Lejos Del Bronce

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Lejos Del Bronce

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Julio Bárbaro, Oscar Muiño y Omar Pintos Lejos del bronce

Cuando Kirchner no era K

Sudamericana

PRESENTACIÓN

Este libro está compuesto por dos series de testimonios y dos análisis políticos sobre Néstor Kirchner. La primera serie agrupa los testimonios de vecinos de la infancia y de compañeros y adversarios de militancia de Kirchner, así como el de su maestra de la escuela primaria y el de un compañero de trabajo en la financiera Finsud. Omar Pintos, el periodista que recogió estos testimonios en Santa Cruz y escribió el texto introductorio, entrevistó a Carlos Alberto Portela, José Luis Cárcamo, a un subgerente de Finsud, a Pancho Albornoz, Nicanor Lauriano, Pedro Molina, Osvaldo Pérez, Ricardo Rodríguez, Juan Carlos Batarev, María Sanz de Portela y Mercedes Cabral. La segunda serie incluye los testimonios de Rafael Flores, Alfredo Martínez y Ricardo Patterson, referentes políticos santacruceños e interlocutores de Kirchner en la disputa del poder, a quienes entrevistó Oscar Muiño. Los análisis políticos acerca del ex presidente Kirchner que completan este libro pertenecen a Julio Bárbaro y Oscar Muiño.

CAMINO Y HUELLA DE KIRCHNER

CAMINO Y HUELLA DE KIRCHNER EN SANTA CRUZ

por Omar Pintos

No fue fácil recoger los testimonios para este libro. Nunca esperé que lo fuera. Quienes vivimos en Santa Cruz sabemos que en nuestra provincia existe una reticencia generalizada a decir en público lo que puertas adentro se opina acerca de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández. La hegemonía que el kirchnerismo mantiene en la sociedad santacruceña desde 1991 hasta la actualidad explica, al menos en parte, ese silencio colectivo que sólo se atreven a romper los opositores y algunos periodistas. Para registrar los testimonios tuve que recorrer en varias oportunidades los casi 800 kilómetros que separan a Río Gallegos de mi ciudad natal, Caleta Olivia. Muchos de estos viajes fueron en vano. A veces porque el entrevistado se arrepentía y a último momento decidía no hablar; otras, porque no se animaba a decir frente al grabador —ni siquiera ante una libreta— lo que me había comentado por teléfono o en la mesa de un café. Incluso los que se atrevieron a relatar su experiencia necesitaron algún tiempo, salvo excepciones, para soltarse y revelar gradualmente lo que sabían. Dos entrevistados pidieron que se reservara su identidad. También hubo quienes desde un principio me dejaron en claro que preferían guardar silencio y no tener nada que ver con este libro. Algunos de ellos se disculparon: el nombre del personaje en cuestión seguía siendo motivo de cierto recelo. Conocí personalmente a Néstor Kirchner en 1984, cuando recibí junto con otros vecinos de Caleta Olivia la invitación a participar de una reunión en el local que su estructura partidaria, el Ateneo Juan Domingo Perón, había montado en nuestra ciudad. La primera impresión que tuve de él, en ese local de la calle Lucio Mansilla, fue extraña. La fisonomía de Lupín, como llamaban a Néstor por su parecido físico con el personaje de una historieta de la época, no se correspondía con la imagen que uno tenía de los políticos, de aspecto sobrio y prolijo. Demasiado alto y flaco, desgarbado, Néstor llamaba la atención por su apariencia desalineada. Ese día llevaba la campera marrón que lo acompañaría a lo largo del tiempo y unos mocasines gastados a tal punto que por momentos dejaban entrever uno de los dedos de sus pies. Hablaba poco. Casi nada en comparación con otros políticos. A diferencia de su esposa, la oratoria no era su fuerte, y él parecía ser consciente de esta falencia. Su lenguaje corporal, sin embargo, sus bromas y la forma de dirigirse a la gente demostraban claramente que el que tomaba las decisiones era él. En aquellos meses de 1984, Néstor había renunciado recientemente a la Caja de Previsión Social de Santa Cruz como consecuencia de sus diferencias políticas con quien lo había nombrado en el cargo: el entonces gobernador Arturo Puricelli. La visita de Kirchner a Caleta Olivia tenía el propósito de construir poder para posicionarse en la interna del Partido Justicialista y postularse como candidato a gobernador. Néstor creía que para suceder al justicialista Puricelli le convenía armar su juego desde afuera del gobierno pero dentro del partido. Si bien al año siguiente de su salida de la Caja de Previsión Social perdería esas internas con Rafael Flores, y en 1987 debería conformarse con la candidatura a intendente de Río Gallegos, los vecinos de Caleta que asistimos a la reunión de su estructura partidaria en 1984 comprendimos que estábamos frente a un líder político que transmitía la convicción de que iba a llegar. Quizás por eso, o porque tenía un aura especial para transmitir su voluntad,

se notaba que Néstor era un constructor de poder que se destacaba sobre el resto. El mismo año en que perdió la candidatura del PJ a la gobernación, 1985, compró un departamento en Capital Federal. Por la desmesura de su ilusión, por la confianza en sí mismo o simplemente por subir la apuesta, cuando sus colaboradores más cercanos le preguntaron para qué lo había comprado, Néstor respondió: “Para cuando sea presidente”. Durante poco más de un año lo acompañé en su proyecto electoral hasta que decidí hacer un paso al costado. Nunca me terminó de convencer su prédica y desde el comienzo hubo algo en su forma de hacer política que no me cerraba. Varias veces me he preguntado por qué algo en mi interior me decía en ese momento, antes de que él llegara al poder, que yo no debía estar más en su espacio político. Con el tiempo, cuando fue intendente y después gobernador, comprendí que muchas de sus actitudes con respecto al manejo del poder ya estaban latentes en ese político joven y ambicioso que conocí en 1984. Como parte de su estrategia de construcción, Néstor ya sumaba seguidores provenientes de los sectores más diversos, metodología que iba a perfeccionar a partir de 1988 con la creación del Frente para la Victoria Santacruceña. También solía convocar en reiteradas ocasiones a quienes habían transitado su espacio y por una razón u otra se habían alejado. En ese sentido, se comportaba como un seductor profesional que sabía comerciar con el ego y las ambiciones de otros cuadros políticos y que conocía perfectamente el efecto de persuasión que ejercía sobre un militante de base el hecho de que un intendente o un gobernador, luego de llegar a ese cargo, lo mandara a llamar para plantearle que no se había olvidado de él, que lo necesitaba y quería que volviera a su lado. En 1994, cuando Néstor buscaba la reforma que le concediera la reelección indefinida como gobernador, me convocó junto con otros miembros de la agrupación Pedro Molina para contar con la sumatoria de voluntades que le permitiera modificar la Constitución de la provincia. Los argumentos que en esta ocasión yo tenía para rechazar su proyecto eran menos intuitivos que aquellos que en 1985 me habían llevado a bajarme de su estructura partidaria. Después de perder la candidatura a gobernador con Rafael Flores, hasta entonces su principal socio político, Néstor pactó con Puricelli, todavía gobernador en ejercicio y con quien había decidido romper hacía apenas un año cuando renunció a su cargo en la Caja de Previsión Social. El acuerdo con Puricelli establecía que en las elecciones de 1987 Kirchner sería candidato a intendente de Río Gallegos y Ricardo Jaime del Val, a gobernador de la provincia. El objetivo de Lupín, además de posicionarse en un espacio de poder como la intendencia de la capital santacruceña, era cerrarle el camino a Flores y evitar así que su antiguo aliado, que lo había derrotado en la interna peronista, se adueñara del escenario político de Santa Cruz. En 1987, Kirchner ganó la intendencia y Del Val la gobernación. Si bien contaba con el respaldo del gobernador en ejercicio, Néstor se impuso en esas elecciones por un escaso margen de 110 votos. La circunstancia de ese triunfo ajustado no le impidió promover, dos años después de haber ganado la intendencia con el apoyo de Puricelli, la destitución del gobernador Del Val a través de dos piezas clave que operaron a su favor en el Poder Legislativo: los diputados provinciales Cristina Fernández de Kirchner — como a ella le gustaba que la llamaran— y Eduardo Ariel Arnold. Al cabo del juicio político, Del Val fue destituido en 1990 por incumplimiento de los deberes de funcionario público a raíz de una obra hidráulica realizada en una de sus propiedades, en el campo, con recursos provinciales. Al año siguiente, fortalecido por una estructura partidaria más amplia, por los recursos electorales que le proporcionaba la intendencia de Gallegos y sobre todo por la alianza con el Movimiento Renovador Peronista (MRP) que lideraba su nuevamente aliado Flores, Kirchner le ganó a Puricelli la elección que en diciembre de 1991 le permitió asumir por primera vez la gobernación de Santa Cruz. Arnold, hombre del MRP y punta de lanza en la

maniobra destituyente, fue su compañero de fórmula. Como gobernador, Néstor le dio a su gestión la impronta personalista que ya había mostrado en la intendencia. Incluso la acentuó. Algunos de sus colaboradores cercanos reconocían en privado que todas las decisiones pasaban por él. No solía hacer reuniones de gabinete y en muchos casos tomaba medidas sin consultar al responsable del área en cuestión. Una de sus prácticas habituales consistía en fomentar internas entre sus ministros, que se esmeraban y competían por darle muestras de lealtad. Si se generaba un conflicto entre dos miembros de su gabinete, Néstor les hablaba por separado, les daba la razón a ambos y cuando la disputa pasaba a mayores, los reunía y los disciplinaba a voz en cuello, la mayoría de las veces con insultos. El mismo estilo personalista que lo llevó a conocer cada resorte de la Casa de Gobierno lo retenía en su despacho hasta altas horas de la noche para recibir a los ciudadanos de a pie que querían manifestarle alguna inquietud al gobernador. Los escuchaba y tomaba nota de sus pedidos. Y cuando empeñaba su palabra, la respetaba. Vecinos de distintas localidades de la provincia dan fe de que Néstor les hizo un favor personal, les consiguió trabajo en el Estado para algún familiar o les cumplió una promesa. En el trato personal era simpático, por momentos incluso campechano, y le gustaba el roce con la gente. Una palmada en la cara, en el pecho o en la espalda era su forma de transmitir afecto. Se demoraba en la calle para hablar con los vecinos y tenía una memoria privilegiada que le permitía estar al tanto de sus asuntos particulares. Hacía bromas, era chicanero y solía causar una impresión agradable en aquellos que no pertenecían al ambiente de la política. Sobre la relación con sus colaboradores, en cambio, varios testimonios dan cuenta del maltrato que a veces Néstor infligía a ministros, intendentes y otros funcionarios de su entorno, quienes soportaban con resignación la violencia verbal, en algunos casos un cachetazo y hasta una trompada, de ese dirigente que en sus días de furia parecía comportarse como un amo en vez de un líder político. En dos ocasiones me tocó presenciar vejaciones que, según varias fuentes, no fueron las peores que propinó. La primera ocurrió durante una reunión política en la localidad de Los Antiguos, en el noroeste de Santa Cruz, en la que además del gobernador Kirchner estaban su secretario Valerio Martínez, el entonces ministro de Economía y Obras Públicas Julio De Vido, un ex diputado nacional y dos compañeros de la agrupación Pedro Molina. De pronto Néstor interrumpió la charla y le pidió a su secretario que le trajera una botella de agua. Como Martínez no lo escuchó y seguía conversando, Kirchner se levantó enfurecido de su asiento y con tono amenazante le soltó: “¿Vos sos pelotudo o te hacés? ¿No escuchaste que te pedí una botella de agua?”. El exabrupto generó un silencio incómodo del que nadie sabía cómo salir. Más que la frase en sí misma, lo que me asombró fue la agresividad con la que la dijo. Lo miré a De Vido, que prefirió hacerse el distraído y desvió la mirada. Martínez, sonrojado y visiblemente mortificado, salió corriendo a buscar la botella. Nadie se atrevió a decir una palabra al respecto. Finalmente, la reunión continuó pero en un clima enrarecido. La otra escena de furia que presencié fue en 1994, cuando Kirchner buscaba la reelección indefinida. Había realizado una consulta popular, vinculante y obligatoria, y el electorado de Caleta Olivia le había asestado un NO rotundo. Con la urgencia de revertir esa negativa, Néstor mandó en calidad de emisario al entonces subsecretario de Trabajo provincial Daniel Peralta —actual gobernador de Santa Cruz— para convocar a sus militantes y otras agrupaciones de Caleta (entre ellas la que yo integraba) a una reunión del Frente para la Victoria Santacruceña en la capital de la provincia. Apenas llegamos a ese encuentro en Río Gallegos nos dimos cuenta de que el ambiente estaba muy caldeado. Es lógico que luego de una derrota electoral se repartan críticas y reproches, pero nunca vi a un dirigente humillar a

sus propios militantes de la forma en que Néstor humilló a los suyos en esa reunión. Algunos salieron de ahí con los ojos vidriosos. Fue una denigración absoluta de la militancia. Estos dos casos a los que asistí, menores en comparación con los que presenciaron otros testigos, revelan una de las contradicciones de Kirchner, que si por un lado se permitía maltratar a su tropa, por otro lado estaba atento a cada detalle y cuando un militante faltaba sin aviso a alguna reunión era capaz de ir hasta su casa para confirmar personalmente que ese militante se encontrara bien o para ayudarlo en caso de que tuviera algún problema. Las contradicciones de Néstor se fueron acentuando, o volviendo más visibles, a medida que acumulaba poder. Tras haber impulsado la destitución de Del Val por incumplimiento de los deberes de funcionario público, cuando accedió a la gobernación empezó a mostrar cada vez con menor disimulo su avidez por apropiarse de la obra pública, una caja caudalosa que ningún organismo controlaba ni controla, y gradualmente fue cooptando las empresas constructoras de Santa Cruz hasta que en 2003, ya electo presidente de la Nación, logró concentrar casi la totalidad de la obra provincial en Austral Construcciones, la empresa recientemente creada por su colaborador y amigo personal Lázaro Báez. Basado en la bonanza económica que las privatizaciones produjeron en su primera etapa como gobernador, y a través del entonces ministro de Economía y Obras Públicas, De Vido, y del entonces titular de Vialidad Provincial —hoy titular de Vialidad Nacional—, Nelson Periotti, Kirchner promovió a lo largo de sus tres mandatos la firma de numerosos contratos con sobreprecios escandalosos. Algunos tan absurdos como pagar más caro el kilómetro de ruta llano que el de alta montaña. A pesar de que la evidencia aportada era irrefutable, no prosperó ninguna de las demandas que la oposición presentó al respecto en la Justicia provincial. El caso más emblemático de la presión que el kirchnerismo ejerció sobre fiscales y jueces de Santa Cruz, tanto federales como provinciales, es el del procurador Eduardo Sosa, apartado de su cargo en 1995 por investigar el destino de fondos públicos sobre los cuales el gobierno kirchnerista nunca dio explicaciones. Aunque la Corte Suprema dictaminó que Sosa debía ser restituido, Néstor nunca acató el fallo y lo reemplazó por Claudio Espinoza, uno de sus incondicionales. Este caso, que tuvo trascendencia en los medios nacionales, es una entre tantas manipulaciones a las que Kirchner recurrió para moldear una Justicia obediente. Aparte de nombrar jueces afines, en 1999 designó a Carlos Zannini, que no contaba con ninguna trayectoria en el Poder Judicial, como presidente del Tribunal Superior de Justicia de Santa Cruz. Secretario de Gobierno Municipal en Gallegos en 1987 y ministro de Gobierno provincial en 1991, “el Chino” Zannini era su asesor legal y uno de los hombres de mayor confianza desde los tiempos de la intendencia. Cuando la oposición o el periodismo hacían algún cuestionamiento, Kirchner salía a denunciar conspiraciones y maniobras destituyentes. Durante la gobernación, Néstor perfeccionó la red de intrigas políticas que había comenzado a tejer desde la intendencia para intentar convertir al PJ provincial en un apéndice del Frente para la Victoria Santacruceña. Este objetivo, en una provincia donde históricamente predominó el peronismo, no respondía a las veleidades de un trasnochado sino a la ambición obsesiva de un hombre que, según comentaba su entorno, dedicaba las 24 horas del día a la política. Controlar el PJ era una jugada más en su estrategia para contener, o neutralizar, a los cuadros políticos emergentes que pudieran discutirle el poder. Otra de las maniobras para evitar que algún rival de peso asomara en su horizonte consistía en incorporar a los adversarios más importantes, antiguos o nuevos, a su estructura política y otorgarles un cargo en la función pública. Roberto López, el candidato radical al que derrotó en las municipales de 1987 y actualmente designado en la Lotería Nacional; Arnold, el diputado del influyente MRP al que llevó como vicegobernador en su primer mandato; y Javier de Urquiza, un ganadero radical al que nombró presidente del Consejo Agrario provincial, son

apenas algunos ejemplos. Concebido durante sus primeros años en la intendencia, cuando Puricelli y Flores aún le disputaban la interna justicialista, el Frente para la Victoria Santacruceña fue el resultado de una política que consistía en la sumatoria de diversos sectores y en la que Kirchner incluyó, además de peronistas, a radicales, intransigentes, desarrollistas y agrupaciones de izquierda con el fin de crear una plataforma electoral propia. Este rótulo también permitía que se sintieran más cómodos aquellos que no provenían del peronismo, como ocurriría años más tarde con varias familias de origen radical que pasaron de la UCR al FpVS cuando Néstor, ya gobernador, decidió estatizar y condonarles la deuda que tenían con el banco de la provincia, que acababa de ser privatizado y rebautizado con el nombre Banco Santa Cruz. Con su armado transversal construido meticulosamente y cada vez más aceitado, al promediar la década del 90 Néstor se enfrentó con un obstáculo fundamental para sus intenciones políticas: su mandato concluía en 1995 y la Constitución de Santa Cruz no contemplaba la figura de la reelección para el cargo de gobernador. Luego de una consulta popular y varias tentativas infructuosas, finalmente consiguió el respaldo de diversos sectores para llevar a cabo la reforma constituyente que en 1994 le permitió la reelección indefinida. También logró imponer la Ley de Lemas y la figura de diputado por municipio, con lo cual llegó a contar con veintidós diputados sobre un total de veinticuatro en la Cámara de Diputados provincial, mayoría que se mantiene hasta el día de hoy. El discurso acerca del respeto a las minorías que invocaba en los tiempos de la intendencia había sido reemplazado por la promesa y el anuncio sistemático de obras públicas. Cuando algún referente opositor o un periodista señalaban que esas obras no estaban destinadas a modificar las deficiencias estructurales de la provincia en materia de salud, educación, vivienda y recursos básicos como el agua potable, la respuesta de Néstor y sus funcionarios era la misma que esgrimían ante las denuncias por el pago de sobreprecios: acusaban a la oposición y al periodismo de formar parte de una conspiración y promover la desestabilización del gobierno. Ni siquiera quienes gozaban de su cariño y respeto, como Emilio García Pacheco, que había sido su profesor en la escuela secundaria, tenían margen para criticarlo públicamente sin recibir algún tipo de amonestación. García Pacheco escribía una columna en el diario La Opinión Austral, de Río Gallegos, y firmaba con el seudónimo Diputado 25. Todavía recuerdo su malestar al contarme que al día siguiente de haber cuestionado en su columna algunas medidas del gobierno kirchnerista, Néstor entró con vehemencia al bar donde se encontraba, en el Hotel Santa Cruz, y se dirigió directamente a su mesa para increparlo con toda clase de insultos porque no estaba de acuerdo con lo que había publicado. Además de su profesor de la adolescencia, García Pacheco era hombre de consulta permanente de Néstor, que solía mandarlo a llamar a través de Carlos “el Chino” Zannini. Mantenían extensas conversaciones a solas y, pese a mi insistencia y la de otros periodistas, García Pacheco nunca reveló el contenido de esos diálogos. “Eran momentos de confidencias y me las llevaré a mi tumba”, me dijo una vez. Néstor, sin embargo, no le perdonó que le hiciera una crítica constructiva desde la columna de un diario. Por eso, si bien en su momento me sorprendió, no era impredecible el encontronazo que Kirchner protagonizó conmigo el día que vino a Caleta Olivia, ya como gobernador reelecto, a inaugurar el sistema de semáforos en la avenida Independencia. En la calle, antes de que subiera al micro en el que se desplazaba con sus ayudantes, le pedí un reportaje para la radio en la que trabajaba, FM 95.3, y él, que no hacía conferencias de prensa y daba entrevistas sólo a medios oficialistas, extrañamente accedió. Estábamos hablando cara a cara, apartados del resto de mis colegas. El incidente se generó cuando le pregunté acerca de un reclamo que

hacían los padres de la escuela Nº 36 de Caleta Olivia. Ofuscado, a medida que transcurría la entrevista empezó a levantarme la voz y a increparme con una actitud corporal intimidatoria. En un momento interrumpió el diálogo y me dijo que recordara cómo estaba la provincia antes de que él asumiera, que yo no debía ponerme en el lugar de un tribunal inquisidor y que no acusara al gobierno de no dar respuestas. Quise retomar las preguntas pero empezó a insultarme. Ante los gritos y ademanes del gobernador, los periodistas de otros medios que estaban cubriendo la inauguración de semáforos se acercaron a ver qué pasaba. Entonces uno de sus colaboradores vino a buscarlo y lo hizo subir al micro. A los pocos minutos, otro de sus ayudantes me dijo que Kirchner me quería cagar a trompadas —éstas fueron sus palabras — y que tuvieron que agarrarlo entre varios para que no bajara del micro. La frase para calmar al gobernador no fue menos curiosa que su reacción: “No le dé importancia, doctor, este tipo es un boludo”. Semanas después del incidente, me informaron que Néstor había hecho abrir la escuela a las 2 de la madrugada para comprobar personalmente las denuncias de los padres, y que el entonces presidente del Consejo de Educación provincial, Ricardo Jaime, había recibido un fuerte tirón de orejas. La visita nocturna a esta escuela no fue la excepción: si Kirchner tenía alguna duda, llamaba a sus funcionarios a la hora que fuera y se encargaba de ir él mismo a confirmar que las cosas se hicieran según su criterio. En el encuentro posterior a ese episodio, cuando volvió a Caleta para la inauguración de un famoso local comercial, le pregunté si seguía enojado conmigo. Me miró con una sonrisa impostada y dijo que no. A Néstor lo desvelaba la cobertura que los medios hacían de su gestión. Ya había empezado a dar muestras de esa obsesión cuando era intendente. Salvo contadas excepciones, evitaba las ruedas de prensa y sólo daba entrevistas a medios oficialistas. Con fondos estatales, mediante el direccionamiento de la pauta oficial, fue cooptando gradualmente la mayoría de los medios provinciales a partir de su llegada a la gobernación. Rudy Ulloa, una especie de hijo adoptivo de Néstor, cumplió un rol destacado en el manejo de los medios. Con gran parte de los medios y de la Justicia de la provincia supeditados a su voluntad, y sobre todo a partir de su habilidad para acumular poder político y económico, Kirchner mantuvo su hegemonía en Santa Cruz más allá de los tres mandatos como gobernador. Luego de la reforma constituyente, fue reelecto en 1995 y 1999. En 2003, como debía asumir la presidencia de la Nación y a Cristina las encuestas no le daban bien para postularse a la gobernación, eligió a Sergio Acevedo para que lo sucediera en el cargo. Acevedo tuvo que irse en 2006, entre otras causas, por exigir la aparición de los fondos que en la década del 90 el gobierno de Néstor había cobrado en concepto de regalías petroleras mal liquidadas, y por negarse a pagar el anticipo del 30% en las obras públicas otorgadas a la constructora de Báez. En su reemplazo, Kirchner designó a Carlos Sancho, que apenas un año y medio después, en 2007, renunció como consecuencia de conflictos gremiales. Para encontrar un candidato capaz de aplacar los ánimos de cara a las elecciones de octubre de ese año, Néstor tuvo que recurrir a un viejo conocido con el que había tenido más de un ida y vuelta: Daniel Peralta. Alicia Kirchner, a pesar de contar con todo el aparato de propaganda oficial, medía muy bajo en la intención de voto. Aquellos que conocieron a Néstor y su familia desde la infancia señalan que Alicia siempre hizo política en función de su hermano y que incluso desde mucho antes, cuando lo ayudaba con la tarea escolar, estuvo pendiente de él. María Cristina, la hermana menos famosa, que trabaja en el hospital de Río Gallegos, nunca tuvo trascendencia política. Los vecinos de Gallegos cuentan que el padre de Néstor era un hombre honesto y

trabajador, que tenía un puesto en el Correo, y cuyo único patrimonio era la casa familiar y un Citroën de la época. Consagrada a los quehaceres domésticos, María Ostoic, la madre de Lupín, tuvo un papel principal en la crianza de Máximo y Florencia, los hijos de Néstor y Cristina, que por lo general estaban ocupados en atender compromisos políticos. Tanto su maestra de la escuela primaria como sus vecinos de aquella época contaron que Néstor sufrió mucho en la infancia a causa de sus problemas físicos. La desviación de uno de sus ojos y sobre todo el defecto en sus conductos nasales, que le impedía hablar sin ganguear, eran motivo de burlas reiteradas por parte de sus compañeros de clase y amigos del barrio. García Pacheco, su profesor de la secundaria, me comentó en una conversación que durante la adolescencia Néstor siempre pensaba en su futuro y que quería ser docente pero su dicción defectuosa le cerró las puertas de esa profesión. La deficiencia en el habla le seguiría causando disgustos en su adultez. Recuerdo que una noche, después de una extensa reunión, volvíamos al centro de la ciudad con Kirchner y un grupo de militantes; era tarde y teníamos hambre, así que mientras caminábamos el tema del debate había pasado a ser qué podíamos comer a esa hora. “Vamos a la pijjería esha que está en el shentro”, dijo Néstor en alusión a la Pizzería Royal, y todos empezamos a reír a carcajadas. Todos menos él, que se quedó callado. La expresión de su cara nos dio a entender que el chiste no le causaba ninguna gracia. De la risa pasamos a un silencio solemne. Esa noche comprendimos que con eso no se jodía. Quienes lo trataron desde la niñez sostienen que esa temprana adversidad templó su carácter y lo llevó a apadrinar a personas con algún grado de discapacidad como “el Rengo” Ulloa, conocido con este apodo en Santa Cruz por su dificultad para caminar. Varios testimonios indican que algunos de los que se burlaron de Néstor en su infancia y en su adolescencia, cuando lo tildaban de tuerto y gangoso, comprobarían con el tiempo que a veces es cierto que el que ríe último ríe mejor. Muchos coinciden en que Kirchner tenía una habilidad especial para detectar las debilidades de sus interlocutores y que, llegado el momento, sabía cómo usarlas a su favor. También señalan que una de sus prácticas recurrentes era doblegar a sus adversarios políticos hasta ponerlos de rodillas para luego tenderles la mano y ponerlos de pie nuevamente. Algunos le atribuyen una capacidad de persuasión singular que a veces ejercía de manera llamativa, como el día en que hizo volver a un funcionario que se encontraba en una provincia lejana sólo para preguntarle si tenía plena conciencia de lo que significaba el cargo en el que lo había nombrado. Una de sus excentricidades más curiosas la develó durante un viaje entre Caleta Olivia y Comodoro Rivadavia en el que lo acompañaban su secretario y una colaboradora muy cercana, conocida en el norte de Santa Cruz por sus sugestivas minifaldas y sus piernas muy bien torneadas. Eufórico por una circunstancia política favorable, Néstor le pidió a su colaboradora que se quitara uno de los zapatos, que eran de taco alto, elegantes, y se lo pasó a su secretario para que le sirviera champagne. El secretario, sorprendido, le festejó la ocurrencia. Bebieron del zapato, brindaron por más éxitos y rieron hasta llegar al aeropuerto de Comodoro Rivadavia. Años más tarde esa mujer, que tenía una amplia colección de zapatos, fue designada en una dependencia pública relacionada con el sector automotor. Varios de los entrevistados para este libro hablaron de los vínculos de Néstor con la última dictadura militar y de las propiedades que adquirió cuando era apoderado de dos financieras, antes de acceder a la función pública. Uno de ellos trabajó con él en Finsud, una de las financieras. Los testimonios que se presentan a continuación revelan virtudes, defectos y

contradicciones de un hombre desaforado —como lo definió una de sus compañeras de militancia—, con gran habilidad para construir poder político y que no reparaba en la forma de lograrlo, pero sobre todo un hombre desmedido en su ambición que si bien llegó a la cima no supo comprender que nadie es eterno.

TESTIMONIOS DE VECINOS, COMPAÑEROS Y ADVERSARIOS POLÍTICOS DE NÉSTOR KIRCHNER EN SANTA CRUZ

Entrevistas de Omar Pintos

CARLOS ALBERTO PORTELA Vecino de infancia de Néstor Kirchner y militante peronista de la década del 70 A Néstor Kirchner lo conozco de toda la vida, éramos vecinos. Todos los chicos jugábamos en una canchita de barrio que estaba en Belgrano y 25 de Mayo, en Río Gallegos, y a Néstor no lo dejábamos ir porque era un boludo, el tonto del barrio. El tonto que llegó a presidente. Ya de chico, en la juventud, en la política, siempre fue un prepotente. En barra era prepotente; solo no valía nada. Sus familiares, en cambio, los tíos, las tías, eran excelentes personas. Lo operaron muchas veces de la garganta en Santiago de Chile porque era gangoso. Cuando fue mejorando su dicción nos pusimos todos contentos más allá de que fuéramos o no amigos. Pero cuando fue electo gobernador se vengó de toda la gente que se había reído de él. Contra lo que debe ser la concepción de cualquier político, Néstor se tomó una revancha personal y destruyó a los que se habían burlado de su dicción defectuosa, entre quienes estuve yo. En política nunca estuve con Néstor porque él no era peronista. Nunca fue peronista. Cuando nosotros militábamos en la JP, allá por el año 70, 71, él formaba parte de las regionales peronistas. Venía de La Plata a Río Gallegos, armaba despelote y se iba con un grupito de amiguitos suyos. Tenían repercusión porque eran los “montoneritos”, pero no eran montoneros de verdad. Todos sabíamos que Kirchner vendía a los compañeros de acá. Eso que contó al asumir la presidencia en 2003, cuando dijo que lo secuestraron en La Plata, que lo tiraron en un zanjón, es todo mentira. Jamás estuvo preso, a él nunca lo tocaron. Durante la dictadura yo estuve preso con el padrino de su hijo, Cacho Vázquez, y después me tuve que ir del país. Néstor era informante de los militares cuando estaba en la universidad, en el 74 o 75, junto con otros que se decían compañeros. Hay una foto en la que está detrás de Camps, en una de

las visitas del ex jefe de la Policía bonaerense a Río Gallegos. Kirchner fue estudiante destacado durante la última dictadura. Sus primeros pasos en la riqueza los dio con los militares, gracias a los remates que hizo con la financiera Finsud. Él era un tipo muy reconocido dentro del ámbito castrense por su rol de informante. Eso que dijo de los derechos humanos, de las Madres de Plaza de Mayo, fue puro cuento, marketing para la población. A Néstor le desaparecieron compañeros y él no se ocupó de buscar a esos tipos. Como abogado no presentó ni un solo hábeas corpus. Es más, han ido compañeros a verlo y él nunca se presentó como querellante del gobierno militar. Se han acercado amigos y amigas de ellos para hacerles alguna consulta y Cristina primero les cobraba. Para él todo tenía un motivo comercial. Néstor y Cristina me llamaron para trabajar con ellos cuando tenían el estudio en la calle 25 de Mayo, ya vuelta la democracia, en el año 85, y le dije a él: “Yo con vos no. Viendo cómo tratás a tu gente, no puedo durar más de cinco minutos con vos”. El Frente para la Victoria (FpV) no tuvo nada de frentista: ahí el único que mandaba era Néstor. En más de una ocasión pasé por el Hotel Comercio mientras él cenaba con otros, y cuando yo le decía que necesitaba hablar con él, Kirchner chasqueaba los dedos y les decía a Zannini y al Rudy Ulloa: “Rajen de acá, que tengo que hablar con él”. Todos salían disparados como ratitas. En el FpV no había ningún peronista de verdad. Kirchner construyó poder en base al miedo. Su manera de hacer política siempre fue la patota. Tenía una patota muy bien armada. Y más aún cuando fue gobernador. Llegó a tener varias. Cacho Vázquez manejaba una patota, Rudy Ulloa manejaba otra, “el Negro” Vidal otra, “el Karateca” Gómez otra más. El lema de ellos era “por la razón o por la fuerza”, como dice el escudo chileno. La gente les tenía miedo y ellos se manejaron con la intimidación. Aún hoy hay funcionarios que le tienen miedo al FpV, miedo a la estructura provincial, porque la patota de Néstor sigue operando. Acá, en Río Gallegos, hoy funciona una estructura de inteligencia peor que la SIDE. En las calles Maipú y Chile no van a lo ideológico sino a lo personal. Kirchner construyó en base a la extorsión con la vida personal de los ciudadanos. Me consta porque así lo hizo conmigo. Acá hubo quienes lo querían mucho a Néstor porque era muy carismático, pero le tenían miedo. El apriete a los medios, que tanto sorprendió a nivel nacional, es una vieja práctica del kirchnerismo. Néstor era intendente de Río Gallegos cuando la gobernación me designó director de Informaciones de la provincia y me hice cargo de Canal 9. Un día, él y cuatro colaboradores suyos, junto con Rudy Ulloa, tomaron el canal sin darse cuenta que a las 11 de la noche yo todavía estaba adentro de las instalaciones. Los metí en el despacho de la Dirección y ordené que se labraran actas en la escribanía López Donald. Néstor era muy cagón. Cuando uno le decía las cosas de frente achicaba enseguida. Le demostré que no le estábamos haciendo una campaña en contra y a la mañana siguiente fui, actas en mano, a ver al gobernador, que me dijo que no les diera pelota. Néstor era jodido en ese tipo de cosas, por eso no me llamó la atención que quisiera manejar los medios de comunicación cuando fue presidente: siempre lo hicieron. De prepo, por la fuerza, porque nadie les ponía límites. Y yo se los puse. Cristina es patotera como los mejores patoteros que tuvo él. A ella nadie le puso un freno nunca porque también le tenían miedo. El aparato kirchnerista está armado para eso, al estilo nazi. El gobierno más parecido a los nazis que tuvo la Argentina es éste. El kirchnerismo se maneja con el libro de Goebells: “Miente, miente que algo quedará”. Néstor tenía dos caras contradictorias. Cuando murió mi padre, recibí de los Kirchner toda la ayuda del mundo. Néstor tenía códigos en lo personal, pero en la política ninguno. Te tenía que matar y te mataba. En Río Gallegos han cerrado empresas y comercios sólo porque

estaban en contra de él. Yo puse una empresa de uniformes para el Ejército, Gendarmería, Policía. Un día el secretario del comisario Canto me llamó y me dijo: “Aunque siempre tenés los precios más bajos, vos nunca vas a ganar una licitación si no arreglás con De Vido en el Ministerio de Gobierno. Primero tenés que poner la coima ahí”. La empresa se llamaba CP Uniformes. Le vendí a todo el país salvo a Santa Cruz. Mi socio en esta empresa era Lázaro Báez, así que imaginate si conozco toda esta porquería. Estamos hablando del 91 o 92. Me fundieron. Báez recién se había hecho cargo de la gerencia de Gotti, la empresa constructora. Me hicieron fabricar 300 mamelucos con la sigla de Gotti y los terminé regalando en Buenos Aires. Son unos atorrantes. Néstor fue un resentido desde chiquito, y la única expectativa suya y de sus colaboradores fue robarse todo. Les importa un carajo si vos te morís de hambre o si el otro tiene necesidades. Sólo les interesó la plata. Al irse, Néstor puso un intendente en Gallegos, Héctor Aburto, que al año de gestión se habría robado un millón de dólares. El propio Kirchner tuvo que sacarlo porque le dio vergüenza la manera en que se habría robado el millón. De zurdos no tienen nada. Son como los nazis. Y si hablás mal de ellos, cuidate. Lo que hizo Lázaro Báez fue aprovechar la situación que se le presentó. Un amigo siempre dice con sorna: “Lo peor de la corrupción es estar afuera”. Yo iba todos los días a comer a la casa de Lázaro y de repente sonaba el teléfono y era Nestor que le decía “venite ya a la residencia”, entonces salía corriendo y nos dejaba a todos plantados. Pero en lo personal, Lázaro es un buen tipo. Casi todos creen que Néstor pensaba todo el día en política o en Racing. Error. Pasaba todo el día pensando en cómo robar. Los primeros pesos que los Kirchner hicieron en política se los deben a Puricelli, Ricardo Jaime y Carlos Menem, que, según Néstor, fue el mejor presidente que tuvo la Argentina. De hecho fue durante la presidencia de Menem cuando Néstor se hizo rico con la venta de YPF. A principios de la década del 90, un día yo estaba en una oficina de la avenida Belgrano al 500, en un piso que tenía dos departamentos y en uno de los cuales me alojaba por invitación de un amigo. Ese día me levanto y voy a tomar mate a la oficina pero el encargado me dice “no entrés ahí porque hay una reunión”. De pronto llaman de la reunión y el encargado me pide que vaya a ver qué quieren. Entro a la oficina y veo a Diego Ibañez, Armando “Bombón” Mercado y Carlos “Chino” Zannini, todos negociando la venta de YPF. De esa oficina salió la venta que enriqueció a los Kirchner. ¿De quién era la oficina? De la empresa Gotti. Eso es lo que hizo Kirchner en la provincia y en la Nación: a los amigos los inundó de plata; y al resto, que se cague. Hoy la patota de Kirchner volvió a tomar el gobierno provincial de Santa Cruz. Cuando Cristina ya no esté en el poder nos enteraremos de un montón de cosas que hoy los argentinos no sabemos. Recuperar este país, con el daño que ha hecho el kirchnerismo, va a costar 50 años. Recién nos vamos a enterar de todo el mal que hicieron el día que no estén más.

JOSÉ LUIS CÁRCAMO Vecino de Río Gallegos y militante peronista de la década del 80 Yo lo conocí a Néstor a principios de los 80, en Río Gallegos. A su hermana Alicia, que era profesora, la había conocido en el 79, cuando daba clases en una escuela de Servicio Social. En la última etapa del Proceso ella fue subsecretaria de Acción Social y Daniel Varizat fue

subsecretario del Interior. Pero Alicia y Varizat, que en democracia sería ministro de Gobierno kirchnerista, no son los únicos funcionarios de Lupín que lo vinculan con los militares. Hugo Muratore, ministro de Educación durante la gobernación de Lupín a partir del 91 y también diputado provincial por el kirchnerismo, había sido en la dictadura presidente de la Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL). Cada decreto de ley llevaba la firma del gobernador del Proceso y debajo lo refrendaba el presidente de la CAL, con lo cual Muratore reemplazaba a la Cámara de Diputados completa. Es decir que, durante el Proceso, Lupín ya estaba armando un cerco: él tenía negociados con los militares. Siempre tuvo relación con ellos. Néstor no pidió ni un solo hábeas corpus durante la dictadura. El Rafa Flores, en cambio, presentó alrededor de 100 amparos para defender a presos políticos. Es más, se estima que Lupín mandó gente presa. A diferencia de los militantes que fueron desaparecidos, como Juan Carlos Josel, y de los que tuvieron que tragarse varios años de cárcel, como César Vidal, Lupín sólo estuvo preso un par de horas y fue por borracho. Después de la dictadura, cuando él ya era intendente, se negó a recibir a las Madres de Plaza de Mayo. En el 87, después de la asunción de Lupín, Hebe de Bonafini tuvo que hacer la conferencia de prensa en el local del Partido Obrero porque Lupín no estaba de acuerdo con ella. Cuando Videla vino de visita a Santa Cruz, alrededor de 1977, Lupín estuvo presente en el evento que se armó. En las revistas hay fotos de ese encuentro. Los milicos estilaban agasajar a los jóvenes distinguidos de la comunidad, que en ese momento eran, entre otros, Roberto López y José “Pepe” de Dios. Lupín no era un joven distinguido pero igualmente estaba ahí acompañando al intendente Sancho, el padre del que luego sería gobernador de la provincia: Carlos Sancho. Sancho padre, que además de ser intendente del Proceso tenía varios comercios, fue el primer cliente que Lupín tuvo en su estudio. En la entrada del estudio jurídico de Néstor, la placa sólo llevaba su apellido: Dr. Kirchner. Cristina nunca figuró como abogada. En el 76, cuando Lupín se recibió en La Plata, los dos se fueron a Gallegos sin título. Y en el 77 ella volvió a La Plata para recibirse. En esa época jamás vimos a Lupín en la militancia y Cristina tampoco era nadie en política. Un compañero dice que el Lupo estuvo en un partido de fútbol que se hizo entre santacruceños y platenses, y que a los cinco minutos lo echaron porque era una maceta. Lupín no tenía mucha vida social en Gallegos. Recién cuando fue intendente empezó a ir todas las noches a la una de la mañana a Carabela, una confitería que estaba enfrente de Mónaco, la confitería histórica de la ciudad. A la gente de Río Gallegos no le importaba los vínculos de Lupín con el Proceso porque ése era un valor que acá no tenía mucho peso. En la repartija de los militares, Santa Cruz siempre tuvo la suerte, si se puede hablar de suerte, de caer en manos de la Fuerza Aérea, cuyos hombres eran más educados que los del Ejército. Y acá no hubo tantos atropellos como en el resto del país. Los Kirchner siempre estuvieron ligados a la derecha. No tienen nada que ver con el progresismo que pregonaron desde la presidencia de la Nación. Eso es sólo un relato. Lupín era el jefe de cobranzas de dos financieras. En concreto, su trabajo era apretar a la gente. Iba y les sacaba las cosas. Y no importaba si eran pobres. Al que no pagaba la cuota de la heladera, Lupín iba y se la quitaba. Él canalizaba todo eso por el estudio jurídico. Hizo un gran negocio con la 1.050 de Martínez de Hoz. Con esa ley, más pagabas, más debías. Comprabas una heladera y no la podías pagar. Llegaba un día que debías 10 mil mangos, entonces te pedían el embargo de tu casa. Ahí es donde aparecía Lupín. Él hacía todo el operativo como empleado de la financiera, levantaba el pedido de embargo, pero iba por atrás y te ofrecía el 30% del valor de tu casa. Así se quedó con 25 propiedades durante el Proceso. Arrancó con esa actividad en el 76 y lo hizo hasta el 83 aproximadamente. Así construyó el patrimonio con

el que llegó a la intendencia de Gallegos. En 1987 armamos un centro de estudiantes con Víctor Peña, que había trabajado en la financiera con Lupín, y fuimos a verlo porque acababa de asumir la intendencia. “¿Te acordás de mí?”, le preguntó Peña. “Vos sabés que te estaba mirando…, me parece que te conozco”, le respondió el Lupo. Entonces Peña le dijo: “¿Te acordás cuando le íbamos a sacar los triciclos a las viejas?”. Lupín se puso colorado y quedó mudo. Peña dijo que se alegraba de verlo y descomprimió la situación. En sus comienzos en política, Cristina le prohibía a Lupín que se juntara con los de la Juventud Peronista. El primer desarrollo político de Néstor fue en el Barrio del Carmen, que es el barrio de los muchachos peronistas. En ese momento lo llamaban Barrio Chileno porque estaba habitado por chilenos así como hoy el Tres de Febrero es el barrio de los bolivianos. Lupín les decía a los vecinos del Barrio del Carmen que los fifís de Puricelli, que vivían en el centro, los trataban a ellos de chilotes y les metía esas ideas en la cabeza a los pibes, a las viejas, etcétera. Por eso, ellos nos veían a nosotros y ya nos odiaban. En una asamblea, una compañera se paró y dijo: “Ustedes, los de Puricelli, a nosotros nos tratan de chilotes porque vivimos en el barrio y ustedes viven en el centro”. Entonces pedí la palabra y dije: “Perdón, compañera, yo vivo en el barrio chileno, y si usted cree que es más chilota que yo, se equivoca. Me siento orgulloso de ser chilote, igual que mi padre y mi madre. Y milito con Puricelli, como cientos de chilotes, porque acá todos somos chilotes”. La compañera se quedó asombrada, el Lupo les había metido esas ideas en la cabeza. Cuando estaba en campaña, Lupín terminaba la noche en Las Casitas, como le dicen acá a los prostíbulos, donde le daban la habitación con jacuzzi. Lo había hecho “la Vieja” Mari, una de las madamas más famosas, que tenía boliches y cabarets en el Centro. Siendo intendente, Néstor iba siempre a Las Casitas. Él y sus colaboradores tenían una sala VIP en el fondo, con jacuzzi y bar, a la que entraban por la puerta trasera. Era la habitación exclusiva del Lupo, donde él invitaba. Durante la campaña, Las Casitas estaban llenas de afiches y volantes de Néstor, y ahí los repartían. Cada Casita era una unidad básica. Todo el pueblo pasaba por ahí. Lupín nunca repudió eso. Es más, el Rudy Ulloa tuvo dos Casitas. En su adolescencia, Lupín no estaba ligado al ambiente de la política; él aparece acá alrededor del 80 cuando los históricos de Gallegos empiezan a juntarse en una confitería. Él estaba pegado a esa derecha histórica. Insisto, nada que ver con el progresismo de izquierda que hoy plantea el kirchnerismo. De hecho en el 89, ya siendo intendente, Lupín elimina junto con Carlos del Val la Secretaría de la Juventud. La derogaron en un congreso supuestamente de la juventud que ellos habían organizado. Eso obedece a un estilo de conducción de los Kirchner. Puricelli alimentaba las cuatro ramas del movimiento, nos dio a nosotros la rama juvenil y nos permitía debatir y tomar decisiones por nuestra cuenta. En cambio Lupín hizo mierda los sindicatos, eliminó la juventud y absorbió todo para el Frente para la Victoria. ¿Y qué es el FpV? Néstor, presidente, en la cima; y los demás, todos abajo. Es lo mismo que hizo en la Nación y que ahora intenta repetir Cristina. Pero, claro, indudablemente Cristina no es Lupín. Él era un tipo que jugaba por todo. Si te tenía que llamar a pelear afuera, también lo hacía. La relación de Lupín con los vecinos era buena. Atendía a todo el mundo. Siendo gobernador, a las 6 de la tarde empezaba a recibir a la gente y se quedaba hasta las 11 de la noche, una de la mañana. Siempre cuidó a su militancia. Por ahí un militante no aparecía en una reunión y los muchachos se asustaban por temor a que le hubiera pasado algo. Terminada la reunión, Lupín se iba a la casa del ausente para averiguar qué le había pasado. Eso hay que reconocerlo, el tipo se preocupaba. Por eso la horda no lo abandona. En el contacto con la gente, él era más flexible que ella. Cristina jamás se acercó a los

