Los Libros Plúmbeos del Sacromonte 9788498362008

Prólogo del autor a esta edición En 1974 publiqué una cronología de la estancia física de los Libros Plúmbeos como apoy

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Los Libros Plúmbeos del Sacromonte
 9788498362008

Table of contents :
Portada
Prólogo a primera edición
Prólogo a la segunda edición
Introducción
I
II
III
Los Libros Plúmbeos del Sacromonte
Prólogo del Marqués de Estepa
Libro de los fundamentos de la ley de Thesiphon Aben Athar, discípulo de Jacobo, aposto
Libro de la esencia de Dios…
Libro de la relación de la misa de Jacobo Apostol…
Libro del excelente bienaventurado apostol Jacobo…
Llanto de Pedro apostol…
Oración de defensorio de Jacobo…
Libro de los actos de nuestro Señor Jesús…
1
2. De su nacimiento y de las maravillas que hubo en él
3. De su bautismo en el río Jordán
4. De sus milagros
5. De las hermosuras y costumbres suyas y de su Madre María
6. De la muerte
Libro de la historia de la verdad del Evangelio
Libro de los dones de galardon…
Libro del coloquio de Santa María Virgen…
Libro de las sentencias acerca de la ley
Libro de las acciones de Jacobo apostol y de sus milagros
Parte segunda del libro de las acciones de Jacobo apostol
Libro de misterios grandes
Libro del conocimiento del divino poder y tolerancia y aceleracion en las criaturas
Parte segunda de la noticia del divino poder
Historia del sello del profeta de Dios Solomon…
Libro de la relacion del don del lugar de la paz…
Libro de la naturaleza del angel y su poder
Apendices
Láminas. Grabados de F. Heylan

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, y momo en Grtr,ade, había sido uno de los primeros l'Mrtires del cristianismo. Esa causa, el derecho a permanecer en el lugar donde su cultura habla nacido y donde se había desarrollado a lo largo de ocho siglos y de la que ellos constituían un orgulloso pero triste colofón, sigue inspirando hoy admiración y respeto.

Miguel José Hagerty

Los Libros Plúmbeos del Sacromonte

2 OO7

PRÓLOGO A PRIMERA EDICIÓN

COORDINACIÓ

EDITORIAL

JOSÉ ANTONIO GARCÍA SÁNCHEZ

l.ª Edición, Editora Nacional, 1980 l.ª Edición, Editorial Comares, 1998

2.ª Edición, Editorial Comares, 2007

©

MIGUEL

Jos1,

HAGERTY

Editorial COMARES Polígono Juncaril, C/. Baza, parcela 208 Tfno. 958 46 53 82 • Fax 958 46 53 83 18220 Albolore (Granada) Editores: Miguel Ángel del Arco y Mario Fernández ISBN 978-84-9836-200-8 • Depósito legal: GR. 222-2007 Fotocomposición, impresión y encuadernación: Comares, S.L.

Con gran satisfacción vi cómo la publicación de la primera edición de este libro en 1980, en la Editora Nacional, abrió la puerta para que otros investigadores profundizasen en temas relacionados con los estudios árabes o moriscos, con la filología, la antropología o la historia del Renacimiento español. Al comprobar el planteamiento global que hice de esta obra entonces, puedo confirmar ahora que sigue vigente y que su utilidad para los investigadores sigue siendo válida; al menos eso se colige de trabajos relativamente recientes de Julio Caro Baraja, entre otros, que han tenido la amabilidad de citarme o consultarme directamente algunos aspectos del nada fácil tema de los libros plúmbeos. Sin embargo, el tiempo me ha permitido reflexionar largamente sobre algunos aspectos, para mí inherentes, pero hasta ahora desapercibidos u omitidos, de estos curiosos documentos que, quizá debido a su propia naturaleza, nunca han sido tratados con la diligencia que merecían por parte de los estudiosos. Sin entrar en las razones que pudieran influir en esta circunstancia se puede afirmar que desde el mismo comienzo de la larga andadura de esta historia los libros plúmbeos han tenido numerosos, y muy cualificados, detractores y defensores a la hora de referirse a su supuesta autenticidad o no. Esta polémica quizá tuviera sentido en

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los siglos XVI y XVII cuando la metodología científica escaseaba en muchos estrados donde debía prevalecer. No obstante, el mismo hecho de que los libros plúmbeos sean una falsificación resulta tan evidente que quita valor a algunas descalificaciones posteriores, pues insistir en lo obvio de manera repetitiva no tiene mérito científico alguno. Pese a lo anterior se ha repetido con sutiles tonos burlescos variantes de lo expresado por aquel embajador español ante la Santa Sede cuando dijo que los libros plúmbeos sólo servían para fundirlos y hacer balas de ellos. Incluso el primer intento de acercarse de una forma más objetiva a los libros plúmbeos que supuso el estudio sobre el médico morisco Alonso del Castillo, de mi maestro, Darlo Cabanelas, cae a veces en la tentación de burlarse de los llamados apócrifos granadinos. Además, y curiosamente, en los últimos años incluso han surgido nuevos defensores de la autenticidad de los libros plúmbeos, sordos ante cualquier argumento racional, igual que sus antecesores del siglo XVII, lo cual permite que continúe cierta línea sarcástica por parte de los comentaristas. Sin embargo, tras muchos años de reflexionar sobre diferentes aspectos de estos excepcionales documentos, y de publicarse varios artículos científicos sobre sus variadas facetas filológicas, lingüísticas o históricas, hay una característica que, lamentablemente, se ha quedado en el tintero demasiado tiempo. Ya es hora de romper una lanza a favor de dos aspectos de los libros plúmbeos que, en mi opinión, son los únicos que no han sido considerados con la seriedad y buena fe que merecen pero cuyas connotaciones nos pueden acercar mejor que nunca a las circunstancias y el mecanismo de su invención. El primer aspecto es el elemento imaginativo con que se elabora la forma y el contenido de los libros plúmbeos.

Lo que desde el siglo XVI hasta hoy se ha caracterizado como una burda falsificación -y que desde la perspectiva de la ciencia lo es sin duda- lleva un discurso realmente denso de componentes originales. Si es cierto que la mitad de la jerarquía eclesiástica, y otra mitad de la aristocracia creían a pies juntillas en la autenticidad de los plomos, no es menos cierto que los redactores de los mismos eran plenamente conscientes de lo que estaban haciendo: aprovecharse de la ignorancia generalizada acerca de la historia de Granada para falsificarla descaradamente en beneficio propio y, desde una perspectiva social, ajeno, pues una sociedad plural y abierta es siempre más rica que una sociedad uniforme y cerrada. Pero, como el lector podrá comprobar en las siguientes páginas, la versión que ofrecieron los falsificadores de la historia eclesiástica, de la dogmática y de los otros elementos que suponen la materia de los libros plúmbeos se sale tanto de lo que se puede razonablemente esperar que lo mejor seria juzgarlo bajo el epígrafe de la ficción. Incluso se puede comparar, en términos de causa y efecto, con las musas que movían a Orson Welles y la famosa emisión de La guerra de los mundos cuando el conocido actor tenía a medio mundo convencido de que había tenido lugar una invasión de marcianos. De igual manera los falsificadores crearon un ambiente tan cargado de beata expectación por la presencia de su santo patrón, obispo, mártir y árabe, que se produjo un caso indudable de histeria colectiva, con cientos de «milagros» y masivas romerías al lugar de su supuesto martirio. La intencionalidad, por supuesto, nada tenía que ver en ambos casos pues en el caso de Welles se trataba de una simple diversión que se escapaba del control de su autor, mientras que en el caso de los libros plúmbeos la su-

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pervivencia de una etnia, como veremos a continuación estaba en juego. ' La imaginación que invirtieron los redactores de los libros plúmbeos rebosa ampliamente la expectación. Sólo puede calificarse de genial el planteamiento básico de los «plomos»: Cecilia y su hermano Tesifón eran árabes; discípulos directos de Santiago que, tras otras misiones por el Mediterráneo, llegan a Granada donde son martirizados junto con sus compañeros, entre ellos varios otros de los «Santos Varones», primeros evangelizadores de la península según la leyenda. Otros detalles que cumplimentan este planteamiento son iguales de ingeniosos, como la aparición de la firma en puño y letra de Cecilia, por supuesto en árabe, o las instrucciones de cómo decir misa según un «rito morisco» y que, efectivamente, un arzobispo de Granada llegó a celebrar. Desde el principio hasta el final, los libros plúmbeos rebosan elementos imaginativos e ingeniosos, merecedores de nuestra admiración como creación. No se puede decir que su estilo sea digno del calificativo de «literatura» exactamente, pues el lenguaje es bastante pobre y totalmente forzado, pero es una creación muy original al fin y al cabo. Yo le recomiendo al lector actual que lea los textos desde esta perspectiva para disfrutar de los resultados de la muy activa imaginación de los moriscos granadinos de finales del XVI. Incluso creo que deberíamos revisar la visión, hasta hoy aceptada, de la cita de Cervantes al final de la Primera Parte del Quijote, dándole una interpretación más benévola para con los moriscos; en vez de considerar la mención como una chufla satírica, como Américo Castro, el primero en comentar esta cita. Me pregunto si Cervantes no hacía el guiño a los redactores moriscos, pues los defensores y detractores de los liro

