el abogado Luis Collado. En septiembre de 1973 se reunía por vez primera desde hacía muchos años el Comité Provincial del PCE, con participación de Tarazona, Mahora, Villamalea y Albacete10. A partir de ese momento el partido comienza un periodo de notable actividad ilegal aprovechando la infraestructura y los recursos de Villamalea. Esa actividad fue fundamentalmente propagandística y consistente en la redacción y edición de octavillas contra Pinochet, llamadas a no participar en las elecciones al tercio familiar de noviembre de 1973, o a la solidaridad con Marcelino Camacho y la cúpula de CC. OO. durante el proceso 1.001. La existencia de organización animó a lo largo de 1974 nuevas incorporaciones

8

Ó. Martín García (2008b), 47.

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Ó. Martín García, D. A. González Madrid y M. Ortiz (2009), 19-33.

10 Ó. Martín García y M. Ortiz Heras (2006).

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procedentes de ámbitos estudiantiles, de la emigración, que retornaba muy experimentada de Francia y Suiza, y de la vieja guardia comunista superviviente. De esa forma de las octavillas se pasó a redactar, editar y distribuir mensualmente el Boletín Democrático de Información de Albacete, sin la marca PCE y con un discurso de amplio espectro centrado en la recuperación de la democracia y la libertad, y también Mundo Obrero. En agosto del setenta y cuatro incluso constituyeron un remedo local de Junta Democrática a cuyas reuniones acudían socialistas y algún concejal. Con todo, y aproximadamente hasta la muerte del dictador, la organización comunista adolecía de cierta precariedad, descansando en el pequeño núcleo dirigente y un puñado de contactos personales. En 1974 ninguna “comisión obrera” existía en Albacete11. Para conectar con los trabajadores urbanos, el comité provincial decidió contar con un joven alejado del perfil universitario que ofrecían los nuevos líderes del partido en la capital. El elegido por López Carrasco fue Venancio Cuenca, agricultor y sin formación sindical, pero hombre de su confianza en Villamalea, que se instaló en la primavera de 1974 en la capital con la misión de concienciar, movilizar y organizar a los trabajadores, para lo que se emplearía en varias empresas. Cuando en el otoño de 1976 Luis Collado abrió el primer despacho laboralista de la provincia, “ya existía por tanto un germen de movimiento obrero organizado”12. El origen del sindicato lo encontramos por tanto en “un núcleo fundamentalmente político en torno al PCE”, donde “todo era lo mismo” y “no existía separación real” entre lo político y lo sindical13. Las Comisiones Obreras no nacen por tanto de ningún tipo de experiencia organiza-

11 Existían, eso sí, las Comisiones Campesinas impulsadas desde Villamalea, véase M. Ortiz Heras (2001), 211-235. M. Ortiz Heras e I. Sánchez Sánchez (1993), 363-390. 12 Luis Collado (SEFT, entrevista 15-4-2005), en este caso el despacho no cumple exactamente las funciones de apoyo y organización del movimiento obrero en sus inicios, aunque después el asesoramiento legal fuese el banderín de enganche de CC. OO. 13 Juan Antonio Mata, SEFT, entrevista 16-6-2005.

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tiva que brota de las interacciones obreras en los espacios laborales, sino que son el resultado de la acción del partido en su estrategia política contra la dictadura. Entre 1974 y la muerte del dictador, las CC. OO. albacetenses fueron un mero proyecto comunista. Despegaron en el verano de 1976, con picos de frenética afiliación tras las elecciones de 1977. A finales de ese año presumían de contar con 10.000 trabajadores afiliados14. Muy lentamente fueron quedando atrás unos duros inicios marcados por la inexperiencia, la improvisación y la falta de estructuras sólidas15. Algunos de nuestros entrevistados el identifican las dificultades para expandir CC. OO. en la dispersión y el minifundismo empresarial en la ciudad con unos patrones temerosos de perder lo que tenían y unos trabajadores procedentes en muchos casos del medio rural y mentalidad campesina, sin identidad obrera y no poco miedo. Otros apuntan a la ruptura en Albacete con las antiguas tradiciones de lucha obrera y la aguda despolitización de los trabajadores jóvenes por haber “nacido y crecido en un ambiente de opresión que han interiorizado”. Todo ello obligó a CC. OO. a desarrollar una estrategia básica de acción centrada exclusivamente en la problemática laboral cotidiana, evitando derivaciones políticas16. Pero debemos señalar igualmente que cuando el sindicato comunista comenzó a articularse, lentamente, en la provincia, lo hizo en un contexto de progresiva movilización obrera por lo general con una estructura organizativa informal y horizontal. Ahí sobresalen grupos vertebrados en torno al apostolado obrero, JOC y HOAC. Sin olvidar pequeños sectores influidos por sacerdotes obreros17. En todo o en parte muchos de estos grupos acabarían dando consisten-

14 Emilia Fuster SEFT, entrevista 2-6-2005, Juan Antonio Mata, SEFT, entrevista, 16-6-2005 y Venancio Cuenca, SEFT, entrevista 17-6-2005. 15 Para la precariedad organizativa “Informe socio-político que en nombre del secretariado saliente emite el secretario general Venancio Cuenca López” (sin fecha, 1978), SEFT, copia cedida por Venancio Cuenca. 16 María Jesús Roldán, SEFT, entrevista 9-5-2005 y Luis Collado, SEFT, entrevista 15-4-2005. 17 M. Ortiz Heras (2011).

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cia al proyecto de CC. OO., configurando sólidas ramas como la del textil, la piel o la construcción. El proceso de organización de CC. OO. confluyó por tanto con otro iniciado por parte de la sociedad civil auto-organizada que, con especial incidencia desde la muerte del dictador, comenzó un imparable proceso de deslegitimación del verticalismo y de politización de las relaciones laborales en demanda de democracia y libertad política y sindical18. El primer gran paso de la estructura comunista para visibilizarse y consolidarse definitivamente en la ciudad fue la apertura de la Librería Popular en septiembre de 1975. Costeada por la dirección local del partido, el negocio librero ofrecía la posibilidad de disponer de un espacio cotidiano y legal de encuentro, intercambio y discreto proselitismo. A partir de 1976 la librería sirvió de improvisada sala de conferencias donde intentaron expresarse líderes políticos, sindicales y sociales del antifranquismo. El local fue utilizado también como modesto escaparate y centro cultural, donde hallaba un precario cobijo esa cultura alternativa y moderna que no tenía cabida en la ciudad, pero que también se producía en ella. Hasta la legalización del PCE, la librería fue el punto de referencia del comunismo y el antifranquismo en la ciudad y la provincia, poniendo en contacto a todas las sensibilidades políticas críticas u opositoras. Todo ello en un contexto de sistemáticas prohibiciones que no fueron, sin embargo lo peor19. La librería no tardó en convertirse en objetivo de los ataques y amenazas de la ultraderecha local que, protegidos por la oficialidad, atentó contra ella impunemente20. La consecuencia fue un gran retraso en la actividad política local que, con excepción de los comunistas, no dio señales de vitalidad hasta el verano del setenta y seis.

18 Véase M. Ortiz Heras (2016) (en prensa). 19 Diario La Verdad (LV), 10-2-76, 5-5-76, 11-5-76, 15-5-75, 22-5-76, 15-7-75, 21-7-76, 22-7-76 y 13-3-77. 20 LV, 4-2-76, 10-2-76, 7-5-76, 21 y 22-7-76, 26-11-76, 28-11-76, 11-12-76 y 14-7-77. Para la ultraderecha y las librerías M. Rivas (2015). M. Ortiz Heras (2013a), 121-141.

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La muerte del dictador en medio de una formidable crisis política, económica y social, supuso una notable ampliación de las estructuras de oportunidad política que, también en la periferia del desarrollismo, se tradujo en una oleada inédita de movilizaciones y protestas para profundizar y acelerar el proceso democratizador, primero por la vía rupturista, y a partir de noviembre de 1976 por la reformista. Hasta su legalización en la primavera de 1977, la actitud de los gobernadores Gallo y Arrimadas hacia un desafiante PCE se ciñó a la instrucción ministerial que les encargaba expresamente impedir “a toda costa” sus interferencias en el proceso de reforma política liderado por el ejecutivo21. Por ello se prohibieron, o se atajaron con violencia, detenciones y multas administrativas, conciertos, concentraciones, conferencias sindicales, o la jornada de lucha del 12-N22. La estrategia de abandonar la clandestinidad acordada en Roma fue combatida con intensidad por las autoridades gubernamentales hasta el punto de negar la autorización a asociaciones vecinales sospechosas de filocomunismo23. A pesar de ello la organización emergió de la clandestinidad. El primero en hacerlo fue López Carrasco, quien a su regreso de Italia, se declaró comunista y miembro del comité central, para a continuación disolver la estructura en células y reorganizarla por una nueva de agrupaciones por barrios. Por entonces el PCE ya tenía unos 80 miembros en la ciudad24. El 7 de diciembre, justo antes del referéndum, parte del comité provincial se presentó ante la prensa en un merendero próximo a la ciudad. El PCE provincial se lanzó entonces a la organización de sus estructuras en la provincia, todavía demasiado localizadas en La Manchuela y ahora en la capital. Para el PCE una organización sólida era el cimiento sobre

21 Archivo Histórico Provincial Albacete (AHPAB), Gobierno Civil (GC), caja 32206. “Instrucción reservada del Ministerio del Interior a los Gobernadores Civiles”, 21-10-76. 22 LV, 15 y 16-9-76, 10-9-76, 19-9-76, 24-9-76, 26-9-76, 13-11-76, 17-11-76, 21-10-76, y 24-11-76, 24 y 26-12-76 y 1-6-77. 23 LV, 17-2-77, 20-7-78, y 29-8-78. AHPA, GC, Derechos ciudadanos, caja 30060. 24 LV, 4-8-76. A. Gómez Flores (2015), 469 y J. M. López Ariza (1990), 228.

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el que construir el cambio social. Los repartos de carnés se convirtieron en actos propagandísticos, de afirmación de la identidad, y exhibición de musculatura política. En la primavera de 1977, antes de su legalización, el PCE provincial afirmaba disponer de organización en 26 localidades, y afiliados con una organización irregular en otras 26. La suma total de carnés expedidos rozaba los 2.00025, y aun lograrían algunos cientos más tras las legislativas en una muestra nítida del despertar político y sindical que experimentaba la provincia desde 1976. Los resultados electorales fueron sin embargo insatisfactorios, mostrando la incapacidad del partido para hacer rendir su gran organización.

3. La reaparición del Partido Socialista Obrero Español En la II República Albacete se convirtió en la tercera provincia de España con mayor implantación socialista con cincuenta y cinco comités locales, que llegaron a setenta en la primavera del treinta y seis, y unos tres mil militantes26. Después de la derrota republicana la organización socialista desapareció de la provincia hasta 1976. Durante treinta y siete años la presencia del otrora pujante socialismo albacetense, que había forjado líderes como José Prat, quedó reducida al terreno de las memorias individuales y colectivas de los vencidos. En la postrera organización del socialismo provincial encontramos dos procesos que confluyen y que contribuyen a explicar el renacimiento del PSOE. De una parte el inevitable y fundamental factor exógeno, que conecta este proceso con el general de reconstrucción del partido tras la muerte del dictador y que incluiría la aparición inducida de una parte del liderazgo local. Y de otra el tímido encuentro entre la organización en ciernes con algunas iniciativas ciudadanas que van a contribuir, de inicio, a dar cierta consistencia al partido. Factores exógenos y endógenos, des-

25 LV, 28-12-76, 18-1-77, o 23-2-77. J. M. López Ariza (1990), 234. 26 R. M.ª Sepúlveda Losa (2003), 400.

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de arriba y desde abajo, explican el renacer socialista tanto en la capital, Albacete, como en Almansa, los dos grandes núcleos del socialismo provincial en sus inicios que, a diferencia del PCE no brota del mundo rural. En mayo de 1976 la oposición a la dictadura solo contaba en Albacete con la estructura organizativa de la que disponía clandestinamente el PCE. Si exceptuamos a las asociaciones nacidas de la agonía de la dictadura, ese era todo el tejido político en la provincia, lo que colocaba a Albacete en lugar ciertamente rezagado. El surgimiento del partido se debe, en primera instancia, a los esfuerzos desplegados desde las estructuras centrales del PSOE en Madrid para extender la organización a los niveles provinciales, en principio utilizando a individuos con los que hubieran tenido algún contacto previo. En el caso que nos ocupa el elegido fue Francisco Delgado, un joven vinculado a la UGT de Barcelona y que había conseguido acudir al Congreso de Suresnes27. De aquel periplo quedó el contacto con Carmen García Bloise, quien le animó a reorganizar el partido en Albacete. Delgado se marchó de Albacete en 1963, con apenas 14 años para hacer oficialía industrial en Valencia, trasladándose después a Bilbao para especializarse en artes gráficas. Allí trabajó en la imprenta Lertxundi e interaccionó con UGT. Un proyecto profesional le condujo a Barcelona, donde ingresó en UGT y sacó una oposición para trabajar en un banco en 1974. Un detalle este último relevante pues la estabilidad laboral lograda y otros motivos familiares, le llevaron a solicitar y lograr un traslado a Albacete en la semana santa de 1976. Solo entonces aceptó el encargo de organizar en la ciudad el PSOE y la UGT, tarea que inició esa misma primavera. El sistema fue básico y rudimentariamente lógico: había que contactar con personas afines y dispuestas. En el caso albacetense, los restos de la vieja guardia socialista

27 Fue secretario de organización provincial de PSOE y UGT en Albacete durante la transición, diputado entre 1977-79 y senador en la segunda legislatura. Francisco Delgado (SEFT, entrevista 28-9-15 y 15-4-10). M. Méndez Lago (2000), 135137. Para el PSOE véanse los trabajos, ya clásicos, de Richard Gillespie (1991), S. Juliá (1997) o A. Mateos (1993).

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fueron de escasa utilidad para tejer la nueva red organizativa, por lo que el núcleo fundador del nuevo socialismo local aparece entre las nuevas generaciones28. Característica ésta última a la que habría que añadir otra particularidad: la importancia inicial del sector sindicalista para el desarrollo y consolidación de la rama política. El alumbramiento del PSOE y la UGT albacetense se produjo el 7 de junio de 1976 en un bar-restaurante en las inmediaciones de Sotuélamos, muy alejado de la ciudad y la mirada de los curiosos29. El núcleo originario del partido y el sindicato fueron 5 personas, de las cuales solo Delgado tenía cierta experiencia organizativa y en UGT. La presencia en la reunión de Isaías Herrero Sanz y Manuel Marín González garantizaba la tutela y el respaldo de Madrid a las nuevas sucursales. ¿Quiénes integraban el núcleo fundador? Cuatro trabajadores de banca y un arquitecto técnico. Eran Francisco Delgado, Javier Guerrero Gordo, José María Marín Hurtado y Carlos Sempere Cervera, el aparejador era Antonio Peinado Moreno. El núcleo original del nuevo socialismo local lo hallamos en el entorno sindical de los trabajadores de la banca, y no solo porque Delgado perteneciese al sector, sino porque ya era un sector movilizado y no comunista en la órbita cristiana de la HOAC30. Banesto era el mayor centro de trabajo de la ciudad con una plantilla de 300 empleados, de la cual una parte empujó a UGT y otra se desmarcó formando USO. Al igual que sucedía con los comunistas, la reorganización socialista descansó parcialmente en movimientos sociales previos y ajenos a ideologías concretas que la nueva propuesta organizativa socialista supo capitalizar y canalizar. El horizonte democrático que se despejaba en España lo hacía colocando en una posición central y protagonista a los dos elementos proscritos durante toda la dictadura: los partidos y los sindicatos. Con la reconstrucción de

28 A diferencia de Almería, M. Fernández Amador (2007), 108, y (2006). 29 Suele señalarse como hecho decisivo que anima a la organización la visita de Pablo Castellanos a la localidad invitado por la Librería Popular (LV, 22-5-76). 30 López Cabezuelo, SEFT, entrevista 22-4-10, recuerda movimientos dentro del sector para forjar el PSOE previos a la llegada de Peinado.