vecinos, tenía actitudes que dejaban ver que la gente le molestaba. Había mucho desprecio de su parte, no le gustaba que la tocaran. Una vez Cristina estaba con uno de esos trajecitos de Elsa Serrano y un tapado de piel blanco de los que solía usar, y “la Gorda” Carmencho, toda transpirada, la abrazó. Todavía me acuerdo la cara de asco que le puso Cristina. Siempre fue así, nunca tuvo feeling con la gente. Él sí. El Lupo era un tipo serio, adulto, pero sin dejar de ser chicanero. Vivía haciendo chistes. Kirchner fue mutando de acuerdo a las circunstancias. Podía transitar cualquier espacio, matar a la madre, lo que quieras. Lupín no tenía códigos ni palabra. Era un perverso: primero te hacía arrodillar, y después, una vez que estabas en el piso, te levantaba. Ese era su placer. Por eso le tenía cierto respeto a la gente que nunca había ido a pedirle nada y a los que habían rechazado la convocatoria a ser funcionarios de él. El kirchnerismo es meramente electoralista. Ganar elecciones es el único proyecto de ellos. Toman cualquier actitud con tal de ganar. Siempre fueron así. Se adaptan a las circunstancias, no tienen ideología. Si en Santa Cruz algunos sectores siguen reivindicando la figura de Kirchner como un prócer a pesar del estancamiento de la provincia, que en los 90 contó con el ingreso de una gran masa de dinero por las regalías petroleras, es porque el kirchnerismo generó una impronta muy fuerte. Pero de prócer no tuvo nada. Hoy la provincia sigue estando estructuralmente vacía pese a que tenemos recursos petroleros, mineros, pesqueros y hasta ganaderos. Sin embargo, todavía van a tener que pasar varios años para que Santa Cruz se sobreponga a Kirchner porque él generó un estilo presencial, dinámico. Ni Sancho ni Acevedo ni Peralta, que lo sucedieron como gobernadores, tuvieron esa impronta. Lupín estaba las 24 horas trabajando, presente cada día, a cada rato. Además, él entendía la problemática social, más allá de que no nos guste su manera de resolverla con limosnas, teniendo a la gente atada a un cheque de 200 pesos. Un día estábamos con una compañera que necesitaba una vivienda y decidió ir a ver a Alicia Kirchner. Una hora más tarde volvió con unos sándwiches de milanesa y una gaseosa. Alicia le había dado un cheque de 200 pesos, ésa había sido la respuesta. Ellos hacían eso todo el tiempo, es decir, trabajaban con la plata. Un día antes de que Néstor llegara a Santa Cruz, Alicia venía y repartía cheques para garantizar que no hubiera ningún quilombo cuando llegara su hermano. Ellos tenían cierta organización. En cuanto a las estructuras partidarias, Lupín creía que había que cerrarlas. El partido era sólo él. Todavía tienen cerrado el Partido Justicialista a nivel nacional. No hay interna. Ahora quieren sacar de la galera la interna del PJ para Scioli, pero Lupín cerró todo. No hay más ramas ni nada. Es una dictadura. Él se sentía identificado con Fidel Castro, con Hugo Chávez. Si la transición se hubiera dado como Lupín pensaba, en el país tendríamos un chavismo, un comunismo, con todo el poder concentrado en una persona. Con los movimientos y los planes sociales han querido eliminar la figura del trabajador peronista para reemplazarla por algo parecido al proletariado marxista. Cristina es a Kirchner lo que Isabel a Perón. Capaz de articular discursos, pero cero conducción. Ya demostró que en ese sentido no aprendió nada. En cambio Lupín, a su estilo, sí era un gran conductor, como Hitler, que era un gran conductor de masas aunque no compartamos su política. La necesidad primaria de Kirchner era el poder. El poder de saciar su resentimiento original. El resentimiento del excluido al que nadie le daba pelota. Tampoco era un profesional exitoso, entonces usó la abogacía para llenarse los bolsillos y tuvo la picardía de sacarte la casa por una heladera. Y después siguió juntando plata, por ejemplo, con la venta del Banco de Santa Cruz a los Eskenazi. Se quedó el banco residual con 200 millones de deuda. No los cobró nunca. Pero los deudores del banco eran todos de la calle Roca, todos radicales y

compañeros suyos del colegio: los Sancho, los Micheleto, los Riquez, los Anglesio y los Fernández, toda gente de derecha que en algunos casos ahora son candidatos. Al quedarse con el banco residual, los cooptó a todos. Los llamaba y les hablaba del FpV, los apretaba. “Si te veo de nuevo en el comité, mañana empezá a pagar la deuda o te embargo todo”, les decía. Nunca le cobró a nadie porque todos se pasaron al FpV. Inventó el Frente para que no se sintieran tan incómodos, porque mandarlos al PJ era amordazarlos socialmente. Los cooptó con la deuda y así los santacruceños perdimos 200 millones de dólares que se tendrían que haber cobrado. Ése fue el primer gran negocio con los Eskenazi. En eso tuvo mucho que ver Daniel Peralta, el dirigente del gremio que avaló la entrega. En ese momento era el secretario general de La Bancaria. Me gustaría hablar con dos o tres de la Comisión Directiva de Daniel Peralta: antes eran amigos, jugaban al fútbol; hoy no lo pueden ni ver, lo odian. Ahí es donde Peralta empieza a cobrar. Pero no nos engañemos: donde manda capitán no manda marinero. ¿Para quién robaba la ART? Está claro que no para Peralta. Rudy Ulloa es como un hijo adoptivo de Lupín. Cuando Rudy tenía 13 o 14 años lo mandaron a un correccional porque tenía problemas de conducta. A los 10 años, cuando vendía diarios conmigo, Rudy iba a la panadería de enfrente, entraba por atrás y robaba pan. La mamá de Rudy vivía con sus hijos en una casita de chapa que estaba cerca del estudio jurídico de Lupín. Ella fue mayordoma de Puricelli y trabajó en el buffet de la casa de Gobierno. Cuando lo mandaron a Rudy al correccional, la señora fue a pedirle ayuda a Lupín, que ya era abogado. Entonces Lupín habló con el juez y le dijo que él se hacía cargo de Rudy. En la época de la inflación, de los plazos fijos, Rudy vivía en el banco. Era una especie de cadete pero después aprendió otras tareas. Y más tarde también aprendió a apretar en la política. Militaba todo el día. Era de los chicos que en los años electorales venían y te decían que tenían 1.500 avales. Y Rudy los tenía en serio. La mayoría los conseguía en el Barrio del Carmen, y los tiraba arriba de la mesa: 2.000, 3.000 avales. Él aprendió a jugar, tuvo la misma escuela que Lupín, que fue el que le enseñó. Andaba con Néstor todo el día. En actitud política, Rudy es el hijo de Lupín. No es difícil imaginar lo que habrá significado para Rudy la pérdida del Lupo. Yo lo vi en un festival de boxeo, tres o cuatro meses después de la muerte de Néstor, y estaba muy mal. Le di las condolencias, él me abrazó y me dijo: “A vos te creo porque Néstor te apreciaba. Hay tanto hijo de puta que me viene a abrazar y que en el fondo debe estar festejando”. Y me repitió: “A vos te lo creo, porque Néstor te apreciaba mucho”. Después de ese encuentro, nos hemos cruzado un par de veces en la calle porque él es uno de los pocos que todavía camina la calle. Y sigue yendo a la confitería. También hay que decir que la gente es muy hipócrita. Lo están puteando cuando él no está, de pronto aparece y se paran todos a saludarlo. Un día se paró toda la confitería menos yo. Él me vino a saludar y se cagaba de risa de esa hipocresía. Eran momentos de poder, no sé si hoy se pararían todos. Pero Rudy no ha tenido mala actitud, la gente no le tiene bronca por su comportamiento. Rudy es un tipo de muy bajo perfil. Una vez quiso ser candidato a concejal pero no pudo porque es chileno. Los mismos compañeros del Frente lo destrozaban: “El chilote este quiere ser concejal, y nunca fue a la escuela”. No sé qué tiene que ver eso, si acá somos todos chilotes. Pero lo cargan porque son crueles. La renguera del Rudy debe haber influido en su personalidad. Creo que él y Lupín compartían el resentimiento por sus discapacidades. Lupín era tuerto y Rudy rengo, eso los unía y los hacía ir para adelante. No había límites para ellos. Y no aceptaban a nadie que creciera. Ellos ponían al que se les daba la gana y punto. Y si alguien crecía, lo destruían. Después de 2007, la candidata puesta para la gobernación de Santa Cruz era Alicia Kirchner. Cuando se armaron los paros y todos los conflictos de ese año, lo trajeron a Peralta a apagar el incendio para que Alicia fuera la candidata. Pero Peralta apagó el incendio con nafta

para ser candidato él. La verdadera fórmula para 2011 a nivel nacional era Kirchner-Peralta. Todos los afiches decían eso. Como a Néstor le habían aconsejado descansar un poco, ése era el planteo. Ya lo había hecho cuando fue gobernador: el que estaba en el sillón en Santa Cruz no era él sino su vice: Héctor “el Chango” Icazuriaga, que hoy es el director de la SIDE. En el kirchnerismo había un estilo de conducción que a mí no me gustaba. Soy un hombre participativo, quiero opinar por lo menos. Y ahí no podías opinar. Una vez me invitaron cuando se iba a reformar la Constitución. Estaba en una reunión delante de Kirchner, Icazuriaga y Zannini. Los tres doctores explicando la reforma. En un momento pedí la palabra y me miraron como diciendo “¿qué estás haciendo?”. Sentí la presión. Néstor me dijo: “Sí, Josecito… ¿Qué?”. Lo mío, eso de venir a pedir la palabra acá, fue poco menos que una insolencia. Icazuriaga, De Vido, Paco Larcher, Alicia, Muratore, “el Rafa” Flores, toda esa gente le rendía pleitesía a Néstor, le tenía miedo. Ellos fueron los que inventaron el monstruo. Un día vi cómo lo mandó a comprar cigarrillos a De Vido, como si fuera un cadete. Y De Vido, que era ministro de Gobierno de la provincia, los fue a comprar. Lupín era un déspota, a todos los trataba así. Aparte era un tipo que no tenía vida ni dejaba vivir a los demás. Rudy Ulloa me contaba que Lupín solía llamar a sus colaboradores a las 3 de la mañana. “Venite”, les decía. Y tenían que ir a verlo. No los dejaba en paz. “Vamos a juntarnos. Hay que ir a Jujuy”, les decía por teléfono y eran las 4 de la madrugada. Y su hermana Alicia es igual. Trabaja las 24 horas y llama en cualquier horario. Pero, insisto, ellos lo pusieron en ese trono. En Pico Truncado, manejado mayoritariamente por el Movimiento Renovador Peronista (MRP), había dirigentes como Arnold, Acevedo y “el Colorado” Pérez que tenían un voto que era determinante. Cuando en el 91 Kirchner lo puso a Arnold de vicegobernador, se apoyó en el MRP. Si esos dirigentes no se hubieran pasado y hubieran seguido jugando con Puricelli, Kirchner no habría llegado. Lupín necesitaba negociar con ese sector y negoció. Y después los fue matando de a uno. Arnold fue servil durante 8 años. Lo usaron como un forro. Cuando se quiso abrir y empezó a hacer declaraciones, sacó el uno por ciento de los votos. No porque fuera malo —es un tipazo—, pero políticamente se equivocó. La confesión de muchos colaboradores de Kirchner no se destapó antes por temor. Ahora que él ya no está, se destapó la olla y no la va a tapar nadie. Además, hoy la gente en Santa Cruz se anima a hablar porque muchos están dejando la dependencia del Estado. En los 90 todo el mundo dependía del Estado. El kiosquero, el comerciante, todos. Hoy empieza a haber más actividad privada. Néstor era un buen tipo, pero la plata que él y sus secuaces se llevaron hoy falta en los hospitales, las escuelas y en todos lados. Lupín creía que el poder es plata, y que no se puede hacer política sin plata. Por eso juntaba y juntaba sin parar. Nunca lo vimos disfrutar de unas vacaciones, de un crucero. Jamás. Juntaba plata para comprar voluntades, para tener el poder. Compraba aparato para ganar elecciones. En el plano personal, a Néstor le atribuyeron muchas mujeres en Gallegos. Yo nunca le conocí ninguna. No era la clase de tipo que se da vuelta en la calle para mirar a una mujer bonita. Era respetuoso. Nunca lo vi en otra actitud. Hay varias anécdotas sobre las trompadas y los cachetazos que Lupín le pegó a gente que estaba por debajo de él (ministros, intendentes y colaboradores) como José Manuel Córdoba, el actual intendente de Caleta Olivia, a quien le pegó una cachetada delante del ex diputado nacional Héctor Di Tullio. A otro que le pegó fue a Juan Bontempo cuando integraba el gobierno de Sancho. Después de recibir la trompada, Bontempo se tuvo que retirar porque le sangraba la boca. Si se agotaba la discusión, Lupín te invitaba a pelear. Era un tipo arrebatado. En un cumpleaños le pegó al intendente de Puerto Deseado, Arturo Rodríguez. Era el cumpleaños del dueño de un hotel famoso. Yo venía con un compañero en el auto y lo

vemos a Lupín, en ese entonces gobernador, que caminaba solo en la calle, dando zancadas largas, a las 11 de la noche. Nos pusimos a la par, le preguntamos en broma si no tenía auto y le ofrecimos alcanzarlo a alguna parte. “No, es que me mandé una cagada, le pegué al tarado ese del intendente, le metí un sopapo.” Nosotros insistimos, pero no aceptó. “Dejá, en serio, no se preocupen, me estoy desahogando. Salí a caminar un par de cuadras y vuelvo. No sé si me van a dejar entrar al hotel pero tengo que volver. ¡Tengo una bronca! Para no seguirle pegando salí a caminar. Pudrí todo en el cumpleaños”, nos dijo. El cumpleañero, el dueño del hotel, era amigo de Lupín. Kirchner tenía una preparación intelectual muy básica. Pero era un tipo que iba para adelante, no le importaba nada, tenía coraje. Lo que no tenía era un discurso con contenido. De hecho, su discurso era bastante superficial. Él siempre construyó política en base al enfrentamiento. Siempre buscó al enemigo. Como hizo en la presidencia con los militares y la Iglesia; el campo le puso algún freno, y con los medios no pudo. Pero él construía en base a un enemigo, sin eso era incapaz de hacer política. Creo que eso habla de un resentimiento personal, cuyo origen está en su infancia. El padre de Lupín era un empleado del Correo, un hombre muy trabajador que, al igual que muchos de nosotros, mandó a su hijo a estudiar a La Plata. Tenía un Citröen 3CV que después heredó Alicia. La madre era un ama de casa con un apellido de fuerte impronta en Gallegos. Pero en ninguno de los dos casos se trataba de un apellido de abolengo. Uno de los abuelos de Lupín, de apellido Valle, era prestamista. A los hijos de Néstor y Cristina nunca los conocimos. Ellos no los llevaban a la unidad básica como sí hacíamos nosotros. Tampoco a los actos. Néstor, que estaba dedicado de lleno a la política, viajaba mucho y sólo estaba unas horas en su casa. En Gallegos, los pibes de la edad de Máximo no hablan mal de él. Ni él ni su hermana Florencia son rechazados. Los dos iban al boliche bailable del lugar. En Gallegos todos somos amigos. Mi hijo era amigo de Leo, el hijo de Lázaro Báez. Estudiaron juntos desde jardín hasta el secundario. A Lázaro lo conocí en el Banco de la Provincia de Santa Cruz. En ese momento yo era presidente de una cooperativa de empleados públicos y él era auxiliar de crédito. Después ascendió a gerente de crédito, más tarde a gerente general y llegó hasta la presidencia del banco. Él atendía bien a la gente. Báez había empezado como empleado en el Banco Nación, y de ahí pasó al de la Provincia como hicieron muchos, como Peralta. En ese tiempo se creó el club BanCruz, y como no podían pagar jugadores, al que jugaba bien le ofrecían trabajo en el banco. Parece que Lázaro jugaba muy bien y lo fichó el BanCruz. Entonces hizo carrera en el banco hasta que llegó Kirchner al gobierno. Así empezaron a trabajar para Lupín, porque el jefe del banco era el gobernador. Ése fue el comienzo de su carrera juntos. Después, Lázaro se transformó en empresario de la construcción y Rudy Ulloa de los medios. En 2003 los Kirchner encontraron una veta a explotar con los derechos humanos. La economía se caía y encontraron esa reivindicación para atraer a la izquierda, que es la que en los momentos de conflicto encabeza los disturbios. Pero en realidad los Kirchner y la dictadura fueron consecuentes, nunca reivindicaron nada. En Santa Cruz los cuadros de los milicos están todos colgados, no se bajó ninguno. Ni en la gobernación ni en la municipalidad de Río Gallegos. Él no hizo nada al respecto, ni como gobernador ni como intendente. Eso de mandar a bajar el cuadro de Videla en Buenos Aires fue una estrategia ante el conflicto económico. Una estrategia que, más allá de su perversidad, le salió bien. Y su arremetida contra la Iglesia, que venía bastante cuestionada, también le salió bien en un primer momento. El problema es que después hubo uno de esa Iglesia que llegó a Papa, y entonces ya no le salió tan bien. La relación del kirchnerismo con la Iglesia siempre fue tirante porque ellos no creen en la religión.

Lupín era ateo, como la izquierda marxista. De hecho, al gran ideólogo del programa nacional y popular, Zannini, le dicen “el Chino” porque en la universidad militaba en base a los programas de la juventud maoísta. Zannini es un intelectual, el impulsor de la re-re-elección en Santa Cruz, de la Ley de Lemas y del diputado por municipio. Así se quedaron con la reelección indefinida, y con 22 diputados sobre un total de 24. Sin respetar a las minorías sobre las que ellos hablaban cuando no tenían tanto poder. Puricelli se fue del PJ porque Lupín eliminó las minorías en el partido. El partido único, en el que todo se reducía a la figura de Kirchner, es lo que querían implementar a nivel nacional. Gracias a Dios, les pegaron una piña en Misiones y el plan no dio resultado. El cura Joaquín Piña salvó al país de una gran dictadura cuando frenó la reelección del gobernador misionero Carlos Rovira. Ése fue un ensayo kirchnerista para poner en el tapete la re-reelección presidencial. Algo parecido a lo que hicieron en Santa Cruz. Después vinieron las reformas de la Justicia, que no son otra cosa que articulaciones para tomar el poder y dominar. Los Kirchner y Menem son iguales: Néstor y Cristina apoyaron la privatización de YPF con Menem, y diez años después los tres apoyaron la nacionalización. Van para donde les conviene, no tienen una ideología. Hasta apoyaron el Pacto de Olivos en el 93, y un año después, en la reforma constituyente, votaron una nueva ley de coparticipación federal que nunca cumplieron. Kirchner fue un facho, nunca le interesó el peronismo, sólo le importó el poder, la plata. A Cristina le interesó generar rebeldía, construía su discurso en función de esa rebeldía. Ambos construyeron poder de manera perversa, con mucha plata. Hay que tener en cuenta la plata de la que dispusieron para gobernar una provincia que en el año 93, como bien decía Pedro Molina, contaba con un ingreso per cápita de 2.238 dólares. Yo lo enfrenté a Lupín en dos o tres oportunidades cuando estuve en el gremio. Él me llamaba para decirme, por ejemplo, que quería que siguiera el que estaba antes en mi cargo. “Yo necesito que se quede cuatro años más —me decía—, vos venite conmigo al gobierno. Pedime, a ver: ¿qué querés? ¿Qué te gusta hacer?”. Y yo siempre lo chicaneaba porque teníamos una buena relación: “¿Y vos qué sos? —le decía yo— ¿Sos afiliado al gremio vos? Si yo no me meto con el FpV, ¿qué te metés vos conmigo?”. Entonces me contestaba: “Mirá que yo voy a jugar, eh”. “Y yo te voy a ganar, eh”, le retrucaba. Si la primera vez él cambió los votos, la segunda lo mandó al actual ministro de Trabajo Carlos Tomada para intervenir el gremio. El Lupo era así, pero al menos venía de frente. Hay otros que te dicen “yo te apoyo” y por atrás te la mandan a guardar. Con Néstor siempre nos hacíamos jodas cuando nos cruzábamos en la calle, tengo anécdotas con él. Por eso lloré cuando murió. Me acuerdo que ese día mi hijo me llamó por teléfono y se dio cuenta de que estaba llorando. “¿Qué te pasa? —me dijo—. Si ese hijo de puta te cagó siempre. Te cagó el gremio tres veces, te cagó en el trabajo, te dejaron afuera de tu oficina, te persiguieron.” Sé que lo que dijo mi hijo es verdad, y que en política yo nunca jugué con Néstor, pero a mí siempre me trató bien en lo personal. Además era un tipo joven, nacido en Gallegos, y uno siempre lamenta que se muera un vecino. Hay un hecho que es importante analizar: el porqué de La Cámpora. No es un dato menor porque con ese invento Kirchner quería hacer desaparecer a Perón de la mente de la juventud. Quería crearle a esta nueva juventud un líder ficticio. Todos sabemos lo que en realidad fue el tío Cámpora: un líder de la supuesta izquierda peronista. Tampoco me parece un dato menor que mientras Cámpora se estaba muriendo de hambre en la embajada de México, Lupín estaba haciendo guita con la financiera. Pero volviendo al presente, hoy nos damos cuenta de que por más que quieran presentar a La Cámpora como la juventud maravillosa (muchos de ellos ya están bastante maduritos y poco tienen de jóvenes), por más que quieran cooptar a la

juventud con ese aparato, hoy vemos que pierden en las universidades y en los centros de estudiantes. El autoritarismo y las actitudes dictatoriales de los Kirchner quedaron una vez más demostradas en Santa Cruz con estos chicos a los que no les importa la gente, ni las instituciones ni la democracia. Sólo pensaban en bajar a Peralta como fuera. Cuando se planteó eso, muchos que no jugábamos con Peralta nos pusimos del lado de la democracia y la institucionalidad, del lado de los partidos políticos y ganamos la interna con Peralta. Ahora ya saben que esa estrategia de poner todo no les da resultado. En Corrientes pusieron todo el aparato para tirárselo encima al radical Ricardo Colombi y les ganó igual. Es evidente que ese esquema no les viene dando resultado como en otras épocas, cuando repartían bolsones de comida y los cambiaban por votos. Ahora reparten heladeras pero parece que eso tampoco les alcanza para conseguir los votos. Lo cual nos da una esperanza. El hecho de que esas estrategias no funcionen es bueno para la democracia.

SUBGERENTE DE FINSUD Vecino de infancia y compañero de trabajo de Néstor Kirchner en la financiera Finsud A Néstor lo conozco desde la infancia, vivíamos cerca y en el barrio nos conocíamos todos. Siempre andaba con su camisa afuera y con flequillo como Lupín, el personaje de las historietas. El apodo Lupín se lo pusieron en el colegio. Era idéntico. Néstor era gangoso pero no nos importaba que pronunciara mal. Siempre fue un tipo rápido para los números. Menos para el deporte era hábil para todo, siempre se las ingeniaba. Era muy torpe pero compensaba porque era el más grandote de todos. En el 81, 82, Kirchner era el apoderado de Finsud mientras yo era subgerente de esa financiera. Él también era apoderado de otra financiera que se llamaba Rodasud. Hizo mucha plata en ese momento. Ya tenía alrededor de veinticinco propiedades. Néstor le remató una casa al Rafa Flores. Empezó a cobrar cheques o documentos que en aquella época eran incobrables. De esa manera se hizo rico. Lo que los otros no querían cobrar, él lo cobraba. Y le gustaba el efectivo. Nada de tarjetas de crédito. Tanto en Finsud como en la otra financiera, Kirchner siempre se relacionaba con la gente mediante el apriete. Una parte de lo que cobraba iba a la empresa y otra parte al estudio jurídico. Néstor era capaz de dejar a compañeros muy pero muy humildes sin televisor y hasta era capaz de llevarse los tarros de leche Nido. Después vino su etapa como intendente, con De Vido, Zannini, etcétera. Yo creo que se rodeó de esa gente porque la intendencia le daba pie a una futura gobernación. Cuando Néstor sube como intendente, Zannini ya era su asesor letrado, un tipo muy hábil, muy estudioso. Para mí, Zannini es el mentor de los Kirchner aunque siempre con bajo perfil, como un monje negro. Lázaro Báez trabajaba en el Banco Nación y después pasó al Provincia. Con Néstor ya en la gobernación, lo veíamos a Báez saliendo del Banco Provincia lleno de carpetas dirigiéndose a la casa de Gobierno. Supongo que Kirchner lo habrá premiado por ser el pichicho fiel. Después Báez fue gerente general del banco. Antes de eso, cuando Kirchner todavía era intendente, Gotti era la empresa más importante de Río Gallegos. Algún problema habrá habido allí porque de repente apareció Báez con una empresa chiquita que empezó a hacer obras y entonces le apuntaron a Gotti. Terminaron con Gotti y se formó Austral Construcciones. El apriete y la coima fue cosa de toda la vida en el kirchnerismo. De otra

forma no se entiende que Báez tenga lo que tiene. En Santa Cruz hay personajes que primero odiaron a Néstor y después lo amaron… pero hay de todo. Él se ha quedado con viviendas familiares por medio de remates, y hubo gente que a raíz de eso quedó en la calle. Por otro lado, Néstor siempre ayudó a sus amigos, fueran del partido político que fueran. En lo estrictamente político, sabemos que ha apretado a la gente, incluso a los jubilados. De esta forma fue amontonando a los opositores. Tengo una anécdota de juventud con Néstor, cuando anduvimos de mochileros con él y cuatro amigos más. Lupín llevaba las bebidas en su mochila y como le pesaban andaba revoleando botellas por ahí sin que nosotros supiéramos. En el Calafate fuimos al camping municipal y, por picardía de un compañero que quiso robar una gallina, terminamos todos presos. Para colmo el comisario era de Gallegos y nos conocía. Lupín, que estaba terminando la facultad, le recitaba los artículos de la Constitución. Al final tuvimos que pagar la gallina y nos dejaron ir. Después nos fuimos al ventisquero, donde sólo nos quedaba paté y galletitas, y donde apareció un personaje que nos ofreció el asado que le había sobrado y también la posibilidad de llevarnos de vuelta al Calafate. ¿Quién era el personaje? Ítalo Gotti, que tenía campamentos en la zona. Los últimos días, estando otra vez en el camping, me quise poner unos shorts blancos que había llevado pero no los encontraba por ninguna parte. Hasta que en un paseo por la montaña nos encontramos con mi short detrás de una roca. Estaba lleno de mierda, y no era de perro. Resulta que Néstor se había limpiado el culo con mi pantaloncito blanco y lo había descartado por ahí.

PANCHO ALBORNOZ Vecino de Río Gallegos y militante peronista de la década del 70. Néstor era intrascendente, no se podía avizorar que iba a tener el perfil que llegó a tener; nadie hubiera dicho que iba a ser primero intendente, después gobernador y hasta presidente de todos los argentinos. Jugaba al básquet con amigos del barrio, y uno de esos amigos era mi primo Luis Toledo, que compartió muchas charlas con él. Néstor era un estudiante como todos los chicos de barrio de Río Gallegos, una ciudad que en el 72 recién estaba creciendo como para dejar de ser una aldea y pasar a ser un pueblo con 60.000 habitantes. Se fue a estudiar a La Plata y las veces que regresaba a Santa Cruz participaba de algunos núcleos políticos que se iban formando. Nosotros habíamos quedado proscriptos de la política después del 76 hasta el 82. Tibiamente, algunos compañeros peronistas se atrevían a pedir una solicitud al obispado a través de un padre catequista, el padre Olivieri, para que pudiéramos tener nuestra misa y rendirle homenaje a Eva Perón. Me refiero al “Pampa” Morales, don Martin León, López Lestón, “el Gordo” Améstica. Y no pasábamos de quince o veinte personas que estábamos decididos a rendir el homenaje. Hubo algunas compañeras como “la Pochola” Álvarez, la madre de Daniel Peralta, y la señora Espinoza que tenían los ovarios bien puestos y fueron muy audaces. Estas mujeres y estos hombres, que no perdieron la mística del peronismo, fueron vitales porque la única oportunidad que nosotros teníamos de saber que existíamos era a través de una misa. No podíamos emitir ningún tipo de comunicado, nos vigilaban permanentemente. Néstor Kirchner aparece cuando empiezan las primeras agrupaciones juveniles. La construcción de Néstor arranca con la apertura política. Yo participé en la agrupación de juventudes santacruceñas, fui uno de los iniciadores junto con Ampuero porque diez años

antes nosotros habíamos participado en la actividad de la juventud a través de las brigadas de resistencia y de alguna manera habíamos estado vinculados a conocidos militantes como “Pepe” Miranda, López Lestón, Mogilla, Taboada, los Ventura, Lagraso y López Calo, gente que estaba realmente comprometida con el peronismo de siempre y que no se dejaba ganar por el miedo. Tengo fotos de esa época. Cuando Néstor empezó a construir, lo acompañé al interior de Santa Cruz para ir formando los distintos agrupamientos, así que recorrí con él toda la provincia. Yo era jefe de Fomento de Calidad, es decir, tenía cierta jerarquía, por lo que estaba a cargo de varias actividades y viajaba de localidad en localidad. Mi tarea consistía en las aperturas de caminos, las huellas originales, los consorcios camineros, los convenios, trabajos de terceros, puentes, en fin, una serie de actividades que me permitía estar en contacto con los compañeros del interior, donde tímidamente se reunía muy poca gente y donde ellos empezaron a activar. La actividad política la iniciaron ellos. La convocatoria a Arturo Puricelli fue un hecho casual. Arturo estaba en el Hotel Santa Cruz y yo siempre pasaba por ahí a tomar un cafecito antes de ir al trabajo. Lo tomaba con “el Lobo” Peña y don Gabriel Yani, y en una conversación de mesa a mesa le dije a Arturo: “Vos podrías llegar a ser un candidato interesante, porque a pesar de que estuviste tres o cuatro meses en el Ministerio de Asuntos Sociales, saliste inmaculado”. Puricelli tenía una buena apertura como político y además tenía condiciones por ser abogado. Lo que le faltaba en ese momento era mayores conocimientos y una vocación política formada. Cuando se deciden las estructuras, yo formo la Unidad Básica José Ignacio Rucci, con 1.500 afiliados. Y fue la única unidad básica reconocida en el año 82, legalmente la única hasta el día de la fecha. El veedor fue Améstica. Después, cuando llegó Lupo vinieron los cambios, quemaron no sólo a la mayoría de los afiliados sino también a compañeros peronistas con mucha trayectoria que incomodaban al Frente para la Victoria. Muchos fueron desafiliados, como Urbieta y Úbeda, y cuando fueron a votar se encontraron con que ya no eran peronistas a pesar de haber tenido toda una historia dentro del partido. La aparición de Kirchner se dio a través de distintas agrupaciones, sobre todo a partir de la formación de dos nucleamientos. Uno de esos grupos lo representaba yo a través de las cinco unidades básicas. Estaban López, Amador Iglesias, que era uno de los referentes de Puricelli, y Comi, entre otros. El partido estaba proscripto pero estos dos grupos, que eran fuertes en cuanto a movimiento, ya tenían una militancia bien conformada, muy sólida, con una tendencia bien clara porque habíamos conformado la juventud sindical peronista, conectada con Daniel Peralta, y también habíamos conformado la juventud secundaria. A eso hay que sumarle el trabajo que habíamos hecho en la formación de las brigadas. Y además las unidades básicas trabajaban como correspondía, enseñando a los chicos en los colegios, creando bibliotecas, juntando y remendando ropa, asistiendo a quienes tenían algún accidente o algún problema, saliendo a buscar plata si un vecino necesitaba recursos para una operación; y también hacíamos las Campañas del Juguete, pintábamos las escuelas y las plazas, en fin, todo lo que hace una militancia bien organizada. También tengo fotos de esa época. La versión de que Néstor estuvo detenido durante la dictadura no tiene nada que ver con la realidad. A raíz de su trabajo en la financiera, donde su manera de actuar era muy caprichosa, él tuvo muchos compromisos legales. Ahí nació su poder económico, a través de los préstamos comerciales que después iban todos a parar a su estudio jurídico. Yo, por ejemplo, le di y le confié dinero para que me comprara una casa. Néstor se quedó con la casa y la vendió. Ahí terminó viviendo su hermana Alicia. Así que al primero que le sacó una casa fue a mí. La número 33, del barrio donde está la Eva Perón al frente. Yo compré la asistencia, la pagué y le encargué que me hiciera la transferencia pero se dilató. Y al cabo de un tiempo

resulta que había perdido la casa y la plata. Cuando fui concejal, en la época que subió el Frente para la Victoria, fui perseguido permanentemente. Yo era personal superior y tenía que andar haciendo lobby en los pasillos para que me asignaran tarea a pesar de que yo mandaba prolijamente mi escrito para que me la asignaran. Y todo este ninguneo después de haber sido 18 años jefe de Fomento, y con carrera por concurso. Pero yo no fui el único perseguido, sobran ejemplos como el de un compañero del San Julián que siempre me decía: “No tengo dónde estar, me siguen a todos lados”. Hubo mucha persecución del FpV contra el peronismo. Una persecución silenciosa, programada, que no sabías de dónde venía. La gente de carrera que realmente había hecho méritos, al igual que todas las instancias de control en la gestión del gobernador fueron eliminadas. Desde personal de laboratorio hasta inspectores de comercios, todo. Por ejemplo, nosotros teníamos los mejores talleres mecánicos, en la Patagonia no había talleres, y cuando la gestión Kirchner asumió los privatizaron. Y así ocurrió con todo. Lo que costó un sacrificio de quince o veinte años se desmembró con Néstor en menos de cinco. Y paralelamente se empezó a trabajar con una libreta de carnicería para llevar el control de gestión. Los organismos que realmente eran autónomos e independientes, que tenían su imputación y su propio presupuesto, dejaron de manejar sus fondos, de manera tal que no había control. Ni imputación ni certificaciones, no había nada. Todo al azar. Lo de Kirchner fue muy aventurero. Y no toda aventura fue un éxito en su gestión. La realización del ferro-portuario es un ejemplo del nivel de improvisación que hubo en Santa Cruz durante la gestión Kirchner. Yo, como jefe de Convenio de Consorcio, me negué a certificar casi un millón de pesos porque no habían proyectado la obra antes de hacerla. Los encargados de la obra desviaron el trazado con referencia al punto fijo y terminaron errando el cálculo por 500 metros, motivo por el cual hubo que hacer reajustes como, por citar sólo un ejemplo, poner 15 alcantarillas más de lo establecido. Fue todo una gran y poco feliz improvisación. Tampoco se estudió la simetría de la ciudad de Río Gallegos, por eso hoy tenemos los problemas que tenemos. Es una ciudad que no está estudiada. Hubo errores técnicos y muchos caprichos por parte de la Municipalidad. No se estudió la densidad poblacional ni se planificaron cosas como el flujo de tránsito o por dónde iban a llevar los servicios de gas y electricidad. Esto es la Aventura del Hombre. Acá hace falta una planificación coordinada. Otro caso es la pista de Calafate, que se construyó sin estudio previo y terminaron haciendo una pista atravesada, con sentido contrario al viento. O el gimnasio municipal Rocha, otro ejemplo: cuando lo inauguramos nosotros tenía todo el sistema de calefacción completo, autosuficiente. Y después lo fueron desmantelando. Hoy el gimnasio Rocha tiene la mitad de la calefacción, y la otra mitad la tiene Lucho Fernández. Todas las cosas las hicieron así. El Banco de Santa Cruz fue un condimento que a Kirchner le permitió hacer política y tener plata para proyectarse. Hubo gente a la que se le dio préstamos de vivienda en la zona de la costanera y que terminaron pagando chaucha. Pero el negociado de la entrega del banco al grupo Eskenazi es muy difícil de comprobar. Lo que resulta evidente es que la figura del diputado por pueblo, nacida de una necesidad electoral del kirchnerismo, no ha sido positiva para la provincia. Me gustaría saber qué diputado de pueblo defiende a carta cabal lo que le pasa a la pesquera de Puerto Deseado, a las minas de San Julián o lo que está ocurriendo en Perito Moreno. Lo que hizo Kirchner en la presidencia de la Nación durante los dos primeros años de gestión demuestra que leyó a Perón. Me sentí identificado con varias de esas medidas. Pero después empezó a meter la nostalgia de los 70, y la historia se desvirtuó. No hay que olvidar que Néstor dejó muy endeuda a la provincia cuando se fue a la Casa Rosada. Y aplicó la

misma mecánica a nivel nacional. En cuanto a su condición de peronista o no, creo que Néstor tenía una tendencia socialista como Tognietti y Cacho Vázquez, que pregonaban el socialismo nacional y empezaron a contradecir los lineamientos de Perón. En su nacimiento, el FpV empezó a convivir con el problema que había entre la tendencia revolucionaria y el partido auténtico. Como el kirchnerismo no quería entrar en ese conflicto, decidió desprenderse. Por eso le costó hacer todo lo que quería hacer y empezó a coquetear con los renovadores, con Tusi Peña y Rafa Flores, y de todo ese vaivén surgió la idea de hacer un peronismo selecto. Sin militancia, sin tropa, el FpV fue ocupando los mejores cargos porque sus integrantes se movilizaron estratégicamente, con mucha inteligencia. Pero, además, Néstor y Cristina llegaron adonde llegaron porque recibieron en bandeja la trayectoria de muchos peronistas que durante décadas —en mi caso 40 años— nos hemos esforzado y sacrificado, hemos creído en ideales, en Perón y Evita, en la doctrina. Cristina recién empezó a militar, y de una manera muy tibia, una vez que Néstor ganó las elecciones para intendente. Y lo subrayo: de una manera muy tibia, porque nunca la vimos llevar la bandera de la militancia. Ella empezó a figurar en serio después, cuando Néstor fue gobernador. Desde luego se la había visto al lado de Néstor cuando fue intendente, pero antes de eso nunca había militado. Ella participó en la destitución del gobernador Del Val, antes de que Néstor llegara a la gobernación, con las maniobras clásicas: hizo propaganda pegándole al gobernador en funciones, creando falsas expectativas, etcétera. Pero ni por asomo tuvo la militancia que ella dice tener y que nos quiere contar. Ese cuento quizá le sirva para el resto del país, nosotros sabemos que ella nunca militó. Era antipática, muy agresiva, muy violenta. De hecho, le decían “la Bruja”. Ellos se enriquecieron al principio con el tema de la financiera y los préstamos que canalizaban en el estudio jurídico. Cada vez que ibas a pagar una cuenta, ibas con una sensación de miedo porque no sabías con qué te podías encontrar. Mi mujer la cagó a sopapos dos veces a Cristina. A diferencia de lo que ocurrió con la Iglesia, con la que Néstor siempre tuvo una muy mala relación, él tuvo un buen romance con los militares en la época en que aparece el Ateneo Juan Domingo Perón. Pero acá han filmado una película y ahora cuentan la historia al revés. Los que firmamos para pedir por el peronismo y por el partido, para que nos otorgaran la reapertura política, fuimos Puricelli, Tusi Peña, Cousido, Roque Castillo, Francisco Bono y yo. A partir de la década del 90 en adelante destruyeron el peronismo en Santa Cruz. En los lugares claves pusieron gente extrapartidaria y hubo una fuerte presencia del radicalismo en otros sectores. Eso se debió a esta militancia especuladora, como son los renovadores y la gente de Lupo, que desde luego no hacen una militancia auténtica sino una política de grupos compactos, con veinte o treinta personas que al terminar la gestión se quedan con los cargos. Pero para entender cómo llega Lupín hay que tener en cuenta en qué contexto surge. No nos olvidemos de que en el peronismo se dejó de lado un detalle clave: el peronismo es un movimiento. Cuando dejó de serlo, perdió de vista la doctrina, la formación de nuevos dirigentes, y entonces solamente nos quedó una herramienta política, que era el PJ, pero únicamente para los momentos electorales, después cerraban la puerta. Una vez mi madre le pidió a Kirchner que abriera el partido porque quería poner una foto de Evita. “Bueno, está bien”, le contestó Néstor. Pasaron dos meses y el partido seguía cerrado. Entonces le pregunté a Cacho Vázquez cuándo me iba a dar la llave. “No —me respondió—, dice Néstor que no va a abrir el partido porque va a ser un mar de lágrimas”. Después hizo lo mismo a nivel nacional. Yo logré que se rehicieran las obras mal hechas en la empresa de botes, por un valor de un millón de dólares. Después de cuatro años de investigación, le entregué una carpeta debidamente documentada a Néstor y también la presenté en la Municipalidad. Lo hice contra la voluntad de mis propios concejales y de los radicales, de Marcelo Cepernic —el hijo del ex

gobernador—, y contra la persecución de De Vido y todo lo que vino después. Porque después, claro, tuve que pagar las consecuencias, solo como un loco, y pagué durante diez años. Quedé endeudado hasta las orejas. Debía el valor de dos coches 0 Km, y tuve que pagar. Por eso hoy vivo donde vivo. No me dejaron ni aire, me hicieron mierda. Pero no me arrepiento, me la aguanté porque tengo dignidad. Eso sí, digo las cosas como son, como corresponde. A cuántos compañeros le hicieron lo mismo. Yo no tengo tapujos ni temor de nada. Nací libre y voy a morir libre. Libre y peronista. Hay muchos que cuando vienen al centro agachan la cabeza al verme y dicen: “Ahí viene el hijo de puta de Albornoz. ¡Traidor!”. Es increíble, pero así es, encima te dicen traidor. Cuando yo escucho que estos sinvergüenzas le dicen traidor a un tipo ya me pongo contento: ese tipo es un militante en serio. Nos dicen así porque los incomodamos, los ponemos en evidencia. Los que te dicen traidor son los mismos que hoy siguen ahí prendidos. Para muchos compañeros, la política es una agencia de empleo. A esta agrupación que llaman La Cámpora hubiera preferido que le pusieran La Solano Lima. No tienen ni idea de cómo fueron las cosas realmente. Yo cené con Cámpora. Y con Vitel. También cené con Ítalo Lúder, a solas. A Lúder le pedí por escrito la expulsión de Néstor Kirchner del partido. Pero todos los que en ese momento estaban en la junta de disciplina achicaron porque le hicieron un boicot a Vitel. Lástima que no tuvieron los huevos necesarios. Antes había discusión, éramos hijos del pueblo y del debate. Se consensuaba. Cuando hay debate, hay creatividad, hay proyección. Hoy no hay ideales ni principios, no hay debate ni discusión. Es lamentable, se perdió el análisis, la síntesis. Falta formación política, los funcionarios no saben defender sus proyectos con argumentos. Cómo puede ser que un concejal mediocre, que nunca supo presentar un proyecto, termine siendo diputado. ¿Y la trayectoria? ¿La gestión? ¿La militancia? Los dirigentes tendrían que merecer los cargos. Un diputado debe tener experiencia, conocimientos y sentido común. Sin criterio no se puede ser un buen diputado. Como presidente de bloque yo tenía dos problemas: los radicales y Lito Barragán. Tenía más problemas con Barragán que con los radicales. Los radicales eran fáciles; a Lito no lo podías controlar. En una discusión me dijo: “Mirá, Pancho, a mí no me rompás las pelotas, yo vine acá a ganar guita”. Así nomás me dijo. Y ahora es presidente del Consejo local. Creo que Cristina va a pagar el precio de su soberbia. Es una persona que a la mañana se siente Cleopatra, y a la noche, Isabel Sarli. Y eso se nota. Las transformaciones se ven en sus gestos, en las expresiones de su cara. Los que alguna vez la vieron enojada saben que es para tenerle terror. Le decían “la Bruja” porque además de intolerante y atrevida es agresiva. En cuanto a su hijo, me parece que Máximo, aunque no tiene carisma, tiene la formación de Cacho Vázquez. Cacho era un tipo silencioso pero pensante, era el que le metía el dedo a Néstor. No me cabe duda de que Vázquez fue el formador de Kirchner y tenía las cosas más claras que él. La noche de la famosa 125, la del voto no positivo del vicepresidente Cobos, en julio de 2008, Cristina iba a renunciar. Fue una noche fatídica porque a las 7 de la mañana, encima del revés en el Congreso, falleció Cacho Vázquez, que ya no podía más con el tema de la bebida y prácticamente estaba ido. Cacho fue un buen militante, el único que realmente estaba en movimiento y hacía estrategia. Era el hombre pensante que tenía Lupo. Los otros cumplían un papel secundario. Tengo la impresión de que Cristina va a terminar muy mal. Lo que está tratando de hacer es tapar todos los agujeros posibles, todas las desprolijidades relacionadas con la corrupción. Son cifras millonarias y saltan a la vista. Puricelli bonificó todos los fondos provinciales, y Lupo no cambió eso porque fue una herramienta que le resultó muy útil. Igualmente, es mucha la

corrupción como para que la puedan tapar. Tantas obras sin sentido y mal hechas, como una represa que es un verso y el ferro-portuario que no sabemos para qué sirve. Nadalich, Sancho y Néstor se quedaron con todos los terrenos. Después pavimentaron, asfaltaron y llevaron ahí todos los servicios. Y, claro, eso se cotizó. Ahora Nadalich está vendiendo. Una vez me vino a ver un ingeniero aéreo cuando yo estaba a cargo de la intendencia de Gallegos. El tipo quería donar 100 terrenos. Su idea era quedarse con toda la franja de lo que ahora es la Autovía y ceder la parte del fondo. Yo tenía que llevarle todos los servicios (luz, gas, agua) desde la zona donde antes estaba la línea férrea y hoy está el boliche bailable. Por supuesto, el primer beneficiado iba a ser él. A los terrenos del fondo, los que él cedía, el beneficio llegaría, con suerte, algún día. Rechacé la propuesta. ¿Quién la aceptó? Néstor Kirchner. También me gustaría saber qué pasó con el dinero del PJ que se transfirió al FpV, una maniobra que durante diez o quince años se decretaba a través del Ministerio de Economía. Es una fortuna. A mí me quisieron obligar a aportar pero me negué. Soy peronista, por qué voy a darle mi dinero al FpV. Hubo muchos, en cambio, que por no tener inconvenientes se dejaban quitar el dinero de las manos. Otro tema preocupante es el mal uso de los recursos naturales que se ha hecho durante años, y todavía se hace, en Santa Cruz. Negociamos mal con las mineras y las pesqueras. Y encima, como si fuera poco, estamos hablando de que vamos a hacer una represa pero nadie está pensando en cuál será la situación de las nuevas poblaciones cuando se termine la obra. Si es que se termina, claro. Y en el caso de que se termine (que sería lo lógico aunque no siempre es lo que sucede), de todas formas hoy nadie habla de qué consecuencias va a tener el cambio de clima a raíz de los nuevos espejos de agua que se van a formar. O de cuáles van a ser las nuevas rutas. Cómo serán las nuevas negociaciones, por ejemplo. O qué microemprendimientos van a surgir en torno a esta represa. Ahora bien, ¿por qué ocurren estas cosas, por qué tanta improvisación? Porque desde muchos años a esta parte estamos haciendo política infantil, para la coyuntura. Es lo que siempre se ha hecho desde la década del 90 hasta hoy. Al analizar todas las propuestas que hizo Néstor sobre la zona franca, sobre el parque industrial, uno se da cuenta de que fueron más los anuncios que las obras realizadas. Tengo la impresión de que el 80% de los anuncios no son sino anuncios que nunca se concretan. Es lo que ahora está pasando a nivel nacional con Cristina. El hecho más sintomático quizá sea ese hospital de La Matanza, en la provincia de Buenos Aires, que ya inauguraron cuatro veces. No es casual. En Santa Cruz hicieron lo mismo con los hospitales. Durante su gestión como gobernador, Néstor inauguró varias veces el mismo centro de jubilados cada vez que lo ampliaban o simplemente le agregaban una sala. El edificio de la Policía, por ejemplo, tuvo tres inauguraciones. Es una política que consiste en mostrarse y hacer prensa. Política de la era virtual, que cumple la función de hacerle creer a la gente que el gobierno hace cosas cuando en realidad hace poco y nada. Pero acá nosotros sabemos muy bien que la gente del campo no tiene cable y, lejos de tener cable, todavía anda con la radio a pila. El personalismo exacerbado que Néstor le imprimió a su gestión es perjudicial tanto para la democracia como para la estructura del Estado. En Santa Cruz, el gobernador está solo con un montón de chupetes y no sabe qué hacer porque Kirchner lo acostumbró así. En todo el gabinete de Néstor, entre todos sus colaboradores, no había un solo ministro ni un solo funcionario que tomara una decisión propia. Entre tanta mediocridad se confunden los roles y se debilita la estructura del Estado. El estilo de Néstor se basaba en un modo de actuar agresivo, siempre a la defensiva, buscando permanentemente la confrontación. Esa autodefensa permanente a veces no era

otra cosa que inseguridad. Porque Néstor era medio cagón. Y además era un tipo muy acomplejado. A los santacruceños nunca nos quiso, tenía una actitud de desprecio hacia nosotros. Te ponía la mano en la espalda y no sabías si te estaba saludando o te estaba matando. Sin embargo, también tenía buenos gestos. En una ocasión le dije que necesitaba una casa y me dijo que sí al toque. Él sabía quién era quién. Cuando asumió la intendencia me ofreció que fuera su asistente. Yo le contesté textual: “Mirá, Néstor, nosotros servimos para ensalada nada más. Vos sos el vinagre, yo soy el aceite”. Néstor era un terco eterno. Un terco que te escuchaba pero no reconocía lo que le aconsejabas. Él tenía una extraña virtud: a los suyos los cuidaba, pero también los mataba. Como un rey que se come a sus hijos, Lupo se los comió a todos. Era absoluto y único. Llegó a la presidencia de la Nación con un 22% de los votos, de los cuales 5% eran propios y 17% de Duhalde, respaldo sin el cual nunca hubiera llegado. ¿Y qué hizo entonces? Se lo comió a Duhalde. Vaya novedad, como si no hubiera hecho eso antes en Santa Cruz. Creo que si Néstor hubiera tenido una segunda gestión como presidente, no la hubiera terminado bien porque se le escapó el manejo de la economía. Además de presidente de la Nación, era un economista. No sólo había estado asesorado por Cavallo sino que Néstor había estudiado Economía por su cuenta. Se entrometió porque sabía que la vara principal era el factor económico. Él tenía carisma, es indiscutible, pero un carisma desgastante. No supo asumir, como le pasa a muchos, que los dirigentes no son permanentes.