bros plúmbeos correspondían perfectamente a las respectivas personalidades de Don Quijote y Sancho Panza. El otro aspecto, más serio, que yo añadiría a una nueva lectura de los libros plúmbeos, es el de la nobleza de la causa que movía a los moriscos a montar todo el escándalo que suponía el «hallazgo». Sobre este aspecto ya he escrito bastantes líneas en otros lugares, como la introducción que sigue, y, sin embargo, habría que insistir mucho más en él. Resulta cuando menos cruel someter a la etnia morisca incluso con la distancia de casi cuatrocientos años que 'nos separan de su expulsión final, a comentarios irónicos acerca de lo burdo de su falsificación. Como ya hemos dicho, este tipo de planteamientos es simplista. Lo que estaba en juego era su derecho a permanecer en el lugar donde su cultura había nacido y donde se había desarrollado. Su lucha era la lucha contra la intolerancia y estaban dispuestos a prescindir de muchos elementos básicos de identidad, como la lectura de los libros plúmbeos demuestra, para conseguirlo. El empleo de la imaginación para conseguir la libertad no debe provocarnos la risa, sino la admiración por muy torpe que fuera la forma que tomara el intento. Creo que el lector, si tiene en cuenta estos dos aspectos cuando hojea los textos de los libros plúmbeos, podrá disfrutarlos mejor que si los considera exclusivamente como falsificaciones ' pues una falsificación puede revelar grandes verdades si sabe desentrañarlas con acierto. GRANADA, INVIERNO DE

II

1997

PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

En 197 4 publiqué una cronología de la estancia física de los Llbros Plúmbeos como apoyo historiográfico para los futuros estudios sobre estos curiosos escritos, que ya, por fin, constituyen un tema de interés para muchos estudiosos i. Con la devolución de los originales a Granada, en 2000, se cierra el último período del rocambolesco periplo de los últimos documentos, de una extensión considerable, reda. Un siglo antes, Menéndez Pelayo, con poco acierto pero mucho estilo literario, los describió en estos términos:« .. . absurda tentativa de reforma religiosa: notable caso en la historia de las aberraciones y flaquezas de entendimiento humano.» vi

Contrastado con la impresión de una situación estática que proporciona el concepto de sincretismo, propongo el de simbiosis para describir con más nitidez las condiciones socio-ideológicas que reinaban entre las comunidades morisca y cristiano-vieja en el momento de la aparición de los Llbros Plúmbeos. Simbiosis, en este contexto, implica un largo proceso de interacción entre dichas comunidades entendidas como auténticos organismos sociales vivientes. Un minucioso análisis del texto árabe original revela indicios de una relación simbiótica con la comunidad cristiana, relación que hasta ahora no ha sido enfocada desde esta perspectiva. Los estudios que se atienen estrictamente al contenido, sin tener en cuenta la forma -la lengua árabe en sí-, tienden a poner de relieve el sincretismo de la «doctrina» contenida en los libros; sincretismo, por otra parte, incuestionable. Sin embargo, si prestamos más atención a la comunidad morisca de Granada, y a los matices sociolingüísticos del texto árabe, podemos observar cómo llevaba más de un siglo manteniendo una relación simbiótica con la comunidad cristiana, relación a veces rota por las armas, pero, en general, mantenida pacíficamente en beneficio de ambas partes; es decir, simbiosis. Propongo que a esta larga relación simbiótica, y no al esfuerzo puntual por crear una religión sincrética, se debe la creación de los Libros Plúmbeos. GRANADA, INVIERNO DE

Cabanelas Rodríguez, ofm, Daóo, El morisco granadino Alonso del Castillo, Granada, Patronato de la Alhambra y Generalife, 1965, reimp. 1991 . v Godoy Alcántara, José, Historia critica de los falsos cronicones, Madrid, 1868, pág. 94; Cabanelas Rodríguez, op.cit., pp. 286-289 ad passim. vi Menéndez Pelayo, Marcelino, Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, 1880, t. II, pág. 645. iv

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2007

INTRODUCCIÓN

I

Ni de su fin y acabamiento pudo alcanzar cosa alguna, ni la alcanzara ni supiera si la buena suerte no le deparara un antiguo médico que tenía en su poder una caja de plomo, que, según él dijo, se había hallado en los cimientos derribados de una antigua ermita que se renovaba ... Don Quijote. Final de la Primera Parte.

En el llamado «Archivo Secreto de Cuatro Llaves» de la Abadía del Sacromonte de Granada existe un libro de gran tamaño, lujosamente encuadernado en terciopelo carmesí y algo formidable de aspecto. Este tomo, El Proceso de las Reliquias, es testigo excepcional de la razón de ser de esta Abadía. Es un documento fascinante a la vez que fantástico. Contiene, pues, los testimonios de aquellos que decían experimentar, o presenciar algún milagro obrado por intervención de los doce mártires sacromontanos. En su mayoría es gente sencilla que firmó con equis rubricada; pero también la aristocracia granadina del siglo XVI está bien representada. Las reliquias que obraron a favor de estos fieles eran las

supuestas cenizas, y algún hueso, de los susodichos mártires, entre ellos San Cecilia, primer obispo de Granada, que se habían descubierto hacía poco en el hasta el momento llamado Monte de Valparaíso, extramuros de la ciudad de la Alhambra. Las reliquias aún son veneradas en Granada; pero son falsas. Fueron sembradas allí por unos hombres al borde de la desesperación porque la tierra que les vio nacer, donde su cultura se había desarrollado a lo largo de casi ocho siglos y de la que ellos constituían el orgulloso pero triste colofón, esta tierra ya les desdeñaba y tramaba una versión hispánica de la «solución finab>. La Junta de 1600 de Granada, que calificó como auténticas las reliquias y las curiosas inscripciones latinas que las acompañaban, no se pronunció sobre otros hallazgos que tuvieron lugar en el mismo sitio, que luego se llamaría Sacromonte, y que de hecho fueron la razón principal de haber colocado allí las cenizas y huesos que se hacían pasar por las verdaderas de San Cecilia y sus compañeros. Estos hallazgos, los llamados «libros plúmbeos del Sacromonte», son el último testimonio escrito en lengua árabe de la civilización andalusí ya en su penosa fase final: la morisca. En términos generales puede decirse que encarnaban el último esfuerzo, casi patético, de integrarse en la sociedad creada por los Reyes Católicos, empresa inútil por definición. Sin embargo, si no hubiera sido por el rigurosísimo control central de asuntos religiosos es muy probable que los plomos hubieran atraído gran número de adeptos, aun más de los que atraían, ya que en el Reino de Granada del siglo XVI hubo una verdadera necesidad popular de intentar llenar el vacío de ochocientos años de su historia eclesiástica. 20

Unos moriscos atrevidos pretendían saciar esa sed espiritual y, a la vez, influir favorablemente en la opinión pública respecto a lo árabe, que tanto había disminuido en estimación tras la sublevación de Las Alpujarras en 1568-71, mediante la composición de estos libros singulares. La fascinación que estos documentos moriscos, también denominados «apócrifos granadinos», ha inspirado en un sinfín de hombres desde su descubrimiento a partir de 1595 puede entenderse desde varios puntos de vista según el interés particular que tenían sus investigadores, adeptos o émulos. Confieso que con esta Introducción no hago otra cosa que añadir mi nombre a la extensa lista de apasionados por el tema 1. Pese a este interés, hasta la fecha no se ha publicado el texto íntegro de una de las varias traducciones que de ellos existen. Esto es así porque, al principio, su publicación fue prohibida por Roma. Después, olvidadas ya las proscripciones vaticanas, lo escrito sobre los plomos fue casi siempre crítico y los autores se limitaron a estudiar una u otra faceta

1 Para dar una idea de la larga bibliografía ver mi Catálogo del Archivo Secreto de Cuatro llaves en LA Abadía del Sacromonte: exposición artisticodocumental. Estudios sobre su significación y origen, Granada, 1974, págs. 7382. El siglo pasado vio el renovado interés en la importante obra de José Godoy Alcántara, Historia de los falsos cronicones, Madrid, 1868, págs. 44128. En nuestros días sobresalen el libro de Thomas Kendrick, Saint James in Spain, Londres 1960, y, sobre todo, el de Darío Cabanelas, El morisco granadino Alonso del Castillo, Granada, 1965. Consúltese también la obra de Julio Caro Baroja, LAs falsificaciones de la Historia, Barcelona, Seiic-Barral, 1992. Por otra parte, la edición y estudio del texto árabe de cuatro de los libros plúmbeos están publicados en mi Tesis Doctoral, Universidad de Granada, 1984.