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las nuevas estructuras político-sindicales, los tímidos movimientos que en ambos sentidos se produjeron en la ciudad y aun en la provincia, desembocaron en las nuevas organizaciones. En el caso del renacido socialismo albacetense la impronta del movimentismo cristiano es evidente. Además de la contribución del sector hoacista bancario, al apuntalamiento del bloque político y sindical socialista contribuirían grupos juveniles como Sagato (“versión provinciana de los Tácitos”), también con una fuerte impronta cristiana31, comunidades de base, como El Olivo, e incluso el Movimiento Rural de Adultos (MRA), que facilitaría el nacimiento de agrupaciones socialistas en lugares especialmente complicados como Nerpio o Yeste32. Conscientes de la distancia que separaba en la provincia al PSOE-UGT, que apenas existían en un acta, del PCE-CC. OO., el reto de los cinco de Sotuélamos fue extender la organización política y sindical hasta los últimos rincones de la provincia. A diferencia de lo que hará UCD, el objetivo era configurar un partido con presencia entre la sociedad, con sedes y militancia, para lo que “íbamos buscando a la gente. Cualquier posibilidad de entrar en contacto con alguien, la aprovechábamos”33. En teoría Delgado capitaneaba el proyecto sindical y Peinado el político. En la práctica no resultaba sencillo deslindar ambas esferas al menos en esta fase inicial34. Como el propio Peinado reconoce “(…) éramos los mismos. Unas veces nos sentábamos y decíamos somos el partido, y otras éramos el sindicato”. Aunque el crecimiento del socialismo en la provincia fue continuo, el despegue definitivo de la organización llegaría tras la exhibición de fortaleza electoral de junio de 1977, que animaron a no pocos a colaborar definitivamente con el partido

31 J. A. León Casas (2014). 32 Llanos Rabadán, SEFT, entrevista 9-2-11. Rafael López Cabezuelo, SEFT, entrevista 22-4-10. 33 Antonio Peinado, SEFT entrevista 6-5-2010. 34 Peinado era hijo de empresarios cuchilleros por parte de padre y de agricultores por parte de madre. Llegó a los círculos de oposición a la dictadura a través de la Librería Popular y se decantó por el partido socialista después de conocer a Pablo Castellanos en Albacete.

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socialista. “Empezamos 5 en junio de 1976; en el congreso [provincial] de enero de 1977 estábamos 90; cuando comienza la campaña electoral del setenta y siete, 300, y cuando termina la campaña, un mes después, unos 3.000”35. El primer gran éxito de la organización fue en Almansa, bastión socialista a posteriori en la provincia, cuando después de numerosas entrevistas Delgado consiguió atraer a UGT primero, y después al PSOE a Pedro Cantos Sáez y su entorno. Nacido en 1931 Cantos era hijo de un cenetista represaliado, que trabajaba de administrativo en una empresa cerámica. Desde 1957, y con apenas 26 años, fue enlace sindical en su empresa, y entre 1963 y 1969 concejal por el tercio sindical. Para Cantos la única forma de poder ayudar a los trabajadores era participando y trabajando desde las estructuras sindicales legales, donde comenzó a fraguarse cierta popularidad conectado también con los movimientos de apostolado obrero36. Después de algunas conversaciones con Delgado, el uno de octubre de 1976 se formalizaba el nacimiento de UGT en un local parroquial. Casi los mismos elementos participarían, ya en la primavera del setenta y siete, en la tardía formalización del PSOE debido a las interferencias de un núcleo del socialismo histórico. En junio el PSOE obtuvo allí el 54% de los votos frente al 24% de UCD y el 4% del PCE. La tradición socialista y republicana en Almansa, junto a su actividad industrial, explican parcialmente el éxito de la UGT y el PSOE en la ciudad, que solo se entiende integralmente por su capacidad para absorber los esfuerzos previos de concienciación y socialización política y sindical desarrollada por el apostolado obrero representado por HOAC y JOC. De la fortaleza del apostolado obrero en la ciudad da cuenta el potente movimiento asambleario desplegado durante el verano de 1977 como consecuencia de la huelga del calzado. El movimiento desbordó a

35 Antonio Peinado, SEFT entrevista 6-5-2010. 36 Véase su entrevista en el Archivo de la Palabra del Instituto de Estudios Albacetenses (web). Según el gobernador los líderes de UGT procedían de los cuadros de mando de las viejas UTT, donde habían ejercido liderazgos que ahora les permitían captar afiliaciones (AHPAB, GC, caja 30060).

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las incipientes organizaciones sindicales, que solo pudieron capitalizar el fracaso de la huelga. El “fichaje” de Cantos en Almansa por Delgado evidencia la estrategia del partido por captar a personas conocidas, comprometidas de alguna forma con el interés colectivo y con entornos amplios y movilizables37. Ciertos tipos de funcionarios se adaptaron bien a ese perfil. Para La Manchuela, feudo tradicional comunista, se utilizó a Andrés José Picazo González, maestro en Casas Ibáñez y administrador de la cooperativa vinícola de Alcalá del Júcar, de donde era natural y poseía algunas viñas. De la eficacia de su liderazgo y labor organizativa dan cuenta, especialmente, los resultados obtenidos por FTT en el proceso electoral a Cámaras Agrarias38. Su figura como organizador y propagandista comarcal guarda alguna similitud con la que poco después desempeñaría Juan Francisco Fernández, ingeniero técnico agrícola que trabajaba en la zona de Alcaraz como agente de Extensión Agraria. Su profundo conocimiento de aquella comarca permitió al PSOE decantar de su lado la Diputación en 1979 y le convirtió en uno de los hombres más importantes del partido en la provincia. A pesar de la tolerancia gubernamental de la que disfrutó el PSOE en contraste con el PCE, los socialistas interpusieron numerosas denuncias a cuenta de las dificultades que, en toda España, encontraban para obtener autorizaciones y espacios para celebrar sus actos39. En Albacete esas dificultades se tradujeron, además, en actos de bandidaje contra los coches de los representantes del partido, amenazas, pintadas e incluso el incendio final de la propia sede40. En 1978 la ejecutiva provincial todavía protestaba por las actitudes controladoras de “las FOP en algunos pueblos”41. Todo ello en un contexto social ampliamente dominado el miedo en el

37 G. O’Donnell y P. Schmitter (1998), 80. 38 Francisco Delgado, SEFT, entrevista 28-9-15. 39 N. Sartorius y A. Sabio (2007), 334. LV, 12-5-77. 40 LV, 21-1-77, 30-4-77, 15-7-77. 41 LV, 14-5-78.

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que las reuniones, actos informativos y propagandísticos de los partidos, contribuyeron progresivamente a abrir espacios de libertad42. Con apenas un año de existencia en la provincia, el PSOE llegó a las generales de 1977 mejor de lo que cabría esperar con tan escaso recorrido, peor de lo que mostraban sus declaraciones a la prensa, y desde luego lejos de los niveles organizativos del PCE. Todo ello no hace sino reforzar la idea de hasta qué punto esas elecciones, nuevas y sin referentes, las decidieron los liderazgos nacionales. Debía, en cualquier caso, procederse a la elección de candidatos a las Cortes y al Senado. Según Peinado, la ejecutiva federal madrileña estaba convencida de el partido no obtendría diputados por Albacete, lo que se tradujo en la aceptación de las propuestas de la provincial. Buscaron a individuos que reuniesen las siguientes cualidades: del partido, conocidos, preparados y jóvenes. Al no hallar la colaboración deseada, Peinado y Delgado acabaron como uno y dos en las listas del Congreso. Que Peinado fuera el número uno se debió, según el interesado, a que su nombre era más popular al aparecer impreso en las vallas de las obras en las que trabajaba. El éxito fue rotundo, sacaron dos diputados y vencieron a UCD en la capital, en Almansa o en Hellín, quedando apenas a cinco puntos en el conjunto provincial (38% frente al 33%). El PSP, que concurrió en la provincia coaligado con la democracia cristiana y sin sus propias siglas, fracasó con estruendo43. Dos años después, y paradójicamente, serían los antiguos hombres de Tierno encabezados por José Bono quienes acabarían controlando las estructuras del partido en la provincia y desplazando a los fundadores de Sotuélamos. El proceso de integración del PSP en el PSOE abanderado, recordémoslo, por Bono, fue traumático. Las condiciones del pacto in-

42 LV, 8-4-77. A. Herrera González de Molina (2009), 219-240. 43 Carmina Belmonte Useros, militante del PSP y futura alcaldesa socialista de Albacete recuerda (SEFT, entrevista 18-12-10) que la decisión de coaligarse con la Federación Demócrata Cristiana y con el centro-izquierda de Albacete representado por Alianza Democrática de Albacete, se debió a los temores, a la postre exagerados, sobre el conservadurismo y el miedo inoculado a una ciudadanía que de ninguna manera abrazaría el socialismo.

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cluían la absorción por el PSOE de la deuda económica contraída en campaña y la configuración de ejecutivas integradoras al 50% con los socialistas populares. La medida, impuesta desde Madrid por Guerra, halló una resistencia frontal en Peinado y Delgado, quienes por otra parte fueron incapaces de retener el control del partido. Su actividad en Madrid como diputados durante el bienio constituyente, y luego divididos entre las dos cámaras para hacer hueco a José Bono en el congreso, les distrajo de las cuestiones organizativas y facilitó la tarea a quienes pronto se convertirían en los nuevos hombres fuertes del socialismo provincial, el propio Bono y quien fuera su mano derecha hasta los años noventa en Albacete y Castilla-La Mancha, el sociólogo Juan de Dios Izquierdo. La estrategia fue tan sencilla como eficaz. Ante la imposibilidad de un entendimiento entre la facción socialista popular recién integrada y los líderes fundacionales, Bono e Izquierdo prepararon su ascenso a la secretaría provincial lanzándose a la conquista de las agrupaciones locales. El carisma y la inteligencia de Bono, una concepción más profesional de la política, y el apoyo de Ferraz, contribuyeron a que en menos de dos años los recién llegados se hiciesen con el control de la organización. El incremento cuantitativo y cualitativo de la militancia después de los resultados de 1977 y la fusión con el PSP, benefició a los nuevos liderazgos. Izquierdo, gran muñidor de la operación, recuerda como la nueva militancia reclutada, en parte por ellos mismos, entre maestros, abogados, farmacéuticos, etc., apoyó a los aspirantes, mientras que la más “antigua”, integrada por obreros y trabajadores del campo vinculados a UGT, eran más leales a Delgado y Peinado. Y cuando hizo falta, o se presentó la ocasión, se facilitó la caída de algún líder comarcal que obstaculizaba la operación, como fue el caso de Picazo González en La Manchuela44. Bono e Izquierdo transformaron radicalmente la organización original con visos a levantar una estructura capaz, sobre todo, de ganar elecciones, imprimiéndole cierta imagen profesional y tecno-

44 Entrevistas a Juan de Dios Izquierdo, SEFT, 10-3-2010, a Antonio Peinado 6-52010 y a Francisco Delgado.

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crática marca PSP. Atrás quedaba la ideología, el obrerismo y las letanías marxistas tan del gusto de los de Sotuélamos. Sociólogo de profesión, Izquierdo estudió las debilidades electorales del partido y puso al frente de las agrupaciones y candidaturas a profesionales con influencia en cada localidad, abogados, médicos, profesores, presidentes de APA’s o de las asociaciones de vecinos, etc., en detrimento de trabajadores peor formados o “socialistas de toda la vida”. A pesar de su honradez no se les consideraba preparados para ponerse eficazmente al frente de las alcaldías. Sin cuadros propios bien formados, el renovado liderazgo socialista los buscó entre la sociedad “para que se hicieran del partido” interpretando que la “gente quería gerentes”. La atracción de estos sectores técnicos y profesionales está claramente relacionada con el deseo de conferir al partido “una dinámica más socialdemócrata”, más moderada y pragmática, y menos sindical45. Las generales de 1979 redujeron la distancia entre UCD y PSOE a menos de un punto convirtiéndose el socialista en el partido hegemónico de la izquierda y demostrando tener un electorado mucho más consistente que su organización. Las municipales no confirmaron la tendencia alcista del socialismo, la distancia general aumentó al 3% y UCD ganó por vez primera en la capital. Solo los pactos PSOE-PCE acabarían arrebatando al centrismo la ciudad de Albacete y la Diputación. Para el PSOE gestionar la diputación y la capital resultó esencial para su consolidación al disponer de plataformas de gobierno y presupuestos con los que actuar y prestigiarse. Todo lo contrario sucedió con UCD que, sin consolidarse como partido, perdió la oportunidad de consolidar “cuadros políticos profesionalizados y con poder presupuestario” que hubieran contribuido a asentar la organización46.

45 Juan de Dios Izquierdo, SEFT, entrevista, 10-3-2010. 46 J. D. Izquierdo (1984), 26, 35-37 y 41.

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4. La Unión de Centro Democrático La formación de UCD es sensiblemente diferente a la del resto de partidos analizados. En primera instancia, y más que un partido político al uso, acabó siendo una maquinaria electoral auspiciada apresuradamente desde el gobierno para dar continuidad (ahora con una mínima “escrupulosidad democrática”) a la tarea política iniciada por Adolfo Suárez sobre las bases de la moderación y la reforma. Un partido de amplio espectro ideológico con vocación de ocupar el espacio abandonado por una derecha recalcitrante y una izquierda inspirada por el marxismo, para no perder el control del proceso de cambio político47. Dos grandes debilidades, no excesivamente originales, vamos a subrayar sobre su nacimiento en esta pequeña ciudad de provincias de la periferia rural. De una parte su nítida condición de irremediable pastiche ideológico, amalgamado en el mejor de los casos por la figura del presidente del Gobierno. Un fiel reflejo por tanto del proceso general. La otra, recientemente puesta de relieve por Ortiz Heras, nos remite a un partido que, a diferencia de los anteriores, no muestra inicialmente sensibilidad ni preocupación por el desarrollo de la militancia por nacer al resguardo de las estructuras gubernamentales. Pero entremos en materia. La Unión de Centro Democrático aparece en Albacete en la primavera de 1977. Todo comenzó a moverse en marzo, se fraguó en abril, y el 15 de mayo de 1977 se presentó UCD en la provincia de Albacete. Un relativo retraso respecto a sus competidores que no fue obstáculo para ganar las elecciones, en otro claro ejemplo de la importancia de los liderazgos nacionales. La clave del triunfo la resumían los siempre agudos sagatos: “Su éxito fue colocar en sus listas electorales a personas desconocidas, jóvenes, discretamente relacionadas con la dictadura, pero que enseguida actuaron con decisión presentándose como el partido del gobierno. (…) utilizaron todos los resortes del poder, como se hacía en el antiguo régimen,

47 Véase M. Ortiz Heras (2013), 185-200 y (2012), 71-93. C. Huneeus (1985); S. Alonso Castrillo (1996); J. Hopkin (2000).

