Los americanistas del siglo XIX: La construcción de una comunidad científica internacional
 9783964565471

Table of contents :
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
Parte primera. OBJETOS, ACTORES Y LUGARES DE UN SABER
Las colecciones americanas en Francia en el siglo XIX: objetos de curiosidad, objetos de estudio
Désiré Charnay y la imagen fotográfica de México
Florencio Janer, un americanista y conservador de museos del siglo XIX
Jiménez de la Espada y los estudios amazonistas desde España
El peruanismo de sir Clements Markham (1830-1916)
Las exposiciones americanistas españolas en la segunda mitad del siglo XIX
Parte segunda. APROXIMACIONES A UN SABER INTERDISCIPLINAR Y A UNA COMUNIDAD CIENTÍFICA INTERNACIONAL
La conformación de la Antropología como disciplina científica, el Museo Nacional de México y los Congresos Internacionales de Americanistas
América Latina en las revistas europeas de antropología, desde los inicios hasta 1880. De la presencia temática a la participación académica
La constitución de la investigación antropológica alemana a finales del siglo XIX: actores y lugares del saber americanista
Las relaciones hispano-francesas en la etapa fundacional del Museo Nacional de Antropología
La construcción del americanismo hispano y francés de fines del siglo XIX, Y su doble tradición histórico-naturalista
La formación de una malla de corresponsales o de cómo Jiménez de la Espada se insertó en una comunidad científica internacional de americanistas
DATOS BIOGRÁFICOS DE LOS AUTORES
ILUSTRACIONES

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Los americanistas del siglo xix Leoncio López-Ocón, Jean-Pierre Chaumeil y Ana Verde Casanova (eds.)

LOS AMERICANISTAS DEL SIGLO XIX La construcción de una comunidad científica internacional

LEONCIO LÓPEZ-OCÓN, JEAN-PIERRE CHAUMEIL y A N A VERDE CASANOVA (EDS)

Iberoamericana - Vervuert - 2005

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

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Parte primera OBJETOS, ACTORES Y LUGARES DF. UN SABER

Pascal Riviale:

Las colecciones americanas en Francia en el siglo xix: objetos de curiosidad, objetos de estudio Pascal

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Mongne:

Désiré Charnay y la imagen fotográfica de México Paz Cabello

Carro:

Florencio Janer, un americanista y conservador de museos del siglo xix Jean-Pierre

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Chaumeil:

Jiménez de la Espada y los estudios amazonistas desde España Juan José Villarías

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Robles:

El peruanismo de sir Clements Markham (1830-1916)

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Leticia Ariadna Martínez y Ana Verde Casanova:

Las exposiciones americanistas españolas en la segunda mitad del siglo xix

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Parte segunda A P R O X I M A C I O N E S A IJN SABER INTERDISCIPLINAR Y A UNA C O M U N I D A D CIENTÍFICA INTERNACIONAL

Jesús Bustamante García:

La conformación de la Antropología como disciplina científica, el Museo Nacional de México y los Congresos Internacionales de Americanistas Mónica

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Quijada:

América Latina en las revistas europeas de antropología, desde los inicios hasta 1880. De la presencia temática a la participación académica

193

Sandra Rehok:

La constitución de la investigación antropológica alemana a finales del siglo x/x: actores y lugares del saber americanista Pilar Romero

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de Tejada:

Las relaciones hispano-francesas en la etapa fundacional del Museo Nacional de Antropología

245

Fermín del Pino Díaz:

La construcción del americanismo hispano y francés de fines del siglo xix, y su doble tradición histórico-naturalista Leoncio

López-Ocón:

La formación de una malla de corresponsales o de cómo Jiménez de la Espada se insertó en una comunidad científica internacional de americanistas DATOS

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BIOGRÁFICOS

ILUSTRACIONES

DK LOS AUTORES

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INTRODUCCIÓN

El libro que tiene ante sí el lector recoge casi en su totalidad las comunicaciones presentadas al coloquio Los americanistas. El nacimiento de una comunidad científica internacional en el último tercio del siglo xix celebrado en el madrileño Museo de América los días 8 y 9 de octubre de 2003. Esa iniciativa académica fue el colofón de una acción integrada franco-española que dos grupos de investigación del CNRS y del CSIC1 llevaron a cabo en el bienio 2002-2003 para analizar la contribución de savants franceses y eruditos y polígrafos españoles al surgimiento de un nuevo campo científico durante la segunda mitad del siglo xix, como fue el caso del «americanismo», disciplina de cariz histórico y antropológico que en aquella etapa inicial se dedicó fundamentalmente al estudio de la historia antigua de América y de las características culturales de las poblaciones nativas de ese continente. Y asimismo se inscribe en el proyecto de investigación BS02001-2341, «Ingenieros sociales. La construcción del método y el pensamiento antropológicos en Europa e Iberoamérica, siglo xix», financiado por la Dirección General de Investigación del Ministerio de Ciencia y Tecnología, en el que tres colaboradores de esta obra han participado2. En efecto, la comunidad internacional de investigadores americanistas empezó a configurarse de una manera formal durante el último cuarto del siglo xix mediante la organización cada dos años de congresos internacionales destinados fundamentalmente al estudio específico de la América preco-

1 Esos dos equipos estuvieron integrados respectivamente por Jean-Pierre Chaumeil y Pascal Riviale y Leoncio López-Ocón y Fermín del Pino. 2 Tal es caso de Jesús nustamante, director del proyecto, Mónica Quijada y Leoncio LópezOcón.

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INTRODUCCIÓN

lombina. El protagonismo franco-español en el momento fundacional de una nueva disciplina científica, que se desgajó del «orientalismo», fue evidente. Los cuatro primeros congresos se celebraron en Nancy (1875), Luxemburgo (1877), Bruselas (1879) y Madrid (1881), es decir en ciudades francesas, o de la Europa francófona, y en la capital española. Y puede considerarse que esa etapa inaugural culminó con la fundación de la Société des Américanistes en París en 1895, organización que contribuiría a dinamizar el desarrollo de ese campo de estudios en las primeras décadas del siglo xx. Pero también es evidente que la construcción de ese saber americanista, deudor del «cientificismo» de la era del positivismo, tuvo una dimensión internacional que se concretó, entre otras manifestaciones, en la construcción de redes de comunicación científica transatlánticas. Desde el primer momento los congresos de americanistas tuvieron una clara proyección y dimensión internacional, de tal manera que la presencia de americanistas de otros países europeos y de los diversos estados de las Américas fue cada vez más nutrida y relevante. Por esta razón los organizadores del mencionado coloquio, embrión de este libro, convocaron a diversos colegas, especialistas de otras tradiciones de estudios americanistas, surgidas tanto en Europa, como en las Américas, donde, evidentemente, esos «saberes americanistas» —nacidos de preocupaciones intelectuales de un grupo de savants europeos, interesados en las antigüedades americanas y en el estudio de las características físicas y culturales de las sociedades amerindias—, tuvieron un paulatino e inevitable desarrollo como un instrumento de autoconocimiento. Hubo que esperar dos décadas para que se celebrase uno de esos congresos internacionales en el propio continente americano. Fue en 1895, fecha que a todas luces marca una línea divisoria en la construcción del «americanismo científico» contemporáneo, cuando se celebró el XI Congreso Internacional de Americanistas en la capital de la República mexicana. A partir de entonces y ya por más de un siglo se sucederían alternativamente sedes americanas y europeas en la organización y acogida de esas asambleas científicas. Indudablemente a partir de entonces se fortaleció una dinámica de trabajo que favoreció no sólo la consolidación institucional de ese campo de estudios en ambos continentes, sino también un robustecimiento del despliegue de las mencionadas redes de comunicación científicas trasatlánticas por las que circulaban informaciones, objetos, o controversias sobre interpretaciones diversas del pasado americano. Pues bien, esclarecer diversos aspectos relacionados con la constitución de ese nuevo campo de estudios «americanistas» en el último cuarto del siglo xix

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fue la preocupación fundamental de los participantes en el mencionado coloquio celebrado en el Museo de América, germen de este libro. Las aportaciones y reflexiones de aquel coloquio y de este libro han girado principalmente en torno a cuestiones contextúales y epistemológicas y han versado fundamentalmente en torno a una cuádruple preocupación: — determinar quiénes fueron los actores que construyeron la comunidad científica que se formó en torno a los mencionados congresos internacionales de americanistas; — establecer las características de los objetos y lugares sobre los que se fundó ese nuevo campo de estudios en la era del positivismo; — especificar el carácter híbrido de ese campo de estudios americanistas, que se benefició en su etapa fundacional de las aportaciones de diversas ciencias humanas como la filología y la antropología, y de una nueva concepción del pasado gracias al desarrollo de disciplinas como la arqueología y la historia; — y evaluar la significación de las redes de comunicación que desplegaron esos pioneros para constituirse como una comunidad científica, que tuvieron un carácter trasatlántico, pues obligatoriamente sus integrantes tuvieron que crear pasillos culturales para trasladar entre ambas orillas del Atlántico sus ideas y prácticas científicas en caminos de ida y vuelta entre ambas orillas. De este modo los contenidos del libro pueden dividirse en dos grandes bloques. Por una parte seis contribuciones se concentran en el análisis de los objetos, actores y lugares de ese nuevo campo científico que se fue construyendo durante la segunda mitad del siglo xix. Y otras seis aportaciones analizan el carácter multidisciplinar y transnacional de ese campo científico, concentrando su atención en cuestiones tales como la importancia de las aportaciones de diversas disciplinas científicas, como fue el caso de la antropología, en el desarrollo del americanismo, y la capacidad que tuvieron esos pioneros del americanismo científico contemporáneo para desplegar redes de comunicación bicontinentales y transatlánticas dadas las características de sus objetos de estudio. Así el primer bloque de aportaciones lo abre la contribución de Pascal RIVIALE, quien se centra en el hecho de destacar el papel que desempeñaron los objetos, sobre todo de carácter arqueológico, en la constitución de la comunidad científica internacional de americanistas, poniendo como ejemplo de ese hecho histórico el caso de las colecciones americanas que se formaron en Francia durante el siglo xix. En un principio esos artefactos fueron objeto, sobre todo, de curiosidad intelectual generándose entonces una serie de

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colecciones entre «amateurs» de curiosidades exóticas. Pero el desarrollo de nuevas ciencias humanas durante las primeras décadas del siglo xix —como la etnografía, la antropología o la arqueología prehistórica— dio un nuevo estatuto a esos artefactos de las poblaciones amerindias: el de objeto de estudio. Una serie de instituciones museísticas —entre las que c a l * destacar el museo de Historia Natural de París, el Museo Naval, el Museo de la cerámica de Sèvres, el Museo Americano del Louvre, y el Museo Etnográfico de Trocadéro—, y de sociedades científicas, como las sociedades de Geografía, de Antropología de París, y la sociedad de Etnografía, iniciaron un proceso de acumulación sistemática de esas colecciones y comenzaron a estimular su estudio metódico. Fue ese el contexto intelectual y social en el que se inscribe el desarrollo progresivo de los estudios americanistas a lo largo del siglo xix, suscitándose desde entonces un deseo por parte de esos estudiosos por obtener un reconocimiento social e institucional de su campo específico de investigaciones. Las redes de contactos preexistentes en otros ramos del saber fueron utilizadas a menudo como una base inicial para establecer conexiones más especializadas y más organizadas formalmente, las cuales pudieron concretarse fundamentalmente en los congresos internacionales de americanistas y a través del desarrollo de la Société des Américanistes de París, creada en 1895. Pascal MONGNF. por su parte presenta y analiza la figura y la obra de Désiré Charnay (1828-1915). Este explorador, arqueólogo y fotógrafo realizó entre 1857 y 1897 numerosos viajes por diversas partes del mundo. En ellos realizó por lo menos 700 clichés, quizás un millar, gran parte de los cuales se han conservado en la fototeca del parisino Museo del Hombre, de donde han pasado a formar parte de las colecciones del Museo del Quai Branly. Fue, sin lugar a dudas, México el país que ejerció una particular fascinación en Charnay. En él llevó a cabo cuatro campañas —entre 1858 y 1860, entre 1864-1867 durante el gobierno del emperador Maximiliano, entre 1880 y 1882 y en 1886—, a lo largo de las cuales generó no sólo una singular colección de fotografías de las que se ofrece una selección en el texto y un inventario en un anexo documental, sino también de estampados y moldes. Todas esas colecciones le permitieron ir profundizando en el conocimiento de las antiguas civilizaciones mesoamericanas que transmitió en obras como Les anciennes villes du Nouveau monde de 1885 y difundir sus hallazgos arqueológicos resaltando la importancia de la cultura tolteca gracias a sus excavaciones en la ciudad de Tula. Aunque el crédito científico de Charnay disminuyó a partir de principios del siglo xx, es indudable, según muestra Mongne, que la obra de Charnay

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tuvo una considerable importancia en la construcción de una imagen del pasado mexicano en las décadas finales del siglo xix, a la que intentó fijar en un registro de pretensiones naturalistas. Otro de esos pioneros del americanismo europeo en las décadas centrales del siglo xix es Florencio Janer Graells (1831-1877), de cuya trayectoria intelectual y aportaciones a los estudios americanistas da cuenta Paz CABELLO en su contribución a este volumen. Janer es conocido por ser autor de diversas obras históricas y literarias, características de la historiografía romántica liberal del reinado de Isabel II, algunas de las cuales han sido reeditadas recientemente, pero la dimensión americanista de su obra es prácticamente desconocida. Y sin embargo, desde que en 1859 fue nombrado archivero del Museo de Ciencias Naturales de Madrid, cuya dirección ostentaba su familiar Mariano de la Paz Graells, realizó una significativa labor como estudioso de las colecciones reales que custodiaba esa institución, procedentes la mayor parte de ellas de las grandes expediciones científicas españolas que fueron al continente americano durante el siglo xvm. Como resultado de la tarea que ejerció como conservador de esas colecciones elaboró un catálogo que se conserva actualmente en el archivo del Museo de América titulado Historia, descripción y catálogo de las colecciones histórico-etnográficas, curiosidades diversas y antigüedades conservadas en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid. 1860, y cuyos contenidos se analizan pormenorizadamente en esta contribución. Pero sus conocimientos de esas colecciones histórico-americanas los dio a conocer sobre todo en una serie de colaboraciones que hizo en la publicación denominada Museo Español de Antigüedades, revista de gran formato, que se editó gracias al empeño de Juan de Dios de la Rada y Delgado entre 1872 y 18823. En esa publicación, de esmerada impresión, se dieron a conocer los principales tesoros del Museo Arqueológico Nacional, recién fundado en 1867, e institución a la que fueron a parar gran parte de las colecciones histórico-americanas que había custodiado el Gabinete de Historia Natural. Janer aparece así ante nuestros ojos como el primer conservador de museos español, cuando este cuerpo de especialistas aún no había sido creado, y como un defensor del patrimonio histórico artístico español, en el que el cuidado y estudio de las colecciones americanas empezó a ser tomado en consideración. Ahora bien la dimensión política de las actividades de Janer, que le llevaron a ejercer diversos cargos a finales del reinado de Isabel II, así como su falleci-

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Existe un índice general bibliográfico de esa obra realizado por Gregorio Callejo y

Caballero en 1889.

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miento antes de cumplir los 50 años, limitaron el impacto y alcance de sus contribuciones americanistas. Sería, sin embargo, un conocido de Janer, como fue el caso del naturalista, geógrafo e historiador Marcos Jiménez de la Espada (1831-1898), discípulo predilecto de Mariano de la Paz Graells, quien diese un impulso definitivo en la sociedad española del último tercio del siglo xix a los estudios americanistas. Jean-Pierre C H A U M E I L , en su contribución, analiza una faceta poco estudiada de la obra de ese americanista, aquella que concierne a sus actividades como amazonista. La falta de curiosidad por esta dimensión de la obra de ese americanista no deja de ser sorprendente dada la importancia que tuvo su experiencia amazónica en el desarrollo de su trayectoria intelectual y profesional. El examen de las actividades emprendidas por Jiménez de la Espada en ese campo de estudios, que le llevaron a intensificar los contactos con diversos investigadores, mayoritariamente europeos, es instructivo para entender la manera en la que se formó un saber científico sobre la Amazonia en el último tercio del siglo xix. En su contribución Chaumeil se propone ilustrar este proceso mediante una aproximación a tres debates protagonizados por algunos de los pioneros de los estudios amazonistas. Se abordan de esta manera las controversias habidas entre Jiménez de la Espada y el británico Markham, entre el chileno José Toribio Medina y el mismo Espada, y se da cuenta de algunos de los intercambios en torno a cuestiones amazónicas que se produjeron en el marco de los primeros Congresos Internacionales de Americanistas en los que participó Jiménez de la Espada. Mediante el seguimiento de esos debates e intercambios se pueden reconstruir tanto las estrategias de cooperación que animaron a esos estudiosos para construir una disciplina, como las pugnas en las que se vieron envueltos en su afán por obtener la prioridad en ciertos hallazgos científicos, que en su caso se concretaba en la «búsqueda y captura» de manuscritos inéditos que daban cuenta de aspectos desconocidos del pasado americano. Precisamente acerca de uno de esos americanistas europeos con los que se relacionó Jiménez de la Espada —el británico sir Clements R. Markham— fija su atención Juan VILLARÍAS. En su contribución —que contiene a modo de apéndice la bibliografía americanista de ese relevante peruanista— se subraya cómo ese «gentleman», además de ser un agente del imperio británico, fue el americanista más influyente en lengua inglesa en la segunda mitad del siglo xix y primeras décadas del xx, gracias a sus estudios sobre el Perú prehispánico y protocolonial en los que siguió la estela trazada en esas investigaciones

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por el norteamericano William Prescott. Pero las aportaciones de Markham al conocimiento de la civilización andina son valoradas en este texto a la luz de una comparación con las de su coetáneo Marcos Jiménez de la Espada, y con figuras de la generación siguiente como Max Uhle y Heinrich Cunow. A lo largo de su larga y prolífica vida profesional, Markham fue testigo de grandes transformaciones en el desarrollo de los estudios andinos, contribuyendo él mismo a ellas. Sin embargo, mantuvo consistentemente desde su juventud su convicción de que el Perú incaico había sido una civilización admirable, de rasgos socialistas y hasta utópicos, y que la conquista española significó una involución histórica. Este posicionamiento ideológico, que condicionó su obra como traductor y editor de fuentes, debía mucho a su nacionalismo, contrapuesto al del español Jiménez de la Espada. Este se mostraría por su parte interesado en recuperar y difundir una imagen «civilizada» del pasado americano de España, contrapuesta a los aspectos sombríos de la «leyenda negra», por lo que para justificar el fenómeno de la violencia de la conquista se vio obligado a presentar una imagen poco amable del imperio inca, y a subrayar cómo esa etapa de dominio inca en los Andes representaba una etapa cultural que tenía que ser superada por otros aportes civilizatorios. Estos planteamientos de ese americanista español serían desarrollados más sistemáticamente por los evolucionistas Cunow y Uhle. Finalmente este primer bloque de contribuciones sobre los objetos, actores y lugares que permitieron construir el campo del americanismo científico se cierra con la aportación de Ana V E R D E y Leticia Ariadna MARTÍNEZ. Estas autoras intentan iluminar en su texto los cambios que se llevaron a cabo en las representaciones culturales de América durante la segunda mitad del siglo xix, debido al impulso que experimentó en esa época el conocimiento tanto del pasado de ese continente, como de su diversidad cultural. Para cumplir ese objetivo revisan los diferentes criterios subyacentes en la organización de tres exposiciones decimonónicas de índole americanista que se celebraron en Madrid a lo largo de ese período de tiempo, como fueron: la exposición de las colecciones de la Comisión Científica del Pacífico que se inauguró en el Jardín Botánico de Madrid el 15 de mayo de 1866, la exposición americanista de 1881 que se celebró con motivo del IV Congreso internacional de Americanistas, y la exposición histórico-americana de 1892 organizada en el marco del programa conmemorativo del IV Centenario del Descubrimiento de América. Ese análisis comparado permite a las autoras hacer hincapié en los distintos elementos, de carácter ideológico y metodológico, que incidieron en el surgimiento y desarrollo histórico de la disciplina que se especializó en generar un saber acerca

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de América, cual fue el caso del americanismo. En el desarrollo de este saber, los objetos arqueológicos y etnográficos desempeñaron un papel importante y cambiante, y fueron a la búsqueda de un público, como se intenta mostrar en la presentación comparada de las mencionadas exposiciones. En 1866 los materiales expuestos eran aún sobre todo objetos de «curiosidad» sobre pueblos exóticos para el público. En 1881 el objeto ya adquirió un estatuto científico pero su visión quedó circunscrita fundamentalmente a los integrantes de la incipiente comunidad internacional de americanistas. Fue en 1892 cuando se produjo un cambio de perspectiva y esos objetos pasaron a ser además de objetos de estudio materiales de instrucción para el público y elementos de delimitación cultural. La exhibición de objetos americanos buscó entonces trascender el círculo erudito. El encuentro con el público se revelaba así como un instrumento eficaz para consolidar la incipiente disciplina del americanismo. La segunda parte del libro está formada por otras seis contribuciones en las que se analizan el carácter multidisciplinar y transnacional de ese campo científico, y se presta una particular atención a las redes de comunicación que desplegaron algunos de esos pioneros del americanismo científico contemporáneo para hacer circular objetos, ideas y prácticas de trabajo. En concreto cuatro de esas aportaciones se concentran en aspectos diversos de la relación que tuvo ese incipiente americanismo «científico» contemporáneo con el desarrollo de una de las ciencias humanas que eclosionó a lo largo del siglo xix como fue la Antropología. Así, Jesús BUSTAMANTE afronta en su trabajo la tarea de abordar la interrelación que se ha producido entre la evolución de lo que es actualmente el magnífico Museo Nacional de Antropología de México y los procesos de institucionalización de las Ciencias Humanas y Sociales, especialmente de la Antropología. Para abordar ese desafío usa una triple estrategia. Por una parte reconstruye el complejo tránsito que tuvo el Museo Nacional de México desde cuando era un centro enciclopédico, que abarcaba las antigüedades, el arte y la Historia Natural, hasta que se convirtió en una institución de prestigio internacional especializada en la antropología y la arqueología americanas. Por otro lado da cuenta de cómo en ese proceso dos congresos internacionales de Americanistas celebrados en México, el XI celebrado en 1895 —que fue el primero que se llevó a cabo en suelo americano— y el XVII, de 1910, desempeñaron un papel decisivo como mecanismos de fijación y legitimación institucional, por el reconocimiento científico que aportaron y por las redes internacionales en las que la institución quedó inscrita. Y finalmente trata de explicar la paradoja de cómo un Museo Nacional pudo transformarse sin rup-

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turas lógicas en un Museo Antropológico al considerar que en el caso mexicano, al igual que pudo suceder en otros países de la América Latina, la dimensión «nacionalista» de la Antropología prevaleció sobre su uso como instrumento colonial. Por su parte Mónica Q U I J A D A explica en su contribución cómo en las décadas de 1860 y 1870 aparecieron una serie de revistas científicas dedicadas a cuestiones antropológicas, como manifestación visible de la consolidación de esa nueva disciplina que se preocupaba fundamentalmente por la cuestión de los orígenes de la humanidad, y por el estudio de la constitución física de las diversas poblaciones y su distribución en el espacio. Las tres más importantes, por la calidad de sus contenidos y por la amplitud de su proyección internacional, fueron el Journal of the Anthropological Institute de Londres, fundado en 1869; la Revue d'Anthropologie de París, fundada en 1872, y el Zeitschrift für Ethnologie, también creado en 1872, vinculadas cada una de ellas a relevantes sociedades científicas, el Royal Anthropological Institute of Great Britain and Ireland, nacido en 1871, la Société dAnthropologie de 1872 y la Deutsche Gesellschaft für Ethnologie, Anthropologie und Urgeschichte de 1869- Pues bien el objetivo concreto del trabajo de Mónica Quijada es el de evaluar la presencia del tema latinoamericano en la primera década de la existencia de esas revistas con una doble finalidad: para aquilatar la presencia de América Latina como objeto de estudio y determinar el interés de los científicos europeos en los temas procedentes de ese ámbito geográfico; y para definir la propia presencia, en esos instrumentos de conocimiento, de la ciencia antropológica que se hacía en América Latina. Esa doble aproximación hace posible constatar que a pesar de que en esa década temprana, simultánea al nacimiento de los congresos internacionales de americanistas, la presencia de la América Latina en esas revistas no fue particularmente amplia, sí puede considerarse que fue significativa desde una perspectiva cualitativa por diversas razones, entre las que cabe destacar dos de ellas. La ciencia antropológica empezó a cultivarse con un creciente interés en diversos países latinoamericanos, y científicos latinoamericanos se incorporaron desde su región a los grandes debates internacionales antropológicos hasta tal punto que algunos antropólogos sudamericanos, como los argentinos Francisco Moreno y Florentino Ameghino, se integraron en el mainstream de la nueva disciplina. Ese interés que tuvieron los antropólogos europeos por cuestiones relacionadas con la América Latina es abordado también por Sandra R E B O K , quien se centra en el estudio de los actores y lugares que en Alemania cultivaron lo que en el ámbito cultural germanófono se denomina «Amerikanistik», al

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hilo de la constitución de la antropología como ciencia académica. Para dar cuenta de ese proceso se presentan en primer lugar los condicionantes de la investigación antropológica alemana, entre los que se distinguen el marco político-histórico, el marco institucional y las corrientes teóricas que atravesaron la disciplina, las cuales marcaron a los investigadores orientando los contenidos de sus intereses científicos y los enfoques a sus objetos de estudio. Luego se analizan los métodos, y los problemas y respuestas dadas a los interrogantes que se plantearon los antropólogos y americanistas alemanes en sus investigaciones acerca de la historia antigua y las culturas nativas de la América Latina. Y finalmente se ofrecen ejemplos diversos de las actividades de algunos de los más importantes americanistas alemanes del siglo xix, como Adolf Bastían, y del gozne entre los siglos xix y xx como Eduard Seier, Paul Ehrenreich, Theodor Koch-Grünberg o Karl von den Steinen, evaluando los resultados de sus trabajos y sus vinculaciones con los museos, entre los que cabe destacar el Museum für Völkerkunde de Berlín. Estas instituciones son presentadas no sólo como lugares donde se reunían las colecciones antropológicas y arqueológicas procedentes de las expediciones efectuadas por científicos alemanes a países americanos, sino también como laboratorios donde se llevaba a cabo en el día a día la investigación «americanística». Pilar R O M E R O DF. T E J A D A analiza, por su parte, la cuestión del desarrollo de la disciplina de la antropología en la España de la segunda mitad del siglo xix y primer cuarto del siglo xx a través del estudio de las relaciones que entablaron los primeros antropólogos españoles con sus homólogos franceses, y da cuenta de la orientación americanista que tuvo el Museo Nacional de Antropología, principal locus institucional en el que desarrollaron su labor tales antropólogos. Ya en la fase fundacional de la institucionalización de la antropología en España, que cristalizó con la creación de una Sociedad Antropológica en 1865, las relaciones entre Pedro González de Velasco, principal animador de esa sociedad, y el médico francés Paul Broca, fundador en 1859 de la Société d'Anthropologie y uno de los más prestigiosos antropólogos europeos, fueron fluidas. Pero cabe afirmar que esos contactos entre antropólogos españoles y franceses fueron aún más intensos en el medio siglo que media entre 1875 y 1925, época en la que diversos antropólogos españoles realizaron cursos de perfeccionamiento en París, y en la que colegas franceses efectuaron diversos trabajos de campo en territorio español. Así en esa época Manuel Antón, primer catedrático de Antropología en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Madrid, así como sus discípulos Luis de Hoyos y Telesforo Aranzadi man-

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tuvieron relaciones estrechas con sus colegas René Vernau y Émile Cartailhac, no exentas de tensiones, como se aprecia en la correspondencia cruzada entre unos y otros. Pero además de insertarse en las redes europeas creadas por los antropólogos franceses los antropólogos españoles y las instituciones en las que trabajaron mantuvieron un vivo y continuado interés por el estudio de las culturas americanas, como lo prueba por ejemplo la tesis doctoral de Luis de Hoyos y Sainz sobre los cráneos deformados andinos que recolectó en tierras sudamericanas el antropólogo de la Comisión Científica del Pacífico Manuel Almagro. Ese interés americanista del Museo Nacional de Antropología perviviría a lo largo del siglo xx como lo muestran las investigaciones efectuadas por sus sucesivos directores, y la importancia que han tenido en el desarrollo del americanismo actual las actividades que llevó a cabo en ese Museo la Escuela Iberoamericana de Antropología entre 1965 y 1968. Las dos últimas contribuciones del volumen, debidas respectivamente a Fermín del P I N O y Leoncio L Ó P F , Z - O C Ó N , inciden en el carácter híbrido y cosmopolita que caracterizó en sus orígenes a la comunidad internacional de americanistas que se formó en el último cuarto del siglo xix al hilo del desenvolvimiento de los congresos internacionales de americanistas. En efecto, en esos congresos se congregaron cultivadores de saberes humanísticos clásicos como la historia y la filología con naturalistas y antropólogos que aspiraban a hacer una historia natural de la humanidad. Del Pino, en su contribución, además de reflexionar sobre las características del americanismo hispano de la época de la Restauración, subraya ese carácter binomial histórico-natural del americanismo al fijarse en el carácter disciplinarmente «anfibio» de la dedicación científica de Jiménez de la Espada, el más notable americanista español de ese tiempo. Y sugiere además, realizando una comparación con la obra de ciertos americanistas franceses como Ernest-Théodore Hamy, que la conjunción del uso de métodos de las ciencias naturales y humanas que se manifiesta en el enfoque americanista de Espada, tal vez es una manifestación «idiosincrásica» de las investigaciones sobre las antiguas culturas del Nuevo Mundo, muy deudoras del género historiográfico de las «historias naturales y morales». López-Ocón, por su parte, muestra cómo Jiménez de la Espada se comprometió con la construcción del americanismo como saber autónomo participando activamente en diversos congresos internacionales de americanistas en la larga década que medió entre 1879 y 1890 y explica brevemente la cartografía y tipología de la red bicontinental que alimentó ese científico para sostener su programa de investigaciones mediante una somera presentación de la correspondencia digitalizada de su archivo, accesible a los internautas a tra-

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vés de una doble vía: mediante el portal que se ha construido sobre las colecciones documentales y científicas de la Comisión Científica del Pacífico en www.pacifico.csic.es o a través del catálogo informatizado de los archivos del CSIC en www.csic.es/cbic/archivos/Archivos.htm. Y finalmente, basándose en el caso de Jiménez de la Espada, llama la atención sobre el papel desempeñado por diversos naturalistas historiadores en la construcción del americanismo como campo científico al elaborar un discurso híbrido en el que combinaron sus conocimientos procedentes de las ciencias naturales con el estudio de textos antiguos. Esta práctica textual fue más importante en el trabajo de los naturalistas del siglo xix, de lo que la historiografía ha dado a entender. Ciertamente el conjunto de estas contribuciones no agota todas las cuestiones relacionadas con la génesis y la genealogía del americanismo como campo científico. Quedan por examinar más en detalle cuestiones tales como el análisis más profundo de la coexistencia de diversos estilos de pensamiento en el seno de esos «americanistas» decimonónicos, basados en diferencias ideológicas, adscripciones nacionales, o tradiciones disciplinares de las que procedían. Pues, tal y como se deduce de algunos de los textos aquí presentados, parecerían coexistir en el seno de esos americanistas, según se planteó no hace mucho (Taylor 1996: 632), un grupo de idealistas anti-empiristas, predominantes entre los integrantes franceses de la Société Américaine, y de empiristas que tenían la ambición de unificar las ciencias naturales y las sociales para crear una «historia natural de la humanidad», predominantes en el ámbito alemán. Asimismo convendría haber prestado más atención al desarrollo de ese americanismo en otras áreas europeas, como la escandinava, sobre cuya importancia en las primeras décadas del siglo xx se ha llamado la atención recientemente (Muñoz 2003), o profundizar más en importantes figuras de ese americanismo europeo como fue Max Uhle, de cuyo legado existente en el Ibero-Amerikanisches Institut Preußischer Kulturbesitz de Berlín ha empezado a hacerse un catálogo informatizado en www.iai.spk-berlin.de/ biblioth/nachl/uhle/frameuhled.htm. De todas maneras este libro ha de ser contemplado como un punto de partida, y como una propuesta incitadora, para que quienes se interesen en los mecanismos de creación de un campo científico, como fue el americanismo en el último cuarto del siglo xix, dispongan de nuevos instrumentos de análisis y de mejores conocimientos. Precisamente en este momento histórico los mismos americanistas manifiestan afán por conocer los momentos fundacionales, y el desarrollo histórico, de su disciplina, ya que el comité

INTRODUCCIÓN

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permanente de los congresos internacionales de americanistas con motivo de la celebración del 50 Congreso Internacional de Americanistas en Varsovia en el año 2000 hizo un llamamiento a la creación de un archivo en el que se depositase toda la documentación relacionada con esos congresos, que tendría su ubicación en Sevilla en la Escuela de Estudios Hispano-Americanos del CSIC. Esa ciudad será precisamente sede en el año 2006 del 52 Congreso Internacional de Americanistas, en el que se seguirá promoviendo el estudio histórico y científico de las Américas y sus habitantes, como hicieron aquellos pioneros americanistas del siglo xix presentes en estas páginas, quienes al convocar el primero de esos congresos en 1875 no podían imaginar que su convocatoria tendría tan larga vigencia. Esta obra, como cualquier empresa humana, ha sido el resultado de muchos esfuerzos. Los editores quieren expresar su reconocimiento a todos los colegas que han participado en ella, procedentes de organismos públicos de investigación europeos como el CSIC y el CNRS, o de museos españoles y franceses, como el Museo de América, el Museo Nacional de Antropología, el Museo del Louvre, o el Musée d'Orsay; y también a todas las instituciones que ayudaron a financiar y organizar el coloquio, del que surgió este libro, como: la acción integrada HF2001/10/156 del Ministerio de Ciencia y Tecnología de España y el Programme d'actions integrées (PAI) Picasso de EGIDE del Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, los proyectos de investigación PB02001-2341 y TIC 2000-01Ó8-P4-04 subvencionados por el Ministerio de Ciencia y Tecnología de España, la Casa de Velázquez, la Subdirección General de Relaciones Internacionales del CSIC, y la Asociación de Amigos del Museo de América, institución que brindó todo tipo de apoyos para la celebración de ese evento académico. Asimismo desean manifestar su agradecimiento a quienes han financiado la edición de este volumen: los responsables de la Dirección General de Cooperación y Comunicación Cultural del Ministerio de Cultura de España, y del Programme International de Cooperation Scientifique del CNRS de Francia. Y finalmente desean hacer constar su gratitud a Klaus D. Vervuert y a Juan Carlos García Cabrera, quienes con su interés por esta iniciativa editorial y con su cuidadoso trabajo han dado forma a este libro que sale a la plaza pública en busca de atentos lectores.

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INTRODUCCIÓN

BIBLIOGRAFÍA

Adriana ( 2 0 0 3 ) : «La formación de las colecciones arqueológicas sudamericanas en Gôteborg. El período de Erland Nordenskóld». En: Anales del Museo de América, 11, pp. 2 3 7 - 2 5 2 . TAYLOR, Anne-Christine ( 1 9 9 6 ) : «Une ethnologie sans primitifs. Questions sur l'américanisme des basses terres». En: Gruzinski, Serge/Wachtel, Nathan (dirs.): Le Nouveau Monde. Mondes Nouveaux. L'expérience américaine. Paris: Éditions Recherche sur les Civilisations, pp. 6 2 3 - 6 4 2 . MUÑOZ,

Parte primera OBJETOS, ACTORES Y LUGARES DE UN SABER

LAS COLECCIONES AMERICANAS EN FRANCIA EN EL SIGLO XIX: OBJETOS DE CURIOSIDAD, OBJETOS DE ESTUDIO Pascal Riviale

Musée d'Orsay, EREA, París

INTRODUCCIÓN

El estudio de la correspondencia, de las notas de trabajo y de los artículos etnográficos de los fundadores del americanismo europeo del siglo xix nos revela el gran interés que aquellos pioneros tenían por los objetos traídos desde el Nuevo Mundo al Viejo Mundo. A partir de esos objetos esos sabios construyeron su campo de estudios, y sus teorías sobre la cultura material, las creencias y el grado de civilización de las sociedades indígenas. Estas prácticas científicas, establecidas ya desde hacía tiempo en otros campos de estudio, eran todavía poco frecuentes en el campo americanista a mediados del siglo xix. Empezaron realmente a desarrollarse en el último cuarto de esa centuria. Tales prácticas estaban vinculadas tanto con la constitución de colecciones amplias en los museos o en gabinetes particulares, como con la intensificación de los intercambios internacionales de objetos e ideas. Es en el marco de esta problemática que quisiera evocar la historia de la formación de las primeras colecciones americanas en Francia, y analizar su relación con la constitución de una comunidad científica transnacional de americanistas. Se tratará primero de las colecciones etnográficas y arqueológicas vistas como objetos de curiosidad, se abordará en segundo lugar a las colecciones como objetos de estudio científico, y al final, se planteará cómo este proceso a la vez científico, museográfico y social ilustra sobre las relaciones entre sabios y la constitución de una comunidad americanista internacional.

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O B J E T O S DE C U R I O S I D A D

Cabe suponer que desde los primeros contactos entre navegantes franceses e indígenas del Nuevo Mundo curiosidades americanas fueron llevadas a Francia. No sólo artefactos, sino también plantas o animales, elementos susceptibles todos ellos de ilustrar las singularidades americanas tan difíciles de describir con palabras. Pero es desde el siglo xvii cuando tenemos los primeros testimonios precisos de la presencia de tales objetos en Francia. Se trata de objetos etnográficos traídos en su mayor parte de Canadá, del área caribe y de Brasil (Riviale 1993). El hecho de que los gabinetes de curiosidades estuviesen en boga en el siglo XVIII permitió una amplia difusión de esas piezas de colección. Sus lugares de procedencia eran los mismos y corresponden claramente a la presencia colonial francesa en las Américas (Canadá, Luisiana, Antillas, Guayanas). Los recolectores de esos objetos, a veces identificados, nos dan una idea de las redes de adquisición: funcionarios coloniales, misioneros, marineros, militares, etc. Sin embargo, el desarrollo espectacular en esa época de las ventas en subasta hizo posible que cualquier persona con recursos económicos pudiese formar una colección de curiosidades. Tras La Haya y Amsterdam era París a mediados del siglo XVIII uno de los lugares importantes en los que se hacían ventas públicas de objetos de arte y curiosidades exóticas 1 . Los catálogos de venta nos indican que un gran número de objetos americanos circulaban y cambiaban de manos en ese período. Se trataba todavía en su mayoría de objetos de Canadá y del área caribe, pero empezaban también a aparecer algunas antigüedades peruanas en el territorio francés. Tal es el caso del gabinete de Pedro Franco Dávila, vendido en París en 1767 (Catalayud 1988; Riviale 1993; Pimentel 2003: 147-178). Otras fuentes nos hablan del Sr. de la Falaise Chappedelaine, comerciante de Saint-Malo quien recolectó antigüedades peruanas durante sus negocios en tierras andinas2, o más tarde del Sr. Fayolle quien vendió su colección al marqués de Sérent en 1785, la cual sería embargada por las autoridades durante la Revolución Francesa.

1

Sobre esta cuestión véase el interesante libro de Pomian (1987).

2

El viajero François Amédée Frézier (1716: 250 y lámina XXXI) menciona a este comercian-

te e ilustra una de las cerámicas prehispánicas de su colección.

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La independencia de las repúblicas iberoamericanas en las primeras décadas del siglo xix tuvo consecuencias muy notables sobre el coleccionismo americanista. Se observa que en esa época negociantes, aventureros, ingenieros y toda clase de inmigrantes empezaron a establecerse en varias partes de los antiguos imperios coloniales español y portugués favoreciendo la circulación de objetos etnográficos y de arte popular de todas las repúblicas americanas y de antigüedades arqueológicas sobre todo de México y del Perú (Riviale 2001a), y en menor cantidad de América Central, de Colombia, o de Bolivia. Se puede afirmar entonces que el flujo creciente de gente viajando y llevando consigo objetos entre las Américas y Francia por un lado, y por otra parte el desarrollo de los estudios científicos dedicados a las sociedades indígenas de América (y la publicidad creada alrededor de esas ciencias nuevas que eran la etnografía y la antropología), así como la multiplicación de los lugares de exposición en Francia, fueron todos ellos factores que favorecieron sin duda alguna el gusto por esa clase de objetos a lo largo del siglo xix. Más adelante abordaré el papel de los museos. Ahora destacaré el papel desempeñado por las exposiciones universales, que a veces dieron lugar a presentaciones espectaculares, en el desarrollo de ese gusto europeo por los objetos americanos. En este sentido destacó en la exposición universal de París de 1867 la construcción por León Mehedin de una réplica del templo de Xochicalco en el que se podían ver numerosas piezas arqueológicas mexicanas (Riviale 1999), así como la exhibición de las colecciones de la comisión científica francesa de México que se llevó a cabo entre 1864 y 1867. En la de París de 1878 descolló la exposición del servicio de misiones científicas del Ministerio de Instrucción pública, la exposición de las ciencias antropológicas y el pabellón del Perú. Y en la gran exposición de 1889 sobresalieron la exposición de la historia de la habitación humana (por Viollet-le-Duc), el pabellón de México, y otra vez la exposición de las ciencias antropológicas. Las motivaciones de los coleccionistas eran entonces muy diversas. Se puede interpretar el desarrollo del coleccionismo a través de aspectos diferentes con una realidad propia todos ellos: gusto por la curiosidad, deseo de prestigio o verdadero interés científico. Basta constatar al respecto la amplitud del fenómeno que hizo factible que a partir de mediados del siglo xix apareciesen los primeros comerciantes especializados en las ciencias prehistóricas y etnográficas de América. El más famoso de ellos fue Eugéne Boban, quien tras una estancia de varios años en México y después de haber establecido estrechos vínculos con la Comisión Científica Francesa durante la Intervención militar,

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regresó a Francia en 1869 con importantes colecciones arqueológicas. Su correspondencia 3 nos da una idea clara de la importancia de sus contactos y de su actividad comercial en este ramo (Riviale 2001 h). Numerosos conservadores e investigadores se dirigían a él para adquirir piezas interesantes o para hacer intercambios, como es el caso, por ejemplo, del profesor Giglioli en Florencia, de Luigi Pigorini —director del Museo Prehistórico y Etnográfico de Roma, de Gustav Retzius de Estocolmo, o de Gabriel de Mortillet del Museo de Prehistoria Nacional en Saint-Germain-en-Laye, entre otros. ¿Cuáles eran las piezas preferidas por los coleccionistas? En primer lugar destacaban los objetos a los que se daba un valor estético, raros o con caracteres particulares: objetos de oro o de plata (vasos, figurinas, joyas) y cerámicas de forma extraña o con motivos pintados o en relieve. Pero muchos coleccionistas se preocupaban también por poseer objetos representativos de su cultura de origen o más bien de la representación que ellos se hacían de esas culturas. Entonces se encontraban a menudo en sus colecciones objetos bastante sencillos o sin calidades estéticas marcadas. Si el desarrollo del interés por el coleccionismo americanista alentó la huaquería (es decir el pillaje y la destrucción de muchos sitios prehispánicos), también promovió las falsificaciones. A fin de alimentar un mercado creciente, algunos artesanos nativos tuvieron la idea de reproducir o de imaginar nuevos artefactos a partir de modelos antiguos. Alexandre Brongniart (director del Museo Nacional de la Cerámica en Sévres) había ya observado en 1844 que en el mercado de Paita (costa norte del Perú) se encontraban imitaciones de vasos antiguos destinadas a los «turistas»4 (Brongniart 1844: I, 529). La producción de objetos falsos nunca dejó de progresar a lo largo del siglo xix, tanto en México como en el Perú''. La ignorancia de los estilos de las diversas culturas prehispánicas favoreció seguramente el desarrollo de lo que más tarde sería una verdadera industria. Los inventarios realizados en los museos franceses en los últimos veinte años nos han permitido identificar numerosas piezas falsas. Detectar estos objetos falsos se convertirá, como veremos más tarde en esta contribución, en una de las mayores preocupaciones de los conservadores de museos a finales del siglo xix: ¿cómo distinguir las verdaderas piezas de las falsas y disponer así de elementos de estudio fiables? La intensificación de los vínculos

1 Esta correspondencia se conserva en la Biblioteca Nacional de París (Departamento de los manuscritos). 4 Paita era entonces un puerto importante para los balleneros norteamericanos y europeos. ^ Y tal vez en Colombia, pero no tengo datos precisos sobre este asunto para este país.

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entre investigadores en el ámbito internacional contribuyó a plantear este problema, pero, claro está, sin poder arreglarlo realmente. Esta preocupación por lo que concierne a la supuesta autenticidad y al valor científico de esos artefactos, percibidos entonces no sólo como testimonios del pasado, sino también como material para identificar una cultura o un cierto nivel de civilización, nos lleva ahora a entrar en el análisis del estatuto de las colecciones como objetos de estudio.

C O L E C C I O N E S COMO OBJETOS DE ESTUDIO

Durante el siglo xix se desarrollaron nuevas ciencias y nuevos campos de estudios. Me refiero sobre todo a la antropología física, la etnografía y la arqueología prehistórica. En esta época la potencia económica, política, militar de algunas naciones de Europa y de Norte América creció considerablemente. El incremento de ese poder se vio acompañado de una voluntad clara de dominar el mundo y de interpretarlo a través de las ciencias mencionadas. De ahí que el estudio de las sociedades indígenas o primitivas no tuviese un interés exclusivamente científico. Es en el marco de este contexto en el que tenemos que observar el desarrollo del americanismo del siglo xix. Al iniciarse esa centuria se sabía muy poco de las culturas y de la historia de las sociedades prehispánicas. Los historiadores usaban sobre todo las pocas crónicas entonces conocidas 6 . Por esa época los museos franceses tenían todavía en sus colecciones pocos objetos representativos de las diversas culturas materiales de la América indígena prehispánica, ya que tal y como se ha explicado a fines del siglo XVIII existían algunas antigüedades en colecciones privadas y en las colecciones reales, que, embargados por el gobierno revolucionario, quedaron curiosamente ocultos en depósitos e ignorados durante varias décadas. Pero los sabios necesitaban elementos más concretos que sólo las relaciones de viaje para efectuar sus investigaciones. Además de las misiones científicas oficiales, los sabios podían contar con la ayuda de muchos voluntarios, como marineros, médicos, ingenieros, etc., quienes viajaban por motivo de su trabajo. Por esta razón a lo largo del siglo xix se redactaron y se publicaron muchas instrucciones para la recolección de datos y la formación de

6 En este aspecto hay que precisar que una tarea importante asumida por algunos americanistas del siglo XJX fue la de buscar fuentes desconocidas y editarlas para darlas a conocer. En esa labor destacaron Ternaux-Compans, Markham, González de la Rosa, y por supuesto Jiménez de la Espada.