NICANOR LAURIANO Vecino de Río Gallegos y militante peronista de la década del 80 Lo conocí a Lupín en el 82, cuando la Guerra de Malvinas generó una unidad muy fuerte en Río Gallegos. Yo había llegado a Gallegos en el 80. Como en todos lados, había gente buena y gente mala, algunos que hacían negocios y otros que no. En esa época Néstor manejó varios negocios. Hizo una operación muy grande con la empresa Muebles Roca, que era de la familia Nieto. Kirchner fue abogado y asesor de esa mueblería que ganó mucha plata con las facilidades que le daban las mieles del gobierno militar. Muebles Roca y Sureña Transportes (que después cambiaron de nombre) obtuvieron una contratación directa, con asesoramiento de Kirchner, para trasladar todo lo que se movía por tierra desde Bahía Blanca a los lugares bélicos. Hay vecinos de Gallegos, gente muy conocida, que hicieron fortuna robándose las encomiendas que eran para los soldados. Después de más de diez años de hegemonía kirchnerista en Santa Cruz, hoy seguimos siendo una aldea en la comparación económica, en cuanto a riqueza y explotación, con respecto al resto del país. En la zona norte, por ejemplo, no tenemos agua potable, un hecho ridículo en una provincia tan rica en recursos petroleros, mineros y pesqueros. Y no sólo ocurre en Caleta sino en Puerto Deseado y otras localidades también. Pero además acá hay problemas sanitarios, enfermos de leucemia, de cáncer de piel, gente con enfermedades congénitas que no reciben el tratamiento adecuado. La mina de Río Turbio no fue saneada y pretendemos hacer una súper usina, es absurdo. Todavía no tenemos desarrollado, ni siquiera bien planificado, de qué se trata Cóndor Cliff y La Barrancosa, y hablamos de que vamos a ser significantes para el desarrollo de la Patagonia. Estamos hablando desde una inmadurez absoluta. El tema de La Barrancosa-Cóndor Cliff hoy es un bastión del kirchnerismo, y parece una herramienta utilizada por ellos para desvirtuar algunas cosas. Me gustaría invitar a los

porteños, rosarinos, cordobeses, a políticos y científicos, a la gente de bien, para que vengan a ver en qué estado se encuentra Santa Cruz. Acá perdimos diez años gratuitamente. Éstas son las semillas que dejó Lupín por creer que todo se conseguía con plata. Con su forma de ser bonachona, siempre quiso ponerle precio a todo. Y se lo puso. Llevó al Congreso Nacional a Javier Urquiza, que en el 83 era candidato a vicegobernador de la doctora Sureda, una importante referente de la UCR en Santa Cruz que en ese entonces aspiraba a la gobernación. Llamó a Nicolich y lo hizo pasar a sus filas. Llevó a nivel nacional al contador López —hoy en la Lotería Nacional— y al doctor Martinelli —ex intendente de Las Heras por la UCR y actualmente en la Caja de Servicios Sociales de la provincia de Santa Cruz—, y así sumó un montón de voluntades nuevas. Ciertamente no lo hizo porque fueran brillantes. Si ellos hubieran sido brillantes, hoy estaríamos en otra situación. Fueron nefastos. Hoy por hoy, nos encontramos con una carencia de espejos políticos. Arturo Puricelli, Rafael Flores y Néstor Kirchner son los mejores referentes que tuvimos en Santa Cruz. Ahora bien, ¿qué creció al lado de ellos? Nada. Cristina es producto de lo que logró Lupín. Todos sabemos que cuando tenés que hacerte cargo de un supermercado por lo menos tendrías que haber manejado un kiosco. Y acá, en la vida política, la señora Cristina no manejó ni un kiosco. En lo que sí fue decisiva la participación de Cristina fue en el derrocamiento del gobernador Del Val, en el 90. La Lupina encaminó el juicio político junto con otros colaboradores que manejaban mucha información como “el Chino” Zannini, Mariani y “el Chango” Icazuriaga, a quien Néstor iba a dejar como gobernador interino en 2003. La doctora Cristina, una mujer con mucha capacidad redactora en materia política, fue la gran protagonista del artilugio para derrocar al gobierno de Del Val a mediados de 1990, antes de que Néstor asumiera por primera vez la gobernación de Santa Cruz en 1991. Al final, la Justicia dictaminó la destitución de Del Val por el uso indebido de recursos provinciales para hacer una obra hídrica en su campo. Yo me pregunto cuántos juicios hubiéramos podido hacerle a Lupín, cuántos se pudieron haber hecho a miles de funcionarios a nivel nacional y provincial, si la Justicia fuera pareja. La construcción política que Kirchner realizaba con extrapartidarios, y utilizando las banderas del justicialismo, evidentemente le dio resultado porque así logró congelar a los cuadros políticos más importantes de Santa Cruz. Esto demuestra también la ambición desmedida de muchos políticos. Con esa estrategia y utilizando además las estructuras partidarias, Lupín llegó adonde llegó. Cuando los políticos no tienen un sustento ideológico firme, lo práctico es el dinero. En su visita a Santa Cruz, en el 83, Ítalo Lúder pidió que expulsaran a Kirchner del justicialismo porque había tenido actitudes muy grotescas. Durante el gobierno de Alfonsín, tras la derrota del peronismo en las presidenciales del 83, Lupín le puso precio a cuanto trepador había en Santa Cruz. Así que el que quería llegar a algún lugar, llegaba. Lupín decía: “¿Vos querés ser algo? Traé, ponela. Vamos a jugar. Te nombramos en un cargo”. En una conversación de amigos, cuando fue candidato a intendente, él dijo: “Para llegar tengo 17 casas. Vendo 15 y me quedo con 2, así llego a la intendencia y de ahí pego el salto”. En esa reunión estuvieron Néstor, la Lupina y algunos compañeros de Caleta. Fue poco después de que el Rafa Flores le ganara al Lupo la interna para ser candidato a gobernador por el PJ. Como le había ganado, el Rafa le propuso llevarlo como vice en la fórmula. Y Lupín, en el Hotel Santa Cruz, una tarde nos dijo: “¿A vos te parece que yo puedo acompañar a este tarado, que es un seco?”. Rafa en ese tiempo no tenía el poder adquisitivo que tenía Lupín. “Yo juego la mía”, dijo Kirchner. Después vino a Gallegos, hizo toda la que hizo y no vendió nada. La plata apareció con “el Bombón” Mercado. Fue un millón de dólares y un poquito más. Eso venía del S.U.Pe.H, el Sindicato Unido de Petroleros e Hidrocarburíferos, que manejaba

“Bombón”. Lupín era práctico. Te decía: “Andá y traé”; no te preguntaba de dónde venía. Te daba un cargo y te decía: “Con eso tenés para vivir bien”. Pero no te decía que fueras a robar. No. Eso, jamás. Te decía que fueras a trabajar. Y la diferencia hacela vos. Él te mandaba a trabajar. Todos los colaboradores de los que se rodeó, la capa intermedia de Lupín, tenían precio. No estaban ahí por convicción política, por pasión ni por mística, ni si quiera por adoctrinamiento o formación, sino por plata. Si un vecino de a pie se roba una gallina, va preso. Sin embargo, estos tipos se llevaron el gallinero completo mientras Lupín aplaudía, y acá no pasó nada. Lupín nunca mandó a robar a nadie, pero era como el supermercado: pasás por caja y rendís. Así construyó él, y así llegó adonde llegó. La primera modificación a la carta orgánica del Congreso, que fue nefasta, la realizó Lupín con un compañero que le había hecho veinte denuncias por chorro, por estafador, pero después terminó avalando todo en la modificación de la Carta. Llegó a la Cámara y negoció las dos causas penales que tenía en la Justicia. No estoy hablando de un vecino que necesitaba dinero para pagarle al almacenero sino de un prestigioso abogado que ahora está como funcionario nacional en el Correo. Lupín sabía apretar a los tipos de esa calaña. Sabía cómo infiltrarlos para que llegaran y después los tenía bien agarrados. Esos tipos fueron artistas en ir solucionando sus problemas a través de la política, sin importar si eran más o menos peronistas. Ahora escucho al kirchnerismo hablar de derechos humanos y no lo puedo creer. Las atrocidades que hicieron acá son infernales. En el 89, cuando Lupín era intendente, hubo una manifestación en la que una jubilada, madre de un ex policía, fue detenida y encerrada en la perrera toda la tarde por manifestarse frente a la Municipalidad. Lupín siempre dejó correr y que caminen y se maten todos. En ese tiempo había cuatro líneas: la coordinadora, la de Lupín, la de Rafa Flores y la de Arturo Puricelli. Nosotros queríamos que se sentaran a debatir en el marco de la discusión partidaria, queríamos ver arriba de la mesa las propuestas políticas del Rafa, de Lupín y de Arturo, que eran las tres mejores espadas que teníamos. Pero ese debate nunca se hizo. Entonces se hablaba de que se avizoraba llevar a Puricelli con Menem en unas internas a nivel nacional. Fui con una comisión a verlo a Lupín, que en ese tiempo fumaba tres paquetes de cigarrillos Jockey por día. Fumaba como un murciélago. Lupín me dijo: “No, para qué nos vamos a meter en eso si nosotros estamos en otra, estamos con Manzano, De la Sota, Grosso”. Le pregunté cómo se iba a resolver entonces el problema de Santa Cruz. “Vos dejá”, me respondió. Fui a verlo al Rafa Flores pero a él tampoco le interesaba. Así que nosotros dejamos correr el tiempo. Flores ya tenía sus relaciones a nivel nacional con Cafiero, De la Sota, Grosso, Manzano, y empezó a trabajar con esa estructura. Estos tipos, en el corto tiempo que manejaron el poder económico, daban su salto nacional sin importarles la problemática de la provincia. Por eso cuando Lupín llegó a la candidatura presidencial casi todos los habitantes de Santa Cruz lo votamos. Por un lado íbamos a hacer historia al darle un presidente santacruceño al país, por el otro, al irse Lupín a gobernar el país, nos iba a permitir una apertura democrática en la provincia. Acá hubo tipos que de la noche a la mañana pasaban a ser ministros. Uno se preguntaba cómo puede ser ministro este guanaco. Tipos que tenían que estar más cerca de la Unidad Carcelaria N° 15 que de un ministerio. Eso sí, se trataba de tipos fieles, que no tenían ningún empacho en cambiar en el aire su situación, su pensamiento y su forma de ser. Tipos fieles a la estructura y a la conveniencia de Néstor. No a las condiciones y los intereses de las instituciones del Estado. Lupín era una persona que a veces se ponía irascible con sus colaboradores y perdía el control. En más de una ocasión, cuando no le hacían caso los cacheteaba. Eso siempre fue

normal en el entorno de Lupín. Prácticamente, él tenía esclavos. Una vez lo pecheó a Mora porque creía que le mentía con el tema de la cantidad de asistentes a las manifestaciones. Néstor tuvo grandes problemas en su relación con la Iglesia. En Santa Cruz hubo un gran párroco, el cura Juan Barrios, que hizo una crítica muy fuerte cuando Lupín era gobernador. Acá ya se hablaba en esos tiempos de que corría mucho la droga, que había trata de personas con el tema de la prostitución. Arnold y el jefe de la Policía provincial en ese momento, Wilfredo Roque, estaban muy involucrados en cosas turbias. Y el padre Juan lo sabía. El diario La Opinión publicó varias páginas para salvar el buen nombre y honor del padre Barrios. Hay denuncias sobre delitos federales en los que estuvieron involucrados Lupín, Arnold y Roque. Por eso hasta el mismo obispo tuvo problemas con el cura Juan. El cura Juan era un tipo íntegro, todos lo conocíamos como “el cura de Gallegos”. Construyó cinco o siete capillas. Un tipo que caminaba por todos lados, y que no sólo caminaba sino que hacía obras de bien por todos lados. Cuando lo veías, te daban ganas de regalarle hasta lo que no tenías porque sabías que esa donación estaba bien puesta. Pero el cura Juan la pasó mal con Lupín. Y Varizat, en ese tiempo ministro de Gobierno, fue nefasto. Si no se hubieran ocultado tantas cosas, en Gallegos se podrían haber evitado temas como el de las Casitas. Se dejó entrever que Lupín tuvo uno de esos prostíbulos, las famosas Casitas. Pero yo no creo. Debe haber sido algún ladero de él, Rudy o algún gusano de ésos. Lo que sí es seguro es que Lupín frecuentaba las Casitas. El primer gran negocio que hizo Kirchner en la pronvincia fue con la entrega del Banco Santa Cruz, con los Eskenazi. Ahí saltó primero el acomodo en la Cámara, y después se supo que además hubo una sociedad política con Puricelli, que fue miembro informante para defender la privatización. Hay muchos comerciantes de Gallegos, personajes muy reconocidos, que hoy cuentan con un potencial económico terrible gracias a esa estafa. Porque de eso se trató, una vil estafa de 260 millones de pesos. Que en ese momento eran 260 millones de dólares. Cuando uno ve esa cartera de morosidad no lo puede creer. Hay tipos que por unas propiedades que hoy costarían 5 millones de dólares pagaron el valor de 5 caramelos. Precios tan absurdos que no resisten el menor análisis. Y estoy hablando de “señores” comerciantes y “señores” empresarios. Ése era el negocio de Lupín. Así se manejó él, así fue el gran negocio con Eskenazi. Carlos Corach, el ministro menemista, vino a verlo a Lupín en esa época. Los empleados del banco deben recordar esa visita. La entrega del Banco de Santa Cruz no fue el único escándalo financiero de la provincia, acá hubo varios problemas en esa materia. Uno de ellos fue con el Banco Feigin, de Córdoba. En una época la provincia de Santa Cruz no entraba en clearing. Se hizo una negociación con el Banco Nación para que tomara plata de una entidad bancaria que era del controvertido empresario menemista Alfredo Yabrán. Él armó el Feigin, donde además de la provincia de Santa Cruz, muchas multinacionales depositaron plata. Después el Feigin desapareció y nunca se supo qué pasó con la plata de la provincia. Nadie rindió esa cuenta. En ese tiempo también se depositó una fuerte suma en el Banco de la Provincia de Buenos Aires, cuando Duhalde era gobernador. Fueron 40 millones de dólares sobre los que tampoco se rindieron cuentas, nunca, en ningún presupuesto, ni en la Cámara ni en ningún lado quedó registro de esa plata. Cabe preguntarse a cuenta de quién y para qué se destinaron esos fondos provinciales. Lupín tenía laderos muy importantes y en distintos frentes, todos piratas del asfalto. En el período de la gobernación de Lupín nunca se presentó un balance ni un presupuesto en tiempo y forma. Por eso estamos como estamos. Hoy la provincia no sabe qué es lo que tiene ni cuánto recauda. Es un hecho significativo que Julio De Vido, siendo ministro de Economía, recomendaba que nadie trabajara con el Banco Santa Cruz sino con el famoso Fondo Residual. De Vido ya

había hecho muy buenas relaciones políticas antes de asumir en Economía, cuando fue ministro de Gobierno. Y siendo ministro de Gobierno, ya era maletero de muchas cosas. Cuando fue el escándalo de la empresa Kank y Costilla, el botiquín era de él. Esas relaciones ya las venía haciendo desde mucho antes. Y al pasar al ministerio de Economía afinó desde ahí todo el tema para ir puliendo la acumulación de poder económico y político, para impulsar a Lupín. Evidentemente, era un tipo brillante, muy prolijo. Lupín siempre eligió, o intentó elegir, tipos prolijos. Uno de los mejores colaboradores que tuvo fue Zannini, uno de los tipos más brillantes en asesoramiento legal y técnico. Zannini fue secretario de Gobierno municipal, reemplazó a Cacho Vázquez en la intendencia, y de ahí viene con Lupín. Para poder lavar plata necesitás tener tu propia estructura financiera o tu empresa, y Lupín no la tenía, por eso salió a buscar a empresarios morbosos que después quisieron apretarlo. Entonces empezó a usar la estructura bancaria con Daniel Peralta, que al final huyó y le dejó la mesa servida a Lázaro Báez. El primer maletero que tuvo Lupín fue Miguelito Vilchez, que se tuvo que ir por borracho, y después apareció Lázaro, un tipo simpático, bonachón, que supo hacerle bien los mandados a Lupín. En definitiva eso era lo que buscaba Lupín: soldados que cumplían. Algunos de los empleados del Banco de Santa Cruz, que eran alrededor de 400 familias, fueron a parar a Vialidad, y otros a la Secretaría de Deportes. Pasaron de ganar 8 o 9 mil pesos a 4 mil. La mayoría quedaron locos. Lupín ya estaba peleado con el peronismo cuando tuvo que salir a buscar un gobernador. Por eso recurrió a Peralta. Del Val, Peralta, Rafa Flores, Puricelli y en menor medida Lupín: todos estos compañeros caminaron dentro del peronismo. A medida que descartaban, iban apareciendo otros, pero en definitiva ellos siempre fueron socios. La Lupina, en cambio, nunca entró en eso porque se trataba de construcción política, de estructura, y ella nunca construyó ni dejaba construir. Por eso siempre quedaba afuera. Aparte, “la Doctora” estaba para otras cosas. Para ella un compañero con la piel oscura ya era un negro. Ni hablar si era morocho. Habría que preguntarle a la gente de Caleta, a los “catas”, a ver qué opinan de la Lupina. Ella tenía resentimiento hasta por los mismos Kirchner. En cambio Lupín era un tipo que pasaba caminando y se paraba en la vereda a tomar mate con los vecinos. Te daba charla y se acordaba de todo. La Lupina te podía haber visto veinte veces y nunca se acordaba de nada porque no quería acordarse. La división que ella hizo en el país, a nivel nacional, para los santacruceños no es ninguna novedad. Hoy el país tiene un problema político muy grave, lo más triste que se puede ver en la política, que es el odio. Esa división llegó incluso a las familias. Es muy triste que en la vida democrática los adversarios políticos no se puedan sentar frente a frente por culpa del odio. Y entre los laderos que tiene Cristina no hay ninguno que pueda matizar este tema. Si bien caminó dentro del peronismo, Lupín nunca fue peronista. Una cosa es construir desde la billetera y otra muy distinta es aunar criterio y voluntades. Todo el país sabe qué fue lo que hizo Lupín con Moyano. Lo cual no quita, desde luego, que el tipo supiera construir. Néstor construyó con plata pero también porque supo cómo hacerlo. De lo contrario, nunca hubiera llegado a ser presidente de la Nación ni de la Unasur.

PEDRO MOLINA Ex senador nacional santacruceño y ex titular de la Comisión Nacional de Apoyo al Desarrollo de la Región Patagónica

Yo fui el autor de la Ley de Regalías, la primera ley de regalías en la historia de todas las provincias productoras de hidrocarburos, por lo que tengo una noción concreta acerca de los ingresos con los que contó y cuenta nuestra provincia. Santa Cruz recibe el 12% de todo lo que egresa y cuenta también con el record de extracción petrolera. Es decir que todos los meses ingresa cada vez más cantidad de dinero por extracción de petróleo y gas. Debe de andar en el orden de los 8 o 9 millones de dólares mensuales por regalías. Las regalías se pagan del 1° al 5 de cada mes. Los que nacimos en esta tierra siempre escuchábamos que el gobernador tenía que ir a Buenos Aires para el pago de las regalías, que estaban establecidas por decreto, y por ahí las congelaban. Por coparticipación nosotros pasamos, gracias una ley que impulsamos con el senador Murguía, de 1,19 a 1,52 por ciento del reparto primario. Tenemos la misma coparticipación que Chubut. Éste es un punto interesante: recibimos el mismo dinero que Chubut por coparticipación y mucho más por regalías porque tenemos más petróleo y más gas. Eso significa que nos tiene que sobrar dinero en relación a Chubut. Pero además hicimos la Ley del Seis por Mil, es decir que de toda la energía que se gasta en el país, de cada mil pesos, seis vienen para Santa Cruz porque no está integrado al sistema interconectado. En realidad, Caleta sí está integrada, al igual que Pico Truncado y Puerto Deseado, pero en ese momento pudimos sacar la ley con los diputados Riques y Carrizo: ellos la introdujeron en Diputados y yo la saqué en el Senado. Así sacamos la Ley del Seis por Mil, que más o menos reporta alrededor de los 2 millones de dólares mensuales. Es decir que con los 15 millones de coparticipación, más los 8 millones de regalías, más los 2 millones de la Ley del Seis por Mil ya andamos por los 25 millones de dólares. En cuanto a los ingresos de la provincia, otro dato significativo es que nosotros eliminamos la Secretaría de Vivienda de La Nación debido a la gran coima que significaba históricamente la burocracia de esta secretaría. Y pasamos todo el ingreso del IDU directamente a la provincia. Todo el dinero que venía de la Nación al instituto de Viviendas —un 40% de cuya suma antes quedaba en la Nación— se transformó en lo que ahora se llama el Viviplan. Es decir que por Viviplan hoy ingresa todo lo que antes le daba la Nación a la provincia por viviendas, más un 40% que se ha evitado que pase por la ciudad. Con este ingreso, que ahora viene directamente, se han construido viviendas de Viviplan pero sobre todo se ha construido, mal afectado, el aeropuerto de Calafate, que lamentablemente no sirve porque quedó muy chico y porque además está el aeropuerto de Río Gallegos. Pero esto era una distribución interna que yo no puedo discutir. Lo que sí digo es qué leyes hicimos y recuerdo (la cifra me quedó grabada) que Santa Cruz en el año 93 recibía 2.238 dólares per cápita. Es decir que era la provincia que más ingresos tenía por habitante. Por eso es inadmisible que acá existan semejantes problemas estructurales que son fáciles de solucionar con tantos recursos. Además, hay que tener en cuenta que en la década del 90 se cobró el juicio por regalías mal liquidadas que andan en el orden de los 650 millones de dólares, cifra que también vino a la provincia. El hecho de que no se sepa el destino de ese dinero es un tema que los diputados deben conocer cuando aprueban el presupuesto. Esa plata tiene que estar sí o sí a disposición de la provincia. La venta del Banco de Santa Cruz es un tema que a mí me duele porque yo nací en esta tierra, este banco no es del ministro de Economía de turno sino de todos los santacruceños. Defender el banco es como defender los hielos. Una cosa es la soberanía de la provincia y otra cosa es no defender las instituciones que hacen al afincamiento de la gente. Con el banco de Santa Cruz se ha hecho el robo del siglo. Lo dije hace años: recuerdo que en ese momento se desmintió por algunos medios y el ministro de Economía de la provincia, a quien respeto mucho en lo personal pero debería explicar algunas cosas en lo técnico, salió a decir que el

banco no tenía fondos, que se le había inyectado dinero y que ese dinero se había perdido. Lo que quiero decir es que si vamos a entregar el banco por 3 pesos con 50 (más o menos hemos perdido 120 millones de dólares), entonces esto se trata de un tema de soberanía. No podemos hablar de ocupación territorial si perdemos un instrumento como éste. Me gustaría que la gente leyera la nota que hizo el entonces ministro de Economía, Julio De Vido, en la que básicamente dice: el banco anda mal, no trabajen más con el banco pero tampoco retiren los fondos porque si los retiran no los voy a atender más; tengan paciencia, lo vamos a vender, pero vamos a vender nada más que el “banco bueno” porque el “banco residual” es el que se va a hacer cargo de todas la pérdidas. Es decir que la provincia y los santacruceños estaban por perder el banco y De Vido lo confirmó cuando prácticamente ordenó que se trabajara con otro banco. Increíble. Un funcionario público que además, por carta orgánica, era integrante del directorio del banco le estaba diciendo a la gente que no trabajara con su banco. Es un hecho que debe de estar bordeando algún tipo de delito como incumplimiento de los deberes de funcionario público. Es evidente que una declaración de esta naturaleza origina rápidamente el retiro de los fondos. Supongo que eso debería significar algo para los fiscales de Río Gallegos, los de Caleta Olivia y para los fiscales de toda la provincia.

OSVALDO PÉREZ Ex intendente de Pico Truncado, referente del Movimiento Renovador Peronista y subsecretario de Interior de la gobernación de Daniel Peralta en 2014 Conocí a Néstor a fines de los 80, cuando él era intendente de Río Gallegos. La primera experiencia de trabajo juntos fue en las legislativas del 89. Fue la primera vez que Cristina llegó a diputada provincial. También fue la primera vez que se implementó la Ley de Lemas. Había en ese momento una necesidad de derrotar al oficialismo que encarnaba Puricelli. Esa experiencia llevó a que en el 91 se formalizara una fórmula provincial: Kirchner-Arnold. A Kirchner se lo notaba un hombre ambicioso pero no imaginábamos que aspirara a ser más que gobernador. Sin embargo Alicia, su hermana, en esa época ya decía que él quería ser presidente y que lo iba a lograr. Parecía un sueño lejano, Néstor era intendente. Lo que seguirá siendo motivo de debate es por qué Kirchner eligió como sucesor en la gobernación de Santa Cruz a Sergio Acevedo, que fue su vicegobernador entre 1999 y 2001, y no a Eduardo Arnold, que también había sido su vice desde el 91 hasta al 99. Creo que, a diferencia de Arnold, Acevedo le daba la garantía de ganar una elección rotundamente. De hecho, Sergio fue el gobernador más votado de la historia de Santa Cruz. Cuando Kirchner asumió la intendencia fue a Pico Truncado para ver cómo Acevedo llevaba a cabo la obra pública sin necesidad de pasar por el gobernador. Kirchner repitió esa experiencia en Río Gallegos: construyó mucho pavimento, mucha vereda, todo muy novedoso para Gallegos. Fue muy prolijo en la administración, y la característica que más me llamaba la atención era su memoria: conocía a cada vecino de Santa Cruz y recordaba hasta los más mínimos detalles de cada uno de ellos. La relación de Kirchner con Acevedo se fue corroyendo con el tiempo. Empezaron a tener diferencias. Por ejemplo, una de las discusiones era si se podía imputar o no como gasto corriente de la provincia el dinero de Santa Cruz que estaba en el exterior. Otra discusión era acerca de los sobreprecios en la obra pública. En fin, muchas opiniones de Sergio que no eran compartidas por Néstor.

Antes de que Acevedo asumiera en 2003, en el cierre legislativo de la Cámara de Santa Cruz sus integrantes hicieron un balance final de las cuentas de los fondos que estaban en el exterior. Fue una condición que puso Sergio antes de asumir. A fines de 2003 se empezaron a utilizar esos fondos. Cuando renunció, Sergio también hizo un arqueo de esos fondos. No solamente estaban sino que se habían incrementado. Entre 2000 y 2001, en plena crisis y con la caída del costo del barril de petróleo, los santacruceños se amontonaban delante de los municipios y Kirchner, que sabía que las intendencias tenían dinero de lo recaudado por las empresas de telefonía, decía a los gritos que debíamos contener a la gente con esos recursos. Pero ese dinero no nos alcanzaba, y cuando se lo dije a Kirchner, él me guapeó: “Si alguno se la banca y me quiere pelear, no hay problema”. El 27 de abril de 2003, cuando Kirchner pasó a la segunda vuelta en las elecciones presidenciales, ese mismo día falleció mi mamá, y Néstor, aunque estaba a un paso de ser presidente, tuvo el gesto de llamarme.

RICARDO “CHULO” RODRÍGUEZ Vecino de Caleta Olivia y militante peronista de la década del 70, armador de la Lista Blanca con Néstor Kirchner A Néstor lo conocí en 1973, cuando yo era secretario de organización de S.U.Pe.H., el sindicato de petroleros. Fui con un compañero a un congreso de la Juventud Peronista, que estaba divida en regionales, y ahí lo vi por primera vez. Néstor tenía el pelo muy largo y un pulóver verde que usaba hasta para ir al baño. Me acuerdo que ese día él gritaba como un marrano, era el quilombero más grande que había en la reunión: pedía la palabra, gritaba “viva Perón” y no paraba de hacer bochinche. Tanto bochinche hacía que un compañero dijo en voz alta: “Che, a ver ahí Lupín si se calla la boca”. Nosotros nos tentamos y empezamos a reírnos, el compañero tenía razón: Néstor era igual al personaje de la revista. En ese congreso quedó prácticamente constituida la Regional Séptima y a partir de ahí empezamos a reunirnos en distintos puntos de la provincia. Varias reuniones se hicieron en mi casa. Era 1973, 1974. El grupo grande lo formaban Rosel, Timerman, Rosas y “el Gaucho” Chávez. Yo los llamaba “Los Pesados” porque los muchachos venían armados. En ese momento el Ejército Argentino ya había empezado a merodear, la cosa se estaba poniendo pesada. En mi casa tenía un taller y escondíamos las armas en un pozo negro. Néstor me ayudaba a envolver las armas en nailon y las bajábamos al pozo con unos ganchos, de manera tal que si alguien venía a controlar, acá no había armas. En un rincón de la cocina mi mujer tenía un cesto de mimbre donde guardaba la ropa para planchar y donde se sentaba Néstor, que era nuestro cebador de mate oficial. Aunque no estaba escrito en ningún lado, nos manejábamos con cierta jerarquía. Néstor quería meter cuchara y no lo dejábamos. “Vos cebá mate, que no se te entiende nada”, le decíamos. Era gangoso y hablaba muy rápido. Sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que, a pesar de su torpeza, en ese momento él ya tenía en claro su objetivo. Y así, entre mate y mate, aprovechaba para meter bocado. Después la cosa se fue poniendo cada vez más pesada, y Néstor y yo nos fuimos distanciando gradualmente hasta que vino el golpe de Estado del 76 y entonces se produjo un desparramo total. Él se fue a estudiar a La Plata y yo me quedé acá. Néstor volvió a Santa Cruz en el 83, ya como abogado. Hacía como diez años que no nos

veíamos cuando un día apareció con un traje celeste, muy elegante, y bien peinado, ya sin la melena que solía gastar. Se acercó y me dijo: “¿Qué pasa, che, ya no me reconocés?”. A partir de ese momento nuestra relación se hizo más intensa dado que él venía a buscar su lugar y acá le costaba mucho encontrarlo porque el que copaba la parada era Arturo Puricelli. Además Néstor arrastraba la fama del montonerismo, por eso mucha gente le escapaba, incluso algunos que después serían beneficiados por él. Empezó a venir más seguido a casa y fundamos la Lista Blanca. Néstor, como presidente del Ateneo Juan Domingo Perón, ya empezaba a ser el comandante de esa historia. Ahí es cuando aparecen Ulloa, Barriguez y Quiñonez. Néstor empezó a trabajar en la Caja de Previsión Social durante el gobierno de Puricelli, pero estuvo un tiempito, no más en ese cargo. Hay versiones raras de por qué no duró mucho ahí. Lo cierto es que la enemistad entre Arturo y Néstor era muy grande. Al punto que la provincia estaba divida en dos y la mayor parte estaba tomada por Puricelli, que en ese momento era gobierno. La relación de fuerzas se fue equiparando a pesar de que el que estaba en el poder era Arturo. Me acuerdo que en esa época hubo una reunión en Gallegos entre Puricelli y Kirchner que duró siete horas. Los dos solos en una pieza. Qué se dijeron no sé, pero a partir de esa reunión cambió la historia de la provincia. Ricardo Jaime y Mariscalchi llegaron a Santa Cruz en un Fiat reventado, que daba lástima, y fueron al taller de Berrocal. Mientras les arreglaban el auto, Jaime le dijo que iban para Gallegos y le preguntó, con su acento cordobés, si había trabajo en la provincia. Berrocal asintió y Jaime quiso saber entonces cuál era el signo político que mandaba en Santa Cruz. “Acá somos peronistas”, le respondió Berrocal. “Entonces hagámonos peronistas y nos quedamos”, dijo Ricardo Jaime. Con Cristina tuve una primera época en la que nos entendimos bien, ella venía a mi casa, pero después ya nos relacionamos de mala manera. Nunca me gustó, nunca fue peronista. Es más, para mí Cristina es gorila, a diferencia de Néstor, de quien puedo decir que sí fue peronista porque no sólo lo expresaba, también lo sentía. Cristina se enojó mucho conmigo una vez que ella andaba con un tapado de piel blanco hasta el piso, muy llamativo, y yo le dije: “Cuidado que no te vaya a ver la Brigitte Bardot”. La Lupina era brava, no sabías cómo podía reaccionar cuando se ofendía, incluso podía llegar a pegarte una cachetada. La conocí bien porque cuando yo tenía la unidad básica en la parte de atrás de mi casa ella venía muy seguido y daba unos discursos brillantes, muy bien armados, con un léxico impresionante. Eso hay que reconocérselo: en cuanto a capacidad oratoria, ella siempre me gustó más que él. Néstor se trababa un poco y era más llano. Cristina, además, no necesitaba papeles para articular discursos notables. No le hace falta leerlos, improvisa. Ella siempre se caracterizó por esa habilidad oratoria. Y por su soberbia. Una tarde mi mujer acababa de volver del trabajo, rendida porque en esa época hacía doble turno, cuando Cristina vino de visita. Estaban conversando y en eso Cristina le dice: “¿Por qué no me hacés un té?”. “¿Por qué no te vas al carajo? —le contestó mi mujer, que no podía más del cansancio—. Parate y hacelo vos, ¿o no aprendiste todavía cómo se hace un té?”. Después de ese día, Cristina no vino más a casa y empezó a ir a lo de “Bochi” Sanfelicce. Ahí sí se encontró en su ambiente porque ahí son todos iguales a ella. Un día vino Varizat a decirme que Cristina me iba a llamar por teléfono a tal hora porque quería hablar conmigo. Ese día Néstor había venido mal, había estado muy indiferente con nosotros porque ya estaba armando la treta con Dovena, Acevedo, Arnold y dos o tres más. En esa llamada Cristina me pidió que no permitiera que Néstor se uniera con Dovena, a quien ella no podía ni ver. En ese momento ellos estaban armando el Frente para la Victoria. Néstor siempre buscó alianzas, como fueran, con tal de seguir avanzando. Cristina no estaba de

acuerdo con la construcción de ese frente. El día que se hizo la reunión para definir la situación sobre la conformación o no del FpV yo fui con la consigna de oponerme. Llevé conmigo a la gente de la unidad básica: Falcone, Surita y unos cuantos más. Ahí peleamos con Mirta Rearte, a tal punto que yo me levanté y me fui, junto con un importante número de compañeros que me siguieron, antes de que llegara Néstor. En esa reunión formaron el FpV. Al día siguiente Rafa Flores, que también había participado de la reunión, me quiso echar en cara que me había equivocado al irme. “La cagada se la mandaron ustedes —le contesté—, que a partir de ayer, con ese frente, empezaron la traición al peronismo”. Rafa insistió con que yo estaba equivocado. “Vos sí sos peronista —le dije—, pero a ese Ricardo Jaime, quién lo conoce”. Y lo dejé hablando solo. Ahí empezó la disputa y el enfrentamiento con Néstor, que en el 87 llegó a intendente. Néstor empezó a enfrentarse conmigo porque yo le decía las cosas como eran y, aunque nunca creí tener la verdad absoluta, siempre defendí mis opiniones hasta que me demostraran que estaba equivocado. Si bien es cierto que hubo mucha gente cercana a Néstor que le hizo daño, no es menos cierto que él consintió que se lo hicieran. Volví a relacionarme con Néstor cuando él era gobernador. Se acercó a conversar conmigo en varias oportunidades porque él quería hacer más alianzas. En ese momento había surgido el grupo de Del Val, en el que estaba Sergio Otero, a quien Néstor le tenía mucho respeto porque Sergio le había escrito a él la gran mayoría de sus discursos. La admiración de Néstor por Sergio llegaba a tal punto que lo sacó de la Justicia y se lo llevó a trabajar a su estudio jurídico de la calle 25 de Mayo. Lo instaló en la vieja casa paterna de los Kirchner, que estaba al lado del estudio, donde Otero se instaló con su pareja. Néstor y Cristina eran muy absorbentes. Una madrugada Cristina se metió en la pieza de Sergio, que estaba teniendo relaciones sexuales con su mujer. La pareja de Sergio se ofendió, agarró sus cosas y se fue. Y Sergio la siguió. Ahí se rompió todo y Néstor quedó en bolas. Era la época en que Néstor empezaba a tener grandes apetencias. Venía a la noche y te tocaba el timbre. Cuando me mandó a llamar a mí por intermedio de “Bochi” Sanfelicce era el momento en que el grupo de Del Val estaba creciendo. Me tuvo una semana pidiéndome que lo acompañara a varios lados sin decirme qué era lo que quería en realidad. “¿Qué necesitás?”, le preguntaba yo. “Vení, quedate conmigo —me decía—, necesito que me acompañes”. Estuve con él en el despacho de Gobierno, en la inauguración de algunas obras y en el bar Santa Cruz, donde conocí a De Vido, Zannini, Chávez y toda esa manga de corruptos. Me acuerdo que había que esperarlo a Néstor hasta las 12 y media porque a esa hora él recibía en el despacho la información del dinero que se había movido en la provincia durante el día. Eso era así todos los días. El encargado de pasarle el dato de lo que se había recaudado era Sanfelicce. Néstor tenía una libreta y ahí anotaba los números. “Bueno, hoy levantamos un poco más —decía Lupín—, pero todavía falta. Esto es como el colchoncito: hay que hacerlo de a poquito.” Al cabo de una semana me dijo lo que realmente quería: que yo hablara con Sergio Otero para ayudarlo a hacer las paces con él. Néstor estaba todo cagado y no se animaba a ir a buscarlo directamente. “Haceme la gauchada, así cierro el paquete”, me pedía. Fui a verlo a Otero y luego de la reticencia inicial al final cedió, así que, por intermedio de Sanfelicce, una mañana me reuní con Néstor para concertar el encuentro entre él y Otero. “Gracias, hermano”, me dijo Néstor y me dio un gran abrazo. La lógica de Kirchner era construir poder con el que fuera. Con el tiempo, yo fui atando cabos y me sentí usado. Él te usaba y después te descartaba cuando pensaba que no le servías más. Si bien no me arrepiento, lo cierto es que yo hice cosas que le terminaron sirviendo a otros. Después de ese encuentro que concerté entre Sergio y Néstor, vinieron las elecciones y Otero terminó como asesor en la Cámara de Diputados en Buenos Aires.

Néstor era monotemático, hablaba todo el tiempo de política. A lo sumo, charlaba un poco de Racing pero enseguida volvía a la política. Si te saturabas y le cambiabas de tema, él se ofendía porque lo interpretaba como una indiferencia de tu parte. Y cuando se topaba con alguien que le discutía, no le gustaba. Lo sé porque tuve varias agarradas con él. Participé en muchas cosas con Néstor, compartí algunas ideas, pero su forma de trabajo nunca me gustó. Yo no estaba dispuesto a supeditarme a su estilo dictatorial. Néstor era jodido con la guita, nunca puso un mango, y tenía un carácter difícil. Acá se ha comentado mucho de su maltrato a colaboradores. No era fácil de arrear y tenía la virtud de convencer a la gente de que él era de tal o cual forma aunque en realidad no era así. Podía hacerse pasar por quien no era y después volver a ser como era en realidad. Pero en el trato con quienes él respetaba, era un tipo agradable. Cuando andaba de visita por acá, venía a casa porque le gustaban las pizzas que hacía mi mujer y también iba a lo de Conrado Pérez porque le gustaban las empanadas que cocinaba su mujer, Ana Parnisari. Zannini, Jaime, De Vido, todos ésos aparecieron después. Los más allegados a Néstor en la primera época eran Cacho Vázquez, Ulloa y Quiñonez. Como Néstor quería llegar a toda costa, con el tiempo se fue rodeando de la peor mierda. Si algo le servía, lo usaba. Para él el FpV representó el vehículo que le permitió llegar adonde llegó. Como el peronismo solo no le bastaba para lograr su objetivo, decidió construir a través del FpV. Durante veinte años construyó el frente, experimentó, lo probó y lo consolidó. Néstor siempre tuvo en claro su objetivo. En 1985, una tarde nos llevó a Otero y a mí a un departamento que tenía en la calle Paraguay, en Buenos Aires. Era un piso completo, pero no estaba amueblado. Lo único que tenía era un paquete de yerba Piporé, su whisky, sus cajas de cigarrillos Jockey Club colorados (fumaba como un escuerzo) y un colchón. El departamento era grande, alrededor de cinco ambientes, y tenía detalles lujosos, como la grifería, etcétera. “¿Y vos para qué querés todo esto?”, le pregunté en un momento. Néstor vino, me abrazó y dijo: “Para cuando seamos presidente, Chulito”. En el 85 el tipo ya sabía que iba a ser presidente del país.