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pero (…) con una nueva imagen. UCD ha barrido los votos de todos aquellos pueblos de clara y tradicional influencia de la autoridad gubernativa. Son votos que se han dado no a un partido, no a una ideología, no a un programa. Son votos que se han dado sencillamente al Gobierno”48. El triunfo de la candidatura gubernamental no oculta sin embargo la escasa iniciativa local para incorporar a la provincia los llamados partidos taxis. La prudencia, escribe el periodista Gómez Flores, era extrema y con ella la discreción. Nadie quería apostar por la opción equivocada en aquel ambiente preñado de incertidumbre. No obstante, y al margen de las vicisitudes propias del arranque de la coalición, detectamos dos factores que pudieron contribuir a la demora de la definición del centro en nuestro ámbito de análisis. La primera fue la rápida vertebración de los sectores más conservadores y el alineamiento de buena parte de los líderes locales del franquismo con lo que sería Alianza Popular a través ANEPA y UDPE. La frenética actividad de ese asociacionismo desde la primavera de 1976 y la participación en él de próceres como el gobernador civil, Federico Gallo, el presidente de la diputación, un ex alcalde, el jefe local del Movimiento y algunos concejales, clausuró temporalmente espacios a competidores por la derecha49. Por el centro-izquierda no favoreció la organización temprana del centrismo la creación a finales de mayo de 1976 del partido local Alianza Democrática de Albacete (ADA), una “vía naturalmente albacetense” de hacer y entender la política integrada por personajes de diferentes sensibilidades políticas, curiosamente, pero representando una opción nítidamente democrática que surge desde sectores antaño afines a la dictadura y que evolucionan hacia posturas aperturistas, reformistas, y próximas los partidos de oposición. Para el concejal Damián Ferrándiz, ADA era un conjunto de personas con talante que debía desempeñar una tarea moderadora, imponer sensatez en la política local entre los que levantaban el brazo o el puño. Eran el centro.

48 LV, 10-7-77. 49 LV, 6-6-76. Ó. Martín García (2006), 144.

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Por eso su gran problema fue también la indefinición, ni democristianos, ni socialdemócratas50. Los orígenes de la formación centrista en la periferia rural que nos viene ocupando, se remontan al momento en que todo estaba próximo a clarificarse y posicionarse en la circunscripción electoral manchega era una necesidad. El procedimiento fue sencillo. A falta de iniciativas locales firmes y decididas, fueron los liderazgos madrileños de las diferentes formaciones que integraron UCD quienes buscaron o trasladaron agentes propios para Albacete. Sobre esos esfuerzos se formaron tres pequeños núcleos políticos vertebrados inicialmente en torno a un corresponsal. El Partido Popular de Areilza y Cabanillas envío en marzo de 1977 para que conformara una primera estructura a Juana Arce, licenciada en Filosofía y Letras que había ejercido como profesora de idiomas en Madrid, pero que en ese momento se dedicaba a cuidar de su familia51. Pronto se le unieron los hermanos Piñero, Juan Vázquez Alberich y Francisco Fernández Zamora. Los azules de la Federación Socialista Independiente (FSI) y Martín Villa reclutaron a José Luis Moreno que en ese momento era secretario técnico de la OSE en Murcia. Y el Partido Demócrata Popular (PDP) de Camuñas encomendó la tarea a Francisco Ruiz Risueño, abogado del Estado en Albacete. En todos los casos se trataba de iniciativas tomadas desde las cúpulas de los partidos citados, y en todos los casos los agentes elegidos tenían una relación de amistad con los líderes madrileños: Arce con Cabanillas y Cavero, Ruiz-Risueño con Camuñas, y Moreno con Martín Villa. El ala socialdemócrata de Fernández Ordóñez quedó cubierta con la incorporación de José Escobar. En Albacete no obstante el sector socialdemócrata fue débil, por lo que la división principal

50 A. Gómez Flores (1991), 170-173, 217 y 249 y S. Molina García (2016). Contrastes con la situación en Albacete en M. Fernández Amador y R. Quirosa-Cheyrouze y Muñoz, (2015), 26-27. P. Gascó Escudero (2011), 388. J. Prada Rodríguez (2015), 16. Otros estudios locales A. B. Gómez Fernández (2011), 400 o V. Candela Sevilla (2007), 81-95. 51 J. A. Castellanos López (2015), 118. LV, 7-7-77. El porqué de su “fichaje” pudo estar en su marido, de origen alemán y que al parecer tenía relación con fuentes de financiación en aquel país. Salvador Motos, SEFT, entrevista 2-12-2015.

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del partido fue entre democrátacristianos respaldados por Moreno, y liberales liderados por Ruiz Risueño. Fuera de la capital es más complicado hallar algún tipo de organización local, no obstante tenemos constancia de pequeños núcleos en torno a Garrigues Walker en Almansa y Montealegre52. Las tres iniciativas parecen obedecer a la intención de cada formación de copar o competir por un espacio político hasta ese momento vacío, pero que acabarían compartiendo sin remedio. A semanas de las elecciones UCD aparecía en la provincia con una clara desventaja organizativa respecto al resto de estructuras políticas. A su favor contaban con la figura del presidente y los engranajes de la administración periférica del Estado. PSOE y PCE desde su aparición se lanzaron a la creación de estructuras de partido estables y con militancia allí donde se presentase la ocasión. El tardío parto del centrismo hizo que UCD afrontase las elecciones de 1977 sin prestar atención a la captación de militantes o liderazgos locales53. Todo el entramado se sostenía sobre los líderes fundacionales y en un reparto más o menos consensuado de las candidaturas a Congreso y Senado entre ellos mismos. El perfil de los primeros líderes locales es nítido, con alguna excepción. Lo corriente fueron individuos con formación universitaria, empleos cualificados en la administración o por cuenta propia, cierta popularidad y una red de contactos. Hablamos de médicos, abogados, ingenieros o funcionarios. Un perfil por otra parte bastante común en toda España. Individuos capaces de transmitir una imagen nueva “moderada, democrática, honesta, dialogante y pragmática”54. Ismael Piñero por ejemplo, apunta que “yo conocía a mucha gente porque era médico y así uno conocía a fulano otro a mengano”55. Salvador Motos, futuro presidente provincial del partido, era ingeniero de montes y por su profesión controlaba comar-

52 LV, 15-10-78. Luis Piñero, SEFT, entrevista 2-7-2010. 53 Salvador Motos, SEFT, entrevista 2-12-2015. 54 LV, 7-5-77. 55 Ismael Piñero, SEFT, entrevista, 30-10-2012.

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cas enteras contribuyendo con sus contactos y el auxilio de otros ingenieros del ICONA a decantarlas electoralmente para el centrismo. En 1979 definieron el objetivo con que decían reclutar sus candidaturas apelando a una exigente panoplia de cualidades personales, morales y políticas, a las que se añadían la de conocidos, jóvenes y, lo más complicado, libres de historial autoritario56. Aunque el fondo, según reconoce un expresidente de la UCD provincial, el objetivo era reclutar candidatos capaces de atraer votantes, nada más57. Lógicamente hubo excepciones. De la senadora Arce algunos decían que debía el escaño no tanto a su capacidad política sino a sus relevantes amistades madrileñas58. O el senador Piñero, cuya presencia en las listas obedeció a la dificultad para encontrar a un candidato más satisfactorio (“fui porque no había otro”)59. Con menos de un mes de existencia ese “desierto” organizativo que era UCD, en el que pocos hubieran reconocido un rostro o un nombre diferente al del Suárez, ganó las elecciones al PSOE por 5 puntos en la provincia, y 17% en el conjunto de la actual Castilla-La Mancha. La gubernamentalidad del fenómeno, el discurso moderado y el liderazgo del presidente que democratizaba país ayudan a explicar esta circunstancia, especialmente en el mundo rural60. El factor económico suele quedar en un segundo plano pues en provincias como ésta la candidatura del 77 se financió en buena parte con dinero de los interesados. Mucha más relevancia suele concederse a la utilización de los resortes del poder local controlados todavía por el gobierno a través de Gobernación. Sobre este particular debemos destacar la figura de Juan José Barco, nue-

56 M. Ortiz Heras, (2012), 83. José Escobar, SEFT, entrevista 13-12-12. 57 Salvador Motos, entrevista 2-12-2015. 58 José Escobar, SEFT, entrevista 13-12-12. 59 Luis Piñero, SEFT, entrevista, 2-7-2012. José Luis Moreno, SEFT, entrevista 155-2012. 60 C. Hunneus (1985), 140. M. Ortiz Heras (2013a), 188-189.

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vo gobernador de Albacete ya en 1978, militante de UCD y organizador y correa de transmisión del partido en la provincia61. La victoria centrista en ausencia de estructuras de partido no oculta la soledad de unos liderazgos locales sin el respaldo de militancia. Durante sus primeros meses UCD-Albacete no implementó acción alguna encaminada a la captación de militantes. No fue hasta 1978, y con las municipales en el horizonte, cuando el partido comenzó a dar importancia a la afiliación. Para ese verano, y según su secretario provincial, contaban con 1.600 efectivos62. Datos que, según el testimonio de uno de los líderes provinciales, deben tomarse con cautela, pues “los números son pura falacia (…) Estoy orgulloso de haber pertenecido a UCD pero no puedo decir que todo lo que se hizo fuese de manual, porque por ejemplo las afiliaciones jamás fueron serias”63. ¿A qué se refería Moreno? Simplemente a que quienes tenían aspiraciones dentro del partido reclutaban (falsos) afiliados, expedían carnés que muchas ni llegaban a las carteras de los interesados, y luego los utilizaban casi exclusivamente para imponerse en las votaciones internas y congresos, porque UCD-Albacete, y en esto coinciden todos los testimonios, funcionó de forma bastante democrática. Esta idea nos remite a otra fundamental en relación a la consideración de UCD como una auténtica maquinaria electoral “que solo se activaba unos meses antes de las elecciones”64 y con una limitada presencia entre la sociedad. El partido realizó algunos intentos de penetración en

61 LV, 26-11-77 y 5-3-78. José Escobar, destacado miembro de la UCD provincial reconoce las estrechas relaciones entre el partido y el gobernador, “los que no colaboraban tanto eran los delegados” por lo que “hubo que proceder a un saneamiento”, en una clara muestra de la confusión entre ambas parcelas (entrevista SEFT, 13-12-2012). P. López Rodríguez, (1998) 459-460. J. Ponce Alberca y C. Sánchez Fernández (2013), 7-22. 62 LV, 5-7-78. La explicación de Risueño sobre la nula militancia ucedista en 1977 resulta interesante: UCD no inscribía militantes porque la mayoría de los españoles no militaban en ningún partido y sería esa mayoría la que elegiría centro (LV, 19-5-77). 63 José Luis Moreno, SEFT, entrevista 15-5-12. 64 José Escobar, SEFT, entrevista 13-12-12.

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un tejido social dominado por la izquierda a través de la secretaría de organizaciones cívicas, de comunidades y barrios. Sin embargo no se llegó en Albacete a descender a esos niveles, existiendo una notable separación entre la acción ciudadana y la política65. Las diferencias ideológicas en el seno de la organización son reconocidas por todos nuestros entrevistados, que las identifican con la causa y origen de la desaparición de UCD. Con todo lograron aglutinar un electorado e incluso una militancia que se va a identificar con ese centro que decía representar UCD. Pero regresando a las diferencias ideológicas, el partido en la provincia quedó muy pronto atravesado por una problemática aparentemente similar a la experimentada en otros niveles de la organización, y que se resume, en nuestro caso a una pugna soterrada entre facciones, una más liberal representada por Ruiz Risueño, y otra más democratacristiana que acabó encabezada por Moreno y Arce. Aunque como apunta Moreno en su testimonio, la teórica pugna ideológica debe tomarse con cautela pues las relaciones y votaciones internas se envenenaron por una diversidad de factores, ambiciones, rencores y lealtades no siempre relacionados con una ideología por otro lado bastante poco definida incluso entre los líderes. La descomposición llegó incluso hasta el recién creado entramado local del partido, en el que documentamos indisciplinas y desacuerdos públicos que se tradujeron en dimisiones, renuncias y algún caso de transfuguismo. El ambiente se enrareció hasta el punto de que el secretario provincial dimitió despidiéndose con una dura misiva en la que expuso con crudeza el ambiente degradado por las discrepancias y luchas internas que estaban destruyendo el partido66.

65 “había gente que ayudaba a preparar las campañas (…) pero [no hubo] nunca una secretaría dedicada a asociaciones y barrios”, José Escobar, SEFT, entrevista, 1312-12. 66 S. Molina García (2015) (en prensa). LV, 7-9-80.

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5. Conclusiones A pesar de encontrarnos en una fase casi inicial de la investigación, el análisis de los tres casos planteados nos revela en primera instancia la escasa iniciativa local para la organización de estructuras políticas que, salvo en el caso del PCE, tuvieron que ser impulsadas desde las matrices. Comunistas y socialistas se lanzaron a la configuración de organizaciones clásicas de partido, concebidas en torno a una militancia organizada y una sede, desde las cuales dar forma a sus proyectos políticos. Paradójicamente fueron derrotados electoralmente por un partido sin organización de base. Con la excepción, y solo parcial, del PCE, estamos ante organizaciones levantadas por individuos sin experiencia de ninguna clase, con pocos medios materiales al margen de los personales, y grandes dosis de voluntarismo. Todos, y en mayor medida los más exitosos electoralmente, se convirtieron rápidamente en máquinas de conquistar votos. Toda su política de reclutamiento y organización se dirigió, o acabó haciéndolo, hacia ese fin, dejando en posiciones secundarias la ideología o la difusión de una cultura cívica y democrática. Determinados tipos de funcionarios, especialmente en el mundo rural, sirvieron perfectamente para ese objetivo. Por último todos se vieron afectados por la decepción y la crisis prematura. El PCE por sus resultados electorales y la división que introdujo en la organización la línea política de la secretaría general. El PSOE con el desplazamiento de los liderazgos fundacionales por antiguos adversarios. Y UCD por las contradicciones internas de un partido sin identidad.

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Capítulo 8

Empresarios, académicos e intelectuales Las voces civiles de la dictadura en la prensa enscrita del “gran concepción” de Chile, 1973-1980 Danny Gonzalo Monsálvez Araneda Universidad de Concepción

1. Introducción Durante los últimos años1 y a la par del avance y consolidación de la Historia Reciente en América Latina y Chile2, ha ido adquiriendo fuerza la denominación dictadura cívico-militar para referirse al régimen autoritario chileno que encabezó durante 17 años el general Augusto Pinochet. Dicha denominación, controversial y debatible por cierto, tiene como objetivo adentrarse en el estudio y análisis sobre la participación que tuvieron los actores civiles durante la dictadura chilena. Pero dicha colaboración, no se reduce o circunscribe solamente a los años de régimen autoritario; sino más bien, lo civil busca situar el papel que desempeñaron estos sectores, léase grupos, personas y asociaciones, tanto en la gestación y apoyo para el derrocamiento del gobierno del presidente Salvador

1

El presente artículo se enmarca en el proyecto Fondecyt de Iniciación número 11150122 “Los inicios de la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet en un espacio local. El “Gran Concepción”: violencia política, control social y espacios de resistencia, oposición y denuncia contra el régimen, 1973-1980”.

2

Al respecto véase: F., Marina y F. Levín (2007); G. Águila (2012); M. López, C. Figueróa y B. Rajland, Beatriz (2010); P. Flier (2014). Para el caso chileno véase D. Monsálvez (2016), 111-139.

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Allende (1970-1973), la participación que tuvieron sectores civiles en la propia dictadura y de aquellos civiles que tras el término del régimen se han encargado de defender y preservar el legado institucional y económico del régimen3. En vista de lo anterior, el presente artículo tiene como objetivo central entregar una mirada de conjunto sobre la segunda de las etapas señaladas en líneas anteriores; es decir, identificar y caracterizar aquellos sectores y actores de la sociedad civil que tras el golpe de Estado de 1973, simpatizaron con la dictadura, apoyaron sus medidas y contribuyeron desde sus particulares realidades a legitimar el derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular y la concerniente instauración de la Junta Militar, concretamente desde el golpe militar de 1973 hasta la aprobación de la Constitución en septiembre de 1980. Para aquello, abordaremos tres actores del mundo civil, los cuales se puede agrupar en dos categorías. En primer lugar el discurso de las “elites económicas” o empresariales de la zona del Gran Concepción de Chile, y en segundo lugar el rol desempeñado por el mundo universitario, léase algunos académicos e intelectuales de la zona, los cuales no escatimaron esfuerzos en avalar las acciones que emprendió la dictadura con tal de avanzar en su proyecto hegemónico. Todo lo anterior encontró amplia cabida y espacio en la prensa escrita del Gran Concepción de Chile. Escenario no menor, más aun cuando tras el golpe de Estado, la dictadura de Pinochet procedió a la clausura de medios, otros fueron intervenidos y algunos decididamente se pusieron al servicio del nuevo proceso de cambios que comenzaba a experimentar el país. En consecuencia, nos interesa entregar algunos derroteros que permitan al lector ir desentrañando ciertos elementos claves que estuvieron presentes al momento del golpe de Estado en Chile y en los primeros años de la dictadura, como fue el papel legitima-

3

Un trabajo que aborda la participación de los civiles en el régimen de Pinochet se puede ver en: P. Rubio (2013); V. Muñoz (2016).

