Lectio Divina 17

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lectio divina para cada día del año

Propio de los santos - II (julio-diciembre)

Lectio divina para cada día del año

GIORGIO ZEVINI

y PIER

GIORDANO CABRA

(eds.)

Plan general de la colección

LECTIO DIVINA PARA CADA DÍA DEL AÑO *1. *2. *3. *4.

Adviento Navidad Cuaresma y Triduo pascual Pascua

*5. *6. *7. *8.

Ferial Ferial Ferial Ferial

- Tiempo - Tiempo - Tiempo - Tiempo

Ordinario Ordinario Ordinario Ordinario

- año - año - año - año

par par par par

*9. *10. *11. *12.

Ferial Ferial Ferial Ferial

- Tiempo - Tiempo - Tiempo - Tiempo

Ordinario Ordinario Ordinario Ordinario

- año - año - año - año

impar impar impar impar

(semanas (semanas (semanas (semanas

1-8) 9-17) 18-25) 26-34)

(semanas (semanas (semanas (semanas

1-8) 9-17) 18-25) 26-34)

volumen 17

Propio de los santos - II (julio-diciembre)

*13. Domingos - Tiempo Ordinario (A) *14. Domingos - Tiempo Ordinario (B) *15. Domingos - Tiempo Ordinario (C) *16. P r o p i o de los santos - Primera parte (enero-junio) *17. P r o p i o de los santos - Segunda parte (julio- diciembre)

TRADUCCIÓN: MIGUEL MONTES

* Publicados.

E D I T O R I A L VERBO D I V I N O Avda. d e P a m p l o n a , 41 31200 E s t e l l a (Navarra) E s p a ñ a 2004

Santo Tomás, apóstol 3 de julio

Editorial Verbo Divino Avenida de Pamplona, 41 31200 Estella (Navarra), España Teléfono: 948 55 65 11 Fax: 948 55 45 06 Internet: http://www.verbodivino.es E-mail: [email protected]

Lo aue sabemos del apóstol santo Tomás se lo debemos sobre todo al cuarto evangelista. Fue Tomás quien invitó a los otros apóstoles a marchar con Jesús a Judea, dispuesto a morir con él (Jn 11,16). Fue la pregunta de Tomás la que provocó a Jesús a que se definiera: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,5ss). Por último, fue Tomás quien con su incredulidad nos ayuda a consolidar nuestra adhesión a Jesús, con una profesión de fe muy clara: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,24-29). El martirologio de san Jerónimo en el siglo VI recuerda la traslación del cuerpo de Tomás a Edesa (Siria, actualmente Turquía), el 3 de ¡ulio.

El editor agradece la amable concesión de los derechos de los textos reproducidos y permanece a disposición de los propietarios de derechos que no h a conseguido localizar.

Siempre que h a sido posible, el texto bíblico se ha t o m a d o de la Biblia de La Casa de la Biblia.

LECTIO

Primera lectura: Efesios 2,19-22 19

© 2002 by Editrice Queriniana, Brescia - © Editorial Verbo Divino, 2004 - Es propiedad - Printed in Spain - Impresión: GraphyCems, Villatuerta (Navarra) - Depósito legal: NA. 89-2004 ISBN 84-8169-552-1

P o r tanto, ya n o sois extranjeros o advenedizos, sino conc i u d a d a n o s d e n t r o del p u e b l o de Dios; sois familia de Dios, 20 estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas; y el m i s m o Cristo J e s ú s es l a piedra a n g u l a r 21 en q u i e n todo el edificio, bien t r a b a d o , va creciendo h a s t a formar u n t e m p l o c o n s a g r a d o al S e ñ o r lz y en quien t a m b i é n vosotros vais f o r m a n d o c o n j u n t a m e n t e p a r t e de la construcción, h a s t a llegar a ser, p o r m e d i o d e l Espíritu, m o r a d a de Dios.

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**• El misterio de Cristo y el de la Iglesia están íntimam e n t e conectados para el apóstol Pablo. Cristo es nuest r a paz: en él, todos, tanto los lejanos (los paganos) como los cercanos (los judíos), encuentran el camino de la reconciliación y de la unidad. Ya no hay dos pueblos, sino u n o sólo; ya no hay separación entre gente diferente, sino unidad entre semejantes. Todo eso es don de Dios Padre, por medio de Cristo Señor, en el Espíritu Santo. En este contexto, el apóstol imagina la Iglesia como un gran edificio, un templo santo, la «morada de Dios». Los «cimientos» de este edificio, en el que están todos y viven como «conciudadanos dentro del pueblo de Dios», como «familia de Dios», son los apóstoles y los profetas. Sin embargo, la «piedra angular» es Cristo Jesús: él es la clave de bóveda que consolida el conjunto, y en él todo el edificio encuentra su trabazón y puede crecer de una manera ordenada. Desde esta perspectiva cristológica, la doctrina eclesiológica de Pablo a s u m e una claridad absolutamente particular. En ella la presencia, el papel y el ministerio de los apóstoles resaltan con toda su importancia. La Iglesia de Cristo es, p o r consiguiente, una, santa, católica y apostólica, y lo es en el sentido de que, en ella, los apóstoles, por voluntad de Dios y por elección histórica de Jesús, constituyen el fundamento de la comunidad de los creyentes. Evangelio: J u a n 20,24-29 24

Tomás, uno del grupo de los Doce, a quien llamaban «El Mellizo», no estaba con ellos cuando se les apareció Jesús. " Le dijeron, pues, los demás discípulos: -Hemos visto al Señor. Tomás les contestó: -Si no veo las señales dejadas en sus manos por los clavos y meto mi dedo en ellas, si no meto mi mano en la herida abierta en su costado, no lo creeré.

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Ocho días después, se hallaban de nuevo reunidos en casa todos los discípulos de Jesús. Estaba también Tomás. Aunque las puertas estaban cerradas, Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: -La paz esté con vosotros. 27 Después dijo a Tomás: -Acerca tu dedo y comprueba mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino creyente. 28 Tomás contestó: -¡Señor mío y Dios mío! 29 Jesús le dijo: -¿Crees porque me has visto? Dichosos los que creen sin haber visto. *» Se ha afirmado con razón que, para nuestra fe, tal vez haya sido más importante la incredulidad de Tomás que la creencia de los otros apóstoles. Resulta paradójico, ¡pero es verdad! Debemos considerar como cierto que si Tomás hubiera estado con los otros discípulos en el momento de la primera aparición de Jesús, es posible que no hubiera sucumbido en una crisis de fe. Sin embargo, al mismo tiempo, con este recuerdo, el evangelista Juan abre ante nosotros una nueva pista para llegar a la experiencia liberadora de la fe en Jesús resucitado. En efecto, cuando Jesús se aparece a sus discípulos por segunda vez, se dirige directamente a Tomás y le pide que realice el camino de búsqueda y de descubrimiento que antes habían realizado sus «colegas». Esta vez, Tomás se vuelve disponible y se vuelve dócil al mandamiento del Señor y llega a un acto de fe límpido y transparente: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28). Jesús pronuncia la bienaventuranza que sigue (v. 29), no tanto por Tomás como por nosotros: la situación histórica c a m b i a por completo, pero el itinerario es siempre el mismo. Llegamos a la fe mediante un acto de abandono total en Jesús muerto y resucitado.

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MEDITATIO El suceso acontecido a Tomás centra por completo nuestra atención, por el simple motivo de que esta página evangélica termina con una «bienaventuranza» que nos concierne personalmente a todos: «Dichosos los que creen sin haber visto». A buen seguro, hablando humanamente, el acto de fe, para ser razonable -digo «razonable», no «racional»-, necesita algunos signos, y Tomás está dispuesto a pedirlos explícitamente. Desde este punto de vista, tal vez la suya no pueda ser definida como una crisis de fe, sino más bien como una apasionada y sufrida búsqueda de u n acto de fe que sea, al mismo tiempo, respetuoso con el hombre y devoto con Dios. Y cuando al final Tomás accede al acto de fe, el apóstol se abandona por completo a Aquel que se h a manifestado claramente. Por consiguiente, no había en él ningún prejuicio o incertidumbre: se trataba sólo de cerciorarse del hecho histórico de la resurrección de Jesús con un método experimental, el único que está al alcance de todos, incluso de los más sencillos. Ver para creer fue la exigencia del apóstol Tomás. Ver, tocar y palpar fue el itinerario que recorrió para reconocer la plena identidad entre el Señor resucitado y Jesús de Nazaret. Creer sin ver, sin tocar, sin palpar, es la situación en la que nosotros nos encontramos, nuestra bienaventuranza.

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«¡Señor mío y Dios mío!» «¿Crees porque m e has visto? Dichosos los que creen sin haber visto».

CONTEMPLATIO De la incredulidad al éxtasis: éste es el camino de Tomás y, también, el de esa parte de nosotros que todavía no se rinde a la resurrección y a lo invisible. Tomás quiere garantías porque ha comprendido algo: si Jesús está vivo, su vida cambia. Si Jesús está vivo, entonces el Evangelio es verdadero. Y el Evangelio toma toda la vida. Y Jesús n o le hace ningún reproche, sino que le dice: «Acerca tu dedo y comprueba mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado», porque no es un fantasma. No es una proyección de mis deseos, no es un fruto imaginario de mi corazón, no es el hijo de u n a ilusión. Hay un agujero en sus manos, donde puede entrar el dedo de Tomás; hay una lanzada, en la que puede entrar u n a mano.

ORATIO

Y le doy las gracias a Tomás porque también yo necesito que Jesús no sea un fantasma. Y en la mano de Tomás están todas nuestras manos. Las de los que creemos sin haber tocado porque otros lo han hecho. Lo dice Juan con orgullo: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han tocado nuestras manos acerca de la palabra de la vida, [...] lo que hemos visto y oído os lo anunciamos» (1 Jn 1,1-2).

«Vamos también nosotros a morir con él.» «Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?» «Si no veo en sus manos la señal de los clavos... no creeré.»

Fe de manos que ha atravesado el corazón. Tomás no busca el camino para creer en ningún signo de poder, sino simplemente en las llagas: el agujero de las manos, el costado abierto, imágenes embriagadoras del a m o r de Dios. Y con Tomás empieza l a historia de los enamorados de las heridas de Cristo, como Francisco de

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Asís o Catalina de Siena u otros m á s cercanos a nosotros (Ermes M. Ronchi).

Santa María Goretti

ACTIO

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Repite y medita durante el día estas palabras de fe: «¡Señor mío y Dios mío!».

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Es uno de los principales capítulos de la doctrina católica, contenido en la Palabra de Dios y enseñado constantemente por los Padres, que el hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios y que, por tanto, nadie puede ser forzado a abrazar la fe contra su voluntad. Porque el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza, ya que el hombre, redimido por Cristo Salvador y llamado en Jesucristo a la filiación adoptiva, no puede adherirse a Dios, que a ellos se revela, a menos que, atraído por el Padre, rinda a Dios el obsequio racional y libre de la fe. Está, por consiguiente, en total acuerdo con la índole de la fe el excluir cualquier género de imposición por parte de los hombres en materia religiosa. Por consiguiente, un régimen de libertad religiosa contribuye no poco a favorecer ese estado de cosas en el que los hombres puedan ser invitados fácilmente a la fe cristiana, a abrazarla por su propia determinación y a profesarla activamente en toda la ordenación de la vida (Concilio Vaticano II, Dignitatis húmame, 10).

María Goretti nació en Corinaldo (Italia), hija de Luigi Goretti y Assunta Carlini, el 16 de octubre de 1890. Fue bautizada el 17 de octubre en la iglesia de San Francisco, en Corinaldo, y recibió los nombres de María y Teresa. El 1 2 de diciembre de 1896, la familia Goretti se trasladó desde Corinaldo a Colle Granturco, en las proximidades de Paliano, y, más tarde, en febrero de 1 899, a Le Ferriere di Conca, en la Caseína Antica, hoy Borgo Montello (Latina). Fue agredida y herida de muerte por Alessandro Serenelli el 5 de julio d e 1 9 0 2 , a las tres y media de la tarde. Murió y fue sepultada en Nettuno, o la edad de once años, el ó de julio de 1902, a las tres y medio de la tarde. El proceso informativo fue iniciado en A b a n o el 31 de mayo de 1935. Pío XII reconoció la autenticidad del martirio de María el 25 de marzo de 1945. La declaró beata el 2 7 de abril de 1947, y santa, el 24 de junio de 1950.

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 1,26-29; 2,14 '•26 Y si no, hermanos, considerad quiénes habéis sido llamados, pues no hay entre vosotros muchos sabios según los criterios del mundo, jii muchos poderosos, ni muchos nobles.

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Al contrario, Dios ha escogido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes; 28 ha escogido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo, para anular a quienes creen que son algo. 29 De este modo, nadie puede presumir delante de Dios. 2M El hombre mundano no capta las cosas del Espíritu de Dios. Carecen de sentido para él y no puede entenderlas, porque sólo a la luz del Espíritu pueden ser discernidas.

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prensible y hasta loca para quien vive animado por criterios meramente humanos; sin embargo, es profundamente sabia para aquellos que reciben el Espíritu de Dios y se dejan iluminar por él (2,14).

Evangelio: Juan 12,23-25 1

**• La primera carta dirigida por Pablo a los cristianos de Corinto se abre con una exhortación destinada a recomponer en la unidad las divisiones que marcan aquella comunidad (1 Cor 1,10-16), originadas por la contraposición de grupos que se jactan, respectivamente, de este o de aquel evangelizador. El apóstol les recuerda a todos que la salvación no procede de los méritos ni en virtud de las capacidades personales de cada uno, sino únicamente gracias a Jesucristo {cf. 1,17ss), el cual ha redimido a todos muriendo en la cruz, patíbulo infamante por antonomasia. Carece, por consiguiente, de sentido que los cristianos, seguidores del Crucificado, busquen gratificaciones y complacencias en la sabiduría y e n el poder humanos. Por lo demás, u n a mirada a la historia personal de los corintios les hará comprender el paradójico, aunque coherente, obrar de Dios: precisamente ellos, que no podían reivindicar títulos ni por sabiduría, ni por poder, ni por nobles nacimientos, h a n s i d o llamados por el Señor a fin de ser sus discípulos. Precisamente gracias a esos a quienes la mentalidad humana juzga despreciables e ineptos, manifiesta Dios de modo inequívoco su señorío, su grandeza. Se lleva a cabo, por tanto, una inversión: lo que aparentemente tiene consistencia se muestra vano; lo que parece carecer de valor se convierte en instrumento de la revelación de Dios (1,26-28). En consecuencia, es absurdo atreverse a jactarse de cualquier cosa ante Dios (v. 29). Se trata, a b u e n seguro, de una lógica incom-

En aquellos tiempos, 23 Jesús dijo a sus discípulos: -Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. M Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo entonces producirá fruto abundante. 25 Quien vive preocupado por su vida, la perderá; en cambio, quien no se aferré excesivamente a ella en este mundo, la conservará para la vida eterna.

*»- El contexto inmediato del pasaje joáneo es la petición que algunos griegos presentes en Jerusalén con ocasión de la Pascua le habían hecho a Felipe: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,20ss). Esta petición, presentada al Maestro de Galilea por Felipe y Andrés (los apóstoles de nombre griego), hace comprender a Jesús que ha llegado la «hora» decisiva (v. 23), el momento de la manifestación definitiva del a m o r del Padre, que quiere que todos los hombres - n o sólo los israelitas- se salven (cf. Hch 10,34ss; 1 Tim 2,3ss). La conciencia de la vida abundante para cada criatura, una vida que brota de su libre obediencia al proyecto salvífico del Padre, Jesús la expresa mediante la comparación con el «grano de trigo» (v. 24). Del mismo modo que u n grano sembrado en tierra, al morir, da origen a los muchos granos de la espiga, así Jesús, al morir en la cruz, engendra a la comunión con el Padre a todos los que creen en él. E n comunión con Jesús, también los discípulos participarán del fruto sobreab u n d a n t e de la muerte del Maestro, experimentando la

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paradoja de la multiplicación d e la vida que se les da (cf. J n 15,1-5). E n el v. 25, se declara en términos antitéticos (vive preocupado / no se aferré excesivamente; la perderá / la conservará) la suerte que sigue a la elección que todo discípulo está invitado a realizar: retener la vida para sí mismo, y en este caso nos enseña la experiencia que ésta se vacía, se envilece; o entregar la vida a ejemplo del Maestro, abriéndose a los demás en el amor, y entonces se vuelve fecunda y la recibimos enriquecida. A la humillación de la muerte le corresponde la exaltación de la glorificación (cf. Jn 12,26). El evangelista nos guía a comprender que la «hora» de la pasión-muerte-resurrección es el momento en el que los dos movimientos encuentran su síntesis eficaz: en Jesús crucificado aparece la gloria de Dios y se revela la fecundidad de su don: a m o r hasta el final (cf. Jn 13,lss; 17,lss).

MEDITATIO En la historia de María Goretti resplandecen los textos bíblicos con una actualidad luminosa e iluminadora. María n a c i ó en el seno de una familia convencida de q u e la vida, aunque sea pobre y dura, es u n don de Dios. Día tras día, en medio de la humilde fe d e los puros y de los sencillos, fue creciendo en ella una convicción. La respuesta m á s bella a la «vida como d o n » es vivirla como e n t r e g a a Dios y a aquellos a q u i e n e s Dios pone en nuestro c a m i n o . Con una peculiaridad esencial: el secreto de l a entrega a los otros en p l e n i t u d está en dejar a Dios la posibilidad de «hacernos»-«recrearnos» como d o n . El «Don» por excelencia, en la t r a d i c i ó n de la Iglesia, es el Espíritu Santo. María Goretti, d e m a n e r a análoga a M a r í a de Nazaret, se dejó h a b i t a r p o r el Don y apareció como entrega.

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La belleza interior de María Goretti se ha revelado en su testimonio de virgen y mártir. La gracia del Espíritu y la belleza de la santidad de Dios se expresan asimismo como inocencia respecto al mal y al pecado. De ahí que María Goretti prefiriera permanecer en la amistad con Dios, aun a costa de su propia vida. La confiada invocación a él como Padre, único aliado y refugio frente a la ciega violencia de los hombres, es el grito de la genuina fe bíblica. La convicción profunda de que el mal, en apariencia señor del mundo, no conseguirá la victoria definitiva sobre el bien es, en María Goretti, una visión clara de la historia de la salvación. Estos pensamientos pueden parecer una reflexión piadosa. La fe y la fidelidad de María Goretti van, no obstante, mucho más allá. Iluminan no sólo su presente y su futuro de víctima sacrificial; le sugieren que la misericordia de Dios tiene siempre una última palabra que decir tanto al primero c o m o al último de los hijos de Caín: que su sangre, u n i d a misteriosamente a la sangre de Dios, recaiga como invitación a la conversión sobre el agresor. La víctima inocente y el verdugo arrepentido, juntos en el Reino. En síntesis: también en nuestros días la Palabra de Jesús es espíritu y vida. El g r a n o de trigo, al morir, da la vida. María Goretti es símbolo y garantía, aun en nuestros días, de la presencia d e Cristo, salvador y redentor. Le siguió por gracia, y por gracia fue su testigo fiel, en la plenitud del misterio pascual de muerte y de resurrección.

ORATIO Niña de Dios, tú que conociste pronto la dureza y la fatiga y las breves alegrías de l a vida, tú que fuiste pobre y huérfana, tú que amaste al prójimo incansable-

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mente haciéndote sierva humilde y atenta, tú que fuiste buena sin enorgullecerse, que amaste el amor sobre cualquier otra cosa, tú que derramaste la sangre para no traicionar al Señor, tú que perdonaste a tu asesino, deseándole el paraíso, intercede p o r nosotros junto al Padre, a fin de que digamos «sí» al designio de Dios sobre nosotros. Tú que eres amiga de Dios y le ves cara a cara, obtennos de él la gracia del testimonio evangélico, siempre y por doquier. Te agradecemos, Marietta, el a m o r a Dios y a los hermanos que sembraste en nuestro corazón (de la oración de Juan Pablo II).

CONTEMPLATIO María Goretti no es «la santa de los cinco minutos». Lo fue durante toda su vida, breve, escondida y silenciosa, encerrada en el lapso de poco menos de doce años. Fue la suya una vida preciosa por estar modelada sobre la de Jesús, en el misterioso retiro de Nazaret. Doce años de vida familiar acompasados por la oración y por el trabajo, y ofrecidos con la transparencia de las virtudes evangélicas, transfiguradas plenamente en la hora del martirio. De ello son testigo sus palabras, nacidas de la vida cotidiana, fragantes de mansedumbre y de humildad del corazón. Palabras florecidas en sus labios, conservadas y referidas con admiración por quienes la vieron crecer, en la escuela del Espíritu Santo. Citemos algunas de sus expresiones, recordadas en el proceso de canonización. A la muerte de su padre: «Ánimo, m a m á , no tengas miedo, que ya nos hacemos mayores. Basta con que el Señor nos conceda salud. La Providencia nos ayudará. ¡Lucharemos y seguiremos luchando!». «Mamá, no te preocupes; Dios no nos abandonará».