JUAN CARLOS BATAREV Vecino de infancia de Néstor Kirchner y ex legislador provincial por el PJ A Néstor lo conocí en el barrio. Yo vivía en la calle Tucumán, y él en la 25 de Mayo. Era cuatro años más grande que yo. A la vuelta de mi casa vivía Cacho Vázquez. Néstor y Cacho eran inseparables. Teníamos una relación casi familiar. El padre de Néstor había sido compañero de escuela de mi madre. Estoy hablando del Gallegos chico, de la época en que había cuatro o cinco mil habitantes y nos conocíamos todos. En política nunca estuve de acuerdo con Néstor, siempre discutimos, pertenecíamos a diferentes partes internas que eran completamente distintas. Empecé a trabajar realmente con él en 1995 cuando me ofreció, luego de una discusión que tuve con Puricelli, ser diputado provincial. El primer ofrecimiento me lo hizo a través de Eduardo Arnold y no acepté. Luego me llamó Néstor, entonces puse como condición que quedara en claro que yo no era del Frente para la Victoria sino peronista. Y él lo aceptó. “No te necesito como del Frente sino como militante peronista, que es lo que sos”, me dijo. Siempre me respetó ese espacio. Así que en base a eso construimos, aunque no sin muchas peleas porque la verdad es que siempre discutimos. Si en algo estuve de acuerdo con él es que, como siempre decía, con el peronismo solo no alcanzaba. En eso tenía razón. Lo cierto es que uno defiende el peronismo y que la

política tiene que ser del socio mayoritario. Y en este caso nosotros pasamos a ser, si bien poníamos toda la gente y la estructura, los menos escuchados y los menos representados dentro del FpV. ¿Por qué? Porque se formó en ese momento un ala muy pegada a Kirchner, encabezaba por Zannini y compañía, quienes, como todos saben en Santa Cruz, se afiliaron al peronismo para no tener problemas, pero en realidad ellos no son peronistas sino maoístas. Ésa es la diferencia que tuvieron con nosotros. Pero la verdad es que Lupín y algunos de sus colaboradores me respetaron muchísimo, así como también hubo algunos de ellos que no me respetaron y me hacían las mil y una con una metodología que es bastante perversa y dañina. Cada vez que vos lograbas algo, al otro día te lo ensuciaban y bastardeaban. Eso es una característica típica del FpV. Sacando eso, en líneas generales, la relación fue de respeto. Cacho Vázquez era el más peronista de todos ellos. Me acuerdo cuando en el barrio nos enseñaba las 20 verdades. Era el que más estaba en la unidad básica, el que llevaba la doctrina adentro. Creo que Néstor también era peronista, pero después fue cambiando. Ellos usaron al peronismo, al igual que Menem. Hoy vemos que el gobierno kirchnerista no es un gobierno peronista. Cuando planteo esto me dicen: “¿Y la Asignación Universal por Hijo?”. Correcto, ¿por qué no la convertimos en ley, entonces? Y por qué no le damos lo mismo al vecino de Santa Cruz que cobra un salario familiar de 720 pesos. Ésa era la cuestión que nosotros planteamos cuando estuvimos a cargo de la jefatura regional del ANSES. Acá, al que cobraba 4 mil pesos ya le bloqueaban el salario familiar. Y en Santa Cruz, por lo que valen incluso las cosas básicas, con 4 mil pesos no vive nadie. Nosotros presentamos todas estas cuestiones y, por supuesto, nos mataron. Hay cosas de la gestión kirchnerista que no tienen nada que ver con el peronismo, como lo que pasa con el ANSES, que hoy termina siendo una gran inmobiliaria o un gran banco y no se preocupa por pagar el 82% móvil a los jubilados, que no reciben un salario digno porque la mayoría de ellos sigue cobrando mal más allá de que por ley tenga dos aumentos al año. Algunos se enojaron conmigo cuando dije que Néstor había sido el mejor discípulo de Perón. Se enojaron porque esa gente, que está muy pegada al kirchnerismo, pensaba que Néstor era más grande que Perón. Entonces empezaron a hacer diferencias. Un día me llamaron para decirme que no dijera más que Néstor era el mejor discípulo de Perón. Cuando pregunté a qué se referían, resulta que un poco más y Néstor era Perón, y Cristina era Evita. El fanatismo de muchos de ellos llevó a que hubiera tanto odio entre el peronismo y el FpV. Néstor bautizó como Frente para la Victoria a la unión del Partido Justicialista con un sector del socialismo y algunos partidos vecinales. Pero él mismo siempre decía que ése era un nombre de fantasía porque en definitiva el que más aportaba en ese momento al Frente era el PJ. No cabe ninguna duda de que el FpV se formó en base al peronismo. Sin embargo, lamentablemente, los peronistas siempre estábamos a un costado. Nos usaban para los momentos en que se necesitaba firmar el Frente y ganar una elección, nada más. Fue muy evidente: cerraron el Partido Justicialista y sólo lo usaban para las elecciones. Creo que la estrategia de traer extrapartidarios en lugar de militar con los cuadros políticos del PJ en Santa Cruz es fruto de una forma distinta de hacer política. Me parecía que estaba bien, que había que tener una apertura para los distintos sectores, por eso acompañé. Pero no me gusta que sean tan fundamentalistas, porque en definitiva eso lleva al fundamentalismo que conduce actualmente. En el orden nacional ahora se están dando cuenta de que ya ni siquiera se puede pensar distinto. Cuando la escuchaba a la diputada Juliana Di Tullio, presidenta del bloque justicialista en la Cámara Alta, decir que ella no pensaba y que para ella lo importante era la directiva que le daban y punto, me preguntaba cómo puede ser que lleguen a ese extremo. Un militante que no piensa, deja automáticamente de ser militante y dirigente. Es absurdo. Uno tiene que pensar y también decir en qué temas tiene una opinión

diferente a la del resto. Digo esto porque parece una obviedad pero aparentemente no resulta tan obvio. Si bien gana el que tiene la mayoría, en el peronismo históricamente ha habido discusión porque es un movimiento. Y al considerar a lo largo del tiempo la relación entre el FpV y el PJ, resulta evidente que el kirchnerismo termina siendo una fuerza importante pero siempre a costillas del peronismo. Siempre recurre al peronismo y le pide auxilio, más allá de que ahora se haya inventado La Cámpora, porque el peronismo es lo que perdura en el tiempo. Nunca voy a olvidar una anécdota con Néstor el día que me llamó para retarme por una ley que había hecho yo y que había sido sancionada. En ese momento él era gobernador y yo miembro de la cámara de Diputados provincial. Kirchner vetó la ley pero además me citó en su despacho. Ese día discutimos bastante. Él tenía la costumbre de sacarse los mocasines debajo del escritorio, así que antes de irme le robé un zapato. Y cuando salí del despacho lo tiré adentro de un revistero. Justo ese día Néstor tenía que recibir al embajador de Austria, que estaba en la sala privada esperando a que saliera yo. Néstor estaba enojadísimo. Lo supe porque al rato me llamó el querido amigo Enrique Barría para decirme: “Che, dejate de joder, Juan Carlos, ¿dónde está el zapato?”. Como consecuencia de esa joda, Néstor estuvo seis meses sin hablarme. Me miraba y daba vuelta la cara. Cuando se enojaba era complicado. Néstor tenía algo muy rescatable y es que siempre quería mejorarse a sí mismo, tenía la decisión de estudiar permanentemente, por eso mandaba a todo el mundo a estudiar. Él tenía un círculo íntimo al que le exigía todo. También había otra gente a la que no respetaba. A muchos en general pero también a muchos de los propios, por eso nos tenía bronca a nosotros, a muchos de los que lo acompañamos en el Ateneo. Cuando quería ser déspota era déspota. Cuando llegué a la Cámara de Diputados de Santa Cruz, en diciembre de 1995, comprobé que la Cámara nunca le había hecho un homenaje a los desaparecidos. Entonces, a partir del año siguiente, empecé a hacerles el homenaje que se merecían todos los 24 de marzo. Un año le pusimos al recinto el nombre de Juan Carlos Rossel, y ese día Néstor no estuvo presente. Por eso me pone mal ver que ahora se hace todo un relato como si ellos fueran los inventores de los derechos humanos, esas cosas me tocan. Cuando Néstor fue gobernador, los únicos que ponían la cara para pedir justicia por los desaparecidos eran los partidos de izquierda y las agrupaciones peronistas. Néstor y Cristina nunca hicieron una manifestación pública al respecto. El manejo de los medios de comunicación que hoy vemos en el orden nacional es una práctica habitual del kirchnerismo. Casi todos los medios, gracias al direccionamiento de la pauta oficial, son como si fueran del gobierno. Es algo parecido a lo que Néstor hizo en Santa Cruz. La diferencia es que ahora sacaron una ley para legitimarlo. En definitiva la Ley de Medios, que debería ser buena para todos, termina cambiando un daño por otro, es decir, un multimedio como Clarín pasa a ser un multimedio del Estado. Más allá de que no tengan el nombre del Estado, los medios privados manejados por los empresarios amigos del gobierno hoy son mayoría. Todo queda al revés. Más allá de que nunca hay un medio que sea realmente independiente, hoy pasamos al otro extremo. No sé cuál fue el destino del dinero que recibió la provincia por las regalías mal liquidadas porque nosotros nunca lo manejamos. Eso siempre estuvo en manos de ellos. Los actores importantes en el manejo de esos fondos fueron Campillo, que era el ministro de Economía de Santa Cruz, y Zannini. Néstor tenía mucho carisma en la relación con la gente, todo el mundo le daba un beso, él se iba a charlar con los vecinos. Ese trato se lo ganó desde siempre: cuando se impuso como intendente, y después como gobernador. Era un tipo que todo el día atendía a la gente. Se

levantaba temprano y a las 8 de la mañana ya estaba en el despacho. Era un laburante de la política. Según García Pacheco, un profesor que tuvimos en común, Néstor siempre dijo que iba a ser presidente de la República. Todo el mundo lo ninguneaba a Néstor por sus problemas de visión y de dicción, pero él se impuso metas y las cumplió. Es para sacarse el sombrero. Kirchner nunca tuvo una relación cordial con la Iglesia. Hubo dos obispos que lo enfrentaron realmente y marcaron una férrea oposición a todo lo que Néstor hacía. También tuvo una relación muy complicada con el cura Juan y con los párrocos de barrio, que siempre le tiraban bastante porquería. Aleman fue el primer obispo con el que tuvo problemas. Y a Romanín le hicieron la guerra desde Buenos Aires. Con Cristina nunca tuve relación. Lo único que puedo decir es que lo que está haciendo en la presidencia no es el proyecto que se soñó. Esto es completamente distinto a lo que habíamos hablado cuando todo el mundo decía que iba a ser un cambio fundamental. En los últimos tres años de su vida, perdí el contacto con Néstor. No sé qué pasó, pero desde que Cristina asumió la presidencia ya casi no nos vimos. A partir de 2007 el contacto pasó a ser más esporádico. Cuando yo iba a Buenos Aires, él me atendía, pero después ya no lo pude ver más. Néstor me había puesto como gerente regional de la ANSES. Después yo elegí estar con el peronismo y lo acompañé a Daniel Peralta como vicepresidente del partido. Eso determinó que me desplazaran de mi cargo y que finalmente me echaran. Néstor era complicado con la plata. Siempre lo fue. Para sacarle un mango había que sudar la gota gorda, era duro de roer. Se levantaba antes de la mesa para no pagar el café, siempre lo pagaba otro. Nunca entendí eso de tener tanta plata y no disfrutarla, pero ésas ya son cuestiones de su vida privada. En cuanto a la corrupción, ya será la Justicia la que tendrá que pronunciarse al respecto. Lo que yo veo es que hay mucha gente que debería vivir como nosotros y sin embargo viven muy pero muy bien, demasiado. Es evidente que con un cargo de ministro, secretario o director no se puede hacer la plata que ellos han hecho. Viven en departamentos en Puerto Madero, en mansiones con pileta de natación en las mejores zonas de Buenos Aires, y encima te quieren dar órdenes desde allá. Todavía tengo trato con gente del Ateneo Juan Domingo Perón. Sobre todo con Tito Mignone, que fue uno de sus fundadores y sin embargo no está con los del FpV sino con nosotros. Con los del Frente duro no tenemos mucha afinidad porque, para mí, no son peronistas. Una de las cosas que nunca me gustó del kirchnerismo es la dádiva. Eso de darles a los trabajadores un aumento de 100 pesos a fin de año como si se tratara de Papá Noel que te trae un regalo. En la década del 90, cuando un peso era un dólar, se podría haber puesto a Santa Cruz de pie. Y sin embargo no se hizo. La característica de la década del 90 en Santa Cruz, cuando Kirchner gobernaba la provincia, era la misma que hoy vemos a nivel nacional con los planes sociales. Me acuerdo que durante una reunión de un consejo local en 28 de Noviembre un paisano dijo: “Sí, sí, todo muy lindo con esos planes sociales, los PRENO, los PRES, los PUC y la puta que los parió. Pero yo gano 120 pesos”. Es mentira que en esa época no había plata en la provincia. Todo ese engendro de los 90 fue una forma de hacer clientelismo político. Y en 2007, a raíz de todos los problemas sociales que hubo, tuvieron que ir a buscarlo a Peralta para que compusiera la cosa. Ese relato del Estado promotor sobre el que tanto hacía hincapié Néstor en la década del 90 va a contra mano de la realidad que vivía Santa Cruz. No se puede tener a la gente cautiva. Había un muchacho que estaba muy pegado a Kirchner y que tenía unas ochocientas o novecientas personas que le respondían. En el momento en que Sergio Acevedo los pasó a

planta se terminó el negocio del dirigente con los militantes. Eso es clientelismo. Esa gente cobraba 250 pesos. Es una realidad completamente distinta. Acá había gente que vivía muy bien a costillas de otros que pasaban muchas penurias. Ésa es la diferencia que tiene el peronismo con el Frente para la Victoria. En Santa Cruz algunos funcionarios y sus colaboradores de confianza se hicieron millonarios con la obra pública. Hubo mucho sobreprecio. Una casa no podía costar lo que decían que costaba. Si le hubiéramos dado un crédito al beneficiario, la casa le habría costado la mitad. Pero esto no se pudo comprobar, entre otras cosas, porque en la Cámara nunca tuvimos las manos necesarias para exigir cuentas. Como no teníamos poder para discutir el tema, nunca pudimos llevarlo al recinto. Siempre se dijo que el gobierno de Kirchner nunca respetó las minorías. Y quedó demostrado con la inclusión de la figura del diputado por pueblo. Zannini es uno de los grandes culpables de todo esto. Es más, Zannini hizo el cambio de la carta orgánica del Partido Justicialista. Y nosotros estábamos mejor con el 30% de la minoría, que nos integraba las listas, que con esta carta que tenemos ahora. Es una metodología completamente distinta a la que el peronismo siempre pregonó. Kirchner siempre quiso integrar pero fue dejando de lado, de acuerdo con las condiciones que se le fueron presentando, muchas cuestiones que tenían que ver con esa forma de entender la política. En definitiva, Néstor era un animal político, vivía para la política porque no concebía la vida de otra forma.

DOÑA MARÍA SANZ DE PORTELA Maestra de Kirchner en la escuela primaria Néstor Kirchner fue alumno mío en 3er grado, en la década del 50, cuando me mudé de Ushuaia a Río Gallegos y me designaron en la Escuela Nº 1. A él le estaban haciendo unas operaciones en la nariz o en la garganta porque tenía problemas de dicción. Conocí a su mamá, María, y también a su papá, ambos maravillosos, muy seguidores de los chicos como alumnos. Al cabo de ese año lectivo me fui de la Escuela Nº 1 y pasé a la Nº 10, donde me nombraron directora, y todos mis alumnos de 3er grado se cambiaron a mi nueva escuela. Con Kirchner estaban Rafael Flores y Carlos Viele, entre otros. Kirchner era muy buen alumno en matemáticas, excelente diría yo. No así en lenguas porque él tenía ese problemita para hablar. Aparte de eso, siempre estaba impecable, con los deberes hechos todos los días porque la mamá y la hermana lo seguían mucho. Tenía muy buena relación con su hermana Alicia. Y su mamá fue una madre que siempre estuvo muy presente. Su padre era un hombre muy trabajador, tenía un puesto en el Correo y además una pequeña fábrica de café en su casa. Era muy amable, muy correcto. Néstor se comportaba como todos los chicos a esa edad: unas veces bien y otras mal. Él tenía entonces alrededor de 10 años. Vivíamos en el mismo barrio y además era compañero de mi hija Susana. Era casi uno más de la familia. Kirchner era un chico muy amiguero y, como todos, hacía diabluras. Pero era excelente en matemáticas. Claro, donde no tenía que escribir… Los chicos le hacían burlas cuando él hablaba. Ese defecto me parece que influyó en su personalidad. Néstor cursó el secundario con mi hija y me contaban que estaba enamorado de ella. Fue un chico muy estudioso, revoltoso pero no cansador. Después me fui a vivir a Mar del Plata y

perdí la relación con él, con su familia y con todas mis amigas de Gallegos. Cuando me fui de Gallegos nadie de la familia Kirchner era peronista. Eran todos radicales. Recuerdo que durante el secundario, Néstor y la mayoría de sus compañeros eran radicales.

MERCEDES “MECHA” CABRAL Vecina de Caleta Olivia y militante peronista de la década del 70 Néstor Kirchner apareció en el 83. Durante la primera etapa, la más dura, jamás escuché su nombre. Néstor apareció cuando en Río Gallegos se formaron tres grupos: el de Arturo Puricelli, que era la coordinadora Lista Verde y ya tenía hasta los colores para ir a las elecciones, el grupo de Kirchner, que era la Lista Blanca, y un tercer grupo con mayoría gremial. Nosotros arreglamos con Puricelli, que era un compañero peronista puro, cariñoso, y empezamos la campaña. Arturo se impuso a Néstor en esa elección y ganó la interna. Conocí a Néstor y a Cristina cuando empezamos a ir a los congresos para acomodar las minorías. La lista de Kirchner no tenía consenso ni despertaba simpatía porque él no había tenido ninguna militancia durante el proceso militar. Puricelli, en cambio, sí podía mostrar los méritos que tenía y lo que había padecido durante la dictadura. Sobre Néstor se decía de todo… Él armó el Ateneo, que era un nucleamiento de minorías. En esa época me llamó la atención la inteligencia y la dialéctica de Cristina, su belleza, su elegancia. Arturo ganó las elecciones, asumió y le ofreció una de las cajas a Kirchner. Lo hizo por tener una gentileza con él y porque tenía una gran disposición para que volvieran todos. Pero al asumir en una de las cajas, Néstor ya mostró la hilacha y se mandó la primera picardía o maldad. Arturo había unificado el fondo, es decir, había juntado a todos los entes autárquicos y había hecho una sola representación. ¿Qué hizo Kirchner? Sacó una solicitada en el diario en la que presentaba su renuncia, alegando que se trataba de un manejo incorrecto, y despotricaba contra el bono unificado. Sin embargo años después, cuando asumió como gobernador, Kirchner podría haber impulsado una modificación en ese sentido y no cambió ni una coma: al contrario, metió mano en esos fondos para financiar su campaña. Cuando Puricelli terminó su mandato, se llamó a elecciones de senadores y Kirchner le ofreció la candidatura para entrar al Senado al compañero Felipe Ludueña, un luchador de toda la vida. Kirchner le hizo ese ofrecimiento a Ludueña para torcerle el brazo a Puricelli. A nosotros nos pareció justo que un luchador como Felipe tuviera la oportunidad de ser senador antes de irse de este mundo. De esta forma, sin querer, por cariño a Felipe, nosotros le fuimos a aportar fuerza a la Lista Blanca y entonces, de la noche a la mañana, Néstor había ganado una interna que jamás en la vida hubiera ganado porque no tenía consenso, no era simpático ni agradable. Cristina, al igual que él, también era soberbia. No sé si se trataba de una autodefensa pero ella tenía esa actitud. Había cosas de Néstor que no me gustaban, como el tema de las Casitas y esas cosas patológicas. Cómo puede ser que un gobernador, como en ese momento era Kirchner, propicie todo eso. Me acuerdo cuando leí en un diario de Buenos Aires: “Prostitución en Río Gallegos por menores de edad”. Después fui de sorpresa en sorpresa. Habíamos ganado, en gran medida, gracias a los votos que aportó Felipe, que en ese entonces tenía 400 votos dulces sobre un total de tres mil habitantes aproximadamente. Cuando llegó la hora de hacer la lista, las mujeres del barrio de Mirta Rearte, después de la hazaña que habíamos hecho, me mandaron a mí de vocera para pedir el cupo. Yo no iba a pedirlo para mí sino para Mirta, que

había trabajado tanto y era la que nos había llevado a todas las que aportamos los votos y los avales para ganar. Fui a una reunión que se hizo en el departamento que Ricardo Jaime tenía en el barrio Gobernador Gregores. A la hora de hacer mi exposición planteé que queríamos el lugar y le dije a Néstor: “Como vos siempre interpretas las cosas de una manera muy especial, desde ya te digo que lo que queremos hacer es una rosca de mujeres porque hemos trabajado mucho y nos merecemos ese espacio y queremos que Mirta sea la elegida.” Estábamos bien informadas, sabíamos que había nueve cargos hacia abajo. Y yo le dije a Néstor que en ese momento había treinta o cuarenta mujeres que estaban esperando que yo les llevara noticias. “No —me contestó—, qué cuarenta mujeres ni nada. Acá, mujeres preparadas para esto, son mi hermana y mi señora. De ahí para abajo lo que hay es lo que hay”. Me fui furiosa de esa reunión porque sabía que mis compañeras me estaban esperando llenas de ilusiones. Le dije a Néstor que no le iba a consensuar la lista. En ese momento rompí lanzas y no volví más hasta que vinieron a buscarme de la lista Celeste 2. Más que tomar una postura, lo que hizo Cristina con el tema de la ley de cupo fue una trampa. Esa ley la hizo Florentina Miranda, que era radical, y estaba muy bien escrita. Cristina, al verse superada, impuso el 30% de espacios en las listas y recurrió a un eufemismo al usar la palabra “expectable”, con lo cual nos perjudicó a todas. El reglamento peronista establecía que correspondía un 25% a la rama política, 25% a la gremial, 25% a la juventud y 25% a las mujeres. Pero Cristina nos dijo que estábamos mal informadas con respecto a la participación de Evita y que había sido el General Perón el que había inspirado las decisiones del reglamento. Después hay otros temas, además de las Casitas y del estilo autoritario, que tampoco me gustan, como es el caso del enriquecimiento ilícito. Lo vi con mis propios ojos en Chubut, donde está a la vista de todos: ellos son dueños de un lago, hoteles, lanchas y de todo un paraíso precioso. Ahí hay un tipo que se dio el lujo de renunciar al cargo que tenía en la provincia para dedicarse a ser empresario. En realidad se trata de una banda porque ellos siempre tuvieron la tendencia de organizarse en bandita, y ahí no entra nadie. Para estar con ellos tenés que venderle el alma al diablo. Y no quiero mencionar a los que están en Esquel, para el lado de la cordillera, donde tienen las cabañas. También está el tema de las obras mal hechas y de las que nunca hicieron. Por ejemplo el caso de ese puerto inconsulto, donde los únicos que obtienen una ganancia son los que dragan, y su polémica ampliación. O el hecho vergonzoso de que todavía no tenemos agua corriente. Uno sufre y se siente estafado. Te cobran el agua y resulta que el agua no tiene presión para subir, por lo que uno tiene que recurrir a una bomba y gastar dinero en electricidad. Hace más de cincuenta años que vivo acá, y no puedo dejar de preguntarme cómo puede ser que hay quienes ya estamos cerca de irnos de este mundo y seguimos esperando el agua corriente. Con enorme dolor digo que en la década del 80 le entregamos al kirchnerismo una ciudad ordenada, bonita, con un mar impecable y playas hermosas, pero ellos la convirtieron en un infierno que da pena y donde se sufre enormemente. Kirchner decía que gracias a la obra del acueducto no íbamos a tener inconvenientes durante por lo menos cien años. Pero acá hay algo más grave: el lago Musters. Un compañero me llevó a ver el sector del lago de donde se extrae el agua. Es como para poner a los chiquitos de segundo grado a que dibujen el lago y los tres acueductos en un pizarrón. En Rada Tilly, la municipalidad informó en dos oportunidades que de tal hora a tal otra iban a sellar pero no porque se rompiera el acueducto sino porque el acueducto está hecho con material de la peor calidad. Se hizo con todo tipo de ineficiencias, y eso está a la vista. Y ahora la gente pide un acueducto paralelo. Eso es una vergüenza. Y lo peor es que jamás nos han convocado para consultarnos ni nos han valorado en nada. Otra cosa que me da mucha

bronca de este gobierno es la experiencia del divisionismo que vivimos: dividir para reinar. La situación es terrible. Tenemos una vida miserable, cruenta, a la que se le suma la desgracia de tener el hospital colapsado y el problema de las obras sociales, que afecta a la población en la medida en que no cuenta con la tranquilidad y la cobertura médica que debería tener. Néstor era una persona con ambiciones desmedidas, desaforadas, que tenía inclinación a armar sus camarillas y favorecer a sus colaboradores, una persona que tenía la costumbre de no escuchar a nadie y hacer las cosas por su propia cuenta. Me pregunto cómo puede ser que en Buenos Aires no se enteraran de nada de lo que pasaba en Santa Cruz, si cuando Néstor llegó al poder ya estábamos en la era de las comunicaciones. Aún hoy hay muchas cosas que en Buenos Aires se ignoran. Ellos mienten que esto es un paraíso, que hay trabajo, que se vive bien, y en el resto del país les creen ese cuento de hadas. ¿Quién está al tanto de lo que se hizo acá con el puerto? ¿O de la contaminación del mar con los residuos que se tiran? Cuando vine con mis padres a vivir a la orilla del mar, comíamos de los frutos del mar tres días por semana. Si ahora uno va a meterse ahí, sale lleno de bacterias y va a parar al hospital. Hay un sinnúmero de cosas que acá se saben y en Buenos Aires se callan. En los noticieros se escuchan cosas que no se pueden creer. A mí un día me sorprendió un médico que se sentó en un programa y dijo: “El presidente tiene una salud excelente”, y se puso a hablar de la fortaleza física de Kirchner mientras que acá sabíamos que tenía una enfermedad que día a día se lo estaba llevando. La tendencia dictatorial de ellos se evidencia también en esa costumbre de imponerle a la gente los homenajes permanentes: calle Kirchner, plaza Kirchner, escuela Kirchner, etcétera. Del mismo modo, la reforma de la Constitución provincial demuestra que no son generosos ni participativos. Para la Convención Constituyente del 94 Néstor armó un grupo de auditores y chupamedias que avalaran esa mezquindad de establecer que haya veinticuatro diputados peronistas (peronistas entre comillas) y dos de la oposición. Ese tipo de cosas dividen a la gente. Yo la observaba a Cristina y admiraba su belleza, pero me parece que era una mujer sometida. Después de que él murió, ella tuvo la capacidad de cambiar su forma de ser. Él era dictatorial y hasta irrespetuoso con los demás. O estabas con él o te hacía sentir tan mal como pudiera. No tenía piedad de nadie. Ella podría haber hecho un brillante gobierno, si se hubiera puesto las calzas antes. Lo peor en los más de cincuenta años que llevo viviendo en el Sur es la entrega de YPF, en la década del 90. Es un dolor que no te abandona. La venta de YPF fue un negociado de Kirchner porque ellos arreglaron la entrega a cambio de nada en lo que respecta a los trabajadores. Los habitantes de Santa Cruz no recibimos nada a cambio del tesoro más grande que teníamos. Y esa pérdida, desde luego, no sólo involucra a los santacruceños sino a todos los argentinos. Es evidente que Kirchner y su entorno querían enriquecerse porque después de la venta nunca se supo adónde fueron a parar esas grandes sumas de dinero. Estuve en un cabildo abierto donde se pronunció un grupo de compañeros que se sentía desvalido porque quien fogoneaba la entrega de YPF era paradójicamente el gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner, ese santacruceño al cual, en nuestro deseo de reivindicar a Felipe Ludueña, habíamos hecho llegar a la gobernación. Nos sentíamos traicionados porque para nosotros YPF era una madre que te administraba, que te protegía en todo sentido. Y a partir de la perdida de YPF las cosas se fueron desgastando entre el rencor social y la pobreza. Todo se había roto y no había ánimo para volver a empezar. Todo empezó a andar mal en una ciudad que tiene muy bajo voltaje de luz y en la que a la noche andamos casi en la oscuridad. En ese tiempo Cristina estaba de presidenta en la Cámara de Diputados y, contra la esperanza de que una mujer demostrara más ternura y sentido común, logró que todos

firmaran y se enviara a Buenos Aires la aprobación de la venta. Ella logró que los legisladores que representaban a Santa Cruz votaran a favor de la entrega, lisa y llana, de YPF. Una vergüenza. Los Kirchner propiciaron la caída de dos gobernadores en Santa Cruz: la de Ricardo del Val, en 1990, y la de Sergio Acevedo en 2006. Y actualmente, con semejante vendaval en el despacho, me parece un milagro que Daniel Peralta todavía se mantenga en el sillón de la gobernación. No puede ser que, cada vez que se les ocurra, ellos hagan lo que quieran. Retomo el caso de la Constitución porque con esa reforma ellos lograron hacer una especie de monarquía. Estos veinte años de hegemonía kirchnerista fueron terribles para la provincia. Por eso es fundamental que abramos los ojos y no tengamos miedo, que no nos dejemos intimidar por La Cámpora y por esos grupos que los amigos y beneficiarios de Kirchner arman para difundir el temor. Durante más de cuarenta años formé parte de un grupo de amigas que nos juntábamos a jugar a la canasta. Cuando empecé a ver cosas del kirchnerismo que no me gustaban, las comenté en los encuentros con esas amigas y no tuve reparos en criticar al gobierno. Como al parecer la información siempre llega de algún lado u otro, al poco tiempo mis compañeras de juego empezaron a recibir, quien más, quien menos, distintos tipos de beneficios: un trabajo para la hija de tal o cual, dinero para los hijos de la dueña de casa, que son empresarios, y así sucesivamente. Entonces yo empecé a molestar. Me di cuenta de que algunas hasta cambiaron el número de teléfono. Llegó un momento en que fue tanta la presión y el sufrimiento que un día les dije: “Bueno, chicas, me despido de ustedes”. Pensé incluso en presentar un proyecto para que los concejales declaren al grupo de interés municipal. No podía creer que un grupo que se mantuvo unido durante cuarenta años se termine rompiendo por el egoísmo de un gobierno con veleidades de reyes o virreyes. Finalmente les dije a mis compañeras de juego: “Espero que el domingo, cuando yo ya no esté, la llamen a Cristina para que venga a ocupar mi lugar en la mesa”. Y no volví más. Fue muy doloroso. Pero eso que me pasó a mí es apenas un caso entre tantas divisiones, entre tanto olvido. En la construcción política que ha hecho el kirchnerismo en Santa Cruz, que no difiere de la que hizo a nivel nacional, hubo un marcado desprecio hacia el militante y los cuadros políticos. Siempre recurrieron a esa práctica. Pero eso lo hacen después de que te usan bien usado y te exprimen hasta la última gota. Una vez que te entregaste y te dejaste deslumbrar por la promesa de una propuesta transformadora, que nunca se cumple, entonces viene el desprecio. Y te llevas las grandes decepciones. Muchas cosas se dijeron de Néstor, incluso que era masón. Yo creo que fue un hombre desaforado, con gran habilidad para construir poder político y que no reparaba en la forma de lograrlo, pero sobre todo creo que fue un hombre desmedido en su ambición que si bien llegó a la cima no supo comprender que nadie es eterno.

TESTIMONIOS DE POLÍTICOS QUE LE DISPUTARON EL PODER A KIRCHNER EN SANTA CRUZ

Entrevistas de Oscar Muiño

RAFAEL FLORES Néstor Kirchner y Rafael Flores cumplen años el 25 de febrero. En 1950 nació Kirchner, en 1951 Flores. Sin embargo no eran amigos. Las familias cultivaban circuitos diferentes. Rafael Flores debió haber sido radical. Para su tía Ángela Sureda —la hermana soltera de su madre — era el hijo que nunca tuvo. Ángela fue intendenta de Río Gallegos y dos veces candidata a gobernadora de Santa Cruz. En casa de los Flores era habitual escuchar la Marcha de la Revolución Libertadora Me molestaba el anti peronismo de mi familia. Me voy a hacer el secundario pupilo al Colegio San Albano de Lomas de Zamora. Y después, a La Plata. Yo me hice peronista ahí, en la Facultad de Derecho. En cambio, Kirchner llegó siendo peronista. Recién lo trato a Kirchner con frecuencia en la Universidad. Primero era periférico, después se integró al grupo nuestro, que se llamaba FURN, Federación Universitaria para la Revolución Nacional. Hacía carteles, venía a los actos. Éramos pocos, unos veinte militantes activos. Kirchner era un tipo activo, de base. Pero no era alguien con quien yo me fuera a tomar unos vinos. A Cristina Fernández la conocí en la Facultad de Derecho; la veía con Néstor alguna vez. Ella jamás militó en ninguna agrupación en La Plata. Kirchner no se caracterizó por el debate ideológico. Nunca leyó nada en su vida. Y le molestaban los alardes de suficiencia intelectual. Cristina leyó un poquito más, sobre todo la solapa de los libros. Con Lupín quisimos armar una casa de estudiantes santacruceños en La Plata. Duró muy poquito. El que era una referencia era Kunkel, que ya no estaba en FURN sino en la Juventud Peronista de La Plata. Kirchner marcha con nosotros el 20 de noviembre de 1972, en el primer regreso de Perón. Y vuelve a marchar en junio del 73, cuando la masacre de Ezeiza. Él militó poco tiempo con nosotros. Deja de venir a las reuniones, creo que se va después de Ezeiza. Se va junto con otros, como “el Cuto” Moreno. Teníamos un amigo, Juan Carlos Conochiadi, “el Rata”. Él era de De Vedia, cerca de Junín, y había estado con nosotros en La Plata. En alguna época inclusive compartió departamento con Néstor. “El Rata” seguía con nosotros en FURN-JUP (Juventud Universitaria Peronista). Y Kirchner lo lleva a Gallegos en el 73-74 para dar una charla en una unidad básica de la Tendencia. Yo los quería matar a los dos. Al Rata le hicimos una severa reprimenda. Para colmo, se había levantado a una prima mía… ¡esas cosas no se hacen! Kirchner ya no militaba con nosotros pero quería que alguna gente pensara que seguía militando ahí. Lo sembraba como cosa no dicha, como que en algo andaba sin que se supiera bien en qué. Y en aquellos días no se podía decir mucho así que resultaba muy creíble. Eso te lo define al tipo: dar la imagen de que algo tenía que ver cuando en realidad ya no tenía nada que ver. Nosotros decíamos en joda que Lupín iba a la facultad, levantaba todos los volantes que había en el suelo y después los llevaba a Gallegos, los mostraba y decía: “Todo esto lo escribí yo”. Kirchner actuó siempre como si hubiera estado en un lugar en el que no se animó a estar. A lo mejor tenía razón en no haber estado, pero el sugería que sí había estado. Toda su vida fue así. Eran tiempos difíciles, me acuerdo que en una elección estudiantil había una papeleta que no tenía candidatos, sino la sigla AAA (Alianza Anticomunista Argentina) con cuatro nombres marcados con una cruz: Federico Storani de la Franja Morada y tres de la Juventud Universitaria Peronista: Daniel Di Nella, Domingo Alconada y Rafael Flores. Era como una

condena a muerte: Di Nella y Alconada desaparecieron, Storani y yo sobrevivimos. Yo me quedé en la JP pero estaba cada vez más en desacuerdo. Me estaban haciendo un juicio interno. Y un día me encontré a mí mismo dando una vuelta por el Parque Saavedra de La Plata con un revólver calibre 32 corto amartillado en el bolsillo. Yo no sabía contra quién lo iba a usar: si contra la represión o contra la organización si me condenaba a muerte. “Esto es loco”, pensé. Tiré el revólver en un tacho de basura y en octubre de 1976 me volví a Río Gallegos. Kirchner ya estaba en Gallegos. Nadie militaba, ni él ni yo. No se podía. Yo me puse a trabajar en el estudio jurídico de mi tía Ángela Sureda. Kirchner armó su estudio jurídico con Cristina, que todavía no se había recibido. Ahí se dedicaron a cobrar deudas. En esa época no existían las tarjetas de crédito, la gente compraba en cuotas. Y firmaba pagarés. Cuando dejaba de pagar, los acreedores lo contrataban a Kirchner. Kirchner lograba cobrar, pero no daba los pagarés. Anotaba cada pago en un cuaderno. Cuando la gente dejaba de pagar —porque muchas veces era así, pagaban algunas cuotas y después dejaban de pagar— entonces Kirchner les ejecutaba toda la deuda. También las cuotas pagadas, porque los deudores no tenían recibos del pago hecho. Ahí yo defendí a una señora; se llamaba Victoria de Asset, creo. Le querían ejecutar una hipoteca por un crédito hipotecario bajo la circular 1.050. Era un caso de usura de acá al Japón. Una grosería. Entonces yo presenté un escrito y comparé lo que pedía Kirchner con lo que hacía Shylock en el Mercader de Venecia. Yo decía, igual que Shakespeare, que lo único que faltaba era que a mi cliente le sacaran una onza de carne. El juez me retó. Poco después yo la encontré a Cristina en el juzgado, hojeando el expediente. Le pedí perdón por esa comparación: “Estuve como la mona —le dije— pero igual quiero preguntarte: ¿Por qué ustedes hacen esto? Si saben que esta mujer había pagado la deuda, aunque no tuviera la constancia”. Y ella me dio la famosa contestación: “Porque para hacer política hace falta plata”. Por suerte, había indicios fuertes de pago; a esa señora la pudimos salvar y retuvo su casa. Pero la mayoría de los casos los teníamos que rechazar. Preguntábamos y los deudores nos contestaban lo mismo: “Pagamos y los comprobantes están en el estudio jurídico”. Ahí nosotros les decíamos: “Entonces no los podemos defender, no tienen más remedio que pagar”. No tenían comprobantes, ni recibo, ni nada. Era gente sencilla, que en general no reaccionaba. Salvo uno de Fuerza Aérea que les puso una bomba. Además eran tiempos de dictadura, no se podía protestar mucho. Pero ellos supieron salir a tiempo. En el 82 los Kirchner ya no lo hacían más. Igual no eran gente muy rica. Tenían muchas propiedades pero eran chiquitas, muy pequeñas. Ellos tenían un buen pasar pero no eran ricos. En 1991, cuando Néstor ya era gobernador y había pasado por la intendencia, todavía vivían en una casa bastante sencilla; es donde hoy levantaron la casa descomunal que tiene Máximo, el hijo. Durante la Guerra de Malvinas viene a Río Gallegos un general Guerrero. Y Guerrero tiene una reunión para explicar Malvinas con el Ateneo Juan Domingo Perón en Gallegos. Al Ateneo lo habían fundado Kirchner con su tío Manuel López Lestón y su cuñado “el Bombón” Mercado, jefe del SUPE en el Sur. Es la foto famosa que se conoce de ese encuentro. Guerrero va a ser después procesado por violaciones a los derechos humanos. En 1983 Alfonsín denuncia el pacto militar-sindical. Se arma un terrible despelote. Y como figura del pacto, nombra a Rodolfo “Fito” Ponce, del gremio de Elevadores de Granos. Fito Ponce no sólo era la mano derecha de Diego Ibáñez. Había sido la cabeza de la Triple A en Bahía Blanca. Pero igual Néstor y Cristina lo llevan a Gallegos y a Río Turbio y le hacen actos de desagravio. Cuando vuelve la actividad política los dos nos afiliamos al PJ. Ahí ya convivíamos con Lupo, tengo más trato con él que antes. Yo lo veía siempre como un tipo muy decidido. También como alguien a quien nunca le podés creer ni confiar del todo. Un tipo hermético, que

siempre se guardaba algo, nunca te contaba todo. Él se seguía reuniendo con amigos del colegio secundario y que también habían militado en la JP, como Cacho Vázquez. Cuando llegan las internas del 83 yo había armado la Unidad Básica Juan Perón. Lo apoyamos a Puricelli, que ganó la interna con la Lista Verde y quedó como candidato a gobernador. Otros justicialistas armaron una lista que quedó segunda. Kirchner fue a la interna con la Lista Blanca y quedó tercero. Igual trabajó para la elección general del 83, para Lúder y para Puricelli. Cuando ganamos la provincial, Cristina tuvo una planta permanente categoría 24, la más alta, como asesora del Ministerio de Educación. Kirchner va como presidente de la Caja de Previsión Social. Ahí empieza a abrir locales de la Caja de Previsión Social y a poner gente de él, hasta que Puricelli lo echa. Fue en 1984. En el 85 yo también me separo de Puricelli. Con Marcelo Cepernic, que era intendente de Gallegos, armamos el Movimiento Renovador Peronista, el MRP. Igual, la interna la vuelve a ganar Puricelli con Daniel Peralta. Pero en 1985 boicoteamos la campaña del PJ, a diferencia del 83. Y el radicalismo gana en Santa Cruz. Un año después empezamos a buscar un acercamiento con Kirchner para aliarnos y ganarle a Puricelli. En esa época en Santa Cruz el gobernador no podía ser reelecto ni había ambiente reeleccionista. Se produce un episodio que va a marcar para siempre mi relación con los Kirchner. Un amigo común arma una comida entre Kirchner y yo. Néstor me plantea una alianza para 1987 con él de gobernador. Yo acepté. Fijamos condiciones sobre cómo repartir las listas, los espacios de poder, todo. Hasta que él planteó llevar a Cristina como candidata a diputada provincial. Yo le dije que eso no, que no podíamos dar esa imagen que una familia está en todos los cargos. Él aceptó. Yo iba de diputado nacional o senador nacional, no me acuerdo. Era un pacto que tenía toda la racionalidad. Pero pasa algo que en política es fatal y ni te digo en el peronismo: mi gente objeta el acuerdo. Todos me plantean que el candidato a gobernador tengo que ser yo. Sergio Acevedo, intendente de Pico Truncado, tenía el liderazgo de nuestro movimiento en el norte de la provincia, Caleta Olivia, Las Heras. Insistían que el candidato a gobernador tenía que ser yo. Les contesté que no teníamos plata mientras Kirchner tenía toda la plata del SUPE. Les dije que iba a ganar Puricelli; que si rompíamos, Kirchner iba a salir segundo y nosotros terceros. Me contestaron que si el candidato era yo, todo bien. Pero que a Kirchner no lo iban a apoyar. Que preferían volver con Puricelli. No lo podían ni ver a Kirchner, porque decían que con él te subordinabas o te subordinabas. “Nunca nos vamos a ir con este tipo”, dijeron. No entraba en la cabeza de nadie. Nos quedamos en casa discutiendo hasta las cinco de la madrugada. No los convencí. Cristina y Kirchner nunca creyeron que esto fuera cierto. Siempre estuvieron convencidos de que había sido una maniobra maquiavélica para llevarlos a ellos atrás mío. Así que cuando nos juntamos en el mismo restaurante y yo le dije que el acuerdo no iba porque mi movimiento no quería, Kirchner se enfureció. “¡Vos nos diste tu palabra! ¡Yo ya bajé esto y ahora me venís con que no se hace!” La verdad es que Kirchner siempre cumplía los acuerdos. Después te cagaba, pero el acuerdo original lo cumplía. Vamos a internas separados. Yo de candidato a gobernador contra Del Val, que era el candidato de Puricelli. Pierdo por poco. Kirchner no se presenta para gobernador, sino va como candidato a intendente de Gallegos. Y gana. La gobernación de Del Val era un desastre. Fijate que usó las máquinas de Vialidad para arreglar los caminos de su estancia. Hoy puede parecer una boludez, pero en esa época cayó muy mal. A pesar de aquella ruptura, Kirchner vino a un congreso de la Renovación Peronista. Mantenemos nuestros espacios separados pero con algunos puntos en común. Dovena, por ejemplo, milita conmigo pero era bastante amigo de Kirchner. Vamos a una interna para senador nacional. Nosotros llevamos a Eduardo Arnold y Kirchner a Felipe Ludueña, un viejo dirigente del SUPE. Gana Ludueña con el apoyo del gremio petrolero. Pero como la elección

era indirecta, el oficialismo de Del Val y el movimiento nuestro deciden no votar a Ludueña. Durante un año estuvo bloqueada la elección y Santa Cruz quedó con un solo senador. El problema llegó hasta el bloque de senadores justicialista. Intervino Alberto Rodríguez Saá, que era el presidente del bloque. También “Chupete” Manzano, Dovena, “el Bombón” Mercado. Y nos sentamos a conversar Kirchner y yo. Hablamos de la caída de Del Val. Sí, fuimos destituyentes. Votamos a favor de hacerle el juicio político. Menem apoyaba a Del Val, pero Del Val se voltea solo cuando declara: “Pienso que a algunos periodistas habría que hacerlos jabón”. Cavallo, que era ministro, se sorprende en Estados Unidos cuando le preguntan por el brote antisemita en la Argentina. Y la DAIA pide la cabeza de Del Val. Ahí Menem decide soltarle la mano. Asume Graneros, del MID, que se enoja con Kirchner y se va. Llega “Chicho” García. En 1990 ya teníamos recontra resuelto que Kirchner iba a ser el candidato a gobernador para 1991. Antes hacemos una ley de lemas. Los radicales no querían pero conseguimos que tres radicales nos den quórum. Los quisieron echar de la UCR y yo les escribí de puño y letra la defensa ante el tribunal de disciplina radical. Así que vamos a la elección de gobernador con la Ley de Lemas. Puricelli y Kirchner por el peronismo; Ángela Sureda y Melgarejo por el radicalismo. Arreglamos todos los cargos: de cuatro diputados provinciales a entrar, vamos dos y dos. Uno de los míos era Icazuriaga, que va a terminar en el gobierno nacional como jefe de la SIDE. Ganamos pero Freddy Martínez, radical y mi hermano de la vida, hace una campaña muy inteligente y nos gana la intendencia de Río Gallegos, que pasa de Néstor a Freddy. Freddy hizo una gestión transformadora en su primer mandato. Fue el mejor intendente de Gallegos. Kirchner asume con el gabinete conversado. Como señalé, Kirchner respetaba los acuerdos. Aunque después los destruía. Kirchner ya era gobernador. Asume y los va dando vuelta a los tuyos, te va aislando. Uno de mis mayores quilombos lo tengo por mi crítica al menemismo. Por ejemplo, le decía a mi gente: “Rafa se enfrenta con Menem, nosotros necesitamos la guita del gobierno nacional y eso nos complica…” La táctica de Néstor era aislarte gradualmente. Cuando votamos el marco regulatorio del gas hubo por lo menos tres diputruchos. Uno se sentó en la banca al lado mío, que era de Luis Macaya, el ex vicegobernador de Cafiero. Macaya no fue a la sesión y yo veo entrar a un tipo desconocido, que mete la llave. Al principio pensé que podía ser un diputado nuevo, porque justo veníamos del recambio. Yo también voté a favor en general de la ley. Y después metí como cincuenta modificaciones en el articulado específico. Habíamos trabajado mucho con Daniel Cameron y también lo conversamos con Néstor. Pero cuando me avivo que el tipo que había estado al lado mío no era diputado, anuncio que voy a denunciarlo. Me llama Matzkin, presidente del bloque, para preguntarme qué voy a decir. Le contesto que voy a declararlo ante una comisión investigadora y no le adelanto nada. Matzkin era un tipo tranquilo, no te mandoneaba. Sólo me contesta: “Tené cuidado con lo que digas”. Al otro día, el teléfono me despierta a las siete de la mañana. Atiendo dormido y escucho una voz tan sacada que no podía vocalizar. Un conjunto de gritos, yo no entendía nada. Era Kirchner. Arnold le saca el teléfono y me cuenta que Matzkin llamó para avisar que el gobierno no iba a mandar fondos a Santa Cruz. Se frenaban los fondos si yo declaraba en la comisión investigadora del diputrucho. Por la tarde, me llamó Eduardo Bauzá desde la presidencia. Y yo cambié mi declaración. No conté la historia de la llave de Macaya. Pero sí dije que alguien se había sentado a mi lado y que no era diputado. De la Rúa, que era miembro de la comisión, no pidió la foto ni ver el lugar ni nada. Los miembros de la comisión sólo preguntaban pelotudeces. Yo creo que estaba pactado no joder.