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de ellos para arúculos o libros sobre temas más o menos amplios. Espero que la publicación de esta versión satisfaga la curiosidad de los muchos interesados y aporte otro enfoque sobre el meollo. Pero vayamos por partes. Hay mucha confusión, incluso entre autores relativamente enterados, en torno al desenvolvimiento cronológico de los acontecimientos de la Granada de finales del siglo XVI en lo que atañe a los libros plúmbeos. Aunque los primeros libros no fueron descubiertos hasta 1595 como queda dicho, hay que remontarse a 1588 para el comienzo de esta curiosísima historia. «... Bendices Coron anni benignitatis tuae. Y talfue este año 1588 para el mundo todo;pero especialmente para Granada. Para el mundo todo -reza el biógrafo del fundador de la Abadía- porque como se observó en él el nunca bastantemente alabado continuador del annualista Baronio, con la aparición de 120 años alcanzó ver el célebre astrólogo alemán Juan Regio Montano, que había de ser este año admirabley prodigioso, pronosticándolo así. Lo mismo qftrmaron después Estostero y otros que predijeron había de ser el climatérico del mundo. Confirmaron estas célebres predicciones los raros prodigios que en él se observaron y constan de las historias. En Ditmarcia, pequeña provincia de Denia, se dqaron ver cinco soles en el cielo por el mes de febrero de este año; en Binaria, a la mitad del día 26 de junio, estando el cielo claro y sereno, se oscureció de repente el sol dqándose ver bien cerca de él el raro fenómeno de una espada desnuda; en Crisivalidia, cerca de la ciudad de Pomerania, el día 22 de mqyo se dqó ver un maravilloso pez¡ en c191a piel se admiraban dibt!Jadas con primory propiedad cruces, letras, espadas, puñales, banderas, cabezas de caballos, naves y cosas se22

mqantes. Hizo también famoso a la posteridad este año el descubrimiento en Roma de aquellos antiquísimos obelescos, con las inscripciones de los emperadores que los habían conducido a aquella ciudad, cabeza del mundo.» 2 Aquel año en Granada continuaban las obras de la nueva catedral. A pocos pasos de los restos mortales de los Reyes Católicos unos obreros trabajaban laboriosamente en derribar el antiguo minarete de la mezquita mayor nazarí, llamado Torre Vieja, que obstaculizaba la construcción de la tercera nave del templo del Siloé. El 18 de marzo, día de San Gabriel, los peones que lo derribaban «descubríam> entre los escombros en la calle una caja de plomo que no lograron abrir hasta el _día siguiente de San José. Es casi seguro que estos peones fueron moriscos a quienes los instigadores del complot habían encomendado esta primera y esencial tarea 3• La buena planificación del asunto es ya patente, en primer lugar por haber escogido ese portentoso año de 1588, cuya significación astrológica no pudieron ignorar los moriscos 4, y en segundo lugar por haber escogido el día de San Gabriel, el ángel más importante en el islam y cuya aparición en los libros plúmbeos es frecuenúsima.

2

Heredia Barrionuevo, M ístico ramillete histórico, cronológico panegírico... de Don Pedro de Castro Vaca y Quiñones, ed. de 1863 Granada, págs. 20-21. 3 En el grabado de Heylan los peones que aparecen derribando la torre visten la úpica gorra que solían llevar los moriscos granadinos. Hay varias referencias directas e indirectas a la práctica de la astrología entre los moriscos granadinos en los libros plúmbeos.

Al abrir la caja aparecieron varios objetos muy curiosos: una tablita con la imagen de Nuestra Señora en traje «egipciana» 5, un lienzo que parecía ser la mitad de otro cuadrangular, cortado de esquina a esquina, un hueso pequeño, unas arenitas de color entre azul y negro, y un pergamino enrollado sobre las dobladuras. La caja estaba betunada por dentro y por fuera y todo iba cubierto con otro lienzo corriente a modo de protección. Lo más interesante, y lo que causó viva conmoción entre los granadinos, fue el perganúno, ya que sunúnistró las primeras noticias concretas acerca de su santo patrono, San Cecilia. Estaba escrito en tres idiomas: árabe, castellano y latín. Transcribimos a continuación, y por primera vez, las cosas más interesantes de este documento. Para la parte árabe seguimos la traducción del médico morisco, Alonso del Castillo, uno de los posibles falsificadores del pergamino y de quien hablaremos más ampliamente en páginas sucesivas. Encabezando el perganúno se hallaban cinco cruces, formando una cruz y debajo una inscripción en árabe cuya traducción es la siguiente 6 :

«Proftda de San Juan Evangelista acerca de la destrucción de las gentes, y de las persecuciones que sobre ella se continuarán hasta el día sabido. En sublimado Evangelio, interpretada por manos del santo, el sabio, el ensalzador de la fe, Dionisio Areopagita.

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Es decir «gitana». Bien sabido es el frecuente trato entre moriscos y gitanos, varias veces prohibido por una política represiva y paternalista. 6 Cf. Mss. dd Archivo Secreto C-28.

))En el nombre de la ml!J honorifica trinidad con unidad de la fe más soberana, y con amor del crucificado en la tierra de la casa santa que es en Jerusalén; el segundo de la coronación y magestad de ella, el encargado de pagar el pecado primero por su amory misericordia sobre nosotros con su concepción, y tomando la humildad como la depositó en sus amados apóstoles en el sublimado Evangelio por sus manos dispersó, el cual envió para las gentes en la honorificencia de su camino,y la manera en que este caso nos aconteció, sabido y largo por su misericordia en la suma de la brevedad de esta escritura es ésta: ;;Como fuésemos camino a visitar la casa nombrada,y su sepulcro y los continuos lugares sabidos que han bendición para disminución de pecados y desobediencia, los cuales nos hallamos a causa de seguir el apetito y seguimiento de S afán, y después que acabamos aquello, como caminásemos en seguimiento de la qftción del alma a la luz de la ciencia más alta, compuesto en lengua y arte griegas, las cuales se estudia en la ciudad de Atenas la Orienta~ que Dios la guarde, en el camino nuestro vicge con los vientos y corrupción de los tiempos, hallamos lo que quiso Dios con la visitación de una enfermedad de enceniZflrse los ojos, hasta que se cegó la vista vueltos en blanco, alabanza sea a Dios por ello. Y como un día visitase a un varón de los peifectos, norte de la lry, y t!JUdador de la iglesia santa de la ciudad nombrada, a quien sea Dios propicio, descubrióme un secreto maravilloso. Y después me mandó confesar los pecados con puridad de corazón y recibir el cuerpo de nuestro Dios, entonces en el sacrificio sacó una cosa admirable que es una toca de la Virgen Maria, la cual ef!iugó con ella las lágrimas mezcladas con sangre de sus ojos en la crucifixión de su hijo, el honorificado. Y extendiéndola sobre mi fav fue restituida sobre mí la vista

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al instante con piedady misericordia. Y vi/e con ella una profecía en hebreo interpretada en griego por mano del sabio, el santo, el filósofo, ensalzado de la lry, Dionisia Areopagita. Sus palabras en su composicióny concierto son declarar aquella cifra para los griegos nombrada así: »Profecía del verdadero evangelista apósto~ San Juan, de cómo se consumieran las gentes y de los infortunios que sobre ellas se continuarán después de la pena del Crucificado. ,>Y fuimos admirados de aquellas palabras verdaderas. Cinetinóse nuestro corazón a su traslación y habiéndole rogado sobre ellos, fue atraído nuestro ruego. Y la interpreté en lengua usada de A!Jamía, y sobre ella comentamos un comento, y declaración en arábigo, que contiene el secreto nombrado el usado en la lengua de España conforme a su arte en el Poniente para los cristianos españoles. Y no corrompimos lo conveniente en el modo secreto hebreo, ni griego que en ella se fundó y escribió. Y no entenderá su declaración ni entendimiento ninguno de los hombres sino el que Dios quisiere y le concediere este bien y merced en el tiempo por él sabido, para aviso de los rryes y no antes. Y lo que interpretamos en ella es verdadero, y comprehende la cifra nombrada de la manera que aquí veréis que está. J>Y con ella !regimos la mitad de la toca nombrada que me donó el prelado nombrado por su amor con Dios y compasión que sobre nos tuvo. Y sabe Dios lo que pasé en pedírsela y me amonestó y juramentó su guarda. Y aquello hice y vi con ella milagros grandes, aprové-chenos Dios con ella, ya se ha aceptado y a todos sus siervos. Amén.;> La profecía de San Juan apareció en el siguiente lugar del pergamino de la Torre Vieja. Estaba presentada en una especie de tablero de ajedrez dividido en 1.392 escaques, 48

por 29, y en cada escaque, alternándose los colores rojo y negro, una letra, la mayor parte latinas con alguna griega intercalada. Veámosla:

La edad de la luz L1 ya comenzada (} por el maestro y por su pasión redimida con dolor del cuerpo , y los profetas pasados que, alumbrados de la tercera persona, esperaron su venida L1 del mundo su acabamiento. Quiero contar por boca de este maestro ro en la misericordia preferido ..1. A los seis siglos cumplidos de su advenimiento , por pecados graves en el mundo que cometidos serán, e tinieblas se levantarán m19 oscuras L1 en las orientales partes. Y a las occidentales se extenderán (} por ministros furiosos que en ellas serán criados con que la luz de nuestro sol se eclipsará. Y el templo del maestro y su fe graves persecuciones padecerán . Y los quince siglos cumplidos por los pertinaces corazones endurecidos , segundas tinieblas se levantarán en las partes de Aquilón y de ella un dragón saldrá. Y por su boca arrojará simiente que sembrará. La fe dividirá en sectas L1 y con la otra juntada el mundo ocuparán L1. Y de las 8 occidentales partes saldrán los tres enemigos su malicia CO aumentado. Y por su maestro la sensualidad traerán. Y con lepra nunca vista, el mundo L1 se infeccionará. La luz en parte diminuta de la tierra se retirará CO donde, con naufragios sustentada, será L1 en el abrigo de la columna de su piedad con estas señales prodigiosasy otras que el ~ cielo mostrará. El género humano será L1 amenazado y en especial el sacerdocio y anunciando el (} Anticristo que será breve su venida que con esta profecía se cumplirá. Y el Juicio Final se acercará cuando se manifestará al mundo la verdad, verdad, verdad cumplida. Del mediodía saldrá el Juez de la verdad cuando le plazca ,))

