Los anarquistas rusos 9788420615479, 8420615471

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Los anarquistas rusos
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PAUL LOS AVRICH AHARQUISTAS HUSOS ALIANZA EDITORIAL

Paul Avrich: Los anarquistas rusos

El Libro de Bolsillo Alianza Editorial Madrid

Título original: The Russian Anarchists Traductor: Leopoldo Lovelace

© Princeton University Press, 1967 © Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1974 Calle Milán, 38; @ 200 0045 ISBN: 84-206-1547-1 Depósito legal: M. 32.975-1974 Papel fabricado por Torras Hostench, S. A. Impreso en A. G. Ibarra, S. A. Matilde Hernández, 31. Madrid Printed in Spain

Agradecimiento s

Quiero expresar mi más sincera gratitud a Geroid Tanquary Robinson, profesor de Historia de la Columbia University, que dirigió e impulsó mi estudio sobre la Historia de la Rusia moderna. También estoy en deuda con James Joll, del St. Anthony’s College, Oxford, y con el profesor Alexander Erlich, del Russian Institute de la Columbia University, que leyó el manuscrito y me hizo sugerentes y constructivas críticas del mismo. Además, Max Nomad leyó también la mayor parte del manuscrito y me permitió amablemente consultar documentos y pu­ blicaciones que se encuentran en su posesión, y que son difíciles de M iar de otro modo. También tengo que dar Has gracias a la princesa Alexandra Kropotkin, a Boris Yeiensky y a los editores del Freie Arbeiter Stimme, en Nue­ va York, Isidore Wisotsky, Morris Shutz, y finalmente Leibush Frumkin, que me facilitó sus datos y recuerdos personales de los hombres y los acontecimientos que aquí aparecen; así como a Judith Maltz, Rose Pesotta, Senya Fleshin, John Chernyi, e Irving Abrams, que tuvieron la suficiente paciencia para aguantar mis preguntas y poner a mi disposición documentos y fotografías que no hubie­

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Agradecimientos

ran podido obtenerse en ningún otro 'lado. No hace falta decir que la única responsabilidad por este volumen me afecta exclusivamente a 'mí. Por su valiosa ayuda a la hora de encontrar los mate­ riales pertinentes, me encuentro en deuda con Lev Magerovsky, del Archive of Russian Se East European History and Culture, Columbia Universíty; con Hülel Kempiski y Lola Szafran, de los Bund Archives del Jewish Labor Movement; Edward Weber y Marjorie Putnam, de la Labadie Collection; Rudolf de Jong y L. J. van Rossum, del International Institute of Social History; con los equi­ pos de las bibliotecas de Hoover, Columbia y Harvard, la New York Publishing Library, la Biblioteca del Con­ greso, el Yivo Institute of Jewish Research, la Biblioteca Tamiment, el Museo Británico y las Bibliotecas Lenin y Saltykov-Schedrin de la Unión Soviética. Finalmente ten­ go que señalar mi profundo agradecimiento a la Ame­ rican Philosophical Society, el American Council of Learned Societies, el Social Science Research Council, la Fun­ dación Ford y a la Ciudad Universitaria de Nueva York por facilitarme las visitas a todos estos archivos y biblio­ tecas.

Introducción

Aunque ya en los tiempos antiguos puede encontrarse la Idea de una sociedad sin Estado, el anarquismo, como movimiento organizado de protesta social, es un fenó­ meno comparativamente reciente. Al aparecer en Europa durante el siglo xix y comienzos del xx representó, fun­ damentalmente, lo mismo que el liberalismo y el socialis­ mo, una respuesta al proceso acelerado de centralización política y económica que la revolución industrial trajo consigo. Los anarquistas compartían con los liberales una hostilidad general Hacia el gobierno centralizado, y con el socialismo una profunda aversión frente al sistema capitalista. Pero no abogaban por el «reformísmo, parla­ mentarismo y doctrinarismo irremisible» de sus compe­ tidores; sólo barrer a la «civilización burguesa», con su progresiva regimentación e insensible indiferencia ante el sufrimiento bumano podría satisfacer su «ansia por lo ‘absoluto» 1. Tras dirigir su ataque contra el Estado y el capitalismo como las instituciones determinantes de la opresión y explotación, los anarquistas convocaban a una revolución social que aboliría toda autoridad política y económica y que conduciría a una sociedad descentraliza­ da basada en la cooperación voluntaria de los individuos libres.

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Introducción

En Rusia, en la transición del siglo xix al xx, lo mismo que en Europa occidental varias décadas antes, la llegada de la revolución industrial y la subsiguiente dislocación social dio origen a un movimiento anarquista militante. No es extraño, por lo tanto, que los anarquistas rusos se encontrasen debatiendo muchos de los problemas que hacía bastante tiempo habían preocupado a sus camara­ das de occidente, particularmente las relaciones entre el movimiento anarquista y la recién nacida clase obrera, y el papel del terrorismo en una revolución que se anuncia­ ba como inminente. A pesar de estar en deuda con sus predecesores de Europa occidental, el anarquismo ruso se encontraba profundamente enraizado en una larga tra­ dición de radicalismo nativo cuyo origen histórico se re­ monta hasta las revueltas campesinas de Stenka Razin y Emelián Pugachov, una tradición que estuvo a punto de alcanzar su clímax en las revoluciones de 1905 y 1917. El credo social propagado por los anarquistas rusos era en sí mismo una curiosa mezcla de elementos occidenta­ les e indígenas. A partir de sus orígenes occidentales con Godwin, Stirner y Proudhon, se filtró posteriormente a través de los prismas del bakuninísmo, kropotkinismo y populismo nativo, hasta llegar a adquirir un tinte especí­ ficamente ruso. El carácter del anarquismo ruso, por otra parte, estaba determinado por el contexto represivo en que había nacido. El zar Nicolás II, al frustrar todos los es­ fuerzos de los miembros ilustrados de la sociedad rusa para reformar la autocracia y eliminar la miseria social y económica, impulsó a sus oponentes a buscar la salida en el frenesí del terrorismo y la violencia. El anarquismo ruso floreció y decreció de forma para­ lela a la totalidad del movimiento revolucionario. Cuando estalló la rebelión de 1905, los anarquistas la saludaron jubilosamente como el levantamiento espontáneo de las masas, previsto por Bakunin una generación antes, y ellos mismos se lanzaron a la palestra con las pistolas y las bombas en la mano. Sin embargo, al no ser capaces de levantar una organización coherente o de introducirse de forma significativa en el creciente movimiento obrero, continuaron siendo una desarticulada colección de ruido­

Introducción

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sos grupitos cuyas actividades tuvieron un impacto rela­ tivamente secundario sobre el curso del levantamiento. El carácter episódico de la primera lección de este libro es, al menos en parte, un reflejo del caos reinante en el movimiento anarquista durante sus años de formación. Después de la represión de la revuelta de 1905, el movi­ miento cayó en el letargo, hasta que la Primera Guerra Mundial creó las condiciones para un nuevo levantamien­ to. Entonces, en 1917, el repentino colapso de la mo­ narquía y el posterior derrumbamiento de la autoridad política y económica, convenció a los anarquistas de que ya había llegado él momento definitivo, y ellos mismos asumieron la tarea de destruir lo que quedaba del estado y de transferir la tierra y las fábricas al pueblo. Los anarquistas rusos han sido ignorados durante mu­ cho tiempo por aquellos que ven la historia desde la pers­ pectiva de los vencedores. Pero e'l éxito político no es, bajo ningún concepto, la única medida del valor de un movi­ miento; la creencia de que las causas que triunfan ten­ drían que ser las únicas de interés para los historiadores conduce, como James Joll observó recientemente, al me­ nosprecio de muchos aspectos del pasado que son estima­ bles y tienen interés, y reduce nuestra visión del mundo Así, si uno trata de evaluar el verdadero alcance y la com­ plejidad de k revolución de 1917 y los 'acontecimientos que sucedieron posteriormente, es imprescindible tener en cuenta el papel que jugaron los anarquistas. Durante el desorden de la insurrección y de la guerra civil, los anar­ quistas intentaron llevar a cabo su programa de «acción directa» — control obrero de la producción, creación de co­ munas libres en el campo y la ciudad, guerra partísana contra los enemigos de la sociedad libertaria. Ellos actua­ ron como la punta de lanza de la rebelión total, sin tole­ rar ningún compromiso en la tarea de liquidar el gobierno y la propiedad privada, rechazando todo lo que no fuese la Edad de Oro de la libertad y la igualdad plenas. Al final, sin embargo, un nuevo despotismo se levantó sobre las ruinas del viejo, y el movimiento anarquista fue aplas­ tado. Los pocos que sobrevivieron, aun sufriendo el des­ consuelo de la derrota, persistieron en la convicción de

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Introducción

que, a pesar de todo, su Idea de la utopía sin estado aca­ baría triunfando. «El bolchevismo pertenece al pasado», escribiría Aleksandr Berkman en 1925, cuando sus camaradas estaban en ia cárcel o en el exilio. «El futuro corres­ ponde al hombre y a su libertad» 3.

Parte primera: 1905

I.

El pájaro del trueno

Ha llegado el momento, algo gigantesco cae sobre todos nosotros, una potente, sa­ ludable tormenta se está concentrando; se aproxima, ya está cerca, y pronto limpiará nuestra sociedad de su indolencia, de su insensibilidad, de sus prejuicios contra el trabajo y de su inmundo aburrimiento. Barón Tuzenbaj, en las Tres hermanas, de Chejov

A comienzos del siglo xx, el Imperio Ruso entraba en una era problemática, en un período eataclísmico de guerras y revoluciones, que estaba destinado a dejar en ruinas el viejo orden. Hacía ya bastante tiempo que la oposición a la autocracia preveía la llegada de una tem­ pestad destructora. Varias décadas antes de que Nico­ lás II ascendiese al trono, Mijail Bakunin había sentido que ia atmósfera de Rusia se estaba recargando con tor­ mentas de fuerza devastadora, y más de una vez Alek­ sandr Herzen pensó que él ilegaría a oír los lamentos y quejidos provocados por una inmensa debacle1. Las re­ formas de Alejandro II aclararon momentáneamente los aires, pero después del asesinato del emperador en 1881, las nubes oscuras de la reacción envolvieron de nuevo al país. AI doblar el siglo, eran pocos los que no pensaban que el viejo régimen estaba en vísperas de un cataclismo. El aire parecía llenarse de augurios y presentimientos. En un poema recitado por muchos labios, Máximo Gorki predecía que EL PAJARO D EL TRUENO haría su apa­ rición en 'los cíelos «como un relámpago negro», prelu-

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dio de una inmensa tormenta presta a estallar sobre la tierra rusa 2. El PAJARO D EL TRUENO se convirtió en un símbolo para los rusos de todas las condiciones —para algunos el símbolo de la calamidad que se acercaba, para otros el de la inminente salvación. Pero Nicolás II continuó negándose firmemente a aten­ der a las señales de peligro. Se mantuvo inamovible en su determinación de preservar la autoridad tal y como había hecho su padre antes que él. Bajo el hechizo de su reaccio­ nario consejero Konstantín Pobedonóstsev, el Procurador del Santo Sínodo, el zar ahogó los impulsos constitucio­ nales de los miembros ilustrados de la sociedad. Recha­ zando como «sueños sin sentido» sus desesperadas peti­ ciones para que les concediese una mayor participación en la vida política, colocó su confianza en una pesada ar­ mazón burocrática, en un ejército enorme, ¡pero mal pre­ parado, y en una policía política embrutecida. La mayor amenaza para el anden régime procedía del campesinado. Una catastrófica epidemia de hambre en 1891 había despertado la conciencia de la sociedad rusa sobre la miseria que inundaba el campo. El exceso demo­ gráfico y d estancamiento económico persistían en los pueblos, incluso después de la 'emancipación*. En la me­ dida en que los campesinos se multiplicaban (de cincuen­ ta a ochenta millones en una sola generación), el tama­ ño medio de sus ya inadecuadas propiedades familiares menguaba aceleradamente, de manera que la mayoría se veían obligados a obtener un sueldo adicional alquilan­ do su trabajo en la agricultura o manufactura. Los cam­ pesinos ansiaban más tierra y luchaban bajo una carga asfixiante de impuestos y pagos para amortizar el valor de las tierras. Continuaban paralizados por las restricciones a la posesión comunal, muchos años después de que el zar hubiese proclamado que eran hombres libres. En la mayoría de los sitios, la distribución de las franjas disper­ sas de tierra cultivable se llevaba a cabo cada varios años, y los {métodos anticuados de cultivo todavía no habían dado paso a las técnicas agrícolas modernas. Los mujilcs continuaban sobrellevando sus vidas primitivas en chozas de madera de una sdla habitación y con el suelo de tierra,

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que posiblemente compartían con sus cabras y sus cerdos, y subsistiendo de pan, sopa de ccfe y vodka. Las provincias negras de la Rusia central, en tiempos el baluarte de la servidumbre, sólo habían sufrido ligeros cambios desde la gran Emancipación de febrero de 1861. En esta región superpoblada, donde abundaban los «pe­ dazos miserables» de tierra, los empobrecidos campesinos trataron de sortear la indigencia organizando, en sus anti­ guas cabañas, manufacturas de clavos, de sacos, de cu­ chillos y otros pequeños artículos. Al concluir el siglo, sin embargo, la producción artesana, duramente acosada por la competencia de las eficientes fábricas de las ciu­ dades industriales que germinaban al norte y al oeste, había entrado en un precipitado declive. Los campesinos, empujadas a una oscura desesperación, volvieron sus tris­ tes y toscas miradas hacia los antiguos amos, cuyas tie­ rras ambicionaban ahora más que nunca. En 1901 un te­ rrateniente de la provincia de Voranes se imaginó que podría ver una neblina sangrante arrastrándose sobre su estada, y notó que respirar y vivir se habían hecho más difíciles últimamente, «como antes de una tormenta» a. En el otoño de ese año, k s regiones agrícolas del sur y del centra produjeron cosechas desastrosamente malas, y en la primavera siguiente los campesinos de 'las provin­ cias de Poltava y Járkov recurrieron una vez más a las malhumoradas armas de Stenka Razin y Emelián Pugachov — el hacha, las horcas y los incendios— , arrebatan­ do el grano allí donde se encontraba, y saqueando las casas ricas de sus distritos, hasta que las trapas del go­ bierno llegaron para restaurar el orden 4. La miserable condición del campesinado era compa­ rable a la de la clase en aumento de los trabajadores in­ dustriales. Esclavos poco antes, los obreros se encon­ traban arrancados de sus pueblos nativos y amontonados en los escuálidos dormitorios de las fábricas de las grandes ciudades. Víctimas de insensibles capataces y directo­ res de fábrica, con unos salarios miserables, reducidos mu­ chas veces por pequeñas infracciones de las reglas de la empresa, y sin ninguna posibilidad legal de comunicar sus Avrich, 2

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quejas, los trabajadores sólo con suma dificultad conse­ guían ajustarse a su nuevo modo de vida 5. Además, los obreros de las fábricas estaban afectados por una crisis de identidad. Se sentían empujados en dos direcciones, una que les devolvía a sus pueblos tradicio­ nales, otra que les introducía en un mundo nuevo y extraño que estaba más allá de su comprensión. A comienzos del nuevo siglo, una gran mayoría de los traba­ jadores de fábricas — especialmente de la industria textil del centro y el norte de Rusia— todavía estaban clasifica­ dos legalmente como campesinos. Como tales, mantenían una posesión al menos nominal sobre algunas parcelas de tierra, y estaban sujetos a ciertas reglas de la comu­ nidad, las que la distribución del trabajo permite cuando se está empleado en una fábrica. Estos campesinos dejaban frecuentemente a sus esposas e hijos en el pueblo, al que ellos mismos volvían en la época de la cosecha, o en tiem­ pos de enfermedad o vejez. Su mentalidad campesina se ponía de manifiesto en sus esporádicas explosiones contra la hostilidad a que se veía sometido en la fábrica, más parecidas a los estallidos de un niño que a k s huelgas organizadas del proletariado maduro °. Pero al mismo tiempo los obreros iban perdiendo sus vínculos con el campo. La pesada concentración de tra­ bajo en las empresas rusas ayudaba a forjar en los traba­ jadores un espíritu de comunidad, que sustituía progresi­ vamente k s viejas lealtades del pueblo 7. La peculiar for­ ma de despersonalización que había afectado a los traba­ jadores comenzaba a desaparecer. Los trabajadores esta­ ban rompiendo con sus antiguas tradiciones y creencias, y asumían una nueva identidad en cuanto grupo social di' ferenciado frente al campesinado, del que procedíans. El nuevo siglo comenzó con un golpe tan fuerte para los obreros como las desastrosas cosechas que habían sa­ cudido a los campesinos de los distritos rurales del cen­ tro. En 1899, tras un período prolongado de expansión industrial, el Imperio de los zares entró en una fase de­ presiva, de la que tardaría casi una década en recuperarse. La depresión sacudió primero la industria textil de k s provincias del norte y del oeste, y se trasladó posterior­

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mente con rapidez hacia el sur, envolviendo fábricas, mi­ nas, campos de petróleo y puertos, y promoviendo a su paso serios disturbios laborales. Durante el verano de 1903, los obreros petrolíferos de Bakú y Batum tuvieron sangrientos enfrentamientos con la policía, y los paros en Odessa se ampliaron hasta una huelga general, que acabó extendiéndose a todos los centros de la industria pesada de Ucrania, y afectando con particular fuerza a Kíev, Jár­ kov, Nikoláev y Ekaterinoslav 9. Una característica destacable en las turbulencias de Rusia fue la inclinación de los elementos sociales descon­ tentos a mezclarse unos con otros, hasta formar mezclas verdaderamente explosivas. 'Los trabajadores de las fábri­ cas, por ejemplo, ai servir de vehículo para las ideas ra­ dicales que aprendían en los centros urbanos, rompían el aislamiento de sus pueblos nativos. De manera similar, un rasgo significativo de las huelgas industriales del sur era ia frecuente aparición de estudiantes universitarios junto a los obreros en k s asambleas, manifestaciones ca­ llejeras y choques con la policía. Los años de crisis económica coincidieron con un pe­ ríodo de agitación estudiantil a una escala sin preceden­ tes en la historia de Rusia. Muchos estudiantes se sentían tan marginados del orden social existente como los cam­ pesinos depauperados y sus parientes semi-proletarizados de k s fábricas. Era corriente que los estudiantes llevasen una vida pobretona en lúgubres habitaciones, amargados por k s injusticias del régimen zarista y descorazonados por la inevitable perspectiva de ocupar un puesto insig­ nificante en el aparato burocrático. Incluso los que pro­ cedían de la nobleza más rica toleraban difícilmente la política despótica del gobierno o el oscurantismo de los consejeros del zar, que se oponían obstinadamente a cual­ quier concesión a los principios constitucionales. Los estudiantes sentían profundo malestar ante el estatuto universitario de 1884, que había disuelto sus círculos y sociedades, confinado en oscuras poblaciones provincia­ nas a los profesores liberales, y que había destruido toda apariencia de autonomía universitaria y de libertad acadé­ mica 10.

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En febrero de 1899, los estudiantes de la Universidad de San Petersburgo, indignados por una advertencia de las autoridades contra la mala conducta durante las fiestas anuales de sus facultades, promovieron un pequeño dis­ turbio, que fue inmediatamente disuelto a golpes por la policía montada. En respuesta, los estudiantes, furiosos, organizaron huelgas y boicotearon las clases. Las mani­ festaciones de solidaridad se extendieron rápidamente a otras universidades de la Rusia Europea, poniendo fin du­ rante varios meses a la vida académica normal. La situa­ ción equivalía a una huelga general de la enseñanza su­ perior, a la que el gobierno respondió expulsando a centenares de estudiantes y reclutando a muchos de ellos en el ejército 11. Uno de los jóvenes expulsados, cuyo nom­ bre era Karpóvich, descargó su ira asesinando al ministro de Educación, N. P. Bogolépov, a quien responsabiliza­ ba de las brutales medidas tomadas por el gobierno con­ tra los estudiantes. La muerte de Bogolépov — que des­ pertó en todo el mundo el recuerdo del asesinato del zar Alejandro II, llevado a cabo veinte años antes por el gru­ po de jóvenes populistas conocidos como la Voluntad del Pueblo— , levantó una ola de terrorismo dirigida contra los altos funcionarios del estado. En marzo de 1901, un mes después de la muerte de Bogolépov, un terrorista dis­ paró contra Pobedonóstsev, pero falló el blanco. Al año siguiente, un estudiante descontento hirió mortalmente al ministro del Interior, D. S. Sipiagin, y un obrero llevó a cabo un atentado fallido contra la vida del gobernador de Járkov. En mayo de 1903, otro trabajador con mejor puntería disparó y mató al gobernador de Ufá, que había ordenado a sus tropas abrir fuego sobre un grupo de huelguistas desarmados. En el fragor de esta violencia, Rusia oscilaba entre dos mundos, uno agonizante y el otro sin fuerza suficiente para nacer. La exasperación de los campesinos, de los obreros y de los estudiantes no podía ser mitigada pací­ ficamente, ya que no había ni salidas 'legítimas para sus crecientes frustraciones, ni el Zar quería introducir nin­ guna reforma desde arriba. Existía una tendencia cre­ ciente, entre los atropellados y maltratados, a buscar so­

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luciones extremas para las dificultadles que se les iban acumulando, especialmente después de la depresión que asestó un golpe mortal a la economía. Las señales de un levantamiento inminente eran más perceptibles en las provincias localizadas en la periferia del Imperio, donde el descontento social se agudizaba con la persecución nacional v religiosa 12. A lo largo de cuatro siglos de continua expansión, Rusia había ex­ tendido sus dominios sobre Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Georgia, Armenia, Azerbaidzán, y mu­ chas otras ■nacionalidades. Hasta tal punto que, al acabar el siglo, los no-rusos constituían la mayoría de la pobla­ ción del Imperio. Situadas generalmente en las áreas fron­ terizas, hasta allí llegaban sin dificultades los ecos del nacionalismo centroeuropeo. Pero, paradójicamente, los estímulos más fuertes para la conciencia nacional de las comunidades nacionales procedían del mismo gobierno ruso. Inspirados por Pobedonóstsev, cuya filosofía polí­ tica impregnó toda la era de los Románov, Alejandro III y su hijo Nicolás se embarcaron en un programa de rusi­ ficación, un intento de forzar a los inquietos habitantes de k s provincias fronterizas a que abandonasen sus pro­ pias tradiciones nacionales y reconociesen la suprema­ cía de la cultura rusa. Intentando de alguna forma conte­ ner los descontentos sociales y nacionales, la rusificación no hizo más que agravar estos problemas en un imperio de carácter multinacional. La cuestión étnica jugó un papel importante en las huelgas de 1902 y 1903 de los obreros petrolíferos transcaucásicos; y en 1904, cuando Nicolás II extendió la rusificación a la fiel Finlandia, que había disfrutado de una serie de privilegios constitucio­ nales desde 1809, el hijo de un senador finlandés asesinó al Gobernador General ruso, N. I. Bóbrikov. Ninguna minoría nacional o religiosa sufría más las .onc.ecuencias de la dura -oolítica del gobierno que los judíos, A comienzos del siglo xx vivían en el Imperio unos cinco millones de judíos, principalmente en los Lí­ mites de Asentamiento, que se extendían por las zonas fron rerizas occidentales, de*; de el Báltico hasta el Mar Ne­ gro, Su situación había sido comparativamente buena du­

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rante el reinado, más flexible, de Alejandro II. En su programa de reformas, el zar permitía que aquellos ju­ díos que fuesen comerciantes prósperos, artesanos cua­ lificados, antiguos militares, o los que estuviesen en posesión de un título universitario viviesen fuera de la Reserva. Pero la violenta muerte de Alejandro II, en marzo de 1881, terminó bruscamente con este período de calma y prosperidad relativa para ios judíos. La Sema­ na Santa fue la señal para una repugnante ola de matan­ zas, que -alcanzaron a más de cíen distritos de las provin­ cias sudoccidentales. Aunque la más mínima demostra­ ción de fuerza hubiera detenido inmediatamente las matanzas, las autoridades optaron por inhibirse ante el saqueo y la rapiña, e incluso .en algunos casos animaron a los que intervenían en los pogromos13. Además de esta barbarie de la población local el gobierno dictó un con­ junto de decretos detestables que afectaban a todos ios aspectos cruciales de la vida de los judíos. Una serie de «leves temporales» impidieron a los judíos establecerse en comunidades rurales, incluso dentro de la Reserva, y aunque estas medidas se aplicaban sólo para los nuevos colonos, muchos de los viejos residentes fueron expulsa­ dos de sus pueblos de origen y forzados a vivir en ciu­ dades mayores. Se restringió el movimiento entre los pueblos, y se inició la persecución contra aquellos judíos que residían ilegalmente fuera de la Reserva, cuyo tama­ ño quedó reducido. El Ministerio de Educación introdujo cuotas que limitaban el número de estudiantes judíos en las escuelas secundarias y en las universidades al diez por ciento del cuerpo estudiantil situado en la Reserva, y al cinco por ciento de fuera, excepto en San Petersburgo y en Moscú, donde el porcentaje se reducía al tres por cien­ to. Los médicos ya no podrían encontrar un empleo pú­ blico, y se recluyó su servicio en el cuerpo médico del ejército. La admisión de candidatos «no cristianos» a los tribunales quedó sujeta a la aprobación del Ministerio de justicia, que sólo excepcionalmente permitía la entrada de candidatos judíos. Los judíos no podían participar ni en el zems-vo (asamblea rural), ni en los ayuntamientos urbanos. Más adelante, en 1891, las autoridades expulsa»

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ron a veinte mil comerciantes y artesanos judíos de Mos­ cú, donde Alejandro II les 'había permitido establecerse en 1865, y tres años después el establecimiento del mo­ nopolio estatal sobre el alcohol privó de su medio de vida a muchos taberneros judíos14. Estas perniciosas regulaciones continuaron en vigor, con algún pequeño cambio, durante el remado de Nico­ lás II. La situación de los judíos se hizo desesperada. Amontonados en guetos, sujetos a persecución religiosa, discriminados ampliamente en la educación superior y en las carreras profesionales, con sus antiguas ocupaciones profundamente restringidas, los judíos se enfrentaban al colapso total de su economía y de su estructura social. Tras la depresión de 1899, la inmensa mayoría se vio obligada a vivir en los límites de la depauperación. Ca­ rente de equipo moderno y de crédito barato, la pequeña empresa característica de la Reserva se encontró amena­ zada por ia ruina, ante la competencia creciente de la gran industria. Los artesanos empezaban a abandonar su sueño de convertirse en fabricantes independientes, y pa­ saban a engrosar las filas de los asalariados fabriles o, en los casos menos afortunados, las del abultado ejército de vagabundos (luftmenschen) desempleados que vivían precariamente «del aire». La situación alcanzó su punto culminante poco des­ pués de que Viacheslav Pleve sucediese en 1902 al ase­ sinado Sipiagin como ministro del Interior, Antiguo1di­ rector de la policía de seguridad, y ferviente partidario de la rusificación, Pleve era un inveterado antijudío y un burócrata reaccionario de üa peor calaña. Fue Pleve quien, en 1904, abogó por salvar la autocracia instigando una «pequeña guerra victoriosa» contra los japoneses; e idén­ ticas razones le llevaron a dirigir el descontento popular contra los judíos: calificando el movimiento revoluciona­ rio como «obra de los judíos» esperaba ahogar la revolu­ ción en sangre judía 15. La estr?.te£ia de Pleve animó a P. A, Krusheván, edi­ tor de un periódico antisemita de Kishiniov, capital de Besarabia, a lanzar una campaña de infundios contra los judíos, acusándoles de complots revolucionarios y de crí­

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menes rituales y llamando a la población cristiana a ven­ garse de sus explotadores judíos. El día de Pascua de 1903 estalló el espantoso pogromo de Kishiniov. Du* rante dos días 'la policía se mantuvo apartada, mientras los gamberros masacraban a decenas de judíos, herían a varios cientos más, y saqueaban sus tiendas y domicilios. Muchas familias judías se quedaron sin hogar y en la más completa ruina tras el asalto, que cesó en el momen­ to en que las autoridades decidieron intervenir. Pero po­ cos meses más tarde se desataba una nueva ola de pogromos por toda la Reserva, asolando a Rovno, Kíev, Mogíliov y G óm el16. Fue aquí en las tierras fronterizas del oeste y sudoeste, y principalmente en las ciudades judías, donde nació el movimiento anarquista ruso. La miseria económica, com­ binada con una intensa opresión nacional, iba a alimen­ tar en estas áreas un fuerte sentimiento nihilista entre obreros, estudiantes y campesinos, sentimiento que les conduciría en muchas ocasiones a los límites más extre­ mos del radicalismo. Ya desde los primeros años de la reacción, bajo Alejandro III, algunos artesanos, intelec­ tuales y obreros fabriles de las provincias fronterizas habían formado círculos dedicados principalmente a la difusión de las ideas radicales. La gran epidemia de ham­ bre de 1891 estimuló el desarrollo de esas organizacio­ nes, que se multiplicaron rápidamente a través de Rusia, convirtiéndose en los núcleos en torno a los que cristali­ zarían los dos partidos socialistas más importantes —los •socialdemócratas, marxistas, y los socialistas revolucio­ narios, neopopulistas— . Ya en la primavera de 1903, el año de los pogromos, un número considerable de tra­ bajadores y estudiantes de Bialystok, uno de los centros del movimiento radical de la Reserva, empezó a encon­ trar serias deficiencias en los partidos socialistas, y a abandonar el Bund (la organización de los judíos sociaidemócratas), el partido Socialista Revolucionario y el P. S. P. (el partido Socialista Polaco, cuyo credo socia­ lista se vinculaba con una poderosa ideología naciona­ lista), para aproximarse a las doctrinas más extremas del anarquismo1T.

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Las nuevos anarquistas abandonaron el Bund socialdemócrata por diversas razones, entre las que — y no la más débil— se encontraba la actitud de esta organiza­ ción contraría a'l terrorismo; ese tipo de actividades, argu­ mentaban los dirigentes del Bund, solamente podrían desmoralizar a los trabajadores y degenerar el carácter del movimiento obrero 15. Desafiando esta prohibición de la violencia, algunos pequeños grupos de jóvenes bundistas de base formaron una «oposición radical» dentro del movimiento, y proclamaron un programa de «roción directa» contra el Estado y la propiedad privada. Consi­ guieron pistolas y dinamita, atacaron a los funcionarios del gobierno, a industriales, policías y agcnts provocateurs, y llevaron a cabo expropiaciones de bancos, de oficinas de correos y de fábricas, tiendas y casas particu­ lares 1S. Estas actividades provocaron un aW ión de crí­ ticas procedentes de las dirigentes del Bund, lo que obligó a imichos de los jóvenes terroristas a abandonar la socíalde moer acia y seguir las huellas del anarquismo, que favorecía todas las formas de violencia 20. Por otra parte, los anarquistas también pensaban que entre los discípulos de Marx había muchos intelectuales que tendían a ahogar en palabrería la voluntad de ac­ ción; los debates ideológicos y las luchas intestinas por la dirección política acotaban su propia fuerza, incluso an­ tes de empezar la batalla contra el zar. En el verano de 1903, un grupo recién nacido de anarquistas de Bialystok asistió al II C o n g reso del Partido Sodaldemocrata, un espectáculo defraudante de disputas organizativas y quis­ quí lio sidades teóricas, que finalizó con el cisma del movimiento marxista en dos facciones irreconciliables, mencheviques y bolcheviques. Con toda su armazón -ideológica, decían los anarquistas, lo que les faltaba a los socialdemócratas eran «propósitos revolucionarios»21. En lugar de charlatanería, los enragés de Bialystok reclama­ ban acción directa psra acabar con el Estado tiránico, al que consideraban como la encarnación del mal y la causa de todos los sufrimientos de Rusia. Por otro lado, mientras los anarquistas estaban decidi­ dos a desembarazarse inmediatamente del Estado, los se­

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guidores de Marx Insistían en que los estadios interme­ dios de la democracia parlamentaría y de la «dictadura del proletariado» eran pasos previos imprescindibles para -la sociedad sin Estado. Y ello ponía en evidencia, para los anarquistas, el que las pretensiones de los intelectuales socialistas eran las de retrasar indefinidamente la conse­ cución del paraíso de los trabajadores, con el fin de sa­ tisfacer sus propias ambiciones políticas. De acuerdo con los anarquistas, además, los socialdemócratas se apoya­ ban exclusivamente en la organización de los trabajado­ res cualificados para emancipar Rusia, y se olvidaban de las masas campesinas y de los trabajadores sin cualificar y en paro, los marginados sociales. Los anarquistas encontraban también serios inconve­ nientes en los programas de los partidos socialista-revolu­ cionario y socialista polaco. Aunque admiraban la cam­ paña de terror de los SR contra los funcionarios del gobierno, los anarquistas eran también partidarios de des­ arrollar el «terror económico», de ampliar la violencia hasta los empresarios y propietarios en general. Además, no estaban de acuerdo con la preocupación de los SR por la cuestión agraria; ni compartían los objetivos naciona­ listas de los socialistas polacos, ni Ha creencia, general en­ tre todos los socialistas, en la necesidad de Que existiese alguna forma de gobierno. En definitiva, los anarquistas acusaban a todos los grupos socialistas de contemporizar con el sistema social existente. El viejo orden, decían, estaba üodrido; v h sal­ vación sólo podría alcanzarse destruyéndolo en todas sus raíces y ramificaciones. El gradualismo o el reformismo de cualquier tipo eran completamente inútiles. En su im­ paciencia por conseguir la utopía sin Estado, los jóvenes anarquistas no tenían el más mínimo interés por los es­ tadios 'históricos .intermedios, ni por las conquistas par­ ciales, ni por ninguna clase de paliativos o soluciones de compromiso. Dejaron de lado a los marxistas y a los SR y se volvieron hacia Bakunin y Kropotkin, en busca de una nueva inspiración. Estaban completamente conven­ cidos de que la pronta aparición en Rusia dd PAJARO

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DEL TRUENO no era sino el preludio de la implanta­ ción del paraíso anarquista"2. Los jóvenes anarquistas encontraron que la personali­ dad de Mijail Bakunin era tan fascinante como su credo. Hijo de nobles terratenientes y educado para ser un ofi­ cial, Bakunin había abandonado su linaje y su mundo por la carrera revolucionaria; en 1840, a la edad de 26 años, abandonó Rusia y se dedicó a una lucha inagotable con­ tra 'la tiranía en todos sus aspectos. Bakunin participó en los levantamientos de 1848 con un irreprimible entusias­ mo, destacándose como una figura prometeíca que se trasladaba con la marea revolucionaria que avanzó desde París hasta las barricadas de Austria y Alemania. Dete­ nido durante la insurrección de Dresde en 1849, pasa los ocho años siguientes en la cárcel, seis de ellos en las más oscuras mazmorras de la Rusia zarista, las fortale­ zas de San Pedro y .San Pablo y Shlisselburg. Su senten­ cia fue conmutada por la de deportación perpetua en Si­ beria, pero Bakunin escapó de sus guardianes y se embar­ có en una odisea impresionante por todo el mundo, una odisea que haría de su nombre una leyenda y habría de convertirle en objeto de veneración de todos los grupos radicales de Europa23. La gigantesca humanidad de Bakunin, su entusiasmo infantil, su ardiente pasión por la libertad y la igualdad, su lucha volcánica contra los privilegios y las injusticias, le otorgan un enorme atractivo humano sobre los círcu­ los libertarios. «Lo que más me dolía», escribía Piotr Kropotkin en sus memorias, «era que la influencia de Bakunin se dejaba sentir mucho menos desde su autori­ dad intelectual que corno personalidad moral» 24. Como fuerza activa en la historia. Bakunin ejerció una atrac­ ción personal con la que Marx nunca pudo competir, con­ quistando un puesto incomparable entre los aventureros y mártires de la tradición revolucionaria. Pero no fue sólo el magnetismo personal de Bakunin el que consiguió apartar del marxismo a los jóvenes inex­ pertos de Bialystok y les condujo hacia el campo anar­ quista. Existían también diferencias doctrinales básicas entre Bakunin y Marx, preludio de k s diferencias que

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habrían de manifestarse, una generación después, entre los anarquistas y los socialdemócratas, diferencias que se concretaban en la naturaleza de la próxima revolución y en la forma de la 'sociedad que saldría de ella. En la filo­ sofía materialista dialéctica de Marx, k s revoluciones es­ taban predeterminadas por leyes históricas; eran di resul­ tado inevitable de la maduración de tas fuerzas económi­ cas. Por su parte, Bakunin se consideraba a sí mismo como un revolucionario de acción, y «no como un filó­ sofo ni inventor de sistemas, como Marx» 25, a la vez que rechazaba intransigentemente la existencia de cualquier «idea apriorística, o de leyes preordenadas o preconcebi­ das» 26. Para Bakunin no tenía validez el criterio de que los cambios sociales dependían del proceso gradual de maduración de las condiciones históricas «objetivas», y pensaba, por el contrario, que eran los hombres 'quienes construían su propio destino; la vida de los hombres no podía quedar constreñida a los estrechos límites de las fórmulas sociológicas abstractas. «Ninguna teoría, ningún sistema prefabricado, ningún libro escrito salvará nunca al mundo», declaraba Bakunin: «no me adhiero a ningún sistema, yo soy un auténtico buscador» 27. La humanidad no tenía por qué esperar pacientemente a que la máquina de k historia se desplegase con el tiempo. Mientras se dedicase a enseñar sus teorías a k s masas trabajadoras, Marx sólo conseguiría asfixiar el ardor revolucionario eme cada individuo llevaba en su interior — «el impulso a la libertad, k pasión por k igualdad, el Puro instinto de rebeldía» 28. Frente al soekHsmn «científico» de Marx, su propio socialismo, aseguraba Bakunin, era «puramente instintivo» 29. En profundo contraste con Marx, que siempre mani­ festaba un cierto desprecio racionalista hacia los sectores más primitivos de la sociedad, Bakunin nunca deploró la falta de capacidad revolucionaría de los no-proletarios. Su concepción de la lucha de clases no quedaba reducida a proletarios y burgueses, puesto que los instintos de rebel­ día pertenecían colectivamente a todas k s capas opri­ midas de la población; así, Bakunin compartía la fe po­ pulista en k s violentas fuerzas latentes en el campo ruso,

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con su larga tradición de levantamientos ciegas y crueles, y preveía una revolución totalizante: una gran insurrec­ ción tanto en las ciudades como en el campo, que habría de incluir, junto a la clase obrera, a los elementos más oscuros de la sociedad — el campesinado primitivo, el lumpenproletariat de los suburbios urbanos, los desem­ pleados, los vagabundos y los sin ley— , todos ellos uni­ dos contra los que medraban con la miseria y la esclavi­ tud de sus congéneres 30. La concepción de Bakunin de una guerra de clases to­ tal daba paso a otro sector fragmentado y disperso de la sociedad, por el que Marx sólo manifestaba desdén. Ba­ kunin concedía un importante papel a los estudiantes e intelectuales desafectos, separados tanto del orden social vigente como de las masas iletradas. Según Marx, estos intelectuales no constituían, en cuanto tales, una clase social, ni eran tampoco parte integrante de la burguesía; no eran más que las «heces» de 'las clases medias, un «puñado de déclassés» — abogados sin clientes, médicos sin enfermos, periodistillas, estudiantes empobrecidos, y similares— , sin ningún papel importante que desempe­ ñar en el proceso histórico del conflicto de clases 31. En cambio, para Bakunin los intelectuales constituían una fuerza revolucionaria valiosa, «jóvenes enérgicos, fervien­ tes, completamente déclassés, sin carrera ni porvenir» 32. En ;la áspera lucha entre Marx y Bakunin por la suprema­ cía del movimiento revolucionario europeo, los intelec­ tuales déclassés, tal y como los veía Bakunin, estaban resueltas a ocupar su puesto, ya que, en el estado actual de cosas, y tal como éstas se les presentaban, no tenían mucho que hacer, ni podían encontrar otra posibilidad de mejora que una revolución inmediata que demoliera el sistema presente. El papel de los intelectuales en el derrocamiento del viejo orden iba a ser crucial: ellos in­ cendiarían la rebeldía latente del pueblo para convertirla en la hoguera de la destrucción. Semejante filosofía de la revolución inmediata tenía forzosamente que encontrar la mayoría de sus seguidores en 'las regiones relativamente atrasadas de Europa, en aquellos países que todavía se estaban dirigiendo hacia

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la industrialización, en los que las perspectivas de los décíassés eran escasas, donde el proletariado era extenso y pobre, y los obreros estaban mal preparados y desorga­ nizados. En esas circunstancias, la plebe abyecta e iletra­ da difícilmente podía responder al «gradualismo», o a las complicaciones teóricas del marxismo. Mientras Marx pre­ veía el estallido de un proletariado maduro en las nacio­ nes industriales más adelantadas, Bakunin insistía en que el impulso revolucionario era más fuerte allí donde el pueblo no tenía verdaderamente nada que perder, excep­ to sus cadenas, lo que significaba que el levantamiento tendría que comenzar en el sur de Europa antes que en los países más disciplinados y prósperos, como Alemania 33. Por consiguiente, durante la febril contienda por la dirección de la Asociación Internacional de Trabaja­ dores (la Primera Internacional), los bakuninistas logra­ ron establecer fuertes organizaciones en Italia y en Es­ paña, áreas en las que los marxistas nunca consiguieron asegurarse un grupo significativo de seguidores. A la vez que confiaba a los intelectuales un papel de­ cisivo en la futura revolución, Bakunin les prevenía con­ tra cualquier intento de conquistar el poder por su cuen­ ta, a la manera de los jacobinos o de su entusiasta dis­ cípulo Augusto B l a n q u i S o b r e este punto, Bakunin era muy categórico. Solamente la idea de que un puñado de conspiradores pudiese llevar a cabo un coup d’état en be­ neficio del pueblo era, en sus propias palabras, una «he­ rejía contra el sentido común y la experiencia históri­ ca» 35. Estas eran unas críticas que se dirigían tanto con­ tra Marx como contra Blanqui. Tanto para Marx como para Bakunin, el objetivo final de la revolución era una sociedad sin Estado de hombres libres de las cadenas de la opresión, un mundo nuevo en el que el Hbre desarro­ llo de cada uno sería la condición para el libre desarrollo de todos. Pero mientras Marx interponía una dictadura proletaria, que habría de diminar los últimos vestigios del orden burgués, Bakunin se inclinaba por la completa abolición del Estado. El error cardinal de todos los revo­ lucionarios del pasado había sido, a juicio de Bakunin, el destruir un gobierno para reemplazarlo por otro. La ver­

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dadera revolución, por tanto, no conquistaría el poder político; sería una revolución social} que liberaría al 'hombre del mismo Estado. Bakunin intuía el autoritarismo inherente a la llamada 'dictadura del proletariado’. El Estado, decía, aun si adop­ ta una forma popular, siempre servirá ¡como instrumento de explotación y esclavitud 36. Predecía la inevitable cons­ titución de una nueva «minoría privilegiada» de sabios y expertos, cuyo nivel superior de conocimiento la capa­ citaría para utilizar el Estado como instrumento de go­ bierno sobre los trabajadores manuales e ineducados de ios campos y k s fábricas. Los ciudadanos del nuevo Esta­ do popular se despertarían bruscamente de sus ilusiones para descubrir que se habían hecho «los esclavos, los ju­ guetes, las víctimas de un nuevo grupo de ambiciosos» 37. La única posibilidad de que el pueblo escapase a este la­ mentable destino era la realización de la revolución por sí mismo, una revolución total, universal, brutal, caótica, primitiva, y sin límites de ninguna clase. «Es necesario abolir completamente, en ios principios y en la práctica, todo lo que pueda llamarse poder político», ya que, con­ cluía Bakunin, «mientras exista el poder político habrá gobernantes y gobernados, amos y esclavos, explotadores y explotados» 38. A pesar de su vehemente oposición a las oligarquías revolucionarias, Bakunin siempre se manifes­ tó decidido a crear su propia «sociedad secreta» de cons­ piradores, integrada por militantes sujetos a «la discipli­ na más estricta, y subordinados a un reducido directorio revolucionario». Además, esta organización clandestina habría de permanecer intacta, incluso después de que se hubiese efectuado la revolución, con el fin de impedir el establecimiento de cualquier «dictadura oficial» 39. Los más importantes sucesores de Bakunin, particularmente Kropotkin, encontrarían insostenible este planteamiento contradictorio y extraño de su maestro y, como veremos, acabaron desechándolo. En -la estrategia teórica de Bakunin, la rebelión popu­ lar que habría de barrer a todos los gobiernos de la faz de la tierra, no carecía de un lado constructivo. Cierta­ mente, su más famosa frase había sido la de que «la ur­

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gencia por destruir es también una urgencia creadora» 40. Pero la realidad es que el aspecto constructivo era suma­ mente nebuloso; una vez abolido el Estado sería sustitui­ do por «la organización de las fuerzas productivas y de los servicios económicos» 41. Los medios de producción •no serían nacionalizados por un Estado obrero, como que­ ría Marx, sino transferidos a una federación voluntaría de asociaciones autónomas de productores, organizada en todo el mundo, de «abajo arriba» 42. En la nueva socie­ dad, todo el mundo practicaría el trabajo manual, excepto los ancianos o enfermos, y cada uno sería recompen­ sado de acuerdo con su trabajo 43. A Bakunin no le intere­ saba ir más allá de este panorama extremadamente vago; debido a su profundo desprecio por toda especulación nacionalista, rechazaba cualquier posibilidad de definir con mayores detalles sus proyectos del futuro 44, y prefe­ ría confiar en la capacidad creadora que las masas sabrían desplegar en cuanto se hubiesen liberado de la propiedad privada y del Estado. Por encima de todo, 'la filosofía anarquista de Baku­ nin era una protesta ferviente contra todas las formas de poder centralizado, tanto político como económico. Ba­ kunin no era sólo un enemigo del capitalismo, como Marx, sino también un enemigo irreductible de toda for­ ma de concentración del poderío industrial, tanto en ma­ nos públicas como privadas. Enraizada en el socialismo «utópico» francés y en la tradición populista rusa, la doc­ trina anarquista de Bakunin -repudiaba a la gran industria como algo artificial, opuesto a la espontaneidad y co­ rrosivo de los genuinos valores humanos. Gracias al es­ píritu creador de los hombres y las mujeres corrientes, en colaboración con el pensamiento crítico de ciertos in­ dividuos, ¡los países atrasados del este y del sur de Euro­ pa podrían evitar «el destino del capitalismo»; estas tie­ rras no estaban predestinadas a sufrir la explotación de •ninguna autoridad central, ni sus habitantes estaban condenados a convertirse en un ejército de robots. La sociedad descentralizada y libertaria del futuro, con su flexible federación de cooperativas obreras y comunas agrícolas (redimidas de su antiguo autoritarismo pa-

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triarcal), podría llevar a cabo la reconstrucción total de los valores sociales, y la regeneración de la humanidad. Para Marx, cuya ideología estaba más cercana al carácter de la industrialización que al de las sociedades preindustriales, estas imágenes anarquistas eran románticas, adentíficas y utópicas, ajenas al camino inmutable de la historia moderna. A juicio de Bakunin, sin embargo, Marx podía conocer la forma de elaborar teorías raciona­ les, pero no poseía el instinto vital de la libertad humana. Como judío alemán, Marx era «un autoritario de los pies a la cabeza» 45. Piotr Kropotkin, el sobresaliente discípulo de Bakunin, fue, al igual que su predecesor, un retoño de la nobleza terrateniente, educado en un círculo de gentes de mayor alcurnia incluso que k de las ¡posesiones de la provincia de Tver, donde transcurrió ‘la juventud de Bakunin: los antepasados de Kropotkin habían sido grandes príncipes de Smolensk en Ha Rusia medieval, descendientes de una rama del clan Rurik, y gobernadores de Moscú antes del advenimiento de los Románov. Educado en el elitista Cuerpo de Pajes de San Petersburgo, Kropotkin sirvió con gran devoción como page de chambre del Emperador Alejandro II, y posteriormente como ofídal d d Ejército en Síberia, destacado en el regimiento cosaco d d Amur. Como antes había hecho Bakunin, Kropotkin renunció a su pasado aristocrático por una vida consumida en gran parte en las prisiones y en d exilio. El también se vio obligado a salir de la Rusia zarista en condiciones extre­ madamente dramáticas, escapando en 1876 — año de la muerte de Bakunin— de un hospital-prisión próximo a la capital, y pasando a Occidente a través de Finlandia, don­ de permaneció hasta que, a la edad de setenta y cinco años, la revolución de febrero le permitió volver a su país de origen 46. Aun asumiendo algunos de los aspectos más importan­ tes del credo bakuninista, desde el momento en que Kro­ potkin empuñó la antorcha dd anarquismo, ésta ardió con una llama más suave. La naturaleza de Kropotkin era especialmente apacible y benevolente: carecía d d ca­ rácter violento de Bakunin, de su prisa titánica por des­

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truir, de su deseo irreprimible de dominar; tampoco po­ seía los rasgos de antisemitismo, ni manifestaba el inci­ piente desvarío que a veces apuntaba en las acciones y en las frases de Bakunin. Kropotkin, con sus actitudes elegantes y sus grandes cualidades de carácter e inteligen­ cia, era la personificación misma de lo razonable. Su edu­ cación científica y sus planteamientos optimistas dieron a la teoría anarquista un cariz constructivo que contrastaba profundamente con la negación ciega de que se había im­ pregnado con las obras de Bakunin. Todas estas cualidades no significan, sin embargo, que Kropotkin se opusiese, bajo ningún aspecto, a la utiliza­ ción de la violencia. Era partidario del asesinato de los tiranos siempre que 'los ejecutores estuviesen impulsados por motivos nobles; aunque es verdad que su aceptación dei derramamiento de sangre en ocasiones como esa se inspiraba sobre todo en la compasión que sentía por los oprimidos, más que en ninguna clase de odio personal hacia los déspotas gobernantes. Kropotkin pensaba que el terrorismo era uno de los pocos medios de resistencia de las masas oprimidas, así como un útil instrumento, como «propaganda por los hechos», que podía complementar la propaganda oral y escrita para despertar los instintos de rebeldía del pueblo; ni tampoco manifestaba ninguna inquietud en lo que se refiere a la revolución como tal; difícilmente se podía pensar que las clases poseedoras en­ tregarían sin lucha sus privilegios y posesiones. Como Bakunin, preveía un levantamiento que destruiría para siempre el Estado y el capitalismo. Pero confiaba hones­ tamente en que la revolución no fuese muy dura, con «el menor número de víctimas y el mínimo de exaspera­ ción» 47. La revolución de Kropotkin sería rápida y hu­ mana — al contrario que las sangrientas y encendidas vi­ siones demoníacas de Bakunin48. En contraste de nuevo con Bakunin, Kropotkin no era partidario de ios métodos golpistas para preparar la revo­ lución, Durante 4a época en que había sido miembro del círculo Chaikovski en San Petersburgo, a comienzos de los años setenta, nunca dejó de manifestar su enérgica crítica de las siniestras intrigas que rodeaban al personaje

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de Sergéí Necháev, joven y fanático admirador de Bakunín, cuya manía por k s organizaciones secretas excedía incluso a k de su ¡propio maestro. El círculo Chaikovski concentró todos sus esfuerzos en una labor propagan­ dística entre los obreros de las fábricas de la capital, y denunció a Necháev, como planteaba Kropotkin, por re­ currir a «los métodos de los viejos conspiradores, sin de­ tenerse siquiera ante el engaño con el fin de forzar a sus compañeros a seguir sus orientaciones» 49. Kropotkin era poco partidario de las asociaciones secretas de «revolu­ cionarios profesionales», con todas sus fórmulas de clan­ destinidad y disciplina férrea. El papel correcto a desem­ peñar por los intelectuales era el de llevar a cabo una labor de propaganda entre el pueblo para acelerar la es­ pontaneidad insurreccional característica de éste. Toda la gama de grupos de conspiradores divorciados ddl pueblo llevaban en sí mismos el germen maligno ddl autoritaris­ mo. Con la misma vehemencia que Bakunin, Kropotkin insistía en que la revolución no sería «un simple cambio de gobernantes», sino una revolución «social»; no sería la conquista de1! poder político por un puñado de jacobi­ nos o de bknquistas, sino «di trabajo colectivo de k s ma­ sas» 50. Más aún, aunque Kropotkin nunca concentró di­ rectamente sus ataques contra la organización clandestina de revolucionarios de su propio maestro, parece bastante claro que su oposición a todas las posibilidades dictato­ riales incluía a la sociedad «invisible» de Bakunin. La obstinada determinación de Kropotkin a proteger el carácter espontáneo e igualitario de la revolución se reflejaba en su concepción de la nueva sociedad que ha­ bría de surgir entre k s ruinas de la vieja. Aun aceptando el pilanteamiento de Bakunin sobre una asociación de pro­ ductores autónomos, unificada flexiblemente en una fede­ ración libre, disentía, sin embargo, en un punto funda­ menta!. Bajo di «colectivismo anaquista», cada miembro de las cooperativas obreras estaría obligado a realizar un trabajo manual y recibiría una retribución proporcional a «su contribución directa al trabajo» 51. En otras palabras, el criterio de distribución, lo mismo que en la dictadura proletaria de 'los marxistas, estaba basado en el trabajo,

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y no en la necesidad. Kropotkin, en cambio, pensaba que cualquier sistema de recompensas basado en la capa­ cidad individual de producir era tan injusto como las demás formas de esclavismo salarial, Al distinguir entre trabajo superior e inferior, entre lo que es mío y lo que es tuyo, ¿a economía colectivista se haría incompatible con ios ideales del anarquismo puro. Es más, el colecti­ vismo necesitaba alguna forma de autoridad dentro de las asociaciones obreras para determinar el cumplimiento individual y supervisar una distribución justa de los bie­ nes y servicios. En consecuencia, el orden colectivista, del mismo modo que das organizaciones conspirativas que Kropotkin repudiaba, contenía el germen de la desigual­ dad y la dominación. Era imposible evaluar la parte de cada individuo en la producción de la riqueza social, de­ claraba Kropotkin eñ La conquista del pan, puesto que eran millones de seres humanos los que se habían esfor­ zado en crear las riquezas ddl mundo actual52. Cada acre de tierra había sido regado con d sudor de generaciones enteras, y cada milla de ferrocarril se había cobrado su porción de sangre humana. Más aún, se podía dedr que no existía ningún pensamiento o invento que no fuese la herencia común de toda la humanidad. «Cada descu­ brimiento, cada avance, cada aumento en la suma de ri­ quezas humanas debe su existencia al trabajo intelectual y físico dd pasado y d presente», continuaba Kropotkin, y «¿con qué derecho, entonces, puede alguien apropiarse de la más mínima porción de todo este conjunto y afir­ mar: Esto es mío, y no tuyo?» 5S Kropotkin consideraba su teoría d d «comunismo anar­ quista» como una verdadera antítesis d d sistema de sala­ rios en todos sus aspectos 54. Ningún centro de poder po­ dría obligar a nadie a trabajar, aunque todo el mundo trabajase voluntariamente, «basta el desarrollo pleno de sus capacidades» 55. Kropotkin, pues, sustituía el princi­ pio de la remuneración salarial por d principio de las necesidades: cada persona sería d juez de sus propias exigencias, tomando de los almacenes comunes todas aquellas cosas que considerase necesarias, contribuyera o no a una parte d d trabajo. El generoso optimismo de Kro-