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dor que cumplieron sectores civiles de la sociedad a través de las páginas de la prensa escrita de una zona en particular, como fue el caso del Gran Concepción de Chile4, que hasta el 11 de septiembre de 1973, había desarrollado una intensa actividad política y social, vinculada mayormente al mundo de la izquierda chilena y donde la presencia de centros obreros industriales y de una comunidad estudiantil universitaria habían sido muy significativos.

2. Lo civil de la dictadura chilena El año 2013, se cumplieron 40 años del golpe de Estado en Chile. En la ocasión, el entonces presidente de la República, Sebastián Piñera aludió a los “cómplices pasivos” del régimen de Pinochet5. ¿A qué se refirió Piñera con aquello?, específicamente al papel desempeñado por algunos actores civiles del período militar, los cuales por acción u omisión hicieron muy poco o nada en la defensa de la sistemática violación de los derechos humanos ocurridas en dictadura. El poder judicial (jueces), medios de comunicación, dirigentes y partidos políticos vinculados a la derecha chilena y algunos grupos nacionalistas, fueron sindicados como los cómplices pasivos a los cuales aludió el mandatario chileno. Personas, grupos o sectores civiles que en su momento empatizaron, respaldaron y justificaron las acciones de fuerza, violencia y medidas administrativas que llevó adelante la dictadura; sin embargo, aquello no se explica sin retrotraerse a la coyuntura 1973, momento en el cual,

4

El Gran Concepción es aquella conurbación urbana constituida por la ciudad de Concepción como centro direccional de operaciones públicas y privadas; el complejo portuario industrial siderúrgico y petroquímico Talcahuano-San Vicente; Penco y Lirquén como espacios tradicionales de la loza y el vidrio; Chiguayante como centro textil. A lo cual se agrega en el extremo norte de esta conurbación el tradicional e histórico centro textil de Tomé y en el extremo sur, las localidades de Coronel y Lota, como ciudades del carbón, en: H. Hernández (1983).

5 Al respecto véase: http://www.latercera.com/noticia/politica/2013/08/674540379-9-pinera-y-los-40-anos-del-golpe-hubo-muchos-que-fueron-complicespasivos.shtml.

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determinados grupos de la sociedad, vieron con beneplácito la llegada de los militares al poder. Desde el inicio del gobierno de la Unidad Popular en 1970, importantes sectores políticos, sociales, gremiales y empresariales emprendieron toda una campaña de críticas, ataques y férrea oposición contra la gestión del presidente Salvador Allende. El paso siguiente fue articularse para provocar su derrocamiento6. En aquel objetivo todos los caminos fueron legítimos, desde la oposición por vías institucionales y legales, pasando por acciones de sabotaje, hasta reuniones de carácter conspirativas. En dicho escenario, tres fueron principalmente los actores civiles que desempeñaron un papel central en la oposición y desestabilización del gobierno de la Unidad Popular. En primer lugar, los grupos empresariales liderados por Orlando Sáenz. Tal como señaló en una entrevista, desde el año 1972, la Sociedad de Fomento Fabril (liderada por Sáenz) decidió emprender una lucha directa con el gobierno de Salvador Allende, hasta derrocarlo7. El segundo de los actores fue diario El Mercurio y su dueño Agustín Edwards Eastman. Dicho medio cumplió un papel central como dispositivo de difusión de las ideas neoliberales en Chile y la defensa del mundo empresarial, gremial y de la propiedad privada. De ahí entonces que el golpe de Estado y la instauración de la Junta Militar “encabezada por Augusto Pinochet era su propio gobierno al que había contribuido a promover para que pusiera orden en el país tras los turbulentos, y para él amenazantes, mil días de la Unidad Popular”8. Y un tercer actor civil, pero con una fuerte presencia y vínculos en el terreno político fue el movimiento gremial liderado por el entonces joven abogado Jaime Guzmán Errázuriz9 y el Frente

6

Véase entre otros: L. Mazzei y D. Monsálvez (2014), 91-106; C. Opazo y A. Uribe (2001); C. Basso (2013) y T. Harmer (2013).

7

Diario El Mercurio, domingo 29 de septiembre de 2002, p. D 18. Sobre el papel de los gremios y empresarios durante la Unidad Popular y los primeros años de la dictadura, véase: G. Campero (1984).

8

M. O. Monckeberg (2009).

9

Al respecto véase V. Valdivia (2006 y 2008).

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Nacionalista Patria y Libertad encabezado por el abogado Pablo Rodríguez Grez10. Estos grupos y actores, sumados a otros, cumplieron un rol fundamental en aquello que la periodista Mónica González ha denominado y descrito como “La Conjura”; es decir, el trabajo desarrollado por el gobierno de Estados Unidos, la derecha política chilena, grupos nacionalistas y sectores civiles con el objetivo de buscar el derrocamiento de Allende y su gobierno11.

3. Lo civil de la Dictadura a nivel del gran concepción de Chile. Gremios y empresarios En trabajos anteriores hemos abordado la importancia que tuvo la prensa escrita del Gran Concepción de Chile a la hora de legitimar el golpe de Estado de 197312. En aquel proceso, las editoriales de los diarios de la zona, El Sur, Crónica y El Diario Color, así como los columnistas que allí tenían tribuna, desempeñaron un papel primordial en cuanto dar sustento histórico, legal y propagandístico a la acción que llevaron adelante las Fuerzas Armadas a contar del 11 de septiembre de 1973. Pero la prensa del Gran Concepción de Chile también cumplió otro objetivo, el cual consistió en dar cabida a determinados actores civiles de la época que expresaron su anuencia, congratulación y genuflexión ante el poder militar. Allí es posible de situar a gremios, empresarios, académicos e intelectuales locales. Por ejemplo, la elite económica, el mundo gremial y empresarial local no sólo apoyaron el derrocamiento de Salvador Allende por temas de afinidad política con la derecha chilena o incluso con la Democracia Cristiana. La llegada de los militares al gobierno significó restituir un orden social que se había trastocado, no solo

10 J. Díaz (2013 y 2015). 11 M. González (2012). 12 D. Monsálvez (2015).

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por las políticas sociales y económicas del gobierno de la Unidad Popular, sino también por el clima de desorden, conflicto y violencia que se vivía, el cual se reflejaba por ejemplo en el desabastecimiento de productos básicos y los enfrentamiento en las calles de las principales ciudades del país, y de lo cual, según estos sectores, el gobierno de Allende era el responsable. En aquel contexto, uno de los primeros testimonios de apoyo y respaldo hacia las Fuerzas Armadas fue de la Presidenta de Comité de Damas de la Cámara de Comercio Minorista de Concepción, la cual publicó una columna en diario El Sur bajo el título “Misión patriótica”. En aquella columna la señora Violeta de Munill, daba gracias a Dios y a las Fuerzas Armadas por un despertar más agradable aquel martes 11 de septiembre de 1973. Específicamente por rescatar a Chile de las garras de la dictadura marxista y por devolver a los chilenos un país libre13. Las expresiones de la señora Munill, fueron la antesala de lo que vendría más tarde, el apoyo y adhesión que entregaron los gremios y empresarios del Gran Concepción de Chile a la Junta Militar. En ese aspecto, una de las primeras instancias de respaldo se desarrolló a través de dos iniciativas. La primera de ellas fue la denominada “Campaña de la carta” ¿en qué consistió aquello?, de acuerdo a lo expresado por diario Crónica de Concepción, se trataba de enviar o hacer llegar una misiva a algún amigo o pariente que estuviera en el extranjero, y al cual se le contara “la verdad” de lo que había pasado en Chile, para de esa forma cooperar “a mejorar la imagen mañosamente deteriorada que presenta nuestro país hacia los países vecinos”14. Quien se hizo parte de este llamado fue el Comando Multigremial de la cuenca del Biobío y la Corporación Industrial para el Desarrollo Regional del Bío-Bío (CIDERE Biobío). Esta última despachó diversas cartas a las Corporaciones Industriales del

13 Diario El Sur, martes 18 de septiembre de 1973, p. 3. 14 Diario Crónica, lunes 15 de octubre de 1973, p. 2.

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Mundo, explicando “la verdad de lo ocurrido en Chile”15. Así, el objetivo de la citada “Campaña de la carta” no era otra —según sus promotores y seguidores— que contrarrestar la “propaganda marxista” internacional. Una segunda iniciativa fue el llamado que realizó la Junta Militar “al pueblo de Chile a aportar días de sueldo, alhajas y joyas para cooperar económicamente a la reconstrucción del país”16. Un día después del golpe de Estado y hasta fines de 1973, la prensa escrita del Gran Concepción difundió de manera constante y profusa las donaciones y aportes que se realizaron para el denominado proceso de “Reconstrucción Nacional”17. Entre quienes concurrieron con su aportación podemos señalar al Rotary Club, Club de Leones, los Multigremios de la cuenca del Biobío, industriales panificadores, la Directiva del Comité de Damas de la Cámara de Comercio Minorista de Concepción; es decir, espacios de sociabilidad desde donde ser ejerce poder e influencia18. Tal y como habíamos señalado en pasajes anteriores, el respaldo de los empresarios locales a la dictadura, también tuvo como telón de fondo aprovechar las transformaciones económicas que la Junta Militar impulsó, las cuales se enmarcaron en la implementación del proyecto neoliberal19. Ya a comienzos de 1974, se señalaba a través de la páginas de diario El Sur que la tarea del gobernante consistía en gobernar, el empresario tenía que producir y el estudiante universitario sólo estudiar. Así “Cuando Gobierno, Universidad y Empresa marchan en franca unión respetando las actividades de cada sector, se empezará a sentir un progreso verdadero y firme en nuestros países”20.

15 El Diario Color, viernes 26 y domingo 28 de octubre de 1973, pp. 4 y 7. 16 República de Chile. Junta de Gobierno. Secretaría General de Gobierno, Acta número 5, 19 de septiembre de 1973. 17 Diario El Sur, septiembre a diciembre de 1973. 18 El Diario Color, 14 al 18 de octubre de 1973. 19 R. Ffrench-Davis (2008) y M. Gárate (2012). 20 Diario El Sur, lunes 22 de abril de 1974, p. 12.

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Los empresarios del Gran Concepción estaban organizados básicamente en dos instancias. Por una parte la Cámara de la Producción y del Comercio de Concepción21 y por otra la Corporación Industrial para el Desarrollo Regional del Biobío (CIDERE Biobío)22, la cual reunía a los principales industriales de la zona. Durante el último año de gobierno de la Unidad Popular, estos sectores habían venido expresando de manera reiterada sus discrepancias con la conducción económica de la administración de Allende y por otra, su rechazo a las tomas y ocupaciones de industrias, fábricas y empresas por parte de militantes, dirigentes, activistas y personeros de la izquierda. Asimismo, la Cámara de la Producción había manifestado su apoyo y los servicios de prensa con los cuales disponía la organización para respaldar la acción que llevaban adelante los diversos gremios del transporte que se encontraban en paro y movilización contra el gobierno socialista23. Tras el golpe de Estado, y puesta en marcha el proceso represivo y de disciplinamiento social, el mundo empresarial local, vio propicio el escenario, no sólo para recuperar la tranquilidad y el orden amenazado por las políticas de la Unidad Popular, sino también para avanzar en la concreción de algunos de sus proyec-

21 La Cámara de la Producción y del Comercio de Concepción (CPCC) es una asociación empresarial independiente, que reúne a una parte importante de la actividad industrial y de servicios, en su mayoría localizada en la Provincia de Concepción. El foco de atención gremial está puesto en la promoción del desarrollo productivo regional, con especial énfasis en el impulso de la actividad empresarial para contribuir al fortalecimiento del sector privado como factor determinante para el bienestar de la Región del Biobío. Fuente: Presentación Cámara de la Producción y del Comercio de Concepción, http://www.cpcc.cl/presentacion/. 22 CIDERE Biobío, es una Corporación de derecho privado, sin fines de lucro, cuya finalidad es promover en forma integral y en todos sus aspectos, el desarrollo de la zona geográfica formada por las provincias de Arauco, Bío Bío, Concepción, Malleco y Ñuble. Esta Corporación lleva más de 40 años impulsando la innovación y el emprendimiento en la región del Bío Bío, a través del patrocinio y/o financiamiento de proyectos innovadores y a través del desarrollo de distintas actividades que estimulan el emprendimiento. Fuente: CIDERE BÍO BÍO. Quiénes Somos. “Antecedentes Estatutarios” http://www.ciderebiobio.cl/quienes_somos.html. 23 Cámara de la Producción y del Comercio de Concepción, Acta de la Asamblea General Extraordinaria de Socios, 14 de agosto de 1973, pp. 73-74.

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tos económicos. Un ejemplo de aquello fue el Banco de Fomento Regional del Biobío. Este pionero proyecto bancario, tuvo en el propio Augusto Pinochet uno de sus mayores respaldo. Para la elite económica y empresarial del Gran Concepción, la apertura comercial que impulsó la dictadura a través de la imposición del proyecto neoliberal, creaban las condiciones para que el anhelado proyecto del Banco se convirtiera en realidad. Fue así como transcurrido unos meses después del golpe de Estado, los sectores empresariales de la zona, léase la Cámara de la Producción y del Comercio de Concepción, Consejo Regional de la Cámara Chilena de la Construcción, el Consejo Provincial de Concepción de la Confederación Nacional de Sindicatos de Dueños de Camiones, la Sociedad Agrícola del Sur y, por último, la Universidad de Concepción a través de su Rector Delegado, impulsaron con fuerza la concreción de esta institución24. Incluso el propio Augusto Pinochet y la Junta Militar prestaron su respaldo a esta iniciativa, siempre y cuando fuese de carácter privado, consecuentemente con los lineamientos económicos que planteaba la dictadura. Fue así como el propio Pinochet llegó hasta la ciudad de Concepción para dar la partida oficial al Banco de Fomento25. La presencia del dictador constituía un respaldo, no sólo a un determinado proyecto privado, sino también a quienes lo impulsaban, le élite económica local. De ahí el compromiso de este sector con el proyecto neoliberal a nivel del Gran Concepción. Pero en aquella tarea, no estuvieron solos, fueron acompañados de dos actores fundamentales. Por una parte el referido diario El Sur y su papel de órgano de difusión de las ideas neoliberales a nivel local y por otra, el apoyo y asesoría prestada por la Universidad de Concepción, tercera universidad del país y la más importante del sur de Chile26, la cual tras el golpe de Estado, sufrió un cambio radical en cuanto su gestión institucional.

24 D. Monsálvez y L. Pagola (2014), 51. 25 Diario El Sur, lunes 16 de junio de 1975, portada. 26 D. Monsálvez y L. Pagola (2015), 69-85.

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Los apoyos de sectores gremiales y empresariales se volvieron a manifestar a propósito de la consulta que realizó el régimen el año 1978. Lo anterior a consecuencias de las condenas internacionales que había realizado la Organización de Naciones Unidas (ONU) por la violación de los derechos humanos en Chile. Ante ese escenario, Pinochet y la Junta Militar resolvieron llamar a una consulta para que los ciudadanos se manifestaran ante la siguiente afirmación: Frente a la agresión internacional desatada en contra de nuestra Patria. Respaldo al presidente Pinochet en su defensa de la dignidad de Chile y reafirmo la legitimidad del gobierno de la República para encabezar soberanamente el proceso de institucionalización del país: Sí-No”27.