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colecciones. Al respecto se pueden mencionar las instrucciones generales publicadas por el Musée d'Histoire Naturelle de París —que se actualizaban regularmente—, las de la Société de Géographie de París, o las de la Société d'Anthropologie de París. Pero hay que destacar sobre todo las que se hicieron en esta última sociedad para el estudio de Brasil, Chile, Perú y México, así como las instrucciones de l'Académie des Inscriptions et Belles Lettres para el Perú y las diversas instrucciones redactadas durante la Intervención francesa en México (Riviale 1999 y 2000). Así, se puede constatar que, mediante la acción combinada de las expediciones oficiales, de las instrucciones científicas y de las iniciativas individuales, una gran cantidad de objetos arqueológicos y etnográficos llegó a Francia durante el siglo xix. Muchos de esos objetos enriquecieron colecciones particulares, pero otros muchos también fueron obsequiados a museos. A su vez varios de esos museos estaban concebidos como centros de investigación y como lugares de difusión de un nuevo saber. Algunos de ellos tenían una especificidad muy marcada. Así el Museo de la Manufactura de Cerámica de Sévres —fundado hacia 1824— tenía como propósito presentar una historia universal de las artes de la cerámica. El Museo Naval —establecido en el Palacio del Louvre en 1830— tenía por su parte una sección etnográfica muy amplia, hasta tal punto que esa sección se convirtió en un museo de pleno derecho en 1850. Por su parte el museo de las antigüedades nacionales fue fundado en Saint-Germain-en-Laye en 1867 con el propósito no sólo de evocar la historia de nuestros antepasados sobre el suelo nacional, sino también con el afán de presentar al público un estudio comparado de los hombres prehistóricos y los hombres primitivos. En esos ejemplos, las colecciones americanas, muy numerosas, estaban integradas en un marco más amplio, que correspondía a un discurso científico muy preciso. Hay que destacar, sin embargo, algunos intentos para establecer museos dedicados específicamente al americanismo. Así en 1850 se fundó en una sala del Louvre el «Musée Américain» que se benefició de la fama del Louvre y atrajo muchas donaciones en el ámbito nacional e internacional. Pero también hay que reconocer que encontró obstáculos entre los conservadores y que no existía un verdadero proyecto tras su fundación. Pocos años después de su creación cerró sus puertas al público. Tras ese fracaso la Société Américaine de France, impulsada por Léon de Rosny, propuso hacia 1873 la creación de cuatro museos dedicados al Nuevo Mundo7. Finalmente con motivo de celebrarse en Nancy el primer 1 Uno sobre México, uno sobre el Perú y las demás civilizaciones prehispánicas de América del Sur, un museo de etnografía americanista y un museo sobre las Antillas (Riviale 1995: 221).

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Congreso Internacional de Americanistas se creó en el Musée Lorrain un «musée américain» con las donaciones efectuadas por varios particulares, gente próxima a la Société Américaine o a su fundador Léon de Rosny. Este museo tampoco tuvo mucho éxito y cayó en el olvido poco tiempo después8. Hay que destacar asimismo que, de forma paralela a esos proyectos museográficos centralistas, se multiplicaron a lo largo del siglo xix los museos locales. Sus orígenes fueron muy diversos, correspondiendo su nacimiento a iniciativas individuales como sucedió con diversos museos privados, o al legado de una colección particular a una ciudad. Este fue el caso para el Museo de Varzy con la colección Grasset9, del Museo de la Castres en Cannes con colección del Barón de Lyclama, o del Museo de la Reine Bérengére en Le Mans con la colección Chaplain-Duparc. Otros museos fueron creados por asociaciones de eruditos locales como sucedió en Langres con la Société Historique et Archéologique, en Caen con la Société des Antiquaires de Normandie, o en Annecy con la Société Florimontane. La fundación de algunos museos se debió también a veces a una voluntad política local debida al afán de presentar un patrimonio artístico o científico local mezclado a veces con un fondo muy antiguo de colecciones exóticas, o por afianzar el prestigio de la ciudad, emulando por ejemplo al museo de la urbe vecina (tener su museo como la ciudad vecina, etc.) o por el deseo de integrarse en una ola cientificista y participar en una moda colectiva, ya que crear un museo era considerado entonces un signo de progreso y de modernidad10. Las colecciones americanas estaban ya muy presentes en esos museos y tenían orígenes históricos y geográficos muy variados. A veces esas colecciones se corresponden con una historia local especifica. Tal es el caso de Burdeos, donde los vínculos comerciales con la América del Sur explican en gran parte la importancia de las colecciones peruanas en sus museos11. En otras ocasiones esas colecciones revelan la existencia de redes de contactos personales. Así se pueden interpretar las donaciones de objetos arqueológicos de México que hizo al Museo de Annecy Gutiérrez y Victory.

Tanto que ahora ni se sabe dónde están las piezas que constituyeron ese museo. Grasset era un amigo de Prosper Mérimée, quien le procuraba de vez en cuando piezas para su colección. Para una evocación de esos diversos coleccionistas véase Huerta (2001) y Riviale (2001a). 10 Sobre los museos americanistas y, en general sobre los museos y colecciones en provincia, véase Riviale (2001a). 11 Para un estudio de las colecciones americanas de Burdeos y de sus donantes véase Buretel de Chassey (1984) y Riviale (2001a). 8 9

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Este español residente en Tampico durante la Intervención militar francesa estaba en contacto con algunos eruditos y coleccionistas conectados con la Société Florimontane que fundó el Museo de Annecy (Mongne 1988: 22 y 26). Una situación similar se produjo en Toulouse, donde existía un círculo científico bastante activo e influyente, alrededor de la sociedad local de historia natural y de algunas personalidades de renombre nacional en el área de la paleontología y de la arqueología prehistórica como Edouard Lartet, Emile Cartailhac, y Eugène Trutat. Algunos de ellos, junto a Gabriel de Mortillet, animaban la revista Matériaux positifs pour l'histoire de l'hommeu. La existencia de ese ambiente científico favoreció la realización de muchas donaciones, tanto por eruditos franceses como también extranjeros, a los museos de Toulouse. Se puede afirmar entonces que a medida que fue avanzando el siglo xix se fueron formando colecciones americanas muy importantes en territorio francés, aunque estaban muy dispersas. Sin embargo su conocimiento y el uso científico de tales colecciones por parte de los americanistas fue muy débil. A veces se publicaba en revistas académicas locales una presentación y un «estudio» de piezas entradas en algún museo13. No obstante, en 1850 Adrien de Longpérier logró redactar el catálogo del Musée Américain del Louvre. Posteriormente se dieron a conocer algunos artículos sobre esas colecciones en las publicaciones de la Société d'Ethnographie Orientale et Américaine, y Léon de Rosny (1875) publicó un estudio sobre la cerámica americana. Pero, finalmente, todo ese esfuerzo tiene poca entidad y representó poco para el conocimiento de las colecciones americanas de los museos franceses. Fue de hecho a partir del momento en el que se creó el Musée d'Ethnographie du Trocadéro que se inicio una red museográfica en el ramo de la etnografía, procediéndose entonces a una serie de redistribuciones de «dobles», es decir de piezas arqueológicas o etnográficas que parecían semejantes y, por eso, inútiles. En esa nueva dinámica creada por el museo del Trocadéro, hay que mencionar también una de las iniciativas de su director Ernest Théodore Hamy, quien inició un trabajo 12

Esta famosa revista, fundada por Gabriel de Mortillet en 1864, era un -órgano de combatede los librepensadores. Su objetivo era presentar la actualidad de la investigación antropológica y prehistórica. Su especialidad era la prehistoria europea, pero también se encontraba en la revista una sección -extranjera». " Como ejemplo cabe citar el artículo que se publicó sobre cerámicas peruanas de un museo de Toulouse en las Mémoires de la Société archéologique du Midi de la France (CdsteUane 1836). Puede considerarse como el arquetipo de una actividad erudita muy local, con una difusión más o menos reducida, propia de numerosas ciudades francesas.

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de documentación sobre las colecciones de museos provinciales franceses, pero igualmente de algunos museos europeos14. Su Revue d'Ethnographie se convirtió entonces en un espacio de reflexión y de difusión sobre las colecciones y sobre otros temas de interés etnográfico. En cierta medida el Museo Etnográfico de París desempeñó el papel de cabeza de red15 respecto a los museos de provincia, y también acerca de los investigadores nacionales y sobre todo extranjeros. Esta cuestión nos lleva a la última parte de esta contribución, donde se efectúan algunas reflexiones sobre el papel desempeñado por los intercambios internacionales en la construcción de una comunidad de americanistas.

D E LAS CORRESPONDENCIAS ENTRE SABIOS HASTA LA CONSTITUCIÓN DE UNA COMUNIDAD AMERICANISTA INTERNACIONAL

Desde los inicios del coleccionismo americanista podemos detectar la existencia de contactos transnacionales entre sabios o eruditos. Se puede así evocar a Fabri de Peiresc, un muy famoso coleccionista francés del siglo xvn quien tenía corresponsales en el mundo entero —claro está en el mundo aún un poco reducido del siglo XVII—: entre los españoles cabe mencionar a Antonio Novel, médico del Duque de Medina Sidonia, quien le mandaba noticias y curiosidades del Nuevo Mundo (Humbert 1933: 203). Esos vínculos estaban a veces oficializados en un marco institucional, como era el caso de los corresponsales del Muséum d'Histoire Naturelle de París o de la Académie des Sciences. Fue a través de esta vía como se realizaron algunas colaboraciones en el campo americano. Así sucedió, por ejemplo, con la expedición francoespañola que se envió a la Audiencia de Quito para medir el grado de meridiano, liderada por La Condamine y a la que se agregaron los jóvenes oficiales de la Armada española Jorge Juan y Antonio de Ulloa, o la expedición botánica que se envió décadas después a otras partes del virreinato peruano, a cargo de Hipólito Ruiz y José Pavón, y en la que colaboró también el botánico francés Joseph Dombey.

14 Para Francia Hamy evoca los Museos de Nîmes, Lille CRevue d'Ethnographie, 1886), Cherbourg (1887), y para otros países describe las colecciones de Macédo en Berlín C1882), de Pinedo en Madrid (1883), y de Stolpe en Estocolmo (1889). 1=1 En francés tête de réseau (como se puede decir de una biblioteca).

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Los contactos se intensificarían en el siglo xix, por el hecho mismo de la multiplicación de las instituciones, como sucedió en primer lugar con los museos. Ya se ha destacado cómo el Muséum d'Histoire Naturelle de París tenía a su servicio desde la época del Jardín du Roí a toda una red de corresponsales para enriquecer sus colecciones' 6 ; este modo de funcionamiento fue recreado de nuevo al inicio del siglo xix y, gracias a la gran fama del museo y de sus profesores, permitió a esta institución recibir especímenes raros del mundo entero. Otros museos atrajeron también donaciones de eruditos extranjeros, gracias a la personalidad de sus directores. Tal fue el caso de Alexandre Brongniart, director del Musée de la Céramique de Sévres, quien disponía de una red de contactos distribuidos en diversas partes del mundo, entre los que cabe señalar al peruano Mariano Eduardo de Rivero; o de Gabriel de Mortillet en el Musée des Antiquités Nationales de Saint-Germainen-Laye: reconocido como uno de los prehistoriadores más importantes de su tiempo, Mortillet atrajo muchas donaciones o practicaba intercambios17. También el prestigio de una institución podía atraer las donaciones de coleccionistas foráneos. Este fue el caso del Musée Américain del Louvre, que recibió donaciones del argentino Vicente Fidel López o del chileno Maturana. Tras los museos hay que evocar el papel desempeñado por las sociedades científicas en la intensificación de esas relaciones científicas transnacionales. Dada su fama sociedades como la Société de Géographie de París y la Société d'Anthropologie de París gozaban de una influencia internacional bastante notable y tenían una red de corresponsales en el mundo entero. Ambas asociaciones tenían su propio museo y recibieron de esos corresponsales muchos objetos etnográficos y arqueológicos. La sociedad de Antropología, sobre todo, tenía mucho interés por recibir especímenes craneológicos asociados con artefactos, para apoyar sus estudios. Hay que destacar asimismo que así como esta sociedad solicitaba la colaboración de sus corresponsales extranjeros para sus propios estudios, también sus pedidos y sus ejes de investigaciones influyeron en muchos antropólogos de otros países18.

16 Si el director del Jardín a finales del siglo xvn, Guy-Crecent Fagon, hizo mucho para favorecer las expediciones a tierras lejanas creando así la posibilidad de incorporar especies y objetos raros en las colecciones reales, fue, no obstante, liuffon quien creó hacia 1770 el título de correspondant du Jardín du Roí sentando las liases del desarrollo del futuro Museo de Historia Natural (Yves Laissus en Taton 1986: 298). 17 La mayoría de las muy numerosas piezas norteamericanas del Museo fueron intercambiadas con instituciones estadounidenses (Academy of Andover, Peabody Museum, etc.). Véase el catálogo Arcbéologie comparée..., pp. 273-293.

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De la misma manera, aunque con efectos científicos menos relevantes, la Société d'Ethnographie de Léon de Rosny también tuvo desde sus inicios la idea de constituir una red internacional de sabios. En la puesta en marcha de ese proyecto cultural cabe detectar una importante dimensión ideológica, dada la adscripción a la masonería de León de Rosny19. En varias oportunidades Rosny expresó la idea de que cada ser humano tenía un papel que desempeñar en la evolución social y que los sabios del mundo entero tenían que unir sus esfuerzos para organizar el progreso de la humanidad. Es en este sentido en el que hay que interpretar una de sus últimas iniciativas como l'Institution Ethnographique, creada en 1877 con el objetivo de «federar» a los sabios del mundo entero: Cette institution repose sur une sorte de confédération de sociétés savantes, également constituées d'après les principes suivants: [...] Alliance des savants de tous les pays du monde 2 0 , cimentée par un vaste système de délégations en province et à l'étranger. Ces délégations assurent aux membres qui voyagent, des relations promptes, faciles et agréables; à ceux qui ne voyagent point, des relations de correspondance utiles pour leurs travaux et le succès de leurs études (Rosny 1877: 5-7).

Sin embargo la Société d'Ethnographie, fundada en 1859, y las otras sociedades científicas mencionadas líneas arriba tenían intereses mucho más amplios que el exclusivo estudio de las cosas americanas, que representaban entonces únicamente un objeto de estudio entre otros muchos. Fue sólo a partir del momento en el que se formó la Société Américaine de France, también a iniciativa de Rosny, cuando se puede reconocer la creación de

18 Así Puig-Samper (1988: 24) indica que poco tiempo después de haber sido nombrado miembro de la Comisión Científica del Pacífico, Manuel Almagro escribió a la sociedad de Broca para solicitar instrucciones antropológicas que le sirviesen de guía en sus trabajos científicos. Es muy verosímil que Broca le enviase las instrucciones que redactó en 1861 para el Perú el Dr. Louis-André Gosse, así como, tal vez, las instrucciones que el mismo Gosse concibió en 1862 para México. ,9 Según Chailleu (1986: 46) era miembro de la logia inglesa Progress y de la logia francesa La Persévérante amitié como su padre Lucien de Rosny y Charles de Labarthe y Eugéne de Cortambert, que eran otros miembros de la Société d'Ethnographie. No se sabe si las orientaciones científicas de Rosny tenían algo que ver con su pertenencia a la masonería. La intersección de las redes de la masonería con los círculos científicos está aún por estudiar. 20 Es verosímil que sea esta misma institución la que llevase después el título á'Alliance Universelte.

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un primer intento de constituir un círculo académico especializado en el americanismo. Ahora bien, por varios motivos Rosny y sus amigos nunca lograron asentarse de manera estable21. Pero curiosamente, a pesar de su marginalidad científica, fue esta asociación la que hizo posible que se diese un paso fundamental en el desarrollo del americanismo: me refiero a la organización de un Congreso Internacional de Americanistas. La idea de efectuar esa reunión internacional se sitúa en un contexto más amplio. A partir de 1866, cuando se congregaron en Neuchátel, los especialistas de la arqueología prehistórica empezaron a reunirse periódicamente, y a partir de 1871 se efectuaron congresos de ciencias geográficas, celebrándose el primero en Amberes. Se dice que la idea para la realización de los congresos de americanistas surgió por primera vez en 1867 cuando Martin de Moussy, miembro de la Société Américaine de France visitó en Londres a William Bollaert22. Finalmente la primera reunión internacional de los americanistas en Nancy en 1875 se hizo siguiendo el modelo del Congreso Internacional de los Orientalistas de 1873, que se había llevado a cabo también por iniciativa de León de Rosny. Ahora bien, a pesar de la relativa marginalidad institucional de la Société Américaine de France frente a otros círculos científicos europeos, ese congreso fundacional tuvo tal éxito que la iniciativa que pusieron en marcha aquellos pioneros sigue aún vigente. ¿Cómo explicar ese logro? Ciertamente no cal - « ver en él una especie de milagro cultural. Más bien hay que considerar que a pesar de que en esa época no existía aún una red de americanistas ya formalizada los contactos personales de cada uno de los congresistas y «algo más» hizo posible que sabios del mundo entero mostrasen interés en reunirse para discutir de temas americanistas y en proseguir sus asambleas de manera regular, reuniéndose periódicamente en el transcurso del tiempo. Se puede sugerir que el campo de estudio americanista había llegado entonces a un nivel de maduración suficiente para que esa «alquimia» interpersonal funcionara de manera positiva y eficaz. En esas primeras reuniones internacionales de americanistas hubo sobre todo intercambios de ideas, pero también se podían ver artefactos y discutir

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Esta entidad fue creada varias veces: en 1857, en 1863, en 1873, sin obtener un éxito comparable al de la Sociedad de Antropología, por ejemplo (Riviale 1995). Esto es al menos lo que se afirma en una proclama publicada por la Société Américaine de Rosny. «Aux Américanistes. La Société Américaine de France». En: Annuaire de la Société de France, 1874-76, pp. 109-113.

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de ellos. El problema de la identificación de su procedencia cultural se convirtió en una de las cuestiones más importantes en esos debates. Si se podían usar otras fuentes —como las crónicas—, los artefactos representaban un elemento de reflexión esencial en el quehacer de los americanistas y un objeto de fuerte atracción para su actividad científica. Así, por ejemplo, el comerciante de antigüedades Eugène Boban acudió al Congreso de Berlín de 1888 con fotografías de sus colecciones. Las correspondientes a algunas cerámicas zapotecas llamaron tanto la atención de Max Uhle que este investigador propuso unos meses después comprarlas, pero ya habían sido vendidas a Eugène Goupil. Las polémicas alrededor de algunos de esos objetos facilitaron también la emulación intelectual. Tal fue el caso de la presentación que hizo Jiménez de la Espada de un ídolo del Conde de Guaqui en el Congreso de Americanistas de Bruselas, en 187923, objeto supuestamente encontrado en un sitio prehispánico de la costa norte del Perú, y que podía constituir una prueba de contactos remotos entre América y Asia. Este objeto es una falsificación tremenda, pero en la época provocó una amplia discusión y generó varios artículos24. Estas presentaciones y discusiones llamaron precisamente la atención sobre el problema de las falsificaciones. El período de inicio de esos congresos internacionales de americanistas en el último cuarto del siglo xix coincide, en efecto, también con el desarrollo de los grandes museos etnográficos en Europa. Esos museos recibían muchas donaciones y compraban multitud de objetos, de los cuales un número creciente era falso. Hasta tal punto que a algunos conservadores y etnógrafos les pareció importante plantear este problema. Así en el Congreso de Berlín celebrado en 1888 se suscitó la cuestión 25 de plantear el problema de las falsificaciones en el próximo congreso que debía celebrarse en París, pero finalmente no se realizó el debate sobre esa cuestión. 23 Compte rendu du lile congrès international des Américanistes. Bruxelles, 1879, vol. II: 582-585. 24 Léon de Rosny dictó una conferencia en febrero de 1880, en una sesión de l'Académie des Inscriptions et Belles Lettres, donde presentó su propia interpretación de este ídolo CRosny 1904). Declaró por ejemplo, que «Cuando se presentó este monumento en la sesión de Bruselas, nadie identificó la presencia de signos chinos en este, y las hipótesis más increíbles fueron emitidas» (p. 349, nota 2). En el archivo Jiménez de la Espada (conservado en la Biblioteca General de Humanidades del Consejo Superior de Investigaciones Científicas) se encuentran varias cartas de Rosny a Espada sobre esta cuestión. Tales cartas están digitalizadas y el internauta las puede consultar a través del catálogo informatizado de los archivos del CSIC al que se puede acceder a través de la URL http: //www.csic.es/cbic/archivos/Archivos.html. 25 Compte rendu du septième congrès international des Américanistes. Berlin, 1888: 788.

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De todas maneras el hecho crucial que conviene destacar es que a partir de esa época se desarrollaron de manera muy intensa los contactos entre americanistas, bien en los congresos, o desde los museos, que se convirtieron entonces en nuevos espacios de estudio sobre las culturas americanas y en lugares de referencia de las colecciones sobre las que se construyó ese nuevo saber. A modo de ejemplo se puede mencionar el caso de la correspondencia que entabló Jiménez de la Espada con Max Uhle o con Eduard Seler para recibir informaciones sobre algunas piezas conservadas en Berlín, con el fin de apoyar sus reflexiones e investigaciones26. O también podemos aproximarnos a las actividades científicas de esos pioneros del americanismo siguiendo la correspondencia de Ernest Théodore Hamy, quien desde el Museo de Etnografía de París, se comunicó con muchos de sus colegas para intercambiar objetos o para discutir acerca de ellos27. La importancia científica de ese Museo del Trocadéro aún crecería más cuando se formó en 1895 la Société des Américanistes de París, convirtiéndose entonces el museo en una especie de sede para esa asociación de americanistas de rango internacional, que vivió a partir de entonces una etapa de madurez.

CONCLUSIÓN

Desde el siglo xvii o XVIII existieron, pues, contactos entre sabios o coleccionistas interesados en los objetos elaborados por las antiguas culturas americanas, pero fue a mediados del siglo xix cuando estos vínculos empezaron a desarrollarse a través de diversos instrumentos y canales de comunicación como los museos, entre los que cabe mencionar para el caso francés al Museo de Historia Natural de París, el Museo de la Cerámica de Sèvres, o el Museo Americano del Louvre, las sociedades científicas que fueron capaces de movilizar contribuciones muy diversas, o a través de redes de contactos personales, cuyos integrantes pertenecían a veces a otros campos de estudio como el orientalismo, la prehistoria, etc. De esa manera podemos considerar que ya 26 Véase por ejemplo el artículo de Jiménez de la Espada (1896) donde hace referencia a datos recibidos desde Berlín. Y también la carta en Max Uhle a Jiménez de la Espada donde describe una cerámica peruana de la Colección Centeno del museo berlinés (Berlín, 12 de junio de 1889) que se conserva en el Fondo Marcos Jiménez de la Espada de la Biblioteca General de Humanidades del CSIC (ABGH0005/03/016). 27 Se puede consultar un gran número de cartas recibidas por Hamy en la biblioteca del Muséum National d'Histoire Naturelle. Véase «Manuscrits du Muséum...», vol. 2254 hasta 2257.

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existía un embrión de red científica internacional de aficionados a las antigüedades americanas, que aún no estaban especializados en los estudios americanistas. La novedad que se produjo entonces en torno a la década de 1870 fue que progresivamente investigadores del mundo entero se vieron ellos mismos como especialistas de los estudios americanistas y quisieron ser reconocidos como tales28. En efecto, con el inicio de los congresos internacionales de americanistas, el desarrollo de los museos etnográficos en Europa y en las Américas y la creación de la Société des Américanistes en 1895 se logró constituir una comunidad internacional de americanistas. El enfoque de estos problemas a través del estudio del papel desempeñado por las colecciones de objetos en la construcción de ese saber americanista era una manera de abordar esta cuestión, susceptible de ser estudiada, claro está, desde otros puntos de vista.

28 Tendría entonces gran interés tratar de determinar a partir de cuándo (y en qué círculos institucionales) se empezó a usar el termino «americanista» en los principales países activos en este campo de estudio.

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DÉSIRÉ CHARNAY Y LA IMAGEN FOTOGRÁFICA DE MÉXICO Pascal Mongne École du Louvre, París

IMÁGENES EXÓTICAS, REFLEJOS DF. NUESTRO MUNDO

La historia de la visión que la Vieja Europa ha tenido sobre los mundos exóticos desde que se inició su proceso de expansión ha estado vinculada necesariamente a la producción de imágenes. Este tipo de soporte, móvil, abordable, «legible» por todos, ha sustituido frecuentemente a la narración, fuese ésta escrita u oral. En este texto vamos a contemplar esas imágenes en un sentido amplio, considerándolas como descripciones, cuyas fuentes pueden variar en el tiempo y en el espacio, y ser múltiples o mezcladas, en las que puede incluso menospreciarse la verdad. Esas representaciones visuales se alimentaban, en efecto, de fuentes diferentes: crónicas de viajeros que habían estado allí; relatos más tardíos compilados en nuestras latitudes y re-inventados; plantas y animales, que se trasladaron vivos o muertos, de cuerpo entero o por partes (picos, dientes, raíces, dando así la visión particular de un ser incompleto por el principio del pars pro totó)-, hombres y mujeres, desplazados voluntariamente o en contra de su voluntad y exhibidos ante los príncipes y cortes europeas; por fin y sobre todo, de objetos, procedentes de la naturaleza o hechos a mano, testigos de países y sociedades extrañas, testigos tanto más buscados cuanto que podían fácilmente ser transportados, conservados y vistos. Lentamente elaborada, tejida podríamos decir, al hilo de los descubrimientos, de las conquistas y de las colonizaciones, la imagen del Otro es una construcción dinámica y proteiforme. Esa imagen es efectivamente el reflejo del interés que la Vieja Europa ha tenido hacia todas las Afueras a lo largo de la

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historia en los cuatro puntos cardinales: los Orientes, el Septentrión, Asia, África, las Américas, Oceanía. Como un verdadero proyector que barre el mundo, la mirada europea parece vagar en un movimiento de vaivén, dejando en la oscuridad lo que había alumbrado. Las causas son numerosas y variadas: fantasías y mitos nacidos de lo desconocido o de lo incomprendido, atracción de las riquezas y de lo inverosímil, grandes viajes y descubrimientos geográficos, evangelización y conquistas coloniales... Fijando su interés hacia una tierra en una época dada, luego se traslada a otra, dejando la primera por la siguiente que a su vez será abandonada por otra, regresando cada una de ellas al olvido tras haber sido ofrecida a la curiosidad del europeo. Sin embargo, esa visión allá donde se detiene logra obtener una recolección; recogiendo no sólo seres y cosas, sino también sensaciones y vistas. Conservadas de un desplazamiento a otro, arrastradas por jirones de los lugares visitados a los descubiertos, se añaden unas a otras, enriqueciendo así con reflejos antiguos las imágenes nuevamente creadas. Dotada de una memoria turbia pero profunda, la mirada europea del Otro y de las Afueras es una acumulación, selectiva y arbitraria, construida al compás de los descubrimientos, de la historia y del gusto. El mito del buen salvaje es quizás el mejor ejemplo: imagen nacida tras los primeros viajes a Oceanía, será transportada hacia las Américas y transformada allí, vistiendo al Indio con una virtud Cándida que le dejó sin saberlo el Tahitiano. Si la historia del descubrimiento de los mundos exóticos ha estado siempre ligada a la imagen, no podía ocurrir de otra manera en lo que respecta a la evolución del conocimiento. El estudio del Otro, de sus costumbres y de sus orígenes es igualmente tributario de su imagen, en el marco de un intercambio indisoluble y recíproco, forjado desde las primeras descripciones: la investigación traslada informaciones que permiten la elaboración de la imagen; la imagen, así creada y florecida, alimenta a su vez la reflexión y, sobre todo, la creación de teorías. La imagen de las Américas no podía escapar de esa regla, y su desarrollo está marcado por vínculos cinco veces centenarios entre el Nuevo y el Viejo Mundo. Esa relación paradójica que mezcla a lo largo del tiempo fascinación y disgusto, interés y luego olvido, negación o idealización, parece haber sido animada por un fenómeno pendular, pro o anti-indigenista, alternativamente. La visión que ella creó de las Américas es su resultado, el cual cambió al ritmo de los descubrimientos sobre el continente, y de la evolución filosófica y religiosa de la vieja Europa, que la marcó profundamente.

DÉSTRÉ CHARNAY Y LA IMAGEN FOTOGRÁFICA DE MF.XICO

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El siglo xix, tras el conflicto napoleónico y las guerras de independencia de la América Latina permitió un desarrollo impresionante de esas imágenes, particularmente en México, tierra de elección de los primeros exploradores. «Interpretado» por pintores viajeros, ese México fue revestido en un principio por un barniz «romántico», bastante lejano de la realidad. El desarrollo de la fotografía, y sobre todo su uso sobre el terreno desde los años 1850, cambió radicalmente su imagen, fijándola definitivamente en un registro de pretensiones naturalistas y científicas.

D É S I R É CHARNAY, EXPLORADOR, ARQUEÓLOGO Y FOTÓGRAFO

¿Quién se acuerda de Claude Joseph Le Désiré Charnay? Hoy, ciertamente, su nombre no evoca ningún recuerdo, salvo a los historiadores de la fotografía (Davis 1981; Roussin 1984) (fig. 1). Este fotógrafo fue, sin embargo, una relevante personalidad en su época. Gran viajero, que, sin embargo, odiaba viajar por mar, fue conocido también como arqueólogo —aunque hay que considerarlo más bien como un buscador de ruinas—, especialista del pasado precolombino de México; asimismo se le consideró etnógrafo y antropólogo. Prestó de esta manera servicios a diversas jóvenes ciencias del hombre. Escritor prolijo, de pluma elegante a menudo teñida de hiél, ese borgoñon animó su larga vida, pues falleció a los 87 años, con una actividad rica y variada, muchos de cuyos aspectos aún están oscuros y parecen paradójicos: católico ferviente durante su juventud, luego fue francmasón anticlerical; romántico, aficionado a Víctor Hugo, se convirtió luego en un positivista intransigente; admirador de la belleza femenina (sus escritos no dejan duda alguna al respecto) fue también un retórico suspicaz que tenía el don de hacerse enemigos con su pluma y su palabra.

RESEÑA BIOGRÁFICA

Désiré Charnay nació el 2 de mayo 1828 en Fleurie (Borgoña), en una familia pudiente de banqueros y negociantes de vino (Mongne 2001a). Tras efectuar estudios de letras y lenguas en París, atravesó por primera vez el Atlántico en 1850 para establecerse en Estados Unidos y enseñar el francés en Nueva Orleáns. Descubrió entonces los relatos de las exploraciones de

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John Stephens y Frederick Catherwood que habían llevado a cabo unos años antes en América Central y cuya publicación había tenido un éxito muy grande en el mundo anglosajón1. Esa revelación de la existencia de las civilizaciones precolombinas impresionaron tanto al joven profesor de francés que orientó su posterior trayectoria intelectual. A su regreso a Francia, en 1853, Charnay se instaló en París y descubrió la fotografía. Esa invención reciente sedujo al joven hombre de buena familia, que realizó sus primeros clichés en la capital, entre los cuales había una serie de vistas estereoscópicas, desgraciadamente perdidas. Durante esa época nació en su mente un espectacular proyecto: llevar a cabo una expedición fotográfica alrededor del mundo, del que sólo realizó la primera parte, correspondiente a México. En 1857, Charnay comenzó la que sería la expedición más larga y agitada de su vida de explorador. Durante dos años vivió en México, desgarrado entonces por un violento conflicto civil —la guerra de Reforma—, y visitó las principales ruinas conocidas, fotografiándolas, realizando espectaculares clichés, que fueron los primeros de su género en el Nuevo Mundo. Pocos meses después de su regreso expuso en París y Londres las que podemos considerar como las primeras fotografías de ruinas mexicanas presentadas al gran público2. El éxito obtenido le alentó a publicar sus recuerdos de viaje que con el título de Cites et mines américaines fueron publicados en 1863- La obra iba acompañada de una compilación de 49 fotografías, las cuales le dieron a Charnay celebridad y le consagraron como explorador y fotó-

1 Incidents of Travel in Central America, Chiapas and Yucatan, fue publicado en Nueva York en 1841, seguido en 1843 de Incidents of Travel in Yucatan. Ambos relatos fueron firmados por John Stephens y han sido traducidos recientemente al francés: Stephens 1991. De la primera obra existe traducción al español de Benjamín Mazariego Santizo, publicada en su segunda edición en Costa Rica: Editorial Universitaria Centroamericana, 1971. Y de la segunda Viaje a Yucatán existe una reciente edición a cargo de Juan Antonio Santos, en Madrid: Valdemar, 2002. En 1848, Frederick Catherwood publicó en Londres Views of Ancient Monuments of Central America, Chiapas and Yucatan, álbum de 25 litografías en colores (traducido con el título: Un monde perdu et retrouvé, les cités mayas. Paris: Bibliothèque de l'Image, 1993)2 Charnay puede ser considerado como el primer explorador que dio a conocer en Europa los monumentos antiguos de México. Fue precedido, sin embargo, por cuatro viajeros que también utilizaron las técnicas fotográficas para obtener representaciones de esos monumentos: Von Friedrichsthal, hacia 1840, y Stephens en 1841 utilizaron los daguerrotipos. Entre 1842 y 1848, el químico francés Tiffereau realizó varios daguerrotipos de paisajes, monumentos y personajes, desgraciadamente perdidos. Más tarde, entre 1856 y 1858, el húngaro Pál Rosti realizó verdaderas fotografías que publicó en París (Roussin 1984).

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grafo (figs. 2 y 3). En virtud de esa fama recién adquirida como experto fotógrafo de mundos exóticos participó ese mismo año de 1863 en la misión de la escuadra francesa en el océano Indico. A partir de 1864 comienza un período poco conocido de la vida de Charnay. Se estableció de nuevo en México durante la Guerra de Intervención que promovió Napoleón III para apoyar el establecimiento del gobierno del príncipe Maximiliano, aunque sus funciones no estaban bien definidas: si bien oficialmente estaba adscrito al ejército como fotógrafo, es posible que hubiese desempeñado tareas de espionaje 3 . Tras el fracaso de esa guerra y el fusilamiento de Maximiliano Charnay parece instalarse en París desde 1870, sin llevar a cabo actividades descollantes en unos años de crisis del Estado francés tras la derrota de Sedán ante Prusia y el consiguiente hundimiento del Segundo Imperio de Napoleón III. Consolidada la Tercera República hizo en 1876 un viaje a América austral (Chile, Argentina) del cual trajo a su retorno a Europa un relato y clichés desgraciadamente perdidos. Al año siguiente —en 1877— reanuda sus actividades científicas de carácter oficial: se agrega como explorador en una misión oficial a Asia (Java) y Australia. Durante un año reunió un buen número de fotografías, objetos etnográficos y productos de la naturaleza asiática y oceánica. Pero la expedición más importante de su vida fue la que inició en 1880. Durante dos años Charnay dirigió en México excavaciones arqueológicas —en Teotihuacán y Tula principalmente—, reunió varios centenares de objetos y efectuó un gran número de estampados de monumentos y bajo-relieves, principalmente mayas. La mayor parte de su obra fotográfica, hasta más de 300 clichés, fue efectuada en el marco de esta expedición (figs. 4 y 5). Los años siguientes fueron los del apogeo científico del explorador, quien se consagró con la publicación de su obra mayor Les anciennes villes du Nouveau monde (1885), que era a su vez compilación de sus trabajos, presentación de sus hipótesis y relato anecdótico de sus viajes. En aquella época se convirtió en Francia en la síntesis de arqueología americana más leída. En 1886 viajó de nuevo a México, a tierras de Yucatán. Fue su última misión en el Nuevo Mundo. La notoriedad que había adquirido por sus experiencias 3 Si la presencia de Charnay en México durante la Guerra de Intervención parece verificada, pues fue nombrado fotógrafo auxiliar de la Commission Scientifique du Mexique —creada por Napoleón III quien quiso imitar a la famosa expedición científica de Egipto (Riviale 1999), sus verdaderas actividades son menos conocidas. Enviado por el emperador Maximiliano a Yucatán para efectuar una campaña fotográfica, quizás pudo cumplir un papel más discreto de informador. Sin embargo, ningún documento permite verificar esta hipótesis.

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americanas le permitió publicar dos novelas. Una, histórica, basada sobre sus conocimientos: Une princesse indienne avant la conquête espagnole (1887). La otra estaba inspirada en sus aventuras: À travers les forêts vierges (1890). Pero el fin del siglo vio la desaparición progresiva de Charnay del escenario científico. Una misión, que acabó en fracaso, le condujo al Yemen en 1895'4. Fue su última expedición. Lentamente, el «doyen des explorateurs» se hundió en el olvido, a pesar de su edición y traducción de las Lettres de Hernán Cortési1896) y del Manuscrit Ramirez(1903). El 24 de abril 1915, ciego desde hacía varios meses, falleció Désiré Charnay víctima de una neumonía. Fue sepultado en el hermoso cementerio parisino de Père Lachaise.

E N BUSCA D E RUINAS

Aunque hoy día Désiré Charnay es considerado como un arqueólogo, conviene destacar que, demasiado disperso por sus variados intereses, dedicó al cultivo de esa disciplina muy poco tiempo. Sus temporadas de trabajo de campo fueron, en comparación con sus campañas de exploraciones de ruinas y sus expediciones fotográficas, asombrosamente cortas. Las muy raras notas manuscritas, hechas in situ en sus excavaciones, encontradas hasta ahora, no son más que diarios escritos sin orden, en los que mezcla informaciones científicas con numerosas anécdotas y reflexiones personales. Charnay, al igual que sus contemporáneos que trabajaban en el mundo mediterráneo o en el Oriente, no parecía otorgar mucho interés a la metodología. Sus excavaciones, hechas sin estratigrafía, reventando montículos y monumentos, no tenían otro objetivo que el despejo de ruinas espectaculares, la recolección de objetos bonitos y por cierto la búsqueda de la fama. En 1860, el viajero descubrió la arqueología de «campo» durante una visita al volcán Popocatépetl, próximo a México. Raspando el suelo con su caña, descubrió varias cerámicas antiguas. Tan fuertes fueron la sorpresa y la emoción que sintió en aquel momento que le condujeron veinte años más tarde al mismo sitio para excavar lo que había bautizado como el «ce-

* Tras una muy extraña proposición, rechazada por el gobierno, para hacer una misión científica en Arabia y visitar La Meca, Charnay emprendió en 1896 una campaña fotográfica en el Yemen. A pesar de la imposibilidad de entrar en el país, realizó unos sesenta clichés. Fueron los últimos de su carrera de fotógrafo. Al año siguiente inició otra misión en Argelia, donde vivía durante los inviernos. Pero no se conoce ningún cliché de ese proyecto postrero.

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menterio azteca». Desgraciadamente el sitio sería completamente saqueado antes de su regreso. En su tercer viaje a México, efectuado entre 1880 y 1882, fue cuando Charnay llevó a cabo los trabajos arqueológicos más importantes de su vida. En Tula, sitio ubicado en las cercanías de la capital, empezó la que podemos considerar como una de las primeras excavaciones arqueológicas de México (fig. 6). Le dieron una fama que no esperaba: «Estoy sitiado de visitadores...». Ciertamente, antes de él, varios viajeros y coleccionistas habían abierto suelos y muros en los sitios antiguos, favoreciendo así, en los años treinta del siglo xix, en el marco de un renovado interés hacia América existente en Europa, la realización de los primeros saqueos arqueológicos y la formación de las correspondientes colecciones. Sin embargo, ninguna de esas expediciones se había beneficiado de las condiciones que encontró Charnay en el México del Porfiriato. Los tiempos convulsos habían desaparecido y el país, sometido a la férula del presidente Porfirio Díaz, elegido y reelegido durante treinta años, descansaba tras medio siglo de anarquía y guerras civiles. Durante un mes, Charnay, dirigiendo a más de cuarenta peones, trabajó en despejar una zona palaciega, inaugurando así la era de las grandes excavaciones arqueológicas en México. Gracias a esos trabajos de campo, el explorador pudo asentar su famosa teoría «tolteca»: «He, al mismo tiempo, descubierto las ruinas de Tula, la primera capital tolteca... Estoy excavando un palacio que sorprenderá al mundo de los sabios...» (Carta de Charnay a Quatrefages, 1880, Biblioteca nacional de Francia, Manuscrits, Ref. 11824). Durante el mes de octubre de 1880 y 1881, Charnay se instaló en Teotihuacán y abrió varias excavaciones. La más espectacular fue el despejo de un palacio con pinturas murales a lo largo de la Avenida de los Muertos. Aunque dirigidas sin metodología, siguiendo paredes y suelos sin estratigrafía, logró hacer varias observaciones interesantes, relacionadas particularmente con el carácter esencialmente urbano de las ruinas y la importancia de los artefactos de obsidiana encontrados sobre los suelos. Hoy en día, en efecto, se reconoce el papel predominante que tuvo la obtención de ese vidrio volcánico en el desarrollo económico de esa gran ciudad. Pero el hecho más espectacular de esas excavaciones fue el descubrimiento que hizo Charnay de juguetes con ruedas. El valor del hallazgo fue muy cuestionado por los coetáneos, teniendo en cuenta que se consideraba que la América precolombina no había conocido la rueda. Se acusó entonces al explorador francés de haber confundido capas, máxime teniendo en cuenta que Charnay también encon-

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tró huesos bovinos que, impulsado por su impaciencia, asoció con los mencionados juguetes5. En Palenque, en el territorio maya, Charnay no hizo propiamente excavaciones, sino que limpió las ruinas, despejándolas de la vegetación tropical con el fin de sacar fotografías. Su estancia en ese sitio a principios de 1881 ha de ser resaltada, ya que le permitió plantear ciertas hipótesis muy interesantes. Señaló, en efecto, la ausencia completa de representaciones marciales en los bajo-relieves de los palacios y templos, por lo que consideró que la ciudad debía de tener fundamentalmente una función religiosa: «Ni un arma en las manos de esa multitud, ni una lanza, ni un arco, ni una flecha, ni un espadón; entre ellos, ni un ademán violento; no veo aquí guerreros ni combatientes, sino sólo predicadores y feligreses...» (Le Tour du Monde, 1881, tomo 2, p. 330). Aunque exagerada, esa atribución sobre la significación de Palenque anunciaba las teorías de la primera mitad del siglo veinte sobre la naturaleza esencialmente teocrática y pacífica de la civilización maya. Luego, en enero de 1882, Charnay efectuó excavaciones en Chichen-Itzá, en el Yucatán, para, sobre todo, sondear el gran cenote, en lo que no tuvo éxito. En 1886 organizó su última campaña de excavaciones para trabajar en Yucatán, donde pretendía confirmar la existencia de una época de «decadencia» supuesta por él en la arquitectura. Pero graves disturbios políticos, como la insurrección india de la guerra de Castas, le impidieron trabajar en esa provincia. No obstante, finalmente pudo excavar en los sitios de Itzamal, Ekbalam —que pretendió hal^er descubierto— y en las islas de Jaina y Piedras, frente a la ciudad de Campeche. Aunque en esos trabajos obtuvo pocos resultados, cabe destacar entre ellos el hallazgo de restos importantes de pinturas murales en Itzamal, que dibujó y fotografió (Mayer 2000).

O B J E T O S Y RECOLECCIÓN

Como consecuencia de sus misiones en las Américas, en Asia, en el océano índico y en Arabia, Désiré Charnay obtuvo un gran número de objetos de toda índole: arqueológicos, etnográficos y de historia natural. Desconocemos la importancia y el valor de esas colecciones. Y es muy posible que, lamentablemente, muchas piezas se perdiesen o se destruyesen: tal fue el caso de la

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Fue a principios del siglo xx cuando el reconocimiento de juguetes en niveles estratigráfi-

cos hizo posible la aceptación del descubrimiento de Charnay.

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colección que formó en su primer viaje a México y que ofreció al emperador Napoleón III. En el curso de sus expediciones en la República Mexicana reunió varios millares de piezas, de las que una buena parte quedó en el país, conforme a las leyes de la época. Si bien el inventario completo de su colección no se ha efectuado, sí sabemos que las piezas de su colección, formada fundamentalmente durante la expedición de 1880-1882, y que se conserva en el Museo del Hombre de París, se estima en más de 1.600 piezas6. Como la mayor parte de los viajeros de su época, Charnay se hizo con una variedad muy amplia de objetos, generalmente de tamaño pequeño, muestras del interés de los europeos por las civilizaciones americanas precolombinas, tales como: bajo-relieves, esculturas, fragmentos de estucos, cerámicas, adornos, instrumentos de música, herramienta lítica, etc. Casi todos provienen de México, de lugares como las cercanías del Popocatépetl, el valle de México, Tlatelolco, Tula, Teotihuacán, Cuernavaca, Puebla, Cholula, Oaxaca, Estados de Jalisco y de Tabasco, Palenque y sus alrededores, Ocosingo, Yaxchilán, península de Yucatán (Chichén-Itzá, Tabi, Jaina, Cozumel, Quintana-Roo, Ticul, Acanceh, Itzamal). Pero también se incluyen en la colección varias piezas de Panamá.

E S T A M P A D O S Y MOLDES

Entre los numerosos objetos llevados por Charnay a Francia conviene fijar la atención, dada su importancia, en los estampados que hizo durante sus exploraciones. Esa técnica era antigua. En varias partes del mundo, antes de Charnay, numerosos artistas, arquitectos y exploradores habían realizado tales copias, con fines pedagógicos fundamentalmente. El estampado conoció su apogeo durante la segunda mitad del siglo xix. Se reunieron entonces en París ricos conjuntos de esculturas, arquitectura, pinturas murales, que están depositados actualmente en el Museo de los monumentos franceses. Sin embargo el desarrollo de la fotografía y de sus procedimientos de reproducción hizo inútiles tales colecciones. Si el «showman» inglés William Bullock puede ser considerado como el primero que utilizó esa técnica en el tratamiento de los objetos mexicanos para la exposición que organizó en Londres en 1824, fue sin embargo el viajero francés Léon Méhédin quien le dio verdadera impor6

Las colecciones americanas de Charnay en el Museo del Hombre llevan los números de inventario 82.17, 82.18 y 86.96 (Mongne 1999).