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Y para a n i m a r a su madre: «Ahora pensaré yo en llevar adelante la casa». «Mamá, ¿cuándo recibiré la comunión?». A su h e r m a n a Teresa: «Teresa, ¿cuándo volveremos a recibir a Jesús?». A Alejandro: «Pero ¿qué haces, Alejandro? Dios no está contento, vas a ir al infierno». Apenas salida del quirófano, le susurra a su madre: «Mamá, querida m a m á , ahora estoy bien... ¿Cómo están mis hermanos y hermanas? ¿Estarás aquí esta noche?». A María la devora la sed y le pide a su madre: «Mamá, dame una gota de agua». El capellán del hospital la asiste paternalmente y, en el momento de darle la sagrada comunión, la interroga: «María, ¿perdonas de todo corazón a tu asesino?». Ella, reprimiendo una instintiva repulsión, le responde: «Sí, le perdono por el amor de Jesús, y quiero que él también venga conmigo al paraíso. Quiero que esté a mi lado... Que Dios le perdone, porque yo ya le he perdonado». ACTIO Repite y medita durante el día estas palabras: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como (Le 23,42).

rey»

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El símbolo más distintivo de la espiritualidad gorettiana es, ciertamente, el buen gobierno de la casa [...]. La enseñanza es evidente: el camino de la santidad es posible realizarlo en familia, en el servicio humilde y puntual, en la oración y en el respeto: un camino hacia Dios encontrado en la vida diaria. La «espiritualidad de la casa» nos recuerda la vida de la sagrada familia de Nazaret, y Marietta se convierte en imagen de este mensaje para nuestro tiempo.

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Santa María Goretti nos deja precisamente como recuerdo de su paso por la tierra tres casas. En Corinaldo está su casa notaren Le Ferriere, la casa del martirio: dos lugares que hablan por sí solos y que se han convertido ahora en centros de oración y de meditación. Falta en la lista la casa de Paliano. Es el eslabón que falta en esta tríada gorettiana. María Goretti vivió tres años en la casa de Paliano. Allí encontró a Alessandro Serenelli, su futuro agresor, y a los padres pasionistas, beneméritos en el reconocimiento de la santidad de María (G. Alberti, Abaría Goretti, Roma 2000, p. 263).

San Benito 11 de julio

Benito (Nursia, c. 480 - Montecassino, c. 547) fue el «fundador» del monacato occidental. Cautivado e impulsado por el Espíritu, abrazó en su edad juvenil un período de absoluta soledad en una cueva de Subiaco; su fama le atrajo algunos discípulos, para los que organizó la vida cenobítica. Primero, en pequeños monasterios y, después, en el célebre cenobio de Montecassino. Su Regla reasume sabiamente la tradición monástica oriental y la adapta con discreción al mundo latino. Esta «escuela de servicio al Señor» se construye en torno a la lectura amorosa de la Palabra de Dios [lectio divina), a la liturgia de alabanza desarrollada de manera coral y al trabajo realizado en un clima de caridad fraterna, de humilde y obediente servicio.

LECTIO

Primera lectura: Proverbios 2,1-9 1

Hijo mío, si acoges mis palabras y almacenas mis mandatos, 2 prestando atención a la sabiduría ' y abriendo tu mente a la prudencia; 3 si invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia, 4 si la buscas como al dinero y la desentierras como un tesoro,

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entonces comprenderás el temor del Señor y hallarás el conocimiento de Dios. 6 Porque el Señor concede la sabiduría y de su boca brotan saber y prudencia. 7 Él almacena sensatez para el hombre recto, es escudo para el de conducta cabal. 8 Cuida las sendas del derecho y guarda el camino de los fieles. 9 Entonces comprenderás el derecho, la justicia y la rectitud, todos los caminos del bien.

**• El texto bíblico presenta u n a lista de instrucciones dirigidas por u n padre a su hijo a fin de exhortarle a adquirir ese bien precioso que es la sabiduría. Sólo u n a búsqueda apasionada de ésta permite establecer una recta relación con YHWH {«el temor del Señor»), que proporciona la sabiduría y protege al sabio. A estas palabras hacen eco las del prólogo de la Regla benedictina, que empieza precisamente así: «Escucha, hijo, los preceptos del Maestro e inclina el oído de tu corazón; recibe con gusto el consejo de u n padre piadoso...». Acoger la Palabra de Dios es, por consiguiente, el camino seguro para configurarse con Cristo, Sabiduría del Padre.

Evangelio: Juan 15,1-8 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: ' Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. 2 El Padre corta todos los sarmientos unidos a mí que no dan fruto y poda los que dan fruto, para que den más fruto. 3 Vosotros ya estáis limpios, gracias a las palabras que os he comunicado. 4 Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros. Ningún sarmiento puede producir fruto por sí mismo, sin estar unido a la vid, y lo mismo os ocurrirá a vosotros, si no estáis unidos a mí. 5 Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto;

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porque sin mí no podéis hacer nada. 6 El que no permanece unido a mí, es arrojado fuera, como los sarmientos que se secan y son amontonados y arrojados al fuego para ser quemados. 7 Si permanecéis unidos a mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo tendréis. 8 Mi Padre recibe gloria cuando producís fruto en abundancia, y os manifestáis así como discípulos míos.

*•• Jesús, que quiere explicar a sus discípulos la relación vital con la que están ligados a él, emplea u n a imagen muy entrañable para todo israelita: la vid, planta familiar para todos y bien conocida por los cuidados que requiere del agricultor. De este modo, Jesús se autorrevela como «la vid verdadera», de la que «el Padre es el viñador» (v. 1). Sólo permaneciendo unidos a él da fruto todo sarmiento; sin esta unión, se seca y es destinado a ser consumido por el fuego (cf. v. 6). La insistencia con la que se usa el verbo «permanecer» subraya que se trata de un vínculo imprescindible: sólo quien «permanece», vive y se vuelve fecundo; quien se separa, muere. La condición requerida para esta fecundidad es acoger y realizar la Palabra de Jesús; los frutos esperados son las obras buenas que glorifican al Padre.

MEDITATIO Los pastores que, guiados p o r el Espíritu, tropiezan con el joven Benito - q u e ya ha pasado largos años en una austera soledad- encuentran en él a un hombre «nuevo», renacido del silencio y de la profunda escucha de la Palabra, capaz de convertirse ahora en guía de otros buscadores de Dios. En los textos propuestos por l a liturgia encontramos los elementos característicos, más aún, fundadores, de la espiritualidad que ha animado a las comunidades

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San Benito

monásticas engendradas por Benito. Antes que nada, la búsqueda apasionada de Dios, que se revela al corazón dispuesto a escuchar y custodiar la Palabra. De este modo se llega a conocer a Jesús como la verdadera Sabiduría del Padre, como el verdadero y único tesoro al que nada se debe anteponer. Sólo permaneciendo unidos a él de manera estable podremos llegar a ser verdaderamente sus discípulos y dar fruto. La belleza y la fecundidad de la vida cristiana se pueden desplegar así en oración de alabanza y de intercesión, en paz laboriosa que se convierte en generosa hospitalidad con los hermanos y da testimonio de la alegría de cuantos viven juntos en el amor, sin preferir nada a Cristo.

te dice: «Si quieres poseer la vida verdadera y eterna, guarda tu lengua del mal, y que tus labios no hablen con falsedad. Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y sigúela» (Sal 33,14-15). Y si hacéis esto, pondré mis ojos sobre vosotros, y mis oídos oirán vuestras preces, y antes de que me invoquéis os diré: «Aquí estoy». ¿Qué cosa más dulce para nosotros, carísimos hermanos, que esta voz del Señor, que nos invita? Ved cómo el Señor nos muestra piadosamente el camino de la vida. Ciñamos, pues, nuestra cintura con la fe y la práctica de las buenas obras, y sigamos sus caminos guiados por el Evangelio, para merecer ver en su Reino a Aquel que nos llamó (Benito, Regla, prólogo 14-21).

ORATIO

ACTIO

Aquí estamos, oh Dios, con el oído del corazón arrimado a tu corazón a fin de asentir a todas tus palabras como hijos que se sienten amados por su Padre bueno y quieren corresponder a su amor. Aquí estamos, como te decimos, pero tú ves cuan inestables nos mostramos aún en la fe y cuan frágiles en la caridad. Haz que los unos seamos para los otros signo y sacramento de tu mansedumbre y de tu bondad, a fin de dar testimonio a este mundo, dividido p o r t a n t e s odios y discordias, de la dulce fuente de alegría que supone amarse como hijos del único Padre, servirse y honrarse mutuamente en tu santo Nombre. Amén.

Repite y medita frecuentemente durante el día esta frase de san Benito: «No anteponer nada al amor de Cristo» (Benito, Regla, 4,21).

CONTEMPLATIO Y el Señor, que busca su obrero entre la muchedumbre del pueblo al que dirige esta llamada, dice de nuevo: «¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días felices?» (Sal 33,13). Si tú, al oírlo, respondes «yo», Dios

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La Iglesia y el mundo, por diferentes pero convergentes razones, tienen necesidad de que san Benito salga de la comunidad eclesial y social y se rodee de su recinto de soledad y de silencio, y desde allí nos haga escuchar el encantador acento de su sosegada oración, desde allí casi nos alabe y nos llame a sus umbrales claustrales, para ofrecernos el cuadro de un taller del «divino servicio», de una pequeña sociedad ideal, donde finalmente reina el amor, la obediencia, la inocencia, la libertad de las cosas y el arte de usarlas bien, la preponderancia del espíritu, de la paz; en una palabra, el Evangelio. Que vuelva san Benito para ayudarnos a recuperar la vida personal,; esa vida personal de la que hoy tenemos tanto ansia y afán, y que el desarrollo de la vida moderna, a la que se debe el deseo exaspe-

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rado de ser nosotros mismos, sofoca al mismo tiempo que lo despierta, decepciona al mismo tiempo que lo hace consciente. Corría el hombre en un tiempo, en los siglos remotos, al silencio del claustro, como corría a ellos Benito de Nursia, para encontrarse a sí mismo. Hoy no es la carencia de la convivencia social lo que impulsa al mismo refugio, sino la exuberancia. La excitación, el estruendo, el carácter febril, la exterioridad, la multitud, amenazan la interioridad del hombre; le falta el silencio con su genuino palabra interior, le falta el orden, le falta la oración, le falta la paz, le falta él mismo. Para volver a tener el dominio y el gozo espiritual de nosotros mismos, tenemos necesidad de volver a asomarnos al claustro benedictino. Y una vez recuperado el hombre para sí mismo en la vida monástica, está recuperado para la Iglesia. El monje tiene un sitio escogido en el cuerpo místico de Cristo, una función preparada y urgente como nunca (Pablo VI, alocución del 24 de octubre de 1964, en AAS 56 [1964] 983-989, passim).

San Camilo de Lellis 14 de julio

Camilo de Lellis nació en Bucchianico (Chieti) el 25 de mayo de 1550. Tras una juventud distraída y disipada, transcurrida como soldado de fortuna, tuvo a los 25 años una fuerte experiencia espiritual que le condujo a cambiar radicalmente de vida. Entró en dos ocasiones en el noviciado de los capuchinos, pero fue despedido a causa de una llaga que tenía en el pie derecho, que le acompañó durante toda su vida. La experiencia que vivió en el hospital de «Santiago de los Incurables», en Roma, le abrió al conocimiento del mundo del sufrimiento y le hizo comprender que el Señor le quería al servicio de los enfermos. Fundó la orden de los Ministros de los Enfermos, conocidos popularmente como los «camilos», dedicada por un voto especial al servicio de los enfermos. Benedicto XIV le definió como el iniciador de una «nueva escuela de caridad», y la historia de la asistencia sanitaria le reconoce como un reformador válido. Murió en Roma el 14 de julio de 1614.

LECTIO Primera lectura: Isaías 58,6-10 Así dice el Señor: 6 El ayuno que yo quiero es éste: que abras las prisiones injustas,

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que desates las correas del yugo, que dejes libres a los oprimidos, que acabes con todas las tiranías, 7 que compartas tu pan con el hambriento, que albergues a los pobres sin techo, que proporciones vestido al desnudo y que no te desentiendas de tus semejantes. 8 Entonces brillará tu luz como la aurora y tus heridas sanarán enseguida; tu recto proceder caminará ante ti y te seguirá la gloria del Señor. 9 Entonces clamarás y te responderá el Señor, pedirás auxilio y te dirá: «Aquí estoy». Si alejas de ti toda opresión, si dejas de acusar con el dedo y de levantar calumnias, 10 si repartes tu pan al hambriento y satisfaces al desfallecido, entonces surgirá tu luz en las tinieblas y tu oscuridad se volverá mediodía.

**• En claro contraste con la práctica de sus contemporáneos, el profeta Isaías afirma que el verdadero ayuno es el que conduce a un cambio interior, promoviendo la sensibilidad y el amor al prójimo, sobre todo a los pobres y a los enfermos. La práctica de o b r a s de caridad contiene una doble acción terapéutica. P o r una parte, enciende una luz e n el interior del individuo, ayudándole a comprender el sentido de la vida, a discernir los valores auténticos q u e favorecen el propio crecimiento y el d e los otros, y, p o r otra, se cicatrizan las heridas presentes en el individuo, causadas por el egoísmo, la indiferencia y la violencia. Esa acción terapéutica desemboca en u n a relación c o n Dios caracterizada p o r una dimensión dialógica rica d e afecto.

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Evangelio: Mateo 25,31-40 31

Cuando venga el Hijo del hombre en su gloria con todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. 32 Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, " y pondrá las ovejas a un lado y los cabritos al otro. 34 Entonces el rey dirá a los de un lado: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. 35 Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me alojasteis; 36 estaba desnudo, y me vestísteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y fuisteis a verme». 3T Entonces le responderán los justos: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos; sediento y te dimos de beber? 38 ¿Cuándo te vimos forastero y te alojamos, o desnudo y te vestimos? 39 ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?». 40 Y el rey les responderá: «Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis».

*»• La grandiosa escena del «juicio universal» encierra una síntesis de todo el Evangelio y de sus exigencias. Los hombres serán juzgados según el amor. Amor a Dios, a quien encontramos en el prójimo, sobre todo en esa franja del mismo en la que aparecen de una manera más visible los signos de la fragilidad humana: pobreza, marginación, enfermedad... Jesús reitera todo lo que ha proclamado constantemente a lo largo d e su ministerio: toda persona humana es imagen de Dios, h e r m a n o y hermana de Cristo. Todos los actos d e amor auténtico hacia los pequeños, hacia los pobres, hacia los enfermos..., en el ejercicio de las llamadas «obras de misericordia», están dirigidos a la persona misma del Señor. Quien los realiza crece en el conocimiento de Dios. En efecto, sólo quien ama puede conocer al Señor, que es amor.

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MEDITATIO

ORATIO

La vida de Camilo fue u n a interpretación original de esta frase evangélica: «Estaba enfermo, y me visitasteis». El servicio que Camilo, guiado por la fe, prestó a los enfermos se fue transformando progresivamente en u n relato admirable del a m o r del Dios de la ternura y la compasión. La competencia y el amor se unen de manera armoniosa en los proyectos de asistencia sanitaria y pastoral organizados por Camilo. «Más corazón en esas manos», acostumbraba a decir a los enfermeros, indicando con ello que a la necesaria técnica debía ir unido u n cálido sentido de humanidad. E n la curación y en el acompañamiento espiritual de los enfermos, Camilo se dejó guiar por u n a visión de fe q u e transforma a la persona enferma en sacramento d e la presencia de Cristo. Ve reabiertas y dolorosas, en los que sufren, las llagas de su Señor crucificado. E s c r i b e su primer biógrafo, contemporáneo suyo, que el s a n t o consideraba «tan vivamente a la persona de Cristo en ellos que a menudo, c u a n d o les daba de comer [...], se mostraba tan reverente en su presencia como si estuviera precisamente en presencia del Señor, alimentándoles muchas veces descubierto y arrodillado. En e s t a visión, el hospital se vuelve para Camilo el lugar d e l encuentro con su Señor. Pierde el aspecto rep u g n a n t e para convertirse en su viña, en su jardín bien oliente, e n su nido. «Su testimonio es todavía hoy u n a llamada a amar a Cristo, presente en los hermanos que s o p o r t a n la pesada carga de la enfermedad» (Juan Pablo II, Mensaje a la orden camiliana en el 450° aniversario del nacimiento de san Camilo, R o m a 2000).

Señor, entre los caminos que m e llevan a tu encuentro está el del a m o r a mis hermanos que viven la difícil estación del sufrimiento. Se trata de u n camino privilegiado, recorrido por tu Hijo Jesús, divino samaritano de las almas y de los cuerpos. No siempre respondo a las llamadas que me diriges a través del vecino de mi casa que sufre de soledad, del anciano que ha perdido su autonomía, del enfermo del hospital que se encuentra en mi barrio. H a z m e cada vez más consciente de que mi servicio al que sufre puede transformarse en contemplación de tu rostro, de que el encuentro con el sufrimiento del otro puede liberar el a m o r presente en mi corazón, de que la generosidad con los h e r m a n o s y las h e r m a n a s que sufren es fuente de curación de las heridas de mi corazón y de mi espíritu, iluminación de mi mente, ocasión para hacerme más h u m a n o y estar más cerca de ti.

CONTEMPLATIO «No m e atrevo a hablar del afecto con que servía a los pobres de Sancti Spiritus, porque sería querer dar luz al sol, pero no puedo dejar de admirarme, ni apartar de mi entendimiento que, cuando se ponía a servir u n enfermo, asemejaba a una gallina sobre sus pollitos o a una amorosa madre dando vueltas al lecho de u n hijo enfermo, porque como si no hubiera satisfecho a su afecto con el empleo de los brazos, y las manos, le veían contin u a m e n t e encorvado, pegado al mismo enfermo, como deseando con el corazón, con el aliento, con el espíritu darle aquel refrigerio y ayuda de necesitaba. Y primero que se apartaba de la cama, le hacía cien caricias, mu-

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llíale la almohada, componíale el tocador en la cabeza, ajustaba las sábanas y frazadas, aplicábale la ropa, cubríale los pies, abrigábale los lados, sin saberse apartar de él, como si fuera tirado p o r una oculta piedra imán, no parece hallaba el camino de dejarle, volvía una y otra vez a acomodar la cama, preguntando si estaba bien, si había menester algo, exhortábales a la paciencia, decíales muchas cosas tocantes a su salvación. No sé cómo mejor pueda representar la ternura, y afecto de nuestro padre Camilo con sus pobres, que afirmando que excedía al de u n a madre m u y piadosa con hijo único, que le estuviese gravemente enfermo, y el que no conocía a nuestro padre, no juzgara que había ido al hospital a servir indiferentemente a todos los enfermos, mas a aquél solo que tenía delante, y q u e aquél era únicamente su amado, y serle de gran interés la vida de aquel pobrecito (S. Cicateli, Vida del padre Camilo de Lellis, Religiosos Camilos, Madrid 1988, p. 308). ACTIO Repite y medita frecuentemente durante el dia: «Estaba enfermo, y me visitasteis» (Mt 25,36).

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Los diez mandamientos (no escritos) de Camilo de Lellis: Yo soy el enfermo, tu dueño y señor: 1. Honrarás la dignidad y la sacralidad de mi persono, imagen de Cristo. 2. Me servirás, como madre afectuosa y riernísinia, con todo el corazón, con toda la inteligencia, con toda la fantasía, con todas las fuerzas y con todo tu tiempo. 3. Acuérdate de olvidarte de ti mismo.

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4. No menciones el nombre de la caridad en vano. Hablarás preferentemente con los pies, con las rodillas y, sobre todo, con las manos. 5. No cometerás distracciones. 6. No matarás mi esperanza con la prisa, con la chapuza, la falta de preparación, la indelicadeza, la irritación, la impaciencia. 7. Me considerarás como un todo. Y te darás totalmente en lo que haces. Por eso no me encerrarás en una ficha clínica y no te esconderás detrás de tu función profesional. 8. No profanarás tu corazón con el pensamiento del dinero. 9. Desea vivamente mi curación. Métete bien en la cabeza que he entrado en el hospital para salir sano, lo más pronto

posible. 10. No vacilarás en suprimir mi carga, en posesionarte de mi sufrimiento. Cuando no puedas quitarme el dolor, al menos compártelo. Y cuando hayas hecho todo lo que tienes que hacer, cuando hayas sido lo que debes ser, cuando no te hayas echado atrás ante ninguna ocupación fastidiosa y ninguna tarea repugnante..., no te olvides de darme gracias (A. Pronzato, Todo corazón para los enfermos. Camilo de Lellis, Sal Terrae, Santander 2000, p. 407).

San Buenaventura 15 de julio

Buenaventura nació en Bagnoregio, en el Lazio, entre 1 2 1 7 y 1 2 2 1 . Siendo niño, fue curado por san Francisco de una grave enfermedad. Estudió en la Universidad de París, donde enseñó más tarde. Allí encontró a los frailes menores, y en 1243 entró en la orden. Convertido en ministro general, la dirigió durante diecisiete años con sabiduría y equilibrio, en medio de fuertes tensiones. Además de una biografía de san Francisco, escribió muchas obras de teología y de mística, armonizando de una manera profunda la ciencia con la fe. Estas obras le merecieron el título de «doctor seráfico». Tras ser nombrado cardenal y obispo de Albano, contribuyó al acercamiento entre latinos y griegos en el segundo Concilio Ecuménico de Lyon, durante cuya celebración murió, el 15 de julio de 1274.

LECTIO Primera lectura: Eclesiástico 15,1-6 ' Así h a c e el que teme al Señor, y el que abraza la ley alcanza la sabiduría. 2 Ella le saldrá al encuentro c o m o una madre, y lo recibirá como una esposa virgen. 3 Lo alimentará con pan de prudencia, le dará a beber agua de sabiduría. 4 Si se apoya en ella no vacilará, si se abraza a ella no quedará avergonzado;

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ella lo exaltará sobre sus compañeros, y en medio de la asamblea lo llenará de elocuencia. 6 En ella encontrará dicha y corona de alegría, y recibirá en herencia un nombre eterno.

