Linguistica Y Colonialismo

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Traducción de

L u c ia n o P a d il l a L ó p e z

LOUIS-JEAN CALVET

LINGÜÍSTICA Y COLONIALISMO Breve tratado de glotofagia

Fondo

de

C ultura E c:o n ó m ic a

M éxico - A rgentina - B rasil - C hile - C olombia - E spaña E stados U nidos de A m érica - G uatemala - P erú - V enezuela

Primera edición en francés, 1974 Primera edición en español, 2005 Calvet, Louis-Jean Lingüística y colonialismo ; Breve tratado de glotofagia. r ed. - Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2005. 296 p p .; 21x13,5 cm. (Colee. Lengua y Estudios Literarios) Traducido por: Luciano Padilla López, ISBN 950-557-654-4 1. Lingüística. I. Padilla López, Luciano, trad. II. Título C D D 410

Título original: Linguistique et colonialisme. Petit traité de glottophagie ISBN de la edición original: 2-228-89511-3 © 1974, 1979, 1988, Éditions Payot O 2002, Éditions Payot & Rivages, París, para la edición de bolsillo D . R. © 2005, F o n d o de C u l tu r a E co n ó m ic a d e A rg e n tin a , S.A. El Salvador 5665; 1414 Buenos Aires

[email protected] / www.fce.coin.ar

Av. Picacho Ajusco 227: 14200 México D.F.

ISBN: 950-557-654-4 Fotocopiar libios está penado por la ley.

Im p r e s o e n l a A r g e n t i n a -

P h in te d i n A rg e n tin a

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

R obar a un h o m b re su lenguaje, en no m b re de ese m ism o lenguaje: allí com ienzan codos los asesina­ tos legales. R oland B arthes

¡,ick wold be ti gentilman ¡fhc cunde speke fresske.

Proverbio m edieval inglés

P r e fa c io a la n u e v a e d ic ió n

DE LINGÜÍSTICA Y COLONIALISMO A LA POLITOLOGÍA LINGÜÍSTICA Exactamente a comienzos de la década de 1970 yo empezaba a dar clases de lingüística en la Sorbona. Por una senda paralela, como pe­ riodista del semanario Politique bebdo, seguí los distintos movimien­ tos minoritarios que en ese entonces surcaban toda Francia. Eso me llevó a escribir acerca de la canción regional o minoritaria (entre otros, Alan Stivell, Marti, Joan Pau Verdier), de los movimientos que se oponían a la instalación del ejército francés en la meseta de Larzac, de los combates de la ETA en el País Vasco, del FlB en Bretaña, del ira en Irlanda, de los malgaches que manifestaban al grito de “Francés, len­ gua de esclavo”, por sólo nombrar algunos. Además de esos artículos periodísticos, publiqué en varias revistas textos más teóricos: por ejem­ plo, sobre la canción bretona, en el órgano del PSU;1 o sobre el colo­ nialismo lingüístico en Francia, en Les Temps Modernas, la revista que dirigía Jean-Paul Sartre,2 texto que anticipa el posterior lingüística y colo)tialismo, y del que constituirá un capítulo. Un día, Jean-Luc PidouxPnyot, que en esa época estaba al frente de las Editions Payot, me sugi­ rió pensar en un libro que presentase de modo teórico y sintético lo que lluía, disperso, a través de esos distintos artículos. Dicha sugerencia nominal fue uno de los orígenes de Lingüística y colonialismo. En pándelo, yo había descubierto el África negra en Bamako, Malí. Allí había dado un taller de formación de profesores de francés. Ya habían pasado nueve años de mi partida del Túnez natal; y en Bamako 11.ouis-Jean Calvet, “La chanson breconne”, en: Critique socialiste, enero de 1973. L.ouis-Jean Calvet, “Le colonialisme linguistique en France", en: I.es Temps Mtuiernes, septiembre de 1973. 1

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reencontraba algo de mi infancia y de mi adolescencia. Quizá colo­ res, olores, pero ante todo una situación lingüística que me resultaba familiar. Todavía no había leído el artículo de Ferguson sobre la diglosia, pero -si medito al respecto—sentía confusamente que am­ bas situaciones tenían en común ese modelo: en el Malí indepen­ diente, la dominación de una lengua oficial -el francés—sobre una decena de lenguas africanas; en el Túnez de mi adolescencia, la mis­ ma dominación del francés sobre el árabe, el maltés, el italiano. Volví a Malí al año siguiente, siempre por motivos pedagógicos; luego, en 1971, permanecí más tiempo, para cumplir con el encargo de la Unesco de realizar una gramática del bambara. Esas estadías, así como los recuerdos de Túnez que éstas habían reavivado, fueron el segundo origen de Lingüística y colonialismo. En ese entonces, yo buscaba una manera de hacer política en la lingüística, por medio de la lingüística, y consecuentemente mi respuesta del momento surgía a la vez del cruce entre esas dos experiencias (Túnez, África negra) y del cruce entre dos prácticas históricas, de las cuales una había servido a la otra como modelo, como campo de experimentación (la constitución lin­ güística de Francia, la vertiente lingüística de la colonización). Más tarde me fascinó —y hoy sigue haciéndolo- esa suerte de esquizofrenia que permitía a Noam Chomsky ser, en su vida “civil”, un hombre comprometido políticamente y, por otra parte, en su vida científica, un formalista que niega a la lengua toda característica social. Mi pro­ yecto era —lo es en todo momento—estrictamente inverso: construir una lingüística que tome en cuenta plenamente ese aspecto social de la lengua. Lingüística y colonialismo vio la luz en abril de 1974. La acogid.i que le brindó la prensa (artículos: muchos y más bien favorables), l;r. traducciones (a las lenguas italiana, alemana, serbocroata, española, gallega) no me sorprendieron excesivamente: yo no había percibido cuán difícil, hoy aún más que entonces, es para una obra de human: dades llegar al gran público. Sin embargo, poco a poco, el éxito (sin duda, relativo...) del libro me devolvió una imagen difícil de aceptai. Tanto en Francia (entre los militantes bretones, vascos, occitanos...)

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0 desde distintos ángulos, bajo distinta luz. Efectivamente, litaba pensar que la descripción de las lenguas era lo más fácil istia, que era conveniente dejarla en manos de los aplicados idedores de la lingüística, de los mecánicos de la lengua, y

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reencontraba algo de mi infancia y de mi adolescencia. Quizá colo­ res, olores, pero ante todo una situación lingüística que me resultaba familiar. Todavía no había leído el artículo de Ferguson sobre la diglosia, pero -si medito al respecto- sentía confusamente que am­ bas situaciones tenían en común ese modelo: en el Malí indepen­ diente, la dominación de una lengua oficial -el francés- sobre una decena de lenguas africanas; en el Túnez de mi adolescencia, la mis­ ma dominación del francés sobre el árabe, el maltes, el italiano. Volví a Malí al año siguiente, siempre por motivos pedagógicos; luego, en 1971, permanecí más tiempo, para cumplir con el encargo de la Unesco de realizar una gramática del bambara. Esas estadías, así como los recuerdos de Túnez que éstas habían reavivado, fueron el segundo' origen de Lingüística y colonialismo. En ese entonces, yo buscaba una manera de hacer política en la lingüística, por medio de la lingüística, y consecuentemente mi respuesta del momento surgía a la vez del cruce entre esas dos experiencias (Túnez, África negra) y del cruce entre dos prácticas históricas, de las cuales una había servido a la otra como modelo, como campo de experimentación (la constitución lin­ güística de Francia, la vertiente lingüística de la colonización). Más tarde me fascinó -y hoy sigue haciéndolo- esa suerte de esquizofrenia que permitía a Noam Chomsky ser, en su vida “civil”, un hombre comprometido políticamente y, por otra parte, en su vida científica, un formalista que niega a la lengua toda característica social. Mi pro­ yecto era —lo es en todo m om ento- estrictamente inverso: construir una lingüística que tome en cuenta plenamente esc aspecto social de la lengua. Lingüística y colonialismo vio la luz en abril de 1974. La acogida que le brindó la prensa (artículos: muchos y más bien favorables), las traducciones (a las lenguas italiana, alemana, serbocroata, española, gallega) no me sorprendieron excesivamente: yo no había percibido cuán difícil, hoy aún más que entonces, es para una obra de humani­ dades llegar al gran público. Sin embargo, poco a poco, el éxito (sin duda, relativo...) del libro me devolvió una imagen difícil de aceptar. Tanto en Francia (entre los militantes bretones, vascos, occitanos...)

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como en África, Lingüística y colonialismo se había convertido en una suerte de devocionario, y se me investía de un rol que no había elegi­ do. Como por naturaleza soy algo haragán, durante mucho tiempo deje para más adelante el desalío de retomar intuiciones de Antoine Meillet para construir una auténtica lingüística social y, antes que poner el cuerpo y enfrentar el problema, giré alrededor de él, abor­ dándolo desde distintos ángulos, bajo distinta luz. Efectivamente, reconfortaba pensar que la descripción de las lenguas era lo más fácil que existía, que era conveniente dejarla en manos de los aplicados emprendedores de la lingüística, de los mecánicos de la lengua, y dedicarse a trabajos más amplios. Así, después de Lingüística y colo­ nialismo me interesé por las lenguas vehiculares, la tradición oral, las lenguas de los mercados; más tarde, por la lingüística urbana, procu­ rando cada vez mostrar los vínculos entre lenguas y sociedad sin ver­ daderamente intentar obtener de ello la realización de una teoría ge­ neral, cuya evidente complejidad me hacía pensar que no contaba con los medios necesarios para afrontarla. Pero escapar de la teoría es difícil. En abril de 1982, yo había organizado en la Sorbona un coloquio sobre la sociolingüística del Magrcb, y había invitado a Pierre Encrevé —quien había seguido conmigo cursos de André M artinety, en 1976, había prologado la edición francesa de Modelos sociolingüísticos de William Labov—a un almuerzo con los ponentes. Allí estaban, según recuerdo, Abdallah Bounfour, Almud Boukous, Dalila Morsly, Salem Chaker, Tai'eb Baccouche y algunos otros. Encrevé me había escuchado hablar de los swaifác Marraquech -de hecho, acerca de una investigación que nunca se retom ó-, y me dijo: “Lo que tú haces es sociología de la lengua”. Yo nunca me había planteado el problema de saber qué hacía: me manejaba intuitivamente o seguía mi gusto; y las diferen­ cias entre sociología del lenguaje y sociolingüística no me preocu­ paban demasiado. Consideraba que la mirada de los lingüistas al abordar las relaciones entre lenguas y sociedad (sociolingüística) y ’ Siento predilección por ese plural árabe del término suq, o sotik, si así se prefiere.

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la de los sociólogos acerca de esas mismas relaciones (sociología de la lengua) constituían dos modos distintos de eludir el problema central: el estatuto social de la lengua. Y que en ambos casos se intentaba que creyéramos en la existencia de un objeto langue, cuya única tarea, en mi opinión, era hacer más fácil el trabajo de crear una ciencia -la lingüística estructural—y justificar una lingüística que sólo contara con un punto de vista interno sobre la lengua. Y me sentía bastante de acuerdo con Jean-Paul Sartre, quien a propó­ sito de Michel Foucault había declarado que el estructuralismo era el último obstáculo erigido por la burguesía contra el marxismo. A mi criterio, el problema 110 era por tanto hacer sociolingüística o sociología de la lengua, sino (socio)lingüística. Ese “socio” entre paréntesis estaba destinado a desaparecer el día en que llegáramos a imponer la idea laboviana de que la sociolingüística era la lingüísti­ ca. Mucho más tarde, todo eso me llevó a proponer otro abordaje de los hechos de lengua, para empezar, en un libro,4 luego en un artícu­ lo:5 en 1974 110 sabía cuál era mi ubicación en la escala que iba de lo analógico a lo digital, de la sociología de la lengua a la lingüística; por más que rehuyera tajantemente lo digital, o al menos lo eludiera, ahora sé que allí no había un verdadero problema, y que debemos poner el cuerpo ante el conjunto de situaciones de lengua, en un movimiento de zoom que va de lo analógico a lo digital. Seguir ese rumbo hizo que en 1993 escribiese, en un pequeño libro dedicado a la sociolingüística, que la noción de comunidad lingüística era inutilizable y que lo más conveniente era analizar a las comunidades socia­ les en su aspecto lingüístico.6 Uno o dos años más tarde, William Labov, quien acababa de leer mi libro, me decía, sucintamente, que esa idea le hubiera gustado a su “maestro” Uriel Weinreich, sin que yo sepa si así evitaba dar su opinión ante mí o si expresaba su aproba­ Calvet, Pour une écologie des langues du monde, París. Plon, 1999. Calvet, en colaboración con Lía Varcla, “De l’analogique au digital. Á propos de sociologie du langage et/ou sociolinguisiique et/ou linguistique”, en: Langage et Socidté, núm. 89, septiembre de 1999. * Louis-Jean Calvet, La Sociolinguisiique, París, puf, col. “Que sais-je?”, 1993. 4 Louis-Jean 5 Louis-Jean

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ción. Pero queda claro que, a mi entender, allí residía el nodo central: tomar como punto de partida lo social, no lo lingüístico. Se habrá notado que todo lo anterior constituye un intento de eva­ luar, a veintiocho años de su primera publicación, el lugar ocupado por Lingüística y colonialismo en mi trayectoria científica. Pero los libros tienen vida propia, siguen su camino, son interpretados dentro de distintos horizontes y tienen efectos que también conviene eva­ luar. Esos efectos conciernen sin duda en primer lugar a los lectores: su modo de recibir un texto, de emplearlo en sus prácticas (para eso están hechos los libros). Sin embargo, el autor no queda exento. A lo largo de casi tres décadas, la imagen que de mí devolvió mi público europeo, africano o latinoamericano muchas veces me irritó. Me sen­ tía encerrado dentro de un rol -ser el denunciante de la “glotofagia”que me quitaba libertad de acción y me deparó algunas sorpresas. Así, algunos esperantistas vieron en Lingüística y colonialismo la justi­ ficación para su combate y me invitaron muchas veces a sus reunio­ nes, en las cuales los decepcionaba al decirles que, en mi opinión, el esperanto no podía encarnar una respuesta a los problemas lingüísticos del mundo. En África, muchos militantes de las lenguas endógenas hacían de mí el abanderado de su lucha, mientras que las institucio­ nes de la francofonía me consideraban un temible izquierdista que accionaba contra su lengua... Esas evaluaciones evolucionaron, sin duda, hacia un estadio más moderado. Por mi parte, no reniego de la sustancia de este libro, pero seguí meditando, escribiendo y sobre todo analizando muchas situa­ ciones. Todas estas actividades me llevaron a relativizar una cierta can­ tidad de afirmaciones. Así, a comienzos de la década de 1970 en Fran­ cia, el tema del “colonialismo interno” nutría los discursos bien pen­ santes; y, naturalmente, soy consciente de que mi libro alimentó esa visión. Desde ese momento, recorrí el mundo en todas las direcciones y vi la verdadera colonización económica, cultural y lingüística, la ver(ladera opresión. Si pienso que los corsos, los bretones o los martiniqueses tienen un derecho inalienable a su lengua identitaria, no considero que

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Córcega, Bretaña o las Antillas sean hoy colonias, con el mismo estatu­ to del Congo, Argelia o Chad. Pero, en ese tipo de situaciones, los locutores son confrontados con el vector lingüístico de la globalización, con un cilindro compresor que también podría ser calificado de glotófago. Simplemente, los desafíos ya no son los mismos, las amena­ zas son más extendidas, involucran a otras lenguas, que hasta ahora uno podía considerar protegidas. Más allá del itinerario científico que intenté resumir más arriba, ése es el motivo de la auténtica continuidad que creo percibir entre este libro y mi trabajo actual: del análisis cientí­ fico-militante de las prácticas lingüísticas al intento de comprender los efectos lingüísticos de la globalización, para poder intervenir, ejercer un control o imponerse sobre ellos. Desde cierto punto de vista, la actitud sigue siendo la misma, pero los análisis que le sirven de sustento son más complejos. Así, propuse dar cuenta de la vertiente lingüística de la globalización con ayuda del modelo gravitacional7 que resumiré rápidamente. Es sabido que sobre la faz de la Tierra se hablan gran cantidad de lenguas, entre seis mil y siete mil, según las evaluaciones. Esas lenguas pueden ser reagrupadas en familias (romance, semítica, bantú, etc.); pero ello no quita que, en su pluralidad, conformen un gran desorden babélico. El modelo gravitacional permite poner un poco de orden, al partir de dos princi­ pios: las lenguas se vinculan entre ellas por medio de los bilingües, y los sistemas de bilingüismo están jerarquizados, determinados por las rela­ ciones de fuerzas. Así, por ejemplo, un bilingüe árabe-bereber en Ma­ rruecos siempre tiene como primera lengua el bereber; un bilingüe woloffrancés en Senegal siempre tiene como primera lengua el wolof; un bilingüe alsacianó-francés de Alsacia siempre tiene como primera len­ gua el alsaciano, etc. En consecuencia, arribamos a una representación de los vínculos entre las lenguas del mundo en términos de gravitacio­ nes superpuestas en torno a lenguas-eje de distintos niveles. En el cen­ tro tenemos una lengua hipercentral, el inglés, pivote del conjunto del sistema, cuyos hablantes manifiestan una fuerte tendencia al monolin7 Véase Louis-Jean Calvet, Pour une ecologie des langues du monde, o¡>. cit.

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giiismo.8 Alrededor de esa lengua hipercentral gravitan una decena de lenguas supracentrales (español, francés, hindi, árabe, malayo y otras), cuyos hablantes, cuando adquieren una segunda lengua, aprenden ya sea el inglés o una lengua del mismo nivel, esto es, otra lengua supracentral. Aquéllas son, a su vez, ejes gravitacionales de unas cien o doscientas lenguas centrales, alrededor de las cuales gravitan, por últi­ mo, de cinco mil a seis mil lenguas periféricas. Dentro de esa organiza­ ción tridimensional y piramidal, cimentada sobre el sistema de los bi­ lingüismos, será fácil comprender que la mayor amenaza pesa, a causa de su transmisión más aleatoria, sobre las lenguas periféricas, que prác­ ticamente nunca son segundas lenguas y cuya expansión es eventual, sostenida sólo por la vitalidad de las comunidades que las tienen como primera lengua. Eso nos remite, en parte, al planteo de Lingüistica y colonialismo. En consecuencia, ese modelo gravitacional es una representación abstracta de los vínculos entre lenguas, una configuración abstracta de relaciones concretas que se entablan en un lugar determinado, en una situación dada y con hablantes dados. En la actualidad, dicho modelo me es útil en el ámbito de las políticas lingüísticas, según la perspectiva de aquello que llamopolitologia lingüística, lo cual es para las políticas lingüísticas como la politología (o ciencia política) es para los políticos. Si el inglés, lengua de la globalización, amenaza la diversidad, el desafío tiene una extensión aún mayor, por cuanto está en juego el conjunto de las lenguas del mundo. Los grandes grupos lingüísticos (árabe, chino, español, francés, malayo, portugués) están dominados por la lengua hipercentral, el inglés, o van en camino de serlo. Al mismo tiempo, se encuentran en situación de dominio ante las lenguas centrales o periféricas. Cualquier intento de inter­ vención sobre ese sistema mundial debería tomar en cuenta esas dos corrientes. 8 A esa tendencia ni siquiera permanecen ajenos los lingüistas... Víase Robert Le Page, “Why have I remained monolingual?”, en: Éducation et sociétés plurilingües, núm. 10, junio de 2001, pp. 83-87.

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Este breve texto, pedido por mi editor como prefacio a la cuarta edi­ ción de Lingüística y colonialismo, me brindó la oportunidad de re­ flexionar a la vez acerca de mi trayectoria científica y política, y acerca de los efectos de la intervención sobre distintas situaciones que im­ plica, a veces, un libro. Si bien yo soy, desde luego, responsable de lo primero, no soy más que el iniciador de los últimos. Con todo, esos efectos me interesan y me interpelan, por más que a veces me irriten. A menudo me sucede, en discusiones con lectores jóvenes, que no me reconozco en su manera de interpretar mi libro. Pero, sobre todo, llego a lamentar que lo consideren una suerte de culminación, una consigna ne varietur, cuando mi deseo era invitar a la acción. En ese campo, es tarea de los “oprimidos lingüísticos” desarrollar sus pro­ pios análisis y elaborar sus modos de intervención a partir de análisis externos para cambiar su presente y su futuro. Ya lo he dicho: cambiaron las distintas situaciones, las cosas se hicieron más complejas, o más bien se nos presentan en una modali­ dad más compleja. En efecto, no cabe duda de que cada vez han sido más complejas, pero simplificadas por nuestra mirada, por los instru­ mentos de análisis a nuestra disposición (el estructuralismo, la oposi­ ción simplista entre dominadores y dominados, etc.). Dicha compleji­ dad vuelve inoperantes los análisis sumarios o demagógicos que se tra­ ducen en reivindicaciones de defensa de las lenguas amenazadas -como quien defiende a las focas bebé-, sin preguntarse cuál es la utilidad social de esas lenguas. En efecto, existe en la práctica un principio que, según creo, siempre debería estar presente en el momento de resolver qué política lingüística ha de adoptarse (hoy, las políticas lingüísticas me parecen un ámbito de intervención fundamental): las lenguas están hechas para ser útiles a los seres humanos, y no a la inversa. Al releer Lingüística y colonialismo bajo la luz de este principio, no tengo la impresión de tener que cambiar una sola palabra. En cam­ bio, tengo ante todo la sensación de haber hecho en esa época, sin saberlo, política lingüística, pues este libro representaba una inter­ vención sobre las situaciones lingüísticas. Intervención que, como una botella tirada al mar, esperaba que otros actuaran. Desde esta

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perspectiva, algún día habría que hacer (acaso yo lo haga) un análisis de los efectos de dicha intervención sobre las políticas lingüísticas en las antiguas colonias. Temo que dicho análisis muestre que mi libro actuó más sobre los discursos que sobre las prácticas, que sirvió de alimento para denuncias, tomas de posición, en una palabra, para adoptar posturas antes que acciones. Eso querría decir que todavía quedan muchas cosas por hacer. L o u is - J e a n C a l v e t

octubre de 2001

INTRODUCCIÓN Este libro nació de una doble experiencia. Experiencia de la lingüísti­ ca, que el autor enseña desde hace cinco años, y de los países colonia­ les y neocoloniales donde pasó la mitad de su vida. ¿Qué relaciones mantienen una ciencia humana y el colonialismo? Hacia la mitad de este volumen se postula, como se verá, una doble relación enríe am­ bos: una relación de producción parcial, en el plano ideológico, y una relación de descripción. Hoy disponemos de cierta cantidad de estudios acerca de la historia de la lingüística o, más bien, de la lingüística en tanto ciencia de reciente apa­ rición; acerca de la historia del abordaje del lenguaje y las lenguas. Por sólo citar textos recientes, Georges Mounin, R. H. Robins, Maurice Leroy, G. Lepschy, C. Tagliavini, entre otros, reunieron y valorizaron impor­ tantes documentos. Esto, sin hablar de los estudios específicos: C.-G. Dubois para el siglo xvi, M. Duchet y C. Porcet respecto del XVIU, así como S. Auroux, y demás. Esos trabajos, bien informados -a veces muy bien- no responden a la finalidad que nos fijamos aquí. Ya sea que pre­ senten el abordaje del lenguaje en relación con la epistemología del siglo que los ocupa (ése es, por ejemplo, el proceder de Auroux) o que reexaminen esa historia según lo que pensamos hoy de la lengua (como observamos en Mounin, por ejemplo), la mayor parte de las veces se mantienen en un punto de vista interno: el abordaje de la lengua (luego, la lingüística en el sentido saussureano del término) es un mecanismo que avanza por sí solo. Y ese punto de vista deja de lado un hecho impor­ tante: la teoría (lingüística, sin duda, pero mi planteo es verdadero de modo más general) siempre tiene recaídas seculares; ya sea que directa­ mente se oriente a los problemas del momento o que la utilice la ideolo­ gía en el poder, siempre cumple un rol histórico, político. 19

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Para empezar, mi intención aquí es mostrar cómo, a fin de cuentas, el estudio de las lenguas propuso cierta visión de las comunidades lingüísticas y de sus relaciones, y cómo pudo utilizarse esa visión para justificar la empresa colonial (capítulos I y n). Las que se conoce como ciencias humanas están atrapadas dentro de un cepo secular: sin im­ portar si quieren hacerlo —y con gran frecuencia no quieren, o fingen no quererlo-, hablan de nosotros, de nuestros conflictos, de nuestras luchas. Y muchas veces la traducción que brindan de ello, quieran o no (pero, llegadas a este punto, lo admiten más fácilmente), se utiliza, para provecho de algunos, en esos conflictos y en esas luchas. Desde luego, no consisten, salvo excepciones marginales, en desviaciones volunta­ rias: aparentemente, ya no vivimos en la época de N. Marr. Hoy las cosas son más sutiles, y eso las vuelve aún más peligrosas. Como hace falta empezar por alguna parte, vamos a hacer un segui­ miento del abordaje de lenguas y lenguaje a partir del Renacimiento. Ese estudio no será histórico, no pretenderá un carácter exhaustivo. Simplemente, procurará fijar cotas y mostrar el vínculo entre dicho abordaje y los fenómenos imperialistas de expansión, ya sea contempo­ ráneos (capítulo v) o en relación de continuidad con otros. Se estudia­ rá, entonces, ese vínculo en todas sus traducciones ideológicas y políti­ cas, sobre el trasfondo del devenir histórico de la sistemática actitud peyorativa hacia la lengua del otro: el racismo y el colonialismo. Desde cierto punto de vista, la lingüística fue, hasta el despuntar de nuestro siglo, un modo de negar la lengua de los otros pueblos. Esa negación, junto con otras, constituía el fundamento ideológico de nuestra “supe­ rioridad”, de la superioridad del Occidente cristiano por sobre los pue­ blos “exóticos” que habríamos de doblegar alegremente. Así, el discur­ so del “lingüista” acerca de las lenguas preparó el de los políticos anexionistas, el de los teóricos del colonialismo. Maupertuis-Jules Ferry: el mismo combate. Ése podría ser el título, si con él quisiéramos resumir ese punto de vista en una fórmula fácil y provocativa. Desde luego, el problema lingüístico es un problema derivado, de segundo rango en el desarrollo del proceso colonial. Pero la lingüísti­

INTRODUCCIÓN

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ca, encarada a contracorriente del colonialismo como su preparación en el nivel ideológico, también puede ser utilizada en su mismo curso para describirlo desde la perspectiva de las relaciones entre lenguas: se intentará seguir el avance de la opresión de un pueblo sobre otro a través de los avatares de las lenguas habladas por esos pueblos (capí­ tulo in). Para ello se utilizarán las técnicas clásicas de descripción lin­ güística (capítulo iv). Sin embargo, esa descripción sólo nos interesa en la medida en que pueda guiar, ser de ayuda para la acción. Lejos de haber desaparecido, el fenómeno colonial sobrevive bajo su aspecto clásico y bajo la máscara de seudoindependencias; en todos esos ca­ sos, los problemas que propone este libro son fundamentales, entre otros: ¿cuál es el estatuto de la lengua dentro de la opresión colonial y neocolonial?, ¿qué actuación hay que reservarle en la lucha por la libe­ ración nacional? Respecto de esos puntos no hay respuestas definitivas. Estas, en última instancia, sólo pueden provenir de las luchas en curso. Sólo hay preguntas, preguntas que es difícil eludir (capítulo vi). El conjunto de propuestas teóricas, del modelo que se haya podido o intentado elaborar, se aplicará luego a una cierra cantidad de casos específicos. Aquí, los ejemplos desarrollados son pocos y heterogé­ neos: la constitución imperial del hexagone [Francia] (capítulo vil), las relaciones entre una lengua africana dominada y la lengua dom i­ nante (capítulos IX y x ) ; por último, un intento de evaluación del último estadio del imperialismo cultural francés, la francofonía (ca­ pítulo Xl). Pero queda por hacer el trabajo principal. Queda para los lingüistas con interés en el tema hacerse cargo de esa tarea en sus respectivos países. Después de estar al servicio del colonialismo, como se intenta demostrar aquí, la lingüística—esto es, los lingüistas—debe­ ría y podría luchar contra el neocolonialismo, oponiendo al imperia­ lismo lingüístico y a la actitud peyorativa respecto de las lenguas do­ minadas que lo nutren día a día un lento trabajo de descripción de lenguas locales, trabajo muy concreto y en ocasiones ingrato: entre otras cosas, establecer sistemas de transcripción, léxicos, redactar obras en esas lenguas, crear periódicos. Esc combate no es, como algunos

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podrían creer, marginal: es un combate por el hombre, por su dere­ cho a una existencia en el centro de su cultura, por su derecho a vivir la vida que él elija. Al respecto, es interesante recorrer el artículo que el diccionario Robert dedica al término “civilización”: 1. El hecho de poblar con colonos, de transformar en colonia. 2. Puesta en valor, explotación de los países transformados en colonias. En efecto, ese artículo presenta una ausencia notable: faltan los coloni­ zados. Las colonias serían, entonces, países vacíos, a los cuales llegarían los colonos venidos de la otra ribera para instalarse sin problemas. En ello no hay olvido, o, antes bien, ese olvido no se debe al azar; para justificar la empresa colonial en términos de “cultura” occidental, del humanismo con que tanto machacaron en nuestros oídos, había que olvidar la existencia de los otros. El primer antropófago llegó desde Europa; devoró al colonizado. Y, en el ámbito específico que nos ata­ ñe, devoró sus lenguas: glotófago, entonces. Por lo demás —¡vamos!— esas lenguas no existían. Nada más que dialectos, en especial jergas... Sí, el artículo del diccionario Robert no es casual. Yo recién lo leí des­ pués de terminar este libro. Podría haber servido de punto de partida.

