Los Fenomenos De Hipnotismo Y Espiritismo

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Cesan Lomr*ROSO

Los Fenómenos De Hipnonsmo Y espiRinsmo

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CÉSAR LOMBROSO

LOS FENÓMENOS DE HIPNOTISMO Y ESPIRITISMO

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CESAR LOMBROSO

LOS FENÓMENOS DE HIPNOTISMO Y ESPIRITISMO TRADUCIDA DEL ITALIANO

FERNANDO ABOGADO

WEYLER

- VICEPRESIDENTE

DE

LA

SOCIEDAD DE ESTUDIOS METAPSÍQUICOS

M. AGU1LAR E D I T O R

MARQUÉS DE URQUIJO, 39

MADRID

PREFACIO ... combien de dioses nous servaient hier d'articleg de foi qui nous sont fables aujourd'hui. MONTAIGNE.

ES PROPIEDAD

Imp. J. Pueyo. Luna, 29, Teléf 14-30 - MADRK

Cuando al término de una carrera pródiga, si no en victorias si en tenaces batallas en pro de las modernas corrientes del pensamiento en Psiquiatría y en Antropología criminal, inicié la investigación primero y la publicación de un libro después, acerca de los llamados fenómenos espiritistas, por doquiera me asaltaba el amigo cariñoso para decirme:«Va usted a empañar un nombre honorable, una carrera en la que, después de tanta lucha, llegaba por fin a la meta, poruña teoría que todo el mundo no sólo repudia, sino, lo que es peor, desprecia y hasta encuentra ridicula.» Pues bien, todo esto no me hizo titubear un solo instante en proseguir el camino emprendido. Me sentí más bien poderosamente impulsado, porque me parece inevitable coronar una existencia vivida en la pesquisa de nuevos ideales, combatiendo por la idea más controvertida y quizá la que más burlas ha provocado en nuestro siglo, y me parece un deber conducirme así hasta el fin de mis días, ya contados, precisamente porque son más escabrosos y desagradables los obstáculos y más encarnizados los adversarios. Bien sé que nadie es culpable;yo no lo era cuando formaba en las filas de los más implacables enemigos, porque tal como

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eran concebidos a menudo los fenómenos espiritistas, nos parecía que querían abatir aquel gran concepto del monismo, que es uno de los más preciados frutos de la moderna cultura, y porque ante la precisión, la continuidad de los fenómenos experimentales, siempre iguales a si mismos en el tiempo y en el espacio y siempre concordantes entre sí, las observaciones y los experimentos espiritistas, con frecuencia tan variantes según los métodos, según la hora del dia, según la disposición de ánimo de los presentes; por muy repetidos y por muy comprobados que fueran con instrumentos de precisión; por muy examinados que sean por experimentadores severísimos (bastará nom brar a Morselli, Di Vesme, Crookes, Richet, Lodge, James, Hislop, Wallace, Botazzi, De Rochas, Herliztka, Foa, Arsonval, etc.), tienen siempre aquel aire de incertidumbre, de imprecisión de las antiguas observaciones medievales. Pero si cada una de ellas puede ser o parecer incierta, el conjunto de todas forma un mosaico tan compacto de pruebas, que resiste al más duro ataque de la duda, y con más razón ahora, que ante el gran principio de que «no existe función sin órgano, ni manifestación de energía sin pérdida de substancia', hallamos en el estudio de la radioactividad una excepción, al menos aparente. Con ¡as nuevas conclusiones espiritistas no vienen a derrocarse las principales leyes del monismo, porque, reduciéndose el alma a una materia fluídica, que es visible y palpable en determinadas circunstancias, continúa perteneciendo al mundo de la materia, y así, por vez primera aparece la observación científica concillándose con la multiplicada en el tiempo y el espacio desde los pueblos más antiguos y salvajes a los más civilizados, y cristalizada, por último, en la leyenda religiosa, que si no la calidad, indudablemente la cantidad y uniformidad de los sufragios le confiere una autoridad igual o superior al pensamiento de los grandes filósofos. Por ello, en esta investigación me he mantenido alejado de toda teoría; he querido que ésta surja espontánea, en el ánimo j del lector, del conjunto de hechos remachados por la autoridad emanada del asentimiento universal.

Por lo demás, después de lo manifestado, estoy bien lejos de pretender que he alcanzado una completa certidumbre; la hipótesis espiritista aparece tras tanta fatigosa rebusca como cuando en el inmenso océano vemos emerger aquí y allá islotes más elevados, que ajuicio del geógrafo dan la resultante de un antiguo continente, mientras el vulgo se burla de hipótesis tan audaz en apariencia. Antes de terminar esta página envío la expresión de mi más cordial gratitud a los que me aconsejaron y ayudaron en esta obra: al profesor Mazzorati, a Ockorowicz, a Imoda, a Richet y a De Vesme. CÉSAR LOMBROSO.

Octubre de 1909.

PRIMERA PARTE HIPNOTISMO

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DE ALGUNOS FENÓMENOS HIPNÓTICOS E HISTÉRICOS

Si hubo en el mundo un hombre, por educación científica y casi por instinto, hostil al espiritismo, fui yo, que de la tesis de «ser toda fuerza propiedad de la materia y el pensamiento una emanación del cerebro», hice la más constante preocupación de mi vida. ¡En el transcurso de tantos años me he reído de las mesas parlantesl Mas si siempre sentí verdadera pasión por mi bandera científica, abracé otra con más fervor; la adoración a la verdad y la comprobación de los hechos. Fui adversario del espiritismo, al extremo de no querer asistir a ninguna experiencia, hasta que en 1882 tuve que presenciar como neuropatólogo fenómenos psíquicos singulares, que la ciencia no podía explicar, limitándose a decir que provenían de la histeria o de la hipnosis.

1.—Transposición de los sentidos en la histeria y en la hipnosis. Una mañana del citado año 1882, me llamaron cerca de la señorita C. S., de catorce años de edad, hija de uno de los hombres más activos e inteligentes de Italia y de una madre sana, inteligente y robusta; tenía dos hermanos que, próximos

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a la pubertad, habían crecido extraordinariamente, no sin turbaciones pulmonares. Ella tenía gentil aspecto, talla de 1,54 metros, pupila un poco midriática, tacto normal y normal sensibilidad dolorífica y a los colores; próxima a la pubertad, creció bruscamente 15 centímetros, sufriendo con la primera regla graves síntomas de histeria en el estómago (Vómitos, dispepsia), por lo que en un mes no pudo ingerir más que alimentos sólidos, y en otro sólo líquidos, presentando en el tercero accesos de convulsiones histéricas e hiperestesia tan acentuada, que un hilo puesto encima de la mano le daba la sensación de una pesada barra de hierro. Al mes siguiente se manifestó la ceguera, puntos histéricos en el dedo pequeño y en el recto, que bastaba tocar para obtener convulsiones en unión de movimientos reflejos intensos en las piernas, espasmos, contracción y energía muscular tan aumentada, que el dinamómetro pasaba de 32 kilogramos a 47, sólo a la presión de la mano. Y aquí comenzaron a presentarse en ella fenómenos extraordinarios. Durante el sonambulismo denotaba singular actividad en las labores domésticas, gran afectuosidad a sus parientes y destreza musical; más tarde, la mutación de su carácter ofreció una audacia viril e inmoral; pero el hecho más extraño era que, mientras perdía la visión con los ojos, veía, en cambio, con el mismo grado de agudeza (el 7.° de la escala de Jager) con la punta de la nariz y con el lóbulo de la oreja izquierda; leyó así una carta que recibí por correo mientras le vendé los ojos, y pudo distinguir las cifras de un dinamómetro. Era curiosa la nueva mímica con que reaccionaba a las excitaciones sobre estos órganos ópticas, transitorios y transpuestos. Aproximando, por ejemplo, un dedo a la oreja o a la nariz, o amenazando tocarlas, o, mejor aún, haciendo con una lente relampaguear un rayo luminoso a distancia, aunque fuese una fracción de segando, se resentía vivamente, e irritada gritaba: «Queréis cegarme.» Después, con mímica instintiva, tan nueva como nuevo era el fenómeno, levantaba el brazo

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para defender el lóbulo y la nariz y así estaba varios minutos Igual transposición tenía del olfato; el amoníaco, la asafétida, no le producían en la nariz la más leve reacción, mientras que otra substancia ligeramente odorífica, puesta bajo la barbilla, le provocaba una impresión viva y una mímica característica. Si el olor era grato, sonreía, guiñaba los ojos, respiraba con libertad; si desagradable, llevaba rápidamente la mano al repliegue del mentón, convertido en centro del olfato, y meneaba con rapidez la cabeza. Más tarde, el olfato se transportó al talón, y entonces, cuando el olor le desagradaba, meneaba la pierna a derecha y a izquierda y hasta todo el cuerpo; cuando le era grato, quedaba inmóvil, sonriente, respirando con frecuencia. Aparecieron después fenómenos de lucidez profética, pues preveía con rigor matemático, a veces quince o diez y seis días antes, el día del acceso, la hora en que le sobrevendría y el metal que lo haría cesar. El 15 de junio predijo que el 2 de julio tendría delirio; después, siete accesos catalépticos que curarían con oro, y para el 25 de julio faringitis y dolores en los miembros; para el 6 de julio, catalepsia a la primera gota de agua que la echaran, y calma hasta el 12, en el que sería presa de un acceso a las seis de la mañana, con tendencia a morder y a.romper, que no se calmaría sino con media cucharada de quinina y tres gotas de éter. Y todo sucedió como había predicho. El día 14 predijo que los cuatro accesos del día 15 serían curados con plomo, y, a decir verdad, éste no hizo mucho efecto, aunque menos hizo el oro; pero no se equivocó ni en la hora, que predijo exactamente, ni en el número de los accesos. Más tarde predijo sucesos que afectaban a su padre y a su hermano, que se verificaron al cabo de dos años. Vio también, desde su lecho,¡como era cierto, que su hermano estaba a la sazón en un teatro que distaba más de un kilómetro de su casa. Estos fenómenos no son únicos ni aislados. Ya, en 1808, Petetin (1) estudió a ocho mujeres catalépticas, en las que los (1) Electricité animóle, Lyon, 1808,