Pero a partir de ese momento mi historia con Kirchner empieza a ponerse pesada. En noviembre de 1992 me corté el tendón de Aquiles y no voté la ley de privatización de YPF. Para Kirchner era muy importante. La zanahoria de Cavallo para privatizar YPF era darle a las provincias petroleras unos 2.500 millones de dólares en concepto de regalías mal liquidadas. Ahí llegaron a Santa Cruz los famosos seiscientos millones de dólares. En 1993 yo voy de diputado nacional y Cristina de diputada provincial. El afiche lo armaron, nunca nos sacamos la foto juntos. Pero hicimos campaña los dos. En un acto en Piedrabuena, a Cristina se le quebró la voz. Me emocioné, pensé que tenía un lado humano después de todo, y empecé a tratarla con más afecto. Pero de ahí nos fuimos a Gobernador Gregores. Un acto chiquito, con paisanos mamados. Y a Cristina se le quiebra la voz en el mismo párrafo que se le había quebrado en Piedrabuena. Al otro día fuimos a Puerto San Julián. ¡Y se le volvió a quebrar la voz en el mismo momento! Me di cuenta de que era una gran actriz y una farsante, con un don histriónico enorme. En esa época, Arnold, Acevedo y yo estábamos en el MRP. Cristina, Néstor y Córdoba, de Caleta Olivia, hablaban por ellos. En la reunión quedaron dos afuera que escuchaban nuestra charla al lado de la puerta: eran Zannini e Icazuriaga. Esa reunión fue muy mala. Néstor y Cristina me gritaban: “¡Renunciá vos!”. Los dos me gritaban desaforados. Ella estaba en jogging. Yo me concentré para no contestarles nada y me fui. Ahí la relación se quebró. En Caleta Olivia cortaron una foto mía. Me sacaron del afiche. Yo decido irme con “el Pilo” Bordón. Siempre tuve una gran coherencia para elegir el lado equivocado, qué le voy a hacer… Me voy a la Casa de Gobierno de Santa Cruz y le digo a Kirchner: “Me voy del PJ. Espero que podamos tener una relación civilizada”. Kirchner, serio, me contestó: “Eso no va a ser posible. ¡Eso no es la política! ¡¡¡¡Es la guerra!!!!”. Creo que Néstor actuaba así por sus propias inseguridades. Es lo que pasa cuando tenés mucho miedo de que el otro exista. La sola existencia del otro te complica la vida, te amenaza. En el fondo, es inseguridad en tu línea política. Él tenía la convicción profunda de que a la gente en este país se la compra. Que por guita o por un cargo la gente entrega a la abuela. Y no estaba tan equivocado… Kirchner expresa a la sociedad argentina de su época. Vos fijate que había un tipo, Néstor Tusi Peña, un diputado provincial que era un fiscal implacable de Kirchner. Le metió denuncias penales por el vaciamiento del Banco Provincia de Santa Cruz antes de la entrega libre de deudas a Eskenazi. Perdió posiciones, quedó sin laburo. Y Peña terminó siendo un hombre de Kirchner. En cuanto a los medios, era muy fácil. Llamaba a los dueños de los medios y les decía: “A ese periodista me lo sacas o yo te saco la publicidad estatal”. En Santa Cruz el Estado es infinitamente más poderoso que la sociedad. En la provincia todo depende del Estado.

ALFREDO “FREDDY” MARTÍNEZ Arquitecto y empresario, intendente de la ciudad de Río Gallegos (1991-1999), diputado nacional (2001-2005) y senador nacional desde 2005 hasta hoy En 1991 enfrenté a López Lestón, el candidato que Néstor había colocado para reemplazarlo en la intendencia de Río Gallegos. Sin un peso, los radicales resolvemos poner en marcha una opción desesperada: el Plan Liverpool. Salimos a pintar el geriátrico, a acompañar los pedidos de vecinos para instalar el gas. Una tarea comunitaria. Pocas chances: en Gallegos

había ganado, siempre, el peronismo. Que, como reaseguro, había impuesto, igual que en otras provincias, la Ley de Lemas. Sin embargo, en 1991 la UCR ganó la comuna en una elección ajustada. Cuatro años después, trajeron gente de Buenos Aires para el marketing, y la campaña fue apuntar a la continuidad con el gobierno provincial. Esa vez fue paliza: le gané como sesenta a treinta. Pero Kirchner fue por la reelección como gobernador y también sacó el sesenta. La gente nos votó a él para gobernador y a mí como intendente. En 2003, cuando viene Lupo nos planteamos que iba a replicar desde la presidencia lo que había hecho en Santa Cruz. Los mismos métodos, una cuestión de escala. Los radicales no nos creían cuando les decíamos que era peor que Menem: “Como ustedes pierden allá, no lo quieren, son cosas de pago chico”. Después, los radicales se dieron cuenta de que no nos equivocábamos. Jesús Rodríguez me dijo por años: “¡Qué razón que tenías!”. Cuando Lupo ganó y dio su primer discurso, a muchos les pareció muy bien. Pero cuando vino la televisión y me pedieron mi opinión les contesté: “Si fuera verdad el diez por ciento de lo que dijo que va a hacer, yo me afiliaría mañana al Frente para la Victoria”. Kirchner siempre tuvo una ambición desmedida de poder. Sin códigos ni ideología. Lo conocí más o menos a los once años. Era conflictuado, siempre muy vehemente. Para que te imagines, cuando estábamos en el colegio jugábamos un partido de básquet muy reñido. Él estaba en el banco de suplentes y cuando un contrario se iba derecho para encestar, se metió en la cancha para evitar que convirtiera. Ése era Lupo. No éramos cercanos: yo vivía en los mataderos y él en el centro, a dos cuadras de la calle principal. Kirchner siempre confió en Alicia, su hermana mayor. La única en la que confió siempre ciegamente. Más que en su propia esposa. Era la hermana mayor; después hay otra hermana totalmente ajena a la política, de perfil bajísimo, que es técnica en salud. Desde que arrancó, Néstor puso siempre a alguien en un puesto y por debajo a otro para que controlara. Los dos se vigilaban mutuamente y reportaban por separado al jefe. En Santa Cruz todos tenemos parientes en el radicalismo y en el peronismo. Roda, una tía de Néstor, había sido afiliada radial; la madre de Rafa Flores también era radical. Puricelli convocó a Kirchner a la Caja de Previsión de la provincia. Duró muy poco tiempo. Pateó el tablero, se fue haciendo denuncias. Ahí empezó a buscar la municipalidad de Río Gallegos. Se anotó y ganó; sucedió a Marcelo Cepernic. Le ganó por ciento once votos apenas al candidato radical, Roberto López. A tal punto que perdió el Concejo Deliberante. Ya entonces ganó por muy poco, igual que cuando llegó a la presidencia: es decir, tuvo que construir legitimidad desde el principio porque ganó por muy poco. Se acostumbró desde entonces a construir desde la debilidad. El mismo día que asumió la intendencia, empezó su campaña para la gobernación. No en forma pública, pero para que todos nos enteráramos. Él inició una campaña permanente, sin descanso, de 24 horas al día. Cuando llega a la intendencia, él se pone a trabajar para destituir al gobernador Del Val. Manda a sus diputados a la Legislatura para bajarlo a Del Val. Néstor fue destituyente. Pero se preocupa para que ninguno de sus hombres quede en la línea sucesoria: así terminan Graneros, del MID, y Chicho García, que evitó la intervención. La ingeniería electoral desde entonces la construye Carlos Zannini. La Ley de Lemas, la figura del diputados por pueblo, la reforma constitucional, son temas en los que Zannini es fundamental. Nace una mesa de tres patas: Néstor, Cristina y Zannini. Una sociedad política perfecta. Néstor era el jefe de la sociedad. En los momentos en que ella avanzaba, parecía que Néstor retrocedía. Y a la inversa. Pero era parte de una estrategia acordada entre los dos. Y Zannini siempre cerca, siempre importante. Cuando después del estallido de 2001 le ofrecen a Kirchner la Jefatura de Gabinete, es Zannini el que le dice: “No aceptés si querés ser

presidente”. Zannini era el único que se atrevía a plantearle cosas. Los demás repetían: Sí, Bwana. Kirchner era tan pragmático que le puso el nombre a su lista que después iba a llevar a la Nación: Frente para la Victoria Santacruceña. Frente para la Victoria quiere decir nos juntamos para ganar. Néstor era un obrero de la política. Había dos cosas que le sacaban el sueño: manejar la información y manejar la caja. Y llevaba siempre un cuadernito anotando sobre la caja y anotando sobre la caja. No es casual que un oficial de Inteligencia como Milani esté donde está, en la jefatura del Ejército. Y con la información estaba siempre pendiente. LU12 era una radio privada de las más escuchadas y Lupín siempre tenía una gran preocupación por lo que dijera. Cuando llegó a la Nación, su obsesión era Clarín, pero también Crónica. Ahí estaban sus votantes. La prepotencia es la mejor cobertura de la inseguridad. Y yo creo que en el fondo ellos tenían una gran inseguridad. ¿Para qué tanta caja? Yo tengo una elucubración personal que no puedo corroborar. Pienso que juntaba tanta plata para que, el día que dejara el poder político, pudiera presionar desde el poder económico con sus empresas. Creo que ésa es la razón de tanta acumulación. Hay cosas que hicieron bien. Se pudo avanzar en la Asignación Universal por Hijo, en la legislación laboral, en el matrimonio igualitario, en Atucha II, en el INVAP. Él tuvo suerte en la provincia y también en la Nación. Cuando llega a Santa Cruz, la gobernación estaba con un gran despelote, y se encuentra con seiscientos millones de dólares por regalías mal liquidadas, que le van a permitir tener recursos. Lo mismo le pasa con la bonanza económica que llega cuando él se instala en la Rosada. Fue un hombre de suerte. Como con Vaca Muerta. La peor herencia de Kirchner es haber dividido a la sociedad. Ni siquiera los milicos habían logrado dividir a los organismos de derechos humanos. La corrupción es peor que la de Menem. Ojalá empiecen a corregir ahora, antes de irse, porque la herencia del kirchnerismo la vamos a estar pagando durante mucho tiempo. Van a entregar un país mucho peor que el que ellos recibieron. Las circunstancias producen imponderables. De intendente de una ciudad de cien mil habitantes en una provincia con menos de 200 mil, Kirchner llega a presidente y marca un rumbo. Ellos integraron una organización política que no es para menospreciar y que, para sus parámetros, logró el éxito. También tenemos que pensar por qué nuestra sociedad esperaba un papá que nos retara y nos pusiera en vereda. Kirchner apuntó a la destrucción de los partidos políticos como ningún otro presidente civil. Él no era un tipo de grandes discursos. Era hasta campechano. Los medios le llamaron la atención desde siempre. Tenían un programa de radio que era de ellos, con Lerena, Pacheco y los hermanos Arismendi. Sábados al mediodía. Había dos personajes con seudónimo: Torresca, que era Zannini, y “el Ronco”, que aparecía con un distorsionador de voz. El Ronco era el propio Kirchner. Se la pasaba ha blando mal de Rafa Flores y de mí. Así como cuando llega a la municipalidad empieza a trabajar para la gobernación, cuando llega a gobernador empieza a apuntar a la presidencia nacional. A Roberto López, que había sido candidato nuestro, después lo cooptó para el Frente para la Victoria y hoy preside la Lotería Nacional. Cuando quiso sacar la Ley de Lemas, logró que tres radicales le dieran quórum: Melgarejo, Ludueña y Mauri. El que operaba eso era Arnold. Cuando Ricky Patterson pasó adelante de Mauri y vio que se quedaba a darle quórum, le

vació un vaso de agua encima. Porque Kirchner trataba de ponerte precio y te compraba. Siempre utilizó muy bien la chequera. También tenía otro método: agarraba a un comerciante, lo ahogaba, lo fundía, y después lo nombraba —ya como gerente, no como dueño— en otro lado. Néstor siempre hablaba de un tema recurrente: el proyecto. Alguna gente lo seguía por eso, por el proyecto. Lupín tenía una gran virtud: sabía palpar las cosas. Percibía qué tenía que darte para comprarte, o subyugarte, o darte con un caño hasta matarte si hacía falta. Cuando él era gobernador y yo intendente hubo una etapa en la que me ahogaba feo. No me mandaba coparticipación ni regalías. Era un goteo que venía del Banco Provincia. Yo me financiaba con el aporte patronal a la Caja de Previsión. Entonces Kirchner me retuvo el equivalente a lo que yo saqué del aporte patronal. Sin orden judicial ni nada me sacó la plata. Me puse como loco y le pateé hasta la puerta del despacho de gobernador. Le dije: “Hablá con tus alcahuetes en el corralón municipal. Vas a ver que tengo listas las máquinas municipales y te voy a pasar con la topadora por la Casa de Gobierno”. Sabía que yo lo iba a hacer y dijo: “Pará, pará”. Se avivó que a mí no me importaba el cargo, ni el futuro. Ahí lo llamó a Lázaro Báez, que era su hombre en el Banco Provincia, y me pasó para arreglar el tema de la guita. Por eso me decía: “Yo no sé qué hacer con vos. No querés guita, te chupan un huevo los cargos”. Claro que tuve seis o siete juicios armados por ellos. Uno me costó una camioneta. ¿Tiene que ver el clima destemplado, el frío, la hostilidad del medio con la dureza de Kirchner? Él siempre repetía que sí, que el viento, la temperatura, el frío, la hostilidad del clima, influía sobre la gente. La libido de Kirchner era la política. A mí me decía: “Vos nunca vas a llegar a presidente, con todo el tiempo que perdés con tu familia, con tus hijos”. Nunca hacía reuniones de gabinete. El concepto de Néstor era que para hacer política hay que tener plata. Y él arrancó sin un mango. Al principio, el que le dio una mano muy grande fue “el Bombón” Mercado. Le daba la mano económica a través del SUPE (Sindicato Unido Petroleros del Estado). En tiempos de Diego Ibáñez, era cosa seria el SUPE. Hasta en el gobierno de Alfonsín, si vos querías nombrar un tipo en YPF, tenías que hablar con “Bombón”, que era el secretario general de la regional del SUPE. En Santa Cruz nunca atendió como intendente ni como gobernador a la gente de derechos humanos. Un doble discurso total cuando después, como presidente, agarró esa bandera. Aunque algunos de ellos se compraron el relato.

RICARDO PATTERSON Descendiente de malvineros emigrados al continente, Ricardo Patterson es ingeniero agrónomo. Presidente del Comité de Santa Cruz de la UCR, candidato a gobernador contra Kirchner, fue diputado nacional El verdadero Kirchner es el del partido de básquet. Su equipo iba ganando por un punto y los contrarios recuperan la pelota y se van derecho al aro. Faltaban diez segundos. Él estaba, como siempre, en el banco de suplentes. Y se mandó con todo y le hizo un tacle al contrario. Ése es Kirchner: no aceptó las reglas, no aceptó perder. A los Kirchner los conozco en 1987, cuando hacen campaña por la intendencia. Nos

encontramos varias veces en el bar Caravelle, muy concurrido. Está en las calles Roca y San Martín, que hoy se llaman Kirchner y San Martín. Allá íbamos a festejar cada vez que había alguna victoria. Él tomaba whisky. Bastante. Ella era una aguda observadora de lo que pasaba. Cuando Kirchner asume la intendencia, en 1987, hace un discurso alfonsinista. Bajaba la línea de la Coordinadora: la participación, la modernización, las instituciones, la promoción del desarrollo. Él siempre va a tomar el discurso dominante: con Alfonsín, con Menem, con Duhalde. Porque su principal característica fue siempre el populismo. El poder. Mi segundo recuerdo es poco después. Durante la presidencia de Alfonsín unos funcionarios del área de obras hídricas fueron a Río Gallegos. Yo los acompañé a mi pueblo, San Julián. Fuimos a la radio; ellos hablaron de la falta de proyectos que veían. Nada agresivo. Pero cuando entramos a la gobernación, nos cruzamos en el pasillo con Kirchner, que era intendente. Y Kirchner de muy mala manera les dice: “¿Ustedes son los turros que andan diciendo que nosotros no tenemos proyecto?”. Los agravió. Casi se agarran a piñas. Kirchner era así. Ganó la intendencia por muy pocos votos. Y tuvo un ataque de nervios. Le ganó a Roberto López, un contador radical que después terminó trabajando para Néstor como presidente del Banco de Santa Cruz. Hoy preside la Lotería Nacional. Yo fui muy duro con los Kirchner. Y la verdad es que no me fue bien. Él al principio ajustó mucho. Pero después le dio trabajo en el Estado a todo el mundo. Y le decía a los intendentes: “Vos nombrá, nombrá…”. Y cuando la plantilla explotaba, ya eras rehén de Kirchner. Si no te mandaba la guita, no podías pagar los sueldos. Veníamos de una provincia que no había pagado los sueldos, que había echado a un gobernador. Y Kirchner venía de una intendencia austera pero muy eficiente en términos de marketing. A la gobernación la ordenó con mano de hierro. Apretaba a los docentes con el presentismo, con los adicionales. Para eso los básicos eran bajísimos y desde arriba te los subían o te los bajaban. Una forma de control político. A él le tocó una buena época: lo ideal siempre es asumir después de una crisis. Y cuando Cavallo empieza a aumentar la recaudación, aumentan los recursos de la coparticipación, por lo que Kirchner se encuentra con más caja. Además, llegan los quinientos millones por regalías mal liquidadas. Ir en contra de eso era para un grupo. En 1995 hicimos una alianza con Rafael Flores y creamos dos fórmulas: Flores-Patterson y Patterson-Flores. Kirchner sacó el sesenta por ciento. El proceso nacional es diferente al de Santa Cruz. Porque en Santa Cruz la cosa era: “Te meto en la administración pública a vos y después a tu hijo”. No hizo desarrollo económico privado. En la Nación logró un viento de cola impresionante. Y la sociedad argentina es oficialista. Los primeros años en la Nación le fue muy bien a Kirchner. Ya salíamos del desastre de la crisis y Kirchner recibe el relojito funcionando de Duhalde, y las retenciones al agro. Y el tipo se encuentra con una fortuna. La suerte del campeón. No pagaba deuda y encima tenía las retenciones con una soja que nunca había tenido la Argentina. Así también cooptó casi todos los medios de comunicación. Incluido Clarín en esa primera etapa. Hasta el canje de deuda, vimos lo mejor de Kirchner. Después empezó con esa locura argentina de ir al FMI y gritarle: “¡Metete la deuda en el culo!”. Kirchner va por el lado malo. Porque ésa era su personalidad, la paranoia del tipo que sabe que el argentino no es agradecido. Si no le ponés la pata en la cabeza, no te sigue. Por eso Kirchner siempre prefirió los capitales extranjeros. Ahí sí fue la misma conducta en Santa Cruz y en Buenos Aires. Porque acá no tienen poder político. Y sabía que el poder económico de alguien que juegue en la Argentina podía ser su rival. Por eso a los proveedores

de los yacimientos de la zona norte de la provincia no les da nada. Los hunde. Él prefiere dar subsidios, así que el que recibe depende totalmente de él. No es casual que su enemigo sea el único tipo rico de Santa Cruz (el candidato a gobernador Eduardo Costa). Kirchner siempre quiso dar vuelta a la gente con la plata. Fijate que para lograr la reelección tenía que cambiar la Constitución provincial, y para lograrlo agarró la lista de deudores del Banco de la Provincia de Santa Cruz. Por miedo, todos firmaron a favor de la reelección y la reforma. En Santa Cruz la gente no se le oponía por miedo a que le ejecutaran la deuda del banco, miedo a no cobrar los suplementos, miedo a perder el laburo. Los Kirchner también son maestros para armar una estructura en cada lugar, en cada municipio. Así empezaron en Santa Cruz y no pararon más. ¿Si son una banda de aventureros? Depende. Ellos formaron una organización política, verticalista como pocas, que hace política todo el día. La armaron en Santa Cruz y creo que jamás pensaron llevarla a nivel nacional tan temprano, en 2003. Esperaban presentarse en 2003 para posicionarse y luego llegar al poder en 2007. Después, las circunstancias y el apoyo de Duhalde aceleraron todos los tiempos. ¿Si les importa la vida real de la gente? No. Demostraron que prefirieron no hacer las cosas de fondo, las que cambian la vida de las personas. A lo mejor no pensaron que se iban a quedar tanto tiempo. De Vido, por ejemplo, se la pasó justificando la falta de energía y echándoles la culpa a los atentados, a las avutardas y a cualquier cosa que se le ocurriera.

EL ORO O EL BRONCE

por Oscar Muiño

Al principio fue la luz. Kirchner parecía estar encarando lo que la Alianza no se había atrevido. Echó a la Corte menemista, nombró jueces respetables, cuestionó el neoliberalismo, abandonó las relaciones carnales, se negó al ALCA, promovió una quita a la deuda externa, anunció programas sociales, levantó los derechos humanos, desafió al peronismo conurbano…

¿Una fórmula Carrió-Kirchner? ¿De dónde venía Kirchner? Había acompañado a Menem, a quien calificó como “el mejor presidente de la historia”. Menem superior a Pellegrini, a Sarmiento, a Yrigoyen. A Perón. Después dirían que era de mentirita, una estratagema para conseguir fondos para la

provincia… Néstor practicaba el peronismo duro de los caciques provinciales, el uso de los recursos estatales para consolidar poder desde que ganó la intendencia de Gallegos en 1987. Cuatro años municipales, dos décadas gobernador. Un liderazgo tipo para poblaciones dependientes del empleo público. Los docentes cobraban un sueldo de bolsillo aceptable, pero su básico era el más bajo del país. El que actúe en contra, pierde los adicionales. Mantener el control. Una asimetría enorme entre los que mandan y los que obedecen. Entre patrón y empleado. Un gesto suyo en 2001: respalda al Frente Nacional contra la Pobreza, un conglomerado que orientaba la CTA de Víctor De Gennaro. La central obrera que conquistaba comisiones internas de fábricas y hasta filiales de sindicatos. Un desafío a la CGT, pero también a la UCR y al PJ. Kirchner apoyó por consejo de Edgardo De Petris, líder de la CTA de Santa Cruz y amigo suyo. En julio de 2002, un acto olvidado. Carrió, Ibarra y Kirchner compartieron una conferencia de prensa titulada “Democracia: Legitimidad política y autoridad institucional”. Reclamaba “la caducidad de los mandatos” que permitiría “restablecer el ejercicio de los valores esenciales para relegitimar el funcionamiento de las instituciones” (Parlamentario, 12 de julio de 2002). “Un paso al frente”, tituló en tapa Página/12. Aquel relato alumbra: “La presentación del frente por la caducidad de mandatos ya finalizó. Elisa Carrió y los suyos y Aníbal Ibarra ya se fueron de la Casa de Santa Cruz. En las oficinas, Néstor Kirchner pregunta a sus colaboradores sobre la conferencia de prensa: ‘¿Estuvo bien? ¿Fue equilibrada?’ Todos asienten. Luego, frente a Página/12, repasa su discurso sobre la necesidad del final de todos los mandatos, pero también dice: ‘Puede ser que haya coincidencia sobre futuros temas de fondo en la Argentina. Espero que realmente se pueda ir coincidiendo no sólo con la doctora Carrió y con Aníbal Ibarra como fue hoy, sino con todos los sectores de la sociedad argentina que tengan la idea concreta de crear un frente nacional, progresista, popular que permita acordar políticas de Estado antes y después de las elecciones, no importa después a quién le toque gobernar’” (Felipe Yapur, Página/12, 12 de julio de 2002). Kirchner le anticipa a Morales Solá que, en caso de ganar, tendría trato frecuente con los líderes opositores: “Mis reuniones con ellos serán tan habituales, tan comunes, que no figurarán en la tapa de los diarios”. Era apenas un ignoto gobernador patagónico —Santa Cruz nunca había revestido relevancia— y su esposa, una senadora que caía bien en las capas medias. La figura de la conferencia era Carrió. Kirchner esperaba recibir parte de la popularidad de las figuras de moda: lo había hecho con Menem, lo estaba haciendo con Carrió (Ibarra, menos importante, era bien visto por el electorado porteño y podía contagiar esa simpatía) y lo haría con el presidente Duhalde. Kirchner expresaba la esperanza en una personalidad fuerte. Lo mismo Carrió. Pero la organización de Kirchner superaría la oratoria de Carrió. Como siempre, Stalin derrota a Trotski.

De chirolita a mandamás Hay que parar a Menem era la consigna. En 2003 un fantasma recorría la Argentina: el retorno del rey. La sola posibilidad cortaba la respiración del presidente Duhalde: le ofreció la candidatura a Carlos Reutemann, abrumador favorito. Pero Lole desertó. En el PJ, ganaba Menem. ¿Cómo pararlo? Eliminando la interna. De la entraña peronista brotaron tres flores: Rodríguez Saá, Menem y Kirchner, prohijado a último momento por Duhalde, cuando De la Sota no arrancaba. Enfrente, otros tres postulantes mostraban la diáspora radical: Carrió,

López Murphy, Moreau. Fue una carrera extraña la de 2003. Parecían los autos locos. En la largada, Carrió — precisa, insobornable— se insinuaba inalcanzable. En algún momento su misticismo y cierta actitud despojada le jugaron en contra. Fueron los días de Rodríguez Saá, hasta que convocó a Aldo Rico y otras figuras resistidas y su crecimiento se estancó para siempre. Una muy desprolija interna llena de dudas consagró a Moreau sobre Terragno pero condenó su candidatura. Puntero seguía Carlitos. Repudiado por más de la mitad de la población, su única chance era ganar en primera vuelta con el cuarenta por ciento de los votos válidos. Faltaba un mes y la arremetida de López Murphy amenazó la segunda posición, pero el duhaldismo salvó a Kirchner. Cuando Menem ganó con el 24%, el resto del país decidió impedir su regreso. En segunda vuelta se venía el plebiscito contra Menem. 70 a 30, auguraban las encuestas. Todos querían a Néstor. Los radicales no escucharon a sus correligionarios de Santa Cruz. “Kirchner es peor que Menem”, repetían Freddy Martínez y Ricardo Patterson. Martínez había sucedido a Kirchner como intendente de Río Gallegos; Patterson peleaba la gobernación. El alerta no cuajó. Lo dicen porque les gana la provincia, son peleas de pago chico… ¡Mirá si va a ser peor que Menem! Abandonado por sus escuderos, Carlos Menem es forzado a retirarse. Kirchner, con su escuálido 22 por ciento —menos votos que Arturo Illia en 1963— prometía una presidencia débil. Kirchner era —en la propaganda menemista— el chirolita de Duhalde. De hecho, hereda los altos cargos de Duhalde: Roberto Lavagna, Aníbal Fernández, José Pampuro, Carlos Tomada, Ginés González, Alfonso Prat-Gay, Alfonso Abad, Martín Redrado. Duhalde califica de “infame traidor a la patria” a quien se oponga a Néstor. Pero éste, a los cinco meses, hace trascender que hay “vinculaciones entre la policía, el delito y la política en la provincia de Buenos Aires”. La presidencia le regaló las mayorías que el voto popular había esquivado. Ese 22 por ciento fue engordado por el libro de pases hasta controlar el Parlamento y la obediencia de las provincias. Un principio de la élite peronista: acurrucarse y encolumnarse detrás del que manda. Llega con una clara idea del poder. A esa idea se subordina todo: la organización, las alianzas, las acciones. Kirchner leyó la crisis de representación y supo que la idea anti-política —¡Que se vayan todos!— desembocaría en la aceptación de un liderazgo fuerte. La fragilidad de De la Rúa incorporó una demanda: un timonel firme que guiara a la tripulación. Música para los oídos de una conducción vertical. Lo que más le gustaba a Kirchner coincidía con la demanda social. El democratismo asambleístico, casi anarco, abría el paso a la concentración del poder. Las cacerolas y los piquetes sentirían alivio cuando quedara claro que alguien se estaba haciendo cargo. Kirchner construyó un puñado de slogans: “Pocas ideas para muchos” recomendaban los bolcheviques. La explicación quedaba reservada a su esposa, Cristina, más predispuesta a la construcción discursiva. También Carlos Zannini, fogueado en su paso por la pequeña Vanguardia Comunista, una organización proclamada maoísta y cercana al líder stalinista albanés Enver Hoxha. Habilidad política, puño de hierro. Y la soja…

La economía kirchnerista Después del traumático interinato de Rodríguez Saá y su festejada declaración de default,

Duhalde llegó para devaluar y poner orden. Los trabajadores se resignaron a salarios menores, el campo aceptó las retenciones, los depositantes comenzaron a digerir que cobrarían menos de lo invertido, y los acreedores entraron en la fase de resignación. Se iniciaba una recuperación similar a la que transitan las empresas después de un concurso preventivo exitoso: no hay vencimientos porque las deudas se reprograman en el tiempo. Con los commodities en alza, las entradas superaban ampliamente los egresos, menguados por el default y por la austera disciplina aceptada por la sociedad. El Estado se encontraba con fondos no presupuestados y disponía de ellos con discrecionalidad. Era la primera oportunidad de “hacer política” después de cincuenta años de vacas flacas y sucesivos planes de ajuste. Todo para Néstor. Kirchner fue concediendo franjas de ese ingreso excedente a cambio de obediencia. Impulsó una recuperación de los salarios, rescató las cuasimonedas provinciales y estableció subsidios a granel. La actividad económica aumentaba, la recaudación crecía. Durante el ciclo de Lavagna mejoró la economía: la apertura del “corralito” bancario y el lanzamiento del canje de deuda pública (ya con Kirchner presidente), con quitas de hasta el 65%. Canceló (al contado y sin quita) la deuda con el FMI. Pero Kirchner no toleraba otro peso pesado y Lavagna salió del gobierno en noviembre de 2005. Los siguientes ministros de Economía fueron modestos secretarios de hacienda; Felisa Miceli debutó en el cargo recitando la lista de precios de la carne, por corte. Kirchner dominaba algunos principios básicos y los aplicaba con rigor; sabía que los argentinos no perdonan la inestabilidad del peso frente al dólar, conocía los riesgos de tentar una crisis financiera con corrida de depósitos, y percibía —desde su época de Santa Cruz— la conveniencia de la solidez fiscal. No había que mostrar debilidad; el gobierno sofocó — vendiendo dólares— la primera corrida cambiaria, jamás amagó con aplicar impuestos a “la renta financiera” y cada vez que sentía adelgazar la billetera avanzaba hacia algún segmento próspero, como con las AFJP. Veneraba los superávits gemelos, el comercial y el fiscal, lo que terminaba por convencer a los operadores más ortodoxos junto con el puntilloso pago de los servicios de la deuda pública remanente. “Kirchner es un conservador para cualquier parámetro político europeo —marcaba La Nación—. Un presidente obsesionado con la recaudación tributaria diaria”. Como suele ocurrir, una coalición económica se va tejiendo alrededor del gobierno. Kirchner promueve el consumo y el sistema bancario colabora con financiación, feliz con los depósitos que se recuperan. Los subsidios a empresas garantizan el apoyo de corporaciones extranjeras o de burgueses con poder en el gremialismo empresario. Acuerdos con los grosos de actividades extractivas (las exportadoras de grano multinacionales, las pesqueras extranjeras, las petroleras). Para los pactos prefiere oligopolios: es más fácil arreglar con unos pocos grandes molineros que con miles de productores de trigo. ¿Quiénes se entusiasmaron? Banqueros recuperados, medios de comunicación, productores agropecuarios satisfechos, sindicatos que sacaban pecho con la suba salarial, consumidores que recuperaban su nivel de vida, enriquecidos contratistas de obras públicas, comerciantes que prosperaban, empresarios beneficiados con la reactivación y con los subsidios. También, por cierto, millones de mujeres y hombres sin empleo ni ingresos que recibieron planes. La continuidad de las políticas menemistas con el kirchnerismo es clara: el negocio prima sobre el servicio. El menemismo entregó usuarios cautivos para que las compañías fijaran sus tari fas a piacere. El kirchnerismo eligió otra vía: el subsidio a las empresas. De la discrecionalidad empresaria a la estatal. Pero toda discrecionalidad siembra desconfianza. En la mejor racha de la historia, la fuga de capitales llegó a superar los 23.000 millones de

dólares en 2008, los 14.000 millones en 2009 y los 21.500 millones en 2011 (datos de La Cámpora).

Burguesía nacional y voto cuota “Matriz productiva diversificada”. Los discursos K abundan en la reivindicación del valor agregado, contra las exportaciones a granel de materias primas sin tratar. Inobjetable. Pero, ¿qué pasa en Santa Cruz después de un cuarto de siglo K? Riqueza lanera, de combustibles, de pesca. ¿Hay acaso textiles que aprovechen la lana? Ni fábricas ni lavadoras de lana: se sigue exportando el vellón sucio, como en el siglo XIX. En cuanto a combustibles, escasean los lubricantes. Ídem para la pesca: ¿dónde están los enlatados? Mentalidad extractiva. Valor agregado cero. Cualquier empresario puede ser conducido. Hasta Magneto. La tesis kirchnerista es simple: la ausencia de burguesía nacional crea un vacío que sólo puede ser cubierto por la política estatal. Los empresarios acompañan “el proyecto” a cambio de negocios, limitados a quienes aceptaren el liderazgo K. Convertir a la burguesía en un vasallo manso, así como Luis XIV derritió el poder de la nobleza encerrándola en Versalles y ofreciéndole diversión y vida galante, cercanía al rey y al lujo, a cambio de vaciarla de poder. Empresarios argentinos fueron buscavidas a la caza de subsidios antes que arriesgados hombres de empresa. Consintieron el destrato del secretario de Comercio a cambio de parcelas garantizadas. Cuando alguien insinuó una queja, Kirchner pontificó: “Moreno es más bueno que Lassie”. Es decir, Moreno era su perro guardián. “El tipo era un genio. Dominó al empresariado de a uno, convenciendo a cada uno que era un privilegiado”, resumió Javier González Fraga. Y coronó: “Las empresas argentinas valen hoy un tercio que las de México, Brasil o Colombia por haber aceptado cosas como las de Moreno”. El sistema financiero había volado por los aires a fines de 2001. Un año después, la pesadilla se estaba diluyendo. Cuando Kirchner asume, los depósitos comienzan a volver a los bancos. Queda expedito el regreso del crédito. Los economistas recuerdan la existencia de tres líneas de créditos: inversión, hipotecario, consumo. Los préstamos para entrepreneurs solidifican el largo plazo con la creación de fuentes de producción y empleo sustentables. Los créditos hipotecarios garantizan el cambio más rotundo de calidad de vida para sus beneficiarios. No se desangran por un alquiler, ni sufren la ausencia de servicios esenciales como la recolección de residuos, las aguas corrientes. En el mundo civilizado no hay lugar para villas miseria. El crédito de consumo, en cambio, favorece la ilusión de apropiarse de bienes inalcanzables. Una instantánea sensación de bienestar. La contrapartida permanece oculta: la disminución del ingreso futuro comprometido por el crédito, el miedo a desbarajustes que hagan perder lo adquirido. El voto-cuota, del que tanto partido sacó Carlos Menem, fue otro de los anzuelos K. El crédito de largo plazo —indispensable para la inversión productiva y para la adquisición del inmueble propio— sólo apareció esporádicamente, limitado a unos pocos amigos con tasas de generosidad ubérrima. Aún se recuerdan los pomposos planes para viviendas que jamás se construyeron. Recién Procrear, una década después, oxigenó la entrega de casas. Mientras los números eran virtuosos, los K respetaron las estadísticas. Cuando la inflación se disparó, intentaron frenarla. Al fracasar, eligieron un camino insólito: si la inflación no podía controlarse, a manipular los índices. El INDEC de Moreno es el No INDEC. “La inocultable falta de credibilidad del índice de precios al consumidor calculado por el INDEC ha privado a

la sociedad de una herramienta fundamental”, escribía en su blog Axel Kicillof, cuando se sentía un espíritu libre, justo antes de asumir como viceministro. La excusa fue que, dado que algunos bonos se pagaban según la inflación, resultaba patriótico bajar los índices para disminuir la sangría por la deuda. Los números del INDEC también querían condicionar al futuro, ser vistos dentro de un siglo como pruebas de una inigualada etapa de felicidad. No fue gratuito: costó al país millones de dólares en pagos a otros bonos, los que rendían según el crecimiento. El crecimiento fue ficticio, pero el pago contante y sonante. Los tenedores de esos bonos no podían creer en su suerte…

La pelea por la calle En los 90, el espacio público se había privatizado. Las empresas que generaciones de argentinos habían construido con esfuerzo —desde Obras Sanitarias a YPF, de Entel a Aerolíneas, desde SEGBA a los ferrocarriles—, todo se entregó a compañías francesas, españolas e italianas. En la calle fue igual: el Estado se retiró y los violentos la ocuparon con ferocidad creciente. Los ricos, los acomodados pensaron que podrían atrincherarse en countries y desentenderse de la exclusión social y sus hijas bastardas, la desesperación y la delincuencia. Ante la crisis de 2001, sectores de izquierda creyeron acariciar la alborada del amanecer socialista: las asambleas populares que brotaban en las barriadas fueron vistas como el germen de poder alternativo, soviets de ciudadanos que toman en sus manos el debate político, la decisión y la movilización, suplantando a las desacreditadas instituciones estatales y partidarias. Las masas en queja se sumergían en el espacio público. Los asambleístas, los piqueteros, los caceroleros. La conflictividad y movilización popular terminaron de echar a De la Rúa y en una semana liquidaron a Rodríguez Saá. La movilización que terminó con el asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán anticipó en seis meses el final de Eduardo Duhalde. Tres presidentes en menos de dos años mostraban el valor de controlar la calle. Y el piquete. Obreros desocupados que ya no podían frenar la producción decidieron interrumpir la circulación. La izquierda intentó organizar a esas masas desposeídas de partido, de organizaciones, de futuro. La Corriente Clasista Combativa, la Verón, el Polo Obrero, rivalizaban con el peronismo en los barrios. Algunos creyeron atisbar, otra vez, el germen del poder popular. En febrero de 2004, los piqueteros antikirchneristas ensayaron una movida en todo el país. Fracasaron. “El gobierno hurgó entre los piqueteros, quebró la resistencia de varios con programas sociales —escribió entonces Morales Solá en La Nación—. Kirchner llegó a una comprobación: el movimiento piquetero ha entrado en un lánguido proceso de extinción.” Kirchner temía la potencialidad desestabilizadora del conurbano bonaerense. Decidió entonces liquidar a quien lo había entronizado: Eduardo Duhalde. En 2005 se cruzaron las damas. Cristina doblegó a Chiche; Kirchner liquidó a Duhalde. A continuación, borró a su ministro con mayor perfil propio: Roberto Lavagna. Desde entonces, fue corroyendo todo poder ajeno. A los radicales les negó su lucha por los derechos humanos y el histórico juicio a las juntas. Luego hipnotizó a casi todos sus gobernadores. El más importante, Julio César Cleto Cobos, terminó siendo el moñito de la Concertación: Cristina, Cobos y vos. Kirchner logra la trifecta: un pedazo de intendentes, una parte del piquete, la CGT de Moyano. El secreto de la década fue: control de la calle, selección del enemigo, desbaratamiento de opositores reales o potenciales, la cooptación del adversario. Lo

cooptable se acumula, lo que duda se fractura, lo que resiste se aniquila.

La Gran Ruptura Conozco al peronismo desde mi infancia. Mi padre fue convocado en los pininos de la Revolución del 43 para la Secretaría de Trabajo y Previsión, el nido de Perón. Papá traía las ideas del yrigoyenismo perseguido que se agrupaba en FORJA y se entusiasmó con esa política obrerista. Venía del expertising del área de Trabajo en Tucumán, esa provincia donde los barones del azúcar aprovechaban subsidios y pagaban poco y mal a cañeros y obreros del surco. Desde chico compartí el afán igualitario del peronismo, su ejercicio del poder sin complejos frente a la fuerza económica y el prestigio social de los patronos. Pero acechaba la negación del Otro. Muchos contreras, por cierto, detestaban lo mejor del peronismo. Mientras no complotaran, tenían derecho. Eso es lo que el primer peronismo jamás aceptó: el derecho al disenso, incluso al error. Esas “libertades burguesas” que habían arrebatado al absolutismo su vocación totalitaria. El igualitario un hombre = un voto quedaba desplazado por una mano severa capaz de desarticular la conjura y evitar otro 6 de septiembre de 1930. Perón fue un gran dador de ocupación. Menem un destructor de empleos. Kirchner, el inventor de planes sociales sin trabajar. La Gran Ruptura —esa hendidura social profunda— no la inventó el kirchnerismo. Fue obra de Carlos Menem, con apoyo de Kirchner y la nomenklatura del PJ. La corrupción se disparó: Si no le vamos a cambiar la vida a los pobres, al menos podremos mejorar la propia. “Desde 1989 el peronismo dejó de ser un partido o un movimiento, para convertirse, más sencillamente, en la herramienta política de un conjunto de gobernantes que, cada uno en su nivel, construyen su poder con recursos del Estado. Esa notable máquina política, engrosada con no pocos tránsfugas, sólo se preocupa por la caja y el poder.” (Luis Alberto Romero.) Millones de argentinos no tendrían más empleo fijo ni ingresos. Kirchner percibió la demanda social y el filón político: ratificó a esos millones que no habrían de recobrar sus puestos de trabajo. Pero sí podrían lograr un ingreso mensual. No haría falta prestar servicios efectivos, pero sí cumplir las rutinas del oficialismo. En los bolsones protegidos por los intendentes, en los movimientos sociales apañados por su hermana ministra. A cambio del voto, claro. Se esfumaba así la conquista que dio el voto a los pobres (los ricos votaron casi siempre). Éstos debían abjurar de ese símbolo de ciudadanía. Nadie puede ejercitar un derecho, sino suplicar el favor del príncipe. Y el príncipe otorga cada favor a condición que el solicitante se prosterne. El voto a cambio de unos pesos que no sacan de la pobreza aunque permiten sobrevivir en un continuo presente. Y el presente parecía suficiente a los condenados por el peronismo menemista a la invisibilidad y la extinción. Los sindicatos de trabajadores y los partidos cubrieron durante el siglo XX un espacio de sociabilidad, de solidaridad, y la convicción de pertenecer a un proyecto. Una visión del mundo, una ensenada donde guarecerse. El Estado de Bienestar fue —y sigue siendo, pese a su crisis— el refugio para millones. Vela por los más desfavorecidos, reconoce su deuda social. Otro actor compite por los excluidos: el populismo autoritario. Aquí, el derecho no emerge; depende de la voluntad del príncipe. El regreso del Buen Rey, que enfrenta a los señores, devenidos hoy corporaciones. El gobierno ayuda, el Estado no existe. La democracia delegativa en estado puro. En palabras de Guillermo O’Donnell, “los candidatos compiten por la posibilidad de gobernar prácticamente sin ninguna restricción salvo las que imponen las

propias relaciones de poder no institucionalizadas. Después de la elección, los votantes (quienes delegan) deben convertirse en una audiencia pasiva, pero que vitoree lo que el presidente haga”. Romero detecta ciudadanos cuya “relación con el Estado no es ‘yo soy un sujeto de derecho’, sino ‘yo soy un tipo que necesita que el Estado me dé de comer’. Un modo que no construye ciudadanía: el que delega espera que la persona que ha concentrado el poder lo use para beneficiarlo. El despotismo se sustenta en el concepto de obtener un beneficio personal y desentenderse de la equidad y de las normas”. Un cuarto de siglo bajo el menemismo y el kirchnerismo (los mismos gobernadores e intendentes, los mismos sindicalistas y muchos de los mismos empresarios) parece too much, como diría CFK. La Argentina rebalsa de microemprendimientos sin reglas: manteros, trapitos, limpia-vidrios, malabaristas de esquina, músicos de subte. Una invasión del espacio público por quienes se niegan a permanecer invisibles. La Salada y la Saladita expresan esa latinoamericanización, esfuerzo hercúleo de inmigrantes con una estética desconocida. El país de la informalidad se va arrastrando hacia las fronteras más ásperas de la ilegalidad. El estallido social, a falta de conducción política que guíe la furia, se nuclea en la ruptura. ¿No nos quieren en la sociedad? Pues bien, hacemos nuestras reglas. Asaltamos, robamos, molestamos. En lugar del dólar que compra departamentos o los pesos para el súper, en muchos lugares marginales se paga en pacos: un paco, tres pacos, cinco pacos (debo este dato a Martín Tetaz).