**• El Sirácida se ocupa aquí del tema de la búsqueda y conquista de la sabiduría. La actitud que se requiere para obtenerla es el temor del Señor, concebido como fe, como fidelidad a la Tora (v. 1). Ésta, mucho más que u n a ley, es la misma revelación de Dios a su pueblo. A la sabiduría se le aplican las categorías matrimoniales que usan los profetas para hablar de la relación entre Dios e Israel: además de «madre», es «esposa», compañera de vida (v. 2; cf. Sab 8,2.9). No traiciona nunca y sale continuamente al encuentro de los hombres (cf. Sab 6,16), aunque, en realidad, quien la desea no debe cesar de buscarla nunca (cf. 6,27). No le defraudará en sus expectativas y en su confianza, sino que será para él alimento (v. 3) y apoyo (v. 4), le dará autoridad y supremacía (v. 5; cf. Sab 8,10-12.14ss) y le permitirá gozar siempre de sus frutos: nombre eterno (cf. Sab 8,13), contento y alegría, sentimiento importante este último para Ben Sirá, que presenta una concepción serena y optimista de la vida (v. 6; cf. 1,10; 4,12; 6,28).

Evangelio: Mateo 5,13-16 En aquel tiempo dijo Jesús: l3 Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará? Para nada vale ya, sino para tirarla fuera y que la pisen los hombres. 14 Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. I5 Tampoco se enciende una lámpara para taparla con una vasija de barro, sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. 16 Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre, que está en los cielos.

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**• Los discípulos que acogen la lógica del sermón del monte, en cuyo interior sitúa Mateo los dos logia de Jesús, se convierten en sal y luz del mundo. La sal, que da sabor a los alimentos (cf. Job 6,6) y los preserva de la corrupción (cf. Bar 6,27), es comparada en la tradición judía con la Tora, que funda la alianza perenne capaz de conservar y dar sabor a la vida en la relación con Dios (cf. Nm 18,19; Lv 2,13; 2 Cro 13,5). También la luz recuerda a la Ley, que Isaías ve iluminar con su esplendor a los pueblos que concurren a Jerusalén (cf. Is 2,2-5; 60,1-3). Jesús aplica estas imágenes a la vida de los discípulos, que, si es auténtica y se adhiere a él, sabiduría de Dios (1 Cor 1,24) y luz del m u n d o (Job 8,12), se vuelve proclamación eficaz del Evangelio (v. 16). Como él ha revelado a Dios que es luz (cf. 1 Jn 1,5), así también ellos están llamados a hacer manifiesta la bondad del Padre, so pena de incurrir en la más completa inutilidad si esconden su propio testimonio en el oportunismo.

MEDITATIO Dios, luz inaccesible, nos sale continuamente al encuentro y desea revelarse a nosotros. Nos alcanza en lo concreto de nuestra historia en Jesús, fuente de una existencia luminosa y fecunda. Como cristianos, hemos sido llamados a comunicar a los que se nos acercan y a toda la humanidad el sentido y el gusto que asume la vida en relación con él y a hacer visible la fuerza transformadora del Evangelio. De este modo, nos volvemos profetas, punto de referencia, imagen evidente de la posibilidad de vivir el amor nuevo, el que Jesús nos enseñó e hizo conocer. El Señor nos dice: «Vosotros sois la sal de la tierra; [...] Vosotros sois la luz del mundo». Se trata de la declaración de una identidad, y nosotros la creemos por su palabra,

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aunque a menudo nos parezca que la contradice la experiencia de nuestra poquedad y nos resulte fácil ceder a la desconfianza frente a nuestra realidad, que se presenta oscura e insignificante. Estas dos afirmaciones de Jesús nos revelan lo que somos, pero, al mismo tiempo, constituyen la indicación de un camino que debemos recorrer, de un testimonio que se acredita y se renueva a lo largo del curso de toda nuestra vida. Buenaventura fue un maestro en esto, trazando un itinerario a través del cual se nos ayuda a caminar hacia Dios, y lo hizo con la autoridad de quien no sólo ha indagado y discutido, sino también probado y experimentado. Se situó delante de todo con una mirada sapiencial, capaz de captar toda criatura como parte de un único canto armonioso que manifiesta a Dios y en el que también las realidades aparentemente distantes entre sí encuentran su unidad en una profundidad diferente. Supo reconocerlas como expresión de una luz no originariamente propia, sino recogida, recibida y reflejada, y así comprendió plenamente su valor.

ORATIO «Yo soy la vid verdadera» (Jn 15,1). ¡Oh Jesús, vid benigna, ven! ¡Oh Señor Jesucristo, árbol de la vida situado en el centro del paraíso, tus hojas son medicinales, tus frutos son para la vida eterna! ¡Oh flor y fruto bendito de la bendita r a m a -que es la purísima Virgen María-, sin ti nadie es sabio, porque tú eres la sabiduría del Padre eterno. Dígnate alimentar con el pan del intelecto y con el agua de la sabiduría mi débil y árida mente. Abre, oh llave de David, y se m e entreabrirán las oscuridades. Irrígame, oh luz verdadera, y se despejarán mis tinieblas. Manifestándote e ilustrándote en ti mismo, por medio de mí, concédenos, a mí, que hablo, y a los que

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me oyen, poseer la vida eterna. Así sea (Buenaventura de Bagnoregio, Opusculi mistici, Milán 1956, p. 259). CONTEMPLATIO La soberana sabiduría está escrita en el libro de la vida, que es Jesucristo, en quien Dios Padre escondió todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Por eso, el Unigénito de Dios como Verbo increado es el libro de la sabiduría, es la luz de la mente del sumo Artista, llena de razones vivas y eternas; como Verbo inspirado, ilumina los intelectos de los ángeles y de los santos; c o m o Verbo encarnado, irradia las mentes racionales unidas a la carne. De este modo, la multiforme sabiduría de Dios desde él y en él reverbera por todo el Reino, como a través de un espejo de belleza que incluye todas las especies y toda luz, y como libro donde, según el misterio de Dios, están descritos todos los misterios. ¡Oh! Si yo pudiera encontrar este volumen del origen eterno, y de la esencia incorruptible, de la sabiduría que es vida y de la escritura imposible de cancelar! Este libro cuya meditación es deseable, fácil su doctrina, dulce su ciencia, inescrutable su profundidad, inexpresables sus palabras, este libro cuyas palabras son en el fondo un solo verbo. En verdad, «quien me encuentra, encuentra la vida y alcanza el favor del Señor» (Prov 8,35) (Buenaventura de Bagnoregio, Opusculi mistici, Milán 1956, p. 121ss). ACTIO Repite y medita durante el día con frecuencia: «Vosotros sois la sal de la tierra; [...] Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,13ss).

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PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Si no queremos ser como las «tinieblas [que] no le recibieron», debemos recuperar nuestra unidad, redescubrir la fe como plenitud del existir, del obrar y del pensar. Éste es el testimonio cíe san Buenaventura, éste es el camino que él ha completado, recibiendo en su vida al Verbo divino. La inhabitación es lo que hace posible todavía hoy esa experiencia cristiana. Al apóstol Tomás, que le pregunta adonde va y cómo puede conocer el camino, Cristo le dice : «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). N o es posible reducir la búsqueda de la Verdad a un mero ejercicio mental, porque por su propia naturaleza es más; la razón, para ser verdadera, no puede negar la fe. Más aún, debe constituir para ella la posibilidad de una mayor conciencia, y, viceversa, la fe no puede renunciar a la razón si no quiere caer en el fideísmo. Cada uno de nosotros debe realizar su propio itinerario hacia el Absoluto, pero en el trayecto nos ayudan los que han llegado a la meta antes que nosotros. Hoy más que nunca necesitamos acercarnos a los que han demostrado estar en la luz, porque a menudo «el ojo de nuestra mente, ante las cosas más claras de la naturaleza, es como el ojo del murciélago ante la luz». En efecto, acostumbrado a las tinieblas de los seres y a las imágenes sensibles, cuando contempla la luz radiante del Sumo Ser le parece que no ve nada, sin comprender que la oscuridad es, sin embargo, la máxima luz para nuestra mente, como cuando el ojo queda cegado ante una luz demasiado viva» (Buenaventura, Itinerarium mentís in Deum). San Buenaventura va por delante de nosotros como testigo de la posibilidad que tiene el hombre de pensar la Verdad, de obrar el Bien, y nos invita a caminar hacia la Luz; en esto consiste la actualidad de su experiencia como hombre y como creyente (F. Gambetti, «L'esperienza u m a n a e cristiana di san Bonaventura», en Vita Minorum 1 [ 1 9 9 3 ] óOss).

Nuestra Señora del Carmen 16 de julio

La devoción a la Virgen del Carmen hunde sus raíces en un lugar y en un tiempo bien precisos. El lugar es el monte Carmelo, cadena montañosa de Galilea, que se asoma al mar por un alto promontorio y por el otro lado d a a la llanura de Esdrelón. Karme/significa «jardín» en hebreo. Es el monte santo, lugar de la oración y donde moró Elias, cantado en la Escritura por su belleza. En este monte - y más precisamente en uno de sus valles-, algunos de los cruzados venidos d e Occidente dedicaron, a comienzos del siglo XIII, una iglesia a la Virgen María, poniendo bajo su protección la Regla de vida que les había dado Alberto, patriarca de Jerusalén y tomando el título de Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo. Desde aquel momento, la figura d e la Virgen, Madre y Hermana, acompaña a la historia del Carmelo, de sus santos y de sus santas. Se trata de una historia d e favores de la Virgen y de santidad de los miembros de su orden. El Carmelo ha contemplado en María a la Virgen purísima, a la Madre espiritual, a la Estrella del mar. Ha recibido como don, para extenderlo a todos los devotos, el escapulario, signo de protección y de alianza, prenda de salvación eterna. Se eligió la fecha del 1 ó de julio porque el 17 de julio del año 1 2 7 4 , el segundo Concilio de Lyon sancionó la permanencia de la orden (que debía ser suprimida). La conmemoración fue extendida a toda la Iglesia por Benedicto XIII en 1726.

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LECTIO Primera lectura: Proverbios 8,17-21.34ss 17

Yo amo a los que me aman, y me encuentran los que me ansian. 18

Riqueza y honor me acompañan, bienes duraderos y justicia. 19

Mi fruto es mejor que el oro puro; mis productos mejores que plata escogida.

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El a m o r a la sabiduría llena de bienes a todos los que la encuentran y viven en comunión c o n ella. Los verbos usados en este texto son típicos de este amor: escuchar, velar, vigilar. Estas palabras se encuentran asimismo en la Regla carmelitana -síntesis de su espiritualidad y fuente de santidad- como actitudes de consagración al culto de la divina sabiduría, pero tienen un reflejo mariano, en los comentarios más autorizados de la tradición mística carmelitana, a partir de la Edad Media, a través de u n a relectura m a r i a n a de la Regla.

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Camino por sendas de justicia, por senderos de derecho, 21

para brindar bienes a los que me aman, y acrecentar sus tesoros. 34

Feliz el hombre que me escucha, velando a mis puertas día tras día, vigilando las jambas de mi puerta. 35

Quien me encuentra, encuentra la vida, y alcanza el favor del Señor.

**• La tradición eclesial, especialmente la medieval, acogió en la liturgia algunos textos sapienciales de la Escritura y los aplicó a la Virgen María, Sedes sapientiae. La sabiduría, representada por María, en la plenitud de su humanidad, como mujer guiada por el Espíritu, propone a sus devotos un pacto de amor. El amor a la sabiduría, también en esta personificación mariana, es recompensando con dones espirituales que superan las riquezas de este mundo. Se trata, p o r consiguiente, de u n a invitación a la búsqueda, a la escucha de la divina sabiduría, a caminar por el sendero de la justicia y de la equidad, virtudes típicas de la religiosidad del pueblo judío; pero, también, de una invitación a vivir en medio de una sencilla honestidad, que convierte al creyente en una persona sabia ante Dios y ante los hombres.

Evangelio: Mateo 12,46-50 En aquel tiempo, 46 aún estaba Jesús hablando a la gente cuando llegaron su madre y sus hermanos. Se habían quedado fuera y trataban de hablar con él. 47 Alguien le dijo: -¡Oye! Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que quieren hablar contigo. 48 Respondió Jesús al que se lo decía: -¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? 49 Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: -Éstos son mi madre y mis hermanos. 50 El que cumple la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.

*•• El encuentro de María con Jesús en medio de su predicación es u n momento importante de la revelación de la identidad del Maestro de Nazaret y de la de su madre, acompañada en este episodio por algunos parientes. María aparece siempre en el evangelio en comunión con todos, y conduce a la comunión con el Hijo. Ahora bien, el p a s o desde la fraternidad-familiaridad puramente natural a la espiritual, q u e María vive ya (como Lucas ha demostrado en su evangelio de la infancia), se vuelve ahora evidente en las palabras del Hijo.

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La pregunta retórica de Jesús, consciente de la presencia de su familia natural y de la necesidad de proclamar la novedad de su relación con él en otro ámbito, es por lo menos significativa. Se trata de poner de manifiesto el necesario paso que se ha dado ahora con la nueva familia que el mismo Jesús está formando con sus discípulos: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» (v. 48). Su respuesta, en una revelación que forma también parte constitutiva de la nueva fraternidad que acontece mediante la acogida de Jesús, de su Palabra, es claramente indicativa: «Éstos son mi madre y mis hermanos» (v. 49). Se ensancha el círculo de los familiares de Jesús, porque supera las medidas del clan y de la familia natural. Y así se establece la nueva relación de consanguinidad que es la vida de la Palabra y, en concreto, el cumplimiento de la voluntad del Padre celestial. María, la sierva, la discípula, la madre que se ofrece por completo a fin de que se c u m p l a la voluntad del Padre, es el ejemplo sumo de esta comunión familiar con Jesús, a través del vínculo de la Palabra escuchada y vivida, como c o n frecuencia s u b r a y a n los Padres de la Iglesia. También el cristiano engendra en sí mismo a Jesús mediante el cumplimiento de la Palabra. Corresponde muy b i e n a la espiritualidad del Carmelo, toda ella centrada e n la escucha, meditación y contemplación de la Palabra, la visión de M a r í a que presenta a Jesús sus verdaderos hermanos e hijos suyos, instruidos por ella en el cumplimiento de la voluntad del Padre.

MEDITATIO La búsqueda d e la sabiduría, la escucha de la Palabra y el c u m p l i m i e n t o de la voluntad d e Dios son temas que iluminan el s e n t i d o más verdadero de la devoción a la Virgen del Carmelo, según la más p u r a y genuina tradición de la o r d e n .

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Antes incluso de ser Santa María del Monte Carmelo para el pueblo fiel, o sea, la imagen familiar que presenta el escapulario a las almas del purgatorio para llevarlas al cielo, María es, en la espiritualidad del Carmelo, la custodia de la Palabra, la Virgen del silencio y de la oración, la Madre de la contemplación y de la vida mística. Es la que lleva a los fieles, como guía sabia, por los senderos de la santa montaña, conduciéndolos hasta la cumbre que es Cristo. Como Madre espiritual, engendra a sus hijos a la vida de gracia en la Iglesia, pero los acompaña asimismo con el ejemplo y la intercesión, y con una delicadeza absolutamente materna, en cada etapa de la vida espiritual, a través de las noches oscuras y los días luminosos de la vida. Y, siempre en la línea del Evangelio, marca más profundamente, en aquellos que se dejan plasmar p o r su presencia y acción materna, una santidad completamente mariana, interior en la contemplación, generosa en el servicio. María, sede de la sabiduría, nos conduce a Cristo, sabiduría viva, y forma discípulos y discípulas de la divina sabiduría. María, discípula del Señor, reúne y forma discípulos y discípulas de la divina Palabra, nueva savia vital que nos hace, con y como la eucaristía, miembros consanguíneos del mismo cuerpo de Cristo.

ORATIO Oh, Virgen santísima, Madre del Creador y Salvador del mundo, abogada de los pecadores. Es justo que, después de haber dado gracias a Jesucristo, Hijo tuyo y Redentor mío, por haberse entregado con amor por mí, pecador, y por haberme entregado su santísimo cuerpo, también te dé gracias a ti, Reina celestial, porque de ti tomó la humanidad este Verbo divino, tu Hijo y mi Dios y Creador. Con humildad suplico tu clemencia, porque eres Reina del cielo y Madre de l a misericordia y de este

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Nuestra Señora del Carmen

misericordioso Señor, y - p u e s t o que de la plenitud de tu gracia reciben de ti redención los prisioneros, consuelo los afligidos, perdón de sus pecados los pecadores; obtienen gracia y gloria los justos, salud los enfermos y grande gloria los ángeles- te suplico que me comuniques tu benevolencia, oh Señora y Madre de la misma gracia y misericordia. Tú, oh Señora, eres la escala del cielo, la estrella del mar, la puerta del paraíso, la esposa del Padre eterno, la madre del Hijo y el tabernáculo del Espíritu Santo, sellada por el Padre con su poder, por el Hijo con su sabiduría y por el Espíritu Santo con su bondad (Jaime Montañés, carmelita español del siglo XVII, citado en E. Boaga, Con Maria nelle vie di Dio. Antología della mañanita carmelitana, Roma 2000, p. 100).

prima Isabel, la veo pasar enormemente bella, con gran calma y majestuosa, recogida por completo en sí misma con el Verbo de Dios. Su oración, como la de él, también fue siempre ésta: «Ecce - Aquí estoy». ¿Quién? «La esclava del Señor, la última de las criaturas», ella misma, su Madre. Se mostró tan verdadera en su humildad porque se olvidó siempre de sí misma y fue siempre libre de sí misma, y por eso podía cantar: «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí. En adelante, las naciones me proclamarán bienaventurada» (Isabel de la Trinidad, «Ultimo ritiro», 15, en id., Scritti, Roma 1988, p. 659 [existe edición española de sus Obras completas en Editorial de Espiritualidad, Madrid 1986]).

CONTEMPLATIO

ACTIO

Tras Jesucristo, y sin duda a la distancia que media entre lo infinito y lo finito, hubo también una criatura que fue una magna alabanza de gloria a la Santísima Trinidad, que respondió plenamente a la elección divina de la que habla el apóstol. Ésta fue siempre «pura, inmaculada, irreprensible» a los ojos del Padre tres veces santo. Su alma es tan sencilla y los movimientos de su espíritu tan profundos que no podían ser advertidos. Parece reproducir en la tierra la vida propia del ser divino, del Ser simple. Al mismo tiempo, es tan transparente y luminosa que podría ser comparada con la luz. Con todo, no es más q u e el «Espejo» del Sol de justicia, Speculum iustitiae.

Que la Virgen María esté presente en nuestro pensamiento y en nuestro corazón: «Salve, Madre, llena de la santa alegría».

«La Virgen conservaba estas cosas en su corazón». Toda su vida puede resumirse en estas pocas palabras. Vivía en su corazón. A tal profundidad, que la mirada h u m a n a no puede seguirla. Cuando leo en el evangelio que María «recorrió a toda prisa las montañas de Judea» para ir a cumplir su ministerio d e caridad junto a su

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Las distintas generaciones del Carmelo, desde los orígenes hasta hoy, han intentado plasmar su propia vida siguiendo el ejemplo de María: por eso, en el Carmelo, y en toda alma movida por el tierno afecto a la Virgen y Madre santísima, florece la contemplación de ella, que ya vive en sí lo que todo fiel desea y espera realizar en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Por eso, los carmelitas y las carmelitas han elegido justamente a María como propia patrono y madre espiritual. Ella es la Virgen purísima que guía a todos al perfecto conocimiento e imitación de Cristo. Florece así una intimidad de relaciones espirituales que incrementan cada vez más la comunión con Cristo y con María [...]. Ella no es sólo modelo para imitar, sino también una dulce presencia de Madre y Hermana en quien confiar [...].

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16 de julio

Santa María Magdalena

Este rico patrimonio mariano del Carmelo se ha convertido con el tiempo, a través de la difusión del escapulario, en un tesoro para toda la Iglesia [...]. Éste se convierte en signo de «alianza» y de comunión recíproca entre María y los fieles: traduce, en erecto, de una manera concreta la entrega de su Madre que Jesús, en la cruz, hizo a Juan, y en él a todos nosotros, y la entrega del apóstol predilecto y de nosotros a ella, constituida en nuestra Madre espiritual. De esta espiritualidad mariana, que plasma interiormente a las personas y las configura con Cristo, primogénito entre muchos hermanos, constituyen un espléndido ejemplo los testimonios de santidad y de sabiduría de tantos santos y santas del Carmelo, todos ellos criados a la sombra y bajo la tutela de la Madre (Juan Pablo II, Carta a los padres generales de la familia del Carmelo, 25 de marzo de 2001, con ocasión del 750° aniversario de la entrega del escapulario).

22 de julio

María, tal vez natural de Magdala, una pequeña aldea situada a orillas del lago de Genesaret, es una de las mujeres de las que atestigua el evangelio que sirvieron y siguieron a Jesús durante su vida pública. De ella se dice asimismo que, liberada de la opresión demoníaca, fue fiel al Maestro hasta los pies de la cruz y más allá... Mientras permanecía llorando ante el sepulcro vacío de su Señor, oyó que el Resucitado la llamaba por su nombre, y se convirtió en su primer testigo; fue enviada, en efecto, por él a anunciar a los hermanos la victoria pascual de Cristo.

LECTIO

Primera lectura: Cantar de los cantares 3,1-4a 1

En mi lecho, por la noche, busqué al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré. 2 Me levanté, recorrí la ciudad, las calles y las plazas, ' buscando al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré. 3 Me encontraron los centinelas que rondaban por la ciudad: «¿Habéis visto al amor de mi alna?».