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sentidos externos se transpusieron a la región epigástrica y a los dedos de los pies y de las manos. En 1840, Carmagnola, en el Giornale dell' Accademia di Medicina, refería un caso análogo al nuestro. Se trataba de una joven de catorce años, que tuvo la regla pocos meses después, que sufría tos convulsiva, cefalalgia, delirio y sollozaba cuando bebía; espasmos, disnea, convulsión facial cuando cantaba, sueño que duraba tres días y verdaderos accesos de sonambulismo, durante los cuales veía distintamente con la mano, escogía cintas y colores y leía en la obscuridad. Quería mirarse al espejo y poniendo la mano delante sólo veía ésta; la bajaba para mirarse la cara, y, enfadada por no lograrlo, pateaba el suelo y huía; acto, el primero, espontáneo e instintivo, que reproduce el de nuestra C. S. cuando ocultaba el lóbulo de la oreja herido por el rayo de luz imprevisto y que basta para excluir toda simulación. Nótese que en éste, como en el caso de Petetin (y no se diga que es cosa descubierta hoy), la aplicación del oro y de la plata la calmaba, devolviéndola la alegría; así es que durante los accesos buscaba dichos metales con avidez; un día tocó bronce creyendo que era oro; mas por completa que la ilusión fuese, no halló ningún alivio. La seda y las pieles le restaban fuerza. Mejoró poco a poco, pero recayendo en cada regla. Despine nos habla de una cierta Estela, de Neuchátel, de once años de edad, paralítica a consecuencia de una herida en la espalda, y que mejoró en los baños de Aix, que con la magnetización presentaba la transposición del oido a varias partes del cuerpo, como la mano, el codo, la espalda; y durante la crisis letárgica, al epigastrio, a la par que notaba facilidad para los ejercicios de natación y equitación, y su fuerza aumentaba extraordinariamente con la aplicación del oro. Frank (1) habla de un Baerkmann, que tenía la transposición del oído, tan pronto en el epigastrio, como en el frontal o el occipital. El doctor Angonoa estudiaba en Carmagnola, en 1840, a (1) [ Praxeos Medicae Univ, Turín, 1821.

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cierta G. L., de catorce años, dispépsica y amenorreica a consecuencia de un disgusto; presa de sonambulismo, hacia media noche distinguía las monedas aproximándoselas a la nuca, y percibía los olores por el dorso de la mano; más tarde, a fines de abril, la vista y el oído se transfirieron a la región epigástrica, leyendo un libro a pocos pasos de distancia de dicha región, con los ojos vendados. El mismo doctor observó a una tal Piovano, de veintidós años, con catalepsia histérica y con accesos epilépticos, que en sonambulismo provocado veía con la nuca o con el epigastrio y olía con los pies; pretendía ver en su propio cuerpo 33 lombrices, que expulsó al cabo de algún tiempo. Aunque no se advertía, estos hechos son análogos a los ya sabidos de los sonámbulos comunes, que ven perfectamente mientras tienen los ojos vendados e insensibles, los párpados cerrados o los ojos en blanco, como en el sueño. Ven así, evidentemente, con cualquier parte del cuerpo y no con los ojos. Preyer y Berger, que también observaron, como no ha mucho Heidenhain, hechos similares, creyendo interpretarlos por la hiperestesia táctil y visual, verdaderamente acentuada en estos casos. Pero ésta puede explicar, a lo sumo, la visión en una estancia obscura, pero no la transposición en los casos en que observamos absolutamente idénticos, dentro y fuera del acceso, la sensibilidad táctil y la agudeza visual. Aquí la percepción visual tiene lugar en los puntos de la piel, mientras que la sensibilidad táctil es mediocre y de ningún modo puede explicar la lectura de un manuscrito. Si los autores más modernos no han tenido en cuenta estos casos, y si Hasse los califica de ilusiones, es porque con una tendencia loable, aunque exagerada, no querían admitir más que los hechos que científicamente podían explicarse. Por esto se ha tardado en admitir la acción de los imanes y de numerosos hechos que empíricamente obtenían los magnetizadores (catalepsia, hipnosis, hiperestesia), ahora admitidos y, hasta cierto punto, explicados (Heidenhain). La verdad es que no puede darse una explicación absolutamente científica de estos hechos, que entran en el vestíbulo

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de aquel mundo que todavía debe llamarse oculto, porque no se ha explicado (1). Así, la lucidez sólo en parte pudo explicarse como una especie de autosugestión, como una conciencia más aguda que la instintiva del moribundo cuando la concentra en su último instante. Pero hay más: se advierte mejor el desenvolvimiento sucesivo de los fenómenos nerviosos porque en la excitación extraordinaria del éxtasis sonambúlico adquirimos mayor conciencia de nuestro organismo, en cuyas condiciones, como en el engranaje de un reloj, están inscritas en potencia, en germen, las varias sucesiones morbosas. Precisa conocer, a este propósito, un hecho que reveló por primera vez nuestro compatriota Salvioli (2), y es que en el sonambulismo la fluxión de la sangre en el cerebro es mayor que en estado de vigilia, y mayor es, por lo tanto, la actividad psíquica, del mismo modo que allí tiene incremento la excitabilidad muscular. En efecto; nuestra enferma, que adquiría en estado sonambúlico una fuerza mayor de 12 kilogramos en el dinamómetro, me decía que en este estado no podía tener la mente tranquila y le precisaba estar siempre elaborando nuevos pensamientos. Pero esta explicación no es satisfactoria cuando la lucidez aumenta, al extremo de profatizar lo que sucedería a su padre y a su hermano dos años después, ni tampoco puede explicar científicamente la transposición de los sentidos. El solo hecho que resalta de un modo característico es que los fenómenos se producen en sujetos histéricos y en los accesos hipnóticos de la gran histeria. 2.—Transmisión del pensamiento. Otro tanto se nota en los casos, hasta hace pocos años inexplorados, de transmisión del pensamiento. Tal es el que (1) Ahora con las nociones acerca del Doble (v. cap. Dobles) puede intentarse una explicación. (2) Archlvio di Psichiatria e scienze penali, vol. II, pág. $jL5i

observé, en unión de Grimaldi jr de Azdu (1), en E. B., de Nocérá, de veinte años, que se tornó histérico a los quince, por un amor contrariado; tenía el cráneo dolicocéfalo, índice 76, faz extraordinariamente asimétrica, aspecto afeminado, agudeza visual y tacto normal, pero mayor en la izquierda; sensible a todos los metales, especialmente al cobre y al oro, que le calmaban las palpitaciones del corazón y la mialgia. Sentía exageradas simpatías y antipatías, fobía de la obscuridad, hasta temer una sombra en un ángulo obscuro; de humor variable, tan sugestionable que se le pudo imponer no sentir los dolores agudísimos producidos con una aguja o con un hierro caliente. Presentaba transposición de los sentidos y transmisión del pensamiento. Adivinaba una palabra, un número que otro pensaba, y podía reproducir la figura que se diseñaba detrás de él, a gran distancia, mientras tenía los ojos vendados. Si se dibujaba, por ejemplo, un rombo, lo reproducía groseramente, con mucha excitación e inexactitud; mejor, en cambio; un círculo. Manifestaba dificultad en la reproducción de un triángulo después de una excitación prolongada, en la primera prueba diseñó claramente dos lados; el tercero, el de la base, era abigarrado, incierto y en vez de una recta aparecía una línea, quebrada en zigzag. Apenas terminado este experimento, el sujeto, que tenía el rostro un poco encendido, se lamentaba de un gran peso en la cabeza. Le quitamos la venda y lo dejamos reposar, prosiguiendo las experiencias a los diez minutos. Un polígono que podría ser el perfil de una choza, lo hizo sin dificultad; un cono, en cambio, pidió reproducirlo por segunda vez. Aquí, de pronto, se manifestaron fenómenos de agotamiento, con el rostro encendido y torpeza de movimientos. 0). Lombroso, Grimaldi ed Azdu; Sulla transmissione del pensiero, Turín, 1881.

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Dos experiencias más no tuvieron éxito. Reprodujo bien la cabeza de un hombre y un pájaro, y no acertó en la reproducción de un arbolillo, pues lo inició confusamente en la línea de la mujer que trazó, en vez del árbol. Sugiriéndole por escrito la palabra Margherita, la reprodujo, lo mismo que Andrea. Después, por estar fatigado, no pudo reproducir nada. Ordenándole mentalmente que destapase un tintero o abriese una puerta, lo verificó casi sin esfuerzo, estando vendado; pero la continuación de la prueba lo hizo caer en estado cataléptico. Una presión en la sien lo hizo pasar al estado sonambúlico, luego al normal, despertándose, previa orden. Entre estas sugestiones gráficas, alguna merece consideración; por ejemplo: al sugerirle una cabeza de hombre sin oreja, él la reproduce con ella, y al reproducir el dibujo del pájaro no se contenta con el perfil, como en el original, sino que añade algunos trazos, que figuran las plumas. En los nombres escritos comete errores que parecen apartarse del precedente; en cambio, no sólo son de la misma especie, sino que se prestan a entenderlo y explicarlo mejor. El nombre Margherita tiene dos reproducciones: la primera, Mar-ia-, la segunda, Mar-gheríta. La transcripción del nombre Andrea parece enteramente la escritura de un niño que trabajosamente copia un ejemplo. En la serie de sugestiones mentales de movimientos se cometieron errores iguales, que hacían creer en malos resultados; en cambio, entran con admirable claridad en el número de los errores gráficos antes descriptos. Una vez se le sugirió la orden de abrir la puerta de la habitación y se apresuró a ejecutarlo (hasta aquí tuvo éxito el experimento), pero en lugar de limitarse a esto llamó en voz alta al criado. Análogas experiencias, más recientes, de la Comisión inglesa, para las investigaciones psíquicas (su relato forma ya un volumen), se siguieron ante el doctor Guthrie y el profesor Herdmann. Fué el sujeto la señorita Kelph, que,estaba sentada mientras

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los objetos escogidos se escondieron detrás de una cortina, a su espalda. Las experiencias tuvieron lugar sin contacto. OBJETOS PROPUESTOS

OBJETOS ADIVINADOS

Papel encarnado recortado en forma de huevera con un huevo blanco dentro.

Algo encarnado, más largo que ancho.