Louis-Jh a n C a l v e t

enero de 1974

P r im e r a p a r t e

PROBLEMAS GENERALES

I. LA TEORIA DE LA LENGUA Y EL COLONIALISMO Un objeto sólo existe en virtud de las descripciones que se hacen de él. Esas sucesivas descripciones siempre son productos: el hombre contem­ pla el mundo inmediato y lo interpreta ideológicamente. En ese preciso momento la interpretación vuelve a insertarse en su práctica social, que la justifica y encuentra justificación en ella. El propósito de este capítulo es mostrar cómo el descubrimiento del mundo, impulsando a las comuni­ dades a pensar sus vínculos, llevó a que algunas de ellas teorizaran su superioridad sobre las demás: esos enunciados teóricos estaban en condi­ ciones de participar en la justificación de la empresa colonial. Indudablemente, se podría llevar adelante esa demostración a partir de distintos ejemplos —el derecho, la religión—dondequiera que se acepte explícitamente la relación entre comunidades diferentes. De hecho, éstas se preocuparán únicamente por la lengua, porque es forzoso acotar el planteo; pero además porque la práctica colonial a la que brindaron una teorización todavía perdura. Así, se verá que no bay diferencia sustancial entre, por ejemplo, la política lingüística de la Revolución Francesa den­ tro de su territorio y la que condujo la tercera República en las colonias; y también que esa política lingüística sigue siendo la misma en la Francia posterior a la Ley Deixonne y en los territorios “francófonos”. I.a teoría de la lengua es asunto antiguo, por más que lo habitual lea remontar el origen de la lingüística a Ferdinand de Saussure. Los historiadores de la lingüística citan, por ejemplo, a Pañi ni, cuya des­ cripción del sánscrito prefigura una visión “fonológica” de la lengua.1 ' Véase, por ejemplo, R. H. Robins, A Short History in Linguistics, Londres, longman, 1967, pp. 144-148 [trad. esp.: Breve historia de la lingüística, Madrid, Cátedra, 2000]; y G. Mounin, Histoire de la linguistique, pp. 66 y ss. [trad. esp.: Ilhloria de la lingüística. Desde los orígenes al siglo xx, Madrid, Credos, 1995]. 25

I. LA TEORÍA DE LA LENGUA Y EL COLONIALISMO Un objeto sólo existe en virtud de las descripciones que se hacen de él. Esas sucesivas descripciones siempre son productos: el hombre contem­ pla el mundo inmediato y lo interpreta ideológicamente. En ese preciso momento la interpretación vuelve a insertarse en su práctica social, que la justifica y encuentra justificación en ella. El propósito de este capítulo es mostrar cómo el descubrimiento del mundo, impulsando a las comuni­ dades a pensar sus vínculos, llevó a que algunas de ellas teorizaran su superioridad sobre las demás: esos enunciados teóricos estaban en condi­ ciones de participar en la justificación de la empresa colonial. Indudablemente, se podría llevar adelante esa demostración a partir de distintos ejemplos —el derecho, la religión- dondequiera que se acepte explícitamente la relación entre comunidades diferentes. De hecho, éstas se preocuparán únicamente por la lengua, porque es forzoso acotar el planteo; pero además porque la práctica colonial a la que brindaron una teorización todavía perdura. Así, se verá que no hay diferencia sustancial entre, por ejemplo, la política lingüística de la Revolución Francesa den­ tro ele su territorio y la que condujo la tercera República en las colonias; y también que esa política lingüística sigue siendo la misma en la Francia posterior a la Ley Deixonne y en los territorios “francófonos”. La teoría de la lengua es asunto antiguo, por más que lo habitual lea remontar el origen de la lingüística a Ferdinand de Saussure. Los hlitoriadores de la lingüística citan, por ejemplo, a Panini, cuya des­ cripción del sánscrito prefigura una visión “fonológica” de la lengua.1 1 Víase, por ejemplo, R. H. Robins, A Short History in Linguistics, Londres, hillginau, 1967, pp. 144-148 [trad. esp.: Breve historia de la lingüística, Madrid, t Mlulra, 2000); y G. Mounin, Histoire de la linguistique, pp. 66 y ss. (trad. esp.: Hliloria de la lingüistica. Desde los orígenes al siglo xx, Madrid, Credos, 1995J.

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Pero incluso esa referencia es ideológica: es partícipe de una determi­ nada apreciación de la lingüística contemporánea que -si se contem­ pla la historia del abordaje del lenguaje con los gemelos de la escuela estructural—es llevada a privilegiar entre sus ancestros a aquellos pa­ sibles de una promoción al rango de precursores. De Panini (tal como nos lo presentan) a la fonología, persiste una idéntica modalidad de escapar en dirección a la técnica; idéntico rechazo de la filosofía, con­ siderada —con pleno derecho, en esa oportunidad- como no científi­ ca. Sin embargo, la “filosofía” es reveladora por lo que ella expresa y la “técnica” presupone. Así, se puede encontrar en un diálogo de Platón, el Crálilo, una de las primeras visiones ideológicas de la lengua y de las lenguas (esto es, a fin de cuentas, de las relaciones entre las comu­ nidades que hablan esas lenguas). Mi intención aquí no es desarrollar ese ejemplo; pero la noción de rectitud de las palabras, acompañada de un juicio de valor acerca de su modo de composición, no carece de interés: postulando un más allá del lenguaje respecto del cual se po­ dría arbitrar sobre la rectitud o no rectitud de un vocablo —palabras bien y mal formadas-, Platón introducía tranquilamente la idea de que el griego era una lengua bien formada; eso equivalía a decir que las otras lenguas, las lenguas bárbaras, estaban mal formadas (por lo demás, Platón no conocía ninguna de ellas, y esa circunstancia es tanto más significativa cuanto que para Platón no es un problema de comparación de lenguas sino el modo de afirmar un principio, prin­ cipio que en él ya es una herencia cultural e ideológica). El más allá del lenguaje postulado por Platón era metafísico: en el siglo xvi será teológico. Este período será el primero que estudiare­ mos, pues en él pueden hallarse a la vez dos elementos interesantes en su conjunción: una forma embrionaria de teoría de la lengua y el conocimiento de gran cantidad de lenguas hasta ese entonces desconocidas.

LA TEORÍA DE 1A LENGUA Y EL COLONIALISMO E l siglo xvi : ia

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pirAm ide

El siglo XVI francés está marcado por un florecimiento de obras acerca de la lengua y el lenguaje. La intención que tenían en común era, la mayoría de las veces (si se exceptúan las gramáticas que comienzan a aparecer), buscar el origen de las lenguas. No tamo por motivos científicos -por más que en ocasiones ciertos textos, especialmente los referentes al he­ breo, tienen un interés científico- como por motivos teológicos. En pocas palabras, la tesis es cercana a la siguiente: las desdichas del género humano datan de la confusión de las lenguas en Babel; recuperemos la lengua original y recuperaremos el paraíso. Natural­ mente, esta posición teológica no es compartida por todos (en espe­ cial, Calvino y Lutero tienen más interés en castigar a Babel y en sus consecuencias que en la lengua prebabélica); pero la generalidad si­ gue esa vertiente. Como destaca Claude-Gilbert Dubois: “Las teorías lingüísticas del Renacimiento parecen ser, la mayor parte del tiempo, un intento de recuperar el Paraíso perdido por vía gramatical o etimológica".2 Esa lengua originaria sólo puede ser una lengua noble: se buscará ese ancestro entre el latín, el griego y el hebreo. Ya esa noción de lengua noble debe ser destacada: cruza las lenguas sagradas, las lenguas de las que se conoce una literatura antigua, las lenguas enseñadas en el College de France; en suma, se halla en la intersección de una cierta cantidad de cánones respecto de lo respeta­ ble en esa época. Ante esas lenguas nobles, las lenguas vulgares mere­ cen menor consideración: desde luego, se las empieza a escribir, pero no tienen caución religiosa alguna; y, sin duda, la causa de que en este punto Lutero y Calvino se aparten de la generalidad reside en que las lenguas locales, las lenguas realmente habladas por el pue­ blo, son tenidas en cuenta por la Reforma.3 A propósito de ello, resulta significativo el programa de estudios que Gargantúa destina ‘ Claude-Gilbert Dubois, Mytbcetlangageauxvie. sieele, Bordeaux, Ducros, 1970, p. 20 . 'Al respecto, véaseTullio De Mauro, “Mínima Lingüistica”, en: 11Mutino , núm. 21, Bolonia, 1970.

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a Pantagruel:4 aprender griego, latín, hebreo, caldeo, árabe. Griego, latín y hebreo servirán para frecuentar las Sagradas Escrituras; el ára­ be, para estudiar medicina, etcétera. Sin embargo, llamativamente las lenguas europeas contemporáneas están ausentes. En consecuencia, al inicio se dispone de dos grupos: por una parte, las tres lenguas sagradas; por otra, las lenguas vulgares. Pero, como el triunvirato no estaba de moda, se procurará refinar esta jerarquía. Poco importa aquí el detalle de las (numerosas) discusiones: generalmente se considera lengua primordial el hebreo.5Pero desde ese entonces se plan­ tea un problema: el estatuto de las lenguas vulgares ante el hebreo. La “investigación lingüística” se tornará un nido de serpientes en el que cada cual tratará de demostrar que su lengua es la más cercana a la lengua primera o, cuando menos, a las lenguas sagradas. Para empezar, un florentino, Pierfrancesco Giambullari, va a afir­ mar que su lengua (esto es, el toscano) viene del hebreo por mediación del ctrusco.6 El interés de esa filiación postulada era doble: afirmar la afinidad con la lengua originaria (y, en consecuencia, valorizar el toscano) y rechazar la noción de lengua surgida del latín, que implicaba, al me­ nos en opinión de Giambullari, un proceso de degeneración. Por su parte, Joannes Goropius va más lejos. Invierte el esquema y postula en el origen una lengua germánica. Sus argumentos: en todas las lenguas se encuentran términos germánicos y, de por sí, el término germanos significaría “aquellos que congregan”:7 Un hombre presa del deseo de congregar se llama, para hablar con los términos adecuados, germano', por ello los germanos se ufanaban abierta­ m ente de un origen indígena para la extensión de ese nombre en Galia .8 ' Rabelais, CEuvres, libro ll, cap. vm, París, Garnier, 1950. ' Véase en especial Gessncr, Duret, Percrius y Postel, cuyas obras constan en la bibliografía. '' 1! K Giambullari, II (¡ello, Florencia, 1546. I Goropius, Origines Antwerpianae sive Cimmeriorum iiecceselana novem libros • Amberes, 1569; y Claude-Gilbert Dubois, op. cit., pp. 85-86. * l litad» por Claude-Gilbert Dubois.

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Los franceses, que en esta carrera habían sacado ventaja a Goropius, veían en los galos a los descendientes de Noé (¡acaso en hebreo Gallim no significa “salvado de las aguas”!) y, así, presentaban su candidatura al puesto de príncipe heredero.9 Por lo demás, esa hipótesis (¡!) conlleva un viraje, una suerte de encarrilamiento: lo poco de galo que se conoce no permite vincularlo al hebreo (pese a gallim), pero se cree saber, a través de una indicación de César, que los druidas se valían de caracte­ res griegos. ¡No se diga más! De allí en adelante, los franceses se vuelcan hacia el griego y pugnan por demostrar las profundas afinidades entre lengua francesa y lengua griega (se notará el rápido paso del galo al francés: el bretón, por ejemplo, no se toma en cuenta). Ése es el origen de las obras de Jean Bodin (Methodus adfacilem historiarían cognitionem, 1566), Henri Estienne ( Traite de la conformité du langage frunzáis avee legrec, 1569), entre otros. Se proponen distintas teorías, que tienen por finalidad demostrar la excelencia de la tesis “céltica” y combatir la de Cioropius. I os galos son en su origen civilizaciones griegas y romanas, lian ocupado los territorios germánicos (de donde surgen las afinidades léxicas reseñadas por Goropius), están en el origen de la cultura.10 De nada vale aquí sonreír. Lo que cuenta es la subordinación de la reflexión acerca de la lengua a los distintos nacionalismos: la carrera por el derecho a la sucesión es una carrera lingüístico-política. Por si fuera poco, así bosquejado, el esquema evolutivo de las lenguas es piolundamente eurocentrista. Sólo las lenguas alemana y francesa (y ti toscano; pero Giambullari es un caso aislado) pueden pretender el primado. ¿Y las otras lenguas? Se insertarán en una pirámide cuya bote (que, por supuesto, abarca la mayor cantidad de lenguas) es conforin ada por las lenguas bárbaras: Se llama bárbaras a todas las lenguas con excepción del latín y el griego. Kxccptuamos igualmente el hebreo, porque es la más antigua, y una suer* ( ¡uillaume Postcl, Apologie de la Gaule, París, 1552. 111 Víanse, sobre todo, Guillaume Postel, Histoire memorable des expéditions depuys k tiélufefitictespor les Gauloys ou Fran(oys depuis la Francejusques en Asie ou en Thrace H fH l'(Irientalepartie de l'F.urope; y Claude-Gilbert Dubois, op. cit., pp. 86-92.

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a Pantagruel:4 aprender griego, latín, hebreo, caldeo, árabe. Griego, latín y hebreo servirán para frecuentar las Sagradas Escrituras; el ára­ be, para estudiar medicina, etcétera. Sin embargo, llamativamente las lenguas europeas contemporáneas están ausentes. En consecuencia, al inicio se dispone de dos grupos: por una parte, las tres lenguas sagradas; por otra, las lenguas vulgares. Pero, como el triunvirato no estaba de moda, se procurará refinar esta jerarquía. Poco importa aquí el detalle de las (numerosas) discusiones: generalmente se considera lengua primordial el hebreo.5 Pero desde ese entonces se plan­ tea un problema: el estatuto de las lenguas vulgares ante el hebreo. La “investigación lingüística” se tornará un nido de serpientes en el que cada cual tratará de demostrar que su lengua es la más cercana a la lengua primera o, cuando menos, a las lenguas sagradas. Para empezar, un florentino, Pierfrancesco Giambullari, va a afir­ mar que su lengua (esto es, el toscano) viene del hebreo por mediación del etrusco.6 El interés de esa filiación postulada era doble: afirmar la afinidad con la lengua originaria (y, en consecuencia, valorizar el toscano) y rechazar la noción de lengua surgida del latín, que implicaba, al me­ nos en opinión de Giambullari, un proceso de degeneración. Por su parte, Joannes Goropius va más lejos. Invierte el esquema y postula en el origen una lengua germánica. Sus argumentos: en todas las lenguas se encuentran términos germánicos y, de por sí, el término germanos significaría “aquellos que congregan”:7 Un hombre presa del deseo de congregar se llama, para hablar con los términos adecuados, germano ; por ello los germanos se ufanaban abierta­ mente de un origen indígena para la extensión de ese nombre en Calia.*

4 Rabelais, CEuvres, libro ll, cap. vm, París, Garnicr, 1950. 5 Vcasc en especial Gessncr, Durct, Pererius y Posrel, cuyas obras constan en la bibliografía. * R F. Giambullari, H Cello, Florencia, 1546. ? J. Goropius, Origines Antwerpiunae sive Cimmeriorum Recceselana novem libros complexa, Amberes, 1569; y Claude-Gilbert Dubois, op. cit., pp. 85-86. " Cirado por Claude-Gilbert Dubois.

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Los franceses, que en esta carrera habían sacado ventaja a Goropius, veían en los galos a los descendientes de Noé (¡acaso en hebreo Gallim no significa “salvado de las aguas”!) y, así, presentaban su candidatura al puesto de príncipe heredero.9 Por lo demás, esa hipótesis (¡!) conlleva un viraje, una suerte de encarrilamiento: lo poco de galo que se conoce no permite vincularlo al hebreo (pese a gallim), pero se cree saber, a través de una indicación de César, que los druidas se valían de caracte­ res griegos. ¡No se diga más! De allí en adelante, los franceses se vuelcan hacia el griego y pugnan por demostrar las profundas afinidades entre lengua francesa y lengua griega (se notará el rápido paso del galo al francés: el bretón, por ejemplo, no se toma en cuenta). Ése es el origen de las obras de Jean Bodin (Methodus ad facilem bistoriarum cognitionem, 1566), Henri Estienne (Tini té de la conformité du langage frangais avec legrec, 1569), entre otros. Se proponen distintas teorías, que tienen por finalidad demostrar la excelencia de la tesis “céltica” y combatir la de Goropius. Los galos son en su origen civilizaciones griegas y romanas, han ocupado los territorios germánicos (de donde surgen las afinidades léxicas reseñadas por Goropius), están en el origen de la cultura.10 De nada vale aquí sonreír. Lo que cuenta es la subordinación de la reflexión acerca de la lengua a los distintos nacionalismos: la carrera por el derecho a la sucesión es una carrera lingüístico-política. Por si fuera poco, así bosquejado, el esquema evolutivo de las lenguas es profundamente eurocentrista. Sólo las lenguas alemana y francesa (y el loscano; pero Giambullari es un caso aislado) pueden pretender el primado. ¿Y las otras lenguas? Se insertarán en una pirámide cuya base (que, por supuesto, abarca la mayor cantidad de lenguas) es con­ formada por las lenguas bárbaras: Se llama bárbaras a todas las lenguas con excepción del latín y el griego. Exceptuamos igualmente el hebreo, porque es la más anrigua, y una suer" Guillaume Postel, Apologie de hi Gctule, París, 1552. Véanse, sobre todo, Guillaume Postel, Histoíre mimorabledes expéditions depuys k Muyfilíeles por les Gauloys ou Franfoys depuís la Francepisques en Asie ou en Thrace H tH ¡'Oriéntalepartie de IFurope; y Claude-Gilbert Dubois, op. cit., pp. 86-92.

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te de ancestro de las demás; amén de ello, es lengua sagrada inspirada por Dios." De allí surge el interés de esta carrera por la sucesión: al provenir más o menos directamente del hebreo (o, por qué no, por haberle dado nacimiento), las lenguas 110 serían sino menos bárbaras. Algunos son más moderados, como Du Bellay (Déjense et ilLustration de la langue frangaise), pero sus argumentos son sofocados por la multitud. ¿A qué se debe esa histeria? Para empezar, en Europa los hablantes de las lenguas locales comenzaron a sublevarse contra el empleo ex­ clusivo del latín y el griego en literatura. Ésa es la orientación del intento de la Pléiade, especialmente de D u Bellay: todas las lenguas son válidas; por lo demás, todas tienen la misma fuente. De allí en más, ¿por qué privilegiar una de ellas? Pero esa relativización sobrepa­ sa largamente un intento generalizado de hegemonía. Las rivalidades políticas europeas explican en parte a Goropius, Postel, Estienne y otros; la lucha entre Valois-Angouléme y los Habsburgo, Carlos V, la derrota francesa en Paviay la paz de Cambrai (1525, 1529): sin duda, todo eso está presente en el origen de las controversias acerca del origen de las lenguas. No es casual que la oposición “teórica” entre tesis céltica y tesis germánica sea isomorfa con el conflicto ValoisHabsburgos. Pero también es destacable la suerte reservada a las lenguas 110 euro­ peas, definitivamente empujadas hacia las lenguas bárbaras, a la parte baja de la pirámide. Sin embargo, se empieza a conocer las lenguas, e incluso se les dedica obras: turco, sánscrito, árabe, algunas lenguas in­ dígenas de Brasil, chino, y otras.12Sin embargo, 110 tienen derecho a ser aceptadas en esa carrera por las prerrogativas. Las relaciones entre len­ guas se conciben como relaciones sociales: hay una jerarquía, con una cima (para unos pocos elegidos) y una base en que se encuentra la masa. Esa organización piramidal de las lenguas, es decir, de los pue­ blos que las hablan, hace recordar un poco la arquitectura de la torre de 11 Gomad Gessner, 12 Véase Guíllaume

Mitbridates, citado por Claude-Gilbert Dubois. Mounin, op. cit., pp. 124-125.

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Babel, pero sobre todo la organización social de la época. Claude-Gilbert Dubois señala justamente al respecto que las metáforas de Henri Estienne a veces se toman prestadas al lenguaje de casta: El gran desorden que hay en nuestro lenguaje procede, en su mayor par­ te, de que los Señores de Corte se dan el privilegio de legitimar los térmi­ nos franceses bastardos y naturalizar los extranjeros.13 Así, y eso no debe sorprendernos, el modo en que se analiza el conjun­ to de las lenguas y las relaciones que entablan está profundamente de­ terminado por la organización social desde cuyo seno se escribe y por los conflictos que oponen la comunidad del escritor a otras comunida­ des. Por lo general, en lo que respecta al siglo xvi, las historias escolares y universitarias no consideran más que a Du Bellay y a la Pléiade, esto es, a la franja moderada de ese movimiento. Pero la militancia francófila de ese siglo da testimonio de un ultrachauvinismo que sólo encuentra un par en la militancia germauófila a la que se opone. Por otra parte, debe destacarse que no sólo existen los Habsburgo (y por ende la opo­ sición a las tesis de Goropius), no sólo las lenguas de ultramar se em­ piezan a despreciar; en Francia también existen, en el interior del país, los bretones y los languedociens, a quienes se empieza a imponer la lengua francesa: el Languedoc pasó a la dominación francesa durante el siglo XIII; Bretaña acaba de ser “unida” a Francia (1532) y la ordenanza de Villiers-Cotteréts (1539) acaba de imponer el francés en los actos jurídicos. Cosa curiosa -o lógica-: esos problemas parecen ausentes de In literatura del momento. Se habla de los galos y de los druidas, pero lio de los bretones, no se toma en consideración la lengua de oc. En la práctica, las lenguas ya están en el poder político o no son lenguas. En tic aspecto, el título de una obra de Bourgoing14 es significativo: las lenguus romances no abarcan más que el francés, el italiano y el español. " H, Estienne, Traite de la canformité du langage franjáis avec le grec, 1569. El •llltrnyado me pertenece. 11 (ñeques Bourgoing, De origine, usu et ratione vulgarium vocum linguaegallicae, (htllúte el bispanicae, París, 1 583.

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Esas distintas vertientes, eurocentrismo (y exclusión de las len­ guas de ultramar que se empieza a conocer), nacionalismo (sobre todo en oposición a la casa de Austria) y centralismo, la mayor par­ te de las veces presentes de manera implícita, muestran que con respecto a este único período es imposible separar la historia de la ciencia (incluso si la ciencia lingüística está en una fase tan embrio­ naria) de la historia propiamente dicha. Al plantear teorías sobre relaciones entre las lenguas, se piensa en relaciones entre las com u­ nidades; y, entonces, la ideología dominante de la época está am­ pliamente presente. E l siglo xvii : el po der

real

Centralismo y nacionalismo siempre están presentes, durante el siglo xvii, en el pensamiento gramatical, por intermedio de una cierta can­ tidad de preguntas que giran, todas, en torno al uso: ¿qué lengua escribir? ¿Dónde hallar su modelo?, etc. Las respuestas serán distin­ tas, pero no necesariamente contradictorias; y acaso uno pueda opo­ ner, como a menudo se hizo, Vaugelas a Malherbe. Como se sabe,15 Malhcrbe se había fijado como tarea expurgar en la lengua francesa tanto los préstamos de lenguas extranjeras y de las distintas lenguas francesas como los provincialismos. Su broma, citada por Racan, perdura en todas partes: “Cuando se le preguntaba su opinión acerca de algún término francés, usualmente él remitía a los estibadores de Port-au-Foin, y decía que eran sus maestros en materia de lenguaje”. De ello se hizo un principio rector, con dificultades para percibir su significación exacta, pues la intención de Malherbe no es por cierto elegir el habla de un determinado grupo social (los estibadores) en detrimento del habla de otro grupo social. Es, en la senda abierta por 15 Conocemos su doctrina fundamentalmente a través de dos textos: el C-ommentaire sur Desportes, publicado en 1825; y las Mémoirespour la vie de Malherbe de Racan, 1672, a los que se puede agregar la Académie de l'art poétique de Picrre de Deimier, 1610.

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Henri Estienne, luchar contra el peregrinismo lingüístico, así como tres siglos más tarde Étiemble luchará contra el “franglés”. Desde esa perspectiva, el estibador no simboliza una clase: simboliza París, con­ tra la provincia y contra lo extranjero. Por lo demás, sus adversarios no yerran: no se defienden tanto en su condición de aristócratas como en la de poetas que exigen una libertad estilística de mayor magnitud. “Despojan la poesía de liber­ tad, de dignidad, de riqueza y, para decirlo brevemente, de flor, fruto y esperanza”, escribe Madeinoiselle de Gournay,16y Mathurin Régnier, así como Théophile de Viau, refuta a la escuela de Malherbe por los mismos motivos. Sin duda, Régnier le reprocha que tome su modelo en el pueblo: ¡Cómo! D ebem os, entonces, para hacer gran obra Que se defienda de la calumnia y del tiem po, Que halle algún lugar entre los buenos autores Hablar com o en Saint-Jcan hablan los estibadores .17

Y Balzac, en el retrato que traza de él, escribe: Ese doctor en lengua vulgar acostumbraba decir que desde hacía muchos años trabajaba en degasconar a la corte y 110 podía llegar a térm ino.1"

Pero una simple lectura de las Stances a Du Périer o de la O de au Roí Louis XIII muestra que Malherbe nada tenía de “doctor en lengua vulgar” (le habría causado gracia leer esos versos a los estibadores del mercado Saint-Jean), y que su principal intención era ante todo degasconar, esto es, luchar contra los términos extranjeros. Aquí y allá je le reprocha que haga referencia al pueblo, mientras que esa referen­ cia es completamente reaccionaria [poujadiste]: en ella, él encuentra lina prueba por el absurdo de lo justo de sus posiciones, como un Mademoiselle de Gournay, L'Ombre, 1627. Régnier, Satire IX, Le Critique outré. I#J.-L. Guezde Balzac, Socrate chrétien, 1632. 17 M.

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picardo que hoy fuera a reprocharle a Barthes su léxico con el pretex­ to de que los bravos de los mercados" no lo entienden. Pero Malherbe no escribe para el pueblo (que, por otra parte, no sabe leer); escribe, como todo el mundo en esa época, para una ínfima minoría, y su afán de simplificación no tiene otro carácter más que estético: entre él y sus adversarios se entabla una querella de estetas. Pero aquella estética también reposa sobre una determinada idea de la lengua, que toma parte tanto del chauvinismo (¡abajo los términos extranjeros!) como del centralismo (¡abajo los términos provinciales!), y en él pare­ ce ser pertinente eso antes que otra cosa. Tampoco cuenta con gran fundamento la contraposición con Vaugelas, tal como se la practica a menudo. En un primer abordaje, él parece muy moderno en su rechazo de la norma y sus constantes remisiones al uso: “Tanto da que me proponga instaurarme juez de los diferendos de la lengua: no pretendo pasar más que por un simple testigo, que declara cuanto lia visto y oído”.1’ Pero desde que acome­ te la tarea de definir aquello que entiende por uso, las cosas resultan mucho más claras; hay buen y mal uso. Esa dicotomía está próxima a recubrir la oposición entre corte y pueblo: “El mal uso se forma de la mayor cantidad de personas, que casi en todas las cosas no es el me­ jor; y, por el contrario, el bueno no se compone de la pluralidad, sino de la élite de las voces, y en verdad se llama maestro de las lenguas a aquél”. Por supuesto, la contraposición con Malherbe parece tajante: este último pretende informarse en la fila de la bolsa de trabajo [place de greve] y aquél entre los “eruditos de la lengua”. Pero, más allá de que la autoridad lingüística conferida al “pueblo” por Malberbe fuera completamente retórica (¡Racan no nos muestra que haya ido a in­ vestigar a la Place de Gréve!), en último término los dos puntos de vista se completan: uno cimenta la supremacía de la nobleza sobre el pueblo (Vaugelas); el otro, la supremacía de París sobre la provincia (Malherbe). Así, a fin de cuentas, ambos contribuyen a la justifica’ Calvet utiliza la expresión forts des bulles. El genitivo connota tono o lenguaje popular: véase el diccionario Roben, s. v. baile. |N. deT.] 19 Vaugelas, “Prefacio”, Remarques sur k langue franftiise, París, 1647.

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ción de la autoridad real. No resulta i«diferente señalar que, impulsa­ do por Richelieu, el rey crea la Academia Francesa entre Malherbe y Vaugelas. Las letras patentes del 29 de enero de 1635, así como los estatutos de la Academia (en especial el artículo 24) muestran abier­ tamente que para el poder se trata de “aportar a nuestra lengua reglas claras”, desde luego, para “tornarla pura, elocuente y capaz de tratar de artes y ciencias”,20 pero también para asentarla y reforzarla como la lengua propia del reino. Con ello, el centralismo político se blin­ daba un instrumento de centralización lingüística, y la Academia se veía munida de un auténtico monopolio21 que da pleno testimonio del sentido de la empresa, líe hecho, las diferencias entre Malherbe y Vaugelas son espejismos: en las cuestiones de fondo están, acaso sin saberlo, de acuerdo; y la Academia habrá de defender el francés tanto contra el mal uso criticado por Vaugelas como contra las gasconadas fustigadas por Malherbe. Por el contrario, la oposición es más real entre la noción de gramá­ tica defendida por Vaugelas y la desarrollada en la Grammairegenérale et raisonée de Port-Royal. Antes que interrogarse acerca de los usos lingüísticos, Arnauld y Lancelot desean hacer una “obra de razona­ miento” que trate “de varias lenguas” e indague “los motivos de mu­ chas cosas que son o comunes a codas las lenguas o específicas de algunas”.22 Es notable esa referencia a “todas las lenguas”, tanto más cuanto que reaparece con bastante frecuencia en la obra: “Una cosa común a todas las lenguas vulgares de Europa” (p. 92); “La pri­ mera, en su enorme mayoría, es la misma en todas las lenguas” (p. 104); “es bueno señalar algunas máximas generales que son de gran 2,1 Artículo 2A tle los estatutos y reglamentos de la Academia, redacrados por Richelieu. 11 Así, Furetiere, miembro de la Academia, será excluido de ella en 1685 por lldhct publicado un Diccionario, en virtud de un privilegio concedido en 1674 a la Academia, que prohibía “a todos los impresores y libreros imprimir cualquier diccio­ nario nuevo de la lengua francesa, sin importar cuál pudiere ser su título, antes de la publicación de la Academia Francesa". A. Arnauld y C. Lancelot, Grammaire générale et raisonnée, reed., París, Paulet, l% ‘>, p. 3.