El comercio y los gremios dieron muestra de un amplio respaldo a la opción Sí. René Labbé, presidente del registro de Comerciantes e industriales manifestó “que los gremios del comercio dejamos en claro nuestra posición irrestricta de apoyo al Gobierno”28, mientras que la citada Violeta de Munill nuevamente expresaba, en representación del comité regional de Comercio, su apoyo a la dictadura, señalando que el día 4 de enero apoyarán la opción Sí29. Finalmente, los gremios de la octava región del Biobío entregaron su adhesión a la consulta nacional a través de una inserción a página completa en diario El Sur. Allí manifestaron que “Los injustos ataques internacionales encuentran a un país unido en defensa y soberanía. Chile es y será RESPONSABILIDAD DE LOS CHILENOS. —Por eso decimos SI a la Patria—.”30.

27 A. Cavallo, M. Salazar y O. Sepúlveda (1989). 28 Diario Crónica, martes 3 de enero de 1978, p. 8. 29 Diario El Sur, miércoles 4 de enero de 1978, p. 4. 30 Diario El Sur, martes 3 de enero de 1978, p. 13.

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4. La connivencia entre Universidad (intervenida) y Dictadura: académicos e intelectuales La acción militar del martes 11 de septiembre de 1973, también requirió del respaldo de académicos e intelectuales, algunos desde el mundo universitario y otros desde diversos espacios de la sociedad civil. Estos se encargaron de entregar algunos fundamentos legales, históricos y hasta propagandísticos que respaldaran la intervención militar de 1973. Durante los primeros años de la dictadura, fue posible de observar en la prensa escrita local, un sinnúmero de loas y escritos de difusión a favor de la intervención militar. Básicamente eran columnistas que sin tapujo colaboraron en la transmisión y reproducción de informaciones que emanaban desde el régimen, tanto para defender y respaldar las medidas que la Junta Militar y las Fuerzas Armadas impulsaban, como esbozar criticar y hasta denostar a los personeros, dirigentes, militantes y adherentes de la izquierda. Por otra parte, podemos situar las editoriales de los periódicos, las cuales se encargaron de legitimar lo que en la época denominaron el “pronunciamiento militar”31. Cabe recordar que de los tres periódicos vigentes al momento del golpe militar, dos de ellos habían mantenido una postura de crítica y oposición hacia la Unidad Popular, léase El Sur y Crónica (perteneciente a la misma empresa), mientras que El Diario Color, había sido un medio vinculado a la izquierda (socialistas y comunistas), sin embargo, tras el 11 de septiembre, sufrió la intervención militar, siendo designado un nuevo director. De ahí en adelante y hasta su desaparición en 1976, El Diario Color se transformó en un periódico al servicio de la dictadura. Para el caso de las universidades, tras el golpe de Estado, la Junta Militar y los civiles que la apoyaban, señalaron que éstas habían perdido su esencia de ser centros de pensamiento, reflexión y formación de profesionales, para convertirse en espacios donde

31 D. Monsálvez (2015).

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se practicaba el proselitismo político, una concientización política al servicio del marxismo y la politiquería a nivel de participación estudiantil y académica. Todo ello había alterado su condición de instituciones académicas; por lo tanto, lo que correspondía era proceder a su intervención para llevar adelante un proceso de orden y disciplina interna, en palabras de la época, de “normalización”, y para aquello se hacía necesario su inmediata reorganización, designando Rectores Delegados, con todas las atribuciones que corresponden a las máximas autoridades de dichas universidades32. El objetivo de aquella determinación, era “sanear” totalmente la administración de los planteles universitarios, persiguiendo —en palabras de las nuevas autoridades— a todos aquellos elementos marxistas y/o extremistas que se encontraran en su interior33. La Universidad de Concepción no estuvo exenta de aquello. La dictadura procedió a designar (al igual que en las otras casas de altos estudios del país) un Rector Delegado de absoluta confianza de la Junta Militar. Guillermo González Bastias fue el elegido. Su gestión comenzó en octubre de 1973 hasta el primero de julio de 1975. González era un ex capitán de navío y funcionario administrativo de la Universidad; asimismo, había presidido la asociación del personal universitario desde agosto de 1973. A partir de esa fecha la Universidad de Concepción estuvo en connivencia con el proyecto refundacional de la dictadura. Se procedió a designar nuevas autoridades internas (Vicerrectores, Secretario General, Decanos, Directos de Departamentos, Escuelas y personal administrativo), se llevó a cabo una nueva etapa de matrículas, y además, se impulsó un proceso de depuración interna, exonerando y expulsando a todas aquellas personas que habían tenido o tenían un vínculo con el depuesto gobierno de la Unidad Popular o con la izquierda chilena. Si bien al interior de la institución continuaron personas que se identificaban con la izquierda, el costo de

32 Decreto Ley Número 50, en: 100 primeros decretos leyes. Santiago, Editorial Jurídica de Chile, 1973, p. 109. 33 República de Chile. Junta de Gobierno. Secretaría General de Gobierno, Acta número 11, 28 de septiembre de 1973.

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permanecer implicó durante un buen tiempo la autocensura, mantenerse en silencio y restarse de todo tipo de actividad o reunión que significara constituirse en un peligro para las nuevas autoridades o la “seguridad interior del país”34. Así, la Universidad se puso al servicio del discurso refundacional del régimen. Por una parte, exonerando a un importante número de académicos y por otra apoyando las políticas de normalización que buscaba llevar adelante la dictadura tanto a nivel universitario, como del país. Para los 55 años de vida de la casa de estudios, el entonces Rector Delegado expresaba que desde que asumió el cargo, “se ha realizado un arduo proceso de reconstrucción y restauración de los valores esenciales de la vida universitaria, debilitados por influjos extranjerizantes y costumbres indeseables”35, en clara alusión al periodo que va desde la puesta en marcha de la reforma universitaria de 1968 hasta la intervención militar de 1973. En aquella tarea restauradora y compromiso con el régimen, es posible apuntar el trabajo desempeñado por algunos académicos universitarios, aquí podemos citar por ejemplo al abogado Sergio Carrasco Delgado, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Concepción, el cual transcurrido un mes de la intervención militar, a través de las páginas de diario El Sur, desarrolló algunas ideas relativas a la tarea de gobernar y sobre el pensamiento de Diego Portales36. Entre las cuales se puede señalar la idea de un gobierno impersonal, probidad administrativa, criterio nacionalista, realismo político y espíritu creador. En otras palabras, Carrasco, recogiendo lo que había sido el denominado “periodo portaliano” de la historia de Chile (1830 a 1860), planteó que los “grandes

34 D. Monsálvez (inédito). 35 “55 años de la Universidad de Concepción, 1919-1974. Concepción, Imprenta Universidad de Concepción, 1974, p. 10. 36 Diego Portales Palazuelos, fue un comerciante y político chileno que en 1830 ocupó el cargo de Ministro del Interior, de Relaciones exteriores y de Guerra y Marina. La historiografía conservadora en Chile ha señalado que Portales fue el constructor del Estado o el organizador de la República a contar de 1830. Sobre su controversial figura véase entre otros: A. Edwards (1952); S. Villalobos (1989) y A. Jocelyn-Holt (1997).

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principios” del Ministro Portales “debe aplicarse a una realidad de hoy, que por cierto es substancialmente diferente a la de comienzos de siglo XIX”; no obstante aquello, la Junta Militar de Gobierno debe construir una nueva institucionalidad centrada en aspectos tales como el predominio de la autoridad, con criterio nacionalista, donde lo técnico esté sobre lo ideológico y en el cual los gremios cumplan un papel central37. Años más tarde y a consecuencia del plebiscito nacional para aprobar la nueva Constitución política del año 1980, Carrasco nuevamente escribió tres columna en diario El Sur. Las primeras de ellas sobre el régimen constitucional chileno38 y la última sobre los textos constitucionales chilenos39. En ellas describe la evolución constitucional chilena, deteniéndose en las etapas que ha debido transitar la Constitución impulsada por la Junta Militar desde el año 1973 a la fecha (1980)40. Uno de los casos más emblemáticos de la participación de académicos e intelectuales que respaldaron las acciones de la dictadura, fue la llegada a la Universidad de Concepción del joven economista Joaquín Lavín Infante. Lavín, vinculado al movimiento gremial, había realizado sus estudios de economía en la Universidad Católica entre los años 1971 y 1975. Posteriormente en 1976 viajó a Estados Unidos para cursar sus estudios de postgrado en economía en la Universidad de Chicago. Regresó a Chile en 1979, momento en el cual fue designado para hacerse cargo de la Escuela de Economía de la Universidad de Concepción (estuvo hasta 1981). Desde allí, Lavín y los economistas neoliberales que lo rodearon fueron sentando las bases de una nueva forma de pensar la economía del país. Se realizaron seminarios, congresos, cursos

37 Diario El Sur, martes 23 de octubre de 1973, p. 5. 38 Diario El Sur, jueves 4 y viernes 5 de septiembre de 1980, p. 2. 39 Diario El Sur, lunes 8 de septiembre de 1980, p. 2. 40 Una detallada e interesante crónica que da cuenta del plebiscito del año 1980 en: C. Fuentes (2013).

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respecto a las bondades de la política económica del régimen y los beneficios que esta traería para el mundo empresarial41. En sus primeras declaraciones, Lavín expresó —entre otras cosas— que la Escuela de Economía de la Universidad de Concepción se debe convertir en “la autoridad” económica de la zona. Asimismo, formar buenos economistas y administradores que sean un aporte para el país y la región. En otras palabras la Escuela de Economía debe convertirse en una empresa que produzca ingenieros comerciales que sean buenos y que el mercado los acepte. Para aquello se requiere elevar el nivel académico de la Escuela, contratando profesores de buen nivel42. El mismo Lavín, escribió una columna en las páginas de diario El Sur, señalando los beneficios que a la fecha (1979) había traído la “Economía de mercado” para Chile. Entre otras cosas, el joven “chicago boys” señaló que el golpe de Estado de 1973, había significado no sólo un cambio de régimen político-institucional, sino también, y quizás, el cambio más revelador, “el fin de los esquemas socialistas en el campo económico-social” y aquello había significado para el país, no sólo la reducción de la inflación y el equilibro en la balanza de pagos; sino también, la apertura de la economía chilena a los mercados mundiales, “disminución del tamaño y el poder del sector público” y la reafirmación de la propiedad privada, iniciativa individual, la liberación de los precios en el cual el mercado juega un rol central. Para Lavín Infante, estos cambios impulsados por el régimen, han significado “una verdadera revolución”, en la cual hemos pasado “de un país estatista de ciudadanos acostumbrados a vivir al amparo del paternalismo y favores estatales, en un país de consumidores y productores”43.

41 D. Monsálvez y L. Pagola (2015), 77-78. 42 Diario El Sur, lunes 13 de agosto de 1979, p. 5. 43 Diario El Sur, lunes 24 de septiembre de 1973, p. 2.

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5. La Universidad de Concepción dicen SI a la “Constitución de la libertad” (1980) Los primeros días de septiembre de 1980, Jaime Guzmán Errázuriz, señalaba en entrevistas a diario El Sur que los chilenos tenían que respaldar y aceptar la Constitución de 1980 con sus virtudes y sus defectos44. Para el principal intelectual orgánico de la dictadura, la aprobación de la Constitución, significaba uno de los momentos más trascendentales del régimen. Allí se consagraría gran parte de su proyecto hegemónico. El cual en su obra gruesa permanece hasta nuestros días. Para el entonces Secretario Regional de Gobierno, y también académico de la Universidad de Concepción Patricio Lynch Gaete, “la aprobación de la nueva Constitución significa comprometerse con la democracia como un medio para alcanzar la armonía de un cuádruple objetivo: la libertad, la seguridad, el progreso y la justicia social”. Sobre la libertad de prensa e información que existente en Chile, Lynch agregó que en el país existe “la más amplia libertad de información”, al punto que aquellos sectores minoritarios, que intentan confundir la opinión del pueblo, han tenido amplia publicidad en los medios45. Por aquellos días de agosto de 1980 y en plena campaña comunicacional de la dictadura para apoyar la nueva Constitución, varias inserciones y amplios respaldos (firmas) eran posibles de observar a través de diario El Sur; así por ejemplo se cuenta una lista de

44 Diario El Sur, miércoles 3 de septiembre de 1980, p. 5 y sábado 6 de septiembre de 1980, p. 2. Sobre la figura y el pensamiento de Jaime Guzmán, véase entre otros: R. Cristi (2011); C. Gazmuri (2013); R. Cristi y P. Ruiz-Tagle (2014) y R. Cristi y C. Ruiz (2015). 45 Diario El Sur, lunes 8 de septiembre de 1980, p. 4. El año 1987 Joaquín Lavín escribió un libro titulado “Chile revolución silenciosa” en la cual da cuenta de los cambios positivos que ha traído para el país la implementación del neoliberalismo. Un año más tarde, el sociólogo Eugenio Tironi escribió a manera de respuesta al libro de Lavín “Los silencios de la revolución”. Texto en el cual expone la otra cara de las políticas neoliberales, específicamente aquellos que han sido excluidos del sistema o no han disfrutado los beneficios de la revolución de la cual habla Lavín.

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médicos que brindaba su apoyo al plebiscito y la opción Sí. Mismo caso se podía apreciar en algunos profesionales de diversas actividades de la zona, quienes expresaban su público apoyo a la Constitución pinochetista. Entre esos apoyos, se encontraban académicos de la Universidad de Concepción, tales como Hernán Troncoso Larronde, Carlos von Plessing (quién además era vicerrector de la Universidad), Antonio Fernández y Mario Olavarría46. Sin embargo, lo más ilustrativo de la connivencia que existía entre el mundo universitario (sus autoridades) y el régimen dictatorial fue una extensa inserción que se publicó días previos al jueves 11 de septiembre de 1980 en diario El Sur. Esta tenía el siguiente titular: “La Universidad de Concepción dirá Sí al presiente Pinochet, porque acepta la propuesta para el plebiscito y respalda su gestión gubernativa”47. La inserción de cinco carillas a página completa incluía el nombre de académicos, funcionarios y alumnos que públicamente daban su consentimiento a la Constitución. Si bien, la inserción de apoyo puede parecer excesiva, no era de extrañar aquel público y masivo respaldo. Como hemos señalado en líneas anteriores, tras el golpe de Estado de 1973, las Universidades fueron intervenidas y sometidas a un estricto control y vigilancia interna. Por otra parte, un importante sector del personal universitario simpatizaba con las políticas de la dictadura, otros lo hacían por temor, miedo a represalias o perder el trabajo; además, la expulsión y exoneración de académicos posterior al 11 de septiembre de 1973, conllevó que llegaran (se contrataran) a la Universidad un importante número de docentes y administrativos partidarios del régimen, varios de los cuales actuaron como lisonjeros de la autoridad universitaria y local, otros como activistas del régimen y uno que otro de informante. De allí entonces, que no llame la atención el evidente y masivo apoyo que en 1980 entregara institucionalmente la Univer-

46 Diario El Sur, miércoles 3 de septiembre de 1980, p. 7 y domingo 7 de septiembre de 1980, p. 5. 47 Diario El Sur, domingo 7 de septiembre de 1980, p. 19.

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sidad de Concepción al llamado de la Junta Militar para votar favorablemente la nueva Constitución política. Más aún cuando quien estaba cumpliendo funciones de Rector Delegado en la Universidad era uno de los más fervientes partidarios del régimen y cercano al dictador Pinochet, nos referimos a Guillermo Clericus Etchegoyen. Éste, así como su personal de confianza, léase académicos, administrativos, incluso alumnos, desplegaron todo un dispositivo persuasivo y en no pocas ocasiones de presión para que el personal universitario firmaran el apoyo a la “Constitución de la libertad”. Al respecto, previo al plebiscito, es posible dar cuenta de algunos documentos, circulares e invitaciones a la comunidad universitaria en la cual el Rector Delegado de la Universidad de Concepción señalaba lo siguiente: Estaré representando a nuestra Casa de Estudios en el Acto Cívico en el cual la ciudadanía saludará a su Excelencia, el Presidente de la República, General Augusto Pinochet y a la Primera Dama de la Nación, Sra. Lucía Hiriart de Pinochet”.