Papel azul en forfna de escudilla.

¿Es azul? Más ancho arriba que en medio, después más ancho aún, como una escudilla.

Papel encarnado, recortado en forma de vaso.

¿Es encarnado? No veo más que el color.

Lina espada.

Algo que reluce... plata o acero... largo y sutil.

Un circulo encarnado.

¿Es encarnado? Es redondo.

Papel plateado recortado en forma de tetera.

Es de plata reluciente como una cafetera, una tetera.

Un rectángulo amarillo.

¿Es amarillo? Más largo que ancho.

Un luis de oro.

Es amarillo brillante, de oro..., y redondo.

Tres de corazón (baraja).

Es una carta con dos puntos rojos. Un tres de corazón o algo semejante.

Cinco á&pique (baraja).

Es otra carta con cinco puntos negros

Ocho de cuadro (baraja).

Es una carta con muchos puntos rojos... un diez. Es algo amarillo; no veo bien; es un papel con puntos rojos.

Un papel con dos cruces rojas.

De todos modos el fenómeno se liga al estado hipnótico del individuo. Añadiré que sobre otros 20 individuos estudiados por mí (1) y que tuvieron éxito adivinando el nombre contenido en una tarjeta, un número, etc., 12 eran neurópatas y fueron los que adivinaron con más rapidez y precisión y mejor si podían ponerse en estado de monoideísmo, vendándoles los ojos y las orejas. En tres, el contacto inmediato facilitaba la lectura, más bien era condición esencial; en otros tres no ejercía influencia alguna. En uno de ellos la emoción favorecía el fenómeno y ü ) Lombroso: Stadi suWipnotismo, Turín, 1882.

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sólo la persona que le fuera grata podía transmitirle el pensamiento. Se observó que se transmitía mejor la persona humana que las líneas geométricas o las flores, con una diferencia del 10 por 100; y se comprende, porque la figura humana impresiona más enérgicamente, y cuando no se siente con energía, no se puede transmitir con el pensamiento. En algunos se facilita la transmisión con bebidas alcohólicas o café, que excitan los centros. Pero estas observaciones mías eran poca cosa comparadas con centenares y millares de otras análogas, más minuciosamente comprobadas, seguidas en Inglaterra y en Francia. En Inglaterra, la célebre Society for Psychicat Research inauguraba experiencias muy delicadas, con individuos dormidos y despiertos, haciéndoles dibujar en una pizarra una figura que otro, en distinto piso o en sitio distante, diseñaba en un papel. Eran triángulos complicados, buques, nombres raros, como por ejemplo, chevalon; se consiguió en estos experimentos feliz resultado: Uno por 5 i/i en los hipnotizados sugestionados. ] Uno por 43 en los no hipnotizados. No habrá quien pueda creer, ni remotamente, que se obten' ga otro tanto con la ley de probabilidades, porque nótese que los errores, o más bien, los semienores equivalen a una transmisión imperfecta, no a carencia absoluta de ella. Más importantes, a propósito del cálculo de probabilidades, son las experiencias hechas comparativamente en estado de vigilia e hipnótico. Richet, después de asegurarse que la probabilidad de sacar una carta determinada de las 52 de la baraja en un total de 1,833 le dio 428; repitió la misma prueba sobre una carta de las que tenía en la mano un amigo, debiendo escogerse la que éste pensara; obtuvo la cifra de 510, con una ventaja de 82 Sobre la cifra probable. f| Con 218 fotografías y retratos, mientras el número probable >de adivinación hubiera sido 42, él obtuvu 07.

En una tercera serie el número de cartas adivinadas alcanzó exactamente , 7 /„. En esta serie, ocho veces seguidas se señaló la carta exacta, mientras que la probabilidad de obtener exactamente 1 ocho cartas seguidas era de ,s/52, es decir: ^mMiiM3A5Q'si. Operando en sugestión hipnótica, los miembros de la So ciedad para la investigación psíquica, de Londres, tuvieron 9 éxitos en 14 experiencias en la primera prueba y 5 éxitos de 5, en la segunda. Debe decirse que si en la primera experiencia la cifra probable era de 0,25, la verdadera fué de 9. En otras 118 experiencias de Stewart, se obtuvo í 5 / m (1). Si se hubiese tratado de juego, el número de las cartas indicadas debió ser 22 y no 45. Actuando con individuos histéricos, pero sin hipnotizar, Ochorowitz obtuvo 13 éxitos en 31 y se trataba de adivinar una letra, un número, un nombre (como María) y una predilección. Sugestionando después a los hipnotizados, tuvo 15 éxitos sobre 20, mientras que según el cálculo de probabilidades no debió tener más que 1 sobre 24 (2). De esto dedujo Richet: 1.° El pensamiento de un individuo, sin ayuda de signos externos, se transmite a otro, cerca de él. 2.° Está transmisión mental del pensamiento es de diversa intensidad, según el individuo—y nosotros añadiremos—y es máxima en los hipnotizados. Estas transmisiones del pensamiento son todavía más extraordinarias cuando se verifican a distancia, que a veces es enorme, y así lo comprobaríamos con más frecuencia si nuestro escepticismo no nos" impidiese reconocerlo imparcialmente. Hace pocos años, en 1887, corría la voz de que una niña de Novara presintió la enfermedad de su madre, Ana Voretto, que estaba en Settimo Torinese. De Vesme, por encargo de la Societá di Scienze psichiche O) Thougt: Reading, 1883. (2) La suggcsíion, 1890, r

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italiana, comprobó pocos días .después que, efectivamente, e 17 de febrero de 1887, Ana Voretto, residente en Settimo, mientras realizaba sus quehaceres, a las doce y treinta, se sintió enferma de improviso y murió al siguiente día. Se telegrafió, a las veintiuna, a la hermana para que acudiese con la niña Estela (hija de la moribunda). Pero ésta, como afirmaron siete testigos, hasta ¡a una del día 17 se mostró agitadísima pidiendo ir con su madre porque estaba enferma; al día siguiente gritaba en el tren: Mamá se ha muerto. El ilustre profesor De Sanctis me escribía: «En la segunda mitad del pasado septiembre me encontraba en Roma, sin mi familia, que estaba en el campo. Como el año anterior los ladrones entraron en casa, mi hermano venía a dormir a ella para acompañarme. Una noche, no recuerdo bien si fué el 16, el 17 o el 18 de septiembre, en la que se daba una función de gala en el teatro Costanzi en honor de los periodistas españoles que estaban en Roma, me dijo mi hermano que asistiría; así es que aquella noche me retiré solo a casa. Empecé a leer, y de pronto sentí espanto. «Deseché los malos pensamientos y empecé a desnudarme, pero una agitación interna me turbaba. Me acosté combatiendo enérgicamente la idea de que el teatro Costanzi se incendiaba y que mi hermano podía estar en peligro. Apagué la luz, pero la idea del incendio de tal modo me asediaba y me angustiaba que, contra mi costumbre, volví a encender la luz decidido a esperar el regreso de mi hermano, despierto. «Estaba tan aterrado como podía estarlo un niño. A las doce y media, aproximadamente, oí abrir la puerta de casa y dije de pronto a mi hermano: «Qué, ¿te has divertido?» buscando casi que desmintiera formalmente mi impresión, pero cuál fué mi sorpresa cuando me respondió: «¡Sí divertido! ¡Por poco ardemos todos!» Y entonces mi hermano me refirió el pánico que se produjo en el Costanzi por el conato de incendio, que al día siguiente los periódicos detallaron. «Confrontada la hora, según mi hermano, el incidente del Costanzi coincidió con la hora en que empecé a tener la idea fija del incendio y notamos la coincidencia.»

El profesor Mercandino me proporcionó este hecho de una cliente suya, cuyos hijos emprendieron la ascensión al monte Civrari. Ella se durmió tranquilamente a media noche; a las dos despertó sobresaltada, pareciéndole ver a su hijo Gustavo sobre una roca, llorando y rehusando seguir a su hermano César, que le daba a beber un licor y le intimaba a levantarsej llamándole cobarde. Al día siguiente, al regresar, dijeron que, en efecto, a las dos sucedía lo que su madre a la misma hora había visto o presenpido y que César, inquieto, pensaba: «¡Si mamá pudiese vernos! ¡Si pudiésemos volver a ver nuestra casa!» Tschuztschenthaler me contaba de un niño tirolés con puntos histerógenos, que tenía dos hermanos en América y que de improviso, sin tener noticia alguna, dijo que primero los veía en el mar y después que los veía desembarcando en Liguria, en el día y en la hora en que acaeció el hecho. El doctor Pagüano me escribió que había estudiado a cierta Carolina A., de veinticuatro años, casada hacía dos, sonámbuta, con frecuencia cataléptica, que tomando la mano de una persona y oliéndola, le adivinaba el pensamiento, aunque fuese en lengua extranjera e ignorada por ella; es de notar que el pensamiento se transmitía a distancia, hasta a seis metros, mediante un alambre de hierro. Agreguemos dos hechos observados por mf, de los que ett modo alguno puedo dudar. La señora V..., en noviembre de 1882, estando en Florencia, a las diez y treinta, en el teatro, de súbito dio un grito y no quiso permanecer allí, diciendo que sentía que su padre se encontraba gravemente enfermo; al llegar a su casa halló un telegrama que le notificaba que su padre estaba moribundo en Turín; después recibió otro que decía que había muerto a las diez y treinta. La señora V... era histérica. La señora F. J. tenía una criada a la que casi todas las tardes visitaba, con su consentimiento, un soldado, amante o marido. Una tarde, a la hora acostumbrada, le impidió la entrada, y llena de miedo, hizo atrancar la pueita y le prohibió que volviera, justificándose después 3nte su marido diciéndole que.