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uso en todas las lenguas” (p. 105), y otras tantas. Ahora bien, como con justicia hace notar Georges Mounin,23 en los hechos, la Grammaire sólo cita algunas lenguas, ante todo el latín y el francés. Cuando, en raras ocasiones, cita otras, es para someterlas aun molde preestablecido. Así, cuando se propone un cuadro de las vocales (pp. 12-13), se nos explica que los alfabetos latino, griego y hebreo bastan para armar un bosquejo de los sonidos de todas las lenguas; cuando se quiere sugerir que “el orden lógico” es el propio del francés, se toma un ejemplo latino, Dominus me rcgit, carente de sentido, pues en esa lengua el orden es libre, etcétera. Por supuesto, esas aproximaciones e insuficiencias podrían expli­ carse por un insuficiente conocimiento de las lenguas del mundo. Pero no hay nada de ello. Al intensificarse los viajes de los navegantes, desde comienzos del siglo xvn se empieza a tener una idea bastante exacta de la configuración del globo terráqueo. En 1605 se descubre Australia; en 1742, Nueva Zelanda; se busca un paso hacia Asia en América del Norte (Hudson en 1610; Baffin en 1616). Las costas de África son bien conocidas, como testimonia el mapa exacto de sus contornos que aporta Pierre Davity;24 ya hace tiempo que Marco Polo fue a China (permaneció allí de 1272 a 1292); en suma, Europa tiene una imagen del mundo que empieza a volverse clara,25 y, correlativa­ mente, conoce una cierta cantidad de lenguas del mundo. Por otra parte, se toma prestado de Contad Gessner su título Mithriclates para numerosas obras que reseñan las lenguas26 (Megiser, por ejemplo, cita cuatrocientas); aparecen obras dedicadas a lenguas específicas (etío­ pe, turco...); en consecuencia, el descubrimiento del mundo es acom­ pañado por un descubrimiento de las lenguas. A ello se debe la impo­ sibilidad de considerar las particulares ausencias que testimonia la Guillaume Mounin, op. cit., p. 131. Davity, Description de l’Afrique, París, 1637. 25 Al respecto, véase, por ejemplo, Frédéric Mauro, UExpansión curopéenne, 16001870, París, puf, 1964 [trad. esp.: La expansión europea (1600-1870), Barcelona, Labor, 1968]. 2t' Guillaume Mounin, op. cit., pp. 134-135. 24 Pierre

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Grammaire de Port-Royal como ausencias técnicas: sus redactores contaban con los medios para abrevar de una cantidad importante de fuentes. El hecho de tratar “todas las lenguas” por intermedio de algunas lenguas europeas -ante todo, por intermedio del francéses una opción ideológica, mucho más que una marca de incompe­ tencia. Lo que aquí se pone en tela de juicio es, desde luego, el postulado de base de esa obra. “Hablar es explicar uno mismo sus pensamientos con signos”, se lee desde la primera página de la Grammairc; y el título de la Logique de Port-Royal precisa: Logique ou l’a rt de penser [Lógica, o el arte de pensar]. El vínculo postulado entre lógica y len­ guaje se pone así de manifiesto, ¡y aparece en todas las páginas dc'la Grammairel Hay una organización lógica que se manifiesta en todas las lenguas, en el nivel sintáctico. A un punto tal que la única manera de concebir el problema del aprendizaje de las lenguas extranjeras consiste, en el siglo xvn, en razonar acerca del aprendizaje de un vo­ cabulario extranjero: al tener las lenguas una misma organización ló­ gica, cambiar de lengua es simplemente cambiar de palabras.57 Así, todos esos abordajes coinciden y colaboran con la fundación de la superioridad de la lengua francesa. Malherbe y Vaugelas están más bien en posiciones defensivas que, sobre todo en Malherbe, se traducen en reacciones de rechazo. Esos señores de Port-Royal, por el Contrario, están en posiciones ofensivas. Los primeros teorizan la su­ perioridad de la lengua: al ser la más cercana al orden lógico, la len­ gua francesa es la más noble. Y, en los tres casos, hallamos en el abor­ daje de la lengua (y, por lo tanto, de las lenguas, por oposición) un modo de encarar el problema de las relaciones entre la comunidad a la que pertenecen los autores y las otras comunidades de las que se tiene conocimiento. Se trate de la provincia, del extranjero inmedia­ to o de los países “exóticos”, todas esas comunidades hablan lenguas condenadas por el pensamiento parisiense, ya sea que este último se 17 Véase, por ejemplo, Géraud de Cordemoy, Discoursphysitjue de la parole, 1666, pp 19-20 y 57-58 de la edición de 1704.

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rehúse a tomar de ellas términos como préstamo, o que pretenda juzgarlas en nombre de un criterio postulado como universal (la lógi­ ca) y, de hecho, inspirado en las estructuras del francés. L e n g u a , je r g a y d e s ig u a l d a d e n e l s ig l o x v iii

El siglo x v iii establece con el que lo precede una relación de filiación y originalidad. La filiación involucra fundamentalmente la teoría del signo, ámbito en que incluso alcanza el súmmum del conservaduris­ mo: el diccionario de Tirévoux, al igual que la Encyclopédie, retoma palabra por palabra la definición de signo que daba la Logique de Port-Royal. En cambio, la originalidad se manifiesta respecto del ori­ gen de las lenguas, problema caro a ese siglo que, como veremos, de buena gana intenta situarse con relación a los “salvajes” que le hacen conocer los cada vez más frecuentes viajes... El origen y la formación de las lenguas serán abordados como problemas de comparación (¿cuá­ les son las relaciones entre nuestras lenguas y las de los otros, las de los salvajes?), a partir de dos postulados que todos los autores admiten sin discusión: el postulado sensualista, surgido de la teoría de Condillac, sobre la que reposa toda la segunda mitad del siglo;28 y la idea de que las lenguas, simples en su origen, se complican poco a poco con la aparición y el refinamiento de la reflexión. El propio Condillac, en su Cours d'étudc pour l’instrucúon du prince de Parme,29 aplicó sus ideas a la lengua. Al principio era lo que él llamó “lenguaje de acción”, es decir, “los gestos, los movimientos del rostro y los acentos inarticulados”; y, en su comienzo, las lenguas no fueron más que un suplemento de ese lenguaje de acción, pero tan sólo ofrecían una sucesión de términos, un léxico concreto, sin “gramática”, o sea, sin ley de concatenación. Entonces se designaban objetos (Condillac 2S El Tratado de las sensaciones data de 1754. rl Erienne Bonnot de Condillac, Cours d'étude pour l'instruction du prince de Parme, 1775, véase Varia Lingüistica, Duros, 1970, pp. 149-211.

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propone como ejemplos árbol, fruto, lobo); luego, acciones (ver, tocar, comer, huir)-, y las únicas frases posibles eran del tipo fruto comer, lobo huir, árbol ver. El léhguaje gestual suplía las imperfecciones de esa len­ gua primaria.30 Inmediatamente después vinieron los términos adecua­ dos para designar las operaciones del intelecto: “sustantivos, adjetivos, preposiciones y un solo verbo: el verbo s e r ' Así, la historia de la len­ gua y la del pensamiento por fuerza forman un todo: 'Además hay que destacar que nos ha llevado mucho tiempo poder expresar, en proposi­ ciones, todas las miras del espíritu, y que, en consecuencia, las lenguas tan sólo pudieron perfeccionarse muy lentamente”.32 Por ende, se desarrolla una idea de progresión armónica en que lengua y pensamiento son estrictamente paralelos: los avances de una manifiestan avances del otro, y el carácter inacabado de uno torna imposible el acabamiento de la otra. Ineludiblemente, todo el mundo está de acuerdo acerca de estas posiciones. A M aupertuis, por ejemplo, le falta poco para decir lo mismo que Condillac. Es­ cribe: “En sus comienzos, todas las lenguas eran simples. No deben su origen más que a hombres simples y bastos, que en un principio no conformaron más que los pocos signos que precisaban para ex­ presar sus primeras ideas”.33 Rousseau sostiene más o menos las mis­ mas ideas; la aparición de la lengua se vincula con las pasiones (no con las necesidades: allí se percibe la influencia de Condillac), “ni hambre ni sed, sino amor, odio, piedad, cólera Ies arrancaron las primeras voces”;3 p. 414.

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superestructura! de que se comparta una lengua: en la confrontación del francés con las lenguas locales, las elites africanas están sin dificul­ tad en el bando de la lengua dominante; por lo demás, eso motiva que se las haya creado y se les haya otorgado ese sitio. En esas antiguas colonias teóricamente independientes, la lengua es una importante cla­ ve social, otorga poderes exorbitantes, y quienes sacan provecho de esos potenciales no tienen, desde luego, deseo alguno de perderlos. A lo sumo, se acepta alfabetizar a los aldeanos en su lengua; pero los estudios siempre se hacen en la lengua dominante; el sistema escolar siempre es calcado del sistema francés: vale decir que, en sí, la alfabe­ tización vigoriza la superestructura lingüística y acentúa la brecha entre los hablantes de francés y quienes no lo hablan (volveré a tratar este punto con mayor detalle en el capítulo xi). Desde este punto de vista, intentos como los de Sheij Anta Diop (traducción de Langevin al wolof) acaso entrañen un desfasaje. Pro­ curan, por supuesto, dar una respuesta acorde al discurso colonial mencionado en el capítulo anterior, que considera que las lenguas locales no serían aptas para transmitir un contenido científico. ¿Pero el problema principal consiste en ello? ¿Acaso hay que garantizar al­ gunos universitarios que podrían cumplir con su carea en sil lengua, en un momento en que la mayoría de las publicaciones científicas están escritas en inglés? ¿O hay que intentar dar su lugar a las lenguas nacionales, otorgar al pueblo el derecho a la palabra? Por ahora, el pueblo no se muestra mayormente interesado en Langevin o Einstein, lo está mucho más por problemas cotidianos, sociales y políticos. Desde cierta perspectiva, es más urgente enseñarle a leer y escribir panfletos, redactar folletos políticos y sindicales en su lengua, que a traducir textos de física nuclear. Sin embargo, esa forma de tomar el problema, en mi opinión errónea, 110 es inesperada. De hecho, se corresponde con el discurso colonial: ustedes hacen de cuenta que nuestras lenguas son pobres, incompletas; nosotros vamos a demos­ trarles lo contrario. En tanto el debate permanezca en ese nivel, limi­ tado a esas minorías, los pobladores africanos contarán con pocas oportunidades de aprender a leer sus lenguas. Y como, de todos mo­

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dos, no es cuestión de aparecer súbitamente, de un día para el otro, con una enseñanza en lengua local en las universidades; como desde el principio el problema surge en la base, en la escuela primaria, e incluso antes, en la alfabetización de las masas, el estatuto de lengua dominante conservado por el francés en Africa Occidental 110 corre riesgo de ser puesto en entredicho por ese emprendimiento. Por supuesto, esa permanencia de la superestructura da cuenta de otras permanencias: resulta difícil concebir cómo podrían las relacio­ nes lingüísticas ser las únicas en subsistir, jirones arqueológicos, mien­ tras que la situación colonial ya hubiera sido subvertida. También pue­ de decirse, para volver al título de este parágrafo, que no hay un después-, que si todavía se presenta, no importa bajo qué aspecto, el problema lingüístico, significa que ningún problema fundamental fue resuelto, que en todo momento aún nos hallamos antes de la liberación. Deseo ser claro: en este caso, la cuestión de ningún modo estriba en hacer de la superestructura lingüística la piedra angular de la liberación de una sociedad oprimida. El problema de las lenguas no es, sin duda, priori­ tario; en estas páginas intentamos precisamente debatir al respecto, pero todavía resta llegar a un entendimiento acerca del concepto de priori­ dad: ¿lo que no es prioritario debe ser aplazado hasta las calendas grie­ gas o enterrado en las cuevas del neocolonialismo? Pues ante el campo de exclusión lingüística que acompaña al colonialismo, ante la lengua exclusiva, la lengua dominante, la liberación de un pueblo consiste también en liberar su facultad de palabra. Con prescindencia del modo de opresión al que esté sometida esa palabra, mi intención es expresar, así, que el problema no se presenta sólo dentro del marco de las diglosias de origen colonial; también se presenta en el postulado monolingüismo de nuestras sociedades. Eso significa que cualquier liberación nominal que no esté acompa­ ñada por una conmoción de la superestructura lingüística 110 es una liberación del pueblo, que habla la lengua dominada, sino una libera­ ción de la clase social que hablaba la lengua de dominio y sigue hacién­ dolo. En otros términos, la liberación nacional, en el sentido pleno de esa expresión, pasa por la liberación social, por la revolución social, y

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los pueblos neocoloniales, liberados en cuanto colonia y sociedad, re­ cuperarán a un tiempo el dominio sobre su destino y su lengua -o, de modo más amplio y más exacto: el dominio de su civilización-; pero eso será recién después de sacar del medio a sus burguesías vende pa­ tr ia después de hacer añicos el Estado capitalista. Allí reside el sentido profundo de la explosión del “Mayo malgache”. Cuando los estudian­ tes deTananarive' lanzaron su eslogan, Frangais langue desclaves, hubo quien se preguntó a quién lo dirigían: ¿aTsirana, su reyezuelo local, o al imperialismo francés? Sin embargo, resulta evidente que en ese gesto no había más que un solo e idéntico blanco, que la burguesía en el poder en Madagascar 110 era otra cosa que la pantalla del neocolonialis­ mo. Madagascar es un país prácticamente unilingüe, cuya lengua des­ de hace tiempo cuenta con transcripción (por lo demás, durante el siglo xix, el merina se escribía en caracteres árabes, antes de que se emplearan caracteres latinos) y, por ende, 110 tiene que resolver los enor­ mes problemas que deben enfrentar los países colonizados plurilingües: en él la cuestión de la lengua teóricamente se presenta en términos sencillos. Sin embargo, en mayo de 1972, esto es, transcurridos más de diez años desde la independencia, se seguía planteando la cuestión en los mismos términos que en esos otros países. Eso prueba, una vez más, que después es siempre antes, también que la revolución aún está por hacerse cuando uno se ve obligado a pensar en la lengua dominante (incluido pensar el problema de pensar la revolución en esa lengua), a seguir la enseñanza estipulada y aprobar exámenes en la lengua del colonizador, cuando la constitución y las leyes de un país supuesta­ mente independiente están redactadas en la lengua de los otros. ¿L a LENGUA ANTES?

Si bien el problema teórico de la liberación lingüística sólo fue plan­ teado unas pocas veces, hay que destacar, sin embargo, el hecho evi’ Luego Aniananarivo. |N. de TJ

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dente de que las lenguas locales fueron ampliamente utilizadas pol­ los militantes de la independencia nacional. Y además, con gran fre­ cuencia no se trataba siquiera de una opción, sino más bien de una obligación práctica: cuando la glotofagia no ha llegado a su última etapa, el pueblo de un país colonizado no suele comprender la lengua dominante, y sería difícil movilizarlo si uno se dirige a él en una lengua distinta de la suya. En algunos casos esa obligación práctica pudo ser, pese a todo, una opción estratégica y política. El socialista bretón Émile Masson tuvo una correcta percepción del problema, tanto que escribía: Este es mi consejo: a este pueblo háblenle en su lengua, y estará con ustedes. N o le hablen en ella, y... ustedes estarán actuando com o el go­ bierno.5

O bien: Si querem os ganar en Bretaña, bretones socialistas, hablemos a nuestros hermanos del cam po (rustiques) en su lengua, su buena vieja lengua libre y bárbara, la nuestra.'’

Hoy vemos cómo bajo nuestra mirada los militantes a favor de la lengua de oc hacen uso de la misma opción: cuando cantantes como Patrie o Marti, cuando poetas como Yves Rouquette escriben y can­ tan en esa lengua, se debe, por supuesto, más a una opción que a una obligación, pues aquellos a quienes se dirigen comprenden todas las inflexiones del francés. Esta elección lingüística es en sí misma una actitud militante; pero bajo ningún concepto impide que el mensaje codificado en lengua dominada haga referencia, precisamente, a ese estatuto de lengua dominada, como cuando Marti canta: 5 Km ¡le Masson, en: Les temps nouveaux, 28 de junio de 1912. 6 límile Masson, Antee, 1912, reproducido en: Les Bretons et le socialisme, op. cit., p. 205.

LENGUA Y LIBERACIÓN NACIONAL E quand foguérem mai grands N os calguet parlar tres lengas Per far un bon cccnician N os calia cargar tres lengas Et l’anglés et l’alemand Et (,' que s’escriu a Roma Per far un bon tecnician Mas perqué, perqué M ’an pas dit a l’escola La lenga de mon país?

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Y cuando fuim os más grandes tuvim os que hablar tres lenguas para ser buenos técnicos Debíam os cargar con tres lenguas tanto inglés com o alemán y eso que escriben en Roma Para ser buenos técnicos Pero, ¿por qué, por qué en la escuela no me dijeron cuál era la lengua de mi país?

Pero aun antes de lo que ese tipo de mensaje expresa, optar por la lengua del pueblo es optar por el combate que toma como base una identidad cultural, optar por reivindicar el derecho a la existencia del pueblo que la habló o que la habla ante la lengua exclusiva. Consiste en una opción que se encuentra en el extremo opuesto a las desvia­ ciones universitarias señaladas anteriormente a propósito de la tra­ ducción de Langevin al wolof. Con total evidencia, las cosas marcharon igual también en las co­ lonias no francesas. Cuando debían hacer mítines populares, los mi­ litantes del Destour’ tunecino los hacían en árabe, del mismo modo que los del r d a empleaban las lenguas locales en el África negra. La opción era menos clara entonces, pues los interlocutores no hablaban francés y sólo quedaba eso, o 110 ser entendidos; pero para esos movi­ mientos la única posibilidad de hacerse de una base popular era justa­ mente optar por la lengua local. Ahora bien, una vez que se lograba la independencia, los dirigentes africanos tomaron el poder, lo mantu­ vieron y teorizaron sobre él. Todo en francés. Los diarios se redactan en francés. La justicia se imparte en francés. En octubre de 1972, durante el golpe militar en Dahomey, los golpistas usaron el francés De al-Jizb al-Hurr ad-Dusturi at-lunusi (Partido Liberal Constitucional tunecino), “especialmente activo durante las décadas de 1920 y 1930 en el despertar de la conciencia nacional tunecina y la oposición al protectorado francés” (Enciclo­ pedia Británica, s. v.). [N. deT.]

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al tomar la palabra en la radio: un modo peculiar de hacerse entender por el pueblo. Y actualmente en Senegal los discursos políticos se hacen en francés; en la medida en que los oradores no hacen conce­ siones al wolof, a no ser cuando en su peroratio exclaman demagógi­ camente jem kanam (“¡adelante!”). Eso equivale a decir que, para el último caso, la opción se efectuaba en sentido exactamente contrario al que hemos notado contemporáneamente, en Occitania: la utiliza­ ción de las lenguas locales no era más que una concesión táctica a la situación concreta, y una vez que la metrópoli había acordado la in­ dependencia formal, las burguesías locales que accedían al poder se esmeraban por despojar al pueblo de los resultados de su lucha, des­ pojándolo especialmente de su lengua, o al menos perpetuando esedespojo. De allí la permanencia de la superestructura lingüística co­ lonial que ya hemos señalado, testimonio —además—del carácter in­ acabado de la liberación. De hecho, esas situaciones no son comparables. Si el problema lingüístico ocupaba el centro del nacionalismo bretón (nótese, por ejemplo, el papel desempeñado por la revista Gwalarn) u occitano (así, en los inicios, el importante papel del Félibrige), fundamental­ mente se trataba de una herencia del romanticismo francés y alemán, que impulsaba a los intelectuales en dirección a las lenguas y a las poesías “populares”, una herencia que en Africa prácticamente no incidió sobre los militantes de la descolonización. Allí, la opción era entre hablar en lengua local o no hablarle al pueblo, mientras que aquí se evidenciaba claramente la voluntad de oponer la lengua local al francés, ya que la utilización de la lengua local tenía injerencia en una situación realmente bilingüe (por lo demás, veremos en el pará­ grafo siguiente que esa actitud plantea necesariamente una cierta can­ tidad de problemas). Sin embargo, hay un problema en común entre ambos casos: ¿hay que llevar adelante la lucha en el frente cultural al mismo tiempo que la lucha en otros frentes: político, social y econó­ mico? Indudablemente, hay tantas respuestas precisas como casos de muestra, e indudablemente para empezar también hace falta insistir una vez más en que la lengua no es en medida alguna una instancia

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final, en cuyo seno habrían de resolverse todos los problemas. Los partisanos argelinos de la ALN [Ejército de Liberación Nacional] te­ nían otras cosas que hacer antes que militar por la lengua árabe, pero tenían la lengua árabe, tal como los combatientes del Vietcong te­ nían la lengua vietnamita. En un discurso pronunciado el 22 de mar­ zo de 1972 en Conakry, Sekou Touré decía que si los vietnamitas no hubieran tenido su lengua, no hubieran resistido con tanta entereza y durante tanto tiempo la agresión estadounidense. Es posible, por más difícil quesea hacer afirmaciones tan tajantes al respecto. Pero es igual­ mente difícil contentarse con fórmulas netas y definitivas. ¿Acaso puede afirmarse seriamente, por ejemplo, que el poder está “en la punta del fusil” y no en la última página del diccionario? ¿Y acaso no se hace una simplificación excesiva al oponer de ese modo cosas que quizá no sean antitéticas sino complementarias? Toda la ambigüedad de la cuestión reside en ello, y tal vez todo transcurre para el problema lingüístico tal como sucede para una cierta cantidad de otros problemas a los que se llama marginales, denomi­ nación que sencillamente significa que existe una negativa a conside­ rarlos prioritarios: decidir que su momento llega después, en nombre de no se sabe qué orden de prioridad, la mayor parte de las veces equivale a decir que jamás serán planteados. La actualidad más con­ temporánea está plagada de ejemplos de ese tipo: el Partido Com u­ nista Francés ( p c f ) y algunos grupos trotskistas (sobre todo la ex Liga Comunista) se especializaron en una política exclusivista y de jerarquización. Ya sea en la lucha de las mujeres (alrededor del m l f ), de las minorías sexuales (alrededor del f h a r ) o , por último, de las minorías étnicas (Bretaña, Euzkadi, Occitania, Córcega...), la respuesta siem­ pre es la misma, y consiste en remitir el problema a las calendas socia­ listas. En primer lugar, lucha de clases. Hagamos, en primer lugar, la revolución (versión Liga Comunista), o ganemos, en primer lugar, las elecciones (versión p c f ). Esas cuestiones se ajustarán de modo natural inmediatamente. Ahora bien, ése no es justamente el caso. Pues esas cuestiones involucran directamente el tipo de socialismo por el que luchamos; pues la negativa a abordarlos al mismo tiempo

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que la lucha de clases prefigura la mayor parte de las veces un socialis­ mo autoritario, momificado, definitivamente desprovisto de imagi­ nación pero no desvalido en lo referente a fuerzas policiales, medios represivos y hospitales psiquiátricos con un muy especial método de reclutamiento. Y el problema de las lenguas involucra e involucraba directamente el tipo de sociedad por la que combatían los pueblos colonizados. En este perfil, las cosas resultan, por otra parte, aún más claras, por cuan­ to negarse a plantear la problemática de la superestructura lingüística en el nodo más íntimo de los combates por la descolonización cons­ tituye (y constituía) una exclusión de hecho de las masas populares de la futura sociedad; éstas no habrían podido desempeñar papel al­ guno en su seno de no haber sido la suya la lengua de esa sociedad. La respuesta marxista tradicional, rancia, que preconiza un primado de la lucha de clases por sobre cualquier otra cosa, no es satisfactoria aquí. Hace ya mucho tiempo sabemos que en Rusia una revolución conocida como socialista de ningún modo puso fin al chauvinismo grand-russien,' al sometimiento moral e intelectual, al racismo antise­ mita. De igual modo, los militantes africanos comprendieron muy pronto que su salvación no residía en una paciencia de Job basta que en Francia se instaurara el socialismo. Los debates que tuvieron lugar en 1956 en el seno del xiv Congreso del PCF ilustran bien el contraste entre las dos tesis que subyacen a lo anterior. En efecto, el texto final del congreso proclamaba con gran entu­ siasmo que quería instituir: entre nuestro país y aquellos que los colonialistas franceses mantuvieron y mantienen bajo su dom inación una unión voluntariamente consentida de pueblos libres e iguales, en la que cada pueblo hallará satisfacción a sus intereses y la respuesta a los interrogantes que le plantea la historia.

' En oposición a blanc-rtisse/-ien (“bielorruso”) y petii-russe/-ten ("ucraniano”), designa ¡i lengua y pueblo “propiamente dichos” rusos. |N . de T.]

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Y León Feix, entonces responsable del problema colonial en el buró político, declaraba acerca de esa unión “voluntariamente consentida” entre Francia y sus colonias: Pensamos que todavía es posible concretarla, porque en nuestro país el m ovim iento obrero progresa, porque nosotros avanzamos —y avanzare­ mos aún más cuando hayamos im puesto el final de la guerra de Argeliahacia una Francia socialista.7

Frente a él, Camille Sylvestre, delegado de las federaciones comunistas de la Martinica, Guadalupe y la Reunión, se oponía claramente a esa tesis: Los trabajadores de estas regiones no esperan perezosamente su libera­ ción del pueblo de Francia, el día en que éste instale su régimen socialis­ ta. Al contrario: resueltamente, toman la única vía que les puede ser pro­ vechosa, la del combate contra el colonialismo.

Como destaca Yves Benot, quien cita esos distintos textos, es muy evidente que “aun socialista, la metrópoli seguiría siendo la metrópo­ li”;8 también que, como proclamó otro autor, sólo hay que contar con las propias fuerzas. En efecto, la contradicción entre ambas posi­ ciones salta a la vista. Sin embargo, acaso sea menos evidente el para­ lelismo entre la situación discutida (el colonialismo en 1956) y la que aquí nos ocupa. Pues bien, lo que salta a la vista en ambos casos es la jerarquización dogmática de las luchas. En un caso, lucha de clases primero, pues el resto emana de la victoria del proletariado. “El resto” significa tanto la lucha contra el colonialismo, como la lucha por la liberación de la mujer (pero todavía queda por saberse si una even­ tual victoria obtenida sin ese resto sería verdaderamente una victoria del proletariado). Lucha de liberación ante todo, en el otro caso, sin esperar a que el opresor cambie por sí solo. 7 Algún tiempo antes, el 9 de marzo de 1956, el r>CP votaba plenos poderes para Guy Mollet... a Yves Benot, op. cit., p. 87.

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En consecuencia, mutatis mutandis, la contraposición entre ambas tesis sigae siendo válida en todo momento. Y si hubiera que renovar su formulación para acotarla a nuestro problema lingüístico, eso arro­ jaría estos resultados: 1. Lucha de liberación nacional en primer lugar, pues el resto (en especial la resolución del problema lingüístico) vendrá después, una vez que se haya excluido al colonizador. 2. Lucha de liberación sobre la base de nuestra identidad cultural (y, en especial, lingüística). Generalmente se adoptó, con la salvedad de algunos detalles, la pri­ mera solución. Ya vimos cómo terminó, pues efectivamente también en este caso la jerarquización prefigura el porvenir de ese movimien­ to, y cualquier posición tendiente a aplazar el problema lingüístico (así como otros que reseñamos pero que aquí tan sólo nos atañen como ejemplos) hasta después de la liberación es una forma de ocul­ tar ese problema. Sin una liberación completa, no hay liberación. ¿Debate entre refonnismo e izquierdismo? Acaso sea así, por más que las etiquetas no sean del todo pertinentes, y las independencias for­ males de las colonias son mucho más una adaptación del imperialis­ mo a nuevas condiciones que un triunfo reformista. ¿A qué conclusión debe llegarse respecto de este punto? Que, salvo la total, no hay liberación real, desde luego; pero eso no es una nove­ dad. ¿Que la “prueba obtenida del análisis de la superestructura lin­ güística” muestra que el colonialismo no desapareció, que simple­ mente mutó en neocolonialismo? Eso ya lo sabíamos, por evidentes motivos políticos y económicos. ¿Que la lucha de liberación nacional debe incorporar también la lucha en el ámbito lingüístico? Sin duda, ésa es la lección principal que debemos retener a partir de estos dis­ tintos ejemplos. Pero entonces surge un nuevo riesgo, una desviación en dirección opuesta.

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la le n g u a

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?

Sin embargo, a la vista de todo lo anterior, no habría que creer que el problema lingüístico se pueda añadir a una ya saturada lista de rei­ vindicaciones “revolucionarias”, hendida a mazazo limpio como una cuña en el tronco de la lucha de clases. Pues, en este caso, no hay posibilidad de hacer una simple adición: lucha de clases más lucha lingüística no constituyen una lucha original, sino sólo la amalgama inestable de dos luchas pensadas por separado; de hecho, en gran cantidad de casos, debe replantearse la problemática revolucionaria en sí, para poder integrar nuevas direcciones de lucha, y ello implica que a un tiempo deba reconsiderarse la problemática de los “militan­ tes lingüísticos”. Existe, en efecto, una antigua tradición de combate lingüístico completamente desligada de cualquier lucha (y de cualquier análisis) de raigambre política, tradición que hasta ahora fue obliterada a las colonias africanas o de Indochina, pero que a escala mundial se en­ cuentra un poco en todas partes: en el Québec no tiene gran presen­ cia, en la zona suiza del Jura todavía subsiste, en Occitania, etc. Y esa tradición - “sólo la lengua"—se encuentra, dondequiera, en un calle­ jón sin salida: al menos es lo que querría intentar demostrar aquí, para lo cual tomaré como objeto de reflexión el caso relativamente rico de Bretaña desde hace alrededor de un siglo y medio. En el siglo anterior, entre la multitud de Le Gonidec, gente como Meven Mordiern (1878-1949) o Fransez Vallée (1860-1949), sincera­ mente cautivados por su lengua y deseosos de defenderla a cualquier precio, prácticamente dedicaron su vida a luchar por el bretón. Mordiern escribió numerosas obras eruditas (Istor ar fíed, Prederiadennou diwarbenn ar yezhou hag or brezhoneg, etc.); Vallée realizó el Grand dictionnairefranqak-breton, y después del trabajo de Le Gonidec (17751838) para unificar el vocabulario y la grafía de la lengua, su trabajo tuvo gran importancia en la conformación del bretón literario ral como hoy se lo escribe. Por otra parte, acaso allí se encuentre el límite de su empresa: influenciados por el mito de la lengua literaria, de la lengua

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clásica, en el fondo trabajaban para las elites bretonas, planteándose, para el bretón, en cierta forma como lo que fueron los poetas de la Pléiade para el francés. En ello hay, entonces, una base inicial, específi­ ca, con sus características sociales y culturales, sus referencias propias, y sobre esa base habrá más tarde una proliferación de movimientos de defensa de la lengua. Así, Al Falz, revista mensual fundada en 1933 y leída fundamentalmente por “institutores laicos”, se lanzó a un comba­ te por el renacimiento cultural de Bretaña, combate cuyos argumentos y fundamentos vale la pena analizar. Bajo la influencia de Yann Sohier (1901-1935), miembro del Par­ tido Comunista, la lengua bretona será presentada como una lengua proletaria; y su paulatina desaparición, como la prueba de la opresión del proletariado bretón por parte del sistema capitalista: La dom inación política de Francia hizo de ¿1 un pueblo de criados; su dom inación lingüística hizo de él un pueblo de esclavos... Bretaña no se liberará verdaderamente de la sujeción intelectual respecto del francés si no es mediante la conservación y el estudio de su lengua. Ésa es la llave para nuestra prisión. Por intermedio del bretón, transformado en instru­ m ento de cultura, se podrá volver a encauzar la cultura de nuestra raza.9

Se notará, además, que aquí se invierte la jerarquización que denuncié antes: no es sólo la lengua, sino, por el contrario, la lengua antes que la lucha de clases, lo que parece ser por lo menos llamativo. I .a conse­ cuencia que deriva Ar Falz de su análisis es que en Bretaña la escuda del pueblo no podría ser sino una escuela en bretón y, al ser las referencias ideológicas aquello que son, se echa mano al ejemplo de la URSS: Querem os que se enseñe el bretón, no a una minoría, sino a todos los bretones. Q ueremos, por cuanto es nuestro derecho imprescriptible, que la escuela del pueblo en la Baja Bretaña sea la escuela del pueblo bretón... Ese derecho, tendrán que dárnoslo; pues por sobre las fronteras imperialistas, cual faro, liberando por los carriles de la lengua materna a Ar Falz, núm . 10, diciembre de 1933.