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tancia cuando trabajó en México como dibujante de la comisión científica francesa organizada por Napoleón III durante la Guerra de Intervención (1862-1867) (Gerber et al. 1992). Entre 1880 y 1882, y luego en 1886, Désiré Charnay realizó más de 140 estampados, los cuales estaban, por regla general, constituidos por tiras de papel húmedo y superpuestas, que se aplicaban con precaución sobre el modelo. Se hacía entonces una fiel impronta que, una vez seca, había que quitar con atención. Hoy en día, es difícil hacerse una adecuada idea de las innumerables dificultades encontradas por el explorador Charnay no sólo en sus largos y peligrosos viajes hasta los aislados monumentos, sino también en la ardua tarea de la limpieza de los monumentos y preparación del material, o en las difíciles operaciones de molde y de desoldar las piezas, pues la humedad ambiente impedía el secado de los documentos, y finalmente en el cauteloso transporte de tan valiosos testigos. El incendio de los estampados de Palenque durante la noche del 26 de enero 1881, mientras los estaban secando cerca del fuego del campamento, dejó al explorador dolorosos recuerdos: «...¿ felices lectores, que dejan pasar su vida tranquila en su quieto hogar, entienden ustedes nuestra aflicción? Era menester empezar de nuevo; volvamos a empezar...» (Charnay, 1885: 215)7. Así hizo copias de docenas de estelas, bajo-relieves, paneles esculpidos, fragmentos de arquitectura, y aun de piezas de alfarería en varios lugares de la República: en el Museo Nacional, en Tenenepanco y Apatlapetitonco, situados sobre las laderas de Popocatépetl, en Tula, Palenque y Yaxchilán, en los grandes sitios de Yucatán (Acanceh, Chichen-Itzá, Uxmal, Ake) y aun en el Museo de Mérida. En 1883, durante una misión en Europa, efectuó también estampados en los museos de Berlín y Basilea. La fragilidad de esos estampados no permitía su conservación por mucho tiempo. Nada más instalado en París, Charnay tenía que proceder rápidamente al moldeamiento de las copias definitivas. Por razones económicas, lamentablemente, casi la mitad de los estampados hechos por Charnay no se moldearon, y se perdieron. De los 90 que en efecto se hicieron, 66 se conservan actualmente en el Museo del Hombre de París, formando parte de una de las más importantes colecciones americanas del Museo, a pesar de sus pérdidas y destrucciones 8 . 7 El incendio de los estampados no fue un hecho accidental según Charnay. Más tarde acusó al oficial mexicano que acompañaba a la expedición de haberlo provocado. * El departamento Las Américas del Museo del Hombre tiene una imponente colección de moldes, formada por unas 250 piezas de toda índole, incluidas las de Charnay, entre las que hay

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O B R A F.SCRITA

Aunque Charnay viajó por razones profesionales a diversas partes del mundo, la gran mayoría de su producción «científica» está dedicada al pasado precolombino de México. Esa obra se caracteriza por una curiosa mezcla de notas arqueológicas (o consideradas como tales por su autor) trasladadas al papel sin lógica alguna; por consideraciones personales a veces sorprendentes y por anécdotas sabrosas. Elabora así una agradable y original fórmula que se acerca al género literario de la «relación de viaje», y que fue frecuente entre los viajeros de la época. Charnay, desde sus primeras publicaciones hasta el fin de su vida supo utilizar ese género con mucho talento, describiendo así, de manera eficaz y viva, países lejanos, costumbres extrañas y los descubrimientos que le daban autoridad como «americanista». Adquirió rápidamente una fama de vulgarizador de las antigüedades americanas y de narrador que ya no le abandonaría el resto de su vida. Su obra se compone fundamentalmente de artículos publicados en revistas especializadas como el Journal de la Société des Américanistes, la Revue d'ethnologie y el Bulletin de la Société de géographie, o más frecuentemente en revistas de viajes como el Monde illustré y sobre todo el Tour du monde, revista popular en la que aparecieron casi todas sus crónicas de viajes. Escribió asimismo dos grandes obras Cités et ruines américaines y Les anciennes villes du Nouveau monde, ya citadas, y publicó Une princesse indienne avant la conquête (1896) y A travers la forêt vierge, aventure d'une famille en voyage (1890), novelas que, inspiradas en sus experiencias mexicanas, son claros y reveladores ejemplos de la literatura de aventuras de fines del siglo xix.

U N A OBRA CIENTÍFICA IGNORADA

La obra científica de Désiré Charnay, actualmente olvidada y en desuso, es sin embargo importante. Sus teorías fueron, en su época, ampliamente comentadas, inspiraron reflexiones y suscitaron vivas controversias. Hasta que se publicó en 1912 el manual de Paul Beuchat consagrado a la América anti-

desde copias de hachas y piezas de alfarería, hasta reconstituciones de bajo-relieves, estelas y esculturas monumentales. La gran mayoría procede de Mesoamérica y casi todos fueron hechos durante la segunda mitad del siglo xix (Mongne 2000a).

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gua, su obra mayor Les Anciennes villes du Nouveau monde (1885) fue usada como texto de referencia por los americanistas franceses. Sin embargo, tal y como se ha señalado, no fue mediante el uso de la arqueología que Charnay elaboró las teorías que le dieron prestigio: sus investigaciones de campo, sus excavaciones, contenían informaciones muy limitadas y resultaron ser de poca utilidad. Más bien, siguiendo la tradición de la investigación americanística europea, inaugurada en los años 1830 —y de la que los alemanes serían los grandes representantes a principios del siglo xx—, Charnay se dedicó fundamentalmente al conocimiento de las fuentes autóctonas y al estudio de las crónicas de la Conquista. Se convirtió así en uno de los principales especialistas franceses de lo que hoy día llamamos la etnohistoria, familiarizado con la mayor parte de los documentos históricos publicados en su época, tal y como revelan las referencias citadas en sus publicaciones. Fue en el marco de esa disciplina que nuestro explorador construyó y defendió, con fuerza y una energía rayana en la intolerancia, sus posiciones científicas, de las que destacaremos tres. En la mente de Charnay la cuestión del difusionismo ocupó un lugar importante. Si bien algunos estudiosos, particularmente Stephens y Catherwood, abogaron por la originalidad de las civilizaciones amerindias, la mayor parte de los especialistas, en el contexto claramente etnocentrista de la segunda mitad del siglo xix, se pronunciaron a favor de la teoría difusionista, expresada muchas veces de manera militante. Se defendía entonces, con inusitada facilidad que los descendientes de Sem, los pueblos de Egipto, de Fenicia, e inclusive de la Atlántida, habían fundado las antiguas civilizaciones del Nuevo Mundo. Escritos autorizados no dejaban ninguna duda al respecto, como se aprecia en la introducción que el prestigioso arquitecto Violet-Le-Duc hizo a la primera publicación del entonces joven Charnay, a la que se puede considerar un texto modélico de esa teoría difusionista9. El mismo Charnay, aunque condenó los excesos de los difusionistas, se vio atrapado en esa teoría, y como muchos otros autores coetáneos enfatizó las semejanzas materiales y culturales que deseaba ver entre las culturas de las Américas y del Viejo Mundo. 9 Atrevido restaurador de los monumentos franceses durante el Segundo Imperio Viollet-leDuc firmó el prólogo de Cites et ruines américaines otorgando con su prestigio científico autoridad al relato del joven explorador. En él elaboró una espectacular y etnocentrista teoría sobre el origen de las culturas amerindias. Afirmó, en efecto, que el -Ariano» (de donde procede la raza blanca), era el único que tenía el poder para fundar la Civilización, y que se mezcló con las razas inferiores. Pero esos «Arianos», poco numerosos, se habrían diluido entre los pueblos indígenas, lo que explicaba según Violet-Le-Duc el carácter imperfecto de las civilizaciones precolombinas.

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Pero sí se manifestó abiertamente contrario a los defensores de un poblamiento muy antiguo del Nuevo Mundo, teoría esta «antiquisante», que al igual que la difusionista, suscitaba vivas controversias científicas en la segunda mitad del siglo xix. Los defensores de esa teoría, a pesar de la falta de información cronológica, atribuían a las civilizaciones precolombinas orígenes muy remotos. Charnay, sin embargo, apoyándose exclusivamente en fuentes autóctonas, defendió con firmeza la hipótesis de un poblamiento reciente: «...¿Merecieron menos los pueblos que elevaron los monumentos de la América precolombina por construirlos diez siglos más temprano o diez siglos más tarde?...» (Charnay 1885: prólogo); «...¿Sería interesante una ruina sólo por perderse en la noche del tiempo?...» (Archivos Nacionales de Francia, 1881, Ref. F17.2947). No obstante, la lectura «fundamentalista» de esas fuentes, cuya profundidad histórica era limitada o frecuentemente tenían un carácter mítico, había de llevarlo a negar toda posibilidad de que hubiese surgido una civilización antigua en México. En este sentido Charnay puede ser considerado como el precursor involuntario de la Escuela Americana de Ales Hrdlicka quien durante el primer tercio del siglo xx combatió la idea de la antigüedad del hombre americano Fue, sin embargo, la teoría «toltequisante» la que focalizó el conjunto de la obra científica de Charnay. Éste pretendió reconstruir todo el pasado precolonial de México otorgando una fe sin límites, sorprendente y excluyeme, a las fuentes autóctonas y a las crónicas españolas. Así para confirmar que los toltecas habían sido los antepasados civilizadores de las poblaciones mesoamericanas —tal y como afirmaban las leyendas y las tradiciones— buscó pruebas de su presencia, en cualquier lugar que fuese10. Mediante sus lecturas, prospecciones y excavaciones, trató así de apuntalar semejanzas entre las culturas precolombinas de México, semejanzas que, en su mente probaban su filiación de un antepasado común: «...Todas la tribus eran hermanas y pertenecían al mismo linaje...» (Archivos Nacionales de Francia, 1880, Ref. F17.2947). A pesar de sus presupuestos erróneos, la teoría «toltequisante» de Charnay supuso una inmensa innovación, ignorada lamentablemente, tanto por su 10 Según Charnay, tras la destrucción de Tula, su capital, los toltecas se habían dispersado hacía el Sur para colonizar el Yucatán, fundando allí las grandes ciudades ceremoniales. Seguidor estricto de la información de las crónicas autóctonas, la teoría de Charnay imponía a casi todos los sitios arqueológicos visitados una paternidad tolteca. Para ello buscó la prueba en todos los elementos, particularmente arquitectónicos e iconográficos, que sus investigaciones ponían a su disposición.

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autor como por sus contemporáneos. Sin que nadie lo supiese, abordaba la cuestión de la unidad de los caracteres materiales y culturales de las civilizaciones precolombinas de la América media, unidad que más tarde se sancionaría con la denominación de Mesoamérica. Sin embargo, ese «descubrimiento» no tuvo ninguna consecuencia. El «arqueólogo», respetado y respetable, pero también asombradizo y pendenciero, había construido un modelo rígido del pasado mexicano antiguo, y que él querría definitivo: «...Mis trabajos, es decir, mis documentos reunidos en el Trocadero y mi gran publicación han elucidado bastante la cuestión: parece resuelta a los ojos de los sabios imparciales...» (Archivos Nacionales de Francia, 1885 Ref. F17.2947). Imbuido de una fuerte conciencia de su autoridad rechazó despreciativamente las criticas de la comunidad científica, y basándose en el prestigio que atribuía a sus investigaciones no quiso cambiar en nada su versión del pasado mexicano desde la elaboración de su obra magna en 1885 hasta la fecha de su fallecimiento en 1915Ahora bien, durante ese período de tiempo la arqueología experimentó importantes cambios. Las excavaciones, raras hasta entonces, proliferaron en los años 1890 ya que la calma política de la etapa de consolidación del Porfiriato hizo posible que los investigadores recorriesen el país con mayores facilidades. Alemanes, ingleses, estadounidenses y los mismos mexicanos contribuyeron a un mejor conocimiento del pasado mexicano, y cuestionaron las débiles bases de la teoría «toltequisante» de Charnay que se resquebrajó a principios del siglo xx.

O B R A FOTOGRÁFICA: UNA VISIÓN FOTOGRÁFICA DF. M É X I C O

Si exceptuamos las primeras tentativas daguerrotipistas de los años 1840, la fotografía aparece verdaderamente en México en los años 1860, particularmente mediante la actividad de los estudios de artistas franceses instalados en la capital durante la Intervención (1862-67). Sin embargo, y a pesar de su éxito (y quizás a causa de él), este nuevo soporte quedó, hasta la Revolución de 1910, estrechamente ligado a la elaboración de retratos, género particularmente estimado por la burguesía y los miembros de otras elites. La fotografía de exteriores, ignorada en los estudios profesionales, fue, por su parte, efectuada, casi exclusivamente por exploradores extranjeros que la utilizaron en su búsqueda de la imagen del Otro, como habían hecho los viajeros-pintores que les habían precedido.

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Una triple evolución se percibe en la obra fotográfica de Désiré Charnay: técnica, que corresponde a los progresos de la fotografía, artística, y científica, en cuanto a los temas en los que fijó su atención. Cada uno de esos dominios condicionó inevitablemente el desarrollo de su trabajo, los sujetos abordados y la manera de tratarlos, y, en consecuencia, la visión de México que recibió el público11. En su primer viaje a México, efectuado entre 1858 y 1860, Charnay utilizó placas de vidrio de gran tamaño (30x40 cm y 36x45 cm), que nunca más utilizará, dado que el uso delicado de ese frágil material exigía cámaras imponentes y pesadas. Las dificultades de abastecimiento en productos químicos, las difíciles comunicaciones y los problemas políticos existentes en el país explican en cierta medida el número poco importante de imágenes procedentes de ese viaje de Charnay, quien además perdió todos los clichés y notas de su primera expedición de 1859- Los clichés que conocemos, de los que se conservan unos cincuenta en la fototeca del Museo del Hombre de París, proceden de su segunda campaña de 1860 (fig. 7). Esta cincuentena de clichés son fundamentalmente vistas de los monumentos de los sitios arqueológicos que visitó, como Mitla, Itzamal, ChichenItzá, Uxmal, y Palenque. Su exhibición en París y Londres durante 1863 obtuvo un gran éxito de público, pues por primera vez los europeos podían contemplar fotografías de ruinas americanas. Hasta ese momento no se pudieron admirar las ruinas americanas, ya que en esas ciudades sólo habían circulado clichés y daguerrotipos de poca calidad. Fue entonces cuando por primera vez se mostraron vestigios arquitectónicos y monumentos arqueológicos de regiones del planeta aún poco conocidas y se daba cuenta de una realidad que se imponía de manera taxativa gracias a la frialdad del ojo fotográfico. Esos vestigios del pasado americano que hasta entonces sólo eran conocidos por pinturas, acuarelas y grabados, inevitablemente interpretados por el artista, aparecían por fin sin aparente intervención humana. En su primer viaje a tierras americanas Charnay había realizado el Álbum fotográfico de México, formado por un conjunto de 25 vistas de la capital, obra hoy en día desaparecida (fig. 8). A su regreso a Francia, en 1863, publicó Cités et Ruines Américaines, un álbum fotográfico de 49 vistas que causó un gran impacto en el París de la época. Se reeditó al año siguiente —en 1864— en una versión simplificada de 20 vistas con el título de Le Mexique et ses monuments anciens. Esas tres obras son las más antiguas manifestaciones de la obra " Véase en apéndice el inventario de la obra fotográfica de Désiré Charnay.

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fotográfica del explorador Charnay. El coste de cada una de esas ediciones había sido muy elevado, pues cada fotografía estaba pegada. De ahí en adelante Charnay utilizará técnicas de fotolitografía, mucho menos costosas para publicar sus trabajos12. Cuando se publicó en el París de 1863 Cités et ruines américaines iba acompañada de una relación de viaje, sin fotografías, titulada Le Mexique, Souvenirs et impressions de voyage, que está considerada como la mejor obra literaria de Charnay (Mongne 2001a). Durante sus viajes posteriores, en 1864 a Madagascar y La Reunión, en 1877 a la América austral, y luego a Asia en 1878-79, Charnay diversificará su técnica y sus temas. Los monumentos antiguos dejarían de ocupar el primer plano, y serían más frecuentes los paisajes, las escenas de calles y las vistas etnográficas. Las gigantescas placas de vidrio fueron abandonadas definitivamente y reemplazadas por vidrios de tamaños más reducidos (24x30 cm y 21x27 en Madagascar y La Reunión; 8x11 y 13x18 cm en Java y Australia). Innovó entonces usando masivamente el negativo sobre papel, una técnica que ya había utilizado en México en 1860, aunque en aquel momento aún no ofrecía una calidad aceptable por lo que entonces tuvo poco éxito en su trabajo. Posteriormente logró dominar esa técnica e hizo un gran uso de ella. La expedición mexicana que hizo entre 1880 y 1882 puede ser considerada como el momento cumbre de la vida profesional de Charnay. Durante los 19 meses que duró su viaje por el territorio mexicano realizó más de 300 clichés, 240 de los cuales están depositados en la fototeca del Museo del Hombre. En esa época produjo casi la mitad de su obra. Utilizó entonces diversos tamaños de placas: 13x18 cm, 15x21 cm, 18x24 cm y 24x30 cm. Los negativos sobre papel llegaron a ser un tercio del conjunto. Como otros fotógrafos que trabajaban sobre México, Charnay diversificó los temas elegidos y rebasó ampliamente su dominio tradicional de la arqueología. Así, fotografías de vistas de pueblos, calles, personajes, músicos, peones, ranchos, iglesias, paisajes y escenas de la vida cotidiana no eran ya raras (fig. 9). Desde entonces en adelante enriquecerán cada vez más la visión colorista, exótica y etnocéntrica de su autor. Además, Charnay que se había limitado hasta entonces a fotografiar a los demás, aparece sobre los clichés. Varias

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Esos grabados aparecieron en revistas destinadas al gran público. El Tour du monde es probablemente la más famosa de esas publicaciones. Retocadas por hábiles artistas como Catenacci, Guiaud, Lancelot, Ronjat o Taylor esas ilustraciones, a veces transformadas, y disfrazadas, pueden ser consideradas documentos de gran importancia para el conocimiento de la visión exótica del Nuevo Mundo por parte de los europeos de las últimas décadas del siglo xix.

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fotografías —en las que se muestra su gusto por la escenografía— lo representan solo entre las ruinas, o bien rodeado de sus portadores. El interés por la etnografía y la antropología física, que había empezado a manifestar durante su expedición asiática de 1878-1879, tomó ahora una considerable importancia como se aprecia en las fotografías de una larga procesión de indígenas, casi desnudos, tal y como lo establecían las reglas y convenciones de la fotografía antropológica de la época. La rigidez que se les imponía en la pose frente al objetivo acentuaba el aspecto primitivo que el Occidente atribuía entonces a esas poblaciones. Siguiendo el ejemplo de los exploradores de su época, Charnay no hizo otra cosa que sacrificarse a las orientaciones de las disciplinas científicas emergentes, abriendo su mirada de fotógrafo a todas las ciencias humanas (figs. 10, 11, 12). No obstante, hay que admitir que nuestro viajero polarizó su atención y sus esfuerzos hacia los temas arqueológicos, que constituyen las tres cuartas partes de los clichés realizados durante esa expedición. Entre ellos, las estelas, los bajo-relieves, la cerámica y las esculturas son los más numerosos. La importancia dada a las estelas glíficas traduce sus preocupaciones científicas y su interés por elaborar un inventario. Las excavaciones que dirigió en Tula y Teotihuacán le dieron también la oportunidad de realizar fotografías de sus despejos, probablemente las más antiguas del género en México. En 1886 organizó una nueva expedición al Yucatán, la última de las que hizo a tierras mexicanas. A causa de los disturbios de la guerra de Castas que ensangrentaba la península, no pudo trabajar como pretendía por lo que sólo logró hacer menos de cincuenta clichés. Aunque los objetos y temas en los que se fijó su cámara fueron semejantes a los de la campaña de 1882 introdujo ahora asuntos nuevos, llevado por los acontecimientos políticos de los que estaba siendo testigo, como el retrato del jefe indio Aniceto Dzul al lado del general mexicano Cantón. Esa fotografía puede ser considerada como la última imagen mexicana de Désiré Charnay, cargada involuntariamente de premoniciones. Más allá de sus valores estéticos y técnicos, la amplia cosecha visual de Charnay da cuenta fundamentalmente de tres tipos de cuestiones de gran importancia e interés para el ámbito del americanismo y su evolución. En primer lugar, sus clichés son testigos, casi únicos, de escenas desaparecidas, costumbres y modos de vidas olvidados, paisajes, comunidades indias, ciudades y tecnologías transformadas desde hace mucho tiempo. Sus vistas, realizadas antes de la gran ola industrializadora y de las transformaciones sociales del México posrevolucionario pueden ayudar al conocimiento del México del siglo xix y de la etnología del país.

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Ya se ha señalado que los clichés de Charnay hicieron posible que sectores cultos de la sociedad de su época descubriesen la América precolombina, contribuyendo notablemente al progreso del americanismo en Francia. Hoy en día presentan un interés añadido: hechos antes de las restauraciones, a veces atrevidas, de fines del siglo xix y principios del siglo xx, aportan involuntariamente una documentación única sobre la arquitectura de los lugares que visitó. Finalmente, y más allá de los sujetos y temas representados, que fueron fundamentalmente ruinas, paisajes y personajes, aparece ante nuestros ojos una concepción del mundo que merece ser analizada por la nueva historiografía cultural. Las fotografías de Charnay son, en efecto, una singular expresión de la visión etnocentrista de los mundos «exóticos» que tenían los europeos de la segunda mitad del siglo xix, impregnada de prejuicios culturales que hay que desvelar.

E L H O M B R E Y SU É P O C A

Más allá de la teoría científica que defendió la cual, como otras muchas, no brilló más que unos años, y más allá de los descubrimientos que se atribuyen a nuestro explorador, se encuentra un personaje marcado intensamente por su época. Si, como ya hemos señalado, su compleja psicología desempeñó en su vida un papel importante, fue, no obstante, la evolución de sus ideas la que orientó fundamentalmente su trayectoria intelectual. Si en un principio se manifestó como un humanista abierto al mundo, posteriormente Charnay se convirtió en un «savant» intolerante, rígido mentalmente, prisionero de las certidumbres del ambiente positivista de fines del siglo xix. Por encima de las rivalidades personales y las querellas académicas en las que se vio envuelto, se detecta a lo largo de su obra un acusado etnocentrismo que adopta en ocasiones manifestaciones racistas en varias de sus reflexiones, como cuando afirmó: «...la superioridad del Blanco... se impone a sí mismo como cosa natural...» («Madagascar», en Le Tour du monde, 1864, tomo 2, p. 207). El pensamiento racista de Gobineau aprisionó a los europeos de la generación de Charnay, y éste no fue una excepción. La «Europa vieja» se sintió imbuida de una misión «civilizadora» y se pertrechó de teorías e instrumentos para ejercer su dominio sobre otras culturas y pueblos. Nuestro viajero no escaparía a esas constricciones mentales.

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Durante cinco siglos, y hasta el tiempo presente, la imagen de las Américas ha experimentado modificaciones profundas, y parece animada de un movimiento pendular, alternativamente pro o anti-indigenista (Honour 1975; Keen 1971; Mongne 2000b). La Europa del siglo xix se atuvo a esa regla. Primero romántica se sintió fascinada y se apasionó ante los supuestos misterios de las culturas precolombinas. Luego, durante la segunda mitad del siglo elaboró una visión «cientificista» basada en descripciones detalladas, la obtención de medidas exactas y la generalización del uso del método comparativo. Firmemente anclado en su tiempo histórico, Charnay, como viajero fotógrafo que se sitúa en la estela de los pintores viajeros y como «savant» con pretensiones científicas, pertenece a ambas épocas, pero parece decantarse por la visión romántica de América. Así se comprueba en su encuentro con Percival Maudslay, en Yaxchilán en marzo de 1882, que puede considerarse como un perfecto ejemplo de la confrontación de dos mundos, de dos visiones de la misma disciplina. La antigua, de la que Charnay era uno de los últimos representantes, había privilegiado el descubrimiento de objetos y las descripciones generales; la nueva, anunciada por gentes como Maudslay, alentaba el estudio de los hechos y la arqueología científica. Fotógrafo, creador de una nueva visión del pasado mexicano, Désiré Charnay es una figura sólo recientemente reconocida de la historia del americanismo. Por su obra fotográfica, literaria y aun «científica», por sus escritos, sus colecciones y moldes, también es un actor relevante de la evolución de la visión de las Américas en Europa. Pero, sobre todo, Charnay emprendió una carrera hacia las ruinas para ganar la honra de ser el primero, y obtener así la prioridad en sus descubrimientos científicos: «...Lo que llevaré, ningún museo lo tiene...» (Archivos Nacionales de Francia, 1880 Ref. F17.2947) Cfig. 13)-

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DÉSIRÉ CHARNAY Y LA IMAGEN FOTOGRÁFICA DE MEXICO

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MONC.NE, Pascal (1999): Inventaire des collections photographiques de Désiré Charnay conservées à Paris. Paris (Documento sin publicar). — (2000a): Inventaire des moulages conservés au département Amérique du Musée de l'Homme. Paris (Documento sin publicar). — (2000b): «Objets des Amériques, reflets du Nouveau monde». En: Caille, Bernadette (dir.): Sculptures. Afrique, Asie, Oceanie, Amériques. Paris: Pavillon des Sessions, Palais du Louvre, pp. 21-27. — (2000c): «Désiré Charnay: une vision photographique du Mexique». En: Histoire et Sociétés de l'Amérique latine, 11, pp. 107-132. — (2001a): Désiré Charnay, Voyage au Mexique, 1858-1861. Paris: Ginkgo Editeur (pròlogo y comentarios). — (2001b): «Désiré Charnay, ou les vestiges d'une œuvre scientifique». En: OutreMers, revue d'Histoire, 2ème semestre, pp. 259-276. — (2002a): «Imaginaire et réalité: l'imagerie du Mexique durant la première moitié du x i x ^ siècle». En: Michel, Bertrand/Laurent, Vidal (eds.): A la redécouverte des Amériques. les voyageurs européens au siècle des indépendances. Toulouse: Presses Universitaires du Mirail, pp. 97-124. — (2002b): «La paille et la poutre: images de la violence dans les Amériques». En: Cahier des Amériques latines, 38, pp. 19-38. RIVIALF, Pascal (1999): «La science en marche au pas cadencé. Les recherches archéologiques et anthropologiques durant l'intervention française au Mexique (18621867)». En: Journal de la Société des Américanistes, 85, pp. 307-341. ROUSSIN, Philippe (1984): « Découvertes d'une mythologie, images européennes du Mexique». En: Photographies, Paris, Décembre, pp. 100-109STKPHFNS, John Lloyd (1991): Aventures de voyage en Pays Maya, I Copan, 1839. Paris: Pygmalion (prólogo de Claude Baudez).

Archivos consultados Archivos Nacionales de Francia (principal referencia F17.2947). Archivos del Museo del Hombre (Réf. DT.82.17). Prensa consultada le Tour du Monde. Relatos de los viajes de Charnay publicados en los volúmenes 1862-1, 1864-2, 1877-2, 1880-1, 1881-2, 1884, 1887-1 y 1898-1.

62

PASCAL MONGNF.

APÉNDICE

I n v k n t a r i o df. l a o b r a f o t o g r á f i c a d k D f s i r f .

Charnay

Désiré Charnay realizó por los menos 700 clichés, quizás un millar. Lo esencial de su obra se conserva en la fototeca del Museo del Hombre (más de 500 clichés), ahora Museo del Quai Branly (véase lista líneas abajo). Esa colección se ha restaurado recientemente. Otras instituciones parisinas también conservan clichés, tiradas sobre papel, vistas para proyecciones y publicaciones (Mongne 2000c): Archivos Nacionales (Java, Yemen); Biblioteca Nacional (México); Museo de Artes Decorativas (México); Museo Nacional de Historia Natural (Australia, México, Madagascar); Sociedad de Geografía (México); Instituto de Francia y Biblioteca Sainte-Geneviève. Otros documentos fotográficos existen en instituciones extranjeras (Davis 1981).

Clichés conservados en la fototeca del Museo del Hombre (Museo del Quai Branly) A: Número mínimo de clichés realizados sobre el terreno. B: Número de clichés encontrados en la fototeca. /: Ausencia de clichés. ?: Presencia de clichés no verificada. N: Número de clichés desconocido.

1852-1856

Francia

1857

EstadosUnidos

1858-1860

México

A

B

N

?

N

2

Grandes lagos, Niágara

México

25

8

Valle de México, Popocatépetl Valle de Oaxaca Yucatán, Mérida Itzamal Chichen- Itzá

N

/

Panorama, procesión, mercado, •Piedra el Sol»

20

16

Ruinas de Mida, árbol del Tule

1

1

Procesión

3 9

2 7

Uxmal

15

13

Pirámides, máscara de estuco Castillo, terreno de pelota, «prisión», palacio de las monjas Pirámide del Enano, palacios de las monjas y del gobernador, casa de las tortugas, vista general

París

D É S I R É C H A R N A Y Y LA I M A G E N F O T O G R Á F I C A D E M E X I C O

1863

Océano índico

Palenque

N

4

Palacio, estela de la Cruz, bajorelieves

La Reunión

N

20

Madagascar y Comores

N

54

Cercanías de Saint-Denis, indígenas Paisajes, vistas de Tamatave, Nossi-bé, Nossi-Malaza y SainteMarie; plantas, indígenas y dirigentes

Intervención francesa

N

/

1864-1867

México

1867-1870

Estados Unidos

?

1876

América austral

15

?

Vistas de Montevideo, Buenos Aires, Mendoza, paisajes, personajes, Andes

1878-1879

Asia

Java

50

44

Australia

68

68

Indígenas, músicos y bailarines, plantas, vistas de Djakarta?, palacio, ruinas de Borobudur y Pranbanam Personajes, indígenas, colonos, vistas de ciudades, paisajes

Cercanías del Popocatépetl

35

12

Tula

60

28

México, museo Teotihuacán

N

26

N

19

Comalcalco Palenque

9 N

8 50

Mérida y sus cercanías Acanceh Aké Chichen-Itzá

N

5

N N 48

/

7 25

Kabah Uxmal

N N

4 12

1880-1882

México

63

Tomacoco, Tenenepanco, Amecameca, vistas de los volcanes, piezas arqueológicas Arquitectura, vistas del pueblo, del sitio y de las excavaciones Alfarería, estelas, esculturas, «piedra de TÍZOC-, vista del museo Pirámides del Sol y de la Luna, vista de las excavaciones, piezas arqueológicas, vista general, vista de los pueblos de San Juan y San Martín Ruinas, pueblo Templos del Sol, de la Cruz y de las Inscripciones, palacio, bajorelieves, pueblo, paisajes Catedral, Zócalo, museo, casas

Columnata, ruinas Palacio de las Monjas, Castillo, terreno de pelota, cenote, arquitectura Ruinas Vistas generales, minas

64

PASCAL MONGNF.

1886

México

1896

Arabia, Yemen

1897 - ;

Argelia

Paisajes, arquitectura, constniccio nes, piezas arqueológicas Bajo-relieves Indígenas, paisajes, escenas de calle Ruinas Paisaje, hacienda, cenote Pirámides, pinturas, bajo-relieves. pueblo Hacienda, cenote Cenote Cenote, convento, vistas de la ciudad Ruinas, hacienda Paisajes, casas

Yaxchilán

N

16

Tikal Varios

N N

4 34

Uxmal Mucuiche Itzamal

N N N

12 3 6

Tecoch Ua'ima Valladolid

N N N

2 1 6

Ekhalam Islas de Ja'ina y Piedras Varios

N N

9 7

N

1

Jefe indio A. Dzul y el general Cantón

60

?

Paisajes, escenas de calle, monumentos, etc. Proyecto de prospección fotográfica

FLORENCIO JANER, UN AMERICANISTA Y CONSERVADOR DE MUSEOS DEL SIGLO XIX Paz Cabello Carro Museo de América, Madrid

L A FIGURA DE FLORENCIO JANF.R. PRIMEROS AÑOS

Es un hecho que la documentación de las antiguas colecciones americanas españolas, albergadas hoy en el Museo de América, es prácticamente inexistente, por lo que es necesario recurrir a diversos archivos; y que los datos más antiguos provienen de un catálogo de mediados del siglo xix. Esto nos indica que en estas fechas se produjo una ordenación de las colecciones acompañada de una recogida de datos relativos a éstas. Un catálogo manuscrito firmado por Florencio Janer nos indica que él fue el autor de la ordenación de colecciones históricas y etnográficas, entre las que las americanas tenían una especial importancia. Esta obra es la base a la que se debe recurrir si se quiere conocer algún dato sobre un objeto de colección antigua; aunque una nueva renumeración hecha a mediados del siglo xx debido a la pérdida de una parte de la numeración antigua, nos dificulta la consulta. El paso de los años no hace sino aumentar la consideración al trabajo realizado por aquel antiguo conservador. Sin embargo, no se sabía nada sobre él. Una primera búsqueda aporta una serie de artículos sobre las colecciones americanas redactados a comienzos de la década de los setenta del siglo xix, en época posterior a la ordenación de las colecciones. Una segunda indagación nos señala que no hubo ningún conservador con este nombre. Y una tercera investigación nos indica que Florencio Janer fue el autor de obras muy sólidas que no guardan relación con el americanismo. Al comienzo del estudio sobre este personaje, que detectó y estudió

66

PAZ CABELLO CARRO

los materiales americanos en España y que, por tanto, permitió sentar las bases del americanismo español, pensé que se trataba de un bibliotecario que se tropezó con América por azar y fue americanista a su pesar. En el transcurso de la investigación fue apareciendo un personaje que fue americanista consciente, pero que como buen erudito en una época en la que apenas se habían abierto campos de estudio hoy bien delimitados, dominó otras áreas del conocimiento en las que también sentó bases; personaje que tuvo una curiosa vida, que en esta ocasión sólo podré esbozar. Debo resaltar que fue el primer conservador de museos español, aunque por diferentes razones no figure como tal, sino como bibliotecario. La única brevísima reseña biográfica sobre él existente (Ruiz Cabriada 1958: 489 y ss)1 tenía algún error y desconocía muchas partes de su vida y de su trabajo y, por supuesto, su vertiente como americanista y como conservador de museo. Por tanto, prácticamente todos los datos aquí aportados sobre Florencio Janer son tan inéditos como su figura (fig. 14 y 15). Florencio Janer y Graells nació en Barcelona el 12 de mayo de 18312. Desde el principio aparece como un personaje fecundo, polifacético (erudito historiador, escritor, periodista y político) y de vida acelerada: todo lo realiza en 46 años. Muere repentinamente en El Escorial el 19 de julio de 1877. Se casa con Adriana Ferrán Fornier3 a los 21 años (en 1853), y a los 28 tendrá el primero de sus cinco hijos, cuando ya ha publicado dos obras importantes y está en plena reordenación de las colecciones americanas; el último hijo lo tendrá a los 39, siete años antes de morir. Su viuda le sobrevivirá durante más de veintidós años, conociendo el siglo xx4.

1 Al ser una bio-bibliografía, la biografía es reducida. Sin embargo, a pesar de aportar numerosos títulos, la bibliografía es incompleta. 2 Hijo de Félix Janer, oriundo de Villafranca del Panadés, catedrático de medicina Barcelona y luego en Madrid, y de Micaela Graells, nacida en Tritio, La Rioja. Testamento Janer (A.G.A. Caja 20389 donde se encuentra su expediente de clases pasivas) y -Relación de escritos, trabajos y servicios científicos, literarios y artísticos, obras y publicaciones del limo. D. Florencio Janer- de 1869 (A.G.A. Caja 3 1 / 6 5 2 8 ) .

en de los Sr.

' Nacida en Madrid, hija de Adriano Ferrán, de Barcelona y de Rosa Fornier oriunda de Pallarzuelo, Aragón, cuyo hermano era profesor de medicina. Su padre residía en París, lo que parece explicar los conocimientos que Janer tenía del idioma, el viaje de estudios en 1856 y las publicaciones sobre determinadas colecciones francesas, así c o m o sus contactos desde época muy temprana en Francia y Bélgica. Y también explicaría un segundo viaje de estudios a Francia en 1861, esta vez ya de manera oficial para estudiar museos. Los datos proceden de las partidas de nacimiento de Florencio Janer y su mujer y del testamento de ambos de 1859 (A.G.A Caja 20389). Documentos varios en el expediente de clases pasivas de Florencio Janer (A.G.A. Caja 20389). 1

FLORENCIO JANF.R, UN AMERICANISTA.

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Estudió Derecho en Madrid donde se licenció a los 22 años y obtuvo el título de abogado, colegiándose luego en el Colegio de Abogados de Madrid5. Pero, desde que era estudiante, se dedicó a las letras e ingresó como correspondiente en numerosas academias y sociedades literarias. Al licenciarse prueba fortuna en el Consejo Real, aprobando a los 23 años unas oposiciones de auxiliar, pero fue destituido a los pocos meses al suprimirse el Consejo. A los dos años de su cese en el Consejo Real obtiene trabajo de oficial, la categoría más alta en la Administración, en el Ministerio de la Gobernación donde le encargan la redacción de una historia de la Imprenta Nacional, trabajo en el que estará ocupado un año. En todo momento, desde que era estudiante hasta los últimos años de su vida, estudia y escribe. A los 24 años (en 1855) ha publicado ya un trabajo importante sobre el Compromiso de Caspe, que fue premio de la Real Academia de la Historia. Esta obra se publicó ese mismo año en París y se reeditó más de un siglo después en dos ocasiones (en 1979 y 1999). A los 26 años (en 1858) publicó otro libro sobre los moriscos, que también fue premio de la Academia (en 1857) y que se reeditará más de un siglo después, a finales del siglo xx (en 1977), con ediciones de la época en francés 6 . Desde antes de los veinte años publica numerosísimos artículos, y también libros, sobre historia y después sobre códices, sobre objetos llamados entonces de bellas artes y literatura antigua sacando a luz códices y obras literarias inéditas. Aunque su producción como escritor y erudito es muy amplia y merece ser destacada, cabe anotar que en esos años había también otros eruditos y políticos que accedieron a altos cargos e incluso a carteras ministeriales, escritores de éxito y con peso específico en su época. Durante largos años fue escritor y periodista: de los 26 a los 31 años (1858-1862) es redactor de El León Español (Ruiz Cabriada 1958: 489). En 1862, al año siguiente de su ingreso en el Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios, deja El Semanario Español para dirigir el Semanario

5

Certificado de D. Rafael de Corchera de 1867 (A.G.A Caja 20389). Examen de los sucesos y circunstancias que motivaron el Compromiso de Caspe, y juicio critico de este acontecimiento y de sus consecuencias en Aragón y en Castilla. Madrid: Real Academia de la Historia, 1855. Reedición en la época, probablemente en 1855, y en 1979 y 1999; Condición social de los Moriscos de España: Causas de su expulsión y consecuencias. Madrid: Real Academia de la Historia, 1857. Reediciones en 1987 y 2003; Condition sociale desMorisques d'Espagne, causes de leur expulsion, ses conséquences dans l'ordre économique et politique. Traduit pour la première fois en français par M. J.-G. Magnabal. Paris: [ s.a.] Impr. Centrale de Napoleón Choix et Ce. 6

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PAZ CABELLO CARRO

Popular (1862), aparentemente por corto tiempo. Continúa publicando gran número de artículos sobre temas históricos, y en gran medida sobre antigüedades diversas en el Museo de las Familias o en el Museo Español de Antigüedades a mitad de camino entre la erudición y las actuales publicaciones de alta divulgación. También publica en La Ilustración de Madrid, Semanario Popular, Revista de España, El Museo Universal, Semanario Pintoresco Español y otras. Con 17 años y siendo aún estudiante comienza a trabajar en el Museo de Ciencias Naturales como auxiliar, la categoría más baja de la Administración, con un sueldo de 2.920 reales anuales7, trabajo que compaginó con las demás actividades de sus primeros años y que debió proporcionarle una base económica reducida pero estable. Como cualquier auxiliar, debió realizar tareas de escribiente y de archivo, probablemente ordenándolo, ya que años más tarde el Director relataba cómo era el único miembro de esa institución que conocía su contenido8, proponiendo (y consiguiendo) que además de conservador se le reconociera el título de archivero; pero no nos adelantemos.

M U S F . O DF. C I E N C I A S Y ORDENACIÓN DF. COLECCIONES

Después de estar seis meses de cesante en el Ministerio de Gobernación obtuvo en 1858, en los inicios del largo gobierno de la Unión Liberal del general O'Donnell, el puesto de Ayudante en el Museo de Ciencias, donde no había dejado de desempeñar funciones de escribiente con su director, el afamado naturalista Mariano de la Paz Graells, de quien era familiar, sobrino al parecer. El puesto era de una categoría superior al que ya tenía de auxiliar, pero inferior al de oficial que había desempeñado anteriormente. La razón es que el Museo de Ciencias, que pertenecía a la Universidad Central, no tenía oficiales sino profesores que, además de la docencia, se ocupaban de las colecciones zoológicas y mineralógicas de su especialidad. Esto hacía que las colecciones históricas y etnográficas careciesen de responsable y que no hubiera ninguna cátedra que pudiera ocupar, ya que éstas versaban sobre ciencias de la naturaleza. La solución que encontró el director del Museo fue

7

«Hoja de Servicios desde 1848- (fechada en 1859) (A.G.A., Caja 31/6528).

s

Oficio de 29 marzo 1859 del Director del Museo de Ciencias Naturales al Director General

de Instrucción Pública remitiendo la hoja de servicios de J a n e r (A.G.A., Caja 31/6528).

FLORENCIO JANER. UN AMERICANISTA.

69

propiciar la creación de una plaza de ayudante con 8.000 reales anuales de sueldo y luego solicitar q u e se la otorgasen a J a n e r para que, partiendo del archivo, ordenase e inventariase las colecciones históricas y etnográficas q u e estaban abandonadas y de las que carecían de datos. Esperando que más tarde, cuando se crease el Cuerpo Facultativo de Archiveros Bibliotecarios, pudiese acceder a una plaza y quedase destinado al Museo con la categoría q u e entendía le correspondía. Dejemos q u e el director del Museo de Ciencias describa la situación: Destinado este Museo en su origen a ser un depósito de cosas preciosas tanto naturales como artificiales, todos los Gobiernos han venido remitiendo al establecimiento cuantas rarezas y curiosidades se han adquirido por el Estado y se han creído dignas de figurar en nuestras galerías. A esto es debido que no sólo el Museo posea ricas colecciones de seres naturales, sino que además existan en él infinitas antigüedades, armas, trajes, enseres y otros artefactos de pueblos lejanos y aun salvajes, cuyo valor material, artístico y arqueológico son de un mérito singular. Estas colecciones, parte de ellas hacinadas en los armarios de la sala dicha de antigüedades y otra gran parte aún encajonada desde que llegaron al establecimiento, exigen imperiosamente su ordenación cronológico-científica para que su existencia en nuestras galerías pueda ser útil a los que se dedican al estudio de las costumbres y culturas de las razas humanas, cuya historia completa es de tanto interés en los estudios antropológicos. Para verificar esta ordenación y formar los correspondientes catálogos científicos (documentos también interesantes para asegurar la responsabilidad de los depositarios de tanta riqueza) es preciso encargar semejante tarea a una persona conocedora de la Arqueología, y de la Historia y costumbres de los pueblos salvajes americanos y oceánicos. Y no existiendo en el personal del Museo ningún individuo adornado de estos estudios especiales, creo un deber mío hacerlo presente a V.S. I. y aconsejarle la conveniencia de que no continúen estas cosas en el estado que hasta aquí, para lo que me permitirá V.S.I. le proponga: Que estando señalados en los presupuestos del Estado, que deben principiar a regir en el próximo mes de Mayo 8.000 reales para dotar una nueva plaza de Ayudante científico, se le conceda esta á una persona que en juicio de V.S.I. reúna los conocimientos histórico-arqueológicos de viajes y de las costumbres de los referidos pueblos salvages, para que se encargue de los trabajos indicados y de dar a los curiosos, que vienen a estudiar al Museo, las noticias que sobre estas colecciones desearen saber, quedando desde luego á su cargo la conservación de objetos tan importantes en los mismos términos que están las de seres naturales al de los Ayudantes de Zoología, Mineralogía y Botánica.

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PAZ CABELLO CARRO

De este modo, limo. Sor. podrán también exponerse al público unas colecciones que á pesar de su interés y larga existencia en el Museo, permanecen sin uso y ocultas á la vista de los curiosos como trastos inútiles9. Un funcionario del Ministerio de Fomento resume la situación descrita por el Director del Museo y, en una nota, recomienda la persona idónea al Director General de Instrucción Pública: En el capítulo 27 del presupuesto del año actual se ha creado una plaza de Ayudante en el Museo de Ciencias dotada con el haber de 8.000 reales anuales. Resolución tan acertada debe convertirse en el mayor provecho del establecimiento. En él se hallan embalados armas antiguas, peregrinos trages, enseres y artefactos de pueblos lejanos y aún salvages, de sumo interés para la historia de los países que dominó España un día. Urge su clasificación y colocación en las galerías del Museo para que puedan ser estudiadas y útiles a la ciencia y examinadas por nacionales y extranjeros. Debe hacerse esto por persona docta en la historia y arqueología; y a ella debe encomendarse su conservación y la obligación de franquear a los estudiosos cuantas noticias reclamen. Para ocupar este puesto se atreve el Negociado sin que parezca oficiosidad, indicar a V.E. el nombre de una persona ciertamente digna por todos conceptos, que reúne los títulos necesarios para cumplir bien tan delicado encargo. Y es esta D. Florencio Janer, Licenciado en Leyes, que por oposición ganó plaza de auxiliar en el Consejo Real, que sirvió con celo en el Ministerio de la Gobernación del Reino, han sido ya sus trabajos históricos dos veces premiados por la Real Academia de la Historia, y se ha dado a conocer ventajosamente por su laboriosidad y conocimientos científicos. La modesta plaza de ayudante es sin duda inferior en sueldo al que Janer ha disfrutado; pero su amor a los buenos estudios y el deseo de ser útil al Estado, le harán recibir con gratitud esta muestra del cuidado con que el Gobierno de S. M. distingue y utiliza a los hombres de mérito. / / V.E. resolverá// Madrid 24 de Abril de 1858.// (firmado) J. Guerra». / / «La Dirección está conforme (firma ilegible)»// «29 de abril, con la nota y quede nombrado» «fho. 30 / / E.V.»'°

Oficio de 20 abril 1858 de Mariano de la Paz Graells al Director General de Instrucción Pública (A.G.A. Caja 31/6528). Existen más documentos de similar contenido que forman parte del proceso de solicitud y concesión de la plaza, así como otros escritos en los que el Director del Museo de Ciencias Naturales pide que se mejore la situación de Janer, razonando la solicitud. 1,1 Nota. 24 de abril de 1858. En carpetilla «Janer, D. Florencio. Ayudante del Museo de Ciencias Naturales, encargado de las colecciones de antigüedades. 30 abril 1858. 8.000 rls» (A.G.A. Caja 31/6528).