El enemigo Umberto Eco sabe que “tener un enemigo es importante no sólo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encarnarlo, nuestro valor. Cuando el enemigo no existe, es preciso construirlo. Se construyen como enemigos no tanto a los que son diferentes y que nos amenazan directamente (como sería el caso de los bárbaros), sino a aquellos a quien tiene interés en representar como amenazadores, aunque no nos amenacen directamente, de modo que lo que ponga de relieve su diversidad no sea su carácter de amenaza, sino que sea su diversidad misma la que se convierta en señal de amenaza. Encontramos a ese Otro insoportable porque de alguna manera no es nosotros”. Alain Finkielkraut marca: “El genio nacional suprime a un tiempo al individuo y a la humanidad. Ya no es la nacionalización de la cultura lo que escandaliza, sino la cultura del Otro”. Kirchner construyó sus enemigos, las viejas instituciones jerárquicas del antiguo régimen: las Fuerzas Armadas y la Iglesia. Las Fuerzas Armadas deambulaban desmotivadas, desfinanciadas, desprestigiadas y ni siquiera tenían armas. La Iglesia era más sólida, pero se había refugiado en el vetusto tradicionalismo de Benedicto XVI. El primer ministro de Justicia y Derechos Humanos fue Gustavo Beliz. Zapatitos blancos, en el inimitable argot de la picaresca peronista. Beliz tenía fama de hombre decente; su designación era un mensaje a los liberales conservadores y a las capas medias hartas del pillaje. De juicios a los militares, ni una palabra. Prueba de la baja relevancia que el kirchnerismo fundacional daba a los derechos humanos. Hasta que Néstor advierte que la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final sólo ofrece ventajas. No corría riesgo frente a un Ejército cuya masa de oficiales no ha participado en la represión. Para completar, Kirchner tuvo una astuta política hacia los organismos de derechos humanos. Las Madres de Plaza de Mayo, que habían criticado a Alfonsín, detestado a Menem y despreciado

a De la Rúa, se encolumnaron por primera vez bajo la conducción política del Estado. Las Abuelas también; y por fin, H.I.J.O.S. Los organismos habían encarnado, en los crudos años dictatoriales, el combate valeroso de mujeres inermes. Sus pañuelos blancos se fueron convirtiendo en el símbolo de honor y resistencia. Ser ungido por Madres y Abuelas confería la medalla de luchador por los derechos humanos. Así, el kirchnerismo, que ni en los años de dictadura ni en democracia había levantado esa bandera, fue ascendido a portaestandarte. Las Madres lo hicieron: “Las inclaudicables, las que lo habían resistido todo, lo declararon su hijo dilecto”, resumió con dolor Susana Viau. Queda saber si la conquista fue discursiva, financiera o administrativa. Sólo algunos organismos de izquierda, figuras como Pérez Esquivel —o las filiales de Madres en Neuquén y Alto Valle— mantuvieron su fiera independencia del Estado. La batalla contra la jerarquía católica parecía más compleja. Pero el espíritu de época estaba del lado K. El matrimonio igualitario, los métodos anticonceptivos, la comprensión con el aborto eran cuestiones que el catolicismo no sabía enfrentar. Para que no hubiera dudas Kirchner descerrajó: “Bergoglio es el jefe de la oposición”. El presidente dejó de asistir después de dos siglos al tradicional tedeum en la catedral metropolitana que recordaba el 25 de mayo de 1810. Un primer aporte a los festejos del Bicentenario… Demonizados los militares y los clérigos, llegó el turno de desguazar los partidos. En primer término el propio justicialismo, sustituido por el Frente para la Victoria. Los presidentes no suelen ser vengativos. Deben abrazar a personas a las que preferirían golpear, en las precisas palabras de Perón. Algún dirigente de La Cámpora recordará el consejo de Kirchner: “Nunca te pierdas el placer de la venganza”. Pero no atacaba sólo por rencor. ¿Qué daño le había hecho Alfonsín, que hasta simpatizó con sus primeros pasos, para ser ninguneado en el acto de la ESMA el 24 de marzo de 2004, cuando Kirchner falsificó la historia y dijo: “Vengo a pedir perdón de parte del Estado nacional por la vergüenza de haber callado durante veinte años de democracia tantas atrocidades”? ¿Qué rencor, finalmente, podía abrigar contra Duhalde, que lo había hecho presidente? Su padrino político devino, en palabras de CFK, “el Padrino” de la mafia…

En nombre del Tío y de Eva El peronismo de las regionales levantó a Eva contra Perón. Tal vez porque Eva fue la revulsión social más que Perón. ¿Aun contra Perón? Es la tesis de Loris Zanatta: “su relación con Perón no era de subordinación ni de dependencia, sino de inevitable y creciente competencia”. Para Zanatta, las modalidades de Eva de ejercicio del poder son “arbitrariedad, evasión de toda norma, lealtad personal antes que capacidad para la función”. Además, “ella había cavado un abismo entre peronismo y oposición”. Una pista sobre la deriva K. Los K traen un aporte inédito en la historia del peronismo: la omisión de Perón. No figuraba la palabra Justicialista ni se hacían menciones al fundador. Por algo su agrupación insignia lleva el nombre de alguien expulsado por el peronismo: Héctor Cámpora. ¿Sintieron Néstor y Cristina que en los setenta no estuvieron donde tenían que estar? ¿O fue sólo cálculo? ¿Es la reivindicación de Cámpora un empujoncito contra Perón? El jueves 28 de diciembre de 2006, Kirchner recibió de la familia Cámpora el bastón de mando y la banda presidencial del Tío. Pasaron desapercibidos en la tribuna algunos jóvenes ignotos. Larroque, Cabandié, De Pedro, Ottavis. “Ese día nació La Cámpora”, exalta el blog de la organización. Cámpora no es lo que le atribuyen. Fue un sencillo dentista conservador de San Andrés de

Giles que se convirtió en hombre de Eva (no de Perón) y lideró la Cámara de Diputados del primer peronismo. Luego de padecer prisión y ostracismo, Perón lo convirtió en delegado personal para desalojar a Daniel Paladino, a quien veía demasiado amigo de Lanusse. Para la campaña, Perón le dio instrucciones de dureza y Cámpora, obediente como siempre, se recostó en la movilización juvenil, con cánticos a favor de la guerrilla: FAP, FAR y Montoneros / son nuestros compañeros. El Tío Cámpora devino símbolo de la izquierdización del peronismo. Prohibida su postulación, Perón eligió de candidato a Cámpora. Lo obligó a renunciar tras 49 días de gestión, para volver él mismo. En 2005 y 2007 no hubo discurso peronista en las campañas K. A la inversa, se presentaba a la concertación plural como superadora de las viejas estructuras del PJ y la UCR. Pero cuando ciertas usinas kirchneristas comenzaron a denostar a Perón, el peronismo sindical amenazó: No jodan con Perón. Y la campaña contra el General enmudeció para siempre. Perón había sido intolerante en 1943-55, pero su estadía europea lo devolvió cambiado. Para un peronista no hay nada mejor que otro peronista se convirtió en Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino. Los contreras recuperan respetabilidad. La patria era, también, El Otro. El retroceso kirchnerista a la intolerancia del primer peronismo no tenía antecedentes: no lo había hecho el efímero Cámpora, ni el interino Lastini, ni el Perón de 1973. Ni siquiera Isabel Martínez descalificaba a toda oposición. Menem no buscó la destrucción de su adversario. Antonio Cafiero había hecho una experiencia semejante en la provincia de Buenos Aires. Cuando Eduardo Duhalde convocó a Alfonsín para consolidar su frágil presidencia, parecía que el justicialismo admitía, definitivamente, que era apenas una parte del país y no la expresión única de su destino. Perón era el Estado, Eva la Revancha. Menem demostró que podía hacerse lo contrario que Perón. Kirchner fue el gobierno hinchado de un Estado menguante; Fernández la relatora incansable de una realidad inexistente.

Rosismo y Estatalismo La historia criolla muestra algunos anticipos. Juan Manuel de Rosas —más allá de su crueldad para eliminar al enemigo— cumplía los requisitos de legalidad de la época. Ganó las elecciones abrumadoramente, la Sala de Representantes lo investía de poderes siguiendo la normativa vigente, los gobernadores renovaban su mandato para hacerse cargo de las relaciones exteriores y aprobaban sus rendiciones de cuentas. Los fondos de la aduana, que monopolizaba —como hoy las retenciones—, eran girados selectivamente a las provincias afectas, que terminaron siendo todas. Kirchner negó a sus rivales como don Juan Manuel a los suyos. Ningún gobierno tuvo tanta plata como el kirchnerismo. Las retenciones a las exportaciones agropecuarias quedan, íntegras, para el tesoro nacional. Su mérito fue impedir que los gobernadores presionaran en conjunto para transformar esos fondos en coparticipables, a ser repartidos automáticamente. De a uno, los jefes locales eran sometidos. Era frecuente que Néstor recibiera a algún gobernador o intendente, prometiera solucionarle su problema financiero y cerrara la reunión exigiendo una declaración de apoyo. El mendicante recibía un llamado —habitualmente de la agencia Telam—. Si la declaración se ajustaba a lo exigido, todo listo. De lo contrario, el propio Néstor telefoneaba al gobernador para marcarle que la declaración era insuficiente. ¿Plata sin honra u honra sin plata? Un opcional de sociedades predemocráticas. Morales Solá se sorprenderá más tarde de “sus formas tan brutales de construir poder. Premios y castigos. Con nadie, ni con sus leales ni con sus adversarios, probó

nunca la seducción, el eterno arte de los políticos cabales”. Un mediodía en La Embajada, un modesto bar de Montserrat, le preguntamos con Viau a un radical que lo trató por qué Kirchner prefería la presión al debate: “No debe confiar en su discurso ni en su capacidad de convicción”. El kirchnerismo llevó adelante el intento de destrucción de la política más profundo desde 1983. Reemplazó los partidos —asociaciones voluntarias de personas unidas por el hilo invisible de un proyecto común— por estatalismo de la nación, las provincias y municipios. El PJ de Lanús o de La Matanza, otrora poderosos, perdieron relevancia. La comuna —sus recursos— marca la nueva Argentina: el voto por plata. Lo que importa no es la idea sino el subsidio. En la Argentina no existían antecedentes de una política sistemática de ningún oficialismo. Perón jamás buscó torcer la voluntad de electos por otro partido. Igual Frondizi, Illia, Isabel, Alfonsín, Menem. El voto tránsfuga afecta la base de la democracia. ¿Para qué votar si el representante no está obligado a cumplir? La teoría democrática se desangró por las alcantarillas. Para Liliana De Riz, Kirchner ha sido “el gran destructor del sistema de partidos. En su ideología no está la idea de que exista un equilibro que dé lugar a una negociación”. ¿Había otro Néstor? Olivos tenía quincho, asados, partiditos de fútbol. “En muchos momentos—recuerda alguno de sus contertulios— Kirchner era uno de nosotros. Después de los gritos, los aprietes, él hacía política. Convocaba intendentes, gobernadores, militantes y amigos. Esos vinos reponían la idea de un proyecto compartido. El jefe era él, pero los demás eran parte. Eso terminó cuando Kirchner murió.” Un senador radical del Litoral recuerda: “Néstor era más parecido a nosotros. Hablaba en privado como uno más. Cristina era totalmente diferente”. Morales Solá cuenta que, “en la intimidad, Kirchner no desentonaba con los otros presidentes democráticos que había conocido. En el sosiego del despacho oficial era muy distinto de ese hombre incendiario y belicoso que aparecía en las tribunas. Pero era distinto en una cosa. Los otros presidentes contestaban con la verdad o la escondían, pero no la desfiguraban”. Meses después, dirá que “retratado por la prensa extranjera como un líder caprichoso e informal, los funcionarios del exterior terminan sorprendidos cuando descubren a un político clásico con ideas más o menos clásicas”. Para Silvia Mercado “había gente que tenía miedo, miedo físico. Hasta ministros. Lo recuerdo a Ginés, cuando hablaba por teléfono con Néstor estaba aterrorizado. En la sociedad argentina hay un gusto a ser gobernada por tipos a los que tenerles miedo”.

De encuestas y tránsfugas Menem descubrió que la oposición radical llevaba sus denuncias a los tribunales. Muy bien, pero la Corte Suprema la pongo yo. Así debutó la mayoría automática. De la Rúa rehusó cambiar; confiaba que los ministros serían funcionales a todo gobierno, incluido el suyo. Duhalde quiso removerlos, pero fracasó. Kirchner fue por los hombres de Menem. Y tuvo éxito. El país aplaudió la expulsión de los jueces menemistas. En Tribunales se leyó otra cosa: un gobierno que pasaba a degüello con tal facilidad a los ministros de la Corte podría liquidar sin despeinarse a camaristas, jueces, fiscales. Mientras la Corte prestigiaba al gobierno, la justicia se apichonaba, temerosa. La alegría por la designación de la impecable Carmen Argibay impidió ver que el juez símbolo del kirchnerismo sería Norberto Oyarbide… Uno de los orígenes del kirchnerismo fue la renovación misionera que encabezó Carlos

Rovira. Peronistas y radicales convergieron para evitar la victoria del menemista Ramón Puerta. Cuando triunfaron, la idea se torció. Rovira promovió una convención constituyente que autorizara su reelección indefinida. Lo enfrentó una coalición detrás del obispo Joaquín Piña. Los 13 puntos de ventaja que consiguió Piña fueron anticipados por una sola consultora, Opinión Autenticada. Hugo Haime y Asociados sostuvo que Rovira conseguiría el 45,7 por ciento de los votos contra el 40,7 de Piña. El Centro de Estudios de Opinión Pública (CEOP), que lidera Roberto Bacman, situó las cifras en 44,1 para Rovira y 36,2 para Piña. Ricardo Rouvier venía de un diagnóstico amplísimo favorable a Rovira, con más de 15 puntos de diferencia, pero advirtió que la ventaja se estrechó: pronosticó un triunfo de Rovira con el 54 por ciento de los votos. Artemio López, de la consultora Equis, dijo que Rovira conseguiría el 50,5 por ciento de los votos, contra el 35,2 de Piña. Es decir, 15 puntos de diferencia. Como hubo trece puntos a favor de Piña, López erró por ¡28 puntos! ¿Manipulación o incompetencia? “Pronósticos” parecidos se repiten en todos los distritos, en cada elección. “Un universo a su medida: —detectó Susana Viau— tiene sus productoras de televisión y de cine, sus actores y directores; tiene sus series, sus películas y tiene también los canales de televisión y las salas por donde todos ellos circulan; tiene sus músicos y sus folcloristas e, incluso, los teatros donde actúan, tiene sus científicos, sus escritores, sus sociólogos, sus humoristas, sus periodistas, sus bloggeros, sus decanos, sus estudiantes, sus sindicalistas y sus organismos de derechos humanos.” Hay kirchnerismo simpático como los locales Nac & Pop de comida al paso con churrasquitos, hamburguesas y bondiolas donde Maradona y la Coca Sarli desplazan al Big Mac y los McNuggets. Una subcultura K, algo admisible, deviene inaceptable como sistema global. La pasión por el todo es la llave del éxito y del drama kirchnerista. Como suele ocurrirle al peronismo, su glotonería deviene bulimia y lo tragado no puede ser digerido. El inmenso poder acumulado nunca le alcanzó: quería todo. Achicada la sociedad política, fue por la sociedad civil.

La guerra de la soja Las retenciones iban subiendo. Un tercio del ingreso bruto quedaba para el Estado pero el campo no se quejaba. Vivía su esplendor: precios crecientes, dólar alto, demanda sostenida, tecnología de punta, labranza cero, tractores con piloto automático, sembradoras con sensores, competitividad. Una actividad que podía darse el lujo de ignorar los subsidios. Al revés: era la fuente de los fondos que el kirchnerismo distribuía. El oficialismo creyó que un nuevo ajuste podía pasar sin conflicto. Inventó las retenciones móviles. Error. El campo se desperezó. Kirchner redobló la apuesta. En lugar de tratar el tema como lo que era —una necesidad fiscal— lo convirtió en una cruzada contra la oligarquía vacuna. No lo era. La mayoría se dio cuenta. El campo no quería la pelea, pero Kirchner supo que si quebraba a los agropecuarios, nadie podría resistírsele. El crescendo incluyó paros, cortes de rutas, camiones rompe-huelga, convocatorias multitudinarias. Fue la primera vez que Kirchner fracasó en la ruptura del frente adversario. Cuando el voto no positivo de Cobos, la historia asegura que Kirchner se iba. “‘Han ganado, que ellos se hagan cargo del gobierno’, repetía envuelto en llamas. Querían irse. Los Kirchner nunca han gobernado con las condiciones que impone la debilidad: no saben hacer eso y no lo quieren hacer”, decía La Nación el 20 de julio de 2008. El kirchnerismo perdió doce senadores, catorce diputados, algún gobernador, el vicepresidente. El periodismo toca a difuntos: “El peronismo es un remolino de sublevaciones

al líder. Ningún otro jefe formal del justicialismo perdió tanto poder en tan poco tiempo”, narraba el habitualmente penetrante Morales Solá el 13 de julio de 2008. En un año, las urnas hablarían. El 28 de junio de 2009 Kirchner puso todo lo que tenía. Él mismo encabezó la lista de diputados en la provincia de Buenos Aires, secundado por el gobernador Scioli y una marea de intendentes desde Massa hasta Mariano West. Las llamadas listas testimoniales. Oferta engañosa: los principales candidatos no pensaban asumir los puestos para los que se postulaban. La caída en Buenos Aires frente a De Narváez-Macri, el empate a nivel nacional con el Acuerdo Cívico y Social pan-radical y socialista, la caída en Santa Cruz, parecían augurar un fin de época. Esa noche pasaron cosas que aún se ignoran. Al fin, Néstor salió, admitió la derrota. A regañadientes, pero la admitió. Y fijó el futuro: “Vamos a profundizar”. La oposición no le creyó. Se agitaban movimientos subterráneos, no advertidos por el periodismo ni la oposición. Mientras la mayoría de la población acompañaba al campo, otras franjas populares —menos numerosas, acaso más decididas— se alinearon con el gobierno. Una vaga idea toma forma: el kirchnerismo es revalorado en veta progre por la envergadura de sus adversarios.

El mensaje hegemónico Los K habían llegado a la Rosada con su hoja de ruta comunicacional. Una rigurosa centralización clasificó los medios. Sólo los propios podían aspirar a borbotones de publicidad estatal. No importaba su target ni su penetración en el mercado. Todos los gobiernos habían girado los medios públicos hacia el oficialismo. Pero ninguno borró toda oposición ni se dedicó a enlodar a sus adversarios. Nacía el periodismo militante. Las redes de Canal 7 y Radio Nacional y la agencia Telam devinieron organizaciones de propaganda. Los canales privados Nueve y Once estaban en infracción: ni los prestadores de servicios públicos ni las compañías extranjeras pueden ser titulares de medios. El kirchnerismo decidió un canje: la vista gorda ante la irregularidad de la licencia, a cambio del contenido de los noticieros. A medida que avanzaba, el kirchnerismo se hacía más voraz. Se abalanzó sobre medios prestigiosos y/o de alta audiencia: en algún caso, como Página/12, para sus simpatizantes. En otros, como Ámbito Financiero, Radio Diez, Del Plata o C5N para neutralizar una voz adversa, al precio de la caída de sus audiencias. La ganancia no se basaba en la publicidad genuina ni en sus públicos, sino en el subsidio estatal. Un gran aparato de difusión. Y un propósito: cuando abandonara el gobierno, no habría de quedar, como sus antecesores, huérfano de medios. La formación de un conglomerado kirchnerista permitiría jaquear a sus sucesores y abonar el camino del eterno retorno. Si el kirchnerismo actuó con brutalidad, la oposición pecó de somnolencia. Su interminable modorra no es culpa K. ¿Por qué toleró tanta demasía? En 2009 el Acuerdo Cívico y Social creyó que se repetía 1997: un peronismo derrotado en la elección de medio mandato enrolla sus insignias, prepara la retirada. El Acuerdo Cívico y Social se apoltronó. Primero, aceptó el simulacro de diálogo. La oposición le regaló al gobierno lo que éste necesitaba desesperadamente: tiempo para reponerse. Luego entregó el control del Congreso sin nada a cambio. ¿Y la remoción del jefe de Gabinete? La idea escoró antes de crecer. Era el momento de convocar al pueblo, que acababa de votar masivamente contra el proyecto K. Tampoco. Una vez más, la oposición perdió el tren. Ese pueblo anti-K, al ver tanta

incompetencia, dejará de votar a la oposición en 2011. Y organizará por sí mismo, a través de las redes sociales, las gigantescas concentraciones anti-K de 2012 y 2013. Mientras la oposición se sentaba esperando ver pasar el cadáver oficialista, Kirchner lanzó su contraofensiva. Audacia. Sorpresa. Victoria.

Clarín: de amigo a enemigo Kirchner sabía que sus votantes leían Clarín. El matutino lo acompañó durante la campaña y en la gestión. A cambio, había logrado la prórroga de licencia para Canal 13 (compartida con otros canales). También recibía regularmente a periodistas estrella de Clarín y La Nación, como Morales Solá. Tres días antes de finalizar su mandato, el 7 de diciembre de 2007, Kirchner autorizó por decreto la absorción de Cablevisión por Multicanal. Para asegurarlo, eyectaron al titular de la Comisión de Defensa de la Competencia, José Sbatella, quien se oponía. Kirchner concluye que ha perdido el comicio por culpa del Grupo Clarín y promueve su desguace. Martín Sivak lo investigó: “Kirchner suponía que gracias a las cosas que se llevaron de su despacho y a las promesas a futuro podían establecerse los tiempos y los modos de la cobertura periodística. Cuando Kirchner se convenció de que el Grupo integraba el supuesto bloque destituyente, privó a Magnetto de su anonimato. Lo llamó delincuente, lo ligó al terrorismo estatal de los 70 por su compra de Papel Prensa, lo acusó de extorsionar a los presidentes de la recuperada democracia y de querer acortar el mandato de su esposa”. Hermenigildo Sábat llegó a ser descalificado por la presidente como autor de un mensaje cuasi mafioso: una caricatura publicada en Clarín por ese artista libertario. Como siempre, Kirchner se desligó de su pasado. Y del ajeno. Si Clarín era inaceptable, ¿por qué había pactado durante su gobierno? Y si era correcto, ¿a qué la guerra? Kirchner sabía que a un líder victorioso el país no le reclama consistencia. Y aprovecha para embestir. La oposición política deja de ser considerada —como en cualquier república democrática— una alternativa legítima de alternancia. Se convertía, apenas, en la representante desangelada de un grupo económico. Marionetas de la corpo. “Néstor gobernó con Clarín y Cristina contra Clarín” (Sivak).

Propaganda para Todos Una constante del discurso K es la invocación a causas justas para propósitos mezquinos. Ejemplo: la ley de medios. ¿Quién podría objetar que los medios no permanezcan limitados a un puñado de millonarios, sino que se abra a entes públicos y organizaciones no gubernamentales? El enorme poder de cierta prensa comercial preocupa a intelectuales como los franceses Dominique Wolton, Jean Mouchon, a la vigorosa escuela de Quebec, con Anne-Marie Gingras, Jean Charron, Gilles Gauthier, André Gosselin. O la ciencia política, donde Giovanni Sartori ve en los periodistas de TV una manada que amenaza descender el homo sapiens a homo videns. A ninguno se le ocurre que el Estado confisque toda comunicación. Prensa y partidos son hijos de la modernidad y el pluralismo. Manuel Castells opina que los gobiernos están “obligados a negociar con los medios de comunicación” y aconseja “que los magnates de los medios no se conviertan en líderes políticos, como Berlusconi. O que los gobiernos no tengan el control total de los medios”. No es sólo por un talante democrático. La concentración “sofoca

el dinamismo y la creatividad”. El propósito K no era desmonopolizar sino monopolizar. Que no hubiera medios hegemónicos sino Un Gran Comunicador. La división del mapa mediático entre estatales, privados y ONG encubría la idea totalitaria del mensaje único. Los amigos en los medios públicos, en el tercer sector y hasta en una prensa comercial unida a la glorificación del kirchnerismo. El 6 de abril de 2009 nace 6, 7, 8 en la Televisión Pública. Ya no se trata de ensalzar al régimen sino de denostar la crítica. La peor historia del periodismo: la utilización de material de servicios de informaciones para desacreditar a periodistas y políticos opositores al poder. Un retroceso de tres siglos de lucha entre el poder monárquico y los medios. El aparato político K de Santa Cruz cultivaba virtudes organizacionales. Cuadriculaba cada manzana y luego peinaba el territorio. Lo que se hacía en la política, se diseminó por el espectro y las redes, una cuadrícula nacional sobre el espacio virtual. Se distribuyeron responsabilidades y bloggeros. Los Twitter repicaron sus modestos 140 caracteres: bajada de línea para los seguidores. Los twitteros K copian nombres chavistas (Tropa Venezolana deviene como Tropa Argentina). El 6 de septiembre de 2010 debutó Cristina. Néstor no habría escrito. Habría decidido la herramienta, pero se sentía un militante a la antigua, sin necesidad de plataformas 2.0 ni hashtag. Estaban en acción las brigadas twitteras, los diarios y revistas, los noticieros de TV abierta, las radios y las redes. ¿Qué hacer con el público que no lee, que no le importa la cosa pública? Para ellos, Fútbol para Todos. La trasmisión de los partidos iba por cable pago, a cargo de Torneos y Competencias, vinculado al Grupo Clarín. El gobierno K quiso hacerlo gratis. Inventó el secuestro de goles, como si fuera equiparable con la desaparición de personas. En 2009 el Estado reemplazó a Torneos. Aníbal Fernández prometió que “el Estado no pondrá un solo centavo en el fútbol”. La AFA y los clubes informarían cinco años después —solicitada del 1º de junio de 2014— que el Estado paga 975 millones de pesos al año por “su producto fútbol”. A cambio de los goles, obligó al receptor a recibir un noticiero goebbeliano. El kirchnerismo tardío concentra su esfuerzo comunicacional en la franja ignorada por la política, los anunciantes, los publicitarios, los periodistas y las redes. La comunicación K se concentró en los ciudadanos peor informados, menos activos en la cosa pública. Los excluidos, pero también los desinteresados. El mundo de la No Política, cuando no el de la Anti-Política. Un retorno a la comunicación de masas tradicional, unidireccional, donde los que “saben” bajan línea a las clases subalternas con el objetivo declamado de arrancarlos de las fauces de los grandes conglomerados mediáticos. Pueril pero eficaz. Fútbol para Todos es una lección contra las tecnologías de punta. Comunicación para las viejas redes de sociabilidad y las tradicionales clientelas de la política conservadora. Kirchner ha sido el primero en juntar viejas y nuevas tecnologías. Castells define: “Comunicar es compartir significados mediante el intercambio de información”. ¿Qué se comparte en Fútbol para Todos? Kirchner no leyó a Castells pero sabía que “el poder es la capacidad relacional que permite a un actor social influir de forma asimétrica en las decisiones de otros actores sociales de modo que se favorezcan la voluntad, los intereses y los valores del actor que tiene el poder. El poder se ejerce mediante la coacción (o la posibilidad de ejercerla) y/o mediante la construcción de significado”. El kirchnerismo tuvo el mérito de acudir a todas las tecnologías. Desde la campaña permanente —un hallazgo sofisticado de la tecnología de publicistas, marketing y encuestadores— hasta la propaganda burda o la televisación sofisticada de actos políticos

(fueran festivos o necrológicos) con niveles desconocidos de impacto para las grandes masas. Errores de cálculo complicaron a los K. El diario Crítica de la Argentina nació en 2008. Financiado por el empresario español Antonio Mata, arrancó dirigido por Jorge Lanata. Mata quería vengarse, se decía, del kirchnerismo, que le había obligado a vender Aerolíneas Argentinas. El gobierno llamó a los anunciantes, boicoteó el diario. El proyecto quedó desfinanciado y, para colmo, no logró penetrar el mercado: decayó hasta languidecer en unos cinco mil ejemplares diarios. El escenario ideal: un diario crítico que fracasa. El kirchnerismo no se conformó: alentó la conflictividad sindical, buscó la extinción de Crítica. Lo logró. Quedaron sin empleo figuras como Lanata y Susana Viau. Lanata recaló en Canal 13, donde produjo el mayor éxito en dos décadas para un programa político en televisión abierta: Periodismo para todos. La mejor columnista de Crítica, Susana Viau, pasó de escribir una columna estupenda pero sin repercusión, a la edición dominical de Clarín. El kirchnerismo había convertido a dos periodistas sin lectores en figuras principales. ¿No era preferible dejarlos a Lanata y Viau en un diario casi secreto?

Carta Abierta y Trapalanda El 13 de marzo de 2008 nacía Carta Abierta, con la presencia fundante de Néstor. Carta Abierta es un aglomerado de pensadores nucleados para hacer oficialismo (y no oposición, como casi siempre se han jactado los intelectuales). “Necesitábamos creer en algo”, repiten muchos —los que sacan provecho pero también otros que no ganan dinero ni figuración—. Uno de los primeros intelectuales K —sería uno de los fundadores de Carta Abierta— le confesó a Viau en 2003: la vida se le estaba yendo y quería saber lo que era el poder… Válido, atendible. No era necesario para ello rodear un proyecto con adornos que jamás tuvo. Por fin, el filósofo y secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, Ricardo Forster, escribió: “El kirchnerismo vino a sacudir y a enloquecer la historia”. Y agregó “nadie puede eludir las impurezas y el barro”. Él —a quien se le ha encomendado la formalización del discurso oficial— sabrá por qué lo dice… El modelo necesita una historia neta, clara, sin dudas sobre los malos y los buenos. Así puede verse en el canal Encuentro. También en la creación del Instituto Dorrego, destinado a profundizar una visión única del pasado para ser utilizada en el presente, sin cumplir las reglas de la profesión. Para Romero, “como si el Estado creara una academia de curanderos”. La primera en darse cuenta fue Susana Viau. “La Negra” tronó: ¡Nada de progresistas! ¡No te das cuenta que son fachos! Discutimos. Que ella era tan antiperonista. ¡Más gorila que King Kong!, la secundaba Enrique Pacheco, su marido. Viau torpedeaba desde su columna: “El mandamás de Trapalanda conocía el corazón humano porque sabía cómo funcionaba el suyo y le dio a cada cual lo que quería tener. A los protagonistas de la historia sangrante se sumaron los intelectuales, que plañían Si no es esto, ¿qué?, mientras seguían teorizando sobre la utopía. Se agregaron los empresarios y banqueros que habían conformado el bloque de poder de los demonizados 90 y muchos de los políticos que habían defendido en largas jornadas legislativas el catecismo privatista del menemato. De ese material, que no era el de los sueños sino el de los ilusionistas callejeros, estaba hecha la nueva Trapalanda, un proyecto de poder personal a veinte años: pura alternancia —¿será pingüino o será pingüina?— en plazos, en cuotas, como correspondía a especialistas en cobros de deudas prendarias”. Trapalanda es el relato, decía Viau. ¿Por qué un discurso tan pedestre logró tamaño éxito? ¿Cuáles fueron sus raíces intelectuales y el secreto de su aceptación? ¿De qué modo el discurso único de los 90 fue

reemplazado por otro discurso único? ¿Qué separa al menemismo del kirchnerismo, apoyados ambos sobre los mismos gobernadores e intendentes? El relato K es contradictorio, ramplón, inconsistente. Pero el mejor. Porque fue el único. Kirchner no sufría devaneos intelectuales, pero advertía la necesidad de un corpus de ideas que justificara su lucha por el poder. Ahí aparece Ernesto Laclau. Vivir en un cómodo barrio burgués de Londres, con jardín de césped inglés (muy cerca de la casa que la Sociedad Británica de Psicoanálisis le ofrendó al exiliado Sigmund Freud) resulta apropiado para promover la razón populista. Como aquellos intelectuales franceses que estimulaban desde la Rive Gauche la lucha armada para la exótica y simpática América Latina. Así, Laclau se convierte en el teórico de un populismo para otros: “Una demanda popular es la que encarna la plenitud ausente de la comunidad mediante una cadena de equivalencias potencialmente interminable”. Ensalza a Lacan, el psicoanalista que se animó a ir más allá de Freud. El mismísimo Jacques Lacan había precisado —para evitar a los Laclau— que jamás debía confundirse el padre con ningún líder de masas. El pensamiento lacaniano propone que el sujeto puede ir más allá del Padre; Laclau, en cambio, postula no ir más allá del Jefe. Curiosa conclusión en camino a la emancipación subjetiva… Para Kirchner resultó utilísimo. Jamás se pensó a sí mismo en términos teóricos, pero le encantó que un pensador marcara que “las estrategias son más de corto plazo, y la autonomía de las intervenciones tácticas se incrementa”. Estupendo: no hay por qué guardar consistencia ni cuidar las apariencias: hoy con un magnate, mañana con un caudillo norteño, más tarde con un vivillo costero y noctámbulo. Agregarle “la negatividad irreductible del antagonismo”. Éste es, rigor, el mejor aporte de Laclau y de su esposa belga, la más refinada Chantal Mouffe: la política, además de los consensos democráticos, incluye conflicto, confrontación. La heterogeneidad no se emparenta con “pura pluralidad o multiplicidad” sino con “ser deficiente o unicidad fallida”. El pluralismo no resulta virtuoso, sino repudiable. A la medida de Néstor. Laclau ayudó a fijar la idea: el jefe nunca yerra. ¿Por qué nunca un error? ¿La admisión de una política equivocada en el sostenimiento de algo pequeño: la política de arroyos, la lucha contra la caza furtiva, la migración del tucán? No conceder nunca, nada, a nadie. La defensa hasta grotesca de una gestión sin el mínimo error tiene un propósito: el Jefe (o la Jefa) nunca yerra. La infalibilidad papal en plan mundano. Un modo de llevar el Jefe al cielo. No hay sortilegio sin perfección. Un solo error rompe el hechizo. La verticalidad se justifica por el éxito. El Jefe manda porque tiene razón, porque no se equivoca. Y como no erra, no se le habla. Se lo obedece.

Historias mínimas y Gran Relato Kirchner no los convocó. Ninguno ocupó cargos relevantes durante su presidencia. El creía que los jóvenes tenían que foguearse. Los dirigentes juveniles eran parte del Ejército de Reserva, que sólo entra en acción cuando el cuadro de oficiales ha sido barrido por la crudeza de la acción. En eso era un político clásico: el cursus honorum requería escalafón, experiencia, capacitación. Recién en febrero de 2008, ya terminado su mandato, Kirchner recibió a la proto-Cámpora en Puerto Madero y les instruyó buscar la esencia de la JP de las regionales. Kirchner los pincha: “Júntenme diez mil pibes”, o “Che, ¿cuándo van a hacer un Luna Park?”. El acto se hará el 14 de septiembre de 2010, dos días después de su segunda complicación cardíovascular. ¿Emerge La Cámpora de una generación vigorosa que luego de años de desierto llegó a la

tierra prometida? ¿Se llamarán camporistas porque se resisten a considerarse peronistas? Muchos de sus jefes se sienten parte de los elegidos. Seguramente deben mucho a su origen: el Colegio Nacional de Buenos Aires. Un proverbial elitismo desde los tiempos de Amadeo Jacques. Ahí estudiaron Kicillof, Larroque y Recalde. Algunos se burlaban de la política: Tontos pero No Tanto era una de sus agrupaciones. Otra, Necesidades Básicas Insatisfechas, pero la sigla servía también para inventar otras palabras: Nuestras Banderas Inclaudicables, Nuestra Bisexualidad Inexplorada o Ningún Boludo Incorporado. En NBI militaban Mariano Recalde, Wado de Pedro, Franco Vitali, Santiago Álvarez, Alejandro Álvarez, Norberto Berner; en Tontos pero No Tanto, Iván Heyn y Axel Kicillof. El propio Máximo Kirchner reconoce: “Venimos de creer que ser divertido era lo mejor que te podía pasar. Mi generación votaba a Clemente o a la mortadela. Metía dibujos en las urnas”. Muchos de ellos no votaron presidente en 1999 pero tampoco en 2003, cuando llegaba Néstor. Se advierte un hilo invisible: la antipolítica de los que viajaron como protesta hasta el kilómetro 501 para no votar en 2001 mutó hacia la erradicación del debate. Dos formas de negar la política. ¿Cómo aquel humor corrosivo se convirtió en intolerancia hacia el Otro? Diversión y debate durante una etapa de librepensadores sin compromiso. Y luego, sumisión al mandamás. No se ve policía brava, ni militares en contra, ni grupos de tareas, patotas ni cadeneros. ¿Dónde reside la gesta? Acaso sea un cambio de los tiempos. Cualquier movimiento, el menor esfuerzo, parece una acción de Cíclope, una tarea de Hércules. Hay acciones mínimas resignificadas y convertidas en hitos épicos. Yo lo vi bajar los cuadros. La frase adorna las remeras camporistas. Evoca al comandante del Ejército, el general Roberto Bendini, bajando desde una escalerita los cuadros de Videla y de Bignone del salón del Colegio Militar que recuerda a sus directores. La insignificancia se trepa al Gran Relato. Una dirigente de La Cámpora se emociona por un viaje en micro para un acto: “Doce horas, hambre, frío, calor, cansancio”. ¿Qué dirían los militantes que se pasaban años encima de ómnibus destartalados? Nunca escuché a ninguno quejarse de trayectos más penosos, solitarios, por caminos de ripio, con tierra en suspensión, asientos rústicos, sin aire ni calefacción. Cuando las acciones de las viejas AFJP habilitan la ocupación de lugares en directorios de grandes empresas como Aluar o Techint “La Cámpora ‘vende’ esos nombramientos como una epopeya; una cocarda del proyecto nacional y popular” (Di Marco). Maravillarse por los pagos al contado sin quita al FMI y al Club de París. Satisfacer al acreedor como acto de rebelión. La gloria de pagar. La cancelación entreguista de otros deviene desendeudamiento patriótico. Y el vocabulario: batalla cultural, inclusión social, poderes fácticos, medios concentrados, periodismo hegemónico, democratización de la justicia, los cumpas, la estructura, la corpo, la opo, el responsable. Un vocabulario propio que intenta mostrar cicatrices inexistentes, vivencias que nunca fueron. Otro jefe camporista escribe: “Extraño las fiestas de Cámpora, aunque no las haya vivido. ¡Las extraño igual!”. En su ensayo autorizado sobre La Cámpora, Sandra Russo asegura: “La generación que conduce las agrupaciones juveniles kirchneristas, entre ellas La Cámpora —los de treinta y pico— son los hijos de la ‘juventud maravillosa’ que, a pesar del éxtasis del 73, no pudo llevar adelante su proyecto político y fue arrasada por el terrorismo de Estado”. Ya lo había descripto Laura Di Marco en alusión a la agrupación conducida por Larroque: “La estructura que comanda el Cuervo tiene, en su formación interna, un aire de familia con la cultura montonera.

Por ejemplo, cuenta con un armado celular, tabicado, donde la información valiosa siempre está en manos de unos pocos, la cúpula”. A la política se ingresa para cambiar un estado de cosas. La lucha para llegar al poder antes que las mieles del disfrute. En ese sentido, sus actos la acercan —aunque con más militancia — al Grupo Sushi nacido para rodear al presidente De la Rúa. Igual que los sushi, La Cámpora se referencia en los hijos presidenciales. Mal augurio, no por ausencia de talento en los vástagos, sino por la idea de subordinación a un linaje, rémora del nepotismo y el derecho de la sangre del Antiguo Régimen. En lugar de condes y marqueses, presidentes. El principio es el mismo. Algunas críticas a La Cámpora no me gustan. Abrevan en manantiales contaminados, aquellos que desconfían de toda organización. Los que abominan de la creación más democrática del liberalismo: los partidos. Los que testan a la Juventud Peronista o la Juventud Radical. Los que defienden en el fondo la invulnerabilidad de los factores de poder y los grupos de presión. ¿Y la formación política? “Somos dirigentes poco leídos”, le reconoce Ottavis a Di Marco. “Gerenciamiento y militancia. Eso es La Cámpora: un mix cultural entre los ‘maravillosos’ setenta y los ‘malditos’ noventa.” (Di Marco dixit.)

La Patria Grande El relato sobre la unidad sudamericana contrasta con las innúmeras peleas —por motivos fútiles— con los mejores del vecindario. “El gobierno de Uruguay vetó la postulación del ex presidente Néstor Kirchner como secretario general de la Unión de Naciones del Sur (Unasur), por considerar que la tolerancia de las autoridades argentinas al bloqueo sobre el puente que une Gualeguaychú con Fray Bentos no deja margen para respaldar su candidatura, según confirmaron fuentes de la administración de Tabaré Vázquez. Los líderes de las dos corrientes del Partido Nacional, Jorge Larrañaga y Luis Alberto Lacalle, apoyaron la medida. También lo hizo el ex canciller Didier Operti, en nombre del Partido Colorado” (La Nación, 24 de octubre de 2008). “‘Esta vieja es peor que el tuerto’, dijo el presidente José Mujica sobre su par argentina, Cristina Fernández de Kirchner, durante una conferencia de prensa realizada en Sarandí Grande, en Florida, el mediodía de este jueves. El presidente no se dio cuenta de que los micrófonos estaban abiertos.” (El Observador, Montevideo, 3 de junio de 2014.) Chile dejó de recibir la energía que Argentina se había comprometido a vender. El presidente socialista Ricardo Lagos afirmó que “desgraciadamente eso (la falta de claridad gubernamental sobre la cuestión del gas) es expresión de una situación demasiado ligera en la Argentina”. “El recorte en las exportaciones de gas (…) preocupa tanto al gobierno chileno como a la oposición y a los empresarios, que ayer reclamaron más firmeza a Lagos.” (La Prensa digital.) “La coalición gobernante en Chile está pagando con sangre la crisis del gas”, dijo Morales Solá en mayo de 2004. Mientras, Michelle Bachelet repite una y otra vez “yo no soy populista”. El Mercosur no avanza: muy lejos de la idea originaria de Alfonsín, donde Brasil equivaldría a Alemania y la Argentina a Francia, durante la década ganada Brasil desplegó una política de actor mundial, se integró con China, India y Rusia en los BRIC y se lanzó a la búsqueda de un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, objetivo que había postergado por deferencia a Buenos Aires. En lo económico, muy lejos de la idea de crear un espacio propio al estilo de la Comunidad Económica Europea.

Cuentos chinos La irrupción de China en la región se originó en su necesidad de materias primas —alimentos y metales— pero fue posible por el desdén yanqui hacia el patio trasero. Estados Unidos entró al siglo XXI con menos amigos que nunca. Después de condenar a la Argentina en 2001 con el insólito corte de financiamiento desde los organismos internacionales de crédito con papel protagónico de Washington, el gobierno de George Bush se concentró en las guerras afganas, la invasión a Irak, la apropiación del petróleo y el goce del poder unilateral. Una de las consecuencias fue su retirada de América Latina. La deuda externa ha sido un dogal invencible. Alguien imaginó que el Estado chino —el mayor coleccionista de bonos del tesoro norteamericano— podría en una gran operación comprar los devaluados papeles de la deuda argentina y otorgar oxígeno. La operación era compleja. China intervendría a través de un banco sino-portugués de Macao. Era la reversión de las alianzas, una opción parecida al acuerdo con el Reino Unido que acompañó el despegue argentino desde el siglo XIX, antes que el poder norteamericano decidiera que la Argentina era un rival indeseable y que los propios argentinos quedaran solos en el mundo, como consignó Eric Hobsbawm . China disolvería el poder occidental y quedaría como principal acreedor. Podía cobrarse no sólo en pesos o dólares, sino en soja. La precondición de la operación con China era el secreto. Pekín cultiva el bajo perfil. Al revés que el kirchnerismo, el liderazgo chino relativiza sus conquistas y avances, se proclama país pobre, en vías de desarrollo… Evitar que los norteamericanos adviertan la rivalidad y decidan enfrentarlo antes que el Imperio del Centro esté en condiciones de aceptar el desafío. La Argentina kirchnerista se confundió. Acostumbrada a modales básicos, el enigmático rebuscamiento de las formas la desconcertó. Antes que el acuerdo estuviese cocido, salió a cacarearlo. Como siempre, la avivaba su deseo de anticiparse a dar buenas noticias, por razones de impacto interno. Resultado, China se retiró y la deuda externa tuvo que ser encarada de otro modo: se abría el camino al canje con una quita general. El kirchnerismo es hijo de la decadencia. Nace de tiempos revueltos. Igual que Berlusconi en Italia, brota cuando estalla el sistema de partidos. A semejanza de George W. Bush, invoca una supuesta misión histórica. En rigor, una política aventurera ávida de poder. Como los neocon norteamericanos y Forza Italia, encadena un relato rebosante de invocaciones que intentan justificar una supuesta ideología transformadora. Ya vimos el mundo que dejaron Bush y “Berlusca”.

Bush contra el FMI La fortuna sonrió a Kirchner. George Bush hijo era el primer presidente norteamericano que detestaba los acuerdos de Bretton Woods, esos que marcaron la cancha financiera del mundo hace ya setenta años. Los que garantizaron la pax norteamericana. Bush y sus neoconservadores creían que el FMI era una sangría para la economía norteamericana. Permitía a países gastadores vivir por encima de sus posibilidades gracias a los carpinteros yanquis. Creía también que los organismos multilaterales sólo servían para que cientos de burócratas cobraran sueldos y pensiones de ensueño. Bush consideró al FMI ajeno y costoso. No querer pagar al Fondo no era —como en tiempos de Alfonsín— un desafío intolerable al sistema mundial que manejaba Estados Unidos, sino un avance en la destrucción de ejércitos de bon vivants y naciones despilfarradoras.

Kirchner consiguió apoyo de Washington para enfrentar al FMI y a los acreedores. A cambio, se comprometió a moderar a dos presidentes que preocupaban a Bush: Hugo Chávez y Evo Morales. Kirchner olvidó su promesa: desarticuló la agencia de inteligencia en Bolivia y ofreció a Chávez una tribuna en Mar del Plata en la Tercera Cumbre de los Pueblos de América mientras Bush participaba de la Cuarta Cumbre de las Américas. Junto a operaciones de envergadura, pequeños fracasitos. La detención de la fragata Libertad en Ghana fue el hazmerreir. No atacó la Royal Navy ni la Séptima Flota. La muy modesta Marina de Ghana, integrada por lanchas patrulleras de protección costera, se apropió del buque escuela, el velero que forma las nuevas camadas de oficiales navales argentinos. Entre el 2 de octubre y el 20 de diciembre estuvo retenida por orden del tribunal superior de justicia de Ghana, accediendo al reclamo de tenedores de bonos argentinos. Según su desarrollo y sus mercados de capitales, los países son clasificados en desarrollados, emergentes y de frontera. Los de frontera incluyen a Bulgaria, Rumania, Serbia, Ucrania, Nigeria, Jordania, Angola, Etiopía, Irak, Argentina. En 2014 Qatar y Emiratos Árabes ascendieron de frontera a emergentes. La Argentina sigue en la “C”…

Ejemplaridad y cosecha K La ausencia de ejemplaridad —Alfonsín fue el último presidente que trasuntaba tolerancia, pluralismo y decencia— baja desde el Estado. Alumnas del secundario persiguen a compañeras: las acusan de “chetas” y “hacerse las lindas”. A una le arrancaron un mechón de pelo. Otra chica, de diecisiete años, terminó asesinada. En ese crimen absurdo hay componentes familiares pero también de la sociedad y de la política. La chica muerta iba al colegio en un barrio complicado de Junín. Cuatro monobloques exhiben la dureza de la vida cotidiana. En los alrededores de París, los monobloques llevan a la gente a la depresión y hasta al suicidio. Por eso empezaron a demolerlos. En la Argentina, la gente no se agrede a sí misma: ataca al prójimo. ¿Por qué no castigar al diferente, cuando desde la TV se lo fustiga una y otra vez? ¿Cuál creen que es el ethos que baja de las alturas y se disemina en sucesivas cascadas? El electorado porteño es sofisticado, volátil, desagradecido, malcriado, perceptivo, voluble. Inasible para el universo K. El temor al cacerolazo que volteó a De la Rúa y Rodríguez Saá nunca desapareció de Olivos. Había que mantener tarifas de luz, gas y agua subsidiadas, colectivos y trenes baratos. La composición social porteña no era terreno fértil: demasiada gente vive de su actividad privada, lejana a la capacidad de nombramiento o presión del Estado. Lo que había que cambiar, entonces, era la ecología electoral. Incorporar a la ciudad votantes de sectores potencialmente vulnerables. Si convertimos la Capital en Morón, las posibilidades de ganar serán mayores. Y se destaca una política de estímulo a la radicación en la CABA de grupos empobrecidos. “Según los datos del último censo, en 2010 había 163.587 personas que residían en asentamientos, mientras que en 2001 la cifra era de 107.422. El aumento representa el 52,3%.” (Laura Rocha, La Nación, 6 de enero de 2014.) En junio de 2014, vivían bajo la línea de pobreza 860.000 personas, el 28,4 por ciento de los tres millones de residentes de la Capital.