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sus m inorías ayer em brutecidas por la rusificación, la URSS ilum ina al pueblo bretón, le muestra el porvenir y guía sus esperanzas.10

A primera vista, entre la óptica elitista de Mordiern -cuyas obras estaban objetivamente destinadas a una minoría de intelectuales, sin duda, no al pueblo- y el análisis populista de Ar ¡:a lz parecería haber un abismo. Sin embargo, esos dos tipos de estrategia tienen en co­ mún 1111 punto importante; limitan su acción al campo lingüístico. Y esa limitación es reveladora de otra cosa más importante, pues de por sí no es necesariamente criticable. De hecho, el verdadero punto en común entre Mordiern o Vallée, por una parte, y los militantes de Ar Falz, por otra, es la ausencia de reflexión seria acerca de las causas del retroceso general y de la desaparición de la lengua bretona al este de la península, y esa ausencia es lo que revelan los límites de ese comba­ te únicamente lingüístico. En el fondo, esos militantes lingüísticos se parecen a aldeanos africanos que buscaran el modo de cuidar sus cul­ tivos devastados por las langostas, sin darse cuenta de que la única solución es preventiva y que más valdría intentar ajustar cuentas con las langostas antes de que se lancen sobre los sembradíos. Esa ausen­ cia de análisis se generalizará y, pese al intento de Sohier, el combate lingüístico bretón se orientará hacia un apolitismo teñido de un su­ puesto progresismo: se practica una defensa despolitizada de la len­ gua en nombre de principios políticos de izquierda cuidadosamente ixhibidos en primer plano. Durante 1958, por ejemplo, una declara­ ción es adoptada por un taller de cultura popular bretona (en lMogoff, Finistére) y un taller de pedagogía occitana (en Uzes, Gard). Ésta ftclama: ln Que de ahora en más los maestros sean formados con método para la enseñanza de las civilizaciones regionales. 2° Que todos los niños de Francia tengan algunas nociones de las civili­ zaciones originarias que se desarrollaron sobre el suelo nacional. 111

¡hiel., núm. 8, octubre de 1933.

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clásica, en el fondo trabajaban para las elites bretonas, planteándose, para el bretón, en cierta forma como lo que frieron los poetas de la Pléiade para el francés. En ello hay, entonces, tina base inicial, específi­ ca, con sus características sociales y culturales, sus referencias propias, y sobre esa base habrá más tarde una proliferación de movimientos de defensa de la lengua. Así, Al Falz, revista mensual fundada en 1933 y leída fundamentalmente por “institutores laicos”, se lanzó a un comba­ te por el renacimiento cultural de Bretaña, combate cuyos argumentos y fundamentos vale la pena analizar. Bajo la influencia de Yann Sohíer (1901-1935), miembro del Par­ tido Comunista, la lengua bretona será presentada como una lengua proletaria; y su paulatina desaparición, como la prueba de la opresión del proletariado bretón por parte del sistema capitalista: La dominación política de Francia hizo de él un pueblo de criados; su dominación lingüística hizo de él un pueblo de esclavos... Bretaña no se liberará verdaderamente de la sujeción intelectual respecto del francés si no es mediante la conservación y el estudio de su lengua. Esa es la llave para nuestra prisión. Por intermedio del bretón, transformado en instru­ mento de cultura, se podrá volver a encauzar la cultura de nuestra raza.9 Se notará, además, que aquí se invierte la jerarquización que denuncié antes: no es sólo la lengua, sino, por el contrario, la lengua antes que la lucha de clases, lo que parece ser por lo menos llamativo. La conse­ cuencia que deriva Ar Falz de su análisis es que en Bretaña la escuela del pueblo no podría ser sino una escuela en bretón y, al ser las referencias ideológicas aquello que son, se echa mano al ejemplo de la URSS: Queremos que se enseñe el bretón, no a una minoría, sino a todos los bretones. Queremos, por cuanto es nuestro derecho imprescriptible, que la escuela del pueblo en la Baja Bretaña sea la escuela delpueblo bretón... Ese derecho, tendrán que dárnoslo; pues por sobre las fronteras imperialistas, cual faro, liberando por los carriles de la lengua materna a ”

Ar Falz, núm.

10, diciembre de 1933.

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sus minorías ayer embrutecidas por la rusificación, la URSS ilumina al pueblo bretón, le muestra el porvenir y guía sus esperanzas.10 A primera vista, entre la óptica elitista de Mordiern -cuyas obras estaban objetivamente destinadas a una minoría de intelectuales, sin duda, no al pueblo- y el análisis populista de Ar Falz parecería haber un abismo. Sin embargo, esos dos tipos de estrategia tienen en co­ mún un punto importante; limitan su acción al campo lingüístico. Y esa limitación es reveladora de otra cosa más importante, pues de por sí no es necesariamente criticable. De hecho, el verdadero punto en común entre Mordiern o Vallée, por una parte, y los militantes de Ar Falz, por otra, es la ausencia de reflexión seria acerca de las causas del retroceso general y de la desaparición de la lengua bretona al este de la península, y esa ausencia es lo que revelan los límites de ese comba­ te únicamente lingüístico. En el fondo, esos militantes lingüísticos se parecen a aldeanos africanos que buscaran el modo de cuidar sus cul­ tivos devastados por las langostas, sin darse cuenta de que la única solución es preventiva y que más valdría intentar ajustar cuentas con las langostas antes de que se lancen sobre los sembradíos. Esa ausen­ cia de análisis se generalizará y, pese al intento de Sohier, el combate lingüístico bretón se orientará hacia un apolitismo teñido de un su­ puesto progresismo: se practica una defensa despolitizada de la len­ gua en nombre de principios políticos de izquierda cuidadosamente exhibidos en primer plano. Durante 1958, por ejemplo, una declara­ ción es adoptada por un taller de cultura popular bretona (en Plogoff, Finistére) y un taller de pedagogía occitana (en Lfzes, Gard). Ésta reclama: 1° Que de ahora en más los maestros sean formados con método para la enseñanza de las civilizaciones regionales. 2UQue todos los niños de Francia tengan algunas nociones de las civili­ zaciones originarias que se desarrollaron sobre el suelo nacional. Ibid., núm. 8. octubre de 1933.

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3o Que, desde la primera edad escolar, se evite coartar el reducido vasco, catalán, occitano o bretón de su medio natural; que, si se presenta la necesidad, se restablezca los lazos humanos que normalmente lo vin­ culan a él. 4o Que a continuación se lo inicie paulatinamente en su cultura origina­ ria, a la vez tradicional e intelectual. 5° Que en el momento en que aborda los problemas de la cultura, se le enseñe todas las formas de esa cultura, dentro del marco histórico y geográfico que le pertenece. 6o Que esa enseñanza se integre, para volverse normal, a los programas y a la curricula y se prevea una ratificación eficaz en los exámenes. 7o Que la enseñanza superior forme élites regionales instruidas en su cultura y capaces de incorporar estas últimas al conjunto francés." Evidentemente, ese texto está inscripto en la continuación de las lu­ chas que entretanto llevaron a la adopción por parte del parlamento de la ley Deixonne (véase capítulo V il): se contentan con pedir la introducción de lenguas dominadas en el sistema de instrucción cor­ tado a medida de la lengua dominante. Ese plan puede parecer razo­ nable (se verá en el texro citado más adelante que no se reclama más que algunas horas), pero en la práctica carece de todo realismo, pues hace presentes dos elementos inconciliables. Una vez más, la ausencia de análisis de los motivos del retroceso de la lengua (es decir, la ausen­ cia de comprensión del fenómeno de glotofagia como un fenómeno a fin de cuentas económico y político) anula cualquier acción a favor de esa lengua. El gueto, o el callejón sin salida, articulado por ese modo de privilegiar el problema lingüístico es aún más palmario hoy, en las reivindicaciones de grupos como Défense et Promotion des Langues de France o GALV (Comité de Acción Progresista por la Len­ gua Bretona). Por lo demás, este último cifra sus demandas del si­ guiente modo:

11

Ibid., núm.

1, 1959, p. 11.

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I. Enseñanza: 1° Tres horas semanales facultativas de bretón, organizadas en la Baja Bretaña, en todos los tipos de instrucción (primaria y segunda ense­ ñanza). 2o Igualdad de condiciones del bretón con las otras lenguas vivas en la enseñanza y en los exámenes. 3o Integración a los programas del estudio de la civilización de Bretaña (historia, economía, geografía, literatura). II. ORTF:"

l 1’ Creación de ciclos televisivos en lengua bretona. Ia Una hora diaria de bretón por radio. 3o Programas bretones, culturales o informativos, en francés, en radio y televisión.12 Y parece estar claro que esas exigencias muy bien podrían ser conce­ didas al pie de la letra por un gobierno centralizado!1 si tuviera un poco de inteligencia: eso no cambiaría gran cosa de la relación entre las fuerzas en juego. En mi opinión, ese tipo de reivindicación parece ser apolítico-progresista en ese perfil. Por una parte, se hace un lla­ mamiento a apoyar las fuerzas de “izquierda” (tipo ur>ii), se busca tejer alianzas en aquel sector; pero el análisis (si es que existe alguno) que por sí solo sostiene la reivindicación lingüística pasa a cien leguas de lo que justamente podría constituir un campo de discusión teórica con esas fuerzas de “izquierda” o con los grupos revolucionarios. Al­ gunos le contestaron desde el ámbito político, justamente desde el punto de vista del combate bretón (cuyos fundamentos no discutiré aquí), reivindicaciones de este tipo: El combate por Bretaña empieza con la destrucción del Estado francés en Bretaña, también de sus instrumentos de dominación. Desde hace un siglo, la universidad francesa es el principal instrumento de alienación ' Organización Radio-TV Francesa. (N. dcT.] 12 GAL.V, I.ivre noir et blanc ele la langue bretonne, Brest, 1969, p. 43.

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del pueblo bretón. La liberación del pueblo bretón pasa por la destruc­ ción de la universidad Francesa en Bretaña. Introducir la lengua del pue­ blo bretón en la universidad francesa equivale a: —empujar al pueblo bretón a la trampa colonial; —desviar a los bretones de la senda revolucionaria; —quitar a la lengua bretona su sentido revolucionario.1’ Y la violencia de este pasaje no debe impedirnos sopesar la parte bien fundada. El único problema consiste en saber si la situación actual de Bretaña es efectivamente colonial (digo, sin más, actual, pues queda claro que el origen de la asimilación de Bretaña a Francia es un proceso colonial), en especial si el pueblo bretón actualmente tiene conciencia de conformar una nación dominada. Sin embargo, una vez planteado eso, el análisis de ESB es inatacable en cuanto concierne a cualquier situación colonial: sobre todo, es aplicable prácticamente sin cambios a todas las situaciones africanas. Hoy en día, de nada sirve luchar única­ mente contra la francofonía, ya que esta última no es sino la traducción lingüística del neocolonialismo, también debido a que hay una gran inconsecuencia en reclamar el reconocimiento de una lengua por parte de un Estado que es precisamente la causa de su desprecio y de su dominación. Una vez más, lo que descalifica a ese tipo de abordaje es la completa ausencia de análisis de las condiciones en que aparece el fenó­ meno glotofágico. Se lamentan de que una lengua sea vejada y desapa­ rezca; reivindican para ella el derecho a la vida -en cierta forma “déjen­ la vivir”—, y van a golpear las puertas de un ministerio centralizador para pedirle 1111 poco de aire, mientras que los basamentos mismos del Estado implican justamente la asfixia de las lenguas locales (aunque puede permitirse soltar algunas parcelas en la universidad que les deja­ rá: algunas horas semanales de instrucción, en pro de preservar para sí unos monumentos históricos en vías de extinción. El problema es sa­ ber si se considera que las lenguas son obras maestras en riesgo o mani­ festación de una comunidad humana). IJ ESB, núm. 1, Les Donées socio-historiques de l'emsav. Retines, p. 28.

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Desde luego, ya se detectó esc apolitismo, en el sentido fuerte del término; y hubo quien procuró oponerle una solución alternativa. Así, Erwan Vallérie, después de plantear que: La cuestión no es llevar a los bretones a articular tales sonidos antes que tales otros, sino, por conocer las implicaciones sociopolíticas del empleo de tal o tal lengua, tomar una resolución en ese ámbito específico confor­ me a nuestras preferencias históricas generales y asegurar así una perfecta coincidencia entre nuestro accionar y nuestros objetivos lingüísticos y, por otra parre, nuestra orientación política global.14 Llega a la conclusión de que: Es la revolución bretona la que creará la lengua bretona del futuro. Todas las revoluciones crean su propio lenguaje y, de no crearlo, no pueden lograr su consumación.15 Mientras que los militantes de esis afirman de manera aún más taxativa: Ningún Estado, aun bretón, hará del bretón la lengua de la sociedad bretona si el bretón no se volvió antes la herramienta de trabajo revolu­ cionario que da origen a esa sociedad... [Los revolucionarios) no recono­ cen a la lengua bretona otro lugar que 110 sea ¿se, y sobre todo denuncian el estancamiento de cualquier “combate cultural", ya sea que éste tienda a rebretonizar un sector de la vida francesa o la vida nacional de un pro­ yecto de Estado bretón.16 También en este caso es necesario destacar que estos análisis se apli­ can perfectamente a las situaciones de colonialismo o de neocolonia­ lismo que hoy conocemos fuera del territorio francés. De nada sirve reclamar a Malí la introducción del bambara o del peul en la escuela, 14 Erwan Vallérie, “Place de la langue ilans le combar de liberación nacionalc” (1), en: Sav Breiz, núm. 6, enero de 1972, p. 7. 15 Ibid., “Placc de la langue...” (2), en: Sav Breiz, núm. 7, marzo de 1972, p. 27. 16 f.sb, núm. 7, La Langue bretonne et la révolution, Rennes, 1972, p. 48.

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militar en Scnegal por la promoción del wolof o del serer, procurar imponer en la Martinica un estatuto honorable para el creóle, si el combate se limita a ese ámbito. De hecho, para permanecer en per­ fecta coherencia con lo que dije acerca del proceso glotofágico y las condiciones de su aparición, es imposible hacerse cargo por comple­ to de una lucha por la dcsglotofagización si 110 se lleva el combate al campo mismo de esas condiciones, es decir, al del colonialismo según los ejemplos más frecuentes. Así, no es posible considerar que el problema lingüístico pueda plantearse aisladamente, solo, y menos considerar que pueda plan­ tearse después del conjunto de los problemas de la dominación. Por supuesto, alguien argumentará acerca de la convergencia de las lu­ chas: dejemos la lucha política a los militantes políticos, la lucha cul­ tural a los militantes de la cultura: a fin de cuentas, todos esos ámbi­ tos se recortan. Cálculo inútil, pues tales recortes no son más que azarosos y temporarios si las luchas en cuestión 110 están precedidas por un análisis común y no derivan de una estrategia común. No hay en esto milagros: no más que en otros espacios; y, llegado cierto mo­ mento, el combate lingüístico (como, en sentido amplio, el combate cultural) corre un fuerte riesgo de reforzar la situación de opresión a la que pretende oponerse. ¿S in la l e n g u a ?

A la inversa, del mismo modo que resulta difícil concebir que la len­ gua pueda por sí sola ser la meta o el medio de una lucha de libera­ ción nacional, 110 se percibe bien qué final podría tener una lucha de ese tipo si no tuviera en cuenta, en 1111 momento u otro, el problema lingüístico. Para empezar, por motivos teóricos. Si, en efecto, se admite el esta­ tuto superestructural que propuse dar a los conflictos entre lenguas, no es fácil colegir cómo podría perdurar dicha superestructura lin­ güística mientras la infraestructura cambiaría: cualquier subversión

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de la infraestructura colonial, es decir, cualquier descolonización real y no formal, implica una subversión similar de la superestructuras que están asociadas a ella. Como ya dije, desde ese punto de vista la persistencia del sistema sociolingüístico surgido del colonialismo es señal de otra persistencia, más fundamental: la del propio sistema colonial. Es decir, en términos más claros, que 110 hay ni puede haber descolonización económica y política sin que en el desenvolvimiento de ese proceso también intervenga una descolonización lingüística. Esa proposición no deriva en medida alguna de 1111 dogmatismo cual­ quiera, sino simplemente de la lógica, de la coherencia: la desapari­ ción real de una causa se mide por la desaparición total, dentro de cierto plazo, de sus efectos. Pero también hay argumentos históricos para sustentar esa propo­ sición. Un rápido y superficial recorrido por las distintas situaciones de descolonización que nos es dado conocer nos convence con gran rapidez de que prácticamente nunca un pueblo se liberó de su suje­ ción colonial conservando la lengua del colonizador. Hay que tomar­ lo como tal y analizar ese hecho. Para empezar, en todos los casos en que se impuso una lengua, se debe a que antes de ella se impuso una comunidad que hablaba esa lengua, imponiendo a la vez su mercado, su organización política, jurídica, etc. Si, por ejemplo, existe un con­ junto de lenguas al que se llama lenguas romances, se debe a que la conquista romana fue una conquista lograda, a que la colonización romana fue una colonización lograda. Ya se trate de la Península Ibé­ rica, de Galia o del norte de los Balcanes, el occitano, el francés, el español, el portugués o el rumano hoy están allí para convencernos de ello. A la inversa, los conquistadores árabes, pese a su larga presen­ cia en el sur de España (permanecieron allí siete siglos), no impusie­ ron su lengua. No quedan, entonces, más que rastros, de los que ya nos ocupamos: superestrato árabe en español (en especial, todas las palabras que comienzan con a o al, recuerdo del artículo definido). Esos superestratos dan testimonio de que en cierta época una lengua tuvo el dominio, sin llegar a imponerse. Al contrario, el sustrato (como el sustrato celta en francés, por lo demás, limitado) testimonia que la

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primera lengua desapareció: es a la colonización lograda lo que el superestrato es a la colonización inacabada. Hay, por supuesto, otros ejemplos de este vínculo entre la trayectoria del colonialismo y la trayectoria de la superestructura lingüística de tipo colonial. La colo­ nización de América Latina (y ese apelativo, latina, es significativo) impuso el español y el portugués a los indios, tal como la de América del Norte les impuso el inglés; esos son casos de colonialismo logra­ do; en el norte, las lenguas indígenas prácticamente desaparecieron, en el sur corren el riesgo de desaparecen desaparición que nos señala a un tiempo la desaparición de la organización social de esos pueblos. Y a la inversa, para seguir refiriéndonos a ese continente, los québécois hacen de su lengua uno de los puntos principales de su lucha contra un fede­ ralismo que estiman dañino y consideran una sujeción colonial. Otro ejemplo, acaso más significativo, aunque peculiar, es el de la creación del Estado de Israel, si se lo analiza desde el punto de vista lingüístico. En efecto, hace un siglo, el hebreo prácticamente ya no existía; todos los diccionarios lo colocaban dentro de la categoría de las lenguas muertas, y su léxico restriivgido (alrededor de ocho mil términos) era arcaico, en su base fundamentalmente bíblico, y por ende desligado de las realidades de esc presente. Nada predisponía, entonces, a esa lengua de estatuto comparable al del latín o al del griego antiguo, a volverse el medio de comunicación de un estado moderno. A fines del siglo pasado, Eliézer Ben Yehudan, dejando Alemania para ir a Palestina, intenta modernizar esa lengua litúrgica. Se lanza a la redacción de un diccionario en diecisiete volúmenes (el Thesaurus Totius Hebraitatis), para el que inventa miles de términos, o incluso crea derivados más acordes a las reglas internas de la lengua para reemplazar calcos (en lugar de bet sefarim, “casa de los libros”, propone sifriya, “biblioteca”; en lugar de sefer-milim, “diccionario”, calcado sobre el alemán Wórterbuch, propone milone,; en lugar de rekhev barzel, “vehículo de hierro”, propone rakevet, “tren”; etc.). Pero en eso nunca había habido más que el intento por parte de un intelec­ tual aislado (lo cual, por otra parte, es relativo: Ben Yehudan no tra­ bajaba solo; en 1890 crea la va’a d haslhaon, comisión de la lengua

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hebrea, que en 1948 se transformará en la Academia de la Lengua Hebrea), en quien tenía predicamento la idea sionista, en el fondo bastante cercano a esas traducciones de textos científicos a lenguas africanas que señalaba más arriba. Lo que más cuenta es que, llegada la fundación del Estado de Israel, momento en que son posibles gran cantidad de lenguas nacionales, al importar los distintos integrantes de la diáspora su bagaje de inglés, ruso, alemán, francés, etc., se elegi­ rá el hebreo como lengua nacional, como para dar cuerpo a la antigua (e incompleta) teoría que hace de la lengua el criterio de existencia o de especificidad de una nación. Desde luego, lo que interviene en eso son ante todo motivos religiosos (por lo demás, motivos inherentes al proyecto sionista): se elegía para un estado de base religiosa la lengua sagrada de esa religión, la lengua de la Tora. Pero eso no cambia que lo tomado por la diáspora judía como una liberación también fuera acompañado por una especie de liberación lingüística, por cuanto el regreso a “tierra santa” iba junto a un regreso a la lengua santa. Acaso porque el antiguo ensalmo anual “el año próximo en Jerusalén” se pronunciaba en hebreo. Lo dije antes: el ejemplo no es claro, merced a la confusión que ya implica la creación de Israel, en esta oportunidad más una potencia colonial que una nación descolonizada. Por añadidura, la situación del hebreo, lengua dispersa, dominada dondequiera, luego desapare­ cida, no era estrictamente comparable a la propia de las lenguas do­ minadas en la situaciones coloniales clásicas, en que el factor geográ­ fico (la diáspora) introduce una nueva dimensión. Sin embargo, muestra que en la dimensión de la vivencia de los pueblos tanto como en la dimensión teórica, que un pueblo tenga plena posesión de su destino implica que también tiene plena posesión de su lengua, y -para ésta—el derecho a ser por completo una lengua, es decir, en cuanto nos ocupa aquí, una lengua nacional.

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PROBLEMAS GENERALES L,a l e n g u a , p a r t is a n a d e l p u e b l o

Y esto último nos lleva a otro punto, completamente distinto; el de la relación que tiene con su lengua un pueblo colonizado. 'Lodo lo ante­ rior nos ha mostrado que la tendencia del colonizador era a suprimir las lenguas locales, a despreciarlas en la práctica y en su discurso, basando dicho desprecio tanto como se podía sobre argumentos seudocientíficos y, como réplica a aquello, a despreciar entonces a quienes hablan esas lenguas locales. Situación peculiarmente incó­ moda para el hablante autóctono, que, así, nota que es extranjero en su propio lugar de residencia (su lengua no es la lengua oficial), infa­ mado en su hábito lingüístico, e incapaz de comprender la lengua de la administración, de la justicia, etcétera. Pero la práctica de su lengua se vuelve entonces una suerte de acto de resistencia, al ser esa lengua impermeable a la mayor parte de los colonizados. Y esa resistencia prosigue, desde luego, cuando bajo la cobertura de una independencia formal el neocolonialismo continúa la iniciativa glotofágica. Está en todas partes, todos los días, bajo nues­ tra mirada, o casi. Cuando el campesino occitano habla su lengua con un malicioso placer ante “el extranjero” venido del Norte, cuan­ do 1111 marino bretón que puede hablar en francés finge ante un turis­ ta no comprender más que el bretón. Lvn ello hay un comportamien­ to en parte lúdico, pero que por cierto connota otra cosa, algo mucho más profundo. Y cuando, en África, uno oye grandes discusiones iró­ nicas en lengua local, evidentemente destinadas al blanco, que no entiende ni una palabra, se asiste a la misma situación: la lengua es un refugio, la lengua oficia de espacio privilegiado de la autenticidad negada, como último refugio contra la alienación colonial; en una palabra, la lengua es partisana del pueblo. A un hombre se le pueden quitar muchas cosas; nunca, incluso en nombre de la lengua de los otros, podrá contarse con su consentimiento para arrancarle la len­ gua que le es propia. La glotofagia lograda es, como vimos, la culmi­ nación de un largo proceso, en cuyo transcurso una parte de las co­ munidades humanas en juego son llevadas, poco o mucho, al rango

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de objeto de la historia. Nunca, en sitio alguno, hubo hablantes que dieran muerte a sus lenguas: hay quien lo hace por ellos, aunque sus cuerpos lo impidan, y a la vez da muerte a una porción de ellos mis­ mos. Ante semejante proceso ya activado, por lo menos les resta el goce de zambullirse en ella, de vivir un poco de ella, como quien siente la llegada de la asfixia y aspira sus últimas bocanadas de aire puro. Ésa es la lengua-refugio. Pero esa inmersión causa a la vez la escisión, la ruptura: en consecuencia, ante la lengua dominada hay que estar de un lado o del otro; 110 existe término medio, hay que elegir. Y entonces refugiarse en la lengua propia se vuelve 1111 acto militante, por lo general inconsciente, pero igualmente subversivo. Basta pensar en qué sucedería si repentinamente todos los funcionarios reputados, en ral o cual neocolonia, como hablantes del francés, se negaran a emplear la lengua dominante. Y si mañana todos los occitanos olvidaran su francés: ¿francés? No señor, no lo entiendo. Si los diputados senegaleses se pusieran a agredir a Senghor en wolofo en serer... Un sueño, por supuesto, que sin embargo a veces se mate­ rializa y entonces se muestra como subversivo. En octubre de 1972, en ocasión del juicio al i-LU ante el Tribunal de Seguridad del Estado, uno de los acusados, Yves Gourvés, se negó largo tiempo a hablar la lengua del presidente, reclamando un intérprete francés-bretón. ¡Oh, escándalo! El único modo de librarse de ello era convertir esa actitud en folclore, actitud de la que 110 se privó la prensa. Pero imaginemos que mañana los diputados de Guadalupe, de la Martinica, tomen la palabra en la Asamblea Nacional hablando en créole... Otro sueño, lo sé. Sin embargo, en las Antillas el pueblo habla todos los días créole; o peul en Malí, wolof o serer en el Senegal: en cuanto a él, permanece del otro lado, el de su partisana. Y, por lo demás, esa partisana genera sus propias armas. Las len­ guas dominadas rebosan de expresiones irónicas que conforman el análisis político más refinado. Los burócratas locales están del otro lado de la barrera, por ende, están del lado de los blancos, del lado de los pompidufanga, como se dice en bambara en vez de “imperialis­ mo”: del lado de la autoridad de Pompidou. De ahí en más, ¿por qué

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PROBLEMAS GENERALES

llamarlos de otro modo? En bambara, se usa el mismo término, tubabu, para nombrar al europeo y al burócrata negro, tal como en swabili mzungu abarca ambas categorías. Además, se toma como préstamo el nombre de políticos locales a sueldo del imperialismo para acuñar insultos: En Tanzania, en Uganda, en Zambia y en el conjunto de las masas popu­ lares swahilis, decir de alguien que es un Tsombe es designarlo como un vendido a los intereses del imperialismo y aventurero mediocre y despre­ ciable. Hoy, 1111 negro occidentalizado y cultivado que estimula la asimi­ lación cultural y racial ve cómo le ponen el mote de Senghor.'7 De la lengua partisana del pueblo nace, en todas partes, una resisten­ cia objetiva. Ella cuenta con la inmensa mayoría de los desposeídos culturales a su favor. “¡Jamás! ¡til cordero jamás se aliará con el lobo!”, proclamaba un canto bretón del siglo xvi, Ar renauded (Los rebelados). Y además, en otro campo, pero dentro de un movimiento análogo, los Black Panthers lanzan su grito: Black is beautijid! En tanto militantismo objetivo, esa práctica de la lengua domina­ da no es, con todo, elegida: se opone por la fuerza de las cosas a la glotofagia que se instala. A ello se debe que, si sólo se puede concluir estas observaciones respecto del vínculo entre combate lingüístico y liberación nacional con una nota que destaque la dificultad de llegar a una conclusión, pese a todo hace falta, sin más, tener en claro que el futuro está en las masas, esa aplastante mayoría popular que en las neocolonias no habla la lengua del colonizador. Una vez más, el pue­ blo permanece en su toma de partido en la lucha lingüística. Hasta el día en que arroje a los basurales de la historia la lengua dominante que acarician sus actuales dirigentes.

17 A. Kashamura, o¡>. cit., p. 88.

S e g u n d a p a r te

ESTUDIOS ESPECÍFICOS

VII. EL COLONIALISMO LINGÜÍSTICO EN FRANCIA

El colonialismo lingüístico y su culminación, la glotofagia, son pro­ ducto dedos teorías contrapuestas en la práctica política: una teoría de la lengua y una teoría de la nación. Ya vimos cómo, desde el siglo xvr, el abordaje teórico del lenguaje y de las lenguas siempre planteó el pro­ blema de su objeto de estudio en términos cualitativos: había lenguas “buenas” y lenguas “malas”, “lenguas cultivadas” y “lenguas salvajes”; desde luego, con enorme frecuencia se consideraba que la lengua de quien escribía era “buena” y “cultivada”. Esa visión eurocentrista de las lenguas y de sus respectivas “ventajas” que, como ya vimos, tiene su momento de apogeo durante el siglo xvni, sirvió de inspiración directa para el colonialismo; una lengua de salvajes, una “jerga”, de­ notaba a un pueblo de salvajes que, bajo ese rótulo, es pasible de una inyección de civilización francesa... No es casual que el término civi­ lización aparezca en el siglo xvni. Luden Febvre daba para ese térmi­ no la fecha de 1766;' por su parte, Benveniste da una fecha que la precede en diez años: en 1756. El marqués de Mirabeau escribe en L’a mi des hommes, ou traité de la populatiom La religión es, sin objeciones, el principal y más útil freno para la huma­ nidad; es el principal amortiguador de la civilización.2 Benveniste cita además un manuscrito inédito de Mirabeau, conser­ vado en los Archivos Nacionales, de título L’A mi des femmes, ou traite (U la civilisation, en el que ese autor declara: 1 Luden Febvre, Civilisation, le mot et l'idée, París, 1930. 2 Citado por Entile Benveniste, op. cit. 187

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ESTUDIOS ESPECÍFICOS

Si yo preguntara a la mayoría de vosotros en que hacéis consistir la civili­ zación, obtendría como respuesta que civilización es depuración de las cos­

tumbres, urbanidad, cortesía, y expansión de los conocimientos de modo que se observe las buenas formas y tengan cabida leyes propias de sus distintos elementos.