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había tenido el presentimiento de que aquél la quería robar y asesinar. Por la noche se encontró roto un vidrio y había desaparecido una suma de poca monta. Nadie se acordaba ya de lo sucedido, cuando la criada se espontaneó con una vecina, diciéndole que aquella no; he en que su señora había rechazado a su prometido, éste tramaba matarla, apoderarse de la llave, abrir la caja de caudales, robar una fuerte suma y huir con ella al extranjero. Se pueden explicar estos casos, como yo hice en un principio, con decir que el pensamiento, siendo un fenómemo de movimiento, puede concebirse la transmisión, tanto a pequeña como a gran distancia. Se me puede responder oportunamente que la energía de los movimientos vibratorios decrece con el cuadrado de la distancia, por lo que, si puede aún explicarse la transmisión del pensamiento a poca distancia, no se explica entre dos puntos distantes y que llegue al percipiente sin disminuir la intensidad, partiendo de un instrumento como el cerebro, no situado sobre una base inmóvil. Lo que sí resalta en estos casos es que el mayor número de transmisiones del pensamiento se registra en histéricos o en hipnotizados. 3.—Premoniciones en los histéricos y en los epilépticos. ¿Cómo explicar las premoniciones, las profecías, no sólo en personas eminentes, geniales o santas, sino en enfermos o simplemente en sueños, cuando las ideas son tan imprecisas y desordenadas y cuando se desintegra nuestra personalidad psíquica? Los casos han llegado hasta mí de todas paites, sin buscarlos y rechazándolos a veces. Un tal Castagneri, en septiembre de 1886, escribía a De Vesme que el 8 de aquel mes una criada, Bianchi-Cepelli, había soñado que a su madre, vendedora de fruta en Casena, la habían estafado 300 liras, y que su hermano caía enfermo. Quedó

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hondamente preocupada, y el día 11 recibió una carta que le notificó que, precisamente el día siguiente a la noche del sueño, se verificaron ambos acontecimientos, como De Vesme comprobó por muchos testimonios. Yo curaba al ilustre doctor C, uno de nuestros jóvenes más cultos y distinguidos, y también más nerviosos, verdaderamente histérico epiléptico desde la pubertad, con no pocos caracteres de degeneración y taras hereditarias. El se había percatado hacía bastantes años de su facultad premonitoria, y así, por ejemplo, un día, no obstante haberle telegrafiado un amigo su llegada, no fué a recibirlo, presintiendo que no vendría. Reiteradamente anunció a su madre que recibiría carta de una persona que él no había visto nunca y que, sin embargo, la describió minuciosamente'. Pero el hecho más importante, por estar más documentado, fué que el 4 de febrero de 1894 predijo el incendio de Ja Exposición de Como, que acaeció el 6 de julio, y con insistencia indujo a su familia, a la que había dudo otras pruebas de acierto en sus previsiones, a vender todas las acciones de la Societá Milanesa de seguros contra incendios, que representaban 149.000 liras, realizando la operación ventajosamente. Es importante consignar que, avecinándose el día del incendio, él no sentía en estado consciente la certeza; pero automáticamente, como lo recuerdan muy bien los de su familia, reiteraba el anuncio, especialmente la mañana del día en que tuvo lugar el incendio, confirmándose, al menos para el estado consciente, lo que acerca de la profecía de la sombra recuerda Dante en el Infierno, canto X, a propósito de Farinata, que le había predicho el destierro, mientras otros espíritus de aquel círculo parecíaque ignoraban completamente todo lo actual: E par eñe voi veggiate, se ben odo, Dinansi quel che'l tempo seco adduce En nel presente te.nete altro modo (1). «El presentimiento—escribía él—surgió en mí instantánea(1) Si no oigo mal, parece que veis con anticipación lo que el tiempo trae consigo; pero no os sucede lo mismo respecto al presente.—(TV. del T.)

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mente, y no sé cómo pude adquirir una convicción tan intensa, ya que no había influido en mi presagio ninguna consideración de carácter técnico. Entonces no habría podido ver más que el vallado de la Exposición, cuyo edificio estaba poco adelantado. «No sabría decir si antes de aquel día existía en mí un vago presentimiento; pero no tuve idea alguna definida y consciente antes de percibir la enseña de la Sociedad de seguros contra incendios. »Recuerdo perfectamente que en aquel momento no tuve ninguna alucinación, ni visual ni térmica, ni nada semejante. Para mí, la fatalidad de aquel siniestro adquiría, de modo fulminante, una evidencia indiscutible, una verdad, por decirlo así, intuitiva. «Precisamente, la sorpresa de este inexplicable estado de ánimo me persuadió a proceder de conformidad con el presagio, tanto más que, a despecho de mi fe antiespiritista, tuve una vez más que comprobar la veracidad de mis presentimientos. «Añadiré que las acciones de la Compañía de Milán tenían gran crédito, y que fué muy fácil venderlas porque daban un interés muy crecido. «Vendidas las acciones, no me preocupé más, y en el mes que precedió al incendio, la idea me había abandonado, al parecer. «Pero los que me acompañaban aseguran, y están dispuestos a testimoniarlo, que cuando yo estaba distraído repetía con frecuencia, en el dialecto de Como, que todo debia quemarse, y que la misma mañana del incendio pronuncié muchas veces aquella frase.» El era hijo de primos hermanos neuróticos; tenía una hermana epiléptica, cráneo enorme de 1.761 cm.3 de capacidad, cara asimétrica, pelo cano a los doce años, ennegrecido después; orejas movibles, campo visual reducido al rojo y al azul, con escotomas; tenía la extraña facultad de dilatar a discreción la pupila, y tuvo hasta los diez y nueve años accesos epilépticos, histéricos, con alucinaciones. El Journal of the Socieiy for Psychical Research, de marzo

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de 1897, narra el caso de una señora que veraneaba en Trinity, con su hija, de diez años. Un día en que la pequeña estaba fuera jugando en un prado de su predilección cerca del mar y próximo a la vía férrea, oyó la madre una voz interior que le advertía que mandara recoger a la pequeña, porque sino le ocurriría un grave accidente. Llamó ella en seguida a la doncella y le ordenó que fuera corriendo a buscarla. Media hora después descarrilaba el tren y fué a estrellarse justamente en el sitio en que acostumbraba a jugar la niña. Quedaron muertos tres de los cuatro que iban en la locomotora. Son muy frecuentes estos fenómenos premonitorios o proféticos, que se pueden recoger hasta en la historia contemporánea, como en la del Brigantaggio in Italia, de Witt: «En la mañana del 4 de noviembre, el teniente Perrino se levantó a las cinco, y a su patrona, que le preparaba el desayuno, le dijo que le había quitado el apetito una pesadilla que tuvo la noche anterior. «Perrino era hombre de unos treinta años, moreno, parsimonioso, más bien aficionado a la comodidad, y habitualmente melancólico. «La noche del 3 de noviembre estaba de un humor excelente y nada permitía prever la desgracia que le acechaba. «Apenas acostado, durmióse con sueño tranquilo; pero soñó que lo habían atado con su ordenanza a un árbol y que los habían fusilado los bandidos. »Los huéspedes y el capitán Rota se rieron mucho cuando lo refirió. «Al día siguiente, con media compañía y dos carabinieri, se dirigió a la casa de labor de Melanico, cuartel general de los bandoleros, para hacer la acostumbrada exploración diaria. «Debía acompañar a aquellos 42 soldados, con sus oficiales, una compañía^de guardias nacionales; pero el capitán Matteis, sabiendo que en torno al bosque de la Gruta pululaban feroces salteadores, en unión de 150 guardias nacionales hizo alto a una milla de aquel lugar y rogó al capitán de la tropa que hiciera lo mismo.

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»Rota no consintió, y con su escasa tropa fué a enfrontarse c on la fuerza enemiga, diez veces numéricamente superior a la suya. «Cuando llegó a un punto dado, descubrió sobre un promontorio cuatro hombres a caballo, que eran los centinelas de las coaligadas bandas de salteadores, que acampaban numerosos a su retaguardia. »Para dar alcance al enemigo, el capitán ordenó a su pelotón atravesase un campo sembrado y fangoso por la lluvia del día anterior, que dificultaba el paso de ¡os soldados. »E1 y los más ágiles de su tropa habían recorrido un largo espacio de aquel campo; el teniente Perrino, en cambio, y los menos andariegos permanecían empantanados hasta las rodillas y se hablan quedado muy retrasados de la escuadra que ! seguía al capitán Rota a caballo. »En aquel momento, Perrino estaba detenido en un pequeño espacio de terreno firme, situado en medio del campo, y en el que había tres o cuatro encinas. »Todo el terreno en barbecho estaba rodeado por colínas y prados para pasto, desde los cuales, por estar elevados, se podía dominar fácilmente aquel fondo cenagoso donde estaba la tropa. »De improviso, surgieron de las colinas laterales diez escuadrillas de bandidos a caballo, compuestas de cerca de cuarenta hombres cada una, y casi simultáneamente rompieron e! fuego contra la desperdigada tropa, aproximándose al mismo tiempo para disparar las armas, alejándose después para ponerse fuera del alcance del tiro y tener tiempo de cargarlas de nuevo. »Mas, después de prolongada e inútil resistencia, fueron todos, un grupo tras otro, cercados, cazados, apresados, destrozados y muertos. »E1 primer grupo que cayó en poder de los bandidos fué el del teniente Perrino, y, en efecto, él y su ordenanza fueron capturados vivos e incólumes, atados a una encina y fusilados al mismo tiempo. El sueño se había realizado.» Histórico es el sueño por el que Jacobo, hijo del Dante, pudo encontrar los trece cantos de su padre.