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potkin le llevaba a plantear que, una vez eliminados el po­ der político y la explotación económica, todos los hom­ bres tira-bajarían voluntariamente, sin ningún tipo de obligación, y no tomarían de dos almacenes comunales nada más de lo necesario para alcanzar una existencia con­ fortable. Por fín, d comunismo anarquista pondría tér­ mino a todos -los privilegios y coerciones, anunciando una Edad de Oro de libertad, igualdad y fraternidad entre los hombres. Geógrafo y naturalista eminente, Kropotkin creía — no menos que Marx— que sus propias teorías sociales se apoyaban en bases científicas. Durante los cinco años que había pasado al servicio del Gobierno en Siberia, Kropot­ kin llegó a rechazar la tesis de los seguidores de Darwin (particularmente T. H. Huxley), según la cual la evolu­ ción de las especies biológicas estaba basada en la lucha y en la competencia internas. Su estudio de la vida ani­ mal en las reglones orientales de Siberia 56 le hizo poner en cuestión la imagen, generalmente aceptada, del mundo natural como una jungla salvaje, con su lucha a vida o muerte, en la que los supervivientes son 'los miembros más capacitados de cada 'especie. Sus propias observa­ ciones le indicaban que, en el proceso de selección natu­ ral, la cooperación espontánea entre los animales era mu­ cho más importante que la competencia feroz, y que «aquellos animales que adquieren hábitos de ayuda mu­ tua son indudablemente los más capacitados» para so­ brevivir57. En ningún momento negaba Kropotkin la existencia de luchas en el reino animal58, pero estaba se­ guro de que eíl apoyo mutuo desempeñaba un papel mu­ cho más importante —es más, la ayuda mutua era «el factor orientador de la evolución progresiva» S9. Kropotkin no veía ninguna razón para que el princi­ pio de ayuda mutua no pudiera aplicarse con la misma validez al Homo Sapiens que a las otras especies del mun­ do animal. En su juventud, había llegado a creer con fe ciega en el espíritu fraterno ddl campesinado ruso 60. Al­ gunos años más tarde, durante su servicio en la inhóspi­ ta Siberia, la cooperación satisfactoria que dbservó entre las tribus y colonias nativas de Dujobor fue un chorro de

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luz que iluminaría todas sus reflexiones posteriores. En su estancia siberiana fue, también, cuando Kropotkin abandonó toda esperanza de que el Estado pudiese actuar como un vehículo de reforma social. Entonces volvió sus ojos hacia la creatividad espontánea de las pequeñas co­ munidades anarquistas 01. Sus Impresiones favorables de la incorrupta vida comunal se reforzaron en 1872, cuan­ do visitó ¡las comunidades de relojeros de las montañas suizas del Jura, Se 'sintió inmediatamente atraído por las asociaciones de ayuda mutua, y por 'la ausencia en su seno de ambiciones (políticas o de cualquier dase de dis­ tinción entre los dirigentes y los dirigidos. La mezcla ddl trabajo intelectual con el manual y su capacidad para in­ tegrar en los pequeños pueblos montañeros la manufac­ tura y la agricultura doméstica se ganaron también su calurosa admiración. Kropotkin halló lo que él consideraba confirmación científica de estas agradables observaciones indagando en 'los anales históricos. A lo largo del pasado, mantenía, los hombres habían poseído una acentuada tendencia a tra­ bajar juntos, en un espíritu de solidaridad y hermandad. La ayuda mutua entre los seres humanos había sido una fuerza mucho más poderosa que la voluntad egoísta de dominar a los demás. En efecto, la humanidad debía su supervivencia a 'la ayuda m u t u a E n contra de las teo­ rías de Hegdl, Marx y Darwin, Kropotkin sostenía que las raíces d d proceso histórico -se encontrában en la coope­ ración, más que en d conflicto. Además, rechazaba el planteamiento de Hobbes, por el que la condición natu­ ral dd hombre era la guerra permanente de todos contra todos 63. En todos los períodos históricos habían existido asociaciones de ayuda mutua de diversas dases, que al­ canzaron su punto máximo de desarrollo en los gremios y comunas de la Europa medieval64. Para Kropotkin, la -aparición del Estado centralizado en los siglos xvi a xix era sólo una aberración transitoria en la pauta normal de evolución del mundo occidental. A pesar de la aparición del Estado, las asociaciones voluntarias habían continuado desempeñando un puesto clave en los asuntos humanos, y el espíritu de ayuda mutua se reafirmaba «incluso en

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nuestra sociedad moderna, proclamando su derecho a ser, como ha sido siempre, el principio orientador del progreso futuro» 05. El rumbo predominante de la historia contemporánea volvía a inclinarse hacia las sociedades cooperativas, descentralizadas y apolíticas, en las que los hombres podrían desarrollar libremente sus facultades creadoras, sin las manipulaciones de reyes, curas a solda­ dos. En todas partes el Estado artificial abdicaba de sus «sacrosantas funciones en beneficio de los grupos natu­ rales voluntarias» 6e. El estudio de la vida humana, junto a sus experiencias de primera mano en Siberia y entre los relojeros del Jura, alimentaron la profunda convicción de Kropotkin de que los hombres eran más felices en comunidades lo suficien­ temente pequeñas como para permitir el florecimiento de los instintos naturales de la solidaridad y !la ayuda mutua* Al acabar el siglo,; Kropotkin proyectaba una nueva sociedad en la que fia «industria (estaría) combi­ nada can la agricultura, y el trabajo manual con el inte­ lectual», tal como describía en uno de sus libros más co­ nocidos 67, Las hambres y las mujeres de los pueblos, unidos por las vínculos naturales de1! esfuerzo coopera­ tivo, se apartarían por sí mismos de la artificialidad de los estados centralizados y de los complejos industriales masi­ vos. No es que Kropotkin tuviese una especial aversión hacia la tecnología moderna como tal. «Comprendo ple­ namente», puntualizaba en una parte de sus memorias, «di fruto que los hombres pueden extraerle al poder de sus máquinas, el carácter inteligente de su trabajo, la precisión de sus movimientos y de sus productos» G8. Uti­ lizada en pequeños talleres voluntarios, la máquina res­ cataría aíl ser humano de la extenuación y monotonía a que lo somete 'la empresa capitalista, y desaparecería para siempre el estigma de la inferioridad con que se ha ca­ racterizado al trabajo manual09. Los miembros de la comu­ nidad trabajarían, de los veinte a los cuarenta años, cuatro o cinco horas diarias, suficientes para una vida conforta­ ble. La división d d trabajo, incluyendo la desgraciada separación entre tareas intelectuales y manuales, daría paso a una diversidad de empleos agradables, y su resul­

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tado sería una existencia integrada, orgánica, como la que prevalecía en la ciudad medieval70. En su idílico retrato del futuro, el nostálgico anhelo de Kropotkin por una vida más simple, pero más plena, le llevaba a idealizar las unidades sociales autónomas de los tiempos pasados —las comunidades campesinas y las cooperativas, la óbsbchina y el artel. Frente al constante proceso de concentración política y económica de la Eu­ ropa del siglo xix, Kropotkin se volvía hacia d pasado en busca de un mundo feliz e incontaminado por la in­ trusión del capitalismo y del Estado moderno, como punto de partida del mundo similar del porvenir, libre de los armazones que constreñían los impulsos naturales de la humanidad. Para los nuevos anarquistas de Bialystok, las teorías de Bakunin y de Kropotkin resultaban de especial aplicación al carácter supercentralizado y opresivo del Estado ruso. La miseria espantosa de fc>s campesinos y los obreros, k progresiva desvinculación de los estudiantes y la intelec­ tualidad con respecto al gobierno y al entramado sociaí, la despiadada persecución de k s minorías nacionales y re­ ligiosas — y todo ello combinado con la depresión eco­ nómica— , oscurecían la atmósfera con k frustración y la desesperación. De acuerdo con k s enseñanzas de Baku­ nin, Rusia, como país atrasado, debería encontrarse lista para la revolución. A comienzos del siglo xx} d país evo­ lucionaba con rapidez a causa del reciente comienzo de una transición violenta y espasmódica de la vida rural a la vida urbana, transición que afectaba a las raíces vitales de Ua tradición y de la estabilidad. El Juggernauí de la industrialización iba dejando en la cuneta dd camino un montón de desechos humanos — el lumpenproletnriat y otros dementes frustrados de la sociedad, despojados de k s más mínimas seguridades en un mundo hostil y cambiante. Se podía esperar que estos marginados mise­ rables respondiesen al llamamiento anarquista para la aniquilación d d régimen existente, y la subsiguiente inau­ guración de una Edad de Oro. Y, es más, un buen nú­

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mero de ellos habría de unirse a los primeros círculos anarquistas de 1903 y 1904. Pero, incluso en estos tiempos problemáticos, cuando el nihilismo se extendía por ¡la tierra, eran pocos, proporcíonaimente, los ciudadanos que se encontraban integra­ dos en el movimiento anarquista. La explicación se pue­ de encontrar, al menos parcialmente, en di hecho de que k consciencia política de las masas permanecía todavía a un nivel muy bajo — por cierto que él número de afi­ liados a los dos partidos socialistas más importantes, sur­ gidos al doblar el siglo, no era sino una diminuta frac­ ción de las poblaciones campesina y proletaria. Los po­ cos campesinos que manifestaban algún interés por las cuestiones políticas se unían, por regla general, a los So­ cialistas Revolucionarios, cuyo programa se ajustaba es­ trechamente a k s aspiraciones de 'la masa rural. Más que a los obreros, las doctrinas anarquistas convocaban a los artesanos marginados que suspiraban, con Kropotkin, por los tiempos remotos de la manufactura artesana, o a las capas más pobres de ios trabajadores no cualificados, desorganizados y en paro, de ios suburbios urbanos. Mu­ chos componentes de estos grupos, sin embargo, encon­ traban una salida a sus violentas tendencias en las ramas terroristas del SR o del PPS. Entre los artesanos y el pro­ letariado suburbial se desarrollaba una clase de trabaja­ dores industríales más establecidos, que comenzaban a jugar un papel importante en la economía industrial en crecimiento; éstos tendían hacía los sodaldemócratas —si se puede decir que tendían hacia algún partido po­ lítico en particular— para ia defensa de sus intereses. Otra razón más para entender el fracaso dél anarquis­ mo en la atracción de un número mayor de seguidores ra­ dicaba en la aversión de la mayoría de ios rusos, incluso de aquellos que se encontraban en el límite de la deses­ peración, a aceptar sin más el ultrafanatismo de Bakunin o el romantiscismo aparentemente ingenuo de Kropotkin como soluciones plausibles a sus dificultades apremiantes. Los partidos socialistas de Rusia, en contraste con los de la Europa occidental, con sus fuertes lacras reformistas, eran lo suficientemente revolucionarios como para resul­

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tar aceptables a da ¡mayoría de 'los estudiantes y artesanos, lo mismo que a 'la masa desarraigada del submundo ciu­ dadano. Finalmente, la naturaleza intrínseca del credo anarquista, con su agria hostilidad hacia cualquier clase de organizaciones jerarquizadas, impedía el desarrollo de un movimiento formalizado. Los socia'ldemócratas, por el contrario, 'no sólo compartían gran parte del espíritu re­ volucionario del anarquismo, sino que eran capaces de reforzarlo con una estructura organizativa eficaz. Por todo ello, Üos anarquistas rusos permanecerían fraccionados en una variopinta colección de grupos inde­ pendientes a lo dargo de todo el cuarto de siglo de su existencia, sin programa de partido ni una política efectiva de coordinación. No obstante, los acontecimientos demos­ trarían que el anarquismo, tan estrechamente ligado al talante «maximalista» de la Rusia revolucionaria, iba a ejercer una influencia desproporcionada al número de sus adherentes, en las décadas iniciales de! nuevo siglo.

2.

Los terroristas

Para aflicción del burgués atizaremos un incendio mundial, un incendio entre san­ gre. jDanos, Dios, la bendición!

A leksandr B lok

El movimiento anarquista que surgió en el Imperio de los Románov a comienzos del siglo XX tiene sus antece­ dentes en todo el pasado ruso. Durante siglos, las tierras fronterizas de Rusia habían sido escenario de violentos levantamientos populares con fuertes matices anarquis­ tas. Aunque 'los campesinos rebeldes habían centrado siempre sus iras sobre ios terratenientes y funcionarios, mientras el zar o cualquier falso pretendiente continua­ ban gozando de su veneración, esta herencia de revueltas de masas, desde Bolótnikov y Stenka Razin hasta Bulavin y Pugachov, constituyó una rica fuente de inspiración para Bakunin, Kropotkin y todos sus discípulos anar­ quistas. Las sectas anarco-rdligiosas que abundaban en Rusia im­ presionaron también profundamente a ios líderes del mo­ vimiento anarquista revolucionario, a pesar de que sus miembros eran pacifistas devotos que depositaban su fe en una comunión personal con Cristo, más que en la acción social violenta. Las sectas rechazaban enérgicamente toda coerción externa, tanto religiosa como secular. Sus miem­ bros despreciaban a la jerarquía oficial de la Iglesia or­ 43

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todoxa rusa, y muchas veces rehuían el pago de los im­ puestos, y el prestar j-uramento o servir armas. «Los hijos de Dios», proclamaban los pertenecientes a la secta de los dujobor encarcelados en 1791, «no necesitan ni a los zares o poderes dirigentes, ni a ninguna otra de las leyes humanas» x. Este mismo quietismo cristiano era uno de los princi­ pios básicos de León Tolstói y sus seguidores, que co­ menzaron a formar grupos anarquistas en los años 1880 en las provincias de Tula, Oriol y Samara, y en la ciudad de Moscú". A comienzos del nuevo siglo, los anarquistas tolstoyanos habían extendido el credo del anar­ quismo cristiano con estimable eficacia por las provin­ cias negras, y fundado colonias tan al sur como en las montañas del Cáucaso 3, Los tolstoyanos, al mismo tiem­ po que condenaban al Estado como un instrumento depravado de opresión, rechazaban la actividad revolucio­ naria como un germen de odio y violencia. Los anar­ quistas revolucionarios, por supuesto, no apoyaban la doctrina de Tolstói, defensora de la resistencia pasiva frente a todos los males; pero admiraban su ataque a la disciplina estatal y a la religión institucionalizada, su revuelta contra el patriotismo y la guerra, y su profun­ da compasión por el campesinado «envilecido» 4. Otra fuente, aunque indirecta, de las ideas anarquis­ tas, fue el círculo Petrashevskii de San Petersburgo, de­ dicado a divulgar por Rusia el socialismo «utópico» de Fourier durante la década de 1840. En parte fue de Fourier de donde Bakunin, Kropotkin y todos sus segui­ dores extrajeron su fe en las pequeñas comunidades vo­ luntarias, y su romántica convicción de que los hombres podrían vivir armónicamente, una vez derribadas ]as barreras artificiales impuestas por los gobiernos. Plan­ teamientos similares se deducían también de los esla­ vófilos rusos de mediados del siglo xix, particularmente de Konstantín Aksákov, para quien el Estado centraliza­ do y burocrático era un «mal por principio». Aksákov recorrió su país con los escritos de Proudhon, Stirner y Fourier, y su visión idealista de la comuna campesina influyó fuertemente sobre Bakunin y sus sucesores 5. Fi-

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naimente, ios anarquistas aprendieron ¡mucho del socia­ lismo libertario de Aleksandr Herzen, uno de los padres d d movimiento populista, que rechazaba enérgicamente d sacrificio de la libertad individual en favor de la dic­ tadura de las teorías abstractas, propuestas por los libe­ rales parlamentaristas o por el socialismo autoritario 6. A pesar de la rica herencia que dejaran tras de sí las revueltas campesinas, las sectas religiosas y ios grupos tolstoyanos, los pe ir a shevstsy, los eslavófilos y Alek­ sandr Herzen, antes del siglo xx no se organizó en Ru­ sia ningún movimiento anarquista revolucionario, ni si­ quiera durante d apogeo de Bakunin, a finales de la dé­ cada de 1860 y comienzos de los setenta. Es cierto que Bakunin influyó sobre un puñado de jóvenes emigrantes rusos que colaboraron con él en la publicación de dos periódicos de corta duración en Ginebra (Naródnoe Délo y Kabótnik)f y en la organización (en 1872) en Zurich, de un efímero círculo, conocido como la Hermandad Rusa; es cierto, también, que transmitió sus incompa­ rables conocimientos a muchos de los estudiantes po­ pulistas que «marcharon hacía el pueblo» durante la década de los setenta, y que su influencia se hizo mani­ fiesta asimismo en d seno de ciertos grupos dandestinos de trabajadores industriales que comenzaban a surgir por aqudla época en San Petersburgo, M otó , Kíev y Odes­ sa. Sin embargo, durante su vida no se constituyó ¡nin­ guna organización genuinamente bafcuninista en suelo ruso 7. Los prindpales seguidores de Bakunin en Suiza fueron N. I. Zhukóvskii, M. P. Sadhin («Armand Ross») y un joven rebdde de ascendencia rumana llamado Z. K. Ralli. En 1873 Ralli ayudó a la creación de un pequeño grupo de Ginebra, llamado la Comuna Revoludonaria de los Anarquistas rusos, que, del mismo modo que la Her­ mandad de Zurich, se dedicó a extender las Ideas de Bakunin entre los exiliados radicales8. Pero el más dramático discípulo de Bakunin dentro de Rusia, la ex­ travagante figura de Sergéi Gennádievidh Necháev, era más un apóstol de la dictadura revolucionaria que un anarquista genuino, mucho más preocupado por los me­

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dios de conspiración y terrorismo que ¡por los excelsos objetivos de la sociedad sin Estado, El verdadero revo­ lucionario, según Neeháev, debía ser un hombre que hubiera roto completamente con el orden vigente, un enemigo implacable ddl mundo contemporáneo, dispuesto a utilizar los métodos más repulsivas —incluso d puñal y la soga, y todas las estratagemas y traiciones imagina­ bles— en nombre de la «venganza d d pueblo» s. Esta imagen del conspirador cruel y clandestino se introdujo firmemente en la imaginación de bastantes jóvenes anar­ quistas, en las tormentosas jomadas de 1905 y 1917. El cuarto de siglo que siguió a la muerte de Bakunin en 1876 fue un período de oscura reacción en el Imperio zarista. Sólo la prolífica pluma de Piotr Kropotkin, des­ de su exilio en Europa occidental, mantuvo vivo el sueño del movimiento anarquista. Después, impulsados probablemente a la aoción por la gran epidemia de ham­ bre que afligió a su tierra, un grupo de estudiantes rusos de Ginebra estableció un círculo de propaganda anar­ quista, d primero desde la Comuna Revolucionaria de R ali en 1873. Dirigido por Aleksandr Atabekián, joven doctor armenio y discípulo de Kropotkin, el nuevo grupo, denominado Biblioteca Anarquista (Anarjícheskaia biblioteka), imprimió algunos panfletos de Bakunin y Kropot­ kin, y de destacados anarquistas italianos, como Errico Malatesta y Saverio Merlino. Parece que encontraron poco éxito los esfuerzos de Atabekián para introducir esta -literatura en Rusia, pero d trabajo de su Biblioteca anarquista fue reanudado de nuevo a finales de los no­ venta por otro círculo de propaganda, conocido simple­ mente como d Grupo de Anarquistas de Ginebra. En la imprenta de un simpatizante suizo llamado Emile H dd, el Grupo de Ginebra publicó más panfletos de Kropotkin y trabajos de célebres anarquistas europeos, como Jean Grave, Elisée Redlus y Johann Most. En 1902 un grupo de seguidores de Kropotkin en Londres editó una traducción rusa de La conquista del pan bajo el re­ sonante título de Jleb i Volia (Pan y Libertad), que inmediatamente pasó a formar parte del arsenal de con­ signas anarquistas.

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Solamente en 1903, cuando el fermento de subleva­ ción indicaba que podía estallar una revolución a escala general, empezó a vislumbrarse un movimiento anar­ quista con características más duraderas, tanto dentro d d Imperio zarista como entre las colonias de emigra­ dos en Europa occidental. Los primeros anarquistas hi­ cieron su aparición en la ¡primavera de ese mismo año en Bialystok, organizando, con una docena de miembros, d grupo Borbá (Lucha)I0. En esa época, un pequeño círculo de jóvenes krcxpotkinianos de Ginebra fundó un periódico mensual anarquista (imprimido por Emile Held) al que, siguiendo los pasos del famoso libro de su men­ tor, bautizaron Jleb i Volia. Los dirigentes d d nuevo grupo de Ginebra eran K. Orgíani, ¡un georgiano cuyo verdadero nombre era G. Gogélüa, su esposa Lídiia y una antigua estudiante llamada María -Korn (apodada Goldsmit), cuya madre había militado en las -filas del emi­ nente populista Piotr Lavrov, y su padre había editado un periódico positivista en San Petersburgo 11. Desde su residencia en Londres, Kropotkin dio su apoyo entu­ siasta a Jleb i Voliat escribiendo muchos de sus artículos y editoriales. La famosa frase de Bakunin de que «la urgencia por destruir es también una urgencia creadora» fue elegida como rótulo en la cabecera. El primer nú­ mero, que apareció en agosto de 1903, contenía la exul­ tante proidama de que Rusia se ¡hallaba «en vísperas» de una gran revolución13. Introducido por las fronteras ucraniana y polaca, Jleb i Volia fue recibido con intensa excitación por los anarquistas de Bialystok, que trans­ mitían las preciadas copias a sus compañeros estudiantes y -trabajadores, hasta que d paípd llegaba a deshacerse. El ¡grupo Jleb i Volia se vio pronto presionado por la exigencia de más literatura. En respuesta, editaron más panfletos de Bakunin y Kropotkin, así como tra­ ducciones rusas de Grave, Malatesta, Elisée Reclus y otros. Varlaam Nikoláevich Cherkézov, un georgianode sangre principesca, y el más conocido colaborador de Kropotkin en Londres, llevó a cabo un análisis crítico de la doctrina marxista 13, y Orgiani hizo un relato de los trágicos disturbios de Heymarket Square en 1886,

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que terminaron con e'1 sacrificio de cuatro anarquistas de Chicago 14. Además de estos trabajos en ruso, algu­ nas copias de los periódicos ¡hebreos Der Arbayter Fraynd y Zsbertninal, publicados por los anarquistas ju­ díos del East End de Londres 15> consiguieron llegar a los guetos de la Reserva 19. En poco tiempo, el círculo de Bialystok se encontraba multieopiando ejemplares escri­ tos a mano de los periódicos anarquistas de Occidente 17 y editando sus propios panfletos, proclamas y manifies­ tos 18, que se enviaban en grandes lotes a las localidades cercanas, y a puntos distantes como Odessa y Nezhin (en -la provincia de Chernígov) donde, a finales de 1903, surgían otros grupos anarquistas 19. Algunos ejemplares de Jleb i Volia llegaron incluso hasta los centros indus­ triales de las lejanas montañas del Ural, y en 1904 un puñado de agitadores anarquistas los ponía en circula­ ción en las viejas y diseminadas fábricas de Ekaterimburgo 20. En 1905 es talaba, por fin, sobre Rusia la tormenta largamente esperada. La guerra con Japón, que comen­ zó en febrero de 1904, había exacerbado el descontento popular. Sin la más mínima preparación para el conflic­ to, el coloso ruso sufrió una serie de derrotas humillan­ tes, que la población achacaba naturalmente a la insen­ sata política gubernamental. A comienzos de 1905, la situación era de una gran tensión en San Petersburgo. E'l despido de algunos trabajadores de la gran factoría metalúrgica de Putílov desencadenó una serie de huelgas en la capital, culminando con el horrible episodio del 9 de enero, conocido como el Domingo Sangriento *. Ese día, los trabajadores de los suburbios fabriles des­ cendieron sobre el centro de la ciudad formando una gi­ gantesca procesión que inundaba las calles. La procesión, que iba dirigida por Geórgii Gapón, teatral cura de la iglesia ortodoxa, que portaba iconos de santos y retratos * Todas las fechas se dan de acuerdo con el calendario juliano (que mantenía un retraso de trece días frente al calendario oc­ cidental, en el siglo veinte), utilizado en Rusia hasta febrero de 1918.

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del zar, y en la que se cantaban himnos patrióticos y religiosos, fue confluyendo sobre el Palacio de Invierno. Las masas desarmadas de trabajadores, y sus familias, llevaban una dramática petición en la que se suplicaba a su soberano que pusiese fin a la guerra, que provocase una asamblea constituyente, que concediese a los traba­ jadores la jornada laboral de odho horas y el derecho a organizar sindicatos, la abolición del sistema de pagos por la amortización de las tierras que sufrían los campesinos y la instauración de los derechos cívicos frente a la ley. Las tropas del gobierno recibieron a tiros a los manifes­ tantes, dejando las calles llenas de muertos y heridos. En ¡un momento se rompieron los vínculos seculares que habían existido entre el Zar y el pueblo; a partir de ese día, el monarca y sus súbditos se encontraron separa­ dos «por un río de sangre», en palabras del padre Gapón 21. La revolución se propagó inmediatamente por todo el país. La huelga estalló en todos los centros industriales de importancia, y con especial violencia en las ciudades no rusas; cerca de medio millón de obreros abandonaban sus máquinas y se lanzaban a las calles, y, poco después, las provincias del Báltico y las regiones de Rusia central se veían inflamadas por la llamarada revolucionaria, mien­ tras los campesinos comenzaban sus incendios y saqueos, de la misma manera que en la época de Pugadhov, A me­ diados de octubre, la oía huelguística, que partió de Mos­ cú y San Petersburgo, había paralizado casi por completo la producción industrial y el sistema ferroviario. Bajo la presión del creciente número de disturbios campesinos, de la huelga general de octubre en las ciudades, y de la aparición repentina de un soviet de diputados obreros a la cabeza del movimiento huelguístico en Petersburgo, el zar Nicolás se vio obligado a firmar el Manifiesto del 17 de Octubre, en el que se garantizaban plenas liberta­ des cívicas a la población y «prometía que ninguna ley sería efectiva sin el consentimiento de la Duma 22, Pero ante la insatisfacción de sus exigencias económicas, y arrastrados por la situación revolucionaria general, los obreros y campesinos prosiguieron su levantamiento. En diciembre la revolución alcanzó su clímax: en Mos­

Avrich, 4

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cú, las 'huelgas y manifestaciones callejeras degeneraron en una verdadera insurrección armada, obra principal­ mente de los bolcheviques, pero en 'la que los anarquis­ tas y otros grupos de la izquierda tomaron también parte activa. Las barricadas aparecieron por primera vez en el distrito obrero de Presnia. Tras más de una semana de lucha, di ¡levantamiento sería sofocado por las tropas gu­ bernamentales, que 'habían permanecido fieles al zar pese a los motines esporádicos producidos a comienzos de este año. También Odessa, Járkov y Ekaterinoslav se vieron envueltas en batallas sangrientas durante algún tiempo, aunque finalmente la policía y el ejército consi­ guieron aplastar ¡la rebelión. El estallido de ira popular que 'había provocado d Do­ mingo Sangriento dio un poderoso impulso al incipiente movimiento radical ruso. Durante la revolución de 1905, como señalaba un combatiente destacado de la lucha en Bialystok, luda Rosdhin, los grupos anarquistas «surgie­ ron como los hongos después de la lluvia» 23. Antes de 1905 no había más de doce o quince anarquistas activos en Bialystok, pero en la primavera de ese año ya existían cinco círculos, constituidos en su mayoría por antiguos bundistas y socialistas revolucionarios, que alcanzaban la cifra de unos setenta miembros. Según fuentes fidedig­ nas, toda la «sección de agitación» de los SR de Bialystok se había pasado a 'los anarquistas en el ¡mes de mayo24, En su momento cumbre, un año después, el movimiento contaba probablemente con una docena de círculos inte­ grados en una federación flexible25. Rosdhin estima que los anarquistas de Bialystok llegaron a ser unos 300 en su momento de mayor fuerza 20, pero esa cifra parece exagerada; el número total de anarquistas activos nunca pasó probablemente de 200 (obreros industriales, artesa­ nos e ■intelectuales), aunque varios centenares más leye­ sen regularmente su literatura y simpatizasen con sus puntos de vista. En las provincias occidentales, la organización de los grupos anarquistas llegaba desde Bialystok a Varsovia, Vilna, Minsk, Riga, y ciudades más pequeñas como Grodno, Kovno y Gómel Eventualmente, incluso los pe­

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queños shteíls (ciudades-mercado) que abastecían a la Re­ serva judía contaban en su seno con pequeños grupúscuios anarquistas de dos a doce militantes, que recibían de las ciudades mayores propaganda y armas para utilizarlas contra el gobierno y los grandes propietarios 27. En el sur, los anarquistas hicieron su aparición primero en Odessa y Ekaterinoslav, extendiéndose después a Kíev y Járkov en Ucrania, así como a las ciudades más impor­ tantes deíl Cáucaso y de la península de Crimea28. Por todas partes se producía d mismo proceso: un pu­ ñado de socla'Idemócratas o socialistas revolucionarios di­ sidentes constituían un pequeño círculo anarquista; la propaganda se introducía desde Occidente, o por medio de intermediarios desde Riga, Bialystok, Ekaterinoslav, Odessa o cualquier otro centro de agitación, y se distri­ buía entre dos trabajadores y estudiantes de la zona; pron­ to se formaban otros círculos que se constituían en fede­ ración y se lanzaban a la acción radical de todo tipo — agitación, manifestaciones, huelgas, atracos y asesina­ tos— . En cuanto la revolución alcanzó su clímax, la co­ rriente anarquista comenzó a orientarse centrípetamente, introduciéndose en Moscú y San Petersburgo, centros po­ líticos de la Rusia imperial, aunque el movimiento en am­ bas capitales adquirió una forma suave en comparación con la violencia periférica 29, El objetivo común de las nuevas organizaciones anar­ quistas era la destrucción total del capitalismo y del Es­ tado, para despejar el camino a la sociedad libertaria del futuro. Sin embargo existían muchos desacuerdos sobre Ía forma de realizar esta destrucción. La polémica más candente estaba centrada en torno al papel del terrorismo en la revolución. Por una parte, se encontraban ciertos grupos de características similares, como Chómoe Zna­ mia y Beznachalie, que abogaban por una campaña im­ placable de terrorismo contra la burguesía. Chómoe Zna­ mia (Bandera Negra, el emblema anarquista), probable­ mente la más importante organización de anarquistas te­ rroristas del imperio, se consideraba como un grupo anarco-comunista, es decir, entroncado con ¡los objetivos de la sociedad comunal libre que -había planeado Kropotkin,

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y en la que cada persona podría vivir de acuerdo con sus necesidades. Pero sus tácticas inmediatas de conspira­ ción y de violencia estaban inspiradas fundamentalmente en Bakunin. El número mayor de seguidores de Chórnoe Znamia se encontraba en las provincias fronterizas del oeste y d sur, y entre ellos predominaban los estu­ diantes, artesanos y obreros industriales, aunque partici­ paban también algunos campesinos de los pueblos cercanos a las grandes ciudades, y cierto número de tra­ bajadores en paro, vagabundos, ladrones profesionales y superhombres nietzscheanos a su manera. Aunque muchos de sus miembros eran de nacionalidad polaca, ucraniana o gran-rusa, el núcleo judío era e'l que constituía la mayo­ ría. Un hecho sorprendente en la organización de Cbór­ noe Znamia era la extremada juventud de sus adheridos, cuya edad habitual oscilaba entre los dieciocho y veinte años; e incluso algunos de los chornoznámentsy más ac­ tivos no sobrepasaban los quince o dieciséis años. Casi todos los anarquistas de Bialystok eran miembros de Cbórnoe Znamia. Su historia estuvo caracterizada por un irreflexivo fanatismo y una videncia constante, sien­ do el primer grupo anarquista que comenzó una política sistemática de terror contra el orden establecido. Se reunían en círculos de diez o doce miembros, que pla­ nificaban su venganza contra los jefes y sectores domi­ nantes, mientras su prensa, «Anárjüa» (Anarquía), lanzaba un verdadero torrente de prodamas y manifiestos incen­ diarios, pletóricos de un violento rencor contra la so­ ciedad existente, y que convocaban a su inmediata des­ trucción. Muy representativo de esta línea fue un pan­ fleto dirigido a «todos los trabajadores» de Bialystok, del que se distribuyeron dos mil ejemplares en las fá­ bricas durante el verano de 1905, poco antes de que se firmase la paz con d Japón. El aire, empezaba di­ ciendo, está lleno de angustia y desesperadón. Miles de vidas se han desperdiciado en él Extremo Oriente, y muchos miles más agonizan en casa, víctimas de los explotadores capitalistas. Los verdaderos enemigos d d pueblo no son los japoneses, sino las instituciones del Estado y la propiedad privada; ha llegado el momen­

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to de destruirlos. El panfleto advertía a los obreros de Bialystok que no se dejasen desviar de su misión revo­ lucionaria por las engañosas promesas de reformas par­ lamentarias planteadas por muchos socialdemócratas y SR. La democracia parlamentaria no era más que- un fraude vergonzoso, un ¡hábil instrumento de la dase media para continuar dominando a las masas trabajadoras. No os dejéis engañar, declaraba él panfleto, por la «cortina de humo dentífico» de los intelectuales socialistas. Dejad que la vida sea vuestro único maestro y dirigente. El único camino posible para la 'libertad es «una lucha de dases violenta dirigida al establecimiento de las comu­ nas anarquistas, en las que no habrá ni amos ni diri­ gentes, sino una auténtica igualdad». Los obreros, los campesinos y des empleados deben enarbolar la bandera negra de la anarquía y marchar hada la verdadera re­ volución soda!. « ¡ A b a j o l a p r o p i e d a d p r i v a d a y e l E sta d o ! ¡A b a jo l a d e m o c r a c ia ! ¡V iv a l a c i ó n s o c i a l ! ¡ V i v a l a a n a r q u í a ! » 30

re v o lu ­

Aunque sus reuniones se celebraban normalmente en los talleres o las casas particulares, muchas veces se reunían también en los cementerios, con el pretexto de rendir culto a algún muerto31, o en los bosques situa­ dos en las afueras de la ciudad, colocando vigilantes que pudiesen advertir en el momento de peligro. En el ve­ rano de 1903, trabajadores socialistas y anarquistas lle­ varon a cabo una serie de reuniones en d campo para discutir una estrategia común contra el creciente nú­ mero de despidos en las empresas textiles. Cuando una de estas asambleas fue disuelta con una brutalidad in­ necesaria por un contingente de gendarmes, los anar­ quistas, en represalia, hirieron en un atentado al jefe de la policía de Bialystok, inaugurando de esta forma una cadena ininterrumpida de venganzas que se prolon­ garía durante los cuatro años siguientes 32. La situación en las fábricas continuaba empeorando, hasta que, finalmente, los tejedores fueron a la huelga en el verano de 1904. El desquite de uno de los propie­ tarios de una gran industria textil, Avraam Kogan, fue introducir esquiroles en escena, con los consiguientes

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choques sangrientos como resultado. Todo ello indujo a que Nisán Fárber, un ckornoznámenets de dieciocho años, buscase 'la venganza en nombre de todos sus com­ pañeros, hiriendo -gravemente a Kogan en las escaleras de una sinagoga el día d d Sacrificio judío (el yom kippur). Unos días más tarde, se celebró otra reunión para preparar la lucha contra los industriales del textil, a la que asistieron varios centenares de trabajadores —anar­ quistas, bundistas, socialistas revolucionarios y sionis­ tas— , y en la que se pronunciaron discursos violentos y se cantaron canciones revolucionarias. En cuanto so­ naron los primeros gritos de « ¡Anarquía! » y « ¡Viva la socialdemocraeia!», la policía cargó sobre la ruidosa asamblea, arrestando e hiriendo a docenas de hombres. Una vez más Nisán Fárber se encargaría de buscar la venganza adecuada. Tras probar sus bombas «macedoniam» de fabricación casera en un parque local, echó una en la entrada del centro de la policía, hiriendo a varios oficiales que se encontraban en su interior. El mismo Fárber murió tras la explosión 33, El nombre de Nisán Fárber se transformó pronto en una leyenda entre los chornoznámentsy de las tierras fronterizas, un ejemplo de terrorismo incontrolado que habrían de seguir después d d estallido de la revolución, en enero de 1905, Para obtener armas, las bandas anar­ quistas se dedicaban a saquear tiendas de armamento, estaciones de policía y arsenales; los máusers y brownings adquiridos de esta manera se convertían en las posesio­ nes más apreciadas. Armados con pistolas y bombas rudimentarias que fabricaban en improvisados labora­ torios, los grupos anarquistas procedían a la realización de asesinatos indiscriminados y «exprexpiaciones» de di­ nero y valores bancarios. de oficinas de correos, fábricas, tiendas y residencias particulares de los nobles y la clase media. Los ataques contra empresarios y empresas —compo­ nentes del «terror económico»— se convirtieron en acon­ tecimientos cotidianos durante todo d período revolu­ cionario. En Bialystok, los cartuchos de dinamita esta­ llaban en las factorías y apartamentos particulares de

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los industriales más aborrecidos 34. Los agitadores anar­ quistas de una fábrica de cuero incitaron a que los obre­ ros atacasen a su jefe, que se vio obligado a saltar por la ventana para escapar de sus perseguidores35. En Varsovia los partidarios de Bandera Negra saqueaban y dinamitaban fábricas, y saboteaban los hornos de pan disolviendo keroseno en la masa 36. Los chornoznámentsy de Vilna publicaron una «declaración abierta» en judío dirigida a los obreros industríales, advirtiéndoles contra los soplones que se introducían entre ellos para identi­ ficar a los terroristas. « ¡Abajo los provocadores y los soplones! ¡Abajo los burgueses y tíranos! ¡Viva el terror contra la sociedad burguesa! ¡Viva la comuna anar­ quista! » 37 Los incidentes violentos eran aún más numerosos en el sur. Los chornoznámentsy de Ekaterinos'lav, Odessa, Sebastopol y Bakú organizaron «destacamentos de comba­ te» de terroristas, que montaban laboratorios para fa­ bricar sus bombas, perpetraban secuestros y asesinatos, atacaban las fábricas y se enfrentaban violentamente a los policías cuando éstos irrumpían en sus escondites 38. Ocasionalmente, incluso barcos mercantes atracados en el puerto de Odessa fueron objeto de las «ex» anar­ quistas (así se denominaba a las «expropiaciones»), a la vez que muchos hombres de negocios, médicos y abo­ gados, se veían obligados a «contribuir» económicamente a la causa anarquista bajo pena de muerte 39. Un casó histórico de terrorismo fue el de Pável Gold­ man, joven trabajador de Ekaterinoslav, e hijo de un policía rura’l, que trabajaba en los talleres ferroviarios de esta ciudad. En 1905, después de haber militado en las filas de los SR y de los socialdemócratas, se unió a Chómoe Znamia. «N o fueron los oradores los que me llevaron al anarquismo», explicaba, «sino la vida misma.» Goldman participó en el comité de huelga de su fá­ brica, y luchó en las barricadas durante la huelga gene­ ral de octubre. Pronto comenzó a tomar parte en las «ex» y en el sabotaje de los ferrocarriles de Ekaterinoslav. Herido por una de sus propias bambas, fue dete­ nido y enviado bajo vigilancia a un hospital. A la edad

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de veinte años, cuando sus compañeros fracasaron en un arriesgado intento de liberarle, el mismo Goldman se pegó un tiro quitándose la vida40. A los ojos de los Chornoznámentsy, cada acto de vio­ lencia, por muy insensato y carente de sentido que pu­ diese parecer al público en general, tenía el mérito de estimular k capacidad ddl gran populacho para vengarse de sus torturadores. No necesitaban un motivo especial para colocar una bomba en un teatro o en un restau­ rante; bastaba con saber que a esos sitios no iban más que los ciudadanos prósperos. Un miembro de Chórnoe Znamia de Odessa explicaba así el concepto de terror «inmotivado» (bezmotívnyi) al tribunal que le estaba juzgando: Nosotros practicamos expropiaciones aisladas con el único íin de recaudar dinero para nuestras actividades revolucionarias. Si conseguimos el dinero, no ejecutamos a la persona expropiada. Pero no significa que ésta, el dueño de la propiedad, nos compre ¡no! Lo podemos encontrar en los cafés, en los restaurantes, en los teatros, bailes, conciertos y en sitios por el estilo. (Muerte a la burguesía! Siempre, en cualquier lugar donde se encuentre, hallará una bomba o una bala anarquista n.

Un grupo disidente dentro de la organización Bandera Negra, encabezado por Vladímir Striga (Lápidus), se convenció de que k s incursiones ocasionales contra la burguesía no iban demasiado lejos, y por ello convocó a un levantamiento de masas para convertir Bialystok en una «segunda Comuna de París» 42. Estos kommunary (los comuneros), como se les llamaba entre sus compa­ ñeros chornoznámentsy, no rechazaban k s actividades violentas, sino que proponían un paso sucesivo, k acción revolucionaria de k s masas, que habría de inaugurar, sin dilación, la sociedad sin Estado. Pero, carentes de una estrategia, no consiguieron el apoyo de k s masas. En una conferencia realizada en Kishiniov en enero de 1906, los bezmotívníki, que argumentaban que el arma más eficiente contra el viejo orden eran los actos de terro­ rismo aislado, se impusieron con cierta facilidad sobre sus asociados, los kommunary 43. Los bezmoítvniki aca* baban de obtener dos trágicos éxitos: en noviembre y

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diciembre de 1905 habían explotado dos bombas en el hotel Bristol de Varsovia y en el café Liebman de Odessa 44, con lo que consiguieron una notoriedad considera­ ble y sembraron el pánico entre los ciudadanos respe­ tables. Los bezmotívniki, alborozados por semejantes éxitos, preparaban ahora proyectos destructivos aún más grandiosos, inconscientes de que la triunfante ola de violencia sería seguida muy pronto por un período mu­ cho más largo de respuestas despiadadas. Tan fanático como Cbórnoe Znamia era un pequeño grupo de militantes anarquistas localizado en San Pe­ tersburgo, y llamado Beznachálie (Sin Autoridad). Bez­ nachálie, cuya actividad se desarrollaba principalmente fuera de la Reserva (aunque también existían pequeños círculos en Varsovia, Minsk y Kíev), contaba con pocos miembros judíos, al contrario que la organización Ban­ dera Negra. La proporción de estudiantes en sus filas era muy alta, más incluso que en Cbórnoe Znamia, v los trabajadores no cualificados y vagabundos sin empleo representaban sólo una pequeña fracción de sus miem­ bros. Lo mismo que los chornoznámentsy, los beznachaltsy se proclamaban anarco-comunistas, dado que su obje­ tivo final era el establecimiento de una líbre federación de comunas territoriales. Pero también tenían muchas características afines a los anarcoindividualistas, los epí­ gonos de Max Stirner, Benjamín Tucker y Friederích Nietzsche, que exaltaban el ego individual por encima de las entidades colectivas. Dada su pasión por la cons­ piración revolucionaria y su extrema hostilidad hacia los intelectuales —pese a que, en su mayoría, ellos mismos eran intelectuales— , los beznachaltsy hostigaban la ima­ gen de Sergéi Nedháev y sus precursores, el círculo radi­ cal que había estado actuando en San Petersburgo duran­ te los años 1860 45 Como sus primos hermanos de la organización Bande­ ra Negra, los rebeldes de Beznachálie eran partidarios fervientes del terror «inmotivado». Cada golpe que pu­ diese afectar a funcionarios dd gobierno, policías o pro­ pietarios se consideraba como un acto progresivo, por­

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que ponía de manifiesto el «conflicto de clases» entre las multitudes aplastadas y sus privilegiados amos46. « ¡Muerte a la burguesía! », era su grito de guerra, puesto que « ¡la muerte de la burguesía es la vida de los traba­ jadores! » 47 E'l grupo Beznachálie fue fundado en 1905 por un jo­ ven intelectual que usaba el nombre de Bidbéi, Su ver­ dadero nombre, por una coincidencia casual, era el de Nikolái Románov, igual que el Zar. Hijo de un próspero terrateniente, Románov era pequeño y ddgado, y poseía un carácter impetuoso y un ingenio profundo. Se ma­ tricula como estudiante en el Instituto de Minas de San Petersburgo a comienzos de siglo, pero fue expulsado por participar en unas manifestaciones estudiantiles. Cuando el director del Instituto le envió la carta de ex­ pulsión, Románov se la devolvió, añadiendo «prochol s udovolstviem» («la he leído con placer»), Nikolái Ro­ mánov», la misma frase que solía usar el Emperador para dar el visto bueno en los documentos que se le presentaban48. Confirmada su expulsión, el joven Ro­ mánov se trasladó a París, transformándose en un mili­ tante clandestino con una identidad nueva. En uno de los primeros folletos que escribió allí, en vísperas de la revolución de 1905 , Bidbéi evocaba una imagen demo­ níaca de -la destrucción que se presentaba en el horizon­ te: «¡Una nodhe de horror y de escenas terroríficas!... No los jueguecitos ingenuos de 'los revolucionarios’, sino la walpurgisnacht de la revolución en la que los Espar­ taros, los Razins, todos los héroes de pies ensangrenta­ dos rastrearán sobre la tierra convocados por Lucifer. ¡El levantamiento del mismísimo Lucifer! » 49 Unas semanas después d d estallido de la revolución, Bidbéi se unió con otros dos compañeros exiliados50 para publicar un periódico ultrarradical titulado Listok gruppy Beznachálie (el «Panfleto d d grupo Beznachálie») que apareció dos veces durante ía primavera y el verano de 1905 . En el primer número se incluía todo el credo de Beznachálie, una curiosa mezcla de la fe bakuniniana en los marginados sociales, de las exigencias de Necháev de una venganza sangrienta contra las clases privilegia­

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das, de los conceptos de lucha de clases y de revolución permanente de Marx, y de la visión de Kropotkin sobre k libre federación de k s comunas. Bidbéi y sus confede­ rados declaraban « k guerra de guerrillas» a la sociedad moderna, una guerra en la que estaría justificado toda clase de terrorismo —terror individual, terror de masas, terror económico— . Como di mundo «burgués» estaba corrompido hasta su méduk, k s reformas parlamenta­ rias no tenían -ninguna validez. Era necesario emprender una lucha de clases generalizada, una «insurrección armada del pueblo: obreros, campesinos y todos los hara­ pientos... para desarrollar en k s calles, en todas k s formas posibles y con los métodos más violentos.,, una revolución en permanence, es decir, un levantamiento popular general hasta conseguir la victoria definitiva de los pobres». Con espíritu nechaevista (Bidbéi citaba o parafraseaba a Necháev, al que admiraba profundamen­ te), el dogma de Beznachálie repudiaba k religión, la familia y la moralidad burguesa en general, y animaba a los desposeídos a -atacar y saquear los negocios y k s casas de sus explotadores. No sólo los obreros y campe­ sinos debían hacer la revolución, declaraba Bidbéi siguien­ do a Bakunin, sino también la llamada «chusma —los parados, los vagabundos, los pordioseros, todos los parias y renegados de la sociedad, puesto que todos son nues­ tros hermanos y camaradas». Bidbéi convocaba a .todos éstos a «la venganza del pueblo, poderosa y sin piedad, total y sangrienta» (d famoso lema de Nedháev). « jViva la federación de comunas y ciudades libres! ¡Viva la anarquía (beznachálie)!» 51 Las horrendas visiones de Bidbéi eran compartidas por un pequeño grupo de anarjisty obschínniki (anarcocomunistas), que editaron -una prodigiosa cantidad de literatura incendiaria en el San Petersburgo de 1905. El militante más destacado de este grupo era «Tolstói» Rostóvtsev (seudónimo de N. V. Divnogorskii), hijo de un funcionario gubernamental de la provincia de Sarátov, en el Volga. De unos treinta años de edad (Bidbéi tenía poco más de veinte), Rostóvtsev tenía un rostro corriente pero interesante, y un carácter idealista que le condujo

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rápidamente al fanatismo revolucionario. Durante su es­ tancia en la universidad de Járkov, se convirtió en un discípulo apasionado de la no-violencia tolstoyana (de ahí su característico nom de guerre), pero muy pronto se inclinó hacia el extremo opuesto del terrorismo abso­ luto 52. Ya en 1905, Rostóvtsev redactaba instrucciones sobre la preparación de las bombas «macedoniam» de fa­ bricación casera, y aconsejaba a los campesinos sobre «cómo incendiar los almacenes de los terratenientes» 53. En la portada de uno de sus folletos aparecía un campe­ sino barbudo, con su horca y su guadaña en las manos, quemando la iglesia y la casa señorial de su pueblo. Su bandera llevaba el lema «za zemliu, za voliu, za anarjícheskuiu doliu» («por la tierra, por la libertad, por un destino anarquista»)5i. Rostóvtsev convocaba ál pueblo ruso a «coger el hacha y ejecutar a la familia zarista, a los señores de la tierra y a los curas» 55. Rostóvtsev y sus compañeros anarjisty obschínniki dirigieron también otros llamamientos a los obreros fa­ briles de Petersburgo, exhortándoles a romper sus má­ quinas, a dinamitar las centrales eléctricas de la ciudad, a bombardear a los «verdugos» de la clase media, a sa­ quear bancos y tiendas, a volar 'las estaciones de policía y asaltar las prisiones, E'l Domingo Sangriento había en* señado a los obreros lo que se podía esperar del Zar y de los tímidos defensores de las reformas progresivas. « ¡Que una ola de terror individual y de masas envuélva a toda Rusia! » Inauguremos la comuna sin Estado, en la que cada uno podrá utilizar libremente los almacenes colectivos y trabajar sólo cuatro horas al día, conservando tiempo libre para el ocío y la educación —tiempo para vivir «como un ser humano». ¡Adelante con la « r e v o ­ lu c ió n

so c ia l» !