Urbanidad, cortesía, buenas formas y refinamiento de las costumbres eran, evidentemente, conceptos relativos, con los que la idea de civi­ lización (en oposición a la de barbarie) nace -com o la de lengua en oposición a jerga-, de la ideología eurocentrista: del mismo modo que las jergas evolucionan, depurándose, en dirección a la condición de lengua, los salvajes pueden evolucionar en dirección a la civiliza­ ción. En esa trayectoria, nuestras propias sociedades occidentales es­ tán en amplia ventaja por sobre las que podemos encontrar allende los mares. Pero el avance de la lingüística hacia postulados menos ingenuos no cambió gran cosa del problema. Durante el siglo xvm, la lingüísti­ ca (o eso que ocupaba su sitio) era racista, inmediatamente se torna “clasista”. Con ello quiero decir que las divisiones que propondrá entre los distintos idiomas (lenguas, dialectos, hablas locales, patois...) con gran frecuencia emanan de un desprecio de clase, de un despre­ cio por el oprim ido, el dom inado, tal com o las divisiones de Maupertuis o de Adam Smith (lengua-jerga) emanaban de un despre­ cio racial. Desde entonces, la lengua francesa se hallará, en la dimen­ sión ideológica, en idéntica relación ante tres tipos de lenguas: - las lenguas locales del territorio continental francés, a las que se da el nom bre de dialectos y, por esc mero m ecanismo denominativo, se coloca en condición de inferioridad respecto de la lengua, es decir, el dialecto de Ile-de-France; — las lenguas de las zonas colonizadas, a las que en la mayoría de los casos se considera inferiores, sobre todo cuando no cuentan con expresión escrita. Por lo demás, el modo de denominarlas es vacilante: dialectos, hablas locales, o bien patois...

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- las distintas variedades de francés hablado (los “niveles de len­ gua”) a los que se opone una norma escrita que es la única reputada como representante de lengua de cultura. Por supuesto, no se teoriza acerca de esas tres vertientes de funda­ mento de la superioridad del francés como si fueran un bloque úni­ co: suele afianzarse una construcción ideológica heteróclita, que toma elementos de distintas fuentes, en ocasiones contradictorias y, por ejemplo, cierto lingüista “110 normativo”, es decir, renuente a conde­ nar los fenómenos lingüísticos reales en nombre de una norma abs­ tracta (hecho sustancial de la actividad de toda una tradición grama­ tical), será por otra parte el teórico del primado de la lengua por sobre el dialecto... Ninguna doctrina conformada, entonces, sino múltiples fuentes en que abreva la ideología, construyendo sobre esas bases 110 homogéneas cierta idea respecto de la lengua que poco a poco se volverá la del sentido común. Por su parte, la teoría de la nación aparece de modo definitivo con la revolución de 1789. Y si nos interesa, se debe a que también impli­ ca cierta idea acerca de la lengua. Por cierto, la idea de unidad entre lengua y nación es asunto antiguo. No fue, como pretendieron algu­ nos, “inventada” por los románticos alemanes Herder, Fichte o Humboldt, sino que se remonta a una época muy anterior. Tullio De Mauro, por ejemplo, señala que el texto bíblico acerca de la división babélica hace un paralelismo entre división lingüística y dispersión de los pueblos; también que en las inscripciones aqueménidas figura un mismo término, lisani, que designa la lengua y la nación. ' Pero esa idea es asumida fuertemente por la Revolución Francesa. En síntesis, para ser un buen republicano hacía falta hablar el francés, como re­ cuerda Brunot: la lengua francesa, “tras haber sido la expresión del genio del país”, habrá de volverse “la de su alma” y “para todos, ha­ blar francés parecía ser una manera, y no de las secundarias, de ser 3 Tullio De Mauro, Storia lingüistica dell'Italia unita, Barí, l.oterza, 1970, pp. 267 y ss.

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patriota”.4 Por lo demás, se notará la poca distancia que toma Brunot, quien prácticamente asume la visión de las cosas que describe: eso es revelador de la perennidad de esa visión, como intentaremos demos­ trar más adelante. En efecto, esa idea de que la nación se define pol­ lin a comunidad de lengua se abrirá camino sin dificultades. Stalin, por ejemplo, escribirá que la nación es “una comunidad hum ana es­ table, conformada históricamente, surgida sobre la base de una co­ munidad de lengua, de territorio, de vida económica y de formación psíquica, que se traduce en una comunidad de cultura”,5 pero que “recién durante la segunda etapa del período de la dictadura del pro­ letariado, a medida que se instaure una economía mundial socialista unificada en lugar de la economía capitalista mundial, recién en esa etapa las naciones sentirán la necesidad de poseer, junto a sus lenguas nacionales, una lengua internacional común”.6 De hecho, el problem a de Stalin era el mismo que el de los jacobinos, y él le dará una solución apenas distinta. Ciertamente, cuando la revolución mundial haya triunfado, una lengua común podrá crearse (en ese aspecto hay que ver una influencia de N. Marr, que Stalin condenará más tarde); pero, mientras tanto, la política de la URSS juega a dos puntas. Por una parte, se transcribe las lenguas locales, se les da u n a ortografía, se recopila la tradición oral, y al mis­ mo tiempo se im pone la lengua rusa por medio de la escuela, la pren­ sa, etc., como para to m ar una opción acerca de la lengua internacio­ nal común. Es decir que la política de la URSS es, en ese aspecto, tan imperialista como la d e los revolucionarios de 1789, o la propia de la Francia colonial, a u n q u e allí 110 se dé el genocidio cultural. El francés siempre mostró ser u n a lengua que excluye a las demás, mientras que

1 Ferdinand Brunot, Histoire de la langue franfaise, París, Armand Colín, ! 9051937,t. ix, pp. 8-9. 5 José Stalin, El m arxism o y la cuestión nacional. '' Jostí Stalin, I.ti cuestión nacionaly el leninismo. Se notará que la muerte de Lenin media entre ambos textos, también que, si bien puede considerarse al primero como una mera transcripción del pensamiento de Lenin, el segundo-escrito en 1929- ya es ampliamente estalinista.

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el ruso admitiría ciertas relaciones de vecindad, como el inglés en ciertas colonias de la corona. La glotofagia es, entonces, menos vio­ lenta, lo cual para nada significa que sea menos eficaz. De hecho, es preciso evitar aquí analizar los distintos imperialismos sólo en función de su actitud respecto de las lenguas locales, lo que, llevado al límite, sería equivalente a considerar que hay “buenos imperialistas” (los que respetan las lenguas locales) y “malos imperialistas” (los otros). En mi opinión, ese error fue cometido por Yves Person cuando escribió: Sin embargo, hay que tomar en consideración que, el capitalismo, en tránsito al imperialismo de finales del siglo xix, renuncia al genocidio cultural en el mundo anglófono, no en el mundo francófono.7 En efecto, no hay que mezclar dos cosas distintas: la constitución de una superestructura lingüística surgida de relaciones de fuerzas, que es un hecho inevitable; y la intervención externa sobre esas relacio­ nes, con el aparato jurídico y escolar que eso supone, acompañada por una visión ideológica de esas relaciones. Como es natural, esa intervención puede acelerar la glotofagia, y la práctica del imperialis­ mo francés es una buena muestra de ello. Sin embargo, resulta difícil imaginar que su ausencia pueda operar en sentido contrario: en to­ dos los casos, el pluralismo lingüístico (belga, suizo, yugoslavo, etc.) es algo completamente distinto de una gracia concedida a una o va­ rias lenguas; como hecho superestructural, es fruto de relaciones so­ ciales y económicas que lograron imponerlo. Pero Yves Person tiene, con todo, razón en un punto: comparado con el inglés, el imperialis­ mo francés es doblemente glotofágico, pues siempre teorizó su prác­ tica lingüística y utilizó para apuntalarla todo el aparato jurídico que estuviera a su disposición. Al menos eso es lo que yo querría demos­ trar en este estudio. 7 Yves Person, “Imperialisme linguistique et colonialismo", en: Ar falz , núm. 1, junio de 1973, p. 25.

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E l DESEMPEÑO DE LA REVOLUCION FRANCESA8 Ya se sabe cuál fue, desde sus comienzos, el problema de la Revolu­ ción. Tenía que luchar en sus fronteras, especialmente al este, contra las amenazas externas. También temía las amenazas internas. Y ante esos dos peligros para exaltar a sus tropas no disponía, a fin de cuen­ tas, más que del concepto de nación. El problema lingüístico también será crucial para ella. Por una parte, hace falta encontrar lo antes posible un medio de comunicación eficaz con el pueblo. Ésa es la función del decreto del 14 de enero de 1790 que instituye la lectura en francés de los textos oficiales al término de la misa dominical. En ello hay, desde el principio, una evidente contradicción, ya que la Constituyente [la Constituante, Asamblea de 1789] respondía a un mismo problema (hacerse entender por el pueblo) con dos medios antinómicos (utilización de las lenguas locales, utilización del fran­ cés). Consiste en que de hecho no se sabe nada de la situación lin­ güística real de ese país. A partir del edicto de Viliers-Cotteréts, la ficción administrativa propone una imagen idílica de Francia, en la que todo el mundo (esto es, la burguesía y los clérigos) habla francés. Es cierto que la clase social que toma el poder en 1789 es, en la parte no francófona del territorio francés, hablante de la lengua de íle-deFrance. Pero esta situación nada tiene que ver con la del pueblo, pues la realidad lingüística de Francia era completamente distinta. Para tener una percepción más inmediata, Grégoire inicia en agosto de 1790, mediante un cuestionario, una indagación acerca de las leu guas habladas en Francia. ¿Qué cifras podemos presentar a este res pecto? En su informe, Grégoire propone la siguiente asignación:9 sólo quince departamentos del interior utilizarían la lengua de París, lin cuanto al resto, se estaría ante una población que habla una lengti.i distinta del francés, entre la que: HUtilicé algunos datos de un informe de maestría realizado bajo mi dirección |»«n Daniel Desfonvaines (/.a Révolutiun fian(aise et /a ¡tingue). Conste aquí mi agrade» i miento hacia ¿1. Informe de Grégoire a la Convención, 30 de julio de 1793.

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— 3 millones de habitantes hablarían también francés; — 6 millones apenas lo hablarían; — 6 millones no sabrían hablarlo. Es decir que, si a esto se suma que la población francesa entonces era de alrededor de 26 millones, dos quintas partes de los “franceses” tenían como lengua materna el francés. Pero indudablemente esas cifras son falsas por exceso de optimismo. La encuesta de Grégoire fue realizada en los departamentos por funcionarios, desde luego francófonos, que no disponían de medios heurísticos perfeccionados. Sin embargo, tal como se las presenta, esas cifras son elocuentes: la mitad de los ciudadanos franceses no entiende la lengua de la Re­ volución. Por lo demás, esa Revolución, o al menos la parte parisina de la Revolución, teme que la existencia de lenguas distintas del francés dentro del territorio nacional sea un arma para el enemigo, un cam­ po privilegiado para la subversión. Sin duda a eso se debe que más tarde el problema de Alsacia sea el más discutido: se impedirá el uso del “alemán” en Alsacia (17 de diciembre de 1793; es decir, después del informe Grégoire), medida a la vez impopular e inaplicable, pues equivale a impedir que la gran mayoría de alsacianos hable. Pero el mismo problema se presenta en todas partes: se teme la sedición. En eso hay un presupuesto cuya porción bien fundada no se mues­ tra de modo claro: ¿una región del “territorio nacional” sería más capaz de presentar oposición a la Revolución por hablar menos la lengua francesa? Por supuesto hoy uno piensa en la rebelión de los chouans [partisanos contrarrevolucionarios] que sobrevendrá poco más tarde. Pero los chouans fueron tanto de la Vendée como de Bretaña, y hablaban al menos a medias en francés. A la inversa, durante el siglo anterior, la revuelta progresista de los bonedu ruz (bonetes rojos) fue obra de campesinos hablantes de bretón y, durante la época de la revolución, no se conocen revueltas importantes en las regiones no hablantes de francés como el País Vasco, Alsacia, Flandes. Al contra­ rio, hubo revueltas en Bourges, donde se hablaba francés. En suma,

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bajo ningún aspecto se impone ese vínculo entre heteroglosia y sedi­ ción cuando uno se atiene a los hechos; pero rápidamente se tornará uno de los componentes de la ideología dominante. Ambos proble­ mas se verán reunidos en un tercero: la instrucción. En septiembre de 1791, Talleyrand propone la creación de una enseñanza primaria en francés para luchar contra los “dialectos”, pues según él señala “la principal necesidad social es comunicar ideas y sentimientos”. Ni la Constituyente ni la Legislativa [que le siguió] tomarán decisión algu­ na en la materia; y la Convención girondina terminará por crear un comité de instrucción pública (octubre de 1792) ante el que Lauthenas presentará un informe (18 de diciembre de 1792). Acción interesan­ te y valerosa: menos de tres meses después de la victoria de Valmy (20 de septiembre de 1792) que puso fin al avance prusiano, Lauthenas preconiza el bilingüismo en Alsacia y, de modo más general, la tole­ rancia de los idiomas que permite las relaciones con el extranjero. Notemos, pese a todo, que en esc caso hay un llamativo criterio de derecho a la existencia para las lenguas. Más allá de que el concepto de comunicación con el extranjero sea endeble (¿se trata de comuni­ cación con la lengua exclusiva del extranjero o con las lenguas locales de frontera? ¿El catalán o el vasco no permiten una comunicación con los catalanes o los vascos de España?), hay que destacar que la proposición de Lauthenas marcaba la condena a muerte de las len­ guas “pequeñas”. Sin embargo, su informe ni siquiera se discutirá, lo cual es interesante desde otro punto de vista: parece que ya se hizo una elección. Se espera una situación más propicia, pero ya se ha decidido expandir el francés por todas partes, ya que cualquier solu­ ción contradictoria es inaceptable por la ideología dominante. El in­ forme Grégoire ante la Convención (30 de julio de 1793) decidirá el curso de los acontecimientos. Ante la situación lingüística por lo menos heterogénea, Grégoire se hace centralizador: “Nunca será para mí demasiada repetición: en materia política, extirpar esa variedad de idiomas groseros que prolongan la infancia de la razón y la antigüe­ dad dt¿ los prejuicios es más importante de lo que se piensa.” Esefragmento al menos tiene el mérito de ser franco: directamente inspi­

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rado por el racismo lingüístico (sus idiomas groseros recuerdan a las jergas mencionadas por los enciclopedistas: como aquéllas, son pues­ tos en relación con la ausencia de pensamiento), además plantea claramente el carácter político del problema lingüístico. Por lo demás, se seguirá a Grégoire; y el 21 de octubre de 1793 la Convención aprue­ ba una ley que instituye las escuelas primarias del Estado en que los niños aprenderán el francés. Por otra parte, parece que esa ley es insufi­ ciente, pues algunos meses más tarde abundan textos e intervenciones: — 26 de octubre de 1793, decreto de la Convención. Se recuerda que la instrucción no se imparte más que en lengua francesa (seis días después de la ley acerca de las escuelas primarias que acabamos de citar); — 17 de diciembre de 1793, el comité de bienestar público prohíbe el uso del alemán (sic) en Alsacia; — 27 de enero de 1794, informe Barrere: “En un pueblo libre, la lengua debe ser única e idéntica para todos”. — Ese mismo día, un decreto ordena que en cada comuna donde no se hable francés se nombre un institutor hablante de la len­ gua de París; lo decretado debe ponerse en práctica en el plazo de diez días. Incluso se especifica que la enseñanza tendrá lugar un día para los niños y otro para las niñas, alternadamente, también que los días de décade,' el institutor leerá y traducirá (¿?) las leyes al pueblo. Las medidas con finalidad glotofágica se suceden a un ritmo acelerado; pero esa voluntad de desarrollar la enseñanza y expandir el francés contra las lenguas locales (en este caso, ambas finalidades son inseparables) va a chocar con­ tra una imposibilidad fáctica. A partir del 3 de marzo de 1794, el Bajo Rin informa al poder central que en Alsacia es imposi­ ble hallar docentes francófonos. Los pocos hablantes de francés eran enemigos del pueblo (de allí en adelante, curas), o bien ya tenían empleos en la administración pública. Y sin demora la En el calendario republicano, los días se agrupaban en decadarios. [N. deT.]

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Convención percibe que dichas dificultades no son estricta­ mente alsacianas: la encuesta de Guillaume, representativa de 557 distritos, muestra que el fracaso del sistema es completo. También cambia bruscamente de política: al no poder imponer el francés contra las lenguas locales, intentará enseñarlas conjun­ tamente y autoriza la enseñanza bilingüe (20 de octubre de 1794). En noviembre de ese mismo año, el informe Lakanal acerca del estado de la enseñanza vendrá a dar confirmación adicional a ese pesimismo: en algunas regiones, la mayor parte de los candida­ tos a institutor no sabe leer ni escribir... De todo eso, lo que hay que retener es el modo profundamente volumarista en que se concibe, durante todos esos debates, las rela­ ciones entre lengua y nación. Ya vimos que, corno más tarde hará Stalin, los revolucionarios franceses consideraban que el basamento más sólido de la nación es la unidad lingüística. Pero esa afirmación, que por lo demás actualmente sigue en vigor, es profundamente am­ bigua. ¿La unidad lingüística es resultado o condición de la existencia de una nación? En efecto, la afirmación según la cual la lengua es la manifestación de la nación se presta concretamente a dos prácticas políticas completamente opuestas: — queremos fundar una nación, por ende, vamos a imponer una lengua común a los futuros miembros de esa futura nación, en cierto modo, una Babel a la inversa: esa política, embrionaria bajo la Convención, se volverá oficial en la Francia de los siglos x ix y xx;

- hablamos una lengua que no es la propia de la capital o del imperio, por ende, conformamos una nación distinta: ésa es, en parte, la posición actual de movimientos como ETA en el País Vasco, FLQ en la zona québécoise, etcétera. En el segundo caso, se considera que conformar una nación es algo similar a una acción de masas. La unidad que eso implica se hace

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presente en especial (pero no solamente) en la unificación lingüística. Ésa es, grosso modo, la tesis que defendía Stalin; en cualquier caso, es la única que llega a ser aceptable bajo la mirada del marxismo. A la inversa, en el primer caso se considera que la nación no es un hecho de masas sino un hecho administrativo. No se constituye en el curso de la historia: es constituida; la burocracia tiene con ella una relación transitiva. A eso se debe que sea preciso imponer una lengua para reforzar una nación (es decir, a fin de cuentas, imponer una nación; pero entonces, ¿qué es esa nación?). Ese modo de ver las cosas, que más arriba califiqué de voluntarista, es desde luego a un tiempo im­ perialista: es el que comanda la asimilación forzada de Occitania, del País Vasco, de Bretaña; comanda las aventuras coloniales, al menos en su aspecto lingüístico, que estudiamos en el capítulo m. Y también es el que se hace presente en diciembre de 1968 cuando Alexandre Sanguinetti declara: “Haré el elogio de la centralización en la tribuna de la Asamblea Nacional. Esa centralización permitió construir Fran­ cia pese a los franceses o con la indiferencia de los franceses”, y cuan­ do Georges Pompidou declara el Io de enero de 1972: “La historia nos muestra que a lo largo de los siglos nuestro pueblo, destinado por naturaleza a las divisiones y al más extremo individualismo, no pudo conformar una nación más que por obra del Estado”. La Revolución Francesa dejó en ese ámbito, entonces, una heren­ cia importante, que explica toda nuestra historia posterior. Esa he­ rencia principalmente se apoya sobre dos ideas-guía: hablar francés es ser patriota; el dialecto es un agente de desunión (se sobreentiende que entonces se da la designación de dialecto a cualquier lengua del territorio nacional que no sea la francesa). A esos principios se suman otras dos ideas. La primera, surgida de la lingüística presaussureana, reposa sobre la inferioridad atribuida a ciertas lenguas respecto de otras: el francés es una lengua de cultura; el bretón es una lengua de imbé­ ciles (en toda la literatura del siglo XIX, el apelativo has bretón siempre es sinónimo de animal no instruido. Se comprende el motivo cuando se sabe que la Baja Bretaña es la región en que todavía se habla bretón). La segunda, surgida de la práctica de la iglesia católica que, en su afán

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proselitista, la mayor parte de las veces redactó sus catecismos en len­ guas locales (hasta el momento en que, tras la Segunda Guerra Mun­ dial, el episcopado interrumpirá esa práctica y decidirá seguir la operatoria de la centralización), radica sobre la alianza entre esas len­ guas y los clérigos. Así, el combate entre las lenguas locales del territorio francés se muestra como un combate en pro de la cultura y contra la ignoran­ cia, como un combate laico y republicano. Esc es el legado más im­ portante de la Revolución Francesa, y a la vez el más impostado. Ya vimos que la condición de no-hablante de francés no necesariamente genera comportamientos políticos reaccionarios (uno se sonroja al tener que recordar semejantes evidencias; pero la izquierda francesa todavía boy considera que el combate de los movimientos partidarios de esas nacionalidades es reaccionario), y el ejemplo de Suiza muestra que el plurilingüismo no es sinónimo de no-patriotismo (sin impor­ tar hasta que punto pueda considerarse una virtud el patriotismo). Sin embargo, para un institutor laico de la Tercera República cuyo horizonte político no iba más allá de La Marseillaise anti-cléricnlc de Léo Taxil,' el alsaciano, el bretón y, en menor medida, el vasco, el occitano, el catalán, el corso serán lenguas antirrepublicanas y len­ guas de curas. El ejemplo de Bretaña es especialmente revelador de ese punto de vista: con referencia al episodio de los chouans, a la tra­ dición católica del pueblo y a las escuelas privadas en las que no se excluía el bretón, muy pronto se asimiló una lengua (y en consecuen­ cia al pueblo que la habla) con la enemiga de la República. Desde luego, esa visión es ampliamente ideológica y, por si fuera poco, pro­ cede de una interpretación parcial y estúpida de la historia. Con idén­ tica facilidad podría elaborarse una teoría inversa y tan carente de sentido como ésa. Al perorar acerca de la rebelión de los bonedti ruz, dicha teoría inversa haría del bretón una lengua “progresista”. ¿Qué ' Conocido como l.éoTax¡l, Gabriel-Antoinejogand-Pagis (1854-1907) se dedicó a la escritura de “panfletos escandalosos” contra la Iglesia. Más tarde, fue excluido de la francmasonería, que pasó a ser el objeto tic sus diatribas. En 1892 fundó el periódico La France Cbrétienne. [N. deT.J

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queda, entonces, del francés? ¿Es la lengua de Thiers (“reaccionaria”) o la de Portier (“progresista”)? La debilidad de este modo de razonar es evidente; pero ese tipo de caricatura tiene, sin más, vía expedita cuando se trata de ridiculizar conforme a un principio inamovible aquello que es distinto de uno; principio que, como ya vimos, cons­ tituye uno de los puntales de la glotofagia. D el I mperio

a la T ercera

R epública

En consecuencia, dentro del ámbito lingüístico la Revolución Fran­ cesa no contó con los recursos que sí tuvieron su ideología y su polí­ tica: en especial, su política escolar lúe un fracaso, y la persecución contra las lenguas locales decretada al final en la dimensión de los textos seguirá siendo letra muerta. Con todo, ya se tomaron las gran­ des decisiones. Desde entonces, Francia vivirá basada sobre dos prin­ cipios rectores cuyas pretensiones son que la nación francesa haya de forjarse por medio de la expansión de la lengua francesa, que sólo el francés pueda considerarse lengua plena, completa, dentro de su te­ rritorio. Este constructo ideológico es perfectamente coherente con la his­ toria de los siglos anteriores. Las premisas de la iniciativa glotofágica aparecen en un principio como toques impresionistas: en 1229, se impone mariscales franceses en zona occitana (en Beaucaire, en Carcassonne); en 1462, Luis XI crea el parlamento' de Burdeos, y en 1501 Luis XII crea el de Aix-en-Provence, ambos con magistrados franceses. Después de esas decisiones de detalle aparece la tradición jurídica de esa voluntad de asimilación, cuando Francisco 1 decide que de allí en adelante las actas jurídicas sean redactadas en francés (ordenanza de Villers-Cotteréts, 1539). Como sucederá a menudo después, esa decisión recibe la impronta de la ambigüedad: aparente­ mente se dirige contra el latín pero, otorgando a los hablantes de Se trata, en su origen, de un tribunal. [N. de'J'.]

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francés el derecho a ser juzgados en su lengua, deniega a la vez ese derecho a los hablantes de bretón o de lengua de oc. Por lo demás, la ordenanza sigue el sesgo de toda una práctica expansionista anterior. En el siglo xin la cruzada contra los albigenses permitió que los baro­ nes franceses como Simón de Montfort extendieran sus dominios: llevada a su fin por Luis IX (llamado “San” Luis), asienta la domina­ ción francesa en Languedoc sobre la base de masacres justificadas desde lo religioso. El reino literario llegará a su fin, dejando a Peire Cardenal apenas el tiempo para escribir: Falscdatz e desmezura

Au bataiir empreza Al> verrat e abs drechina

E vens la falseza.

1Falsía y desmesura libraron batalla a verdad y rectitud; y triunfó la falsía.)

En este caso, bajo la cobertura religiosa, la conquista francesa es estric­ tamente imperialista: amén de drenar su intolerancia religiosa, Luis XIV buscaba una salida al mar (Aigues-Mortes). La ordenanza de Villers Cotteréts, que por otra parte sobreviene tan sólo algunos años después de la anexión de por sí también imperialista de Bretaña (‘acte d'unioríWc 1532), completa, entonces, en el ámbito lingüístico, un aparato de dominación ya suficientemente bien munido. Sin embargo, al inicio, para ello no hay otra justificación que la política y económica: como y.i intenté demostrar en el capítulo III, la lucha contra las lenguas locales es ante todo un medio. Al haberla teorizado la Revolución Francesa, .il haberla integrado a la ideología general siguiendo la vertiente de l.i nación y al haberle conferido una apariencia progresista, el siglo xix se entregará a ella en pleno transporte de delectación. No obstante ello, el Imperio se preocupa bastante poco por la-, lenguas locales: su política escolar se vuelca sobre todo hacia la según

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da enseñanza; y la población que accede a los liceos está conformada por hablantes, recientes o 110, del francés: en esos recintos no hay ninguna necesidad de bloquear las lenguas locales. Después de la re­ volución de 1830, se hace obligatorio el conocimiento de la ortogra­ fía (seamos precisos: la ortografía francesa) para ocupar un cargo pú­ blico. Eso no impide que la población no francófona hable su lengua materna, pero sirve de freno a su acceso a la función pública y afianza la francización: a partir de ese momento, para abrirse camino entre la gente de mundo, los jóvenes granujas de dialecto bárbaro tendrán que aprender el francés, jules Ferry, bajo la Tercera República, dará a Francia los recursos para la batalla final: la enseñanza obligatoria con dictado de todas las materias en francés se decreta en 1881-1884. La enseñanza se hace gratuita y obligatoria de los seis a los trece años. Ya Victor Duruy, ministro de Instrucción Pública bajo Napoleón III, había mejorado el destino de los institutores (retiro adelantado, au­ mento salarial, creación de una distinción especial, las palmas acadé­ micas): la enseñanza primaria se torna una administración capaz de hacerse cargo de su tarea. También en este caso impera la ambigüe­ dad. En efecto, la política escolar de Jules Ferry es objetivamente pro­ gresista, por cuanto permite que la población acceda a la enseñanza sin trabas clasistas. Pero, desde la perspectiva que hemos adoptado, íólo es progresista si se toma en cuenta la parte francófona del territo­ rio. La percepción que se tiene de ella desde Occitania o Bretaña es la de una condena a muerte de las lenguas locales, por las que en verdad nadie se preocupa demasiado. Ciertamente, cuando Hersart de La Villemarqué publicó su Barzaz Breiz -recopilación de canciones po­ pulares bretonas acompañadas de su traducción al francés, cuya au­ tenticidad por otra parte se puso en fuerte entredicho—, George Sand aplaudió esos tesoros de poesía popular, pero para ella se trataba de folclore. Y Balzac, en sus Chouans, estaba lleno de desprecio por el grosero idioma de los bajobretones (dos citas, entre otras, “el patois de ese país”, “los sonidos roncos de una voz bretona”. . .). N o se aban­ dona, tampoco se lo hace hoy, esa idea de superioridad de! francés (Iflí otras lenguas del territorio pueden producir poesía popular; por

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su parte, el francés produce literatura: tal matiz es importante, y ca­ racterístico, de ese siglo) y menos aún el principio inculcado por la Revolución de 1789 —el francés es la lengua de la nación—, pero nadie se ha preguntado si en verdad hay una sola nación. Al respecto, para relativizar el personaje Jules Ferry que los manua­ les escolares nos muestran como portador de progreso, no debe olvi­ darse que él fue el hombre de la colonización de Túnez e Indochina, colonización que teorizó en sus discursos en la Asamblea Nacional: los pueblos civilizados tienen un deber, el de llevar una cuota de civi­ lización a los pueblos salvajes. Según esa división maniquea, árabes, vascos, bretones, africanos y occitanos están del mismo lado de la barrera, del lado de los salvajes. Para convencerse, basta con leer las circulares de los inspectores de instrucción primaria relativas a la en­ señanza del francés a los pequeños bretones, a los pequeños vascos, a los pequeños wolofs... K1 inspector Carré, gran matador de lenguas locales, cuyo Méthodepratique f,le langage et ele lecture será la punta de lanza de la glotofagia escolar, cita a un hombre apellidado Poitrineau, inspecteur d ’académie en Vannes: El pequeño bretón es abandonado a su suerte desde que es capaz de an­ dar. Mal vestido, desaliñado, chapotea todo el día por los caminos, come apartado una hogaza de pan negro, juega poco y no habla... Si bien físicamente tiene una edad de ocho años, apenas si tiene tres en cuanto a su desarrollo intelectual. ¿Queda, en estas condiciones, margen para romar en cuenta esas pocas palabras bretonas que le bastaron para llevar hasta ese momento una vida tan rudimentaria? No lo creo. Es preferible admitir que no sabe nada y empezar con él desde el principio, como se hace en el jardín de infantes.10 No es necesario aclarar que el inspector Carré incorpora a su haber esas pequeñas gemas. Como la obligación moral de ser portadores de civilización que acicatea Jules Ferry (civilización: bonito eufemismo, lc' I. Carré, Revue i'édagogique, 15 de marzo de 1888, citado por Ar Falz, núm. I. enero-febrero de 1959.