FLORENCIO JANER. UN AMERICANISTA..

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El propio Florencio Janer (1860: 25) explica en el prólogo de su catálogo cómo el Director del Museo de Ciencias Naturales Mariano de la Paz Graells, el Director de Instrucción Pública Eugenio Ochoa, y el Oficial del Ministerio de Fomento Aureliano Fernández Guerra11, decidieron ordenar las «colecciones Histórico-Etnográficas y Antigüedades que se habían ido acumulando sin orden ni concierto». El estado de abandono de estas colecciones nos lo confirman otros autores de la época (Sala, 1872: 85; Rodríguez Ferrer, 1873: 202). A la ausencia de responsable debemos añadir los devastadores efectos de las guerras napoleónicas. Debemos recordar que el Real Museo de Ciencias Naturales, desde su fundación a mediados del siglo XVIII se había llamado Real Gabinete de Historia Natural y era el lugar donde se conservaban las colecciones históricas, arqueológicas y americanas de la Corona junto con las de animales y minerales. A principios del siglo xix cambió el nombre y su orientación únicamente museística por la universitaria, y se crearon cátedras que usaban las colecciones de la naturaleza en su docencia, lo que propició el abandono de las colecciones históricas. Por esta razón se creó el Museo Arqueológico Nacional en 1867 con estas colecciones del Museo de Ciencias y las de la Biblioteca Nacional. Hoy, las colecciones americanas y oceánicas se conservan en el Museo de América fundado en 1941 a partir de las existentes en el Museo Arqueológico. Como consecuencia de lo anteriormente dicho, en 1858, cuando Janer tenía 26 años, le consiguieron el nombramiento de ayudante y le encargaron la ordenación de las colecciones históricas y etnográficas del Museo de Ciencias12. Dos años después, en 1860, ha acabado la clasificación de las colecciones: cada pieza tiene su ficha en papel tamaño octavilla (conocido como «inventario de mesa» porque las fichas se guardan en una mesa especial construida al efecto) y redactado el catálogo, un volumen manuscrito con una introducción sobre la historia de las colecciones, preparado para

El Director (General) de Instrucción Pública llevaba entonces todos los asuntos que hoy son competencia del Ministro de Cultura, ya que entonces sólo existían unos pocos ministerios como Gracia y Justicia, Guerra, Marina o Ultramar. El Oficial (Mayor) del Ministerio de Fomento sería el equivalente actual al Director General de Servicios y al Subsecretario, y era quien llevaba los asuntos internos del ministerio. 12 Copia del nombramiento 30 de abril de 1858 y copia de la toma de plaza en el libro de empleados de la Universidad Central. El nombramiento oficial como Ayudante se hizo el 2 de mayo y tomó posesión el 11 de mayo del mismo año (A.G.A. Caja 20389) que contiene el expediente de clases pasivas de Florencio Janer. Según la Hoja de Servicios redactada por el propio Janer, su nombramiento fue el 30 de abril de 1858 (A.G.A. Caja 31/6528). 11

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PAZ CABELLO CARRO

su publicación. Aunque al año siguiente Janer propuso su edición al informar del viaje realizado a los museos etnográficos y arqueológicos de Francia y se enviaron al Ministerio detalladas propuestas de gasto editorial13, no hemos encontrado ningún ejemplar impreso, por lo que cabe deducir que su edición sólo quedó en proyecto, lo que él mismo confirmó en 186914Pretendía publicar para los entendidos y curiosos las desconocidas colecciones españolas y anticiparse a iniciativas extranjeras. Las cartas del director del Museo y el resto de la documentación nos indican que Janer era consciente de la importancia de su catálogo; de hecho, lo remite al Ministerio de Fomento para que lo examine la Junta Superior Directiva de Archivos y Bibliotecas solicitando que le sea tenido en cuenta como mérito especial para futuros ascensos, lo que le reconocieron' 5 , y años más tarde recordará de manera especial su elaboración y cómo esta ordenación y clasificación de las colecciones fue la base del futuro Museo Arqueológico Nacional16. En realidad se trata del primer inventario y más antigua referencia de las colecciones del Real Gabinete17 y el propio director del Museo describe las dificultades para documentar las piezas18. Firma Janer el catálogo como «archivero conservador de las colecciones histórico-etnográficas, curiosidades diversas y antigüedades», ya que en mayo de 1859 había conseguido que le reconocieran esta titulación, lo que le sirvió para ser admitido como miembro del Cuerpo Facultativo de Archiveros y 13 Informes de 5, 17 y de 19 de diciembre de 1861 (continuación de otros, el primero del 7 de mayo de 1859). «Relación de los escritos, trabajos y servicios científicos, literarios y artísticos, obras y publicaciones del limo. Sr. D. Florencio Janer» de 1869 y Oficio de 15 de marzo de 1872 (A.G.A. Caja 3 1 / 6 5 2 8 ) . 1' «Relación de los escritos, trabajos y servicios científicos, literarios y artísticos, obras y publicaciones del limo. Sr. D. Florencio Janer» de 1869 (A.G.A. Caja 3 1 / 6 5 2 8 ) .

Oficio de enero de 1863, solicitando el reconocimiento y de 27 de agosto de 1863 de reconocimiento (A.G.A. Caja 3 1 / 6 5 2 8 ) . «Relación de los escritos, trabajos y servicios científicos, literarios y artísticos, obras y publicaciones del limo. Sr. D. Florencio Janer» de 1869 (A.G.A. Caja AGA 31/6528). 17 Existe el catálogo de 1762 de la colección de Pedro Franco Dávila que éste mandó hacer para facilitar la venta de sus objetos. Sabemos que la vendió, al menos en parte, y que luego la rehizo, de manera que ese catálogo de 1762 no se corresponde bien con las colecciones que entregó al Real Gabinete. Tampoco existen inventarios del primer Real Gabinete de Historia natural que fundó Antonio de Ulloa en 1752 y cuyas colecciones pasaron al Gabinete que creó Carlos III a partir de la colección de Franco Dávila. Sí existen, en cambio, en diferentes archivos españoles algunas listas de objetos que se enviaron al Gabinete en diferentes ocasiones desde América.

Oficio de 29 marzo 1859 (A.G.A. Caja 3 1 / 6 5 2 8 ) .

FLORENCIO JANER, UN AMERICANISTA.,

73

Bibliotecarios cuando éste se creó en 1860; lo que le suponía que dejaba la categoría de ayudante para pasar a la de oficial, con 12.000 reales anuales de sueldo. Estamos ante el primer conservador de museos. Pero, como en los primeros años el Cuerpo sólo tenía dos secciones, archivos y bibliotecas, figuró desde el principio como perteneciente a la sección de bibliotecas adscrito a la Universidad Central de la que dependía el Museo, por lo que en alguna reseña biográfica aparece como bibliotecario de la Universidad. Siete años más tarde, cuando se incluyó la sección de museos y se le denominó Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios (enseguida se cambió anticuarios por arqueólogos), Janer estaba excedente como Gobernador civil y, tras reingresar, fue enseguida apartado del Cuerpo en los inicios del movimiento revolucionario de 1868. Por lo tanto, la ordenación de las colecciones la realizó como ayudante al tiempo que escribía y publicaba un trabajo sobre América19. El resto del trabajo museológico debió realizarlo a continuación, en 1861 y parte de 1862, siendo ya facultativo: la exposición de las colecciones, que debió realizarla a continuación del catálogo siguiendo el mismo orden de éste; y la ampliación de documentación sobre los materiales americanos fuera del Museo, iniciando en 1862 el estudio e inventario de códices, americanos primero y luego españoles. Hasta que a finales de 1864 lo destinaron a la Dirección General de Instrucción Pública del Ministerio de Fomento.

E L CATÁLOGO Y LAS COLECCIONES AMERICANAS

El catálogo se denomina Historia, descripción y catálogo de las colecciones histórico-ethnográficas, curiosidades diversas y antigüedades conservadas en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid. 1860. Y, en añadido posterior: «Madrid imprenta 1864», año en el que se debió enviar a la imprenta aunque no llegase a ver la luz20. En la portada, grabado en letras doradas sobre piel roja, el título cambia ligeramente: Catálogo general de las colecciones histórico-etnográficas y antigüedades del Museo de Ciencias Naturales (fig. 16). En el Museo de América, donde se conserva junto con las colecciones ameri-

19 Examen histórico-crítico del influjo que haya tenido en la población, industria y comercio de España su descubrimiento de América. Madrid, 1859. 20 En el expediente de Janer conservado en el A.G.A aparecen presupuestos de edición y cartas recomendando su edición.

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canas a las que hace referencia, se conoce a este volumen como «Libro Rojo» debido al color de sus guardas o como ••Inventario del Museo de Ciencias». Debido a que el catálogo debía ser publicado, evita la enumeración exhaustiva pieza por pieza y las agrupa en lotes que obedecen a una misma descripción genérica 21 . La obra está precedida de una introducción histórica; continúa con una breve «razón de la distribución del catálogo»; sigue con el catálogo propiamente dicho; y concluye con un apéndice: «documentos oficiales, manuscritos originales é inéditos y libros consultados». En este apéndice hay una serie de páginas arrancadas y una anotación de la mano de Janer que explica que en el Ministerio se dispuso no incluir esta bibliografía consultada por él por encarecer el coste de la edición hasta casi el doble; y hay otras páginas con la bibliografía aceptada para su publicación por el Ministerio. En la «razón de la distribución del catálogo» Janer explica cómo estructura el catálogo en tres grandes secciones e indica cómo las colecciones etnográficas, americanas y oceánicas preceden a las demás debido a su importancia, por ser productos de razas lejanas y salvajes, por su interés para los estudios de Historia Natural y estar en un museo de este género, por su buen estado de conservación, y por su singularidad. Además explica que las producciones de los pueblos civilizados, es decir, el resto de las colecciones que clasifica, deben verse aparentemente postergadas en el orden del catálogo por el interés científico de las etnográficas y por su mayor número. Las considera, dice, no bajo el punto de vista artístico o arqueológico sino con el punto de vista científico y etnográfico. La numeración de las piezas, y en general la estructura y ordenación de las piezas, se conservó cuando las colecciones se trasladaron en 1867 al recién fundado Museo Arqueológico Nacional. El catálogo, y muy probablemente la exposición que realizó, se componía de tres secciones subdivididas en varios apartados, algunos de los cuales tienen otras divisiones internas: Sección primera: Colecciones histórico-etnográñcas I. Colecciones americanas y oceánicas (tiene subdivisiones internas) II. Colecciones asiáticas (tiene subdivisiones internas )

21 Ya en el Museo Arqueológico se continuó agregando fichas al fichero de mesa y se comenzó un nuevo libro de inventario en el que se copió el contenido de las fichas y se continuó después asentando las siguientes piezas. No hay apenas diferencia de información entre las fichas de catálogo y el libro de inventario.

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Sección segunda: Objetos raros y preciosos y curiosidades diversas 1. Objetos raros y preciosos 2. Producciones artísticas

3. Curiosidades diversas Sección tercera: Antigüedades I. Antigüedades egipcias y fenicias (tiene subdivisiones internas) II. Antigüedades griegas, romanas, celtas e ibéricas (tiene subdivisiones internas) III. Antigüedades escandinavas (tiene subdivisiones internas) IV. Antigüedades árabes y moriscas (tiene subdivisiones internas) V. Antigüedades Edad Media y Renacimiento (tiene subdivisiones internas) VI. Antigüedades varias (tiene subdivisiones internas) Las colecciones americanas y oceánicas, mayoritariamente americanas, constituyen los 1.499 primeros asientos. Hay 1.412 piezas asiáticas; 413 objetos preciosos, raros y curiosos entre los que se observa alguno americano de la época colonial. Se relacionan 541 antigüedades, figurando entre ellas espadas y rodelas de los conquistadores del Perú que deben obrar hoy en el Museo Arqueológico Nacional y unas «cotas y capelinas del archipiélago filipino» y 1.550 monedas. Como vemos, las colecciones americanas son las más numerosas, debiendo incluir además aquellas piezas sueltas que por razones diversas figuran en otras secciones, además de algún caso raro en que usa un número colectivo, como sucede con el grupo de antigüedades de Palenque que incluye en monumentos. La subdivisión de las colecciones americanas y oceánicas, en la que se obvian cronologías y culturas por el desconocimiento existente entonces, nos permite visualizar la exposición: 1- Tejidos. Trajes. Adornos 2- Utensilios domésticos

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Enseres y productos fabriles Útiles de caza y pesca Instrumentos músicos Armas ofensivas y defensivas ídolos, objetos sagrados y sacerdotales Monumentos

Los objetos relacionados en este apartado son claramente indígenas, precolombinos o etnográficos recogidos en el siglo XVIII. Sin embargo, en la sección de objetos preciosos, raros y curiosos se inventarían los pocos objetos

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coloniales: un pañuelo de vicuña con bordados de seda, hateas, un «azucarero» de coco, seis cuadros de plumas, una serie de diecinueve cuadros de castas mexicanos, una colección de pinturas con indios en diversas labores y otra serie de seis cuadros de tipos ecuatorianos del XVIII, que hoy sabemos pintada por Vicente Albán. Debemos exceptuar las espadas y rodelas que atribuye a los conquistadores del Perú y las tres cotas filipinas que incluyó al final, quizás porque se le quedaron fuera de su lugar. Como vemos, al desconocerse en la época (1858-1860) las culturas y cronologías prehispánicas, cataloga los objetos por su función prescindiendo de las coordenadas de espacio y tiempo. Como proporciona en todo el catálogo el nombre indígena de cada objeto, poniendo entre paréntesis la lengua en que está, la selección del idioma en el caso americano le sirve como una aproximación cultural y espacial. Cuando sospecha o sabe, por ejemplo, que tiene delante una pieza peruana, utiliza el quechua, usando la lengua como sinónimo de grupos indígenas relacionados lingüística y, por tanto, culturalmente, y situados en un espacio común. Suele acertar en la función del objeto, aunque no siempre en la lengua; sin embargo, desconocemos el número de lenguas de que dispuso y la equivalencia entre lengua y el grupo cultural genérico. Como debía tener pocos datos sobre las piezas y algunas son hoy imposibles de clasificar si carecemos de la procedencia debido a su singularidad, los errores en la asignación de lengua-grupo cultural son esperables. Las fuentes de Janer debieron ser reducidas ya que la documentación señala que no existía ningún otro catálogo22 y también sabemos que cuando en 1867 se fueron a traspasar las colecciones del Museo de Ciencias al Museo Arqueológico, no existía más ninguna documentación sobre las colecciones a excepción del inventario elaborado por Janer, por lo que éste tuvo que desplazarse de Vitoria, donde era entonces gobernador, a Madrid para atestiguar que la entrega se había hecho correctamente23. Además de las ya mencionadas indicaciones sobre el estado de abandono de las colecciones, tenemos una descripción del trabajo de Janer: ...la conservación, arreglo, clasificación e inventario de las colecciones histórico-etnográficas, que desde la creación del Establecimiento permanecían olvidadas por falta de un empleado especial dedicado a este ramo del saber... [Janer] ha conOficio de 6 julio 1868 (A.G.A., Caja 31/6528). Los datos obran en el Acta de entrega de objetos arqueológicos del Museo de Historia Natural al Museo Arqueológico Nacional de 8 de julio de 1867 (A.M.A.N.). Recordemos que los escritos de la época también describen el abandono de las colecciones. 22

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seguido no sólo sacar del caos en que yacían los preciosísimos objetos de nuestras colecciones etnográficas, almacenadas sin orden ni concierto, sino clasificar muchísimo y averiguar su lejana procedencia; para lo cual tuvo que emprender un trabajo preliminar entretenido y molesto, cual es el de reconocer y estudiar todos los documentos del Archivo del Museo desde el día de su fundación. [Además ha] tomado curiosísimas notas históricas y aclaratorias de varios hechos ya olvidados, que corrían con esplicaciones equivocadas por desconocer su orijen verdadero. Este trabajo especial ha puesto al Sr. Janer al corriente de la historia del Museo de Ciencias y en realidad es el único empleado a quien podemos consultar hoy sobre los datos que radican en su archivo... [y cuando es necesario es él el que hace] el trabajo de ojear documento por documento hasta encontrar los antecedentes que deseamos conocer [dice en realidad que actúa de archivero]24.

Usó, pues, la documentación del Museo de Ciencias, cuyo archivo es hoy el más antiguo referente a las colecciones museísticas españolas, lo que corrobora con los datos aportados en la introducción donde narra la historia del Real Gabinete de Historia Natural. Debió aprovechar también la propia tradición oral del museo, lo que se refleja en alguna anécdota de la introducción y en pequeñas afirmaciones que no parecen corresponderse con documentos e, incluso, en la afirmación del director de que había «explicaciones equivocadas». También debió usar documentación menor, como etiquetas, rótulos de vitrinas y de salas, como atestiguan unos documentos que han llegado hasta nosotros, unos folios rotulados por el propio Janer como «Colección de Auténticas» que se conservan en el Museo de América (fig. 17). Recortó y pegó en estos folios las etiquetas y papeles que envolvían las piezas para que sirviesen de testigo de la rigurosidad de su trabajo25. Su reducido número nos hace pensar que 21 Oficio de 29 marzo 1859 del director del Museo de Ciencias Naturales al Director General de Instrucción Pública remitiendo la Hoja de servicios de Janer (A.G.A. Caja AGA 31/6528). 25 Los dobleces de algunos papeles indican que debieron envolver objetos. Algunas de las anotaciones de estos papeles debieron ser escritas por Hipólito Ruiz o por José Pavón entre 1777 y 1788 durante su expedición botánica al Virreinato del Perú. Lo cual se deduce por el tipo de material al que se refiere, este es similar al que aparece en listados de objetos traídos por la expedición cuyo original, hoy destruido, estaba en el Archivo General de la Administración, y cuya copia del siglo xix, obra hoy en el Museo Arqueológico Nacional. Además, José Pavón tuvo en su oficina hasta su muerte, ocurrida en 1840, los cajones con las piezas por ellos recogidas (y los de otros expedicionarios como Mociño); cajones que se debieron llevar luego al Museo de Ciencias donde quedaron arrinconados y sin abrir y que deben ser a los que el director del Museo hace referencia. Las piezas de estos cajones, que no se habían expuesto nunca, fueron catalogadas por primera vez por Janer que, al abrirlos y conocer su procedencia, pensó que todos provenían de la expedición de Ruiz y de Pavón, sin saber que el naturalista Mociño había

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pudiera haber más folios hoy perdidos; aunque es posible que la documentación de que dispuso susceptible de ser guardada fuese realmente muy escasa. Posiblemente la estructuración por funciones que se advierte fundamentalmente en los objetos americanos se deba a alguna ordenación similar en la exposición primitiva, ya que en algunos casos es difícil para un no especialista saber el uso de algunos objetos, como puede ser el caso de una sonaja de los indígenas de la costa Noroeste americana, compuesta por círculos de caña de los que penden semillas. Lo que refuerza la suposición de que se atuvo estrictamente a los datos que recogió. La ordenación de los objetos fue sistemática y rigurosa. Debió atenerse a los datos objetivos que poseía sin introducir opiniones personales o atribuciones: algunos errores al consignar el origen indican que no conocía algunos lugares y pueblos (era imposible en su época); y algunos aciertos (en la época era imposible catalogar atribuyendo algunas procedencias o hacer asignaciones culturales) también nos señalan que se atuvo fielmente a los datos que tenía. Puso entre paréntesis su aportación personal, el nombre de la pieza en su lengua indígena que, como ya vimos, suponía un intento de clasificación cultural y geográfica. En cualquier caso, el catálogo de Janer y, suplementariamente las fichas individualizadas de cada pieza, nos proporcionan las más antiguas referencias de las colecciones americanas. Sin estos datos una parte de estos objetos no podrían ser clasificados o habrían perdido el contexto de su hallazgo; incluso en los numerosos casos en que no hay datos, el estado de los conocimientos actuales y el trabajo con documentación de otros archivos nos permite reconstruir la información perdida sin que nos veamos inducidos a error. La excepcionalidad de las colecciones, las más antiguas americanas y oceánicas reunidas y conservadas hoy a pesar de lo tardío de su acopio, hace que el trabajo de catalogación, con la recuperación de parte de la información perdida, sea la base de cualquier americanismo que contemple la cultura material. La ordenación de las colecciones históricas y etnográficas del Museo de Ciencias que acomete Janer entre 1858 y 1860 no obedeció a una idea original y personal suya, sino a una política general de protección del patrimonio his-

depositado allí una parte de sus colecciones. Razón por la cual Janer catalogó como peruanos unos sombreros o una máscara (que publicó en 1872) que procedían de Vancouver y que sólo podía haber recogido José Mariano Mociño en la expedición de 1792 la que formó parte (Cabello 1989: 125-128).

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tórico cuya ejecución duró varios años y en la que él jugó un destacado papel, pero sólo en el momento inicial. El primer paso visible de la Administración de Estado fue la contratación del joven Florencio Janer en 1858 y, en el mismo año la creación del «Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios»26 con las dos categorías propias de la Administración: oficial y ayudante. El segundo paso de esta política fueron las normas dadas en 1865 sobre la creación de museos provinciales y sobre los especialistas destinados a atenderlos: conservadores que debían pertenecer a la Academia de la Historia o a la de Bellas Artes (recordemos que Janer perteneció a ésta). El tercer paso fue la creación, el 20 de marzo de 1867, del Museo Arqueológico Nacional que recogió las colecciones históricas del Museo de Ciencias y de la Biblioteca Nacional y la creación de la Sección de Anticuarios (es decir de conservadores de museos) del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios27.

S E G U N D A ETAPA: CÓDICES Y COMISIÓN RECEPTORA DE LA EXPEDICIÓN AL PACÍFICO

Mientras que estaba trabajando en la catalogación, el director del Museo de Ciencias Naturales pidió al Ministerio de Fomento cambiar el título de Ayudante de Janer por el de Archivero-conservador de las colecciones histórico-etnográficas y que le reconociesen como miembro del nuevo cuerpo con el sueldo de 12.000 reales anuales que «es el que disfrutaban los antiguos conservadores del Museo, cuyo destino fue suprimido por haber encargado a los profesores el cuidado de sus respectivas colecciones, quedando las de objetos y antigüedades histórico-etnográficas y el Archivo científico, sin persona especial encargada de su cuidado, por no estar afectas a ninguna de las asignaturas del Establecimiento»28. Aunque el aumento de retribuciones le llegará después de ingresar en el Cuerpo Facultativo de Archiveros Bibliotecarios, el 20 de febrero 1860, ya desde 1859 le reconocen el título de archivero-conservador que le permitirá acceder al Cuerpo. Estamos ante el primer conservador de museos que, al no existir todavía la sección de museos del Cuerpo, queda 26

Real Decreto de 17 de julio de 1858. La sección de anticuarios, que enseguida pasó a denominarse de arqueólogos, en 1973 pasó a constituirse en un cuerpo independiente: el Cuerpo Facultativo de Conservadores de Museos. Sin embargo el Cuerpo de los Ribliotecarios y Archiveros no cambió su nombre, manteniendo la denominación histórica de «arqueólogos-, 28 Oficio del director del Museo de Ciencias Naturales de 14 mayo 1859 y Resumen del funcionario J. Guerra de 7 de mayo de 1858 (A.G.A. Caja 31/6528). 27

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adscrito a la sección de bibliotecas29. Además de la custodia del archivo, se mantienen las mismas obligaciones que tenía antes de «dar a los curiosos que van a estudiar al Museo, las noticias que sobre estas colecciones quieren saber, quedando desde luego a su cargo la conservación de estos obgetos en los mismos términos que lo hacen los de seres Naturales»3". Esta obligación le lleva a continuar sus estudios y actividades relacionadas con las colecciones a su cargo una vez acabada la ordenación. Tiene 29 años y, una vez conseguido el aumento de salario pasa el verano de 1860 reponiéndose de unas fiebres reumáticas que ya ha sufrido en otras ocasiones y de las que se había repuesto tomando aguas al cobrar su primer sueldo31; como de costumbre, aprovecha la cura para hacer prospecciones arqueológicas32. Debía estar rematando el catálogo y la exposición, porque al año siguiente escribe al Ministerio indicando que ha acabado el catálogo y solicitando permiso para »estudiar los museos extranjeros». Le comisionan tres meses, como pide, a Francia donde pasa los meses de septiembre a noviembre de 1861 estudiando los museos arqueológicos y etnográficos33. Publica la memoria del viaje34; debe ser el primer funcionario destinado a tal efecto. Ya había estado en 1856 en Bélgica y Francia donde residía su suegro3,5 y publicado también la memoria36,

29 Ingresa en la sección de bibliotecas con destino en la Universidad Central, que es de donde dependía el Museo, razón por la cual aparece en alguna ocasión como bibliotecario de esta Universidad. Sin embargo, la Junta Superior Directiva de Archivos y Bibliotecas, al aceptar su catálogo del Museo de Ciencias como un mérito especial para futuros ascensos, le reconoce como miembro del Cuerpo Facultativo de Archiveros Bibliotecarios que desempeña el cargo de conservador de las colecciones etnográficas del Museo de Ciencias. Oficios de 20 de enero, 30 de enero, 16 de junio, 6 de julio y 27 de agosto de 1863. (A.G.A. Caja 31/6528). 30 Resumen del negociado l e de [la Dirección General de] Instrucción Pública, Ministerio de Fomento, de 20 abril de 1858 (A.G.A. Caja 31/6528). 11 Certificado médico y documentos varios (A.G.A., Caja 31/6528). 32 «Antigüedades de Caldas de Montbuy (Cataluña)». En: Museo de las Familias, 1860, año XVIII, pp. 259-261; 1861, año XIX pp. 166-167; 1865, año XXIII, pp. 270-272. 15 Informe de 1 de junio y de 26 de junio de 1861 (continuación de otros, el primero de 7 de mayo de 1859) (A.G.A. Caja 31/6528). Se menciona la realización del viaje en el oficio de 15 de marzo de 1872 (A.G.A., Caja 31/6528). M -Los museos arqueológicos de París y las antigüedades españolas que en ellos se conservan. Impresiones de un viaje arqueológico». En: El Museo Universal, Madrid, 1861, año V, septiembre, núm. 38, pp. 298-299; núm. 39, septiembre, pp. 306-307. ^ Testamento de Florencio Janer y su mujer de 1859 (A.G.A. Caja 20389 que contiene el expediente de clases pasivas de F. Janer). % «Memorias literarias de un viaje a Francia». En: Revista de Instrucción Pública, Literatura y Ciencias, Madrid, 1857, mayo, núm. 32, pp. 502-507.

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habla francés y lemosín37, tiene relaciones en Francia y ha publicado algunas de sus obras más relevantes en París y otras sobre los manuscritos y objetos que allí ha encontrado38. De su viaje, como ya vimos, llega a la conclusión de que sería conveniente publicar el catálogo de las colecciones histórico-etnográficas que acababa de realizar, lo que apoya el Director del Museo de Ciencias Naturales, Mariano de la Paz Graells, con una estimación razonada de los gastos que esto supondría39. El motivo de la iniciativa es dar a conocer las desconocidas colecciones españolas y anticiparse a iniciativas extranjeras, aunque, como ya indicamos, la edición debió quedar sólo en proyecto. Sin embargo, la conclusión más importante de la Memoria que redacta en noviembre de 1861, cuyo contenido sólo conocemos indirectamente por la documentación, es la necesidad de crear en Madrid un Museo Nacional de Antigüedades con las colecciones históricoetnográficas del Museo de Ciencias Naturales, las colecciones arqueológicas de la Biblioteca Nacional y de la Academia de la Historia, que se verían pronto aumentadas por las donaciones de particulares40. Efectivamente, en 1867 cuando Janer se desempeñaba como gobernador civil de varias provincias, se creó el Museo Arqueológico Nacional con las colecciones del Museo de Ciencias y de la Biblioteca Nacional. Probablemente en su etapa en la Dirección de Instrucción Pública del Ministerio de Fomento, anterior a sus cargos de gobernador civil, debió trabajar en la creación de este Museo y en la sección de conservadores del Cuerpo Facultativo que deberían servir en él. A los pocos meses de su viaje de estudio a Francia, en julio de 1862, se autoriza a Janer a que se desplace a la Biblioteca del Real Monasterio de El Escorial para que examine y extracte varios manuscritos

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«Creencias de la Edad Media y noticia de dos manuscritos lemosines». En: El Museo Universal, Madrid, 1861, año V, p. 62. w Cito a modo de ejemplo: «Las bibliotecas públicas de París y los manuscritos españoles que en ellas se conservan». En: El Museo Universal, Madrid, 1860, año IV, núm. 25, junio, pp. 199-200; «Los manuscritos castellanos de la Biblioteca Imperial de París. I. Poesías-, En: Museo de las Familias, 1864, año XII, pp. 235-237; La danga de la muerte. Poema castellano del siglo xiv... conforme al códice original. París, 1865. " Informes de 5, 17 y de 19 de diciembre de 1861 (continuación de otros, el primero de 7 de mayo de 1859); Oficio del director del Museo de Ciencias Naturales al Director general de Instrucción Pública de 17 de diciembre de 1861 incluyendo presupuesto de edición y Oficio del mismo al mismo de 15 de diciembre de 1862 sobre la edición del catálogo (A.G.A. Caja 31/6528). 10 «Relación de los escritos, trabajos y servicios científicos, literarios y artísticos, obras y publicaciones del limo. Sr. D. Florencio Janer» de 1869 (A.G.A. Caja 31/6528).

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inéditos y de gran importancia arqueológico-etnográfico, como que están ilustrados con dibujos de trajes, armas, utensilios y ceremonias de los primitivos pueblos del Nuevo Mundo. [...] Sería muy conveniente estudiarlos y traer de ellos á Madrid, para uso e ilustración de las antigüedades americanas del Museo de Ciencias naturales, las noticias y descripciones más importantes, aplicables a la clasificación arqueológica de las referidas antigüedades y de las que se puedan ir adquiriendo. El propio Janer, sin duda para indicar que conoce la existencia de los manuscritos y propiciar así el permiso, adjunta una lista de códices 41 : Manuscritos del Escorial que se ocupan de Arqueolojía y Ethnografía americanas. — Relación de la ferimonias y rrictos y población y gobernaron de los yndios de la provincia de Mechuacan hecha al Ylustrísimo señor don Antonio de Mendoza, virrey y gobernador desta nueva España por su majestad. Original é inédito. jo-G-5. — Costumbres, fiestas, enterramientos y diversas formas de proceder de los indios de Nueva España. Original, inédito- iij-K-8. — Ritos antiguos, sacrificios e idolatrías de los indios de Nueva España, y de su conversión á la fé y quienes fueron los que primero la precedieron. Original, inédito. Ij-X-21. Publica entonces «Estudios históricos del Nuevo Mundo. La civilización primitiva del Nuevo Mundo. Los indios de Mechuacan. Los indios de México. Los indios del Perú»42. La fecha de la publicación, anterior a su destino temporal en El Escorial, nos deja en la duda de si se trataba del avance de una investigación posterior que no llegó a realizar, o una publicación con fecha retrasada a la real, algo habitual en algunas publicaciones periódicas. Poco después publica «México y su territorio»43. En 1869, cuando ya está expulsado de la vida profesional, declara tener listo para publicar, además del catálogo del Museo de Ciencias, dos obras sobre colecciones americanas de este Museo que luego publicará, —según veremos después—, un tratado sobre clasificación de

11 Oficio de 15 de junio de 1862 del Director del Museo de Ciencias al Director General de Instrucción Pública. Nota informativa, con aprobación posterior, de 15 de julio de 1862 y oficio de autorización de 3 de julio al Director del Museo. (A.G.A. Caja 31/6528). Es de notar que este oficio, como otros firmados por el director del Museo relacionados con él, están escritos de mano del propio Janer y firmados por el director, Mariano de la Paz Graells. 12 Crónica de ambos mundos, Madrid, 1860, t. VII, pp. 336-339, 346-349 y 396-398. ^ El Museo Universal, Madrid, 1862, año VI, núm. 14, abril, p. 110.

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antigüedades chinas44 y las Cantigas de Alfonso el Sabio, el Rabinal-Achí, antiguo drama americano, con su música indígena texto quiche y versión españolé, que no debió poder publicar debido al giro que tomó su vida y que acabaron «descubriendo» otros y publicando años después Brasseur de Bourbourg. Tiene, cuando va al Escorial en 1862, 31 años y vive en la calle Libertad 23, 3 e izda. Ya había preparado ediciones críticas de autores clásicos en la época en que estuvo cesante y que le debieron reportar algún ingreso, como la obra de Quevedo en 1859 o el Quijote en 1865 (con otros editores), con numerosísimas ediciones posteriores, en España y América, hasta el siglo xx. Desde joven publicó noticias de manuscritos antiguos españoles y continuó publicando obras inéditas medievales, algunas de notable relevancia que se han reeditado en numerosas ocasiones a lo largo del siglo xx, lo que quizás le permitió descubrir los códices americanos, proseguir sus investigaciones y editar manuscritos inéditos, ya que en 1864 le encontramos otra vez destinado por seis meses en la Biblioteca de El Escorial estudiando y catalogando códices españoles.

INÉDITOS Q U E P U B L I C Ó 4 6

En 1862 se inició la Comisión Científica al Pacífico, una expedición científica organizada por el Museo de Ciencias Naturales que recorrió gran parte de América, estudiando y coleccionando objetos de los diversos reinos de la naturaleza. Como Florencio Janer era el archivero-conservador del mismo Museo de Ciencias fue el encargado de recibir y ordenar las colecciones que enviaban, nombrándole Vocal y también Secretario de la Comisión Receptora

44 Tiene varias publicaciones sobre colecciones de objetos y manuscritos chinos, de París y del Museo Arqueológico Nacional, que son piezas que él mismo catalogó. 45 «Relación de los escritos, trabajos y servicios científicos, literarios y artísticos, obras y publicaciones del limo. Sr. D. Florencio Janer» de 1869 (A.G.A. Caja 31/6528). 46 Cito a modo de ejemplo: El Libro de Aleixandre-, el Poema de Alfonso Onceno, Rey de Castilla y León en 1863, junto con otros editores; Poetas castellanos anteriores al siglo xv en 1864 junto con otros editores; Vida de Santo Domingo de Silos en fecha desconocida; «Los Libros del Ajedrez, de los Dados y de las Tablas. Códice de la Biblioteca de El Escorial, mandado escribir por Don Alfonso El Sabio». En: Museo Español de Antigüedades, Madrid, 1872, t. III; «Las miniaturas de los manuscritos que se conservan en los archivos y bibliotecas de España». En: El arte en España, Madrid, 1862.

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de la Expedición al Pacífico en 1863- Luego, tras el regreso de la expedición en 1866, preparó junto con los expedicionarios la exposición de estas colecciones que se celebró en el Jardín Botánico de Madrid en mayo del mismo año47. Evidentemente, la experiencia de Janer con la clasificación y exposición de las colecciones del Museo de Ciencias le debió permitir ordenar el material arqueológico, botánico, zoológico y fotográfico enviado por los miembros de la expedición y organizar la exposición al poco de su regreso. Probablemente, sin su experiencia y trabajo hubiera sido difícil que los expedicionarios hubieran podido afrontar el desafío de la exposición. Como siempre, aprovechó datos conseguidos para publicarlos48.

TERCERA ETAPA: GOBERNADOR, EXPULSIÓN Y ARTÍCULOS AMERICANOS

En 1864, mientras que actúa como vocal y secretario de la Comisión Receptora de la Expedición al Pacífico, y al poco de entrar el Partido Moderado al poder, le destinan a la Dirección General de Instrucción Pública del Ministerio de Fomento49 donde, según él mismo, actuará «como oficial de Secretaría y Jefe de Sección», entonces niveles altos. Aunque no especifica sus funciones, éstas debieron tener un contenido político si tenemos en cuenta los acontecimientos posteriores y otros contenidos de política cultural como la creación del Museo Arqueológico Nacional siguiendo ideas suyas50 y, probablemente, alguna relacionada con las Comisiones de Monumentos y centralización de colecciones a tenor de sus trabajos posteriores con estas Comisiones en su siguiente etapa como gobernador de diversas provincias y las donaciones que efectuó al Museo Arqueológico.

47 Le nombran Secretario de la Comisión el 3 de mayo de 1863; según él mismo, de manera gratuita. «Relación de los escritos, trabajos y servicios científicos, literarios y artísticos, obras y publicaciones del limo. Sr. D. Florencio Janer» de 1869 (A.G.A. Caja 31/6528). 18 -Bombardeo del Callao». En: El Museo Universal, Madrid, 1866, año X, pp. 187-188. í9 Era entonces Ministro de Fomento Antonio Alcalá Galiano, militar, político y literato, hijo de Dionisio Alcalá Galiano que participó en la expedición científica de Malaspina y en otras y coleccionó piezas para el Real Gabinete de Historia Natural muriendo con gloria en la batalla de Trafalgar (Alós et al. 2001: 59). Nombramiento de 20 de noviembre de 1864. -Relación de los escritos, trabajos y servicios científicos, literarios y artísticos, obras y publicaciones del limo. Sr. D. Florencio Janer- de 1869 (A.G.A. Caja 31/6528).

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Tras inaugurarse la exposición de la expedición al Pacífico, le nombran en julio de 1866 Gobernador Civil de la provincia de Álava. En mayo de 1867 le nombran Gobernador Civil de Vizcaya y debe desplazarse desde Bilbao a Madrid para dar fe de que las colecciones del Museo de Ciencias han pasado íntegras al Museo Arqueológico Nacional, creado ese mismo año. En enero de 1868 se traslada a Guadalajara también como Gobernador Civil donde estará hasta su cese en febrero de 186851. Mientras es gobernador continuará publicando y aprovechará para hacer viajes de reconocimiento a sitios históricos y arqueológicos y para realizar excavaciones arqueológicas —en Vizcaya y Guadalajara—52 de las que dará cuenta a la Real Academia de la Historia, enviando materiales al nuevo Museo Arqueológico Nacional de Madrid. También reinstalará e impulsará el trabajo de las Comisiones de Monumentos Históricos y Artísticos que se encargaban entonces de la conservación del patrimonio histórico y que reunieron las colecciones con las que se formaron los museos provinciales53; realizó también alguna donación personal54. Cuando cesa como Gobernador en Guadalajara solicita su reingreso en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios (con la creación del Museo Arqueológico Nacional, se añade la sección de anticuarios, que pronto cambiará a arqueólogos, que servirá en museos). Ingresa en la sección de Museos con destino al Arqueológico Nacional el 22 de julio de 1868, siendo Director (de Instrucción Pública) Severo Catalina55 y tomando 51 Nombramiento de Gobernador Civil de Álava 13 julio 1866. Nombramiento de Gobernador de la provincia de Vizcaya 22 de mayo de 1867. Traslado del mando de la provincia de Vizcaya a la de Guadalajara por Real Decreto de 26 enero 1868 y cese el 4 febrero 1868 (A.G.A. Caja 20389 donde se encuentra el expediente de clases pasivas de Florencio Janer). Acta de entrega de las colecciones del Gabinete de Historia Natural al Museo Arqueológico Nacional de 8 de julio de 1867 (A.M.A.N). Publica algunos de sus viajes y excavaciones: -Dos días en el valle de Arbusias». En: El Museo Universal, Madrid, 1868; «Durango. Corte de Don Carlos en la última guerra civil». En: El Museo Universal, Madrid, 1869. «La plaza del Mentirán en Vitoria». En: El Museo Universal, Madrid, 1869 y otras. w Oficio de 6 de junio de 1868 y «Relación de los escritos, trabajos y servicios científicos, literarios y artísticos, obras y publicaciones del limo. Sr. D. Florencio Janer- de 1869 (A.G.A. Caja 31/6528). 51 Asiento de la donación por parte de Florencio Janer, Gobernador de Guadalajara, de una arca antigua con embutidos de marfil (Libro de Registro de Donaciones, 3 de abril de 1868. A.M.A.N.). Carta a R. Aguilera, director del Museo Arqueológico Nacional, donando unas antigüedades, de 15 de marzo de 1871 (A.M.A.N ). w Severo Catalina del Amo, jurista y orientalista y catedrático de lengua hebrea, había sido Director General de Instrucción Pública desde 1866 (el mismo año en que Janer es nombrado

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posesión el día 30 de ese mes siendo director del Museo José Amador de los Ríos. Aunque está situado dentro de la categoría de oficiales, el nivel superior en la Administración, tiene el grado tercero, grado inferior al que le correspondía porque esa era la única plaza vacante existente, por lo que se le declara el derecho a ocupar la primera plaza de oficial de segundo grado que vaque. Se ocupa de la Sección de Etnografía, donde eran mayoría las colecciones americanas56. El 30 de noviembre del mismo año el Ministro de Fomento, Manuel Ruiz Zorrilla, en oficio dirigido al Director General de Instrucción Pública, le cesa como miembro del Cuerpo Facultativo por haber estado más de dos años como excedente, según disponía la legislación del momento. Del 13 de julio de 1866 al 22 de julio de 1868 habían pasado dos años y nueve días. Janer había tenido tiempo desde febrero que cesó como gobernador, no calculó que la fecha que valía no era la de su solicitud de ingreso sino la de su nombramiento y toma de posesión. Juan de Sala queda como responsable de las colecciones etnográficas. Janer reclama y alega sus méritos en varias ocasiones, imprime su curriculum en 1869 para facilitar sus alegaciones; solicita luego una plaza en una biblioteca de Barcelona. Nunca volverá al Cuerpo Facultativo y nunca podrá servir en museos ni en bibliotecas ni archivos57. Es posible que estemos ante un castigo solapado. Tenía 33 años cuando pasa a la Dirección General de Instrucción Pública (precedente de los actuales Ministerios de Cultura y de Educación) del Ministerio de Fomento e inicia su carrera política, y 35 cuando entra de lleno en ella como gobernador, justo en uno de los momentos más candentes del siglo; y cesa en vísperas de la revolución que lo purgará cuando contaba con 37 años. Dada la fecha de su incorporación a la política, cabe pensar que se aproximó a los moderados que estuvieron en el poder tras entrar en crisis la Unión Liberal a partir de 1863Por esa época Florencio Janer dejó sus trabajos en el Museo de Ciencias y sus

Gobernador). Fue luego Ministro de Fomento (tras serlo dos meses de Marina) hasta su destitución con la revolución de septiembre de 1868 (Alós 2001: 63). % En la documentación del Museo Arqueológico Nacional Janer aparece como jefe de la Sección de Etnografía sólo en el mes de agosto de 1868. Luego aparece Juan de Sala firmando los documentos como jefe de esta Sección e incluso publica dos artículos sobre las colecciones etnográficas (Sala 1872; 1876). , 7 Copias del nombramiento, toma de posesión, cese (en documentos de la fecha indicada), reclamaciones y otros documentos en A.G.A. Caja 20389 que contiene el expediente de clases pasivas de F. Janer, y en A.M.A.N.

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investigaciones en la Biblioteca de El Escorial para entrar en el Ministerio a finales de 1864. Entró como gobernador civil el 13 de julio de 1867, cuando se iniciaba uno de los últimos gobiernos moderados del reinado de Isabel II, justo tres días después del nombramiento como Ministro de Gobernación de Luis GonzálezBravo, y cesó en febrero de 1868, apenas dos meses antes de que GonzálezBravo, caracterizado por un duro perfil de derecha, endureciese esta política al hacerse con la Presidencia del Consejo de Ministros sin dejar el Ministerio de Gobernación (Urquijo Goitia 2001: 232). Cuando Janer se incorpora al Museo Arqueológico a finales de julio, falta un mes largo para que estalle la revolución de septiembre de 1868 que acabó con el dominio político de los moderados y destronó a Isabel II e inició un convulso período (monárquico antiborbónico con la Casa de Saboya y republicano) que duró hasta la restauración de la monarquía borbónica de 1875, poco antes de la muerte de Janer. El extremado perfil de González-Bravo debió marcar a Janer. Por lo que no es de extrañar que, al estallar la revolución y acceder al Ministerio de Fomento Manuel Ruiz Zorrilla, hombre de marcado talante liberal y anticlerical, que tuvo una política de laicismo en la enseñanza y de incautación de los archivos y bibliotecas catedralicios (temas que dependían de la misma Dirección General en que estaba Janer) expulsara a éste del Cuerpo Facultativo (Urquijo Goitia 2001: 60 y ss., 308; Alós et al. 2001: 65). No sabemos bien cómo sobrevivió Janer durante los años siguientes. En tanto que miembro de la Administración del Estado sólo sabemos que el Ministerio de Estado le encargó en marzo del año siguiente, 1869, la coordinación del segundo tomo de la Colección de Tratados Internacionales, Tratados de España. Documentos internacionales que corresponden a parte del reinado de Doña Isabel II, una obra de referencia clave que todavía continúan citando los historiadores y que ha tenido algunas reediciones, una de ellas sin mención de autor. El libro, que era la continuación de otro volumen oficial anterior que recogía la normativa desde 1700 a 1843, debía incluir los tratados posteriores y llevar un prólogo y el pago era de 600 escudos, pagados la mitad al comienzo y el resto cuando el tomo estuviera impreso58. En 1871, cuando estaba expulsado de la Administración y todavía no había reingresado, vivía en el principal de Santa Bárbara 2, una casa aparentemente más

w Oficio de 11 de marzo 1869. Expediente de Clases pasivas de F. Janer en A.G.A. Caja 31/6528.