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Alighieri murió en Ravena la noche del 13 al 14 de septiembre de 1391. Los hijos del poeta se dedicaron prontamente a reunir el poema sacro, cuyos manuscritos estaban dispersos, y de ello cuidó especialmente Jacobo. Pero no fué fácil empresa. Refiere Bocaccio, acerca de la recuperación de los trece últimos cantos de la Divina Comedia, que Jacobo y Pedro los buscaron hasta en los últimos rincones de la casa, y se persuadieron después de «que Dios no había prestado Dante al mundo lo bastante para que pudiese componer lo poco que faltaba de su obra». Y «estaban, aconsejados por algunos amigos, decididos a suplir, en lo posible, la obra paterna, aunque imperfectamente», cuando Jacobo tuvo un sueño verdaderamente admirable. Vio «a su padre con alba vestimenta y con la cara resplandeciente de una luz inusitada, ir hacia él». Jacobo aprovechó la coyuntura e hizo a la sombra de su padre varias preguntas, entre ellas la siguiente: «Si él había terminado su obra antes de haber pasado a la verdadera vida, y, de ser así, dónde estaba lo que faltaba, que no se había podido encontrar.» Le pareció la segunda vez escuchar esta respuesta: «SI, la terminé.» Y le pareció también que, cogiéndole de la mano, le llevaba a la habitación en donde acostumbraba a dormir cuando vivía, y que tocando en determinado sitio, decíale: «Aquí está lo que tanto habéis buscado.» Y dichas estas palabras, terminó la visión. Jacobo Alighieri, conmovido a un mismo tiempo por la alegría y el miedo, a despecho de estar muy avanzada la noche, se levantó y, rápido, por las calles desiertas de Rávena dirigióse a casa de Pier Giardini, un notario que fué íntimo amigo del Dante, y le participó la visión. Por lo cual, y aunque faltaba mucho para la madrugada, fueron juntos al lugar señalado y allí,encontraron una esterilla fijada en la pared, y al levantarla vieron un ventanillo que ninguno de ellos conocía, ni íímía noticia, encontrando dentro algunos escritos, todos, por la humedad del muro, enmohecidos y próximos a pudrirse, como hubiera ocurrido. Cuidadosamente limpiados, los leyeron, viendo que contenían los trece cantos que- tanto busca* ron.» (Bocaccio.)

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4.—Lucidez y profecía en sueños. Estudios de Myers. Es notable que cuando estas premoniciones no sobrevienen en el acceso epiléptico o hipnótico-histérico, se verifican durante el sueño. Quien más profundizó en estos fenómenos misteriosos del sueño fué Myers. Opinaba él que el sueño puede considerarse como una variedad evolutiva o disolutiva del estado de vigilia. Dado lo cual, no nos sorprenderá ni el sueño prolongado que se presenta en algunas dolencias, ni la sustitución del sueño por el éxtasis o por el delirio, como en aquel caso publicado por sir Crichton Brown, de un maniático que no dormía nunca: durante el día trabajaba como mozo de cuerda, y por la noche gritaba, aullaba, se movía, vociferaba, y todo ello sin sufrir ni disminuir de peso. Fueron los sueños (observa él) los primeros hechos que indujeron al hombre a creer en la existencia de un yo inteligente; y en todas las épocas los hemos creído precursores de algún acontecimiento, aunque en esta particularidad no se han estudiado nunca científicamente, anotando cuándo se realizaron y cuándo no. Hay ensueños que nos incitan a actuar, pero son tan raros que no vale la pena de contarlos. Puede considerarse el ensueño como un quid médium entre el sueño y la vigilia. Muchos de los fenómenos del sueño pueden explicarse por: 1." Mayor agudeza de los sentidos, hiperestesia capaz de provocar alucinaciones. 2.° Mayor sugestionabilidad. 3.° Memoria más intensificada. 4.° Recuerdo de hechos olvidados (criptomnesia). 5.° Recuerdos y sugestiones de la vida ordinaria. Así se explica que en el sueño, como ocurre a los sonámbulos, se ve en la obscuridad, sea por alucinación o por recuerdo de imágenes, prolongados en sueños, o sea por hiperestesia de la retina. Así, miss Masón, despertándose de improviso en una habitación obscura completamente, vio los objetos que conté -

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nía, entre ellos dos barras de hierro contra una puerta, que le habían pasado inadvertidas cuando estaba despierta (1). Mejor se comprende que en sueños se recuerden los hechos vistos y después completamente olvidados y los que hemos visto sin parar mientes en ellos. Delboeuf nos cita un ejemplo del primer caso: le perseguían en sueños las palabras Asplenium, Ruta, Muralia, y no podía acordarse del porqué, cuando después las encontró en un manuscrito suyo. Y el caso de Brockelbank, que perdió un cuchiHito y nada supo de él durante seis meses, hasta que soñó que lo tenía en el bolsillo de un pantalón, donde por fin lo encontró. Bickford Smith, que había perdido un alfiler, soñó que lo había dejado dentro de un libro, y allí lo halló. Y también el caso de miss Crellin, que, siendo niña, en el colegio cogió, en broma, una sortija de su profesor y perdió el diamante engastado; lo buscó, sin éxito, y por la noche soñó que lo veía en un rincón de la casa, y en él estaba realmente. Y el de miss Flora Tuart, que mientras jugaba al croquet con varias personas perdió un anillo de mucho valor, y aun cuando todos lo buscaron, no se encontró; pero aquélla misma noche soñó que lo veía debajo de un banco que estaba delante de la casa, y, en efecto, estaba. Otra señora (caso publicado por el profesor Royce) fué a una gran factoría de Virginia a visitar a una amiga. Pasaron todo el día paseando, y por la noche reparó en que había perdido un manguito que tenía en gran estima; por la obscuridad reinante no intentó siquiera buscarlo. Aquella noche soñó que veía un ángulo de la viña de un caserío vecino, y bajo un montón de hojas, su manguito. Despierta, dio las señas del sitio, que ya habían olvidado ambas, a uno que lo recuperó en el lugar indicado. Un niño al que regalaron un anillo, lo perdió un día, y por roas que hizo no pudo encontrarlo; por la noche soñó con el anulo, pero tan vagamente que al despertarse no se acordaba e nada. A la noche siguiente tuvo un sueño más preciso, y en mo ocurno I-!H K° mismo ocurrió en Mesina Producid C l d 0 Dor in* H~O **¿en Mesini reducido *~ bajo la emoción del terror Por los dos terremotos.

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él vio el anillo bajo el columpio donde solía jugar por las tardes, y donde, efectivamente, lo encontró. Un jardinero encargado de llevar a la ciudad una bolsa que contenía cinco libras esterlinas y una guinea, la perdió y no pudo encontrarla, desesperando de ello porque pasaba mucha gente por el camino recorrido. Por. la noche soñó que, volviendo a la ciudad, en cierta calle pisaba la bolsa y la guinea se salía, mientras que las libras esterlinas quedaban dentro de ella. Fué a la calle indicada y encontró la bolsa como la vio en el sueño. Miss Simons soñó una noche que había perdido un alfiler en la ceniza; a la mañana siguiente buscó el alfiler en la cómoda y no lo halló; se le había caído en la ceniza de la chimenea. El señor Herbert Leurs recibió una carta importantísima y la perdió. Buscóla todo el día en la habitación donde la creía extraviada, y por la noche soñó que la veía en un rincón de la misma estancia, y allí por fin la encontró. Todos estos casos son de criptomnesia, de reavivamiento de la memoria durante el sueño, y así se explican las resoluciones de los problemas durmiendo. El señor Hayes, artista eminente, dando lección de geometría a sus hijos, llegó a la figura III del problema trazar una recta sobre un plano y no pudo citar más que dos casos; pero por la noche vio claramente una figura geométrica intitulada figura IV, que daba el tercer caso y la solución del problema. Un cajero, el señor Davey, había cometido un error en sus cuentas, e inquieto, durante una semana no pudo encontrarlo. Una noche soñó que rehacía el cálculo y encontraba el error. Por la mañana había olvidado el sueño. Hasta aquí es fácil la explicación; pero ¿cómo explicarse los casos de seguras nociones de cosas completamente ignoradas y de previsiones exactas de la fecha de la muerte del sujeto? Una amiga de miss Corleton, llamada Morris, murió; al día siguiente soñó la primera con su difunta amiga, que le anunció que volvería a verla veinticuatro horas antes de su muerte; cuarenta años después, miss Corleton, que estaba perfecta-

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mente bien de salud, soñó con su amiga, que le anunció la muerte, que, en efecto, sobrevino veinticuatro horas más tarde. Miss Arabella Barret vio en sueños a su hermana, que había muerto, y le predijo que ella moriría también al cabo de cinco años. Anotó, por si acaso, la fecha, y al cumplirse exactamente los cinco años, murió. Es evidente que en estos casos precisa admitir en los sueños una lucidez inexplicable. El señor Peterson, interesado en las minas de Bengala, descubre un día un déficit considerable en la caja, que no podía explicarse. Por la noche soñó que oía llamar a cierto Baboo. Despierto, preguntó a un campesino si sabía quién era Baboo, y poco a poco dedujeron que se trataba del ladrón. Un juez debía fallar un litigio entre un socio y el heredero del otro, que había fallecido. El primero pretendía ser acreedor y el heredero del otro alegaba que era deudor. El juicio era verbal porque el contrato estaba redactado en la lengua de Bengala y ninguno la sabía. Soñó por la noche que en un libro privado de uno de los litigantes, que no había visto jamás, se consignaba algo referente al hecho. Al día siguiente ordenó que le .llevaran el libro, y encontró la página sugerida en sueños. Un inspector ferroviario encargado de una sección extensa con túneles, puentes, etc., soñó una noche que oía una voz que tres veces le gritó: «Mira el puente.» El descendió, pero no veía nada anormal. Por la mañana, reconociéndolo mejor, vio que los pilares estaban socavados por el agua. El señor Alvey Darwin soñó una noche que estaba en una ' calle en donde había dos puertas, una al lado de otra, cerca de su casa, y de ambas -vio salir a cuatro contrabandistas que le golpearon, y él se puso a gritar tan fuerte que se despertó su mujer y lo despertó a él. Poco después volvió a dormirse y vio en el mismo sitio a dos criados suyos en vez de él y a los contrabandistas que les tiraban piedras. ESta última escena era real. El señor Guillermo Ban se acostó por la noche, y hacia las • 3