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en lugar de colonización) desemboca —encuadrada dentro del apara­ to ideológico dom inante- en la necesidad de librarse de las lenguas locales, la escuela se tornará aplanadora, y nunca nadie alcanzará a mencionar todas sus acciones reprobables. El desprecio por la lengua materna de los alumnos se ponía de manifiesto en los castigos infligi­ dos a quienes eran sorprendidos hablando patois: el symbole, objeto infamante cuya portación se imponía a ese agitador lingüístico, quien, a su vez, asumía la carga de hallar a otro que cometiera esa falta para sacarse de encima ese sambenito (hecho que al mismo tiempo era una excelente forma de iniciar en la delación): Por la mañana, al entrar a clase, el maestro vuelve a colocar al primer alumno de la división superior una moneda marcada con una cruz hecha a cuchillo, o cualquier otro signo que permita reconocerla. Esa moneda se llama le Signe. Para su portador -el signeur, como dicen los alumnostodo consiste en librarse de la moneda, pasándola a otro alumno al que haya sorprendido pronunciando tan sólo una palabra de patois." Ese symbole nos había sido presentado bajo los lincamientos y las aparien­ cias de un pequeño disco de hojalata, con un orificio en el centro, por el que pasa una piola. Al primer término sospechoso que uno dejara escapar, el bedel le deslizaba en la mano ese signo de infamia. En uno quedaba deshacerse de él, pasándolo a un condiscípulo, a quien uno con astucia hallaba en falta... El último poseedor del symbole permanecía, al final de la jornada, una hora más que el resto, regando, barriendo el piso del aula.12

El sistema del symbole y la represión que subyace a su aplicación efectuaban a la vez un corte en el ámbito familiar; el niño, sometido a la propaganda escolar, llegaba a sentir vergüenza de hablar la lengua de sus padres. Bilingüe en un medio social generalmente unilingüe, le veía excluido, apartado, marginado. 11 B. Boitiat, Correspondance ginírale de l'instruction publique primaire, 15 de octubre de 1893. A. Le Braz, Bulletin Pédagogitjue des Instituieurs et institutrices du Finistire, núm. 1, 1896.

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Ante esa iniciativa colonizadora, que luego hasta cierto pumo se presenta del mismo modo en el territorio nacional y en los de ultra­ mar, no podía haber reacción alguna. Los intelectuales bretones u occitanos son los primeros asimilados (ironía de la historia: hoy son los primeros en intentar un retorno a sus lenguas), escriben en fran­ cés y, sobre todo, están ampliamente alienados por la ideología domi­ nante. Com o ya vimos, la política escolar implica la desaparición de las lenguas locales; pero esa desaparición parece normal, pues los prin­ cipios de 1789 que la justifican son admitidos por todos los que po­ drían protestar con cierta convocatoria. Acerca de esto, no hay que perder de vista que cuanto fundamenta el desprecio por las lenguas que el francés se está ocupando de sojuzgar, cuanto fundamenta la superioridad postulada de la lengua francesa por sobre esas lenguas locales, no puede ser únicamente el racismo tradicional (que por lo general no trata a los negros igual que a los blancos; véase en el capí­ tulo ( el segmento referido a Gobineau). En la base de esa actitud reside principalmente la idea tic que la “cultura” da derechos a una lengua y al pueblo que la habla y por ende una determinada idea de cultura: vimos, a propósito del término civilización, que sólo existía por oposición al término salvaje; lo mismo ocurre con relación a la cultura, cuya pluralidad no puede admitirse. De hecho, ésta se ve limitada por la pálida línea de los Vosgos; todo lo diferente le resulta extranjero, o casi: las excepciones acordadas no se refieren más que a Europa occidental. También se la concibe eminentemente como escri­ ta, lo cual explica que al final el árabe sea menos maltratado por el colonizador que el wolof, el bambara o el lingala: a! tener una literatu­ ra, se lo admitirá en la escuela, en las contadas escuelas primarias francoárabes y, por otra parte, en el secundario, como lengua extranje­ ra. La escritura y la literatura conferían al árabe una suerte de estatuto adquirido y los derechos relativos a aquél; pero, desde luego, nunca existió preocupación por transcribir las lenguas carentes de escritura. Podríamos, por supuesto, preguntarnos por qué el árabe era admitido en la enseñanza secundaria como lengua extranjera. Eso se debe a que al respecto existía el conflicto entre dos tendencias rectoras:

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— el francés es la lengua de la nación y, por tanto, todos los niños franceses (en este caso, eso equivale a decir “los niños árabes”) deben hablarla; — el árabe tiene una tradición cultural, ya que posee una literatu­ ra, y por eso no hay que liquidarla por completo. Y, una vez más, esa tan pobre extensión del concepto de cultura está en relación de continuidad con el pensamiento de los ideólogos del siglo xvni, esas luces que funcionaban sobre la base de la contraposi­ ción entre civilizados y salvajes, entre lenguas y jergas. La escuela no es el único lugar en que se desarrolla esa guerra de lenguas. Otro hecho importante en esa expansión ele! francés habrá de ser el servicio militar, hecho obligatorio por la Tercera República. En el ejército se habla en francés, sobre todo cuando, después de ias masacres —en especial, durante la Primera Guerra Mundial—, se recom­ ponen regimientos con reclutas de distintas proveniencias geográficas. Marquemos, de paso, que éste no es un hecho aislado: el ejército tam­ bién desempeñó un papel en la configuración lingüística ele las colo­ nias en que, por ejemplo, el bambara, lengua de mando entre los "tirailleurs” senegaleses, logra un afianzamiento de su extensión. A es­ tos factores (escolares, militares) pronto se sumarán la radio, que trans­ mite en francés, y la prensa: la lengua de la capital, si 110 con plena evidencia “culturalmente superior”, lo es —sin discusión posible- admi­ nistrativa y técnicamente. En ese campo tiene en su mano todos los ases, la asistencia irremplazable de la fuerza de 1111 aparato de Estado. Por todos estos motivos, que obedecen tanto a las necesidades in­ ternas del capitalismo como a una visión ideológica de apariencia progresista, la Tercera República va a consolidar el estatuto del fran­ cés aun antes de que se alcen voces contra la muerte de las lenguas locales. Si la ordenanza de Villiers-Cotteréts era un hecho fundamen­ talmente tecnocrático, si los textos y las decisiones de la Revolución de 1789 eran esencialmente ideológicos, la escolarización en francés de la Tercera República es un hecho económico y político. La Tercera República se interesa por los iletrados tal como hoy la Q uinta Repú­

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blica súbitamente se interesa por la alfabetización de los trabajadores inmigrantes: en pro de rentabilidad. Así es, la colonización lingüísti­ ca, furgón de cola de la colonización lingüística propiamente dicha, a la vez sigue y remonta el curso de aquélla, l.o remonta, pues la visión ideológica que consolida la superioridad de una lengua (es decir, de mi pueblo, de una civilización) es un factor necesario para justificar la colonización. Lo sigue, pues la consolidación de dicha coloniza­ ción implica el imperialismo lingüístico, ya sea generalizado en todas las capas sociales, como en el territorio nacional francés, o selectivo, reservado a las capas colaboracionistas, como en los territorios de ultramar. Por eso puede decirse que Francia hizo sus primeras armas en cuanto a poderío imperialista en su propio territorio. Una vez más, no es casual que la Tercera República sea a la vez, en buena y mala conciencia, el período de la dictadura de la lengua francesa den­ tro del hexagone y el de la colonización de ultramar y tic la glotofagia que le sigue. E l in ic io d e i .o s c o m b a t e s y la ley D k ix o n n e

¿En qué momento empezaron los hablantes de las lenguas minoritarias del territorio nacional francés a luchar por la subsistencia de su lengua? Sin duda, siempre, de un modo u otro, y esta pregunta 110 tiene mayor sentido, pues el mero hecho de hablar su lengua era, de por sí, una protesta (consciente o inconsciente) a los avances del francés y una de­ fensa (consciente o inconsciente) de lo vernacular. Pero en ese caso se trata de comportamiento y no de lucha organizada y lúcida. El siglo xix asiste, claro está, a un renacimiento del interés por las lenguas locales. . El gramático Le Gonidec trabaja sobre el bretón, el Félibrige vuelve a colocar el provenzal en sitiales de honor, etc. Pero en ambos casos se ’ Escuda formada en Provcnza para conservar y depurar la lengua provenzal, con la pretcnsión de hacer que volviera al rango de “lengua literaria”. La fecha de su constitución oficial es el 21 de mayo de 1854. [N. deT.]

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trata de un interés literario por esas lenguas, tomadas como lenguas de cultura, no como lenguas populares. Y esa renovación es ambigua, ampliamente influenciada por el romanticismo alemán, en especial por los hermanos Grimm y su noción de poesía popular que no existía más que en contraposición con la poesía erudita (Volk-kunst). En la intro­ ducción a su BarzazBreiz, Hersart de La Villemarqué los cita explícita­ mente en apoyo a una tesis de doble filo: Los hombres muy cercanos a la naturaleza, según la observación de Chateaubriand, en sus canciones se contentan con pintar exactamente lo que ven; por el contrario, el artista busca el ideal; uno copia, el otro crea; uno persigue lo verdadero, el otro la quimera; uno 110 sabe mentir y debe a sus ingenuidades las gracias por las que sus obras se comparan a la principal entre la poesía perfecta según el arte, como tan bien dijo Montaigne; la otra goza al fingir y alcanza su objetivo por medio de la ficción. Esa opinión es también la que sostienen los hermanos Grimm. Po­ demos afirmar -observan- que no logramos llegar a descubrir siquiera una mentira en los cantos del pueblo. Del mismo modo, cuando un campesino bretón quiere alabar una obra de este tipo, no dice: es bello\ dice: es verdadero

Así, se tiene la sensación de que ese interés renaciente por el bretón o el occitano procede del exotismo: allí hay “diamantes” de poesía popular, para retomar la fórmula de George Sand; pero esa alabanza es muy cercana al paternalismo. Esas lenguas que se desentierra con fruición producen poesía popular; pero el francés produce literatura, lo cual es completamente distinto. De modo que la oposición básica entre len­ gua dominada y lengua dominante se halla en el nivel de la producción literaria: nadie sería capaz de admitir, pese a todo el interés que se des­ tina a lo popular, que los “dialectos” lleguen a competir con el francés en el campo de la cultura. . La literatura romántica presenta, sin em­ bargo, un contraejemplo: Walter Scott. Una novela como Ivanhoe, por

Barzaz lireiz, p. xxxv.

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ejemplo, es profundamente anticolonialista, incluso en la presentación de las relaciones lingüísticas. En ella se ve, salvo en algunos casos aisla­ dos como el de Cedric, a la nobleza sajona asimilada y hablante de normando, mientras que el pueblo habla sajón; y esa dominación ante­ rior del sajón por parte del francés está, desde luego, relativizada por­ que en el momento en que W. Scott escribe ya se impuso el inglés: antigua lengua de esclavos, se transformó en lengua de hombres libres. Pero ese retroceso sólo es posible porque los ingleses están descolonizados. Por su parte, los franceses están tan volcados sobre su propia situación que no logran verla bien: son incapaces de juzgar acerca de la domi­ nación de París sobre el resto del territorio. La Villemarqué, para vol­ ver a esc ejemplo, nunca adopta una actitud crítica respecto de Fran­ cia, y a veces incluso parece incomodado por el contenido de los textos que edita en su Barzaz Breiz. Así, en una nota al canto de guerra bretón Ann Alarch {El Cisne), escribe: Uno desearía poder dudar de ello; pero tal cosa 110 es posible; el jefe del ejército francés a quien el jeíc de este enérgico canto de guerra envilece con el apelativo traidor 110 es otro cpie la llor de la gallardía, el héroe del siglo X iv, maesc Bertrand l)u Guesclin.H Como se ve, estamos lejos de Walter Scott. Pero es cierto que La Villemarqué terminará en la Academia Francesa..." Entonces, esa vuelta “a las fuentes” es básicamente obra de erudi­ tos, de intelectuales, y sólo tiene pocos vínculos con el problema sociopolítico de la lengua del pueblo, sojuzgada o prohibida. Le Gonidecse preocupaba sobre todo de purificar la lengua, con miras a lo que algunos bautizaron brezhoneg chimik, bretón químico:15” has­ 141bid p. 232. Después de leer muchas veces ese pasaje, no consigo desentrañar la ironía o la antífrasis que ciertos exégetas bretones quieren ver en él. ' En 1852 ingresa a la Academia de Inscripciones. [N. deT.] 15 Véase, en especial, E. Vallérie, “Place de la langue dans le combat de libération nationale”, en: Sav lirciz, núms. 7 y 8. Esto es, “de laboratorio”, “sintético”. [N. deT.]

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ta tal punto abundaban en sus escritos los neologismos incomprensi­ bles, aunque fueran filológicamente fundados. Y ese modo de obrar era una condena implícita de la lengua hablada por el pueblo: una lengua no se reconstruye en contra de quienes la hablan. Mucho más cerca de nosotros, una larga querella opuso a dos escuelas ortográfi­ cas, cada una en posesión de una editorial (Al liamm; Brud). Una aplica los principios de una reforma de la ortografía efectuada en 1941 (¡y que por eso mismo algunos la reputan de ortografía vichista!); la otra aplica la ortografía conocida como universitaria del canónigo Falc’hun (el falc'huneg, como dicen algunos, con hum or).16 Se asistió a una querella similar entre los occitanos; como la anterior, todavía persiste. Oposición, en principio, entre la ortografía de Mistral y la de Alibert, hoy adoptada por el NX) (Instituto de Estudios Occitanos); más tarde, oposición entre esta última ortografía y la preconizada por el pno (Partido Nacionalista Occitano).17 En todos los casos se trata, entonces, de querellas entre presuntuosos, de guerras de influencias en el seno de la universidad más que de visión política del problema. Por lo demás, la vieja doctrina de 1789 no deja de estar presente; hablamos francés, lengua republicana y laica. En consecuencia, el fran­ cés queda para las cosas serias; el occitano o el bretón, para la casa o, en rigor, para ciertas revistas eruditas. Esa visión de las cosas era, por añadidura, reforzada por la política eclesiástica, que tanto en Alfica como en el territorio nacional utili­ zaba las lenguas nacionales para hacer su propaganda. Se traducen catecismos y misales, se habla francés en la escuela; pero eso habrá de acentuar la ambigüedad de la situación. De esa época data, por ejem­ plo, el proverbio que reza que Ar brezhoneg hag ar feiz a zo breur ha chor e Breizh, “en Bretaña, fe y lengua son como hermanos”, lo que no podía dejar de provocar que el institutor laico de principios de ese siglo se sobresaltara y se volviera más receptivo a los consejos del ins­ pector Carré. De hecho, el combate lingüístico recrudecerá y adqui16 Esa querella no llegó a acuerdo alguno a la fecha en que escribo. 17Véase La langue occiutne dans la luttepour l/i libération nationale de l’Occitanie, documento del I’NO, m im eo .

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rirá su dimensión política entre las dos guerras mundiales. En ese momento se consolida el nacionalismo bretón, cubriendo práctica­ mente el espectro político tradicional: el Partido Nacionalista Bretón ( p n b ), de tendencia más bien socialista, el Kadervenn de Célestin Laíné, ampliamente influenciado por el nazismo, la sociedad secreta Gwenn ha Du, igualmente vinculada a Lame y alegre manipuladora de ex­ plosivos... Cada uno de esos movimientos tiene en su plataforma política un punto referido a la lengua, y eso significa que esta última podrá ser tratada de modo menos ambiguo. Ya el p n b vinculaba la opresión económica ejercida por Francia a la opresión cultural y a la glotofagia. Y la revista Ar Falz, fundada en 1933 por un institutor comunista, Yann Sohier, presenta al bretón como la lengua de un puebla oprimido, no como la de los curas.18 Por lo demás, pareciera haber respecto de este punto cierta brecha entre Occitania, por un lado, y Bretaña o el País Vasco, por otro. Como acabamos de ver, el movimiento nacionalista bretón data de más de cincuenta años; el Par­ tido Nacionalista Vasco se crea en 1895 (en el sur de Euskadi), mien­ tras que el movimiento occitano permanece fundamentalmente cen­ trado en los problemas culturales hasta 1960 (fecha de creación del PN O ). No obstante, esa brecha se reducirá por obra de la guerra: la represión sin tapujos que en Bretaña comienza tras la liberación, bajo el argumento del colaboracionismo de algunos militantes bretones conlleva una desaparición completa del Emsav (el movimiento bretón) en su forma política. De 1945 a 1951 (creación del celiis de R. Pleven) en Bretaña se bosqueja el movimiento de los círculos celtas, que poco a poco se federan (en la federación Kendalc’h, por ejem­ plo), y en Occitania el del IEO: en ambos casos, es un movimiento cultural; más tarde, algunos participantes “entrarán en política” por la vía de la Convención de las Instituciones Republicanas. En ese contexto despolitizado entrará en vigor la ley Deixonne. La ofensiva empieza en 1947 e, ironía de la historia, proviene de diputa111 Acerca tic este período del movimiento bretón, véase O. Mordrel, lireiz Atao, París, 1972.

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dos comunistas, al menos en lo referente a su etapa parlamentaria. Pierre Hervé (diputado comunista por Fmistére) presenta el 16 de mayo de 1947 un proyecto de ley tendiente a enseñar el bretón en la escuela en tres departamentos (Finistére, Cótes-du-Nord, Morbihan) firmado por los 164 diputados comunistas, 13 diputados de la Union Républicaine et Résistance y 12 diputados de las “colonias”. Se forma una comisión de Instrucción Nacional para analizar el proyecto, en cuyo seno será saboteado en dos oportunidades gracias a una manio­ bra en la que básicamente están implicados Marie-Madeleine Dienesh (diputada del mrp por Cótes-du-Nord) y Man rice Deixonne (diputa­ do de la SFio porTarn).’ Primer acto: elección del informante de co­ misión. Se elige a Deixonne, contra el candidato comunista Marcel Hamon. Segundo acto: la SFIO presenta, frente al texto de Hervé, un contraproyecto quesera adoptado, cuyo principio sigue fielmente la línea del jacobinismo: “La escuela nacional no puede conocer más que la lengua nacional de la República, única e indivisible”. Por otra parte, un mes antes el ministro de Instrucción Nacional, Naegelen (si-'io), había escrito a la federación de círculos celtas que él se oponía a la enseñanza del bretón: la elección de Deixonne como informante no podía ser, entonces, más que una maniobra orquestada por el mi­ nisterio (el propio Deixonne continuará su carrera como gobernador general de Argelia, donde su tarea fundamental consistirá en tram­ pear sistemáticamente en las elecciones). Esa pequeña historia, por más anecdótica que sea, nos muestra gran cantidad de cosas. Por una parte, dentro de la clase política la tendencia siempre es la misma; digna heredera de la Revolución Fran­ cesa en los aspectos menos gloriosos de aquélla, está dispuesta a todas las maniobras poco limpias que aplasten a las culturas no parisinas. Por otra pai te, el comportamiento del Partido Comunista no era, entonces, lo que es hoy. Entre L’I iumanité que durante la década de 1930 asumía la defensa de los nacionalistas bretones y Roland Leroy ' Las siglas corresponden ;i Movimiento Republicano (de orientación democristiana) y Sección Francesa de la Internacional Obrera (cercana al socialismo). IN. de T]

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que, policía en servicio, deja su puesto y va al Festival de Aviñón a oponerse al movimiento occitanista, evidentemente hay un abismo. Por último, los movimientos regionales en esa época pugnaban para que se enseñase su lengua en la escuela, lo que es un modo de aceptar el marco general de la soberanía francesa para decidir sus rumbos (el l-i.N tenía cosas completamente distintas por hacer, en Argelia, que reclamar la enseñanza del árabe en la escuela francesa), reivindicación plenamente aceptable por parte del poder debido a que es profunda­ mente reformista. El enroque durante la justa de 1947 sólo salva la cuestión momen­ táneamente, y el problema volverá a presentarse cuatro años más tar­ de: en 1951, momento en que se aprueba la ley Deixonne. Esa ley adopta como solución un término medio: instaura la enseñanza fa­ cultativa de “las lenguas y los dialectos locales” en colegios y liceos. Su artículo 10 da más precisiones; se trata del bretón, del vasco, del catalán y del occitano (es decir que se excluye no sólo el corso y el alsaciano, como suele hacerse notar, sino sobre todo los creóles y len­ guas de las colonias que en ese entonces Francia administra de modo directo, lo que es mucho más escandaloso). De hecho, la táctica mi­ nisterial consistirá, por distintas vías, en tornar inaplicable la ley; así, por ejemplo, todavía hoy no existe título habilitante para enseñar dichas lenguas (de ello deriva la imposibilidad teórica de dar nom­ bramiento a un profesor y pagarle; de ello deriva, la mayor parte de las veces, el régimen de voluntariado... Paradójicamente, en este caso la aplicación de la ley es un acto militante). Por lo demás, es preciso hacer notar que actualmente el desprecio por las lenguas locales no ha desaparecido; también que, si bien puede asentarse en el haber de la incultura un artículo aparecido en Le Monde del 25 de abril de 1972, el cual anuncia que en Malí se alfabetiza a los campesinos en su “dialecto” (la lengua bambara), resulta difícil atribuir a otra cosa que no sea a la estupidez y a la ojeriza un artículo publicado por el mismo diario el 19 de agosto de 1973, que lleva la firma de un tal Jacques Kermoal y asimila la lucha a favor de la lengua bretona al nazismo...

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Pese a todo, la ley Deixonne representa un punto de inflexión, un cambio cualitativo de las reivindicaciones. En cuanto último sobre­ salto legislativo del imperialismo lingüístico en Francia, mostró que en ese caso, como en otros, el reformismo era irrealista, destinado a la recuperación. Los argumentos esgrimidos basta entonces estaban efec­ tivamente influenciados de modo directo por la ideología dominan­ te: salvamos lenguas amenazadas de muerte, lenguas herederas de una cultura popular, etc. Todo consistía en pugnar dentro del campo del adversario, sin poner en entredicho el centralismo lingüístico: por otra parte, ese cucstionamiento no hubiera tenido cabida en el parla­ mento. Para empezar, se utiliza —en sentido estricto—la misma len­ gua, porque la protesta era contra el sojuzgamiento por parte de la lengua exclusiva, enunciada en esa lengua exclusiva y, acaso con im­ plicancias más graves, en sentido figurado: argumentos elaborados para que se los comprendiera y aceptara de inmediato, elección del recurso más común (la Asamblea Nacional), en suma, utilización de las estructuras políticas del Estado que precisamente oprimió a las lenguas locales dentro del territorio francés. Más adelante, los movi­ mientos de sesgo nacionalista plantearán el problema tic otro modo. Ya se trate del fi.u (Frente tic Liberación de Bretaña), de la udb (Unión Democrática Bretona) o del l’CU (Partido Comunista Bretón), de la lucha occitana o de ETA (Euskadi ta Askatasuna, País Vasco y Liber­ tad), incluso del pno , el hecho de lengua pasa a un segundo plano, detrás del problema político. Hasta este momento el colonialismo lingüístico había sido considerado como el enemigo; de ahora en más, se lo considera como la evidencia del colonialismo propiamente di­ cho. De hecho, la glotofagia no es un fenómeno aislado, es una de las caras del etnocidio, de la opresión de un pueblo por parte de otro pueblo, que a veces concluye en la desaparición del primero, someti­ do por el triunfo tlel segundo. En ese instante comienza otra historia, la de los combates políticos contemporáneos, en los que, además, la lengua desempeñará su papel, por ejemplo, a través de la canción: Marti o Patrie por Occitania; Glenmoro Gweltaz por Bretaña; Raimon por Cataluña son, así, la punta de lanza de una lucha política. Pero lo

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son tanto por lo que dicen como por la lengua en que lo dicen. Fren­ te al campo de exclusión sobre el que se expande el francés, lengua imperial, ¿no es acaso el acto más subversivo oponerle esas mismas lenguas que pretende digerir? La salvación ya no reside en el discurso venido de la capital (sin importar cuán revolucionario sea) ni en la tradición local rediviva; ese contraste maniquco define una visión del problema ya perimida. Hoy es difícil decir cuál va a ser el futuro de las lenguas locales dentro del territorio francés, pero parece estar cla­ ro que su defensa pasa por un combate de dimensiones mucho más amplias que las de simple combate cultural.

VIII. LA SITUACIÓN DEL INGLÉS DURANTE EL SIGLO XIV, SEGÚN RANULPH HIGDEN Y JOHN DE TREVISA Ranulph Higden, monje benedictino de la abadía de Werburg (Chester), dedicó un pasaje de una larga crónica histórica compuesta en latín (Polychronicon) a la situación lingüística de Inglaterra ("De incolarum linguis” [Acerca ele las lenguas ele los pobladores]). John de Trevisa tra­ dujo esc texto al inglés en 1387, y Caxton garantizó su impresión cerca de un siglo más tarde, en 1482. Al final de este análisis, se en­ contrará el texto latino de Higden y la versión en inglés medio según la ortografía modernizada que le dio Caxton. Lo que, para empezar, impresiona en el texto latino es la relativa precisión de la descripción dialectal. Como se sabe, el sajón, introdu ­ cido en Inglaterra por invasores llegados del continente, se dividió en tres dialectos (de lo que dejaron testimonio a partir del siglo ix los manuscritos que llegaron a nosotros): el sajón occidental, hacia el Sur; el northúmbrico y el mércico" al Norte; hacia el Sudeste, el kéntico. Higden da cuenta de ello (astrunam, meeliterranearn, borealem), tal como da cuenta de la permanencia del celta en el país de Gales y en Escocia. Sin embargo, y en eso la descripción da paso al juicio de valor, no carece de calificativos peyorativos cuando hace referencia a esas lenguas extranjeras: los flamencos perdieron su lengua bárbara (barbarie, en latín; straunge speche, en el texto inglés) para hablar pasablemente el sajón; y los dialectos se corrompieron bajo la in­ fluencia del danés y del normando, a un punto tal que hace pensar en “bramidos” y “parloteos” (boatus y garritus). Por lo demás, destaque­ mos que en su traducción John de Trevisa, sin duda considerando que ' Generalmente englobados bajo el término ánglico. |N. deT.] 215

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esos términos no son suficientes, los expande generosamente: “bal­ buceos, chirridos, gruñidos, desgarros y chirriar de dientes” (wlajfyng, chytering, harring, garryng andgrisbytyng). Aquí volvemos a encontrar esa tendencia ya señalada a despreciar la lengua de los otros; la única considerada aceptable es la nuestra: el wlajfyng de John de Trevisa se corresponde bastante bien con el jargon de los enciclopedistas o con el patois de nuestros modernos jacobinos. Y esa actitud peyorativa es ampliamente reforzada por el contexto. Estamos en el medio de la Guerra de los Cien Años, en pleno nacimiento de la conciencia na­ cional, y la cuestión de la lengua tiene una actuación importante en ese proceso. Hecho significativo: a partir de 1362, los tribunales y el Parlamento abandonan el francés en pro del inglés; y una literatura en lengua inglesa empieza a aparecer con Geoffrey Chaucer. En 1386, los merceros de Londres envían tina petición al Parlamento que, por primera vez, está redactada en inglés. En resumen, el esta­ tuto del francés vacila; y el texto que analizamos aquí data justa­ mente de esa época; Ranulpli Higden, muerto en 1364, debió con­ cluir su Polychronicon poco tiempo antes, y la traducción de Trevisa se concluye en 1387. De ese estatuto ya nos brinda una descripción el texto latino: los niños aprenden el francés en la escuela, los hijos de nobles lo apren­ den en sus casas y los aldeanos que desean imitar a la nobleza se esmeran en hablar francés. John de Trevisa añade a ese pasaje un pro­ verbio popular que condensa perfectamente esa alienación por obra de la lengua dominante y del modelo cultural que ella vehiculiza: “Para ser gentilhombre, maese jack tiene que hablar francés”. Y es impactante constatar que esa situación se corresponde con lo que intentamos describir en el capítulo dedicado al proceso colonial en la dimensión lingüística. La diglosia es un hecho ligado a algunas clases; y, para expandirse, la glotofagia se vale de todos los medios a su dis­ posición, en especial la escuela. Además, Higden destaca un hecho importante: en la isla, el inglés se pronuncia de distintas maneras, mientras que la lengua está unificada. En su traducción, John de Trevisa agrega, como compensación, que en Francia el francés está igualmente

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diversificado y dialectalizado. Pero el primer punto es importante porque demuestra que la lengua del poder tiene una tendencia me­ nor a dispersarse que la lengua hablada por el pueblo: una vez más, la superestructura lingüística que se adivina por detrás de ambos textos tiene una llamativa semejanza con la que en tiempos más recientes conocimos en las antiguas colonias. El francés se expande haciendo tabula rasa de cuanto se halla por debajo de él; y la división lingüísti­ ca francés-sajón resulta ser una de las evidencias de la división social, del mismo modo que la contraposición entre lengua demótica y katharevussa es señal de una división social similar en Grecia, o que la oposición entre, por una parte, francés, y, por otra, bambara, peul, songhai, etc., es señal de idéntica división en Malí. En lo referente a la Inglaterra medieval, la situación fue bien percibida por el novelista Walter Scott, quien en su libro Ivanhoe nos da una descripción cuasi científica: En la Corte y en los castillos de los nobles principales, donde se emulaba la pompa de la Corte, el francés normando era la única lengua empicada; en los tribunales, los pleitos y juicios se sustanciaban en la misma lengua. En suma: el francés era la lengua de honor de la caballería, y siempre de la justicia, mientras que el más expresivo lenguaje anglosajón se abandonó al uso de los hombres del campo y del populacho, que 110 conocían otro. Sin embargo, el trato necesario entre los señores dueños del suelo y los oprimidos inferiores, cultivadores del mismo, ocasionó la gradual forma­ ción de un dialecto derivado del francés y del anglosajón, en el cual pu­ dieron entenderse mutuamente, y de esia necesidad nació gradualmente la estructura de nuestra presente lengua inglesa.'