« ¡V iv a l a

c o m u n a a n a r q u i s t a ! » 56

Los anarjisty obschínniki de Petersburgo y el grupo Beznachálie de Bidbéi en París, tenían entre sí grandes afinidades. En efecto, muchos panfletos d d grupo de Petersburgo se imprimían en el Listok de Bidbéi, No es ninguna sorpresa, por tanto, que cuando Bidbéi volvió a la capital rusa en didembre de 1905, el grupo de anar-

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jisty obschínniki le aceptase inmediatamente como su líder y cambiase su nombre pGr el de Beznachálie. En las filas de Beznachálie militaban una doctora, tres o cuatro alumnos de gimnáziia, la mujer de Rostóvtsev, Marusia, y varios antiguos estudiantes universitarios (ade­ más de Bidbéi y Rostóvtsev), en especia! Borís Speranskii, un joven provinciano de diecinueve años de edad, y Aleksandr Kólosov (Sokolov), de veintiséis años e hijo de un cura de la provincia de Tambov. Como otros muchos miembros del movimiento revolucionario, Kólosov recibió su educación en un seminario de la Iglesia ortodoxa, en di que destacó en matemáticas y lenguas extranjeras, siendo posteriormente admitido en la Academia Espiri­ tual; pero su prometedora carrera eclesiástica finalizó cuando decidió unirse a un círculo de los eseritas y se incorporó a la agitación revolucionaria. Después pasó al­ gún tiempo en las universidades rusas, para volver más tarde a la aldea paterna, donde se dedicó a la labor pro­ pagandística entre el campesinado. En 1905 Kólosov llegó a San Petersburgo, entrando a formar parte del círculo anarquista de Rostóvtsev57. Además de Bidbéi (y posiblemente de Rostóvtsev) ha­ bía al menos otro Beznachalets que también era de ori­ gen aristocrático. Vladímir Konstantínovich Ushakov, cuyo padre era un administrador del gobierno en la pro­ vincia de San Petersburgo, se había educado en las pose­ siones familiares próximas a Pskov. Ushakov entró en la universidad de San Petersburgo tras graduarse en el gimnáziia de Tsárskoe seló, residencia de verano del zar, y en 1901 se encontraba envuelto en las actividades del movimiento estudiantil. Igual que Bidbéi, marchó pronto al extranjero, pero volvió a tiempo para asistir a la masacre del Domingo Sangriento, integrándose poco des­ pués en el Anarjisty Obschínniki, y desarrollando un intenso trabajo de agitación entre los obreros industriales, que le conocían como «el almirante» 58. Finalmente es necesario mencionar a otro de los miem­ bros del círculo de Bidbéi, un tal Dmítríev o Dlmitrii Bogoliúbov, que resultó ser un agente de la policía y provocó la caída del grupo en enero de 1906. En el

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momento en que los beznachaltsy se encontraban reunidos preparando una «expropiación» importante (hasta en­ tonces no habían llevado a cabo más que un par de actos violentos, una explosión y la muerte de un ins­ pector), irrumpió la policía en su cuartel general, dete­ niendo a los conspiradores y apoderándose de su impren­ ta 56. Ushakov fue el único que tuvo la suerte de escapar a las autoridades, pudiendo huir a la ciudad de Lvov en la Galitzia austríaca. Aunque eran los más conspicuos, Chórnoe Znamia y Beznachalie no fueron los únicos grupos anarco-comunistas que florecieron en la Rusia revolucionaria. Algunos otros siguieron la línea relativamente moderada del Jleb i Volia de Kropotkin, dedicado principalmente a la labor propagandística entre obreros y campesinos. Pero la ma­ yoría se inclinaron por la orientación sanguinaria de Ba­ kunin y Nedháev, embarcándose en 'la senda del terroris­ mo. Una de estas organizaciones urtrarradicales fue el Grupo Internacional, localizado en la ciudad báltica de Riga, que se dedicó a practicar las «ex» y a difundir un verdadero aluvión de panfletos en los que se condenaba sistemáticamente cualquier clase de moderación o gradualismo. El grupo de Riga despreciaba olímpicamente la tesis de los socialistas, según la cual el levantamiento de 1905 no había sido más que una «revolución demo­ crática», denunciándolos por ser partidarios de la «coope­ ración pacífica con los partidos capitalistas en el parla­ mento». Como habían demostrado contundentemente las revoluciones europeas de los siglos x v i i i y x ix , la con­ signa de «'libertad, igualdad y fraternidad» no era sino una promesa vacía de la dase media. Ahora el socialismo científico se proponía practicar ¡un fraude del mismo tipo. Los marxistas, con su aparato centralizado de partido y su elaborada charlatanería sobre los estadios históricos, no eran más «amigos dd pueblo» que Nicolás II. Repre­ sentaban a los jacobinos de nuestro tiempo, que trataban de utilizar a los trabajadores con d fin de alcanzar el control monopolista del poder político. Sólo la revolución social de las masas podría proporcionar la auténtica libe-

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radón60. En d sur es donde esta ola de impaciencia anarquista alcanza sus características más violentas; es allí donde los «destacamentos de combate» de las gran­ des ciudades, en un esfuerzo por coordinar sus activida­ des terroristas, se vinculan entre sí para formar una red flexible denominada Organización de Combate del Sur de Rusia. En cambio, los anarquistas de Kíev y Moscú pusieron mayor empeño en la tarea propagandística. E'l grupo anarco-comunista de Kíev tuvo un defensor enérgico de esta orientación más moderada en un joven kropotkiniano cuyo nombre era Germán Borísovich Sandomírskii e\ Aunque era Moscú el centro más importante de propa­ ganda, su primer círculo anarquista se fundó en 1905, siendo desarticulado casi inmediatamente por la policía, cuando detuvieron a su líder, otro joven discípulo de Kropotkin, Vladímir Ivánovich Zabrézhnev (Fiódorov). El grupo Svoboda (Libertad), que le sucedió en diciem­ bre, actuó como almacén de materiales de propaganda, que conseguía literatura de propaganda de Europa ocddental y de los círculos anarquistas de las provincias fronterizas, y la distribuía en las nuevas células de Mos­ cú, Nizhní Nóvgorod, Tula y otras cuidades industriales de la Rusia central. En 1906 híderon su aparición en Moscú ouatro nuevos grupos: Svobódnaia Kommuna (Co­ muna Libre), Solidárnost (Solidaridad) y Bezvlástie (Anar­ quía), que reclutaban sus seguidores en los distritos obre­ ros; y un círculo de estudiantes anarquistas de ía Uni­ versidad de Moscú, que utilizaba las aulas como foro revolucionario. De vez en cuando realizaban reuniones conjuntas con los SR y los socialdemócratas en las colí­ nas Vorobiovy y en los bosques de Sokólniki, a las afue­ ras de la ciudad. « [Abajo la Duma! », gritaban los anar­ quistas. « iAbajo el parlamentarismo! ¡Pan y libertad! ¡Viva la revolución popular! » 82 Alguno de los grupos anarquistas unía cierta actividad terrorista a la agitación propagandística, dedicándose a fabricar bombas «japone­ sas» y manteniendo reuniones dandestinas en el monaste­ rio Douskoi para planificar las «expropiaciones». Así es como perdió la vida una muchacha de veintiséis años, al

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estallarle en las manos una bomba que estaba probando ti;\ Junto a los .numerosos grupos anarquistas que apare­ cieron por toda Rusia durante la revolución de 1905, en Odessa surgió una segunda rama del anarquismo, aun­ que mucho más minoritaria; los anarco-sindicalistas (sobre los que volveremos más adelante); y aún aparecería una tercera: los anarco-indivídualistas de Moscú, San Peters­ burgo y Kíev 84. Los dos máximos exponentes dd anarcoindiviaualismo, que habitaban en Moscú, fueron Alekséi Alekséevich Borovói y Lev Chómyi (Pávd Dímítrrievich Turchanínov). Heredaron la tesis nietzscheana de que había que destruir totalmente todos los valores aceptados por la sociedad burguesa, políticos, morales y culturales. Además, bajo la influencia de Max Stirner y Benjamín Tucker, teóricos alemán y americano del anarco-individualismo, exigían la liberación total de la persona hu­ mana de las cadenas de la sociedad organizada. En su opinión, incluso las comunas voluntarías de Piotr Kro­ potkin podían ser un freno para la libertad individual05. Un cierto número de anarco-individualistas encontró la forma de superar su alienación social a través de la vio­ lencia y el crimen, otros se destacaron en el seno del vanguardismo literario y en los círculos artísticos; pero la mayoría continuaron siendo siempre «filósofos» anar­ quistas, que se debatían en animadas discusiones y des­ arrollaban su teoría anarco-individuallsta en pesados li­ bros y periódicos. Aunque las tres categorías dd anarquismo ruso — anarco-comunismo? anarcosindicalismo y anarco-individualismo— reclutaban la casi totalidad de sus militantes entre la intelectualidad y la clase obrera, los anarco-comunistas procuraron llegar también con sus ideas a los soldados y campesinos- En 1903, un «Grupo de Anarquistas Ru­ sos» publicaba un folleto en el que se convocaba a la «desorganización, disolución y aniquilación» del ejército ruso, y a su sustitución por las masas populares arma­ das °6. Tras el estallido de la guerra ruso-japonesa, los panfletos anarquistas se propusieron convencer a los sol­ dados de que su lucha legítima estaba en casa — con­ tra el gobierno y la propiedad privada— 67. Sin embargo,

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este tipo de literatura antimilitarista circulaba en canti­ dades restringidas, y es dudoso que llegase a causar mu­ cho efecto sobre las tropas. Mayor era el volumen de distribución de propaganda en las aldeas campesinas; pero parece que sus resultados sólo fueron ligeramente más positivos. En septiembre de 1903, el segundo número de Jleb i Volia señalaba que el «terror agrario» era una «forma sobresaliente de' gue­ rra de guerrillas» contra los señores de la tierra y el go­ bierno central68. Un folleto Ilegal publicado ese mismo año en San Petersburgo aseguraba a los campesinos que no necesitaban «ni Zar ni Estado», sino «tierra y liber­ tad». El autor evocaba d mito de la idílica era de 'liber­ tad que había existido en la Rusia medieval, cuando la autoridad se basaba en la asamblea ciudadana local (veche) y en la comuna popular; para restaurar aquella sociedad libertaria era urgente que el narod levantase uña «implacable guerra de liberación». « j Obreros y cam­ pesinos! ¡Despreciemos la autoridad, los uniformes, las sotanas! ¡Amemos solamente la libertad, e implanté­ mosla! » 69 La revolución de 1905 dio .un poderoso impulso a este tipo de propaganda. « ¡Abajo los señores de la tierra, abajo la riqueza! », proclamaba Rostóvtsev, de Beznachálie, cuando instigaba a los campesinos a incendiar lo.s al­ macenes de sus amos. «Toda la tierra nos pertenece, per­ tenece a todo el campesinado narod» 70. Los anarco-comunistas de las ciudades de Odessa, Ekaterinoslav, Kíev y Chernígov se introducían en los pueblos con «libritos» que llamaban a la sublevación, exactamente igual que habían hecho treinta años antes sus predecesores las po­ pulistas 71. En la provincia de Ríazán pasaban de mano en mano panfletos con títulos como «Tira tus útiles de labranza», o «Cómo pudieron salir adelante sin autoridad alguna los campesinos» 7Z. Este último describía la co­ muna de un pueblo que, tras haberse desembarazado del gobierno, vivía en libertad y armonía, «y en el que todo el mundo tomaba el pan, los vestidos y otros suministros del almacén comunal, de acuerdo con sus necesidades» 73. En la provincia de Tambov, los beznachalisy de Kólosov

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desarrollaban sus actividades anarquistas, cuyos resulta­ dos se recogerían tres años más tarde con la constitución d d grupo Probuzhdénie (di Despertar), integrado por campesinos anarquistas 74. Entre 1905 y 1908 aparece­ rían otros grupos anarquistas en los distritos rurales, pero su importancia era muy reducida en comparación con los socialistas revolucionarios, que mantuvieron un monopolio prácticamente total sobre el radicalismo campesino du­ rante todo el período revolucionario. En la revolución de 1905, mientras los chornoznámentsy y los beznachaltsy se empeñaban en tina lucha a vida o muerte contra el gobierno y las clases propieta­ rias de Rusia, Kropotkin y su camarilla permanecían en Occidente, ocupados en tareas más oscuras de organiza­ ción y propaganda. Ambos grupos extremistas veían con enorme desagrado el prestigio de que gozaba la asociación Jleb i Volia de Kropotkin en comparación con dios. Los terroristas, que arriesgaban su vida diariamente en la lucha violenta, se resentían de lo que ellos consideraban como una actitud pasiva de los kropotkiniano s hacia la épica heroica que se desarrollaba en Rusia. Molestos ya en 1903 por la descripción que hacía Kropotkin de la inminente revolución rusa como el «prólogo, o incluso un simple acto, de la revolución comunalista local» T5, los ultrarradicales se hicieron aún más suspicaces en 1905, cuando Kropotkin comparó la tempestad rusa a las re­ voluciones inglesa y francesa 76, que para ellos no habían conseguido sino instalar una nueva clase de amos en el poder. Para los beznachaltsy y los chornoznámentsy, 1905 no era un paso tímido hacia un sistema acomodaticio de «federalismo liberal», sino la batalla final, decisiva, el mismísimo Armageddon 77. Probablemente estos fanáticos del movimiento anar­ quista falsificaban las observaciones que Kropotkin hizo en 1905. Al definir las analogías entre la revolución rusa, por un lado, y las revoluciones inglesa y francesa, por otro, Kropotkin señalaba específicamente que Rusia se dirigía hacia una etapa más avanzada que la «simple transición de la autocracia al constitucionalismo», hacia

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un estadio superior a la simple transferencia política en la que la aristocracia o la clase media se convirtiesen en los nuevos sectores dominantes, en lugar del rey 7S. Lo que más había impresionado a Kropotkin, en sus estu­ dios de los primeros levantamientos de Europa occiden­ tal, era su alcance general y los profundos cambios que habían provocado en las relaciones humanas. En su opi­ nión, la revolución de 1905 era la «gran revolución» de Rusia, comparable por su aliento y profundidad a las grandes revoluciones inglesa y francesa, y no un pequeño motín transitorio llevado a cabo por un puñado de insu­ rrectos 19. No era «un simple cambio de administración» e'1 que estaban presenciando los rusos, sino una verda­ dera revolución social que «alteraría radicalmente las condiciones económicas» y pondría fin para siempre al gobierno coercitivo 80. Es más, la revolución rusa tendría un carácter aún más vasto que el de los levantamientos occidentales precedentes, porque sería una «liberación popular basada en la igualdad, la libertad y la fraterni­ dad más genuinas» 8\ Pero las referencias constantes.de Kropotkin a las re­ voluciones de Inglaterra y Francia parecían implicar una prolongación de la espera para aplicar el comunismo sin Estado, que tan desesperadamente ansiaban los chornoz­ námentsy y heznachaltsy. Además, tampoco es sorpren­ dente que los círculos terroristas, ante la fuerte antipatía de .Kropotkin hacia los motines y las insurrecciones lanza­ das por pequeñas bandas, vieran con malos ojos sus aná­ lisis sobre e¡l levantamiento de 1905. Kropotkin reiteraba continuamente su oposición tanto a los coups blanquistas como a las campañas de violencia terrorista de las bandas coordinadas de conspiradores, aisladas de la ma­ sa del pueblo 82. Los asesinatos y los secuestros ocasio­ nales no afectarían al orden social vigente más que lo podía hacer la simple conquista del poder político; las «ex» individuales no tendrían lugar en una ínsurección generalizada de masas, cuyo objetivo no era una avariciosa transferencia de riqueza de un grupo a otro, sino la eli­ minación absoluta de la propiedad privada en cuanto ta l83. Uno de los discípulos de Kropotkin, Vladímir Za-

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brézhnev, comparaba las posiciones de los anarquistas rusos a la «era de la dinamita» en Francia, al comienzo de la década de 1890, cuando aventureros como Ravachol, Auguste VaiMant y Emiie Henry bacían temblar por su vidas a los políticos y hombres de negocios 8\ La violencia endémica de aquellos años, aun provocada por la injusticia social, representaba casi exclusivamente una salida para d «malestar y la indignación» personales, de­ cía Zabrézhnev 83. «Está claro», concluía, «que asaltar al primer burgués o funcionario que uno se encuentra, o provocar la explosión de cafés, teatros, etc., no repre­ senta bajo ningún concepto una deducción coherente de la Weltanschauung anarquista; su explicación reside ex­ clusivamente en la psicología de quienes cometen esta cla­ se de actos» 86. Los jlebovoltsy de Kropotkin denunciaban asimismo a bandas de saqueadores como Chórnyi Voron (el Cuervo Negro), e Iástreb (el Halcón), de Odessa, por utilizar la divisa ideológica del anarquismo para justificar la naturaleza degradante de sus actividades. Estos «expropiadores gracias a las bombas», no eran mejores que los bandidos del sur de Italia, decían los kropotkinianos 8T, y su programa de terror indiscriminado era una caricatura de la doctrina anarquista, que desmoralizaba a los auténticos seguidores del movimiento y desacredita­ ba al anarquismo ante d público. A pesar de la dureza de estas frases, Kropotkin y sus jlebovoltsy continuaron apoyando los actos de violencia impulsados por la compasión hacia los oprimidos o los sentimientos de ultraje y humillación, lo mismo que la «propaganda por los hedhos», específicamente orientada a despertar la conciencia revolucionaria dd pueblo. El grupo Jleb i Volia apoyaba también el «terror defensivo» destinado a repder el pillaje de las unidades de policía de las Centurias Negras, bandas de maleantes que se de­ dicaban a sembrar d terror entre los judíos y los inte­ lectuales en 1905 y 1906 ss. Un informe procedente de Odessa que apareció en Jleb i Volia durante el tumul­ tuoso verano de 1905 llegaba a dedarar: «¡Sólo los enemigos del pueblo pueden ser enemigos del terror! » 89 Entre las diferentes escudas anarquistas que hirieron

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su aparición en Rusia durante este período, los críticos más severos de las tácticas terroristas fueron los anarco­ sindicalistas. Ni siquiera los moderados jlebovoltsy esca­ paban a su censura. El líder anarcosindicalista más des­ tacado en el interior de Rusia, que actuaba bajo el seu­ dónimo de Daníil Novomírskii («hombre del nuevo mun­ do», su verdadero nombre era Iákov Kiríllovskii), se oponía a Kropotkin y a sus compañeros por su aprobación de la propaganda por los hechos y otras formas de terro­ rismo aislado que, decía, sólo servían para inculcar un destructivo «espíritu de insurgencia» entre las masas atrasadas y desprovistas de cualquier dase de prepara­ ción 0O. En cuanto a los auténticos terroristas de Beznachá­ lie y Chómoe Znamia, Novomírskii los comparaba con la organización X a Voluntad del Pueblo*, cuya actividad se había desarrollado una generación antes, y con la que eran identificables, ya que cada grupo se basaba en pequeñas «bandas rebddes» que pretendían conseguir por sí mis­ mas la transformación del viejo orden (tarea que sólo podrían llevar a cabo las masas del pueblo ruso por sí mismas)91. Novomírskii se encontraba, casualmente, con un grupo de gente a la salida del café Liebman cuando éste sufrió la violenta explosión de didembre de 1905. Aquí no se congregaban los ricos, señaló Novomírskii; no era más que un restaurante de «segunda dase», al que iban fun­ damentalmente intdectuáles y pequeños burgueses. La bomba estalló en la calle, y no produjo «más que mido». Novomírskii cuenta la reacción de un obrero que estaba entre el grupo de gente: «¿E s que los revolucionarios no tienen nada mejor que hacer que tirar bombas en los restaurantes? ¡Parece como si ya se hubiese acabado con el gobierno zarista y con d poder burgués! Han tenido que ser las Centurias Negras quienes han colocado la bomba para desprestigiar a los revolucionarios»92. Si los anarquistas continúan utilizando este tipo de tácticas infructuosas y lanzándose a la lucha sin preparar sus ba­ tallones, observó Novomírskii, su final será tan trágico como el de 'La Voluntad del Pueblo’, cuyos dirigentes terminaron todos en e’1 patíbulo. La misión inmediata del

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anarquismo, decía, era ampliar la labor propagandística en las factorías, y organizar verdaderos sindicatos revo­ lucionarios, instrumentos de la guerra de dases contra la burguesía. En nuestro tiempo, continuaba, el único terror efectivo es el «terror económico» —huelgas, boi­ cots, sabotajes, asaltos contra la dirección de las fábricas, expropiaciones de los fondos gubernamentales— 93. La actividad indiscriminada de las bandas de saqueadores no conseguiría más que «enfurecer a los trabajadores y ali­ mentar instintos primitivos y sanguinarios», en vez de levantar la conciencia revolucionaria de'1 proletariado 94. Paradójicamente, d mismo grupo de Novomírskii, los anarcosindicalistas de Odessa, organizó su propio «des­ tacamento de combate», que Hevó a cabo una serie de «expropiaciones» arriesgadas para llenar las arcas del grupo: asalto a un tren a las afueras de Odessa y robo en otra ocasión, en colaboración con una banda de eseritas, en un banco, del que sacaron veinticinco mil ru­ blos (los anarquistas utilizarían d dinero para comprar más armas y una imprenta, en la que se publicó el pro­ grama de Novomírskii y un número del periódico sindi­ calista Vólnyi Rabóchii (El Trabajo Libre). El grupo de Novomírskii llegó a tener incluso su propio laboratorio de explosivos, dirigido por un revolucionario polaco al que llamaban «Calce» por su afición a bañar en el labo­ ratorio con su esposa, con las bombas en las manos, el «Cake-Walk» *. Otro dirigente anarquista de Odessa que, aunque se confesaba discípulo de Kropotkin, unía de forma parecida sindicalismo y terrorismo, era Lazar Gershkóvich, un ingeniero industrial que había construido su propio laboratorio de fabricación de explosivos y que era conocido como e'1 «Kibálchich» del movimiento de Odessa, en recuerdo del joven ingeniero de "La Volun­ tad del Pueblo’ que fabricó la bomba con la que mataron a Alejandro I I 96. Novomírskii trataba de justificar las que parecían hi­ * «Cake-Walk»: danza de los negros americanos, formada por pasos y figuras que sugieren una cabriola, y en la que se premia con una tarta { «cake») a la pareja que mejor se contornea.— (N. del T.)

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pócritas actividades terroristas de sus compañeros dicien­ do que, en el fondo, éstos estaban actuando en beneficio del movimiento «en su conjunto» — una actividad muy distinta de la de quienes se dedicaban únicamente a la desenfrenada labor de poner bombas, o de los que tenían una «concepción de maleantes sobre el carácter de las ex­ propiaciones» 97— . La argumentación de Novomírskii contra el terrorismo «sin motivo» influyó en Europa oc­ cidental sobre otro prominente sindicalista ruso, Maksim Raévskii (L. Físhelev), que también denunciaba las «tácticas naecLevistas» de organizaciones conspirativas como Chórnoe Znamia y Beznachálie} y ridiculizaba su fe en la capacidad revolucionaria de los ladrones y vaga­ bundos dd lumpenproletariat} y de todos los elementos oscuros de la sociedad rusa. Ya era hora de reconocer, declaraba Raévskii, que la única posibilidad de victoria para la revolución social radicaba en la existencia de un ejército organizado de militantes, un ejército que sólo podría reclutarse en las filas d d movimiento obrero98. En la atmósfera «maximaiista» de 1905, era práctica­ mente inevitable que la rama terrorista dd anarquismo ganase por la mano a las demás. Los pacientes esfuerzos de las anarcosindicalistas y de los jlebovoltsy por des­ arrollar una labor propagandística en las fábricas y aldeas se veían eclipsados por la actividad explosiva de sus ca­ maradas extremistas. No pasaba un solo día sin que los periódicos publicasen noticias de asaltos sensacionales, asesinatos y sabotajes perpetrados por anarquistas enlo­ quecidos. Asaltaban los bancos y las tiendas, saqueaban las imprentas para poder seguir editando su literatura y disparaban contra guardias, policías y funcionarios guber­ namentales. Se trataba de jóvenes temerarios y frustra­ dos, que pretendían satisfacer sus deseos de aventura y autorrealizaeión dinamitando los edificios públicos, las oficinas, teatros y restaurantes. El desorden alcanzó su clímax a finales de 1905, cuan­ do los bezmotívniki colocaron sus bombas en el hotel Bristo'l de Varsovia y en e'1 café Liebman de Odessa, y las bandas de los «Hermanos del bosque» convirtieron en

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un «Sherwood Forest» * los bosques nórdicos que van desde Viatka a las provincias bálticas 90. Tras ía supresión del levantamiento de Moscú sobrevino una cierta calma y muchos revolucionarios se vieron obligados a escon­ derse. Pero él terrorismo se reanudó muy poco tiempo después. Los eseritas y los anarquistas afirmaban disponer de más de cuatro mil miembros activos entre 1906 y 1907, aunque habían perdido .una cifra similar de mili­ tantes (sobre todo los eseritas). Pero la corriente em­ pezaba a volverse en su contra. P. A. Stolypin había comenzado a poner en práctica medidas enérgicas para «pacificar» la nación. En agosto de 1906 la rama maximalista de los eseritas (ultrarradicales incontrolados del partido Socialista Revolucionario, que exigían la socia­ lización inmediata de la agricultura y la industria) había volado la casa veraniega del propio Stolypin, hiriendo a sus dos hijos y matando a treinta y dos personas. A fina­ les de año, él primer ministro había declarado él estado de emergencia en la mayor parte del Imperio y los gen­ darmes perseguían a los chornoznámentsy y beznachaltsy hasta sus escondites, descubriendo verdaderos nidos de armas y municiones, recuperando imprentas robadas y destruyendo laboratorios de explosivos. Ei castigo era rápido y despiadado. Se organizaban tribunales sumarísimos que, dejando de lado las investigaciones prelimina­ res, comunicaban sus veredictos en un par de días y ejecutaban inmediatamente las sentencias100. Si no tenían más remedio que enfrentarse a la muerte, los jóvenes rebeldes estaban decididos a hacerlo a su manera, antes de caer víctimas de la «corbata de Stolypin» —la soga dél verdugo, que estaba enviando cente­ nares de revolucionarios, auténticos y sospechosos, a una muerte prematura— . La muerte no resultaba tan espan­ tosa después de una vida llena de humillaciones y deses­ peración; como señalaba Kólosov, de Beznachálie, tras su detención, la muerte «es la hermana de la vida» 101. Así pues, no era extraño que los terroristas, cuando se * Sherwood Forest, antiguo bosque real del centro de Inglate­ rra donde, según se cuenta, tenía su refugio la banda de Robín Hood,— (N, del T.)

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encontraban arrinconados, volviesen sus pistolas contra ellos mismos, o que, ál ser capturados, recurriesen ai in­ dómito gesto de los Viejos Creyentes, fanáticos del si­ glo xvii —la auto-inmolación102. «¡A i infierno con los amos, a'l infierno con los esclavos, al infierno conmigo mismo! »: la caracterización que hizo Víctor Serge de los anarquistas terroristas de París, en vísperas de la primera guerra mundial, se podía aplicar perfectamente a estos jóvenes rusos. «Era como un suicidio colectivo» 103. Enjambres de jóvenes se encontraron con una muerte violenta, y las filas de Cbórnoe Znamia se vieron rápida­ mente diezmadas. Borís Engelsón, uno de los fundadores de la prensa «Anárjüa» de Bialystok, detenido en Vi-lna, en 1905, consiguió escapar de la cárcel y huir a París. Pero le volvieron a arrestar, cuando volvió a Rusia, dos años más tarde, y fue enviado inmediatamente al patíbu­ lo 104. En 1906 perecieron en un choque con la policía dos de los más destacados terroristas de Bialystok, mili­ tantes que habían seguido las huellas de Fárber. El pri­ mero de ellos, Antón Nizhbórskíi, miembro del Partido Socialista Polaco que después se incorporó ál movimiento anarquista, se suicidó para evitar la captura tras una «ex» que fracasó en Ekaterinoslav 105. Su compañero de armas, Arón Elin (alias «Gelinker»), antiguo socialista-revolu­ cionario, que se había hedho famoso como terrorista por d asesinato de un oficial cosaco y por colocar una bomba en un grupo de policías, fue abatido por los soldados cuando se encontraba en una reunión de trabajadores en un cementerio de Bialystok 106. Vladímir Striga, otro chornoznámenets de Bialystok, hijo de padres judíos bien situados y antiguo estudiante socialdemócrata, murió ese mismo año en su exilio parisino. «¿Se puede distinguir a qué burgués tira uno las bombas?», preguntaba Striga a sus camaradas poco antes de morir. «Son todos iguales: los accionistas de París continuarán llevando sus vidas depravadas... Proclamo 'muerte a la burguesía’, y a ello contribuiré con mi propia vida» 107. Striga encontró la muerte cuando caminaba por el Bois de Vincennes a las afueras de la capital. Estalló hecho trizas, al tropezar cuando llevaba una bomba en el bolsillo108.

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Como señalaba Nikolái Ignátievich Rogdáev (Muzil), un seguidor de Kropotkin, en un informe presentado ante el congreso internacional de anarquistas de 1907, la revo­ lución de 1905 y sus secuelas produjeron un «gigantesco martirologio de anarquistas» 109. Los tribunales militares de Stolypin aguardaban a aquellos anarquistas que con­ seguían sobrevivir a las balas de la policía y a los fallos de sus propias bombas; centenares de jóvenes, muchos de ellos aún adolescentes, fueron llevados a juicios sumarísimos y sentenciados normalmente a muerte o asesinados por sus carceleros110. Era frecuente que, en los juicios, los defensores de los anarquistas hicieran intervenciones conmovedoras apoyando su causa. Un chornoznamenets de Vi'lna, detenido por llevar explosivos, trató de convencer a la audiencia de que la anarquía no equivalía al caos absoluto, como sostenían sus detractores: «Nuestros ene­ migos comparan la anarquía con ei desorden, ¡Nol La anarquía es el mejor de todos los órdenes, la mayor de las armonías. Es la vida sin autoridad. Cuando acabemos con los enemigos a los que nos encontramos enfrentados, estableceremos una comuna. La vida será social, frater­ nal y justa» 111. En Kíev, otro caso típico fue e'l de una campesina ucraniana llamada Matriona Prisíadhniuk, anarcoindividualista convicta de haber tomado parte en el asalto a una fábrica de azúcar, del asesinato de un cura y de intento de matar a un funcionario policial del distrito. Después de que e'l tribunal militar pronunciase la sentencia de muerte, se permitió que la condenada hi­ ciera sus últimas alegaciones. «Soy anarcoindividualista», comenzó diciendo, «y mi ideal es que la persona humana se desarrolle libremente, en el más amplio sentido de la palabra, y acabar con la esclavitud en todas sus formas». Habló de la miseria y el hambre de su pueblo nativo, cubierto siempre de lamentaciones, sufrimientos y san­ gre. La causa de todo ello era la moral burguesa, «fría y burocrática, exclusivamente mercantil». Final­ mente, la muchacha enalteció su próxima muerte y la de dos compañeros anarquistas que estaban siendo juzga­ dos con ella, en un breve llamamiento: «subiremos al patíbulo con valentía y orgullo, desafiándoles a ustedes;

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nuestra muerte será la chispa que incendie muchos cora­ zones. Morimos como vencedores. ¡Adelante puesí ¡Nuestra muerte es nuestro triunfo! » 112 Sin embargo la visión de Prisiazhniuk no llegaría a realizarse nunca: escapó a sus ejecutores suicidándose con unas pastillas de cianuro que le introdujeron en su celda tras el jui­ cio 113. Algunas veces, los juzgados manifestaban su desprecio por los tribunales manteniéndose en silencio o estallando en gritos de cólera. Cuando Ignátii Muzil (hermano de Nikolái Rogdáev) fue conducido a juicio (había sido detenido en unos bosques cercanos a Nizlmi Nóvgotod con literatura anarquista), se negó a reconocer al tribunal o a permanecer de pie ante sus interrogadores 114. De la misma forma, otro anarquista condenado en Odessa, lla­ mado Lev Aleshker, calificó su juicio de «farsa» e insultó a los jueces que le habían condenado: « ¡Vosorros sois los que deberíais sentaros en el banco de los acusados! », exdamó; «¡abajo con todos vosotros, villanos polizon­ tes! ¡Viva la anarquía!» 115 Mientras esperaba su ejecu­ ción, Aleshker redactó un elocuente testamento, en el que profetizaba la cercana Edad de Oro anarquista: Romperemos las cadenas eternas del hombre —la esclavitud, ia pobreza, la debilidad, la ignorancia— . E l hombre estará en el cen­ tro de la naturaleza. Cada uno podrá servirse plenamente de la tierra y de sus productos. Las armas dejarán de ser la medida de la fuerza y el oro la medida de la riqueza; serán fuertes los hom­ bres intrépidos y audaces en la conquista de la naturaleza, y la riqueza estará en las cosas que sean ií tiles. Ese mundo se llama «Anarquía». No habrá castillos, ni lugares para los amos y ios esclavos. La vida estará abierta a todos. Cada uno tomará lo que necesite — éste es el ideal anarquista— . Y cuando se realice los hombres vivirán en la bondad y en la sabiduría. Las masas asu­ mirán la construcción de este paraíso sobre la tierra110.

El juicio más espectacular de todos fue el de los bezmotívniki de Odessa que atentaron contra el café Liebman en diciembre de 1905, y del grupo Beznachálie de San Petersburgo, cercado por la policía en 1906. Cinco jóvenes fueron juzgados por e'1 atentado del café Lieíbman. (Un sexto participante, N. M. Etdelévskii, fue detenido después de herir a cuatro policías, pero con-

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siguió huir a Suiza, donde participó en la fundación de un círculo de Chómoe Znamia conocido como Buntar (El Rebelde)117. Los cinco jóvenes fueron rápidamente sen­ tenciados, tres de ellos a pena de muerte. Un carpintero de veintiún años, Moiséi Mets, se negó a reconocer en sus actos ninguna culpabilidad criminal, aunque admitió que, efectivamente. Había tirado una bomba en el café, «con el fin de acabar con los explotadores que se encon­ traban allí» 118. Mets dijo ai tribunal que su grupo exigía la liquidación total defl sistema vigente, y que esto no podría conseguirse mediante reformas parciales, sino «acabando completamente con la explotación y la escla­ vitud». Es indudable que los burgueses se divertirán so­ bre nuestras tumbas, prosiguió Mets, pero los hezmotívniki no son más que los primeros arrullos de la pri­ mavera que se aproxima. Otros, declaró, terminarán con sus «privilegios y holgazanería, con sus vicios y su autoridad». « ¡Destrucción y muerte a todo el orden burgués! ¡Viva la dase revolucionaria de los oprimidos! i Viva el anarquismo y el comunismo! » 119 Mets fue enterrado dos semanas después de su juicio, junto con sus dos camaradas, un chico de dieciocho años y una muchacha de veintidós 120. Los otros dos acusados fueron condenados a largas penas de prisión. La mayor, Olga Taratuta, de treinta y cinco años, había militado en las filas del Partido Socialdemócrata de Ekaterinoslav, tras su fundación en 1898, pasándose posteriormente al campo anarquista. Senten­ ciada a diecisiete años de presidio, Taratuta consiguió eva­ dirse de la cárcd de Odessa y refugiarse en Ginebra, donde entró a formar parte del grupo Buntar de Erdelévskii. La vida sedentaria del emigrante resultó incompa­ tible con el temperamento dinámico de Taratuta, que volvió pronto a la lucha activa en él interior de Rusia. Taratuta se integró en un «destacamento de combate» anarco-comunista en su ciudad nativa, Ekaterinoslav, pero fue detenida nuevamente en 1908 y condenada a muchos años de cárcel. Esta vez no pudo escapar 121. E'l 13 de noviembre de 1906, eil mismo día en que morían ejecutados los tres bezmotívniki de Odessa, se

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juzgaba a los integrantes del grupo Beznachálie en la capi­ tal Los acusados, cuyos cargos eran posesión de explo­ sivos y militancia en una «organización criminal», se ne­ garon a contestar a las preguntas de los magistrados. Aleksandr Kóiosov declaró que el tribunal, que evidente­ mente tenía tomada su decisión de antemano, debía limi­ tarse a emitir la sentencia; él y sus amigos se lo agrade­ cerían a los jueces, y podrían morir tranquilos. Bidbéi, el sarcástico dirigente d d grupo, se negó a levantarse cuando le llamó el magistrado, explicando que él nunca hablaba con nadie «a quien no hubiera sido presentado» 122. Tras ello, sacaron al acusado de la sala. Bidbéi fue condenado a quince años de prisión. Kóiosov, que recibió la misma condena, se suicidó tres años más tarde arrojándose a un pozo dé. penal siberiano 123. La condena de Borís Speranskii no llegó a los diez años, debido a su juventud (tenía veinte años). Pero le añadieron otros diez cuando fracasó un intento de fuga de la fortaleza Schlisselburg. Informes clandestinos, procedentes de Sh'lisselburg, afir­ maban en 1908 que Speranskii había sido golpeado por insultar a un carcelero, y que en otra ocasión un guardia íe había disparado a k s dos piernas124. Se desconoce cuál fue su suerte final. Nos queda aún por descubrir el destino de «Tolstói» Rostóvtsev y de Vladímir Ushakov. Fingiéndose enfermo cuando estaba en la fortaleza de San Pedro y San Pablo, Rostóvtsev fue trasladado a un hospital-prisión, desde donde pudo escapar a Occidente, lo mismo que había hecho Kropotkin treinta años antes. Desgraciadamente, Rostóvtsev no dejó en Rusia sus proclividades terroris­ tas. Intentó asaltar un banco en Montreux, pero sólo con­ siguió la muerte de varios mirones inocentes. La policía suiza tuvo que impedir su linchamiento. Encarcelado en Lausanne se roció de keroseno y se quemó vivo123. Por su parte, Ushakov consiguió burlar el cerco policiaco en San Petersburgo y se refugió en Lvov. Poco después volvía a Rusia, integrándose en e'1 «destacamento de combate» de Ekaterinoslav, y trasladándose posterior­ mente a Crimea. Detenido al intentar una «expropiación» de un banco de Yafta, Ushakov fue conducido a una cár­

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cel de Sabastópo'l, en donde, a’l tratar de escapar y verse cercado por la policía, se disparó un tiro en la cabeza 128. Tras el período de «pacificación» que siguió a la revo­ lución de 1905, muchos otros conocidos anarquistas fueron sentenciados a largas condenas de prisión y a trabajos forzados. Entre eilos se encontraban Lázar Gershkóvich y Daníil Novomírskii, 'líderes del movimiento anarquista de Odessa 127, y Germán Sandomírskii, de la organización anarcocomunista de Kíev 128. Vladímir Zabrézhnev y Vladímir Bármash, figuras claves del movi­ miento de Moscú, fueron detenidos y encarcelados, pero los dos consiguieron escapar 129. Zabrézhnev halló even­ tualmente un camino de actuación en ¿1 seno del círculo de Kropotkin en Londres, donde le esperaba una nueva vida, sin los peligros y los virajes de la clandestinidad en Moscú, pero que exigía, sin embargo, un ánimo fuerte y un esfuerzo inagotable. A partir de ahora, era evidente que 1905 (había sido, después de todo, un preludio, y que era necesario establecer las bases para la auténtica revo­ lución social, que aún estaba por venir.

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Los sindicalistas

Todos los hombres conscientes deben preguntarse: ¿estamos preparados?, ¿co­ nocemos con claridad la nueva organiza­ ción hacia la que avanzamos, a través de ideas tan difusas y de carácter tan gene­ ral como las de propiedad colectiva y so­ lidaridad social?, ¿conocemos el proceso — tras la destrucción total— por el que se realizará la transformación de las vie­ jas formas en otras nuevas?

A leksandr H erzen

Un nuevo elemento, estrechamente vinculado con la enconada cuestión del terrorismo, se planteó en 1905, provocando una agudización de las disensiones ya visibles en el seno del movimiento anarquista. Desde la época de la emancipación de los siervos, había comenzado a surgir en la Rusia urbana una nueva dase de obreros industriales. Sólo en la ultima década del siglo anterior, se había casi doblado di número de trabajadores de la industria, alcanzando una cifra superior a los tres millones en el momento del estallido revolucionario. ¿Qué posi­ ción debían adoptad los anarquistas ante el nuevo movi­ miento obrero? Los grupos Bezn&chálie y Chómoe Znamia se oponían instintivamente a la existenda de grandes organizaciones de cualquier tipo, y tenían poca paciencia para desarrollar la aburrida tarea de distribuir panfletos y manifiestos en las fábricas, con excepción de aquella propaganda orien­ tada a incitar a la lucha violenta de los trabajadores con­ tra sus patronos o a promover un inmediato levantamien­ to armado, A ia vez que rechazaban a los indpientes sindicatos, alegando que no eran más que instituciones

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reformistas con la misión de «prolongar la agonía del enemigo», mediante «una serie de victorias parciales» l, consideraban que los únicos instrumentos adecuados para acabar con el régimen zarista eran sus propias bandas de militantes. Los Jlebovoltsy y los anarcosindicalistas, por su parte, condenaban a los terroristas por desperdiciar sus energías en los fugaces asaltos contra las clases pri­ vilegiadas: al ver en la fuerza de trabajo organizada una poderosa máquina para la revuelta, pasaron a convertirse en los campeones dd sindicalismo. Tal como se planteó en Francia durante la década de 1890, la doctrina del sindicalismo revolucionario era una curiosa mezcla de anarquismo, marxismo y sindica­ lismo. Los sindicalistas franceses heredaron de Proudhon y Bakunin, iniciadores de la tradición anarquista, un odio irreprimible hacia el Estado centralizado, una profunda desconfianza de los políticos, y una concepción esque­ mática de1! control obrero de la industria. Ya en los años 1860 y 70, los seguidores de Proudhon y Bakunin proponían en la I Internacional la constitución de con­ sejos de obreros que fuesen a la vez instrumentos de la lucha de dases contra el capitalismo y cimientos estruc­ turales de la futura sodedad libertaria 2. Esta fue una idea que desarrollaría posteriormente Ferdinand Pdloutier, joven y cualificado intelectual con fuertes inclinacio­ nes anarquistas, que se convirtió en la figura más sobresa­ liente del movimiento sindicalista francés durante los años de su formación. A comienzos de la década de 1890, la sonada ola de terrorismo que se desató sobre París creó un ambiente de desilusión general con tales tácticas, y provocó que un gran número de anarquistas franceses entrasen a formar parte de los sindicatos. Influidos por d fervor anarquista, la mayoría de los sindicatos toma­ ban, a finales de siglo, posiciones hostiles frente al Es­ tado, y redhazaban la conquista del poder político —tan­ to por métodos revolucionarios como parlamentarios— como algo nefasto para sus verdaderos intereses. En contrapartida, se inclinaban por una revoluáón social que habría de destruir el sistema capitalista e inaugprar

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una sociedad sin Estado, cuya economía se encontraría dirigida por una confederación general de sindicatos. La segunda fuente de las ideas sindicalistas, compara­ ble en importancia a la misma tradición anarquista, fue d legado de Karl Marx, en particular su doctrina de la lucha de clases. D d mismo modo que Marx, los sindica­ listas esperaban la liquidación d d capitalismo, y coloca­ ban d conflicto de ciases en d mismo centro de todas las rdaciones sociales. Tal como ellos lo veían, los pro­ ductores estaban enfrentados a los parásitos en una lucha sin tregua que debía finalizar con la aniquilación del mundo burgués. La lucha de dascs suministró un obje­ tivo a la lúgubre existencia de los trabajadores industria­ les; profundizaba su conciencia de seres explotados y ci­ mentaba su solidaridad revolucionaria. Los sindicalistas, que concebían di planteamiento de la guerra de clases como la auténtica esencia del marxismo, deploraban la forma en que los reformistas y revisionistas del socialis­ mo europeo estaban comprometiendo las enseñanzas re­ volucionarias de Marx, ya que estos últimos confiaban en aliviar los antagonismos sociales mediante los proce­ dimientos de la democracia parlamentaria. El trade-unionismo, tercera fuente de los conceptos y técnicas sindicalistas, se asemejaba al marxismo en su consideración d d trabajador individual como miembro de una dase social de productores, es decir, como animal económico, más que político. En consecuencia, d factor fundamental de su fuerza residía en la solidaridad orga­ nizada de su propia dase. Pero mientras Marx urgía a la clase obrera a unirse con el objetivo de conquistar el aparato político, los tradeunionistas «puros» preferían concentrar sus esfuerzos sobre objetivos económicos in­ mediatos. Los trabajadores debían confiar en su propio poder como productores, utilizando la acción económica directa para obtener beneficios materiales. Esta acción directa consistía generalmente en la hudga, la manifesta­ ción, el boicot y el sabotaje. Este último incluía «mal trabajo por mal sueldo», holgazaneo, destrucdón de ma­ quinaria y de equipos industriales, observación literal de pequeñas reglas y especificaciones del trabajo, etc,; sin

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embargo, no se veía en general, con buenos ojos, la violencia contra capataces, ingenieros y directores. B1 sindicalismo —la versión francesa del trade-unionismo— concedía a las uniones laborales (syndicats) un papel preponderante en la vida de los trabajadores. Me­ diante la acción directa contra los patronos, las uniones conseguían una paga más alta, un horario más corto, y mejores condiciones de trabajo. Legalizados en Francia en la década de 1880, los syndicats agrupaban a todos los trabajadores de una ciudad o distrito, según su oficio. Los syndicats locales se organizaban en federaciones na­ cionales, y, finalmente, la Confederación General del Trabajo (C.G.T.), fundada en 1885, unía a todos los syndicats y sus respectivas federaciones. A partir de 1902, la C.G.T. se encargó también de las bourses du travail. Organizadas según criterios geográficos, y no por ramas de industria, las bourses eran sobre todo consejos locales del trabajo, útiles para todos los sindicatos de un área determinada. Funcionaban como oficinas de colocación, Clubs sociales, centros estadísticos (que proporcionaban información sobre empleos y salarios) y culturales, que disponían de bibliotecas y facilitaban cursos de capacita­ ción a los trabajadores para futuros puestos como técni­ cos y organizadores, Pero las mejoras materiales no representaban el obje­ tivo final del movimiento sindicalista revolucionario fran­ cés. Las uniones laborales no estaban organizadas sólo para conseguir reformas parciales, o con d. propósito be­ nevolente de la reconciliación social, sino para combatir al enemigo de clase. Convencidos de que el sistema capi­ talista se enfrentaba a un colapso inminente, los líderes sindicalistas rechazaban las tácticas evolucionistas, como los convenios colectivos o la lucha por una legislación a nivel de la empresa, ya que para ellos esto implicaba la aceptación del orden existente. El puro «economismo» de los reformistas, que concentraba todos sus esfuerzos en alcanzar cada vez mayores beneficios materiales de los propietarios, nunca conseguiría saltar sobre las trincheras del sistema de explotación. Tales métodos sólo servían para recortar el fíente de la lucha de clase. Para los par­

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tidarios dei sindicalismo revolucionario, el único valor de las demandas de pan y mantequilla residía en el fortele­ cimiento de las posiciones obreras a expensas de sus amos. La lucha económica cotidiana servía para estimular la mili tanda de los trabajadores y preparados para el cho­ que final con el capitalismo y el Estado. Cada huelga local, cada boicot y cada acto de sabotaje ayudaban a preparar a la clase obrera para el clima de acción directa, para la huelga general. La huelga general era el último acto de la lucha de clases, el instrumento dramático capaz de hundir el sis­ tema capitalista. Además de conseguir mejoras en él nivel de vida, la misión de las uniones sindicales era convertirse en vehículos de la revolución social, y ser las células dementales de la futura sociedad sin Estado, Ni la insurrec­ ción armada ni él coup político serían necesarios. La clase obrera en su conjunto se limitaría a abandonar las fábri­ cas y los instrumentos de trabajo, paralizando el sistema económico y forzando la capitulación de la burguesía. El espectáculo de millones de obreras cooperando en una paralización universal de$ trabajo acabaría con la resis­ tencia de los industriales. Las uniones sindicales, en con­ secuencia, se apoderarían de los medios de producción y procederían a dirigir la economía. Las uniones sindicales mantendrían una posición hegemónica en la nueva sociedad, al sustituir tanto a la eco­ nomía de mercado como a la maquinaria gubernamental. En la medida en que aún tuviera validez el concepto de propiedad, los medios de producción serían propiedad común de todo el pueblo. Las diversas industrias estarían prácticamente bajo control directo de k s uniones corres­ pondientes. La C.G.T. coordinaría los asuntos económi­ cos a escala nacional, así como la orientación general de las cuestiones públicas, con lo que todo el sistema federal quedaría muy simplificado 3. Dos de los miembros fundadores dél grupo Jleb i Volia de Kropotkin, María Korn y GogéÜia-Orgiani, se encontraban entre los primeros defensores rusos del credo sindicalista. Al encontrarse como emigrados en Ginebra

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y París, tomaron gran parte de sus ideas del modelo francés. En 1903, el primer número de Jleb i Volia en­ salzaba la huélga genera! como un «arma potente» en ma­ nos de los trabajadores el número siguiente describía entusiásticamente los disturbios de Bakú como la primera aproximación a la huelga general en la historia rusa 5. En él momento culminante de la revolución de 1905, el periódico apoyaba explícitamente él «sindicalismo revo­ lucionario» 6. María Korn indicaba que, incluso en fecha tan próxima como la de comienzos dél siglo, no existía una traducción rusa de la palabra «sabotaje», y que un ruso que utilizase la expresión «huelga general» habla­ ría un «lenguaje extraño e incomprensible» 7. Pero las grandes huelgas del sur en 1903, y la huelga general de octubre en 1905 alteraron radicalmente la situación. Se­ gún Korn, Rusia empezaba a aprender de los syndicals revolucionarios franceses, que atraían a las «fuerzas me­ jores, más jóvenes, más enérgicas y más frescas» del campo anarquista 8. Por su parte, también Orgíani invo­ caba él ejemplo francés cuando proponía la constitución en Rusia de uniones obreras, bourses du travail (definía acertadamente la bourse como una «agrupación de sindi­ catos locales») y, finalmente, de una confederación gene­ ral de organizaciones laborales por ramas, semejante a la C. G. T . 9 En su opinión, esta organización de las fuerzas obreras rusas no sólo serviría para sustituir la eco­ nomía capitalista y el Estado autocrático, sino que revo­ lucionaría él mundo psicológico y moral de los trabajado­ res. Las sindicatos serían un «milieu libre» del que nace un nuevo mundo y en el que se crean las condiciones psicológicas para una nueva vida 10, D. I. Novomírskii, di máximo dirigente sindicalista radicado en Rusia hasta su detención, colocaba de ma­ nera similar al movimiento obrero en el centro de los esfuerzos anarquistas. Sin embargo, desde su puesto pri­ vilegiado de observación, en Odessa, reconocía que el modelo francés tendría que ser adaptado a las condicio­ nes rusas para que pudiese cuajar: ¿Qué debemos hacer —se preguntaba en 1907— cuando hayan sido destruidos el capitalismo y el Estado? ¿Cómo y cuándo se

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producirá la transición al futuro? ¿Qué hacer en este mismo momento? No se puede decir nada concreto, incluso aunque se tratase de aplicar a este contexto la idea de la huelga general. Nuestra literatura no está suficientemente vinculada a la propa­ ganda rusa y a las condiciones rusas, y por lo tanto resulta de­ masiado abstracta para los obreros15.

Por supuesto, las mismas teorías sindicalistas de No­ vomírskii entroncaban directamente con el prototipo francés: los sindicalistas debían desarrollar la lucha eco­ nómica diaria mientras preparaban a la dase obrera para la revolución social, tras la cual los sindicatos se conver­ tirían en «las células de la futura sociedad de trabaja­ dores»12. Novomírskii admitía también el planteamien­ to, procedente del sindicalismo francés, de la necesidad de que existiese una minoría consciente de organizado­ res perspicaces, capaz de impulsar la acción de las masas adormecidas. La misión de los anarcosindicalistas de No­ vomírskii no sería situarse por encima de sus hermanos obreros, sino servir de «orientadores» en la lucha revo­ lucionaria 13. Su tarea inmediata era impedir que los sin­ dicatos se convirtiesen en órganos subsidiarios de los partidos políticos. Para los trabajadores anarquistas era ■fundamental establecer células clandestinas que pudieran combatir el «oportunismo» socialista de los sindicatos existentes. Al mismo tiempo, pata atraer a los elementos desorganizados e inconscientes de la dase obrera, los anarquistas tenían que formar sus propias uniones, fede­ radas en una Unión Revolucionaria del Trabajo de Toda Rusia, versión de Novomírskii de la C. G. T . 14 En e'1 período que va de 1905 a 1907, él grupo anarco­ sindicalista de Novomírskii, situado en el sur de Rusia, atrajo a un número considerable de obreros de las grandes ciudades de Ucrania y Nueva Rusia, así como a intdectuales socialdemócratas, socialistas revolucionarios y anarcosindicalistas. Aunque parece exagerada la dfra de dnco mil adherentes ls, entre los seguidores sindicalistas de Novomírskii se contaban, además de obreros indus­ triales, un buen número de estibadores y marineros de los distritos portuarios de Odessa, así como horneros y sastres de Ekatermoslav16. Su grupo se vinculó a círcu­ los anarquistas de Moscú y de otras zonas dd país, puso

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en marcha una «comisión de organización» para coordi­ nar las actividades de las unidades locales, y organizó un «destacamento de combate» para conseguir fondos para el movimiento. «Estoy convencido — decía luda Roschin— que Dios, si existe, debe ser sindicalista, por­ que de otra manera no se explica el considerable éxito de Novomírskii» 17. Además de los anarcosindicalistas, que se concentra­ ban principalmente en el sur, los anarco-comunistas de la escuela Jleb i Volia también aumentaban su fuerza en el seno ddl floreciente movimiento obrero ruso. En Moscú, los agitadores anarquistas alcanzaban con su propaganda las industrias de los distritos de Zamoskvorédhie y Presnia y las hilanderías de las zonas textiles cercanas; las células anarquistas de grandes empresas, como la fá­ brica textil de Tsi-unde'l (Zündel) y la central eléctrica, organizaron algunas huelgas y manifestaciones; y e'l grupo Svobódnaia Kommuna, asociado libremente al movimien­ to de Novomírskii a pesar de ser una organización anarcocomunista, conseguía una cifra sustanciosa de seguidores en las uniones metalúrgicas, y otra algo menor entre los tipógrafos18. En abril de 1907 una conferencia de Gru­ pos Anarco-comunistas de los Urales, básicamente iden­ tificada con las posiciones de Jleb i Volia, pedía la creación de «uniones ilegales intergrupos» y, simultánea­ mente, la participación de los anarquistas en los sindicatos existentes para contrarrestar la influencia del socialis­ mo «oportunista» 19. Mientras tanto, la Unión Anarco­ sindicalista de Obreros Rusos en Estados Unidos y Ca­ nadá reclutaba millares de emigrantes. Los sindicalistas rusos, tanto en él país como en el exilio, se encontraban profundamente impresionados por la tendencia d d proletariado industrial a la autoorganización, a pesar de la inflexible oposición del gobierno. Las uniones clandestinas habían venido subsistiendo preca­ riamente durante unos treinta años, desafiando la prohi­ bición legal que pesaba contra ellas, y durante las gran­ des huelgas de Petersburgo en 1896 y 1897 habían hecho su aparición los comités de huelga. En 1903, el

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gobierno permitía la formación cíe consejos de delegados (sovety starost) en las empresas industriales, e incluso, aunque la elección de los delegados tenía que ser apro­ bada por los patronos, su simple existencia constituyó un avance importante en la evolución de las organiza­ ciones de los trabajadores rusos. Efectivamente, muchos consejos se convirtieron en auténticos representantes la­ borales durante las tormentosas jornadas de 1905. La revolución presenció también la constitución espontánea de comités obreros en fábricas y talleres. Estos comités jugaron un papel decisivo en la creación de los soviets de diputados obreros, primero en di centro textil de Ivánovo-Voznesensk, y después en San Petersburgo y otras ciudades. Asimismo, los sindicatos progresaron no­ tablemente en 1905, obteniendo finalmente su legaliza­ ción en marzo del año siguiente20. La atmósfera revolucionaria de Rusia alimentaba él es­ píritu radical de estas organizaciones obreras, más afín al sindicalismo revolucionario de Francia e Italia que al trade-unionísmo evolucionista que prevalecía en Inglate­ rra o Alemania. En 1905 e& movimiento obrero ruso era todavía débil, minado por el fraccionalismo y los recelos entre intelectuales y trabajadores. Carentes de tradición parlamentaría o de asociacionismo legal, los obreros ru­ sos esperaban muy poco del Estado o de los industriales, y se inclinaban por los métodos violentos que practi­ caban los comités locales. Las grandes concentraciones laborales, más que debilitarlos, parece que favorecieron el desarrollo de estos pequeños comités puesto que las grandes empresas se encontraban divididas en numerosos talleres, que resultaron ser terreno abonado para los grupos de acción radical. Los acontecimientos de 1905 confirmaron la creencia de muchos sindicalistas en la aparición espontánea de instituciones cooperativas locales, particularmente en épo­ cas de crisis aguda. Hubo quienes consideraron que los soviets, sindicatos y comités de fábrica, vistos desde la óptica kropotkiniana, eran la expresión moderna de la tendencia natural del hombre a la ayuda mutua, que ya podía encontrarse en los consejos tribales y en las asam-

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Meas populares de las épocas primitivas. Pero los parti­ darios ¿di sindicalismo fueron más allá de Kropotkin al establecer la conciliación del principio de ayuda mutua con la doctrina marxista de la ludia de clases. Para los sindicalistas, la ayuda mutua no abarcaba a toda la hu­ manidad, sino que sólo existía en di seno de una clase, él proletariado, fortaleciendo su solidaridad en la batalla contra los empresarios. Las diferentes organizaciones obreras, insistían, eran unidades de combate, y no orga­ nismos de arbitraje creados para aliviar di conflicto de díase, como pensaban los reformistas y liberales. Para los sindicalistas, por ejemplo, los soviets constituían una versión admirable de las bourses du travail, con una fun­ ción revolucionaria que las adecuaba a las condiciones rusas21. Abiertos a todos los obreros de izquierdas, sin distinción de filiaciones políticas específicas, los soviets tenían que actuar como consejos obreros no .partidistas, surgidos «desde abajo», en los niveles de distrito y ciu­ dad, con eí fin de derrocar el viejo régimen. Esta con­ cepción sindicalista de los soviets como centros de bata­ lla de la dase obrera, despolitizados y sin ideología con­ creta, iba dirigida contra los socialdemócratas rusos. Los socialistas, enemigos del uTtraextremismo de los antisindicalistas del campo anarquista, y temerosos de la pe­ ligrosa competencia de los sindicalistas, trataban de ex­ cluir a ambos grupos de los soviets, los sindicatos y los comités de fábrica. En noviembre de 1905, cuando ya había empezado a decaer la huelga general, el comité ejecutivo ddl Soviet de Petersburgo vetó la entrada en su organización a todos los anarquistas 22; esta medida aumentó la determinación de los sindicalistas rusos de constituir sus propias uniones de carácter anarquista al margen de las organizaciones laborales existentes, opues­ tas al credo ^partidista y no ideológico de los sindicatos franceses. En comparación con d entusiasmo de Korn y Orgiani por la causa sindicalista, la actitud de Kropotkin era mu­ cho más moderada. Veía con recelo los soviets dominados por los socialistas, y sólo recomendaba la participa­ ción anarquista en las organizaciones obreras en la me­

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dida en que éstas fuesen instrumentos no-partidistas de la rébeüón popular. Un grupo anarcosindicalista de Jár­ kov, identificado con los criterios de Kropotkin, decla­ raba que los soviets, si caían bajo el control político de lo*s socialistas, no cumplirían su misión como «destaca­ mento de combate», destinados a unificar a todos los oprimidos de cara a k «huelga general insurreccional» 23. Dominados por la verborrea intdectualista, los soviets revolucionarios degenerarían inevitablemente en organis­ mos de débate parlamentario. Kropotkin, que no compar­ tía el entusiasmo de sus jóvenes acólitos por k s uniones obreras, se limitaba a concederles un apoyo mesurado. Reconocía que las uniones eran «los órganos naturales para la lucha directa contra el capitalismo, así como los embriones del orden futuro», y también que la huel­ ga general era «un poderoso instrumento de combate» 24; pero, al mismo tiempo, criticaba a los sindicalistas, lo mismo que había criticado a los marxistas, por plantear­ se d problema exclusivamente en términos de proleta­ riado industrial, lo que suponía el marginamiento dd campesinado y de su problemática. La dase obrera, que no era sino una pequeña minoría en la Rusia predomínantemeníte rural, no podría llevar a cabo por sí sola la revolución social, ni los sindicatos podrían tampoco con­ vertirse en los mídeos de la comunidad anarquista 25. Para Kropotkin, la visión analco-comunista dd futuro era mucho más amplia que la de los anarcosindicalistas: lo que se perseguía era la implantación de una sociedad integrada en la que podrían florecer todos los factores valiosos de la vida humana. En cierta medida, Kropotkin estaba preocupado igual­ mente por la fe de los sindicalistas en la necesidad de una «minoría consciente», cuya misión era levantar el entusiasmo de k s multitudes decaídas. La idea de una vanguardia revolucionaria — aunque estuviese compues­ ta exclusivamente de obreros manuales— , olía a jacobi­ nismo, la béte noire de Kropotkin, y presentaba dema­ siadas similitudes con la teoría elitista d d bolchevismo, que Lenin estaba elaborando precisamente en aquellos momentos. Y había además otro factor que aumentaba