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diez se despertó, diciendo que algo desagradable sucedía en su casa de campo y que quería ir. La mujer le disuadió, pero al cabo de una hora no pudo contenerse. Fué y encontró el establo destrozado y que le habían robado el caballo. El mismo señor soñó veinte años atrás que se moría su padre, lo que sucedió diez días después. El señor Brighton era capitán de barco. El tiempo era bonancible y se retiró a descansar. Al amanecer, soñando, oyó una voz que le decía: «Vigila, vigila, que estás para irte a pique.» Despertándose, obsesionado por el aviso, a medio vestir corrió al puente, pero el mar estaba en calma y ninguna novedad se observaba. Volvió a vestirse, y continuando la voz persiguiéndole, tornó al puente, y mirando en la dirección de la voz vio a lo lejos una gran embarcación que venía a todo vapor y le hubiera embestido seguramente. El mismo, una vez, estando en el mar, soñó que veía dos monstruos que volteaban en la cuerda que sujetaba el ancla y la tocaban con el dedo, y donde la tocaban se quemaba, así es que la nave presto fué juguete de las ondas. Despertándose sobresaltado, fué al puente y vio que, en efecto, se había roto la cuerda del áncora. A éstos podemos añadir los casos recientes de sueño con visión a distancia el uno y de premonición el otro, comprobados por los Tribunales de Chicago y el Fisco de Turín. Miss Loganson, de diez y nueve años, estando en Chicago vio en sueños asesinar a su hermano Osear, agricultor en Marengo, ciudad situada a más de 80 kilómetros de la primera, y que reiteradamente acusaba de su muerte a un cultivador vecino suyo. Al principio no le hicieron caso, pero al fin le permitieron poner un telegrama, cuya respuesta fué: Osear, desaparecido. Entonces, la muchacha partió para ir a la factoría de Osear, con un hermano,y algunos agentes de policía. Ella les condujo directamente a casa de cierto Bedford, que estaba cerrada; así es que la puerta fué descerrajada por los policías. En la cocina se descubrieron rastros de sangre, pero miss Loganson no se detuvo y se dirigió inmediatamente al gallinero, cuyo corral estaba empedrado. 'Aquí—dijo—está enterrado mi

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hermano.» Los agentes hicieron presente que el empedrado estaba mohoso, por existir desde la construcción del gallinero; pero ante su insistencia y su terrible agitación, se consintió en excavar. Bajo el empedrado se encontró en seguida un abrigo, y continuando se halló por fin el cadáver de Osear Loganson a 1,50 metros de profundidad. Inmediatamente se circuló en todas direcciones la filiación de Bedford, que fué detenido en Ellis (Nebraska) y reconocida su culpabilidad. Miss Loganson no ha podido nunca explicarse cómo descubrió el delito; decía simplemente que el espíritu de su hermano ejercitaba desde hacía días una influencia sobre ella. Rosa Tizone era una criada, histérica, de treinta y cinco años, que amaba a un joven paisano suyo, pero no se decidía a casarse por la precaria salud de él, que murió, efectivamente, a los veinticinco años. Una noche, en noviembre de 1908, Rosa soñó que su paisano le decía: «No quiero que sigas siendo criada; juega a estos cuatro números: 4,53, 25,30», y los repitió para que se le quedaran grabados en la memoria. Y añadió: «¡Tengo tanta sed!; saca del pozo un cubo de agua y dame de beber.» Próximo estaba un pozo, y la mujer, extrayendo el cubo, apagó su sed. Al siguiente día, ¡a criada jugó una regular suma a los cuatro números, que salieron todos premiados el sábado siguiente. Esta mujer, que había sufrido cuatro condenas por hurto y estafa, no tenía de característico más que un tipo completamente varonil e histérico, la tendencia a la pseudología fantástica y la necesidad imperiosa de trabajar, de tratar continuamente de raras especulaciones, sin ilación y sin dinero. Aun los hurtos y estafas eran producto de la pseudología fantástica, por la que se creía en posesión de dinero sin tener en el bolsillo ni un ochavo. Solía vanagloriarse de poseer casa, terrenos y dinero, y hasta rato de comprar, como si realmente hubiese tenido posibles; n ano y medio antesfdel sueño profético tuvo uno premonior 'o, de su mismo amante, que le predijo que llegaría a ser rica.

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Es el fenómeno que algunas veces se advierte en la epilepsia, de un histerismo completo sin estigmas somáticos.

Todas estas observaciones son suficientes para poder llegar a la conclusión de que hay una numerosa serie de fenómenos psíquicos que escapan totalmente a las leyes de la psico-fisiología y que tienen de común el manifestarse más fácilmente en los individuos aquejados de histerismo y neuropatía, así como en estado hipnótico o en sueños, que se señalan cuando la ideación normal está más o menos completamente inactiva y por el predominio de la acción del inconsciente, que escapa a toda indagación científica. Lo que demuestra la manifestación exagerada de una función cuando el órgano está completamente inactivo. 5.—Fenómenos físicos y psíquicos en los hipnotizados. Todos o casi todos los fenómenos que ofrecen los hipnotizados, a mi parecer, salen de las normas de la fisiología y de la patología, para entrar en lo desconocido. Damos los resultados de algunas investigaciones especiales a este propósito. Memoria.—Los fenómenos de la memoria son, entre todos, los que más me han sorprendido por la singular variedad de los individuos y de los casos en mis hipnotizados. No obstante que, como veremos, se obscurezca la inteligencia, es curioso notar cómo la memoria algunas veces se agudiza. Asi, enumerando a Chiarl, joven estudiante hipnotizado, 12 grupos de cifras, me repitió, después de media hora y por su orden, los seis primeros grupos, con sólo un error. Él no sabía el alemán y, sin embargo, le ordené leer una línea de un autor alemán, y después de media hora,* reproducirla en el encerado; la escribió o, mejor dicho, la reprodujo tal como estaba

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escrita en caracteres góticos, con sólo tres errores en 60 le-, tras. Cerrado el libro, supo, obedeciendo mi mandato, encontrar la página y la línea que había leído media hora antes. He comprobado la observación de Delboef, de que el recuerdo de un sueño sugerido se conserva en el sujeto despierto si tiene en la mano un objeto relacionado con el sueño. A Chiarl. le hice escribir un trozo de música, sugestionándole la idea de que era Rossini, y despertado mientras lo escribía, se acordó de pronto después.;, y cuando le hice creer que fumaba un cigarro (que era un palito) y que con él agujerease un pañuelo, se despertó y fumaba hipotéticamente. No he comprobado nunca que la orden de conservar el recuerdo del acto soñado ayudara a este fin. He notado, algunas veces, que sin ordenarlo y sin interrupción, a mitad del acto, se conservaba un recuerdo vago; por ejemplo, L., al que se había ordenado que fuera una buena madre de familia y que daba excelentes consejos a una hija suya imaginaria, cuando se le recordó, afirmó que le parecía haber sido padre y no madre. Sugiriéndole que fuera una niña que sabe escribir mal, escribía pésimamente en el encerado, con mano trémula y aniñada (para hacerlo, él, que tenía gran estatura, se subió a una silla). «Querida mamita: Dame los diez céntimos porque hoy he sido buena. CLEMEN...»

Dijo, aunque despertado en el preciso momento en que terminaba la carta, que se acordaba tan sólo de que... escribía. Y nótese la transformación de la personalidad, que se refleja en el concepto tanto como en la caligrafía. Sugiriéndole a Col, que fuera Garibaldi, escribió una orden "el día de carácter enérgico, vibrante y enfático. «Soldados: , . ts Peramos hoy de vosotros prodigios de valor. GARIBALDI.»

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Y empuña para ir al combate un bastón, que se le hace creer que es una espada. Despertado en aquel momento, se acuerda de tener una espada en la mano, en vez del bastón, pero no de haber sido Garibaldi y perdido su personalidad. En cambio, recordó teniendo una pluma en la mano (que se le sugirió que era un arma, con la que tenía que matar a una niña) que había tenido el puñal, pero no el propósito. La mayor parte de las órdenes sugestionadas, para ser cumplimentadas después de un lapso de tiempo de ocho minutos, de media hora, de tres segundos, de 'siete, cinco,, las cumplimentaron exactamente. Distraídos, ocupados en asuntos que les interesaban muchísimo, los hipnotizados, en estado ya normal de vigilia, se turbaban de improviso, interrumpían su ocupación en el minuto dado para seguir la sugestión impuesta, Se sabía ya de los histéricos que "a veces prevén exactamente, semanas y meses antes, el día, la hora, el minuto en que debe sobrevenirles el fenómeno histérico, aunque los relojes estuvieran parados o sucesos graves acaecidos o provocados adrede debieran distraerles por completo, haciéndoles olvidar el anuncio. Este hecho, señalado ya por Richet, parece inexplicable, porque la división del tiempo es obra artificial del hombre y los minutos y segundos y todo lo que depende del mecanismo de la subdivisión del tiempo se introdujo hace pocos siglos en los pueblos civilizados. Precisa admitir, para explicarlo, cómo por la escritura, de que carecen los pueblos bárbaros, que la civilización ha ido formando un centro cortical especial para la medida del tiempo, y que este centro se agudice en tales casos. Hay, sin embargo, excepciones. Chiarl., que ofrece muchas presenta ésta y lo mismo la señora Verol; a menudo se olvidaron del tiempo dado, aunque poco, para seguir la sugestión impuesta; pero no faltó en ambos, casi siempre, una inquietud (como uno que sabe que tiene que hacer una cosa y no la recuerda con precisión) que se desvanecía en cuanto se íes recordaba, aunque indirectamente. En seguida proseguían el acto sugerido con verdadero ardor, no sólo como quien cumple un

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deber, sino como quien satisface un deseo irresistible. Por ejemplo, si se ordena a Chiarl, que al cabo de veintiocho minutos y dos segundos lea cierta línea de un libro alemán, que estaba confundido entre otros muchos objetos, él, en aquel momento dado, se muestra preocupado, mira aquí y allá, pero sin hacer nada. Después, cuando ante sus ojos se hojea el libro, lo coge precipitadamente y con una sonrisa de satisfacción lo abre y lee la línea. Así, cuando se le ordena que leyera transcurridos doce minutos entre unas páginas de un libro de anatomía cierto canto de Rossini que él, creyéndose Rossini, había compuesto, transcurridos aquéllos permaneció indeciso, no hizo nada hasta que se le puso el libro ante la vista. Se verifica en este caso de hipnotismo la marcha normal fisiológica de Ja asociación de ideas, que se van despertando una a otra y determinan, a su vez, los actos volitivos (1). Esta misma reproducción de las leyes fisiológicas normales de asociación he encontrado en los errores de la memoria de muchos hipnotizados. Habiendo sugerido a Col que fuera el bandido La Gala, él no lo aceptó sin gran repugnancia, pero una vez aceptada la sugestión se tornó cruel, blandía una pluma como si fuese un puñal y traspasaba a sus enemigos imaginarios; escribió una carta amenazadora con la caligrafía ruda y especial de los criminales; ordenósele veintiún minutos después de despierto rehiciera dicha carta, cambiando repentinamente la sugestión para que fuera una niña y que pidiera por escrito dulces a su madre, lo que aceptó de buen grado, y escribió la carta con satisfacción y con caracteres infantiles. Fué despertado después y conversó tranquilo con nosotros de muchas cosas, pero transcurrido el tiempo prescrito de veintiún minutos, se mostró (1) Se verificó que la impresión sensorial se mezclaba de modo extraño con la cortical; donde las figuras anatómicas, eran coloreadas, leía alguna línea imaginaria con dificultad y distinguía la causa del obstáculo; donde las figuras eran pálidas, leía con claridad.