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próspera que la anterior59. Según deducimos por el lugar de la muerte y la fecha de alguna carta60, debía tener o alquilar una casa de vacaciones en El Escorial, lugar que ya conocía y donde había vivido temporadas. A los seis años de su cese, en 1874, fue rehabilitado y nombrado letrado del Ministerio de Hacienda por el Presidente del Consejo de Ministros61. Ocupaba este cargo Juan de Zavala y de la Puente, marqués de SierraBullones y conde de Paredes de la Nava, un monárquico liberal que había ocupado distintos ministerios antes de la revolución en época progresista primero y unionista después y que presidió el primer gobierno (todavía republicano) que negoció la transición a la restauración monárquica de la Casa de Borbón (Urquijo Goitia 2001: 55 y ss., 339) 62 . Janer trabajó como letrado en el Ministerio de Hacienda hasta su muerte tres años después de su reincorporación a la Administración, habiendo ascendido al nivel más alto de los letrados en los meses siguientes a su reingreso 63 cuando todavía permanecía el mismo gobierno. A los nueve años de su cese y abandono definitivo del Cuerpo facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios muere de una lesión orgánica, aparentemente relacionada con el corazón a los 46 años, el 19 de julio de 187764. Delgado, hiperactivo, había sufrido en varias ocasiones fiebres reumáticas.

Carta a R. Aguilera de 15 de marzo de 1871 donando unos objetos al Museo Arqueológico Nacional (A.M.A.N.). Carta de Florencio Janer a Marcos Jiménez de la Espada fechada en El Escorial el 10 de julio de 1871. Fondo Jiménez de la Espada de la Biblioteca General de Humanidades del CSIC ABGH0026/02/035. Una copia digitalizada de ese documento está accesible a través del catálogo informatizado de los archivos del CSIC en www.csic.es/cbic/archivos/Archivos.htm. 61 Copia de la toma de posesión como Jefe de negociado de tercera clase, letrado de la misma (de la Dirección General), en comisión, con 4.000 pts. anuales. Conferido por orden del Presidente del Poder Ejecutivo de la República, 18 del actual. Madrid 8 de junio de 1874. Expediente de clases pasivas de F. Janer en A.G.A. Caja 20389. 62 Cuando Zavala era Presidente, era Ministro de Hacienda Juan Francisco Camacho, quien ya lo había sido varias veces en época revolucionaria y lo será bastante después. En cambio, era Ministro de Fomento (el Ministerio al que Janer había pertenecido y al que no regresó) Eduardo Alonso Colmenares, de breve estancia en esta cartera y que había sido en varias ocasiones Ministro de Justicia también en época revolucionaria y lo será después. M Copia de la toma de posesión como Jefe de negociado de I a clase, en comisión, en la sección de letrados del Ministerio de Hacienda de 9 junio 1874; Copia del nombramiento de Jefe de Negociado de I a clase de Hacienda Pública con destino a la Asesoría General con 6.000 pesetas anuales. 17 agosto 1874. Expediente de clases pasivas de F. Janer en A.G.A. Caja 20389. (>1 Acta de fallecimiento 1877. Expediente de clases pasivas de Florencio Janer en A.G.A. Caja 20389. v>

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Sin embargo, la última parte de su obra americanista, y alguna otra de relevancia como el volumen de tratados internacionales, la publicó en la época de su cesantía entre 1871 y 1874, entre sus 40 y 44 años, antes de su reingreso en la Administración, aunque dos de las obras, las referidas a la música y a los vasos peruanos, las había preparado años antes cuando todavía trabajaba en el Museo de Ciencias Naturales. Escribió sus ocho artículos sobre colecciones americanas en el Museo Español de Antigüedades, revista que a todas luces se crea con motivo de la inauguración de las salas del nuevo Museo Arqueológico Nacional, en 1871, en el Casino de la Reina en la calle Embajadores y para completar de manera erudita la apertura del nuevo museo y la nueva política museística y de patrimonio histórico. Esos artículos son: «Vasos Peruanos del Museo Arqueológico Nacional»; «Armas ofensivas y defensivas de los primitivos americanos»; «Máscara teatral de los indios del Perú»; «Adornos peculiares de los pueblos indígenas del Nuevo Mundo»; «De los antiguos instrumentos músicos de los americanos conservados en el Museo Nacional de Arqueología»; «De la civilización, de la industria y de las artes en los primitivos pueblos americanos; con relación á diferentes objetos de indumentaria y mobiliario que se conservan en el Museo Arqueológico Nacional»; «De los instrumentos y ara para sacrificios de los primitivos pueblos americanos existentes en el Museo Arqueológico Nacional». Constituyen una faceta desconocida apenas reseñada en la bibliografía de Ruiz Cabriada, posiblemente porque su vertiente americanista no fue entonces apreciada al quedar oscurecida por la densidad e impacto de su obra restante. En cualquier caso, las salas de etnografía, según descripción de la época, siguieron la misma ordenación que hizo Janer en su catálogo. Aunque fue en realidad Juan de Sala el jefe de la Sección IV o de Etnografía de este Museo, quien publicó en 1872 un artículo sobre estas salas y colecciones, y otro en 1876 sobre los cascos y mantos Hawai. Una vez publicados los artículos sobre colecciones americanas, Janer ingresa en el Ministerio de Hacienda y parece abandonar el americanismo. El que cuenten con artículos de Janer en el Museo Español de Antigüedades, en un momento en el que éste está expulsado del Cuerpo y del Museo Arqueológico, y que escriba sobre las colecciones etnográficas mientras que Juan de Sala, el conservador responsable de ellas sólo participa con uno muy genérico, indica respeto a su persona y conocimientos un reconocimiento al trabajo por él realizado. Aunque Janer había escrito en diversas ocasiones numerosísimos artículos sobre todo tipo de objetos del Museo Arqueológico (Ruiz Cabriada 1958: 489 y ss.), la publicación centrada en

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colecciones americanas nos indica que en este momento se le debía tener como el único americanista a quien recurrir; consideración que perdió tres años después con su muerte, quedando para la posterioridad como el primer americanista decimonónico el miembro de la expedición científica al Pacífico, Marcos Jiménez de la Espada que tomó el relevo de Janer editando crónicas americanas desconocidas. Como los conocimientos de la arqueología de la época eran muy rudimentarios y no se tenían en aquellos años datos sistematizados sobre las antiguas culturas americanas, desconociéndose la profundidad temporal y cultural, Janer utilizó las crónicas y documentos para ilustrar sincrónicamente las culturas americanas; lo que nos indica una búsqueda de fuentes que le permitieran contextualizar las piezas. Estos artículos no incluyen, sin embargo, datos nuevos respecto del origen de las colecciones, ya que estos debían ser muy escasos. Aunque no aportan hoy nada nuevo son los primeros trabajos americanistas y se apoyan en las colecciones americanas que hoy se conservan en el Museo de América, siendo, por tanto, el antecedente de los trabajos de éste en el siguiente siglo. Como ya he mencionado, la vertiente americanista de Janer y, sobre todo como escritor, es apenas o nada conocida. Estos artículos, excepto uno, no figuraban en la bio-bibliografía de Ruiz Cabriada como tampoco otros, así como gran parte de las ediciones de escritores antiguos: la obra de Janer es tan extensa que cada vez que se indaga aparecen nuevos títulos. Tenemos, en resumen, a un erudito polifacético que además de ser escritor y periodista, editó numerosos códices antes inéditos y de literatura clásica; autor de casi 200 obras, parte de las cuales se han reeditado en diferentes ocasiones; historiador también de éxito en su época y en la nuestra con obras sobre la batalla de Lepanto o la Historia General de Cataluña desde los tiempos más remotos hasta nuestros días. Arqueólogo, donante de libros y piezas, y miembro de numerosas academias. Fue el primer conservador de museos que perteneció al actual Cuerpo Facultativo y el primero que catalogó y ordenó las colecciones históricas y etnográficas españolas (en las que las americanas tenían lugar destacado) cuya visión y trabajo dieron forma al Museo Arqueológico Nacional, y se le puede considerar el primer americanista decimonónico. Su tránsito de la Unión Liberal al moderantismo fue quizás la causa por la que sufrió alguna represalia, lo que le llevó a quedar excluido del nuevo Museo Arqueológico cuyas bases había sentado y apartado de la política cultural a la que con tanto interés se había dedicado durante parte de su vida.

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JIMÉNEZ DE LA ESPADA Y LOS ESTUDIOS AMAZONISTAS DESDE ESPAÑA Jean-Pierre Chaumeil CNRS, EREA, París

Cabe preguntarse con cierta razón sobre la oportunidad de volver de nuevo sobre las actividades americanistas de Jiménez de la Espada por ser un campo muy bien estudiado y analizado por nuestros colegas del CSIC en una serie de trabajos recientes que abarcan el conjunto de su obra y de su carrera (López-Ocón/Pérez-Montes 2000). Dos motivos sin embargo justifican esta decisión. En primer lugar, conviene subrayar que sus actividades como amazonista (a diferencia de las tareas que llevó a cabo como integrante de la Comisión Científica del Pacífico o sus trabajos como peruanista) no han recibido hasta hoy mucha atención por parte de los investigadores. Y sin embargo la importancia de su experiencia amazónica durante el famoso «Gran Viaje» —llamado así por los cuatro integrantes de la expedición para denominar su desplazamiento desde Guayaquil, en el Pacífico, hasta Belém, en el Atlántico—, fue de tal naturaleza en su trayectoria intelectual y profesional que posiblemente influyó de manera considerable en su tránsito de viajero naturalista a historiador americanista'.

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En López-Ocón 1991 se aprecian las cuatro etapas del desarrollo de las actividades científicas de ese naturalista historiador: la del desplazamiento por tierras americanas entre 1862 y 1865; la del estudioso de las colecciones zoológicas y geológicas de la expedición al Pacífico, que orienta paulatinamente su mirada hacia el estudio del pasado americano entre 1866 y 1876; la del animador de una comunidad científica internacional de americanistas entre 1879 y 1890; y la etapa de la madurez de un historiador y naturalista que obtiene diversas distinciones y recompensas.

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Ahora bien, esta falta de curiosidad, o mejor dicho de interés, por esta faceta «amazonista» del personaje Jiménez de la Espada no procede de la indigencia de sus aportaciones en este campo (muy al contrario, ya que su competencia en el tema ha sido reconocida por todos), sino más bien del estatuto marginal que tenían en la España de entonces, e incluso en la de hoy en día, los estudios amazónicos, en comparación con la atención otorgada a los estudios andinos o mesoamericanos. Esta posición marginal del americanismo de las tierras bajas sudamericanas obligó a Jiménez de la Espada a multiplicar los contactos fuera de España, fundamentalmente con investigadores europeos, ya que en su país no se encontraban interlocutores suficientemente preparados en ese campo como para alimentar un debate científico2. Habrá que esperar medio siglo para que surjan amazonistas entre los americanistas españoles, como Constantino Bayle y Emiliano Jos (Jos 1942-43), por mencionar a los más conocidos. No hace mucho tiempo tanto Antonio Pérez (1986: 11-16) como Manuel Ballesteros (1986: 33-41) coincidieron en el diagnóstico acerca de la persistencia de la debilidad de los estudios amazónicos entre los americanistas españoles, con la notable excepción de las investigaciones sobre la plumaria amazónica (Varela Torrecilla 1992; Martínez de Alegría Bilbao 2002). Esa debilidad institucional se manifiesta en el hecho de que no existan apenas centros de estudios amazónicos en España, por lo que este campo de estudios ha estado en su mayor parte relacionado con investigaciones efectuadas en archivos y bibliotecas, y no tanto sobre el terreno. Por ello, y esta es la segunda razón de nuestra aproximación al «amazonista» Jiménez de la Espada, un nuevo enfoque sobre esta faceta de las actividades científicas de ese «americanista» del siglo xix puede revelarnos aspectos interesantes sobre las modalidades y los mecanismos concretos de construcción de este tipo de saber científico así como acerca de la manera en que se formó un primer grupo de estudiosos de un campo científico aún naciente. Para alcanzar este objetivo he decidido ilustrar el proceso de construcción de un saber científico sobre la Amazonia en el último tercio del siglo xix mediante la aproximación a tres debates protagonizados por algunos de los pioneros de los estudios amazonistas, y que están relacionados con las con-

2 Manuel Almagro, el antropólogo de la Comisión Científica del Pacífico, regresó a Cuba tras su retorno a España, perdiéndose todo contacto con él (Puig-Samper 2003). Sobre el papel de este científico en la colecta de piezas arqueológicas y etnográficas, véase el reciente articulo de Sánchez Garrido y Verde Casanova (2003).

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troversias habidas entre: 1) Jiménez de la Espada y Markham, 2) entre el mismo Espada y el sabio chileno José Toribio Medina, quien gracias a su labor editorial también fue muy influyente en el impulso de los estudios americanistas y 3) las que se produjeron en el marco de los primeros Congresos Internacionales de Americanistas en los cuales participó Espada, ya que el papel de esos encuentros ha sido fundamental, como es sabido, en la construcción de la comunidad científica de americanistas (Riviale 1995; LópezOcón 2002).

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De manera general, puede afirmarse, siguiendo a Anne-Christine Taylor (1996: 627-628), que, desde sus inicios, «el americanismo tropical» se desarrolló a partir de dos tradiciones muy diferentes: a) la tradición hispánica de los conquistadores y descubridores que se remonta al siglo xvi (y de la cual Jiménez de la Espada se hizo un eminente portavoz, como editor crítico de fuentes); b) la tradición de los viajeros naturalistas de la segunda mitad del XVIII y sobre todo del xix, que es la que originó realmente el nacimiento de la antropología (formada mayoritariamente por alemanes, ingleses, italianos y franceses, aunque también, hubo, en el siglo XVIII, españoles, como Ulloa, Ruiz y Pavón, Azara, y Mutis, entre otros). En este marco, Espada se encontraba a horcajadas entre las dos tradiciones. Se inscribe de hecho en la tradición española de los historiadores de Indias, pero también participó en una expedición a América del sur en la pura tradición humboldtiana, abriendo así un nuevo campo: el del «americanismo español» (Bustamante 2000). Desgraciadamente, por lo que al amazonismo se refiere, y si se exceptúa el intento frustrado de la expedición Iglesias en 1935 (Iglesias Brage 1931, 1932-34; López Gómez 2001, 2002), este campo no prosperó sino hasta muy recientemente con la formación, hecha fundamentalmente en el extranjero, de una nueva generación de antropólogos amazonistas españoles. La historiografía tiene más presente, en efecto, el primer aspecto de la figura de Jiménez de la Espada (el del historiógrafo) que el segundo (el del viajero-etnógrafo). Indudablemente fue la publicación de crónicas la que le dio a conocer y le permitió ganar renombre (Markham 1889, 1892; René-Moreno 1896; Dorsey 1898, Porras Barrenechea 1942b), aunque no faltaron algunos americanistas, como Udo Oberem, que utilizaron sus datos etnográficos como fuente de información (Puig-Samper 1988). Conocemos de hecho la poca

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suerte que tuvo la Comisión del Pacífico tras su retorno a España (Barreiro 1928, Miller 1968, Puig-Samper 1988, López-Ocón/Pérez-Montes 2000) así como las dificultades encontradas por los expedicionarios para publicar los resultados de la expedición. Es cierto que Almagro publicó una breve versión oficial del viaje (1866, reed. 1984), pero partes del diario de Espada sólo se publicaron en 1928, gracias a la iniciativa de Barreiro, y el de Martínez y Sáez, aún más tarde, ya en la década de 1980 (Calatayud, ed. 1984). Ambos diarios se interrumpen además antes del viaje al Amazonas, como se aprecia en la recopilación reciente de esos diarios efectuada por Cabodevilla (1998). Por su parte el diario de Isern, o las partes que se conservan de él en el archivo del Jardín Botánico de Madrid, aún permanece inédito, y del diario del cuarto integrante del «gran viaje», el antropólogo Manuel Almagro, se perdió toda huella. Se explica de este modo que existan pocas referencias al viaje amazónico de los naturalistas de la Comisión Científica del Pacífico en la bibliografía especializada. No figura por ejemplo en la cuidadosa bibliografía sudamericana sobre exploraciones científicas de Rodolfo García (García 1922). Y si consultamos a los viajeros posteriores que siguieron la misma ruta de Espada y sus compañeros expedicionarios bajando el río Ñapo, pocos recuerdan la aventura amazónica de los comisionados españoles. Orton (en 1867) y Wiener (en 1880) ni lo mencionan. Sólo el británico Simson, que viajó hacia 1875, evoca «la malograda y desesperada comisión española» (Simson 1886). Y, sin embargo, el interludio amazónico permitió a Jiménez de la Espada fundamentar los comentarios críticos a sus ediciones de los relatos de otros viajeros como Orellana, Texeira o Maroni ya que, como él mismo dijo: «hize personalmente la misma ruta», razón que le invistió de una cierta autoridad para opinar sobre las cuestiones amazónicas. De hecho sobre la Amazonia Espada publicó una docena de trabajos —como consta en la bibliografía— entre los que cabe destacar dos, a nuestro juicio: la edición de las Noticias auténticas del famoso río Marañón, manuscrito hasta entonces inédito y atribuido por Espada al jesuíta Maroni (obra de la que hicimos una nueva edición en 1988) y la publicación de las Relaciones geográficas de Indias, editada entre 1881 y 1897, por la que recibió el premio del duque de Loubat, especialmente su último volumen —el IV—, que dedicó a dar cuenta de las primeras entradas de los españoles a la Amazonia, como es el caso de las que efectuaron Alonso de Alvarado, Juan de Salinas, y Diego de Vaca de Vega, entre otros. Valdría la pena también incluir aquí el conjunto de materiales inéditos que consultó Jiménez de la Espada en la década transcurrida entre 1880-1890 cuando participó en la comisión de examen de las cuestiones de

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límites entre Colombia y Venezuela, como asesor del gobierno español que tenía que emitir un laudo arbitral sobre los problemas fronterizos entre esas dos naciones. Sea como fuere, Espada dedicó mucha atención a las actividades de los primeros descubridores españoles del Amazonas, en los que encontró resonancias con su propio viaje, asunto que le permitió establecer contacto con varios investigadores, con los que a veces entró en una viva polémica sobre cuestiones diversas. En esos escritos amazonistas se encuentran varias constantes, que ayudan a conocer mejor su personalidad, como su interés en los «precursores» —omitidos por los historiadores, pero que abrieron el paso a los exploradores admitidos en el canon de la historiografía oficial—, su afán por rebelarse contra la tradición editorial «plagada de errores» de su época (del Pino 2000), y su voluntad de denunciar cada vez que fuese posible los numerosos «plagios» cometidos por cronistas e historiadores. Asimismo se rebeló contra la persistente ignorancia de los viajeros extranjeros respecto a los descubrimientos geográficos efectuados por los españoles. Al respecto puede resultar instructivo referirse aquí al articulo enviado por Espada en 1880 a su colega Gabriel Gravier de la Société Normande de Géographie sobre el supuesto «descubrimiento» del Putumayo por el explorador Jules Crevaux3, cuando el curso de este río había sido reconocido desde hacía mucho tiempo por capitanes y misioneros españoles (Jiménez de la Espada 1880). A través de textos de este tenor se percibe a Espada como un hombre en tensión intelectual permanente, por no decir en rebelión constante contra los procedimientos historiográficos de su época y la marginalidad en la que se tenía a la «tradición» amazonista española, campo de estudios en el que esperaba conseguir un cierto reconocimiento científico, por lo que dedicó muchos esfuerzos a establecer contactos internacionales, mediante su participación en congresos y su adscripción a sociedades, y a publicar nuevas fuentes con la «bonne méthode» de los positivistas. Para obtener ese reconocimiento y reclamar la prioridad en sus «hallazgos» históricos Espada tuvo que competir, a veces de manera áspera pues la com1

Espada volvió sobre esta cuestión en un texto posterior: «Crevaux, ignorante de nuestra historia geográfica de dichas regiones, creyó de buena fe que había sido su primer explorador como viajero y como hombre de ciencia. En los archivos abundan los documentos sobre esta región. Es una vergüenza, una gran vergüenza, para España que permanezcan inéditos!» (Jiménez de la Espada [1898-991 1904: 3, nota 1). Es interesante notar que J. M. Pérez Ayala (1933: 348) utilizó el texto publicado por Jiménez de la Espada en 1880 para demostrar la presencia colombiana sobre el Putumayo en el momento del conflicto colombo-peruano de 1932-33.

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petencia era feroz, con los otros grandes editores de fuentes sobre América del Sur y particularmente el Perú antiguo que dominaban el panorama editorial europeo en la segunda mitad del siglo xix, como era el caso de TernauxCompans, editor de una serie de Voyages, relations et mémoires..., de veinte volúmenes en 2 series entre 1837 et 1841, cuyas traducciones fueron muy criticadas (Villarías 1998: 292-293), de Markham, que hizo su labor editorial en el marco de la Hakluyt Society de Londres (Villarías en este volumen), González de la Rosa, con quien Espada se vio involucrado en una desagradable polémica a propósito de la publicación de la segunda parte de la Crónica de Cieza de León (Riviale 1997; López-Ocón 2004), y José Toribio Medina. Las relaciones, unas veces más tensas que otras, entre editores de fuentes contribuyó a hacer avanzar los estudios amazonistas en el último tercio del siglo xix, como intentaré mostrar a continuación, analizando en primer lugar algunas de las conexiones entre Jiménez de la Espada y el británico Markham.

LAS RELACIONES ENTRE J I M É N E Z DF. LA ESPADA Y MARKHAM

LOS caminos de estos dos autores se cruzaron más de una vez, como se aprecia en las cartas que se intercambiaron, para culminar ese entrecruzamiento en el homenaje conjunto que hizo la Sociedad Geográfica de Lima en 1939 en honor de ambos americanistas, cuyos retratos se colocaron en el Salón de actos de dicha institución científica (véase la entrega especial del Boletín de la Sociedad Geográfica de Lima 1939). Como bien apunta Villarías (1998), y desarrolla más ampliamente en su colaboración en este volumen, tanto Espada como Markham otorgaron una gran fiabilidad a las «fuentes primarias», aunque discreparon en su valoración, llegando a editar incluso las mismas, como sucedió con la obra de Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua, «Relación de antigüedades deste reyno del Pirú», por ejemplo. Así Markham (1889: 266) reprochó a Espada, cuando éste publicó esa obra en 1879 incluyéndola en sus Tres Relaciones de Antigüedades Peruanas que no hiciese referencia a su edición de 1873, mostrando de esta forma la competencia por alcanzar prestigio que había en la «cacería» de fuentes inéditas. En su History ofPerui1892), Markham llegó incluso a hacer un interesante esfuerzo historiográfico para determinar el rango de «autoridades» en materia de fuentes peruanas, atribuyéndose un lugar preeminente al haber editado diez crónicas, frente a las cinco editadas por Espada o las cuatro crónicas dadas a conocer por Ternaux-Compans.

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Markham publicó en 1859, en la Hakluyt Society, Expeditions into the Valley of the Amazons, basándose en las versiones, que según él eran las más fidedignas, del Inca Garcilaso y de Antonio de Herrera para la expedición de Gonzalo Pizarro y Francisco de Orellana, y del padre Simón para la expedición de Ursúa. Ahora bien, para Jiménez de la Espada, tanto Garcilaso como Herrera eran unos simples «plagiarios» de Cieza de León, considerado por él como «el príncipe de los cronistas» y clave de lectura del mismo Espada para la cuestión amazónica. Y el padre Simón, a su vez, era otro «plagiario» de la obra inédita de Diego de Aguilar y de Córdoba de la que el propio Espada tras revelar su existencia en 1875, publicaría años después fragmentos en el tomo IV de sus Relaciones Geográficas de Indias, editado en 18974. Las réplicas de Espada a su colega inglés parecen directas, y prueban como ambos americanistas se leían mutuamente, en un proceso de emulación competitivo. Si Markham en 1859 menciona de paso, en su introducción a Expeditions into the Valley of the Amazons, a la expedición de Mercadillo (a la que dató en 1548, cuando en realidad tuvo lugar diez años antes), Espada le dedicó en cambio a esa exploración amazónica un estudio entero (1895), basándose sobre todo en la Crónica de Cieza de León, completando su interés por la «jornada de Alonso de Mercadillo» con otros estudios sobre las vías de comunicación entre los Andes y la Amazonia que usaron los primeros exploradores españoles, como el que dedicó a Gonzalo Díaz de Pineda, un predecesor olvidado de Gonzalo Pizarro. Con esos trabajos quería demostrar una vez más el poco crédito que se concedía a significativos precursores de los famosos exploradores de la Amazonia, en los que se concentraba exclusivamente la atención de la historiografía oficial5. A la luz de estas consideraciones buena parte de los escritos «amazonistas» de Jiménez de la Espada podrían ser contemplados como una reacción ante las ediciones de Markham quien se atenía más al canon establecido por la historiografía al uso. Así ocurrió con la publicación que hizo Espada en 1889 del manuscrito inédito de un compañero anónimo del padre Acuña, referente al viaje que hizo el capitán Pedro Texeira aguas arriba del río Amazonas entre 1637 y 1638. En ella trató de demostrar que la relación de Acuña, por cierto muy conocida y reeditada muchas veces —y

4 El Marañón, de Diego de Aguilar y de Córdoba fue editado en 1990 por Guillermo Lohmann Villena. , En su trabajo sobre la expedición de Mercadillo, Espada identificó a los «Machifaro» con los Iquitos, lo que no tiene mucho sentido a la luz de los conocimientos acaiales sobre la Amazonia (Chaumeil/Fraysse-Chaumeil 1981)

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que es la que utilizó por supuesto Markham—, debía mucho al autor anónimo en el que fijó su atención Espada, aunque en esta ocasión no se atreviese a hablar de «plagio» ya que, como él mismo dice, «son todos jesuítas!». Entre 1889 y 1892 Jiménez de la Espada publicó en las páginas del Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid las Noticias auténticas del famoso río Marañón que contienen importantes documentos como el famoso diario del padre Fritz, tras cuya pista se encontraba Markham desde hacía muchos años, sin poder dar con él. Cuando el británico George Edmundson supuestamente «descubrió» en 1901 el famoso manuscrito original en la biblioteca de Evora (Portugal), Markham le ofreció publicarlo inmediatamente en la Hakluyt Society, edición que se hizo finalmente en 1922. Ambos, Markham y Edmundson, no podían desconocer la versión del diario del padre Samuel Fritz existente en las Noticias auténticas, pero lo cierto es que no la citan. Edmundson ignoró también la versión del mismo diario que publicó en portugués Rodolfo García en Brasil en 1918, pensando verosímilmente que era incompleta, aunque en realidad las dos versiones del diario, editadas por García y Edmundson, son casi idénticas. Seguramente esos silencios del editor británico del diario de Fritz ante las contribuciones de otros colegas habrían indignado a Espada que era muy puntilloso en su labor editorial, si éste hubiera vivido para entonces. Conviene resaltar asimismo que el trabajo llevado a cabo por Espada para preparar su edición de las Noticias auténticas del famoso río Marañón permite observar y poner de relieve otro aspecto del procedimiento de legitimación usado por ese americanista, y también por otros colegas, muchas veces en sus escritos. Así cuando buscó documentación sobre el mapa de Fritz, se puso en contacto con Gabriel Marcel, encargado de la mapoteca de la Biblioteca Nacional de París, quien le mandó a propósito de ese trabajo cartográfico una larga carta que Espada publicó in extenso y en su francés original en un corto artículo de cuatro páginas (Jiménez de la Espada 1892b). En otros textos procedió de la misma manera, como si tuviera necesidad, para reforzar su legitimidad y aumentar el valor de sus aportaciones científicas, de referirse constantemente a su red de relaciones expresadas en las cartas de sus «buenos y sabios amigos», entre los que incluía a otros colegas como los alemanes Max Uhle y Eduard Seler, o el ecuatoriano Francisco González Suárez. Se revelaba así también su evidente hambre y sed de reconocimiento científico por parte de sus pares.

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L A S RELACIONES F.NTRF. J O S F . T O R I B I O M E D I N A Y J I M É N E Z DF, LA E S P A D A

Puede considerarse que las relaciones que Espada entabló a su vez con José Toribio Medina tuvieron sin embargo una trayectoria inversa a las que sostuvo con Markham, pues en esta ocasión fue el historiador chileno el que reaccionó a alguno de los trabajos «amazonistas» del americanista español, concretamente a sus tesis, defendidas con ardor, sobre el viaje de Francisco de Orellana. Recordamos que la relación entre esos dos americanistas se inició primero epistolarmente hasta que luego ambos se encontraron en el Madrid de la Restauración (López-Ocón, manuscrito). Desde 1892, y probablemente antes, Espada preparaba la publicación del artículo titulado «La traición de un tuerto» (1894a), donde trataba de probar, basándose en su propio conocimiento de la zona, que Francisco de Orellana había traicionado a la Corona, pues el lugarteniente de Gonzalo Pizarra habría podido regresar fácilmente sobre sus pasos y encontrarse de nuevo con su jefe. Este asunto, que está muy alejado de nuestros intereses historiográficos actuales, fue sin embargo una de las cuestiones más debatidas en el marco de las preocupaciones que se suscitaron a fines del siglo xix sobre la famosa expedición al País de la Canela, adoptando Espada en ese debate un «vigor polémico», en expresión de Porras Barrenechea (1942a), pocas veces alcanzado en semejantes asuntos. En 1892 José Toribio Medina se encontraba en España donde permaneció casi tres años, en los que activó sus contactos con diversas personalidades. Entre ellas se encontraba Jiménez de la Espada, quien le informó de documentos diversos, entre los que cabe destacar la obra aún inédita de Toribio de Ortiguera, Jornada del río Marañón con todo lo acaecido en ella y otras cosas notables dignas de ser sabidas, acaecidas en las islas occidentales (Jos 1943: 498). Todo parece indicar que ambos investigadores trabajaban simultáneamente sobre Francisco de Orellana. Medina estaba preparando la edición del manuscrito de fray Gaspar de Carvajal sobre «el descubrimiento del río de las Amazonas» existente en una biblioteca sevillana cuando leyó las primeras entregas de «La traición de un tuerto», el largo artículo que publicó Espada en las páginas de la revista La Ilustración Española y Americana. Empujado por su desacuerdo con la interpretación que daba Jiménez de la Espada a ese episodio6 Medina se puso a redactar 6

Véase al respecto las cartas que se intercambiaron Espada y Medina, reproducidas en López-Ocón manuscrito, apéndice documental.

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un prefacio amplio, de unas 200 páginas, y muy documentado a su edición del manuscrito de Carvajal, para combatir la tesis de Espada y rehabilitar la memoria del primer navegante europeo del Amazonas, utilizando documentos hasta entonces desconocidos. El libro de Medina (1894) se impuso como una obra clásica en la literatura amazonista —se tradujo al inglés y lo publicó la American Geographical Society en 1934— en gran parte debido a los desacuerdos de esos dos eruditos sobre un asunto que nos parece menor hoy en día. Espada dudó hasta el final de los argumentos expuestos por Medina en favor de Orellana, valiéndose de su propio conocimiento del terreno para mantener su tesis. En esta controversia perdió sin duda la batalla, pero la comunidad americanista ganó un muy buen libro7.

JIMÉNEZ DF. LA ESPADA Y LOS CONGRESOS DE AMERICANISTAS

Finalmente, y aunque sea de manera breve, me aproximaré a la participación de Jiménez de la Espada en varios Congresos Internacionales de Americanistas (CLA), dado que, como ya se ha apuntado (López-Ocón 2002; Comas 1974), este hecho nos puede ilustrar acerca de la construcción de un saber y sobre el modo de funcionamiento de una comunidad científica internacional que daba sus primeros pasos a lo largo del último cuarto del siglo xix. Como es sabido Espada participó en cinco de esos congresos internacionales: el tercero, celebrado en Bruselas en 1879, como miembro del consejo central del congreso; el cuarto de Madrid en 1881 —en el que su participación fue muy importante—, el sexto de Turín en 1886, donde fue vice-presidente, el séptimo, celebrado en Berlín en 1888, donde fue nuevamente miembro del consejo central del congreso, y finalmente, el octavo, que se llevó a cabo en 1890 en París, al que asistió como miembro de la delegación española representando a la Real Academia de la Historia. Su participación en esos Congresos le permitió dar a conocer sus propios trabajos, mostrar su gran erudición historiográfica y defender las aportaciones realizadas desde España al saber americanista, a veces con vehemencia, como cuando respondió con un tono un tanto seco a J. Renauld (CIA 1879, t. 1: 470493) por haber «olvidado» al Museo arqueológico de Madrid en su enumeración de los museos de Europa donde se encontraban grandes colecciones de

7

Sobre la confrontación entre Espada y Medina y la refutación de algunos de sus argumen-

tos, véase Gil Munilla (1954: 211 y siguientes).

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cerámica precolombina (CIA 1879, t. 1: 490). Estos «olvidos» molestaban a Espada, y más aún cuando sus colegas omitían citar su papel en el descubrimiento de fuentes, como fue el caso del manuscrito de la relación de Laureano de la Cruz (1651) publicado por el padre Civezza en 1879, en el que no se hacía referencia a su deuda hacia Espada, que era quien le había hecho conocer la existencia de ese documento, o las desavenencias que tuvo con el político conservador canovista Antonio María Fabié a propósito de la publicación de éste sobre Las Casas (CLA 1882, t. 1: 113-115). También se rebeló contra los que él denominó «idealistas», quienes invadían los círculos americanistas con hipótesis muy atrevidas sobre la historia antigua americana «tan oscura que asusta», refiriéndose concretamente a las divagaciones de Charencey (CIA 1883,t. 2: 128-132) o del abate Schmitz sobre la presencia del apóstol Santo Tomás en América del Sur antes de Colón (asunto que fue motivo de una larga memoria de Espada, 1879) mostrando que se trataba de una invención de los jesuítas y no de una supuesta evangelización acaecida antes de la empresa colombina, como algunos sostenían8. En sus intervenciones en esos congresos internacionales defendió la conveniencia de cultivar una verdadera «ciencia americanista» que se apoyase en fuentes serias, como le hizo constar a Léon de Rosny, quien también se lamentaba de la falta de americanistas dignos de tal nombre en la correspondencia que intercambiaron. No perdió entonces oportunidad alguna en arrojar dardos contra los misioneros que a sus ojos habían sido poco escrupulosos a la hora de anotar las lenguas indígenas, lo que había creado, en su opinión, mucha confusión en los catálogos de lenguas amerindias, como había sucedido con el catálogo del abate Lorenzo Hervás y Panduro, basado según él en documentos poco sólidos. Tal acusación suscitaría, como es comprensible, ¡vivas protestas de los misioneros presentes en la sala de reuniones! (CIA 1883, t. 2: 209-213). Al final de su vida (1898-99, publicación postuma) Espada publicará en un afán de mostrar cuál era el sistema adecuado a la hora de transcribir las lenguas amerindias un vocabulario recogido en el siglo xvin por un misionero franciscano, pero no tuvo tanto éxito en su empresa como él pretendía ya que atribuyó dicho vocabulario a la lengua Maipure cuando en realidad se trataba de la lengua Tucano (o «encabellado») (Cipolletti 1992). En los dos últimos Congresos Internacionales de Americanistas en los que participó (Berlín, 1888; París, 1890), trató de poner a prueba el «méto-

8

Sobre esta cuestión véase Duviols (1971).

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do científico» que preconizaba aprovechando los últimos descubrimientos arqueológicos de la Isla de Marajó en el Brasil9 para regresar a uno de sus temas favoritos: el de Orellana y «las Amazonas alfareras», título este de uno de sus últimos escritos amazonistas (1896). Trató de mostrar en este trabajo que no se debía interpretar la cerámica Marajó (urnas funerarias antropomorfas con motivos mayormente femeninos) como la prueba científica de la existencia de las «Amazonas» (tal como sostuvo el brasileño Netto en su intervención del Congreso de Berlín), sino más bien como el testimonio de la influencia socio-política de las mujeres en esa cultura (asunto que volvió a ser considerado hasta no hace mucho entre los arqueólogos de la isla de Marajó). A su entender las especulaciones de Netto no eran nada más que una nueva versión de la leyenda difundida por los aventureros de la conquista. En apoyo de su tesis citó las relaciones de Maroni y Fritz sobre el supuesto papel político que habían tenido las mujeres guerreras entre los Yurimaguas. Aunque Espada se lanzó aquí a un arriesgado comparatismo, no obstante supo dar en este trabajo un cambio de perspectiva a la interpretación de los datos, realizando una ruptura con las especulaciones metafísicas aún en boga por aquel entonces, especialmente en el marco de la Sociedad francesa de Etnografía, a la que al parecer Espada nunca se afilió. Ahora bien, su «método científico» no procedió con el mismo rigor y escepticismo sobre las «fuentes primarias» a las que siempre otorgó demasiado crédito. Es interesante notar respecto a esta cuestión que Espada utilizó muy pocas veces en sus estudios americanistas sus propios datos etnográficos, es decir no hizo uso de ellos de manera directa, sino que más bien los utilizó como fuente de inspiración (y de legitimación) para sus trabajos históricos posteriores, como si tratara, en cierta medida, a través de los textos, de reconstruir sucesivas versiones de su «Gran Viaje». Sea como fuese, el reconocimiento internacional del que gozó Espada al fin de su vida no fue suficiente para impulsar en España una «tradición» de estudios amazónicos comparable a la que se inició en otros países de Europa. Se quedó relativamente «aislado» en este campo. Las relaciones que tuvo con Markham, por ejemplo, no fueron especialmente estrechas, sino más bien competitivas. Así, poco después de su muerte, esta notable figura del americanismo cayó paulatinamente en el olvido al igual que la Comisión científica

9

Véase la conferencia al Congreso de Berlín del arqueólogo brasileño Ladislau Netto (1888), y la discusión sobre los Caribes en el Congreso de París en respuesta a la memoria del Dr. Semallé (1892: 483-484).

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de la cual formó parte, como bien lo recuerda el título de la reciente exposición del Museo de América (Historia de un olvido, 2003) consagrada a dichos expedicionarios y a sus colecciones arqueológicas, antropológicas y etnográficas. Pero por lo dicho anteriormente, tanto las actuaciones como las relaciones llevadas a cabo por Espada en el campo del americanismo constituyen un buen ejemplo de la manera en la que se formó la comunidad científica de americanistas, en la que las confrontaciones formales y los aspectos políticos primaron a menudo sobre los científicos. Esas relaciones son el testimonio, sin embargo, de la existencia de una red de intercambio entre americanistas, que se avivaba especialmente con ocasión de la celebración de los primeros Congresos Internacionales de Americanistas. Estos encuentros se impusieron como el principal lugar de debate y de conformación de un discurso que girará cada vez más específicamente sobre el americanismo, aunque valdría también la pena preguntarse hoy en día —es decir más de un siglo después— sobre la fortuna de este término.

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337-416.

EL PERUANISMO DE SIR CLEMENTS MARKHAM (1830-1916) Juan J. R. Villarías Robles

CSIC, Instituto de la Lengua Española, Departamento de Antropología de España y América, Madrid

«El Perú fue su primer amor —escribiría su primo Sir Albert tras su muerte—, la exploración al Polo su segundo; y a ambos permaneció fiel hasta el final» (A. H. Markham 1917: 362). Veintidós años después, en mayo de 1939, la Sociedad Geográfica de Lima correspondía a ese afecto por Sir Clements R. Markham con un sentido homenaje. Lo hizo al tiempo que recordaba, de manera igualmente efusiva, a su contemporáneo, el español Marcos Jiménez de la Espada (1831-1898). En palabras de José M. Valega, tanto Sir Clements como don Marcos representaban para la Sociedad Geográfica de Lima, Lares Protectores [...I, padres de la Geografía y de la Historia americana [...], dos figuras excelsas, tan dispares y movidas por impulsos diferentes, pero que realizaron, por acción de la ley de armonía cósmica, obra fecunda universal, de fraternidad y de cultura (Valega 1939: 156)'. No era la primera vez que en el Perú se homenajeaba a los dos insignes americanistas a un tiempo. En 1892, en vida de ambos, el Gobierno les había concedido sendas medallas de oro como reconocimiento del país a esa su «obra fecunda universal» (Olivas 1942: 5; López-Ocón 1991: 1121-1122). 1 Debo a Jean-Pierre Chaumeil la información sobre este homenaje, que hace tan al caso para lo que deseo plantear aquí. Agradezco también sus comentarios y conversaciones acerca del tema tras la presentación oral de este trabajo, así como los de Fermín del Pino Díaz, Jesús Bustamante, Leoncio López-Ocón y Fernando Monge, con los que he intentado mejorar un texto que no por ello deja de ser de mi exclusiva responsabilidad.

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Si Jiménez de la Espada fue el principal representante del americanismo en España en la segunda mitad del siglo xix, Markham lo fue del Reino Unido, y hasta de los demás países de habla inglesa, en la misma época (fig. 18). Sus respectivas biografías ofrecen, además, muchas vivencias y aportaciones homologas; hasta el punto que al primero podría llamársele con justicia el Markham español, como a Markham el Jiménez de la Espada británico. Casi de la misma edad, los dos llegaron al americanismo tras una primera etapa dedicada a la exploración científica y el naturalismo. Jiménez de la Espada trabajó durante su juventud en el Museo Nacional de Ciencias Naturales y después participó de manera señalada en la Comisión Científica del Pacífico organizada por el gobierno de la Unión Liberal, entre 1862 y 1865, en el marco de una política panhispanista que incluyó el envío de navios de guerra (LópezOcón 1991: 55-360). Por su parte, un todavía adolescente Markham tomó un vivo interés, siendo guardiamarina de la Armada Real británica, por las islas Malvinas y la costa americana del Pacífico, desde California hasta Chile (A. H. Markham 1917: 33-83). Después participó en una de las expediciones al Polo Norte en busca del desaparecido John Franklin, lo que daría origen a su primera monografía, Franklin's Footsteps(Londres, 1853)- En una nueva estancia en el Perú —entre 1852 y 1853—, quiso explorar la posibilidad de un acceso fluvial desde Cuzco hacia el Atlántico y Europa, a través de la cuenca del Amazonas. Sus primeras publicaciones son todas ellas de exploraciones y viajes, incluida la edición y traducción al inglés de la primera parte de la Crónica del Perú, de Pedro de Cieza de León (Londres, 1864). Tanto él como Jiménez de la Espada fueron nacionalistas, liberales y no clericales, así como positivistas. Los dos encarnan ejemplarmente lo que dio de sí la filosofía del progreso en el siglo de oro del Estado nacional y del cientificismo, el que va entre el Congreso de Viena (1815) y la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Y los dos fueron señalados especialistas en una época en que —como bien justificaba el Encuentro internacional que dio origen al presente volumen—, el americanismo como institución de quehacer investigador y profesional empezaba a abrirse paso entre las diversas especializaciones de las ciencias sociales y humanas, en particular de la historia, la antropología, la sociología, la geografía y la filología. Finalmente, los dos terminaron centrando su interés en la región andina central, estudiando, anotando y editando un gran número de fuentes sobre el Perú prehispánico; estudios y ediciones que serían modélicos —y, por ello, muy citados— durante décadas.