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el peligro de confiar excesivamente en las uniones obre­ ras: la posibilidad de que éstas llegasen a un modus vivendi con el mundo burgués, o, peor aún, que cayesen víctimas de la ambición de lo's intelectuales socialistas. La orientación concreta, por tanto, era la de constituir agrupaciones de carácter puramente anarquista, o vincu­ larse exclusivamente a uniones sin partido, con la inten­ ción de ganarlas para la causa anarquista. En medio de todos estos acontecimientos, los anarquistas estaban des­ tinados a quedarse a!l margen de los sindicatos, que ya habían adoptado una plataforma socialista 26, La áspera disputa sobre las relaciones entre anarquismo y sindicalismo no se produjo sólo en Rusia, sino que ame­ nazaba con escindir al movimiento anarquista europeo en dos campos hostiles. El problema se planteó en todas sus dimensiones en el Congreso Internacional anarquista de Amsterdam, en 1907 27. Los concurrentes presencia­ ron un acalorado debate entre Fierre Monatte, joven exponiente francés del sindicalismo revolucionario, y d consagrado anarco-comunista italiano Errico Málatesta, Monatte defendió una interpretación radical del puesto del trabajo en la vida humana; evocando la carta de Amiens, sucinto informe de la posición sindicalista que había adoptado la € , G. T. el año anterior28, Monatte asignaba a los sindicatos la tarea de convertir el orden burgués en un paraíso; las uní enes, tras la lucha por é derrocamiento del capitalismo y el estado, se converti­ rían en las falanges de la reorganización social en el mundo heredado por los trabajadores industriales 29. En una refutación elocuente, Ma*! atesta señaló con toda energía que la preocupación sindicalista por el pro­ letariado olía a un marxismo burdo. «El error funda­ mental de Monatte y de todos los sindicalistas revolu­ cionarios», declaró, «procede, desde mí punto de vísta, de una concepción demasiado simplificada de la lucha de dases» Malatesta recordó a su audiencia que ellos eran, por encima de todo, anarquistas, y que como tales, su objetivo era la emancipación de toda la sociedad, y no la de una sola dase, aislada de las demás. La lucha

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por la liberación era una tarea de los millones de opri­ midos en todos los terrenas. Era una estupidez, conti­ nuó Malatesta, considerar la huelga general como la «panacea» que evitaba la necesidad de la rebelión ar­ mada de tados los desposeídas y explotadas. La burgue­ sía almacenaba ingentes cantidades de alimentos y otros objetos necesarios, mientras di proletariado se veía obli­ gado a confiar exclusivamente en su propio trabajo para sobrevivir. ¿Cómo podrían esperar, entonces, los trabaja­ dores que con sólo cruzar los brazos iban a derrotar a los patronos? Malatesta aconsejó a los delegados que abandonasen su ingenua fascinación por d movimiento obrero, que les estaba llevando a conceder poderes ex­ traordinarios a la clase obrera 31. Les advirtió contra la entrada en los sindicatos infectados por los políticos so­ cialistas, para no perder de vista d objetivo final de una saciedad sin clases. Ante el miedo de que el sindicalis­ mo pudiese caer en la ciénaga del «burocratismo» y reformlsmo trade-unionista 32, Malátesta recomendó a sus camaradas que no se convirtiesen en funcionarios sindi­ cales. Sí ignoráis este consejo, dijo, os encontraréis en poco tiempo persiguiendo vuestras intereses particula­ res f y entonces « j adiós anarquismo! » 33 Un año v me­ dio después, Mala testa y sus seguidores rechazaban com­ pletamente la idea de que los sindicatos pudieran actuar como célula básica de la nueva saciedad; las uniones, como «vastagos dd sistema capitalista» 34, estaban desti­ nadas a ser barridas por la revolución social. Entre los muchos rusos que compartían las opiniones antis indicaJlistas de Malaxesta, d crítico más mordaz: era Abraam Solomónovich Grossman, un chornoznámenetr conocido en d movimiento anarquista como «Aleksandr». Antiguo socialista-revolucionario, Grossman pasó dos años en la cárcd antes del estallido de la revolución de 1905. Al salir en libertad mardhó a París, donde se con­ virtió en un colaborador regular d d periódico Burevéstnik (El petrd), firmando con una «A » (presumiblemente por «Aleksa'ndr»). En 1907, Grossman volvió a Rusia y pasó a ser un activo dirigente d d «destacamento de combate» anarco-eornunista de Ekaterinoslav, Murió el siguiente

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mes de febrero, tratando de sortear d cerco tendido por la policía en la estación ferroviaria de Kíev 35. En una serie de artículos publicados en Burevéstnik en 1906 y 1907, Grossman lanzaba un ataque implacable contra las posiciones sindicalistas, Acusaba a los jlebovoltsy de estar desvirtuando d carácter del movimiento laboral francés, y de confundir d sindicalismo con d anarquismo. El sindicalismo francés, decía, era «un fe­ nómeno peculiar de las condiciones específicas france­ sas», que en la mayoría de sus aspectos no resultaba apli­ cable a la situación revolucionaria de Rusia Sfl., En lugar de prepararse para la revolución social, escribía Gros­ sman, los dirigentes sindicales franceses parecían intere­ sarse más en la ludia por las reformas parciales: los sin­ dicatos abandonaban sus obligaciones revolucionarias y se convertían en instrumentos conservadores, «de acopla­ miento de la burguesía y d proletariado» 87. «Todas k s reformas», declaraba Grossman, «todas las mejoras par­ ciales llevan consigo una amenaza para d espíritu revo­ lucionario de k s masas obreras, introducen d germen de la seducción política» 38. Lo que Rusia necesitaba no era un movimiento obrero respetable y legalista como el de los países occidentales, sino «instrumentos directos, ilegales, revolucionarios, para d estado de guerra» 30. Los sindicalistas franceses hablaban constantemente de la huelga general y, sin embargo, «la esencia de la revolu­ ción no es la huelga, sino la expropiación por las masas» 40. La doctrina del sindicalismo, proseguía Grossman, estaba repleta de «poesía» y «leyenda», y entre las más fantásti­ cas estaban k s dedicadas a presentar k s «brillantes pers­ pectivas» de los sindicatos obreros en el futuro reino liberado de la esclavitud económica41. Obviamente, los sindicalistas se estaban olvidando de que d holocausto anarquista destruiría la estructura' social existente, con todas sus instituciones, sin exceptuar a los sindicatos, «La fuerza dd anarquismo», concluía Grossman, «reside en su negación total y radical de todos los fundamentos dd presente sistema» 42. Tras la muerte prematura de su hermano, fue luda Solomónovich Grossman (alias Roschin) quien levantó

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k bandera antismdicalista. Escribiendo en el periódico Buntar, de Ginebra, dél que era uno de los editores, Rosdhin acusaba a las sindicalistas rusos de que habían perdido de vísta, en su exilio de Europa occidental, las necesidades específicas del movimiento obrero ruso. Las reivindicaciones de salarios más aitos y horarios más cortos, decía, sólo beneficiaban a las fuerzas organizadas deil proletariado cualificado, olvidándose, sin la más mí­ nima sensibilidad, de la condición dd Lumpenpróletariat, de los vagabundos, de los parados y obreros no cualifi­ cados. Ignorar a los parias de la sociedad era, en la opi­ nión de Rosdhin, destruir la solidaridad de la mayoría oprimida43. No todos los antisindicalistas iban tan lejos como los hermanos Grossman en la crítica de sus adversarios. En una serie de artículos que aparecieron entre 1907 y 1909 en Anarjistf periódico editado inicialmente en Ginebra y más tarde en París por di joven anarco-comunista Ger­ mán Kárlovidh Askárov (Iakobsón), éste analizaba el problema en términos más moderados 4*. Askárov, que escribía con el seudónimo de Oscar Burrit, distinguía claramente las trade-unions reformistas de Inglaterra y Alemania (profsoiuzy) de los syndicats revolucionarios franceses (syndikaty), Mientras los primeros, decía, se «desviaban hacia k reconciliación deil trabajo y el capi­ tal», los últimos desarrollaban la tradición revolucionaria de la I Internacional45. Los syndicats no sólo pretendían mejorar, de manera egoísta, las condiciones de sus pro­ pios miembros, sino que se orientaban hacia la destruc­ ción total del Estado y la propiedad privada, utilizando la huelga general como arma fundamental48. Pero ios syndicats estaban cayendo en el mismo error que había sellado mucho antes la sentencia de muerte de la I In­ ternacional. Al abrir sus filas a los trabajadores de todas las tendencias políticas, en vez de mantener la homoge­ neidad anarquista, estaban destinados a sucumbir a las maquinaciones de los politicos y a la zalamería de los funcionarios sindicales47. Según Askárov, el trade-unionismo de cualquier Clase contenía las heces del centralis­ mo autoritario. Por lo tanto, urgía a sus compañeros

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anarquistas a apartarse de los «oradores elocuentes» de los partidos marxistas, y a depender exclusivamente de la «fuerza y el poder oscuros derivadas de la vida de la dase obrera». Organizad uniones anarquistas clandesti­ nas, les decía, y «declarad una guerra sin cuartel contra la autoridad, en todo momento y en cualquier parte» 48. Aunque la controversia entre los sindicalistas y los an­ tisindicalistas continuó tronando durante más de una década, estaba claro que d apogeo del terrorismo se había detenido. Según aumentaban las represalias del go­ bierno contra éste, las necesidades de organización y dis­ ciplina se hicieron dolorosamente evidentes. La etapa final de la revolución contempló un rápido desplaza­ miento desde el romanticismo de las actividades terroris­ tas hacia una estrategia pragmática de lucha de masas. Los anarquistas se iban indinando progresivamente hacia d trabajo más apacible de difusión de propaganda, en un intento de consolidar la posición que habían conquistado en d movimiento obrero en 1905. Durante los añas que transcurrieron desde el aplastamiento de la revolución al estallido de la Primera Guerra Mundial, la mayoría de los anarquistas que huyeron a Occidente concentró sus energías en las tareas organizativas. Los militantes más fanáticos de Chómoe Znamia y Beznachalle que sobrevivieron a la contra-revolución, continuaron opo­ niéndose al trade-unionismo y manteniendo su fe en el lumpenproletariat y en los parados, principalmente los Gros sman-Rosc'hin, aunque también éstos moderaron considerablemente sus posiciones. Asumiendo un nuevo planteamiento, que denominó «sindicalismo crítico», Rosdhin aceptaba el punto de vista de los jlebovoltsy, se­ gún d cual las uniones de trabajo, libres de las manipu­ laciones de los políticos socialistas, constituían un arma valiosa en la ludia revolucionaria. Llegó induso a ser partidario de la participación anarquista en los sindicatos, siempre que tratasen de convertir al anarquismo a los demás trabajadores 49. E'l cisma d d movimiento anarquista, provocado por la espinosa discusión entre el terrorismo y el sindicalismo,

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estaba directamente relacionado con las diversas tenden­ cias en que se había dividido el movimiento radical ruso desde la revuelta Decembrista de 1825. Más aún, la pro­ gresiva inclinación del anarco-comunismo hacia el sindi­ calismo se parecía a'l abandono del populismo por Plejánov y sus confederados, y a su paso al marxismo, una generación antes. Lo mismo que los primeros marxistas rusos, los anarcosindicalistas consideraban la lucha pro­ letaria como la ola revolucionaria del futuro. Para ellos, k lucha de dases se encontraba en el centro de todo el movimiento, y — de acuerdo, nuevamente, con los prime­ ros marxistas— rechazaban el terrorismo en favor de la disciplina de los trabaj adores de cara al próximo com­ bate con los patronos y d gobierno. Por ello, los terro­ ristas les calificaban de «anarquistas legales» 50, en for­ ma análoga a los «marxistas legales» de fines del si­ glo xix. La realidad es que este calificativo llegó a adqui­ rir cierta validez desde d momento en que los censores del zar comenzaron a permitir a los sindicalistas la pu­ blicación de grandes cantidades de libros y folletos que se difundían extensamente entre obreras e intdectuales, tanto dentro como fuera de Rusia 5\ Los antisindicalistas deploraban estas actividades lega­ les. A su juicio, d sindicalismo estaba cayendo rápida­ mente en la trampa de la reforma económica, de la organización burocrática y de una ideología próxima al marxismo. Los beznachaitsy y chornoznámentsy estaban seguros de que se podía detectar en sus oponentes el mismo desprecio hacia los campesinos y el lumpenproletariat que Bakunin y los populistas habían visto en sus rivales del marxismo. Por ello, continuaron oponiéndose a cualquier organización laboral a gran escala, incluso aunque fuese .una federación abierta de sindicatos, pues temían que una organización semejante de los obreros cualificados y su «minoría consciente» de líderes, se con­ vertiría en seguida en una nueva aristocracia dirigente. Como explicaba Bakunin, la revolución social tenía que ser una auténtica revuelta de las masas, iniciada por todos los oprimidos por la sociedad, y no sólo por los sindica­ tos; la presión diaria de los sindicalistas para mejorar k s

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condiciones de trabajo no era más que un jarro de agua fría sobre el fuego revolucionario de los desposeídos. Se­ gún estos fanáticos, era necesaria la demolición inmediata d d viejo régimen mediante eil terror y la violencia de todo tipo — «4a anarquía pura a escala mundial»— . Y el resultado final tampoco sería una sociedad de grandes complejos industriales dirigida por los sindicatos. Para los antisindicalistas, los sindicatos eran sólo una parte integral d d -sistema capitalista, instituciones en decaden­ cia de un .período histórico agonizante, que difícilmente podrían convertirse en las unidades básicas de la utopía anarquista. Preveían más bien la implantación de una federación libre de comunas territoriales que agruparían a todos los sectores dd pueblo, y en la que los peque­ ños talleres desarrollarían la actividad fabril. A la luz de estas ideas se comprende que los artesanos y trabajado­ res semicualificados de Bialystok, amenazados por la ex­ pansión acelerada de las grandes empresas, se inclinasen más hacia los anarco-comunistas de Chórnoe Znamia que hacia los anarcosindicalistas, quienes concentraban sus mejores efectivos en Odessa, uno de los grandes puertos y un centro de grandes industrias. La imagen que se proyectaba en el romántico espejo a través dd cual los anarco-comunistas contemplaban la historia era la de una Rusia preindustriai de comunas agrícolas y cooperativas artesanales. Los anarcosindica­ listas, sin embargo (dd mismo modo que sus parientes pro-sindicalistas d d círculo Jleb i Volia) se inclinaban tanto hada d pasado como hacia d futuro. La perspec­ tiva de un mundo nuevo centrado en la producción in­ dustrial no les disgustaba por completo: es más, mani­ festaban en ocasiones una devoción casi futurista por la máquina. Su admiración oecidentalísta d d progreso tec­ nológico contrastaba con k vehemencia es'lavófík con que los anarco-Comunistas defendían una época histórica irre­ cuperable, que por otra parte quizás nunca había existi­ do 52. Pero, al mismo tiempo, no aceptaban acríticamente k implantación de este proceso de producción en masa. Muy influidos por Bakunin y Kropotkin, preveían para el hombre d pdigro de quedar atrapado en las garras

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de un aparato industria1! centralizado. Ellos también mi­ raban hacia atrás en busca d d camino hacia una sodedad descentralizada, compuesta por organizaciones labo­ rales en las que los trabajadores del mundo fuesen los auténticos dueños de su propio destino. Pero la Edad de Oro de la auto-determinaríón local estaba destinada a no realizarse jamás. Al final, el Estado y el industria­ lismo centralizados, las dos fuerzas más poderosas de los tiempos modernos, aplastarían en su camino a los disidentes anarquistas.

Avrich, 7

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Anarquismo y anti-intelectualismo

¡Esclavos! ¿Aún no sabéis que para li­ berarse hay que golpear violentamente?

L ord Byron

La mayoría de los anarquistas rusos albergaban una profunda desconfianza hacia los sistemas racionales, y hacia los intelectuales que los elaboraban. Herederos de la creencia en la bondad natural del hombre, propia de la Ilustración, los anarquistas no compartían la fe de los philosophes en los poderes de la razón abstracta \ Bl anti-intelectualismo adquiría diversos grados en el con­ junto del movimiento. Más moderado en el pacífico y es­ tudioso grupo Jleb i Volia, de Kropotkin, era, sin em­ bargo, particularmente violento entre los terroristas de Beznachálie y Chómoe Znamia, quienes minimizaban ¿I aprendizaje a través de los libros y el raciocinio, y exal­ taban el instinto, la voluntad y la acción como las carac­ terísticas más excelsas del hombre. El aforismo de Goe­ the, «Im Aufang war die Tat» («En di principio era la acción»), adornaba la cabecera del periódico Chómoe Znamia en 1905 2. Los anarquistas rechazaban totalmente la idea de que la sociedad estuviese gobernada por leyes racionales; las llamadas teorías científicas de la historia y la sociología no eran para ellos sino invenciones artificiales del ce98

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refero humana, cuya única utilidad era impedir los im­ pulsos naturales y espontáneos de los hombres. Las doc­ trinas de Karí Marx se vieron afectadas pot esta crítica. Bidbéi, líder de1! grupo Beznachálie, arremetía contra «todos estos sistemas sociológicos 'científicos’, inventa­ dos por los cocineros socialistas o ps y en la que se viviría en una armonía ideal Como Bakunin, Kropotkin desconfiaba de los que de­ cían poseer una erudición superior, e iban pregonando dogmas pretendidamente científicos18. El creía que la función característica de los intelectuales no era la de ordenar al pueblo, sino la de ayudarle a prepararse para la gran tarea emancipadora; «y cuando las mentes de los hombres estén preparadas y las circunstancias externas sean favorables», dedaraba Kropotkin, «entonces se pro* dudrá d asalto final, no d d grupo que inició él movi­ miento, sino de las masas populares...» 19 Una segunda fuente de anti-intélectualismo, entre la generación más joven de anarquistas rusos, fue la litera­ tura marxis'ta, cosa sorprendente si se tienen en menta los fuertes recebos de Bakunin y Kropotkin hacia los SociaMemócratas. Aunque los marxistas eran aquellos intelectuales cuyas ambiciones políticas y teorías «cientí­ ficas» daban lugar a una profunda hostilidad entre los anarquistas, había una idea básica expuesta frecuente­ mente en los escritos de Marx, con la que estaban en completo acuerdo: la dase obrera debía liberarse a sí misma mediante su propio esfuerzo, en lugar de depen­ der de algún salvador externo que realizase el trabaja. En

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d Manifiesto Comunista de 1848, Marx y Engels escri­ bían: «todos los movimientos anteriores han sido de minorías o en interés de minorías», mientras «el mo­ vimiento proletario es d movimiento consciente e inde­ pendiente de la inmensa mayoría» 20. Dos años más tar­ de, en 1850, Marx desarrollaba este planteamiento en una carta dirigida al Comité Central de la Liga Comu­ nista, en la que convocaba a los trabajadores europeos a lanzar una «revolución permanente» con d fin de esta­ blecer su propio gobierno proletario, organizado en for­ ma de consejos municipales o comités obreros 21. Mu­ chos de los anarquistas rusos que leyeron estas palabras llegaron a pensar (aunque sin mucha justificación), que Marx se apartaba aquí de su rígido esquematismo histó­ rico, y se indinaba por un proyecto radical de insurrec­ ción que se parecía mucho al suyo; proyecto que se basa­ ba en la consecución inmediata de la sociedad sin Estado, mediante el esfuerzo autónomo de las mismas masas desposeídas. Así, Bidbéi, por ejemplo, llegaría a ver la conveniencia de incorporar la consigna de la «revolu­ ción permanente» al credo de su grupo Beznachálie en 1905 22. Una consigna marxista que tuvo un impacto aun más fuerte sobre el movimiento anarquista ruso fue la famosa frase dd preámbulo de Marx a los estatutos de la I In­ ternacional, fundada en 1864: «la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mis­ mos» 23. Los anarquistas interpretaron esta proclama como un llamamiento a la insurrección directa de las masas, con el fin de destruir, más que de conquistar, el Estado. La resonante frase de Marx iba a aparecer cons­ tantemente en la literatura anarquista rusa, acompañada de vez en cuando por una frase de la Internationale que transmitía un mensaje similar: II n’esí pas de sauveurs suprimes, ni dleu, ni cesar, ni tribun. Producteurs, sauvons-nous nous mimes, Décrélons le salut commun! 24

El hecho de que marxistas y anarquistas utilizasen las mismas consignas reflejaba la fe común en el levanta­

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miento de masas —así como su hostilidad hacia el coup d’état blanquista— , que Marx compartía con Bakunin a pesar de su agria enemistad en e1! seno de la Primera Internacional; una fe que habría de servir después como punto de contacto entre anarquistas y socialistas autori­ tarios, que concedían una gran importancia a la esponta­ neidad e iniciativa de las masas. El anti-intelectualismo venía provocado también por la fuerte desconfianza hacia los intelectuales y políticos, que se había desarrollado en las filas de los trabajadores europeos en la segunda mitad del siglo xrx. Una hostili­ dad, basada en la idea de que los intelectuales eran una casta marginada, indisciplinada y cuyos intereses no te­ nían nada que ver con los de los trabajadores, que llegó a ser especialmente violenta en los proudhonianos, opues­ tos a la entrada de elementos no obreros en el Consejo General de la Primera Internacional y, en general, a cualquier dase de intervención de lo que ellos conside­ raban como burguesía educada, en el seno del movi­ miento obrero 25. En Francia se extendía por todas par­ tes 1a tendencia de los obreros industríales a confiar ex­ clusivamente en sus propias fuerzas —lo que empezó a llamarse ouvriérisme— , dejando de lado 'sus diferen­ cias -políticas. Los ultrarradicales alemanistas, por ejem­ plo, exduían de sus filas a los trabajadores de «cuello blanco» 26, y los sindicatos reformistas, aunque no eran demasiado hostiles a los intelectuales per se, desconfia­ ban de su ideología radical, que podía hacer peligrar las conquistas concretas de varias décadas. Y por su parte, el sindicalismo revolucionario tampoco tenía ningún in­ terés en los políticos independientes. Nada —insistían— se obtendría de la sknp¡le agítadón política: el parla­ mento era un nido de fraudes y compromisos, y todas las reformas parciales eran ilusiones cuyo objetivo radicaba en arrancar ai movimiento obrero su aguijón revoludonario. Sólo la acción industrial directa de los sindicatos podría eliminar al capitalismo, y liberar, por tanto, al proletariado. Esta desconfianza aumentó cuando un derto número

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de intelectuales prominentes entró en el parlamento y pasó a formar parte ddl gobierno. En 1893, la elección a la Cámara de Diputados francesa del dirigente marxista Jtrles Guesde y del conocido bienquista Edouard VaiHant, convenció a muchos trabajadores de que él ene­ migo estaba comprando a sus líderes políticos, Pero mayor aún fue e’l dhoque cuando, en 1899, Alexandre Miílerand aceptaba d puesto de ministro de Comercio en él gabinete de Rene "Waldeck-Rousseau, convirtién­ dose así en d primer ministro socialista que servía a u¡n gobierno «burgués». El profundo malestar que se produjo entre los militantes obreros se puso de mani­ fiesto al año siguiente en el Congreso de la C. G. T. ce­ lebrado en París. «Todos los políticos son unos traido­ res», dedaró un orador, mientras otro aconsejaba a sus camaradas que se cuidasen de los halagos engañosas procedentes de los intelectuales de la dase media, y tuviesen en cuenta «exclusivamente la fuerza de los trabajadores», Ferdinand Pdloutier, el destacado líder sindicalista, hacía una clara distinción entre d «millerandistno» de los políticos socialistas y el indudable espí­ ritu revolucionario de sus seguidores sindicalistas, «re­ beldes natos, hombres sin Dios, ni amo, ni patria, irre­ conciliables enemigos de todos los despotismos, morales y colectivos — enemigos, en suma, de las leyes y las dictaduras, induyendo la dictadura del proletariado» 2P. La tendenda antipolítica se convirtió en la línea ofida'l de la C. G. T. en 1906, cuando la carta de Amiens de­ finió la completa independencia dd movimiento sindical francés frente a todos los tinglados políticos 29. El mismo Pdloutier no era precisamente un nido proletario, sino un pulcro y educado periodista proce­ dente de la clase media, que había adoptado por su cuenta la causa de los trabajadores, convirtiéndose en líder sindical muy efectivo y que gozaba de la confianza V admiración de la base de la C. G. T. Pelloutier dedi­ caba todas sus energías a las tareas prácticas de la orga­ nización laboral y de la acdón directa, dejando las dispu­ tas ideológicas para aqudtos intdectuaiE.es que, en su opinión, no tenían ningún interés real, en la lucha cotí-

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diana de las trabajadores por una vida mejor. Las mi­ norías laborales, declaraba, «no necesitan ninguna teoría, y su 'empirismo..., es al menos más útil que todos aque­ llos planteamientos que se consumen en predicciones tan exactas como las de los almanaques» 30. Según él, las ideologías y utopías no procedían de los trabajadores manuales, sino que eran los intelectuales de la clase media los que las inventaban, «previendo los remedios para nuestros males en su propia imaginación, consu­ miéndose en fuegos de artificio en lugar de volverse hacia nuestras necesidades y ¡hacia la realidad» 31. Algunos teóricos del sindicalismo, como Georges So­ rel, Hu'bert Lagardelle y Edouard Berth reconocían que el movimiento sindicalista práctico les debía muy poco. E induso Sorel y Lagarddlle admitían que habían apren­ dido mucho más de los sindicalistas militantes de lo que les habían enseñado a éstos32, Pero «consumiéndose en fuegos de artificio» estaban desarrollando, una filosofía que situaba los valores morales de la acción directa en un plano muy superior al de los simples resultados eco­ nómicos que ésta producía. Ningún gran movimiento, insistía Sord, ha triunfado nunca sin su «mito social»; y en la situación actual la huelga general era el «mito» que podía inspirar el espíritu heroico de la díase obrera para mantenerse firme en el choque diario con la bur­ guesía 33, La huelga general era una consigna de acción, una visión poética, una imagen de batalla capaz de im­ pulsar a las masas a la acción colectiva y de imbuirlas de un poderoso sentido de elevación moral34. Sin embargo, los elevados conceptos de Sorel eran virtualmente desconocidos por los dirigentes del movi­ miento sindicalista —Victor Griffuelhes, Emile Pouget, Georges Yvetot y Paul Dalesalle. Cuando una comisión parlamentaria preguntó a Griffuelhes, Secretario General de la C. G. T., tras la muer­ te prematura de Pdlloutier en 1901, si había estudiado a Sorel, éste contestó con enojo: «Yo leo a Alejandro D um as»35. Zapatero de profesión y curtido activista sindical, Griffudl’hes acusaba a 'los intelectuales burgue­ ses, que desconocían las tribulaciones de la vida en las

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fábricas, de tratar de atraer a las obreros can fórmulas abstractas con di fin de colocarse diios mismos en posi­ ciones de privilegia y autoridad. «Si uno piensa dema­ siada», afirmó en una ocasión, «nunca hace nada» ac. A pesar de sus antecedentes blanquistas, que le lleva­ ban a resaltar el papel de la «minoría consciente» en el movimiento laboral, Griffudhes despreciaba a las indi­ viduos cultivadas que aspiraban a la dirección de los sindicatos en la vida pública. «Entre los activistas sin­ dical es», escribía en 1908, «hay una violenta oposidón a la burguesía..., y lo que desean firmemente es ser dirigidos por trabajadores» 37. En ninguna parte de Europa era mayor la hostilidad hacia las dases cultas que entre los pueblos de la madre Rusia. Los estudiantes populistas que «marcharon hacia el pueblo» durante los años 1870 se taparon con una barrera invisible que les separaba de los ignorantes narod. Para Bakunin, era fútil cualquier intento de enseñar al puebla oscuro, y su joven discípulo Necháev ridiculiza­ ba a los «espontáneos profesares» del campesinado, cuyo único aprendizaje procedía de la «sabiduría popular» de su propia vid a38. Tras d fiasco de la década de 1870, di lastimoso fracaso de los estudiantes en tratar de co­ municarse con la población rural hizo que muchos popu­ listas desilusionados abandonasen sus intentos educativos, a los que consideraron causa de su separación de las masas. Y otros empezaron a preguntarse si las diferen­ cias culturales podrían superarse alguna vez, y si no tendría razón el filósofo populista Nikoláí Nijailóvskii cuando señalaba que d destino de la minoría culta era d de «esdavizar inevitablemente a la mayoría apocada» 39. La situación tampoco mejoró demasiado cuando los campesinas empezaron a llegar a las ciudades para tra­ bajar en las fábricas, ya que traían consigo todo d recelo tradicional hada los intdectuales. Un trabajador de San Petersburgo aseveraba con toda crudeza que «los inte­ lectuales habían usurpado él puesto de los obreros». Estaba bien aceptar libros de los estudiantes, pero había que romperles la crisma en cuanto empezasen a enseñar

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insensateces, «Tenían que entender que la causa obrera debía depender de los mismos trabajadores.» 40 Aunque el círculo populista Chaikovski hacía suyos estos plan­ teamientos en 1870, la actitud anti-intelectualísta de los trabajadores se prolongaría durante décadas, impulsada tanto por los populistas cómo por los marxistas, que competían por él favor de la díase obrera industrial en crecimiento. En 1883, Geórgii PÜejánov, «padre» de la sodaldemocracia rusa, se sentía obligado a puntualizar que la dictadura marxista ddl proletariado estaría «tan lejos de la simple dictadura de un puñado de revolucio­ narios raznochintsy como di cidlo de la tierra» 41, ase­ gurando a los trabajadores que los discípulos de Marx eran hombres altruistas cuya única misión consistía en levantar la conciencia de clase d d proletariado para que és'te llegase a ser «una figura independiente en la arena de la vida histórica, y no estar pasando eternamente de unos guardianes a otros» 42. Pero a pesar de la reiteración con que se ofrecía toda clase de seguridades, mudhos obreros rehuían el revoluciónarismo de Plejánov y sus compañeros, diri­ giendo todos sus esfuerzos a la tarea de mejorar sus propias condiciones económicas y culturales, y poniendo de manifiesto así una tendencia (con la que solidarizó cierto número de intdectuaíes) que posteriormente ad­ quiriría el nombre de «economicismo», burdo equivalente del ouvriérisme francés. El trabajador ruso medio esta­ ba más interesado en la devación de su nivd de vida que en la agitadón política, y sentía una profunda des­ confianza hada las consignas revolucionarias lanzadas por los dirigentes de los partidos con la intendón de satisfacer sus propias ambiciones, mientras dejaban virtuaimente intacta la situación de los trabajadores. Los programas políticos, escribía uno de los portavoces del « economicismo», «son aconsejables para los intelectua­ les que 'van al pueblo’, pero no para los propios traba­ jadores... La defensa de los intereses obreros... es la única finalidad dd movimiento sindical». Y citando d célebre preámbulo de Marx a los estatutos de la Primera Internacional, añadía que los intdectuales suden olvi­

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darse de que «la liberación de los trabajadores es una tarea de los trabajadores mismos» 43. Subyacente al anti-intelectualismo de los «economias­ tas» estaba la profunda convicción de que 'los intelectua­ les consideraban a la dase obrera sólo como un instru­ mento para fines superiores, una masa abstracta predes­ tinada a realizar la voluntad inmutable de la historia. Según los «economicistas», los intelectuales, en vez de aplicar sus conocimientos a los problemas concretos de la vida fabril, no -hacían más que divagar con ideologías sin relación alguna con las verdaderas necesidades de los trabajadores. Animados por las huelgas textiles de San Petersburgo en 1896 y 1897, organizadas y dirigidas por trabajadores locales, los «economicistas» urgían a la dase obrera a mantenerse independiente y a rechazar las di­ rectrices de los agitadores profesionales. Como escribía un trabajador de la capital! en un periódico «economicista» de 1897, «la mejora de nuestras condidones de tra­ bajo depende exdusivamente de nosotros mismos» 44. Los argumentos antipolíticos y anti-intelectuales de Bakunin y los « economidsta's» impresionaron profunda­ mente a un marxista polaco llamado Jan Waclaw Madhajski, nacido en 1866 en la pequeña pobladón de Busk, cercana a la dudad de KMce, en la Rusia polaca, e hijo de un empleado indigente, que murió cuando Madhajski aún era un niño, dejando una familia nume­ rosa y depauperada. Madhajski iba al gimnázüa de Kielce, y con sus hermanos daba dases a los escolares que se hospedaban en su casa. Comenzó su carrera revoluciona­ ria en 1888 en los círculos estudiantiles de la Universi­ dad de Varsovia, en cuya facultad de deudas y medicina se había matriculado. Dos o tres afio-s más tarde, en la Universidad de Zuritih, abandonó su primitiva filosofía política (una mezda de sodalismo y nadonalismo polaco), pasándose al internationalismo revolucionario de Marx y Engels. Fue detenido en mayo de 1892 por introdudr proclamas revoludonarias, desde Suiza, en la dudad in­ dustrial de Lodz, paralizada por la hudlga general en aquellos momentos. En 1903, tras pasar casi doce años

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en la cárcel y en d exilio de Siberia, consiguió huir a Europa occidental, donde permaneció hasta el estallido de la revolución de 1905 45. Durante su larga deportación en el poblado siberiano de Viliuisk (provincia de Xaku'tia), Macha jski se dedicó a estudiar intensamente la literatura socialista, llegando a la convicción de que los socialdemócratas no defendían realmente la causa de los obreros manuales, sino la de una nueva díase de «obreros intelectuales», que había aparecido con d proceso de industrialización. El marxis­ mo, explicaba en su obra más importante, Umstvennyi rabóchii (El obrero mental), reflejaba los intereses de esta nueva dase, que esperaba llegar al poder apoyándose en los trabajadores manuales. En la llamada sociedad so­ cialista, el capital privado sería simplemente sustituido por una nueva aristocracia de administradores, técnicos y políticos; los trabajadores manuales seguirían siendo esdavos de una minoría dirigente cuyo «capital», por así decido, era la cultura46. Según Madiajski, la intelectualidad radical no preten­ día implantar una sociedad sin dases, sino conquistar, una posición de privilegio. Por lo tanto, no era dé ex­ trañar que d marxismo, en vez de predicar el levanta­ miento inmediato contra d sistema capitalista, retrasase d «colado final» hasta una fase posterior, en la que las condiciones económicas habrían «madurado» sufi­ cientemente. Con el desarrollo posterior del capitalismo y de su tecnología cada vez más sofisticada, los «obre­ ros intdectuales» adquirirían la fuerza necesaria para im­ poner sus propias leyes, Induso aunque la nueva tecno­ cracia aboliese la propiedad privada de los medios de producción, la «intelectualidad profesional» mantendría una posición dominante, al hacerse con la dirección de la producción y establecer el monopolio sobre d conoci­ miento especializado necesario para intervenir en una economía industrial compleja47. Los gerentes, ingenieros y funcionarios políticos utilizarían la ideología marxista corno un nuevo opio rdigioso, capaz de oscurecer la mente de las masas trabajadoras, perpetuando su ignoranda y servidumbre.

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Madhajski sospechaba que sus competidores izquier­ distas sólo pretendían establecer un sistema social en el que las intelectuales serían la clase dirigente. E incluso Mego a acusar a los anarquistas del grupo Jleb i Volia de Kropotkin de caer en una pastura «gradualista» frente a la revolución ■— no mucha mejor que ia de los socia'ldemócratas— , pues pensaban que la próxima revolución que se iba a producir en Rusia no iría más allá de k s re­ voluciones francesas de 1789 o de 1848. En la comuna anarquista que preveía Kropotkin, según Machajski, «sólo k s gentes civilizadas y cuitas» disfrutarían de auténtica libertad 48. «La revolución social» de los anarquistas no consistía, en realidad, en «un auténtico levantamiento de k s masas obreras», sino en una simple «revolución en interés de los intelectuales». Los anarquistas eran «tan socialistas corno los demás, aunque más radicalizados» 49. ¿Qué hacer entonces contra esta nueva forma de ser­ vidumbre? Para Machajski, mientras subsistiese la des­ igualdad salarial y los instrumentas de producción per­ teneciesen a una minoría capitalista, y en tanto que la técnica y la ciencia siguiesen en «propiedad» de un pu­ ñado de intelectuales, las masas continuarían padeciendo la explotación de unos pocos privilegiados. La solución prevista por Madhajski asignaba un puesto clave a la organización clandestina de revolucionarios denominada Conspiración Obrera (Rabóchii Zágovor), similar a la «sociedad secreta» de revolucionarios bakuninistas s0. Es de suponer que di mismo Machajski estaría al frente de esta organización. E’l objetivo de la Conspiración Obrera era incitar a los trabajadores a la «acción directa» —huel­ gas, manifestaciones, etc— contra los capitalistas, con e'l propósito inmediato de conquistar mejoras económicas y empleo para los paradas. La «acción directa» de los obre­ ros culminaría en la huelga general, preludio de la insurección universal que conduciría a la implantación de una era de igualdad económica y cultural. Todas k s di­ visiones de dlases, y la maldita diferenciación entre obre­ ros intelectuales y manuales, serían abolidas finalmente 51. Las teorías de Machajski provocaron un violento de­ bate en el seno de los diversos grupos radicales rusos.

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En Siberia, donde Madiajski redactó la primera parte de Umstvennyi rabóchii en 1898, su crítica de la sorialdemocrada «causó gran impacto entre ios deportados», como cuenta Trotski, que se encontraba entre ellos, en su autobiografía 5\ En 1901 circulaban ya por Odessa, donde d «majaevismo» empezaba a encontrar seguidores, diversas copias de Umstvennyi rabóchii. En 1905 se constituía en San Petersburgo un pequeño grupo de majáevtsy, llamado la Conspiración Obrera. A pesar de la crítica de Madhajski al anarquismo, un buen número de anarquistas se indinaba hacia su doctrina, Durante cierto tiempo, Olga Taratuta y Vladímir Striga, de Chórnoe Znamiat estuvieron asociados a un grupo de Odessa conocido como los Intransigentes (Neprimirimye), que agrupaba a anarquistas y majáevtsy; y entre los Bexnachaltsy de Petersburgo había algunos discípulos de Ma­ cha] ski 53. Si algunos anarquistas no vieron en la tarea de Madiajski más que un astuto ardid de los intdfectuales para ocultar sus ambiciones, otros, como admitiría Niko’lái Rogdáev, encontraron en sus planteamientos «un espíritu fresco y vivificante» que contrastaba con la «at­ mósfera asfixiante de los partidos sodalistas, saturados de embrollos políticos» 55. Bakunmismo, populismo, sindicalismo, majaevismo —y, paradójicamente, también el mismo marxismo— alentaron el anti-intelectualismo de los anarquistas rusos, y les suministraron las consignas utilizadas para combatir a sus rivales socialistas. La influencia de Bakunin era, probablemente, la más poderosa; su espíritu impregnaba el ataque mordaz con el que Bidbéi comenzaba uno de sus folletos. El dirigente de Beznachálie denundaba «el insadable pillaje y la mezquina ambición de todos los geniedlios y pigmeos del cesarismo, de todos los lacayos serviles y lacrimógenos, y de toda dase de vampiros y chupones de k sangre dd pueblo» que iban a unirse ál partido socialdemócrata 56. Los marxistas rusos no eran más que «cultivadores de servilismo» cuyas ansias de disdpíina les llevaban a querer implantar «un poder cen­ tralizado en toda Rusia..., la autocracia de Plejánov y

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compañía» 57, Bidbéi condenaba la idea de los seguido­ res de Marx, y de su maestro, para quienes los campesi­ nos y vagabundos no eran sino elementos amorfos de la sociedad, carentes de 'la conciencia de díase necesaria para convertirse en una fuerza revolurionaria eficaz. Pero, ¿es que acaso no se había demostrado con creces la ca­ pacidad de ludha de la población rural en los'recientes disturbios campesinos de Poitava y Járkov? Y «¿quién, sino los vagabundos, iba a ser él demonio partero de la historia? ¿De dónde, a no ser de los languidecientes su­ burbios, podría manar el veneno mortal que escarmen­ tase ai código frío e insensible de la vergonzosa morali­ dad burguesa?» 88 Si los socialistas dejasen de lado sus concepciones sobre las fases sucesivas de la lucha revolu­ cionaria y reconociesen el terrible poder destructor de las masas oscuras, verían que el «gran día del ajuste de cuentas» estaba muy cerca (Bidbéi escribía esto en 1904), que d espíritu de la destrucción total se despertaba en ú corazón de los oprimidos, y que Rusia estaba «en vís­ peras de una gran tempestad social» 59. En sus ataques constantes contra el concepto de la «dictadura ddl proletariado», di grupo Jlebovoltsy utili­ zaba igualmente el pensamiento de Bakunin. La única dictadura que preveían los socialdemócratas, declaraba Kropotkin, era la dictadura de su propio partido 00. Iván Sergéevich Vetrov {Knízhnik), joven miembro del grupo con fuertes desviaciones tolstoyanas, desarrollaba aún más este planteamiento y desfinía a todo partido político como un «estado en miniatura», con su propia jerarquía burocrática, sus circulares y sus decretos. Los marxistas, decía Vetrov, se proponían usar este pullpo autoritario para satisfacer «su ambición de un poder político abso­ luto» 81. Para d periódico del grupo Jleb i Volia, Plejánov, Mártov y Lenin eran los «sacerdotes, magos y brujos» de la edad moderna 62. Su «dictadura del prole­ tariado» era un concepto intrínsecamente nefasto, puesto que, como una vez puntualizó Orgiani, «todos los go­ biernos revolucionarios han desempeñado siempre una función contraria al pueblo» 88. Orgíani, cuyos ataques a la sociaidemocracia reflejaban Avrich., 'á

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•la influencia de los sindicalistas franceses y la de Baku­ nin y Madhajski, temía que los dirigentes socialistas uti­ lizasen para sus propios fines a:l naciente movimiento obrero. Eli movimiento laboral estaba dividido, en su opinión, en do¡s campos: por un lado, los trabajadores dedicados a la producción de bienes; por otro, los inte­ lectuales que quieren dominar a los obreros «utilizando el privilegio de su formación» 0á. Si los intelectuales so­ cialistas estuviesen dispuestos a poner sus conocimientos superiores a disposición de la base obrera, harían un servicio inestimable al movimiento revolucionario. Pero los socialistas, educados en la «tradición jacobina» dél mundo, persistían en su voluntad de poder, obligando a los trabajadores a tener que liberarse por sí mismos «de •Dios, del Estado y de los leguleyos, especialmente de los leguleyos» 65, Orgiani y sus colegas prcsindicaiistas de Ginebra recibieron con enorme satisfacción un informe de 1904, en di que los obreros fabriles de la provincia de Chernígov empezaban a considerar al anarquismo como «un movimiento obrero, independiente de la tutela intelectual, y en e'l que di proletariado podía manifestar su capacidad revolucionaria con entera libertad» 08, Esta es, precisamente, la actitud que Orgiani, Korn y Raévskii esperaban ver desarrollarse en di seno de la naciente clase obrera rusa. Querían que los trabajadores indus­ triales llegasen a comprender que «los socialdemócratas no veían en los sindicatos obreros más que un instrumen­ to de la lucha política, mientras que para los anarquistas eran los órganos naturales de la lucha directa con el ca­ pitalismo, y las células dd orden futuro» 67. Los prosindicalistas ddl grupo Jleb i Volia desprecia­ ban también al puñado de intelectuales rusos que se autodenominaban '■sindicalistas’ pero que, sin embargo, re­ pudiaban la etiqueta del anarquismo. Según Maksim Raévskii, estos hombres — L. S. Kozlóvskii, V. A, Possé y A. S. Nédrov (Tókarev) eran los destacados— eran en realidad «cuasi-marxistas», que en su tremendo aisla­ miento ddl movimiento obrero práctico se entregaban a la's teorías insípidas de «Sorel y compañía» 68. Estos pensadores sindicalistas, antiguos socialdemócratas, aña­

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día Raévskii, se esforzaban a su manera en encontrar una «nueva escuda ddl socialismo», vinculando «las formas revolucionarias del movimiento obrero con las viejas teorías de Marx» 60. María Korn se s-umó ai ataque, argu­ mentando que d sindicalismo revolucionario estaba fir­ memente enraizado en la tradición anarquista, y que difídimente podría ser un vastago d d socialismo marxista, como creían Kozlóvskii y los demás sindicalistas 70. Estos teóricos «neomarxistas», decía, al aferrarse a una ideología moribunda, se habían disociado del «movimiento obrero práctico..., profundamente enraizado en los au­ ténticos instintos revolucionarios» de la dase obrera71. Un examen de los escritos d d sindicalismo «neo-marxista» revela, sin embargo, una curiosa similitud entre sus puntos de vista y los de sus críticos anarquistas 72. Kozlóvskii, por ejemplo, estaba completamente de acuer­ do en que d sindicalismo era un movimiento de obreros fabriles, y no de intelectuales, y arremetía contra d Chto delat? («¿Qué hacer?») de Lenin, por su proyecto de colocar a los intelectuales al frente de la clase obrera en la lucha revolucionaria. El sindicalismo exigía un «profundo altruismo» de los intdectuales, aseguraba Kodóvskii, que tendrían que actuar más como «ayuda que como dirigentes» de los trabajadores. Es más, la dic­ tadura d d proletariado era un concepto pdigroso que «sólo podía significar la dictadura de los líderes dél pro­ letariado, la dictadura de un gobierno provisional revoludonario, que uno inevitablemente tendía a asociar con las revoluciones burguesas» 74. Para Kozlóvskii el partido socialdemócrata era una secta rdigiosa •—con sus evan­ gelios, sus catecismos y sus catedrales— , una Iglesia os­ curantista en la que se afirmaban verdades absolutas y se condenaban 'las herejías. Los líderes sodalistas esta­ ban «impregnados de espíritu autoritario» y trataban de «educar a las masas en el culto a los maestros —los após­ toles del socialismo»— 75. Pero en la próxima revolución, dedaraba Kozlóvskii, las masas no cometerían el error d d pasado, seguir a líderes políticos. Esta vez los tra­ bajadores tomarían la iniciativa, se harían cargo de los medios de producción y establecerían una sociedad líber-

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taria basada en las asociaciones autónomas de produc­ tores 7G. Es sorprendente que, a pesar de la amplia coincidencia de puntos de vista entre las ideas de Kozlóvskii y las de Raévskii y Korn, éstos le hicieran objeto de tales vitupe­ rios. ¿Acaso no eran también intelectuales, tan culpables como Kozlóvskii de «consumirse en fuegos de artificio» en sus desordenados escritorios? En parte, esta animosi­ dad se debía a que Kozlóvskii tomaba muchos de sus plan­ teamientos de la teoría de Georges Sorel, que para ellos no era más que un intruso ambicioso. Kozlóvskii, sin em­ bargo, llegó a señalar en una ocasión que los escritos de Sorel, aunque culpables de una desorganización sistemá­ tica, eran el trabajo de «un pensador profundo, original y de una gigantesca erudición» 77. Este halago a Sorel era ya de por sí molesto para los sindicalistas de Jleb i Volia, pero aún había causas. de más importancia para la fría acogida a las tesis de Kozlóvskii. Su negativa a unirse al movimiento anarquista e incluso a reconocer los orígenes anarquistas dd sindicalismo revolucionario era para ellos una afrenta intolerable. Peor aún, sus pretensiones de ser ©1 profeta de una nueva doctrina 78 le convertían en un competidor más por el favor de la dase obrera. Lo mismo que los exiliados dd círculo de Kropotkin, Daníil Novomírskii, el anarcosindicalista de Odessa, de­ nunciaba a los componentes del sindicalismo no-anarquis­ ta como intelectuales que en su vida habían manejado él martillo o la guadaña, gentes que colocaban ideas abstrac­ tas por encima de la vida real de los seres humanos. Kozlóvskii y sus seguidores, decía Novomírskii, querían convertir el movimiento obrero militante en una especie de «lagardelismo» ruso 79, en una forma de sindicalismo enraizada en la teoría marxista y en buenas relacio­ nes con la socialdemocracia. En los escritos de Novomírskíi aparecían todas las características tópicas del antiintelectualismo del movimiento anarquista ruso —él odio violento de Bakunin hacía los políticos y los gobiernos, la exaltación del proletariado en la obra de Marx, la exi­ gencia anarquista de la acción directa del proletariado, la desconfianza de Machajski hacia los «obreros intelectua-

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ies»— . (Después de todo, Novomírskii procedía d d cam­ po socialdemócrata, era anarquista y sindicalista y habi­ taba en Odessa, uno de los primeros centros del majaevismo.) La profunda influencia que ejercían sobre él Ba­ kunin y Machajski aparece con evidencia en el siguiente pasaje aparecido en su periódico Nóvyi Mir (El Nuevo Mundo): «¿Qué intereses de clase defiende en el mundo moderno él socialismo, de hecho y no de palabra? Nues­ tra respuesta es clara e inmediata: el socialismo no es la expresión de los intereses de ¡a clase obrera, sino de los autodenominados raznochintsy, o intelectuales déclassés» 80. El partido sacial-demócrata, decía Novomírskii, estaba infectado de «políticos bribones»,.., de nuevos explotadores y embaucadores del pueblo» 81. Y la ansia­ da revolución social, amenazaba, no sería más que una farsa si no consiguiese aniquilar, junto al Estado y la pro­ piedad privada, a un tercer enemigo: «ese eterno enemi­ go nuestro es el monopolio del conocimiento, ejercido por la intelectualidad» 82. Novomírskii consideraba, como los sindicalistas franceses, necesaria la existencia de una «¡minoría consciente» de «exploradores» capaces de inci­ tar a las masas a la acción 83; pero advertía a los traba­ jadores que no tratasen de buscar redentores fuera de su propk oíase. Los altruistas no existían, «ni en los cielos tormentosos o despejados, ni en los lujosos palacios de los zares, ni en las casas de los ricos, ni en ningún par­ lamento» 8i. El proletariado ha de marchar solo, decía, «La liberación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos» 83. La común hostilidad hacia los intelectuales no fue suficiente para agrupar al conjunto ddl movimiento anar­ quista durante la década transcurrida entre las dos revo­ luciones rusas. Dividido por disputas fracciónales y so­ metido a la férrea represión de Stolypin, él movimiento anarquista de la Rusia de los zares se fue diluyendo rá­ pidamente. Las filosofías radicales que germinaron en épocas de miseria y desesperación, resultaron incompati­ bles con la relativa prosperidad que siguió al levantamien­ to de 1905. En 1906, la industria rusa comenzaba a

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recobrarse de los devastadores efectos de la revolución} y, aunque d nivdl de los salarios continuaba siendo bajo y di gdbierno limitaba la actividad de los sindicatos de reciente aparición, la situación de la dase obrera, en términos generales, tendía a mejorar, con el consiguiente decaimiento de las huelgas. En el campo hicieron su aparición síntomas esperanzadores, como el desarrollo de las cooperativas agrícolas y la amplía reforma agraria introducida por Stolypin, orientada a terminar con la vieja comuna campesina y a formar en su lugar una dase vigorosa de granjeros leales aiI zar. Ciertamente, el grueso de la población — tanto rural como urbana— per­ manecía en la miseria, a la vez que subsistía un amplio descontento ante la oposición d d zar a constituir un gobierno de carácter parlamentario; pero, de otro lado, las fuerzas de la agitación se encontraban en franco re­ troceso. En los años posteriores a la revolución de 1905, los anarquistas fueron objeto de una caza dd hombre im­ placable levada a cabo por la policía zarista. Los más afortunados consiguieron huir a Europa occidental y a América, pero centenares de dios fueron ejecutados tras juicios sumarísímos, o pasaron grandes temporadas en las cárceles y en d destierro, donde se consumían vícti­ mas ddl escorbuto y otras enfermedades. Estos últimos se dedicaban a leer, escribir y reflexionar, con la espe­ ranza de que no tardaría mucho la próxima revolución, Al estudio dd esperanto, idioma universal dd futuro para muchos anarquistas, por ejemplo, se dedicaba uno de los presos de la fortaleza de San Pedro y San Pablo, de la capital86; y Mego indu'so a expresarse con soltura, hasta que un día notó que, por falta de aire puro en la cdda, tenía los pulmones seriamente dañados, y apenas si podía hablar87. Algunos, como Germán Sandomírskii, un anarco-Comunista de Kíev, se dedicaban a recordar en sus largos días de destierro la vida en la cárcel y en d exi­ lio 88, mientras otros pensaban sólo en la fuga. Así, un chornoznámenets que en una prisión siberiana compartía su celda con Egor Sazónov, el joven eserita que había asesinado a Viadieáav Pleve en 1904, consiguió escapar

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a los Estados Unidos por la misma ruta que había seguido Bakunin cincuenta años antes 89. Los anarquistas exilados en Occidente sufrían por la suerte de aquéllos camaradas que se pudrían en las cárcéles rusas, o que caían como mártires en los patíbulos o ante los piquetes de ejecución. Para la Hermandad de Comunistas Libertarios (Bratstvo vólnyj obscbínnikov) un grupo de expatriados en París que dirigía Apollón Kare­ lin, el régimen zarista representaba una nueva «Inquisi­ ción Medieval» y la Ojranka {policía política) era algo similar a los oprichniki que sembraron la muerte entre los enemigos reales o imaginarios de Iván él Terrible. El mis­ mo Zar Nicolás no era más que un «verdugo coronado», responsable del asesinato de millares de jóvenes generosos. «¡G loria eterna para los asesinados! jVergüenza eterna para los verdugos! » 90 En 1907, los exiliados organizaron una Cruz Raja Anarquista para ayudar a sus compañeros. Sus centros se establecieron en Londres y Nueva York (en Londres bajo la dirección de Kropotkin, Gherkézov, Ru~ dolí Rocker y Aleksandr Shapiro), con secciones en las ciu­ dades más importantes de Europa accidental y América del N orte91. La Cruz Roja Anarquista recogía ropas y di­ nero en conferencias y reuniones para enviárselo a los presas rusos, y hacía circular al mismo tiempo escritos de protesta contra la política represiva dél gobierno impe­ rial 02. Pero, por otro lado, los anarquistas rusos de Ginebra, París, Londres, Nueva York, se iban preparando para la próxima revolución. Un pequeño grupa de chornoznámentsy supervivientes reéditó en Ginebra el periódico Buntar, y en Landres las seguidores de Kropotkin lanza­ ban un sucesor de Jleb i Volia, llamado Listkí «Jleba i voli (Panfletos de «Pan y Libertad»). Y en París se cons­ tituía un grupo anarco-camunista con unos cincuenta miembros activos, a cuyas reuniones, en casa de María Korn, asistía de vez en cuando Kropatkin93. El grupo de París, en contacto con un pequeño núcleo de anarquis­ tas polacos, participó activamente en las manifestaciones de conmemoración de la Comuna y de los trágicas sucesos de Haymarket Square, y, en 1914, en la que se organizó

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con motivo del centenario de Bakunin. Korn, Orgiani, Rogdáev, Zabrézbnev y Karelin, así como destacados sin­ dicalistas y anarquistas franceses, como Sébastien Faure y Georges Yvetot, solían intervenir como oradores en estas concentraciones94. María Korn aún tuvo tiempo en estos años como para estudiar biología y psicología en la Sotbona, obteniendo en 1915 el título de doctor en cien­ cias naturales con una tesis sobre «Reacciones fisiológicas y físicas en los peces» 11\ Burevéstnik, el más importante periódico anarquista del período postrevolucionado, fue fundado en París en 1906. Burevéstnik (El Petrel) era el título dd célebre poema de Máximo Gorki, cuya frase final aparecía en d encabezamiento: «Que arrecie la tormenta.» Bajo la dirección editorial de Niko¡lái Rogdáev, kropotkiniano des* de 1900 y delegado ruso en el Congreso de Amster­ dam de 1.907 9B, y de Máksim Raévskii, destacado cam­ peón de la causa sindicalista, Burevéstnik seguía general­ mente la línea de Jleb i Volia, lo que no impedía que Abraam Grossman pudiese expresar en sus páginas sus criterios antisindicalistas. En Nueva York, por otra parte, se editaba la contrapartida prosindicalista de Burevéstnik, Golos Trudá (La Voz del Trabajo), órgano desde 1911 de la Unión de Trabajadores Rusos en los Estados Unidos y Canadá. En Golos Trudá aparecieron con regularidad colaboraciones de los anarquistas de París, especialmente de Rogdáev, Korn, Orgiani y Zabrézhnev, y cuando Raévskii llegó a América durante la Primera Guerra Mundial se convirtió en su director, y bajo su orienta­ ción, Golos Trudá se transformó en una publicación abiertamente anarcosindicalista. A pesar de toda esta actividad, la vida dd exilio re­ sultó bastante frustrante y desmoralizadora para los anarquistas, y sus esfuerzos unitarios se estrdlaban contra las incesantes disputas e intrigas internas. Un año an­ tes de la guerra, la Hermandad de Comunistas Libertarios de Karelin se escindió en dos bloques, como consecuen­ cia de oscuras acusaciones sobre la conducta «dictatorial» de sus jefese7, y las recriminaciones y ludhas intestinas alcanzaron también a los demás círculos. Sin embargo, en

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diciembre de 1913 surgieron las esperanzas de una re­ conciliación general con motivo de la Conferencia de París de anarquistas rusos, preparatoria de un nuevo con­ greso internacional, el primero desde el que se celebró en Amsterdam en 1907. Los participantes en dicha con­ ferencia , tras elaborar el programa de discusiones, en e! que aparecían los temas de1! momento — terrorismo, sin­ dicalismo, nacionalismo y antimilitarismo— decidieron que é. congreso tendría lugar en él próximo mes de agosto en la ciudad de Londres 98. En los cuarteles gene­ rales de la Federación Anarquista de Londres, Aleksandr Shapiro, designado secretario ddl Congreso, se dedicaba activamente a preparar el acontecí miento 99. «B1 Congre­ so promete ser un éxito», escribía a un amigo austríaco con evidente entusiasmo, «vienen delegados de sitios tan distantes corno Brasil y Argentina» 100. Piotr Kropotkin aceptó ser el encargado de dar la bienvenida a las delega­ ciones de los diecisiete países que se esperaban. Sin em­ bargo, e¡l 1 de agosto estallaba la guerra y e1! Congreso fue suspendido. Como sí no fuera suficiente con la vieja controversia sobre terrorismo y sindicalismo, la Primera Guerra Mun­ dial lanzó una nueva polémica que en poco tiempo iba a asestar el coup de grdce al movimiento anarquista eu­ ropeo. B1 problema surgió cuando Kropotkin cargó todas las responsabilidades de la guerra a Alemania, saliendo así en apoyo de la Entente. Sus temores radicaban en que el progreso social de Francia, la venerada tierra de la revolución y la Comuna, se vería en peligro de muerte si triunfaban el autoritarismo y militarismo alemanes. Todos los hombres que defendían los «ideales d d progre­ so humano» debían colaborar en d aplastamiento de la «invasión» germana de Europa occidental101. Como bas­ tión dd estatismo, el Imperio alemán bloqueaba la senda europea hacia la sociedad descentralizada de los sueños de Kropotkin. La adhesión de Kropotkin a la causa de los aliados estuvo apoyada por algunos de los más importantes anar­ quistas europeos; en 1916, Variaam Cherkézov, Jean Grave, Charles Maleta, Chri&tian Cornelissen, James Guí-

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Haume, y otras diez más, se unían a Kropotkin para lan­ zar di «Manifiesto de los dieciséis», en donde explicaban su actitud «defensista» 102. Sin embargo, la mayoría de los anarquistas de todo el mundo, a pesar del prestigio de estos nombres, permaneció fiel a la tradición antipa­ triótica y antimilitarista, agrupándose tras el internacio­ nalismo de Errico Ma'ktesta, Erntna Goldman, Aleksandr Berkman, Ferdinand Dómela Nieuwenhis, Rudalf Rocker y Sébastien Faure. Para ellos, la guerra no era más que una lucha entre capitalistas por el poder y el beneficio, una guerra en la que las masas hacían de carne de cañón. La preferencia por cualquiera de las dos partes era, por tanto, un absurdo103. En Ginebra, los «intemacionalis­ tas» más radicales, como Grassman-Rosdhm, Aleksandr Ge y Orgiani (discípulo de Kropotkin desde la fundación del movimiento)104, tacharon a los defensores de la causa bélica aliada de «anarco-patriotas». Si los deseos de Alemania de adueñarse del territorio belga eran una de las causas de la guerra, ¿acaso no lo era también —-preguntaban— k insistencia de Inglaterra en mante­ ner su supremacía naval? ¿Acaso estaba Francia, con su insaciable sed imperialista, exenta de responsabilidades? ¿Y qué decir de la eterna codicia rusa por dominar los Estrechos? Para los verdaderos anarquistas, no había más que una guerra aceptable: la revolución social des­ tinada a destruir al mundo burgués y sus instituciones opresivas. « ¡Abajo la guerra! ¡Abajo di zarismo y ed capitalismo! [Viva la hermandad de los hambres libres! i Vi va la revolución social mundial! » 105 La cuestión de la guerra provocó una división práctica­ mente fatal en di campo anarquista. Pero, paradójica­ mente, fue la misma guerra, con sus pulverizantes efectos sobre la saciedad y la economía rusas, la que espoleó el resurgir del movimiento, que ya venía dando señales de vida desde 1911. Bl despertar ddl anarquismo en Moscú y sus alrededores ha sido relatado por uno de sus jó­ venes participantes, llamado V. Judoléi, que habría de desempeñar un significativo papel en los años siguien­ te^ 108, En. 1911 una docena de estudiantes ddl Instituto Comercial de Moscú organizaron un círculo anarquista,

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que se dedicó inidalmente a comparar las diversas for­ mas ddl anarquismo, para lo que se vieron obligados a utilizar textos, panfletos y manifiestos que permanecían intactos desde los días de la levoSuoión, lo mismo que La conquista del pan} La ayuda mutua y Memorias de un revolucionariot de Kropotkin, y trabajos de Bakunin, Stirner, Tucker y otros. Finalmente, estos jóvenes rechazaron el anarco-individualismo, aceptando di planteamiento co•munítarista y prosíndical de Kropotkin, y en 1913 se bautizaban con el nombre de Grupo Anarco-Comunista de Moscú. B1 nuevo grupo se puso en contacto con Golos Trudá de Nueva York, y con dirigentes anarquistas y sindica­ les de la Europa occidental. En poco tiempo los estudian­ tes empezaron a desarrollar su labor propagandística en las fábricas cercanas a Tula y Briansk, constituyendo peque­ ñas céiülas de dos o tres miembros. En su actividad lle­ garon hasta las fábricas textiles ddl nordeste de Moscú, donde tomaron contacto con un nuevo grupo, organizado en la ciudad de Kíneshma, cerca de Ivánovo-Voznesensk, la Mandhester rusa. El dirigente del grupo de Kíneshma no era otro que Nikolái Román ov (Bidbéi, ¡líder, hasta d momento de su detención, de los beznachaltsy de Peters­ burgo), que había conseguido escapar de Sibería y pre­ dicaba ahora su violenta doctrina bajo di nombre de guerra de Stenka Razin. Bidbéi introdujo la literatura anarquista en la industria algodonera y provocó diversas huelgas, hasta que su grupo fue cercado por la policía. A partir de ese momento no se supo nada más de é l107. El problema de la guerra dividió a los anarquistas de Moscú en dos ramas hostiles. Frente a sus compañeros dd exterior, los moscovitas permanecieron fides, en su mayoría, a Kropotkin y a sus compañeros ddl «defensismo». La minoría antimilitarista siguió di ejemplo de otros kropotkinistas decepcionados, abandonando la escuela de Jleb i Volia en favor ddl anarco-individuaiismo. Desde el primer momento en que aparecieron las células anarquis­ tas en las grandes factorías d d distrito de Zamoskvorédhie, y en los tres sindicatos de Moscú (impresores, cue­ ro, ferrocarriles), los sindicalistas empezaron a hacer

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llamamientos para transformar la guerra «imperialista» en una revolución social. En el otoño de 1916, los anti­ militaristas -planearon una manifestación con banderas negras, que abortó la policía. Pese a estos altibajos, la marea anarquista fue creciendo rápidamente. La destartalada maquinaria bélica había su­ frido una serie de desastres que estaban minando la moral de las tropas —que a veces mdkiso marchaban al frente sin armas— > y creando en la patria rusa un intenso ma­ lestar. La burocracia, principal instrumento deí Imperio, se desmoronaba bajo la incompetente dirección de los funcionarios de Raspu'tín. El sobrecargado sistema de transportes se resquebrajaba. En las ciudades, el abaste­ cimiento de comida y combustible disminuía a nivdles precarios, y en los pueblos comenzaban a agitarse los campesinos, afectados por la insensata masacre de sus hijos uniformados. La protesta y las consignas radicales reaparecerían por doquier. A finales de 1916 se preparaba ya la nueva tormenta.