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irritado, turbado, como quien debe proseguir una cosa que le repugna; enseñándole un pliego de papel, cogió inmediata mente la pluma y comenzó a escribir una carta con estilo y caligrafía que eran mitad de bandido y mitad infantil, en la que la niña amenazaba, medio en serio, medio en broma, si no le daban los bombones. En suma, el carácter de bandido era mixto y fusionado con el de niña. Pero, rápido después, arrepentido, borró todas las frases alusivas a las golosinas y se rehizo feroz, volviendo al estado hipnótico de verdadero bandido, pero no sin que quedara en su caligrafía algún resto de mayor delicadeza que en la otra misiva. He aquí la prueba de la denominada estratificación del carácter (Sergi). La primera sugestión influyendo sobre la segunda, haciéndole olvidar la idea precedente, que le era menos grata, de ser bandido y de la amenaza y prevaleciendo la idea más grata de la infancia. (Observo que como todos los hipnotizados, aun los más ambiciosos y aun los más reacios en aceptar los papeles que no son muy honorables, acogen con gran placer la identificación con la niñez, lo que puede explicarse con el recuerdo color de rosa de la infancia, con la general simpatía por tan tierna edad y, sobre todo, porque corresponde mejor al estado de inhibición en que se halla el cerebro de éstos.) Influye después en hacerles modificar la segunda idea en la dirección de la primera; así a Lesc. sugiriósele que fuera una esposa: escribe, es cierto, con caracteres femeninos y pide a su mamá casarse, pero con un lapsus linguce que depende del recuerdo de su estado anterior verdadero, dijo en vez de «quiero tomar esposo», quiero tomar esposa. Lo mismo sucede cuando se provocan nuevas sugestiones y aun con simples mutaciones de movimientos musculares; así, habiendo fruncido a la histérica V. el músculo ciliar derecho, se le suscitó la idea dolorosa de que unos pihuelos se peleaban ferozmente en la plaza de San Carlos, pero estirando el músculo risorio, la alucinación tétrica se trocó en bufa, pues los rateros se mostraron el trasero el uno al otro; era una estratificación o superposición de una sugestión sobre otra. Lo mismo se observó con la hipnosis provocada en sujetos

sanos. Chiarl, a quien se contrajo simultáneamente el músculo ciliar y el risorio, contaba riendo y llorando a la par, que un mono ahogaba a su dueño a fuerza de monerías; aquí la estratificación.se verificó rápidamente, fundiéndose asimismo. Esta última observación no es nueva, porque se remonta a Dumontpellier y después al doctor Silva (1), pero aquí se ha comprobado no sólo en histéricas, sino en simples hipnotizados. Escritura—He podido realizar una confirmación curiosísima de una observación de ftichet (2) sobre la escritura en relación al carácter moral, tanto en la histeria como en la hipnosis. A una histérica de mediana cultura se le sugestionó que fuese niña y que escribiera una carta; la escribió con caracteres infantiles. Se le sugestionó luego que fuera coronel, y escribió con caracteres varoniles, aunque poco elegantes. Mas la experiencia fué espléndida con tres estudiantes de mucho ingenio. Hicimos a Chiarl., en menos de una hora, mudar el carácter caligráfico como el moral, en el de un niño, en el de una aldeana que lleva palomas, en el de Napoleón, en el de Garibaldi en el de un calígrafo y en el de una vieja de noventa años. A Lesc. el carácter normal se le mudó en el de un niño; en el de una novia que apresura el matrimonio, carácter absolutamente femenil y en el de un campesino. A Col. en niña y en ladrón, que es completamente diverso del suyo normal. Como pudo verse, bien que se sugestione el cambio de sexo, o las condiciones más diversas, no sólo las ideas, no sólo la ortografía, sino la caligrafía cambiaron por completo, y muchas veces, separándose de lo habitual en el mismo individuo. Encontramos no sólo el carácter de niña que muchos estiman y saben asumir, sino aquellos que son más difíciles (1) Rivista clínica, 1885-86. (2) Bullctin de la Sacíete de Psycol. physiol., 1886.

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para un hoinbre, como el de mujer joven, el de vieja, el de campesino y el de militar enérgico como Garibaldi y Napoleón Es curioso ver cómo de un estudiante distinguido surge un bandolero; asuma su carácter y trace vigorosamente la T, con la tosquedad de letra que yo asigné a los criminales. Es verdaderamente extraño que lo esencial en nosotros, la personalidad, pueda cambiar a tal extremo en el estado hipnótico, y además en formas tan diferentes, en el mismo individuo. Es ésta, pues, una nueva dificultad que se agrega para castigar ciertas venganzas criminales y calumnias anónimas obligadas a ejecutar en estado hipnótico. Un hermoso descubrimiento de nuestro compatriota Bianchi fué demostrar la frecuencia de las cartas anónimas en los histéricos, casi como carácter específico del histerismo (hecho basado especialmente en las observaciones de múltiples procesos histéricos y particularmente en el de Conde, que mandaba cartas (1) firmadas por enemigos imaginarios y redactadas en forma que constituyeran una prueba contra ellos, prueba que produjo efectos judiciales), y es probable que en este caso se añada una dificultad más al descubrimiento del crimen y de su autor, que haciendo aquellos papeles, cambia hasta la caligrafía; y en cuanto a la confirmación de la calumnia, hay una prueba más en la semejanza de carácter, en la carencia de toda analogía con el original. Los estados hipnóticos, tanto provocados como provinentes de enfermedades, son muy varios, aunque en sus líneas generales tengan cierta analogía, como hemos visto en lo que afecta a la memoria y veremos en la Voluntad.—Está, por lo general, abolida y sustituida por la del hipnotizador, pero no es cierto que siempre sea así. Es sabido que muchas veces los hipnotizados pueden rebelarse contra una sugestión que sea antagónica a su propio carácter y esto, hasta cierto punto, puede dar la medida de la firmeza de carácter de un hombre. Así, una mujer no muy moral, histérica, hipnotizada, me obe(1) Bianchi: Conté e la grande isteria, Ñapóles, 1836.

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decía con entusiasmo cuando la ordenaba que fuera ladrón, y hasta mujer de vida alegre, o mujeriego, o coronel, pero se rebelaba cuando quería fuese un sabio, un predicador de moral; más le repugnaba cambiar de carácter moral que de sexo. La prueba más curiosa la obtuve con dos estudiantes, Col. y Chiarl. a quienes sugerí que fueran ladrones y antes que obedecerme escaparon con ímpetu de la estancia, corriendo como locos al patio; renové la sugestión, imperiosamente, de que fueran ladrones poniendo a su alcance un objeto de valor, pero se cubrieron el rostro con las manos, recorrieron la habitación , agitados, como a quien duele tener que ejecutar una mala acción, y después uno se despertó diciendo: No quiero serlo; el otro, cogiendo el objeto y poniéndoselo encima, lo rechazó prontamente. Pero éste, sugiriéndole que fuera un gran bandido, mostró al principio repugnancia y acabó por investirse de aquella parte más aceptable por su aspecto heroico, mostrándose feroz y escribiendo, como se le ordenaba, una carta conminatoria. Después de haberse dejado convertir en Rossini, quise persuadir a Chiarl. de que fuera su mujer, pero él rehusó. Le dije: «Señora de Rossini, ¿me da usted una taza de café?» Respondió airado: «Diríjase a mi mujer»; repuse que era él, Chiarl., y despertó. Sugiriéndole que escribiera: «Soy un trapero», rehusó y desdeñosamente escribió poco después: Lombroso es un trapero, cuando trataba de persuadirlo con argumentos oportunos del respeto que merecen los hijos del pueblo, añadiendo que yo mismo había sido operario, etc. (Esto se explica por la tendencia megalómana ya observada en los hipnotizados, como en los niños y en los salvajes.) Sugerí a Chiarl. que fuera Napoleón y aceptó en seguida tan honorífica personalidad; mas ordenándole que escribiera en el encerado una orden del día a sus soldados, rehusaba y en su lugar dictaba con napoleónica altivez: «Soldados: Como se puede mandar al emperador que escriba en un encerado, dimito el cargo. NAPOLEóN.»

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El mismo estudiante tenía la singularidad de despertarse inmediatamente cuando la sugestión era opuesta a su carácter o cuando era absurda; aceptaba, como se haría en la vida corriente, justificando lo menos absurdo que no repugnara a su carácter. Por ello aceptó ser Napoleón y ser un niño, porque todo grande hombre pasa antes por la niñez; lo que prueba que en las determinaciones humanas pesa más el carácter que la inteligencia. Lo mismo acaeció con una histérica, a quien se sugestionó que fuera soldado y después coronel, «Fui promovido», repetía. Un estudiante, Lesc. sujeto sugestionabilísimo a quien intenté convencerle para que fuera niño, de siete años, y después madre, de cuarenta y cinco años, se inquietó, se llevó las manos a la cara, confuso, y se obstinó en ser niño, lo que como vimos, es siempre grato a todo joven bien nacido. Hay un límite en la sugestión del carácter; pero, lo mismo que en la vida, este límite se puede trasponer con la educación hipnótica. Uno de mis estudiantes, uno solo, me declaró que a medida que se le sometiera a las prácticas hipnóticas sería más rebelde, lo que prueba la variedad individual. Inteligencia.—La inteligencia muchas veces parece disminuida o, por lo menos, debilitada; sobre todo pcurre así con la palabra, tanto que difícilmente se resuelven a hablar sin una orden y algunas veces sin un vivo estímulo. Casi siempre es necesario el estímulo reiterado. Una histérica no responde 'sino cuando se le comprimen las últimas vértebras dorsales y al mismo tiempo se le repite enérgicamente la orden de hablar. Se prestan más a actuar que a escribir. A pesar de esto, la excitación producida por la sugestión hipnótica, la obsesión de la nueva personalidad con la que se identifican, hace que se expresen, con frecuencia con el gesto y por escrito, con una habilidad que no les es propia en estado de vigilia. A un banquero se le sugestionó que fuera fotógrafo e hizo todas las operaciones del oficio, que no había ejecutado jamás en su vida.