Lo anterior con motivo de la visita que realizó el dictador a la zona, por tal motivo, Clericus extendió la invitación a dicha ceremonia “para que Ud., también, se sume a la representación de nuestra Universidad”48. Misma situación se repitió el mes de agosto, cuando nuevamente Pinochet visitó Concepción y el Rector Delegado asistió en representación de la Universidad. Incluso ese mismo mes el presidente de la Comisión de Estudios de la nueva Constitución, Enrique Ortúzar Escobar asistió a la Universidad de Concepción para ofrecer una clase magistral sobre el tema de la “Nueva Constitución Política de la República”49. Ocasión que no desaprovechó Clericus para invitar a la comunidad universitaria para que asistiera ha dicho acto.

48 “Invitación”, Concepción, mayo de 1980. Archivo personal. 49 Universidad de Concepción. Chile. “Clase Magistral ofrecida por Dn. Enrique Ortúzar Escobar”. Archivo personal.

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Pero sin lugar a dudas, uno de los documentos que mejor ilustra la connivencia y compromiso de la Universidad con la dictadura fue el llamado a apoyar la opción Sí a través de un texto en el cual se solicitaba colocar el nombre y la firma. En el encabezado de este documento se señalaba que ante la convocatoria realizada por “S. E. EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA, GENERAL DE EJERCITO, DON AUGUSTO PINOCHET UGARTE, LOS ABAJO FIRMANTES RECOGEMOS EL LLAMADO DE S. E. Y ASÍ COMO EL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1973, LAS FUERZAS ARMADAS Y CARABINEROS RESPONDIERON AL CLAMOR DE ESTE PUEBLO, EL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1980, ESTE MISMO PUEBLO, ASUME LA RESPONSABILIDAD SOBRE EL DESTINO DE LA PATRIA, APROBANDO CON UN GRAN ¡SI! LA CONSTITUCIÓN DE LA LIBERTAD”50.

Finalmente señalar que para votar solo se requería la cedula de identidad (los registros electorales habían sido destruidos por los militares tras el 11 de septiembre de 1973). El proceso estaba dirigido y coordinado por los municipios, siendo los presidentes de mesa designados por los respectivos alcaldes. Siendo los alcaldes designados por al presidente de la República (Augusto Pinochet), por lo tanto, eran funcionarios y operadores al servicio de la dictadura, por lo tanto, el control del proceso eleccionario distaba mucho de ser imparcial y transparente. De acuerdo a las informaciones de prensa, los resultados de la votación en Concepción fueron los siguientes: 154.663 votos 91.597 por la opción SI: 57.813 por la opción No 5.173 nulos51

50 Documento en Archivo personal. 51 El Sur, sábado 13 de septiembre de 1980.

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De esta forma y transcurridos 7 años desde el golpe de Estado de 1973, la dictadura cívico-militar chilena comenzaba a consolidar su proyecto hegemónico. Proyecto que entre otras cosas contó con la identificación y apoyo de gremios, empresarios, académicos e intelectuales del Gran Concepción de Chile.

6. Comentarios finales Durante los últimos años, los estudios sobre la dictadura cívico-militar chilena han ido en aumento. Desde el campo de la historia y de otras áreas de la humanidades y las ciencias sociales se busca abordar y dar respuesta a una serie de interrogantes y problemas que aún perduran en el tiempo y que dicen relación por ejemplo con la sistemática violación de los derechos humanos, la imposición del neoliberalismo, las transformaciones en las áreas de la salud, educación y trabajo y los cambios en los patrones culturales. A ello se puede agregar un aspecto que es transversal a los temas señalados en líneas anteriores y que dice relación con el papel que desempeñaron los civiles en el régimen de Pinochet. Hasta ahora, se conoce el papel que cumplieron sectores gremialistas y economistas neoliberales; sin embargo, no fueron solo aquellos quienes tuvieron directa relación con la dictadura. También es posible de situar a gremios, empresarios y personeros del mundo de la academia como actores centrales en cuanto identificación, apoyo y respaldo a las políticas impulsadas por la Junta Militar, no sólo circunscritas a la capital de Chile, Santiago, sino también en otros espacios del país, es el caso del Gran Concepción, zona situada a unos 500 kilómetros al sur de la capital y que contó con importantes actores civiles que empatizaron con el poder militar de turno y respaldaron a las Fuerzas Armadas en sus medidas. Gremios, empresarios, autoridades universitarias y académicos pertenecientes a la Universidad de Concepción fueron —entre otros— algunos de quienes se situaron del lado de la dictadura. Unos apoyando sus políticas económicas, otros su itinerario político-institucional y otros las medidas de fuerza. Lo cierto es que

233

desde el momento mismo del derrocamiento de Salvador Allende, estos civiles encontraron espacio y cobertura en la prensa escrita del Gran Concepción para entregar sus opiniones, puntos de vista y sobre todo el beneplácito con las nuevas autoridades del país. No se escatimó elogios para aplaudir y celebrar las disposiciones que se estaban implementando. El regreso al orden, el trabajo, la disciplina y la apertura comercial, el “saneamiento administrativo” eran motivos más que suficientes para estar alegres y optimistas con el régimen cívico-militar. Tras el golpe de Estado, en el Gran Concepción de Chile se articuló un dispositivo que permitió aunar tres actores claves del proceso: por una parte el mundo gremial-empresarial, por otra el campo de la académica (Universidad de Concepción) y tercero el rol desempeñado por diario El Sur como espacio de difusión de las nuevas ideas y punto de vista de las autoridades de la época. Estos tres sectores de la sociedad civil se constituyeron entre 1973 y 1980 en actores fundamentales de un espacio en el cual la izquierda o los partidarios del extinto gobierno de la Unidad Popular habían desempeñado una serie de políticas de transformación social, pero que tras el 11 de septiembre, fueron violentamente castigados, reprimidos y excluidos. De esta forma y mientras la represión se hacía presente sin contemplación, los actores del mundo gremial y empresarial, así como de la academia suministraron o promovieron apoyo a la dictadura o bien obtuvieron algún beneficio a cambio de respaldar su proyecto hegemónico. En otras palabras, el régimen autoritario era su propio régimen, por lo tanto había que respaldarlo o defender de una u otra forma. En Consecuencia, la historia del régimen encabezado por Augusto Pinochet, especialmente en los espacios locales o subnacionales aún está por escribirse y una forma de aproximarse a su estudio es analizar, por ejemplo, el papel que desempeñaron los diversos actores de la sociedad en el apoyo y sustento de una dictadura que desde el mismo 11 de septiembre de 1973, no sólo fue militar, sino también civil.

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Capítulo 9

Historia comparada de dos dictaduras: España y Chile Militares y civiles se reparten el poder Cristian Cerón Torreblanca Universidad de Málaga

1. Introducción El estudio plasma el análisis de la historia comparada entre dos dictaduras militares que, pese a coincidir brevemente en el tiempo y pertenecer a lugares geográficos muy distantes, tuvieron varios puntos en común producto de la gran admiración que los militares chilenos profesaban al régimen militar hispano que había sobrevivido durante décadas: mientras que otros gobiernos dictatoriales como el portugués o el griego no fueron capaces de resistir a la prueba del tiempo, sin embargo, el dictador Franco no sólo mantuvo el poder hasta su fallecimiento, sino que también intentó dejarlo todo atado para condicionar la vida de sus ciudadanos cuando él no estuviese: lo que no pasaría desapercibido para otros militares de otras naciones, como un gran ejemplo a seguir1. El poder militar que maneja al Estado y ocupa ampliamente el espacio público, además de ejercer la represión y violencia para imponer sus órdenes, requiere del saber hacer de los civiles para gobernar. De esta forma, el triunfo del terror, aunque es determinante en España y Chile, no es suficiente para conseguir la institucionalización, porque para lograr una mayor legitimación es imprescindi-

1

Trabajo presentado gracias a la ayuda de: Universidad de Málaga. Campus de Excelencia Internacional Andalucía Tech.

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ble contar con la ayuda de los civiles que comienzan subordinados al poder castrense, pero que van adquiriendo mayor cuota de poder a medida que pasan los años, y se van haciendo más necesarios para mantener ese dominio y defender el legado de la dictadura cuando el fin del régimen de paso a una nueva etapa. La comparación histórica nos deja conocer, analizar y resaltar los elementos comunes, las divergencias y las transferencias que se producen en ambos procesos dictatoriales, para comprender mejor el funcionamiento interno de ambas naciones y entender con mayor claridad cómo consiguen incorporar a miles de civiles a un proyecto de subordinación al poder militar2. Un régimen político es el resultado del equilibrio de fuerzas entre los grupos que forman una sociedad, así como de la correlación que se establece entre un conjunto de instituciones, el desarrollo de la economía, la cultura política, sus estructuras sociales o los valores defendidos por la mayor parte de los ciudadanos de un país. En España y en Chile los gobiernos militares tendrán un predominante tinte conservador que logrará imponerse a otras ideologías que pugnan por imponerse en su seno alejándolas de otros modelos que poseen una visión totalitaria o fascista con las que comparten ciertas similitudes; sin embargo, el control de la población, de la educación, de la vida profesional o familiar se logra mediante el apoyo imprescindible del ejército y de la iglesia, lo que no imposibilita que se articulen mecanismos para integrar a la parte civil en un partido único3. Fue así como sucedió en España, mientras que en Chile se valieron de otras agrupaciones políticas que fueron utilizadas como nexos de transmisión de unos regímenes que necesitan disponer de un apoyo y una aprobación social con el que auxiliarse a mantener el poder, así como también conseguir crear las condiciones que permitan defender buena parte de su legado cuando el dictador no esté y las condiciones políticas los transformen en democracias liberales4.

2

Harmut Kaelble (2010), 76.

3

Julio Gil Pecharromán (2013), 28-34.

4

Serge Berstein (1996), 100-104.

239

2. Franquismo y pinochetismo: frente a frente Cada sociedad y cada país construye su propio contexto social y, por tanto, tiene unas características que le son propias, fruto de sus procesos históricos y entornos geográficos en los que se desenvuelve, pero también es cierto que esa base sobre el que se basa su proyecto es producto de los vínculos, intereses o conocimientos de otras sociedades por las que ha surgido un especial interés5. En este trabajo vamos a profundizar en los puntos comunes de ambas dictaduras, especialmente en los que valieron de verdadera inspiración al régimen chileno tras comprobar su “eficacia” en la española y que lo convirtieron en una de las más feroces tiranías el siglo XX6. Lo vamos a hacer centrándonos en tres aspectos en los que los civiles tuvieron una gran importancia para consolidar a estos regímenes: el proyecto ideológico que lo legitima, la violencia política que lo sustenta y la incorporación a un gobierno cuyo poder adjudican las fuerzas armadas. En Chile los centros documentales de la Biblioteca y Hemeroteca Nacional, la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), o la Organización Internacional del Trabajo (OIT)7, nos han permitido el valioso acceso a documentos y bibliografía específica sobre los terribles años de la dictadura de Pinochet, enriqueciendo y sugiriendo nuevas líneas de investigación al estudio que sobre la dictadura franquista venía realizando8. El paralelismo de ambas dictaduras ayudará a entender mejor el papel y la importancia de los civiles bajo dictaduras, ampliando los roles de estos en toda una gama de posibilidades que van desde la complicidad al oportunismo, de la ingenuidad al encubrimien-

5

Shmuel Noah Eisenstadt (2010), 104.

6

León P. Baradat (2009), 242-244.

7

Quiero agradecer especialmente a la oficial nacional de información y gestión de la documentación de la OIT, Patricia Bustos, la amabilidad con la que fui recibido y su atenta profesionalidad para servir los documentos solicitados durante mi estancia.

8

Cristian Cerón Torreblanca (2007).

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to… hasta llegar a convertirse en verdugos9, cuando el compromiso con el régimen les une irremediablemente al destino de esta. Empezamos con la dictadura chilena, su proyecto ideológico buscó legitimidad en una corriente conservadora que entroncaba con la defensa que se hacía desde España del franquismo. Desde Chile, el sacerdote Osvaldo Lira, mediante las lecturas realizadas de autores como Ramiro de Maeztu o el Cardenal Gomá, extendió una idea de hispanidad con una perspectiva teológica que se opone a la identidad de una Latinoamérica unida defendida desde posiciones liberales y socialistas. De esta forma, además de ofrecer una base desde la que oponerse a la modernidad, podía explicarla desde la Universidad Católica de Santiago a los futuros políticos, dirigentes y empresarios del país, como efectivamente ocurriría10. Desde otros ámbitos, como el de la historia, el “pensamiento chileno franquista” fue enriquecido y desarrollado por el historiador y profesor universitario Jaime Eyzaguirre, quien hizo una férrea defensa del sistema estamental colonial americano, validando casi una prolongación del orden medieval cristiano que formaba parte de la hispanidad. Por ello, defendía la necesidad de enlazar el corporativismo y el liberalismo económico, como una forma de conseguir superar los problemas de la sociedad chilena. Estas ideas son las que el abogado Jaime Guzmán pudo escuchar de primera mano en la Universidad Católica, y que años más tarde le llevarían a fundar el movimiento gremialista en los años sesenta, es decir, a organizar al mediano y gran empresario para conseguir crear una base social conservadora que tendría una gran importancia para los militares, de tal forma, que se convertiría en el intelectual más influyente de la dictadura hasta los años 8011.

9

Tema complejo que ha sido tratado para el nazismo en obras que causaron gran polémica. Daniel Goldhagen (1997); Robert Gellately (2002). También la historiografía española lo ha tratado, como por ejemplo: Francisco Cobo Romero y María Teresa Ortega Lara (2005), 49-71.

10 Isabel Jara Hinojosa (2010. 11 Fernando Villagrán et al. (coord.) (2005), 16-17.

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Desempeñó una gran labor en la dictadura, dotando a los militares de unas ideas que fusionaban el pensamiento tradicional y las nuevas formulaciones neoliberales que empezaban a ponerse de moda en el sistema capitalista. Primero Comenzó como asesor político de unos principales militares de la Junta, el general Leight, para posteriormente serlo del general Pinochet12. Durante la elaboración de la nueva constitución que pretendía validar y consolidar el poder de la Junta Militar, defendió activamente el corporativismo social en las respectivas comisiones aunque, finalmente, le restaría eficacia a los gremios al alejarlos de las decisiones, muy especialmente las económicas. A pesar de ello, jugó un importante papel al mezclar ese corporativismo hispanista defendido por sus maestros chilenos y las elaboraciones realizadas desde la ciencia política por un franquismo que se presentaba desde el otro lado del charco como un modelo exitoso de institucionalización13. Y es que la dictadura de Pinochet sería junto a la brasileña los únicos regímenes en Iberoamérica que lograron establecer un grado de institucionalización. Los únicos que aprobaron una constitución y poseían unas normativas internas más o menos claras y “legales” dentro de la arbitrariedad que caracteriza a todo régimen autoritario. Fue así como la dictadura consiguió una cohesión interna y una estabilidad relativa, que le permitiría afrontar el proceso de transición a la democracia desde una posición de poder con la que influir considerablemente en las decisiones de sus adversarios políticos. Todo ello se pudo conseguir gracias al apoyo y colaboración organizada de importantes fuerzas civiles. Dichas fuerzas civiles participaron activa e interesadamente en la represión en sus diversas formas: trabajando directamente como delatores, infiltrados en la sociedad para vigilar las actitudes y comportamientos, torturadores o ayudando a los verdugos con sus conocimientos médicos o psicológicos, para sacar la información que los militares buscaban en los detenidos; falsificando certificados

12 Sergio Andrés Aedo Vázquez (2010). 13 Carlos Huneeus (2000), 54.

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de defunción o protocolos de autopsia que ocultaban la verdadera causa de las muertes; ofreciendo desde los medios de comunicación un lavado de imagen y una plena justificación a la represión; realizando extensas y trabajadas campañas de desinformación para respaldar al gobierno, como hicieron los diarios el Mercurio o La Segunda. Y es que la violencia tendrá un papel muy importante en ambas dictaduras. El uso de la violencia política y el ejercicio de la represión se convertirán, como en todo régimen antidemocrático, en una herramienta fundamental para conseguir mantener el poder en ambas dictaduras. En España, tras una brutal guerra civil el nuevo régimen triunfante inicia una dura represión hacia los vencidos que llenarán las cárceles españolas de presos políticos y, gracias a los consejos de guerras en los respectivos tribunales militares, eliminará físicamente a los que se oponen a ella14. Durante la posguerra, paralelamente se desarrolla una política económica autárquica que servía también para castigar y hundir a todos aquellos que habían defendido a la II República, mientras que la administración del estado era depurada para eliminar al máximo cualquier oposición a la dictadura15. Es así como la lucha armada que intentó derribar al régimen durante los primeros veinte años también fue derrotada en las ciudades con la utilización, el trabajo e implicación de una policía política, la brigada política social, y las fuerzas policiales; mientras, la guardia civil empleaba gran parte de sus esfuerzos en el campo español donde se encontraban las agrupaciones guerrilleras diseminadas por toda la geografía nacional. Y por supuesto, también se contaba con las centurias de la Falange para la represión y con las unidades del ejército para emplearse cuando la situación lo requiriese. Con todo ello, el régimen intentaba de esta forma conseguir aniquilar hasta la

14 El hispanista Paul Preston compendió buena parte de la amplia literatura sobre la represión en su obra: Paul Preston (2011). 15 Michael Richards (1999).