Parte segunda; 1917

5,

La segunda tormenta

[Golpead a muerte, golpead a muerte a todos los monjes y ios curas, Destruid todos los gobiernos del mun­ do, especialmente el nuestro!

U n anabaptista

holandés,

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En la última semana de febrero de 1917 estallaron huelgas y motines en Petrogrado. Los tumultos se suce­ dían en ías calles de la capital en furiosas manifestaciones antigubernamentales. Las tropas tuvieron que ser llama­ das para restaurar el orden, pero en lugar de obedecer las órdenes de sus oficiales, confraternizaron con las masas levantiscas. Las fuerzas de la ley y el orden se desintegraban vertiginosamente. En medio de toda esta turbulencia, comenzaron a hacer su aparición soviets de diputados obreros, siguiendo di modelo de los de 1905. El 2 de marzo, un comité de la Cuarta Duma, que había sido recientemente (prorrogada, constituía un Gobierno Provisional, integrado principalmente por liberales. Ese mismo día convencían a Nicolás II de que abdicase, poniendo fin de esta manera a más de tres siglos de dominación de los Románov. Lo más sorprendente de la Revolución de febrero fue su carácter elemental. Fue, como señalaba el antiguo director de la policía zarista, «un fenómeno puramente espontáneo, y no di resultado de la agitación de los par­ tidos» \ Ninguna vanguardia revolucionaria condujo a 127

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los obreros y a las amas de casa hacia las calles de Petro­ grado; las ideologías políticas y los grupos radicales se encontraron desbordados coyunturalmente por el estallido caótico de un pueblo hambriento que exigía pan y pro­ testaba contra los interminables sufrimientos de la guerra. Para el desdichado Aleksandr Kérenski, futuro primer ministro del Gobierno Provisional, todo ello se presen­ taba como si la población en su totalidad hubiese sido lanzada por «un sentido de libertad ilimitada, una libera­ ción de las sujeciones más elementales, básicas para cualquier sociedad humana» 2. Parecía que al fin se convertían en realidad los sueños de los anarquistas rusos. Doce años después del «prólo­ go» de 1905, estallaba una segunda tormenta con todas las características de la tan esperada revolución «social». El radicalismo ruso, en decadencia desde las represiones de Stolypin, se reavivó rápidamente. La excitación fue irrefrenable entre los anarquistas emigrados, cuando Ies llegaron las noticias del levantamiento. «Bl sol se ha levantado», escribía luda Roschin desde Ginebra, «dis­ persando a los negros nubarrones. ¡El pueblo ruso se despierta! ¡Saludos a la Rusia revolucionaria! ¡Saludos a los que se baten por la felicidad del pueblo! » 3 El Gobierno Provisional, tomando las riendas de la autori­ dad, proclamó una amnistía general para todos los presos políticos. Ros-chin y sus camaradas del exilio se prepara­ ban para el retorno a su tierra lo antes posible. Mientras, en el interior del difunto imperio, Daníii Novomírskii, Olga Taratuta y varios centenales más de anarquistas abandonaban los campos de trabajos forzados y las pri­ siones en las que habían languidecido durante una década o induso más tiempo. Poco tiempo después, volvían a hacer su aparidón en las ciudades dinámicos grupos anarquistas. En Petrogra­ do, donde se habían reorganizado, en los anco años anteriores, algunos círculos anarcocomunistas integrados por obreros e intelectuales, se podían totalizar, en la víspera de la revolución, unos cien miembros *; células anarquistas de las tres factorías mayores de munidones —la fábrica de metal del distrito de Vyborg, la de la Isla

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Vasílevski y la Putílov, en la zona sudoeste de la ciu­ dad— participaron activamente en las manifestaciones de febrero que destruyeron di antiguo régimen, y sus miembros portaban banderas negras bordadas con la con­ signa « ¡Abajo con la autoridad y el capitalismo! » 5 Po­ cas semanas después de la caída del zarismo, los grupos anarquistas aguijoneaban a diversos sectores proletarios de la capital y sus suburbios. Las concentraciones más importantes se produjeron en él distrito de Vyborg, si­ tuado en la parte norte de la ciudad, y en la base naval de Kronstadt en él Golfo de Finlandia, donde un con­ siderable número de marineros de la Flota del Báltico se unió a los trabajadores anarquistas. Como en Petrogrado, los grupos anarquistas que surgían en las demás grandes ciudades reclutaban la mayoría de sus militantes entre ks filas de la clase obrera. En Moscú, por ejemplo, se constituyeron unidades anarquistas entre los panaderos y trabajadores de la industria alimenticia, sumándose así a los grupos que habían aparecido antes de la revolución entre los obreros ddl cuero, impresores y ferroviarios. En marzo se constituyó una Federación de Grupos Anar* quistas de Moscú, que decía contar con más de setenta miembros \ En él sur, se organizaron círculos anarquis­ tas en k s factorías de Kíev, Járkov, Odessa v Ekaterinos­ lav, y a mediados de año los mineros de la cuenca del Donets adoptaban como plataforma el preámbulo a la constitución de la organización sindicalista Industrial Workers of the World: «La díase obrera y k dase em­ presarial no tienen nada en común. No podrá haber paz mientras millones de trabajadores padezcan hambre y necesidad, mientras unos pocos, las clases empresariales, disfrutan de todas las cosas buenas de la vida. Una lucha total ha de producirse entre estas dos clases hasta que los trabajadores dd mundo, organizados como clase, se adue­ ñen de k tierra y los instrumentos de producción, y ter­ minen con d sistema salarial» 8. Conforme avanzaba el año, sin embargo, la composición del movimiento se iba transformando en cierta medida, ya que cada mes era mayor d número de intelectuales que volvían de k cárcd y el exilio.

Avrich, 9

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Durante 1917 —y en contraste con 1905, año en que el anarquismo era más fuerte en las regiones fronteri­ zas— el movimiento se fue concentrando en Petrogrado, que ya no era el cuartel general de un gobierno despótico, sino di mismísimo corazón de la tormenta revolucionaria. Hasta los meses de verano, en que llegaron en masa los sindicalistas desde sus refugios americanos y europeos, la mayor parte de las organizaciones anarquistas de «Pedro d rojo» se encontraban adheridas a la rama anarco-comuni'Sta, Los grupos anarco-comunistas locales de la capital y sus entornos se unificaron en seguida para constituir una flexible Federación Anarquista de Petrogrado, En mayo, la Federación lanzaba su primer periódico, Kommuña (La Comuna), que al desaparecer fue sustituida por Svobódnaia Kommuna (La Comuna Libre) y Burevéstnik (B1 Petrel). El objetivo de la Federación de Petro­ grado, como sugiere e'l nombre de sus propios periódicos, era transformar la ciudad en una comuna igualitaria, según d moddo idealizado de la Comuna de París, en 1871. En lugar de los secuestros y asesinatos indiscrimi­ nados a que se dedicaban los terroristas anarco-eomunistas de la década anterior, la Federación invitaba a «ex­ propiar», en la mayor escala posible, casas y comida, fá­ bricas y granjas, minas y ferrocarriles. «Por la revolución social a la comuna anarquista», era su consigna; se tra­ taba de una revolución destinada a liquidar el gobierno y la propiedad, las cárceles y los cuarteles, d dinero y d beneficio, preludio de una sociedad sin Estado con una «economía natural» 9, Los anarquistas de Kronstadt, que publicaron algunos números de su propio periódico, Vólnyi Kronshtadt (Kronstadt Libre), lanzaban un dra­ mático llamamiento a k s masas dd mundo para extender a sus propios países la revolución social que había em­ pezado en Rusia, y para alcanzar la emancipación de sus amos: « ¡Despierta! ¡Despierta, humanidad! Dispersa la negra marea que te cerca... Termina con el estúpido so­ metimiento a ks divinidades del cielo y de la tierra. Di; * ¡basta! ¡Me rebdlo! ’ Y serás libre» 10. En palabras que recordaban a sus precursores los Beznachálie, los anarcocomunistas de Kronstadt exhortaban a ks multitudes so­

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juzgadas de todo d globo a vengarse de sus opresores, «¡Viva la anarquía! ¡Que tiemblen todos esos impos­ tores —parásitos, dirigentes, curas! » 11 Con gran desilusión de los anarquistas, la Revolución de febrero se quedó corta frente ál objetivo principal, la revolución social; ya que, si bíen derrocó a la monar­ quía, no consiguió eliminar el Estado. Descorazonados, algunos anarquistas comparaban el levantamiento de fe­ brero con un juego de cambio de sillas, en el que un gobernante tomaba el asiento de otro, ¿Qué ocurrió en febrero?, preguntaba un periódico anarcocomunista de Rostov del Don. «Nada especial. En lugar de. Nicolás di sanguinario, se ba subido al trono Kérenski el sanguina­ rio» 12. Detídidos a terminar con di doble yugo del Gobierno Provisional y de la propiedad privada, los anarquistas acabaron ¡haciendo causa común con sus adversarios ideo­ lógicos, los bolcheviques, d único grupo radical de Rusia que presionaba como ellos en favor de la liquidación del Estado «burgués». La intensa hostilidad que los anarquis­ tas habían sentido hacia Lenin, durante años, se fue disi­ pando conforme avanzaba 1917. Impresionados por una serie de prodamas ultra-radicales realizadas por Lenin desde su vuelta a Rusia, mudhos anarquistas aunque no todos, por supuesto, empezaron a creer que el líder bol­ chevique había rato el corsé del marxismo y se orientaba hacia una nueva teoría revolucionaria muy similar a íla suya. Bl ¡tres de abril, día de su llegada a Petrogrado, Lenin proclamaba -ante los que le dieron la bienvenida que Ru­ sia estaba al borde de una nueva era, una era en la que se asistiría a la sustitución del nuevo gobierno «bur­ gués» -por una república de soviets obreros, y dd ejército y la policía por una milicia popular. Este era el punto nodal de un programa que muy pocos anarquistas habrían desaprobado. Más aún, los anarquistas vieron probable­ mente con aprobación la ausencia de cualquier referencia en d discurso de Lenin a una Asamblea Constituyente y

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la omisión de toda referencia a la doctrina marxista para apoyar sus propuestas13. En las «Tesis de Abril», que Lenin ¡leyó afl día siguien­ te en una reunión de los socialdemócratas en el Palacio de Táurida, prosiguió su tono heterodoxo, al eximir a Rusia de una fase completa de la historia — d prolon­ gado período de «democracia burguesa» que, de acuerdo con Marx, precedía inevitablemente a la revolución pro­ letaria. «Lo característico de la situación actual de Ru­ sia», decía Lenin, «es que representa la transición d d pri­ mer estadio de 2a revolución, que, ante la falta de ma­ durez y organización d d proletariado, dio d poder a la burguesía, a su 'segundo estadio, que colocará el poder en manos d d proletariado y de los estratos más pobres del campesinado» 14. Este pronunciamiento, sus'tancialmente idéntico a la teoría de la «revolución permanente», de León Trotski, que Lenin había ¡rechazado en 1905, dejó aturdida a ;la rama moderada de los socialdemócratas. Al repudiar el período de capitalismo que, en d sistema de Marx, debe preceder inevitablemente a la revolución socialista, éstos se preguntaban sí Lenin estaba abandonando las leyes fundamentales de ’la evolución histórica. ¿Acaso intentaba mofarse de la filosofía marxista, saltándose épo­ cas enteras de cambio económico y sodal? Para los socia­ listas más ortodoxos, los análisis de Lenin constituían un abandono herético de la doctrina establecida; parecía como si su prolongado exilio le hubiese hecho perder d sentido o, peor aún, le hubiese convertido al anarquis­ mo. I. P. Góidenberg, un veterano marxista ruso, se sin­ tió obligado a dedarar: «Lenin se ha convertido ahora en un candidato para un trono europeo que ha permane­ cido vacante durante treinta -años — ¡d trono de Baku­ nin! — . Las nuevas fórmulas de Lenin recuerdan algo ya viejo, las verdades desahuciadas del anarquismo pri­ mitivo» 15. Sin embargo, d «anarquismo» descubierto recientemente por Lenin tuvo un efecto galvanizador so­ bre sus congéneres bolcheviques, que ¡habían estado vaci­ lando durante k s semanas anteriores a su retorno; como señalaba d menchevique de izquierda y cronista de la

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revolución, Sujánov, Lenin «desempolvó los pies del marxismo» 10. Si la impaciencia de Lenin frente a la rigidez de los estadios (históricos, y su celo «maximalista» por empujar la 'historia hacia adelante, echó para atrás a muchos de sus compañeros -marxistas, los anarquistas, en su conjun­ to, reaccionaron positivamente. Las Tesis de Abril in­ cluían toda una serie de proposiciones iconoclastas que mucho tiempo antes ya habían sido acogidas por los pen­ sadores anarquistas. Lenin llamaba a la transformación de la «guerra de rapiña imperialista» en lucha revoluciocionaria contra el orden capitalista. Renunciaba a la idea de un parlamento ruso, en favor de un régimen de soviets que siguiera el modelo'de la Comuna de París. Exigía la abolición d d ejército, la ¡policía y fla burocracia, y propo­ nía que los salarías de ios funcionarios (todos las cuales debían ser elegidos y estaban sujetos a revocación en cualquier momento) no excediesen a los de los obreros cualificados17. Aunque la preocupación de Lenin por la toma del poder político hacía pensar a algunos anarquis­ tas, la ¡mayoría se encontraban suficientemente identifi­ cados con sus tpuntos de vista como para que éstos sir­ vieran como base de cooperación. Las sospechas que aún podían mantener fueron dejadas momentáneamente de lado. Induso algún dirigente anarcosindicalista que volvió a Petrogrado en el verano de 1917 llegó a convencerse de que lo que Lenin pretendía era establecer el anarquis­ mo y «acabar con el Estado» en el momento en que se adueñase de é l18. Lenin volvió a reafirmar las posiciones anarquistas de las Tesis de Abril en agosto-septiembre de 1917, cuando redactó su famoso folleto, El Estado y la Revolución. Una vez más trazaba las líneas fundamentales de la apli­ cación, por medio del sistema de los soviets, de los fundamentos de la Comuna de París, movimiento con­ sagrado por la leyenda, tanto anarquista como socialista; convocaba ai proletariado y al campesinado a «organizar­ se libremente en comunas» y barrer el sistema capitalista, así como a poner en manos de «toda la sociedad» los ferrocarriles, las fábricas y la tierra. Aunque ridiculizaba

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sin piedad el «sueño» anarquista de disolver el Estado «en una quincena», consideraba que el Estado llegaría a ser «completamente innecesario», citando con aprobación un pasaje muy conocida de Federico Engels en El origen de la familiat la propiedad privada y el Estado: «la sacie­ dad que organice Ía producción sobre la base de asocia­ ciones libres e iguales de ¡productores, colocará toda lia maquinaria estatal! en un sitio del que no saldrá nunca más; en di Museo de Antigüedades, junto a la rueda y al eje de bronce» 19. Lenin declaraba, «mientras haya Es­ tado, no 'habrá 'libertad; cuando haya libertad, no habrá Estado». A la vez, reconocía «las similitudes entre mar­ xismo y anarquismo (tanto de Proudhon como de Baku­ nin) ... sobre este punto» 20. Por ello, durante 'los ocho meses que separaron las dos revoluciones de 1917, los anarquistas y bolcheviques uni­ ficaron sus esfuerzos para conseguir el mismo objetivo, la destrucción del Gobierno Provisional. Aunque aún persistía cierto grado de enfrentamiento entre ambas corrientes, un destacado anarquista señalo que existía un «perfecto paralelismo» entre los dos grupos en las cues­ tiones importantes21. Sus consignas fueron idénticas en muchas ocasiones, e incluso surgió cierta camaradería entre los viejas anta­ gonistas, una camaradería derivada de sus objetivos co­ munes. En octubre, iban a trabajar codo a codo para des­ viar la ¡locomotora de !la historia hacia nuevas vías. Cuan­ do un conferenciante marxista dijo en una reunión de obreros industriales de Petrogrado que los anarquistas estaban minando ia solidaridad de los trabajadores tusos, uno de éstos gritó airadamente: « ;Basta! ¡Los anarquis­ tas son nuestros amigos! » Pero otra voz gritó, sin em­ bargo, « jDios nos salve de semejantes amigos! » 22 En medio del tumulto y :la confusión que siguieron a la Revolución de Febrero, los militantes anarco-comunistas se dedicaron a «expropiar» algunas residencias par­ ticulares de Petrogrado, Moscú y otras ciudades. E’l caso más destacado fue eíl de la villa de P. P. Durnovó, que los anarquistas consideraron un objetivo especialmente

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adecuado, ya que Durnovó -había sido Gobernador Gene­ ral de Moscú durante la Revolución de 1905. La dacha de Durnovó estaba situada en el extrarradio, en el dis­ trito de Vyborg, el «Faubourg St Antoine», de Petro­ grado, como io llamó John Reed ’23, sobre la margen norte dél Neva, justo detrás de la Estación de Finlandia. Aquí teman los anarquistas el grupo más sólido de seguidores en la capital. Los anarquistas y otros trabajadores de la izquierda ocuparon la villa de Durnovó y la convirtieron en una casa «de descanso», con salas de lectura, discu­ sión y recreo, y el jardín fue transformado en lugar de juego para los niños. Los nuevos ocupantes eran un sin­ dicato de panaderos ¡y una unidad de la milicia popular24. No hubo ninguna oposición a las expropiaciones basta el 5 de junio, cuando una banda de los anarquistas acuar­ telados en la dacha intentó «requisar» ía imprenta de un periódico «burgués», Rússkaia Volia {La Libertad Rusa). Tras unas horas de ocupación los atacantes fueron dis­ persados por 'las tropas que envió el Gobierno Provisio­ nal 25. El Primer Congreso de los Soviets, que se encon­ traba reunido en aquellos momentos, denunció a los asaltantes como criminales «que se autodenominan anar­ quistas» 20. El 7 de junio, P. N. Perevérzev, ministro de Justicia, daba un plazo de veinticuatro ¡horas a los anar­ quistas para evacuar la casa de Durnovó. Al día siguiente se presentaron cincuenta marineros de Kronstadt para defender 'la dacha27, y grupos de trabajadores d d distrito de Vyborg ‘abandonaron las fábricas y organizaron mani­ festaciones de protesta contra la orden. El Congreso de los Soviets respondió con una proclama en la que acon­ sejaba a los trabajadores ia reincorporación al trabajo. A la vez que condenaba la ocupación de posesiones privadas «sin d consentimiento de sus propietarios», la proclama exigía a ios obreros liberar la dacha de Durnovó, y les proponía que se contentasen con d uso libre d d jardín28. Durante la crisis aparecieron banderas rojas y negras sobre la dacha, y paseaban por ella obreros armados. En el jardín se celebraron numerosos mítines; los porta­ voces anarquistas invitaban a desobedecer las órdenes y decretos, procedentes d d Gobierno Provisional o d d

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Soviet. Un periodista del órgano soviético Izvéstiia reco­ gió en la calle la siguiente conversación, muy representa­ tiva de lo que estaba ocurriendo: «Ocupamos el palacio porque era propiedad de un servidor del zarismo.» « ¿ Y qué pasó con 'R.úskaia Volia?» «E s una organización burguesa y nosotros estamos contra todas las organizaciones.» «¿También contra las organizaciones obreras?» «En principio, sí. Pero en este momento...» «Camarada, bajo un sistema socialista, ¿lucharán contra la pren­ sa y las organizaciones obreras?» «Ciertamente.» «¿Incluso contra Pravda? ¿También lo ocuparán?» «S í... incluso contra Pravda. Lo ocuparemos sí lo consideramos necesario»2Í.

Los anarquista-s permanecieron atrincherados en 'la dacba, desafiando tanto al Gobierno Provisional como al Soviet de Petrogrado. Durante varios días continuaron las manifestaciones esporádicas, mezclándose con las ma­ sivas manifestaciones pro-bolcheviques que se produjeron en 'la capital ei día 18 (la «Manifestación de Junio»), y los anarquistas irrumpieron en una cárcel del barrio de Vyborg y liberaron a siete presos (entre ellos tres delin­ cuentes comunes, y un espía alemán llamado Müller), acogiendo a alguno de ellos en ’la dacba 30. Perevérzev, el ministro de Justicia, se vio entonces obligado a actuar y ordenó d asalto de ¡la dacha. Cuando dos de los anar­ quistas que la ocupaban ofrecieron resistencia, un tra­ bajador 'llamado Asnín y Anatdli Zhdezniakov, trucu­ lento marinero de Kronstadt, se produjo un choque en el que Asnín cayó mortalmente herido por un disparo y Zhdezniakov fue capturado y se le quitaron varias bom­ bas que llevaba encima. En total, sesenta marineros y trabajadores fueron hechos prisioneros y encerrados en los barracones del Regimiento Preobrazhenski31. El Go­ bierno Provisional ignoró una petición de los marineros del Báltico en favor de la ¡liberación de Zhelezniakov, y le condenó a catorce años de trabajos forzados. Pero unas pocas semanas después, éste se escapó de su «prisión republicana» 32. Y en enero siguiente iba a adquirir cierta

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fama como dirigente del destacamento armado que en­ viaron los bolcheviques para dispersar la Asamblea Cons­ tituyente, Las manifestaciones que provocó el asunto de la dacha de Durnovó reflejaban el descontento creciente de la clase obrera de Petrogrado ante di Gobierno Provisional. Des­ pués de tres meses en d poder, el nuevo régimen 'había hecho poco «más que sus predecesores zaristas para ter­ minar con la guerra o abordar los problemas de la esca­ sez de alimentos y viviendas. La actitud de los trabaja­ dores se fue radicalizando progresivamente. Trotski seña­ laba que la respuesta de las masas a los anarquistas y a sus consignas servía a los bolcheviques «para medir la presión revolucionaria» 33. En la última semana de junio, obreros, saldados y marineros de la capital y sus alrede­ dores estaban a punto de estallar violentamente. Un in­ forme del Ministerio de Justicia indicaba que la guarni­ ción de Oranienbaum, importante plaza militar situada al sur de Kronstad, estaba «limpiando ya sus cañones» y preparándose para (una insurrección abierta contra el gobierno34. A finales de junio, Kérenski ordenó un asalto sobre el frente Galitzia, en un esfuerzo desesperado por inclinar en favor de Rusia la situación militar, e impedir al mis­ mo tiempo un motín papular. Tras algunos éxitos inicia­ les, los ejércitos alemanes comenzaron a avanzar y pasa­ ron a la ofensiva, forzando a los rusos a una retirada desordenada. Poco antes del colapso del frente sudocci­ dental, que acabó con la escasa moral que aún quedaba entre las tropas rusas, estallaba en Petrogrado una insu­ rrección fallida, conocida como las «Jornadas de Julio» (3-5 de julio). El 3 de julio, en la Plaza del Ancora, foro revolucionario de Kronstadt, dos destacados anarquistas se dirigieron a la masa de trabajadores, marineros y sol­ dados que se habían concentrado allí preparando una ac­ ción radical contra el gobierno. El primer orador, J. 2. («Efim») Iarchuk, era un veterano del movimiento, uno de los fundadores del grupo Chómoe Znamia en Bialys­ tok antes de la Revolución de 1905. En 1913* después de cinco anos de deportación en Siberia, emigró a los

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Estados Unidos, donde se había unido al Sindicato de Trabajadores Rusos y al consejo editorial de su periódico, Golos Trudá. .Vuelto a Rusia en la .primavera de 1917, se instaló en Kronstadt y fue elegido representante en el soviet local, convirtiéndose en el líder de la influyente facción anarquista35. B1 Soviet de Kronstadt, órgano prácticamente incontrolable ¡por su ímpetu revolucionario, exigía un levantamiento inmediato contra el Gobierno Provisional, a ipesar de la oposición del Soviet de Petro­ grado, También di Comité de Petrogrado del partido bol­ chevique consideraba como prematura cualquier tenta­ tiva insurreccional en aquel momento, ya que la mayoría de sus miembros temían que un levantamiento indiscipli­ nado de los anarquistas y de la base de su partido podría ser fácilmente aplastado por el centro y la derecha, dañan­ do gravemente a la organización. El camarada de larchuk era uno de los miembros más brillantes de la Federación Anarquista de Petrogrado, llamado I. S. Bléijman, que había pasado muchos años exiliado en Siberia y en el extranjero. Liberado del cam­ po de trabajo tras la Revolución de Fdbrero, había vuelto a Petrogrado, convirtiéndose inmediatamente en un des­ tacado ¡portavoz de la Federación Anarco-Comunista, in­ terviniendo frecuentemente en las asambleas obreras y escribiendo numerosos artículos para Kotnmuna y Burevéstnik bajo el seudónimo de N, Sólntsev. En julio había sido elegido como delegado en el Soviet de Petrogrado. IraMii Tsereteli, uno de los dirigentes mencheviques en el Soviet, recuerda a Bléijman como una «figura cómica», de poca estatura, rostro delgado y siempre bien afeitado, pelo gris y un mal ruso con el que trataba de explicar ías superficiales ideas que había ido rebañando de los folletos anarquistas30. En la plaza del Ancora, Bléijman, con la camisa des­ abrochada y el cabello revuelto, exhortaba a la delega­ ción del Primer Regimiento de Artillería para que de­ rrocase al Gobierno Provisional, lo mismo que se había hecho en febrero con el régimen zarista 37. Y aseguraba a los soldados que para cumplir con su misión revolu­ cionaria no necesitaban en absoluto la ayuda de ningún

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partido político, puesto que «la Revolución de Febrero se ¡había llevado a cabo sin la dirección de ningún par­ tido» 38. Había que ignorar, decía a su auditorio, las orientaciones ddl Soviet de Petrogrado, ya que la mayo­ ría de sus miembros estaban del lado de la «burguesía»; e incitaba a las masas a apoderarse de todo lo que pu­ diesen, a ocupar las fábricas y las minas, y a destruir in­ mediatamente al gobierno y al sistema capitalista.39. Bléijman. denunció al Gobierno Provisional por su perse­ cución contra los anarquistas de la dacha Durnovó. «Ca­ maradas», dijo a los artilleros, «es posible que ya en es­ tas momentos esté siendo derramada la sangre de vues­ tros hermanos. ¿Vais a negaros a apoyar a vuestros camaradas? ¿Vais a negaros a salir en defensa de la Re­ volución?» 40 Poco después, el Primer Regimiento de Artillería izaba el estandarte de la revuelta en la capital. Masas de sol­ dados, marineros de Kronstadt y trabajadores se lanza­ ron a las calles armados, exigiendo que el Soviet de Pe­ trogrado se hiciese con el poder, aunque los anarquistas, por su parte, estaban más interesados en la destrucción del gobierno que en traspasar las riendas de la autoridad a los soviets. Al día siguiente, el 4 de julio, una enfurecida mani­ festación pedía venganza contra Perevérzev por haber ordenado di asalto de la dacha. Un grupo de marineros de Kronstadt trató incluso de raptar a Viktor Chernov, dirigente socialista-revolucionario y Ministro de Agricul­ tura, pero Trotski consiguió liberar al desgraciado mi­ nistro antes de que sufriera ningún daño41. Mamar a los Días de Julio «una creación anarquista», como hizo uno de los oradores en una conferencia de la Federación Anarquista de Petrogrado, en 1918 42, sería una burda exageración; tampoco puede decirse que el incidente de la dacha Durnovó fuese algo más que un eslabón en la interminable cadena de acontecimientos que conectaron las Manifestaciones de Junio con la fracasada insurrección de Julio, Sin embargo no puede minimizarse el papel de los anarquistas. Junto con la base bolchevi­ que y otros izquierdistas independientes, los anarquistas

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actuaron como tábanos, aguijoneando a los soldadas, ma­ rineros y obreros hasta provocar un levantamiento des­ organizado. Pero el Soviet de Petrogrado se negó a apoyar esa rebelión prematura, y d gobierno pudo acabar con la tentativa sin demasiados problemas. Los dirigentes del partido bolchevique fueron detenidos u obligados a es­ conderse, mientras de la casa de Durnovó eran expulsa­ dos el resto de los anarquistas, terminando algunos de ellos entre rejas. La marea revolucionaria se esfumó mo­ mentáneamente, concediendo así un breve respiro ai Gobierno Provisional. Los anarco-sindica'listas que volvieron a Rusia durante d verano de 1917 se mostraban profundamente contra­ rios a las ocupaciones armadas de casas e imprentas que practicaban sus parientes anarco-comunistas. Para ellos esta especie de revitalización atávica del terrorismo y las «ex» de 1905 era completamente deplorable. Aunque in­ sistían enérgicamente en que había que terminar con la guerra y continuar la revolución hasta abolir el Estado, se oponían a las expropiaciones sin orden ni concierto, considerándolas corno un paso atrás. La tarea inmediata, decían, era organizar a las fuerzas trabajadoras. En 1917 la mayoría ddl grupo Jleb i Vólia, dividido ante la postura «defensista» de su líder, se había unido a los anarcosindicalistas. Aunque Kropotkin era plena­ mente consciente d d agotamiento dd pueblo ruso como consecuencia de la guerra, pensaba que la derrota del mi­ litarismo alemán era una condición imprescindible para d progreso de Europa, y, así, poco antes de salir para su madre patria, volvió a reafirmar su apoyo a la En­ tente. A pesar de este gesto antipopular, cuando Kropot­ kin llegó a la Estación de Finlandia en junio de 1917, después de cuarenta años de exilio, fue recibido caluro­ samente por una masa de sesenta mil personas, mientras una banda militar tacaba la Marseillaise, himno de los revolucionarios de todo d mundo y símbolo de la gran Revolución Francesa, tan admirada por Kropotkin. Kérenski ofreció al venerable libertario el puesto de Mi­ nistro de Educación y una pensión del Estado, aunque

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ambas cosas fueron rechazadas enérgicamente por Kro­ potkin 43. En agosto, sin embargo, aceptó Üa invitación de Kérenski para hablar ante la Conferencia de Estado de Moscú (en la que también iba a hablar Plejánov, el maestro de la socialdemocrada rusa y otro de los perso­ najes que apoyaban di esfuerzo bélico), un órgano inte­ grado por antiguos miembros de la Du-ma y representan­ tes de los zemstva, consejos municipales, asociaciones de negocios, sindicatos, soviets y cooperativas, a los que d Primer Ministro había convocado con ia esperanza de apuntalar su debilitado régimen. La Conferencia redbió a Kropotkin con una ovación prolongada. En un breve discurso, Kropotkin insistió en la necesidad de renovar la ofensiva militar, convocando a toda la nación a actuar unida en defensa de Rusia 44. El «patriotismo» de Kropotkin continuó separándole de sus antiguos seguidores, por lo que llegó a encon­ trarse virtuaimetíte marginado dd nuevo movimiento anarquista ruso. Su £id discípula, María Korn, que induso le había apoyado en la cuestión de la guerra, se había quedado en Occidente a causa d d mal estado de salud de su madre45* Varlaam Cherkézov, que también compartía la postura «defensista» de Kropotkin, volvió a su Georgia natal, y ya no tuvo apenas contactos con su viejo compañero de Londres46. Orgiani, que había re­ gresado como Cherkézov, a su tierra natal, d Cáucaso, se había separado de su maestro cuando éste decidió apoyar a los Aliados, integrándose en d campo del anar­ cosindicalismo. El primer anarcosindicalista importante que llegó a Rusia procedente del exilio fue Maksim Raévskii, que regresó en mayo en el mismo barco que Trotski. Hijo de una próspera familia judía de Nezhin, uno de los pri­ meros centros dd movimiento anarquista en el sudoeste de Rusia, Raévskii (cuyo verdadero nombre era Físhelev) asistió al gimnáziia local, hasta que viajó a Alema­ nia para proseguir allí sus estudios universitarios. Al trasladarse a París, se hizo miembro del equipo editorial dd influyente periódico kropotkinísta Burevéstnik, parti­ cipando activamente en la polémica con los antisindica­

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listas y los terroristas «¡bezmotíniki» de ios grupos Chórnoe Znamia y Beznachálie. La I Guerra Mundial sor­ prendió a Raévskii en Nueva York, donde editaba el pe­ riódico sindicalista Golos Trudá, órgano semanal de la Unión de Trabajadores Rusos de Estados Unidos y Ca­ nadá, organización que contaba con unos 10,000 miem­ bros 47. Los colaboradores más capaces de Raévskii en el equi­ po editorial de Golos Trudá fueron V'ladímk (Bill) Shátov y Vsévolod Mijáilovitíh Eijenbaum, conocido en el seno dd movimiento como «Vdlin». Shátov era un hom­ bre de carácter afable que babía trabajado en América en multitud de profesiones (maquinista, estibador, im­ presor); y además de sus responsabilidades como miem­ bro dd equipo de Golos Trudá} mantenía una intensa actividad en la Unión de Trabajadores Rusos y en la IW W 48. Volin procedía de una familia de médicos de Vorónezh, en la región negra de la Rusia central. Su hermano menor, Borís Eijenbaum, llegaría a ser uno de los más distinguidos críticos literarios de Rusia. En 1905, mientras estudiaba deredho en la Universidad de San Petersburgo, Vdlin se afilió al partido Socialista Re­ volucionario, y fue deportado a Siberia por sus activida­ des radicales. Consiguió escapar a Occidente, y se pasó al anarquismo, bajo la influencia del círculo anarco-comunista de París que dirigía Kardin. Cuando estallaron las hostilidades en Europa, Volin se unió al Comité de Ac­ ción Internacional Contra la Guerra. Detenido por la policía francesa, consiguió escapar una vez más y llegó a los Estados Unidos en 1916, incorporándose a la Unión de Trabajadores Rusas y ailcanzando rápidamente un puesto en d equipo de Golos Trudá**. En 1917, con la ayuda de la Cruz Roja Anarquista 50, Shátov y Volin embarcaron para Rusia por la Ruta dd Pacífico, y llegaron en julio a Petrogrado. En cuanto se encontraron de nuevo con Raévskii, reeditaron Golos Trudá en la capital de Rusia. Al equipo se sumó aho­ ra Añeksandr («Sania») Shapiro, eminente anarcosindi­ calista que acababa de valver a su país desde Londres, tras unos 25 años de exilio. Víctor Serge, en sus céle­

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bres Memoires d’un révolutionnaire, describe correcta­ mente a Shapiro corno un hombre «de 'temperamento crítico y moderado» 51. Shapiro nació en Rostov del Don en 1882, hijo de un revolucionario que también sería miembro de la Federación Anarquista de Londres, Tras­ ladado de niño a Turquía, Sania asistió a la escuela francesa de Constantinapla, donde tuvo la buena suerte de ser educado en el conocimiento de cuatro idiomas (ruso, judío, francés y turco —más tarde llegaría a domi­ nar también el inglés y di ademán); a la edad de once años leía ya folletos de Kropotkin, Blisée Reclus y Jean Grave. A los dieciséis años entró en la Sorbona de París para estudiar biología, con el fin de hacer la carrera de medicina, pero se vio en seguida forzado a abandonar los estudios por falta de medias económicos. En 1900, Shapiro se unió a su padre en Londres y trabajó durante muchos años como íntimo colaborador de Kropotkin, Cherkézov y Rocker en la Federación Anarquista de Jubilee Street; fue elegido por di Congreso de Amsterdam de 1907 secretario del Bureau de la Internacional Anar­ quista, y más addlante sucedió a Rocker como secretario ddl Comité de Socorro de la Cruz Roja Anarquista 52. B1 miembro más joven ddl grupo de Golos Trudá, Grigorii Petróvich Maksímov, se convertiría con di tiem­ po en una de las figuras más respetadas del movimiento anarquista ruso e internacional. Nacido en 1893 en una aldea campesina cerca de Smdlensk, Maksímov asistió al seminario ortodoxo de la vieja capital medieval de Vladímir. Llegó a terminar sus estudios, pero cambió de opinión antes de entrar en di sacerdocio e ingresó en la Academia Agrícola de San Petersburgo. Durante sus es­ tudios leyó los trabajos de Bakunin y Kropotkin, y se convirtió a la causa anarquista. Tras graduarse como agró­ nomo en 1915, fue llamado a filas pata combatir en la guerra «imperialista», a la que éd se oponía violenta­ mente. Volvió a Petrogrado a comienzos de 1917, y tomó parte activa en las huelgas que derribaron al go­ bierno zarista. En agosto se unió a Golos Trudá, con­ virtiéndose en di colaborador más prolífico ddl perió­ dico 53.

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El primer número de Golas Trudá apareció en agosto 'de 1917, bajo la bandera de la Unión Analco-Sindicalista de Propaganda; establecida como contrapartida a la Fe­ deración Anarco-Cotmmista de Petrogrado. Durante el •verano, la Unión se dedicó a predicar el evangelio del sindicalismo entre los trabajadores de la capital. Golos Trudá publicó numerosos artículos sobre los syndicats franceses, las bourses du travail y la huelga general, y también colaboraciones de antiguos jlebovoltsy como Orgiani, de Georgia, y Vladímir Zabrézhnev, de Moscú (los dos habían colaborado anteriormente en el Golos Trudá de Nueva Y ork)54, así como d d que fue en otro tiempo «marxista legal», Vladímir Possé, que había es­ tado predicando d sindicalismo durante más de una dé­ cada (aunque sin d prefijo «anarquista»). La imprenta de Golos Trudá publicó las primeras ediciones rusas de importantes obras an arco-sindicalistas de autores euro­ peos 55. Volin, Shátov y Maksímov, a pesar de sus^ du­ ras responsabilidades editoriales, aún encontraran tiem­ po para organizar numerosas conferencias en fábricas, asociaciones obreras y concentraciones laborales que se realizaban en d Cirque Modeme 56. El objetivo principal dd grupo de Golos Trudá era «una revolución anti-estatista en sus métodos de lucha, sindicalista por su contenido económico, y federalista por sus tareas políticas», una revolución que sustituyese el Estado centralizado por una federación libre de «unio­ nes campesinas, uniones industriales, comités de fábrica, comisiones de control y sus equivalentes en todas las lo­ calidades dd país» 57. Aunque los soviets eran para los anarco-sindicalistas «la única forma posible de organiza­ ción no-partidista de la 'democracia revolado narra5», los únicos instrumentos que podían permitir k «descentrali­ zación y difuminación dd poder político» 58, la verdad es que ellos tenían depositadas todas sus esperanzas en los comités de fábrica a nivd local. Los comités de fábri­ ca, declaraba Golos Trudá, «asestarían d golpe mortal y definitivo al capitalismo»; y eran «la mejor forma de

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organización obrera de todos los tiempos..., las células de la futura sociedad socialista» 59. Los comités de fábrica surgieron en Rusia como un producto natural de la Revolución de Febrero; eran «su carne y su sangre», como los describió una organización laboral en la primavera de 1917 G0. En medio de las huel­ gas y manifestaciones de Petrogrado, los obreros salían reunirse en los talleres y comedores, en las bolsas .de trabajo y en las secciones de asistencia médica, con el fin de crear organismos locales que pudiesen represen­ tar sus intereses más vitales. Por toda la capital y bajo diversas denominaciones —comités de fábrica, comités de taller, consejos obreros, consejos de delegados— , se fueron organizando los comités de fábrica a los niveles de empresa y taller. En poco tiempo se encontraban funcionando en todos los centros industriales de la Rusia europea, apareciendo al principio en los esta­ blecimientos más grandes y extendiéndose poco después prácticamente a todos, con excepción de los que eran muy pequeños. Desde su aparición, los comités obreros no se limita­ ron simplemente a pedir salarios más altos y horarios más cortos, aunque estas reivindicaciones se encontra­ ban, por supuesto, en primera posición; lo que ellos querían, además de mejoras materiales, era una repre­ sentación en la dirección. B1 4 de marzo, por ejemplo, ■los trabajadores de la fábrica de calzado «Skorojod», de Petrogrado, exigieron de sus superiores un horario de ocho horas y un aumento de sueldo, que incluía una paga doble en caso de hacer horas extraordinarias; pero también exigieron el reconocimiento oficial del comité de fábrica y e'1 derecho a controlar los ritmos de trabajo y el sistema de contratación. En la Empresa Radíatelegráfica de Petrogrado se organizó un comité de fábrica con el objetivo explícito de «implantar las normas y reglamentaciones de la vida interna de la fábrica», mien­ tras se formaban otros comités para controlar expresa­ mente las actividades de los directores, ingenieros y ca­ pataces 61. De la noche a la mañana aparecieron formas incipientes dd «control obrero» de la producción y dis­ Avrich, 10

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tribución en las grandes empresas de Petrogrado, en es­ pecial en las plantas metalúrgicas estatales, dedicadas casi •en exclusiva' al esfuerzo de guerra y que empleaban qui­ zás a una cuarta parte de los obreros de la capital. La consigna de «control obrero» cuajó inmediatamente, ex­ tendiéndose de fábrica a fábrica, con la consiguiente consternación tanto del Gobierno Provisional — que di­ rigía diora las grandes empresas, precisamente donde los comités de fábrica estaban provocando la mayor conmo­ ción— , como de los empresarios particulares, que se da­ ban cuenta de la marea que se les venía encima. La consigna de «control obrero» no había nacido ni de los anarcosindicalistas, ni de los bolcheviques, ni de nin­ gún otro grupo radical. Había nacido más bien, como puntualizó un testigo menchevique, «de la tormenta re­ volucionaria» de manera tan espontánea como la de 'los mismos comités de fábrica 03. La filiación política te­ nía poco que ver con di impulso natural de los obreros a organizar comités locales, o a exigir una participación en la dirección de sus fábricas y talleres. Como el mo­ vimiento sindicalista revolucionario francés, los comités de fábrica eran una creación de trabajadores que perte­ necían a diversos partidos de izquierdas o que no tenían filiación. En poco tiempo, los obreros más militantes comenzaron a impacientarse con los socialistas modera­ dos que apoyaban el Gobierno Provisional y su política de mantenimiento de la guerra y de perpetuación del sis­ tema capitalista. Bl derrocamiento del régimen zarista en febrero había levantado las esperanzas de un cese inmediato de las hostilidades y de una regeneración de la sociedad, esperanzas que en abril y mayo se habían con­ vertido en una amarga desilusión. Mientras en 1905 los socia'ldemócratas ■— tanto mencheviques como bolchevi­ ques— habían sido suficientemente radicales como para agrupar a su alrededor a £odos los elementos de la dase obrera, ahora sólo anarquistas y bolcheviques proclama­ ban aquello que un sector creciente de la dase obrera estaba deseando oír: « ¡Abajo la guerra! ¡Abajo el Go­ bierno Provisional! ¡Control obrero de las empresas!» Si, como señalaba Lenin, di movimiento obrero de base

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en Rusia estaba m i veces más a la izquierda que los mencheviques y socialIstas- ya que Lemn, en vísperas d d levantamiento de octubre, había discutido su afirmación de que los tra­ bajadores no debían detenerse ante el simple control, sino confiscar sin más las fábricas: «La diave del asunto [había escrito Lenin en «¿Se mantendrán los bolchevi­ ques en d poder?»] no está en la confiscación de la propiedad capitalista, sino en un control obrero de ca­ rácter estatal y global sobre las capitalistas y quienes les apoyan. Si sólo se lleva a cabo la confiscación, no se conseguirá nada, parque ésta carece de elementos orga­ nizativos, de administración y de distribución por sí mis­ ma» 30. En este pasaje Lenin se limitaba a repetir lo que había didho poco antes de su vuelta a Rusia: que d control obrero implicaba d control de los soviets, y no «la ridicula transferencia de los ferrocarriles a los ferro­ viarios, o de las fábricas de cuero a los trabajadores del ramo», cosa que conduciría a la anarquía más que al socialismo 37. Si el programa presentado por los bolcheviques poco después d d golpe de octubre era demasiado suave para los anarco-comunistas, los anarcosindicalistas, sin em­ bargo, no tenían muchas cosas de qué quejarse. Es más, induso podían dar un respiro de alivio, porque d primer decreto sobre d control obrero, presentado por el mis­

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mo Lenin, tenía una fuerte influencia sindicalista. El proyecto, publicado el 3 de noviembre, preveía la in­ troducción del control obrero en todas las empresas que tuviesen más de cinco trabajadores, o con un volumen de negocios superior a los 10.000 rublos al año. A los comités de fábrica, en cuanto ejecutores del control, se les daba acceso a la supervisión de todos los informes, lo mismo que a los almacenes de material, instrumentos y producción. Es más, las decisiones dd comité iban a ser vinculantes para la administración S8. En su redacción definitiva, el decreto sobre el control obrero convertía a los comités de fábrica en los órganos de control de cada empresa, aunque debían responsabilizarse ante un conse­ jo local de control obrero, subordinado a su vez al Con­ sejo Pan-Ruso de Control Obrero 39. En la práctica, sin embargo, el poder real descansaba en cada comité de fá­ brica, que no hada demasiado caso de la nueva jerarquía establecida. El comité obrero, como informaba el Con­ sejo de Comités de Fábrica de Petrogrado al director de la Empresa Eléctrica de Ucrania, era «el jefe supremo de la factoría» 40. El resultado inmediato del decreto fue un fortaleci­ miento inusitado de un tipo de sindicalismo en el que los trabajadores, más que la maquinaria sindical, con­ trolaban a su gusto los medios de producción —un tipo de sindicalismo que conducía al caos total— . Antes de octubre, el control obrero, aunque extendido, había ad­ quirido, por lo general, una forma pasiva de simple observación; las confiscaciones o las intervenciones direc­ tas en la dirección fueron escasas, sobre todo si se las compara con las numerosas ocupaciones de tierras que lle­ varon a cabo los campesinos en las provincias negras. Pero una vez sancionado oficialmente, el control obrero se extendió rápidamente, tomando formas mucho más acti­ vas que antes. Muchos obreros estaban completamente convencidos de que el nuevo decreto colocaba en su poder los medios de producción, y durante los primeros meses que siguie­ ron a la revolución, la dase obrera rusa disfrutó de una estpecie de libertad ilimitada y de una sensación de poder

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única en su historia. Pero, al tiempo que aumentaba el número ele trabajadores que exigían sus derechos, el país se inclinaba progresivamente hacia el colapso. Lenin era, desde luego, consciente de que semejante decreto podía empeorar la ya caótica situación, pero decidió conceder prioridad táctica a fomentar la lealtad del bloque obrero, prometiéndoles la rápida consecución de su utopía. A finales de 1917, la dirección efectiva desaparecía casi completamente de la industria rusa41. Una delega­ ción sindical británica que visitó Rusia en 1924 infor­ maba, con el tono característico de los ingleses, que el control obrero de 1917 había tenido «muy malos efec­ tos sobre la producción». Los trabajadores, decía el in­ forme, se habían transformado en quince días en un «nuevo grupo de propietarios» 4%, Una observación similar hacía ya en 1918 un comentarista bolchevique: los obre­ ros, escribía, consideran los instrumentos y el equipo «como propiedad suya» 43. Los casos de robo y pillaje no eran extraños, W. H. Chamberíain cuenta la anécdota de un obrero al que le preguntaron: «¿Qué haría si fuese el director de la fábrica?» «Robaría cien rublos y me largaría», contestó 44. Algunos comités de fábrica envia­ ban por su cuenta «aprovisionadores» (tolkachí) a las provincias para conseguir combustibles y materia prima, a veces a precios altísimos. Y muchas veces se negaban a compartir los abastecimientos con otras empresas que los necesitaban más. Los comités locales subían los sala­ rios y los precios arbitrariamente, y en alguna ocasión colaboraban con los antiguos propietarios para restable­ cer el sistema de «primas» 45. Si bien la delegación sindical británica había informado escuetamente sobre «los malos efectos» del control obre­ ro, otro observador inglés, un periodista del Manchester Guardian, que viajó por Rusia en 1917 y 1918, iba a hacer un comentario más vivido: No es una exageración decir que durante los meses de noviem­ bre, diciembre y la mayor parte de enero, reinó, en las industrias del norte de Rusia, algo muy parecido a la anarquía... N o existía un plan industrial colectivo. Los comités de fábrica funcionaban sin dirección. Actuaban enteramente por su cuenta, tratando de

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resolver por sí mismos los problemas de la producción y distribu­ ción que parecían más acuciantes para el futuro inmediato y para cada localidad. Muchas veces se vendía la maquinaria para con­ seguir materia-prima, y las fábricas se convirtieron en una espe­ cie de comunas anarquistas..., en las que k s tendencias anarco­ sindicalistas imponían su desorden40.