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Pero apenas los había dejado, encontré al amor de mi alma.

**• Al asumir el Cantar de los cantares en el canon de los libros inspirados, Israel -y después la Iglesia- reconoció no sólo la consagración del amor entre el hombre y la mujer, sino mucho más: la expresión simbólica del amor de Dios por su pueblo. También el alma sedienta de Dios conoce las largas noches de su silencio, de su incomprensible ausencia, que la purifican de aquello que daba ahora por descontado, de toda satisfacción reductora (v. 1). En la inquietud se despierta el deseo del Señor y se vuelve búsqueda apasionada, vital (2a). Es menester perseverar en esta tensión (v. 2b), pedir humildemente ayuda y consejo (v. 3) y, después, ir más allá, en la conciencia de que Dios puede orientarnos a él. Entonces, él mismo se hará presente a quien no se canse de buscarlo en la noche con corazón ardiente (v. 4).

Evangelio: Juan 20,1-11-18 1

El domingo por la mañana, muy temprano, antes de salir el sol, María Magdalena se presentó e n el sepulcro. Cuando vio que había sido rodada la piedra que tapaba la entrada. 11 María, en cambio, se quedó allí, j u n t o al sepulcro, llorando. Sin dejar de llorar, volvió a asomarse al sepulcro. " Entonces vio dos ángeles, vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, u n o a la cabecera y otro a los pies. 13 Los ángeles le preguntaron: -Mujer, ¿por qué lloras? Ella contestó: -Porque se han llevado a mi S e ñ o r y no sé dónde lo han puesto. 14 Dicho esto, se volvió hacia atrás y entonces vio a Jesús, que estaba allí, p e r o no lo reconoció. I s Jesús le preguntó:

Santa María Magdalena

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-Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién estás buscando? Ella, creyendo que era el jardinero, le contestó: -Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo misma iré a recogerlo. 16 Entonces Jesús la llamó por su nombre: -¡María! Ella se acercó a él y exclamó en arameo: -\Rabbonü (que quiere decir «Maestro»). 17 Jesús le dijo: -No me retengas más, porque todavía no he subido a mi Padre; anda, vete y diles a mis hermanos que voy a mi Padre, que es vuestro Padre; a mi Dios, que es vuestro Dios. 18 María Magdalena se fue corriendo adonde estaban los discípulos y les anunció: -He visto al Señor. Y les contó lo que Jesús le había dicho.

*» El amor de María de Magdala no muere bajo la cruz. Jesús le había devuelto la vida en plenitud y desde aquel momento ella había vivido para él (cf. Le 8,2). Tras la hora trágica del Viernes Santo, María permanece fiel a aquella entrega absoluta, obstinadamente consagrada a la búsqueda de Aquel a quien ama. Nada puede apartarla de su objetivo: ni siquiera el descubrimiento de la t u m b a vacía. Esta mujer es figura de la Iglesia-esposa y de toda alma que busca a Cristo y no tiene otra cosa para ofrecer que las lágrimas del amor. El Señor se deja encontrar por quien le busca de este modo. Resucitado y vivo, se acerca a quien sabe permanecer en la soledad junto al misterio incomprensible (v. 1 la). Sin embargo, sólo podemos reconocerle cuando nos llama por nuestro nombre y nos hace sentir que nos conoce hasta el fondo. Este mismo conocimiento d e amor no está destinado a una satisfacción personal, sino que es un don que nos hace testigos ante los hermanos a fin de llevar a

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todos el anuncio pascual (v. 17ss), la alegría verdadera, una vida nueva transfigurada por el encuentro con el Señor.

MEDITATIO Como toda figura evangélica, también María Magdalena es tipo del discípulo de Cristo. En ella vemos el luminoso testimonio de quien, perseverando en la búsqueda de Dios, aunque sea en la oscuridad de la fe y en la prueba de la esperanza, encuentra por fin a Aquel a quien ama o, mejor aún, es encontrado por él. En efecto, Cristo, el buen pastor, es desde siempre el primero en buscarnos y permanece esperándonos. Espera que el deseo del corazón se purifique, se vuelva ardiente y consuma con su fuego toda la escoria que hay en nosotros. Espera que nuestros ojos se vuelvan capaces de reconocerle en quien nos rodea, y nos vuelva atentos a su voz, u n a voz que siempre nos llama por nuestro nombre. También nosotros, como María Magdalena, exultaremos de alegría ante su presencia, que nunca es asible, sino poseída o prevista. Sólo quien ha conocido la larga noche de la espera y del deseo puede convertirse en testigo creíble entre los hermanos de una fe que no es vana.

ORATIO Santa María Magdalena, viniste a Cristo, fuente de misericordia, derramando m u c h a s lágrimas: tenías u n a sed ardiente de él y fuiste abundantemente saciada. Fue él quien, siendo pecadora, te justificó; fue él quien, en tu dolor tan amargo, te consoló dulcemente. Ardiente enam o r a d a de Dios, en m i timidez, vengo a implorarte a ti,

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que eres bienaventurada; yo, que vivo en mi oscuridad, a ti, que eres luminosa; yo, que soy pecador, a ti, que has sido justificada: acuérdate, en tu bondad, de lo que fuiste y de la necesidad de misericordia que tuviste. Obtenme la compunción del ánimo puro, las lágrimas de la humildad, el deseo de la patria celestial. Me sirve de ayuda la familiaridad de vida que tuviste y sigues teniendo aún con la fuente de la misericordia. Hazme llegar a ella, a fin de que pueda lavar mis pecados; dame de beber de ella, para que quede saciada mi sed (Anselmo de Canterbury, Orazioni e meditazioni, Milán 1997, pp. 381-383, passim).

CONTEMPLATIO María ha buscado, aunque en vano. Sin embargo, no se da por vencida y acaba encontrando: su esfuerzo se ve coronado al fin por el éxito. ¿En qué momentos buscamos al Amado? Le buscamos en las noches [...]. ¿Por q u é llega Dios así, con retraso? Para permitirnos estrecharlo con más fuerza en el momento de su venida. El deseo no es auténtico si el tiempo consigue debilitarlo. Demuestra poseer un amor ardiente quien desiste del compromiso sólo cuando ha obtenido la victoria. El ser que no busca el rostro del Creador permanece insensible, triste y frío. Quien desea ardientemente buscar a aquel a quien ama vive de u n ardiente amor; la falta de su Señor le vuelve inquieto, y las alegrías que ayer encantaban a su espíritu, hoy le parecen odiosas. La herrumbre del pecado se disuelve y su espíritu, encendido como oro, recupera en la llama el esplendor que el tiempo había ofuscado (Gregorio Magno, Homilías sobre el Evangelio XXV, 2-5, passim).

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ACTIO

Santiago

Repite y vive a menudo hoy estas palabras: «Si alguien vive en Cristo, es una nueva criatura» (2 Cor 5,17).

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PARA LA LECTURA ESPIRITUAL «¿A quién buscas?» La pregunta de Jesús resucitado a María de Magdala puede sorprendernos también a nosotros cada mañana y a cada hora de nuestra vida. ¿Eres capaz de decir a quién buscas de verdad? En efecto, no siempre está claro que buscamos a Jesús, al Señor. No siempre aquel a quien queremos encontrar es precisamente aquel que quiere entregarse a nosotros. María buscaba al hombre Jesús, buscaba al Maestro crucificado, por eso no veía a Jesús el Viviente delante de ella. Si tenemos una idea de Jesús a la medida de nuestra pequeña mente humana, nuestra búsqueda acaba en un callejón sin salida. Jesús es siempre inmensamente más que lo que nosotros conseguimos pensar y desear. ¿Dónde, pues, y cómo buscar al Señor para salir del túnel de nuestros extravíos y d e nuestros miedos, para no engañarnos d a n d o vueltas alrededor de nosotros mismos en vez de correr derechos hacia él? Sólo sí antes tenemos una verdadera y justa valoración de nosotros mismos como criaturas pobres podremos descubrir la presencia de aquel que lo sostiene todo. Aquel a quien buscamos debe ser verdaderamente el todo al que anhela adherirse nuestra alma. Buscar a Cristo es signo de que, en cierto modo, ya le hemos encontrado, pero encontrar a Cristo es un estímulo para continuar buscándolo. Esta actitud no se plantea sólo al comienzo del camino espiritual, sino que lo acompaña hasta la última meta, puesto que la búsqueda del rostro del Señor es su dato esencial. Conocer a aquel por quien somos conocidos: eso es lo indispensable. El itinerario del conocimiento de Cristo coincide c o n el mismo itinerario de la fe y del amor. El yo debe aprender a callar y a escuchar; el corazón debe aprender el camino del exilio para alejarse de todo cuanto lo mantiene apegado a sus viejos / tristes amores (A. M . Cánopi, Nel mistero della gratuita, M i l á n 1998, p. 21 ss).

Santiago, llamado «el mayor», era hijo de Zebedeo y de Salomé (Me 15,40; Mt 27,56) y hermano mayor de Juan el evangelista. Junto con él fue llamado entre los primeros discípulos de Jesús, y siempre se le cita entre los tres primeros apóstoles en el Nuevo Testamento. Fue testigo privilegiado de la resurrección de la hija de Jairo (Me 5,37), de la transfiguración de Jesús (Mt 17,1) y de la agonía de Jesús en Getsemaní (Mt 26,37). Fue decapitado hacia el año 4 4 , en tiempos de Herodes A g r i p a , en los días de la Pascua (Hch 12,1-3).

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los apóstoles 4,33.5.12.27b-33; 12,1b En aquellos días, los apóstoles datan testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor y hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los trajeron y los condujeron a presencia del consejo, y el sumo sacerdote los interrogó: -¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.

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Pedro y los apóstoles replicaron: -Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. «El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero». «La diestra de Dios lo exaltó haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión con el perdón de los pecados». Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen. Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos, y el rey Herodes hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan.

*+• La primera lectura de la solemnidad de Santiago, patrón de España, presenta a nuestra consideración la idea del testimonio de la resurrección de Jesús por parte de los apóstoles. Este testimonio, mandato expreso del Señor, no puede ser encadenado por ninguna instancia humana, porque el testigo debe obedecer a Dios antes que a los hombres. Y puede hacerlo gracias al Espíritu Santo, «que Dios da a los que le obedecen». Esta obediencia llevó a Santiago a d e r r a m a r su sangre, corroborando con ello su testimonio, su «martirio».

Segunda lectura: 2 Corintios 4,7-15 Hermanos: 7 este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros. 8 Nos acosan por todas partes, pero no estamos abatidos; nos encontramos en apuros, pero no desesperados; 9 somos perseguidos, pero no quedamos a merced del peligro; nos derriban, pero no llegan a rematarnos. 10 Por todas partes vamos llevando en el cuerpo la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. " Porque nosotros, mientras vivimos, estamos siempre expuestos a la muerte por c a u s a de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. 12 Así que en nosotros actúa la m u e r t e , y en vosotros, en cambio, la vida. 13

Pero como tenemos aquel m i s m o espíritu de fe del que dice la Escritura: Creí y por eso hablé, también nosotros cree-

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mos, y por eso hablamos, 14 sabiendo que el que ha resucitado a Jesús, el Señor, nos resucitará también a nosotros con Jesús y nos dará un puesto junto a él en compañía de vosotros. 15 Porque todo esto es para vuestro bien; para que la gracia, difundida abundantemente en muchos, haga crecer la acción de gracias para gloria de Dios.

*» El mensaje central de esta segunda lectura podríamos resumirlo de este modo: «Por todas partes vamos llevando en el cuerpo la muerte de Jesús» (v. 10a). Lo que Pablo dice por experiencia directa, lo aplica literalmente la liturgia al apóstol cuya solemnidad celebramos hoy: de Jesús a Pablo y de Pablo a Santiago, y así sucesivamente, se va creando, a lo largo de la historia, la cadena de los testigos o, mejor aún, de los «mártires» en sentido propio. Puede decir que lleva la muerte de Jesús en su propio cuerpo no sólo quien recibe la gracia excepcional de derramar la sangre por amor a Cristo y a los hermanos, sino también quien, día tras día, vive con seriedad y serenidad la radicalidad evangélica. Quien realiza esta experiencia puede hablar en nombre de Jesús, puede decir que es siervo del Evangelio por lo que anuncia, pero sobre todo por lo que hace y por cómo vive: «Creí y por eso hablé» (v. 13). La palabra de los testigos no sólo es significativa, sino también eficaz: precisamente porque tiene la elocuencia de la experiencia vivida, de la sangre derramada, del martirio padecido.

Evangelio: Mateo 20,20-28 En aquel tiempo, 20 la madre de los Zebedeos se acercó a Jesús con sus hijos y se arrodilló para pedirle un favor. 21 Él le preguntó: -¿Qué quieres?

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Ella contestó: -Manda que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda cuando tú reines. 22 Jesús respondió: -No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa de amargura que yo he de beber? Ellos dijeron: -Sí, podemos. 23 Jesús les respondió: -Beberéis mi copa, pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes lo ha reservado mi Padre. 24 Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. 25 Pero Jesús los llamó y les dijo: -Sabéis que los jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y que los magnates las oprimen. 26 No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser importante entre vosotros, sea vuestro servidor, 21 y el que quiera ser el primero, sea vuestro esclavo. 28 De la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos.

*•• Mateo nos refiere en esta página de su evangelio, tal vez con una sutil ironía, la petición que la madre de los Zebedeos - J u a n y Santiago- presentó a Jesús. Si bien estamos dispuestos a mostrarnos un tanto indulgentes con la m a d r e , lo estamos ciertamente un poco menos con los dos hermanos, que con una excesiva rapidez se declaran dispuestos a compartir con Jesús el cáliz, la copa, que h a de beber. Afortunadamente, Jesús sabe cambiar en b i e n lo que, h u m a n a m e n t e hablando, podría parecer fruto de la intemperancia y de la precipitación. El discurso se convierte de hipotético en profético: Jesús predice la muerte que Santiago padecerá por su fidelidad radical al Maestro y al Evangelio. Y no sólo esto, s i n o que de este diálogo -que, por otra parte, suscita el desdén de los otros apóstoles- extrae Jesús también una lección de h u m i l d a d para todos los

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que quieran seguirle por el camino del Evangelio. La grandeza de los discípulos de Jesús puede y debe ser valorada con unidades de medida bastante diferentes a las que conoce el mundo. En la escuela de Jesús se aprende a subvertir la escala de valores y a considerar válido sólo lo que lo es a los ojos de Dios. Precisamente, según el ejemplo que nos dejó Jesús: siendo rico, se hizo pobre; aun siendo Señor, se hizo siervo-esclavo; siendo maestro, aprendió a obedecer al Padre; siendo sacerdote, se hizo víctima por amor.

MEDITATIO «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos» (Mt 20,28). Es más que lícito que nos preguntemos qué psicología brota de una afirmación autobiográfica como ésta, y la respuesta no puede ser equívoca. Estamos frente a u n gran don que Jesús ha hecho a sus discípulos de ayer y de hoy, ofreciéndoles la posibilidad de penetrar en su corazón de Hijo inmolado por amor, en su espiritualidad de Cordero inmolado en rescate de los hermanos. Todo esto es lo que se expresa mediante la metáfora del «servicio», un término que ha de ser bien entendido: hemos de rescatarlo de todo tipo de servilismo, de toda abdicación pasiva a la propia libertad, y hemos de inscribirlo en el horizonte de una total expropiación personal y de u n a entrega completa de nosotros mismos al Padre. La luz de esta afirmación de Jesús se difunde, obviamente, por todo el Evangelio. Jesús, sin embargo, se presenta también como siervo «de muchos», a saber: de todos los que el Padre le ha confiado c o m o hermanos, oprimidos por el pecado, pero abiertos a l don de la liberación. El cáliz de la pasión, que Jesús acepta libremente de manos del

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Padre, sólo espera ser saboreado también por aquellos por los que el Maestro de Nazaret lo bebió hasta las heces. ORATIO Tu ley, Señor Jesús, es el signo de tu realeza: tú nos quieres obedientes porque sólo a través de la obediencia - c o m o tú mismo demostraste- se llega a rey. Tu ejemplo, Señor Jesús, manifiesta tu profunda identidad de Hijo: Hijo de Dios Padre que vive y expresa siempre su propia sumisión en su plena disponibilidad. Tu Palabra, Señor Jesús, ilumina nuestro camino: el que tú nos muestras no vale sólo para ti, sino también para todos los que, libremente, te h a n elegido como maestro y te siguen con alegría p o r el camino del Evangelio. Tu martirio, Señor Jesús, lo fuiste viviendo en cada momento de tu vida: quien ha aprendido a conocerte a través de las páginas evangélicas sabe que, para ti, ser siervo significaba vivir del todo para Dios y del todo para los h e r m a n o s . Ésta es la «ley real» de la que habla el apóstol Santiag o en su carta. CONTEMPLATIO El objetivo de los dos discípulos [Juan y Santiago] es obtener el p r i m a d o respecto a los otros apóstoles. [...] ¿Os dais cuenta d e cómo todos los apóstoles son aún imperfectos? Tanto los dos que quieren elevarse sobre l o s diez como los diez que t i e n e n envidia de ellos. Ahor a bien, fijémonos en cómo se comportan a continua-

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ción y les veremos exentos de todas estas pasiones. [...] Santiago no sobrevivirá mucho tiempo. En efecto, poco después del descenso del Espíritu Santo, llegará su fervor a tal extremo que, dejando de lado todo interés terreno, llegará a u n a virtud tan elevada que morirá inmediatamente (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, Roma 1967, pp. 98 y 99ss). ACTIO Repite y medita a menudo durante el día estas palabras: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mt 20,28).

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Las fiestas de los santos proponen ejemplos oportunos a la imitación de los fieles. A esta función de ejemplaridad ha querido unir siempre la Iglesia el reconocimiento de la intercesión de los santos en favor de sus hermanos los hombres. Éste es el motivo por el que, desde siempre, ha aceptado y fomentado gustosa la designación de determinados santos como patronos para los diversos pueblos. La liturgia de la misa de Santiago, patrono de España, no hace sino corroborar esta misma ¡dea. Santiago, que «bebió el cáliz del Señor y se hizo amigo de Dios», fue siempre, ¡unto con su hermano Juan y con Pedro, uno d e los apóstoles que gozó de las mayores intimidades de Jesús. Y si bien su acción en el evangelio no adquiere el relieve de la de los otros dos predilectos, fue él quien primero selló con su propia sangre la entrega al Señor y a la predicación d e su doctrina. Esta misma acción, tras su muerte, es reconocida por nosotros en favor de «los pueblos d e España», precisamente como respuesta a su elección como patrono. Pero, al mismo tiempo que reconocemos gustosos su acción en el pasado, pedimos de c a r a al futuro que, así como

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San Joaquín y santa Ana

él mantuvo su entrega plena a Jesús hasta el sacrificio de su propia vida, así también, «por el patrocinio de Santiago, España se mantenga fiel a Cristo hasta el final de los tiempos» (http://sagradaramiliadevigo.net).

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El evangelio apócrifo de Santiago (siglo II) reconstruye, siguiendo la filigrana bíblica de la nistoria de Ana, madre de Samuel (cf. 1 Sm 1,1 -28), el acontecer de los padres de la Virgen María: Joaquín, anciano sacerdote del Templo de Jerusalén, y su mujer, Ana. Estos, después de una aparición angélica, concibieron a la futura Madre del Redentor, a la que ofrecerán más tarde en el Templo (cf. 21 de noviembre). De ninguno de ellos se dice nada en los evangelios canónicos.

LECTIO Primera lectura: Eclesiástico 44,1.10-15 I

Hagamos el elogio de los hombres ilustres, de nuestros antepasados por generaciones. 10 Pero hubo también hombres honrados cuyas virtudes n o han sido olvidadas. II Una rica herencia nacida de ellos pervive en sus descendientes. 12 Su descendencia sigue fiel a las alianzas, ,y también sus nietos, gracias a ellos. 13 Por siempre permanecerá su descendencia, y su gloria no se marchitará. 14 Sus cuerpos fueron sepultados en paz, y su apellido vive por generaciones.

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Los pueblos proclaman su sabiduría, y la asamblea celebra su alabanza.

**• El bien permanece. Es más, de generación en generación, parece constituirse u n depósito fecundo, u n capital precioso del que se puede disponer sin que nunca se agote. Más aún: el bien realizado en y por hombres virtuosos teje la auténtica trama de la historia de la salvación, hasta que llegue el tiempo en el que el fruto esté maduro. E n efecto, sin la colaboración del hombre, Dios no interviene en el tiempo con su acción poderosa y redentora. La fidelidad del Señor se fundamenta en el cielo, pero se arraiga en la tierra gracias a los que permanecen fieles a las promesas: promesas de Dios al hombre y del hombre a Dios, en virtud de la gracia, única garantía de la alianza en la criatura.

Evangelio: Mateo 13,16ss En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: l6 Dichosos vosotros por lo que ven vuestros ojos y p o r lo que oyen vuestros oídos; " porque os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

**• El cumplimiento de las promesas es la visión: generaciones d e profetas y de justos han construido escalón a escalón u n a historia de confianza, de espera y de esperanza, y s o n dichosos porque esta fe les sitúa entre los que, sin h a b e r visto y oído, creyeron y apostaron su vida por la P a l a b r a de la alianza. El hoy d e los discípulos tiene la unicidad de la bienaventuranza privilegiada del ver y escuchar la Vida misma, la Salvación en acto, la Palabra e n c a r n a d a . Ellos son el último eslabón de la generación q u e hereda las promesas y el primero de la que deberá t r a n s m i t i r el testimonio del cumplimiento.