Nunca en la mala Empresarios que no invierten, sindicalistas millonarios, trenes que descarrilan, aviones que

salen a deshora. En las escuelas se enseña poco, los alumnos estudian algo. El ausentismo se generaliza, los bancos no prestan… Nada de eso importa. Nadie como Kirchner se esmeró en conquistar actores, actrices, músicos, cantantes. Otra brillante idea K: los artistas disuelven la tradicional desconfianza popular hacia la política. Kirchner confiaba que la idea se reforzaría con dinero. Los contratos, eventos —o invitaciones al Salón Blanco— sirvieron para cautivar conciencias. El gobierno se escondió cada vez que ocurría una tragedia. Los profesionales de la imagen le aconsejaban estar lejos de la tristeza y del drama. No aparecieron cuando se incendió Cromagnon (30 de diciembre de 2004; murieron asfixiados casi doscientos jóvenes), cuando fue asesinado el militante del PO Mariano Ferreyra (el 20 de octubre de 2010). Una consecuencia de la política ferroviaria K (y la de Menem) fue la tragedia de Once (cincuenta muertos y setecientos heridos, el 22 de febrero de 2012). Ricardo Raúl Jaime, secretario de Transporte, trató de desviar responsabilidades: la culpa es del maquinista Marcos Córdoba. Los asombrosos concesionarios de TBA, durante la década, habrían cobrado, dicen, más de tres mil millones de pesos… La red ferroviaria fue desmantelada por Menem y nadie intentó resucitarla. Hace un siglo, se destacaba por extensión y calidad; hoy los convoyes son más lentos que en la década de 1920. En los andenes, en los vagones, durante los viajes, los pasajeros padecen tribulaciones sin par. Servicios suspendidos, retrasados, abarrotados. Asaltos, descuidismo, vandalismo, golpizas. Las formaciones pasan cuando quieren, y la gente viaja como puede. Los japoneses inauguraban su primer tren de alta velocidad: la línea Tōkaidō para los juegos olímpicos de Tokio en 1964. En los 70 nacen los trenes de alta velocidad en Italia y en 1981 los TGV franceses. Corea del Sur, Taiwan y China se desarrollan desde el siglo XXI y hasta Sudáfrica tiene su Gautrain. La Argentina, una de las primeras en desarrollar el ferrocarril en el siglo XIX, con técnicas y personal capacitado, no figura en los manuales de la alta velocidad. Los argentinos poseen un formidable número de celulares en todas las clases sociales. El telefonino se ha convertido en elemento insustituible de la vida. Gran parte del gasto individual se origina en comunicaciones. Las empresas venden aparatos que no habrán de funcionar por la ausencia de antenas que permitan usar el servicio por el que se paga. La telefonía celular argentina abusa. Lo marca el Foro Económico Mundial (World Economic Foro, WEF) en su Reporte Global de Tecnologías 2014 de la Información. Sobre 148 países analizados, la Argentina está 141.

Acciones con K No hubo interés por mejorar la energía que reciben los argentinos. Los secretarios de Energía de todas las administraciones se juntaron para advertir, en los comienzos K, que la Argentina quedaría sin energía. Fueron ninguneados. Hoy hay cortes frecuentes y el país gasta más de diez mil millones de dólares por año para cubrir ese déficit. El kirchnerismo redujo producción y reservas, y perdió el autoabastecimiento en hidrocarburos que el país había alcanzado. La sucesión de políticas cambiantes, contradictorias, sin estudio previo tiene un modelo en Repsol, la petrolera española. Alianza, tolerancia, apriete, canje de acciones, expropiación sin indemnización, pago generoso… Antes de reestatizar YPF el Estado inventó una empresa petrolera llamada Energía Argentina Sociedad Anónima (ENARSA). Nacida en diciembre de 2004, jamás explotó un solo pozo. Terminó comprando en el exterior los hidrocarburos que nunca pudo producir.

La política previsional castiga a los jubilados que han aportado bajo la promesa de recibir un haber proporcional. El ideario K marca ¿Para qué pagar haberes altos a personas que no habrán de votarnos? Les reducimos y con esa masa le pagamos dos o tres mínimas a personas que no soñaban tener un beneficio, quedarán agradecidas y nos votarán para siempre. Despojar al que tiene derecho en lugar de conseguir en sectores pudientes los fondos para otorgar pensiones a quienes no hayan aportado. Siempre el mismo, único principio: la arbitrariedad sin norma. Sin contar los fondos de la ANSES desviados como créditos blandos a empresas concentradas. En marzo de 2004 cayó asesinado Axel Blumberg. Su padre convocó marchas, promovió un endurecimiento de la legislación que el oficialismo aceptó a pesar de la inconsistencia. Mientras Blunberg fue un riesgo, el gobierno lo rodeó, simuló acompañarlo hasta que su figura se fue deteriorando. En determinado momento Nilda Garré —una militante real de la Tendencia Revolucionaria en los 70— expuso un garantismo consistente —alejada del abolicionismo de Zaffaroni— para ser reemplazada por el intenso despliegue operacional del teniente coronel médico Sergio Berni. Tres miradas distintas: progresismo explícito, abolicionismo, represión. Todos fracasaron. La delincuencia alcanza los peores niveles de violencia de los últimos dos siglos. La Gendarmería fue el arma favorita K hasta que se insubordinó en una larga, masiva huelga. Después, una extraña protesta policial azotó Córdoba. El gobernador De la Sota sospechó una mano negra y otorgó aumentos masivos. Para conseguir lo mismo, las policías de veinte provincias se acuartelaron en diciembre de 2013. En Tucumán los saqueos fueron masivos, vecinos se armaron por su cuenta. Hubo muertos en Tucumán, Chaco, Jujuy y Entre Ríos. La pérdida de control sobre Gendamería y las policías alumbró la última incorporación K: el Ejército pasó de genocida a patriótico. Un general de Inteligencia asume el comando y se declara partidario del modelo nacional y popular. La convergencia Pueblo-Ejército fue esencial en 1810, cuando el Ejército era el Pueblo y el Pueblo estaba en el Ejército. Luego, la invocación al Ejército devino una postura facciosa, por la cual un sector de la sociedad y de la política intentaron apropiarse de la totalidad de las instituciones del Estado. El Ejército es parte del modelo antirrepublicano desde el golpe de 1930 hasta la Guerra de las Malvinas. A partir de 1983, los gobernantes tuvieron pocos acuerdos: uno fue evitar la reaparición de un polo de poder militar. Esto obligaba, por supuesto, a no mezclar al Ejército con las luchas partidarias. Así ocurrió durante treinta años. Hasta ahora. El ocaso K abre el retorno de la influencia militar. En materia de salud y educación el decenio fue desperdiciado. Las pruebas PISA muestran el derrumbe de la comprensión en lectoescritura y matemáticas. Los maestros enseñan lo que pueden a alumnos que no comprenden lo que escuchan ni encuentran sentido a lo que les dicen, mientras los padres se dividen entre los que migran a la instrucción paga y los que rugen Al nene no le exijan. Los hospitales públicos —aún los mejores— se derrumban mientras esforzados médicos y enfermeras intentan conservar retazos de la vieja calidad. No hay registro —ni siquiera en los medios oficialistas— sobre alguna acción específica de Néstor que mostrara preocupación por la salud pública, la educación estatal ni aquellas precondiciones para la redistribución de poder no sólo económico sino simbólico para los sectores sociales subalternos. Tampoco acciones que permitieran recuperar a los ni ni, esos cientos de miles de jóvenes que deambulan sin trabajar ni estudiar y sin esperanza. Las barriadas humildes no reciben Estado sino el orden narco que jamás había tejido su madeja en la Argentina. La política suplantada por las técnicas de conservación de poder a todo costo, vaciadas de contenido. ¿Qué política se desentiende de las condiciones reales de los ciudadanos? Da igual. Nadie se lo reclamó.

La sociedad Los expertos en kirchnerismo insisten que la matriz de negocios es inescindible del proyecto. Yo sólo diré que la extensión del mal exhibe la enfermedad del tejido social. Los políticos argentinos no llegaron en submarinos alemanes, aviones norteamericanos ni naves extraterrestres. Expresan a una sociedad donde el relativismo ético hace estragos y la ley es mirada como un opcional más. La Argentina no deja de votar a los que sabe corruptos. El kirchnerismo, igual que el menemismo, conservó durante mucho tiempo aplastantes mayorías electorales. La ausencia de controles no es culpa de los opositores (cuya falta es no despertar confianza en el electorado) sino consecuencia inevitable de una decisión de la sociedad: votar para que la administración —menemista o kirchnerista— hiciera lo que deseara. La sociedad se desinteresa de las formas. Si un gobierno desacredita a otros políticos, a periodistas o sindicalistas, nadie se escandaliza. La condición es que resuelva los problemas (al menos los propios). Este pacto sin ley debutó con Menem. Si resultaba eficaz, se le perdonaría todo: el remate de las empresas estatales, la condena a millones a la pérdida del empleo, el fin del futuro. Los votantes menemistas no vivían sólo en countries. El conurbano exhibía familias humildes que esperaban progresar con un corralón de materiales, una empresita de remises o el kiosco propio. No les preocupaba que millones de compatriotas quedaran condenados a la inexistencia. Sólo reaccionaron al advertir que su presente no fue el que habían soñado. El réquiem del interés general, el toque a difuntos del ideal colectivo. Hay, también, consecuencias invisibles de la historia, los valores, las ideas. La ruptura de la legalidad que arranca con el golpe de 1930 produjo daños irreparables. ¿Por qué otras sociedades se recuperaron de experiencias mucho peores, como los fascismos? Acaso porque en la Argentina nunca pudieron vincularse los errores con sus consecuencias, más mediatizadas.

Los nombres para la liberación El binomio Kirchner-Scioli fue una decisión de Eduardo Duhalde: poner a Scioli —una creación de Menem— mostraba un desgajamiento en la alianza riojana: Te saco una ficha. En la gestión, Kirchner se dedicó —directamente y a través de la senadora Fernández— a humillar a su segundo, con reto en público y denuncia a los intentos del vicepresidente de establecer una red propia. Y un mensaje general: si el vicepresidente aguanta sin chistar, nadie debe alzar la voz ni intentar gestos de autonomía. A callar. Luego, Kirchner hizo la gran Duhalde: eligió la fórmula para su sucesión: Cristina, Cobos y vos. Cobos renovó la maldición de los vices: el oficialismo mordió el polvo cuando su voto sepultó la resolución 125 sobre retenciones a las exportaciones agrícolas. La viuda de Kirchner tampoco fue capaz de torcer la historia. Chacho Álvarez y Cobos mostraban los riesgos de vices con peso propio; por eso eligió una figura intrascendente. Un cuarentón simpático y entrador (Larroque lo llama el Guitarrista). Ningún riesgo de desobediencia. Pronóstico correcto. Pero parcial. Sus antecedentes en Mar del Plata seguramente la hubieran alertado sobre los riesgos. Finalmente, Amado Boudou se convierte en un karma. La Justicia amontonó datos que lo dejan a tiro de sentencia. Boudou termina mostrándose como lo que acaso siempre ha sido: un producto de la cultura, la estética y la ética del menemismo. Gildo Insfrán remite a prácticas opacas para una República. Cuando el gobierno K desaloja

a Colón para reivindicar a los pueblos originarios, sus descendientes quom sufren persecuciones y muerte. Otras sospechas alertan sobre el sistema electoral: miles de paraguayos, se dice, poseen documento argentino que los habilita para garantizar el voto a Gildo. Otra joya de la corona es José Luis Gioja, uno de los gobernadores que articula la línea Menem-Duhalde-Kirchner, jefe perpetuo de San Juan y propagandista de Barrick Gold Corporation, ejemplo de los políticos andinos que sólo creen en la explotación minera. Ángel Maza, el hijo dilecto de Menem en La Rioja, fue uno de los primeros gobernadores cooptados: para probar su lealtad, le negó a Menem el uso del avión de la provincia y de la residencia oficial. José Alperovich, radical tránsfuga, mudó al peronismo para convertirse en el hombre de Tucumán y fuerte productor sojero. Insfrán, Gioja, Alperovich, Boudou, Echegaray, Moreno, Schiavi, Jaime, Lázaro Báez, Cirigliano, Varizat, Rudy Ulloa, Hinchadas Unidas, Claudio Uberti. Amigos como Antonini Wilson y su valija… Banqueros, industriales, exportadores de granos, buques factoría, petroleras norteamericanas como la Standard Oil (Chevron). No parece el cuadro de honor de la Revolución…

La herencia y el peronismo de mañana Para consolidar la imagen de vidas ofrendadas al colectivo, el espacio se llena de símbolos de altri tempi. La iconografía católica está presente —como demuestra Loris Zanatta— en la escenificación del peronismo en todo tiempo y lugar. La muerte de Eva Duarte y su conmovedor funeral —con cincuenta secretarios de sindicato arrastrando su féretro— evocó, para millones, una ofrenda sacrificial: Evita entregando su vida por los humildes, a la edad de Cristo. Luego será el propio Juan Perón el que muera en la presidencia. Perón, en aquellos días aciagos y nublados, fue acompañado por el luto de millones, pero escoltado por militares, con su gorra de general. María Estela Martínez devino una viuda desconsolada —“una pobre mujer”, decía de sí misma— que debía hacerse cargo de la voluntad de su marido y líder. El menemismo fue distinto y fue igual. El presidente se separó de su esposa apenas asumió —la desalojó con oficiales de las Fuerzas Armadas— pero su hijo Carlos murió al desplomarse su helicóptero. Otra vez la piedad popular rodeó el dolor presidencial. Néstor Kirchner, finalmente, también murió en el cenit. Cristina fue la segunda presidente mujer, la segunda que enviudó. La muerte, en todos los casos, fue resignificada como estandarte del sacrificio por los demás, la entrega de la vida para la vida de los otros. Evita, Perón, Kirchner. ¿Tiene que ver esa escenificación de la muerte con la política? Sin duda. Es la continuación de la vida. Y en una vida política, la muerte está rodeada de ella. También Raúl Alfonsín, al irse para siempre en 2009, despertó la simpatía retrospectiva de millones de argentinos que votarían meses después por la coalición pan-radical. Su propio hijo recibió un empujón que le dio la candidatura presidencial para 2011. Al morir, Alfonsín era un ex presidente, igual que Kirchner. Pero el monumentalismo peronista era ajeno a su tradición austera. Y al ser la muerte como la vida, las honras a Alfonsín fueron republicanas. Sin fasto, sin obreros tirando la carroza fúnebre ni mausoleo gigante. Sin director de cámaras enfocando a su viuda ni a su sucesor. La presidente viuda despierta la solidaridad del sufrimiento. Aumentó veinte puntos su

intención de voto (coinciden las consultoras Graciela Röhmer, Managment & Fit y Poliarquía) y terminó arrasando —por méritos propios y errores ajenos— en las presidenciales de 2011: 54% de los votos. La última vez que los argentinos votaron presidente sin un Kirchner en la boleta fue en 1999. Desde entonces, siempre hubo un K, que nunca necesitó ganar desde la oposición: en 2003 lo ayudaba el presidente Duhalde. En 2007 y 2011 el kircherismo ya estaba en la Casa Rosada. El kirchnerismo crepuscular disfruta con Game of Thrones, una miniserie apasionante. La lucha por el poder en un reino de fantasía que evoca la Europa medieval. Intrigas, conjuras, traiciones. Política. Y mujeres llenas de fuerza que pujan decididamente por el control. CFK se identifica con una de ellas: Daenerys, la reina que intenta recuperar el trono para su linaje. Daenerys enviuda, combate la adversidad, es justa, libera esclavos y crucifica a los amos. Daenerys da vida a los últimos dragones. Y es veinteañera. El sueño de la eterna juventud y el poder infinito. “Somos la generación que va a gobernar por cuarenta años.” El camporismo está convencido de la longevidad —la inmortalidad— kirchnerista. “Tenemos colonizado al Estado y vamos a volver”. Antes, la gran Menem: sabotear los candidatos peronistas para dejar a CFK como jefe del PJ, esperar que el siguiente gobierno haga agua y preparar el eterno retorno. Improbable. La historia argentina (y del peronismo en particular) muestra que fuera del poder los liderazgos se difuminan. El rey ha muerto es seguido de Viva el rey. El próximo peronismo tiene armado su discurso. Dirá más o menos lo siguiente: No somos los neoliberales trasnochados de los noventa ni el neomonterismo redivivo de los Kirchner. El nuestro es el verdadero peronismo, el de Perón y Evita, iluminado como siempre por la doctrina social de la Iglesia que para nuestro orgullo enarbola hoy Francisco desde Roma. Telón. James Frazer recuerda, en La Rama Dorada, que la antigua Italia albergaba un santuario de Diana, cerca del monte Albano. Era el dominio del rey del bosque. Rey, sacerdote y verdugo obligado a una vigilia perpetua para impedir ser sorprendido. Quien lo matara, lo sustituía como rey. Sólo hay espacio para un monarca que reinará hasta ser sustituido por otro. Menos siniestro, el homicidio real es sustituido en el justicialismo por la muerte ritual. Un jefe absoluto sucede a otro. El muerto concentra los errores y las lacras, que mueren con él. El mito del eterno retorno del peronismo que renace, mágico y sin pecados, con la expiación sacrificial del rey depuesto.

El moro, el oro y el bronce El kirchnerismo termina como empezó. La ejecución judicial de los deudores morosos con los que gestó el dinero para hacer política, termina hermanada con la decisión del juez Thomas Griesa que garantiza el cobro del acreedor buitre e impide al oficialismo argentino seguir haciendo la política para la que tanta falta hace el dinero. Los pagos a los acreedores confirman que no hay nada más entreguista que un populismo asustado. Miguel y Nicolás Wiñazki aseguran que “nunca antes en la historia la Argentina fue manejada por dos presidentes con tanto dinero. Es la no política, el imperio del patrimonialismo, ese teatro en el que quien gobierna se siente el dueño de todo”. Si la existencia determina la conciencia, como repetía Karl Marx, ¿qué ideas habrán brotado de tan exuberante materialidad? Luis Majul va aún más lejos: “Nunca, en toda la historia de la Argentina, un presidente tuvo más poder político y económico que Néstor Carlos Kirchner. Ni siquiera Juan Perón”. “Kirchner quería ser el factor permanente de poder —afirma Mercado— era un conservador a la antigua, más cercano a Somoza y a Trujillo”.

“Para hacer política hace falta plata”, repetían los K. Tienen razón. En todo tiempo y lugar, el oro mueve los ejércitos, estimula la economía, agiliza los traslados, favorece la organización. El héroe de la resistencia árabe contra las cruzadas fue un curdo, Saladino. Repartió durante su vida dinero a manos llenas para convocar a los esquivos emires a combatir contra los invasores cristianos. Recuperó Jerusalén para los musulmanes, resistió a Ricardo Corazón de León. Nacido rico, al morir dejó, apenas, una única moneda. Había gastado todo en la política y en la guerra… En la Argentina se cultiva otra leyenda, menos impactante: en los años 60 un líder sindical quería hacer carrera política. Se lo anunció a Ricardo Balbín, el jefe del radicalismo. Balbín — que era su amigo— le contestó con severidad: “Usted es millonario. Eligió el oro. ¡No puede querer también el bronce!”.

ENTRE EL AFECTO Y LA BRONCA

por Julio Bárbaro

Me costó decidir mi participación en este libro. Había, en principio, un conflicto entre la lealtad a un antiguo amigo y la imagen que nos había quedado de él. Néstor Kirchner y yo fuimos amigos. Cenamos decenas de veces, la mayoría de ellas a solas, otras en grupo y algunas con Cristina. Se me hace difícil recordar aquellos diálogos, aquellos sueños de construir un país distinto. Es aquí donde aparece el conflicto entre el recuerdo y el presente, y que no guarda relación con el pasado sino con alguien a quien el poder cambió, transformó, o si quiero ir más lejos, desfiguró. O quizá deba asumir, no es fácil, que uno creía conocer a su amigo cuando en rigor le era un desconocido. Algo parecido me había sucedido con Carlos Menem. Otro ejemplo, en definitiva, que parece confirmar que no es cierto que el poder corrompa; el poder, en todo caso, delata. La obligación que genera el afecto se me mezcla con la bronca que engendra la realidad. Quiero ser franco de entrada: yo terminé enfrentado con Néstor, y peor que enfrentado, arrepentido de haber pensado que él expresaba una opción para mejorar nuestra sociedad. Fue un proceso lento, largo, en el cual no hice caso a algunas advertencias que en ese momento ya insinuaban, y hoy comprendo que de algún modo anticipaban su conducta como gobernante. Me refiero a esa mirada inocente mediante la cual uno proyecta sus sueños en el otro, cuando uno imagina que el otro tiene la voluntad de trascender, de llegar a vivir en la memoria colectiva. Nunca imaginé que el poder presidencial convertiría a Néstor en ese hombre con vocación de concentrar todo en su persona, de autoritarismo exacerbado, que terminó siendo su

característica principal y que no tenía cuando lo conocí. Los que venían del Sur contaban que siempre había sido igual, pero esa experiencia no era la nuestra. En Argentina es tal la debilidad política, que cuando elegimos presidente no sabemos cuál será el efecto que el cargo producirá sobre esa persona. El aplauso del obsecuente, la alcahuetería del deslumbrado son aguijones que generan reacciones distintas en cada individuo. En 2003, luego de la asunción de Néstor, logré que él y Cristina recibieran en un almuerzo a dos de los intelectuales más destacados del país: Tulio Halperín Dongui y Beatriz Sarlo. Creí que de esa forma lo ayudaría a ingresar en un camino de amplitud. Tal vez fuimos muchos los que nos equivocamos, pero cuando un amigo está por llegar al poder uno no suele ponerse muy meticuloso. Nunca supusimos que el poder iba a producir semejante efecto en Néstor. Seguí teniendo trato directo con él hasta sus dos primeros años de gestión, cuando empezó a demostrar un cambio profundo en su personalidad, cada vez más proclive a un autoritarismo desenfrenado. Los obsecuentes de siempre algo tienen que ver con ese rumbo. Hubo algo de mis últimas conversaciones con él que me impactó, algo difícil de precisar en aquel momento pero que me hizo tomar distancia. Antes de asumir la presidencia, un tiempo antes, ya le había manifestado cierta reserva un día que nos invitó a su primer jefe de Gabinete Alberto Fernández y a mí a almorzar en Pedemonte y durante el almuerzo nos pidió que nos lleváramos bien para poder convivir a su lado. Aproveché esa ocasión para ser claro y le expresé mi voluntad de mantenerme fuera del gobierno. Ya habíamos discutido en más de una oportunidad porque yo le insistía con que se necesitaba gente formada para ocupar los cargos, y me respondía que sólo necesitaba gente obediente. En esa época él estaba leyendo libros de economía. No era un gran lector pero sí un caprichoso sin límites que siempre pretendía saber más que los demás. Recuerdo que por esos días Néstor había empezado a expresar su bronca contra el entonces ministro de Economía Roberto Lavagna. Me decía que lo necesitaba pero no por mucho tiempo, que él mismo iba a ser el ministro de todos los temas, que no soportaba a los que se creían sabios de nada. Con el tiempo comprendí que en el fondo se trataba de una limitación de su ego, de su ambición por imponer un pensamiento personal a toda la sociedad. Hasta el hecho natural de asumir la necesidad de delegar responsabilidades en colaboradores idóneos parecía afectar su omnipotencia. Y esa limitación se reiteraría con Cristina. Néstor y yo teníamos una relación no política, asentada en el hecho de que él me pedía que lo acompañara a cenar o a determinadas reuniones. En aquel tiempo, alrededor del año 2000, el protagonismo de Cristina desplazaba a Néstor a un espacio secundario, como quedó en evidencia una noche cuando en el restaurante Miraflor tres personas se acercaron a nuestra mesa para hablar con ella, que se había hecho conocida por sus rebeldías en el Parlamento, y no tenían ni la más remota idea de quién era él. Entonces Néstor y Cristina vivían un conflicto acerca de a quién de los dos le tocaba ser el candidato a Presidente. Se resolvió a favor de él solo por su manera de construir, porque Cristina no pasaba más allá del espacio de la imagen. Néstor, en cambio, era un constructor, un armador, condición a la que no llegaba Cristina, que se perfilaba tan sólo como una heredera. Esta diferencia estructural tuvo y va a tener vigencia siempre. Con Néstor vivo no hubo necesidad de manifestarla, pero con su muerte todo se va desnudando como un perverso sistema burocrático. Al igual que en el caso de Menem, en el de los Kirchner todo cambió cuando el poder atrajo a los obsecuentes de siempre. Si los que se acercaron a Menem fueron los obsecuentes de la farándula y la frivolidad, en el caso de los Kirchner fueron los restos de los 70 los que se convirtieron en una matriz ideológica justificadora. El pragmatismo, sin embargo, los marcó a ambos por igual. Tanto Menem como Kirchner transitaron el poder sin otro proyecto que

acomodarlo a las circunstancias. Y, desde luego, a su conveniencia. El famoso pragmatismo de los que sólo tienen como proyecto su poder personal. Kirchner fue un individuo que imaginó el poder asentado en el dinero y con el dinero como centro del poder. Alguna vez charlamos con el ex ministro de Menem Carlos Corach acerca de este punto, y reparábamos en qué distintas eran las visiones de Menem y de Kirchner en ese sentido. La de Menem consistía en el dinero por el dinero mismo, como una concepción casi frívola de ese instrumento que tantas veces en la vida le había faltado y que ahora le sobraba. Mientras que para Néstor el dinero representaba el poder encarnado. Por eso en la idea central de Kirchner había un desprecio por el militante auténtico. No respetaba al que creía esencialmente en las ideas.

La línea de la complicidad Un amigo que tuve en común con Néstor, un coterráneo suyo que lo conocía muy bien, me dijo una vez que la clave era no pasar la línea de la complicidad. Es decir, si hablabas de dinero con él ya cambiabas la relación, y se volvía más sólida. En ese sentido se sobreentendía la idea de que la misma pertenencia al grupo estaba basada en una forma de la complicidad. Y tal vez el grado de complejidad que implicaba esa relación fuera aún mayor, porque el otro valor fundamental era la sumisión. Si no eras sumiso ni cómplice, indefectiblemente terminabas siendo enemigo. ¿Por qué? Porque el interlocutor que participaba en la construcción del poder futuro tenía que tener conciencia del valor del dinero en el grupo, donde no eran precisamente las ideas las que reinaban y en cuya ausencia siempre impera la ambición. La ambición de poder, cuando no se estructura en torno a ideales, suele requerir de una solidaridad basada en la acumulación de poder, que siempre es correlativa al dinero. El idealismo no era parte del grupo, y si uno lo expresaba, sólo lograba sobrevivir por la obediencia, de lo contrario uno pasaba automáticamente a cuestionar, con su mera presencia, esta relación del poder con el dinero, de tal forma que uno se transformaba en una suerte de espejo incómodo. Una cierta forma de complicidad era el nervio que convocaba ante la debilidad de la ideología. Y eso convertía a los kirchneristas en un partido feudal como desde hacía rato era el peronismo. Por supuesto, no se trataba de una casualidad, ni era diferente al resto de las candidaturas. También era una forma de selección de personal, modalidad que venía de la década del 90, cuando algunos de los jefes anteriores consideraban que un buen cuadro político era aquel individuo capaz de manejar los vericuetos del poder sin ser acusado. Un operador del poder que parece un funcionario prestigioso, ésta es la síntesis del cuadro político que concebía Néstor al igual que sus antecesores. Es importante aclarar que ese pensamiento y conducta no eran ajenos al del resto de la política. Menem había marcado demasiado las reglas de juego: los hombres del poder económico, los representantes de las empresas, no sólo fijaban rumbos, ejercían de hecho buena parte de las resoluciones. Una ojeada basta, en efecto, para ver que la vigencia de los funcionarios que sobrevivieron al lado de él está más relacionada con el lado oscuro de esos funcionarios que con su capacidad ejecutiva y, menos aún, discursiva. Tanto en el mandato de Menem como en el de Kirchner los obedientes ocupaban el lugar principal, algo que parecía parte del final de la política y en especial del fin de las ideologías, una teoría que permitía la sustitución del pensador por el operador. Si Menem inventó a muchos de esos nuevos actores, entre ellos Scioli, Kirchner los iba a utilizar mientras les fueran útiles. Pareciera que Menem convirtió a la corrupción y la frivolidad en un hecho normal del

Estado. Antes de su llegada a la Casa Rosada, la corrupción transitaba el espacio de lo oculto. Con Menem, se volvió sistémica. Prefiero no dar nombres propios —para qué lastimar— pero me consta que Kirchner tenía una imagen muy negativa de los militantes que no progresaban económicamente. Él no entendía, ni siquiera intentaba entender, a los que no tenían esa ambición. En los años previos a asumir la presidencia tenía saturado el espacio de sus propios negocios, por lo tanto le quedaba tiempo para perder, es decir, para el café. Y muchos de esos cafés los tomó conmigo. No era lector, tampoco amante del cine ni del teatro. Dividía su tiempo entre los temas políticos y la conversación trivial acerca de cualquier cosa. En cuanto a la política, sólo le importaba aquello que se referenciaba en el poder. Hasta poco antes de asumir en 2003 todavía sostenía una buena relación con el ex ministro de Economía y mentor de la convertibilidad Domingo Cavallo, a quien admiraba. Sin diferenciarse, sin plantear objeción alguna, Néstor había participado de la etapa privatizadora y había sido una pieza fundamental, como gobernador de una de las principales provincias petroleras del país, en la venta de YPF a principios de la década del 90. Cuando llegaban las vacaciones, y él se despedía, los más amigos lo interrogábamos sobre su falta de curiosidad por conocer Europa. La respuesta, tanto de él como de Cristina, era una falta de interés disimulada con justificaciones varias. Por los hijos o por pertenencia cultural, siempre visitaban Miami y Orlando. Es importante destacar que el kirchnerismo carecía de un rumbo ideológico claro y definido, y que ese rumbo se iba a ir inventando con la necesidad y la oferta de la realidad. ¿De qué manera? En torno a temas que no tenían ningún antecedente en ese grupo. A excepción de Cristina, el kirchnerismo está integrado por personajes más justificables desde los negocios que desde la política. En este punto es donde irrumpe la otra historia, concebida con no menos pragmatismo, en la que el tiempo convierte a un gobierno sin contenido ideológico en un discutible espacio que convoca a revolucionarios. A muchos revolucionarios, según ellos. A demasiados, digo yo. Uno se pregunta por qué los restos de las viejas izquierdas encuentran en este pragmatismo de derecha encarnado por el kirchnerismo una concreción del destino soñado. Resulta por lo menos llamativo. Como si ante la imposibilidad de hacer la revolución sectores del Partido Comunista se hubieran conformado con hacer “justicia legítima”. Como si el hecho de colocar en la función pública a los diputados Martín Sabbatella, Diana Conti y Carlos Heller les bastara para completar la grilla de necesitados. Es la degradación del pensamiento que termina, para mí, en indignidad. El mero hecho de ocupar una oferta de poder genera en algunos una teoría justificadora del mismo. Creo que lo que enamora a la izquierda es la idea de transgresión sin límite que propone el kirchnerismo. Eso, y la cuota de poder, desde luego, chica, mediana o grande, que recibe a cambio de su apoyo. Si en su acercamiento al Frente para la Victoria, que significa la claudicación del supuesto objetivo original, los restos de las viejas izquierdas encuentran el acceso a una cuota de reconocimiento y poder, entonces su triunfo, reducido a formar parte de un Estado de rumbo dudoso, es un triunfo pírrico. Salvando las distancias, sobre todo la de no pagar un precio tan caro al prestigio, el individuo que no logra llegar a imponer su pensamiento pero le dan la opción de ocupar un lugar en el poder está logrando en alguna manera un reconocimiento de su antigua vocación y militancia. No hay que olvidar que en la década del 70 muchos se subieron a la guerrilla marxista convencidos de que era el camino al poder. Sin duda los comprometidos con la causa eran absoluta mayoría, pero también había ambiciosos entre los heroicos. Recuerdo que poco tiempo antes o después de que Menem asumiera la presidencia, a mediados de 1989, me pidieron que viajara a Panamá por una invitación del gobierno de

Manuel Antonio Noriega. Me acompañó el ex diputado del Partido Intransigente (PI) Miguel Monserrat, un hombre de las filas de Oscar Alende muy comprometido con la izquierda y los cambios sociales. Monserrat, más inocente que yo, intentaba dilucidar el porqué del apoyo que el comunismo, tanto autóctono como de países vecinos, prestaba a la gestión de Noriega. Toda la izquierda se había reunido allí. Sobraban las excusas para justificar lo injustificable. Si el imperialismo norteamericano denunciaba a Noriega resultaba evidente, quién lo dudaba, que debía ser por sus virtudes y no por convertir a su país en una escala —para su cuenta personal bien rentada— del narcotráfico y del lavado de dinero. Todavía conservo una foto junto al excéntrico ex presidente panameño. Traigo al presente aquel recuerdo del absurdo para mostrar lo lejos que se puede llegar cuando la realidad nos cierra todas las puertas y sólo nos deja la rendija que regala el poder. Creo que es ése y no otro el motivo por el que tantos obsecuentes en Argentina se han acercado al oficialismo a partir de 2003. No los convocaba una vocación transformadora, pues Kirchner no expresaba ningún cambio, sino el resentimiento, único punto de encuentro entre ellos, un resentimiento que nada tiene que ver con la verdadera transformación de la sociedad. Una cosa es la voluntad de cambio y otra muy distinta la venganza de los fracasados. Son muchos, demasiados, los fracasados que se imaginan y hasta llegan a creerse revolucionarios. No comprenden, o no quieren asumir, que por mucho que vuele su imaginación seguirán estando equivocados: el tiempo no transforma el resentimiento en proyecto. El kirchnerismo tomó a los organismos de derechos humanos y a grupos de intelectuales y les dio un espacio secundario de poder, un poder que a Néstor, por ser secundario y simbólico, no le importaba en lo más mínimo. En su gestión, como en la de Menem, la educación y la cultura sólo ocupaban el espacio de los gastos. Ninguno de los dos fue dueño de una concepción sobre el tema. Ni Menem ni Kirchner habían leído a Perón, y peor aún, ni siquiera intentaron comprender algunas de sus propuestas.

Bares, Grupo Calafate y después Cuando transitamos con Néstor y otros amigos el tiempo de espera en las postrimerías del menemismo, todo tenía el color lúdico de un juego juvenil. Todo lo hacíamos con mucho humor, nos reíamos de la vida. Néstor, con su traje cruzado y sus mocasines; Cristina, con sus tailleurs y su peinado a la moda; él, gobernador; ella, senadora; tenían poder pero no dejaban de ser de segunda línea. Primero nos reuníamos en un bar con librería que estaba en la calle Paraná, entre Arenales y Juncal, frente a la Plaza Vicente López. Era el lugar preferido de Cristina, le quedaba muy cerca del departamento en el que vivían, en Uruguay y Juncal. Luego pasamos a reunirnos en Molière, un café sobre Juncal, entre Libertad y Talcahuano. Cristina ya aparecía como una legisladora rebelde que se permitía hacer algunos cuestionamientos al bloque menemista. Si bien ella ganó prestigio antes que él, Néstor fue capaz de organizar una fuerza política, logro que Cristina jamás hubiera ni siquiera intentado. Néstor y yo nos reuníamos muy seguido en esa época. Alberto Fernández, que sería jefe de Gabinete desde 2003 a 2008, fue tomando más protagonismo en el tramo final del camino a la Casa Rosada. Otros que aparecían bastante en esos encuentros eran Alberto Iribarne, tercer ministro de Justicia del kirchnerismo, y Eduardo Luis Duhalde, que durante la gestión de Néstor estaría al frente de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. Para comprender en qué contexto tenían lugar nuestras reuniones hay que tener en cuenta

que en aquellos días las figuras que habían crecido por oposición al entonces presidente Menem eran la diputada Lilita Carrió, la senadora Cristina Fernández (esposa del todavía ignoto Kirchner), el Padre Luis Farinello y algún otro referente independiente. Los demás se agrupaban en torno a los líderes de la Alianza Carlos “Chacho” Álvarez y Fernando de la Rúa, que se presentaban como lo nuevo. La conformación del Grupo Calafate ocurrió después, más cerca de la llegada al poder. No hay que olvidar que los Kirchner siempre estuvieron o se sintieron próximos a Cavallo. Conservo una antigua entrevista televisiva con Cristina en la que ella dice muy convencida: “No me van a decir que Cavallo es de derecha”. En el inicio, cuando todo era muy inocente, había muy pocas posibilidades de llegar. Nunca olvido el día que al salir de una cena Néstor me dijo: “Estoy convencido de que en el 2007 puedo ser presidente”. Esa charla debe de haber sido en el año 2000. También recuerdo otra noche cuando Cristina salió caminando conmigo —Néstor iba con otros adelante— y como si se tratara de una decisión tomada que necesitaba trasmitir me dijo: “Hay que luchar para que el candidato sea Néstor, yo ya lo decidí”. Y me dejó en claro que la pareja había resuelto que Néstor fuera el primero de los dos en llegar al sillón presidencial. Hubo un tiempo en que dudaban cuál de ellos debía postularse, parecía que no lograban definirlo. En ese momento ni se me ocurría que podían soñar con quedarse para siempre. El poder en ese sentido es como el dinero: en la carencia uno piensa que todo es mucho, luego puede llegar a convertirse en una obsesión y aun en una enfermedad. La pregunta del millón, cerrada con un signo interrogativo y dos de exclamación, es si ellos imaginaban entonces que terminarían siendo algo parecido a una izquierda progresista. Pero insisto, en los años previos al desembarco de Néstor en la Casa Rosada, había humor y ninguna tensión. En las presidenciales de 1999 apoyamos al entonces gobernador bonaerense Eduardo Duhalde como candidato del PJ contra el radical y aliancista De la Rúa. Durante una cena en mi casa, de la que participaron Duhalde, Néstor, Carlos Kunkel —hoy diputado nacional—, Alberto Fernández, Alberto Iribarne y Francisco “el Barba” Gutiérrez — diputado nacional entre 2001 y 2007, y actualmente intendente de Quilmes—, lo convencimos a Duhalde para que Iribarne fuera su jefe de campaña. En ese momento nos pareció un logro del sector de Kirchner en su acercamiento a Duhalde. El Grupo Calafate ya había entrado en vigencia y nuestra estrategia consistía en apoyar la candidatura de Duhalde para confrontar con el sector de Menem. Algún tiempo después, mal asesorado, Duhalde sustituyó a Iribarne por el ex ministro menemista Julio César “el Chiche” Aráoz. Fue un golpe duro para el Grupo Calafate. Este tipo de decisiones, que expresaban la manera de opinar del grupo de Duhalde, explican las razones del distanciamiento que iba a derivar en fractura definitiva entre el kirchnerismo y el duhaldismo. Nunca pudimos mezclarnos con la gente de Duhalde, cuyo entorno era muy cerrado. Viajábamos en grupo a la quinta de San Vicente. Iribarne, Alberto Fernández y el ex jefe de Gobierno porteño Jorge Telerman me acompañaron en más de una oportunidad. Algunos lograban integrarse más que otros, pero a la vuelta, en el encuentro con Néstor, todo era un reguero de críticas. Nos parecía que lo de Duhalde no tenía nivel. En nuestro grupo aún no estaba establecido quién ejercía el liderazgo. Como todo gobernador o funcionario que se la crea, Néstor tenía servidores, como la palabra lo indica, gente que estaba a su servicio. Pero eso era otra cosa. Todavía no ocupaba el lugar de jefe absoluto con vocación autoritaria.

El valor del dinero y la devaluación del pensamiento

Somos una sociedad en la que resulta casi imposible llegar al poder si antes no se pasó por algún cargo en el Estado para enriquecerse. Primero se suele preguntar por los recursos y recién entonces se comienza a hablar de política. Aunque parezca increíble, hablamos de ética sin asumir que no la concebimos como atributo del poder. Menem y Kirchner eran dos gobernadores de provincias marginales acostumbrados a ejercer el poder como una expresión del feudalismo. Y eso fue lo que desplegaron al llegar a la presidencia de la Nación. Sin embargo, ninguno de nosotros pensó seriamente en esta realidad. La política argentina transita por un espacio que de lejos parece lleno de ideas pero al acercarnos comprobamos que está absolutamente vacío por adentro. Hay muchos dirigentes, demasiados, que se consideran dueños de grandes propuestas, así como también hay periodistas plenos de soberbia dispuestos a dictar cátedra sobre cómo debe ser un gobierno. Pero ni unos ni otros tienen nada trascendente que decir. Nada para aportar. Uno podría hacer una larga lista de esos personajes. Cuando Kirchner asumió en la Casa Rosada, el subdirector de La Nación, Claudio Escribano, le pronosticó desde la tapa del diario una corta vida a su gobierno. En rigor, lo acusó de débil en lo único que Néstor era fuerte: su capacidad de durar en el gobierno. Escribano es otro de los que creen tener mucho para aportar, de los que se consideran llamados a ocupar el sitial circunscrito a la “gente seria” de la sociedad. Claudio Escribano por derechas y Horacio Verbitsky por supuestas izquierdas son para mí dos maneras de deformar el pasado para tampoco entender el presente. Esta clase de individuos colma las academias, esos lugares donde se juntan quienes se tienen a sí mismos en alta estima y se prodigan entre ellos el respeto que jamás les dispensaría una sociedad que los ignora. Y que por suerte los ignora, porque si los conociera sería mucho peor, en la mayoría de los casos, para la valoración que tienen de sí mismos. Somos una sociedad cuya carencia de ideas es proporcional a la certeza —equivocada— de tenerlas. Y la política es el reflejo de la manera en que nos paramos en la vida. El menemismo pasó a mejor vida ganando las elecciones frente a Kirchner con un 24 por ciento de los votos en la primera vuelta de las presidenciales de 2003. Luego no quedó nada de su poder, pero en cambió nos dejó una pesada herencia que tardamos en sacarnos de encima: la idea estúpida de un oficialismo de la mediocridad, que no está refugiado en la clientela electoral sino en las pretensiones intelectuales de cierta clase media jactanciosa y engrupida. Desde luego hay en nuestra sociedad gente que piensa y lo hace muy bien, pero no dejan de ser solitarios que habitan su propia realidad. Kirchner alineó detrás de su proyecto sin rumbo ni sentido a un sector importante de aquellos individuos que se creían pensadores, y de todos esos pensadores apenas unos pocos, muy pocos, hicieron su autocrítica o supieron correrse a tiempo. El jefe de Gobierno porteño Mauricio Macri se refirió alguna vez al “círculo rojo” como un espacio habitado por la minoría que está al tanto de todo lo que sucede, como la crema pensante y supuestamente sensible de la sociedad. Sin duda, la referencia está bien dirigida: esa minoría existe. Pero es un sistema insular. Hay izquierdas y derechas, y entre La Nación y Página/12 hay varios grupos convencidos de ser los dueños de la receta para ingresar al futuro. El problema radica en que casi todos ellos conciben el futuro en soledad, sin el concurso del oponente, a quien ignoran sin llegar a ser capaces de superarlo. De este modo, seguimos todos vivos pero negando al otro, que es una manera triste de negar el todo. No hay quien piense en el conjunto de la sociedad. Y las consecuencias de ese déficit colectivo están a la vista. La imbecilidad de Menem al decir “ramal que para, ramal que cierra”

no fue gratuita. El egoísmo de los Kirchner y su personero Oscar Parrilli al privatizar YPF en 1992 y luego estatizarla en 2012, tampoco. Cuando uno repara en la insensatez de que quienes la privatizaron fueron los mismos que veinte años después la estatizaron, es inevitable preguntarse qué pasó con la fortuna que la sociedad argentina perdió en medio de ese absurdo. ¿Cuál fue el destino de esos miles de millones de dólares? ¿Con cuánto se quedaron los gestores de esa entrega del patrimonio nacional? ¿En cuánto se vendió y en cuánto se volvió a comprar la misma empresa? Incapaces de decir “nos equivocamos”, ni siquiera tuvieron la dignidad de reconocer el error de haber privatizado un recurso estratégico, y en lugar de pedir disculpas lo estatizaron con el apoyo bullanguero de supuestos progresistas y otras tribus parecidas. En este tema como en tantos otros, los muchachos de Carta Abierta y Página/12 demostraron, a fuerza de “ideología” y sin ninguna crítica, un nivel de obsecuencia más cercano a la prostitución que a la pertenencia ideológica que pretenden ostentar. En ese mundo donde la obsecuencia avala el absurdo y tergiversa la realidad, la figura de Néstor Kirchner impuso su pragmatismo, su profundo conocimiento de lo más bajo del ser humano, y construyó su poder a partir del lado oscuro de cada seguidor. De esta forma, Kirchner reiteró la mirada de Menem, que también había apostado a lo peor de cada individuo. Las similitudes entre ellos no son casuales. Gobernadores del interior feudal, acostumbrados a hablar de plata, a edificar sus riquezas con la obra pública y el empresariado amigo, ambos utilizaron a la política como una parte del espacio del poder, pero no imaginaron el prestigio como esencial a su ejercicio y mantenimiento, y cayeron en la concepción materialista de la acumulación de riquezas como expresión del poder real. Pienso que en Kirchner hubo una idea más sofisticada, pero en consecuencia menos democrática, que en Menem. El autoritarismo es una tentación que está por encima de todas las ideologías, y tengo la impresión de que, en el fondo, es una limitación de la conciencia. El poder real es una conciencia; y el material, un nivel inferior del mismo. O una simple limitación. Tanto en Menem como en Kirchner pude ver, en algunos momentos, ese permanente intento por desnudar la debilidad del otro, por probar el alcance de su propio poder. Como si el límite de mis fuerzas probara la vigencia del otro y su dignidad. Una solidaridad que sólo adquiere vigencia en la utilidad o en la indignidad de la obediencia. Un materialismo puro y duro que dice ser generoso con la multitud mientras ejerce el peor egoísmo con los más cercanos. Una moral vigente en el mundo de los negocios que invade el espacio de la política, y al hacerlo la degrada al mismo nivel que el de aquellos forjados en la mera ambición. En Argentina la política no logra imponerse por encima del pensamiento de los ricos, que en su mediocridad parecen ser lo único permanente. Por eso los economistas ocupan un enorme espacio hasta que damos en quiebra y entonces comienza la era de los encuestadores. Pero el tiempo real de la política nunca termina de llegar en serio. Partidos y grupos de poder hay pocos, y no interesan demasiado. Carecemos de una verdadera clase dirigente, de un grupo dispuesto a construir algo superior a sus propios intereses y que sea capaz de sentirse atraído por la idea de un destino colectivo. Lo esencial en los gobiernos de Menem y de Kirchner fueron la lealtad de la burocracia y el doble manejo de lo institucional y lo corporativo. En ambos casos nos arrastró el viento de cola. Caído el muro de Berlín en noviembre de 1989, durante el mandato menemista toda la derecha que supimos conseguir supuso que mediante la disolución del Estado ingresaríamos al primer mundo. Hacía décadas que sus máximos exponentes pensaban esa tontería. Según la lectura que estas eminencias hacían de la historia, no fuimos un país importante porque Perón le dio un gran pedazo de los ingresos a los humildes. Ésa es la sarta de pavadas que forma parte del mundo no peronista. Esa idea de que todo es populismo, vieja raigambre

ideológica que terminaba en los golpes de Estado. Simétrica a la de cierta supuesta izquierda adocenada que se imagina a sí misma enfrentando a los neoliberales en el confín de la batalla. En la vereda de enfrente, el supuesto mundo progre sigue creyendo que Cuba es digna de respeto y que el Che Guevara tenía algo para decirnos. Por lo tanto, si tomamos los dos extremos del sistema, nos queda claro por qué el peronismo se vuelve eterno. Mientras que unos soñaban con la libertad del mercado y otros aportaban la pesadilla de la revolución que nunca llega, Perón les dio dignidad a los marginados y quedó instalado en el centro de la historia. Además de enojarme me preocupa cuando leo o escucho a quienes intentan argumentar que el peronismo no dejó crecer a otra fuerza política. Me preocupa, digo, que seamos incapaces de comprender que en realidad nadie tuvo ganas de construir nada. Y que fueron demasiados los que utilizaron las estructuras políticas y sindicales existentes para convertirlas en negocios productivos. Desde las gobernaciones a las intendencias, desde los sindicatos a la Asociación del Fútbol Argentino y los clubes que la integran, son todos espacios que enriquecen a determinadas personas de la misma manera en que la industria o el comercio lo hacen en otras sociedades. Por eso, cuando la diputada Elisa Carrió nos habla de ética se refiere a una verdad a medias. Aunque lo que plantea es absolutamente cierto, “Lilita” no tiene razón en la medida en que esto está instalado como espacio institucional. No creo que existan demasiados intendentes, gobernadores ni ministros que no se hayan enriquecido en su paso por la función pública. Lo raro no es la corrupción, la excepción es la ética. Éste es el sistema imperante, al que tanto Menem como Kirchner eligieron adaptarse en lugar de combatir. Y así como sostengo que Raúl Alfonsín fue sin lugar a dudas el más decente y ético de los presidentes que supimos votar, también estoy convencido de que en su cercanía ya se incubaba el huevo de la serpiente de la corrupción. Sólo que en esos tiempos todavía era minoritaria. Una sociedad con enorme injusticia distributiva requiere de una dirigencia política capaz de enriquecerse a cambio de no alterar las leyes de juego. Y en eso, en la real distribución de la riqueza, en la lucha contra la fuga de recursos nacionales que los grandes grupos concentrados se llevan del país, en eso el kirchnerismo no hizo absolutamente nada por revertir la situación.