Haciendo una concesión aún más reveladora, los fa­ mosos anarquistas ruso-americanos Emma Gotearan y Aleksandr Berkman, hicieron notar, en su visita a Petro­ grado en 1920 (habían sido expulsados de los Estados Unidos en diciembre de 1919), que la fábrica de tabaco Laferm trabajaba a un rendimiento muy aceptable, sólo «•gracias a que su antiguo dueño y director continuaba al frente de ella» i7. La anárquica situación de las fábricas esra como una marea negra, no sólo para los- industriales, sino también para muchos intelectuales y 'trabajadores. Los miembros de los sindicatos, tanto bolcheviques como mencheviques, exigían el control estatal de la industria. Portavoces sin­ dicales condenaban a los comités de fábrica por intentar abarcar todas las necesidades de funcionamiento de las empresas, por su «fanático patriotismo» con relación a «su propia madriguera» 48, y advertían que di «localismo» de los comités de fábrica podía llevar la economía na­ cional hasta una situación irremediable, que acabaría «en la misma díase de atomización que existía bajo el sistema capitalista» 49. «El control obrero», escribía un dirigente obrero bolchevique en efl. órgano de los metalúrgicos, «no es más que el intento anarquista de establecer el socia­ lismo en la empresa, .pero hoy por hoy está produciendo ó conflicto entre los mismos trabajadores, y que se nie­ guen combustible, metal, etc,, unos a otros» 50, De ma­ nera similar, la Unión de Impresores, que estaba domi­ nada por los mencheviques, despreciaba las «anárquicas ilusiones» de todos aquellos obreros no cualificados que no ven más a lá de las puertas de sus fábricas 51. Con frecuencia se acusaba a los anarco-síndicalistas de Golos Trudá de ser los responsables de toda esta «chapucería» (kustarnichestvo)t por su obstinado rechazo de cualquier autoridad centralizada, tanto económica como política52.

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Mientras los tradeunionistas atacaban el control obrero desde la derecha como una ilusión anarquista, los anarcocomunistas, desde la izquierda, lo denunciaban como un compromiso con el sistema capitalista, exigiendo la con­ fiscación directa de fábricas, minas, puertos y ferrocarri­ les por los obreros de base. Mientras subsistiese la es­ tructura capitalista, escribía Apolón Kardlin en Burevést­ nik (órgano de la Federación Anarquista de Petrogrado), di obrero continuaría siendo un obrero, y di jefe seguiría siendo di jefe; los pequeños cambios en el control del proceso productivo y alguna reducción en di horario de trabajo no alterarían las características fundamentales de la rdlación amo-esdlavo 53. Se necesitaban medidas más radicales, declaraba Burevéstnik. Era necesario destruir por completo di mundo burgués, e imponer un nuevo sistema de trabajo «verdaderamente enraizado en la li­ bertad y no en formas encubiertas de esclavitud» 5i. Se exhortaba a la clase obrera a izar la bandera negra del anarquismo y volver de nuevo a las barricadas contra el nuevo gobierno de «caníbales y antropófagos». «Desen­ mascarar la farsa de la Asamblea Constituyente, la inuti­ lidad del 'control sobre la producción1 y di carácter pe­ ligroso y dañino de la centralización estatal», exclamaba Burevéstnik, «y convocar a todos los oprimidos a la ver­ dadera Revolución Social» 55. Los rumores de descontento eran ya visibles en Ekaterinoslav, foco de la violencia anarquista, a comienzas de sigilo. En diciembre, ‘los anarco-comunistas ponían en circulación un manifiesto incen­ diario entre los trabajadores de la dudad: No os habéis sublevado para salvaguardar el bienestar de gentes que os son ajenas, ni con el fin de controlar una producción que no os pertenece, sino a vuestro enemigo -—el capitalismo— . ¿O es que acaso sois sus perros guardianes? ¡Toda la producción a lo obreros! ¡Abajo con el control socialista! ¡Abajo la Asamblea Constituyente! ¡Muerte a toda autoridad! ¡Abajo la propiedad privada! ¡Viva la Comuna Anarquista, la Paz, la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad! M

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Los bolcheviques, desde luego, no estaban dispuestas a consentir la confiscación sin más de las empresas, ni tampoco a tolerar el control obrero —incluso en esta for­ ma limitada de inspección y vigilancia— por un período indefinido. Lenin había legalizado el control obrero para consolidar di apoyo de la clase obrera a su régimen inse­ guro, pero no iba a permitir ahora que los obreros des­ truyesen por completo la economía rusa y su nuevo go­ bierno, en proceso de formación. Decidido a terminar con la «anarquía de la producción», comenzó a poner en práctica una serie de medidas cuyo objetivo era coiocar a los comités obreros bajo di control estatal, e imponer una autoridad centralizada en la industria. Como primer paso, Lenin creó, el 1 de diciembre, el Consejo Supremo de la Economía Nacional (Vesenjá), asignándole la misión de elaborar «un plan que regulase la vida económica del país» 57. El nuevo organismo ab­ sorbía al Consejo Pan-Ruso de Control Obrero y pla­ neaba una regulación general de la economía nacional. Aunque era imposible frenar la día sindicalista de la no­ che a la mañana — índuso el poder de control local de los comités obreros persistiría hasta el verano de 1918— , esto ya suponía un paso importante hacía la «estatización» (ogosudárstvlenie) de la autoridad económica, Pero antes de que fuese factible colocar el aparato eco­ nómico bajo las riendas gubernamentales, era necesario terminar con la indómita libertad que disfrutaban los trabajadores de la industria. Así es como se lanzó, en las fábricas y minas, la consigna oficial de «disciplina fé­ rrea» 58, y se transformó a los sindicatos, a los que Lenin había colocado hasta ese momento en lugar secundario en relación a los comités de fábrica, en los instrumentos apropiados para imponer el orden en eí caótico mundo proletario. Esta sería la misión de las uniones, como ya había profetizado antes un anarco-sindicalísta de Odessa (Petrovski): «engullir» a los comités de fábrica y con­ vertir di control obrero en control estatal59. En di Primer Congreso Pan-Ruso de los Sindicatos, que tuvo lugar en Petrogrado de1! 7 al 14 de junio, inmedia­ tamente después de la disolución de la Asamblea Cons­

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tituyente, se tomaron medidas decisivas para «estatizar» el movimiento obrero ruso. De los 416 delegados con voto, que representaban a unos 2.500.000 afiliados, los bolcheviques, con sus 273, ostentaban una gran mayoría, aun sin tener en cuenta los 21 delegados de la izquierda socialista-revolucionaria que les apoyaban. Los menche­ viques contaban con 66 delegados, y los anarco-sindicalistas —que siempre habían despreciado las uniones en favor de los comités de fábrica— no tenían más que seis 60. El resto estaba integrado por 10 delegados so­ cialistas-revolucionarios de derecha, seis maximalistas y 34 trabajadores sin filiación política 01, Los debates dél Congreso se centraron en el carácter de la Revolución rusa. En un largo discurso, Xuli Mártov explicó el punto de vista menchevique: Rusia se encon­ traba en la etapa «democrático burguesa» de la revolu­ ción, y faltaban los «requisitos fundamentales para la consecución del socialismo» 62. Su colega Cherevanin vol­ vió sobre este mismo tema en una sesión posterior del Congreso. Rusia, dijo, era un país atrasado, «y los países más atrasados, desde el punto de vista marxista, son los que se encuentran en peores condiciones para pasar a!l socialismo». En este sentido, como en tantos otros pro­ blemas, su partido y los anarco-sindicalistas mantenían «criterios díametralmente opuestos» G3. B1 conocido inte­ lectual marxista D. B. Riazánov, aunque se había pasado recientemente ai campo bolchevique, estuvo de acuerdo en este punto con los oradores mencheviques. La derecha y el centro de la sala recibieron con aplausos su conclu­ sión de que «aún no contamos con las condiciones ne­ cesarias para construir el socialismo». Al fin y al cabo, él socialismo no podría alcanzarse «de la noche a la mañana», dijo Riazánov, recordando una frase de Lenin en El Estado y la, Revolución 64. Los mencheviques apoyaron a los bolcheviques cuando llegó él momento de criticar a los anarquistas por sus precipitados esfuerzos para imponer la sociedad sin Es­ tado, Su presión en favor d d «federalismo industrial» en este momento, declaró et sindicalista bolchevique Lozovski, no era más que una «idílica» búsqueda ddt «pá­

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jaro de >la felicidad»; una visión realista de la situación actual de las fábricas indicaba claramente que lo que Ru­ sia necesitaba, era «la centralización del control obrero» de acuerdo con las necesidades establecidas por un plan general65. Un delegado menchevique deploró él hecho de que la «ola anarquista», bajo la forma de comités de fábrica y control obrero, «estuviese aún influyendo sobre el mo­ vimiento obrero ruso» fJG. Uniéndose a estos argumentos, Riazánov aconsejó a los comités de fábrica que «se suici­ dasen», previa conversión en «elementos integrantes» de la estructura sindicalG7. La media docena de delegados ananco-sindicalistas lu­ charon a la desesperada para mantener la autonomía de los comités. Era «absurdo», dijo Maksímov, pretender que Rusia se encontraba en di estadio burgués ddl des­ arrollo revolucionario. Gracias a los comités de fábrica, tanto el capitalismo como la autocracia habían sido «aga­ rrados por di cuéllo». La revolución estaba «despejando el camino hada la consecución del objetivo final, en el que el proletariado 'será completamente libre y habrán desaparecido los sufrimientos y la desigualdad». Maksí­ mov dedlaró que él y sus compañeras anarco-sindicalistas eran «mejores marxístas» que los mencheviques o los bolcheviques —declaración que provocó un gran revuelo en la sala 68. Maksímov aludía, sin duda, al llamamiento de Marx en favor de la liberación de los trabajadores por sí mismas, y de una revolución permanente que culminase en la saciedad libertaria, al estilo de la Comuna de París. La excitación del Congreso alcanzó su punto culminan­ te cuando BU Shátov calificó a las sindicatos de «corsés vivientes», y urgió ü la dase dbrera «a organizarse a nivel local e imponer una nueva Rusia libre, sin Dios, ni zar, ni jefes sindicales» 09. Cuando Riazánov protestó contra los insultas de Shátov a los sindicatos, Maksímov salió en defensa de su camarada, rechazando las objeciones de Riazánov como las de un intelectual de cuello blanco que no había trabajado jamás, que no sabía lo que era

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sudar ni sentir la vida realmente 70. Otro delegado anarco-sindicalista recordó a la concurrencia que «no eran sollo los intelectuales los que habían hecho la revolución, sino también las masas»; por lo tanto, era una exigen­ cia inexcusable «escuchar la voz de la!s masas trabajado­ ras, la voz de la base...» 71 Pero los bolcheviques pensaban que ya había pasado di momento de escuchar la destructiva voz de la base, y que era hora de alinearse con los que proponían d con­ trol estatal de la industria, un plan económico centrali­ zado y la reorganización estatal de los sindicatos. Du­ rante la primavera y d verano, cuando d objetivo de Lenin era derribar d Gobierno Provisional, había su­ mado sus fuerzas con las de los anarquistas —en especial con los anarco-síndicalistas— en apoyo de los comités de fábrica y d d control obrero. Aíhora que había asegurado la revolución bolchevique, se imponía dejar de lado las fuerzas de la destrucción por las de la centralización y d orden, poniéndose de parte de los sindicalistas parti­ darios dd control estatal. En consecuencia, d Primer Congreso de los Sindicatos, con su abrumadora mayoría bolchevique, votó por la transformación de los comités de fábrica en órganos sindicales primarios72. La dirección bolchevique, sin embargo, se distanció de los sindi­ calistas que exigían la «neutralidad» sindical, es decir, que las uniones permaneciesen independientes del go­ bierno. La neutralidad sindical fue calificada de «idea» burguesa, de una anomalía en un Estado obrero 73. Con la «estatización» de los sindicatos y la transfor­ mación de los comités de fábrica en células sindicales (aunque al principio sólo sobre d papd), los comités se convirtieron en «instituciones del Estado», como deseaba Lenin 74. Más addante, d Congreso insistió en que d control obrero no debía entenderse como «el poder lo­ cal de los obreros sobre las empresas», sino que era una medida «indisolublemente vinculada al sistema general de ordenación» que funcionaba bajo las directrices del plan económico. La «centralización del control obrero» era la tarea fundamental de los sindicatos 75. Dejando caer a los comités obreros en las fauces d d aparato sin­

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dical, se estaba provocando, efectivamente, como había propuesto Riazánov, su suicidio. Así fue como se hizo realidad la •temible profecía de Petrovski de que los co­ mités de fábrica acabarían siendo «engullidos» por los sindicatos. Pese a estar descorazonados por todos estos reveses, los anarquistas no se consideraron derrotados ni abando­ naron su lucha en favor de la Edad de Oro. Por el contrario, su acusación de que los bolcheviques no eran más que una casta de intelectuales egoístas que habían traicionado ¡a las masas, sonó más alta que nunca. Los anarquistas continuaron insistiendo en que eran las masas quienes habían hecho realidad la revolución, en primer lugar (como dijo Laptev en el Congreso de los Sindica­ tos), y que los bolcheviques se habían encaramado en la cresta de la marea espontánea para hacerse con el poder. Este era d grito de protesta de los idealistas frustra­ dos, que temían que la sociedad justa se Ies escapase de las manos. Una protesta que contenía una parte indu­ dable de verdad. La hazaña bolchevique no reside en la realización de la revolución, sino en su habilidad para frenarla y orientarla por los canales comunistas o, como iba a escribir Maksímov veinte años más tarde, en ajus­ tarla al «lecho de Procusto» dd marxismo La extra­ ordinaria realización de los bolcheviques reside en su capacidad para reprimir d impulso elemental de las ma­ sas rusas hacia una utopía caótica.

7.

Los anarquistas y di régimen bolchevique

Mientras los hombres miran el cielo, imaginando la felicidad ultraterrena o te­ miendo al infierno después de su muerte, sus ojos no ven cuáles son sus derechos como hombres. G e r r a e d W in s t a n l e y

Desde sus orígenes, al doblar él siglo, él movimiento anarquista ruso —si se puede llamar «movimiento» a un fenómeno tan -desorganizado— estuvo plagado por agrias disputas y controversias internas sobre problemas de doctrina y de táctica. Fueron vanos todos los esfuer­ zos pata alcanzar la unidad. Probablemente esto era inevitable, teniendo en cuenta que los anarquistas eran por naturaleza obstinadamente hostiles a toda disciplina organizativa, y parecían destinados a esa eterna atomiza­ ción de individuos y grupos enteramente diversos entre sí — sindicalistas y terroristas, pacifistas y militantes, idea­ listas y aventureros. La lucha de facciones -había contribuido poderosamen­ te al dedive del anarquismo ruso en los años posteriores a la Revolución de 1905, y casi llegó a asestar el coup de gráce al movimiento durante la guerra. En 1918, sin embargo, mudhos dirigentes anarquistas estaban comple­ tamente decididas a soslayar las disputas del pasado y, aunque conscientes de los formidables obstáculos que la unidad planteaba al credo anarquista, parecían más dispuestos que nunca a colocar a un lado las diferencias 175

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y hacer frente común tras la bandera del comunismo li­ bertario. Este ambicioso propósito se vio fortalecido por ed rápido crecimiento de las federaciones anarquistas en casi todas las grandes ciudades de Rusia, desde Odessa a Vladivostok, Si la colaboración era posible a nivel lo­ cal, ¿por qué no iba a seáo también a escaíla nacional? En julio de 1917 se dio di primer paso hacia la uni­ ficación, cuando se estableció una Oficina de Información Anarquista con di fin de convocar una Conferencia PanRusa. A finales de este mes, se reunieron en Járkov re­ presentantes de una docena de ciudades, que se dedica­ ron durante cinco días a discutir cuestiones cruciales, como di papdl ddl anarquismo en los comités de fábrica y los sindicatos, y los medios para convertir la guerra «imperialista» en una revolución social a escala mundial. Antes de separarse, los delegados asignaron a la Oficina de Información di objetivo de preparar un Congreso Pan-Ruso \ Para medir la fuerza dd movimiento y determinar el grado de interés que podía tener una reunión de este tipo, la Oficina de Información envió unos cuestiona­ rios a las organizaciones anarquistas de todo el país. To­ das las respuestas que llegaron en seguida a Járkov refle­ jaban un apoyo aplastante a la iniciativa del congreso y a que se llevase a cabo lo antes posible. Cada respuesta incluía una breve descripción de los círculos anarquistas en cada zona particular, la extensión de sus actividades y, en algunos casos, una lista de sus publicaciones 2. De esta forma podía obtenerse una valiosa visión de con­ junto del movimiento. En la mayoría de las localidades, los grupos anarquistas se dividían en tres dases: anarcocomunistas, anarcosindicalistas y anarquistas individua­ listas. Los anarquistas de las ciudades más pequeñas no establecían muchas veces una diara distinción entre anarco-comunismo y anarco-sdndicalis'mo, ya que las corrien­ tes a veces se coaligaban en una sola federación anar­ quista o de anarco-comunistas-sindicañistas. Aquí y allá aparecían los grupos tolstoyanos que predicaban la no violenda cristiana, y aunque no tenían muchos vínculos con la corriente revdlucionaráa, su impacto moral sobre

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d movimiento era considerable. Los individualistas, por su parte, eran a veces pacíficos, y en otras ocasiones, par­ tidarios de la violencia, pero todos ellos repudiaban las comunas territoriales de los anarco-comunistas, y las or­ ganizaciones obreras de los anarcosindicalistas; sólo los individuos no organizados, creían ellos, estaban a salvo de la coerción y la opresión, y eran capaces de permane­ cer fieles a los ideales del anarquismo; tomando, sus planteamientos de Stimer y Nietzsdhe, exaltaban el yo y la voluntad individual, exhibiendo, en algunos casos, un estilo aristocrático de pensamiento y de acción 3. El anarquismo individualista atrajo a una serie de artistas e intelectuales bohemios y, ocasionalmente, a bandidos solitarios. Su búsqueda obsesiva de la libertad individual pura se reducía a veces a un tipo de solipsismo filosófico, o tomaba d modelo más activo d d heroísmo revoluciona­ rio, en d que la muerte era d medio final de autoafirmadón, la escapada final frente al sistema opresivo de la sociedad organizada 4. A finales de 1917 y comienzos efe 1918, las publicacio­ nes anarquistas anunciaban la inminenda del Congreso de Todas las Rusias 5; pero volvieron a resurgir las per­ niciosas divisiones intestinas d d movimiento, y la reunión nunca llegó a realizarse. El encuentro más importante ■fue una Conferencia de Anarquistas de la Cuenca del Donets, que se reunió en Járkov d 25 de diciembre de 1917, y posteriormente el 14 de febrero en la ciudad de Ekaterinodav. La Conferencia fundó d semanario Golos Anarjista (La Voz Anarquista), y digió un Comi­ té de Anarquistas de la Cuenca del Donets, que estuvo organizando conferencias y charlas de destacadas figuras como luda Rosdhin, luda Rogdáev y Piotr Arshínov Posteriormente, los anarquistas edebraron dos Conferen­ cias Pan-Rusas en Moscú y una Conferencia Pan-Rusa del Anarco-Comunismo, en la misma dudad; pero lo que nunca llegó a realizarse fue un congreso nacional que abar­ case a las tendendas mayoritarias del movimiento. La Federación de Petrogrado de Grupos Anarquistas, que agrupaba a diversos círculos y clubs anarco-comunis-

Avrich, 12

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tas de la capital y sus alrededores, fue la organización urbana más importante que apareció en Rusia en 1917. En noviembre, siete meses después de su fundación, su órgano diario (Burevéstnik) superaba 'los 25.000 lectores, principalmente dd distrito de Vyborg, Kronstadt y los suburbios obreros de Obújovo y Kólpino 7. Siguiendo la política de Komtnuna y Svobódnaia Kommuna, Burevést­ nik exhortaba a los que no tenían casa a ocupar las re­ sidencias particulares8 y hacía llamamientos en favor de la expropiación de la propiedad privada en general. (Bléijman, escribiendo con di seudónimo de N. Sólntsev, fue un infatigable defensor de la confiscación de las casas y fábricas.) Sus directores jamás dejaron a un lado el llamamiento a la «revolución soda1!», ni siquiera cuando los bolcheviques se hicieron con et poder; en efecto, la Comuna de París, alternativa ideal en otra ocasión al régimen deíl Gobierno Provisional, se convertía en la respuesta que Burevéstnik daba ahora a la dictadura de Lenin. Se instigaba a los trabajadores de Petrogrado a «rechazar las palabras, las órdenes y los decretos de los comisarios», y a crear su propia comuna libertaria si­ guiendo el modelo de 18719. Coruno menor desprecio rechazaba también d periódico el «fetichismo parlamen­ tario» de los kadetes (los demócratas constitucionalistas), socialistas-revolucionarios y mencheviques10, por lo que recibió con júbilo la disolución de la Asamblea Cons­ tituyente en enero de 1918, como un gran paso hacia el milenio anarquista11. En la Federación de Petrogrado había dos grupos que, dirigidos por hombres de temperamento muy dife­ rente, ejercían una poderosa influencia sobre el resto y monopolizaban prácticamente las páginas de Burevéstnik, El primero estaba encabezado por Apollón Andréevich Karelin (que usaba generalmente el nombre de Kochegárov en sus escritos), un intelectual que destacaba por su humanismo y erudición, «un espléndido anciano», como le describió Víctor Serge 12. Su cara barbuda y sus gafas recordaban d carácter benevolente y sabio del príncipe Kropotkin. Uno de sus compañeros, Iván Jarjardin, le comparaba a un «patriarca bíblico» 13.

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Karelin había nacido en San Petersburgo en 1863, y era hijo de un artista de linaje aristocrático y de una directora de colegio emparentada con el novelista y poeta Lérmontov. De niño fue trasladado a Nizhnii Nóvgorod y fue allí donde realizó sus primeros estudios. En 1881, cuando Alejandro II fue asesinado por la 'Voluntad del Pueblo’, Karelin, que en ese momento tenía dieciocho años, fue detenido por participar en el movimiento estu­ diantil radical y enviado a la fortaleza de San Pedro y San Pablo en Petersburgo. Fue puesto en libertad cu-ando sus padres pidieron clemencia, y se le permitió estudiar derecho en la Universidad de Kazán. Sin embargo, una vez más se unió a un círculo populista entregándose a actividades propagandistas de carácter ilegal que le con­ dujeron a largos períodos de «prisión y exilio, exilio y prisión», según las palabras de uno de sus futuros dis­ cípulos 14. En 1905, Karelin se escapó de Siberia y pasó en París los doce años que separaron las dos revolucionéis rusas. Allí formó un círculo anarquista de exiliados rusos, conocido como la Hermandad de Comunistas Libres, que se dedicó a publicar literatura anarquista, organizó con­ ferencias y seminarios y atrajo a un considerable número de seguidores (entre los que se encontraba el futuro líder anarcosindicalista, Volin). Al volver a Petrogrado en agosto de 1917, Katdlin conquistó en seguida una am­ plia influencia sobre los anarco-comiinis tas de la capital15. Kardlin dedicó principalmente sus energías a escribir con rigor, aunque no de forma muy original, sobre cues­ tiones políticas y económicas. Con estilo conciso y bien templado, analizó la oposición de los anareo-comunis tas contra la tesis del control obrero16, y escribió numerosos artículos y folletos atacando al gobierno parlamentario17. Kardlin dio conferencias en los dubs obreros sobre tema-s como «La ordenación de la vida de los explotados en una sociedad sin autoridad ni parlamento» 18. Un folleto que había escrito en Londres el año 1912 sobre la cuestión agraria (siguiendo de cerca la tesis de Kropotkin sobre las comunas territoriales), aún tenía numerosos lectores, a modo de informe sucinto de la posición de los anarcocomunistas sobre el tem a19. El primer paso, según Kare-

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lin, era distribuir la tierra a los que eran capaces de tra­ bajarla. Esta posición aparecía también en el programa sobre la tierra'de los socialistas-revolucionarios, asumido por Lenin en noviembre de 1917, cuando puso las tie­ rras de la Iglesia, la nobleza y la corona bajo el control de los comités campesinos. B1 decreto bolchevique de febrero de 1918 nacionalizando la tierra chocaba, sin embargo, con los objetivos finales previstos por Karelin: una federación de comunas, en la que el concepto de propiedad —tanto privada como estataÜ— sería abolido, y sus miembros vivirían de acuerdo con sus necesidades. Mientras Kardlin heredaba la tradición moderada del grupo Jleb i Volia de Kropotkin, los líderes de la otra facción influyente dentro de la Federación de Petrogrado, los hermanos A. L. y V. L. Gordin, eran los sucesores de los ultrarradicales beznachdtsy. No es en absoluto casual que eligieran el título de Beznacbálie para un efí­ mero periódico que publicaron en 1917; tanto en su estilo como en su temperamento, los Gordin eran los descen­ dientes directos de Bidbéi y Rostóvsev, exponentes de la vertiente pasionall d d anarquismo procedente de Bakunin, Los ensayos superficiales, pero fascinantes, que publicaban estaban caracterizados por un grado de anti-intdeotua'lismo superior induso a las diatribas de sus precursores, Véase, por ejemplo, la siguiente prodama impresa con letras enormes en la página frontal de Burevéstnik, a co­ mienzos de 1918: ¡ I l e t r a d o s , d e s t r u id e s a r e p u g n a n t e c u l ­ QUE DIVIDE A LOS HOMBRES EN «IGNORAN­ T E S » E «IN ST R U ID O S»! TRATAN DE MANTENEROS EN LA OSCURIDAD. D e MANTENER VUESTROS OJOS CERRADOS. Y EN ESTA OSCURIDAD, EN LA OSCURI­ DAD DE LA NOCHE CULTURAL, OS HAN SAQUEA­ DO 20.

tura

Apenas transcurría un solo día sin que los hermanos Gordin lanzasen manifestaciones semejantes. Su oposidón a la cultura europea contemporánea era tan inagotable como su propia capacidad productiva. Los neologismos

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que aparecían en sus folletos y artículos eran una mues­ tra d d nuevo lenguaje que (planeaban construir de cara al nuevo mundo del futuro postburgués. El 'carácter com­ pulsivo de todo su trabajo concede cierto crédito a la cáustica observación de un intelectual marxista contem­ poráneo según la cual los Gordin padecían un caso extre­ mo de «grafomanía» 21. Aun así, sus poemas y manifiestos se leen de forma absorbente, y, en medio de su prolijidad, no dejan de aparecer rasgos de ingenio y agudeza. En 1917, los hermanos Gordin fundaron una sociedad de anarco-comunistas que llamaron la 'Unión de los Cinco Oprimidos’ (Soiuz Piati Ugnetiónnyj), con ramas en Pe­ trogrado y Moscú. Los «cinco oprimidos» hacían refe­ rencia a aquellas categorías humanas que soportaban el yugo más violento de la civilización ocddental: el «obre­ ro-vagabundo», k s minorías nacionales, las mujeres, la juventud y la personalidad individual. Cinco instituciones básicas — el Estado, el capitalismo, el colonialismo, la escuela y la familia— , eran las responsables de sus sufri­ mientos. Los Gordin desarrollaron una filosofía que ellos llamaban «Pananarquismo», y que ofrecía cinco remedios contra las cinco instítudones venenosas que atormentaban a los cinco elementos oprimidos de la sociedad moderna. Los remedios contra el Estado y el capitalismo eran, sim­ plemente, la sociedad sin Estado y el comunismo; para los tres restantes instrumentos de opresión, sin embargo, los antídotos eran más novedosos; «universalismo» (eliminadón universal de las persecuciones nacionales), «gineantropísmo» (emancipación y humanización de la mu­ jer), y «pedismo» (liberación de los jóvenes de «la garra de la educación esclavizante»)22. El anti-infólectuailismo se encuentra en di mismo cora­ zón del credo Pananarquista. Copiando una página de Bakunin, los hermanos Gordin centraban sus críticas sobre d carácter del aprendizaje libresco, el «arma diabólica» medíante la cual la minoría ilustrada domina a las masas iletradas, y aplicaban la cuchilla de GcMiam’ a todas las teorías a priori y abstracciones escolásticas, en especial a k religión y a la dencia. La religión era «di fruto de la fantasía» y k ciencia «di fruto de la inteíligenda»;

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ambas eran invenciones míticas dd cerebro humano: «El dominio del cielo y el dominio de la naturaleza — ángeles, espíritus, demonios, moléculas, átomos, éter, las leyes del Dios-Cielo y las leyes de la Naturaleza, las fuerzas, la influencia de un cuerpo sobre otro— , todo esto está in­ ventado, formado, creado por la sociedad» 2S. Los Gordin deseaban liberar d espíritu creador dd hombre de los grilletes dd dogma. Para ellos, la ciencia —por la que entendían todo sistema raciona!, lo mismo las ciencias naturales que las ciencias sociales— era la nueva religión de la dase media. Y d mayor fraude de todos era la teoría d d máteriatismo dialéctico de Marx. «E l marxis­ mo», declaraban, «es d nuevo cristianismo científico, dirigido a conquistar d mundo de la burguesía embaucan­ do a!I pueblo, a'l proletariado, de la misma forma que había hecho d cristianismo con el mundo feudal»z*. Marx y Engds eran «los brujos de la maigia negra del socialismo científico» 25. A pesar de la progresiva amenaza que suponía el mar­ xismo, los hermanos Gordin se mostraban optimistas ante d porvenir. «Los dioses de Europa están a punto de morir», escribían, víctimas dd «cfhoque entre dos culturas». La rdigión y la ciencia, marginadas y debilita­ das, estaban en retirada ante las nuevas y vigorosas fuer­ zas dd trabajo y la tecnología. «La cultura europea está pereciendo, la rdigión y la ciencia están desapareciendo de la faz de la tierra, y la Anarquía y la Técnica termi­ narán imponiendo su ley» 2f!. Convencidos de la esterili­ dad dd sistema de aprendizaje a través de los libros, uti­ lizado por las clases dirigentes para dominar a las masas oprimidas, los Gordin aconsejaban a las madres de fami­ lia que dejasen de enviar a sus hijos a la iglesia o a la universidad. Pronto haría su aparición un nuevo sistema educativo, que emanciparía a los niños de todo d mundo de los «señoritos (beloruchestvo), de la lastimosa intdectuailización y la deshumanización criminad» 27. Los chicos y chicas ya no se verían obligados a estudiar en los libros las «leyes sociaíles y naturales, sino que recibirían una educación «pantécnica», centrada en el desarrollo de la capacidad creadora y las aptitudes prácticas, en la cualí-

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ftcadón técnica y el poder muscular, antes que en el poder del razonamiento abstracto. La gran tarea que se planteaba, declaraban los Gordin, no era teorizar sino crear, no sólo soñar la utopía con la mente, sino cons­ truirla con nuestras manos. Y esta era la misión de los cinco oprimidos. «La liberación de los oprimidos es la tarea de ellos mismos» 28. En marzo de 1918, mando los bolcheviques traslada­ ron su gobierno de la vulnerable «ventana sobre Oc­ cidente» de Pedro el Grande al interior de la selva del viejo Moscú, los dirigentes anarquistas de Petrogrado no perdieron un so1!o instante en trasladar también su cuartel general a la nueva capital. Moscú, convertido ahora en el foco principal de la revolución, vino a ser rápidamente el centro del movimiento anarquista. Los anarco-sindicalistas empezaron a publicar inmediatamente Golos Trudá en Moscú, y el órgano anarco-comunista, Burevéstnik, que siguió apareciendo en Moscú durante varios meses (hasta su desaparición en mayo), fue susti­ tuido en seguida por Anárjiia (Anarquía), periódico diario de la Federación de Moscú de Grupos Anarquistas. En poco tiempo, la Federación de Moscú había sustituido a la de Petrogrado como la principal organización an? reocomunista del país. Fundada en marzo de 1917, la Federación de Moscú tenía su cuartel general en el viejo Club Mercantil, con­ fiscado por una banda anarquista en vísperas de la Revo­ lución de Febrero, y rebautizado con el nombre de «Casa de la Anarquía». Al lado de la mayoría anarco-comunisia de sus miembros, en la Federación había también algunos sindicalistas e individualistas desperdigados. Entre sus miembros más destacados, en la primavera de 1918, es­ taban, además de Apollón Karelin y los hermanes Gordin (que se habían trasladado a Moscú desde Petrogrado), Germán Askárov, el agudo polemista contra el sindica­ lismo durante los años posteriores a la Revolución de 1905 que, bajo d nombre de Oskar Burrit. había editado en el exilio el periódico Anarjist; Alekséi Borovói, profe­ sor de filosofía de la Universidad de Moscú, destacado

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orador y autor de numerosos libros, folletos y artículos que intentaban reconciliar él individualismo con las doc­ trinas sindicalistas 29; Vladímir Báranash, cualificado agro* nomo y destacado participante en d movimiento anar­ quista de Moscú durante la revuelta de 1905, que se había hecho famoso al herir a un procurador del distrito en 1906, y escapar dos años más tarde de la prisión Taganka de Moscú 30; y Lev Ghórnyi (P. D. Turdhanínov), conocido poeta, hijo de un coronel del ejército y que patrocinaba un tipo de anarco-individualismo cono­ cido como «asociacionismo anarquista», doctrina derivada principalmente de S.tirner y Ndetzsche, que convocaba la libre asociación de los individuos libres51. Ghórnyi era el secretario de la Federación y Askárov di principal edi­ tor de su órgano, Anárjüa. La Federación concentraba casi todos sus esfuerzos en la laibor propagandística entre los trabajadores más pobres de Moscú. Apollón Karelin y Abba Gordin dirigían animados debates con los obre­ ros de los distritos industriales de Presnia, Lefórtovo, Sokólníki y Zamoskvoréohie. En gran medida, la Fede­ ración había abandonado las actividades ilegales y las «ex», a excepción de la confiscación de las casas particu­ lares, de 'la que Lev Ghórnyi era un defensor especial­ mente vociferante. Durante los primeros meses de 1918, los anarquistas de Moscú y de otras ciudades mantuvieron su actitud crítica contra el gobierno soviético. Desde la Revolución de Octubre los agravios habían ido creciendo con rapi­ dez: la creación ddl Consejo de Comisarios ddl Pueblo (Sovnarkom), la «nacionalista» Declaración de los Dere­ chos de los Pueblos de Rusia, la formación de la Gbeka, la nacionalización de los bancos y de la tierra, di someti­ miento de los comités de fábrica — en fin, la imposi­ ción de una «comisariocracia (kotnissaroderzháviev), la úlcera de nuestro tiempo», como la describía agriamente la Asociación Anarco-Comunista de Járkov 32. Según un panfleto anarquista anónimo de esta época, la concentra­ ción de toda la autoridad en manos dél Sovnarkom, la Gheka y la Vesenjá (Consejo Supremo de Economía), había eliminado todas las esperanzas de una Rusia libre:

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«Día a día y paso a paso, di bolchevismo está demostran­ do que el poder estatal posee características inaliena­ bles; se puede cambiar la etiqueta, la «teoría», los servidores, pero continúa siendo básicamente poder y des­ potismo bajo una nueva forma» 3\ Les anarco-comunistas de Ekaterinoslav recordaban el mensaje de la Internatio­ nale, según el cual fuera d d pueblo no había salvadores, «ni Dios, ni Zares, ni tribunos», y exhortaba a las masas a emprender su propia liberación, acabando con la dicta­ dura bolchevique e imponiendo una nueva sociedad «basada en la igualdad y di trabajo libre» 34, Asimismo, en la ciudad siberiana de Tomsk, los anarquistas llama­ ban a la expulsión de la nueva «jerarquía» de tiranos rusos, y a la organización «desde la base» de una socie­ dad sin Estado35. « jPueblo trabajador! », proclamaba un periódico anatco-comunista de Vladivostok, « [No con­ fiéis más que en vosotros y en vuestras fuerzas organiza­ das! » 36 Igualmente violenta fue la reacción de los anarco­ sindicalistas frente ail nuevo régimen. En él grupo de Golos Trudá, Volin condenaba a los bolcheviques por la «estatizadón de la industria» 37, y Maksímov iba aún más lejos, declarando que ya no era posible, en conciencia, apoyar a tos soviets. La consigna «todo el poder á los soviets», explicaba, aunque nunca había resultado total­ mente aceptable para los anarquistas, fue antes de la insurrección de octubre un llamamiento «progresivo» a la acción; en ese momento, los boltiheviques, frente a los «defensistas» y «oportunistas» que infectaban el campo socialista, constituían una fuerza revolucionaria. Pero des­ de el golpe de octubre, continuaba Maksímov, Lenin y su partido habían abandonado su papel revolucionario para convertirse en jefes políticos, transformando a su vez los soviets en los depositarios ddl poder estatal. Mientras los soviets no fuesen más que él véhículo de la autoridad, todos los anarquistas, concluía, estaban obligados a com­ batidos 38. La ola detractora de los anarquistas alcanzó un nivel sin precedentes en febrero de 1918, cuando los bolche­ viques reanudaron las negociaciones de paz con los ale­

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manes en Brest-Litovsk. Los anarquistas se unieron a los demás «intemacionalistas» de la izquierda —socialistasrevdlucionarios de izquierda, mencheviques intemaciona­ listas, comunistas de izquierda— , para protestar contra cualquier clase de avenencia con él «imperialismo» ger­ mánico. A la opinión de Lenin de que esl Ejército Ruso se encontraba exhausto y no podía seguir combatiendo, los anarquistas contestaban que, en cualquier caso, los ejércitos profesionales eran estériles, y que la defensa de la revolución correspondía ahora a las masas organizadas en destacamentos guerrilleros. En una reunión del Comité Ejecutivo del Soviet Central el 23 de febrero, Aleksandr Ge, líder de la fracción anarco-comunista, argumentó vehementemente contra la firma de un tratado de paz: «Los anarco-eomunistas proclaman el terror y la lucha guerrillera en los dos frentes. Es mejor morir por la revolución social mundial que vivir gracias a un acuerdo con el imperialismo alemán» 30. Tanto los anarco-comunistas ‘ corno los anarco-sindicalistas explicaban que las bandas de guerrilleros, organizadas espontáneamente en cada localidad, agotarían y desmoralizarían ai invasor, acabando finalmente con él, de la misma manera que se había destruido ú ejército de Napoleón en 1812. A fina­ les de febrero, Volin, de Golos Trudá, diseñaba su estra­ tegia en vividos términos: «La tarea principal es mante­ nerse. Resistir. No rendirse. Luchar. Extender sin pausa la situación de guerra de guerrillas, aquí, allí y por todas partes. Avanzar. O a'l retroceder, destruir. Atormentar, agotar, cebarse sobre el enemigo» 40. Pero los llamamien­ tos de Volin y Ge cayeron en. oídos sordos; eíl 3 de marzo la delegación bolchevique firmaba el tratado de BrestLitovsk. Los términos del tratado eran induso más duros de lo que los anarquistas habían temido. Rusia cedía a Alema­ nia más de una cuarta parte de su tierra cultivable y del total de su población, y las tres cuartas partes de su producción de hierro y acero. Lenin insistía en que el acuerdo, aunque severo, les concedía un momento, abso­ lutamente necesatio, de respiro, que capacitaría a su par­ tido para consolidar e impulsar la revolución. Para los

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ultrajados anarquistas, sin embargo, el acuerdo era una capitulación humillante ante las fuerzas reaccionarías, una traición a la revolución mundial. Era incluso, dijeron, haciéndose eco de la misma descripción de Lenin, una «paz obscena» 41. Pagar tan inconmensurable precio en territorio, población y recursos, declaraba Volin, era un acto «vergonzoso» 42. Aleksandr Ge y sus compañeros anarquistas (catorce en total) votaron en contra el 14 de marzo, cuando di Cuarto Congreso de los Soviets decidió ratificar el tratado 43. La disputa sobre el tratado de Brest-Litovsk puso de manifiesto la progresiva ruptura entre los anarquistas y el partido bolchevique. Su matrimonio de conveniencias había cumplido el propósito propuesto con el derroca­ miento del Gobierno Provisional en octubre de 1917. En la primavera de 1918, la mayoría de los anarquistas estaban lo suficientemente desilusionados con Lenin co­ mo para plantearse la ruptura total, mientras los bolche­ viques, por su parte, empezaban a pensar en la supre­ sión de sus antiguos aliados, de los que ya no se tenía necesidad, y cuyas incesantes críticas eran un estorbo que el nuevo régimen no tenía por qué tolerar. Además, los anarquistas, aparte de sus irritantes ataques verbales, comenzaban a presentar un peligro más tangible. En par­ te como preparación para la guerra de guerrillas contra los alemanes, y en parte para frustrar las maniobras hos­ tiles del gobierno soviético, los clubs locales de la Fede­ ración Anarquista de Moscú habían estado organizando destacamentos de «Guardias Negros» (la bandera negra era el símbolo anarquista), armándoles con rifles, pistolas y granadas. Desde su cuartel general en la Casa de la Anarquía, los líderes de la Federación trataban de impo­ ner cierta disciplina sobre los Guardias Negros y limitar las actividades de los dlulbs locales a la distribución de propaganda y la «confiscación» de residencias particula­ res. Pero se trataba de una tarea imposible; una. vez ar­ mados, algunos grupos o individuos aislados sucumbían a la tentación de extender las «expropiaciones», a veces con agresiones y violencia, y todo ello en nombre de la Federación. El 16 de marzo, h Federación se vio obliga­

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da a publicar un comunicado repudiando las «ex» co­ metidas bajo su bandera: «La Federación de Moscú de Grupos Anarquistas», proclamaba la página primera de Anárjiidj «declara que no apoya las ocupaciones que buscan, normalmente, la ganancia y beneficio personales, y que tomará todas ias medidas que sean necesarias para combatir semejantes manifestaciones d d espíritu bur­ gués»44. Al día siguiente, admitiendo tácitamente que algunos miembros de los Guatdias Negros eran respon­ sables de actividades fuera de la ley, Anárjiia prohibía a todos los Guardias el tomar parte en ninguna opera­ ción sin una orden firmada por tres miembros del con­ sejo centra! de la Guardia Negra y a menos que fuesen acompañados por un miembro ddl consejo43. Tras la obstinada campaña anarquista contra el tratado de Brest-Litovsk, la formación de los guardias armados y sus incursiones clandestinas se convirtieron en la gota que desborda d vaso. La dirección boldhevique decidió actuar. El 9 de abril se encontraron con d pretexto ade­ cuado, cuando una banda de anarquistas de Moscú robó un automóvil perteneciente al Corond Raymond Robins, representante de la Cruz Roja Americana y entusiasta contacto con d gobierno de los Estados Unidos46. Al­ gunos bolcheviques, como admitió Trotski, eran reti­ centes ante la supresión de los anarquistas, que habían ayudado «en nuestra hora revolucionaria» 47. A pesar de todo, en la noche dd 11 a! 12 de abril, destacamentos armados de la Oheka asaltaban veintiséis centros anar­ quistas de la capital!. La mayoría de los anarquistas se rindieron sin ofrecer resistencia, pero en d Monasterio Donskói y en la misma Casa de la Anarquía, la Guardia Negra ofreció una fuerte resistencia. En la lucha cayeron una docena de agentes de la Oheka, unos cuarenta anar­ quistas resultaron muertos o heridos, y más de quinien­ tos fueron hedhos prisioneros48. Anárjiia fue cerrado temporalmente por el gobierno. Pero desde Petrogrado, sin embargo, Burevéstnik de­ nunciaba furiosamente a los bolcheviques por pasarse al campo de «los generales de las Centurias Negras», y '«de la burguesía contrarrevolucionaria»: «Sois unos Caínes

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que asesináis a vuestros hermanos. Unos Judas, unos traidores, Lenin ha levantado su trono de octubre so­ bre nuestras costillas y ahora pretende conseguir un momento de respiro sobre nuestros cadáveres, sobre los cadáveres de los anarquistas. Decís que los anarquistas han sido suprimidos, pero esto no es más que nuestro 3-6 de Julio. Aún está por venir nuestro Octubre» 43. Cuando Aleksandr Ge presentó una protesta ante el Co­ mité Central Ejecutivo de los Soviets, sus colegas bol­ cheviques le aseguraron que sólo querían acabar con ele­ mentos criminales, y no con auténticos anarquistas «ideo­ lógicos» (ideinye) 50. Poco después, la Gheka hacía una redada similar en Petrogrado — deteniendo a Bléíjman, entre otros, a pesar de su condición de miembro del So­ viet de Petrogrado— , y extendía su acción asimismo a las provincias51. En mayo cerraba Burevéstnik, Anárjiia, Golos Trudá, y otros destacados periódicos anarquistas, la mayoría de ellos con oarácter permanente. Poco tiempo duró el respiro que Lenin ganó en BrestLitovsk. Hacía d verano, el gobierno bolchevique se encontraba enfrentado a una ducha a vida o muerte con sus enemigos, tanto en ed exterior como en d interior, y se derrumbaban por completo todas las apariencias de ley y orden que habían subsistido tras las dos revolucio­ nes de 1917. El terrorismo volvía a levantar cabeza por todo el territorio ruso. Los eseritas radicales lanzaban una violenta campaña de asesinatos contra los funciona­ rios estatales, igual que habían hecho en la época de Ni­ colás II (hasta ahora, los anarquistas, en cambio, habían empleado normalmente sus bombas y pistolas en objeti­ vos más modestos —policías, jueces de distrito, cosacos, oficiales d d ejército, empresarios, guardianes). En junio de 1918, un terrorista so'cia'lista-revolucíonario asesinaba a Vdodarskii, miembro de la dirección bolchevique en Petrogrado. El mes siguiente dos eseritas de izquierda asesinaron al Embajador alemán, el Conde Mirbach, con la esperanza de provocar nuevamente d estallido de la guerra. A finales de agosto, Moiséi Uritskii, jefe de la Gheka de Petrogrado, caía bajo las balas de los eseritas,

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y una joven socialista-revolucionaria de Moscú, llamada Fanya («Dora») Kaplán, disparaba sobre el mismo Lenin, hiriéndole gravemente. El atentado contra la vida ele Lenin era, para algunos anarquistas, similar al asesinato dd reaccionario Ministro del Interior, Viachesiav Pieve, en 1904 5“: Kaplán, señalaban con solidaridad y simpa­ tía, quería «acabar con Lenin antes de que éste acabase con la Revolución» 53. También los anarquistas volvieron, de nuevo, a sus fórmulas terroristas. Aparecieron pequeñas bandas deses­ peradas de chornoznámentsy y beznachaltsy que actuaban con nombres como «Huracán» y «Muerte» 54, y que te­ nían fuertes reminiscencias de los Cuervos Negros y Hal­ cones de la década anterior. De la misma forma que en los años posteriores al levantamiento de 1905, la tierra del sur fue especialmente fértil para la germinación de la violencia anarquista. Un círculo fanático de Járkov, co­ nocido como los anarco-fu turistas, unificaba los fantasmas de Bidbéi y Rostóvtsev, proclamando « ¡Muerte a la civi­ lización mundial! », y urgiendo a las masas oscuras a em­ puñar sus hachas y destruir todo lo que tuviesen alre­ dedor 55. Los anarquistas de Rostov, Ekaterinoslav y Briansk irrumpieron en las cárcdes de la ciudad y libe­ raron a los presos 5C. Violentos manifestantes incitaban al populacho a sublevarse contra sus nuevos amos. La Fe­ deración anarquista de Briansk lanzó d siguiente lla­ mamiento: iP u e b l o , en p i e ! SOCIAL-VAMPIROS OS ESTÁN CHUPANDO LA sa n g r e! jL o S QUE PROCLAMABAN AL PRINCIPIO LIBERTAD, FRATERNIDAD E IGUALDAD DESATAN AHORA LA MAS TERRIBLE VIOLENCIA! S e EJECUTA A LOS PRISIONEROS SIN JUICIO NI IN­ VESTIGACIÓN, E INCLUSO AL MARGEN DE SUS TRIBUNALES «REVOLUCIONARIOS » . . . LO S BOLCHEVIQUES S E HAN HECHO MONÁRQUICOS. . . j P u e b l o ! La b o t a d e l o s g e n d a r m e s a p l a s t a TODOS TUS MEJORES SENTIMIENTOS Y D E S E O S ...