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Al margen de este cuadro de letras estaba escrito en árabe: Y elfin es la lección del Sublimado y Amparado evangelio. Con corazón puro leerás estas letras, y sabrás la ciencia soberana, y si no supieras las dos lenguas no alcanzarán la prefeda hebrea.)> Después de este «comentario» reproduce en árabe los catorce primeros versículos del Evangelio de San Juan con algunas diferencias. Todo esto va firmado a continuación por el mismo Cecilia, naturalmente en árabe 7•

Además de la profecía y el medio paño de la Virgen María hubo una reliquia del protomártir: un hueso del dedo pulgar. ¡Maravillosa caja! Y milagrosa por añadidura pues con sólo tocar un trozo de tela al paño de la Virgen el trozo adquiría poderes curativos.

«De un paño de éstos tocado al de Nuestra Señora, sé m1!J cierto que un vecino de esta ciudad (Granada), llamado 7

Véase Apéndice II.

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Véase la traducción castellana en el Apéndice III.

Diego de Cuenca, se lo puso encima de una seca, o carbunco, de que se sintió herido el año de 1602 que hubo peste en Granada. Y en cuatro horas de sueño que le sobrevino se halló milagrosamente sano, y el paño humedecido del humor pestilencia4 y e'!futó el costado donde tenía la seca... » 9 Al enterarse del hallazgo el prelado granadino, don Juan Méndez de Salvatierra, informó al Papa Sixto V y a Felipe II, pidiendo a aquél permiso para seguir el proceso de calificación según las estipulaciones del Concilio de Trento que permitió a los obispos calificar las reliquias halladas en su jurisdicción. También convocó una Junta Magna, a la que asistió San Juan de la Cruz, Prior del Convento de los Mártires, para que le informase sobre la posible autenticidad del contenido de la caja. ¿Fue esto sorprendente, o no? Además de la ya aludida carencia de historia eclesiástica que sentía Granada, y la necesidad de llenar ese vacío como pudiera, el ambiente fue propicio para toda clase de credulidades. Opinamos con Godoy Alcántara que «el hallazgo de reliquias era demasiado frecuente en aquellos tiempos; y los que conocieron la falsedad (del contenido de la caja), no osando ponerse de frente con la opinión que lo aceptaba como verdadero, o guardaban silencio o manifestaron la suya de una manera embozada e indirecta» 10• Además· desde el principio los amigos del pergamino podían contar con el respaldo real en la persona de Felipe II, ávido coleccionista de reliquias. Un

pequeño trozo del paño cortado y enviado a El Escorial, donde lo colocaron junto al Altar Mayor en un lujoso relicario. Volviendo a los acontecimientos, el cabildo catedralicio comisionó a tres intérpretes para llevar a cabo una traducción del contenido árabe del pergamino: el licenciado Luis Fajardo, antiguo catedrático de árabe en la Universidad salmantina; Miguel de Luna, un morisco especialmente señalado por Fajardo como el mejor dotado para hacer la traducción, y Francisco López Tamarid, racionero mayor de la catedral. Para asegurar una fiel interpretación del pergamino encargaron al médico morisco, e intérprete de Felipe II igual que Miguel de Luna, el ya mencionado Alonso del Castillo, hacer otra traducción sin ver la efectuada por los tres anteriores 11 • Mientras se desarrollaba esta labor de traducción el arzobispo murió el 24 de mayo de 1588, sin que aún hubiese llegado respuesta alguna del Vaticano sobre el asunto. Entretanto, el deán y cabildo enc.argaron al canónigo electoral, Francisco Aguilar Terrones, llevar una copia del pergamino a Madrid de manera oficial -el presidente de Granada, Fernando Niño de Guevara, ya había enviado dos ejemplares- para que el monarca lo viese y ordenara opinar al Real Consejo. También se despachó una copia al cloc-

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9 10

Cf. Mss. de la Biblioteca Nacional 16748. Op. cit., pág. 84.

Al principio Fajardo negaba su capacidad para hacer la traducción y solicitó la ayuda de Miguel de Luna. Posteriormente, cuando Luna había caído víctima de la crítica popular, Fajardo escribió que él mismo había sido el primero en traducir el pergamino. Cf. Archivo del Sacromonte, Legajo V, 1.' parte, ff. 28-33.

to Benito Arias Montano 12 cuya influencia habría de pesar mucho en el asunto, pues el mismo Nuncio había pedido su intervención como intérprete imprescindible para una acertada calificación. Sixto V, después de haber consultado a los cardenales intérpretes del Concilio de Trento, expidió un breve con fecha 3 de octubre de 1588, en el cual encomendó la continuación del proceso al previsor de la catedral granadina en Sede Vacante, Juan Fonseca, deán del cabildo. Un poco antes, a finales de septiembre, había expedido otro breve en virtud del cual mandó suspender toda actividad que se estuviera desarrollando en torno al hallazgo. Por fin, el nuevo arzobispo, don Pedro de Castro y Quiñones 13, llega a Granada a finales de noviembre de 1590. Al año siguiente reanudó el proceso escribiendo a muchas iglesias y conocidos historiadores para que opinaran sobre el descubrimiento. Dejamos por el momento la descripción de los perfectamente documentables sucesos de tipo jurídico-eclesiástico sólo de interés secundario en esta introducción, y consideramos el contenido del pergamino y los que lo falsificaron. El pergamino en sí es más interesante de lo que podría parecer en un principio y puede esclarecer algunos puntos dudosos, o mal comprendidos, de los plomos. Hasta el momento casi todos los estudios sobre el tema de los apócri-

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Cf. Cabanelas, D., A rias M ontanoy los libros plúmbeos de Granada, en Miscelánea de estudios Á rabesy H ebraicos, Universidad de Granada, 196970, volumen XVIII-XIX, fascículo 1.º, págs. 741. 13 E ra hijo del fam oso virrey de Perú y Cuzco que venció al rebelde Almagro.

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fos granadinos han dejado un poco al margen el pergamino alegando que éste tiene más sentido si es considerado a la luz de los plomos. Pienso más bien al contrario, que el pergamino demuestra algunos de los motivos y el mecanismo de esta fabulosa invención esencialmente morisca. Todavía en Granada estaba muy vigente la división entre cristianos viejos y cristianos nuevos, es decir, entre no moriscos y moriscos. La importancia que tuvo el pergamino para ambos grupos difiere sustancialmente ya que para los cristianos viejos la simple existencia de un documento que probase que San Cecilio efectivamente había estado en Granada como su primer obispo, fue casi vital para que pudieran considerarse partícipes de la unidad española. Para los moriscos, en cambio, la noticia de que el primer obispo de Granada fue árabe tuvo gran importancia. Los falsificadores seguramente se dieron cuenta de una cosa desde el principio: no había incrédulos, de manera abierta, ni entre el pueblo, ni entre la clase dirigente. Debían reconocer perfectamente que en Granada había fuertes deseos de creer, y recrear su pasado, de rellenar el hueco islámico de ocho siglos. Después de la rebelión de Las Alpujarras los moriscos, y sus amigos, sabían mejor que nunca que Granada quería convertirse en ciudad plenamente cristiana, dejando a un lado a los moriscos y sus, para ella, extrañas costumbres y dudosa fe. Aprovechando este ambiente de hipercredulidad los falsificadores hicieron una primera tentativa como ensayo de un proyecto mucho más ambicioso. Mas antes de lanzarse precipitadamente tenían que saber exactamente cómo iban a reaccionar el pueblo y las autoridades. También se dieron cuenta de que el contenido del pergamino tuvo _que satisfacer tanto a los cristianos como a los

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moriscos para lograr el objetivo. Pero ¿cuál o cuáles fueron los motivos de todo esto? Y ¿quién o quiénes fueron los falsificadores? Espero esclarecer un tanto estas dos preguntas fundamentales después de algunas palabras sobre los libros plúmbeos, tan íntimamente relacionados con el pergamino de la Torre Vieja.

II

Porque si el mar fuera tinta y los árboles plumas, los ángeles en los cielos y en la tierra escritores, se consumiera la tinta, y gastaran las plumas, y no bastara para la declaración de esto. Final del libro plúmbeo titulado De la Esencia de Dios.

