Lo que aprendí sobre el acoso callejero tras mi transición

143 21 56KB

Spanish Pages [3] Year 2022

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Polecaj historie

Lo que aprendí sobre el acoso callejero tras mi transición

Table of contents :
Lo que aprendí sobre el acoso
callejero tras mi transición

Citation preview

Lo que aprendí sobre el acoso callejero tras mi transición1 Julia Serano2 Antes se me permitía mi espacio personal. Ahora que habito un cuerpo femenino no puedo escapar de la atención no deseada. Cuando hice la transición de hombre a mujer hace 20 años, experimenté numerosas diferencias en cómo me veían y me trataban las demás personas. Pero la más dramática fue que, en cuanto el mundo empezó a percibirme como mujer, empecé a recibir una cantidad desorbitada de atenciones no deseadas. Gran parte de ella adoptó la forma de “comentarios callejeros”, cuando hombres extraños lanzan comentarios o provocaciones al azar a las mujeres en lugares públicos, a menudo bajo la apariencia de atracción o aprecio sexual. Digo “en apariencia” porque estos incidentes pueden parecer superficialmente expresiones de interés sexual, pero la investigación sobre este fenómeno, así como mis propias experiencias personales, indican que hay mucho más que eso. Es imposible entender el acoso callejero sin reconocer primero que viola dos normas sociales bien establecidas. En primer lugar, existen costumbres bien aceptadas sobre cómo, cuándo y dónde expresar interés romántico o sexual. A menudo esto ocurre en espacios sociales concretos (sitios web o aplicaciones de citas, determinados bares, clubes, fiestas o eventos) donde la gente se congrega a propósito con la esperanza de conocer a posibles parejas. Al conocer a alguien nuevo, suele haber una especie de fase de “conocerse”, en la que intentamos calibrar (por el lenguaje corporal, el entusiasmo, etc.) si puede haber interés mutuo. El mero hecho de que existan tales contextos y etiqueta implica que, en otras situaciones, es inapropiado hacer proposiciones sexuales a las personas. Así, cuando un hombre hace un comentario sexualmente explícito o una proposición a una mujer que camina por la calle, ambas partes deben entender que tales comentarios son inapropiados, si no completamente fuera de lugar. La segunda violación, que la socióloga Carol Brooks Gardner ha descrito en su investigación sobre el acoso callejero, es que generalmente se considera una infracción del protocolo social molestar o imponerse a personas con las que aún no estamos familiarizados. Por eso, si preguntamos a un desconocido por una dirección, o incluso le avisamos de que se le ha caído algo accidentalmente, solemos empezar disculpándonos: “Disculpe, siento molestarle, pero...”. De niñes nos enseñan generalmente a no hablar con gente desconocida ni a mirar fijamente a otras personas. Y sé que la mayoría de la gente es capaz de seguir estas normas porque eso es lo que yo experimenté como adulto antes de mi transición. Cuando me movía por el mundo como varón, era extremadamente raro que alguien intentara hablarme o llamar mi atención. Pero al ser percibida como mujer, me sentí bombardeada por tales interrupciones. Tal vez porque los acosadores callejeros reconocen que sus acciones desafían estas normas sociales, a menudo justifican sus comentarios como si fueran cumplidos inocentes o expresiones 1 Publicado originalmente en inglés en https://www.theguardian.com/world/2022/may/16/street-harassment-women-public 2 Julia Serano es la autora de Sexed Up: How Society Sexualizes Us, and How We Can Fight Back.