¡Los

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H a n t e r m in a d o c o n l a l i b e r t a d d e p a l a b r a , c o n LA LIBERTAD DE PRENSA, CON LA LIBERTAD DE DOMICILIO. SÓLO HAY SANGRE POR TODAS PA RTES, SUFRIMIENTOS, LAGRIMAS, VIO LEN CIA ... E l l o s so n l o s q u e pr o v o ca n e l h a m br e pa r a COMBATIROS M EJO R... ¡P u e b l o , e n p i e ! {D e s t r u id a l o s p a r á s it o s q u e o s a t o r m e n t a n ! [D e s t r u i d a t o d o s v u e s t r o s o p r e s o r e s ! C r e a d v u e s t r a p r o p ia f e l ic id a d p o r v o s o t r o s m is m o s . .. N o c o n f ié is e n n a d ie . . . [P u e b l o , e n p i e ! ¡C r e e m o s l a a n a r q u í a y l a c o m u n a ! 57

Fue en él sur donde, siguiendo la tradición de 1905, proliferaron los «destacamentos de combate anarquis­ tas». Su propósito deliberado era destruir a todos los posibles contrarrevolucionarios, tanto rusos «blancos», bolcheviques, nacionalistas ucranianos, como tropas ale­ manas, que se introducían para aplicar lo pactado en Brest-Litovsk. El Destacamento Guerrillero del Mar Ne­ gro, en Simferopol, y el Destacamento M. A. Bakunin, en Ekaterinoslav, lanzaron una canción sobre la nueva «era de dinamita» que barrería a los opresores de todas las clases: j Amado es para nosotros el legado de Ravachol Y el último llamamiento de Henry Por la bandera de la «Comuna y la Libertad» Estamos dispuestos a entregar nuestras vidas! iAbajo el repicar de campanas de las iglesias! ¡Nosotros haremos sonar otra clase de alarma Con la explosión y el rugido de la tierra Así surgirá nuestra armonía! 65

Lo cierto es que las bandas anarquistas del sur inau­ guraron un período tumultuoso de explosiones y «ex­ propiaciones», aunque no siempre el desinterés revolu­ cionario era la causa de su arriesgada actividad terro­ rista. En los dos años siguientes, también Moscú padeció

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una oleada de violencia anarquista. Según Víctor Serge, los Guardias Negros que habían sobrevivido a la Cheka pensaban en la posibilidad, durante d verano de 1918, de lanzarse a una ocupación armada de la capital, pero Alekséi Borovói y Daníil Novomírskkii les hicieron aban­ donar esa ideañ9. Muchos de ellos, sin embargo, se refugiaron en la clandestinidad para escapar a la persecu­ ción bolchevique. Lev Ghórnyi, Secretario de la Federa­ ción Anarquista de Moscú, participó en la constitución de un grupo dandestino en 1918, y al año siguiente se unió a una organización llamada 'Anarquistas Clandesti­ nos’ (Anarjisty Podpolia), fundada por Kazimir Kovatévich, miembro d d Sindicato de Ferroviarios de Moscú, V por un anarquista ucraniano cuyo nombre era Piotr Sóbolev. A-unque radicada en la capital, la organización de Anarquistas Clandestinos estableció sus contactos con los destacamentos de combate d d sur. A finales de 19X9, publicaron dos números de un panfleto incendiario, al que denominaron Anárjiia (que no hay que confundir con d órgano de la Federación de Moscú, cerrado por d gobierno el año anterior); en el primer número de­ nunciaban la dictadura bolchevique como la peor tira­ nía de la historia humana. «Nunca ha existido una se­ paración tan profunda entre opresores y oprimidos como la que existe en estos momentos», decía eo. Poco antes de la publicación de esta frase, los Anarquistas Clandestinos asestaban d golpe más duro contra los «opresores». El 25 de septiembre, en compañía de un grupo de socialis tas-revolucionarios de izquierda (ambos grupos esta­ ban animados por ios mismos propósitos de venganza por la detención de sus camaradas), dinamitaban d cuar­ tel genera! del Comité de Moscú del Partido Comunista, en e'1 callejón Leóntiev, cuando sus miembros se encon­ traban en sesión plenaria. La explosión causó la muerte de 12 personas d d Comité e hirió a 55 más, entre ellos Nikotlái Bujarin, d eminente teórico bolchevique y di­ rector de Pravda, Emelián Iaroslavskii, autor posterior­ mente de una breve historia d d anarquismo ruso, y Iu. M. Sreklov, director de Izvéstiia y futuro biógrafo de Bakunin01. Entusiasmados por su éxito, los Anarquistas

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Clandestinos proclamaron triunfalmente que el golpe era 'la primera seña! de una «era de dinamita», que sólo terminaría cuando hubiese sido completamente destruido el nuevo despotismo 82. Pero su exaltación duró poco. La explosión, aunque desaprobada por los más conocidos líderes anarquistas, provocó una ola de detenciones masivas, y fueron los Anarquistas Clandestinos quienes se convirtieron en di principal objetivo de la cacería. Un grupo de éstos se hizo saltar por los aires en di interior de una dacha «re­ quisada», cuando sus dirigentes, Kovalévkii y Sóbolev, cayeron bajo las bailas de k policía 03. La Cheka orga­ nizó una amplia red represiva contra los delitos políti­ cos, sometiendo a mudaos de éstos a tribunales suma­ rios compuestas de tres personas. Para los anarquistas, que comparaban a los agentes de la Gheka con los «ver­ dugos» de Stdlypin, era evidente el paralelo que existía entre estos tribunales y los tribunales militares que se crearon tras la Revolución de 1905 64. Los portavoces bolcheviques sostenían que, para salvar la revolución de los peligros que la acechaban, era imprescindible ter­ minar con toda dase de oposición violenta. Y los anar­ quistas, insistían, no eran detenidos por sus creencias, sino por actividades delictivas. «No perseguimos a los anarquistas ideológicas», aseguraba Lenin a Aleksandr Berkman unos meses después d d bombardeo del calle­ jón Leóntiev, «pero no estamos dispuestos a tolerar la resistencia asmada o la agitación de este tipo» 60, Por desgrada para los anarquistas «ideológicas», la Cheka no se molestaba en someter a sus prisioneras a una prueba de catecismo de la doctrina anarquista antes de conde­ narles a cualquier pena. Con la llamarada de terrorismo en 1918, volvió a plan­ tearse el viejo debate sobre la eficacia de la acción vio­ lenta entre sindicalistas y terroristas. El joven sindica­ lista Maksímov, con una mezda de exasperación y des­ precio, condenaba enérgicamente a los anarco-comunistas por volver a utilizar las tácticas desacreditadas del asesi­ nato y la «expropiación». El terrorismo, argumentaba, no Avrích, 1}

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era más que una distorsión brutal de los principios anar­ quistas, una pérdida de energías revolucionarias que en ningún caso' eliminaba la injusticia social. Al mismo tiempo, Maksímov se burlaba de los sedentarios «Manílov» que abundaban en el campo ana-rco-comunista (Manílov es un terrateniente soñador en Las almas muer­ tas, de Gógol), visionarios románticos que languidecían en busca de uítopismos pastoriles, completamente al mar­ gen de la complejidad de las fuerzas del trabajo en el mundo moderno. Había que dejar de soñar con la Edad de Oro; había llegado d momento de «organizarse y actuar! » 00 Al mismo tiempo que se publicaban los ataques de Maksímov, él y sus compañeros ya habían empezado a actuar en este sentido. A finales de agosto de 1918, los anarcosindicalistas tuvieron en Moscú su Primera Con*‘ ferencia Pan-Rusa, cuyo objetivo era d de organizar sus fuerzas y adoptar una plataforma común. Los delegados atacaron a la dictadura bolchevique en todos los frentes, y aprobaron un bloque de resoluciones en las que se con­ denaba la política de Lenin, así como d programa eco­ nómico. En al aspecto político, los sindicalistas pedían que d Sovnarkom fuese abolido y reemplazado inmedia­ tamente por una federación de «soviets libres», elegidos •directamente en las fábricas y localidades, sin «políticos que se introducen a través de las listas de los partidos y convierten {a los soviets) en tribunas de charlatanes» 67. Más addante, aunque en la Conferencia se apoyó la lucha militar contra los Bancos, se hacía un llamamiento para armar a los obreros y campesinos para sustituir al ejér­ cito existente. Las resoluciones sobre los problemas económicos su­ ponían un rechazo total dd programa bolchevique del «comunismo de guerra». Para los anarcosindicalistas, la política agrícola d d nuevo régimen conduciría a un nue­ vo «esdlavizamietito» d d campesinado por parte de los kulaks y dd estado. Para evitar esta tendencia era nece­ sario hacer un reparto igualitario de la tierra y formar, de forma gradual, comunas campesinas autónomas. Exi­ gían también d cese inmediato de las requisas de grano

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que practicaba el Estado, proponiendo que fuesen las or­ ganizaciones obrero-campesinas las que se encargasen de k distribución de los alimentos. En la industria, los sin­ dicalistas acusaban ail gobierno de traicionar a la clase obrera, ail suprimir ed control obrero e implantar en su lugar medidas desviacionistas bajo la influencia del capi­ talismo como la dirección individua!, la disciplina ddl trabajo, y la utilización de técnicos e ingenieros «bur­ gueses». Al abandonar los comités de fábrica — «di hijo favorito de la gran revolución proletaria»— por «organi­ zaciones muertas» como los sindicatos, al sustituir la de­ mocracia industrial por los decretos y las alfombras ro­ jas, la dirección bolchevique no estaba sino creando un «capitalismo de estado» monstruoso, una especie de behemoth burocrático, al que grotescamente se califica­ ba de «socialismo». Sólo mediante una «revolución ra­ dical» de k s masas se pondría fin a los grandes males que se presentaban hermanados, k dictadura política y el «capitalismo de estado» 68. Uno de los temas principales de la crítica anarquista hacia el régimen soviético fue, precisamente, la acusación de que los bolcheviques estaban imponiendo un «capita­ lismo de estado», en vez del socialismo proletario. En abril de 1918, Lenin admitía que el caos económico de Rusia le había obligado a abandonar «los principios de la Comuna de París», que le habían servido como líneas maestras en sus Tesis de Abril y en El Estado y la Revo­ lución 69. Al desprenderse de estos principios sacrosan­ tos, sostenían ios anarquistas, Lenin había sacrificado la autonomía de la dase dbrera en el altar del poder centralizado; había disfrazado con nuevos ropajes el viejo sistema de explotación. Bajo la dominación bolche­ vique, declaraba el órgano de la Federación Anarquista de Briansk, el Estado ruso se ha convertido «en una es­ pecie de máquina asombrosa, una red poderosísima que adtúa como los jueces, resuelve los problemas de las es­ cuelas y hace salchichas, construye casas y recolecta los impuestos, dirige a la policía y cocina la sopa, extrae carbón y permite que los hombres agonicen en k s cár­ celes, organiza tropas y remienda los vestidos...» 70

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La crítica más penetrante ddl «capitalismo de estado» apareció en el nuevo periódico sindicalista, Vólnyi Golos Trudá (La Voz Líbre ddl Trabajo), aparecido en agosto de 1918 (a la vez que la Primera Conferencia Anarco­ sindicalista) como sustituto ddl dausurado Golos Trudá. Los directores ddl periódico — Grigorii Maksímov, M. Chekerés (Nikolái Dolenko), y Efim Xardhuk— repre­ sentaban a la izquierda dd anarco-sindicalismo; eran hombres de carácter militante, cuya filosofía represen­ taba una mezcla de bakuninismo y sindicalismo revolu­ cionario, continuadora de la tradición del Grupo AnarcoSindicalista de Novomírsldi, en el sur de Rusia, en el período de 1905. B1 ataque contra di «capitalismo de estado» apareció en Vólnyi Golos Trudá en un largo artículo titulado «Caminos de la Revolución», firmado por un tal «M, Sergven». Se sospecha —a juzgar por di tono y di con­ tenido— que su autor fue Maksímov. El artículo co­ menzaba con un duro ataque contra la «dictadura ddl proletariado», que Lenin y sus compañeros decían haber establecido tras di derrocamiento ddl Gobierno Provisio­ nal. La Revolución Bolchevique, afirmaba el autor, no había hecho más que sustituir di capitalismo privado por di capitalismo estatal; un gran propietario había ocupado el lugar de los pequeños. Gracias a «un sistema burocrá­ tico absoluto y una nueva moralidad ‘estatizada’», el go­ bierno soviético había esclavizado nuevamente a las cla­ ses trabajadoras. Los campesinos y obreros industriales se encontraban ahora bajo la bota de «una nueva dase de administradores —una nueva dase que había nacido básicamente de las entrañas de la intelectualidad». Lo ocurrido en Rusia, continuaba di artículo, recordaba a las primeras revoluciones de la Europa occidental: aún no habían conseguido liberarse los agricultores y artesa­ nos de Inglaterra y Francia de la aristocracia terratenien­ te opresora cuando entraba en escena la dase media, im­ poniendo una nueva estructura de díase, en cuya cúspide se colocaba ella misma; de forma similar, los privilegios y la autoridad que una vez compartieron la aristocracia y burguesías rusas pasaban ahora a manos de una nueva

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dase dominante, formada por funcionarios dd partido, burócratas dd. gobierno y especialistas técnicos. En este punto, d autor de «Los caminos de la Revo­ lución» se apartaba, de forma digna de destacar, de las condenas habituales a los bolcheviques como traidores a la clase obrera. Lenin y sus seguidores, escribía Sergven, no eran necesariamente unos cínicos de sangre fría que habían preparado maquiavélicamente la imposición de una nueva estructura de dase con anterioridad, para satisfacer sus afanes de poder. Incluso era muy proba­ ble que también ellos estuviesen seriamente preocupados por d sufrimiento humano, Es más, añadía dolorido, tam­ bién podían encontrarse las más nobles intenciones para introducir un poder centralizado. La centralización de k autoridad produce, inexorablemente, la división de la sociedad en administradores y trabajadores. No puede su­ ceder de otra manera; la dirección presupone responsa­ bilidad, lo que, a su vez, implica derechos y privilegios especiales. Cualquier posibilidad de una vida digna e igualitaria queda destruida en cuanto se separan las fun­ ciones del trabajo y de la dirección, y se asignan las pri­ meras a las masas desamparadas, y las segundas a una minoría de «expertos». Bajo la orientación centralizadora de Lenin y su par­ tido, terminaba el artículo, Rusia había entrado, más que en d socialismo propiamente dicho, en un período de capitalismo estatal. Bl capitalismo de estado era « d nue­ vo dique de contención de la marea revolucionaria». Y los que pensaban que la dase obrera era suficientemente amplia y poderosa como para arramblar con d nuevo di­ que, no se daban cuenta de que la nueva dase de admi­ nistradores y funcionarios constituían un oponente aún más poderoso. En el momento de la revolución, lamen­ taba Sergven, los anarco-sindicalistas — que, al contrario que los marxistas, creían realmente que la liberación de la clase obrera era una tarea de los mismos trabajado­ res— estaban (demasiado malí organizados como para im­ pedir que la rebdión se desviase por canales no-socialis­ tas y no-libertarios. El pueblo ruso comenzó la revolu­ ción espontáneamente, sin órdenes de ninguna autoridad

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centrad. Eli pueblo hizo migas el poder político y espar­ ció esas migas por todo el inmenso país. Pero esas mis­ mas migas dispersas dél poder envenenaron a los soviets y comités locales. La di-osa «Dictadura» apareció nueva­ mente en la forma de los Ispolkom y Sovnarkom, y la revolución, sin darse cuenta de qué se trataba, la acogió calurosamente en su seno. Así es como la Revolución rusa había quedado Moqueada en los brazos del poder centralizado, que estaba acabando con sus últimos alien­ tos 71. Los anarquistas utilizaron la expresión «capitalismo estatal» para señalar la perniciosa concentración de po­ der político y económico en manos del gobierno bolche­ vique; con ello se quería señalar que el Estado {es decir» di partido bofehevique asistido por miles de burócratas) haibía ocupado d puesto de explotador y jefe que antes detentaban los empresarios privados. Sin embargo, el término «capitalismo», que, según su definición norma!, es aplicable a un sisítema económico cáracterizado por la propiedad privada, la ley dd beneficio, d mercado libre, etcétera, tenía esca-so sentido al aplicarlo a la situación de Rusia. Merece la pena destacar que, en un.-segundo artículo del mismo número de Vólnyi Galos Trudá, se describía al sistema soviético como una forma de «co­ munismo de estado» —es decir, un comunismo centra­ lizado impuesto desde arriba, distinto del comunismo anarquista, organizado libremente desde abajo sobre la base de una auténtica igualdad. El autor, uno de los líde­ res dd sindicato de panaderos de Moscú llamado Nikolái Pávlov, exigía que las fábricas y la tierra pasasen inmediatametne bajo el control de una federación flexible de «ciudades libres» y «comunas libres». Los anarquis­ tas, seguraba, se oponían enérgicamente a la autoridad centralizada de cualquier tipo 72, B1 gobierno de Lenin recibiría ambos epítetos — «'capitalismo estatal» y «co­ munismo de estado»— con un desagrado difícilmente sorprendente. Inmediatamente después de la aparición de estos dos artículos fue clausurado Vólnyi Golos Trudá. Durante su breve existencia, Vólnyi Golos Trudá in­ sistió constantemente en la urgencia de una reforma

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organizativa del movimiento sindicalista. Más concreta­ mente, di periódico hizo un llamamiento para la cons­ titución de una Confederación Anarco-Sindicalista de Toda Rusia, capaz de reorientar la Revolución rusa en las vías de la descentralización 7S. Sus llamamientos co­ menzaron en seguida a recoger sus frutos. La cuestión organizativa figuró en di primer punto del día en la Se­ gunda Conferencia anarcosindicalista, que tuvo lugar a finales de noviembre de 1918 en Moscú. Los delegados apoyaron la propuesta de crear una confederación ¡a esca­ la nacional, recomendando también el reforzamiento de los vínculos existentes con grupos anarquistas extranje­ ros. La Conferencia decidió incrementar Ía propaganda sindicalista entre los obreros industriales, con el tema de la «descentralización» política y económica como eje fundamental de toda la agitación. Aunque se admitía que no era posible abolir el Estado «boy o mañana», lo que sí querían era sustituir d Leviatban bolchevique por una «confederación de soviets libres», que podrían ser­ vir de puente bacía la sociedad sin Estado del futuro. En di sector económico, la Conferencia exigió la «expropia­ ción general de todos los propietarios, incluyendo el Es­ tado», seguida de la «sindícalización» de la producción industriall74. Tras aprobar la propuesta de Vólnyi Golos Trudá de una Confederación Rusa de Anarco-SindicaAistas, la Con­ ferencia dligíó a los dos editores del difunto periódico, Grigorii Maksímov y Efkn lardhuk, como secretario y tesorero del Comité Ejecutivo encargado de organizar la Confederación. Sin embargo, se puede decir muy poco de la Confederación Anaico-Sindícalísta, salvo que dis­ frutó de una existencia al menos nominal después de la Conferencia de noviembre. Parece que el Comité Ejecu­ tivo no tuvo muciho éxito en la coordinación de las acti­ vidades de los clubs y círculos en que se organizaba el movimiento sindicalista, o en la ampliación del número de militantes y de su grado de influencia en los comités de fábrica y en los sindicados. Tarapoco el Comité Ejecu­ tivo consiguió hacer progresos en las relaciones con los anarco-comunistas. A comienzos de 1919, un puñado de

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prominentes anarquistas de ambas raimas del movimien­ to (entre los más notables estaban Nikolái Pávflov y Sergéi Markus, por la parte sindicalista, y Vladímir Barmasfa, Gemían Askárov, e I. S. Bléijman, de los anarcocomunistas), promovieron un débil intento de unifica­ ción fundando ;la Unión de Anarco-Síndicaílistas-Comunistas de Moscú. Pero, como todos sus precedentes, tam­ bién este intento fracasó. H único logro de la Unión de Moscú fue 4a publicación de un nuevo periódico lla­ mado Trud i Volia (Trabajo y Libertad), que atacó al ré­ gimen bolchevique por «estatizar la personalidad hu­ mana» y lanzó llamamientos a la acción directa «para destruir todos los sistemas autoritarios y burocráticos» 73. En mayo de 1919, como era xle prever, Trud i Volia fue clausurado tras la aparición de su sexto número., La agudización de la Guerra Civil cb 1918-21 colocó a los anarquistas ante d. dilema de ayudar o no a los bdldhseviques en su ludha encarnizada contra los Blancos. Libertarios fervientes, los anarquistas consideraban com­ pletamente condenable la política represiva del gobierno soviético; pero la perspectiva de una victoria Blanca resultaba aún peor. Cualquier oposición al régimen de Lenin, en esos momentos, podía indinar la balanza en favor de los contrarrevolucionarios; y por otra parte, el aipoyo activo, e indküso una benevolente neutralidad, po­ dían reforzar a los bdltíheviques lo suficiente como para que no fuese posible echados más adelante. ■Los duros debates que (provocó este dilema sirvieron para aumentar las grietas internas d d campo anarquista. Inmediatamente, surgieron una infinidad de criterios, desde los que preconizaban la resistencia activa contra los bolcheviques hasta los que defendían una afanosa colaboración, pasando por los que .pedían una simple neutralidad. Incluso algunos anarquistas decidieron unir­ se al partido comunista. Finalmente, la gran mayoría de los anarquistas apoyó en alguna medida al régimen en apuros. La mayor parte de los anareo-síndieaílistas cola­ boró abiertamente, y los que continuaron criticando la «dictadura del proletariado» (en especial, los sindicalis­

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tas de izquierda de Vólnyi Golos Trudá), desistieron de toda resistencia activa, posponiendo su «tercera revo­ lución» íiasta la derrota de unos enemigos que eran considerados mucho peores. Incluso entre las filas anarcocomunistais se produjo un movimiento de apoyo mayoritario al partido de Lenin. Sin embargo, en esta rama era más importante di número de disidentes. Un gran segmento de ellas mantuvo una neutralidad crítica y más bien malevolente, e induso unos pocos grupos anarcocotmunistas, a pesar de las circunstancias, se negarían a conceder ningún cuartdl a los bolcheviques, lanzando vehementes llamamientos (como hizo la Federación de Briansk) para el inmediato derrocamiento de los «vam­ piros soviéticos», o (como en di caso de los Anarquistas Clandestinos) iniciando una campaña terrorista contra los funcionarios ddl partido. Estos militantes anarco-comunistas atacaron con toda ferocidad a sus «renegados» colegas — a los «anarquis­ tas soviéticos», como les apodaron— , que habían su­ cumbido al ablandamiento de los «pseudo-comunista's». Los mayores ataques fueron contra los anarcosindica­ listas que, según sus detractores, siempre habían creído «en principio y fundamentalmente en d centralismo», y que ahora revelaban sin ninguna vergüenza sus verda­ deros colores de «dhaqudteros más que de revoluciona­ rios. .. que aceptaban los carnets d d partido bolchevique a cambio de unas migajas en la mesa estatal» 70. Para sus críticos, estos anarquistas, lo mismo que los que se consideraban a sí mismos como «realistas», en contraste con los «soñadores utópicos» que obstinadamente se ne­ gaban a colaborar con el Estado, no eran más que Judas « anarco-burócratas», traidores a la causa de Bakunin y Kroípotkin. «El anarquismo», proclamaban los irrecon­ ciliables, «ddbe ser purgado de esta agüilla bolchevique en que lo están convirtiendo los enarco-bolcheviques y los anarcosindicalistas» 77. El mismo Lenin estaba tan impresionado por d celo y el coraje de los «anarco-soviéticos» que, en agosto de 1919, en plena Guerra Civil, se sintió obligado a decla­ rar que muchos anarquistas estaban «convirtiéndose en

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los soportes más abnegados dd poder soviético» 78. En este sentido, Bilí Shátov fue uno de los casos más desta­ cados. Durante toda la Guerra Civilí, Shátov sirvió ai gobierno de Lenin con la misma energía que había utili­ zado en la época en que fue miembro dd Comité Mili­ tar Revolucionario durante la insurrección de octubre. Como oficial dd Décimo Ejército Rojo en d otoño de 1919, jugó un importante papd en la defensa de Petro­ grado contra el avance de ludénidh 79. En 1920 fue lla­ mado a Ohitá por Aleksandr Krasnosohókov, un radical con proclividades anarquistas, para convertirse en Mi­ nistro de Transporte de la República d d Lejano Orien­ te 80. Varios años más tarde volvería nuevamente al Este, esta vez para supervisar la construcción d d Ferrocarril Turkestán-Siberia 81. Hostigado frecuentemente como «anarco-boldtaevique» y «anarco-soviético» 82, Shátov intentó justificar su posi­ ción a Aleksandr Berkman y Emrna Goldman, poco des­ pués de que éstos llegaran a Rusia en enero de 1920: «Ahora tengo que decirles que el actual Estado comunis­ ta es exactamente lo que nosotros, los anarquistas, había­ mos previsto que sería — un fortísimo poder central re­ forzado todavía más por los pdigros que acechaban a la Revolución. En esas condiciones, uno no puede hacer lo que quiere. No se puede tomar d tren y partir sin más, corno yo solía hacer en los Estados Unidos83. Es nece­ sario un permiso. Pero no piensen por esto que eoho de menos mis maravillas americanas. Yo estoy con Rusia, la Revolución y su futuro glorioso» 84. Los anarquistas, decía Shátov, eran «los románticos de la revolución». Pero no se puede luchar solamente con ideales, se apre­ suraba a añadir. En este momento la tarea fundamental era derrotar a los reaccionarios85. «Nosotros, los anar­ quistas, hemos de ser fieles a nuestros ideales», le decía a Berkman, «pero actualmente no deberíamos adoptar una actitud crítica. Es necesario trabajar y colaborar en la construcción» 80. Shátov fue uno de los muchos anarquistas conocidos que ¡luchó con d Ejército Rojo 87. Bastantes de éstos mu­ rieron en la acción, incluyendo lustín Zhuk y Anatolii

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Zbdlezniakov, cuyas carreras habían estado caracterizadas por la rebelión constante y la videncia 8\ (Zbdlezniakov, jefe de un tren armado, murió cerca de Ekaterinoslav en julio de 1919, bajo di fuego de la artillería de Denikin). Aleksandr Ge, miembro del Comité Ejecutivo Central de los Soviets, murió acuchillado por las tropas Mancas en di Cáucaso, donde trabajaba como alto funcionario de k Gfoeka89. Otras destacadas figuras ddl movimiento anarquista ocuparon puestos de gobierno durante la Guerra Civil. Aleksandr Shapiro, de Golos Trudá, y Germán Santdomírskii, dirigente de los anarco-comimístas de Kíev, de­ portado a Siberia después de la Revolución de 1905, for­ maban paite ddl equipo de Ghiidherin en etl Comisariado de Asuntos Exteriores 00. Álekséi Borovói fue nombrado comisario de !la administración sanitaria91, y Nikdlái Rogdáev se hizo responsable de la propaganda soviética en el Turkestán92. Tras el cierre de Golos Trudá, en 1918, Volín se trasladó ál sur para luchar contra los Blancos; durante cierto tiempo trabajó en el Departa­ mento Soviético de Educación en Vorónezh y Járkov, pero redilazó di puesto de director de educación para toda Ucrania93, Vladímir Zabrézhnev (antiguo miembro ddl grupo Jleb t Volia dirigido por Kroipotkin en Lon­ dres), se unió al Partido Comunista, convirtiéndose en secretario del Izvéstiia en Moscú94, Daníil Novomírskii también ingresó en eil Partido Comunista, pasando a ser funcionario de la Comíntern, tras su fundación en 1919 93. Con la ayuda de Trotskí, Mafcsim Raévskii, antiguo di­ rector de Golos Trudá en Nueva York y Petrogrado, realizó un trabajo de carácter no político en ‘las filas del gobierno (él y Trotski se habían conocido cuando via­ jaban en ú mismo barco que les levó a Rusia en mayo de 1917 96.) Wadlaw Machajski (que había vudko a Rusia en 1917) taanbién se encargó de un puesto no político de impor­ tancia secundaria, e¡l de director técnico de Naródnoe Joziaistvo (posteriormente Sotsialistícheskoe Joziaistvo), órgano del Consejo Supremo de Economía97. Pero Ma­ chajski continuó siendo un crítico muy duro del mar­

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xismo y sus partidarios. En el verano de 1918 publicaba un única nútmero de un periódico Mamado Kabóchaia Revoliútsiia (Revolución Obrera), en el que criticaba a los bolcheviques por no ser capaces de expropiar total­ mente a la burguesía y de mejorar la situación económi­ ca de la dase obrera. Tras la Revolución de febrero, es­ cribía Machajski, los trabajadores habían conseguido un aumento de sus saílarios y la reducción de la jomada la­ boral a odio horas diarias, pero después de octubre su nivel de vida « jno había subido ni pizca!» 98 La Revo­ lución bolchevique, continuaba diciendo, no era más que «una contrarrevdudón de intelectuales». El poder politico había sido ocupado por los discípulos de Marx, «la pequeña burguesía y la intelectualidad..., los que poseían él conocimiento necesario para organiza! -y administrar toda la vida ddl .país», Y los marxistas, de acuerdo con lois dogmas religiosos de su profeta sobre el determinismo económico, habían decidido preservar el orden económico burgués, comprometiéndose sólo a «preparar» a los trabajadores manuales para ed paraíso fu tu ro". Madhaj'ski llamaba a la dase obrera a presionar sobre el Gobierno soviético para que expropiase completamente las fábricas, igualase los sallarlos y las oportunidades edu­ cativas y proporcionase trabajo a todos los que se en­ contraban en paro. Sin embargo, a pesar de su insatisfac­ ción con di. nuevo régimen, Macha]ski se sentía obligado a aceptado, al menos coyunturalknente. Cualquier intento de derribar aíl Gobierno sólo beneficiaría a los Blancos, decía, que eran mucho peores que los bolcheviques100. No hace falta decir que no eran precisamente los Raévskii y Machajski los que Lenin tenía en la cabeza cuando hablaba de los «abnegados soportes del poder soviético». Pensaba más bien en los Shátov, Zhefezniakov, Ge y Novomírskii — dirigentes anarquistas que apoyaron de todo corazón a1! régimen bolchevique en el momento en que éste se encontró amenazado por los Blancos— . En esta categoría también estaba luda Roschin, líder de Chórnoe Znamia en 1905, que ahora se indinaba totalmente hacia el campo comunista, Roschin saludó con entusiasmo la constitución de la Tercera In­

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ternacional en 1919, y jaleaba a Lenin como una de las figuras más importantes de los tiempos modernos. Según Víctor Serge, Rosdhin intento incluso desarrollar una «•teoría anarquista de la dictadura del proletariado»301. Pero mientras tanto, hasta que esa teoría pudiese llegar a formularse claramente, llamaba a un entendimiento con los bolcheviques sotare la base de las conveniencias comunes. Hablando ante un grupo de anarquistas de Moscú en 1920, planteó a sus camaradas la necesidad de cooperar con el partido de Lenin: «Constituye un deber para todos los anarquistas el trabajar de todo cora­ zón con los comunistas, que son k vanguardia de la Re­ volución. Abandonemos por un momento la teoría y de­ diquémonos al trabajo práctico para la reconstrucción de Rusia. Esta necesidad es urgente, y los bolcheviques la acogerán muy bien.» 102 La mayoría de ios miembros de la audiencia recibieron di discurso de Rosdhin con burlas y gritos, calificándole también de «anarco-soviético» 103. Pero Aleksa'ndr Berkman, que se encontraba pre­ sente, señaló con ingenuidad que las palabras de Roschin le habían hecho vibrar de solidaridad 104. Rosdhin no fue, por supuesto, . Kollontái, Sliliápnikov y sus compañeros exigían que la administración de la economía pasase de manos del gobierno al control de los sindicatos y de ios comités de fábrica, organizados todos ellos en un Congreso PanRuso de Productores, libremente elegido e independiente del control del partido. Era necesario dejar todas las riendas sueltas al poder creativo de los obreros industria­ les, en lugar de «aplastarlo con la maquinaria burocrática que no es más que un producto ddl espíritu rutinario del sistema capitalista de contro1! y producción» 07. La «opo­ sición obrera», concluía Kollontái, reivindicaba la instau­ ración de una genuina dictadura del proletariado, y no de una dictadura de los dirigentes del partido, porque, como Marx y Engels habían proclamado, «la construc­ ción del comunismo puede y debe ser la tarea del con­

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junto de las masas explotadas. La construcción del comu­ nismo corresponde a los trabajadores» 6S\ Lenin observaba icón profundo desagrado el crecimien­ to ddl movimiento de oposición, y discutía a Kollontái su utilización de los padres fundadores en apoyo de sus po­ siciones. Condenando las ideas de la «oposición obrera» como una «desviación anarquista y sindicalista» de la tradición marxista, emplazó a sus dirigentes a acatar la disciplina deÜ partido. Ante él ¡temor de que las doctrinas sindicalistas estuviesen «calando en las masas», Lenin se veía obligado a denunciar toda charla sobre la «democra­ cia industrial» o 'sobre un Congreso Pan-Ruso de Produc­ tores 69. Negaba así, enérgicamente, sus antiguos plantea­ mientos, expuestos en El Estado y la Revolución, de que cualquier ciudadano podría ser capaz de dirigir los asun­ tos políticos y económicos. «Los hombres prácticos saben perfectamente», declaraba, «que esto no es más que un cuento» 70. A comienzos de 1921, la alarma de Lenin ante la revitaílización de las tendencias sindicalistas entre los obre­ ros e intelectuales de su profpio partido era lo suficiente­ mente grande como para empezar una nueva serie de medidas para aplastarlas. Así, suprimió de la circulación los trabajos de Ferdinand Pelloutier (la sobresaliente figura del movimiento sindicalista francés), y ciertos es­ critos de Bakunin y Kropotkin. Kropotkin, símbolo viviente de las ideas libertarias, era todavía el centro de una gran corriente de simpatía y admiración en toda Rusia. El había llegado a creer, como le había dicho a Bmma Goldman en 1920, que di sindicalismo podría crear los cimientos para la reconstrucción de la economía rusa 71. Kropotkin no había sido molestado personalmente durante las persecuciones de anarquistas de Moscú en 1918, pero en di verano de ese mismo año tuvo que trasladarse a una modesta casa de madera de Dmítrov, a unas cuarenta millas al norte de la capital. Allí pasaba la mayor parte de su tiempo escribiendo un libro sobre ética (que nunca llegó a terminar)72, y recibiendo a una

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interminable y constante corriente de amigos y visitas, entre ellos a Volin, Maksímov, Emma Goldman y Alek­ sandr Berkman. Kropotkin se encontraba completamente irritado ante los métodos autoritarios del gobierno so­ viético, se opuso en su momento a la disolución de la Asamblea Constituyente, como ahora ia las prácticas terro­ ristas de la Gbeka; para él, la dictadura de partido im­ puesta por los bolcheviques era idéntica ai «intento jacobino de Babeuf» 73, Sin embargo, en una carta abierta a los trabajadores de Europa Occidental les pidió que actuasen sobre sus gobiernos para terminar con ea Mo­ queo a Rusia y con su intervención en la Guerra Civil. «No es que no tengamos nada que oponer a los métodos bolcheviques», insistía Kropotkin. « ¡Lejos de ello! Lo que ocurre es que la intervención armada del exterior refuerza inevitablemente las tendencias dictatoriales dd gobierno y paraliza los esfuerzos de los rusos que quieren colaborar en la restauración de la vida de su país, con independencia del gobierno.» 74 Un año antes de hacer estas declaraciones, en mayo de 1919, Kropotkin se había reunido con Lenin para discutir sobre sus diferencias. La discusión prosiguió pos­ teriormente en una breve correspondencia, en la que Kropotkin mantuvo su ataque al régimen bolchevique. «Rusia se ha convertido sólo nominalmente en una Re­ pública Revolucionaria», escribía a Lenin en marzo de 1920. «En la situación actual, di país no está dirigido por los soviets, sino por los comités del partido... Y si esta situación se prolonga demasiado, la misma -palabra 'socialismo’ llegará a convertirse en un anatema, exacta­ mente igual! que ha ocurrido con la palabra 'igualdad5 durante cuarenta años tras la subida al poder de los jacobinos.» 75 Sin embargo, Kropotkin no había llegado a perder todas sus esperanzas. «Creo profundamente en di futuro», afirmaba en mayo de 1920. «Creo que el movimiento sindicalista será la gran fuerza de los próxi­ mos cincuenta años, la fuerza capaz de imponer la socie­ dad comunista y sin Estado.» 76 En enero de 1921, Kropotkin, próximo ya a los odhenta años de edad, ca/yó mor talmente enfermo con una

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neumonía. Su viejo discípulo, el Dr, Aleksandr Atabekián, que había fundado treinta años atrás la Biblioteca Anarquista en Ginebra, acudió junto al lecho de muerte de su maestro 77. Kropotkin moría tres semanas después, el 8 de febrero de 1921, Su familia no aceptó la pro­ puesta de Lenin de hacedle un panteón estatal, y para atregdar sus honras fúnebres se estableció un comité de anarco-sindicalistas y anarco-,comunistas, momentánea­ mente unidos por la muerte de su gran maestro 79. Lev Kámenev, presidente del Soviet de Moscú, permitió a Arón Barón y a otros anarquistas presos que saliesen un día de la cárcel pata tomar parte en la procesión. Desa­ fiando di duro frío del invierno de Moscú, veinte mil personas marcharon hasta el Monasterio Novodévichii, di cementerio de los antepasados de Kropotkin. Los ma­ nifestantes llevaban pancartas y banderas negras en las que podían leerse peticiones de liberación de todos los anarquistas presos e inscripciones como «Donde hay autoridad no hay libertad» y «La emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos», mientras un coro cantaba «Memoria eterna». Guando Üa procesión pasó por delante de k prisión Butyrki, los pre­ sos golpearon los barrotes de las ventanas y entonaran un himno anarquista a la muerte. Emma Goldman pro­ nunció un discurso, y los trabajadores y los estudiantes llenaron su tumba de flores 79. La casa de nacimiento de 'Kropotkin, una enorme man­ sión del viejo barrio aristocrático de Moscú, fue puesta a disposición de su esposa y de sus camaradas para que la pudiesen convertir en un museo con sus libros, documen­ tos y pertenencias personales. Bajo la supervisión de un comité de intelectuales anarquistas, entre los que se contaban Nikolái Lebódev, Alekséi Solonóvich y el doctor Atabekián, el museo fue mantenido gracias a las contri­ buciones de amigos y admiradores de todo di mundo 80. La Guerra Civil Rusa había dejado al país sumido en el hambre, el caos industrial, la falta de recursos, las ren­ cillas personales y la insatisfacción política. Todas estas circunstancias son las que explican la extrema tensión de

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Moscú y Petrograxdo en las primeras semanas de 1921, tensión que preludiaba k rebdión de Kronstadt, un acontecimiento que, como observó Lenin, «describía la realidad mejor que cualquier explicación» 81. A finales de febrero, estalló en las factorías más im­ portantes de Petrogrado una repentina ola de huelgas. Por todas partes circulaban panfletos y prodamas, algu­ nas de los cuaíles pedían pan y combustibles, la supresión de los «batallones de Trabajo» de Trotski, y la reapari­ ción de soviets y comités de fábrica libres; otros re­ damaban la libertad de palabra, la restauración de la Asamblea Constituyente, la supresión de la Cheka, y la liberación de los socialistas-revolucionarías, los anar­ quistas y otros presos políticos de las cárceles comunistas. Antes de que terminase el mes, habían empezado a unirse a las manifestaciones de los huelguistas de la capital delegaciones de marineros y trabajadores de la cercana base naval de Kronstadt, en la isla de Kot'lin. Se cele­ braban ya concentraciones de solidaridad en el mismo Kronstadt, en la Plaza del Ancora —donde B'léijman había lanzado sus violentos discursos en los días de ju­ lio de 1917— , y a bordo del barco de guerra «Petropávíovsk», que estaba andado en eí puerto. La rebelión en la isla comenzó a principios de marzo, afectando tam­ bién ai cinturón industrial que la rodeaba. La rebdión se prolongó durante dos semanas, hasta que las tropas bolcheviques y los voluntarios cruzaron las aguas heladas del Gdlfo de Finlandia y aplastaron a los insurgentes 82. La historia del radicalismo de Kronstadt se remonta a la revolución de 1905. La revuelta de 1921, como los levantamientos de 1905 y 1917, fue un movimiento es­ pontáneo, y no, como se ha dicho, tramado por anarquis­ tas o por cualquier otro grupo o partido. Sus participan­ tes fueron radicales de todas las procedencias —bolchevi­ ques, socialistas-revolucionarios, anarquistas, y muchos otros sin filiación política específica. Todos los anarquis­ tas que habían desempeñado un papel importante en Kronstadt en 1917, no se encontraban allí cuatro años más tarde: el marinero Zhelezniakov había muerto a ma­ nos del ejército de Denikin en 1919; Bléijman había

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muerto en Moscú en 1920 o a comienzos de 1921, e Iarchuk se encontraba en Moscú con la mayor parte de sus camaradas,- cuando no en prisión bajo la más estricta vigilancia de la Cheka. Pero también es cierto que el espíritu anarquista, tan poderoso en 1917, aún no había desaparecido en absoluto de Kronstadt. En vísperas de la insurrección, los anar­ quistas distribuyeron panfletos entre los marineros y tra­ bajadores, con consignas como «Donde hay autoridad no hay libertad», y ataques contra la «disciplina de hierro» y di «trabajo forzado» impuesto a los trabajadores por e?l régimen bolchevique. En los panfletos se exigían las ya familiares reivindicaciones anarquistas: el fin d d trabajo obligatorio, la restauración ddl control obrero, la sustitu­ ción ddl Ejército Rojo por grupos guerrilleros autóno­ mos, y ed lanzamiento de una auténtica revolución social, que tendría qu-e desembocar en una sociedad de comunas libres y sin Estado 83. Pero además de esta propaganda directa,' la influencia anarquista era evidente entre los insurgentes. Así, utilizando planteamientos verdadera­ mente anarquistas, los rebeldes se lamentaban de que Rusia hubiese caído bajo di control de «un pequeño gru­ po de burócratas comunistas», y clamaban por la des­ trucción de la «comisariocracia» creada por Lenin, Trots­ ki y su equipo 84. Los trabajadores, decían, no se habían liberado del Capitalismo privado para convertirse en es­ clavos ddl capitalismo estatal85. «Todo el poder a los soviets», procamaban los insurrectos, «pero no a los par­ tidos» 86, En el periódico rebelde se anunciaba que el le­ vantamiento de Kronstadt era el comienzo de la «tercera revolución», destinada a proseguir hasta que el pueblo ruso se liberase completamente de sus nuevos amos: «Aquí, en Kronstadt, se ha puesto la primera piedra de k tercera revolución, y con ello se han roto los últimos grilletes de las masas laboriosas y se ha abierto una nue­ va y amplia vía para la creatividad socialista.» 87 Los anarquistas, entusiasmados con d motín, jaleaban a Kronstadt como «la segunda Comuna de París» 38, In­ cluso los grupos prosoviéticos, como los Universalistas y la Federación Pan-Rusa de Anarquistas de Karelín, veían

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con júbilo los acontecimientos, y denunciaron al gobierno cuando éste decidió enviar tropas para aplastar a los in­ surgentes. Temiendo una sangría, Aleksandr Berkman y Emma GcMman, junto con otros dos de sus camaradas, pidieran a Zinóviev que les permitiese mediar en el con­ flicto 89. Pero el gobierno no estaba dispuesto en ningún caso a llegar a un compromiso con los insurgentes. «Ha llegado di momento», declaraba Lenin en di Décimo Con­ greso ddl Partido, reunido mientras se producía di levan­ tamiento, «de terminar con la oposición, de cerraje la boca; ya hemos tenido bastante oposición» 90. Tras estas afirmaciones, la «aposición obrera» (a pe­ sar de que sus miembros habían condenado, junto con sus compañeros comunistas, él levantamienot de Krons­ tadt) fue inmediatamente suprimida. Una nueva día de detenciones políticas se abatió por todo el país. Los anar­ quistas fueron cercados en Petrogrado, Moscú, Kíev, Járkov, Ekaterinoslav y Odessa. Y los que habían sa­ lido de la cárcel en noviembre de 1920, con la desarti­ culación de la columna vertebral ddl movimiento, fueron nuevamente detenidos. La Gbeka de Mo'scú detuvo a Maksímov y Xarohuk, secretario y tesorero, respectiva­ mente, ddl Comité Ejecutivo Anarco-Sindícailista, envián­ doles junto a sus colegas a la prisión de Taganka 91. La mayaría de las librerías, imprentas y locales de reunión fueron clausurados 92, y los escasos círculos anarquistas que aún persistían, deshedhos. Incluso fueron suprimidos o encarcelados los seguidores pacifistas de Tolstói (un buen número de tolstoyanos ya habían sido ejecutados du­ rante la Guerra Civil, por negarse a servir en el Ejército Rojo)93. Alefoséi Borovói tuvo que dimitir de su puesto en la Universidad de Moscú 94, En noviembre de 1921, la po­ licía irrumpía en el Club Universalista, antiguo centro ddl «anarco-sovietismo», y clausuraba su periódico. Dos de sus dirigentes, Vladímir Bármash y Germán Askárov, intelectuales destacados y miembros ddl Soviet de Mos­ cú, fueron detenidos bajo la acusación de «bandidaje y actividades clandestinas» 93. Según Maksímov, a los Uni­ versalistas, que habían recibido con entusiasmo di levan-

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tamrento de Kronstadt, les sucedió un grupo todavía más servil, llamado «Anarco-Biocosmistas», que decían apo­ yar incondicionalmente al Gobierno soviético y declara­ ban solemnemente sus intenciones de lanzar una revo­ lución social «a escala interplanetaria, pero no sobre el territorio soviético» 96. La supresión de los anarquistas trajo consigo algunas consecuencias imprevistas. AI mismo tiempo que los bol­ cheviques llenaban de sindicalistas, Universalistas, majnóvtsy, y miembros de la Confederación Nabat las cel­ das de Butyrki y Taganka, se veían enzarzados en una dura competencia con la Internacional Socialista de Amsterdam por conseguir eü apoyo de los sindicalistas de Europa Occidental y de América del Norte, En julio de 1921, los comunistas creaban la Internacional Sindical Roja (mejor conocida como Profintern), con la misión de apartar at movimiento laboral mundial de la Federación Sindica;! Internacional de Amsterdam. Pero los delega­ dos extranjeros que asistían al congreso fundacional, en los que ya había causado malestar la liquidación del ejército de Majnó y la represión del levantamiento de Kronstadt, acogieron con gran insatisfacción la nueva oda de detenciones de los anarquistas. S. A. Lozovskii, presidente de la Profintern, Ohicherin, Ministro de Asun­ tos Exteriores, y el mismo Lenin aseguraron repetidas veces a todos los asistentes que no estaba persiguiendo en absoluto a los «anarquistas ideológicos». Sin embar­ go, Goldman, Berkman y Aleksandr Shapiro lograron convencer a algunas sindicalistas europeos para que en­ viasen representantes a interesarse ante el mismo Lenin por la suerte de sus camaradas anarquistas57, Otros de­ legados de la Profintern enviaron una protesta contra Feliks Dzerzhinskii, jefe de la Cheka88. Para dramatizar aún más su situación, los anarquistas presos en la Ta­ ganka —Maksímov, Volin, íardhuk, Bármash y Mráchnyi, entre otros— , comenzaron una huelga de hambre de on­ ce días, mientras la Profintern estaba reunida99. En septiembre de 1921 se produjo otro acontecimien­ to que vino a sumarse a la embarazosa situación del go­ bierno: la Cheka ejecutó al poeta anarquista Lev Chór-

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nyi, y a Fanya Barón. Chórnyi había trabajado en la Guardia Negra de Mo(scú y era militante de los Anar­ quistas Clandestinos, grupo responsable del a-tentado con­ tra los locales dd. partido d d callejón Leóntiev, en 1919, aunque él no había tenido ninguna participación en este incidente. Por su parte, Fanya Barón jamás se había visto implicada en actividades terroristas de ningún tip o 100. Emma Goldman se sintió tan afectada por las ejecucio­ nes que estuvo considerando la posibilidad de montar una escena al estillo de las sufragistas inglesas, encade­ nándose en medio del salón donde se reunía d Tercer Congreso de la Comintern, y gritando su protesta a los delegados; pero fue disuadida de esta idea por sus a-mi­ gas rusos101. Ante la protesta interior y exterior, Lenin decidió adoptar una actitud más prudente. Ese mismo mes puso en libertad a los anarquistas más conocidos que no habían destacado por su oposición violenta ai gobierno bolchevi­ que, a condición de que abandonasen inmediatamente d país. Maksímov, Volin, Mráchnyi, Iarchuk y algunos otros salieron para Berlín en enero de 1922 102. Mien­ tras tanto, Emma Goldman, Aleksandr Berkman y Sania Shapiro, profundamente descorazonados por d giro de la revolución, también empezaron a hacerse a la idea de abandonar Rusia. «Son grises los días que pasan», recor­ daba Berkman en su diario. «Una a una, han ido murien­ do todas nuestras esperanzas. B1 terror y d despotismo han acabado con la vida que nació en octubre. Todas las consignas de la revolución han sido abandonadas, sus ideales se han esfumado en la sangre d d pueblo. El res­ piro que se nos pedía ayer está llevando a millones de compatriotas a la muerte; todo d país está ensombre­ cido por un palio negro. La dictadura aplasta a las ma­ sas. La revolución está muerta; su espíritu aúlla por la estepa... Por mi parte he deddo abandonar Rusia.» 103

Epílogo

¿Dónde están los que han de venir a servir a las masas, no a utilizarlas para sus propias ambiciones?

P iotr K ropotkin

Al producirse la revuelta de Kronstadt, los bolchevi­ ques habían establecido la Nueva Política Económica, que .puso fin a las requisaciones obligatorias de grano y relajó los controles del gobierno sobre la agricultura, la industria y di comercio. El propósito de Leniti era el de conceder al destrozado y exhausto país un «momento de respiro», para evitar que se produjeran nuevos levan­ tamientos como el de Kronstadt, Sin embargo, no se tomó ningún acuerdo de resipetar a la oposición política. Por di contrario, se lanzó una campaña para exterminar todos los restos de disidencia política. Los anarquistas que habían conseguido escapar a k Oheka eran ahora atrapadas y conducidos ante los Tribunales Revolucio­ narios, con los que se enfrentaban con la misma actitud desafiante que habían empleado frente a las cortes de Stolypm después de k rebelión de 1905. En 1922, en Petrogrado, uno de los acusados calificó a su juicio de farsa y se negó a responder a sus inquisidores. Los bol­ cheviques, declaró, habían vudlto sus armas contra los más bravos defensores de k revolución porque, al igual que todos los tiranos, tenían verdadero pánico de la crí­ 238

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tica. «Pero nosotras no os tememos, ni a vosotros ni a vuestros verdugos... La justicia soviética puede acabar con nosotras, pero nunca podrá acabar con nuestros ideales. Moriremos como anarquistas, no como bandi­ dos.» 1 Los anarquistas presos en las cárceles de Moscú, Pe­ trogrado y otras ciudades fueron enviados a campos de concentración cercanos a Arjángelsk, en las zonas hela­ das del norte, o a «'aisladores políticos» esparcidos por todo el país. Los informes que llegaban a Occidente des­ cribían las severas condiciones a que se les sometía: un frío extremo, falta de comida adecuada, trabajos pesa­ dos, y los fantasmas á ú escorbuto y el agotamiento. Las cartas de familiares y camaradas erail lo único q.ue les permitía mantener un rayo de esperanza. Uno de los pre­ sos del «aislador político» de Jaroslavl, quebrantada ya su salud por la tuberculosis, escribía: «me siento y sue­ ño con la libertad» 2. Los antiguos monasterios de la ciu­ dad de Súzdat y de las islas Sdlovétskii, en el Mar Blan­ co, se habían convertido en cárceles que albergaban a cen­ tenares de presos políticos, cuyas únicas armas de pro­ testa eran las manifestaciones en el interior de estas pri­ siones, y las huelgas de hambre para protestar por su confinamiento. Algunos llegaban al máximo grado de desesperación y decidían inmolarse, siguiendo el ejemplo de los Antiguas Creyentes que, doscientos cincuenta años antes, se convertían en antorchas humanas mientras se atrincheraban en eil Monasterio SolovétskiL A mediados de 1920 se retiró a los anarquistas de Solovétskii y se les esparció por todas las cárceles de la Gheka en los montes Urales, o se les deportó a las colonias de castigo en Si­ beria a. Los anarquistas que consiguieron escapar de Rusia or­ ganizaron rápidamente comités de ayuda a sus camara­ das presos. A este traibajo se dedicaron coo toda energía Berkman, Goldman, Shapiro, Volin, Mráchnyi, Maksí­ mov, Ydenslti y Senia y Mollie Fleshin. Entre las activi­ dades de sus organizaciones —en especial el Comité Conjunto para la Defensa de los Revolucionarios Presos en Rusia (Berlín 1923-1926), el Fondo de Ayuda de la

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Asociación Internacional de Trabajadores para los Anar­ quistas Presos o Deportados en Rusia (Berlín y París 1926-1932), y di Fondo de Ayuda Aleksandr Berkman, que funciona en Chicago hasta la actualidad— , estaba la distribución de cartas y dossiers de los presos anarquis­ tas, con sus nombres, y anotaciones terribles tales como «caído en Butyrki», «repetidas huelgas de hambre», «muerto en prisión», «ejecutado por la Chelea de Kíev», «caído por resistirse a ser alimentado a la fuerza», y «pa­ radero desconocido» 4. Los emigrados no escatimaban es­ fuerzos para mantener una corriente constante de ayuda y de mensajes de ánimo para, sus hermanos rusos. Su éxi­ to a la hora de aliviar di hambre, el cansancio y la deses­ peración de los presos fue bastante considerable, sí se tienen en cuenta las restricciones impuestas por el go­ bierno soviético a toda dase de actividades de socorro. En palabras de quienes los recibían, sus cartas y paque­ tes eran «un regailo de Dios», «un soplo de aire fresco en medio de la atmósfera fétida en que agonizaban» 5. Los esfuerzos y gastos que suponía organizar concentradones de protesta, recaudar fondos, publicar boletines, escribir cartas, enviar paquetes, y las demás actividades, no dejó de cobrarse su parte en los viejos anarquistas de Occidente, destruyendo su fortaileza física y mantenién­ doles en una constante pobreza. «Muchas veces pienso que nosotros, los revolucionarios, somos como el sistema capitalista», observaba Bmrna Goldman, que trabajaba incansablemente en esta actividad de ayuda. «Sacamos de los hombres y mujeres lo mejor que poseen, y des­ pués nos quedamos tan tranquilos viendo cómo terminan sus días en el abandono y la soledad.» 0 Pero mientras tanto, la muerte iba silenciando a la vieja guardia ddl movimiento. Vladímir Zabrézhnev, el antiguo kropotkiniano que se -había unido al Partido Co­ munista después de la Revolución de Octubre, murió en Moscú en 1920, donde era secretario ddl periódico gu­ bernamental Izvéstüa 1. Unos meses más tarde sucum­ bía I. S. Bléijman, víctima de una afección de pulmón que se le había agravado seriamente durante un período de trabajos forzados en una prisión bolchevique 8. A la

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muerte de Kropotkin en febrero de 1921 siguió la de su discípulo Orgiani, en su tierra natal, el Cáucaso 9. Variaam Ghsrkézov, otro georgiano, íntimo colaborador de Kropotkin en los primeros años ddl movimiento, regresó a Londres, donde murió en 1925, a los ochenta años de edad 10. En 1926 moría Wadaw Machajski de un ataque de corazón en Moscú 11, y Apollón Kardlin murió tam­ bién de una hemorragia cerebral, después de asistir a la desmembración de su Federación Pan-Rusa de Anarquis­ tas y a la detención y deportación de sus mejores discí­ pulos, Jar jardín, Sollonóvich y Judoléi 12. Esta oscura crónica de prisiones, deportaciones y muer­ tes sólo ocasionalmente se vio iluminada por aconteci­ mientos de signo favorable, Olga Taratuta, maltratada por sus carceleros en Butyrki, asediada por di escorbuto en el «aislador-político» de Oriol y deportada finalmen­ te a Siberia, fue puesta repentinamente en libertad, per­ mitiéndosele volver a Kíev 1?\ Cierto número de antiguos «anarco-soviétícos» —karelínistas, universalistas y anar­ cosindicalistas— , fueron sacados de las prisiones y pues­ tos bajo vigilancia policial. En 1924 se permitió a Abba Gordin, líder de los universalistas, emigrar a los Estados Unidos. Su hermano, V. L. Gordin, aunque se había pa­ sado al bolchevismo, fue detenido en 1925 y encerrado en un hospital siquiátrico14. Según fuentes dignas de crédito, pudo llegar a América donde se convirtió, mirabile dictu, en misionero protestante (los Gordin eran hijos de un rabino)15. Durante el período de la NEP se toleró una cierta actividad anarquista de carácter pacífico. La casa edito­ rial Golos Triídá permaneció abierta, publicando varias obras de Bakunin (un proyecto ya comenzado en 1919), obras nuevas, entre ellas una valiosa colección de recuer­ dos anarquistas que fueron editados por Alekséí Borov ó i18. Al mismo tiempo, Borovói y sus colegas del Co­ mité del Museo Kropotkin pudieron proseguir su trabajo sin sufrir ninguna molestia por parte de las autoridades. En 1927, estos y otros prominentes anarquistas (Rogdáev, Bármash, Askárov y Lídiia Gogéliia entre ellos), con di aparente consentimiento ddl Soviet de Moscú, hi­

Avrich, 16

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cieron una protesta pública por la ejecución de Sacco y Vanzetti, una causa célebre para las radicales y liberta­ rios de todo d mundo 17. Los restos del movimiento en d exilio, de pequeños grupas de hambres y mujeres ya viejos y descorazonados, esparcidos por Europa y América, conservaron la amar­ gura de haber visto cómo la Revoilución Rusa se transfor­ maba exactamente en lo contrado de lo que habían espe­ rado; a lo sumo, el único consuelo que pudo quedarles, como señaló recientemente un joven estudiante con sim­ patías hacia d anarquismo, era d de que su gran precur­ sor Bakunin, al analizar medio siglo antes el socialismo marxista, lo había profetizado todo daramente18. «B1 prolongado período de 'construcción del socialismo*», dedataba la Federación de Grupos Anarco-Comunís tas Ru­ sos de los Estados Unidos y Canadá, «justifica por com­ pleto la afirmación de Bakunin de que d socialismo sin libertad se convierte en esclavitud y barbarie» 19. En Berlín y París, en Nueva York y Buenos Aíres, los su­ pervivientes dd naufragio continuaban atacando fiera­ mente a la dictadura bolchevique. Acusaban a Lenin de ser « d Torquemada, Layóla, Maquiavdo y Robespisrre de la Revoilución rusa», y condenaban su partido como un grupo de «nuevos reyes» que aplastaban bajo su bota la bandera de la libertad 20. Para ellos, La NEP era una cínica maniobra destinada a restaurar d sistema bur­ gués, un compromiso reaccionario con las capitalistas, con los especialistas técnicos y con d campesinado rico. Los expatriadas se comprometían a no abandonar jamás la ludha para derribar «'él yugo dd partido comunista estatista..,, el yugo de la kxtdeetualidad y de la burguesía»; no descansarían hasta que tanto « d capitalismo privado como d capitalismo de estado» fuesen reducidos a ceni­ zas, sustituidos por los comités de fábrica y los soviets libres, las organizaciones de base que habían sido liqui­ dadas por los bolcheviques después de la Revolución de octubre21. «Continuemos la ludha», proclamaba Grigorii Maksímov, «nuestro slogan será 'La revolución ha muerto. ¡Viva la revolución! ’» 22

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A pesar de que las diversas facciones anarquistas de la emigración criticaban al régimen soviético en términos muy parecidos, y cooperaban generalmente entre sí en la actividad de ayuda, también continuaron subsistiendo las viejas divisiones. Al llegar a Berlín, principa! centro de los exiliados en los primeros años veinte, Arshínov y Vo­ lin, de la Confederación Nabat, fundaron una revista mensual llamada Anarficheskü Véstnik (El Heraldo Anarquista) 2% mientras los sindicalistas, dirigidos por Maksímov, Iarcbuk y Shapiro, lanzaban su propio perió­ dico, Rabóchii Put (La Vía Obrera), en la imprenta del periódico ailemán Der Syndikalist. Y, sin embargo, am­ bos grupos reconocían que, a menos que fuesen capaces de remediar la desorganización que habían padecido des­ de el principio, los anarquistas no podrían albergar de­ masiadas esperanzas de sobrevivir como movimiento, y mucho menos de solventar los complejos problemas so­ ciales que afectaban al siglo xx. Aunque a regañadien­ tes, muchas de ellas admitían la certeza de la afirmación de Rádek, según el cual el romanticismo de los anar­ quistas y su hostilidad instintiva hacia toda organización les impedía hacer frente a las realidades de la sociedad industrial contemporánea, con su población creciente y su complicada división del trabajo, y les predestinaba al fracaso y la derrota 24. Los anarco-sindicailistas eran particularmente sensibles a esta dase de afirmaciones, ya que habían estado siem­ pre orgullosos de su enfoque moderno y adecuado de la realidad: frente al quijotismo anarco-comunista, insistían, ellos no trataban de volver a una época pasada de primi­ tivas comunas agrícolas, sino que buscaban una sociedad industrial descentralizada, en la que estuviesen incorpo­ rados los últimos avances de la ciencia y la técnica. Reco­ nociendo penosamente que su movimiento no había al­ canzado en Rusia una organización efectiva 25, los sindí­ calas tas exiliados decidieron unir sus fuerzas con sus co­ legas de otras naciones y ofrecer una alternativa a las internacionales obreras orientadas desde Moscú y Amsterdam. En diciembre de 1922 y enero de 1923, los anarcosindicalistas de una docena de países (incluyendo

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los expatrdados rusos) se reunieron en Berlín y fundaron una nueva internacional obrera, a la que denominaron Asociación Internacional de Trabajadores, proclamando que era la auténtica sucesora de la del mismo nombre de 1864-1876. Bí congreso fundacional de la Internacional «anarco­ sindicalista», como se denominaba normalmente a la IWMA, había centrado su atención sobre et significado de k Revolución bolchevique para los trabajadores, Los delegados la consideraban un acontecimiento de enorme importancia, porque había puesto completamente de ma­ nifiesto k s profundas diferencias existentes entre d socia­ lismo de estado, que conduce inevitablemente al sojuzgamiento de la clase obrera, y el sindicalismo revolucionario, que preserva la libertad y la auto-confianza de las masas. Así, orgullosos de su pasado libertario, los sindi­ calistas se comprometieron a mantener constantemente su fidelidad a la consigna de la Primera Internacional: «LA EMANCIPACION DE LA CLASE OBRERA HA DE SER OBRA DE LOS TRABAJADORES MIS­ MOS.» 26 Convocaron a los obreros de todo el mundo a luchar constantemente por mejorar su situación, aunque fuese dentro de la vigente estructura capitalista, hasta que la situación estuviese madura para lanzar una «huel­ ga general insurreccional». Esta sería k señal de la revo­ lución social que barrería d orden burgués e inauguraría una sociedad libre, organizada «de abajo arriba» y «no triturada por el Estado, el ejército, k policía, o los ex­ plotadores y opresores de cualquier clase». El Estado centralizado quedaría abolido en beneficio de un «siste­ ma libre de consejos», vinculados entre sí por una Con­ federación General dd Trabajo, «El gobierno de los hombres», afirmaba la plataforma de la Internacional Anarco-Sindicalista, haciéndose eco de Saint-Simon ,y de Engds, sería sustituido por «la administración de las co­ sas». En cuanto al Estado, tanto si era una democracia constitucional como una dictadura proletaria o cualquier otra fórmula, «siempre sería d creador de nuevos mono­ polios y de nuevos privilegios: nunca podría ser un ins­ trumento de liberación» 27.