Cuando el alzamiento de los moriscos en 1568, un tal Diego Felipe, capitán de infantería, vecino de Sevilla, cayó preso de los sublevados. Mientras se encontraba en su poder adquirió un librito de «recetas de tesoro», muy abundantes en el Reino de Granada del siglo XVI. Según una de esas recetas, cuando España fue conquistada por los musulmanes, los cristianos, ansiosos de no dejar caer sus riquezas en manos del enemigo, cerraron una riquísima mina de oro perteneciente al rey don Rodrigo. Otra informaba sobre la ubicación de la mina, que debía de estar entre Endessa y Cabrera, en un monte pelado de piedras azules. Este mismo librito, según consta en el Proceso de calificación de las reliquias sacromontanas lo adquirieron dos teso-

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reros, Sebastián López de Torrezón, de Jaén, y Francisco García, de Granada. Estos dos optimistas juzgaban que el Monte Valparaíso, situado en el valle del Darro al este de Granada, reunía algunas de las condiciones de la receta y, efectivamente, después de haber trabajado allí un cierto tiempo encontraron la boca de unas cavernas terraplanadas. Al cabo de dos meses de trabajo murió, algo misteriosamente, Francisco García. Su compañero buscó la ayuda de algunos hombres más, entre ellos un tal «Fulano de Castillo», siguiendo las indicaciones del difunto. El 21 de febrero de 1595 encontraron una lámina de plomo, la cual, por la extraña letra en que estaba escrita, creyeron que era árabe. La llevaron a varios arabistas, entre ellos Miguel de Luna y Alonso del Castillo, que, sin embargo, tampoco la pudieron descifrar, decían. Por fin consiguió leerla el jesuita Isidoro García en presencia del P. Marcos del Castillo. Así, en resumen, reza la descripción oficial en el Proceso de las reliquias de las circunstancias del primer descubrimiento en torno a los libros plúmbeos. El librito de recetas existía, pues se puede ver claramente el sitio donde iba pegado en el libro del proceso, aunque después arrancado, quizá por algún canónigo tesorero. De momento nótase la sospechosa intervención de tres hombres con el mismo apellido: del Castillo. La inscripción de la lámina, escrita en extraños caracteres, llamados letra hispano-bética por los subsiguientes crédulos, decía que un tal Mesitón padeció martirio en aquel lugar durante el reinado de Nerón y que allí mismo se encontraba enterrado. Descifrada la plancha el 15 de marzo, el arzobispo mandó a sus dos provisores, los hermanos Justino y Almerique Antolinez, y al mayordomo de su hacienda, Francisco Díaz de Campomanes, subir al día

siguiente a las excavaciones del Monte Valparaíso en calidad de testigos. A partir de este momento los gastos de las mismas corrían a cuenta propia del arzobispo. Después de cinco días Francisco Hernández, el mismo que había encontrado la primera plancha, encontró otra lámina que ofrecía noticias aún más curiosas. Según esa segunda plancha, Hiscio, discípulo de Santiago, padecía martirio de fuego en aquel lugar durante el segundo año del reinado de Nerón (56 d. de C.) en el mes de marzo con cuatro discípulos suyos. También decía que el sitio se llamaba lugar «ilipulitano» y, por vez primera, denominaba «Sacro Monte» al Monte Valparaíso. El último día de Semana Santa de aquel año el arzobispo Castro envió a las excavaciones a Ambrosio de Vico, maestro mayor de las obras de la catedral y arquitecto de su torre, para reparar unos hundimientos de las cuevas. El mismo de Vico era testigo el día 30 de marzo del hallazgo de unas cenizas y huesos, también encontrados por Francisco Hernández, esta vez en compañía de su hermano Diego, y en el mismo sitio donde había encontrado la primera plancha. Después, el día 5 de abril, subió Castro en persona para presenciar la obra. El 1O de abril halló la tercera plancha Juan Martínez, uno de los obreros. En ésta se leían noticias curiosísimas. Según ella, un cierto Tesifón padeció allí martirio. Este Tesifón era discípulo de Santiago y antes de su conversión al cristianismo se había llamado Ibn 'Attar. Además, decía que este árabe converso había escrito un libro en planchas de plomo, la misma materia que las placas latinas, titulado Fundamentum Ecclesiae, y que tanto el libro como las cenizas del santo y de sus compañeros se encontraban allí. El 14 de abril subió Castro otra vez, a las dos de lama-

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drugada para evitar escándalos, a fin de recoger los hallazgos y almacenarlos en un lugar adecuado mientras se formaba el proceso. Continuaban las excavaciones y, efectivamente, el 22 de abril hallaron el primero de los veinte y dos libros plúmbeos. Consistía en cinco hojas de plomo, delgadas y redondas. En la cubierta porúa, en letra «hispano-bética», que el libro estaba escrito en caracteres «salomónicos». La frecuencia de los hallazgos aumentó notablemente a partir de este momento. Así, el 25 de abril la niña de ocho años, Catalina de la Cueva, criada de la Casa de Jerez, encontró el segundo de los libros plúmbeos, llamado D e la Esencia de Dios. Todavía quedó por encontrar la última lámina latina, la cual seria la más significativa y de más influencia, para la Granada del XVI. Esta plancha, hallada por otra niña, Isabel Ruiz, el 30 de abril, pretendía ser una lámina sepulcral de nada menos que el patrono de Granada, San Cecilia. Refería que el primer obispo de Ilfüeris sufrió martirio en aquel sitio. Además, decía, había escrito un comentario al Evangelio de San Juan, el cual estaba escondido con otras reliquias en la parte alta e inhabitable de la Torre Turpiana. Ésta fue la primera vez que se llamó Turpiana a la Torre Vieja ya referida. La lámina fijó la fecha del martirio de San Cecilia el día 1 de febrero, en el que hasta hoy se celebra la festividad del patrono de Granada según la autoridad de aquella plancha, falsificada por moriscos, pues antes terúa lugar el 15 de mayo. Por poco Granada no se consume en llamas de devota alegría por las tan concretas noticias de su patrono. La intensa devoción de los granadinos hacia su patrono, como si quisieran recuperar el tiempo perdido, continuaba en gran estado de exaltación durante la mayor parte del siglo XVII.

Proliferaban los milagros de tal manera que uno se pregunta cómo sobrevivía Granada hasta 1595. Estocadas de espadas sin efecto, «corrimientos» del dedo, parálisis de las piernas, roturas de ingle, niños que caen en molinos, quemaduras y un largo etcétera de curaciones y soluciones atribuidas a los mártires sacromontanos, que sumaban doce, y en especial a San Cecilia, aquel prelado árabe que evangelizara Granada. Además de los milagros individuales hubo lo que las autoridades eclesiásticas granadinas calificaban de milagro colectivo. Este estribaba en las numerosísimas procesiones que tuvieron como fin la colocación de cruces en el Sacromonte, y dejarlas allí erigidas como símbolo de la fe de cada grupo o individuo que las dedicaba. La primera fue colocada el 4 de mayo de 1596, por persona desconocida decían unos, milagrosamente decían otros, y a finales de ese año su número llegaba a unas 1.200, convirtiendo el Monte en «una selva amerúsima de cruces» 14, Muchas veces las procesiones carecían de carácter religioso, adquiriendo un marcado aspecto de acontecimiento social para la aristocracia. Se cuenta que la duquesa de Sesa organizó una procesión de más de 1.000 mujeres, que subieron precedidas de coros, músicos y muchachas vestidas de ángeles, a las dos de la mañana, a fin de colocar la lujosa cruz que hizo fabricar. Aún hoy se pueden apreciar cuatro de estas cruces grandes y algunas basas de ellas en el camino que conduce a la Abadía. Los falsificadores contaban con esta exaltada reacción popular ante los descubrimiento s. Si las reliquias de la Torre Turpiana habían probado la posibilidad de ir más lejos en una sutil campaña de mejorar la opinión pública de los moriscos, el pergamino había demostrado la probabilidad

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de hacer esta campaña con éxito. Como observó Cabanelas «la verdad de cuanto sucedió en la elaboración de los libros plúmbeos tal vez nunca llegue a conocerse en todos sus extremos» 15 • Sin embargo, con la evidencia acumulada hasta la fecha podemos intentar una reconstrucción teórica, creo que con amplio margen de probabilidad, del funcionamiento del «equipo» falsificador y aun de algunos de sus componentes. En primer lugar, cabe destacar las conclusiones de Godoy Alcántara sobre la autoría de los libros plúmbeos; conclusiones que comparte Cabanelas y a las que también me suscribo, pero con algunas reservas. Godoy Alcántara culpabiliza a los dos intérpretes que más intervinieron en la traducción de los plomos: Alonso del Castillo y Miguel de Luna. Escribe: «Superiores en ilustración a los suyos, comprendieron que su causa estaba perdida y que el mayor servicio que para mitigar su desventura podían prestarles, era secundar la obra de pacificación y concordia por medio de la infusión de nuevas doctrinas religiosas, que harían superable la barrera divisoria de ambos pueblos» 16 • Cabanelas explica: «Es indudable que en ambos moriscos concurrían unas circunstancias excepcionalmente propicias para intentar esta audaz y arriesgada solución, pues, a más de disfrutar de la confianza oficial por su empleo de traductores, uno y otro estaban exentos de todo fanatismo