sinceras de interés sexual. Si esto fuera cierto, cabría esperar que tales comentarios fueran totalmente positivos o halagadores, pero eso no ha sido mi experiencia. Los comentarios que he recibido en la calle abarcan una gama que podría describirse como “lo bueno, lo malo y lo feo”. Lo “bueno” se refiere a comentarios que a primera vista parecen elogiosos, aunque a menudo son valoraciones muy específicas de mi cuerpo o mi aspecto que se acercan a la invasión. Lo “malo” se refiere a comentarios que también evaluaban mi cuerpo o mi aspecto, aunque negativamente (“deberías sonreír más”, “estarías más guapa maquillada”). Lo “feo” se refiere a comentarios abiertamente explícitos desde el punto de vista sexual, a menudo con descripciones gráficas de lo que el acosador quería hacerle a mi cuerpo. En unas pocas ocasiones, han ido acompañados de intentos de tocarme o manosearme. Si los supuestos “buenos” comentarios fueran cumplidos sinceros, cabría esperar que se reservaran para las mujeres más convencionalmente atractivas. Pero tampoco parece ser el caso. No creo que nadie me haya descrito nunca como “atractiva”, y sin embargo recibí comentarios sin cesar. De hecho, al repasar el diario que guardé de mi transición, encontré un pasaje de un día en que llevaba menos de dos meses de terapia hormonal y todavía vestía “de chico”, y aun así me dijeron “oye, bebé” tres veces diferentes en un lapso de ocho manzanas. Esto fue mucho antes de que desarrollara una figura femenina, así que dudo mucho que este acoso callejero tuviera algo que ver con que estos hombres me encontraran atractiva. Más bien, esto parecía basarse principalmente, si no únicamente, en el hecho de que yo era simplemente una joven mujer en la vía pública. La teorización feminista del acoso callejero ha tendido a enmarcar el asunto en términos de objetivación sexual, es decir, estos hombres me veían como poco más que un objeto a ser evaluado sexualmente, apreciado y potencialmente utilizado por parte de ellos. Creo que la objetivación sexual desempeña un papel en muchos de estos casos, pero no en todos. Por ejemplo, una vez estaba en una mesa vacía de la oficina de correos organizando paquetes cuando, de la nada, un hombre de mediana edad se acercó a mí y me dijo: “No te esfuerces demasiado, cariño”, y se marchó. O la vez que compré entradas para una gira estando de vacaciones, y el treintañero que estaba detrás de la caja registradora actuó brevemente como si yo no le hubiera pagado ya: “¿Qué entradas?”, me dijo con una sonrisa odiosa, como si estuviera jugando a alguna variante del juego infantil “Tengo tu nariz” con una mujer adulta. Tal vez el aspecto más exasperante de todo esto era que, aunque los incidentes mencionados violaban claramente normas sociales ampliamente aceptadas, mis acosadores esperaban que yo simplemente me acomodara a estas intrusiones, preferiblemente con una sonrisa. Sin embargo, si yo protestaba o desafiaba, o incluso ignoraba, estas intrusiones, mis acosadores solían actuar como si fuera yo quien actuaba “fuera de lugar”. Por ejemplo, si fingía no oír sus comentarios, solían llamarme “maleducada”, “fría” o “snob”. O si me enfadaba, se quejaban de que estaba “exagerando”. Cuando experimenté por primera vez este tipo de respuestas, pensé sinceramente que también formaban parte de la trampa. Seguramente estos hombres sabían que se estaban portando mal y fingían ofenderse para seguir metiéndose conmigo. Pero tras numerosas confrontaciones, y a veces incluso discusiones -sí, soy esa nerd que de vez en cuando realiza improvisados análisis etnometodológicos de

mis acosadores callejeros-, llegué a la conclusión de que, por lo general, no consideraban que su propio comportamiento estuviera fuera de lugar en modo alguno, y creían sinceramente que yo era el “mal actor” de la situación. He aquí cómo he llegado a entender esta inversión de las normas sociales: mis acosadores actuaban como si yo hubiera llamado su atención, cuando en realidad no había hecho nada de eso. Me referiré a eso como invitaciones fantasma, ya que existían únicamente en las mentes de las personas que me percibían, no en mis propias acciones. Normalmente, si una persona invade tu espacio personal, la mayoría de la gente estaría de acuerdo en que se ha comportado de forma inapropiada y que tienes derecho a llamarle la atención. Pero como yo era percibida como “invitando” a la atención de esos hombres (debido al hecho de que era una mujer en público), las intrusiones de mi acosador se consideraron de repente justificadas. Quiero sugerir un marco alternativo y no excluyente para entender este fenómeno: los hombres que acosan en la calle parecen ver y tratar a las mujeres como si fuéramos espectáculos públicos. La palabra “espectáculo” implica algún tipo de “exhibición” o “actuación” que se realiza en beneficio de los demás. Esto explica por qué estos hombres nos perciben (erróneamente) como si “invitáramos” a su atención y a sus comentarios. Los espectáculos pueden adoptar muchas formas: una impresionante exhibición de fuegos artificiales, un truculento accidente de coche, un mensaje confuso pintado con spray en la acera, etcétera. Independientemente de si se ven de forma positiva, negativa o neutral, los espectáculos llaman la atención de la gente, y puede que incluso sean inesperados, por lo que atraen la atención y los comentarios. Al fin y al cabo, el espectáculo público ha reclamado su atención. Este encuadre también nos permite relacionar estas experiencias con el acoso al que se enfrentan otros grupos. Inmediatamente nos viene a la mente la forma intrusiva en que tratamos a los famosos en público, pero también ocurre con grupos socialmente marginados, como las personas racializadas, las personas con discapacidad y las personas LGBTQIA+. De hecho, la idea de que estos grupos son considerados espectáculos públicos que supuestamente emiten invitaciones fantasma ayuda a explicar la prevalencia de muchas formas de atención no deseada a las que pueden enfrentarse (comentarios groseros, preguntas invasivas, tocamientos no consentidos, etc.), así como la acusación habitual de culpabilización de las víctimas de que se lo habrán “buscado”. Además, nos permite comprender fácilmente por qué las personas que se encuentran en la intersección de múltiples formas de marginación (por ejemplo, las mujeres racializadas) se enfrentan a expresiones de acoso público mucho más frecuentes o extremas. Comprender que algunas personas pueden ser señaladas como espectáculos públicos a nuestros ojos me ha ayudado a dar sentido a mis propias experiencias personales de recibir atención no deseada. Pero también me ha permitido ser más consciente de cómo puedo estar percibiendo e interpretando inconscientemente a otras personas, especialmente a las que me parecen “diferentes” de alguna manera. Aunque cada grupo marginado se enfrenta a circunstancias algo diferentes, reconocer esta dinámica subyacente compartida nos brinda la oportunidad de comprendernos mejor y aprender más fácilmente unes de otres.