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Aleksandr Shapiro y Grigoríi Maksímov desempeñaron importantes papeles en la constitución de la Interna­ cional de Berlín, pero su guía espiritual y su dirigente durante muchos años fue Rudolf Rocker, antiguo jefe de la Federación Anarquista de Londres. En 1932, ame­ nazados por la creciente influencia del partido nazi, h Internacional se trasladó a Amsterdam, y cuatro años más tarde se trasladaron nuevamente, esta vez a Madrid, escenario de la Guerra Civil Española, donde la confe­ deración sindicalista (CNT) desempeñaba un papel de gran importancia. La victoria de Franco obligó a los sin­ dicalistas a trasladar en 1939 su cuartel general a Estocolmo. Desde allí se mantuvo viva la llama de la IWMA, apoyada por la central sindicalista Sveríge Arbetares, has­ ta su traslado final a Toulouse después de la II Guerra Mundial, donde todavía sobrevive, más de cuarenta años después de su fundación. En la rama anarco-comunista del movimiento, el abo­ gado más sobresaliente de la reforma organizativa fue Piotr Arshínov. Al llegar a Berlín en 1922, fundó el Gru­ po de Anarco-Comunistas Rusos en él Exterior, que se trasladó a París tres años más tarde y empezó a publicar su propio periódico, Délo Trudá (La Causa del Trabajo). Arshínov atribuía 3a caída de1! anarquismo ruso a su per­ petuo estado de caos. La única esperanza de revitalizacíón del movimiento residía, según la «Plataforma Orga­ nizativa» editada por Délo Trudá en 1926, en la consti­ tución de una Unión Genera! de Anarquistas, con un comité ejecutivo capaz de coordinar la línea política y la acción2R. El apoyo más fuerte a este plan provino del viejo compañero de cárcel y alumno de Arshínov, Néstor Majnó, que también vivía en París, convertido en un hombre lleno de amarguras y destrozado, para quien el alcohol era el único escape que le quedaba frente al mun­ do extraño en que había tenido que refugiarse. «Néstor es un hombre enfermo», escribía Aleksandr Berkman en 1926, «y sin embargo se ve obligado a trabajar du­ ramente y con salario miserable que ni siquiera le per­ mite vivir con su mujer y su hijo, a pesar de que su mu­

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jer también trabaja. Lo misino ocurre con los demás. Esto es un infierno» 29. Majnó, como ya se ha dicho, fue el único anarquista destacado que suscribió abiertamente la Plataforma Or­ ganizativa. Volin, que rompió con Arshmov por esta cau­ sa, publicó, junto con Senia Fleshín y algunos otros disi­ dentes, una dañina respuesta ai año siguiente. Arshínov y sus seguidores, argumentaron, exageraban burdamente los defectos organizativos deil movimiento. Pedir el es­ tablecimiento de un comité central no sólo chocaba con los principios básicos dd anarquismo, sino que era tam­ bién un reflejo ddl «espíritu de partido» que aún conser­ vaba su líder (los oponentes de Arshínov no se olvidaron de señalar que éste había militado en las filas del bolche­ vismo antes de hacerse anarquista en 1906). Lo que el grupo Délo Trudá pretendía, en fin, efa formar un par­ tido anarquista, cuya misión sería la de dirigir a las ma­ sas, en vez de ayudarlas a preparar su propia revolu­ ción30. «Es una lástima», escribía Mollie Fleshín, «-que el espíritu de la 'plataforma’ esté influido por la idea de que las MASAS DEBEN SER DIRIGIDAS POLITI­ CAMENTE durante la revolución. Ahí es, precisamente, donde comienzan todos los males.*, y el resto no es más que una consecuencia de esta idea. Un Partido Obrero Anarco Comunista, un ejército, un sistema de defensa de la revolución que llevará inevitablemente a la crea­ ción de un aparato policial, con investigadores, prisiones y jueces, es decir, a la CHEKA» 31. Arshínov respondió a estos ataques acusando a «Vo­ lin y cía», de conducir a los anarquistas a otra disputa estéril, e insistía en que sos ideas no chocaban, ni si­ quiera remotamente, con los principios anarquistas, en la medida en que se trataba de evitar conscientemente toda norma obligatoria y en que se seguía manteniendo una estructura organizativa descentralizada32. En defensa de su compañero, Majnó llegó a sugerir que Volin, que había caído en manos de los rojos en 1919 mientras for­ maba parte del Ejército Insurgente de Ucrania, en rea­ lidad no había sido hecho prisionero, como se pensa­ ba generalmente, sino que s*e había pasado a los comu­

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nistas3S. Por si fuera poco, esta acusación de Majnó abrió di fuego de Aleksandr Berkman, Emma Goldman y Errico Mal atesta, que a partir de ese momento se unie­ ron a los que criticaban la Plataforma Organizativa34. En una carta ail historiador anarquista, Max Netifian, Berkman atacaba a Majnó, señalando que poseía un tem­ peramento «militarista» y que se encontraba completa­ mente en manos de Arshínov. En cuanto a Arshínov, de­ cía que «su carácter es enteramente bolchevique»; «tiene un carácter dominante, arbitrario y tiránico. Todo ello arroja alguna nueva luz también sobre di programa orga­ nizativo». «Lo lamentable», señalaba Berkman, «es que muchos de los nuestros nunca enitenderán exactamente que los métodos bolcheviques no pueden conducir a la libertad, porque esos métodos y sus efectos son esencial­ mente idénticos» 35. En 1930, los oponentes de Arshínov, que habían calificado su plataforma de «desviación anarco-bolahevique» y que le habían acusado constante­ mente de propagar el «anarquismo de partido», se sin­ tieron completamente justificados en sus posiciones cuan­ do Arshínov regresó a la Unión Soviética y volvió a ingresar en el partido que había abandonado un cuarto de sigilo antes para pasarse al anarquismo. Poco después, su periódico, Délo Trudá, era trasladado a los Estados Unidos, y Grigorii Maksímov se convertía en su nuevo director36. Una vez más, los anarquistas demostraron su incapa­ cidad congénata para subordinar sus diferencias persona­ les al buen desarrollo ddl movimiento. Indkrso en la mis­ ma Rusia, donde sólo quedaban en libertad un puñado de anarquistas, surgieron agrias polémicas en el sano del Comité ddl Museo Kropotkin. «De nuevo vuelven a pro­ ducirse conflictos entre dos grupos de camaradas», escri­ bía la viuda de Kropotkin a Max Netáau en 1928. «Am­ bos tratan de hacerse con la dirección dd. Museo, y sin embargo ninguno de ellos ha participado en la construc­ ción de la institución. Confío en que mientras yo viva, nadie se hará con su contro:!, pero habrá que hacer algo para asegurar la subsistencia del Museo cuando yo no esté allí.» 37 Los conflictos parecían interminables. Berk-

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man describía su profunda desesperanza en una carta dirigida a Mollie y Senia Meshki: «Es terrible que nues­ tro movimiento vaya degenerando por todas paites en una ciénaga de miserables querellas personales, de acusaoiones y ataques. Es una situación de pudrimiento que viene produciéndose hace ya ailgún tiempo, en especial en los dos úlltimos años», Exorna Goldman añadía un postscriptum: «Queridos hijos. Estoy completamente de acuerdo con Sasha. El veneno de las insinuaciones, de los cargos, de las acusaciones en nuestras filas me ha en­ fermado di corazón. Si esta situación no cambia, no po­ demos albergar la más mínima esperanza de revi tamiza­ ción de nuestro movimiento.»38 A finales de ios años veinte, Stalín inauguraba una nueva era de totalitarismo en Rusia. La pequeña activi­ dad que aún se había tolerado a los anarquistas durante el período de la NEP, terminó brusca y violentamente. En 1929, all comienzo de una nueva día masiva de de­ tenciones, fueron clausuradas todas las librerías de Go­ los Trudá en Leningrado y Moscú. Los anarquistas, que ya habían sufrido grandes condenas a trabajos forzados, fueron deportados una vez más a Siberia o a otras zonas remotas. En unos cuantos años, Atabekián, Askárov, Bármash, Borovóí y mudhos otros de sus camaradas, perecieron en la prisión o en di destierro 39. Según Serge, un tal Físhelev — muy probablemente Maksim Raévs­ kii, el conocido sindicalista y antiguo director de Buróvéstnik y Golos Trudá— , fue detenido por publicar la plataforma trotskista de oposición 40. Ski embargo, pare­ ce que Raévskii fue puesto en libertad, ya que las noti­ cias que llegaron posteriormente de él señalaban que había muerto en Moscú en 1931, sentado sobre su escri­ torio, de un ataque al corazón41. Níkolái Rogdáev, viejo compañero de Raévskii y codirector con él de Burevést­ nik, moría en Tashkent un año después; desterrado des­ pués de cumplir una larga condena en el «aislador-polí­ tico» de Suzdal, había muerto de una hemorragia cere­ bral «en una calle llamada, por irónica coincidencia, Sacco-Vanzetti» 42.

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• Los « anarco-soviéticos», que habían continuado en sus puestos gubernamentales durante el período de la NEP, se iban desilusionando progresivamente ante la politice. del nuevo régimen. Para Daníil Novomírskii, que se ha­ bía pasado a las filas d d partido en 1919, la NEP se habla convertido en una retirada imperdonable de los objetivos de la revolución. Por ello, devolvió su carnet dd partido, y buscó refugio en k vida académica, en la que se convirtió en un colaborador regular de la Gran Enciclopedia Soviética45. Germán Sandomírskü, aunque continuó trabajando en el Ministerio de Asuntos Exterio­ res durante los primeros años de la NEP, se pasó tam­ bién al mundo académico, editando una colección de do­ cumentos de k Conferencia de Ginebra de 1922 y escri­ biendo además un largo estudio sobre el fascismo italia­ no **. Posteriormente, se fue dedicando cada vez más al Museo Kropotkin. Aunque la GPU no le molestó en 1929, todos estos antiguos anarquistas eran hombres marcados, y en 1936 Novomírskii y su esposa cayeron víctimas de la gran purga y fueron deportados al oscuro mundo de los campos de concentración siberianos, mien­ tras Sandomírskü y Bill Shátov, a pesar de los leales servicios prestados al gobierno, eran también deporta­ das ñ Siberia, donde se cree que fueron ejecutados45. B1 líder sindicalista, Efim Iardhuk, que había abando­ nado Rusia en 1922, cambió después de punto de vista y solicitó permiso para volver a su país. Con la ayuda de Bujarin obtuvo el permiso en 1925, integrándose en el partido comunista46. larchuk y Piotr Arshínov, que si­ guió su camino cinco años después, desaparecieron tam­ bién en la purga. Atón Barón, tras dieciocho años en la cárcel v k deportación, fue puesto inesperadamente en libertad en 1938 pero, una vez establecido en Járkov, la policía volvió a detenerle y ya no se supo nada más de é l 47. Finalmente, luda Roschin, amargado por la subida de Stalin al poder, escapó probablemente a la última purga porque murió de muerte natura! un poco antes de que ésta comenzase48, La interminable cadena de arrestos y deportaciones fue privando aíl Museo Kropotkin de lo- pocas miembros que se dedicaban a su man­

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tenimiento, y ks autoridades soviéticas lo clausuraron poco después de la muerte de la viuda, en 1938 4!\ Ai mismo tiempo, di movimiento iba agonizando tam­ bién en el exilio. Las semanarios anarquistas se conver­ tían en mensuales, los mensuales en cuatrimestrales, sus páginas aparecían regletas a menudo de artículos escritas varías décadas antes par Bakunin, Kropotkin y Malktesta, Las viejos anarquistas continuaron celebrando el naci­ miento de Bakunin y k Comuna de París de 1871. Exal­ taban a ¡los mártires de Chicago, el aniversario de la muerte de Kropotkin y la ejecución de Sacco y Vanzeíti, denunciaban a Stalin y su sangrienta política, atacaban ferozmente a Hitler v al fascismo, pero consideraban «absolutamente imposible» la participación en los Fren­ tes Populares de las comunistas y 'las socialistas 50. Du­ rante algún tiempo, todas sus esperanzas estuvieron de­ positadas en di dramático .papel de los anarquistas en la Guerra Civil Española, confiando en que éstos ganasen y la situación diese un giro 51. Pero la derrota de la iz­ quierda en España fue la última campanada para el mo­ vimiento. Después quedaron ya muy pocas casas, aparte de la desesperación. Los supervivientes iban viendo morir uno a uno a to­ das sus viejos amigas. María Gdld^mk-Korn, que había permanecido en París cuando sus camaradas vobñeron a R-usia en 1917, se envenenó quince años más tarde, en pleno ataque depresivo provocado por la muerte de su madre 52. «La vieja guardia está desapareciendo», escri­ bía Berkman lleno de abatimiento en 1935, «y no parece que la joven generación vaya a tomar el relevo, o al me­ nos a realizar la ingente tarea que hay que proponerse si el mundo quiere ver un tiempo mejor» 53. El mismo Berkman se pegaba un tiro al año siguiente en Niza 54. Emma Goldman murió en Toronto mientras daba un ci­ clo de conferencias. Su cuerpo fue trasladado a Chicago y enterrado en el cementerio Waldheim, cerca de k s tum­ bas de los mártires de Haymarket Square 55. Volin, Shapiro y Masksímov vivieron la guerra destro­ zadas por la muerte de sus camaradas en Rusia y Occi­

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dente. En septiembre de 1945, Volin moría de tubercu­ losis en París. Su cuerpo fue incinerado y sus cenizas en­ terradas en el cementerio de Pére-Lachaise, no lejos de la tumba de Néstor Majnó, que había muerto de la misma enfermedad diez años antes 50. Sania Shapiro, después de dirigir durante algunos años la revista anarquista parisina La Voix du Peuple, emigró a Nueva York, donde murió de un fallo cardíaco en 1946 5T, «Uno tras otro, están desapareciendo los mejores cerebros ddl movimiento», escribía Mollie Fleshin tras la muerte de Shapiro, «y aun­ que no quiero caer en el pesimismo, tengo la impresión de que es el mismo movimiento el que está desapare­ ciendo...» 58 Grigorií Maksímov había salido de Berlín para París en 1924, y legó a les Estados Unidos el año siguiente. Se estableció en Chicago, donde trabajaba durante el día como empapelador y por la?s tardes dirigía Golos Trúzhenika (La Voz de los Trabajadores), periódico en ruso editado por la IWW que apareció hasta 1927. Cuando Piotr Arshínov regresó a Rusia, Maksímov asumió. la dirección de Délo Trudá, cuyo ouarteÜ general fue -Tras­ ladado de París a Chicago. Bajo su supervisión, Délo Trudá se convirtió rápidamente en él periódico más im­ portante de los emigrados rusos, pro-sindicalista en su orientación, pero abierto a las colaboraciones de anar­ quistas de todas dases, siguiendo la tradición establecida en París por Burevéstnik, y en Nueva York por Golos Trudá entre k:s Revoluciones de 1905 y 1917. Maksímov hizo un nuevo intento de reconciliar las diferencias entre anarco-comunistas y anarcosindicalistas, con la conciencia de que las disputas estaban provocadas más por cuestiones de temperamento y de personalidad que por razones doctrinales. Su propio «credo social», publicado en 1933, era una amalgama de las dos tradi­ ciones, muy próximo a la variedad pro-sindicalista del anarco-comuni'smo de Kropotkin y su esouela. Tal como concebía Maksímov la sociedad ideal dd futuro, las cooperativas agrícolas servirían como foranas de transi­ ción durante d período de evolución gradual hacia el comunismo (Maksímov atacaba duramente los métodos

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brutales utilizados por Staliíi para la colectivización del campo soviético), a la vez que la dirección del proceso industrial se pondría en manos de los comités de fábrica y de las federaciones sindicales. Con el tiempo, el hora­ rio de trabajo sería para todo di mundo de cuatro o cinco horas diarias, con una semana laboral de cuatro días. La distribución de la comida y de los bienes manufacturados correría a cargo de los comités de vecinos y de consu­ midores. Los tribunales serían sustituidos por consejos voluntarios de arbitraje; las prisiones serían abolidas y sus funciones absorbidas por las escuelas, hospitales e instituciones de bienestar público; el ejército sería disuelto y la misión de defensa asignada a una milicia po­ pular ao. Según Maksímov, la. Internacional Anarco-Sindi­ calista era un instrumento organizativo adecuado para desarrollar esta tarea, ya que la IWMA, ú contrario que la Comintern, partía verdaderamente del principio de que «la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos» 61. La centralización de la autoridad, escribía, lleva inexorablemente — como ha­ bía ocurrido en Rusia— a 3a «burocratización de todo el aparato industrial, a la aparición de una díase de fun­ cionarios, al alejamiento de los productores de la admi­ nistración de la economía social, al estrangulamiento de la actividad autónoma de los trabajadores y a la crisis económica» 02. Maksímov siguió siendo el director de Délo Trudá cuando ésta se fundió con la publicación anarquista de Detroit, Probuzhdeniej en 1940. Aunque muy ocupado con las actividades del periódico, aún encontró tiempo para publicar una terrible acusación contra él terror en Rusia, The Guillotine at Work, y también para preparar una colección de escritos de Bakunin, antes de su muerte en 1950 03. Su edición de Bakunin apareció tres años después de su muerte64, De las figuras más importantes del movimiento anar­ quista ruso, ya sólo subsistía Abba Gordin. Tras emigrar a los Estados Unidos en 1924, continuó publicando una inagotable cantidad de libros, ensayos y poecr.r.s, en di­ versas lenguas. Se hizo codirector dd periódico anar­

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quista judío de Nueva York, Freie Arbeiter Stimme, y publicó también su propio periódico, The Clarion, dedi­ cado a atacar los males de la sociedad contemporánea. A finales ds los años treinta, Gordin había legado a la conclusión de que el nacionalismo, más que el conflicto de Clases, era la tendencia fundamental de la historia moderna. La clase socisi, escribía, no era más que «¡una endeble y artificial superestructura levantada sobre la inestable y cambiante función laboral», mientras que las raíces de la nación están profundamente «arraigadas en elementos biológicas y raciales, además de psicológicos, en rla forma concreta del lenguaje» 35, Volviéndose hacía su propia herencia nacional, Gordin fundó la Sociedad Etnica Judía, que atrajo a un grupo pequeño pero fie! de seguidores 00. En 1940 Gordin publicó una interesante, aunque un tanto embrollada, crítica del marxismo, en la que había estado trabajando durante más de veinte años. La doc­ trina marxista, escribía, volviendo al Manifiesto PanAnarquista de 1918, era «un producto híbrido de cuasireligión y seudo-dencia». Las 'leyes cuya validez científica proclamaba Marx no eran más que una vergonzosa «vio­ lación de la historia»; es más, la estrecha doctrina de la lucha de dases entre trabajadores y propietarios igno­ raba di conflicto existente también entre obreros y 'ma­ nagers\ Haciéndose eco de Madhajski, Gordin declaraba que d socialismo marxiano no era la ideología de las obreros manuales, «sino de una clase privilegiada de orga­ nizadores económicos y políticos» 07. En un pasaje que contenía grandes reminiscencias d d Estatismo y Anar­ quía de Bakunin, Gordin describía las consecuencias de lo que él calificaba de 'revolución de los managers’ de los bolcheviques: « ¡Pronto... van a colocarse las cadenas opresoras! Ya sólo falta muy poco tiempo para que sobre los lugares donde no hay ahora más que escom­ bros, y una vez limpiados todos ios restos d d naufragio y todos los desechos, se levanten grandes palacios y sun­ tuosos templos, ¡El rey ha muerto, viva d rey! Las viejas leyes han sido destruidas y las viejas autoridades deportadas para hacer sitio a las nuevas...» 08 Al final

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de los añas cincuenta, el viejo anarquista, atraído por el magnetismo de Ha cultura hebrea, emigró a Israel, donde murió en 1964 'Cí). Las anarquistas rusos, a pes1ar de su embrollada histo­ ria de disputas personajes y luchas fracciónete, compar­ tían la decisión común de imponer una sociedad sin Esta­ do en la cuail ningún hombre estaría esdkvizado por los demás. Durante más de veinte años, en el tumultuoso período entre las das revoluciones, los anarquistas de­ nunciaron constantemente al Estado (la autocracia tanto como la «dictadura proletaria») y a la propiedad (privada y pública) como los das grandes focos de todos los su­ frimientos y toda la opresión de Rusia. Inspirados por Bakunin y Kropotkin, protestaron continuamente contra la creciente centralización política y económica de la so­ ciedad rusa, con sus tendencias deshumanizadoras y su progresivo endlaustramiento de la libertad individual. Para ellos no podía existir ningún compromiso con el poder centralizado, A sus ojos, era completamente estéril confiar en una mejora de actitud de los que detentaban la autoridad. Lo más que podían esperar eran unas mi­ gajas caídas de la «mesa estatal», tanto zarista como co­ munista. Las pequeñas reformas no podían acabar con los males básicos del gobierno y di capitalismo, tanto del capitalismo estatal como del privado. Para las anarquis­ tas, la única esperanza de rescatar a las masas deshereda­ das de trabajadores de la perenne explotación residía en la demolición del Estado y el sistema capitalista. La suya era una visión apocalíptica del cambio violento, una concepción de k destrucción y resurrección total. De las ruinas del viejo orden habría de salir una Edad de Oro, sin gobierno, sin propiedad, sin hambre y sin ne­ cesidades, una era luminosa de libertad en la que cada uno viviría sin interferencias de autoridad alguna. Para rnudhos anarquistas, la Edad de Oro significaba e! retorno a una época anterior en la que todo era mu­ cho más simple, una época que había existido antes de que el poder central y la gran industria transformasen a los seres humanos en autómatas. Ellos se proponían vol­

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ver a las relaciones humanas directas de la comuna agríco­ la y de la cooperativa artesanal, a la óhschina y el artel, restaurar la felicidad primitiva de la Rusia medieval, en la que, se suponía, no había «ni zar ni Estado», sólo «-tierra y libertad» 70. La sociedad dd futuro iba a estar, pues, guiada en cierto modo por la sociedad del pasado: una sociedad de pequeñas comunidades, libres de la au­ toridad y la reglamentación, cuyos miembros estarían vincuikdos entre sí por el esfuerzo común y la ayuda mutua. En esa sociedad, los explotados del campo y la ciudad volverían a recuperar la dignidad de ser sus propios dueños, de no ser tratados nunca más como instrumentos o como bienes de mercado. Pero, ¿cómo era posible recuperar la libertad y la simplicidad de la Rusia pre-industrial en una época de producción de masas en expansión? ¿Cómo podrían sal­ vaguardarse los valores de la pequeña sociedad comunal en un mundo impersonal de grandes factorías y de ciu­ dades que crecían a toda velocidad? Algunos anarquistas trataron de resolver este dilema exhortando a los -tra­ bajadores a destruir las fábricas y las máquinas, como los ludditas, y a revivir el mundo agonizante de la pro­ ducción artesanal. La gran mayoría, sin embargo, recibía con los brazos abiertos el progreso técnico y científico, asumiendo así la tesis de Piotr Kropotkin, y antes de él de WiHiam Godwin, según la cual la máquina salvaría al hombre de sus fatigas y dependencias, dándole tiempo para disfrutar y pata enriquecerse culturaimente, y para acabar con di estigma del trabajo manual. Desechar la industria mecanizada sólo porque había nacido en el sis­ tema capitalista, escribía un anarco-síndicaOista de Pe­ trogrado en 1917, sería un error mayúsculo; en di mun­ do del futuro la gante vivirá felizmente en grandes ciu­ dades y trabajará en grandes fábricas modernas, y podrá disfrutar en los parques del contacto con la naturaleza 71. La 'vieja cultura europea estaba agonizando, declaraban los hermanos Gordin en 1918, y al final «sólo dirigirán la tierra la Anarquía y la Téonica» 72. En este nuevo medio industrial, los valores de la pe­ queña sociedad se mantendrían a través de los comités

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de fábrica. Las prosindicailistas veían Jos camkés de fá­ brica como la contrapartida urbana de la óbschina y d artel, como la expresión moderna de la tendencia natura‘l del hambre a la ayuda mutua. «En los comités de fábrica», dedaraba una obrera de la industria textil en una reunión de trabajadores en 1918, «uno ya puede percibir, aunque todavía no completamente desarrollados, los embriones de las comunas socialistas» 73. Con un criterio similar Emma Goldman señalaba una vez que las consejos obreros autónomos eran «el mir de la vieja Rusia en una forma avanzada y más revolucionaria». «Está tan enraizado en ei pueblo que brota naturalmente del suelo ruso como las flores en los campos.» 74 Los anarquistas confiaban en que, al crear una federación de comités de fábrica y de camuñas rurales, iban a unificar lo mejor de las dos mundos, d mundo sencillo dd pa­ sado y el mundo mecanizado del futuro. Lo que querían era incorporar los últimos avances técnicas a un sistema sacia1! descentralizado, libre de las coerciones dd capi­ talismo, un sistema en d que la dase obrera ya no estaría reducida a ser un obediente ejército de marionetas manipulado desde arriba. Conseguir la industrialización preservando al mismo tiempo la autonomía individual era, creían los anarquistas, combinar los elementos más valiosos de las tradiciones socialista y liberal. Porque el socialismo sin libertad, como habían enseñado Proudhon y Bakunin, era la peor forma de esclavitud. Las anarquistas desechaban las convenciones de la so­ ciedad burguesa, confiando en conseguir una completa mutación de valores, una transformación radical de la naturaleza humana y de las rdaeiones entre el individuo y la saciedad. Y, sin embargo, aunque repudiaban los dogmas sociales de su tiempo, tachándolos de artificíales, abstractos y distantes de la vida real, su propia concep­ ción de la sociedad futura difícilmente podía ser calificada de pragmática o empírica, Camo visionarios utópicos que eran, los anarquistas no concedían demasiada atención a las necesidades prácticas de un mundo que cambiaba con toda rapidez; generalmente evitaban los análisis de­ tallados de las condiciones sacíales y económicas, y tam~

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poco les interesaba ver en qué términos concretos se configuraban las realidades que daban lugar al poder político existente. La religión y la metafísica del pasado eran sustituidas por una especie de mecanismo que sa­ tisfacía sus propias expectativas utópicas; en lugar de complejas ideologías, lo que dios ofrecían eran consig­ nas de acción directa, violencia revolucionaria, imágenes poéticas de la próxima Edad de Oro, En gran medida lo que pretendían era recurrir al «instinto revolucionario de las masas» para destruir el viejo orden, y al «espíri­ tu creativo de las masas» para poder construir sobre sus cenizas una nueva sociedad. «¡P o r la revolución social al futuro anarquista! », proclamaba un grupo de exiliados en América ddl Sur; los detalles prácticas sobre el fun­ cionamiento de la agricultura y la industria «serán ela­ borados después» por las masas revolucionarias 75. Tal actitud, aunque derivaba del escepticismo hacia las «ma­ ravillas» ideológicas y las «leyes científicas» de sus ad­ versarios marxistas, difícilmente podía ser el fundamen­ to de una acción dirigida a revolucionar realmente el mundo. B1 anarquismo ruso nunca legó a ser un credo político de las masas de campesinas y obreros industriales. Aun­ que consiguió ciento apoyo entre la clase obrera, el anar­ quismo pareció siempre, o al menos durante la mayor parte del tiempo, destinado a ser sólo el sueño de algu­ nas grupos de individuas marginados de las principales corrientes de la sociedad contemporánea: nobles de con­ ciencia sacudida, como Bakunin, Kropotkin, Gherkézov y Bidbéi; seminaristas apóstatas como Kólosov, del gru­ pa Beznachálie, o el líder anarco-sindicalista Maksímov; miembros de minorías étnicas, como Gogéliia-Orgiani, Grossman-Rosdiin y los hermanos Gordin; guerrilleros campesinos como Néstor Majnó y sus seguidores, e inte­ lectuales como Volin y Lev Cbórnyi. El triunfo de la Revolución Bolchevique quitó mudha fuerza a los anar­ quistas, tanto en la base del movimiento obrero corno entre los intelectuales, mutihos de los cuales aceptaron los puestos que di nuevo régimen les ofrecía, convirtiéndose así en «anatco-soviéticos». La mayoría, sin embargo, con­ Avrich, 17

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tinuó siendo fid a sus ideales, prosiguiendo su denuncia de los abusos que se cometían, de las premisas y las con­ secuencias, d d socialismo «científico». Una y otra vez insistieron en que d poder político era un mal en sí mis­ mo, que corrompe a todo aqud que lo detenta, que los gobiernos de cualquier signo abogan d espirito revolu­ cionario dd pueblo y le roban la libertad. El destino de estos anarquistas era d de ser recha­ zadas, perseguidas y, finalmente, aplastados o expulsa­ dos ai exilio. Los que sobrevivieron, pese a que pasaron por períodos de amargura y desesperación, mantuvieron su idealismo hasta el final. Y sí es cierto que no fueron capaces de encajar con las realidades materiales, en d seno de sus pequeñas círculos encontraron un calor hu­ mano, una camaradería, una profunda entrega a la causa común; es más, al liberarse a sí mismos de los convencio­ nalismos de un mundo que detestaban, probablemente alcanzaron como individuos alguna parte d d «excelso orden» que desesperadamente buscaban para toda la hu­ manidad. Al misimo tiamipo, continuaron aferrándose te­ nazmente a la esperanza de que, al final, sus ideas triun­ farían en toda la humanidad. «Toda Rusia se encuentra sumida en la negra noche dd Artico», escribía Grigorii Maksímov an 1940. «Pero d mañana es inevitable. Y el amanecer de Rusia será también d amanecer de los pue­ blos explotados de todo el mundo. Un amanecer que nos­ otros saludamos con entusiasmo,» 70

Notas

Introducción 1 Víctor Serge, Mémoires d'un révolutionnaire (París, 1951), pá­ ginas 18-19. 2 James Jo 11, The Ánarchists (Londres, 1964), p. 11. 3 Aleksandr Berkman, The «Anti-Climax»: The Concluding Chapter of My Russian Diary «The Bolshevik Myth» (Berlín, 1925), página 29.

1. El p áj aro dé. trueno 1 M, A. Bakunin, Sóbrame sochinenii i ptsem, 1828-1876, ed. Iu.M. Steklov (4 vols., Moscú 19344936), I Í I , 148; A. I. Herzen, «Kolokol»: Izbrannye stati A. I. Gértsena, 1857-1869 (Gine­ bra, 1887), p. 299. 2 M. Gorki, «Pesnía o burevéstnike», Antologiia russkoi sovéts­ koi poezii (2 vols., Moscú 1957), I, 9-10. 3 Bertram D. Wolfe, Three Who Made a Revolution (New York, 1948), p. 265. ^ * Krest’iánskoe dvizhenie 1902 goda (Moscú y Petrogrado, 1923), pp. 17-128; P. P. Máslov, Agrarnyi voprós v Rossii (2 vols., San Petersburgo, 1908), II, 104-129. 6 K. A. Pázhitnov, Polozhenie rabóchego klassa v Rossii (San Petersburgo, 1906), pp. 92-161; Theodore H, Von Lnue, Factory Ins-

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Notas

pection under the Witte System 1892-1903», American Slavic and East European Review, X IX (octubre de 1960), 347-362; Von Laue, «Russian Pcasan ts in the Factory 1892-1904», Journal of Economic History, X X I (marzo de 1961), 76-80; Gastón V. Rimlinger, «The Management o£ Labor Protest in Tsarist Russia 18701905», International Review of Social History, V (1960), 226-248; Rimlinger, «Autocracy and the Factory Order in Early Russian Industrializaron», Journal of Economic History, X X (marzo de 1960), 67-92. ® M. I. Tugan-Baranovskíi, Rússkaia fabrika v proshlom i nastoiashchem (3.a edición, San Petersburgo, 1907), pp. 446-447; Máslov, Agrarnyi voprós v Rossi, I, 376-377. 7 A. G. Rashin, Formirovánie promyshlennogo proletariata v Rossii (Moscú, 1940), pp, 169-184. 8 P. N, Liáshchenko, Istóriia naródnogo joziáistva SSSR (2 vols., Leningrado, 19474948), II, 168-171; Von Laue, Journal of Eco­ nomic History, X X I, 61-71; Máslov, Agrarnyi voprós v Rossii, I, 378-382. 8 Vseóbschaia stachka na iuge Rossii v 1903 godú: sbórnik dokuméntov (Moscú, 1938); D. Shíossberg, «Vseóbschaia stachka 1903 g. na Ukraine», Istóriia Proletariata SSSR, V II (1931), 52-85; D. Koltsov, «Rabochie v 1890-1904 gg.», en Obschéstvennoe dvizhenie v Rossii v nachale XX-goveka, ed. L. Mártov, P, Máslov y A. N. Pótresov (4 vols., San Petersburgo, 1909-1914), I, 224-229. 10 Thomas Darlington, Education in Russia, volumen 23 de la Gran Bretaña, Board of Education, Special Reports on Educational Subjects (Londres, 1909), pp. 134-136, 443-449; William H. E. Johnson, Russial's Educational Hcritage (Pittsburgh, 1950), pági­ nas 153-154. 11 Darlington, Education in Russia, pp. 153-155; Johnson, Russial’s Educational Heritage, pp. 176-179; N. Cherevanín, «Dvízhenie intelligentsii», en Obschéstvennoe dvizbenie v Rossii, I, 273283; Nicholas Hans, History of Russian Educational Policy 1701191.7 (Londres, 1931), pp. 169-174. 12 Z. Lenskii, «Natsionalnoe dvizhenie», en Obschéstvennoe dvizbenie v Rossii, I, 349-371. 13 S. M. Dubnow, History of the Jetos tn Russia and Fotand (3 vols., Philadelphia, 1916-1920), II, 247-258. K Ibid., II, 309-312, 336-357, 399-413; Louis Greenberg, The Jetos in Russia (2 vols., New Ha ven, 1944-1951), II, 19-54. Dubnow, History of the Jetos, III, 69. Cf.S.Iu. Witte, Vospominaiia (2 vols., Berlín, 1922), I, 193; y S. D. Urussov, Me­ in oirs of a Russian Governor (Londres, 1908), pp. 9, 15. 1B S. M. Dúbnov (Dubnow) y G, la. Krasnyi-Admoni, eds., Ma­ terialy dliaistorii antievréiskikh po?jómov v Rossii [2 vols., Pe­ trogrado, 1919-1923), I, 130-295; Dubnow, History of the Jetos, I II, 72-104; Greenberg, The Jews in Russia, II, 50-52. *T En las provincias ucranianas el PRU (Partido Revolucionario Ucraniano) también perdió algunos militantes, que se pasaron a los anarquistas.

Notas

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18 Di Geskikbte fun Bund, ed. G. Aronson et al. (2 vols., New York, 1962), II, 92; H. Frank, Natsionale un Politishe bavegun­ gen bay Yidn in Bialystok (New York, 19.51), p. 53; A. S. Hershberg, Pinkos Bialystok (2 vols., New York, 1950), II, 10. 39 M. Rafes, Ocherki po istorii «hunda» (Moscú, 1923), pp. 8189; A. Litvak, Vos geven (Vilna, 1925), pp, 188-190; R, Abramovitch, In ísvey rcvolitisies (2 vols., New York, 1944), I, 202-203; N. A. Bujbínder, Istóriia evréiskogo rabóchego dvizhéria v Rossii {Leningrado, 1925), pp. 253-264. 20 H. Frank, «Di Bidystok tkufe fun der ruslendisher anarkhistisher bavegung», Geklibene sbriftn (Nueva York, 1954), páginas 3S8 ff. 21 Almanaj: sbornik po istorii anarjícheskogo dvizheniia v Ros­ sii (París, 1909), p. 6, 22 Sobre los orígenes del movimiento anarquista en las provin­ cias fronterizas véase también Jleb i Volia, núm. 11, septiembre de 1904, pp, 3-4; núm. 12-13, octubre-noviembre de 1904. p. 8; Chórnoe Znamía, núm. 3-4; diciembre de 1905; pp. 6-8; Bure­ véstnik, núm, 8, noviembre de 1907; pp. 9-12; «D i anarkhistishe bavegung in Rusland», Der Arbayter Fraynd, 27 de octubre, 3 de noviembre y 10 de noviembre de 1905; B. I. Górev, Anar­ jizm v Rossii (Moscú, 1930), pp. 58-69; L. Kulczycki, Anarjizm v Rossii (San Petersburgo, 1907), pp. 74 ff.; V. Zalezhskii, Anarjisty v Rossii (Moscú, 1930), pp. 20-22; y Kropotkin, Der Anarchismus in Rus stand (Berlín, 1905). “ En relación a la vida de Bakunin, véase Edward Halíet Carr, Micbael Bakunin (Londres, 1937); H. E. Kaminsld, Michel Bakounine: la pie dsun révolutionnaire (París, 1938); In. M. Steklov, Mikhail Aleksándrovich Bckunin: ego zbixn’i deiateVnost (4 vols., Moscú y Leningrado, 1926-1927); y Max Nettlau, «Michael Ba­ kunin: eine Bíographie» (manuscrito, 3 vols., Londres, 1896-1900). M Kropotkin, Memoirs of a Revolutionist (Boston, 1899), p. 288. M Steklov, Mijail Aleksándrovich Bakunin, III, 112. M Michel Bakounine (Bakunin), Oeuvres (6 vols,, París, 18951913), I, 91. 17 Carr, Michael Bakunin, p. 167. 58 Bakunin, Oeuvres, II, 399. 23 Steklov, Mijail Aleksándrovich Bakunin, I, 189. 30 M. A. Bakunin, Izbrannye sochineiia (5 vols., Petrogrado y Moscú, 1919-1922), V, 202; Gesammelte Werke (3 vols., Ber­ lín, 1921-1924), III, 52; Pis'ma M. A . Bakuninak A. I. Gertsenu i N. P. Ogarevu, ed. M. P. Dragománov (Ginebra, 1896), pp. 497498. 31 Friedrich Engels, Paul Lafargue y Karl Marx, UAlliance de la Démocratie Socialiste et VAssociation Internationales des Travailleurs (Londres, 1873), capítulo 5; cit. por Max Nomad, Aposiles of Revolution (Boston, 1939), p. 127. “2 Bakunin, Gesammelte Werke, III, 120-121.

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Notas

s3 Bakunin, Oeuvres, IV, 381, w Bakunin, Izbrannye sochineiia, IV, 175; Gcs mmelte Werke, n i , 87. 33 V. A. Polonskii, Materially dlia biografii M. Bakunina (3 vo­ lúmenes, Moscú y Leningrado, 1923-1933), III, 375. 36 Bakunin, Izbrannye sochineiia, V, 20. SI Ibid., I, 234; Oeuvres, IV, 376. 38 Bakunin, Oeuvres, II, 39. 10 Bakunin, Gesammelte Werke, III, 35-38, 82. 40 Bakunin, Sobrante socbinenii i pisem, III, 148. 41 Bakunin, Oeuvres, II, 39, 42 Ibid., V, 75. 43 I, 55. _ 44 Steklov, Miiail Aleksándrovicb Bakunin, III, 454-455. 45 Ibid., I, 192-193. 46 Sobre la vida de Kropotkin, véase su Memoirs of a Revolutionist; George Woodcok e Ivan Avakumovik, The Anarchist Prince (Londres, 1950) y N. K, Lébedev, P. A. Kropotkin (Mos­ cú, 1925). *r Kropotkin, Memoirs, pp, 290-291. 13 Bakunin también expresó una vez el deseo de que la revolu­ ción fuese lo menos sangrienta posible, pero hizo la trágica puntualización de que no sería extraño si el pueblo acababa con muchos de ••sus opresores. Bakunin, Gesammelte Werke, III, 86. 48 Kropotkin, Memoirs, p. 305. 5(1 Kropotkin, «Revolutionary Government», en Kropotkin’s Revolutionary Pamphlets, ed ., Roger N. Baldwin (Nueva York, 1927), pp. 246-248; Modern Science and Anarchism (Nueva York, 1908), p. 86. M Bakunin, Oeuvres, I, 55, Sí P. Kropotkin, La Conquéte du pain (París, 1892), p. 14. 53 Ibid,, pp. 5-9. “ Ibid., pp. 33-34, 74. 53 Kropotkin, «Anarchist Communism: Its Basis and Princi­ pies», en Kropotkin’s Revolutionary Pamphlets, p. 59. 1,6 Peter Kropotkin, Mutual Aid: A Factor of Evolution (Lon­ dres, 1902), pp. 46-49. 67 Ibid., p. 6. fis Ibid., p. 57. r,n Kropotkin, Modern Science and Anarchism, p, 44. 00 Kropotkin, Memoirs, pp. 105-106. 01 Ibid., pp. 216-217, ü2 Kropotkin, Modern Science and Anarchism, p, 48, 8a Ibid., p. 45; Mutual Aid, pp. 77-78, 64 Kropotkin, Mutual Aid, pp. 153-222. Durante su período como prisionero en la fortaleza de San Pedro y San Pablo, a Kro­ potkin le gustaba leer las crónicas de Pskov, la ciudad-república de la Rusia medieval. Memoirs, p. 351. 85 Kropotkin, Mutual Aid, p. 292. “ Kropotkin, La conquéte du pain, pp. 40, 188; «Anarchist

Notas

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Communism», Kropotkin’s 'Revolutionary Pamphlets, pp. 51-53, 59-61. 67 Kropotkin, Fields, Factories, and Workshops (Londres, 1899). €S Kropotkin, Memoirs, p. 119. 60 Kropotkin, La Conquéte du pain, pp. 194-195. ,c Kropotkin, Fields, Factories> and Workshops, pp. 184-212.

2. Las terroristas 1 Cit. en Geroid T. Robinson, Rural Russia under the Oíd Regime (Nueva York, 1957), p. 46. 2 A. Dunin, «G raf L. N. Tolstói i toístovtsy v Samarskoi gubernü», Russkaia Mysl’, 1912, núm. 11, p. 159. 3 Á. S. Prugavin, O Lve Tolstom i o tolstovtsaj (Moscú, 1911), pp. 193-200. * El apóstol más destacado del tolstoyanismo durante los pri­ meros años del siglo X X fue Vladímír Grigórievich Chertkov, director del periódico Svobódnoe Slovo (Palabra Libre), en Christchurch, Inglaterra. Además de este periódico (publicado en 1901-1905), véase V. G. Chertkov, Prótiv vlasti (Christchurch, 1905).^ 3 Véase N .N . Rúsov, «Anarjícheskie elementy v slavianoíilstve», en A. A. Borovói, ed,, Mijailu Bakúninu, 1876-1926: ocherk istórii anarjicbeskogo dvizhéniia v Rossii (Moscú, 1926), pp. 3743; y E, Lampert, Studies in Rebellion (Londres, 1957), pp. 155Í57. G Véase Isaiah Berlín, «Herzen and Bakunin on Individual Liberty», en Ernest J. Simmons, ed., Continuity and Change in Russian and Soviet Thought (Cambridge, Mass., 1955), pp. 473499; y Martin Malía, Alexander Herzen and the Birth of Russian Socialism 1812-1855 (Cambridge, Mass., 1961), pp. 376-332. 7 Franco Venturi, Roots of Revolution (Nueva York, 1960), pp. 429-468. 8 Véase J. M. Meijer, Knoioledge and Revolution: The Russian Colony in Zuerich (1870-1873) (Assen 1955); M. P. Sazhin, «Russlde v Tsiurikhe 1870-1873», Katarga i Ssylka, 1932, núme­ ro 10 (95), pp. 25-78; y A. A. Karelin, «Russkie bakunxsty za granitsei», en Mijailu Bakúninu, pp. 181-187. 6 Sobre la extraña historia de Necháev, véase Carr, Michael Bakunin, cap. 28; Venturi, Roots of Revolution, pp. 354-388; Nomad, Apostles of Revolution, pp, 215-225; y Michael Prawdin, The Unmentionable Nechaev: a Key to Bolshevism (Londres, 1961), pp. 13-107. 10 Frank, Geklibene shriftn, p. 390. P, A. Kropotkin i ego uchenie: internetsionálnyi sbórnik posviaschonnyi desiatoi godovschine smerti P. A. Kropotkina, ed. G. P. Maksímov (Chicago, 1931), pp. 328, 333; I. Knízhnik, Vospominaniía o P. A. Kropótkine i ob odnoi anarjistskoi emi-

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Notas

grantskoi gruppe», Krásnaia Létopis' 1922, núm, 4, p, 32; «Pisma P. A, Kropótkina k V. N. Cherkézovu», Kátorga i Ssylka 1926, núm, 4 (25), p. 25; G. Maksímov, en Délo Trudá, núm. 75, marzo-abril de 1933, pp. 6-11; Max Nettlau, «A Memorial Tribute to Marie Goldsmíth and Her Mother», Frcedom (Nueva York), 18 de marzo de 1933, p. 2. 32 Jleb i Volia, núm, 1, agosto de 1903, p. 3. 13 V. N. Cherkézov, Doktriny marksízma: mvka-li eto? (Gine­ bra, 1903). 51 K. Iliashvíii (seudónimo de Gogélüa-Orgíani), Pámíatia chikagskij múchenikov (Ginebra, 1905). Sobre el incidente de Haymarket, véase Henry David, The History of the Haymarket Affair (Nueva York, 1936). 15 La Federación de Anarquistas Judíos, localizada en los dis­ tritos londinenses de Whitechapel y Mile End, estaba integrada en su mayoría por artesanos emigrantes de Rusia en los años 1880-90. Su principal dirigente, al doblar el siglo, era Rudolf Rocker, alemán distinguido de orígenes cristianos, director de diversas publicaciones, y que se había especializado en la lengua yiddi tras su vinculación al grupo de Londres, Kropotkin y Cherkézov solían hablar en el local de la Federación, en Jubilee Street. Véase Rocker, The London Years (Londres, 1956)._ 16 En la Reserva venía circulando ya una de las primeras obras de la literatura anarquista, publicada por Der Arbayter Fraynd en Londres en 1886, pero que aparecía editada en Vilna para evitar la intervención de la policía zarista. Bajo la forma de un Hagadah de Pascua, o devocionario, el folleto planteaba las cuatro pregun­ tas tradicionales, que comienzan por el «¿por qué es diferente esta noche de Pascua de todas las demás noches del año?», y daba entonces un gi.ro radical: «¿por qué somos diferentes de Shmuel, el empresario, de Meier el banquero, de Zorekh el pres­ tamista y de Reb Todres el rabino?». Hagadah shol Peysakb (Vilna —Londres— 1886), p. 6, Rund Archives. 17 Por ejemplo, uno de los manuscritos del Archivo Ruso de la Columbia, «Nuzhen-li anarjizm v Rossii?», fue copiado de Jleb i Volia, núm. 10, julio de 1904, pp. 1-3. 18 Almanaj, p. 6; Jleb i Volia, núm. 10, pp 3-4; Burevéstnik, número 8, noviembre de 1907, p. 10. 18 Almanaj, p. 7; Burevéstnik, núms. 10-11, marzo-abril de 1908, p. 27. 20 Burevéstnik, núm. 13, octubre de 1908, p. 18, 21 Citado en V. I. Lenin, Sochinéniia (2.a ed,, 31 vols,, Mos­ cú, 1930-1935), V II, 80. 12 Sobre el texto del Manifiesto de Octubre, véase Bernard Pares, The Fall of the Russian Monarchy (Londres, 1939), pp. 503-504; y Sidney Harcave, First Blood: The Russian Revolu­ tion of 1905 (Nueva York, 1964), pp. 195-196. z:< I. Grossman-Roschin, «Dumy o bylom (iz istorii belostokskogo anarjícheskogo «chornozndmenskogo» dvizhéniia», Bylóe, 1924, núms. 27-28, p. 176.

Notas

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M Frank, Geklibene sbriftn, p. 393. 25 Burevéstnik, núm. 9, febrero de 1908, p. 11; Almanaj, p. 9; Jleb i Volia, núm. 10, julio de 1904, p. 3; M. Ivanóvich, «Anarjizm v Rossii», Sotsialist-Revoliutsióner, 1911, núm. 3, pp. 81-82. 25 Grossman-Rcschin, Bylóe, 1924, núm. 27-28, p. 177, 27 Hershberg, Pinkos Bialystok, II, 103; A. Trus y J, Cohén, Breynsk (Nueva York, 1948), p. 125; Sefer Biale-Podlaske (Tel Aviv, 1961), pp. 222-223. El sbtetl de Breynsk estaba localizado en la provincia de Grodno, y Biala-Podlaska entre Varsovia y Brest-Litovsk. 28 Sobre la extensión del anarquismo en las regiones más remo­ tas del Imperio a lo largo de 1905, véase Jleb i Volia, núm. 16, abril de 1905, p. 4; núm. 21-22, agosto-septiembre de 1905, p. 8; Buntar, núm. 1, 1 de diciembre de 1906, p, 30; Chómoe Zncmía, núm. 1, diciembre de 1905, pp. 6-7; Listkí «Jleb i Vo­ lia», núm. 1, 30 de octubre de 1906, pp. 9-12; núm. 3, 28 de noviembre de 1906, p. 4; Burevéstnik, núm. 4, 30 de octubre de 1906, pp. 14-16; núms. 6-7, septiembre-octubre de 1907, pp. 4-16; núm. 8, noviembre de 1907, p. 10; núm. 9, febrero de 1908, pp. 9-13; núm. 15, pp. 18-19, marzo de 1909; y Anar­ jist, núm. 1, 10 de octubre de 1907, pp. 28-31. Orgiani ha dejado un detallado relato del movimiento en Georgia: Almanaj, pp. 82-111. 30 Almanaj, pp, 47-61; Burevéstnik, núm. 3, 30 de septiembre de 1906, pp. 12-14; núm, 10-11, marzo-abril de 1908, pp. 28-30; núm. 13, octubre de 1908, pp. 17-18; Listkí «Jleb i Volia», nú­ mero 17, 21 de junio de 1907, p. 4; Ivanóvich, Sotsialist-Revoliutsioner, 1911, núm. 3, pp. 87-88. 30 «Ko vsem rabóchim» (panfleto, Grupo Anarco-Comunista de Bialystok, julio de 1905), Columbia Russian Archive. 31 Grossman-Roschin, Bylóe, 1924, núms. 27-28, p. 177. 512 Frank, Geklibene sbriftn, pp. 390-391. 33 «Pojushenie v Belostoke» (Listok, núm. 5, Anareo-Ccmunistas Rusos, ¿1904?), Bund Archives; Jleb i Volia, núm. 23, octubre de 1905, pp. 7-8; Chómoe Znamia, núm, 1, diciembre de 1905, pp. 8-9; Almanaj, pp. 179-181. 31 «DÍ anarkhisten bay der arbayt», Folk-Tsaytung (Vilna), 24 de mayo de 1906, p. 5; 28 de mayo de 1906, p. 6; Mikhailu Bakuninu, p. 292; Hershberg, Pinkos Bialystok, II, 104-108; Frank, Geklibene sbriftn, pp. 398-400. 38 S. Dubnov-Erlikh, Garber-bund un bershterbuná (Varso via, 1937), pp. 114-115. 36 Burevéstnik, núm. 9, Febrero de 1908, pp, 16-17; B. I. Górev, «Apolitícheskie i antiparlámentskie gruppy (anarjisty, maksimalisty, majevtsy)», en Obschéstvennoe dvizbenie v Rossii, III, 489. 1,7 «Ayn enfentlikhe erklerung» (panfleto del Grupo AnarcoComunista de Vilna, 1905), Columbia Russian Archive. :is Jleb i Volia, núm. 24, Noviembre de 1905, pp. 5-8; Chómoe

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Notas

Znamia, núm. 1, diciembre de 1905, pp. 6-7; Burevétsnik, núms. 67, septiembre-octubre de 1907, p. 6; S, Anísimov, «Sud i rasprava nad anarjistami kommunístami», Kátorga i Ssylka, 1932, núme­ ro 10 (95), pp. 129-142; P. A. Arshínov, Dva pobega (iz vospominanii anarjista 1906-1909 gg.) (París, 1929); Mijailu Bakúninu, pp. 307-313* 29 Almanaj, p. 151; Mijailu Bakurimu, pp. 258-259, 268. Burevéstnik, núm. 3, 30 de septiembre de 1906, pp 14-16. 4; ibid., núm. 5, 30 de abril de 1907, p, 14. 1,2 Frank, Geklibene shriftn, p. 403. 4:i Buntar, núm. 1, 1 de diciembre de 1906, pp, 20-24; Almana], p. 23. N Véase O. I. Tara tu ta, «Kíevskaia Lukianovskaia kátorzhnaia tíurma», Volná, núm. 57, septiembre de 1924, pp. 39-40. El autor fue uno de los participantes en el bombardeo de Odessa. 45 Sobre el círculo Ishutin, véase Venturi, Roots Of Revolution, pp. 331-353. ÍB T. Rostóvtsev, Ñas ha taktika (Ginebra 1907), pp. 7 ss. " Listkí «Jleb i Volia», núm. 8, 15 de febrero de 1907, pp. 3-5; Buntar, núm. 1, 1 de diciembre de 1906, p. 29, 18 I. Genkin, «Anarjisty: iz vospominánii politícheskcgo katorzhámina», Byloe, 1918, núm. 9, pp. 168-169; Genkin, Po tiúrmam i etápam (Petrogrado 1922), pp. 283-284; Max Nomad, Brea mers, Dynamiters and Demagogucs (Nueva York 1964), pp. 77-78. A. Bidbéi, O Liutsifere, velikom dukhe vozmushcheniia, «nesozna teVnosti», anarkhii i beznachaliia (¿París?), 1904, p. 28. 50 Ekaterina Litviná y Mi jai Suschinskii. Véase Probuzhdenie, núm. 80-81, marzo-abril de 1937, p. 26. 31 Listok gruppy Beznachálie, núm, 1, abril de 1905, pp. 1-3. 52 Genkin, Bylóe, 1918, núm. 9, pp. 172-173; Potiúrmam i etapam, pp, 288-289. 5:! «Prigotovlenie bom» (panfleto de los Anarjisty-Obscbínniki, 1905), Columbia Russian Archive; «Kak podzhigat pomeschi stogá», publicado en Listok gruppy Beznachálie, núm. 2-3, juniojulio de 1905, pp. 9-16, Aunque estén firmados simplemente por «Anarjisty-Obscbínniki», estos trabajos fueron probablemente escri­ tos por Rostóvtsev. Véase Genkin, Bylóe núm. 9, pp. 173-174. Aparecen editados en «Moscú» en vez de «San Petersburgo», muy probablemente para evitar a la policía. 51 T. R&stóvtsev, Za vsiu zemliu, za vsiu voliu (si., ¿1905?), sli.) 5r' Ustok gruppy Beznachálie, núm. 2-3, junio-julio 1905, pp. 3-4. 58 «Anarjisty-Obschínniki» y «K rabóchim g. Peterburga» (pan­ fletos, San Petersburgo, marzo y abril de 1905), Columbia Rus­ sian Archive. Del primero se distribuyeron 2,000 copias y 5.000 del segundo. E1 Genkin, Byloe, 1918, núm. 9, pp. 175-176; Po tiúrmam i etápam, p. 292, 58 Burevéstnik, núm. 6-7, septiembre-octubre de 1907, pági­ nas 29-30. RS Ibid., núm. 3, 30 de septiembre de 1906, pp. 12-13; «Neza-

Notas

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vxsimaia Sotsialistícheskaia Mysl» (periódico mecanografiado, Petrogrado, 1924), Fleshin Archive. 80 «Politícheskaía revoliútsiia ili Sotsiálnaia?» y