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MEDITATIO Joaquín y Ana eran justos y estaban limpios de toda mancha de pecado; llevaban una vida piadosa; llevaban, por consiguiente, ante Dios y ante los hombres, u n a conducta inocente, inmune de calumnia y llena de piedad. Se mostraban celosos en la oración, en el ayuno y en la abstinencia, devotos a la ley; formaban u n a familia asidua al Templo, llena de caridad, incansable en el trabajo y, en consecuencia, muy rica en bienes. Dividían en tres partes el rendimiento anual de sus fatigas: destinaban la primera parte al Templo de Dios, a los sacerdotes ministros del Templo; la segunda parte la dividían entre los pobres y los indigentes; la tercera parte era para ellos, para la familia y para los huéspedes. Habían regulado su vida de este modo e n todo, y habían vivido juntos piadosamente, dedicándose a las buenas obras durante veinte años. No tenían hijos, puesto que el seno de Ana estaba cerrado por la esterilidad. Convenía, en efecto, a la madre, y a aquella que fue el inicio de los prodigios, nacer prodigiosamente de un seno estéril, como la misma María debía traer al mundo, de una manera prodigiosa y virginal, al Verbo de Dios, y elevarse desde el escalón inferior de la esterilidad al superior del parto virginal (Sinaxario di Ter Israel, texto de la Iglesia armenia que se remonta al siglo XIII, en Testi mariani del primo millennio, Roma 1991, IV, pp. 636ss).

ORATIO Y Ana entonó u n cántico al Señor Dios, diciendo: Elevaré ún h i m n o al Señor, mi Dios, porque me ha visitado (cf. Gn 21,1), y ha alejado de mí los ultrajes de mis enemigos, y me h a dado un fruto de su justicia (Prov 11,30) a la vez uno y múltiple ante Él.

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¿Quién anunciará a los hijos de Rubén que Ana amamanta a u n hijo? Sabed, sabed, vosotras, las doce tribus de Israel, que Ana a m a m a n t a a un hijo (Cántico de Ana, del Protoevangelio de Santiago).

CONTEMPLATIO Sobre los padres de la Virgen María se posaron la bendición y la gracia celestial. Éstas salieron de los justos y fueron transmitidas a través de las generaciones hasta posarse en María, la cual recibió el misterio. El justo Joaquín y Ana, su mujer, estaban tristes porque no habían tenido hijos. Sin embargo, Dios se mostró benévolo con ellos, acogió su súplica y les dio u n a hija amada y bendita. Joaquín oraba ante Dios, pidiéndole una prole que consolara su vejez: «Señor, que diste esperanza a Abrahán y después de cien años le concediste u n heredero de la promesa, no prives m i vejez de u n fruto, sino bendíceme con la bendición de Abrahán; todo es fácil, en efecto, a t u voluntad» (de un texto antiguo de la Iglesia siro-oriental). ACTIO Repite y medita durante el día este proverbio bíblico: «El fruto del justo es un árbol de vida» (Prov 11,30).

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La figura de santa Ana nos recuerda la casa paterna de María, Madre de Cristo. Allí vino María al mundo, llevando en ella e l misterio extraordinario de la inmaculada concepción. Allí estaba rodeada del amor y de la solicitud de sus padres: Joaquín

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y Ana. Allí «aprendía» de su madre, precisamente de santa Ana, cómo ser madre. Y aunque, desde el punto de vista humano, María había renunciado a la maternidad, el Padre celestial, aceptando su entrega total, la agració con la maternidad más perfecta y más santa. Cristo, desde lo alto de la cruz, transfirió en cierto sentido la maternidad de su madre a su discípulo predilecto, e igualmente a toda la Iglesia, a todos los hombres. Cuando, como «herederos de la promesa divina» [cf. Gal 4,28.31), nos encontremos en el radio de la maternidad de María, y cuando experimentemos su santa profundidad y plenitud, pensemos que fue precisamente santa Ana la primera en enseñar a María, su hija, cómo ser madre. «Ana» significa en hebreo: Dios «ha mostrado su gracia». Reflexionando sobre este significado del nombre de santa Ana, exclamaba así san Juan Damasceno: «Ya que estaba determinado aue la Virgen María, Madre de Dios, nacería de Ana, la naturaleza no se atrevió a adelantarse al germen de la gracia, sino que esperó a dar su efecto, que naciese como primogénita aquella de la que había de nacer el primogénito de toda la creación» (Juan Pablo II, Discursos, diciembre de 1978).

Santa Marta 29 de julio

Marta es la hermana de María y de Lázaro de Betania. En el evangelio sólo se la nombra en tres episodios (cf. Le 10,38-42; Jn 11,1-44; Jn 12,1-11), y en todos ellos se resalta su actitud dinámica, su acogida afectuosa a Jesús y su esmero en servirle. Por otra parte, se dice que Marta, María y Lázaro eran muy amigos de Jesús, el cual, a su vez, también les quería mucho. Entre los personajes del evangelio, Marta -junto con Pedro- es la única en confesar de manera explícita y completa su fe en Jesús como Mesías enviado por el Padre. Santa Marta es modelo de mujer laboriosa y patraña de los hosteleros.

LECTIO

Primera lectura: Proverbios 31,10-13.19-20.30ss 10

Una mujer de valía, ¿quién la encontrará? Es más preciosa que las perlas. 11 Su marido confía en ella y no le faltarán ganancias. 12 Le trae beneficio y no perjuicio ' todos los días de su vida. 13 Busca lana y lino, y trabaja con mano solícita. 19 Aplica sus manos a la rueca y sus dedos sostienen el huso.

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Tiende su brazo al desvalido, alarga sus manos al indigente. 30 Engañosa es la gracia, vana la hermosura; la mujer que teme al Señor merece alabanza. 31 Ensalzadla por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza.

*•• Esta primera lectura está tomada del breve poema con el que concluye el libro de los Proverbios. En esa composición se perfila la figura de la mujer perfecta (v. 10; cf. Eclo 26,lss), modelo de esposa (w. 1 lss), madre y ama de casa (w. 15.21.27ss). Las cualidades de la mujer ideal aparecen en los versículos centrales del poema (w. 19ss) y podemos resumirlas en dos dotes: la incansable laboriosidad y la generosidad con los pobres. Estas cualidades están coronadas por el temor al Señor (v. 30a), es decir, por el a m o r respetuoso y delicado a Dios. A la belleza, que necesariamente es fugaz y está destinada a pasar, no se le atribuye valor alguno (v. 30b). Las interpretaciones de este elogio de la mujer perfecta difieren; la m á s fidedigna parece ser esa según la cual este poema, además de presentar u n modelo de mujer, describe simbólicamente la Sabiduría: situado en la conclusión del libro délos Proverbios, representa su contenido de una m a n e r a sintética, aunque completa.

Evangelio: Juan 11,19-27 En aquel tiempo, '9 muchos judíos habían ido a Betania para consolar a Marta y María por la muerte de su hermano. 20 Tan pronto como llegó a oídos de Marta que llegaba Jesús, salió a su encuentro; María se quedó en casa. 21 Marta dijo a Jesús: -Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. 22 Pero, aun así, yo sé que todo lo que pidas a Dios él te lo concederá. 23 Jesús le respondió: -Tu hermano resucitará.

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Marta replicó: -Ya sé que resucitará cuando tenga lugar la resurrección de los muertos, al fin de los tiempos. 25 Entonces Jesús afirmó: -Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá;26 y todo el que esté vivo y crea en mí, jamás morirá. ¿Crees esto? 27 Ella contestó: -Sí, Señor; yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir a este mundo.

*+• El diálogo entre Jesús y Marta referido en este fragmento del evangelio forma parte del episodio de la llamada «resurrección de Lázaro» (cf. Jn 11,lss). Como en Le 10,38-42 y en Jn 12,lss, destacan las actitudes opuestas de Marta y de María: la primera muestra u n carácter más dinámico y concreto, que se manifiesta en salir de inmediato al encuentro del Señor; la segunda, a la que siempre se describe sentada y escuchando al Maestro, permanece en casa (v. 20). Marta asocia, en cierto m o d o , la muerte de su herm a n o a la ausencia de Jesús en aquel momento, pero confirma asimismo su firme confianza en él como mediador infalible ante Dios (w. 2lss). Empieza así un itinerario interior q u e la conducirá a una profesión de fe plenamente cristiana (v. 27), pasando a través de la declaración de su fe e n la resurrección del último día (v. 24), en conformidad con la tradición judía (cf 2 Mac 7,9.23; 12,42b-44; Dn 12,1-3). Es el m i s m o Jesús quien la guía en este recorrido: con una expresión típica de las autorrevelaciones divinas («Yo soy»: v. 25a; cf. Ex 3,14; Lv 19,lss; Jn 6,35; 14,6; passim), el Señor hace comprender a Marta que la vida que él da supera también a la muerte. Jesús, resurrección y vida, crea en quien le recibe una condición nueva y definitiva (cf Jn 5,24; 8,51). Como hace en todo su evangelio, también aquí Juan recurre a términos antitéticos y juega con su doble sig-

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nificado: cuando alguien da su plena adhesión a Jesús, pasa de la muerte física a la vida definitiva, eterna (v. 25b), porque quien en vida haya creído en él no padecerá la condena a la eterna separación de Dios (v. 26a). Con estas palabras se refiere el Señor al destino último y, al mismo tiempo, pone de manifiesto que, a través de él, está ya presente en el creyente el germen de la vida eterna. Jesús no se limita a revelar a Marta estas verdades, sino que le pregunta de una manera explícita su posición ante ellas (v. 26b), brindándole la oportunidad de manifestar plenamente su adhesión a la persona del Maestro, reconocido ahora como el Mesías esperado por Israel y como el Hijo de Dios (v. 27).

MEDITATIO

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modo de concebir la vida y la fe. Marta se deja conducir por Jesús a través de la experiencia del dolor en un recorrido de conocimiento más profundo de sí misma, de la realidad, del mismo Señor. A quien le acoge de verdad, todo se le presenta bajo una luz nueva: vivir significa entonces habitar en el amor de Dios, en la amistad sincera y confiada con él. La vida eterna empieza ya desde ahora, y atraviesa y vivifica todas las vicisitudes humanas, incluso las marcadas por el sufrimiento. Eso significa ponerse a la escucha de Dios y de su Palabra, como Marta, también en los momentos de incertidumbre y de duda (cf. Jn 11,39-41). También a nosotros nos pide el Señor una adhesión personal: «¿Crees esto?». Marta dio su respuesta; cada uno de nosotros está llamado a dar la suya.

Los evangelios presentan a santa Marta siempre en movimiento, como una mujer eficiente y segura de sí. Tal vez esto la conducía a dejarse atrapar demasiado p o r las cosas que debía hacer y a perder de vista el sentido d e su trajín. Sin embargo, ante Jesús, comprende que la eficiencia no es el valor más elevado, sino que importa sólo en la medida e n que está equilibrada por la acogida, por la atención al otro y por el «temor al Señor», o sea, movida por el amor; si n o es así, hace correr el riesgo de separar de lo esencial, convirtiéndose en u n a fuente de ansiedad y de fragmentación.

Señor, son muchas las veces que, frente a las dificultades de la vida, m i fe vacila y m e dejo absorber por las mil cosas que debo hacer para huir de la desilusión y del vacío interior; o bien siento la tentación de esconder mis miedos construyéndome u n a fe a mi medida, adherido rígidamente a principios que considero indiscutibles y que quisiera resguardar d e cualquier turbación.

Santa Marta no se relaciona con el Señor sólo haciendo algo por él, sino que se presenta ante él con u n a actitud de verdad y de diálogo: se le muestra tal c o m o es, dolida por la muerte de su hermano, decepcionada por no haber sido escuchada (cf. Jn 11,3.21), pero t a m bién firme en la fe. Aunque n o ha visto satisfecha su oración, no la emprende con Dios, no se cierra a su misterio, rio duda de su bondad; más bien, se pone a la escucha del Señor y se hace disponible a caminar con él, revisando s u

Enséñame a abrir mi fe a tu imprevisibilidad, a estar disponible para el encuentro auténtico contigo, al encuentro en el que mis falsas seguridades cedan su sitio a la confianza en tus promesas. No permitas que el ritmo frenético de mis jornadas m e atropelle hasta el punto de dejar d e estar inspirado p o r el amor. Y, sobre todo, no dejes que la experiencia del dolor me aleje de ti: conviértela, más bien, en una experiencia fecunda de resurrección y de vida.

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CONTEMPLATIO

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Marta, más comprometida con el desarrollo de las tareas necesarias, llega la primera [a Jesús]. María, más fina y con un ánimo m á s sensible, espera en casa para recibir el pésame. Marta, más sencilla, corre al encuentro de Jesús, embriagada por el dolor, que, sin embargo, soportaba con entereza. «Mi hermano - d i c e - ha muerto porque no estabas aquí, pues tú, con una sola orden, puedes vencer a la muerte.» [Jesús le] dice: «El que crea en mí no estará i n m u n e de la muerte de la carne; con todo, Dios puede dar fácilmente la vida a quien quiera». Cuando dice después a Marta: «¿Crees?», exige la confesión de la fe c o m o madre y protectora de la vida. Y ella le dice de inmediato que sí, y confiesa su fe con sutileza [...]: al u s a r el artículo -el Cristo y el Hijo de Dios- ha confesado claramente al único, excelente y verdadero Hijo de Dios. [El Señor] exige comprensión de la fe: ésta es un gran don cuando nace de un ánimo ardiente, y tiene t a n t o poder que salva no sólo a quien cree, sino también a los otros. De este modo, también Lázaro fue resucitado por la fe de su hermana, a la que el Señor dijo: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?», como si quisiera decirle: «Ya que Lázaro ha muerto, suple tú la fe del muerto. En efecto, es predso creer firmemente a fin de ver las cosas que est á n por encima de la esperanza» (Cirilo de Alejandría, Cornmento al vangelo ii Giovanni, Roma 1994, II, pp. 313ss, passim).

La fiesta de Santa Marta que celebra hoy la liturgia nos pone ante este personaje del evangelio íntimamente ligado a la persona y a la misión de Jesús. Suele representar a Marta como la persona siempre atareada, la que se afana, y ello por amor a ese inefable amigo que es Cristo, que se hospeda en su casa, amigo de su hermano y de su hermana. Marta es una mujer siempre atareada y molesta, algunas veces, por las actitudes contemplativas de su hermana; de todos modos, se trata de una atareada entregada por completo a su Señor. Pero, si nos fijamos bien, esta visión y esta imagen de santa Marta están un tanto reajustadas por este fragmento del evangelio de Juan.

ACTIO Repite y medita a menudo durante el día estas palabras: «Sé que todo lo que pidas a Dios él te ¡o concederá» ( J n 11,22).

Es Marta quien se dirige a Jesús, con el corazón lleno de amor y de dolor por la muerte de su hermano Lázaro; es ella la que con aquella hermosa amistad, valiente y espontánea, casi reprocha al amigo: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano». Esta actitud de auténtica amistad por parte de Marta respecto a Jesús nos revela algo mucho más precioso en su ánimo que la laboriosidad atareada de una acogida puramente exterior. Existe entre Marta y Jesús una misteriosa camaradería. Marta sabe que Jesús es poderoso; se da cuenta de que el Señor lo puede todo [...]. La afectuosa amistad, la valiente libertad de Marta, nos dice mucho sobre el conocimiento que tenía de Cristo y sobre la confianza que el Señor Jesús le otorgaba. Hemos de señalar, por otra parte, que Jesús no corrige a Marta por su observación. Sí lo hizo cuando se lamentaba de la «inercia» de María. Pero en esta ocasión no. Comprende su dolor, lo comparte. El evangelio dice que Jesús mezcló sus lágrimas con las de Marta. ¡Qué misteriosa y sublime amistad! [...] El misterio de la muerte vivido en comunión de amistad conduce a Jesús a realizar una afirmación, podríamos decir, desconcertante: «Tu hermano vivirá». Marta comprende y no comprende. Tal vez guarde en el corazón la esperanza de un prodigio clamoroso; tal vez se refugie en la confianza en la resurrección final de los muertos. Y dice a Jesús: «Sé que resucitará, porque tú eres el Cristo, el Señor de la vida». Aquí tenemos l a profesión de fe de santa Marta. María, la contemplativa, nunca dijo a Jesús: «Tú eres el

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Cristo, el Hijo del Dios vivo»; Marta, la atareada, sí lo hizo. Y Jesús le dejó que se lo dijera. Es posible que precisamente esta declaración de fe sobre su verdadera identidad fuera lo que provocó en él la decisión última del prodigio clamoroso (A. Ballestero, / consacrati nella Chiesa e nel mondo. Meditazioni sull'essenziale, Milán 1 9 9 4 , pp. 147ss).

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Iñigo López de Loyola nació en Azpeitia (Guipúzcoa, España), en el año 1 4 9 1 , en el seno de una familia noble en decadencia. Su deseo de alcanzar gloria le llevó a dedicarse a la carrera militar. Fue herido gravemente en una pierna durante la defensa del castillo de Pamplona, atacado por los franceses. Durante su convalecencia, la simple lectura de algunos libros sobre la vida de los santos y de Jesús le impulsó a la práctica de una dura ascesis, durante la cual escribió la mayor parte de sus famosos Ejercicios

espirituales.

Tras abandonar la vida de mendicante solitario, estudió primero en España y después en París; en esta última ciudad conoció a Francisco Javier y a algunos otros, con los cuales reunió el primer núcleo de la Compañía de Jesús, grupo que dará vida a un nuevo tipo de v i d a religiosa, basada en la práctica de la caridad y centrada e n la misión, un nuevo tipo de vida que servirá d e ejemplo a innumerables congregaciones modernas. Ignacio murió en Roma, el 31 de julio de 1556. Fue canonizado en el año 1622 ¡unto con san Francisco Javier, su compañero de la primera hora.

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76 LECTIO Primera lectura: 1 Corintios 10,31-11,1

Hermanos, 1031 En cualquier caso, ya comáis, bebáis o hagáis otra cosa cualquiera, hacedlo todo para gloria de Dios. 32 Y no seáis ocasión de pecado ni para judíos ni para paganos, ni para la Iglesia de Dios. 33 Ya veis cómo procuro yo complacer a todos en todo, no buscando mi conveniencia, sino la de los demás, para que se salven. "•' Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo.

*• En la primera Carta a los Corintios, Pablo llama la atención de los fieles sobre muchos de los problemas cruciales del cristianismo primitivo: pureza de costumbres, matrimonio y virginidad, relaciones con los vecinos paganos. La conclusión de esta exhortación a la concordia en el pluralismo está resumida en la última afirmación: «Ya veis cómo procuro yo complacer a todos en todo, no buscando mi conveniencia, sino la de los demás, para que se salven» (10,33). Ignacio nos indica el camino para conseguirlo: Omnia ad maiorem Dei gloriam («Haced todo para mayor gloria de Dios»). Así es como nuestro santo resume esta exhortación de P a b l o a la comunidad de Corinto. Todas nuestras acciones, todo nuestro obrar -afirma P a b l o deben tener como única regla de discernimiento la gloria de Dios. ¿Cómo puedo saber si lo que hago es bueno? Basta con verificar si mis acciones dan gloria a Dios o si esconden algún interés personal. Ta no es el c o m e r o el ayunar, el darse a la penitencia o el ofrecer sacrificios sobre el altar: lo que cuenta es que el objetivo, el fin de nuestro comportamiento, sea cumplir la voluntad de Dios. Y voluntad de Dios es que nos esforcemos p o r buscar la utilidad común, a fin d e que todos puedan obrar en conformidad con Cristo, dando así gloria a Dios.

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Evangelio: Lucas 14,25-33 En aquel tiempo, 25 como le seguía mucha gente, Jesús se volvió a ellos y les dijo: 26 -Si alguno quiere venir conmigo y no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. " El que no carga con su cruz y viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío. 28 Si uno de vosotros piensa construir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos y ver si tiene para acabarla? 29 No sea que, si pone los cimientos y no puede acabar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, 30 diciendo: «Éste comenzó a edificar y no pudo terminar». 31 O si un rey está en guerra contra otro, ¿no se sienta antes a considerar si puede enfrentarse con diez mil hombres al que le va a atacar con veinte mil? 32 Y si no puede, cuando el enemigo aún está lejos, enviará una embajada para negociar la paz. 33 Del mismo modo, aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mío.

*•• El texto evangélico que nos propone la liturgia consta de dos parábolas (w. 27-30 y 31ss) y de tres sentencias (w. 26, 27, 33). El tema general es la exigencia que impone el seguimiento de Jesús. Las parábolas hacen pensar en el cálculo y en la astucia de los hombres de este mundo. El que construye un edificio reflexiona bien sobre su coste, del mismo modo que el rey que pretende entablar una batalla calcula bien la consistencia de sus fuerzas. Seguir a Cristo es una empresa costosa, y las condiciones, propuestas por Jesús de u n a manera paradójica, tienen que ser evaluadas con atención: renunciar a las riquezas del m u n d o e incluso a la propia vida no resulta fácil. Estas condiciones han sido compendiadas por san Ignacio en la renuncia a la propia voluntad, hasta alcanzar la indiferencia respecto a las condiciones del seguimiento. El discípulo no tiene otra alegría que Cristo Jesús.