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raíz toda oposición al franquismo16, sin embargo, no llegaría a tener el monopolio de la violencia, como demostraban los atentados terroristas de ETA de los últimos años de la dictadura17. De esta manera, a la muerte del dictador Franco en noviembre de 1975, el régimen pudo presentarse como el ejemplo de una dictadura duradera y triunfante, capaz de mantener el control del aparato del Estado, que exterminó toda oposición mediante una feroz violencia, y una vez alejada de los duros años de posguerra protagonizaba un desarrollo económico que cambió la economía del país, transformándolo de un país precariamente agrario a uno industrial. Logros que no dejaban de recordar los defensores del régimen y que después retomaría el llamado revisionismo histórico durante el siglo XXI, para concluir que el balance de aquellos años no fue tan negativo18. Ésta valoración compartida plenamente por los militares chilenos en 1975 y refrendada con el envío de una delegación chilena encabezada por el propio Augusto Pinochet, en calidad de Presidente de la República de Chile, a los funerales de estado por el fallecimiento de Francisco Franco, cuando la mayoría de países democráticos delegaron esta misión protocolaria en sus embajadores. No ocurrió lo mismo con la proclamación del nuevo rey Juan Carlos I, en la que sí asistirían jefes de estado de las democracias occidentales. Por otro lado, y antes de empezar el análisis de la violencia desatada en Chile durante los años Pinochet, es importante resaltar que el uso de esta violencia política en la historia chilena no es una característica peculiar o aislada de la dictadura militar iniciada en 197319. Los cuerpos de seguridad y las Fuerzas Armadas ya habían hecho gala de una extrema crudeza mucho antes del golpe del once

16 Javier Rodrigo (2008). 17 Secundino Serrano (2001). 18 Un revisionismo histórico que ha sido analizado en: Enrique Moradiellos (2004); Francisco Espinosa (2005); Alberto Reig Tapia (2006); Cristian Cerón Torreblanca (2007a), 473-484. 19 Patricia Arancibia Clavel (2001), 12-20.

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de septiembre20. Así la policía chilena tenía por costumbre tortura a los delincuentes comunes en el circuito policial, judicial y carcelario, de esta forma, los actos violentos y represivos han estado presentes en muchas ocasiones a través de su historia. Tanto para castigar a ladrones, como para contrarrestar o promover alzamientos populares en contra de los estadistas de distintas épocas21. En 1891 las fuerzas militares lideradas por las fuerzas navales llevaron al país a una cruenta guerra civil que culminó con el suicidio del entonces Presidente chileno, José Manuel Balmaceda, y la consecuente persecución y linchamiento de sus partidarios y allegados. Tampoco el ejército de tierra dudó en volver sus armas contra la población civil y el emergente movimiento obrero, quedando en la memoria colectiva de los chilenos la Matanza de la Escuela Santa María de Iquique en 1907, donde se exterminaron más de 2000 personas, sin discriminación entre obreros, mujeres y niños22, algunas fuentes hablan incluso de que la fatal cifra supero los 3500 fallecidos. Por ello, como vimos antes, si bien la violencia política no era algo desconocido para la sociedad chilena, no se puede decir lo mismo de la ferocidad y crueldad que se desencadenó con el alzamiento militar. El once de septiembre de 1973 se destruyó una forma de estado, la que se inició en 1920, un periodo histórico forjado y modelado por sus fuerzas sociales, y sustituido por el Estado neoliberal del monetarismo, en el cual algunos investigadores ven al Estado oligárquico de 183323. Y fue desde ese mismo martes once de septiembre, que se puso en marcha el aparato represivo de este Nuevo Estado con una violencia a gran escala y de una enorme vileza. Los partes radiofónicos entre los militares y los dirigentes del golpe ponen de manifiesto la dureza y el exceso de celo para cumplir las ordenes al momento de

20 Hernán Vidal (2000). 21 Alfredo Jocelyn Holt Letelier (2001). 22 Sofía Correa et al. (2001). 23 Luis Corvalán Márquez (2000).

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llevar a cabo el Golpe militar resultando implacables, aun cuando estaban en conocimiento de que tantos los puntos neurálgicos de la capital y de las ciudades más importantes del país estaban completamente en sus manos, sin presencia de grandes focos de resistencia a tener en cuenta24. Una vez tomada el Palacio de La Moneda (sede del presidente de la República), el terror, el autoritarismo y la fuerza no se hicieron esperar, tanto los defensores de La Moneda, el Grupo de Amigos del Presidente (GAP), como asesores y guardias son sometidos a torturas desde los primeros momentos de su detención: en la memoria chilena y del mundo quedan los crueles simulacros de fusilamiento y atropello de las tanquetas apostadas en las afueras del Palacio. Mientras, los grupos conservadores del país, incluso una titubeante y casi cómplice Democracia Cristiana, se solidarizan completamente con los militares25. Un simpatizante de esta formación política fue el General Sergio Arellano Stark, quien jugó un trascendental papel en la conspiración del Golpe de Estado, siendo participe y cabeza de una de las estructuras más sanguinarias y crueles del régimen, conocida como la caravana de la muerte26. La macabra caravana de la muerte consistía en las visitas / inspecciones que el General Arellano (en calidad de oficial delegado del Presidente de la Junta de Gobierno y del Comandante en Jefe del Ejercito) hacía en un helicóptero militar puma a las distintas guarniciones del país, para “unificar criterios” y “acelerar procesos” 27. Lo que en la práctica se traducía en revocar todas las condenas que considerase blandas, cometiendo asesinatos inmediatos llevados a cabo con feroz ensañamiento, ya que el acelera-

24 Patricia Verdugo (2004), 144-150. 25 Mariana Aylwin et al. (coord.) (2008), 236-241. 26 En España, durante la guerra civil también hubo una columna de la muerte que sembró el terror. Sería en la región de Extremadura y se convertiría en uno de los episodios de la represión más terroríficos del conflicto. Ver: Francisco Espinosa (2003). 27 Patricia Verdugo (1989), 189-200.

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miento de proceso no excluía torturas y mutilaciones a las víctimas antes de terminar con sus vidas. Esta práctica brutal tenia como objetivo terminar con los enemigos del país, y además comprometer a los militares provincianos en estos homicidios; toda orden de la capital debía ser cumplida sin vacilación. De esta lúgubre actividad no solo fueron participes inocentes y obedientes funcionarios militares, ya que entre ellos circulaban con abundancia hombres ansiosos por ascender y lograr más poder, dispuestos a pagar el precio que fuese necesario, incluso el de matar a una persona indefensa por conseguir medrar en el nuevo orden, aunque no siempre llegarían las anheladas recompensas, porque estas personas no fueron más que una lamentable pero útil herramienta para el sistema represivo impuesto28. Sin embargo, no todos los militares compartían los crueles y fatídicos métodos de Arellano; por tanto, más de una vez los jefes de los centros de detención eran literalmente distraídos, mientras los hombres de Arellano y oficiales de la zona realizaban los asesinatos, finalizado el trabajo, bajo la base de los hechos consumados, únicamente el jefe del Centro quedaba como responsable de las muertes29. Fue así como, de norte a sur del país la represión se desataba para detener a todas aquellas personas sospechosas de oponerse al gobierno, sólo basta un “soplo” para caer en desgracia. Algunos de estas victimas pasaron por la Base aérea de Cerro Moreno, donde con posterioridad al golpe se formó un grupo de oficiales de las Fuerzas Armadas (FF. AA.) para ser torturadores de elite. Y es que el estado necesitaba un organismo de seguridad de nuevo cuño para poder actuar ante la gran cantidad de información obtenida con las detenciones masivas, para de esta forma continuar con la política de acción de la caravana, pero por otros medios. Este cruel e infernal organismo sería la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), creada en noviembre de 1973. Estaba compuesta

28 Jorge Escalante (2000, 121-140. 29 Patricia VERDUGO: El zarpazo… pp. 237-242.

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por integrantes de las cuatro ramas de las FF. AA.30. Más el personal civil adicto y ferviente defensor del régimen, algún militar ascendido por su desempeño el la caravana de la muerte y, finalmente, civiles que realizaron actos de sabotaje en el periodo de la Unidad popular31. Tanto civiles como militares se mezclaban en la estructura social de la DINA, que jerárquicamente estaba formada por los Faraones que correspondían a los oficiales cercanos al jefe mayor Coronel Manuel Contreras, los Sacerdotes correspondientes a las brigadas secretas y los Esclavos que eran los trabajadores de la base32. Este organismo de inteligencia da cabida a todo aquel que estaba dispuesto a defender al gobierno ejerciendo el terror sin distinción entre civiles y militares. Estos últimos entraban a la lista negra como verdaderos traidores a la patria si no compartían el pensamiento y las acciones reinantes, siendo también perseguidos e incluso ejecutados. En cuanto a las bases y centros de operaciones de la DINA, actualmente sólo se conocen un mínimo número de las que realmente usaron para sus macabras prácticas, entre las que destacan: el cuartel instalado en Villa Grimaldi o la base de Tres Álamos con su sección de prisioneros incomunicados, llamado Cuatro Álamos; también algunas casas de la capital, permaneciendo en la oscuridad los otros inmuebles que fueron usados para torturar. Poco a poco, con el paso de los años, por los testimonios de las víctimas o por la curiosidad de sus nuevos inquilinos, van surgiendo a la luz, mostrando ese tenebroso pasado que encierran esas casas vacías, como las llamaría uno de los grandes intelectuales chilenos, el ya fallecido Carlos Cerda33. Los integrantes de la DINA llegan a tener, como otros criminales de guerra, esa capacidad para aislar la violencia de cualquier cuestionamiento o consideración moral, recibiendo incluso condecoraciones y asensos cuando derrotan a los enemigos que les in-

30 Mark Ensalaco (2002), 104-109. 31 Patricia VERDUGO: La Casa Blanca… p. 141. 32 Ascanio Cavallo; Manuel Salazar y Óscar Sepúlveda (2001), 180-194. 33 Carlos Cerda (1996).

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dican desde las altas esferas, pero que posteriormente les conduce a la cárcel cuando caen en desgracia y son ellos los enjuiciados y derrotados. Así ocurrió con el jefe de la DINA y algunos de sus colaboradores y más temidos torturadores durante la larga transición chilena a la democracia en la década de los noventa. Posteriormente, desde sus “lujosas” prisiones concederán varias entrevistas a distintos medios de comunicación, en las que muestran su total incomprensión ante el castigo por cumplir, porque ellos realizaron un trabajo en una etapa de necesaria y justificada violencia que, sin remordimientos de conciencia, volverían a realizar (se consideraban salvadores del país), como le comentaba Manuel Contreras Valdebenito (hijo del todo poderoso jefe de la DINA, Manuel Guillermo Contreras Sepúlveda) al investigador Juan Cristóbal Peña un año antes de la muerte en prisión del Mamo, apodo con el que se le conocía a Manuel Contreras: “nunca pediría perdón ni reconocería responsabilidad alguna en los crímenes por los que sumó más de quince años de condena”34. Por otro lado, las víctimas del terror de la dictadura han ido incorporando a la sociedad el testimonio de los sobrevivientes a las torturas, el rechazo social al que se vieron sometidos los familiares y amigos de los ejecutados-desaparecidos durante 17 años y que todavía está vigente en la vida cotidiana de estas personas. La terrible violencia que se ejerció contra ellos no fue sólo para desintegrar su identidad, sino excluirlos totalmente y de por vida de los ámbitos económicos, culturales y sociales en los que se desenvolvían, porque llega a doler tanto o más que el golpe o la brutalidad ejercida contra su cuerpo, la pérdida de la amistad del que siempre se ha pensado que era más que un amigo, un hermano; o comprobar como tus vecinos, con los que tantos buenos momentos compartiste en el pasado día tras día, te tratan como un ser inferior, como una lacra, siendo además de repudiados, vilmente denunciados35.

34 Juan Cristóbal Peña: “La ira de Dios”, La Tercera, 8 de agosto de 2015. 35 Brian Loveman y Elizabeth Lira (2000), 516-525. También muy sugerente para el estudio de la violencia en ámbitos muy concretos, pero ambientado en el contexto de la Segunda Guerra Mundial: Jan T. Gross (2002).

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La llegada de los gobiernos de la Concertación y de la llamada democracia, comenzó a intentar paliar, pero no resolvió con justicia, los principales abusos heredados de la dictadura, ambicionando también que las voces de las víctimas agrupadas desde los años ochenta en las distintas asociaciones de derechos humanos tuviesen más resonancia social, y lograsen el ansiado reconocimiento oficial. Tuvieron desigual éxito estas actitudes gubernamentales, al englobarlas dentro de unas políticas de reconciliación que defraudaron grandemente a buena parte de las víctimas y que quedaron únicamente resumidas en los informes de la Comisión Nacional de la Verdad y Reconciliación, conocido como informe Retting36. De esta forma, hay que destacar que todo esto acrecienta las críticas de las víctimas y sus familiares, frente a las siempre tibias actitudes de la Concertación. No sólo en aquellos procesos judiciales inconclusos: algunos de los que han llegado a finalizar tienen penas irrisorias, que no reflejan una penalidad adecuada al nivel de crímenes cometidos a diversas personalidades militares del país, sino también del asombroso y mundialmente visible cambio de posición defendiendo públicamente al Ex General Pinochet durante su detención en Londres37. Por otra parte, hay que señalar que no solo con represión y violencia se mantuvo la dictadura, sino que también buscó los mecanismos necesarios para incorporar a los civiles a su tarea de gobierno, como también se ha destacado en los últimos años sobre la dictadura de Franco38. En el nuevo orden institucional creado tras el golpe de 1973, las fuerzas armadas poseen un nuevo rol. Las fuerzas conservadoras delegaron en los militares el control del Estado y estos a su vez los integraron a sus gabinetes, pero subordinados siempre al poder castrense. En realidad, no había otra alternativa porque el régimen militar comienza sin saber qué hacer y requiere de la cooperación de los

36 Priscilla Hayner (2008), 228-243. 37 Francisco Rojas Aravena y Carolina Stefoni Espinoza (eds) (2001). 38 Miguel Ángel Del Arco (ed.) (2013); Julio Prada Rodríguez (Dir.) (2014).