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y aceptaban la situación tal como la suerte la había deparado, procurando sacar de ella el mejor partido posible.» 17 No obstante, hay otro morisco muy implicado en el asunto que ahora pasaremos a considerar a pesar de que sólo tenemos dos referencias de él. Luis del Mármol, historiador de la rebelión de Las Alpujarras y uno de los primeros impugnadores del pergamino, escribió a Pedro de Castro a principios de 1594:

«Ypues el negocio (el pergamino de la Torre Turpiana) es tan grave como Vuestra Señoría ve, quiero dar un aviso que podría ser ml!J importante para la versificación de é4·ya dixe a Vuestra Señoría como el licenciado Castillo dice que, cuatro o cinco años antes del levantamiento de los moriscos, le dixo un morisco llamado EI-Meriní que, cuando derribasen la Torre de la iglesia mqyor, se hallaría un gran pronóstico levantisco; y si esto es verdad, cierto es que tenían los moriscos noticia de él cuando derribaron la Torre, y aun por ventura lo tenía alguno de ellos en su casa para arrqjarlo allí cuando le pareciese.,> Este El-Meriní, que «presumía de muy leído y tenía muchos papeles árabes», parece haber sido uno de aquellos moriscos que se dedicaba a animar a sus hermanos con la distribución de jofores, o pronósticos, que tanto corrían entre ellos con el fin de mantener alguna esperanza en el futuro. También «parece» El-Meriní haber disfrutado de cierto prestigio entre los moriscos como sabio. Ahora bien, en

Carta de Francisco de Ledesma. Mss. de la Bibl. Nac. 6437,

fol. 2. 15 16

Cabanelas, Alonso del Castillo, pág. 222. Op. cit., pág. 104.

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Op. cit., pág. 230.

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las dos cartas de Mármol que cita a El-Merirú dice que parece que el rumor del descubrimiento de la Torre era conocido por muchos moriscos más, pero él mismo sólo lo había oído, a pesar de sus muy completas investigaciones moriscas, de Alonso del Castillo. En 1588, año del descubrimiento del pergamino, El-Merirú ya llevaba muerto veinte años, por lo cual hubiera sido fácil para Alonso del Castillo inventar esa historia y atribuirla a El-Merirú. Sin embargo, nuestra sospecha crece con las siguientes palabras del mismo Mármol:

«Finalmente, este Men'ní murió el primer año del levantamiento y d~jó una h!Ja que ahora está en Granada casada con Mendofa el Seis, morisco. Esta morisca me ha dicho dio los papeles de su padre a un Luna, también morisco,y que ella le dio un libro que romanfOy se imprimió dos o tres años ha, que trata de la destrucción de Espana 18,y que lo tenía El Meriní, porque cuando escribía Descripción de África 19 , tuve noticia de ély lo pedí a Castillo el viefo, padre del dicho licenciado Castzllo, para verlo, y me d!Jo que lo había prestado al Meriní... ;; 20• Es muy posible que estos papeles de El-Merirú, perdidos, pudieran esclarecer muchos puntos no sólo de la inspiración de la Historia falsificada por Luna como sospecha Cabanelas, sino también la del pergamino y los libros plúmbeos. Pese a la falta de esos documentos creo que podemos

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La otra falsificación patente de Miguel de Luna. Sobre esto ver Godoy Alcántara, op. cit., pág. 8, y Cabanelas, op. cit., pág. 164. 19 Escrito por Mármol en 1570. 2 Cabanelas, op. cit., págs. 186-181.

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considerar a El-Meriní, y posiblemente a su hija y al padre de Alonso del Castillo, como implicados en la fase inicial de las falsificaciones, cuando todavía sólo fue una posibilidad que discutían entre sí, sin ninguna idea clara de cómo implantarla y qué forma tomaría. Ya hemos dicho que el pergamino de la Torre Turpiana fue un ensayo para ver cómo reaccionarían el pueblo y las autoridades. Por otra parte, a los falsificadores además les interesaba, de manera vital, ver la reacción de los moriscos. Tenían que averiguar hasta qué punto podían deshacerse de elementos esenciales del islam para que aceptaran los moriscos esta religión prefabricada. Esto es manifiesto por lo siguiente: La diferencia más importante entre el dogma cristológico del pergamino y el de los libros plúmbeos consiste en que aquél cita a Jesús como Dios, mientras éstos nunca aluden a él sino como «Verbo» de Dios, «Espíritu» de Dios, etc. Parece que el monoteísmo radical del islam estaba demasiado arraigado entre los moriscos de la Granada del XVI y los falsificadores, algo cínicamente, se vieron obligados a abandonar fraseologías referentes a Cristo que los moriscos no pudieran aceptar. También es muy probable que en la elaboración del pergamino intervinieran algún o algunos cristianos viejos más que en la composición de los libros plúmbeos, donde también es muy posible su intervención. Sobre esto hablaremos más tarde. Siguiendo nuestra conjetura del funcionamiento de este supuesto equipo durante la primera fase de operaciones, entramos de lleno en el asunto de los libros plúmbeos. Si suponemos que por lo menos las primeras falsificaciones fueron hechas entre 1588 y 1595, la próxima tarea sería cómo

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hacerlas aparecer. Esto encontró fácil solución en el empleo de los dos tesoreros, o al menos de uno de ellos. El hecho de que en el contenido de algunos de los libros se habla en términos generales del Monte Valparaíso nos conduce a pensar que los falsificadores ya lo habían señalado como el lugar ideal para el descubrimiento. Por lo tanto es muy probable que los dos tesoreros, posibles confidentes de los falsificadores, se armaron con el librito de recetas para dar más crédito a su explicación de por qué excavaban en el Valparaíso. Sebastián López dijo que antes de que muriera su socio, Francisco García, le recomendó a un Fulano de Castillo, entre otros, para sustituirle. Sólo cuando se incorporó este Castillo a los tesoreros empezaron a tener lugar los descubrimientos. El apellido Castillo, naturalmente, no tiene que ser exclusivamente morisco, mas pienso que en este caso no se trataba solamente de un morisco, sino de un pariente de Alonso del Castillo encargado de la delicada misión de sembrar la primera plancha con inscripción latina entre los escombros de la pequeña excavación. Cuando fue «descubierta», su primer intérprete se llamaba con el mismo apellido, el antedicho Marcos del Castillo. Seguramente hubo alguna connivencia entre por lo menos uno de los dos tesoreros originales y los falsificadores. El descubridor de las dos primeras planchas y los huesos y cenizas es el mismo hombre, Francisco Hernández. Éste, o bien estuvo de acuerdo con el Fulano de Castillo y los falsificadores, o el morisco excavador encontraba que fue muy difícil dejar a Hernández descubrir las santas reliquias. Quizás pensaron que hubiera sido demasiado sospechoso que un morisco fuera el descubridor de unos documentos falsificados, cuyo fin fue precisamente un mejoramiento de la condición de ellos. Después de iniciar

los pseudo-descubrimientos fue fácil hacerlos continuar por un tiempo indefinido sin necesidad de más de un solo cómplice en el sitio de las obras. Sin embargo, no se debe pensar que los falsificadores dejaron de lado su táctica de observar primero las reacciones oficial y popular antes de actuar. Los descubrimientos tuvieron lugar casi por orden alfabético. La primera plancha sólo habló de un tal Mesitón, martirizado allí; noticia siempre feliz para los prelados pero sin más trascendencia para la causa morisca. Querían ver los falsificadores en primer lugar si sus fabricaciones serían aceptadas con el mismo fervor que la caja de plomo de la Torre Turpiana hacía siete años. Cuando vieron que así era, las noticias que daban las planchas fueron aumentando en interés hasta que estalló la bomba de la última plancha que anunciaba a San Cecilia como mártir, árabe y autor de dos libros que también se encontraban en ese sitio. Sólo entonces fueron descubriéndose poco a poco los libros plúmbeos, después de crear, muy eficazmente, un ambiente cargado de santa expectación. Si los libros hubieran aparecido sin esta preparación psicológica y documental se habría tardado mucho tiempo no en descifrar el árabe de los libros, que fue muy fácil, sino en aceptar su procedencia. Fue necesario dar una información relativamente amplia sobre los autores antes de que fueran descubiertos. Después de dar los títulos de los dos primeros libros, fueron descubiertos Fundamentos de la Iglesia y Esencia de Dios. Los siguientes descubrimientos son fieles a esta pauta; es decir, casi nunca fue descubierto un libro más complicado para la comprensión del contenido que la información dada en los anteriores.