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MEDITATIO Ignacio vivió en u n tiempo de grandes transformaciones que afectan al modo de concebir la vida (el humanismo), la visión de la Iglesia (la Reforma protestante) y la sorpresa producida por el descubrimiento de nuevas tierras para evangelizar (los descubrimientos geográficos). Advierte que es preciso encontrar algo nuevo como respuesta a las grandes novedades de su tiempo. Sobre todo, es menester encontrar hombres nuevos, preparados, consagrados por completo a la misión. Es preciso encontrar, asimismo, un nuevo modo de vida para estar en condiciones de hacer frente a la nueva misión. De ahí su magna síntesis: todo el h o m b r e está al servicio de la misión, a fin de hacer progresar el Reino de Dios: un hombre desprendido de todo, que intenta descubrir y cumplir la voluntad de Dios, a través del discernimiento y de la obediencia. Un hombre ligado a otros «compañeros de Jesús» que hacen frente a los nuevos desafíos, dispuestos a estar presentes en todos los frentes, «para mayor gloría de Dios». Ignacio está en el origen de la Compañía de Jesús, inicio de un considerable n ú m e r o de congregaciones religiosas que p o n e n la misión en el centro de su ser. Hoy puede resultar fácil a d m i r a r su modelo «activo» e inspirarse en él. S i n embargo, el secreto está en la capacidad de vivir como «contemplativos en acción», e n el «sentir con la Iglesia», en el «buscar la gloria d e Dios» más que nuestra propia afirmación personal. Ignacio fue un gran m a e s t r o de espíritus, antes d e ser un gran organizador. E s más, p u d o organizar l a misión de u n a manera soberbia p o r q u e supo f o r m a r hombres h u m i l d e s , competentes y desprendidos d e todo. Una fórmula que no h a perdido n a d a de su actualidad.

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ORATIO Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua del costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, confórtame. Oh buen Jesús, escúchame. En tus llagas escóndeme. No permitas que me separe de ti. Del maligno enemigo defiéndeme. En la hora de mi muerte llámame y m á n d a m e que vaya a ti para alabarte con tus santos por los siglos de los siglos. Amén.

CONTEMPLATIO Principio y fundamento: El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios, nuestro Señor, y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar dellas quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas quanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que n o queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para e l fin que somos criados (Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales 23).

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ACTIO Repite y medita durante el día estas palabras evangélicas: «Aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mío» (Le 14,33).

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Yo, Ignacio de Loyola, pretendo en estas líneas decir algo acerca de mí y de la tarea de los ¡esuitas de hoy, supuesto que aún hoy sigan sintiéndose comprometidos con aquel espíritu que en otro tiempo determinó, en mí y en mis primeros compañeros, los comienzos de esta orden. Ya sabes que, tal como entonces lo expresaba, mi deseo era «ayudar a las almas», es decir, comunicar a los hombres algo acerca de Dios y de su gracia, de Jesucristo crucificado y resucitado, que les hiciera recuperar su libertad integrándola dentro de la libertad de Dios. Yo deseaba expresarlo tal como siempre se había expresado e n la Iglesia, y realmente creía (y era una creencia cierta) que eso tan antiguo podía yo decirlo de una manera nueva. ¿Por qué? Porque estaba convencido de que, primero de un modo incipiente durante mi enfermedad de Loyofa y luego de manera decisiva durante mis días de soledad en Manresa, me había encontrado directamente con Dios. Y debía participara los demás, en la medida de lo posible, dicha experiencia. Cuando afirmo haber tenido una experiencia inmediata d e Dios, lo único que d i g o es que experimenté a Dios, al innombrable e insondable, a l silencioso y, sin embargo, cercano. Experimenté a Dios, también y sobre todo, más allá de toda imaginación plástica. A El que, cuando por su propia iniciativa se aproxima por la g r a c i a , no puede ser confundido con ninguna otra cosa. Semejante convicción puede sonar como algo muy ingenuo, pero en el fondo se trato de a l g o tremendo. Yo había encontrado realmente a Dios, a l Dios vivo y verdadero, al Dios que merece ese nombre superior a cualquier otro nombre.

San Ignacio de Loyola

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Pero, por de pronto, repito que me he encontrado con Dios, que he experimentado al mismo Dios. Dios mismo. Era Dios mismo a quien yo experimenté; no palabras humanas sobre El. Dios y la sorprendente libertad que le caracteriza. Lo que digo es que sucedió así. Una cosa sigue en pie: que Dios puede y quiere tratar de modo directo con su criatura; que el ser humano puede realmente experimentar cómo tal cosa sucede; que puede captar el soberano designio de la libertad de Dios sobre su vida. ¿Se trata de algo nuevo o de algo viejo? ¿Es algo obvio o resulta sorprendente? ¿Se trata de algo que haya que relegar a un segundo plano en la Iglesia de hoy y de mañana, debido a que el hombre ya casi no soporta la callada soledad ante Dios y trata de refugiarse en una especie de colectividad eclesial, cuando en realidad dicha colectividad ha de edificarse sobre la base de hombres y mujeres espirituales que hayan tenido un encuentro directo con Dios, y no sobre la base de quienes, a fin de cuentas, utilizan a la Iglesia para evitar tener que vérselas con Dios y su libre incomprensibilidad? Una cosa, sin embargo, sigue siendo cierta: que el ser humano puede experimentar personalmente a Dios. El verdadero precio que hay que pagar por la experiencia a la que me refiero es el precio del corazón que se entrega con creyente esperanza al amor del prójimo (K. Rahner, Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuíta de hoy, Sal Terrae, Santander 1978; pp. 4-8).

San Alfonso María de Ligorio 1 de agosto

Alfonso nació en Ñapóles el año 1696 y murió en Nocera dei Pagani (Salerno) el 1 de agosto de 1787. Era abogado del foro de Ñapóles, pero dejó la toga para abrazar la vida eclesiástica. Fue obispo de S. Ágata dei Goti (entre 1762 y 1775) y fundador de los redentonstas (1732); atend'ió con gran celo a las misiones populares y se dedicó a los pobres y a los enfermos. Es maestro de las ciencias morales, a las que inspira criterios de prudencia pastoral, basada en la búsqueda sincera y objetiva de la verdad, aunque también se muestra sensible a las necesidades y a las situaciones de la conciencia. Compuso escritos ascéticos de gran resonancia. Como apóstol del culto a la eucaristía y a la Virgen, guió a los fieles a la meditación de los novísimos, a la oración y a la vida sacramental.

LECTIO

Primera lectura: Romanos 8,1-8 Hermanos: ' Ya no pesa, por tanto, condenación alguna sobre los que viven en Cristo Jesús. 2 La ley del Espíritu vivificador me h a liberado por medio de Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte. 3 Pues lo que era imposible para la ley, a causa de la fragilidad humana, lo realizó Dios enviando a su propio Hijo con una naturaleza semejante a la del pecado. Es más, se hizo sacrificio de expiación por el pecado y dictó sen-

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tencia contra él a través de su propia naturaleza mortal, 4 para que, así, los que vivimos no según nuestros desordenados apetitos, sino según el Espíritu, cumplamos la ley en plenitud. 5 Los que viven según sus apetitos, a ellos subordinan su sentir, mas los que viven según el Espíritu sienten lo que es propio del Espíritu. 6 Ahora bien, sentir según los propios apetitos lleva a la muerte; sentir conforme al Espíritu conduce a la vida y a la paz. 7 Y es que nuestros desordenados apetitos están enfrentados a Dios, puesto que ni se someten a su ley ni pueden someterse. 8 Así pues, los que viven entregados a sus apetitos no pueden agradar a Dios.

**• La primera lectura expresa de una manera maravillosa lo que el fundador de los redentoristas podía sentir en su corazón mientras enviaba a sus hermanos, los misioneros populares, a los más abandonados de su mundo, con la convicción de que, junto al Señor, la redención se muestra verdaderamente abundante, sin restricciones (cf. Sal 130,7). El fragmento de la Carta a los Romanos, aparentemente concentrado en la Ley, anuncia una firme novedad: «Ya no pesa, por tanto, condenación alguna sobre los que viven en Cristo Jesús» (8,1). Dos indicaciones radicales - u n a como causa, como efecto la o t r a - resumen, con u n a máxima sencillez y condensación teológica, el misterio pascual de Cristo y plantean una nueva y definitiva economía de las relaciones entre lo divino y lo humano. La historia sagrada de la humanidad ya no tendrá en su centro una preocupación predominantemente ética (intentar justificarnos ante Dios a través de los méritos provenientes de las obras de la Ley), sino más bien el de hacer emerger de una m a n e r a progresiva, en el ser humano, el « Yo soy» del Señor Resucitado, como totalidad de su cuerpo místico que es la Iglesia, animada por el Espíritu y embellecida por sus frutos. Así pues, se acabaron las cuestiones de acusación o defensa, miedo o cálculo, condena o absolución; lo que hay ahora es u n impulso vital y libre en la entrega de sí, propia del Es-

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píritu que nos ha sido dado, hacia u n a plenitud transformadora del amor, encaminada a hacernos criaturas nuevas en Jesús.

Evangelio: Juan 15,9-17 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 9 Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor. 10 Pero sólo permaneceréis en mi amor si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. " Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo y vuestro gozo sea completo. 12 Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros, como yo os he amado. " Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos. 14 Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. I5 En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor. Desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre. 16 No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante y duradero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre. " Lo que yo os mando es esto: que os améis los unos a los otros.

**• Juan, a su manera, repite el mismo discurso de la primera lectura. El autor del cuarto evangelio presenta igualmente el paulino «vivir en Cristo» como u n a nueva ontología bajo el ropaje simbólico del existir como sarmientos injertados en la vid. La nueva relación con el Padre a través de Jesús está formulada, sin embargo, en términos de amistad sin reservas, ratificada con la entrega total de la propia vida. El caminar en el Espíritu, evocado en Rom 8 como consecuencia de la inserción en Cristo, está expresado en Jn 15 como el permanecer en el a m o r de Jesús a través de u n a vida totalmente concentrada en su Palabra («mandamientos», es decir, todo

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lo que él había «oído del Padre» y, posteriormente, había dado a conocer a los discípulos-amigos). La nueva simbiosis de lo h u m a n o con lo divino -y esto es particularmente j o á n e o - encuentra su cumbre en la reciprocidad de la entrega de nosotros mismos, que brota del a m o r del Padre, realizada en la muerte de Jesús y difundida en las relaciones interhumanas como flujo de la vida nueva y resplandeciente de la fecundidad escatológica (frutos permanentes de caridad) del Dios-con-nosotros. Por último, la nueva ley, identificada por Pablo con el Espíritu que da vida, recibe en Jn 15 su nombre definitivo: es la ley del amor que debe circular (de aquí el empleo del modo imperativo), como savia vital, en el cuerpo del hombre nuevo, que es Cristo con los suyos. De nuevo, el Doctor zdantissimus, que había encerrado en el amor y en la familiaridad de la relación con Dios todo su genio pastoral, encuentra en esta página del evangelio una credencial que corresponde de un modo particular a su carisma de copiosa redención comunicada posiblemente a todos los hijos de Dios.

Hizo una amplia exposición del mandamiento nuevo en su mejor libro: Práctica del amor a Jesucristo. Del amor brotaba su alegría, u n a cualidad característica de Alfonso; es la alegría de sentirse a m a d o p o r Dios, con lo que se vencen todas las adversidades. «Alegremente» es la palabra que se repite en su epistolario. Existe en Alfonso u n h u m o r a lo Tomás Moro, templado por el sentido común del napolitano. La alegría procede asimismo de la certeza de que no hay condena alguna para los que han sido salvados por Jesucristo. Aquí se pone de relieve el compromiso fundamental de Alfonso, teólogo y moralista: se sintió llamado a defender el amor misericordioso de Dios contra las nefastas teorías de los jansenistas y de los rigoristas, los cuales, negando la universalidad de la redención y acentuando las exigencias de la justicia de Dios, sumergían a los hombres en la angustia y la desesperación. A ellos opuso Ligorio el mensaje salvífico del Evangelio y la presencia activa del Espíritu Santo, que nos arranca de la esclavitud de la Ley y nos lleva a la libertad de los hijos de Dios.

MEDITATIO

ORATIO

La Palabra de Dios encontró una respuesta decidida en san Alfonso. Éste se sintió elegido, llamado, y siguió su vocación h u m a n a y cristiana con una disponibilidad plena y constante. Disponibilidad que expresaba con las frases típicas de su ascética: «Hacer la voluntad d e Dios»; «Concordancia con la voluntad de Dios». La voluntad de Dios, «el mandamiento nuevo», es el amor al prójimo. Aquí se encuentra el secreto de todas las opciones de Alfonso: fue abogado para defender a los otros, se hizo sacerdote para salvar a las almas, fundó la Congregación de los Redentoristas para anunciar el Evangelio a los abandonados; como obispo, sintió la solicitud p a s toral por su Iglesia local y p o r todas las Iglesias.

Cristiano, levanta los ojos y mira a Jesús muerto sobre ese patíbulo, con el cuerpo lleno de llagas que todavía m a n a n sangre. La fe te enseña que él es el Creador, tu salvador, t u vida, tu liberador. Es alguien que te ama más que nadie, es alguien que sólo puede hacerte feliz. Sí, Jesús mío, lo creo: tú eres alguien que me ha amado desde la eternidad, sin ningún mérito por mi parte; es más, previendo mi ingratitud, sólo por tu bondad me diste el ser. Tú eres mi salvador, y con tu muerte m e has liberado del infierno que tantas veces he merecido. Tú eres mi vida por la gracia que m e has dado, sin la cual yo estaría muerto para siempre. Tú eres mi padre y mi padre amoroso; perdonándome con tanta misericordia

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las injurias que te h e hecho. Tú eres mi tesoro y me enriqueces con m u c h a s luces y favores en vez de los castigos que he merecido. Tú eres mi esperanza, pues fuera de ti no puedo esperar ningún bien de otros. Tú eres mi verdadero y único amador; basta con decir que has llegado a morir por mí. Tú, en suma, eres mi Dios, mi sumo bien, mi todo (Alfonso María de Ligorio, Meditaciones sobre la pasión).

San Alfonso María de Ligorio

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turado (Alfonso María de Ligorio, Práctica del amor a Jesucristo). ACTIO Repite y medita a menudo durante el día este pensamiento de san Alfonso: «Quien ora se salva ciertamente, quien no ora ciertamente se condena».

CONTEMPLATIO Ésta es, por tanto, la meta a la que deben tender nuestros deseos, nuestros suspiros, todos los pensamientos y todas nuestras esperanzas: ir a gozar de Dios en el paraíso para amarlo con todas las fuerzas y gozar del gozo de Dios. Gozan, a buen seguro, de su felicidad los bienaventurados en aquel Reino de delicias, mas su gozo principal, el que absorbe todos los otros defectos, será el de conocer la felicidad infinita de que goza su amado Señor, mientras ellos a m a n a Dios inmensamente más que a sí mismos. Todo bienaventurado, en virtud del amor que tiene a Dios, seguiría estando contento aunque perdiera todos sus goces, y padecería toda p e n a con tal de que no le faltara a Dios -si es que pudiera faltarle- una mínima parte de la felicidad de que goza. Por eso, en ver que Dios es infinitamente feliz y que esta felicidad nunca puede faltarle, en esto consiste su paraíso. Así se entiende lo que dice el Señor a toda alma al darle posesión de la gloria: «Toma parte en la alegría de tu señor» (Mt 25,21). No es ya el gozo el que entra en el bienaventurado, sino que éste entra en el gozo de Dios, mientras que el gozo de Dios es objeto del gozo del bienaventurado. De modo que el bien de Dios será el bien del bienaventurado, la riqueza de Dios será la riqueza del bienaventurado y la felicidad de Dios será la felicidad del bienaven-

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL San Alfonso es un napolitano maravilloso, y tanto en su vida como en su ingenio aflora más de una vez, e incluso con gran frecuencia, su llaneza con una frescura y una jovialidad increíbles. Quien le convierte en un santo pedante, petulante, aburrido, cruel, no le conoce ni de vista. Quien le convierte, en virtud de su moral, en una especie de casuista monomaniaco y sin aliento, no conoce a san Alfonso. Fue músico, pintor, poeta, un hombre de espíritu y de garbo, capaz de resolver una cuestión con una salida y de enderezar un mundo invertido con una sonrisa; tuvo algo de la dolorida profundidad de Vico y algo de la vivacidad profunda de Galian¡. En sus acciones y en sus obras aparece siempre superior a lo que hace y a lo que dice, dueño de sí y de lo que trata. Entre las muchas vías abiertas que se presentan a quien actúa y escribe, toma siempre la suya propia, una que se abre a él por vez primera. Despierto, despejado, resuelto y resolutivo, sigue su camino sin la mínima vacilación, y este camino se abre a muchos. Por lo que respecta a la moral, sabido es que la Iglesia camina justamente por el camino abierto p o r san Alfonso. Por lo que respecta a la devoción, durante ciento cincuenta años cientos de miles de almas se han puesto a caminar por el camino trazado por Alfonso. Esta a g i l i d a d , gracia y sencillez hacen de él alguien cordialísimo, alguien al que se trata con placer. Habría que verlo. Ha-

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brío que saber verlo y hacerlo ver entre los recuerdos que de él nos quedan, entre sus libros, en su correspondencia: hallaríamos gestos bellísimos y originales, reflexiones agudas y divertidas, fragmentos cálidos y brillantes, salidas de una milagrosa bonhomía y profundidad, tomaduras de pelo caritativas pero tremendas, réplicas vivaces y repentinas, como se da una bofetada a un bribón.

San Juan María Vianney 4 de agosto

Juan María Vianney nació cerca de Lyon (Francia) el 8 de mayo de 1786. Descubrió pronto su vocación para el sacerdocio, pero fue excluido del seminario por falta de aptitud para los estudios. Le ayudó el párroco de Ecully y, cuando ya estaba casi en los treinta años, fue ordenado sacerdote en Grenoble. En 1819 fue destinado a la parroquia de Ars, a la que transformó con su bondad, abnegación pastoral y santidad de vida. Murió el 4 de agosto de 1859. Es patrono de los párrocos desde 1929.

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 3,16-21 En aquellos días, 16 el Señor me dirigió esta palabra: 17 -Hijo de hombre, yo te he constituido centinela de Israel. Cuando oigas una palabra de mi boca, los amonestarás de parte mía. 18 Porque si yo digo al malvado que una amenaza de muerte pesa sobre él y tú no lo amonestas ni le adviertes que debe abandonar su perversa conducta si quiere conservar la vida, él morirá por su maldad, pero yo te pediré cuentas a ti de su vida. 19 Ahora bien, si amonestas al malvado y él no se convierte de su maldad ni de su conducta perversa, morirá por su culpa, pero tú te habrás salvado. 20 Si un hombre recto se desvía de su rectitud y obra mal, yo le pondré una trampa y caerá. Cono tú no lo has amones-

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tado, él morirá por su pecado y no serán tenidas en cuenta las obras buenas que había hecho, pero yo te pediré cuentas a ti de su vida. 21 Sin embargo, si tú amonestas al hombre recto para que no peque, y no peca, él vivirá porque fue amonestado y tú te habrás salvado.

**• El centinela es la persona que vigila, vela, protege y, llegado el caso, defiende. El Señor pone al profeta como centinela de su pueblo (v. 16b), infundiéndole la gracia de ese agudo discernimiento capaz de advertir del peligro mortal que se cierne sobre la conciencia de los otros y de lanzar la alarma. No puede influir en la libertad de los otros; su tarea consiste sólo en erigirse en voz del Señor, y de eso es de lo que se le pedirá cuentas. El profeta que no tema amonestar se salvará por la ingrata tarea realizada. Sorprende que también el justo esté en peligro y pueda caer. Con mayor razón aún, el centinela deberá velar por él, porque a quien mucho se le dio más se le pedirá.

Evangelio: Mateo 9,35-10,1 En aquel tiempo, 35 Jesús recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. 936 Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y abatidos como ovejas sin pastor. " Entonces dijo a sus discípulos: -La mies es abundante, pero los obreros son pocos. 38 Rogad, por tanto, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. 10 ' Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio poder para expulsar espíritus inmundos y para curar toda clase de enfermedades y dolencias.

* El evangelista nos presenta el relato del ministerio ordinario del Señor. La peregrinación de Jesús por pue-

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blos y ciudades aparece repleta de milagros y parábolas. Es el modelo de la obra misionera de la predicación del Reino, desarrollada primero en las sedes oficiales: las sinagogas. La acción pastoral del Señor tiene en cuenta al hombre completo: Jesús enseña y predica, pero también cura las enfermedades y dolencias de toda clase. Ante sus ojos divinos pasa la imagen concreta de u n a humanidad cansada y extenuada, sin nadie a quien dirigirse. Es el rostro que presenta la historia bajo la esclavitud del mal, el rostro de los oprimidos de todos los tiempos, por los que el amor divino experimenta aún compasión y viene en su ayuda con pastores según su corazón.

MEDITATIO La particular solicitud por la salvación de los otros, por la verdad, por el amor y la santidad de todo el pueblo de Dios, por la unidad espiritual de la Iglesia, que nos ha sido confiada por Cristo junto con la potestad sacerdotal, se explica de varias maneras [...]. Sois portadores de la gracia de Cristo, Eterno Sacerdote, y del carisma del buen pastor. No lo olvidéis jamás; no renunciéis nunca a esto; debéis actuar conforme a ello en todo tiempo, lugar y modo. En esto consiste el arte máxima a la que Jesucristo os ha llamado. «Arte de las artes es la guía de las almas», escribía san Gregorio Magno. Os digo, p o r tanto, siguiendo sus palabras: esforzaos por ser los «maestros» de la pastoral. Ha habido ya muchos en la historia de la Iglesia. ¿Es necesario citarlos? Nos siguen hablando a cada uno de nosotros, por ejemplo, san Vicente de Paúl, san Juan de Ávila, el santo cura de Ars, san Juan Bosco, el b e a t o Maximiliano María Kolbe y tantos otros (Juan Pablo II, Carta a los obispos y a los sacerdotes, Jueves Santo de 1979, 6).