Ése es el resultado de una situación económica y social que describe Walter Scott. Pero ese campo de exclusión utiliza a la vez los medios necesarios para reproducirse, de lo que deriva la importancia de la escuela, donde el inglés retrocede ante la presión del francés. ’ Se cita, con ligeras variaciones, según la traducción de R. J . Rodríguez Vera, cedida por Aguilar aJ CLAL (Buenos Aires, 1968, p. 6). |N. de T.|

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Desde ese punco de vista, el pasaje agregado por el traductor al texto latino tiene gran importancia. De hecho, nos indica que un tal John Cornwall, profesor de gramática, reformó la enseñanza reem­ plazando el francés con el inglés, también que fue seguido en su ini­ ciativa por otros maestros. Esa reforma deja constancia, por supues­ to, del nacimiento de la conciencia nacional que marcábamos más arriba, y se inscribe en la línea directa en los otros cambios lingüísticos. Pero también deja constancia de que la oposición a Francia (subsi­ guiente a la Guerra de los Cien Años) y la voluntad de consolidar la independencia de Inglaterra pasan por el combate lingüístico. Menos de un siglo antes, en 1298, Roben de Gloucester escribía que “uno no es tomado en consideración, a menos que sepa francés”. Ahora se rechaza esa división social, y la lucha por la liberación también pasa por la lucha lingüística; el aldeano ya 110 intenta hablar en francés para parecerse a los nobles: al contrario, les impone su lengua. En efecto, acaso lo más impactante sea la visión popular. John de Trevisa está bien informado, y nos describe la situación lingüística de la Inglaterra de su época de modo vivaz. Pero el pasaje más fuerte de su texto, en que aparece de modo más limpio lo que llamé superestruc­ tura lingüística, es sin duda ese donde cita un "cnmyn proverbe"', un proverbio popular: Jack wold be a gentilman ifhe conde speke frensshe. No es fortuito que yo haya puesto ese proverbio como epígrafe inicial de este libro, pues la traducción popular de una situación política suele constituir el análisis más fino que exista de esa situación. Pido permiso para relatar aquí una anécdota. Hace algunos años, cuando discutía en bambara con campesinos malienses, uno de ellos me dijo: tubabuw be na —“ahí vienen los blancos’’—para avisarme de la visita de funcionarios malienses. De hecho, él utilizaba el término que en bambara significa “blanco”, “europeo” (tubabu), para designar a to dos los negros que llevaban corbata, y con esa simple operación denominativa realizaba un implacable análisis del neocolonialismo: la corbata simbolizaba toda una adhesión al modelo cultural impor tado, y por tanto la traición a la especificidad local que, en Malí como en todas las neocolonias, va a la par de la colaboración entre clases.

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N uevam ente en este caso uno piensa en W alter Scott, quien en un diálogo entre G urth y W am ba analiza la relación de fuerzas en la Inglaterra medieval por m edio de un análisis léxico:

—¿Cómo llamas tú a esos gruñidores brutos que andan a cuatro patas? —preguntó Wamba. —Cerdos, idiota; cerdos ■ —dijo el pastor—. Cualquier idiota lo sabe. —Y “cerdo” es buen sajón [...]. Pero, cuando el cerdo es degollado, desollado, cortado en pedazos y colgado de un gancho por los talones como a un traidor, ¿cómo lo llamas entonces en sajón? —Puerco —contestó el porquero. —Me alegro de que cualquier idiota sepa eso también —dijo Wamba—, y según creo parees franconormando de pura cepa. Cuando vive el animal y está al cuidado de un esclavo sajón, vive con su nombre sajón; pero se vuelve uti normando y le llaman puerco cuando lo llevan al castillo para algún festejo entre los nobles. ¿Qué piensas de esto, amigo Gurth? ¡Ah! — No es sino la verdadera doctrina, amigo Wamba. Aunque salga de boca de un loco. —Puedo decirte más—dijo Wamba en el mismo tono—. Fíjate en el viejo Aldertnan Ox: continúa llevando su epíteto sajón, mientras está a! cuidado de siervos como tú; pero se transforma en beef de forma similar a la francesa, cuando se presenta delante de las mandíbulas destinadas a consumirlo, y su pariente Mynheer C/tlf también se vuelve monsieur de Vean de la misma manera: sajón cuando hace trabajar al pobre, y nor­ mando francés cuando es materia que satisface al poderoso. Este ejemplo tiene im portancia, pues los lingüistas solieron utilizarlo como prueba de lo que se llamó “arbitrariedad del signo”: desde Ferdinand de Saussure, todos los lingüistas estructuralistas utilizaron la bipartición inglesa mutton-sheep en oposición al térm ino único moutan del francés para dem ostrar lo relativo de las divisiones lingüísticas. Pero nadie destacó jam ás la evidente marca de las rela­ ciones sociales que en ese caso destaca W alter Scott. Pero lo que esos tíos textos medievales dejan com o enseñanza no se detiene allí, pues am bos describen una situación bisagra. En una di­

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rección, uno se libra del francés, hasta ahora lengua de dominio, para adoptar la lengua “nacional”. Pero en la dirección contraria, se crea las condiciones propicias para otra lengua exclusiva, para un nuevo campo de exclusión. El dialecto de las midlands del sudeste está por volverse, por múltiples causas, la lengua nacional. Es la lengua de la región más poblada en esa época, y John d e l revisa no se priva de dar buenas explicaciones al hecho de que el rey resida en el sur: allí los trigales son mejores, hay más gente, más ciudades bellas y buenos puertos. Habría que agregar que es la lengua hablada en Oxford y Cambridge, dos centros intelectuales importantes, que es la lengua en que escribe Chaucer y, por último, que es la lengua del poder central, la lengua de la capital. Ahora bien, el traductor es inagotable fuente de injurias contra los otros dialectos: la lengua hablada en Northernberland y “en especial en York” es “estridente, chirriante e informe" (slytyng, frotyng and umhape), lo que por contraste eviden­ temente da valor a la lengua de Oxford y de Londres. En consecuen­ cia, al mismo tiempo que se impone el inglés del Sudeste, se desarro­ lla la ideología que enuncia la superioridad de aquél por sobre las otras lenguas de la región, fenómeno que ya señalamos más de una vez en gran cantidad de casos de glotofagia. Y Higden y Trevisa nos describen a un tiempo el fin de cierro campo de exclusión lingüística y los primeros esbozos de un nuevo campo. El francés, lengua exclu siva, es arrojado fuera de Inglaterra y muere, por tanto, en esa fun­ ción, vive el dialecto de Londres, lengua exclusiva. Maese Jack ya no tendrá necesidad de hablar francés para parecer gentilhombre; le bas tará con tener dominio del inglés de la capital. De incolarum lingtiis Ut patee ad sensum, quot ¡n hac Ínsula sunt gentes, tot gentium .suui linguae; Scoti tamen et Wallani, utpote cum aliis nationibus impermixti, ad purum paene pristinum retinent idioma; nisi fbrsan Scoti ex convicm Pictorum, cum quibus olim confoederati cohabitaban!, quippiam conrraxerint in sermone. Flandrenses vero, qui occidua Walliae incolmii. dimissa iam barbarie, Saxonice satis proloquuntur? Angli quoqur. quamquam ab initio, tripartitam sortirentur linguam, austrinain scilkvi

LA SITUACIÓN DHL INGLÉS DURANTE EL SIGLO XIV..

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mediterraneam, e: borealem, vcluti ex tribus Germaniae populis proce­ dentes, ex commixtione lamen primo cum Danis, deinde cuni Normannis, corrupta in imiltis patria litigue peregrinos iam captanr boatus et garritus. Haec quidem nativae linguae corruptio provenir hodie multiim ex duobus; quod videlicet pueri in scholis contramorem caeterarum nationuni a pri­ mo Normannorum adventu, derclicto proprio vulgari, construcre Gallice compelluntur; Ítem quod lilii nobiliuin ab ipsis cunabulorum crepundiis ad Gallicuni idioma informantur. Quibus profecro rurales homines assiinilari volentes, ut per hoc spectabiliores videantur, francigenare satagunt omni nisu. Ubi nempe miranduni videtur, quomodo nativa et propria Anglorum lingua, iu única Ínsula coartara, pronunciatione ipsa sit cam diversa; cum lamen Normannica lingua, quae adventitia est, univoca manear penes cunctos. De praedicta quoque lingua Saxonica tripartita, quae in paucis adhuc agrestibus vix remansir, orientales cum occiduis tamquam sub eodem coeli climaii lincati plus consonant in sermone quam boreales cum ausirinis. Inde esi quod Mercii sive Mediierranei Angli, tanquam partici­ pantes naturam extremorum, col laterales linguas arcticam et antarcticam, nielius intelligam quam ad invicem se intelligunt iam extremi. Toia lingua Northimbroruni, máxime in Eboraco, ira stridet incondita, quod nos australes eam vix intelligere possumus; quod puto propter viciniam barbarorum contigisse, et etiam proper iugeni remotioneni reguni Anglorum ab illis pan ¡bus, qui magis ad austnnn diversati, si quando boreales partes adeunt, non nisi magno auxiliatonim nianu pergunt. Frequentioris autem motae in austrinis partibus quam in borealibus causa potest esse gleba feracior, plebs numerosior, urbes insiguióles, portus accomodatiores. As it is knowen bow many maner peple ben in tliis llond cher ben also many langages and tonges. Netlieles walshmen ans scottes that ben not medled with other nacions kepe neygh yer theyr first langage and speche, butyet tho scottes that weresomtyme confederate and dwellyd with pyeres drawe somwhat after theyr speche. Bul ihe Flemyiiges ihat dwelle in thc vvestside oí wales have lefte her stratinge speche ans speken lyke to saxons. Also englysshmen though they had fio thc begynnyng thre maner speches Southern northern and myddel speche in the middel of che londe as ihey come of thre maner of people of Germánia. Netheles by commyxtion

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and medlyng first vvíth danés and afterward with normans. In many thynges che couiirreye langage is appayred ffor somme use straunge wlafij-ng, chyteryng harryng garryng and grisbytyng this appayryng oí tile langage cometh of two thynges. One is by cause that children that go» lo scolc lernc to speke first englysshe and than ben compellid to comtrewe her lessons in Frenssh and chat have ben lerncd and taugh from theyr yongthe to speke frenssh. And uplondyssh men vvill counterfete and likene hem sel! to gentilmen »nd arn besy to speke frensshe for to be more sette by. Wherfoi it is sayd by acmiiyn proverbe. Jack vvold be a gentilman il be conde speke frensshe. f'liis maner was moche used to fore the grette deth. But syth it is sonidelc chaunged. For sir Johan cornuayl a inayster ofgramer chaunged the techyng 111 gramer scole and conxtruction of Frenssh in lo englysshe. And other scoolmaysters use the same way now in the yere ofoure lord M. iij C. Ix. v. thcixyere ofkyng Rychard the secund and leve all frenssh in scoles and use al construcción in englissh, wherin they have avantage one way. That is that they lerne the somier theyr gramer. And in another disavauntage. For nowe they lerne no frenssh ne can none whiche is hurte for them that shal passe tlie see. And also gentilmen have moche lefte to teche theyr children to speke frenssh. Flit semeth a grete wonder that Englyssmen have so gretc dyvcrsyte in theyr owne langage in sowne and in spekyng oí it, whiche is all ni onc ylond. And the langage of Normandye is comen otile of another londcand liath one maner soune amongal men thatspeketh it in englond. Fot a man of Kente Southern, western and northern men speken Frensshe •>l lyke in sowne and speke. But they can speke theyr englyssh so. Netheles «her isas many dyverse manere of Frensshe in the Royamme ofFraunce as . cil., t. l, p. 281.

LOS SISTEMAS DE NUMERACIÓN EN BAMBARA, DIUI.A Y MA1.INKF. 229

dirimir la cuestión; pero es indiscutible que hoy el “sistema doromé" goza de buena salud en las lenguas mandingas. En otro tiempo, esas lenguas disponían de submúltiplos del doromé (tama = l franco; tanca = 50 centesimos, etc.); pero al día de hoy éstos desaparecieron y, por lo general, en las calles de Bamako no se encuentra mercadería vendida a un precio inferior a los cinco francos: el mínimo puñado de maníes’ se vende a un doromé. El enunciado de los precios será, pues, en múltiplos de dororné: doromé = 5 trancos fla (2) o doroméfla (2 doromé) = 10 francos duru (5) o doromé duru (5 doromé) = 25 francos etcétera.

La ambigüedad reaparece, por supuesto, con kemé o doromé kemé, que podrá significar “80 doromés (400 francos)” o “ 100 doromés (500 francos)”, conforme se emplee el sistema bambara (banmana kemé = 80) o el sistema diula (silamiya kerné - 100). El mismo billete de banco impreso cu francés, con la inscripción C/NQ CENTS fr a n c s m a uen s, co­ rresponde -si sobreentendemos el término doromé en las dos últi­ mas- a tres secuencias fónicas: - sck sá fra ’’

- kemé ni mugan - kemé

Del mismo modo, el billete de mil francos malienses podrá ser desig­ nado con: - mil frá - kemé fla ni debé (= 2 banmana kemé + 40 = 200 doromés = 1000) - kemé fla (= 2 silamiya kemé = 200 doromés = 1000). ‘ Calvet utiliza el término más (recuento en África: amchides. [N. deT.] “ Corresponde a la grafía cinq cents [rana. [N. de T.J

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4. El cuadro que acabamos de realizar debe analizarse desde dos pun­ tos de vista distintos, uno diacrónico y otro sincrónico. Diacrónicamente, estamos ante un gran ejemplo de interference lingüística que llega a transformar una estructura lingüística cuyas unidades cardinales son asimiladas a las de otra estructura dentro de la que entablan relaciones diferentes. Eso equivale a decir que el cam­ bio de organización (paso del sistema kemé Tradicional, sin importar cuál sea, al sistema tradicional) transforma el “valor” (en sentido saussureano) de los términos de la primera estructura: kemé, ba y ba tan. De manera incidental, se hace presente una situación que nos muestra cómo se podría hacer un abordaje de sesgo estructural a los problemas de evolución semántica. Sin embargo, es cierto que el sis­ tema de numeración consiste, con idéntica entidad que un conjunto finito de sistemas (términos de parentesco, pronombres personales, etc.), en un fenómeno preestmeturado, circunstancia que hace más íáoil abordarlo.

D e hecho, la verdadera enseñanza diacrónica que debemos obte­ ner de este ejem plo involucra, una vez más, al colonialism o y a la glotofagia. En 1910, M oussa Travélé señala dos kemés, el manikemé (= 60) y el kemé 80), y luego observa: La numeración bambara se detiene en 80... Sin embargo, los otro pobla­ dos de Sudán cuentan hasta 100; y algunas veces las relaciones comerciales obligaron a los bambaras a aceptar esa numeración. En esas ocasiones, ha­ cen preceder al término kemé (80) el término silamiya, que significa “isla­ mismo”: silamiya-kemé, “cien de los musulmanes", es decir, el cent francés.1

Veinte años más tarde, Maurice Delafosse describe nuevamente una situación de coexistencia: Parece que en el imperio del Manding, el kemé valía 60; entre los egip cios, hemen correspondía a 80, como aún hoy kemé entre los bambaras; por último, dondequiera que se haya introducido el islamismo, el valoi 1 Moussa Travélé, Petit manueljrarifdis-bambara, París, Geuthncr, 1910, p. 16.

LOS SISTEMAS DE NUMERACION EN BAMBARA, DIULA Y MALINKE 231

de 100 se atribuyó a temed entre los bereberes, como a bemere entre los peuls, o como a kemé entre los diulas y los malinkes musulmanes. Tan sólo algunos grupos de malinkes animistas mantuvieron hasta nuestros días el valor de 60 para kem é... De ello resulta que la misma locución tiene, según las regiones, valores numéricos muy diferentes: cuando un malinke que permanece fiel a las antiguas costumbres habla de ba kemé suba , oye decir “ 180 cabras", mientras que un bambara designa con la misma expresión “240 cabras”, y un diula o un malinke musulmán, o el que simplemente haya tenido roce con los musulmanes, designará “300 cabras” con idénticos términos.5

En 1956, fecha más cercana a nosotros, un volumen publicado por los padres blancos de Bamako señala los valores 60 y 80, indica que el kemé de los malinkes vale 100, sin referencia alguna al islam y a la designación silamiya kemé, y declara que en los ejercicios y ejemplos de la gramática se utilizará esa última numeración.0 Así, la adopción del sistema decimal completo, y por tanto del silamiya kemé, parece haber sido muy rápida: menos de cincuenta años. Pero a partir de entonces se plantea un problema; ¿esa adopción está realmente vinculada al islam y al modo de contar de los árabes? La respuesta negativa se presenta como un hecho evidente. Los con­ tactos entre los árabes y el imperio de Malí se remontan a mucho tiempo atrás, incluso antes de la toma de Koumbi por parte de los almorávides durante el siglo xi, ya que el cronista El Bekri nos indica que en esa época ya había un barrio árabe en la capital de Ghana, que los comerciantes iban hacia Melel (Malí). Ahora bien, resulta difícil percibir cómo habría podido la adopción de un sistema árabe esperar diez siglos, y a continuación efectuarse en el curso de pocos años, en un momento en que la influencia árabe era nula y el imperialismo francés estaba en su apogeo. El nuevo kemé adoptado (o en camino a serlo) en la actualidad por las lenguas mandingas corresponde, por 5 Maurice Delafosse, ¡,a l.angue mandingue el ses dialectes, o¡>. cit., t. i, p. 274. 6 Grammaire bambara, “Ancienne grammaire de monseigneur Sauvant revue el compliítée par monseigneur Molin”, 1956, pp. 62-63.

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tanto, al cent del francés, como por otra parte señala Moussa Travélé en el fragmento citado. La que impuso su sistema de numeración fue la lengua francesa. La referencia al islam (silamiya) es, en este caso, completamente retórica. Esta situación trae aparejada, desde la perspectiva de la glotofagia, otra enseñanza para nosotros: la dominación de una lengua por sobre otra no se produce sólo por supresión tic esta última en beneficio de la primera. El proceso puede ser más sutil, más subrepticio y menos visi­ ble, tal como lo demuestra el caso de los numerales del mandinga, pero también del bretón (véase capítulo iv): las que ceden lentamente ante la lengua dominante son de por sí las estructuras de la lengua domina­ da. Desde luego, esto consiste en indicios lingüísticos de la coloniza­ ción; pero el ejemplo de la numeración en las lenguas mandingas nos muestra esta colonización en curso a escala lingüística, nos muestra una glotofagia en acción durante un breve lapso de tiempo. 5. Sincrónicamente, la situación actual es relativamente paradójica: incluso dentro del marco de las lenguas (mandingas) locales 110 hay univocidad en la denominación. Ese hecho es, por supuesto, más complejo que el ya conocido de los sistemas de denominación en francés de Francia y en francés de Bélgica (80 = quatre-vingts u ociante; 90 = quatre-vingt-dix o novante),‘ pues en el primer caso nonante no tiene ningún sentido en francés de Francia, y viceversa. Es decir que hay bivocidad en la denominación, 110 ambigüedad. En Bamako, por el contrario, la bivocidad va acompañada por ambigüedad, ya que la misma sucesión de fonos puede tener dos sen­ tidos, según qué sistema de referencia se adopte. La diferencia entre ambas situaciones es igualmente fundamental desde otra perspectiva. En el caso franco-belga, estamos ante lo que podríamos llamar un sistema distinto de denominación, es decir, una articulación lingüística distinta dentro del marco de una misma or­ ganización de la numeración (decimal). La diferencia entre nonante y ‘ Los términos franceses corresponden a 4 x 20 = 80 y a 4 x 20 + 10 = 90. [N. de T. |

LOS SISTEMAS DE NUMERACIÓN EN BAMBARA, D1ULA Y MAIJNKE 233

quatre-vingt-dix es -mutatis mutandis—la misma que aquella entre 30, xxx y d a , para lo cual utilizamos números arábigos, números romanos y una notación que adopta los valores a = 0; b = 1; c = 2; d= 3; e = 4, etcétera. En el caso bambara-diula (o bambara-francés) tenemos, por el con­ trario, una organización diferente de la masa nombrable. Y dicha or­ ganización diferente resulta estar denotada por series fónicas que, si bien en ocasiones son físicamente similares, ya no corresponden a los mismos significados. 6. lise estado sincrónico nos lleva al problema tantas veces machaca­ do de la arbitrariedad del signo y del recorte lingüístico. Como se sabe, de Platón (Crdtilo) al primer Wittgenstein (Tractatus Logico-phdosophicui)y durante veinticinco siglos se consideró que ha­ bía una organización prelingüística del mundo que, al dar nombre a los objetos, las lenguas dejaban intacta. Las lenguas resultaban ser nomenclaturas; y entonces se llegaba a lo que podríamos llamar arbi­ trariedad de la denominación (el mismo hecho prelingiiístico puede ser designado por cadenas fónicas diferentes: dog en inglés, carie en italiano, chien en francés, sabaka en ruso, kelb en árabe,perro en espa­ ñol, tuulu en bambara, k ien bretón...). La definición saussureana (relación arbitraria entre significante y significado) culmina, a! contrario, en la arbitrariedad del recorte, y ambas concepciones se hallan en una relación de oposición de base: en un caso, el acto de significación organiza la experiencia al tiempo que la comunica; en el otro, deja intacta una organización que existía antes que él. La arbitrariedad del recorte nos lleva, entonces, en otro ámbito, a un nuevo tipo de problema: la lengua constituye, en mayor o menor medida, una visión del mundo, es el sustento de una cultu­ ra, de una civilización. Y, por tanto, la dominación de una lengua por parte de otra, ya sea que se traduzca en la desaparición de una lengua o bien en la conmoción de sus estructuras internas, constituye a la vez la dominación de una cultura por sobre otra y, a veces, la supre­ sión de una cultura.

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7. Parece quedar en claro que la situación recién descrita sólo puede ser temporaria. Fruto del contacto entre muchas lenguas después de un lapso de tiempo prolongado en que el estado de las comunicacio­ nes, la ausencia de unidad política, las rivalidades locales hacían que nada obligara al hablante de Ségou a hablar como el de Bamako ni como un comerciante diula: sin duda, evolucionará mucho más rápi­ do no bien los territorios en que se habla mandinga pasen de su con­ dición de conglomerado aleatorio de antiguas colonias sometidas al neocolonialismo a la de países que hayan efectuado una auténtica unidad nacional. Hoy es difícil saber si al final la lengua francesa será despojada de su estatuto de lengua dominante: eso dependerá, desde luego, de la capacidad de lucha anticolonial del pueblo correspon­ diente. Sin importar cuál sea, y respecto del punto específico de la numeración, se tiene la fuerte sensación de que las cosas son irrever­ sibles. l'.l esfuerzo que actualmente se lleva adelante en Malí para alfabetizar en lengua bambara, y la perspectiva a largo plazo de una enseñanza escolar en esa lengua, dejan pensar, por cierto, que esa lengua local tiene futuro, pese a los desesperados esfuerzos tendientes a su destrucción por parte de la supuesta “cooperación” francesa. Con todo, parece que cu los estadios oficiales ya se optó en el sentido del silamiya kemé, por lo menos a juzgar por las tablas de multiplicar editadas en Bamako por la comisión de alfabetización: duru sigiyoroma woro yé bisaba yé (5 por 6 = 30) duru sigiyoroma tan ye b¡ duru ye (5 por 10 = 50) y tan sigiyoroma tan ye kemé ye (10 por 10 = 100). Así, cualquiera sea el porvenir político de las lenguas locales, se afian za un kemé oficial, fruto de la era colonial, mientras que lentamente los de la tradición se ven relegados al rango de kemé de mercado ne­ gro antes de hundirse entre los desechos de la historia lingüística.

X. LOS PRÉSTAMOS TOMADOS POR EL RAMEARA DEL ÁRABE Y DEL FRANCÉS1 El bambara tic Bamako (República de Malí) tiene, como el conjunto de lenguas mandingas, un bagaje de cierta cantidad de préstamos léxicos tomados del árabe y del francés, dos lenguas que en determi­ nados períodos estuvieron en contacto con esas lenguas locales. La existencia de ambas lenguas-fuente reviste cierto interés para noso­ tros pues, desde la perspectiva desarrollada en el capítulo iv, nos será posible comparar, por medio de esos dos sistemas de préstamos, las relaciones que se desarrollaron entre la com unidad hablante ele bambara y las comunidades hablantes de árabe y de francés. El corpus utilizado, anexado como apéndice, (ue fijado a partir del Dictionnairv frangais-mandbigiie de Maurice Delafosse y del Lexique bambara editado por los servicios de alfabetización ele la República de Malí en lo referente al árabe. Corroboré in situ la pronunciación y el sentido ele dichos préstamos y descarté cierta cantidad de ítems léxicos propuestos por Delafosse pero que mis informantes parecían no conocer, con lo que obtuve un conjunto de cincuenta préstamos del árabe: desde luego, 110 presumo de haber agotado el tema: pudo escapárseme gran cantidad de préstamos. En cuanto a los préstamos tomados del francés, utilicé —sin modificaciones—el listaelo de 182 términos anexado al Lexique bambara ya citado, sin haber podido cotejarlos allí. Ese corpus se presta a un triple abordaje: histórico, fonológico y semántico-sociológico. Excluyo ac]uí el abordaje fonológico, que de nada serviría desde nuestra perspectiva, y me quedo con los otros 1 Versión aumentada de una ponencia presentada en el Congreso de Estudios Mandingas, Londres, 1972: “Les emprunls du bambara a l’arabe". 235

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dos, que aplicaremos sucesivamente a los dos grupos de préstamos. Luego intentaremos comparar ambos conjuntos. LOS PRÉSTAMOS PROVENIENTES DEL ÁRAliE

¿En qué época tomó préstamos del árabe la lengua bambara, o la lengua de que deriva? Sabemos por El Bekri2 que en el siglo xi los árabes ya están instalados en Koumbi, pues disponen de un barrio especial: Ghana está conformada por dos ciudades ubicadas en una llanura. La que está habitada por los musulmanes es muy grande e incluye doce mezquitas.3 Esos musulmanes, en su mayoría comerciantes, empleaban a los in­ dígenas (los uangamrana, según El Bekri; es decir, los uangara o uangarata: véase Monteil, Les Empires du Malí, p. 35) que, islamizados poco a poco, debieron ser los primeros propagadores de la religión que, así, habría sido introducida en un segundo grado, por haber permanecido los comerciantes árabes en Ghana y convertido a los uangarata, quienes a su vez convertían a una fracción de la población. Pero esas referencias y esas hipótesis sólo involucran al imperio de Ghana, es decir, un territorio de lengua soninké. El Bekri sólo menciona una veza Malí (que llama melel, p. 333, en el texto árabe p. I V.A, forma indudablemente de origen peul) “cuyo rey lleva el título de el-moslemani”. De hecho, la versión que nos brinda el autor de la conversión de esc rey presenta todos los aspectos de una conversión individual: es muy poco probable que en ese entonces los malinkes hayan sido islamizados. El Bekri da más precisiones: “La masa del pueblo todavía está sumergida en la idola 2Ahu-Obcid-cl-Bekri, Descriptiontle l'Afriqueseptentrional. Texto árabe y traduc­ ción al frailees al cuidado de iVlac Guckin de Slane, Argel, 1912. 3 Ibid., ¡>. 328.

LOS PRÉSTAMOS 'I'OMADOS POR EI, BAMBARA.

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tría”.4 Además, nada nos prueba que sus sucesores hayan sido, tal como él, musulmanes. Ibn Batuta escribe que Sunjata se convirtió; pero la tradición oral conserva más bien el recuerdo de un mago. De hecho, al que marcará más como gran musulmán es al rey Kankan Mussa (1307-1332), en especial por su peregrinación a La Meca (Es Saadi lo llama, en Tarij es S u d a n incluso el Jadí Mussa). Se lo pre­ senta, además, como constructor de mezquitas; y puede suponerse que hizo proselitismo y difundió su religión: ésa es, por ejemplo, la tesis que, sin citar sus fuentes, defiende Suret-Canale.6 Si bien resulta difícil saber en qué época tomó préstamos del árabe la lengua hablada en el imperio de Malí, se pueden proponer las si­ guientes hipótesis: 1. Los préstamos cuya evidencia está hoy a nuestra disposición son necesariamente préstamos populares: los reyes o la admi­ nistración de entonces no contaban (sobre todo en esa situa­ ción de lengua sin escritura) con los medios para imponer lo que fuera a la lengua de su pueblo. De hecho, hay que suponer que el islam se expandió en las ciudades por mediación de los comerciantes islamizados y los funcionarios del rey cuando este último se hizo propagador de la fe (lo que, como vimos, no pudo suceder antes d e l siglo XIV, con Kankan Mussa). 2. Los comerciantes islamizados de que habla El Bekri no parecen haber pasado los límites del imperio de Ghana. Como contra­ partida, el islam quedó indudablemente en vigor en Ghana, que —pese a cuanto decía al respecto Delafosse—no debió ser destrui­ da por los almorávides durante el siglo xi ni por Sunjata durante el siglo xin. En efecto, Ibn Jaldun encuentra durante 1393 al sheij Othman, “mufti de las gentes de Ghana”; y los arqueólogos concuerdan en afirmar que la ciudad todavía existía en el siglo 4 ¡Ind., p. 334. 5 Es Saadi, Tarij es Sudan, texto árabe y traducción al francés de O. Houdas, París, 1913. 6 J. Suret-Canale, Afrique noire, o/>. cií., t. i, pp. 179-180.