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Volvamos nuestra atención a lo que ocurría fuera del círculo íntimo de los falsificadores y sus asistentes, y consideremos el espectáculo que estaba teniendo lugar entre las autoridades. La polémica que suscitaba los plomos puede dividirse en tres etapas que se determinan según la ubicación de los mismos y otros criterios que en adelante señalaremos. La primera etapa se prolonga de 1595 a 1631. Durante este período, el más difícil de determinar cronológicamente, los libros y el pergamino pasan alternativamente, en Granada, del Palacio Arzobispal a la Abadía (fundada en 161 O); o en Sevilla en posesión de don Pedro de Castro; o, por poco tiempo, en Madrid, pero también en posesión de Castro. Reclamados los libros con insistencia por la Corte, a instancias de la Nunciatura y el Santo Oficio, se trasladan a Madrid en 1631, donde permanecen en la Iglesia de San Jerónimo hasta 1642. Por fin, cumpliendo las constantes órdenes emitidas por la Sede Apostólica, se envían los libros y el pergamino a Roma en 1642, donde se supone permanecen hoy día. Esta última etapa termina en 1682, cuando Inocencia XI pronuncia la definitiva condena de los libros 21 •

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Se hallaron 22 libros. Godoy Alcántara reduce este número a 19 porque su fuente principal fue la versión romana del 15 de junio de 1665. La condenación de 1682 excluyó tres de los libros: el llamado Catecismo Menor, porque fue copia de otro, el Catecismo Mayor, el Libro de la Certificación del Evangelio, porque sólo se consiguió leer la primera de sus once hojas (ver Apéndice IV) y por eso llamado el Libro Mudo; y el Libro de los grandes misterios, cuya parte principal aparecía en forma cifrada que no se consiguió entender.

Cabe destacar que la transición de una etapa a otra se caracteriza no sólo por la ubicación de los libros, sino también por el siempre decreciente número de crédulos en su autenticidad; además del choque cada vez mayor entre Roma y la Inquisición española por una parte y la Corte de Madrid y varios eclesiásticos y otros interesados, reducidos al final a los canónigos del Sacromonte, por otra. El tenor de lo que un escritor sacromontano del siglo XVIII calificó de guerra granatensis 22 , se definió ya en abril de 1595, cuando el Nuncio, Camilo Gaetani, reprochó a Castro el haber informado al crédulo Rey Prudente antes que a la Nunciatura. Poco después, Gaetani pidió al rey que mandara enviar los libros a Madrid donde personalmente pudiera examinarlos y calificarlos. Al mismo tiempo obtuvo permiso papal para enviar un observador a Granada para que Roma estuviese bien informada. En preparación del proceso de calificación de las reliquias, Castro convocó dos juntas de teólogos, el 28 de septiembre de 1596 y el 21 de febrero de 1597. Ambas se declararon unánimemente a favor de la autenticidad de las reliquias y también de la ortodoxia del contenido de los ocho libros, y el pergamino, descubiertos hasta la fecha; esto a pesar del breve de Clemente VIII el 15 de enero de 1596, en que prohibió cualquier afirmación o negación acerca de los libros. Castro había fijado el mes de septiembre de 1598 para la junta de calificación, mas la suspendió por dos razones: la muerte de Felipe II en septiembre del año señalado y la aparición de la peste en Andalucía.

22 Cobas, Pastor de los, Guerras Católicas Granatensis, Granada 1736, en Archivo del Sacromonte, Mss. C-17.

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Como fecha definitiva de la junta, Castro señaló el 16 de abril de 1600. El 20 de enero de ese año entró en Granada el primer teólogo calificador, don Alonso de Fonseca, abad de Alcalá. El día 14 de febrero Felipe III despachó en Madrid su consentimiento a la junta y mandó a Castro que le informase sobre el resultado. Al día siguiente el inquisidor general, Fernando Niño de Guevara, escribió al arzobispo de Granada ofreciendo su intervención a favor de las reliquias. Convocada la junta, ésta no tardó en conformarse a la opinión pública y a la de Castro. Luego, según las disposiciones tridentinas, la junta dio a Castro su unánime aprobación y le pidió calificar como auténticas las reliquias 23 • La calificación fue leída por Castro el día 30 de abril de 1600 entre el regocijo general de los granadinos. La próxima subdivisión de esta primera etapa parte de la Junta de Calificación de 1600 y termina en 1609, cuando Castro lleva los libros a Madrid para defenderlos en' persona. La actividad de ambos bandos, amigos y enemigos de su autenticidad, se intensifica en esta etapa mientras los rumores de falsificación se extienden aún más. Uno de los intérpretes de los libros, Gregario López Madera, fiscal de la Chancillería, publica en 1601 unos Discursos defendiendo la autenticidad de los plomos. Por otra parte el jesuita morisco, Ignacio de las Casas, también intérprete a sueldo de Castro, después de haberse proclamado partidario de los libros se tornó en contra. Esta interesante figura escribió al Nuncio mandándole un Memorial en que acusa los libros de una clara tendencia islámica. También escribió, en 1602, al in-

23 Así que oficialmente se hace una división entre los libros y las reliquias, hecho considerado como estratégica fundamental para Roma.

quisidor general, Juan Zúñiga y en 1604 a su sucesor, Juan Bautista Acevedo. Llegó a mandar otro libelo en contra de los hallazgos a Felipe III en 1604 y, tres años más tarde, al Papa Paulo V. Pero sus ataques no eran necesarios ya que la maquinaria para desacreditar los libros ya estaba puesta en marcha. Después de muchas consultas entre Roma y Madrid, Felipe III decide convocar una junta. El duque de Lerma, en carta fechada el 28 de octubre de 1607, encarga al arzobispo de Toledo la organización de aquella junta que se reúne en diciembre del mismo año. La junta decidió enviar a Castro los demás libros plúmbeos que tanto reclamaba el arzobispo de Granada 24, y le pidió venir a Madrid a principios de la primavera siguiente, trayendo todo el equipo de traductores que trabajaban en Granada. Como Castro estaba ocupado en este tiempo en la fundación de la Abadía y, además no consideraba el momento oportuno para defender los libros, se excusó de la Corte un año. Pero en febrero de 1609, y poco después de haber puesto la primera piedra en la Iglesia Colegial del Sacromonte en el mismo lugar de los hallazgos, Castro viajaba a Madrid con los libros y el pergamino, dispuesto a

24 En 1608 un granadin6 no identificado halló tres libros plúmbeos de cincuenta y dos hojas en total. Los escondió esperando alguna ganancia material por su hallazgo. Pero llegado el final de sus días se arrepintió y mandó una carta sin firma al Consejo Real y otra al secretario de Felipe III. Cuando Castro se enteró del asunto hizo todo lo posible para recuperarlos. Entretanto el descubridor los había enviado a Toledo con un tal Benito Pérez, arriero granadino, en una caja de madera, quedándose con la roca en que los halló y la cubierta de plomo para identificarse si recobraba la salud.

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convencer a los dirigentes madrileños de su autenticidad. La junta, encabezada por Bernardo Rojas y Sandov.al, arzobispo de Toledo, inquisidor general y del Consejo de Estado, favorecía las pretensiones de Castro. Como resultado de la junta, Felipe III emitió un Decreto Real en el cual mandó formar otra junta, a cargo de Francisco González de Heredia, caballero de Alcántara, para cuidar escrupulosamente el proceso de los plomos. Los libros y el pergamino podían devolverse a Granada. Sin embargo, Roma volvió a reclamar los libros para hacer la traducción alli mismo. En 161 O Castro se ofrece ir personalmente a Roma con los libros. Pero el rey pensó que esto no era necesario, ya que todavía no se había hecho una buena traducción castellana con arreglo a la Junta de 1609. Poco después de su vuelta a Granada, Castro partió para Sevilla, donde Felipe III le había mandado suceder a Fernando Niño de Guevara en la Silla Metropolitana. La ausencia de Castro de Granada agrava la causa de los plomos. Este período se caracteriza por la intervención y búsqueda de traductores, ya que el principal motivo oficial para no llevar los libros a Roma fue la alegada falta de una buena traducción. Durante esta fase, que dura hasta la muerte de Castro en 1623, la manía de encontrar traductores llega hasta el extremo de pedir al embajador de España en Persia que busque al intérprete adecuado. Es el tiempo de la expulsión de los moriscos y Castro, como muchos partidarios de la causa sacromontana, se opone a la medida expulsora. Pedro de Castro comprendía el carácter irremisible del decreto y pidió dos veces al rey que se expulsara el menor número posible. Uno de los primeros traductores del pergamino y los libros, el ya citado Miguel de Luna, expresó su temor de ser expulsado y se valió

de su supuesta hidalguía y trabajos realizados en Granada y Madrid como justificación para impedirlo. Alonso del Castillo ya había muerto cuando ocurrió la definitiva expulsión de moriscos de España. Sólo de paso haremos mención de algunos de los muchos personajes que intervinieron durante esta etapa; por ejemplo, un cierto Gurmendi, antiguo criado de la casa del ya mencionado Juan Idiáquez. Muerto su amo, se hizo pasar por intérprete de árabe e incluso obtuvo el puesto de intérprete oficial del rey, que estaba vacante desde la muerte de Miguel de Luna en 1615. Hizo, en efecto, algunas traducciones de los libros basadas en los traslados que robó de la biblioteca de Idiáquez. Se adhirió al grupo de Pedro de Valencia, brillante discípulo de Arias Montano y enemigo abierto de los plomos. Este grupo de Pedro de Valencia se centró en Madrid y alli Gurmendi conoció al llamado arzobispo de Monte Lfbano, Juan Hesronita. Este original y lastimoso personaje era sacerdote maronita y había venido a Madrid buscando dinero para traducir obras de Tomás de Aquino al árabe. Al principio era adversario de los libros. Luego, cuando se dio cuenta de la posibilidad de ganancia, se tornó defensor enérgico de los mismos. Castro le hizo venir a Sevilla en 1618 donde le pagó espléndidamente por su labor de traductor. Pero cuando el desdichado Hesronita emprendió viaje de vuelta a Madrid fue robado en el camino. Nuevamente en la Corte, y sin un maravedí, se volvió enemigo de los libros. Durante los últimos nueve años de esta etapa se evidencia el desprecio casi general hacia los libros plúmbeos fuera de Granada. Sin embargo la causa sacromontana ganó un importante partidario en la persona de nuestro marqués de Estepa, Adán Centurión, autor de la presente versión.