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Te amo, oh mi Dios. Mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida. Te amo, oh infinitamente amoroso Dios, y prefiero morir amándote que vivir un instante sin Ti. Te amo, oh mi Dios, y mi único temor es ir al infierno porque ahí nunca tendría la dulce consolación de tu amor. Oh mi Dios, si mi lengua no puede decir a cada instante que te amo, por lo menos quiero que mi corazón lo repita cada vez que respiro. Ah, dame la gracia de sufrir mientras te amo y de amarte mientras sufro, y el día que me muera no sólo amarte, sino sentir también que te amo. Te suplico que, mientras más cerca esté de mi hora final, aumentes y perfecciones mi amor por Ti. Amén.

CONTEMPLATIO Algunos dichos del santo: «La mayor de las tentaciones es n o tener ninguna». «Es nuestro orgullo lo que nos impide ser santos». «Los santos se conocían a sí mismos mejor de lo q u e conocían a los otros: por esa razón eran humildes». «El hombre tiene una hermosa tarea: orar y amar».

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«La Santa Virgen es como una madre que tiene muchos hijos: está continuamente ocupada yendo de uno a otro». «Los pecados que se esconden volverán a salir todos a flote». «El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús». «El hombre, creado por amor, no puede vivir sin amor: o ama a Dios, o ama al mundo». ACTIO Repite y medita a menudo durante el día esta enseñanza del santo: «El pecado es el verdugo del buen Dios y el asesino del alma».

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL Se dice que el sacramento de la penitencia está en crisis, pero ¿está en crisis porque los que deben ser perdonados no se preocupan y no se dan cuenta, o está en crisis porque los ministros ya no viven la pasión y la muerte del Señor que perdona? Acudamos al ejemplo del santo cura de Ars. Éste era su tormento: quería confesar, y una de las pruebas más grandes de su vida fue que, cuando fue enviado como párroco a Ars, se dio cuenta d e que no se confesaba nadie. No dijo: «Peor para ellos», no hizo una estadística. No; se consumía ante el sacramento de día y de noche, porque quería que los pecadores se confesaran y tenía un sentido tan vivo del pecado de estas criaturas que no vivía en paz. El sufrimiento por el pecado significaba que era, en el fondo, la matriz de este carácter ministerial que se expresaba después con la asiduidad al sacramento del perdón. Al final de su vida estaba totalmente identificado con el confesionario, incluso con la materialidad del habitáculo, en el que estaba prisionero día y noche.

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Poco antes de morir, confesó a dos personas intemperantes e insensatas que no se detuvieron ni siquiera ante un moribundo. Él no se negó: vivir no era importante, confesar era esencial (A. Ballestrero, Alia scuola del Curato d'Ars, Cásale Monf. 1995, pp. 50ss).

Transfiguración del Señor 6 de agosto

Del mismo modo que el episodio de la transfiguración prepara en el evangelio a los apóstoles para entrar en la comprensión del misterio de la pasión-muerte de Jesús, así también en la Iglesia, casi con el mismo propósito, se celebra la fiesta de la Transfiguración cuarenta días antes de la correspondiente a la Exaltación de la Cruz. La fiesta de la Transfiguración ya aparece desde el siglo V en el calendario de la liturgia oriental para recordar la subida de Jesús al monte Tabor con Pedro, Santiago y Juan, testigos privilegiados de su gloria. El episodio está atestiguado de manera concorde por los evangelios sinópticos. La fiesta se difundió rápidamente también enla Iglesia romana, pero no fue introducida oficialmente hasta el año 1A57, con ocasión de una victoria obtenida contra los turcos.

LECTIO

Primera lectura: Daniel 7,9-10.13ss 9 Mientras yo continuaba observando, alguien colocó unos tronos y u n anciano se sentó. Sus vestiduras eran blancas como la nieve y sus cabellos como lana pura; su trono eran llamas; sus ruedas, un fuego ardiente; ,0 fluía un río de fuego que salía de delante de él; miles de millares lo servían y miríadas d e miríadas estaban de pie ante él. El tribunal se sentó y se abrieron los libros.

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Seguía yo contemplando estas visiones nocturnas y vi venir sobre las nubes alguien semejante a un hijo de hombre; se dirigió hacia el anciano y fue conducido por él. 14 Se le dio poder, gloria y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su Reino jamás será destruido.

*•• Al profeta se le revela, en u n a visión nocturna, el designio de Dios sobre la historia. Ve la sucesión de los grandes imperios y de sus violentos dominadores (7,2-8), mas este espectáculo de la altivez h u m a n a se interrumpe: a Daniel se le ha concedido contemplar los acontecimientos desde el punto de vista del Señor de la historia. Él es el Juez omnipotente {cf. v. 10), que conoce y valorará definitivamente la obra de los hombres, pero es también alguien que interviene en el tiempo para rescatarlo: en efecto, a los reinos terrenos se contrapone el Reino que el «Anciano» confía a la o b r a de un misterioso «Hijo de hombre» que viene sobre las nubes (w. 13ss). El autor sagrado indica así que este personaje es un hombre, aunque es de origen divino, celeste. Ya no se trata del Mesías davídico esperado p a r a restaurar con poder el Reino de Israel, sino de su transfiguración sobrenatural: el Hijo del hombre inaugurará u n Reino que, a u n q u e se inserta en el t i e m p o , «no es de este mundo» (Jn 18,36). Éste triunfará al final sobre los imperialismos m u n danos, llevando la historia a su cumplimiento escatológico. Entonces «los santos del Altísimo» participarán plenamente en la soberanía del Hijo del hombre y constituirán una sola cosa con él y en él (Dn 7,18.22.27). Con esta figura bíblica se identificará Jesús a m e n u d o en s u predicación y, en particular, en la hora decisiva del proceso ante el Sanedrín que le condenará a m o r i r e n la cruz.

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Segunda lectura: 2 Pedro 1,16-19 Queridos: l6 Cuando os dimos a conocer la venida en poder de nuestro Señor Jesucristo, no lo hicimos inspirados por fantásticas leyendas, sino porque fuimos testigos oculares de su grandeza. " Él recibió, en efecto, honor y gloria de Dios Padre cuando se escuchó sobre él aquella sublime voz de Dios: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco». 18 Y ésta es la voz, venida del cielo, que nosotros escuchamos cuando estábamos con él en el monte santo. 19 Tenemos también la palabra de los profetas, que es firmísima, y hacéis bien en dejaros iluminar por ella, pues es como una lámpara que alumbra en la oscuridad hasta que despunte el día y el lucero matutino se alce en vuestros corazones.

**• Pedro y sus compañeros h a n contemplado la grandeza de Jesús, han oído la voz celestial que le proclamaba Hijo predilecto, por eso se reconocen portadores de u n a gracia mayor que la de los profetas. En efecto, pueden confirmar por experiencia personal la veracidad de las profecías a las que Jesús d a cumplimiento. La palabra del Antiguo Testamento, sin embargo, no ha agotado su tarea de «lámpara que alumbra en la oscuridad» (v. 19): deberá seguir siempre alumbrando los pasos de los creyentes que avanzan en medio de las tinieblas de la historia hasta el día sin ocaso de la venida de Cristo en la gloria {cf. v. 19). En este camino, la visión radiante de Jesús transfigurado, que los apóstoles nos atestiguan, sostiene nuestra fe y enciende de deseo nuestra esperanza: el «lucero de la mañana» se alza ya en el corazón de quien vela expectante.

Evangelio (ciclo B): Mateo 17,1-9 En aquel tiempo, ' tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó a un monte alto a solas. 2 Y se transfiguró ante ellos. Su rostro brillaba como el sol y sus vestidos se volvieron blancos c o m o la luz. 3 En esto, vieron a

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Moisés y a Elias que conversaban con Jesús. 4 Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: -Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres hago tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elias. 5 Aún estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió, y una voz desde la nube decía: -Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo. 6 Al oír esto, los discípulos cayeron de bruces, aterrados de miedo. 7 Jesús se acercó, los tocó y les dijo: -Levantaos, no tengáis miedo. 8 Al levantar la vista no vieron a nadie más que a Jesús. 9 Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: -No contéis a nadie esta visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.

*» Mateo conecta la transfiguración con la promesa que hace Jesús a sus discípulos: «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin ver al Hijo del hombre venir como rey» (16,28). La promesa se cumple, al menos como prenda, «seis días después» (17,1). La transfiguración viene a confirmar así la fe de los apóstoles expresada por Pedro en Cesárea de Filipo (16,16), y a superar su oposición a la perspectiva de la pasión predicha por Jesús. Éste pide a quien quiera seguirle la participación en sus sufrimientos (16,21-27). El desenlace del camino es, no obstante, glorioso, y este acontecimiento extraordinario lo prueba. Pedro, Santiago y Juan pueden ver con sus propios ojos que Jesús es verdaderamente el Hijo del hombre glorioso, que concluirá la historia inaugurando el Reino de Dios. Pueden constatar que, en Jesús, llegan a su cumplimiento las expectativas de Israel: junto a él aparecen Moisés y Elias, testigos privilegiados de Dios en el Sinaí, que h a n forjado y sostenido la fe del pueblo. Mientras la nube luminosa de la presencia de YHWH envuelve a los presentes, u n a voz revela la identidad ab-

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solutamente única e incomparable de Jesús. La invitación a escucharle es así extraordinariamente comprometedora: la palabra del Hijo predilecto será más vinculante que las palabras de la Ley de Moisés, más penetrante que las palabras de los profetas que invitan a la conversión... En efecto, Mateo presenta aquí a Jesús como el nuevo Moisés que asciende al monte a encontrarse con Dios: Moisés recibe la llamada a entrar en la nube «tras seis días» de espera» (Ex 24,15-18a) y, tras haber hablado con Dios, la piel del rostro se le vuelve radiante (Ex 34,28-35). Se comprende bien así el sagrado temor de los apóstoles frente a esta teofanía que manifiesta a Jesús como el Revelador de Dios (v. 5), y cuya palabra es la ley perfecta y definitiva: «No vieron a nadie más que a Jesús» (v. 8). Ahora bien, esta anticipación de la gloria del Maestro no debe hacer olvidar a los apóstoles el camino ya trazado: el Hijo del hombre atravesará las tinieblas de la muerte y será su radiante vencedor (v. 9).

Evangelio (ciclo B): Marcos 9,2-10 En aquel tiempo, 2 Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, los llevó a solas a un monte alto y se transfiguró ante ellos. 3 Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero del mundo podría blanquearlos. " Se les aparecieron también Elias y Moisés, que conversaban con Jesús. 5 Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: -Maestro, ¡que bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elias. 6 Estaban tan asustados que no sabía lo que decía. 7 Vino entonces una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube: -Éste es mi Hijo amado; escuchadlo. 8 De pronto, cuando miraron alrededor, vieron sólo a Jesús con ellos. ' Al bajar del monte, les ordenó que no contaran a

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nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos. 10 Ellos guardaron el secreto, pero discutían entre sí sobre lo que significaría aquello de resucitar de entre los muertos.

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que Pedro, Santiago y Juan pregustan el cumplimiento en la belleza que irradia del rostro de Jesús.

Evangelio (ciclo C): Lucas 9,28b-36 *•• El relato de Marcos tiene una connotación particular de absolutidad que no admite matices de componendas. Absoluta es la exigencia de soledad, de separación del contexto habitual (v. 2b); absoluto es el contraste entre el aspecto de Jesús, contemplado por los tres apóstoles, y la experiencia común (v. 3). Las figuras de Moisés y Elias evocan asimismo una decisión neta y radical: en virtud de su excepcional experiencia en el Horeb/Sinaí y de la fe vivida integralmente, eran esperados, respectivamente, como el profeta (Moisés) que viene a introducir al Profeta definitivo, y como el precursor del Mesías (Elias, cf. v. 11). El discípulo se da cuenta de su propia inadecuación. Las palabras de Pedro no son disparatadas: probablemente, el acontecimiento tuvo lugar el séptimo día de la fiesta de las Chozas, durante la cual vivía la gente en tiendas hechas con ramas; aunque, a buen seguro, la realidad de que es testigo la supera infinitamente. El Maestro aparece como el cumplimiento de las expectativas de Israel, y mucho más: es el Hijo amado, como declara la voz que sale de la nube de la Presencia de YHWH. Y la invitación que sigue no deja lugar a la duda: «Escuchadlo» (v. 7). La palabra de Jesús tenía, por consiguiente, el peso de la autoridad divina cuando, pocos días antes, había predicho de manera abierta su crucifixión y la había propuesto a los discípulos como camino necesario (8,31.34-37). Ahora bien, si esta exigencia de adhesión absoluta a la palabra y a la misma persona de Jesús trae consigo la perdición de nosotros mismos, ofrece también la promesa de la vida verdadera en el Reino de Dios (8,35). L a promesa de algo cuya realización se entrevé en el m o n t e de la transfiguración y de lo

En aquel tiempo, 28 Jesús tomó consigo a Pedro, a Juan y a Santiago y subió al monte para orar. 29 Mientras oraba, cambió el aspecto de su rostro y sus vestidos se volvieron de una blancura resplandeciente. 30 En esto aparecieron conversando con él dos hombres. Eran Moisés y Elias, 31 que, resplandecientes de gloria, hablaban del éxodo que Jesús había de consumar en Jerusalén. 32 Pedro y sus compañeros, aunque estaban cargados de sueño, se mantuvieron despiertos y vieron la gloria de Jesús y a los dos que estaban con él. 33 Cuando éstos se retiraban, Pedro dijo a Jesús: -Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elias. Pedro no sabía lo que decía. 34 Mientras estaba hablando, vino una nube y los cubrió, y se asustaron al entrar en la nube. 35 De la nube salió una voz que decía: -Este es mi Hijo elegido; escuchadlo. 36 Mientras sonaba la voz, Jesús se quedó solo. Ellos guardaron silencio y no contaron a nadie por entonces nada de lo que habían visto.

**• El evangelista Lucas, al referir el acontecimiento de la transfiguración, señala que Jesús se retira a la soledad para orar, como sucederá en otro momento fundamental de su misión (en el Getsemaní). La transfiguración, en efecto, representa un preanuncio de la pasión, pero supone ya también el primer resplandor de la gloría divina del Hijo, llamado a ser el Siervo de YHWH para la salvación de los hombres. Es en medio de la oración cuando Jesús se transfigur a y deja aparecer su identidad sobrenatural; y la gloria que habita en él se vuelve espacio abierto para la comunicación con las figuras gloriosas de la historia sagrada

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de Israel (w. 30ss). Moisés y Elias son los protagonistas de u n éxodo muy diferente en las circunstancias, aunque idéntico en su motivación: la fidelidad absoluta a Dios. Ellos son los interlocutores más autorizados para hablar con Jesús «de su éxodo» (v. 31 al pie de la letra) que se habría de producir en Jerusalén. La luz que irradia de la transfiguración (v. 29) representa, por tanto, para Jesús una claridad interior sobre su camino terreno. Esta luz cubre también finalmente a los apóstoles, espectadores atónitos del acontecimiento. Mientras Moisés y Elias se separan de Jesús, y Pedro parece querer detener el tiempo (v. 33), la presencia de lo sobrenatural «cubrió» a los tres discípulos en forma de nube. Se trata de la nube traslúcida de la presencia de Dios, que oculta y despeja al mismo tiempo. Es el misterio que se revela permaneciendo incognoscible. Desde su inaprensible oscuridad, Pedro, Santiago y Juan reciben la luz más fúlgida: la voz divina proclama la identidad de Jesús, Hijo y Siervo de YHWH (el «elegido»: cf. Is 42,1). Con la invitación a escucharle cesa la voz, desaparecen los extraordinarios interlocutores: se queda Jesús solo, Palabra salida del seno del Silencio. Y en absorto silencio, los apóstoles reemprenden con él el camino (v. 36).

MEDITATIO Existe una llama interior que arde en las criaturas y canta su pertenencia a Dios, y gime por el deseo de él. Existe un hilo de oro sutil que une los acontecimientos de la historia en la mano del Señor, a fin d e que no caigan en la nada, y los conectará finalmente en un bordado maravilloso. El rostro de Cristo está impreso en el corazón de cada hombre y le constituye e n amado de Dios desde la eternidad. Y están, a continuación, nuestros pobres ojos ofuscados..., acostumbrados a dispersarse en la curiosidad epidérmica e insaciable, trastor-

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nados por múltiples impresiones; nosotros no sabemos ya orientar la mirada al centro de cada realidad, a su fuente. Nos volvemos incapaces de a s u m i r la mirada de Dios sobre las cosas, porque nuestra lógica y nuestra práctica se orientan en dirección opuesta a la suya, en su esfuerzo por n o perder nuestra vida, por no tomar nuestra cruz. Sólo cuando Jesús nos deja entrever algo de su fulgurante misterio nos damos cuenta de nuestra habitual ceguera. La luz de la transfiguración viene a hendir hoy, si lo queremos, nuestras tinieblas. Ahora bien, debemos acoger la invitación a retirarnos a u n lugar apartado con Jesús subiendo a un monte elevado, es decir, aceptar la fatiga que supone d a r los pasos concretos que nos alejan de un ritmo de vida agitado y nos obligan a prescindir de los fardos inútiles. Si fuéramos capaces de permanecer un poco en el silencio, percibiríamos su radiante Presencia. La luz de Jesús en el Tabor nos hace intuir que el dolor n o tiene la última palabra. La última y única Palabra es este Hijo predilecto, hecho Siervo de YHWH por amor. Escuchémoslo mientras nos indica el camino de la vida: vida resucitada en cuanto dada. Escuchémoslo mientras nos indica con una claridad absoluta los pasos diarios. Escuchémoslo mientras nos invita a bajar con él hacia los hermanos. Entonces el lucero de la mañana se alzará en nuestros corazones e, iluminando nuestra mirada interior, nos hará vislumbrar -en la opacidad de las cosas, en la oscuridad de los acontecimientos, en el rostro de cada n o m b r e - a Dios «todo en todos», eterna meta de nuestra peregrinación en el tiempo.

ORATIO Jesús, tú eres Dios de Dios, l u z de luz. Nosotros lo creemos, pero nuestros ojos son incapaces de reconocer tu belleza en las humildes apariencias de que te revistes.

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Purifica, oh Señor, nuestros corazones, porque sólo a los limpios de corazón has prometido la visión de Dios. Concédenos la pobreza interior que nos hace atentos a su Presencia en la vida diaria, capaces de percibir un rayo de tu luz hasta en los lugares donde todo aparece oscuro e incomprensible. Haznos silenciosos y orantes, porque tú eres la Palabra salida del silencio que el Padre nos pide que escuchemos. Ayúdanos a ser tus verdaderos discípulos, dispuestos a perder la vida cada día por ti, por el Evangelio; haz crecer tu a m o r en nosotros para ser contigo siervos de los hermanos y ver en cada hombre la luz de tu rostro.

del Padre te manifestó distintamente c o m o Hijo amado, consustancial y reinante con él. De a h í que Pedro, lleno de estupor, exclamara: «¡Qué bien estamos aquí!», sin saber lo que decía, oh misericordiosísimo Benefactor (Anthologhion di tutto l'anno, Roma 2000, IV, pp. 871ss).

CONTEMPLATIO

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Antes de tu cruz preciosa, antes de tu pasión, tomando contigo a los que habías elegido entre tus sagrados discípulos, subiste al monte Tabor, oh Soberano, queriendo mostrarles tu gloria. Y ellos, al verte transfigurado y más resplandeciente que el sol, caídos rostro en tierra, se quedaron atónitos frente a la soberanía, y aclamaban: «Tú eres, oh Cristo, la luz sin tiempo y la irradiación del Padre, aunque, voluntariamente, te hagas ver en la carne, permaneciendo inmutable». Tú, Dios Verbo, que existes antes de los siglos, tú que te revistes de luz como de un manto, transfigurándote delante de tus discípulos, oh Verbo, refulgiste más que el sol. Estaban junto a ti Moisés y Elias, para indicar que eres el Señor de vivos y de muertos y para dar gloria a tu economía inefable, a tu misericordia y a tu gran condescendencia, por la que salvaste al mundo, que se perdía por el pecado. Naddo de nube virginal y hecho carne, transfigurado en el monte Tabor, Señor, y envuelto por l a nube luminosa, mientras estaban contigo tus discípulos, la voz

Si supiéramos reconocer el don de Dios, si supiéramos experimentar estupor, como el pastor Moisés, ante todas las zarzas que arden en fos bordes de nuestros caminos, comprenderíamos entonces que la transfiguración del Señor -la nuestra- empieza con un cierto cambio de nuestra mirada. Fue la mirada de los apóstoles la que fue transfigurada; el Señor permanece el mismo.

ACTIO Repite a menudo y vive hoy la Palabra: «A tu luz vemos la luz» (Sal 35,10).