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xiv. Sin embargo, puede suponerse que Sunjata llevó con el a artesanos y comerciantes desde Ghana hasta Niani (su capi­ tal); artesanos y comerciantes que pudieron ser los primeros gér­ menes de una expansión del islam por el imperio de Malí. 3. Por último, podemos suponer legítimamente que Kankan Mussa dio impulso a la islamización de las ciudades de su reino, por intermedio de sus funcionarios. En cualquier caso, es difícil admitir que haya construido mezquitas casi por doquier en su territorio (aunque su cantidad 110 es tan importante como se ha dicho), sin intentar llevar fieles a ellas. l odo esto nos invitaría a pensar que, si el imperio de Ghana empieza a ser islamizado hacia fin del siglo IX (desde luego, se trata de la islamización parcial de las ciudades), recién se pudo empezar a hacerlo con las ciuda­ des del imperio de Malí en el siglo XIV, durante el reinado de Kankan Mussa; también que los préstamos tomados del árabe que nos ocupan aquí 110 podrían ser anteriores a esa época. En el estado actual de nues­ tros conocimientos, 110 es fácil ser más precisos. Si aquí arriba se recordó el problema de la expansión del islam, se debe a que las relaciones entre hablantes de bambara (o malinke) y hablantes de árabe asistieron a una focalización sobre la religión y el comercio. Al discutir cómo los almorávides “destruyeron” Koumbi en el siglo XI, algunos pudieron creer que la presencia árabe en el Sudán se había conformado como un imperio instalado allí. Ahora bien, parece bastante poco probable que las tropas almorávides se hayan quedado permanentemente en esc lugar: antes bien, la presen cia árabe se prolongó por causa del comercio y el proselitismo; por lo demás, se encuentra evidencia de ello en los préstamos. Sobre la base de cincuenta términos tomados como préstamos del árabe, se asisteai siguiente reparto: - 16 términos estrictamente coránicos o religiosos (alfatiba, alhamdulila, alkitabu, alla,jaadi, jahanama, fitiri, haramu, hiji, hotuba, kafiri, malaka, rnisiri, nabiyu, setan 1, tasabiya);

LOS PRÉSTAMOS TOMADOS POR EL BAMBARA.

- 6 términos relativos a la escritura (dawa, hatuma, kamusi, titriki, kitabu, walara); - los siete días de la semana; - 6 conceptos {abada, jidi, famu, hakili, hami, sababu); - i 2 términos diversos; algunos técnicos (baligu, barka, burunusi, jam a, kusaba, misikine, nafigi, saheli, saraka, tibiriki, camaru, wakato). Gracias a esos términos, se percibe que los vínculos entre la población autóctona y los hablantes de árabe giraron alrededor de tres puntos: - la religión, - la escritura, - algunas técnicas, en especial la propia de la indumentaria. En efecto, se sabe que el algodón fue introducido en África del Nor­ te por los árabes durante el siglo vm; luego en España y, durante el siglo x o ix, en Sudán. Además, el término es árabe en la mayor parte de las lenguas europeas; e incluso es posible que el término bambara (kooñ), que no conservé en los listados por falta de cer­ tezas, provenga del qutun árabe. Antes de ello, los sudaneses lle­ vaban taparrabos de piel o de corteza, los habitantes del Sahara llevaban atuendos ele cuero, y entonces los términos burunusi y kusab fueron introducidos sin duda en bambara al mismo tiem­ po que los objetos que designan. En cuanto a los términos reli­ giosos, es obvio que su ingreso en la lengua local acompañó a la adquisición de rudimentos teológicos. Lo más impactante de este conjunto de préstamos, al que volveremos a referirnos para compararlo con los préstamos tomados del francés, es la ausencia de términos referidos al comercio. Es normal que el malinkey el bambara prácticamente no hayan tomado préstamos del árabe en el campo semántico de la guerra o de la administración: ya vimos que la presencia almorávid fue muy breve. Pero no sucede lo mismo con el comercio, pues los intercambios comerciales entre Sudán

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y el Magreb parecen haber sido fructíferos durante largo tiempo. La única explicación plausible es que los desplazamientos comerciales no eran obra de hablantes de árabe: estos últimos permanecían en las ciudades y utilizaban intermediarios convertidos al islam pero que hablaban lenguas locales. Así, sería posible entender por qué, sin per­ tenecer al dominio de la religión o del pensamiento, los escasos tér­ minos árabes en bambara sirven para designar objetos introducidos por los árabes, pero bajo ninguna circunstancia al propio comercian­ te o el proceso comercial. LOS PRÉSTAMOS TOMADOS DEL FRANCES

Los contactos entre las lenguas francesa y bambara son, desde luego, mucho más recientes. La “marcha a Níger” (Delafosse) inicialmente tomó como base Senegal, donde Francia se instaló a partir de media­ dos del siglo xix (Faidherbe, el primer gobernador, es nombrado en 1854), y su primera finalidad era procurar al comercio francés una vía segura de Kayes a Bamako. Jules Ferry, que en sus discursos siem­ pre fue claro, más que claro, exponía así en el estrado de la Asamblea Nacional:' “Las colonias son para los países ricos una colocación de capitales de las más ventajosas [...]. Digo que Francia, que es tan rica, tiene interés en tom aren consideración ese perfil de la cuestión colonial”. Y, sin olvidar la misión civilizadora de su país, el país de la Declaración de los Derechos del Hombre, agregaba: “¡Señores, hay que hablar más alto y con más verdades! Hay que decir abiertamente que en efecto las razas superiores tienen un derecho frente a las razas inferiores...”. Los créditos para el ferrocarril Senegal-Níger ya están aprobados desde hace cinco años (13 de noviembre de 1880); pero los trabajos no avanzan, y la implantación militar recién se verá ase guiada tras la toma de Ségou (Ahmadou es abatido en 1890), y la de Sikasso (Ba Bemba y sus soldados son masacrados en 1893). En ese En esa época, era presidente del Consejo de Ministros. [N . tic T.]

LOS PRÉSTAMOS TOMADOS POR EL BAMBARA.

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momento se creó, en París, el primer Ministerio de las Colonias (su primer titular es, en 1894, Delcassé). También se creó, in situ, el car­ go de gobernador general de la AOF (1895, M. Chaudié es su primer titular). En consecuencia, hacia finales de ese siglo la ocupación francesa se torna algo distinto de una obra de la milicia: comenzará a desarrollar­ se el primer estadio de la glotofagia. Los contactos entre lenguas se intensificarán, sobre rodo a partir de 1908, fecha en que la cabecera de la colonia (Sudán es colonia autónoma desde 1892) pasa de Kayes a Bamako. Llegado ese momento, la presencia de militares, comer­ ciantes y administrativos postulará claramente el francés como len­ gua dominante, frente al bambara hablado por el pueblo; y en esa situación se desarrollarán los préstamos tomados del árabe por el bambara. También en éste, como en el caso del árabe, se encuentran términos técnicos, el nombre de objetos habituales, etc., pero proporcionalmente en mayor cantidad: de 182 términos, tenemos 108 de ese tipo. A eso hay que sumar 14 términos militares, 13 términos referidos a la administración, 1 1 referidos a la escuela (sin embargo, muchos remiten a la vez al ámbito administrativo: anglopu, letere, silo, regíi...), 18 referidos a la agricultura, 10 al comercio, 7 a la polí­ tica y 1 a la religión. Hay muchas observaciones para hacer respecto de esos préstamos. Por una parte, gran cantidad de aquellos sólo conciernen a la vida de los blancos. Así, en el rubro “agricultura” se encuentran productos vegetales únicamente consumidos por el ocupante (karoti, komoteré, melón, tamati...) o material únicamente utilizado por los colonos (katrapla): resulta difícil concebir la idea de un campesino bambara que pueda darse el lujo de un tractor. Lo mismo ocurre con los térmi­ nos técnicos o generales: ¿i, kuran, soferé, entre otros, que evidente­ mente designan realidades que sólo los blancos conocen y frecuen­ tan. Pero, por otra parte, es impactante constatar que hubiera sido posible ahorrarse la mayor parte de esos préstamos. Así, la visión co­ lonialista de las lenguas dominadas siempre consideró normal el fe­ nómeno de los préstamos, pues esas lenguas de “salvajes” tenían re­

v a

ESTUDIOS ESPECÍFICOS

putación de ser incapaces de transmitir las realidades modernas. Ahora bien, en lugar de mobili (“vehículo”) tomado del francés, se encuen­ tra un negeso (“caballo de hierro”, es decir, “bicicleta”) recreado a par­ tir de raíces bambaras y, en lugar de pérsidan, “presidente”, hoy se encuentra —utilizado con frecuencia cada vez mayor- flameinakuntigi (“jefe de Estado”), también creado a partir de raíces puramente bambaras. Valga esto último para afirmar que la enorme mayoría de préstamos tomados del francés no señala una dificultad inherente al bambara para transmitir ciertos datos de la civilización francesa sino que ante todo señala la condición de lengua dominada que la glotofagia francesa había generado para el bambara. En esa relación de fuerzas creada dentro de la superestructura lingüística que ya describimos en el capítulo mi, el pueblo bambara —que veía truncado el acceso a sus fuentes culturales- estaba prácticamente obligado a valerse del prés­ tamo tomado del francés para transmitir cierta cantidad de concep­ tos nuevos para él. Pero esa necesidad, evidentemente cultural, muy pronto fue convertida en necesidad natural por el discurso colonialis­ ta: la civilización francesa 110 podía ser transmitida por un vehículo tan grosero como esos “dialectos” locales.

Dos TIPOS DK PRESENCIA Como ya señalamos, los préstamos recíprocos entre dos lenguas son característicos de las relaciones que mantuvieron las comunidades hablantes de esas lenguas, desde dos pinitos de vista: - el equilibrio o desequilibrio entre la cantidad de vocablos to­ mados como préstamo por una y otra parte dan testimonio directo de la relación de fuerzas (militar, cultural, económica) que se entabló entre ambas comunidades; - por su parte, los dominios semánticos de préstamo dan testi monio de las áreas de contacto entre las comunidades.

LOS PRÉSTAMOS TOMADOS POR EL BAMBARA.

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Ahora bien, el caso del bambara ante el árabe y el francés es ejemplar, desde esa perspectiva. En primer lugar, es preciso destacar que, si bien encontramos en bambara términos franceses y términos árabes, no encontramos términos bambaras en francés ni en árabe. Acaso ése sea el único vínculo compartido por la presencia árabe y la presencia francesa en Sudán: en ambos casos, la lengua dominante imponía parto de sus piezas léxicas y no tomaba ninguna. Pero, por lo demás, la comparación entre ambos sistemas de préstamo nos muestra más bien cierta diferencia entre ambas presencias. Como se sabe, la mayor parte de las veces los préstamos se tom an en el ám bito de los sustantivos, y los verbos o los adjetivos se toman con frecuencia m u­ cho menor: préstamos de esa índole indican un contacto lingüístico más prolongado y una fuerza mayor de la lengua dominante frente a la lengua dominada (fuerza cjne, desde luego, nada tiene de lingüísti­ ca: en este caso, todo se reduce a fuerza de opresión). Por ello tene­ mos en nuestros dos sistemas los siguientes porcentajes: Préstamos del árabe 98% de sustantivos 2% de verbos Préstamos del francés 93% de sustantivos 6% ele verbos 1% de adjetivos Estas cifras, pese a no ser muy distantes, muestran una opresión lin­ güística más fuerte en el caso del francés. Pero los dominios de los préstamos son mucho más significativos. Ya vimos que los términos árabes pasados al bambara se referían fun­ damentalmente a la religión y la escritura (ligada, por supuesto, a la escuela coránica y a la práctica del Corán); también que a ellos se sumaban algunos nombres de elementos importados por los árabes (indumentaria, el azufre, etc.). Algo completamente distinto sucede con los préstamos tomados del francés. Una cuarta parte del corpus

ESTUDIOS ESPECÍFICOS

se refiere a la administración, el ejército, el comercio; gran parce de los términos habituales tomados en préstamo se refieren a la vida de los blancos (al contrario de lo que pasa con los términos árabes kusuba, burunusi...) y fundamentalmente dan testimonio de las relaciones entre un superior y su doméstico: los boys (cuyo nombre, boyi, fue tomado del inglés por vía del francés) son quienes introducen en la lengua bambara términos como li (en bambara, uno duerme sobre un taara), fumo, lanpa, makoroni, resho, entre otros. Es decir que el vocabulario árabe pasado al bambara da cuenta de una presencia sobre todo religiosa. Mientras que el vocabulario fran­ cés da cuenta de dos tipos de fenómeno. Por una parte, abundan los términos técnicos; pero respecto de la mitad podemos hacernos la pregunta: ¿técnica en beneficio ele quién? La cuestión está clara en lo referente al ámbito de la alimentación y al doméstico, tanto como respecto del ámbito ganadero. Por otra parce, los términos militares, administrativos y comerciales dan cuenta de un tipo peculiar de pre­ sencia: todo lo relativo a la vida pública política y administrativa era dominio exclusivo del francés y para hablar de esos ámbitos en bambara la tendencia forzosa era al préstamo. Así, por detrás de esos sistemas de préstamos se perfila, en cuanto a los términos franceses, el colonialismo y, en cuanto a los árabes, una presencia mucho menos gravosa de lo que podría suponerse. En un caso, contactos centrados de manera casi excluyeme en la religión (y no comamos con prueba alguna de que el proselicismo islámico haya sido violenco: en Sudán hubo inquisición musulmana); en el ocio, el colonialismo francés clásico, desde luego con su aspecto glocofágico (que, por lo demás, el colonialismo toma a su cargo: hoy, mientras escribo, en Malí aún 110 hay nadie que enseñe las lenguas locales), y con ese subproducto de la glotofagia constituido por los ámbitos de pertinencia de los préstamos. Eso nos muestra, una vez más, que los hechos de lengua aparentemente más insignificantes siempre son signo elocuente de determinadas relaciones sociales.

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Préstamos tomados por el bambara del árabe abada (eternidad, siempre) abarika (gracias) alahadi, aladi (domingo) (del mis­ mo modo, nombre dado a un niño nacido un domingo) alamisa, aramisa (jueves) alfatiba (primera sura del Corán) * albarndulilla, alhamdulay (alabanza a Dios) alkitabu (Corán) ala (Dios) almami (imán) araba (miércoles) baligu, baliku (adulto) bar'ka, véase abarika burunusi (albornoz) dama, daba (tinta) dominé (cinco francos) jadi (guerra santa) jahanama (infierno) jama (grupo, reunión) jidi (esfuerzo) fama, j'aarnu (comprender) fitiri (fin del ramadán) hakili (inteligencia, ingenio) hami (aflicción, inquietud) baramu (cosa prohibida)

hatuma (sello) biji (peregrinación a La Meca) botaba (discurso del imán) kafiri (infiel) karnusi (diccionario) kiiabu (libro) kusabu (gran jubón) tamisa, véase alamisa Ltbadi, véase alahadi malaka (ángel) misikine, misikini (pobre) misiri (mezquita) nabiyu (profeta) sababa, sabtt (causa, motivo) sabeli (norte) saraka, sadaka (limosna) setani (demonio) sibiri (sábado) talata, tarata (martes) tariki (historia, crónica) tasabiya (rosario) ntene (lunes) tibiriki (azufre) camaru (especie de jerigonza, lengua­ je secreto) wakatu (momento, instante) walara (planchuela sobre la que se escribe el Corán)

' En notas a su edición del Corán {Le Coran, París, Gallimard, 1967, vol. i, |>. 367) Masson glosa: " alfiitiha: la apertura, el prólogo o: la Sura liminar". |N . de T. |

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Préstamos tornados por el bambara del francés nlimeti (fósforo, cerillo) [de allumctte| anglópu (sobre) [de enveloppe] arduwasi (pizarra) [de ardoise] asiyeti (plato) [de assiette] awiyon (avión) awnka (abogado) balarnini (barreta) [de barre a mine\ balón (balón) ¿««¿/‘ (banco) [de banque\ basikili (báscula) bato (barco) |de batean] bcrhi (buril) biro (oficina) [de burean]

biye (oficina) boyi (criado)' b'onbhn (bom bón) brigaje (brigadier) buleti (bolilla, bala) [de boulette] buteli (botella) butigi (tienda) [de bouúque] buwati (caja) [de boite] dara (paño) o (sábana) |tic drap] diwhi (vino) " dbkbtbr'o (enfermero, doctor) dute (té) jarasisi (ejercicio, desfile) ekiiru (orden de arrcsto)[de écrou\ eglisi (iglesia)

hiperiyalismu (imperialismo) fakte (afectar) faratnansin (farmacia) fítshi (m odo, especie) (ele jh(on] firme (cerrar, puerta, candado)

fm h r i (ventana) [de fenétre] fouse (desplomarse) [de s)enfoncer] fose (fosa) foto (fotografía) fbne (forzar) frhi (freno) fumo (horno) [de fourneau] fursiti (tenedor) [de fourebette\ ganyb (ganar) gara (estación) [de gare] gardi (guardia) gerenadi (granada) glasi (hielo) [d eglace] gbftrnamati (gobierno) \Acgouverne-

ment] grife (manga grejfée [añadida]) gudrbn (brea, ruta) ]Acgoudron] bhfoi (rastrillo) [dcherse] ¡samen (examen) kaari (carro, bus) kafe (café) kalte (calidad, índole) kamisoli (camisola) kamiybn (camión)

’ El coi respondiente francés es boy, a su vez, préstamo tomado del inglés para designar a los subalternos en las colonias. [N. de 'TI] " Probablemente, a partir de du vin “(algo de) vino”. |N. de T.] "" También en este caso es probable que se haya incorporado sin mayor distin­ ción el partitivo a la cadena fónica del sustantivo. [N. deT.J

LOS PRÉSTAMOS TOMADOS POR EI. BAMBARA.

kanpatnan (campamento) kaptalismu (capitalismo) karbti (zanahoria) [tic carotte\ katidante (cédula de identidad) katrapla (tractor, utilitario) [de Cater­

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libru (libro) limonati (limonada) limu (lima) loriye (laurel) luwanse (alquilar, locatario) [de louer] makbrbni (macarrones) pillar] kaye (cuaderno) [de eahier] mangasa (depósito, almacén) [de magasi n] kh u (caja) murase (marchar [un mecanismo]) kilo (kilogramo) mano (martillo) kilbti (short) [de culotte) kle (llave [para desmontar]) [de clé_\ rnasin (máquina) masbn (albañil) [de ma(on] korni (empleado) (de commis] meri (alcaldía) [de tnairie] kontan (estar contento) melón (melón) koperatiwu (cooperativa) miliyon (millón) komi (como [comparativo)) minise (carpintero) (de menuisier] kbmisere (comisario) kbm iüri (papa, patata) [depomme de ministiri (ministro) mobili (automóvil) terre] monturu (reloj) [de rnontre] k'omte (comité) rnotiri (motor) [de moteur) kbnkbn (pepinillo) |de concombre] moto (motocicleta) krisi (choque) [de crush] nason (índole, especie) kriybn (lápiz) [de cmyon] nilón (nylon) kumandan (comandante) kum andi (pedir) (hacer un pedido nsilenin (chaleco) nuneti (anteojos) [de lunettes] [de mercadería)) palé ([sede de la] presidencia) [de kuran (electricidad, lámpara) palais) kursi (curso) pariye (apostar) [de parier] lakbli (escuela) partí (partido) lamu (hoja de afeitar) [de lame] pase (repasar) lankri (tinta) [de (1’) enere] patami (patente) lanpa (lámpara de petróleo) payasi (colchón) [de paillasse] larame (ejército) [de (l)armée] pelu (piel) lasasi (fusil de caza) petrbli (petróleo) laso (cal) [de (la) cbaux] pemi (pinza) layi (ajo) [de (l)ail] persidan (presidente) leterb (carta) [de leitre\ pesb (pesar) li (cama) [de lit]

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silo (estilográfica) simisi (camisa) simbn (cimiento) siniman (cine) siso (tijeras) [de ciseaux] sosiyalismu (socialismo) sbfiré (chofer) sbrbdati (soldado) suseti (medias, calcetines) [de cbattsseítes] taari (hectárea) tabali (mesa) [de table] tablo (cuadro) [de tablean| tagisi (taxi) tamati (tomate) toroto (pulpa de algodón) [totirteau de colon] transpbrb (costos de transporte) trin (tren) salan (chalana, esquife) turne (gira) [de tournée] salati (ensalada) sanbruybre (cámara |de un neumáti­ tusunyi (cocinero) uzini (planta industrial) [de usine\ co]) (de chambre ti air] walan (volante) sansi (nafta, solvente) [de essence| wantiri (inventario) santarama (gendarme) sapo (sombrero) [de chapean ] waranda (veranda) watiri (vehículo) [de voitureJ sari (arado) [de charrue] serwisi (servicio) weluru (terciopelo) [de velours] w'eri (vaso) (de vene\ shi (silla) [de chaise] wuruwiri (revó 1ver) si (sierra) [de scie] wutimeri (veteri nario) sigariti (cigarrillo) zu (yugo)

pirie (neumático) [ d e pneti] pisi (pieza) polisi (policía) politigi (política) ponpe (bomba, bombear) posta [d e poste] p'on (puente) pbnti (punta, clavo) pbsbni (veneno) [d e poison] p m n ti (aprendiz) raso (radio) ron (rango) rapidi (bus pequeño) resho (estufa, cocina portátil) [de rechaud] régli (regla) rhvyon (reunión) rhbu (ropa)

XI. EL FRANCÉS EN ÁFRICA Un espectro ronda esa África que se da en llamar francófona: el es­ pectro de las lenguas locales. Todos los recursos de la antigua metró­ poli, todas las fuerzas a su disposición, todo el arsenal de la escuela, del derecho, de la economía y de la política se han coligado en santa cruzada para cercarlo. Esta cruzada, como todas sus hermanas en la historia, tiene su estandarte, su cruz, su máscara: el concepto de francofonía. Francofonía. La idea fue lanzada en 1964 por algunos jefes de Es­ tado africanos (L Senghor, H. Bourguiha), muy pronto retomada por Francia (pese a las reticencias del general De Gaulle). Esa actitud del gaullismo se hizo evidente en especial con la creación, durante 1966, del “Alto Comisionado para la Defensa y la Expansión de la Lengua Francesa”. Más adelante se da una forma más eficaz a esa gran idea al crear una “Agencia de Cooperación Cultural y Técnica” (Niamey, 1970) que reagrupa a veinticinco países “francófonos”. Y estos pocos datos, referencias y hechos ya señalan toda la ambigüe­ dad del asunto. No es casual que la historia de la francofonía empiece inmediatamente después de la independencias formales de las anti­ guas colonias francesas; tampoco que entre sus padrinos encontre­ mos al padre de la negritud, L. S. Senghor. Es interesante, además, dejar constancia: de por sí, algo hiede a imperialismo cultural en la denominación “Alto Comisionado para la Defensa y la Expansión de la Lengua Francesa” (luego transformado en “Alto Comisionado de la Lengua Francesa”; pero es difícil olvidar la intención inicial). Por último, los veinticinco estados que en 1970 constituyen la “Agencia de Cooperación Cultural y Técnica” y se autoproclaman “francófonos” lingüísticamente sólo tienen muy pocas cosas en común, a lo sumo la lengua de sus “elites”; y acaso esa heterogeneidad encubra una homo249

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geneidad que está situada en otro lugar, en otro nivel, ya no lingüísti­ co sino político. Con excepción de Francia, todos los Estados “francófonos” viven en una situación de bilingüismo de hecho señalaba Paul-Jean Franceschini en una serie de artículos dedicados a la francofonía.1Desde luego, eso es liquidar prontamente el bretón, el alsaciano, el occitano, el vasco y el creóle, y finalmente el corso. Pero de momento el problema no es ése: por otra parte, ya lo debati­ mos largamente, y sabemos que el territorio francés nada tiene de unilingüe; menos aún sus “territorios” y “departamentos” de ultra­ mar. De hecho, más importante es interrogarnos acerca de esa no­ ción do bilingüismo que, bajo el engañoso aspecto de término cientí­ fico, engloba realidades muy distintas. ¿Qué relaciones existen entre la situación lingüística de Bélgica y la de Malí? ¿Y entre la situación de Senegal y la del Québec? La lengua francesa, por cierto uno de los términos del plurilingüismo en codos estos lugares, ¿está inscripta en los mismos juegos de fuerzas? ¿En los mismos tipos de luchas? ¿O, en especial, aun en terrenos comparables? Un rápido sobrevuelo por esas distintas situaciones evidentemente nos muestra que nada de ello puede afirmarse. Que el québécois que lucha para preservar su identi dad, en especial su identidad lingüística, nada tiene en común con el ministro maliense que legisla en una lengua francesa que el pueblo no entiende. Que en Suiza el militante del “Jura libre” en procura de escapar al asedio germano del cantón de Berna nada tiene en común con el inarfilense que condena en francés a un aldeano que no habla esa lengua. Antes bien: sería incluso lo contrario. El militante del partido quebequés o del Frente de Liberación del Québec está de parte de los pueblos africanos que defienden sus lenguas, no con los Estados africanos que imponen la jrancophonie. En eso hay una suer te de impostura, en todo caso un inmenso malentendido: las reivin 1 Paul-Jean Franceschini, en: Le Monde, 16 de octubre.

EL. FRANCÉS EN ÁFRICA

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dicaciones lingüísticas del Québec, de la Bélgica valona, del Jura sui­ zo —de por sí admisibles, desde luego- adquieren un tinte extraño no bien se las equipara a la política de un Bourguiba o de un Senghor. Con un sutil juego denominativo se mezclan los tantos. Y bajo esa óptica el “mes de la jra n cité " organizado en Lieja el año 1972 puede parecer una maniobra diversionista. L.ieja, Bamako, Montréal y Ar­ gel, ¿la misma lucha? Pero, vamos, todo las separa. En un caso, lucha de liberación lingüística; en el otro, prolongación de una opresión lingüística. Por eso ante todo debemos insistir en destacar esa exten­ sión engañosa de la noción de francofonía: veinticinco estados miem­ bros más una gobernación (la de Québec), pero —por una parte- nin­ gún país en que bailemos una situación de unilingüismo; por la otra, ninguno en que la lengua francesa tenga, estructuralmente, el mismo estatuto (por más que en la mayoría de ellos sea “lengua oficial”). ¿ Q u é f r a n c o f o n ía ?

Nuestra primera tarea será, entonces, hacer el intento de desentrañar las distintas situaciones que presentan esos países de la francofonía. Maurice Houis2 propuso una tipología tripartita que diferencia: 1) las situaciones en que la lengua francesa es muy mayoritaria: por ejemplo, el caso del territorio nacional francés hoy; 2) las situaciones en que el francés es una de las lenguas oficiales, en el sentido jurídico del término: es el caso de Bélgica, Cana­ dá, Luxemburgo y Suiza; 3) las situaciones en que el francés es la única lengua oficial pero coexiste con lenguas nacionales habladas por el pueblo: es el caso del conjunto de los países africanos de la francofonía (dejo aparte, aquí, el caso del Magreb). 2

Maurice Houis, “La francophonic aíricaitie”, en: Le Franfais dans le monde,

núm, 95, marzo cío 1973.

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Ahora bien, el concepto de Francofonía engloba justamente esos tres tipos de situaciones divergentes, mientras que cualquier estudio de la lengua francesa en su conjunto debería marcar minuciosamente la distancia entre ellas, incluso refinando, de ser posible, la tipología de M. Houis. Pero nues­ tro desarrollo aquí sólo se refiere a la tercera situación, la de África. Una parte de África está conformada, entonces, por países francó­ fonos. ¿Y eso qué quiere decir? ¡Qué buena pregunta! Claro, basta con abrir el diccionario. “Francophone: que usualmente habla en fran­ cés”, nos dice el diccionario Robert. Entonces, los países francófonos son, con toda naturalidad, países cuyos habitantes hablan francés; ésa es la evidencia, al menos la que dimana de las logradas certezas del diccionario. Pero ése es el momento en que uno querría estar en otros zapatos, En efecto, ¿quien habla francés en esos distintos países? Es difícil decirlo: llamativamente, no disponemos de ninguna estadísti­ ca respecto de la cantidad real de hablantes del francés. Sin embargo, es posible llegar a aproximaciones. En Argelia, país del que se sabe que estadísticamente es el más francófono entre las antiguas colonias, en 1969 teníamos las siguientes cifras:3 Población 81,5% árabe 17,9% bereber 0,4% francesa 0,2% otras Y en lo que respecta a la relación de esta población con la escritura: ___________________ C uadro 3______________________

74,6% 5,5% 8,9% 10,6% 0,4%

de analfabetos de alfabetizados en árabe de alfabetizados en francés de alfabetizados en árabe y en francés de alfabetizados en otras lenguas____

¡ Fuentes: Abdallah Mazouni, Culture et enseignement en Algéric et ait Mtig/'n /■ París, Maspéro, 1969.

EL FRANCÉS EN AFRICA

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Es decir, con un criterio generoso, el 20% de la población es capaz de leer y escribir en francés (sin que, por otra parte, se precise el nivel de esa competencia, nivel que puede ser muy variado: del perfecto dominio al balbuceo de los recién alfabetizados). Lt cifra parece ser poco sólida para un país “francófono”, pero está muy por encima de la media. En cfecto, repitamos que, durante toda la época de coloni­ zación, Argelia se hallaba en una posición especial (por ejemplo, asi­ milada al estatuto de departamento), y que allí las condiciones lingüísticas son peculiares: es imposible proyectar ese porcentaje a los países del Africa negra. Así, parece que el índice de africanos del Oes­ te que hablan francés puede estimarse en un 5% de la población, y en cualquier caso, a menos del 10%. Por ejemplo, en Senegal, país para el que disponemos de cifras relativas a las etnias (censo de 1961), hay 37% tic la población que tiene com o lengua materna el wolof 21% peul 19% sercr 10% diula 6% bambara 2% sarakolé 2% árabe 1% otra lengi (las cifras fueron redondeadas; eso explica que el rotal no sea 100)

Esto ubicaría al francés entre el bambara y el diula, ya no como len­ gua materna sino como segunda o tercera lengua. Es poco. Sobre todo si uno está atento a que los países africanos están lejos de ser el mosaico lingüístico que pretende el discurso colonial. En Malí, por ejemplo, el bambara es hablado por más del 60% de la población. Una encuesta del clad (Centro de Lingüística Aplicada de Dakar) hecha sobre una muestra de 50 mil alumnos mostró que el 92,62% de ellos hablaban wolof El diula se expande cada vez más en Costa ile Marfil como lengua vehicular, tal como el lingala en el Congo. De hecho, África es cuantitativamente aún menos francófona que el te­ rritorio nacional francés hacia la Revolución de 1789 (recordemos

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que aproximadamente el 20% de la población era hablante de fran­ cés), y para el futuro dispone de algunas lenguas dinámicas que, sin acarrear la desaparición de las otras, podrían servir de vínculo entre las distintas comunidades. Pero, cualitativamente, se halla en idénti­ ca condición que el territorio francés de esa época: francófono por obra y gracia del discurso oficial y algunos decretos. 4. Estatutojurídico de las lenguas locales y del francés en las antiguas colonias

C uad ro

Lengua oficial Lengua "vehicular" Lenguas nacionales

francés Alto Volta Argelia árabe francés e inglés Camerún Chad francés Congo-Brazza francés Costa de Marfil francés francés Dabomey " Gabón francés Guinea francés Madagascar francés y malgache (merina) francés Malí Marruecos árabe francés Mauritania Níger francés RCA francés Senegal francés Togo francés árabe Túnez

francés

lenguas locales

francés

lenguas locales árabe sango

Fuente: Afrique 70, número especial