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civiles simpatizantes para gobernar. Desde antes del golpe, la Marina chilena ya se había relacionado con los llamados Chicago boys, quienes habían presentado un proyecto económico para el país y que a partir de ese momento será abrazado por el estamento militar. Su principal valedor es el militar Sergio Covarrubias, que será el nexo entre ellos y el hombre fuerte de la Junta, el general Pinochet39. Ese fatídico 11 de septiembre de 1973 se destruyó una forma de Estado, de todo un proceso histórico forjado y modelado por sus fuerzas sociales. El Estado oligárquico de 1833, que comienza a entrar en crisis en 1920 y fue sustituido por el Estado Neoliberal del monetarismo. La situación que se encuentran los militares en 1973 es dramática, pues la crisis económica había sido inducida. Especialmente relevante fue el secuestro alimentario que llevó al racionamiento de productos básicos como estrategia desestabilizadora al Gobierno de Allende, que estaba consiguiendo éxitos en la lucha contra la pobreza40: mediante la nacionalización del cobre, la educación, la aceleración de la reforma agraria y las subidas salariales, entre otros avances sociales. La dictadura militar impondrá un nuevo modelo económico, el neoliberal; no obstante, este sistema económico tuvo que ir conquistando poco a poco a los militares, los empresarios y a los políticos conservadores. En 1975 se aprobó el tratamiento de Shock: cuyo principal objetivo fue ajustar los gastos a la misma proporción que la caída de los ingresos41. Se llevó a cabo también una política de desregulación del ámbito financiero, con la eliminación de los controles crediticios y se incentivó el desarrollo de un mercado de capitales, que en años posteriores gozaría de una enorme libertad en su funcionamiento42. Simultáneamente, se desarrolló una política de privatizaciones, aspecto crucial y eje del nuevo modelo, cuya otra cara fue el

39 Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Óscar Sepúlveda (2001). 40 Luis Corvalán Márquez (2001), 326-346. 41 Naomi Klein (2007), 110-121. 42 Manuel Gárate Chateau (2014), 179-215.

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creciente poder de los grandes conglomerados, todo ello con la finalidad de atraer a los capitales extranjeros. Los impuestos directos son sustituidos por la tributación al consumo, de tal forma, que las clases populares, los que menos ganan, son las más afectadas por este cambio43. Los cambios que se produjeron en la ámbito laboral, con las reforma al código del trabajo, otorgaba un mayor poder a los empresarios44. Por otro lado, la dictadura asumía la idea de que el costo social era preferible a seguir con esquemas que entorpecían su idea de crecimiento económico, un crecimiento económico que debido a la apertura al exterior, hacía su economía más vulnerable a los vaivenes cíclicos de la economía internacional45. Sin embargo, a los militares hubo que irlos conquistando poco a poco, ya que el nacionalismo estaba muy arraigado y los roces con los asesores civiles surgieron muy pronto. El alma del proyecto neoliberal era el informe de los becados en la Universidad de Chicago. Un proyecto económico que adquiere paulatinamente relevancia debido a que la Junta Militar no tenía en 1973 un programa coherente, y encontraba provechoso una alianza entre militares y empresarios. Todo giraría alrededor de un proyecto como el neoliberalismo que era su apuesta de futuro y con aspiraciones globales, además, siempre estaba presente que los límites liberales de la economía quedaban subordinados, en última instancia, al poder omnímodo de los militares46. En 1977, los militares se sintieron amenazados por la posibilidad de que los civiles de la Democracia Cristiana llegasen a controlar los resortes del Estado y acabasen ejerciendo el poder. De tal forma, que ese año se disolvieron los partidos políticos, hasta entonces en receso, una medida que iba encaminada a destruir el poder de la Democracia Cristiana. Pese a ello, la importancia de los civiles va

43 César Cerda Albarracín (1998). 44 Patricio Meller (1998), 161-182. 45 Alberto Mayol (2012), 208-241. 46 Luis Corvalán Márquez: Del anticapitalismo al…pp. 328-329.

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en aumento y, al año siguiente, el líder de la Junta, el General Pinochet, ve con buenos ojos que realicen las reformas oportunas para cambiar el rostro militarista del régimen, siempre y cuando se cree un movimiento cívico que le de protagonismo y siga disponiendo de poder absoluto. Es la institucionalización del régimen47. Para lograrlo, se inician los trámites para la creación de una nueva constitución que tendría que ser sometida a ratificación popular mediante un plebiscito. El nuevo modelo supuso cambios de visiones, de técnicos que con anterioridad habían defendido los preceptos nacionalistas, contrarios al neoliberalismo. Y una decepción para los conservadores que esperaban recuperar lo perdido en décadas pasadas. El gobierno militar no restauró el antiguo régimen agro-señorial, por lo que reafirmaba el sentido eminentemente redistributivo que se había ido imponiendo desde los años 60, sin perjuicio de ir creando nuevos polos modernizadores de riqueza. A la vez, se fueron debilitando las fuerzas de derecha vinculadas al mundo tradicional48 y se incentiva un cambio de valores, al ser cada vez más hegemónico el sistema de valores empresariales, con especial incidencia en el éxito personal frente a los esfuerzos humanos colectivos. El consumismo se intenta expandir por toda la sociedad, trastornando la convivencia social49. En 1983, el modelo económico comienza a afectar también a los gremios que en su momento habían realizado campañas para desestabilizar al Gobierno de Allende, lo que junto a la reorganización de la oposición democrática, comienza un desgaste de la dictadura que le llevará a perder el Referéndum de 1988 en el que se ponía fecha a la dictadura y comenzaba una etapa de transición a la democracia, a cambio de aceptar el modelo económico impuesto por la dictadura50.

47 Osvaldo Silva Galdames (1995), 319-321. 48 Luis Corvalán Márquez : Del anticapitalismo al…pp. 379-412. 49 Tomás Moulian (2002), 37-60. 50 Sofía Correa et al.: Historia del siglo XX… pp. 352-365.

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Mucho antes, desde el mismo 1973, el principal partido conservador se autodisolvió y comenzó a apoyar a una dictadura que se sustentaba por la feroz represión emprendida contra los opositores, el poder incuestionable del Pinochet dentro de la Junta militar, y la nueva política económica emprendida por los tecnócratas civiles desde las carteras de Hacienda y Economía. Una situación que se mantuvo hasta 1983 cuando se incorporó a un elevado número de civiles como ministros ante una crisis económica desatada en 1981 y que comienza a tambalear los cimientos en los que se sustenta la dictadura. En este nuevo contexto político se hace necesario contar con algún tipo de organización asociativa que permita a los defensores del régimen sustentar el poder militar. De esta forma, nacen en 1983 la Unión Democrática Independiente (UDI) y el Movimiento de Unión Nacional (MUN), que en 1987 pasó a denominarse Renovación Nacional (RN)51. Al contar con estos apoyos civiles, el régimen logra controlar de nuevo la situación y recupera tal nivel de confianza y se siente con fuerza para promover en 1987 un nuevo plebiscito con el que robustecer y revalidar a la dictadura. Los civiles plantearán entonces la necesidad de presentarse con un civil como abanderado del proyecto, pero la dependencia hacia Pinochet y el sometimiento que este ejerce sobre sus compañeros de armas, frustró esta idea. Pensaron que la consulta sería una victoria segura, pero en realidad fue el principio del fin de la dictadura militar, una muerte anunciada que no tuvo retorno con el triunfo sorprendente del «NO» frente al «SÍ» gubernamental en el plebiscito celebrado el 5 de octubre de 1988. Los militares se encontraron con una derrota dentro del sistema creado por ellos y con un efecto contrario al esperado, porque la vía electoral hizo posible la recuperación de la democracia en los años siguientes. Para finalizar y resumiendo hay que destacar que tanto el franquismo como el pinochetismo utilizaron a los civiles en todas las áreas que consideraron imprescindibles para conservarse en el poder.

51 Isabel Torres Dujisin (2010).

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En ambos, la supremacía militar poco a poco se fue diluyendo con el paso de los años, a medida que el contexto internacional se hacía menos proclive a un sistema político propio del siglo XIX, y, por tanto, incompatible con las oleadas democráticas que tuvieron lugar a partir de los años setenta; no obstante, pese al mayor control del estado y visibilidad ante la opinión pública de los civiles, tanto en España como en Chile eran los militares los que tenían la última palabra.

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Autores

Eduardo J. Alonso Olea Profesor de Historia Contemporánea en la Universidad del País Vasco -Euskal Herriko Unibertsitatea (UPV-EHU). Sus investigaciones se han centrado en el estudio de las Instituciones, y estructuras sociales y económicas; el Estado y el espacio público, y las culturas políticas. Autor de libros, artículos, ponencias, entres sus libros destacamos los siguientes: El concierto económico (18781937): orígenes y formación de un derecho histórico (1995), Continuidades y discontinuidades de la administración provincial en el País Vasco, 1839-1978: una “esencia” de los derechos históricos (1999), Víctor Chávarri (1854-1900): una biografía (2005).

David Bernabé Gil Catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Alicante. En sus investigaciones sobre el Reino de Valencia estudió las relaciones entre la administración real y las oligarquías municipales durante la etapa foral. También se ha interesado por la historia agraria, desde una perspectiva social, con especial atención a la configuración del régimen señorial y evolución de la propiedad de la tierra en el Bajo Segura. Autor de una dilatada trayectoria investigadora. De sus numerosos artículos, capítulos de libros, destacamos los libros: Tierra y sociedad en el Bajo Segura 1700-1750 (1982), Monarquía y patricidado urbano en Orihuela 1445-1707 (1990), El municipio en la Corte de los Austrias (2007), Privilegios de insaculación otorgados a municipios del Reino de Valencia en época foral (2012).

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Cristian Cerón Torreblanca Profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Málaga. Sus líneas de investigación son la historia del franquismo y de la transición política a la democracia; también ha trabajado en otros ámbitos de análisis, como los estudios de género, la cultura popular o la historia de empresas. Miembro del grupo de investigación HUM-608 (Historia del Tiempo Presente), recientemente fue propuesto como investigador principal del grupo de investigación HUM-333 (Crisol Malaguide). Entre sus publicaciones más relevantes, destacamos los libros: Consolidación y evolución del franquismo en Málaga, 1943-1959 (2005), “La paz de Franco”, la posguerra en Málaga: desde los oscuros años 40 a los grises años 50. (2007), obra que recibió el primer premio de investigación “María Zambrano” que la Fundación General de la Universidad de Málaga concede al mejor trabajo publicado en el área de Humanidades.

Damián A. González Madrid Profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Castilla-La Mancha en Albacete y miembro del Seminario de Estudios del Franquismo y la Transición. Como investigador, ha codirigido un proyecto de investigación financiado por el MINECO sobre el proceso de transición en el mundo rural. Sus líneas de investigación son: Dictadura franquista y poderes políticos locales; movimientos sociales durante el tardofranquismo y la transición democrática. Entre sus publicaciones más relevantes, destacamos los libros: La Falange Manchega. Políticas y sociedad en Ciudad Real durante la etapa azul del primer franquismo. (2004), Los hombres de la dictadura. Personal político franquista en Castilla-La Mancha. (2007), El franquismo y la transición en España. Desmitificación y reconstrucción de la memoria de una época. (2008).

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Sergio Molina García Doctorando en el Seminario de Estudios del Franquismo y la Transición. Sus investigaciones se centran en los partidos políticos en la provincia de Albacete durante el periodo de la Transición española. Unos trabajos expuestos en congresos, jornadas y simposios. Destaca el capítulo de libro: “¡Fuera las caretas! Creación y consolidación de los partidos políticos en Albacete en el inicio de la Transición”. En: Manuel Ortiz Heras (2016), La Transición se hizo en los pueblos. El caso de la provincia de Albacete. Madrid, Biblioteca Nueva. Recientemente publicó el artículo: “¡Qué legitimen las urnas! Las elecciones municipales de 1979 en Albacete”, en Al-basit.

Roque Moreno Fonseret Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Alicante. Es investigador principal del grupo España en el siglo XX: Segunda República, Franquismo y Transición. Su principal línea de investigación es el estudio de la España actual. Destaca una intensa labor como gestor universitario: Vicerrector de Relaciones Institucionales y Cooperación Internacional (2001-2006); Director del Instituto Universitario de Estudios Sociales de América Latina de la Universidad de Alicante, entre otros. De sus numerosas publicaciones, destacamos los siguientes libros: Intervencionismo estatal y atraso económico: la autarquía en la provincia de Alicante 1939-1952 (1992), El franquismo. Visiones y balances (1999), Plebiscitos y elecciones en las dictaduras del sur de Europa (2003), Aniquilación de la república y castigo a la lealtad (2016).

Danny Gonzalo Monsálvez Araneda Profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Concepción (Chile). Sus líneas de investigación se han centrado en la Historia política de Chile, Concepción y América contemporánea. Es investigador del proyecto Fondecyt de Iniciación: Los

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inicios de la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet en un espacio local. El Gran Concepción: violencia política, control social y espacios de resistencia, oposición y denuncia contra el régimen, 1973-1980. [número 11150122; Año 2015 a 2018]. Entre sus publicaciones más relevantes, destacamos los libros: Chile. Un episodio olvidado de nuestra historia presente. Agosto de 1973: Los marinos antigolpistas de Asmar-Talcahuano. (2011), Los Bando Militares de Concepción y Talcahuano: disciplina militar y disciplinamiento social. (2014), Extremistas, Antipatriotas e Indeseables. La legitimidad del golpe de Estado de 1973 en la prensa escrita de Concepción y el origen del “Plan Z”. (2015).

Pedro Luis Pérez Frías Investigador del grupo de investigación de la Junta de Andalucía HUM-333 (Crisol Malaguide) y Teniente Coronel del Ejército de Tierra, en Reserva, Diplomado de Estado Mayor. Sus líneas de investigación se han centrado en el estudio de las fuerzas armadas. Especializado en Historia Militar, sus investigaciones se centran en las elites militares españolas, así como en la Guerra de Independencia, tanto en Málaga como en Andalucía. Doctor en Historia, es autor de monografías, artículos, ponencias; organización de congresos, jornadas, seminarios, ciclos de conferencias. Entre sus libros, destacamos: Ejército y Derecho a principios del siglo XX (2012), Las elites militares de Alfonso XIII (2013).

Julio Ponce Alberca Profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Sevilla. Su principal línea de investigación es la Historia Institucional, con especial atención a la relación entre poder central y poderes locales, siendo investigador principal de dos proyectos I+D+i que han trabajado y trabajan estos temas: Poder central y poderes locales en el sur peninsular durante el primer franquismo (19391959) [HAR 2010-19397]; Poder central, poderes locales y modernización en España 1958-1979: un estudio desde la historia com-

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parada [HAR 2015-63662-P]. Entre sus numerosas publicaciones, destacamos los libros: Políticas, instituciones y provincias: La Diputación de Sevilla durante la Dictadura de Primo de Rivera y la II República (1923-1936) (1999). Guerra, Franquismo y Transición. Los gobernadores civiles en Andalucía (1936-1979) (2008). La UGT de Sevilla: de activistas subversivos a sindicato legal. (2009).

Marion Reder Gadow Catedrática de Historia Moderna en la Universidad de Málaga. Entre sus líneas de investigación, destacan la Historia de las instituciones, Historia de América, Historia de las Mentalidades o sus trabajos sobre la Guerra de Independencia. Desarrolla una importante tarea investigadora plasmada en libros, artículos, ponencias… y una relevante labor en la organización de congresos y cursos de verano, así como asesora académica de exposiciones y programas audiovisuales. Es miembro fundador del grupo de investigación de la Junta de Andalucía HUM-333 (Crisol Malaguide) y académica de varias instituciones: Numeraria de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga y corresponsal de la Academia de Nobles Artes de Antequera, de la Academia Andaluza de la Historia y de la Sociedad Erasmiana. De una amplia trayectoria investigadora, con más de un centenar de artículos, capítulos de libros, ponencias, destacamos los libros: Morir en Málaga: testamentos del siglo XVIII (1986), Espacios y Mujeres (2006), La Andalucía de Carlos III (2009).

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