La cotidianidad de nuestra vida, trivial y extraordinaria, debería revelar entonces su deslumbrante profundidad. El mundo entero es una zarza ardiente, todo ser fiumano -sea cual sea la impresión que suscita en nosotros- es esta profundidad de Dios. Todo acontecimiento lleva en él un rayo de su luz. Nosotros, que hemos aprendido a mirar hoy tantas cosas, ¿hemos aprendido los datos elementales de nuestro oficio de hombres? Se vive, en efecto, a la medida del amor, pero se ama a la medida de lo que se ve. Ahora, en la transfiguración, nuestra visión participa en el misterio, de ahí que el amor esté en condiciones de brotar de nuestros corazones como fuego que arde sin consumir, y así puede enseñarnos a vivir. Debemos pasar de la somnolencia de la que habla el evanelio a la auténtica vela, a la vigilancia del corazón. Cuando espertemos se nos dará la alegría inagotable de la cruz. Al ver, por fin, en la fe, al hombre en Dios y a Dios en el hombre

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-Cristo- nos volveremos capaces de amar y el amor saldrá victorioso sobre toda muerte. El Señor se transfiguró orando; también nosotros seremos transfigurados únicamente en la oración. Sin una oración continua, nuestra vida queda desfigurada. Ser transfigurados es aprender a ver la realidad, es decir, a nuestro Dios, a Cristo, con los ojos abiertos de par en par. Ciertamente, en este mundo de locos, siempre tendremos necesidad de cerrar los ojos y los oídos para recuperar un cierto silencio. Es necesario, es como una especie de ejercicio para la vida espiritual. Sin embargo, la vida, la que brota, la vida del Dios vivo, es contemplarlo con los ojos abiertos. Él está en el hombre, nosotros estamos en él. Toda la creación es la zarza ardiente de su parusía. Si nosotros «esperásemos con amor su venida» (2 Tim 4,8), daríamos un impulso muy diferente a nuestro servicio en este mundo (J. Corbon, La gioia del Padre, Magnano 1997).

Santo Domingo 8 de agosto

Nació en Caleruega (Burgos), en España, en 1172. Hacia 1196 se convirtió en canónigo del capítulo de la catedral de El Burgo de Osma (Soria). Acompañó al obispo Diego en una importante misión por el norte de Europa. Al pasar por el sur de Francia, vio claramente el daño que la herejía catara estaba haciendo entre los fieles y maduró el designio de reunir a algunas personas que se dedicaran a la evangelización a través de la predicación pobre, estable y organizada del Evangelio. Este proyecto, aprobado por vez primera por Inocencio III, fue reconocido definitivamente por Honorio III el 22 de diciembre de 1216. Este último llamó «Hermanos Predicadores» a sus miembros. Domingo diseminó de inmediato a los hermanos que le siguieron por las regiones más remotas de Europa. Solía decir: «No es bueno que el grano se amontone y se pudra». Precisó en dos congregaciones generales los fundamentos y los elementos arquitectónicos de su familia religiosa: vida en común pobre y obediente, la oración litúrgica, el estudio asiduo de la Verdad ordenado a la predicación, entendida como contemplación en voz alta, participación en la misión propia de la Iglesia, sobre todo en las tierras todavía no evangelizadas. Hombre genial, sabio, misericordioso, era «tierno como una madre y fuerte como el diamante» (Lacordaire). Murió en Bolonia el 6 de agosto de 1221. Gregorio IX lo canonizó el 3 de julio de 1234.

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Primera lectura: 2 Timoteo 4,1-8 Querido: ' Ante Dios y ante Jesucristo, que manifestándose como rey ha de venir a juzgar a vivos y muertos, te ruego encarecidamente: 2 Predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, corrige, reprende y exhorta usando la paciencia y la doctrina. 3 Porque vendrá el tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, llevados de sus propias concupiscencias, se rodearán de multitud de maestros que les dirán palabras halagadoras, 4 apartarán los oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. 5 Tú, sin embargo, procura ser prudente siempre, soporta el sufrimiento, predica el Evangelio y conságrate a tu ministerio. 6 Yo ya estoy a punto de ser derramado en libación, y el momento de mi partida es inminente. 7 He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he guardado la fe. 8 Sólo me queda recibir la corona de salvación, que aquel día me dará el Señor, juez justo, y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida gloriosa.

*+• La apremiante exhortación del apóstol está situada en el marco del juicio que el Padre h a confiado a Cristo y en el horizonte de la manifestación de su gloria y de la venida del Reino. Y esta misma exhortación es la que, a lo largo de los siglos, ha orientado e inspirado el camino de todas las personas enviadas a continuar la misión del Verbo, a fin de anunciar la Palabra, a fin de hacer converger en esta misión todas las posibilidades y energías de la mente y del corazón y no escatimar nada, sobre todo cuando el anuncio sufre oposición y llevarlo adelante cuesta trabajo, exige vigilancia, fuerza y perseverancia para no sucumbir a las amenazas, las dificultades y los conflictos. Su tenacidad está apoyada por la confianza en el Pastor supremo, que vela sobre el camino de sus misioneros

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y, mientras potencia su cumplimiento, prepara la corona de justicia reservada a todos aquellos que esperan con amor su manifestación. El anuncio de la Palabra es testimonio de la resurrección, anticipa y prepara su disfrute: está inmerso en el horizonte de la venida del Reino, y los ministros del Evangelio a m a n con corazón magnánimo, piensan y transmiten, con riqueza doctrinal y con la energía de la convicción y del convencimiento, la verdad que hace viva y activa la memoria de la bienaventurada esperanza, y ardiente y sincera la imploración de la manifestación gloriosa de Cristo.

Evangelio: Mateo 28,16-20 En aquel tiempo, '" los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había citado. " Al verlo, lo adoraron; ellos que habían dudado. 18 Jesús se acercó y se dirigió a ellos con estas palabras: -Dios me ha dado autoridad plena sobre cielo y tierra. 19 Poneos, pues, en camino, haced discípulos a todos los pueblos y bautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, 20 enseñándoles a poner por obra todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo.

*• El texto revela las prerrogativas, el contenido y los caminos por los que el Evangelio penetra en los corazones humanos. La misión a la q u e Jesús resucitado, antes de subir al Padre, asocia a su Lglesia vivificada por el Espíritu, es la de ser sal y luz del mundo, la de volver sápida, sabrosa y resplandeciente l a Verdad que es él y que revela el misterio del Padre. Jesús es la verdadera luz que ilumina el camino humano, es vida y amor que une. E l anuncio de su Evangelio se vuelve elocuente por las obras que él mismo vi-

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vinca y pide realizar. Las palabras remueven, los ejemplos atraen. Las obras buenas tienen u n fuerte poder de implicación y glorificación del Padre. Por eso, los mensajeros del Evangelio deben ser luminosos, resplandecientes, y no por ostentación, sino por la caridad de la verdad que los inspira. Están al servicio de la Palabra, no son ni los dueños ni los arbitros de la misma: son auténticos y fieles cuando viven el mensaje por completo y realizan las iniciativas oportunas para que sea conocido no de u n modo sectorial o veleidoso, sino con u n verdadero consentimiento, que es tanto más él cuanto menos fragmentario y selectivo sea.

MEDITATIO Domingo, fiel a la consigna del Señor, exigía que la predicación de sus hermanos brotara de la comunión en la verdad y de la contemplación. Pedía realizar la verdad, configurarse a ella en la vida y en el anuncio, no como se acostumbra a hacerlo en un lugar o en otro, sino como lo exige la Palabra de Dios transmitida por la Iglesia. Quería que antepusieran la verdad a la oportunidad, de modo que la verdad amada, contemplada, celebrada, estudiada, anunciada, alabada, constituyera el marco de su vida. La verdad tiene sus exigencias imprescindibles. Se abre camino por convencimiento, no por constricción, y por eso exige u n a profunda comunión de vida, celebración ferviente de su belleza, asiduo estudio de sus expectativas, vida ejemplar. La convicción es fruto de una inteligencia amorosa y desemboca en el obrar por el deseo de semejanza con el ser amado. No pasa de una persona a otra; se engendra en cada persona que llega a ella bajo el estímulo de la palabra y del ejemplo. Esto hace,

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ciertamente, que el mensajero del Evangelio sea un mendicante de verdad, con todo el rigor del término. La verdad que anuncia no es suya, no puede hacer lo que quiera con ella; implora que le sea dada, la admira, la estudia, la contempla, hace todo p a r a que sea amada, realizada. Ora e implora a fin de que los corazones humanos no se cierren a la escucha, aunque sabe que esto deriva preponderantemente del consentimiento de la persona a la gracia. Cuando lo ha hecho todo se siente un siervo inútil y, junto a la persona que cree, alaba al Dios de la misericordia y de la luz. Esta orientación de vida ha sido traicionada con frecuencia. Los resultados negativos de esta omisión agudizan la nostalgia de que el anuncio del Evangelio se inspire siempre en el ejemplo de los apóstoles vivificados por el Espíritu y vaya acompañado por la imploración del perdón y de la misericordia.

ORATIO En tu Providencia, oh Dios, enviaste a la humanidad sedienta a santo Domingo, heraldo de tu verdad, tomada de la fuente del Salvador. Sostenido siempre por la Madre de tu Hijo y abrasado de celo por las almas, asumió para sí y para sus discípulos, recogidos por el Espíritu Santo, el ministerio del Verbo, llevando a Cristo con la doctrina y con el ejemplo a innumerables hermanos. Atento a hablar contigo y de ti, creció en la sabiduría y, haciendo brotar el apostolado de la contemplación, se consagró totalmente a la renovación de la Iglesia... Para el esplendor y la defensa de la misma, quisiste que restableciera la vida de los apóstoles. Él, siguiendo las huellas del Cristo pobre, con la predicación volvió a llamar a los errantes a la verdad evangélica y conquistó para Cristo a innumerables hermanos; reunió con sabi-

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duría en torno a sí a otros discípulos, a fin de que sostenidos por la luz de la ciencia se consagraran a la salvación de la humanidad (de los dos Prefacios del rito dominicano, q u e celebran la gloria de santo Domingo).

CONTEMPLATIO [Habla Dios Padre:] Y si miras la barquilla de tu padre Domingo, hijito mío amado, él la ordenó con u n orden perfecto y quiso que atendiera sólo a mi honor y a la salvación de las almas con la luz de la ciencia. Sobre esta luz quiso constituir su principio, sin estar privada, no obstante, de la pobreza verdadera y voluntaria. Incluso la tuvo, y en señal de que la tenía y le disgustaba lo contrario, dejó en testamento a los suyos como herencia su maldición, si poseían o tomaban posesión alguna, en particular o en general, como señal de que había elegido como esposa a la reina de la pobreza. Sin embargo, como su objeto más propio tomó la luz de la ciencia, a fin de extirpar los errores que se habían levantado en aquel tiempo. Tomó el ministerio de mi Hijito el Verbo unigénito. Aparecía directamente en el mundo u n apóstol que con m u c h a verdad y luz sembraba mi palabra, levantando las tinieblas y dando la luz. Fue una luz que se puso en el m u n d o por medio de María, puesto en el cuerpo místico de la santa Iglesia como extirpador de las herejías. ¿Por qué dije «por medio de María»? Porque le dio el hábito, el ministerio de mi bondad encomendado a ella... Hizo que su barquilla estuviera atada con estas tres cuerdas: la obediencia, la continencia y la verdadera pobreza; la hizo completamente generosa, alegre, olorosa: u n jardín repleto de todo deleite en sí m i s m o (Catalina de Siena, Diálogo, Siena 1995, pp. 539ss [edición española: El diálogo, Ediciones Rialp, Madrid 1956]).

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Repite y medita a m e n u d o durante el día esta expresión gemidora de santo Domingo: «Ten piedad, Señor, de tu pueblo; si no, ¿qué será de los pecadores?».

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL El primer modo de orar consistía en humillarse ante el altar como si Cristo, representado en él, estuviera allí real y personalmente, y no sólo a través del símbolo. Se comportaba así en conformidad al siguiente fragmento del libro de Judit: Te ha agradado siempre la oración de los mansos y humildes (Jdt 9,1 ó). Por la humildad obtuvo la cananea cuanto deseaba (Mt 15,21-28), y lo mismo el hijo pródigo (Le 15,11-32). También se inspiraba en estas palabras: Yo no soy digno de que entres en mi casa (Mt 8,8); Señor, ante ti me he humillado siempre (Sal 146,61). Y así, nuestro Padre, manteniendo el cuerpo erguido, inclinaba la cabeza y, mirando humildemente a Cristo, le reverenciaba con todo su ser, considerando su condición de siervo y la excelencia de Cristo. Enseñaba a hacerlo así a los frailes cuando pasaban delante del crucifijo, para que Cristo, humillado por nosotros hasta el extremo, nos viera humillados ante su majestad. Mandaba también a los frailes que se humillaran de este modo ante el misterio de la Santísima Trinidad, cuando se cantara el Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. [...] Después de esto, santo Domingo, ante el altar de la iglesia o en la sala capitular, se volvía hacia el crucifijo, lo miraba con suma atención y se arrodillaba una y otra vez; hacía muchas genuflexiones, k veces, tras el rezo de completas y hasta la media noche, o r a se levantaba, ora se arrodillaba, como hacía el apóstol Santiago, o el leproso del evangelio que decía, hincado de rodillas: Señor, si quieres, puedes curarme (Mt 8,2); o como Esteban, que, arrodillado, clamaba con fuerte voz: No les tengas en cuenta este pecado (Hcfi7,60). El padre santo Domingo tenía una gran confianza en l a misericordia de Dios, en favor suyo,

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en bien de todos los pecadores y en el amparo de los frailes jóvenes que enviaba a predicar. [...] Enseñaba a los frailes a orar de esta misma manera, más con el ejemplo que con las palabras (I. Taurisano, / nove mod¡ di pregare di san Dominico, ASOP 1922, pp. 9óss).

San Lorenzo 10 de agosto

Lorenzo nació en Huesca (España). El papa Sixto II le recibió en Roma. Fue archidiácono al servicio de la Iglesia en tiempos de persecución. Cuando el 6 de agosto del año 258 fue llevado el papa al suplicio, le recomendó que distribuyera entre los pobres los bienes de la Iglesia y le profetizó el martirio, lo que tuvo lugar el 10 de agosto. El emperador Valeriano le condenó a morir en una parrilla. Sus reliquias se encuentran en San Lorenzo Extramuros.

LECTIO

Primera lectura: 2 Corintios 9,6-10 Hermanos: 6 Tened esto presente: el que siembra con miseria, miseria cosecha; el que siembra generosamente, generosamente cosecha. 7 Que cada uno dé según su conciencia, no de mala gana ni como obligado, porque Dios ama al que da con alegría. 8 Dios, por su parte, puede colmaros de dones, de modo que teniendo siempre y en todas las cosas lo suficiente, os sobre incluso para hacer toda clase de obras buenas. 9 Así lo-dice la Escritura: Distribuyó con largueza sus bienes a los pobres, su generosidad permanece para siempre. 10 El que proporciona simiente al que siembra y pan para que se alimente, os proporcionará y os multiplicará la simiente y hará crecer los frutos de vuestra generosidad.

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*»• Son m u c h a s las pobrezas humanas: espirituales, materiales, culturales, morales. Mas no hay ninguna a la que no pueda llegar y colmar la caridad. Dios mismo se muestra siempre espléndido, como fuente de su seno trinitario, en todo impulso dinámico y consiguiente fecundidad de frutos. La criatura se convierte en su instrumento. Cuanto más da, más goza del amor divino, porque éste se trasvasará aún en mayor cantidad y se verterá en ella al encontrar una plena consonancia. Por eso recogerá con largueza: Dios mismo cultivará cuanto siembra y hará fructificar la obra del justo realizada con su amor.

Evangelio: Juan 12,24-26 En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: 2" Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo u n único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo entonces producirá fruto abundante. 25 Quien vive preocupado por su vida, la perderá; en cambio, quien no se aferré excesivamente a ella en este mundo, la conservará para la vida eterna. 26 Si alguien quiere servirme, que me siga; correrá la misma suerte que yo. Todo aquel que me sirva será honrado por mi Padre.

**• Unirse al Hijo es entrar en la dinámica de amor que le hace una sola cosa con el Padre. «Servir» al Hijo significa «reinar» en él y con él en el corazón del Padre, y constituirá la complacencia de su paternidad divina. Servir al Hijo es asociarse a él y a su obra redentora. Jesús no deja sobrentendidos a la exigencia de tal seguimiento: por amor al Padre y al hombre, el Hijo se entrega por completo, da su propia vida en una muerte destinada al misterio de una fecundidad que inserta la inmediatez histórica en un horizonte trascendente. También el discípulo se ve llamado así a perpetuar en el tiempo un acto de a m o r de valor eterno y divino.

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Cuando el emperador le ordenó entregar las riquezas de la Iglesia, el diácono Lorenzo se presentó al juez con los pobres de Roma, declarando: «¡Aquí están los tesoros de la Iglesia!». De inmediato dio la orden de torturarle hasta la muerte. La Passio cuenta que, invitado aún a sacrificar a los dioses, respondió: «Me ofrezco a Dios como sacrificio de suave olor, porque u n espíritu contrito es u n sacrificio a Dios». El papa Dámaso ( | 384) escribió en la inscripción que hizo poner en la basílica dedicada al mártir: «Sólo la fe de Lorenzo pudo vencer los azotes del verdugo, las llamas, los tormentos, las cadenas. Por la súplica de Dámaso, colma de dones estos altares, admirando el mérito del glorioso mártir». El papa Juan Pablo II, en la memoria jubilar de los mártires del siglo XX, dijo en el Coliseo comentando el texto de Jn 12,25: «Se trata de u n a verdad que frecuentemente el m u n d o contemporáneo rechaza y desprecia, haciendo del a m o r hacia sí mismo el criterio supremo de la existencia. Pero los testigos de la fe, que también esta tarde nos hablan con su ejemplo, no buscaron su propio interés, su propio bienestar, la propia supervivencia, como valores m á s grandes que la fidelidad al Evangelio. Incluso en su debilidad, ellos opusieron firme resistencia al mal. En su fragilidad resplandeció la fuerza de la fe y de la gracia del Señor» (Juan Pablo II, Homilía, 7 de mayo de 2000).

ORATIO El Soberano y Señor te ha d a d o , oh mártir, como ayuda el carbón ardiente: quemado por él, dejaste pronto la tienda de barro y heredaste la vida y el Reino inmorta-

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les. Por eso celebramos nosotros, con gozo, tu fiesta, oh bienaventurado Lorenzo coronado. Resplandeciendo por el Espíritu divino como carbón encendido, Lorenzo victorioso, archidiácono de Cristo, quemaste la espina del engaño: por eso fuiste ofrecido en holocausto como incienso racional a aquel que te exaltó, llegando a la perfección con el fuego. Protege, por tanto, de toda amenaza a cuantos te honran, oh hombre de mente divina {de un antiguo texto de la Iglesia bizantina).

CONTEMPLATIO [San Lorenzo], como ya se os ha explicado más de u n a vez, era diácono de aquella Iglesia [la de Roma]. E n ella administró la sangre sagrada de Cristo; en ella, también, derramó su propia sangre por el nombre de Cristo. [...] Amó a Cristo durante su vida, lo imitó en su muerte. También nosotros, hermanos, si amarnos de verdad a Cristo, debemos imitarlo. La mejor prueba que podemos dar de nuestro a m o r es imitar su ejemplo, porque Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. [...] Entendamos, pues, de qué modo el cristiano ha de seguir a Cristo, además del d e r r a m a m i e n t o de sangre, además del martirio. [...] Cristo se rebajó: esto es, cristiano, lo que debes tú procurar (Agustín de Hipona, Sermón 304). ACTIO Repite a menudo y medita durante el día la Palabra: «A los pobres los tenéis siempre con vosotros» (Jn 12,8).

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El perfume agradable corresponde, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, a la dimensión estrictamente constitutiva de la teología del sacrificio. En Pablo, es expresión de una vida que se ha vuelto pura, de la que no se desprende ya el mal olor de la mentira y de la corrupción, de la descomposición de la muerte, sino el soplo refrescante de la vida y del amor, la atmósfera que es conforme a Dios y sana a los hombres. La imagen del perfume agradable está unida también a la del hacerse pan: el mártir se ha vuelto como Cristo; su vida se ha convertido en don. De él no procede el veneno de la descomposición del ser vivo por el poder de la muerte; de él emana la fuerza de la vida: edifica vida, del mismo modo que el buen pan nos hace vivir. Su entrega en el cuerpo de Cristo ha vencido el poder de la muerte: el mártir vive y da vida precisamente con su muerte y, de este modo, entra él mismo en el misterio eucarístico. El mártir es fuente de fe. La representación más popular de esta teología eucarística del martirio la encontramos en el relato de san Lorenzo sobre la parrilla, que ya desde tiempos remotos fue considerado como la imagen de la existencia cristiana: las angustias y las penas de la vida pueden convertirse en ese fuego purificador que lentamente nos va transformando, de suerte que nuestra vida llegue a ser don para Dios y para los hombres (J. Ratzinger, Conferenza per ¡I XXIII Congresso eucarístico nazionale, Bolonia 1997).

Santa Clara de Asís 11 de agosto

Clara nació en Asís el año 1193 (o 1194). Hija de noble familia, fue educada por su madre en la fe cristiana, pero al escuchar y ver a su conciudadano Francisco en la nueva vida evangélica que éste había emprendido comprendió que quería llevar la misma forma de seguimiento de Jesús. Con su hermana, que la seguirá quince días después de su huida del palacio, vive en el monasterio d e San Damián, situado fuera de los muros de Asís, «según la forma del santo Evangelio», obteniendo de los papas el singular «privilegio de la pobreza». Fueron muchas las compañeras que la imitaron. Juntas constituyeron la primera comunidad de «Hermanas pobres», para las cuales, y ya en sus últimos años, escribió Clara -primera mujer que lo hizo en la historia de la Iglesia- una Regla. Esta fue aprobada por Inocencio IV en 1254, pocos días antes de la muerte de Clara. Se conserva el Proceso de su canonización, que tuvo lugar en 1255. Es un documento de excepcional valor para conocer la experiencia de la «plantita de Francisco».

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 1,26-31 Hermanos: 2