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Sin embargo, hay también diferencias significativas entre ambos y una buena manera de entender a Markham y su contribución al americanismo en general (y a los estudios andinos en particular) —aunque desde luego no la única— es contrastar esta contribución con la del sabio español. Algunas de las diferencias ya las expuso José M. Valega en su discurso de 1939 y derivan de la distinta condición social y fortuna de los dos personajes: El uno [Markham], gran señor, protegido de Reyes, encumbrado y rico, a quien la vida se ofrece como un oasis: plácida, bella, fácil y cómoda; pero que, sintiéndose superior a la blanda comodidad, viaja y estudia, trabaja y escribe, para dejar surcos hondos e imborrables de su tránsito humano. El otro [Jiménez de la Espada], pobre, desamparado, humilde, que no sabe ni gusta de la placidez de la vida, que se le exhibe: huraña, amarga, plena de anfractuosidades y de abismos; pero que se fabrica las propias alas, para dominarla y avasallarla, penetrando sus secretos (Valega 1939: 156). He mencionado ya los servicios de Markham en la Armada Real británica durante su juventud. Retirado de ella en 1852, este inglés de Yorkshire, hijo de un pastor anglicano en Windsor y de una mujer de la nobleza, así c o m o bisnieto de un arzobispo de York, aún trabajó durante muchos años al servicio de la Corona en la India y en África. En 1854 fue contratado por el Departamento de Control vinculado a la East India Company para hacer copias de despachos secretos oficiales y otros documentos de Oriente Medio. Entre 1859 y 1861, por encargo de la Secretaría de Estado para la India, logró transplantar allí el cultivo de la cascarilla —la corteza andina de la que se extrae la quinina— c o m o medio más eficaz de lucha contra el paludismo en el subcontinente asiático. En los años siguientes viajaría de nuevo a la India c o m o inspector, así c o m o a la isla de Ceilán. Era miembro de la Royal Geographical Society desde 1854, de la que llegaría a ser secretario honorario (1863-1888) y presidente (1893-1905). Participó c o m o geógrafo en la guerra de Abisinia de 1867-1868 y estuvo presente en la toma de Magdala y la muerte del rey Teodoro. Como presidente de la Royal Geographical Society, impulsó especialmente la exploración de la Antártida en colaboración con la Royal Society, de la que también era miembro desde 1873 (A. H. Markham 1917). Perteneció asimismo, desde muy pronto, a la Hakluyt Society, una fundación dedicada a la publicación de libros de viajes y exploraciones que habían jalonado el progreso del conocimiento geográfico del planeta; libros que de otro modo no se conocerían, al menos por el público de habla inglesa. La Hakluyt Society, gracias a Markham, publicaría traducciones de textos españo-

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les desde muy temprano; no todos ellos estrictamente geográficos, como las Crónicas de Indias. Algunas de estas traducciones hasta conocieron la imprenta antes que los originales españoles, publicados o no por Jiménez de la Espada; por ejemplo, textos de Cristóbal de Molina de Cuzco, Francisco de Ávila y Juan de Santa Cruz Pachacuti, que la Hakluyt Society publicó en 1873. Markham también llegaría a ser presidente de esta fundación (1889-1909). Jiménez de la Espada no llegó a contar con un apoyo institucional comparable. Pero una diferencia intelectualmente más significativa entre él y Markham es que éste, si bien no dudó en elogiar la labor editorial del español —con la que competía—, valoraba los textos americanos de otra manera; como en el caso de los escritos por el Inca Garcilaso de la Vega, el virrey Francisco de Toledo o Fernando Montesinos. Esta diferencia de valoraciones obedecía a que los dos estudiosos enjuiciaban de muy distinto modo la tradición indígena prehispánica en los Andes, así como el período subsiguiente, el de la Conquista y gobierno español del territorio. Markham tenía un criterio que lo distanciaba asimismo de otros notables americanistas de hace un siglo, como el suizo Adolph Bandelier (1842-1914) y los alemanes Max Uhle (1856-1944) y Heinrich Cunow (1862-1936). Pero estos investigadores representan a una generación posterior; por lo que, compartiendo con Jiménez de la Espada un punto de vista contrario al del inglés —y perteneciendo a una generación distinta—, puede establecerse entre ellos cierta genealogía intelectual. Es una doble contraposición con respecto a Markham que ayuda a perfilar aún más la aportación de éste e ilustra, de paso, un curioso y recurrente fenómeno en la historia de los estudios del Perú prehispánico desde sus orígenes, que he expuesto en otro trabajo (Villarías Robles 1998); incluso si remontamos estos orígenes al siglo xvi. En esa historia se dan continuidades intergeneracionales al tiempo que discrepancias en una misma generación, aun cuando los investigadores contemporáneos discrepantes —como es el caso de Markham en relación con Jiménez de la Espada— compartieran afinidades ideológicas y manejaran unas mismas fuentes. Los estudios sobre el Perú prehispánico —y especialmente sobre el imperio inca— son parte de, o han sido influidos por, un largo debate en Occidente, desde el Renacimiento hasta nuestros días, acerca de los fundamentos de la prosperidad, la igualdad y la libertad en una sociedad. Las discrepancias académicas han solido incorporar, más o menos explícitamente, la filosofía política o social de sus protagonistas; y ésta, a su vez, podía estar estrechamente relacionada con las condiciones de existencia de tales autores. Los casos de Markham y de Jiménez de la Espada no

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son ninguna excepción a esta regla. Aunque las diferencias valorativas que se observan entre los dos tendrían su origen último en la distinta fortuna que les acompañó en vida —como apuntara Valega—, éstas se deben en primer término a su nacionalismo, orientado en cada caso hacia su país respectivo. En la historia de la controversia sobre el imperio inca, Markham fue el principal sucesor intelectual del estadounidense William Prescott, fallecido en 1859- En 1883, nuestro autor confesaría, en el prólogo a su edición de la segunda parte de la crónica de Cieza de León, El Señorío de los Incas, que su gran interés por el Perú se lo debía al norteamericano. De paso, lamentaba que éste hubiera errado en la autoría de El Señorío. Prescott, en efecto, había elogiado esta temprana fuente, entonces inédita, y manejado ampliamente una copia del manuscrito para su clásica History of the Conquest of Perú (Nueva York y Londres, 1847); pero atribuyó la obra a Juan de Sarmiento, presidente del Consejo de Indias en 1563, a quien el manuscrito iba dirigido. Jiménez de la Espada había advertido de este error en el prólogo a su propia edición de otra parte de la crónica de Cieza, La Guerra de Quito (Madrid, 1877) —uno de sus primeros trabajos como americanista—, y había publicado El Señorío de los Incas tres años más tarde. En ese trabajo de 1877, el español describía con tonos épicos y toda suerte de alabanzas a la «raza española» la conquista de lo que hoy es Colombia, en la que Cieza había participado, y definía el violento encuentro con el imperio andino como una «lucha [...] de la reciente y poderosa civilización castellana con la imperfecta y ya caduca de los antiguos dominadores del Perú» (Jiménez de la Espada 1877: xxviii, lxxivlxxv). Este juicio del español, luego continuado en su afán por salvar, con nuevas ediciones de fuentes, una imagen presentable del pasado americano de España —en 1879, por ejemplo, escribiría que los españoles habían ido a las Indias no sólo a robar y destruir sino también a investigar y conocer (Jiménez de la Espada 1950: 9-10)—, posiblemente como medio de conferir nueva legitimidad al país en sus relaciones con la América hispánica y ante el concierto contemporáneo de naciones coloniales, estaba en las antípodas del pensamiento de Markham, quien desde su propio nacionalismo condenó siempre las conquistas españolas en América —incluso censuró todo lo que el Perú republicano tuviera de herencia hispana— y, correlativamente, no dejó de ensalzar el pasado indígena y sus pervivencias culturales en el presente. Markham se desmarcó en este terreno de su modélico Prescott. La organización de los incas había tenido para éste mucho de admirable (fue un «despotismo patriarcal», escribió), pero también pensaba que la llegada de los

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españoles había sido positiva a largo plazo, al aportarle a la sociedad andina adelantos técnicos necesarios y, sobre todo, un espíritu individualista y la iniciativa privada, según él los fundamentos del progreso. Coherentemente con esta apreciación, Prescott había sido crítico con la obra del Inca Garcilaso, Comentarios Reales de los Incas, una de las principales fuentes de la idealización del orden incaico hasta su época. Consideraba más fiable lo escrito por •Juan de Sarmiento» y por el jurista Polo de Ondegardo. Por el contrario, Markham opinaba que Garcilaso era la fuente indiscutible sobre el imperio inca y así la consideró durante la mayor parte de su vida. Aunque traducida al inglés ya en el siglo xvii, los Comentarios Reales fue de las primeras obras propuestas por nuestro autor para su publicación por la Hakluyt Society. Markham fue un raro ejemplar de americanista liberal que aceptó sin reparos la idea —de creciente popularidad en la segunda mitad del siglo xix— de que la organización de los incas había sido un caso histórico de «socialismo» o «comunismo»; esto es, de una organización colectivista de aprovechamiento de recursos, creada y mantenida por una elite autoritaria pero benevolente que quería asegurar unas condiciones básicas de vida a la población bajo su dominio. La gran mayoría de los liberales que han estado de acuerdo con esta caracterización del orden incaico —notablemente los del siglo xx, como el peruano José de la Riva-Agüero ([1910] 1965) o el francés Louis Baudin (1928)—, han señalado al mismo tiempo las carencias en esa organización que ya advirtiera Prescott, utilizadas de paso en una crítica del socialismo contemporáneo. Frente a esta potente tradición, utópico-liberal, en la que el imperio inca era presentado como una antigua gran civilización ilustrada, el sueño de muchos utópicos hecho realidad, aunque singular e irrepetible en la historia, la obra de Jiménez de la Espada ofrecía el boceto de un modelo alternativo: el de un imperio rudo y primitivo, como otros del pasado, dudosamente admirable y felizmente superado. Era una imagen coherente con la teoría evolucionista clásica en antropología, la de autores como Adolf Bastian, Herbert Spencer y, sobre todo, Lewis H. Morgan ([1877] 1964) —quien a vez influyera en el pensamiento socialista de Marx y Engels— y sería desarrollada en la generación siguiente por los ya mencionados Cunow, Bandelier y Uhle, y después por sus discípulos, llegando a prevalecer en los estudios andinos hasta la década de 1920. Jiménez de la Espada fue asimismo pionero, mediante su edición de las Relaciones Geográficas de Indias (Madrid, 1881-1897), en el interés por las variantes provinciales del imperio inca, un objeto de estudio característico de la bibliografía de los últimos cuarenta años.

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Markham reconocería al final de su vida el cambio de tendencia impulsado por los investigadores evolucionistas, citando específicamente los trabajos de Cunow y los de sus principales seguidores en el Perú y Bolivia, Víctor Andrés Belaúnde y Bautista Saavedra. No mencionaría la contribución original del español, tal vez por ser menos explícita. Pero utilizando las ediciones de éste, Cunow argumentó en la década de 1890 que lo que habían destruido los españoles en el siglo xvi en los Andes no era propiamente un imperio sino una confederación tribal; y lo que hubiera de socialista o comunista en ella correspondía más bien a un régimen típico de clan, base de la confederación, con sus costumbres de trabajo colectivo y ayuda mutua y la característica ausencia de propiedad privada (Cunow 1929 [1890], 1933 [1896]). Unos años después, Bandelier, discípulo de Morgan, identificaría y describiría la pervivencia de un régimen así en la cuenca del lago Titicaca (Bandelier 1910), en lo que era la primera etnografía de una comunidad rural andina2. Uhle optó preferentemente por la arqueología, sin descuidar la etnología y la filología. En 1892 había publicado con Alphons Stübel un cuidadoso estudio del gran yacimiento preincaico de Tiahuanaco (Bolivia) y en los años siguientes practicaría excavaciones en Pachacámac y otros lugares de la costa peruana (Willey y Sabloff 1980: 54-73). Sus hallazgos apoyaban la nueva teoría de que la confederación tribal de los incas había sido el producto de un largo proceso evolutivo en los Andes, comparable al sucedido en otras partes del mundo. El pensamiento de Markham, como el de Jiménez de la Espada, se fue manifestando y desenvolviendo al compás de ediciones de fuentes, mucho más numerosas en su caso (véase Apéndice); pero con mayor claridad en algunos artículos independientes (v. g., Markham 1908, 1911) y, más aún, en tres voluminosos libros sobre el presente y el pasado del Perú: una aportación que le distingue adicionalmente del español, quien no llegó a escribir ninguna monografía. Ya que estas tres obras —Cuzco and Lima, 1856; A History of Perú, 1892; y The Incas of Perú, 1910— jalonan además la dilatada vida profesional del autor, y por ello proporcionan valiosos puntos de referencia con los que calibrar su proceso intelectual en comparación con la aportación de Jiménez de la Espada y los otros americanistas mencionados, voy a centrarme en ellas 2 Paradójicamente, Bandelier había mantenido con anterioridad serias discrepancias con su maestro Morgan sobre este asunto, especialmente a propósito del México azteca, aunque no las hizo públicas. Bandelier pensaba que el imperio conquistado por Hernán Cortés era una civilización, pero la teoría de Morgan exigía que no se hubiera desarrollado ninguna civilización en América antes de la llegada de los españoles. Sobre este interesante debate, véase White (1940) y del Pino Díaz (1975: 272-378).

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en este ensayo. En ese proceso hubo, naturalmente, transformaciones; pero también mucho de continuidad, que permite distinguir la contribución de Markham de la del español y sus seguidores.

Cuzco

AND

LIMA,

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Tras Franklin 's Footsteps, su primera monografía, este libro fue producto de su viaje al Perú de 1852 y 1853- Markham lo había emprendido cuando apenas contaba veintidós años de edad, recién licenciado de la Armada. De camino para el istmo de Panamá y el Pacífico, quiso pasar por Nueva Inglaterra para visitar a Prescott, quien le hospedaría en su casa de campo de Nueva Hampshire durante diez días (Markham 1910: Preface). En octubre de 1852 llegó al puerto del Callao. Aparte de la narración romántica de lo que le aconteciera en el Perú —comparable a obras clásicas del género, como Incidents of Travel in Yucatan, de John Stephens (Nueva York, 1843), o The Alhambra, de Washington Irving (Nueva York, 1832)—, el libro comprendía una disertación sobre la historia del país (en la que llamaba la atención sobre la contribución inglesa a su independencia de España) y una descripción de la economía peruana en el presente, con el auge de las exportaciones de guano y el potencial de crecimiento que representaba la exploración y colonización de la cuenca amazónica. El joven autor incluyó asimismo un capítulo sobre la lengua y la literatura quechua (uno de los primeros ensayos en este campo), a pesar de que sus conocimientos en esta materia eran todavía escasos, como reconocería más tarde (Markham 1883: xxxv); en él escribió, entre otras cosas, que el aimará era un dialecto de esta lengua y no un idioma propio (1856: 168), una opinión que mantendría, con alguna matización, hasta por lo menos 1908 y con la cual discreparía Uhle, así como la lingüística posterior. En Cuzco Markham permaneció varias semanas, entre marzo y abril de 1853- El libro describe no tanto a los habitantes indígenas de la antigua capital cuanto a la sociedad criolla y las ruinas incas que había por doquier. Aparece también una breve narración de la historia incaica y unos comentarios sobre lo que había significado para la ciudad, y para el Perú, la llegada de los españoles. El joven autor calificaba el gobierno de los incas de patriarchal [...] in combination with a high state of civilisation; where works were conceived and executed, which, to this day, are the wonder and admiration of the

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wanderer; where a virtuous race of monarchs ruled an empire, equal in size to that of Adrian, exceeding that of Charlemagne (1856: 94-95)3. Y en otro pasaje: ... a despotic theocracy, [yet] mild and patriarchal in effect. The Inca was the father of his people; their comfort, their work, their holidays, were all under the rigid supervision of his officers, and one of his proudest titles was Huaccha-Cuyac, «the friend of the poor- (1856: 104)4. En contraste, la conquista española y el subsiguiente régimen colonial («the grinding yoke of the pitiless Goths», «el yugo triturador de esos godos inmisericordes», 1856: 96-97) le parecían repletos de toda clase de abusos y de violencia, cuando no de corrupción. Markham opinaba que la conquista había sido la verdadera causa de la caída del imperio inca; n o la apuntada por Prescott y, antes que él, por William Robertson ([1777] 1822) —la falta de espíritu de resistencia en la población por efecto del beneficioso orden incaico—; tampoco el conflicto de sucesión que había dividido al imperio en las vísperas de la llegada de Francisco Pizarro y sus hombres. The brave but savage Pizarro, having advanced into the heart of the country, assassinated the traitor Atahualpa at Caxamarca [...], and by the superiority of the Spaniards in arms and knowledge, after a few battles, easily overran the country. A thirst for gold was their ruling passion; murder and rapine their daily occupation... (1856: 137)5.

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Traducción castellana: «patriarcal [...] combinado con un alto grado de civilización; donde eran concebidos y ejecutados trabajos que, hasta el día de hoy, son la maravilla y la admiración del viajero; donde una virtuosa raza de monarcas gobernó un imperio que era tan grande como el de Adriano y mayor que el de Carlomagno». Esta traducción, como la de los siguientes textos en inglés citados en este ensayo, es mía. 4 «... una teocracia despótica [y sin embargo] patriarcal y de suaves efectos. El Inca era el padre de su pueblo; su confort, su trabajo, sus días de fiesta, estaban bajo la estricta supervisión de sus funcionarios, y uno de los títulos de los que se sentía más orgulloso era el de HuacchaCuyac, 'el amigo de los pobres ». 5 «El valiente pero salvaje Pizarro, habiendo penetrado hasta el corazón del país, asesinó al traidor Atahualpa en Cajamarca [...], y dada la superioridad de los españoles en armas y conocimientos, después de unas pocas batallas ocupó fácilmente el país. Una sed de oro fue la pasión que los gobernaba; el homicidio y el saqueo eran sus ocupaciones cotidianas».

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JUAN J. R. VILLARÍAS ROBLES

Para nuestro autor, el Perú incaico tenía futuro histórico: habría continuado con su propio desarrollo de no haberse producido esa invasión y la «horrible tyranny» de los extranjeros (1856: 137, 209-210). Contra la idea de que los incas no habían ofrecido resistencia, señalaba a la rebelión de Manco II (15361537) y a la sucesión de Incas que después se opondrían a los conquistadores, hasta la captura y ejecución del último, Tupa Amaru, por orden del virrey Francisco de Toledo, ese hombre «cold and cruel [...], his appointment [due] to having found favour in the sight of Philip II by a hypocritical affectation of religion...» (1856: 150) 6 . Markham también recordaba los recientes levantamientos frustrados de Tupa Amaru II (1780-1781) y Pumacagua (1814). El joven y romántico inglés comparaba con tristeza el Cuzco de sus días con el de su edad de oro: Cuzco! Once the scene of so much glory and magnificence, how art thou fallen! What suffering, misery, and degradation have thy unhappy children passed through since those days of prosperity! Where now is thy power, thy glory, and thy riches? The barbarous conqueror proved too strong. Thy vast and untold treasures are once more buried in the earth, hidden from the avaricious search of thy destroyers: but thy sons, once the happy subjects of the Incas, are sunk into slavery. Mournfully do they tread, with bowed necks and downcast looks, those streets which once resounded with the proud steps of their unconquered, generous ancestors... (1856.: 95)7. En la condena de la acción de los españoles, Markham incluía a los religiosos. Sólo exoneraba a personalidades como Las Casas y a los jesuítas; pero advertía de que las denuncias lascasianas no habían tenido apenas efecto real en la condición de los indígenas y, en cuanto a los jesuítas, llegaron a ser expulsados de todas las posesiones españolas en América en el siglo xviii (1856: 140, 209-211). A diferencia de Prescott, opinaba que la intervención española había representado la apertura de un paréntesis histórico, que sólo tras la emancipa-

6 «frío y cruel [...], que debía su nombramiento a haber hallado favor en Felipe II por su hipócrita religiosidad aparente...». 7 «¡Cuzco! ¡En otro tiempo el escenario de tanta gloria y magnificencia, cómo has caído! ¡Por cuánto sufrimiento, miseria y degradación han pasado tus hijos desde esos días de prosperidad! ¿Dónde están ahora tu poder, tu gloria, tus riquezas? El bárbaro conquistador fue demasiado fuerte. Tus vastos e incontables tesoros están, una vez más, ocultos bajo la tierra, escondidos de la avariciosa búsqueda de tus destaictores: pero tus hijos, en otro tiempo los felices subditos del Inca, están hundidos en la esclavitud. Caminan tristes y cabizbajos por esas calles que antes resonaban con los orgullosos pasos de sus invencibles y generosos antepasados...».

F.L PERUANISMO DF. SIR CLF.MF.NTS MARKHAM

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ción republicana podía cerrarse. Su principal fuente era entonces, como lo sería durante muchos años más, el Inca Garcilaso, del que escribió: Though accused of garrulity and inelegance by Ticknor, and over-credulity by Prescott, his work has ever remained the text-book of Peruvian history, and at the present day no Peruvian of any education is without his Garcilaso (1856: 147)8.

Por ello pudiera pensarse que la lectura de los Comentarios reales de los incas había sido determinante para su visión del imperio inca. Sin embargo, Prescott había considerado poco fiable a Garcilaso y ya hemos visto que había caracterizado al orden incaico de una manera equivalente a la del inglés: como un orden que, aunque despótico, había sido material e intelectualmente beneficioso para la población. El mismo Markham cambiaría algo de opinión sobre Garcilaso en su obra posterior, pero no por ello alteraría sustancialmente su punto de vista. Esta obra posterior corrobora que las fuentes tuvieron poco que ver con su representación del Perú de los incas y el de los españoles.

A HISTORY

OF PERÚ,

1892

Treinta y seis años después de la aparición de Cuzco and Lima, cuando publicó A History of Perú, un Markham ya sexagenario había sacado a la luz la mayoría de las ediciones inglesas de esas fuentes, las mismas que otros americanistas anglohablantes citarían durante decenios: como las obras de Garcilaso y de José de Acosta, los textos tempranos de los descubridores y primeros conquistadores del Perú (Pascual de Andagoya, Hernando Pizarro, Francisco de Xerez, Miguel de Estete, Pedro Sancho de la Hoz) y las dos primeras partes de la crónica de Cieza de León (véase Apéndice). En 1873, por sugerencia del español Pascual de Gayangos —quien los había encontrado en la Biblioteca Nacional de Madrid—, Markham también publicó en la colección de la Hakluyt Society las obras de Cristóbal de Molina de Cuzco, Francisco de Ávila y Juan de Santa Cruz Pachacuti, así como un texto de Polo de Ondegardo. Estos cuatro textos, salvo el último, eran primeras ediciones.

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«Aunque acusado de charlatenería y falta de elegancia por Ticknor, y de credulidad por Prescott, su obra no ha dejado de ser el manual de historia peruana; y en la actualidad no hay peruano, sea cual fuere su educación, que no tenga su Garcilaso».

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JUAN J . K. VTLLARÍAS ROHLFS

Con ocasión de la traducción de la segunda parte de la crònica de Cieza, en 1883, nuestro autor había alabado el esfuerzo editorial de Jiménez de la Espada y aceptado caballerosamente las críticas que éste le dirigiera con motivo de su prólogo a la traducción inglesa de la primera parte, donde había declarado equivocadamente que Cieza había nacido en Sevilla y marchado al Perú en 1532. En su edición de la segunda parte, Markham también reconocía que la edición española de Jiménez de la Espada (Madrid, 1880) había sido la primera propiamente dicha, ya que la preparada con anterioridad en Londres por el peruano Manuel González de la Rosa —quien también se había dado cuenta del error de Prescott— se había malogrado. Markham no decía nada acerca del hallazgo del manuscrito de El Escorial que había servido de base para la edición, un polémico asunto que envenenaría las relaciones entre el español y el peruano (López-Ocón 1991: 636-Ó37)9. Pero ahí acababa la sintonía entre los dos estudiosos; las discrepancias transcurrían por otra línea —la de la acción editorial en sí— y eran profundas. Entre 1877 y 1883, Jiménez de la Espada había publicado, además del Señorío de los Incas, la ya citada Guerra de Quito, asimismo de Cieza, y varias fuentes más: las Cartas de Indias-, las Tres Relaciones de Hernando de Santillán, Santa Cruz Pachacuti y el Jesuita anónimo; un manuscrito incompleto de la crónica de Juan de Betanzos; el primer volumen de las Relaciones Geográficas de Indias-, las Memorias antiguas de Fernando de Montesinos; y un extracto de las Informaciones del virrey Francisco de Toledo. En su prólogo a las Tres Relaciones, de 1879, Jiménez de la Espada justificaba este meteòrico plan de ediciones con el argumento de que el conocimiento de nuevas fuentes refutaría la idealización del pasado incaico, como si tal idealización hubiera derivado automáticamente de las obras ya difundidas en los siglos xvi y xvii. El español señalaba especialmente a Garcilaso, del que decía que su fiabilidad era inferior a la de los textos que publicaba entonces: los de Santillán, el jesuita anónimo y Santa Cruz Pachacuti. De este último, además, alababa que fuera «indio por todos cuatro costados, y no de los orejones cuzqueños sino de raza collahua, enemiga de los incas y poderosa antes que éstos apareciesen Jiménez de la Espada había explicado (1880) que él encontró el original antes de saber que lo había hallado también González de la Rosa y que éste preparaba su publicación. Ante la noticia, el español decidió abortar su propio proyecto y, en su lugar, editar Ixi Guerra de Quito. Años más tarde, al saber de la mala fortuna del proyecto del peruano, decidió proceder con su propia edición. González de la Rosa no aceptaría esta explicación y acusó al español de plagiario. La historiografía posterior ha aceptado que el manuscrito fue hallado independientemente por los dos investigadores (López-Ocón 1991: 637). 9

EL PERUANISMO DE SIR CLEMF.NTS MARKHAM

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dominando en la sierra peruana». De paso, llamaba «iracundo» a fray Bartolomé de Las Casas (aunque sin nombrarlo) y juzgaba de poco crédito a fray Marcos de Niza, una de las principales fuentes del obispo de Chiapas para su Destrucción de las Indias, obra muy difundida desde el siglo xvi. Por el contrario, en claro desacuerdo con Markham, elogiaba al virrey Toledo; valoraba de él su pionero esfuerzo por recuperar el pasado preincaico del Perú, negado o menospreciado por Garcilaso (Jiménez de la Espada [1879] 1950: 10, 15-22, 28). También recomendaba los textos de las visitas de extirpación de idolatrías, en el siglo XVII, que entonces permanecían inéditos la mayoría. Estas extirpaciones habían tenido como resultado —en cifras del virrey Francesc de Borja y Aragón— la destrucción de 10.422 ídolos entre 1615 y 1619; pero el español escribió que las campañas afectaron en realidad a: objetos [que] eran simples piedras del campo o del camino, que los infieles tenían por divinas y milagrosas a fuerza de empeñarse en que lo eran. Los objetos de verdadero valor y curiosidad, en cualquier sentido que fuera, estaba mandado expresamente por el virrey y el arzobispo que se remitiesen a Lima, y que antes de quemar o destruir los otros, se hiciese de todos descripción e inventario minucioso ([18791 1950: 26). Tres años más tarde, en 1882, con motivo de su edición de las Memorias de Montesinos y las Informaciones del virrey Toledo, Jiménez de la Espada denunciaría un error de lectura que había cometido Markham en su traducción de la obra de Santa Cruz Pachacuti (en Markham 1873). El inglés había interpretado las palabras «ca, con arreglo a los descubrimientos, comenzando en las Antillas y terminando en el cono sur (La Época, 23/09: 1881). Sin embargo, en la introducción de la Lista de los objetos que comprende la Exposición Americanista (1881), se estableció claramente que el trabajo «no es un catálogo razonado y metódico: sino una lista ofrecida al público para que conozca los objetos expuestos>. Para tal evento se numeraron los objetos, con números correlativos aunque algunos agrupaban varias piezas, y se les distribuyó, a nivel

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teórico, en tres secciones A, B y C, de acuerdo con el tipo de objetos de que se tratase. Sin embargo, en la realidad las piezas se estructuraron en tres secciones 1, 2 y 3- La I a , que agrupó objetos relacionados con la arqueología, antropología y monumentos históricos; la 2a que albergó manuscritos, mapas, impresos, fotografías, dibujos, retratos, etc., y la 3a medallas hispano-americanas. Sin embargo, la estructura interna de la sección A o primera que es la que nos compete »no obedece a un orden clasificatorio, sino de expositores», entre los que destacó el Museo Arqueológico por la representación numérica de sus colecciones, y dentro de estos por materiales y función: piedra, cobre y bronce, pintura, códice, escultura, indumentaria (figuras con trajes americanos, trajes sueltos en donde se incluían adornos), panoplia, colección de vasos peruanos, cerámicas de procedencias diversas y mobiliario (cucharas, peines, pipas, canoas, hamacas, instrumentos musicales). Así pues, aunque parece haber un intento clasificatorio de establecer las tres edades del hombre, se pierden en el mismo hasta el punto de que no son capaces de separar las colecciones de antropología, etnografía y arqueología e incluso éstas de las coloniales. Tras la lectura de las Actas del Congreso (1882) podemos comprobar también cómo se revindica el valor de la fotografía y de los vaciados de yeso, tanto de tipos físicos y de objetos, como medio de tener acceso a materiales que de otra forma serían imposibles de conseguir y para realizar estudios comparativos con las colecciones de museos públicos y privados y, entre los profesionales de las diferentes instituciones. A partir de aquí se va a instaurar la moda de intercambiar vaciados, reproducciones y fotografías para contribuir al desarrollo de la ciencia entre los antropólogos de «salón», y esta necesidad de satisfacer la avidez científica va a dar al objeto este carácter, por lo que en ellos va a primar la finalidad científica frente a la lúdica. Finalmente hemos de manifestar que tanto el congreso como la exposición superaron las expectativas de los propios organizadores, a pesar de la rapidez con que se llevó a cabo esta última10, y de «no habérsele dado grandes pro10 Sabemos por Justo Zaragoza que, aunque para la organización del Congreso y de la Exposición se nombró una Junta el 4 de enero de 1880, el cambio de gobierno impidió a la misma realizar su trabajo, al no haberse dispensado los recursos necesarios y desconocer el nivel de compromiso, protección y apoyo dado por el nuevo gobierno. Y como que el tiempo transcurría, se vieron obligados a suplicar, dado que el congreso y la exposición habían sido aprobados siendo presidente del Consejo de Ministros Cánovas del Castillo, que este no fuera envuelto «en las marañas de los odios de partido, ni sacarlo de las condiciones de compromiso internacional y que continuase el nuevo poder constituido dispensándole su apoyo y que fueran concedidos recursos• (Revista Hispano Americana, 1881, vol. II: 469).

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LETICIA ARIADNA MARTÍNEZ - ANA VERDE CASANOVA

porciones» [...] «el resultado excedió a lo que debía esperarse en una simple muestra destinada al estudio de cuatro días»(Actas... 1882: 39-40)". En las notas de prensa consultadas relativas al público, sólo hemos encontrado referencias a su inauguración a la que asistió El Rey, los altos funcionarios de la corte y el gobierno, el cuerpo diplomático, la prensa y los socios del congreso con sus familias (La Época, 23/09: 1881; La Llustración Española y Americana, 30/09: 1881), mientras que los debates fueron presenciados por •-numerosa y distinguida concurrencia* (El Imparcial 25/09: 1881), sin haber ninguna otra referencia al pueblo de Madrid, lo que sin duda remarca su carácter elitista.

LA EXPOSICIÓN HISTÓRICO-AMERICANA DE

1892

En 1892 se celebró una exposición Histórico-Americana como parte de los festejos del IV Centenario del Descubrimiento de América. Nuestro análisis de esta tercera exposición americanista se centra sobre todo en los criterios clasifícatenos aplicados al ordenamiento de los objetos y a su distribución en el espacio expositivo. Esta exposición tuvo lugar en el entresuelo del Palacio de Bibliotecas y Museos inaugurado en 1892, y en ella participaron países del continente europeo como del americano. De Europa enviaron colecciones Portugal, Alemania, Dinamarca, Noruega y Suecia. Y de América faltaron sólo Honduras, Chile, y Venezuela. Con relación a las colecciones presentadas por estos países, Bernabeu ha publicado una relación de las mismas ( 1 9 8 7 : 9 8 100). Nos interesa destacar particularmente que predominaron, en general, los objetos precolombinos, aunque muchos de los países asistentes eligieron para su representación objetos procedentes de comunidades aborígenes, coetáneas al momento de realizarse la muestra. Según el Reglamento General de la Exposición Histórico-Americana (1891b: 6), la fecha fijada para su apertura al público fue el 12 de septiembre, pero según consta en la prensa consultada12, debido a la ausencia de la corte " En el Archivo del Museo Arqueológico Nacional existe un Expediente de felicitación (nQ 85 SA, caja 2) de la Comisión Organizadora del Congreso al Museo Arqueológico Nacional, fechado el 4 enero 1882, respecto a que los objetos prestados habían satisfecho las esperanzas de los organizadores y de las personas científicas, y ello se debía en gran parte a las colecciones del Museo y a la ayuda que había prestado para el trabajo de catalogación. 12 La Correspondencia de España 10-11/11: 1892; La Época 11/11: 1892; El Heraldo de Madrid 10-11/11: 1892; El Imparcial6-10/11: 1892. La prensa citada en el presente artículo con

LAS EXPOSICIONES AMERICANISTAS ESPAÑOLAS (S. XIX)

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en Madrid la apertura al público se produjo el domingo 30 de octubre, mientras que la inauguración oficial con la asistencia de la reina regente María Cristina y los reyes de Portugal, tuvo lugar el viernes 11 de noviembre. Finalmente, el día 3 de febrero de 1893 se brindó un banquete de despedida a los delegados extranjeros y se inauguró una nueva exposición para reemplazar a la Histórico-Americana: la Exposición Histórico Natural Etnográfica. Respecto a la fecha de clausura de la primera, resulta interesante señalar lo apuntado por la prensa, acerca de una reunión de la Junta Directiva donde se informó que desde el 30 de octubre no había existido ni un solo día en que la recaudación producto del cobro de entradas a las Exposiciones bajara de 1.100 pesetas, por lo que en vista del interés que estas exposiciones habían despertado en el público se decidió que permaneciesen abiertas hasta el 31 de enero del año siguiente {La Época, 22/11: 1892). El precio de las entradas variaba según el día de la semana, oscilando entre 0,50 céntimos y 2 pesetas. Posteriormente se decidió establecer la entrada gratuita durante dos días a la semana para facilitar el acceso de gremios y escolares (La Época 2-6-22/11: 1892).

LOS ANTECEDENTES DF, LA EXPOSICIÓN

Antes de entrar de lleno en el comentario del programa de la exposición y de los criterios que primaron en el ordenamiento de los objetos empezaremos por decir que esta exposición tiene sus antecedentes en el Congreso Internacional de Americanistas de 1881. En esa oportunidad, se propuso para celebrar el IV Centenario y honrar la memoria de Colón, declarar: -fiesta universal el 12 de octubre de 1892», y, «abrir un museo y celebrar una exposición universal en Madrid (Montejo 1881: 350-351 en Gamboa 2002: 102). La celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América se convirtió inmediatamente en un asunto de Estado, y para organizar los festejos se creó una comisión en 1888 integrada por miembros del gobierno, reales academias, fuerzas navales, ejército, alto clero, Consejo de Estado, Magistratura, Consejo de Ultramar, cámaras de comercio y la Sociedad de Geografía, y per-

relación a la Exposición Histórico Americana, procede del Archivo del Museo Arqueológico Nacional (AMAN: exp. 29-BP [III-2-93J/ 29-BU [III-3-98]). " Entre estos integrantes se contaban a dos secretarios de la Comisión de 1888, al Ministro plenipotenciario de Portugal y a uno de las repúblicas hispano-americanas. Además se invitó a

LETICIA ARIADNA MARTÍNEZ - ANA VERDE CASANOVA

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sonajes prominentes como el Duque de Veragua y el escritor y periodista Juan Valera. Fue esta comisión la que redactó el primer programa y efectuó la convocatoria para la exposición Histórico-Americana. Sin embargo, en los años siguientes la comisión no realizó ningún preparativo, y el proyecto fue cayendo paulatinamente en el letargo. Así las cosas, en 1891 el entonces presidente del Consejo de Gobierno, el Sr. Cánovas del Castillo intervino retomando la iniciativa del gobierno anterior, proponiendo la formación de una Junta Directiva que, junto con la antigua Comisión, pudiera proveer de un nuevo impulso a la ejecución de los proyectos planteados. Con este fin se dictó el 9 de enero de 1891 el Real Decreto por el que se autorizaba la creación de la Junta y se establecía su división en cuatro secciones (1891a: 17, 21 y 27; El Centenario, 1892-1893: I: 97). La primera de esas secciones fue la designada para llevar a cabo las gestiones necesarias para que de América y Europa se remitieran a Madrid el mayor número posible de objetos para la exposición y además sería la encargada de su organización en términos generales. En el Real Decreto también se estableció que a cada sección le correspondía nombrar un delegado general y otros especiales que tenían que estar al frente de la gestión de las exposiciones. Esta Junta tendría como presidente al del Consejo de Ministros, es decir a Cánovas del Castillo. También formarían parte de ella los Ministros de Estado, Fomento y Ultramar, y el alcalde de Madrid, entre otros personajes y corporaciones que fueron invitados a participar en sus actividades13. Finalmente, como delegado general para la Exposición Histórico-Americana se nombró al Sr. Navarro Reverter (1891b: 47). Asimismo, entre otras disposiciones se aprobó un nuevo programa expositivo más sencillo de realizar y más ajustado a la difícil situación económica por la que estaba pasando España en aquellos momentos. Cánovas ideó entonces la celebración de dos exposiciones: una, que es en la que se centra este artículo: ...que dé a conocer el estado en que se hallaban los pobladores de América en la Época del Descubrimiento de este continente y en el de las principales conquistas europeas hasta la mitad del siglo xvi (1891b: 5-6; El Centenario, 1892-1893: I: 285). Y otra, una Exposición Histórico-Europea, dirigida a mostrar el grado de cultura que había alcanzado Europa, y específicamente, la Península Ibérica

participar a los presidentes de la Unión Iberoamericana d e s d e su fundación, etc. 1892-1893: I: 96).

(ElCentenario,

LAS EXPOSICIONES AMERICANISTAS ESPAÑOLAS (S. XIX)

en la época del Descubrimiento, abarcando cronológicamente el lapso entre finales del siglo xv y el primer tercio del siglo xvi (El Centenario, 1892-1893: II: 189-190). Así es que, si bien nos centraremos en la Exposición HistóricoAmericana, es importante tener en cuenta que la idea que subyacía en la organización de esta exhibición de objetos americanos formaba parte de un conjunto y se enmarcaba en un ejercicio comparativo entre dos exposiciones. Su objetivo era exhibir y disponer los objetos de piezas arqueológicas e históricas de tal manera: ...que haga posible comparar el respectivo estado de cultura que alcanzaban, en el punto de encontrarse conquistados y conquistadores, sin distinguir entre los últimos a españoles de portugueses... (El Centenario, 1892-1893: I: 94-96).

L A CLASIFICACIÓN

Retomando la cuestión que planteamos al principio de este texto sobre el lugar ocupado por las colecciones arqueológicas y etnográficas en la Exposición Histórico Americana, haremos algunas puntualizaciones sobre este segundo y definitivo programa ya que creemos que puede arrojar cierta luz sobre el tema. La clasificación de los objetos para la Exposición Histórico-Americana y, en consecuencia, la disposición que estos debían de asumir en el espacio expositivo fue especificada en un apartado especial dentro del reglamento general para la exposición. Un elemento que llamó nuestra atención fue la noción de que los objetos debían servir al recorrido de la exposición de la misma manera en que las páginas sirven a la lectura de un libro de historia (El Centenario, 1892-1893: II: 140). Así, resulta interesante ver cómo a través de una clasificación, como la propuesta para la Exposición Histórico Americana, se intentaba ordenar objetos para escribir y explicar una historia. Del estatus que ocupa esta clasificación, Juan de Dios de la Rada —nombrado delegado técnico y a cargo de la redacción del programa expositivo— no nos deja lugar a dudas ya que dedica parte de su texto a justificar su utilización en el trazado del diseño de la exposición. En este sentido afirma: «...para el estudio hay que formar grupos, como para la clasificación de los seres naturales...» (1892: 1: VII; El Centenario, 1892-1893: II: 140-141). Así, tenemos en esta frase algunos puntos que merecen nuestra atención. En primer lugar encontramos plasmada en la exposición la ferviente confianza —ya presente desde el siglo X V I I I — en que la clasificación era un elemento

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clave para arribar a una explicación y que esa explicación, que estaba estrechamente ligada a la historia, era equivalente a producir un saber o conocimiento, en este caso, acerca de América. En este marco los objetos ocupan un lugar de privilegio ya que sin ellos no habría historia que narrar. Esto nos permite traer a colación lo expresado por Susan Pearce (1995: 139) con relación a la aparición de los museos públicos e importantes colecciones durante el siglo xix, a saber la creencia central en que el material organizado es conocimiento y el conocimiento es material organizado, y en correspondencia con esto la idea de que la evidencia material incluye distinciones que pueden ser determinadas mediante el pensamiento, que servirán para revelar patrones entre las cosas. Merece también reseñar la mención que hace de la Rada a la necesidad de clasificar la historia como se clasifica a los seres naturales, ya que en esta frase se plasma con bastante exactitud el alcance del paradigma evolucionista que por aquel momento se encontraba plenamente autorizado a envolverlo todo, no sólo al mundo natural, sino a todo aquello que guardara relación con la historia de la humanidad. Efectivamente, esta historia se escribía con arreglo a los esquemas de progreso y evolución característicos del paradigma positivista y en concordancia con ello también se deja clara la importancia de un método. Así, se expresa siempre con relación al programa: ...ha de ser lo que en las obras escritas llamaron los antiguos el aparato, o sea el método al que las diversas partes de la obra cleben sujetarse, para que resulte un todo armónico y de tal suerte entrelazado, y con tal gradación seguido, que dé a conocer la historia de aquellos pueblos... (1892: 1: VI; El Centenario, 1892-1893: II: 140).

Por último, no podemos dejar de destacar el carácter de verdad universal que adquieren los enunciados cuando se apoyan en el pensamiento científico positivista. No tenemos más que traer a colación otro párrafo que viene a argumentar la clasificación de la historia de América en estos términos: Y ¿cómo podemos desconocer que la investigación histórica, al fijarse en América, divide su atención, entre los períodos anteriores al descubrimiento y posteriores al mismo?» [...] para fijar los grandes grupos de la Historia se atiende siempre a acontecimientos de tanto relieve, que ellos mismos se impongan con su simple enunciación, y nadie puede poner en duda que uno de estos grandes hechos, en la Historia de la humanidad y del Mundo, es el descubrimiento de América. Creemos pues que esta gran división se impone por sí misma (1892: 1: VII-VIII; El Centenario, 1892-1893: II: 141).

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Esta verdad absoluta e irrefutable fundada en un criterio de autoridad científica se plasmó efectivamente en el espacio expositivo, y España propuso y decretó en su programa para la exposición Histórico Americana estructurar la misma en dos grandes secciones: por un lado la «Época precolombina* y por otro, la «Colombinay Postcolombina» (1892: 1: IX; El Centenario, 1892-1893: II: 142-144). Pero vayamos específicamente a los grupos y subdivisiones establecidos por el programa para en forma paralela ir realizando algunas acotaciones (fig. 22). Luego de esta primera gran división, se distinguía en él dentro del primer grupo una •'Prehistoria o protohistoria americana>, y otro grupo de «Tiempos conocidamente históricos-, A su vez, la segunda sección agruparía a los «Descubrimientos y conquistas hasta mediados del siglo xvi», distribuidos entre grupos de «Bellas Artes-, «Artes industriales y artísticas» y las «Manifestaciones científicas y literarias». Todo ello debía de enmarcarse en un orden geográfico de norte a sur de los países que participaran en la Exposición, con el objeto de hacer posible la comparación entre análogos (1892: 1: IX-X). Notamos, en primer lugar, que la búsqueda de la ordenación y sistematización en los estudios americanistas ya estaba dando sus frutos. Esto se hace evidente en el reconocimiento de una profundidad histórica para el pasado americano. Ya se deja de lado la simple enumeración de objetos, así como el término de «antigüedades» para nombrar y englobar a todos los objetos producto de un pasado remoto e indiviso, y nos adentramos en una historia que ya cuenta con sus estadios y fases. Se reconoce una prehistoria o protohistoria para América y un momento más cercano en el tiempo que, como su título lo indica, resulta más conocido en términos históricos. Notemos, sin embargo, la escasa especificación de este primer grupo de la prehistoria por contraposición al de tiempos conocidamente históricos o al de la sección de época colombina y post-colombina. El primer grupo abarca toda la protohistoria americana y no se encuentra dividido en grupos sino apenas por letras y tipos de material. En cambio, la cantidad de grupos y el grado de acotación de cada uno de estos crece a medida que nos acercamos a la sección colombina y post-colombina. Atender a las divisiones y subdivisiones de este programa nos permite notar, como mencionó Bernabeu (1987: 136) con relación a los festejos del IV Centenario, que existía un deseo evidente por clarificar conceptos, y que la prehistoria americana se encontraba bajo la lupa por decirlo de alguna manera. Como es bien sabido, en el siglo xix el concepto de conocimiento iba ligado al de la historia evolutiva que traducido a los estudios de esta arqueología

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incipiente, significaba un interés marcado en la cronología, pues este deseo de clarificar la prehistoria americana lo vemos claro en la intención de aplicar el criterio de las tres edades de Thomsen y Worsae (en Renfrew/Bahn 1993: 25), a la división de los objetos en tanto fueran de piedra o de bronce y cobre. Esto estaba aparejado además al interés creciente por el contexto de hallazgo de los objetos presentados, para lo cual se exigía la especificación de su procedencia y yacimiento. Ahora bien, esta clasificación tan bien estipulada junto a las normativas incluidas en el Reglamento General para asegurar su cumplimiento por parte de todos los países participantes, no logró plasmarse por completo en las instalaciones de la exposición. Con la excepción de España que siguió fiel a sus disposiciones en la organización de sus instalaciones, el resto de los países optaron por un arreglo de acuerdo a pabellones nacionales. Finalmente, estos se negaron a seguir la clasificación fijada y los criterios que se habían estipulado para distribuir los objetos a través del espacio expositivo. Ni la separación de los mismos de acuerdo a un eje precolombino y post-colombino, ni el ordenamiento geográfico de norte a sur, se llevaron a cabo. Este hecho llamó nuestra atención desde el comienzo. Mélida se lamentó en La Ilustración Española y Americana, respecto a esta cuestión, con estas palabras: La instalación de Dinamarca que está enfrente, tampoco huelga en aquel lugar, porque sus objetos se relacionan con los indicios de la población de América por los mares árticos, pero las instalaciones de Bolivia y del Perú, rompen toda ilación. Lo mismo sucede en todo lo demás de la Exposición: pues para llegar a los Estados Unidos, hay que pasar por Costa Rica, Uaiguay, Guatemala, República Dominicana, Ecuador y Nicaragua, y desde Méjico hay que saltar a Colombia (8/11: 1892).

Efectivamente, aquel ordenamiento geográfico norte a sur —que tenía su base en la idea sostenida por los americanistas de que esa había sido la dirección de las primeras emigraciones en el continente americano— no se sostuvo. Puede afirmarse que cada sección constituyó algo así como una exposición individual. Por mencionar algunos ejemplos representativos de esta diversidad podemos citar a Colombia (fig. 23) que, según Sentenach, eligió presentar sus objetos agrupados en diferentes vitrinas, identificadas cada una de ellas con una tribu a las que —de acuerdo a la usanza de la época— denominaban «naciones»14. Otros países, como Ecuador que ocupó una sala (fig. Así exponían: un grupo de antigüedades de la nación chibcha, otro de antigüedades de la nación Quimbaya —colección conocida como el «Tesoro de los Quimbayas», que posteriormen11

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24), mantuvieron el eje precolombino y post-colombino para distribuir en dos secciones sus objetos arqueológicos y etnográficos15. Cabe mencionar las instalaciones de Estados Unidos, México y Costa Rica. Las dos primeras destacaron por el gran espacio expositivo que ocuparon en relación con los demás países (Estados Unidos ocupó cinco salas y un vestíbulo y México cuatro), y además en el caso de Estados Unidos por el arreglo novedoso y distintivo con el que estructuró su instalación, dando prioridad a un ordenamiento de los materiales por expositores y por disciplinas como la antropología y la etnología. Costa Rica, que ocupó dos salas destacó por la gran cantidad de materiales que aportó a la exposición. Eran cerca de 7.000 objetos ( L a Ilustración Española y Americana, 13/03: 1893). Si bien, como acabamos de ver, cada país tuvo cierto margen de decisión para arreglar u organizar sus instalaciones particulares, un denominador común los caracterizó a todos, y este consistió en el manifiesto interés por destacar la simlxjlogía nacional, a través de emblemas como escudos y banderas utilizados para decorar las paredes y entradas a las instalaciones particulares16. Esto es un detalle que en nuestra opinión no deja de revestir un gran interés en tanto observamos cómo el nacionalismo que impregnaba el clima social de aquella época se manifestaba abiertamente en la estructura y diseño general de la exposición, convirtiendo a los objetos, en nuestra opinión, no sólo en objeto y herramienta de instrucción científica sino también en materiales dotados de un fuerte carácter político.

te fue obsequiada a la reina regente María Cristina—; un tercero de antigüedades de las tribus que ocupaban la región de Antioquia; un cuarto con antigüedades de las tribus del departamento de Cauca, Tolima y Panamá; un quinto grupo de inscripciones y grabados en piedra, y por último un sexto grupo integrado por una colección de útiles industriales como armas y gorros de plumas de aborígenes actuales (La Ilustración Española y Americana, 08/04: 1893). " En la primera de ellas predominaron las piezas cerámicas, mientras que en la segunda lo hicieron colecciones de armas, vestidos, utensilios y adornos principalmente representativos de los Jíbaros (entre otros representativos de las tribus orientales). Además, como comenta Sentenach, existió una sección destinada a numismática y medallas conmemorativas de hechos políticos relevantes de la historia reciente de Ecuador y una sección de publicaciones (La Ilustración Española y Americana, 30/04: 1893). 16 Como un ejemplo, Colombia decoró su instalación con escudos de España y de Colombia y algunos de antiguas poblaciones españolas en el país que en su momento fueron obsequiados por éstas a los monarcas españoles. También había un busto de Colón y un escudo del ducado de Veragua (La Ilustración Española y Americana., Restrepo E., 08/12, 1893).