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Recuérdese al joven Chiarl. cuando representaba a Napoleón hasta en lengua extranjera: con cuánta elocuencia escribe: «La patrie attend parvousdes prodiges de la valeur dont nous sommes merveillés lisant les ceuvvres des grecs. Ordenándole que fuese Rossini (adviértase que tiene nociones de música), escribe todo el trozo musical: «Dal tuo stellato soglio signor, ti volgi a voi», etc., y lo firma. Díjosele que lo tocara y respondió que era más hermoso que difícil, pero que el tiempo piano no estaba del todo bien. Rogándole que cantara acompañándose al piano, lo hace corrigiendo un error de clave que se deslizó en la música escrita y puso la diesi delante del do del stellato soglio. He observado que el joven S., a quien se sugestionó que fuera mujer, inició un bordado de punto cruzado en semicírculo, que unas señoras me dijeron que estaba hecho verdaderamente según arte. El no había aprendido a bordar, pero tenía hermanas que bordaban y debió verlas hacer esta labor, aunque distraídamente, y la percepción organizada quedó en la inconsciencia de los centros psíquicos, reapareciendo y desarrollándose bajo la influencia de la sugestión. Las personas incultas cuando se les sugestiona que sean personajes ilustres son siempre vulgares, y les repugna escribir, como les sucedería en estado de vigilia o más todavía. Dinamomettía.—Hemos estudiado la fuerza muscular de algunos hipnotizados, antes y durante el estado hipnótico. No podemos decir, por lo que concierne a los resultados de la fuerza muscular, que en estado hipnótico haya aumento constante y menos en la sugestión de contracción muscular que haría sospechar lahiperexcitabilidadneuro-muscularque, como característica del gran histerismo, se observa también al prin' cipio de la gran hipnosis. En dos, con el dinamómetro, se obtiene un aumento notable, pero en uno, Chiarl., que ofrece tantas singulares excepciones, se comprueba una disminución en es-

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tado hipnótico, que cesaba, sin volver al estado de vigilia cuando se le ordenaba aumentar la fuerza. En otros, la orden, s ugiriendo la fuerza atlética aumentaba un poco. Chiarl. » » Lesc.. » » Col.... » Ted... »

Estado de vigilia 40 kg, a d. 35 a i. » hipnótico 25 » » 32 » Contracción muscular (impuesta) 29 • . 27 » Despierto kg. 90 dos manos (!) 37 a d. 44 a i. Hipnotizado » 37 > 39 » 44 » Contracción muscular (impuesta). » 38 » 39,49» 46 » Despierto » 50 a d. 48 a i. Hipnotizado • 55 » 55 » Despierto ¡» 35 a i. 40 a d. Hipnotizado » 32 » 25 » con singular preponderancia de la izquierda en estado hipnótico.

Lesc. > » » » •

P8Ícometria

-

Media Máxima Mínima Diferencia

Lesc. Despierto La derecha 48" La izquierda 45" Chiarl 32" Hipnotizado » 45" . 45" » 32" Contracción muscular(impuesta). . » 45" » 35"

Psicómefro.— Resultado similar obtuve con el psicómetro Hipp; para la ecuación personal, aunque se tratase de jóvenes de inteligencia superior, la cifra de aquélla difería poco del estado hipnótico al de vigilia. Max. Min. Med. 72 22 90 90

54 10 61 55

28 4 26 33

Dif. 44 18 4 57

(4) Con el pequeño dinamómetro Broca: 58 la derecha, 48 la izquierda en vigilia. Hipnotizado 55 » 30 » Sugestión de contracción muscular..,. 45 » 35 » La histérica C. despierta da kg. 32-36 y en estado hipnótico kg. 43-47.

Max. 100 86 70 22 25 "16

Despierto. Vista Hipnotizado. Vista Orden de agudizar Despierto. Oído '. Hipnotizado. Oído Orden de aumentar la percepción. Oído

Min. 74 61 59 13,6 19,6 11,9

Med. 60 45 40 6 15 4

Dif. 40 41 30 15 !0 12

En estado hipnótico, el uno denotaba obtusidad y el otro leve agudeza en la vista; por la sugestión sólo se obtuvo en uno de los dos mayor agudeza. Vía..., de diez y siete años, hija de alcoholizado y con un hermano sonámbulo, histérica desde los dos años, que cae en sonambulismo a la más leve presión de los ojos o sólo con verse en el espejo:

Pero habiendo probado medir cuántos segundos podrían tener extendido el brazo mientras asían un peso de 7 kg., en todos se notó disminución, a pesar de la orden de tenerlo levantado más tiempo.

Chiatl. Despierto, presenta en la vista Oido » Hipnotizado. Vista » Ala orden de aumentar la percepción visual.

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CESAR LOMBROSO

=

En estado normal.

En estado hipnótico.

5*°™l5'L

=

55 100 S9 61

40 72 12 60

V^ 66,6 104 40 64

OMT 39,6 60 10 50

Con mayor agudeza y menor diferencia entre máxima y mínima en el oído y menor agudeza y mayor diferencia de los extremos en la vista. Precisa notar el hecho singularísimo que en el examen en estado hipnótico, no sólo tenía cerrado un ojo, sino que lo tapé con la mano, y, sin embargo, dio en la vista resultados que se diferenciaron poco a los del estado de vigilia con los ojos abiertos. Sensibilidad táctil.—Esta misma histérica presenta en estado de vigilia sensibilidad táctil común: 1,6 la derecha; 1,9 la «quierda. Pnotizada presenta en la mano 0,5 la derecha; 1,1 la izquierda, « may 0 r ñ n n r a espueria tiene sensibilidad gen. elec. 30 m. d., 56 m. i„ 56 mil de la tabla de ose

De

Sen"bTReym°ndlda

d al dtdor

48 la derecha; 55 la izquierda.

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En estado hipnótico la sensibilidad al dolor es muy poco más obtusa: Mano derechai 45. Mano izquierda, 46. Sugestionándola que fuese paralítica, quedó completamente insensible, a 0; los ojos permanecieron insensibles a la luz cuando se le sugería que fuese ciega, aunque se le aproximase bruscamente una lámpara. Sugiriéndola que fuese sorda, no oyó disparar de improviso un revólver cerca de la oreja. Varias veces, estando hipnotizada y con los ojos cerrados y vendados, leyó varias líneas de un libro. Pulso.—He intentado comprobar en ella las observaciones de Beaunis, acerca del retardo y aceleración del pulso bajo la sugestión, y los resultados no me permiten concederle la importancia que aquel autor les atribuye. Elsa tenía 62 a 66 pulsaciones; se le ordena que el corazón lata más despacio y da en su lugar 66-68; se le manda que lata más de prisa y dio sólo 55-59. Obtuve, en cambio, resultados evidentes de elevación hasta 80 cuando le sugerí que salía de un baile, y de descenso a 53 cuando le dije que se sumergía en un baño frío. Temperatura.—Lo mismo, casi, en la temperatura, que varió a la orden de que subiera de 37°8 a 38° y a 38°2, pero no bajó al ordenárselo. Por otra parte, V. mostró, como veremos, frecuentes mutaciones por la emoción y noté que el estado hipnótico se acompaña frecuentemente de aumento de temperatura sin causa especial. En Lesc: de 37,1 sube la temperatura en estado hipnótico a 37,8 Id. de 37,3 » » 37,0 En Chiarl: de 37,4 > » 37,9 Id. de 37,1 » » 38,0

Medicamentos.—Comprobamos, en un solo caso, de siete, las observaciones de Bourrou, Burot y Richet (1), acerca de la sensibilidad a los remedios en los hipnotizados. Probaron lo que habían presentido hace muchos años los homeópatas, o (1) Bull. de la Soc. de PsycoL, 1886.

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Sea ia influencia délos medicamentos a distancia. Un frasco de tintura de cantárida, perfectamente tapado, puesto sobre la mano de Victorina W., provocó fenómenos y gestos eróticos muy marcados, que en la mujer R. eran tales que no pueden describirse. Otro frasquito igualmente cerrado, en la misma forma, con alcohol puro, provocó señales de embriaguez, tales como torpeza en la palabra, movimientos inciertos, etc. Un marinero/que no se alteraba bebiendo no poca cantidad de alcohol y de cloral, una vez hipnotizado, cae en embriaguez durante el sueño sólo al contacto del alcohol y del cloral. Una mujer histérica, colocándola en la mano una botelüta de solución de morfina en agua de laurel-cerezo al 2 por 100, cayó adormecida y con alucinaciones jocosas, alusivas a su fa,. milia; cambiando la botellita por otra que contenía valeriana, se excitó en seguida y protestó de que le quemaran la mano, pero se calmó con un tubo de doral. Una botellita de ajcohol le produjo la alucinación de ver bestias feroces. En una histérica en estado sonambúlico, sometida a la acción de 35 agentes medicamentosos en tubos sellados aplicados sucesivamente detrás de la cabeza, bien en la nuca, bien en una u otra oreja, Luys comprobó que la misma substancia podía producir diversa expresión en la fisonomía, según se aplicara a la derecha o a la izquierda. Un frasco de jaborandi produceJsalivación abundante y su" dor copioso. Y si hemos de revelar algunos efectos psíquicos y físicos de los remedios que pocos médicos, hasta ahora, conocían, diremos que el agua de laurel-cerezo provocó, juntamente con las convulsiones, éxtasis y visiones religiosas. El alcohol etílico produce embriaguez alegre; el amílico, embriaguez furiosa; la pilocarpina, edulcora la saliva, hecho ignorado por la ciencia; así es que se excluye en estos casos la acción sugestiva. Y este método es ti til también para curar los accesos convulsivos violentos; las contracciones histéricas desaparecen a contacto de tubitos cerrados conteniendo valerianato amónico; Luys notó en varias histéricas qire disminuía el número d