Entra el operador, sale el militante La sustitución del militante por el operador político no fue casual ni gratuita. Cuando Alfonsín asumió la presidencia, en 1983, la política estaba atravesada por los desaparecidos. Si la ideología había llevado a la muerte, los negocios eran una forma segura de no involucrarse en el riesgo. Después de la guerra de religiones, Europa pasó a discutir el producto per cápita. A partir de la década del 80, con la Coordinadora en el radicalismo y la Renovación en el peronismo, el operador desplazó al militante. El operador es un intermediario, un sujeto que ocupa un espacio político pero en realidad sólo expresa intereses económicos, más atento a los negocios en vigencia que a las necesidades del pueblo. De este modo, los hombres del poder económico se fueron imponiendo a los del proyecto político, y dieron lugar a todas esas teorías según las cuales no hay más ideologías. Es posible que no tengan la incidencia de antes, pero eso no implica que hayan muerto las ideas. Néstor, uno de los gobernadores más esclarecidos en ese sentido, prototipo del dirigente político pragmático y mimetizado con el dirigente económico, representó como pocos esa

concepción del poder. En su relación con el empresariado, a Menem le interesaba tratarlos bien porque los admiraba y para obtener, en lo posible, un beneficio personal de esa relación; Néstor, en cambio, competía con ellos, los concebía como simples hombres de su mismo mundo, y en demasiados casos pretendía sustituirlos por sus amigos más cercanos. En ese sentido, el kirchnerismo es el intento de un grupo sectario de crear su propia burguesía, tanto financiera como industrial. Éste era un objetivo esencial para Néstor. ¿Por qué? Porque para un individuo que cree que la esencia del poder está en el dinero, la única forma de tener el poder es convertir a los poderosos en obsecuentes o seguidores. En el fondo, la categoría central de Néstor era la misma que la del rico. Por eso su lógica era la de la ambición sin límite, y en esa escala él imaginaba que lo más productivo para la ambición es el poder político, que sintetiza los dos poderes: el del Estado y el del capital. Con un agravante: a esta lectura perniciosa de la realidad hay que sumarle el hecho de que Néstor consideraba que el factor económico está por encima del político. Y ésta es la raíz de la decadencia por la cual Argentina no logra tener una raza política cuya visión sea capaz de contener al mundo de los negocios sin depender de los negocios. A diferencia de lo que ocurre en países vecinos, nuestra sociedad carece de políticos que puedan establecer una concepción del poder superadora y cabal, que esté por encima de toda idea de acumulación. En su mediocridad, el empresario argentino supone que el dinero es superior al poder político, que la astucia de la viveza es superior a cualquier intento de la inteligencia. Y según esa línea de pensamiento no hay país posible. Sólo hay nación cuando el rico asume la existencia de algo que supera a su ambición. En Estados Unidos el magnate David Rockefeller y sus descendientes, al igual que Henry Ford y los suyos, siempre supieron que por encima de ellos había una nación. Acá el empresario Eduardo Eurnekián y el sindicalista Armando Cavalieri creen que ellos son en sí mismos el mayor nivel de conciencia de la sociedad. Tanto desde el poder sindical como desde el empresarial, con determinados niveles económicos, se presupone que su propia conciencia es superior a la política y que la política es un mero instrumento de esa conciencia. Kirchner, con su concepción del poder, no hizo sino avalar esta distorsión. De hecho, terminó arreglando con Eurnekián y Cavalieri, dos personajes que sólo acuerdan por intereses y conciben como molesto o simplemente secundario el espacio de las instituciones y las ideas. Gente leal al gobierno de turno, jamás a un proyecto de sociedad. Para Néstor el poder político y el económico eran dos caras de una misma moneda que le permitían seducir voluntades y ganar elecciones para alcanzar, en definitiva, el único objetivo que siempre persiguió: el poder por el poder mismo. Por eso degradó el Parlamento al nivel de la obediencia. Y por eso en los puestos clave de su gestión nombró a gerentes en lugar de políticos. El político discute. El gerente obedece. En este sentido, Cristina copió el mismo modelo, con un profundo desprecio por la política, las instituciones y el militante no rentado, un modelo donde no hay espacio para quienes disienten y donde la dependencia degrada a la voluntad en obsecuencia. La lógica del kirchnerismo, que se basa en la soberbia, expresa así el menosprecio no sólo del sistema republicano sino del prójimo. Sólo es capaz de establecer una relación de patrónempleado, nunca una de pares. Como demuestran tantos casos desde el gobernador bonaerense Daniel Scioli al jefe de Gabinete Jorge Capitanich, asumir un espacio de gobierno en el kirchnerismo implica aceptar la devaluación personal. La distancia tomada con respecto al entonces cardenal Bergoglio era una manera de aceptar que la mejor postura ante lo que no se podía dominar era no acercarse. Horacio Verbitsky se encargaría de ponerle ideología a la impotencia.

La década intolerante Néstor jugó con la idea del resentimiento de los vencedores, y la idea de que ellos habían venido a ganar para siempre dio lugar al supuesto de que iban a terminar con todos los que pensábamos distinto. Insisto, el objetivo era el poder; aliados eran los dispuestos a obedecer y enemigos los otros, los que no estaban dispuestos a agachar la cabeza. Cuando Kirchner gritaba “qué te pasa, Clarín”, estaba diciendo “qué te pasa, disidente”, lo que equivale a decir que no hay derecho a pensar distinto. En esto Néstor era duro. A mí me concedió el derecho a pensar y opinar distinto por mucho tiempo, pero él sabía que en el fondo no lo soportaba. Una noche, cuando yo era titular del Comité Federal de Radiodifusión (COMFER), tuvimos una charla normal, y a la mañana siguiente vinieron de Cancillería con el nombramiento para que me desempeñara como embajador en París y la UNESCO. Llamé enojado al entonces canciller Rafael Bielsa y me escuchó con asombro. Para cualquier funcionario ese nombramiento era un premio más que deseado, un premio con el cual el presidente me otorgaba una distinción. Sin embargo, tomé conciencia de que en realidad Néstor quería sacarme de encima. Volví a hablar con él. Se reía pero al mismo tiempo me daba a entender que lo mejor era aceptar la embajada. Si bien yo era un antiguo amigo en un cargo secundario, el gobierno se iba ocupando de todo y no quería dejar nada en el espacio secundario, mucho menos en la política de medios de comunicación. Luego de mi salida del COMFER, que marcó mi alejamiento definitivo cuando rechacé la embajada en París y otros ofrecimientos, el enfrentamiento del gobierno con Clarín se hizo público. A partir de ahí el kirchnerismo, en su guerra contra el Grupo, no dejó espacio para nadie. Estás conmigo o con el enemigo, ésta era su lógica. Y estar con ellos te reducía a una obediencia ciega y, sobre todo, muda. Néstor había reunido poder económico y tenía el gobierno en sus manos, ahora quería obediencia. Las dos escuelas de obediencia conocidas eran el Partido Comunista y la guerrilla, que se alistaron en las filas del Frente para la Victoria a cambio de un cobijo para sus miembros. Ambas cambiaban de enemigo, dejaban al imperialismo yanqui para sustituirlo por Clarín, y achicar el enemigo era una manera oblicua de asumir su propio empequeñecimiento. Si uno salía en las páginas de Clarín o alguna señal del Grupo, automáticamente pasaba a ser un traidor a la patria, pero en los medios cooptados por el gobierno no te invitaban ni por equivocación. La conclusión era clara, obediencia o anonimato.

Regla N°1: vale todo Con los Kirchner al frente del Ejecutivo nacional, todo se fue transformando en una dialéctica de obediencia o enemistad, y cualquier forma de confrontar pasó a ser válida: desde el juego de azar a los subsidios, pero especialmente las opiniones favorables y la propiedad de los medios de comunicación. En su afán de concentrar la voluntad de la sociedad, Néstor era como un chico jugando al Monopoly, un jugador fanatizado. El desarrollo de los casinos, la proliferación de las máquinas tragamonedas y la expansión del juego en general lo definen en su esencia. El juego de azar, caja de ingresos permanentes para las autoridades, y un perverso impuesto para la ilusión de los humildes, es una de las inversiones más redituables, si no la más rentable de todas. Y su existencia, se sabe, está supeditada al poder. Expandir el juego implica ampliar impunemente los ingresos de quienes tienen la facultad de autorizar o prohibir su existencia. No hay juego sin corrupción en su vigencia.

Si se instala un casino, un bingo o una tragamonedas significa que algunos de los hombres del poder se están enriqueciendo. No hay excepciones en el tema. Y Néstor desarrolló como nadie ese espacio del juego a pesar del daño enorme que le causa a la sociedad. Por cada tragamonedas de las bien ubicadas, retornan al poder ochenta dólares diarios. Este número me lo confió el propio Kirchner en un diálogo que tuvimos sobre el tema, y una sonrisa cómplice fue su respuesta a mis cuestionamientos. Ochenta dólares diarios retornan al poder por cada tragamonedas. Las tragamonedas tuvieron un desarrollo exponencial durante la gestión Kirchner. Que el lector saque sus propias conclusiones. Después vendrían las historias, exageradas o minimizadas según quién las cuente, sobre fortunas y bancos, estafas y testaferros. Pero siempre queda flotando la duda sobre si esa corrupción es secundaria, residual, o si por el contrario ocupa el centro de la escena y lo demás, la política de derechos humanos y los subsidios, son tan sólo una cobertura necesaria. La política del kirchnerismo con respecto a los medios de comunicación, aún antes de impulsar la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que le sirvió de argumento para reglamentarlos a su antojo, tampoco fue desinteresada. Los medios oficialistas —radios, diarios, señales de televisión abierta y señales de cable—, todos juntos conformaron una fuente inagotable de contratos y ganancias en los últimos diez años. Y de masiva contratación de lealtades. Claro que los medios no fueron la única herramienta del kirchnerismo para manipular recursos y sumar voluntades a sus filas. Desde Tecnópolis al Espacio para la Memoria creado en la ex Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), todo formó parte de una enorme teta que amamantaba militantes. Militantes rentados, se entiende, que son los únicos que tuvieron cierta gravitación en el kirchnerismo. Los otros, los militantes auténticos, para Néstor personificaban el fracaso. Vuelvo a señalar este punto porque los miraba como si se tratara de bichos raros y no me parece un dato menor. Nunca los entendió ni trató de entenderlos. La palabra “militante” ya por sí misma lo irritaba, no la quería ni escuchar. Otro capítulo significativo del vale todo kirchnerista lo protagonizaron los subsidios, una caja oscura a través de la cual el gobierno invierte pero a la vez genera dinero para el bolsillo de sus funcionarios más conspicuos. La brillante idea no es nueva. En los tiempos de Menem, con el pretexto de la deficiencia estatal y de mejorar el servicio mediante la inversión privada, se concedió a grupos empresariales la explotación del servicio de transporte público de pasajeros para transformarlo en un negocio. Un negocio para el empresario que obtiene la concesión pero también para el funcionario que, desde el Ejecutivo, se comporta como propietario del Estado. El subsidio, aplicado de esta forma, permite un manejo perfecto de la corrupción. El Estado es dueño y hace el gasto, algún privado juega el papel de concesionario y el retorno que ese privado le paga al funcionario por haberle otorgado el negocio es enorme. Desde luego, el empresario no cumple con la cláusula sobre inversión contemplada en la licitación, y el representante del Estado no le exige que la cumpla, por lo tanto se entrega un subsidio que nadie controla y se obtiene un retorno que nadie denuncia. Cuando uno recorre los nombres de los operadores, tanto funcionarios como concesionarios, queda a la luz de qué se trata este sistema cuyo principal perjudicado es el ciudadano de a pie. Años sin comprar un solo vagón, años con discursos sobre la inauguración de vías y talleres, y al final el gobierno de Cristina termina comprando, llave en mano, una serie de vagones a China, lo cual implica un enorme retroceso industrial. Al comienzo, el imperio que nos vendía los trenes era Inglaterra, luego fuimos capaces de fabricarlos en la Argentina hasta

que la Fundación Mediterránea imaginó que la eliminación del ferrocarril permitiría achicar el gasto público, y hoy volvemos a comprárselos a un nuevo imperio: el de los chinos. Lejos de diferenciarse del menemismo, el kirchnerismo garantizó la continuidad de este manejo del subsidio. ¿Por qué? Porque ésa era la vía principal de sus ingresos oscuros. El único cambio real que introdujo fue el de los operadores que estuvieron al frente del negociado. Las consecuencias de esta política, con los 51 muertos y 702 heridos que dejó la tragedia de Once en febrero de 2012, están a la vista. El caso del transporte no es la única irregularidad en materia de subsidios que cometió la gestión kirchnerista. Durante años mi gasto por el gas ha sido igual o menor al precio de un café. Nada, excepto la viciosa vigencia del retorno, justifica ese subsidio. Esto se traduce en fortunas que el Estado desvía de los necesitados para que lleguen a ser compartidas por quienes no las necesitan y, por supuesto, también por los funcionarios. Por eso, al observar las grandes sumas que se gastaron para subsidiar el consumo de agua y de electricidad en beneficio de ciudadanos que podían prescindir de esa ayuda, uno llega a la conclusión de que la verdadera razón para llevar a cabo ese derroche o mal direccionamiento de los recursos era la recaudación (léase retorno) que embolsaba el gobierno. El kirchnerismo fue una estructura que se volvió perversa y terminó utilizando a sectores progresistas para que lo justificaran y defendieran a cambio de prebendas secundarias en el Estado, con lo cual dejó al desnudo el pensamiento y la dignidad de una generación. Nunca imaginé que fueran tantos los que se mantendrían en el oficialismo con cara de distraídos. Para que los supuestos intelectuales se tomaran en serio que las denuncias eran falsas y las defensas reales, para caer en semejante absurdo, se necesitaba demasiada ingenuidad. O el temor a perder la protección y el lugar que les ofrecía el poder. En definitiva, demasiados motivos para desviar la atención y callar. Cada tanto alguna figura secundaria de la corrupción nos tira frases de iniciados. En un bar, en la mesa de al lado, uno de ellos le dice a otro como para que también escuchemos: —¡Son insaciables! Y uno sabe que la frase es real, que alguno de la mesa junta valijas y las lleva adonde le ordenan. Aunque parezca mentira les gusta que los escuchemos, están orgullosos de pertenecer a ese mundo. El resto es silencio, misterio. El misterio de sus mundos de ricos. Y con los años toman distancia de los que no sólo no tenemos avión propio sino que ni siquiera viajamos en primera. Entender a la sociedad implica ser consciente del poder que el dinero ejerce en su seno, de la dimensión de ese poder, y que un hecho fundamental del capitalismo es la falta de límites. En su desesperación por la ganancia, desmesura ante la cual el ecologismo aparece como una alarma, el capitalismo es capaz de destruir a la humanidad. Nosotros, los que no nos involucramos en los negocios, no conocemos el verdadero valor del dinero. Lo bueno de un hombre como Néstor Kirchner es que sabía de sobra de qué se trata este asunto de la riqueza y cuáles son las reglas de juego que la rigen. Menen también era un experto en el tema, pero menos obsesivo, más marcado por la frivolidad. Uno siempre piensa en el dinero como medio para un fin, por eso le pone un límite. Pero la ambición no lo tiene. Hay quienes a través de la función pública superaron los quinientos millones de dólares, algunos los mil millones y otros mucho más aún. Me cansé de discutir con amigos militantes sobre este tema. Un seco —palabra que solía usar Néstor— no tiene dimensión real del dinero. Uno piensa el dinero unido a un bien que necesita; para ellos, en cambio, para los millonarios, el tema es la cantidad. Lo viven como el hándicap de un deporte. La diferencia es que en el caso del dinero se trata de un club exclusivo del poder en la humanidad.

Ellos se relacionan por la dimensión de sus riquezas. Salen en las listas de los ricos del mundo pero no se cruzan con los humanos normales. Son la aristocracia en serio. Algunos de ellos lo muestran como un éxito; otros, demasiados, lo ocultan como un logro mafioso. Pocas veces, pero las suficientes, escuché hablar de cantidades de dinero relacionadas con el poder. O, mejor dicho, con los poderosos. Es irritante la admiración reverencial con la que algunos se refieren a los ladrones: —¡No sabes la que se llevó! Y se les cae la baba de pura envidia. Son categorías que se imponen en los mundos del poder, donde te dicen que tanto Cristóbal López como Lázaro Báez fueron capaces de reunir sumas superiores a los cinco mil millones de dólares, y luego te cuentan muy sueltos de cuerpo que la mitad de ambos es en realidad de los que gobiernan. Desde luego, la dirigencia política no es la única que define a un país. En una sociedad estabilizada, los ricos, que conforman la dirigencia económica, son importantes pero no ocupan el lugar superior de la pirámide social. O al menos no se sienten superiores al resto de la sociedad. Para nosotros las cosas son muy distintas. Los ricos, nuevos o antiguos, integran un mundo de posesiones que los instala en otra galaxia. La categoría del rico ocupa un espacio de lo absoluto en nuestro imaginario, donde los empresarios se enriquecen muy rápido y por eso se creen inteligentes, cuando en realidad son de lo más mediocre que supimos conseguir. Hay códigos y misterios que se imponen en ese espacio, gente que sabe de la vida del otro y su poder, un poder basado en el prestigio que implica el enriquecimiento aun cuando sea a través de caminos oscuros y vía non sanctas. Se me ocurre que ese mundo jamás ha sido denunciado. Las complicidades no tienen traidores. No los hubo en la dictadura, no los hay en democracia. A lo sumo, cada tanto, sale a la luz algún tonto que no entendió las reglas del juego, pero ni siquiera en esos casos se vulneran las reglas del misterio, esas que imponen un respeto al dinero como si fuera un bien sagrado. Pueden jugar con la intimidad sexual, jamás con la bancaria. La conciencia que tienen los ricos y los poderosos sobre su superioridad con respecto al resto del universo no es un tema menor. Sobre todo en una sociedad como la nuestra, en la que el pensamiento político no logró casi nunca imponerse al poder de los ricos. En muchos casos, incluso, el camino al enriquecimiento fue el escalón previo al poder político. Y si hubo excepciones, en rigor, estuvieron más cercanas a la casualidad o a la frivolidad que al poder real. Los personajes que ocupaban los ministerios con Menem venían del poder, coronaban como funcionarios lo que habían armado como profesionales o empresarios exitosos. Y varios de esos que se robaron millones, varios de ellos caen en profundas depresiones. Podría dar algún nombre conocido por todos, personas que imaginaron que el dinero los volvía invulnerables y que con el tiempo se fueron viendo obligados a asumir que no eran nadie, y que finalmente se quedaron con sus riquezas y sus mediocridades. Los pobres tienen una excusa para justificar su infelicidad, a estos ladrones ya no les queda ninguna.

Concentración económica y capitalismo de amigos El mito de la propiedad privada y las inversiones corresponde al pasado, a los tiempos del desarrollo industrial y los bienes palpables. Luego fueron los tiempos de las finanzas y los permisos, del petróleo regalado a cambio de coimas enormes. Y también de los permisos de pesca, un tema del que no se habla pero cuya discusión debería llevar a la cárcel a más de un funcionario. Todo fue armado desde el gobierno de Menem para facilitarles a las

corporaciones el saqueo del país. Como si toda inversión extranjera generara riqueza cuando en rigor se estaba llevando esa riqueza. Y en esto los gobernadores como Néstor no sólo estaban iniciados sino que tenían ejercicio en el tema. Alguna decadencia ideológica los había convencido de que regalar patrimonio engendraba mercado y ganancias, sin aclarar para quién. Me parece que nadie ignoraba el resultado, pero al enriquecerse necesitaban una mentira para tranquilizar las conciencias. Como siempre en los últimos tiempos, el poder se asienta en el triunfo de los peores. El peronismo nos dejó en 1955 una sociedad con la mitad de la renta para salarios. Y con muchas empresas nacionales. Luego sufrimos dos plagas de Egipto: la primera en la década del 70 con el ministro de Economía del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, José Alfredo Martínez de Hoz, y la segunda en los 90 con Domingo Cavallo. En ambos casos se destruyó el capital nacional para permitir el avance del inversor extranjero. Y acá la palabra inversor queda pegada por dependencia intelectual a la palabra extranjero. La concentración económica implica, siempre, exclusión social. Las grandes cadenas de supermercados, por citar un ejemplo, eliminan decenas de almacenes y, como si fuera poco, se llevan la ganancia del país. Desde luego, en la escuela de negocios para imbéciles le cuentan al alumno obediente el cuentito de que el pobre paga más barata la gaseosa. Lo que no le cuentan es que la esencia de ese sistema no sólo hace más pobre al pobre sino que termina sacándolo de la cancha y lo convierte en un marginal. La famosa y no menos ficticia teoría del derrame, según la cual la riqueza llegaría a la base en forma de cascada luego de acumularse en la cima de la pirámide social; el hecho concreto de que la iniciativa privada es esencial para el desarrollo capitalista pero la concentración es su contracara; el debate entre lo estatal y lo privado; entre concentración y dispersión, son temas que hacen a la esencia del mundo del trabajo y su problemática. Nada de todo esto, sin embargo, tuvo lugar en el debate de ideas del kirchnerismo, que en ese sentido no aportó nada más allá del subsidio, la vieja limosna de la oligarquía, esa que tanto odio le generaba a la compañera Evita. En el contexto de concentración económica, el kirchnerismo sólo confrontó con el capital que se atrevió a opinar de manera diferente y que llegó a cuestionar la versión oficial de la gestión. El enemigo real en términos de distribución de la riqueza no era el Grupo Clarín sino Telefónica. Pero además de arreglar con el kirchnerismo enormes retornos de ganancias, Telefónica había pactado que Canal 11, su señal de televisión abierta, tratara bien al gobierno en la cobertura de los temas más relevantes. Con sólo hacer silencio crítico, el monopolio imperialista que más lucra se convierte en un amigo. La dimensión de Telefónica es, por lejos, un saqueo. Clarín no llega ni al diez por ciento de esa facturación, pero no obedece al gobierno. Monopolios imperialistas enemigos del pueblo son los que opinan distinto al discurso oficial. Los demás son socialistas, o al menos lo parecen. Los integrantes de Carta Abierta, que no se caracterizan por sus conocimientos laborales, tampoco confrontaron ni confrontan con las grandes empresas que se llevan el sudor de los argentinos. Prefieren reservarse, en cambio, para la esgrima verbal con quienes critican al gobierno y con aquellas empresas que no hablan bien de la presidenta o de su marido. Una idea de la defensa de los pobres propia de exquisitos. De semiólogos. En términos concretos, más allá de lo discursivo, el kirchnerismo no vino a hacer la revolución ni a mejorar la situación de los excluidos mediante una verdadera redistribución de la riqueza, basada en la creación de trabajo genuino y en el uso coherente de los recursos. Tampoco propuso un modelo de sociedad con verdadera inclusión social. Se limitó al asistencialismo, a la vez que avaló la concentración económica, y fomentó un capitalismo de amigos.

El eterno retorno del peronismo Nadie se hace cargo de que en Argentina el liberalismo trajo el estatismo. Muchos expertos en economía, egresados de escuelas prestigiosas y remotas, vinieron con el cuento de que la disposición de Perón de destinar la mitad de los ingresos a los salarios obstaculizaba el desarrollo económico porque los capitales se quedaban sin resto para la inversión. Es cierto que las ganancias pueden transformarse en inversión, pero no siempre. Y los ricos de nuestro país suscribieron la idea ingenua y absurda de que en Estados Unidos todo era rentable por la ganancia, como si la condición de ser una potencia imperialista no tuviera ninguna influencia. El peronismo fue una alteración del poder que en la década del 40 elevó el concepto de nación por encima de los intereses de la dirigencia económica. Luego, los sucesivos golpes de Estado devolvieron la conducción del país a los hombres de negocios, que en la última dictadura se desmadraron y decidieron masacrar a una generación. Así de brutos eran esas bestias, referentes de la vieja expresión del poder, que acusaban al peronismo de constituir una dictadura violenta y terminaron auspiciando una masacre colectiva. Nunca pudieron demostrar una sola muerte del peronismo, las de ellos se cuentan por miles. Nadie se hace cargo, decía, de que en Argentina el liberalismo trajo el estatismo. El mismo espíritu liberal de mercado que iluminó y destruyó a las dictaduras se nos cayó encima con el gobierno de Menem. Apuntalados por la estupidez que siempre los caracterizó, los iluminados de la Fundación Mediterránea y los amigos de Martínez de Hoz, que estuvieron vigentes durante el menemismo y en su representación del regreso de los muertos vivos se animaron a destruir en democracia lo que no habían siquiera enfrentado en plena dictadura, lograron que su antiestatismo exacerbado derivara en esta estatización desmesurada a la que asistimos hoy. Las previsibles consecuencias no los privaron de aplicar su fórmula mágica. Desmantelamiento del Estado, desindustrialización, desempleo masivo, desmembramiento del tejido social. ¿Qué sería de la patria sin el aporte de esos notables? Por los servicios prestados, una vez más: gracias. Acto seguido, luego del breve intervalo duhaldista, el kirchnerismo entró en escena y nombró a 1.800.000 empleados públicos, lo cual significa incorporarlos al espacio de la prebenda ya que se trata de un beneficio sin contraprestación. Ese cargo público en el que se regala el dinero de los impuestos es más injusto que la injusticia que el kirchnerismo dice combatir. El taxista que trabaja doce horas al día termina enemistado con el empleado que goza de la seguridad y los beneficios estatales y que en algunos casos ni siquiera ocupa su puesto de trabajo. Esto da lugar a una sociedad inviable, en la que el Estado prebendario genera un partido que es explotador de todo aquel ciudadano que no forma parte de él y que, desde luego, no está en condiciones de albergar a todos los ciudadanos. El Estado se convierte así en un útero materno desmesurado, disfuncional, que adolece de gigantismo al mismo tiempo que es incapaz de contener al conjunto de la población, y que le da la seguridad de los ricos a los que dicen luchar por la causa de los pobres. Si el peronismo sigue manteniendo su vigencia, en parte es porque cada vez que el pensamiento económico empresarial se instala, como en la década del 90, hay que retornar al estatismo, aun cuando lo hagamos de acuerdo con la peor de sus versiones. Menem se volvió tan privatista que les permitió a los Kirchner instalar un Estado descomunal ya iniciado el siglo XXI. Claro que para entonces ya habíamos mal vendido las empresas que daban integración social a decenas de miles de ciudadanos. Se las vendimos a los extranjeros, y los argentinos nos quedamos con el desocupado mientras regalábamos las ganancias. Un negocio redondo. El dinero se iba a otro país, los caídos nos quedaban a nosotros. Esta tragedia no es sino el

simple resultado que se obtiene por confiarles a los economistas, o para ser más preciso, a las ganancias, la organización de toda la sociedad. Con el tiempo, muerto Perón y reemplazado el militante por el operador político, el peronismo se convirtió en un pedazo del poder y pasó a compartir los mismos vicios que el resto de ese poder, de forma tal que sus miembros más conspicuos acumularon suficiente riqueza como para participar del festín. Algunos de estos temas y tantos otros pude conversarlos con Kirchner en las largas noches de espera cuando él era un gobernador de visita en la Capital y tenía que hacer tiempo hasta que su esposa, entonces senadora, regresara de cumplir con sus tareas legislativas. Unos años más tarde, tras llegar a la Casa Rosada, Néstor demostraría que, lejos de ser un transformador, apenas era un gran ambicioso.

La veleidad del poder eterno y absoluto Uno encontraba algunas virtudes en Chávez hasta que el personaje se comió a la causa. En los Kirchner todo giraba en torno al poder, incluso las ideas dependían de ese logro, de ese espacio de poder ya obtenido. Néstor vivía su expansión como una enfermedad, tanto que no imaginaba estar sin él. Una vida sin poder para ellos no era vida. Ésta es otra de las razones por las que convocaron a los viejos restos del estalinismo autóctono, gente que quería instalarse en los cargos para siempre. De hecho, llegaron a creer que todo era eterno. Como fieles estalinistas que son, inventaron que los demás éramos parte del pasado y que sólo a partir de ellos se podría imaginar el futuro. Si hacemos memoria, nos damos cuenta de que después de Stalin en Rusia quedaron las mafias como poder instalado. Luego del comunismo no vino el tiempo de la socialdemocracia ni de ninguna otra virtud por el estilo. La burocracia había generado una nomenclatura omnipotente, una estructura que se servía del Estado para obtener sus propios beneficios. Como siempre, el libreto se basaba en las necesidades de los necesitados. Allá por los 80, se publicó un libro importante para describir la nueva clase social que se había instalado en la Unión Soviética. La Nomenklatura, de Michael Voslenski, describía como nunca la nueva clase en la que había devenido el comunismo. El autor es un marxista que pertenecía a esa estructura, que desentrañó su naturaleza con implacable rigor, sin apartarse un ápice de la ortodoxia marxista en la que se había basado su propia formación intelectual. Algunos años antes, el yugoslavo Milovan Djilas publicó su célebre libro La nueva clase y fue un duro golpe a la imagen que los dirigentes soviéticos intentaban dar de sí mismos. En eso se basó el kirchnerismo, en generar una dirigencia que utilizaba la ideología como excusa y la ambición como motor principal de sus actos. Insisto en que la burocracia necesita de la ideología como excusa, los liberales son más cínicos y limitan la mística a la mera ganancia, los restos de las izquierdas necesitan darle una visión más poética, como si una causa superior les permitiera utilizar el poder para que sirva a los necesitados. Siempre reitero que la mayoría de las coimas se justifican en necesidades de construcción política, y terminan en manos de amarretes a los que no se les saca un centavo para ninguna causa que no sea al servicio de su propio ego. Néstor no intentó que los derechos de los pobres se impusieran a la ambición de los ricos, tampoco repitió la decisión del General Perón de alterar los porcentajes en la distribución de la riqueza. Ni siquiera consideró esta posibilidad, su único afán consistió en quedarse con el poder de la Argentina como ya se había quedado con el de Santa Cruz, es decir, con todo, absolutamente todo, y sin disidentes en el horizonte.

El tema no era integrar a los caídos, sólo ayudarlos con dineros del Estado. El tipo de beneficencia que tanto odio engendraba en la voluntad de justicia de Evita. El kirchnerismo da limosna a los pobres y necesitados esperando a cambio su apoyo electoral. En este punto es donde Kirchner se encuentra con los organismos de derechos humanos y con los restos del Partido Comunista y de la guerrilla de los 70, y a partir de ese cambalache decide armar un partido del poder cuyo único objeto es exigirle obediencia perpetua a toda la sociedad. Intentaron quedarse con La Rural, con la Feria del Libro, con la Justicia, con todo lo que estuviera a su alcance. La grotesca Ley 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual, promulgada en octubre de 2009 y más conocida como Ley de Medios, no es sino una escala más en el camino a esa voluntad de poder absoluto. Una ley que concibe a lo privado como espurio y en consecuencia a lo estatal como digno es una ley que se presta abiertamente a la manipulación. Ni el sindicalista Armando Cavalieri ni el empresario Eduardo Eurnekián se sintieron molestos por el avance del autoritarismo. Los nombro a ellos ya que por edad y acumulación de riquezas les hubiera correspondido un gesto. No lo tuvieron. El sentido del oportunismo no lo indicaba. Al parecer, las riquezas no suelen ir de la mano con la dignidad y la defensa de la libertad. Los ricos, en alguna medida, nos aclaran que la riqueza es el único bien en juego y que el resto, la dignidad y la misma democracia, por ejemplo, son prescindibles. Varios de los ricos que hoy acompañan al gobierno son los mismos que incitaron a los militares a masacrar revolucionarios en el pasado, y luego, con la vuelta de la democracia, los dejaron caer sin pena ni gloria. Esta foto revela con crudeza un dato de la realidad: los ricos eran lo permanente y los militares, lo coyuntural. Los jefes de las Fuerzas Armadas llegaron a creer que eran los dueños del poder, la historia les demostró que estaban equivocados. Algo similar les debe de haber ocurrido a Menem y a su banda. Los ricos que en la década del 90 los ovacionaban, a partir de 2003 dejaron de llamarlos para jugar al golf. Hay un libro de José Donoso, Casa de campo, que describe este fenómeno que ocurre con quienes están dispuestos a matar a sus hijos. Las reglas de juego del dinero no reparan en costos humanos, el resultado está a la vista. La ambición de los ricos termina en la revolución de los pobres, sólo la política puede imaginar una sociedad con limites que no transite al estallido por la vía de la concentración. No me canso de repetir que cuando gobernaron los militares perdimos la guerra y cuando gobernaron los economistas dimos en quiebra. Sólo la política puede aspirar a la grandeza de pensar e imaginar el futuro. El triunfo del kirchnerismo con el 54 por ciento de los votos en las presidenciales de 2011 los llevó a soñar con el poder definitivo. De acuerdo con la lectura promisoria, y no menos presurosa, que hicieron del escrutinio no había alternativas políticas a la vista. Era el momento oportuno para terminar de destruir cualquier esbozo de competencia y, entonces sí, se instalarían para siempre. La jefatura de Cristina era pobre, apenas justificable, pero igual les servía. Claro que luego no encontrarían nada para sostener las teorías revolucionarias. Pero qué importancia tenía eso. El sueño estaba al alcance de la mano. Y ese triunfo marca la desnudez de las instituciones que supimos construir. El peronismo estaba en su propia degradación pero el no peronismo no tenía absolutamente nada para ofrecer. La convicción que impone el poder al pensamiento es, en el fondo, darle parte de la razón a los que imaginan que las ideas deben ocupar un lugar secundario. El poder real es una conciencia, una comprensión de la realidad en cada coyuntura. Y la simple sumatoria de las visiones parciales no lleva a ningún lado.

Un discurso, doble moral y algunos intelectuales para el decorado Los discursos de Néstor y Cristina, sin contenido, cada vez más devaluados, obligaban a un aplauso forzado y eran discursos dirigidos no al grueso de la población sino a los obsecuentes, como si se tratara de un circuito cerrado, discursos cuyo verdadero destinatario era el reducido grupo de seguidores que parasitan al Estado. Discursos sin riesgo de fractura, sin riesgo de crítica ni de queja. Sólo los espacios y las prebendas que ocupaban los seguidores justificaban la pasión y la sinceridad de un aplauso que el resto de la sociedad presenciaba atónita. Era el relato en vivo y en directo de la década que ellos y sólo ellos habían ganado, y no se privaban de celebrar en público. Desde luego, decían que se trataba de una década ganada para el conjunto de la sociedad, pero en el fondo sabían de sobra que sólo se referían a ellos mismos. Nunca la prebenda y el supuesto ideal se habían mezclado de tal manera. Atizados por escandalosas ganancias, los discursos grandilocuentes encendían el fervor del aplauso rentado. Sin duda, debía de haber un pequeño grupo de creyentes ad honórem (la inocencia siempre está presente), pero ser inocente en el kirchnerismo es tan absurdo como la virginidad en el prostíbulo. El kirchnerismo, que transita la impunidad y expresa la ruptura de todos los límites, encuentra en la izquierda y en los organismos de derechos humanos una justificación perfecta para su desmesura, y la desmesura es a su vez una manera de encubrir sus debilidades éticas, una cortina de humo para disimular el objetivo central del dinero. El kirchnerismo tomó nota y aprendió mucho de la Venezuela chavista. Al principio se lo miraba a Chávez como un exagerado, pero luego se decidió acoplarse a su juego. La revolución a veces requiere de alguna impunidad, pero no toda impunidad implica una revolución. Y los Kirchner fueron avezados cultores de la doble moral. Al pensar en la distancia entre su discurso y los hechos concretos de su gestión, me viene a la mente la revolución industrial que pregonaba Menem en su campaña de 1989 y la política de desindustrialización que llevó a cabo en su mandato. En el transcurso de este desarrollo en el que equiparo a Menem con Kirchner me resulta cada vez más evidente cómo ciertos sectores de la supuesta intelectualidad, fatigados de tanto elucubrar revoluciones que nunca llegaban, se convencieron de que la única salida posible para tener algo que ver con el poder era ofrecerle al pragmatismo de moda un servicio a medida: la confección de un disfraz intelectual para cubrir su desnudez ideológica. Al salir de una reunión en la que se había debatido largamente proyectos que nunca se concretaron, un intelectual de los más respetables me dijo en murmullo: “Nos necesitan para decorado”. Tenía razón, la verdadera sabiduría kirchnerista está en la caja fuerte. Lo demás es romanticismo. Para Carta Abierta la cosa fue más simple, les ofrecieron un lugar en el poder y a cambio de eso ellos salieron a explicar lo inexplicable. Sus integrantes no se tomaron la molestia de exigirle coherencia a los gobernantes, sólo les importaba que los convocaran a ellos. Néstor tenía razón, el poder permite dominar conciencias sin problemas. Y fácilmente logró convertir a un puñado de intelectuales en justificadores del oficialismo. Al igual que los programas de política de la televisión pública, Carta Abierta terminó transitando la vergüenza y se sumó al concurso de mediocres asalariados que soñó con perpetuarse en su situación de privilegio. Ante semejante farsa, el periodista Jorge Lanata fue un asesino serial de farsantes. Intentaron minimizar y aun ridiculizar sus denuncias. Finalmente, los denunciados fueron cayendo presos y los periodistas del poder, encargados de defender lo indefendible, tuvieron

que llamarse a silencio. Junto con algunos encuestadores, estos tiempos van a dejar una fila de verdugos obligados a pasar a la clandestinidad social. Oyarbide portará el estandarte. Y como nos cantaba Edmundo Rivero, “nadie quiere el estandarte si es lunga la procesión”.

Todo termina Más allá de las diferencias metodológicas entre Menem y los Kirchner, el resultado es el mismo: la pobreza y la dependencia siguen inalterables. La Argentina que nos deja el kirchnerismo no tiene menos pobres sino más ricos, y unos cuantos nuevos ricos que eran viejos amigos. Estos ricos de hoy, carentes de ideología, son los amigos del poder. Una burguesía intrascendente que dista mucho, demasiado, de la grandeza que una dirigencia económica debe tener como para aportar a forjar un concepto de nación. Se enojan con los sectores agropecuarios, tienen razón, son los dueños de todas las virtudes de las que los funcionarios de hoy y sus amigos carecen. Lo que el país necesita para que un tercio de la población salga de la pobreza, para que de una vez por todas pueda prescindir del asistencialismo y otras anestesias que disimulan pero no sanan es superar la concentración económica que promovieron Martínez de Hoz y Cavallo y que los Kirchner convalidaron. Entre otros daños, la herencia kirchnerista nos deja la degradación de la dignidad reformista y la noción de que todo es reducible a una transacción de compra-venta, aun la voluntad de aquellos que estaban en contra de la sociedad de consumo. Es lógico que a la sociedad le cause terror la idea de tener que empezar siempre de cero. Entiendo la necesidad de pensar que hay que rescatar algo de la gestión actual, pero esa necesidad expresa también una debilidad. Si no hay nada rescatable, debemos tener el coraje de asumirlo. Y yo creo que no hay nada para rescatar de esta larga y tediosa década de gobierno kirchnerista. En mis largas charlas con ellos y sus elegidos, ni Menem ni Kirchner se referían a una concepción trascendente de la vida, ni profesaban admiración por el pensamiento ni mucho menos por la virtud. Ni la solidaridad ni la angustia existencial formaban parte de los temas que les interesaban. Ambos eran de muy escasa lectura, la mera ambición ocupaba todo el espacio de sus vidas. En Menem la trasgresión transitaba el espacio de la sexualidad y la frivolidad, en Kirchner el del dinero y la sumisión absoluta a su voluntad. Menem se sentía atraído por toda forma de videncia y confiaba ciegamente en el padre Mario, que lo habría curado de una complicada enfermedad. Todas las mujeres o todos los dólares, en el afuera estaba la riqueza y el placer, el triunfo y la seguridad del ser. Hasta en el hobby ambos eran competitivos. El miedo a la soledad o a la misma reflexión los convertía en desesperados del poder. No se imaginaban fuera de él. Hijos de la época, con escasa lectura y capacidad de reflexión, sólo contaban con el motor de la ambición que los dejaba en la cárcel de la obsecuencia. De la marcha peronista sólo se habían quedado prendados de esa breve estrofa que expresa “qué grande sos”. Peleadores de barrio que llegan a la cima sin conciencia de trascender, compartían una idea de la vida hecha sólo de puro presente. En nuestro país existe una clase dirigente que está hecha de esa madera: empresarios, sindicalistas y vencedores de todo tipo que no admiran el talento sino la viveza. O peor aún, le temen a la inteligencia y mucho más a los que no son gente cercana a la corrupción. La ética es un lugar inalcanzable para el rico, una instancia superior que lo cuestiona, que pone en duda el valor de su triunfo y su superioridad en la escala del poder. El caso del hoy papa Francisco desnuda como pocos ese fenómeno. Cuando el cardenal

Bergoglio impulsaba una sabiduría asombrosa eran pocos los que lo reconocían, y muchos los que imaginaban que acercarse a él no era beneficioso para sus negocios. Hoy Francisco asombra al mundo, y demasiados hacen cola para la foto, la mayoría de los cuales ayer no hubieran jugado sus beneficios por acompañarlo. La libertad y una sociedad en serio requieren de muchos dirigentes y actores sociales con talento y dignidad, una masa crítica de la que nosotros estamos bastante carentes. Soy optimista, sin embargo, porque todas estas frustraciones nos están enseñando a vivir. Como decía el General, “mejor aprender de la experiencia ajena porque la propia suele llegar tarde y cuesta cara”. Parece que a nosotros la experiencia ajena no nos enseñó demasiado y seguimos aprendiendo de la propia. Es un camino más largo y doloroso pero en definitiva nos llevará a la madurez.

Cubierta Portada Presentación Camino y huella de Kirchner en Santa Cruz, por Omar Pintos Testimonios de vecinos, compañeros y adversarios políticos de Néstor Kirchner en Santa Cruz Testimonios de políticos que le disputaron el poder a Kirchner en Santa Cruz El Oro o el Bronce, por Oscar Muiño Entre el afecto y la bronca, por Julio Bárbaro Créditos Bárbaro, Julio Lejos del bronce / Julio Bárbaro, Oscar Muiño y Omar Pintos. - 1a ed. - Buenos Aires : Sudamericana, 2014 (Ensayo) EBook. ISBN 978-950-07-5020-2 1. Ensayo Argentino. I. Muiño, Oscar. II. Pintos, Omar. III. Título CDD A864

Edición en formato digital: noviembre de 2014 © 2014, Penguin Random House Grupo Editorial Humberto I 555, Buenos Aires.

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