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CONCLUSIONES

A través del análisis q u e h e m o s efectuado de estas tres exposiciones americanistas creemos haber obtenido una pequeña muestra del rol q u e durante el siglo xix fueron d e s e m p e ñ a n d o los objetos arqueológicos y etnográficos en la construcción de un saber acerca del pasado americano. Al comparar estas exposiciones observamos ciertas diferencias en las representaciones generadas acerca de e s e saber. Creemos q u e comprender estas representaciones equivale en gran medida a entender el lugar que los objetos ocupaban en el espacio expositivo. Así: 1) Todas estas exposiciones están directamente conectadas con la historia del coleccionismo americano en España, y permitieron que se incrementasen los fondos del actual Museo de América (Cabello Carro 1989: 39-43). 2) En la Exposición del Pacífico de 1866, como símbolo de un americanismo aún incipiente, podemos observar que aunque a los objetos se les dio un valor científico, no habían perdido todavía el carácter de curiosidad y de ser testimonio de un «otro» exótico, cuyo estudio se sigue insertando dentro de las ciencias naturales. Estos elementos son sin duda los que provocan la atracción de su visión, aunque ya hemos visto que en su organización también subyacen los fines de ilustración característicos de la época. 3) En la Exposición Americanista de 1881, sin embargo, el objeto adquiere un carácter y valor científico hasta tal punto que su visión se destina solamente a la comunidad internacional de sabios y/o eaiditos que forman parte del Congreso Americanista. Hay un reconocimiento del papel de liderazgo que tiene que asumir España en relación con los estudios americanistas por la importancia de sus fondos documentales, y una declaración de intenciones. Se promueve un acercamiento cada vez más efectivo con el mundo americano. Hay que reseñar el valor de los vaciados y de la fotografía en relación con el objeto para el mundo académico y de los museos, con todo lo que ello implica como intercambio de piezas y de ideas al ser considerados los objetos -como un arsenal de preciosos elementos de doctrina'. Finalmente hay que reseñar las primeras menciones a la arqueología y un intento de clasificar los objetos siguiendo las edades del hombre. 4) En la Exposición del IV Centenario de 1892 podemos observar un cambio en esta perspectiva, pasando los objetos a ser materiales de instrucción y de delimitación cultural. El valor de las piezas arqueológicas y etnográficas americanas está estrechamente ligado a todo lo que acerca de ellas se pueda decir, o más en la línea del pensamiento positivista de la época se valoran en función de lo que estas piezas puedan decir acerca del origen y pasado americano, así como de su relación con el Viejo Mundo.

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5) Una diferencia que deberíamos apuntar entre la Exposición del TV Centenario y las otras exposiciones es que, aun teniendo en cuenta el carácter instructivo de todas ellas, en esa ocasión la exhibición de objetos americanos se dirigió a un público más amplio y buscó trascender el círculo erudito. Además de ser esta exposición parte importante de un programa conmemorativo de un centenario, que como tal busca y es el resultado de una participación social diversa, existen otros dos hechos puntuales que podrían ser útiles para reforzar esta afirmación. En primer lugar, la repercusión que este evento tuvo en la prensa; y en segundo lugar cabe destacar la decisión de la junta Directiva de destinar en principio un día, y luego dos a la semana, para el acceso gratuito de gremios, obreros, academias y otros centros docentes. En este sentido coincidimos plenamente con lo afirmado por Bernabeu respecto del programa de festejos del IV Centenario del Descubrimiento y del americanismo, a saber, que fue este evento el que logró, ...que estos temas, materia casi exclusiva de los eruditos, tomasen una dimensión popular, que influyó después en los avances de esta ciencia (1987: 136). 6) Como conclusión de la Exposición Histórico Americana diremos que es necesario mirar fuera del contexto de la misma, es decir, hacia el contexto social en el que estas muestras se enmarcan. Tenemos por un lado una España en crisis interesada en profundizar en sus orígenes nacionales a través del rescate y la revalorización de un pasado glorioso trayéndolo al presente con la conmemoración del centenario y en particular con una exposición a través de la cual se dejaba muy claro el papel civilizador desempeñado por ella en aquel continente. Y por otro tenemos a los estados americanos que por aquellos momentos se encontraban atravesando un proceso muy diferente de construcción de identidad nacional. No sorprende entonces que finalmente hayan optado por presentar sus colecciones de acuerdo a una estructura de pabellones nacionales. A finales del siglo xix, España buscaba reforzar y reconstruir sobre nuevas bases sus relaciones con América. En este contexto recurre a la única estrategia q u e le permitirá imponerse por encima de las diferencias y en el camino constituirse ante el concierto de las demás potencias imperiales c o m o un bloque h o m o g é n e o y c o n privilegios mercantiles. Esta estrategia consiste en construir una identidad común: la identidad iberoamericana ( G a m b o a 2002: 109). La exposición Histórico Americana — c o m o un elemento importante entre los tantos que comprendieron el programa global de festejos del IV Centenario— se encuentra atravesada por esta retórica. La construcción

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de una identidad iberoamericana requería de elementos comunes entre Europa y América, elementos que el Estado no podía encontrar en un «otro» exótico y en definitiva lejano como en el caso de las representaciones generadas a partir de exposiciones como la de la Expedición del Pacífico. Se requería conocer y reconocer a América para poder acercarla. Y allí encontramos que buscó su sustento en una disciplina: el Americanismo que se erige a finales del xix como una institución que en definitiva brinda autoridad a todo cuanto se dice, se escribe y cuenta acerca de América. Salvando las distancias y la especificidad propia de cada sistema colonial —que requeriría sin duda un estudio más profundo— podríamos traer a colación el estudio sobre el Orientalismo desarrollado por Edward Said cuando afirma que, el imperialismo político orienta todo un campo de estudios, de imaginación y de instituciones académicas, de modo que es imposible eludirlo desde un punto de vista intelectual e histórico (2002: 36). Esta construcción, que será ante todo de índole cultural, creemos que es la que en definitiva resume la búsqueda, los objetivos y el papel de algunas de las exposiciones americanistas y de los objetos arqueológicos y etnográficos expuestos durante la España finisecular.

AGRADECIMIENTOS:

A la Dra. Mónica Quijada por su aclaración con relación a la acepción del término «nación» a lo largo de la colonia. También al Dr. Luzón quien desinteresadamente brindó el dato de la existencia de los artículos de prensa relativos a la Exposición Histórica Americana y que han sido citados en el presente artículo.

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Parte segunda APROXIMACIONES A UN SABER INTERDISCIPLINAR Y A UNA COMUNIDAD CIENTÍFICA INTERNACIONAL

LA CONFORMACIÓN DE LA ANTROPOLOGÍA COMO DISCIPLINA CIENTÍFICA, EL MUSEO NACIONAL DE MÉXICO Y LOS CONGRESOS INTERNACIONALES DE AMERICANISTAS Jesús Bustamante García

CSIC, Instituto de Historia, Departamento de Historia de la Ciencia, Madrid

En 1924, D. Luis Castillo Ledón, director por largos años del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía de México (1914 a 1934, con breves interrupciones), se permitía decir lo siguiente: Puede asegurarse que no hay institución mexicana oficial que tenga mayor prestigio que ésta en el extranjero. El Museo sostiene relaciones epistolares con todas o casi todas las instituciones de su índole y afines que hay en el mundo, inclusive Asia y África. Sus publicaciones... le han dado renombre; por cierto, que es también la única institución nacional que ha merecido se le concediera, no ha mucho, el derecho de voto para la adjudicación del Nobel (Castillo Ledón 1924: 52; también en la selección de textos elaborada por Morales Moreno 1994a: 101). El orgullo es tan evidente como justificado, y esa institución, que corresponde a lo que hoy conocemos como Museo Nacional de Antropología de México, sigue siendo hasta ahora uno de los referentes de mayor prestigio y significación para la cultura e identidad mexicanas, tanto a nivel nacional como internacional. Ahora bien, la larga evolución seguida por ese museo

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Este trabajo se inscribe en el proyecto de investigación BS02001-2341, financiado por la Dirección General de Investigación del Ministerio de Ciencia y Tecnología.

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—en cuanto a contenidos y en cuanto a objetivos— me parece del mayor interés para estudiar en general los procesos de institucionalización de las ciencias humanas y sociales, especialmente de la Antropología. De hecho, lo que este trabajo propone es que en América —muy en concreto en Latinoamérica— encontramos un caso de estudio que me parece todo un aldabonazo, toda una llamada de atención crítica frente a los presupuestos habitualmente sostenidos sobre el origen y conformación de la Antropología como disciplina. Pero antes de entrar en esa cuestión, nuestro primer objetivo debe ser la reconstrucción, lo más clara y significativa posible, del complejo tránsito que siguió este museo mexicano desde un centro enciclopédico a una institución especializada precisamente en Antropología, pero manteniendo siempre lo «nacional» como referencia prioritaria y como objeto único de sus contenidos. Complicado proceso en el que, por cierto, dos Congresos Internacionales de Americanistas desempeñarían un papel decisivo como mecanismos de fijación y legitimación institucional, por el reconocimiento científico que aportaron y por las redes internacionales en las que la institución quedó inscrita.

L A S RAÍCES Y PRIMEROS PASOS DF, UN MUSEO NACIONAL

El que hoy suele conocerse popularmente como Museo Antropológico, a secas, nació como Museo Nacional —también a secas y poniendo el énfasis en el adjetivo «Nacional»—. Estamos hablando de una de las instituciones museísticas más antiguas de América. Es cierto que no sabemos muy bien con qué raíces coloniales entroncarlo, quizá el Gabinete de Historia Natural fundado en 1790 por José Longinos en relación con la Real Expedición Botánica a la Nueva España, o quizá la oficina de la Junta de Antigüedades creada en relación con la Real Expedición Anticuaría a la Nueva España que dirigió Guillermo Dupaix... Y por supuesto, hay otras posibilidades como las colecciones de la Academia de San Carlos, las del Colegio de Minería, las de la propia Universidad o todas ellas juntas2. Sea como fuere, lo verdaderamente seguro es que Lucas Alamán consiguió en 1825 que se dictara una orden para «que con las antigüedades que... existen en esta capital se forme un Museo

2 Para la historia de este museo, la obra de referencia —que incluye además una cuidada selección de los textos más importantes de que disponemos— es la ya citada de Morales Moreno (1994a); pero véase igualmente Morales Moreno (1994b).

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Nacional y que a este fin se destine uno de los salones de la Universidad», y a él se debe también el decreto de 1831 que dio existencia legal definitiva a ese museo (Morales Moreno 1994a: 36-37). Aunque Lucas Alamán alude de forma directa a las «antigüedades», lo cierto es que el museo entonces fundado tenía un carácter general e incluía las artes, las técnicas y toda la Historia Natural3. Por los testimonios conservados, algunos de ellos gráficos, aquel museo ubicado en la vieja universidad formalmente se parecía mucho a una galería atestada o a un almacén4. A falta de mayores estudios, todo indica que su principal aportación fue la de introducir el principio de «bien patrimonial», referido a todo lo hallado en el suelo mexicano que fuere de «utilidad y lustre nacional». Por lo demás, parece que tuvo una existencia bastante vegetativa hasta que en 1865 el emperador Maximiliano —probablemente impulsado por las actividades y primeros resultados obtenidos por la Comisión Científica Franco-Mexicana (Commission Scientifique du Mexique)5— decidió dignificarlo, trasladándolo a una nueva sede ubicada al costado del propio Palacio de Gobierno, en la antigua Casa de la Moneda, donde se mantendría por los cien años siguientes. Debido a los acontecimientos históricos que se sucedieron, poco más pudo hacer y poco más se haría hasta la llegada de Porfirio Díaz (1876-1880 y 1884-1911), que a todos los efectos fue el auténtico impulsor de esta institución.

3 De hecho, en alguna parte he leído que se describe a este primitivo Museo Nacional como un «Museo de Antigüedades e Historia Natural», pero no puedo precisar la fecha exacta de esa referencia (que sin duda es decimonónica) ni el lugar donde la he visto. 4 Hay dos láminas muy ilustrativas al respecto. La primera es de Pedro Gualdi representando el claustro de la Real y Pontifica Universidad de México en cuyo centro se guardaba la estatua ecuestre de Carlos IV y en cuyas esquinas, protegidas por enrejados de madera, se exponían la Coatlicue y otras grandes «piedras» como la de TÍZOC. La lámina forma parte del volumen Monumentos de Méjico, tomados del natural que Pedro Gualdi publicó, en la Imprenta Litogràfica de Masse y Decaen, México, 1841. La segunda lámina, obra de Casimiro Castro, lleva por título «Antigüedades mexicanas que existen en el Museo Nacional de México. 1857» y muestra el aspecto que tenía el gabinete arqueológico propiamente dicho. Esta segunda ilustración forma parte del volumen México y sus alrededores. Colección de vistas, trajes y monumentos, famosa serie de láminas litográficas realizadas por C. Castro, J. Campillo, L. Auda y G. Rodríguez, publicadas por Decaen Editor, México, s.d. (pero c. 1862). Manejo una reedición facsimilar mexicana, sin referencias de año ni editor. s A pesar de la importancia de esta expedición científica, parece que aún tiene pendiente un estudio monográfico que aborde toda su complejidad. Véase no obstante el venerable trabajo de Juan Comas (1962), las referencias recogidas en Urías Horcasitas (2000: 81-92) y los estudios de López-Ocón (1995), Soberanis (1998) y Riviale (1999).

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La primera fase en la consolidación del museo se produjo entre 1876 y 1889, y corresponde a las direcciones de Gumersindo Mendoza y Jesús Sánchez, un farmacéutico y un botánico, a quienes se debe la primera organización general de las colecciones, la primera catalogación científica (publicada) y la fundación, en 1877, del primer órgano de expresión impreso, los Anales del Museo Nacional. Al comenzar ese período —1877— los fondos del Museo eran descritos como una mera colección de objetos pertenecientes a las Ciencias Naturales y a la Arqueología, en la que los jeroglíficos, piedras y demás objetos de barro permanecían «mudos», mientras que las plantas, animales y fósiles eran una «mera curiosidad» (Sánchez 1877: 1-2, recogido en Morales Moreno 1994a: 7273). Este fue el cimiento al que se aplicaron las nuevas ideas y objetivos. En 1880 el museo estaba dividido en tres Departamentos: Historia Natural, Arqueología e Historia. Por su parte, los fondos estaban adscritos a cuatro secciones: Historia Natural, Antigüedades, Objetos históricos y Objetos artísticos (esta última sección vinculada a la Escuela de Bellas Artes). El volumen de los fondos no era muy llamativo: una colección bastante limitada de antigüedades (aunque algunas importantes), la estatua ecuestre de Carlos IV, una serie de obras hechas por los artistas de la Academia de Bellas Artes y por los becados en Roma, dos colecciones de retratos de virreyes... y sobre todo un fondo de Historia Natural: mil ejemplares de conchas y zoofitos, sesenta mil insectos, quinientos reptiles y peces, doscientos mamíferos... Todos de México, porque se trata literalmente de un museo «nacional» que no aspiraba a ser universal, ni siquiera continental6. La seriedad con la que se llevaron a cabo las primeras tareas de organización, catalogación y edición, favoreció la incorporación de nuevos materiales y de colecciones completas que mejoraron considerablemente los fondos del museo. Así el famoso Calendario Azteca, que desde su descubrimiento en

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La descripción general del Museo en esta fecha procede de Rivera Cambas (1880: 175-182) (puede consultarse más fácilmente en Morales Moreno 1994a: 74-81). Una descripción más detallada de las secciones histórica y arqueológica puede encontrarse en Gumersindo Mendoza y Jesús Sánchez (1882). Por cierto la obra de Rivera Camilas, además de la descripción del Museo Nacional, incluye también una ilustración mostrando el conocidísimo Calendario Azteca en el lugar donde se expuso por largos años: -colocado en un costado de la Catedral, al Occidente, frente a la calle del 5 de Mayo». Es decir, cuando todavía no había sido incorporado al Museo. Riley (1997) hace un curioso relato de las distintas ubicaciones que siguió este monumento y lo ilustra con fotografías, una de ellas de 1880-1885 (es decir, cuando aún estaba empotrado en una de las torres de la catedral mexicana).

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1790 se exponía al público en el lateral de una de las torres de la catedral, pasó a formar parte del museo en 1885 y tal acontecimiento sirvió de punto de partida para una remodelación total de la sección de antigüedades. El 16 de septiembre de 1887, fecha patria, se abrió al público una sala de arqueología totalmente remodelada, bajo el nombre de «Galería de Monolitos», en la que las esculturas aztecas más monumentales e imponentes venían a asumir la representación de la cultura prehispánica. Nacía una imagen de enorme vigor, mejor dicho, todo un imaginario. El museo entraba así en su mayoría de edad, asumiendo la pedagogía patriótica como uno de sus objetivos prioritarios y definiéndose, al mismo tiempo, como una institución creadora y legitimadora de la historia oficial. Se trata de un punto de inflexión clave, en el que la institución basculó de forma decidida hacia su lado histórico y arqueológico. El museo no sólo contó a partir de entonces con el apoyo y la protección «oficial», sino que él mismo pasó a ser una de las instituciones claves en la definición de políticas como la arqueológica o la de protección del patrimonio nacional. Entramos así en una nueva fase, datable entre 1889 (en que Francisco del Paso y Troncoso, médico de formación pero reconocido como «anticuario», asumió la dirección) y 1911 (en que comenzaron los años confusos de la Revolución). En ese período el museo alcanzó la mayor solidez y prestigio como institución académica. Fue el motor de una portentosa campaña de divulgación internacional para difundir una imagen de la naturaleza, los hombres, el pasado y el presente de la República Mexicana; campaña destinada a obtener el máximo reconocimiento para México y, en consecuencia, para el gobierno porfirista. A ello responde, como es bien sabido, su participación en numerosas exposiciones internacionales como la del Centenario de la Revolución Francesa (París, 1889), la del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América (Madrid, 1892), la World's Columbian Exposition (Chicago, 1893), la del 1900 (París, 1900), la Panamericana (Buffalo, 1901) y tantas otras7. Y también a ello corresponde la formidable «misión en Europa» que se encargó al propio Francisco del Paso y Troncoso (Zavala 1938). Sin embargo, ese período se caracteriza sobre todo por una alteración cada vez más significativa y radical de los equilibrios y de los propios contenidos del museo. No sólo hay una clara basculación hacia lo arqueológico e históri-

7 Véase Tenorio Trillo (1996); pero véase también la rica colección de materiales reunida por Schávelzon (1988: especialmente pp. 137-197). Con respecto a la exposición madrileña de 1892 y la singular contribución mexicana, véase también Rodríguez (1997).

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co, es que además una nueva sección llamada de Antropología y Etnografía «se fundó en octubre de 1895 por iniciativa del Sr. Lic. D. Joaquín de la Baranda, Secretario de Justicia e Instrucción Pública, con motivo de la reunión en México del undécimo Congreso de Americanistas» (Galindo y Villa 1896: 22; texto clave recogido también en Morales Moreno 1994: 86). Oficialmente aparecía así, por primera vez, esta sección y este nombre en la historia de la institución y lo hizo en el contexto de una reestructuración general de notables alcances.

LA ANTROPOLOGÍA ENTRA F.N EL MUSEO: DOS CONGRESOS INTERNACIONALES DF. AMERICANISTAS Y SUS SORPRENDENTES EFECTOS

El XI Congreso Internacional de Americanistas, el primero que se hacía en suelo americano, fue considerado en México como un acontecimiento cultural de primer orden; como una especie de ceremonia oficial de reconocimiento internacional y «puesta de largo» de la ciencia mexicana. No es de extrañar, por tanto, que ese congreso tuviera una notable repercusión social y hasta política; ni que entre los distintos preparativos que se consideraron necesarios para su adecuada celebración, estuviera la decisión de adjudicar al museo nada menos que todo el espacio disponible en la Casa de la Moneda (edificio que hasta entonces se compartía con otras instituciones oficiales). Tal decisión permitió una notable expansión física e hizo posible una reforma en los contenidos que demostraría ser fundamental para su evolución futura. Aunque el museo siguió dividido en los tres departamentos originales de Arqueología, Historia de México e Historia Natural, el número y el carácter de las secciones concretas varió de forma muy considerable. Junto a la tradicional Galería de Monolitos, la sección de cerámica o la dedicada a la Historia Patria (de la Conquista a la República), surgió una sección nueva dedicada a la Antropología y Etnografía. Junto a las secciones tradicionales de Botánica, Zoología, Paleontología, Litología y Mineralogía, se abrieron otras nuevas de Botánica y Zoología aplicadas, Anatomía comparada y Teratología o monstruosidades8.

8 Además de la descripción general del museo que aporta Galindo y Villa (1896), existen también catálogos específicos para algunas secciones; destaco especialmente el dedicado a la Galería de Monolitos, obra de Galindo y Villa (1897), y el que se elaboró para la sección antropológica, obra de Alfonso Herrera y Ricardo Cicero (1895).

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Sabemos que la sección de Antropología y Etnografía estaba formada por colecciones osteológicas y de cráneos, series fotográficas «de tipos del país»9, así como cuadros estadísticos y de mediciones. Había también colecciones de «trastos, utensilios, piezas de indumentaria» y todo tipo de pertrechos utilizados por los indígenas que respondían específicamente a la parte etnográfica, pero lo cierto es que toda esta nueva sección estaba pensada como conjunto desde la Historia Natural y conceptualmente se aproximaba mucho a las otras secciones —dedicadas a la Anatomía comparada y Teratología— en la que también figuraban especímenes humanos. En realidad, todas esas secciones nuevas dedicadas al hombre compartían a grandes rasgos un programa común, y ese programa era la razón misma por la que las nuevas disciplinas antropológicas habían encontrado su lugar en el Museo Nacional. A todas luces el objetivo era, en primer lugar, recoger la enorme variedad antropológica del país para poder racionalizarla y catalogarla en «tipos», lo que permitía fijar las distintas variedades posibles en una serie única que demostraba la existencia —al menos en teoría— de un solo «ser mexicano», así como los valores precisos atribuibles al «mexicano medio»10. Pero en segundo lugar esas secciones del museo, cada una a su manera, recogían también las aportaciones que Daniel Vergara Lope estaba haciendo a la antropología médica (especialmente sobre los problemas relacionados con la respiración en tierras altas) y otras como las de Francisco Martínez Baca y Manuel Vergara a la antropología criminal, muy ensalzadas estas últimas por el propio Cesare Lombroso". Se trataba de un tipo de contribuciones con un alto nivel científico, clarísima proyección internacional12 y evidente importancia política. Su objetivo era demostrar la «normalidad» del tipo mexi-

9 Estas series fotográficas, unas 600 imágenes que hoy despiertan un interés renovado, fueron realizadas por primera vez para exponerlas en Madrid en 1892 (Rodríguez 1997) y se recuperaron después para ser incorporadas al nuevo sistema expositivo del Museo. Según Gutiérrez Ruvalcaba (1999: 19), la nueva y muy ampliada colección fotográfica (unas 1.645 imágenes) que se preparó con motivo de la celebración del XI Congreso de Americanistas tuvo una considerable difusión e influencia, entre otras cosas, por su impacto en la prensa nacional e internacional. 10 Sobre el origen de este concepto en México y la importancia que tuvo la estadística en su construcción y difusión, véase el trabajo de Mayer Celis (1999). 11 Véase especialmente Vergara Lope (1890 y 1893), Vergara Lope/Herrera (1899), Martínez Vaca/Vergara (1892) y Martínez Baca (1899). 12 La obra de Martínez Vaca/Vergara (1892) se imprimió oficialmente con el objetivo de presentarla públicamente en la Exposición Universal de Chicago; y la de Vergara Lope/Herrera (1899) es una memoria que reúne una colección de trabajos premiados en 1895 por la Smithsonian Institution e impresos en francés para darles una mayor difusión internacional.

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cano medio y su capacidad de adaptación compensatoria a situaciones que reconocidas autoridades internacionales definían como «anormales» porque implicaban graves «deficiencias» mentales y de carácter, como las que se atribuían a una población asentada en tierras altas con escasez de oxígeno o las que caracterizaban a un grupo humano con fuertes tendencias atávicas (inherentes a la sangre indígena)13. Con esta reestructuración del museo, que se producía en el contexto singular del XI Congreso Internacional de Americanistas, México estaba respondiendo a unas necesidades científicas y políticas nuevas, que le llevaban a reconocer y dar espacio institucional privilegiado a la naciente disciplina antropológica. No se trataba de una mera concesión coyuntural sino de una tendencia profunda. La inercia perduraba todavía con claridad en 1903, cuando Nicolás León, director de la sección de Antropología del museo entre 1900 y 1907 e impulsor de numerosas exposiciones, expediciones y otras iniciativas para promover la investigación en este campo, decidió aprovechar el espacio institucional del museo —con sus ricas colecciones e instrumentos— para iniciar la enseñanza formal de la Antropología en la República Mexicana. Cursos que resultaron ser verdaderamente fundacionales y que se mantendrían hasta 1916, en que fueron incorporados al currículo oficial de la Escuela Nacional de Altos Estudios14. No obstante, el impulso final que hizo posible la transformación definitiva de la institución surgió de una coyuntura muy parecida a la que acabamos de comentar: En 1910, el Museo se transformó para recibir en su seno al XVII Congreso Internacional de Americanistas, que celebraría en la ciudad de México su segunda sesión, de acuerdo con lo dispuesto en el Congreso celebrado en Viena en septiembre de 1908, y en homenaje a México y a la Argentina... con motivo del primer centenario de su Independencia (Galindo y Villa 1922: 26; recogido parcialmente en Morales Moreno 1994a; la referencia citada en p. 87).

" Sobre estos temas véase los trabajos de Unas Horcasitas (2000 y 2000-01), así como los de Cházaro (2000-01 y 2002) y Cruz Barrera (1999 y 2000-01). " La historia de la antropología en México, estrechamente asociada a la arqueología científica, así como a figuras como Franz Boas o Manuel Gamio, suele estudiarse con cierto detalle sólo a partir de este punto. Véase el conjunto de trabajos reunidos por Rutsch (1996) o los de Urías Horcasitas (2001 y 2002), aunque por supuesto existen otros muchos. Con todo, merece la pena ver las notas y observaciones que hace el propio Nicolás León (1914 y 1919) en fecha muy temprana.

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De nuevo la celebración de un Congreso Internacional de Americanistas, que coincidía además con el Centenario de la Independencia, se consideró motivo suficiente para hacer una nueva remodelación del museo y de su sede. Y en esta ocasión, la remodelación fue verdaderamente radical. Toda la parte de Historia Natural (incluyendo las secciones de Anatomía comparada y Teratología) fue segregada para formar con ella una nueva institución: un Museo de Historia Natural propiamente dicho, cuyos fondos se completaron con colecciones procedentes de centros como el antiguo Instituto Médico Nacional o el extinguido Museo de Tacubaya (formado con los materiales recogidos por la Comisión Geográfica Exploradora). En segundo lugar, todo lo que quedó en la sede original de la Casa de la Moneda, se refundo con el nombre específico de «Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología», solemnemente inaugurado el 28 de agosto de 1910, en conmemoración del Primer Centenario de la Independencia 15 . El nuevo museo estaba dividido en cinco departamentos: dos correspondían a los tradicionales de Historia Patria (de la Conquista a la República) y Arqueología (con la Galería de Monolitos, la sección de cerámicas y otra más de códices). Los otros tres departamentos correspondían a Etnografía colonial y contemporánea (también conocido como de «arte industrial retrospectivo», porque su objeto de atención prioritario eran las «artes y técnicas populares»); Etnografía aborigen, a cargo de Andrés Molina Enríquez, dedicado a la etnografía propiamente dicha y que originalmente tenía también una sección de Etnografía extranjera que no cuajó; y el Departamento de Antropología física y Antropometría creado por Nicolás León a partir de la antigua sección establecida en 1895- Hubo además un Departamento de Prehistoria general, dirigido por Jorge Engerrand, pero al igual que ocurrió con la sección «extranjera» de la Etnografía, tampoco cuajó. De especial importancia me parece que ese mismo año de 1910 y en el contexto de la reforma impulsada por la celebración del XVII Congreso Internacional de Americanistas, el Museo —que ya albergaba las clases de antropología impartidas por Nicolás León— se transformara además en sede oficial de la «Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas»16. 15 Para conocer el museo en esta época, además de la descripción general de Galindo y Villa (1922) y los comentarios de Castillo Ledón (1924), disponemos de toda una serie de catálogos elaborados para los distintos departamentos, como el de León (1922) para el de Antropología Física. 16 La Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas se fundó en septiembre de 1910 bajo los auspicios de los gobiernos mexicano, alemán y francés, y con el de las univer-

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Esa Escuela Internacional, en la que desde el principio participaron figuras tan excepcionales como Eduard Seler, Franz Boas o Ales Hrdlicka, demostró ser un formidable instrumento de educación e investigación y en ella — o en su entorn o — se formó toda una nueva generación de especialistas, encabezados por Manuel Gamio, cuya profesionalidad y creatividad harían posible los desarrollos nada comunes de la antropología y de la arqueología mexicanas de las siguientes décadas17. Esa orientación hacia la arqueología y la antropología, cuidadosamente planificada en lo institucional, fue definitiva no tanto por la época en que se produjo o por la repercusión internacional que tuvo, sino porque se realizó a partir de una decidida voluntad política y pedagógica que la Revolución Mexicana y sus consecuencias no harían sino mantener y hasta fomentar, aunque variando matices y énfasis (se trata de uno de esos ámbitos en los que hubo más continuidad de lo que se suele suponer'8). La culminación de ese proceso —en el que los intereses políticos y científicos van de la mano— se produjo en 1940, cuando se decidió segregar del museo todas las colecciones históricas y artísticas (para formar con ellas nuevas instituciones nacionales) y dejar en la vieja sede de la Casa de la Moneda sólo las colecciones antropológicas y arqueológicas. Nacía así definitivamente el Museo Nacional de Antropología de México, o Museo Antropológico a secas, probablemente el más representativo, el más cargado de significación y el mejor conocido del país. Ahora bien, tal como decíamos al comenzar estas líneas, el proceso institucional mexicano que acabamos de esbozar me parece todo un aldabonazo, toda una llamada de atención crítica frente a los presupuestos habitualmente sostenidos sobre el origen y conformación de la Antropología como disciplina. Un caso latinoamericano del que pueden y deben extraerse algunas conclusiones que afectan a la historia de la Antropología como disciplina en general.

sidades de Columbia, Harvard y Pennsylvania. La bibliografía sobre este tema es muy amplia, pero véase especialmente el trabajo de Peña (1996). 17 Matos Moctezuma (2001) ofrece un panorama general y bastante reciente sobre la historia de las investigaciones arqueológicas en México, aunque — p o r s u p u e s t o — la bibliografía sobre el tema es muy amplia. 18 Sobre el tema de si la Revolución Mexicana implicó la continuidad o la discontinuidad de cierto tipo de programas, me parece muy significativo el trabajo de Hale (2002).

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LAS PARADOJAS DF. LA ANTROPOLOGÍA: ¿UNA CIENCIA «COLONIAL» HACIA FUERA O UNA CIENCIA «NACIONAL» HACIA ADENTRO?

Ante todo hay que llamar la atención sobre la paradoja que representa el propio proceso institucional que acabamos de ver. Porque es bastante paradójico que la progresiva depuración de los temas y contenidos que debían caracterizar esa institución en cuanto Museo Nacional se concentre precisamente en torno a la Antropología. Recuérdese que es un tópico pocas veces cuestionado decir que la Antropología surgió como una disciplina asociada al colonialismo y que su objetivo prioritario es la definición de los «otros». Es decir que la Antropología debe entenderse como una disciplina esencialmente orientada hacia afuera, por lo que sus temas y propósitos deberían ser todo lo contrario de los adecuados para un Museo Nacional. Pues bien, el caso mexicano viene a demostrar que eso no siempre es cierto. En realidad, la relación entre Antropología y colonialismo sólo llegó a percibirse como un problema de fondo a partir de los primeros años 70. Y en esa percepción fueron muy importantes las denuncias lanzadas por los movimientos revolucionarios y de independencia del —entonces llamado— Tercer Mundo. Surgió así un importantísimo debate crítico —y moral— que, en su versión más extrema y reivindicativa, caricaturizó la Antropología como un mero artefacto colonial y sus aportaciones científicas como fruto exclusivo del imperialismo o del paternalismo. Debate que estuvo además en el origen de un énfasis creciente sobre los principios de «otredad» y de «enajenación» (asociados a los de «poder» y «discurso») que afectarían profundamente a la Antropología y a otras disciplinas relacionadas (como el llamado «orientalismo» por ejemplo)19. Pero —a mi entender— hay una profunda contradicción entre lo que dice buena parte de esa producción crítica y la importancia que tuvo de hecho el discurso antropológico para la sociedad moderna, especialmente para los «no antropólogos». La cultura, el relativismo, el culturalismo son artefactos más o menos antropológicos que están hoy fuera del control de la disciplina, nociones que han sido generalizadas, asumiéndolas como propias los restantes miembros de nuestras sociedades. Lo mismo podría decirse de otros conceptos claves, algunos bastante antiguos, aunque no por eso menos vivos, como

" La bibliografía sobre estos temas es inmensa, un buen panorama lo ofrece Stocking (1982: xi-xxi y 2001, especialmente pp. 320-325). No me resisto a citar los irónicos comentarios que hace Geertz (2002).

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raza, degeneración, triunfo del más apto... o tótem y tabú... Términos que acreditan, para bien o para mal, la enorme influencia que la Antropología ha tenido desde muy temprano, favoreciendo el desarrollo de nuevas disciplinas científicas y de nuevas prácticas terapéuticas, sirviendo como referente legitimador para políticas sociales de todo signo, incorporándose al inconsciente colectivo de buena parte de la sociedad occidental desde la segunda mitad del siglo xix en adelante. Hay que reconocerlo, existe una profunda contradicción entre la imagen de una Antropología más bien estrecha e instrumental, asociada a la expansión colonial, y el impacto que esa misma Antropología tiene y ha tenido desde mediados del siglo xix en la mente y el corazón de la propia sociedad occidental que la generaba. ¿Cómo explicar fenómenos como ese Museo Nacional transformado en Museo Antropológico? Mi propuesta, y la del proyecto de investigación que estamos desarrollando actualmente en el CSIC20, es que hay que cuestionar el principio básico sobre el que se elaboró la identificación de Antropología y colonialismo. Desde luego, una disciplina que se construye esencialmente «hacia afuera» para obtener de retorno un conocimiento «útil» —es decir utilizable como instrumento de dominación— sólo puede entenderse como una variedad de industria extractiva occidental en el Tercer Mundo, o como una agencia oficial de colonización. Pero la más mínima reflexión a partir de una experiencia empírica un poco más amplia de la que se utiliza habitualmente permite observar, de inmediato, que la relación entre Antropología y colonias es mucho menos directa, menos automática y mucho más compleja de lo que se ha venido diciendo. Para empezar, está claro que no todos los países occidentales con colonias han contribuido de la misma manera o en la misma medida a la formación, desarrollo y consolidación de la Antropología. En algunos casos, como España, Portugal y Holanda, que son los imperios coloniales más antiguos y más longevos de Europa, su contribución ha sido más bien débil y la consolidación de la disciplina sólo ha adquiriendo un cierto vigor a partir —precisamente— de la pérdida de las colonias. Así pues, si cabe sacar alguna conclusión de estas tres experiencias coloniales, las tres multiseculares, las tres de indudable complejidad e importancia, y las tres muy distintas entre sí, es que parece haber situaciones coloniales que han dificultado a sus metrópolis el

20 El proyecto se titula «Ingenieros sociales. La construcción del método y el pensamiento antropológicos en Europa e Iberoamérica, siglo xix». Véase nota 1.

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desarrollo de una Antropología, aun contando con profesionales de valía e incluso habiendo intentado emular los desarrollos institucionales de otros lugares (como es sin duda el caso de Holanda). Pero a la conclusión anterior es preciso agregar el hecho radicalmente inverso de que hubo países sin colonias que sí desarrollaron una tradición antropológica, sólo que lo que les interesaba o «extrañaba» a estos antropólogos eran sus propios conciudadanos o, al menos, algunos de ellos. El caso más simple y conocido de estas tradiciones antropológicas claramente orientadas «hacia adentro» es probablemente el italiano, el de Cesare Lombroso y su influyente escuela de antropología criminal. Es bien sabido que, antes de la formación de su imperio colonial pero coincidiendo con el momento en que se constituía como estado nacional, Italia articuló una propuesta antropológica completa cuyo objetivo prioritario era la población europea. Mejor dicho, el objetivo era la población italiana propiamente dicha, a la que había que singularizar a partir de su comparación con la de otros lugares21. Es cierto que en la actualidad Lombroso y su escuela —que es más que criminalista— suelen ser tildados de poco antropológicos y de demasiado juristas o forenses, quizá porque es una herencia que pocos quieren asumir; por eso conviene recordar que se trata de una teoría antropológica completa, maravillosamente sencilla en su articulación y convincentemente construida desde un punto de vista científico, tanto por su lenguaje como por sus tablas y cuadros estadísticos. Cosa distinta es que no nos guste. Pero lo cierto es que esta aportación italiana representa una tendencia de pensamiento y de actuación antropológicos de enorme influencia en Europa y América. Su propia existencia y la manera en que se difundió demuestran por sí mismas que en el proceso de construcción e institucionalización de la Antropología existió al menos un segundo motor social, muy diferente al que nos era conocido a partir de la teoría colonialista. Y la importancia que realmente tuvo ese segundo motor queda al descubierto de una forma meridiana en el caso verdaderamente ejemplar de la Antropología alemana. Porque la Antropología alemana es incuestionablemente una de las grandes tradiciones, junto a la inglesa o la francesa, que conforman la disciplina actual en todos sus campos. Suele decirse que su contribución más im-

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Una visión general sobre la antropología italiana del período, con rica bibliografía, puede

encontrarse en Puccini (1991); en cuanto a Lombroso y su escuela, la bibliografía es muy abundante y desigual; un panorama general, con rica selección de textos, puede encontrarse en Peset/Peset (1975).

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portante es la noción de cultura, tanto en su sentido material visible en las vitrinas de un museo y clasificable por áreas y rasgos; como en su sentido más espiritual y psicológico que remite a ese contexto de hábitos, prácticas y creencias en el que se crían y conforman los individuos, contexto a partir del cual debe explicarse su comportamiento, sus reacciones, sus creaciones... Pero lo cierto es que a la tradición alemana se deben otras muchas contribuciones, tanto en lo teórico, como en el nivel pragmático o institucional. Y la gran mayoría de esas aportaciones se produjeron antes, incluso mucho antes, de que Alemania se planteara la posibilidad misma de tener un imperio colonial, imperio que por otra parte resultó bastante efímero. Más aún, todas esas aportaciones a la Antropología se produjeron a partir de problemas y debates «internos», que afectaban a una Alemania en pleno proceso de construcción nacional 22 . Por ejemplo, la noción de Kultures el fruto complejo y fascinante del agrio conflicto que enfrentó a la poderosa escuela humanística alemana, regida por historiadores y filólogos, con la nueva y no menos poderosa escuela cuyo centro era la Historia Natural y la Medicina. No se trataba de un debate erudito, sino del enfrentamiento entre dos modos de entender las ciencias y la educación, lo que en la Alemania de la época equivalía a dos maneras de entender la política y la propia sociedad. La gran Antropología alemana, la que impulsaron e institucionalizaron dos médicos como A. Bastían y R. Virchow, desde el principio fue una propuesta que —tanto en lo intelectual como en lo pragmático— formaba parte del proyecto renovador y crítico del partido liberal progresista para la Alemania unificada. Y no me refiero a una vinculación meramente simbólica o indirecta. Rudolf Virchow, figura todopoderosa, fundador y presidente por largos años de la Sociedad Antropológica Alemana (1869, Deutsche Gesellschaft für Anthropologie, Ethnologie und Urgescbichté), fue antes que nada un político fundador del Partido Alemán Progresista (1861, Deutsche Fortschrittsparteí) y diputado en el Parlamento Nacional Alemán (Reichstag) entre 1880 y 1893, y en el prusiano desde la década de 1860 hasta su muerte en 1902 23 . 22 Sobre la antropología alemana véase especialmente los trabajos de Uunzl (1996), Zimmerman (2001) y el conjunto de estudios reunidos por Penny/ Bunzl (2003). 21 Sobre Rudolf Virchow, figura verdaderamente compleja, además de las referencias generales que pueden encontrarse en la bibliografía mencionada sobre la tradición antropológica alemana, existen varias monografías específicas: la clásica de Ackerknecht (1953) y las más recientes de Andree (1976 y 2002) y Goschler (2002).

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Virchow organizó explícitamente la Sociedad Antropológica Alemana en 1869 como una «república científica», cuidadosamente federada y articulada con la finalidad de liderar la llamada Kulturkampf—la guerra cultural— de la década de 1870. Su primer proyecto de envergadura, realizado entre 1873 y 1875, fue el relevamiento estadístico de la propia población alemana, de sus tipos, formas, colores y confesiones... Proyecto ambiciosísimo asumido por el Estado, que no sólo hizo que colaboraran los cuarteles y sobre todo los maestros de escuela repartidos por todo el territorio nacional (por eso este proyecto suele ser conocido como la Schulstatistik), sino que además prestó los servicios de la Real Oficina Prusiana de Estadística para el manejo de datos tan complejos y numerosos. Un proyecto verdaderamente movilizador de recursos y personas y un proyecto antropológico declaradamente dirigido «hacia adentro», tanto que a él se debe la definición del «tipo alemán» y sus variantes, así como la del «tipo judío», por ejemplo. Así pues, el primer objeto privilegiado de estudio para la Sociedad Antropológica Alemana fue la propia población alemana, y su primer objetivo expreso fue la definición étnica y racial de los pobladores de esa nueva nación unificada. Estamos hablando del proyecto antropológico más complejo de la época, admirado y reconocido por todas las sociedades científicas de entonces. De hecho llegó a ser emulado y hubo otros proyectos similares entre los que debe destacarse, claro está, el emprendido por Inglaterra entre 1875 y 1883 para el estudio de la población británica, sus características y tipos raciales. Complejo proyecto que culminaría con los trabajos de J. Beddoe y F. Galton. El primero introdujo las definiciones canónicas del judío, irlandés, galés o anglosajón como tipos raciales del Reino Unido; el otro sentó las bases de la eugenesia; en ambos casos se trata de aportaciones antropológicas de un gran impacto social que demuestran cómo en Inglaterra también hubo desde el principio una Antropología orientada «hacia adentro» que era además la que proporcionaba a la disciplina mayor legitimación y mayores recursos. Es decir, tanto en Inglaterra, como en Alemania e Italia, y seguramente también en otros lugares, como demuestra el caso mexicano que ha sido nuestro punto de partida, encontramos una Antropología estrechamente asociada a la propia población nacional y sus problemas específicos. Una Antropología que surge en el momento de formación de los estados-nacionales y que debe a esa dimensión «nacional» propia —y no a la «colonial»— buena parte de su capacidad de financiación, institucionalización e incidencia social. La obsesión por identificar la Antropología con pueblos colonizados y cuanto más primitivos mejor, ha oscurecido e incluso borrado cuáles fueron

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las actividades que muchos de los antropólogos desempeñaron en los años de formación de la disciplina, aquéllos en los que no casualmente tuvo una mayor influencia sobre la mentalidad colectiva occidental. Por ejemplo, el ya varias veces citado Rudolf Virchow estuvo detrás de los proyectos que intentaban hacer de Berlín una ciudad más saludable y fue él quien avaló las reformas del sistema sanitario y de alcantarillado. Sin duda una tarea singular para un antropólogo, pero es que la Antropología, en manos de figuras como Virchow y tantos otros de sus contemporáneos, era esencialmente un instrumento educativo, un arma para la reforma de las costumbres, un medio para la mejora de la sanidad, la higiene, las prácticas terapéuticas... y, por supuesto, un referente valiosísimo para definir la propia nacionalidad o, mejor todavía, para definir el ideal al que era deseable que se aproximaran nuestros conciudadanos. La Antropología, vista desde esta óptica y desde estos ejemplos que me parecen paradigmáticos, habría surgido disciplinarmente y se habría consolidado institucionalmente en el contexto de una acción social y política comprometida con los propios ciudadanos, y no tanto con los problemas derivados de la administración de los pueblos primitivos o colonizados. La Antropología se nos presenta así como una disciplina que mira «hacia dentro» y cuyos objetivos prioritarios estarían en el«interior» de la propia sociedad. Una disciplina, eso sí, que para realizar su tarea, para afilar sus instrumentos conceptuales —y hasta morales o políticos— necesita «mirar hacia afuera» y comparar, mostrando la diversidad, relativizando las tradiciones y las herencias... Y esa mirada «a lo lejos», entendida como una hermenéutica, ha sido uno de sus rasgos más distintivos hasta el día de hoy. Sin duda, la expansión colonial ofreció un campo abonado para su desarrollo profesional y para su aplicabilidad en espacios ultramarinos. Pero tal especialización —característica de las tradiciones inglesa y francesa— no debe hacernos olvidar que también existieron otros desarrollos no menos importantes y otras aplicaciones que se hicieron en espacios «dentro del territorio nacional» y sobre poblaciones a las que no les quedaba otra elección que extinguirse, marcharse a otro sitio o volverse «conciudadanos». Precisamente eso, y no una expansión colonial, es lo que ocurre en Estados Unidos, creador de una tradición antropológica cuya importancia nadie puede negar. Y algo muy parecido ocurre también en los distintos países de Latinoamérica, cada uno a su manera y con niveles de institucionalización o reconocimiento muy distintos, pero que hasta ahora hemos estudiado poco o conocemos mal.

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Y de todo esto es de lo que nos habla, lo que nos pone delante de los ojos, esa sorprendente andadura —de lo «nacional» a lo «antropológico»— emprendida por el Museo de México y llevada a cabo por unos hombres que no sólo fueron científicos responsables, sino además patriotas comprometidos en un proyecto colectivo, que no era otro que el de la construcción nacional. Sólo el prejuicio de lo que se supone que debe ser la Antropología, unido al prejuicio del escaso valor paradigmático que se otorga a las experiencias latinoamericanas, puede explicar que no se haya visto antes la riqueza y el interés de un caso como éste.