De 1623 a 1631 la continua presión ejercida por los émulos, sobre todo la Nunciatura, hizo que el rey ordenase que fuesen llevados los libros a Madrid. Felipe III, como patrón de la Abadía, tardaba en dar curso a la orden. Pero al firi., en marzo de 1632 se sacaron los libros de la Abadía, rompiendo el custodatorio en el cual se encontraban, pues los canónigos se negaron a entregar la cuarta llave necesaria para abrirlo. Al llegar los libros a Madrid se formó un ruidoso debate sobre su colocación. Prueba de la influencia que seguían teniendo los libros es el hecho de que fuesen colocados al lado derecho del altar mayor del monasterio de San Jerónimo. Felipe IV aseguró que los libros serían devueltos a Granada tan pronto se hiciera una traducción y siempre que el Vaticano no decidiera lo contrario. El marqués de Estepa, con expresa autoridad del Consejo Real, imprimió en Granada la primera parte de su biformación para la Historia del Sacromonte en 1632. Aunque tardó más de lo que se podría esperar, el inquisidor general condenó el libro el 6 de mayo de 1633 y ordenó la inmediata confiscación de todos los manuscritos o impresos que aludían, aun indirectamente, a los libros plúmbeos. El marqués apeló al rey y se formó otra junta que no sólo decidió a favor del de Estepa, sino que aconsejó se devolviesen los libros a Granada. Sin embargo, el Santo Oficio procedió con las confiscaciones y poco después, Roma vuelve a insistir en que se lleven los libros al Vaticano. Otra junta de 1639 recomienda una resistencia firme contra los deseos de Roma. El nuevo Nuncio presionó aún más a Felipe IV, pero éste, a pesar del consejo de su embajador en Roma, escribió al Papa Urbano VIII pidiendo otra vez que se lleve a cabo el proceso en España. La respuesta

del Papa, que llega a Madrid en 9 de marzo de 1641, urge el inmediato envío a Roma de los libros plúmbeos e impone un silencio absoluto en cuanto a los plomos so pena de excomunión 25. Se encargó a dos canónigos del Sacromonte para que llevaran los libros a Roma. Uno de ellos, Varaona, muere en el camino a Génova en 1642. Los libros fueron depositados en la Biblioteca Vaticana donde, a pesar de la recomendación del embajador español que se debieran fundir para balas, permanecen hoy día, o, al menos, deberían estar. En Roma se formó un equipo de cinco intérpretes, algunos de renombre internacional como el jesuita Kircher, que finalizó la versión oficial latina, el 15 de junio de 1665. La causa sacromontana nunca estuvo desasistida de infatigables defensores. Además de la constante adhesión de los canónigos, uno de los cinco intérpretes romanos, Bartolomé de Pectorano, se alistó a las filas de los crédulos. Hizo otra traducción por su cuenta para la Inquisición Romana y dedicó gran parte de su labor al desciframiento del llamado Libro Mudo, cosa que ni él ni nadie ha logrado hacer todavía. Finalmente, Pablo Jiménez, arzobispo de Trani, aceptó el encargo de concluir el asunto en nombre del cabildo de la Abadía de Sacromonte. Durante dos años soporta las humillaciones de los diplomáticos españoles en Roma. Como apunta Godoy Alcántara, el único resultado de sus gestiones fue el de dar la alarma a los dominicos, convencidos enemigos de los plomos y del concepto de la Inmaculada, tan vinculada a los mismos como el lector podrá observar. El último servicio rendido por el de Trani fue demorar en

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Esta orden se firm ó casi do s años antes, el 5 de mayo de 1639.

unos meses la propagación de la bula condenatoria. Esta tiene fecha del 6 de marzo de 1682, promulgándose el 26 de marzo del mismo ano. Inocencio XI condenó por «puras ficciones humanas, fabricadas para ruina de la fe católica» los libros plúmbeos. Además acusó los libros de tener partes tomadas del Corán, lo cual es totalmente cierto. Sin embargo, en la misma bula hay una mención de las reliquias halladas con los libros, y que ya estaban calificadas, y aprueba su veneración como auténticas.

III

¿Quién quita que el hombre de lengua castellana no pueda tener la ley del Profeta, y el de la lengua morisca la ley de Jesús?

Fernando de Valor, el Zaguer, a los conjurados moriscos del Albaicín en 1568.

Con todo esto creo haber descrito con bastante claridad, si bien esquemáticamente, lo que fueron los libros plúmbeos y la polémica que suscitaron hasta la publicación de la bula condenatoria. La polémica continuaba hasta mediados del siglo XVIII 26 y, en cierto sentido, puede decirse

En 1740 tuvo lugar otra serie de «descubrimientos» en Granada, esta vez en la Alcazaba Cadima donde, entre auténticos hallazgos arqueológicos, algunos sacerdotes sembraron lápidas que pretendían corroborar las invenciones sacromontanas. 26

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que aún continúa hoy, pues algunos todavía creen que son auténticos documentos del primer siglo escritos por los santos Cecilia y Tesifón. Los libros plúmbeos demuestran en gran parte cómo los moriscos se defuúan a sí mismos cuando estaban a punto de ser expulsados. Creo que en conjunto los plomos podrían clasificarse como un muy extenso jofor, aquellas predicciones sobre un brillante futuro que tanta circulación tenían entre los moriscos. Estos «apócrifos» constituyen, pues, un intento de institucionalizar el jofor, implantándolo dentro de una litúrgica y una doctrina en la que la parte principal correspondería a lo islámico. No se trataba, en el sentido estricto, de «restauran> el islam, sino de hacerlo continuar, ya que se puede observar en estos documentos la plena vigencia que tenían los fundamentos religiosos islámicos entre los moriscos granadinos. Además de otras influencias islámicas que señalaremos en las notas, las más importantes, a nuestro punto de vista, fueron dos: la omnipotencia de un Dios casi impersonal, delante de cuya presencia inacercable el hombre no puede hacer nada sino obedecer ciegamente; y la paciencia con que el hombre ha de confrontar su existencia. Estos dos aspectos, de clara procedencia islámica en este caso, servían muy bien a los sufridos descendientes de reyes nazaríes. Lo que es curioso de observar, pero no por eso extraño, es la profunda huella que algunas supersticiones habían dejado en los libros. Además de la astrología, más importante para el caso del pergamino de la Torre Turpiana, la alquimia también jugaba su papel en la idealización de los plomos. Me refiero al símbolo más obvio de que se

servían los falsificadores: el sigilo de Salomón. Hay que tener en cuenta que la estrella hexagonal no fue exclusivamente utilizada por los judíos como símbolo de su comunidad hasta el siglo pasado. En el siglo XVI fue empleada tanto por los judíos como por los cristianos y musulmanes, bien como una simple ornamentación, bien con algún significado religioso o críptico. En los libros plúmbeos aparece casi siempre dentro de un círculo, el símbolo de los alquimistas de la piedra filosofal. En esta construcción el círculo representaba la infinidad, el triángulo puntiarriba el fuego y el triángulo puntiabajo el agua. Además de ésta, los moriscos «arabizaban» el sigilo, o estrella de David dibujándolo al estilo de un arabesco de indiscutible gracia. No es el momento de discurrir largamente sobre el contenido de los libros plúmbeos; mis predecesores más recientes ya lo han hecho con mucha certeza. Hasta que se haya terminado una traducción y edición críticas, que tengo bien adelantadas no caben teorías más arriesgadas que las que ya se han escrito. Entonces ¿por qué esta edición de una versión del siglo XVII que indudablemente contiene errores? En primer lugar, aunque la mejor traducción hasta el momento sea la romana de 1682, la versión del marqués de Estepa no es tan incorrecta como se ha dicho siempre. Adán Centurión, como Pedro de Castro, había aprendido el árabe con el único propósito de entender y traducir los libros plúmbeos. Esta credulidad ciega en su autenticidad, aun antes de conocer la lengua, presta a su traducción el mismo entusiasmo con que los falsificadores los redactaban. Sin embargo, me he tomado la libertad de quitar algunos de los errores más sobresalientes, bien basándome en

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el original árabe, bien en la versión latina de 1682 y, a veces, en los apuntes de Alonso del Castillo y Miguel de Luna. D ejaré estos casos bien señalados en las notas a pie de página 21.

Los LIBROS PLúMBEOS DEL SACROMONTE

27 La presente edición es el resultado del cotejo de los siguientes manuscritos de la versión de Adán Centurión, el marqués de Estepa: Archivo Secreto del Sacromonte, B4 B-5, B6, B-7, B-8, B-12, B-14 y B-15; Bibl. Nac., Mms. nos. 205 y 10503. Además se ha consultado el original árabe de los diez volúmenes de la sección