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AMÉRICA LATINA EN LAS REVISTAS EUROPEAS DE ANTROPOLOGÍA, DESDE LOS INICIOS HASTA 1880. DE LA PRESENCIA TEMÁTICA A LA PARTICIPACIÓN ACADÉMICA Mónica Quijada CSIC, Instituto de Historia, Departamento de Historia de América,

Madrid.

Como es bien sabido, la segunda mitad del siglo xix fue un período seminal para la institucionalización de la Antropología como ciencia. En esos años surgieron o se afianzaron las más importantes instituciones europeas destinadas al cultivo de esta nueva disciplina, que ponía al hombre en el centro del interés. Pero además, en un contexto particularmente interesado en la creación de espacios públicos, esa expansión intelectual e institucional se produjo de la mano de un nuevo e importante fenómeno: el afán por asociar la producción del conocimiento a la publicación periódica de medios de prensa especializados, destinados a recoger las más recientes investigaciones, los debates por ellas suscitados y toda la información referente a los avances de la disciplina y las actuaciones de quienes la cultivaban. Medios que se dirigían, por tanto, a un vector de público con intereses específicos. Es así que a partir de 1860 y sobre todo en la década siguiente tuvo lugar una suerte de eclosión en Europa de revistas científicas dedicadas a la Antropología.

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Este trabajo se inscribe en el proyecto de investigación -Ingenieros Sociales. La construcción del método y el pensamiento antropológico en Europa e Iberoamérica, siglo xix- (BS020012341), financiado por la Dirección General de Investigación del Ministerio de Ciencia y Tecnología.

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El propósito de este trabajo no es estudiar esas revistas en general, sino en relación con un ámbito geográfico específico: América Latina. Se trata, en concreto, de evaluar la presencia del tema latinoamericano en la primera década de la existencia de tres publicaciones europeas que fueron señeras en su campo: el Journal of the Anthropological Institute de Londres, fundado en 1869; la Revue d'Anthropologie de París, fundada en 1872, y el Zeitschrift für Ethnologie de Berlín, también de 1872. Cada una de estas revistas, a su vez, estaba vinculada a una Sociedad de Antropología de proyección internacional: el Royal Anthropological Institute of Great Britain and Ireland, de Londres (fundado en 1871), la Société d Anthropologie de París (1869), y la Deutsche Gesellschaft für Ethnologie, Anthropologie und Urgeschichte (1869), cuya sección l^erlinesa se abre en el año siguiente. A partir de la revisión de esos materiales se persiguen dos objetivos básicos: por un lado, aquilatar la presencia de América Latina como objeto de estudio y el interés de los científicos europeos en las temáticas de esa procedencia; por otro, definir la propia presencia, en esos medios, de la ciencia antropológica que se hacía en América Latina. Como punto de partida, es importante señalar que las tres revistas citadas reunían a los más importantes científicos de la época ocupados en lo que ya se llamaba desde hacía tiempo las «ciencias del hombre»2, así como en ciencias afines, como la geología o la demografía. Pero en tanto medios de difusión no sólo se dirigían a los científicos reconocidos, que cumplían el doble papel de lectores y autores, sino a un público mucho más amplio de profesionales con intereses variados y sobre todo de «caballeros», personas a quienes la disposición de holgados medios económicos y tiempo libre les permitía satisfacer la curiosidad por temas científicos novedosos que estaba muy extendida en la época 3 . Se trataba de individuos a los que hoy quizá llamaría2

Dada la elasticidad de una terminología que en la época estaba en pleno proceso de configuración, citaré a Massin (1996: 82, n. 2) según el cual «In the Anglo-Saxon tradition, the unmodified form 'anthropology' has, since the 1870's, generally been used to refer to a more embracive inquiry including what in the United States have come to be called 'the four fields' —one of which is 'cultural anthropology' or (in an earlier usage) 'ehtnology'. 'Ethnology' itself has a complex history, and before its usage as an equivalent to cultural anthropology it referred (in both the Anglo-Saxon and French traditions) to 'the science of race'. In Germany (and in France as well) the term Anthropologie has (with a few exceptios) been used to refer to what in angloSaxon countries came to be called 'physical anthropology', wehreas 'cultural anthropology' or 'ethnology' (in the more recent Anglo-Saxon sense) has been referred to by Ethnologie, Ethnographie, or Völkerkunde.» '• Por ejemplo, de los 500 miembros de la Deutsche Gessellschaft residentes en Berlín hacia finales del siglo, 190 eran médicos, privados o académicos, 55 eran académicos no médicos,

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mos «diletantes», pero que desempeñaron un papel significativo en estas fases tempranas de institucionalización de la nueva disciplina, ya que aportaban pecuniariamente al sostenimiento de las sociedades y constituían una masa crítica receptora y consumidora de sus reuniones y publicaciones científicas. Estas últimas, a su vez, cumplieron dos misiones básicas: 1) acogieron y difundieron una parte significativa de la creación de conceptos y métodos, contribuyendo además a la delimitación de los campos de interés de las nuevas ciencias, y 2) sirvieron de plataforma para multiplicar el alcance de los debates y para crear contactos y redes entre los propios científicos. Ese papel central en la producción y difusión del conocimiento antropológico es una de las razones que explican la selección de las tres revistas citadas para realizar este trabajo. Pero además, los tres medios elegidos cumplen un requisito importante para que pueda hacerse un análisis con voluntad comparativa: el de que haya suficiente homologación entre los términos o ámbitos que se van a comparar. En efecto, se trata de tres revistas en las que confluyen una serie de intereses. Por ejemplo, dentro de lo que fueron los grandes debates de la segunda mitad del siglo xix, los tres medios citados respetaban la Antropología Física y estaban particularmente interesadas en dos temas: el del estudio de la división del género humano en «razas», y la cuestión de los orígenes de la humanidad. Las tres revistas se proponían, además, lograr una articulación entre las tendencias que primaban lo que los ingleses llamarían la «historia cultural del hombre», identificada con la etnografía o etnología (términos que en la época se usaban de forma más o menos intercambiable), y otra que priorizaba el estudio de las razas en sus características físicas. He dicho articulación, porque en las décadas inmediatamente anteriores se había producido un debate muy enconado entre las dos tendencias, la etnográfica y la más orientada hacia la antropología física, debate que había sido particularmente exacerbado en el ámbito británico4. Pero en la década a la que me estoy refiriendo —18701880— se había llegado a una suerte de voluntad de convivencia entre am-

bibliotecarios o empleados de museo. Los restantes 255 incluían comerciantes, contadores, pintores, fotógrafos, funcionarios de la administración local o colonial, científicos y profesionales de distintos tipos, publicistas o libreros, sacerdotes o rabinos, viajeros y dos señoras, una de ellas novelista. Es decir, la mitad de los miembros practicaba la antropología como hobby (Massin 1996: 86). ' De hecho, el Royal Anthropological Insitute of Great Britain and Ireland surgió de la fusión de dos instituciones previas y rivales entre sí: la Ethnological Societyy la Anthropological Society of London. Según Stocking (1987: cap. 7) la segunda era más conservadora y priorizaba

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has corrientes5. Por otra parte, los contenidos de las tres revistas muestran que en la década seleccionada las diferencias entre poligenistas y monogenistas se estaban transformando, incluso resignificando, al quedar incluidas dentro de otro debate, el producido en torno a la aceptación o rechazo de las tesis evolucionistas en su versión darwinista. Y finalmente, algo que también pesa para que los términos de la comparación sean homologables es el hecho de que las autoridades de las tres revistas —la francesa, la alemana y la inglesa— mantenían buenas relaciones entre sí. No eran rivales, sino que desde unos intereses semejantes y un mutuo respeto, cada una de ellas actuaba desde un ámbito nacional específico, con sus propias tradiciones y controversias, y en la lengua propia del mismo. Pero lo importante a los fines de este trabajo es que esas diferencias de tradición tanto científica como idiosincrásica, que creo pueden asociarse al citado término de «nacional», se van a reflejar en la recepción del tema americano. Y esto es lo que hace fructífera la comparación.

los aspectos físicos y raciales de la disciplina; su modelo eran Paul Broca y la Société d'Anthropologie creada por éste en 1859, para quienes la Antropología era la ciencia global del hombre en su relación con el universo físico y las leyes que regulan su naturaleza anatómica y psicológica, es decir, todo lo relativo a su condición de «natural». La Ethnological Society, por el contrario, era más liberal, culturalista y proclive a las ideas darwinistas. Precisamente la consolidación de estas últimas favoreció la fusión mencionada ya que la revolución darwinista, defendida principalmente por los etnólogos, vino a reforzar la visión del hombre como parte del mundo natural, contribuyendo a incorporar la etnología a un concepto más amplio de la -ciencia del hombre». De tal forma, los defensores de la etnología aceptaron formar parte de la más amplia Antropología, aunque negándose a reducir ésta a términos de antropología física en exclusividad. Sobre este tema sigue siendo particularmente útil la monografía citada de George W. Stocking Victorian Anthropology (1987). Pero es importante señalar que esta visión binaria que surge fundamentalmente de los estudios sobre la tradición inglesa puede llevar a importantes deformaciones si se la extrapola a otros ámbitos. Por ejemplo, los autores que se ocupan de la antropología alemana de la misma época muestran que los mayores defensores de la antropología física en ese país eran «liberales, individualistas, creyentes en el 'progreso' y no dudaban en negar las 'jerarquías raciales' cuando los datos empíricos las desmentían. Tal fue el caso por ejemplo de Rudol Virchow con los masai» (Massin 1996: 96-101). 11 Dicha convivencia volvería a romperse en el futuro, pero esto queda fuera de nuestro ámbito temporal de análisis.

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AMÉRICA COMO OBJETO DF. ESTUDIO

En su conocido libro titulado Victorian A nthropology (1987), afirma George Stocking que hacia 1872 una serie de debates se habían cerrado, al alcanzarse consensos en tres puntos fundamentales: la gran antigüedad del hombre, su origen monogènico y el carácter progresivo del avance de la civilización6. Sin embargo, la revisión de las grandes revistas antropológicas en la década de 1870-80 obliga al menos a matizar dicha observación. Sin duda se había llegado a algunos consensos en el maínstream de la discusión científica, pero eso no era óbice para la cómoda convivencia de las propuestas más avanzadas con otras de corte más tradicional, o simplemente controvertidas, que persistían en el seno de un mismo medio e, incluso, podían introducir contradicciones dentro de un mismo artículo. No obstante, podría acordarse con Stocking en que las tres líneas de interés por él citadas asoman como una suerte de telón de fondo en una buena parte de los contenidos de las revistas seleccionadas para el análisis. En ese contexto, y como se ha anunciado en el acápite anterior, dedicaremos las páginas que siguen a aquilatar la presencia de América Latina como objeto de estudio y, también, a detectar y evaluar la propia presencia en dichos medios de la producción científica originada en el nuevo continente, ya sea por obra de latinoamericanos o de europeos residentes en esa parte del mundo. Una primera evaluación permite constatar la indudable presencia latinoamericana en los tres medios. Pero es necesario agregar que dicha presencia no tiene la misma intensidad ni las mismas características según se trate de uno u otro medio. Asimismo, si consideramos que en esa época los puntos centrales de producción de ciencia se encontraban sobre todo en ciertos países europeos7, y si añadimos que América Latina se situaba en una especie de extrarradio con respecto a esos nodos centrales, nos encontramos con que esta región ocupaba un nicho que tenía puntos de contacto con otros ámbitos de expansión, como pueden ser Asia o África. Pero también había diferencias considerables de tratamiento, no sólo en relación con las demás áreas extraeuropeas sino al interior del propio espacio latinoamericano. Y esas diferencias 6 Stocking se refiere específicamente a la antropología británica de la época victoriana, pero creo que tanto su afirmación como la matización que aquí se hace pueden extenderse, en mayor o menor grado, al conjunto del ámbito occidental. 7 En puridad habría que agregar la producción de los Estados Unidos, pero por razones de estrategia analítica he optado por no incluir dicho ámbito en este trabajo. También se han excluido del análisis otros enclaves europeos, como Italia y España.

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se debían al distinto rasero con que la temática americanista, o la producción científica americana, eran percibidas por la tradición nacional desde la cual se la estaba observando, es decir, la francesa, la inglesa o la alemana. Para facilitar el análisis, creo conveniente comenzar haciendo un breve planteamiento topográfico que nos ayude a localizar la presencia latinoamericana en las revistas antropológicas europeas. Hay que tener en cuenta que en toda revista científica hay una jerarquía de espacios. Tenemos en primer término los artículos de investigación en sí mismos. Esos artículos científicos tienen un autor, una temática y un campo de interés, y éste es el primer nivel donde hay que buscar esa presencia americana. Hay otro nivel que es la bibliografía, en concreto el anuncio de los libros de reciente aparición. Un tercer nivel, vinculado a este último, es el de las reseñas bibliográficas. Estos tres niveles existen más o menos por igual en las tres revistas. Pero hay también otros ámbitos que reciben muy distinta atención según el órgano de que se trate, lo que implica una tradición científica distinta, intereses nacionales diversos y una voluntad de proyección de alcance diferente. En este último sentido cabe mencionar, en primer lugar, el grado de esfuerzo que dedica una revista a la publicación, no sólo de los papers, sino de los debates que generan esos trabajos, ya que las investigaciones eran presentadas inicialmente en una reunión pública de los miembros de la sociedad y la discusión generada solía editarse junto con el paper. Desde esta perspectiva destacan sobre todo el Journal y el Zeitschrift que comparten esa interesante práctica, a diferencia de su homologa francesa que no suele recoger los debates. Pero existe otra sección, muy importante para la vida institucional de la disciplina, que responde a títulos variados: «notas», «misceláneas» o «extractos y análisis». Es aquí donde se aprecia la voluntad de proyección extranacional de las revistas, así como el grado de interés y de respeto científico que le merecen otros ámbitos distintos al propio. Porque es en esta sección donde se informa acerca de las actividades de otras revistas o instituciones hermanas, las celebraciones de congresos o encuentros, exhibiciones temporales de interés antropológico, o bien referencias a conferencias o artículos destacados de científicos de otros países, aparecidos previamente en medios distintos al propio. Y en esta sección, que como he dicho es donde se ve con mayor claridad el interés y el respeto de la revista por lo que se hace en el extranjero, se detectan diferencias muy claras: el medio que más desarrolla esa sección y que más atención presta a la producción en otros ámbitos nacionales es sin duda la Revue d'Anthropologie, la sigue bastante de cerca el Zeitschrift y muy lejos queda el Journal, que pone sensiblemente menos interés en lo que

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sucede fuera de las fronteras del Imperio Británico, lo que se traduce en el hecho de que se le concede un espacio mucho menor. Entrando ya en el tema central de este análisis —la presencia de América Latina en dichos medios— hay algunas temáticas que no muestran demasiadas diferencias con respecto a otros ámbitos de proyección extraeuropea, como Asia y África. Una de esas temáticas es el afán por explorar tierras incógnitas y entrar en contacto con grupos culturalmente ajenos. Desde esta perspectiva hay una presencia importante de informes de viajeros europeos en América Latina, que permite además apreciar la interacción informativa entre las tres revistas. Por dar un ejemplo, tiene una gran repercusión la conferencia en la que el marino británico George Chaworth Musters presenta ante el Royal Anthropological Institute de Londres algunos resultados de su estancia de un año (abril 1869-mayol870) entre los tehuelches, la tribu patagónica cuya leyenda diera nombre a ese vasto espacio del extremo sur de América. Y creo que es significativo observar qué forma adopta esta presentación, cómo se proyecta, y, también, el entretejido de información en la que se inserta. El 29 de mayo de 1871 —es decir, al año de su retorno a Inglaterra— Musters dicta su conferencia, que es publicada por el Journal en el volumen de 1872 bajo el título de «On the races of Patagonia». La publicación es inmediata, ya que en las tres revistas estudiadas cada tomo actúa como un anuario que recoge las actividades del año anterior. El artículo se acompaña de la transcripción de un par de intervenciones del público, lo que muestra que la presentación de Musters no había generado mucho debate in situ. Pero el interés internacional que despierta es superior al que logra entre sus compatriotas, porque las otras dos revistas —la francesa y la alemana— anuncian a sus lectores, en los tomos correspondientes a ese mismo año de 1872, que el paper de Musters ha sido publicado por el Journal. Y los anuncios no son escuetos; la nota de la Revue d'Anhropologie, por ejemplo, es de cinco páginas y está redactada por Pierre Topinard, «segundo de a bordo» de Paul Broca {Revue d'Antbropologie, I, 1872, pp. 741-745). Esta fórmula se repite en el Zeitschrift (Zeitschrift für Ethnologie, IV, p. 131) de forma algo más breve y, en este caso, la nota está escrita nada menos que por el fundador de la propia revista, el gran Adolf Bastian. Cuando Musters publica sus informes de viaje en forma de libro (At home with the Patagonians. A year's wanderings over untrodden ground frorn the Straits of Magellan to the Rio Negro, Londres, 1871), éste es anunciado en la Revue dAnthropologie y en el Zeithscrift. De la misma manera, la revista francesa informaba puntualmente a sus lectores sobre los trabajos que el antes citado médico y antropólogo alemán Adolf

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Bastían enviaba a la Sociedad Berlinesa desde América, continente por el que realizó un largo viaje en 1875 y 18768. Dichos papers eran leídos públicamente en la citada institución y editados por el Zeitschrift, junto con los debates que tenían lugar después de cada lectura. De todo ello se hacía eco puntualmente la Revue d'Anthropologie, pero no la revista británica, siempre más abocada al ámbito científico desarrollado en su propia lengua 9 . Otra presencia de América Latina en los medios europeos, principalmente el francés y el alemán, es a través de los estudios craneométricos realizados a partir de ejemplares llevados de América a Europa por los viajeros, o enviados desde el nuevo continente como una contribución a la ciencia por gente interesada en el tema, que podían ser tanto americanos como europeos allí residentes. Ejemplo de ello es la remesa de varios cráneos hecha por el cónsul alemán en Panamá. En Berlín son estudiados personalmente por el fundador de la Berliner Gesellschaft für Ethnologie, Anthropologie und Urgeschichte, Rudolf Virchow, quien presenta los resultados de dicho análisis en una sesión de la Sociedad, que son publicados más tarde en el Zeitschrift junto con el debate a que han dado lugar10. Este tipo de envíos también despierta interés en Francia, aunque allí es menos usual encontrar análisis puntuales. En este caso los materiales americanos suelen incluirse en trabajos más amplios, como los del ya citado Pierre Topinard, mano derecha de Paul Broca y su heredero en la Société d'Anthropologie. Si los estudios craneométricos se insertaban en las más modernas preocupaciones antropológicas, la presencia americana se detecta también en in-

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Bastian viaja a América entre mayo de 1875 y agosto de 1876 y desde allí hace envíos periódicos de información a la Sociedad Belinesa que aparecen en diversos tomos de la revista. El más completo es el que da personalmente a su regreso a Berlín, publicado en los Vorhandlugen der Berliner Gesellschaft für Ethnologie, Anthropologie und Urgeschichte, incluidos en el volumen VIII del Zeitschrift für Ethnologie, 1876. Hay un viaje anterior realizado por Bastian en 1869, cuyos resultados se recogen en sus Baiträge zur Ethnologie, publicados en cuatro entregas a partir de 1870. En ellos hace múltiples referencias a temáticas sudamericanas. 9 Las referencias a actividades institucionales de los franceses y alemanes son escasas, aunque no inexistentes en el Journal. En general no hacen un seguimiento de lo publicado por las revistas homologas, limitándose a informar sobre eventos de importancia como las exposiciones internacionales que se celebran en las grandes capitales o ciertas exhibiciones que consideran de especial interés, como el anuncio hecho por Rudolf Virchow sobre una muestra temporal de simios en los Jardines del Acuario de Berlín (VI, 1877). 10 Zeitschrift für Ethnologie vol. IV (1872), pp. 22 y ss. de los Vorhandlungen. Es sólo uno de tantos ejemplos posibles, ya que los análisis de Virchow sobre cráneos enviados desde América Central y del Sur aparecen publicados de forma recurrente a lo largo de toda la década.

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vestigaciones más vinculadas con intereses de larga tradición. Me refiero a la perspectiva del estudio de las «antigüedades», que se verifica de dos maneras. Por un lado, en la forma de artículos sobre la arqueología y la prehistoria de una región específica, como los numerosos papers sobre las antigüedades peruanas publicados por T. J. Hutchinson en el Journal; y, por otra parte, en forma de referencias puntuales a ejemplos o casos americanos dentro de trabajos más globales sobre mitologías comparadas, culturas comparadas o prácticas rituales, como enterramientos o métodos de navegación. Con este tipo de enfoque comparativo, por ejemplo, son típicos los trabajos de Lañe Fox Pitt Rivers y Hyde Clarke12 publicados por el Journal. Junto a estos artículos que aún hoy consideraría-mos «científicos», se aprecia todavía una presencia muy notable de trabajos que insisten en vincular las altas culturas americanas a unos supuestos orígenes en las civilizaciones del Viejo Mundo, sean egipcios, arios, atlántidos, etc. Lo cierto es que para la década que nos ocupa esta última perspectiva se estaba quedando anticuada y perdía prestigio rápidamente, pero sin embargo seguiría encontrando cultores hasta ya entrado el siglo veinte13. Ahora bien, habría que preguntarse si en términos comparativos este tipo de referencias implican una amplia presencia de América Latina en las revistas antropológicas europeas. Lo cierto es que en porcentaje de espacio ocupado, dicha presencia es bastante relativa. En un volumen cualquiera de una de las revistas, que suelen incluir entre cinco y siete artículos, puede haber uno referido a América, o quizás ninguno. Más significativa es su presencia en las listas bibliográficas donde las referencias son abundantes14 en términos absolutos, pero escasas si se las compara con los títulos publicados sobre

" T. J. Hutchinson: «Ancient Peruvian Skulls», III, 1874: 86 y ss.; «Explorations amongst ancient burial grounds of Perú», III, 1874: 311 y ss. (en el debate de este paper aparece un -Sr. González- que se dirige a la audiencia en francés); continuación del mismo paper en IV, 1875: 2 y ss.; «Anthropology of Prehistoric Perú», IV, 1875: 438 y ss. 12 Por ejemplo Lañe Fox: «Early modes of navigation», IV, 1875: 399 y ss.; Hyde Clarke: «On Serpent and Siva Worship and Mythology in Central America, Africa and Asia», VI, 1876: 247 y ss.

" Las referencias a los orígenes «atlántidos» de diversas culturas de occidente son recurrentes en varios trabajos aparecidos en las tres revistas a lo largo de la década. Respecto de la atribución de diversos orígenes a las culturas americanas (atlántido, chino, japonés, vasco, etc.), es sorprendente el alto número de artículos que puede encontrarse con sólo revisar las actas de los Congresos de Americanistas, en particular el primero de ellos, que tuvo lugar en Nancy en 1875. u El interés bibliográfico supera la perspectiva exclusivamente antropológica o etnológica, ya que la información abarca títulos sobre temas históricos, jurídicos, geográficos, estadísticos, etcétera.

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cuestiones vinculadas a África, Asia o la propia Europa. Esta proporción se repite en las secciones dedicadas a reseñas o a acontecimientos vinculados a la disciplina. No obstante, si consideramos esta cuestión en perspectiva no cuantitativa sino cualitativa, nos encontramos con una situación muy interesante: en la década de los setenta empieza a haber presencia de trabajos científicos hechos en América Latina, en muchos casos por residentes europeos allí, pero también por los propios americanos. En mi opinión, aquí entra a jugar la hipótesis de Jesús Bustamante, defendida en este mismo volumen 15 , sobre las motivaciones de esa nueva ciencia del hombre que era la Antropología. Hipótesis que responde al interrogante de si se trató de una ciencia cuyo origen estuvo vinculado de forma prioritaria a situaciones y contactos generados por la expansión colonial o, sobre todo, al objetivo del conocimiento de las propias poblaciones. La primera hipótesis, la de la expansión colonial, ha sido muy defendida en los ámbitos anglosajones. Caso paradigmático es el de George Stocking, según el cual el surgimiento de la antropología como ciencia no puede separarse de la expansión imperial y del «autoasumido poder y obligación de tutelar a las poblaciones incivilizadas de piel oscura» (1987: 3). Bustamante, en cambio, propone que los orígenes de la Antropología se vinculan al interés por el conocimiento científico de las propias poblaciones. Lo cierto es que la revisión de las tres grandes revistas antropológicas europeas en la década citada muestra una presencia muy grande de dos temas no únicos, pero sí prioritarios: el problema de la constitución física de las poblaciones europeas y su distribución en el espacio, analizados por científicos originales de la misma población estudiada, y la cuestión de los orígenes de la humanidad, motivada esta última por los descubrimientos que se estaban haciendo en la propia Europa16. En ambos casos asoman los interrogantes de los propios antropólogos sobre sí mismos, en tanto miembros de la especie humana. Este parece ser precisamente el marco fundamental de la mayoría de los trabajos referidos a las llamadas razas primitivas o razas inferiores que habitaban los ámbitos geográficos de la expansión colonial. Es decir, hay una 15 Véase su artículo incluido en este mismo volumen: »La conformación de la Antropología como disciplina científica, el Museo Nacional de México y los Congresos Internacionales de Americanistas». Asimismo su conferencia dictada en el Museo Etnográfico de Buenos Aires (Bustamante 2003). Para un excelente panorama histórico sobre esta última véase el texto de Bowdin Van Riper (1993).

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preeminencia de la perspectiva comparada, motivada por el afán de estudiar cómo eran esos grupos humanos —tanto en la antigüedad de sus restos físicos como en sus costumbres todavía vivas— que se mantenían como formas fósiles de estadios culturales y físicos muy antiguos, con el objetivo último de que echaran luz sobre los primeros ancestros del hombre europeo contemporáneo. Creo que esto refuerza la tesis antes citada, y proporciona un contexto de comprensión para el análisis de la perspectiva americana que presentaremos a continuación.

AMÉRICA C O M O ÁMBITO PRODUCTOR DF. CONOCIMIENTO ANTROPOLÓGICO

Posiblemente fue esta condición de la Antropología como ciencia que se ocupa principalmente de las propias poblaciones lo que atrajo la atención hacia la nueva disciplina de estudiosos no europeos, en un grado sobre el que todavía hay un desconocimiento casi total. No obstante, es posible detectar algunas referencias puntuales pero sumamente significativas. Algún ejemplo de ello puede encontrase en relación con la labor pedagógica de Paul Broca17. Como en bien sabido, el famoso médico y antropólogo francés fundó la Societé d'Anthropologie en 1859 y, en 1872, la Revue d'Anthropologie. Esta intensa labor se completó con la organización temprana de un Laboratorio en el que se realizaban investigaciones y se impartía docencia sobre Antropología Física que condujo finalmente a la organización de la Ecole d'Anthropologie, cuyos cursos comenzaron en 1876. El currículo de esta última muestra una enseñanza con un fuerte acento en la Antropología Física, pero que también incluía materias centradas en la Etnografía, la Lingüística y la Demografía. No existen trabajos —que yo conozca al menos— sobre los estudiantes que acudían a los cursos dictados tanto en el Laboratorio como en la Escuela de Antropología, pero sí pueden encontrarse algunas referencias muy interesantes en publicaciones de la época, como la propia Revue d'Anthropologie. En 1878, por ejemplo, hay una referencia a la presencia de «razas exóticas en París» (Revue d'Anthropologie VII: 181)18. La terminología utilizada hace pensar ini-

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Sobre Paul Broca véase el imprescindible Préface de Claude Blanckaert a la edición de las Mémoires d'Anthropologie du aquél (1989). 18 Sobre la exhibición de grupos «exóticos» en Europa existe ya una nutrida bibliografía. Véase Bancel, Blanchard, Boetsch, Deroo y Lemaire (2002), Corbey (1993), Gala (s.d.), Greenlagh (1988), Lindfors (1999), Sánchez Gómez (2003).

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cialmente en esa práctica, bastante desarrollada en la segunda mitad del siglo xix, de trasladar a Europa contingentes de los llamados «grupos primitivos» para ser expuestos en las exposiciones universales. Pero una lectura más atenta desvela que en ese caso el autor de la nota no se estaba refiriendo a las «razas exóticas» expuestas en el Jardín de Aclimatación, sino a los estudiantes de países extraeuropeos que acudían a París con el objetivo de asistir a los cursos de la Escuela de Antropología. El término «razas exóticas» estaba, claro está, usado de forma irónica. Y la revista nombraba en particular a estudiantes japoneses, peruanos y brasileños; pero también —agregaba— a negros «de pelo lanudo» (au poil lanu). De lo anterior podría inferirse que, precisamente por ser una ciencia que tenía como interés prioritario a las propias poblaciones, la Antropología había comenzado a atraer a estudiosos de áreas no centrales que deseaban analizar a sus propias poblaciones en tanto tales, es decir, no como objetos curiosos sino como una realidad sociológica de la que ellos mismos formaban parte. Y no es casual que esos aspirantes a antropólogos mostrasen —como se afirma en la Revue d'Anthropologie— particular interés en los cuestionarios elaborados por las sociedades para guía de sus propios científicos. Ahora bien, la presencia en Europa de personas de otros continentes que buscaban formarse en los métodos de las nuevas y fascinantes ciencias del hombre, no implica que cualquier estudioso proveniente de áreas no centrales encontrara abiertas las páginas de las revistas europeas de Antropología, especialmente en ese primer escalón de la jerarquía de espacios que hemos identificado con la publicación de investigaciones originales. Alcanzar este nivel implicaba haber obtenido un grado de reconocimiento que sólo se produjo en casos contados. En la década que nos ocupa he identificado muy pocos de esos casos y todos ellos, precisamente, coinciden con trabajos científicos originados en América Latina19. Ahora bien, dichos trabajos no tuvieron el mismo tratamiento ni la misma capacidad de proyección según se tratase de una u otra revista. En el Journal of the Anthropological Institute, por ejemplo, los trabajos de temática latinoamericana suelen corresponder a autores europeos o norteamericanos. Con alguna rara excepción. Por ejemplo, en 1873 el famoso explorador y lingüista Richard Burton tradujo y presentó una memoria sobre los habitantes primitivos de Minas Geraes, enviada por el brasileño M. Henríquez

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Insisto en que no estoy tomando en cuenta la producción científica originada en los Estados Unidos.

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Gerber (Journal of the Anthropological Institute II, 1873: 407 y ss.) que, por cierto, fue largamente reseñada en la Revue d'Anthropologie. Pero lo que se deduce en términos generales es que el Royal Anthropological Institute of Great Britain and Irelandáe Londres no mantenía relaciones activas con grupos de ámbitos afines latinoamericanos. Por el contrario, el panorama cambia cuando se revisan las otras dos revistas. En el Zeitschriftfür Ethnologie es notable la presencia de trabajos enviados por europeos que residían de forma permanente en América del Sur. Además de nombres dispersos que asoman de forma esporádica, surgen tres personajes cuya presencia destacada demuestra la existencia de sólidos lazos científicos con la Sociedad Berlinesa. Adolf Ernst, profesor de Ciencias Naturales en Hamburgo, que marchó a Caracas en 186l por encargo del gobierno alemán; Rudolf Armand Philippi, también alemán a pesar de su apellido, que en 1851 se trasladó a Santiago de Chile, y un tercer personaje muy conocido en América del Sur: Hermann Burmeister, profesor de Halle que en 1861 se instaló en Buenos Aires. Los tres eran alemanes, médicos y naturalistas, los tres ejercieron la docencia primero en Alemania y después en sus países de adopción, los tres murieron allí, y, lo que es muy significativo, los tres fueron Directores de Museos dedicados a la Historia Natural en los respectivos países de América del Sur en que se instalaron. En el caso de Ernst, además, fue fundador del Museo de Caracas. ¿Cómo figuran estos personajes en el Zeitschrift Primero, todos ellos son miembros correspondientes de la Sociedad Berlinesa de Antropología, lista de honor en la que comparten sitio con algunos de los más importantes antropólogos de la época. Segundo, en la sección bibliográfica de la revista aparecen anunciadas sus publicaciones y, en algunos casos, hay reseñas de las mismas. Y finalmente entran también en el ámbito de mayor jerarquía, que es el de los papers presentados en las sesiones públicas de la Sociedad, que luego son publicados, junto con el debate, en el Zeitschrift20. En el caso de Burmeister, además, tiene algún valor agregado, como es el hecho de que el gran Rudolf Virchow mantenga un debate público con él sobre cuestiones de mediciones (en concreto, sobre si la medida de 6 veces y media de un pie es la longitud de la recta de la altura del hombre), que es publicado por la revista (Zeitschrift für Ethnologie VII, 1875: 159 y ss.).

20 Adolf Ernst (miembro correspondiente desde 1878): sobre los indios Guajiros del sur de Caracas (mediciones) (II, 1870: 328 y ss.); sobre la población de Venezuela (IV, 1872: 22 y ss.). Rudolf A. Philippi (miembro correspondiente en 1872): sobre un cráneo chileno que además ha

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Pero hay más: el segundo artículo de Burmeister enviado desde Buenos Aires y publicado en el Zeitschrift de 1873 es un estudio titulado «Las antigüedades de los Estados del Plata». En él analiza «cuatro cráneos de indios del tiempo anterior a la conquista» (Zeitschriftfür EthnologieVII, 1875: 159 y ss.) y agrega que dichos cráneos forman parte de la rica colección de un amigo suyo, quien ha enviado una parte de ella a la Sociedad Berlinesa. Se trata —añade Burmeister— de «el único hombre de aquí que con auténtica seriedad científica se está dedicando al estudio de la antropología y la paleontología». Anuncia además el viaje de este amigo suyo a la Patagonia. El «amigo» citado de manera tan entusiasta por Burmeister es Francisco Moreno, bonaerense muy conocido como explorador de la Patagonia, como director del Museo de Ciencias Naturales de Buenos Aires —cargo en el que sucede al propio Burmeister— y, sobre todo, como fundador y primer director del Museo de Ciencias Naturales de La Plata21. A su vez en el año siguiente, 1874, Virchow hace un informe sobre esos mismos cráneos estudiados por Burmeister, y remite a los materiales que Francisco Moreno había presentado personalmente en París y que fueron comentados por Paul Broca en la Revue d'Anthropologie ese mismo año de 1874. En este punto hay dos temas que interesa destacar. Por un lado, Virchow hace un elogio de la iniciativa de Moreno al reunir cráneos antiguos y enviarlos para su estudio, y dice que es un ejemplo que debiera ser seguido por científicos de América y otras partes del mundo. Este comentario resulta ser la señal de partida para que le empiecen a «llover» cráneos enviados desde América por individuos interesados en el tema, algunos de ellos reconocidos en los círculos científicos o intelectuales —como Andrés Lamas de Argentina, José Melgar y Serrano de México, el propio Philippi desde Santiago de Chile e incluso Don Pedro de Alcántara, Emperador del Brasil—, y otros menos —como varios cónmandado para la colección de la S. Berlinesa (IV, 1872: 195 y ss.); sobre los instrumentos de madera, piedra y metal de los araucanos (V, 1873: 101 y ss.); sobre los Indios Cuneo y la alfarería de Chile (VI, 1874: 178 y ss.); sobre objetos encontrados en tumbas de indios Cuneo (VII, 1875: 81 y ss.); sobre los jeroglíficos de la isla de Pascua (VIII, 1876: 37 y ss.); nota sobre recepción de objetos enviados desde Buenos Aires por Andrés Lamas (XI, 1879: 85 y ss ). Hermann Burmeister (miembro correspondiente en 1871): sobre antigüedades en el Río Negro y el Río Paraná (IV, 1872: 196 y ss,); sobre las antigüedades de los Estados del Plata. Analiza 4 cráneos de indios del tiempo anterior a la conquista (de la colección de Francisco Moreno) (V, 1873: 171 y ss.); sobre los antiguos habitantes del Plata (es continuación del anterior) (VII, 1875: 58 y ss.). " Sobre Francisco Moreno véase Quijada (1998). Sobre los orígenes de la Antropología en Argentina y el aporte de los científicos de habla alemana, Arenas (1991), Sociedad Científica Argentina (1985), García/Podgorny (2000). Sobre el Museo de La Plata Podgorny (1995 y 2000a).

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sules de Alemania y Francia que prestan servicio en distintos países del continente. Pero hay una segunda cuestión más significativa: Francisco Moreno no sólo enviaba cráneos, sino que en el mismo año de 1874 publica un artículo completo en la Revue d'Anthropologie, titulado «Descripción de cementerios y Paraderos antiguos de la Patagonia» (Revue d'Anthropologie, III, 1874: 72 y ss.). Este artículo, a su vez, aparece en las referencias bibliográficas del Zeitschrift el año siguiente, 1875. En 1878 hacen a Moreno socio correspondiente de la Sociedad Berlinesa de Etnografía, Antropología e Historia Antigua (por cierto, sólo un año después de concedérsele el mismo honor a Paul Broca y Charles Darwin). Y empiezan a cruzarse las referencias. Por ejemplo, en 1878 {Zeitschrift für Ethnologie, X: 303) el Zeitschrift anuncia dos reseñas del libro de Moreno sobre sus exploraciones a la Patagonia, aparecidas ambas en el Geographical Magazine de Londres (Geographical Magazine, IV, 1877: 209 y V, 1878: 209). Este artículo de Moreno aparecido en la Revue d'Anhropologie no sólo es el primer estudio de un latinoamericano publicado por una de estas revistas europeas de Antropología, sino que funciona como una especie de señal de partida para la aparición, en los años sucesivos, de un número quizá no muy grande pero sí significativo de artículos enviados desde Argentina por gente nacional allí y que son publicados por la revista de Paul Broca. En 1878 aparecen un artículo de Estanislao Zeballos sobre «Un túmulo prehistórico en Buenos Aires» (Revue d'Anhropologie VII, 1878: 537 y ss.) y otro de Ramón Lista sobre «Paraderos en la provincia de Entre Ríos» (Revue d'Anhropologie, VII, 1878: 365 y ss.). En el volumen correspondiente al año siguiente, 1879, se publica el extenso y muy conocido artículo de Florentino Ameghino sobre el Hombre Prehistórico en el Plata {Revue d'Anhropologie, VIII, 1879: 211 y ss.)22. El volumen correspondiente a 1880 se abre con un segundo trabajo del propio Ameghino, complementario del anterior, que lleva por título «Armas e instrumentos del hombre prehistórico de las pampas» {Revue d'Anhropologie, EX, 1880: 1 y ss.). A su vez, desde 1874 el Zeitschrift comienza a publicar trabajos de muy diversa extensión enviados desde América Latina. El más significativo es un estudio sobre tribus indígenas del territorio de San Martín (Colombia), remitido desde Bogotá por Nicolás Sáenz {Zeitschrift für Ethnologie VIII, 1876: 327 y ss.). Es interesante constatar que el Zeitschrift publica este trabajo simul22

Sobre las redes de científicos argentinos y franceses en el ámbito de las colecciones paleontológicas véase Podgorny (2000b).

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táneamente en alemán y español por expreso deseo del autor, quien así lo solicita con el objetivo de que «pueda circular también entre sus compatriotas»23. Todo lo anterior genera a su vez un segundo nivel de presencia: las citas. Por supuesto que nada hay que pueda compararse a los debates que generan las tesis de Morgan o los propios trabajos craneométricos de Samuel Morton. Pero lo cierto es que empieza a haber referencias cada vez más frecuentes a las aportaciones de Francisco Moreno, sea su trabajo sobre los Paraderos, sus publicaciones sobre viajes a la Patagonia, o los antiguos cráneos patagónicos que aporta a la Société de París. Y también empieza a citarse a Ameghino. Burmeister, por su parte, suele estar muy presente en los trabajos de los alemanes. Pero además de esta presencia, que alcanza un nivel importante a final de la década de 1870-80, hay una cuestión significativa que es importante señalar. No se trata sólo de que estos estudiosos procedentes de América Latina hayan logrado publicar en revistas tan prestigiosas como la Revue d'Anthropologie o el Zeitschrift für Ethnologie, sino que no lo hacen desde cualquier temática o enfoque. No publican trabajos, por ejemplo, donde intenten demostrar los orígenes egipcios de los mapuches, sino que se incorporan en la cresta de la ola, en los debates más punteros del momento, en particular el problema del origen de la humanidad a través del hallazgo de restos fósiles humanos y su datación mediante la paleontología. Y lo cierto es que, en la década que nos ocupa los dos países latinoamericanos que alimentaban a las tendencias científicas más modernas eran Argentina y Brasil, sobre todo en lo que hace al descubrimiento de antiguos restos físicos, por un lado y, por otro, la vinculación de esos cráneos y materiales óseos con razas primitivas actuales, como era el caso de las tribus vivientes de botocudos y jíbaros que se asociaban a los fósiles de Lagoa Santa en Brasil, o el de los antiguos cráneos descubiertos por Moreno y los araucanos, tehuelches y fueguinos que aún habitaban la Patagonia y la Tierra del Fuego. Lo cierto es que en ese ejercicio de articulación de los grupos «primitivos» contemporáneos y la elaboración de teorías sobre los supuestos orígenes de la humanidad, los indígenas sudamericanos y sus ancestros fósiles rivalizaban con otro grupo, de mundo no sólo «nuevo» sino «novísimo»: los aborígenes australianos.

23 Este caso de publicación bilingüe es excepcional. Hay otros trabajos también enviados por latinoamericanos, pero son pocos, breves y muy puntuales: un corto artículo sobre antigüedades en Bogotá, de Rafael Zerda (Zeitschrift für Ethnologie, VI, 1874: 160 y ss.), y una carta de José Melgar y Serrano en la que se refiere a antigüedades mexicanas (Zeitschrift für Ethnologie, VI, 1874: 77).

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De hecho, lo que estaban haciendo Moreno, Ameghino, Zevallos y los demás era integrar los materiales fósiles sudamericanos en el mismo nivel de análisis que los neandertales y los cromagnones. De esa forma, incorporaban sus territorios patrios al mainstream de la discusión científica, lo que se reflejaba en el hecho de haber podido ocupar el primer escalón en la jerarquía de espacios de las más prestigiosas revistas antropológicas europeas. Ahora bien, esta integración de los trabajos citados en los debates más avanzados sobre el origen del hombre y en el primer nivel de sus órganos de difusión, contribuye también a explicar el hecho de que sea el ámbito francés el más proclive a recoger no sólo los materiales, sino las elaboraciones y tesis propuestas por los sudamericanos. En efecto, en la década de 1870 y particularmente en su segunda mitad, los estudios de esta temática constituían uno de los debates fundamentales recogidos por la revista francesa, abocados como estaban a él plumas de primera línea como Quatrefages, Topinard, Hovelacque, Hamy y el propio Broca24. Y no está de más recordar que este último eligió la problemática de «Las razas fósiles de la Europa Occidental» como tema de la conferencia de apertura de la 9a sesión de las Sociedad Francesa para el Avance de las Ciencias, en 1879- Fue su grupo, precisamente, quien más favoreció las propuestas de Ameghino y de Moreno en favor del autoctonismo del hombre prehistórico sudamericano e, incluso, la posibilidad de que el origen de la humanidad se hallara en la Patagonia2'. Agreguemos a ello que Francisco Moreno fue alumno distinguido de Broca en la École d'Antropologie (1878-79), y acogido por el maestro en su cátedra y en su casa como un par debido a sus méritos personales, científicos e institucionales, entre ellos el de ser en ese momento el Director del Museo de Ciencias Naturales de Buenos Aires. A diferencia de los franceses, los alemanes tenían menos interés en el debate sobre los orígenes de la humanidad, y el propio Virchow fue uno de los científicos que defendió la afirmación de que los cráneos neandertales no eran otra cosa que fósiles con deformaciones de orden patológico (Zeitschrift für Ethnologie, 1872). En 1877 todavía hablaba en términos de «la existencia 24 No debe olvidarse que uno de los más grandes descubridores de la antigüedad del hombre en Europa fue el francés lioucher de Perthes. Por otra parte, la Société d'Anthropologie consideraba la problemática del origen del hombre y los testimonios prehistóricos de la cultura, junto con el estudio de las razas humanas, como los tres ejes fundamentales de su labor investigadora. 25 Sobre las propuestas de Moreno véase Quijada (1998). Sobre Ameghino muchos de los planteamientos más recientes se deben a Podgorny (1997 y 2000a).

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del hombre durante el período diluvial en el norte de Alemania». Esto explica la gran recepción que da el Zeitschrift a trabajos de Burmeister que hasta fechas muy avanzadas seguía utilizando ese tipo de categorías, y el hecho de que tuvieran acogida inmediata y entusiasta los materiales enviados por Moreno, pero no así sus elaboraciones. Por el contrario, el presidente de la Sociedad Berlinesa priorizó los estudios antropométricos sobre fósiles o individuos vivos, y en este sentido la presencia de América Latina en el Zeitschrift supera a su homologa parisina. Desde observaciones in situ enviadas por europeos residentes en Sudamérica, como Ernst y Philippi26, hasta los análisis antropométricos realizados sobre individuos trasladados a Europa para las exposiciones universales; caso este último en que son particularmente significativos los estudios que hace Virchow sobre araucanos y esquimales trasladados a Berlín27. De tal forma, a través tanto de materiales físicos como de elaboraciones vinculadas a «los más antiguos representantes del hombre sobre la tierra», los sudamericanos lograron integrarse al mainstream del debate antropológico, llegando a ocupar todos los niveles topográficos de las principales revistas europeas. Y es importante insistir en que se trataba de espacios jerarquizados, a partir de los cuales se organizaban los intereses científicos y la voluntad de proyección nacional e internacional de los círculos intelectuales cuya portavocía ejercían. Por ello, aunque en esta década temprana la presencia de América Latina en esos medios no sea particularmente amplia si se la compara con los materiales referidos a otras áreas extraeuropeas, así como a la propia Europa, lo cierto es que dicha presencia se vuelve significativa desde una perspectiva cualitativa, que tiene en cuenta la importancia de los espacios ocupados, el interés que despiertan los incipientes campos de desarrollo de la nueva ciencia en esa parte del mundo occidental, y el prestigio que van ganando los científicos que desde allí se incorporan al debate internacional.

Véase nota 20 supra. Zeitschrift für Ethnologie, «Drei Patagonier-, XI, 1879: 198 y ss. Informe del mismo autor sobre esquimales llevados a Berlín, ibid., XII, 1880: 274 y ss. 26 27

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AMÉRICA LATINA EN LAS REVISTAS EUROPEAS BIBLIOGRAFÍA

de ARENAS, Patricia (1991): Antropología en la Argentina. El aporte de los científicos habla alemana. Buenos Aires: Institución Cultural Argentino-Germana, Museo Etnográfico 4 •>.*., iáo>«n» ^»rrnlàiivrt. Ri «x|*»»i)or